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OCULTO AMOR

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Mensaje por Lesdrumm Mar Feb 10, 2015 10:54 pm

Esta es una nueva historia que quiero compartir con ustedes, espero les guste.  Smile



                                                    OCULTO AMOR


PROLOGO








"los encontrados sentimientos que
despierta el retorno de Elena Katina a su país natal Rusia, lugar al
que vuelve tras quince años de ausencia para hacerse cargo de los negocios
familiares tras el fallecimiento de su padre. Por un lado se encuentra de
nuevo con una madre intransigente y una sociedad cerrada, que la rechazó
durante su adolescencia por su condición de lesbiana; por otro, su gran
amiga de la infancia, Yulia, surge de nuevo en su vida, despertando unos
ambiguos sentimientos que en su día la empujaron a huir.
Una romántica historia llena de sensualidad en la que Elena se
encuentra ante un dilema: volver a entrar de nuevo en el armario o
recuperar la libertad que le ofrecía su vida en Los Ángeles. Pero también
Yulia deberá tomar importantes decisiones con respecto a su vida y tendrá
algo que decir al final de esta historia…"






Capítulo 1


Lena no hizo el menor caso al persistente timbre del teléfono, aunque
una vez más se preguntó por qué narices no se levantaba a apagar el
maldito aparato, sencillamente. Detuvo su trabajo y se quedó mirando
fijamente las palabras que acababa de escribir, mientras tamborileaba con
los dedos sobre el teclado sin darse cuenta. Un momento después sonó el
móvil. Echó un vistazo a la pantalla para ver quién era y lo cerró de golpe
—¡Por Dios, Ingrid, intento trabajar!
—murmuró.
Sin embargo, ya había perdido la concentración. Se echó hacia atrás en su
asiento, cruzando los brazos tras la nuca, antes de quitarse las gafas y
frotarse los ojos lentamente. Llevaba trabajando desde las siete de la
mañana, descansando tan sólo una vez para volver a llenar la taza de café.
Estaba en racha, y había aprendido a aprovechar esos momentos; se había
pasado demasiados días allí sentada, luchando por plasmar sus
pensamientos con la coherencia necesaria para formar frases.
Se puso en pie, tiró sobre la mesa las gafas de esbelta montura y tomó el
móvil.
Mientras abría la nevera fue marcando el número de Ingrid.
—Soy yo.
Olisqueó el zumo de naranja. Hacía cuatro días que había caducado, pero
llenó el vaso de todas formas.
—¿Dónde demonios estabas? —
quiso saber Ingrid.
—Aquí, trabajando. Tal como me dijiste hace dos días, tengo «una fecha de
entrega que cumplir» —dijo Lena, imitando su tono.
—¡Llevo horas llamándote!
—Lo sé. No he querido descolgar.
El zumo de naranja estaba agrio. Lo tiró y miró hacia la cafetera.
—Un tipo ha estado intentando
localizarte. Dijo que era por una emergencia familiar.
Lena se detuvo, volviendo a dejar la cafetera sobre el calentador
eléctrico sin mirarla siquiera.
—¿Familiar? ¿De qué familia?
—Supuse que la tuya, pero ni
siquiera sabía que tuvieses familia.
—No la tengo —murmuró
Lena.
Se irritó consigo misma al notar cómo se apoderaba de ella el nerviosismo,
cómo comenzaba a circular la adrenalina, acelerando los latidos de su
corazón.
Respiró hondo.
—¿Cómo se llamaba ese hombre?
Aguardó mientras escuchaba a su agente revolviendo entre los papeles del
escritorio.
—Alexey Vasiliev.
Lena se apoyó en la encimera mientras los ojos se le cerraban de
golpe.
—¡Papi!
—Estoy aquí, cariño.
Lena se quedó en el umbral de la puerta del despacho de su padre,
mirando fijamente al desconocido que estaba sentada en uno de los grandes
sillones de cuero, justo enfrente de su papá.
—¿Dónde te has dejado dos zapatos, jovencita?
Lena se miró los sucios y descalzos pies, y sonrió.
—He estado jugando afuera, papi.
—Ya puedes lavarte bien antes de que regrese tu madre, o tendremos que
oírla —le advirtió él.
—Vale. Pero antes, ¿puedo ir con la bici hasta la ciudad? Todavía es
temprano.
Quiero ir a casa de Yul.
—Está bien, pero ten cuidado.
Lena volvió a mirar hacia el desconocido.
—¿Quién es?
—Es mi nuevo abogado, Elena.
Te presento al señor Vasiliev.
—¿Lo conoces? —preguntó Ingrid, haciéndola volver al presente.
—Sí, lo conozco. Dame su número
—contestó mientras se dirigía hacia el escritorio.
Después de farfullar una despedida colgó el teléfono y comenzó a recorrer
la sala de un lado a otro, deteniéndose de vez en cuando para contemplar
las vistas de la bahía de Monterrey desde su ventana. La niebla se había
disipado, dando paso a un radiante sol que intentaba ahuyentar el frío,
aunque no consiguió hacer que Lena dejase de estremecerse.
No pensaba llamarlo, fuesen cuales fuesen las noticias que tuviese que
darle.
Seguramente tendrían que ver con sus padres, pero le daba igual. De hecho,
la idea misma de que Alexey Vasiliev hubiese intentado localizarla le
parecía sorprendente. Después de todo, ya habían pasado... quince años.
«¡Quince años!» dijo para sí,
moviendo lentamente la cabeza de un lado a otro. Toda una eternidad. Ni
siquiera era capaz de recordar la última vez que había pensado en ellos. ¡Y
Yul!
Dios, hacía tantísimo tiempo que no pensaba siquiera en Yulia... Y sin
embargo recordó enseguida la carita sonriente de su amiga de la infancia,
su mejor amiga.
Su amistad con Yulia fue otra víctima de la guerra que sus padres
desencadenaron sobre ella, por supuesto. Aunque había sido una guerra
muy breve.
Y ganaron ellos.
Se dirigió rápidamente a la cocina y tomó una copa de vino del estante.
Eran sólo las dos, pero ya no escribiría más ese día; de eso se había
ocupado ya Alexey Vasiliev. Sacó de la nevera la botella de chardonnay que
había abierto la noche anterior. Al lado estaba la cena que no se había
molestado en comer. Tras tomar el primer sorbo, su estómago le recordó
que tampoco había desayunado.
La fecha de entrega estaba cada vez más cercana, pero ese no era el motivo
por el que trabajaba sin detenerse a comer siquiera, sino simplemente
porque estaba en racha. Desde hacía dos días las palabras surgían con
facilidad, llenando página tras página. Esperaba acabar el primer borrador
en tres semanas y sin embargo ya lo tenía listo, aunque no se lo había dicho
a Ingrid, porque cuando adelantaba trabajo ella tenía la costumbre de
acortarle los plazos. Por eso pensaba esperar al último día para enviárselo.
No, en lo que estaba trabajando ahora era en una novela completamente
nueva, de la que Ingrid no sabía nada. No le gustaba compartir los primeros
esbozos de un nuevo libro hasta tener las tres cuartas partes ya terminadas.
Le había ocurrido demasiadas veces el tener planteada ya media historia y
descubrir que no se sostenía. Acababa descartándola, pero entonces se
encontraba con que Ingrid no dejaba de insistirle para que terminase un
libro que ya no le interesaba en absoluto.
Volvió hacia el escritorio y se quedó mirando el papel en el que había
garabateado el número de teléfono de Alexey Vasiliev. Tal vez debería
llamarlo para enterarse de lo que ocurría.
Salió a la espaciosa terraza y se quedó mirando las impresionantes vistas
de la bahía de Monterrey. El helado viento se había calmado un poco, pero
aquel día de inicios de primavera seguía siendo frío. A lo lejos se veían las
montañas de Santa Cruz, que solían estar ocultas a causa de la niebla. Para
cuando contestaron a su llamada, estaba tranquila y relajada.
—Alexey Vasiliev. ¿En qué puedo
ayudarle?
Tragó saliva.
—Señor Vasiliev, soy Elena Katina. Me han dicho que está intentando
localizarme.
—Elena, gracias por llamar.
¿Cómo te ha ido en todo este tiempo?
Lena se quedó un momento en silencio, mientras recorría la bahía
con la mirada.
—Bien, muy bien. ¿Qué puedo hacer por usted? —preguntó sin rodeos.
—Tengo malas noticias que darte sobre tu padre, Elena.
—Señor Vasiliev, hace quince años que no sé nada de mi padre. No
empiece lo que quiera anunciarme diciendo que son malas noticias. ¿Por
qué no me dice simplemente que tiene noticias que darme sobre mi padre?
Al otro lado del teléfono se hizo una pausa, y después se oyó un ahogado
carraspeo.
—Por supuesto, tiene usted razón.
Lo siento, señora Katina: su padre murió ayer, en un accidente de coche. Su
madre está grave, aunque se espera que pueda recuperarse. Está en el
hospital. Tiene fracturas en la cadera, en ambas piernas y en la espalda. Las
costillas rotas le han perforado un pulmón, y esa es la herida más grave de
todas.
Lena se quedó inmóvil, con la vista fija en las lejanas montañas de
Santa Cruz. Analizó lo que estaba escuchando y se dio cuenta de que no
sentía pena, ni remordimiento alguno por ello. Ambos habían desaparecido
de su vida desde hacía más de quince años. Tiempo atrás había llorado a su
familia perdida, pero ahora ya no tenía nada más que ofrecerles.
—Entiendo —dijo haciendo una
pausa antes de continuar—. Señor Vasiliev, me pregunto por qué ha
creído necesario compartir conmigo esta información. Estoy segura de que
está usted al corriente de que mis padres me expulsaron de su vida hace ya
bastante tiempo.
—El deseo de su padre era que me pusiese en contacto con usted. No hago
más que cumplir sus órdenes.
—Entiendo —repitió ella—. Muy
bien, pues gracias por la información.
Buenos días.
Antes de que le diese tiempo a colgar el teléfono, oyó que él intentaba
decirle algo:
—¡Aguarde! Esperaba poder
convencerla de que viniese a Moscú.
Su tío Vladimir está ocupándose de todo, dado que su madre está en el
hospital, pero creo que debería asistir usted al funeral —dijo
atropelladamente.
—¿Y por qué se le ocurre pensar eso? Señor Vasiliev, mis padres me
metieron en un avión cuando tenía diecisiete años y me enviaron fuera
del país. Desde entonces no he vuelto a saber de ellos. No pienso
asistir a ningún funeral.
—De verdad que creo que le interesa a usted estar aquí, señora Katina. Si no
viene en persona, tal vez pueda enviar a su abogado.
—¿Mi abogado?
—Señora Katina, seguramente no es usted consciente de la cantidad de
negocios que poseía su padre. No puedo revelarle el contenido de su
testamento, que obviamente todavía no ha sido leído, pero le recomiendo
encarecidamente que venga usted a Moscú, señora Katina.
Lena cerró los ojos y se frotó suavemente la frente con los dedos,
intentando ahuyentar la inminente jaqueca. «¿Ir a Moscú?» Negó con
un gesto. Había jurado que nunca volvería a poner los pies en aquel lugar.




CONTINUARÁ...

En un par de días les publico mas, Bye  Smile Cool


Última edición por LenokVolk el Vie Mar 20, 2015 7:34 pm, editado 3 veces
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Mensaje por Lesdrumm Lun Feb 16, 2015 4:45 pm

Aquí también mas de esta historia.  Smile



OCULTO AMOR



Capítulo 2


—¿Cómo dices? ¿Que vas adonde? —
preguntó Ingrid.
—Me voy a Moscú —repitió
Lena.
Iba de un lado a otro del dormitorio, con el teléfono encajado en el hombro
mientras sacaba ropa del armario y la arrojaba sobre la cama.
—¿A Moscú ? —hizo una pausa—. ¡A Rusia! ¿Es que te has vuelto loca?
¡Hemos acordado una fecha de entrega, por si lo has olvidado! ¡No puede
ser que quieras irte a Rusia! —aulló Ingrid al teléfono.
—Mi padre ha muerto en un
accidente de coche —contestó
sencillamente Lena—, y he de resolver ciertos papeleos legales.
—¿Tu padre? Oh, lo siento mucho, Lena. Nunca me habías dicho que
tuvieses familia. Cuánto lo siento.
Lena dobló el suave pantalón vaquero que tenía en las manos y se
preguntó por qué no le habría hablado nunca de su infancia. Ingrid era su
agente, casi veinte años mayor que ella, pero aun así eran amigas. No sabía
por qué nunca había surgido el tema.
—Salí de casa a los diecisiete años, y nunca he vuelto a ella.
—¿Por qué?
La pelirroja dejó de ir de un lado a otro del dormitorio. Su mirada vagó por
todos aquellos objetos, tan familiares, sin ver ninguno de ellos.
—Soy lesbiana.
—Ya lo sé, y yo también.  
Lena dejó escapar un brevísimo esbozo de sonrisa.
—Era lesbiana, de modo que en mi casa ya no había lugar para mí, y
tampoco en Moscú —explicó.
—Entonces, ¿por qué vuelves?
«Es cierto. ¿Por qué vuelves,
Lena? ¿Por qué regresar a una ciudad, a un país donde se reían de ti? ¿Por qué
volver junto a una madre que te dijo que eras anormal, que eras la
vergüenza de la familia?»
—Para finiquitarlo todo —dijo en voz baja.
Y era cierto. La habían expulsado de la ciudad, del pais con tantas prisas que no había
tenido tiempo de despedirse de nadie.
Pensaba sobre todo en Yulia. No había tenido tiempo para aceptar sus
sentimientos, ni siquiera para analizar lo que estaba sucediendo con su
vida.
Simplemente, se había levantado una mañana y de pronto se encontró
subida a un avión, saliendo de Rusia.
—¿Finiquitarlo?
—Sí, finiquitarlo. Y tal vez decida ir a ver a mi madre, para demostrarle
que he conseguido sobrevivir.
—Estoy segura de que sabe que has sobrevivido, Lena, a menos que
haya estado viviendo en una cueva todo este tiempo. Después de que hayan
llevado al cine dos de tus novelas, seguro que han tenido noticias de ti
incluso en Moscú, Rusia, por muy alejado que esté.
Lena volvió hacia la sala.
Necesitaba espacio, y también contemplar de nuevo la bahía. Abrió las
puertas correderas y salió a la terraza, sin importarle la niebla y el frío
viento que le apartaba del rostro los pelirrojos rizos.
—Cuando yo iba al instituto, mi padre era el alcalde de Moscú —
continuó, apoyándose cansadamente en la baranda de la terraza—. Mi
familia poseía las más prestigiosas  empresas de Moscú , de modo que eran muy
conocidos. Por supuesto, al tener una hija lesbiana eran la comidilla de toda la ciudad, y de país. Me metieron en un avión con cien dolares en el bolsillo, y me
dijeron que no volviese hasta haber recuperado la razón.
—¡Dios mío! ¿Lo dices en serio?
—Muy en serio.
—¿Y por qué demonios tendrías que volver allí? ¿Acaso crees que les
debes algo?
—No, no les debo nada. Tal vez lo que quiero es que vean que he
conseguido triunfar —admitió Lena.
Había sobrevivido, a pesar de que su madre le advirtió de que volvería
arrastrándose de rodillas, rogándoles que le permitiesen quedarse. Y estaba
muy orgullosa de ello. No les debía nada, desde luego.
Oyó que Ingrid suspiraba. Sabía que la mujer estaría retorciéndose los
grises mechones de pelo de las sienes y contando hasta diez antes de sacar
a colación el libro.
—Lena, no quiero que creas que no me preocupo ni nada de eso,
pero... ¿qué ocurrirá con el libro?
—No te preocupes, Iggy. Me llevaré el portátil y te enviaré por correo
electrónico lo que necesites.
—Dios, Lena, cómo odio que me llames Iggy.
—Ya lo sé. Te prometo que cumpliré la fecha de entrega.
—¿Te llevarás también el móvil?
—Por supuesto.
—¿Crees que allí tendrán cobertura internacional?
Esta vez Lena se rio con ganas.
—¡No me voy a ningún país del tercer mundo, Ingrid!
—Ya lo sé. Perdona, es que...
—¿He dejado de cumplir alguna vez con las fechas de entrega?
—No.
—¿Ves? Deja de preocuparte. Tal vez esté de vuelta esta misma semana.
—Mantenme informada, por favor.
Sabes que mi presión sanguínea ya no es lo que era.
Lena colgó el teléfono. Seguía en la terraza, contemplando el paso de
las nubes sobre la bahía. Dejó que su mente retrocediese hasta los
despreocupados días de su infancia.
—Venga, Yulka, puedes hacerlo.
—No sé, Lenok... Está bastante alto.
—Te prometo que no te dejaré caer.
Lena se inclinó hacia ella y le ofreció la mano. Yulia no dudó en aceptarla.
Dejó que la pelirroja tirase de ella árbol arriba, hasta llegar a la primera rama, y
se sentó a horcajadas sobre ella, igual que su amiga.
—¿Ves? Pan comido. Si podemos
subir hasta allí —señaló Lena—, habrá bastante sitio para que nos
sentemos las dos, y estaremos tan altas que Sammy no podrá venir a
molestarnos.
—Yo no puedo subir tan alto, Lena. Si mamá se entera me molerá a palos.
Lena se echó a reír.
—¡Eso sólo lo hará si te caes!
A continuación se apoyó en el
hombro de Yulia para equilibrarse y escaló por entre las ramas y el tronco
del viejo roble con sus sucias zapatillas de deporte, subiendo más todavía.
Bajó la vista hacia Yulia, que la miraba espantada.
—Venga, vamos, sígueme.
Los azules ojos de Yulia y Los verdigrises de Lena se
encontraron, y de pronto Yulia compuso un gesto decidido y comenzó a
seguir a la pelirroja árbol arriba. Esta encontró la rama que buscaba, lo bastante
ancha para que ambas pudiesen sentarse. Se arrodilló en el lugar donde se
unía con el tronco principal y volvió a ofrecerle la mano a su amiga.
Las dos niñas se tendieron de
espaldas, jadeando pesadamente tras su excursión. En ese momento, Yulia
comenzó a reír a carcajadas.
—¿Qué es lo que te parece tan
divertido?
—No haría esto por nadie más —
contestó ella.
—¿El qué?
—Subir tan alto. Sabes que me dan miedo las alturas. ¿Recuerdas cuando
me caí del tejado del granero?
—Sí. Pero lo has conseguido, ¿ves?
¡Y aquí estamos, en la cima del mundo!
—dijo Lena, abriendo los brazos para señalar las copas de los árboles.
La pelirroja dejó escapar una risita.
Aquella había sido la primera de las muchas veces que ambas se
encaramaron al viejo roble que crecía en el patio trasero de la Yulia. La
primera vez que las pilló la madre de esta, las amenazó con un cinturón, y
no podía culparla por ello, ya que por entonces ambas no tenían más de
diez años. Volvió a apoyarse en la baranda y cerró los ojos al recordar la
última vez que habían subido a aquel maldito árbol. Estaban ya en el
último curso del instituto.
Lena necesitaba hablar, contarle a Yulia lo que le ocurría y cómo se
sentía por ello. Le parecía que, si no se lo decía a alguien, acabaría
explotando. Y ¿qué lugar mejor que su árbol? Sobre sus ramas habían
mantenido largas charlas: hacían grandes planes, cotilleaban, se escondían
de Rose... Durante aquellos años habían hablado de lo divino y lo humano,
pues entre ellas no existían los secretos.
Excepto uno. Porque, al final, Lena no había sido capaz de contarle a
Yulia que era lesbiana. Temía que, al decírselo, ella ya no quisiese ser más
su amiga. Yulia era su mejor amiga, la única en realidad: la única que le
importaba. Sin embargo, pronto se la arrebataron. Tan sólo unas semanas
después, se vio en un avió, saliendo del país para nunca volver.
Se enderezó de nuevo mientras su mirada vagaba sobre el Pacífico. Para
nunca volver... hasta ahora.



CONTINUARÁ...


Última edición por LenokVolk el Jue Feb 19, 2015 1:23 am, editado 1 vez
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Mensaje por Lesdrumm Lun Feb 16, 2015 4:57 pm

OCULTO AMOR






Capítulo 3
El avión de Russia Airlines iba atestado de gente, incluso a aquellas intempestivas
horas de la mañana. Lena intentó estirar un poco sus largas piernas,
sin hacer caso del joven que a su lado tamborileaba nerviosamente con los
dedos sobre sus propios muslos.
—Es mi primera vez —dijo por fin.
—Comprendo —murmuró ella.
—¿y usted?
—No.
Sacó el portátil, esperando que eso acabase con sus intentos de entablar
conversación. Ella también estaba nerviosa, aunque no tenía nada que ver
con el hecho de volar. Se apartó el mechón de la frente, decidida a trabajar
un poco, pero su mente comenzó a vagar.
Hacía tanto tiempo que no pensaba siquiera en sus padres que apenas podía
recordar su aspecto. Sin embargo, recordaba claramente el día que la
echaron de casa. Se vio a sí misma con los desteñidos vaqueros y las
gastadas deportivas, mientras su madre iba tan atildada como si fuese a
acudir a un cóctel en el club de campo.
—Te hemos comprado un billete a Estados Unidos. Donde vayas desde allí es cosa
tuya.
—¿Por qué me hacéis esto?
—Lo sabes perfectamente,
Lena. Somos el hazme reír de Moscú,  de Rusia, por no hablar de la
Asociación Femenina. ¡No podemos permitir que esto continúe, y tú
pareces convencida de que has nacido así! Piensa en tu padre. No lo
volverán a elegir el año que viene. ¡Te digo que somos el hazme reír!
Lena cerró los ojos, recordando el dolor que sintió ese día. En ese
mismo momento juró que nunca regresaría, pasase lo que pasase. Y sin
embargo allí estaba, volando hacia Rusia.
Deseaba creer que la habían enviado lejos para que reaccionase, para
asustarla tal vez. Pero ella era demasiado orgullosa y testaruda. Después de
su valiente declaración unas semanas antes, dejando claro que no pensaba
casarse con Andrey Bordanov porque a ella le gustaban las chicas, su padre
se había negado a mirarla siquiera, y mucho menos a dirigirle la palabra.
Por mucho que ella lo intentase, su padre se limitaba a darle la espalda. Su
madre, sin embargo, aprovechaba cualquier oportunidad para decirle que
estaba entre las garras del diablo, y que seguramente el hermano Petrov 
podría convencerla para que depusiese su actitud. Obligó a Lena a
soportar dos sesiones con él, en las que se suponía que Petrov intentaba
«curarla». Había sido algo que nunca podría olvidar.
Sus labios dibujaron una breve sonrisa, Si no fuese porque era a ella a
quien le estaba sucediendo, todo aquello le habría parecido muy cómico.
Esa semana pareció durar una eternidad. Los rumores no tardaron en
circular por toda la ciudad y el país, y pudo notar que todos los ojos estaban fijos en
ella, especialmente en el instituto. De repente, todas sus amigas la
evitaban, y el vestuario de las chicas estaba sospechosamente vacío cuando
le tocaba ir a la ducha.
—¡Panda de imbéciles! —murmuró.
Todas excepto Yulia. Ella nunca la evitó. Parecía completamente
desconcertada por la reacción de todos los demás, pero no lo mencionó ni
una sola vez.
Lena volvió su atención al portátil, llena de buenas intenciones. Posó
suavemente los dedos sobre las teclas, negándose a permitir que la
invadiesen los recuerdos. Aquello era parte de una vida anterior, y no le
haría ningún bien volver a removerlo. Y sin embargo, ¿por qué regresaba
entonces? ¿Para finiquitarlo todo? ¿Para enfrentarse a su madre? ¿Para que
todo la ciudad, incluso el país supiese que había triunfado después de tener que salir
huyendo de detrás del telón de pinos?
Dudaba de que alguien se acordase aún de ella. A nadie le importaría lo
más mínimo.
Horas después se encontró
intentando abrirse paso entre el tráfico de Moscú, que, sí, era bastante
denso, pero nada comparable a la hora punta en San Francisco, tanto a la
entrada como a la salida. Consiguió orientarse lo suficiente para encontrar
la interestatal, y poco después del mediodía se dirigía ya al este por la I-20.
Había alquilado
intencionadamente el automóvil más caro que pudo encontrar. Se dijo a sí
misma que era para ir más cómoda, aunque en el fondo sabía que no era
esa la razón.
Aquel Lexus llamaría poderosamente la atención en su barrio de ricos moscovita.
Después de detenerse un rato a comer en Tyler, torció hacia el sur. Moscú era muy grande, le
quedaban todavía una hora como mínimo, pero era una hermosa
tarde de primavera y no tenía ninguna prisa. Tuvo que admitir que estaba
disfrutando del viaje. Los preciosos árboles del amor, repletos de flores
rosadas, parecían competir con la nívea blancura de los cornejos. Las
azaleas, que ya comenzaban a mostrar sus colores, lucían orgullosas junto
a casi cada casa por la que pasaba.
Muy pronto la carretera se vio prácticamente engullida por los pinares, y
Lena sintió que la invadía una extraña paz. Aquel era el telón de
pinos:
¿por qué demonios tendría que sentir paz al traspasarlo?
El tiempo y los kilómetros pasaron volando. Comprobó de nuevo el mapa.
Pasado los barrios bajos, salió de la vía principal, adentrándose todavía más en las calles de Moscú. Los pequeños barrios, apenas un punto en el mapa, parecían congelados
en el pasado, en una época próxima a los años cincuenta. Las viejas granjas
se acomodaban aquí y allá, hurtándole espacio al bosque, mientras las
vacas pastaban perezosamente en los prados arrebatados a la espesura.
Lena asimilaba todo aquello, tan diferente al apartamento con vistas
al océano que ahora era su hogar, mientras conducía tranquilamente y
dejaba vagar sus pensamientos. Le parecía que los kilómetros pasaban con
demasiada rapidez.
Contuvo el aliento al ver el cartel: CHYSTYE PRUDY, 3 KM. De repente
todo era real: volvía a casa.
Y eso ocurría precisamente a una hora del día que Lena recordaba
muy bien, el momento en el que la tarde parecía detenerse unos minutos
antes de dejar paso al ocaso. La hora en la que, de pequeña, solía volver a
casa pedaleando a toda velocidad, intentando ganarle al sol y a su toque de
queda. Muchos días aparecía como una exhalación por el sendero del
jardín, haciendo saltar la gravilla bajo los neumáticos de su bici al frenar
de golpe; a continuación entraba corriendo por la puerta de la cocina, justo
a tiempo para encontrarse frente a la severa mirada de su madre.
—Louise tiene ya la cena preparada, y tu padre está a la mesa, jovencita.
—Aún no es tan tarde...
—Estás hecha un asco. ¿En qué lío te has metido hoy?
—En ninguno. He estado jugando al béisbol.
—¿Al béisbol? ¿Cuántas veces te habré dicho ya que ese no es un deporte
propio de damas?
—Yo no soy ninguna dama. Además, soy mejor que ellos.
—Eres ya demasiado mayor para
jugar con chicos, Lena. Anda, ve a asearte.
Se encontró sonriendo al recordar la discusión que tan a menudo tenía
lugar antes de la cena. Sus padres deseaban que intentase entrar en el
equipo de animadoras, pero ella se negaba de plano.
¿Animadora? ¡Por favor! Lo que ella quería era presentarse a las pruebas
para entrar en el equipo de baloncesto. Y eso hizo, «aunque tuviese que
pasar por encima de sus cadáveres».
Aminoró la velocidad al llegar a las afueras de Chystye Prudy, sorprendida al
ver que todo seguía siendo familiar para ella. No habían cambiado
demasiadas cosas en aquellos años. Cruzó el puente que llevaba al centro y
dedicó una cariñosa mirada al río, mientras los recuerdos se agolpaban en
su mente. El centro del barrio no había cambiado ni lo más mínimo,
pensó, al ver las familiares estructuras. El viejo palacio de justicia estaba
exactamente igual que en sus recuerdos, con gigantescos magnolios en
cada esquina. Al otro lado de la calle, el banco del barrios  hacía
parecer diminuta la vieja tienda de baratillo, que sorprendentemente
parecía seguir funcionando. En las calles había pocos automóviles, aunque
supuso que todos los negocios cerrarían a las cinco y la gente se iría a casa
para atender a los niños y hacer la cena.
De pronto la asaltó una idea: ¿qué demonios estaba haciendo allí? Todo le
era familiar y extraño al mismo tiempo.
Habían pasado quince años, toda una vida. Ya no era la niña asustada que
subió a aquel avión. Era una mujer hecha y derecha, una escritora de
éxito. Aquella ciudad, aquel país no tenían más que recuerdos dolorosos que ofrecerle y,
desde luego, ella tampoco tenía nada que ofrecerle a ellos.
Pero eso no era del todo cierto: No todos sus recuerdos eran dolorosos.
Había tenido una maravillosa infancia, y tanto su padre como su madre la
habían
malcriado, comprándole cosas que los padres de sus amigas no podían
permitirse. Ahora se daba cuenta de que sólo lo habían hecho para
demostrar que eran los más ricos de la ciudad. Sin embargo, aun así había
sido feliz. Y había destacado como deportista, no como animadora.
Y entonces sucedió, en uno de los primeros días de la primavera, durante su
último año de instituto. Lena consiguió por fin poner nombre a lo que
llevaba sintiendo durante tanto tiempo: lesbiana. Homosexual. Recordaba
bien la soledad que sintió entonces, mientras intentaba mantenerlo en
secreto. Ni siquiera Yulia tenía la menor idea.
Y sin embargo, fueron sus
sentimientos por Yul los que la hicieron reconciliarse con su sexualidad.
De pronto comprendió que era junto a Yulia y no con su supuesto novio
donde quería estar. Era en Yulia en quien pensaba por la noche, tendida en
su cama. Y era por Yulia por quien se consumía de celos la noche de la
fiesta de graduación, pues la había visto besándose con Pasha Pavlov
tras las gradas del gimnasio. Esa noche lo comprendió todo con claridad
meridiana.
Ella era diferente, y no encajaba entre los demás. Por eso fue apartándose
de Yulia poco a poco, guardándose su secreto para sí. El instituto pronto
acabaría, y entonces ya no tendría que volver a preocuparse por ello,
porque Yulia y ella seguirían cada una su camino. Pero entonces fue cuando
sus padres sacaron el tema de su matrimonio con Andrey Bordanov, y le
dijeron que ya lo habían hablado con los padres de Andrey. Sin embargo,
Lena no tenía ni la más remota intención de casarse con Andrey
Bordanov.
Y así fue como su secreto salió a la luz. Una semana más tarde lo sabía ya
todo la ciudad y, apenas diez días antes de la graduación, su madre la
metió en un avión y la envió lejos, avergonzada de ella.
El aullido de un claxon la sobresaltó, trayéndola a la realidad, y se dio
cuenta de que había estado esperando a que cambiase el semáforo, soñando
despierta.
Arrancó hacia el cruce justo cuando se encendía ya la luz roja, lo cual
indudablemente tuvo que cabrear bastante al conductor del coche que
aguardaba tras ella.
El motel que le había indicado el señor Vasiliev estaba en la avenida
principal. El cartel estaba desteñido por el sol y descascarillado, pero aun
así la hizo reír:
«Motel Chystye Prudy. Quítate las botas y quédate un ratillo».
—¿Por qué demonios iba a querer hacerlo nadie?
Lena entró, a pesar de todo, estacionando al lado del ajado cartel que
anunciaba plazas libres, clavado en el tronco de un viejo pino. En el
estacionamiento no había más que tres coches, lo que le hizo mirar con
sospecha hacia el motel. Alexey Vasiliev le había ofrecido una habitación
en su propia casa, pero ella insistió en que prefería disfrutar de intimidad.
Tal vez debería
reconsiderarlo. Estaba segura de que aquel motel no había sufrido ni una
sola remodelación en treinta años.
El recepcionista era un hombre barbudo y desastrado, con una bola de
tabaco en la mejilla que escupió en una mugrienta vasija precisamente
cuando ella entraba. Lena lo miró con desagrado.
—¿La ayudo, señora? ¿Quiere una habitación?
—Esto... la verdad es que no, gracias.
Dio media vuelta y volvió a salir apresuradamente, deteniéndose junto a su
coche alquilado para sacar el móvil del bolsillo de los vaqueros. Buscó
entre los números grabados el de Alexey Vasieliev, añadido esa misma
mañana. Mientras esperaba se apoyó en el coche, contemplando el cielo,
que ya comenzaba a oscurecerse. Sonrió al ver la luna, casi llena, que se
elevaba por detrás de los pinos.
—¿Diga?
—¿El señor Vasieliev? Soy
Elena Katina. Espero no interrumpir su cena.
—Buenas noches, Elena. No, no me interrumpes. Espero que hayas
llegado bien.
—Sí, perfectamente. Ahora mismo estoy en el motel.
Carraspeó un poco mientras echaba un rápido vistazo al desvaído cartel
que anunciaba plazas libres, antes de continuar:
—Bueno, en realidad estoy en el aparcamiento. Me da un poco de miedo
entrar.
La franca carcajada que se oyó al otro lado de la línea la hizo sonreír,
tranquilizándola un poco al mismo tiempo.
—Intenté advertirte.
—Me preguntaba si le parecería bien que reconsidere su oferta.
—Mary tiene una habitación ya
preparada, y hemos retrasado la hora de la cena. Estoy seguro de que tienes
muchas preguntas que hacer.
Lena dejó escapar un suspiro de alivio mientras abría la portezuela y
entraba en su auto.
—Magnífico. Lo siento pero no
recuerdo dónde viven.
—Nos hemos mudado al club de
campo, cerca de la nueva casa de tus padres. Está un poco más allá del
noveno green. ¿Recuerdas cómo llegar al club de campo?
—Creo que sí. Jugué muchas veces al golf en él, así que debería recordarlo.
—Estamos en Arbat, la
tercera casa a la derecha, pero llámanos si te pierdes. Las calles son
bastante complicadas.
—Gracias. Nos vemos dentro de un momento.
Volvió a la carretera principal, dirigiéndose al centro del barrio, cuyas
calles estaban ahora sombrías y desiertas.
Tan sólo pudo distinguir algo de actividad en el Dairy Mart. Supuso que
seguiría siendo el local preferido de los chicos del instituto. Después de
pasar junto a él, se adentró en calles muy familiares para ella,
sorprendiéndose al descubrir que seguía recordando el camino.
La entrada del club de campo seguía siendo tan impresionante como
siempre, aunque en los viejos tiempos no poseyera aquella verja
automática. Le dijo al guarda cómo se llamaba y éste la dejó pasar tras
comprobar la lista de invitados, explicándole brevemente cómo llegar
hasta la casa de Vasiliev. Quince años atrás, el club de campo acababa de
inaugurarse y tan sólo había un puñado de casas. Recordó que sus padres
no sabían si construir allí su hogar o no. Al parecer se habían decidido por
fin. Pero aun así pasaban mucho tiempo en el club.
Lena era una gran jugadora de golf, lo que complacía mucho a su
madre, y los acompañaba muchas veces allí los fines de semana.
Localizó sin problemas la casa de Vasiliev, estacionando en la rotonda de
entrada. Unas luces equipadas con sensores de movimiento advirtieron de
su llegada, y no tuvo tiempo ni de ponerse nerviosa. La puerta principal se
abrió enseguida. Alexey Vasiliev no había cambiado mucho en aquellos
quince años, aunque su cabello ya no era grisáceo como recordaba, sino de
un atractivo color blanco. Reconoció también a su esposa, Mary, justo
detrás de él. Ella había envejecido peor, y ahora parecía diez años mayor
que él. Ambos la saludaron a la vez, y su incomodidad se desvaneció de
pronto. Tal vez no lo pasaría tan mal, después de todo.
Recogió la maleta que llevaba en el asiento trasero, se la colgó al hombro y
fue hacia ellos. Se detuvo un momento al captar una fragancia en el aire
que le trajo agradables recuerdos: jazmín. Esbozó una sonrisa y se acercó
con la mano tendida hacia sus anfitriones.
—¡Lena Katina, Dios mío,
mírate!
—¿Cómo está usted, señora
Vasiliev?
—Tutéame, querida, por favor. Me alegro muchísimo de que hayas venido.
—Gracias por acogerme sin haber apenas avisado. El motel era... bueno, la
palabra «ratonera» no le hace justicia.
Ambos se echaron a reír y la
condujeron hacia el interior de su hogar.
La casa era espaciosa, amueblada con sencillez y muy acogedora. A
Lena siempre le habían caído bien. No parecían encajar en el círculo
de amigos de sus padres. Por ejemplo, aquella casa no era una exhibición
de riqueza, sino su hogar, sencillamente, cosa que ella no podría decir del
hogar en el que se había criado.
—Cuando te llamé tenía miedo de que te negases a hablar conmigo. De
hecho, casi lo esperaba —dijo Alexey Vasiliev.
—Para ser sincera, no estoy muy segura del motivo por el que acepté venir.
No creo deberles nada.
—Comprendo. Pero ya tendremos
tiempo de hablar, más tarde. Vamos a instalarte primero y después
cenaremos.
Mary le enseñó brevemente la casa.
Lena agradeció el detalle de que le hubiesen destinado una habitación
justo al otro extremo de donde se encontraba el dormitorio matrimonial. Al
menos así no le parecería estar estorbando, y dispondría de un poco de
intimidad. Tiró la maleta sobre la cama y se dio la vuelta, encontrándose
con la inquisitiva mirada de Mary.
—¿Es eso todo lo que traes?
—Tengo otra maleta donde llevo el traje, en el coche, pero iré a por ella
más tarde.
Mary echó un vistazo por encima del hombro y se acercó a ella.
—Sé que esto debe de ser muy duro para ti, Lena, pero ambos
pensamos que tienes todo el derecho a estar aquí, si así lo quieres.
Naturalmente, después de lo ocurrido hace tantos años, habría
comprendido perfectamente que no quisieses venir. Tal vez no me creas,
pero no fue tu padre quien decidió echarte de aquí.Tu madre... bueno, era
incapaz de razonar sobre el asunto. Lo sacó todo de quicio, convencida de
que todo la ciudad se estaba riendo de ella, cuando la verdad era que a la
mayoría de la gente le importaba un pimiento. Cuando se supo que te había
echado de casa... en fin, muchos sentimos pena por ella.
—¿Sabe que estoy aquí?
Mary negó con un gesto.
—Alexey creyó que no era buena idea decírselo.
—¿Cómo está, Mary? ¿Lo bastante bien para asistir al funeral?
—No. La han operado dos veces; por lo que sé, tendrá que estar en el
hospital una semana más antes de poder volver a casa, y allí tendrán que
contratar a una enfermera para que la cuide durante unos cuantos meses.
Lena intentó sentir simpatía, o al menos un poco de pena, pero no
pudo.
Su madre no era más que una extraña para ella, y en su corazón no había la
menor lástima por ella.
—¿En qué hospital está?
—Aquí, en el del barrio.
Lena abrió los ojos de par en par.
—¿Hay un hospital en Este barrio?
—Oh, sí. Chystye Prudy ha crecido
mucho por la zona oeste.
Lena frunció el ceño.
—¿Tienen hospital pero no moteles?
Entonces vio que el rubor coloreaba el rostro de Mary.
—Puede que Alexey no te haya
contado algunas cosas. En la parte oeste hay un motel recién construido.
—¿Y me envió al viejo motel de Chystye Prudy?
—Tenía muchas ganas de que te
quedases con nosotros —contestó Mary sonriendo—. No quería que te
sintieses desplazada, que sería lo que ocurriría si te hubieses alojado en el
motel. Y no tardaría mucho en correr el rumor.
—De modo que el barrio ha
crecido, pero siguen los cotilleos...
—Lena, tu padre era un
hombre muy influyente en esta ciudad, de modo que, sí, los rumores y las
especulaciones han corrido como la pólvora.
—No lo entiendo.
—Vamos, bajemos a cenar. Ya
hablaréis de negocios Alexey y tú al acabar.



CONTINUARÁ...


En un par de día publico mas capítulos de esta historia.  Cool Smile
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Mensaje por Lesdrumm Jue Feb 19, 2015 5:06 pm

Les dejo la conti de esta historia.  Cool Smile


OCULTO AMOR



Capítulo 4


—Siéntate, por favor —dijo el señor Vasiliev señalando el sofá de cuero
de su despacho; a continuación fue a buscar dos vasos al mueble bar—.
¿Whisky o coñac?
—Coñac, por favor.
Le ofreció un vaso y después se sentó junto a ella en el sofá. Lena
bebió un sorbo en silencio mientras observaba la estancia. Los libros de
leyes ocupaban toda una pared, pero las demás estaban repletas de fotos
familiares. Reconoció en varias de ellas a sus hijos, chico y chica, junto
con los que supuso serían sus nietos.
—Has cambiado muchísimo en estos últimos quince años, Lena, y lo
digo como cumplido. La pilluela que yo recordaba se ha convertido en una
hermosa mujer.
—Gracias.
—¿Me permites preguntarte cómo te las arreglaste entonces? Por supuesto,
si crees que no es asunto mío no tienes más que decírmelo.
Ella se encogió de hombros.
—Al principio fue duro, muy duro.
Cuando conseguí llegar hasta Los Angeles trabajé de camarera durante un
año, ahorrando hasta el último centavo. 
Después entré en la universidad, yendo a clase de día y trabajando por las
noches.
Salió bien —dijo, repitiendo el gesto.
—Estoy convencido de que tu padre siempre esperó que te pusieses en
contacto con él, a espaldas de tu madre.
Los primeros años, cuando no conseguían localizarte, estaba fuera de sí, y
culpaba de todo a tu madre. Si no fuese por el puesto que ocupaba en la
comunidad, estoy seguro de que se hubiese divorciado de ella. Con los
años, su relación se fue deteriorando.
Carraspeó un poco antes de añadir:
—Disculpa. Seguramente no te
interesa nada de esto.
—La verdad es que todo eso me da igual, señor Vasiliev.
—Tutéame, por favor.
—Está bien.
—Tal vez esto no signifique nada para ti, pero tu padre se sentía muy
orgulloso de su hija.
—¿Orgulloso? ¡Yo era la deshonra de la familia! De hecho, ni siquiera me
dirigió la palabra en las dos últimas semanas que estuve aquí. ¡Ni me
miraba!
—Bueno... para él fue toda una conmoción, Elena.
—De eso estoy segura, sobre todo porque el señor Bordanov y él ya se
habían puesto de acuerdo para casarme.
Alexey soltó una carcajada antes de tomar un sorbo de su bebida.
—Esa sí que fue toda una ironía: Andrey se fue a estudiar a una de esas
universidades de la Ivy League, con la intención de cursar derecho. Lo
siguiente que supieron sus padres fue que se había marchado a Nueva York
para hacerse actor.
—¿De veras? ¿Andrey?
—Sí.
—¿Y qué tal le fue?
—Me dijeron que llegó a actuar en un par de obras de teatro, en Broadway.
Pero —añadió encogiéndose de hombros
— murió de sida hace ahora unos diez o doce años.
—¿De sida?
—Sí. Era gay.
Lena le miró, atónita.
—¡Menuda ironía, sí! Sería incluso cómico, si no fuese por lo de su
muerte.
—Sí, la situación fue bastante extraña. Me parece que para tu madre fue
como si el mundo se derrumbase a su alrededor. Te envió lejos por ser
homosexual y negarte a contraer matrimonio con Andrey Bordanov, y
resulta que unos años después se entera de que el yerno que había elegido
también lo es. Y, créeme, el escándalo que se formó cuando todos se
enteraron de que el quarter-back del instituto era gay fue mucho más
grande que cuando se supo lo tuyo.
Lena sonrió, recordando las inocentes citas que había tenido con
Andrey. ¡Tendría que haberse dado cuenta!
Creía que era sólo ella la que se conformaba con mantener su relación
platónica, cuando al parecer Andrey estaba igual de satisfecho así.
Alexey se puso en pie y fue hacia su escritorio; recogió una gran carpeta y
comenzó a darle vueltas nerviosamente entre las manos.
—Tengo algo para ti, y también debemos hablar de unas cuantas cosas.
Lena lo miró con ojos muy abiertos mientras él abría la carpeta y
sacaba un sobrecito blanco. Su nombre estaba pulcramente escrito en él.
—Tu padre escribió esto para ti, hace años. Tal como te he dicho, estaba
orgulloso del éxito que habías alcanzado sin su ayuda.
Le entregó el sobre y Lena se quedó unos segundos contemplando su
nombre, antes de dejarlo sobre el regazo.
No tenía ni la menor idea de lo que querría decirle su padre. Tal vez
deseaba disculparse. Bueno, ya lo leería más tarde, si es que lo hacía.
—Este es su testamento. Más tarde haremos una lectura formal, pero he
pensado que tú deberías enterarte antes que los demás. Va a haber
problemas, de eso no hay duda.
—¿Problemas?
—Sí. Ha dejado una bonita cantidad para tu madre, desde luego, más de la
mitad de su efectivo. Pero el negocio, Industrias Katin, un par de
propiedades más y el resto de su fortuna, te la ha dejado a ti.
—¡¿Cómo?!
—Tu tío, que ha estado a cargo del aserradero durante años, puede
impugnar el testamento. El no poseía más de un cuarenta por ciento del
aserradero original, pero debes comprender que este no era más que una
diminuta porción de Industrias Katin. Y, además de tu tío, puedes estar
segura de que tu madre también lo impugnará.
—¡Dios santo, Alexey! ¿Cómo se le ocurrió mencionarme siquiera en su
testamento?
—Podría pensarse que fue un
intento de compensarte por lo que ambos te hicieron, pero en realidad fue
porque él te quería de veras.
—Pues no puedo aceptarlo. ¡No
necesito su dinero, y además no lo quiero!
—Lo comprendo. Yo no soy más
que su abogado y albacea testamentario, encargado de cumplir sus deseos.
Si decides vender el negocio o cedérselo a tu tío o a tu madre, eso es cosa
tuya.
Probablemente no tienes ni la menor idea de lo que vale, pero es mucho,
Elena.
Sus negocios no se limitaban al aserradero. Lo cierto es que, aunque es
bien sabido que hace años respaldó al banco en una crisis, la gente no sabe
que, si él retirase su dinero, el banco se hundiría. Industrias Katin lo
controla por completo.
Hizo una pausa antes de concluir:
—Tal vez si te das un poco de
tiempo para digerir toda esta
información, acabes decidiéndote a aceptarlo.
Lena se puso en pie y comenzó a recorrer la estancia de un lado a
otro.
Esto sí que no se lo esperaba. ¡Dios, menuda ironía! Si a su madre no le
daba un ataque con sólo saber que estaba en el pueblo, esta noticia a buen
seguro la mataría.
—¿Dices que controla el banco? —
preguntó en voz baja.
—Sí.
—¿Cómo?
—El banco se fundó en la época de tu abuelo. Sin embargo, las decisiones
erradas que fueron tomando en sus negocios a lo largo de los años dejaron
al banco con una desesperada necesidad de capitales. Tu padre les hizo ese
favor, utilizando Industrias Katin. A cambio se aseguró préstamos para
construir nuevas plantas a un interés excepcionalmente bajo. Ahora mismo
el banco está perfectamente saneado: hace unos años, tu padre contrató a
un asesor financiero de San Peterburgo para que supervisase las inversiones y tal.
Oficialmente no tiene nada que ver con el banco, ni es el presidente —ese
honor recae en el señor Wells—, pero él tiene la última palabra en todo. Tu
padre confiaba plenamente en ese asesor.
Lena no sabía qué decir.
—¿Y mi madre no sabe nada de
esto?
—No. Ella cree que tu padre tenía tan sólo una pequeña participación en el
banco, y supongo que cree que ella la heredará, junto con el aserradero y
todo el negocio, por supuesto.
—¡Santo Dios! —murmuró
Lena.
Alexey sonrió.
—No; al hermano Petrov lo dejó fuera del testamento.



CONTINUARÁ...
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Mensaje por Lesdrumm Jue Feb 19, 2015 5:14 pm

OCULTO AMOR






Capítulo 5


Lena disponía de un día libre antes del funeral, de modo que aceptó el
consejo de Mary y fue hasta la ciudad, posponiendo sus planes originales
de jugar al golf. No se juega al golf el día antes del funeral del padre de
una, por muy buen tiempo que haga. 
Así pues, fue en coche de nuevo hacia el centro. A la luz del día, los
edificios tenían un aspecto mucho más ajado, y también parecían más
pequeños.
Moscú  no había cambiado mucho en realidad. La panadería de
Dobson seguía estando en la misma esquina, cerca de la carnicería. Notó
que le brotaba una sonrisa al distinguir el letrero del café:
«CAFÉ VOLKOV. SÓLO BUENA
COMIDA». ¡Dios, qué recuerdos! El establecimiento había pertenecido a
la familia de Yulia desde siempre, y ella había pasado allí muchas mañanas
de sábado, ayudando a esta y a su hermana Katya a lavar los platos, en la
cocina, para consternación de su madre, pues consideraba que un bar no era
el lugar apropiado para la hija del alcalde. De repente, decidió que
necesitaba una taza de café. Tal vez estaría la señora Volkova.
No estaría mal poder saludarla, al menos.
La campanilla repicó al abrir la puerta. Miró hacia arriba, segura de que
era la misma campanilla que ella recordaba después de tantos años.
Quedaban unos cuantos clientes desayunando todavía, y algunos de ellos la
miraron con curiosidad, pero nadie interrumpió su conversación. Se acercó
resueltamente a la barra, se sentó en uno de los taburetes de siempre y
aguardó.
Sonó otra campanilla y se oyó un grito de
«¡Pedido listo!» procedente de la cocina.
Una joven asió los dos platos y salió a toda velocidad a servir el desayuno
en una de las mesas.
—¡Vaya, que me unten con
mantequilla y digan que soy un cruasán!
¡Mira a quién tenemos por aquí!
Lena dio media vuelta y se encontró a Ekaterina Volkova mirándola
fijamente, una Katya mayor y más rechoncha que la chiquita que solía
acompañarlas a Yulia y a ella. Esbozó una sonrisa y alzó la ceja, sin saber
bien cómo iría a tomar su presencia allí.
—Me sorprende que me hayas
reconocido.
—Querida, no hay nadie más en el mundo que posea esos ojazos mezcla de verde y gris —
contestó , soltando una carcajada mientras se acercaba—. ¿Debería
apartarme de ti, por si de pronto comienzan a caer rayos?
—Tal vez no sería mala idea. 
—No creí poder volver a verte, Lena. ¿Cómo te va?
—Yo... bueno, bien.
—Siento lo de tu padre, aunque la verdad es que no creímos que fueses a
venir para el funeral. Precisamente lo estuvimos hablando Yulia y yo
anoche.
Nos preguntábamos si alguien se molestaría siquiera en avisarte.
—Ah, ¿sí? ¿Qué tal está Yulia?
—¿Yul? Oh, estupendamente. Es la dueña de la tienda de regalos Hallmark
del nuevo centro comercial.
Katya se sirvió una taza de café y se sentó frente a Lena.
—Así que has vuelto —continuó—.
¿Dónde te han encontrado?
—En Monterrey.
—¿Y eso dónde es, en California?
Lena asintió.
—Al sur de San Francisco.
—Vaya, pues debe de ser el sitio ideal para ti, porque tienes un aspecto
estupendo.
—Gracias. Tú apenas has cambiado, Katya.
—Oh, vamos, ¿a quién intentas
engañar? Esto es lo que le hace a una el tener cuatro hijos antes de los
treinta —
contestó señalándose a sí misma—. Eso y la comidita de mamá.
—Pues estás muy bien. Eras
demasiado flacucha.
—Sí que lo era, pero me comí a esa niña hace años —contestó Katya con
una carcajada—. Espera, voy a por mamá.
Seguro que querrá saludarte.
Antes de que Lena pudiese protestar, la señora Larissa estaba ya
saliendo como una exhalación de la cocina, con la felicidad pintada en el
rostro.
—¡Por todos los santos, pero si es Lena Katina! ¡Dame un abrazo!
Lena se puso en pie,
obedientemente, y se dejó achuchar por la enorme mujer.
—¡Dios mío, cuánto has crecido! —
exclamó después, separándose un poco para verla mejor—. Te has
convertido en una preciosa joven, Lena. Tu padre estaría muy orgulloso
de ti.
A Lena se le heló la sonrisa.
—Lo dudo. No he cambiado hasta ese punto, señora Volkova.
—Oh, vamos. Eso fue todo cosa de tu madre. ¡Como si fuésemos a tenerte
en menos, a ti o a tu familia! Ya no estamos en los años cincuenta,
Lena.
Eso sí que la hizo reír, porque estaba completamente segura de que Moscú  se había quedado anclado en algún momento comprendido entre
1950
y 1970. Sin embargo, le estaba gustando la manera como la habían recibido
en el Café Volkov. Debería haberse dado cuenta de que aquellas buenas
gentes que tanto la habían querido no iban a volverle la espalda.
—¿Cuánto tiempo piensas quedarte?
—No estoy segura. Ni siquiera he ido a ver a mi madre todavía. Seguro que
será muy divertido.
—Daría algo por verlo —dijo la señora Volkova, guiñándole el ojo—. Me
conformaría con poder ser una mosca en la pared. Perdona la franqueza,
pero nunca he entendido que esa mujer echase de aquella manera a su única
hija. La verdad es que apenas le he dirigido la palabra en los últimos
quince años.
—Bueno, mamá, tampoco es que tú frecuentes mucho el club de campo —
le recordó Katya—, y ella tampoco ha puesto nunca los pies aquí.
—Aun así. No fue un acto nada
cristiano, a pesar de que no falte nunca al servicio religioso de los
domingos.
Esperemos que sea para pedir perdón.
Lena sonrió, sabiendo que tal idea nunca se le habría pasado a su
madre por la cabeza: Inessa Katina nunca había hecho nada malo, desde
su punto de vista.
—Bueno, cambiemos de tema. Me
alegro mucho de que estés de vuelta.
Tienes que ir a ver a Yul: seguro que le encantará saber que estás aquí.
—Es cierto. Me dio mucha rabia no haber podido despedirme de ella —
admitió Lena.
—Pues no creo que te lo haya
perdonado, Len. Erais muy amigas, y se tomó bastante mal todo aquello.
—¿Mal? Eso es quedarse corta,
mamá. ¿Cuántas noches no habré tenido yo que escuchar sus amargas
quejas?
—No sabes cuánto lo lamento, pero es que no tuve elección. Una mañana
me levanté creyendo que me iba para el instituto, pero acabé dentro de un
Avión, camino a Estados Unidos.
La señora Volkova movió la cabeza de un lado a otro, apesadumbrada.
—Una verdadera lástima, sí señor.
—No pasa nada. Seguramente fue mejor así. Quién sabe lo que habría
ocurrido si me hubiese quedado. Me las he arreglado bastante bien.
—Esto es muy cierto. Y seguro que a tu madre le fastidia bastante que
hayas conseguido triunfar en la vida. Me extraña que no le haya dado un
ataque cuando tu libro figuró en la lista de los más vendidos, por no hablar
de cuando lo llevaron al cine.
Lena se encogió de hombros.
Sí, había tenido bastante éxito en lo profesional; ella misma estaba
sorprendida. Eso debía agradecérselo a Ingrid. Pero en lo personal no había
sido así. Tenía una vida bastante solitaria; en ese aspecto no había habido
muchos cambios. Bueno, tenía amistades, muchas amistades. Era lo
normal, siendo una escritora de éxito, con dos novelas llevadas al cine. De
repente, los conocidos se volvieron amigos de toda la vida. Y
también había traído consigo inacabables ofertas de favores sexuales.
Lena creía que aquello sería suficiente para hacerla feliz, pero cada
vez que se llevaba a una nueva mujer a su lecho se sentía un poco más sola.
Tomó otro sorbo de café, ya frío.
Hizo una mueca y apartó la taza; Katya y la señora Larissa se echaron a
reír.
—Deja que te la llene de nuevo —
ofreció Katya.
—¿Te apetece desayunar? Puedo
hacerte unas tortitas de suero de leche, que tanto te gustaban —añadió la
señora Larissa.
—Gracias, pero he desayunado con Mary hace poco.
—¿Mary? ¿Mary Vasilieva?
—Sí, me alojo en su casa.
—Vaya, han sido muy amables —
comentó la señora Larissa—. Siempre me han parecido buena gente.
—De todas formas, es mejor que me vaya ya, para que podáis volver al
trabajo.
—¿Te gustaría cenar con nosotras, Lena? A Oleg le encantaría verte.
Estarán las niñas, y será como en los viejos tiempos.
Lena meditó un momento la oferta, recordando las innumerables
veces en las que había cenado con los ocho miembros de la familia
Volkov. Sí, sería estupendo.
—De acuerdo, acepto la invitación.
—¡Magnífico! Me muero de ganas de presumir de hijas —dijo Katya—. ¡Y
de maridito! Es un hombre estupendo. Tal vez lo recuerdes, se llama Greg
Kubiak.
—¡Dios, Kat! ¿El empollón aquel al que todos llamábamos «cuatro
ojos»? —
bromeó Lena.
—Sí, pero ahora lleva lentillas y lo hemos engordado un poco, ¿verdad,
mami?
—Sí, señora. Trabaja en el
aserradero, Len. Tiene estudios de informática y trabaja allí, en las
oficinas.
Lena asintió. Sí, seguramente el aserradero daría
empleo a medio pueblo, si no a más. El aserradero, que pronto sería suyo.
¡Maldita sea!
—Me encantará verlo de nuevo.
—Venga, ahora vete corriendo a ver a Yul. ¿Te ha dicho Katya dónde
trabaja?
—Sí, en el centro comercial, en la tienda Hallmark.
—Estupendo. Y ven pronto. Es una pena no haber enviado a alguien a por
refrescos a los límites de la ciudad.
—¿Refrescos?
—Cerveza y eso —susurró la señora Volkova.
—¿A los límites del Ciudad?
—Ya sabes que en estos barrios de la ciudad no se puede comprar alcohol. Los baptistas
siguen controlándolo todo —dijo soltando una carcajada—. ¡No me digas
que has olvidado que en este barrio  existe la ley seca!
Lena asintió.
—Sí, había olvidado que en esta zona sigue en vigor la prohibición.


Lena se sorprendió del
nerviosismo que sentía al entrar en el estacionamiento que había frente a la
tienda Hallmark. En todos aquellos años había pensado mucho en Yulia,
sobre todo al principio. De hecho, había estado a punto de ponerse en
contacto con ella cuando consiguió graduarse en la universidad, para
contárselo, pero se autoconvenció de que Yulka no querría saber nada de ella
y lo fue posponiendo.
Y allí estaba ahora, quince años más tarde, una mujer hecha y derecha, a
punto de ver a la primera chica que había despertado algo especial en ella,
unos sentimientos con los que por entonces no sabía siquiera qué hacer. La 
Yulia que ella recordaba era una jovencita de diecisiete años. Se preguntó
cuánto habría cambiado. ¿Sería ahora como Katya?
Lena no se había molestado en preguntar con quién se había casado,
ni si tenía hijos. Era lo más probable, pues provenía de una extensa familia.
Sin duda intentaría recrearla, igual que había hecho Katya.
—¡Venga, vamos! —susurró,
tamborileando con los dedos sobre el volante—. ¡No puedes esconderte
aquí todo el día!
Por fin abrió la portezuela y salió a pleno sol, intentando localizar a Yulia en
la tienda a través de la luna del escaparate.
Pudo distinguir unos cuantos clientes, yendo de acá para allá, pero no vio
ninguna cara familiar entre ellos. Se apartó el pelo de la cara y enderezó
con gesto nervioso el cuello de la blusa antes de dirigirse decididamente
hacia el local, sin dudar más que una fracción de segundo antes de cruzar el
umbral. Una nota musical anunció su entrada. Pasó al interior, fingiendo
mirar a los productos exhibidos junto a la puerta, para finalmente atreverse
a alzar la vista y buscar a Yulia por todo el local.
—¡Dios santo! —murmuró para sí.
Yulia estaba junto a la caja
registradora, al fondo, hablando con una clienta y riéndose por algún
comentario de esta. Llevaba el negro cabello mucho más corto que en
sus tiempos del instituto, con un bonito corte que apenas le rozaba el cuello
de la blusa. Lena lo recordaba un poco mas largo pero con un estilo rebelde y liso. La suelta sonrisa que
recordaba seguía allí, pero ahora la acompañaban unas tenues arruguillas
sobre la suave piel de alrededor de los ojos. Su aspecto era tan encantador
como siempre, y Lena notó que el corazón se le aceleraba al verla.
Aguardó a que la clienta se fuese y después se aproximó con las manos
embutidas en los bolsillos del vaquero, pues no sabía qué hacer con ellas.
Yulia recolocó los bolígrafos que había en una jarra, junto a la caja
registradora, mientras Lena esperaba a que alzase la vista.
Cuando lo hizo por fin, su mirada vagó distraídamente por la tienda,
deteniéndose de golpe al ver un rostro conocido. Frunció ligeramente el
ceño y de inmediato abrió los ojos de par en par al reconocerla. Lena
sonrió.
—¡Dios mío! ¿De verdad eres tú?
Ella se encogió de hombros en
respuesta.
—Depende de quién creas que soy.
—¡Lenok! —contestó en un susurro.
Comenzó a rodear lentamente el mostrador, yendo hacia ella. Fue
acelerando el paso, de modo que, antes de que Lena pudiese darse
cuenta de lo que estaba sucediendo, su amiga le echó los brazos al cuello,
abrazándola estrechamente.
—¡Dios santo, eres tú de verdad!
Lena le devolvió el abrazo, sorprendida de la familiaridad de aquel
sencillo gesto.
—En carne y hueso.
Yulia se apartó por fin, pasando a sujetarle las manos. Sus miradas se
clavaron la una en la otra, al tiempo que idénticas sonrisas iluminaban sus
rostros.
—¡Que sepas que estoy enfadadísima contigo! —consiguió decir Yulia por
fin.
—Ah, ¿sí? ¿Qué he hecho esta vez?
Notó un fuerte puñetazo en el brazo y dio un paso atrás, frotándose el punto
en el que Yul la había golpeado.
—¿A qué viene esto?
—Lo sabes perfectamente. ¡Ni una palabra, ni una carta! ¡Nada! ¡No sabía
siquiera si estabas viva o muerta!
Lena bajó la vista. Eso sí se lo esperaba. Lo había esperado también
de Katya y la señora Larissa.
—No me dieron la posibilidad de despedirme, Yulia. Y después... bueno,
para entonces ya era demasiado tarde. Además, no sabía si querrías tener
noticias mías.
—Debería haberme dado cuenta.
Siempre has sido una tozuda.
—¿Tozuda? ¡Me echaron a patadas de la ciudad,del país! —le recordó Lena.
—¡Tonterías! Tampoco te apuntaron con una pistola, ni nada de eso.
Podrías haberte quedado a vivir con nosotros.
Sabes perfectamente que mamá te habría recibido con los brazos abiertos.
—No sabía nada, sólo sabía que estaba muy asustada. Creía que no querrías
hablarme siquiera, y mucho menos verme.
—¿Por qué? ¡Eras mi mejor amiga!
Lena se encogió de hombros.
—¡Dios! ¡Terca como una mula!
Se miraron la una a la otra y por fin ambas prorrumpieron en carcajadas.
—Lo siento. Hace ya... quince años que no nos vemos y no se me ocurre
más que echarte la bronca.
—No pasa nada, me lo merezco.
—No, no es cierto. Otra cosa sería si te hubieses fugado o algo así. Lo
siento, Lenok —dijo Yulia, atrayéndola hacia sí para abrazarla de nuevo—.
¡Me he llevado una sorpresa tan grande al verte...! No podías llamar antes,
claro.
—No sabía siquiera si vendría a verte. Pero Katya y tu madre insistieron.
Yulia abrió los ojos de par en par.
—¿Las has visto?
—Me pasé por allí a tomar un café.
De hecho, tu madre me ha invitado a cenar esta noche.
Yulia se echó a reír.
—¡Naturalmente! Siempre te ha
querido mucho. ¿Te contó que le echó una bronca tremenda a tu madre?
Lena hizo una mueca de
incredulidad.
—¡Estás de broma! ¿Cuándo?
—Cuando nos enteramos de que te había enviado lejos. Mamá cogió el
coche, fue directamente a casa de tus padres, llamó al timbre y se lo soltó
todo allí mismo, en la entrada de la casa.
—Todo este tiempo he estado
convencida de que todo el barrio y la ciudad me odiaba y que se alegraban de que
hubiese desaparecido de sus vidas. No creí que a nadie le importase lo más
mínimo —
admitió Lena.
—Oh, Lenok, no puedes decirlo en serio. Nosotros te queríamos, pasase lo
que pasase. No deberías haber estado tan sola —dijo antes de hacer una
pausa—.
¿Por qué no me lo dijiste?
—Creí que me odiarías.
—¿Odiarte? ¡Yo te quería!
Lena se encogió de hombros.
—Era una niña. Apenas sabía lo que me estaba ocurriendo, Yulia, y desde
luego no creí que pudieses entenderlo tú. Me daba muchísimo miedo
decírtelo.
Yulia suspiró.
—Probablemente estabas en lo
cierto. Cuando lo supe me puse histérica.
Estaba muy enfadada contigo por no habérmelo dicho, pero a la vez estaba
confusa. Y...
—Y pensaste en todas las veces que habíamos dormido juntas —completó
Lena.
Yulia enrojeció.
—Lo siento. No era eso lo que
quería decir.
—No lo sientas. No te culpo por haberlo pensado.
Sonó el teléfono, y Yulia agarró a Lena del brazo.
—¡No te atrevas a marcharte!
Corrió hacia el mostrador y descolgó el auricular con grácil gesto.
—El Hallmark de Yulia—anunció, y a continuación sonrió—. Sí, está aquí
mismo.
Lena sonrió y se dio media vuelta para ofrecer a Yulia un poco de
intimidad. Y también a sí misma. Aquello no se parecía nada a como se
había imaginado que sería su encuentro.
Esperaba ira, sí, pero le sorprendió descubrir que habían retomado sus
riñas por naderías, como si no llevasen quince años separadas. ¡Oh, en los
viejos tiempos tenían unas broncas terribles! Sin embargo no dejaban por
ello de ser las mejores amigas del mundo. Hasta que crecieron, hasta que
Lena comenzó a sentir ciertas cosas. ¡Dios, por entonces no pensaba
más que en eso cuando estaba junto a Yulka! Y cuando comenzaron a salir
con chicos, cuando Yulia salía por su cuenta con Pasha Pavlov,
Lena tenía que reprimirse para no seguirla y asegurarse de que Yulia
estaba bien. De pronto se le ocurrió que tal vez había acabado casándose
con él, y sus ojos se abrieron de par en par. ¡Dios santo, esperaba que no!
Pasha Pavlov era un fracasado.
—Bueno, acaban de invitarme
oficialmente a cenar. ¡Mamá está emocionadísima con tu vuelta! Piensa
hacer una barbacoa. Espero que vengas preparada para ello.
—Será estupendo. Estoy deseando volver a veros a todos. Katya tiene cuatro
hijos, ¿no?
—Oh, sí. Y yo los mimo
escandalosamente.
—Ah, ¿sí? ¿Y qué hay de ti? ¿Hay alguna pequeña Yulia correteando por
ahí?
La morena negó con un gesto.
—No tengo hijos.
—Hubiese jurado que a estas alturas tendrías ya una casa llena de ellos.
¿Por qué no?
Yulia se encogió de hombros.
—No fue así, simplemente.
Lena asintió. Estaba claro que había escogido mal el tema de
conversación. En fin, tal vez más tarde podría hacer más preguntas.
—Será mejor que te deje volver al trabajo. Además, tengo que dar señales
de vida. Seguro que Mary se estará preguntando en qué clase de lío me
habré metido.
—¿Mary? ¿Has venido... has venido con alguien?
Lena se echó a reír.
—¡No! Mary Vasilieva. Me alojo en su casa.
—Ah, entiendo. Supongo que ni se te ocurrió la opción de alojarte en casa
de tus padres.
—Todavía no he visto a mi madre.
Ni sabe que estoy aquí.
Yulia inclinó la cabeza.
—Lo siento. Había olvidado por completo la razón de tu venida.
—No pasa nada. Otra cosa sería si...
sintiese algo, ya sabes. Era mi padre, pero hace ya mucho tiempo que perdí
a mi familia, y el período de luto quedó muy atrás.
Yulia asintió con gesto triste.
—Lo comprendo.


CONTINUARÁ...
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Mensaje por Lesdrumm Jue Feb 19, 2015 5:20 pm

OCULTO AMOR




Capítulo 6


—Ya sabía yo que, si alguien te iba a recibir con los brazos abiertos, esos
serían los Volkov —dijo Mary—. Me alegro de que hayas ido a visitarlos.
Son muy buena gente.
—Sí que lo son. Eran como mi
segunda familia.
—¿Y has... has pensado en ir a ver a tu madre? —preguntó Mary en tono
inseguro.
—La verdad es que sí. Pensaba ir hoy, pero se me ha pasado el tiempo en
un suspiro. Tal vez será mejor que espere hasta mañana, después del
funeral.
—Estoy segura de que ya todo el pueblo sabe que estás aquí. De hecho me
extraña no haber recibido ya una llamada telefónica.
—¿De ella?
—Sí. A pesar de todo, tu madre sigue siendo una mujer muy poderosa en
este pueblo. Al faltar tu padre, todo el mundo da por sentado que ahora es
ella la que está a cargo del las empresas. Tu padre era un hombre muy
amable, pero tu madre... bueno, a ella se la ve como a una...
—¿Bruja?
—No pensaba utilizar un término tan fuerte, pero...
—Viví con ella durante casi
dieciocho años, Mary. La conozco perfectamente.
—En fin, yo creo que la gente querrá llevarse bien con ella, simplemente,
de modo que no me sorprendería que haya tenido ya unas cuantas visitas
para hacerle saber que has vuelto al pueblo; para advertirla, tal vez.
—¿Estás sugiriéndome que vaya hoy mismo a verla?
—Siempre hemos sido amigos de tus padres, pero sólo de cara a la galería,
eso es todo. Si fuese a aconsejarte algo, sería que no vayas a verla, ni hoy
ni nunca. Es una mujer muy rencorosa. No quiero ni imaginarme lo que
acabaríais diciéndoos la una a la otra.
Lena se echó a reír.
—Tengo treinta y tres años, y sé controlarme perfectamente. Ella tan sólo
es mi madre de nombre. No siento nada por ella, excepto tal vez cierto odio
lejano. No puede decirme nada que me haga más daño del que me causó
hace quince años.
—No la subestimes.
—No le tengo miedo, Mary. Ella no posee nada que yo desee.
—Está bien. Pero si quieres disfrutar de la velada con los Volkov, te
recomendaría que no visites hoy a tu madre.
—En eso estoy de acuerdo —
contestó Lena con
una sonrisa—. Así que me pasaré por allí mañana, después del funeral.
¿Qué te parece?
—Creo que es una buena idea. ¿Te imaginas cómo se sentirá en estos
momentos, al tener que perderse la oportunidad de ser el centro de
atención?
Estoy segura de que estará mordiéndose las uñas, allí en el hospital, donde
nadie puede ver su dolor.
—¿Te refieres al dolor físico o a sus sentimientos?
—Al físico. Aunque estoy segura de que habría montado un buen
espectáculo en el funeral.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, no me gusta cotillear, Lena. Poca gente lo sabe, pero el
matrimonio de tus padres naufragó hace ya mucho tiempo. Cuando se
mudaron aquí decidieron vivir cada uno en un ala de la casa. Hace años que
no eran un matrimonio de verdad.
—¿Y dices que no se sabía? ¡Anda ya!
¿En esta ciudad?
—Bueno, por supuesto que había rumores; ya se sabe que el servicio
doméstico siempre cotillea. Pero no eran más que rumores.
Lena movió la cabeza de un lado a otro. ¡Cuánta energía
desperdiciada en tamaña estupidez! Se alegraba de haberse alejado de allí
en aquel momento.
—Bueno, ya es suficiente. Ve a prepararte. Estoy segura de que estás
deseando que llegue la noche. Yulia y tú erais tan amigas... Estoy segura de
que tenéis muchísimo que contaros.
—Sí, desde luego.
Lena quedó un momento en silencio y por fin formuló la pregunta
que llevaba todo el día dando vueltas en su cabeza:
—¿Y qué hay de su marido? Cuando estuve con ella se me olvidó
preguntárselo.
—Ah, Yulia está divorciada, hace ya años. Se casó con ese tal Pasha Pavlov, más o menos un año después de acabar el instituto, creo. Pero...
bueno, no salió bien.
—¿A qué te refieres?
Mary inclinó la cabeza.
—No me gusta nada comentar ese tipo de cosas, Lena, pero, en fin,
todos pudimos ver lo que estaba sucediendo.
—¿La pegaba? —aventuró
Lena.
Mary asintió.
—Fue un horror. Al final incluso tuvieron que ingresarla en el hospital.
—¡Dios santo! —susurró Lena.
—Estuvo en la cárcel un tiempo y después se fue de la ciudad. Lo último que
supimos de él fue que se metió en líos en Novosibirsk.
Lena sintió que se le encogía el corazón. ¡El muy cabrón! Yulia era la
persona más amable y gentil del mundo.
¿A qué clase de bestia podría ocurrírsele levantarle la mano?
—Es algo que ella ha dejado muy atrás. Por favor, no le digas que te lo
conté.
—Por supuesto.
Sin embargo, cuando más tarde
Lena iba conduciendo en dirección al hogar de los Volkov,
La pelirroja seguía preguntándose cómo reaccionaría al ver a Yulia. Sus
manos se clavaron en el volante al recordar la noche en que vio a Yulia y a
Pasha besándose bajo las gradas.
Debería haberse dado cuenta entonces.
Pasha la había empujado contra la barandilla, acorralándola. Pero
Lena estaba demasiado consumida por los celos para darse cuenta. Lo
único que podía ver era que se estaban besando y acariciando.
Pero eran las manos de él las que la sobaban; las de Yulia estaban contra los
hombros de su pareja, como si intentase apartarlo de sí.
—¡Maldita sea! ¡Debería haber hecho o dicho algo!
Pero entonces no eran más que unos adolescentes explorando su
sexualidad, y ella no habría podido ir sencillamente hasta allí y apartarlo
de su amiga.
Lena movió tristemente la cabeza.
Dos días atrás estaba en California, sin pensar ni por un momento en Moscú, y Yulia no era más que un recuerdo del pasado.
Y allí estaba ahora, preguntándose por qué no había intervenido quince años
atrás cuando su mejor amiga estaba besándose apasionadamente con su
novio.
—Déjalo ya; eso es algo que no te incumbe —se dijo a sí misma.
Lo que iba a hacer era disfrutar de una agradable cena con sus viejos
amigos, ponerse al corriente de las novedades e irse a casa después. De allí
a unos días estaría de vuelta en California, y Moscú seguiría como
siempre. Ella no podía hacer nada por cambiar las cosas.
Localizó sin problemas la casa de los Volkov. Estaba exactamente como
ella recordaba, incluyendo la gran cantidad de automóviles estacionados en
la entrada.
Oleg Volkov era mecánico, y en la casa había siempre tres o cuatro
coches en reparación. Con una familia de seis hijos, sin duda lo hacía para
que todos pudiesen tener un medio de locomoción. Tal vez no era más que
una excusa entonces, o quizás ahora hacía lo mismo con sus nietos.
El macizo de azaleas frente a la casa estaba cuajado de flores. Se detuvo un
momento a admirarlas. Nunca había podido comprender cómo se las
arreglaba la señora Larissa para trabajar todo el día en el café y encontrar
tiempo para atender su jardín. Lena recordaba perfectamente que allí
siempre había algo en flor, fuese la época del año que fuese.
* * *
Yulia estaba junto a la esquina de la casa, oculta en la sombra, viendo cómo
Lena contemplaba el jardín. Todavía no se hacía a la idea de que
estuviese allí.
Hacía ya mucho tiempo que había dejado de tener esperanzas de verla de
nuevo. Y, sin embargo, allí estaba, tan entrañable como siempre. Aquellos
quince años no la habían cambiado demasiado. Seguía siendo más alta que
ella, aunque no mucho. Sus cabellos rizados pelirrojos habían cambiando a un pelirrojo un poco mas oscuro, y sus ojos
parecían mas verdigrises. Su aspecto era el de una pilluela, tal y como Yulia la
recordaba, y no el de la exitosa escritora que sabía que era ahora.
Vio cómo se apartaba unos rizos de la frente, y sonrió al comprobar que
dudaba antes de dirigirse al patio trasero.
Lena se quedó escuchando las voces un momento y después siguió el
cuidado sendero que llevaba al jardín y al patio trasero. La barbacoa ya
humeaba, y los niños corrían de acá para allá, esquivando las velas que
exhalaban aroma antimosquitos. Había sillas de jardín sobre el césped y
también en el patio enlosado. Se quedó allí un momento, asimilando todo
aquello. Lo había echado de menos, la intimidad de una familia, los
amigos... Se oyó una estruendosa carcajada y reconoció a Dimitri, el
hermano pequeño de Yulia, que ahora medía más de metro ochenta. Cuando
ella se fue de allí no era más que un renacuajo.
—¿Asustada?
Lena dio un respingo,
sobresaltada. Yulia estaba tras ella, llevando una fuente cubierta en la mano.
—Sólo miraba —contestó,
inclinando la cabeza con curiosidad—.¿Qué llevas ahí?
—Ensalada de patata.
—Ah.
—Me temo que mamá intenta
invitarte a una comida de bienvenida.
Dice que seguramente no habrás probado una barbacoa como es debido
desde que te fuiste.
Lena se adaptó al paso de Yulia, colocándose a su lado.
—En eso tiene razón.
—¡Lena, por fin! ¡Ven, ven! Dima está que se muere de ganas de verte.
—Siempre ha estado muy
enamorado de ti —susurró Yulia.
Lena enrojeció al verse frente a la nueva y crecida versión del
muchachito que ella recordaba.
—¡Dios santo, Dima, has crecido más de un metro!
Entonces fue él quien se puso rojo como un tomate.
—Hola, Lena.
Ella se acercó para darle un fuerte abrazo.
—¡Me alegro mucho de volver a
verte!
—Sí, bueno... tienes un aspecto estupendo —contestó él, ruborizándose de
nuevo—. Mira, te presento a mi esposa.
Acercó a una joven extremadamente tímida hacia sí y añadió:
—Esta es Tess.
Lena le estrechó la mano educadamente.
—Encantada de conocerte.
—Gracias —susurró ella en
respuesta.
—No te extrañe su comportamiento, Lena —le dijo Katya mientras se
acercaba y la enlazaba por la cintura—. Ha oído todas esas historias
horrorosas que circulan sobre ti, y seguramente está muerta de miedo.
—¡Katya!
—¡Eh, mamá, sólo era una broma!
—se defendió ésta, y a continuación se volvió hacia la pelirroja para
susurrarle—: Tess es muy callada.
—Bueno, con esta compañía no me extraña.
Katya se echó a reír.
—Mira a Dima: ¿a que es increíble el estirón que ha pegado?
—Cierto, apenas lo reconozco. ¿Y
qué hay de Eric y los demás?
—Eric trabaja en las plataformas.
Está aquí un mes, y después se va otro mes. Y Bobby, ¿te acuerdas de
Bobby?
Está en Austin, de entrenador de rugby en un instituto de allí.
—Por supuesto que me acuerdo de Bobby. Era un pesado, incluso a los diez
años.
—Sigue siéndolo. Becky fue la única de las chicas que se marchó de la ciudad. Se casó con un chico que conoció en la universidad, y viven en
Kaliningrado.
A continuación Katya tiró a
Lena del brazo.
—Ven aquí —le dijo, y la llevó hacia su padre y otro hombre que
Lena supuso que sería Greg, su marido.
—Recordarás a papi, ¿no?
—¿Cómo está usted, señor Volkov?
—Estupendamente, Lena,
estupendamente. ¡Cuánto me alegro de volver a verte!
—Y este es Greg, mi marido.
Lena le estrechó la mano. Greg no se parecía nada al jovencito que
ella recordaba. Se había convertido en un hombre muy atractivo, con un
cuidado bigotillo que se ladeó al sonreír.
—Encantada de volver a verte, Greg.
—Lo mismo digo, Lena.
—Cuatro de los monstruitos que corretean por aquí son hijos míos, pero ya
te los presentaré más tarde. Ahora sírvete algo de beber —dijo Katya
señalando las jarras de té helado que reposaban sobre la mesita plegable—.
Voy a ver si mamá necesita ayuda.
Lena hundió un tazón de
plástico en el cuenco de hielo y llenó su vaso.
—¿Quieres uno? —le dijo a Yulia.
—Sí, por favor.
Le pasó el vaso y, tras probar un sorbo de la dulce infusión, cerró los ojos
de pronto al verse invadida por los recuerdos que aquel sabor le traía.
—¿Te gusta?
Lena sonrió.
—Mucho —dijo mirando hacia Katya
—. Veo que Kat no ha cambiado en lo más mínimo. Sigue siendo tan
marimandona como siempre.
—Sí. Debería ser ella la mayor de la familia, y no yo. Siempre se hace
cargo de todo.
—Por lo que recuerdo, intentaba también controlarnos a nosotras dos. Lo
que nos salvó fue que ella no sabía escalar aquel condenado árbol.
Yulia se echó a reír, señalando el árbol del que hablaba Lena.
—Ahí sigue.
La pelirroja la miró a los ojos.
—Guardo muy buenos recuerdos de ese árbol —susurró.
—También yo. ¿Recuerdas aquella vez que te llevaste un paquete de seis
cervezas de la nevera de tus padres? —
preguntó Yulia—. Las subimos al árbol y nos pasamos la tarde intentando
bebérnoslas.
Lena asintió.
—¡Creí que tu padre nos mataba!
—Bueno, al menos le guardamos
una.
Se quedaron en silencio, recordando otras ocasiones en las que otras
travesuras tramadas por Lena las habían metido en apuros, aunque
casi siempre frente a los padres de Yulia, pues apenas pasaban tiempo en
casa de Lena.
—Y bien, ¿qué has estado haciendo en los últimos quince años, Yulia?
La ojiazul cambió de postura, incómoda, sin atreverse a mirarla a los ojos. De
jovencitas podían hablar de cualquier cosa, compartir sus pensamientos,
sus sentimientos. Pero habían pasado quince años. No le apetecía confesar
los errores cometidos; prefería recomenzar donde lo habían dejado. Por eso
decidió mentir.
—Nada interesante. Hace ya seis años que tengo la tienda. Me mantiene
ocupada.
Lena asintió.
—¿Y?
—¿Y, qué?
—¿Eso es todo? ¿No piensas
contarme nada más? ¿Qué hiciste después del instituto? ¿Fuiste a la
universidad?
Yulia negó con un gesto.
—No, yo... trabajé en el café durante una temporada, y después... en fin,
me casé.
—Ah, ¿sí? ¿Y quién fue el
afortunado?
Yulia la miró fugazmente a los ojos.
—La verdad es que prefiero no
hablar de eso ahora, Lenok, ¿vale?
—Por supuesto. Lo siento, sólo intentaba ponerme al día.
—¿Y qué hay de ti? —preguntó Yulia para cambiar de tema—. Por cierto,
he leído tus libros. Tienes mucho talento. Ni siquiera recordaba que
escribieses cuando estábamos en el instituto.
Lena enrojeció ligeramente. La verdad era que escribía desde
siempre, pero nunca había compartido con nadie sus relatos, temerosa de
que se riesen de ella.
—Era mi pasatiempo secreto —
admitió—. Al empezar la universidad no sabía qué era lo que quería hacer
para ganarme la vida, de manera que me apunté a clases de escritura
creativa y allí encontré mi lugar. Tuve mucha suerte.
—¿Y qué hay de tu vida amorosa?
Yulia se sorprendió a sí misma al formular aquella pregunta. Era algo en lo
que había pensado a menudo al principio, cuando se enteró de todo.
Lena sonrió.
—¿Quieres hablar sobre mi vida amorosa? ¿Qué pasa, es que acaso soy la
única lesbiana que conoces?
—Pues la verdad es que... sí.
—¿No hay ni una misteriosa
solterona en todo el pueblo? —bromeó Lena.
—Bueno, ya sabes, la señorita Cutter nunca llegó a casarse. ¿Esa cuenta?
—¿Sigue viva? ¡Dios, debe de tener ya más de ochenta años!
—Cuando íbamos al instituto no tenía más de cuarenta y pico. De hecho,
sigue dando clase.
—¿Y ha vivido sola todos estos años?
—Bueno, la verdad es que se va del pueblo bastante a menudo, los fines de
semana.
—Ahí tienes: seguramente visita a escondidas desde hace tiempo a algún
rollete depravado que tiene. Tal vez otra solterona de otra ciudad.
Ambas soltaron una carcajada. Katya se acercó y las tomó del brazo.
—¿Qué es eso tan divertido?
—Nada, sólo nos estábamos
poniendo al día de las novedades —dijo Yulia.
—Ajá. Pero no podéis quedaros aquí escondiditas toda la noche,
parloteando.
Dios, qué rabia me daba cuando estabais juntas. Os encerrabais en vuestro
cuarto y me dejabais fuera, y yo os oía hablar y reír durante horas.
—Eran conversaciones de chicas, y tú no eras más que una renacuaja —
dijo Lena.
—¡No lo era! No me lleváis más que cuatro años.
—O sea que ahora tienes
veintinueve. Dios mío, Kat, ¿con veintinueve años tienes ya cuatro hijos?
¿Sabes a qué se debe, verdad?
—Muy graciosa. Pero estoy segura de que tú sí que no lo sabes —se burló
Katya
—. Además, mamá ya ha perdido la esperanza de que Yulia le dé nietos, de
modo que todos los demás hermanos estamos encargando uno extra.
—Muchas gracias, hermanita —le dijo Yulia, dándole un cariñoso puñetazo
en el brazo.
—¡Eh, no es culpa mía que no tengas mi instinto maternal!
—¡Niñas, venid aquí y sed un poco sociables! ¡No hemos traído a Lena
aquí para que sólo la disfrutéis vosotras!
—Vamos; mamá se ha puesto firme.
—Quiero que Lena me cuente
todos los detalles de su vida en California.
Seguro que es interesantísima.
Lena se dio la vuelta y guiñó el ojo a Yulia.
—¿Debería dejar aparte lo de mi vida amorosa?
Yulia sonrió mientras contemplaba cómo su familia volvía a absorber a
Lena en su seno, y por primera vez en muchos años se sintió
completamente feliz.


CONTINUARÁ...
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Mensaje por Lesdrumm Jue Feb 19, 2015 5:24 pm

OCULTO AMOR



Capítulo 7


—Ha sido estupendo volver a ver a Lena, ¿verdad? —dijo Katya mientras
ayudaba a su madre a recoger.
—Sí que lo ha sido. Fue casi como en los viejos tiempos —contestó Yulia.
Se había sorprendido mucho al ver cómo, después de quince años de
separación, ambas habían podido hablar y bromear como si no hubiese
pasado ni un día.
—¿Le... le contaste algo?
Yulia negó con un gesto.
—No pudimos estar a solas durante mucho rato. Además, no tengo claro si
quiero o no sacar todo eso a relucir.
Katya la agarró del brazo cuando pasaba a su lado, apretándolo
cariñosamente.
—Tú misma me dijiste que Lena era la única persona a la que podías
contárselo todo. Y sé muy bien que nunca has hablado con nadie de esto.
—¿Cuánto tiempo ha pasado ya, seis años? Creo que lo tengo más que
superado —insistió Yulia.
—De eso nada. Lo has mantenido ahí dentro, embotellado, como si una
pudiese volver a ponerle el corcho a una botella de vino malo y esperar a
ver si algún día se convierte en un rico chardonnay.
—¿Estás comparando mi vida con una botella de vino malo?
—Sabes perfectamente lo que quiero decir, Yul. Tienes que abrirte, sacarlo
afuera y comenzar de nuevo. ¿Has pensado siquiera en volver a salir con
alguien? No puedes pasarte sola toda la vida tan sólo porque un gilipollas
te hiciera aquello.
—No es que Moscú rebose de hombres adecuados, Katya, por mucho
que yo quisiera salir con alguien... que no es el caso —añadió.
—Ahí es adonde quería yo llegar: que no quieres. Y eso no está bien, Yulia.
Tienes que buscar a alguien. Tienes ya treinta y tres años. Es hora de que
tengas tus propios hijos, para que pueda yo intentar compensar el daño que
les has hecho a los míos.
—¿Qué quieres decir?
—¡Lo sabes de sobra! Los malcrías terriblemente. Ya no puedo
controlarlos siquiera. Ten tú un par de niños y te devolveré el favor.
Yulia se echó a reír y detuvo un momento sus quehaceres para dar a su
hermana un beso en la mejilla.
—Gracias, hermanita, pero me gusta todo tal y como está ahora. Así no
tendré que pagarles la universidad.
—Pues como no te andes con
cuidado enviaré a Lee Ann a vivir contigo.
—¡No olvidéis apagar las velas, chicas!
—¡Ya me ocupo yo, mamá!
Yulia se acercó a la mesa plegable y apagó de un soplido las dos altas velas
que aún seguían encendidas.
—¿Sabes cuánto tiempo piensa
quedarse?
—¿Lena? En realidad no lo dijo.
Supongo que el fin de semana. Claro que, si va a ver a su madre, puede que
decida irse antes, lo cual sería bastante comprensible.
—Ya te digo. ¿Te imaginas a cuántas enfermeras voluntarias habrá hecho
llorar?
Yulia hizo una pausa.
—¿Crees que habrá ido alguien a verla? Quiero decir, ¿tiene amigos?
—Claro que tiene amigos. Está la Asociación Femenina, los del club de
campo y todas esas mujeres que conducen esos enormes cochazos.
Amistades de ese tipo.
—Ah, claro, por supuesto. ¿En qué estaría yo pensando?
—¡No me digas que te da lástima!
—No, no me la da: lo que pienso es que es una vergüenza que sea él quien
haya muerto, ¿sabes? Era una buena persona.
—Para vivir con ella hay que ser casi un santo.
—¡Niñas! ¿Qué es lo que estáis cotilleando ahora?
—Nada, mamá, ya vamos.
Más tarde, mientras conducía de vuelta a casa, Yulia se vio desbordada por
los recuerdos de infancia, y se echó a reír al evocar la multitud de
aventuras a las que Lena la había arrastrado.
—No nos meteremos en ningún lío, Yulka, porque nadie se enterará.
—Aquí sólo vienen los chicos
mayores —insistió Yulia.
—Nosotras somos mayores.
—¡Tenemos doce años!
—Exacto. Y aún puedo sonarle los mocos de un guantazo a Kirill Popov, el
Caragorda.
La morena se imaginó lo que ocurriría si Kirill Popov las pillaba en su lugar
preferido, junto al río. Era tres años mayor que ellas, y por alguna extraña
razón disfrutaba atormentando a Yulia.
Lena había acudido a rescatarla en más de una ocasión. La última vez
hizo sangrar la nariz de Kirill de un certero puñetazo en el rostro.
Yulia rio a carcajadas dentro del coche. Hacía años que no lo recordaba. Y
sí, aquel día las pillaron en el río. Era poco profundo y el agua bajaba
bastante turbia, pero en algunas partes de aquel perezoso río había zonas
más hondas, perfectas para nadar en los calurosos días de verano, aunque la
mayoría de aquellas pozas estaban monopolizadas por los chicos del
instituto. Como si fuesen bandas callejeras protegiendo su territorio, cada
grupo poseía la suya y no la compartía con nadie. ¡Y mucho menos con dos
mocosas de doce años! Y sin embargo, Lena había tirado de Yulia mientras
se abría paso por entre los árboles, después de haber escondido sus
bicicletas entre los arbustos. La mejor poza pertenecía al hermano mayor
de Kirill, y Lena estaba completamente decidida a acabar con aquella
pandilla.
Había sido un sábado por la mañana, temprano aún. No había nadie por los
alrededores. Ambas se quitaron lo puesto hasta quedar en ropa interior y se
zambulleron, disfrutando de la frescura del agua en aquella ardiente
mañana de verano. La diversión no duró mucho: Lena los oyó primero, y
tiró de Yulia para sacarla del agua. Mientras se vestían a toda prisa, apareció
Kirill con dos de sus amigos.
—¡Vaya, mirad lo que tenemos aquí, Mocosa Uno y Mocosa Dos! ¡A por
ellas, chicos!
Yulia cogió sus zapatos y comenzó a correr, pero Lena se mantuvo firme
en su lugar. Cuando ya estaba cerca de los árboles, Yulia se detuvo y la miró
con asombro.
—Lenok, ¿qué haces? ¡Vamos!
—¡No! No les tengo miedo.
Fue entonces cuando Yulia se dio cuenta de lo mucho que había crecido
Lena ese verano. Allí estaba, muy derecha, todavía descalza pero vestida.
Los tres chicos la rodearon, y Lena se echó a reír: todos eran más bajos
que ella.
—Esto no parece muy justo, chicos.
Tal vez debería atarme una mano a la espalda —los provocó.
Yulia rio de nuevo. Todavía podía ver a Lena allí de pie, arrojándolos al río
uno detrás de otro, vestidos como estaban.
Por supuesto, no tardaron mucho en oír al hermano de Kirill, y esta vez
Lena sí que corrió. Ambas montaron en sus bicis y pedalearon a toda
velocidad por la pista de tierra, oyendo todavía los insultos que Kirill
les dedicaba.
Lena la había convencido para hacer muchas otras cosas, sí, pero ¡cuánto
se habían divertido! Comprendió que la habría seguido hasta el fin del
mundo.
Bueno, más bien la siguió, se corrigió a sí misma. Y sin embargo, cuando
ambas crecieron, en el último año del instituto, algo empezó a cambiar en
su relación.
Lena tonteaba con Andrey Bordanov y Yulia salía con Pasha Pavlov. Los
muchachos no se podían ver el uno al otro, lo que significaba que no salían
los cuatro juntos. Eso por no mencionar que Lena odiaba con toda su alma
a Pasha. En más de una ocasión había intentado convencerla para que
lo dejase, pues creía que no era bueno para ella. Al final resultó que tenía
razón.


CONTINUARÁ...


En un par de días publico mas de esta historia.  Smile
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OCULTO AMOR Empty Re: OCULTO AMOR

Mensaje por Lesdrumm Jue Feb 26, 2015 4:27 pm

Hola, aquí de nuevo con mas de esta historia, espero les guste.  Smile




OCULTO AMOR






Capítulo 8
Lena estaba ante el espejo, alisándose la falda a la altura de las
caderas. Odiaba los trajes sastre y la incomodidad de embutirse en la
prisión de las medias, la falda, la chaqueta y los condenados zapatos de
tacón.
Sin embargo, no pudo evitar sonreír.
Estaba guapa. Ingrid apenas podría reconocerla. Intentó mover los dedos de
los pies: odiaba aquellas estrechuras. Unas horas antes había tenido un
arrebato de rebeldía, y pensó si llevar pantalones y que murmurasen lo que
quisieran; sin embargo, si su madre no iba a estar allí para verla no
merecía la pena, de modo que había acabado por enfundarse el bien
planchado traje, medias incluidas, e incluso se había maquillado un poco.
—Si esto hubiese sucedido un par de meses atrás, me habrían visto con el
pelo cortado —murmuró para sí.
De joven había sido muy pelirroja casi caoba pero con los años su tono rojizo se había aclaro un poco
bastante. Recordaba bien la primera que eligió cortarse su larga cabellera rizada a un estilo carre solo unos cms debajo de sus orejas ¡Menudo show!
Había comenzado a hacer deporte, y la larga cabellera encima rizada era un estorbo, eso sin mencionar que usaba gorra hasta para cenar. Le
pidió a su madre que la llevase a la peluquería para cortarlo, pero ella se
negó en redondo, murmurando algo sobre la posibilidad de hacerse
animadora. De modo que Lena convenció a Yulia para que se lo
cortase. Cuando la señora Larissa vio aquel desastre intentó remediarlo en
lo posible, mientras proclamaba que la señora Katina la despellejaría si se
enteraba.
Al final resultó que fue Lena a quien acabó despellejando.
Ahora llevaba el pelo más largo, aunque no mucho, sus rizos seguían ahí, pero no siempre ya que de vez en vez se lo alisaba completamente. Lo
cepilló hacia atrás y se miró en el espejo.
¿Y ahora qué? ¿Iría a ver a su madre?
Lena compuso una mueca de fastidio: la idea no la tentaba ni lo más
mínimo.
El espejo le mostró su portátil, que descansaba sobre la cama. Ni siquiera
lo había abierto. Estaba segura de que Ingrid le habría escrito varios
correos electrónicos para recordarle la fecha de entrega. Le había pedido
que no la llamase excepto en caso de urgencia, y hasta entonces su agente
había cumplido su palabra. Esa noche pensaba echar un vistazo a su correo,
y tal vez incluso trabajaría un poco. Todavía no había decidido cuánto
tiempo iba a quedarse, aunque el señor Vasiliev le había pedido que
esperase una semana para poder ocuparse de lo del testamento, como él
decía. Otra cosa más que tampoco la tentaba en absoluto. No deseaba
enfrentarse a su tío Nikolay por algo así.
Volvió a la realidad al escuchar una discreta llamada en la puerta de su
cuarto.
Fue hacia ella y la abrió: Mary, recién duchada y envuelta en su albornoz,
se quedó inmóvil, mirándola con los ojos muy abiertos.
—¿Qué ocurre?
—Vaya, vaya: estás preciosa,
Elena.
Ella se ruborizó ligeramente, pero consiguió encogerse de hombros con
desenvoltura mientras contestaba:
—Gracias.
—Alexey quería asegurarse de que supieses que puedes ir hasta allí con
nosotros. Y también sentarte a nuestro lado en la iglesia, por supuesto.
Estoy segura de que tu tío Nikolay y su familia se adueñarán de los primeros
bancos.
—Bueno, es el único hermano de mi padre.
—Nadie nos ha llamado, por cierto.
Tal vez ni saben que estás en la ciudad.
Lena alzó la cabeza.
—Pues están a punto de saberlo. He decidido ir primero al hospital, para
acabar con esto de una vez —añadió con un nuevo encogimiento de
hombros.
—¿Estás segura?
—Sí. No te preocupes —añadió con una sonrisa—, tan sólo quiero que sepa
que he venido.
—¿Y también que asistirás al funeral y ella no?
—Sí, algo así.
Lena fue hacia su maletín y metió en él el móvil y la cartera.
—Dudo que me quede mucho
tiempo —añadió mientras cerraba de golpe el maletín y recogía las llaves.
Al contemplar de reojo su imagen en el espejo pensó que, más que a un
funeral, parecía que iba a una reunión de negocios.
—Llama si necesitas algo, o si hay problemas, ¿de acuerdo?
—No habrá ningún problema, Mary.
Sé cómo tratarla. Nos vemos en la iglesia.
A pesar de aquellas valientes
palabras, Lea notó que la aprensión la iba dominando conforme se
acercaba al hospital. Cuando era adolescente había intentado
enfrentarse a su madre en numerosas ocasiones, y en la mayoría de ellas
había perdido. Su padre había sido incapaz de intervenir, incluso entonces.
Los deseos de su madre solían ser ley.
Pues bien, aquello se había acabado: Lena se había hecho a sí misma,
y no le debía a su madre absolutamente nada.
De hecho, no debía nada a ninguno de los dos.
—Entonces, ¿para qué has venido?
—se preguntó en voz alta.
No supo qué responderse. En todos aquellos años se había autoconvencido
de que no tenía padres, ni familia. Nunca pensó volver a verlos. En realidad
no quería volver a verlos. Y lo había cumplido; no los necesitaba para
nada. Y
sin embargo, cuando recibió aquella llamada telefónica apenas dudó antes
de aceptar volver a Moscú. Tal vez, como le había dicho a Ingrid,
necesitaba finiquitarlo todo. Tal vez después pudiese continuar con su vida,
comprometerse en una relación seria, en lugar de conformarse con los
ligues de una noche que parecían dominar su presente.
El hospital bullía en aquella mañana de sábado, según pudo ver al
estacionar su vehículo. Una mujer con un niño pequeño la precedió en la
entrada, y tuvo que esperar mientras solicitaba información en el
mostrador de recepción. Se quedó un poco atrás mientras observaba
detenidamente el vestíbulo del hospital. Sólo entonces reparó en el letrero,
que proclamaba las grandes riquezas que poseía su padre:
«Sala de Maternidad Katin».
—¿Puedo ayudarla en algo?
Lena se volvió hacia el
mostrador y asintió.
—La habitación de Inessa Katina, por favor.
La enfermera echó un rápido vistazo al ordenador y sonrió.
—En el piso de arriba, habitación dos diecinueve.
—Gracias.
Lena se encaminó
resueltamente hacia el ascensor. Sólo tuvo que esperar unos segundos antes
de que sonase una nota musical y se abriesen las puertas. Una vez dentro,
respiró hondo para calmar los nervios. Se preguntaba qué aspecto tendría
su madre, tendida en una cama de hospital. La recordaba siempre vestida y
maquillada como para ir al club de campo o a la iglesia, nunca de modo
informal. Sin duda, el hecho de estar allí encerrada tenía que ser un
tormento para ella.
Al llegar al pasillo miró a su alrededor, fijándose en el número de la
habitación más cercana. Giró a la derecha y sólo tuvo que pasar tres
puertas más hasta localizar la habitación de su madre.
La puerta estaba entreabierta. Se quedó un momento escuchando el sonido
de la televisión con gesto ausente, antes de llamar suavemente con los
nudillos.
Inclinó la cabeza a un lado, intentando atisbar el interior. Entonces una
apagada voz la invitó a entrar.
—Allá vamos —susurró.
Entró en la estancia, apoyándose despreocupadamente contra la puerta
mientras miraba a su madre a los ojos. En seguida obtuvo la reacción que
esperaba: se oyó un quejido ahogado, y el mando a distancia que su madre
tenía en la mano cayó al suelo.
—Hola, madre —dijo Lena con gran calma—. Tienes buen aspecto.
—¡Tú! —consiguió contestar ésta—,
¿qué demonios estás haciendo aquí?
Lena se separó de la pared, acercándose lentamente al lecho. La
mujer a la que más había temido en toda su vida yacía indefensa,
inmovilizada por un yeso que le cubría todo el tronco. Sin embargo, del
cuello para arriba estaba exactamente igual que la mujer que ella
recordaba: el cabello rojizo
perfectamente peinado, un maquillaje minuciosamente aplicado... quién
diría que llevaba cuatro días allí.
—He venido al entierro de mi padre, está claro. Tu esposo.
Lena se inclinó para recoger el mando a distancia, y a continuación lo
dejó sobre el lecho, fuera del alcance de su madre.
—Es una pena que no puedas asistir
—continuó—. Estoy segura de que eso te parte el corazón.
—No tienes nada que hacer aquí.
Hace ya mucho tiempo que dejaste de ser nuestra hija.
—Ah, sí —contestó Lena,
cruzándose tranquilamente de brazos—.
Creo que fue el día que me echaste del pueblo.
—Tú te lo buscaste. Podrías haber elegido otra cosa.
—¿Otra cosa? ¡Ah, es cierto, Andrey Bordanov! Ese habría sido un
magnífico matrimonio, siendo ambos homosexuales.
¿De verdad esperabas tener nietos?
—¡Sal de mi habitación!
—¿Es eso lo único que tienes que decir? Me decepcionas, madre, con lo
despiadada que solías ser.
—Estoy segura de que Alexey Vasiliev está detrás de esto, y lo primero que pienso hacer es despedirlo
como abogado de la familia. No tenía el menor derecho a ponerse en
contacto contigo.
—Ah, ¿sí? Es un buen hombre. La verdad es que me alojo en su casa. Mary
y él han sido unos anfitriones encantadores.
—¡Debería haberlo sabido! ¿Qué es lo que quieres? ¿Has venido a
reclamar la fortuna de tu padre? Pues estás muy equivocada, jovencita. Tu
padre te despreciaba, a ti y a tu pervertido estilo de vida. No obtendrás ni
un centavo de su dinero. Se ha reído de ti.
Lena sonrió.
—En realidad creo que es de ti de quien se ha reído, madre. Pero no, no he
vuelto por el dinero. Tengo ya mucho, gracias. Y eso os lo debo a vosotros.
Puede que hayas oído hablar de mi primera novela, No hay lugar para la
familia.
Al ver que los ojos de su madre se abrían como platos, Lena asintió:
—Sí, debería darte las gracias. La madre de esa historia era una copia
exacta de ti. Creo que te retrataron bien en la película. Una pena que
tuviese una muerte tan trágica.
—¡Sal de mi habitación, antes de que llame a seguridad!
—¿Servicio de seguridad? ¿Tienen de eso en este en Chystye Prudy?
—¡Fuiste la desgracia de la familia, y tienes el descaro de aparecer en su 
funeral, como si todavía formases parte de ella! ¿Cómo te atreves? ¿Es que
no piensas en lo que andarán diciendo por ahí?
Lena se echó a reír.
—Vaya, ese ha sido siempre tu
problema, madre, tan preocupada por lo que la gente piense de ti, o sobre
todos nosotros, cuando de hecho a la mayoría le importa un pimiento
nuestra pequeña familia.
—Tu padre era el dueño de esta ciudad. Era el alcalde, y daba empleo a la
mitad del condado, así que por supuesto que debemos dar ejemplo a las
gentes de aquí.
—¿Ejemplo? ¿Así que echaste de casa a tu única hija para dar ejemplo, al
ver que el hermano Petrov no podía
«curarla»?
—Eres la semilla del diablo, y me niego a seguir hablando contigo ni un
segundo más —dijo, y tendió la mano para apretar un botón varias veces
—. Y
daré instrucciones para que no vuelvan a dejarte entrar en este hospital
nunca más.
—No te molestes, no pienso volver.
Sólo quería pasar por aquí para que supieses que he venido. Estoy segura
de que el tío Nikolay te sustituirá perfectamente tras el funeral.
En ese momento entró una
enfermera a toda prisa, pasando junto a Lena al dirigirse hacia el
lecho.
—¿Qué puedo hacer por usted,
señora Katina?
—Lo que puede hacer es acompañar a esta... esta persona fuera de mi
habitación.
—No necesito que me acompañen, madre, yo misma encontraré el camino.
Siempre lo he hecho.
Acto seguido Lena dio media vuelta y salió resueltamente del cuarto,
preguntándose por qué se le habría ocurrido ir allí. ¿Qué era lo que había
pretendido? ¿Acaso creía que su madre habría cambiado después de todos
aquellos años?
Para cuando volvió a subir al
automóvil, estaba temblando. Asió con fuerza el volante, intentando
calmar sus nervios. ¿De qué le había servido? De nada. Su madre seguía
siendo la misma mujer insensible de siempre. Una parte de Lena
esperaba que su madre hubiera cambiado, que se alegrara de verla después
de tantos años. Pero no.
—¡Pues estupendo, por mí
estupendo! —murmuró, mientras giraba la llave de contacto al tiempo que
aceleraba.
Los neumáticos rechinaron sobre el asfalto. Echó un vistazo por el
retrovisor y sonrió con suficiencia.
—¡Qué infantil eres, Lenok!
 
CONTINUARÁ...
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Mensaje por Lesdrumm Jue Feb 26, 2015 4:33 pm

OCULTO AMOR






Capítulo 9
Lena giró hacia la calle que la llevaría hasta la Primera Iglesia
Ortodoxa de Chystye Prudy, el elegante barrio moscovita. Pudo verla por entre los árboles, justo encima de
la colina, dominando como siempre el pueblo, vigilando a los vecinos
mientras se afanaban en sus quehaceres diarios. El hermano Petrov
disfrutaba de las mejores vistas de la ciudad, allí sentado juzgando a la
gente. Oh, recordaba muy bien sus sermones dominicales. Había vivido
aterrada por él: aquel hombre parecía saberlo todo de todo el mundo. Y
cuando su madre la había conducido hasta allí, confesándole que su hija era
una pecadora, Lena había estado a punto de retractarse de todo, tan
sólo por no tener que sentarse allí, frente a él, y escuchar sus palabras.
Y sin embargo al final no lo hizo. No pudo. De hecho le dijo que se fuese a
la mierda. Estaba casi segura de que había sido el hermano Petrov quien
sugirió lo del avión a Norteamérica.
Estacionó su automóvil lejos de los demás, intentando darse algo de
tiempo para prepararse. Debería haber quedado con Mary y Alexey para
encontrarse con ellos en algún lado. Lo último que deseaba era entrar sola
en la iglesia, imaginándose que todos los ojos se clavaban en ella. Sin
embargo, su ansiedad se mitigó ligeramente al distinguir dos rostros
familiares que caminaban por la acera. Salió rápidamente del coche y se
apresuró a alcanzarlos.
—¡Hola, chicas!
—¡La hostia!
Lena sonrió.
—¿Qué pasa?
—No te ofendas, Lena, pero verte con falda y maquillada es como ver a
mi padre en bragas y sujetador —se burló Katya.
Yulia se tapó la boca con la mano para disimular la risa, pero sus hombros
se estremecieron.
—Muy simpática. Había olvidado tu malvado sentido del humor, Kat.
—Pero estás muy guapa, ¿verdad, Yul?
—Adorable —contestó Yulia,
rozando el brazo de Lena—.
¿Dónde piensas sentarte?
—Supongo que con Mary y Alexey.
¿Queréis acompañarme, chicas?
—No me lo perdería por nada del mundo. ¿Te imaginas los comentarios
que habrá en el café el lunes por la mañana?
—¡Katya!
—No pasa nada; seguramente tiene razón. Además, no me vendría mal
tener cerca algún rostro amigo —admitió Lena
—¿Estás segura de que estaremos a salvo si entramos contigo? —preguntó
Yulia—. Lo digo por los rayos y las centellas.
—Ah, veo que ambas os habéis
levantado muy chistosas. Pero sí, creo que estaréis a salvo.
Las tres ascendieron por la larga escalera de piedra hasta la puerta
principal de la Primera Iglesia Ortodoxa, sin que Lena hiciese el
menor caso a las miradas curiosas que les dirigían.
—Me temo que tu buena reputación se ha ido al carajo —susurró a Yulia.
—La verdad es que no suelo venir mucho a la iglesia, Lena.
—¿No? ¿Por qué?
Yulia se encogió de hombros.
—Es una larga historia.
—Parece que tienes varias largas historias que contarme. Me pregunto si
tendremos tiempo suficiente.
—Por cierto, ¿cuánto tiempo piensas quedarte? —quiso saber Katya.
—Hasta mediados de semana. En
realidad, todavía no lo he decidido. Claro que para entonces tal vez Mary
esté cansada ya de tener invitados. Puede que eche un vistazo al nuevo
motel del que me habló.
—Siempre puedes quedarte conmigo
—ofreció Yulia sin siquiera pararse a pensarlo.
—Te mueres de ganas por ser la comidilla del pueblo, ¿eh? ¿Te lo
imaginas? La hija lesbiana de los Katin, tanto tiempo desaparecida, vuelve
a casa para el funeral y se aloja en casa de la pequeña Yulia Volkova, sin
duda para intentar pervertirla, aprovechándose de las circunstancias —dijo
Lena con una mueca burlona.
—¡Oh, vamos! Me metiste en tantos líos cuando éramos pequeñas que
dudo que nadie se fijase siquiera.
—¡Elena, por fin!
Lena alzó la vista hacia Mary Vasiliev, que se acercaba. La tomó de
la mano y señaló a sus dos acompañantes.
—Ya conoces a Yulia y a Katya,
¿verdad?
—Por supuesto que sí. ¿Qué tal estáis, jovencitas?
—Muy bien —respondieron ambas
al unísono.
—Les he pedido que se sienten con nosotros. Espero que no os moleste —
dijo Lena.
—En absoluto. Después de todo, cuantos más, mejor —contestó Mary
sonriendo.
—Eso mismo pensaba yo.
—Tu tío representará a la familia.
También piensa hacer el elogio fúnebre.
Lena asintió.
—Muy bien. ¿Sabe que estoy aquí?
—Sí, se lo dijo Alexey. Aparte de sorprenderse, no tuvo mucho que decir.
O al menos nada que Alexey quisiera transmitirme.
—Entonces, tal vez no vaya a ser para tanto. Quiero decir que es un
funeral, y además mi madre no está aquí para hacer una escena.
Mary la tomó del brazo y se la llevó consigo. Lena miró por encima
del hombro e hizo un gesto a Yulia y a Katya para que las siguieran.
—¿Y qué tal fue aquello, por cierto?
—Más o menos como esperaba.
Hizo que me echasen de allí.
—Vaya, ¿por qué será que no me extraña nada?
Dentro de la iglesia sonaba una discreta música mientras los asistentes
iban entrando en la nave. Jacqueline se detuvo de pronto. El ataúd estaba
enfrente, abierto.
—No tienes por qué ir hasta allí —le dijo Mary.
—Yo creo que sí. Necesito hacerlo.
A pesar de todo, deseaba al menos decirle adiós. Y zanjar así tantas cosas.
—Voy contigo —se ofreció Yulia.
Lena la miró a los ojos y sonrió, agradecida.
—Estamos sentados ahí mismo —
susurró Mary, señalando el lugar.
Lena y Yulia cruzaron el pasillo central, yendo Katya unos pasos detrás.
Lema oyó cuchicheos, y se imaginó que todos los ojos estaban puestos
en ella.
Yulia la tomó del brazo y le apretó suavemente la mano, lo cual supuso un
gran consuelo para ella.
Le sorprendió mucho la emoción que sintió al ver a su padre. No se parecía
nada al hombre que ella recordaba. Había envejecido muchísimo en
aquellos quince años, y sus rojizos cabellos eran ahora rubios muy claros. Se quedó
muy quieta, sin darse cuenta de que sujetaba entre sus manos la de Yulia,
apretándosela hasta casi hacerle daño.
—No pasa nada —susurró ésta.
Entonces notó que Katya se colocaba a su lado, notó que le posaba la mano
en el hombro y se relajó por fin.
—Parece mucho más viejo —dijo en voz baja.
—Sí.
Deseaba tocarlo, pero no se atrevió.
En lugar de eso inclinó la cabeza y cerró los ojos. «Ojalá hubiésemos
podido hablar. Tal vez ahora sí que te habría gustado cómo soy. Yo... me
las arreglé bastante bien.»
Yulia contempló a la mujer que estaba junto a ella, preguntándose qué clase
de pensamientos estarían pasando por su mente. Se preguntó también qué
pensaría el resto de la congregación. Podía oír los cuchicheos. Sin duda
Lena también los oía. Pero a Yulia le daba igual lo que pensasen: lo único
que sabía era que necesitaba desesperadamente ofrecer su fuerza y su
consuelo a Lema. No era que creyese que necesitaba fuerza, pues su amiga
transpiraba seguridad por todos sus poros, como siempre había sido.
Lena notó la mano de Yulia,
apretando la suya, y se enderezó. Se miró en aquellos ojos azules e hizo un
gesto de asentimiento. Ambas se volvieron y regresaron por el pasillo
central.
Lena miró a su alrededor. Vio caras vagamente familiares y notó que,
en efecto, todos los ojos estaban puestos en ella. Y también en Yulia, que
seguía sujetando con fuerza su mano. Se preguntó qué estarían pensando,
aunque en realidad no le importaba ni lo más mínimo.
Se sentó junto a Mary; Yulia y Katya hicieron lo mismo. Les estaba muy
agradecida por su apoyo, pues dudaba poder haber hecho aquello sin ellas.
Poco después, el hermano Petrov se dirigió hacia el pulpito y los
murmullos cesaron.
También él había envejecido, pero aquella voz era inolvidable.
—Estamos aquí para despedir a un gran hombre, Sergey Katin, arrebatado
prematuramente de esta vida para ir a reunirse con su Dios.
Lena se removió en su asiento, incómoda. Se sentía fuera de lugar.
Ella no pertenecía ni a aquel barrio,ni aquella ciudad, ni a aquel país, ni mucho menos a aquella iglesia. No había puesto el
pie en ninguna otra desde la última vez que había estado allí, quince años
atrás.
Escuchó distraídamente mientras el hermano Petrov leía la necrológica,
sorprendiéndose al darse cuenta de que su nombre no estaba incluido junto
al de los demás familiares. Después, su tío Nikolay se acercó al frente y
desplegó un papel que había sacado del bolsillo de su abrigo.
Comenzó a leer, enumerando las grandes cualidades y logros de su padre,
pero sin traslucir ninguna emoción. ¡Y era su único hermano! ¡Dios, qué
familia de mierda!
Notó una suave mano que tomaba la suya, dedos que se entrelazaban con
los suyos. Se giró y encontró los ojos de Yulia fijos en ella.
—¿Estás bien?
Lena asintió y se inclinó para susurrar a su oído:
—Gracias por estar aquí. Creo que, si no estuvieseis, yo ya habría salido
corriendo.
—Ellos no pueden hacerte daño.
—Lo sé.
El oficio religioso transcurrió como entre una bruma para Lena: el
elogio fúnebre, los cantos, el sermón... Era consciente de la presencia de Yul, de la mano que de vez en cuando tomaba la suya, de las miradas
puestas en ella. Por fin todo acabó y se puso en pie como los demás,
saliendo en silencio de la iglesia.
Algunas de aquellas caras vagamente familiares se volvieron para mirarla.
Le pareció reconocer a Rene Turner. Los Turner habían sido amigos de sus
padres, y Rene era animadora, tal como su madre esperaba que ella misma
lo fuese.
—¿Recuerdas dónde está el
cementerio? —quiso saber Alexey.
—La verdad es que no.
—Puedes seguirnos a nosotros.
—Yo iré con ella —se ofreció Yulia.
—Gracias.
—Todo acabará muy pronto —
prometió Mary, dándole unas palmaditas en el brazo al pasar.
—Me temo que a esta parte no voy a poder asistir —dijo Katya—. Seguro
que el café está lleno, con tanta gente que ha venido al pueblo. Será mejor
que vuelva para ayudar a mamá.
—Gracias por haber venido, Kat.
—No hay de qué. Siempre me ha
caído bien tu padre. ¿Te asegurarás de que mi hermana llegue bien a casa?
—Claro que sí.
Lena y Yulia vieron alejarse a los demás, y después se miraron.
—Vamos —dijo Lena haciendo un gesto hacia su automóvil—. Estoy
deseando quitarme esta ropa.
—¿Ah, sí? No estás acostumbrada a llevar traje, ¿verdad?
—Pantalones cortos o vaqueros, poco más.
—¿Por qué no me extrañará?
Lena se detuvo junto al
brillante coche color negro, abriendo galantemente la portezuela del
copiloto para Yulia.
—¡Caray! —murmuró la ojiazul, pasando la mano por el suave asiento de cuero.
—No es más que un coche alquilado.
—¿Para fardar? —aventuró Yulia.
—Tal vez.
Se unieron a la lenta comitiva fúnebre, y Lena encendió
obedientemente las luces, tal como hacían los demás vehículos.
—¿Ha sido muy duro para ti? —
quiso saber Yulia.
—Más que duro, extraño —contestó la pelirroja, mirándola de soslayo—.
Me sentí fuera de lugar.
—Ya me lo imagino. ¿Oías los
cuchicheos?
—Por supuesto, con toda claridad.
—¿Te molestó?
—No. Vine al funeral supongo que por sentido del deber. En realidad, me
importa un bledo lo que piensen de mí.
—Ya lo supongo.
—¿Te parece mal?
—Por supuesto que no. En realidad lo que me sorprende es que vinieses. E
incluso me sorprende más que vayas a ir al cementerio.
—¿No es lo que se espera que haga?
—quiso saber Lena.
—Se espera que acudan los parientes más cercanos, sí. La mayoría de la
gente va por curiosidad. Al no estar tu madre, la cosa pierde dramatismo.
Lena quedó un momento en silencio, tamborileando con los dedos
sobre el volante.
—Apenas me considero un pariente cercano. Ni siquiera se me menciona
en la necrológica. Después de quince años fuera de sus vidas, casi tantos
como los que viví aquí, la verdad es que no siento nada, Yulia.
—No te culpo. Supongo que tu
madre no estaría lo que se dice encantada de verte, hoy.
—A pesar de estar encerrada en un yeso de cuerpo entero, tendida e
indefensa, era la bruja de siempre. De hecho, amenazó con llamar a los de
seguridad para que me echasen.
—¡Increíble! ¡Y pensar que eres su única hija...!
—Increíble, sí —contestó Lena.
Miró un momento por el retrovisor y después de nuevo a la morena—. Oye, la
verdad es que no quiero aguantar más estupideces del hermano Petrov.
¿Qué tal si pasamos del cementerio?
—¿Pasar? ¡No podemos, Lenok! ¡Si vamos en comitiva!
—Pues salgamos de ella.
Lena viró bruscamente hacia la izquierda, dirigiéndose hacia una
calle lateral.
—Por cierto, ¿dónde demonios
estamos?
—¡Oh! ¡Eres un bicho! ¿Te imaginas lo que estarán diciendo ahora mismo
de nosotras?
—La verdad es que me da igual. Lo único que quiero es quitarme este
maldito traje y ponerme unos vaqueros —dijo la pelirroja al tiempo que
giraba para volver hacia la iglesia—. Si no recuerdo mal, hay una calle por
detrás.
—Sí, va a dar al instituto.
—Ah, sí, ahora recuerdo —contestó Lena acelerando por la calle,
desierta ahora que había partido la comitiva funeraria—. Por cierto, ¿quién
se ocupa hoy de tu tienda?
—Frannie, una estudiante de
instituto que me ayuda los sábados y también en verano.
—¿Te da para vivir bien?
—No me va mal.
—¿Cuenta con que vayas después del mediodía?
—Le dije que más tarde me pasaría por allí. ¿Por qué?
—¿Te apetece hacer novillos?
—¿Para qué, para ir a nadar a la Poza Azul? —dijo Yulia echándose a reír
—. Estuve dos semanas castigada por aquello.
—Y a mí me quitaron el coche.
—Pero sólo una semana, si no
recuerdo mal.
—Ya fue bastante tortura que mi madre tuviese que llevarme al colegio a
diario.
La ojiazul sonrió.
—Aun así me gustaría que
pasásemos un rato juntas.
—A mí también. ¿Se te ocurre
alguna idea?
—Bueno... hace un día soleado y caluroso —contestó Yulia alzando las cejas
con gesto malicioso—. ¿Te apetece ir al río?
—¡Menuda gamberra estás hecha, Yulka Volkova! La última vez que me
convenciste para ir al río nos pillaron bebiendo cerveza y fumando maría.
—¡Pero si fuiste tú la que llevó la cerveza y la maría!
Lema se echó a reír.
—¡Dios, qué maravilla volver a estar contigo! —exclamó, tendiendo la
mano para apretarle cariñosamente el brazo.
—Lo mismo digo. Te he echado
muchísimo de menos.
—Sí... ni siquiera tuvimos ocasión de despedirnos. Fue como... como si me
hubiesen arrancado de aquí y...
—Lo sé, Lenok... Al principio lloré mucho. No entendía cómo habías
podido marcharte sin decirme nada. Pero mamá me lo explicó todo... lo de
tu madre, y el motivo por el que te había echado. Y
entonces me cabreé por haberles permitido que te hiciesen aquello. Y
cuando tú ni me escribiste ni me llamaste por teléfono me enfadé más aún.
Me pareció que nuestra amistad no significaba nada para ti.
—¡Oh, Yulka, cuánto lo siento! No fue así como sucedió. Pensé muchísimas
veces en ponerme en contacto contigo, pero... en fin, cuanto más tiempo
pasaba, más me convencía a mí misma de que no querrías saber nada de
mí. Joder, hasta podría ser que ni siquiera te acordases de mí.
—¡No puedes haber creído eso en serio, después de todo lo que hemos
compartido! ¡Pero si eras mi mejor amiga!
—Una mejor amiga que resultó ser lesbiana y no tuvo el valor de decírtelo.
—Éramos sólo unas niñas, aunque creo que deberías haber sabido que
podías contar conmigo para lo que fuese, Lenok.
¿Para lo que fuese? Lena se preguntó cuál habría sido la reacción de
Yulia si ella le hubiese confesado que fue la atracción sexual que sentía
hacia ella la que le había abierto los ojos. Miró a su vieja amiga, con el
cabello negro cayendo por delante de las expresivas cejas,
medio ocultando los azules ojos que Lena se sabía de memoria. Sin
pararse a pensar, tendió la mano y apartó los mechones para poder ver bien
aquellos ojos. Seguían teniendo la expresión franca y cariñosa que ella
recordaba.
—Tenía miedo de decírtelo —
admitió por fin—.
Joder, tenía miedo de todo. Y resultó que tenía razón en tenerlo.
Lena aminoró la velocidad al llegar al club de campo. El guardia le
hizo una seña para que pasase. Yulia salió del auto en cuanto Lena
aparcó, pasando la vista por el cuidado césped y la casa, y siguió a Lena
hasta la puerta, esperando hasta que esta abrió con llave y la invitó a entrar
con un gesto.
—Bonita casa.
—Sí que lo es. Echa un vistazo, yo no tardaré nada en cambiarme.
Yulia la vio marchar y se encaminó hacia la sala, observando los cuadros y
detalles personales.
Conocía a los Vasiliev de toda la vida, pero nunca había estado en su
casa.
Los Vasiliev y los Volkov no se movían precisamente en los mismos
círculos sociales. De hecho, al principio le había parecido raro que Lena y
ella se hubiesen hecho amigas. Los Katin eran la familia más poderosa de
Moscú, un tipo de familia con el que Yulia era difícil que se sintiese a
gusto. Y sin embargo, Lena y ella se habían caído bien desde niñas. Al
principio, la señora Katina había intentado que Elena se alejara de ella,
tratando que hiciera amistad con los hijos de los socios del club de campo.
Pero, como Yulia solía decir, Lena era muy testaruda.
Al final la señora Katina hubo de darse por vencida, permitiendo que Lena
se quedase a dormir muchos fines de semana con los Volkov. Era una
costumbre que continuó durante su época del instituto.
A Yulia le bastaba tener a Lena como única amiga, dejando de lado a casi
todas las demás chicas para irse con Elena.
Recordaba lo celosa que se sintió cuando Lena comenzó a salir con Andrey Bordanov. Esa fue la única razón por la que accedió a salir ella misma con
Pasha Pavlov.
Soltó un gruñido; no deseaba sacar a relucir aquellos recuerdos. Era
demasiado pronto todavía. A pesar de lo que le había dicho a Katya, todavía
no lo había superado, y dudaba poder superarlo algún día. Había sido la
época más horrible de su vida, una época en la que necesitó a Lena como
nunca. Pero su amiga había desaparecido sin dejar rastro.
—¿Por qué frunces el ceño?
Yulia se volvió, encontrándose con una Lena de aspecto mucho más
familiar, con sus vaqueros y su camiseta.
Era un placer verla, como siempre. La linda adolescente que ella conocía
se había convertido en una mujer muy atractiva. Sin embargo, la chica que
ella conocía nunca se habría planchado la camiseta, ni se la habría metido
por dentro de los vaqueros. Sonrió.
—¿Mejor ahora?
—Mucho mejor —dijo Lena
acercándose—. ¿A qué venía ese gesto?
—Nada, sólo pensaba.
—¿En?
—En ti, en mí, en el instituto...
—Ah. Bueno, ¿qué tal si nos
pillamos unos «refrescos» antes de irnos al río? Podremos charlar, y será
como en los viejos tiempos.
—Sí, me encantaría.

CONTINUARÁ...
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Mensaje por Lesdrumm Jue Feb 26, 2015 4:51 pm

OCULTO AMOR






Capítulo 10


La carretera que conducía al río estaba tal y como Lena la recordaba:
llena de baches. El Lexus los salvaba con facilidad, y pudo llegar hasta el
final. Se detuvieron en un camino lateral que moría paralelo al río.
—Está exactamente igual —dijo
Lena—, sólo que con más basura.
—Sí, hay más basura. Pero no creo que los chicos del instituto vengan por
aquí tanto como veníamos nosotros por entonces.
—Pues no saben lo que se pierden.
En lugar de cerveza decidieron tomar vino, pues ambas estaban de acuerdo
en que habían crecido lo suficiente para refinar su elección de bebidas en
sus escapadas al río. Lena cogió la botella y el sacacorchos que
habían comprado, y Yulia llevó la manta que había arrojado al asiento
trasero cuando pasaron por su casa para que se cambiase de ropa. Ambas
sonreían al bajar por el mismo camino que habían tomado cientos de veces
en el pasado. Tal como había dicho la pelirroja, apenas había cambiado. El
bosque llegaba justo hasta el borde del río, donde encontraron un lugar
para tenderse, bajo uno de los enormes pinos. Yulia extendió la manta y
ambas se sentaron con las piernas cruzadas, de cara al agua.
—Escucha... ¡qué paz! —susurró Lena.
El río fluía silenciosamente,
cruzando el bosque; por encima de sus cabezas cantaban los cardenales.
—¿Lo echas de menos, este sosiego?
—Sí. Aunque la verdad es que no vivo en la ciudad. Me compré un
apartamento en Monterrey, así que mi sosiego es escuchar el océano.
—Debe de ser precioso.
Lena sonrió.
—Algunos días es precioso, otros hay demasiada niebla. Pero el sonido
siempre es el mismo. Cuando has vivido junto al océano, durmiéndote con
el sonido de las olas que rompen en la orilla, descubres que no hay nada
más
reconfortante que eso. Es un sonido continuo, incesante —murmuró
Lena—. El día que ese sonido se detenga será el fin del mundo.
Yulia observó cómo la pelirroja
descorchaba el vino al tiempo que hablaba; sus susurros resonaban en el
bosque. Después lo escanció en copas de plástico que habían escamoteado
en la licorería. Yulia recibió la suya y sonrió antes de beber un sorbo.
Un momento después, Lena le dio unas palmaditas en la pierna.
—Ahora estamos solas, ya no hay interrupciones. Es hora de que me
cuentes una de esas «largas historias» que has dejado pendientes.
—Veo que sigues tan impaciente como siempre.
—¿Por qué ya no vas a la iglesia?
—¿Y por qué no vas tú? —
contraatacó la morena.
Lena echó la cabeza hacia atrás, mirando hacia la copa de los pinos y
al cielo azul sobre ellos.
—Veamos: ¿qué tal si te digo que es porque mi madre me llevó al hermano
Petrov para que me curase de mi enfermedad, a base de rezar para que el
diablo saliese de mi interior? Oh, fue muy divertido aquello, te lo aseguro.
¿O si te hablo del hecho de que estoy destinada a pasarme la eternidad
ardiendo en el infierno, para expiar el pecado de amar a las mujeres en
lugar de a los hombres? ¡O
tal vez sea simplemente porque temo que me parta un rayo! —concluyó
Lena, mirando a Yulia directamente a los ojos.
—Está bien, tú ganas.
—Cuéntamelo, Yulka.
Sus miradas se cruzaron, verdigris sobre azul, y Yulia notó que se aliviaba el
peso que sentía en el alma. Llevaba tanto tiempo guardándoselo dentro, sin
contárselo a nadie... Con su hermana y su madre apenas había llegado a
rozar la superficie de todo aquello. Había insistido siempre en que estaba
bien, en que no pasaba nada. Pero los limpios ojos verdes con destellos grises que recordaba
estaban ante ella, escrutando su alma como siempre habían sabido hacer,
descubriendo cosas que nadie más había podido nunca distinguir.
—Yo... cuando te fuiste estaba saliendo con Pasha Pavlov,
¿recuerdas?
—Sí.
—Bien. Más o menos un año
después de acabar el instituto, todo el mundo comenzó a preguntarnos
cuándo pensábamos casarnos. Yo no había salido con nadie más.
—¿Por qué? Tan bonita como eras, como sigues siendo, nunca pude
entender por qué lo escogiste a él.
Yulia se encogió de hombros. Ni
siquiera recordaba haberse interesado demasiado por los chicos, en aquella
época. Estaba Lena, y eso era suficiente.
—No sé por qué, Lena. Sucedió, eso es todo. Y cuando me pidió que me
casara con él, pensé que no tenía muchas más opciones. Seguía aquí, en
Moscú, tú te había ido y no había nadie más. Por entonces, él
trabajaba en el aserradero, tenía un trabajo fijo, así que acepté.
—Perdona, pero siempre pensé que era un fracasado.
Yulia se echó a reír.
—Pues la verdad es que tenías razón.
—Lo siento. Si hubiese estado aquí nunca te habría dejado casarte con él.
—Ah, ¿sí? ¿Te habrías puesto en pie en la boda, cuando el hermano Petrov
preguntase si alguien tenía alguna objeción?
—Por supuesto que sí.
Yulia se echó a reír.
—La verdad es que me lo creo.
—Perdona, te he interrumpido.
Continúa.
—Oh, Lenok, esto es muy difícil para mí, ¿sabes?
La pelirroja tomó la mano de su amiga entre las suyas.
—Cuéntame qué ocurrió.
Yulia se quedó mirando sus dedos entrelazados y recordó todas las veces que
habían acudido a aquel mismo lugar para hablar y lo fácil que era hablarle
a Lena, contarle cosas que nunca se le habría ocurrido contar a nadie más.
Después alzó la vista y miró aquellos ojos verdigrises.
¿Cómo podía ser que ella se sintiese tan cómoda contándole sus cosas a
Lena y sin embargo ésta no hubiese sido capaz de contarle lo más
importante de su vida?
—¿Por qué no pudiste contármelo, Lena?
Lena frunció el ceño y se apartó unos rizos del rostro con gesto nervioso.
—Creí que te tocaba hablar a ti.
—Sí. Pero nosotras siempre hemos podido hablarlo todo, Lenok. ¡Todo!
¿Por qué no pudiste contarme eso?
—¿Sabes qué? Puede que algún día te lo cuente, pero no ahora. Ahora
estamos hablando de ti.
Yulia asintió.
—Es justo. No creas que quiero ocultártelo —dijo inclinándose hacia ella.
A continuación carraspeó y respiró hondo antes de añadir:
—Pasha era violento —soltó de golpe.
Notó que la pelirroja le apretaba cariñosamente la mano; le devolvió el
gesto y siguió:
—No pasa nada, Lena. Creo que lo vi venir. El... nunca era amable,
¿sabes? Y
las cosas fueron empeorando cada vez más. Según él, yo no hacía nada a
derechas. Nada le parecía bien. Si la cena se retrasaba, se ponía hecho una
fiera. Si la tenía lista pronto, estaba fría. No eran más que menudencias,
pero él se enfadaba y... me pegaba. Al principio era una bofetada de vez en
cuando, pero después... en fin, la cosa empeoró.
Lena tragó saliva para intentar deshacer el nudo de su garganta y vio
cómo los ojos de su amiga se llenaban de lágrimas que cayeron rodando
por sus mejillas. Tendió la mano hacia ella y las enjugó con una caricia.
—¿No se lo contaste nunca a nadie?
—No, me daba demasiada
vergüenza. Cuando tenía moratones inventaba alguna excusa.
—¡Hijo de puta! —musitó Lena.
—Una noche volvió a casa muy
borracho, cosa bastante habitual, pero aun así quiso follar conmigo. Yo no
era capaz de acostarme con él. No había podido hacerlo desde... casi desde
el principio. No lo quería, no podía soportar que me tocase. Tendría que
haberlo dejado, tendría que habérselo contado a alguien... a Katya, a mi
madre, a alguien que me hubiese convencido de que tenía que abandonarlo.
Pero no lo hice. Me quedé porque creí que eso era lo que debía hacer.
—¡Dios, cuánto siento no haber estado aquí para ayudarte!
—Esa noche, cuando me negué,
agarró una silla y me la aplastó en la cabeza, me dio patadas, puñetazos y
después... me violó —concluyó en un susurro.
—¡Oh, cariño! —exclamó Lena, inclinándose hacia ella para
abrazarla estrechamente.
Yulia se derrumbó, llorando a mares.
Nunca le había contado a nadie que su marido la había violado. Suplicó al
doctor que no se lo dijese a su madre. La paliza fue suficiente para que lo
encerraran, y también para que ella bajase la cabeza, avergonzada. No
quería que todo el pueblo supiese que su propio marido la había violado.
—Apenas recuerdo nada de aquella noche. Al volver en mí estaba en el
hospital, y él en la cárcel. Estuve ingresada una semana, y él se pasó dos
años en prisión.
—¿Dónde está ahora ese cabrón?
—No estoy muy segura. Su familia se fue del pueblo después de lo
sucedido. Sé que él estuvo en Novosibirsk una temporada.
Creo que allí también se metió en algún lío.
—¡Hijo de puta! Si yo hubiese estado aquí lo habría matado.
Yulia sonrió a pesar de sus lágrimas.
—Sí, estoy segura de que lo habrías hecho.
Se enderezó para soltarse de su abrazo, pero sin dejar de sujetar sus manos.
Carraspeó un poco y continuó:
—Querías saber por qué ya no voy a la iglesia: no he vuelto por culpa del
hermano Petrov.
—Explícate.
—Cuando Pasha empezó a
maltratarme fui a verle. Pensé que podría hablar con él confidencialmente,
que me podría dar algún consejo.
—Y el consejo que me dio fue que tenía que ser una buena esposa y
obedecer a mi marido.
—¡La leche! ¿Eso fue todo? ¿Sugirió que tú eras el motivo y no la víctima?
—Exacto. Era culpa mía que me
pegase. No era lo bastante buena esposa
—añadió con una débil sonrisa.
Lena no pudo hacer más que mover la cabeza de un lado a otro
mientras contemplaba cómo los ojos azules de Yulia se llenaban de lágrimas.
Estaba completamente segura de que, si se hubiese quedado, no habría
permitido que Yulia se casase con Pasha. Pero ¿no era tal vez demasiada
arrogancia por su parte? ¡Como si ella pudiese controlar esas cosas! Se
preguntó si, en el caso de que se hubiese quedado, habría sido capaz de
seguir viendo a Yulia, de ser su amiga, sin confesarle lo que sentía por ella.
¿Y qué ocurriría después? Para Yulia habría sido toda una conmoción, sin
duda. Lo más probable era que no hubiese querido volver a ver a
Lena nunca más; la habría mantenido a distancia hasta que su
amistad fuese algo perteneciente al pasado. Y ella acabaría yéndose de la ciudad igualmente.
—¿En qué piensas?
Lena alzó la vista y la miró serenamente.
—En nada.
—¿Seguro?
—Está bien; pensaba en que, si me hubiese quedado, nunca habría dejado
que te casaras con él. Y después he pensado que no tenía tal poder sobre ti,
y que podías casarte con quien te diera la gana.
Yulia bajó la vista hacia sus manos, que seguían entrelazadas. Después
rescató la suya y se apartó el pelo de los ojos.
—No es que quiera culparte ni
mucho menos, Lena, pero la única razón por la que comencé a salir con
Pasha Pavlov fue porque tú estabas viéndote con Andrey Bordanov.
—¿Cómo? En realidad no salíamos juntos, Yul.
—Claro que salíais. Los viernes por la noche, cuando tú y yo solíamos
estar juntas, te ibas con él. Después de los partidos de rugby salías con él y
con sus amigos.
Yulia se encogió de hombros y añadió:
—Yo estaba... —«¿Celosa? ¡Oh,
Dios, eso sonaría fatal!»—... me sentía muy sola.
—Salí con él porque eso era lo que se esperaba de mí. Sus padres y los
míos insistían en ello. Pero fue entonces cuando me di cuenta de que no me
gustaban los chicos. Bueno, nos dimos un par de besos, nos magreamos un
poco, pero nunca me acosté con él. Y la verdad es que él tampoco insistió
demasiado.
—Esto... creo que ambas sabemos el motivo. ¿Sabías entonces que era
gay?
—¿Estás de broma? Apenas sabía que lo era yo.
—¿Te han contado lo que le ocurrió?
—Sí, me lo dijo el señor Vasiliev.
Estábamos hablando de que mis padres habían acordado nuestro
matrimonio, y entonces me contó que Andrey había muerto.
—Sí. Sus padres se lo tomaron muy mal. Siempre me he preguntado si fue
porque había muerto o porque era gay y todo la ciudad lo sabía. Ya sabes
que la gente puede comportarse de una forma muy extraña respecto a eso.
—¡Y a mí me lo dices!
Yulia se echó a reír.
—Háblame de tu vida amorosa.
—¿Cambiamos de tema?
—Yo te he contado mi horroroso matrimonio. ¿Que hay de ti? ¿Hay
alguien esperándote en California?
—No, yo... no. Vivo sola.
Yulia alzó las cejas.
—Pero tiene que haber habido
alguien...
Lena negó con un gesto.
—No he conocido a nadie con quien quiera... estar, vivir. Es decir, salgo
con chicas, pero...
—¿No te has enamorado? —
aventuró la morena.
La pelirroja alzó las rodillas y apoyó en ellas el rostro, sin dejar de mirar a
Yulia.
Recordó cómo se le aceleraba el corazón cada vez que estaban juntas,
cómo se moría de ganas por rodearla entre sus brazos, por acariciarla,
cuando dormía a su lado. Y recordó también que, en momentos como
aquel, el deseo de besar a Yulia era casi insoportable. ¿Enamorada?
Tal vez. O quizás eran tan sólo los sentimientos asociados con aquel
primer flechazo. Pero, ¡Dios!, por las noches solía soñar que estaban
juntas, que Yulia iba hacia ella con el mismo ardiente deseo que ella sentía
por su amiga.
—O puede que sí —susurró Yulia.
Lena parpadeó, sorprendida.
—¿Cómo?
Yulia sonrió.
—Se te ha puesto la mirada
soñadora. ¿Estabas pensando en ella?
Lena enrojeció y apartó la vista.
—Pues la verdad es que sí.
—¿Quién es?
—Bueno, fue hace mucho tiempo.
Nunca... yo nunca... ¡Oh, mierda, da igual!
Lena sirvió más vino.
Yulia se quedó callada, pensando.
Quince años atrás se había sentido desolada al perder a su mejor amiga,
convencida de que nunca volvería a sentirse tan próxima a una mujer como
se había sentido con Lena. Y allí estaba ahora, sentada en su lugar
favorito junto al río, compartiendo una botella de vino en copas de plástico
con la persona a la que estaba convencida de no volver a ver nunca más.
—¿Sabes? Yo pagué en buena
medida las consecuencias de tu marcha —
admitió Yulia.
—¿Y eso?
—Verás... no era ningún secreto que pasabas la mayoría de los fines de
semana en nuestra casa. Cuando te fuiste se burlaron de mí durante
semanas, sin la menor compasión.
—Lo siento muchísimo, Yulka. Ya me imagino lo que te dirían.
Yulia se echó a reír.
—Esa es la cuestión: yo era tan inocente en esos asuntos que ni siquiera
sabía qué era lo que me llamaban. Mamá tuvo que explicarme lo que era
una lesbiana —dijo riendo de nuevo—. Yo le contesté que estaba
equivocada: era imposible que yo fuese lesbiana, porque nunca habías
intentado besarme.
Lena escupió el vino que acababa de beber, tosiendo al
atragantarse. Yulia le dio palmadas en la espalda hasta que consiguió
recuperar el aliento. Lena se volvió lentamente, sabiendo que su
rostro estaba rojo de vergüenza, pero se tranquilizó al ver el gesto risueño
que hacía brillar los ojos de Yulia.
—¡Qué tontería!
La ojiazul se echó a reír y le dio un puñetazo en el brazo, disfrutando al ver su
desconcierto. No recordaba haber visto nunca a Lena tan nerviosa.
—Durante un tiempo me pregunté por qué no lo habías hecho —confesó
finalmente Yulia.
Lo cierto era que aquello le había molestado bastante. ¡Lena y ella eran
amigas muy íntimas, más que si fuesen hermanas!
—Yo... nunca se me habría ocurrido hacer eso, Yulia. Joder, estaba muy
confundida, pero no... no en eso —
mintió.
«¡Mierda!»
—Lo sabes, ¿verdad? —añadió—.
Eras mi mejor amiga. Yo nunca habría puesto eso en peligro.
—Lo sé, Lenok. No éramos más que unas niñas.
—Seguramente fue mejor para ti que tuviese que irme. Tu buena fama se
habría ido a la mierda si me hubiese quedado.
—¡Como si a mí me importase lo que piense la gente de esta ciudad!
—¿Rene Turner, por ejemplo?
—¿Rene? Sí, era la peor. No puedo ni repetirte lo que me dijo después de
que te fueses —dijo Yulia mirándola a los ojos y sonriendo—. Según se
rumoreaba, le habías montado un numerito y ella te rechazó.
—¿Lo dices en serio?
—Dijo que le habías rasgado la blusa en el vestuario.
Lena asintió y comenzó a reír a carcajadas, al recordar el lejano suceso.
—Vaya, vaya, vaya, pero si es Elena Katina... ¿o debería decir Lesbiana Katina?
Lena arrojó la toalla a la cesta, sin hacer el menor caso a Rene.
—Supongo que eso significa que Yulia es tu novia...
Lena se revolvió como una fiera, con los ojos centelleantes:
—¡Ni se te ocurra nombrar a Yulia!
—Conque protegiéndola, ¿eh? ¡Qué bonito!
—¿Qué es lo que quieres, Rene?
—Oh, nada... Es que todos están tan sorprendidos...
Y yo me digo, ¿de qué se sorprenden? Yulia y tú hace años que sois
inseparables.
Supongo que creíais que fingiendo salir con Andrey y Pasha nadie se
daría cuenta.
—No sé de qué me hablas. Yulia y yo somos amigas.
—¡Por favor!
Lena se enderezó y dio un paso hacia Rene.
—¡Deja en paz a Yulia! Si no lo haces, le diré a todo el mundo que tú y yo
nos conocemos muy bien, Rene. Muy, pero que muy bien.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que les diré que he follado contigo aquí mismo, en el
vestuario. Deja en paz a Yulia.
Rene echó a reír.
—¡Como si alguien fuese a creerte!
—Ah, ¿no? —dijo Lena
abalanzándose sobre ella y aferrándole la blusa—. Me comporté como un
animal, Rene, y no pudiste resistirte.
De un tirón rasgó la blusa de Rene, dejando al descubierto el sujetador de
encaje.
—¡Cabrona! —gritó Rene,
retrocediendo para alejarse de Lena—.
¡Pervertida! ¿Cómo te atreves?
—Puedo hacer correr rumores, igual que tú, Rene, así que, si no quieres
que todo la ciudad crea que me estrené contigo, no vuelvas a meterte con
Yulia.
—Estás enferma. ¡Enferma!
Lena sonrió.
—Y tú eres una cabrona de mucho cuidado. Sal de mi vista.
—¿De qué te ríes?
—La verdad es que sí le rasgué la blusa. Y si no me falla la memoria,
llevaba un lindo sujetador de encaje.
Yulia se llevó la mano a la boca.
—¿Lo dices en serio? ¿De verdad le rasgaste la blusa?
Lena asintió.
—Aquella última semana vino al vestuario, y empezó a hablar de ti y de
mí.
No quería que comenzase a hacer correr rumores sobre ti, de modo que le
dije que, si lo hacía, yo le diría a todo el mundo que ella y yo lo habíamos
hecho en el vestuario.
Yulia sonrió dulcemente y la tomó de la mano.
—Pues debes de haberla asustado de verdad, porque no dijo ni una palabra
sobre mí hasta después de tu marcha.
—Menudo bicho era.
—Sigue siéndolo. Se casó con
Jonathan Wells, que es el vicepresidente del banco.
—De modo que ahora se cree que es la hostia, ¿no?
—El año pasado se hicieron una casa en el club de campo. Suelo verla en
navidades, cuando viene a la tienda para comprar nuevos adornos.
—Vaya, ser cliente habitual de tu tienda es muy generoso por su parte.
—Sí que lo es.
A continuación, Yulia ladeó la cabeza mientras le apretaba cariñosamente
los dedos:
—Cuéntame, Lena.
Ella se encogió de hombros.
—¿Qué es lo que quieres saber?
—Dime lo que sucedió en realidad.
Lo único que sé es que una mañana fui al instituto y ya no estabas. Y
después comenzaron los rumores.
Lena apoyó la espalda contra el tronco del pino y cerró los ojos
mientras recordaba la escena que había tenido lugar en la cocina de su
madre.
—Sé que quieres irte a estudiar fuera, Elena, pero debes pensar en tu
futuro aquí. Los padres de Andrey Bordanov han acordado ofreceros, en
cuanto os caséis, ocho hectáreas de terreno de su propiedad. Podéis
construiros una casa allí. Me parece razonable que curses los estudios de
primer ciclo hasta el momento de vuestro matrimonio, pero una vez
casados ya no habrá necesidad de que continúes estudiando. Andrey
trabajará en el aserradero, y por supuesto tu padre se asegurará de que
ascienda.
—¿Cómo? ¡No sólo has planeado ya mi matrimonio, sino también el
empleo de mi futuro marido! ¡Muy romántico de tu parte, madre!
—¿Romántico? Elena, tu padre es el alcalde de esta ciudad. El
aserradero da empleo a más de la mitad de los hombres del ciudad. No
hay tiempo para romanticismos. Los Bordanov, además de poseer miles de
hectáreas de pinares, son la familia más rica de la ciudad, aparte de la
nuestra. Lo más lógico es que nos unamos.
—¿Unirnos? —gritó Lena,
arrojando el sándwich sobre la mesa—.
¡No sé qué habrás estado planeando, madre, pero no pienso casarme con
Andrey Bordanov! ¡No estoy enamorada de él!
—¿Quién habla de amor? Ya es hora de que comprendas que el amor no
tiene nada que ver con esto, Elena. Se trata de negocios.
Lena negó con un gesto.
—No. No pienso casarme con él, y tampoco pienso quedarme en esta ciudad.
Voy a ir a la universidad en otro pais. Tengo mis propios sueños, y mi propia vida por
delante. Lo siento pero eso no incluye ni a Andrey Bordanov ni a Moscú.
Su madre exhibió aquella sonrisa que Lena había aprendido a odiar a lo
largo de los años: una sonrisa de victoria.
—No tienes elección, querida
Elena. No tienes dinero propio. Tu padre no tendrá más que negarse a
enviarte a la universidad. Te casarás con Andrey Bordanov —concluyó con
un firme movimiento de cabeza.
—¡Y una mierda! ¡Ni siquiera me gustan los chicos, así que no pienso
casarme con ninguno! —gritó Lena y, saliendo a toda velocidad de la
casa, cogió la bici en lugar de las llaves de su coche, en un arrebato
infantil.
Abrió lentamente los ojos y
contempló el cielo azul. El río fluía suavemente, chapoteando apenas
contra la orilla. La gentil brisa mecía los pinos, apagando los cantos de las
aves, excepto los de los arrendajos, que volaban a ras de agua,
congregándose en la orilla opuesta y quebrando el silencio con su
algarabía.
—Cuéntame —insistió Yulia.
Lena la miró a los ojos.
—Dime qué ocurrió.
—Mi madre planeaba casarme con Andrey Bordanov —contestó
encogiéndose de hombros—. Estaba contándome lo beneficioso que sería
para ambas familias. Yo le dije que quería ir a la universidad, salir de Moscú. No importaba: mi futuro ya había sido decidido.
Lena se sirvió lo que quedaba de la botella en su copa, haciendo un
gesto de disculpa hacia Yulia.
—No pasa nada. Sigue.
—Le dije que no pensaba casarme con él, y también que no me gustaban
los chicos —continuó Lena mientras tomaba un sorbo de vino, con la
mirada fija en el fluir del río—. Salí de allí, me monté en la bici y pedaleé
kilómetros y kilómetros, o eso me pareció. Al volver a casa mi padre
estaba allí. Ambos querían saber qué era lo que había querido decir con lo
de que no me gustaban los chicos.
Lena cambió de postura,
arrimándose más al árbol.
—Les dije que era lesbiana.
La pelirroja cerró los ojos, recordando la atónita mirada de su madre y la
decepción que reflejaba el rostro de su padre.
—Al principio mi madre me acusó de inventármelo tan sólo para
castigarla.
Mi padre dijo que no pensaba discutir más sobre el asunto. Me casaría con
Andrey Bordanov, y punto.
Lena notó que la suave mano de Yulia tomaba la suya.
—Le dije que de eso nada.
Hablamos... bueno, más que nada, ellos gritaban —añadió—. Fui al
instituto, como siempre. No faltaban más que un par de semanas para la
graduación. Y
entonces, un día mi madre me obligó a ir a ver al hermano Petrov. Él iba a
curarme, a exorcizar el mal que había dentro de mí.
—¡Qué horror! —susurró Yulia.
—Estaba muerta de miedo —
murmuró Lena—. Tenía miedo de él, de lo que iba a sucederme.
—¿Por qué no me lo contaste?
—También tenía miedo de ti —
admitió—. Tenía miedo de que me dejases, de que me abandonases.
—¡Oh, Lenok! —exclamó Yulia,
acercándose a ella y rodeándola con sus brazos—. Yo nunca te habría
abandonado.
—Una mañana, cuando ya estaba
vestida para ir al instituto, mi madre entró en mi habitación con una
mochilita.
Me la arrojó y me dijo que metiese en ella algo de ropa. También me dijo
que, como no era «normal», no les servía para nada.
Me llevó en su coche hasta el aeropuerto internacional en la parte mas aislada. Supongo que
no quería que la viese nadie del barrio.
Compró un billete para Norteamérica, me entregó cien dólares y me advirtió que
no volviese hasta que hubiera recobrado el sentido.
—¡Dios mío! —murmuró Yulia.
Lena movió la cabeza de un lado a otro, después hundió el rostro
contra el hombro de Yulia, aceptando el consuelo que le ofrecían los brazos
de su amiga.
—¡Tenía mucho miedo, Yulka! No
tenía ni idea de lo que hacer.
—Podrías haberme llamado.
Le a se apartó un poco.
—Ni siquiera tenía aún los
dieciocho, Yul. Mis padres acababan de repudiarme, me habían expulsado
deshonrosamente. No podía llamarte, de ninguna manera. Creía que ya
todo el mundo lo sabría, en el barrio, la ciudad y en el instituto, y no quería que me
odiases.
—¡Dios, siempre has sido una
testaruda!
Lena negó con un gesto.
—No podía arriesgarme contigo.
—Así que me dejaste y ya está —
afirmó Yulia en voz baja.
Se miraron a los ojos, interrogándose la una a la otra sin decir nada. En ese
momento, el móvil de Lena quebró el silencio. Sacó el aparato del
bolsillo de los vaqueros y comprobó el número del que llamaba. Sonrió.
—Nos han pillado.
—¿Quién?
—Es el número de los Vasiliev —
dijo antes de descolgar—. Lena Katina, ¿diga?
—Elena, soy Mary Vasiliev.
¿Estás bien?
—Perfectamente, Mary. Es que... Yulia y yo estamos contándonos las
novedades.
—Nos preocupamos al no verte
aparecer por el cementerio.
—Lo siento; ya había tenido
bastante. Por eso decidimos bajar hasta el río, al lugar donde solíamos
venir de niñas. Nos apetecía verlo, y estar un rato a solas.
—Ya, comprendo. Por favor, dile a Yulia que llame al café; Alexey llamó allí
al ver que no aparecías, y creo que eso ha hecho que Katya y su madre se
preocupen.
Lena asintió.
—Volveremos dentro de poco, y nos pasaremos por allí.
—¿Qué pasa? —preguntó Yulia una
vez que Lena hubo colgado.
—Bah, estaban montando ya todo un dispositivo para localizarnos. No creí
que fuesen a echarnos de menos.
Yulia hizo una mueca de fastidio.
¡Igual que en los viejos tiempos! Aceptó la mano que la pelirroja le ofrecía
y dejó que tirase de ella para ponerla en pie.
—Venga, señorita Volkova. Te
llevaré a casa, antes de que tu madre intente despellejarme.
En el trayecto de vuelta, Yulia intentó de nuevo convencer a Lena para
que se hospedase en su casa.
—Ya sabes que mi oferta sigue en pie.
—¿Qué oferta?
—La de que te quedes en mi casa, si quieres. Tengo una habitación libre
que es una pena que no se use.
—¿No temes las murmuraciones?
—Ya el hecho de que estés de nuevo en la ciudad es motivo suficiente de
murmuraciones. Dudo que a nadie le importe dónde te alojas.
—Es que tal vez te tome la palabra, si lo dices en serio.
—Lo digo muy en serio. Me
encantaría que te quedases en mi casa.
Eso nos proporcionaría más tiempo para ponernos al día. Porque, por
ejemplo, no me has contado ni un solo detalle de tu vida.
—Ah, ¿no?
—No, en realidad no. Sabes irte muy bien por las ramas.
—Está bien, dejaré que me acribilles a preguntas si cocinas tú. Hace siglos
que no pruebo una comida casera.
—Pues me temo que puedes llegar a arrepentirte de haberlo pedido: Katya
es la que ha heredado todas las habilidades culinarias de mi madre.


CONTINUARÁ...

Espero les haya gustado esta conti, en unos días habrá mas del Fan Fic.  Cool Smile



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OCULTO AMOR Empty Re: OCULTO AMOR

Mensaje por Lesdrumm Vie Mar 20, 2015 7:46 pm

Después de un tiempo sin publicar esta historia aquí estoy de nuevo, prometo no desaparecer mas. Espero les guste.




OCULTO AMOR




Capítulo 11


Yulia se despidió con un gesto mientras el Lexus negro se alejaba. Después

entró en el café, encontrándose con Katya y con su madre, que la esperaban
de uñas.
—¿Dónde demonios te habías
metido?
—No sabía que controlases mis idas y venidas, Kat.
—Por supuesto que no, Yul, tan sólo estábamos preocupadas —dijo su
madre, enarcando las cejas al fijarse en sus vaqueros y en la manta que
traía doblada bajo el brazo.
—Hemos ido al río.
—¿Al río? ¡Ya no estás en el
instituto, Yulia! ¡No puedes andar escabulléndote así, y pensar que vamos a
quedarnos tan tranquilas!
—Si utilizas esas tácticas con tus hijos no me extraña que me prefieran a
mí, Katya.
—¿Os escapasteis al río mientras estaban enterrando a su padre?
—Pues la verdad es que sí, y no fue idea mía.
Su madre se echó a reír.
—Nunca ha sido idea tuya. Siempre era por culpa de Lena, si no recuerdo
mal.
—¡Tan sólo lleva dos días aquí y ya te has ganado una bronca! —soltó
Katya por encima del hombro, mientras volvía tras el mostrador.
Yulia se volvió hacia su madre.
—Tan sólo queríamos hablar.
Hizo una pausa antes de continuar:
—Le conté lo de Pasha.
—¡Dios santo! ¿Y qué hizo ella?
Yulia sonrió.
—Amenazó con matarlo.
—Sí, siempre ha sido tu ángel
guardián. Pero ¿dices que habéis hablado?
Eso es bueno; Katya está convencida de que hasta ahora te lo habías
guardado para ti. Desde luego, a nosotras nunca nos has contado todos los
detalles. No puede ser nada bueno tener eso dentro de una, Yul.
—Lo sé, mamá. Pero había algunas cosas que no quería compartir con
vosotras. Sin embargo, con Lena siempre he podido hablar de todo.
—¿Incluso después de tanto tiempo?
—Sí. Por supuesto, ambas hemos cambiado, pero esa... esa conexión que
teníamos sigue ahí. De hecho, va a quedarse en mi casa el resto de su
estancia.
—Ah, ¿sí? Pues estupendo. Te
vendrá bien un poco de compañía.
—¡Por aquí necesitamos una
cocinera! —clamó Katya.
—La jefa está chasqueando el látigo
—le dijo su madre guiñando un ojo—.
¿Te quedas?
—Esperaba que Kat me acercase a casa.
—Tardaremos una hora más en
acabar de limpiar —advirtió su madre.
—No pasa nada. Os ayudaré.
Más tarde, mientras la pelinegra la ayudaba a cargar el lava- vajillas, Katya le dio
un codazo.
—Dice mamá que le has contado a Lena lo de Pasha.
—¡Dios! ¿Es que no sabéis guardar un secreto?
—No me puedo creer que hayáis
bajado al río —continuó Katya—.
¿Cuándo fue la última vez que fuisteis?
Yulia sonrió.
—Pues supongo que la última vez que Lena me llevó.
—La echabas de menos, ¿eh?
—Sí, más de lo que creía. Es como si hubiésemos reanudado nuestra
amistad justo donde la dejamos, ¿sabes?
—Siempre he sentido celos de
vuestra relación —admitió Katya—. Yo nunca he tenido una amiga tan
íntima como lo erais las dos.
Katya cerró la puerta del lavavajillas y lo puso en marcha. De inmediato se
oyó el zumbido del agua a presión, tan familiar para ambas.
—Sé muy bien que, desde que Lena se fue, no has tenido ninguna amistad
igual de íntima.
—Es cierto.
—Es extraño. Greg y yo tenemos un puñado de amigos, otras parejas con
hijos, pero tú has sido mi amiga más íntima. Y sin embargo no he podido
reemplazar a Lena. Has estado más o menos sola. Me preocupas. Ojalá
salieses por ahí a divertirte, o te citases con alguien... algo.
—Estoy bien, Kat, deja de
preocuparte por mí.
—El día más emocionante de la
semana para ti es cuando te quedas cuidando a mis niños para que yo salga.
Acabarás como la vieja señorita Cutter, lo sé.
—¿Por qué todo el mundo la llama vieja? Apenas tiene sesenta años.
—Siempre ha vivido aquí, y siempre sola. Por eso.
—Tal vez sea simplemente que no salga con nadie del pueblo porque tenga
a alguien fuera de él.
Katya puso los brazos en jarras.
—¿Qué es lo que estás diciendo?
—Nada, no me hagas caso.
—¿Has conocido a un tipo de otro pueblo? ¿Quién es? —la interrogó Katya,
mirándola con gesto desconfiado.
Yulia hizo una mueca de
desesperación. ¡Su hermana no sabía pensar en otra cosa!
—No he conocido a nadie, Kat, créeme. Si así fuese, tú serías la primera
en enterarte.
Katya se quitó el delantal y lo embutió dentro del bolso.
—Ya. ¿Quieres venir a comer? Greg va a traer una pizza.
—No puedo, tengo compañía.
—Ah, ¿sí?
—Lena; va a quedarse en mi casa.
—¿De veras? —Katya la escrutó
detenidamente antes de sonreír—. Podéis venir las dos.
—¿Para qué, para pelearme con tus hijas por cada trozo de pizza? No,
gracias.
Katya sonrió.
—Me alegro de que tu amiga haya vuelto, Yulia, pero ya sabes que volverá a
marcharse, ¿no?
—Lo sé; simplemente, es una alegría volver a verla.

—Cierto. Venga, vamos, te acercaré a casa.


CONTINUARÁ...


Última edición por LenokVolk el Vie Mar 20, 2015 8:41 pm, editado 2 veces
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Mensaje por Lesdrumm Vie Mar 20, 2015 7:56 pm

OCULTO AMOR




Capítulo 12


—Me gusta tu casa —dijo Elena, acercando su silla a la de Yulia para
sentarse con ella en la terraza trasera—.
¿Hace mucho que la tienes?
—Este verano hará dos años.
Después de... bueno, después de lo de Pasha estuve de alquiler. Mamá
quería que me fuese a vivir con ella, pero yo necesitaba un hogar propio.
La tienda iba bien, y pude ahorrar lo suficiente.
Tomó un sorbo del dulce té que Lena le había preparado y continuó:
—Nunca se lo he dicho a nadie, pero he pensado muy en serio si irme del
pueblo y comenzar de nuevo, ¿sabes?
Claro que toda mi familia está aquí. Me sentiría perdida.
—¿Y adonde irías?
—Había pensado en St Petersburgo. Pero
¿qué iba a hacer allí? La tienda va bien, y no tenía mucho sentido venderla.
—¿Recuerdas cuando trepábamos
por el gran roble que hay en casa de tus padres? Hablábamos de lo que
haríamos cuando nos fuésemos del pueblo.
¡Teníamos grandes planes!
—Es cierto. Y tú lo conseguiste; te las has arreglado estupendamente tú
sola.
¡Me sentía tan orgullosa cuando iba al cine y veía allí tu nombre...! Me
hacía sentir feliz, y triste a la vez.
—¿Triste?
—Sí, porque ya no formabas parte de mi vida, y porque no pudimos
despedirnos siquiera.
—No habrás llorado por mí, ¿eh, Yulka? —preguntó Lena en voz baja.
—No sé si fue por ti o por mí
misma, pero sí.
—Yo... ¡estaba tan asustada al bajar de aquel avión  en América...! Dispuse
de casi cuatro horas para pensar en todo, pero seguía sin tener ni la menor
idea de lo que hacer. Una parte de mí deseaba volver a casa y suplicarles
que me dejasen quedarme allí. Pero mi parte más testaruda no lo habría
permitido.
Elena estiró las piernas, disfrutando de la frescura de la noche.
Recorrió con la mirada el pequeño patio trasero de Yulia, comprobando
distraídamente que tal vez no había heredado las habilidades culinarias de
su madre, pero sí su buena mano para la jardinería.
—¿Y qué hiciste?
—Me fui a un motel barato. Creo que el encargado pensó que me había
fugado de casa. Me extrañó que no llamase a la policía. No tenía más que
cien dólares, y sabía que eso no me iba a llevar muy lejos. Pasé aquella
primera noche sola, hambrienta y asustada. Puse la tele, y estaban dando un 
documental sobre una actriz de Hollywood. Ni siquiera recuerdo quién era,
pero estaba contando que había llegado a Los Angeles sin un céntimo, y
que había trabajado de camarera mientras intentaba conseguir algún papel.
Así que pensé: qué demonios, yo también puedo hacerlo —
concluyó encogiéndose de hombros.
—¿En Dallas?
—No. Pensé que, si de verdad iba a largarme de allí, lo mejor era ir a por
todas. Así que compré un billete de autobús hasta Phoenix. Gasté en él todo
mi dinero, excepto veinte dólares para comida. Al llegar a Phoenix hice
autoestop hasta Los Angeles. Tardé tres días más en llegar.
—¡Oh, Lena, podría haberte pasado cualquier cosa! ¡Podrían haberte...!
—Lo sé. Pero en ese momento ni lo pensé. Además, la suerte estaba de mi
parte: el último que me recogió tenía un restaurante, y me dio trabajo al
momento.
—¿Dónde vivías?
—Me quedé durante un tiempo en el refugio del Ejército de Salvación,
pero era algo siniestro. Al final, una de las chicas del restaurante me dejó
una cama.
Lena enrojeció. Aquella había sido su primera experiencia sexual.
¡Dios, había sido horrorosa! La chica ni siquiera le gustaba demasiado.
—¿Qué ocurre?
—Nada. Nosotras... esto... nos liamos, más o menos. Pero fue un desastre.
Me fui de allí seis meses más tarde, me mudé a casa de un chico gay que
había conocido, Christopher.
Seguimos siendo buenos amigos. Es dibujante de cómics.
—¿Y después? Háblame de la
universidad.
—No hay mucho que contar.
Empecé yendo a clase por la noche para poder seguir trabajando. Después
conseguí un trabajo nocturno en un bar, para poder asistir a tiempo
completo.
Cuando tenía algo de tiempo libre escribía. Creo que lo hacía más que nada
como terapia. Christopher sabía todo lo de mi familia, y le gustó lo que
estaba escribiendo. Era amigo de un chico que a su vez era amigo de
Ingrid, mi agente.
Nos puso en contacto y, bueno, todo partió de ahí.
—No hay lugar para la familia.
—Sí. Pero me llevó años acabarlo, literalmente. Ingrid insistía, deseando
que se lo entregase cuanto antes, pero yo me había esforzado demasiado
con los estudios universitarios como para renunciar a ellos. Seguí
trabajando, yendo a clase y escribiendo en mi tiempo libre, que no era
mucho, por supuesto, al tener que estudiar. Por fin conseguí acabarlo tres
meses después de graduarme —
sonrió—. ¿Crees que conseguí retratar a mi madre tal y como es?
Yulia se echó a reír.
—Eso pensé al ver la película.
—Así que, ocho años después de salir de Rusia en avión, tenía el
dinero suficiente para comprarme un apartamento, dejar mi trabajo y
ponerme a escribir. Fin de la historia.
—¿Cómo que fin?
—Ahora vivo en un lindo
apartamento en la costa de Monterrey.
—¿Qué es lo que no me estás
contando?
Elena sonrió.
—No hay ninguna emocionante
historia de amor, si es ahí adonde quieres llegar.
—¿Por qué no?
—Ya te lo dije: simplemente no llegué a conocer a nadie con quien
quisiera compartir mi vida.
—¿Por qué? ¿Tenías miedo?
—¿Miedo? ¿Qué quieres decir?
—Bueno, no es que hayas tenido un buen modelo que digamos. ¿Temías
que tus relaciones acabasen como la de tus padres?
—La verdad es que ya por entonces me parecía que su matrimonio no iba
bien. Estaba segura de que mi padre no podía ser feliz a su lado. Al
principio supongo que los juzgaba a los dos por el mismo rasero, pero al
crecer comprendí que mi padre estaba más o menos en el mismo bote que
yo, totalmente
controlado por ella. Lo que quiero decir es que ahí estaba él, el empresario
con más empleados de la ciudad, el alcalde de Moscú, y tenía que
volver a casa y aguantarla. Dios, Yulka, ella era tan...
superficial supongo que es la palabra.
Todo lo que hacía, todo lo que decía no era más que una fachada, una
actuación, como si todo el mundo la estuviese mirando.
—Lo sé. Y, por lo que me has
contado, te tenía aterrorizada.
—Cierto. Yo deseaba tener una
familia como la tuya, tan llena de amor.
Tus padres se demostraban cariño el uno al otro, incluso frente a nosotras.
Sin embargo, no recuerdo que mis padres se rozasen siquiera. Y ni una sola
vez me dijeron que me querían, ¿sabes? Mi madre hacía lo posible por
enseñarme a ser una dama, a ser una Katin. Y fíjate: si tú y yo no fuésemos
amigas, si no hubiese podido ver cómo se comportaban los miembros de
las familias de verdad, tal vez habría acabado pensando que la forma de ser
de mis padres era perfectamente normal, porque lo cierto era que sus
amigos eran exactamente iguales a ellos.
—Sé que prácticamente me
despreciaba. Me daba muchísimo miedo ir a tu casa. Yo nunca era lo
bastante buena para ser amiga tuya.
—Recuerdo que una vez me dijo que los Volkov no eran de la misma clase
social que nosotros. Yo no entendí lo que quería decir. Lo único que sabía
era que me lo pasaba mucho mejor contigo y con tu familia que con la mía
propia. Ella solía decirme que desearía que yo fuese más parecida a mis
primos, que sabían cuál era el lugar que ocupaban en este pueblo. No fue
hasta llegar al instituto cuando me di cuenta de lo que intentaba decirme,
cuando los Bordanov
comenzaron a visitarnos a menudo.
Ahora sé que Andrey debió de odiar todo aquello tanto como yo.
—¿Nunca hablasteis de ello?
—¿Hablar? No, prácticamente nos obligaron a salir juntos. Y supongo que
en cierto sentido me parecía lógico. Hasta que... bueno... hasta que me di
cuenta de que no me gustaba nada besarlo.
—¿Cuándo lo supiste?
—¿Saber qué, que era lesbiana?
—Sí. O sea, ¿fue de un día para otro?
Lena sonrió.
—Algo así.
—Hay algo que me estás ocultando
—dijo Yulia acercándose más a su amiga
—. ¿Quién era ella? ¿Una de las chicas del equipo de baloncesto?
—¡No, por supuesto que no! ¡Por Dios, Yul!
—¿Quién, entonces? ¿Por qué no quieres decírmelo?
—Algunas cosas deben quedar en secreto.
—¡Por favor! ¡Nunca ha habido
secretos entre nosotras!
—Sí que los había: este.
Yulia se echó a reír.
—¡Ya lo tengo! ¿Becky Thompson?
—Dios santo, ¡no! ¿Becky
Thompson?
—Se fue a estudiar a Novosibirsk y apenas ha vuelto después. Que yo sepa nunca
se casó. Viene por navidades, eso es todo.
—Caliente, caliente —rio Lena
—. Así que no llegó a casarse... ¿No trabaja de entrenadora en alguna
parte?
—Pues la verdad es que sí.
—Vaya, que me muera... ¡Becky
Thompson!
La verdad era que Jacqueline sí sospechaba que Becky escondía también
sus propios secretos. Sin embargo, ella tenía entonces demasiado miedo de
los suyos para intentar nada.
Quedaron un momento en silencio, agitando ambas el hielo de sus vasos,
ahora vacíos. Por fin Lena se puso en pie y tomó el vaso que Yulia
sostenía en la mano.
—¿Quieres otro?
—Vale, ese estaba muy bueno. Pero debes de estar muerta de hambre. Yo
lo estoy.
—Dudo que haya algún buen
restaurante abierto —se burló Lena
—. ¿Qué es lo que has pensado?
—Pizza.
—¿Pizza? ¿En este pueblo?
—Claro que sí. Ahora tenemos una pizzería. Y sirven a domicilio.
Lena la apuntó acusadoramente con el dedo.
—¡Me prometiste que cocinarías!
—También te advertí de que no era uno de mis fuertes.
—Está bien, pizza. Pero mañana por la noche cocinaremos.
—¿Cocinaremos? ¡No me digas que has aprendido a cocinar!
—Cocino bastante bien, gracias.
—¡Ya estoy impaciente!
Yulia se recostó en su asiento,
relajándose mientras Lena iba en busca de más té. ¡Dios, qué maravilla
tenerla de nuevo allí!, pensó. No se había dado cuenta de lo mucho que la
había echado de menos. Katya tenía razón: en realidad no tenía amigas.
Unas cuantas del instituto, que seguían viviendo en el pueblo. Tenía
bastante amistad con ellas, o eso suponía. De hecho conocía prácticamente
a todo el pueblo, pero
¿amigas íntimas? No. Tenía a su familia, eso sí. Si necesitaba algo, allí
estaban ellos, sin hacer preguntas. Sin embargo, después de su desastroso
matrimonio se había encerrado todavía más en sí misma, contentándose
con su negocio, su casa y los hijos de Katya. En realidad ni se le había
pasado por la cabeza salir con nadie. Tal como le había dicho a Kat, no
había nadie en el pueblo por quien estuviese ni remotamente interesada. No
era que no hubiese tenido propuestas...
En su fuero interno temía acabar como la señorita Cutter, sesentona y
todavía sola.
Y sin embargo, ¿tan malo era?
¡Infinitamente mejor que vivir con Pasha Sidorov! Iba a disfrutar de
aquel tiempo con Lena, aunque sólo fuese una semana. Y tal vez ahora sí
podrían seguir en contacto. Quién sabe, tal vez incluso se aventuraría a ir a
visitarla a California, si Lena se lo ofrecía.
—Pareces relajada.
—Ajá. Bonita noche, ¿verdad? No suelo salir mucho a la terraza.
—¿No? Yo estaría aquí fuera todo el tiempo. Tengo una terraza grande que
da a la bahía de Monterrey —dijo la pelirroja, al tiempo que entregaba a
Yulia su té—.
En días claros puedo ver las montañas Santa Cruz, al otro lado de la bahía.
Pero incluso en días de niebla, que allá son bastantes, disfruto sentándome
allí fuera.
—Recuerdo lo mucho que te ha
gustado siempre estar al aire libre. Incluso de noche. Mamá tenía que
obligarnos a entrar.
—Sí. Echo de menos esto. Ingrid tiene una enorme casa, cerca de Santa
Rosa. Cuando voy a verla siempre le pido que cocine fuera, para poder
disfrutar de sus jardines. He pensado si comprar algo así, pero todavía no
me he decidido.
—¿Cuándo te mudaste de Los
Angeles?
—Cuando Ingrid se fue a vivir a San Francisco. No me había dado cuenta
de la cantidad de tiempo que pasaba con ellos.
Ella y Christopher eran mis conexiones sociales; Christopher sigue
viviendo en Los Ángeles. Pero no quería mudarme a la ciudad, que es
adonde se fueron ellos en primer lugar. Monterrey está al sur de San
Francisco y al norte de Los Angeles, lo bastante cerca de ambas ciudades.
Claro que ahora, desde que Ingrid se mudó a Santa Rosa, me supone una
buena caminata. Pero suelo pasar al menos un fin de semana al mes con
ellos.
—¿Sigue siendo tu agente?
—Por supuesto.
—¿Estáis enrolladas?
—¿Ingrid y yo? No, por Dios.
Quiero decir que es una amiga estupenda, pero, aunque estuviese soltera,
no. Tiene pareja. Llevan juntas desde antes de conocerla yo.
Yulia suspiró.
—Es un mundo muy diferente, ¿no?
Es decir, yo en estas cosas sigo siendo muy inocentona.
—Es muy diferente a Moscú, sí. Cuando venía hacia
aquí iba pensando que la mayoría de los pueblos y barrios siguen anclados en el
siglo pasado. Pero tampoco es tan malo, ¿no?
—Ah, ¿no? Es como si no
hubiésemos madurado. Seguimos
teniendo los mismos prejuicios que tenían nuestros padres, y los padres de
nuestros padres. Es como un círculo vicioso. Los cambios penetran muy
lentamente.
—Bueno, en ciertos terrenos
supongo que no es muy positivo, pero piensa en los hijos de Katya: pueden
crecer en un barrio, disfrutando de placeres de los que los niños del centro de la ciudad ni han oído hablar.
—Pero se están perdiendo muchos otros.
—Ni siquiera se enteran de que se los están perdiendo, y lo sabes. Nosotras
no sabíamos lo que había fuera de aquí, y no nos importaba. Sin embargo,
la televisión e Internet lo están cambiando todo. Ahora los chicos saben
muchas más cosas.
—Es cierto. Saben que ahí fuera hay mucho más de lo que encuentran en
Moscú. Cada año se van más chicos: salen a estudiar fuera y nunca
regresan.
—¿Desearías ser una de ellos?
—Algunas veces.
Elena la miró detenidamente.
—¿Por qué no fuiste a la
universidad? Ese último año apenas hablábamos de otra cosa.
—¿Quieres que sea sincera? Porque tú no estabas aquí. Me daba miedo ir
sola.
—¡Oh, Yulia!
—Es una tontería, lo sé.
—Si pudiera volver atrás, te hubiera llamado desde Dallas.
—Una parte de mí desearía que lo hubieses hecho, mientras que la otra se
alegra de que no haya sido así.
—¿Y eso?
—Si hubieses llamado no estarías ahora donde estás. Todo sucede por
alguna razón, Lena. Aquí estás, toda una escritora de éxito. Y no lo serías
si te hubieses quedado, ambas lo sabemos.
Estarías trabajando en el aserradero, igual que tus primos.
—Supongo que tienes razón. ¿Debo estarle agradecida a mi madre?
La chica de ojos azules sonrió.
—No; dejémosla fuera de esto. Y, hablando de llamadas, debería pedir ya
la pizza.
—La verdad es que ya he telefoneado yo. Espero que no te importe.
—¿Te costó encontrar el número?
—Estaba pegado al lado mismo del teléfono. Supongo que llamas a
menudo.
—Soy muy amiga de Joni, sí, aunque seguro que ahora mismo se estarán
preguntando por qué habrá llamado una desconocida desde mi teléfono.
—Les dije que estabas en la terraza, intentando emborracharte a base de té
con licor, y que necesitaba darte algo de comer.
—Muy graciosa. No me extrañaría que llamasen a mi madre para
decírselo.
—¿De verdad es así? ¿Todo el
mundo vigila a todo el mundo?
—Claro que sí. De hecho, ahora mismo mis vecinos se estarán
preguntando de quién será el coche negro que está aparcado en mi entrada.
Primero darán por hecho que alguien de mi familia se ha comprado un
coche nuevo, hasta que se fijen en que es un Lexus.
Entonces pensarán que tengo a algún caballero de visita, un caballero muy
adinerado.
—¿Y si el coche sigue aquí por la mañana?
—Entonces alguien llamará al café y, en medio de la conversación con
mamá, mencionará casualmente que un coche negro desconocido ha estado
estacionado en mi jardín toda la noche.
—¡Dios, no hay forma de librarse!
—No. Algunas veces eso me pone de los nervios, pero en realidad ya estoy
acostumbrada.
—A mí me volvería loca. Me gusta disfrutar de cierta intimidad.
En ese momento vieron los faros de un coche por entre los árboles. Poco
después sonó el timbre de la puerta.
—¡La cena!
—Magnífico. Me muero de hambre
—dijo la pelirroja.
Se comieron la pizza en la sala, sentadas en el suelo mientras iban pasando
de un canal a otro, sin detenerse nunca lo suficiente para ver ninguno de los
programas. Con disfrutar de la mutua compañía tenían más que suficiente.
Yulia comprendió de nuevo que Lena era la persona con la que se sentía
más cómoda del mundo, incluso después de tanto tiempo.
—¿Puedo contarte algo?
—Por supuesto, ¿qué es? —contestó Yulia, quien dejó a un lado su porción
de pizza y se limpió la boca con la servilleta.
—El señor Vasiliev me ha
adelantado parte del testamento. Al parecer, mi padre encontró una forma
de vengarse de mi madre.
—Ah, ¿sí?
—Sí. Me ha dejado el aserradero, entre otras cosas.
—¡Dios santo! ¿Lo dices en serio?
—Me temo que sí.
—¡Dios mío! —dijo, y a
continuación soltó una carcajada—.
¿Tienes idea de lo que hará tu madre cuando se entere?
—Me lo imagino perfectamente.
—¿Y qué hay de tu tío? ¿No es suya una parte desde siempre?
—Sí, una parte, pero mi padre tiene la parte mayoritaria. Creo que era
como un sesenta-cuarenta o algo así. Aunque no sé muy bien cómo
sucedió. Fue mi abuelo el que comenzó el negocio, pero mi padre era el
hijo mayor, así que supongo que se lo dejaría a él. La verdad es que ese
tipo de cosas nunca se mencionaban en casa.
—¿Y qué vas a hacer?
—El testamento no se leerá
oficialmente hasta el miércoles. Después supongo que el tío Nikolay lo
impugnará, o eso dice Alexey, yo no lo tengo tan claro.
Por lo que recuerdo de él, el tío Nikolay nunca ha tenido el instinto para los
negocios de mi padre. Él se ocupaba del funcionamiento del aserradero, y
mi padre atendía la parte económica. Tal vez ni se le ocurra impugnarlo —
añadió encogiéndose de hombros—. Pero estoy segura de que mi madre sí
lo hará.
—Pero ¿eso es legal? Quiero decir que yo creí que tu madre lo heredaría
todo, naturalmente.
—Si no hubiese testamento, todo iría al cónyuge superviviente. Mi padre le
legó más del cincuenta por ciento de sus activos líquidos, y la casa, por
supuesto, pero a mí me dejó su parte del aserradero y el resto de sus
propiedades. Estoy segura de que el hecho de haber sido yo alejada de la
familia le da argumentos para reclamar, pero Alexey parecía pensar que todo
estaba correcto en términos legales. Sin embargo, el problema es que yo no
quiero nada, y desde luego mucho menos el aserradero. ¡Si yo odio ese
trabajo! Por no mencionar el hecho de que no tengo ni la menor idea de
cómo llevar ese negocio.
—Entonces, ¿qué piensas hacer?
—No lo sé. La verdad es que todavía no he tenido ni tiempo para hacerme
a la idea. Una parte de mí desea quedárselo todo, tan sólo por el placer de
fastidiar a mi madre.
—Siempre puedes venderlo —
sugirió Yulia.
—Sólo se lo vendería al tío Nikolay.
Verás, medio pueblo depende del aserradero para su sustento; si se lo
vendo a alguna gran empresa, quién sabe qué sucedería con los empleos.
Yulia tendió la mano para apretarle cariñosamente el brazo, sonriendo
dulcemente.
—Después de todo lo que te ha
pasado, sigues preocupándote por este barrio, ¿eh?
—El aserradero funcionaba ya
mucho antes de que yo naciese. No quiero venderlo sólo por venganza, sin
preocuparme lo más mínimo de la gente que depende de él.
—Eso es lo que siempre me ha
gustado de ti, Lenok: tenías más dinero que nadie en la ciudad, pero ni una
sola vez te comportaste como si fueses mejor que los demás.
Lena apartó la vista,
avergonzada.
—A veces olvido de dónde procedes.
Para mí eras una de nosotras —añadió Yulia.
—El mero hecho de que mi familia tuviese dinero no me hacía mejor que
nadie; en todo caso me haría peor. No pude aprender a valorar las cosas
hasta que me hice amiga tuya y tu familia me trató como a una igual;
entonces fue cuando me di cuenta del valor que tienen las cosas. Tú nunca
diste nada por hecho, Yulka. Yo tenía todo lo que deseaba con sólo pedirlo.
Creo que el único motivo por el que pude sobrevivir cuando me echaron de
casa fue gracias a lo que aprendí con tu familia.
—No puedo ni imaginar lo que
debiste sentir cuando te expulsaron con un puñado de dólares, teniendo
ellos millones.
—No creas que no se me pasó por la cabeza. Lo que me dieron era más o
menos lo que mi madre gastaba en una cena en el club de campo, y sin
embargo esperaban que me las arreglase con eso.
—Tal vez ese era el plan: se imaginó que volverías corriendo a casa.
—Claro que sí. Por eso me negué a pedirles ni un centavo. Pasé
estrecheces, ahorré a base de comer las sobras del restaurante, jurando que
nunca les pediría nada. Luché con todas mis fuerzas, Yulia, no voy a
negarlo. Y tampoco es que ahora nade en la abundancia, ya lo sabes. Pero
he aprendido a apreciar el valor del dinero y a no dar nada por sentado. No
vivo por encima de mis posibilidades: tengo un modesto apartamento,
conduzco un coche que ya tiene cinco años. Podría permitirme más lujos,
pero,
¿para qué? ¿Tan sólo por aparentar? —
preguntó, a la vez que negaba con un gesto—. Si existe alguna razón por la
que trabajo tanto es para construirme una casa en las afueras de la ciudad,
tal vez al pie de las montañas. Por nada más. Tan sólo por tener un poco
de... espacio. No necesito un montón de caprichos de última moda, ni
tampoco la fortuna de mi padre.
—¿Temes que eso te cambie?
—Tal vez. No quiero ser nunca
como mis padres, gentes para las que lo más importante de la vida es tener
dinero y conseguir más dinero aún. Dios santo, Yulia, fíjate en la cantidad de
dinero que tenían. ¿Se les ocurrió alguna vez construir una nueva
biblioteca para el barrio? ¿Un local para los jóvenes? ¿Algo en beneficio
del lugar donde vivían? No, se lo guardaron todo para ellos. ¿Y para qué?
¿Para poder tener una casa más grande que cualquier otro? ¿Para poder
cambiar de coche cada año? Y ni siquiera así mermaba su fortuna ni lo más
mínimo.
Yulia sonrió.
—Te estás embalando, ¿eh?
—Perdona, ¡es que me cabrea!
Tenían más dinero del que podrían gastar en doscientos años, pero no
hacían nada por los demás con él. Y ahora, mi madre va a volverse
completamente loca en cuanto sepa que le arrebatan parte de esa riqueza.
Pero no porque lo necesite: Dios sabe que seguirá teniendo de sobra.
—Tienes que parar, Lena. Te estás poniendo de los nervios con todo esto.
—Lo sé. Por eso no quería ni
pararme a pensarlo. Sabía que esto iba a suceder. Lo siento mucho.
—No te disculpes, yo pienso lo mismo. Siempre he admirado tus
principios, Lenok. Eso fue lo primero que me atrajo de ti.
—Creí que había sido porque le di una paliza a Kirill Comosellame
cuando te tiró del columpio.
—Haskell. Y sí, me protegiste.
—Fue la primera de muchas veces.
Te metiste en muchos más líos, Yulia. La pelinegra se echó a reír.
—Más bien creo que la mayor parte de las veces eras tú la que me metías
en líos.
Lena comenzó a relajarse, dejando que fuese desapareciendo la
tensión que la había dominado al hablar de sus padres. Yulia tenía razón, se
había embalado. Tendió la mano para acariciar suavemente la rodilla de su
amiga.
—He de ser sincera contigo, Yul.
Para mí significa mucho el que me aceptes como soy. No sabes lo bien que
me siento al estar de nuevo aquí contigo, compartiendo recuerdos y
sentimientos y sabiendo que no me juzgarás ni me despreciarás por eso.
¡Echaba tanto de menos poder hablar contigo...!
Yulia notó que se le humedecían los ojos al oír aquellas palabras tan
sinceras.
Era ella la que debería estar dándole las gracias a Lena, porque se había
sentido sola durante muchísimos años y, ahora que Jackie llevaba tan sólo
dos días allí, volvía casi a sentirse la misma de antaño.
—Nunca se me ocurriría juzgarte, Lena. Sé quién eres y cómo eres, y creo
que eres la mejor persona que he conocido nunca —dijo, y se inclinó a
besarle la mejilla—. Y te he echado de menos un montonazo.
Lena sintió que se le encogía el corazón al notar cómo aquellos
suaves labios le rozaban la mejilla, y pensó que era increíble que después
de tanto tiempo Yulia siguiera causándole tal efecto.
—Muchas gracias —murmuró.

 


CONTINUARÁ...






Espero les haya gustado estos dos capítulos. Nos leemos en unos días.  Cool Smile Razz
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Mensaje por Lesdrumm Dom Mar 29, 2015 6:37 pm

Les dejo la continuación de esta historia.  Very Happy




OCULTO AMOR






Capítulo 13


Lena se acurrucó bajo las mantas en la habitación de invitados de
Yulia, todavía completamente despierta. Su mente bullía con tantas cosas
que parecía totalmente incapaz de relajarse. ¡Su padre le había dejado el
maldito aserradero! ¡Y el banco!
Apenas podía creerlo. Giró la cabeza y echó un vistazo al sobre blanco que
había puesto en la mesilla, apoyado contra el despertador. Tenía la
intención de leer la carta, pero había cambiado de opinión.
Para ser sincera, lo que tenía era miedo de leerla. ¿Y si era una disculpa, la
espontánea confesión de cuáles eran sus verdaderos sentimientos hacia
ella? ¿Qué haría entonces? Ya se sentía
tremendamente culpable por no haber intentado reconciliarse con él. Al
mismo tiempo razonaba que era obvio que él sabía dónde vivía ella. Podría
haberse puesto en contacto con ella si así lo quería. Claro que no tendría ni
la menor idea de cómo reaccionaría su hija. Era algo que ni siquiera ella
misma sabía.
Desde el momento en que ella alcanzó el éxito, sus padres a la fuerza
debían haberse enterado de dónde estaba y de lo que hacía. No era que
fuese una celebridad, ni mucho menos, pero alguien que escribe un libro
sobre un barrio específico de Rusia  y consigue que ese libro sea llevado al
cine tenía que haber causado cierta conmoción en Chystye Prudy, Moscú.
Seguro que sí.
Respiró hondo y cerró los ojos, deseando que llegase el sueño. Se relajó, y
su mente dejó de ocuparse de su padre para pensar en Yulia. Dios, después
de tanto tiempo creía que ya todo se había acabado, pero la simple cercanía
de la morena había conjurado todas aquellas antiguas sensaciones de su
adolescencia. De pronto se dio cuenta de que nunca había sentido aquello
por nadie más. Las mujeres que habían desfilado por su lecho no eran más
que meras sustitutas. Había estado buscando a alguien que le hiciera sentir
lo mismo que Yulia, pero ninguna lo había conseguido.
Y ahora, ¿qué? Allí estaba ella, de nuevo en Moscú, junto a la única
mujer que la había hecho sentir viva, que le había hecho sentir algo
especial. Ahora,
¿qué?
—Déjalo estar —susurró.
Dejarlo estar. No había ninguna necesidad de que Yulia se enterase. Bastaba
con volver a avivar los rescoldos de su amistad. No tenía por qué decirle a
la ojiazul que seguía sintiendo un infantil enamoramiento por ella. Muy pronto
regresaría a California para continuar con su vida, y Yulia seguiría en Moscú.
Al menos habían recuperado su amistad.
Ahora podrían seguir en contacto, hablar.
Tal vez sería suficiente.


CONTINUARÁ...

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Mensaje por Lesdrumm Dom Mar 29, 2015 6:49 pm

OCULTO AMOR






Capítulo 14


Yulia apartó las mantas de un golpe, harta de luchar contra el intranquilo

sueño que por fin había conseguido echarla de la cama. Todavía era muy
temprano, pero recordaba que en los viejos tiempos Lena era más bien
madrugadora.
Prepararía el café y después se daría una ducha. Se puso una bata por
encima del informal camisón y fue descalza hasta la sala, sin molestarse
siquiera en encender las luces. De pronto se abrió la puerta del cuarto de
baño de invitados y apareció Lena, desnuda de la cabeza a los pies,
con las sinuosas líneas de su cuerpo destacadas por la brillante luz del
lavabo.
Yulia se quedó clavada en el sitio por la sorpresa, mientras sus ojos
recorrían el cuerpo de la pelirroja, que se disponía a girar hacia el pasillo. Los
pechos seguían siendo exuberantes, y su cuerpo tan esbelto como siempre.
Yulia tragó saliva y se dio cuenta de que había estado conteniendo el aliento.
En ese momento, Lena alzó la vista y se la encontró allí, mirándola.
—¡Dios! Lo siento, creí que seguías dormida —dijo, al tiempo que entraba
a toda prisa en el baño y cogía la toalla para cubrirse.
Yulia sonrió. Lena siempre había sido muy pudorosa. En eso no había
cambiado, al parecer.
—No pasa nada. Iba a preparar la cafetera.
—Sí, bueno, pero... lo siento.
Yulia se echó a reír.
—Siempre te escondías de mí en el instituto, también. Relájate, ¿vale? Ya
te he visto otras veces, Lena.
La pelirroja enrojeció y se fue a toda prisa hacia la habitación de invitados,
cerrando de golpe la puerta para apoyarse después contra ella. Se escondía
de Yulia en el instituto porque estaba segura de que su cuerpo dejaría
traslucir el deseo que sentía por su amiga. La inocente Yulia no solía hacer
otra cosa que pasearse medio desnuda frente a ella. Había sido una tortura,
una verdadera tortura.
La morena seguía sonriendo mientras
depositaba varias cucharadas de café sobre el filtro. Lena tenía un
cuerpo precioso, y no podía comprender por qué se avergonzaba tanto de
él. En ese momento su mano se quedó inmóvil, mientras su mente
regresaba a la época del instituto: ella nunca se había avergonzado de su
cuerpo, ni había sentido el menor reparo en vestirse frente a la Lena. Y, si lo
pensaba bien, la pelirroja tampoco lo sentía, al principio. Pero ese último
año le pareció que Lena evitaba desnudarse frente a ella, y también estar
presente mientras su amiga se vestía.
Entonces lo comprendió todo: Lena había descubierto ya que era lesbiana,
se sentía avergonzada y creía que, si Yulia se enteraba, dejaría de ser su
amiga.
—¡Oh, Lenok! —murmuró.
Movió la cabeza de un lado a otro, preguntándose qué pensamientos
habrían torturado a Lena en esa época. Sin duda estaría muy asustada,
temerosa de perder su amistad. Yulia se preguntó qué habría hecho si Lena
le hubiese contado su secreto. ¿Habría tenido miedo de ella?
Imposible, Lena era su mejor amiga.
Nunca la habría rechazado, pasase lo que pasase.
—Ya estoy decente, por si te interesa
—oyó decir a la pelirroja a su espalda.
Yulia se volvió lentamente y la miró con fijeza a los ojos.
—Siempre has sido decente, Lena
—dijo Yulia, dando unos pasos hacia ella hasta cogerla de las manos—.
Somos amigas y, pase lo que pase, eso no va a cambiar.
Después sonrió antes de añadir:
—Así que alegra esa cara, ¿quieres?
—Claro, claro, lo siento. Es que yo...
—No te avergüences. Tienes un
cuerpo precioso, Lena, siempre lo he pensado.
Yulia soltó las manos de Lena y se alejó antes de que ésta pudiese
replicar, dejándola con la boca abierta.
El domingo después del mediodía estaban sentadas en el patio de Katya,
jugando apasionadamente a las cartas entre los cuatro.
—¡Nunca has podido vencernos, y esta vez no será diferente! —se jactó
Yulia.
—Ah, ¿sí? Dudo mucho que Lena y tú recordéis los códigos secretos que
solíais utilizar para hacer trampas —
contraatacó Katya.
—¿Trampas? Kat, no teníamos
necesidad de hacer trampas para ganarte.
¡Dios, si Dima y tú erais malísimos!
—No era yo, era Dimitri. ¡Y ahora Greg y yo os daremos una buena patada en
el culo!
Lena sonrió al oír las bromas entre ambas hermanas, mientras Greg
repartía los naipes. No jugaba a Picas desde... bueno, desde la última vez
que había jugado con Yulia y Katya. Era casi un ritual en las noches del
sábado, cuando Lena se quedaba a dormir.
—¡Mami, quiero jugar!
La niña intentó trepar al regazo de Katya, pero esta volvió a bajarla al suelo.
—Se supone que debes cuidar de tus hermanitos, Lee Ann.
—¡Tengo seis años, soy demasiado pequeña para cuidar de nadie!
—Están durmiendo, así que no debe de ser muy difícil.
—¿Quieres sentarte en mi regazo y mirar? —ofreció Yulia.
—¡Yupi!
Katya hizo una mueca de
desesperación.
—¿Lo ves? —le dijo a la pelirroja—.
Estoy deseando que tenga hijos. Pienso convertirlos en unos mocosos
malcriados, igual que ella ha hecho con los míos.
—¿Qué quiere decir malcriado? —
preguntó inocentemente Lee Ann.
—Es lo que tú eres cuando anda por aquí la tía Yul.
—La tía Yul dice que soy un amor.
—Y eso eres —intervino La ojiazul,
alzando a la niña en brazos mientras le guiñaba un ojo a su amiga.
Lena contestó con una sonrisa, y después desplegó las cartas en la
mano, esperando poder recordar cómo era el juego. Sorprendentemente,
descubrió que tenía el as de picas. «Eso era bueno, ¿no?»
Miró a Yulia y alzó una ceja. ¿Cuál era la seña para el as? Ah, sí, un tirón en
la oreja derecha.
Yulia soltó una carcajada y Katya la miró con gesto ceñudo.
—¿Qué pasa?
—Nada —contestó con los ojos
chispeantes, mirando a Lena mientras asentía discretamente.
—¿Qué estáis tramando vosotras dos? ¡Ni siquiera hemos empezado
todavía! ¡Greg, no las pierdas de vista, son unas tramposas!
—Ni siquiera estoy segura de
recordar cómo era el juego —dijo Lena—. Pero yo digo que seis.
—¿Seis? ¡Jesús! —dijo Katya
estudiando sus cartas—. Dos.
—Vamos a ganar —anunció Yulia—.
Yo digo que cuatro.
—¿Greg?
—Dos.
—¿Dos? —exclamó Katya,
inclinándose hacia él por encima de la mesa—. ¡Sólo hay trece bazas!
—¡Vamos a ganar! —coreó
Lena, dejando sobre la mesa el dos de trébol para comenzar el juego.
Seguidamente todos la imitaron, y Yulia recogió la primera baza. Lena
estaba maravillada de ver lo rápidamente que se había acordado de todo.
Yulia y ella sintonizaron desde el principio, de modo que no sólo derrotaron
a Katya y Greg, sino que éstos no consiguieron más que una baza.
—Había olvidado lo mucho que
odiaba jugar con vosotras —gruñó Katya mientras repartía las cartas para la
siguiente mano.
—Muy bien, Lena. Desde que te fuiste no había tenido un compañero de
juego como es debido —dijo Yulia.
—Ahora la obligo a jugar con Dima
—intervino Katya.
Así continuaron: Yulia y Lena ganaron con facilidad el primer juego y,
en cuanto acabaron, Katya y Greg les pidieron la revancha.
—Creía que nos habías prometido una cena —dijo Yulia—. Y algo de beber,
si puede ser. Ya estoy harta de té.
—Preparé lasaña esta mañana. Sólo necesita una hora de horno —dijo Kat
—. Lena, ¿te gusta la lasaña?
—Claro que sí, aunque me vendría bien una cerveza.
—También a mí —añadió Yulia.
—Voy a por ellas —dijo Greg,
llevándose consigo a Lee Ann.
—¡Echa un vistazo a las niñas! —le pidió Katya—. Es tan bueno con ellas...
La verdad es que he tenido mucha suerte.
—Parece un buen tipo —dijo
Lena—. Aunque no muy hablador.
—¿Con Katya al lado? No le da
ocasión —se burló Yulia.
Jugaron una vez más, y esta vez quedaron mucho más igualados, aunque
Yulia y Lena volvieron a ganar, para alegría de la morena y disgusto de
Katya. Para cuando estuvo lista la lasaña, los cuatro chiquillos estaban ya
despiertos y cargados de un exceso de energía. Yulia parecía estar a sus
anchas con ellos, pero Lena, que nunca había tratado con niños
pequeños, tenía los nervios destrozados.
Katya los sorprendió a todos con una carísima botella de vino. Se la entregó
a Greg para que la abriese.
—¿De dónde la has sacado? —quiso saber su marido.
—He estado reservándola para una ocasión especial, y he pensado que el
volver a tener a Lena aquí era lo bastante especial.
—Gracias, me siento muy honrada
—dijo Lena de todo corazón, emocionada por el detalle.
Cuatro adultos y cuatro niños se acomodaron como buenamente pudieron
alrededor de la mesa de seis plazas.
Lena pasó el pan de ajo a los demás, después de reservarse dos
rebanadas. Se dio cuenta de que había echado de menos aquello; las
comidas informales eran muy poco frecuentes en su vida actual, excepto
cuando Ingrid y Cheryl la incluían en sus reuniones, lo cual sucedía
bastante a menudo, pero no era lo mismo que compartir una comida con el
clan Volkov. Antaño siempre se había sentido una más de la familia,
robando comida del plato de Dima tan sólo por el gusto de fastidiarlo. El
hermano mayor de Yulia fingía enfadarse, pero Lena sabía incluso
entonces que llevaba años enamorado de ella. Desgraciadamente, de quien
ella se había enamorado era de su hermana.
Observó a Yulia mientras Lee Ann y el pequeño Denny luchaban por
acaparar su atención. Se notaba que Yulia tenía cierta predilección por Lee
Ann, sin duda por ser la mayor. La morena alzó la vista y la pilló mirando. Alzó
las cejas, interrogante:
—¿Quieres uno?
—No, no, veo que te las arreglas perfectamente.
—¿Cuánto tiempo piensas quedarte, Lena? —preguntó Katya.
—No lo he decidido todavía. El señor Vasiliev leerá el testamento el
miércoles. Después de eso —añadió encogiéndose de hombros—, ya
veremos.
—Pero tu madre no podrá acudir, entonces.
—No, gracias a Dios. Pero el tío Nikolay estará, seguro.
Después se volvió hacia Greg y añadió:
—¿Lo conoces bien?
—¿A Nikolay? Oh, está a sus anchas en la planta; el trabajo de oficina no le
va demasiado. Pero es un tipo bastante agradable. La verdad es que he
trabajado más estrechamente con tu padre que con él.
—Ah, ¿sí? Me temo que yo no sé mucho de aserraderos.
Yulia la miró a los ojos,
preguntándose si Lena pensaba contarles lo del testamento.
Probablemente no, ya que todavía no había decidido siquiera si deseaba
quedarse con el negocio.
—Con los años, tu padre convirtió el aserradero en un enorme conjunto de
empresas. Ahora ya no se trata solamente de cuántos metros cuadrados de
tablero producimos, sino que tenemos también una planta que fabrica
contrachapado y otra que hace aglomerado. Y en el último lustro hemos
abierto una planta de cartón piedra.
—Así que, en lugar de vender a otras empresas el serrín y la viruta, los
reutilizáis vosotros mismos —concluyó Lena.
—Exacto. En los viejos tiempos hacíamos simplemente tablas o cosas
como molduras, madera para
revestimientos... y vendíamos todos los residuos. Pero tu padre era un gran
hombre de negocios. ¿Por qué vender todo aquello por una cantidad casi
simbólica y dejar que fuesen otras empresas las que sacasen millones? Así
que primero construyó la planta de contrachapado. Todo partió de allí. La
última adquisición fue la planta de creosota.
Lena no conseguía imaginarse todo aquello. Nunca había pasado
demasiado tiempo en el aserradero. Lo único que recordaba era el enorme
edificio en el que entraban los troncos y salían convertidos en tablas, todas
de la misma medida. ¿Y ahora todo aquello?
¿Creosota? ¡Menuda contaminación!
—¿Cuántos empleados hay?
—Uf, no sé —contestó Greg
encogiéndose de hombros—. Unos quinientos diría yo, en la planta de aquí.
Eso no incluye la empresa de transporte maderero.
—¡Caray! ¿Tenía una empresa de transporte de madera? Creí que eso lo
contrataba con terceros.
—Sí, creo que hace años era con terceros. Ahora, Industrias Katin es la
mayor firma en esa área, con diferencia.
—Entonces, ¿Maderas Chystye Prudy está separada de Industrias Moscú? —
preguntó Lena, mirando de reojo a Yulia.
Greg la miró a ella y después a su esposa.
—Bueno, el aserradero sigue
utilizando el nombre de Maderas Chystye Prudy, pero el resto está todo bajo
la firma Industrias Katin.
Lena respiró hondo.
—Creo que no lo entiendo. ¿Estás diciéndome que el viejo aserradero que
era propiedad de mi padre y del tío Nikolay es una empresa completamente
independiente de Industrias Katin?
—Pues sí, más o menos. Es decir, las plantas están todas donde siempre ha
estado el aserradero. Todo ocupa poco más de ochenta hectáreas. Pero
Industrias Katin pertenece solamente a tu padre, no a Nikolay.
—¿Cómo puede ser, si utiliza la madera del aserradero?
—No conozco todos los detalles, Lena. Seguro que el señor Vasiliev y
los contables podrán explicártelo.
La pelirroja miró a Yulia.
—¡Maldita sea!
—¿Qué ocurre? —quiso saber Katya.
Yulia cabeceó ligeramente y Lena asintió.
—Nada, simplemente yo... bueno, no tenía ni la menor idea de que hubiese
crecido tanto.
—Ahora que tu padre ha muerto, todos se preguntan qué sucederá. Tu tío 
Nikolay puede seguir llevando las plantas, pero carece de la visión de tu
padre para los negocios —dijo Greg—. Hay gente que puede seguir
ocupándose de todo, sin duda, encargados de planta y eso, pero aun así todo
pasaba por tu padre. Ahora la gente contará con que lo haga Nikolay, pero
creo que esa tarea le viene demasiado grande. No te ofendas, ¿eh?, es sólo
una opinión.
—Greg, no sé siquiera cuántos años llevo sin ver al tío Nikolay y tampoco
es que estuviésemos entonces muy unidos, así que no me considero
ofendida.
La mente de Lena era un
torbellino. Lo primero que haría a la mañana siguiente, decidió, era hacer
una visita a Alexey.
—Basta de hablar del trabajo, ¿vale?
—dijo Katya—. Lo único que me interesa saber es si Lena seguirá aquí el
viernes por la noche.
—¿Por qué? —preguntó Lena, dubitativa.
—Mamá dice que Dima volverá ese día. He pensado que podríamos
reunirnos todos y hacernos unas hamburguesas en la barbacoa o algo así.
Seguro que estará encantado de verte.
Lena dudó. Ingrid la mataría.
Entonces miró a Yulia y pudo ver la expectación que había en sus ojos.
—Supongo que depende de si sigo teniendo donde quedarme —concedió;
sí, definitivamente, Ingrid iba a matarla.
Yulia sonrió.
—Por supuesto. ¡Pero no esperes que cocine para ti todas las noches!


CONTINUARÁ...
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Mensaje por Lesdrumm Dom Mar 29, 2015 6:55 pm

OCULTO AMOR






Capítulo 15


—No, no tengo cita, pero estoy segura de que me recibirá —contestó
educadamente Lena a la secretaria del señor Vasiliev.
Aguardó pacientemente mientras la mujer entraba en su oficina, cerrándole
la puerta en las narices con toda la intención. No tardó más que un
momento en reaparecer.
—Parece que puede hacerle un
huequecito.
Lena reprimió las ganas de soltar una carcajada, limitándose a asentir
con un gesto. Al parecer, la mujer se tomaba muy en serio su trabajo.
—Bienvenida, Lena. Entra y siéntate.
—Gracias por recibirme, Alexey.
—No faltaba más. ¿Estás disfrutando de tu estancia con Yulia Volkova?
—Lo estoy pasando muy bien. El domingo cené con su hermana Katya y su
familia. Hemos podido vernos y ponernos al día de las novedades.
—Bien, bien —dijo él, volviendo a sentarse tras el escritorio al tiempo que
cerraba una carpeta que había estado hojeando—. Entonces, ¿qué puedo
hacer por ti?
—Es sobre Industrias Katina. ¿De qué demonios se trata? Creí que era sólo
el nuevo nombre del aserradero.
Vasiliev carraspeó y se removió incómodo en su sillón.
—Tu padre fundó Industrias Katin hace unos quince años. Por entonces sí
era simplemente un nombre. Quería algo que fuese independiente de su
hermano.
Sin embargo, él era el dueño de la mayor parte del aserradero, y aprovechó
ese hecho para abrir las distintas fábricas que hay ahora allí, todas
propiedad de Industrias Katin, no de Maderas Chystye Prudy.
—¿Cómo pudo hacerlo?
Obviamente, utilizó el aserradero en su propio beneficio. ¿Cómo compensó
al tío Nikolay por todo ello?
—No compensó a Nikolay, sino a
Maderas Chystye Prudy, lo cual le compensaba también a él.
—¿Y Nikolay no protestó?
Vasiliev se encogió de hombros.
—¿Qué podía hacer? Además, el
dinero que las nuevas plantas
comenzaron a proporcionar a Maderas Chystye Prudy no era ninguna
minucia. A tu tío le va bastante bien para no tener que hacer otra cosa que
seguir dirigiendo el aserradero.
—De modo que la verdadera riqueza de mi padre no se basa para nada en el
aserradero.
—No. Industrias Katin es ya lo
bastante grande para justificar la necesidad de un presidente, un consejo de
administración y todo lo demás. Pero tu padre no quería
que saliese a cotizar en bolsa, o al menos todavía no. Podría haber doblado
su fortuna si lo hiciese, pero, ¿para qué? Se conformaba con tener el
control de todo.
Contrató encargados de planta para cada fábrica, gente en la que confiaba,
pero todas las decisiones seguían siendo suyas.
Seguía controlándolo todo.
—Bueno, eso habrá sido magnífico entonces, pero ahora él ya no está aquí.
¿Quién tomará las decisiones? ¿Los encargados de planta?
—No hay presidente que nombre a alguien, desde luego. El nuevo... la
nueva propietaria tendrá seguramente que tomar alguna decisión sobre el
tema.
-¿Yo?
Vasiliev asintió.
—Ahora comprenderás por qué
insistí tanto en que vinieras a Moscú.
—De modo que, cuando dijiste que tal vez el tío Nikolay impugnaría el
testamento, sabías que en realidad no tiene nada que reclamar sobre
Industrias Katin —dijo Lena
—No. Pero tu padre también te ha dejado su parte de Maderas Chystye Prudy.
Eso sí que lo impugnará, estoy seguro.
—¿Y mi madre?
—Dudo que tu madre sepa hasta
dónde llega Industrias Katin. Incluso dudo que conozca la magnitud de la
fortuna de tu padre. Estoy seguro de que cree que él no controlaba más que
un veinte por ciento del banco, como mucho.
Como ya te dije, tu padre le dejó una enorme cantidad de activos
financieros, además de la casa, por supuesto.
Volvió a removerse en su sillón antes de añadir:
—Lena, la verdad es que no debería hablar de esto contigo sin estar
presentes todas las partes junto con sus abogados. A menos que desees
seguir contando con mis servicios, por supuesto.
Lena suspiró. Aquello era una completa gilipollez.
—¿Y no habría conflicto de
intereses? Porque tú representas a mi madre, ¿no?
—Yo trabajaba para tu padre, y sigo contratado por Industrias Katin. Me
ocupaba de todo lo relativo a los negocios, y también de asuntos
personales. Tu madre ya me ha
telefoneado. No le hace ninguna gracia que estés aquí, que hayas acudido a
mi solicitud. De hecho, lo que peor le parece es que te hayamos ofrecido
nuestra casa.
Dicho eso, yo ya no represento a tu madre.
Lena se inclinó hacia delante, con el ceño fruncido.
—¿Por qué crees que le altera tanto que yo esté aquí? Creí que a estas
alturas ya habría superado la vergüenza que pasó por lo mío. Y sin
embargo está como loca. Deberías haberla visto en el hospital.
—El matrimonio de tus padres... en fin, no voy a entrar en detalles, pero
baste decir que no era exactamente una relación ideal. Tu padre culpaba a
tu madre de lo que sucedió contigo, con toda la razón del mundo. Estoy
seguro de que recuerdas que en tu casa nada se hacía sin la aprobación de
tu madre. En lo que a ti respecta, era también así. Ella pensó que lo mejor
era echarte de casa, y tu padre poco tuvo que decir. Pero ese fue el
principio del fin. Tu padre comenzó a dedicar todo su tiempo y sus
energías al negocio. Era lo único en lo que tu madre no podía entrometerse.
De hecho, apenas le contaba nada de Industrias Katin. Por eso estoy seguro
de que ella no tiene ni idea de a cuánto ascendía su fortuna.
—Nada de eso explica por qué la altera tanto mi presencia aquí. Y por
favor, no me digas que sigue
preocupándose por lo que pueda pensar la gente.
—Tu madre sigue siendo la mujer más importante de Moscú. Estoy
seguro de que una parte de ella sí se preocupa por lo que pueda pensar la
gente. Todo el mundo sabe que te echó de casa, y por qué. Que tú estés de
vuelta cuando ella está inmovilizada en ese hospital es para ella todo un
motivo de vergüenza.
—Si es la mujer más importante de Moscú, ¿por qué se preocupa por
lo que pueda pensar la gente?
—La gente sabe también que te has convertido en una escritora de éxito sin
la menor ayuda de su parte, y que tu primer libro, y la película que se hizo
de él, se basaban en tu madre y en este pueblo.
Lena sonrió.
—En mi madre sí, pero no
necesariamente en el barrio. Podría haber sido cualquier barrio de Moscú u otra ciudad rusa.
Dudo que sean muy diferentes.
—De acuerdo, pero el retrato que hiciste de tu madre era...
—Era merecedor de un premio —
concluyó Lena—. ¿Por eso está tan cabreada?
—Humillada. Por eso intenta quedar por encima.
—Para que sepa que ella sigue
estando al mando —supuso Lena—.
Pues ¿sabes qué, Alexey? Me da
exactamente igual.
—Ya lo imagino —dijo él
poniéndose en pie.
Fue hacia el archivador, abrió un cajón y sacó una gruesa carpeta.
—¿Quieres que siga siendo tu
abogado?
Lena se encogió de hombros.
—Sí, claro.
Vasiliev asintió, sonriente.
—Muy bien.
Volvió a sentarse frente a ella, rebuscando entre los papeles de la carpeta.
—¿Has tenido tiempo de leer la carta de tu padre?
Lena se removió en su asiento, incómoda.
—No, yo... en fin, todavía no.
—Me preguntaba cuánto te habría contado de todo esto, si es que contaba
algo. No tengo ni idea del contenido de esa carta, si te explica lo de
Industrias Katin o si tan sólo trata de asuntos privados.
—La leeré esta noche —prometió ella.
—Te aconsejo que la leas antes del miércoles, por si te cuenta en ella algo
importante que no sepa ni siquiera yo.
A continuación le entregó un papel.
—Lee el encabezamiento —indicó.
Lena echó un vistazo a aquel documento legal, sin saber qué debía
buscar en él. De pronto lo vio: Industrias Katin. Propietarios: Sergey Katin, Elena S.Katina.
—¿Qué demonios...?
—Tal vez tu madre impugne el
testamento, y tal vez gane, aunque tengo mis dudas. Pero esto no podrá
impugnarlo. Eres la única propietaria de Industrias Katin. La declaración
jurada establece que, en el caso de que alguno de los dos muera, el
superviviente se convierte en el dueño de todo.
Lena arrojó el papel sobre el escritorio.
—Yo... yo nunca he dado mi
consentimiento. Nunca firmé esto, al menos conscientemente —dijo.
—No estoy en condiciones de
decirte cómo se consiguió tu firma.
—Ah, ¿no? Creí que ahora
trabajabas para mí.
—Lo siento. Lo prometí hace mucho tiempo.
—¿Y si yo no lo acepto?
—Bueno, podrías decir que no tenías conocimiento de la existencia de este
documento y que esa no es tu firma legal.
Lo más probable es que entonces Industrias Katin pasasen a ser de tu
madre.
—Estupendo. Estupendo —
murmuró—. Está claro que sabía lo que hacía.
—Sí. Y en esa época yo pensé que era una locura lo que estaba haciendo.
Sin embargo, al pasar los años me di cuenta de que su matrimonio estaba
acabado, y que era imposible que fuese a dejarle en herencia a su esposa el
trabajo de toda su vida.
—En fin, Alexey, esto va a ser muy divertido —dijo Lena al tiempo que
se ponía en pie y le tendía la mano—.
Espero que estés preparado.
—Oh, por mí no te preocupes. Tu padre y yo nos hemos enfrentado a
oponentes mucho más fuertes.
Seguramente tu madre conservará a uno de los gemelos Gentry como
abogado. No llevan más que unos cuantos años ejerciendo. Dudo que
tengan ni la menor idea de todo esto.
Lena lo miró fijamente.
—¿Por qué tengo la sensación de que esas maneras de abogaducho ruso son sólo una fachada?
—Aprendí mucho de tu padre,
Lena. En una ocasión hizo que me enfrentase a algunos de los
mejores abogados de Rusia. Estuvieron a punto de merendárseme. Esa
noche tu padre me explicó todo lo que había hecho mal, como si él fuese el
abogado y no yo.
Estuvimos planeando nuestra estrategia toda la noche. Al día siguiente les
hicimos morder el polvo.
—¿Quieres decir que, si ejerces aquí, es sólo para disimular? —aventuró
Lena.
Vasiliev asintió.
—Sí. Tu padre me lo compensaba generosamente. Mary no tiene ni idea,
por supuesto. Cree que, si podemos permitirnos vivir en el club de campo,
es porque asesoro al banco y tengo un puñado de pequeños negocios en el
Barrio.
—Ya veo. Así que aquí es normal tener secretos con la propia esposa...
Él contestó encogiéndose de
hombros.
—Las mujeres suelen hablar
demasiado.
Lena sonrió.
—Y algunas cosas es mejor callarlas.
—Exacto.


CONTINUARÁ...
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OCULTO AMOR Empty Re: OCULTO AMOR

Mensaje por Lesdrumm Lun Mar 30, 2015 6:01 pm

Aquí tiene mas de esta historia.  Smile






OCULTO AMOR



Capítulo 16

Yulia sonrió al ver el Lexus negro de Lena estacionado en su entrada. Esa
mañana había salido temprano, antes incluso de que se levantase su amiga.
Iba muy atrasada con la contabilidad y pensó en ponerla al día antes de
abrir la tienda a las ocho. Normalmente se ocupaba de las cuentas en
domingo, pero esta vez se alegraba de haberlo aplazado. Había disfrutado
de aquel día en casa de Katya, y sabía que Lena también lo había pasado
estupendamente.
Encontró a Lena sentada a la mesa, tecleando en su portátil.
—¡Has llegado! —exclamó su amiga, sin dejar de mover los dedos.
Yulia sonrió.
—¿Usas gafas?
Lena se las colocó bien altas en la nariz.
—Las necesito para el ordenador. Me dan pinta de empollona, ¿verdad?
—No, estás muy guapa —dijo
mientras echaba un vistazo por encima del hombro de su amiga—. ¿Es un
nuevo libro?
—No, sólo correcciones. No hago más que darle los últimos retoques.
Ingrid me ha estado persiguiendo para que los hiciese, a pesar de que
todavía faltan un par de semanas para la fecha de entrega acordada. He
pensado enviárselas de una vez, para quitármelo de encima.
Lena dejó por fin de teclear y miró a Yulia antes de añadir:
—¿Qué tal te ha ido el día?
—Estupendamente, ¿y a ti?
Lena respiró hondo.
—Fui a ver a Alexey Vasiliev, y estoy tan abrumada que no sé ni por dónde
empezar.
—Entiendo. ¿Es por lo de Industrias Katin?
—Sí. Te ahorraré todos los
tecnicismos y te diré solamente que durante todos estos años he sido una
de las dueñas de Industrias Katin.
—Pero, ¿qué demonios...?
—Y ahora que mi padre no está, soy la única dueña, gracias a una
declaración jurada que se supone que firmé hace diez años.
Yulia se sentó, mirándola fijamente.
—¿De qué me estás hablando?
—Es una larga historia, Yul, y la verdad es que estoy cansada de darle
vueltas.
—Lo comprendo —dijo la morena
poniéndose en pie.
Sin embargo, Lena la sujetó del brazo cuando intentó alejarse.
—Yulia, lo siento, no quería ser tan brusca.
—No pasa nada. En realidad no es asunto mío.
—No digas eso. No hay ningún
secreto, Yulia. Más tarde, cuando me hayas dado de comer y haya bebido
algo con alcohol, te lo contaré todo.
Yulia se relajó.
—Pero eso significa que tendré que cocinar.
—Sí. Nada de pizza.
—Veré qué puedo componer en un momento.
Después de que se hubo cambiado, enfundándose un cómodo chándal, Yulia
volvió a encontrarse a Lena tecleando en su portátil. Pasó a su lado
sin molestarla, decidida a encontrar algo adecuado para una cena. No sabía
por qué no se le habría ocurrido pasarse por el supermercado. Bueno, en
realidad sí lo sabía: estaba deseando volver a casa. Sin embargo, ahora que
contemplaba el congelador casi vacío deseó haberse tomado la molestia.
Apartó una caja de maíz congelado y encontró un solitario paquete de
carne picada. Se encogió de hombros y lo sacó de allí. Seguro que había
cientos de cosas que se podían hacer con un poco de carne picada.
Estuvo cinco minutos contemplando la despensa; su mirada vagó desde las
latas de verduras con alubias hasta la bolsa de arroz y la única patata que...
que debería haber tirado semanas atrás.
—Todo esto es por culpa de Katya —
murmuró.
Cuando eran niñas, Katya fue la única que mostró interés por la cocina, de
modo que su madre le había enseñado todo lo que sabía, para alegría de
Yulia, que prefería con mucho estar fuera, jugando con Lena. Por fin
abandonó su registro de la despensa y se sentó sobre la encimera, con el
teléfono en la mano.
—Mamá, necesito ayuda —dijo en voz baja, echando un vistazo por
encima de la barra para asegurarse de que Lena no la oía.
—¿Pasa algo malo, Yulia?
—Tengo que hacer la cena —
contestó.
-¿Y?
Yulia hizo una mueca, exasperada.
—¡Y soy yo, no Katya!
—Y Lena está...
—Esperando la cena.
—Entiendo. ¿Pizza?
—No puedo, ya la cenamos el
sábado.
—Está bien. A ver, ¿tienes algo de pollo?
—No. Carne picada.
—¿Nada más?
—No. Está congelada.
—Bueno, puedes hacer un guiso. ¿Te queda algo de pasta? Si tienes queso
puedes hacer una salsa blanca con queso y...
—¡Mamá, por favor!
—Te dije que algún día te
arrepentirías de no haber aprendido a cocinar, ¿recuerdas?
—Sí, lo recuerdo. Considérame
castigada.
Alzó la vista al ver que Lena asomaba la cabeza por detrás de la barra con
gesto interrogante. Al momento bajó de la encimera.
—Huele bien.
—Cállate.
Yulia le dio la espalda a su amiga y susurró:
—Mamá, tengo que cortar. Muchas gracias por tu «ayuda».
Mientras colgaba, pudo oír las carcajadas de su madre.
Lena entró en la cocina y se apoyó en la encimera, de brazos
cruzados.
Ambas se miraron a los ojos y después bajaron la vista hasta el solitario
paquete de carne picada congelada posado sobre la mesa de desayuno.
—¿Eso es todo?
—Me temo que sí —dijo Yulia,
asintiendo.
Lena se acercó a ella.
—Prometiste que me darías de
comer.
—Mentí.
—Ah, ¿sí?
—Ajá.
—Ya veo...
Lena dio un paso más hacia ella, deteniéndose a menos de un metro
de Yulia. Aquella boca, que conocía mejor que la suya propia, esbozó una
sonrisa, y Lena se quedó mirándola, expectante. Entonces sus labios
se abrieron en una franca sonrisa. La pelirroja miró aquellos lindos ojos
azules, sonriendo tan francamente como su amiga.
—Menos mal que Katya me puso en antecedentes.
—¿Cómo dices?
—Me dijo que no podrías organizar una comida ni aunque tu vida estuviese
en juego —dijo Lena, pasando junto a Yulia para encender el horno,
sin dejar de sonreír—. Así que me procuré algo por mi cuenta.
—¿Qué?
—Verás, tu madre preparó unas
cuantas cosas para nosotras, y las recogí cuando almorcé allí. Dijo que sólo
hay que calentarlo en el horno.
—¿Mamá lo sabía? ¿Ha dejado que hiciese el ridículo al teléfono, cuando
ya lo sabía todo?
—¿Por qué la llamabas?
Yulia agarró a Lena del brazo y comenzó a sacudirla.
—¡La llamaba para pedirle ayuda, por eso la llamaba!
—¿Por qué me maltratas? —
preguntó Lena con gesto inocente, frotándose la misma zona que Yulia
había golpeado la semana anterior.
—Oh, tienes razón, lo siento —dijo Yulia acariciándole el brazo suavemente
—.
Debería darte las gracias por conseguir algo de comer.
—Eso es muy cierto.
Lena se quedó mirando la mano de Yulia y le hizo un gesto con la
cabeza:
—Un poco más arriba.
—Vale.
Yulia pensaba dejarlo ya, pero la piel de Lena era cálida y suave, y sus
brazos, firmes y musculosos. Detuvo la mano y alzó la vista hasta los ojos verdes con toques grises que tanto le gustaba contemplar cuando era niña. Por
fin bajó la mano y se apartó, avergonzada.
Lena pudo notar el ligero rubor que ascendía por el rostro de Yulia, y
se preguntó qué estaría pensando.
—Gracias. Tal vez ahora el moratón no sea tan grave.
—Muy graciosa —dijo la ojiazul, yendo hacia la nevera para buscar los dos
platos para llevar que había preparado su madre
—. ¿Qué te gustaría beber?
—La verdad es que he comprado
unas cuantas cosas.
—Ah, ¿sí? ¿Qué es?
—Como no sabía lo que te gustaba, he traído whisky, vodka y algo de
cerveza.
Ah, y unas botellas de vino.
Yulia sonrió.
—No está mal. ¿Qué tal si me
sorprendes?
—Eres fácil de conformar. No sueles beber mucho, ¿no?
—La verdad es que no. Primero
porque no es muy agradable tener que ir hasta el límite del condado para
comprar alcohol, y además... en fin, Pasha bebía demasiado, y no me
hacía ninguna gracia.
—Lo entiendo. Tampoco tenemos
por qué beber. Me vale con un poco de té
—ofreció Lena.
—Después del día que has tenido, seguramente preferirás algo más que té.
No pasa nada, Lena. Venga, prepara unos tragos.
Más tarde, con los platos rebosantes de comida, ambas se sentaron de
piernas cruzadas en el suelo, utilizando la mesita baja de la sala en lugar de
la del comedor, igual que solían hacer de niñas.
—A mamá le daría un ataque si nos viese.
—Sí, dos mujeres hechas y derechas comportándose como unas crías.
—Es tremendo: ha metido todas mis comidas favoritas, chuleta de cerdo
incluida.
—A mí me daba todo igual excepto el pastel de carne —dijo Lena, y
engulló un bocado—. ¡Dios, es de lo mejorcito!
—Creí que te gustaba más el pollo con albóndigas.
—Sí, pero me comí lo poco que
quedaba a mediodía.
Yulia se echó a reír.
—Como te quedes demasiado
tiempo, te cebarán en un abrir y cerrar de ojos.
—Sí. Desde luego no puedo comer así a diario. Tal vez mañana por la
noche haga una gran ensalada para las dos, y pollo al horno.
Yulia asintió. Lena la estaba
mimando muchísimo. No sólo le hacía compañía, sino que también
cocinaba para ella.
—¿Te apetece ahora contarme cómo fue todo?
—No hay mucho que contar, aparte de que soy la dueña de Industrias Katin
y mi madre no tiene ni la más remota idea de ello. Ah, sí, y que Industrias
Katin es quien controla el maldito banco. Esa fue la gran noticia del día.
—¿El banco? ¿Y qué vas a hacer ahora?
—No lo sé. Puedo escoger entre cuestionar la legalidad de la declaración
jurada, ya que no la firmé a sabiendas, y pasarle el negocio a mi madre, o
bien quedármelo.
—No hay mucho donde elegir, ¿eh?
—¿Tú qué harías?
—¿Yo? Por Dios, Lena, ¿yo qué sé?
Si mi madre me hubiese hecho lo que te hizo la tuya...
—Esa comparación no es justa. A tu madre nunca se le ocurriría hacerte
una cosa así.
—En eso tienes razón.
—El señor Vasiliev me contó que el matrimonio de mis padres era una
farsa desde hace años, y que mi madre no conocía ni el valor de Industrias
Katin ni su magnitud. Dijo que mi padre no quería que ella lo heredase, y
por eso está ahí mi nombre, como dueña de pleno derecho.
—Entonces supongo que no tienes elección, ¿no?
—No, no la tengo.
Yulia alzó tímidamente la vista.
—¿Significa eso que vas a quedarte?
—¿Quedarme? ¿Aquí, en Chystye Prudy, en Moscú? —exclamó Lena, y rompió a reír—. ¿Estás de broma?
Yulia desvió la mirada. No, claro, ¿por qué iba a pensar Lena en quedarse?
Aquel pueblo ya no significaba nada para ella.
La pelirroja se dio cuenta del efecto de sus palabras y se inclinó para tomar
la mano de su amiga entre las suyas.
—Lo siento, no quería ser tan
brusca. Es que... no me veo volviendo a vivir en este lugar, después de todo
lo ocurrido, y menos con mi madre todavía aquí. ¿Te imaginas el infierno
que sería?
—Lo comprendo. Estaba siendo
egoísta.
—¿Egoísta?
Yulia apretó cariñosamente la mano de Lena, y la soltó a continuación.
—Me encanta tenerte aquí. Es una maravilla que vuelvas a formar parte de
mi vida.
—Eso no tiene por qué cambiar, Yulia. Seguiremos en contacto, esté donde
esté. Ahora mismo no tengo ni la menor idea sobre lo que haré con este
negocio.
—¿No podrías quedártelo y dejar que siga cómo está?
—Ese es el problema. Tal como dijo Greg ayer noche, mi padre seguía
ocupándose de todo, tomando él las decisiones. Ahora que ya no está,
¿quién va a ocupar su lugar?
—Seguramente los encargados de planta que contrató son personas
capaces...
—No lo sé. Tal vez sí.
—Y supongo que estarás cansada ya de darle vueltas...
—Muy cansada. Tengo que enviarle un e-mail a Ingrid para decirle que me
quedaré durante más tiempo de lo que pensaba. ¡Va a matarme! Tenía
mucho miedo a que desapareciese en algún recóndito lugar de Moscú y
dejase de cumplir con mis plazos de entrega.
—Tu vida debe de ser muy
emocionante.
—¿Emocionante? —dijo Lena, y negó con un gesto—. No, la verdad
es que no podría definirla así. Al principio, cuando rodaron la película, sí
era emocionante. Todo era nuevo, y de pronto me encontré yendo a fiestas
con famosos, comportándome como si perteneciese a ese mundo. Por
suerte Christopher me mantuvo con los pies en la tierra, haciendo que
siguiese escribiendo. Creo que a mí me bastaba con aquella primera vez,
¿sabes? Estaba satisfecha: el libro y la película habían sido un tremendo
éxito, y creí que eso era todo lo que tenía que decir.
Se encogió de hombros y añadió:
—Sin embargo, cuatro libros
después, sigo en ello.
—Y otra película.
—Sí, pero eso es aparte.
—¿En qué estás trabajando ahora?
—La verdad es que es muy diferente: policías, un asesinato, ese tipo de
cosas.
—¿Te has cansado de escribir sobre el Moscú profundo?
—Creo que ya me lo he sacado de encima. Como en una terapia, ya sabes.
—Con el primero, seguro, pero en los demás no tuve esa sensación —dijo
Yulia.
—Pues estaba ahí. Creo que
intentaba escribir hasta expulsar esta ciudad fuera de mi mundo. Y eso he
hecho, supongo. Hubo una época en la cual, por mucho que Alexey Vasiliev
me hubiese suplicado, nunca se me habría ocurrido regresar.
—Pues me alegro muchísimo de que lo hayas hecho ahora.
—Sí, yo también. A pesar de todas las complicaciones que están a punto de
entrar en mi vida, me alegro. Tal vez necesitaba hacerlo, Yulia, volver para
demostrarme a mí misma que podía, que lo he superado.
—¿Y lo has superado realmente?
Lena asintió.
—Sí. Ya no temo a mi madre. Y creo que aún la temía, a pesar de los miles
de kilómetros que nos separaban. Pero ya no.
—¿Y no te arrepientes de nada? —
preguntó Yulia con voz dulce.
—Me arrepiento de no haber llegado a reconciliarme con mi padre, sí. Pero
ya es demasiado tarde para pensarlo. El...
dejó una carta para mí.
—Ah, ¿sí? ¿Qué decía?
Lena se encogió de hombros.
—La verdad es que todavía no la he leído.
—¿Por qué no?
—Tenía miedo de lo que podría
decir.
—No te entiendo...
—¿Y si es para disculparse?
Entonces me sentiré tremendamente culpable, por no haber intentado
ponerme en contacto con él.
—Oh, Lena. ¿Qué pasa si es para disculparse? ¿Tan malo sería? ¿No crees
merecértelo?
—Bueno, sí, creo que sí, pero por parte de mi madre; y sé que ella nunca se
disculpará.
—¿Por qué sólo ella? Tu padre sabía lo que tu madre estaba haciendo, y se
lo permitió. Y más tarde, aunque
obviamente sabía dónde estabas, no se puso en contacto contigo. Creo que
mereces que ambos se disculpen.
Yulia hizo una pausa y después
añadió:
—¿Sabes lo que más me molestó a mí? Fue en la primera semana de octubre,
cuando cumplías dieciocho años. No hacía más que pensar en lo sola que
debías sentirte, y eso me daba muchísima tristeza.
—Es curioso que menciones ese
cumpleaños. Ese día estaba muy sola, durmiendo en un sucio camastro del
Ejército de Salvación. Qué extraño es todo, ¿no, Yulia? ¿Quién en su sano
juicio echaría a su hija de casa por ser lesbiana, en esta época? Quiero
decir que es como si estuviésemos en los años sesenta, cuando la hija se
quedaba preñada de algún don nadie de un pueblo y la echaban de allí,
avergonzados de ella. Todos hemos oído alguna historia así. ¡Pero él era el
alcalde del maldito pueblo, por Dios santo! ¡Uno no repudia a su hija y la
envía lejos, abandonándola a la buena de Dios y actuando como si nunca
hubiese existido!
Yulia comprendió por fin todo el dolor y la soledad que Lena había sentido.
Rechazada por su familia, obligada a dejar su hogar y a arreglárselas por su
cuenta, completamente sola. ¡Dios, no podía ni imaginárselo siquiera! Pero
sí podía ver claramente el dolor que reflejaban sus ojos. Se acercó a ella y
la abrazó estrechamente. Notó cómo se estremecían los hombros de
Lena y oyó sus apagados sollozos.
—Lo siento muchísimo —susurró
La morena.
—¡Tenía tanto... miedo! ¡Tanto miedo, Yulia!
Lena se dejó consolar,
confortada por la seguridad que sentía en brazos de la ojiazul, y dio rienda suelta
a las lágrimas que había contenido durante tantos años.
—Tranquila, Lena. Estoy aquí, estás a salvo.
—Sí, lo sé. Contigo siempre me siento a salvo.
Yulia la abrazó con más fuerza,
tendiéndola contra el respaldo del sofá y aproximándola más a sí. Ella era
la que siempre se había sentido más segura con Lena; no sabía que su
amiga sintiese lo mismo. Cerró los ojos, disfrutando de la empatía que
había surgido entre ellas en aquel momento.
Lena creyó que se sentiría incómoda en aquella situación, pero no fue
así. Le sentó maravillosamente bien poder llorar y hablar sobre ello.
Además era con Yulia, que conocía todo lo sucedido. Yulia, que la abrazaba
con tanto cariño. Lena tomó conciencia de los brazos que la
rodeaban, de los dedos que le acariciaban los rizos con suavidad, de su
propia mano, posada cómodamente sobre la cintura de la ojiazul. Después de un
rato se apartó, temerosa de acabar haciendo algo embarazoso para ambas.
—Lo siento —dijo frotándose
ligeramente los ojos antes de mirar a su amiga.
—Lena, no tienes que disculparte conmigo —contestó Yulia al tiempo que
le apartaba el pelo de la frente y miraba aquellos ojos, todavía rebosantes
de dolor... de dolor y de lágrimas—. No sé por qué, pero me da la
sensación de que ésta es la primera vez que lloras por esto.
¿Tengo razón?
—Estaba demasiado furiosa para llorar. Fue la única manera de sobrevivir.
Si hubiese claudicado al verme sola, mis padres habrían acabado por
destrozarme.
Les habría suplicado que me permitiesen volver a casa, y habría aceptado
cualquier condición. En el fondo sabía que no podía hacer eso, de modo
que alimenté mi ira para que ella me recordarse en todo momento lo que
me habían hecho, porque pensaba vencerlos.
Lena alzó las rodillas, se abrazó las piernas y apoyó la barbilla en lo
alto.
—Recuerdo muy borrosamente
aquellos primeros años —continuó—, cuando trabajaba en dos lugares a la
vez e iba a clase mañana y tarde. Acababa completamente exhausta. Pero
tampoco tenía tiempo para pensar, ¿sabes? Por eso tengo la sensación de
que todo sucedió tan deprisa. Cuando me gradué en la universidad tenía la
intención de buscar un trabajo como es debido, pero por entonces
Christopher ya me había presentado a Ingrid, y ella me encontró un editor
para el manuscrito en el que había estado trabajando. Pocas semanas
después me trajo un contrato para que lo firmarse: no tenía más que acabar
el maldito libro. ¡Todo ocurrió muy deprisa!
—¡Y mira dónde estás ahora! —
exclamó alegremente Yulia.
—Aquí estoy de nuevo, donde todo comenzó. Irónico, ¿no?
Yulia sonrió.
—Todo lo que va, vuelve, ¿no?
Lena soltó una carcajada.
—Sí, es cierto.
Se relajó por fin, enderezándose de nuevo para coger el último trozo de
pastel de carne que quedaba en su plato.
—No te has acabado la chuleta de cerdo.
—¡Ni se te ocurra quitármela!
—Oye Yulia, antes, cuando te dije que no podía quedarme aquí, no pretendía
ofenderte.
—Oh, ya lo sé. Fue una tontería por mi parte el pensar que te quedarías. Sé
que esta ciudad ya no es tu hogar. Allá tienes tu vida y tu trabajo.
—Sí. Sin embargo, después de todos estos años, allí sigo sin sentirme en
mi casa. Te parecerá extraño, pero al estar aquí contigo, con tu familia, sí
que me he sentido completamente a gusto. No necesariamente en este
Barrio, sino aquí
—añadió en voz baja.
—Gracias. Tal vez sea por estar con gente que te quiere, que te quiso
entonces y sigue queriéndote.
—Te agradezco mucho que me digas eso.
—Es la verdad.
Acto seguido Yulia señaló hacia las gafas que Lena había dejado sobre la
mesa.
—¿Cuánto hace que usas gafas?
Lena sonrió.
—Debe de ser cosa de la edad.
Desde hace dos años las utilizo para leer y para el ordenador.
—Te quedan muy bien —dijo Yulia, y le apartó de nuevo unos cuantos rizos de los ojos
—.
Pero me gustas más así. Tienes unos ojos demasiado bonitos para
esconderlos.
Más tarde, cuando Yulia ya se había ido a dormir, Lena se quedó
sentada, mirando sin ver la pantalla del portátil mientras sus dedos
tamborileaban sobre las teclas con gesto ausente,
preguntándose qué conclusión debía sacar de aquellas palabras y aquellos
gestos de Yulia. ¡Oh, mierda, no significaban nada!
Eran tan sólo un par de amigas que, por muy sorprendente que pudiera
parecer, habían retomado su amistad justo donde la habían dejado, tantos
años atrás. Y por mucho que ella siguiese sintiendo aquella antigua
atracción por Yulia, eso no quería decir que su amiga fuese a descubrir de
repente que sentía algo por ella. Además, para ser sincera, en el caso de
que así fuese, Lena sabía con certeza que no tendría ni idea de cómo
reaccionar. Yulia era Yulia, aquella perfecta muchachita a la que ella había
colocado tan por encima de todas las demás. Y esa Yulia se había convertido
en la mujer que Lena siempre había imaginado que sería, amable y
comprensiva, una mujer con la que ella seguía comparando a todas las
demás.
Cerró el portátil sin llegar a enviar el correo electrónico a Ingrid. No
conseguía concentrarse lo suficiente. Su mirada vagó por la estancia,
deteniéndose en el sobre que seguía apoyado contra el despertador.
No tenía sentido seguir postergándolo.
Ahuecó los almohadones, se apoyó contra el cabecero de la cama, con el
sobre en la mano, y lo rasgó antes de tener tiempo de cambiar de idea. Los
folios estaban escritos a mano. Lena acercó la lámpara mientras
miraba fijamente aquellas palabras que su padre había escrito cuatro años
antes.
Queridísima Lena:
No sé si podré encontrar las palabras para expresar lo que siento, pero debo
intentarlo. Seguramente tú no sentirás más que odio hacia mí, y no te
culpo. No tengo excusa, aparte de que fui débil. La verdad es que creí
sinceramente que volverías con nosotros y que podríamos arreglarlo todo.
Sin embargo, tú fuiste más fuerte de lo que tu madre o yo imaginábamos.
Intenté localizarte en América, buscando primero en Dallas, pues creí que te habías
quedado allí. Cuando me enteré de que estabas en Los Ángeles ya habían
transcurrido dos años. Fui a verte, sin que tu madre lo supiese, por
supuesto.
Me apenó mucho ver dónde vivías y dónde trabajabas, pero a la vez estaba
orgulloso de ti: habías sobrevivido. Me di cuenta entonces de que ni me
necesitabas ni me querías en tu vida. Y no puedo culparte por ello. Pero
quiero que sepas que siempre estuve al tanto de tus movimientos,
simplemente para
asegurarme de que estabas bien. Si hubiese ocurrido algo, si hubieses
tenido algún problema serio, quiero que sepas que yo habría acudido de
inmediato.
Mi dolor se alivia en parte al saber que has conseguido tener éxito en la
vida.
Por supuesto, sabía que estabas escribiendo, pues como te dije me
mantenía informado. Sin embargo, para tu madre fue una absoluta
sorpresa. Decir que quedó atónita y completamente humillada por causa de
tu primer libro es quedarse muy corto. A pesar de su insensibilidad supo
que el libro versaba sobre ella. Te felicito: acertaste de lleno. Y
esto me lleva a lo que quería decirte.
El hecho de que estés leyendo estas líneas significa que yo ya no estoy en
este mundo. Seguro que a estas alturas ya sabes de la existencia de
Industrias Katin, y también que te pertenece. Durante todos estos años he
trabajado duramente para convertir esta empresa en algo de lo que puedas
sentirte orgullosa, algo que pudiese legarte solamente a ti. Quiero que
sepas que puse el alma en ello, y todo por ti. ¡Te debo tanto, Lena...!
Ningún hijo debería ser repudiado de su familia, sea cual sea la causa. No
hay disculpa alguna que pueda justificarme ante ti. Lo único que puedo
ofrecerte es el trabajo de toda mi vida. Lo que decidas hacer con él
depende sólo de ti. Lo único que te pido es que no caiga en manos de tu
madre. Mi castigo fue tener que vivir con ella durante todos estos años. No
creas que no pensé en divorciarme de ella: sí lo hice, y muchas veces, pero,
como dije, era mi castigo. Por favor, confía en Alexey Vasiliev para que te
guíe en todo lo relativo al negocio. Me ha sido completamente fiel durante
todos estos años.
Una vez dicho esto, tan sólo espero que consigas hallar en tu corazón la
piedad suficiente para perdonarme.
Nunca he dejado de quererte, Lena.
Siempre has estado en mis pensamientos.
Mi mayor deseo es que encuentres la felicidad en esta vida, que halles a
alguien con quien compartir tu vida y tu amor. Sé que has estado sola. No
tengas miedo de abrir tu corazón: ya has sufrido lo suficiente para toda una
vida. Es hora de que vuelvas a vivir y a amar. Lo único que deseo es que
seas feliz, porque sólo quiero lo mejor para ti.
Con todo mi amor.
Lena se quedó mirando
fijamente la carta, consciente de las lágrimas que corrían por sus mejillas y
volvían borrosas las palabras escritas. Las enjugó con impaciencia y volvió
a leer la carta. Durante todos aquellos años él había sabido dónde estaba su
hija, la había estado cuidando para que nada malo le sucediese. Tal vez
sabía que ella no habría aceptado su presencia en su vida, cuando ya habían
transcurrido dos años y ella se las había arreglado para sobrevivir. Y sin
embargo su padre había estado allí, acompañándola.
«¡Dios!» Había sido su estúpido orgullo el que le había impedido ponerse
en contacto con él. En el fondo de su corazón, sabía bien que había sido su
madre y no él quien la había echado de casa; sin embargo, su mente
adolescente los había culpado a ambos a la vez.
Lena se quitó las gafas y se frotó los ojos. «¡Y ni siquiera te
molestaste en ir al cementerio cuando lo estaban
enterrando!»
—¡Maldita sea!
Pero ya era demasiado tarde. Podía quedarse allí, sintiéndose culpable, y
por Dios que así se sentía, pero eso ya daba igual. Aquello quedaba ya en el
pasado.
Todos ellos tenían su parte de culpabilidad, ya que cualquiera de los tres
habría podido ofrecer la rama de olivo en el momento en que así lo hubiese
querido. Pero no, ella estaba demasiado empeñada en demostrar a sus
padres que no los necesitaba, que se las arreglaba perfectamente sin ellos.
¡Tantas energías malgastadas, tanto tiempo desperdiciado que nunca podría
recuperar...!
Dejó caer las manos sobre el regazo y se quedó con la vista fija en el techo.
Y
ahora, ¿qué? En realidad no tenía elección, ¿no? Lo mínimo que podía
hacer era cumplir los deseos de su padre.
—¿Qué demonios voy a hacer yo con un maldito aserradero?



CONTINUARÁ...



En unos días publico mas de esta historia. Espero les este gustando.  Cool Very Happy
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Mensaje por Lesdrumm Dom Abr 05, 2015 10:38 pm

Hola, aquí les traigo la continuación de esta historia.  Smile



OCULTO AMOR



Capítulo 17


Yulia sostenía la carta en una mano y una taza de café en la otra, mientras
las palabras se iban volviendo borrosas ante sus ojos. Alzó la vista hacia
Lena y volvió enseguida a bajarla hacia la carta, hasta finalizar su lectura.
—No... no sé qué decir —dijo la morena dejando la taza de café a un lado para
enjugarse los ojos.
—¿Cómo te sientes? —añadió,
alzando la vista hacia su amiga.
Lena se encogió de hombros.
Había tenido toda la noche para pensarlo, pero la culpabilidad que sentía
no había aminorado.
—No tienes por qué sentirte
culpable, Len. Él sabía dónde estabas.
¡Joder, incluso viajó hasta Los Angeles!
Podría haberte visto si hubiera querido.
—Lo sé, pero creo que sabía que yo no quería que lo hiciese.
—¿Y te sientes culpable porque no querías que él intentase verte?
—Ya sé que es una estupidez.
Yulia asintió. No sabía qué podría decir para que su amiga se sintiese mejor.
Lena tendría que hacer las paces consigo misma, aunque Yulia odiaba
ver cómo se estaba castigando por algo que estaba fuera de su control. Su
madre lo había echado todo a rodar quince años atrás, y Lena lo
aceptó en lugar de combatirlo. Yulia  tendió la mano por encima de la mesa
para estrechar cariñosamente la de su amiga.
—Nada de esto es culpa tuya, Lena.
No eras más que una cría. No tuviste más remedio que aceptar lo ocurrido
y seguir adelante.
Lena contempló sus manos entrelazadas. Sin pensarlo siquiera, su
dedo pulgar acarició ligeramente la suave piel de su amiga. Notó que la
mano de Yulia se tensaba. Alzó la vista y miró aquellos ojos azules que tenía
frente a sí.
Carraspeó y apartó la mano,
comprendiendo por fin lo que acababa de hacer.
—¿Qué has planeado hacer hoy? —
preguntó Yulia.
Al mismo tiempo que hablaba, cruzó las manos sobre el regazo, rozando
con los dedos la zona que Lena había acariciado. Había sido extraño,
pero bonito. Lena y ella siempre habían sido muy cariñosas la una con la
otra. De repente recordó un momento, en su época del instituto, en el que
notó que su corazón se desbocaba al tocar a su amiga, tal como le había
ocurrido ahora. Fue en una de las escasísimas ocasiones en que habían
salido los cuatro juntos, ellas y sus novios. Pasha los llevó a los billares
del pueblo, un lugar al que ninguna de ellas quería ir.
—No sé jugar al billar, Lena, ya lo sabes.
—Es fácil, yo te enseñaré.
Yulia alzó la vista, temerosa de que Pasha interviniese en la
conversación, pero este prendió un cigarrillo y volvió a la barra para beber
a hurtadillas un poco de cerveza del vaso de sus amigos mayores de edad.
Andrey estaba sentado muy tieso en un taburete cercano a la mesa de billar,
mirando a su alrededor muy nervioso.
—Creo que a Andrey no le gusta este sitio —susurró Yulia.
—No me extraña, estamos en el
paraíso de los paletos.
—Podríamos irnos —sugirió la ojiazul.
—Por desgracia hemos venido en el coche de tu novio, y creo que aquí se
siente a sus anchas.
Lena escogió un taco de billar y lo alzó para comprobar que estaba bien
recto antes de rodarlo sobre la mesa.
—Este valdrá —dijo, entregándoselo a Yulia antes de coger otro—. Andrey,
¿quieres jugar?
El muchacho negó con un gesto.
—Miraré solamente.
Lena cogió el cubo de tiza azul y frotó la punta de su taco. Acto seguido
se acercó a Yulia.
—Toma, frota la punta. Eso evita que resbale al golpear la bola.
Yulia observó detenidamente cómo Lena colocaba todas las bolas en un
molde con forma de triángulo, una a una.
—¿Qué es eso?
Lena se encogió de hombros.
—Es para colocarlas en orden, más o menos. Bueno, ya vale —dijo, tirando
al aire la bola blanca para recogerla en el acto—. Esta es la blanca, y se
utiliza para romper.
Yulia volvió a mirar hacia la barra, y pudo ver a Pasha bebiéndose una
cerveza de un trago. Al momento miró a Lena con gesto de culpabilidad.
—No te preocupes por él, le he birlado las llaves —contestó esta
mostrando un llavero.
Yulia abrió los ojos de par en par.
—¡Se enfadará muchísimo, Lena!
—Pues qué bien. No tengo la menor intención de permitir que nos lleve a
casa.
Lena se inclinó hacia delante con la mirada puesta en la mesa,
deslizando el taco entre los dedos hacia delante y hacia atrás. Acto seguido,
lo echó un poco más hacia atrás y golpeó con fuerza la bola blanca,
desparramando el colorido surtido de bolas por toda la mesa.
—Buen golpe —dijo Andrey.
—¿Seguro que no quieres jugar? —
insistió Lena.
—No gracias, prefiero mirar.
Yulia observó la mesa de billar.
—Y ahora, ¿qué?
—Bueno, como nadie ha metido
bola al romper, el juego está abierto: puedes escoger las de un solo color o
las de rayas. Pero no la bola ocho. Esa es el chico malo, y va de última —
dijo Lena alzando las cejas con gesto burlón.
A continuación señaló una bola azul, cercana a la tronera de la esquina más
alejada:
—La bola dos es la más fácil —
añadió.
—Nunca he hecho esto antes.
Lena la atrajo hacia sí.
—Yo te enseñaré.
Se colocó tras ella, apoyó las manos en sus caderas y la movió hacia un
ángulo de la mesa.
—Mira bien la bola, Yul—añadió.
Yulia notó que se le nublaba la vista al sentir a Lena contra su cuerpo,
rozándole las nalgas con las caderas mientras sus brazos la envolvían para
colocarla en posición, las manos sobre las de ella.
—Fíjate bien en la bola —le susurró al oído.
Yulia apenas notó que su brazo se deslizaba hacia atrás. Sin embargo, sí fue
plenamente consciente del cálido cuerpo que se apretaba contra el suyo, y
de los grandes pechos que se aplastaban contra su espalda. Se relajó
completamente, dejando que Lena tomase el mando. El taco se movió en
sus manos y la bola dos, tras salir disparada hacia la tronera de la esquina,
desapareció de la vista. Ella siguió inmóvil.
—Buen tiro —volvió a susurrar
la pelirroja en su oído.
Yulia apenas pudo advertir otra cosa que el desbocado latido de su corazón.
Dio media vuelta, sus ojos se clavaron en los de Lena, azul contra verdigris , y
quedó atónita ante lo que vio en ellos. Lena se apartó, dejándole sitio.
—Tienes un talento natural —le dijo Lena.
Yulia asintió.
—Hagámoslo de nuevo.
Yulia pestañeó, volviendo al presente, y procuró atender a lo que estaba
diciendo Lena:
—Tengo que llamar a Ingrid para contarle lo que ocurre, y después le
enviaré por e-mail las correcciones, antes de que le dé un ataque al
corazón. Y
también tengo que ir a hacer la compra al supermercado, o nos moriremos
de hambre —añadió con una sonrisa.
—¡Bien! Eso quiere decir que esta noche cocinarás para mí.
—Sí, cocinaré yo, ya que tú no sabes.
—¿Ves? Tiene sus ventajas.
—Ya veo, ya.
Yulia se puso en pie, llevando su taza vacía.
—He de darme prisa. Procura no meterte en líos hoy.
—Me portaré bien —murmuró
Lena, con los ojos clavados en la silueta de Yulia, que se alejaba,
contemplando el movimiento de sus caderas bajo los pantalones caqui.
«¡Maldita sea, Lena, eres peor que un hombre!»
Después de la tercera taza de café y de haber echado un último vistazo a las
correcciones, Lena cogió por fin el móvil para llamar a Ingrid. Ya no
podía aplazarlo más.
—¿Dónde demonios estás? —quiso saber Ingrid.
—Sigo aquí. De hecho, estoy a punto de enviarte el borrador final.
—¿Puedes trabajar ahí, Lena?
Quiero decir que, si crees que no está listo, no me lo envíes. Podemos
atrasar un poco la entrega.
—No, no, está acabado, listo para enviar.
Hizo una pausa antes de continuar:
—Algunas cosas... En fin, ha habido unas cuantas novedades, y tengo que
ocuparme de un par de detalles. Mañana me reuniré con mi abogado, y
entonces veré si puedo regresar en unos días.
—¿Tu abogado? ¿David ha volado hasta ahí?
—No, mi abogado de aquí.
—¿Por qué tienes un abogado ahí, Lena? ¿Qué sucede?
—Bueno, al parecer soy propietaria de una empresa maderera y de varias
firmas asociadas.
—¿Una empresa maderera? ¿El
aserradero de tu padre?
—Algo así. Soy dueña en parte de él, a menos que mi madre impugne el
testamento. Mi padre tenía también otra empresa, Industrias Katin. Yo era
la copropietaria desde hace diez años, y ahora que él ha muerto es solo
mía.
Al otro lado de la línea se hizo el silencio.
—¿Por qué no me lo habías
contado?
—Porque acabo de enterarme.
—¿Eres propietaria de una compañía maderera? ¿Cómo es posible? ¡Tú
odias todo eso!
—Sí. Qué ironía, ¿verdad?
—No entiendo nada de nada,
Lena. Lo único que quiero saber es cuándo piensas regresar.
—El jueves te doy un toque y te cuento mis planes.
—Está bien. Y ahora, ¿necesitas que te haga algún recado o algo así? Sé
que cuando te fuiste pensabas faltar tan sólo un par de días.
—No, no es necesario. Llama si quieres a Christopher. Creo que este era el
fin de semana que iba a venir a visitarme.
—Por supuesto. Bueno, mantenme informada, por favor. Y vuelve pronto.
Cheryl está planeando hacer una cena para dentro de quince días, y cuenta
con que asistas.
—Claro.
Sin embargo, sólo pensar en una de las cenas de Cheryl era suficiente para
hacer que Lena desease quedarse en Moscú. Le gustaban mucho
las informales barbacoas que preparaba Ingrid, pero las de Cheryl solían
ser cenas de etiqueta, con invitados con los que Lena tenía muy poco
en común. Y, por supuesto, no faltaba la única soltera que Cheryl invitaba
invariablemente para hacer compañía a Lena. Claro que debía admitir
que en más de una ocasión se había aprovechado de ello, porque a veces
era duro volver a casa sola. Algunas veces.
A pesar de todo lo que había
sucedido Lena se sentía relajada, en cierto modo, de modo que, para
evitar pensar en la inminente lectura del testamento, arrastró un sillón
hasta el sol y se sentó en la terraza de Yulia.
Su portátil zumbaba mientras ella trabajaba en la nueva novela que
acababa de comenzar. Sorprendentemente consiguió concentrarse, y antes
de que pudiese darse cuenta de ello era más del mediodía. Se puso en pie,
hizo estiramientos de cuello y espalda y se lo llevó todo al interior de la
casa. Seguía teniendo que ir al supermercado, y como no tuviese cuidado
acabaría trabajando toda la tarde.
Compró lo suficiente para llenar la nevera y la casi vacía despensa de Yulia
durante varios días, cenas y desayunos incluidos. Tal vez al día siguiente se
levantaría temprano y le daría una sorpresa.
—En cuanto te descuides acabarás preparándole también el almuerzo —
murmuró.
—¿Cómo dice?
Lena se ruborizó al ver los ojos de la cajera fijos en ella.
—Perdone, estaba hablando
conmigo misma.
Una vez recogido todo, su mirada se iluminó al ver las botellas de vino.
Seguía dándole vueltas a varias ideas para la novela. Debería trabajar, y la
verdad era que trabajaba mucho mejor con una copa de vino. Pero estaba
en Moscú, y eran las tres y media de la tarde. Además, sabía que a
Yulia no le haría gracia. Joder, no tenía nada de raro: su ex marido era un
borracho maltratador. Se decidió por un té helado, añadiéndole una
exagerada cantidad de azúcar antes de darse por satisfecha.
Sí, estaba en racha. Los dedos volaban sobre el teclado, y su mente estaba
completamente despejada. Ingrid estaría muy satisfecha. Sin embargo, a
las cinco se obligó a sí misma a detenerse.
Odiaba tener que interrumpir su trabajo, pero deseaba comenzar a preparar
la cena antes de que Yulia regresase.
Mientras preparaba los muslos de pollo abrió por fin la botella de vino.
Poco antes había estado rebuscando por entre la magra colección de cedés
de Yulia, decidiéndose por fin por algo familiar, una de las primeras
grabaciones de Bruce Springsteen. Iba de un lado a otro de la cocina,
disponiéndolo todo para la cena, mientras el Boss resonaba en el equipo de
música. No era nada demasiado
elaborado, pero tampoco era pizza: espárragos frescos que pensaba hacer al
vapor, un caldoso arroz silvestre con apio, y el pollo. Sencillo pero
elegante.
Rebuscó por los cajones hasta encontrar manteles individuales y
servilletas. Le dio la impresión de que Yulia apenas los utilizaba. Puso la
mesa, y añadió un par de candelabros del salón como centro.
—No está mal.
Entonces se le ocurrió que tal vez
Yulia creería que era una especie de cena
romántica, para seducirla: velas, vino...
«¡Dios, vas a aterrorizar a la pobre chiquilla!» Entonces se miró a sí
misma: vaqueros y camiseta, prendas muy poco apropiadas para una cena
galante. Se encogió de hombros. Tal vez debería quitar las velas.
Pero ya no tuvo tiempo. Oyó subir la puerta del garaje, y a continuación se
abrió la de la cocina.
—¿Len?
Sonrió, escuchando atentamente los movimientos de Yulia por toda la
cocina.
—¡Dios mío, qué bien huele!
Lena entró por fin y se apoyó en la encimera, mientras Yulia abría la
puerta del horno para echar un vistazo.
No pudo evitar que sus ojos recorriesen el cuerpo de su amiga mientras se
inclinaba. «Como un tío, ya te digo.»
—¡Menuda cocinera estás hecha!
Entonces descubrió la copa de vino, todavía medio llena, y alzó la ceja.
—¿Has empezado sin mí?
—Hace un momento. ¿Quieres una?
—Sí, por favor.
Yulia se acercó, y se detuvo junto a su amiga. Y entonces, para asombro de
Lena, se inclinó y le dio un beso en la mejilla.
—Gracias por hacer la cena.
La pelirroja notó que la sangre se le agolpaba en el rostro.
—Es lo mínimo que puedo hacer, ya que tú me ofreces un lugar donde
alojarme.
—Ah, pero lo hago con mucho
gusto —dijo Yulia, al tiempo que se apartaba—. Deja que me cambie de
ropa.
Lena fue a por su copa de vino en cuanto Yulia salió de la estancia.
«¡Imbécil!», se insultó a sí misma.
—¡Caray, qué bonita está la mesa! —
gritó Yulia, para hacerse oír por encima de la música.
Jacqueline fue hasta la sala para bajar el volumen. Sí, la mesa estaba muy
linda, sin nada de perifollos. Joder, si ni siquiera había tenido que encender
las velas.
Movió la cabeza de un lado a otro: Yulia era su amiga. Tenía que superar
aquel estúpido enamoramiento. La verdad era que lo que debería hacer era
contárselo a Yulia, para echar unas risas con ella. Sin embargo, dudaba que a
su amiga le pareciese cómico. Lo más probable era que se sintiese
responsable de todo, de que Lena se hubiese marchado, de que la
hubiese abandonado... Y encima se preguntaría por qué no se lo había
dicho antes, cuando todavía podían haberlo hablado y superado. En fin, tal
como ya le había dicho, había tenido miedo. ¡Joder, todavía lo tenía! Sin
embargo, ahora que había madurado comprendía que Yul nunca habría
dejado de ser su amiga, y tampoco si se lo decía ahora. Podrían superarlo, y
seguir adelante.
—¿En qué piensas?
Lena se dio cuenta de que seguía allí, con la vista fija en la mesa y la
mente ida.
—Yo... bueno, pensaba que tal vez...
ya sabes, las velas y el vino... Pensaba si creerías que intentaba... seducirte.
«¡Mierda!»
—¿Y es así? —preguntó Yulia con
voz serena.
Lena abrió los ojos de par en par.
—¡No, por supuesto que no!
Yulia se limitó a sonreír, apretando cariñosamente el brazo de su amiga al
pasar. Regresó con las dos copas de vino y le dio la suya a Lena.
—¿Has escrito algo hoy?
—La verdad es que sí. Ha sido un día productivo.
—¿Puedo verlo?
—Eh... No —contestó Lena,
mirándola fijamente.
-¿No?
Lena negó con un gesto.
—Puedes leer el esquema de la
novela, si quieres. Es bastante largo. Pero los capítulos que ya he escrito,
no.
—¿Dejas alguna vez que alguien los lea antes de que estén acabados?
—Con el primer libro, sí.
Christopher lo iba leyendo conforme escribía, y después Ingrid. Aprendí la
lección. No puedo escribir a voluntad, y ellos esperaban que produjese
páginas como si fueran salchichas, todos los días.
Así que ahora ya no lo permito.
—¿Qué se siente al escribir algo sabiendo que una vez publicado lo leerán
miles de personas?
—No me lo planteo así. Cuando
estoy escribiendo en realidad lo hago para mí. No dudo respecto a las
palabras que elijo, temiendo ofender a alguien si empleo una palabra en
lugar de otra. No pienso en la reacción de nadie: me limito a tejer una
historia coherente. 
Yulia se la llevó hacia la sala.
—Disfruté mucho con todos tus
libros. Tu descripción de Rusia y de sus pueblecitos está muy lograda. Me
sorprendió. Has estado fuera durante tantos años... No puedo creer que
mientras vivías aquí estuvieses recogiendo tanta información y
guardándotela dentro.
Yulia se tumbó cómodamente en el sofá y Lena la imitó. Ambas
apoyaron los pies sobre la mesita de centro.
—Te sorprendería saber la cantidad de cosas que recuerdo. Una gran parte
consistía simplemente en escuchar atentamente en la cafetería. Los
viejecitos solían ir por allí y contar historias,
¿recuerdas? O bien se sentaban con su pareja de hace cincuenta años y
hablaban siempre de lo mismo, una y otra vez.
Sabían exactamente cuáles iban a ser las respuestas del otro, y en qué
momento se reirían por una frase.
Lena sonrió al pensar en una pareja en particular. No recordaba sus
nombres, pero él iba siempre vestido con mono de trabajo y camisa de
franela, sin importar la época del año que fuese. Ella solía llevar
pantalones de cintura elástica, y Lena recordaba que algunos de los
clientes hablaban de ella como si hubiese cometido un horrible crimen.
—¿Recuerdas a aquellos viejecitos, el tipo que iba siempre vestido con
mono de trabajo?
—Ah, sí, el señor y la señora Arnold.
—Esos mismos. No conseguía
recordar el apellido —contestó Lena
—. Pues eso. ¿Recuerdas que se sentaban allí y comenzaban a charlar, y
ella fingía sorprenderse por algo que él había dicho, y que tanto tú como yo
le habíamos oído repetir la semana anterior y quince días atrás?
—Ah, sí. Cuando él murió llevaban casados sesenta y dos años. ¡Sesenta y
dos años, Lena! Seguramente ella ni podía recordar una época de su vida
en la que él no estuviese a su lado.
—Ya habrá muerto, ¿no?
—Sí. No tardó ni un año en seguirlo.
Fue muy triste. Su único hijo había fallecido en Vietnam, y el único
familiar que le quedaba vivía en Siberia. Cuando él murió intentaron
internarla en una residencia, pero ella se negó. Quería quedarse aquí, donde
habían vivido juntos durante tantos años. Y se las arreglaba bien, aunque
las damas de la iglesia solían ir por allí para asegurarse de que comía bien,
limpiar y hacerle la colada. Pero fue apagándose, ¿sabes?
Como si ya no quisiese vivir sin su marido.
—¿Te has preguntado alguna vez si tendrás esa misma suerte, un amor
profundo y duradero con el que sólo la muerte pueda acabar?
Yulia se encogió de hombros.
—No lo sé. Espero tener algún día ese tipo de unión con alguien. Antes
pensaba...
Cerró los ojos. «¡No sigas por ahí!»
—¿Qué?
—Nada, no era nada —contestó
carraspeando—. ¿Y qué hay de ti?
—Ah, no sé, Yulka. Ya sabes que tú fuiste la única persona de la que me he
sentido cercana. Cuando éramos jóvenes creía que podía leerte los
pensamientos, y tú a mí los míos —admitió mirándola a los ojos—. Y no
éramos más que amigas.
No sé si encontraré algo así en una pareja.
Obviamente, hasta ahora no me ha sucedido.
Yulia sostuvo su mirada. Lena acababa de decir lo que Yulia había
temido expresar. Ella era la única persona a la que se había sentido unida.
Se preguntó qué habría ocurrido si Lena se hubiese quedado en el país,
y si habrían intimado más aún. ¿Se habrían hecho amantes?
Sorprendentemente, la idea no le parecía nada inquietante.
Lena se puso en pie y cogió la vacía copa de Yulia.
—He de poner al fuego los
espárragos.
De pronto se detuvo y añadió:
—Te gustan los espárragos, ¿no?
—Sí, aunque dudo que vayas a
freírlos en grasa de cerdo hasta que apenas quede nada de ellos —dijo Yulia
sonriendo.
—Por favor, no me digas que es así como los cocina tu madre. ¡Sería un
pecado!
—Mi madre lo fríe todo en grasa de cerdo, ¿o no lo recuerdas?
—Sí que lo recuerdo, y no es que lo haya echado mucho de menos, aunque
las judías verdes que me sirvió ayer estaban muy sabrosas —gritó Lena
desde la cocina.
Yulia se abrazó a sí misma, radiante de alegría por tener de nuevo a
Lena a su lado. No se había sentido tan feliz desde... en fin, desde que
la pelirroja se había marchado. Pero pronto volvería a irse, se advirtió a sí
misma. Seguía pareciéndole increíble la existencia de aquella... aquella
conexión entre ambas. Dudaba mucho de poder encontrar algo parecido
con otra persona. Y desde luego estaba segura de que nunca lo encontraría
con un hombre.
Su marido, por ejemplo: ni siquiera le gustaba como amigo, ¿cómo se le
había ocurrido casarse con él? Y si no hubiese resultado ser un completo
gilipollas,
¿seguirían casados? ¿Tendrían ya hijos?
¡Dios,
sólo de pensarlo le dolía el alma! Tal vez debería estar agradecida de que
la maltratase; al menos así tuvo un motivo para divorciarse de él. ¿Y si
hubiese resultado ser un buen hombre? Pero claro, eso no era justo: si
hubiese sido un buen hombre lo habría querido.
Dio media vuelta y pudo ver que Lena regresaba a la estancia con las
copas de vino llenas de nuevo. Era una mujer muy hermosa. Claro que
siempre había sido atractiva, admitió para sí misma. Los rizos rojos, las innumerables pecas en el rostro y
aquellos ojos verdigrises habían atraído a una buena cantidad de chicos en el
instituto, pero Lena nunca les hacía el menor caso. Tan sólo a Andrey.
Claro que Yulia sabía ahora que había sido porque Lena era lesbiana y no
le interesaban los chicos. A Andrey se lo habían impuesto.
Y después resultó que también a Andrey le habían impuesto a Lena.
—No tardará mucho. ¿Tienes
hambre?
—Sí. Hoy no he almorzado.
—¿Por qué?
—La señora Cartwright hoy no ha venido a trabajar, no se sentía bien.
—No sabía que tuvieses ayuda
durante la semana —comentó Lena.
Volvió a sentarse en el sofá, le entregó a Yulia su copa y añadió:
—¿Cuántos empleados tienes?
—Sólo esas dos. La señora
Cartwright ha estado conmigo desde que abrí la tienda. Dependo
muchísimo de ella. Acaba de quedarse viuda, y no le importa trabajar los
sábados, de modo que suelo tener el fin de semana libre.
Frannie está a punto de acabar el instituto y piensa irse a estudiar fuera, así
que supongo que después del verano tendré que buscar a alguien.
—Te encanta vivir aquí, ¿verdad?
Yulia se encogió de hombros.
—Es mi hogar, donde he vivido
siempre.
—Y estás a gusto.
—Sí, supongo que sí. Quiero decir que he terminado cogiéndole cariño a
esta casa. Al menos es algo mío. Y gano lo suficiente para vivir bien.
—¿Pero?
—¿Pero? Oh, qué se yo —suspiró 
Yulia—. Creo que debería haber algo más.
Soy feliz, sí, bastante feliz. Pero, dentro de unos años, ¿seguirá bastándome
con eso?
—Sólo tienes treinta y tres años.
Eres demasiado joven para ser una vieja solterona —se burló Lena.
—La verdad es que no me veo
casada de nuevo, Len. Mi primer matrimonio fue un desastre, pero no se
trata sólo de eso. Es que no consigo imaginarme casada.
—¿Pero sí viviendo sola?
—La verdad es que tengo miedo de que Katya envíe a Lee Ann a hacerme
compañía, que envejezcamos juntas y que ella acabe enviándome a un
asilo.
—¿Lo dices en serio?
—¿Por qué crees que la mimo tanto?
—Conocerás a alguien, ya verás.
—¿Tú crees? Conozco prácticamente a todo el pueblo, y créeme, no hay
nadie con quien desee vivir. Y ya sabes que no es probable que se mude
aquí ningún forastero. No, creo que mi destino es vivir sola. Tuve una
oportunidad, y fracasé.
—Pues entonces los hombres de esta ciudad no saben lo que se pierden.
Eres guapísima, inteligente, ¡joder, si hasta tienes tu propio negocio! ¡Eres
un buen partido!
—Pero tal vez yo no quiera que nadie me elija.
—¿Pruebas una sola vez y ya te das por vencida?
—No es sólo eso, Lena. Aquel día, mientras pronunciábamos nuestros
votos en la iglesia, ya supe que aquello no estaba bien, que no era eso lo
que yo quería. Pero no vi que hubiese ninguna alternativa. Era una
jovencita que trabajaba en un café. ¿Qué futuro me esperaba?
—¡Y mírate ahora!
—Sí, toda una triunfadora —dijo Yulia secamente, incapaz de ocultar el
sarcasmo de su voz.
—Sí que lo eres, Yul. Podrías
haberte hundido, y sin embargo comenzaste un negocio, compraste una
casa: has sobrevivido.
—Sí, he sobrevivido —repitió Yulia, tendiendo la mano para tomar la de su
amiga—. Oh, Lena; al principio no creí poder hacerlo. Me sentía
completamente humillada. No era tanto por lo que la gente murmuraba. En
realidad me compadecían, ¿cómo iba a ser de otro modo? Pero me había
decepcionado a mí misma, por las decisiones y las elecciones que había
tomado. Me parecía que todo lo que hacía estaba mal. Cuando abrí el
negocio pensé: ¿también esto está mal?
¿Será otro error?
—Pero no lo fue.
—No. Fue lo mejor que pude haber hecho. Así tuve algo en lo que
concentrar mis energías, algo por lo que luchar.
Resultó todo un acierto. Y estoy feliz,
¿sabes?
Lena vio la duda reflejada en los ojos de su amiga, y se preguntó qué
ocurría, de qué se arrepentía. De su matrimonio, por supuesto, pero, ¿de
qué más? ¿Era arrogancia por su parte creer que tal vez Yulia lamentaba su
perdida amistad, que su marcha la había afectado de algún modo?
Lena se inclinó hacia ella.
—¿Vamos a comer?
—Vale. Creí que nunca lo dirías.
Ambas se pusieron en pie, muy cerca la una de la otra. Cuando se miraron
a los ojos, Yulia sonrió y abrazó a su amiga.
—Gracias por hablar conmigo.
Nunca consigo expresar ante nadie lo que siento, porque no lo entenderían.
Lena la rodeó con sus brazos un segundo y en seguida se apartó,
temerosa de que su cuerpo la traicionase.
—Sabes que siempre puedes contar conmigo, Yul.
—Lo sé, siempre lo he sabido.
Acto seguido, la Ojiazul fue hacia el equipo de música.
—¿Quieres que ponga más música?
—Claro, elige tú.
Se sirvieron en la cocina y llevaron los platos hasta el comedor. Lena
volvió a por el vino. Su cuerpo se movía al ritmo del alegre disco de jazz
que Yulia había escogido. Vio que las velas estaban encendidas y sonrió a
Yulia, alzando la copa hacia ella.
—Muy bonita.
—Gracias, sí que lo está.
Durante la cena, la conversación fue más relajada. Lena le habló a
Yulia sobre sus libros, su apartamento y el puñado de amigos que tenía en
California.
—No creo que debas comprarte una casa en las colinas —dijo Yulia al final
—.
¿Tienes idea de la cantidad de veces que has hablado de la bahía, el océano
y el sonido de las olas? Me parece que todo eso te gusta más de lo que tú
piensas.
—Cuando estaba en Los Ángeles
vivía en el centro, rodeada de cemento y de edificios, de modo que el
mudarme a Monterrey y disfrutar de la vista sobre la bahía es para mí
como irme a vivir al campo. Y le he cogido cariño. Además, cuando me
apetece salir de allí siempre puedo ir a visitar a Ingrid.
—¿Vas mucho a su casa?
—Seguramente más de lo que le
gustaría a Cheryl. Subo algunos fines de semana, y a menudo me quedo a
dormir el sábado por la noche. Echo de menos el espacio, ¿sabes? Ellas
tienen un terreno de casi cuatro mil metros cuadrados, al lado del bosque
de secuoyas. Es precioso.
—Me alegro de que no te hayas
convertido en una chica de ciudad, Lena.
Mírate, sigues completamente a tus anchas en vaqueros.
—Durante mucho tiempo intenté
olvidar mi procedencia, ¿sabes? Quería integrarme allí. Ingrid y yo somos
amigas, la verdad es que buenas amigas, pero ella no sabe nada de mi
pasado. Nunca le he contado de dónde venía, y ellas tampoco me lo
preguntaron.
—¿Por qué no hicieron preguntas?
Lena se encogió de hombros.
—Podría decirte que tal vez porque no les importaba lo suficiente, pero no
es eso. Creo que entendieron que, si hubiese querido contárselo, lo habría
hecho.
Ninguna de ellas tiene mucho trato con sus familias, y tampoco hablan de
ello, así que no fue difícil.
—Y tú, ¿de verdad te has hecho a la idea de que no tienes familia?
—Sí. Desde luego no me acordaba mucho de ellos.
—¿Y nosotros? ¿Tampoco pensabas en nosotros, Lena?
—En ti sí pensaba, Yulia. Pensaba mucho. Nunca te he olvidado.
—Me alegro —dijo la morena sonriendo desde su lado de la mesa—, porque yo
tampoco te había olvidado.




 
CONTINUARÁ...
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OCULTO AMOR Empty Re: OCULTO AMOR

Mensaje por Lesdrumm Dom Abr 05, 2015 10:58 pm

OCULTO AMOR


Capítulo 18
 
Lena alisó el único par de pantalones de vestir que se había traído y
cerró de un golpe la portezuela del Lexus.
Yulia le había dicho que estaba muy guapa, a pesar de llevar puesta la
misma blusa que lució en el funeral. No había llevado equipaje para una
estancia de una semana, y a esas alturas ya no tenía más modelos.
La secretaria del señor Vasiliev la saludó con una discreta inclinación de
cabeza:
—Señora Katina...
Lena sonrió educadamente.
—¿Llego demasiado pronto?
—No, llevan un rato esperándola —
dijo la mujer con gesto de desaprobación.
—Muy bien.
Lena se dirigió decididamente hacia la puerta y llamó una sola vez
antes de entrar. Cinco hombres, todos trajeados, se pusieron en pie de
inmediato.
—Pasa, Lena —dijo Alexey
señalando el único sillón vacío—. A tu tío ya lo conoces, claro. Este es
Matthew Drake, su abogado.
Lena le dio la mano
educadamente, mirando de reojo a su tío.
—¿Qué tal estás, tío Nikolay?
—Muy bien, Lena. Tienes buen aspecto.
—Gracias.
—Y estos son Tim y Jim Gentry.
Lena alzó una ceja. Los gemelos Gentry. ¿Tim y Jim? ¿En qué
demonios estaba pensando su madre?
—Señora Katina, encantado de
conocerla —le dijo Tim, ¿o era Jim?
—Actúan en representación de tu madre —aclaró Vasiliev—. Siéntate,
por favor, y comenzaremos.
Lena se sentó y preguntó a uno de los gemelos:
—Por cierto, ¿cómo está mi madre?
—Bueno... sigue en el hospital, como usted sabe.
—Sí. ¿Vamos a mantener una
videoconferencia con ella, o algo así?
—¿Cómo dice?
—Es que no me imagino a mi madre perdiéndose esto —dijo, fijándose en
que Nikolay se tapaba la boca para disimular una sonrisa.
Sí, incluso de niña había podido notar la tensión que había entre el tío
Nikolay y su madre. Ambos se detestaban cordialmente.
—Nosotros actuaremos en su
nombre, y, por supuesto...
—La informarán de todo cuanto
antes.
—Sí.
Lena miró a Alexey y alzó ambas cejas. El asintió en respuesta.
—¿Comenzamos?
Lena dejó enseguida de prestar atención a lo que decía el señor
Vasiliev, para concentrarse en las reacciones de los demás. Comprobó
con agrado que su tío Nikolay no se inmutaba al saber que Lena había
heredado la parte que su padre tenía de Maderas Chystye  Prudy. En ese
momento se le ocurrió pensar que tal vez su padre ya le había adelantado
sus intenciones. La única señal de sorpresa que captó fue un alzamiento de
cejas al oír mencionar el banco. La parte que su padre tenía en él también
era para Lena. Tim y Jim escribían frenéticamente, sin duda
cumpliendo órdenes de su madre. El testamento era bastante claro: a su
madre le dejaba la mayoría del dinero en efectivo, excepto una reserva que
había colocado a nombre de Lena años atrás y una casa en Kaliningrado.
Lena disimuló bien su sorpresa, o eso creyó. ¡Kalinigrado?! ¡Dios
santo!
¿Qué iba a hacer ella con una casa en una de las ciudades mas lejanas de Rusia?
—Y por último lega un millón de Euros al barrio de Chystye Prudy,
Moscú, que han de ser utilizados únicamente para realizar mejoras en el
actual parque del barrio y en la construcción de una nueva biblioteca
pública —concluyó Vasiliev, alzando la vista al tiempo que cerraba la
carpeta—.
¿Alguna pregunta?
—Disculpe —dijo Tim, o Jim,
mirando sus notas—. No hay mención alguna a Industrias Katin.
—No. Industrias Katin no forma
parte de sus propiedades. La empresa, tras la muerte de Sergey Katin,
revierte plenamente a su copropietario.
—¿Copropietario? ¿Nikolay Katin?
—No: Elena Katina.
—No comprendo...
Vasiliev le pasó una copia de la declaración jurada.
—¿Copropietaria? —preguntó el tío Nikolay.
—Sí.
—Pero...
El señor Vasiliev le entregó
también una copia, y Lena los observó mientras leían, preguntándose
si alguno de ellos la impugnaría. Nikolay le pasó el papel a su abogado,
claramente desconcertado por aquel documento legal.
—¿De modo que esa empresa no
forma parte de sus propiedades? —
preguntó uno de los gemelos.
—No.
—Estoy... sorprendido, Lena.
No sabía que tú y tu padre os hubieseis reconciliado —dijo Nikolay—. ¿Lo
sabe tu madre?
Lena sonrió.
—¿Tú qué crees?
—Lo que creo es que la pelea está garantizada.
—No habrá ninguna pelea, Nikolay, la declaración jurada es perfectamente
legal
—intervino Alexey Vasiliev.
Nikolay miró a su abogado.
—Sí, es muy explícito en lo que respecta a la propiedad.
Nikolay asintió.
—Ya veo. Pues bien, Lena, entonces supongo que tenemos que hablar
de negocios.
—Ya me imagino.
—Doy por hecho que querrás
vender. Estoy dispuesto a escucharte.
—¿Vender? ¿Por qué das eso por hecho?
El tío Nikolay se enderezó en su asiento.
—Bueno... no vives aquí, por
ejemplo. Además, estoy seguro de que no tienes ni idea de cómo llevar una
empresa maderera.
—En eso tienes razón. Por eso
confío en que mi padre haya contratado encargados de planta bien capaces, Nikolay
—contestó Lena poniéndose en pie
—. De hecho esperaba poder hacer una visita a las fábricas hoy mismo,
más tarde.
Siempre que tengas tiempo, claro.
Su tío asintió.
—¿Recuerdas siquiera dónde está el aserradero?
—¿Sobre las dos? —preguntó
Lena, ignorando el comentario.
—Muy bien.
—Bien.
A continuación, Lena se volvió hacia los gemelos :
—Saluden de mi parte a Inessa.
Estrechó la mano del señor
Vasiliev.
—Gracias —murmuró—. Estaremos
en contacto.
—Por supuesto.
Lena salió a la luz del día, dejando escapar por fin un suspiro de
alivio. Había ido mejor de lo que esperaba. Naturalmente, estaba segura de
que recibiría una llamada de alguno de los gemelos en cuanto su madre
fuese informada de las noticias. Bueno, dejaría que el señor Vasiliev se
encargase de ello. En ese momento lo único que deseaba era enfundarse sus
vaqueros.
No eran más que las once. Tenía tiempo de sobra para cambiarse y
sorprender a Yulia con un almuerzo.
Sonrió, pues sólo con pensar en su amiga se le alegraba el día.
—Amigas, sólo somos amigas —
murmuró para sí misma mientras conducía hacia la casa de Yulia.
Aun así, le alegraba volver a tener a la morena en su vida. Si tenía que ser como
amiga, siempre era mejor que no tenerla en absoluto.
Volvió a ponerse los mismos
vaqueros que había llevado el día anterior, y lo demás lo echó al montón.
Tenía que recordar hacer la colada esa noche, o acabaría paseándose por el
pueblo en chándal. Decidió que una grasienta hamburguesa vendría como
anillo al dedo para el almuerzo, de modo que se dirigió al Dairy Mart, se
puso en la cola de los que compraban sin bajar del auto, tamborileando con
los dedos sobre la pierna para desahogar su impaciencia.
Diez minutos después, estaba de camino al pequeño centro comercial. El
olor de las hamburguesas y las patatas fritas levantaba airadas protestas en
su estómago.
Por suerte, el coche de Yulia estaba estacionado enfrente. Lena entró en el
comercio, buscando una cara familiar.
—Hola. ¿Puedo ayudarla en algo?
Lena se encontró con la que supuso era la señora Cartwright. Sonrió y
le mostró la bolsa.
—Estoy buscando a Yulia.
—Ah. ¿Ella espera su visita?
Lena cambió la bolsa de mano para ofrecerle la derecha.
—Soy Elena Katina, una vieja amiga. Me alojo en su casa.
—¡¿Usted es Elena Katina?! ¡Dios mío! Ante todo he de decirle que
siento mucho lo de su padre. Probablemente usted no me recuerda: soy
Gladys Cartwright. Mi esposo trabajó durante muchos años en el
aserradero.
—Lo siento, no la recuerdo.
—Bueno, ya me lo imaginaba. Había oído que estaba usted en la ciudad,
pero no sabía que se alojase en casa de Yulia.
Aunque sin duda la noticia volaría por toda la ciudad antes del anochecer,
supuso Lena.
—¿Dónde está? Le he traído el
almuerzo.
—Oh, Yul está en la parte de atrás, preparando un pedido.
Lena asintió.
—Y la parte de atrás está... ¿dónde?
—Disculpe. Por aquí, yo la guiaré.
Lena siguió a la mujer,
intentando no sentirse ofendida. Ya se sabía que en ese barrio aquello era
inevitable.
—Yulia, tienes visita.
—Vale, voy enseguida —dijo Yulia sin alzar la vista.
—En realidad pensaba entrar yo —
dijo Lena.
Yulia alzó la cabeza de golpe, al tiempo que una sonrisa iluminaba sus
rasgos.
—¡Lena! ¿Qué haces aquí?
Su amiga le mostró la bolsa.
—Traigo el almuerzo.
—¡Oh, no tenías por qué hacerlo!
Yulia dejó el bolígrafo sobre la mesa y se acercó, rodeando con un brazo los
hombros de Lena.
—Señora Cartwright, ¿le importaría vigilar el fuerte un ratito más?
—Por supuesto que no, querida.
Comenzó a alejarse, pero después de unos pasos se detuvo.
—Estaré aquí fuera, por si me
necesita.
La mirada de Yulia se encontró con la de Lena, ambas con un brillo de
diversión en los ojos.
—Estaré perfectamente, señora
Cartwright, pero gracias de todos modos.
Cuando la señora se hubo marchado, Yulia se disculpó.
—Lo siento mucho.
—No te preocupes, no hace más que cuidar de ti. Tal vez deberías gritar o
algo así dentro de un rato, para darle algún motivo de preocupación —se
burló Lena.
—¡Pero qué malísima eres! Ni se me ocurre hacerlo. Le encanta cotillear, y
si hago eso todo el pueblo sabría que habías intentado algo conmigo.
—Está bien, dejaré que me des una bofetada. Eso debería ponerme en mi
lugar.
Yulia señaló una silla.
—Siéntate y deja de dar problemas.
Lena obedeció.
—Supongo que debería haber
llamado antes. No tendrás planes, ¿no? 
Yulia sonrió.
—¿Planes? No, Lena, no tengo planes para el almuerzo. La verdad es que
me alegro de que hayas venido. Quiero que me cuentes lo que ha pasado —
dijo cogiendo la bolsa—. ¿Qué has traído?
—Hamburguesas.
—¡Estupendo! —exclamó la ojiazul, y
sacó una de la bolsa—. Ah, y patatas. Eso te da puntos extra.
—Entonces tal vez deberíamos llevar la cuenta.
—Ya tenías puntos extra por la cena de anoche —dijo Yulia mordiendo una
crujiente patata frita—. ¿Qué hay de cena para hoy?
—¿Cómo puedes estar pensando en la cena mientras almuerzas?
—Tengo el metabolismo muy
acelerado —afirmó.
—Ya veo. ¿Por eso te has mantenido tan delgada?
—Bueno, por eso y porque, como sabes, no sé cocinar.
Lena sacó su hamburguesa, extendió el papel y, tras vaciar sobre él
sus patatas fritas, les añadió ketchup.
Yulia dio un mordisco y sonrió.
—Te has acordado de cómo me
gustan, sin rodajas de tomate.
—¿Cómo podría olvidarlo? ¡Siempre me las tirabas a la cara!
Yulia tendió la mano para coger la de Lena.
—Ha sido un bonito detalle por tu parte, muchas gracias.
—Es un placer. Además, sabía que tendrías curiosidad por lo de la lectura
del testamento y eso.
—Sí, de modo que suéltalo ya.
Lena se echó a reír:
—No hay nada que soltar, no hubo fuegos artificiales.
—Ah, ¿no? ¡Qué aburrimiento! ¿No te agarró por la garganta tu tío Nikolay,
exigiendo explicaciones?
—Nop, aunque dio por hecho que yo querría vender.
—¿Y es así?
-No.
Yulia sonrió.
—¡Bien! Entonces, ¿qué piensas hacer con todo?
—¡La verdad es que no lo tengo nada claro! —dijo Lena, con su
mejor acento moscovita.
Yulia soltó una carcajada.
—¿Quién representaba a tu madre?
—Tim y Jim Gentry.
—¿Los dos?
—Sí, aunque sólo hablaba uno.
Yulia asintió.
—Sería Tim. Jim es algo tímido, siempre lo ha sido.
—¿Cómo puedes distinguirlos?
—Bueno, está claro que el que habla es Tim —contestó Yulia, sonriente.
—Muy graciosa.
—De modo que no sabes cómo ha
reaccionado tu madre, ¿eh?
—No, pero me muero de ganas —
dijo Lena, y le dio otro mordisco a su hamburguesa—. De hecho, voy
a ir al aserradero a primera hora de la tarde. El tío Nikolay me lo enseñará
todo.
—¿De veras? Bueno, es lógico que eches un vistazo a tus propiedades,
¿no?
—Claro. Pero, Yulka, ¿qué demonios voy a hacer con una compañía
maderera?
Eso por no hablar del banco. ¡Industrias Katin controla un ochenta por
ciento del maldito banco!
Yulia la miró con los ojos muy
abiertos.
—Me pregunto si lo sabe Rene.
Desde que nombraron vicepresidente a Jonathan anda por ahí como si fuese
la dueña del barrio.
Lena se echó a reír.
—Pues, si no lo sabe, quiero ser yo la primera en decírselo.
—Bueno, Lena, en realidad no tienes más que dos opciones: o quedártelo,
o venderlo. Es fácil.
—Conque fácil, ¿eh?
—Claro que dudo de que tu tío
Nikolay pueda permitirse adquirir Industrias Katin.
—No, no puede. Vale diez veces más que el aserradero. Si lo vendo,
tendría que ser a una gran corporación.
—Pero no quieres hacerlo, ¿no?
—La verdad es que no conozco el negocio lo suficiente. Joder, en realidad
no tengo ni idea. Necesito reunirme con los encargados de planta y los
contables, ver cómo está organizado todo. Si es cierto que mi padre era el
que tomaba todas las decisiones, puede ser que los encargados estén tan
perdidos como yo.
—Tal vez Greg pueda ayudarte,
¿sabes? Al menos él sabe quiénes son los encargados de planta, y tal vez
pueda proporcionarte algunas claves. Si te fías de él, claro.
—En estos momentos, puede que
sea la única persona en quien confíe. Al menos lo conozco.
Yulia sonrió.
—Y también sabes que Katya lo
mataría si hiciese algo que te perjudicase.
—¿Tú crees?
—Por supuesto. Kat se preocupa por ti, y además es la que lleva los
pantalones en su familia.
—¿Por qué será que no me extraña?

 


CONTINUARÁ...


Última edición por LenokVolk el Dom Abr 05, 2015 11:06 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Lesdrumm Dom Abr 05, 2015 11:06 pm

OCULTO AMOR


Capítulo 19


La vieja carretera que llevaba al aserradero estaba ahora asfaltada, pero
aparte de eso no había habido demasiados cambios. La carretera atravesaba
el bosque, y a Lena le pareció una ironía. Todos aquellos enormes
árboles que crecían tan cerca del aserradero eran como centinelas que
contemplaban cómo los camiones traían a sus hermanos caídos hasta su
triste destino. No había muchos cambios, no. O al menos eso pensó hasta
ver las gigantescas verjas que bloqueaban el camino. Tras la alambrada de
tres metros de altura se alzaba una gran cantidad de edificios. Al ver las
nubes de humo que expulsaban las enormes chimeneas, supuso que la
mayoría eran las fábricas que le había descrito Greg.
Frunció el ceño al imaginar la cantidad de contaminación que enviaban a la
atmósfera de Moscú, antaño tan pura.
Se detuvo ante la verja y aguardó a que se acercase el vigilante.
—¿Puedo ayudarla, señora?
—Soy Elena Katina, y tengo una cita con Nikolay Katin.
El hombre la escrutó un momento y después echó un vistazo a su tablilla.
—No te acuerdas de mí, ¿verdad? —
le dijo mientras iba pasando las páginas.
—¿Cómo dice?
—Me llamo Paul Buchanan. Iba
unos cursos por detrás en el colegio.
Lena hizo memoria, pero no recordaba ni el nombre ni la cara.
—Lo siento, no lo recuerdo. Claro que han pasado muchos años.
—Cierto.
El hombre se quedó mirándola hasta que por fin Lena alzó una ceja.
—¿Va a dejarme pasar, o qué?
—Oh, disculpe. Pues la verdad es que no, no figura en la lista.
—Entiendo. Pero, ¿Nikolay está aquí?
—Oh, sí que está. Vino hace un par de horas.
—Bien. Entonces, Paul, ¿quieres hacer el favor de llamarlo?
—Claro, veré si puedo localizarlo.
Lena intentó no enfadarse, ni con el tío Nikolay ni con el tal Paul. El
hombre no hacía más que su trabajo. Pero que no se equivocase, porque,
para cuando ella saliese de allí, ya todos sabrían perfectamente quién era.
Aguardó con bastante paciencia el regreso de Paul.
—Ha dicho que vaya directamente a las oficinas y que lo espere allí.
—Eso ha dicho, ¿eh?
—Eso es.
—Entiendo. ¿Y dónde puedo
encontrar a Greg Kubiak?
—¿A Greg? Oh, está en la oficina.
Pregunte a cualquiera y lo localizarán.
—Gracias, Paul.
Lena aguardó a que se abriesen las puertas automáticas y siguió las
señales que indicaban la dirección de la oficina. Era un edificio de ladrillo
de dos pisos, que parecía totalmente fuera de lugar entre las demás naves.
Vio la plaza de estacionamiento de su padre y estuvo a punto de utilizarla,
pero en lugar de ello se dirigió a las plazas destinadas a los visitantes. No
tenía necesidad de cabrear a todo el mundo el primer día. Tan pronto como
abrió la portezuela, pudo oír el ensordecedor ruido de la maquinaria.
Parecía como si los edificios estuviesen a punto de reventar. Se quedó allí
de pie, mirando a su alrededor, y pudo ver a los obreros yendo de un
edificio a otro, carretillas elevadoras llevando tablas sin desbastar,
camiones que transportaban viruta de una planta a otra... Tremendo.
Por Dios, ¿qué demonios iba a hacer ella con todo aquello?
—¿Lena?
La pelirroja dio media vuelta y sonrió al amistoso rostro que le había
hablado.
—¡Greg! ¿Cómo sabías que estaba aquí?
—Paul avisó de tu llegada —
contestó él, mientras bajaba los escalones para ir a su encuentro—. Dijo
que habías preguntado por mí. ¿Has quedado con Nikolay?
—Sí, pero quería hablar contigo de unas cuantas cosas. Tal vez este no sea
un buen lugar.
—Claro, sube a mi oficina —ofreció él.
—No, quiero decir que tal vez el aserradero no sea un buen lugar —aclaró
ella.
—¿Qué quieres decir?
—Greg, ahora que ha muerto mi
padre, yo soy la propietaria de Industrias Katin, no Nikolay, ni mi madre.
Greg abrió unos ojos como platos.
—¡Caray!
Lena sonrió.
—Sí, eso es lo mínimo que se puede decir. Así que me gustaría discutir
unas cuantas cosas contigo, en privado.
—Por supuesto.
Ambos alzaron la vista y vieron acercarse a Nikolay.
—Y me gustaría que quedase entre nosotros, no sé si me entiendes —
añadió.
—Yo trabajaba para tu padre, Lena, no para Nikolay.
—Estupendo. ¿Sería posible que fuésemos Yulia y yo a tu casa esta noche?
—Claro, a Katya le encantaría. La llamaré dentro de un rato —prometió, y
dio media vuelta para alejarse al tiempo que Nikolay llegaba junto a ellos.
—¡Veo que has dado con el
aserradero, Elena!
—Sí. Ahora es bastante más grande
—contestó ella mirando alrededor.
—Fue cosa de tu padre, no mía —
dijo mirando hacia Greg, que cerraba la puerta tras él, escalones arriba—.
No sabía que conocieses a Greg.
—Está casado con Katya Volkova.
—Ah, sí, olvidaba lo amiga que eres de Yulia. Se rumorea que incluso te
alojas en su casa.
—No es ningún rumor, soy su
huésped.
Nikolay asintió.
—Bueno, ¿quieres ver primero las oficinas o prefieres dar una vuelta por
las plantas?
—Vamos a las plantas; odio las oficinas.
—Muy bien. Vuelvo enseguida, voy a buscar algo para ti.
Ella se encogió de hombros, alzando una mano a modo de visera para
protegerse del sol mientras miraba a su alrededor. ¡Dios! ¿Qué demonios
iba a hacer? Tal vez debería limitarse a venderlo todo y problema resuelto.
Seguramente el comprador no despediría a los trabajadores. Si podían
permitirse comprarlo, tenían que ser solventes. En ese momento se dio
cuenta. Era la primera vez que caía en ello: ¡ahora era una mujer muy rica!
Y el dinero siempre traía problemas, eso lo sabía desde pequeña. La gente
te trataba de otra forma. ¡Joder, lo sabía desde que llevaron al cine su
primera novela! Personas a las que apenas conocía se convirtieron de la
noche a la mañana en sus mejores amigos, y sus viejas amistades
comenzaron a comportarse como si ella fuese otra persona.
—Allá vamos —dijo Nikolay
entregándole un casco.
Al ver que ella enarcaba una ceja, añadió:
—Son las normas.
—Ah —murmuró ella,
colocándoselo obedientemente.
Le siguió acera adelante y subió tras él al asiento del copiloto de un carrito
de golf.
—Tu padre compró cuatro de estos hace unos años. Decía que ya estaba
demasiado mayor para visitar las plantas a pie.
—Buena idea —dijo Lena,
asintiendo.
Cuando se aproximaban a la primera nave, Nikolay señaló en voz alta:
—Esta es la planta de
contrachapado.
Detuvo el vehículo eléctrico, ambos descendieron, y a continuación
entraron en la nave. La mayor parte de los trabajadores ni los miraron
mientras iban de un lado a otro, intentando no estorbarles.
—Puedo explicarte cómo funciona todo —gritó Nikolay—, o limitarme a
mostrártelo.
Ella negó con un gesto, indicándole con la mano que siguiese andando. Se
dirigieron al fondo de la nave, donde estaban cortando el producto ya
acabado y colocándolo en palés para que después se los llevase una
carretilla elevadora. Ya en el exterior, el estruendo era más soportable.
—¡Menudo escándalo! —comentó
Lena.
—Cierto. Todas las naves son así de ruidosas, por eso los obreros llevan
tapones para los oídos.
A continuación Nikolay señaló en otra dirección.
—Allá está la de aglomerado, y la planta de creosota está en la parte de
atrás.
—¿Es de la que sale ese humo
negro?
—Sí.
—¿Qué tipo de medidas se toman para salvaguardar el medio ambiente?
—Cumplimos con los estándares
mínimos en todas las plantas —contestó él.
Lena asintió y señaló hacia el viejo edificio que ella recordaba:
—El aserradero está prácticamente rodeado.
—Sí, pero es por cuestiones
prácticas. Todos los subproductos del aserradero van inmediatamente a las
plantas. En los viejos tiempos teníamos que almacenarlos y aguardar a que
los camiones los recogiesen.
Lena asintió, recordando los enormes montones de serrín y virutas
apilados alrededor del aserradero. Estaba a punto de formular otra pregunta
cuando sonó el móvil de Nikolay.
—Disculpa —dijo, a modo de
excusa, antes de atender la llamada.
Lena observó su rostro y vio que fruncía el ceño.
—Sí, está aquí ahora —contestó Nikolay, mirando hacia ella—. Lo
entiendo, pero parecía perfectamente legal.
¡Aah! Su madre, sin duda. Lena se cruzó de brazos, sin avergonzarse
ni lo más mínimo de estar atenta a la conversación.
—No hay nada que yo pueda hacer, Inessa. Habla con tus abogados —
dijo, y cortó la conversación—. Lo siento.
—¿Ya se ha enterado?
—Oh, sí. Llevo todo el día
intentando evitar sus llamadas.
—Nunca os llevasteis demasiado bien, ¿verdad?
—La verdad es que no. Pero ahora ya no tengo por qué volver a verla, ¿no
es cierto?
Lena bajó la cabeza un
momento, y después volvió a enderezarla.
—Tío Nikolay, ¿qué es lo que opinas tú de todo esto?
—Bueno... Según mi modo de ver, yo no he perdido nada. Y, si te soy
sincero, nunca esperé nada de Sergey, excepto tal vez su parte del
aserradero —
dijo, y a continuación sonrió—. Gracias a Dios que Inessa no se ha
hecho con ella, eso es todo lo que puedo decir. No te ofendas, Lena;
ya sé que sigue siendo tu madre.
—En eso te equivocas. Para mí no es más que una extraña.
Nikolay se revolvió, incómodo.
—Joan y yo... en fin, no podíamos creer lo que había hecho. Nadie lo
entendía. Especialmente Sergey. Estaba destrozado por no haber sido
capaz de enfrentarse a ella. Tal vez no lo sepas, pero tu padre cambió
muchísimo después de aquello. Se convirtió en una persona completamente
distinta, más sencilla y agradable. El antiguo Sergey Katin nunca habría
legado un millón de dólares al barrio para destinarlos a un parque y una
biblioteca.
—Vaya, parece que algo bueno
resultó de todo aquello, ¿eh?
—Estoy seguro de que a Joan le encantaría que nos hicieses una visita, tal
vez para cenar con nosotros una noche de estas.
—No te ofendas, tío Nikolay, pero ha pasado mucho tiempo. Yo también he
cambiado. Tal vez será mejor que por ahora nos limitemos al negocio.
—Lo entiendo, por supuesto.
Se encaminó de regreso al carrito de golf, y Lena lo siguió.
—A propósito, ¿has decidido ya lo que harás? —añadió Nikolay.
—¿Hacer?
—Con todo esto, quiero decir.
Puede funcionar solo durante una temporada. En eso tenías razón, Sergey
contrató a gente capaz. Algunos son de la ciudad, pero la mayoría no. Sin
embargo, al final necesitará tener un director. Tiene que haber alguien a
quien recurrir cuando surjan dudas. Y surgirán, créeme.
—Mi lado sensato me dice que lo venda y siga mi camino. Pero mi lado
testarudo me dice que me quede y que joda bien a mi madre.
Nikolay rió a carcajadas, con ganas, doblándose por la cintura. Ella acabó
por imitarlo, aunque en realidad no pretendía hacer un chiste: había dicho
la verdad, sencillamente.
—Ah, ¿te imaginas lo que se
comentaría en el barrio? Creo que eso la mataría.
—Esa no es mi intención.
—¿Es por vengarte?
—Tal vez —contestó ella sonriendo.
A pesar de sus iniciales temores, la verdad era que estaba disfrutando de
aquel rato con Nikolay. Los años lo habían vuelto bastante más
comprensivo.
Lena se preguntó si le molestaría mucho que ella estuviese allí.
Durante todos aquellos años, él no había tenido que cambiar ni lo más
mínimo; siguió encargándose del aserradero, como siempre, sólo que de
pronto ganaba mucho más dinero por hacerlo. ¿Para qué iba a querer el
quebradero de cabeza que representaba Industrias Katina?
—Escucha, ¿qué tal si dejamos para otro momento el resto de la visita? Me
parece que preferiría reunirme con los encargados de planta y ver cómo va
todo y quién está al mando. ¿O es que ahora te consultan a ti?
—No. Sergey dejó bien claro que yo no formaba parte de Industrias Katin.
—Vaya, lo siento. Sé que
colaborabais estrechamente.
—Te pido de nuevo que no te
ofendas, pero él hacía su trabajo y yo el mío. Y habría sido una estupidez
resistirme a eso, aun cuando pudiese hacerlo.
—¿Qué quieres decir?
—Él tenía la mayoría en el
aserradero, de modo que, fuesen cuales fuesen las decisiones a tomar,
podíamos discutirlas, pero si era algo que él estaba empeñado en hacer no
necesitaba para nada mi aprobación.
—¿Pero?
—Pero normalmente estábamos de acuerdo, de modo que apenas había
problemas. Cuando tuvo la idea de crear las plantas, al principio pensé que
era una locura. Pero él utilizó su propio dinero para financiarlas, de modo
que en realidad yo no tenía nada que objetar.
Cuando quiso levantarlas aquí, en el aserradero, no pude negarme, porque
él era el socio mayoritario.
—Pero ¿te compensó de alguna
manera?
—Sí. Industrias Katin pagaba a
Maderas Chystye Prudy, la cual a su vez me pagaba a mí.
Lena movió la cabeza de un lado al otro. El pobre tío Nikolay no tenía
ni idea de nada. Como su padre era el propietario del sesenta por ciento del
aserradero, Industrias Katin sólo tenía que desembolsar el cuarenta por
ciento del precio normal, pero recibía el cien por cien de los beneficios. En
verdad su padre era un hombre muy inteligente. Incluso ella, con su poco
sentido de los negocios, se daba cuenta.
—Dado que ya conoces a Greg,
dejaré que él te presente a los demás, aunque no puedo prometerte que
estén todos. Tienen horarios distintos, y algunos trabajan a veces desde
casa. Greg lo sabrá.
—¿Qué categoría ocupa Greg,
exactamente?
—Al principio trabajaba con los ordenadores. Yo de eso no sé mucho.
Bueno, tengo uno en mi despacho y sé manejar el correo electrónico, pero
eso es todo. A tu padre le caía bien, y Greg es muy inteligente. Pero lo que
hace exactamente no lo sé. Lo único que sé es que está todo el día con la
nariz metida en algún cacharro de esos.
Lena se detuvo antes de rodear el vehículo eléctrico, y tendió la mano
para estrechar la de su tío.
—Gracias por la visita guiada. Ha sido todo un detalle.
—No hay de qué. Y lamento el
incidente de la puerta. Se me olvidó por completo decirle a Paul que
vendrías.
Lena lo miró fijamente,
intentando descifrar si mentía o no. ¿Qué mejor modo de ponerla en su
lugar que cerrarle las puertas? Pero no, parecía totalmente sincero.
—No pasa nada. Estaremos en
contacto. Sin duda tendremos muchas cosas que discutir.
—Ya sabes dónde encontrarme.
Lena lo vio alejarse en el vehículo eléctrico, con sus vaqueros
polvorientos, el casco y todo lo demás.
No, no era un hombre de negocios, ni un empresario, sino simplemente
alguien que amaba su trabajo. Si ella vendía su parte a una gran
corporación, sería muy fácil que se aprovechasen de él. Se lo comerían
para desayunar.
Suspiró, quitándose por fin el casco, y se pasó la mano por los rizos. Ahora
no podía preocuparse por Nikolay; tenía sus propios problemas. A
continuación subió los escalones de las oficinas, y se detuvo apenas un
momento antes de abrir la puerta. Allí dentro el ambiente era agradable y
silencioso. En el mostrador de recepción había una joven que le sonrió
educadamente.
—Buenas tardes, ¿en qué puedo
ayudarla?
Lena fue hacia ella, esbozando una sonrisa.
—¿Está Greg?
—Sí, señora. ¿Ha concertado usted cita?
Lena enarcó una ceja. Para ser el barrio mas alejado de Moscú, daban
muchísima importancia a las citas previas.
—Pues no. Pero, por favor, dígale que estoy aquí, ¿quiere?
—¿Se llama usted...?
La pelirroja le dedicó una amplia sonrisa.
—Lena.
—¿Lena?
—Sí, Lena, simplemente.
La empleada asintió lentamente y señaló uno de los asientos destinados a
las visitas.
—Espere ahí.
—¿Ahí mismo?
—Sí.
—Muy bien.
Lena hizo una mueca de
desespero. Dios, ojalá pudiese estar en cualquier otro sitio, en lugar de
tener que pasar por todo aquello. Bueno, en realidad preferiría estar
sentada en el suelo con Yulia, de charla. De pronto pensó que Yul seguía
siendo tan cariñosa como siempre.
De pequeñas siempre la estaba
acariciando, con el menor motivo, cosa que a ella le encantaba. De hecho...
—¿Lena?
La pelirroja parpadeó y apartó a Yulia de su mente.
—Hola, Greg.
—¿Intentas asustar a los asalariados?
—susurró éste.
Ella se echó a reír.
—Lo siento, no pude resistirme.
—Ven por aquí.
Su oficina era un desastre, llena de ordenadores, cables y papeles por todas
partes y, Dios santo, mil y una fotos de Katya y los niños.
—Disculpa el desorden, aunque te juro que sé exactamente dónde está cada
cosa.
Lena alzó una de las fotos, sonriendo. Era de unos años atrás. Katya
estaba delgada todavía, y tan sólo aparecía un bebé, Lee Ann, sin duda.
—¡Qué linda!
Greg enrojeció y, sin embargo, cuando la pelirroja volvió a dejar en su sitio
la fotografía, él la enderezó ligeramente. Después se sentó en su sillón,
esperando a que Yulia comenzase.
En lugar de hacerlo, ella miró a su alrededor, contando los ordenadores.
—¡Tienes cuatro ordenadores!
Greg sonrió.
—En realidad tengo nueve. Cada monitor puede estar conectado a varios
ordenadores a la vez.
—Así que lo que eres es uno de esos locos de la informática —concluyó
ella tomando asiento.
—Exacto.
—En mi época eso se consideraba un insulto —comentó Lena
sonriendo.
—Pues hoy es todo un cumplido, gracias.
Ella respondió con una inclinación de cabeza.
—Entonces, ¿qué es lo que haces aquí, exactamente?
—¿Mi cargo? Soy el técnico de
redes...
—No quiero saber el cargo, sino lo que haces.
Él se encogió de hombros.
—En realidad, hago un poco de
todo. Me ocupo de la red interna, por supuesto. Y las cámaras de seguridad
están todas en red. Controlo todos los servidores: tenemos cinco. Y
últimamente he estado haciendo las compras en línea, y también las ventas.
—¿Las compras y las ventas? ¿De qué se ocupan los encargados de planta,
entonces?
—Cada planta tiene uno. Sobre todo lo que hacen es llevar el inventario y
hacerme saber qué es lo que debemos vender. Si la demanda es mayor de la
que podemos atender utilizando tan sólo los subproductos de nuestro
aserradero, compramos los desechos de otra serrería y nos los traemos para
aquí.
—¿Eso no resta beneficios?
—Sí, pero tu padre no quería perder mercado.
—¿Y qué hay del mantenimiento?
—¿A qué te refieres, al mantenimiento de los equipos? —Sí.
—Hay una cuadrilla de trabajadores las veinticuatro horas, desde hace unos
seis años. Mantenimiento tiene horarios normales, como los demás. ¿Por
qué?
—Me preguntaba si lo
subcontratabais o no.
—No, no. Industrias Katin es
bastante autosuficiente.
—¿Cuántos encargados de planta hay?
—Veamos... —contestó Greg
mientras comenzaba a contar en voz baja ayudándose de los dedos de la
mano—.
¿Incluyendo a Nikolay?
—Sí.
—Cinco, uno en cada planta.
Después, mantenimiento tiene un encargado, pero en realidad ellos no se
ocupan de la parte de fabricación, claro.
—¿Están todos aquí hoy?
—No. Peterson vive lejos, en Kazan, y sólo viene una vez a la semana.
Trabaja desde casa. Y Mark Edwards está de viaje esta semana.
—¿De viaje?
—Es el de la planta de creosota. La oficina regional de la compañía
telefónica está aceptando ofertas de postes de teléfono.
—Así que no hay departamento de ventas...
—No, de eso se ocupaba tu padre.
Pero todo está bastante organizado.
Tenemos contratos con la mayoría de los proveedores de materiales de
construcción de todo la región, no sólo de Moscú, y hacemos envíos a
seis de las regiones de alrededor. Aunque hay algo en lo que tu padre estaba
trabajando y es necesario que alguien se ocupe de ello.
—¿Y qué es?
—Productos para la alimentación del ganado.
—¡¿Para la alimentación del ganado?!
—En Bielorrusia hay una fábrica que compra la mayoría de nuestro serrín y
viruta, y con eso hace melaza de madera, que se utiliza en la alimentación
del ganado. -¿Y?
—Y tu padre no quería vender el serrín por unos centavos y dejar que una
empresa bielorrusa lo aprovechase y vendiese como forraje con grandes
beneficios. Nosotros apenas sacamos nada de esa venta.
—De modo que prefería hacerlo él mismo...
—Exacto.
—Está claro que tenía demasiado tiempo libre.
—Bueno... tal y como te dije la otra noche, tenía una visión.
Lena cerró los ojos. «¿Una visión? ¡Lo que me faltaba!»
—Está bien. ¿Y los contables?
¿Trabajaba con una gestoría de la ciudad, o qué?
—No, todos ellos están aquí.
Trabajan cuatro en ese departamento, además de una secretaria.
—¿Ellos manejaban todas las
finanzas?
—Sí.
—¿Y sabes quién los auditaba?
—Tu padre trabaja con una firma del centro de Moscú que audita y se ocupa de los
impuestos.
—Bien pensado.
—Sí. Desde que entré aquí no hemos tenido problema alguno. Y nadie ha
perdido su trabajo, por cierto.
—Está bien. ¿Sabes qué? Ahora
mismo estoy que no puedo más. Deseaba reunirme con algunos de ellos,
pero ahora no. Creo que ahora lo que necesito es una copa.
Greg se echó a reír.
—Sé lo que quieres decir. ¿Cuándo quieres que les diga que volverás,
mañana?
—¿Qué tal si les envías a todos un correo electrónico para anunciarles que
vamos a tener una reunión de personal?
Me gustaría que acudiese todo el mundo, incluido ese tal Peterson que vive
en Kazan. Y todos los del departamento de contabilidad, claro. Veré si el
señor Vasiliev también puede acudir.
—Me pongo a ello ahora mismo. ¿A qué hora?
—Digamos que para el viernes por la mañana, así todos se enterarán a
tiempo.
¿Qué hay del tipo ese que está de viaje...
Edwards?
—Me pondré en contacto con él.
Está por la zona de Siberia.
—Gracias, Greg.
—Bueno, ¿lo de esta noche sigue en pie? Katya querría saber si hace falta
que haga la cena o si vendréis más tarde.
—Te diré lo que haremos: me parece que Yulia se pone gruñona si no se le
da su ración de pizza al menos una vez a la semana. ¿Qué tal si llevamos
un par de ellas?
—Perfecto.
—¿Y para los niños, algo en especial?
—Yulia lo sabrá.
Lena se puso en pie y tendió la mano hacia Greg.
—Gracias, Greg. Esta noche
hablaremos más sobre ello, ¿vale?
—Claro, lo estoy deseando.
Lena se detuvo en la puerta.
—Una cosa más: ¿dónde estaba el despacho de mi padre?
—En el segundo piso. ¿Quieres
subir? Seguro que a la señora Willis no le importará mostrártelo.
—¿La señora Willis? Así se llamaba su secretaria de entonces.
—Sigue aquí.
Lena asintió.
—Te diré lo que vamos a hacer: ¿qué tal si la llamas y le dices que estoy
subiendo? Sólo quiero echar un vistazo.
—Por supuesto.
La pelirroja subió por las escaleras que había junto al despacho de Greg,
preguntándose cuántas veces al día las utilizaría este. Al llegar arriba, se
detuvo un momento antes de abrir la puerta. Al entrar se encontró en la
esquina de un gran vestíbulo. En una de las dos mesas, cubiertas ambas de
revistas, había un jarrón con una docena de rosas.
—Usted debe de ser Elena. Pase, querida.
Lena distinguió a la diminuta mujer que se dirigía hacia ella
atravesando el vestíbulo, haciéndole gestos para que se aproximase.
—Soy la señora Willis. Seguramente usted ya no me recuerda.
—Oh, sí que la recuerdo. Tiene usted un aspecto magnífico.
La anciana se ruborizó.
—Tan encantadora como su padre.
Le juro que nadie se disgustó tanto como yo al enterarse. Ese hombre era
un santo, al menos para mí.
Lena asintió y miró a su alrededor.
—Qué bonito. ¿Ocupaba toda la
planta?
—Sólo la mitad. En la zona de allá, tras las puertas dobles —dijo ella
señalando—, están los despachos de los encargados. Y el del señor
Vasiliev, por supuesto.
—¿Tiene un despacho aquí?
—Veo que Alexey tan sólo la ha
informado de lo que él creía esencial que supiese.
Lena hundió las manos en los bolsillos y avanzó lentamente hacia el
despacho que lucía el nombre de su padre. De pronto se dio la vuelta.
—Es obvio que mi padre confiaba en usted, pues ha estado con él desde
siempre.
La anciana se limitó a sonreír.
—¿Le gusta a usted vivir al borde de la bahía en América? Dicen que es un lugar
precioso.
Lena disimuló la sorpresa, o eso creyó.
—Es muy bonito, señora Willis, muy distinto de Moscú.
—Oh, ya me imagino.
Lena asintió.
—¿He de entender, pues, que sabe usted cual es mi posición actual?
—Por supuesto, Elena. ¿Puedo tutearla?
Lena le dedicó una amplia sonrisa.
—Dudo que respondiese si me llama señora Katina.
—Hablando de ella... se rumorea que te ha prohibido la entrada al hospital.
Los ojos de Lena centellearon de ira.
—¿Quién controla el hospital, señora Willis?
—Oh, pues Industrias Katin,
naturalmente.
Lena sonrió.
—¿Qué tal si la damos de alta?
La anciana se echó a reír de buena gana, y a continuación acompañó a
la pelirroja hasta el despacho de su padre.
—Ven, echa un vistazo al lugar donde pasaba los días. Aquí él era muy
feliz, Lena. Pasaba mucho más tiempo aquí que en su casa. ¿Sabías
que tus padres ocupaban zonas diferentes de la casa? Es una tragedia lo que
esa mujer hizo con él.
Lena pasó la mano por el brillante escritorio de madera. Todo estaba
limpio y ordenado. De pronto, se quedó boquiabierta al ver la fotografía
que lo adornaba: ¡era ella, caminando por la bahía de Monterrey! Al
momento alzó la vista hacia la señora Willis.
—Estaba al corriente de todos tus pasos, sí.
—¿Usted sabía lo del testamento, antes de su lectura? ¿También lo de
Industrias Katin?
—Oh, sí.
—Pero Inessa nunca lo supo...
La señora Willis se enderezó.
—Nunca he sido dada a los cotilleos, Lena. Lo que se habla en esta
estancia nunca sale de aquí.
La pelirroja fue hacia la ventana y contempló las naves industriales.
—¿En quién confiaba más mi padre?
—¿Qué quieres decir?
Ella dio media vuelta y miró a la anciana.
—De los encargados de planta, del personal, ¿en quién confiaba más?
—¿Qué es lo que quieres saber
exactamente?
—¿Quién era su mano derecha?
La señora Willis sonrió.
—Ah, eso es fácil: Greg Kubiak. Es un joven muy inteligente. Tu padre se
lo confiaba prácticamente todo.
—Y, sin embargo, no era uno de sus directivos —dijo Lena
frunciendo el ceño.
—Bueno, no, sabía demasiado sobre todas las operaciones para ser un
encargado de planta.
—¿A cuánto asciende su salario?
—Oh, yo no tengo acceso a las
nóminas.
Lema ladeó la cabeza, enarcando una ceja.
—Pero podría averiguarlo, claro —
añadió la anciana.
Lena señaló hacia el teléfono y preguntó:
—¿Ahora mismo?




CONTINUARÁ...




Espero les haya gustado.  Smile Cool
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OCULTO AMOR Empty Re: OCULTO AMOR

Mensaje por Lesdrumm Dom Abr 12, 2015 7:41 pm

Hola les dejo la conti, espero les este gustando.


OCULTO AMOR


Capítulo 20




Ya eran más de las cuatro cuando por fin Lena llegó al barrio de Yulia. 
Estaba completamente saturada de datos. La señora Willis le había contado
muchísimas cosas, recordándole de nuevo que lo hablado en el despacho de
su padre no saldría de allí. Aun así, se había quedado atónita al enterarse
del bajo salario que recibía Greg, sobre todo en comparación con el que
recibían los encargados de planta.
Sin embargo, ahora no tenía tiempo para pensar en todo ello. Ya no le
quedaba ropa limpia; lo primero que hizo al entrar en la casa fue ponerse
manos a la obra con la colada. Se quitó la ropa, quedando completamente
desnuda, e introdujo la ropa en la lavadora. Dudó si añadir la ropa de Yulia,
pero después pensó que no sería educado dejarla allí.
Escogió las prendas de color de la cesta y las añadió a las suyas. La ropa
blanca...
bueno, podía esperar, ya que pensó que la morena la mataría si supiese que había
estado rebuscando entre su ropa interior.
Se tomó un tiempo para leer su correo electrónico, complacida de enterarse
de que a Ingrid le había encantado el primer borrador que le había enviado.
—Estupendo; a ver si así me deja en paz durante una temporada —
murmuró para sí.
Contestó a su correo, contándole a Ingrid que no podría regresar hasta la
semana siguiente como muy pronto. No dio detalles, convencida de que
Ingrid se tranquilizaría ahora que ya tenía el borrador.
Después de darse una ducha rápida se puso un chándal y aguardó
pacientemente a que la secadora acabase su trabajo. Los vaqueros tardaron
siglos en secarse, y llegó a preguntarse si no tendría más remedio que ir en
chándal a casa de Katya. No era una forma muy presentable de hablar de
negocios con Greg.
Seguía paseando de un lado al otro del lavadero cuando Yulia llegó a casa.
Lena asomó la cabeza en cuanto la oyó entrar en la cocina.
—¡Hola!
—¡Hola, chica! —contestó la ojiazul,
mirándola de arriba abajo, para después desviar la vista hacia la cocina—.
¿Qué es eso que no huelo?
—Pizza —dijo Lena sonriendo.
—¿Pizza? Creí que estabas
intentando acumular puntos.
—Ah, yo creí que te encantaba la pizza.
—Claro que sí, sólo era una broma.
Me ha llamado Katya, y creo que tenemos una cita para esta noche.
—No te importa, ¿verdad?
—Por supuesto que no.
—También he hecho la colada.
—Te estás volviendo toda una amita de su casa, ¿eh?
—Muy graciosa. No creas que no se me ha pasado por la cabeza robarte
uno de tus vaqueros.
—Menos mal que soy más bajita que tú —dijo Yulia dejando el bolso sobre
la encimera; a continuación, se volvió de nuevo hacia su amiga—. ¿Te has
molestado al menos en incluir mi ropa?
Odio hacer la colada.
—Pues sí. Me preocupa un poco ese jerseicito que te pusiste hace unos
días.
No era para lavar en seco, ¿verdad?
—No, eso no, pero no se debe meter en la secadora.
—¡Oh, mierda!
Lena salió disparada hacia el lavadero, abrió la secadora y buscó por
entre los vaqueros hasta localizar y sacar el jersey.
—¡Maldita sea! —murmuró,
escondiéndolo tras la espalda antes de gritar—: ¿Era uno de tus favoritos?
—¿Por qué, le ha pasado algo? —
preguntó Yulia, corriendo hacia ella.
la pelirroja se lo mostró:
—Ahora puede que le sirva a Lee Ann.
Yulia esbozó una sonrisa y por fin estalló en carcajadas.
—Oh, Lenok. Hay cosas que no
cambian nunca, ¿eh?
—No sé de lo que me hablas.
—Claro que lo sabes. Dudo que mi madre te lo haya perdonado todavía.
—Eso no fue culpa mía. Dijo que lavase toda la ropa blanca, y ese jersey
era blanco.
—Ese jersey...
—Lo sé, lo sé, lo había tejido a mano tu bisabuela hace mil años.
Yulia se inclinó hacia ella.
—Yo odiaba ese jersey —dijo en voz baja—. Y tampoco me gustaba
demasiado éste.
—Lo siento muchísimo.
—No te preocupes. Y tienes razón, a Lee Ann le encantará —dijo la morena, y se
lo llevó hacia su dormitorio.
Cuando Yulia regresó, Lena estaba tirada en el sofá, con los ojos
cerrados, vestida con unos desteñidos vaqueros y una camiseta de manga
larga.
Yulia se quedó contemplándola un buen rato, recorriendo con la mirada
aquellas largas piernas, la cintura y por fin su rostro. Se la veía cómoda y
relajada... y también agotada. Se preguntó si tendría problemas para
dormirse. Lena no había dicho nada.
—¿Qué estás mirando? —murmuró
la pelirroja.
No había abierto los ojos, pero sí que había notado la presencia de la ojiazul.
—Te estoy mirando a ti, por
supuesto.
—¿Y? —preguntó Lena, al
tiempo que volvía la cabeza hacia ella y sonreía.
—Y... me preguntaba si te cuesta dormir. Pareces cansada.
Lena se incorporó en el sofá.
—No, duermo estupendamente. No estaba durmiendo, sólo meditando.
—Ah. ¿Quieres hablarlo?
—Sí que quiero, pero no tenemos tiempo. Tal vez después de que haya
podido hablar con Greg para aclarar unas cuantas cosas, me sienta algo
mejor, porque ahora mismo estoy
completamente abrumada.
—¿Qué tal con tu tío Nikolay?
—La verdad es que se ha portado muy bien, y creo que ha sido sincero
conmigo. Creo que, si yo estuviese en su lugar, estaría algo amargada, pero
él parece conforme con el actual estado de cosas.
—¿De modo que no tiene ninguna alianza con tu madre?
—No. De hecho, ella llamó mientras yo estaba allí, y él le contestó de
forma bastante brusca.
—Entonces, ¿qué será lo próximo?
—El viernes me reuniré con todo el personal de las oficinas. Greg se
encarga de arreglarlo todo. Quiero saber qué opina la gente de mi presencia
allí, por ejemplo.
Entonces Lena se mesó los rizos.
—¡Oh, Yulia! El instinto me dice que lo venda todo y continúe con mi vida
de siempre, pero hay algo que me dice que no lo haga. Y no sé lo que es.
Yulia se sentó a su lado, rodeándole los hombros con el brazo.
—Tal vez sea que estás sinceramente preocupada por el bienestar de los
trabajadores, y de pronto te sientas responsable de ellos.
-—Sí, eso es parte del problema. ¿Te he contado que mi padre legó un
millón de dólares a la leal población del barrio?
—¡No me digas! ¿Estás de broma?
—No. Se supone que ha de
destinarse al parque de la ciudad y a construir una nueva biblioteca.
—Así que algo bueno ha resultado de todo esto —dijo Yulia sonriendo.
—Pues sí. Estoy segura de que eso ha hecho que le dé un ataque a mi
madre pero, conociéndola, procurará llevarse todo el mérito.
—Aunque ambas sabemos que a ella nunca se le habría ocurrido hacer tal
cosa.
—Exacto.
—En fin, tal vez deberías darle tiempo a todo eso, Lena. Duerme, deja
que se aposente.
—Seguramente tienes razón —dijo la pelirroja enderezándose, al tiempo
que advertía que Yulia se separaba de ella—.
Deberíamos irnos ya. Seguro que mis vaqueros ya están secos.
—Ve a comprobarlo. Yo iré
encargando la pizza.
—No olvides a los peques —le
recordó Lena.
—No. A ellos les gustan los palitos de queso —contestó Yulia.
A continuación se puso en pie y ayudó a Lena a levantarse.
—Anda, ve a atender tu colada —
añadió.
Treinta minutos después, llegaban a la pizzería. Yulia contempló a
Lena mientras entraba en el establecimiento, alta y erguida.
Una vez más pensó en lo atractiva que era. Ahora llevaba el pelo rizado de un tono rojo mas claro y un
poco más corto que cuando ambas iban al instituto, pero no había
gran diferencia, tan sólo era un peinado distinto. Pero seguía teniendo una
figura atlética, en forma, y esas pecas que resaltaban en su blanca piel ahora con un minúsculo bronceado pero nada tan significativo. Yulia supuso que, al vivir en
California, una no tiene que preocuparse por perder el bronceado en los
meses de invierno. Pero en Lena se notaba que ese sol californiano no hacia muchos estragos.
Apenas se dio cuenta de que estaba imaginándose el color de la piel de Lena  de
cuerpo entero. «Pero ¿qué estás haciendo?» No tenía ni la menor idea. Lo
único que sabía era que le encantaba estar junto a Lena.
Siempre había sido así. Estar con su amiga la hacía sentirse completamente
a gusto. Era algo que no podía explicar, y de hecho tampoco le apetecía
explicárselo. No quería analizar nada, tan sólo disfrutar de esos días con
Lena, mientras durasen. Y después, bueno...
Su mirada volvió a clavarse en la pelirroja cuando ésta regresó al vehículo, con
tres cajas de pizza apiladas entre los brazos.
Su amiga se detuvo, ladeando la cabeza al ver la mirada de Yulia desde la
ventanilla, y ésta se dio cuenta de que había dejado de respirar.
En ese momento, Lena le envió un sutil guiño cómplice, rompiendo el
hechizo. Yulia se echó hacia el asiento del copiloto y le abrió la portezuela.
—¡Huele bien! Tal vez deberíamos probar un poco ahora, para
asegurarnos.
—Katya te matará —dijo la ojiazu
sujetándole las cajas.
—Kat dicta demasiadas normas.
—Eso es cierto.
Yulia se volvió hacia Lena,
contemplando su perfil en la penumbra.
—Supongo que querrás hablar a
solas con Greg.
Lena giró al momento la cabeza y la miró a los ojos.
—Sí, bueno, no te importa, ¿no? No es que intente ocultaros nada a
ninguna de las dos, sino...
—Lo sé, Len. Tan sólo me
preguntaba si debería mantener ocupados a Kat y los niños. Ya sabes lo
fisgona que es.
—Bueno, al contrario de la mayoría de los hombres que he conocido
últimamente, creo que Greg le contará a Katya todo lo que yo tenga que
decirle, de todas formas. Lo que ocurre es que preferiría hablar con él sin
interrupciones.
—Lo comprendo. Sacaré algún juego de mesa, para jugar con Kat y los
niños.
—Gracias, Yulka.
Lena tendió la mano sin
pensarlo siquiera hasta encontrar la de Yulia. La apretó cariñosamente,
notando que su amiga le devolvía el gesto.
Lena se relajó mientras conducía a través de las desiertas calles. Unos
minutos después, se desvió de la avenida principal y estacionaron en la
entrada de la casa, junto a la camioneta de Greg. Al momento se encendió
automáticamente el foco del garaje.
—No hay forma de pasar
desapercibido, ¿eh? ¿Qué manía le ha entrado a todo el mundo de poner
luces con sensor de movimiento?
—No sé si te habrás dado cuenta, pero hay pocas farolas en la calle, y
alejadas unas de otras.
Lena asintió.
—Tienes razón, no me había fijado.
—Además, estoy segura de que las luces van conectadas a algún tipo de
alarma. Ya verás cómo Lee Ann nos estará esperando en la puerta.
En efecto allí estaba, sujetando la puerta abierta mientras Katya le gritaba
desde la cocina que la cerrase, porque entraban bichos.
Lena y Yulia se sonrieron la una a la otra.
—Sabes lo mucho que quiero yo a tu hermana, ¿verdad?
—¿Y quién no?
 fue a recibirlas a la puerta, intentando que Lee Ann y Danny no se
escabullesen fuera.
—Menos mal, me estaban volviendo loca. No sólo estaban deseando comer
pizza, sino que también querían que llegasen por fin la tía Yulia y esa mujer
tan guapa —dijo Katya.
Yulia se echó a reír, volviéndose hacia Lena.
—¡Ya tienes un club de fans!
—¡Estupendo! —contestó ella
arrastrando la voz.
Lena se quedó viendo cómo Yulia alzaba a Lee Ann en brazos para
abrazarla, repitiendo inmediatamente el gesto con el pequeño Denny. Los
dos gemelos ya estaban sentados a la mesa en sus sillitas altas. El niño se
llamaba...
¿Harrison? Maldita sea, no lograba recordarlo. Pero la niña era Emily, ¿no?
Lena tiró de la manga a Yulia.
—¿Qué pasa?
—¿Eran Harrison y Emily? —
preguntó señalándolos.
Yulia sonrió.
—Emma.
—Ah, sí, Emma.
—Cálmate.
—Ya estoy calmada.
—No tienes por qué saber sus
nombres. La verdad es que apenas saben hablar.
—No quiero que Kat la tome
conmigo por no saber cómo se llaman.
—¿Qué estáis murmurando vosotras dos? —quiso saber Katya.
—Nada —contestaron a coro.
—Ya, ya. Seguro que nada bueno.
—Hola, chicas. No os había oído entrar —dijo Greg, quien parecía recién
salido de la ducha.
—Acabamos de llegar.
—Muy bien. ¿Queréis una cerveza?
—preguntó él.
—Tengo té —anunció Katya desde
lejos.
Yulia hizo una mueca de
desesperación.
—Yo tomaré cerveza.
—Yo también.
Colocaron las cajas de pizza abiertas sobre la mesa y cada uno se sirvió a
placer. Los dos niños mayores se lanzaron al momento a por los palitos de
queso.
Lena se recostó en su asiento, observándolo todo. ¡Todos parecían tan
felices, tan satisfechos...! Era increíble cómo Katya había conseguido
reproducir el hogar de sus padres. Sus hijos tenían muchísima suerte.
Yulia notó la pensativa expresión del rostro de Lena. De pronto, ésta se
volvió y la miró: sin previo aviso, la morena se vio sorprendida por el anhelo
infinito que rebosaban aquellos preciosos ojos verdegrisaceos. Lena sostuvo la
mirada y, una vez más, Yulia se dio cuenta de que se había quedado sin
aliento.
De pronto, todo lo que había en la estancia se desvaneció, y Lena
quedó ensordecida por los latidos de su propio corazón. En ese momento,
al igual que tantos años atrás, sentía un deseo casi insoportable de cruzar la
distancia que las separaba. Era una necesidad tan imperiosa, tan profunda
que le causaba un dolor físico. Sin embargo, al igual que entonces, apartó
de su amiga la vista, agradeciendo que su pulso no temblase al ir a coger
una ración de pizza. Era increíble como con sólo una mirada de aquellos
ojos azules pudiese regresar el intenso deseo que había sentido siendo una
adolescente.
Lena se acomodó en la silla de jardín, junto a Greg, mientras las
voces de Yulia, Katya y los niños resonaban, atenuadas por la distancia.
—Siento no tener un despacho u otro sitio más apropiado para hablar —se
disculpó Greg.
—Precisamente estaba pensando que estar aquí fuera sentado, en una noche
tan agradable, es muchísimo mejor que cualquier despacho, Greg —
contestó Lena, que carraspeó un poco antes de continuar—. También sé
que mi padre te tenía escandalosamente mal remunerado, de modo que no
esperaba que pudieses permitirte un despacho.
Greg apartó la vista.
—No llevaba más que ocho años en la empresa. No puedo quejarme.
Lena se inclinó hacia él.
—La señora Willis me ha dicho que mi padre confiaba por completo en ti.
—Intenté no decepcionarlo. La
verdad que era un hombre con el que se podía trabajar a gusto.
—Como sabes, estoy completamente desbordada con todo esto —contestó
ella
—. Y la decisión sobre si vender la empresa o quedármela depende de la
gente que mi padre contrató para gestionarla. Tanto tú como la señora
Willis me habéis contado que todos los encargados de planta son de lo
mejorcito, pero que necesitan a alguien que los dirija. Y desde luego yo no

me veo capaz de hacerlo.
Lena cruzó las piernas, mirando a Greg hasta que por fin él le devolvió la
mirada.
—Creo... me parece que tú eres el más apropiado para esa tarea, Greg.
¡¿Yo?!
—Sí. Ante todo, porque eres la única persona de aquí en la que confío.
¡Bueno, qué demonios, eres el único que conozco!
—¡Pero Lena, no llevo en la
empresa más que ocho años! ¡No van a aceptar que les dé órdenes!
Algunos de los encargados de planta llevan años y años con tu padre, y
creen... bueno... no importa.
—Ya han decidido entre ellos quién se hará cargo, ¿no? —aventuró
Lena.
—Han estado haciendo cábalas. Dan por hecho que el señor Vasiliev 
nombrará a alguien, provisionalmente.
—La verdad es que no he hablado de esto con el señor Vasiliev.
Lena se removió incómoda en su silla, preguntándose por qué
demonios no vendía de una vez la maldita empresa y se largaba de allí.
—Tú mismo dijiste que los
encargados eran expertos cada uno en su propia planta, pero que ninguno
podía manejar toda la empresa. La señora Willis me dice que tú eras su
mano derecha.
¿Acaso no es cierto?
—Desde hace más o menos un año me dio más responsabilidades, sí. Como
ya te dije, me ocupaba tanto de las compras como de las ventas. Me hizo
saber cuál era su esquema general de negocio, y sus objetivos. Pero, Lena
—añadió inclinándose hacia ella—, desde luego no me parece que me
estuviese entrenando para nada en concreto.
—¿Por qué no? Eres joven y
brillante, y no te has anquilosado en un puesto de encargado de alguna de
las plantas, lo cual limitaría tu conocimiento general de la empresa.
—Tengo apenas treinta años, Lena; la mayoría de los encargados tienen
más de cincuenta. El señor Peterson tiene sesenta y uno. Lleva trabajando
para tu padre, en distintos puestos, más de veinte años.
Lena sonrió.
—Precisamente por eso no confío en que sea el apropiado.
Se quedó un momento observando a Greg antes de continuar:
—¿Cuántos de ellos saben lo de ese alimento para ganado del que me
hablaste?
—Probablemente ninguno —dijo
Greg, negando con un gesto—. Cada vez que tu padre deseaba aventurarse
a hacer algo nuevo, nunca lo anunciaba hasta que todo estuviese listo para
empezar.
Supongo que el señor Vasiliev sí lo sabía.
—A mí me parece que tú le ayudaste a idearlo todo, Greg. ¿Tengo razón?
—Trabajé en ello con él, sí.
—Así que, si quisiésemos seguir adelante con su último objetivo, ¿crees
que serías capaz de hacerlo?
Ambos se miraron a los ojos.
—Creo que sí. Bueno, si tuviese...
—¿La autoridad para tomar
decisiones, y el carisma para hacerte obedecer?
Lena se puso en pie y comenzó a pasear de un lado a otro del pequeño
patio empedrado.
—Greg, si me dices que no quieres hacerlo, lo entenderé. Pero ahora
mismo eres lo único que tengo. No quiero confiar este negocio a nadie
más. Creo que tú puedes hacer un magnífico trabajo.
Greg se puso también en pie y fue hacia el jardín, encarándose con Lena.
—Me gustaría decir que voy a
intentarlo, pero los demás harán todo lo posible por obstaculizarlo, los
conozco bien.
—¿Y cómo podrán evitarlo? Ellos no son los que mandan.
—Tal vez deberías hablarlo antes con el señor Vasiliev. Puede que ya
tenga algo pensado.
Lena esbozó una sonrisa.
—Él tampoco es el jefe.
Greg hundió las manos en los
bolsillos.
—Veo que estás decidida.
—Toda esta situación me resulta apabullante, Greg, y no quiero dejar que
me controle —dijo saliendo del empedrado para ir hacia él, en el jardín—.
De modo que, para que todo siga funcionando hasta que pueda examinarlo
detenidamente y decida qué es lo que voy a hacer, quiero que tú te pongas
al mando. Y no soy ninguna tonta, Greg, ya sé que aquí todo ha de hacerse
según la rancia tradición sureña y que no te lo pondrán nada fácil. Pero
haré que Alexey les deje claro que desde ahora todo tiene que pasar por ti,
igual que antes pasaba todo por mi padre.
—Está bien, si crees que puedo hacerlo me esforzaré al máximo.
—Muy bien. Y ahora, ¿qué
posibilidades tengo de lograr acceder al sistema informático de la
empresa?
—Considerando que yo soy el que controla la red, yo diría que bastantes —
dijo Greg con una sonrisa.
—Mañana por la mañana me gustaría acceder y fisgonear un poco:
archivos de personal, nóminas, ese tipo de cosas.
—¿Desde casa?
—Sí. ¿Podrías llamarme mañana por la mañana y darme un cursillo
acelerado?
—Claro que sí.
Lena posó la mano sobre su
hombro y lo apretó afectuosamente.
—Esta es una buena oportunidad para ti, Greg. Creo que lo harás
magníficamente bien.
—¿Por qué estará mi marido
paseándose de un lado a otro del jardín?
—le susurró Katya a Yulia.
La ojiazul se inclinó por encima de Lee Ann para tirar el dado mientras echaba
un vistazo por la ventana, donde se veían dos sombras sobre el césped.
—Supongo que están hablando de negocios.
—Sí, pero ¿de qué? Cuando volvió a casa estaba muy evasivo.
—Mamá, te toca —anunció Lee Ann dándole un codazo.
—Perdona —contestó, para después dirigirse a Yulia—. Tú sabes algo,
¿verdad?
Yulia se encogió de hombros.
—Yo no soy quién para decirlo, Kat.
—¿Qué quieres decir con eso? ¡Soy tu hermana!
Yulia se limitó a quedarse mirándola.
—Ah, sí. Olvidaba que Lena
siempre ha estado por encima de mí.
—No es eso —contestó Yulia—. Es
que no sé hasta qué punto quiere que se haga público todavía. Además,
estoy segura de que Greg te pondrá al corriente.
—¿Hacerse público? ¡Yo no soy
exactamente alguien de fuera! —insistió Katya.
Yulia enarcó las cejas.
—¡Pero si tú cotilleas más que una gallina vieja, Kat!
—¿Qué es cotillear, mami?
Yulia sonrió, divertida, mientras aguardaba la respuesta de su hermana.
Katya le sacó la lengua antes de contestar a su hija.
—Cotillear es algo que aprenderás cuando llegues al instituto. Hasta
entonces no tienes por qué marearte tu linda cabecita pensando en eso.
Yulia movió la cabeza de un lado a otro con reproche.
—No cuela, Katya.
—¿Qué es colar, tía Yul?


—¿De verdad piensas que Greg
podrá manejarlo todo? —le preguntó Yulia de regreso a casa.
—No lo sé. ¿Tú qué crees?
—Es inteligentísimo, de eso estoy segura. Y sé, por lo que dice Katya, que
al menos en este último año tu padre lo implicaba cada vez más en el
negocio.
Pero Lena, ¡hacer que se encargue de todo...!
—Por lo que todos me han dicho, el proceso de fabricación está
sólidamente establecido y funciona solo. Únicamente hay que tomar
algunas decisiones en cuanto a compras y ventas, de lo cual se encargaba
mi padre. Según he sabido, Greg se ocupaba de ello en su lugar. De modo
que sí, creo que seguramente Greg sabrá arreglárselas mejor que cualquiera
de los encargados de planta. Y no me importa confesarte que todo esto me
trae de cabeza, Yulia —concluyó Lena con un hondo suspiro.
—Seguro que impone bastante.
—¡Acojona un huevo, más bien! —
río la pelirroja—. Regresé al pueblo para un funeral al que no quería asistir.
Nunca me habría imaginado que fuese a dejarme su negocio en herencia.
¿En qué estaría pensando ese hombre, Yul?
—Bueno... a juzgar por la carta que te dejó, intentaba compensarte de
alguna manera.
—¿Sabes? Si no me hubiese dejado esa maldita carta, en la que decía que
no quería que Inessa heredase el negocio, lo habría vendido todo y
seguiría con mi vida. ¡Joder, por mí se lo daría a otro! ¡No quiero su
dinero! ¡No lo necesito para nada!
Yulia le apretó cariñosamente el muslo.
—Lena, no dejes que todo esto te vuelva loca. Sé perfectamente que es
abrumador, pero debes tomártelo con calma.
—Me siento como si estuviese en medio de un sueño o algo así, ¿sabes? —
dijo Lena, cubriendo la mano de la morena con la suya y apretándola con
fuerza contra el muslo—. Me limito a intentar aceptarlo tal como viene.
Los ojos de Yulia se quedaron
clavados en sus manos unidas. Notó una extrañísima sensación que le
recorría el cuerpo de arriba abajo. Percibía la calidez de la mano de Lena
sobre la suya.
Extendió los dedos, apretando
suavemente el muslo de su amiga, y notó que la pierna de Lena se
estremecía ligeramente. Alzó la vista y escrutó el perfil de su amiga, que
seguía conduciendo. En ese momento, Lena volvió el rostro y la miró a
los ojos. En el breve instante en que sus miradas se encontraron, Yulia se
quedó sin
respiración.
—Perdona —murmuró Lena al tiempo que soltaba la mano de Yulia y
pensaba: «¿Qué estás haciendo?»
Yulia carraspeó.
—¿Que perdone qué?
Lena movió la cabeza de un lado a otro, maldiciendo el estúpido
enamoramiento adolescente del que no conseguía librarse. Aunque no todo
era culpa suya: Yulia estaba demasiado cariñosa, la toqueteaba demasiado, y
Lena no era inmune a sus caricias; nunca lo había sido.
Yulia se dio cuenta de que su mano seguía posada sobre el muslo de Lena.
La apartó de allí, pero sólo para pasar a rodear con los dedos el antebrazo
de la conductora.
—¿Crees que te tengo miedo, Lena, porque me has tocado? ¿Es eso?
Lena se encogió de hombros.
—A veces las mujeres heterosexuales se sienten incómodas cuando...
—Siempre nos hemos tocado sin
problemas, Len.
Siempre, sí. Y en la última época había sido una verdadera tortura.
Lena recordaba una noche en concreto, un viernes por la noche. El
partido de rugby era en otro pueblo, y Yulia había decidido que no quería ir.
Pasha pensaba llevar a unos cuantos amigos, y Yulia no deseaba viajar
con ellos.
De modo que la pelirroja también se había quedado. Hicieron palomitas y
vieron la tele mientras esquivaban los intentos de Katya de fastidiarles la
fiesta.
—¡A ver si os creéis que no puedo oler las palomitas! —gritó Katya al otro
lado de la puerta—. ¡Dejadme entrar!
—¡Largo de ahí, renacuaja! —
contestó Lena al mismo volumen—.
¡Estamos hablando!
—¡Tengo casi trece años, deja de llamarme renacuaja!
Yulia se echó a reír y le dio un codazo a su amiga.
—¿Sabes que sólo grita así cuando estás tú aquí?
—Seguramente porque son las
únicas veces que le cierras con llave la puerta de tu cuarto.
—¡Lena, para ya! La pelirroja llevaba casi un mes sin venir a casa. Nos gustaría
tener algo de intimidad, si no te parece mal.
—¡Kat, déjalas en paz! —gritó la señora Volkova desde el vestíbulo.
—Ya la has liado, mamá te ha oído
—dijo Yulia.
—¿Podríais darme unas pocas
palomitas, al menos?
Yulia miró a Lena, expectante. Su amiga cogió un último puñado de su
cuenco y se lo ofreció a Katya.
—Aquí tienes, renacuaja, puedes quedarte con el resto de las mías.
Katya le arrebató el cuenco de las manos, sonriendo de oreja a oreja.
—Gracias, Len.
Yulia cerró de un portazo y echó la llave. A continuación se sentó en la
cama, junto a Lena, colocando su cuenco de palomitas entre las dos para
así poder compartirlas.
—Está loquita por ti, ya lo ves —
dijo.
—¿Cómo no estarlo? —contestó
la pelirroja, sonriente.
Lena cerró los ojos un momento, mientras Yulia se recostaba sobre las
almohadas y sus hombros se rozaban. El sentido común le decía que
debería apartarse para que eso no sucediese, pero no conseguía obligar a su
cuerpo a moverse. ¡Era una sensación tan maravillosa...!
—Me alegro de que hayas decidido no ir al partido, Lena. Hace siglos que
no te quedabas a dormir. Lo echaba de menos —dijo Yulia, al tiempo que
posaba suavemente la mano sobre la cadera de su amiga.
Lena consiguió reprimir un gemido, pero la mano sobre su cadera estaba
caliente, le quemaba la piel.
Carraspeó, aunque su voz seguía siendo ronca cuando habló:
—Yo también lo echaba de menos, Yulka.
Su amiga apartó las palomitas y se colocó de costado, mirando a Lena. A
ésta le pareció que su corazón iba a estallar en cualquier momento. Estaba
completamente segura de que Yulia podía oír sus descontrolados latidos.
Mantuvo los ojos clavados en la televisión, temiendo incluso mirar a su
amiga, tendida a su lado.
—¿Crees que ya somos demasiado mayores para esto?
Lena se atrevió a mirarla un momento.
—¿Demasiado mayores para qué?
—Para dormir la una en casa de la otra. Ya tenemos diecisiete años.
Lena tragó saliva, angustiada.
—¿Crees que no deberíamos dormir en la misma cama? ¿Eso te molesta?
—¡No! Por supuesto que no. Me
encanta dormir contigo, Lenok.
Especialmente en días como hoy, que hace tanto frío.
—¿Por qué cuando hace frío? —se atrevió a preguntar Lena.
—Por la forma en que te me arrimas.
—¿Cómo? ¡Yo no me arrimo! —
protestó la pelirroja.
—Sí que lo haces. Cuando me
envuelves entre tus brazos y te acurrucas junto a mí eres como mi
calefacción personal.
Aquella vez, Lena no pudo reprimir el gemido que escapó de su garganta.
Echó la cabeza hacia atrás, mirando al techo. ¡Oh, Dios mío, la abrazas
cuando duermes!, pensó.
—¿Qué ocurre?
Lena se volvió hacia ella, mirando aquellos ojos azules que tan cerca
estaban de sus verdegrisaceos, unos ojos llenos de amor y confianza, y supo que se
le iban a hacer eternas las horas que faltaban hasta que cayese la noche.
—A mí también me encanta dormir contigo.
—¿Te encuentras bien?
Lena se volvió hacia su amiga, regresando al presente.
—Sí, perdona.
Yulia sonrió.
—Te has pasado de calle.
—Oh, mierda. Lo siento —dijo
Lena, y giró en la siguiente manzana
—. Estaba...
—¿Pensando en otra cosa?
—Sí.
—¿Y en qué?
Lena movió la cabeza de un lado a otro, desenfadadamente.
—Nada, estaba recordando cosas de cuando éramos niñas.
Yulia volvió a frotarle cariñosamente el brazo.
—¿Hay algo que te preocupe, Len?
Quiero decir, aparte del testamento y todo eso.
—No, ¿por qué?
—No, era por... por si necesitabas hablarlo. Ya sabes que podemos hablarlo
todo.
—¿Qué es lo que te ha hecho pensar en eso?
—Tienes la misma expresión pintada en el rostro que solías tener cuando
estábamos en el instituto. Pero por entonces no hablabas de ello, ¿verdad?
Tenías miedo de hablarlo conmigo. Por eso te digo que, si hay algo de lo
que quieres hablar, por favor, no tengas miedo de hacerlo.
«¡Oh, Yulia, si tú supieras...!» Pero Lena negó con un gesto, al tiempo
que aminoraba la marcha, pues se aproximaban ya a la entrada de la casa
de la morena.
—Estoy bien, Yulia, en serio.
Sin embargo, más tarde, mientras estaba tendida en la cama con los ojos
abiertos, Lena se preguntó si no sería mejor confesarle a Yulia la
verdad.
—Decirle ¿qué? —susurró.
«¿Decirle que sigues estúpidamente enamorada de ella, como una
adolescente?»
Rodó sobre sí misma y comenzó a darle puñetazos a la almohada. Aquello
era lo que menos necesitaba en esos momentos. No tenía necesidad alguna
de... sentir lo que sentía. ¡Lo que tenía que hacer era enderezar el negocio,
decidir qué iba a hacer con él, y después salir como un cohete de Moscú, Rusia!






CONTINUARÁ...


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Mensaje por Lesdrumm Vie Abr 17, 2015 8:46 pm

Hola aquí les dejo la continuación de esta historia. Espero les guste.  Smile


OCULTO AMOR



Capítulo 21


Cuando Yulia salió de su dormitorio el viernes por la mañana, Lena seguía
en el mismo lugar en el que la había dejado el jueves por la noche, sentada
a la mesa, estudiando detenidamente los informes que Greg había
imprimido para ella, y con su pequeño ordenador al alcance de la mano.
Se acercó a ella por la espalda y posó suavemente la mano sobre su
hombro. 
Lena alzó la vista y le dedicó una breve sonrisa.
—Buenos días.
—¿Llevas mucho tiempo levantada?
—Una hora o así. No podía dormir
—confesó la pelirroja. 
Yulia se inclinó a recoger su taza de café, casi vacía.
—¿Quieres otra ronda?
—Por mí estupendo, pero no tienes por qué andar sirviéndome nada.
—Esto apenas puede considerarse servirte —rio la ojiazul—. ¡Llevarte el
desayuno a la cama, eso sí que sería servirte!
Lena la vio alejarse mientras se imaginaba tendida sobre la cama,
desnuda, esperando a Yulia. Y no sería una bandeja de desayuno lo que
estaría esperando. Cerró los ojos y ahuyentó aquella imagen. En los
últimos días sus pensamientos habían tomado un sesgo decididamente
sexual, y no sabía muy bien cómo detenerlos.
—No estarás nerviosa, ¿no? —dijo Yulia desde la cocina.
—Un poco —admitió Lena.
Yulia dejó la taza de café a su alcance y se sentó frente a la pelirroja.
—¿Necesitas hablarlo?
Lena se quitó las gafas y se frotó los ojos, para después sonreír
tímidamente a su amiga. Sí, necesitaba hablarlo, pero por desgracia no
sabía por dónde empezar.
—¿Sabías que Greg sólo gana
cuarenta mil al año?
Yulia enarcó las cejas.
—Por aquí eso es un sueldo
excelente.
—Peterson, uno de los encargados de planta, gana bastante más de cien
mil.
Cerca de doscientos, si contamos todos los extras.
Lena localizó la lista de salarios de todos los empleados antes de
continuar:
—Los sueldos de los directivos son demasiado altos en relación con los
demás trabajadores. Estoy segura de que algunos de ellos consiguieron
subidas de sueldo, a medida que la empresa prosperaba, simplemente por
llevar tanto tiempo con mi padre.
A continuación encontró otro
informe:
—Greg me ha proporcionado un
desglose del tiempo que cada uno está conectado a la intranet. Peterson
tiene una media de diez horas a la semana. Su ayudante, una media de
cuarenta, y a éste se le paga menos que a Greg.
—Pero no puedes juzgar el tiempo trabajado sólo por las horas que están
conectados a la intranet, ¿no? Quiero decir que viajarán y eso...
—Sí, viajan. También disponen de portátiles, tanto Peterson como su
ayudante. Lo que quiero decir es que, al parecer, Peterson se lleva el dinero
mientras que es su ayudante es el que trabaja
—dijo Lena entregándole el informe a Yulia—. Todos los encargados
de planta trabajan al menos una media de treinta horas a la semana, más o
menos lo mismo que sus ayudantes. Todos menos Peterson.
Yulia se inclinó hacia delante.
—Me da en la nariz que no te causa muy buena impresión ese tal Peterson.
—La verdad es que no. Y Greg
parece pensar que el señor Vasiliev va a recomendarme que nombre a
Peterson como director de la empresa mientras hacemos la transición.
—Pero no has hablado de esto con el señor Vasiliev, ¿no?
—No. Irá a la fábrica hoy por la mañana. Primero hablaremos los dos y
después celebraremos la reunión de personal.
—¿De verdad te apetece todo eso?
Lena se echó a reír.
—La verdad es que no soy lo que se dice carne de sala de reuniones. Lo
único que quiero es establecer unas cuantas reglas básicas, y esperar que
todo vaya como la seda cuando yo no esté.
—¿Cómo? ¿Te vas? —exclamó Yulia
mirándola a los ojos.
—Yul, algún día acabarías
cansándote de tener una compañera de piso...
Sin detenerse siquiera a pensarlo, Lena posó la mano sobre la de su
amiga.
—... Además, no puedo quedarme aquí para siempre. Ingrid me atosigará
de aquí a nada para que haga las
correcciones.
—Pero ¿y qué hay de todo lo de aquí?
—Si mi madre impugna el
testamento, puede pasar mucho tiempo antes de que todo se resuelva.
Aunque supongo que Industrias Katin es indiscutiblemente mía.
Lena soltó la mano de Yulia y asió su taza de café.
—Si el señor Vasiliev está de
acuerdo conmigo en lo de dejar que sea Greg el director, todo será más
fácil, y sé que puedo fiarme de que Alexey lo mantendrá todo en orden.
Seguramente haré que David viaje hasta aquí para supervisarlo todo, tan
sólo para asegurarme.
—¿David?
—Es mi abogado. No es que no me fíe del señor Vasiliev, pero no sé a
quién es leal en realidad. A David lo conozco desde la universidad.
Yulia apartó la vista.
—Vas a venderlo todo, ¿verdad?
—Eso debería hacer, si tengo un mínimo de sentido común.
Yulia se puso en pie.
—En fin, supongo que no puedo
culparte. Te han endilgado una tremenda responsabilidad.
Lena la dejó marchar. No sabía qué decirle. ¿Vender? Sí, era lo más
sensato. Pero estaba la cuestión de la misiva que su padre le había escrito,
y la persistente culpabilidad de la que no era capaz de librarse. Era obvio
que Yulia no deseaba que vendiese. Pero Lena sabía cuáles eran sus
razones, y que no tenían nada que ver con el negocio. Era una excusa para
mantenerla allí. ¿Quién podría culparla por ello? Por lo que Yulia sabía,
Lena se marcharía y sus vidas volverían a seguir rumbos separados.
Sí, vender sería lo más sensato, desaparecer de la vida de la morena antes de
estropearlo todo haciendo algo completamente inapropiado. Pero le
resultaba muy doloroso el pensar marcharse de allí sin ella. Lena
apoyó la barbilla en la palma de la mano y cerró los ojos. Sí, era muy
doloroso pensar en volver a quedarse sola.

Lena quedó gratamente
sorprendida al ver que Paul le indicaba muy sonriente que cruzase la verja
de entrada. Condujo por la serpenteante carretera que llevaba hasta las
oficinas, sintiéndose segura de sí misma mientras dejaba el coche en el
estacionamiento reservado a su padre. ¡Qué demonios, al fin y al cabo era
la dueña! Ya era hora de que comenzase a actuar como tal.
Sin embargo, cuando salió y cerró de un portazo, preparándose para la
reunión de personal, sintió que su ropa era totalmente inapropiada. ¡Lo que
había batallado aquella mañana con la plancha de Yulia, intentando alisar la
única blusa de algodón que había traído consigo! Sin embargo, como ya se
había puesto dos veces el traje con el que acudió al funeral, decidió
plancharse los vaqueros, meterse la blusa por dentro y robarle a Yulia uno de
sus cinturones. A pesar de que sus suaves botas de cuero eran muy
elegantes y de que había dedicado más tiempo de lo normal a su
maquillaje, seguía sintiéndose inapropiadamente vestida para la ocasión.
Pero qué demonios, era la jefa. Podía vestirse como le diese la gana.
—Sí, ¿a quién le importa?
Se echó a reír y comenzó a subir las escaleras. Su propio nerviosismo le
hacía gracia. No tenía nada que perder, porque, si alguien la cabreaba
demasiado, no tenía más que venderlo todo y largarse a sus asuntos. Ni
quería ni necesitaba aquel quebradero de cabeza.
—Sí, ¿puedo ayudarla en algo?
Lena arqueó una ceja. Era la misma mujer que la había llevado hasta
Greg el otro día. Estaba claro que tenía poca memoria.
—No, gracias.
Lena pasó de largo, pero al momento notó que la agarraban del brazo.
—Disculpe, señora, pero no puede entrar ahí. ¿Tiene usted cita?
Lena decidió apiadarse de aquella mujer. Era obvio que no tenía ni
idea de con quién estaba hablando. ¿Y
por qué iba a tenerla? No habían sido presentadas. De modo que Lena 
le tendió la mano.
—Me llamo Elena Katina. Me
parece que no necesito cita alguna —dijo, tan amablemente como pudo.
La mujer enrojeció hasta la raíz del pelo.
—¡Oh, lo siento muchísimo!
Lena le dio un firme y breve apretón de manos.
—No tiene por qué disculparse, no habíamos sido presentadas
formalmente.
¿Está el señor Vasiliev? —dijo señalando hacia las escaleras.
—Oh, sí, señora. Y los encargados de planta están a punto de celebrar una
reunión de personal. Creo que ahora ya sé el motivo.
Lena esbozó una breve sonrisa.
—Entonces, ¿le parece bien que suba?
—¡Oh, sí! Disculpe, ¿desea que le muestre el camino?
—No, gracias —contestó la pelirroja, negando con un gesto—, puedo
arreglármelas.
Al llegar ante la puerta de Greg, se detuvo. Había tres monitores llenos de
datos, y él pasaba el dedo sobre uno de ellos, estudiando las cifras.
Lena llamó suavemente con los nudillos.
—Entre —murmuró Greg sin
volverse.
—Soy yo.
Él se dio la vuelta al momento.
—¡Lena! ¿Ya es la hora? —preguntó mirando su reloj de pulsera.
—Primero subiré a ver a Alexey.
Se acercó un poco más a él y añadió, bajando la voz:
—¿Sigues estando de acuerdo con todo?
—Siempre que tú lo estés —dijo él, asintiendo.
Lena le dedicó una sonrisa de alivio.
—Por supuesto.
Entonces se fijó en que Greg la recorría de arriba abajo con la mirada.
—¿Qué sucede?
—Me gusta el estilo desenfadado —
contestó él sonriendo.
Lena notó que enrojecía
ligeramente.
—La verdad es que, cuando hice la maleta, no pensaba asistir a reuniones
de empresa.
Greg se enderezó la corbata.
—Tu padre tenía establecida una etiqueta: corbatas para los hombres,
vestidos para las mujeres —sentenció.
Lena abrió los ojos de par en par.
—¿Bromeas? ¡¿Vestidos?! ¿Siempre?
—Sí.
—¿Cuántas mujeres trabajan aquí?
—Además de Arlene en recepción y la señora Willis arriba, la señora Scott
es la directora de personal, y hay dos mujeres en contabilidad. Además,
cada uno de los encargados de planta dispone de secretaria.
—Entiendo —dijo Lena
haciéndose la tonta—. Pues bien, la primera decisión ejecutiva que voy a
tomar es hacer desaparecer esa maldita etiqueta.
—Me han contado que siempre ha sido así...
Lena seguía moviendo la cabeza de un lado a otro cuando abrió la
puerta que conducía al tercer piso. La señora Willis la saludó de inmediato.
Si le había sorprendido el atuendo de Lena, no dio la menor muestra
de ello.
—Bienvenida de nuevo, señorita Katina. Todos han estado cuchicheando
entre ellos —dijo sonriente.
—Les hemos hecho pensar, ¿eh?
—Yo diría que sí —contestó, y
condujo a la pelirroja hacia el despacho de su padre—. ¿Quiere un poco de
café antes de reunirse con el señor Vasiliev?
—¿De qué sabor?
—¿Sabor?
—El café, digo.
—Pues... de sabor a café. ¿Qué quiere decir?
Lena dejó el portátil y el maletín sobre el escritorio de su padre.
—¿Agua embotellada?
—Tenemos, sí.
—Perfecto.
—¿Se la llevó al despacho del señor Vasiliev?
Lena enarcó las cejas y miró a su alrededor.
—Si le soy sincera, estaba pensando que podríamos reunirnos aquí.
La señora Willis le dedicó una amplia sonrisa.
—Excelente idea. Llamaré para
avisarles.
La verdad era que Lena estaba fisgoneando en los cajones del
escritorio de su padre cuando entró Alexey Vasiliev.
Cerró rápidamente el último en el que había metido la nariz y apoyó ambos
brazos sobre la mesa.
—Buenos días, Alexey. Espero que no te importe que nos reunamos aquí.
—Por supuesto que no, será más privado. No recuerdo cuándo ha sido la
última vez que han estado aquí todos los directivos a la vez.
Vasiliev se sentó, dejando una pila de carpetas sobre la mesa.
—He reunido información sobre los cuatro encargados de planta —dijo—.
Supuse que querrías examinarlos antes de decidir a quién poner al frente de
todo.
Lena cogió las carpetas un momento y después se recostó en el sillón,
cruzando los brazos.
—¿A quién pondrías tú, Alexey?
—Bueno, basándome en la
antigüedad, a Ron Peterson.
Lena asintió.
—Muy bien. Y si no nos basamos en la antigüedad, ¿a quién?
—Seguramente seguiría
recomendándote a Ron. Lleva más de veinte años con tu padre, desde
mucho antes de que crease Industrias Katin. Es el que tiene más
experiencia, por ejemplo.
—¿Y qué crees que piensan los
demás sobre ello?
—Pienso que seguramente todos
esperan que sea Ron el elegido.
Lena volvió a inclinarse hacia delante.
—Aglomerado, ¿no?
—¿Cómo dices?
—La planta de aglomerado, ¿es esa su área?
Si Alexey se sorprendió al ver que ella conocía aquel dato, no dio la menor
señal de ello.
—Sí. Al principio sólo se producía contrachapado y aglomerado, ambos en
la misma planta. Ron se encargaba de ella, mientras tu padre seguía con
sus aspiraciones de construir más fábricas. La demanda era mayor de la
que podía satisfacer esa única planta, de modo que tu padre levantó otra,
específicamente para aglomerado, dejando la original para contrachapado.
—De modo que durante todos estos años ha trabajado con tableros de
aglomerado...
Alexey asintió.
—Sí. Cada vez que conseguía hacer operativa una nueva planta, tu padre
contrataba a un nuevo encargado. Ron estaba cómodo con el aglomerado.
Obviamente lo conocía bien.
—Doy por hecho que cada
encargado de planta era responsable de fijar el salario de sus subordinados,
desde los ayudantes hasta los operarios.
—Correcto.
Lena estaba a punto de
mencionar a Greg cuando algo le dijo que no lo hiciera. Tal como
sospechaba, Alexey Vasiliev estaba decidido a entregar el control de
Industrias Katin a Ron Peterson. Y ella no tenía la menor intención de
permitir que eso sucediera.
De modo que decidió que Alexey se viese tan sorprendido como los demás
cuando ella nombrase a Greg.
—Está bien, pongámonos en marcha
—dijo mientras se ponía en pie.
En ese momento, Vasiliev se quedó mirándola fijamente, tal como había
hecho Greg.
—Ah, olvidé mencionarlo: he
abolido esa estúpida etiqueta.
—Fue idea de Inessa —contestó él con una ligera sonrisa.
—¿Por qué será que no me extraña nada?



CONTINUARÁ...


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Mensaje por Lesdrumm Vie Abr 17, 2015 8:56 pm

OCULTO AMOR






Capítulo 22




Lena aguardó pacientemente en la sala de conferencias a que fuesen
entrando los encargados y sus ayudantes.
Nerviosa, bebió un sorbo de la botella de agua que le había traído la señora
Willis y sonrió gentilmente a la mujer. La secretaria de su padre estaba
sentada muy erguida a su lado, con su bloc y su bolígrafo, dispuesta a
tomar nota de todo, tal como le había indicado Lena.
Encendió el portátil, alegrándose de que existiese acceso inalámbrico a la
red.
No conocía personalmente a nadie, pero Greg le había proporcionado una
contraseña que le permitía acceder a la red: no tenía restricciones, de modo
que pudo entrar en todos los archivos, incluyendo los de personal. Algunas
de las fotos eran claramente antiguas, pero no le costó poner nombre a los
rostros que iban entrando en la sala. De pronto vio aparecer a Ron Peterson
con su ayudante, David Jiménez, y le hizo un discreto gesto de
reconocimiento a Greg, sentado frente a ella.
A continuación, se inclinó hacia un lado y le susurró a la señora Willis:
—¿Están todos aquí?
—De contabilidad sólo hay dos.
¿Esperabas que viniesen todos los del departamento?
—No.
Lena miró a Alexey. Cuando el abogado se disponía a tomar la palabra,
ella se puso en pie.
—Gracias a todos por venir —dijo, pasando la vista por toda la sala para
afrontar las miradas de curiosidad de los presentes—. Me llamo Elena
Katina.
Como supongo que ya todos saben a estas alturas, desde el fallecimiento de
mi padre soy la única dueña de Industrias Katin.
Algunos asintieron, pero los demás se limitaron a mirarla fijamente, sin
reflejar emoción alguna.
Lena comenzó a pasear
alrededor de la mesa de reunión, preguntándose cómo abordar aquello.
Soltar de pronto que Greg era el nuevo jefe no sería muy apropiado. Más
fácil, sí, pero no apropiado. No: debía argumentar su decisión.
—Obviamente, no tengo ninguna
experiencia en empresas madereras —
dijo, hundiendo las manos en los bolsillos para intentar calmar su
nerviosismo—.
Según me han dicho, era mi padre el que tomaba todas las decisiones
referentes a la empresa. Así pues, vamos a necesitar...
—Discúlpeme, señorita Katina.
Permita que le ahorre tal vez un poco de tiempo. Soy Ron Peterson, el
encargado de planta más antiguo.
Había sido incluso demasiado fácil.
Lena se sintió orgullosa de sí misma por haber conseguido reprimir
la sonrisa.
Le hizo un gesto de mudo asentimiento, cediéndole el protagonismo.
—Hemos estado hablando entre
nosotros sobre la situación creada, y ya me he reunido con Alexey para
discutirlo.
Lena miró de reojo a Alexey, preguntándose por qué no la había
informado de aquello.
—He trabajado con su padre durante más de veinte años. ¡Caray, si hasta la
recuerdo a usted cuando no era más que una adolescente! —añadió con una
risita
—. Creo que todos estamos de acuerdo en que soy el único de los presentes
lo suficientemente cualificado para hacerse cargo de la gestión de la
empresa.
—¿Es eso cierto? —preguntó
Lena, reanudando su paseo alrededor de la mesa—. Usted se encarga
de los tableros de aglomerado, ¿no es así?
—Sí, señora. Así ha sido, desde el principio.
—¿Y sin embargo le parece estar cualificado para encargarse de todas las
plantas?
—Bueno, obviamente, al llevar aquí veinte años, uno acaba aprendiendo un
poco de todo.
—Entiendo. Entonces, si por
ejemplo le pregunto cuántos contratos de postes de creosota tenemos
pendientes,
¿lo sabría usted?
El hombre miró hacia Mark
Edwards.
—Bueno, tendría que preguntárselo a Mark.
—Greg, ¿cuántos contratos hay
pendientes?
—Dos.
—¿Y son...?
—La oficina regional de teléfonos de San Petersburgo está aceptando ofertas de
postes de creosota, y también hemos hecho una oferta a Home Warehouse
para suplir postes a una zona que incluye seis estados.
—Gracias.
Lena volvió hacia su sillón y tomó asiento.
—La señora Willis me dice que mi padre estaba planeando poner en
funcionamiento una nueva planta. Señor Peterson, ¿le importaría informar
a todos sobre el tema?
El encargado carraspeó y miró a los demás con nerviosismo.
—Bueno, señorita Katina, el caso es que ninguno de nosotros estaba al
corriente... no sabíamos nada de esa nueva planta.
—¿Quiere decir que mi padre no lo informó de ello?
—No.
—¿Lleva usted aquí veinte años, desea ocuparse de la dirección de esta
compañía, y sin embargo no conocía esos planes de futuro?
—Estoy seguro de que, si sólo la señora Willis los conocía, será porque
apenas estaban en fase preliminar.
—Greg, ¿por qué no informas a
todos de lo que pensaba hacer mi padre en la nueva planta?
—Su deseo era producir alimento para el ganado —dijo Greg, desatando la
carcajada general.
—¿Alimento para el ganado? Vamos, Greg, somos una empresa maderera
—se mofó Peterson—. Estoy seguro de que Sergey no pensaba diversificar
tanto sus negocios.
—Bueno, Ron, actualmente ya
vendemos a una empresa bielorrusa que fabrica alimento para el ganado

intervino David Jiménez, su ayudante.
—¿Qué es lo que les vendemos?
—Serrín y viruta —aclaró Greg.
Lena comprobó,
agradablemente sorprendida, que David Jiménez no solamente sabía de
esas ventas, sino que estaba dispuesto a contradecir a su jefe.
—¿Desde cuándo las vacas comen viruta? —quiso saber Peterson,
volviendo a suscitar la carcajada de los que estaban a su alrededor.
Greg y Lena intercambiaron miradas, y ella hizo un gesto de
asentimiento.
—Con ella fabrican melaza, Ron —
aclaró Greg.
Lena alzó una mano.
—Dejemos un momento el tema del alimento para ganado, ¿de acuerdo?
Se quedó un momento mirando
fijamente el monitor de su portátil, preguntándose qué tema debería sacar
primero a colación. Tal vez sería mejor comenzar por el más delicado.
—Me gustaría hablarles de los
presupuestos. Según creo entender, cada planta recibe un presupuesto para
su funcionamiento, que queda bajo el control de su respectivo encargado,
incluyendo los salarios, ¿correcto?
Alzó la vista y vio que varios asentían, pero poco más.
—Señor Peterson, dado que se ha postulado usted como portavoz del
grupo, explíqueme cómo se fijan los salarios.
—¿Qué quiere decir?
—¿Existe una escala, ajustable según el coste de la vida, basada en la
antigüedad? ¿Funciona algún sistema que premie los méritos? Creo que lo
que en realidad quiero saber es cómo se deciden las subidas de sueldo.
—Bueno, en realidad no existe
ninguna escala ajustable. Cada turno tiene sus supervisores. En mi área, yo
me baso en los informes de mis supervisores para decidir los posibles
aumentos. Supongo que en las demás áreas sucede lo mismo.
—Aglomerado, contrachapado,
cartón piedra, creosota y el aserradero: cinco plantas. El área de Nikolay, el
aserradero, es la que paga los mayores salarios. La de aglomerado, del
señor Peterson, tiene los más bajos. Y cuando digo los más bajos no estoy
hablando de la dirección de la planta, sino de los empleados a los que se les
paga por horas.
Lena sacó uno de los informes de Greg.
—Por ejemplo, Jesús Hernández.
Lleva en la empresa casi diez años. En ese tiempo ha tenido exactamente
tres subidas de sueldo. Y sin embargo, si se comprueba su ficha, no se ha
quejado nunca de nada y nunca ha sido
expedientado. De hecho, en esos diez años tan sólo ha faltado seis días al
trabajo.
Lena alzó la vista y miró fijamente a Ron Peterson.
—Señor Peterson, ¿podría decirme por qué este empleado sigue ganando
menos de diez dólares la hora?
—No; tendría que comprobar su
ficha y hablar con el supervisor de su turno. Tal vez sucede simplemente
que nunca ha sido recomendado para una subida de sueldo.
—Tiene usted otro empleado a sus órdenes, Steven Yates. Lleva aquí
cuatro años. Ha tenido tres subidas de sueldo, y además ha sido trasladado
al turno de día.
Veo en este informe que el señor Hernández ha estado solicitando el turno
de día desde hace cinco años, y sin embargo sigue trabajando por las
noches.
¿Puede usted explicármelo?
—De nuevo he de decirle que no puedo hacerlo sin hablar con los
supervisores, señorita Katina.
—Entonces, ¿me está diciendo que son los supervisores los que fijan los
salarios y no usted?
—No, claro que no. Soy yo el que fija los salarios.
—¿También fija usted el salario de David Jiménez, su ayudante?
—Por supuesto.
Lena respiró hondo y a
continuación se encogió de hombros.
—Tal vez este no es el lugar
adecuado para traer esto a colación, pero, dado que no tengo el menor
conocimiento sobre el tema, ¡qué demonios! —exclamó, mirando a Alexey
antes de continuar—. El problema que tengo, señor Peterson, es que esta
empresa tiene un gran desequilibrio entre lo que cobran los directivos y lo
que reciben los empleados base. Usted, por ejemplo, cobra cerca de
doscientos mil, entre el sueldo y los incentivos, mientras que su ayudante
no llega a cuarenta. El señor Edwards, en cambio —añadió, mirando hacia
el otro extremo de la sala
—, cobra la mitad que usted, y su ayudante sobrepasa los cincuenta mil.
—Llevo veinte años en la empresa, mientras que Mark no lleva más que
unos diez.
—Doce, señor Peterson —replicó Lena  sacando otro informe—.
Espero que no piense que me estoy cebando en usted; tan sólo lo estoy
utilizando como ejemplo. Sin embargo, tengo un problema con sus
tiempos.
—¿Mis tiempos?
Ron Peterson se aflojó con gesto nervioso la corbata y desabrochó el botón
superior de la camisa.
—Verá, es posible supervisar la cantidad de tiempo que cada empleado
pasa conectado a la intranet. Eso nos da una idea aproximada de quién está
trabajando y... en fin, de quién no lo está.
Su media es de unas diez horas... a la semana, señor Peterson. La media de
David es de casi cincuenta. También indica que su correo electrónico está
desviado al de David, lo cual me indica que básicamente es él quien hace
su trabajo.
Fue uno de aquellos momentos de los que Lena había oído hablar tan
a menudo, sin haberlos experimentado nunca: podía oírse el vuelo de una
mosca.
—Pero eso podemos hablarlo más tarde, señor Peterson, en privado.
—Aguarde un momentito, damisela.
¿Qué le hace pensar que puede usted entrar aquí y hablarnos de esa
manera?
Lena se quedó mirándolo, atónita.
—¿Cómo dice? ¿Damisela? —dijo
poniéndose lentamente en pie—. Señor Peterson, por si se ha perdido el
principio de esta reunión, le recuerdo que soy la dueña de esta empresa.
¡Su jefa! Le sugiero que se siente... y cierre la boca.
Volvió a recorrer la sala con la vista, sorprendiéndose al ver que nadie
había reparado en el temblor de sus manos. Las hundió rápidamente en los
bolsillos.
—¿Alguien más desea expresar su opinión antes de continuar?
Los únicos que se atrevieron a sostenerle la mirada fueron David Jiménez,
Greg y su tío; sus ojos expresaban el respeto que sentían hacia ella.
—Muy bien.
Lema movió ligeramente el ratón inalámbrico, dando paso a una
nueva imagen en la pantalla. Su lista de deseos, como la había llamado la
noche anterior. Tal vez demasiado ambiciosa, pero pensaba exponerla allí
de todos modos.
—Hay unos cuantos cambios que
querría ver aplicados lo más pronto posible. Señora Scott, me gustaría que
diseñase usted una escala salarial ajustable, basada en la antigüedad. Deseo
instaurar una subida general anual, basada en el aumento del coste de la
vida.
También quiero que se reserve una cantidad para aumentos de sueldo por
méritos, que serán los únicos que decidan los supervisores —concluyó,
mirando a la directora de personal—. ¿Alguna pregunta?
—No, señora.
—Bien. Una vez esté esto establecido y nos hayamos puesto de acuerdo,
quiero que los salarios se ajusten de acuerdo a esa tabla. También quiero
que alguien se encargue del caso de Jesús Hernández, porque, francamente,
me tiene
consternada.
—Por supuesto.
—También quiero ajustar los
salarios de los encargados de planta. No hay ninguna razón que justifique
que un encargado cobre el doble que otro, sobre todo cuando estamos
hablando de cantidades de seis cifras —dijo mirando intencionadamente a
Ron Peterson—.
Algunos de ustedes han de contar con una reducción salarial.
El aludido dio una fuerte palmada sobre la mesa, sobresaltando a los que
estaban a su alrededor.
—¡No puede hacer eso! Alexey, díselo.
¡Tengo un contrato!
—Señor Peterson, mi padre no ha firmado ningún contrato con usted en los
últimos seis años, según su ficha personal.
—Escúcheme bien: no puede usted venir aquí y hacer esto. ¡Nos iremos
todos de aquí! Y después, ¿qué le quedará? Esta empresa se hundirá sin
nosotros.
Esta vez, Lena permitió que una sonrisa le asomase al rostro.
—Señor Peterson, señor Edwards, y cualquiera que piense que no podrá
trabajar en estas condiciones, por favor, esta es su oportunidad —anunció
señalando la puerta.
Peterson se puso en pie y miró a los demás.
—¿Y bien? ¡Vámonos!
—Yo no me voy a ninguna parte, Ron.
El encargado de planta se inclinó hacia el que había hablado.
—Pero ¿es que no lo ves? ¡No puede hacer funcionar este lugar sin
nosotros!
Lena se volvió hacia la señora Willis.
—¿Tenemos servicio de seguridad?
—le susurró.
La mujer asintió.
—Señor Peterson, siéntese.
—¡No! ¡Váyase a la mierda! ¡Dimito!
Lena dejó escapar un hondo suspiro. Sí, estaba siendo demasiado
fácil.
—Muy bien. Por favor —añadió
dirigiéndose a la señora Willis—, llame a seguridad y dígales que
acompañen al señor Peterson hasta la puerta. Pueden ir con él hasta su
despacho, por si tiene que recoger sus efectos personales.
—¡No necesito ningún jodido
escolta!
—Créame, es por el bien de la
empresa, no por el suyo —dijo, dejando de prestarle atención al momento
—.
Señor Jiménez, parece haber un puesto vacante de encargado. ¿Le interesa?
—¡Lo lamentará! —tronó Ron
Peterson mientras la diminuta señora Willis lo asía del brazo para
conducirlo fuera de la sala—. ¡No tiene a nadie que pueda hacerse cargo de
esta empresa!
Cuando por fin la puerta se cerró de golpe, Lena miró a los otros,
aguardando a que todos se volviesen hacia ella.
—Detesto llevar peso muerto. Ron Peterson recibía su salario, pero a
cambio apenas aportaba nada a la empresa. Aquí nadie es indispensable —
dijo mirando de refilón a Alexey Vasiliev.
Volvió a echar un vistazo a su lista de deseos. De repente se sentía muy
cansada.
—Hay unas cuantas cosas más que me gustaría cambiar, pero las dejaré
para discutirlas con el nuevo presidente —
dijo, y carraspeó a continuación—. Sin embargo, hay un cambio que quiero
ver realizado de inmediato, de modo que hagan el favor de transmitírselo a
todos.
Señora Scott, ¿le importaría enviar un correo electrónico? Odio la etiqueta
en el vestir: desde ahora queda abolida.
Lens sonrió al oír las risitas nerviosas que había provocado su frase.
—Vamos, chicos, arriba esos ánimos.
No voy a despedir a nadie —dijo, siendo recompensada con sonrisas más
relajadas.
—Señora Katina, permítame que le recuerde que ha hablado usted de un
nuevo presidente —dijo Alexey Vasiliev
—. Sin embargo, nunca ha existido ese cargo en la empresa.
—Bueno, me pareció que presidente era la palabra más adecuada. Tenemos
directores de personal y de contabilidad.
Tenemos encargados en las plantas. He pensado que necesitamos un
presidente que esté sobre todos ellos. Y hablando de eso —dijo
poniéndose en pie—,
volvamos a lo que importa.
Lena cerró su portátil y se enderezó de nuevo antes de anunciar:
—Greg Kubiak es el nuevo
presidente de Industrias Katin. Si alguien tiene algo que objetar o necesita
alguna aclaración, Greg les facilitará mi dirección de correo electrónico.
Les pido que por favor le brinden su apoyo —concluyó, y a continuación se
volvió hacia Alexey—.
Señor Vasiliev, ¿podríamos hablar un momento?
Lena posó cuidadosamente el portátil sobre el escritorio de su padre y
se volvió hacia Alexey Vasiliev.
—¿Y bien?
—Tu padre estaría muy orgulloso de la forma en que has llegado y tomado
el control de la situación.
—Alexey, ¿por qué no me dijiste que ya habías hablado con Ron Peterson
sobre quién sería el nuevo jefe?
—Lo siento. Por tus primeros
comentarios di por sentado que no estabas preparada para tomar decisiones
sobre la empresa.
—¿Cuándo te reuniste con Peterson?
Alexey se removió, inquieto, y por fin se colocó tras uno de los asientos
destinados a las visitas, aferrando el respaldo como en busca de apoyo.
—Lena, si piensas que me mueve algún fin oculto, te aseguro que no
es así. Ron Peterson habló conmigo el mismo día del accidente de tu padre.
Por supuesto, él no tenía ni idea de lo tuyo.
Simplemente, estaba ofreciendo sus servicios. Volví a hablar con él ayer, y
le dije que pensaba recomendarte que él tomase el mando.
—¿Por qué Peterson? ¿Simplemente porque lleva aquí veinte años?
—Sí, sobre todo por eso.
Lena tomó asiento y le hizo un gesto a Alexey para que la imitase.
—¿Estabas al tanto de las diferencias salariales, Alexey?
—Conozco los salarios de todos los encargados de planta, si es eso lo que
quieres saber.
—¿Fue mi padre el que decidió sus salarios?
—Al principio, sí.
Lena se inclinó hacia él.
—¡No estarás diciéndome que ellos mismos se subían el sueldo
aprovechando que manejaban sus propios presupuestos!
—Hasta cierto punto, sí. Tu padre se reservaba la aprobación final. No era
que pudiesen fijarlo todo a su antojo.
—¿Sabías también que Ron Peterson apenas trabajaba?
—Sabía que había delegado muchas de sus responsabilidades en David.
—Y, sin embargo, David nunca
recibió una compensación contante y sonante por ello —dijo Lena
mirando fijamente a Alexey, al tiempo que apoyaba los codos sobre la mesa
—. Ron Peterson amenazó con dimitir porque creyó que yo nunca lo
aceptaría. Dio por hecho que tú te asegurarías de ello. ¿No es así, Alexey?
—Sí, supongo que sí.
—En mi opinión, David Jiménez es mucho más valioso para la empresa
que Ron Peterson. No quiero que se le permita regresar a ella bajo ninguna
circunstancia. ¿Estás de acuerdo?
—Yo no soy más que tu asesor legal, Lena. Como ya te dije, tu padre
tomaba todas las decisiones, y raras veces me consultaba.
—Entonces, ¿tú tampoco sabías nada de sus planes de levantar una nueva
planta?
—No.
—¿Me estás diciendo que la señora Willis y Greg Kubiak eran las únicas
personas en las que confiaba?
—Desde luego, a Greg le confiaba muchas tareas.
—Eso me han dicho.
Lena se puso en pie y miró hacia las naves industriales.
—¿Cómo crees que van a tratar a Greg?
—Es una persona que cae bien en general. Es muy brillante. También
ocurre que apenas lleva unos años aquí.
Lena giró sobre sí misma.
—Confío en Greg. Sé que tomará las decisiones más adecuadas. Me
gustaría que dejases claro a todos que ahora es él quien está al mando —
dijo, y añadió después de una pausa—: Y si esta mañana os he parecido una
cabrona engreída, mis disculpas. Más que nada ha sido por el nerviosismo.
—Sí, seguro que se habrá
pronunciado ese epíteto en la sala.
Además, los has aterrorizado por completo. No dudo de que escucharán
atentamente lo que Greg tenga que decirles, porque tu amistad con los
Volkov no es ningún secreto.
—Sí; por eso confío en él.


CONTINUARÁ...
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Mensaje por Lesdrumm Vie Abr 17, 2015 9:09 pm

OCULTO AMOR




Capítulo 23


Yulia rompió a reír a carcajadas cuando Vladimir levantó a Lena del suelo para
alzarla en brazos. Lena era alta, pero Vlad era como una torre a su lado, de
modo que no tuvo otra elección que agarrarse bien a él.
—¡Bájame, grandullón! —le dijo en tono de chanza.
—¡De eso nada! ¡Hace veinte años que no te veo!
—Sólo son quince, y sigo siendo capaz de darte una patada en el trasero.
—¡Oh, sí, ya me lo imagino!
Sin embargo, volvió a dejarla en el suelo, abrazándola esta vez con algo
más de delicadeza mientras le decía:
—Estás estupenda.
—Gracias, Vlad. ¡Caramba, cómo has crecido!
Vlad flexionó ostentosamente los bíceps.
—¡Tengo que trabajar para ganarme la vida! —dijo, pero al momento su
sonrisa se extinguió—. Siento lo de tu padre, Len.
Ella se encogió de hombros, sin saber qué decir.
—¿Va a venir Rhonda? —quiso
saber Yulia, quien explicó seguidamente a Lena—: Rhonda es su
prometida.
—Vendrá enseguida.
—¿Prometida? ¿Primer intento,
Vlad?
—He estado trabajando mar adentro durante tanto tiempo que es difícil
mantener una relación normal.
—¿Eso es un sí o un no? —replicó Lena sonriendo de oreja a oreja.
Vlad se ruborizó.
—Segundo intento. El primero no llegó a durar ni un año.
—No es que tome partido por ella, Vlad, pero con veintitrés años y recién
casada, que tu marido se te vaya cada dos por tres durante todo un mes no
debe de hacer demasiada gracia.
—Sé que sigues siendo amiga suya, Yulia, no tienes por qué darme
explicaciones.
La ojiazul se volvió hacia. la pelirroja.
—A lo mejor la recuerdas: Linda Browning. Iba un curso por delante de
nosotras en el colegio.
—El nombre me es familiar.
—Bueno, yo me voy. Me niego a
quedarme aquí charlando sobre Linda.
Por favor, no la menciones ante Rhonda.
Ya sabes que no se soportan.
—¡Dios mío, pero si llevas doce años divorciado, Vlad!
—Eso no tiene nada que ver, y tú lo sabes.
—¿Lo dices en serio? ¿Rhonda sigue enfadada por aquello?
—¿Por qué? —quiso saber
Lena.
—Hace unos años, durante el
concurso de cocina de la feria de la ciudad, Linda dejó caer
accidentalmente la tarta de nueces pecaneras de Rhonda.
—¡¿Accidentalmente?! ¿Es eso lo que te contó? —exclamó Vlad
volviéndose hacia Lena—. Rhonda y Linda eran las dos finalistas. ¿Cómo
podía hacer caer la tarta accidentalmente? Lo hizo porque Rhonda y yo
acabábamos de empezar a salir juntos, lo sé muy bien.
Lena y Yulia se miraron, divertidas.
—¡Fue así, y tú lo sabes, Yul!
—¡Vaya, aquí estáis los dos! —
exclamó Katya—. Ni siquiera sabía que hubieseis llegado.
—Yo acabo de llegar —dijo
Lena—. Estaba poniéndome un poco al día con Vlad.
—Pues no sé qué le habrás hecho hoy a mi marido, pero me ha enviado una
docena de rosas al café, poco después del mediodía. La única vez que había
hecho algo así hasta ahora fue cuando le dije que estaba embarazada de Lee
Ann. Y ruego a Dios que no sea ese el caso —dijo Katya acercándose más a
ella—, ya he tenido dos extras para compensar lo de Yulia.
—¡Katya!
—¿Dónde está Rhonda? —preguntó esta, sin hacer el menor caso a la
protesta de su hermana.
—Viene enseguida —contestó Vlad.
—Sí, precisamente estaban
contándome lo de Linda, Rhonda y el asunto de la tarta —dijo Lena.
—¡Linda! —susurró Katya entre
dientes—. Te juro que tiene menos cerebro que un mosquito. ¿Sabías que
sigue utilizando el apellido de Vlad? ¡Si no estuvieron casados más que
diez meses!
—Ya veo que a ti también te cae muy bien —se burló Lena.
—¡Por favor! ¿Te imaginas que Vlad estuviese todavía casado con ella?
¡Está gorda como una pelota!
—¡Katya!
—Es la pura verdad, Yul, no estoy diciendo ninguna mentira.
—Niñas, ¿qué es lo que andáis
murmurando?
Katya hizo una mueca exasperada.
—¡Dios santo! ¡Mamá es capaz de oírme hasta a dos estados de
distancia!
Vamos, Yul —dijo a continuación, tomando a su hermana del brazo—, ven
a ayudarme con las hamburguesas.
Yulia miró hacia Lena y sonrió para disculparse.
—No te preocupes, estaré
perfectamente.
—Venga, vamos a servirnos algo de beber —ofreció Vlad.
El jardín trasero de Katya y Greg hervía de actividad. Además de los cuatro
hijos de Kat, estaba también el hijo de Dima y Tess, jugando al corre
que te pillo tras Denny, y entre los cinco hacían tanto barullo que tenían
fuera de sí al perro del vecino.
Vlad se rio al ver la cara de espanto de Lena.
—Uno acaba acostumbrándose.
—Ya lo supongo —contestó ella.
—¿A que es increíble lo que ha crecido Dima?
—Sí, pero quince años es mucho tiempo. Todos cambiamos.
—Eso es cierto —dijo él,
rebuscando entre el hielo hasta sacar dos cervezas—. ¿Esto te vale?
—¿Hay alguna sin alcohol?
—¿Cerveza sin? Jesús, Lena, creí que te iba más la auténtica.
—Siento decepcionarte.
—Supongo que te habrán contado lo de Yulia y Pasha —dijo él, bajando
la voz al tiempo que le ofrecía una botella.
—Sí, me lo contó Yul.
—¿Yulia? Creí que sería Katya la que te pusiera al corriente. Yulia nunca
habla sobre eso.
Lena se limitó a encogerse de hombros.
—De modo que era cierto, ¿eh?
—¿El qué?
—Lo tuyo, el motivo de que te
marchases.
—¿Lo de que mi madre me echase de casa o lo de que sea lesbiana?
—Supongo que ambas cosas.
Lena se enderezó
orgullosamente.
—Sí, ambas son ciertas. ¿Algún problema? —preguntó enarcando las
cejas.
—Bueno... no. Supongo que, si a Yulia no le preocupa, entonces a mí
tampoco.
—¿A Yulia? ¿Qué quieres decir?
—En fin, te alojas en su casa. Ya sabes lo mucho que habla la gente en este
pueblo.
—Vlad, ¿estás haciendo de hermano mayor y cuidando de ella, o estás
sinceramente preocupado por mí?
Su amigo soltó la carcajada.
—¡Oh, Le a! Joder, sé lo íntimas que erais Yul y tú.
Acto seguido señaló al otro lado del patio embaldosado.
—Mi cuñado parece hecho polvo...
Quién diría que jugar al ordenador todo el día lo estresase a uno hasta ese
punto.
Era cierto que Greg parecía agotado.
Al ver que Lena lo miraba, le dedicó una cansada sonrisa.
—Perdona, Vlad, pero necesito
charlar un momento con Greg.
—Por supuesto, Lena.
—Avísame cuando llegue tu
prometida.
—No te preocupes.
** *
—Estás muy guapa esta noche.
—Pero Katya, ¡si voy en vaqueros! —
contestó secamente Yulia—. ¿Cuántos tomates quieres que corte en
rebanadas?
—Los cuatro. Lo único que
intentaba decir era que te quedan muy bien. Ojalá tuvieses unos cuantos
hijos para que ancheases un poco, como yo.
—Dudo que la única razón sea por haber tenido hijos, Kat.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Trabajas en el café y te comes lo que mamá cocina. Vienes a casa y
vuelves a cocinar. Y sé que no habrás olvidado que yo no podría cocinar ni
aunque mi vida dependiese de ello.
Katya apuntó el cuchillo hacia ella.
—Nunca se es demasiado viejo para aprender. Y créeme, no pienso
permitir que Lee Ann caiga en la misma trampa que tú. Ya tiene esa misma
actitud de marimacho, convencida de que lo que necesita es estar por ahí
todo el día, jugando a la pelota o a cualquier otra cosa.
—¿En la misma trampa que yo? Yo no era ningún marimacho, Katya.
Su hermana se echó a reír en
respuesta.
—¡Claro que lo eras! Te pasabas más tiempo en la bici, persiguiendo a
Lena, que el que pasabas en casa, por no hablar de las veces que escalaste
el viejo roble.
—Eso no me convierte en
marimacho. Eso lo era Lena.
—¡Vaya, y después hablamos de
estereotipos!
—¡Katya!
—Es la verdad. Y no me
malinterpretes, quiero a Lena más que nadie. Pero haz memoria, Yul:
siempre estaba practicando deporte con los chicos, peleándose con ellos y
ganándoles, y nunca, nunca llevaba vestido.
—¿Adónde quieres llegar, Katya?
—Lo único que digo es que
deberíamos habernos dado cuenta.
—Y si lo hubieseis sabido, ¿qué habríamos hecho? —dijo Yulia abriéndose
de brazos—. ¿Alejarnos de ella?
¿Prohibirle que viniese a casa?
Katya bajó la voz.
—¿Te hace sentirte incómoda? Me refiero a que vosotras dos solíais
dormir juntas, incluso cuando ya estabais en el instituto.
Yulia se quedó mirándola fijamente, incrédula.
—Katya, ¿qué sucede? ¿Estás
preocupada por mí?
—No seas ridícula. Lena sería incapaz de hacerte daño.
—Entonces déjalo ya.
Yulia lavó el cogollo de lechuga, sorprendida ante la actitud de Katya. Al
parecer, a su hermana le preocupaba la posibilidad de que Lena...
intentase algo con ella. «¡Jesús!»
—Por cierto, tengo una sorpresita para ti.
—Ah, ¿sí?
De pronto, Yulia giró rápidamente sobre los talones y exclamó:
—¡Dios! No estarás embarazada,
¿no?
—¡Dios santo, no! ¡Me pegaría un tiro!
Katya miró por encima del hombro para asegurarse de que la sala estaba
vacía antes de continuar:
—Vlad ha invitado a un amigo.
—Ah, qué bien —dijo Yulia, volviendo a ocuparse de la lechuga.
—Un compañero de trabajo.
Yulia se dio la vuelta lentamente.
—¿Y?
—Y es soltero, y además Vlad dice que es guapo.
—¿Y?
—¡Yulia, dame un respiro! ¡Al menos podrías fingir algo de emoción!
—¿Emoción, cuándo estás
intentando colocarme a un tipo que trabaja mar adentro con Vlad? ¡Vaya,
qué relación tan interesante!
—Bueno, Vladimir dice que es un tipo estupendo. Piensa quedarse aquí todo el
mes.
—¡¿Cómo?!
—Es de Saransk, pero allí no tiene nada que lo ate, de modo que Vlad lo
ha invitado a quedarse en su casa este mes.
—¿Lo invitó Vlad? ¿Sin que tú lo animases?
—Bueno... lleva meses mencionando al muchacho —dijo Katya
encogiéndose se hombros—. Tal vez le haya dejado caer alguna indirecta
de cuando en cuando.
—Seguro que sí. Bueno, pues ya puedes olvidarte.
—Yulia, ¿qué daño te haría salir con él?
—¿Y cuándo sería eso?
—Este fin de semana, o la semana próxima, o también podríais hacer
planes para el fin de semana que viene.
Yulia negó con un gesto.
—Tengo compañía.
—¡Oh, por favor! A Lena no le importará hacerse a un lado si te traes a
un chico a casa.
—A ella no, pero a mí sí. No se quedará mucho tiempo más, y no pienso
sacrificar ni un minuto de ese tiempo.
—Espera a poder juzgarlo por ti misma. Seguro que te deja alucinada.


—¿Cómo ha ido todo? —quiso
saber Lena.
—La verdad es que mejor de lo que esperaba —contestó Greg sonriendo—.
Ha ayudado mucho el que Peterson se vaya. Nunca creí que lo hiciera,
Lena.
—No. Y me parece que él tampoco creía que yo fuese a aceptar su
dimisión.
—Tenías razón, David ha estado haciendo su trabajo en estos últimos años.
No es ningún secreto.
—¿Hay otros casos parecidos?
—En la planta de cartón piedra, Cari Hybeck ha estado presionando cada
vez más a Gene.
—¿Y te has ocupado de ello?
—Hoy he hablado con él de eso, sí.
Lena sonrió.
—Muy bien.
—No he tenido que amenazarlo
demasiado, después de lo sucedido con Peterson.
—Me porté como una bruja, lo sé.
—Estuviste magnífica.
Lena le dedicó una amplia sonrisa.
—Rose ha recibido un ramo de
flores.
—Sí, bueno, y yo un aumento de sueldo. Pero es demasiado, Lena —
añadió Greg bajando la voz—. Ni siquiera sé qué hacer con tanto dinero.
—No podemos permitir que el
presidente gane menos que los
encargados de planta, ¿no te parece?
Sus miradas se encontraron.
—No te decepcionaré.
—De eso no tengo la menor duda, Greg.
—Hoy hablé con Jesús Hernández.
—Ah, ¿sí?
—Lo he pasado al turno de día.
Nunca he visto a nadie tan emocionado.
—¿Y su aumento de sueldo?
—¡Casi se mea de gusto!
—¿Y los que estaban como él? No tuve tiempo de comprobar todas las
fichas.
—He ordenado a la señora Scott que las revise todas.
Me pasé casi toda la tarde creándole una base de datos para que pudiese
volcar en ella todos los registros y clasificarlos.
—Sé que todo esto ha sucedido muy rápido, pero tendremos que encontrar
a alguien que te sustituya, ¿no?
—¿Sustituirme? ¿Con la intranet?
No, no, no —contestó Greg, negando enérgicamente con la cabeza.
—Oh, lo olvidaba. Eres un loco de la informática, y la intranet es tu niña
mimada.
—Bueno, seguramente no me
vendría mal un ayudante, pero no estoy dispuesto a ceder el control de la
intranet.
Hay miles de cosas que se pueden hacer cuando uno la controla.
—De modo que hemos de buscar a alguien digno de confianza, como tú...
—Muchas gracias.
—Contrata a quien necesites, Greg.
¿Estuvo por allí Alexey Vasiliev, después de que yo me fuese?
—Un rato. Estuvimos dándole un repaso a todo. Tu padre nunca fue dado a
compartir información con los demás. Les contaba tan sólo lo que creía
que debían saber. Creo que ese es el motivo de que ninguna de las plantas
se relacionase con las demás. Yo pienso que, si nos comportamos más
como un equipo y todos se enteran de lo que hace el otro y de los
beneficios que produce cada planta, podemos hacernos más competitivos.
Pero antes de dar el paso, querría consultarlo contigo.
Lena se echó a reír.
—Hazlo como quieras, Greg. Ya te dije que no tengo ni idea de cómo va
este negocio.
—El señor Vasiliev parecía pensar que me estoy excediendo.
—¿Y eso?
—Dijo que existe una frontera muy fina entre suficiente y demasiada
información.
—Greg, ¿tienes idea de lo
muchísimo que vale Industrias Katin?
El negó con un gesto.
—Pero puedo imaginármelo —
completó.
—Y no es una sociedad anónima, sino un negocio privado. De modo que, si
tienes a todos esos empleados ganando equis dólares y de pronto se enteran
de los enormes beneficios que produce la empresa, ¿no crees que querrán
una subida de sueldo?
—Pero ahora están percibiendo unos buenos salarios, que para esta zona
son excepcionales.
—Pero si tú averiguases que la empresa estaba ganando millones de
dólares cada año, ¿no querrías una mayor compensación?
—Entonces, el sueldo de Peterson no estaba llevando a la ruina a la
empresa, que digamos...
—No era más que una gota en un cubo de agua. Sin embargo, Peterson era
como una garrapata, aprovechándose de la compañía sin dar nada a
cambio. Si echas un vistazo a los contratos de tableros de aglomerado de
los dos últimos años, David Jiménez fue quien negoció la mayoría de ellos.
Y creo que David es un buen ejemplo para fomentar el trabajo duro. Deja
claro a los demás que, si hacen bien su trabajo, serán recompensados.
—Creí que no sabías nada de cómo llevar un negocio.
Lena sonrió.
—Como ya le dije a Yul, estoy
aprendiendo sobre la marcha.
—Tu padre estaría orgulloso, ¿sabes?
Lena se encogió de hombros.
—Creo que simplemente me habría agradecido el que no se lo haya
vendido todo a mi madre.
—Hablando de eso —dijo Greg
bajando la voz—, el señor Vasiliev  recibió una llamada a media tarde, de
uno de los gemelos Gentry. Por lo que pude entender, creo que tu madre
está intentando que un juez bloquee tus derechos de propiedad sobre
Industrias Katin. Sin embargo, a él no parecía preocuparle.
—¿Qué quieres decir con lo de que
«pudiste entender»? ¿No te lo contó directamente?
—No. Estaba en su despacho
cuando él atendió la llamada, y tan sólo pude oír sus respuestas.
—Greg, sé que esto es difícil para ti, pero en teoría tú eres el jefe del señor
Vasiliev. Él trabaja para Industrias Katin.
—Sí, pero esto tenía que ver contigo.
—Si tenía que ver conmigo, ¿por qué no me ha llamado para contármelo?


Yulia espió a Lena y Greg, totalmente absorbidos por su conversación, y se
echó atrás, observándolos sin decir nada. Katya la había tenido ocupada
durante casi una hora, pero debería haberse dado cuenta de que no tenía por
qué preocuparse de que Lena se sintiese sola. A juzgar por la expresión de
sus rostros, estaban hablando de negocios, de modo que aprovechó aquella
oportunidad de ver sin ser vista. Lena llevaba ya más de una semana en la ciudad, y Yulia aún no podía creerse que hubiese vuelto, ni tampoco que
hubiesen reanudado su relación justo en el punto en el que la habían
dejado.
Lena había cambiado mucho, y nada a la vez, y Yulia se sentía hoy tan
atraída por ella como lo había estado tantos años atrás.
De pronto, Lena se volvió, localizando a Yulia al momento. Eso la
sorprendió, pero al punto se dio cuenta de que no había de qué
sorprenderse: ambas habían sido siempre muy
conscientes de la presencia de la otra. Casi daba miedo. Lena sonrió y le
hizo señas para que se acercase, de modo que obedeció.
—¿Estabas acechando por entre los matorrales? —se burló Lena.
—No quería interrumpir —dijo
Yulia, casi ruborizándose—. Sabía que estabais hablando de negocios.
—Nada que no pudiese saberse, Yul
—contestó su amiga encogiéndose de hombros.
—Bueno, ¿cómo fue todo? —
preguntó la ojiazul dirigiéndose a Greg.
—Sobreviví, y no presentaron la dimisión en masa, así que supongo que
nos las arreglaremos bien.
—¡Estupendo! Kat me ha dicho que esta noche apenas has dormido.
Esta vez fue Greg quien se sonrojó.
—Sí, estaba como un flan. Pero tendrías que haber visto a Lena: fue
llegar y hacerse con el control de la situación.
La pelirroja soltó una carcajada.
—¡Me comporté como una
verdadera bruja! —le dijo a Yulia.
—¿Y ese tal Peterson?
—Dimitió, así que imagínate —
contestó Lena con una amplia sonrisa.
—¿Le obligaste a hacerlo?
—Tal vez un poquito.
—Veo que Katya me está haciendo señas desesperadamente —dijo Greg,
disponiéndose a marcharse—. Será mejor que vaya a ver qué sucede.
Cuando quedaron a solas, Yulia
apretó cariñosamente la mano de Lena.
—¿Lo hizo bien Greg?
—Sí. Va a ser un jefe estupendo, eso no me preocupa. Lo que más me
inquieta es que Alexey Vasiliev no confíe en él.
Greg me ha dicho que pudo escuchar una conversación entre Alexey y uno de
los gemelos Gentry. Al parecer, Inessa está intentando conseguir una
orden del juez para bloquear mis derechos sobre Industrias Katin. Alexey no
se molestó en contárselo a Greg, ni tampoco me telefoneó a mí.
—¿Puede hacer eso, bloquear tus derechos?
Lena se encogió de hombros.
—No lo sé. Tal vez por eso Alexey no ha querido contármelo.
—¿Te preocupa?
Lena negó con un gesto.
—No sería un gran disgusto si lo perdiese. De todas formas, la empresa
tendrá que continuar sin mí.
—¿Qué quieres decir?
—Mi padre trabajaba sesenta horas a la semana, a veces más —explicó
Lena mirándola a los ojos—. Yo tengo otro trabajo, que me ocupa
mucho tiempo. No puedo dedicarle mucho tiempo y energías a esto, si
quiero seguir escribiendo.
Yulia bajó la cabeza.
—Siempre se me olvida que sólo estás aquí temporalmente.
Esta vez fue Lena la que tendió la mano hacia ella y entrelazó los
dedos con los suyos.
—Ocurra lo que ocurra, siempre estaremos en contacto, Yul. Te prometo
que no volveré a desaparecer.
Katya fue hacia ellas antes de que Yulia pudiese responder, acompañada de
un apuesto joven.
—¡Oh, Dios! —murmuró Yulia.
—¿Qué ocurre?
Ambas se miraron a los ojos.
—Katya está intentando
emparejarme.
Lena examinó al hombre que se les acercaba: sí, era atractivo y de
constitución fuerte. Al momento sintió un nudo en el estómago.
—Os dejaré solos, entonces —
murmuró, disponiéndose a salir de allí.
Yulia no le soltó la mano, y sus miradas volvieron a encontrarse.
—Quédate.
—Debería haber sabido que vosotras dos estaríais escondidas en alguna
parte
—dijo Katya cuando estuvo cerca—.
Quiero que conozcas a Ivan, un amigo de Vlad que está de visita en Moscú.
Ivan, esta es Lena, una vieja amiga de la familia. Y esta hermosa mujer es
mi hermana, Yulia.
Yulia y Lena intercambiaron una mirada divertida. Yulia tuvo que esforzarse
para no gruñirle a su hermana una
«¡¿Hermosa mujer?!» al oír la presentación de Katya. Sin embargo,
consiguió que prevaleciesen sus buenos modales y le ofreció educadamente
la mano.
—Encantada de conocerte.
—Me alegro de conocerte por fin, Yulia. Vlad y Katya me han hablado mucho
de ti.
Yulia sonrió. «Así que Vlad y Katya...»
Se volvió hacia su hermana, echando chispas por los ojos.
—Sin embargo, yo no puedo decir lo mismo: es la primera vez que oigo
hablar de ti.
—Querían darte una sorpresa —dijo Ivan guiñándole un ojo.
La morena plantó una forzada sonrisa en el rostro.
—Ah, pues lo han conseguido.
—Lena, ¿por qué no me ayudas con las hamburguesas? —dijo Katya, al
tiempo que la tomaba del brazo para llevársela de allí.
—Creí que ya te había ayudado Katya.
—Sólo con los preliminares, falta la carne.
Lena miró a Yulia mientras se alejaba, y sus miradas se encontraron un
segundo, antes de que Yulia se volviese de nuevo hacia Ivan.
—Bueno, ¿qué opinas? —preguntó Katya en voz baja.
—¿Sobre qué?
—¡Sobre Ivan! ¿Qué iba a ser?
Lena se encogió de hombros.
—No está mal.
—¿Que no está mal? ¡Es guapísimo!
La pelirroja volvió a encogerse de hombros.
—Supongo, si te gustan ese tipo de cosas.
Katya soltó la gran carcajada.
—¡Oh, Lena, a veces olvido que a ti no te gustan ese tipo de cosas! Pero a
Yulia sí. Y hace siglos que no sale con nadie.
—Bueno, tal vez hagan buenas
migas.
—Eso espero. Me da mucha rabia verla tan sola.
—¿No crees que seguiría estando sola? Ese chico trabaja con Vlad.
—Ya sabes lo que quiero decir: me gustaría que tuviese a alguien. Es tan
atractiva... Muchos hombres le han pedido una cita, pero ella siempre se
niega.
—Ha tenido una experiencia muy mala, Katya, no puedes culparla por tener
dudas.
Katya arrastró a Lena hasta la cocina y le señaló el fregadero.
—Lávate las manos. Tenemos que hacer unas treinta hamburguesas —dijo
Katya sacando de la nevera un cuenco de carne picada que había sazonado
previamente—. Ya sé lo cabrón que fue Pasha con ella, pero eso no
significa que todos los hombres sean así. Mira a Greg, por ejemplo. Es el
hombre más gentil que he visto en mi vida. Nunca levanta la voz, es
maravilloso con los niños... Ojalá ella pudiese encontrar a alguien así.
Lena, tomando un puñado de carne picada en la mano, formó una
pelota y la apretó suavemente entre las palmas.
—Sí, Greg es un gran tipo, pero para ti. Tal vez a Yul no le atraigan el
mismo tipo de hombres que a ti te gustan.
—¿Me estás diciendo que le atraen gilipollas como Pasha? Haz un
agujero en medio —añadió, señalando la hamburguesa que Lena acababa
de hacer.
La pelirroja se quedó mirándola
fijamente, atónita.
—¿Cómo?
Katya le mostró la suya, colocada sobre la palma, y acto seguido hundió el
índice en el centro de la rodaja de carne picada.
—Haz un agujero.
Lena siguió mirándola,
incrédula.
—¿Lo dices en serio?
—Evita que se encoja.
—¡¿Qué?!
—Jesús, Lena, pero si es muy sencillo: así no se encoge al cocinarla.
—¿Por el agujero?
—¡Claro!
Lena soltó una carcajada.
—¿Así que ningún restaurante de este país se ha dado cuenta aún de este
truquito?
—Muy graciosa. Pues puede que
todavía no se les haya ocurrido.
—¿Qué tal si hacemos mitad con y mitad sin, y después medimos cuánto
han menguado?
—¡Deja ya de dártelas de listilla y hazles un agujero de una puñetera vez!
* * *
Yulia se quedó mirando fijamente a
Ivan mientras se esforzaba por encontrar un tema de conversación. Sin
embargo, lo único que aparecía en su mente eran imágenes de sí misma
dándole una soberana paliza a su hermana, de modo que sonrió
educadamente, carraspeó y por fin señaló la vacía botella de cerveza de su
acompañante.
—¿Quieres otra?
—Bueno, si tú pagas... —contestó él, y soltó una carcajada.
—Yo invito a esta ronda —dijo ella, reprimiendo a duras penas el gesto de
desesperación mientras ambos se dirigían hacia las cubas de hielo—. ¿Qué
edad tienes, Ivan?
—Veintisiete, ¿y tú?
—Soy algo mayor —contestó ella secamente.
«¿Veintisiete?» Oh, sí, la paliza que pensaba dar a Katya la dejaría para el
arrastre.


Lena evitó acercarse a las cubas en las que se enfriaban varios tipos
de cerveza y se decidió por un vaso de té helado. Estaba dulce y muy rico,
tal y como recordaba que solía hacerlo la señora Volkova. El té dulce no era
lo que se dice un producto considerado de primera necesidad en Monterrey.
A continuación se refugió en las sombras, observando la actividad a su
alrededor.
Casi como en los viejos tiempos, sí. Pero seguía existiendo un lapso de
quince años entre aquellos dos momentos. No dudaba que, si volvía a
desaparecer de sus vidas, nadie lamentaría demasiado su ausencia.
Bueno, excepto Yulia: Lena sabía que la ojiazul no permitiría que volviese a
escapársele de las manos.
Sólo con pensar en ella los ojos de Lena se pusieron a buscarla por
todo el jardín, y la localizaron de inmediato. El lenguaje corporal de su
amiga era prácticamente igual al que Lena recordaba del instituto: muy
erguida, distante, con los brazos cruzados en ademán protector. Lena
podía percibirlo ahora, esa distancia frente a su interlocutor, pero en
aquella época tan sólo veía a Pasha, lo cerca que estaba de ella. Su
mente la llevó quince años atrás.
Lena atisbo en la penumbra desde una esquina del graderío, pudiendo ver
cómo Pavel (Pasha) estrechaba a Yulia entre sus brazos, acorralándola con
firmeza contra las barras de metal.
El corazón le dio un vuelco, y tuvo que hacer un esfuerzo para continuar
escondida. Todos sus instintos le decían que corriese, que se abalanzase
contra ellos y derribase a Pavel por los suelos, alejándolo de Yulia. Se le
escapó un gemido de dolor cuando vio que Pasha se inclinaba hacia su
amiga y le robaba bruscamente un beso.
Se obligó a sí misma a dar media vuelta antes de que Yulia volviese a
pillarla.
Ya se le estaban acabando las excusas para justificar por qué los seguía. Se
marchó silenciosamente por entre las sombras, alejándose de Yul... de Yulia
y del chico que la estaba besando.
Lena dejó escapar un suspiro cuando su visión volvió a hacerse
nítida, admitiendo por fin que no era Pasha quien acaparaba esa noche
la atención de Yulia.
No, ese honor recaía en un atractivo joven llamado
Ivan. Cuando los contemplaba a ambos fijamente, los ojos de Yulia se
apartaron de Ivan, se encontraron con los de su amiga y la encadenaron a
ellos.
Yulia contuvo la respiración cuando sus ojos se encontraron con los de
Lena.
En un instante retrocedió quince años en el tiempo y recordó aquella
misma mirada fascinada y herida... y el anhelo que reflejaban los ojos de
su amiga.
En aquella época no lo había
entendido, ni siquiera encontraba palabras para describirlo. Pero ahora,
ahora que había crecido y ya entendía tantas cosas... ¡Oh, Dios! De repente
comprendió el significado de aquella mirada con tal claridad, con tanta
certeza, que su aliento se detuvo.
El anhelo que expresaban los ojos de Lena era... ¡era por ella! Lo era
entonces, y lo era también ahora.
«¡Oh, Dios mío!»
Yulia se obligó a apartar la vista de Lena, y tuvo que pestañear varias veces
para intentar concentrarse en lo que Ivan le estaba diciendo. Finalmente,
desistió con un gesto. Daba igual.
—Disculpa —interrumpió alzando la mano—. Odio ser maleducada, pero...
perdona.
A continuación dio media vuelta y avanzó con gesto decidido hacia Lena,
sin dejar de mirarla a los ojos.
Se detuvo a muy poca distancia y ambas se interrogaron con la mirada. Por
fin, Lena hizo un gesto con la cabeza hacia Ivan.
—¿Te gusta?
Yulia se encogió de hombros.
—Parece un buen tío.
—Estupendo —contestó Lena, asintiendo.
—¿Estupendo?
—Es bastante guapo —comentó
la pelirroja ladeando la cabeza.
La ojiazul volvió a encogerse de hombros.
—¿Eso crees?
—Claro —dijo Lena con una forzada sonrisa.
Yulia bajó un momento la cabeza y, alzándola de nuevo, volvió a mirarla a
los ojos.
—Cuando alcé la vista y vi cómo me mirabas recordé otras veces, en la
época del instituto —dijo en voz baja—, cuando salía con Pasha.
—Yul, yo... nunca...
—¡No!
Yulia la agarró de ambos brazos para silenciarla, antes de continuar:
—Dime, ¿estabas celosa de Pasha? —preguntó en un susurro—.
¿Tenías celos cuando me besaba?
Lena intentó apartar la vista, intentó apartar la vista, pero Yulia la
obligaba a mirarla a los ojos. ¿Qué podía decirle?
—¿Tenías celos, Lena?
La pelirroja dejó escapar un hondo suspiro y cerró los ojos.
—Sí —susurró por fin.
Al momento, notó que las manos de Yulia le aferraban con más fuerza los
brazos.
—¡Pues yo estaba celosísima de Andrey!
—¡¿Qué?! —exclamó Lena
enarcando ambas cejas.
Antes de que Yulia pudiese responder, Vlad apareció con quien Lena
supuso que sería Rhonda, una mujer bajita a la que Vladimir sacaba casi una
cabeza, con el pelo muy cardado, que exhibió una radiante sonrisa al ver a
Lena.
—¡Ahora la recuerdo! —le dijo a Vlad, al tiempo que tendía la mano hacia
Lena—. Soy Rhonda Jones; encantada de volver a verte.
—Hola, Rhonda, ¿nos conocemos?
—Iba dos cursos por detrás en el colegio. Supongo que no me recuerdas,
claro, yo no hacía deporte. Fui la presidenta de Amas de Casa del Futuro
durante tres años.
Lena sonrió. Ah, sí, el club donde te enseñaban a ser una esposa como
es debido. Al menos Vlad no tendría que preocuparse por si tendría o no un
hogar bien organizado.
—Lo siento, no recuerdo...
—No te disculpes, han pasado años y años —contestó, y se inclinó hacia
ella a continuación—. ¿Qué opinas de Ivan como pareja para nuestra Yul?
—Rhonda... —intentó intervenir Yulia, pero Rhonda no la dejó.
—¡Es tan encantador, Yul...! ¡Dulce como la miel! ¡Si hasta las abejas
abandonan el panal por seguirlo!
—Es un buen chico —convino Vlad
—. Se quedará conmigo todo el mes.
—Sí, lo sé —asintió Yulia—, ya me ha informado Katya.
—Magnífico. Podemos juntarnos los cuatro una tarde e ir a los Jasper a ver
alguna película —sugirió Rhonda.
—Y a cenar también —añadió Vlad.
—Ya veremos —contestó Yulia, y
señaló a Lena a continuación—. Como ya le dije a Katya, ahora mismo
tengo compañía, y quiero pasar el mayor tiempo posible con Lena.
—Estoy segura de que a Lena no le importará, si es por una cita —dijo
Vlad.
Lena estaba a punto de
contestar cuando notó que Yulia le apretaba el brazo.

—Tal vez a ella no le importe, pero a mí sí, Vlad. Hace siglos que no estaba
con ella. Y no tengo nada contra Ivan, pero prefiero estar con Lena.
Así pues ya estaba todo decidido, y Lena no había podido ni abrir la
boca. Sin embargo, pensó que debería ofrecerle al menos una noche libre a
Yulia, por si acaso deseaba de verdad tener una cita con el tal Ivan. Sólo de
pensarlo se le hacía un nudo en el estómago, pero planteó su ofrecimiento
de todos modos.
—Yo... esto... si quieres salir una noche al cine ya me las arreglaré yo sola,
Yulia.
Yulia volvió la cabeza hacia ella y la miró fijamente a los ojos, haciendo
caso omiso a los demás. Ladeó ligeramente la cabeza y preguntó:
—¿De verdad?
Lena tragó saliva
dificultosamente y se limitó a asentir.
Entonces Yulia sonrió, y su mirada se hizo más dulce.
—Gracias, pero la verdad es que no me apetece ir al cine.
—Pues sólo a cenar —ofreció
Rhonda.
—Chicos, por favor. Agradezco lo que intentáis hacer, y sé que Kat está
detrás de todo esto, pero ahora mismo no me interesa quedar, ni con Ivan
ni con ningún otro.
—¡De verdad, Yulia, tienes que
superar lo que ese cabrón te hizo! —
exclamó Vladimir—. ¡No puedes pasarte así toda la vida!
—Lo sé, Vlad, pero no tiene nada que ver con Pasha, de verdad.
—¡Vaya, pero si estáis aquí! —
exclamó Katya—. Me he encontrado al pobre Ivan vagando de un lado a
otro, solo. ¡Qué mala educación! —añadió dirigiéndose al grupo, aunque
sus ojos estaban fijos en Yulia.
La morena le dedicó una sonrisa de
disculpa.
—Lo siento, Ivan, me temo que te he dejado plantado.
—No pasa nada. Al final encontré la cerveza —contestó éste mostrando
una lata—. ¿Te traigo una?
—No, gracias, creo que tomaré té con la cena. Hablando de eso —añadió
Yulia mirando a Katya—, ¿necesitas ayuda?
—No, Greg está colocando ya las hamburguesas sobre el asador, y todo lo
demás está listo.
—¡Las famosas hamburguesas con agujero en medio! —río Lena.
Katya la señaló amenazadoramente con el dedo.
—Explícale tú lo de que encogen, Yulia.
Yulia se echó también a reír.
—Katya ha hecho un estudio muy
serio sobre el encogimiento de las hamburguesas, y ha llegado a la
conclusión de que la carne que no tiene agujero en medio encoge más que
la que sí lo tiene, ¡de modo que todas sus hamburguesas tienen agujero!
Ivan frunció el ceño.
—No entiendo nada.
Katya le dio unas palmaditas en la mano.
—Ya te lo explicará Yulia en la cena.
Yulia y Lena se miraron, pero al momento se vieron arrastradas en
direcciones opuestas, ya que Katya se llevó a Ivan y Yulia consigo, mientras
que Vlad y Rhonda acompañaron a Lena hacia el asador, donde Greg
reinaba como un verdadero chef, con su delantal y todo.
El cocinero los saludó con la
espátula.
—¿Te importa preguntarle a Katya qué hay de las salchichas? —dijo
dirigiéndose a Rhonda—. Dijo que quería hacer también unos cuantos
perritos calientes.
—Claro, Greg.
—Vlad, ¿podrías traerme una
cerveza?
—Ahora mismo. ¿Y tú, Jackie?
—Claro, una sin alcohol.
Una vez solos, Greg le dedicó una amplia sonrisa.
—He estado observando cómo
hacían todos de casamenteros con Yulia e Ivan, cuando se ve que ella
prefiere estar contigo.
Lena deseó que las sombras disimulasen su rubor.
—Creo que, como hace tanto que no nos veíamos, Yulia no quiere
desperdiciar ni un minuto.
—No hago más que decirle a Katya que la deje en paz, pero creo que no
descansará hasta verla casada de nuevo.
—Yulia puede ser muy testaruda.
—Eso es cierto —dijo Greg con una carcajada.
Sin embargo, volvió a ponerse serio rápidamente.
—Su rostro ha estado tan apagado durante tantos años que ya casi ni nos
dábamos cuenta. Pero en esta última semana, desde que has vuelto —
añadió, mirando directamente a Lena—, sus ojos vuelven a chispear.
Katya parece creer que es porque ha conseguido hablar contigo sobre lo
sucedido, y que tal vez por fin ha conseguido superar lo de Pasha. Ella
piensa que ahora tal vez vuelva a ser receptiva a la idea de salir con
alguien.
Lena se encogió de hombros.
—Tal vez sí.

Durante la cena, Lena se encontró apretujada en una de las mesas
plegables junto con Katya y Greg, Dimitri y Tess, el señor y la señora
Volkov y sus nietos. Intentó evitar que sus ojos se escabullesen una y otra
vez hacia la otra mesa, donde Yulia estaba sentada junto a Ivan, pero aun así
le fue imposible. Vlad y Rhonda hablaban a la vez, incluyendo a Yulia en la
conversación, aunque ésta apartaba la vista de ellos bastante a menudo,
para mirar fijamente a Lena.
—Sabes que mañana te toca hacer de niñera, ¿no?
Lena miró a Katya con gesto de incomprensión.
—¿Cómo? ¿De niñera? ¿Con tus
hijos?
—Sólo con los dos mayores; mamá se queda con los gemelos.
Al ver la mirada de asombro de Lena, Katya movió la cabeza de un
lado a otro.
—¿No te lo dijo Yul?
—Decirme ¿qué?
—El tercer sábado de cada mes, Greg y yo vamos a Crockett. Tiene allí
varios amigos de la universidad, y solemos pasar el fin de semana con
ellos.
Son las únicas oportunidades que tenemos para escapar. Llevamos
haciéndolo así los dos últimos años.
—¿Una vez al mes? ¿Todos los
meses?
—Nos lo hemos saltado un par de veces, pero no muy a menudo. Sin
embargo, Greg me ha dicho que quizás esta sea la última vez por una
temporada
—concluyó Katya mirando a su esposo.
Lena lo miró también.
—¿Y eso por qué?
—Seguramente irá a la planta casi todos los sábados, al menos hasta que se
sienta familiarizado con todo aquello.
Lena asintió. Sin duda, Greg iría también casi todos los domingos. En
ese momento supo que, por sólido que fuese aquel matrimonio, aquel
nombramiento se cobraría un fuerte peaje. Tendría que hablar con él más
tarde, en privado.
—No exageres —fue todo lo que le dijo en ese momento.
—¡Quería cancelar lo de este fin de semana! —se quejó Katya.
—Todo seguirá allí el lunes, Greg —
le dijo Lena—. Mañana me reuniré con Alexey, para aclarar unas
cuantas cosas.
—¿De qué se trata? —quiso saber Katya.
—Nada, Kat, un rollo sobre la cadena de mando —aclaró Lena.
—Basta de hablar del trabajo —dijo la señora Larissa—. Quiero saber
algo sobre ese tal Ivan. ¿Es de fiar?
—Por supuesto que sí, mamá. ¿O es que crees que le buscaría a alguien que
no lo fuese?
—¿Tú? Creí que era cosa de Vlad.
Katya soltó una carcajada.
—¡Vlad no podría hacer de
casamentero ni aunque le pusiesen una pistola en el pecho!
—Parece joven —comentó el señor Oleg.
—Es unos años más joven que Yulia, pero ¿y qué? —dijo Katya inclinándose
hacia él—. ¡Es guapo!
La señora Larissa movió la cabeza de un lado a otro.
—No estoy yo tan segura de que Yul quiera que le busquen a nadie. De
hecho, apuesto a que ahora mismo está deseando estar sentada aquí, con
nosotros.
—Tiene miedo de salir con alguien, mamá, eso es todo. ¡Y eso que Vlad ya
ha amenazado a Ivan con todos los males del infierno si la toca!
La mirada de Lena volvió a cruzar el jardín hasta la otra mesa. Yulia
parecía perdida en sus pensamientos mientras los demás conversaban
animadamente. Al poco rato, alzó la cabeza y sus ojos se encontraron con
los de Lena, quien se quedó sin aliento al ver lo que había en aquella
mirada... o lo que había imaginado ver en ella. Sin embargo, los ojos de
Yulia la miraban francamente, y pudo ver en ellos comprensión, y una
lucidez que la asustó un poco. Poco a poco fue dejando de escuchar las
voces a su alrededor, y de pronto sintió miedo de regresar a casa con Yulia
aquella noche.
Sin embargo, al final descubrió que no tenía por qué preocuparse. Lee Ann
rogó que la dejasen pasar la noche con la tía Yul, y ésta accedió.
Lena se preguntó si Yulia también tendría algo de miedo de pasar la
noche con ella.



CONTINUARÁ...
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Mensaje por Lesdrumm Vie Abr 17, 2015 9:12 pm

OCULTO AMOR




Capítulo 24


Lena aguardó pacientemente en el estudio de Alexey, contemplando con
gesto ausente las fotografías colocadas hasta en el menor hueco posible. Al
parecer, Alexey estaba muy orgulloso de sus nietos. Dio media vuelta, fue
hacia el sofá de cuero y se sentó. Había llamado a primera hora,
prometiendo ser breve, ya que Alexey tenía reserva en el campo de golf para
las once en punto. Mary la condujo hasta el estudio de su marido,
explicando que Alexey acababa de salir de la ducha.
Apoyó la cabeza sobre el frío cuero pensando en Yulia, preguntándose qué
cosas le rondarían por la cabeza esa mañana. No habían podido disponer ni
de un segundo a solas para hablar.
Lena se había ido a su cuarto, cerrando la puerta tras ella, mientras
que Yulia y Lee Ann discutían
apasionadamente sobre qué libro leer antes de irse a dormir. Y esa mañana,
cuando por fin Lena se había atrevido a salir de su dormitorio, ambas
estaban en el sofá, viendo dibujos animados. Yulia la había mirado a los ojos
y le había dicho que el café ya estaba hecho. Lena se llevó su taza a la
mesa y encendió el portátil, pues tenía que responder a varios correos
electrónicos e informar a Ingrid. De vez en cuando observaba a Yulia.
Incluso cuando no estaba mirándola, era consciente de que los ojos de la morena
estaban fijos en ella.
No iban a disponer de tiempo para hablar a solas, ni siquiera por la noche.
Katya pensaba dejarles a Denny al mediodía, y tendrían que cuidar a ambos
niños hasta el día siguiente por la tarde. Y
tal vez era mejor así. ¿Qué le diría, si estuviesen a solas? ¿Qué preguntas le
haría Yulia? No, así era mejor. Lena no estaba preparada para
mantener una charla tan íntima y franca con la ojiazul.
Cuando la puerta se abrió, alzó la vista y sonrió al ver a Alexey Vasiliev con
su atuendo de golf, bombachos incluidos.
—Muy mono.
El bajó la vista y se observó a sí mismo.
—¿Es demasiado?
—No, muy elegante.
—Gracias. Mary dice que estoy muy sexy —dijo, yendo hacia su escritorio
y ofreciéndole con un gesto uno de los asientos destinados a las visitas—.
Siento haberte hecho esperar.
—No pasa nada. Sólo quería repasar un par de cosas, Alexey —explicó
Lena mientras se sentaba, cruzando desenfadadamente las piernas—.
Lo primero es que seguramente me iré la semana próxima.
—¿Tan pronto?
Lena asintió.
—Tengo fechas de entrega... y otras obligaciones allá. Creí que sólo iba a
estar fuera unos días, y ya casi son dos semanas.
Greg dice que recibiste una llamada del abogado de Inessa —añadió
mirándolo fijamente.
Alexey asintió.
—Sí.
—¿No pensabas decírmelo?
—No es nada —contestó él,
haciendo un gesto con la mano—. La verdad es que no quería molestarte
con eso.
—No es ninguna molestia. Prefiero estar advertida de esas cosas, Alexey; así
no me asaltarán por la espalda más tarde.
—Por supuesto —dijo él, asintiendo de nuevo—. Tu padre era igual en eso,
pero yo intentaba no abrumarte demasiado. Además, no hay de qué
preocuparse. Tu madre ha presentado una demanda ante el juzgado del
distrito para bloquear tus derechos sobre Industrias Katina.
—¿Y no hay de qué preocuparse?
Alexey, tanto tú como yo sabemos que yo no firmé ni a sabiendas ni
voluntariamente esa declaración jurada.
—Sí, pero eso sólo lo sabemos
nosotros dos. Y el juez Crawford dictaminará a nuestro favor.
Lena se inclinó hacia delante.
—¿Cómo puedes estar seguro?Alexey sonrió.
—Hank Crawford y tu padre tenían una relación muy antigua, Elena.
Lena abrió los ojos de par en par.
—¿Mi padre compró a un juez?
—No te sorprendas tanto. Tu padre era muy poderoso. La mayoría de los
políticos locales estaban a su entera disposición, por no mencionar a varios
de San Petersburgo. Dependían de las contribuciones de tu padre para sus campañas.
A cambio votaban a su favor, tanto si era para permitir más talas en los
bosques del estado como para establecer impuestos más bajos para su
empresa, o cualquier cosa por el estilo.
—¡Pero mi padre ha muerto!
—Era un hombre de negocios muy astuto y brillante. Ya hace mucho que el
juez Crawford sabe de tu existencia y de tu relación con Industrias Katin.
Tu padre se aseguró de ello. Todos lo saben, y también que, si dan un paso
en falso, las ayudas se acaban. Saben perfectamente que yo me ocuparía de
eso.
Lena se puso en pie y comenzó a pasear de un lado a otro.
—¡Dios santo, Alexey, esto es como la mafia o algo así!
Alexey se echó a reír.
—Puedo asegurarte que tu padre no ha ordenado nunca matar a nadie. Es
una cuestión de dinero, Lena. El dinero proporciona poder, y tu padre
tenía mucho poder.
—Así que mi madre me está
demandando, y el caso será visto por un juez de distrito que dictaminará a
nuestro favor. ¿Y qué pasará después? ¿Puede apelar?
Alexey asintió.
—Claro. Pero no servirá de nada.
—Entonces irá a un tribunal de apelación. ¿Estás diciéndome que, incluso
entonces, ese tribunal dictaminará a nuestro favor?
—Puede salir de este estado e ir a un tribunal de apelación, Lena, y
aun así seguirán dictaminando a nuestro favor.
—Entonces, ¿no debo preocuparme?
—Si existiese algún motivo de
preocupación te lo diría.
—Está bien, confío en ti.
Lena pasó los dedos por el cuero del sillón de las visitas,
preguntándose cómo abordar el tema de Greg. Tal vez lo mejor sería
hacerlo directamente.
—Alexey, no le ocultes nada a Greg,
¿vale?
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que ahora es él quien está a cargo de la empresa,
simplemente.
Mantenlo informado, Alexey.
Especialmente cuando yo me haya ido.
No quiero que haya secretos.
—Está bien, por supuesto —
contestó Alexey, asintiendo.
Lena apoyó ambas manos sobre el escritorio y se inclinó hacia
delante.
—Sé que crees que no es más que un loco de la informática y que no
debería haberlo nombrado presidente. Pero confío en él, Alexey. No es
alguien que sólo piense en sí mismo. Piensa en mis intereses, y en los de la
empresa. Y ¿sabes por qué? Porque se preocupa
sinceramente por esta empresa, Alexey, y si nos descuidamos estará allí siete
días a la semana, intentando hacerlo todo lo mejor posible.
—Ha recibido un muy sustancioso aumento de sueldo, Lena. No creas
que la señora Scott no se lo ha hecho saber a todos. Seguro que los demás
estarán bastante sorprendidos por esa subida.
—¿Y crees que Greg no es
consciente de que todos lo saben ya? Por eso estoy segura de que estará allí
siete días a la semana, tratando de ganarse ese sueldo.
Alexey asintió.
—Buena jugada. Así que él trabajará más y mejor que todos los demás, y
éstos acabarán por respetarlo y confiar en él. ¡Y
dices que no tienes ni idea de cómo llevar un negocio! Buena jugada.
—Gracias. Pero no dudo que Greg haría lo mismo si le hubiese ofrecido
tan sólo la mitad. Bueno —añadió, tomando asiento de nuevo—, ¿hay algo
que deba saber sobre el banco, o esa parte funcionará bien por su cuenta?
—Eso está garantizado. Tu padre le dio plenos poderes al señor Spencer.
—¿Y es de fiar?
—Completamente. Tu padre lo
compensó generosamente, igual que hizo conmigo, de modo que no había
otra alternativa que ser de fiar. Dejó aviso de que el señor Wells, el actual
director, querría reunirse contigo. No es más que una formalidad, estoy
seguro.
—Esta vez no, Alexey. Tal como acabo de decirte, me marcho la semana que
viene. No sé cuándo podré regresar, pero, si algo sucede, sabes dónde
localizarme.
Ahora también tengo una cuenta de correo electrónico en la empresa. Me
gustaría que me mantengas al corriente de todo, Alexey.
—Naturalmente.
Lena asintió y se puso de pie.
—En fin, supongo que todo está ya bajo control. No quiero que pierdas la
hora que has reservado en el campo de golf.
—Gracias. Hace un día maravilloso para jugar al golf. Dicen que la semana
próxima lloverá casi todos los días.
—Entonces te dejaré marchar ya.
—Una cosa más, Lena. No
hemos hablado de finanzas.
—¿Finanzas?
—Las cuentas personales de tu
padre, que estaban a nombre de la empresa. Tenemos que traspasártelas.
¿Dispones de un censor jurado de cuentas? Tal vez pueda recomendarte yo
alguno.
—Tengo ya uno, sí.
—Estupendo. Diles que me llamen.
Lena quedó un momento en silencio.
—¿No deberíamos esperar a que el juez dicte sentencia, para estar seguros?
Alexey negó con un gesto.
—No ha ordenado ninguna
suspensión cautelar, ni lo hará. Somos libres de hacer operaciones, como si
fueses ya la propietaria reconocida. No hay de qué preocuparse, Lena.


CONTINUARÁ...


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Mensaje por Lesdrumm Dom Abr 26, 2015 7:23 pm

Hola de nuevo yo aquí con mas de esta historia, espero les guste.  Smile


OCULTO AMOR




Capítulo 25


Yulia se quedó parada ante el microondas, viendo cómo daba vueltas la
bolsa de palomitas y preguntándose por enésima vez dónde se habría
metido Lena. Se había ido de casa antes de las diez, sin apenas
despedirse. Echó un vistazo al reloj e intentó no preocuparse. Eran casi las
cuatro. Seguramente habría llamado si estuviese en apuros.
Pero no lo estaba, eso ya lo sabía. Lo más probable era que la pelirroja la
estuviese evitando, evitando la situación creada y el posible conflicto,
igual que había hecho en el instituto.
—¡Maldita testaruda! —susurró.
Ojalá hubiese mantenido la boca cerrada, la noche anterior; sin embargo, la
expresión que pudo ver en los ojos de Lena, el anhelo que vio en ellos,
estuvo a punto de romperle el corazón, y deseaba hablar con ella sobre el
tema, averiguar qué era lo que le rondaba por la cabeza.
Y a la vez también temía eso que le rondaba por la cabeza a su amiga. Una
cosa era darse cuenta de que la atracción que había sentido entonces por
Lena era más que amistad y que bordeaba...
¿bordeaba? la atracción sexual, y otra muy distinta era verbalizar como
adulta esos sentimientos, darles rienda suelta. Yulia se aferró a la encimera
de la cocina y cerró los ojos. Y si Lena pensaba lo mismo,
¿qué sucedería? ¿Saldría a la luz de repente algo que debería haber sido
discutido quince años atrás? ¿Sucedería de pronto algo que debería haber
sucedido entonces? 
El pitido del microondas la sacó de sus meditaciones. Abrió la puerta y
sujetó con cuidado el borde de la bolsa. Vertió las ardientes palomitas en
dos cuencos y los llevó hasta la sala. Lee Ann y Denny estaban en el suelo,
con la mirada fija en la televisión. Yulia se lo había permitido, porque Katya
no solía dejar que los niños la viesen. Al tener Lee Ann casi siete años y
ser Denny sólo trece meses más joven, sus gustos eran casi idénticos. Yulia
echó un vistazo al montón de películas Disney que había alquilado,
esperando que les durasen toda la noche.
—Aquí tenéis, palomitas.
No consiguió más que un «gracias, tía Yul» de Lee Ann. Denny tomó su
cuenco sin decir palabra ni despegar los ojos de la pantalla.
Normalmente se habría sentado en el sofá y leería mientras ellos veían las
películas, pero no conseguía relajarse.
Como Lena no apareciese pronto, se vería obligada a llamarla al móvil,
algo que no deseaba hacer.
** *
Lena condujo lentamente,
dando largos rodeos por las calles de la ciudad. Le costaba regresar a casa
de Yulia, y por eso había permanecido fuera tanto tiempo como pudo.
Había estado en el aserradero, sólo por ver la actividad que había allí los
sábados. También llegó a ir hasta la Poza Azul, en un arranque, recordando
la época en que Yulia y ella se aventuraron a ir a nadar a aquel lugar
prohibido. Era una antigua cantera de caliza que ahora estaba
completamente vallada. En los viejos tiempos, aquella agua de un azul
purísimo parecía llamarlas en las ardientes noches de verano. Nadie se
atrevía a intentar penetrar en la propiedad durante el día, pero, por la
noche, los chicos solían dejar el coche en el viejo camino de tierra y hacer
autoestop para cubrir el kilómetro escaso que quedaba hasta la poza. El
agua estaba límpida y fría. Y
también muy profunda: era raro el verano que no se ahogaba nadie en la
Poza Azul.
Ahora regresaba, cruzando Chistye Prudy aquel día de finales de primavera,
anormalmente cálido. Sin embargo, disfrutaba de aquella temperatura. En
Monterrey, abril seguía siendo un mes muy húmedo, frío y neblinoso.
Tenía que admitir que echaba de menos las flores y el verdor de Moscú.
La casa de Yulia apareció ante su vista, y Lena notó que un
nerviosismo adolescente se apoderaba de ella. Quince años atrás no estaba
preparada para hablarle a Yulia de aquello, y ahora desde luego que
tampoco. Sin embargo, desde la noche anterior, cuando admitió haber
estado celosa de Pavel Sidorov, celosa de que él besase a Yulia... después de que
La morena admitiese que había tenido celos de Andrey, ya no había otra
alternativa que hablar de ello. Y Lena pensaba comportarse esta vez
como una adulta. Se había acabado lo de esconderse.
—Sí, tan adulta que has estado conduciendo por todo Moscú 
durante las últimas cinco horas —
murmuró para sí misma.
Pero no: estaba decidida a contarle a Yulia lo de su tonto enamoramiento
cuando ambas eran adolescentes. Le contaría cómo... cómo fueron sus
sentimientos por Yulia los que la hicieron darse cuenta de que era lesbiana.
Con un poco de suerte, esto no la pondría fuera de sí, y podrían hablar de
ello, reírse juntas y seguir adelante.
La ojiazul alzó la vista cuando oyó que se abría la puerta de la cocina. Con el
ruido de la película no había oído subir la puerta del garaje. Lena rodeó la
barra, y se detuvo cuando sus miradas se encontraron.
La morena le dedicó una titubeante sonrisa.
—¿Todo bien?
—Sí, claro —contestó la pelirroja desviando la mirada—. Sólo... decidí
conducir un rato.
Yulia cerró la revista que había estado sosteniendo en la mano, que no
leyendo.
Se puso en pie y fue hacia Lena. Los niños no habían despegado los ojos
de su película, pero Yulia siguió hablando en voz baja.
—¿Has comido algo?
Lena negó con un gesto.
—Con los niños, el menú habitual es pizza.
—Me vale.
Yulia volvió a mirar hacia los niños y después le sujetó suavemente el brazo.
—He pensado que tal vez cuando estén atendidos podríamos hablar —dijo
encogiéndose de hombros—. Podríamos ir a mi habitación y fingir que
estamos viendo una película.
Sin dejar de mirarla a los ojos, Lena sintió todo el nerviosismo que
juraría haber dejado fuera de la casa.
Asintió, intentando hacer caso omiso de la cálida mano posada sobre su
piel. Sí, tenían que hablar.
—Bien. Deja que llame a la pizzería.
—Voy a darme una ducha rápida —
dijo la pelirroja huyendo hacia su cuarto.
Se quedó apoyada contra la puerta durante varios minutos, intentando
calmar el agitado latido de su corazón.
Nunca conseguía estar junto a Yulia sin desear tocarla... besarla.
«¡Dios santo, contrólate!»
—Lee Ann, ya sabes cómo funciona el mando a distancia —dijo Yulia desde
el umbral de su puerta. 
—Nosotras también queremos ver una película, y eres demasiado pequeña
para verla tú —añadió con una amplia sonrisa, intentando calmar a los
niños, pues le habían suplicado a su tita Yul que se quedase con ellos.
—¿Puedo tomar más pizza?
—Come toda la que quieras.
¡Oh, Katya iba a matarla!
Lena estaba de pie junto al lecho, sin saber muy bien qué hacer, con los
ojos abiertos como platos. Yulia estuvo a punto de soltar la carcajada al
verla tan nerviosa.
¡Jesús, cualquiera pensaría que le tenía miedo o algo así!
—Escoge un lado —dijo Yulia, y a continuación le mostró dos DVD—.
¿Alguna preferencia?
—No, da igual.
Yulia tomó uno al azar. Daba igual, si no iban a verlo. Iban a hablar, y la ojiazul
deseaba que hubiese algún ruido de fondo. Fue hasta su armario y, después
de sacar dos almohadas más del estante alto, las tiró acto seguido sobre la
cama.
—-Cuando éramos pequeñas
teníamos al menos seis almohadones —
recordó.
Acercó las copas y la botella de vino hasta el lecho, antes de añadir:
—-Claro que entonces no
tomábamos vino.
—-Tomábamos Doctor Pepper —
aclaró Lena.
Yulia se echó a reír.
—-Sí, y te ponías bien gruñona si intentábamos servirte cualquier otra
cosa.
Lena ahuecó las almohadas tras ella, intentando relajarse. Se quitó
los zapatos con un gesto brusco y escondió los pies, envueltos en
calcetines, bajo los vaqueros. Se alegró de que su mano no temblase
cuando Yulia le sirvió vino en la copa.
—-Por cierto, Katya no te ha hablado de Ivan, ¿verdad?
—-¿Qué quieres decir?
—-Cuando vino a dejar a Denny, me hizo un montón de preguntas sobre
cuáles eran mis planes para las próximas semanas. Creo que está tramando
algo.
—Está convencida de que Ivan es el hombre perfecto para ti.
—¿Perfecto? ¡Tiene veintisiete años!
¡Vive en Novosibirsk! ¿En qué está pensando?
—Tan sólo se preocupa por ti, Yulia.
Me dijo que odia verte tan sola.
—Y no es capaz de entender que es por elección y no por mala suerte —
contestó la morena.
—¿Es cierto eso?
Yulia asintió.
—He tenido varias propuestas. Y si me hubiese atraído alguno de ellos
habría aceptado. Pero ninguno me provocó ni el más mínimo interés.
—¿E Ivan?
—Ivan tampoco —replicó Yulia.
A continuación se volvió hacia Lena y esperó a que ésta la mirase a los
ojos antes de preguntar:
—¿Por qué no me lo dijiste?
Lena tragó saliva. Vaya, a la porra los temas intrascendentes.
—¿Y qué podría haberte dicho, Yul?
—De verdad, Lena, nada ha
cambiado. Sigues pudiendo hablar conmigo de esto.
Lena movió la copa de un lado a otro y se quedó mirando cómo
giraba el vino dentro de ella. Respiró hondo y cerró los ojos.
—Está bien, cuando estábamos en el instituto me enamoré de ti como una
idiota. ¿Es eso lo que querías oír?
Abrió los ojos cuando notó que una cálida mano se entrelazaba con la suya.
—¿Por qué como una idiota?
—Porque al principio no sabía ni qué hacer con ese sentimiento, ni lo que
significaba. Éramos amigas, se suponía que no debía sentir eso por ti.
Cuando...
cuando por fin acepté que era lesbiana, me dio miedo estar contigo.
—¿Tenías miedo de lo que podrías hacer?
—¡No! Ya te dije que nunca se me ocurriría tocarte, Yulia —dijo Lena
desviando la mirada—. Tenía miedo de que te enterases, eso es todo, y de
que tú me tuvieses miedo a mí. No podía soportar la idea de que dejásemos
de ser amigas.
—Yo nunca habría dejado que eso sucediese, Lena.
—Eso no lo sabes. Ahora puedes decirlo, pero entonces no éramos más que
unas crías. No sabes qué habrías hecho si yo te hubiese dicho que era
lesbiana... y que me gustabas —concluyó Lena en un susurro.
—¡Oh, Lenok!
Yulia posó la mano sobre la rodilla de Lena y la frotó suavemente.
—Tienes razón —continuó—. No sé qué habría hecho. Pero tal vez así
hubiese entendido muchas más cosas entonces.
Yulia apretó la rodilla de su amiga, aguardando hasta que ésta alzó la vista
hacia ella para seguir hablando:
—Ayer noche, cuando me mirabas, tenías la misma expresión que vi tantas
veces en aquella época.
—Lo siento.
—¿Por qué tienes que sentirlo, Lena? Dijiste que tenías celos de Pasha. Entonces no me di cuenta, pero ahora sí. Y yo también estaba celosa,
de Andrey.
Ahora fue Yulia la que apartó la vista y comenzó a juguetear con la copa de
vino mientras hablaba:
—Creí que tenía celos porque Andrey me estaba robando un tiempo que
podría haber pasado con mi mejor amiga.
Yulia alzó la vista, atreviéndose a mirar a Lena a los ojos.
—Pero ese no era el verdadero
motivo de mis celos —admitió en voz baja—. Estaba celosa porque era él
quien estaba contigo.
Lea no supo que decir, de modo que no dijo nada.
Yulia carraspeó y se humedeció los labios, que de pronto se habían quedado
secos.
—¿Por qué nunca intentaste siquiera besarme? —consiguió preguntar en
un susurro.
Cuando sus ojos verdigrises se
encontraron con los azules de su amiga, como en un espejo, Lena sintió que
le costaba respirar. El corazón le latía con tal fuerza que estaba segura de
que Yulia podía oírlo. Bajó la mirada hasta aquellos labios que cuando era
adolescente imaginó besar mil veces. Y allí estaban ahora, quince años más
tarde, sentadas sobre la cama de la morena, y aquellos labios que había deseado
tan desesperadamente, a sólo un suspiro de distancia. El deseo de
Lena estaba en pie de guerra, y tuvo que luchar duramente para
mantener el dominio sobre sus sentidos. Su error fue dejar que los azules
ojos de Yulia se apoderasen de los verdigrises suyos. En ese momento vio algo que no
había podido ver de niña: en los ojos de su amiga brillaba un anhelo igual
al suyo.
—¡Sí! —susurró Yulia.
De los labios de Lena se escapó un gemido ante la mera idea de
besarla.
Sin más palabras, se inclinó hacia ella, consciente de la entrecortada
respiración de Yulia, del pulso que podía ver latir agitadamente en su
garganta. Comenzó a cerrar los ojos mientras...
—¿Tía Yul?
Se apartaron la una de la otra con gesto culpable, respirando tan
agitadamente como si acabasen de participar en una carrera. Yul cerró los
ojos un momento, con la mano apoyada en el pecho.
«¡Dios santo!»
Antes de que pudiese hablar, Lee Ann estaba ya encaramándose al lecho,
entre ambas, ignorando por completo lo que acababa de interrumpir.
—La peli se acabó, y Denny se ha dormido.
—Ah, ¿sí?
Yulia alzó la vista por fin y se atrevió a mirar a Lena. El deseo que había
visto en aquellos ojos casi había desaparecido, y su lugar lo había ocupado
la aprensión... y tal vez el arrepentimiento.
La pelirroja se puso en pie y recogió sus zapatos.
—La verdad es que yo también estoy bastante cansada. Creo que voy a dar
por terminada la velada.
Yulia asintió, temerosa de hablar. No podía suplicarle a Lena que siguiese
levantada hasta que los niños se hubiesen dormido, rogarle que concluyese
aquel beso apenas comenzado.


CONTINUARÁ...
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