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THE TOY GIRL // APRIL VINE

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Mensaje por Admin 9/11/2014, 10:38 am

SINOPSIS
Sentir lujuria por la vecina-demasiado-joven-caliente-al-tacto sobrina de su vecina al cortar el césped en el caliente sol era algo, y algo malo para su brillante reputación. Pero encontrarle en la tienda de sexo donde ella hace su adquisición de gratificación artificial para aliviar su insinuada molestia sexual en primer lugar es algo muy diferente y las forzosas reglas puritanas de treinta-y–cuatro años de Elena Katina la hicieron salir volando con la cara roja por las puertas del Curious Coition pagándole con la mercancía en la mano.
Ya que ella estará en casa de su tía durante unos días, de veinticuatro años de edad, Julia Volkova quiere hacer las cosas de buena vecindad y devolver el huérfano juguete sexual a su legítima propietaria. Sólo que en este caso el legítimo propietario es la misma mujer que quiere en su cama, su corazón y su vida. Julia no está por encima de sujetar la herramienta de placer por encima de ella y amenazando a su buena reputación en un intento de mostrarle la realidad con él, no importa su edad.



Capítulo 1

Millones de mujeres hacían esto prácticamente todos los días, en todo el mundo, ¿no? Así que, que era lo que estaba mal con ella?
Absolutamente nada, decidió Elena Katina.
Inhalo un último aliento valiente, tiro de las mangas de su camiseta hasta sus codos, deslizo sus gafas de sol en su cara para protegerla del sol de media mañana de Ciudad del Cabo, Sudáfrica y salió del asiento del conductor de su coche.
Se sentaba en la silla de directora financiera de una gran empresa de cosméticos, por el amor de Dios, comprar un consolador no debería ser un asunto federal. Además su propia simpatía, o lo que quedaba de ella, dependía de que ella tuviera un orgasmo gritando por cortesía de un pene de plástico ya que la variedad humana le había fallado en todos los casos posibles. Si, estaba vencida desde más de un año.
Con falsa confianza de una mujer de 34 años de edad, ella abrió la puerta de la tienda “Curious Coition sex” y entro antes de que cambiara de idea. Una gran cantidad de dispositivos sexuales inundaron su vista, obligándola a retirar sus gafas de sol para una visión más íntima. Durante un minuto, se mantuvo en silencio en la entrada, su mirada rápidamente hizo inventario de cosas que no sabía que existían, y mucho menos cómo funcionaban.
Ropa íntima a la izquierda de ella; cadenas, abrazaderas, y látigos a su derecha. Los azulejos bajo sus zapatos ilustraban cuerpos desnudos todos entrelazados con pasión. Muñecas inflables con gruesos labios rojos colgadas del techo por encima de su cabeza. Giro alrededor con un extraño asombro, absorbiendo la sensualidad propia de la tienda como si se tratase de un ser vivo.
Una televisión de pantalla grande montada en la pared cobro vida ante sus ojos. Trago como la pareja de la pantalla estaba involucrada en sexo explícito, anunciando la asombrosa crema vaginal comestible. Sus muslos se movieron nerviosamente y las sensaciones calientes y desesperadas sucedieron entre sus piernas cuando el actor porno había chupado el coño de la actriz. Dios, necesitaba venirse: con fuerza, rápido, con algo grueso y solido dentro de ella o enloquecería mientras se comía con los ojos a la (no-tocar-alguna-vez) chica que pasaba las vacaciones en la casa de su pariente frente a la de ella. Quien hacía que ella se mojara y se sintiese culpable al mismo tiempo. Esta era la mejor opción sin dudar. La más segura y definitivamente más sana.
—Hola, solo grite si necesita ayuda —Una voz la despertó de su asombro.
Volvió su cabeza en dirección a la cajera que estaba de pie detrás del mostrador, su brillante sonrisa y pelo largo, extrañamente tranquilo y reconfortante donde todo lo demás a su alrededor representaba nada más que un tabú. Con apenas un vistazo en la dirección del cajero, enganchó un vibrador de aspecto seguro de la plataforma, lo coloco nuevamente en su lugar y eligió otro que venía con varios accesorios y todo lo demás que conducía a la complacencia de cada fantasía sucia y mucho más.
Repentinamente la ansiedad apuñaló su resolución mientras se acercaba al mostrador. Estaba así de cerca de realizar esa misión clandestina y no quería nada más que abandonar la tienda en relativa seguridad.
—¿Será esto todo? —pregunto la cajero, su brillante sonrisa naranja más amplia que antes.
—Sí, gracias. —Lena no se atrevía a mirarle a los ojos.
Ella aún no había llegado tan lejos; en cambio perdió el tiempo con su monedero mientras la cajera contó el dinero efectivo y registro la venta. Deseaba que le diera solo el pene falso y perder la sola idea de meterlo dentro la bolsa diseñada de Curious Coiton. Quería conseguir salir fuera de ese lugar ya, preferiblemente armada con la mercancía seleccionada en su bolso de mano. Un baño largo más tarde y tal vez hasta velas, y luego serían solo ella y el consolador, erradicando cualquier pensamiento malsano que abrigara sobre lo que no podía tener.
—Es uno de nuestros Best sellers. Estoy seguro que lo disfrutara.
¿Podría trabajar un poco más despacio?
—Hace un día encantador fuera, ¿verdad? —continuo—. Le debería decir que tenemos política de no devolución, lamentablemente, así que si…
—Eso está bien. Yo... —Cualquier cosa más que Lena pensó en decir murió en sus labios cuando las cortinas de terciopelo que colgaban de un carril detrás del cajero se separaron. Su agobiado corazón se saltó un latido y sus maniáticos nervios quemaron su piel. Su cerebro giro fuera de control, ahogándola en la incredulidad. Resistió las ganas de frotar los ojos por si su visión se sentía propensa a jugar trucos baratos en ella ahora más que nunca. Pero no, ella, totalmente caliente y completamente fuera de razón de sus límites la encontró desfilando en una tienda de sexo a plena luz del día, era real, magnifico y al instante la reconoció.
Su fija mirada atractiva paso rozando sobre el paquete colgando de la mano del cajero de camino hacia el bolso y luego aterrizo atrás de ella. Ardiente sangre caliente se elevó en sus mejillas. Doblo sus brazos y luego froto el borde de la mandíbula con una de sus manos, con sus sensuales labios curvados en una sonrisa asesina. Dientes brillantes, blancos se burlaron de ella. No podía apartar la mirada, no cuando su altura irresistible exigía que le mirase solamente a ella.
La diversión se alineó en el azul de su iris cuando se relajó contra la vitrina alta al lado de ella, disfrutando de su malestar, y no haciéndolo en secreto. Esto no podía estar pasándole a ella. La clase de vergüenza que nunca había experimentado antes, dicto su próximo movimiento. Huir, dejando su compra en las manos de la cajera. Sin una mirada hacia atrás, se apresuró a salir de la tienda. Se negó a cuestionar sus travesuras juveniles cuando se zambullo en su coche y comenzó la ignición. El único sonido más alto que su resucitado corazón dentro de su pecho, eran las ruedas de su coche que chillaban en protesta cuando huyo de lo que ella llamo la escena del crimen.
¿En serio? De todas las personas en el mundo que podría haber conocido en una tienda de sexo, ¿tenía que ser ella? La razón principal para su estado de ánimo irritable, que brotó de una carencia de la jodienda adecuada, reanimada por la mera vista de ella. Echarle un vistazo desde la ventana cuando el cortaba el césped era una cosa, encontrarse con ella en una tienda de sexo y pillada con favores sexuales flagrantemente era otra. Pero cuando ella había despertado esa mañana de una noche de soñar acerca de ella, su cavidad mojada e insatisfecha había dictado todas sus acciones impulsivas.
No podía soportar otra noche sintiéndose tan sexualmente privada. Quería una satisfacción instantánea, así que entró en su coche, condujo hasta la ciudad y encontró una tienda de sexo.
Ahora lamentaba no haber tenido más paciencia, comprar la maldita cosa por internet y esperar sin embargo un tiempo largo para que se lo entregaran. La paciencia, pensó, nunca fue la cualidad mantenida más alta. Además, si quería hacer algo, siempre lo hacia ella misma.
Las cosas iban a su manera, su consolador comprobado por internet probablemente llegaría a su puerta en una furgoneta con un pene pintado en el lateral, sirenas sonando, y una escolta de policías, y todo el vecindario lo sabría.
Gimió. Diablos, ella conocía a su tía. ¿Y qué hacía en una tienda así de todos modos?
Bajo su cabeza mientras conducía por la carretera, con la esperanza de nunca interactuar con la tía o la sobrina de nuevo. Pensamientos de traslado revolotearon a través de su cerebro. Se metió en su casa, cerro con llave la puerta, corrió las cortinas y marcho sobre el suelo mientras se mordía las sus unas. Que lío. ¿Cómo había ido todo tan irremediablemente mal tan rápido?
Ella todavía recordaba su encuentro hace 6 años, cuando concluyó su saludo al llamarla señora Katina junto con una sonrisa arrogante. Ella le había sonreído de vuelta, divertida por su juventud y la semilla de la arrogancia subdesarrollada asomando por debajo de la superficie. Ahora… ahora 6 años más tarde, en la edad de 24 años, llegó en un paquete diferente por completo.
Cuando no tenía negocios, se quedaba embelesada cuando ella trabajaba y el sudor le caía por su larga y esbelta espalda.
No había nada divertido en ella, ya no más. Se había convertido rápida y sólidamente. Su sonrisa burlona sellada rápidamente en su memoria, reduciéndola a 4 en lugar de a 34. Pero ah, tenía que ser Julia Volkova, quien deliberadamente la despojó de esos pensamientos cuando su cuerpo saltó a modo hambre sexual por la mera visión de ella. Julia tenía 24 años de edad, y en caso de que no comprendamos plenamente las matemáticas, 10 años más joven que ella. Diez grandes, amplios, e inflexibles años. Toda una década. 3365 días más joven, dar o tomar un año bisiesto o dos.
Ella se escondió en su cocina y preparó una taza de té de manzanilla, algo para calmar sus crispados nervios. Así que Julia la había confundido con la guardia baja por su injusta sorpresa. No importa. A partir de ahora la evitaría.
Sopló en su taza llena de vapor y luego tomo un sorbo. Ella lo podría manejar. Por supuesto que podría. Era experimentada sofisticada, madura, excediéndole en grado de todos modos, pero sobre todo en edad, básicamente dándole ventaja. Correr a fuera de la tienda de sexo como una virgen no auguraba nada bueno para ella en el ministerio chic y sin su cita para la noche tampoco, pero era bastante adulta para descartarlo sin pensarlo dos veces.
Llevando su taza al cuarto de baño, lleno la bañera y agregó aceite de baño de melocotón bajo el grifo que corría. Se desnudó y hundió su cuerpo en el agua sedosa, dispuesta a lavar su desastrosa excursión de una vez por todas.
La lujosa agua molesto su piel. Dirigió una mano sobre sus pechos e inmediatamente se pusieron tiesos. La tensión montó encima de sus muslos, todos sus nervios agitados hasta su estómago y más abajo, instalándose un golpe erótico en su clítoris. Se inclinó hacia atrás, desesperada por aliviar la lujuria residual que persistía en su cuerpo. Sus ojos cayeron cerrados. Una vista cruda de Julia usando nada más que su sonrisa presumida se materializo ante sus ojos.
El agua salpicó los lados de la bañera de porcelana cuando se alzó. Frotó sus sienes, tratando de alejar la presencia de su mente. Ella no podía sentirse atraída por alguien mucho más joven que ella. ¿Qué era esto, alguna clase de crisis pre-pre-mitad de vida?
Después de que Dean la abandonara hace un año atrás, después de un compromiso aparentemente bueno, se cerró de frivolidades sexuales, poniendo su trabajo antes que nada. Lo había dejado durante demasiado tiempo. Si se encontraba con cualquiera que cortaba el césped en un reluciente cuerpo caliente, quería saltar a sus huesos. Julia Volkova  estaba simplemente en el momento adecuado en el lugar correcto en su cabeza y tan fácilmente sería eliminada a partir de dicho momento y lugar.
Alcanzó su taza cuando el timbre sonó. Un suspiro pesado cedió sus hombros más en el agua. ¿Podía fingir que no se encontraba en casa este sábado por la mañana? Ma***** sea, su coche estaba aparcado fuera y ella no podía ir a cualquier parte sin él. Esperó un minuto más, esperando que su invitado no deseado se rindiera.
No hubo suerte.
Cubrió su cuerpo con una bata gruesa y fue a abrir la puerta, cepillando su pelo húmedo fuera de su cara mientras iba. Se giró hacia la puerta abierta y se paró para impedirla cerrarla otra vez. La Señora Volkova estaba parada en su puerta, una bandeja de galletas en sus manos y una radiante sonrisa en su rostro.
—Hola, querida. Solo horneé un lote extra y quise que tuvieras algunas. Son para la boda de mañana. ¿Interrumpí tu baño, cariño?
—No… para nada. Gracias, señora Volkova. Estoy segura de que son deliciosos — ella agarro la bandeja de la mano de la mujer mayor y tuvo toda la intención de decirle adiós. Ella no pudo enfrentarla, no con su fiasco en el sex shop tan fresco en su memoria.
—Julia los ama. Esa muchacha come como un caballo, te lo digo yo. Dios sabe dónde pone todo. Ah, pero es tan bueno tenerla visitando a su anciana tía.
Lena forzó a su memoria a bloquear la mención de su nombre. Un profundo rubor cubría ya su piel, y no podía faltar mucho para que se derrumbara por completo abochornada frente a la señora Volkova. Tenía que deshacerse de ella rápidamente. En el instante en que su atención se volvió hacia la calle, a un coche que se aproximaba, Lena empezó a decir adiós y tuvo la puerta a medio cerrar.
—Oh, mira, es July.
Lena no quiso mirar, de verdad. ¿Pero quién hubiera podido no hacerlo cuando ella llegó manejando uno de esos horrendos jeeps anticuados que se veían como si estuvieran a punto de dejar un rastro de piezas a su paso?
—Gracias por las galletas, señora Volkova. De verdad tengo que irme.
—Oh, espera un minuto. Tú aun no la has saludado apropiadamente. Estoy tan orgullosa de ese muchacho. Está convirtiéndose en una persona tan amorosa y cuida tan bien de su madre — los ojos de la señora Volkova se empanaron mientras veía a su sobrina bajar de su excusa de auto.
¿Sabía ella que su sobrina frecuentaba sex shops los sábados por la mañana? No solo eso, Julia además era alguna clase de VIP; ¿o qué más podría haber estado haciendo detrás del mostrador si no fuera una compradora normal, como ella?
—Julia — le llamó la señora Volkova.
No, ella tenía que escapar de esto.
—Tal vez en otro momento, realmente me tengo que ir.
Julia estiró el brazo a través de la ventana abierta y saco un paquete que secó su boca e hizo que su corazón se contrajera. Con unas cuantas zancadas más, había llegado a su puerta.
Su mirada se adhirió a la bolsa que el sostenía con indiferencia. Dios, ¿por qué se veía como su consolador huérfano, el que ella había comprado y dejado?
Ella volteó su mirada para encontrarse con la suya, que se veía bromista. Sí, Julia sostenía su consolador en las manos. En frente de su tía. Sangre caliente se agolpó en sus mejillas. Ella sujetó la bandeja de la señora Volkova, temerosa de que se escurriera entre sus sudorosas palmas y se estrellara contra el suelo. No pudo soportarlo más.
—Tú querías a alguien que cortara tu césped, Lena. Tal vez Julia pueda ayudarte. —continuo la señora Volkova, ignorando la mirada de odio que Lena le dirigió a Julia, y la mirada de desafió combativo que ella le devolvió--. Tal vez pueda regar tus flores, también.
Julia bajó la cabeza, su mirada vacilando sobre el área entre las piernas de ella, guardada a salvo por la bata de felpa, pero no lo suficiente cuando un calor infernal se manifestó allí.
—Estoy seguro de que puedo regar sus flores por usted, señorita Katina, si quiere —el sonido de su ronca voz la penetró, calentando su sangre y haciendo que se que se ruborizara como una virgen otra vez. Claramente, Julia estaba jugando con ella. ¿Cuánto tiempo le quedaba antes de que le pasara la bolsa que sostenía y explicara que era el vibrador que ella había olvidado en el sex shop que había visitado esa mañana? Ella no le daría la oportunidad, no con ese calvo chip en su hombro.
—Ya ves. Perfecto. Oh, y dime que puedes llevar a Julia contigo a la boda. Yo me iré muy temprano con la camioneta, y no quiero que maneje esa trampa mortal de auto suyo por las montañas. Ella maneja demasiado rápido para mis nervios, sabes, y prefiero tenerle en una pieza mientras me visita. ¿Te importaría, querida? Oh, esto es perfecto. Ahora ustedes dos tienen mucho de qué hablar con el césped y las flores, y yo me perderé mi programa de TV favorito.
La señora Volkova apenas le dio oportunidad de negarse, pero en el momento en que ella le dio la espalda a la puerta, Lena agarró a Julia de la muñeca y le arrastró dentro de la casa. Cerró la puerta detrás suyo y, entonces, dejó la bandeja en la mesa de la entrada.
— ¿Qué diablos estas…?
— ¿Qué? —Su sonrisa retadora le hizo olvidar lo que iba a decir —Te traje tu mercancía, viendo que ya habías pagado por ella. Pensé que estaba siendo considerada.
— Ja. ¿Considerado? Tú estabas prácticamente refregándolo en la cara de tu tía. Mira, es el consolador que Lena compró, ¿ves, tía? —Lena se apoyó en la puerta. Ella no podía arriesgarse a perderla ahora. Lo que necesitaba desesperadamente era una táctica de control del peligro. “Okay, respira profundo, calmate” —Gracias. Aprecio que lo hayas hecho — estiró la mano, esperando que Julia se lo entregara. Ella no se movió. Infinitos sentimientos de lujuria e ira la recorrieron. Pero más lujuria, mucha más lujuria —Por favor.
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Mensaje por bella genio 9/15/2014, 12:54 pm


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Mensaje por Corsca45 10/24/2014, 9:12 pm

Hola cuando lo vas a terminar
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Mensaje por Admin 10/27/2014, 1:57 am

Capítulo 2
Diablos, su ropa en la entrepierna le estaba matando.
Julia Volkova  apretó el puño, resistiendo la urgencia de jalarla hacia sus brazos y violarla. Si, violarla porque exactamente así era como se sentía sobre ella. La mujer temblando con indignación ante ella, cazaba sus sueños, su vida, su cuerpo. Desde el primer momento en que su mirada cruzó la suya, ella supo que la quería; incluso a los dieciocho, sabía que ella sería suya un día.
Lena curvó sus dedos en su palma y soltó su brazo a su lado, evidentemente dándose cuenta que Julia no estaba rompiendo su munición – su consolador.
—¿Qué le paso al imbécil que estabas viendo la última vez?—No es que le importara. Sin el imbécil mencionado bloqueando su camino, podría haberla hecho temblar. E incluso si el imbécil permanecía en la escena, encontraría una forma de hacerla suya.
—Rompimos —Ella se inclinó más adentro en la puerta, cruzando sus brazos sobre sus deliciosos senos, sus hombros tirando aunque ella intentaba parecer indiferente —y no era un imbécil. Era mi prometido. Nos íbamos a casar.
—Sí, lo sé. Entonces, ¿qué sucedió?
—Lo que suceda en mi vida personal no es de tu incumbencia. Solo dame la bolsa y podemos cortar con todo esto. —Un suspiro exasperado cayó de sus labios. Lena corrió su mano a través de su cabello húmedo y lo empujó contra la pared. El aroma de duraznos colgaba en el aire mientras estaba ante ella. Su miembro se tensó contra la fábrica de su jean. Hombre, quería hundirse en su calentura como si su vida dependiera de ello, pero tenía que pisar con cuidado. Lena Katina no era como cualquier otra mujer que conociera. El hechizo que le forzaba a regresar a ella, habían sido seis años. Era mayor ahora, más fuerte y más capaz de hacerla suya. El tiempo había llegado, pero temía malograr todo y perderla antes de tener la oportunidad de tenerla por vida.
—Dame la bolsa, Julia —Lena solía usar lo que ella pensaba que era su voz mas severa. ¿Cuántos años pensaba que tenía, cinco? El pensamiento le irritaba porque nada la mantendría alejada de sus brazos.
—¿Vendrás a la boda conmigo?
—No, casi certeramente no. Ahora dale aquí —Lena intento agarrar el consolador.
Julia lo alzo fuera de su alcance. Ella se balanceó en sus dedos de los pies intentando quitarlo de sus manos, perdida en su balance, y fue forzada a soportar su palma en su pecho para prevenir caerse encima de ella. Julia sostuvo su mano con la otra. Su toque quemo a través de la cabeza de Dios, Demonio en su camisa y el golpeteo acelerado de su corazón. Lena jadeó. Su miembro se retorció. Apartó su mano de un tirón, furia y confusión bramando de su mirada antes de alejarse de Julia.
—No voy a hacer esto contigo. No voy a ser aspirada en este juego de niños que insistes jugar conmigo; uno, porque soy una adulta madura, y dos, estas actuando como nada más que la adolescente engreída que aun eres…
Dios, Lena llegó a ella. Julia lanzó el consolador en una silla, la cogió por la cintura, y la lanzó contra una pared desnuda. Su respiración zigzagueaba fuera de su boca, su garganta se balanceaba, y sus senos pesaban. El vestido grueso que usaba se partió, revelando una longitud de su muslo y una pequeña parte de su húmeda cavidad.
La presionó hacia abajo con su cuerpo y su pene se ubicó en su barriga, vigilando su reclamación. Lena necesitaba verle como una persona mayor y no una chica. Diablos, Julia podía hacerla suya. Podía hacerla venir cientos de veces. Podía enseñarle a su cuerpo a responderle solo a ella. Pero primero, Lena tenía que verle como una persona madura que quería follarla fuerte, largo, rápido, lento, dulce, todo el tiempo, en cualquier sitio, y en cualquier lugar.
Pero no así. Ella quería salir con Lena, cortejarla, y pretenderla. Hacerla enamorarse de ella. Porque se imaginaba que Lena sería así de fácil, no tenía ni idea. Prácticamente se había burlado de ella la primera vez que se conocieron. Sabía que Lena no pensaba que ella era dulce y linda y luego no le prestó más atención. Su plan para hacerla suya fallaría si decidía tomar la ruta generalmente más aceptada. Lena le había disparado en una palpitación. Lo que necesitaba era algo para sorprenderla, lanzarla fuera de un pedestal hasta que le rogara por su toque.
Nunca se imaginó encontrarla en una tienda de sexo, comprando un consolador, pero tal vez esa aproximación sería la única ganadora.
—¿Estas mojada para mí, Lena?
El verdigris de sus ojos se oscureció. Un profundo sonrojo rosado cubrió su piel. Sus esfuerzo por mantener el control fueron saboteados con cada respiración que ella tomaba. Sus dedos anhelaban tocarla. Su boca ansiaba lamerla. Su cuerpo gritaba por ella. Su corazón le pertenecía, pero Lena le había pisoteado y arrojado de regreso a su cara sin una mirada hacia atrás. Julia tenía que moldearla para que sea suya. Esta era la única manera.
—No, no lo estoy —Su negación sonaba entrecortada, ronca. Sus labios temblaron mientras Julia deslizaba su muslo entre ellas. El calor de su piel se disparó sobre él, penetrando su ropa, y se estableció en sus venas. Lena tenía que estar mojada si era así de caliente. Lena buscó reunir la baya alrededor de su desnudez. Julia capturó sus manos en una suya y las ató en lo alto de su cabeza. Sus tetas se arquearon hacia adelante. Su lengua ansiaba limpiar sus picos de diamante.
—Tus ojos dicen que estas mojada para mí.
Lena se retorció bajo su agarre. Su cuerpo tan cerca del suyo encendía el fuego que desesperadamente ella quería alejar de Julia. Ahora ella sabría. Su nudillo se derivó sobre sus labios, por abajo en su garganta, dentro del valle entre sus senos, descendiendo contra su ombligo, y luego más abajo hacia su protuberancia. Frenética de haberla encontrado más mojada de lo que había predicho, ella estableció una lucha. Una lucha inútil porque Julia se elevaba sobre ella, su fuerza incuestionable. Lena tenía una mejor oportunidad empujando una roca. Julia no podía tocarla.
—Julia, por favor, déjame ir.
—Dime que no estás mojada—. Su voz rasposa le hizo cosquillas en el oído y reverberó a través de todo su cuerpo. Su mirada susurraba sobre sus labios, ligeramente partidos pero establecidos en dos líneas duras. El hecho era que  Julia tenía algo que probar, perforó cada esperanza de escapar de ella. Su lengua rozó su mandíbula.
Fuego líquido ardía en su cavidad húmedo. Instintivamente, Lena gimió y se retorció contra Julia. El peso del bulto en sus pantalones recostado contra ella creaba un hechizo que alteraba la mente, lo suficientemente potente para mandarla de rodillas y rogarle que la tome del modo que quisiera.
Ella no podía luchar esta batalla. No cuando su mente y cuerpo rayaba en finales separados del mismo argumento, forzándola a situarse delante de Julia, entregándose a ella sin tener la intención de detener eso. Ella la quería. Dios la ayude, ella la quería. Pero no podía tenerle. Julia era muy joven. ¿Por qué, oh, por qué para alguien que guiaba su vida de acuerdo a un régimen estricto, ella tenía que sentir hambre por Julia Volkova, alguien con la capacidad de descarrillar su seguridad y reservada vida?
Su nudillo acaricio sus protuberancias, cada tierno azote jalando un millón de grados de calor de su cono. Julia se deslizó más abajo. Lena apretó los muslos, atrapando la mano entre ellos.
—Abre tus piernas para mí, querida.
Lena sacudió su cabeza, soltando su barbilla para evadir el oscuro deseo en sus ojos.
Julia inclinó sus rodillas para bajar su altura y luego empujó su barbilla con su dedo hasta que ella le miró. Ese fue un error. Un gran e irreparable error. Lena se ahogó en la intensidad de su mirada, hipnotizada por esta chica quien ahora la veía como una persona más madura. Alguien que la quería. Sin palabras y acciones, debilitó su estancia. Lena cayó por ella, obedeciendo su comando como no lo haría con nadie más. Sus piernas se partieron. Julia no rompió su atención de sus ojos mientras deslizaba un solo dedo dentro de ella. Lena mordió su labio, fuerte, y le dio la bienvenida al dolor, cualquier cosa para distraerla del surrealismo de la situación. Pero nada podría distraerla lo suficiente para no notar como su cuerpo se abrazaba al de Julia. El sonido de su dedo, lentamente y deliberadamente nadando en su humedad, hizo eco alrededor de la habitación.
—Por favor —¿Qué le estaba rogando? ¿Qué se detenga? No, ella quería más. Su cuerpo hambriento por doce meses de sexo, rogaba por más. Julia removió su dedo. Ella casi muere por el vacío y lloriqueó en dolor. Julia soltó sus manos. Lena apretó su muñeca, sus dedos acariciando el cuerpo de la extensa pulsera de pinchos y el contraste de su piel blanca contra su piel bronceada subiendo su dedeo hasta la última muesca. Lena quería beber de su brusquedad, la sensualidad que emanaba sin esfuerzo, la fiera fuerza que escondía tan descuidadamente. Quería que la derribe y sumerja su miembro dentro de ella, rompiendo a través de sus paredes, exponiéndola. Pero Julia nunca podría. Tenía que enderezarle.
—Jul…
Julia ahuecó su cavidad y luego relajó dos dedos. Todos los pensamientos volaron. Su pulgar acaricio su clítoris, sobrecargando su cerebro con sensación sobre sensación. Julia alimentó su sexualidad descuidada; Lena quería aspirarle por completo.
Lena empujó sus palmas contra su pecho, rechazándole al mismo tiempo que su clítoris se mecía contra la yema de su pulgar. Dos dedos se volvieron tres, llenándola profundamente. El tierno masaje de su clítoris con su pulgar se convirtió en expertos y rápidos golpes que llamaba cada nervio centrado dentro de ello, por su sensación de placer.
—No puedo— aun Lena intentó detenerse. Se supone que esta sería la voz de la madurez entre las dos, no la patética impotente dictada por un cuerpo bajo su comando.
—Vente para mí, Lena. Vente para mí —Su demanda destrozó el último centelló de control que le quedaba—. Di mi nombre y vente para mí. —Su boca se cerró sobre su seno. Lena perdió el poco balance que mantenía mientras su pezón se hinchó aún más bajo los calientes azotes de su talentosa lengua. Sus dedos empujando hacían juego con sus respiraciones imprudentes.
—Ahora —dijo el alrededor de su pezón, y su pulgar emitió el último toque. Lena se desplomó y cayó en sus brazos, muy débil para resistir los espasmos poderosos del orgasmo barriendo sobre su cuerpo entero. Julia la sostuvo hasta que su última contracción fue mucho más allá y su aliento insertándose en duros jadeos. Lentamente, Lena se desplegó de Julia. La realidad tomándose su tiempo para arrastrarse dentro. Evadió mirarle. ¿Cómo podía? La dejó tocarla, le permitió hacerla venirse.
Prácticamente le rogó que la folle con sus dedos. Ella era horrible, solo locamente horrible. Por suerte, Julia no la detuvo mientras se tambaleó lejos de ella, enderezando su bata mientras lo hacía. Mordió su nudillo para no estar furiosa consigo misma por permitirse tal acto irreparable tome lugar. ¿En qué estaba pensando? Se dio la vuelta para enfrentarle.
—Ese fue un error. Uno que debemos olvidar inmediatamente —Su voz tensa por la ronquera de su garganta, pero ella se mantuvo rígida y severa.
—No va a suceder, querida —Julia se mantuvo ahí, en su pantalón de vaquero desgastado, cinturón de cuero grueso, camisa negra, un reloj gigante en su otra muñeca, tatuajes alzándose hacia arriba en un brazo, sobre su bíceps y desapareciendo debajo de la manga corta de su camisa, el mundo a sus pies, toda joven, lleno de deseos ardientes.
Julia llevó su mano a su boca, con la que la había tocado. Sus dedos seducidos sobre sus labios. Inhaló su aroma antes de lamer su sabor. Lena tembló. Su cavidad dolía por ser tocada de nuevo. Cruzó sus brazos para evitar que sus pezones hurguen a través de su bata.
Con su otra mano, Julia cogió la curiosa bolsa de Coito de la silla. Ma***** sea, si hubiese estado pensando apropiadamente, podría haber devuelto lo que se estaba volviendo su peor compra.
—Recógeme a las tres.
—¿Qué?
—A la boda de mañana. Recógeme a las tres.
—Por supuesto que no voy a ir a la boda contigo. No quiero tener nada que ver contigo. ¿No lo entiendes?
—Oh, claro que sí. Lo entiendo alto y claro. Me quieres. Quieres que te folle por atrás, quieres que jale tu cabello mientras hago que comas mi esencia —Julia cerro la distancia entre ellas. El aire alrededor de Lena desapareció. Se forzó a sí misma a no agitarse, no rogarle que termine lo que había empezado—Te he visto observándome, Lena. Sé que tu cuerpo se pone caliente por mí. Pero, ¿por qué arreglar con esto— alzó la bolsa—, cuando puedo darte una cosa real y mucho más?
—Porque... porque si quisiera la cosa real, hubiese salido y encontrado alguien  quien es…
—¿Qué? ¿Con la edad apropiada? ¿Es la única cosa que me mantiene de follar contigo?
—No tiene que haber nada más. Es una razón suficientemente válida que puede sostenerse por sí misma—no pudo evadir el quiebre en su voz. Edad apropiada la hacía sonar anciana, pero ni siquiera tenía veinte.
—¿Tienes miedo de lo que diga la gente?
—Dios, sí—. Le acusó lejos de ella. Solo podía tomar bastante de su cercanía antes de que sus hormonas empezaran a planear en contra de ella.
—Es solo un número, Len.
—Y esa es una manera tan cliché de verlo. Nada puede venir de esto. Soy diez años mayor que tú, y nunca, saldré con alguien menor que yo—La idea demolió su romance ideal, un romance hilado de cuentos de hadas de una edad bastante joven, donde su príncipe encantado, o más bien princesa en este caso, siempre era mayor que ella. Así que Dean no era su príncipe encantado, y tal vez si ella salía, encontraría al verdadero amor, pero seguramente no era menor que ella. Tenía que ponerle las cosas claras inmediatamente—. Estas perdiendo el tiempo conmigo, Julia.
Un escudo enigmático veló sus rasgos.
—No cambia nada. Recógeme a las tres —Caminó hacia la puerta, su equipaje en una mano, la otra en el pomo de la puerta.
—¿Y si no lo hago?
Julia se volteó para enfrentarla sin dejar de sostener el pomo de la puerta.
—En ese caso, puede que sea forzado a coger un vuelo fuera de Sudáfrica. Pero no te preocupes, dejaré esto con mi tía. Estoy segura que ella no tendrá ningún problema en regresártelo.




Capítulo 3
Lena se contempló en el espejo, por la que parecía ser la enésima vez.
¿Y qué hacía a hoy diferente de cualquier otro día? Bien, hoy iba a una boda con Julia Volkova, no porque quisiera, sino porque ella la había obligado mediante chantaje, lo cual no explica completamente la inspección constante de sí misma.
No descartó su promesa de dejar su pequeño paquete con su tía, y bondadosa como era la señora Volkova, fisgonear y cotillear eran sus pasatiempos favoritos. Podía imaginar el horror de la mujer cuando abriera el bolso y encontrara el pene de juguete con el nombre de Lena grabado en ella.
Sería conocida como la friki de la calle, un golpe terrible a su reputación brillante.
Bien esto no era una cita. No, esto era simplemente un medio de recuperar lo que era suyo: su paz y dignidad y preservar la buena reputación ganada por no salirse del camino.
Cuanto antes, dijese adiós a Julia, más rápido podría continuar su vida normal.
El vestido de seda color crema especialmente comprado con rosas rojas en relieve alrededor del dobladillo le llegaba a la mitad del muslo y no importaba lo que tirara, ella nunca lo haría más largo.
Nada más en su armario podría servir para la boda de su vecina Annaline en una tarde de verano. Annaline había planeado la boda durante un año y eligió un lujoso y bonito local a lo largo de un esplendoroso lago para su día especial. Además el único sombrero que poseía, por cortesía de un requisito previo del atuendo inscrito en la invitación, combinaba solamente con ese vestido.
Sin preocuparse más, agarró su sombrero y bolso y sacó su automóvil fuera de la calzada. Había estacionado enfrente de la casa de estilo pintoresco de la señora Volkova y tocó el claxon dos veces antes de que saliera Julia. Su tía se había ido mucho antes para ayudar con el catering.
El cuerpo de Lena se convulsionó recordando la sensación de sus dedos inquisitivos encontrando su clímax. Como rápidamente había encontrado ese punto. Como vino con fuerza para Julia Y como, locamente, necesitó más. Más de
ella.
“Cállate”. Su llamamiento cayó en saco roto. Su cuerpo se estremeció cuando se acercó.
Julia paseaba por el camino flaqueado de rosas, con las manos en los bolsillos de su pantalón. El ajuste perfecto de su chaqueta había vestido amorosamente sus hombros. Llevaba su traje gris con una informal elegancia. Sin corbata, el blanco puro de su camisa, dos botones desabrochados, revelaban el bronceado juvenil de su pecho con tan solo la marca de su tatuaje y su cabello mojado y satinado suficientemente para aumentar la calentura entre sus piernas.
Julia llegó al asiento del conductor, abrió su puerta, y esperó.
—¿Qué? —pregunté ella, permitiéndole a su irritación salir a través de ella e infectarle el aguijón. O eso, o mirarle con una risita de colegiala, como una mujer hecha y derecha suspirando de lujuria entre sus piernas.
—Muévete. Estoy conduciendo—¿Podía ser más arrogante? Alisó el vestido con una mano y se movió. El azul de sus ojos envolvió sus piernas sin asomo de timidez.
Inmediatamente, lamentó no salir del coche y caminar hacia el lado del pasajero en cambio. No. Espera. ¿Qué? Debería estar enojada por permitirle conseguirlo todo.
Demasiado tarde para esto ahora.
Julia mostró su estructura ágil al entrar en su coche, empujo el asiento hacia atrás para acomodar sus piernas largas y se marcharon. Esperando que recibiera su silencio como indiferencia y nada más. Se apartó de Julia y miró hacia fuera a la extensión de tierras de vinos del Cabo que se presentaban ante ella; el sol, una bola suave de naranja en el cielo. Vistas en las que normalmente buscaba consuelo ahora le fallaban en su intento de concentrarse en sí misma.
Julia Volkova  más que consumirla, se metió bajo su piel, y la abrumaba. ¿Que era lo que iba a hacer con ella?
— ¿Qué era exactamente lo que estabas haciendo en esa tienda de todos modos?
—Rita es una vieja amiga. La ayude con un anuncio online. ¿Vas a estar de mal humor el día entero? —preguntó inclinando su cabeza hacia ella, prestando atención a la carretera.
—Sabes que los adultos tienden a dejar sus tácticas de intimidación escolar… en la escuela. Ah. Lo siento, soy la única adulta en el coche, así que estás perdonada.
Su risa demasiado sexy molestó a sus oídos y trajo un resplandor caliente a su interior. Lena lamentó que Julia no pudiese mantener su boca cerrada. Deseaba poder cerrar sus ojos. La vista de ella paralizó su moral, la cual, tuvo que admitir, ya estaba en terreno resbaladizo hacia un pozo, para jamás ser encontrada o colocada. “¿Cielos, podría hacerme esto a mí misma?”
—Puedo jugar a juegos de adultos también, señora Katina.
—Lo dudo.
—Créeme.
Y en eso radicaba el problema. Ella quería probar con Julia, en cualquier lugar de su cuerpo, por dentro y por fuera, en todas partes, una, dos, tres. ¿El desafío en su voz era todo palabrería y no acción?
Había cincelado su vida en un escabroso y estrecho camino y nunca se apartaría de ese camino. Excepto que ahora esquivaba baches, que llegaron en forma del erotismo personificado.
—Bien. Lo intentaré…solo si tú estás de humor. ¿Te haría eso feliz? —Lena sonrió hacia ella como si fueran tía y sobrina. Esperaba que ella entendiera su tono cuidadosamente condescendiente, el que utilizaba con la gente más joven que ella, menos experimentada, meros niños.
—Sacate las bragas.
Y zas. Julia arrasó su argumento y la envió disparada fuera de curso.
Lena reprimió su réplica en la garganta, el lugar donde guardaba su indignación. La instrucción suave y ronca se hundió en su sangre y tambaleó su respiración.
¿Quién pensó que era? ¿Creyó que la podría espantar con unas insinuaciones sexuales? ¿Quería que se pusiera desdeñosa y remilgada y exigirle no hablarle así? La adrenalina corrió a través de los hilos de sus nervios robándole su sentido común. Bien ella le demostraría que podía jugar a juegos de adultos mejor que ella, porque era una adulta.
—Sabes que los niños pequeños no deberían jugar con fuego que no pueden apagar —dijo ella cuando levantó su trasero del asiento y arrastró sus bragas hacia abajo por sus piernas y sobre sus pies. Si le sorprendió por el cumplimiento de su orden ridícula, Julia no lo mostró. Lena le dio sus cálidas bragas. Ella las llevó a su nariz antes de que las deslizara en su bolsillo.
Trató de no pensar en su acción impulsiva por su orden escandalosa. En lugar de eso, arregló el dobladillo de su vestido y las dobló sobre sus pesados senos. Se negó a darle el gusto de su enojo.
Tenía 34 años, por tanto ella no jugaba juegos sexuales con Julia, pero leía libros y podía imitar los juegos con lo mejor de ellos, seguramente.
Pero la incomodidad que despertaba en ella no era de un modo no deseado; no, era el tipo de incomodidad que le daba elevando su temperatura y transformando su cuerpo en una peligrosa little sex kitten (una chica mona a quien le gusta probar cosas nuevas y locas en el dormitorio).
Julia  jugaba con su naturaleza reservada, convirtiendo sus normas de hierro en papilla, y disfrutando cada segundo. ¿Por qué darle tanto poder sobre ella?
¿Fue por qué sabía que tenía previsto abandonar el país en tres días desde hoy?
Ah, sí, fingiendo inocencia, había preguntado a la tía de Julia, que vino por la mañana temprano a recoger su bandeja, exactamente cuánto tiempo su sobrina tenía previsto visitarla en Ciudad del Cabo. Lena rápidamente empujó a un lado su lapso de decepción momentánea cuando descubrió la corta duración de sus vacaciones, asegurando que ella misma se sentía aliviada de su regreso a su casa y en absoluto estaba decepcionada.
¿Es por esto por lo que cedió ante Julia tan fácilmente ahora? ¿Así podía ayudarla a deshacerse de esta feroz sed sexual que provocó en su interior, y luego largarse para nunca volver a verse otra vez? Lena podía tener una aventura… con alguien más joven. ¿Quién lo sabría? Nadie. Ella lo haría su asunto guardándolo discretamente y manteniéndolo oculto. ¿Que estaba mal en eso? No es como si ella hubiese planeado huir con Julia. Ella mantendría su cabeza fría mientras le daba a su cuerpo lo que deseaba por primera vez en su vida.
Una emoción entusiasmada rodeo su columna vertebral cuando contempló sus manos agarrando el volante. La fuerza subestimada emanaba desde todos los ángulos de su cuerpo, casual pero peligroso, parecido a como conducía. Rápido, pero controlando su Mercedes Benz como si se tratara de un juguete de plástico, Julia jugó con sus dedos mientras saboreaba té caliente. Había estado mirándola todo el tiempo. Sus miradas chocaron.
Su respiración se redujo y desapareció en la nada. En ese momento supo que obedecería sus deseos, pasara lo que pasara. La precaución, su vieja amiga, la evitó. Temeridad, la talla que nunca había permitido sentir antes, tomo las riendas y la condujo hacia Julia. Esta joven con la habilidad de hacer estallar su cuerpo, pero uno de cuyos talentos ella había cubierto con fecha de caducidad, tan pronto como se fuera de su vida. Tres días.
Sus labios torcidos en una sonrisa. Debió leer su mente porque sus ojos se oscurecieron con un hambre brutal. La carretera por delante de ellas desapareció cuando volaron sobre ella. Julia no disminuyó su velocidad. A ella no le importó si se estrellaban, esta nueva Lena vivía el momento, o más exactamente vivía para las siguientes 72 horas, no importaba nada más que su miembro dentro de ella, su bombeo lleno de esencia. Penetrándola, llenándola.
Ordeñándola al arrodillarse delante de Julia, mientras que azota su boca con su miembro. Una elegante propagación de calor entre sus muslos. Miles de diminutos espasmos burlaban su clítoris. Lena realmente podía oler su sexo.
—Cuando te folle, y lo haré, voy a hacerte gritar mi nombre, nena — Julia puso su atención en la carretera, a tiempo para tomar una curva alrededor de una montaña. Lena no podía soportar el dolor en su cavidad más tiempo. Necesitaba alejar el dolor, aliviar su tensión extendida hacia arriba y por debajo de su carne. Apretó sus muslos fuertemente.
—Abre tus piernas.
Ella no necesitaba que se lo dijera dos veces. Algún receso normal de funcionamiento de su cerebro confirmó que eran las únicas viajeras en la carretera. Sus piernas algo separadas. Sus dedos enrojecidos para tocarse.
—No —dijo. Una súplica le hizo una seña a su garganta pero murió cuando Julia ajustó las rejillas de ventilación del salpicadero —Levántate el vestido hacia arriba —Hizo lo que le dijo. Un chorro de aire frio corrió hacia ella. Jadeó por la intrusión fría que abanico su cono caliente. Giró sus caderas, queriendo locamente atrapar la fuerte brisa lo suficientemente fuerte como para extraer un orgasmo de su clítoris, pero este permaneció evasivo.
—Quiero que llegue —suplicó sin vergüenza.
—Solo cuando te diga que puedes. Cierra tus piernas.
Apagó el aire acondicionado. Sus manos callosas pero suaves recorrieron sus muslos ya que le bajo el vestido sobre sus piernas una vez más.
Esa pequeña caricia de Julia la dejó ciega. Su cavidad se sintió más caliente, más mojada, más hambrienta. Dejó caer su mirada fija en su miembro y se estremeció.
Sus pantalones se habían desplegado para acomodar su miembro en erección. Lena lamió sus labios. Llamas se dispararon a través de ella.
—Aun no has hecho suficiente como para ganarlo —dijo sin ni siquiera mirarla sabiendo que ella había mirado pasmada su entrepierna. Mordió su labio para controlar el temblor. Lena había invertido la situación, estaba loca por la necesidad, para siempre, y Julia ni siquiera la había tocado aun.
La realidad se movió sigilosamente en ella cuando el lugar para la celebración de la boda apareció a la vista. Tragó para disipar la sequedad en su garganta. La ciudad entera en la cual vivía asistiría; era una parte amistosa por no decir más. Todo el mundo sabía de todo el mundo, todo el mundo entraba y salía de las casas de todos los demás, y nunca un escándalo afectó sus vidas.
¡No! Todos estaban felices y despreocupados, y ahora mismo no pertenecía a esa comunidad decente. Lena rehízo su vestido y su cabello, y diablos ¿Qué podía ella hacer con su cavidad mojada? Ciertamente no podía ir hasta allí con el goteo entre sus piernas. Pañuelos. Necesitaba pañuelos, pero se olvidó poner un fajo en el bolso.
—Necesito que me devuelvas mi ropa interior —dijo, sacando los guantes de la guantera y peleándose por un pañuelo de papel. Necesitaba limpiar la humedad allí y ponerse sus bragas antes de que se juntaran con la multitud reunida en los aparcamientos reservados para ellos —Rápido.
Rasgó el pañuelo de su mano.
—No recuperaras tus bragas, y no limpiaras tu cavidad.
—Julia, por favor —Esto salía fuera de su escala de juegos de adultos.
Había aparcado el coche, justo entre otros dos invitados que acababan de llegar. “Estupendo, simplemente estupendo”.
—Tus bragas están en mi bolsillo –Julia se inclinó para susurrárselo al oído —
Y tu cavidad permanece mojada —Giró la puerta del conductor abierta, rodeó el coche y abrió su puerta.
Se quedó sentada durante unos segundos, resistiendo el impulso de hiperventilar, tratando de absorber lo que le estaba pasando a ella y quien orquestó todas esta sensaciones sexuales esplendidas en ella.
Y a continuación le miro, pacientemente esperando decirle que ella no podía jugar el juego, no se amañó así, y demostrar de un horrible golpe que jugaba a juegos de adultos mejor de lo que lo hacia ella. ¿Realmente quería poner fin a la montaña rusa a la que la envío sin cinturón de seguridad?
¿Quería dejar de jugar con ella? Sentía la respuesta correcta en sus huesos y decidió que los burros podrían volar antes de que ella se rindiera a Julia en cualquier momento antes de finalizar los tres días.




Capítulo 4
Unas piernas largas y bien torneadas se asomaron fuera del coche, aquellos tacones rojos de aguja iban a juego con su, ya de por si estresada y poco liberada polla. Vio la guerra interna en sus ojos.
También vio que la pequeña caliente Srta. Katina odiaba perderse o equivocarse. Estuvo a la altura de la situación cada vez que la desafiaba. Julia solo esperaba mantenerse unida hasta el tiempo que Lena vino a ella, dándole su cuerpo no a causa de un juego, sino porque su próximo aliento dependiera de ello.
La quería así: salvaje, loca, intensa. Quería su alma y su corazón, pero un sentimiento constante se plantó en su cabeza. ¿Vería ella más allá de su edad y le aceptaría por lo que ahora era? Odiaba no estar segura de nada en su vida.
Tenía que tener una meta, un plan, y un resultado. Elena Katina  causó estragos en su forma de pensar, porque nada era seguro con ella. No ella era un hecho.
Lena encontraría alguna otra tonta razón para mantenerles separadas. Pero lo bueno para ella, era que conocía todo acerca de cambiar de táctica en el último minuto. Tenía que tenerla en su cama, noche tras noche tras noche. Nada le impediría ese objetivo.
— Oh, olvide mi cartera. — Se inclinó seductoramente, dándole un vistazo de su trasero desnudo mientras recogía su bolso, y luego deliberadamente chocaba contra ella, su trasero clavado cómodamente en su palpitante y creciente miembro, durante más tiempo del necesario. La cogió del brazo mientras trataba de alejarse, sosteniéndola contra su cuerpo, haciéndole sentir la creciente dureza que había causado.
— ¿Crees que puedes manejarlo? — Pregunto en su oído. Sedosos mechones de pelo le hacían cosquillas en su cara. Débiles notas de su perfume, tan sutil y potente, perforaron círculos en su mente. La quería tan desesperadamente que podía saborearlo.
— He manejado verdaderos adultos antes, no deberías ser tan compleja. —
Pavoneándose, se alejó de ella, ya saludando a otros huéspedes caminando hacia el mirador establecido para la boda. Lena eligió su asiento al centro de la sala improvisada entre un anciano y una niña. Julia fue forzada a tomar asiento en el otro extremo, pero nada sofocaba el olor de ella en sus dedos, ni los pies que los separaban. Metió la mano en su bolsillo y acarició las bragas mientras la novia caminaba por el pasillo y encontraba a su novio. Tomo escasa atención a la ceremonia en sí. Su mirada permanecía fija en Lena.
Tan pronto como la pareja fue declarada marido y mujer, y todos comenzaron a lanzar confeti al camino, Julia tomo su celular de su bolsillo y le envió un mensaje. Alzando el número de teléfono calificado desde el celular de su tía también como parte de su plan. Leyó la sorpresa en sus ojos cuando el teléfono vibró en su bolso, y el shock al leer su mensaje. Levantó la cabeza y le miró directamente. Mantuvo su atención, haciendo clara su intención del texto enviado. Quería chupar su cavidad mojada, ahora.
Esperó un par de segundos y luego se aseguró que Lena le viera dirigirse hacia la salida de la tienda. Se deslizó a través de las cortinas blancas, su miembro hinchándose otra vez con la sangre caliente. Se lamió los labios con anticipación. ¿Vendría a ella?
Cinco minutos después, la puerta de tela se abrió y ella salió. Un mayor alivio que la adrenalina se disparó en su cuerpo. Tomó su mano y la arrastró hacia el bosque a la orilla del lago.
— Julia, ¿a dónde vamos? — Pregunto ella, sin aliento tras ella. Le dio la vuelta, quito su chaqueta, la colgó de sus hombros, y la empujó contra un árbol, a pocos metros de donde la novia y el novio recibían las deseosas felicitaciones del resto de los otros invitados bajo el cubrimiento de la tienda. Pronto, todos saldrían y ocuparían los asientos elaboradamente dispuestos en las mesas. Las únicas otras personas alrededor era el personal de servicios de comida.
— Alguien nos verá…
— Shh.
Se dejó caer de rodillas ante ella, levanto su pierna, y la puso sobre su hombro. La fragancia de ella le abrumó. Sumergió la cabeza entre sus pierna y pasó la lengua a través de su hinchada, goteante y caliente humedad. Lena jadeó y se aferró a sus hombros.
— Oh, Dios…
Julia empujó a un lado los pliegues de su cavidad y luego penetró en el centro de su sexo con un fuerte y lento impulso. Lamió la crema, suya para tomar, apagando una sed que nunca sintió por ninguna otra mujer. Su clítoris palpitaba contra su lengua. Frotó su cavidad contra su cara, sus caderas sacudiéndose lejos de ella y de regreso.
Sabía que hizo volar su mente y que Lena haría cualquier cosa para venirse por ella. Y quería eso. Quería su crema en la boca. Quería su esencia inundando sus nervios y sus células. Quería poseerla desde adentro hacia fuera.
La agarró del trasero, inclinando su pelvis hacia adelante para profundizar los golpes de su lengua como si la estuviera follando con la boca. Sus dedos apretaron su trasero, exponiéndola a la leve brisa de verano que circulaba a su alrededor. Una de las manos de Lena pasó a través de su pelo, tirando sus hebras desde la raíz. Chupó todo de ella. Su bombeo. Exigiendo dejar atrás el sentido común y salir volando aquí y ahora, en el que cualquiera los podría ver allí de pie, con la cara en su cavidad, moliendo su empapada, mojada cavidad.
Levantó la mirada hacia su rostro. Lena cerró los ojos, gruesas pestanas destacaban contra su piel brillante. Sus labios temblaban. Estaba cerca.
Podría burlarse de ella para siempre, dándole suficiente para llegar a la cima de ese lugar y luego quitárselo, y dejarla caer profundo y comenzar otra vez.
— Por favor, quiero venirme. Ahora.
— Di mi nombre.
— Julia… — Lo que comenzó como un susurro se convirtió en un grito ahogado mientras su boca seguía y un orgasmo furioso salía de ella. Sostuvo sus muslos, temblando y débil en las rodillas, impidiéndole caer a la tierra. Pero su periodo de recuperación fue de corta duración. Les trasladó fuera de la vista antes de que el camarero, tomando un descanso de cigarrillos, pudiera haberles visto.
Lena se detuvo detrás de ella. Los invitados habían comenzado a salir de la tienda.
— Espera, no puedo volver ahí ahora.
— ¿No?
— ¿Qué quieres decir con “no”? — Susurró, su rostro sonrojado giraba en otra sombra rosada. — Soy un completo desastre. Necesito unos minutos para… limpiarme.
— No hay ninguna posibilidad de que eso suceda. — Se quitó la chaqueta de sus hombros y la deslizó de vuelta en ella. Caminando hacia atrás lejos de Lena, dijo:
—Lo único que es un desastre es tu cavidad, y es un desastre encantador. Quiero que se mantenga de esa manera.
— Pero siento como si oliera a sexo.
— Hueles como mía. — Julia dio la vuelta y entró en la corriente de invitados, como si fuera una parte de ellos desde el principio.
****
Querido Dios, Julia era una sádica. Lena dudaba que esta demostración fuera un juego de niños para ella, o ir alrededor de otro camino, entrando en su auto, y saltar el país. Bueno, ella había hecho su cama, por lo tanto podría estar también en ella. Peinó su cabello, arregló su vestido, y con cuidado, despacio, con movimientos tan mínimos como fuera posible, torpemente hizo su camino hacia el corazón de la fiesta. Le arrebató una copa de champan a un camarero y bebió un trago. Ma***** sea, deseaba que su visión se nivelara; seguía viendo las estrellas con el orgasmo más erótico que jamás había tenido, nunca. Si alguien se decidiera hablar con sus senos en vez de su cara, verían en resplandor de su piel y el tirón de sus pechos cuando su corazón se negara a golpear correctamente.
No, se sentía como una mujer bien jodida con la boca. ¿Cómo no podía parecer una también? Optó por sonreír como su medio de supervivencia. ¿Y qué si ella había dejado un rastro de sus jugos después? Oh, Dios mío, no. Se apresuró a encontrar el asiento con su nombre y se estremeció al descubrir que estaba destinada a comer junto a Julia. Se lanzó sobre el satín que cubría el asiento, saltó, y puso la servilleta sobre el asiento. Debería haberlo usado en su lugar.
— ¿Preocupada por dejar una mancha de humedad? — La voz rozo su oído tan expertamente que nadie habría sabido que Julia le susurró las palabras al oído mientras tomaba asiento. Tomó su copa, una acción medida que le dio tiempo para reevaluarse a sí misma y a ella.
— Bueno, hiciste que me viniera muy duro, ¿no? Me sorprendería si el vestido se queda seco. — Susurró. Por un breve instante Lena golpeó la sonrisa arrogante de su rostro, pero sacó un brillo aún más peligroso de sus ojos.
— Si piensas que es difícil, prueba con mi… — Baja la mirada hacia su entrepierna.
Levantó su copa hacia Julia.
— Tal vez lo hare.
— Hola Lena, ¿Cómo has estado? Ha sido un largo tiempo desde que te vi la última vez.
Lena volvió la cabeza a la mujer que se había sentado frente a ella. La sonrisa brillante y rizos perfectos de María Castel se balanceaban hacia ella. Le gustaba María, aunque la mujer vivía a tres puertas de la suya, disfrutaban un buen chisme de vez en cuando, al igual que con la señora Volkova.
— María, he estado bien, gracias. El trabajo me mantiene ocupada. ¿Cómo estás?
— Encantadora, simplemente encantadora. Lo siento, eres la joven sobrina de la señora Volkova, ¿Verdad? ¿De visita de Nueva York? Soy María Castel. — Ella llegó a su lado de la mesa. Julia se levantó y sacudió.
— Julia.
— Bueno, Julia, es un placer conocerte. ¿Así que están aquí juntas?
— No — Espetó Lena.
— ¿Ah?
— Si, traje a Julia porque la señora Volkova tuvo que salir temprano para ayudar con el servicio de comida. — Una cálida y gran mano flotaba sobre su muslo, las puntas de sus dedos acariciando su piel fría, cada vez más cerca donde todo su calor de juntaba.
Lena movió su mano y se deslizó tan lejos a la izquierda de la silla como podía. Quería que su tiempo con Julia fuera privado y sin ningún drama.
Incluso un inocente rumor sobre ellos podría causar un drama que ella no quería ni necesitaba.
— Oh, por supuesto. Bueno, disfruten su comida. Creo que la comida es maravillosa. Y tienes que venir por un café un día, pronto.
Lena comió en silencio. Quería ir a casa con Julia y que ella la cautivara. Y entonces quería olvidarla y seguir adelante con su vida. Este juego del sexo en público se estaba haciendo con ella. Demasiada gente le miraba con una especie de asombroso interés y siempre estando cerca de Julia por su acción significaba ella estaba incluida en esa foto. Por suerte para ella, María mantuvo a Julia comprometida en una constante conversación, pero eso no la detuvo de manosearla ocasionalmente. En el momento en que Julia tomó su mano, ella se estremeció y odió la dependencia que su cuerpo tenía de ella para mantener el calor.
Una vez que terminaron su comida, no perdió tiempo en distanciarse de Julia.
Nuevamente la suerte funcionó cuando ella se mantenía inducida a una conversación seria por hombre y mujeres que querían arrojarse a sus pies. Puso los ojos en blanco cuando una impresionante joven rubia, de no más de veinte años, se enganchó a Julia.
El reconocimiento de que algo parecido a los celos se agitó en su corazón le molestó. No tenía que estar celosa sobre las muchas mujeres que se la comían viva con los ojos. Ella quería su cuerpo; quería follar su cuerpo y luego acabar
Con Julia. Fácil, pan comido. Lo qué hiciera después de ella, no le importaba. Y Julia la quería, por supuesto que lo hacía. No le quitaba los ojos de encima. Ni una sola vez. Y el dolor en su cavidad sólo se duplicó.
Cuando el sol empezó a ponerse, la suave música proporcionada por una banda en vivo, antes tocando de fondo, tomó el centro del escenario ahora. La novia y el novio agraciaron a la audiencia con un baile y entonces otras parejas llenaron el escenario especialmente montado.
Su corazón dejó de latir por un momento mientras Julia caminaba hacia ella.
¿Tenía que ser tan distrayentemente hermosa?
—Baila conmigo. —Su suave propuesta se mezcló en las notas de la plácida música.
—No.
No podía bailar con ella en público. Eso sería como transmitir que tenía las bragas en su bolsillo y que ella había tenido la huella de su boca en su cavidad. La frustración le dio una patada en las costillas cuando Julia se giró sin luchar, sin que le hiciera proposiciones para que cambiara de opinión. En su lugar, invitó a María Castel a bailar. El brillo de alegría en sus ojos fue suficiente para que Lena quisiera lanzarle su helado marrasquino.
Pero Julia no se detuvo ahí. Le pidió a la rubia impresionante después y luego a la Sra. Gotfield de setenta y dos años y a su tía, y después a alguna pequeña de cinco años con flores en su pelo y calcetines de encaje en las piernas.
—¿Ahora quieres bailar conmigo?
Ella no podría contener su sonrisa aunque inyectara sus labios con drogas de dentista. Puso su mano en la de Julia y una carga eléctrica se apoderó de ella.
Conocía su toque. Pocas horas después de conocerle, le reconocería en cualquier parte, con los ojos vendados o en sueños.
Julia la llevó entre sus piernas, su mano atravesó la parte inferior de su columna vertebral y la otra se enroscó alrededor de sus dedos y la apoyó contra su pecho. El ritmo fuerte y constante de su corazón la confortaba. Se sentía segura y arropada en sus brazos. Las personas alrededor se dispersaron y desaparecieron de su mente y de su vista. Aspiró su olor, discreto, una mezcla de desafío y lavanda, rejuvenecimiento y madurez.
—Encajamos —dijo, atrayéndola más cerca.
Su cuerpo se deslizó en ella. Se moría de ganas de correr la mano por el grosor de su sedoso cabello negro. Tirar de ella más cerca de sus labios, saborearlos con su boca. Le provocaba cosas extrañas.
—¿Por qué no bailas con alguien más?
—No podría soportar incluso el pensamiento de alguien más tocándome.
Ella se movió aún más cerca. Sus dedos se extendieron en la base de su espalda, bordeando su trasero, derramando más líquido caliente de su vagina. Su miembro se hinchó, su deliciosa dureza la atrajo más cerca. El hermoso azul de sus ojos se volvió casi negro y el sol se reflejó en sus gruesas pestañas. Su respiración sonaba como gruñidos tortuosos a sus oídos. Se perdió en ella.
Julia la tentó. La sedujo. Siguió con los ojos muy abiertos, incapaz de darse la vuelta, bloquear su poder, o luchar contra él. Algo se encendió en su corazón.
Algo que nunca antes había sentido. La extasiaba y ella se lo permitía y le gustaba y la quería.
La música murió. Sus sentidos volvieron a la vida y se apresuró a salir de su abrazo, sacudir hasta la médula de su ser. El hambre sexual no era así, le gritaba su cuerpo. Sacudió la cabeza y culpó a la música, la seducción del crepúsculo provocando un cielo azul púrpura, su olor, sus necesitadas hormonas, todos los factores que podrían fácilmente manipular la lujuria por… por… gusto.
Cuando la Sra. Volkova le pidió a Julia que le ayudara a recoger los platos y condujera su furgoneta de vuelta a casa ya que su conductor/camarero había bebido hasta el estupor cuando nadie estaba mirando, ella tomó el respiro con ambas manos, deseó a todos una buena noche y aceleró a casa.
Tomó una larga ducha, alternando la temperatura del agua de congelada a vapor caliente. La punzada en su cavidad se mantenía sin curar. Bueno, mala suerte. ¿Cómo podía pensar en sí misma capaz de lograr una relación sin ataduras con un alguien, mucho menos con un chica toda una década menor que ella? Lo que necesitaba era su consolador, el cual tenía Julia y no tenía problema en echárselo en cara. Y sus bragas. Oh, mi****.
Se puso un camisón de encaje que apenas cubría su trasero desnudo y se dirigió a la cocina para tomar una taza de té de manzanilla. Su teléfono y su hervidor sonaron al mismo tiempo. Julia. Conocía ese número. Sus manos temblaban, la indecisión haciéndolas sudar. Dios, la quería. La necesitaba esta noche. Respondió su teléfono.
—Déjame entrar. —Su voz áspera mandó desde el otro extremo. Ella dejó caer su teléfono y corrió hacia la entrada, abrió la puerta y le miró fijamente. Se había quitado la chaqueta y las mangas estaban enrolladas hacia arriba para revelar la fortaleza esculpida y los tatuajes en sus antebrazos. Su cavidad se apretó.
Con su pierna Julia cerró la puerta detrás de ella e intentó agarrarla. Por una fracción de segundo, su ruda masculinidad sexual le dio miedo. Nunca conoció tanta pasión, ni siquiera con Dean, especialmente no con Dean y había estado comprometida con él.
Durante largos segundos sólo sus respiraciones entrecortadas resonaron por la habitación. Julia alisó su cabello fuera de su cara. Se alejó un poco de su cuerpo y dejó su mirada barrer sus pechos tallados en encaje. No necesitaba mirar sus pezones para saber que se filtraban a través de la endeble tela para Julia.
—Dios, eres preciosa —susurró contra su mandíbula. Sus dedos se deslizaron sobre sus labios entreabiertos. El aliento se le quedó atascado en la garganta. Ella nunca se sintió más hermosa en toda su vida.
—He querido besarte durante tanto tiempo, Lena. Me moría de ganas de besarte, todos los días durante años.
—Bésame, Julia.
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THE TOY GIRL // APRIL VINE Empty Re: THE TOY GIRL // APRIL VINE

Mensaje por Admin 10/27/2014, 2:00 am

Capítulo 5
Sus labios escaparon de los de ella. Vaciló por un breve segundo antes de que Julia bajara su boca sobre la de ella. Todo dentro de su cuerpo se calmó asombrosamente. Ese pequeño toque, esa inocente brizna de caricia, metió la mano en el fondo de su alma y le cambió la vida.
―Lena―, susurró. Lamió sus labios, mojándolas repetidas veces antes de que se deslizara dentro de su boca y beso la respiración de sus pulmones. Se aferró a Julia, demasiado fuerte para pensar por sí misma, también debía preocuparse por su próximo aliento. Absorbía dentro de su sangre, tomando de ella, haciéndola suya. La habían besado antes, pero esto no fue un beso, lo que fue un golpe suave de su alma, una sensación tan surrealista en su intensidad que se sintió como si estuviera flotando en las nubes con el cielo a sus pies.
Sus manos se metieron por su pelo, el olor de su champú llenó el aire mientras apretaba su agarre y cambio el patrón de su beso. Pecaminoso. Una llamarada de calientes llamas lamían su piel. Hundió su boca, dominándola, esclavizándola a su poder. Lena accedió, dándole todo lo que pedía de ella.
Su mano viajó de su pelo a un lado de su cuerpo, liberando capsulas de calor a su paso. La fiebre dentro de ella la hacía delirar. Agitada, Julia separó sus piernas, moliendo su cono desnudo en ella.
―Te necesito. Ahora― susurro en su oído.
Se arrodilló entre sus piernas abiertas y arrancó un lado de su camisón por la mitad, el tejido de encaje insustancial en sus manos mientras se revelaba su desnudez. Lena no podía esperar. La quería dentro de ella, todo de Julia. Se levantó y agarró los botones de su camisa. Luchó para separar el algodón y se sintió frustrada con su incapacidad para conseguir desnudarle.
―Ayúdame―, suplicó ella mientras sus dientes pellizcaron sus hombros y su lengua alivió la picadura. ―Ahora. Por favor, ahora.
En respuesta, Julia le dio la vuelta, y la arrastró hacia la cama hasta que sus pies colgaron sobre el borde del colchón, el aliento de su boca golpeó como un silbido de un sonido.
―Sobre tus manos y rodillas― Lena haría cualquier cosa por ella, cualquier cosa, siempre y cuando la tocara. Inclinó la cabeza, su mirada le seguía mientras se dirigía a su armario, abrió la puerta y encontró su bufanda favorita de seda rojo que colgaba en un carril de la puerta. La dobló por la mitad y la mitad otra vez y terminó la fina tela alrededor de sus puños. Una emoción la envolvió cuando Julia se inclinó sobre ella y le vendó los ojos. Oscuridad la envolvió al instante. Todos sus sentidos ampliados por unos segundos antes de que se instalaran y acostumbraran para compensar su pérdida de visión.
Pasó la mano hasta su columna vertebral, en la curva de su trasero y por lo tanto, ella se estremeció ante su toque, al oír su gruñido mientras tomaba las nalgas de su trasero y les separó. Se quedó sin aliento cuando sintió el calor de su boca cerca de la carne recalentada de tanto cavidad y trasero. Sus manos en puños enrollados cuando su lengua la lamía, desde el fondo hasta la parte superior.
Sus dedos se adentraron en su apertura empapada. Su espina dorsal arqueada mientras giraba sus caderas contra la presión en su interior. El movimiento de tijera de sus dedos creaba una avalancha de líquido caliente que brotaba de ella. Sus respiraciones irregulares, casi se derrumbó todo su cuerpo, pero Julia la levantó de nuevo. Con su mano mojada, rodeó el capullo de su trasero.
Sus movimientos eróticos en una parte de su cuerpo que nunca permitió que nadie tocara la envió por encima del borde. Lena se arrastró hacia arriba, sus dedos desesperados por hundir la totalidad de su dedo en su trasero virgen. Una necesidad tan insensata que la asustó.
―Abajo―, ordenó, abandonada en ella. Seda fresca disminuyó entre sus piernas, aliviando su cavidad caliente durante un segundo antes del bordado ―que utilizó la almohada decorativa grande, gruesa almohada en su cama―en relieve con cosquillas en el clítoris. El firme pero suave log mantuvo sus piernas, el trasero al aire. Mordió su trasero, lo suficiente para traer un pequeño trozo, de dolor erótico como para derretir la piel. Su lengua rodeo su trasero. Lena se deslizó lejos de ella en estado de shock feliz. Su clítoris rozó el embellecido rosa en el colchón, podía ver los ojos de su mente, enviando de placer a su cavidad. Julia le bordeó de nuevo. Se frotó el clítoris contra el colchón nuevo.
―Dios, Julia, pon algo dentro de mi…―
Su dedo se deslizó en el trasero y la fragancia de aceite de bebé impregnaba el aire. Tenía los nervios destrozados por la penetración apasionante. Dos dedos dentro de ella y su temperatura se disparó a una fiebre. Cuanto más rápido se metió en ella, más rápido se irritaba su clítoris contra la almohada. Lena tembló cuando le golpeó el trasero, amando al rápido golpe que calienta su carne, rogándole hacerlo de nuevo.
El segundo golpe fue fuerte a su envalentonamiento. Embelesada, Lena movió las caderas, lo que aumento la fricción sobre su clítoris, llevando sus dedos profundamente dentro de ella y animándole a follar su trasero más duro.
Julia aspiró una bocanada de su trasero, tiró fuerte y profundamente, que dejaría a su ya enrojecido trasero exquisitamente magullado. No podía hacer otra sensación cómo que sin venir.
―Ven por mi.― Los golpes rápidos de los dedos en el trasero sacudieron la totalidad de su cuerpo. En sus instrucciones, Lena se abrió a ella, dejando ir la guardia y apenas se aferró a las sábanas. La violencia de su orgasmo irrumpió a través de todo su cuerpo y fue celebrado en su voz mientras gritaba su nombre una y otra vez. En el último ciclo remachada a través de ella, le beso el trasero y le quitó los dedos, dejándola a desplomarse exhausto sobre el cojín. Cerró los ojos y trató de sostener la respiración, pero el golpeteo de su corazón se negaba a ceder.
Lena jadeó cuando Julia frunció el brazo por la cintura y sin esfuerzo, como si no pesara nada, la llevo a enfrentarse a ella, con la espalda contra su torso. Su mano cerrada alrededor de su pecho, su mano acaricio el pezón adolorido, y su lengua se puso del lado de su garganta. Sus rodillas se doblaron. El calor de sus pequeños senos con los pezones endurecidos y muslos torneado se filtró en ella, reviviendo su fuego. Su miembro, tan brillantemente duro, dio un golpe a su trasero. Estaba desnuda, el glorioso pensamiento la revitalizó. Se dio la vuelta, con las manos levantadas hacia la venda en la cara. Quería sacarla y verle en nada más que su piel bronceada hermosa. Le esposaron las muñecas en una de sus manos.
―Todavía no―, murmuró. Sus labios se inclinaron sobre ella.
Las manos de Lena corrían por su cuerpo, sobre su torso esculpido, palpó sus pequeños senos y sintió los pezones más erectos, chocó durante su six―pack, y cuando llego a su palpitante longitud, se mordió el labio. Arrastró sus labios de los de Julia y besó su camino por su cuerpo, hundiéndose hasta las rodillas. Con nada más que su sentido del tacto y el olfato y el sonido, abrazó a su miembro con ambas manos, oyó su gruñido, y sintió que el músculo del muslo entre sus piernas dejaba de presionar como antes. Ella le acarició la mejilla, aspirando su olor limpio. Su pulgar calmó la cabeza caliente goteando. Chasqueó la lengua para recoger una muestra de su gusto y casi muere de placer. Abrió la boca, llevándole dentro profundamente de una sola vez. Su mano agarró un pedazo grueso de su pelo mientras lo chupaba. Cuanto más tiraba de los hilos, más insistente su boca se convirtió. Quería que Julia se viniera en su garganta. Tenía sed de sentirla de esa manera.
Gimió cuando Julia la levantó, arrastrándola fuera de su miembro, y la tiró sobre la cama, se desorientó. El crujido suave de papel la emocionó.
Finalmente, le sentiría dentro de su ser. Se estremeció cuando estalló la piel de gallina en su piel.
El calor y la humedad se desplomaron a su cavidad, volviéndose loca de deseo.
―Relájate―.
Se mordió el labio. El colchón estaba mojado entre sus piernas. Su cavidad se contrajo. La punta de su miembro dio un golpe a su entrada. Julia bajó su peso sobre Lena y empujó profundamente dentro de ella. Lena se estremeció ante la intrusión esplendida, superando hasta el borde, llegando a todos sus puntos calientes rápidamente.
Lena bajó la venda de los ojos. Su visión se llenó inmediatamente con la imagen de su amante, tan hermosa, tan sólida, tan mal. Una verdad candente apareció en su mente. Esa misma sensación que sentía cuando bailó con ella.
“Me he enamorado de ti”. La verdad se burló de ella. La imposibilidad se burló de ella. Le arrojó al fondo de su mente para su posterior análisis. Solo cuando estaba sola podía pensar con claridad y sin ningún romanticismo tonto persiste en el aire y descubrir su relación con Julia no era más que lo que era, atracción física y no emocional.
―No me jodas, Julia.― Ella empujó contra su pecho y Julia cumplió, invirtiendo sus posiciones sin desconectar el cuerpo.
Julia le daría mucho por ahora, lo que le permitió tomar el control, de dictar los movimientos, a la última palabra cuando se trataba de su cavidad. Pero otra vez no. La próxima vez lo haría sin lugar a dudas, y ella sabría que le pertenecía.
Sus senos rebotaban hacia arriba y abajo delante de sus ojos, llenos y firmes, redondos y femeninamente suaves. Sus caderas se balanceaban sobre Julia, aumentando el roce del embrague de su cavidad sobre su miembro. Su cabello, de un hermoso color fuego, trenzas, enmarcaba su rostro y caía por su espalda.
Julia apretó los dientes, condenada a no entrar dentro de ella antes de que Lena se apoderara de ella. Alzó la mano y se aferró a un pezón con los dientes, chupando la punta endurecida en la boca. Su mano se curvó alrededor de su trasero, amasando su carne hasta que ella echó la cabeza hacia atrás y gimió. Vio a su clítoris expuesto. Su mano se paseaba por su cuerpo. Sus dedos se movieron en su botón deslizante. Lena se vino, sus muslos apretando alrededor de su cintura mientras se exprimía en su clímax.
Julia no cedía. Se salió de ella, la levantó y se deslizó hacia abajo entre sus piernas hasta que se sentó en su rostro. Captó el deseo líquido residual de su orgasmo con la lengua y comenzó una nueva. La humedad de sus pliegues, su dulce sabor único le cegó, no podía pensar más allá de ella, después de ella. Lena tomó segundos para volver otra vez, y esta vez tenía que estar dentro de ella.
La trajo de vuelta a su miembro. Sus penetraciones ásperas, duras, rápidas. Le rogó por ello. Montarla con la misma intensidad.
― ¿Confías en mí? ―
Confusión pasa a través de sus ojos borrosos.
― ¿Qué?
― ¿Confías en mí, cariño?― Julia se quedó quieta en su interior. La pausa le estaba matando. Su miembro enojado le torturó para hacer su parada. ―Respóndeme―. La agarró de la barbilla con la mano y la obligó a mirarle.
―Yo...
―Ahora. ¿Confías en mí ahora, Lena? ― dijo Julia, su voz áspera por la urgencia. Maldición, necesitaba su respuesta. Necesitaba saber si le dejaría hacer cualquier cosa.
El entendimiento brilló en su mirada.
―Sí ― respondió ella. ― Sí.
Julia le dio la vuelta y salió de ella. Se arrodilló entre sus piernas y deslizó la mano por el centro de su cuerpo, por sobre su cavidad mojada, y bajó hasta su trasero. El placer asomo en sus ojos.
―Quiero esto.
La respuesta de ella fue un gemido que traslucía su excitación y miedo al mismo tiempo. Julia agarró una botella de aceite para bebé de su tocador y lo roció sobre su cavidad y su trasero. Voltearla sobre sus rodillas no era una opción esta vez. Quería ver su cara cuando penetrara su trasero.
Masajeó el aceite dentro de su cavidad, disparando los latidos de su miembro y su boca, y aliviándola. Lena alzó las caderas y movió la cabeza de lado a lado.
Julia la siguió con una generosa rociada en su trasero, recogiendo lo que caía en la cama y volviendo a ponerlo en su trasero. La flor cerrada latía en sus manos. Sabía que lubricarla la elevaría hacia otro nivel. Al tiempo que introducía sus dedos en su trasero, tres esta vez, Lena adelantó su propia mano hacia su cavidad y empezó a jugar con su clítoris, sus dedos cayendo fácilmente entre los resbaladizos pliegues de su cavidad.
―No pares de tocarte. ― Sostuvo su miembro y lo posicionó en su entrada, obligando al capullo apretado a abrirse para ella. Lena se tiró a la cama mientras Julia iba más profundo.
―Quédate.
Sus dedos volaron a través de su clítoris cuando Julia fue un poco más profundo, entonces su cuerpo se puso rígido. Su respiración se detuvo.
―Relájate, Lena. Tú puedes tomarme―. Ella asintió, su labio hinchado entre sus dientes. El pasaje dentro de Lena la volvió loca. El poder para contenerse le dejo exhausta. Y aún tenía alrededor de un palmo para entrar dentro. Empujó de nuevo, acariciando sus pechos mientras lo hacía. Faltaba tan poco. El último segmento de su miembro ansiaba la penetración completa. Tiró de los labios de su cavidad. Lena saltó de la cama y gritó de la manera más hermosa.
Julia introdujo sus dedos dentro de ella en el mismo momento en que completó la entrada en su trasero.
Su piel palideció. Su mano yacía inerte a su lado en ese momento.
―Siénteme dentro de ti, cariño. ― Sacó los dedos, levantó su mano y la llevó hasta su cavidad. Julia la guió dentro de su humedad, hasta que sintió la dureza de su miembro a través del revestimiento fino y sedoso de su cuerpo. Dejó sus dedos allí y apretó sus caderas. Julia no pudo esperar mucho tiempo. ―¿Puedes sentirme tan dentro de ti, cariño? ―Lena empezó a retorcerse, la picadura de salvar su trasero quedó olvidada. Subió y bajó en la cama lentamente, marcando un ritmo que amenazaba la cordura de Julia.
―Tócate el clítoris con tu otra mano. Necesito penetrarte. Ahora.
El sudor le recorrió, y las gotas cayeron sobre su piel, combinándose con el brillo de su propia piel. Julia se retiró y entonces volvió a entrar, una y otra vez, rompiendo su resistencia en cada pasada. Sus piernas se abrieron más. Su cavidad hinchada estaba justo frente a Julia mientras ella se penetraba a sí misma con ambas manos. Pura felicidad velaba sus ojos.
Y, aun así, Julia sentía que no podía estar más cerca de Lena. Lamió la piel con aroma a vainilla de su pantorrilla. Su propia mano acompañó a la de Lena en lo más profundo de su sexo. Quería sentir lo que sentía, con ella misma dentro de ella.
Su miembro se sacudió. Su esencia saltó desde su excesivamente tensa cabeza. Lena se convulsionó con la sensación de su trasero siendo bombeado, el golpeteo de los dedos de Julia y los suyos en su cavidad y la estimulación de su clítoris. Lena gritó.
Las venas en su cuello sobresalían contra su piel al tiempo que ambas alcanzaban el clímax y se unían en él. Julia se tendió sobre ella. Lena le besó las cejas, las mejillas, la mandíbula y los labios. Su lengua se deslizó entre la costura de su boca; su miembro dentro de ella se crispó una última vez. Las piernas de Lena rodearon su cintura, manteniéndole así pegada.
Julia la amaba. Tenía que ser amor, porque, ¿qué más podía hacer que ella estuviera constantemente en sus pensamientos? Todo sobre ella, desde la forma en que olía hasta sus delicados pies. Amaba el brillo en su piel y la iridiscencia de sus ojos verdigrises, su boca, con sus exuberantes labios de color rosa, su terquedad, y el oscuro placer decisivo que tenía en la mirada cuando creía que la había derrotado. Ella sabía le que quería, y quería a Lena. La había amado durante tanto tiempo y había esperado pacientemente a regresar por ella, y Lena se había estremecido cuando la besó.
Julia pudo cuidarla. Lena necesitaba confiar en ella. Lo era todo para ella. Solo tenía que hacer que le aceptara.




Capítulo 6
Lena suspiró de placer cuando Julia se deslizó de su trasero y se paseó en su cuarto de baño. ¡Cielos! Ella era preciosa. Cada hermosa pulgada de ella le dejaba anonadada cuando fuera que la mirase, su atención se iba hacia ella sin que pudiera evitarlo.
El dolor entre sus piernas era un recordatorio constante de como de concienzudamente Julia la tomó. Alturas de las que ella nunca había imaginado que existieran, placeres que quería experimentar repetidamente. Un deseo que ella nunca podría concederse a sí misma. Puede que ellas tuviesen una química asombrosa entre las sabanas, pero ¿aparte de eso? Su relación seria nefasta.
Ella ya tenía una posición establecida en la vida, un trabajo importante y dos diplomas con su nombre. Buscaba a alguien con un nivel similar al que tenía, alguien profesional con una vida ordenada. Julia nunca encajaría en su vida.
Ella todavía tenía que encontrarse a sí misma. Sabía qué hacía algo con los ordenadores, al menos eso es lo que todos dicen. Pero incluso borrando todo eso de su lista de desventajas, el más importante todavía estaba allí. Ellas estaban y siempre estarían en partes distintas de sus vidas, una diferencia de edad siempre seguiría siendo una brecha.
Y también estaban los chismes y su trabajo y su familia. Su padre la había culpado de que su relación con Dean no haya funcionado. Dean había sido su ojito derecho. El hombre perfecto para casarse con su hija más joven y quedarse a cargo de su prestigioso bufete de abogados. Sus padres podrían haber tenido ataques al corazón conjuntos si ella llevase a casa a alguien más joven con tatuajes que trabajaba con ordenadores y conducía por los alrededores con chatarra de metal ensamblados juntos para formar un vehículo. Se preguntó dónde Julia dejaba su coche cuando estaba en los States, porque, de acuerdo con la Sra. Volkova, ella amaba ese montón de metal. Pero, oh, esos tatuajes, representaciones de dragones en guerra que le quitaban el aliento. No, su padre la repudiaría, y, a sus 34 años, a ella aun le importaban cosas como esa.
Se desplazó para apoyarse en su otro costado, alejándose de la puerta del cuarto de baño. La tristeza la inundó al pensar que Julia se iba en dos días y le tomó todo su poder romperle a la mitad y arrojarle a un lado. Sabía en lo que se estaba metiendo al estar con Julia desde un principio: un encuentro amoroso sexual de tres días, nada más. Conclusión: ella no decepcionaría a su familia. No otra vez. Y en verdad esto debería ser arrojado lejos tanto por ella como por Julia. Se marcharía sin estar emocionalmente unida con ella, y ella debía y podía hacer lo mismo. Por todo lo que sabía, Julia probablemente tenía una novia en su casa, quizá muchas. La envidia apretó su corazón. Ella nunca sería capaz de competir con alguien más joven y más ilusionada con su atención, no cuando ella tenía una ventaja de diez años.
Cuando Julia se deslizó a su lado, su desnudez le hizo mimos, todos los pensamientos deprimentes crepitaron hasta ser cenizas. Ella se volvió para enfrentarle.
―¿Qué haces? ―Sus dedos delinearon el contorno de su cara, sus altos pómulos, el sexy ovalo de su mandíbula, sus labios.
―Estoy haciendo venir a Lena. ―Acarició con la nariz su garganta y Lena se rió.
―Sí, lo haces; pero para vivir, ¿Qué haces en los States?
―Diseño juegos. ―Julia se apoyó en su espalda y la recogió en sus brazos.
―¿De verdad? ¿Que clase de juegos?
―Dudo que conozcas alguno.
―Hey, el sobrino de doce años de mi primo es un jugador, conoceré alguno.
Pruébame.
―¿Alguna vez has oído hablar de “Crónicas de Combate”?
―Creo que todos en este planeta lo han hecho. Espera, ¿Tú lo diseñaste?
―Sip. ¿Conoces esas dos pequeñas letras que aparecen en la portada de todos los “Crónicas de Combate”?
―El logo de la compañía que diseñó esos juegos. ―Ella recordaba haber visto las letras JV en las portadas de la mayoría de los juegos de su sobrino que contaminaban su habitación. JV.
―JV, ¿Julia Volkova? Oh, Dios mío! Eres millonaria. Pero eres tan...
―¿Qué? ¿No camino por ahí con bolsas de dinero atadas alrededor de mi cintura? ―pregunto ella, arrastrándola hacia su cuerpo. Su miembro era un pilar de piedra contra su barriga.
―Pero tu tía debería definitivamente haber dicho algo.
―Ella no lo sabe. No es algo que vaya diciendo por ahí a la gente. No me ayuda de ninguna forma. Bueno, no la mayoría del tiempo.
―Pero me lo dijiste a mí.
―En este caso, decírtelo podría ayudarme.
―¿Cómo es eso?
―¿Me dejaras follarte otra vez ahora que sabes que soy apestosamente rica y atractiva?
Lena soltó un grito ahogado, mirando a este enigma delante de ella. Una persona hecha a sí misma a la edad de 24 años. ¿Qué tiene que probar tan urgentemente?
―¿Cómo te hiciste esta cicatriz? ―Su una delineó la borrosa línea en la cima de su nacimiento del cabello bajando por su ojo izquierdo. Cortaba a través de su ceja dejando atrás un delicado tajo. Julia se lo restregó distraídamente.
―Mi padre.
La frialdad de su confesión la conmocionó.
―Oh, Dios mío. Lo siento.
―No lo sientas. Yo tenía cuatro años y no podía aguantar verlo darle de golpes a mi madre más. Intenté detenerlo. Él deslizó su vieja daga por mi cara.
Pero esa fue la cosa que hizo que mi madre empacara y lo abandonara por las buenas. La siguiente semana, ella me enroló en una clase de karate. Quería saber que yo me podría defender. No he parado de hacer karate desde entonces.
Su corazón se rompió al pensar en ella siendo tan joven y habiendo pasado por tanto. Una punzada de protectivismo la acribilló. ¿Ella protegerla? Eso siempre se sintió de la otra forma. Y ahí estaba otra vez, ese sentimiento de morirse por ella. Lena bajó sus parpados, esperando esconder sus sentimientos de ella. No podía cambiar la dinámica de su aventura, eso sería suicidio social. Julia era más joven. Ella era más vieja. Inapropiado para estar de acuerdo con los estándares en las que vivía, estándares que exigían su padre y su status.
―No te sientas mal por mí. ―La tensión de su mandíbula la advertía para que mantenga alejada su lástima.
―¿Me estás tomando el pelo? Eres una millonaria que sabe cómo romper mi cuello en cinco lugares diferentes de diez formas distintas con tu meñique, como mínimo.
Lena se rió cuando Julia la doblegó bajo ella, colocando el peso de su mitad inferior sobre ella, compensando con sus brazos, así no la aplastaba. La punta de los dedos de ella acariciaron la flexible fuerza de sus brazos. Su cuerpo entero era una máquina de pelear brillante, su atractivo nunca ensombrecida, su poder siempre predominante pero escondido. Julia la hacía sentir segura.
Su miembro navegaba por su constantemente mojada hendidura. Solo la punta un poco en su interior.
―Estoy limpia ―susurró en su oreja. Lena se tensó. Tener sexo sin protección con ella cantaba hasta a su último nervio. Tenerle deslizándose dentro de ella desnuda le quitaba el aliento. Ella también estaba limpia; demonios, no había tenido sexo desde hace más de un año y todavía estaba con la píldora, más por razones reguladoras que por encuentros sexuales inesperados.
―Sé que también estás limpia. Nunca he tenido sexo sin protección antes con nadie en mi vida. Pero contigo, Lena, quiero hacerte el amor así.
En los últimos dos días, Julia la había seducido tan concienzudamente, incluso cuando no la estaba tocando o haciéndola venir, y todavía la tentaba para que bajase su guardia, para revelarse a sí misma. Pero después de esto, ella tenía que alejarle.
Lena levantó sus caderas, invitándole dentro. Julia se deslizó por sus pliegues, creando un tipo distinto de calor mientras que se acercaba más profundamente.
Sin romper su agarre de su cavidad, Julia enrolló sus manos bajo su trasero, cubriéndola sobre su regazo mientras que se elevaba a sí misma para arrodillarse entre sus muslos. Julia apretó su pierna izquierda, dobló su rodilla hasta su pecho, y trajo su pie hasta su pecho. Su otra pierna descansaba en su muslo, arriba en el aire. Rodeó su rodilla con una mano y mantuvo su pie con la otra, tan incrustada dentro de Lena que se volvió parte de ella, su demanda así de fuerte. Por un loco momento, Lena disfrutó de la expresión de sus hermosos ojos. Su intención era clara, honesta, real. Posicionada de esa forma, Julia la dominaba, elevándose sobre ella con su longitud palpitante, la controlaba, y le pertenecía. Tomó su lugar y la hizo su asunto y la mantuvo ahí, retándola, provocándola para que intentase derrotarle. Dulce miedo y una erupción de excitación rodeaba el aire a su alrededor, y Julia ni siquiera había empezado a moverse dentro de su cono.
―La edad es solo un número, cariño. ―La advertencia crecía poco a poco en su conciencia. Tenía que probar algo y lo probaba de esta manera. Sus dedos agarraron el blanco edredón de raso sobre su cama. Sus caderas se mecieron dentro de ella, un empuje con confianza que la tenía deslizándose hacia arriba en la suavidad del cubrecama, otra vez, otra vez, otra vez. La cabeza de su miembro se clavaba deliciosamente dentro de ella. Su punto G se hinchó y los fluidos rebozaban fuera de ella, escapando de los pliegues de su cavidad, abrazando su miembro y goteando sobre la cama, un caudal que Julia interrumpía con cada empuje autoritario de su miembro. Su clítoris pulsaba cuando Julia lo pinchaba y luego lo pulía con su pulgar. Lena resbaló y cayó, se rindió a su cuerpo y a ella. Su clímax la sacudió, apretándose a su alrededor. Julia dejó caer hacia atrás su cabeza y gimió.
Los latidos de su corazón le enviaron escalofríos desde su pie hasta su pierna, sencillamente otra sensación que sobrecargaba su mente. Sus nudillos se blanquearon, lo sabía, sin mirarlos a ellos, pero necesitaba algo para conectarla a la tierra, algo que la anclase para dividirse, de caer más profundo en el otro final: el final y el principio que era Julia. Pero Julia no le permitiría escapar de esa red de seguridad. ¿Por qué pensó que lo haría?
Julia movió su pierna hacia su cintura y cubrió su cuerpo con el suyo. Uno a la vez, desenroscó sus dedos del brutal agarre que ella tenía alrededor de la tela.
―Te deseo. ―Tan pronto como su mano estuvo liberada del cubrecama, Lena desplazó su brazo alrededor de su hombro. Julia repitió lo mismo con la otra mano. Lena reaccionó de la misma manera. Ambos brazos se dieron prisa para estar rodeando su cuello. Un sollozo se arregló en su garganta. Lágrimas que no pidió brotaron en las esquinas de sus ojos y se derramaron contra su cuello. Eso no era lo que quería. Ellas nunca podrían estar juntas.
―Tu eres mía. ―Lena no pudo rechazar su comando, pero no tuvo un coherente mecanismo para decirle lo contrario. Por ahora, Lena tenía que ser suya. Su miembro se hinchó dentro de ella, hundiéndose en su humedad. Lena le empujó hacia bajo y Julia todavía mantuvo el equilibrio sobre sus brazos, siempre tan cuidadosa de que su peso no la aplastara, forzándola a colgarse de ella mientras que le hacia el amor, lentamente, deliberadamente, absolutamente.
Lágrimas rodaban por sus ojos hacia su cabello. Sus hombros se sacudieron mientras que lloraba silenciosamente en su hombro, el orgasmo que Julia, tan meticulosamente, hizo para ella, la evadió, y en lugar de la sensación de bienestar, Lena sintió el dolor de la perdida en su pecho.
—Te amo, Lena. Siempre te he amado—. Julia se equilibró sobre un brazo, su mano se extendió bajo la parte inferior de su espalda, levantándola hacia ella mientras se vaciaba dentro. –Te amo —. Bajó sus labios a los de ella. Lena movió su cabeza lejos de ella. Por unos pocos minutos desesperados no dijo nada, no se movió dentro de ella, no se alejó de ella. Luego, en un movimiento fluido, se había ido, de espaldas a Lena.
—Creo que debería irme—. Lena endureció su voz alrededor del nudo en su garganta. No, no quería que se fuera. Quería que se quedara con ella para siempre, aquí en esta habitación, lejos de todo lo que la gente podría pensar de ella.
—¿Por qué? ¿Porque te amo?
—Eso no era parte del trato.
—¿Trato? ¿Qué trato? ¿Te refieres aquel en el que te follaba durante tres días y te dejaba tranquila para que puedas volver a tu vida como si nada hubiera pasado?
La sangre corrió a su cara ante la verdad de sus palabras. ¿Cómo podía Julia conocer su mente tan íntimamente cuando ella nunca había dejado que nada se escapara?
—Tú no me amas, Julia—. Se bajó de la cama, tomando una sábana con ella para cubrir su desnudez. ―Eres tan joven.
Julia agarró su cintura y la respaldó contra la pared con una rapidez que la dejó sin aliento. El contacto de su cuerpo desnudo presionándola quemaba la endeble sábana y desordenaba sus pensamientos.
—Yo sé lo que quiero y te he querido desde hace seis años, así que no me digas que esto es un flechazo, un enamoramiento que pasara cuando vuelva a casa. ¿Por qué crees que me fui al extranjero? ¿Por qué crees que me maté trabajando para ganar dinero? Cuando llegó el momento, y esperé por ese momento, Lena, quería que pensaras que era lo suficientemente madura para tenerte—. Largos dedos morenos se enredaron en su cabello. ―Te amo. Dame una oportunidad para ver que lo he hecho bien todos estos años—. Su áspera voz bordeó a lo largo de su oreja.
—Julia—Lena ahuecó la cara de el contra su mano, temblando mientras un helado miedo fluía en sus venas. El deseo de rendirse a ella disminuyó su fuerza de voluntad. Tan fácil ceder y admitir que sentía algo más profundo por ella de lo que lo había hecho por cualquier otro humano en la tierra. ¿Pero podría sufrir la decepción de su padre y el desprecio de su madre? Julia era más joven que ella y nada, ninguna cantidad de dinero o amor, cambiaria eso. Su padre sin duda renegaría de ella. Como la favorita de su padre, su repudio sentimental la devastaría.
¿Y qué garantía tenía de que Julia se quedaría a su lado a pesar de todo? No podía forzarla a una relación en la que en cada paso tendría que luchar por ella y viceversa. ¿Y si la abandonaba en el momento en que ella le diera todo lo que valía la pena: su corazón y su alma? Julia era joven; ¿cómo podía pensar que ella era la única mujer para ella, cuando aún tenía toda su vida por delante?
Cuando su teléfono sonó, apartó la mano de su rostro y se apresuró a contestar como si fuera su salvavidas. La voz de su padre sonó en el otro extremo de la línea. Ella medio escucho su relato sobre este nuevo libro que estaba leyendo y del que debía obtener una copia y empezar a leer de inmediato. Por el rabillo del ojo, vio a Julia vestirse y salir de la habitación en silencio mientras su padre se veía obligado a poner fin a la conversación y le pasaba el teléfono a su madre que quería discutir detalles de último minuto de la fiesta. El cumpleaños de su padre era en unos días. No detuvo a Julia. El dolor apuñaló su corazón, y apenas pudo contener las lágrimas en su voz mientras hablaba con su madre.
—Mama, lo siento, me duele la cabeza. Iré mañana después del trabajo, de acuerdo, y podemos dar los toques finales al cumpleaños de papá.
—Toma una aspirina, querida, y duerme temprano, ¿de acuerdo?
El teléfono se deslizó de su mano. Las lágrimas corrían por su rostro.
¿Cómo podía dejarle ir? ¿Cómo podía vivir sin ella? Desesperada por haberla perdido para siempre, agarró un par de pantalones vaqueros de su armario, una camiseta y ropa interior, y saltó a la ducha. Se enjabonó la piel y el cabello con champú, con el estómago anudado con ansiedad mientras más tiempo estaban separados. Se secó, se cepilló el pelo en una cola de caballo, y añadió una capa de lápiz labial en sus hinchados labios. Corrió a la puerta principal, la abrió, y casi tropezó con la bolsa Curious Coition en su puerta, sus bragas dentro del bolso también. Lo metió en la casa, y luego corrió al otro lado de la calle a la casa de la señora Volkova.
—Sra. Volkova, ¿puedo hablar con Julia por favor?
—Oh, ella no está aquí, cariño, dijo algo urgentemente surgió y tenía que salir inmediatamente.
El corazón le dio un vuelco. El pánico constriñó sus pulmones, por lo que le era difícil hablar. Se mordió el labio para detener el temblor, miedo de romperse frente de la puerta de la Sra. Volkova y ahogarse en lágrimas.
―Ella…se fue a Nueva York?
—Oh, no, vuelve el martes. No, ahora mismo ella está en su apartamento en la ciudad.
La alegría se apodero de ella, dominando la angustia que amenazaba con extasiarla unos segundos atrás. Respiró profundamente para calmar sus destrozados nervios.
―Hmm….me puede dar su dirección, por favor?
El ceño de la Sra. Volkova se hizo más profundo mientras miraba a Lena.
—Por favor, necesito verla.
—Bueno, está en la nevera, iré a buscarla rápidamente—. Regresó un minuto después. Lena ni siquiera miro la dirección. Corrió a su casa, cogió las llaves del coche y la bolsa Curious Coition, y salió de la zona residencial a la carretera. Solo cuando se acercaba a la ciudad echo un vistazo a la dirección. Así de fácil de encontrar, “El Punto Noble”, un bloque de apartamentos de lujo que costaban una fortuna.
Con su corazón martilleando en su garganta, llamó a su puerta. Julia no respondió. Golpeó una y otra vez, la desesperación apretando su pecho.
Minutos más tarde, Julia la abrió con nada más que una toalla alrededor de su cintura, agua goteando por su magnífico pecho y a lo largo de su abdomen.
Su cuerpo volvió a la vida. Sorpresa ensombrecía sus ojos.
—Me preguntaba si, ya sabes, desde que ya te lleve a la boda, si te gustaría ir a una fiesta de cumpleaños conmigo. Es el septuagésimo de mi padre. Él te odiará y probablemente va a querer dispararte, pero me imagino que con toda tu experiencia en karate, estoy segura de que puedes atrapar balas también.
No iba a huir con ella. No, le iba a mostrar al mundo y gritar que no podía vivir sin ella, ni siquiera durante cinco minutos. Tenía la edad suficiente como para seguir a su corazón. Su padre iba a tener que aceptar que Julia era más joven, pero Julia la hacía feliz, y era más de lo que podía pedir.
—Quédate, por favor. Es el sábado, por lo que tendrás que quedarte aquí conmigo hasta entonces.
Su silencio la puso tensa, nerviosa y asustada. Cambió su postura y se frotó las manos en sus pantalones vaqueros mientras la consternación pesaba sobre ella. ¿Había cambiado de opinión sobre ella?
Siguió su mirada, mientras bajaba a la bolsa que llevaba en la mano, recordándole que todavía tenía el paquete Curious Coition.
—Y tengo este juguete. No sé cómo usarlo, y oí que solo una chica juguete muy especial me puede ayudar con esto.
Sus brazos rodearon su cintura. La levantó por encima del umbral, cerró la puerta, y la respaldó contra una pared con su cuerpo. Lena deslizó su mano entre ellas y tiró su toalla.
Julia gimió cuando su miembro rozó sus vaqueros.
—Prométeme que no me vas a dejar—. Dejó caer la bolsa a sus pies y pasó los dedos de ambas manos por el pelo en su nuca. Su cuerpo se inclinó hacia Julia y suspiró con satisfacción. Ahora que la tenía en sus brazos otra vez, no quería dejarlo ir nunca.
—Prométeme que te quedarás conmigo—, respondió Julia.
—Te lo prometo—. Su aliento se mezcló con el de ella. Lena jadeó en anticipación de su beso y se disolvió en felicidad cuando el reclamo su boca. ―No va a ser fácil, July, conmigo. Soy obsesiva, me atemorizan los chismes y mi familia puede ser muy dura y…
—Eres mía—, susurró ella contra sus labios, y luego la llevó a través de su enorme apartamento y a su dormitorio. ―Eso es lo único que me importa. Voy a luchar por ti, Len, como he hecho todos los días desde el primer momento que te vi.

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Mensaje por xlaudik 11/8/2014, 2:15 pm

Muy buena historia :-P
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