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Mensaje por andreavk Jue Mayo 14, 2015 4:50 pm

Hola, aquí con una nueva Adaptación

Capítulo uno
 
Celebración del décimo aniversario de la promoción del instituto de Roheibeth.
A Lena le pareció un buen plan. Todo iba muy bien hasta que notó un hormigueo en el clítoris. En cuanto ocurrió tal cosa, mejor le hubiera sido olvidar viejos demonios y mandar al infierno la celebración del décimo aniversario de su instituto. Disfrutaba de buena posición, había montado su propio negocio al licenciarse en la universidad y se había reinventado mental y físicamente. ¿Qué le importaba que aquella gente se enterase de lo bien que le había salido todo? Se había pasado más de una hora entre ellos sin que nadie la saludase. Sí, los vio murmurar mientras intentaban identificarla.
Y le pareció que uno de ellos, un tipo bajo y rechoncho, con pecas en la nuca y unas gafas que parecían de saldo, la reconocía.
A Lena no le molestaba que no la reconociesen y que no la saludasen. La mujer del de pelo largo y pelirrojo, con un vestido negro corto y zapatos de tacón a juego, era muy distinta a la chica de cortos cabellos, flaca y en mala forma física de diez años antes. Lena no se había puesto un vestido o una falda hasta su segundo año en la universidad, y por eso le gustaban tanto. Se sentía como si se hubiese disfrazado. En realidad, no le hacía falta disfrazarse para asistir a una reunión del instituto. Si les hubiesen preguntado una semana después de graduarse, dudaba que ninguna de aquellas personas hubiese identificado a Lena Katina en una rueda de reconocimiento.
 
Se había refugiado en un rincón, donde, con la espalda apoyada en la pared, se dedicaba a observar a personas, a las que apenas reconocía, que se dirigían con aire nervioso al gimnasio. El hormigueo en el clítoris comenzó cuando vio en la entrada a una deslumbrante morena vestida con una camisa blanca y pantalones negros. A Lena la sorprendió su excitación. «Es increíble. Nada durante meses y de repente se despiertan todos mis sentidos al ver a Julia Volkova, precisamente.» Lena ignoró su tendencia a esconderse tras el pelo y la miró sin disimulo.
La foto que le habían dado de Julia Volkova no le hacía justicia. En la imagen no se veía su aire de confianza al inclinarse para dar su nombre a la mujer de la mesa de inscripciones. Una foto no podía acelerar el corazón de Lena como se aceleró al ver la sonrisa de Julia mientras se ponía su etiqueta identificativa. Julia dijo algo a la esposa del antiguo delegado de su clase mientras se colocaba la etiqueta en la camisa, sobre sus generosos pechos. « ¡Oh, Dios, ayúdame! ¿Cómo había olvidado algo así?» Lena recordaba que los pechos de Julia eran más pequeños que los suyos.
 
No era plana, ni mucho menos, pero estaba muy lejos de aquel par perfecto que Lena tenía ante sí. « ¿Un par perfecto? ¿Qué diablos...? No olvides con quién tratas y por qué estás aquí.»
Julia sonreía y hablaba con la gente que se le acercaba, pero sin integrarse en ningún grupo. De vez en cuando alzaba la cabeza y recorría el lugar con la vista, como si estuviese buscando a alguien o creyese que la observaban. Lena apretó la mandíbula y se apartó de la pared, pero dejó de moverse cuando Julia la miró. La sonrisa que adornaba la cara de Julia desapareció. A Lena se le aceleró el pulso mientras miraba a los ojos de la única persona que esperaba que la recordase. Desde aquella distancia Lena notó que el rostro de Julia cambiaba de color. « ¿Se había ruborizado?» La Julia que ella recordaba nunca se ruborizaría. Lena se dio cuenta de que estaba muy excitada, a pesar de que hacía mucho tiempo que no sentía algo tan intenso. Julia no hizo ademán de dirigirse a ella, pero, a juzgar por su reacción, era evidente que la había reconocido. El plan, si realmente tenía alguno, se había ido al garete. No sentía lo que había esperado sentir. ¿Dónde estaban la furia y la justa indignación?

— ¿Lena Katina? ¡Eres la última persona del mundo que esperaba ver en esta farsa!
De mala gana, Lena desvió la vista de Julia para fijarse en un par de alegres ojos grises. El brillante cabello de color negro era nuevo, pero la expresión traviesa bastó para que Lena reconociese a Lara Coulter, su compañera de laboratorio en el instituto y miembro, como ella, del grupo menos popular.
— ¡Qué vestido tan bonito, Lena! ¿Tú también te has operado?
— ¿Operado? —Lena se miró los pechos —. No, son míos.
— ¿De verdad? —Lara se acercó a ella y miró el interior del escote—. Preciosos, pero no me refería a ellos, sino al LASIK. ¿A qué es lo mejor para no tener que seguir usando gafas bifocales?
—Sí, es fantástico. —Lena estiró el cuello para localizar a Julia, que se había escondido en alguna parte. Lena se centró entonces en Lara y se relajó al darse cuenta de que su amiga había cambiado mucho en un sentido y muy poco en otro. El carácter teatral de Lara se había desarrollado. Llevaba el brillante pelo negro recogido en lo alto de la cabeza y completaba el peinado con unos largos pendientes de margaritas multicolores. Milagrosamente, Lara había logrado encontrar un vestido que tenía casi todos los colores de los pendientes. Cuando estudiaba en el instituto, su pelo era demasiado café, a juego con su sombra de ojos y el lápiz de labios. Siempre había llamado la atención, pues era la única estudiante gótica de la clase. Lena no entendía por qué la habían invitado. Su único afán había sido no desentonar, aprobar y pasar totalmente inadvertida. Lo había conseguido en gran parte, salvo con Julia Volkova. Lena se inclinó para dar a Lara «el abrazo de niña buena con el cuerpo separado», pero Lara la rodeó con los brazos y la besó directamente en la boca. Lena parpadeó y retrocedió. — ¿A qué ha venido eso? Lara se encogió de hombros.
—Siempre me he preguntado cómo sería besar a una mujer, y tú eres una de las pocas lesbianas que conozco. Lena torció el gesto. — ¿Cómo sabes que soy lesbiana? Lara arqueó las expresivas cejas y Lena reparó en que también se las había teñido. — ¿Acaso no lo eres? Lena suspiró.
—Sí, claro, pero ¿cómo...? Lena percibió un movimiento por el rabillo del ojo y se volvió. Julia estaba muy cerca, con una extraña expresión en el rostro. ¿Había visto cómo la besaba Lara?
Y si lo había visto, ¿qué? Lena se sintió angustiada por una pregunta para la que no tenía respuesta. Recordó haber experimentado una sensación similar en el instituto, en las escasas ocasiones en las que había hablado con Julia. Con gran alivio vio que alguien se ponía delante de Julia e impedía el contacto. —Vaya, antes odiabas el gimnasio y ahora parece como si vivieras en él. — ¿Qué? Ah, sí, hago un poco de ejercicio. —Ya, un poco. Yo apenas aguanto Tres minutos de abdominales. Me gusta tu peinado. El los rizos te sienta de maravilla, pero podrías hacerte unas mechas. Toma mi tarjeta. Vives en Portland, ¿no? —Lena asintió—. No hace falta que pidas cita. ¿Cuándo vuelves a casa? —Aún no lo he decidido. Pensaba quedarme el fin de semana. — ¿En Roheibeth? ¿Y para qué? Yo regreso a Portland mañana temprano. Lena iba a dar la misma explicación que había dado en su empresa sobre la necesidad de tomarse unas vacaciones, pero su atención se centró de nuevo en Julia. La recordaba como una figura amenazante y nunca habría imaginado que se convertiría en una mujer tan hermosa. Lena reconoció la sonrisa. Jamás se la había dedicado a ella, pero la forma de mirar, de ladear la cabeza mientras escuchaba, incluso la blancura de sus dientes le resultaban familiares. Era como si los años se hubiesen esfumado y ambas estuviesen otra vez en el instituto. — ¡Caray, qué guapa es! —susurró Lena. Lara siguió su mirada hasta la pareja que mantenía lo que parecía ser una conversación íntima en el centro de la estancia. —Sí que lo es. Lena miró a Lara y, luego, a Julia. —Parece como si ese tipo se le fuese a echar encima. — ¿No estará perdiendo el tiempo? Siempre creí que era homosexual. Lena no miró a Lara cuando respondió: —Está casada. — ¡No me digas! ¿Estás segura de que 
no es lesbiana?


«Ni la menor idea.» Lena se esforzó por no manifestar su irritación.
¿Cómo se había enterado Lara de algo así, y ella no? En el instituto siempre había pensado que Julia era heterosexual. Nunca se la había imaginado teniendo ningún tipo de relación, a menos que se contasen como tal las burlas, los empujones y las malas caras. Diez años antes había dos clases de alumnos en el instituto de Roheibeth: los maltratadores y los que llevaban el dinero de la comida en dos bolsillos, para que así les quedase algo con que comprar una bolsa de patatas fritas.
Julia Volkova era su maltratadora, su torturadora, la única persona que no había logrado arrinconar en lo más profundo de su memoria a pesar de los años transcurridos. —Chica, bebía los vientos por ti — comentó Lara. — ¿Por mí? La expulsaron por mi culpa, ¿te acuerdas? Me odiaba, y el sentimiento era mutuo. —Creo que ahora se te presenta la ocasión de hablar de ese sentimiento mutuo. Viene hacia aquí. A Lena se le paralizó la lengua antes de responder. En efecto, Julia iba hacia ellas. Su mirada directa no dejaba lugar a dudas: tenía un objetivo, que era
Lena. —Me ha encantado verte. Espero que mantengamos el contacto. Hasta luego. Lena iba a decirle a Lara que no se marchase, pero su amiga ya se había perdido entre la multitud, ebria y tambaleante. Lena miró hacia la derecha, sonrió, saludó a alguien que no conocía y procuró disimular su nerviosismo. ¿Por qué tenía tanto miedo? Había pasado mucho tiempo y las cosas habían cambiado. Ella había cambiado. Ya no era una adolescente flacucha y torpe, atormentada por una agresora mucho más fuerte e increíblemente alta. —Hola, Lena. Seguro que no te acuerdas de mí, pero... —Claro que me acuerdo —se apresuró a decir y le sorprendió la frialdad de su propia voz. Julia se puso pálida cuando Lena añadió—: ¿Crees que diez años bastan para olvidar todo lo que me hiciste? Julia torció el gesto. —Vaya..., no me refería a eso. —Oh, ¿creíste que me había olvidado de lo horrible que fue para mí el instituto por tu culpa? —Tampoco me refería a eso. Esperaba que me dejases darte una explicación.
 
Alguien chocó con Lena, haciendo que le salpicase el ponche de la copa que tenía
En la mano. Julia la sujetó por los brazos para que no cayese. La reprimenda murió en los labios de Lena, interrumpida por la mirada asesina que Julia lanzó a la persona que la había empujado. A Lena le pareció oír una dócil disculpa y Julia bajó la vista, más calmada. Se sorprendió al reparar en que aún seguía sujetándola por los brazos, pero tardó unos segundos en soltarla. —Lo siento.
Lena le habría preguntado «¿por qué?» si hubiese sido capaz de hablar. Se puso colorada de la cabeza a los pies. Aquello no tenía que ser así. Había pensado echarle en cara a Julia todas las cosas horribles que le había hecho. Quería demostrarle que no era la chica flacucha y blandengue de otro tiempo; y, sin embargo, se estaba comportando como una adolescente loca de amor. «No, no, nada de loca de amor. ¡Qué desafortunada combinación de palabras.» — ¿Podemos ir a algún lado y hablar unos minutos, por favor? Lena estudió a la mujer de aspecto serio que tenía delante y se le ocurrieron unos cuantos comentarios mordaces, ninguno de los cuales afloró a su boca.
Lo que más la impresionó fue el «por favor». Lena jamás habría imaginado que oiría esa palabra en labios de Julia Volkova, y mucho menos dirigida a ella.

Julia se mordió el labio inferior, un gesto insignificante e inocente que Lena no habría notado si no estuviesen tan cerca la una de la otra para hacerse oír por encima de la estruendosa música.
En la mente de                 Lena anidó una idea familiar: «Sus ojos son azules. Si no fuesen azules, serían del color negro más oscuro que existe». —Te concedo dos minutos —dijo Lena con severidad—. Pero creo que pierdes el tiempo. Julia soltó un audible suspiro. — ¿Qué te parece allí? —preguntó.
Lena siguió la mirada de Julia hasta una puerta que daba al vestuario de chicas y se le erizó el vello de los brazos. Debía de estar bromeando. ¿Acaso había olvidado que el vestuario era el último sitio en el que se habían visto antes de que se desatase la catástrofe? ¿Era otro tipo de asqueroso acoso entre adultos? ¿Fingir que no sabes que estás provocando que los malos recuerdos se agolpen en la cabeza de la otra persona? Muy bien. Si quería jugar, jugarían. Lena asintió con la cabeza y se dirigió rápidamente al vestuario. «No tienes ni jodida idea de con quien estás jugando.» Lena empujó las puertas de vaivén del vestuario, se volvió y esperó con los brazos cruzados y las piernas firmes. Julia entró y se detuvo bruscamente al verla a escasos metros de la entrada.
—Di lo que tengas que decir —apremió Lena, encantada de parecer más segura de lo que se sentía. —En primer lugar, quería decirte que estás estupenda. Lena se habría quedado boquiabierta si la sorpresa no la hubiese dejado sin expresión. ¿Qué demonios era aquello? ¿Un cumplido? — ¿Me has pedido que venga aquí para que te cuente mis trucos de belleza? —No, yo... yo...  ¿Otra vez el rubor? ¿Y el tartamudeo? Aquella mujer era buena, realmente buena. —No creo que vinieses para algo así. Lena había pensado no asistir a la reunión al menos media docena de veces. En el último momento alquiló un coche y condujo tres horas desde Portland. Se le ofrecía una oportunidad de oro de demostrar a Julia Volkova cuánto se había equivocado. Era una mujer de éxito, no una «insignificante don nadie», como había oído que Julia le decía a una de sus amigas. Se fue de su ciudad y llegó a ser alguien. Ya no era la rarita aterrorizada que se escondía detrás de su melena, al fondo de la clase. Quería restregarle todo aquello a Julia por las narices, y si de paso podía sacarle algún trapo sucio, mejor que mejor.
Pero la mujer que tenía delante no se parecía nada a la muchacha que había conocido.
Oh sí, existía una similitud, pero los espesos cabellos negros no estaban recogidos en una austera cola de caballo o en rastas, y el uniforme escolar de Julia, consistente en vaqueros flojos y sudaderas, resultaría incongruente en un cuerpo tan bien formado. No obstante, seguía siendo Julia Volkova, la chica que la había llevado a empujones hasta los vestuarios sin previo aviso y la había llamado flaca y fofa, endiñándole el dolorosamente acertado calificativo de flaca/fofa.
Lena sintió un escalofrío y se frotó los brazos para entrar en calor. Los ojos de Julia repararon en el gesto, se detuvieron brevemente en los pechos de Lena y se posaron en su rostro. No era la primera vez que Lena veía a una mujer heterosexual admirando sus pechos. Pero la expresión que captó fugazmente en la cara de Julia no tenía nada que ver con la valoración de los supuestos atributos de su oponente. Deseo. Antes había albergado ciertas dudas sobre la sexualidad de Julia, pero se disiparon en aquel momento. Se le endurecieron los pezones, y tendría que quitarse las reducidas braguitas que llevaba si quería estar cómoda el resto de la velada. « ¿Es eso? ¿Me pongo como una moto porque una mala pécora del pasado me mira de reojo? Es increíble.» —Estoy aquí, y tus dos minutos casi se han acabado —dijo Lena, a la defensiva. —Siento mucho haberte tratado tan mal cuando éramos pequeñas. La sorpresa la dejó sin habla. No esperaba una disculpa tan rápida y, al parecer, sincera. —No éramos pequeñas. Yo tenía diecisiete años. Y tú... ¿diecinueve? —No, éramos de la misma edad. Tal vez te llevo unos meses, pero... En ese momento fue Lena la que dudó: —Me habían dicho que... — ¿Iba retrasada? ¿Y te lo creíste? — Julia sonrió—. Era mentira. Antes de que mis padres se trasladasen aquí, vivíamos junto a la frontera de Tijuana. Allí era fácil conseguir documentos de identidad falsos, y la edad mínima para consumir alcohol en Tijuana eran los dieciocho años. — Julia se encogió de hombros—. De ese modo hice amigos rápidamente, comprándoles tabaco. Si me preguntaban las cajeras, les decía que iba retrasada. El rumor se extendió y la gente creyó que yo era una delincuente perversa que había perdido cursos mientras estaba en el reformatorio. Y yo seguí el rollo. —Tú... ¿lo seguiste? Entonces tienes...

—Veintiocho años, igual que tú. —Yo tengo veintisiete —la corrigió Lena, con mala cara. Julia respondió en tono burlón, pero con aire amable y divertido. —De acuerdo, tú ganas. Soy más vieja. « ¿Qué diablos era aquello? ¿Ahora nos dedicamos a jugar?» No, no se dedicaban a jugar, sino a flirtear. Julia Volkova  estaba flirteando con ella, y ella le correspondía. No podía ser. De ninguna manera. —En efecto. Se te ha acabado el tiempo. Me alegro de verte y todo eso que se dice. Lena pasó rozando a Julia y estaba a punto de abrir la puerta cuando una mano la sujetó por el brazo. Lena lo retiró como si la hubiese tocado un hierro candente y giró en redondo con el puño cerrado, más a modo de advertencia que con verdadera intención de pegar. —No te atrevas a tocarme. Ahora devuelvo los golpes —escupió las palabras con más violencia de la que merecía la mano que delicadamente la estaba reteniendo. Julia retrocedió. No le habría sorprendido que Lena le propinase un puñetazo para subrayar sus palabras. —Jamás te haría daño —dijo Julia, y sus palabras sonaron de un modo tan posesivo que Lena se sintió desorientada y confusa—. Lena, no era mi intención provocar algo así. Sólo quería que me dieses la oportunidad de decirte cuánto lamento todo lo que te hice en aquella época. —Muy bien, pues ya me lo has dicho. ¿Te sientes mejor? Julia se mordió el interior del labio. Lena rozó con la lengua su propio labio en solidaridad y se enfadó al darse cuenta de lo que estaba haciendo. —No. Lo lamento. Estoy segura de que puedes pagar a personas para que te escuchen contar tu jodida niñez. Por mi parte no tengo el más mínimo interés. —El dolor se reflejó en el rostro de Julia, pero Lena se resistió a ceder. —Me gustaría enmendar lo que hice, en la medida de lo posible. —Han pasado años. ¿Ahora qué más da? —Lena observó a Julia. Sus ojos eran más sinceros, su rostro más serio, incluso su estatura parecía diferente de lo que recordaba. Pero había una familiaridad que contrastaba drásticamente con el nerviosismo que transmitía aquella mujer. No recordaba que la Julia adolescente tuviese miedo de nada. Ni que se conociesen tanto. —No sé. Creo que debo hacerlo. — ¿Después de diez años? ¿Qué te ocurre? —Preguntó Lena—. A ver si lo adivino. Has estado a punto de morir y ahora te encuentras en una fase de auto-superación, en la que tienes que disculparte con todas las personas a las que hiciste daño en el pasado. Julia se mostró sorprendida y, luego, se echó a reír. Lena estuvo a punto de imitarla, pero la hizo enmudecer una idea traidora. «Nunca me cansaría de oír su risa.» —No exactamente. Digamos que en mi vida hay alguien que hace que quiera ser mejor persona y que lamente un montón de decisiones que tomé en la juventud. —Debe de ser una persona muy especial. «Especial, rico y hombre», pensó Lena con amargura. Julia Volkova era un fraude. Tan heterosexual como la propia Lena. Los Lazarev tenían razón: Julia no debía haberse casado con su hijo. Julia sonrió y se encogió de hombros, y el orgullo y la lealtad de aquella sonrisa hicieron que Lena se sintiese mezquina y rara. Cuando eran más jóvenes, estaba segura de que su venganza consistiría en ver a Julia sola en una casucha de mala muerte, mientras ella gozaba de popularidad y tenía una familia. Lena se daba cuenta de que trabajaba demasiado y de que apenas tenía vida social. Diablos, aparte de la vida social, hacía seis meses que no mantenía relaciones sexuales y las últimas ni siquiera habían sido gran cosa. Tal vez ahí radicase todo. Estaba excitada y la deprimía que Julia pareciese más equilibrada que ella. —Veo que aún me odias y no quiero que sigamos así. — ¿Y a ti qué te importa? Ya no vivo aquí. Lena hubiese preferido que Julia le respondiese en un tono airado, pero su voz era serena y su mirada firme cuando respondió: —Me importa lo suficiente como para procurar que las cosas mejoren entre nosotras. Me importa mucho más de lo que imaginas. Siempre me importó. —Demuéstralo —replicó Lena, sorprendiendo a Julia y sorprendiéndose a sí misma. — ¿Cómo? —No sé. ¿No dices que te importa? 

Demuéstrame cuánto. — ¿Adónde diablos pretendía llegar con todo aquello? La expresión consternada del rostro de Julia se transformó poco a poco en otra cosa. El deseo que se había apresurado en disimular, regresó. Avanzó lentamente con los ojos clavados en los labios de Lena. — ¿Te parece bien si...?  Lena parpadeó. ¿Por qué le tenía que ocurrir aquello a ella? La orden que había dado a Julia de que no la tocase afloró de nuevo. Tenía que anularla si quería ver adonde las llevaba aquella inesperada atracción. Lena suspiró y asintió con la cabeza.
Antes de cerrar los ojos, notó los labios de Julia sobre los suyos, apremiándolos para que se abriesen. La fuerza que siempre la había asustado la aplastaba en aquel momento contra el torso de Julia. Lena desfalleció, y si no hubiese sido por los brazos y el pecho de Julia, que la sostenían, se hubiese caído al suelo. Lena quería rematar aquel beso y continuar besando a Julia. La decisión se le fue de las manos cuando oyó taconeos y las típicas risitas provocadas por el alcohol. Julia también debió de oír las voces, porque apartó la boca. Parecía como si quisiese decir algo. Lena retrocedió, estremeciéndose al perder el contacto del cálido y excitado cuerpo de Julia. — ¿Confías en mí? —preguntó Julia en un tono implorante. Lena asintió sin pensarlo, sin la menor duda. Los brazos de Julia la rodearon por la cintura, la levantaron y la llevaron hasta una de las duchas. Lena oyó que la puerta se abría en el momento en que Julia la dejaba en el suelo. Se quedó sin aliento cuando su espalda chocó contra los fríos azulejos, segundos antes de que la mano de Julia se posase en su cabeza. Dos mujeres se reían a carcajadas mientras comentaban lo mucho que había envejecido otra. Pero Lena dejó de oír las voces mientras se enfrentaba a la mayor tormenta de su vida. Aunque eso no era del todo cierto. Había visto aquel mismo tornado de confusiones en el rostro de Julia diez años antes. Y entonces, igual que en aquel momento, no había sabido cómo enfrentarse a él.

andreavk

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Fecha de inscripción : 08/02/2015

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Mensaje por RosarioCst Vie Mayo 15, 2015 12:14 am

Fantastico

RosarioCst

Mensajes : 30
Fecha de inscripción : 07/04/2015

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Mensaje por andreavk Vie Mayo 15, 2015 11:01 am

Capítulo dos
 
Flash back
 
Instituto de Roheibeth, 1996. Lena se dirigía al comedor cuando recordó que había olvidado su anuario en el vestuario de chicas. Quería que Beth Hartwell se lo firmase, pero nunca había tenido el valor de pedírselo. En los pasillos del instituto se oían voces femeninas exageradamente agudas y voces masculinas exageradamente graves. Lena suspiró mientras iba hacia el vestuario.
Cuando llegó había una cola muy larga, así que tendría que conformarse con lo que quedase en el comedor, lo cual podía ser una ventaja, dependiendo de cuál fuese el menú del día. Lena odiaba la comida. Le daba la impresión de que todos la observaban y reparaban en el hecho de que comía sola. Aunque no los consideraba amigos, siempre coincidía con otros miembros del club de informática. La mayoría se traía la comida de casa y, por tanto, dedicaban la hora de comer a jugar a Mazmorras y Dragones, sin perder el obligado cuarto de hora en la cola. A Lena también le habría gustado prescindir de la comida, pero su madre nunca iba al supermercado, con lo cual en casa no había nada para comer. El desayuno consistía en lo que estuviese de oferta en el Burger City. Y la cena provenía de la cafetería del otro lado de la calle. A Lena le encantaban las ensaladas de pollo frito con aliño ranchero. El cocinero cuarentón casi siempre añadía más pollo para ella. El recuerdo de la sonrisa lasciva del hombre cuando le entregaba la comida le revolvía un poco el estómago, pero no tanto como ver a Julia Volkova sentada en un banco con su anuario en el regazo, escribiendo algo. — ¿Qué estás haciendo? Es mío. —Las palabras salieron de los labios de Lena antes de que pudiera darse cuenta de su error. La expresión sorprendida de Julia habría resultado graciosa si se hubiese prolongado, pero no duró. Enseguida la sustituyó una emoción que Lena conocía bien: la ira. Julia cerró el anuario de golpe, lo dejó sobre el banco y se levantó con amenazante decisión. — ¿Tuyo? ¿Y cómo sé que es tuyo?  Repuso—. Podría pertenecer a cualquiera. A otra persona que no fuese Julia Volkova, Lena le habría preguntado por qué firmaba un anuario si no sabía a quién pertenecía. Pero Lena no había aprobado los cursos por la cara. —Mi nombre está en la contraportada. Te lo enseñaré. —Se acercó a Julia, rozándole la pierna con la mano sin querer. Julia ahogó un grito y retrocedió. Lena se apartó con las manos vacías. —Lo siento —dijo, aunque apenas la había tocado. Tenía la mala costumbre de disculparse por cosas que no eran culpa suya, sobre todo cuando estaba nerviosa. Julia cogió el libro y lo miró como si no lo hubiese visto antes.
 
—Si es esto lo que quieres, ven a buscarlo. Lena se enorgulleció de dudar sólo un instante antes de extender la mano y coger el libro por el borde. Su idea era hacerse con el anuario, educadamente por supuesto, y salir corriendo de allí. La sonrisa de Julia fue la primera señal de que no iba a ser tan fácil, pero Lena estaba dispuesta a intentarlo. El rostro de Lena puso a Julia sobre aviso, pues de repente sujetó el anuario y lo metió bajo el brazo. —Un momento, ¿y cómo sé que es tuyo? Lena, a punto de llorar, señaló el anuario con la cabeza. —Si lo abres, en la portada verás que pone: «Este libro pertenece a Lena Katina». Oh, vaya. Ésa soy yo. Tengo... —Lena se palpó los bolsillos de los vaqueros— mi carnet de estudiante. —Sé quién eres. — ¿De verdad? Julia asintió, pero no dijo nada. « ¿Por qué está tan nerviosa?» Lena se puso en guardia, por si una de las compinches de Julia salía de detrás de una taquilla y le daba una paliza. En realidad, hasta el momento Julia se había limitado a robarle novelitas románticas, a empujarla contra la taquilla cuando iba camino del comedor o a pedirle «prestado» un dólar que ambas sabían que nunca devolvería, pero había una primera vez para todo. Lena hizo ademán de retirarse. — ¿A dónde vas? Creí que querías esto. —Puedes quedártelo —dijo Lena, que quería alejarse de Julia a toda costa. Como si se encendiese un interruptor, surgió la expresión furiosa a la que Lena estaba acostumbrada. Julia salvó la distancia que las separaba en dos zancadas.
Sin dar tiempo a que Lena reaccionase, la cogió por la parte delantera de la camisa y la atrajo hacia sí, de modo que Lena percibió el olor a menta que emanaba de su aliento. Lena esperaba una bofetada, pero no la recibió. —No quiero tu anuario. Sólo quería pedirte una cosa. —La hora de comer casi ha acabado. Puedo... dejarte un dólar si andas escasa de dinero. —Lena se buscó en su bolsillo. Si le daba un dólar a Julia, no le llegaría para patatas fritas y tendría que comer la hamburguesa sola, pero valía la pena si se libraba de la humillación y el dolor de recibir una paliza. La alivió oír carcajadas de gente que entraba en el vestuario. —Lo sé. Dios, ¿pero quién se cree que es para pedirme que salga con él? Como si yo fuera..... Lena se quedó sin aliento cuando de pronto se vio arrastrada a la zona de duchas del vestuario. En los dos años que llevaba en el instituto de Roheibeth nunca había visto que nadie usase las duchas más que para vestirse. Lena jamás había sudado en la clase de gimnasia, pero al menos se lavaba lo esencial en el cuarto de baño. La mayoría de las chicas de su clase se limitaban a vestirse e ir a comer. La espalda de Lena chocó contra la pared y no pudo reprimir un grito sofocado. No sabía qué había hecho, pero Julia tenía una expresión muy extraña en la cara. —No vuelvas a ponerte esa blusa — susurró Julia.
--Yo... Pero ¿por qué? Me la compró mi madre. —Me importa un bledo quién te la haya comprado. No te la pongas. —El puño de Julia estrujó la blusa con fuerza.
—De acuerdo. No lo haré. —Lena torció el gesto mientras pensaba qué le diría a su madre cuando le preguntase por qué sólo se ponía la blusa los fines de semana. Se trataba de un regalo caro, algo que su familia apenas podía permitirse. Julia estaba mirando algo y, cuando Lena bajó la vista, se fijó en sus pechos, que destacaban bajo el tejido, y en los pezones, bien visibles incluso a través del sujetador. Lena sintió que el rubor le subía por el cuello. Julia la soltó de pronto y miró la camisa arrugada. —Lo siento —dijo en voz baja. Lena abrió la boca por costumbre para decirle que daba igual, pero no logró articular las palabras. No se trataba de alguien que había tropezado con ella en el pasillo, sino de la persona que la aterrorizaba siempre que la veía. Alguien que hacía que levantarse cada día e ir a aquel agujero fuese cada vez más difícil. Y de repente se creía que bastaba con disculparse. Lena apretó los labios y bajó la vista. — ¿Eh? —exclamó Julia en tono afectuoso. A Lena se le pasó el enfado tan rápidamente como se había iniciado. Lo que había alterado a Julia se estaba disipando, y Lena corría el peligro de ganarse una patada en el culo. —Te he dicho que siento lo de la blusa, ¿de acuerdo? —Julia levantó la mano y  Lena se encogió y cerró los ojos para no ver el golpe que supuestamente se avecinaba. El golpe fue sustituido por una suave presión sobre su pecho. Lena bajó la vista, la deslizó sobre las uñas irregulares y la posó en la mano sorprendentemente femenina que reposaba sobre su pecho. «Se muerde las uñas.» ¿Qué es lo que ponía a Julia Volkova tan nerviosa y la inducía a morderse las uñas? La idea resultaba tan intrigante que Lena tardó unos instantes en darse cuenta de que la mano de Julia acariciaba su blusa, realizando un movimiento giratorio sobre el pecho. ¿Estaba intentando planchar las arrugas que le había hecho o tranquilizar a Lena? Fuese cual fuese el motivo, el pulso de Lena se serenó y los músculos de su espalda se relajaron. Se pasó la lengua por los labios, suspiró y se apresuró a ponerse derecha, cuando se dio cuenta de que casi había bajado la guardia. —Quieres que la gente te vea con esta blusa, ¿verdad? —preguntó Julia, mientras trataba de alisar las arrugas infructuosamente. La pregunta parecía seria, como si Julia quisiese averiguar algo. — ¿Qué? No... —Lena lo entendió de pronto. «Está como una cabra, y nadie sabe que estoy aquí sola con ella»

—. No quiero que nadie me mire. —Julia tomó aliento y miró a Lena. Parecía confundida, incluso asustada. Lena se preguntó por qué nunca se había fijado en la perfección de sus labios, pero sacudió la cabeza, negándose a admirar a alguien que había estado a punto de pegarla. Además, nadie en su sano juicio admiraba la forma de unos labios. Tal vez no fuese Julia la que estaba loca. — ¿Tienes novio? ¿Te has puesto la blusa para él? —Sabes muy bien que no. —La incredulidad se reflejó en la voz de Lena antes de que pudiera disimularla.
— ¿De verdad? No es eso lo que me han contado. Una sensación de alivio inundó el estómago de Lena, relajando la tensión nerviosa, mientras comprendía de qué iba todo aquello. — ¿Te refieres... a Eddie? No es mi novio... ¿Es el tuyo? —Eddie Fletcher había tenido la osadía de besarla. Lena recordaba su empeño por apartar la boca de aquel aliento, mezcla de cigarrillos
Pall Mall y de chicle de melón Bubbaloo. La expresión de Julia pasó de la sorpresa a la diversión. Cuando su diversión se reflejó en una sonrisa de oreja a oreja, Lena decidió que, por muy loca que estuviese, Julia tenía unos labios preciosos y, en aquel momento en que podía verlos, unos dientes estupendos. Lena se olvidó del miedo y miró a Julia a los ojos. Ésta se puso colorada y sus largas pestañas aletearon como si quisiera ocultar sus emociones. Lena también bajó la vista, inexplicablemente avergonzada por ambas. —Entonces, ¿por qué dejaste que te besara? —preguntó Julia. Lena sacudió la cabeza, confundida por la pregunta y por el tono tierno que había empleado Julia. —No le dejé... Me pareció horrible. Lo aparté de un empujón. —Él me dijo que te había gustado. Que querías que lo hiciese. —Sí, claro, me encantó que me besase ese descerebrado delante de todo el mundo. — Lena se puso seria. No era la primera vez que tenía problemas por hablar de más, pero Julia no pareció molesta.
—Estupendo, porque no lo volverá a hacer. Le dije que, si lo hacía, acabaría caminando como un pato el resto de su vida. —Julia estudió la cara de Lena y, luego, asintió, como si hubiese oído algo. — ¿Cómo sabes lo que ocurrió? No estabas allí. —Lena estaba cada vez más confundida. « ¿Cómo? ¿Ahora es mi protectora? Genial. Se quedará con todo el dinero de mi comida, en vez de conformarse con la mitad.» —Lo oí pavonearse delante de sus amigos. Dijo... dijo que besabas muy bien. — ¿En serio? —Lena no esperaba algo así. —Sí, lo dijo. Aunque yo no lo creí. Le dije que no sabía lo que era un buen beso ni aunque lo viese en el cine. —Julia soltó la frase siguiente a toda prisa—: Me parece que debo probar, aunque sólo sea para ver a qué viene tanta emoción. — Julia la miró como si esperase oír algo. Lena separó los labios y los humedeció, pero no fue más allá. De pronto, Julia dobló las rodillas, alzó la cabeza y los labios de ambas se encontraron. El sudor cubrió la frente constantemente húmeda de Lena y sus gafas resbalaron sobre la nariz. La mano de Julia soltó la blusa de Lena mientras la besaba, y todo se hundió en el silencio. Lena sintió algo. «Dios mío, ¿ésa es su mano?» Algo rozó su pecho a través de la blusa de seda. Seguramente era una prueba. Julia pararía enseguida, se reiría de ella y la acusaría de pervertida delante de todo el mundo. Lena puso la mano sobre el pecho de Julia para apartarla. Pensaba que Julia era dura, todo músculos. Y lo era, pero también era suave. ¿Por qué no podía abrir los ojos? El calor se extendió por su estómago y luego descendió. Aquella sensación no le resultaba extraña. Sabía cómo presionar y dónde tocar para alcanzar el máximo placer. Como si la hubiese oído, Julia introdujo una pierna entre las de Lena y la rozó con ella. Lena se apartó, ahogando un grito que murió sobre el hombro de Julia. — ¿Estás bien? —La pregunta de Julia acarició su oído. Por segunda vez en dos días la habían besado a la fuerza. Pero en esa ocasión, aunque muy a su pesar, le gustó. Lena se encorvó, vencida, y asintió. No se atrevía a levantar la vista por miedo a que Julia se riese de ella. Estaba pensando en una novela que acababa de leer, en la que la chica esperaba sin respirar que el protagonista la besase. «Esto es lo que siente al quedarse sin respiración.» Julia apoyó la frente en la de Lena, sin importarle la humedad del sudor. En la garganta de Lena brotó un gemido, que no cobró forma hasta que ambas se besaron de nuevo. Esta vez los labios de Julia se mostraron tímidos, como si le diesen la oportunidad de rechazarla. 

Cuando Julia abrió más la boca, Lena se vio obligada a hacer lo mismo. Con profunda sorpresa, se dio cuenta de que Julia introducía la lengua dentro de su boca. Aquello no era más que una broma, ¿verdad? Lena se estremeció y se le aceleró la respiración a medida que el beso se tornaba más exigente. El aire que exhalaba la nariz de Julia le acarició el labio superior y Lena empezó a pensar que se desmayaría si no respiraba. Entonces Julia se apartó.
—Tienes que respirar por la nariz —dijo, en un tono afable. Lena asintió con la cabeza como una loca. Julia observó su rostro. Parecía como si esperase alguna reacción, y Lena obedeció mansamente, como tenía por costumbre. — ¿Qué... qué estás haciendo? —Sentía la lengua adormecida. — ¿A ti qué te parece? —Julia subrayó la pregunta con otro beso desgarrador.
--¿Qué te hace sentir lo que estoy haciendo? Se sentía como si le hubiesen dado una patada en el estómago. Lena quería preguntarle por qué la besaba de aquella manera. Y, a continuación, por qué había dejado de besarla. No sabía lo que tenía que sentir hasta que las lágrimas asomaron a sus Ojos. Sus labios entumecidos por los besos se separaron como si quisieran decir «oh, no» antes de que la primera lágrima resbalase por su mejilla. — ¿Por qué lloras? Yo no... —De repente, el cuerpo de Julia dejó de presionarla contra la pared y Lena sintió una paradójica mezcla de alivio y decepción. Tardó un minuto en comprender por qué Julia se había apartado de ella. La señora Graves, profesora de gimnasia de Lena en la segunda clase, cogió a Julia por el brazo y la arrastró fuera de la ducha. Era casi tan alta como Julia y el doble de ancha. —Te he pillado, Julia Volkova— dijo, poniéndose delante de ella. Lena las siguió, tratando de recuperar el aliento para decirle a la señora Graves que estaba en un error. — ¿Lena? Lena, dile que no te he hecho daño. Espere, señora Graves, por favor. —Julia trató de agarrarse a la puerta y miró a Lena con expresión implorante. —Un momento, señora Graves —gritó Lena—. Usted no lo entiende... —« ¿Qué se suponía que tenía que decir? ¿Qué le había encantado que Julia Volkova la besase? ¿Que era algo que deseaba? ¿Cómo podía explicárselo a la señora Graves?» Lena se tapó la boca con la mano en el preciso momento en que Julia la miraba a los ojos por encima del ancho hombro de la señora Graves. « ¿Cómo iba a contarle a nadie algo así?» Julia la miró durante lo que a Lena le parecieron años; sus ojos rogaban como habían rogado los de Lena en la ducha. « ¿Qué quiere de mí?» La señora Graves desprendió a la fuerza los dedos de Julia del marco de la puerta. Una sonrisa retorcida se dibujó en el rostro de la muchacha. —Ha sido divertido, Lena. —Había un tono de cris-pación en su voz que hizo que Lena se encogiese de miedo. Lena las siguió, incapaz de decir nada. Julia consiguió en tres ocasiones que la señora Graves aflojase el paso para mirar hacia atrás, y en cada ocasión el gesto se volvía más distante al ver que Lena no decía nada. La señora Graves abrió la pesada puerta del despacho y empujó a Julia para que entrase. —Vete a clase, Lena. Yo me ocupo de esto.
Lena quería que la puerta se cerrase de golpe para librarse de las maldiciones que seguramente Julia Volkova lanzaría contra ella. Pero no ocurrió tal cosa. Vio cómo la puerta se cerraba lentamente. Y, como en un sueño, Lena se limitó a girar sobre sus talones y hacer lo que le habían ordenado. Ir a clase.
 

Fin del flash back

andreavk

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Mensaje por andreavk Sáb Mayo 23, 2015 8:20 pm

Capítulo tres


Reunión de la promoción de 1996 del Instituto de Roheibeth.
—No —dijo Lena, pero los suaves labios de Julia ahogaron sus palabras.
¿Qué quería decir? ¿No qué? ¿No me beses? ¿No hagas que te desee? Tal vez Julia se hubiese tomado la orden en serio si Lena no le hubiera acariciado la nuca, animándola a seguir.
«Como hace diez años.» Julia la empujó contra la pared de la ducha, pero las vacilantes exploraciones de la adolescencia habían quedado muy atrás. Julia besaba muy bien. «Perfecto. ¡Qué buena es! Su marido es un hombre afortunado.»
La idea fue como un jarro de agua fría sobre brasas. Lena apartó la cabeza, parpadeando para reprimir las lágrimas. Sólo se oía su trabajosa respiración resonando contra las paredes de azulejos.
—He soñado con hacer esto —dijo Julia.
La ira de Lena explotó entre ardientes llamas avivadas por el reconocimiento de que ella también lo había soñado. Sujetó a Julia por la nuca y la besó con pasión para borrar la sensación de fantasía del momento. No se trataba de ser cariñosa, sino de placer y de follar, de ajustar cuentas y de soltar lastre. ¿O no?

Lena cogió el rostro de Julia entre las manos y lo echó hacia atrás para mirarlo.
—¿Aún quieres disculparte conmigo? — preguntó Lena con ternura.
Julia se humedeció los labios y asintió, mostrándose excitada e inocente a un tiempo. ¿Cómo había podido considerarla una amenaza?
—No recuerdo la última vez que mantuve relaciones sexuales. Y mucho menos el último orgasmo. —La sorpresa que reflejaba el rostro de Julia la hizo son reír—. ¿Qué ocurre? ¿Tienes que ser tú la agresora?
—No, yo... sólo...
—No importa. Seguramente ha sido un error. «¿Qué diablos pretendía que hiciese?»
—No ha sido un error. ¿Te alojas en un hotel?
La sonrisa de Lena desapareció. Contaba con que Julia diese marcha atrás.
Entonces se iría. Venganza: breve y dulce. No se le ocurrió que pudiese aceptar su oferta. Lena se sobresaltó cuando se dio cuenta de que Julia seguía esperando una respuesta.
—Sí, pero creo que deberías disculparte aquí. Ahora mismo. Con esa preciosa boca que tienes.
«¿Por qué había dicho aquello? No era propio de ella.
Nada de lo que estaba ocurriendo lo era.» Lena se estremeció. Odiaba la respuesta de su cuerpo, que se plasmaba en la instantánea humedad de sus bragas. Sintió una incómoda dureza en el clítoris y cambió de postura. Parecía como si Julia quisiese darle otro beso de los que quitan el hipo, pero Lena alzó la mano para impedírselo.
—Nada de eso. —Sostuvo la mirada hasta que supo a ciencia cierta que Julia entendía lo que quería decir. El corazón de Lena brincaba en su caja torácica como un pájaro tratando de huir de su jaula. Supuso que Julia daría la vuelta y saldría del vestuario lanzándole insultos.
En vez de hacer tal cosa, Julia envolvió a Lena en un estrecho abrazo, que la sorprendió hasta el punto de corresponderle. Julia giró la cabeza levemente y acercó la boca a la oreja de Lena, agitando recuerdos de novelas de amor baratas, leídas en secreto los fines de semana que debería haber pasado con amigos.
—Sé lo que estás haciendo —dijo Julia—. ¿Me prometes que después me dejarás hablar?
«¿Después? ¿Después de qué? Para, Lena. Dile lo que estás haciendo. Explícale por qué estás aquí.» Una oleada de orgullo distrajo a Lena cuando las manos de Julia se deslizaron bajo su camisa y acariciaron las ondas de sus abdominales. Se preguntó si estaría comparando su cuerpo con el que tenía diez años antes.
¡Qué locura!
Aquel beso había sido distinto: pretendía humillarla y ponerla en evidencia. Al menos ésa fue la conclusión a la que llegó Lena tras días de repasar mil veces el momento.
Comprendió que la necesidad y la excitación de Julia eran producto de la imaginación hiperactiva de una adolescente que empezaba a sospechar que era lesbiana.
Lena regresó de pronto al presente cuando Julia se arrodilló y le subió el vestido sobre las caderas. «Es hora de parar. Las cosas han ido demasiado lejos.» Pero, consciente de lo que Julia quería hacer, lo que ella misma quería desesperadamente que hiciese, a Lena le costaba pensar con claridad. Por fin sujetó a Julia por las muñecas y la obligó a levantarse. Antes de pronunciar las palabras que ninguna de las dos deseaba oír, Julia le hizo guardar silenció poniéndole un
dedo sobre los labios.

—No digas nada, Lena. Déjame hacerlo.
—La protesta de Lena murió en su garganta cuando Julia acarició el promontorio empapado de sus bragas. Poco después, sus cálidos dedos apartaron el levísimo tejido, separaron los labios mayores y comenzaron a acariciar el clítoris con demasiada suavidad. Lena tuvo que apretar los dientes con fuerza para no implorar más. Apoyó la frente en el hombro de Julia, agradeciendo la diferencia de estatura, ya que le permitía ocultar cómo se mordía el labio inferior para no gritar como una posesa. Julia la penetró sin dudar y enseguida encontró el ritmo perfecto. Con mano firme y dedos potentes y suaves a un tiempo.
«En cualquier momento voy a empezar a chillar de tal forma que toda mi clase pensará
que estoy follando como una loca. Seguro que después de esto se acuerdan de mí.» La idea surtió el efecto calmante que necesitaba. Julia se enderezó y miró a Lena con una expresión intensa. Resultaba evidente que estaba tan excitada como ella.
«Maldición, ¿siempre fue tan apasionada? ¿Cuándo se volvió tan sexy?»
—Un momento. —A Lena tendría que haberle gustado ver la decepción en el rostro de Julia, pero resultaba difícil pensar así mientras los dedos de Julia, y el placer que le habían proporcionado, se retiraban.
El clítoris de Lena vibró dolorosamente, como si dijese: «¿Por qué has hecho eso, bruja estúpida?». La pared y el torso de Julia eran lo único que la mantenía en pie.
—Deja que me mueva. No voy a ningún sitio. Te lo prometo. —Julia retrocedió de mala gana y sus cuerpos dejaron de estar en contacto. Lena no apartó los ojos de los de Julia mientras metía la mano bajo el vestido, se bajaba las bragas y se las quitaba. Julia cogió las bragas y se las guardó en el bolsillo del pantalón.
—¡Vaya, cuánto has progresado! ¿Bragas en vez del dinero de la comida o de novelas románticas? Julia arqueó una ceja.
—También entonces me habría encantado quedarme con tus bragas. —La respuesta de Lena quedó en el aire cuando Julia se colocó entre sus piernas, le subió el vestido sobre las caderas e introdujo la costura de sus pantalones en la vagina abierta de Lena.
Lena lanzó un suspiro sonoro y excitado. En esa ocasión no hubo disimulo.
Julia devoró la boca de Lena, que prescindió de fingimientos y la besó, mientras movía las caderas con creciente intensidad. Ya no había motivos para fingir. Julia sabía lo excitada que estaba desde que la había penetrado. Lena soltó otro gemido y procuró despejar la mente. Si quería que aquello durase algo más que unos instantes, tenía que mantener la cabeza clara.
Julia se arrodilló entre las piernas de Lena, abierta ante ella y desnuda. La expectación, unida al miedo, empujó sus sentimientos a la deriva. Lena se puso colorada cuando Julia contempló su sexo durante un buen rato.

—Sabía que eras preciosa —dijo Julia antes de inclinarse y besarle los labios mayores, con un beso tierno, dulce y entregado, que arrancó gemidos a Lena. Lena recordó lo pequeña que se había sentido diez años antes, cuando Julia se había erguido sobre ella en aquel mismo vestuario. Seguía sintiéndose pequeña, pero apreciada. Julia la abrió con la lengua y le lamió el clítoris con tanta dedicación que Lena pensó que no aguantaría en pie. Apoyó la mano en la cabeza de Julia, sin guiarla ni alentarla, sólo esperando que recordase dónde estaba.
Se oyó un golpe sordo en el vestuario y Lena se puso rígida.
—¿Has visto lo gorda que está? Dios mío, tendría que haber parado después del cuarto hijo. —O Julia estaba demasiado concentrada en lo que hacía o no le importó, porque sus labios y su lengua no vacilaron. Lena agarró los cabellos de Julia, pero no logró apartarse de ella.
—Sí, lo sé. A mí no me va a pasar lo mismo. Su marido es bastante majo. ¿Lo has visto? —El ruido de las cisternas ahogó las carcajadas. Lena adelantó las caderas involuntariamente para que Julia pudiese abordarla mejor, y Julia se aprovechó, le rodeó las caderas con las manos y hundió la lengua en lo más hondo de su abertura. A Lena se le pusieron los ojos en blanco. Estaba a punto. Tenía que conseguir que Julia parase antes de...
—En el instituto era una putilla. ¿Crees que todos esos niños son hijos de él?
Julia se movía tan rápido que Lena no tenía tiempo para pensar. Julia utilizó su considerable fuerza para sentarla sobre sus hombros. Lena arqueó la espalda, con los hombros pegados a los azulejos, para permitirle pleno acceso. Luego apretó los dientes y hundió las manos en los cabellos de Julia. Era demasiado y, al mismo tiempo, era justamente lo que siempre había querido.
El ruido que hacían se intensificó. Lena esperaba oír una de las voces diciendo de pronto: «¿Has oído eso?». De todas formas, no sería capaz de parar. Que se fuesen a la mierda. Sabía que no podía parar y, si Julia lo intentaba, la emprendería con ella hasta hacerle daño. Pero Julia seguía concentrada en penetrarla.
Lena estiró la mano e hizo un débil intento de echar hacia atrás la cabeza de Julia, pero ésta hizo un gesto en señal de negación, lo que le transmitió una oleada de placer. Se rindió; no podía hacer nada. Su pretensión de humillarla se había vuelto contra ella.
—Salgamos antes de que nos arrebaten a todos los solteros... —La puerta se cerró de golpe. Julia hundió la lengua en las entrañas de Lena y, luego, la sacó y la deslizó sobre el clítoris, antes de hundirla de nuevo. Lena jadeó, moviendo las caderas en busca de más placer, y Julia se lo proporcionó, hasta que por fin se hundió en un mar de sensaciones placenteras. Lena aún temblaba cuando Julia la puso en el suelo con delicadeza: primero el pie derecho, luego el izquierdo, y por último le alisó la falda sobre las caderas.
Julia sacó las bragas de Lena del bolsillo y lentamente se limpió la boca con ellas. Lena sintió un estremecimiento provocado por los ecos del orgasmo y la promesa implícita. Julia le estaba diciendo, con toda claridad, que estaba dispuesta a darle más.
—¿Hablamos ahora? —preguntó Julia. Sus palabras y el frío que sintió Lena en el pecho le hicieron ver la gravedad de lo que acababa de ocurrir.
—No, yo... no puedo. Tengo que irme. Lo siento. —Lena salió de la ducha y se dirigió a la puerta.
—¿Lena? ¿Qué diablos sucede?
Lena dio la vuelta y miró a Julia.
Esperaba ver furia —ella, en su lugar, estaría furiosa—, pero vio dolor. Simple y llano. Nada de fingimientos, sólo alguien que sufría.
—Lo siento. No puedo hacer esto. Contigo no. —Lena giró sobre sus talones y salió del vestuario.

Lena hizo cola ante la mesa del ponche para recoger las llaves de su coche. Todo eran carcajadas y bromas, que ponían a prueba su paciencia. Algunos no lograban demostrar que estaban en condiciones de conducir y se veían obligados a pedir un taxi.
Lena se dio cuenta de que no había bebido lo suficiente como para soportar un posible enfrentamiento con Julia. ¿Qué diablos había ocurrido? Había pasado de querer exorcizar antiguos demonios, de querer venganza..., a querer sin más. Lo raro era que aquello no resultaba tan distinto a lo que había sentido en el instituto. ¿No había experimentado siempre aquella extraña descarga de adrenalina cada vez que veía a Julia? A Lena se le paralizó el corazón cuando la vio salir del vestuario.
—¿Tienes el resguardo? —Lena miró a la mujer que, según su etiqueta identificativa, era la esposa de Paul Zanziger (quienquiera que fuese aquel tal Zanziger).
—Hum, no. He debido de perderlo. —«Sí, mientras me daba un revolcón en un cuarto de baño público con una mujer que llevaba años sin ver»—. No importa. Cogeré un taxi.
La esposa de Paul Zanziger se fijó en el arrugado vestido y en los cabellos despeinados, y asintió, muy seria.
—Buena idea. A alguien se le fue la mano con el ron del ponche.
—Sí, claro. —Lena se apartó y tropezó con Julia en el preciso instante en que sonaba Regresa a mí, de Toni Braxton, en los potentes altavoces. Junto a ellas pasó un tipo que se había excedido con la colonia Drakkar. Lena se sentía como borracha, a pesar de que sólo había bebido un sorbo de ponche. Los ojos de Julia eran oscuros y su mirada resultaba difícil de descifrar, a diferencia de la expresión tenazmente vacía de su rostro. O alguien había subido el volumen de Toni Braxton o el calor del local le hacía daño, porque Lena se tambaleó. Una expresión de alarma cruzó fugazmente por el rostro de Julia, que se apresuró a sostenerla.
—No —dijo Lena con voz clara, retrocediendo—. Estoy bien. Es sólo cansancio.
Había mucho tráfico. Hay un largo trayecto desde Portland. Me voy directa al hotel.
Julia se hizo a un lado y Lena la dejó atrás. Después de que la esposa de alguien le diese su abrigo, salió al fresco aire nocturno y aspiró hondo, con la esperanza de despejar la cabeza.
—No lo han organizado muy bien —se quejaba a dos personas una mujer que Lena creyó reconocer—. Debería haber taxis esperando fuera, si querían que los usásemos.
—Lena se unió a los otros tres «borrachos» que esperaban un taxi.
Un hombre alto, de prominente barriga, la saludó con un gesto. Lena reconoció al que había sido un popular jugador de baloncesto. Diez años antes era delgadísimo y, según los cotilleos de las chicas en el baño, «¡una verdadera monada!». Lena suspiró. A aquel paso, sería mejor esperar a que Julia se fuese para buscar el resguardo y recuperar las llaves de su coche. Aunque seguramente la esposa de Paul Zanziger no la creería si le decía que estaba en condiciones de conducir. La puerta del gimnasio se abrió de golpe y salió Julia. Parecía tan sorprendida de ver a Lena como Lena de verla a ella.
«Parece triste.» La punzada de culpabilidad que sintió enfureció a Lena. Después de todas las crueldades que aquella mujer le había hecho, ¿por qué tenía que importarle que estuviese triste? Y, sin embargo, no podía dejar de mirar a Julia a hurtadillas.
—Por fin, aquí viene uno. Si alguno de vosotros va al hotel, podemos compartirlo. De lo contrario, tendréis que esperar muchísimo. —La mujer, cuyo nombre empezaba por K, según recordaba Lena (Kristal, Kristie o algo parecido), se rio, y Lena ponderó la posibilidad de esperar el siguiente taxi cuando olió el ron en el aliento de la mujer. Uno por uno, todos dijeron que iban al hotel. Sin mediar palabra, el antiguo jugador de baloncesto se acomodó en el asiento delantero y se abrochó el cinturón.
—Supongo que a los demás nos toca ir atrás —comentó Lena.
—¿Y usted? ¿No va al hotel? —preguntó el taxista a Julia.
—Cerca, pero esperaré el siguiente.
—Tal vez tarde bastante —explicó el taxista—. Esta noche hay mucho movimiento en el aeropuerto. Puede subir con esta gente. De lo contrario, tendrá que esperar a que vuelva a recogerla. —Lena sintió que se le erizaban los pelos de la nuca cuando Julia se acercó a ella. Ambas hicieron todo lo posible por ignorarse mutuamente. La mujer cuyo aliento olía a ron y sus dos acompañantes ya habían entrado en el taxi. La puerta trasera estaba abierta y sólo había sitio para otra persona.
El taxista miró el reloj—. Hoy no hay polis por aquí. Si alguien está dispuesto a llevarla en el regazo...
—No, gracias. Prefiero esperar. —El taxista se encogió de hombros y se sentó en el asiento del conductor. Lena estaba a punto de entrar en el taxi cuando echó un vistazo al oscuro aparcamiento y se estremeció. Julia nunca había sido una esmirriada y, a juzgar por su aspecto, había seguido haciendo ejercicio. Lena no dudaba de su capacidad para cuidar de sí misma, pero no le gustaba la idea de dejarla sola en medio de un aparcamiento desierto, esperando un taxi.
—Puedes sentarte en mi regazo si quieres —le ofreció, aunque acto seguido sintió ganas de darse de cabezazos. Primero la dejaba plantada después de pedirle que la follase y ahora le ofrecía llevarla sentada en el regazo.
—Gracias por el ofrecimiento —dijo Julia en tono amable—, pero tengo las piernas demasiado largas y peso mucho más de lo que parece.
—Vamos. Hace frío. —Lena se agachó para reñir a Kristal, pero ésta tenía la cabeza inclinada, igual que el tipo sentado junto a ella. El del asiento delantero se había quedado dormido. Su cabeza oscilaba hacía delante y su nariz emitía un ronquido lento y sordo. El taxista parecía encantado de que el taxímetro corriese.
Lena entró en el vehículo y miró a Julia.
—¿No vienes? ¿Te parece que no puedo aguantar tu peso? Te vas a morir de frío. — Julia se acercó a la puerta de mala gana y Lena se acomodó en el asiento para dejarle sitio. Daba la impresión de que Julia quería seguir protestando, pero entró en el taxi, se sentó a regañadientes sobre el regazo de Lena y cerró la puerta. El vehículo abandonó el aparcamiento y se deslizó sobre la carretera. Lena estaba pensando que Julia no pesaba tanto como había dicho hasta que reparó en las manos, blancas por el esfuerzo, que se aferraban al asiento delantero.

—Deja de hacer eso —dijo Lena, irritada por alguna razón—. No voy a morderte. — Su voz era un susurro que esperaba sólo oyese Julia—. Échate hacia atrás. Julia miró a la derecha para cerciorarse de que las dos oscuras figuras sentadas junto a ellas estaban tan dormidas como parecía, y luego se echó hacia atrás para decirle a Lena:
—Deberías haber dejado que esperase el taxi siguiente. Sé que esto te resulta incómodo.
«Dios, ¿por qué se muestra tan considerada?» Julia continuó sosteniéndose hasta que Lena le puso los brazos en torno a la cintura y la obligó a sentarse. El estómago de Julia se contrajo bajo sus manos y Lena extendió los dedos, fascinada por el tacto de su sedosa piel. Evidentemente, Julia había dedicado mucho tiempo a mantenerse en forma. Incluso estaba mejor que cuando estudiaban en el instituto. Aunque ya entonces estaba muy bien. Lena se recreó en la última idea.
¿Se había fijado en el cuerpo de Julia en el instituto? ¿Y cómo? El noventa y nueve por ciento de las veces Julia llevaba unos vaqueros flojos y una sudadera. Y aun así le había llamado la atención, ¿o no? El estómago de Julia no se relajó bajo las manos de Lena, que comenzó a frotarlo sin darse cuenta mientras seguía absorta en sus reflexiones. Todos los recuerdos que tenía de Julia eran desagradables. Bueno, la última vez que se habían visto antes de aquella noche no había sido... desagradable. En realidad, no. En absoluto.
—Relájate —intentó susurrar al oído de Julia, pero sólo llegó a su hombro.
Julia no dejó de aferrar el asiento delantero, a pesar de que Lena le había pedido que se echase hacia atrás. Lena se movió para que su peso se distribuyese de forma más equitativa. Julia no había mentido: pesaba mucho más de lo que parecía, pero a Lena le gustaba sentirla. Sus suaves frotamientos no surtían efecto, así que le subió la camisa sobre los pantalones y le acarició el estómago desnudo. Julia tomó aliento y Lena disfrutó de unos instantes de felicidad frotando los músculos, lisos y duros como piedras, de Julia. Lena iba al gimnasio cuatro veces a la semana como mínimo, entre tres cuartos de hora y una hora cada sesión, pero Julia debía de pasarse la vida allí. Lena miró a los otros pasajeros del taxi y al conductor, que se hallaba atareado ajustando algo en el taxímetro y siguiendo con la cabeza los sonidos de una canción que sólo él escuchaba.
Lena susurró sobre el hombro de Julia:
—Estás muy bien. —Julia se estremeció y por fin pareció que se relajaba—. ¿No te encuentras más cómoda? —Julia asintió con la cabeza, pero no dijo nada.
Los dedos de Lena se hundieron bajo la cintura del pantalón de Julia y ésta tomó aliento de forma bien audible. Lena jugueteó con los botones del pantalón, más para ver cómo reaccionaba que porque quisiese desabrocharlos. Pero cuando Julia levantó un poco las caderas con el fin de darle capacidad de maniobra, Lena se excitó y reaccionó levantando a su vez sus propias caderas.
Los botones del pantalón de Julia se desabrocharon fácilmente y Lena no perdió la ocasión de sumergirse en las húmedas braguitas y deslizar un dedo entre los cálidos pliegues. Julia dio un brinco. Si Lena no hubiese ladeado la cabeza, se habría hecho daño al echar la cabeza hacia atrás bruscamente. El dedo índice de Lena le acarició el clítoris y, al hacerlo, comprendió que Julia estaba dolorosamente excitada. Miró las figuras dormidas de sus acompañantes y al taxista, para cerciorarse de que no les lanzaba miradas furtivas por el retrovisor. Con una seña, atrajo a Julia hacia sí y la penetró. Sintió el temblor de sus muslos y le pareció oír un gemido. Julia echó la cabeza hacia atrás y la apoyó en el hombro de Lena. Ésta le susurró al oído:
—Siento no haberme ocupado de esto antes. Apártate del asiento.
Julia obedeció y el pasajero de delante cabeceó.
—Bien, ahora abre las piernas todo lo que puedas.
En el atestado asiento trasero Julia sólo pudo moverse unos centímetros, pero fueron suficientes. Lena enderezó el cuerpo, levantando consigo a Julia y penetrando más en su cálido interior. A Julia le costaba respirar y Lena no dejaba de vigilar al taxista para asegurarse de que no las veía. Era un error hacer aquello, pero no podía evitarlo. Con Julia no. Había algo dolorosamente atractivo en ella.
Las manos de Julia se aferraron al asiento del coche y Lena le volvió a decir que se soltase. Julia obedeció y su mano guio la muñeca de Lena para ayudarla a penetrar mejor.
—Ahora échate hacia atrás. Voy a hacer que te corras. ¿Estás lista? —Cuando Julia asintió, Lena levantó las caderas y apretó los muslos, irguiendo momentáneamente el cuerpo de Julia y penetrándola con vigor. Le introdujo dos dedos mientras apretaba el clítoris con el pulgar. El cuerpo de Julia se puso rígido y Lena aceleró el ritmo.
Si sus dos acompañantes no hubieran estado tan borrachos, el movimiento los habría despertado, pero no habían abierto los ojos desde que entraron en el taxi. Lena miró otra vez el espejo retrovisor para cerciorarse de que el taxista no las veía. Los muslos de Julia se cerraron contra su mano y Lena temió que gritase. Pero las manos de Julia soltaron las muñecas de Lena para tapar su propia boca y, con cierta decepción, Lena vio que reprimía un grito mientras sus caderas saltaban salvajemente bajo su mano.
El temor de Julia de aplastar a Lena desapareció de pronto, pues dejó caer todo su peso sobre ella. Lena le abotonó muy despacio los pantalones. Remeter la camisa fue imposible, pero dudaba que los demás se diesen cuenta.
El taxi tardó cinco minutos en frenar en la calzada circular del hotel y Julia necesitó todo ese tiempo para recuperar la respiración.
—Ya hemos llegado, amigos. —La voz del taxista resonó en el silencio del vehículo.
La mujer que se hallaba sentada junto a ellas se incorporó de un salto, lanzando un resoplido impregnado de ron. Julia abrió la puerta y salió con paso vacilante. Los otros tres pasajeros pagaron su parte de la tarifa, mientras Lena observaba a Julia.
—¿Quieres subir? Julia la miró durante unos segundos, como si lo estuviese pensando, y luego sacudió la cabeza.
—Lo siento, pero no puedo.
—¿Te espera alguien en casa? —Lena reprimió una ráfaga de ira. ¿Por qué se molestaba en preguntar si ya conocía la respuesta?—. No importa. Da igual. Me voy mañana, así que...
Julia se sobresaltó.
—¿Mañana? ¿Puedo verte antes de que te vayas?
—Yo... no. El lunes tengo varias citas con unos clientes y debo prepararlas.
—Sí, claro. —El rostro de Julia expresó la decepción que no desvelaron sus palabras. Su empeño en manifestar sus emociones confundió de nuevo a Lena. No era tan abierta cuando iban al instituto. ¿Qué había provocado un cambio tan drástico en ella?
—Me gustaría llamarte alguna vez. Quizá pudiéramos... La frase de Lena fue interrumpida por el amistoso saludo de Kristal:
—Adiós a las dos.
Lena la saludó con la mano y se volvió hacia Julia.
—Podríamos quedar para comer en algún sitio. —A Lena le pareció que su ofrecimiento sonaba pobre después de lo que acababan de hacer, pero Julia asintió.
—Me gustaría. Aún quiero explicarte lo del instituto.
Lena recordó de pronto lo que estaba haciendo y con quién. No necesitaba que le dijesen que había cometido un error al mantener relaciones sexuales con Julia, pero ¿por qué hacía planes con ella? El sexo era una cosa, pero la conversación...
¿Qué sentido tenía?
—Será mejor que continuemos, señoras —dijo el taxista. Lena se apresuró a sacar un billete del minúsculo bolsillo que llevaba oculto en la costura de su vestido—. Espérala. Vive cerca.
Lena rodeó torpemente la cintura de Julia con los brazos.
—Adiós, Julia —dijo, y Julia correspondió a su abrazo.
—Llámame, ¿de acuerdo?
Lena asintió y, sin mirarla a los ojos, entró en el hotel. ¿Qué diablos estaba haciendo?

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Ajuste De Cuentas  Empty Re: Ajuste De Cuentas

Mensaje por RosarioCst Dom Mayo 24, 2015 6:24 am

Fantastico conti

RosarioCst

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Mensaje por andreavk Sáb Jun 06, 2015 2:28 pm

Capítulo cuatro

Katina Security, Inc., Portland, Oregón.
Lena miró la foto unos instantes antes de cerrar la carpeta y coger su taza de café ya frío. Hacía mucho tiempo que no tenía un fallo de discernimiento tan grave. Por Dios, no era una adolescente hambrienta de sexo. Le faltaba nada para cumplir treinta años y había aguantado bien varios meses sin sexo. Entonces, ¿por qué no había sido capaz de dejar pasar aquella ocasión? ¿Y por qué de pronto había perdido la cabeza por Julia Volkova, precisamente?
Lena se llevó las manos a las mejillas para refrescarlas. Cada vez que pensaba en ella, en lo que habían hecho, se ponía colorada. Llevaba tres días, desde que estaba en Portland, reviviendo aquella sensación y el contacto de Julia. Aunque no intercambiaron números de teléfono, Julia sabía que a Lena no le costaría mucho encontrarla. Lena suspiró. Julia tenía razón. A Lena le bastaba con encender el ordenador para averiguar un número de teléfono, aunque no figurase en las guías. En el caso de Julia, era aún más fácil.
El interfono que estaba sobre la mesa sonó. Lena apretó el botón y disimuló el cansancio.
—Que pasen, Nat —dijo, sin esperar a que su secretaria anunciase a los visitantes. Lena se levantó y rodeó la mesa, mientras Arnult y Barb Lazarev entraban en el despacho como dos estrellas de cine caminando sobre la alfombra roja, entre filas de fotógrafos. ¿Qué tenía aquella pareja de ancianos de cabellos plateados, impecablemente vestidos, que atacaba los nervios de Lena? Los Lazarev se sentaron sin que los invitase a hacerlo, y Lena asomó la cabeza por la puerta y miró a Nat con aire cómplice.
—Estaré un rato con los Lazarev. Por favor, no me pases llamadas. —Nat hizo un gesto afirmativo. Nunca le pasaba llamadas cuando estaba con clientes. Lena sólo se lo recordaba cuando quería que la interrumpiese si la reunión duraba demasiado. Media hora bastaba para solventar el problema de un cliente. En el caso de los Lazarev, esperaba que fuese menos. La curiosidad la había llevado a aceptar su visita, en vez de atenderlos por teléfono. Apenas había cerrado la puerta cuando Arnult Lazarev empezó a hablar.

—Señorita Katina, gracias por recibirnos. ¿Puedo confiar en que se encargue personalmente de nuestro asunto? De pronto comprendió lo que le fastidiaba de aquella pareja. Presuponían que su edad y su posición económica les daban derecho a recibir un trato especial.
—La primera vez que hablamos con usted me dio la impresión de que pensaba que no valía la pena perder el tiempo con nuestro caso. El tono condescendiente de Arnult no contribuyó a facilitar las cosas. Pero tenía razón: Lena no pensaba que Katina Security tuviera que perder el tiempo en un caso de infidelidad hasta que abrió la carpeta que le habían entregado. La armadura en la que se había refugiado durante los diez años anteriores se vino abajo en cuestión de segundos.
—Todos los casos valen la pena, señor Lazarev. Pero no puedo encargarme de todos personalmente. Por eso tengo colaboradores. Seguro que lo entiende. — Lena intentó apelar a la faceta empresarial de Arnult, pero, cuando el matrimonio se miró con gesto incómodo y luego la miraron a ella, comprendió que deseaban decirle algo más.
Barb Lazarev habló primero.
—Seguro que usted entiende lo delicado de nuestra situación tras leer el expediente que le hemos dado. Lena deslizó el pulgar sobre los labios en un ademán de frustración. No había leído todo el expediente. En realidad, no había pasado de la primera foto y la biografía del sujeto. Aún estaba recuperándose del impacto. Arnult Lazarev recogió el testigo de su mujer y continuó:
—Nuestro hijo Sergey tiene intención de dedicarse a la política algún día. Si esto trascendiese, sería la ruina. Un viejo amigo mío, Edward Mathews, nos habló muy bien de usted. Lena asintió, agradecida. Por fin Arnult mostraba sus cartas. La intrigaba que los Lazarev recurriesen a ella por un asunto tan intrascendente en apariencia. Sin duda, Edward le había contado a su «colega» cuánto dinero ingresaba Lena todos los años, gracias a su despacho de abogados. No, Arnult no había dejado caer aquel nombre por casualidad, sino que le estaba explicando del modo más educado por qué debía encargarse ella personalmente del asunto.

En cualquier otra circunstancia Lena se habría reído. Su negocio notaría la pérdida de Edward Mathews como cliente, pero no sería una catástrofe. Lena nunca había puesto todos los huevos en la misma cesta. En consecuencia, el dinero había dejado de ser un factor decisivo en los casos que aceptaba. No, la razón de que los Lazarev estuviesen ante ella en aquel momento era una y sólo una. Su nuera era Julia Volkova.
Lena hizo una pirámide con los dedos y miró primero al señor Lazarev y, luego, a la señora Lazarev.
— ¿Qué harán con la prueba, si se la proporciono? A la señora Lazarev se le pusieron los ojos como platos.
—Nada, naturalmente. Tenemos tanto interés como ella en que la información no se divulgue. Se trata sólo de una especie de póliza de seguros para nuestro hijo.
— ¿Demostrar que la mujer de su hijo es lesbiana es una póliza de seguros? —La expresión confiada se borró del rostro de Arnult y Barb Lazarev palideció. Lena sintió un leve estremecimiento de placer y ni un ápice de culpa.
—Ella piensa pedir el divorcio.
— ¿Julia va a pedir el divorcio? — Lena habló sin pensar. No contaba con aquello, ni con la sensación de alivio que la invadió. Aunque, a continuación, se le ocurrió algo que le dio miedo. «Tal vez no fue sólo la aventura de una noche»—. ¿Su hijo sabe que su mujer quiere divorciarse de él?
—Sí. Aún no nos lo han comunicado, pero supongo que lo harán en cualquier momento.
A Lena le dio la sensación de que se ahogaba.
—Entonces, ¿qué más les da que ella salga con otra persona? ¿O les importa porque la otra persona es una mujer?
—Creemos que hubo muchas otras personas. Lo cierto es que no deseamos que a nuestro hijo lo pille desprevenido por otros motivos. Estamos seguros de que no sabe que su esposa le ha sido infiel hasta ese punto.
«Y vosotros no sabéis lo bien que se lo monta.» Lena ahuyentó aquel fugaz pensamiento.
—Nuestro hijo es bueno, señorita Katina. Seguirá manteniendo la relación con su mujer a menos que le demostremos que ella no se lo merece. No piensa en su futuro. Pero nosotros sí.
— ¿Su futuro? —Lena sabía que debía contarles la verdad. Al menos, en parte. Creía que no tenía que aceptar el caso, puesto que había estudiado en el mismo instituto que su nuera. Naturalmente, no podía hablar del tema sexual ni de que había sido incapaz de olvidarla desde entonces. Además, si les contaba eso, sin duda saldrían de allí y buscarían a otra persona. «Un momento. ¿No se trata de eso?»
—Nuestra familia tiene una larga historia de servicio público —explicó Barb Lazarev con orgullo—. El divorcio está mal visto en nuestro círculo. —« ¿Roheibeth tiene círculos?» A Lena le costaba trabajo mantenerse seria.
—Pero si demostramos que ella ha tenido muchas aventuras... con otras mujeres, nadie culpará a Sergey del divorcio. Incluso podría beneficiarle a largo plazo. Sobre todo, si encuentra a una pareja más adecuada.
—Entiendo —dijo Lena, y lo entendía. Era cuestión de estatus dentro de la comunidad. Algo que ni ella ni sus padres habían tenido ni les había preocupado—. ¿Cómo se enteraron?
—Nuestro hijo tuvo la sensatez de llamar al abogado de la familia para que le recomendase un abogado especialista en divorcios. Nuestro abogado creyó oportuno avisarnos.
—Tal vez fuese oportuno, pero no sé si es muy ético por su parte contarles el problema de su hijo. Les preguntaba cómo se enteraron de que su nuera era lesbiana. Barb torció el gesto, se aclaró la garganta y sacó un pañuelo del bolso, como si estuviese a punto de echarse a llorar.
—La han visto, y no sólo una vez. Es promiscua, y nada nos gustaría más que nuestro hijo se alejase de ella. « ¡Mierda!» Si un vendaval hubiese subido por la escalera hasta el noveno piso del edificio en el que estaba su despacho, habría arrastrado a Lena.

« ¿Promiscua?» ¿Cómo diablos se le había ocurrido mantener relaciones sexuales sin protección con una desconocida? En realidad, no lo pensó. Simplemente se limitó a sentir. La habían embaucado. La había embaucado una profesional y le había costado bastante más de un dólar. Tendría que haberse dado cuenta. Debería haber comprendido que nadie cambia tanto.
Naturalmente, Julia era diferente. No debería sorprenderla que las matonas del instituto, al crecer, se convirtiesen en fulanas manipuladoras y ávidas de dinero, que se complacían en seducir a mujeres de escasas luces y llevarlas a la cama o, en su caso, al vestuario. Pero había algo que no cuadraba: si Lena era una de tantas conquistas, ¿por qué Julia se había mostrado tan afectada cuando Lena se separó de ella?
Lena sintió un brote de ira, pero se calmó. ¿Para qué enfadarse? Lo había pasado bien con Julia. Sin embargo, no sólo era la ira lo que alimentaba sus deseos de echar a los Lazarev del despacho para estar sola. Sí, le habría encantado ver la cara de Julia cuando se enterase de que Lena trabajaba para sus suegros, pero estaba demasiado metida en la situación para ser objetiva. De hecho, la objetividad desapareció cuando abrió el expediente y vio la foto de Julia Volkova. En realidad, no importaba. No importaba que renunciase al caso; encontrarían a alguien que les proporcionaría la información. Y esa persona no tendría vínculos personales. Julia recibiría su castigo, fuese cual fuese. Lena no tenía por qué intervenir. Le bastaba con cerrar la boca y mantenerse al margen.
— ¿Señorita Katina? —Arnult Lazarev sacó su talonario de cheques como si fuese la respuesta a las preocupaciones de Lena. Lena miró el talonario. En cuanto diese un no definitivo, Arnult buscaría a otra persona. Alguien aprovecharía la ocasión para hundir a Julia y lo haría sin el rencor que sentía ella.
—De acuerdo, me ocuparé del asunto — dijo Lena, y se le cayó el alma a los pies, donde debían de estar también su cerebro y su sentido común.
— ¿Personalmente? —insistió Arnult, aunque su tono daba a entender que conocía la respuesta.
—Sí, personalmente. «Con mucho gusto.»
—Bien. Me alegro. —Arnult se levantó.
—Al doble de mi tarifa habitual, dado que se trata de una situación delicada que debo llevar personalmente. Puede extender el cheque a nombre de Katina Security. Gracias.
Arnult se sentó y asintió, como si hubiese sido suya la idea de pagarle aquel precio exorbitante. Extendió el cheque sin decir nada, lo despegó del talonario y se lo entregó a Lena con gesto rimbombante. Lena se levantó, les dio la mano a los dos y los acompañó a la puerta.

Estaba contemplando el cheque cuando volvió Nat.
—Creí que ibas a rechazar el caso.
—Las buenas noticias corren. Hazme un favor y busca todos los antecedentes de Julia Volkova….Lazarev
—Sí. Y que quede claro que nadie me lo ha dicho. Parece que ese tipo acaba de devorar una tiendecita familiar para convertirla en sucursal de unos grandes almacenes. ¿Por qué has cambiado de idea?
Lena carraspeó.
—Es amigo de Edward. —La boca de Nat dibujó una exclamación, como si eso lo explicase todo. Su reacción sacó de quicio a Lena. ¿En qué estaría pensando al meterse en aquel asunto? Debería haber puesto de patitas en la calle a Arnult y a Barb.
¡Qué diablos! Ni siquiera tendría que haberles dado cita. Y, desde luego, no debería haber aceptado que se reuniesen con ella otra vez. Pero, cuando abrió el expediente y vio la foto de Julia, se sintió atrapada. Reunirse con ellos era una forma de demostrarse a sí misma que su reacción no había dejado de ser una fantasía, que verla en persona la curaría de cualquier trastorno que pudiese afectar a su sentido común.
Maldición, estaba perdiendo los papeles.
—De acuerdo, ya entiendo por qué Katina Security ha aceptado el caso, pero ¿por qué lo vas a llevar tú? Podría encargarse cualquiera. No haces este tipo de cosas desde... desde que yo estoy aquí.
—Me crie en su ciudad y fui al instituto con su nuera. —No contó que la nuera le había hecho la vida imposible. ¿Qué sentido tenía echar más leña al fuego?
—Entonces, ¿se trata de algo personal?
—Sí, más o menos.
—Supongo que debemos organizar tu agenda. —Nat cogió un cuaderno y el cheque con los honorarios.
—Hum, será mejor que me ponga con esto. Le he cobrado el doble porque me cae mal, pero preferiría no verme en la papeleta de tener que devolverle el dinero si la pifiamos.
— ¿Crees que acabaremos pronto? Lena esbozó una sonrisa forzada.
—Si es tan promiscua como los Lazarev creen, será cosa de un día, dos como mucho.

PD: tenia pensado poner los nombres reales de los padres de sergey lazarev, pero el de su padre es tan raro y el de su mama es mas fácil, pero entonces decidí que con el apellido basta.

andreavk

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Mensaje por RosarioCst Jue Jun 11, 2015 6:32 pm

Conti porfa Very Happy me encanta

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Mensaje por andreavk Sáb Jun 13, 2015 7:42 pm

Capítulo cinco

Gimnasio Fit Life, Roheibeth, Oregón.
Como entrenadora personal, a Julia le parecía esencial dedicar su atención a las nuevas clientas al cien por cien. No todo lo que decían le resultaba fascinante — casi siempre obtenía la información que deseaba en los primeros segundos de la conversación—, pero sabía que muchas veces le ocultaban cosas después de conocerla.
Como si creyesen que la decepcionarían si le confesaban que lo que les importaba era tener buen aspecto, no estar en forma. El motivo que le impedía concentrarse en su trabajo era el mismo que la había estado agobiando la última semana: no había vuelto a saber nada de Lena Katina. En el fondo tampoco lo esperaba, pero le fastidiaba haber mantenido relaciones con ella y, al mismo tiempo, la atormentaban los recuerdos de lo magníficas que habían sido.
La sesión de dos minutos en la cinta de correr terminó, y su nueva clienta potencial parecía un poco sofocada, pero no exhausta. A Julia le pareció raro, porque en el impreso informativo había declarado que llevaba años sin hacer ejercicio de forma habitual. Julia observó su cuerpo y se fijó en el sujetador deportivo y en los shorts ceñidos a los muslos. Llevaba zapatillas de correr, no el típico «calzado deportivo» que se rompía a los pocos meses de usarlo.

—Gran trabajo —reconoció Julia y le dio una toalla limpia a la mujer cuando descendió con elegancia de la cinta. Normalmente no sometía a las clientas nuevas a un ejercicio tan duro, pero le había parecido que aquella mujer podía aguantarlo. Sin decir nada, asintió cuando Julia le comentó que la haría correr durante dos minutos en la cinta inclinada.
Su nueva clienta —Julia omitió el nombre provisionalmente y luego se enteró de que se llamaba Jessie— sonrió y se secó la frente, aunque no había sudado mucho. Jessie le sonrió.
—Uff, tengo ganas de vomitar. — Julia frunció el entrecejo. No tenía pinta de ir a vomitar. En realidad, parecía en muy buena forma física. Julia, inquieta, sintió un leve cosquilleo cuando Jessie contempló su cuerpo sin disimulo, esbozando una sonrisa que Julia interpretó como una insinuación.
— ¿Recuerdas dónde están las duchas? — Julia nunca se había sentido tan desbordada. Había recibido atenciones de sobra por parte de los hombres. Las mujeres eran otra historia, y la que tenía delante sin duda era muy atractiva. Pero aunque Julia no se hubiese impuesto el principio de no salir con clientas, tampoco habría aceptado la invitación de aquella mujer. Estaba demasiado reciente el asunto de Lena. Además, había algo en Jessie que le desagradaba. A Julia le daba la impresión de que era demasiado perfecta.
—Sí, lo recuerdo. ¿Y tú? Dijiste que yo era tu última clienta. ¿Me acompañas? Julia se puso colorada. Habían avanzado desde las insinuaciones sutiles hasta lo más obvio demasiado rápido. ¿Ocurrían cosas así? No según su buena amiga Katya.
Katya decía que, si Julia quería echar un polvo de vez en cuando, tendría que tomar la iniciativa, porque encajaba demasiado bien en las etiquetas que a las lesbianas les gustaba adjudicarse. Julia no había tenido el valor de contarle lo ocurrido con Lena. Katya no entendería que buscase algo más que sexo.
Katya le había preguntado, pero Julia sólo le había dicho que Lena y ella tenían asuntos pendientes. Le habría gustado resolverlos, pero le daba la impresión de  que el sexo había dado al traste con todos los planes. Aún se excitaba al recordarlo, pero confiaba en que las cosas fuesen distintas si se le presentaba otra oportunidad.
—Me refería a la ducha de al lado. Además, estoy muerta de hambre. Quería invitarte a cenar. Julia se libró de responder gracias a un sonoro y alegre saludo. Sergey entró luciendo una sonrisa que habría derretido el corazón de la mayoría de las mujeres heterosexuales. Julia suspiró.
—Lo siento, llego tarde —se disculpó.
—Hum, Jessie, éste es mi... marido. —Se volvió hacia Sergey y explicó—: Jessie acaba de tener su primera clase conmigo.
—Oh, encantado de conocerte. —Sergey extendió la mano y Jessie se la estrechó, aunque a Julia le pareció notar cierto aire de fastidio en la mujer.
—Me voy a duchar. Si cambias de idea en lo que respecta a la cena... —Sonrió de nuevo, despejando cualquier duda que Julia pudiese tener sobre sus intenciones. Jessie se alejó, y Julia y Sergey se quedaron mirándola. Sergey fue el primero en hablar:
— ¿Qué coño ha sido eso?
—Estaba a punto de preguntarte lo mismo —dijo Julia, sin apartar la mirada de las duchas.
—Nunca había visto una insinuación tan descarada. Y delante de mis narices. — Sergey torció el gesto—. No se lo has contado a nadie, aparte de tu madre, ¿verdad?
—Sólo a Katya, y está tan contenta de que por fin, me divorcie de ti que no haría nada por estropearlo. Por cierto, llegas bastante tarde. Tenías que haber venido hace dos horas.
—Lo siento. —Sergey se inclinó y le dio un beso en la mejilla—. Pero más bien parece que llego demasiado pronto. ¿Vas a tirártela? Julia añadió un poco de peso al saco de arena que puso sobre el hombro de Sergey.
—Te dejo solo. Tengo papeleo que resolver. Deja las pesas en su sitio cuando acabes, y no pongas la música a todo volumen. Julia estaba a punto de llegar a su despacho cuando Sergey le gritó:
—No te olvides de lo de mañana. He reservado mesa para las siete y media en ese restaurante francés que le gusta a mi madre. Julia lo miró, dando a entender: « ¿Cómo iba a olvidarlo?» y siguió su camino.
— ¿Eh? ¿Estás segura de que quieres hacer esto, Julia? Ya sabes que por mí todo puede continuar como hasta ahora. —Sergey retorció una toalla entre las manos. Julia se fijó en su expresión de ansiedad. Hacía mucho tiempo que lo conocía. Era uno de sus mejores amigos. La había ayudado cuando su madre no pudo y le había hecho un regalo que compensaba la tranquilidad mental que ella le había aportado en los últimos años. Pero Julia necesitaba una vida propia. Y comprendió que su marido se daba cuenta al ver su cara.
—Ojalá pudiese, Sergey, pero no puedo seguir así. Sabes que siempre...
La repentina sonrisa de Sergey la dejó sin palabras.
—Lo sé. Sólo quería comprobarlo. Julia le devolvió la sonrisa, aunque con menos entusiasmo, y fue hasta su despacho. Los dos sabían que aquello era lo mejor. No tenía sentido vivir en una mentira, pero iba a resultar doloroso. A pesar de las buenas intenciones de Sergey, estaba segura de que Barb y Arnult Lazarev harían todo lo posible por incordiar. Julia no tocó los papeles. Sus pensamientos vagaban entre la temida cena con sus suegros y Lena. La arrancó de su ensimismamiento la sensación de que alguien la estaba observando. Levantó la vista, esperando ver a Sergey en la puerta.
Pero se encontró con su nueva dienta, Jessie, que llevaba blusa blanca, corta, y una falda que dejaba al descubierto sus largas piernas. Julia apartó los ojos del estómago desnudo de la mujer.

—Hola, Jessie. ¿Tienes alguna duda? — Las pesas resonaron por encima del ruido de la música, cargada de efectos graves, que Sergey utilizaba para hacer ejercicio.
—Sí. Me ha parecido oportuno cerciorarme de si se te ha abierto el apetito mientras me estaba duchando. Julia dejó el bolígrafo a un lado y contempló a Jessie. Sin duda, era muy guapa, y Julia tendría que haberse sentido halagada, pero había algo raro en aquella mujer. Tenía demasiado interés. Parecía de las que no aceptaban un no por respuesta. Aunque llevaba varios años al margen de los ambientes de chicas, Julia nunca había logrado ligar con una mujer fuera de los lugares abiertamente gays desde que había dejado el ejército. A ella no le ocurrían cosas como aquélla, pero tampoco había sido normal lo de hacer el amor con su obsesión del instituto en un vestuario del gimnasio. « ¡Sí, y qué bien había salido!»
—Si cambias de idea, tienes mi número en el impreso. —La sonrisa de Jessie cuando se volvió para irse indicaba que esperaba que Julia cambiase de idea, lo cual la fastidió y la empujó a actuar.
— ¿Jessie?
— ¿Sí? —Jessie dio la vuelta con una expresión rebosante de confianza, que crispó los nervios de Julia—. Estoy casada y, aunque no lo estuviese, no salgo con clientas. La sonrisa desapareció y Jessie bajó la cabeza en un gesto de rendición. Julia cogió el bolígrafo, decidida a resolver el papeleo, pero no logró escribir ni una palabra. Dejó de nuevo el bolígrafo sobre la mesa y extendió las manos con las palmas hacia arriba. De repente, se vio entre las piernas de Lena, apartándole los muslos mientras intentaba borrar el recuerdo de lo mal que se había portado con ella en el instituto. Julia oyó el alegre saludo de despedida de Sergey. Si Jessie respondió, hasta ella no llegó la respuesta. Aquella mujer no la tentaba.

¿Por qué había olvidado todas las precauciones con Lena? Había arriesgado demasiado por una sola noche. Julia se frotó la frente. No creyó que fuese sólo una noche. Esperaba más y, mientras, aprovechó lo que se le ofrecía. Era una de las cosas que creía superadas; y, sin embargo, una mirada, un destello del pasado la convertían de nuevo en la niñita asustada que la emprendía a golpes con lo primero que no estuviese en condiciones de devolvérselos. « ¡Maldita sea, Julia! Se supone que lo habías superado.» Sintió que la invadía la tristeza y deseó recibir un abrazo de la persona que más quería en el mundo. «Si no puedes manejar una aventura de una noche, ¿Cómo vas a enfrentarte a los padres de Sergey cuando se enteren del divorcio?» Con sólo pensarlo le daban ganas de llorar. Tenía que volver a casa. Tenía que insistir en que valía la pena, pasase lo que pasase. Julia estaba inclinada hacia delante, con la frente hundida entre las manos, cuando sonó el teléfono de la mesa. Frunció el entrecejo cuando se iluminó el diodo electrónico. No reconoció el número y pasaban de las ocho de la tarde. Era normal desviar la llamada al buzón de voz. Su madre siempre se olvidaba el móvil en la cocina de su casa. ¿Y si era ella, que la llamaba desde el teléfono de una amiga? Si ocurría algo y Julia no respondía a la llamada, nunca se lo perdonaría.

—Fit Life, soy Julia.
—Hola.
Julia reconoció la voz de Lena, pero no contestó inmediatamente. Toda la ansiedad y la confusión desaparecieron.
—Hola, ¿qué tal? —dijo, dulcemente.
—Me sorprende que aún estés trabajando un viernes por la noche.
—Tenía papeleo que resolver. Los horarios interminables son el único inconveniente que tiene trabajar por cuenta propia. — Lena sofocó una risita que hizo sonreír a Julia.
—Sé muy bien a qué te refieres. Yo también tengo mi propio negocio.
— ¿Cómo has conseguido mi número? Lena dudó.
—Lara me habló de tu gimnasio en la fiesta.
—Oh. —Julia iba a decir algo, pero cambió de idea, aunque en el último instante se decidió—: Me sorprende tu llamada.
— ¿De veras? ¿Por qué?
Julia hizo una pausa. Temía ponerse en evidencia si le decía a Lena que había tardado mucho en llamarla.
—Ha pasado casi una semana.
—Lo sé y lo lamento. He tenido muchísimo trabajo.
— ¿Estás trabajando ahora?
—No te llamo para hablar de trabajo. Pero sí, más o menos.
—Me alegra saber que no soy la única que trabaja un viernes por la noche.
—No, claro que no. Sin embargo, preferiría estar en tu gimnasio a estar aquí.
—No parece que escatimes el tiempo para ir al gimnasio. Julia percibió el placer en la voz de Lena.
—Gracias por el cumplido. Empecé en la universidad. Me encanta. Ayuda a descargar la tensión del trabajo.
— ¿Qué es lo que haces, exactamente? — Lena tardó en responder y Julia se apresuró a disculparse—: Lo siento. No pretendía curiosear. Acabas de decir que era algo muy tenso.
—Tranquila, no pasa nada. Tengo una empresa de seguridad. El noventa por ciento del trabajo son asuntos empresariales. Violación de software, malversaciones de los empleados y cosas por el estilo.
—Tendría que haberme dado cuenta de que acabarías en algo relacionado con los ordenadores. Se te daban bien en el instituto. —Julia se arrepintió al instante de sacar a colación el instituto.
—Creía que no sabías nada de mí. —La sorpresa enterneció la voz de Lena. Julia la imaginó sentada tras una mesa mucho más bonita que la suya.
—Sé algunas cosas. Lo siento mucho, Lena. En aquella época no era capaz de comunicarme con la gente.
—Deja de disculparte, por favor. En realidad, no tuvo tanta importancia. Julia apretó los dientes. Para ella sí que había tenido importancia. Había hecho daño. Siempre había querido conocer a Lena, y seguramente había destruido cualquier posibilidad de conseguirlo. Otra de sus muchas malas ideas.
— ¿Qué estás haciendo en este momento? —Aunque no parecía interesada en colgar, Julia percibió cierto cansancio en la voz de Lena.
—Estoy en mi despacho, entre papeles. ¿Y tú?
—Trabajando también. Mirando por la ventana y deseando estar en otro sitio.
— ¿Algún lugar en especial?
—Tal vez. —Lena soltó una risita. Julia sonrió ante el tono de flirteo de Lena.
— ¿Cómo se visten las propietarias de gimnasios? Julia contempló su camiseta, que no hacía juego con los shorts.
—No puedo hablar en nombre de todas, pero yo llevo unos shorts muy cortos y monísimos, a juego con una camiseta sin mangas.
— ¿En serio? —Lena se río con ganas—. ¿El calzado también hace juego? Julia extendió las sucias zapatillas New Balance y asintió.
—Pues claro que sí. Lo mismo que el escudo de los calcetines tobilleros. El conjunto es deslumbrante. ¡Qué lástima que no puedas verme! Las carcajadas de Lena hicieron que Julia se sintiese muy bien por dentro.
—Apuesto a que estás estupenda. Julia no supo qué decir.
— ¿Y el pelo? ¿Lo llevas suelto o recogido?
—Hum, suelto —dijo Julia, retirando la cinta de la cabeza y arrojándola al suelo, mientras el pelo caía en cascada sobre sus hombros. Lena susurró un tenue «preciosa» que estremeció a Julia.
— ¿Y qué me dices de ti? ¿Qué llevas puesto?
—Traje de ejecutiva.
— ¿Pantalones o falda?
—Falda. Una falda cortísima.
Cierto matiz en su tono de voz le indicó a Julia que Lena también estaba disfrazando la verdad.
—Así que cortísima, ¿eh?
—Huuum, y tacones. Julia sonrió al imaginar las pantorrillas de Lena sobre los tacones; luego recordó el roce de aquellas pantorrillas contra sus omóplatos y se puso colorada.
— ¿En qué piensas ahora mismo? La voz de Lena sonaba tan clara que a Julia le dio la impresión de que estaba a su lado.
—Estaba pensando en cómo me sentía con tus piernas sobre mis hombros. El largo silencio hizo que Julia se llevase la mano a la frente y a la boca. « ¡Mierda!» Pero Lena habló con dulzura:
—No he sido capaz de borrarlo de mi mente. El corazón de Julia dio un brinco de esperanza.
— ¿Y podemos hacer algo al respecto?
— ¿Al respecto de qué?
—De lo nuestro. Tal vez podríamos ver hasta dónde nos lleva. Lena no dijo nada y, cuando habló, parecía como si estuviese ante una cristalera. Julia la imaginó contemplando las luces de la ciudad con el teléfono pegado a la oreja. Sólo de pensarlo se sintió excitada de la cabeza a los pies.
—No sé si verte sería buena idea, Julia.
— ¿Por qué no?
—Porque aún estoy pensando en lo que hicimos la última vez.
— ¿Y te parece mal?
—Cuando me despierto sudando o estoy reunida con clientes, en lo único que puedo pensar es en mis dedos sobre tu cuerpo. Julia respiró hondo, cerró los ojos y se abandonó al recuerdo.
—Tienes los ojos cerrados, ¿verdad?
— ¿Cómo lo sabes?
—No los abras. Mantenlos cerrados. Imagina que estoy contigo.
—De acuerdo. —Julia cerró los ojos, obediente.
— ¿Abrirías las piernas si te lo pido?
—Sí.
A Lena se le aceleró la respiración.
— ¿Te masturbas cuando piensas en mí? Julia tragó saliva y se humedeció los labios.
—Sí.
— ¿Cuántas veces? Cuatro, me parece. Me cuesta... dormir.
— ¿Y masturbarte te ayuda? —preguntó Lena.
—Sí.
— ¿Me harías un favor?
—Cualquier cosa —se apresuró a decir Julia.
— ¿Te masturbarías ahora? Podrías imaginar que estoy contigo. Julia abrió los ojos y contempló la oscuridad al otro lado de la ventana.

—Lena, yo...
—Lo siento. No sé en qué estaría pensando.
—No te disculpes. ¿Me permites un segundo? —Julia dejó el teléfono sobre la mesa y fue hasta la puerta, la cerró y pasó el cerrojo. Se dirigía hacia la mesa para no hacer esperar a Lena cuando un rayo de luz en la ventana le advirtió que sería mejor cerrar las persianas. Las cerró con el mando a distancia y cogió el teléfono.
— ¿Lena?
— ¿Julia?
— ¿Qué quieres que haga? Lena no disimuló un profundo suspiro, y Julia imaginó los labios de Lena sobre su cuello y sus hombros.
— ¿Estás sentada ante la mesa? —La pregunta de Lena sonó como un susurro íntimo al oído de Julia.
—Sí —afirmó Julia.
—Apártate.
—Pero hay una ventana.
—Está cerrada, ¿no? No te ve nadie, ¿verdad? Julia obedeció. Apartó la silla de la mesa y de los papeles que se amontonaban sobre ella.
—Ya está.
— ¿Me prometes que mantendrás los ojos cerrados?
—Te lo prometo.
—Si estuviera ahí, te tocaría los pechos. Los cogería entre mis manos. ¿Lo haces tú? Dime qué sientes. Julia sujetó el teléfono entre la oreja y el hombro para tener las manos libres y acariciarse los pechos. Sus pezones se endurecieron al pensar que Lena la estaba tocando.
— ¿Están duros?
—Desde que supe que estabas al otro lado del teléfono.
— ¿Los estás frotando?
—Sí.
—Si estuviese ahí, te besaría. Sé que tienes los labios abiertos. Lo sé porque te oigo respirar. Me colocaría entre tus piernas y te besaría hasta que me rogaras que parase. Julia separó las piernas, imaginando a Lena entre ellas.
— ¿Julia? —La voz de Lena se tensó—. ¿Te quitas el sujetador deportivo? Julia hundió un dedo entre los pechos, dispuesta a quitarse el sujetador por la cabeza, pero algo le dijo que se relajase, que prolongase el momento. Lentamente apartó un brazo y luego el otro antes de deslizar el sujetador sobre los pechos.
—Ya está, me lo he quitado —dijo, tímidamente. Lo dejó caer al suelo y se reclinó contra el frío cuero de la silla. Julia cogió los pechos entre las manos y, al sentir los duros pezones, imaginó las manos de Lena tocándolos.
—Ojalá te hubiese besado los pechos — susurró Lena, y Julia la vio detrás de ella, besándole los pechos—. Son perfectos. Julia sonrió.
— ¿Cómo sabes que son perfectos? Lena se quedó callada.
—Me basta con mirarte. Quise tocarlos desde el instante en que te vi. Quise besarte el ombligo, deslizar la lengua sobre tu cuerpo hasta que me pidieses que parara. Lena estaba provocando semejante incendio en su cuerpo que Julia tuvo que cerrar las piernas para contenerse.
—Abre las piernas, Julia.
Julia obedeció al momento y apretó los ojos con fuerza, a pesar de que ya los tenía cerrados.
—Lena, tenemos que ir más despacio. Estoy a punto...
—No pasa nada. Bájate los shorts. —La voz de Lena sonaba apagada, tierna, excitada, acalorada, apasionada, todo lo que Julia estaba sintiendo—. Imagina que estoy dentro de ti y que te toco. — Julia comprendió que Lena le había dado una orden, así que obedeció—. No presionaría demasiado, sino que sería muy delicada. ¿Puedes abrirte un poco más, Julia? Julia asintió, recordó que Lena no estaba allí y articuló un «sí» casi inaudible. La silla crujió cuando abrió las piernas todo lo que pudo. El aire acarició su humedad e imaginó a Lena contemplando su pubis.
—No tienes ni idea de cuánto deseo tocarte. Si estuviese ahí, besaría tus preciosos muslos hasta que no aguantásemos más. Luego te besaría en los labios y te metería la lengua. Julia utilizó las yemas de los dedos para hacer lo que acababa de describir Lena.
—Si la silla tiene brazos, ¿puedes poner las piernas sobre ellos?
—Julia así lo hizo, aunque perdió momentáneamente la capacidad de hablar. Lena asumió que la había obedecido, porque poco después suspiró y dijo—: ¡Dios, qué bien estás! ¿Te gustaría que te besara?
—Sí, por favor.
—Te besaría ahí mismo. Deslizaría la lengua sobre tu clítoris. —Julia gimió mientras se perdía en el sonido de la voz de Lena—. Capturaría tu clítoris entre los labios y lo saborearía con la lengua—. Julia apartó la boca del teléfono. Estaba jadeando. Recordó la expresión del rostro de Lena cuando la condujo hasta el orgasmo en la fiesta.
—Apuesto a que estás muy mojada, Julia. Si quisiera introducir un dedo, podría hacerlo sin problema, ¿verdad?
—Sí.
—Me encantaría hacerlo. ¿Qué te parece?
— ¡Oh, Dios, sí! —exclamó Julia y le pareció oír cómo Lena se alejaba del teléfono y gemía.
—Cuéntame qué me estoy perdiendo — dijo Lena, y Julia introdujo un dedo en el ardor provocado por la mujer que deseaba en secreto desde hacía tantos años.
—Estoy mojada y... casi a punto. Creo que si no tengo cuidado... Lena la interrumpió.
—No quiero que te corras. Aún no.
—De acuerdo —aceptó Julia, mordiéndose el labio inferior.
—Saca el dedo. Julia protestó.
—Por favor, Julia.
—Está bien. —Julia retiró el dedo muy despacio y notó un hilillo de humedad entre las nalgas.
—Mételo en la boca. Dime a qué sabe. Julia deslizó la lengua sobre el labio inferior, se introdujo los dedos húmedos en la boca y casi lanzó un gemido. Su cuerpo experimentó una sacudida mientras su mente evocaba de nuevo la imagen del cuerpo y el rostro de Lena retorciéndose de placer. A Julia le había encantado el sabor de Lena en aquel momento.
—Dímelo —ordenó Lena.
—Sabe a ti. Igual que sabías tú. Dulce y salado a la vez, ya...
— ¿Y a qué?
—A sexo. Sabe a deseo, a necesidad y a. . .
—Mételos de nuevo.
Julia lo hizo, separando los labios de la vagina, de modo que el clítoris hinchado y orgullosamente erecto quedó expuesto al aire refrescante. Deslizó el dedo por un lado y luego por el otro, y lo apretó antes de moverlo rápidamente arriba y abajo.
—Ahora mete dos dedos.
Julia obedeció, jadeó, se sacudió y casi se corrió, pero cerró las piernas contra su propia mano para contenerse.
—No cierres las piernas, Julia. Déjame entrar. —Lena parecía muy sofocada.
Julia puso las piernas sobre los brazos de la silla y echó la cabeza hacia atrás, sujetando el teléfono entre la oreja y el hombro. Imaginó a Lena penetrándola, con los dedos de los pies curvados, y reprimió el inminente orgasmo. Un leve jadeo fue lo único que oyó durante varios minutos, mientras introducía los dedos, los sacaba lentamente y, luego, volvía a penetrarse, hasta que le pareció que las piernas no formaban parte de su cuerpo y que sus caderas se despegaban de la silla. Julia murmuró el nombre de Lena y la parte inferior de su cuerpo se sacudió.
—Lena —repitió, y entonces ocurrió. Todo su cuerpo se aferró a sus dedos. Creyó oír a Lena animándola, pero se contuvo como siempre que se lo ponían fácil. Trató de reprimirse, de demorar el final, pero no pudo. Se arqueó contra los dedos y sintió las oleadas del orgasmo en su interior con tanta fuerza que no logró mantener el teléfono en su sitio. Oyó que caía al suelo, mientras su cuerpo se sacudía por última vez, se dobló sobre los dedos hundidos en el orgasmo y vio el rostro de Lena cuando ella le proporcionó el suyo.
— ¿Sigues ahí?
—Pues claro —susurró Lena. Le dolían los labios de tanto mordérselos. Su aliento provocó una mancha fantasmal en el exterior de la ventana de Julia, que desapareció lentamente. Hubiera debido sentirse avergonzada, pero no se sentía así. Estaba demasiado excitada para albergar la menor culpa. Tal vez si Julia hubiese aceptado la oferta de Jessie, habría sido más fácil resistir. Habría ido a ver a los Lazarev y les habría contado lo que querían oír. A Jessie se la había recomendado encarecidamente un investigador privado cuya especialidad eran los casos de infidelidad. Lena se dio cuenta, al ver la expresión ofendida de la mujer al salir del gimnasio, que no estaba acostumbrada a que la rechazasen.
Lena tenía que buscar la forma de avisar a Julia de la poca privacidad que ofrecían las persianas de la ventana. Cualquier curioso podía apostarse en el exterior y hacer lo que había hecho ella: espiar a través de los agujeritos oblongos de las tablillas. Lena sabía que Julia vivía en la inseguridad.

—Si crees que hemos ido demasiado lejos, lo lamento —se disculpó Lena. Su mano  se acercó a la ventana para tocarla, pero retrocedió y la dejó caer.
—No lo lamentes. No has sido tú. Ha sido un día extraño.
— ¿Quieres decir que no practicas sexo telefónico con una persona casi desconocida todos los días? —«Maldita sea, ¿por qué me siento tan culpable?» Aunque no fuese cierto lo que decían los Lazarev, Julia podría haber evitado aquello en cualquier momento. No era culpa de ella. «De acuerdo. Sólo estabas aquí fuera, con la frente pegada al cristal, como una vulgar mirona.»
—Por desgracia, no. No suelo tener ocasión de practicar sexo telefónico con una mujer despampanante.
Julia sonreía y Lena podría haber seguido mirándola hasta el fin de sus días. Pero Julia se dio la vuelta y se puso de cara a la mesa, de modo que Lena sólo veía la parte superior de su cabeza y una mano delgada aferrada al tapizado de la silla.
—Creí que las mujeres te perseguían. — Fue una afirmación estúpida, pero era la única manera de darle pie a reconocer que estaba casada, reconocer algo, aunque no lo hizo. Las emociones de Lena oscilaban desde la decepción con Julia por no ser sincera hasta la ira contra sí misma por empeñarse en confiar en ella. ¿Qué más daba si Julia decía la verdad? Aquella mujer estaba casada. Y ése era el meollo del asunto.
—No, yo... Es curioso, pero hoy he tenido una nueva clienta que ha manifestado claramente su interés. Lena se mordió el labio inferior. Jessie había manifestado claramente su interés. Había hecho de todo, salvo tirar a Julia al suelo y sentarse encima de ella. Para eso la había contratado. Lena se sorprendió muchísimo al ver salir a Jessie del gimnasio con expresión frustrada y segura de que Julia no era gay. Recordó la fiesta y la hábil lengua de Julia, pero no dijo nada. Debía caminar el largo trecho que había hasta su coche e irse. Tenía que llamar a los Lazarev y decirles... ¿qué? ¿Que su nuera no era gay? Sería una mentira. Julia era gay sin la menor duda.
— ¿Acaso no era tu tipo? Eso suponiendo que no aceptases su oferta.
—Supones bien. No diría que no era mi tipo, precisamente.
—Sin embargo, hay un «pero». —Lena contempló la nuca de Julia, aunque no obtuvo pistas sobre sus pensamientos hasta que habló.
—No me acuesto con todo el mundo, Lena. Sé que tal vez te cueste creerlo, después de lo que ocurrió en la fiesta y de lo que acaba de suceder, pero hace mucho tiempo que no estoy con nadie.
—Déjalo, por favor. —Lena no supo de dónde salió aquel brote de furia, pero no soportaba que Julia le mintiese.
— ¿Qué he dicho?
—Nada. Sólo quiero verte. —«Mierda.» Tenía que sacarse a aquella mujer de la cabeza para poder seguir con su vida. Exprimir a los Lazarev y su dinero. Aquello iba mucho más lejos. Había metido la pata al liarse con Julia y la única forma de solucionarlo era contándole la verdad —. Necesito verte, Julia. ¿Quieres verme? —Preguntó, aunque sus pensamientos se precipitaban en otra dirección—. «Dime que no, Julia. Dime que estás casada y que has cometido un error. Dime que no me deseas como yo te deseo a ti, que todo era un juego.»
— ¿Cuándo? —Con una sola palabra Julia consiguió romper el corazón de Lena y llenarlo de esperanza a la vez.
—Mañana. Puedo estar ahí a las ocho. En el mismo hotel en que me alojé durante la fiesta. —Ver de nuevo a Julia era un error, Lena lo sabía, pero tenía que solucionar aquello. Tenía que descubrir qué clase de vínculo la unía a aquella mujer. De lo contrario, no podría apartarla de su mente. Tal vez sólo fuese sexo. Sí, tenía que ser sólo sexo. Pero nunca le había gustado mantener relaciones con mujeres heterosexuales, y mucho menos casadas y con suegros como los Lazarev. Aquello era pedir guerra abiertamente. ¿O no?
—No puedo —respondió Julia. Lena tragó saliva.
— ¿No puedes o no quieres?
—Lo siento. Tengo una cita mañana por la noche y no me es posible aplazarla. Lena tragó saliva de nuevo.
—De acuerdo. ¿Y después de la cita? Julia pareció dudar.
—No sé cuánto durará. «Tal vez no quiere verme.» Sólo de pensarlo Lena se sintió tan decepcionada que le dio miedo. «Esto no es bueno.»
—Escucha, no importa.
—No digas eso. No pretendo escaquearme. Me he pasado la semana pensando en ti —afirmó Julia—. Créeme, si pudiese librarme de esa cita, lo haría.
—Te creo —dijo Lena, cuya boca dibujó una sonrisa bobalicona. Se sentía como una adolescente con su primer ligue.
—Bien. Estás sonriendo, ¿verdad? — preguntó Julia.
—Sí. ¿Y tú?
—Quizá.
— ¿Por qué quizá?
—Depende de cómo respondas a la siguiente pregunta.
—De acuerdo, pregunta.
— ¿Te gustó tu clienta? ¿La que te tiró los tejos? ¿Es por eso que...?
—No, en absoluto. Sólo pensaba en ti. Lena suspiró. Podría haber dicho algo estúpido, como « ¡qué bien!», pero se abrió una puerta y la situó en la realidad.
—Te llamaré mañana desde el hotel — dijo y colgó.

Lena trató de esconderse entre las sombras, pero se dio cuenta de que Sergey Lazarev la había visto, pues dudó y luego se dirigió hacia ella. «Mierda, mierda, mierda», susurró Lena, se agachó e hizo como si estuviese vomitando.
—Eh, ¿se encuentra bien? —Sergey parecía tan preocupado que Lena se sorprendió. Dudaba que los padres de Sergey se hubiesen molestado en comprobar qué le ocurría a una desconocida.
—Sí, estoy bien. Es algo que me ha sentado mal en el estómago.
—De acuerdo. No pensará conducir, ¿verdad? —preguntó Sergey con suspicacia. Lena prefería que Sergey pensase que estaba borracha a que estaba haciendo lo que había hecho: espiar a su mujer mientras practicaba sexo telefónico con ella. «Al diablo con todo.»
—No, por supuesto. —Lena se irguió, pero mantuvo el rostro oculto. Miró de reojo y pudo distinguir el hoyuelo de la barbilla de Sergey y sus cabellos ondulados. Sergey Lazarev parecía demasiado indolente para alguien como Julia. Ella había cambiado mucho en diez años, pero seguía rebosando vehemencia.
—Oiga, ¿quiere que llame a alguien o que la lleve a algún sitio?
—Estoy bien. Sólo es algo que he comido. Sergey seguía con el entrecejo fruncido cuando Lena empezó a caminar.
— ¿Vive por aquí? —preguntó, obligándola a parar y haciendo que se le helase el corazón. Lena se recuperó enseguida.
—No, he venido por motivos de trabajo. Gracias por su interés, pero estoy bien. — Lena se volvió y reanudó la marcha. Tendría que dar un rodeo para ir hasta el coche. Al doblar la esquina, miró por encima del hombro y vio que Sergey miraba primero la ventana del despacho de Julia y luego hacia donde ella estaba. Mierda, ¿qué tenía aquella mujer que le hacía perder la cabeza? Casi la habían sorprendido espiando y ¿para qué? Lena parpadeó, temiendo responder su propia pregunta. Aquello era ridículo. Tenía que acabar de una vez. Tenía que darles a los Lazarev la información que buscaban, o mandarlos al infierno. Tenía que alejarse de Julia Volkova antes de que olvidara por qué la odiaba tanto.

Julia y Sergey entraron en el restaurante juntos, como dos guerreros preparados para el combate. Como habían supuesto, los padres de Sergey ya estaban esperando, y la expresión borrosa de Barb daba a entender que se había tomado unas cuantas consumiciones: unos Martini tan secos que su olor hizo toser a Julia.
— ¡Oh, genial! Creo que mi madre está como una cuba. —Sergey dominaba el arte de hablar sin mover los labios. Julia asintió.
—Eso parece, pero no te confíes demasiado. Sergey debería conocer mejor a sus padres, pero era más optimista que Julia. Creyó que sus padres se alegrarían cuando les dijo que se iba a casar con Julia cuatro años antes. Y se equivocó. Julia siguió a Sergey hasta la mesa: se sentía muy cansada y pensaba dejar que Sergey tomase la iniciativa.
—Buenas noches, papá, mamá. —Sergey besó a su madre en la mejilla y estrechó la mano de su padre. Julia besó la mejilla reseca de Barb y reprimió la tos cuando el olor de la copa de la mujer le irritó las fosas nasales. Luego rozó la mejilla de su suegro y le preguntó por su partido de golf. Como era de esperar, el golf rompió el hielo, y Arnult se lanzó a contar una divertida historia. Julia supuso que era divertida porque Arnult no paraba de reírse. Intentó imitarlo, pero no lo logró. Barb la miró por encima del borde de su copa. Era la víbora de la pareja. Callada, impredecible y cruel. Por suerte, su única debilidad era fácil de conseguir. Julia llamó al camarero.
— ¿Podría traernos un vaso de agua con lima y otra copa para mi suegra? — Julia miró a Barb como si le pidiese permiso y, como suponía, Barb asintió. Le dio las gracias al camarero y sonrió a Barb, pero ésta no le correspondió.
—Tienes los hombros demasiado anchos para llevar un vestido sin mangas, querida. Julia se miró el vestido, que se había comprado para la ocasión, porque Sergey le había dicho que, si iba con pantalones, molestaría a su madre innecesariamente.
—Al fin y al cabo mi profesión tiene que ver con los músculos.
—A mí me parece que Julia está fantástica, mamá. Julia miró a Segey, sorprendida de que la defendiese en un asunto tan banal, cuando en el pasado la había dejado sola ante cuestiones mucho más importantes.
—En fin, en mis tiempos las mujeres se conformaban con parecer mujeres. —Lo dijo con una altivez que habría resultado ofensiva si Julia no supiese que aún quedaba lo peor.
—Las cosas han cambiado desde nuestros tiempos, Barb. Deja en paz a Julia. — En ese momento fue Arnult quien la sorprendió. El camarero apareció con las consumiciones y les preguntó si querían pedir la cena. Barb le dijo que sí, pasando por alto el hecho de que ni Julia ni Sergey habían visto el menú. Mientras Barb y Arnult pedían la cena, Julia echó un vistazo al menú. Sergey pediría lo de siempre: un plato de pasta cubierta de crema o de queso.
—Sergey, cariño, estás engordando. — Todos se quedaron callados—. ¿Por qué no pides la ensalada Nicoise? Es estupenda y no le ponen muchas patatas. El camarero esperó al lado de Barb, con el bolígrafo preparado. Una oleada de emociones se reflejó en el atractivo rostro de Sergey. Como siempre, Julia sufría por él y esperaba que se revelase contra sus padres, aunque fuese por algo tan intrascendente como la cena.
—Tienes razón, mamá. La ensalada Nicoise me parece muy bien. Julia perdió el apetito y pidió una sopa de cebolla con una guarnición de ensalada. El camarero se alejó con el pedido, y Julia bebió un poco de agua. Era el momento de abordar el tema desagradable. Aunque Barb no tenía inconveniente en ridiculizar a su hijo delante de los demás, jamás se ridiculizaba a sí misma, por eso Julia y Sergey habían querido reunirse en aquel lugar con sus padres. El restaurante tenía fama de atender con rapidez; por tanto, si actuaban con celeridad, podrían tardar como mucho una hora. Los pensamientos de Julia se centraron en Lena, que la esperaba en el hotel, pero enseguida se obligó a abordar la desagradable tarea que la esperaba.
—Barb, Arnult, os hemos invitado a venir aquí porque tenemos que deciros algo. Barb clavó los fríos ojos Castaños en Julia, pero no dijo nada. Julia tragó saliva y, sorprendida, vio que Sergey le cogía la mano sobre la mesa en una muestra de solidaridad. ¿O sólo se estaba preparando para lo que les esperaba?
—No es fácil decir algo así —continuó Julia—. Por tanto, me limitaré a decirlo y espero que me... nos... deis ocasión de explicarlo.
—Nos vamos a divorciar —declaró Sergey; Julia se puso tensa y miró a Arnult y a Barb. En vez de mostrarse sorprendidos, los padres de Sergey apenas se inmutaron.
— ¿Has pensado en tu carrera? —preguntó Arnult.
—Hay muchos contables divorciados — respondió Sergey.
—Se refiere a tus aspiraciones políticas —precisó Barb. Su tono de voz hizo que a Julia le dieran ganas de gritar «idiotas» y salir corriendo del restaurante.
—Mamá, no estoy muy seguro de que me interese la política.
—Tu abuelo decía lo mismo. Es una especie de vocación entre los hombres de nuestra familia. —Julia esperó que Barb terminase su tercera copa antes de hablar.
—No se trata sólo de Sergey, Barb. Los dos nos hemos dado cuenta de que nuestro matrimonio no funciona.
— ¿Y qué pasa con Vika? —preguntó Barb. Julia habría deseado que aquella pregunta precediese a la pregunta sobre la carrera de Sergey. El hecho de que considerasen a su nieta algo secundario no contribuía a mejorar la idea que tenía de aquella gente. «Deberías haberlo pensado antes de casarte y entrar en la familia.»
—Vika es demasiado pequeña para entenderlo, Barb. Pero, cuando tenga la edad suficiente, se lo explicaremos. Que nos queremos mucho, pero que cometimos un bonito error al casarnos. Bonito porque la tuvimos a ella, pero error al fin y al cabo, porque, aunque nos queremos, no estamos enamorados. —Julia miró a Sergey y le sonrió.
—Eso es lo esencial del asunto —dijo Sergey cuando apareció el camarero con las ensaladas, aplazando las réplicas de Barb. Cuando el camarero se retiró, Barb dijo:
—Las mujeres jóvenes estáis obsesionadas con criar solas a los hijos. La maternidad es una gran responsabilidad. Julia se mordió el interior de la mejilla para no decir: «A menos que te puedas permitir el lujo de tener una niñera permanente hasta que los hijos tengan edad para enviarlos a un internado».
—No puedes salir, ver a quién te dé la gana y hacer lo que te apetezca —continuó Barb—. Tenlo en cuenta cuando hables de divorcio. Los niños son muy impresionables. —La mirada de Barb no vaciló, y Julia tuvo la incómoda sensación de que había averiguado lo de la fiesta de aniversario, lo del taxi o, Dios no lo quisiese, lo del sexo telefónico.
—No pienso ir a ningún sitio, mamá. Sigo siendo el padre de Vika. Y vosotros sois sus abuelos. Sigue teniendo los mismos padres. Sólo que no viviremos bajo el mismo techo. Los otros clientes del restaurante se reían y hablaban de la comida, mientras en la mesa de Julia se comía en silencio. Tal vez fuese la última vez que tenía que soportar la pesada presencia de los Lazarev en su vida. Aquella idea le produjo una sensación de alegría que sólo disminuyó cuando miró a Sergey. Él nunca sentiría tanto alivio como ella, al menos mientras no quedase completamente limpio ante ellos. Por mucho que quisiese a Sergey, sabía que nunca haría aquello por su propia voluntad. Sergey era débil ante sus padres. Julia esperaba que su hija no tuviese que mentir sobre sí misma para complacerla a ella. Miró el reloj. Pasaban de las ocho. Le había dicho a Lena que llegaría tarde, pero ¿en qué momento sería demasiado tarde? Lo intentaría de todas formas. Tenía que conjurar el frío provocado por la mirada glacial de Barb Lazarev.

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Mensaje por andreavk Dom Jun 21, 2015 4:50 pm

Capítulo seis

Hotel Roheibeth. El cosquilleo que sintió cuando sonó el teléfono desapareció en cuanto Lena percibió el cansancio en la voz de Julia. Se preguntó por enésima vez por qué se habría involucrado en aquel asunto.
—Hola, ¿dónde estás? —Abajo, en el aparcamiento. —Si estás demasiado cansada para subir, lo entenderé. En realidad, Lena no lo hubiera entendido. Durante el trayecto hasta Roheibeth había tratado de convencerse de que tenía que ver a Julia por última vez para apartarla de su vida. Se engañaba a sí misma si se empeñaba en ver aquello como un trabajo más. Incluso los residuos de ira que le quedaban del instituto se habían difuminado, convirtiéndose en algo mucho más enrevesado.
—Estoy un poquito cansada. Lena tardó unos instantes en darse cuenta de que se sentía herida porque Julia estaba demasiado cansada para verla, cuando en realidad se encontraba abajo, y tardó otros tantos instantes en comprender que, si fuera inteligente, se le ocurriría un motivo para colgar el teléfono y regresar a Portland con el rabo entre las piernas, pero intacto. —Sé que es tarde, pero esperaba que quisieses verme. Llevo todo el día deseando verte.
—No es tan tarde. —Lena se puso roja de ira y de vergüenza por su ansiosa respuesta. Sin embargo, la furia no le impidió darle a Julia el número de su habitación. Lena colgó el teléfono y se volvió para contemplar la habitación. La ropa de cama estaba doblada, había una botella de champán en una cubitera, entre hielo medio derretido, y una bandeja con fruta sin tocar en un carrito que había pedido al servicio de habitaciones una hora antes. Lena se llevó la mano al pecho y, luego, al estómago, y sus dedos rozaron la piel desnuda. Contempló el grueso albornoz blanco que llevaba y se estremeció. Se le había ocurrido pedir algo de comer, por si Julia no había tomado nada. A las diez, como no la había llamado, decidió remojar el dolorido ego y el furioso cuerpo en un baño caliente antes de acostarse. En aquel momento parecía como si hubiese planificado lo que, en realidad, deseaba que ocurriese: una noche de sexo sostenido con comida y más sexo. Pero una cosa era desear algo y otra muy distinta abrir la puerta en albornoz, tener un banquete preparado y la cama dispuesta. El único paso en falso que no había dado era poner la típica música «para joder» en el combo reproductor de CD/despertador del hotel. La tímida llamada a la puerta la asustó.

Miró hacia el armario en el que había colgado el traje. Tendría que hacer esperar a Julia mientras buscaba algo en el equipaje, o bien se ponía la ropa que había llevado durante el día. Ninguna opción le pareció buena, así que respiró hondo y abrió la puerta. Casi cayó desmayada. Julia llevaba un vestido. Lena se había equivocado al pensar en cómo le quedarían los vestidos. El tejido negro se ceñía a su cuerpo, adaptándose a las caderas y al estómago, plano como un guante, y luego caía con elegancia y cierto recato sobre las pantorrillas. Lena contempló las piernas de Julia, recordando cómo las había visto a través de la ventana. Se preguntó qué se sentiría enredada en su cintura o en sus hombros. Lena se dio cuenta de que era descortés seguir mirándola de aquella forma, por lo que se obligó a sonreír y a centrarse en sus ojos. Pero no pasó del cuello de Julia y de  los suaves bucles que acariciaban sus hombros. Lena abrió la boca para saludar, pero no acertó a decir nada. Quería deslizar los labios sobre aquellos hombros deliciosamente fuertes. En su primera cita no había tenido ocasión de contemplar el cuerpo de Julia, y en aquel momento... —Es exagerado, ¿verdad? Lena alzó la vista, sobresaltada. Se había quedado en la puerta comiéndosela con los ojos, como una virgen preparándose para su primera vez. Por la expresión de Julia dedujo que, no sólo se había dado cuenta, sino que se sentía incómoda. « ¿Y ahora qué, idiota? Lo dabas por hecho.» — ¿Qué es exagerado? —preguntó Lena, mientras trataba de despejar el agradable sopor de su cerebro. —El vestido. Me han dicho que soy demasiado musculosa para llevar un vestido sin mangas.
— ¡Qué barbaridad! No eres demasiado musculosa. El vestido es precioso. Estás preciosa con él. Hay que ser muy burro para decir algo así. —Lena se calló de pronto. La sonrisa de Julia compensaba sus propios exabruptos. —Me alegro de que no pienses lo mismo. ¿Puedo pasar? Aquí fuera hay corriente. — Lena se apresuró a apartarse para dejarla entrar. Por atrás el vestido era casi tan bonito como por delante. De escote bajo, dejaba al descubierto la femenina curva de la musculosa espalda de Julia y terminaba en la protuberancia de las nalgas. Lena reparó en que la puerta aún seguía abierta y la cerró rápidamente, parpadeando. Entre el vestido y el recuerdo de Julia masturbándose en su despacho, tendría suerte si no acababa sufriendo alteraciones del sueño.
Por supuesto, si tenía que permanecer despierta toda la noche, había recuerdos mucho peores que aquél. ¿Qué diablos le había ocurrido a la chicazo que había conocido en el instituto? Era más fácil enfrentarse a las sudaderas y a los vaqueros flojos. «Mejor que no haya entrado con la ropa de trabajo. A juego o no, te pondrías patas arriba.» —Lo digo en serio. Estás estupenda. La sonrisa de Julia  calmó el nerviosismo que Lena sentía en el estómago. —Gracias. A ti también te favorece el albornoz. La vergüenza hizo sudar a Lena. El albornoz era la típica prenda de toalla que los hoteles facilitan a los huéspedes con la esperanza de que se excedan en el mini bar, olviden todas las prevenciones y paguen trescientos pavos por el uso permanente del albornoz. —Parezco una nube de azúcar. Estaba a punto de darme un baño cuando llamaste. —No me digas, molesta que te acompañe? El pulso de Lena se aceleró ante la naturalidad con que Julia formuló la pregunta.

—Me encantaría. ¿Seguro que te apetece? Dijiste que estabas cansada. Tu compromiso anterior debe de haberte exigido mucho. Espero que valiese la pena. Julia se mostró sorprendida y, luego, enfadada, lo cual asombró a Lena. — ¿Y qué más da que esté cansada o no? — ¿Qué? Yo sólo me refería... —Sé a qué te referías. Lamento haberte saltado al cuello. Sí, estoy cansada, pero esta noche he venido para olvidar el desastre que es mi vida. No quiero que me digan que parezco cansada o que trabajo demasiado o... He venido para estar... Lena apretó los dientes y Julia cruzó los brazos sobre el pecho. — ¿Has venido aquí para estar cómo? — La ira de Lena estalló y en ese momento no la atemperó la vergüenza. Julia no tenía derecho a cargarla con sus problemas. La que tendría que estar enfadada era ella. Al fin y al cabo, era la que...—. ¿A qué has venido, Julia?

—He venido a follar, ¿vale? No quiero hacer como... —Dilo —susurró Lena. —Como si nos estuviésemos utilizando la una a la otra. —Sus palabras cayeron entre ambas como una piedra en un estanque sereno. Lena tragó saliva. Se sentía como si le hubiesen dado un empujón en un pasillo atestado de gente, y vaya si dolía. Extendió los brazos y Julia se hundió en ellos. Se dieron un beso descarnado. Lena recibió la punzada de los labios al fundirse, del mismo modo en que uno remuerde el puño esperando disfrazar un dolor real y más profundo. Los dedos de Julia luchaban desesperadamente con el nudo del cinturón del albornoz. Por un leve instante, Lena sintió un extraño recato cuando el nudo cedió y se abrió el albornoz. El beso de Julia la tranquilizó y, cuando sus bocas se separaron, Julia apoyó la frente en la de Lena. Los ojos de Julia abrasaron el cuerpo de Lena, acariciándola, amándola sin tocarla. Lena se derrumbó cuando oyó que tomaba aire. — ¡Dios mío! ¡Qué hermosa eres! — exclamó Julia, y a Lena le pareció que los vestigios de hielo que habían recubierto su corazón en los últimos diez años se derretían. Intentó resistir recordando la seductora sonrisa de Sergey Lazarev. Logró centrarse un segundo, pero, cuando los temblorosos labios de Julia rozaron los suyos, en lo último que pensó fue en Sergey Lazarev. No se resistió cuando Julia la tumbó sobre la cama y acogió con agrado el peso de su cuerpo. Lena se sumergió en un mar de cálida excitación, arrastrada por el placer que le proporcionaba Julia y encantada de estar desnuda debajo de una mujer que, a pesar del pasado común, no conocía. Por su mente pasó la fugaz idea de que no le gustaría estar en ningún otro sitio. Lena estiró la mano, retiró las horquillas del pelo de Julia y sus cabellos cayeron en cascada. La cadera de Julia se encajó entre las piernas de Lena y las separó.

—Estoy lista —advirtió Lena—. Tú vestido... —Súbelo. —Julia empujó con las caderas. Lena gimió de placer y rodeó el trasero de Julia para colocarlo. Le parecía increíble estar tan a punto. Julia dejó de moverse. Lena quería protestar, pero las palabras murieron en su garganta, ahogadas por la expresión traviesa y excitada del rostro de Julia. Se incorporó, con las rodillas en torno a las caderas de Julia. Su sonrisa había perdido el aire juguetón y transmitía una intensidad que le recordó la sensación de acorralamiento que había experimentado en el vestuario. «Ansiedad. Mierda... También la sentí entonces, pero estaba demasiado asustada para reconocerla.» —Levanta las manos —ordenó Julia y, tras un instante de duda, Lena obedeció y vio que Julia sujetaba el cinturón de su albornoz—. Te voy a atar las manos. No podrás tocarme. Sólo te tocaré yo. ¿Entendido? —Lena frunció el entrecejo. Lo entendía, pero no le gustaba nada—. Lena..., ¿me dejas poseerte esta noche? Por favor. Necesito olvidar lo asquerosa que es la vida a veces. Sólo un ratito. —De acuerdo —aceptó Lena. Julia parecía asombrada y Lena no comprendía por qué. No era la primera vez que estaban juntas, pero, cuando habló, procuró retener para siempre la expresión deslumbrada de Julia.

—Esta noche soy tuya. Puedes hacer o decir lo que quieras. Déjate llevar. — Lena alzó las manos sobre la cabeza y cruzó las muñecas. Julia las ató con un cuidado ceremonioso. Lena la contempló mientras Julia se despojaba del vestido, deslizando las tiras sobre los hombros y los brazos. Recordó la misma expresión de pasión contenida en su rostro mientras la espiaba a través de la ventana. Lena apretó los dedos y soltó un gemido. El cinturón ataba sus manos con delicadeza. Podía liberarlas sin dificultad. El vestido cayó al suelo, formando un charco de tejido negro entre los pies descalzos de Julia. — ¿Dónde están tus bragas? —preguntó Lena, atónita. —Las he dejado en la guantera del coche. Estaba muy excitada cuando venía hacia aquí. —Si Julia no se hubiese mostrado tan avergonzada, Lena habría pensado que aquel comentario pretendía provocar una determinada reacción. Una oleada de calor asfixiante ascendió desde las plantas de los pies de Lena hasta su cabeza. La cama se hundió cuando Julia se sentó con las manos entrelazadas recatadamente entre las rodillas. A Lena le gustaba que Julia no manifestase ninguna prisa y procuró calmar sus propios nervios. También ella sabía ser paciente. No estaban pendientes del reloj ni nada por el estilo. Julia se levantó y, al coger la botella de champán, el agua se derramó por el borde de la cubitera, pero Lena no apartó la vista de su perfecto y redondeado trasero. Todo su cuerpo era perfecto, incluso las plateadas marquitas del elástico que brillaban en sus costados. Lena se preguntó a qué sabrían. Julia buscó una toalla. Encontró una pequeña, que Lena había dejado sobre la mesita, y la utilizó para descorchar la botella de champán. Sonrió y le ofreció una copa a Lena, arqueando una ceja. — ¿Celebramos algo? —preguntó Lena, reparando de pronto en su propio cuerpo. Había estado desnuda ante mujeres en otras ocasiones, pero nunca exhibiéndose de aquella manera. Julia no respondió y mantuvo la vista clavada en el pecho de Lena, como si estuviese perdida en sus propios pensamientos. A pesar de todo, Lena no se sentía incómoda. Levantó el pecho, deleitándose en sus pezones erguidos a causa de la excitación. La expresión de Julia le indicó que ella también se estaba deleitando. —Vas a derramar el champán —advirtió Lena con una sonrisa. Julia se sobresaltó y enderezó la copa mientras se acercaba a la cama, poniendo la pelvis frente a la cabeza de Lena. Lena la contempló con avidez, inhaló el aroma a cítricos y humedeció los labios. — ¿Tienes sed? —preguntó Julia con ternura. —Sí, pero no de champán. Julia dejó el champán sobre la mesa y se acercó a ella con un esbozo de sonrisa. —Me parece increíble estar junto a ti de esta manera.

—Estaba pensando lo mismo. No siento la menor timidez. — ¿Ni la más mínima? —Bueno, tal vez un poquito. Julia bebió un sorbo de champán, acariciando el cuerpo de Lena con los ojos. Al recordar su corazón desbocado mientras la espiaba a través de la ventana, Lena estiró lentamente las piernas y las abrió. Julia se disponía a coger una fresa, pero frenó en seco. —Lo has hecho a propósito —susurró.
—No sé a qué te refieres. —Lena dibujó con las caderas un ocho imaginario, mientras arqueaba la espalda y se humedecía los labios. A Julia se le cayó la fresa en la copa de champán y se oyó un plof. — ¡Mierda! —Lena se rio mientras Julia miraba con cara de susto la fresa e intentaba pescarla. — ¿Te hace gracia? —Julia recuperó la fresa y la deslizó sobre los labios de Lena. —Sí, claro que me hace gracia. —Lena lamió las gotas de champán—. Me parece que el champán se ha enfriado demasiado. Lo siento. Creí que no ibas a venir. —Hum, está bien así, ¿no crees? — Julia extendió su copa y Lena se estiró para beber un sorbo. Un reguerillo se escurrió por la comisura de sus labios. Necesitaba las manos para limpiarlo, pero Julia dijo:
—Deja que lo haga yo. Los labios de Julia rozaron su mejilla y, a continuación, su lengua siguió el frío rastro del champán hasta el cuello de Lena. Siempre le habían dicho que tenía un cuello demasiado sensible, pero el contacto de Julia era tan firme que no le hizo cosquillas y, a la vez, era tan suave que provocó que su cuerpo se arquease de placer. La cama se movió y, antes de que Lena pudiese reaccionar, Julia se puso encima de ella. Hubo un prolongado y lento espacio de tiempo en el que los cuerpos de ambas encajaron, pezón contra pezón, cadera contra cadera. Los cabellos de Julia se esparcieron sobre la cara de Lena y la cegaron por unos momentos. Cuando Julia levantó la cabeza, la conmovida expresión de su rostro indicó a Lena que ambas sentían lo mismo. El miedo amenazaba con vencer a la excitación, pero Lena arqueó el cuerpo y Julia parpadeó, rompiendo el hechizo. Lena movió las caderas debajo de ella, obligándola a seguir sus movimientos, diciéndole que le gustaban sus besos. Julia deslizó las manos bajo los omóplatos de Lena y se introdujo entre sus piernas. —Espera. De lo contrario me correré enseguida —avisó Lena. —No importa. Te deseo. Lena habría protestado si hubiese tenido fuerzas. Las manos de Julia sobre sus caderas la empujaban. Intentó retroceder para prolongar el momento.

—No, nada de eso —dijo Julia y, entonces, todo se precipitó. Lena comenzó a quejarse, pero sus palabras murieron antes de ser pronunciadas. Julia contemplaba con fascinación el hueco entre sus piernas. Lena trató de juntar las rodillas, pues se sentía totalmente expuesta. El movimiento interrumpió el hechizo que dominaba a Julia, la cual alzó la vista con una expresión que hizo que Lena olvidase su vergüenza y cualquier otra cosa que no fuese Julia Volkova. —Preciosa —exclamó Julia, con una voz ronca de pasión. El primer beso habría bastado para que Lena se corriese, si no hubiera sido porque se mordió el labio inferior a modo de distracción. Cuando Julia abrió la boca y la tomó, llenándola con el clítoris de Lena, hubo un instante en el que ésta creyó que Julia iba a devorarla. Le gustaba, le apetecía que lo hiciese, despegó los labios para implorarlo, pero sólo emitió gemidos de placer. Cuando creyó que no habría más momentos culminantes, Julia acarició la abertura de su vagina, solicitando entrar. El placer fue tan intenso que Lena dejó de mover las caderas. Todo lo hacía Julia: la levantó y la movió al ritmo adecuado. El placer velaba su rostro mientras flexionaba los músculos para situar el cuerpo de Lena en el ángulo perfecto. La dificultosa respiración de Lena se interrumpió momentáneamente cuando el orgasmo curvó los dedos de sus pies y le hico arquear la espalda en una postura casi dolorosa. Cuando Lena se recuperó, vio que Julia se hallaba con la cabeza apoyada en su cadera, sujetándole la mano. Lena se movió, pero Julia no alzó la vista como cabría esperar. Cuando por fin la miró, Lena se quedó muda ante la expresión lujuriosa de Julia: la pasión velaba sus ojos e hinchaba sus labios. Tenía el rostro mojado de sudor o del deseo de Lena. —Podría continuar haciéndolo toda la vida —dijo, y a Lena le pareció que se le agarrotaba el corazón. —Ven aquí. —Julia se mostró reacia a moverse. Al fin se instaló en la cama, con intención de acostarse junto a Lena —. No, más arriba. Julia frunció el entrecejo, confundida. —Yo también quiero saborearte. Julia se sentó a horcajadas sobre el pecho de Lena, mirándola con gesto interrogante.
—Sube un poco más. —Julia obedeció, apoyándose en la cabecera de la cama. A Lena le gustaban las flexiones del estómago de Julia cuando se movía. Le gustaba la embriagadora mezcla de su olor a almizcle y del aroma de su champú —. Para ahí. —Julia se quedó quieta—. Baja un poco más. —Julia siguió sus indicaciones hasta que Lena sintió el sedoso calor de la mujer sobre su pecho. Se deshizo del cinturón y abrazó la estrecha cintura de Julia—. También tú eres hermosa. Siempre me pareciste hermosa. Lena arqueó la espalda, acercando los pechos a los de Julia, y frotó los duros pezones contra el clítoris de Julia. Ambas gimieron a la vez y Lena cerró las piernas para contener la urgencia que sentía. En sus pechos relucía la líquida evidencia de la excitación de Julia. El aroma resultaba embriagador. Julia había actuado como si no esperase correspondencia y se había equivocado. Era lo que más deseaba Lena. Lena se colocó detrás de ella, acomodó las almohadas y echó un vistazo a su rostro, teñido de placer. —Ven, Julia. El primer contacto de la lengua sobre los labios las dejó sin habla, pero Julia reaccionó enseguida y sus caderas se entregaron al consabido balanceo. Jadeaba cada vez con mayor intensidad, mientras Lena separaba sus labios mayores en busca de la piel suave y delicada. En un primer momento, Lena procuró no utilizar los dientes, pero se dio cuenta de que a Julia le gustaba que lo hiciese.

Le acarició y le frotó el culo, deleitándose en los pliegues de sus nalgas. Una fina capa de sudor las cubría, y el ruido de sus cuerpos mojados se mezcló con los tenues gemidos de Julia. Lena alzó la cabeza y hundió la lengua en las profundidades de Julia, mientras con la yema del dedo buscaba otra abertura, menos dispuesta a acogerla. Esperó varios segundos, prodigando suaves caricias, derrochando paciencia, hasta que Julia se arqueó y la aceptó con un placer que indicaba que se hallaba a las puertas del orgasmo. Lena movió el dedo y la lengua. El grito de Julia resonó en la habitación y las envolvió. Ver a Julia fascinaba a Lena: todos los músculos tensos, los cabellos revueltos y la boca abierta en un gesto de éxtasis. Julia se tumbó detrás de Lena, dibujando una línea en su mentón con la yema del dedo, mientras el otro brazo yacía bajo su cabeza. Lena se encajó en la curva de su cuerpo. Le parecía que, si decía algo, rompería el hechizo, el mundo real se materializaría y las separaría.
— ¿En qué estás pensando? —preguntó Lena con un perezoso susurro.  —En que si alguien me hubiese dicho en el instituto que acabaríamos así, no lo habría creído. Lena se rio.
—Seguro que le habrías dado una buena tunda. Julia sonrió. —Lo dudo. Me habría conformado con amenazarle. —Pues yo no lo dudo. —Lena, sé que te lo hice pasar muy mal. No pretendo disculparme, pero me costaba mucho hablar con la gente. —Por lo que recuerdo, se te daba muy bien hablar con todo el mundo menos conmigo. —Julia no percibió la menor acusación en las palabras de Lena. Su tono era adormilado, sereno, saciado, igual que los sentimientos de la propia Julia. «Déjate llevar. Sólo tienes que perderte en el aroma, en las sensaciones, en el recuerdo de estar con Lena.» Todo aquello acabaría muy pronto. Lena se marcharía al día siguiente. Aunque aceptase mantener el contacto, no duraría mucho y al final su relación moriría sola. ¿Relación? No era una relación. Se trataba sólo de sexo. ¿O no? —Eso no es cierto, Lena.
— ¿Qué no es cierto? Mejor se quedaba callada. Lena no tardaría en dormirse. —Me costaba mucho hablar con casi todo el mundo, y especialmente contigo. Lena permaneció en silencio tanto tiempo que Julia creyó que se había dormido. Continuó hablando porque necesitaba hacerlo. Tenía que liberar las palabras o seguir fingiendo. —Era demasiado joven para entender mis sentimientos. Me enamoré de ti como una loca, Lena. Y no quería ser lesbiana. Mi padre... decía que los homosexuales eran unos enfermos. Así que creí que lo que sentía al verte estaba mal. ¿Lena? Julia se movió y la miró. Las leves pestañas ensombrecían las mejillas de Lena, cuyo aliento había adquirido la cadencia del sueño. Julia se relajó. Daba igual. Seguramente a Lena no le interesaba nada su complicada niñez y mucho menos su complicada vida de adulta. Lo único que la reclamaba estaba en casa, alejada de todo. Era su única bendición. Había cometido muchos errores, pero, con un poco de suerte, su hija nunca se enteraría. Lena se despertó cuando notó que Julia se levantaba de la cama antes del amanecer, pero fingió un profundo sueño. No era su intención dormir con Julia, aunque, a decir verdad, tampoco deseaba mantener una conversación seria. Si Julia se sinceraba, también ella tendría que hacerlo, y no le apetecía despedirse para siempre. Aún no.
Lena oyó a Julia en el cuarto de baño, pero continuó inmóvil. Sabía que era una estupidez no levantarse, no disculparse, hacerse la dormida, pero algo la mantenía clavada a la cama. No, no era una sola cosa. Julia la había hecho demasiado feliz, estaba casi dispuesta a olvidar que aquélla era la misma persona que la había maltratado en el instituto, la misma persona que deseaba hacer el amor con ella a pesar de estar casada. Al oír el sonido de la ducha se dispararon sus aprensiones. No, hacer el amor no. Aquello no había sido hacer el amor. ¿O sí? ¿Cómo diablos podía saberlo?
«Pero se va a divorciar. ¿Y eso lo arregla todo? ¿Desde cuándo soy tan mojigata? Yo no he hecho ninguna promesa. ¿Qué me importa a mí que Julia engañe a su marido? Sí que me importa. Y ahí está el problema.» Lena se alegraba de tener el pelo largo, porque así le cubría la cara. Oyó cómo Julia se sentaba ante la mesa y el ruido que hacía al escribir una nota. Era un alivio que se fuese. Se sentía demasiado confundida y culpable para mirarla en aquel momento. Le pareció que Julia se acercaba a la cama y la imaginó de pie, con aquel precioso vestido negro, los zapatos en la mano, el pelo suelto y... ¿cuál sería la expresión de su rostro? Lena no se movió cuando los labios de Julia rozaron la comisura de su boca. Apretó los puños bajo las sábanas, negándose a responder, a pesar de que su cerebro le exigía a gritos que dejase de ser una cobarde y le preguntase a Julia por qué se marchaba tan pronto. Permaneció completamente inmóvil mientras la presencia de Julia se difuminaba. La puerta se abrió y hubo una larga y silenciosa pausa. Imaginó a Julia mirándola antes de cerrar la puerta. Julia entró en su casa y se dirigió a una pequeña habitación situada al fondo del pasillo. Se detuvo en la entrada y contempló la pequeña figura encogida bajo las sábanas. Sonrió por primera vez desde que se había despertado entrelazada a Lena.

A Vika le daba miedo la oscuridad. Creía que cubriéndose la cabeza con las sábanas se protegía de los monstruos ocultos entre las sombras. Al principio, Julia temía que se ahogase, pero su madre le aseguró que no le ocurriría nada. Cuando Julia decidió tener un hijo, su mayor preocupación fue la salud de la criatura. Y, por primera vez en su vida, empezó a cuidarse. Si no hubiese sido por Vika, tal vez no habría convertido su afición a la gimnasia en un medio de vida. La sonrisa de Julia se extinguió. Vika era la prueba de que su padre estaba equivocado. No era una mierda ni una fracasada. Una fracasada no habría hecho algo tan perfecto. La siguiente visita que hizo Julia fue a la habitación de su madre. La puerta del dormitorio de Vika, estaba abierta, aunque la niña solía dormir profundamente.
Julia, ahora que estaba en casa, la cerró. —Estoy despierta —dijo su madre, aunque resultaba evidente por su tono de voz que no estaba muy despierta. Julia dudó y, luego, entró en la habitación. — ¿Cómo ha ido todo? —Larissa Volkova se incorporó en la cama y se frotó los ojos. Con los negros cabellos despeinados y el rostro abotargado por el sueño, parecía tan inocente como la niña de cuatro años a la que cuidaba. —Se lo han tomado increíblemente bien. Si no los conociese, diría que ya se lo esperaban. — ¿Crees que han averiguado lo de Sergey? Julia se sentó en la cama de su madre. Se le había ocurrido que los Lazarev sabían que Sergey y ella eran marido y mujer sólo nominalmente, pero, cuando se lo comentó a Sergey, éste se había reído. —Sergey cree que, si lo hubiesen sabido, habrían dicho algo. —Tal vez, pero a veces es más fácil ignorar las cosas y esperar a que pasen. —No creo que hubiesen estado tan tranquilos si lo hubiesen sabido. — ¿Y tú cita? Como llegas tan tarde, supongo que salió bien. Julia se puso colorada. Su madre y ella habían arreglado su deteriorada relación cuando estaba embarazada de Vika. De joven, Julia necesitaba una madre con la que hablar, alguien que la defendiese cuando su padre la insultaba tras encontrar sus recortes de revistas con fotos de mujeres pegados en la puerta de su armario. Aunque Julia aún no había superado la amargura que asociaba con sus últimos años en casa, había recurrido a su madre cuando supo que estaba embarazada. Y su madre, con gran sorpresa por su parte, reaccionó como una madre.
Abrazó a Julia y le prometió cuidarlas a ella y a la niña siempre. Y lo había hecho. Julia se levantó. —Voy a cambiarme antes de que Vika se levante y empiece a preguntar por qué su madre lleva el mismo vestido de anoche. —Es un vestido precioso. Julia esbozó una tímida sonrisa ante el cumplido de su madre y se alisó el vestido sobre las caderas. —Me sentía bien con él hasta que Barb dijo que tenía los brazos demasiado musculosos. — ¿Y qué le pareció a Lena? Julia sonrió al recordar su mirada de admiración. Habría aguantado cien comentarios despectivos por parte de Barb Lazarev a cambio de que Lena la volviese a mirar de aquella forma. —Creo que le gustó mucho. — ¿Hablasteis? La sonrisa de Julia se desdibujó.

—Me parece que no desea hablar del pasado, y no quiero arriesgarme... —Se encogió de hombros—. En realidad, no la conozco, mamá. Me gustaría, pero no es buen momento. Ella vive en Portland, y yo aquí. Tengo que pensar en Vika. A las mujeres como Lena no les gustan los niños. — ¿Estás segura? Acabas de decir que no la conoces. —La conozco lo suficiente como para comprender que, si quisiese hijos, ya los habría tenido. Es inteligente, decidida. — Julia hizo un gesto de indiferencia —. Siempre lo fue. Y aunque aceptase probar, no quiero que Vika le coja cariño y luego Lena desaparezca de su vida porque la niña no encaja en sus planes. Vika tiene una edad en la que ya echa de menos a la gente. Me ha preguntado dos veces por qué Sergey no vive aquí. — ¿Estás preocupada por Vika o por ti? Julia se inclinó, abrazó a su madre y, luego, se dispuso a marcharse.
—Por las dos. Cuando Julia se fue, Lena se quedó en la cama varios minutos, debatiéndose entre la frustración por no haber tenido el valor de despedirse de ella con un beso y la cordura de no haberlo hecho. Resultaba difícil no ir más allá del sexo. Si Julia se hubiese dado cuenta de que estaba despierta, habrían hablado, y habría tenido que contarle toda la verdad: por qué se encontraba allí y para qué la habían contratado. Lena se levantó. Se ruborizó al sentir un hormigueo en los puntos sensibles y sonrió al percibir el aroma de su propio cuerpo. No le importaría volver a la cama y revivir las experiencias de la noche anterior. Cogió la carta que le había dejado Julia y la leyó un par de veces para cerciorarse de que la entendía.

“Lena, siento marcharme de esta forma, pero tengo que ver a una clienta dentro de dos horas. Me cuesta mucho dejarte y por eso te escribo esta carta. Sé que soy cobarde, aunque seguramente estás acostumbrada a verme actuar así. Intenté explicártelo anoche, pero me dio la impresión de que no querías saber nada del asunto. Por desgracia, yo no puedo pensar en otra cosa. Si nos encontrásemos dentro de un año, tal vez todo sería distinto, pero en este momento mi vida es muy complicada. Seguro que para ti esto no pasa de ser una aventura divertida, pero yo no puedo permitirme el lujo de embarcarme en ese tipo de diversiones. Lamento haberte tratado tan mal en el instituto. Sé que no tengo disculpa, pero en aquella época las cosas eran difíciles en mi casa debido a mi sexualidad, y tú representabas lo que yo creía que había de malo en mí. Pensé que, tratándote con crueldad, dejaría de desearte. Pero fue peor, y ahora debo asumir también esa culpa. Sé que tienes tu vida en Portland, tu trabajo y otras cosas importantes, pero, si algún día cambiase todo o si quieres hablar en serio de lo que hubo entre nosotras en el pasado, aquí estoy. No voy a escapar. Julia.”

Lena dejó la nota sobre la mesa y se dirigió al baño para ducharse. Así que se trataba de eso. Julia le daba a entender, sin decirlo crudamente, que no volvería a verla. Lena contempló la toalla húmeda, cuidadosamente doblada, la colgó en el toallero y abrió el grifo de la ducha. Mientras se enjabonaba, insultaba a Julia con términos que ojalá hubiese conocido cuando estudiaban en el instituto. Se tranquilizó al darse cuenta de que estaba más herida que enfadada. En realidad, no tenía derecho a sentirse herida. Julia se había limitado a hacer lo que debería haber hecho ella misma si las cosas hubiesen seguido por aquellos derroteros.
Lena comprendió que había perdido la objetividad. «Si alguna vez la tuve, que no creo.» No debería haber ido allí. Había cobrado dinero por hacer un trabajo y se había acostado con una mujer casada cuya promiscuidad debía demostrar. ¿En qué lugar la situaba aquello? Lena cerró el grifo, abrió la puerta y buscó la toalla. Cuando su mano rozó el tejido húmedo, se dio cuenta de que era la toalla que había usado Julia, pero de todos modos la cogió. La acercó a la nariz y cerró los ojos. No olía a Julia, sino al jabón del hotel. Lena arrojó la toalla y cogió una seca. Se frotó el cuerpo con energía, apretando los dientes en un gesto de decisión. Julia tenía razón: aquello había sido un error desde el principio. Era hora de darlo por terminado.

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Mensaje por andreavk Vie Jun 26, 2015 3:28 pm

Capítulo siete

Lena dedicó las cuatro horas de que disponía antes de comer con los Lazarev a comprobar su buzón de voz y su correo electrónico, y a hacer ejercicio en el gimnasio del hotel. Se duchó de nuevo y, aun así, llegó al restaurante del hotel, situado en una terraza exterior, veinte minutos antes de la hora. Naturalmente, los Lazarev se retrasaron. Lena se habría sorprendido si hubiesen llegado puntuales. Su mente daba vueltas a la carta. Julia se había deshecho de ella sin desmelenarse. —Señorita Katina. —Arnult Lazarev se presentó ante Lena, que se apresuró a saludarlo. El hombre no apartaba la vista de la carpeta de Lena, y a ésta no le habría extrañado que se relamiese. Había conocido a muchos hombres como él. Su experiencia le decía que, en cuanto olían la sangre, estaban dispuestos a entrar a matar. En aquel caso, la sangre pertenecía a Julia. — ¿Esperamos a Barb? —preguntó Lena.
—Mi esposa tenía un compromiso importante que no ha podido anular. Lena estuvo a punto de preguntar: « ¿La peluquería, la manicura o el Botox?». — ¿Son las fotos? —preguntó Arnult, haciendo ademán de coger la carpeta. Lena lo detuvo poniendo la mano sobre los papeles, esperó hasta que las cuidadas cejas grises del hombre recuperaron su posición normal y dijo: —Primero tenemos que hablar de lo que usted espera conseguir. —Lo siento. No sabía que hubiese nada que hablar. Ya tiene su depósito. Doy por sentado que lo cubre todo. La actitud de Arnult Lazarev cambió levemente, pero Lena enseguida se dio cuenta. «Tranquila, Lena. No subestimes a este tipo.» Se reclinó en la silla, cruzó los brazos y, como había supuesto, Arnult Lazarev retiró la mano de la carpeta. —Creo que no me lo ha contado todo. Me gustaría saber algunas cosas antes de desvelar lo que tengo. Arnult no se movió. — ¿Quiere decir que no me va a dar la información que he pagado? —Los ojos de Arnult se oscurecieron y adoptaron el color del carbón—. Le he pagado por hacer un trabajo, ¿no cree, señorita Katina? Lena sonrió y se inclinó hacia delante. —Usted me ha pagado... —Se calló porque en ese momento Arnult estaba mirando algo detrás de ella. En el rostro del hombre se reflejó la sorpresa. Lena frunció el entrecejo y se dio la vuelta. Tal vez si no la hubiese ofendido tanto el tono condescendiente de Arnult, no se habría girado tan rápidamente y Serger Lazarev no se habría enterado de que lo observaban. Sergey alzó la vista y la sonrisa de su agradable y bronceado rostro desapareció. Miró a su padre y a Lena. Luego se inclinó, le dijo algo a su atractivo acompañante y se levantó. A pesar del temor que sintió Lena al ver que Sergey se acercaba, no pudo evitar contemplar al hombre con el que se había casado Julia. Sergey era guapo, al menos para quienes les gustaba el aspecto de playboy rico. Caminaba con el aplomo de quien está acostumbrado a llamar la atención. El acompañante de Sergey, un adonis rubio que llevaba una camiseta sin mangas y vaqueros ceñidos, confirmó este punto mirando sin disimulo cómo se estrechaban la mano padre e hijo, con la actitud de dos conocidos de los negocios.

—Papá, ¿qué haces aquí? ¿Dónde está mamá? —Sergey la miró de arriba abajo un par de veces. Al parecer, no importaba que Lena llevase uno de sus trajes predilectos. La mirada de Sergey gritaba: «Puta», lo cual le hizo gracia y la fastidió al mismo tiempo.
—Tengo una reunión de negocios con una colega —dijo Arnult como si Lena no estuviese presente—. Tu madre tenía cita con el doctor Polk. ¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar en la oficina? —He quedado con un antiguo amigo para comer. Lena se dio cuenta de que el «antiguo amigo» no había apartado los ojos de Sergey desde que éste se había levantado de la mesa. También reparó en que se parecía muchísimo a Brad Pitt, si Brad Pitt tuviese la costumbre de beber Bloody Marys con el dedo meñique disparado, como si estuviese tomando el té con la reina de Inglaterra. Lena retuvo el detalle para completar sus informes. —Lo siento. No nos han presentado. Soy Sergey Lazarev. —La mirada de Sergey se llenó de curiosidad—. ¿No nos conocemos? Lena le estrechó la mano con gesto amistoso, pero inexpresivo. —Mucho gusto. No creo que nos conozcamos. —Sergey, Lena Katina. Señorita Katina, mi hijo Sergey. Lena habría torcido el gesto si Sergey Lazarev no hubiese estado frente a ella. Habría preferido que no saliese a relucir su verdadero nombre. La actitud galante de Arnult dejaba bien a las claras que no le importaba ni creía a su hijo capaz de averiguar que su padre estaba metiendo las narices en su vida matrimonial. «Pero, ¿quién soy yo para juzgar a nadie? Yo he metido bastante más que las narices en su vida matrimonial.» Y entonces frunció el entrecejo. — ¿Por qué no te pasas por casa después?
La señorita Katina sólo dispone de unas horas y tenemos asuntos que resolver. —Sí, claro —dijo Sergey con el aire ensayado de un niño acostumbrado a los desaires de su padre—. Señorita Katina, encantado de conocerla. La expresión del acompañante de Sergey pasó de la felicidad a la pena, y Lena dedujo que Sergey le había dicho algo para refrenar su entusiasta recibimiento. « ¿Por qué la mera presencia de su padre en un restaurante le arruina el día a Sergey Lazarev?» — ¿Por dónde íbamos? —preguntó Arnult. —Me estaba explicando por qué estas fotos son tan importantes para usted. —En realidad, no pensaba explicarle nada. La he contratado para que haga un trabajo. Le he pagado el trabajo y ahí se acaba su papel. ¿Está claro? Usted trabaja para mí. No al revés. Lena asintió. —Ahora está claro. —Deslizó la carpeta sobre la mesa. Tras mirar de reojo a Sergey y a su acompañante, Arnult abrió la carpeta y puso mala cara al ver el contenido. Cogió la primera foto, en la que se veía a Julia hablando con Jessie en la cinta andadora, con expresión ausente. Arnult la dejó a un lado y cogió la siguiente: una foto de Julia sentada en el sillón de su despacho, sonriendo a alguien. A Lena le gustaba más que ninguna, porque la persona con la que hablaba Julia era ella y la llenaba de emoción ver que podía provocar semejante alegría. Arnult repasó veintiocho fotos inocuas, y la expresión confundida de su rostro se fue tornando cada vez más sombría. —No está con nadie en ninguna foto.
—Porque no había nadie. —No lo entiendo. ¿No ha encontrado nada? ¿Qué es esto? —Arnult cogió su cheque. —Sus honorarios, señor Lazarev. —Ya sé qué es. Lo que quiero saber es qué hace aquí. —Se lo devuelvo sin haberlo cobrado. No trabajo para usted. Trabajo para mí. — ¿Sabe cuántas empresas se pondrían de rodillas por conseguir este trabajo? Lena lo sabía. Había albergado la esperanza de que Arnult Lazarev cogiese las fotos y cejase en su empeño de encontrar basura en la vida de Julia. —Permita que le dé un consejo. Mire bien a quién contrata para hacer este trabajo. No todo el mundo es tan discreto como yo. Por lo visto se está tomando el divorcio mucho más a pecho que su hijo. —Lena miró a Sergey Lazarev, que en ese momento le decía algo a su amigo. — ¿Acostumbra a devolver los honorarios cuando no encuentra la información que desea su cliente? Seguro que ha tenido gastos.

Lena se movió, incómoda. En su empeño por evitar la culpabilidad que sentiría al aceptar el dinero de Arnult, había mostrado sus cartas sin darse cuenta. —Considérelo un favor en atención a su amistad con Edward. Arnult la miró durante unos segundos y, luego, asintió, tras encontrar de lo más normal que Lena pagase el hotel y todos los gastos porque él había sido compañero de estudios de uno de sus mejores clientes. Lena se levantó y le estrechó la mano.
—Siento no haber podido darle lo que quería. —Ha hecho todo lo posible. —El comentario sonó frío y daba a entender que Lena no lo había hecho bien. La joven se dispuso a salir del restaurante e, inconscientemente, miró hacia la mesa de Sergey Lazarev. No le sorprendió que Sergey la mirase de arriba abajo. Había encontrado a su padre comiendo en el restaurante de un hotel con una mujer mucho más joven. Pero sí la sorprendió notar que Sergey la reconocía antes de salir del local.
Mientras esperaba el ascensor que debía llevarla a su habitación, recordó aquella mirada. ¿Había reconocido a la mujer del aparcamiento? Cuando las puertas del ascensor se abrieron, Lena estaba convencida de que el supuesto reconocimiento de Sergey era producto de su imaginación. Y, aunque no fuese así, ¿qué más daba?

Julia acababa de cerrar la puerta de la habitación de Vika cuando vio que Sergey subía las escaleras con cara de preocupación. Se llevó el dedo a los labios, para pedir silencio, y señaló las escaleras. Si Vika oía a su padre, se levantaría de un salto. Julia había tenido que contarle dos cuentos y hacerle cosquillas para dormirla. Como Sergey la despertase, tendría que leerle El osito limpito, y Julia estaba muy cansada. Sergey asintió, dio la vuelta y bajó las escaleras de dos en dos. Julia lo siguió sin apresurarse. Ocurría algo raro, pero no tenía prisa por saber qué era. Encontró a Sergey en el cuarto de estar, sirviéndose un brandy. —A lo mejor no te vendría mal una copa. —Como ninguno de los dos era bebedor, que Sergey recurriese al alcohol con tanta celeridad alertó a Julia. En realidad, no necesitaba verlo con una copa en la mano para comprender que sucedía algo. Sergey había pasado de ser su compañero de piso a ser su mejor amigo, su marido y, por último, el padre de su hija. Lo conocía tan bien como a Vika. — ¿Qué ha ocurrido?
—Mis padres. ¿Qué otra cosa podría impulsarme a beber? Julia se sentó en el sofá, tomó la copa que Sergey le ofrecía y la dejó en un extremo de la mesa, a mano, para cogerla en cualquier momento. —Cuéntame qué han hecho. —Me pareció que se tomaban las cosas demasiado bien. Y supuse que, como me veían conforme, habían decidido aceptarlo. — Sergey se retiró un mechón de pelo de la frente, bebió un sorbo y suspiró—. Estaba desayunando en el hotel Roheibeth con Siete... La tensión de Julia se relajó. Ya entendía el miedo de Sergey. También ella se había sentido incómoda ante su madre después de pasar la noche con Lena. — ¿Quién es Siete? —Se llama Mark. Siete es su número en nuestro equipo de fútbol. Se parece a Brad Pitt. Él..., yo, hace unas semanas que salimos. — ¿Va en serio? —Julia arqueó una ceja. Sergey y ella habían acordado que, si alguno de ellos tenía una relación seria que conviniese a Vika, se la presentarían antes. Sergey negó con la cabeza, pero se puso colorado, lo cual significaba que las cosas podían llegar a ser serias o, al menos, albergaba esa esperanza. —Nos caemos muy bien. No creo que le interese jugar por jugar. Sabe que mis padres no están enterados de lo mío y no le importa, pero no es eso lo que quería decirte. Mi padre estaba comiendo con una mujer. — ¿Crees que tu padre sospecha algo, Sergey? ¿Estabais...? —No lo entiendes. Eso no me importa. Se trata de la mujer que estaba con él. Cuando me acerqué a saludar, mi padre puso una cara como si lo hubiese sorprendido con la bragueta abierta. —Ya, ¿y eso te sorprende tanto? Tú mismo dijiste que te parecía que tus padres tenían sus devaneos.
—Ella hizo todo lo posible por no decir su nombre. ¿Por qué hacer algo así, a menos que no quisiera que yo supiese quién era? Mi padre me la presentó. He buscado el nombre en Google. Es una investigadora privada de Portland. Julia frunció el entrecejo. — ¿Y qué? Seguro que tu padre tiene buenos motivos para contratar a una investigadora. —La vi el otro día delante del gimnasio. Tenía algo en la mano. No distinguí lo que era porque lo guardó en el bolsillo, pero, ahora que lo pienso..., podría tratarse de una cámara de fotos. Julia tardó varios segundos en procesar la información que le había dado Sergey. Una mujer se había apostado junto a la ventana de su gimnasio con una cámara para hacerle fotos mientras trabajaba. ¿Por qué? — ¿Para qué querrían contratar a alguien que me espiase? No tiene sentido. Ya saben lo del divorcio. Se lo explicamos. ¿Qué ganarían? —No lo sé, pero creo que se tomaron lo del divorcio demasiado bien. Julia asintió. —Casi como sí lo esperasen. Sergey se sentó junto a ella, cogió la copa y se la ofreció. —Anoche estuviste con alguien. ¿Fuiste... discreta? Julia tragó saliva. —Tan discreta como para ir al Hotel Roheibeth a las diez de la noche. Va a haber lío, ¿verdad? Sergey apretó la mandíbula. —Sabes que no lo permitiría —dijo con un tono que a Julia casi le sonó creíble. Pero conocía a Sergey desde mucho antes de casarse con él. Sus padres gobernaban todo su mundo. Sergey y ella se habían casado por ellos, así que no podía odiarlos; sin ellos, no tendría a Vika, pero no se hacía ilusiones ante la mano de hierro con que regían la vida de Sergey. Sergey nunca les confesaría que era gay. La gravedad de la situación se impuso. Si lo que Sergey decía era cierto, la seguía una mujer con una cámara para hacerle fotos. Julia se levantó. —Tengo que llamar a Lena y avisarla.
Sergey se levantó también y sujetó la muñeca de Julia. — ¿A Lena? ¿Lena Katina? ¿La conoces? Julia se detuvo. —Sí, estuve con ella en el hotel. Antes de que te enfades conmigo por no contártelo, no fue nada serio y ya se ha acabado. Sergey, suéltame. Quiero llamarla antes de que sea demasiado tarde. —Es la investigadora.
—No, tiene una empresa de segu... — Julia se puso pálida—. Dijo que tenía una empresa de seguridad. —En Portland. Así es. Al menos no te mintió. ¿Julia? ¿Julia? Dios mío, siéntate. Julia dejó que Sergey la llevase hasta el sofá. Lo que su marido acababa de decir bullía en su cabeza. Otro error. Otra decisión equivocada. Había puesto a Vika en peligro, y eso era imperdonable. Aceptó la copa que Sergey le ofrecía, la bebió automáticamente y sintió escozor en la garganta. Julia habría llorado si hubiese podido, pero estaba demasiado sorprendida. Recordó la ducha, la expresión de triunfante placer en el rostro de Lena mientras le chupaba el coño, los orgasmos que le había provocado en la habitación del hotel. Recordó a Lena haciéndole el amor en el taxi, donde todos podían verlas. Julia cerró los párpados sobre los ojos dolorosamente secos. Su conciencia registró al fin la voz de Sergey: — ¿Te encuentras bien? Julia asintió y contempló su rostro preocupado. — ¿Saliste con ella? Julia hizo un gesto negativo con la cabeza y Sergey pareció aliviado. — ¡Gracias a Dios! Por un minuto creí... —Sergey percibió algo extraño en la expresión de Julia y palideció—: Por favor, dime que no te has acostado con ella.

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Mensaje por andreavk Miér Jul 01, 2015 10:56 pm

Capítulo ocho

Katina Security, Inc., Portland, Oregon. Dos días después de estar en Roheibeth, Lena guardó la fina carpeta en un archivador y se reclinó en su sillón. Era igual que los otros archivadores, que llevaban años sin que nadie los tocase en el lugar que tenía para almacenar los expedientes de su empresa. Aquel archivador, a diferencia de los otros, contenía algo personal, algo que ella había contribuido a complicar, y por eso le resultaba difícil pasarlo por alto. Lena releyó la nota, aunque no hacía falta. Se sabía las palabras de memoria. Había tenido intención de romperla innumerables veces y, en vez de hacerlo, la había leído y, tras doblarla con gran cuidado, la había guardado en su maletín. ¿Para qué la guardaba? La nota —Lena procuró verla como lo que era, una carta en la que le daban calabazas— era sencilla. Julia no quería volver a verla. También ella sabía que lo poco que habían compartido no podía durar, puesto que la había mentido desde el principio, pero no esperaba que acabase de forma tan brusca. —Nat, ¿estás ocupada? —El ruido del teclado de Nat cesó y Lena oyó que su secretaria se levantaba. Apareció en la puerta con un gesto de preocupación en su rostro habitualmente apacible—. ¿Qué ocurre? Nat se encogió de hombros.
—Te veo un poco contrariada. Lena intentó sonreír, pero, como Nat no hizo ademán de corresponderle, renunció. —Sí, lo siento. Estoy bastante cansada. «Pues claro que estoy cansada. La última vez que dormí bien fue en el hotel Roheibeth con Julia, antes de que se escabullese como una delincuente. Mierda, ¿por qué no lo dejo correr? Julia no me debe nada. Remató el asunto antes de que ninguna de las dos saliese herida. La admiro porque hizo lo que yo no fui capaz de hacer.» — ¿Puedes subir este archivador al depósito? No lo quiero en mi despacho.
—Claro. Tengo que llevar algunas cosas allí antes de comer, así que lo llevaré de paso. —Nat abrió el archivador y frunció el entrecejo al verlo casi vacío—. Oh, se trata del caso Lazarev. —Miró a Lena —. ¿Es eso lo que te preocupa? ¿Temes que a Edward no le guste cómo has enfocado el asunto? Lena se frotó el caballete de la nariz. —No me preocupa Edward. Hemos hablado y le he explicado que hice lo mejor para los Lazarev. Además, cuando deje que un cliente me diga cómo debo gestionar mí negocio, será hora de cerrar. Sólo quiero quitármelo de encima. —De acuerdo. —Nat cogió el archivador—. Lo pondré con el otro expediente y lo subiré antes de córner. —Hizo una pausa —. Mañana no se trabaja. Tal vez te vendría bien aprovechar el largo fin de semana para descansar. Te llamaré si surge algo.
Lena suspiró. En realidad, hacía mucho tiempo que no necesitaba estar permanentemente en el despacho. Sus empleados trabajaban bien y a conciencia. Si surgía algo, Nat se lo haría saber. Continuaba yendo a la oficina porque no tenía otro lugar adonde ir. Cuando Nat se dirigía a la puerta, algo resonó en la cabeza de Lena. — ¿Cuál es el otro expediente? Éste es el único que tenemos, ¿no? — ¿Recuerdas que te hablé de unos informes? —Lena sacudió la cabeza, y Nat torció el gesto y se acercó a su mesa—. Me parece increíble que no te acuerdes. No es propio de ti. Aquí están. Los he mirado por encima y no he visto nada.—De todas formas, me gustaría revisarlos para cerciorarme... —Lena se levantó. « ¿Para cerciorarte de que te empleaste a fondo jodiéndole la vida a Julia? Déjalo de una vez»—. Nat, no importa, yo... —Oh, aquí está. —Nat le dio el expediente antes de volverse para coger el teléfono. Lena hojeó las páginas del expediente.
Era increíble; se había obsesionado de tal forma con aquella mujer que había olvidado el informe sobre antecedentes solicitado previamente. No lo habría adivinado jamás si no lo estuviese leyendo, pero, por lo visto, a Julia la habían expulsado del centro donde estudiaba el bachillerato elemental y había ingresado en el ejército. Allí había permanecido durante cuatro años y, luego, se había borrado su rastro totalmente. Lena hizo cálculos mentales y dedujo que fue entonces cuando se casó con Sergey. Sus ojos se posaron en un nombre y una fecha, poco después de la boda de Sergey y Julia. Si no hubiese estado apoyada en la mesa, se habría caído de bruces. Viktoria  Lazarev había nacido trece meses después de que Sergey y Julia se casasen. — ¿Tiene una hija? « ¿Por qué ha mantenido algo así en secreto? ¿Y por qué tendría que contártelo? Sólo eras un ligue más.»
Nat colgó el teléfono y confundió los murmullos abrumados de Lena con una pregunta. —Sí, fíjate en esto. —Nat rodeó la mesa y cogió el expediente, pasó varias hojas y sacó una foto—. Nuestro hombre dice que Julia la hizo hace tres meses. ¿A que es una monada? —Lena contempló la foto de una niña de cuatro años. La habían utilizado, pero no Julia. La historia de los Lazarev la había intrigado desde el principio. Nunca había entendido por qué tenían tanto interés en obtener la información que deseaban. En aquel momento le pareció que ya tenía la respuesta. Lena respiró hondo. No les había dado nada a los Lazarev, pero sabía que alguien como Arnult Lazarev no renunciaba así como así, sin luchar.

—De acuerdo, Joseph. Vamos a pasar al siguiente nivel, ¿te parece? —Julia apretó el botón de la cinta andadora y vigiló a su cliente para controlar que no abusase de sus fuerzas. Julia se esforzaba por no mirar el reloj cada cinco minutos. Generalmente, procuraba no mirar la hora más de dos veces durante cada sesión, porque los clientes merecían toda su atención. Pero le costaba mucho mantener su propósito desde que Sergey había dejado caer el bombazo sobre Lena. Julia miró el reloj y estuvo a punto de decirle a Joseph que le quedaba un minuto, pero las palabras murieron en su garganta. Se había preguntado muchas veces si volvería a saber algo de Lena. No esperaba verla, y menos entrando en su gimnasio con un sujetador deportivo de color verde y shorts a juego. No tenía ni un gramo de grasa de más en el cuerpo. Llevaba una gruesa novela y una toalla, pero, en vez de utilizar una de las máquinas, Lena se sentó en ademán de espera. Julia se apartó de Joseph y vio a Lena con las piernas cruzadas, reclinada en una silla. Habían pasado sólo unos días desde su cita, pero, al verla por el rabillo del ojo, le pareció como si hubiesen pasado siglos. Los cabellos de Lena caían hacia delante en perfecta simetría mientras hojeaba las páginas del libro. Los ojos de Julia se posaron en sus hombros y descendieron hasta las piernas, de impecable musculatura. Las piernas de las corredoras no tenían unos músculos tan hermosos como los de Lena. Su excelente forma física se debía, sin duda, a amplios ejercicios de flexiones de piernas y zancadas. La idea la excitó. — ¿Su próxima clienta? —preguntó Joseph, caminando trabajosamente sobre la cinta. —Hum, no. Vamos, Joseph, aún te falta una vuelta.  —¿No llevo ya veinte minutos? —La expresión de asombro que se dibujó en el rostro del hombre habría resultado divertida si Julia no se hubiese sentido culpable por mentir. Joseph era uno de sus primeros clientes. Durante el último año, a pesar de su empeño en beber cerveza y comer pizzas con sus amigos los fines de semana, había perdido dieciséis kilos. Julia le insistía en que perder peso dependía en un ochenta por ciento de la dieta. Pero él se conformaba con adelgazar poco a poco. Joseph no lo sabía, pero su sesión había acabado dos minutos después de que Lena entrase. Julia confiaba en que Lena se cansase de esperar y se fuese. No quería hablar con ella. La confrontación no era lo suyo. Ya no. Había algo en Lena que sacaba lo peor de Julia. De joven, había luchado contra esos sentimientos a golpes. En aquel momento temía hacer algo estúpido, como llorar. Joseph miró su reloj y apretó el botón rojo de parada de emergencia. — ¿Qué haces? —El pánico se apoderó de la voz de Julia. Lena alzó los ojos del libro. Julia reconoció la cubierta de un bestseller sobre brujas que vivían en el Portland moderno. Se preguntó si Lena seguía leyendo novelones en rústica, pero enseguida abandonó aquel pensamiento. No le importaba lo que leyese, mientras no lo leyese en su gimnasio. —He estado más de media hora en esta cinta de tortura. Mis tetas ya no aguantan más. Deberían hacer un sujetador deportivo para hombres. Julia miró a Joseph con mala cara. —No les llames así. No tienes te... pechos. —Mi mujer dice que son más bonitas que las suyas. —Joseph contempló su pecho. En aquella postura doblada, Julia tuvo que reconocer que parecía como si tuviese pechos—. Creo que a ella le gustan así — se quejó. Julia parpadeó un instante y, luego, soltó una carcajada. —De acuerdo, puedes irte a casa. —Por fin una sonrisa de verdad. Estaba empezando a preocuparme por ti — Joseph lanzó un suspiro—. Quieres que me quede mientras... —Señaló con la cabeza a Lena. Julia miró a Lena y, luego, a Joseph. —No ocurrirá nada. Eres muy observador. ¿Tanto se nota? —No, son las tetas. Me dan poderes especiales. Julia dio un puñetazo de broma en el hombro de Joseph. Le pareció que Lena levantaba la vista, pero, cuando miró hacia ella, la vio leyendo el libro. El gesto de Lena había pasado de amable a feroz. —De acuerdo, gracias por el ejercicio — dijo Joseph, cogiendo su toalla.

Julia recordó con aprensión que Joseph se iba directamente a casa después del gimnasio y, por tanto, no se detenía en los vestuarios. En pocos segundos Lena y ella estarían solas. Julia esperó a que Lena dejase de leer. Como no lo hizo, se dedicó a colocar las pesas en su sitio y a guardar las anillas y los balones. Limpió el equipo despacio, sin apartar los ojos de Lena, tan absorta en su libro que Julia supuso que, si pasaba por delante de ella, ni siquiera alzaría la vista. Por último, Julia apagó la música. Lena cerró el libro y la miró. Tenía una expresión tan imperturbable que en el pecho de Julia estalló una ira inesperada, aunque conocida. Julia inició las técnicas de relajación mental que utilizaba para controlar su genio. Se obligó a relajar los hombros, las manos y la mandíbula. Y no era fácil, con Lena mirándola de aquella forma. —Estoy un poco lejos de tu barrio, ¿no crees? —preguntó Julia mecánicamente, procurando disimular el sarcasmo. —Sí, un poco, pero me han hablado muy bien de ti y necesito una entrenadora personal. —Hemos cerrado y no hay más horas. Lena asintió, se levantó tranquilamente, con el libro en la mano, y se dirigió a la puerta principal. Julia se dio cuenta de que abría la boca y, luego, la cerraba sin decir nada. Al llegar a la puerta, se volvió. —Hasta mañana. —Un momento. ¿Cómo? ¿Qué quiere decir hasta mañana? —Eso, que volveré mañana, y pasado, y las veces que haga falta. —Mañana es domingo. El domingo cerramos. —Pues vendré el lunes.
— ¿A qué? ¿No te parece suficiente? —La furia ardía en el pecho de Julia, y no pensaba aplacarla. En esa ocasión no. —Entonces lo sabes. —Era una afirmación, no una pregunta. — ¿Que eres una mentirosa? Sí, lo sé. —Nunca te he mentido —dijo Lena con vehemencia. — ¿Y cuándo me has dicho la verdad? Fuiste a la fiesta con el fin de seducirme y conseguir pruebas para Arnult y Barb. —No es cierto.
Julia quería pedirle a gritos que se fuera, que saliese de su vida para poder limpiar los restos que quedaban. Pero apretó la mandíbula con tanta fuerza que no logró articular palabra. Lena se detuvo cuando estaba a punto de tocarla. Se encontraba tan cerca que Julia bajó la vista. Su error fue mirarla a los ojos. ¿Cómo se las arreglaba Lena para parecer tan inocente después de lo que había hecho? —No sabía lo que querían, Julia. Me dijeron que engañabas a Sergey y creí...
— ¿Creíste que estaba justificado tener relaciones sexuales conmigo en el vestuario? —No lo planeé, Julia. Si no quieres creer nada de lo que yo diga, vale, pero eso puedes creerlo. Julia desvió la cara para no ver la mirada suplicante de Lena. Así estaba mejor. No debía creer una palabra de lo que le dijese. Al mirarla, se acordaba del instituto y de que su incapacidad para comunicarse la había dejado sin más recursos que los golpes. Estaba orgullosa de su evolución y odiaba a la persona que había sido en el pasado. No permitiría que Lena Katina la convirtiese de nuevo en esa persona. — ¿Por qué has venido, Lena? —Cuanto antes acabase con aquello, antes podría continuar con su vida. —He venido... para decirte que lo siento mucho. —Esa disculpa no basta para lo que has hecho. — ¿Y qué he hecho, Julia? Explícame qué crees que he hecho, porque me parece que estamos hablando de dos cosas distintas y tengo que saber contra qué debo defenderme. —El rostro de Lena ardía de frustración. Incluso en aquel momento, a pesar de su enfado, Julia no pudo evitar admirar sus pechos—. Me mintieron. No hablaron de Vika. Sólo me contaron la verdad a medías. —Y tú me contaste la mitad de esa media verdad. Para mí eso significa mentir. Lena no se habría sentido más humillada si Julia le hubiese dado un bofetón. —Tienes razón. No lo niego, pero a ti se te olvidó decirme que tenías una hija. Julia obvió por un momento el motivo de la discusión. No lamentaba no haberle hablado de Vika. Ante todo debía lealtad a su hija. Su trabajo consistía en protegerla. Lena era una aventura, algo que había que mantener alejado de Vika. Si su relación hubiese continuado, seguro que la propia Lena se habría encargado de acabar con el asunto. Lo que no esperaba era ver aquella expresión de dolor en el rostro de Lena. Aquella expresión sofocó parte de su ira, sustituyéndola por confusión. — ¿Te importaría hablar conmigo de esto? —pidió Lena. —No hay nada de qué hablar. Te contrataron para hacer un trabajo, y lo hiciste. — Julia se dirigió a su oficina. Esperaba que Lena captase la indirecta y se marchase. Pero Lena la siguió, y la ira que Julia se esforzaba por controlar estalló de pronto. Se volvió con una mano extendida. —Ya basta, maldita sea. —No imaginó que Lena estuviese tan cerca. Su mano le golpeó el pecho con una contundencia que paralizó el corazón de Julia. La mirada horrorizada de Lena hizo añicos la resolución de Julia.

— ¡Oh, Dios mío, Lena! No pretendía pegarte. —Se acercó a Lena con el alma en un puño, al darse cuenta de que era mucho más menuda que ella. Cuando Lena se serenó, Julia borró la ira y las preguntas de su mente. «Sólo un minuto. Un minuto nada más.» —Julia, dame la oportunidad de arreglar esto. Después, si sigues queriendo que me vaya, me iré. Te prometo que nunca... —Lena se calló, y en ese momento Julia deseó cosas que la hicieron sentirse estúpida y torpe—. Nunca volveré — concluyó Lena, como si le hubiesen arrancado las palabras. Durante unos segundos Julia logró reprimir las lágrimas centrando su rabia en Lena, en sus suegros y, en menor grado, en Sergey, por no ser capaz de hacerles frente. Pero la rabia no fue suficiente, y el embalse se desbordó sin previo aviso. Julia se encogió y Lena, con la ayuda de los espejos del gimnasio, la sostuvo. Julia reconoció el dulce murmullo de consuelo de Lena. Lo había utilizado muchas veces con Vika y sabía que era algo instintivo. La mano de Lena, entre su cuerpo y el espejo, le acariciaba la espalda, tratando de sofocar sus sollozos. Julia apoyó la cabeza en su hombro. No se le daba bien llorar. No debería permitir que Lena la sostuviese de aquella forma, pero hacía demasiado tiempo que nadie la sostenía así. —Siento muchísimo mi parte en todo este asunto —dijo Lena casi en un susurro, cuando los sollozos de Julia se calmaron. Julia se estiró y, durante unos segundos, evitó los ojos de Lena. Las manos de Lena en su cara la obligaron a mirarla. Sabía que tenía el rostro congestionado y la nariz hinchada, y que los mocos amenazaban con asomar por sus fosas nasales, pero la mirada de Lena no vaciló, y Julia se fijó por primera vez en sus mejillas húmedas. Lena estaba empeñada en mirarla a los ojos, pero Julia necesitaba acorazarse contra la sinceridad que percibía en ella. No podía ceder a la debilidad que entrañaba verla o creerla. Ni en aquel momento ni nunca. —No entiendes la gravedad de lo que has hecho. Utilizarán cualquier información que les hayas dado para hundirme. No puedo pagar abogados como los suyos. — ¿Y Sergey? Sé que estáis en proceso de divorcio. ¿Es porque averiguó lo tuyo? —Lo supo siempre. Nunca le mentí. Nos casamos sólo de cara a la galería. Mi padre quería que le demostrase que no era lesbiana y los padres de Sergey querían que tuviese un hogar, hijos y una casita con una verja blanca. Pensamos que contentaríamos a nuestros respectivos padres firmando un papel. Nos engañamos al pensar que no cambiaría nada y nos montamos una bonita vida para ocultarnos tras ella. Fuimos tontos. — ¿Por qué Sergey no le dice a sus padres que sabe que eres lesbiana y que le parece bien que críes a Vika? —Porque tenemos un acuerdo, y no puedo cambiar las reglas. —Es gay, ¿verdad? Julia dudó. —No pasa nada. No hace falta que respondas. Ya sé que lo es. Pero Vika es hija biológica de Sergey, ¿no? Por favor, no te lo tomes a mal. A los Lazarev no se les ocurrirá pelear por la custodia si recurristeis a un banco de esperma. —Vika es hija de Sergey —afirmó Julia en tono defensivo. El relámpago de decepción que vislumbró en el rostro de Lena fue tan fugaz que creyó que lo había imaginado—. Lo hicimos todo al viejo estilo. —De acuerdo.  —Lena la soltó y retrocedió. Julia notó la falta de calor cuando el cuerpo de Lena se apartó del suyo. Lena apretó los brazos contra sí y bajó la vista. Las palabras salieron atropelladamente de la boca de Julia: —Jeringa de succión —dijo, ruborizada. — ¿Sergey y tú con una...? —Lena se mostró contenta, luego confusa y, por último, definitivamente contenta—. Entonces, ¿no hicisteis...? —No. —Julia amaba a Sergey, pero sólo se les había ocurrido consumar su matrimonio una vez, y ambos habían acabado mareados y bebiendo alcohol. —Utilizamos el esperma de Sergey y me ayudó mi amiga Palmer. Vika es carne de nuestra carne. Lena habló muy despacio, como si le costase encontrar las palabras precisas: Julia tomó aliento.
— ¿Cómo te atreves a preguntarme algo así? Sé que tal vez te cueste creerlo después de lo que te han contado Arnult y Barb y de lo que hicimos en la fiesta, pero no me acuesto con todo el mundo. —Julia escupió las últimas palabras como si fuesen balas. —Lo siento. Te creo. Sólo quería asegurarme. —En ese caso deberías haber preguntado hace tiempo. Y otra cosa: ¡si tuviese una amante, no habría practicado sexo contigo! —Julia reprimió un sollozo y continuó en tono airado, con la esperanza de que una emoción superase a la otra—. No soy una puta y soy... —Lena la abrazó de nuevo, y a Julia le costó abandonarse, pero lo hizo para oírse a sí misma decirlo bien alto, porque, si los Lazarev utilizaban sus estratagemas, no volvería a oír nada parecido—... una madre cojonuda.

— ¿Qué tienes para mí, Nat? —preguntó Lena bruscamente por teléfono. El café y el escaso desayuno que se había obligado a tragar no habían contribuido a serenar el torbellino de su estómago. —Vaya, yo también te echo de menos. He tenido un día estupendo, a pesar de una llamada que he recibido de mi jefa al romper el alba. Gracias por tu interés. Lena se contuvo para no soltar un exabrupto. —Escucha, la he pifiado. Julia Volkova Lazarev era... es amiga mía. Sus suegros querían hundirla, y yo permití que entre nosotras se interpusieran viejas rencillas que entorpecieron mi objetividad. Tengo que ayudarla y supongo que me estoy volviendo loca. Siento mucho haberte gritado. Nat permaneció callada durante un buen rato. —Nunca me habías pedido perdón por nada. — ¿En serio? —Lena frunció el entrecejo —. Pues también siento no haberlo hecho. Nat se aclaró la garganta. —Te llamaba para decirte que la gente con la que he hablado no parece tener relación con los Lazarev. Seguiré intentándolo, pero ¿por qué crees que contrataron a otra persona cuando tú cerraste el caso? —Arnult Lazarev nunca tira la toalla. —De acuerdo, insistiré. Pero gran parte de esas empresas no están dispuestas a hablar de su lista de clientes. Creen que estamos metiendo las narices. —Te agradezco lo que estás haciendo. Oh, Nat, sé que cobras las horas extra, pero quiero que en este caso se te abone el tiempo que le dedicas cuando todo acabe. Seguro que a tu nuevo novio no le hace ninguna gracia que trabajes en tus días libres. — ¿Te encuentras bien? ¿Bien de verdad? Lena no tuvo más remedio que reírse ante el tono suspicaz de Nat. —Si te soy sincera, me siento como una mierda. Pero intento sentirme mejor conmigo misma y tú me estás ayudando a conseguirlo. ¿Seguirás con el tema? — Nat le aseguró que lo haría, y Lena colgó el teléfono y se sentó ante la mesita del hotel. Se enfrentaba a una larga noche: intentaría leer el libro que había comprado en la gasolinera o trataría de dormir. Ni siquiera sabía por qué estaba allí. Julia había dejado bien claro que le echaba la culpa de algunas cosas que le habían ocurrido. «Pero permitió que la abrazaras y no se opuso cuando dijiste que la llamarías. Eso significa algo..., ¿verdad?» Significaba que Julia tenía miedo. Significaba que estaba deseando aceptar cualquier ayuda que le ofreciesen. Significaba que estaba desesperada y nada más.
Lena se levantó cuando sonó su móvil. Lo cogió, pero estuvo a punto de no responder, porque no reconocía el número. En el último instante apretó la tecla verde. —Hola, soy Julia. Tu secretaria me dio tu número de teléfono. — ¡Qué bien! Me alegro de que lo hiciese. —Lena se sentó en la cama. Sólo con oírla se sentía mejor—. ¿Cómo estás? —Un poco avergonzada. Siento haberme derrumbado. La espera me está matando. Me parece que debería ir a verlos para hacerles entrar en razón, pero no han hecho nada. «Aún no han hecho nada», pensó Lena. —Quiero creer que Sergey tiene razón y que sólo están tomando medidas para proteger el patrimonio familiar. He decidido no seguir esperando a que actúen primero. Los he invitado a cenar en casa el lunes. Confiaba en que lo arreglásemos antes. Lena torció el gesto sin saber por qué. — ¿Te parece buena idea? —No estoy muy segura, pero debo averiguar qué pretenden hacer con la información que te pidieron. —Julia, ya sé que no me crees, pero en las fotos que les di no había nada perjudicial ni vergonzoso para ti. De hecho, les aconsejé que lo dejasen. — ¿Y crees que te hicieron caso? —No, sinceramente no. Julia suspiró. —Yo tampoco. No sé qué pretenden ganar con esto, aparte de ponerme en evidencia delante de todo el mundo. No creo que un tribunal me arrebate la custodia de mi hija porque soy lesbiana. Lena le había dado vueltas al tema. —Evidentemente no los conozco tan bien como tú, pero tiene que haber algo que no vemos. —La incertidumbre me está matando. — ¿Qué te parece si asisto a tu cena? Sé que es una velada familiar, pero ellos me metieron en el ajo. — ¿Estarías dispuesta?
—Pues claro. El lunes por la noche, ¿no?—Sí. Por desgracia, se van a la costa a pasar el cuatro de julio; si no, los habría invitado antes. Lena se dio cuenta de que se le había pasado por alto el día festivo. —Escucha, ¿podrías concertarme una cita con Sergey? Me gustaría hablar con él antes de que sus padres intenten presionarlo. —No tienes por qué hacerlo. Te creo cuando dices que no sabías que pretendían. No es tu guerra. Lena no pudo reprimir el temblor de su voz: —Necesito hacerlo. —Lena, he de serte sincera. No puedo continuar con esto. Es justo lo que están buscando los Lazarev. Ahora tengo que pensar en Vika. Lo siento. —Lo comprendo —dijo Lena, luchando contra el nudo que le atenazaba la garganta. No se había dado cuenta de que estaba alentando esperanzas hasta que Julia le dejó claro que no había ninguna.
—Vika lo es todo para mí. Es mi mundo. —Claro. —La incomodidad resultaba tangible incluso por teléfono. Por fin, Julia suspiró. —Mañana he quedado con Sergey en Kensington Park. ¿Sabes dónde está? Lena conocía el lugar. Los chicos de barrio solían ir a Kensington Park a trepar por las estructuras del parque infantil mientras fumaban cigarrillos, que luego arrojaban en la arena a medio consumir para que los encontrasen los niños de la escuela elemental. Lena nunca había ido a trepar, aunque siempre lo había deseado.
—Sé dónde está. ¿A qué hora y cuál es el motivo? —A las diez. Sergey tiene a Vika durante el puente del fin de semana. Preferimos vernos en el parque para que no surja la inevitable pregunta de por qué ya no vive con nosotras. —Oh. —Lena se puso colorada. Estaría Vika. ¿Por qué la perspectiva de conocer a la hija de Julia la ponía más nerviosa que ver a Sergey Lazarev?—. No te lo tomes a mal, pero ¿confías en Sergey para cuidar a Vika? ¿No crees que los Lazarev tal vez traten de retenerla mientras está con él? —No. Le he dicho a Sergey que no quiero que se acerquen a la niña, y él ha aceptado no llevarla a casa de sus padres. No podría prohibirle que la viese aunque quisiera. Es su padre y Vika le quiere. Lena suspiró. —De acuerdo, pero, si sospechas que puede existir algún peligro, podemos hacer algo al respecto, aunque sólo sea temporalmente. —Ya lo he pensado, pero no tiene sentido enfrentarse a ellos antes de que muestren sus bazas.
—Me parece bien. Entonces, nos vemos en el parque. A las diez —dijo Lena—. Adiós. —Y colgó. Podía haber mantenido la misma conversación seria con cualquier cliente. Julia le había dicho que todo había acabado entre ellas. «Vamos, Lena, ¿qué esperabas? Dos polvos y medio no constituyen una relación.» Lena cogió tres botellines del mini-bar y los puso sobre la mesa.
« ¿Cinco pavos por una minúscula botella de ginebra? ¡Qué suerte que no me da por beber; si no, me arruinaría!» El primer botellín la achisparía. Con un poco de suerte, el siguiente la sumiría en un cómodo estado comatoso.

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Ajuste De Cuentas  Empty Re: Ajuste De Cuentas

Mensaje por andreavk Lun Jul 06, 2015 10:16 pm

Capítulo nueve

Kensington Park, viernes por la mañana a las 9.50. Julia se deleitó en el mezquino y cruel presentimiento de que Lena había pasado peor noche que ella. Pero su regocijo enseguida desapareció cuando comprendió que Lena, a diferencia de ella, seguramente no se había acostado a las nueve de la noche. Tal vez el aspecto agotado que ofrecía fuese consecuencia de haber estado con alguien en Panda, el único club gay que había entre Roheibeth y Portland. Palmer había insistido en llevarla a Panda varias veces. Según ella, lo hacía para que Julia no olvidase que era lesbiana. Julia reconocía que en ocasiones pasaban semanas sin que echase de menos la compañía de otra mujer. Cuando Lena se acercó, Julia se preguntó si algún día dejaría de obsesionarse con tocarla, besarla en los labios y acariciar sus cabellos. —Hola. —Lena le ofreció una taza de café y varios paquetitos blancos, rosas y azules—. He comprado café. No sabía si lo tomabas con edulcorante o con leche.
Julia sacudió la cabeza, sin atreverse a mirarla a la cara por miedo a que Lena descubriese lo que estaba pensando. —Gracias. No imaginé que haría tanto frío; de lo contrario, lo habría comprado yo. Y así está bien. Lo tomo solo. —Julia bebió un sorbo de café y vio con asombro cómo Lena se subía a un banco y se sentaba a su lado sobre la mesa. Desde aquel lugar elevado Julia veía mejor el tobogán.
Un grito desvió la atención de Julia hacia su hija, que seguía a un niño más mayor por una escalera. Vika, a diferencia de ella, nunca había tenido problemas para relacionarse con la gente. La niña era tan gregaria que Julia tuvo que sentarla y explicarle varias veces que no debía hablar con desconocidos para inculcarle que no se podía abrazar a todo el mundo. Se le rompía el corazón cuando Vika reaccionaba como si la castigasen, pero tenía que protegerla.
Al fin miró a Lena. Julia haría lo que fuese por su hija, incluso olvidar el daño que Lena le había hecho. —Siento haber perdido el control ayer. —Lo estás llevando mejor que la mayoría de la gente. ¿Va a venir Sergey? —Naturalmente. Te habría llamado si no pensase venir. —Julia se dio cuenta de que su tono era mucho más agresivo de lo que en realidad pretendía—. Lo siento. Lena asintió y se dedicó a mirar a Vika, que bajaba por el tobogán con las manos levantadas, como el niño con el que estaba jugando. —Es preciosa. —Sí. —Tiene cuatro años, ¿verdad? —Casi. Su cumpleaños es el mes que viene. Me parece que fue ayer cuando la llevé a casa por primera vez. Tenía un miedo irracional a que se me cayese de las manos y durante mucho tiempo me sentaba cuando la tenía en brazos.
Lena sonrió. —Pero ya lo has superado, ¿no es así? — ¡Qué remedio! No podía sentarme cada vez que tenía que cogerla. Mi madre me ayudó mucho. Y sigue haciéndolo. — Julia sonrió al pensar en su madre. Vika adoraba a su abuela y, si Julia no valorase tanto el cuidado que su madre dedicaba a la niña, habría sentido celos. — ¿Estáis muy unidas? —preguntó Lena, como si le leyese el pensamiento.

—Ahora sí. Vive conmigo y cuida a Vika mientras yo trabajo. — ¿Tus padres siguen casados? Julia intentó mantener la sonrisa, pero no lo consiguió. Era una charla intrascendente, como la que mantendría con cualquiera, pero le traía recuerdos que prefería no remover. —Mis padres se separaron poco antes de que naciese Vika. Mi madre se trasladó a mi casa cuando tuve a la niña, pero mi padre... —Julia se encogió de hombros—. Le pareció que mi madre se ponía de mi lado. No he vuelto a saber nada de él. Ni siquiera sé dónde está. Lena palideció. —Oh, lo siento mucho. No tenía ni idea. —No pasa nada. No estábamos muy unidos. —Julia se arrepintió enseguida de haber dicho aquello. Era cierto: hacía años que no estaban unidos, pero las cosas habían mejorado desde que se había casado con Sergey. Había sido la niña de los ojos de su padre. Él la llevaba a aquel mismo parque de pequeña. Siempre la había animado más que nadie en las competiciones deportivas y había estado a su lado. Siempre, hasta que Julia cumplió catorce años. — ¿Y tus padres? Se marcharon, ¿verdad? —La pregunta era un claro intento de cambiar de tema, pero, si Lena lo notó, no lo manifestó. —Mis padres eran hippies que vivían en una camioneta en el bosque de Lena, hasta que yo nací y tuvieron que amoldarse a la nueva situación. —Hum, ¿el bosque de Lena? — ¿Quieres que te cuente la historia, sí o no? Julia chasqueó la lengua y se disculpó. —Una semana después de mi graduación y de mi ingreso en la universidad, vendieron la casa de aquí, compraron una de esas enormes caravanas Wínnebago y no volvieron la vista atrás. —Parece divertido. ¿Los ves alguna vez?

—Sí, claro. El verano pasado estuvieron en Portland para ver mi oficina. Acamparon una semana en el aparcamiento que hay frente al edificio de oficinas. — ¿Me tomas el pelo? —No. —Lena se reía, pero Julia percibió la cólera en su risa—. Montaron una barbacoa en el aparcamiento reservado a los minusválidos. Dieron por sentado que, después de las cinco de la tarde, nadie se quejaría, porque las personas delicadas y los minusválidos estarían en casa a esa hora. Los otros ocupantes del aparcamiento aún me siguen mirando con cara rara. — ¿Los echas de menos? Lena se serenó. —A veces. Cuando era más joven, me avergonzaba de ellos. — ¿Y ahora? —preguntó Julia. Lena la miró. —Ahora envidio su capacidad para liberarse de todo. Yo nunca fui así. Bueno, casi nunca. —Lena bajó la vista y contempló el banco que había bajo sus pies, y Julia se preguntó si estaría pensando en la fiesta.
—Fue una de las primeras cosas que me llamaron la atención de ti. Eras muy seria. —No siempre. Julia sonrió. —Casi siempre. — ¿Lo sabes por lo unidas que estábamos en el instituto? La sonrisa de Julia se borró. —Ya entonces me fijaba en cosas tuyas. Caminabas con los libros muy pegados al pecho, como si temieses que se acercase alguien y te hiciese algo. — ¿Algo como robarme mis libros favoritos y tirarlos a la basura? — preguntó Lena con delicadeza. Julia hundió la cabeza. Se había enfadado con Lena por trabajar para los Lazarev, pero Lena también tenía muchos motivos para estar enfadada con ella. Le había quitado los libros y los había tirado a la basura, aunque después de leerlos. —No me refería a eso. Siempre me pareció que estabas asustada. Y no de mí, sino del mundo. Como si creyeses que, si te equivocabas, las cosas se torcerían y te hundirías. Me di cuenta, o al menos eso me pareció, porque yo me sentía igual. —Julia la miró para ver si la estaba escuchando, pero Lena contemplaba el tobogán con el entrecejo fruncido. Julia supuso que había visto cómo el niño empujaba a Vika, puesto que se levantó en el banco en ademán de gritar. Julia la sujetó por el brazo con delicadeza.

—Espera un momento y mira. Lena miró a Julia y, luego, otra vez a los niños. —Pero él es mayor que ella. No debería... —Ya lo sé; Vika sabe defenderse. — Vika se levantó, como si hubiese oído a su madre. Apuntó con un dedo hacia la cara de su compañero de juegos, puso una mano en la cadera y dijo algo que Lena no oyó. Luego se alejó y empezó a trepar por la escalera. La expresión asombrada del rostro de Lena reflejaba la del compañero de juegos de Vika. — ¿Qué le ha dicho? —Que los hombres de verdad no pegan a las mujeres —respondió Julia, muy seria. — ¿Mujeres? —Lo ha visto en Popeye. Lena asintió y volvió a sentarse sobre la mesa de picnic. —Tiene mucho sentido común.
—Y si eso no le funciona, su gancho es magnífico. —Lena contemplaba el perfil de Julia, esperando que la mirase, pero tardó bastante en tomar el café. —Si me hubiesen dicho hace diez años que te convertirías en madre, me habría reído sin parar. Antes de responder, Julia tragó despacio para no quemarse la garganta. — ¿Y ahora?
—Ahora no sé por qué me sorprendió tanto saberlo. —Julia percibió el nuevo tono de voz de Lena, pero no lo manifestó—. Oh, no... La niña viene hacia aquí. —Parecía como si Lena quisiese huir. —Siéntate, no te va a morder —dijo Julia con ternura—. ¿Nunca has tratado con niños? —No, sólo con los de la tienda de golosinas. — ¡Oh, eso está bien para empezar!
—Te burlas de mí —protestó Lena. —Pues sí, y lo prefiero a llorar en tu hombro. —También yo. Julia se inclinó hacia delante y se rodeó las piernas con los brazos cuando Vika llegó a la mesa. —Hola, mamá. —Hola, pajarito. ¿Tienes frío? —No, pero estoy fumando. Mira. — Vika exhaló vaho. —Fumar no es sano.
—Popeye fuma en pipa. —También come espinacas y espárragos. ¿No te apetece probarlos?  —No. —Julia extendió una mano y Vika la cogió. Ayudó a trepar a la niña y la sentó sobre la mesa, entre Lena y ella. —Pues entonces creo que debes olvidarte de fumar hasta que cumplas treinta y siete años. Volveremos a discutir el asunto entonces. —Hizo una pausa y le guiñó un ojo a Lena por encima de la cabeza de la niña

—. Vika, ésta es mi amiga Lena. Fuimos juntas al instituto. —Hola, Vika. —Lena estuvo a punto de extender la mano, pero lo pensó mejor y la metió en el bolsillo. —Hola. ¿Fumas? Lena miró a Julia en busca de ayuda, pero Julia parecía interesada en la respuesta. —No. Bueno, a veces, cuando tengo una..., cuando salgo con mis amigos...
Casi nunca. —Deberías dejarlo. A mi mamá no le gusta. —De acuerdo. En ese caso no volveré a fumar. Vika le dio una palmadita en la pierna. —Buena chica. —Lena sonrió con aire de triunfo. Julia casi se ahogó tratando de no reírse. — ¡Papá! —gritó Vika y dio un brinco. Habría saltado del banco si Julia no la hubiese sujetado con una mano para ayudarla a bajar. La niña atravesó el parque corriendo y su padre la cogió en brazos. — ¿Popeye comía espárragos? —preguntó Lena. —No, pero me pareció bien incluirlos, por si se mostraba dispuesta a negociar. Lena se rio entre dientes cuando Sergey lanzó a Vika al aire. La expresión del hombre no dejaba lugar a dudas de que adoraba a su hijita. —La niña tiene cosas de los dos. —Creo que se parece más a mí.
—Sí, tal vez. Me parece que le caigo bien. Julia iba a explicarle a Lena que, de entrada, a los niños, y sobre todo a su hija, casi siempre les caía bien la gente, pero Lena estaba tan seria que Julia recordó a la chica solitaria que siempre se mantenía al margen de todo. En aquellos momentos parecía distinta, pero seguro que en el fondo seguía siendo la misma. Julia habló sin pensar: —No creo que le caigas mal a nadie, Lena. A Lena le costó encontrar las palabras adecuadas. —A un montón de gente. — ¿Y por eso no muestras cómo eres en realidad? — ¡Vaya, qué sorpresa! Julia apartó los ojos de Lena para mirar a Sergey. Por suerte, Sergey llevaba a Vika a caballito sobre los hombros y Julia no vio, de entrada, la expresión feroz de su marido mientras las miraba a ambas. — ¿Qué está haciendo aquí? —Sergey empujó a Vika e hizo como si quisiese deslizaría por la espalda. La niña gritó: —No, papá. —Y se rio. —Sergey, ¿nunca compruebas tu buzón de voz? Te dejé un mensaje en el que te explicaba que había invitado a Lena. Por un momento, Sergey se sintió avergonzado, pero enseguida torció de nuevo el gesto y se dirigió a Lena: — ¿Cuánto le han pagado mis padres por espiarnos?
—Lena, no contestes. —No pasa nada, no me importa contestar. En primer lugar, sus padres no me pidieron que —Lena dibujó unas comillas con los dedos antes de añadir en tono sarcástico —los espiase. Me pidieron que investigase a Julia. Si hubiese aceptado su dinero, mis tarifas no son de su... incumbencia. — Lena miró a Julia—. Les devolví el cheque. —Julia fue la primera en apartar la vista—. Ahora es su turno. Sergey arqueó una ceja. — ¿Qué significa eso de que es mi turno? —Sus padres están decididos a crearle problemas a Julia —respondió Lena, eligiendo las palabras—. Me gustaría saber qué piensa hacer al respecto. A Julia le dio un vuelco el corazón al darse cuenta de que los Lazarev podían llevar el asunto hasta sus últimas consecuencias.
— ¡Qué estupidez! Se trata de un malentendido. Además, no tengo por qué hablar de eso con usted. Ni siquiera la conozco. —Estupendo, pues no hable. Hable con la madre de su hija. Estoy segura de que le gustaría conocer la respuesta. Julia pocas veces había visto a Sergey tan enfadado. Se alegraba de que Vika estuviese distraída sobre los hombros de su padre. —Muy bien. Diré que es la madre de mi hija, una madre magnífica. Y también que es mi mejor amiga y que no me arrepiento de haberme casado con ella. Pero no estamos hechos el uno para el otro en ese terreno. Lena asintió. —Me agrada oír eso. Otra pregunta. ¿Teme tanto a sus padres que está dispuesto a lanzar al abismo a su «mejor amiga» y a la «madre de su hija» sólo para que no descubran su propia sexualidad? ¿Cree que no lo saben? Sergey se quedó sin palabras.
—Julia, ¿puedo hablar contigo un momento? —Hum... Sí, claro. ¿Me acompañas al coche para coger la mochila de Vika? — Julia miró a Lena, sorprendida por el alcance de su furia—. No tardo, ¿de acuerdo? Lena hizo un leve gesto de asentimiento y Julia se alejó con Sergey, sintiéndose como si hubiese hecho algo malo. — ¿Se lo has contado? —preguntó Sergey fríamente, tras cerciorarse de que Lena no podía oírlo. —No es tonta, Sergey. Te vio en el hotel con tu amigo. Por cierto, si ella lo dedujo con tanta facilidad, no me cabe duda de que es verdad lo que dice. Creo que tus padres lo saben, lo saben desde hace mucho tiempo. Sergey se quedó atónito. —Si lo supieran, ¿por qué iban a callárselo? —Pregúntales cuando salga el tema a relucir. —No te fíes de ella, Julia.

— Ha pasado de espiarte a través de la ventana a tratar de hacerse amiga tuya. —Sergey, sé que te cuesta creerlo, pero soy capaz de tomar decisiones yo sólita. —Lo comprendo, pero mis padres no son unos cualquiera. Cuando se les mete en la cabeza conseguir una cosa... —Pues entonces haz algo, Sergey. ¡Joder! —Oh, has dicho un taco —murmuró Vika desde su elevada posición sobre los hombros de Sergey. Sergey puso los ojos en blanco, como si él nunca metiese la pata. —Julia, ya les he dicho que eres una buena madre y que nuestro divorcio es totalmente amistoso. ¿Qué más quieres que les diga?  — ¿Qué tal si empiezas contándoles la verdad sobre tu sexualidad y nuestro matrimonio y terminas diciéndoles que son unos padres horribles, pues están dispuestos a pagar a otras personas para que te hagan feliz a cualquier precio? Sergey palideció.
—No puedo hacer eso. —Pues entonces no cuestiones los motivos de Lena, Sergey. Intenta ayudarme, que es más de lo que puedo decir de ti. Julia abrió la puerta de su todoterreno y le dio a Sergey la mochila de Vika. Luego miró hacia el banco en el que seguía sentada Lena. Bien fuese para que se sintieran más cómodos o para cambiar de postura, Lena se había movido y les daba la
espalda. —Sabes que haría cualquier cosa por ayudarte, pero eso es imposible. Julia estuvo a punto de gritar: «Entonces no harías cualquier cosa», pero sabía mejor que nadie hasta dónde se podía llegar para ganarse el cariño de un padre fingiendo ser alguien que no se era. Ella no tenía razones para seguir mintiendo, pero Sergey había estado a su lado cuando no contaba con nadie más. —Pues déjalo de una vez. He decidido fiarme de ella.
Le he pedido que cene con nosotros el lunes. Tus padres no podrán ocultar las cosas durante más tiempo cuando la vean. —Te acuestas con ella, ¿verdad? —No, esa parte de nuestra relación se acabó —se lamentó Julia—. Pero quiere ayudarme, y en este momento me viene bien cualquier ayuda que me ofrezcan. Sergey iba a decir algo, pero Vika se estaba impacientando y quiso que la pusiese en el suelo. Julia se agachó, le dio un beso a su hija y le dijo que se portase bien con su padre. A continuación, esperó mientras Sergey colocaba a la niña en la silla del coche. Julia se despidió de ella. —Llámame si tiene pesadillas y procura que no se asuste con los fuegos artificiales. —Lo haré. Y tú prométeme que tendrás cuidado con esa mujer, ¿de acuerdo? Julia asintió, se despidió otra vez de Vika y se dirigió hacia la mesa de picnic en la que estaba la encorvada figura de Lena. Se había levantado viento y, al igual que le ocurría a veces con Vika, se preguntó sí la ligera chaqueta que llevaba Lena la abrigaría bien. Julia sintió una extraña punzada tras pensar algo tan afectivo sobre la mujer con la que había mantenido relaciones, pero Lena parecía muy frágil sentada sobre la mesa en aquella actitud. Julia se sentó al lado de ella y, antes de pronunciar ninguna palabra, observó que Lena se había quedado dormida, con los codos apoyados en las rodillas y la cara entre las manos. Al principio Julia desvió la vista: se sentía culpable por haberla sorprendido desprevenida. Esperó unos minutos a que Lena se despertase.

Entonces comenzó a lanzarle miradas subrepticias, hasta que acabó mirándola fijamente. Siempre le habían encantado los labios de Lena. Eran suaves y carnosos al mismo tiempo. El deseo de besarlos la hacía silbar de placer. Julia seguía contemplado la boca de Lena cuando ésta abrió los ojos. Entre ellas estalló una ardiente atracción. Julia se inclinó hacia delante, arrastrada por la exigente pasión de los ojos de Lena, que desapareció tan rápido como había surgido. —Me he dormido, ¿verdad? —dijo Lena, en un claro intento de disipar la tensión. —Sí, lo siento. No quería despertarte. Se te ve agotada. ¿Una noche muy larga? Lena soltó una risita. —Sí. El aire acondicionado de mi habitación estuvo zumbando toda la noche. No conseguí apagar el condenado aparato. — ¿Por qué no pediste que te lo arreglasen?  —Era tarde cuando me di cuenta. Esta noche tendré más de lo mismo. Me han dicho que el encargado de mantenimiento está de baja por enfermedad y que no hay habitaciones libres. —Yo tengo una habitación desocupada. Lena abrió la boca, pero la cerró enseguida. —Muy amable por tu parte, pero ¿no crees que sería mala idea? —Lo sería si el dormitorio de mi madre no estuviese al lado del mío. A Lena se le pusieron los ojos como platos y, luego, se estremeció.
—A mí también me da escalofríos. Creo que estaremos seguras. Anímate. — Julia se levantó—. Sígueme hasta casa. — ¿Julia? Antes te comportabas como si no me creyeses y ahora me invitas a alojarme en tu casa. ¿Seguro que es lo que quieres? Puedo hacer que llamen a alguien para que arregle el aire acondicionado o puedo trasladarme a otro hotel de las afueras. —Me gustaría que vinieses a mi casa, si te parece bien.
—De acuerdo, gracias. Acepto tu oferta. —Estupendo. —Julia sonrió—. Y ahora date prisa antes de que empiece a llover. Pasaremos por el hotel para que canceles la reserva. —Julia se aprovechó de sus largas zancadas para adelantarse a Lena e impedir así que le viese la cara. Le había ofrecido la habitación de buen grado. Pero el instantáneo brote de placer que sintió cuando Lena aceptó hizo que casi se arrepintiese. ¿Por qué se preocupaba tanto?

Aquello no era como las novelas románticas que Lena leía en el instituto. Ambas eran adultas. No llegaban a ser amigas, pero no creía que Lena la considerase ya una enemiga. Podían estar juntas sin mantener relaciones sexuales. Luego, en un instante fugaz, miró a Lena de reojo y se dio cuenta de lo mucho que le gustaba con aquellos vaqueros, reprimió la esperanza de ver el trasero de Lena y comprendió que estaba metida en un buen lío. Lena no sabía en qué estaba pensando cuando aceptó la oferta de Julia de alojarse en su casa. Aunque mejor sería preguntarse en qué estaba pensando Julia al ofrecerle la habitación. No eran tan amigas, lo cual la entristecía. Dirigió el coche hacia el camino de entrada y frenó junto al todoterreno de Julia. Trató de descifrar la expresión de Julia cuando salió del coche, pero no había nada preocupante en ella.
— ¿Estás completamente segura? Si vas a sentirte incómoda, puedo regresar al hotel. Julia la miró, como si quisiese cerciorarse de que Lena estaba allí realmente. — ¿Y por qué tendrías que hacer algo así? —No lo sé. Pareces trastornada. Sólo quería asegurarme de que no te arrepientes de tu ofrecimiento. —Me preocupa que a Vika le asusten los fuegos artificiales de mañana. Procura ser valiente, pero el ruido la asusta, y Sergey no es precisamente la persona más observadora del mundo.
Lena se puso colorada. Claro, Julia echaba de menos a su hija. «El mundo no gira a tu alrededor, idiota.» —Puedes llamarlo para recordárselo. —No, tiene que acostumbrarse a cuidarla sin ayuda. Sólo que... —Te preocupa tu hija. Es normal. Creo que es... —Lena buscó la palabra exacta —: Creo que es bueno que los niños sepan que alguien se preocupa por ellos. Se sienten...
— ¿Seguros? —Sí, supongo que sí. —Lena bajó la cabeza con la excusa de coger su bolso del asiento del coche. ¿Por qué no podía mantener la maldita boca cerrada? Sólo habían transcurrido unos segundos, pero Lena se sentía cada vez más inquieta. Se preguntó cómo iba a pasar la noche con una mujer a la que apenas podía mirar. La puerta principal se abrió de golpe y, si Lena no hubiese levantado el pie, se habría caído de narices. La madre de Julia —no podía ser más que la madre de Julia— estaba en la entrada. Una expresión de sorpresa se reflejó en su rostro cuando vio a Lena detrás de Julia. Sonrió, y a Lena le pareció que se encontraba ante una versión de Julia con veinte años más. Se dio cuenta de que se ruborizaba. Estaba claro: era una patosa.
—Lena Katina, ¿verdad? —Lena se ruborizó de nuevo y entró en el porche con la mano extendida. Pero la madre de Julia la abrazó con tanto cariño que a Lena le costó corresponderle. Dio unas torpes palmaditas en la espalda de la mujer y retrocedió enseguida. —Hola, señora Volkova. Encantada de conocerla. —Llámame Larissa. Julia me ha hablado mucho de ti. Entra. Discúlpame un momento. Estaba haciendo galletas cuando me he dado cuenta de que Vika se había marchado y de que Julia no come mis galletas. Tonterías sobre los hidratos de carbono y las grasas. Lena entró detrás de Larissa. La casa de Julia le pareció un verdadero hogar. No una mezcolanza de colecciones, como la casa de sus padres, o un austero lugar para reposar cuando una salía del trabajo, temiendo que la gente se diese cuenta de que no tenía vida propia, como su apartamento.

—A mí me gustan los hidratos de carbono y las grasas —le dijo Lena a Larissa cuando ésta se alejaba. Julia torció el gesto—. Sobre todo combinados. En una galleta. —El gesto de Julia se torció aún más; Lena bajó la vista al suelo y murmuró—: Sí, es cierto. — ¿Cuándo comiste galletas por última vez? Me refiero a las verdaderas galletas de chocolate, de esas que te ponen perdida, demasiado calientes para comerlas sin soplar, de las que se deshacen en la boca —quiso saber Julia. —Hace dos años. El envase estaba equivocado y ponía sin azúcar —admitió Lena a regañadientes. —Ya me lo parecía. ¿Qué te ocurre? — ¡No me avisaste de que tu madre era tan espectacular! —Respondió Lena—. Parece la Mujer Maravilla. Julia la miró, boquiabierta. — ¿Has dicho que mi madre es espectacular? ¿Delante de mis narices? ¿En mi propia casa? —Por Dios, baja la voz. Te va a oír. —Si no me ha oído ya, voy a contárselo. —Cuando Lena se dio cuenta de que Julia estaba a punto de ponerla en evidencia, ya había desaparecido.
Al cabo de unos instantes estaría en la cocina contándole a su madre lo que había dicho Lena. Julia volvió la cabeza con una sonrisa y gritó—: Mamá, Lena cree... Lena, horrorizada, reaccionó sin pensar. Se lanzó sobre la espalda de Julia, se colgó de su cintura y le tapó la boca con la mano. No se podía saber quién estaba más sorprendida, pero Lena se había lanzado y susurró al oído de Julia: —Soy una invitada en tu casa. ¡No puedes avergonzarme! Julia murmuró algo que Lena no entendió. —Sí retiro la mano, ¿prometes no gritar? Julia asintió y Lena empezó a retirar la mano. —Mamá, Lena... Lena aplastó la mano contra la boca de Julia, cuyo cuerpo se sacudió debido a las carcajadas reprimidas.  —Eres una mentirosa patológica —gruñó Lena. Julia comenzó a lamerle la mano con lentos lengüetazos, en un evidente intento de darle asco. Lena entrecerró los ojos y acercó la boca al oído de Julia: —Oh, sí, sigue haciéndolo. Me encanta, cariño. —Julia frenó en seco y entonces fue Lena la que se rio. —De acuerdo —dijo, más calmada—. ¿Vas a portarte bien? Con un movimiento que habría envidiado un contorsionista, Julia giró la parte superior del cuerpo, se inclinó hacia delante y obligó a Lena a dar la vuelta, hasta que ambas estuvieron frente a frente, con Lena a horcajadas sobre la cintura de Julia.

« ¿Cuánto tiempo podríamos haber disfrutado juntas si ambas hubiésemos reconocido que entre nosotras había algo especial?» La presuntuosa sonrisa de Julia desapareció y Lena tuvo la desagradable sensación de que le había leído el pensamiento. Un golpe detrás de ellas las hizo reaccionar. Larissa estaba en la puerta con los ojos como platos y una bandeja de galletas en la mano. Lena no se atrevía a mirar a Julia. « ¡Dios, seguro que parecemos dos idiotas!» Deslizó los pies hasta que quedaron colgando como los de un niño en un columpio, pero Julia estaba demasiado asombrada para entender la insinuación. Julia miró a su madre e hizo una mueca. —Eh, mamá. Sólo estábamos... jugando. —Ponme en el suelo, Julia — susurró Lena en un tono apremiante. —Supongo que los juegos de mesa son demasiado aburridos para vosotras — comentó Larissa, y Lena deseó con todas sus fuerzas encontrar un lugar donde esconderse.
—Julia, ¿quieres hacer el favor de dejarme en el suelo? —Sus palabras surtieron efecto por fin y Julia la depositó en el suelo, murmurando: —Lo siento. — ¿Una galleta? —Larissa extendió la bandeja con galletas recién hechas. Lena cogió una sin titubear, le dio un mordisco y luego otro, antes de tragar el primer trozo. Julia la imitó. Se alegraba de saber que no era la única que devoraba dulces cuando estaba nerviosa.
— ¿Y si jugamos a algo? —sugirió Lena con demasiado interés. —Claro —dijo Julia, mirándola con una sonrisa lasciva, y añadió—: Apuesto a que a Lena le encantaría jugar al Twister contigo, mamá. A Lena se le atragantó la galleta.

andreavk

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Mensaje por andreavk Jue Jul 23, 2015 9:16 pm

Capítulo diez

Residencia de las Volkova. —Creo que éstas tienen cocaína — murmuró Lena, con una galleta en la boca. Había superado la vergüenza inicial de verse sorprendida armando bulla con Julia y estaba encantada con Larissa. Y a Larissa le caía bien cualquiera que devorase sus galletas. Sí Lena se hubiese molestado en pensar cómo sería la madre de Julia Volkova, se habría equivocado de medio a medio. Nunca habría imaginado una mujer con una sonrisa tan agradable y tan buen carácter. —Si el azúcar y la mantequilla son cocaína, entonces mi madre es tu camello. — Julia se reía. Había dejado de comer galletas una hora antes. Las tres estaban cómodamente sentadas en el suelo, alrededor de la mesita de café de Julia, bebiendo cacao, comiendo galletas y contemplando los últimos destellos de los fuegos artificiales en el cielo. Por suerte, Julia no había encontrado el Twister, pero habían pasado aquel lluvioso Cuatro de Julio divirtiéndose con varios juegos de mesa y viendo películas en televisión. Julia demostró su habilidad en el Scrabble y Larissa logró comprar Boardwalk, Park Place y todas las propiedades anaranjadas del Monopoly antes de que acabasen de ver Las nuevas aventuras de Píppi Calzaslargas. Cuando oyeron el ruido de los fuegos artificiales, abrieron las cortinas para disfrutar de las explosiones de color que desgarraban el negrísimo cielo. —No he puesto tanto azúcar —dijo Larissa—. ¡Oh, qué grande! Momentáneamente las distrajo un estallido de color que iluminó el cielo y, luego, Julia dijo: —Olvidas que saqué la basura después de cenar. Y vi todos los paquetes vacíos. — ¿Paquetes? ¿Más de uno? ¿Has utilizado más de un paquete de azúcar? — preguntó Lena. —Naturalmente —respondió Larissa, muy ufana—. Son galletas azucaradas. Lena imaginó un rollo de grasa acumulándose en su cintura.

—Me he comido por los menos seis antes de cenar y he perdido la cuenta de las que he comido mientras veíamos la película. Larissa guardó el dinero multicolor y las piezas del juego en sus respectivos compartimentos. — ¿A quién prefieres creer: a Julia o a su madre? —Julia miró a Lena por encima de la cabeza de Larissa. Lena decidió que le gustaba la sensación que estaba experimentando en aquel momento: agradablemente hinchada de dulces y mimada. La sonrisa de Julia se intensificó y Lena pensó que tal vez se estaba traicionando. No debería desvelar tanto. ¿Acaso se podía desvelar demasiado? ¿Qué más daba que Julia supiese que le gustaba estar con ella en su casa? —Ha jugado a las cartas contigo, mamá. Sabe que no eres de fiar. —Julia posó la mano en el hombro de Lena—. No te aburres, ¿verdad? Julia retiró la mano demasiado rápido para ser un gesto casual.  Había olvidado, igual que Lena, que las cosas entre ellas eran distintas. Sus gestos de contacto nunca habían sido fortuitos, lamentó Lena. —En mi vida lo había pasado tan bien — dijo Lena, y era cierto. No tenía más amigos que en el instituto. Se pasaba el día trabajando y la noche pensando en el trabajo. No recordaba la última vez que había jugado a las cartas y se había puesto  morada mientras veía la televisión un viernes lluvioso. A Lena le pareció que no le costaría mucho acostumbrarse a aquello, y la idea la asustó. Larissa refunfuñó mientras se ponía de pie y bostezaba: —Cuanto más vieja soy, más me parezco a Vika. Si no me voy a dormir me pongo pesadísima. — ¿Te veré mañana? —Lena se levantó y la abrazó con timidez. —Pues claro. Voy a hacer tortitas, así que confío en que tengas apetito por la mañana.

—Lena esperó hasta que Larissa subió las escaleras. —Hum, no la habremos ahuyentado, ¿verdad? —Lena se sentó en el sofá en vez de hacerlo en el suelo, como antes. Estaban solas y le parecía conveniente interponer cierta distancia entre Julia y ella—. No creo que nadie pueda dormir con el estruendo de todos esos fuegos artificiales. —Es como un reloj. A las nueve en punto se acuesta y no la despierta ni la mayor catástrofe. Ojalá Vika se durmiese con la misma facilidad. —La sonrisa de Julia fue sustituida por un involuntario gesto de preocupación. — ¿Qué ocurre? ¿Estás preocupada por Vika? —No. Seguro que lo pasa genial con su padre. Julia se levantó del suelo y se sentó frente a Lena en el sofá. Contemplaron los fuegos artificiales durante unos minutos, comentando los más espectaculares y tratando de actuar como si no se sintiesen incómodas.  Lena pensó que era una lástima que las cosas hubiesen degenerado hasta el punto de que no podían divertirse sin la compañía de una tercera persona. Lo habían hecho al revés. Habían practicado sexo antes de conocerse bien. Según las normas era imposible establecer una relación cuando se empezaba por el sexo. Por tanto, ¿qué hacía sentada junto a aquella mujer, hablando de cosas intrascendentes? ¿Qué esperaba ganar estando allí? —De acuerdo, voy a confesar algo realmente egoísta —dijo Julia. Lena ladeó el cuerpo, metió un pie bajo la pierna y centró toda su atención en Julia.

—Creo que estoy celosa porque seguramente Vika lo pasa mejor viendo los fuegos artificiales con su padre que conmigo. Lena soltó una risita de alivio. Entendía aquellos pequeños celos. Y estaba encantada de encontrar al fin una fisura en la impecable armadura de Julia, lo cual la hacía aún más atractiva, aunque en ese aspecto no necesitaba ayuda. —No soy una experta, pero me parece normal, ¿no? Julia suspiró. —No sé, me siento una mierda. Quiero que mi hija disfrute con su padre, pero al mismo tiempo...  —No quieres que se olvide de lo bien que lo pasa contigo, ¿verdad? —Suena muy egoísta dicho de esa forma. —Muy egoísta no. Bueno..., tal vez un poco egoísta. —Lena sonrió cuando Julia puso los ojos en blanco. Sus celos quizá fuesen mezquinos, pero resultaban humanos y hasta entrañables. —Ojalá no te lo hubiera dicho. Ahora me siento fatal —se quejó Julia. —Oh, venga ya, también yo tengo mi punto egoísta. Julia se descalzó y metió los pies bajo el cuerpo. — ¿De verdad? Cuéntame. Yo te he contado el mío. Lena sacudió la cabeza y recordó algo que seguía perturbándola, aunque había sucedido muchos años antes. —De acuerdo. Cuando tenía doce años, mis padres... —No es justo recurrir a cosas de la niñez —interrumpió Julia.

—Un momento. —Lena alzó las manos —. Eso fue horrible. Sin duda, el diablo me lo tendrá en cuenta cuando llegue la hora. Julia se rio. — ¿Tan horrible es? Vale, pero, si la historia no está a la altura, me reservo el derecho de exigir que me cuentes una historia adulta. —Muy bien, trato hecho. Como te iba diciendo, cuando tenía doce años mis padres se separaron. Mi padre se fue a vivir a un cuchitril, a treinta kilómetros de la ciudad, y mi madre... lloraba todas las noches antes de dormir. —Debió de ser duro para ti. —La expresión seria de Julia hizo que Lena casi lamentase haber elegido aquella historia, pero continuó: —En realidad, me encantaba. Julia arqueó las cejas, pero Lena siguió hablando. Había empezado y ya no podía parar. —Mi padre me iba a buscar al colegio todos los viernes, me llevaba a cenar y a ver una película, y me daba todo lo que le pedía. Gastaba conmigo el dinero que le sobraba. Antes de la separación, nunca salíamos juntos y tampoco había dinero para cosas como ir al cine sólo porque sí. Mi madre, que apenas sabía cocinar, tenía que hacerlo todas las noches. Lavaba mi ropa, fregaba los cacharros, limpiaba la casa y se interesaba por mis actividades escolares. Hacía todo lo que yo siempre había pensado que debía hacer una madre. Tras la ruptura se dedicaron a disputarse mi afecto y yo estaba entusiasmada. Fueron tres meses en la gloria. Un día, al llegar del colegio, los encontré en la sala muy sonrientes. Sobre la mesa había copas de vino y restos de comida. Recuerdo que pensé: «Tengo que limpiar». Entonces, me contaron la buena noticia. Se habían reconciliado. En un determinado momento de la «historia egoísta», Julia había comenzado a acariciar el brazo de Lena. —Y eso es todo: A partir de entonces fuimos felices. —Lena sonrió, pero Julia no le correspondió.

—Tal y como lo cuentas, no lo parece. Lena se encogió de hombros, desarmada por la seriedad de Julia. —Lo pasé bien. Mis padres eran buenas personas. Siempre tuve un techo bajo el que cobijarme y no nos faltaba dinero para comer. Lo demás no era imprescindible. —Ven aquí —dijo Julia y, sin darle tiempo a protestar, la abrazó. Aunque a Lena nada le habría gustado más que relajarse en los brazos de Julia, no pudo. —Si te pones a cantar «Duerme mi niña», me largo —murmuró Lena contra el hombro de Julia. —Has descrito a una cría necesitada de cariño. Todas éramos así de pequeñas. A esa edad dudo que entendieses todas las consecuencias de la ruptura de tus padres. No te fastidió que volviesen a estar juntos, sino perder el cariño que por fin te habían dado. Tu reacción fue de lo más natural. Julia frotaba rítmicamente la espalda de Lena, consolándola como si se tratase de una gran pérdida y no de la pataleta de una chiquilla, como si hubiese ocurrido el día anterior y no años atrás. —Se te da muy bien esto —comentó Lena. — ¿Qué? —Julia era tan tierna, tan cariñosa, que Lena no se sentía a gusto y se apartó. Vio su imagen reflejada en los ojos negros de Julia y se olvidó de lo que quería decir. Lena no se dio cuenta de que iba a besar a Julia hasta que sus labios estuvieron muy próximos.

Julia respiró, su cuerpo se puso tenso y sus manos se apoyaron en los brazos de Lena, quien comprendió que Julia pretendía detenerla. Lo sabía, pero aun así la besó. Pensó: «Que sea la última vez y que dure siempre». Después todos sus pensamientos racionales se borraron. Se sobresaltaron cuando silbó un cohete y luego explotó, pero el beso continuó. Julia abrió la boca con cautela. Lena sabía que en cualquier momento pondría fin a aquel beso. Sabía que debían disculparse y regresar a sus respectivos extremos del sofá. Por eso, cuando puso una mano sobre el pecho de Julia y ejerció una leve presión, supuso que Julia la disuadiría. Como no lo hizo, siguió empujando hasta que Julia quedó tendida en el sofá. Lena se colocó sobre ella y enseguida se perdió en el calor del beso. El corazón de Julia latía con tanta fuerza que Lena lo sentía a través de las camisas de ambas. Sus labios se abrieron, ávidos, bajo los de Lena.  Julia correspondía, pedía más, pero Lena tenía presente la carta en la que Julia daba por concluido todo entre ellas. Lena se calmó y levantó la cabeza. Julia tenía los labios separados y húmedos. Las dos se miraron. A Lena le pareció como si todo su mundo se estabilizarse. El lento brote de excitación iniciado por el beso se intensificó. Incluso los fuegos artificiales hicieron una pausa, mientras Lena esperaba que Julia la rechazase. —Abre las piernas. —Julia no reaccionó y Lena repitió la orden añadiendo «por favor». Julia se humedeció los labios y abrió las piernas, y Lena se colocó entre ellas. Sus caderas encajaban a la perfección. Lo único que tenía que hacer era... «Cuidado.» La idea bastó para que Lena no acelerase el inevitable placer que, al menos físicamente, ambas deseaban. No acarició los pechos de Julia como quería, sino que deslizó los dedos por su cuello y por la oreja, y la besó como si aquél fuese su último beso: lento, suave, húmedo y cariñoso.

El beso pudo muy bien durar una hora o un minuto. Llegó un momento en que el calor que emitían se volvió incómodo. Lena se movió para relajar la tensión, pero se puso rígida cuando Julia arqueó el cuerpo. Temía que, si el beso terminaba, Julia aprovechase una milésima de segundo para recordarle que no le gustaba aquello. Julia alzó las caderas una vez más, apretando la parte baja de la espalda de Lena, exigiéndole mayor contacto. Lena hundió la frente en el hombro de Julia y procuró ignorar el timbre del teléfono, que estaba sonando. Apretó los puños bajo los hombros de Julia mientras intentaba entender lo que ocurría. No era culpa suya, ¿o sí? La pasión de Lena cedió ligeramente. Julia le había dicho muy claro que no quería una relación como aquélla, pero, cuando sintió que las manos de la otra mujer, encallecidas de levantar pesas, se deslizaban bajo el cinturón de sus vaqueros y su ropa interior y le acariciaban el trasero, olvidó todas las reservas.  Las dudas que albergaba sobre quién era la responsable de añadir leña al fuego se disiparon en el momento en que Julia le apretó el culo. «Magreo.» Le vino a la mente aquel término grosero. Lena ni siquiera sabía por qué se le había ocurrido. Era una de tantas cosas que las chicas comentaban en los vestuarios. Ella nunca había compartido esos comentarios. No tenía amigas de ese estilo, pero las había escuchado. Dios, tenían razón. Si seguían así, se iba a correr completamente vestida.

Lena hundió los dedos en los cojines del sofá, que utilizó para acercar más aún los cuerpos de ambas. Julia jadeó mientras las lenguas, las caderas y la respiración buscaban denodadamente un punto de apoyo en medio de largas pausas de placer arrebatador. El timbre del teléfono sonó de nuevo. Lena casi no oía los fuegos artificiales, mitigados por la explosión que se estaba produciendo dentro de su propio cuerpo, pero estaba decidida a continuar, porque, cuando la pasión se enfriase, Julia recordaría su carta. Lena ralentizó el movimiento de forma intencionada. La última vez que estuvo con Julia fue todo un festín de pasión y lujuria. Quería acordarse de ella en aquel instante. Alzó la cabeza para contemplar su rostro. El sudor brillaba en su frente, tenía los ojos cerrados y los labios separados. No tardaría en correrse y Lena quería disfrutarlo.

A Lena le zumbaron los oídos debido al esfuerzo por mantener el control y, cuando se dio cuenta de que Julia no se precipitaba hacia el orgasmo, intensificó sus movimientos. La respuesta de Julia se paralizó de pronto y Lena comprendió que se había acabado. —Lena, está sonando el teléfono. Tengo que contestar. Le pedí a Sergey que llamase. Lo siento. Lena asintió y, aunque todos los nervios de su cuerpo gritaban «no», se apresuró a soltarla. No se miraron mientras Julia se levantaba con dificultad y corría hacia el insistente teléfono. Lena se puso de pie, se ajustó los vaqueros y fue hasta el ventanal. El teléfono sonó una vez más, pero Lena no oyó a Julia en la cocina. — ¿Eh? Lena volvió la vista y vio que Julia la miraba con una expresión extraña. —Tal vez tarde unos minutos. Mi hija quiere contarme lo que ha hecho hoy, pero nos vemos en tu habitación. ¿Te parece bien? Julia se marchó sin darle tiempo a responder. Lena permaneció mirando el lugar en el que acababa de estar Julia. Recibía señales muy confusas de ella.

No quería quejarse, pero aquello era un tanto desquiciante. Estiró la mano hacia las cortinas con intención de cerrarlas, para ahorrarle el trabajo a Julia. El humo de los fuegos artificiales creaba una niebla sobre las copas de los árboles. Lena se refrescó la sudorosa frente apoyándola en el cristal de la ventana y contempló el exterior sin ver nada. Tenía la parte delantera de la blusa pegada al pecho. ¿Cómo podría olvidar la perfección con la que encajaban, la maravillosa sensación del musculoso cuerpo de Julia bajo el suyo o su increíble fuerza? A Lena le dolió el corazón cuando comprendió que las cosas habían ido demasiado lejos. Quería algo más que una estúpida oportunidad de vengarse de Julia. Debería haber sido ella la que diese por concluido el asunto, no Julia. Era ella la que se encontraba en peligro. Su error había sido engañarse creyendo que podían ser sólo amigas. Julia hizo una pausa y puso una mano sobre el teléfono y la otra sobre la boca. Percibía el olor de Lena.

No sabía si era su loción o el jabón que usaba, pero tenía claro que nunca se cansaría de aquel olor, y eso la asustaba. Tomó aliento y respondió al teléfono. Sergey no se molestó en saludar.
— ¿Dónde diablos te habías metido? He llamado diez veces. Vika está en la cama. — Por su forma de hablar y por la cadencia de su respiración, Julia se dio cuenta de que Sergey estaba caminando como un león enjaulado —Estábamos viendo los fuegos. ¿Aún no se ha dormido? Que se ponga al teléfono. — Julia se sentó ante la mesita de la cocina y echó la cabeza hacia atrás. Oyó que Sergey le decía a Vika que su mamá estaba al teléfono. Julia sonrió aun antes de oír a su hija decir el consabido: —Hola, mamá. —Cuéntame que has hecho hoy, pajarito.
Vika se puso a hablar de todo lo que había comido y de las cosas que había hecho, visto y oído en la feria. Julia salpicó de oportunas expresiones de asombro la conversación y tradujo mentalmente cuando la emoción de Vika hacía que su discurso resultase casi ininteligible. A los pocos minutos las respuestas de Vika se ralentizaron y, por último, Julia oyó sólo el suave ruidito de la respiración de la niña. —Se ha dormido —susurró Sergey, y Julia oyó el inequívoco sonido de una puerta al cerrarse.

Vika siempre dormía con la puerta abierta. Es más, Julia nunca cerraba la puerta de su habitación y tampoco su madre. Si Vika las necesitaba por la noche, una de las dos seguro que la oía. Julia iba a decírselo a Sergey, pero se contuvo. Sergey y Vika se regían por sus propias normas. Prefería no inmiscuirse, a menos que corriese algún riesgo la seguridad de Vika. Además, Vika estaba creciendo y en cualquier momento exigiría intimidad. Tal vez ella misma necesitase también cierta intimidad, aunque descartó la idea antes de que se convirtiese en un verdadero proyecto. —Han venido mis padres. La indiferencia con que Sergey sacó a colación el tema de sus padres la empujó a buscar una silla para sentarse. — ¿Y qué han dicho? —Que se habían olvidado de que tenían un conflicto de intereses, así que se han quedado aquí. Prefieren que quedemos mañana para comer en vez del lunes. El alivio de Julia al saber que no cancelaban la cita enseguida dio paso a la aprensión. —Muy bien, pero tienen que venir hasta aquí. —Ya saben que no vivo ahí, así que prefieren que nos veamos en su casa. — Julia se frotó las profundas arrugas de preocupación que se dibujaron en su frente. La propuesta de los Lazarev se le antojaba un lance más del juego. Por desgracia, ella no había impuesto ninguna de las reglas. — ¡Qué lástima! Los invité yo, no al revés. Además, tengo una invitada y creo que se sentirá más cómoda aquí. —No se te ocurrirá meter a esa mujer en esto, ¿verdad? Creí que sólo íbamos a hablar con ellos. —Yo no la he metido en esto, la metieron ellos. Ellos fueron los que se dedicaron a husmear y a contratar a gente para que me investigase como si hubiese cometido un delito. —Están acostumbrados a proteger sus intereses, Julia. Sé que reaccionaron impulsivamente, sin pensarlo bien.

— ¿Y a ellos qué más les da? Los que nos vamos a divorciar somos nosotros. Ellos no tienen nada que opinar. —Quizá deseen ver a Vika. — ¿Acaso les prohibí alguna vez que viesen a Vika? ¿Por qué se lo iba a prohibir ahora? —Eso es lo que les diremos. Seguro que les basta con oírlo. Sergey utilizaba el tono tolerante al que siempre recurría cuando hablaban de sus padres, pero no iba a servirle de nada en esa ocasión. —Me alegraré mucho cuando todo termine. Espero que, cuando vean a Lena, dejen de fingir y acabe la persecución. — ¿Cómo puedes confiar en ella? Te juro que, cuando me di cuenta de que era la mujer a la que había sorprendido espiando detrás de tu ventana, casi me da algo. Los pulmones de Julia se deshincharon. — ¿Qué? ¿De qué hablas? ¿Cuándo la viste espiando en mi ventana? —La noche en que la nueva clienta se te insinuó delante de mis narices, ¿te acuerdas? ¿Cómo se llamaba? —Jessie. No volvió más —dijo Julia en un tono apagado, recordando que Jessie se le había insinuado de una forma tan exagerada que la había puesto nerviosa. —Al principio creí que era ella, hasta que me acerqué. Dios mío, Julia, cuánto lo siento. Me di cuenta de que guardaba algo en el bolsillo, pero creí que era un teléfono móvil. Ahora sospecho que podía ser una cámara. Sin embargo, no entiendo para qué quería hacerte fotos en el trabajo. — ¿Por qué no me lo dijiste antes? — Julia se dio cuenta de que casi estaba chillando, pero recordó aquella noche, las cosas que hizo en su despacho de cara a la ventana, nada más y nada menos, y sintió náuseas. — ¿No te lo había dicho? Julia cerró los ojos. —Mierda, Sergey, pues claro que no. Bueno, en el parque me comentaste que tenía la nariz pegada a mi ventana, pero creí que era una metáfora.

—Sí, claro. Como te iba diciendo, no le di importancia hasta que la vi con mi padre en el restaurante. Al fin y al cabo, no la había sorprendido espiando en la ventana de tu dormitorio. Se trataba del gimnasio, y alegó que se encontraba mal. ¿Sigues ahí? Julia pulsó la tecla de apagado y colgó el teléfono suavemente. «Al fin y al cabo, no la había sorprendido espiando en la ventana de tu dormitorio.» La habitación que le habían ofrecido a Lena tenía los mismos enormes ventanales que el resto de la casa. La ropa de cama era femenina, aunque sin exagerar, y alguien (tal vez Larissa) había puesto sábanas limpias y flores desde la llegada de Lena.

Lena esperó a Julia casi media hora. En un determinado momento empezó a temer que Julia se hubiese arrepentido, pero sabía que el dormitorio de su amiga estaba en el piso de arriba y, por tanto, tenía que pasar por delante de la habitación de invitados para subir a acostarse. Lena imaginó que Julia estaría en la sala, con la cabeza hundida entre las manos, tratando de decidirse. Se acercó a la ventana y miró hacia fuera, como había hecho antes. ¿Alguna vez las cosas serían fáciles para ellas? Oyó que la puerta de la habitación se abría y se cerraba a su espalda. No se había dado cuenta de lo tensa que estaba hasta que le dolieron los hombros al relajarlos. —Antes de que digas nada —dijo sin volverse—, sé que esto no es fácil para ti, aceptarme, y te aseguro que quiero que las cosas mejoren entre nosotras. Dejemos a un lado los ajustes de cuentas. Me gustaría estar contigo y conocerte bien. Haré lo que desees para que no me eches de tu vida. Ya estaba. Todo dicho. Le había ofrecido a Julia una salida, por si la necesitaba, pero explicándole que no sólo quería divertirse. Deseaba más, lo necesitaba. Lena se volvió, esperando ver sorpresa, incluso conmoción en la otra mujer. No estaba preparada para la ira mezclada con intenso dolor que se reflejaba en el rostro de Julia. —Hija de...

La voz de Julia se quebró, pero no hacía falta que concluyese la frase. Lena sacudió la cabeza para despejar la confusión. — ¿Julia? ¿Qué he hecho? —Sergey me lo ha contado. « ¿Sergey?» Lena se dirigió hacia ella, pero Julia retrocedió a toda prisa. Si la puerta no hubiera estado cerrada, sin duda habría salido al pasillo corriendo. Lena se mordió los labios.  — ¿Qué te ha contado? —Estaba segura de poder rebatir las mentiras que Sergey Lazarev le había contado a Julia. Y después ya se ocuparía de darle su merecido a aquel imbécil. —Me ha dicho que estabas fuera de mi oficina, espiando por la ventana. Y que estabas delante del gimnasio cuando nosotras... — La cara de Julia, roja como un tomate, se puso blanca de repente. « ¡Oh, Dios! ¿Por qué no le dije que estaba allí?» —Julia, puedo explicártelo. —Pues explícamelo. Dime que no es verdad. Dime que no me incitaste a masturbarme para espiarme. —No fue así. Julia se dio la vuelta y, si Lena no se hubiese apresurado a cerrarle el paso, habría salido de la habitación.

—Escúchame, por favor —le dijo Lena. Julia le daba la espalda y no dijo nada, pero tampoco le dio un tortazo, lo cual ya era algo. —Te observé. La verdad es que envié a una mujer para ver si te enrollabas con ella. —Jessie —dijo Julia con amargura. Se volvió y Lena bajó la vista, aliviada. No podía soportar la furia de Julia. —Sí. Me dijo que la habías rechazado de plano, y yo... —Lena sacudió la cabeza y le falló la voz antes de continuar— estaba feliz. Te vi sentada en el sillón y me pareciste maravillosa. Quería estar contigo, pero no podía. Te pedí que te tocaras porque era lo que deseaba hacer. Lena aguantó unos segundos la arremetida de la fría mirada de Julia. —Me humillaste. —No era mi intención. Te juro que no pretendía hacerlo.

— ¿Y por qué tendría que confiar en ti? Dime por qué debo creerte. ¿Cómo sé que no hiciste fotos y se las diste a Arnult y a Barb? Las palabras de Julia fueron tan dolorosas como una bofetada.
— ¿De verdad crees que te haría fotos en esa actitud para dárselas a esa gente? ¿Para qué, Julia? ¿Y qué demostraría con ellas? —Deberías haberme dicho lo que habías hecho. Lena guardó silencio como respuesta. —Si te hubiese confesado que había estado detrás de tu ventana aquella noche, ¿no te habrías enfadado conmigo? —Eso no importa. Deberías habérmelo dicho de todas formas. —No me di cuenta de que íbamos a llegar tan lejos. —Pues entonces deberías haber desaparecido. —No es tan fácil. Sé que te cuesta entenderlo, pero no fue algo consciente. No era mi intención ocultártelo. —Lena, déjalo. Ya está hecho. Quiero que te marches de mi casa mañana por la mañana. —No hablas en serio. —Los dedos de Lena temblaban cuando los acercó al primer botón de su camisa—. Nunca pretendí humillarte —dijo, desabotonándose la camisa y aflojándose los pantalones. — ¿Qué haces? —Te doy la oportunidad de ajustar cuentas. — ¿Es eso lo que crees que quiero? —Es lo que creí que quería yo. Pero, ¿sabes una cosa, Julia? —Lena se desabrochó los vaqueros sin dejar de mirarla—. Desde el momento en que te vi, no me bastó con ajustar cuentas. Quería estar contigo. Quería que lamentases haber hecho el amor conmigo y me enfadé muchísimo porque ejercías una atracción demasiado fuerte sobre mí. Cuando estaba ante la ventana, mientras tú te tocabas, créeme, en lo último que pensaba era en humillarte. No habría podido marcharme aunque hubiese querido. —Lena dejó caer la camisa al suelo y se dispuso a quitarse el sujetador. —Ponte la camisa —dijo Julia, en tono airado y confuso.
—No. —Lena arrojó el sujetador sobre la camisa. Le temblaban las manos al bajarse las bragas. Desnuda, en aquel momento se sentía más indefensa que en toda su vida. Ignoró la necesidad de cruzar los brazos para cubrirse el pecho. Y se esforzó por mantener la mirada de Julia mientras retrocedía hasta la cama y se sentaba.

En el rostro de Julia había una mezcla de rabia y sorpresa. —No pienso acostarme contigo. —Ya lo sé —dijo Lena—. Tampoco te lo estoy pidiendo. —Entonces, ¿por qué haces esto? —Te estoy dando la oportunidad de marcharte mientras me humillo. —Lena se tocó el pecho y se acarició los pezones con los dedos, a pesar del temor a que Julia se fuese dando un portazo—. Cuando hacías esto —susurró—, en lo único que pensaba era en lo mucho que me apetecía estar al otro lado de aquella ventana. Lena se arrodilló, ignorando la inquietud que le producía exhibirse ante Julia. Al ver que ésta seguía todos sus movimientos, susurró: —Acércate. Julia hizo un gesto con la cabeza, en señal de negación pero Lena sabía por experiencia que, si se quedaba, se acercaría. Deslizó las piernas sobre la cama y Julia clavó los ojos en el suelo. Por lo menos, no se iba, y eso era importante.

—Mírame —dijo Lena. Julia echó la cabeza hacia atrás bruscamente, como si la hubiesen obligado a la fuerza. Lena deslizó las manos sobre su estómago mientras miraba a Julia e intentaba averiguar qué pensaba. El rostro de Julia permanecía totalmente inexpresivo. El único signo de que estaba disgustada eran los puños cerrados a ambos lados del cuerpo y la rápida respiración que hacía palpitar su pecho. Cuando Lena se acercó lentamente los dedos a la boca y se chupó dos, Julia separó los labios. La excitación derritió parte de la fría rabia que se hacía patente en el rostro de Julia. Lena deslizó sus dedos húmedos por la barbilla y el cuello, hasta el pecho. Se acarició primero un pezón y, luego, el otro, hasta que ambos se convirtieron en cimas erectas. Julia se tambaleó.

—Es difícil, ¿verdad?, quedarse ahí mirando cuando sabes lo mucho que te deseo, lo mucho que ansío sentir tus manos sobre mí. —Lena se introdujo los dedos en la boca de nuevo y cerró los ojos para no ver la ardiente mirada de Julia. Al abrirlos, respiró hondo. Se acarició el estómago con la mano, rozando la parte superior del triángulo de vello antes de acariciarse otra vez los pechos. Había desaparecido la vergüenza inicial. Quería desarmar a Julia, que olvidase su enojo y que se uniese a ella. Lena ladeó el cuerpo para que Julia la viese mejor. Se oyó un leve sonido, tal vez un suspiro, y cuando levantó la vista le pareció que Julia estaba más cerca. Lentamente rozó con los dedos los labios mayores, los separó y se frotó el clítoris, hasta que resultó evidente la intensidad de su excitación.

—Estabas muy mojada, Julia. Lo que más deseaba en el mundo era atravesar aquella ventana y hundirme dentro de ti. A Julia le costaba tragar. Ya no tenía los puños cerrados y sus brazos colgaban inertes a ambos lados del cuerpo. Las piernas de Lena se abrieron como alas de mariposa. Jugó con su orgulloso clítoris hasta que ya no pudo soportar más aquel suplicio. Cuando se introdujo los dedos, gimió durante largo rato. Esperó unos segundos, y los dedos de sus pies se curvaron sobre el edredón. El cuerpo de Julia parecía desmadejado. Había renunciado a seguir enfadada y contemplaba con avidez la mano posada entre las piernas de Lena. Lena levantó las caderas y Julia sacudió la cabeza como si quisiera negarse, pero no completó el gesto. — ¿Te das cuenta? ¿Acaso puedes marcharte? —Lena percibió la vivida expresión de excitación en el rostro de Julia—. Mírame, Julia, mírame. —Sabía que no se iría, así que se introdujo primero dos dedos dentro de sí y luego otro. La respiración de Julia era cada vez más agitada y seguía el ritmo de las caderas, de Lena. Lena retiró los dedos y jadeó cuando la evidencia de su deseo salió de su cuerpo. Untó su clítoris con ella y, luego, volvió a hundirse dentro de sí misma.

—Cuando tú hiciste esto, estaba tan excitada que... —Lena tragó saliva, mientras el calor y la velocidad de su mano aumentaban. Julia, roja como un tomate, se tambaleaba ligeramente. Lena inclinó las caderas para penetrarse mejor y para que Julia tuviese una buena visión. La mano de Lena emitía una especie de palmoteo mientras se movía sin cesar. — ¿Eres capaz de dejarme? ¿Eres capaz de irte mientras hago esto e imagino que me tocas? Julia, yo...  ¿Qué diablos iba a decir? El estallido del orgasmo la salvó de confesar sentimientos que hasta entonces ignoraba. Lena levantó las caderas y gimió, y supo que Julia también gemía. Su cuerpo derramó placer en forma de calor líquido hasta que alcanzó la cima, cedió y volvió a ascender. Los gemidos de Lena se convirtieron en ásperos jadeos, mientras Julia la contemplaba con la boca abierta y la respiración alterada, hasta que los ojos de ambas se fundieron. — ¿Julia? Julia sacudió la cabeza. — ¡No! Ya has demostrado lo que querías. —Su tono era ácido y mordaz.

El sudor se enfrió sobre el estómago de Lena. —Lo siento. Creí que, si te demostraba lo difícil que era alejarse, comprenderías por qué no pude hacerlo. — ¿Sabes lo que creo? Creo que pasamos demasiado tiempo disculpándonos. —Si Julia no le hubiera parecido tan harta y resignada, a Lena se le habría ocurrido algo qué decir. Pero sintió un dolor en el pecho y se quedó muda. Julia hizo ademán de irse. — ¿A dónde vas? —Lena se incorporó y cogió la camisa del suelo. —Necesito dormir. No puedo pensar con claridad. —No pretendía molestarte. Julia asintió y, sin mirarla, salió de la habitación y cerró la puerta casi sin hacer ruido. Lena se quedó mirando la puerta cerrada, estremecida por el tono definitivo de la voz de Julia. Quiso recoger sus cosas y marcharse, pero no tuvo valor para hacerlo. Estaba confundida, asustada y avergonzada. A pesar de todo lo ocurrido, no podía irse sin hablar con Julia al menos una vez más. Había manejado muy mal la situación. Quería que Julia supiese que no había pretendido hacerle daño. No sabía si lo conseguiría, pero estaba segura de una cosa: esa noche había perdido algo esencial.  La confianza de Julia.

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Mensaje por andyvolkatin Mar Sep 08, 2015 9:43 pm

Hola Very Happy
esto es emocionante
todo lo que ha pasado
entre Lena y Yulia
será que quieren quitarle la hija a Yulia
o buscan otra cosa los padres de Sergey
quiero Leer pronto el sgre capitulo
andyvolkatin
andyvolkatin

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