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Solo Por Esta Vez

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Mensaje por andreavk 6/27/2015, 7:41 pm

Nueva adaptación (lo se al parecer tengo tiempo libre) disfruten. Very Happy

Argumento

—No deberíamos hacer esto —murmuró Julia mientras le hundía los labios en la carne tierna detrás de la oreja. —Ya somos mayorcitas, Julia. No tenemos por qué parar —le susurró Lena, audaz.
Un encuentro fugaz en la recepción de un hotel puede cambiar una vida…
Julia Volkova es jefa de marketing de una gran empresa de viajes. Entre otros sacrificios, su trabajo le exige desplazarse regularmente a la sede que la compañía tiene en Orlando, Florida. Lena Katina es responsable del turno de noche en el Hotel Weller Regent, establecimiento de alto nivel, especializado en viajes de negocios, en el que Julia recala siempre que viaja a la ciudad. Hace tiempo que Lena, profesionalmente atenta a lo que pasa y a los que llegan, se siente intrigada por la bella y elegante mujer que se aloja en el hotel dos veces al mes, siempre rodeada de un aura de misterio. Pero es sólo eso, un difuso interés. Hasta una noche en la que surgen ciertos problemas en la recepción del hotel y Lena se encarga de registrar a Julia. Una gestión de un minuto... tiempo suficiente para que las dos mujeres coqueteen peligrosamente y se alejen enardecidas.

andreavk

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Mensaje por andreavk 6/29/2015, 8:19 pm

CAPITULO 01

Flic. Flic. ¡Plop!

—Genial. Ahora me pasaré la noche oliendo a cebolla —rezongó Lena mientras iba quitando el condimento no deseado de su sándwich y lo tiraba a la basura. — ¿Para qué me has preguntado lo que quería si después no ibas a hacerme ni caso? —Estaba pensando en otra cosa —se quejó su compañero de trabajo, dando un buen bocado de su sándwich de rosbif. —Sí, apuesto a que sé en qué... o mejor dicho, en quién. ¿Cómo se llama? —Karen —respondió él con un suspiro soñador.  —Seguro que Karen huele a cebolla.  —Cuidado —la advirtió el hombre pelirrojo. —Estás hablando de mi futura esposa. —Sí, claro. ¿Y cómo se apellida tu futura esposa? Rusty Wilburn desvió la vista, avergonzado. —Aún no lo sé —admitió. —Pero no importa, porque puedes llamarla Sra. Wilburn. Lena Katina soltó una carcajada con la salida de su jefe. En los tres años que llevaban como compañeros del turno de noche, habían llegado a conocerse muy bien y Lena sabía que Rusty se enamoraba con una facilidad pasmosa. Una pena que no se hubiera enamorado de alguien que trabajase en un tailandés. La ensalada de pollo y centeno ya le empezaba a cansar, sobre todo si llevaba cebolla. De tres y media de la tarde a doce de la noche, Lena y Rusty eran los supervisores de turno del Hotel Weller Regent, en Orlando, al que todos los empleados se referían como WR. Se trataba de un hotel de cuatro estrellas muy exclusivo, especializado en ejecutivos en viaje de negocios que buscaban un lugar tranquilo donde alojarse, con un toque más personal. Lena había entrado en el hotel de Orlando, el más antiguo de la cadena, nueve años atrás, al hacerse con una codiciada posición de empleada en prácticas, mientras cursaba Dirección Hotelera en la Universidad de Florida. Nada más graduarse había entrado en plantilla como recepcionista de noche y después de eso pasó por todos los departamentos —catering, servicios de empresa, organización de reuniones, formación, —hasta llegar al puesto que ocupaba en la actualidad: supervisora de noche adjunta. Dos peldaños más y podría trabajar en Dirección, aunque probablemente tendría que trasladarse si quería escalar más posiciones. Rusty, el supervisor de turno de más antigüedad, estaba por delante de ella para ascender en Orlando. En cualquier caso, ése era su sueño: tener un puesto en la gerencia, con horario diurno y, algún día, llevar su propio hotel. — ¡Mierda! —Rusty se incorporó y alargó la mano en busca de la servilleta. De poco le iba a servir contra el manchurrón de mostaza que le había caído sobre la camisa azul oscuro. —Lo has hecho a propósito —le acusó Lena. — ¡No es verdad! Por acuerdo mutuo, esa noche le tocaba a Rusty dar la cara si surgía alguna emergencia o queja de los clientes, mientras que Lena se podía quedar arreglando papeles en las oficinas del segundo piso. Pero, ahora, con un manchurrón de color amarillo brillante en toda la camisa, tendría que ser ella la que saliera a dar la cara si ocurría algo. Las noches de domingo eran bastante movidas: los que habían asistido a la convención del fin de semana se marchaban y llegaban nuevos monstruos de la carretera para asistir a las reuniones de negocios de la semana entrante. El personal de limpieza se había recorrido prácticamente todas las habitaciones en las últimas doce horas y Lena se había pasado la tarde haciendo inspecciones y completando evaluaciones de personal. Y, gracias a la dilatada excursión de Rusty al restaurante indio Brooklyn Deli, durante la cual ella había tenido que ayudar en recepción, iba muy atrasada en sus informes semanales. Rusty tenía su propia pila de papeleo acumulado. Su mesa la llenaban registros de mantenimiento, hojas de inventario y facturas de proveedores. Si estaban de suerte, el personal de servicio sería capaz de solucionar los problemas sin su ayuda y ambos supervisores podrían ponerse al día. Si no, tendrían que quedarse hasta tarde para terminar el trabajo. —Eh, mira quién ha vuelto. Lena echó un vistazo al monitor de seguridad colocado entre sus mesas. Cada cinco segundos la imagen saltaba automáticamente a una cámara diferente: la entrada principal, la recepción, el vestíbulo de ascensores de la primera planta y la piscina. Rusty cogió el mando a distancia y congeló la cámara al reconocer a una mujer que habían visto registrarse en el WR un domingo por la noche ya en dos ocasiones. —Qué pena que estés casi casado —le reprendió Lena. — ¿Qué pensaría Karen Sin-Apellido si te viera comiéndote a otra con los ojos? Lena dejó el trabajo a un lado un momento para contemplar a la hermosa mujer que salía del taxi y señalaba sus maletas al botones. Ni que decir tiene que Lena también se había fijado en esa misma huésped la primera vez que vino al hotel, un mes atrás. Era difícil no fijarse en una mujer tan llamativa. —Es que te estoy buscando alguien a ti, ¿sabes? —repuso él. Lena rió. —Pues, aunque veo que tienes buen gusto, quedas informado oficialmente de que te libero de la misión. —Me pregunto qué cosas tendrá para contar —reflexionaba Rusty. Siempre que tenían un momento de descanso, cosa rara, solían entretenerse inventándose las vidas y el pasado de sus clientes anónimos. —No sé. Parece la típica ejecutiva en viaje de negocios. —No, me refiero a la cojera. Siguieron atentos al vídeo mientras la mujer pagaba el taxi, cogía su cartera y su maletín y cojeaba en dirección a una de las estrechas entradas de cristal que flanqueaban las enormes puertas giratorias del hotel. Lena comprobó con silenciosa satisfacción cómo el botones se apresuraba a aguantarle la puerta abierta. A continuación la mujer desapareció del campo de visión de la cámara. —No parece que le preocupe mucho —observó en tono informal. No le apetecía convertir a esa mujer en parte de su juego... al menos en voz alta. Pero la verdad es que había estado pensado en la hermosa cliente, hasta el punto de que, durante su última estancia, había echado mano de los datos de su reserva. Se llamaba Julia Olegovna Volkova y era de Baltimore. Tenía una cuenta estándar de empresa, facturada a nombre de Eldon-Markoff, una agencia de viajes cuya sede se hallaba a una manzana y media de su hotel. Rusty manipuló los controles del monitor para seguir la acción en recepción.

Jolene Hardy y Matthew Stivich trabajaban con diligencia para registrar a los huéspedes que hacían cola frente al mostrador. —Jolene está haciendo un buen trabajo, ¿verdad? —comentó Lena de manera casual, para cambiar de tema y disimular su interés mientras trataba de localizar a la Srta. Volkova en la fila. —Sí, lo ha cogido todo muy rápido. Has hecho un buen trabajo con ella. Lena había tomado a la nueva empleada bajo su protección desde su primer día como becaria. En cuanto acabara su periodo de prueba, se le concedería más autoridad para tratar con los clientes. Por el momento, aún necesitaba supervisión y autorización de un superior para efectuar un cargo a un cliente o atender peticiones especiales. —Parece que necesita una mano con ése —dijo Rusty, a sabiendas de que Lena tendría que bajar a lidiar con un caballero obviamente enfadado que estaba ante el mostrador. El vídeo no tenía sonido, así que tenían que fiarse de las expresiones faciales y, a juzgar por su cara, el hombre estaba que trinaba. Lena gimió. —Supongo que tendré que ir a lavarme las manos antes, ya que tu futura esposa me ha llenado el sándwich de cebolla. Lena hizo una parada rápida en el lavabo de señoras para lavarse las manos y repasar su aspecto. El traje de chaqueta de ese día —lino marrón y camisa de seda azul marino— era su favorito de los cuatro uniformes del WR. En su taquilla tenía colgados los demás: un traje azul marino con blusa de seda color crema y varias camisetas de color coral que en un momento dado podían ir con cualquiera de los dos trajes. De vez en cuando el hotel renovaba el vestuario, pero por norma la ropa era bastante conservadora. Después de nueve años ya estaba acostumbrada a que le dijeran lo que tenía que ponerse en el trabajo, y al menos agradecía que el consejo de administración de la empresa tuviera cierto sentido de estilo. Salió del lavabo de señoras y bajó por la escalera de personal para aparecer tras Jolene en el mostrador de recepción. Con una ojeada, se aseguró de que Matthew lo tenía todo bajo control en su extremo del mostrador. En cambio, el hombre al que atendía su recepcionista nueva hablaba cada vez más alto. — ¿Algún problema, Jolene? —Yo le diré cuál es el problema —saltó el hombre, que tenía la cara colorada. — ¡El problema es que esta señorita no quiere darme una habitación con cama de matrimonio como reservé expresamente! Lena miró por encima del hombro de la atribulada recepcionista. —Sr. Thomason, ¿verdad? —Correcto. —Se lo veía infinitamente satisfecho de que, como trato especial, le atendiera alguien al mando.
—Seguramente nuestro personal de reservas no se lo explicó en su momento, pero no podemos garantizar habitaciones de todo tipo para los huéspedes que viajen solos. En todo caso, deje que vea lo que puedo hacer. De hecho, como procedimiento estándar, el personal de reservas leía una cláusula de exención de responsabilidades al cliente, pero los clientes solían ignorarla. Además, discutir con el Sr. Thomason no iba a arreglar el problema y, aún peor, daría mala imagen a la gente que esperaba en la cola. Lena fingió que consultaba el ordenador unos momentos, antes de introducir el código que le permitía tomar control manual del sistema. —Puedo trasladarle a la planta Concierge, nuestra planta de lujo, sin coste adicional por esta vez. De este modo solucionaremos el problema. Pero en el futuro, si viaja solo, la única manera de que podamos garantizarle una habitación con cama de matrimonio es si realiza la reserva directamente en la planta Concierge desde el principio —recomendó con tranquila autoridad. Se echó a un lado para que Jolene completara la transacción. Entonces se fijó en el rostro familiar que iba siguiente en la cola e inmediatamente se posicionó ante un terminal libre. —Deje que la atienda. La huésped a la que había observado desde su llegada avanzó y sacó su tarjeta de crédito. —Soy Julia Volkova. Tengo una reserva. Julia Volkova era todavía más impresionante en persona y de cerca. El vídeo en blanco y negro no le hacía justicia a su espeso cabello un poco ondulado, de color Negro, que llevaba igualado justo por encima de los hombros. Pero lo más cautivador eran sus ojos, de color Azul, como el mar tropical. —Sí, señorita Volkova, aquí tengo su reserva. Habitación individual, no fumadores, tres noches. —Es correcto. —Con una sonrisa tímida, se inclinó sobre el mostrador y bajó la voz. — ¿Y si me comporto como una imbécil también me trasladará a la planta Concierge? Lena soltó una carcajada suave y negó con la cabeza sin levantar la mirada. —Mire, ¿sabe qué? ¿Por qué no la traslado directamente y nos ahorramos la molestia? —Oh, no tiene por qué hacerlo. Sólo estaba de broma. Pero gracias por la consideración — repuso la mujer con total sinceridad. Se la veía avergonzada de haberle arrancado una oferta tan generosa. —Prometo portarme bien —susurró. Lena levantó la vista a tiempo de vislumbrar una sonrisita traviesa. —No se preocupe, nos gustan los retos —dijo con una sonrisa de suficiencia. —Pero estaría encantada de hacerlo, en serio. Veo en los archivos que es una huésped habitual y nos gustaría agradecer su confianza. —En ese caso, muchas gracias. Supongo que debería aplicarme lo de «a caballo regalado...». —En su lugar, yo lo haría —le recomendó Lena, de nuevo retomando su «tono de negocios». —Es una buena oferta si tiene oportunidad de aprovechar los extras: dispondrá de dos líneas de teléfono y máquina de fax, así como acceso a Internet de alta velocidad. El desayuno se sirve en el comedor privado justo delante del ascensor, de seis a diez de la mañana. A partir de las cinco de la tarde se sirven cócteles y aperitivos. Y, si quiere pasar por allí antes de irse a dormir, tienen café y postres hasta medianoche. —Me pasaré, se lo aseguro. —La Srta. Volkova escribió su nombre en la tarjeta en donde tenía que firmar, y sus iniciales junto a la tarifa y la fecha de salida. — ¿Ha tenido un viaje agradable a Orlando? Lena preguntaba lo mismo a todos los clientes durante el registro, por educación, claro, o para matar el tiempo mientras el ordenador procesaba las órdenes. Sin embargo, esa noche estaba aprovechando la oportunidad de entablar conversación. —Un vuelo maravilloso, sin contratiempos, como debe ser —contestó la Srta. Volkova. —Y es fantástico venir a un lugar donde hace calor. En Baltimore nevaba cuando salí.  —Entonces me alegro de que disfrute de nuestro tiempo, al menos esta noche. —Lena se volvió para indicar la pancarta que había a su espalda, con iconos sobre el tiempo previsto para los tres días siguientes. —Se supone que mañana y pasado mañana lloverá todo el día. —Cómo no. No me he traído paraguas. —Tengo uno de sobras en mi despacho. Si lo desea haré que el botones se lo suba luego. Puede dejarlo en recepción cuando se marche. —Vaya, esta noche está muy generosa, ¿no? —Así es el servicio del Weller Regent. El mejor de su categoría. —Por Julia Volkova, Lena se habría ofrecido hasta a darle un masaje de espalda. —No puedo aceptar su paraguas. A lo mejor luego lo necesita. Además, mi abrigo lleva capucha. —No lo necesitaré. Se lo dejo a la gente todo el tiempo —insistió Lena. En realidad sólo lo había prestado una vez, a una azafata muy guapa que había coqueteado con ella al registrarse... Más o menos como la Srta. Volkova. —Bueno, en ese caso acepto. — ¿Su trabajo la obliga a viajar mucho? —Bastante. La central está aquí y parece ser que voy a estar yendo y viniendo a menudo durante unos meses. —Me alegro de que haya decidido quedarse con nosotros. Haremos todo lo posible para que su estancia en el Weller Regent sea de su agrado. Si necesita cualquier cosa, no dude en llamarnos, Srta. Volkova. Aunque sonaba artificial y de rigor, Lena se aseguró de mirar a su interlocutora directamente a los ojos, para transmitirle la sinceridad de la oferta. — ¿Debo preguntar por usted cuando llame? —Si lo desea... —sonrió Lena. Se sacó una tarjeta de visita del bolsillo y, desviándose de su tono profesional acostumbrado, añadió. —Esta es mi extensión directa. Estaré aquí esta noche y también mañana por la noche. La Srta. Volkova se guardó la tarjeta en el bolsillo y le devolvió la sonrisa. —Estoy convencida de que todo estará perfecto. El ordenador emitió la tarjeta de la habitación. Ya no había razón para retener a la mujer en el mostrador. Lena empujó el sobre hacia ella. —Este es su número de habitación —hizo un círculo en rojo sobre el 2308. Por motivos de seguridad, nunca decían el número en voz alta. —Necesitará su tarjeta para el ascensor. Introdúzcala y espere a que salga la luz verde para pulsar el botón de su planta. ¿Necesita ayuda con el equipaje? —No, ya puedo yo. Muchas gracias por todo. —Julia se echó el maletín al hombro y le regaló una sonrisa radiante. —Gracias a usted.  Lena se felicitó por su don de la oportunidad y aplaudió internamente la conjunción de fuerzas que habían hecho que el Sr. Thomason se comportara como un gilipollas y que Julia Volkova apareciera justo después. Por fin había podido conocer a la hermosa cliente y, como extra, había contado con la autoridad de ofrecerle un trato especial. Lena Katina, ponía en su identificación, Supervisora de turno.

Julia miró por última vez a la preciosa mujer del mostrador, antes de volver la esquina y dirigirse a los ascensores. Ya tenía una razón más para que le hicieran ilusión aquellos pequeños viajes. Subió al ascensor, observó su reflejo en el espejo de marco de latón y sonrió con recato mientras la puerta se cerraba. « ¡Por supuesto que sí, Srta. Katina! Puede flirtear conmigo todo lo que quiera.» Momentos después, Julia salía del ascensor, justo enfrente del comedor privado de la planta Concierge. En el interior había pequeños grupos de gente o parejas que conversaban quedamente, sentados en sofás y sillones orejeros, mientras degustaban los postres. El ambiente era agradable y le habría gustado entrar y pasar un rato, siempre que nadie intentara ligar con ella. Esa era la peor parte de viajar sola y la razón principal por la que normalmente encargaba que le llevaran la comida a la habitación. Julia examinó la llave un instante y la insertó en la ranura. La habitación no era muy diferente a las otras en las que se había alojado, salvo por el fax y la cama de matrimonio. Al comprobar las vistas tras las cortinas, se alegró de que se viera la ciudad, en lugar de otra ala del hotel. Muy bonito. Le gustaba el ambiente del Weller Regent. En su primer viaje a Orlando se había alojado en el Hyatt, otro hotel que recomendaban en Eldon-Markoff. Pero no le agradaba la atmósfera bulliciosa del bar de su vestíbulo y la enorme fuente en forma de torre que había al lado. El ambiente del Weller Regent era más tranquilo y distinguido, justo lo que Julia buscaba tras un viaje agotador. La decoración era cálida y acogedora, en tonos marrones y crema, en lugar de los colores chillones que usaban en muchos hoteles para disimular las manchas en colchas y cortinas. Todo el hotel tenía un aire lujoso, casi decadente. Los edredones de plumas eran de lo mejor y las toallas y albornoces eran suaves y esponjosos. Deshizo el equipaje metódicamente y colgó sus tres trajes almidonados en el armario. En realidad solo había llegado a ponerse uno. Como jefa de marketing de la agencia de viajes Gone Tomorrow, la nueva sucursal de Eldon-Markoff en Baltimore, Julia solía llevar faldas y suéteres en el trabajo, a veces trajes-pantalón. Sin embargo, la norma corporativa en Orlando era más formal, así que había echado mano a sus ahorros y se había comprado ocho trajes nuevos para ponerse mientras durara el proyecto de planificación estratégica en el que estaban trabajando. Seguramente mantendría ese ritmo de viajes hasta finales de abril, que no era mala época para dejar Baltimore por la soleada Florida. Después, ¿quién sabe? Todo parecía indicar que no conservaría el empleo. Pero, si pasaba eso, al menos tendría ropa nueva que ponerse en las entrevistas de trabajo. De eso trataba el proyecto, de optimizar las iniciativas de marketing y ventas para EldonMarkoff. Ello comportaba diseñar un plan para unificar las agencias que la empresa tenía en todo el mundo, así como sus ofertas de viajes. Julia trabajaba en él con Doug Messner, director comercial de la agencia de Dallas. Cheryl Williams, vicepresidenta del departamento de Marketing y ventas de Eldon-Markoff, estaba al frente del equipo. Cheryl era una líder dinámica y competente, a la que Julia admiraba por su capacidad para conseguir que las cosas se hicieran como es debido. No obstante, lo que había quedado claro tras sólo tres sesiones de planificación era que los departamentos de marketing y ventas funcionarían de manera más eficiente si se centralizaban. La tarea del equipo era diseñar un plan para llevarlo a la práctica. Probablemente, lo mejor que podía esperar era que las indemnizaciones por despido fueran buenas. Un golpe seco en la puerta señaló la llegada del botones con el paraguas prestado. —Gracias —le dijo al joven, y le dio un par de billetes. —De nada, Srta. Volkova. La Srta. Katina me pidió que le recordara lo de los postres. —Por favor, dele las gracias de mi parte y dígale que voy a ir a probar esos postres ahora mismo. Tras comprobar que llevaba la llave, Julia siguió al botones de vuelta al ascensor y echó un vistazo a la mesa de postres en el centro del comedor. — ¿Le traigo algo de beber? —le preguntó una mujer de esmoquin. Julia consideró la oferta, pero la declinó, decidiendo que simplemente cogería uno de los dulces que había dispuestos sobre la mesa y volvería a su habitación. Había tantos diferentes... pero sólo cogería uno. Se inclinó por la tarta de lima con fresas por encima. Y después cogió una de trufa. De vuelta en su habitación, se dejó caer pesadamente en la butaca. La pierna le dolía tras el agotador viaje. Sacó un frasco de ibuprofeno del bolso. Desde el accidente, dos años atrás, siempre lo llevaba encima, porque sabía que la pierna podía empezar a dolerle en cualquier momento y, cuando le dolía, le dolía a conciencia. Un baño caliente le calmaría el dolor y la ayudaría a dormir. Al encender la luz del baño de mármol, Julia bendijo a Lena Katina en silencio por haberla cambiado de habitación. La bañera estaba equipada con hidromasaje.

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Mensaje por Aleinads 6/30/2015, 8:49 pm

Muy bueno! Me gusta hasta ahora, contii contii cheers bounce Smile Smile Very Happy
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Mensaje por andreavk 7/3/2015, 8:25 pm

CAPITULO 02

El lunes se desarrollaba como cualquier otra noche entre semana en el Weller Regent. Al menos una vez al día, Lena recorría los pasillos de las veintitrés plantas de principio a fin. Sobre todo, comprobaba que las cosas estuvieran en su sitio, que no hubiera puertas entreabiertas y que el servicio de habitaciones recogiera las bandejas puntualmente. También se aseguraba de que no hubiera nada fuera de lo ordinario. De momento, había encontrado dos bombillas fundidas y otra que parpadeaba. En la planta Concierge, halló una cartera metida detrás de una planta, en el vestíbulo del ascensor. Probablemente la había escondido allí algún carterista, una vez hurtado su contenido. —Seguridad, por favor —llamó suavemente por el walkie-talkie. —Aquí Seguridad —respondió una voz masculina. —Necesito un agente de seguridad en el vestíbulo del ascensor de la planta veintitrés, por favor. —Lena quería asegurarse de que el asunto se solucionara rápido, ya que algunos huéspedes podían ponerse nerviosos si veían a un guardia de seguridad rondando por la planta Concierge. —Ahora mismo. Corto. Tres minutos más tarde llegó el guardia uniformado, que procedió a documentar las pruebas, por si había que hacer una denuncia. Normalmente no se llegaba a eso, pero en Dirección siempre querían que se extrajeran las huellas dactilares, para poder descartar al personal. Era poco probable que un empleado hubiera escondido la cartera a plena vista de la cámara del techo. Un pena para el bobo que no había hecho caso de los avisos que indicaban que las zonas públicas de las instalaciones estaban vigiladas con cámaras. Lena y el guardia abrieron la cartera con cuidado para confirmar su contenido, o mejor dicho, la falta de contenido. De todas maneras, dentro había un carné de conducir y Lena llamó a recepción inmediatamente para obtener el número de habitación de su propietario: William C. Jeffries.
— ¿Lo han grabado las cámaras? —preguntó al guardia. —Deberían. Lo comprobaré abajo.
—Llámame en cuando encuentres algo. Al poco, Lena llamaba a la puerta de la habitación del cliente. Salió a recibirla un hombre de mediana edad, recién salido de la ducha, en albornoz y con el pelo mojado. Ella le explicó el motivo de su visita, después escuchó pacientemente a Jeffries despotricar sobre la falta de seguridad del hotel, exigir que le devolvieran el dinero y amenazar con demandarlos si el ladrón usaba sus tarjetas de crédito. Cuando Lena le aseguró que el hotel tenía cámaras de vigilancia y que seguramente tenían al ladrón grabado en una cinta, el airado caballero se volvió dócil de repente. —Sabe, seguramente estoy sacando las cosas de quicio. Puedo anular las tarjetas con una llamada telefónica y, como aún tengo el carné de conducir, lo único que he perdido es un poco de efectivo. Supongo que es el precio por no tener cuidado con mi cartera, ¿no? Al salir de la habitación del cliente, Lena se dirigió inmediatamente al teléfono interno del hotel. Había cosas que no convenía transmitir de manera abierta.
—Hola, ¿Tim? Creo que tenemos a otra prostituta trabajando en el edificio. Si encontráis a alguien en la cinta habrá que llamar a la policía, a ver si está fichada.  

Julia echó una mirada al mostrador de registros de camino al ascensor, con la esperanza de ver alguna cara amiga. Había sido un día duro —la mayoría de los lunes lo eran, sobre todo porque aún estaba cansada del viaje del domingo, —y se moría de ganas de relajarse con un libro en la mano y picar algo de los aperitivos del comedor. No hubo suerte en lo de la cara amiga. Lena Katina no estaba en ninguna parte. La franja de happy hour en el comedor fue como un regalo del cielo. El servicio de habitaciones estaba bien, pero después la habitación le olía a comida durante toda la noche. Ir a un restaurante la llamaba menos, sobre todo sola, si bien había declinado educadamente varias invitaciones de Doug a cenar. Su homólogo en Dallas era joven, soltero y le gustaba divertirse a costa de la cuenta de gastos de representación. Por esa razón había preferido quedarse en el Hyatt, alegando que el Weller Regent era demasiado estirado para sus gustos. Doug estaba acostumbrado a trabajar en ventas y le gustaba conocer a gente nueva y charlar con ella. Se acomodó en un sillón orejero en un rincón, junto a la ventana, con un plato de palitos de pescado a la plancha, con limón y alcaparras, brie, galletitas saladas y fruta. Era difícil controlar las calorías al viajar, pero si seguía con sus ejercicios en la bicicleta estática (cosa que tenía que hacer igualmente para mantener la pierna ágil) podría evitar que se acumularan kilos de más. —Hola. Me llamo Bill Jeffries. ¿Le importa si la acompaño? —Un hombre de negocios elegantemente vestido se le acercó con un cóctel en una mano y un plato de alitas de pollo en la otra. —En absoluto —respondió Julia con gentileza, mientras en su cerebro buscaba rápidamente una excusa para que el hombre se lo pensara mejor. —Pero he de advertirle que estoy en una parte muy interesante del libro, así que dudo que sea yo muy buena compañía. Desalentado, el hombre se volvió para buscar otro sitio. —Sr. Jeffries, ¿podría hablar con usted un momento, por favor? Nada más entrar en el comedor, Lena vio a Julia sentada en el rincón y le sonrió. —Buenas tardes, Srta. Volkova. —Buenas tardes, Srta. Katina. Julia se alegraba de ver aquella cara conocida, aunque era evidente que Lena estaba en el comedor por motivos de trabajo. Seguramente había sido cosa de su imaginación creer que la noche anterior había estado flirteando con ella, pero aun así le gustaba pensarlo. Sería fantástico tener a una amiga en el hotel, especialmente porque todo indicaba que iba a tener que regresar al menos unas seis veces o más. Tras mantener una breve conversación en el pasillo, Lena y Bill Jeffries regresaron al comedor. Para su deleite, Lena se le acercó, y ella cerró el libro enseguida. — ¿Qué está leyendo? Julia le enseñó la portada. —Es el último de Pamela Crenshaw. Lo compré en el aeropuerto ayer por la tarde. Crenshaw había escrito una serie de novelas de espías, protagonizadas por una heroína militar, la comandante Dana Grant. Cada nueva entrega subía a los primeros puestos de la lista de ventas, tanto en tapa dura como en edición bolsillo. —Ah, ése no lo había visto. Pero he leído las demás. Crenshaw es una gran escritora. —Sí, pero admito que, en mi opinión, exagera un poco con la comandante. Es difícil de creer que haya una persona tan perfecta en todo. —No sé a qué se refiere. ¿Acaso conoce a alguien que no sea un chef de alto copete con cinturón negro en artes marciales, capaz de operar a una persona a corazón abierto en la oscuridad mientras guía el Queen Mary a puerto? Aquello hizo que a Julia le diera un ataque de risa y Lena esbozó una sonrisa. —Ahora que lo dice, la mayoría de mis amigos son así. ¡La mediocre soy yo! —Lo dudo —dijo Lena. — ¿Así que todo está a su gusto? Es decir, la habitación. —Sí, es muy acogedora. Y el comedor también, muchas gracias por subirme de planta. Creo que presionaré al contable de Eldon-Markoff para que en mi próximo viaje me deje reservar directamente aquí. —Celebro que se encuentre cómoda. Supongo que es duro estar lejos de casa y de la familia durante tanto tiempo, así que espero que podamos hacérselo un poco más fácil. Julia no estaba segura de sí Lena estaba indagando sobre su vida o sencillamente siendo simpática. —Sí que lo consiguen, y se lo agradezco. —Supongo que debería volver al trabajo. Si no la veo esta noche, que tenga un buen viaje de vuelta. —Gracias. Oh, y gracias por el paraguas. No me olvidaré de dejarlo en recepción. —De nada. Julia la observó marchar, después de detenerse un instante en el mostrador de atención para saludar a los empleados e interesarse por cómo iba todo. Se preguntó qué edad tendría Lena. Parecía tener veintitantos o treinta y pocos, a juzgar por su largo y Pelirrojo cabello y sus suaves facciones. Sin embargo, su aplomo y su aire de autoridad correspondían a alguien de más edad y experiencia en el mundo laboral. Eran precisamente las cualidades que Julia admiraba en su jefa, y ésta andaba cerca de los cincuenta. Eran rasgos que se le antojaban muy atractivos. Como atractiva le parecía Lena Katina.

— ¿Has probado con el desatascador como te enseñé? —Julia sacó la antena del móvil para tener mejor cobertura. —Entonces haz eso primero. Si no funciona, no uses más ese váter y llama a un fontanero a primera hora de la mañana. El reloj digital marcaba las doce menos cuarto de la noche. —Mamá, no puedo hacer nada esta noche. Estoy en Orlando —explicó. —Sí, mi móvil funciona aquí, como siempre... Ya sé que no lo sabías, pero esta semana me toca trabajar fuera. No volveré a casa hasta el miércoles por la noche. Julia retiró el edredón y alargó la mano para coger la botella de agua de la mesita. —No, el jueves tengo que trabajar. Puedo ir el jueves por la noche, pero deberías llamar al fontanero mañana si el desatascador no funciona. Acercó el bolso con el pie y sacó el frasco de ibuprofeno. —No lo sé. A lo mejor Nastya echó algo —dijo refiriéndose a su sobrina de dos años. — ¿Quién sabe? Dos pastillas... mejor tres. —Supongo que unos sesenta dólares o así. Puede que más si tienen que estar mucho rato. Pero ¿qué quieres hacerle? Julia empezaba a perder la paciencia. Estaba cansada tras un largo día de trabajo y ahora tenía que organizare la vida a su madre a más de 1.600 km de distancia. —No puedes ir tirando de la cadena pensando que no se va a salir. Se estropeará el suelo y también el techo del piso de abajo. Ves dándole con la fregona para que esté seco y llama a un fontanero a primera hora, ¿vale? Volvió a acomodarse en la cama y aguantó el teléfono bajo la barbilla. —Mamá, tengo que dormir. Mañana me espera un día muy largo —suplicó. —Ya sé que era una emergencia. Simplemente haz lo que te he dicho. No pasará nada... Sí, yo también te quiero. Iré el jueves por la noche. Buenas noches, mamá. Julia dio un profundo suspiro y volvió a colocar el teléfono en el cargador. Cualquiera pensaría que Larissa Volkova era la persona más desamparada del mundo. Tras la muerte de su padre, cuatro años atrás, su madre había perdido completamente el norte. En sólo un año, la casa estaba en un estado lamentable y sus finanzas eran un desastre. La mujer a duras penas podía decidir qué ponerse cada día. Julia se encargó de equilibrar las cuentas de la casa de su madre concienzudamente, contrató  una ama de llaves para que fuera dos veces a la semana y a un manitas para que hiciera las reparaciones necesarias. Además, tomó por costumbre llamar unas dos o tres veces al día, simplemente para que su madre se sintiera acompañada y para asegurarse de que todo estaba en orden. Cuando eran niñas, ni Julia ni su hermana pequeña Katya se habían dado cuenta de hasta qué punto la vida de su madre giraba en torno a la familia. Cuando sus dos hijas se fueron de casa, fue la devoción a su esposo lo que la mantuvo con los pies en el suelo. Sin él, estaba perdida. Julia se había imaginado que las cosas le irían a ser más fáciles cuando Katya se mudó a Baltimore, soltera y con una hija, Nastya. Pero Katya estaba muy ocupada con su curso de enfermería, sin mencionar el trabajo que daba una niña de dos años. Si había algo que le gustaba de los viajes a Orlando era sobre todo poder tomarse un descanso de sus obligaciones diarias con su madre. No era que Julia no quisiera ayudar a su madre en aquellos momentos difíciles, sino que, al cabo de tres años, Larissa Volkova no parecía haber mejorado mucho en su nivel de independencia. La casa estilo Tudor de noventa años en la que vivía sólo empeoraba las cosas. Quizá había llegado la hora de convencer a Larissa de vender aquella casa y mudarse a un sitio nuevo, donde hubiera alguien más aparte de Julia que pudiera sacarle las castañas del fuego.

Lena giró la clavija de la máquina de musculación para las piernas y la reajustó en dieciséis kilos. Era una pesadilla ir siguiendo los pasos del Increíble Hulk por la sala de pesas, pero sólo pensar que él volvería a seguirla a ella cuando hiciera de nuevo la rutina y que tendría que volver a regular todos los controles le proporcionaba un poco de satisfacción. — ¿Qué tal el trabajo, Val? Val Harbison era la mejor amiga de Lena y la encargada del Flanagan's, un bar temático deportivo en el centro de la ciudad. Era agradable tener a alguien con quien lamentarse de su falta de vida social, ya que las dos mujeres se pasaban las noches y los fines de semanas encerradas en el trabajo. Por esa razón nunca podían salir a discotecas o a fiestas y solo podían conocer gente a través del trabajo. Los días laborables quedaban para hacer fitness en las instalaciones de la urbanización de Lena. Casi siempre tenían la sala para ellas solas, pero ese día no había sido así.
—Estas últimas semanas hemos tenido bastante lío, así que supongo que hemos entrado en temporada alta. —Sí, nosotros también lo hemos notado. ¿Has vuelto a salir con Robbie? —No desde que fuimos al «Ratón» —contestó Val, invocando el sobrenombre con el que los locales se referían a Disney World. —No creo que lo nuestro vaya a funcionar. Sólo podemos quedar durante el día y la verdad es que mi idea de una cita no es pasarme el día en las atracciones y después llegar al trabajo con la lengua fuera. —Entiendo a qué te refieres. Saber que después tienes que trabajar le quita la gracia a lo que estés haciendo. Por lo menos yo tengo los sábados libres. Los fines de semana, Lena acostumbraba a visitar a su familia en Cocoa Beach y a veces se quedaba hasta el domingo, para ir a misa con sus padres. —Mataría por tener los sábados libres. Pero los fines de semana es cuando hay más follón. —Los sábados no van del todo mal en el hotel. La mayoría de los asistentes a las convenciones llegan el viernes. Creo que por eso Rusty libra ese día y a mí me da el sábado libre. Muchos de los que asisten a las convenciones viajan sólo una vez al año y no tienen ni idea de cómo sobrevivir fuera de casa. — ¿Qué es lo que hacen? — ¿Qué es lo que no hacen? —gimió Lena. —Se quejan del precio de todo y no pierden ocasión de decirte cómo se hacen las cosas en el norte. Son como críos de dieciocho años cuando van a la universidad por primera vez. Quieren pasarse la noche de fiesta por los pasillos. Fuman donde les da la gana y no vigilan sus cosas. Son incapaces de encontrar nada, ni siquiera con un plano — enumeró Lena, mientras llevaba la cuenta de sus repeticiones en la máquina. —A mí me daría algo. Por lo menos la gente que viene al Flanagan's sabe cómo van las cosas. Buscan una silla delante del partido que quieren ver, se beben su cerveza y le dejan su propina a la camarera. Y punto. Lena le contó la historia del hombre al que una prostituta le había robado la cartera la noche anterior y cómo había amenazado con demandar al hotel hasta que se enteró de que la tenían grabada en vídeo. Y que, en cuanto le dijo que el departamento de policía de Orlando podría identificar a la mujer, se echó atrás inmediatamente y se negó a presentar cargos o a exigir responsabilidades al hotel.
— ¿No es gracioso lo santurrona que llega a ser la gente? —proclamó Val. —Imagínate lo que habría hecho si hubieras encontrado la cartera después y lo hubieras llamado a casa. —Ya. ¡O si lo hubiera llamado a la oficina! —Ya te digo —resopló Val. —En fin, ¿te has cruzado con alguna azafata guapa últimamente? —Azafatas no, pero tenemos alojada a una mujer guapísima que trabaja en Eldon-Markoff. Llegó el domingo por la noche desde Baltimore. Es una preciosidad —explicó Lena en tono soñador, mientras asía la barra para la última tanda de repeticiones. —Cojea un poco de una pierna. Me gustaría saber qué le pasó. — ¿Pero entonces es de las tuyas? —No creo. Pero es... no sé, más simpática que la mayoría de gente. — ¿Con todo el mundo o sólo contigo? —No sabría decirte. Pero te juro que la otra noche mientras la registraba parecía que estaba coqueteando. Le dije que llamara si necesitaba algo y me dijo: « ¿Debo preguntar por usted?». ¿A ti no te parece coqueteo? —Supongo que depende de cómo lo dijera. Espero que le dijeras que sí. —Se lo dije. Y le di mi tarjeta. Y le presté mi paraguas. Y la subí de categoría, a la planta Concierge. — ¡Por amor de Dios, chica! Me sorprende que no se te tirara encima en el vestíbulo mismo. — Val susurró la última parte, para que Hulk no lo oyera. —Ah, no digas esas cosas. Mi corazón no lo soporta —rio Lena. —Hablé con ella unos minutos anoche en el comedor. Es encantadora y resulta que va a estar yendo y viniendo durante los próximos meses. Quizás lleguemos a conocernos mejor.  — ¿Tiene nombre? —Tiene un nombre precioso. Es como miel en los labios: Julia Volkova.

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Mensaje por Aleinads 7/4/2015, 12:29 am

Genial!! Gracias por la contii Very Happy Laughing
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Mensaje por andreavk 7/12/2015, 11:56 pm

CAPITULO   03

Dos semanas más tarde, la mujer del nombre precioso salía de un taxi y aspiraba con deleite el aire cálido y húmedo, feliz de haberse librado del hielo y la nieve de Baltimore. No era casualidad que, a la que pasaba un día o dos en Orlando, la pierna le doliera menos, así que estaba impaciente por regresar. En esta ocasión, la llegada de Julia al Weller Regent pasó desapercibida a los supervisores de turno, los cuales se hallaban en el piso dieciséis interesándose por una clienta que había caído enferma tras la cena. El médico de guardia del hotel había acudido a la habitación y diagnosticado una intoxicación aguda. Como era de esperar, mientras que Lena estaba preocupada por el estado de la mujer, Rusty estaba encantado de que no hubiera cenado en el hotel. — ¿Puedo ayudarla? —Sí, soy Julia Volkova —respondió ella pasándole la tarjeta de crédito. —Tengo aquí su reserva, Srta. Volkova. Una habitación individual de no fumadores en nuestra planta Concierge durante tres noches. ¿Es correcto? —Sí. Si se descontaba el cargo por acceso a Internet de alta velocidad y las dos comidas diarias con servicio de habitaciones, la mejora de categoría salía prácticamente por nada. Además, Julia no tenía las cuentas de bar kilométricas que gastaba su homólogo de Dallas, así que no pensaba sentirse culpable por regalarse aquel pequeño lujo a costa de la empresa. La bañera con hidromasaje lo merecía, incluso si tenía que pagar la diferencia de su bolsillo. Jolene le entregó la llave de la puerta y procedió a explicarle cómo llegar a la planta Concierge. Julia interrumpió la explicación educadamente, asegurándole que conocía el procedimiento y el funcionamiento de la llave en el ascensor. — ¿Necesitará ayuda con su equipaje? —No, gracias. Ya me ocupo yo. Julia se puso el abrigo doblado sobre el brazo. Al volverse hacia el ascensor, la sorprendió ver a Lena Katina pasar por su lado a toda prisa hacia la puerta principal, con el walkie-talkie en la mano. —Está llegando ahora mismo —transmitió en tono enérgico. Unas luces rojas que daban vueltas atrajeron la atención de Julia hacia la entrada, en donde justo delante de la puerta se había detenido una ambulancia. Sorprendida por la súbita conmoción, observó cómo Lena acompañaba a los sanitarios al ascensor, con prisa pero sin perder la calma. El modo en que llevaba las riendas de la situación era impresionante. Si Julia volvía a tener alguna urgencia, quería a alguien como Lena al cargo. Aunque, por supuesto, esperaba no tener que volver a pasar por una urgencia como la anterior.  

Lena estudió la previsión meteorológica del Orlando Sentinel sentada a la mesa de la cocina. La previsión era de cielos soleados, con temperaturas que alcanzarían los 20o o 21o C. Por la noche, cielos despejados y temperaturas algo más frescas, con mínimas de 12o C: un día perfecto de febrero.

Era un día importante para la franja central de Florida y, a decir verdad, también para el resto del país. Pero, sobre todo, era especialmente significativo para la familia de Lena y el resto de las familias que, como la suya, vivían en la Costa Espacial de Florida. Esa noche, a las 21.06, despegaría el transbordador espacial Atlantis. Desde los desastres del Challenger y el Columbia, todos los que tenían relación con la industria espacial aguantaban juntos la respiración cada vez que una lanzadera se ponía en órbita o regresaba a la Tierra. Un enorme gato de color naranja aterrizó en medio del periódico con un golpe sordo. —Hola, Slayer —Lena arrulló al niño de sus ojos. — ¿Qué te pasa? ¿Quieres que te hagan caso? A modo de respuesta, el gato empezó a darle a la esquina del periódico con la patita de manera insistente. Ya iba a ser imposible seguir leyendo, así que Lena dobló el periódico y se levantó. —Vamos a jugar —lo animó. El alegre felino la siguió hasta la puerta de cristal corredera y se preparó para saltar en el momento en que la abriera. No porque la libertad estuviera al otro lado, claro. La puerta daba a una galería que Lena había cubierto el año anterior con paneles de cristal ahumado para ampliar los metros cuadrados útiles de una de las dos habitaciones de su apartamento, en un segundo piso. La galería rodeaba en toda su longitud al salón y la habitación de invitados  daba al dormitorio principal por una puerta de cristal de una sola hoja en un extremo. En cuanto abrió la puerta, Slayer se abalanzó fuera y chocó con el cristal, tratando de atrapar las lagartijas que había al otro lado, una después de otra. —Mi valiente cazador —rio Lena. Una de las ventajas añadidas de cambiar las rejillas por cristal es que el gato ya no podía abrirse paso en la malla para capturar a sus desprevenidas presas. Cada vez le hacía menos gracia la manía del animal por presentarle sus trofeos, sobre todo cuando se los llevaba a la cama durante la noche. —Coge tu juguete —le ordenó. Por supuesto, Slayer no le hizo ni caso. Pero claro, Slayer era un gato. Iría a por su juguete cuando le diera la santa gana y no antes. El gato naranja de ojos ambarinos había decidido dos años antes que Lena le daría casa y comida. A cambio, él le llevaría sus trofeos de caza y permitiría que le cortara las uñas de vez en cuando. En aquella época, Lena vivía en un apartamento donde no se permitían animales de compañía. Eso también le parecía bien, porque a Slayer no le gustaban nada los animales de compañía. Así que, cuando la abuela de Lena murió y le dejó una pequeña herencia, la usó como entrada para el apartamento que tenía ahora, con el deseo de tener un lugar que poder llamar suyo. O de Slayer, como parecía ser el caso. Lena interrumpió el juego para responder al teléfono en la cocina. — ¿Sí?... Hola, mamá. —Había estado esperando aquella llamada. Había crecido a una hora de allí, en Cocoa Beach, en una pequeña urbanización exclusiva bajo la sombra de las plataformas de lanzamiento en Cabo Cañaveral. Su padre, Sergey Katin, trabajaba como jefe de comunicación de la NASA desde 1967. Ni ella ni su hermano Vladimir compartían las aptitudes científicas y de ingeniería de su padre, pero siempre habían estado muy orgullosos de formar parte del programa espacial. Cuando el Challenger y el Columbia se perdieron fueron los días más difíciles de su vida. —Sí, lo veré... seguramente desde la azotea. La vista es buena desde tan alto, porque no se ven muchas más luces... No lo sé, puede que sola, pero te prometo que lo veré. Sin dejar de hablar por teléfono, cogió el abrigo y el bolso y acabó de prepararse para ir a trabajar. Finalmente, le puso comida a Slayer, que siguió sin hacerle el menor caso. Comería cuando le diera la santa gana. No antes. —Te llamaré cuando falten diez minutos para la hora H a ver si sabéis algo. —Una vez comenzada la cuenta atrás, siempre podía pasar (y de hecho, era frecuente) que el personal de tierra de la NASA tuviera que hacer ciertas modificaciones en sectores específicos del transbordador, de manera que el lanzamiento no siempre se producía a la hora prevista. —Tengo prisa. Dale a papá un abrazo de mi parte, ¿vale?... Sí, hasta el sábado.  

Julia abrió el informe por la primera página. Eran los resultados del estudio de mercado en donde se analizaban los efectos de unificar la agencia de viajes y la tour operadora bajo un mismo sello. Los resultados no hacían más que confirmar que a la vieja guardia de Viajes Gone Tomorrow de Baltimore más le valía ir buscándose otro trabajo. Dado el escaso reconocimiento de la marca, era poco probable que Eldon-Markoff la conservara tal cual. Más bien la asimilaría bajo su propio sello. O eso es lo que ella haría si la decisión fuera suya. — ¿Has comido bien? —Cheryl Williams plantó su maletín de piel con el logotipo de la empresa sobre la mesa de juntas, lista para una tarde de trabajo. A sus cuarenta y siete años, tenía una melena rubia salpicada de canas que le llegaba a la altura de los hombros, y su aspecto delicado hacía que muchos infravaloraran lo dura que era. —Bien, gracias. Me siento un poco culpable de estar disfrutando tanto con este tiempo después de oír que en Baltimore han caído casi dieciocho centímetros de nieve esta noche.

— Julia se había comprado un bocadillo en la charcutería de la esquina y se había sentado a comer fuera, en un banco del jardín de Eldon-Markoff. —No te sientas mal. Seguro que alguien en Baltimore se lo merecía —bromeó la vicepresidenta. —Te he visto afuera. Sabes que eres bienvenida en el comedor de ejecutivos del último piso siempre que quieras. —Gracias, pero creo que lo dejaré para un día que llueva. Cheryl echó un vistazo a la puerta y acercó su silla a la de Julia. —Mira, quiero que sepas lo mucho que valoro tu aportación a este proyecto. Es evidente que has trabajado muy duro para Gone Tomorrow y sabes de qué van las cosas. Las dos mujeres levantaron la vista cuando entró Doug, que volvía de comer. El hombre se sentó en el otro extremo de la mesa. Julia tuvo la sensación de que Cheryl quería añadir algo, pero la llegada de Doug dio al traste con cualquier intento de conversación personal.  — ¿Continuamos?  

En el comedor de la planta Concierge, en el piso veintitrés, Julia por fin podía tomarse un descanso, revista de actualidad en mano, tras pasarse la tarde entera batallando con las objeciones constantes de Doug, que ponía «peros» a cualquier cosa que amenazara su posición en Dallas. El joven estaba menos preocupado por lo que era bueno para la empresa (por no mencionar a los accionistas) que por preservar su propio feudo, lo que dificultaba las decisiones estratégicas más de lo debido. Julia no sabía cómo iba a hacer su trabajo durante las próximas diez semanas si no hacía más que encontrar un obstáculo tras otro. —Hola. Julia se sobresaltó al ver a Lena Katina en pie ante ella, con un walkie-talkie en la mano y un abrigo doblado sobre el brazo. —Hola, Lena... quiero decir, Srta. Katina —balbuceó. —Lo siento, no pretendía tomarme demasiadas confianzas. Lena rio con suavidad. —Lena está bien. De hecho, lo prefiero. —Bueno, en ese caso, por favor, llámame Julia. —No creo que deba hacer eso. No sonaría muy profesional con los demás huéspedes. Además, a mis empleados les daría un infarto —añadió con una sonrisa. —Supongo que están acostumbrados a la formalidad. —Eso espero. Pasaba por aquí para ver si a alguien del comedor le apetecería subir a la azotea para ver el lanzamiento del transbordador. La vista es muy buena y despegará de aquí a quince minutos. — ¿En serio? Me encantaría. Ahora mismo estaba leyendo sobre el Atlantis en esta revista. —Genial, ve por tu abrigo y espérame aquí. Así podemos subir juntas. Voy a ver si alguien más por allá quiere venir con nosotras. Secretamente, Julia tenía la esperanza de que todos dijeran que no, pero no iba a poder ser. Cuando volvió de su habitación con el abrigo, otros cinco huéspedes, todos hombres de negocios, esperaban con Lena para subir las escaleras. —Debería advertirles: nuestro seguro no cubre a nadie que se caiga de la azotea. Sus familias no verán ni un penique si se asoman demasiado. Julia rio como los demás. Al agarrarse de la barandilla para empezar a subir, vio que Lena miraba hacia atrás. Julia odiaba las miradas de compasión que le lanzaban los extraños cuando notaban que la pierna le daba problemas, pero la expresión de Lena era completamente diferente. Era como si sus ojos la animaran a continuar. Finalmente atravesaron la puerta de metal que había al final de las escaleras y llegaron a la azotea. — ¿Podemos sentarnos ahí? —preguntó uno de los ejecutivos, señalando los muretes de piedra de alrededor de un metro de alto que rodeaban los gigantescos extractores de aire acondicionado. —Claro. —Entonces sonrió y añadió: —Pero tampoco nos responsabilizamos por las manchas en la ropa. Julia esperó a que los otros cinco huéspedes se separaran en los mismos dos grupos del comedor y la dejaran a solas con Lena. — ¿Por qué no nos sentamos allí? —Lena señaló un murete libre y echaron a andar. —Tengo que llamar a mi madre para ver si todavía sigue en marcha. Julia se sentó en el murete con cautela mientras Lena se alejaba unos pasos para hablar por teléfono. Su pierna no habría resistido mucho más sin descansar. —Mi madre dice que ha habido un retraso de seis minutos. Despegará dentro de doce minutos. — ¿Tu madre también sigue los lanzamientos? —Todos lo hacemos. Mi padre trabaja en la NASA. Ahora está allí, en el Cabo. Seguro que están todos aguantando la respiración. — ¿De qué trabaja? —Prepara los dossieres de prensa e informa a los reporteros de los aspectos técnicos de la misión. Lleva allí desde que se inició el programa de los transbordadores. —Debe de haber sido muy emocionante crecer así. —Pues sí. Somos todos unos yonquis espaciales. — ¿Así que eres de Florida? No sabía que había gente que era de aquí de verdad. —No somos muchos, te lo aseguro. El transbordador saldrá de allá —explicó, señalando un punto en el horizonte, al sudeste. —Yo vivía justo a la derecha de aquella plataforma, en Cocoa Beach. —Entonces supongo que habrás visto muchos lanzamientos. —Ochenta y ocho para ser exactos. Sólo me he perdido unos veinticinco lanzamientos de transbordadores. Pero si le sumamos los lanzamientos de cohetes, debo de haber visto unos doscientos. —Estás de broma. —No, es a lo que nos dedicamos los yonquis espaciales. — ¿Y has podido ver alguno de cerca? —Sí, he estado en la zona de prensa unas cuantas veces, pero desde la playa de Cocoa se ve muy bien. Es adonde solía ir con mis amigos. — ¿Y cuántas veces has venido a verlo desde aquí? —Lo creas o no, entre veinte y treinta. Pero los lanzamientos nocturnos no son lo más habitual. —Entonces he tenido suerte, no sólo por estar en Orlando para ver uno, sino por tener a mi propia experta aquí, a mi lado, para mí sola. —La verdad es que le gustaba la idea de tener a Lena para ella sola, para lo que fuera. —No soy ninguna experta, pero me gusta seguir el tema. — ¿Nunca soñaste con convertirte en astronauta? —La verdad es que no. Pero quería que mi hermano mayor lo fuera para que se fuera a vivir a Marte. —Yo habría enviado a mi hermana pequeña con él. —Podríamos haber ido a la playa a decirles adiós con la mano. Con un poco de suerte seguirían allá arriba. Julia rio. —Qué lástima que no pudiera ser. — ¿Has vivido siempre en Baltimore? —Siempre —gimió Julia, sorprendida de la amargura de su propio tono. —Suena a larga historia. —No, no hay mucho que contar. Sólo que a veces creo que me he perdido muchas cosas por culpa de querer quedarme tan cerca de casa.

— ¿Te refieres a tu carrera? —En gran parte. —Julia no solía hablar de su vida privada con gente que apenas conocía. —Y ahora que Eldon-Markoff ha comprado nuestra empresa, no creo que vaya a ascender mucho más. De hecho, si las cosas acaban como creo que van a acabar, pronto me quedaré sin trabajo. — ¿Y qué piensas hacer? —No estoy segura —contestó Julia con sinceridad— Pero a lo mejor será la manera de que me marche de Baltimore. Podría ser el empujón que necesito para hacer algo con mi carrera, no sólo levantarme e ir a trabajar cada día. —Por alguna razón no me pareces el tipo de persona que prefiere quedarse en casa. —No lo soy. —A juzgar por lo que sabía de Lena, Julia estaba bastante segura de que era algo que ambas tenían en común. —Pero me gustaría tener un trabajo con más responsabilidad. Y no creo que pueda conseguirlo si me limito a Baltimore. —Sé a lo que te refieres. A lo largo de los años he dejado pasar varias oportunidades de ascender, porque no quería dejar Orlando. Pero, si quiero llegar a un puesto directivo con horario de día, tendré que hacerlo. —Debe de gustarte mucho vivir aquí. —Orlando está bien. La playa queda cerca, lo suficiente para ver a mi familia a menudo, pero al mismo tiempo lo bastante lejos como para que ellos no se presenten a verme a mí. —Créeme, entiendo la sensación. Mi madre no viene a verme, pero desde que mi padre murió me llama por cualquier cosa y pretende que esté allí en diez minutos. —Debió de ser duro, perder a tu padre. —Sí que lo fue. Era un buen hombre. —Julia no daba crédito a lo mucho que estaba hablando de sí misma. Sin embargo, lo que quería de verdad era saber más de Lena. — ¿Te gusta trabajar aquí? —Adoro este hotel. Si tuviera que imaginar un trabajo ideal, sería dirigir este lugar. —Bueno, por lo que yo sé, eso es lo que haces —ofreció Julia. —Y lo haces de maravilla. —Gracias, pero lo único que hago es vigilar el fuerte durante la noche. No soy yo la que toma las verdaderas decisiones sobre cómo se hacen las cosas. Pero mi meta es ésa y, como te decía, supongo que tendré que trasladarme si quiero alcanzarla. — ¿Quién sabe? A lo mejor las cosas te salen bien aquí. —A lo mejor... pero yo no pondría la mano en el fuego —se lamentó Lena, echando un vistazo al reloj. —Señores, dos minutos. Julia se puso cómoda, expectante, para contemplar el espectáculo, mientras su mente seguía dándole vueltas a lo que había dicho Lena sobre sus metas profesionales. Tenían trabajos muy diferentes, reflexionó, pero sus ambiciones eran parecidas. Miró a su compañera de reojo, feliz de poder disfrutar de un rato con ella. Aunque admiraba la profesionalidad de Lena, también le gustaba la naturalidad con la que se tomaba un momento de relax en compañía de los huéspedes. Julia esperaba que pudieran hacerse amigas, aunque la relación terminara cuando acabase su trabajo en Orlando. — ¡Ahí está! —gritó Lena, señalando un resplandor naranja en el oscuro horizonte. El estallido, de color amarillo brillante, se convirtió poco a poco en un raudal que surcaba el cielo nocturno. —Guau —fue lo único que Julia fue capaz de articular. —Sí, es impresionante, ¿verdad? —Guau —repitió. Julia nunca había llegado a comprender el programa espacial en toda su dimensión hasta ese momento. Había seguido las noticias, sobre todo los reportajes que hablaban sobre los desastres, pero al ver aquel rastro de fuego todo había cobrado un significado personal nuevo para ella. En menos de tres minutos había desaparecido, y lo único que quedaba del transbordador era un rastro brillante de vapor naranja. —Ha sido una de las cosas más espectaculares que he visto nunca —Julia hablaba visiblemente emocionada. —O sea, casi parece surrealista pensar en los siete astronautas que van montados en todo ese fuego. Es sólo que... no sé, es como si no pudiera dejar de pensar en la gente que hay ahí dentro. —Eso es lo que me pasa a mí. Lo que le pasa a la mayoría de la gente en la NASA. —Lena parecía muy complacida de que la experiencia hubiera conmovido tanto a Julia. Julia le puso la mano en el hombro a su nueva amiga. —No sabes cuánto te agradezco que me hayas traído aquí arriba esta noche. No olvidaré este momento en mucho tiempo. —Me alegro de que hayas venido. No todo el mundo lo siente como tú, ya sabes, la mayoría no se da cuenta de que no sólo se trata de un montón de tuercas y un chorro de fuegos artificiales. —Seguro que después del Challenger y del Columbia la gente ya no lo ve así. —Durante un tiempo no, pero entonces empiezan a darlo todo por sentado otra vez. Créeme, en mi casa eso nunca pasa. —Tampoco creo que vuelva a pasar en la mía —Julia dijo sinceramente. —En serio, muchas gracias. —De nada. —Lena se metió el móvil en el bolsillo y cogió el walkie-talkie. —En fin... eh... supongo que debería volver al trabajo. —Qué pena. Ojalá pudiéramos ir a tomar algo. —Era una propuesta atrevida, pero Julia tenía el presentimiento de que Lena estaría dispuesta... a charlar un rato más, vamos. Por mucho que flirteara con ella, eso era lo único a lo que aspiraba. —Ojalá pudiera, pero no creo que a mis jefes les hiciera gracia —repuso con una amplia sonrisa. —Aunque quizá podamos tomarnos una copa en otro momento... mientras no sea aquí. —Sería divertido. Los hombres habían empezado a acercarse a la puerta que los devolvería a las escaleras, en espera de que su anfitriona la abriera. —Y esta puerta, ¿por qué la tienen cerrada? —le preguntó uno de ellos, que evidentemente se creía muy listo. —Extraterrestres —soltó Lena inexpresiva. —Nos dan muchos problemas cuando entran por aquí. Se cuelan en el comedor de la planta Concierge y cargan las naves de aperitivos. Los he visto salir con seis platos, uno en cada mano.

— ¿Qué tal ha sido? —Espectacular. — ¿El lanzamiento? Lena le lanzó una mirada suspicaz.
— ¿Y de qué otra cosa iba a estar hablando? Rusty se encogió de hombros, pero una sonrisa maliciosa reveló sus traviesas intenciones. —Fui al comedor de la Concierge y Brenda me dijo que te habías llevado a un grupo de gente a la azotea. Sólo me preguntaba si en ese grupo estaba Miss Baltimore. —Se llama Julia. —Ah, así que ya os llamáis por el nombre de pila. ¿Qué será lo próximo?  —Nada, bobo. Aunque técnicamente era su superior, tenían tanta confianza que Lena lo consideraba más como un hermano. Además, era la única persona del trabajo, aparte de la directora, a quien le había dicho que era lesbiana. —Sólo hemos hablado un poco, sobre todo de trabajo. Es muy agradable. —Sabes que puedes contarme cualquier cosa, ¿no? —Sí, pero no hay nada que contar. No iba a contarle que Julia acababa de invitarla a una copa. Ya era bastante malo que estuviera haciéndose ilusiones tontas sobre lo que Julia había querido decir. Lo último que necesitaba era que Rusty le tirara de la lengua y la mareara con preguntas.  

Julia salió del baño y se envolvió en una toalla grande y esponjosa. Se sentía de maravilla: la pierna y la cadera no le dolían nada y, si se iba directa a la cama, seguramente no necesitaría analgésicos esa noche. Sería fantástico tener una bañera como ésa en casa, pensó, pero en el cuarto de baño de su pequeño adosado de dos habitaciones no iba a caber una bañera tan grande. Era una verdadera lástima. Tenía gracia que durmiera mejor en un hotel que en su propia casa. Por otro lado, no. No tenía ninguna gracia, pensó con consternación. Julia había llamado a casa antes de meterse en la bañera, para anunciar que estaba bien y compartir con alguien su excitación por haber visto el lanzamiento. Al parecer, su madre se las estaba arreglando bien, ya que Katya había podido pasarse por la casa y echarle un vistazo. Mientras se preparaba para meterse en la cama, sus pensamientos volvieron a la azotea. ¿Cómo se le había ocurrido soltarle a Lena lo de ir a tomar algo? Lena había aceptado... a su manera... pero seguramente no tenía ni idea de lo que Julia tenía en mente. Joder, Julia misma no tenía ni idea de lo que tenía en mente. Lo único que sabía era que se sentía atraída por Lena Katina, de una manera que no le pasaba desde la última vez que se había enamorado de verdad, ocho años antes. Curiosamente, la otra vez también había sido por una mujer fuerte e independiente, Marlene Cox, la propietaria de Viajes Gone Tomorrow. Con el tiempo, el enamoramiento siguió su curso y acabó desvaneciéndose, gracias en gran medida a la sombra continua y amenazadora del marido de Marlene. No podía salir nada bueno de suspirar por una mujer hetero felizmente casada. Julia había analizado concienzudamente sus sentimientos por Marlene durante un año o dos, preguntándose qué había encendido la llama y cómo hallar esa misma chispa con alguien que estuviera a su alcance. Como nueva empleada, su jefa la había tomado bajo su protección, la había hecho sentir parte importante de la compañía y le había otorgado mucha autonomía a la hora de tomar decisiones de marketing. Ella había respondido a aquella confianza con lealtad y trabajo duro. Entonces, ¿por qué ahora Lena Katina despertaba en ella los mismos sentimientos que le había provocado Marlene hacía tantos años? Lo más probable era que fuese porque estaba concediéndole un trato especial, y eso la hacía sentir bien porque provenía de alguien cuya autoridad admiraba. Ese era el patrón: para Julia siempre había sido más difícil conectar con mujeres sin autoridad. La parte racional de Julia le decía que Lena sólo estaba haciendo su trabajo: procurar que los huéspedes se sintieran como en casa. Respecto a cambiarla a una habitación mejor, obviamente era una promoción para fomentar que los clientes gastaran más, y en el caso de Julia había funcionado. Muy bien, la había invitado a subir a la azotea para ver el lanzamiento, pero igual que a ella al resto de la gente que había en el comedor. No obstante, Julia había creído ver algo más... puede que interés. Lena no llevaba ningún anillo en el dedo que indicara que estaba casada o prometida y no se había acercado a los hombres de la azotea. Julia estaba casi segura de que a Lena le gustaba, al margen de sus obligaciones profesionales. Cuando salió del baño, colgó la toalla detrás de la puerta y apagó las luces. En lugar de ponerse el camisón de siempre, se deslizó desnuda entre las sábanas, para seguir pensando en Lena Katina.

hola, siento la tardanza pero e aquí una pequeña continuación. Wink

andreavk

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Mensaje por katina4ever 8/9/2015, 4:38 pm

Hola, buena conti, sigue pronto Smile
katina4ever
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