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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 6 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por VIVALENZ28 11/28/2015, 1:40 am

Balbuceó prácticamente de repente en un idioma que yo no reconocí, aunque asumo que fue la expresión ofensiva que más describía su sorpresa, la cual, por segunda vez en el día, la había tirado al suelo desde la cama.



Todavía no sé si el vómito verbal había sido por la sorpresa de haber dormido tan bien después de haber dormido tan mal, o por la sorpresa de haberse despertado sola en aquella enorme cama que no le gustaba por lo mismo: por grande, y, porque, si se despertaba sola, la cama se sentía infinita, o quizás fue por la sorpresa de su actitud suicida, aunque esa baja altura nunca podía ser utilizada para tal cosa.



Salió de la habitación como pudo, porque, a pesar de estar despierta y aparentemente alerta, no podía evitar ese rebote contra todo lo que sus piernas o sus hombros encontraran a su paso; la esquina de la cama, la puerta, el marco de la puerta, y la puerta de nuevo.



Vio al Carajito sentado frente a la puerta, como si estuviera esperando a que ella saliera, y su cara le describía toda la confusión que se apoderaba de él; ¿qué estaba haciendo ahí?







— Lena —la llamó en su adormitada voz, todavía rebotando entre las paredes del pasillo—. ¡Le-na! —elevó su voz, dejando que la confusión, la desubicación y el miedo se le notaran más de lo que había querido, pero, al escuchar ruidos en la cocina, se dejó guiar hasta allí.



Oh, bien —sonrió Sophia—, estás despierta—la vio a los ojos a través de sus gafas de marcos rojos, sabiendo la confusión de la que Yulia estaba padeciendo en ese momento.



— ¿Qué estás haciendo? —frunció su ceño, deteniéndose del respaldo de la silla de la cabeza de la mesa del comedor.



— Almuerzo —dijo con tono de "¿no es obvio?", pero para Yulia no era obvio.



— ¡¿Almuerzo?! —ensanchó la mirada—. ¿Qué hora es?



— Las… —suspiró, volviéndose sobre su hombro para robarle la hora a la cocina—. Once y veintitrés —se volvió hacia ella, y reanudó el movimiento con la cuchara en el recipiente—. Te veías tan bien durmiendo —se encogió entre hombros, como si intentara excusar su atrevimiento—, que llamé a Gaby para decirle que te ibas a tomar el día libre.



Porque hiciste eso? —balbuceó confundida.



Porque? —resopló, levantando la tabla con la cebolla finamente picada para incluirla en el recipiente anterior—. Porque puedo—sonrió, dejando a una Yulia con la boca abierta y sin saber qué decir—. ¿Crees que puedes estar lista en… digamos veinte minutos?



— ¿Lista para qué? —frunció sus labios.



— ¿Vas a estar lista en veinte minutos? —dijo con aire repetitivo.



— Uhm… —suspiró, y quizás, por ese misterio, creyó que se trataba de un sueño demasiado real, después de todo, no estaría raro—. ¿Vamos a salir o qué?



— Sí, vamos a salir.



— ¿Código de vestimenta?



Pantalones y camiseta—le lanzó otra sonrisa, y omitió su presencia para obligarla a retirarse a tomar una ducha.



Pantalones y una camiseta—suspiró, saboreando el código entre sus oprimidos labios que se tiraban hacia un lado y hacia el otro, lo cual sólo significaba una amplia y severa duda, o intriga en este caso—. ¿Qué cocinas? —preguntó, dándose tiempo para digerir el hecho de que esperaban simple denim y algodón de ella; porque se había sentido como si le hubieran dicho «Levi’s and Gap», o algo parecido, pero, en realidad, sólo esperaban uno de aquellos Balmain que tanto atesoraba, más que los Armani, porque le quedaban bien de cada calculada y meticulosa pulgada, y, en cuanto a la camiseta, se esperaba alguna poesía sarcástica que no tenía marca reconocida, sino un muy probable "Made in China" en la etiqueta, o una fabulosa "camiseta", sí, entre comillas, que hablara hasta de una exageración de Carolina Herrera, o de Saint Laurent; todo estaba por verse.



— El almuerzo —sonrió, tomando el dispensador de aceite de oliva, probablemente extra virgen, para verter uno o dos segundos de aquel espeso líquido amarillento en el recipiente en el que batía o mezclaba sabía sólo ella qué—. Por favor, ve a ducharte, sino… me veré obligada a vestirte y a arrastrarte sin ducharte —sonrió provocantemente.



— No serías capaz —frunció su ceño, dando un paso hacia adelante.



— Ah- ah-ah! —canturreó con su dedo índice derecho en lo alto para detener sus próximos pasos—. Hoy me siento omnipotente, así que no me retes —le advirtió, guiando su dedo de tal forma que terminó por señalar la habitación—. Ducha, ya —siseó.





Yulia no supo por qué, pero, definitivamente, esa clase de tono exhortativo le gustaba, y quizás era por la rareza de su existencia, pues Lena raras veces exhortaba algo, y, cuando lo hacía, era en ese tono que no era el mismo con el que ella ladraba órdenes cuando estaba casi al borde del punto de ebullición con Selvidge, o con Segrate, o con quien fuera.



Se encogió entre hombros ante el «yes, ma’am» mental que se cuadraba militarmente con rectitud, y, tal y como exhortado y esperado de ella, se vio atraída a una ducha en la que era víctima del pop de Lena; "Meet Me Halfway".



El agua no era tan caliente como lo habría sido durante una ducha por la mañana antes de ir a trabajar, porque las duchas frías, contrario a lo que le hacía a la sarta de mortales ordinarios que habitaban en el mundo, le daban frío, obviamente, y eso sólo lograba que le dieran ganas de regresar al interior de sus sábanas para caer en un infalible sueño; las duchas calientes, aparte de que eran la costumbre porque era lo que siempre la había hecho sentirse limpia a casi un nivel de esterilización, porque siempre se sentía sucia/adulterada de alguna forma después del tacto paterno, la hacían querer que el aire fresco, así fuera urbano y con polución, la refrescara. Supongo que cada quien tiene sus formas.



Y, pues sí, se duchó como siempre, enjuagando su cabello, que, al aplicar el shampoo, parecía que se quería arrancar el cuero cabelludo al rascarse con tanto placer aunque no le picara nada, todo para luego dejar que la constante y relativamente fuerte cascada le quitara hasta la última burbuja de abundante espuma mientras ella se detenía con una mano de la pared lateral y con la otra mano del vidrio que normalmente se empañaba hasta más-o-menos-la-altura-de-su-busto.



Salió de la ducha, primero con el pie derecho y luego con el izquierdo, empapando la alfombra color almendra, porque ella salía goteando de la ducha para tomar la toalla del perchero, contrario a Lena, quien se estiraba sobrehumanamente para alcanzar la toalla y secarse parcialmente dentro de la ducha.



Inhaló la temporal congestión nasal, tomó la toalla, y, como si fuera cuestión de vida o muerte, secó primero su rostro y luego sus brazos para, cómodamente, quitarse el exceso de agua del cabello, y amarrarse la toalla al cuerpo.





Mientras Yulia se encargaba de, con la pierna apoyada del borde del mármol del par de lavamanos, esparcir esas seis-siete-ocho gotas, de aceite prácticamente sin olor, en cada pierna, Lena sacaba los soufflés del horno, los cuales habían crecido demasiado bien en altura y en nivelación.





Inhaló el aroma de la mezcla de harina, lácteos y romero, y, junto con una sonrisa, los empacó tal y como le habían enseñado hacía muchos años. Empacó el pan, la entraña, la lechuga fresca, el queso provolone sobre la entraña, la mantequilla, y el guacamole.  



Se colocó aquel sostén Kiki de Montparnasse, obviamente negro, y se lo colocó porque era el que estaba de primero en la línea, aunque quizás también fue porque reducía un poco por el ajuste y la forma de la copa, y, sin querer queriendo, porque su TOC así se lo dictaba, se metió en la típica tanga negra que podía hacer juego con el sostén. Quizás.



Luego vino el jeans, porque era lo más genérico y podía utilizarse con cualquier camisa y con cualquier par de zapatos, por lo cual optó por un Balmain skinny que no era ni claro ni oscuro, simplemente perfecto, y, en cuanto llegó a la gaveta de las camisetas, fue que encontró el primer problema. ¿Era T-shirt de esas genéricas que eran cómodas y sencillas, las cuales eran las sarcásticas, o era T-shirt de esas que entraban en la categoría mencionada en Bergdorf’s o en Saks?



Paseó sus dedos por los sarcasmos impresos, y se detuvo, por cuestiones de la vida, en aquella camiseta negra que tenía la impresión en blanco: "Do NOT read the next sentence", y, abajo, en letra más pequeña, se leía un risible "You Little rebel. I like you". Suspiró y pasó de largo, o más bien cerró la gaveta para abrir la de las camisetas que se podían encontrar con una etiqueta más cara, y, sin pensarlo, sacó una camiseta de cachemira, o quizás no era de eso, pero era tan suave que parecía serlo, y era blanca con "n" cantidad de elefantes, de los cuales solamente su contorno estaba delineado en gris.



Los zapatos fueron el problema real, pues, al no saber a dónde la llevaban, no sabía si subirse en un par de stilettos Ferragamo, o si meterse en sus Converse blancos que ya no eran blancos por el abuso esporádico, o si deslizarse en un par de zapatillas Krakoff, o si, tras la influencia del primer sueño, del sueño perturbador, subirse en un par de "alpargatas" de cuña. Y, sí, fue en las últimas a las que se subió, aunque no eran Jimmy Choo sino Tory Burch y de diez centímetros de altura.





— Estoy lista —murmuró Yulia, asomándose por el pasillo con su Bottega Veneta azul marino al hombro.



No vas a necesitar tu bolso —susurró, tomando ella un bolso relativamente grande, porque ahí había guardado todo lo que había cocinado, y le alcanzó un bolso más pequeño y de cuero a Yulia, uno largo que tenía tinte anticuado.



— ¿A dónde es que vamos? —frunció su ceño, tomando el bolso para colocárselo al hombro del que se había descolgado su Bottega.



— A almorzar —sonrió, pasando de largo hacia la puerta principal, en donde, por mala costumbre, estaba el Carajito como dueño y señor de la zona, al cual le enganchó la correa al arnés que le había puesto con anterioridad. — ¿A qué hora te despertaste? —le preguntó, viendo al Carajito salir del apartamento como si ya conociera y reconociera todo, y sólo supo empezar a rezar por que no desgraciara la alfombra del pasillo, porque parecía ser que las alfombras eran lo único que desgraciaba.  



— Como a las siete y media —respondió un tanto avergonzada—. Y yo sé que yo no soy tu jefa, y que tampoco tengo el poder necesario como para darte el día libre… pero pensé que te vendría bien; estas dos semanas no han sido tan fáciles con eso de que Alec te incluyó en el proyecto de la Old Post Office…



— Sólo estoy consultando —susurró, tomándola de la mano para salir del apartamento, y Lena sonrió ante el roce que había nacido de ella—, no es nada de gran peso.



— No es por el peso a largo plazo —sonrió, halándola para tomarla por el brazo sin soltar su mano—, es sólo que tienes bastante con qué lidiar ahorita… un día libre no te viene mal.



— Está bien —suspiró—, ¿y cuál es tu excusa?



— ¿La mía? —resopló, y Yulia asintió—. Mi novia es tres-cuartos-dueña del estudio, y es mi jefa —sonrió—. Ésa es mi excusa.



— Mmm…



— ¿Es excusa válida?



— Demasiado —asintió de nuevo, elevando su índice para presionar el botón del ascensor—. Y me gusta que la utilices para cuando tienes ganas.



— No pretendo abusar, tampoco —murmuró sonrojada.



— No es abuso, es uso —guiñó su ojo, elevando sus manos de dedos entrelazados para darle un beso en sus nudillos—. ¿Dormiste bien?



— Increíblemente —asintió, y anticipó la siguiente pregunta de Yulia—. Me desperté porque me dieron ganas de ir al baño, no te quería despertar y por eso fui a nuestro baño, en el camino me interceptó Vader… y, bueno —se encogió entre hombros—, me quedé despierta desde entonces.



— ¿Desayunaste?



Dos huevos escalfados —asintió—, y le di uno revuelto al cuadrúpedo…



— ¿Ah, sí? —sonrió, adentrándose en el ascensor con un tan sólo paso, que, en cualquier otra ocasión, habría encerrado a Lena entre ella y la pared solamente con su cuerpo para provocarla con un beso atestado de anticipación.



— Sí, acuérdate de que nos dieron una lista de lo que supuestamente puede comer que comemos nosotros.



— De eso sí me acuerdo, y sé que el huevo es bueno… pero me refería a ti.



— Y salmón ahumado —asintió de nuevo—, con bagel y philadelphia, claro.



— Qué rico —dibujó esa suave sonrisa que se tiraba del lado izquierdo.



— Imposible quejarse —repuso con una sonrisa que prácticamente se reflejaba—. ¿Tienes hambre?



— ¿Qué llevo aquí? —asintió.



Refrígerios—respondió, pero Yulia, con la mirada, le pidió más que sólo una categoría en el menú—. Limonada común y silvestre —resopló—, con menta y hielo.



— Ah, "limonada común y silvestre", pero con menta —rio—. ¿Limonada con limón o limonada con lima?



— Lima.



— ¿Endulzada con?



— ¿Azúcar? —resopló con su ceño fruncido.



— Podía ser miel.



— No es remedio para la gripe —sacudió su cabeza—. Con azúcar morena.



— ¿Y tú qué llevas ahí? —sonrió, señalando el bolso que llevaba Lena en la mano izquierda.



— El almuerzo —respondió como lo había hecho las veces anteriores.



— Asumiendo que no me vas a decir qué hiciste de almuerzo, mucho menos a dónde vamos —suspiró, saliendo del ascensor a un pasillo que estaba iluminado tanto por luz natural como por luz sintética, mezcla que le gustaba mucho porque lograba contenerse y regularse para no ser cegadora a pesar del reluciente sol de verano—, ¿a qué hora tienes que estar donde Oskar?



— No sé si ir en realidad.



— ¿Por qué no?



— Es sólo una coleta… está como para DIY.



— Deja que alguien más te lo haga, ¿sí?



— ¿No confías en mis habilidades de hairstylist? —dibujó un puchero cínico.



— No es eso —sacudió la cabeza—, es sólo que me gusta que no levantes ni un dedo para que las cosas se hagan… y sé que te da pereza estar maquillándote por media hora frente al espejo… por eso digo que dejes que alguien más lo haga.



— ¿Tú a qué hora tienes?



— A las cuatro.



— Mmm… está bien, sólo porque no vas a estar —frunció sus labios, y luego dibujó una de esas sonrisas que normalmente recibían un beso, fuera sobre ella o en la mejilla, o en la sien, o en alguna parte, pero hoy sólo recibió una sonrisa que tenía más aire compensatorio que de otra cosa—. ¿Qué puedo esperar de hoy por la noche? —preguntó, siendo ya una pregunta de rutina para cuando se refería a algún evento que tenía que ver con Margaret.



— Creo que Thomas Keller es el encargado de la comida —sonrió, saludando a Józef con una sonrisa silenciosa.



— Creo que mi ignorancia es muy grande —frunció su ceño, pero se relajó en cuanto Yulia dejó su mano para abrazarla con su brazo por los hombros.



— Chef ejecutivo de Per Se —repuso, rápidamente.



— Ah —inhaló su sorpresa—. Bueno, Filarmónica… Per Se… máscaras…



— No sé exactamente qué se puede esperar, los cumpleaños de Margaret… tú sabes que son como secreto de Estado —se encogió entre hombros—. Lo que sí te puedo decir es que serás la pelirroja más atractiva de entre esas setecientas-y-qué-me-importa de personas —sonrió, llevando sus labios a su sien, porque bendita fuera la diferencia de estaturas en ese momento, todo porque Lena había decidido quererse antes de lo que sabía que sería una noche elevada en doce centímetros de Giuseppe Zanotti, «gracias, Dios, por los Converse».



— Eso no lo sabes —murmuró, pasando su brazo por la espalda baja de Yulia.



— Ah, pero sí lo sé —sonrió—. Y puedo jurarlo hasta por adelantado —guiñó su ojo.



— Pienso diferente —repuso un tanto sonrojada, y sólo intentó contradecirla por la incomodidad de saberse la más atractiva.



— ¿Qué piensas?



— ¿Que serás tú?



— Ah, pero yo no soy pelirroja —rio—, y me refería a las pelirrojas.



— Oh… —dijo ante la bofetada de lo explícito—. Tienes algunas partes rubias —refutó.



— Que tenga tres cabellos negros no significa que sea pelinegra —sonrió, deteniéndose al borde de la acera por la fuerza que Lena aplicaba alrededor de su cintura—. ¿Picnic en Central Park? —rio con su ceño fruncido.



— Te tardaste demasiado —asintió.



— ¿A qué se debe?



— Creo que necesitas un cambio de ambiente —sonrió—. O sea, que no sea del apartamento al trabajo, y del trabajo al apartamento, que no sea el Pond, que no sea Saks, Bergdorf’s o Barneys, que no sea Rockefeller… que no comas sentada en una silla cómoda, que no comas de un menú, y que, no sé, que respires aire más-o-menos-fresco, que salgas un rato de la concrete jungle, que veas algo que no sea una pantalla con retina display… que se te olvide —se encogió entre hombros, y se lanzó a la calle para cruzarla—. Necesitas detenerte un segundo, y respirar.



— ¿Expresé algún síntoma de estrés mientras dormía? —frunció su ceño, y Lena sólo lanzó una risa—. Digo, ¿hablé?



— En todo el tiempo que llevo durmiendo en la misma cama contigo, creo que nunca has hablado dormida, sólo hablas más de lo normal cuando te estás quedando dormida —sonrió—, y hablas cosas divertidas y comprometedoras.



— Y después preguntan por qué no me gusta hablar hasta quedarme dormida —rio—. Pero, bueno, si no hablé, si no expresé nada de forma explícita, ¿qué pasó?



— No sé si estás en negación o realmente no te acuerdas —murmuró un tanto confundida, más porque sabía que podía haber una laguna mental.



— La pesadilla no tiene nada que ver con estrés —sacudió la cabeza.



— Ah, entonces sí sabes por qué la tuviste…



— No, no sé por qué la tuve —suspiró, intentando no ceder a la particular incomodidad que el tema le provocaba—. No controlo ni el cuándo, ni el cómo, ni el por qué… pero sí sé que no tiene nada que ver con estrés, porque he estado estresada en numerosas ocasiones, y eso no se manifiesta, mucho menos así de ligero como se manifestó esta vez.



— ¿Llamas a eso "ligero"?



— Lenis… —suspiró, y se detuvieron frente a frente sobre la acera a la que recién llegaban—. Nada de eso estaba mal hasta el final, a eso le llamo "ligero", y eso no significa que la situación o la sensación sean "ligeras" —le dijo, cuidando su tono, pues no quería sonar enojada, porque no lo estaba, simplemente no podía evitar incomodarse—. Hay veces en las que, así como comienza, así termina: mal —sonrió, aventurándose consigo misma para saber si tenía la fuerza de voluntad y la confianza necesaria como para ahuecarle la mejilla—. Me voy a adelantar a cualquier comentario mental que puedas tener: "no, no me he acostumbrado a esas cosas a pesar de estarlas teniendo desde hace demasiado tiempo, y sí, sí me molesta tenerlas".



Lo siento—dijo con labios, pues la voz le falló.



— Sé que tienes preguntas, y opiniones, y demás… no es nada sino normal, en especial cuando no es un tema del que hablamos con tanta frecuencia, al menos yo no hablo del tema con tanta libertad —sonrió.



— Es que nunca he tenido algo parecido, tener preguntas supongo que es mi forma de entender.



— Lo sé, por eso no me enoja, ni me extraña —se encogió entre hombros, y volvió a tomarla de la mano para que continuaran el camino hacia donde fuera que Lena quería tener esa sesión de "darse aire fresco"—. Puedes preguntarme lo que sea, eso lo sabes.



— Puedo preguntar, pero no sé si voy a obtener respuesta —rio.



— Respuesta vas a tener, pero no sé si sea la que buscas, o lo que buscas —se escudó tras lo que siempre parecía escudarse; entre la semántica y la evasión de aquellos temas densos, todo porque creía fielmente que eso no debía compartirlo con nadie para no ponerles una carga más—. Pero puedes preguntar lo que sea.



— ¿De verdad? —elevó su ceja izquierda, y sólo porque la vio de reojo al estar caminando lado a lado.



— Sí, ¿por qué no?



— ¿"Lo que sea"?



— Lo que sea —asintió.



— Si te pudieras cambiar el nombre, ¿qué nombre escogerías? —sonrió.



— Me refería a preguntas referentes al tema de mis pesadillas —frunció su ceño al no estar entendiendo.



— Ah, ¿no puedo preguntarte lo que sea sobre "lo que sea"? —resopló cínicamente.



— Mi papá quería que me llamaran "Isabella", mi abuela Sabina quería que me llamaran "Sofronia" —dijo, y Lena dibujó una mueca de burla oprimida con su labios—. Lo sé, lo sé, "Sofronia" —resopló ante la incredulidad de tal nombre—. Mi mamá, yo no sé qué se le metió en la cabeza, que quería que me llamara "Eleanora" —se encogió entre hombros—. La Nonna, ella quería que sí o sí me llamaran "Caterina", como su mamá.



— Esos nombres suenan muy alejados del que tienes… ¿cómo llegaron al que tienes?
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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 6 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por VIVALENZ28 11/28/2015, 1:44 am

— "Sofronia" era un no-no triple porque sonaba a sufrimiento literal, "Caterina" estaba de moda y tenían serias preocupaciones con los homónimos, "Eleanora" no estaba mal, pero a mi papá no le gustaba porque era un nombre demasiado de adulta, e "Isabella" era un nombre demasiado de niña según mi mamá… y llegaron a mi nombre simplemente porque, justo antes de que naciera, mi abuelo le regaló una copia de "Yulia" a mi mamá —sonrió—. Creo que sólo les gustó cómo sonaba, y, no sé, supongo que vieron que el nombre puede ser de niña pequeña o de adulta —se encogió nuevamente entre hombros—. Desde "Little Yulia" hasta "Doña Yulia" —rio—. Además, no era de esos nombres con los que la gente cometía atropello tras atropello; podía ser pronunciado como "Yúlia", en ruso, o como "Julie", en francés… aunque, bueno, años después supe que mi nombre es más Ruso que otra cosa.



— ¿Y "Marie"?



— Mi mamá quería dos nombres, sí o sí, por lo mismo de los homónimos… y "Maria" era un nombre demasiado común, así que, ¿por qué no "Marie"? —sonrió—. Se lo inventaron al paso que iban.



— ¿Y cómo te gustaría llamarte?



— Mi nombre me gusta mucho, muchísimo —suspiró con una expresión muy transparente—. Pero, si necesitas una respuesta más adecuada a tu pregunta, mis gustos de nombres son un poco raros, supongo.



— Ya me picaste la curiosidad.



— Me gusta el nombre "Saveria"… y "Antonella".



— "Saveria" —repitió para sí misma con una sonrisa—. Me gusta.



— ¿En serio? —ensanchó la mirada.



— "Saveria Volkova" —asintió—, tiene personalidad… tiene peso… pegue.



Supongo que sí —sonrió un tanto complacida por el hecho de compartir un gusto en algo tan peculiar—. ¿Tú te quisieras cambiar el nombre?



— No, me gusta cómo me llamo… —sacudió su cabeza.



— ¿Segundo nombre quizás?



— Me querían poner "Demetria" —resopló—, pues, como segundo nombre.



— ¿Por qué no te lo pusieron al final?



— En la forma que tenían que llenar en el hospital, con mi nombre y todo eso, sólo había una casilla para el nombre y una casilla para el apellido —se encogió entre hombros—; un nombre y un apellido, para eso era para lo que tenían espacio.



— Víctima total del papeleo, Lena Demetria —guiñó su ojo.



— ¿No te molesta el "Demetria"? —frunció su ceño, adentrándose ya al mundo de Central Park, en donde parecía ser otra dimensión a pesar de que, a un metro de sus espaldas, circulaban numerosos autos amarillos.



— El único nombre que me molesta es "Panagiotis" —sacudió su cabeza, y Lena lanzó una carcajada—. Me alegro de que me encuentre divertida, señorita Katina.



— Es sólo que me da risa que te estorbe tanto alguien que no significaba mayor cosa, si no es porque no significaba nada —dijo con la resaca de su risa.



— No es lo que significó, porque el tiempo es temporal aunque parezca tener carácter de ser eterno —se aflojó el cuello—, pero me molesta lo que te dijo.



— No puedes darle tanta importancia a una mente tan cerrada —suspiró.



— Una mente cerrada no goza del derecho de abusar verbalmente de una persona que no comparta sus ideas y sus formas de vida —refutó—. No me puedes decir que no te afectó lo que te dijo…



— ¿Qué no dudaba en que había decepcionado a mi papá? —frunció su ceño, y Yulia sólo gruñó ante el recuerdo—. Bueno, él no sabe lo que a mi papá le decepciona y lo que no —se encogió entre hombros—. Y, sinceramente, no me afecta saber que lo decepcioné a él…



— Todavía me cuesta entender cómo es que te podías dar los besos con él —aflojó su cuello.



— Del mismo modo en el que tú te los dabas con Mischa —contraatacó con una risa.



— Al menos Mischa se peinaba —elevo su ceja derecha—. Y lo que tenía de rubio no lo tenía por demasiado tiempo bajo el sol, sino porque tenía genética que influía.



— Sólo bromeaba —rio—. Tranquila.



Lo siento —susurró un tanto avergonzada por su sobrerreacción—. ¿Alguna otra pregunta random?



— Varias —asintió—. Pero no sé si estás como para que las respondas.



— ¿Tienen que ver con Dim? —«de mierda».



— Hasta donde yo sé —suspiró—: no.



— Entonces, pregunta lo que quieras —sonrió.



— Está bien… —rio—. ¿Segura?



— Ya me picaste la curiosidad —la remedó.



— ¿Cómo fue tu primera cita?



— ¿Así o más random? —ensanchó la mirada, y, ante el encogimiento entre hombros de la pelirroja, lanzó la carcajada—. Son del tipo de preguntas que salen cuando recién estás conociendo a alguien, o no sé.



— Siempre te estoy conociendo —repuso con un tono serio, pero la seriedad sólo nacía en la seriedad del conocimiento, no de una presunta ofensa—. Y son cosas que probablemente no me muero por saber, pero que son parte y arte del "pequeña charla"… porque no quiero hablar de nada profundo.



— Mmm… —entrecerró la mirada y dibujó una sonrisa un tanto divertida—. ¿Qué tantos detalles quieres?



— Con quién fue, cómo fue, qué fue… yo qué sé —sonrió, tirándola de la mano para evitar ir en dirección al Pond, para ir más hacia el Zoológico aunque no fueran allí.



— Mi primera cita fue con Massimo Nocella —comenzó diciendo como si se tratara de la voz de Gloria Stewart mientras narraba los comienzos de la vívida imagen sepia de "Titanic", como si introdujera a un nuevo personaje a la historia, quizás porque eso precisamente hacía a pesar de que sólo era una mención común y corriente—. Fue dos o tres meses antes de que Marco regresara a Roma.



— ¿ Marco Ferrazzano?



— Ferrazzano —dijo, como si eso no fuera obvio—. En fin, la cosa es que Nocella era un niño de mi clase, quizás y era el más aceptable de mis compañeros.



— ¿Físicamente?



— No era la gran cosa, pero también tengo que aceptar que no era feo… para nada feo —repuso—. Él tocaba piano conmigo en la escuela, y luego, como yo dejé de tocarlo, sólo teníamos dos o tres clases juntos pero éramos amigos; era mi compañero de mesa en Italiano, Economics y AP Physics, y, como mi mamá siempre insistió en ella ir a recogerme a la escuela, y no siempre llegaba a las tres y media, sino que se tomaba su tiempo —resopló ante el recuerdo que guardaba con burla y con nostalgia—, siempre hacíamos deberes juntos… bueno, él esperaba a que mi mamá llegara y, a veces, cuando él no llevaba su vespa, mi mamá lo acercaba a su casa, que quedaba en la Via Tiburtina, y luego ya nos íbamos a casa, que, para ese entonces, ya vivíamos en casa de mis abuelos en Valle San Lorenzo… bueno, en Belvedere en realidad —frunció su ceño, porque qué mala maña tenía de decir que era lo mismo, debía ser la costumbre, pues desde pequeña se había referido a Belvedere como si fuera el núcleo del Valle San Lorenzo, o como si toda la región se llamara "Valle San Lorenzo".



— Eso es siempre en Castel Gandolfo, ¿no?



— Te diría que sí, porque sólo son como dos calles las que te separan del Lago Albano, pero sé que es mala maña mía decir que sólo Castel Gandolfo existe alrededor del Lago —rio—. O sea, no es Castel Gandolfo, queda del otro lado del Lago —sonrió.



— ¿Es bonita la casa? —preguntó, sabiendo que no importaba cuántas tangentes surgieran del tema, pues se trataba de tener una conversación banal, una verdadera "pequeña charla".



— Es una villa de principios de mil novecientos, con seis dormitorios, cinco baños, es monstruosamente espaciosa, dos salas de estar, y tiene un como apéndice que era donde mi abuelo tenía sus libros y su música, y su piano, y su cello, y… —suspiró, elevando su mano de esa forma en la que significaba un "sabrá Dios qué más porque yo no me acuerdo"—. Lo bonito es que la casa queda en medio de una hectárea de sólo verde: pinos, castaños, cipreses… arbustos, y lo que se te ocurra; a mi abuela siempre le gustó eso de vivir entre plantas que se pudieran controlar y manejar… ah, y no tiene piscina, pero, en el sótano, hay una especie de baño turco-griego que, ahora que lo pienso, está inundado de morbo —se carcajeó.



— ¿Por qué lo dices? —resopló ante la epifanía de Yulia.



— En "Death Becomes Her", cuando Bruce Willis está en el área de la piscina con Isabella Rossellini, no sé, la ambientación se parece mucho; el piso es de mármol, la whirlpool tiene azulejos muy pequeños, y, no sé, la iluminación hace que el agua se vea como fosforescente —se encogió entre hombros.



— ¿Cuántas tardes pasaste en ese baño? —preguntó con una risa de media curiosidad y media burla.



— Nunca —se sonrojó.



— ¿Nunca?  



— Creo que entré dos o tres veces a esa parte de la casa —sacudió la cabeza—. Ese espacio, en especial, me daba escalofríos.



— ¿Te daba miedo el baño griego? —rio burlonamente.



— No, no miedo —frunció su ceño—. Creo que hasta ahorita entiendo que era por la intensidad de la dosis de morbo que tenía… que asumo que sigue teniendo.



— Pero, ¿morbo por qué?



— Mmm… —suspiró, y buscó en su base de datos una explicación que se entendiera—. Es como estar en una casa de una Stepford Wife y que, tras la puerta número dos, esté un "Salón Rojo del Dolor"



— Mmm —rio guturalmente—. ¿Tú, citando a "Fifty"?



— Para mayor entendimiento de la situación —asintió.



— Entonces, para ti un baño griego-turco es como un cuarto de sadomasoquismo —murmuró, saboreando la mala comparación entre sus labios.



— Es el "what the fuck?!" de la casa —asintió—. Es que no tiene nada que ver con el resto de la casa, simplemente no tiene sentido.



— Que no tenga sentido no significa que sea morboso.



— No, no —sacudió su cabeza—. Ni sinónimos ni antónimos, es sólo que, cuando entras… no sé, te quedas como si recién entraras a otra dimensión.



Así, la idea en realidad no tiene ningún sentido para ti… pero aún así,es un poco morboso.



— "Mórbido"… —tambaleó su cabeza—. Más como "perversa"" —se encogió entre hombros—. Pienso que es como tener un harén detrás de una puerta.



— Ah, sólo no estás acostumbrada a eso, entonces.



— Supongo que eso es —resopló—. Pero no pienso que un harén sea morboso… o "perverso" —aclaró antes de que Lena se apresurara a molestarla con eso.



— Pasemos del harén —rio—. ¿Por qué es morboso, entonces?



— Te deja una sensación de baño medieval, pero en las paredes hay formas que te dejan con un sabor de que es un poco tétrico…



— ¿Sabes que lo que me estás describiendo es un baño húngaro, verdad? —rio, viendo a Yulia ser víctima de la ignorancia—. Es como el Király, o el Rudas; un baño de aguas termales, diseñado para ser un baño común o compartido, con arcos, bancas, fuentes y demás.



— ¡Eso! —asintió—. ¡Eso es precisamente lo que es!



— Ahhh… —elevó ambas cejas—. ¿Es más octagonal o rectangular?



— Octagonal.



— ¿La "piscina" tiene varios octágonos en el suelo? —preguntó, a lo que Yulia asintió—. Veo por dónde va el morbo, entonces…



— Al menos —rio con alivio—. Pero, bueno, volviendo al tema inicial —sonrió, viendo que se acercaban a un árbol que daba una generosa sombra sobre una planicie cubierta por césped—, mi primera cita fue con él, con Massimo.



— ¿Qué hicieron? —le preguntó un tanto de reojo, pues se había adelantado un poco, todo porque el Carajito iba directo al tronco del árbol.



— Fuimos al cine, a ver "Head Over Heels" —sonrió.



— ¿Qué película es esa?



— Una comedia romántica, pero es tan, pero tan, pero tan mala, que realmente nos reímos a carcajadas —rio, acordándose de la trama tan decadente—. Y, después del cine, fuimos a cenar.



— ¿Qué cenaron?



— ¿McDonald’s? —frunció su ceño con cierta vergüenza.



— Tanto para el romance… —se burló con la dosis justa de respeto—. ¿Fue él tu primera vez?



— ¿Massimo? —rio, y escaló a carcajada.



— Asumo que no.



— Ni siquiera supe que era una cita hasta que él me lo dio a entender sobre una cheeseburger sin pepinillos y sin salsa de tomate —se encogió entre hombros.



— Espera, ¿cómo es que fuiste en una cita sin saber que era una cita? —frunció su ceño.



— Él me dijo que si quería ir al cine a ver esa película, no dijo nada que implicara que era una cita —se encogió nuevamente entre hombros, y tomó el extremo de la correa que Lena le alcanzaba, pues sería ella quien rodearía el árbol para amarrar al Carajito con cierta libertad de movimiento, «con cuatro metros de libertad»—. Yo llegué en mi auto, él en su vespa, y simplemente nos reunimos frente al cine… y, bueno, cuando me fue a dejar al auto, que ya me iba, como que quiso besarme y yo no me dejé.



— Auch —se quejó por lástima—. ¿Cómo te fue con eso en la escuela después?



— Fue lo suficientemente maduro, y no se enojó ni nada… al menos no lo manifestó con la misma intensidad e intención de Luca.



— ¿Qué Luca?



— Perlotta.



— Cierto —asintió, no sabiendo cómo se le había podido olvidar aquella inmadurez—. ¿Todavía hablas con Massimo?



— Es con uno de los pocos, de mis compañeros del colegio, con quienes todavía tengo contacto… quizás no nos hablamos muy seguido, pero sí sabemos en qué anda el otro, y nos felicitamos para nuestros cumpleaños, y para navidad, y todo eso.



— ¿No es lo suficientemente cercano como para que lo invites a la boda?



— Mis amigos de la escuela, con los que todavía hablo, ya saben que me caso.



— ¿Por qué no me enteré de eso? —ensanchó su mirada.



— ¿Porque no eres de las novias celosas y paranoicas que revisan mi teléfono? —sonrió, viendo a Lena sacar la típica manta para picnic, esa de patrón de puntos cian sobre fondo blanco y bordes azul marino.



— Aparte —asintió, alcanzándole una de las esquinas a Yulia para que le ayudara a extenderla.



— Bueno, Massimo, Fiorella, Bettina, Cesare y Mariano… todos saben —sonrió de nuevo—. Y, bueno, por el momento hemos quedado en que nos vamos a reunir en diciembre porque todos vamos a estar en Roma… creo que se me había olvidado mencionarlo.



— Ah, ¿voy a conocer a tus amiguitos? —rio.



  — Sólo si quieres —asintió.



— Creo que es tiempo de que nos fusionemos —comentó con una risa nasal mientras asentía y se desplazaba por el césped para evaluar la fineza con la cual la manta había sido extendida, «perfetto».



Estaré más que feliz de ir a Grecia para conocer tus amigos —repuso Yulia, estando más que de acuerdo.



— De la escuela sólo me quedé con los Gounaris —suspiró.



— ¿Esos no son los gemelos?



— Dimitrios y Paulos —asintió—. Pero está difícil que nos logremos reunir para que los conozcas juntos, porque separados no tienen tanta gracia —rio, quitándose los Converse así como siempre lo había hecho: con la punta del derecho presionaba el talón del izquierdo para sacar el respectivo pie, y luego, con los dedos enfundados en un par de punteras psicodélicas, sacar el otro pie; Dios la librara de caminar con zapatos sobre la manta, no sobre donde comería. Ella también tenía sus "cositas raras", lo que Yulia llamaba "trastorno obsesivo-compulsivo".



— Uno de ellos está en Fukuoka, ¿no? —preguntó, arrodillándose sobre la manta para luego sentarse y poder sacar sus pies de las cuñas, las cuales simplemente se aseguraban con bandas anchas que se cruzaban a la altura de sus dedos, pero que dejaban la abertura de peep-toe, y a la altura de su tobillo.



— En Fukutsu, en las afueras de Fukuoka —asintió—, y Paulos está en Cambodia.



— Paulos es el profesor de historia e inglés, ¿verdad?



— Te acuerdas bastante bien para que sólo te lo haya mencionado una vez —rio.



— Presto más atención de la que aparento —sonrió, posando ya ambos pies sobre la manta, pero, al no gustarle sentarse con piernas extendidas mientras tenía la espalda recta, porque eso sí dolía, decidió cruzarlas en padmasana para mayor comodidad, y Lena le alcanzó sus gafas oscuras, las aviadoras Balenciaga de nogal que tenían el vidrio apenas ahumado—. ¿Cómo fue tu primera cita?



— Creo que eso es algo que no quieres saber —rio, colocándose ella sus anteojos, porque ella necesitaba más ver que ver opaco.



— ¿Fue con Dima? —«de mierda».



— Mjm —murmuró gutural y calladamente.



Oh, dios! —rio con un gruñido, que era en ese tipo de expresiones en las que realmente sacaba lo británico que había aprendido en aquella época oscura en una escuela americana.



— Te lo dije…



— Dime que al menos te llevó a un lugar mejor que McDonald’s.



En realidad cocinó para mi —susurró.



— ¿Él hizo qué? —ensanchó la mirada con asombro, y Lena sólo asintió en silencio mientras enterraba aquellos sostenedores en el césped, los cuales servían para la jarra de limonada fresca y fría, y para los vasos—. ¿Comiste rico?



— No fue la mejor bolognese que he comido en mi vida, pero sí… no estuvo nada mal.



— ¿Alguna vez te he hecho mi bolognese? —se inclinó hacia ella para susurrárselo al oído.



— No —sacudió su cabeza.



Good —rio—. No quiero ganarme el título de la peor que te has comido en toda tu vida.



— Eres una exagerada —rio con su mirada entrecerrada mientras servía uno de los vasos con la limonada—. Sé que no te queda mal.



— Que sepa tus secretos no significa que me quede bien.



— ¿Mis secretos?



— Que no hay que temerle al vino, que en realidad se puede hacer peso con las especias, que es imperativo arrojarle champiñones frescos, que la carne debe ser de ternera, que para acentuar el sabor de la salsa base le arrojas tomates secos, que se necesita, por lo menos, un cuarto de taza de albahaca fresca, y que la crema es puramente opcional —dijo, viendo cómo Lena la veía con cierto asombro, aunque era más orgullo que eso—. No creas, sí te observo.



— Demasiado —asintió con una exhalación, y dibujó una sonrisa—. Pero me gustó más nuestra primera cita, porque primeras citas sólo he tenido dos.



— Y me cuesta creerlo —sonrió, chocando suavemente su vaso contra el de Lena.



— A mí no me invitaban a salir tanto como te imaginas —elevó su ceja derecha, y Yulia se reflejó con automaticidad, pero su ceja se elevó más alto que la de su pelirroja contrincante—. Al menos no me invitaban tanto como a ti.



— Que Anatoly me invitara a salir dos o tres veces por semana no encierra el término real de que me invitaran a salir —rio, viendo a Lena colocar su vaso en el sostenedor para llevar sus manos al bolso que ella había llevado.



— Extrañamente no lo había tomado en cuenta —sacudió su cabeza.



— Bueno, igual, me cuesta creer que no te invitaran a salir —se encogió entre hombros.



— Nunca me interesó la disciplina deportiva del "dating", aparte que, quienes me invitaban a salir, eran todos hombres —rio, sacando los dos recipientes de cerámica blanca, los cuales tenían doble compartimento, y le alcanzaba uno a Yulia junto con un tenedor.



— ¿Empezamos por el postre? —elevó su ceja derecha.



Queso de cabra y souflé de hierbas Provenza —sonrió—, y la ensalada es rúcula, pera, y piñones tostados



  — Yum —rio nasalmente, y se inclinó hacia Lena para darle un beso en su sien derecha.



— Buen provecho para ti también —murmuró, alcanzándole su sien a Yulia, quien se tomaba todo el tiempo del mundo para hacer un beso pausado.



— ¿Y la vinagreta? —susurró, y recompuso su postura de espalda recta, la cual luego se encorvaría por mala maña, pues, cuando comía sentada, tendía a apoyar sus codos de sus rodillas para sostener el plato, o el recipiente en este caso, en la mano izquierda y poder indagar con la mano derecha.



— Cierto —rio, burlándose de sí misma por ser tan olvidadiza, y sumergió su mano para sacar un curioso frasquito de líquidos y sedimentos segmentados—. Chalotes, Dijon, vinagre de vino tinto, aceite de oliva, sal, pimienta, y azúcar —describió rápidamente mientras agitaba el frasquito para mezclar los ingredientes mencionados—, y no hice mucha porque sé que no eres fanática de las vinagretas —le dijo, vertiéndole una ligera espiral sobre la porción de ensalada.



— Gracias —sonrió, viéndola a ella y no al líquido—. Eres tan hermosa—susurró aireadamente, como con un suspiro.



— ¡Yul! —rio cortadamente a medida que el rojo inundaba su rostro.



— Es que no puedo creer que ninguna mujer te invitara a salir.



— ¿No hemos tenido nunca este tema de conversación? —frunció su ceño, intentando deshacerse de su rubor mientras vertía vinagreta sobre su ensalada.  



— No que yo sepa —sacudió su cabeza, todavía manteniendo su penetrante mirada en el rostro de Lena.



— Cuando estaba en la escuela, nunca me permití estar completamente cómoda con eso —murmuró, sintiendo cómo Yulia se apoyaba de la manta para acercarse a ella, para prácticamente rozar su rodilla con la suya, aunque Lena tendía a sentarse con su pierna derecha doblada y bajo la izquierda, la cual mantenía extendida por costumbre, y ella no intentaba erguirse, porque, aunque caminara relativamente erguida, no gozaba de la rectitud de la que Yulia sufría gracias a los libros y al palo de escoba de la Nonna—. Aunque nunca me gustó cómo se manejaban las cosas en el trabajo de mi papá, porque a la mesa se llevaban muchos temas interesantes que no eran para el privilegio del conocimiento público, tampoco me interesaba estorbarle en su carrera… yo no sé si él sabía en ese entonces, porque sé que mi mamá supo prácticamente desde que nací y no se molestó en decírmelo —rio, como si estuviera indignada con ella por eso—, pero mi papá nunca me dijo nada, tampoco lo insinuó, él simplemente se abstenía, como en todo —se encogió entre hombros, y desvió la mirada de la de Yulia para clavar su tenedor en la ensalada—. Creo que, de habérmelo dicho él, o de haber insinuado que no quería que se viera tal y tal cosa, probablemente no lo hubiera hecho como por acto de rebeldía, pero, como se desentendió del asunto, siempre creí que le debía esa clase de respeto… de no ser una rebelde sin causa más, de no darle tantos problemas, porque tampoco me nacía, yo realmente era muy tranquila; hacía lo que tenía que hacer, y hacía lo que quería, pero tampoco arrastraba al mundo conmigo… al punto de que yo nunca salí del clóset como tal, sino que mi mamá fue quien me sacó de ahí —rio.



— Mmm… pero, ¿qué tiene que ver una cosa con la otra? —asintió, no logrando entender la conexión.



— Mientras yo estaba en Atenas, yo no me dejé ser lesbiana, sino que decidí jugar a ser heterosexual… de ahí mi relación con Dima —dijo con tono explicativo—. No sé si cuenta como negación, porque yo sabía que era lesbiana, y no me lo negaba, pero, no sé… —se encogió entre hombros—. Yo me fui de Atenas sin siquiera haberme dejado tener esa libertad de poder decir "ella está cogible" —resopló, haciendo que Yulia riera, cosa que le pareció rara, pues eso era potencial material para aferrarse a los celos, así como con Dima—. Podía decir que estaba "linda", o que era "atractiva", porque esas son cosas que tampoco puedo dejar de decir sobre un hombre.



— Es relativamente impersonal —comentó en la interrupción, o quizás no interrumpió, pues Lena había llevado el tenedor a su boca.



— Y no es como que realmente vas a hacer algo al respecto, puedas o no —asintió con la boca llena pero cuidando de que nada se viera en la imagen; arte que había dominado junto con Yulia, pues así era más fluida la conversación.



— Monica Bellucci está increíblemente cogible, como tú dices —rio Yulia.



— Exacto, pero eso no significa que se van a dejar —contraatacó con una sonrisa.



— Exacto —asintió con una risa nasal, pues quería reír bien, pero, al tener la boca atestada del primer bocado de soufflé, no pudo.



— Pero, bueno… continuando con el tema al que no le ves congruencia —bromeó—, cuando a mí me preguntaban qué quería estudiar, yo decía que quería estudiar Química para luego especializarme en Food Chemistry, o en Clinical Chemistry —se encogió entre hombros—, y yo estaba convencida de que yo eso iba a estudiar, no mentía ni engañaba, hasta hice el examen de admisión en la Kapodistriakoú…



— ¿Y qué pasó?



— Paulos salió con que él se iba a estudiar a Berlín, Dimitrios salió con que él se iba a estudiar a Bucharest, y, de repente, se me encendió el bombillo de querer irme de la casa, y no sólo eso, sino que quería irme de Atenas, de Grecia, de Europa… no necesariamente irme lo más lejos posible, porque eso habría sido Auckland, pero nueve mil kilómetros de distancia quizás me iban a dar esa sensación de "libertad"… supongo que ése sería el término.



— Pero de Química a Diseño de Interiores, es un gran salto.



— Cierto, sí… no son tanto como "leyes o diseño de modas", pero casi —asintió—. Pasó que, por ahí por octubre del año en el que me iba a graduar, que ya Paulos y Dimitrios habían puesto el ojo en las aplicaciones para el siguiente semestre, y que yo quería irme, una de las amigas de mi mamá se iba a cambiar de casa, y, como mi mamá no trabajaba, ella la acompañaba a ver las casas. Un fin de semana que yo no estaba haciendo nada productivo, y que tampoco pretendía buscarle propósito a mi vida porque estaba tirada en mi cama recuperándome de una resaca silenciosa, obra de mis primas, mi mamá me sacó para que la acompañara a ella y a Delphine a ver una casa en Vironas, no muy lejos de donde nosotros vivíamos, y, junto con nosotras, iba la decoradora para que le dijera qué se podía hacer, en bruto, con la casa; si necesitaba alteraciones, o qué. Eso se fusionó de alguna forma con mi obsesión por los muebles, porque no había tienda de muebles a la que yo no entrara, y, si era un almacén tipo Macy’s, en el país que estuviera, yo iba a ver los muebles; a veces, cuando no tenía nada que hacer, me iba a IKEA sólo porque sí, sólo a ver… y, como me di cuenta de que había una forma de ganarse la vida haciendo esas cosas, empecé a buscar carreras, certificados, diplomados, y lo que fuera, y, después de leer tanto sobre diseño de interiores, como que me enamoré más de eso que de los muebles…



Por un cambio—resopló, pues, en ese momento, sabía que era al revés.



— La forma en la que te describen la carrera, el tipo de estudio, los cursos que llevas… no sé, se me subió a la cabeza porque pensé que al fin iba a poder usar esos muebles que parecían estar abandonados, o que nadie compraba, porque se me metió que cada mueble tenía un lugar en el mundo —se encogió entre hombros—. Terminé con la Interior Design School en Londres, pero era sólo un diploma de un año, y necesitaba más sustancia que sólo eso para tener una excusa de peso para cuando les explicara a mis papás que me quería ir, también tenía a Kingston University, pero sólo lo tenía en masters degree y no era exactamente Diseño de Interiores sino todo lo contrario; Paisajismo y Planeación Urbana, y necesitaba un grado de Arquitectura o de Ingeniería Civil, al final apliqué al Vancouver College, a SCAD en Atlanta, en Savannah y en Hong Kong, a UCLA y a la Universidad Tecnológica de Sidney.



UCLA creo que es la que está más arriba en el ranking, al menos de esas cuatro que has mencionado —comentó, aunque fue más un vómito cerebral.



— Extrañamente, yo no me guie por el ranking, ni se me ocurrió buscarlo por eso, sino por pensum —rio ante su lapso de torpeza de aquel momento—. Yo sólo quería estudiar eso.



— Pero que no fuera en Europa —rio.



— Exacto —asintió, y llevó nuevamente el tenedor a su boca—. Con Sidney tuve problemas para que me reconocieran mis calificaciones y mi título, y era increíblemente cara.



— ¿Más que Savannah?



— Como quinientos dólares australianos por credit point, y eran cuarenta y ocho credit points —rio.



— Veinticuatro mil por todo el bachelor —murmuró con la mirada entrecerrada—. No es tanto… y no puede ser más cara que Savannah.



— No, no lo es —sacudió su cabeza—. Savannah, en aquel entonces, costó como treinta mil por año, y eso sólo por inscripción y matrícula, porque a eso tenías que sumarle como seis mil dólares por atragantarme de la comida de la cafetería cuando se me diera la santa gana, y cosas básicas… como vivienda, porque yo no iba a vivir en los dorms, comida, porque no siempre tenía ganas de comer lo mismo y con el mismo sabor, y dinero para alcohol, para cigarrillos, para internet, un buen televisor, un buen cable, y las demás locuras del mes —sonrió.



— Consentida —sonrió, y le dio un beso en la mejilla, la cual se movía por estar masticando.



— Por mis papás, siempre —asintió—. La cosa es que a Sidney no me pude ir porque no me reconocieron calificaciones, porque, como hice dos cursos paralelos para graduarme de la escuela, decidí aplicar con las calificaciones locales porque eran mejores que las del Baccalaureate. Vancouver me puso en lista de espera, y UCLA y SCAD me aceptaron… y terminé decidiéndome por Savannah por el simple hecho de que nunca había estado en Georgia —se encogió entre hombros.



— Ajá, entonces, ¿qué tiene que ver una cosa con la otra? —rio con cierta burla, pero le lanzó un beso de ojos para ahondar su broma cariñosa.



— Creí que, al venir aquí, como que me iba a dar la oportunidad de encarnar el alma lésbico que llevo dentro —rio, correspondiéndole el gesto de ojos—, pero no.



— ¿No te dejaste?



— No me da miedo lo que la gente piense sobre si soy o no soy, me da miedo incomodar a las personas con alguna actitud que adopte, porque tenía un compañero en la universidad que era odiosamente gay, de esos que no se pueden soportar y que son todo manos, voz afeminada, que se maquillaba más que yo, y que era realmente insoportable… abrumaba a cualquiera con su personalidad exagerada, con los comentarios saltados y salidos… —sacudió su cabeza—. Fue eso de que pesaba más lo que no quería ser, por eso no me incomodó mantener lo de nosotras relativamente en secreto.



— Sé a lo que te refieres…



— No niego que soy lesbiana, porque lo soy, eso está más que claro, pero sí pienso que hay cosas que puedo guardarme porque no es obligación compartirlas con el mundo.



— No, no es obligación —rio—. Al menos no del tipo "hola, mucho gusto, soy lesbiana", que ya la etiqueta releva tu nombre.



— Exacto —sonrió—. Además, una o dos veces fui a un gay-bar o un gay-club, y… no… —sacudió su cabeza con desaprobación, quizás y de sí misma—. No es un ambiente que me gusta, porque no me gusta cazar ni ser cazada, no con esa insistencia… y tampoco me gusta encontrarme con hombres heterosexuales que me dicen "es una pena que eres lesiana", o porque hay una cantidad impresionante de toqueteo… creo que por eso me gustó que lo de nosotros fuera como muy suave, muy sutil, nada intenso, hasta pareció un juego mudo, por así decirlo.



— ¿Quién cazó a quién aquí? —frunció su ceño.



Como diablos voy a saberlo? —rio—. Sólo pasó.



— Cierto —asintió con una risa nasal.



— No sé si cuenta como parte de una negación de la que no me he dado cuenta, pero… no sé, yo te puedo decir que soy lesbiana, y, si alguien me lo pregunta, también se lo diré, pero eso no significa que me haya bautizado en la esencia de la bandera del arcoíris, y que por eso voy a ir al Love Parade, o como se llame…



— Yo… —suspiró—. Puede ser que no sea parte de esas manifestaciones en las calles para pelear por los derechos de la comunidad de la LGBT, quizás no tengo tiempo, quizás no tengo ganas porque tanta gente me estresa, pero sí admito que me estoy aprovechando de lo que lograron aquí —sonrió—. De lo contrario, no me casaría contigo.



— Cierto, muy cierto —asintió, reconociendo que Yulia tenía razón.



— Pero también sé que hay formas de pedir las cosas, y que todo tiene su tiempo natural, y sé que de no existir la posibilidad me la habría inventado sólo para hacerlo; la habría redefinido a mi gusto… porque, que una ley no exista, no me va a privar de hacer lo que quiero hacer y cómo quiero hacerlo.



— Sí sabes que el asesinato sigue siendo ilegal, ¿verdad? —bromeó.



— Tu soufflé debería ser ilegal —repuso ella, señalando repetidas veces su medio soufflé con su tenedor—. Es injusto que sólo haya uno; podría comer una docena.



— Me gusta que te guste —se sonrojó.



— Y la ensalada está muy bien también —sacudió su cabeza para reflejar lo increíble que era su sabor.



— Me gusta que te guste —repitió calladamente, pero sólo por esa tímida vergüenza que no podía explicar por qué tenía ante un halago, o un cumplido, o un elogio.



— ¿Algo más que quieras preguntarme? —preguntó Yulia ante el severo rubor de las mejillas de Lena, el cual tuvo que apreciar sin sus gafas oscuras.



— ¿Por qué no te viniste a estudiar aquí?



— Mmm… —suspiró, que Lena no supo el porqué del suspiro, pues dudaba entre una elección de palabras para la explicación y una explicación que tuviera que ver con su ya-difunto-suegro, pero ambas cosas tenían que ver.



— ¿Fue por rebeldía? —rio nasalmente para apaciguar el estrés en el que Yulia había entrado, pero ella, aparte de lo que ya mencioné, sólo musitó por tener la boca demasiado llena.



— ¿Rebeldía? —frunció su ceño, tragando de golpe.



— Sí, recuerdo que dijiste que tu papá quería que vinieras aquí a estudiar… —murmuró, casi castigándose al paso de la expulsión de sus palabras, porque, ¿por qué ése día demasiadas cosas tenían que ver con él?
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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 6 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por VIVALENZ28 11/28/2015, 1:46 am

— Mmm… —suspiró con su mirada entrecerrada, como si buscara una respuesta hasta para sí misma—. No —dijo a secas, y le clavó el tenedor a un trozo de pera con rúcula para recoger una semilla de piñón tostada y, así, construir el bocado perfecto, y Lena esperó a que elaborara en su respuesta—. Mis papás decidieron inscribirnos en escuelas privadas como por decisión unánime, y no porque querían separarnos de "la escoria italiana", así como dice el tío Salvatore, que así se refiere él al proletariado… a lo que yo llamo "clase media" o "clase trabajadora" —rio—. Mi mamá dice que en muy pocas cosas estaban ellos de acuerdo de esa forma, y nuestra educación era en lo que ellos estaban en la misma página, que sabían qué era lo que querían para nosotros, etc., y es algo que le creo, porque mi papá sí estaba muy satisfecho con la educación que nos dieron a los tres, eso era algo que decía con orgullo, que decía que había sido una de las mejores inversiones y que ni la bolsa se lo podía ni superar —se encogió entre hombros—. La cosa es que ellos se decidieron por el Britannia porque el currículum académico era envidiable, era impecable; tenía de todo como para que nosotros nos desarrolláramos en todo ámbito pero con cierta disciplina, y luego nos pasarían al St. George’s, porque el Britannia sólo llegaba hasta primaria, si no me equivoco, el problema fue que yo no pude entrar al Britannia, y, como el St. George’s era un "sí o sí", y empezaba en primaria, tuvieron que buscar una alternativa, y la AOS era lo más cercano y tenían programas "especiales", porque acuérdate que yo no hablaba —rio—. Bueno, el tema no es ese, sino que, como vieron que yo encajaba bien en la AOS, nunca me sacaron porque temían hasta que me aburriera de estar en la escuela, y, bueno, ellos siempre, partiendo de nuestra educación, intentaron impulsarnos a que, lo aprendido, fuera en cultura, idiomas, conocimiento académico, o lo que fuera, fuera puesto en práctica.



— ¿Cómo?



— Que abrazáramos eso y que lo exploráramos un poco más, o sea, que fuéramos al país del que habíamos aprendido —dijo por explicación—. Cuando mis papás se divorciaron, llegaron al acuerdo de que mi mamá se iba a encargar de la escuela de los tres, y mi papá de la universidad de los tres, por eso fue que a mi papá, en su locura o visión, se le ocurrió hacer un college fund para mí "por cualquier cosa", pero no sé cómo funcionan esas cosas, y tampoco sé cómo funcionaban en aquel entonces, pero, cuando yo le dije a mi papá que yo no me quería venir a estudiar aquí, él perdió todo ese dinero —suspiró con su ceño fruncido, y Lena ensanchó la mirada en asombro—. Realmente no sé cómo funciona eso, pero él como que había designado los fondos para Harvard, porque a mis hermanos los quería mandar a Cambridge, o quizás sólo fue para el estado de Massachusetts, no estoy segura.



  — Pero ellos no estudiaron en Cambridge.



— No, pero el dinero de mis hermanos estaba en una cuenta aparte, ya en libras esterlinas —se encogió entre hombros ante la ignorancia sobre el asunto—. Bueno, pero por eso fue que se enojó conmigo —rio, no pudiendo evitar sacudirse ante el escalofrío que aquella película mental le provocaba, esa que le ardía en la geométrica cicatriz de su espalda—. No fue por rebeldía, ni por ir en contra de lo que quería mi papá, porque, en realidad, yo sí averigüé de Arquitectura en Parsons, en Notre Dame, en Rice, en Cornell, y en Penn State, hasta apliqué y todo, y me aceptaron, pero, como yo no quería dejar a mi mamá, apliqué a la Sapienza y a la de Florencia, y, de paso, sólo por saber hasta dónde llegaba mi alcance, apliqué a Cambridge y a Harvard sólo porque sí —se encogió entre hombros, y su Ego rio de brazos cruzados, lleno de arrogancia, mientras se pavoneaba con la ceja derecha en alto—. Realmente, yo sí sufro de mamitis aguda —confesó, pero eso ya lo sabía Lena—. Y más que mamitis, es ese característico olor y sabor de estar en casa, que iba a estudiar en una buena universidad aunque no fuera la mejor, y que… bueno… —suspiró con cierta vergüenza—. Marco —dijo calladamente—. No puedo negar que él no tuvo al menos un cinco por ciento de peso, que casi no es nada, pero peso tuvo; las cosas iban bien, llevábamos ya un par de meses de ser novios, él estaba terminando en la Sapienza, y, no sé… el error más común y corriente —rio.



— Creo que es un error si te quedas por alguien en un cien por ciento —le dijo con tono reconfortante—, y creo también que sólo es un error si, al final del día, te arrepientes de haber tomado esa decisión.



— No me arrepiento —sacudió su cabeza—, ni en ese momento me arrepentí.



— Entonces no fue un error —sonrió, y llevó el último bocado de soufflé a su boca.



— Supongo que no —dijo calladamente, imitando a Lena con el último bocado del suyo—. Marco y mi hermano ingresaron juntos al St. George’s —suspiró, adelantándose a las preguntas que sabía que Lena tenía—. Como mi hermano se fue a vivir con mi papá después del divorcio, dejé de verlo… y, bueno, mi hermano y yo tuvimos una época, cuando yo tenía dieciséis-diecisiete, que nos empezamos a llevar sorprendentemente bien, al punto de que íbamos al cine, o a comer sólo porque sí… no sé, como que estábamos en una época en la que era simplemente "bien" —sonrió con cierta nostalgia, porque realmente se habían encariñado el uno con el otro—. Éramos más como amigos que como hermanos.



— No sabía —susurró, tomando el recipiente de porcelana de las manos de Yulia para guardarlo junto con el suyo.



— Mi hermano me invitó a una de las fiestas que hacían sus compañeros de economía, y allí estaba Ferrazano… pasamos la noche hablando —se encogió entre hombros, y vio a Lena sacar dos baguettes de mediano tamaño y que tenían la perfecta cantidad de harina espolvoreada.



— ¿Puedo saber de qué hablaron? —preguntó con la cantidad justa de interés, porque sí le interesaba saber a pesar de que no parecía importarle mucho.



— Banalidades —respondió insípidamente, y Lena elevó ambas cejas, pero no porque quería una elaboración al respecto, sino porque no encontraba la mantequilla—. Empezamos con lo más banal e incómodo de todo; el clima —rio—, y luego escalamos a películas, programas de televisión, música, libros… luego nos quedamos hablando sobre la calcio como por una hora, discutiendo los fichajes de principio de temporada, los posibles fichajes para la siguiente temporada, nos mudamos a la Premier League, y luego a la Bundesliga, y luego a la Liga Española… y ya luego entramos a lo más personal, supongo, a qué estábamos haciendo —se encogió entre hombros—. Yo creo que, de haber crecido con él, o sea, de haberlo conocido de todo el tiempo, nunca habría aceptado a salir con él, supongo que, como no era ese el caso, lo interesante no se le cayó… ni siquiera porque usaba un reloj Casio de esos que son un big no-no —rio.



— No sé por qué siempre creí que te había parecido "cute" y no "interesante" —comentó sin la más mínima cantidad de celos, porque realmente no le importaba a ese nivel.



— Mmm… —tambaleó su cabeza, viendo a Lena esparcir mantequilla sobre ambos interiores de las tapas de los—. ¿Nunca te lo he mostrado? —frunció su ceño.



— No —murmuró, y Yulia, por no haber llevado bolso, y era por eso que no llevaba ni identificación de ningún tipo, ni un paupérrimo billete de veinte dólares de socorro, ni su teléfono, sumergió su pulgar y su índice en el bolsillo de Lena para pescar el suyo—. ¿Me lo vas a mostrar?



— ¿Quieres verlo? —preguntó, pues no se había dado cuenta de que había dado por sentado que sí quería.



Seguro—sonrió, y, por estar cerca de su mejilla, le plantó un beso corto y rápido, que fue por eso que Yulia sonrió—. So



— No sé en qué momento la cosa se puso seria, porque empezamos a tratarnos como "Ferrazzano" y como "Volkovita", porque así me decía en lugar de decirme "hermanita de Aleksei", pero, de repente, realmente no sé cómo, las cosas se calentaron y no en el sentido de sexo sino de intensidad —dijo, estando casi completamente consumida en el teléfono de Lena—. La "amistad" que tenía con mi hermano se cayó en cuanto las cosas se enseriaron con Ferrazzano, no sé por qué y tampoco me interesa saber, pero con él no cambió y conmigo sí… aunque, bueno, si había podido cambiar para ser amigable, supongo que también podía sufrir una regresión —rio—. No establecimos nunca el comienzo del noviazgo, él simplemente se empezó a referir a mí como "mi novia" y yo a él como "mi novio", aunque yo siempre lo llamé "Ferrazzano" porque llamarlo "Marco" no me gustaba —dijo, trayendo a Lena a una carcajada.



— Ay, no —dijo con la resaca de su risa, y colocó la entraña, ya con el queso provolone derretido, sobre la cama de lechuga—. ¿Qué solías hacer con él?



— Mmm… —suspiró—. Su familia tenía, o tiene todavía, una casa en Isola del Giglio, y nos íbamos por el fin de semana, solos o con sus amigos —se encogió entre hombros—. O salíamos a caminar por la ciudad, o íbamos a un pueblo cualquiera a conocer… o nos íbamos a Civitavecchia, a la casa de sus papás.



— Dos preguntas —murmuró, esparciendo ahora la cantidad justa de champiñones salteados y cebollas caramelizadas sobre el abundante queso.



—  Adelante.



— ¿Tu mamá te dejaba ir por el fin de semana con él?



— Sí —rio nasalmente—. "The talk" me la dieron hasta el cansancio, y, en realidad, mi mamá fue quien me llevó exclusivamente al ginecólogo para que me diera anticonceptivos…



Eso debe haber sido muy incómodo—se burló.



— O sea, no entró conmigo al consultorio, pero sí me llevó… de igual forma ninguna de las dos sabíamos que tenía los óvulos blindados.  



— Ah, ¿tu mamá entonces sí sabe?



— Claro que sabe —asintió—. Se lo dije al salir del ginecólogo la vez en la que creí que había tenido un "ups"… "ups" que del que nunca le dije.



— ¿Y qué te dijo?



— "No sé qué decirte" —rio—. Aquí está —rio de nuevo, y le mostró el teléfono a Lena.



  — ¿Ése es Marco? —frunció su ceño, y, con incredulidad, o con asombro, o con una mezcla de ambas cosas, elevó su mirada para ver a una Yulia que asentía.





Era un hombre que tenía ciertos aires de adolescente, y eso se abstraía de una fotografía realmente reciente. Ahora, con treinta-y-casi-tres-años, no había sabido aprovechar sus ciento ochenta y tres centímetros de altura porque había decidido engrosar su constitución física, lo que no significaba que era gordo, porque gordo no era; era simplemente grueso de una extraña forma, y quizás ni era grueso como tal, sino que era la rara forma en la que estaba parado, o quizás sólo era el contraste que había entre él y la raquítica mujercita a quien abrazaba como si fueran amigos y no novios, porque se notaba que era la novia, y eso de "amigos" quizás se debía a la fuerza que ejercía con su brazo sobre sus hombros.





Definitivamente era la forma en la que estaba parado lo que lo hacía ver extremadamente raro. No, definitivamente él era raro.





Era de cabello negro un tanto largo, y la textura no era ni lisa ni ondulada, era rara, porque se notaba que utilizaba mucho gel para tirárselo hacia atrás pero que, para esa fotografía, el gel ya se había anulado y que era por eso que una onda, rizada de la punta, caía sobre su lado izquierdo, contrariando al camino al lado derecho que se había dibujado. Sus cejas parecían dos rectángulos poblados de vellos parejos y que lograban separarse con considerable distancia, pero quizás era por eso que sus ojos sí eran de impresionante calidad al ser perfectamente pardos. La nariz era… sólo era, no tenía nada de especial, pues no era respingada, no era aguileña, no era ni corta ni larga, simplemente era. Se notaba que no sacaba mucha barba, bueno, es que sólo sacaba barba del mentón y del bigote, la sonrisa era cegadoramente blanca, de esas blanqueadas con cloro para dejar de ser naturales, y era tan blanca que no se podía distinguir entre un diente y otro; era lista, era recta, era como un bloque. Y tenía mentón de Superman: ancho, cuadrado, y partido por la mitad. Su cara era tan rara, y quizás interesante, que opacaba la de la mujercita a su lado, ella pasaba desapercibida.





La vestimenta era otro tema, un tema confuso en realidad, más que el de su complexión física.





Llevaba un traje azul, que quizás era azul marino pero que, por la iluminación sintética de la fotografía, o sea el retoque para Instagram, se veía de un vibrante azul que no tenía intenciones de ser azul marino, pero no era de ese azul esclarecido y brillante que recientemente se había puesto de moda, no, era raro. A Lena le acordó a un estilo Zara o H&M. Camisa blanca de cuello ancho y separada a lo italiano, «obviamente», y llevaba una corbata del ancho adecuado con el nudo adecuado, algo que Yulia le había enseñado, en un color que se acercaba al granate pero que cometía el error de dejar que medianos puntos blancos la invadieran. Al llevar el saco abierto, mostraba lo curioso de su cinturón, pues no era de elegante cuero, sino era más juguetón o náutico, era de ese material del-que-ahorita-no-me-acuerdo-el-nombre, y que tenía el enganche de la hebilla de cuero sintético marrón pálido, así como la lengua, y que era a dos tonos en tres franjas: azul marino, crema, azul marino de nuevo.



El pantalón estaba tallado a sus piernas, que se notaban ser gruesas pero no por gordura, sino por la forma en la que caminaba y por el tenis que seguía practicando. Sí, era de cap hacia atrás.



Y sus zapatos. ¡Sus zapatos! Ay, no. Ambas sacudieron la cabeza, porque ambas lo estaban analizando con detenimiento. Eran unos mocasines de gamuza marrón, oscuros, muy oscuros, y se notaban que eran Gucci por la forma de la hebilla que los adornaba, porque no servía para nada. Y sin calcetines de ningún tipo. Ni siquiera un intento.





— ¿Ése es Marco? —repitió Lena con su ceño fruncido.



— Ése es Ferrazzano —asintió Yulia.



— Tiene cara de ser un maldito —rio.



— ¿Qué? —se carcajeó Yulia.



— Sí, tú sabes… es el tipo de cara que tiene Mourinho, y que tiene Gordon Ramsay… —se encogió entre hombros—. Cara de desgraciado, de que va a tirarse debajo del autobús si tiene que hacerlo.



— No sé, estoy demasiado acostumbrada a su cara —rio, e hizo el teléfono a un lado.



— No sé por qué siempre creí que era rubio —comentó, volviéndose al plato fuerte, que ahora esparcía guacamole sobre el interior de la tapa superior para luego cerrar el panino y alcanzársela a Yulia junto con una generosa porción de papas al gratín de dos quesos: cheddar y mozzarella «para complementar al provolone».



— Si fuera rubio, realmente fuera horrible —repuso Yulia—. Bueno, no es que sea un deleite visual, pero hay peores.



— Busca refugio en lo que más te convenga —bromeó la pelirroja por nacimiento pero no por actitud.



— ¿Cuál era la otra pregunta? —rio nasalmente, recibiendo ya su plato fuerte, que no era plato en sí, sino un recipiente de porcelana, «un tupperware de porcelana», a lo que Lena contestaba "entonces no es un tupperware".



— Es más un comentario, supongo —sonrió, encargándose ahora del guacamole de su panino.



— Adelante.



— Pasabas mucho tiempo con sus papás…



— Creo que gracias a eso es que a tu mamá no le tuve miedo —asintió, volviéndose sobre su hombro izquierdo para asegurarse de que el Carajito seguía vivo y que seguía ahí, y, claro, ahí estaba—. Estaba nerviosa, pero no le tenía miedo.



  — ¿Y tu mamá con Ferrazzano?



Gracioso que lo preguntes —murmuró, pues, de alguna forma, se remitía a la parte buena del sueño que había tenido por la madrugada—. Eres a la primera persona a la que yo involucro con mi mamá.



— ¿Y Mischa?



— Él porque una vez tomó mi teléfono y decidió presentarse con ella —sacudió su cabeza—. Siempre consideré que eso de presentarle a mi pareja a mi mamá ya era algo sumamente serio… pues, que era más como para que aprobara y comprobara la seriedad de la relación, ya casi cuando las cosas iban en la línea de "atar nudo" —sonrió—. Además, mi mamá nunca me pidió conocer a Marco, ni porque no lo conocía como otra cosa que no fuera el amigo de mi hermano.



— Y conmigo… —se volvió hacia ella, y notó que no había empezado a comer por estar esperándola—. ¿Me involucraste con tu mamá porque era serio o porque tuviste que hacerlo?



— Eso de "tener que", aunque fue una imposición —dijo con su ceja derecha hacia el cielo, pero luego sonrió—, me tenía cagada del miedo y no porque buscaba una aprobación como tal de parte de mi mamá, sino porque temí de esas actitudes maternales que tienden a avergonzarte como por naturaleza; que contara historias vergonzosas, o que hiciera cosas vergonzosas… como que bailara en el supermercado.



— ¿Qué? —rio con su ceño fruncido.



— Eso lo hizo una vez… —sacudió su cabeza—. Ver-gon-zo-so —dijo, y Lena que rio ante la imagen mental de su imaginación—. Me tenía cagada del miedo, y me tenía muy nerviosa, porque… bueno, era como estrellarla contra la pared de la Lenisexualidad —se encogió entre hombros, y tomó el panino entre sus manos para darle el primer mordisco, todo porque Lena lo había hecho primero. Ah, el arte de comer juntas—. No era que tenía vergüenza de estar contigo —vomitó ante el silencio que Lena creaba, pero sólo era porque tenía un gigantesco mordisco de celestial panino—, sólo pensé que era como caerle con patada al hígado por estar atacándola doble; presentándole a mi pareja, y que de hombre no tenía nada.







— Falacias… Soy lo que un jugoso co*o tiene que ver—asintió con la boca llena, y Yulia se atragantó con el mordisco que apenas podía masticar.



— ¡Lena! —exclamó entre una tos.



— ¡Yulia! —la remedó con una mirada juguetona y una risa de labios comprimidos.



— Creí que era yo la que decía ese tipo de cosas como si nada y de la nada —rio, recibiendo la sien de Lena sobre su hombro.



— Acción y reacción no patentada; no gozas de derechos exclusivos… y yo también puedo —sacó su lengua.



— Veo que sí puedes —sonrió, y le dio un beso en la frente—. ¿Alguna otra pregunta sobre Ferrazzano?



— ¿Algo más que quieras agregar? —sacudió su cabeza, tanto para la pregunta de Yulia como para su conciencia, la cual le gritaba un "sí" muy claro, pero no era un tema en el que quería entrar con tanta profundidad porque no valía la pena.



La revelación completa si quieres —se encogió entre hombros, y dio otro mordisco a su panino—. A nivel emocional, fraternal, de historias, a nivel sexual, a nivel gastronómico… lo que quieras.



— Mmm… —tarareó.



— Fueron dos años y medio buenos —sonrió con sinceridad—, conmigo él fue muy correcto, muy caballeroso, muy respetuoso —dijo, y vio a Lena elevar ambas cejas—. Durante la relación sí lo fue —añadió, pues sabía a qué se debían esas cejas en lo alto—. Realmente no creo que sea mala persona, pero sí sé que, en su desesperación, no hizo las cosas bien.



— ¿No peleaban? —preguntó, sabiendo que era una pregunta un tanto desligada del tema.



— Claro que peleábamos —rio—, en especial cuando se trataba de quién era mejor; si la Roma o la Lazio.



— ¿Por eso peleaban? —entrecerró su mirada.



— Y porque yo nunca quería ir con él a misa, ni con él ni sin él, y sobre lo que hacíamos en nuestro tiempo libre.



— ¿Qué? —frunció su ceño.



— No había domingo que no fuera a misa de siete, y, cuando estábamos juntos, yo me quedaba durmiendo, o pretendía dormir, todo para no ir… y me acusaba de atea, y blah, blah, blah —se encogió entre hombros—. Y, con lo del tiempo libre, que, a veces, yo quería estar con mis amigos de la universidad y él quería salir a hacer cualquier cosa, o al revés… aunque creo que el tema principal de las peleas era que él nunca salía conmigo y con mis amigos porque decía que era un "kínder", pero yo sí tenía que salir con él y sus amigos.



— La diferencia de edades… —suspiró.



— Tres años no es tanta diferencia —rio—. Aunque creo que, a esa edad, sí lo es… ah, y peleábamos por temas de política también.



— ¿Por qué nosotros no hablamos de eso? —preguntó un tanto extrañada, pues era cierto, no hablaban sobre eso.



— Dos puntos —elevó Yulia sus dos dedos erguidos—: primero, tú no eres una fanática de un partido político —comenzó diciendo, y Lena sacudió la cabeza—, segundo, a mí me cuesta simpatizar con alguien en un sistema bipartidista, como en el que vivimos en este país, y ni siquiera tengo derecho y/o deber de votar —sonrió.



— Muy cierto —asintió.



— Además, no hablamos de política porque tenemos mejores cosas de qué hablar.



— Muy cierto, también —rio, y, rápidamente, dio otro mordisco a su panino.



— ¿Qué quieres decir? —susurró, pero Lena sólo sacudió su cabeza—. Por favor, dilo.



Si era tan agradable y amable contigo, porque ustedes rompieron?



— Porque, de un momento a otro, no sé qué se le metió en la cabeza de que empezó a compararme con otras personas… y empezó a querer que yo hiciera las cosas de otra forma; como lo hacía su hermana porque ella era perfecta, o que pensara como pensaba mi hermano, o que creyera en lo que él creía… me quería moldear a su gusto, y, de paso, empezó con los celos.



— Ah, pero como tú no eres celosa —bromeó.



— Yo no le tengo celos a una banca —entrecerró su mirada.



— ¿Te cogiste a una banca? —rio.



— O sea… —refunfuñó, por lo que Lena rio con una estrepitosa carcajada, qué fácil era molestarla—. Le tenía celos a Luca, le tenía celos a Silvio, le tenía celos a Alberta, a Anjelica, a Alfonso, y a Fabrizio.



— ¿Y esos quiénes son?



— Mis amigos de la universidad —elevó su ceja derecha.



— Primera vez que los mencionas —susurró.



— ¿En serio?



— En serio —asintió—. ¿Todavía tienes contacto con ellos?



— Con Anjelica y con Alfonso —asintió—. Silvio se consiguió una esposa celosa, Alberta dijo que no quería tener nada que ver con personas tan ordinarias y de tan mal gusto como nosotros, y a Fabrizio se lo tragó la tierra el día después de que, en pleno Laboratorio di Costruzioni, gritó que él ya no quería estudiar Arquitectura porque detestaba esas siete horas de laboratorio.



— ¡¿Siete horas?! —exclamó escandalizada.



— De ocho y media de la mañana a dos de la tarde, con media hora para almorzar —asintió—. Un lunes.



— ¡Y lunes! —rio—. Con justa razón ya no quiso.



— Ya no quiso porque no se iba a graduar —murmuró—. No había aprobado "Istituzioni Matematiche" ni "Progettazione Urbanistica II".



— De igual forma, no me digas que siete horas de laboratorio no eran pesadas.



— Era último año, sólo tenía cuatro materias —sacudió su cabeza.



— ¿Último año para ti o para el resto de los mortales?



— Cuando yo empecé a tener problemas con Marco, mi solución fue meterme de clavado en la universidad, así que decidí abusar de la amistad que tenía mi papá con el rector y con el decano; tomé materias del año siguiente, y por eso fue que me pude graduar antes, y, cuando terminé con Marco, fue que me fui un semestre a Bratislava.



— Interesante —dijo, aunque eso ya lo sabía.



— Luca era de mi año, pero, como rápidamente se enojó conmigo cuando regresé de Bratislava, me quedé siendo amiga del resto, que eran del año de más arriba.



— ¿Por qué nunca me los habías mencionado?



— Porque no tuvieron tanto peso, éramos amigos de oportunidad, no porque realmente fuéramos amigos… y, bueno, con Anjelica sí mantuve contacto porque entró a trabajar con Alessio, y con Alfonso porque con él hice mi proyecto final y sí nos hicimos un tanto amigos de verdad… amigos "amigos" no somos, pero sí nos hablamos una vez entre tantas.



— Dime una cosa, si tú eras la niñera del hermanito de Luca, ¿cómo hiciste cuando él se enojó contigo? —explotó alrededor de la incógnita más grande.



— Él no llegaba a la casa hasta que yo me había ido, o entraba por la puerta de la cocina —respondió con ligereza.



— ¿Y por qué eras niñera en primer lugar?



— A ti no te voy a dar la respuesta que le pude haber dado a cualquier otra persona —le dijo, y llevó un tenedorazo de las papas gratinadas a su boca—. No necesitaba el dinero porque mi mamá no era tacaña, siempre mantuvo mi cuenta de crédito a cero y mi cuenta de débito en generosos números negros… simplemente sabía que Alessio tenía un buen estudio de Arquitectos e Ingenieros, que él era un buen Arquitecto, y mi meta era simplemente escabullirme de alguna forma para terminar trabajando con él.



— De niñera a asociada —rio—. Ambiciosa.



— Prácticamente imposible, y estúpido a decir verdad… el problema fue que Luca me profetizó con él de tal forma que él supo, al principio, que no era ni tan mala ni tan bruta, y, cuando Luca se enojó conmigo, él ya me había tomado la confianza suficiente como para lanzar ese "y tú, ¿qué piensas sobre esto?", y me mostraba un plano, o me enseñaba cosas adicionales porque me veía "potencial" —se encogió entre hombros.



— So… ¿por qué no te quedaste trabajando con él?



— Él me ofreció trabajo desde el momento en el que empezamos con mi proyecto final, que fue de cómo optimizar el acceso y la fluidez de un centro deportivo, porque eso era lo que estaba construyendo en ese momento… pero, hablándolo más despacio, quedamos en que yo necesitaba algo más que sólo un título de Arquitectura, que necesitaba un plus.



— ¿Él tiene un plus?



— Es Ingeniero Civil, Arquitecto, y tiene un Máster en Planificación Urbana —asintió.



— No sabía.



— No lo presume —rio—. La cosa es que él me dijo que a él no le importaba si era Paisajismo, si era Geografía, si era Derecho Urbanístico, pero que fuera algo que a mí me gustara y que fuera algo que pudiera utilizar de alguna forma para ampliar mi potencial; fuera estético, funcional, o se tratara de accesibilidad o de construir la Volkshalle de Hitler…



— ¿La qué? —exhaló.



— La "Volkshalle" era un monstruo de construcción, con un domo igualmente monstruoso, que Hitler quería construir en Berlín; era entre monumento y cagada masiva de concreto—se encogió entre hombros—. Sólo se ha construido en la imaginación de Robert Harris, que escribió una novela sobre el final alternativo de la Segunda Guerra Mundial, que Alemania había ganado, y seguramente fue construida por cualquier otro loco con imaginación.



— Interesante dato, mi amor —sonrió.



— La cosa es que yo le comenté mis ganas de estudiar Diseño de Interiores, y me dijo: "búscate la mejor universidad para eso, o la universidad que más te guste, y luego veremos si en realidad quieres trabajar conmigo" —rio.



— Y, cuando terminaste Diseño, ¿qué pasó?



— Entré a trabajar con él, que fue por eso que construimos la casa en la que mi mamá vive ahora, pero, con lo de Ferrazzano… en realidad él no sabía qué pasaba, pero sabía que algo no estaba del todo bien, y fue él quien me dijo de que su amigo, o sea Volterra, tenía un estudio aquí, y blah, blah, blah, el resto es historia —sonrió—. Cuando hablo con él, siempre me dice "te envié un par de meses a donde Alec, para que respiraras un aire diferente, y nunca regresaste", y se ríe.



— ¿Te gustaría ir a trabajar con él en algún momento?



— No podría acostumbrarme al tipo de clientes con los que él trabaja —sacudió su cabeza—. A mí no me interesa que un cliente me diga que tiene "x" cantidad de dinero para construir una casa… a mí me gusta el cliente que quiere que lo traten como rey porque está abriéndole la cartera de par en par al estudio, y que, cuando yo digo que algo debe ser así, o asá, él sólo me dice que sí y no pregunta ni siquiera "¿cuánto me va a costar eso?" —rio—. Aquí, el noventa por ciento de clientes que entran por las puertas del estudio, saben que pueden costearse cualquier invento, sea suyo o sea mío…



— Que lo que predomina es "no me importa cuánto me va a costar, sólo quiero que lo haga" —asintió con una risa.



— Me interesa el cliente que me pide una cotización y que, cuando se la entrego, me dice "me la imaginé con tres ceros más" —añadió Yulia—. Por lo tanto, no, yo no me iría a trabajar con Alessio… si yo me regreso a Roma es porque me aburrí de ser Arquitecta, y porque ya ambienté toda la Tri State Area —rio—. Si yo me regreso a Roma es porque decidí jubilarme y retirarme —dijo, viendo a Lena dibujarle una sonrisa demasiado ancha—. Además, yo aquí tengo un estudio al que manejo como a Volterra se le da la gana, pero tengo algo que es mío… y tú sabes cómo me siento al respecto de lo que es mío.



— Es tuyo —asintió Lena—. Es tuyo.



— Exacto —sonrió complacida—. Es mío… pero, ¿qué hay de ti?



— ¿Qué conmigo? —balbuceó con la boca llena.



— ¿Te gustaría regresar a Roma, o a la ciudad que sea?



— Por ahora estoy bien aquí —sonrió—. Y sé que voy a estar bien por mucho tiempo aunque no sé cuánto tiempo es "mucho tiempo", y quizás nunca llegue el momento en el que me entre la urgencia y la desesperación por irme, ya sea a Roma, o a la ciudad que sea… pero, por ahora, ni me entusiasma ni me molesta la idea —se encogió entre hombros, y Yulia dejó caer su quijada—. ¿Qué?



— Fue una respuesta muy bonita —sacudió su cabeza para sacudirse el asombro.



— No sé si es conformismo o que me rendí…



— ¿Cómo que te rendiste?



— Que ya no peleo por las cosas, o quizás no "pelear", pero ya no insisto, ya no las busco…



— ¿Y por qué tienes que pelear por ellas? Digo, ¿qué es lo que quieres?



— No sé —rio—. Tengo un trabajo que me gusta y hago lo que me gusta, vivo en una ciudad que me gusta y en un apartamento que me gusta, tengo dinero en la cartera, tengo salud, tengo comida, tengo pocos amigos pero los que tengo son excelentes amigos, no duermo sola y tampoco me siento sola, y te tengo a ti…



— ¿Tienes todo lo que quieres?



— No puedo pensar en una tan sola cosa sobre la que diga "eso no lo tengo" —asintió.



— Esa sensación de que lo tienes todo, al menos todo lo que quieres y lo que necesitas, es una sensación a la que cuesta acostumbrarse porque no toda la gente logra llegar a ese punto, no todos logran tener todo lo que quieren y necesitan; no es lo que suele suceder —sonrió—. Reconocer, aceptar, y procesar que eres y estás feliz… es difícil.



— ¿No debería ser lo más fácil?



— Cuando vas tan rápido; que todo es correr, correr, y correr… pasas por alto que lo tienes todo, pasas por alto que no sólo estás feliz sino que eres feliz también —se encogió entre hombros.



Ilumíname,por favor



— Te lo digo porque eso me pasó a mí —rio nasalmente—. Quizás no iba corriendo, porque ya había llegado a donde me sentía cómoda, pero sí estaba como ensimismada… o quizás "ensimismada" no es el término correcto, sino como que estaba tan concentrada en el trabajo, en ese miedo de perder lo que había ganado, que lo demás me importaba muy poco o no me importaba nada… yo no tuve una wake up call de la vida, no fue que me dio un infarto al corazón por estrés en el trabajo, simplemente llegué a un punto en el que los planetas se alinearon y no sólo me apagaron la banda sin fin para que dejara de correr, sino que me detuvieron a que viera alrededor mío y no necesariamente a las personas que me rodeaban sino a qué rodeaba yo y qué me rodeaba a mí.



— No estoy segura si te estoy entendiendo —murmuró calladamente.



— Yo llegué a donde estoy simple y sencillamente porque, no sé por qué, Alec me complació cuanto capricho tuve; me mimó, me llevó y me trajo, me mantuvo contenta y no sé por qué —se encogió entre hombros—. Él conmigo nunca conoció el "no", nunca me contradijo, nunca hizo algo que sabía que me iba a incomodar o a molestar… no hasta que me dijo que te iba a meter en mi oficina —rio—. Pánico, vil pánico, porque, si siempre me consintió todo, y me mimó, y sabía que había cosas que me incomodaban, ¿por qué estaba yendo en contra de eso? Me detuve a ver qué era lo que había hecho mal, porque, según yo, eso era un castigo para mí… pero desvarié, y desvarié, y desvarié, y llegué al punto en el que me di cuenta de que sí, trabajo tenía, y estaba donde quería estar, pero que una serenidad como la tuya no la tenía, y tampoco gozaba del lujo de la despreocupación porque mis prioridades estaban relativamente mal… bofetada de la vida; eso fue —rio, como si no pudiera negarlo, y le dio un mordisco a su panino—. Tú y yo empezamos como empezamos, lo que sea que eso haya sido, y fue creciendo, y creciendo, y creciendo… y, no sé en qué momento pasó, pero me encontré más o menos en esa misma situación, sólo que esta vez, ya no vi el mundo pasarme enfrente, y tampoco me vi corriendo, sino que realmente llegué a donde sí quería estar en todo sentido; mi trabajo seguía teniéndolo, y a eso no le hice caso porque en ese momento lo di por sentado, por eso supe que mis prioridades habían cambiado —sonrió—. Me estaba divirtiendo mucho,estaba disfrutando de como acababa de experimentar por primera vez en mi vida...disfruté mirarte, disfruté respirte, disfruté besarte, disfruté abrazarte, disfruté acostrame contigo en la cama, disfruté despertarme a tu lado, disfruté todo sobre ello… pero, por muy raro que esto suene, por primera vez sentí alivio, y me gusto sentirlo.



— ¿Alivio por qué?



— Porque, por primera vez, yo no giraba alrededor de mí misma, ya nada giraba alrededor de mí… y se sintió bien dejarme de importar tanto, fue como bajar la guardia, respirar profundo, y encontrar algo que me satisficiera más; girar alrededor tuyo me satisface muchísimo más que girar alrededor de mí misma, y que todo gire alrededor tuyo… me hace feliz porque me hace sentir como que tengo más propósito que significado, porque, aunque suene trillado, de verdad me hace feliz verte, sentirte, y saberte feliz… y no porque mi felicidad sea tu felicidad, o la tuya la mía como tal, sino porque es lo más fresco que he conocido en mi vida, y prácticamente lo más puro —dijo, y su Ego asintió con aprobación.



— Oh my… —exhaló Lena sonrojada—. Para que no hables mucho, y que no te guste hablar mucho… mierda —rio nerviosamente—. Dices unas cosas que… —suspiró, y gruñó, y no pudo evitar tomarla por la mejilla para traerla a un beso de labios.





Se lo robó, porque no le avisó que se lo daría, mucho menos que se lo arrancaría. Fue un poco feroz, pero sólo porque ya no podía con las ganas de besarla, esas ganas que se había tragado, con sobrehumano esfuerzo, desde que se había despertado colmada de terror, pues, aun en aquel momento degradante para su persona, su subconsciente quería besarla para que se calmara, y había querido besarla mientras dormía pero ella y su buen uso de razón respetaban que Yulia no estaba para eso.





El beso fue de esos que eran como para que Yulia la tumbara sobre la cama, en esta ocasión sobre la manta, para ella colocarse encima y entre sus piernas, de tomarla de las manos para colocarlas sobre su cabeza mientras la embestía, de sentirla suya al extremo grado de poseerla sin agresiones y sólo intensidades.





Pero no.





Yulia reaccionó al beso con correspondencia, no con una movida de realmente tumbarla, sino que se reflejó cual espejo y llevó su mano a su mejilla para reciprocar, aunque dejó que la pelirroja fuera quien marcara todas las pautas del beso.





Fue un momento como el que ella recién describía, un beso que la obligaba a detenerse para verse en dónde estaba, y la respuesta no era exactamente "Central Park". Aunque no le gustaba que la tocaran después de tener la desgracia de soñar lo soñado, o parecido, o relacionado, y que esa actitud le duraba más de lo que cualquiera creería a pesar de tener sonrisas y risas de por medio, en ese momento se dio cuenta de que, en realidad, ése tipo de afecto, de cariño, y de tacto, era lo que le faltaba; la hacía sentirse mejor, o quizás no mejor pero sí menos mal con esa culpa de la que no tenía culpa en verdad, y la hacía sentirse como que todo estaba perdonado aunque no había nada que perdonar, ni siquiera que disculpar.





Aflojó la tensión de sus labios, porque su consciencia, siendo en ese caso su peor enemiga por mantener ese sentimiento de culpa y de que en realidad no quería ni merecía afecto ni roce, no la había dejado relajarse para dar el cien por ciento de la calidez y de la suavidad de sus labios. Ellos adquirieron movilidad y flexibilidad, empezaron a ladearse, a envolverse entre los de Lena, a envolverlos, a intercalarse y a traslaparse, a obligarla a soltar ese denso suspiro contra su mejilla que significaba, en otras circunstancias, un gemido muy sexual. Pero es que simplemente se sentía muy bien, se sentía muy rico.





Y hubo lengua. Bueno, hubo un poco de lengua, no mucha. Pero hubo. Hubo la necesaria, la justa, la perfecta, esa que, apenas se abrían sus labios, salía con timidez para acariciar un labio o el otro, o los dos de la pelirroja, para que, al cerrar el beso, se volviera a esconder tras los suyos y quizás tras sus dientes también.



Ya con hombros relajados, con brazos vencidos, y con la razón adormitada, embrutecida e hipnotizada, dejó que Lena le ganara el derecho del labio inferior, aunque, realmente, fue el poder de la suave succión que tenía, como segundo plano, el coqueteo húmedo de su lengua.



Yulia dibujó una boba sonrisa ante las cosquillas que esas succiones le provocaban, y rio nasalmente contra su pómulo, quizás porque las cosquillas le habían corrido a lo largo de sus nervios, de sus venas y sus arterias, y le habían plagado el cuerpo, hasta el más pequeño de sus vasos capilares y de sus terminaciones nerviosas, con ese hormigueo que aflojaba la rectitud de su espalda, de su cuello, y que afloraba el génesis de la risa estúpida.



Ante la sonrisa, Lena dejó de besarla, no porque quería, porque no quería, sino porque ella sonrió también, y fue por eso que le dieron tiempo y espacio a un suave jugueteo de nariz contra nariz y de nariz contra pómulo, y de risas nasales de ojos que no veían ojos sino labios inferiores que estaban aprisionados por dientes superiores con malicia, con coqueteo, con graciosa y placentera retención de ganas de seguir besando.





— Buenas tardes, Licenciada —susurró con la misma sonrisa, y peinó su flequillo tras su oreja.



— Buenas tardes, Arquitecta —repuso Lena, estando muy complacida con tener a la versión de Yulia que más le gustaba; la tranquila, la serena, la despreocupada, la sin culpas ni culpabilidades de algún juego retorcido de su propia enemiga consciencia.



Eso fue un infierno de un beso—elogió el poder de sus labios.



Eso fue un infierno de una declaración—repuso con una sonrisa—. O confesión...no sé lo que era.



— No sé, pero es la verdad —se encogió entre brazos, y se volvió hacia la derecha ante la inconfundible figura que se acercaba a ellas—. ¿Por qué? —preguntó un tanto cavernícola, refiriéndose con precisión a que Gaby caminaba con dificultades en sus típicos tacones de gamuza negra.



— Ella se ofreció, yo no le pedí nada —se defendió, pero Yulia no preguntaba un "¿por qué Gaby está aquí?", sino un "¿por qué siempre tiene que interrumpir momentos de suma importancia?".



— Buenas tardes, Arquitecta —sonrió Gaby, quien había visto gran parte del beso desde lejos, pero, ante el conocimiento y el entendimiento de la situación, no había tenido nada qué pensar ni qué comentar al respecto—. Buenas tardes, Licenciada —añadió, viendo a ambas mujeres verla con cabezas ladeadas, por lo que se sintió un tanto incómoda.



— Buenas tardes, Gaby —rio Yulia nasalmente—. Sien… ¿tate? —rio, pues no tenía butaca para ofrecerle, sino una planicie para que tuviera que hacer malabares entre las carpetas que abrazaba con fuerzas de brazos cruzados, su bolso, y la incomodidad de sentarse de pie al suelo con tacones y falda que le llegaba a la rodilla—. Sí, siéntate, por favor —dijo, extendiéndole las manos para que le diera las carpetas y ella pudiera usar sus manos para arreglarse su falda.



— Gracias —susurró, intentando saber cómo manejar el tema del sentado—. Buen provecho.



— Gracias —corearon las dos, aunque Lena con papas gratinadas en la boca.



— Sé que es su día libre —le dijo Gaby, extendiéndole las manos a Yulia para que le regresara las carpetas, porque era ella quien debía sostenerle las cosas a Yulia para que se sentara, no al revés—, pero el Arquitecto me pidió que por favor firmara unos pagos, que le confirmara si quería participar de lleno en el proyecto de la Old Post Office, y le traje lo que supongo que le puede interesar para la plaza de internos —sonrió.



— Old Post Office: no —dijo, recibiendo la carpeta de los pagos para firmarlos con el bolígrafo que Gaby también incluía en la entrega—. No, no —sacudió su cabeza.



— Dijo que iba a decir eso —repuso Gaby con timidez, pues no podía evitar sentirse intimidada por cómo Yulia trazaba rápidamente su firma mientras mantenía la seriedad del "no", porque "no" era realmente "no", y eso ella lo sabía, pero Volterra insistía—, y me dijo que le dijera que considerara que el pago acaba de subir dos cifras.



— Puede subir seis cifras —rio nasalmente, pero mantuvo la cara fría y seria—, no me interesa; tengo Patinker & Dawson, tengo a Newport encima, y tengo ese monstruo de Oceania, y, por si fuera poco, todavía estamos ajustando los diseños de la Torre —sacudió su cabeza.



— Él dijo que diría eso —repitió—, y me dijo que ahora lo viera desde el punto de vista de ambientación.



— Tampoco —pasó de página para continuar firmando.



— En ese caso, porque también dijo que usted iba a decir eso —rio nerviosamente—, me dijo que le preguntara a usted, Licenciada —se volvió hacia Lena, quien engullía su panino porque quería ahogar la inanición sexual que ese beso le había despertado—, si quería usted la parte de ambientación.



— Ok —murmuró entre un encogimiento de hombros, y vio a Gaby congelarse.



— Ah, seguramente te preparó para todas las respuestas negativas —rio Yulia, cerrando la carpeta de pagos y abriendo la carpeta de las "modificaciones de Volterra", que, con sólo verlas, pensó un elocuentísimo "está loco".



— No —se ahogó en su pequeñita voz.



— Yo lo hago —se encogió Lena nuevamente entre hombros—. Así me paguen un dólar o un millón —añadió—. De todas formas, y de todas maneras, yo le diré personalmente a Alec que sí lo haré.



— Espera —elevó Yulia la mirada—, ¿no se suponía que ellos se iban a encargar de la ambientación? —preguntó un tanto confundida, y Gaby asintió con miedo—. ¿Para cuándo quieren esos diseños?



— ¿Para ayer? —sollozó.



— Primero quieren que se termine en el dos mil quince, y es imposible, eso se puede terminar en el dos mil dieciséis, y ahora, con cinco meses de atraso, ¿quieren que alguien se saque una ambientación del…? —frunció su ceño y entrecerró su mirada: diálogo mental en voz alta.



— Sólo quieren que termine los diseños iniciales —respondió Gaby—, ya tienen el concepto y todo.



— Haynes debe haber renunciado —rio Yulia.



— Bueno, si sólo se trata de terminar los diseños… con mayor razón, sí lo hago —intervino Lena.
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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 6 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por VIVALENZ28 11/28/2015, 1:47 am

— Quieren retoques, ajustes, modificaciones… bueno, todo está aquí —dijo Gaby, alcanzándole la carpeta más gruesa, esa que pesaba como un Don Quijote, y quizás en una inexistente versión extendida—. El lunes a las diez y media la han convocado a una reunión en D.C. para que vea el lugar y que puedan discutir sobre la ambientación.



— Entonces voy a necesitar que me reserves lo necesario para las horas que son —repuso Lena.



— No se preocupe por eso, ellos se encargarán de eso, al llegar a la oficina coordino con Mr. Johnson —sonrió.



— ¿Algo más? —elevó Yulia su ceja derecha, pues vio que Gaby tenía la intención de decir más, pero que había preferido callarse—. Sólo dilo, no te vas a meter en problemas.



— Es que el Arquitecto me dijo que, cuando yo se lo ofreciera a la Licenciada, ustedes iban a tener una conversación, y que todo iba a terminar con usted sí iba a tomar el proyecto para no cargar a la Licenciada, porque usted sabe que es prácticamente obligación tomarlo, y que, bueno, la Licenciada iba a ser su segunda —se encogió entre brazos.



— Ay, Alessandro… ay, Alessandro —rio nasalmente Yulia, sacudiendo su cabeza y tomando el teléfono de Lena para llamarlo.



— Arquitecta, por favor, no le diga que yo le dije —imploró la aterrada mujercita de cabello negro.



— No te preocupes —sacudió su cabeza de nuevo, y llevó el teléfono a su oreja para esperar un tono, dos, tres, y—: Volterra —lo saludó antes de que él pudiera siquiera musitar un corporativo "Volterra", o un simple "aló" o "¿sí?".



— ¿Yulia? —se escuchó por el altavoz.



— Te informo que estás en altavoz —asintió, como si él pudiera verla asentir—. ¿Hay algún problema con que Lena se haga cargo de la Old Post Office y yo sea su segunda? —preguntó, yendo directamente al grano.



— No —se aclaró la garganta, intentando no sonar sorprendido por lo tan "al grano".



— Bueno, entonces que así sea —sonrió—. Y, respecto a tus modificaciones… —suspiró—. Te he dicho toda la semana que estás loco, y te lo repito hoy: estás loco —rio—. Buenas tardes —y le colgó—. Listo, no hay ningún problema —rio, viendo a Lena sonreír a pesar de que no sabía por qué sonreía con exactitud, aunque, en realidad, era un avance para Yulia; había pasado de no compartir ni el oxígeno, a ceder proyectos grandes, y no por complacer a su novia, sino porque simplemente no quería, pero, si Lena trabajaba en ellos, quería encargarse personalmente que nada le faltara ni que se le dificultara, por eso le gustaba ser la segunda de Lena—. Ahora… ¿me llevas por los candidatos? —suspiró, volviéndose a la tercera carpeta con una sonrisa, típico reflejo de la de Lena.



— Hay una Diseñadora de Interiores y Paisajista —asintió Gaby, viendo que Yulia no se molestaba en hojear la carpeta sino que sólo se encargaba de llevar su panino a la boca—, major y minor respectivamente, graduada de Ohio State, tiene veintitrés años…



— Siguiente —sacudió Yulia su cabeza.



— Arquitecto graduado de UCLA, veintiséis años, con un certificado de NYU en Diseño de Interiores…



— ¿Experiencia como ambientador? —Gaby sacudió la cabeza—. Siguiente —repitió.



— ¿Bachelor en Paisajismo y Master en Diseño de Interiores, graduada de Cincinnati, veinticuatro años?



— Suena bien… continúa.



— Experiencia de tres meses en De La Torre —añadió.



— ¿Estilo?



— Minimalista.



— ¿Sólo minimalismo tiene en su portfolio?



— Sí.



— Siguiente —sacudió su cabeza, y llevó el panino de nuevo a su boca.



— Graduado de Diseño Gráfico en SCAD, con máster en Diseño de Interiores, también en SCAD, veintisiete años.



— Mmm… —suspiró, o gruñó, no sé, y sacudió su cabeza—. ¿Estilo?



Arts & Crafts y Country.



Basicamente lo mismo —sacudió su cabeza.



— Arquitecta, si me dice cómo quiere que los filtre, además de que tienen que saber usar los programas que usted quiere, y que sepan hacer renderings, le diría si tengo algo bueno o no —sonrió Gaby.



— Quiero a alguien versátil, que tenga más personalidad que sólo "minimalismo" porque está de moda o que tenga un tan sólo estilo entre varios estilos; costero y mediterráneo no tienen tanta diferencia como si me dicen tradicional y loft, o que me digan Arts & Crafts y Country, necesito que me muestren potencial por lo menos en dos estilos… y quiero que sea fresco, con un punto de vista imponente… o estoy alcanzando las estrellas aquí? —frunció su ceño, y Lena se echó a reír, pues Yulia, literalmente, había citado a Miranda Priestly.



— Diseñador de Interiores, graduado de Bachelor y Máster en SCAD… —comenzó diciendo, y, en cuanto Yulia asintió, se sintió llena de confianza—. Veintiséis años, domina tradicional y tropical, y estuvo cinco meses en Huniford.



— Así los quiero, Gaby, precisamente así —sonrió Yulia—. ¿Qué más?



— Nada más —sacudió su cabeza con un poco de vergüenza.



— ¿"Nada más"? —elevó su ceja derecha.



— Bueno, hay uno más, pero no sé si sea exactamente lo que busca.



— Dime.



— Bachelor y Máster en Fine Arts de Diseño de Interiores, graduada de Parsons, seis meses con Poggenpohl —suspiró.



— ¿Y cuál es el problema con ese prospecto?



— Veinticinco años, con Poggenpohl estuvo los últimos seis meses del dos mil doce y sus estilos son Mid-Century Modern…



— ¿Y…?



— Transicional —vomitó, y, contrario a lo que esperaba, Yulia dibujó una sonrisa.



Contratado —canturreó Lena en voz baja, haciendo que Yulia se volviera hacia ella con la mirada entrecerrada.



— Llámalos para una entrevista el lunes, tú sabrás a qué hora tengo tiempo —sonrió.



— ¿A los dos?



— A los dos —asintió, pues, aunque ya la del estilo transicional estaba con el contrato listo, también tenía que darle una oportunidad al otro candidato, o quizás sólo fue por necedad ante una Lena que ya sabía su futuro—. Y que lleguen con portfolio físico, por favor.



— ¿Algo más? —preguntó entre un asentimiento.



— Sí —asintió una tan sola vez—. Cuando termines de hacer, lo que sea que tengas por hacer, puedes irte a casa… Caroline se puede encargar de las llamadas.



— Gracias, Arquitecta —sonrió Gaby, poniéndose de pie porque esa era su señal de salida aunque Yulia no la estaba echando de ahí—. De igual forma, si necesita algo, yo voy a estar en la oficina, y, si ya no estoy allí, puede llamarme o escribirme —dijo, intentando no vomitar un "me quedo hasta que termine el horario", porque esas cosas ya había aprendido a no discutírselas; se ahorraba una cara de disgusto y un "Si no estoy aquí, tú no deberías estarlo", cosa que sólo contaba para esos días libres, o para las tardes libres, porque, cuando Yulia se tomaba sus vacaciones, Gaby, a pesar de estar en época de mortal aburrimiento, debía estar allí por cualquier cosa, y era por eso que Yulia había pensado en Hawaii, «porque se lo merece… en especial por aguantarme».



— Como siempre —asintió con una sonrisa, y, en cuanto se puso de pie y se acomodó la falda, Yulia le alcanzó las carpetas.



— Gracias —susurró, volviendo a abrazarlas como si las guardara con su vida—. Que tengan buen fin de semana —sonrió con una corta reverencia que hacía por costumbre.



— Igualmente, Gaby —sonrió Lena, y ambas la vieron darse la vuelta para irse.



— Si la tecnología sigue avanzando… eventualmente Gaby sabrá que te tengo entre las piernas —bromeó Yulia, todavía con su mirada fija en Gaby, quien luchaba por no clavar los tacones en el césped.  



Y.finalmente, ella también sabrá a lo rápido,profundo y la fuerza con que me follas—asintió.



Para entonces, ella sabrá donde te estoy cogiendo —repuso con cara plana, pero no pudo evitar elevar su ceja derecha y volverse a Lena.



Ella ya sabe si estamos juntas o no… —rio nasalmente con su ceño fruncido.



No era mi intención decir "donde" como en "que lugar" estamos follando... quise decir "donde" como en "que agujero" te estoy follando—sonrió, y adoró y gozó cómo el rojo invadía el rostro de Lena, en especial la mirada un tanto ancha por cómo había jugado con su dedo índice; primero señalándose a sí misma y luego señalándola a ella.



Entiendo! —rio nerviosamente—. Tú también puedes decir esas cosas…



— Respira, ¿quieres? —ladeó su cabeza, y relevó su alta ceja derecha por su alta ceja izquierda.



Jesus Christ… —suspiró con una risa entrecortada.



— ¿Así, o prefieres regresar a las preguntas raras?



— Preguntas raras, porque éste no es el lugar apropiado para que deje que me mojes —sacudió su cabeza, y Yulia se acercó a su sien para darle un beso.



— Pregunta lo que quieras —sonrió a ras de su sien.



— Es, en realidad, algo demasiado personal —murmuró tímidamente, viendo a Yulia devolverse a los tres-cuatro mordiscos de panino que quedaban.



— ¿Y desde cuándo tenemos tú y yo cosas privadas y personales? —rio, sabiendo que, por mucho que compartieran, todavía había cosas que no sabían una de la otra, pero que, si preguntaban, la respuesta no iba a ser negada.



Es con respecto a tu...infertilidad



— Ah —rio nasalmente, y atacó el panino con un enorme mordisco.



— ¿Ves? Demasiado personal.



— Mnm —sacudió la cabeza al compás de la gutural negación, y masticó un poco más para poder tragar a gusto—. Yo no soy infértil, yo soy estéril —sonrió, viéndola a los ojos.



— ¿No es lo mismo? —frunció su ceño.



— No, mi amor —suspiró—. Ser infértil es que puedes concebir, pero no tienes una gestación exitosa… ser estéril es que no puedes concebir.



— So, cuando dices que tienes óvulos blindados, ¿a qué te refieres?



— No es como que un espermatozoide no puede entrar, porque eso sería una calcificación, o qué sé yo; es sólo una metáfora que Natasha se inventó —rio—. Yo sólo tengo óvulos de mala calidad.



— ¿"Mala calidad"?



— Cuando se supone que mis óvulos están "maduros", no lo están en realidad.



— ¿Y no los podrías madurar ni con la hormona que les falta para madurar?



No me gusta jugar a ser Dios, Lenis —sacudió su cabeza—. Y no me gusta burlarme de lo que está escrito para ser realmente



Solo estoy preguntando



— Lo sé —sonrió—. Pero, tampoco es tan fácil… el ginecólogo, en aquel entonces, me explicó que era como tener un auto de dos puertas a las que les había abollado ambas puertas de forma que no se podían abrir… por eso es que Natasha salió con lo de "blindado", porque, si no se puede entrar, es impenetrable, aunque yo sé que el concepto está raro —se encogió entre hombros—. Y, realmente, por muy mal que suene, cuando me dijo que era estéril, me sentí aliviada... porque uno siempre dice que uno no va a ser como sus papás, pero, al final, termina siendo muy parecido, y comete los mismos errores, y hace las mismas cosas; fue como que me dijeran que de verdad no iba a ser como mi papá porque no iba a tener con quién ser así.



— Pero sí sabes que no eres como él, ¿verdad?



— Sé que soy como él, decir lo contrario sólo sería señal de necedad y negligencia, pero también sé en qué cosas no soy como él… y, a veces, saberlo no es suficiente escudo como para no sentirme capaz de hacerlo; siento que pierdo demasiado control y que lo pierdo demasiado rápido, y, como te dije, no es en algo en lo que me gustaría hacer "damage control".



— Entiendo —sonrió, y se acercó para darle un beso en la mejilla, la cual ya se llenaba del último trozo de panino—. ¿Qué te compraste con tu primera paga? —preguntó, viendo a Yulia reír nasalmente por el cambio exagerado de tema y de tono.



— ¿Con mi primer cheque o con mi primera paga?



— Cheque.



— ¿Con Alessio o con Alec?



— Con Alec.



— Fui a meterme a Pizza Hut y me tragué una pizza entera, una orden de cheese sticks, una jarra de Mountain Dew, y una orden de cinnamon sticks —sonrió.



What the… —frunció su ceño.



— Una pizza grande, con la orilla de tres quesos, los toppings eran: tres quesos, extra queso, extra salchicha italiana a la izquierda, vegetariana a la derecha pero sin aceitunas negras, poca salsa… —suspiró ante el sabor del recuerdo.



— ¿De verdad fuiste a Pizza Hut? —rio, y estaba de lo más incrédula posible.



— Fui, senté mi trasero en esa butaca de cuero sintético rojo, saqué mi supersized-obese interior, y empecé a comer… y seguí comiendo, y seguí comiendo —rio—. Después de eso no comí como por una semana.



— ¿Qué te poseyó?



— No lo sé, pero Belinda puede dar fe de que eso sí sucedió.



— ¿Fuiste con Belinda?



— Y Belinda se comió una pizza de pepperoni —asintió—, una orden de pan con ajo, y se tragó una jarra de Pepsi.



— ¿Postre?



  — No, ella no alcanzó a comer postre, y yo me lo comí por orgullo.



— No, que si quieres postre —se carcajeó.



  — Oh… —se sonrojó—. ¿Qué hay?



Cocoa Krispies golosinashecha en casa—sonrió, destapando un recipiente en el que se veía el cielo en la tierra.



Oh my… —sonrió Yulia, y llevó su vaso de limonada sólo para beberla hasta el fondo, comió la última papa gratinada, y sumergió su mano en el recipiente para sacar aquel rectángulo pegajoso que olía a eso que no sabía a chocolate, con marshmallow derretido en mantequilla—. ¿Te diste gusto?



— Bastante —asintió, sabiendo que se refería al tiempo en el que había cocinado, y vio a Yulia clavarle los dientes al crujiente y abrumadoramente dulce postre—. ¿Rico?



— De lo mejor.



Bien. ¿Quieres ir en una cita conmigo? —preguntó, tomando un rectángulo de postre y echándose hacia atrás hasta recostarse completamente sobre la manta, y Yulia se volvió hacia ella.



— ¿En una cita? —Lena asintió, o lo hizo con su dedo—. Claro, dime cuándo.



— Hoy.



— Pero hoy tenemos el cumpleaños de Margaret —frunció su ceño.



Bueno, te gustaría unirte a mi como una cita? —preguntó con frescura.



— Creí que eso iba implícito.



— Bueno, como a veces no te das cuenta de que estás en una cita —bromeó con descaro.



— ¡Ay! —se sonrojó Yulia—. Eso fue sólo esa vez.



— Bueno, para que quede claro —dijo, y, con una elevación juguetona de cejas, introdujo el mordisco de postre a su boca.



— ¿A qué hora te recojo? —sonrió.



— ¿A qué hora quieres recogerme? —rio, y Yulia comprendió que Lena, por alguna razón, le había dado un doble sentido.



— ¿A qué hora quieres que te coja? —elevó su ceja derecha.



  — Tú preocúpate por la recogida, no por la cogida —guiñó su ojo.



— Sí sabes lo que me estás diciendo, ¿verdad?



  — Si, y tú? —la señaló a ella.



— ¿Que no puedo cogerte hasta después de que me cojas? —frunció su ceño, como si eso no fuera obvio.



— Es que yo te voy a coger, tú me vas a recoger —rio la sonrisa de camanances.



— Ah, quieres cogida doble por tú haberme cogido, ¿no? —elevó nuevamente su ceja derecha, y llevó sus dedos al triángulo de pecho desnudo que el minúsculo escote de la camisa le dejaba, y lo rascó suavemente con seducción.



— Me gusta cuando te la cobras, yo qué culpa —asintió.



Una pequeña cosa caliente es lo que eres —resopló, y se recostó al lado de Lena.



Oh, y tu amas cuidar de mi calenturas—sonrió lascivamente.



— Como me dijo Siri la vez que le agradecí por programar la alarma: "Mi objetivo es agradecer" —repuso.



— ¿Qué haces agradeciéndole a Siri? —rio, y la risa escaló a carcajada.



— A veces me encuentro tratándola como si se tratara de Gaby —se encogió entre hombros—, además, ser educado no cuesta nada… pero ése no es el tema, Licenciada Katina—se volcó sobre su costado para encararla con mayor comodidad—. ¿A qué hora la recojo?



— Siete y media… en punto —susurró, viéndola a los ojos, los cuales se veían como si se tratara de la otra cara de la moneda en referencia a la madrugada.



— Siete y media en punto será —sonrió, llevando su mano hasta su mejilla para, con las yemas de sus dedos, acariciar su sien y su mejilla—. Gracias por el almuerzo.



— Fue un placer cocinar para ti.



— No hablaba sólo sobre la comida —susurró.



— ¿Te sientes mejor?



— Como no tienes idea… gracias.



— Fue un placer —sonrió minúsculamente, lo suficiente como para ahondar sus camanances, y Yulia acarició el camanance que tenía al alcance.



Eres tan hermosa… tan, tan hermosa, Lenis —suspiró junto a un susurro.



Tú no estás tan mal —repuso juguetonamente, haciendo a Yulia reír a través de su nariz.



 





  ***





 



— ¿Qué pasa ahora? —suspiró Inessa con una mirada de hostigamiento absoluto.



— ¿Cómo que "qué pasa ahora"? —frunció Volterra su ceño.



— Pues, sí, ¿de qué te vas a quejar esta vez? —se cruzó de brazos.



— Me pintas como si sólo sirvo para quejarme —refunfuñó, e Inessa exhaló una risa que decía más que mil palabras.



— Bueno, ¿qué quieres, entonces? —rio con mayor volumen, y sacudió su cabeza con ese aire que destruía a Volterra en consternación—. ¿O me sacaste de ahí para verme como me estás viendo? Porque eso lo podemos hacer ahí adentro, no necesariamente en el pasillo, o lo podemos hacer en otro momento —sacudió sus manos por el aire.



— No me digas que no te molesta la forma en la que… —susurró.



— ¿En la que… "qué"? —resopló.



— Ni siquiera sé qué es lo que están haciendo —frunció su ceño.



— ¿Bailando? —se encogió entre hombros.



— Eso difícilmente cuenta como "bailar" —sacudió su cabeza—. Yulia no tiene papá, y si su mamá no le dice nada, pues no es mi problema, pero Lena es mi hija y ella no va a estar teniendo sexo con ropa, mucho menos el día de su boda.



— Eso difícilmente cuenta como "tener sexo con ropa" —frunció su ceño, y sacudió la cabeza lentamente ante la decepción del momento—. Y nadie dice nada porque no es nada… además, la última vez que revisé, Lena todavía no había recibido tu confirmación de paternidad, lo que significa que Sergey no está aquí para regañarla —batió su dedo índice de lado a lado—. Y, por si eso no fuera suficiente, eso que están haciendo, eso a lo que yo llamo "bailar", es de lo más santo que les he visto… porque cosas "peores" he visto —entrecerró su mirada, y, ante la consternada expresión facial del hombre que no sabía nada más que quedarse mudo, se dio la vuelta.



— ¿"Peores"? —balbuceó, llamando la atención de Inessa, quien se volvió sobre su hombro—. ¿"Peores"? —repitió molesto, y dio los dos pasos que Inessa le había sacado de ventaja—. ¿"Peores"?



— No "peores", pero sí he visto cosas que a tu mente cerrada sí le molestarían… no te amargues por un simple baile —suspiró.



— ¿Acaso tú las has visto tú-sabes? —entrecerró la mirada.



— ¿"Yo-sé"-qué? —sonrió provocadora y no provocativamente.



— Como sea que eso se llame —balbuceó.



— ¿Teniendo relaciones? —rio la pelirroja mujer, a la cual le gustaba molestar a Alessandro como por pasatiempo, porque había cosas que, a pesar del tiempo y la distancia, no cambiaban—. Sexo es sexo, ¿acaso tú nunca lo has tenido? —resopló—. Que yo sepa, tú y yo lo hicimos… sino, mira con quién baila Yulia, que es la prueba de eso.



— Tú… —musitó, y ahogó un gruñido de puños cerrados.



— No las he visto teniendo sexo, Alessandro —suspiró, sacudiéndose el tema de encima con ambas manos—, y tú tampoco deberías haberlas visto…



— Pero…



— Pero nada —rio, y, rápidamente, se inclinó hacia él para robarle cualquier tipo de palabra, letra, signo de puntuación mental, imagen mental, recuerdo; para apagarle el cerebro, pues le plantó un beso de labios contra labios—. Relájate, ¿quieres? —sonrió, llevando sus dedos a los labios del estupefacto hombre que había enmudecido y muerto en vida de la impresión, y limpió los rastros de brillo labial—. Bébete un vaso con agua, y disfruta de la fiesta —suspiró, y, tal y como si nada hubiese sucedido, se dio la vuelta y desapareció tras las puertas del salón, dejando a un inmóvil Arquitecto que no sabía qué acababa de pasar. 
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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 6 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por flakita volkatina 11/28/2015, 7:46 pm

ESa pesadilla nc jajajaja pero estuvo como d lujo, y ese Alessandro me tiene d malas primero Luca y ahora el aishhhh
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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 6 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por VIVALENZ28 12/5/2015, 1:51 am

CAPITULO 21 De lo racional, de lo irracional, y de lo razonable.



Se estaba viendo y mirando fijamente en el espejo, era hasta un poco incómodo el nivel de verdigris intenso con el que se acosaba a sí misma con tanta fuerza y seriedad, con tanta apertura de respiración densa y lenta pero alargada, pero no había nada de narcicismo, o quizás sí, aunque, de serlo, era uno muy tímido y que prácticamente nunca salía a la superficie por cuestiones de autoestima, que eso no significaba que la tuviera por el suelo sino que simplemente tenía, y también tenía humildad, realidad, verdad, y una problemática apreciación física de sí misma, pues tendía a infravalorarse, ergo a aplicar el prefijo "infra" desde siempre y para siempre y no por modestia; simplemente no se consideraba "mucho", o "tanto", nunca "nada" porque tampoco se mentía a sí misma y sabía que "no estaba mal… nada mal", pero, como toda mujer de moderado ego narcisista, consideraba que había días en los que se veía "normal/pasable/aceptable", otros en los que se veía "ay, mira qué bien te ves hoy", otros en los que se veía "te excediste de bien", y varios en los que "mierda, ¿qué te pasó?" y no en el buen sentido, aunque, la mayoría de veces, era la expresión del conformismo, pues consideraba que no se había despertado siendo acreedora del puesto número uno de las mujeres más caliente-hermosas-y-demás de Maxim, pero que tampoco tenía calidad de pez de río de poca profundidad. No asustaba pero tampoco torcía cuellos.



Respiró profundamente, y, con lentitud, como si fuera en cámara lenta, rozó el Givenchy Noir contra sus pestañas superiores de abajo hacia arriba; una, dos, tres, y, a la cuarta vez, entrelazó sus pestañas entre las rígidas hebras del cilíndrico cepillo que alargaba y rizaba al mismo tiempo, y se deshizo de los grumos. Era por eso que le gustaba encargarse personalmente de sus pestañas, porque Oskar nunca había podido satisfacer su necesidad de no dejar grumos y pestañas sueltas; siempre le quedaba uno que otro grumo y una que otra pestaña adherida a otra.



Cerró su ojo, y, al abrirlo, sonrió con satisfacción. ¿Por qué a Oskar le costaba tanto hacer eso? Pues, ni que ella fuera tan experta en lo que al arte del maquillaje se refería. Al menos no al maquillaje nocturno y relativamente pesado. Bueno, quizás era porque Oskar era un asesor de imagen que a veces maquillaba.



Se irguió, aflojó su cuello y su espalda, y, levantando su muñeca izquierda para deshacerse de su reloj, porque no iba a llevarlo, frunció su ceño al ver que eran las siete con veinticinco y Yulia no parecía tener intenciones de aparecer.



Supongo que mamá tardará —suspiró para el Carajito, quien ya había aprendido a estar únicamente sobre el cómodo cojín que estaba destinado para ser su estación porque no tenía permiso de estar mucho tiempo sobre la alfombra de la habitación, y, después de haber hecho que Yulia se deshiciera de la alfombra del clóset porque la había desgraciado con dos o tres gotitas, tampoco tenía permiso de ir libremente por ahí; sólo tenía libertad de ir por el baño porque el piso era fácil de limpiar, pero tampoco, ya eso lo había aprendido a base a regaños y enojos de parte de quien aparentemente necesitaba cierto tipo de aprobación porque no era muy cariñosa con él, y no era necesariamente por haber desgraciado la alfombra del clóset, simple y sencillamente todavía se estaba adaptando al hecho de que podía aplastarlo con un pie y que, parado en dos patas, probablemente no le llegaría ni a la rodilla. Ella siempre había tenido potenciales caballos.



Se quitó el reloj mientras mordisqueaba el interior de la comisura derecha de sus labios con sus colmillos, y se quitó su pulsera de macramé, aquella que Yulia le había regalado hacía lo que parecía ser demasiado tiempo, la cual todavía gozaba del brillante dorado corazón, y se arrancó la banda elástica negra.



Roció el Guerlain Boisé Torride a ambos lados de su cuello desde una agradable distancia para cubrir un área mayor, el interior de sus muñecas, y un zigzag aéreo por el que caminó para dejar que la fragancia cayera sobre su torso; para prácticamente impregnarse con ella. 



Tomó el sostén adhesivo, y, frente al largo espejo de cuerpo entero, se lo colocó al pecho para cuidar de que sus Bs se mantuvieran en su sitio en todo momento, que no era que se le iban a salir de control por tamaño y/o peso, pero así se sentía más segura, y, aunque tuviese demasiado frío, nunca llegaba a notársele tanto, al menos no tras una tela relativamente gruesa; pero así estaba más tranquila.



Refunfuñó mentalmente ante el hecho de no poder asegurar su parte inferior en ningún tipo de tela; no era de llevar seamless porque no se trataba de si se le marcaba o no, la tela era lo suficientemente gruesa, pero no podía llevar tanga, ni siquiera un G-String porque la espalda del vestido era tan baja que no quería tener lo que Yulia llamaba un "faux-pas de alta costura", algo que en otras bocas se llamaba "falla de vestuario".



Sacó su vestido de la funda de la tintorería, y sonrió como para sí misma porque no se acordaba de lo bonito que era su atuendo para la noche del día de hoy y porque se acordó de cuando había ido de compras con Yulia para esa ocasión en especial.



Resultó que Yulia, teniendo años de práctica y experiencia, tanto con alta costura como con todo lo que tuviera que ver con Margaret, sabía a qué diseñador acudir sin titubeos, por lo que terminó con un Alexander McQueen negro y muy parecido al que realmente le gustaba pero que no estaba en su ordinaria talla, con un Roberto Cavalli atrevido que no era atrevido por mostrar piel sino por tener la dosis perfecta de animal print negro sobre negro; sutil y perfecto, un Derek Lam negro, y el Badgley Mishka color crema coloquial, que era al que menos le tenía fe.



Lena, por el otro lado, a falta de todo tipo de conocimiento, pero gozando de existencias de todos los vestidos habidos y por haber por su inusual talla, terminó abusando del máximo número de prendas por probador. Y se midió trece vestidos mientras una muy-paciente-Yulia le ayudaba con las cremalleras, los botones y los broches, y siempre, viéndola a través del espejo, le decía lo que pensaba del vestido, del vestido en ella, y terminaba diciéndole que no creía que encontraría un vestido que fuera de su talla, y no hablaba de medidas corporales.



Frustrada la pelirroja, porque Yulia estaba satisfecha con su compra, pues, al verse en el espejo sólo había podido estar de acuerdo con su arrogante Ego que sonreía y asentía con aprobación, ya se había dado por vencida en Saks, y Yulia, tratando de explicarle que Saks tenía una mayor variedad de gustos y tallas, no la obligó a regresar a que buscara uno que más-o-menos-le-gustara, sino que le planteó la idea de recurrir a Bergdorf’s para que Esste la pudiera auxiliar, porque no iba a abusar de su amistad con Natasha para exigir el trato de Betty, y que, de no encontrar nada, podían recurrir a Barneys, y, si aún allí no encontraban nada, la llevaría con Aunt Donna… o abusaría de su amistad con Natasha para exigir el consejo guiado de Betty.



Sí, sí, yo sé. Parece paráfrasis.



Lena, llegando a Bergdorf’s, en donde conocía todo un poco más porque Yulia solía comprar el cuarenta por ciento de su ropa ahí, o se la compraba Esste, «su compradora personal por petición desde hacía un par de meses», dio un vistazo y terminó con un Monique Lhuillier violeta, un Jenny Packham plagado de cuentas en tonos rojos, rosados y púrpuras, un Alexander McQueen de pronunciado escote pero de elegante figura, y el Alice + Olivia.



El Monique Lhuillier lo descartó porque, al ser creación de tal diseñadora, sintió como si estaba invadiendo a Yulia más de la cuenta, pues su obsesión era relativamente fuerte en cuanto a sus diseños. El Alexander McQueen lo descartó porque tuvo consideración de los potenciales celos de Yulia, o de lo que fuera, porque el escote era demasiado profundo, no tanto como el Dolce & Gabbana de Jennifer Lopez, pero sí que lo era. Y, no sabiendo si decidirse por el Jenny Packham o por el Alice + Olivia, Yulia, al verla pensativa y viendo ambos vestidos fijamente, se acercó y le dijo al oído:



Cuidado y los agujeras de tanto verlos —rio suavemente.



Oh, God… —cerró los ojos con un suspiro, y llevó sus manos a su rostro para rascarse los ojos.



Que es? —preguntó, atestada de paciencia y de completa ausencia de impaciencia—. ¿No terminan de convencerte?



No, es que sí me convencen… pero no sé cuál me convence más —se encogió entre hombros.



¿Cuáles son los criterios que estás utilizando para escoger?



Qué tan apropiado es para la ocasión —repuso con tono de haber empezado a enumerar.



Nadie espera que vayas con peinado barroco, ni que vayas con miriñaque…



¿Miri-qué? —rio.



Esa como jaula que llevaban las mujeres debajo del vestido —rio ante el término "jaula".



El color.



Los colores están bien.



El diseño.



Son distintos, no puedes compararlos —le dijo, tomándola de la mano derecha con la suya para quedar con su hombro contra su pecho.



El precio.



¿Qué con el precio?



No voy a ir descalza —sonrió, recibiendo un cariñoso beso en su cabeza.



¿Por qué no me dejas pagarlo? —susurró—. Así no te preocupas por algo tan insignificante como el precio.



Cuatro mil o dos mil… dos mil de diferencia es bastante, en especial para un vestido que quizás sólo use una vez.



Por un precio así, nadie espera que lo uses sólo una vez, todos esperan que lo uses, lo uses de nuevo, le des la vuelta para usarlo al revés, y lo pongas de cabeza para usarlo así también —rio, clavándole la nariz en su roja melena—. Sabes… —suspiró con una sonrisa—. Yo sé que tú crees que no sé qué son veinte dólares porque me ves gastarlos como si fueran billetes de un dólar, pero sí sé qué es "caro" y qué es "barato"… pero ya llegué a un punto en mi vida en el que la vastedad no me estorba, porque puedo decir "me voy a comprar los dos porque los dos me gustan".



Puedes decir eso....



Vas a tener que aprender; la miseria, la incomodidad y la inconformidad no me gustan —sonrió burlonamente, refiriéndose explícitamente al momento en el que "su" dinero, en términos de segunda persona del singular, pasaría a ser "su" dinero en términos de primera persona del plural; un "su" de "nuestro"—. Me gusta más el Alice… la espalda abierta se adapta bien  
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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 6 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por VIVALENZ28 12/5/2015, 1:53 am

Con el Jenny Packham también se veía mucha espalda, pero no con tanta exageración como con el Alice + Olivia, además el cuello del primero era demasiado raro, y, aunque Lena sabía que jugaba la parte de "es menos caro" porque Yulia realmente no reparaba en el precio el noventa por ciento de las veces, estuvo de acuerdo con ella porque sólo se imaginó que, bajo el aire acondicionado en el que se encontrarían, no le vendría mal sentir que la mano de Yulia la acariciaba.



Pues, sí. Justo cuando Lena terminaba de abrocharse sus Alexander McQueen a los tobillos, el timbre del apartamento sonó. «Seguramente se le olvidaron las llaves», rio.



Se puso de pie, y, junto con el Carajito, caminó hasta la entrada principal, en donde, sin ver a través de la mirilla, simplemente abrió la puerta de par en par.







— Siete y media en punto —sonrió Yulia ampliamente, y guiñó su ojo derecho al mismo tiempo que le alcanzaba una singular e individual peonía que no había sido abierta a la fuerza—. Para que sepas que sé que estoy en una cita contigo —dijo, refiriéndose al trillado gesto de la flor.



— Tú… —frunció su ceño, tomando la peonía entre sus manicurados dedos, los cuales, uno de ellos y todos, estaban decorados por el diamante amarillo que tendía a desentonar pero que no importaba por ser tan especial, así como el de Yulia desentonaba con su impecable vestido cuyas angostas mangas se anudaban concupiscentemente en su espalda baja y que dejaba ver una "V" que revelaba algunas pecas, «gracias al moño»—. Queires entrar —resopló, dándole pie a un ridículo juego.



Seguro—sonrió, dando un paso hacia adelante, que fue entonces cuando se revelaron sus Giuseppe Zanotti de cremallera al talón y de cascada de doradas y triangulares lentejuelas metálicas en el empeine.



Algo para tomar? —preguntó cortésmente, llevando la peonía a su nariz para inhalar su aroma, pero lo único que pudo oler, porque la presencia de esa fragancia era demasiado grande, fue el Guerlain Insolence de Yulia, ¿con qué prisa había llegado que no se había dado cuenta de que Yulia se había llevado todo a casa de Natasha?



Me encantaría—sonrió con un asentimiento.



— Mmm… —exhaló la fragancia, y cerró la puerta, viendo a Yulia actuar como si no conociera el lugar en el que se encontraba, como si no fuera su hogar—. Estaba por prepararme un Martini, ¿te gustaría uno?



— Un Martini estaría perfecto —asintió con una sonrisa.



— ¿Cómo lo bebes?



— Seco —la siguió con la mirada, y, no pudiendo resistirse, la siguió a distantes pasos hasta tener la barra desayunadora de por medio como si se tratara de una medida de control, «más bien de seguridad».



— Como yo —rio nasalmente, sacando dos de aquellas copas cocktail que siempre permanecían en el congelador para ocasiones como esas y para las ocasiones de excusas—. Espero que no te moleste que lo beba limpio.



— No, para nada —sonrió—. ¿Puedo saber por qué no lo bebes con aceitunas?



— Supongo que es una escuela de pensamiento —le dijo, retirándose hacia el bar—. "Filosofía Volkoniana" creo que se llama —dijo, regresando con la botella de Tanqueray en la mano derecha, por ser más pesada, y con la botella de Dolin en la izquierda—. La comida debería quedarse dentro de la comida, en un plato —sonrió—, no es correcto ver comida en la bebida… me acuerda a un cumpleaños de cuando era pequeña, ¿sabes? —rio nasalmente—. Un vaso plástico, con torta de limón que nadaba en la coca cola —se sacudió asqueada.



— Qué buena filosofía y qué mal recuerdo —rio, viendo a la pelirroja prácticamente flotar por el aire de lo bien que se veía, y la acosó con sus penetrantes ojos azules, decorados por un dramático negro ahumado, yendo de aquí hacia acá, llenando la jarra de hielo para luego contar los exactos segundos de la doble dosis de gin para la doble ración de vermouth—. Te ves impresionante—murmuró, mostrándole que sus ojos estaban encantados de lo que veían.



— Yo ni siquiera quiero verte —sonrió, introduciendo la cuchara mezcladora en la jarra para enfriar los componentes sin romperlos—. Me pones nerviosa.



— ¿Por qué?



Pecas —susurró, batiendo lentamente su cabeza de lado a lado.



— Sé que te gustan, por eso decidí recogerme el cabello en un moño —sonrió.



Hablemos de Yulia un momento, que sino su Ego me va a pegar.



Empezando por el vestido, porque era sencillo pero atractivo, era de color "oyster", lo cual no era ni blanco, ni beige, ni crema, era del color perfecto para hacerla ver un tanto bronceada a pesar de sufrir de todo lo contrario por no haber tenido una oportunidad, en los últimos meses, de poder arrojarse al sol para dorarse tal y como Lena hablaba de dorar pollo en el horno. El cuello, por el frente, era muy ajustado, no daba ni espacio a que se vieran sus saltadas clavículas, y, pasando por las mangas del arte del desmangado, se alargaban en "V", entre un perfecto plisado, hasta llegar al estilizado nudo que se veía realmente elegante. Esa "V" era más obtusa que la del Dolce & Gabbana de Jennifer Lopez, pero dejaba ver su espina dorsal y sus omóplatos hasta llegar a una conclusión a la altura de su cintura, en donde estaba el mencionado nudo, el cual caía floja y etéreamente hasta el suelo con un poco de exceso, pues formaba un tipo de cola que apenas de arrastraba. Volviendo al frente, por la cintura, como si se tratara de tatuajes, salían dos detalles que decoraban ambos lados con simetría con piececitas metálicas, perlas, y cuentas brillantes que daban la sensación de ser diamantes. Luego, el vestido caía con cierta rectitud, con soltura, pero era minúsculamente más corto de adelante que de atrás, sólo para que, con cada paso, no hubiera ningún enredo que llevara al tropiezo y el stiletto fuera parte del panorama.



En su mano izquierda llevaba el anillo de nogal, en la de la derecha el Van Cleef & Arpels que en mes y medio pasaría a ser un componente más de su colección de joyas, y, porque sabía que no podía llevar reloj porque se veía mal pero necesitaba algo en la muñeca izquierda, se armó del brazalete de redondos diamantes que hacían juego con sus aretes, los cuales eran unos medianos diamantes, redondos también, que estaban decorados por una circunferencia de diamantes más pequeños.



El maquillaje era dramático pero sólo de los ojos, por lo demás, todo era un balance que no llevaba base líquida «porque eso no, es simplemente repugnante».



El peinado tampoco era como de la época del Barroco, no, porque no le interesaba abultar sus lisos en un peinado alto, no. Había procurado mantener su cabello lo más recogido que podía para dejar que Lena viera sus pocas pecas, porque sí sabía que le gustaban, y a ella le parecía un gesto de reciprocidad en vista de que Lena la dejaría ver su espalda, como si todo se tratara de tentar al demonio del morbo y de la perversión. Era un moño alocado pero que tenía el orden justo como para no verse mal, tenía una que otra trenza por aquí y por allá, y se anudaba justamente en la frontera del hueso parietal con el hueso occipital.







Su bolso hasta yo se lo envidié; era un Bottega Veneta largo y angosto color champán mate, en el cual no llevaba más que su teléfono, un sobre, un bolígrafo Tibaldi de tinta negra, y su identificación, junto a su tarjeta de crédito, y un par de Benjamins. «Por cualquier cosa», cosas que sus papás siempre le habían enseñado. Ah, y, además de eso, llevaba la cajita de cuero rojo. El bolso de Mary Poppins.



— Aquí tienes —sonrió Lena, deslizándole el Martini por la barra.



— ¿Salud? —elevó Yulia su ceja derecha, levantando la copa para nunca dejar de brindar con la pelirroja de coleta alta, la cual iba fija por atrás pero floja y un tanto desordenada para crear volumen en el resto del cabello.



— Salud —susurró, apenas golpeando el borde de su copa con la de Yulia, y ambas bebieron un cuidadoso sorbo—. Gracias por mi flor —dijo, tomando la solitaria peonía entre sus manos para intentar inhalar el aroma de nuevo.



De nada —sonrió de labios comprimidos—, sé cuanto te gustan las peonías



— Nunca te he preguntado —dijo un tanto sonrojada, pues le daba vergüenza la pregunta—, ¿qué tipo de flor es la tuya?



— ¿Para un bouquet o para ponerlas en un jardín? —Lena levantó un número dos con sus dedos—. Si es para un bouquet, me gustan las hydrangeas, y, extrañamente, me gustan las "antique"… y, para poner en el jardín, no sé, depende del clima, porque también podría poner cuanta hydrangea quiera; en azul, en rosado, en violeta, en blanco… hydrangeas, hydrangeas —sonrió.



— No sé por qué tenía la idea de que te gustaban los lirios —comentó, estando muy complacida consigo misma, pues, sin saberlo, las veces que había tenido una flor que ver con Yulia, y que ella había tenido algo que ver con eso, habían sido precisamente hydrangeas, quizás no verdes en transición a rosado, pero sí azules, en especial porque sabía que Yulia tenía algo muy en contra del rosado porque la hacía sentir como niña víctima de Mattel: amante del "Barbie Pink".



— Los lirios huelen a muerto —frunció su nariz al compás de una sacudida de cabeza—, pues, huelen a funeral… o a funeraria.



— Ahora entiendo el comentario de "aquí huele a muerto" que dijiste en Providence —rio.



— Es muy correcto —asintió—, pero, ¿sabes? —sonrió, tomándola por la cintura con su mano derecha para acercarla a ella—. Aquí no huele a lirios…



— ¿A qué huele?



Ladeó su rostro hacia la derecha y posó apenas la punta de su nariz contra su tráquea. Se desvió hacia la derecha, besó suavemente su saltada clavícula, y continuó el roce con su nariz hacia su cuello, en donde inhaló con delicadeza aquella fragancia que tenía olor a notas rosado cosmético pero que gozaba de una mezcla de dos pinceladas de cedro y pachuli, aromas que se utilizaban más comúnmente en las fragancias para caballeros, pero, que, en esta ocasión, quedaba como tuxedo a la medida con la delicadeza de lo que parecía ser un sensual bouquet de jazmín y de azahares; la mezcla perfecta de lo floral, de lo madera, y de lo cítrico. Pero, al final, en aquel último sabor, en aquella última nota, había algo más travieso que impertinente: la pimienta roja.



Lena, en cuanto Yulia llegó al punto de respirarle ligeramente tras su oreja, se sacudió en un minúsculo escalofrío que erizó la piel de sus brazos, que Yulia, al notarlo, acarició sus desnudos brazos con sus tibias manos, y le plantó un beso pausado, lento, «malditamente lento» en ese huequito que se formaba tras su lóbulo, un beso húmeda y ligeramente sonoro.



— Huele a perfume nuevo —susurró, rozando su nariz contra su lóbulo, el cual llevaba una escuálida «cosa» que brillaba con transparencia.



— ¿Te gusta? —exhaló, llevando su mano a su nuca para simplemente acariciarla con la misma costumbre de siempre.



— Sí, mi amor —asintió cortamente, irguiéndose lentamente, con el roce de su nariz por la fina línea de su quijada, y la vio a los ojos—. Tengo algo para ti —le dijo, conteniéndose las ganas de ahuecarle la mejilla izquierda con su mano.



— ¿Sí? —se sonrojó y sin saber por qué.



— En realidad son dos cosas —asintió, y desvió su mirada para tomar su bolso de la barra—. ¿Cuál quieres primero?



— Ni siquiera sé qué tienes —susurró.



— ¿Uno o dos?



— ¿Uno? —resopló, haciendo a Yulia sonreír.



— Ven —ensanchó la sonrisa hasta dejar ver su blanca dentadura, y, tomándola suavemente de la mano, la haló hasta el espejo que colgaba de la pared contra la que se encontraba la mesa consola, esa que se encargaba de recibir llaves, correo postal, dos jarrones, y una fotografía de ambas en blanco y negro—. Ahora… —murmuró, colocándose tras ella para encarar a ambas en el espejo, pasó sus manos por su cintura junto con su bolso para abrirlo, ambas viendo hacia abajo, hacia el bolso, y sacó la mencionada cajita roja, que no era como un cubo, sino una caja plana y rectangular de cuero rojo con impresiones en dorado.



  — Oh-oh —resopló Lena, repasando la escritura dorada de la caja con sus dedos.



— Tengo dos semanas de tenerlos, y te lo digo para que no creas que es una manera más de pedir perdón por lo de la madrugada —dijo, dejando la caja en manos de Lena y encontrando su mirada a través del espejo—. Si no te gustan… —murmuró, llevando sus dedos a su lóbulo derecho para quitarle «esa pequeña mierda» que no tenía nada que estar haciendo ahí—. Puedo devolverlos, y podemos escoger los que quieras —sonrió, encargándose ahora de su lóbulo izquierdo—. O lo que quieras… otros aretes, un reloj, un brazalete, un broche… lo que quieras.



Yulia nunca había hecho algo así, y, si había hecho algo parecido, no había creado la anticipación con la crueldad de que, con lo rojo y lo dorado, ya Lena sabía un precio estimado, en especial porque sabía que, cuando Yulia visitaba tal lugar, tenía que salir con algo; así fuera un llavero o una bufanda.



Volvió a ver hacia abajo mientras todavía acariciaba las siete letras cursivas en dorado, su corazón empezó a latir más fuerte y más rápido, la respiración le faltó, y, en ese momento, se preguntó cómo hubiera sido todo si Yulia la hubiera atacado con la caja propuesta. No sabía qué tenían esas cajas que resguardaban las joyas, no sabía qué era en realidad, pero sí sabía que la proveniencia de la caja era lo que más le asustaba, pues, si se trataba de una caja de Michael Kors, a la larga, podía no ponerse nerviosa porque la cantidad de dinero no pasaba de los seiscientos dólares, pero, cuando eran cajas color cian, como en la que venía su anillo de compromiso, o cajas negras que se abrían desde el centro, o como esas cajas rojas de letras doradas; cómo no dejar que el nerviosismo escalara. «Porque es así como dice Yulia: "no es que me gusta sólo lo caro, pero no es mi culpa que lo que me gusta resulta siendo caro"», y que lo decía con una impresionante ligereza, como si fuera gracioso.



Lentamente, porque hasta los dedos la traicionaban, presionó el seguro frontal de la caja, y, con torpeza, la abrió.



Y suspiró con pesadez.



— Mmm… no te gustan —murmuró Yulia un tanto decepcionada de sí misma, pues eso de no poder leerle el gusto a Lena era algo que la mataba.



— No —susurró, acariciando las tres hileras que tenían diminutos diamantes incrustados, y que, entre hilera e hilera, porque simulaban rebanadas onduladas incompletas de una elegante argolla, había laca negra que lo hacía todo todavía más impresionante—, me encantan —dijo con el mismo susurro, e irguió la mirada para encontrarse con la amplitud de la de Yulia, quien ya estaba convencida de su fracaso.



— ¿De verdad te gustan? —balbuceó, dibujando una sonrisa de satisfacción.



Son hipnóticos —asintió—, me gusta el juego de iluminación y movimiento —dijo, y sacó uno de los aretes para alcanzárselo a Yulia, porque pensó que le gustaría tener el honor de concretar su buen gusto, y tuvo razón.



— No es por nada —resopló, colocándole la relativamente pesada pero cómoda argolla en el lóbulo—, pero creo que te ves mejor con estos —sonrió, mostrándole el cambio que un tan sólo arete podía hacer.



— Oye, me veo bien, ¿verdad? —rio, alcanzándole el otro arete.



— ¿Por qué te sorprendes? —frunció su ceño.



— Es que realmente me veo bien.



Eres una visión —susurró, tomándola suavemente por los hombros una vez terminó de colocarle la argolla en el otro lóbulo, y se decepcionó, pues no pudo encontrar una mejor expresión, un mejor término, un mejor adjetivo para poder describirla—. Eres tan, tan hermosa, Lenis —suspiró, y Lena, sonrojada por el halago y por el peso de sus nuevos aretes, que eran lo que la mantenían anclada a la tierra para no salir flotando como un globo con helio, se volvió sobre su hombro para, con su rostro ladeado, buscar los labios de Yulia.



Su mano se colocó superficialmente sobre el flojo cabello de Yulia, cuidando del desordenado orden del peinado, y se aferró a ella entre el más sensual de los intercambios de materiales genéticos y brillos labiales; las dos de Guerlain, pero Yulia con el No. 29 (Rose Forreau), y Lena con el No. 7 (Corail Aquatique).



Tal y como había sido por el mediodía, sus lenguas apenas se coquetearon al ritmo de "Bittersweet Faith"; salaz, concupiscente, picante, al punto de que Lena terminó por darse la vuelta para atrapar la nuca de Yulia entre sus cruzadas muñecas mientras ella era apretujada por la cintura y tomada de la mejilla para realmente conocer el camino que Yulia tomaba hacia la perdición, hacia la relajación, hacia eso que nunca dejaba de necesitar ni de querer.



— Gracias —susurró contra sus labios.



— Eso te lo debería estar diciendo yo a ti —repuso Lena, saboreando todavía la resaca de los labios de Yulia sobre los suyos, pues seguía rozándolos entre un jugueteo que estaba siendo contenido, todo porque era imperativo ir al cumpleaños de Margaret—. Gracias por mis aretes.



— Ni lo menciones —sonrió, abriendo sus ojos para apreciar su octava maravilla personal—. Gracias por mi beso.



— Ni lo menciones —reciprocó con una suave risa nasal.



Me dará el placer de bailar con usted? —ladeó su rostro.



No hay música —susurró, sacando una risita burlona.



Dejame arreglar eso —murmuró, sumergiendo su mano en su bolso para sacar su iPhone y hacer que los parlantes les dieran algo qué bailar—. Definitivamente Macklemore no vamos a bailar —resopló al ver que era "Can’t Hold Us" la canción que tenía en pausa.



— Eso quizás para el final de la noche, cuando ya tengas un par de copas encima —rio nasalmente, y se sonrojó en cuanto escuchó aquel oscilante sonido junto con el marcado ritmo de la percusión y la mezcla de voces que se presentaban en vibrato de forma individual y conjunta.



Yulia dio un paso hacia atrás, halando a Lena por la cintura, o quizás sólo no la soltó de su brazo, y tomó su mano entre la suya para llevarla contra su pecho mientras sentía que la mano de Lena permanecía en su nuca y ella apoyaba su sien contra la suya.



No se movían como en un vals, porque estaba muy, pero muy, muy lejos de ser uno, ni siquiera cross-step waltz. Sólo se movían de lado a lado entre ese abrazo que podía parecer inerte pero que era prácticamente todo lo contrario. Caderas lentas, rodillas comprensivas.



Sabía que detrás de ese baile había lo que se conoce como un "ulterior motive", aunque, ahora que se lo menciono, lo reconsidera y piensa que quizás sólo eran ganas de bailar con ella a pesar de que la canción no era de aquellas que Yulia utilizaba para bailar con ella, argumento que estaba a favor de la teoría de las segundas intenciones, porque la canción había sido cuidadosamente seleccionada y no podía ser sólo porque a ella le gustaba Mr. Suit & Tie, porque, a pesar de eso, tenía otras canciones que se podían bailar, «o eso creo», y tampoco podía ser expresamente por la letra, ya que una declaración, así de profunda y verdadera, no era necesitaba que alguien más la dijera para poder valerse de ello.



Y sí había un "ulterior motive", pero no era nada malo, y, en realidad, había decidido bailar en la comodidad de su hogar, de las cuatro paredes que la conocían, porque, entre vestidos, stilettos y la Filarmónica, la probabilidad de que no bailara con Sophia era demasiado alta. Quizás y sí bailarían, pero hasta que la Filarmónica se quitara del escenario y la mayoría de los vejestorios-amigos-de-Margaret se retiraran a sus casas. «So much for some bloody respect».



Mrs. Carter era el contraste perfecto para Mr. Suit & Tie, su voz era intensa y fuerte, y se entrelazaba dulcemente con el suave, etéreo y risueño tono del enamorado caballero que daba esa conmovedora serenata.



Faltando menos de un minuto para que la canción terminara, y que saltara a una canción que quizás estaba al otro extremo de los géneros, justo cuando ella dijo "bring it down one more time, Justin", Yulia ladeó su rostro para dejar de necesitar tanto a Lena.



Sus piernas y sus caderas entraron en modo inerte, y sus respiraciones eran demasiado tranquilas, tanto que casi ni se sentían en cuanto aterrizaban en la mejilla de la otra, ni siquiera las húmedas onomatopeyas labiales que iban y venían con ese aire que Yulia llamaba "haciendo el amor en la boca", término que se había derivado del "hay un gastroitus pasando en mi boca" de Lena y que se refería explícitamente a un mordisco de Kebap (gastro+coitus=gastroitus, término que no se debía confundir con "gastritis" bajo ninguna circunstancia, y que era sinónimo de "orgasmo culinario" pero que se podía decir con mayor libertad al ser un intricado y privado neologismo), pero el de Yulia se refería a eso: a uno de esos besos.



Bueno, no fue tan polar el cambio musical. Y Yulia estaba tan perdida entre los labios de Lena que ni siquiera pudo tararear mentalmente el "mi dispiace devo andare via, ma sapevo che era una bugia" del principio de una de sus canciones favoritas de todos los tiempos, en especial cuando era en vivo, así como esa versión en San Siro.



El beso cesó, porque era el momento orgánico para que cesara, o sólo para que se detuviera a nivel de labios, y Lena se enrolló contra Yulia para esconderse entre su cuello, del cual todavía se detenía con una mano mientras sentía, desde lo lejos, el calmado ritmo cardíaco de quien la envolvía entre ambos brazos y que le daba besos enrojecidos cortos en su cabello.



Dejaron que la Pausini les hiciera el favor de darles un respiro para procesar y digerir bien la calidad del beso, en especial porque, aunque ninguna de las dos lo admitiera, ya se les habían acabado las ganas de ir al cumpleaños de Margaret, todo porque sabían lo que la noche podía ser. Tenían una considerable y significativa cantidad de tiempo de no tener ese tipo de noche; tranquila, suave, lenta, no tanto de placer sino de piel con piel bajo las sábanas, en la oscuridad, y de mimos y caricias recíprocas entre sonrisas y susurros. Quizás de postcoitales caprese panini, sábanas que apenas cubrían una pierna o la explícita entrepierna, y una película para la que no se necesitaba pensar y que no acabara con el momento; no algo como "The Help", sino algo como "It’s Complicated".



Pero no, «¡no!», corearon las dos; ellas no se habían maquillado y vestido para quedarse guardadas, además, si no iban, Natasha probablemente no les hablaría por el resto del fin de semana y eso sólo iba a ser tedioso. Y, bueno, estaba el factor de la comida «gratis», de la música, del ambiente, y de que era en beneficio de St. Jude’s. Para hacer el amor tendrían tiempo luego. O para tener el tipo de sexo que fuera, pero tiempo tendrían. «Siempre hay tiempo para el sexo», eso alega Lena, además, si no se daban el tiempo para eso, ¿cuánto aguantarían? Ésa era una pregunta con una respuesta realmente interesante, «porque el baño del Grand Ballroom del Plaza sería una nueva experiencia, una para contarle a los hijos de Natasha cuando tengan edad suficiente».
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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 6 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por VIVALENZ28 12/5/2015, 1:56 am

— ¿Qué? —rio Yulia, desviando su mirada hacia el suelo, en donde el Carajito se encargaba de inspeccionar su vestido con el olfato—. ¿Tú también quieres que te abrace y que te bese?



— Lo siento por él —murmuró Lena contra su cuello.



— ¿Por qué? —resopló con su ceño fruncido, y descubrió a Lena de entre su cuello, obligándola, sin obligarla, a erguirse.



— Porque ahorita estás conmigo —se encogió entre hombros, y se volvió a esconder en su cuello—. Que se aguante —suspiró, y agradeció el apretujón que Yulia le daba con sus brazos.



— No me compartas —sonrió estúpidamente ante la sensación de absoluta pertenencia.



— ¿Nos podemos quedar así un momento? ¿Una canción más?



Me quedaría de esta manera toda la noche,Lenis....



— ¿Pero?



— Mientras más rápido salgamos, más rápido vamos a poder regresar —sonrió, y sintió a Lena reírse contra su cuello por la canción que sonaba en el fondo—. ¿Ponemos una canción que te guste? —le preguntó, estirando su brazo para alcanzar su teléfono.



— La canción que quiero creo que no la tienes —murmuró, intentando no seguir riéndose ante la aparición de Kool & the Gang.



— Try me —sonrió.



— "Strawberry Bubblegum" —repuso, estando muy segura de que Yulia no la tenía en su teléfono, pues ahí sólo tenía una delicada selección musical por tener sólo treinta y dos gigabytes de memoria disponible, y, a decir verdad, le había asombrado que tuviera la canción con la que habían bailado.



— Dame un segundo —suspiró, paseando sus pulgares por el teléfono.



— No la tienes, ¿verdad?



— Mmm… —levantó su dedo índice para indicarle que le diera un segundo, y, sin despegar su mirada de la pantalla, esperó a que la circunferencia azul se completara—. Sí, sí la tengo —sonrió, dejando que sonara a través de los parlantes.



— No me digas que la compraste —rio incrédulamente, aunque no sabía por qué le asombraba que Yulia hiciera eso por ella, por un antojo que no era ni medianamente urgente.



— No, mi amor —resopló—. iCloud.



— Cierto —sonrió, volviendo a aferrarse a su nuca con ambas manos.



— Esa canción nunca la había escuchado…



  — No la cantó en "Legends of the Summer" —sacudió su cabeza—. Pero te la dedico.







Yulia, sintiéndose raramente elogiada, pues no siempre le habían dedicado canciones buenas, se dispuso a escuchar la letra de aquel ritmo que era demasiado seductor y no sabía ni por qué, porque quizás no era seductor pero a ella sí la seducía.



Y Lena la cantó completa en su cabeza, porque realmente le gustaba lo especial, lo que decía tan explícitamente; era casi un duplicado de lo que ella sentía, pero esperó en silencio entre las caricias de los dedos de Yulia.



"Don’t worry about your loving, it won’t go to waste, go to waste. Don’t ever change your flavour ‘cause I love the taste, love the taste. And if you ask me where I wanna go, I say ‘All the way’. Cause she’s just like nothing that I ever seen before. And, baby, please don’t change nothing because your flavor’s so original". «Mierda», ensanchó Yulia la mirada, y rio nasalmente invadida del rojo escarlata que tenían sus mejillas. Apretujó a Lena un poco más entre sus brazos, agradeciéndole el halago tan único con autoría de otro, pero, a pesar de ser palabras ajenas, habían sido muy bien utilizadas por la pelirroja… porque entre eso, y un "te amo", había una diferencia muy pequeña entre ellas. Era otra manera de decirlo.



Oh, wow… —suspiró al final de los ocho minutos que duraba la canción, y que, inmediatamente, cambiaba a "Tunnel Vision", canción que le había gustado desde el concierto en el que no se le había ocurrido cantar esa canción que estaría siendo añadida a su lista de canciones preferidas.



— No tienes que decir nada —se irguió con una sonrisa de camanances—, además, yo sé que no sabes a goma de mascar de fresa —resopló.



— Pero, ¿te gusta mi sabor?



  — Me encanta —asintió, y recibió un beso en su frente—. ¿Nos vamos?



— Necesito hacer algo primero —le dijo, viendo en dirección a su bolso.



— Iré a apagar la luz del clóset y haces lo que tienes que hacer —repuso, no dándose cuenta de que era con ella lo que Yulia que hacer.



Ella no dijo nada, sólo observó a la pelirroja flotar hacia la habitación mientras giraba su anillo alrededor de su anular por simple manía, bebió su Martini hasta el fondo, y sacó el sobre y el bolígrafo de su bolso.



— ¿Nos vamos? —preguntó Lena con una sonrisa al llegar nuevamente a donde Yulia la esperaba de pie con las cosas en la mano.



— Hay algo que tenemos que hacer antes —asintió, y haló una de las sillas del comedor para indicarle que quería que tomara asiento.



— Lo que tú digas —suspiró, y, colocando su bolso sobre la esquina de la mesa, aplanó su vestido para evitar arrugas al sentarse, aunque, en realidad, la tela no daba para arrugarse.



— ¿Quieres primero lo que hay en el sobre que está adentro, o lo que está tras el sobre que está adentro? —dijo, notando lo confuso que eso se escuchaba.



— Lo que está en el sobre dentro del sobre —rio, pues siempre prefería ir de adentro hacia afuera, menos cuando se refería a cuando penetraba a Yulia con sus dedos, pues su expresión facial era indescriptible cuando se iba de afuera hacia adentro.



— Está bien —murmuró, y sacó el sobre más pequeño para deslizárselo a Lena junto con el bolígrafo.



— Es un cheque en blanco —frunció su ceño, no logrando entender de qué se trataba.



— Es el regalo de Margaret —sonrió.



— Pero éste es un cheque tuyo —murmuró con la mirada ancha, señalándole su nombre en la esquina superior izquierda.



— Lo sé, el cheque es mío… pero el regalo es de las dos.



— ¿Pretendes que ponga un monto "x"? —ensanchó su mirada todavía más.



— Es por los niños —se encogió entre hombros con una sonrisa—. Y es sólo un número.



— Dame al menos dos cifras entre las que puedo escoger…



— Entre uno y uno-con-seis-ceros —sonrió, viendo a Lena dejar caer su quijada hasta el Lobby.



— Esas son un millón de cifras posibles —balbuceó.



— Son más de un millón… pero es por los niños —guiñó su ojo—, y, si decides poner el uno-con-seis-ceros, realmente no me estás dejando en la calle.



— De igual forma, ¿cómo voy a escoger una cifra?



— No lo sé.



— ¿Por qué no la escoges tú, que conoces tus finanzas?



— Porque, si todavía no te acostumbras a gastar, o a despilfarrar, creo que sí puedes hacer algo como una donación para ayudar a los niños con cáncer —sonrió, viendo a Lena entrar en modo pensativo—. Son "x" dólares que no gastaré en propinas, cambios no deseados, redondeos, etc.



— No sabría qué número escoger…



— No pienses que son dólares, entonces —dijo, apoyando su trasero sobre el borde de la mesa—. Piensa en un número que te guste, ya sea porque signifique algo para ti, o porque te guste la combinación, o qué sé yo; tales dígitos de la serie de Fibonacci, por ejemplo.



— Mmm… —suspiró, cerrando sus ojos para buscar la cifra en su cerebro, y, al cabo de unos segundos, escribió la cifra deseada y le alcanzó el cheque. 



— ¿Cincuenta y seis mil ochocientos treinta y ocho? —resopló al ver la cifra—. Es una cifra rebuscada —dijo, siguiéndola con la mirada al ella estarse irguiendo.



— "Love U" —sonrió, inclinándose un poco para darle un beso en los labios, que, para ese entonces, Yulia ya sonreía—. No me digas que lo otro es otro cheque… que no me siento creativa con los números hoy.



— No, no es un cheque —sonrió, alcanzándoselo—, y no le tengas miedo, no es nada que tengas que pagar —dijo, viendo a Lena sacar la página blanca que había sido doblada con demasiado cuidado—. Yo sé que hablamos sobre una semana más en Roma —murmuró con tono de estarse excusando—, que nos íbamos a ir la primera semana de diciembre… pero no creo que sea posible.



— ¿Por qué no? —frunció su ceño, leyendo que se iban el quince de diciembre a la una de la tarde, y que regresaban el cuatro de enero.



— Hay algo que no había considerado… el catorce tenemos algo que hacer—sonrió.



— ¿El qué? —elevó la mirada por sobre el borde de la página.



— Mira lo que hay detrás —guiñó su ojo, y, «esa es la reacción que esperaba», rio; una Lena sin habla, de mirada ancha—. Esos asientos están como para que te caiga el sudor del hombre —le dijo, pues, después de que Natasha había movido cielo, mar, y tierra, aún más que el tsunami del dos mil cuatro y el terremoto del dos mil diez, había conseguido el VIP-Package más bonito para que pudieran estar en la primera fila, si es que eso estaba bien con la pelirroja, quien, en ese momento, sólo sabía sacar la emocionada niña interior, pues se la arrojó en un abrazo.



— Espera —se cortó abruptamente—, ¿y qué hay de pasar año nuevo con Natasha y Phillip?



— ¿No me crees capaz de no pasarlo con ellos? —rio.



— No —respondió, haciendo que Yulia se carcajeara, pues tenía razón.



— Romeo y Margaret no van a estar, entonces decidimos que ellos podían venir también, tanto para navidad como para año nuevo… espero que no te moleste.



— ¿Molestarme? —rio, cayéndole con un beso que pasaba por besazo—. Para nada —mordisqueó su labio inferior—. ¿Venir el cuatro no es muy tarde?



— El doce empezamos en Miami, entonces hasta el doce tengo que estar allá —sonrió.



— Sé que no es el doce que nos vamos a ir, que vas a procurar estar allá una semana antes por lo menos —repuso, no notando ninguna señal en Yulia que contradijera o que estuviera de acuerdo con eso, pues sólo acariciaba su mejilla con la misma sonrisa—, ¿no te molesta empacar en uno o dos días?



— Pienso dejar todo arreglado desde antes que nos vayamos a Roma —sacudió su cabeza—, y, si se me olvida algo, o me falta algo, en Miami no hay Bergdorf’s pero sí hay Barneys y Saks… y no dudo que exista Neiman Marcus, Nordstrom y Bloomingdale’s… aparte de Bal Harbour.



— ¿Bal Harbour? —frunció su ceño—. No me digas que ya investigaste todo sobre dónde comer, dónde comprar, y demás.



— Gaby hace eso por mí en su tiempo libre —guiñó su ojo—. So, ¿irías conmigo a ver a Mr. Suit & Tie el catorce de diciembre?



— ¿Vas a gritar conmigo? —sonrió ampliamente.



— Voy a ser una mujer hormonal más, con deseos de procrearme con una persona tan interesante y trilladamente atractiva como un cantante, compositor, bailarín, músico y actor —asintió, «"actor"»—, y voy a tener un orgasmo tántrico desde que empiece "Like I Love You", porque voy a gritar como histérica cuando empiece a bailar, y voy a cantar el bridge, y que haga la transición a "My Love" con el interlude de "Let Me Talk To You", y que luego cante las primeras dos estrofas en versión acústica para después acelerar en el bridge, que diga "now drop that shit right now", y la cante y la baile… y que tenga su solo de baile —sonrió—. Son, fácil, quince o veinte minutos de orgasmo cantado a gritos…



— Mi amor —rio.



— Ese momento en el que es más esposo de todas menos de Jessica Biel —elevó su ceja derecha.



— Yo sé que te gusta, aunque no lo aceptes —se burló disimuladamente.



— No tengo todas sus canciones, no todas me gustan, pero tengo como quince —guiñó su ojo.



— Me conformo con que te agrade él.



— Para que Beyoncé me guste a ese nivel… tiene que ser más "Single Ladies" —rio, sabiendo que se refería a ella—. O "Crazy In Love".



— Y con esas dos me conformo porque la imitas demasiado bien.



Tanto para la diversión—susurró, y le robó un besito—. Ahora, que tal si nos vamos y comemos algo de comida gratis?







Voy a adelantar el tiempo un poco, no mucho, sólo quizás quince minutos, y lo voy a adelantar simple y sencillamente porque, lo que hicieron a continuación no es de relevancia mundial; hicieron lo que ustedes y yo hago antes de salir de mi casa, y, en lugar de caminar no más de quinientos metros, Hugh les hizo el favor de recogerlas para dejarlas en las puertas del Plaza. Aunque Natasha había ofrecido los servicios de Hugh para cerciorarse de que iban a llegar.



Iban caminando por el amplio pasillo de pisos de reluciente mármol, al que protegían con enormes alfombras individuales, cuando se encontraron con aquella alta y caballerosa figura de espalda marcada por un evidente tuxedo negro Ralph Lauren, de corbatín y chaleco de corte en "U" en azul marino, color que combinaba con la musa a la que le amarraba la máscara a la cabeza, y que estaba cubierto en plumas de pavo real blanco en el pecho de un hombro, en el cual llevaba una gruesa cadena de acero, y que, como cinturón correctamente a la cintura, tenía plumas de pavo real común que luego se transformaban en plumas de sabía-Dios-qué en azul marino. «Eso es un asombroso vestido», ensanchó Yulia su mirada, y todos estuvimos de acuerdo.



— ¿Creerás que no me dejaron entrar a la fiesta de mi mamá porque no llevaba puesta la maldita máscara? —rio Natasha por saludo mientras se detenía aquella máscara por el tabique—. Odio a las malditas máscaras —refunfuñó, sintiendo ya la máscara fija a su rostro, y se saludó correctamente con un beso en cada mejilla con Yulia mientras Lena y Phillip hacían lo suyo en un ridículo silencio por estarse burlando de Natasha, o quizás sólo de cómo Margaret siempre encontraba formas nuevas de "meterse con ella solo para su diversión"—, Estoy jodidamente hermosa para esconderme detrás de una máscara de mierda.



— Te ves increíble —suspiró Yulia, sosteniéndola por las manos para verla de pies a cabeza y de cabeza a pies, y que el torniquete francés, a pesar de ser aseñorado, le sentaba perfecto para que pudiera lucir la cadena y sus plumas. Literalmente para pa-vonearse.



— Yo-quiero-tu-vestido —le dijo cortadamente, viendo que, de reojo, Lena le ataba la máscara a Phillip, que era la máscara que Thomas no había podido encontrar porque no se le había ocurrido buscar, pues era de Batman.



— ¿Cuántos Fantasmas, cuántos Casanovas, y cuántos Doctor Parnassus tenemos en casa? —rio la rusa/italiana, quien se colocaba su máscara al rostro por empatía, pues la suya tenía una banda elástica, y, por inteligencia, había escogido llevar una que sólo le cubriera un ojo entre metal negro y lo que parecían ser perlas, que, como sabía que la máscara la perdería antes de las nueve de la noche, no había querido gastar más de cincuenta dólares.



— Al mundo se le acabó la creatividad —sacudió su cabeza, porque había demasiados de los mencionados.



— Le digo a Natasha que me parece increíble que, en un mundo de personas de la moda, de la historia, del periodismo, de la cultura, y demás, todos tengan las mismas ideas trilladas de un Masquerade Ball moderno —dijo Phillip.



— Mmm… no les llegó el memo de que no era de una escuela —rio Yulia.



— Demasiado "Gossip Girl" es lo que ven —asintió Natasha, haciendo que el resto entrara en confusión—. ¿Qué?



— ¿Desde cuándo ves tú eso?



— ¿Desde que estoy viendo todas las series que hay en Netflix? —se encogió entre hombros.



— Netflix lleva las de perder contigo —bromeó Yulia, quitándoles el comentario de la boca a los dos que aparentemente prestaban y no prestaban atención al estar reanudando la ronda de manitas calientes que se debían porque el marcador no podía quedar en contra de Phillip, no Señor.



— ¿Qué le voy a hacer? —sacó su lengua, y rio ante la derrota del mal perdedor de su esposo—. Lena —sonrió para la pelirroja, y la saludó de beso en cada mejilla—, te ves deslumrante —la halagó con sinceridad, sabiendo, desde ese momento, que entraría en el top10 de los mejores vestidos de su cumpleañera progenitora, quien, con cada año que pasaba, no necesariamente se volvía más criticona a la hora de dar una calificación del uno al diez, pero, definitivamente, permisiva no era.



Tú también te ves deslumbrante—reciprocó, viéndola ser atacada por el brazo de Phillip, el cual la escoltaría hasta la entrada principal, en donde, por segunda vez, intentaría entrar a la fiesta que prácticamente ella había organizado.



— ¿Quién es la cita de Thomas hoy? —preguntó Yulia, tomando a Lena de la mano, porque ninguna de las dos necesitaban ser escoltadas.



— Amanda, Ariana, Adriana… como sé que no durará, no me tomé la molestia de aprenderme el nombre —rio Natasha.



— ¿Cómo es que Thomas no tiene herpes genital? —vomitó Lena con su ceño fruncido.



— Que tenga citas para todo, y en todo momento… eso no quiere decir que él llegue a meter su polla en la vagina de una mujer —rio Phillip, levantando su brazo libre para, en sincronización mental y humorística con Lena, compartir un high-five.



— Qué crueles —rio Yulia—, se lo comen vivo cuando no puede defenderse.



— Ayer llegó a la casa —dijo Natasha con una risita, con esa que era característica del verdugo.



— Y le enseñé cómo es que los hombres hacen ejercicio de verdad —la interrumpió Phillip—. Nada de pilates, nada de spinning, nada de zumba, nada de yoga, nada de una rutina light —se burló, aunque, a decir verdad, no le molestaba en lo absoluto que Natasha estuviera haciendo todo eso, pues, a pesar de estar un poco demasiado delgada para su gusto, extrañamente había desarrollado lo que entre ellos llamaban "a better and higher sex stamina", lo que significaba que, aunque no pudieran practicarlo como querían porque estaba el factor "Katherine" en juego, aunque no por mucho tiempo más, cuando lo practicaban, no había tanta falta de aliento y podía estar ella más tiempo sobre él, cosa que a ambos les gustaba por el simple hecho del control—. Pesas, barras estáticas, y bolsa de boxeo; como los hombres.



  — Se quedó en las barras estáticas —rio Yulia.



— Yo digo que no llegó a las barras estáticas —sacudió Lena su cabeza.



  — Se quedó a medias de las pesas —se carcajeó Natasha, porque, aunque quisiera poder evitarlo y proteger a su infantil-gracioso-desubicado-y-juguetón-amigo, no podía evitar ser quien dejaba ir la guillotina, lo del verdugo, y se volvió hacia el hombre que, hasta cierto punto, se veía raro, que se veía raro porque parecía que no estaba vestido correctamente a pesar de llevar un tuxedo que le tallaba demasiado bien como para ser rentado, todo porque parecía modelo de Abercrombie; «él debería estar en algún jeans lavados-destruídos,cinturon ancho "de cuero"y chanclas "de cuero"...y sin camisa».



— Natasha y Phillip Noltenius —intervino Phillip, sabiendo que su esposa se retorcía por dentro al estar refunfuñando mentalmente por el "Abercrombie Hunk" que estaba encargado de la lista de invitados, y mencionó primero el nombre de ella porque le parecía descortés eso de restarle importancia a su esposa, quien era la primogénita de la cumpleañera, además, él sólo era «un hombre en un traje que actúa, hasta cierto punto, como el mejor accesorio de la diva de las plumas».



Ella Natasha —suspiró la dueña del nombre, sabiendo que, por pasatiempo de su mamá, estaría con su primer nombre, y el adolescente hombre sólo sonrió y subrayó los nombres en su iPad.



— Volkova —sonrió Sophia—. V-O-L-K-O-V-A —lo deletreó como por costumbre ante la expresión facial de confusión de quien fuera que lo escuchaba por primera vez.



Señorita Volkova y Señorita Katina —asintió el hombre, y les dieron entrada.



A lo lejos, mientras caminaban ya sobre los pisos de mármol desnudo del vestíbulo del Grand Ballroom, se escuchaba la limpia afinación de las cuerdas, de los vientos, y de las percusiones, esa afinación que había empezado a las ocho en punto; hora que no decía la invitación, pues decía siete y media, pero que, en la vida real, eso se conocía como "fashionably late", que era por eso que hasta entonces estaba por empezar la música.



Bastaron esos típicos tres, cuatro, cinco toques de la batuta contra el atril, y entonces sí.



Yulia dibujó una sonrisa que se sintió con calidez entre los que caminaban paralelamente, tanto que todos se volvieron a ella, intrigados por saber qué era lo que ella sabía y ellos no, pero su ceja derecha sólo se elevó al compás del ensanchamiento blanco de su sonrisa. «Uno de ellos ha llegado a amar a viejo valses rusos».



— Buen gusto —rio Yulia, llegando al borde de los arcos para ver, desde un costado, a quienes producían esa obra maestra en vivo—. Muy buen gusto —repitió con la misma sonrisa.



— Mesa dos, las vemos luego —se encogió Natasha entre hombros, pues, tal y como debía ser por costumbre, educación y cortesía, se dirigía, antes que nada, a saludar a sus papás.



Penique por tus pensamientos? —sonrió Lena, tomándola de la mano sobre la baranda.



Solo… cierra tus ojos y escucha—le dijo al oído, y envolvió su mano entre las suyas.



Era intensa. Sí, definitivamente era intensa, y sólo iba hacia algo más intenso, y hacia algo todavía más intenso. Era grande, era magnífico, era increíble, y era algo que no sabía cómo describir; tenía contrastes de lo circense y de lo elegante, contrastes inmediatos y uno tras el otro, tras el siguiente, y tras el siguiente, y luego penetraba la piel hasta llegar a acelerar el corazón para desestabilizar la respiración, pero era elegante, sí, era elegante, y daba poder entre los múltiples clímax, que el oído tenía que agradecer que tenía ciertos bajos, los cuales eran relativos, pero que, continuando con los contrastes, de la seriedad, de la agresiva intensidad, pasaba a ser más alegre, gracioso, entretenido, carismático, y, de golpe, de regreso a la intensidad que sólo tenía intenciones de incrementar. Pícaro, juguetón, maquiavélico, eso era, pero era demasiado refinado como para no encontrarle el gusto, «el "buen gusto"… el "muy buen gusto"».



Esos componentes sólo lograban construir una tan sola sensación: erotismo. Sí, porque era indescriptiblemente erótico, era el coqueteo más seductor, ese que sabía que, para el final de la pieza, se sentiría sin ropa alguna, porque sí, era la descripción exacta de las facetas de la mayoría de episodios sexuales.



Y terminó con un bang; un ¡bang!, «¡un bang!» que casi le saca el corazón.



— ¿Cómo se sintió? —murmuró con una sonrisa mientras hacían silencio para empezar la siguiente pieza, y, viendo a Lena tragar con dificultad, acarició el dorso de su mano con sus dedos; no le importó que le estuviera triturando la mano izquierda por la fuerza con la que la había ido apretujando con el paso del tiempo.



— ¿Qué fue eso? —abrió los ojos, y se encontró con la sonrisa que le indicaba que se había sonrojado sin darse cuenta.



— Khachaturian —respondió Yulia—. Con ese movimiento siempre me he sentido como en el Palacio de Invierno, como en mil novecientos diecisiete, justo antes de la Revolución.



Eso fue hermoso—exhaló, logrando relajarse para soltar la mano de Yulia.



— Se llama "Masquerade Suite", y el primer movimiento es el valse… este movimiento es el nocturne —sonrió, señalando al aire con su dedo índice—, el que viene es la mazurka, luego viene romance, y, por último, el galop.



— Un panty cuentagotas, eso es lo que es —rio.



  — Pensé que llevabas una —frunció Yulia su ceño.



Yo no —se volvió hacia ella por completo, y la vio dibujar una sonrisa de satisfacción—. Eres tú?



— Vas a tener que averiguarlo —guiñó su ojo, y, sin haberlo previsto, Lena llevó su mano a su cintura para recorrerla hasta su muslo.



— Rico —rio.



— Vamos a saludar, mejor —se aclaró la garganta con una sonrisa que comprimía los nervios entre la tensión de sus labios y de sus inertes mejillas, la tomó de la mano que había posado sobre su cadera, y la haló gentilmente hacia las escaleras, en donde bajaría todavía tomada de la mano, lo cual parecía ser una simple ayuda de vestidos mínimamente recogidos en un suave puño para no hacer una vergonzosa caída a lo Jennifer Lawrence. «Porque Hugh Jackman no estaba cerca para socorrerme».



Caminaron por entre las mesas y las sillas negras, por entre los manteles negros para platos blancos, por entre la reluciente cristalería de agua, vino tinto y vino blanco como era la costumbre de la etiqueta, por entre los bouquets de peonías blancas, rosas cerradas en distintos tonos de rosado, encendidas freesias que daban el justo contraste entre lo rosado y lo verde y lo blanco y lo verde, y aquellas pequeñísimas alstroemerias violetas que terminaban de darle coherencia a la paleta de colores que realmente sólo gritaba vanidad, y nada más. O quizás un poco a BDSM.



Se encontraron a cuanto tuxedo podía existir, desde el Armani mal tallado, hasta el impecable rental, desde el Brunello Cucinelli al que le habían mutilado los pantalones para hacerlos llegar hasta el tendón de los gemelos y mostrar masculinísimas piernas con alopecia o con hipertricosis, sin calcetines o con calcetines de colores llamativos y nada-que-ver, piernas que terminaban siendo enfundadas en un par de tediosas y seamos-honestos-afeminadas slippers, porque no importaba que fueran Jimmy Choo o Giuseppe Zanotti, «solo no hagas mierda a ti mismo ...ni a mis ojos», hasta el sabrá-Dios-quién-diseñó-ese-traje-tan-avant-garde-de-cuero-negro, y se encontraron a cuanto impotente-para-seducir Casanova, a cuanto aburrido y soez Mardi Gras, y a cuanto poco gusto injustificado de Venecia, y ni hablar de las tediosas máscaras que parecían haber sido pintadas por los hijos a los que probablemente nunca atendían, o que parecían ser de esas de una «"solo noventa nueve centavos" store». Vestidos a cuadros y/o a rayas que alteraban las femeninas figuras de una grotesca forma y manera; las transformaban en elipses o en cuadrados, tediosos peinados con cabellos marchitos que habían sufrido de la era moderna de un estilista que todavía utilizaba la plancha como su primer y único recurso y de un anticuado camino al medio, cuchicheo vulgar que perturbaba a la obra de Khachaturian, lo cual no estaba mal, pero eran críticas sin fundamentos que venían de claros malos gustos. O de la simple ignorancia.



Y allá, al fondo, con espalda recta y una carcajada de arrogante pero elegante diva que saludaba sonrientemente a su primogénita, de manos tomadas y de mejilla contra mejilla y de la otra mejilla contra la otra mejilla, estaba el centro de atención.





Ahora, ninguna de las tres estábamos criticando, mucho menos juzgando, al menos no a la feliz cumpleañera que flotaba más alto y con mayor gracia que su primogénita, pero, si de milagros se trataba, quien sea que hubiera concebido esa obra de arte que llevaba al cuerpo, realmente tenía madera de Santo, pues, siendo la cumpleañera una "obesa" pero muy bien disfrutada talla ocho, parecía ser tan raquítica como la talla dos que describía a la anonadada rusa pelirroja «griega por absorción y aprendizaje».



Era un vestido que claramente subía hasta los hombros en términos de lo desmangado, pero, claro, estaba dividido en torso y en falda, falda negra que empezaba correctamente en la adulta cintura y que caía sin esfuerzo alguno para formar una cola que tenía pinceladas tétricas, las cuales nacían en la geométrica forma que adoptaba al estar extendida sobre el suelo, y, en el torso, sobre la base desmangada, llevaba una ligera blusa tipo poncho de encaje del color de un Bollinger Rosé que le llegaba hasta tres cuartos de sus desnudos brazos, porque Yulia no sabía por qué esperaba guantes de algún tipo, y, contrario a eso, sólo se encontró con un opulento e impresionante anillo que tenía algo que ya no cabía en la categoría de sólo "diamante", porque eso ya era una grosería de tamaño y ni hablar de los pequeños diamantes rosados que iban incrustados en la circunferencia de oro rosado, o de los pequeños diamantes blancos que iban incrustados en la circunferencia que se notaba que le pesaba en el dedo anular derecho, veintiún quilates en total, «o quizás libras y no quilates», porque en el izquierdo llevaba las otras groserías que indicaban que estaba atada por gusto y por goce al hombre del que ya en un momento voy a hablar.
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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 6 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por VIVALENZ28 12/5/2015, 1:57 am

De los tacones, porque Margaret, a pesar de que amaba los stilettos, ya había aprendido que había una cierta edad, entre sus años, en la que su uso ya no había sido tan cómodo y/o apropiado como antes, pero eso no la privaba de adorarlos como siempre, pues llevaba unos René Caovilla que tenían la plataforma justa como para dar comodidad eterna, y eran una especie de botines de encaje, gamuza y perlas, todo en negro.



Ahora, lo que sí era realmente «impresionante y hermoso» era la máscara.



Su cabello blanco no era víctima de un abuso de productos, o de una pistola, o de una plancha, aunque, bueno, ella odiaba las planchas porque aniquilaban todo tipo de volumen y de vida, «"porque eso sólo funciona para los anuncios de Pantene"», y ella no utiliza esa marca, y tampoco era víctima del olvido, pero no era lo más impresionante como solía serlo siempre como lo llevaba, sino que era la mantilla. Sí, la medieval mantilla. La mantilla estaba colocada a la peineta que se fijaba a su cabello, por la parte de atrás, con un broche que dejaba ciego a cualquiera, pero el arte y la gracia de la mantilla era que bajaba hasta sus ojos para cumplir la obligatoriedad de la regla de la máscara, ella con encaje negro que le quedaba demasiado bien sobre el pesado y denso maquillaje de ojos, y el lápiz labial rojo que no era de felaciones de siete dólares. 







                              «Esto es lo que yo llamo un maldito traje de vestir».



— Yulia —la interceptó Romeo antes de que pudiera llegar a donde la agasajada, quien ahora saludaba a Phillip con cierta reticencia pero con la amabilidad de siempre, pues tampoco le iba a mostrar qué tanto afecto le tenía.



— Romeo —resopló ante el sobresalto de la intercepción, y se vio envuelta en un abrazo del ficticio descendiente del Jefe Pontiac Ottawa, pues llevaba una enorme corona nativa de plumas que podían ser de huia, y, en lugar de máscara como tal, llevaba un antifaz blanco y rojo a la medida para que sólo cubriera sus ojos y que simulara las pinturas faciales respectivas—. ¿O debería decir "Pluma Negra"? —bromeó.



— ¿Cómo estás? —rio caballerosamente, saludándola con un beso en cada mejilla entre un abrazo de flojas intenciones.



Muy contentas,debo confesar —le dijo al oído, y se despegó de él, o se vio despegada de él por él, pues se había vuelto hacia Lena.



— Lena, siempre es un gusto verte —sonrió para ambas mientras la saludaba tal y como había saludado a Yulia, tal y como no saludaba a nadie nunca porque esos saludos eran exclusivos para las amigas féminas de su mejor creación.



— Lo mismo digo, Romeo —reciprocó la pelirroja el gesto verbal de complacencia visual.



— Veo que nos hemos quedado muy cortas con el concepto —rio Yulia con su ceño fruncido.



— El concepto no es Halloween —elevó él sus cejas, sabiendo muy bien que se refería a que era «quite costume-like», pero en el buen gusto—. Aunque creo que muchos no hicieron ni el intento.



— Pluma Negra, es lo que hay —se encogió entre hombros.



— Sí, "es lo que hay" —rio—. Pero, bueno —sonrió, haciéndose hacia un lado para dejar que vieran a la cumpleañera darle un sorbo a una copa de champán—, las máscaras se las pueden quitar luego —guiñó su ojo, y vio a ambas mujeres pasar de largo con una sonrisa para ir a ser víctimas del aristocrático pero estrechamente cariñoso saludo.



— ¿"Feliz cumpleaños" está en orden? —elevó Yulia su ceja en cuanto Lena se irguió luego del febril saludo.



— Y cualquier epíteto de positiva connotación que quieras agregarle, darling —asintió Margaret, llevando su mano izquierda a su cintura y elevando la copa de champán a media altura con sus perfectos manicurados dedos-de-negro-noir-primitif que sostenían el tallo de cristal y que eran sodomizados por ese conjunto de rocas—. Por favor —lanzó un latigazo para uno de los meseros que estaban encargados de ponerle el mundo a sus pies por las próximas horas por una significativa paga y por una mejor y más exagerada propina—, no es nada ni se hace nada sin una copa en la mano —sonrió, elevando sus cejas y llevando su copa a sus labios para beber el último sorbo, cerró los ojos, suspiró, y saboreó las gloriosas y diminutas burbujas que se deslizaban por su esófago—. Mmm… —abrió su ojo izquierdo, manteniendo la placentera expresión del amargo pero sedoso sabor—. Nada como una buena copa de champán —ensanchó la blanca sonrisa, y, lenta y arrogantemente, se volvió hacia el diligente mesero que le ofrecía la charola para que colocara la copa, pues Margaret detestaba cuando dedos ajenos marcaban su cristal—. Les presento a John —dijo mientras colocaba delicadamente la base de la copa sobre la brillante charola—, él se encargará de hacer que suceda lo que ustedes quieran que suceda —sonrió, y el sonriente hombre sonrió con una corta reverencia.



— Una copa de Blanc y un Martini seco, sin aceitunas, ¿cierto? —sonrió el hombre que había estudiado la lista que Natasha se había encargado de darle, una lista con treinta y un invitados que, a pesar de no ser tan importantes como la compulsiva necedad y necesidad de Margaret de tener una copa en la mano, eran igualmente importantes.



— Cierto —asintió Lena, a quien nunca le dejaba de sorprender hasta dónde podía llegar la prepotencia del cliente, pues no había fiesta, celebración, o lo-que-fuera, que tuviera personal de servicio, que no supiera qué le gustaba a cada quién, y cómo le gustaba ese qué.



— Y otra copa de champán —añadió Margaret, petición que no necesitaba verbalizar porque ya él sabía que tenía que llevarle otra copa, pero no a tres cuartas partes, como se la servía a cualquier otro mortal, pues a ella le gustaba la copa a la mitad; se trataba de preservar las burbujas, sino, de no querer las burbujas, bebería vino blanco—. Es mesa libre —se volvió hacia las dos féminas—, y barra libre también —sonrió—, pero pensé que les gustaría sentarse con gente más de su edad, o quizás sólo no con los sal y los pimienta —rio, refiriéndose a todos aquellos invitados que padecían ya del mal de las canas, y en cuenta iba ella.



— Gracias —sonrió Yulia—. Sólo, ¿en dónde puedo dejar el regalo?



  — Por allá —guiñó su ojo, señalándole, con la dirección de su rostro, al hombre que parecía tener una sonrisa pintada de lo falsa que se veía.



Yulia sólo asintió, y, rápidamente, apenas halando a Lena de la mano, le alcanzó el cheque al implicado caballeroso señor que no se perdía ni resaltaba de entre la multitud con esas magnas y profundas entradas de cabello tirado hacia atrás con tanto esfuerzo.



Y, así por así, porque así debía ser, no supieron en qué momento ya tenían una copa en la mano y se sentaban a la mesa que había sido reservada "para los amiguitos de Natasha", porque si ella se aburría sólo podían esperar algo malo.



No hubo mayor evento, al menos no uno tan trascendental como para que valga la pena que lo cuente con detalles. Sólo hubo música a la que nadie le encontraba tanto gusto como Margaret y Romeo, porque a Yulia, después de un poco de Shostakovich, que ni siquiera había sido el segundo movimiento de la Décima Sinfonía, y de un poco demasiado de Tchaikovsky, le había perdido el interés y no veía la hora en que algo diferente se adueñara del escenario; no le importaba si eran gaitas escocesas, quizás por eso fue en contra de todo prejuicio y gusto de bartender y mixologyst, pues bebió tantos Martini como el cuerpo no le pidió, era como comer por aburrimiento, porque todos aquellos "expertos" decían que sólo se debía beber uno o dos, que eso era lo chic, porque, para emborracharse, había alcoholes más severos y menos elegantes como el tequila, porque, ¿qué era eso de lamer la sal, beber, y morder una lima?

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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 6 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por VIVALENZ28 12/5/2015, 2:00 am

***











 



— ¿Y tú? —rio Lena, logrando traerlo de regreso a la Tierra, al aquí y al ahora, con un rápido doble chasquido de dedos.



— ¿Yo qué? —balbuceó, casi tartamudeando, y, como prácticamente todo hombre en traje formal, frunció su ceño, se aclaró la garganta, y llevó su mano al nudo de su corbata para recomponerse en postura y en compostura.



— ¿Tú qué? —se burló con una sonrisa de amplitud vertical y de arqueadas cejas mientras sacudía lentamente su cabeza de lado a lado para afilar el arte del bullying.



— No entiendo —cerró sus ojos con esa cobarde y falsa arrogancia.



— Tienes una cara… —se encogió entre hombros.



— Es la única que tengo —repuso un tanto a la defensiva.



— No te preocupes, que no me asusta —elevó sus cejas de forma explicativa.



— ¿Necesitabas algo? —preguntó cortantemente cuando al fin ya había regresado por completo al presente, que fue sólo porque se acordó de la expresión "sexo con ropa".



— Ay, te diré lo que necesito —asintió, y, de un movimiento, enganchó su brazo entre el suyo para empezar a caminar por aquel pasillo—. Necesito ir al baño —sonrió, caminando sin gracia y sin desgracia, simplemente, por la ridícula cantidad de alcohol, su cabeza iba de un lado a otro con diversión.



— ¿Necesitas soporte o apoyo?



— Apoyo necesitaría si tuviera una infección en las vías urinarias —rio—, tú sabes, porque es un dolor que no se sabe describir con tanta precisión…



— Entonces "soporte" —repuso rápidamente, y saltó a la errada conclusión—: estás ebria.



— ¿Ebria? ¿Yo? —rio nasalmente, y detuvo el tambaleo de su cabeza para relevarlo por un disentimiento—. Quiero acordarme de este día lo más que se pueda.



— Entonces, si no estás ebria, ¿para qué necesitas soporte?



  — Stilettos —suspiró.



— Alturas malignas, ¿cuál es la gracia?



— Definitivamente no es ser de tu maligna altura —se encogió entre hombros—. Supongo que el gen de la estatura no lo saqué de ti… la altura me da igual porque sólo cambia la perspectiva; si veo a la gente hacia arriba o hacia abajo, aunque debo decir que tiene su gracia eso de ver al mundo desde arriba, pero la altura maligna mejora mi postura considerablemente; asegura trasero, alinea espalda, saca pecho, hace de mis piernas algo de otro mundo… o eso me dijo Betty —dijo, e hizo una minúscula pausa para dejar que la epifanía fuera digerida—. Y son bonitos.



— Pero duelen —repuso, omitiendo el comentario de Betty porque no sabía quién era ella.



— Y la espalda también tiende a doler si no tienes una buena postura —rio—, es cuestión de escoger qué es lo que quieres que te duela.



— Escoge que no te duelan los pies, entonces —soltó una relajada risa nasal.



— Sé que estoy sobria porque todavía siento dolor, es grave cuando dejo de sentirlo —«porque eso significa que ya tengo los stilettos en la mano».



— Ah, suenas a esas personas que dicen que el dolor es lo único que les indica que están vivos.



— ¿Vivos? —frunció su ceño—. Realmente, como no me he muerto, no te sabría decir si se siente dolor en eso que llaman la afterlife —sacudió su cabeza—. La situación de mis pies es un indicador fisiológico del nivel de mi ebriedad, nada más.



— De igual forma, Lena, creo que necesitas los pies para caminar… lo que necesitas es bajarte de esas cosas para que no te duelan los pies.



— Ah, te preocupas por mis pies —bromeó, deteniéndose frente a la puerta del baño.



  — Me preocupo por ti —asintió él.



— Ay, qué lindo —sonrió, y le ahuecó la mejilla—, pero no necesito que te preocupes por mí.



— Cierto, lo que necesitas es ir al baño —rio, apuntándole, con su mirada, en dirección a la puerta.



— Pero por necesidad fisiológica —asintió.



— ¿Hay algo que necesites que no sea fisiológico? —frunció su ceño, y Lena se reflejó en él—. Digo, para traértelo… no quiero contribuir a tu dolor de pies —le explicó con aire de excusa.



— ¿Puedes esperar aquí mientras voy al baño? —se encogió entre hombros, aunque, en realidad, sólo era que creía que esa instrucción había quedado implícita en la subliminal petición de que la acompañara al baño, porque, pues, no había tal cosa como que entrara con ella al baño de «ladies».



— Sí, claro que sí —balbuceó con un asentimiento relativamente torpe.



La vio desaparecer tras la puerta sin el menor aparente dolor de pies, porque, en realidad, era el principio del dolor, todavía no era aquel ardor en el tercio anterior que se sentía como si un millón de agujas finas se le clavaran con cada paso; eso ya no era sano ni bonito. Y ningún stiletto valía la pena si se llegaba a esos extremos.



Se quedó ahí, con las manos llenas de torpezas al no saber qué hacer con ellas, por lo que resolvió meterlas en los bolsillos de su pantalón mientras mantenía la mirada fijada en cómo las puntas de sus Ferragamo cubrían y descubrían los círculos rojos de la alfombra.



Y pensó. Sí, pensó. «"Maligna altura"», ¿qué había querido decir con eso? ¿Era sarcasmo o cinismo? Bueno, quizás cinismo no sino reclamo. ¿Era sarcasmo o reclamo? ¿Estaba en descontento con su corta altura o estaba contenta con su altura promedio? Eso de "ver al mundo desde arriba" lo había confundido más de lo que debía hacerlo, en especial porque su subconsciente había omitido el indiferente "me da igual" que le había precedido a tal comentario.



— Es bonito verlo todo desde arriba, ¿verdad? —rio suavemente Lena mientras frotaba sus manos para deshacerse de lo último de la humedad de olor a cremosa miel de abejas.



— ¿Perdón? —ensanchó la mirada, asustado por no saber cómo sabía que pensaba en lo de la altura, pero no era nada sino un comentario al azar.



— Nada —sacudió su cabeza, y volvió a enganchar su brazo en el suyo.



— ¿Más tranquila? —la vio de reojo, y ella asintió—. ¿Hay algo más para lo que me necesites?



— Sabes, hay algo que me tiene un poco confundida —le dijo con un suspiro.



— Tú dime.



— Yulia tiene una mejor relación con Bruno que yo contigo… y eso que a ella el término "padrastro" no le cae precisamente en gracia.



— ¿Te confunde la parte de Yulia y su "padrastro", o la parte tuya y mía?



  — ¿Cuál crees? —entrecerró sus ojos.



— Yulia es una persona hermética y amurallada, no deja entrar a cualquiera —se encogió entre hombros—, por eso pregunto.



— Es por el hermetismo y lo amurallado que me confunde —rio, pero él no pareció entender—. ¿Te parece que soy de trato difícil?



— Al contrario —sacudió su cabeza—, eres de trato fácil; relajada.



— "Re-la-jada" —resopló—. Epíteto que yo no podría heredar de ti.



  — Perdón? —ensanchó la mirada.



Me escuchaste—«,old fart».  



— Yo no soy de trato difícil, esa descripción le cae mejor a Yulia—contraatacó con una sonrisa cínica.



— No dije que eras de trato difícil, o que eras un histérico, un neurótico, un estresado —sacudió su cabeza tal y como él la había sacudido hacía unos segundos.



— Entonces, ¿qué me quieres decir con que eso no lo heredaste de mí?



— ¿Lo explícito? —frunció su ceño, deteniéndose para encararlo completamente.



— Si yo no soy de trato fácil, o relajado, ¿qué soy?



— Un mojígato critico.





 











***









 



Straight Martini: agitado y limpio—dijo Yulia con una sonrisa para el responsable de atender la barra, y se volvió sobre sí para encarar la pista de baile.



La fiesta, al ser un evento de beneficencia más que una celebración de cumpleaños, o un juego de excusas para las justificaciones a la mano, había tenido una asistencia de fluctuantes dos tercios de los invitados, pues nunca faltaba aquel que sólo llegaba a dejar el cheque, a tener una fotografía de asistencia, y se iba, o el que no llegaba pero que sí enviaba el cheque; todo dependía de qué tan social se quería ser o de que tan importante se era. Definitivamente, tanta gente ya no había. Ya se podía caminar con mayor libertad, y la pista de baile estaba menos abarrotada, y las barras eran y estaban prácticamente libres en todo el sentido de la palabra.



Natasha bailaba con Thomas entre graciosas carcajadas, de vueltas hacia aquí y hacia acá, de jalones y tirones, de pasos así y asá, y, entre el baile, conversaban entre muecas retadoras con James y Marie. Todo por saber quiénes bailaban mejor.



Al otro lado de la pista de baile, sentado y con mala cara por el aburrimiento y el hostigamiento, estaba el famoso primo de Natasha, ese que parecía que sólo quería arrojarse frente al primer bus o a las vías del subterráneo porque su novia, o su date, hablaba efervescentemente con Eric, el otro rubio primo de Natasha y hermano del mencionado, «el caballero, el sano, el cuerdo, el que me cae bien», y era porque trabajaban juntos en "Waters, Sheffield & Webster"; él era Webster y ella era Waters. El otro, Matthew, al que Phillip siempre le trituraba la mano cuando lo saludaba con una amenaza muda y odio en sus ojos, él sólo era algo de Recursos Humanos tras el famoso pensamiento de "los humanos necesitan recursos". O eso pensaba Yulia que él pensaba. Qué odio.



Phillip no bailaba en ese momento porque no podía omitir la presencia de su cliente principal en una de sus cuentas, nada que un whisky social no pudiera hacer.



Lena, porque le habían picado los pies por no estar bailando, había bailado con Romeo uno que otro de aquellos valses rusos o que iban por la línea de lo tétrico o de anticuada ironía, todo porque quería aprender a bailarlo de alguien que sabía, y había logrado entablar una amistosa y amable conversación con Anthony, el "asistente" de Margaret, hombre al que Yulia todavía no se había opuesto. Es que, en realidad, era de índole irrelevante porque, para lo poco que lo conocía, sólo podía sentir una alerta demasiado evidente en el fondo de su mente.



Yulia, por motivos que se reducían a las simples no-ganas de bailar, no estaba en la pista, ni con Lena, ni con Romeo, ni con nadie, ni ella sola, además, dentro de todo, a pesar de sentirse muchísimo mejor, había tenido el tiempo suficiente como para tener una inexplicable recaída en lo que la castigaba desde la madrugada, porque pasaba que era más dura consigo misma que con el resto de sucios mortales, ¿por qué no podía simplemente hacer las paces? Y ese momento, hasta en ese entonces, tuvo tiempo para estar sola a pesar de verse rodeada de tantas personas y de tanto ruido, algo que necesitaba aunque supiera y aceptara que necesitaba estar acompañada también; era algo para dosificar.



Y ahí, estando sola, sentada en uno de los banquillos de la barra, esperó por su Martini mientras veía a Lena bailar con una sonrisa de diversión y entretenimiento e intentaba lidiar con la resaca de la madrugada para ya por fin ponerlo en el pasado. La seguía con la mirada, porque le gustaba ver cómo trazaba los pasos con tanta diversión, porque todavía flotaba, y disfrutaba de saber que la estaba pasando bien.



Entre sorbo y sorbo, entre cada elevación de cejas de la pelirroja y de risas del rubio opaco que la llevaba con tanta facilidad, no se dio cuenta en qué momento su propia apreciación se había vuelto en un tedioso y perverso acoso casi sexual.



— Jamás había visto una mirada así en una mujer —le dijo el hombre con una sonrisa, y logró sacarla de su ensimismamiento, por lo que Yulia se volvió hacia él con la mirada perpleja.



— ¿Perdón? —frunció su ceño.



— Esa mirada que tenías era distinta a las que estoy acostumbrado —rio, y llevó su vaso collins a sus labios. Bebía la atrocidad: un escocés con coca cola. «Y es una mezcla común, pero no se hace con un single malt scotch… ».



— ¿Y a qué mirada está acostumbrado? —sacudió su cabeza, manteniendo su ceño fruncido ante la idea de saber que ese vaso tenía Macallan y coca cola, «y hielo», además, todavía no entendía.



— Estoy acostumbrado a que lo vean con picardía, con hambre —elevó sus cejas, pero Yulia no entendió—; como que se lo quieren llevar a casa por la noche.



— Deben ser las copas —sacudió Yulia su cabeza con aire explicativo y excusatorio—, no le entiendo.



— A mi hermano —sonrió—, nunca había visto que una mujer lo viera con tanto cariño —le señaló al que bailaba con Lena.



— Ah, usted es el hermano de Anthony —exhaló su entendimiento.



— Nicholas James —le extendió la mano con una amplia sonrisa y un asentimiento.



De nada —rio Yulia nasalmente, estrechándole la mano con una graciosa pero confusa expresión facial.



Lo siento, pero no conseguí tu nombre—sonrió, acercándose un poco más a ella, a una distancia demasiado personal para el gusto de Yulia, por lo que ella se alejó un poco.



No lo dije—sacudió su cabeza, y llevó su Martini a sus labios para evitarlo, porque no quería hablar con nadie, mucho menos con alguien que su pick-up line había sido una referencia a su hermano, ¿qué clase de estrategia era esa?



— ¿Conoces a Anthony? —preguntó él, omitiendo el subliminal y evidente rechazo de la mujer que sólo quería ver en paz a Lena.



— He cruzado tres o cuatro palabras con él —se encogió entre hombros—, es… —suspiró, intentando encontrar un epíteto diplomático—. Es una buena persona —supuso con una minúscula sonrisa, pues en realidad no lo conocía tanto   como para dar fe de que verdaderamente era una buena persona.



— Ah, eso lo dices porque no has pasado la noche con él y nunca te llamó luego —rio burlonamente, haciendo que Yulia se volviera con su ceja derecha hacia arriba—. ¿Qué?



— No lo estaba viendo a él, estaba viendo a mi novia… a la que está bailando con él —disparó el misil.



— ¿Tu novia? —rio, volviéndose hacia los rubios, y, de reojo, vio a Yulia asentir—. ¿Tienes una mejor excusa?



— ¿Excusa? —elevó su ceja derecha todavía más, pues necesitaba que su ceja alcanzara el nivel de su indignación.



— He escuchado de todo —asintió—: desde que están en una relación hasta que tienen herpes.



— ¿Cómo es "herpes genital" una mejor excusa? —frunció su ceño, y, sin poder contenerse la carcajada, la vomitó.



— Es más efectiva —frunció él su ceño. «Hm… eso es verdad».



— Y eso le debería decir mucho de alguien —asintió.



— ¿A qué te refieres?



— El herpes genital es una consecuencia de dos posibilidades: infidelidad y/o promiscuidad —sonrió, y se abstuvo de nombrar la tercera posibilidad; la del contagio por dispersión.



— Yo no tengo herpes, y no tengo novia —sonrió él de regreso.



— ¿Asumo que es una "win-win situation", no? —él asintió—. Qué bueno que no tiene herpes, y qué mal que no tiene novia —sonrió, y se devolvió a la vista de una sonriente Lena.



— ¿Siempre eres así de difícil?



— Siempre —asintió seriamente—, en especial cuando el inicio de la conversación tiene que ver directamente con sexo —dijo con una sonrisa falsa.



— Bueno, pero podemos hablar de cualquier otra cosa —dijo él, estando un tanto asombrado por la crudeza del comentario, y, ante el desinterés de Yulia, actitud que él interpretó como un "la conversación la debes empezar tú", respiró profundamente y dijo—: tengo treinta y uno.



— Joven —opinó ambiguamente, pues sabía que él esperaba un poco de reciprocidad.



— Soy piloto —sonrió—, piloto privado… recién me promueven a Capitán.



— Felicidades —rio Yulia nasalmente.



— Gracias —dijo, y alzó un poco su vaso para insinuar un brindis, brindis al que Yulia respondió con un distante alzamiento de su copa y un último sorbo—. Y tú, ¿qué haces? ¿Cómo te llamas? —«oh,amigo vete a la mierda».



Otro Martini —le dijo al que le recibió la copa vacía—: recto, agitado, y limpio, por favor.



— Una mujer que conoce su bebida —comentó el exasperante hombre, y Yulia sólo sonrió—. Vamos, dime algo… lo que sea —le rogó, cosa que hizo a Yulia reír—. ¿O tengo que adivinar?



— Por favor, no —dijo entre su risa mientras sacudía su cabeza, pero él no entendió el significado real de la enunciación.



— Si adivino, ¿bailarás conmigo? —elevó graciosamente sus cejas.



— ¿Qué es lo que quiere adivinar? —«no».



— Quién eres, qué haces, cuántos años tienes… —se encogió entre hombros.



— Está bien, pero, si no acierta, me deja en paz —asintió una tan sola vez—. Haga lo mejor que se pueda —sonrió.



— Está bien —respiró profundamente, llevó el vaso a sus labios, bebió el resto de la bebida, y se irguió para arreglarse el corbatín—. Esta fiesta se divide en tres partes: los de las leyes, los del periodismo, y los de los bancos —dijo, viéndola penetrantemente pero sin poder descifrar lo que esa mirada sonriente significaba, «burla»—. Las mujeres no llegan muy lejos en los bancos, y, como te falta un anillo de matrimonio, no eres esposa de banquero; lo que significa que nos quedan el periodismo y las leyes —dijo, estirando sus brazos para empezar a arreglarse las mangas, «sexista»—. Leo el "New York Times" todos los días, y no he visto tu fotografía en ningún editorial, ni en ninguna columna; me acordaría… supongo que debes estar en las leyes, al menos la actitud la tienes: seria, tajante, al grano —sonrió—. Calculo que tienes veintisiete o veintiocho, y no sé mucho de cómo funcionan las firmas de abogados, pero eres muy joven como para ser socia; debes ser junior partner, y abogada.



  — ¿Algo más? —ladeó Yulia su cabeza.



— Vamos —sacudió su cabeza, y le extendió la mano para que le cediera el baile.



— No —sacudió su cabeza lentamente, y se volvió hacia la sonrisa de Lena.



— Yo sé que no me he equivocado —suspiró su frustración—, pero no entiendo por qué las mujeres prefieren andar con rodeos en lugar de ser honestas.



— Está bien —sonrió—: no quiero bailar con usted.



— ¡Yulia! —exclamó Phillip, llegando a su rescate, pues, desde lo lejos, había visto cómo el hombre la hacía sufrir con su presencia y su insistencia, aunque cualquiera habría creído que era él quien sufría por su grosería—. Te me perdiste —rio, sonriéndole al tercero que estaba todavía ahí presente, porque a él sí lo conocía por referencias y menciones de su hermano.



— No tenía ganas de hablar sobre finanzas —sonrió para él.



— Sí, un poco aburrido —dijo, apoyándose de la barra con su mano y su bebida.



— Thomas le va a arrancar el brazo a tu esposa —comentó Yulia, omitiendo la nula presencia incómoda.



— No tiene tanta fuerza —sacudió su cabeza—. Pero, de igual forma, en un rato la iré a rescatar, ¿tú no piensas bailar con Lena?



— Todavía no lo sé —se encogió entre hombros, y recibió el Martini sobre la barra—, creo que voy a esperar a que se vayan más personas —dijo, notando cómo, de un segundo a otro, ya sólo estaban ellos dos; la molesta tercera presencia se había esfumado entre su indignación—. Gracias.



Hey, cuando veo a una damisela en apuros… —sonrió carismáticamente—. Más como una "damisela en Dior" —guiñó su ojo.



Oh, mi héroe! —canturreó Yulia en una aguda voz de falso entusiasmo, y se le arrojó contra el pecho para incrementar el dramatismo, por lo que ambos rieron a carcajadas.



— ¿Quién era ése?



— El hombre con la peor pick-up line que he escuchado en mi vida —rio, sacudiendo su cabeza y dio un pequeño sorbo a su nueva copa—. Es el hermano del asistente de Margaret.



Pf, me late —sacudió su cabeza, y bebió el último sorbo de su vaso, para, con un gesto universal, pedir dos dedos más del escocés que bebía neat—. Oye, ¿puedo preguntarte algo?



— Lo que quieras.



— ¿Estás bien?



— ¿Por qué lo preguntas? —ladeó su cabeza con su ceño fruncido.



— Estás como… —frunció su ceño, y paseó sus dedos por su quijada—. Como distante.



— No soy corazones y animalitos bonitos de felpa —rio evasivamente.



— Eso es de conocimiento público —estuvo él de acuerdo—, pero, no sé… cuando estabas en tu sesión de "hacerme hermosa" en el apartamento… no sé, estabas distante con todos menos con tu iPod.



— Mmm…



Que pasa?



Aparte del techo —suspiró Emma sin la menor intención de ceder al cinismo—.No lo sé



— ¿Está todo bien en el estudio?



— Tengo una shitload de trabajo —suspiró de nuevo—. Tenemos el problema de la Old Post Office… que está drenando a Volterra, a Belinda, y a Nicole, y ni hablar de Clark, tanto que probablemente tengamos que contratar de nuevo a Segrate.



— ¿Qué de la Old Post Office?



— Desde hace años, los Trump querían el contrato de arrendamiento del lugar para transformarlo en un recinto hospitalario… el contrato de arrendamiento va, anualmente, por los cinco punto uno millones, y el contrato se estaba negociando por veintitrés años si no me equivoco… pero la GSA, no me preguntes por qué, estableció que el ingreso del monumento era mayor al que los Trump estaban ofreciendo, y eso que ellos ofrecieron un poco más de doscientos millones en dólares de remodelación y mantenimiento.



Eso es pastel de alotta —ensanchó Phillip su mirada.



— A eso tienes que agregarle el ingreso anual corporativo que iban a tener, que, sin decir mentiras, el hecho de que el monumento esté en el camino directo que va hacia la Casa Blanca, es una mina de oro en profit y en taxes



— Mina de oro turística y diplomática —asintió.



— Claro.



— Entonces, ¿cuál es el problema?



— Antes de que la GSA diera su "veredicto", ellos empezaron a sacar todo tipo de permisos habidos y por haber porque asumieron que les iban a dar el contrato.



— Ah, pero como la GSA dijo que no, se perdieron.



— Exacto —asintió Yulia—. El año pasado, antes de que la GSA cambiara su punto de vista financiero, y de que la transformación no iba a tener ningún impacto significativo a nivel de transporte, historia, o de uso de tierra, nosotros entramos a ser los encargados de hacer todo el papeleo, pero, por órdenes de ellos, para no adelantarse a nada porque eso cuesta dinero, no empezamos con el papeleo desde el momento en el que nosotros entramos.



— ¿Están atrasados con el papeleo?



— Los permisos prácticamente ya están, al menos los iniciales, pero quedan unos que tienen que ser emitidos por la GSA después de nosotros haber presentado hasta el último detalle que vamos a transformar porque tienen que asegurarse de que nosotros no vamos a ambientar tipo Moulin Rouge —dijo, y bebió un sorbo para luego apartar su copa; ya había llegado a su límite etílico—. Cada cambio que nosotros hagamos, después de que nos concedan los permisos de la GSA, es otro papeleo más, y, como el proyecto lo quieren terminado para el dos mil quince, algo que me parece imposible de hacer…



— Papeleo extra significa tiempo perdido, un atraso —completó Phillip la idea.



— Exacto, y cualquiera podría pensar que doscientos millones en remodelación y mantenimiento inicial es peanuts para mis jefes… pero un papeleo por gusto, costando lo que cuesta, en tiempo, en ineptitud, y en dinero, no es así nada más…



— Suena estresante, ¿eso es lo que te tiene así?



— En parte —asintió—. Volterra, como tiene una adicción al estrés y a la presión sobrehumana, dijo que sí se podía sacar para el dos mil quince, pero yo no quiero entregar una obra hecha con prisa; eso sólo es sinónimo de que no vamos a poder entregar la calidad que nos define… no podemos garantizar calidad impecable porque es demasiado riesgoso, en especial en términos de reputación, y no quiero tener que reunirme con el legal team para disolver el convenio.



— ¿Y tú para cuándo crees que podrían terminar el proyecto?



— Tomando en cuenta un margen razonable de contratiempos, por uno que otro cambio, por el clima, por todo eso que nosotros no controlamos, yo calculo que eso se entregaría hasta mediados del dos mil dieciséis —«porque hay que saber cubrirse el trasero».



— ¿Por qué no lo dices?



— Primero porque Volterra es el encargado del proyecto, yo no voy a estar tres cuartas partes del dos mil quince. Segundo porque el cliente así lo quiere, lo quiere para finales del dos mil quince, y eso se podría sólo si pudiéramos trabajar todos los días, todo el día, y con una cantidad exagerada de obreros que estén calificados para eso, pero, por estar en donde está, eso no es posible. Y, tercero, lo dije en la reunión que tuvimos el miércoles, y casi me pegan —rio—, pero me dijeron que lo iban a meditar.



— Eso debe ser bueno, ¿no?



— Es una respuesta diplomática, no necesariamente honesta —se encogió entre hombros—. Por otra parte, ellos habían contratado al ambientador con el que habían trabajado en Toronto y en Vancouver, pero les renunció antes de terminar los diseños.



— Entonces, eso te toca a ti hacerlo.



— Lena lo hará —sacudió su cabeza—, yo la voy a apoyar.



— Que es prácticamente como si te estés haciendo cargo del proyecto pero por la parte de ambientación, ¿no?



— La mayor carga laboral la tiene Lena —sacudió su cabeza de nuevo—. El punto es que yo no quería verme involucrada en ese proyecto en particular… en tres semanas tengo que entregar los primeros diseños para Oceania, y en tres semanas ya tenemos que haber enviado la ambientación final a la GSA para que vean que no estamos haciendo nada que vaya en contra de la Patria y todo eso —rio—. Y, por si eso fuera poco, tengo un proyecto en Newport que… —suspiró—. Tengo que ambientarlo.



— ¿Es en esas tres semanas?



— Dependo totalmente del arquitecto —se encogió entre hombros—, tiene que terminar la casa para yo poder llegar a meterle las camas, y ha tenido un par de atrasos de los más estúpidos.



— Me dijo Lena que el lunes empiezas a entrevistar pollos —sonrió—, eso debe quitarte cierto peso de encima.



— ¿Qué te dijo del pollo que quiero?



— Me dijo que había un pollo que en papel parecía ser una cagadita tuya —asintió.



— Y planeo explotarla —asintió ella también—. Si sobrevive las próximas tres semanas, o un mes, es digna de que Volterra realmente considere darle una plaza fija —«no por carga laboral sino por ambiente laboral».



— Aunque asumo que debería considerarlo porque pollos como esos no salen de cualquier granja, ¿no?



— ¿Qué? —rio yulia, no entendiendo ya las metáforas avícolas.



— Asumo que una diseñadora como ella, así sea la Mujer Maravilla en papel, no sale de cualquier universidad ni llena todos los requisitos que quieres que llene, los que están en la teoría y en la práctica —rio.



— Eres tan inteligente… —asintió.



— Eso yo lo sé, pero me gusta que tú lo sepas también —sonrió, y sacó su lengua—. Antes de que me cambies el tema, sabes que, si en algo puedo ayudar, sólo tienes que decírmelo, ¿verdad?



— Gracias, Felipe —sonrió.
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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 6 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por VIVALENZ28 12/5/2015, 2:04 am

— De nada —reciprocó él, porque su diligencia estaba hasta en la posibilidad de tener que enrollarse las mangas para ayudarle a pintar una pared—. Sólo diré que me alivia saber que tu distancia no era porque habías peleado con Lena…



Nosotras no peleamos—suspiró, no dándose cuenta de que eso había salido en voz alta.



— ¿Está todo bien entre ustedes dos? —preguntó ante la defensiva respuesta.



— ¿Puedo preguntarte algo personal?



— Claro, lo que quieras, Yulia María.



— ¿Alguna vez has tratado mal a Natasha?



— Define: "mal".



— Mal —se encogió entre hombros, pues, para ella, el término estaba claro.



— ¿Te refieres a un trato físico, verbal, emocional, o qué? —preguntó con su ceño fruncido, y decidió tomar asiento al lado de Yulia.



— Todas las anteriores, más "qué" —sonrió.



— Físicamente, de pegarle, nunca —sacudió su cabeza—. Probablemente la he lastimado en los momentos más estúpidos, pero sólo porque no he sabido medir mi fuerza, mi intención no es lastimarla, como cuando pretendo hacerle cosquillas y termino casi que haciéndole una punción lumbar —le dijo, pero eso era algo que Yulia entendía—. Verbalmente… —suspiró—. No lo sé, cuando estoy enojado no soy persona, no soy humano.



— Creo que sólo una vez te he visto enojado —frunció Yulia su ceño—, y con ella nunca.



— No, pero hay veces en las que me cuesta dejar el trabajo fuera de mi casa, y no es que quiera desquitarme con ella, porque no me ayuda en nada, ni siquiera para sentirme mejor en ese momento, pero quizás sí le he hablado un poco tosco en alguna ocasión, o he sido un poco grosero, o mezquino… y, emocionalmente, no lo sé. ¿Por qué lo preguntas? —ladeó su cabeza, llevando su mano a su chaleco para desabrocharlo también; después de la ridícula hartada se había inflado y ya le estaba molestando para respirar con la densidad de siempre.



— ¿Qué has hecho para arreglarlo? —omitió su pregunta.



— Natasha sabe que no es con ella, y que tampoco es mi intención —se encogió entre hombros—, no suele tomarse esas cosas muy en serio.



— Y, cuando lo hace, ¿qué haces?



— Cuando se lo toma en serio es porque ya es más personal el enojo, o que mi enojo se desplaza y digo alguna estupidez —le explicó—, pero le pido disculpas.



— ¿Y eso lo arregla?



— ¿Por qué no me dices qué pasó? —sonrió reconfortantemente.



— Yo… —empezó a decir, pero calló con una exhalación pensativa.



— No tienes que contarme con detalles.



— La traté mal —se encogió entre hombros al no saber cómo explicarlo de otra forma—, le quité la sonrisa —confesó como si fuera pecado, porque lo era; esa imagen no podía lograr quitársela aunque estuviera distraída.  



— ¿Por lo de la Old Post Office?



— No, sólo…



— ¿Quieres que traiga a Natasha para que hables de esto con ella? —ladeó su cabeza y sonrió.



— No, creo que eres una mejor fuente de iluminación en esta ocasión —sacudió su cabeza.



— ¿Por qué?



— Porque ahorita, no sé por qué, no me siento tan mujer como debería… me siento como en ese punto en el que no entiendo nada.



— Ah, te sientes como un hombre ante su mujer —rio, y Yulia asintió—. ¿Sabes lo que hiciste mal?



— Sí.



— ¿Sabes que está mal o crees que está mal?



— Lo sé.



— ¿Lo hiciste con intenciones de lastimarla?



— No.



— ¿Sabes que se sintió mal?



— Sí.



— ¿Entendiste qué estuvo mal hecho y por qué?



— Sí.



— ¿Te disculpaste?



— No lo suficiente.



— ¿Te disculpó?



— Hasta demasiado.



— No sabes cómo quitarte esa culpa, ¿verdad?



— No.



— Tómate un momento y respira —sonrió—. Piensa en cómo es Lena, si te disculpó por condescendencia o porque realmente te estaba disculpando; porque quería disculparte. Piensa en cómo es Lena, si parece estar haciendo las cosas como por obligación o porque realmente está disculpado y olvidado. Y piensa quién es en realidad quien no quiere disculparte —le dijo, posando suavemente su mano sobre su hombro.



— Lena ha actuado como si nada pasó —repuso Yulia.



— Y no quieres disculparte porque tienes miedo de que vas a dar por sentado el hecho de que, hagas lo que hagas, lo hagas como lo hagas, ella te va a disculpar, ¿no es cierto?



— Sí, pienso que, de dejarlo pasar, lo voy a volver a hacer —asintió.



— Lo que sea que hayas hecho, lo que sea que hayas dicho, puede ser que lo repitas y no por eso está mal —le dijo con una suave sonrisa—, repetirlo sólo te hace humana, no una mala persona.



— Si lo repito, que es algo que no quiero que pase, arraso con ella —habló su fatalismo catastrófico.



— ¿Qué tan malo pudo ser? —rio nasalmente.



Perdí mi mierda—se encogió entre hombros, y se molestó un poco por la risa de Phillip.



— El problema es que, para ti, "a perderse en la mierda" es algo que para cualquier otra persona no es nada —repuso él, y Yulia dibujó una mirada de estar pidiendo una explicación—. Conmigo no compartes mucho —se encogió entre hombros—, digo, tu naturaleza no es ser muy abierta con los salvajes y ordinarios seres humanos que tienen el descaro de vivir en tu mismo tiempo y en tu mismo espacio —bromeó, haciendo a Yulia reír un poco—. A decir verdad, me asombra que me hayas compartido algo así de delicado —confesó el honor.



— Contigo comparto —entrecerró su mirada.



Por supuesto que si —rio—. Me refiero a que compartes tus desacuerdos con Anna Wintour… o de cuando Betty Halbreich te dijo que tu abrigo favorito era es-pan-toso.



— Te comparto a mi mejor amiga —se cruzó de brazos—, y te comparto a mi novia por un almuerzo a la semana.



— Sí, y tu generosidad es agradecida, Yulia María —se carcajeó—. Pero no me refiero a Natasha o a Lena, me refiero a ti.



— ¿Qué conmigo? —frunció su ceño, pero, ante las juguetonas cejas de Phillip, elevó su ceja derecha—. No soy tan abierta con nadie. —Phillip ladeó su cabeza y sonrió—. Está bien: "no soy abierta".



— Y eso juega en ambas direcciones —le dijo él, y llevó su vaso a sus labios.



— ¿A qué te refieres?



— Yo creí haberte conocido feliz, pero no supe que no eras tan feliz como lo eres ahora.



— Habla bien, Felipe —intentó no gruñir por la desesperación, pues no entendía.



— Las personas te pueden ver feliz, te pueden ver enojada, te pueden ver triste, te pueden ver estresada, te pueden ver como sea, y te ven así cuando estás demasiado ocupada en otra cosa y no tienes tiempo para aplicar la laconia de siempre.



Las personas no necesitan saber como me siento todo el tiempo—se defendió.



— Punto válido —estuvo de acuerdo—, el problema es que creo que tú tampoco sabes cómo te sientes.



— ¿Ahora eres Psicólogo?—rio evasivamente.



La gente es tonta —hizo la acertada observación—, no todos pueden leerte de la forma en la que Natasha sabe leerte, o en la que Lena sabe leerte. Digo, ni siquiera tienes que decir lo que estás pensando y Natasha ya lo sabe.



— Eso se llama "ser predecible".



— Y para ser predecible tienen que conocerte —asintió—. Pero la previsibilidad no es el punto focal de esta conversación.



— ¿No? —él sacudió la cabeza—. ¿Entonces cuál es?



— Tú te encargas de que la laconia y el autocontrol sea lo que la gente vea: no te delatas.



— No veo cómo eso puede ser malo.



— Y no lo es, pero entonces no hay un marco de referencia —sonrió—. Ni para los mortales estúpidos, ni para ti.



Yo mendigo su perdon de mierda?



— Estás tan ocupada encargándote de sentirte estable, que eso para ti es como una línea recta horizontal porque no te gusta fluctuar ni hacia arriba ni hacia abajo, estás tan ocupada controlando lo que sale al mundo, que no te das cuenta de la magnitud de lo que estás sintiendo…



— Básicamente me estás diciendo que no tengo una percepción y/o apreciación precisa de… —suspiró, y frunció su ceño al no encontrar una palabra para establecer eso que desconocía.



— La percepción y la apreciación de todo es personal, por lo tanto subjetiva —la interrumpió—. Lo que intento decir es que, cuando tú dejas salir algo, por muy pequeñito que sea, lo ves grande.



— Ah, exagero —dijo como para sí misma.



— No se trata de la ponderación —sacudió su cabeza—. ¿Cómo defines tú "perderse en la mierda"?



— Tener un colapso temperamental, obviamente.



— Abordemos esto de otra forma —rio, pues se había encontrado con un callejón sin salida—. ¿Cómo te sientes cuando un bartender te sirve un Martini con aceitunas?



— Me enoja, porque digo específicamente que no quiero comida en mi bebida —se encogió entre hombros, no sabiendo hacia dónde iba Phillip con eso.



— ¿Te dan ganas de reventarle la copa en la cabeza al bartender?



— Eso es un poco dramático —sacudió su cabeza.



— Pero eso sería, desde mi punto de vista, "perderte en la mierda" —sonrió—.Pierdo mi mierda cuando un empleado renuncia abruptamente. Pierdo mi mierda cuando los clientes retienen información vital para hacer una inversión. Pierdo mi mierda cuando la gente no está preparada para cosas que saben que van a pasar. Pierdo mi mierda cuando los Junior Consultants se pasan de sexistas, o cuando deciden arriesgar una reunión con un cliente en un lugar como un strip club cuando estamos en etapa de pitch todavía, o cuando deciden aplicar lo que la televisión les ha enseñado sobre cómo ser un consultor —rio.



Suena como que pierdes mierda en tu trabajo—opinó Yulia.



— Mi vida es complicada en el trabajo, no en mi casa —repuso.



— ¿Y qué has hecho cuando has colapsado?



  — De todo —rio.



Divertirse.



— Nosotros tenemos, en la azotea, un set de mini golf para relajarnos —comenzó con una risa nasal—. Claro, yo no soy mucho de golf, y la parte del "mini" tampoco me entusiasma, por eso acostumbro a golpear bolas en dirección al río; por la fuerza. Pues, una vez, después de que durante un pitch el encargado había insultado al CEO y al CFO, fui a la azotea a drenar el enojo… pero no me bastó con golpear bolas, y por eso arrojé el palo… y los palos… y la cesta con las bolas… no maté a nadie porque Dios existe —sonrió, e hizo a Yulia reír—. Cuando estábamos trabajando en el pitch de los Yankees, ya ni me acuerdo qué fue lo que dijo uno de los Junior Consultants nuevos, que mi reacción fue meterle el pan en la boca… pero lo tomé de la cabeza y le empecé a meter el pan entero; era un Subway de albóndigas —sonrió, y Yulia se carcajeó—. Cuando lo de Natasha, perdí mi mierda por lo que me dijo mi mamá… y el resultado fue que arrojé el teléfono a la calle.



— Bueno, tú te pones más físico —comentó.



— Creo que he visto demasiadas veces a mi mamá rezongar, refunfuñar, y demás, en voz alta y con manos aquí y acá, que de paso grita, y eso no me alivia el enojo —se encogió entre hombros—. Yo tengo que drenar de forma física.



— ¿No te preocupa que se te pase la mano?



— Yo no digo que tu trabajo no sea estresante, porque lo es, pero mi trabajo es estresante de otra forma, y el estrés prácticamente te lo sirven los tres tiempos de comida, y yo, que como cinco veces al día y doble ración, o triple, también me alimentan en ese momento —se encogió entre hombros—, pero encontré la forma de drenar y descomprimirme: a veces hago ejercicio dos veces al día, o, ahora que tengo la cuenta de los Yankees, le estoy agarrando cariño al deporte —sonrió—. Además, si le preguntas a Natasha, ella piensa que, cuando uno pierde su mierda, es algo bueno.



— ¿Cómo puede ser eso algo bueno?



— Porque no te conviertes en una olla de presión —se encogió entre hombros—. Aunque todo depende de qué tipo de mierda es la tuya —rio.



— ¿Cómo?



Si, cuando pierdes tu mierda, tomas un arma y te vas en una matanza… o si vomitas, o comes, o bebes, o consigues físico u ofensivo, o lo que sea.



— Traté mal a Lena —sacudió su cabeza.



— Vamos por partes, ¿alguna vez has tenido un colapso temperamental real? —le preguntó con una mirada de esperar y saber que la respuesta iría por la línea del "no".



— Sí —asintió, logrando que Phillip ensanchara su mirada—. Cuando Volterra le ofreció la sociedad a Lena.



— ¿Ves? —exhaló aliviado.



— ¿Qué?



— Eso te enojó, y podrás haberle dicho dos o tres cosas, y le pudiste haber servido un buen y jugoso plato de mierda, pero tú no perdiste tu mierda —sonrió confusamente enternecido, y era confuso porque Yulia nunca lo había visto así: enternecido—. Para ti, eso de "perder la mierda" es lo que para muchos es normal… lo que tú has nombrado "normal", en ti, es algo que prácticamente no existe.



No te entiendo… —suspiró, y llevó su mano a su frente para luego rascarse los ojos con su pulgar y su índice, aunque, claro, con cuidado de no correr ni arruinar su maquillaje.



— Probablemente no —sacudió su cabeza una única vez—, pero sí sé que no le pegaste a Lena, sé que no estás enojada con Lena, sé que, en sí, el problema no tiene nada que ver con Lena.



— Sí tiene que ver, pero no en el sentido de que tiene la culpa —repuso rápidamente—. Hice algo, y hablé de cierta forma que…



— ¿Ella te hizo enojar?



— No estaba enojada, estaba… —suspiró de nuevo, y desvió su mirada de la suya—. Estaba asustada y preocupada y desesperada...y te juro por Dios casi me cago en los pantalones.



— Lo que hiciste no puede haber sido tan malo —la tomó de la mano.



  — Eso no lo sabes.



— Lo sé —sonrió.



— ¿Cómo?



— Ella no está enojada contigo, vinieron juntas, y eran sus misma de siempre—sonrió.



La menosprecié,la humillé, la ofendí,la insulté...abusé de ella—dijo tan bajo como pudo, llena de vergüenza.



— ¿Qué le hiciste? —preguntó, intentando no sonar tan asombrado como en realidad estaba, pues se sintió muy protector de Lena en ese momento.



— Le exhorté que se quitara la ropa —frunció sus labios—. Me desperté tan… desorientada —respiró profundamente, no dándose cuenta de que estaba compartiéndose con Phillip más de lo que acostumbraba, muchísimo más—. Y todo me daba vueltas, y no sabía si seguía dormida o si ya estaba despierta —sacudió su cabeza como si todavía no pudiera creerlo—. Ya me ha pasado que me despierto dentro del sueño, no en el aquí y el ahora, es raro lo sé—se encogió entre hombros—. Y le dije que se quitara la ropa para saber si había sido sólo un sueño estúpido… si ya me había despertado o no… o si yo le había hecho algo.



Nunca le harías daño —frunció él su ceño—. Ni dormida, ni despierta.



— No fue lo que hice, fue lo que no hice.



— Lo que pasó, ya pasó —sonrió—. Sea lo que sea que haya pasado: ya te despertaste, lo que le dijiste a Lena ya se lo dijiste, y eso quedó en el día de ayer.



— El paso del tiempo sólo hace que me sienta como una inepta.



— ¿Por qué?



— Porque no logro que se me olvide lo que le hice, no logro olvidarme de esa cara… no logro que se me olvide la forma en la que me veía —sacudió su cabeza.



— Y no tienes por qué olvidarlo para sentirte bien —le dijo, alcanzándole su olvidado Martini, pero Yulia se lo rechazó con un "no" de dedo índice—. Es un recordatorio de cómo no te gusta hacerla sentir… y no lo volverás a hacer.



  — Garantía no es.



— No, no lo es.



— No sé… —respiró profundamente, y se volvió hacia donde la pelirroja todavía sonreía entre los juguetones tirones de brazos que le sacaban las risas.



Haz la paces con ella —le dijo Phillip al oído—. A mí me hace sentir mejor cuando se me ocurre perder mi mierda con Natasha y que ni siquiera es su culpa…



— Suena lógico.



— Porque lo es —rio, pero, ante el serio talante de Yulia, y la ceja derecha que iba cada vez más hacia arriba, se volvió hacia la pareja de baile que tanto acosaba—. ¿Quieres ir a bailar con ella?



Que coño está haciendo? —frunció su ceño.



"Él"? —reciprocó su expresión.



— Sí —frunció sus labios.



— ¿Hablas del asistonto?



— Sí.



— Está bailando con Lena—rio.



Mira sus manos—aflojó su cuello, y Phillip, como apuntado, vio cómo la mano del mencionado se posaba en la delicada frontera de la espalda baja y de lo que ya dejaba de serlo—. Soy yo, ¿o la mano está demasiado abajo?



— Todavía es aceptable —respondió, volviéndose hacia Yulia, quien parecía estar en desacuerdo—. Pero, si la baja un centímetro, tú le amputas una mano y yo la otra —bromeó, intentando relajar a la pelinegra que había empezado a hacer efervescencia.



— Prefiero amputarlo a él… —sacudió su cabeza, y ensanchó la mirada ante aquel giro que había hecho que la espalda de Lena terminara contra su pecho mientras la tomaba de las manos entre brazos cruzados—. A él en general.



— Sólo están bailando —resopló—. ¿Quieres bailar conmigo?



— Sabes que la técnica de la distracción es eso, ¿verdad? —se volvió hacia él, quien asentía y le tendía la mano para invitarla a bailar esa versión de "Hold On, We’re Going Home" que, quizás por la voz del cantante, era más juguetona que seductora, pero el bocado sensual y sexual no se le quitaba ni con todas las ganas del mundo, o quizás sólo era que Yulia, con esa canción, podía acordarse de ella acostada en la cama y de Lena, parada en la cama, bailando y cantando tal canción, para empezar a hacerse camino sus labios entre contoneos que iban bajando cada vez más. «Suena tal y como si Adam Levine la estuviera cantando».



Vamos, distráete.



Realmente no estoy de ánimos para bailar—se disculpó—, pero, si tú quieres ir a bailar, por favor, no me dejes seguirla.  



Disparates! —rio, no dejando de ver a Yulia, quien no dejaba de acosar a Lena, y que su acoso crecía en intensidad con cada segundo que pasaba—. Oh, tu mujer…



— ¿Qué? —elevó su ceja derecha.



— Dueñas del mundo, hacen y deshacen a su gusto, y todavía tienen celos —se burló.



— ¿Qué? —ensanchó su mirada.



— Tienen al mundo en la palma de su mano; espulgan a las larvas de la vida, son la razón principal de sinfines de canciones de amor y despecho, de épicos poemas, creería que son una de las razones principales por las cuales la economía existe, están empezando a tener presencia en la política y de la forma más sana que existe, pero, con todo y nada, todavía tienen tiempo y ganas para tener celos.



— ¿Qué te hace pensar que estoy celosa, Felipe Carlos?



— No me digas que no estás celosa del asistonto de mi suegra —entrecerró la mirada.



— ¿Y te parece coherente el hecho de que esté celosa del asistente de tu suegra? —rio nasalmente.



— No de él como persona, o como hombre —sacudió su cabeza—. Pero no puedes negar que te enoja.



— ¿Hablamos de celos o de enojo? —frunció su ceño.



— ¿No es lo mismo? —frunció él su ceño, y Yulia sólo agudizó su mirada para declararle su torpeza—. Está bien, el enojo implica celos.



— Eso sólo significa que, cuando estoy enojada, estoy celosa —tosió—. Creo que, en realidad, los celos implican enojo.



— ¿Ves? —sonrió—. De paso son inteligentes.



— Sí sabes que no le estás ayudando a tu especie, ¿verdad? —se burló descaradamente de él, «y de su especie también».



Creo que los hombres están desesperados sin las mujeres—le dijo, y llevó su vaso a sus labios—. ¿Alguna vez te has imaginado un mundo habitado sólo por hombres? —Yulia sacudió su cabeza, porque «¿por qué perdería mi tiempo en eso?»—. Sería un juego de Risk eterno; todos jugando a conquistar al vecino, firmando tratados y pactos que después se van a violar, jugando a arruinarle la economía al más pequeño, nunca llegando al consenso de nada porque tenemos motivos ocultos y que se reducen a una disputa de quién tiene el pene más grande.



  — ¡Phillip! —se carcajeó Yulia.



— Dime si no es cierto —elevó sus cejas juguetonamente—. Es de conocimiento popular que un hombre, cuyo miembro reproductor no reproduce, o cuyo tamaño, en grosor y/o en longitud, está por debajo del promedio… tiende a la prepotencia, a la arrogancia, al narcicismo.



  — No, es de conocimiento popular que un hombre, cuyo miembro genital no satisface sus propios estándares de rendimiento, tamaño, y/o estética, sufra de "narcicismo invertido", no de narcisismo.



— ¿Qué es eso? —ensanchó la mirada.



  — "Narcicismo" explica el exagerado interés que tiene una persona en sí misma y en su propia estética; expresan niveles grandiosos de lo que son, y de lo que "son" —sonrió—. Inflan su valor personal e individual y menosprecian, subestiman e infravaloran al resto; un "Casanova", aunque Casanova es muy carismático.



— Pero eso es "narcisismo", ¿qué es "narcisismo invertido"?



— Lo contrario —sonrió—, que el hombre, siguiendo con el ejemplo, se ve como un objeto… a veces se ve como sólo un pene que va a ser explotado por otros, y aquellos que lo explotan son vistos como poderosos, estéticamente hermosos, y prácticamente como alguien que ejerce el perenne arte de la burla, pero resulta ser una vil codependencia. Se ve como un pene, no como una persona que tiene un pene.



— Pero eso es porque una mujer, cuando se encuentra con uno pequeño, lo rechaza de esa manera; con burla.



— Pero eso es porque el hombre, de lo único que puede alardear, es del tamaño de su pene —rio—. Creo que de eso se deriva la idea de que mientras más grande se tiene, más masculino se es.



— Eso es como el huevo y la gallina —defendió él a su especie.



— Si eres evolucionista tradicional, estarías de acuerdo con el huevo —sonrió—. Pero, en palabras de Luna Lovegood: "un círculo no tiene principio".



— ¿Quién es "Luna Lovegood"? —balbuceó.



— Voy a fingir que no me preguntaste eso, Felipe —levantó su mano derecha con cierto acento despectivo y decepcionado—. En fin, si el problema de tu especie se reduce al tamaño de sus penes… —suspiró, sacudiendo su cabeza—. Creo que están mal.



  — Por eso digo que un mundo gobernado por mujeres sería mejor —repuso.



— Así como hay hombres imbéciles en el poder, te aseguro que así habría mujeres imbéciles también… porque ya hay de ambos ejemplos —rio—. De nada te sirve tener a tantas mujeres en el poder si sólo va a servir para que, entre país y país, se tengan celos y no se hablen —bromeó—; la famosa "ley del hielo".



— Celos… siempre celos.



— Los hombres son celosos también —frunció sus labios—, el otro tipo tiene un pene más grande, o una casa más grande o un barco más grande o un caballo más grande, o una economía más exitosa… no soy machista, definitivamente tampoco soy feminista, pero sí soy anti-sexista… o quizás sólo pasa que no doy un carajo—sonrió inocente y angelicalmente.



— Eso no significa que no siga creyendo que las mujeres son más avanzadas —le dijo con honestidad.



— ¿Qué te hace pensar que somos más avanzadas?



— Pueden llevar una vida adentro —respondió, dándose unas palmadas en el abdomen.



  — ¿Y eso qué?



— El hecho de que un hombre no pueda llevar vida orgánica dentro de él, que no sea una fábrica de metano, dice mucho, ¿no crees? —Yulia se encogió entre hombros—. Yo soy fiel creyente de que cada quien tiene lo que puede soportar, y eso me dice que un hombre no soportaría una menstruación, un embarazo, un parto, una lactancia… creo que por eso el hombre ha asumido el rol de "proveedor", porque creo que, muy en el fondo, no puede hacer el resto de las cosas.



— Cualquiera diría que las feministas te han contratado para hacerles propaganda publicitaria —se carcajeó.



— Oye, es cierto —frunció su ceño—. Realmente lo creo.



— Y, mientras tú crees eso, hay "n" cantidad de millones de hombres que creen que todos esos aspectos son debilidades —sonrió—, que el rol de la mujer es prácticamente ser una fábrica de resultados exitosos del propósito original de la meiosis, de cocinar, de limpiar, de lo que sea —rio—. Las mujeres son emocionales, están capacitadas para la vida afectiva y privada, son pasivas y pacíficas, tienen poco o nulo apetito sexual porque aman y no desean, son débiles, son conformistas, son abnegadas y sacrificadas, vulnerables en todo sentido, la cuna de la sumisión, y la mayor expresión de la dependencia.



— Es "n" cantidad de millones de hombres que le tienen miedo a la verdad.



— ¿Qué tanto has bebido? —rio Yulia burlonamente.



— No estoy borracho —sacudió su cabeza—. Es sólo que sé que una mujer puede hacer lo mismo que un hombre, a veces hasta mejor, y que puede hacer más cosas.



— Mmm… —suspiró—. Debe ser porque no estamos pensando en el tamaño de nuestros penes.



— ¿Ves? —exclamó.



— Pero es la tendencia universal —rio—, los celos y la envidia no son exclusivos del género.  



— Ustedes no tienen envidia fálica —entrecerró su mirada.



— Freud estaría muy en desacuerdo contigo —asintió—. Y estoy segura de que hay varios psicólogos que argumentarán que la evidencia más clara de eso es la existencia de una amplia variedad de strap-ons —dijo como si pensara en voz alta—.Pero, mientras no tenemos envidia fálica, tendemos a tener envidias varias; dinero, estética, familia, trabajo, etc.



— ¿Tú le envidias eso a otras mujeres? —la retó con la mirada.



— Le envidio la serenidad a Lena, la habilidad de tranquilizarse rápidamente —asintió—. Pero, según Lena, es una envidia buena, una envidia con la que debo quedarme porque sólo me hace tenerla como objetivo.



— Interesante… —opinó.



— Acuérdame, por favor, por qué estamos hablando de penes y sexismo —rio abruptamente al darse cuenta de la profundidad del tema.



— Porque… —alargó la conjunción explicativa, y, conforme más la alargaba, más fruncía su ceño.



— Yo sólo te voy a decir una cosa —resopló—. Un mundo regido por y para la mujer, no es buena idea; la ausencia del hombre, en una sociedad, no es nada sino un error matemático.



— ¿De qué hablas?



— Tanto estrógeno junto no es bueno, siempre se necesita un poco de testosterona para regular el tiempo y el espacio.



  — Repito: ¿de qué hablas?



— Mucho de algo no es bueno —sonrió, y dibujó dos puntos imaginarios con su dedo en el aire—: una Fraternidad, mejor conocida como un "sausage fest", o una Sorority, mejor conocida como "estrogen on steroids", es el ejemplo perfecto para que veas cómo funcionaría el mundo si sólo un género dominara.



— Pero hablamos de madurez universitaria, Yulia María.



  — Y creo que la convivencia con el otro género es lo que te hace madurar —sonrió y guiñó su ojo.



— ¿Tú cuánto has bebido? —se carcajeó.



— Seis copas de champán y cuatro Martinis —se encogió entre hombros—. "Martinis", cómo odio el plural… suena tan mal.



— "Cuatro unidades de Martini", entonces.



  — Lo tomaré en cuenta —asintió.





Hubo un momento de silencio entre los dos, un silencio indiferente pero no incómodo, pues cada uno veía a su respectiva fémina. Phillip dando un ocasional y diminuto sorbo al líquido ámbar de abrumador aroma, y Yulia sólo de pierna cruzada y de manos entrelazadas sobre su regazo.





— ¿Quién es él? —señaló Yulia al carismático rubio de barba que todavía bailaba con Lena—. Y con esa pregunta no quiero una respuesta de tipo "el asistente/asistonto de Margaret".



— Recién se gradúa de NYU, de periodismo —le dijo automáticamente—. Creo que el papá, o la mamá, trabajó en algún momento con Margaret y por eso ha decidido empollarlo hacia el éxito de la tinta impresa del New York Times —se encogió entre hombros.



— ¿Gastronomía y culinaria?



— Mjm —asintió—. Es un "foodie" total.



— Lo dices como si fuera algo malo…



— Pregúntale a cualquier restaurateur y te dirá que es algo bueno; mi suegra ha empezado una misión gastronómica de comer de cuanto food truck se le atraviese… todo gracias al asistonto ese.



— Cuidado con el odio, Felipe.



— ¿Sabes la diferencia entre un restaurante a la semana y un food truck cada dos días?



— Mmm… ¿no? —se encogió entre hombros y sacudió su cabeza.



  — "Trans fat".



— ¿Qué?



— Esa talla ocho que lleva mi suegra es el producto de dos semanas de gimnasio intenso con Natasha —rio—, eso, una cantidad exagerada de Crisco, una faja, y el arte de no poder respirar … tú sabes: "Dios no quiera que llegue a talla diez".



— Cuando yo la conocí era talla diez —elevó su ceja derecha—, claro, oficialmente era talla seis.



  — Así como ahora es talla cuatro —guiñó su ojo.



Ciertamente, pero, ¿qué tiene de malo que esté yendo al gimnasio con tu esposa?



— Ayer, que mi mamá iba saliendo a misa y que Natasha iba llegando a casa, que es la hora programada para Foxtrot Uniform Charlie Kilo, ¿sabes qué me dijo?



  — Claramente no —rio ante el eufemismo utilizado.



  — "Estoy cansada", puso la cabeza en la almohada, y no se despertó hasta hoy por la mañana.



— Auch —se burló Yulia—. Te dejó con Captain Standish.



— ¡Yulia María! —rio falsamente escandalizado—. ¿Qué son esas palabras?



— Palabras de niña grande —sacó su lengua—. ¿Cuándo se va tu mamá al fin?



— Se supone que se va la otra semana, el miércoles.



— ¿Ya cerraron el trato?



  — Oficialmente, mi ingreso por el negocio familiar ha sido terminado —asintió.



  — ¿Por qué? ¿No debería ser que, por un contrato nuevo, tu ingreso debía aumentar?



— No soy un participante activo en la petrolera, soy un vil accionista —se encogió entre hombros—. Y desde hace un tiempo estaba considerando en vender mis acciones… no quiero tener ataduras económicas a mi familia, eso sólo me pone obstáculos innecesarios.



— ¿No es eso como autoproclamarte "traidor"?



— Sí —asintió—. Lo que pasa es que mi mamá usa eso como excusa para intentar controlarme en ciertos aspectos.



— ¿"Natasha-aspecto"?



— Pues, claro —rio—. No me parece gracioso cuando decide tacharla de "emocional y psicológicamente inadecuada" para criar a mis hijos —dijo, y Yulia ensanchó la mirada.  



Es eso legal?



Claro que lo es… en especial cuando puedes argumentar, "a su favor", que el aborto la dejó "mal" —«que perra»—, y que el ambiente en el que vivimos no es el más sano.



— No quiero ofender, ¿pero qué le pasa a tu mamá?



— ¿Qué le pasa? —resopló retóricamente—. Es republicana recalcitrante —rio, y a Yulia eso le explicó absolutamente todo, porque personas como Katherine tendían a extrapolar la ideología política de forma fanática y ortodoxa; era un estilo de vida.



— ¿Cómo está tu hermana? —resolvió preguntar para cambiar un poco el tema.



— Cagada —murmuró—, todavía no sabe cómo decirle a mis papás.



— Y tú, ¿cómo estás?



Estaba enfadado, pero ya no más… no sirve de nada, ni a mí, ni a ella, ni a la situación que esté enojado.



  — Eso es bueno, ¿no?



— Explícame cómo es que mi hermana puede y yo no, por favor —la miró un tanto frustrado—. Explícame cómo es que mi hermana puede equivocarse de la forma en la que yo quiero equivocarme.



— No lo veas como una equivocación —lo tomó amigablemente por el hombro.



— No me digas que las cosas pasan en el momento en el que tienen que pasar, porque a mi hermana no le toca eso… no todavía.



— Hasta la vida se equivoca en sus ETAs —sacudió su cabeza, y sonrió reconfortantemente—. No me cabe duda que serás un tío muy cool.



— Cuando sea más Giants que Cowboys —rio—, más Yankees que Rangers o que Astros, y demócrata y no republicano…



  — Entonces se van a enojar contigo —bromeó—, por vender tu orgullo regional.



  — Yo soy más New York que el carrito de hot dogs de la calle —se defendió—. De Texas sólo tengo la pirámide alimenticia.



— ¿Y esa cuál es?



Bistec en la cúspide, pollo frito y comida mexicana en el siguiente eslabón, BBQ y cerveza, y, en la base, Pecan Pie y Blue Bell Ice Cream. —Yulia lanzó la carcajada de la noche, esa que se extendió por más de lo intencional y que era tan rica, que terminó por contagiar a Phillip—. Seguramente tú, como en parte rusa y en parte italiana, tienes una pirámide distinta.
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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 6 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por VIVALENZ28 12/5/2015, 2:07 am

— Spaghetti en la base, pizza, vino, cannoli e tiramisù, y todo lo demás —asintió.



— ¿Ves?



— ¿Cómo sobrevives aquí si lo que menos comes es pollo frito, comida mexicana, BBQ y Pecan Pie?



  — De la misma forma en la que tú sobrevives sin vino, sin cannoli, sin tiramisù —sonrió—. De todas formas… no me respondiste al final.



— ¿Qué no te respondí?



— ¿Estás celosa del asistonto de mi suegra?



Oh, estoy bien celosa… pero no de él —asintió.



— ¿De qué?



— De la situación —guiñó su ojo.



— Lo que sea que eso signifique… —rio—. ¿Cómo te sientes?



Sorprendentemente mejor —sonrió, y, fraternal y amigablemente, le ahuecó la mejilla, por lo que Phillip la abrazó por los hombros sin importarle el hecho de que eso parecía romper todo tipo de protocolo social—. Gracias, Felipito —murmuró, recostándose un poco sobre su hombro para sumergirse entre el calor que le daba él en sus hombros.



  — ¿Gracias por qué?



— Porque… —frunció su ceño, y rio mientras elevaba su rostro para encontrarse con la mirada que la veía desde arriba—. Tómalo o déjalo.



— De nada, Yulia María —sonrió en lugar de sacar la carcajada.



— Sabrá Dios, y la prensa, que en esta posición somos la clara señal de que hay problemas en el paraíso —rio, acomodándose un poco más entre su brazo.



— No sabes cómo odio ese término… "problemas en el Paraíso" —balbuceó para sí mismo.



  — ¿Por qué?



— Suena tan Alec Baldwin y Kim Basinger —rio.



— Y eso sonó tan gay.



— Oye —frunció su ceño, su muy masculino ceño—. Cuando vives con una mujer como la mía, te acostumbras a ver "x" edición de Vogue abierta en "x" página.



— Buen material para entretenerte mientras hace el número dos —bromeó Yulia.



Realmente no quieres saber lo que hago mientras que hago el número dos —entrecerró la mirada.



— Ay, por favor, no —se sonrojó—. Hay cosas que deben permanecer en secreto entre nosotros.



— Tampoco me interesa saber tu calendario de evacuación intestinal —sonrió cariñosamente, y le presionó suavemente la punta de la nariz con su dedo índice.



— Y aunque te interesara… qué inapropiado sería —rio, elevando rápidamente su rostro para intentar morderle el dedo.



— Cambiemos de tema, mejor.



— Por favor —asintió—. ¿Qué te han dicho de la adopción?



— Que no tienen puppies —frunció sus labios—. Y yo no sé quién les has dicho que un Chihuahua es un reemplazo para un puppy.



  — Me imagino que van por la línea del tamaño —se encogió entre hombros.



— Si quisiera tener una rata, levanto la alcantarilla y ya.



— Si llevas una rata a tu casa… vas a hacer que tu esposa termine en el hospital por un infarto —rio.



— Por eso quiero un perro —la miró con ojos de una clara manifestación de lo irrebatible—, pero sólo tienen perros grandes.



— ¿Qué tan grandes?



— Tamaño Boxer adulto, aparte que todos son adultos.



Puppies es difícil encontrar, y perros tan grandes realmente van en contra de las regulaciones del edificio —asintió.



— El lunes voy a ir a New Jersey a ver qué tienen —dijo como con asco.



— ¿Vas a ir hasta New Jersey? —rio, pues, como todo neoyorquino (residente de Manhattan), odiaba ir al mencionado lugar, «porque eso no se considera Nueva York». Él asintió—. Wow —elevó sus cejas con su falsa y exagerada expresión de asombro—, eso es amor.



— Si Natasha va a Macy’s a comprarme un par de pantalones de pijama… yo puedo ir a New Jersey —se defendió graciosamente.



— ¿Ya sabe?



        — No, no le he querido decir… no quiero llegar al punto en el que parezca que ni un perro podemos tener.



  — Tiene sentido —sonrió Yulia minúsculamente, más tirado de su lado izquierdo que del derecho.



— ¿Y tu Carajito?



— Ay —rio, sacudiendo su cabeza lentamente—. Sigue desgraciando cuanto espacio existe… y Lena cree que no me doy cuenta, porque sale antes de la oficina para ir a limpiar y que yo no me enoje, todavía no entiendo por qué mierda no usa el maldito cesped cuando en Central Park no hay árbol o arbusto al que no le llueva…  



— ¿Has considerado que no tiene territorio qué marcar? —elevó su ceja izquierda.



— Eres tan inteligente —exhaló Yulia asombrada, pues en eso no había pensado—. La pregunta es cómo lo marco —rio.



— Bájate los pantalones, acuclíllate… y déjate ir —rio, apretujándola entre su brazo, pero Yulia sólo entrecerró la mirada—. Te estoy dando una solución fácil.



— Ya tengo problemas para ir al baño en donde no sea el trono de mi casa, ¿tú crees que voy a "dejarme ir" en un pedazo de césped?



— Bueno, quizás tú no, pero dile a Lena —sonrió ampliamente, como aquel emoji que tanto utilizaba en sus mensajes cuando lanzaba un comentario cínico que tenía aires graciosos, o un comentario gracioso que tenía aires cínicos.



  — ¿Qué tal si llegas tú y lo marcas con tu espada del poder? —elevó su ceja derecha.



— Sería un placer —sonrió.



— Cada dos semanas cambiamos la "parcela".



— Y cada dos semanas marcaré mi territorio —repuso.



— ¿En serio?



— ¿Para qué son los amigos, Yulia María? —guiñó su ojo, y Yulia rio nasalmente en sustitución de un agradecimiento—. El lunes que llegue a recoger al Carajito lo haré, cuando tú no estés.



— Tan útil, tan inteligente, tan caballero —lo tomó de las mejillas con su mano derecha, tal y como lo haría con un niño pequeño, tal y como ella detestaba que la tomaran porque realmente dolía, pero, al tener él aquella famosa barba profesionalmente mantenida por la Braun.



— Así soy yo —dijo entre sus mejillas apretujadas, y desvió su mirada hacia un costado, pues notó cómo las plumas se acercaban a él con una risa sonriente que jugaba de manos con Thomas.



— ¿Ya te dislocaron el brazo? —preguntó Yulia, soltando a Phillip para que pudiera relajar sus músculos faciales.



— ¿De qué hablas? —rio Natasha, inclinándose un poco para saludar a Phillip con un beso de labios.



  — ¿Qué se hizo tu cita? —interrumpió Phillip con los labios ocupados.



— Tiene que trabajar temprano —se hundió Thomas entre sus hombros mientras sus manos se enterraban en sus bolsillos.



— Primera cita que tiene trabajo y que no vino a la ciudad para ser modelo —se burló Phillip.



  — Ella actualmente es una modelo—sonrió.



— Con que no sea la modelo del ungüento para las hemorroides… —ensanchó Phillip su mirada, y, ante tal comentario, recibió un manotazo de su esposa en su hombro.



— Es modelo de manos —repuso arrogantemente.



— Quedemos en que es modelo —sonrió Yulia, intentando acabar con el tema mientras sacudía su mano entre Natasha y Thomas para que se apartaran, pues bloqueaban la vista que ya no tenía de Lena.



Alguien ha de ser un acosador total —canturreó burlonamente una Natasha que había encontrado su buen humor entre el champán, el baile, y la actitud del "no me importa nadie-de-los-aquí-presentes".



— Alguien está pensando en cómo amputarle los brazos al ente ese —rio Thomas, volviéndose en dirección a Lena.



— Y en cómo va a reclamar su propiedad más tarde —asintió Natasha.



— Búsquense oficio —sacudió Yulia su cabeza, siendo lo más desdeñosa posible.



— ¿Qué tal si nos buscamos un par de shots de tequila y bajamos el nivel a para-nada-glamouroso de esta cosa? —sonrió Natasha.



— En ese caso tendríamos que llamar a Lena y a los otros dos —añadió Phillip, señalando a Marie y a James que ahora bailaban tan juntos como la canción lo ameritaba, pero Lena mantenía la distancia apropiada y adecuada de su pareja de baile.



Por supuesto—asintió Emma—. Yo llamo a los Js —levantó la mano para reclamar primero su derecho, y, ante eso, ante el hecho de no haber escogido a Lena, los tres le clavaron la mirada—. No me importa quién va a llamar a Lena, pero yo voy a llamar a los Js —se puso de pie, levantando sus manos a la altura de sus hombros para sacudirse el mea culpa junto con su cabeza, y se escabulló por entre los que recién llegaban para bordear la pista e interceptar e interrumpir a los que ella había escogido llamar.



— ¿Y a ella qué le pasa? —frunció Thomas su ceño, todavía con su mirada clavada en su espalda, así como la de los Noltenius, quienes sacudían sus cabezas en anonadado silencio—. ¿Se peleó con Lena?



No lo creo —repuso Natasha, mordisqueándose el interior de su labio por el lado derecho, en donde ya tenía la típica inflamación que se provocaba como por deporte, y Phillip, por su lado, se encogió entre hombros.



— Yo la llamaré —reaccionó Phillip, poniéndose abruptamente de pie con una respiración profunda.



— Yo me encargo de los tequilas —asintió la versión desmejorada y más adulta de Max Irons.





Natasha, entre la confusión del momento y la verdadera razón por la cual había decidido dejar de bailar, «los stilettos», se dejó caer sobre el banquillo mientras dividía su atención en dos: parte para el cómo Yulia se movía, parte para el cómo Lena reaccionaba.





— Phillip —sonrió Lena en cuanto se plantó a un costado.



— ¿Te puedo robar un momento? —le alcanzó la mano, pues no iba a dejar que caminara sola en aquel peligro de diez centímetros que estaban rodeados de una cola que apenas arrastraba.





Lena le sonrió a él, y luego le sonrió a su pareja de baile, quien asintió, pero, antes de entregársela a Phillip, decidió culminar la sesión de baile con una vuelta que, cuando la recibió en su otra mano, la manejó de tal forma que Lena terminó entre su brazo, prácticamente abrazada, ella inclinada de espalda al suelo, confiando en que el asistonto no era tan tonto como para soltarla, y él inclinándose sobre ella con una sonrisa.





— Listo —la recogió él, irguiéndola sin mayor dificultad aparente—. Gracias por el baile —guiñó su ojo, y se la entregó a Phillip, quien veía a Lena con una mezcla de estupefacción y consternación, pues, al fondo, del otro lado de la pista, Yulia, no pudiendo dejar de acosarla, había visto la culminación del baile y de su serenidad.



— ¿Estreñido? —frunció Lena su ceño, llamando la atención de Phillip por completo—. Tu cara… parece que estás estreñido o que te viene atravesado —rio nasalmente.



— Tequila —supo responder con un disentimiento que lo privaba del derecho y del deber de decir algo referente a lo conversado con Yulia y que tenía una directa conexión, ergo consecuencia, con los últimos dos pasos de baile que le habían robado a la canción del fondo.



— Pero sólo uno —asintió, tomando a Phillip por el brazo para caminar hacia donde ya Thomas y Natasha esperaban al resto con los respectivos tequilas—. ¿Qué hora es?



— La una-y-algo —repuso monótonamente, intentando localizar las salidas más cercanas para poder evacuar a su esposa en caso de que Yulia realmente decidiera «ir balísticos en mierda cuál -es -su - nombre "balística" Infierno no, más bien, mono de mierda"».





Etimología: de ape + shit (primate + mierda), se presume que se origina de la tendencia de ciertas especies de primates que indecorosamente arrojan mierda, «porque "heces" (faeces) suena demasiado bonito», cuando están demasiado fastidiados.



adj. "Apeshit" o "Ape shit", y puede significar:



a) estar fuera de control debido al extremo enojo o a la extrema emoción/excitación, o



b) «una bendición cuando no se ha vivido de primera mano o no se es víctima de uno».



Phillip: «sinónimo de "ir jodidamente loco", de perder completamente el uso de razón, "perder la mierda", de sucumbir al descontrol; un estado temporal de demencia».



Ejemplo de magnitud: "estar enfadado" < "para estar cabreado" < "ir balístico(s)" < "ir mono de mierda".





— ¿Tequila? —sonrió Lena, aplaudiendo suavemente ante una Natasha que, para salir corriendo, no le dolerían los pies, y ante un Thomas que no había visto lo sucedido.



— Sólo estamos esperando a… —señaló Thomas a quienes venían caminando entre risas, aunque Yulia tenía una sonrisa demasiado rara como para poder ser explicada y/o descrita; como si el sarcasmo y el cinismo estuvieran a punto de apoderarse de sus cuerdas vocales.



— El tequila que hará que me arrastre hasta un taxi —rio Marie en cuanto llegó, aplaudiendo igual que Lena, y se apresuró para tomar el shot que Thomas le alcanzaba.



— Hey… —sonrió Lena para Yulia, y, en cuanto se colocó a su lado, le plantó un beso que estaba destinado para caer en la totalidad de sus labios, pero, al no ser correspondido, pero sí entregado, aterrizó en la comisura de ellos.



— Hola —respondió Yulia con una penetrante pero sonriente mirada, y le alcanzó un shot.



— ¿Por qué brindamos? —preguntó James mientras inhalaba el aroma del siempre-presente-Don-Julio.



— Por ser borrachos pero pacíficos —dijo Natasha rápidamente, viendo cómo Yulia no dejaba de ver a Lena con esa intensidad.



— Por mantenernos pacíficos —se encogió Thomas entre hombros, y, suavemente golpeó su shot contra el de todos, haciendo el respectivo contacto visual menos con Yulia, quien había sostenido su shot frente al de Lena, igual que su mirada en ella.



— Salud, mi amor —sonrió Lena, golpeando el shot de Yulia para luego quemarse la garganta con la pureza de los ochenta y nueve mililitros ingeridos.



— Salud —sonrió Yulia, llevando su shot a sus labios para beberlo sin caras y sin ardores, sólo con una mirada penetrante.



— ¿Otra ronda? —preguntó un temeroso Phillip al aire.



— No para mí —sacudió Yulia su dedo índice de lado a lado, todavía viendo a Lena a los ojos, por lo que la pelirroja sacudió su cabeza en silencio.





Esa mirada era intensa, era imposible de interrumpir, imposible de intervenir, imposible de alterar. Eran simples ojos en ojos, de clavado, perforándose.





El resto bebieron otra ronda, porque beber sólo uno era como sólo comerse una papa frita: imposible. Y, mientras ellos bebieron, la mirada siguió en pie, siguió tensa e intensa.





Era como una competencia de disciplina olímpica, pues quien rompía el contacto visual era quien perdía a pesar de no saber qué era exactamente lo que perdía.



Yulia ladeó su cabeza hacia el lado derecho, dibujó esa maquiavélica corta sonrisa, y dejó que los segundos hicieran su trabajo para elevar su ceja derecha con tétrica lentitud, tanta lentitud, y tanta intensidad, que Lena, en cuanto su expresión facial se terminó de componer en el más agresivo-pero-erótico-de-los-sentidos, tuvo que desviar su mirada para evitar una combustión espontánea, o para evitar ser una cuna de corriente estática por la exageración que se había acentuado en su erizada piel. «Gracias a Dios por las mangas tres cuartos».





                              Y la pelirroja bostezó.



— ¿Cansada? —le preguntó Yulia en un tono que nadie sabía de dónde venía, ni para qué servía, pero sabían que, detrás del preguntado adjetivo, había toda una gama de matices que no eran capaces de reconocer en ella. Lena asintió—. ¿Mucho? —ladeó su rostro hacia el lado izquierdo pero mantuvo sus ojos en los suyos y la ceja en lo más alto. Lena asintió de nuevo, y, contrario a lo que todos esperaban, o sea otra penetrante pregunta, se acercó a su oído con una sonrisa—. ¿Quieres ir a casa? —le preguntó, dejando que su tequilero aliento le hiciera cosquillas en su oreja, motivo por el cual la piel de la pelirroja se erizó en lugares que nadie sabía que podían erizarse. Ella asintió—. Te pregunté si querías ir a casa —le dijo, y se despegó de ella para encararla con la ceja hacia arriba que no podía ser bajada ni con gravedad ni con pesas.



— Sí —respondió temblorosamente, pero no por miedo, sino por algo que no podía comprender.



— Vamos a casa, entonces —sonrió, y se volvió hacia el resto con expresión de "no pregunten, no comenten"—. Ya nos vamos.





Todos asintieron con miradas mudas, y se despidieron con lo poco que pudieron rescatar del hecho de que esa actitud no era con ellos sino con Lena. «Señor ten misericordia con ella», repetía Natasha como si se tratara de predicaciones de líderes de fe, al cual Phillip le añadía el acento afroamericano por costumbre. «Permíteme recordarla así de viva, Dios».





Un beso en cada mejilla, o mejilla con mejilla y un beso al aire en cada tanto, abrazos parciales con palabras vacías y deseos de próspera noche y pacífico sueño. Besos al aire con Margaret, y agradecimientos infinitos por la donación y por la presencia. Un gentil gesto de parte del esposo de la cumpleañera; una orden al chofer de que se encargara de llevarlas por tres calles y una avenida en la seguridad de un auto.



Yulia salió del auto primero, y salió sola, sin ayuda del chofer que no se había molestado en bajarse para abrirle la puerta porque sabía que a Yulia no le gustaba eso, al menos no de él en particular porque lo hacía de mala gana, no como Hugh.





Le tendió la mano a Lena y le ayudó a salir del auto para luego cerrar la puerta tras ella.



Caminaron lado a lado, Lena al lado correcto de Yulia, y llegaron a plantarse de espaldas erguidas frente a las puertas del ascensor.



Yulia presionó el botón que dictaba el piso número once en aquel panel que carecía de botón de Penthouse, por lo que, por razones de la vida, como sucedía siempre, Mrs. Davis no interrumpiría absolutamente nada.





Las dos esperaron, se vieron a través del espejo que se contraponía a las puertas abiertas del ascensor, y vieron cómo las doradas puertas interrumpían la muda intensidad de la que cada una gozaba por motivos personales.





Lena, a pesar de parecer padecer de la travesura y de la picardía, presionó el resto de botones del panel; del uno al once para atrasar la llegada.



Yulia la volvió a ver con cierto aire contrariado, con esa ceja hacia arriba y esos labios fruncidos que terminaban por delatar la obesidad de su confusión y la falsedad de su disgusto.



Y Lena, de un movimiento, atrapó a Yulia contra la pared lateral.





— ¿Por qué estás enojada?—gruñó, pero su gruñido no era por enojo, ni por desesperación, sino por juguetona curiosidad.



— No estoy enojada—gruñó Yulia de regreso, reciprocando el movimiento de la pelirroja para atraparla ella contra la pared del fondo, y se acercó a sus labios con la intención de sabrá-Dios-qué, pues parecía que la quería morder, o besar, o una mezcla de ambas, pero su mirada siempre fija en la de Lena—. No lo estoy —exhaló calladamente, y cerró sus ojos ante el roce de las manos de Lena en sus antebrazos—, no lo estoy… —repitió, dejando caer su cabeza ante la apertura en el segundo piso—. No me pongas contra la pared, no ahorita —susurró.



— ¿Me lo estás advirtiendo? —rio nasalmente una Lena que quería jugar con fuego porque le gustaba quemarse.



— No —irguió su mirada, «maldito tercer piso»—, te lo estoy diciendo —«simple y llanamente»—. Aplós —aplicó el griego para un entendimiento absoluto y conciso de la enunciación.



Aplós, moró mou —asintió Lena, y la tomó por la cintura para acercarla más a ella.



— Y tenías que jugar con los botones —le dijo tajantemente, como si la estuviera regañando.



— Nunca lo hice de pequeña —sonrió angelicalmente, logrando librarse del coloquial e incómodamente maternal regaño.



— Escogiste un momento bastante raro para hacerlo —repuso Yulia, suspirando los insultos y las ofensas para el quinto piso.



— ¿"Raro"?



— Inapropiado —se corrigió, y se aferró, a pesar del bolso, de los barandales anclados con los que contaban los cuatro ascensores del edificio desde hacía tres meses—. Estas borracha?



Estoy feliz—confesó la moderada risa interna que le provocaba el etanol—, ¿y tú?



No, no estoy feliz—sacudió lentamente su cabeza.



  — Si no estás feliz, ni enojada, que es? tienes hambre?



Comí mucho —gruñó en el séptimo piso, y se volvió sobre su hombro para obligar a las puertas a cerrarse de nuevo (según ella).



Sedienta?



Bebí suficiente



— Mmm… —suspiró pensativamente—. Molesta?



Cada vez más caliente, señorita Katina… —tambaleó su cabeza de lado a lado.



  — Decepcionada?



No realmente —susurró, volviendo a acercarse a sus labios a pesar de no poder completar la cercanía.



  — Frustrada?



Caliente —asintió, rozando la punta de su nariz con la suya y suspirando el abrir y cerrar en el noveno piso.



— ¿Hice algo malo? —murmuró en una pequeñita voz.



— No.       



— ¿Entonces?



— Dime tú —se acercó a escasos milímetros de sus labios, y se notó cómo ahogaba sus ganas de besarla, pero lo que no se notaba era el porqué.



— No sé —se encogió entre hombros, y empezó a sentir el nerviosismo de saber que estaba a un piso de dejar de tenerla tan cerca, quizás y por el resto de la noche.



  — ¿No lo sabes? —elevó su ceja derecha, y Lena sacudió su cabeza en silencio—. Mmm… —suspiró, irguiéndose por completo al saberse ya en el onceavo piso—. Que lástima—sonrió, y se dio la vuelta para caminar hacia su apartamento.



— ¿Debería saberlo? —frunció su ceño, alcanzando a escabullirse entre las puertas que pretendieron cerrarse para cercenarla por la mitad, y vio a Yulia sonreírle al bouquet que no era bouquet, pues, aunque coloquialmente así se le conocía, era un simple jarrón corto y casi-esférico que contenía una enorme peonía cerrada que nadaba en la cantidad justa de agua. Porque si a Lena le gustaban las peonías, ¿por qué no encargarse de que, a la entrada de su hogar, hubiera una? Porque hasta del pasillo eran dueñas.



— No —sonrió sobre su hombro, y abrió su bolso para pescar aquella llave plateada—. ¿Todo bien? —preguntó ante el pesado suspiro de Lena.



— Me duelen los pies —murmuró sin asentir o disentir.



— Consecuencias de tanto bailar —le dijo, dándole paso al abrir la puerta.



— Supongo —rio nasalmente, pero, en cuanto pasó de largo, entendió qué era lo que pasaba, y le dio risa interna, casi una carcajada, pero se contuvo—. ¿Qué vas a hacer? —le preguntó curiosamente, viéndole la espalda, pues ella había quedado tras ella por no estar encargada de la ardua tarea de cerrar la puerta y girar el seguro.



— Voy a dejarle agua y comida al Carajito —murmuró, y, de un movimiento un tanto brusco, la acorraló contra la pared contra la que la puerta se detenía—. Y me voy a servir un vaso con agua para evitar una resaca que no conoce de piedad —le dijo, no logrando verla a los ojos porque su dedo índice derecho había decidido acariciar su saltada y huesuda clavícula izquierda—, ¿y tú?



— Yo… —balbuceó, y se tomó su tiempo para tragarse el nerviosismo que ese dedo y esa distraída mirada le provocaban.



— ¿Tú…? —sonrió, paseando su dedo por el borde del cuello del vestido de la pelirroja—. ¿Qué pasa?



— No esperaba que me tocaras —susurró entrecortadamente, viendo cómo sus ojos seguían el trayecto de su dedo en su pecho.



— ¿Por qué? —elevó fugazmente su mirada junto con su ceja derecha, y, ante el ahogo suspirado de Lena, se devolvió a la persecución visual de su dedo, el cual ya llegaba al otro hombro.



— Creí que no querías tocarme…



— Sí quiero… pero no sé si puedo —dijo, retirando su dedo de su piel para guardarlo entre su puño, y Lena se sonrojó en lo que pareció ser un silencio que ardía—. ¿Qué?



Tenía la esperanza de que tú me follaras—susurró un tanto avergonzada, pues le avergonzaba la expresión y las obscenas y exuberantes ganas que tenía de recibir una respuesta o comentario positivo.



Como dije, Lenis—sonrió Yulia, acercándose a su oído derecho con el roce de la punta de su nariz por su quijada—, Quiero… pero no sé si puedo.
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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 6 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por VIVALENZ28 12/5/2015, 2:11 am

— ¿Por qué no? —pareció gemir con ojos cerrados, pero, en cuanto capturó la imagen visual, vio a una Yulia que prefería huirle a la respuesta—. Estás molesta —le dijo con una sonrisa, y, antes de que Yulia pudiera definir tal actitud como sinónimo del enojo, añadió—, Oh dios mio! Estás celosa!



— Bingo —susurró, y se irguió con una sonrisa mientras bajaba sus brazos para descansarlos con normalidad.



— Yul… —musitó enternecida, tomándola de ambas manos para dejar caer sus bolsos sobre el suelo.



— No, Lena —sacudió su cabeza—, No creo que vaya ser dulce y tierna…



— Ven conmigo —se encogió entre hombros, y, envolviendo su mano derecha entre las suyas, la llevó por el pasillo hasta llegar a su habitación.



— Tengo que ponerle comida y agua al Carajito —le dijo, no entendiendo qué era lo que tenía la pelirroja en mente.



— Lo haces luego —repuso, cerrando la puerta tras ella y acercándose a una Yulia que no sabía si dar un paso hacia atrás o hacia adelante—. Te necesito —le confesó suavemente, y recostó su frente sobre su hombro derecho.



— Aquí estoy, Lenis —susurró, no dándose cuenta del inerte estado de las reacciones de su cuerpo, pues, en cualquier otra ocasión, la habría abrazado por principio autónomo.



— Te necesito más —admitió, y fue entonces cuando Yulia supo que debía abrazarla—. Más…



— Lenis… —suspiró, plantándole un beso en su cabeza.



— Yo sé que lo quieres decir —le dijo Lena, no sabiendo exactamente qué era lo que quería decir, pero, fuera lo que fuera, tenía que ser demasiado de todo como para poder decirlo.



— No, no quiero —sacudió su cabeza.



— Dilo… por favor —levantó la mirada, y esperó unos momentos de intenso e incómodo silencio—. Dilo.



Quítate tu vestido —gruñó Emma—, quítatelo ahora.



— Si tú quieres verme sin vestido… tendrás que quitármelo tú —sacudió su cabeza—, de lo contrario, tendrás que trabajar alrededor de ella.



— No me retes, Lena —le advirtió cortantemente—, ahorita no.



— Mmm… —sonrió, llevando sus manos hacia su espalda baja para bajar la corta cremallera y para, en su espalda alta, desabotonar el único botón—. Sino, ¿qué? —elevó un poco su ceja izquierda, y Yulia, con la agresividad que sabía que le corría por las venas, haló el vestido por el cuello hacia abajo con rapidez y con fuerza, por lo que, en un santiamén, el vestido dejó de estar en Lena y pasó a ser propiedad del suelo.



Y Lena, entre susto y emoción, se carcajeó internamente con los brazos al aire, un baile ridículo de aquellos que implicaban una celebración por un éxito, y prácticamente gimió… porque eso había sido demasiado «hot».



— Lena… —gruñó entre un suspiro, y, rápidamente, le arrancó aquel sostén que no la dejaba verla como le gustaba.



— Te pregunto de nuevo: quieres follarme?



Yulia se acercó hasta invadirle su espacio personal e íntimo, la vio desde los dos centímetros más arriba que tenía en ese momento, y respiró profundamente una, dos, tres, cuatro veces mientras apuñaba sus manos sin motivo claro alguno. Y Lena que fue incapaz de interrumpir el contacto visual.



— La bufanda… —dijo Yulia, apuñando sus manos con mayor fuerza—, tráela.



Vio a Lena retirarse con paso acelerado en aquellos Alexander McQueen que en ese momento parecían no dolerle. Desapareció tras las corredizas puertas del clóset, y, al cabo de unos segundos, ya estaba alcanzándole la bufanda a Yulia.



— Esta no es la bufanda a la que me refería —frunció Yulia su ceño, viendo que era Hermès y de seda, sí, pero, en lugar de ser negra, era blanca con el marco en azul marino—. Ésta es una bufanda, no la bufanda.



— Lo sé —asintió Lena, y colocó sus manos sobre las de Yulia.



— ¿Sabes a lo que me refería con la bufanda, verdad?



— Sólo son manos —asintió de nuevo—, sólo son manos.



— No son sólo manos…



— Son las manos que quiero que me toquen —estuvo de acuerdo la pelirroja—. La bufanda no es para ti, es para mí.



Disculpa? —jadeó Yulia boquiabierta y con la mirada anchamente perdida.



Estás celosa, Estas enojada—se encogió entre hombros, y, antes de que Yulia pudiera decirle lo que tenía que decirle, Lena colocó sus dedos sobre sus labios para callarla—. No soy yo quien tiene que demostrarte qué tan mía eres, eres tú quien necesita hacerme saber qué tan tuya soy —le dijo, «aunque, en realidad, es más un "eres tú quien necesita demostrarse a sí misma qué tan tuya soy", llámenle ejercicio epifanístico»—, y para eso me gustaría que usaras tus manos también.



— Lena… yo… —frunció su ceño, y se asombró como nunca antes, pues Lena la había dejado sin más palabras que la vez que la había dejado sin palabras.



— No lo veas como una restricción física —sonrió—, o como una medida de seguridad… —dijo, pero Yulia fue incapaz de siquiera tener la intención de poder decir algo—. Tienes que verlo como una circunstancia óptima para sentirte cómoda en todo sentido; saber que no te voy a poner resistencia de ninguna forma te hace tener el control, y saber que no voy a interferir ni a interrumpir, en ningún momento, te va a dejar tenerme al ritmo que escojas.



— "Tenerte"… —saboreó carvenícolamente la palabra.



— Es que ya me tienes… —sacudió su cabeza—. "Poseerme" es un término más adecuado —dijo, y, con la serenidad de su sonrisa, le entregó sus muñecas juntas—. Solo recuerda, "manzanas" es nuestra palabra de seguridad.



— ¿Esto es lo que quieres? —le preguntó su lado incrédulo.



— Es lo que quiero —«lo que necesito, y lo que necesitas», asintió.



— Dime si se siente muy apretado —dijo nada más, y empezó a envolver sus muñecas en la suave seda blanca.







No la anudó de sus muñecas, sólo las aseguró entre los dobleces y las vueltas, y, con gentileza, dejó que Lena se recostara cómodamente en la cama para luego atarla al funcional tubo de nogal del respaldo.



Lena asintió para indicarle que todo estaba bien entre aquellas mil doscientas noventa y seis pulgadas cuadradas de seda, y Yulia, sabiendo lo que le sucedía a eso, se plantó frente a la pelirroja, al pie de la cama, bajó la cremallera lateral de su vestido y deslizó sus mangas hacia afuera para que el vestido cayera de golpe sobre el suelo. Y, gracias a las cremalleras de sus stilettos, midió ciento setenta y cuatro centímetros en cuestión de un abrir y cerrar de ojos.



Estás bien? —le preguntó Yulia antes de incorporarse en la cama.



Lena asintió en silencio, pero la minúscula sonrisa crónica no podía borrarla, en especial en esa mezcla en la que se encontraba: ternura, emoción, anticipación, a la expectativa, y la alcoholización. Porque el tequila ya había hecho su efecto.



La vio extender su mano para alcanzar su McQueen izquierdo, pero temblaba, por lo que la envolvió en un puño que luego serviría para hacer que sus dedos crujieran de las falanges posibles, pues buscaba estabilidad nerviosa; no todos los días se juntaban uno de sus miedos con la excentricidad de una sensata y coherente petición de la pelirroja.



Logró quitarle sus stilettos para masajear brevemente sus pies, que el izquierdo recibió menos atención que el derecho porque se había acordado del porqué del dolor, «el baile», y, entre puños fuertes y compactos, logró relajar el tremor de sus manos a medida que querían rozar la piel de sus piernas.



Fue un difícil trabajo no hacer una duradera escala en su entrepierna, tuvo que sacar fuerzas de donde creyó que ya no tenía, pero sólo era que las palabras de Lena, aquello de tener todo el control que quisiera, habían tenido el efecto que debían tener. «Porque soy una puta adicta al control».



A medida que iba subiendo, así iba subiendo ella sobre el cuerpo de Lena con el suyo, así se iba posicionando con piernas entrelazadas para evitar embestirla por bienvenida, agradecida y placentera maña.



Control absoluto de sí misma, de Lena, de la situación, del tiempo y del espacio. Comodidad absoluta.



Estás bien? —le preguntó Yulia en cuanto se encontró a Lena con mayor cercanía, pues ya estaba a la altura de su pecho.



— Sí, mi amor —asintió.



— Esto es tan raro… —respiró profundamente con ojos cerrados, y, en cuanto los abrió, no pudo verla a los ojos.



— ¿Qué es raro? —vio a Yulia apuñar su mano derecha mientras se terminaba por acomodar sobre ella, de brazo izquierdo a su costado, muslo contra entrepierna, abdomen sobre vientre y abdomen, y la mano que estaba en el aire porque titubeaba el tacto.



— Esto.



Lena vio cómo el puño de Yulia se relajaba en una mano extendida que luego se aflojaba en dedos livianos que se acercaban a su piel como en cámara lenta, y, en cuanto las puntas de sus dedos aterrizaron sobre su esternón, escuchó cómo, extrañamente, era Yulia quien exhalaba su aguda pero callada y ahogada sorpresa, casi un "oops". Y bajó lentamente con su dedo del medio, por cuestiones de comodidad, hasta que tuvo que decidir si desviarse hacia la izquierda o si desviarse hacia la derecha. Vaya dilema.



— Hay culturas que le dan prioridad al lado derecho —le dijo Lena, haciendo que Yulia elevara su mirada—, y creo que también tiene que ver con que es más sano.



— ¿Sano?



  — Sí, creo que es porque el corazón, si se apoya más hacia el lado derecho, tiene mayor flujo de sangre —sonrió.



— Interesante dato, ¿qué más sabes del corazón? —preguntó, desviándose hacia el lado derecho de Lena, paseando su dedo por aquel pliegue en el que empezaba la convexidad de su seno.



— Que tiene venas y arterias… —tiró de sus brazos, pues las cosquillas eran demasiadas—. Y que se compone de aurículas, ventrículos, y válvulas cardíacas, las cuales se dividen en atrioventriculares y semilunares… en las atrioventriculares está la bicúspide o mitral y la tricúspide, y en las semilunares está la sigmoidea aórtica y la pulmonar.



  — ¿Qué más? —deslizó su dedo por el costado externo, ese en el que le provocó una sacudida por las mismas cosquillas, pues se acercaba a su axila.



— Membranas —tiró de sus brazos de nuevo—: endocardio, miocardio, epicardio, pericardio; mencionadas de adentro hacia afuera.



— ¿Algo más que tengas que agregar? —le preguntó, estando totalmente invertida en cómo su mano ahuecaba su seno y era su pulgar el que se deslizaba con mortal lentitud en dirección al centro, al esternón, pero, al no ser tan largo, no logró llegar.



— Es el único órgano que tiene su propio impulso eléctrico, por eso sigue latiendo cuando te lo quitan —murmuró, sintiendo cómo, justo cuando deletreó aquella acción en gerundio, la sangre fluyó de sus aurículas a sus ventrículos, la diástole, y luego de sus ventrículos hacia las venas, la sístole, y, como si se tratara de una ola de calor, sintió dónde era exactamente que la temperatura empezaba a subir en calidad expansiva—. Y tiene la capacidad para imitar el ritmo de la música que escuchas, por eso, supuestamente, con el flujo de sangre y el ritmo cardíaco, por lo tanto la cantidad de oxígeno, es que la música puede provocarte una emoción regresiva, o un estado que relaciones…



— Mjm… —musitó un tanto indiferente, todo porque veía cómo su pulgar se paseaba por encima del pezón de la pelirroja que ya había empezado a respirar como a ella le gustaba.



— Tres o más orgasmos a la semana reducen el riesgo de una coronaria por la mitad, ser vegetariano reduce el riesgo de sufrir de cualquier enfermedad cardíaca en casi veinte por ciento, comer chocolate amargo todos los días reduce el riesgo de sufrir de cualquier enfermedad cardíaca en un tercio —«cortesía de la Cosmopolitan de la sala de espera del ginecólogo».



— Cincuenta, más veinte, más treinta y tres… —resopló—. Ciento tres por ciento de improbabilidad… nice.



— Por favor no me digas que quieres ser vegetariana —frunció su ceño.



— ¿Vegetariana yo? —rio—. No me ofenda, Licenciada Katina… —sonrió, y, lentamente, atrapó su erecto pezón entre sus dedos para, entre pellizcos flemáticos, tirarlo o retorcerlo.



Oh… my… —gimoteó rasposa y mimadamente mientras echaba su cabeza completamente sobre las almohadas. 



No gimas—le dijo Yulia con exagerada seriedad y agresividad, y con los mismos componentes, pellizcó su pezón un poco más fuerte, «no, verdaderamente fuerte», y lo tiró—, y no gruñas—le advirtió antes de que lo pudiera hacer, y liberó su pezón.



Christós —rio, pues de alguna forma o manera tenía que compensar sus gemidos y sus gruñidos, y los gemidos bíblicos y/o religiosos hacían el trabajo de hacerla reír y de proveerle la justa cantidad de catarsis momentánea.



Tienes unos senos hermosos—exhaló, yendo cada vez más hacia su piel con su rostro—, tan,tan hermosos.



Quiso decir «yo sé», pero la arrogancia se la convirtió en humildad con el primer beso, y quiso decir «¿te gustan?», pero le arrancó cualquier tipo de razonamiento; irracional, racional, y razonable con cómo ahuecaba su seno y continuaba besando aquí y acá pero con la misma crueldad de no besar la areola o el pezón, y eso era una cruda tortura.



Tiró de sus brazos porque, según ella, con un movimiento así, de brazos libres, habría podido llenarle los labios de lo que ella necesitaba que recibiera atención, en especial una atención tan cálida, tan húmeda, tan sedosa, y una atención que fluctuara para bien con el inofensivo filo de sus dientes, o con una intensa succión que tirara de su pezón y de su areola por igual. Algo, lo que sea, lo que fuera.



Yulia se colocó completamente sobre ella con la intención del gin y el vermouth y el peso de la monumental hartada para la que no había tenido ni decoro ni vergüenza, y tomó sus senos entre sus manos, casi apretujándolos entre el cómo los ahuecaba, y los empujaba hacia el centro para ahogarse en aquellas escasas proporciones mientras daba besos en cada milímetro de piel que olía a eso tan «boisé».



«Comida», pensó Lena para distraerse un poco, sólo lo suficiente como para no estar tan de lleno y no permitir que salieran onomatopeyas sexuales de ningún tipo y en ningún idioma. «La comida».



1. Antipasto: rebanadas de lomo de cerdo a las brasas en una cama de hummus blanco y salsa de vino tinto con pimienta y champiñones, o, para los kosher, era lo mismo pero con pollo.



2. Entrada o ensalada, porque existían las dos opciones debido al círculo tan judío: crema de puerros y papas, o ensalada de tomates, pepino, y feta.



3. Plato principal: herb crusted chicken, puré de papas con ajo asado, y zanahoria y judías verdes salteadas con almendras, o lamb mint sauce, puré de papas con yogurt griego, y rainbow carrots salteadas.



4. Pudín Waldorf, Popovers de canela, Tarta Tatin de manzana, todos con o sin helado de vainilla.



— El pudín Waldorf fue mi favorito —suspiró Lena, habiendo exitosamente ahogado el gruñido que el tirón de su pezón izquierdo le había provocado—. ¿Sabes que fue uno de los postres que sirvieron en el Titanic?



Con vainilla y chocolate ligero —asintió, volviendo al valle para empezar a abrirse camino hacia abajo.



"Avec"… —rio guturalmente—. Me gusta esa palabra —tiró de sus brazos, porque ella sí tenía cosquillas en su abdomen, en especial cuando Yulia se encargaba de ir tan despacio entre besos y mordiscos.



Avec —sonrió, y besó—. Avec —besó de nuevo—, avec —mordisqueó—, avec —besó lo mordisqueado—, avec, avec, avec, avec…



Avec —se retorció Lena, pues Yulia ya le había hecho la tortuosa jugada de pasear su lengua desde su vientre hasta su ombligo.



— Quédate quieta —le clavó la mirada desde abajo, y, sin importarle mucho o nada, bajó con el reverso de su lengua hasta el ápice de sus labios mayores.



— ¿Sino qué? —la retó juguetonamente.



— Ya estás amarrada de manos…



        — Ah, no lo harías —rio nerviosamente, pues, a pesar de haberlo dicho, ni ella lo creía cien por ciento cierto por la simple actitud que tenía en ese momento.



  — No me pongas a prueba—exhaló, y, abruptamente, dejó que su lengua recorriera lo que encerraban los labios mayores de Lena—. Tu sabor es exquisito—exhaló nuevamente, y, contrario a lo que Lena esperaba, o sea más lengua, llevó su índice a recorrerla.



«Seguro como el infierno no sabe que significa...pero está bien"», asintió Lena, tirando fuertemente de sus brazos.



Utilizó su dedo para ver lo tan íntimo de Lena, porque, bajo esas circunstancias, y bajo otras, eran suyas como para poder abusar de la atenta y detenida examinación y exploración.



En ese momento todo era mate a pesar de ser de tal vívido pigmento, el cual comenzaría a cambiar en menos de lo que cualquiera podía predecir, o quizás no cambiaría, sólo se intensificaría y empezaría a brillar por uno o por otro componente. Le gustaba que sus labios menores fueran del largo perfecto como para realmente poder succionarlos y halarlos, y le gustaba que se tensaban y se hinchaban democráticamente junto con el resto de los ingredientes de aquella entrepierna. Sus labios mayores estaban suaves en todo sentido, tanto en textura como en consistencia. Su clítoris, así como siempre, sin importar nivel de excitación, permanecía muy bien escondido, que quizás era para reducir aquella hipersensibilidad de la que tanto sufría. Y ni hablar del pequeño agujero de espacio virtual que, no sabiendo si era sólo ella o si era normal, se estrechaba al punto de ser placentero al cubo.



Yulia utilizó la punta de su lengua, la tensó, y, así, recorrió a Lena desde su vagina hasta su encapuchado clítoris, que, por la misma tensión de su gusto lingual, logró escabullirse por debajo del capuchón para alcanzar a rozar aquello tan pequeño y que verdaderamente sólo servía para el placer sexual. Valía la pena esperar a que eso tan minúsculo se hinchara para poder abusar de él.



«Suck», gruñó Lena mentalmente, apretando sus puños para no gruñir en voz alta, pero Yulia, siendo rebelde o no, pudiendo leer su mente o no, queriendo complacerla o no, no succionó del verbo "chupar" sino del verbo "mamar", pues fue más suave, más repetitivo, menos periódicamente marcado, simplemente había encerrado sus labios menores dentro de sus labios para poder abarcarlos a ellos, a su tímido clítoris, y al lugar al que pocas personas le prestaban la debida atención: el USpot. No creaba más vacío, no succionaba más, simplemente succionaba poco a poco; intentaba que la sangre llegara a cada vaso capilar de la zona para agudizar las sensaciones.





Abrazó a la pelirroja por las caderas para evitar que cediera al vaivén que siempre se generaba, pues Lena tenía la hermosa maña y manía de mecerse contra los labios o la lengua de Yulia, o, cuando la tenía succionada, tirar de sí misma con el ir y el venir. Y se concentró en ir focalizando las succiones que eran cada vez más tiradas y más fuertes, más del verbo "chupar"; primero sus labios menores, luego su clítoris, y sus labios mayores ya habían hecho el trabajo por ella. La imagen en sí la hacía reír arrogantemente, pues qué orgullo poder cambiar el estado físico de un cuerpo con tan sólo su boca.



Así como la entrepierna de Lena, que se había hinchado en encandecidos tonos, así habían respondido los labios de Yulia; sin siquiera la burla de un lápiz o brillo labial, con ese ligero delineado rosado-que-tendía-a-rojo alrededor de sus labios, «porque así debe sentirse Angelina Jolie todo el tiempo», y fue por eso que decidió darles un descanso a sus labios con el relevo de sus dientes, pero sus dientes no eran para sus labios menores, no Señor, eran para mordisquear sus hinchados labios mayores y para jugar picantemente con su clítoris, el cual, a pesar de no haber salido del capuchón, ya podía sentirse inflamado y ciertamente rígido.
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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 6 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por VIVALENZ28 12/5/2015, 2:13 am

— Eso se siente bien —canturreó Lena, olvidándose por un momento de que no tenía manos para poder llevarlas a la cabeza de Yulia y poder ahogarla en lo que sabía que era una indiscutible inundación de proporciones bíblicas.



— ¿Sí? —sonrió a ras de aquella zona que se componía de la fusión de labios mayores y menores, vagina, y zona perianal.



Jeezuz! —rio ante la sensación de su aliento—. No hagas eso.



— ¿Que no haga qué? —elevó su ceja derecha, y, traviesa y cruelmente, exhaló tibiamente sobre el mismo diminuto espacio.



— ¡Eso! —se retorció de torso y elevó su cadera.



— Te dije que no te movieras —le acordó, y la haló para mantenerla anclada a la cama.



— Te dije que no hicieras eso —la remedó la pelirroja, apuñando manos y pies por igual.



— Mmm… —frunció sus labios—. Está bien, si no puedo hacer eso… creo que esto sí —sonrió, y dejó que su dedo índice se deslizara en el interior de Lena.



Oh. my. God —gimió, echándose nuevamente hacia atrás para aterrizar confortablemente sobre las almohadas, pero, en cuanto Yulia sacó su dedo y no pareció tener intenciones de seguir haciendo eso que tan bien se sentía, abrió la mirada y se irguió para encontrarse a una Yulia que subía por un costado, sobre sus rodillas, y que era imposible saber qué era lo que seguía. 



— Te dije que no gimieras —le acordó también.



— Es imposible no gemir y no moverme, dame crédito —se excusó—; lo uno o lo otro.



— Lo sé —asintió, y se acercó a su rostro—. Manzanas… —sonrió, y se estiró para liberarla del tubo del respaldo.



— Sí sabes que no es así como funciona una palabra de seguridad, ¿verdad?



— ¿Quién dice cómo funciona y cómo no? —frunció su ceño, agachando su cabeza por entre sus estirados brazos para poder ver a un par de verdegrises ojos que la veían hacia arriba.



BDSM normas; relación dominante-sumiso —sonrió inocentemente.



Eso no cuenta como BDSM —ensanchó la mirada tal y como si la hubieran ofendido—, y yop no pretendo ser la dominante, ni que fueras la sumisa—le dijo tajantemente.



Mi dispia…



— No —la detuvo antes de que pudiera completar la disculpa—. Acuérdame qué significan las siglas, por favor.



Bondage, Disciplina y Dominación, Sadismo y Sumisión, y Masoquismo —respondió, viendo a Yulia liberarla de la cama para ahora liberarla de las muñecas.



Ahora, quiero que me digas todos de ellos —sonrió, tomando sus muñecas para empezar a tirar de la bufanda, pues sabía sólo ella cómo la había enrollado y envuelto, «porque no tengo complejo de marinero».



— El hecho de que sepa qué significa cada sigla… no significa que sé exactamente cómo explicarlas —dijo, y la vio sacudir su cabeza—. ¿Qué?



— Puedes ejemplificarlas si no puedes explicarlas —sonrió de nuevo.



— Masoquismo es el placer de saberte humillado o maltratado —vomitó rápidamente—. Disciplina: instrucción rigurosa, ley, regla, what-the-fuck-do-I-know —se encogió entre hombros—. Sadismo: término inventado por el Marchese de Sade, y significa que te excita ser cruel con alguien más.



— ¿Marqués de Sade? —resopló para sí misma—. Buen toque.



— "SAD-ismo".



— Eso yo lo sé, pero no toda la gente lo sabe —asintió, y, sin saber por qué, Lena se sonrojó—. Continúa.



— Dominación: tener dominio o control sobre algo o alguien; sujetar, restringir, contener, reprimir, domesticar, etc. —murmuró, estando ya libre de la bufanda y viendo a Yulia enrollarla porque su OCD no la dejaba continuar con nada si no estaba enrollada—. Sumisión: someterte al dominante.



— Mjm…



Bondage… —susurró, no sabiendo exactamente cómo ponerlo en palabras adecuadas.



— Viene de "bondagium", por lo tanto de "bond"; de lazo —sonrió.



— Sí… —exhaló aliviada de no tener que explicarlo.



— Ahora, de todas las siglas mencionadas, ¿cuáles tenemos en esta cama? —elevó ambas cejas.



— Uhm… —frunció su ceño, viéndose ahogada por la rareza de la pregunta.



— Masoquismo: a mí no me gusta que me humilles o que me maltrates, y estoy segura de que a ti tampoco te gusta… además, no está en mis planes hacerlo, y asumiré que en los tuyos tampoco; a mí no me gusta, y a ti tampoco —intervino ante la tartamudez mental de Lena—. Sólo con ese statement nos libramos de la "M" y de una parte de la "S"; Masoquismo y Sadismo fuera —sonrió—. Disciplina —rio—. Me suena a rutina, o a cierta rutina… a ritual, así que supongo que eso nos libra de una parte de la "D"; fuera Disciplina. —Lena asintió con entendimiento y satisfacción por estar de acuerdo—. ¿Qué nos queda?



Bondage, Dominación, y Sumisión —dijo pequeñamente la pelirroja.



— Ah, sí —asintió una tan sola vez—. "Sumisión" no es sinónimo de "sometimiento" —sonrió.



Semánticas de mierda… —refunfuñó.



— Es un error muy común —sacudió su cabeza, porque sabía que, cuando hacía eso, Lena no se sentía tan brillante, pero que, al mismo tiempo, le daba risa ser víctima del mal uso, del desuso, y del abuso coloquial—. "Sometimiento", o "sujeción",  implica que va en contra de la voluntad de alguien, una privación de todo derecho de pensar, creer, opinar, y demás, y "sumisión" implica una entrega ciega de cierta nobleza en la que todavía mantienes tu derecho de pensar, creer, opinar, y demás —hizo la sutil distinción—, y creo que aquí no hay ni sometimiento ni sumisión, ¿no crees?



Sumisión y sometimiento —dijo para sí misma—, suena distinto —estuvo de acuerdo, pero Yulia sólo elevó sus cejas—. Pero no es eso lo que preguntaste —rio, y Yulia sacudió su cabeza—. Y no —respondió por fin.



— Me sabe más a "devoción", al menos de mí hacia ti —sacudió nuevamente su cabeza—, aunque creo que eso suena a un muy buen eufemismo para "sumisión" —rio, haciendo a Lena reír también.



— Te quedan Bondage y Dominación —susurró, irguiéndose para encarar a Yulia a una altura más cómoda.



"Dominación" —suspiró—. Yo no te domino, tampoco te controlo; eres libre de rascarte lo que te pica en el momento que sea, en el lugar que sea, cuantas veces quieras.



— ¿También hay una diferencia entre "dominar" y "controlar"? —preguntó con una provocadora sonrisa.



— ¿Quieres saber mi opinión sobre el BDSM?



— Claro.



— Creo que la relación dominante-sumiso está malinterpretada —sonrió—; el dominante puede hacer lo que quiera y el sumiso puede estar maniatado, amordazado, y demás, pero quien en realidad tiene el absoluto control de la situación es el sumiso… de lo contrario, no sería necesaria una palabra de seguridad, y no parar de lo que sea que el "dominante" esté haciendo —susurró—. Pero, claro, yo qué sé —se encogió entre hombros—. Mi opinión seguramente sería refutada por la comunidad del BDSM… si existe tal cosa.



— No te estoy juzgando —resopló, «no tienes por qué explicarte».



— Lo sé —repuso, colocando la bufanda enrollada sobre la mesa de noche de Lena, y se volvió a ella—. Hasta el sexo más "normal" puede salir mal… si te gustan esas cosas, yo no tengo ningún problema —sacudió sus manos.



— No tienes ningún problema mientras no sean contigo —señaló inteligentemente.



— Ese comentario me lleva a la "B" —sonrió.



Bondage susurró, pues Yulia se había acercado íntimamente a ella.



— Tenemos una "B" esporádica, fortuita, y momentánea —asintió.



— Pero la tenemos.



— Y eso me trae al inicio de esta conversación —asintió de nuevo—. El hecho de que tengamos la "B" no significa que tengamos y/o practiquemos BDSM —sonrió—. Pero, si el hecho de tener la "B" ya cuenta como un generalizado "BDSM", supongo que lo tenemos… y como la definición no va con mis gustos me permito redefinirla a mi gusto —dijo, y, con la tan sola intención de inclinarse sobre Lena para que se recostara de nuevo, la pelirroja cayó lentamente sobre las almohadas—; por eso puedo utilizar la palabra de seguridad.



— No entiendo por qué la utilizaste —murmuró, recibiendo a Yulia entre sus piernas pero rostro contra rostro.



— Porque me pone mal cuando gimes y cuando te mueves —respondió sinceramente.



— ¿"Mal"?



Mi excitación se basa en la excitación, cuánto más excitada te pones más excitada me pongo.



— Matemática simple —rio.



— Sólo "simple" —asintió—. Además, no eres tú sin tus manos.



— ¿A qué te refieres? —susurró, teniendo a Yulia completamente sobre ella, sintiendo el peso que le gustaba sentir.



— Me estorba el hecho de que no me tomes de la cabeza o de las manos, o que no te toques… —dijo, tomando su mano izquierda en la derecha suya para entrelazar sus dedos—. Sé que no tiene sentido, debe ser el alcohol hablando.



— Podrá ser el alcohol, pero tienes que terminar lo que empezaste —le dijo, notando cómo Yulia no la veía a los ojos sino que veía a sus manos entrelazadas.



— Tengo la cabeza demasiado caliente como para realmente terminarlo —se excusó.



— ¿Así le llaman al clítoris en estos días? —rio.



Podría cruzar a través como muy agresiva —sacudió su cabeza.



— ¿Y? —llevó su mano derecha a la quijada de Emma para direccionar su rostro a encarar el suyo, y, ante el «¿cómo que "¿y?"?», añadió—: Sou una chica grande, puedo tomar"agresivos".



— ¿Estás segura? —sonrió enternecidamente, y ladeó su rostro para acercarse a sus labios.



— Segurísima —asintió, «porque sé que tu placer sexual es mi placer sexual, si no me gusta no te gusta: "simple"… "aplós"».



— Tienes que aceptar que esto es raro —le dijo sin fundación coherente.



— ¿Qué es raro?



— Dejé de jugar con tu clítoris para hablar de BDSM y me preguntas qué es lo raro…



— Hablábamos de una práctica sexual, no de astronomía; no estábamos tan lejos del tema —rio.



— Igual, ¿no cuenta como un corte?



— A veces es bueno tener un receso —sonrió—, en especial si no te sientes cómoda con el "cómo" lo estás haciendo.



— No, Licenciada Katina —rio Yulia, tomando su mano derecha en la suya izquierda para imitar a su otra mano—, no se equivoque… que lo estaba haciendo bien —dijo, logrando entrelazar sus dedos con los de Lena para, inmediatamente, presionar ambas manos contra las almohadas.



— ¿Alguna vez te he dicho que, cuando haces eso, me parece demasiado "hot"? —suspiró la reanudación de su excitación.



— ¿Cuando hago qué? —elevó su ceja derecha, y presionó todavía más hasta clavarlas entre las plumas y la memoria.



— Eso —jadeó, porque precisamente ese clavado era lo que le parecía "hot" y no sabía por qué—. Hay algo sobre mis manos en tus manos...



Lo sé —susurró Yulia, y, abruptamente, embistió contra ella—. Quiero saber si se pone demasiado áspera—pujó, pues la embistió fuertemente de nuevo.



¿"Manzanas"? —gruñó.



"Suave" y/o "Lento" de preferencia —y embistió de nuevo.  





No era la acción en sí la que a Lena tanto le gustaba, pues el roce, en ese punto que había sido diseñado para tener placer sexual, era prácticamente nulo; un roce directo, agudo y preciso en su clítoris era meramente imposible, ni siquiera cuando la envolvía entre sus piernas. A Lena le gustaba el roce en general; era sentir el peso que iba y venía, que la empujaba por y desde ahí, de ese lugar en el que nadie nunca la empujaba, que, con cada embestida, con cada empujón, Yulia le clavaba las manos a la cama, a las almohadas, a lo que fuera, una simple evidencia de la fuerza con la que arremetía contra ella, y, así como se trataba de sus manos, así era con su voz, con el aliento de su "agresora": pujado, arremetido, arrebatado, entrecortado. Y le gustaba la piel. Le fascinaba. Sus muslos apenas interactuaban, igual que sus piernas, pero sus vientres y sus abdómenes se rozaban de esa forma en la que las cosquillas dejaban de ser superficiales y que, de alguna forma, terminaban convirtiéndose en el sincronizado pujido, o en la tajante exhalación, o en un gruñido ahogado, o en un gemido mínimamente agudo pero denso. Y ni hablar del esporádico roce de sus pezones, porque dependía de qué tanto peso dejara caer sobre ella, o a qué altura se encontraba, pues sus pezones podía mantenerse clavados en su pecho, o podían ni siquiera rozarla, o podían rascarla de adelante hacia atrás al ritmo del vaivén, o podían jugar con los suyos.



A Yulia le gustaba porque a Lena le gustaba. Le excitaba porque a Lena le excitaba.





En esa ocasión, no sabiendo si era por la agresividad aparente o real, o porque simplemente era un factor o un componente más de su excitación, lo estaba disfrutando un poco más que las otras veces. Quizás era porque Yulia, independientemente de cuántas embestidas le diera, o con qué fuerza, o con qué ritmo, siempre la veía a los ojos a pesar de ella mantener o interrumpir el contacto visual; era penetrante, y era relativamente ruda, pero le gustaba encontrarse con ese tono y ese acento asesino que se mezclaba con la marcada respiración y la embestida.





Se detuvo con la misma fuerza con la que había arremetido contra ella la primera vez, la dejó esperando la siguiente embestida, pero Lena, en cuanto no la recibió, abrió sus ojos para simplemente encontrarse con una pícara sonrisa.





— ¿Por qué te detuviste? —exhaló con expresión de preocupación, pues le preocupaba que cortara su placer de nuevo; eso era cruel.



— Porque puedo —elevó rápidamente su ceja derecha y soltó las manos de Lena para reacomodarse un poco, o sólo era para llevar su mano a aquel minúsculo espacio que quedaba entre ambas entrepiernas—, y porque mis intenciones, si no te confunden, no son divertidas —resopló el tequila.



Es estio algún tipo de negación de órgasmo? —frunció su ceño.



— ¿Qué se supone que significa eso? —se reflejó, y, rápidamente, materializó sus dedos a la altura de los labios de Lena, quien, al ver lo que los embadurnaba, y saber que no era de su propia creación y/o secreción, abrió la boca y dijo "ahhh"—. Buenas amígdalas tiene usted, Licenciada Katina —bromeó Yulia, por lo que Lena, un tanto avergonzada, cerró sus labios con tal presión que terminó por fruncirlos—. Todavía no sé por qué lees las Cosmopolitan —sonrió, y esparció suavemente lo que sus dedos habían recogido de sí misma por los cada vez-menos-fruncidos-labios-de-la-pelirroja—. Ah, ¿que cómo sé eso? —resopló ante la mirada de Lena—. Es la revista que no logra hacerse ausente en todo tipo de sala de espera —le dijo—; siempre hay una revista para mujeres, pero como Vogue es demasiado cara ponen una Cosmopolitan, y hay una sobre finanzas, otra sobre deportes, otra sobre carros, y, probablemente, una National Geographic… y sé que todo el tema de BDSM lo extrajiste del especial de "50 Shades of Grey" que tuvo Cosmopolitan —sonrió, llevando sus dedos a sus labios por haber terminado de aplicarle el brillo labial a la pelirroja.



A la mierda la puta Waldorf Pudding —exhaló Lena luego de haber paseado lentamente su lengua por sus labios para recoger las creaciones de Yulia—, mejor postre jamás...elogios al chef



— Negarte un orgasmo sería demasiado cruel —omitió el comentario, aunque su Ego sonreía y le daba las aprobantes palmadas en su cabeza.



— Bueno, yo no puedo hacer eso que tú haces —se encogió entre hombros—, me estorba.



— ¿Qué es lo que hago yo? —rio.



"Borde".



— ¿Eso se refiere a "bordear" el colapso temperamental? —bromeó, escabullendo nuevamente su mano entre ambas entrepiernas, pero, esta vez, se detuvo en la de Lena, quien suspiró verdaderamente agradecida por la atención—. Digo, porque, si es a eso a lo que te refieres, lo hago todo el día y todos los días —sonrió, y sintió cómo la mano de Lena se aferraba abruptamente de su nuca; vil reflejo de placer.



— Hablaba de… —gruñó, y Yulia rio, prácticamente se burló de ella en todo sentido, pues atrapó su clítoris entre sus dedos para aplicar cierta presión entre el ir y el venir de ellos—. Control orgásmico —exhaló densamente.



— ¿Qué? —rio, intentando contenerse la carcajada.



— Te he visto controlarlo —gruñó de nuevo ante la provocación de Yulia, esa que nacía del término "provocador" y no "provocativo".



— ¿En qué sentido?



— ¡Yulia! —gimoteó, estando al borde de caer en un berrinche, pues Yulia, de cierta forma, la estaba bullying a nivel sexual, cosa que no era mala sino frustrante.



— Así me llamo —asintió burlonamente.



— Cínica —la acusó, y llevó su mano a la de Yulia para asegurarse de que la siguiera tocando, porque a veces se detenía.



— Lo que me has visto hacer no es un "control" —sonrió, dejándose llevar por el movimiento y el ritmo que Lena le marcaba—, es una desesperación por no poder correrme aunque quiera demasiado.



— Yulia Volkova tiene problemas para correrse —se burló descaradamente, pero Yulia no supo reaccionar bien ante la burla, por lo que invadió a Lena con dos agresivos dedos en su vagina—. Tengo que ofenderte para que reacciones —gimió, viéndola a los ojos con una orgullosa sonrisa.



Puedo acabar muy bien —la penetró fuertemente de nuevo, logrando sacarle un gemido demasiado bueno para ser cierto—. Cuando quiero —la penetró de nuevo—, como quiero —y de nuevo—, y cuantas veces quiera —y la penetró de nuevo, esta vez para dejar sus dedos dentro—. Pero prefiero tener un orgasmo enorme a tener varios pequeñitos que duren un segundo —entrecerró su mirada, como si quisiera reciprocar la ofensa, y sus dedos se empezaron a mover de arriba hacia abajo.



— A mí me gusta correrme, a ti te gusta la fase del plateau —gimió—, y te gusta tanto el plateau que eres capaz de quedarte ahí sólo por propia diversión hasta que, por motivos de Ego, decides correrte.



— ¿Y? —dijo entre dientes, siendo ahora tomada por la nuca por las dos manos de Lena, las cuales la halaban hacia abajo a pesar de que ella ponía resistencia para mantener sus ojos clavados lo que la deleitaba visualmente.



— Eso es control orgásmico —tiró más de su nuca.



Bueno, entonces soy un puto amo de eso—sonrió, y, habiendo dicho eso, batió rápida y rudamente sus dedos de arriba hacia abajo, presionando su GSpot con la tajante travesura que hacía que Lena ya no pudiera abrir los ojos y empezara a perder el control de sus caderas—. Sé lo que estás haciendo, Lena —rio, pues sentía cómo su vagina se contraía alrededor de sus dedos para reducirle el espacio y, así, dejarse ir en lo que quería: «orgasmo».



— Cállate, que me estás distrayendo —refunfuñó justificadamente, pero Yulia ensanchó la mirada.



— ¿Qué me dijiste? —siseó, cesando el movimiento de sus dedos en la vagina de la pelirroja.



— No puedo correrme si me distraes —abrió sus ojos para mostrarle una mirada que gritaba pánico, pues, ¿en qué momento se le había ocurrido callarla?



— ¿Qué fue lo otro que me dijiste?



— ¿"Cállate"? —musitó en una pequeñita voz.





Yulia rio nasalmente mientras dibujaba una extraña sonrisa de ceño y de labios fruncidos, y, sin decir una palabra más «hasta nuevo aviso», reanudó la estimulación vaginal de la ojiverde.



Pero la reanudó con cierta saña que luego voy a terminar de explicar con porqués que no son tan aparentes, pues era sintética a pesar de no ser falsa, porque en el fondo estaba enojada por lo que no podía dejar ir de la madrugada, pero el "cállate" no le enojaba sino le divertía por razones tan extrañas que ni ella sabía.





  Se dejó caer contra su cuello para empezar a besarla y a respirarle en esa región que tantas cosquillas le daban, y esa estimulación, entre el abrazo de la pelirroja, el cual servía para asegurarse de mantener su peso sobre su torso, y las intenciones vaginales, sólo la hicieron empezar a gemir sin la preocupación de haberla ofendido, pues, si no se había ido, no podía haber sido tan malo, en especial si juzgaba por los besos y los mordiscos.





Lena se abstuvo de gemir en cualquier idioma que no fuera un onomatopéyico llamado de estarse metafóricamente apareando, simplemente gemía, gruñía, pujaba, y no dejaba de exhalar con esa densidad que sólo el sexo conoce.



Pero sí mantuvo las contracciones "à propos" para llevarse al orgasmo que Yulia iba a potencializar, o para potencializar el orgasmo al que Yulia la llevaría; la abstracción era incierta a pesar de ser un hecho.



Le clavó superficialmente las uñas en su espalda, a una altura al azar, y, a medida que se iban ahondando en su piel sin lastimarla, Yulia simplemente agilizó la estimulación hasta que la llevó a esos dos o tres segundos de silencio, pausa, y muerte total, esos dos o tres segundos previos al orgasmo, pues todo entraba en relajación antes de ser todo lo contrario. El silencio se convirtió en un sonido que iba en crescendo hasta ser un grito que vivía el descontrol de cada nervio de su cuerpo en su totalidad, esa convulsión que, de no tener límites, probablemente terminaría en el suelo. Y ni hablar de la cantidad y de la presión con la que aquella eyaculación salía para caer en la palma de la mano de Yulia, pues ella, cruelmente, o quizás no tanto, no había dejado de hacer ese movimiento, y tampoco había reducido la velocidad, tampoco la fuerza. ¿Cómo podían algunas mujeres no reaccionar así ante una eyaculación? Eso estaba diseñado para vivirse como un exorcismo.



Los espasmos remanentes, esos que eran los que daban pie a una muy probable hormonal carcajada, fueron acomodándose al decreciente ritmo de los dedos dentro de ella, y, en cuanto sus dedos se salieron, lo único que quedó fue una agitada respiración que salía por entre el suave mordisco que le daba al pecoso hombro.



Yulia esperó, esperó pacientemente a que Lena pudiera tragar suficiente saliva para humedecer nuevamente su garganta, a que se le regulara la respiración, a que su vagina dejara de contraerse autónomamente, a que ella se relajara en todo sentido, a que cediera a ese sorbo de cansancio.



Dejó de tener uñas en su espalda y dientes en su hombro, y, con mudas caricias que ni tenían ni carecían de sonrisas, simplemente acosó la pelirroja fisonomía de ojos cerrados que procesaba aquel terremoto corporal.



Se irguió, dejando que el vacío se sintiera sobre Lena en forma de una inexistente brisa, y, llegando a estar de rodillas entre sus desplomadas piernas, ladeó su cabeza hacia la izquierda con su ceja derecha mínimamente elevada para encontrarse con una ebria mirada verdegris que apenas podía entreabrirse. Pecho rojo, piel que necesitaba un poco de sol, abdomen que se movía más de arriba hacia abajo que en un movimiento de inflar y desinflar, y entrepierna que estaba realmente como si se tratara de "llover sobre mojado". Ingle, monte de Venus, interior de sus muslos. Qué desastre.





— No me veas así que tú me lo hiciste —se sonrojó Lena.





Yulia sacudió su cabeza y se encogió entre hombros, soltó una risa nasalmente callada, y, sin decir absolutamente nada, tomó su pierna izquierda para colocarse de esa forma en la que Lena sabía exactamente qué estaba por suceder.



Realmente dejó que su peso hiciera el contacto, porque, cuando era muy superficial, o sea un simple roce, no era tan satisfactorio como cuando se hacía más grave. Además, el peso era para que Lena no interviniera en el movimiento.



Se aferró a su pierna, la cual había sido elevada y flexionada, y empezó con el vaivén. Era la ventaja de que Lena estuviera hinchada y ella prácticamente no, porque entonces podía abusar de eso para reflejarse en el momento preciso; le gustaba sentir su hinchazón con algo que no fuera su boca o sus manos.





— Artillería pesada —rio la pelirroja, alcanzando a tomarla por la cadera para tener algo de qué aferrarse ella también.





Yulia no dijo nada, porque jugaba y abusaba del "cállate" con descaro, porque sabía que eso llevaría a Lena a un ataque de desesperación de risas y carcajadas nerviosas que terminarían en una disculpa que no necesitaba. Y, como no dijo nada, cerró sus ojos como si en ese momento el placer se tratara de sólo ella.



El movimiento no era tan preciso como cuando era un verdadero "scissoring", no era ese choque pausado que podía ser restregado con malicia, pero era lo suficientemente adecuado como para sacar futuros gemidos, pues el frote, porque eso era lo que era, permitía que cada componente de la entrepierna de Yulia se encontrara con cada componente de la entrepierna de Lena, por lo tanto debo decir "y viceversa".





Yulia se dedicó a respirar a ojos cerrados, entre cabezas rendidas y alzadas, inhalaba y exhalaba con paciencia y con profundidad sin importar la rapidez o la tosquedad del movimiento que claramente tenía que afectar su resistencia pulmonar, y Lena, sin poder hacer mucho, más que tomarla por la cadera y por la mano que sostenía su pierna en lo alto, sólo admiraba lo que era un placer que cualquiera podía tachar de egoísta.





Pero, claro, Yulia no era de madera, ella y su clítoris también sentían, y era por eso que, a pesar del frote continuo y monótono, había esa remota interrupción en contacto y en ritmo para no obligarse a saltar al precipicio; su víctima era Lena, o quizás sólo liberar un poco de vapor de la olla de presión.





Lena, contrario a lo que Yulia sentía con cada interrupción, se veía cada vez más al borde de una recaída orgásmica; una recaída que no era nada sino buena. Cada vez que Yulia venía, la halaba, y, cada vez que Yulia iba, le ponía la débil resistencia para que no se fuera.





Había sido un día relativamente difícil, o quizás sólo complicado por las fluctuaciones respectivas, tenía alcohol en la sangre, y tenía las ganas suficientes y demasiadas de hacer catarsis de la forma más placentera posible. Ella prefería despilfarrar sus hormonas y su energía en algo que la dejara con una sonrisa y con ese tipo de sueño con el que realmente era rico dormir, no con arrojar cosas contra la pared, o con gritar, o con lo que fuera. Darle vacaciones a las piernas hasta el día siguiente que urgentemente tuviera que ir al baño, darle vacaciones al despertador, porque pobre de él si la despertaba: él si sufriría de un atentado contra la pared; pobre iPhone, pobre Siri.





— Me voy a correr —gruñó Lena entre dientes, no sabiendo si era una advertencia o una simple pieza de información, o quizás una alerta informativa que implicaba un "¿y tú?" o un «para que hagas lo casi imposible» "para que te corras conmigo".





Yulia no respondió de ninguna forma, al menos no inmediatamente. Sólo abrió los ojos y le clavó la mirada en la suya entre respiraciones densas y cortadas que sólo servían de sinónimos o de descripciones para el ritmo y el acento del frote.





Y, como si no tuviera ninguna terminación nerviosa ahí, se frotó y se frotó, y se frotó, y se siguió frotando contra Lena literalmente sin piedad, sin misericordia, sólo con una actitud de exigir un orgasmo que sabía que no sufriría ella sino que lo había provocado, ergo reclamado.





Sus respiraciones no eran tan toscas como las de un toro, porque eran más delicadas, pero eran tan bruscas y tan «agresivas» que por alguna extraña razón, siendo amante de lo ligero, de lo gentil, de lo delicado, de lo-cualquier-sinónimo, le parecieron, a la pelirroja, que eran el mayor componente de lo que la sacaría de control en tres, porque era eróticamente violento, dos, porque asoció y asumió la lubricada tosquedad con la inminente y eminente posesión sin restricciones y sin ataduras, uno, porque era y se sentía rico.





Las caderas de Lena se elevaron, así como el gemido que se le escapó y con mucha razón, pero, al igual que la vez anterior, y al igual que todas las veces que pasaba que Yulia estaba encima, Yulia la ancló a la cama entrepierna contra entrepierna para que no se sacudiera, pero, a diferencia de la vez anterior, no continuó la estimulación sino la detuvo. Le habría gustado torturar aquel clítoris con más frote, pero sus pulmones y sus caderas no le daban para mucho en ese momento; necesitaba un respiro, un afloje de cuello, y un descanso de caderas de un minuto.



Oh, my God… —suspiró Lena, con una mano sobre sus ojos en ese gesto de mundial conocimiento de "no puedo creerlo", y Yulia levantó la mirada, la cual ya carecía de aquello que le estorbaba a cualquiera—. Eso no fue justo—rio, dejando que se le saliera esa mezcla de alcohol y endorfinas, pero Yulia sólo ladeó la cabeza como si no entendiera—. Oh, vamos! —frunció su ceño, y, de un movimiento un tanto brusco, la tomó por la cintura para tumbarla sobre la cama—. Por favor —susurró—, habla.



— ¿Sobre qué? —sonrió con cierto cinismo.



— Es realmente incómodo cuando no hablas —frunció sus labios.



— Somos difíciles de complacer —resopló para sí misma—. No te gusta cuando hablo, no te gusta cuando no hablo.



— Sólo estaba jugando —apagó su voz.



— Lo sé, yo también —sonrió, y llevó su mano al cabello de Lena para poder arreglárselo tras su oreja; «melena rebelde».



— No me asustes así —refunfuñó.



— No estoy enojada.



— Mentirosa —rio.



— De verdad, no estoy enojada —ensanchó la mirada.



— Celosa, entonces…



— Eso… —suspiró Yulia.



— Te voy a decir una cosa —la interrumpió—. No soy toro no soy ningún caballo, no soy ninguna montaña rusa… no me gusta ser montada —murmuró—, pero engo que admitirque era un infierno la montada—sonrió, y Yulia frunció su ceño, porque de verdad no entendía—. Por mí te puedes poner celosa cuantas veces quieras y de quien sea, siempre y cuando el resultado sea eso que acabas de hacer.



— ¿Qué te hace pensar que estoy celosa de "alguien"? —resopló, y Lena frunció su ceño, ahora las dos con sus ceños fruncidos.



— Tú dijiste que estabas celosa.



— Sí, y lo sigo estando —«sin fundamentos racionales, pero lo estoy».



— Voy a utilizar el comodín de pelirroja para pedir explicación —sonrió angelicalmente por no entender absolutamente nada.



— Yo no estoy celosa de "alguien", estoy celosa del hecho de que bailaste con otra persona que no era yo… estoy celosa del verbo "no fue conmigo" —rio—. No doy un culo de ratas con quien bailó, por todo lo que sé podría haber sido Fred Astaire con quien bailó y eso esta bien conmigo, lo que no está bien conmigo es que tenías que buscar una pareja de baile.



— Oh… —elevó sus cejas—. ¿Por qué no dijiste nada?



— Porque no me afectó hasta que me di cuenta de que la única que te da vueltas soy yo —sonrió.



— ¿Eso significa que vas a bailar conmigo la próxima vez?



— Siempre bailo contigo.



— Menos cuando hay demasiada gente verde o de principios del siglo pasado, ¿no? —rio.



Mojigatos de juicio,si—asintió—. Me incomodan cuando se incomodan.



— ¿O te incomoda incomodarlos?



— Mi misión en la vida no es incomodar a nadie, si lo hago no es porque me excita, pero tampoco me gusta que me incomoden.



Lo suficientemente justo —sonrió—. Hablando de lo que te excita, o de lo que no te excita, ¿no es un poco sádico no dejar que te corras?



— ¿De qué hablas?



— No te dejaste ir.



— Eso es porque me gusta cuando me lo arrancas —sonrió—. Orgasmo arrancado le gana mil veces a un orgasmo provocado.



  — Mmm… ¿y cómo sugieres que te lo arranque?



— ¿Cómo quieres tú arrancármelo?



— Hm… —mordisqueó su labio inferior, y dejó que su frente se posara sobre su clavícula—. No creo que te guste la idea.



— Te pregunté cómo quieres tú arrancármelo —rio con cierta seriedad—. Si no vas a tomar la oportunidad de ponerme en cuatro, y de cabeza, podría conseguirlo por mi misma—dijo, dándole dos impersonales palmadas en su cabeza, y lo dijo de tal forma que Lena realmente se asustó, y se sorprendió, y se ofendió, y todo lo demás, por lo que levantó la mirada para asesinar a Yulia en silencio—. Así es exactamente como me siento yo —sonrió, ahuecándole la mejilla.



— ¿Con ganas de matarme? —frunció su ceño.



— Ah, ¿te sientes suicida? —Lena entrecerró la mirada—. Ven aquí —susurró, tomándola ligeramente por la quijada para halarla hacia ella.





Fue algo que apenas caía en la categoría real de "beso", fue más como un sello de labios. O al menos eso fue en un principio.





Hubo una pausa que pareció ser larga, pero no duró más de dos o tres segundos, y ninguna de las dos respiró, ni se movió, sólo se vieron a los ojos, y supieron que era hora de jugar. De literalmente jugar.





Lena se le lanzó a Yulia encima, sin cuidar de su peso, de sus afilados codos o de sus huesudas clavículas, literalmente la escaló para aferrarse a ella, y Yulia que, en el proceso, la había tomado por la cintura para, improvisadamente, ponerle un poco de resistencia, porque así era como se había sentido ante el titubeo de potencial aceptación de su propuesta, aunque, en realidad, no había recibido una aceptación como tal. La tumbó sobre la cama, sabiendo perfectamente bien que, debido a la posición en la que habían aterrizado, Lena sólo esperaría otra sesión de bienvenidas embestidas, por lo que decidió rodar, con ella entre sus brazos, para dejarla encima.





— No quiero sólo uno —le dijo, haciendo de su normal voz un susurro porque la pelirroja se acercaba cada vez más a sus labios.



— ¿Cuántos quieres?



— Los que aguante —respondió inteligentemente—. ¿Por dónde vas a empezar?
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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 6 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por VIVALENZ28 12/5/2015, 2:16 am

Lena sonrió y se encogió entre hombros, con esa ceja que se elevaba fugazmente por cómo su mirada trazaba la poca inocencia que todavía le quedaba, y, como no estaba satisfecha con la cantidad de labios que había tenido en todo el día, en especial porque había sido un día lleno de fluctuaciones, se concentró en intentar recrear las sensaciones que aquel beso en Central Park le habían generado.



Pero ella sabía que era ciegamente estúpido intentar recrear algo del pasado, así se tratara de algo que había ocurrido unas cuantas horas atrás, aunque, claro, sabía que la parte inteligente era la que determinaba una línea base y no necesariamente un marco teórico, la parte inteligente era el momento en el que lograba el estado estúpido en Yulia… por muy feo que eso se escuchara. Y, para eso, Lena necesitaba ser apabullante pero paciente, ligera en tacto pero no ligera en seriedad, instigadora de cesión pero no de rendición, y tenía que llevarla a un ritmo suave y con suficientes componentes físicos, de tacto, de roce, y de labios, como para distribuir su atención en cada uno de ellos; para que no se concentrara en intentar tener el control y el derecho del labio inferior, porque, aunque tuviera las intenciones de ceder, su inconsciente haría lo contrario. Se trataba de, literalmente, apoderarse de su autonomía.



La besó con ese acento que no implicaba precisamente sexo, porque eso, a pesar de ser el objetivo, siempre podía cambiar; podía pasar a cualquier matiz que cayera en el término "relación sexual", o podía simplemente quedarse en una sesión exploratoria de labios y manos.



Abrazándola por su hombro derecho con su brazo izquierdo, básicamente enganchándolo, dejó caer sus cincuenta y dos kilos, más los dos que probablemente significaban en comida y en bebida, y se encargó de irle marcando la necesidad que tenía de ella con sus labios, con su lengua, con sus dientes, con sus manos, las cuales se dividían en su cabeza y en su mejilla.



Eran sus sabores, de aquí y de allá, todos concentrados en ese juego al que Yulia empezaba a ceder poco a poco, con ese toque de tequila en el fondo, y sus manos que empezaban a cobrar vida para viajar por la espalda de la pelirroja que parecía querer lanzarse de clavado con ella, en ella, para ella.



Logró casi las mismas circunstancias de Central Park, o, al menos, casi las mismas sensaciones, porque en ese momento le estaba dando más: más piel, más tacto, más cariño, más soltura, más libertad.







Decidió hacer una pausa, con calidad de receso y no de corte absoluto, porque necesitaba pensar cómo sería su próxima movida; no sólo era de besar su camino hacia donde no le arrancaría. Apoyó su nariz sobre la suya, presionando punta con punta, recogió aquel flequillo negro para esconderlo tras su oreja, y, para ese entonces, para esa caricia, ya Yulia la tenía completamente abrazada y no tenía intenciones de soltarse.



— Te amo —susurró Yulia, apretujándola un poco más entre sus brazos, así como siempre lo hacía, porque eso, en su cabeza, sólo era una representación física-corporal que daba a entender un "mía".



Páli



— Te amo —repitió.





Por osmosis, o por cualquier tipo de difusión y/o absorción, Lena, de manera inconsciente, le inició un beso que claramente podía ser parte rítmica y vocal de "Go It Alone", pero nunca a nivel de semántica, ni de cualquier recurso lingüístico que tuviera que ver con el significado y el significante, quizás más inclinado a la retórica y sólo por el tono y el carisma aplicado; era calmado, ciertamente seductor, nada serio, quizás un poco juguetón, quizás un poco picante. Quizás era la guitarra del fondo. No sabía. No sé. Y hablo de difusión/absorción porque Yulia tenía un serio OCD con los momentos y las canciones que podía aplicar para describirlos. Detrás de todo eso, del ritmo y la retórica, y del juego pacífico de sus labios, Lena sólo reciprocaba aquella declaración, confesión, y sentimiento, en especial porque consideraba que era especial cuando era ella quien tenía las pautas óptimas para decir un "yo también".



Tiró de su labio inferior de esa específica forma que le hacía saber que, aunque no quería, dejaría sus labios para optar por otras regiones de piel. Mordisqueó suavemente su mentón, y se desvió por su carótida para alcanzar aquellos huequitos que se escondían tras aquellos gustos de tres y medio quilates por oreja.



Yulia no era coloquialmente sensible de por ahí, ni de por acá, el cuello era una zona casi muerta, pero, en cuanto Lena se olvidaba de que Harry Winston podía pagar unos cuantos salarios más y mordisqueaba su lóbulo, o cualquier parte de su oreja, entonces sí enloquecía su sensibilidad, que con el mordisco era que soltaba aquella sexual exhalación que tanto le gustaba a la pelirroja.



Mordisqueó un poco sus hombros, besó sus clavículas, e inhaló la desvanecida insolencia de donde la había trazado por la tarde. Y, ni modo, cuando ya llegó a la indiscutible parte de su pecho, tuvo que soltarse de ella para poder seguir haciendo de las suyas sobre aquella superficie enrojecida. Y, con cara de «Oh my God! Boobies!», tomó ambos senos en sus manos para repartir un beso en este y un beso en aquel por igual.



Yulia se elevó mínimamente con ayuda de sus codos, porque era momento de ver, de ver, y de ver más. De ver especialmente ese segundo en el que Lena abría sus labios para atrapar su dilatado pezón, pues, cuando lo soltara, ya estaría a medias erigir y su areola a medias encoger.



Le gustaba ver cómo envolvía su pezón, cómo lo succionaba lentamente para liberarlo rápidamente, o viceversa, cómo lo provocaba con la punta de su lengua, cómo lo mordisqueaba y tiraba de él, o, simplemente, cómo paseaba su labio inferior por el borde inferior de su pezón. A Lena le gustaba todo eso, y le gustaba ver y saber que Yulia la veía, asumo que era el voyerista gusto por el voyerismo ajeno, y le gustaba sentir cómo Yulia no tenía control sobre la rigidez y la erección de lo que ahora soplaba con tibieza para luego soplar con frialdad, el cual era el momento decisivo para que Yulia echara su cabeza hacia atrás pero sin dejarse reposar sobre la cama.





Ya el rojo se había esparcido más por su pecho, llegando a sus hombros y a una quinta parte de sus antebrazos, y al yacimiento de sus senos, y, de haber sido ella la víctima por tanto tiempo, ya el rojo habría invadido sus pezones también, pero los de Yulia no cedían con esa facilidad, o quizás era por la carencia de transparente palidez.





Abusando de las proporciones, le mostró cómo era que ella sí podía ahogarse entre lo que tenía entre las manos, y, dando besos a ese pequeñito lunar que pervertía a hasta a las mentes más fuertes y más asexuales, logró anestesiar la resistencia desde ambos extremos; desde el juego y desde la naturaleza. Además, era la movida perfecta para seguir el camino hacia abajo.





Fue como si se leyeran la mente, porque, en cuanto Lena dejó su pecho para mordisquear en venganza, Yulia se aferró a aquello que Lena no quería dejar, pero, lastimosamente, no podía partirse en dos para residir en ambos lugares, y Lena no tuvo que decírselo, ni que pedírselo, sólo fue algo de "teamwork".





Yulia se aferró con ligereza de sus senos, de esa forma que parecía que en realidad se sostenía con un suave apretujón estático y que entre su pulgar y su índice era que quedaba aquel erecto pezón a la espera del regreso de Lena, o quizás de un autoabuso al azar.



Mordisqueó y mordió aquí y acá, todavía con el sabor de Beck, porque se le hacía irresistible eso de no tirar de su piel con sus dientes, en especial porque sabía que le gustaba, porque no le hacía cosquillas de risa sino de esas que sólo en ese momento se podían sentir. Quizás era la cadencia, quizás era la inflexión, quizás era la vehemencia, o quizás era la gradación.





No le devolvió el lengüetazo mortal, aquel que recorría su vientre hasta su ombligo, pero, en equivalente venganza, se desvió por la fosa ilíaca izquierda con el reverso de su lengua para luego lamer de regreso hasta el punto inicial y besarla con la sobriedad que no se refería a la cantidad de alcohol sino a la pausada y ligera lentitud, y repitió el lengüetazo hacía abajo y hacia arriba, y el beso, y de abajo hacia arriba, y otro beso, y así, y así, y así, hasta que, poco a poco, fue acercándose a su entrepierna.



Mordisqueó con labios adjuntos aquella región escondida de su muslo y ocasionó una inhalación entre dientes que luego se transformaría en dientes aprisionando labio inferior para la exhalación, una cabeza que caía para confesarse con el techo, y una contracción entrañal que había sido demasiado evidente.



Yulia irguió su cabeza para seguir viendo lo que Lena hacía, porque, dentro de todo, era una especie de preparación mental; tenía que saber más o menos qué esperar de la impredecible melena roja. Lena la vio a los ojos, dibujó una sonrisa que se vio más por el arco de sus cejas que por sus labios, pues sus labios estaban escondidos a esa altura que Yulia no alcanzaba a ver porque tenía la barrera de su monte de Venus, y, de repente, sólo sintió cómo el labio inferior de Lena se adhería con humedad a la conclusión de sus labios mayores para recorrerla hacia arriba con una delicada exhalación que apenas rozaría sus hinchados labios menores y que terminaría en un beso en su clítoris, el cual se transformaría en una suave succión.





Sabía un poco a ella por aquel orgásmico frote, pero, en cuanto clavó su lengua en su vagina, porque se trataba de recorrerla desde ahí hasta su clítoris, sintió el sabor de sólo Yulia, ese sabor que provocó un "mmm" en Lena, y en Yulia se liberó un "mmm" por igual, aunque este era por la sensación.





Su lengua iba cruel y lentamente de abajo hacia arriba y de arriba hacia abajo, porque ella también podía torturarla sanamente, y Yulia que sonreía desde el lugar que le pertenecía a la audiencia, pues no había nada mejor que hacer contacto visual cuando llegaba a su clítoris y concentrarse en su levantado trasero al fondo; porque a Lena no le importaba si era en uno, en dos, en tres, en cuatro, o en cuántas. Y había una razón bastante clara por la cual Lena no se había acostado sobre su abdomen, y era que, con su brazo izquierdo, podía ejercer la fuerza necesaria, con ayuda de su peso y de la gravedad, para que Yulia no se moviera ni un centímetro de la cadera hacia abajo; casi como una epidural, y, además, podía ejercer cierta presión en su vientre a la hora en la que decidiera penetrarla. Porque la iba a penetrar.



— Sabe bien, ¿verdad? —exhaló Yulia, llevando su mano derecha al cabello de Lena, pues ya se había empezado a salir de aquella ajustada pero voluminosa coleta alta, y lo empezó a recoger entre gestos que tenían intenciones de peinarla con mimos.



— Mjm… —asintió, «what an Ego!», y rio nasalmente, haciendo que la risa en sí fuera lo que aterrizara sobre el ápice de sus labios mayores.



Chupa—acezó, cerrando sus ojos para recibir esa solicitada succión, pero, al no recibirla en los siguientes tres o cuatro segundos, los abrió de nuevo—. Bonita por favor? —sonrió dulce y encantadoramente.





«Como carajos voy a decir "no" a un maldito "bonita por favor"?», rio de nuevo la pelirroja, y, como pedido de forma tan irresistible, atrapó su clítoris entre sus labios para empezar a succionarlo con el mismo encanto con el que se lo había pedido.





Yulia se hundió entre sus hombros, porque las succiones le quitaban casi toda voluntad de permanecer erguida, y no podían quitársela del todo porque sus ganas de ver tenían suficiente peso, pero, al saber que ya no podía mantener sus ojos abiertos de forma continua, respiró profundamente y dejó que su cabeza se rindiera hacia atrás para escuchar la humedad con la que Lena dejaba libre a su clítoris para secuestrarlo de nuevo y de ipso facto. Síndrome de Estocolmo.





Su cadera se empezó a mover en el inevitable vaivén, y, contrario a las intenciones de Lena, de mantenerla quieta por venganza, se vio abrazada completamente por la cadera y sólo por comodidad de la pelirroja, pues podía mecerse con la longitud y la curvatura de su elección.



Aunque, en realidad, creo que fue una movida inteligente de la pelirroja que iba en contra del estereotipo del vacío cerebral, porque, como Yulia le había dicho en numerosas ocasiones de que ella "Bajo nonguna circunstancía iba a sentarse ni a montar su cara", dejó que el minúsculo y sexual vaivén se encargara de precisamente hacer lo contrario a dicha declaración; no era tan evidente, y no ahogaba, y era perfecto.





Lena la abrazaba con ambos brazos, la sostenía pero no la detenía, y dejaba que sus manos se posaran una en su cabeza y la otra sobre su mano derecha; ya Yulia había caído completamente sobre la cama.





Dejaba que Yulia se rozara contra su lengua o contra sus labios tres veces y luego succionaba, o dejaba que se rozara contra sus labios y luego lamía, o simplemente se dejaba rozar. Bueno, mientras Yulia no supiera a consciencia lo que hacía, no habría ningún problema.





De repente succionó para no soltar, succionó su clítoris y lo que pudo de sus labios menores, y estiró sus brazos para alcanzar sus senos, lo cual sólo hizo que la posición de las piernas de Yulia se compactara de cierta forma y en todo sentido.





Los pies de Yulia aterrizaron en sus hombros, sus manos sobre las suyas para obligarla a apretujarle sus senos con la fuerza que considerara mejor, y, como era esperado en ella, respiró lo más profundo que pudo para mantener esa exacta cantidad de oxígeno para luego liberarla en diez tortuosos segundos, en diez tortuosas succiones.





Y entonces sí. Salió el primer gemido real, el primero que no había podido disimular y/o contenerse de ninguna forma, y, a partir de ese insignificante gemido, era la de no poder parar de gemir, ni siquiera a pesar de su adorada profunda respiración.



Lena llevó su lengua a su vagina para recoger un poco más de su lubricante, porque las consistencias no eran iguales y sabía que a Yulia eso tan líquido podía terminar por jugarle en contra, y, cuando llegó de regreso a su clítoris, fue que se dio cuenta de lo realmente hinchada que estaba. Realmente estaba caliente, rígido, y que, en realidad, podía verse a simple vista.





Rio a ras de él, y, sin pensarlo dos veces, cedió a sus ganas de provocarlo con el filo de sus dientes.



Una carcajada nerviosa y casi orgásmica fue lo que interrumpió los diez segundos de exhalación de Yulia, una carcajada que le decía un "eso no se hace", pero, como ella era rebelde, lo hizo de nuevo. Esta vez no obtuvo ninguna carcajada, sólo un gruñido agresivo y violento que, de la nada, se transformó en ambas manos a su cabeza para mantenerla adherida a su entrepierna, pues, si anulaba la distancia, sólo quedarían sus labios o su lengua, pero su vaivén se vio interrumpido porque tenía más consciencia que hacía unos momentos.



Pero creo que le salió el tiro por la culata.



Lena succionó fuertemente, reciprocando el tono de su gruñido, y, mientras su clítoris estaba entre sus labios, abusó de él con su lengua sin vergüenza y con descaro mientras la veía a los ojos.



Yulia sollozó. Sus pies cayeron a la cama y, de manera impetuosa, sus caderas se elevaron de golpe, haciendo que su clítoris se escapara de aquella perversa succión. Lena, viendo aquello a corta distancia, la haló con ambas manos para regresarla a la cama, pero, en el proceso, Yulia llevó sus dedos a su clítoris para frotarlo rápidamente, así como si se estuviera sacando hasta la última gota de orgasmo. Porque eso hacía.





— Oh my God! solo acaba —rio Lena al ver que era imposible pasar por alto lo que secretaba Yulia en ese momento, pero, inmediatamente, frunció su ceño—. Vente—refunfuñó.



todavía estoy… —se ahogó antes de poder terminar, y Lena vio cómo su vagina y su ano se contraían periódica e intensamente cada segundo, algo muy propio del descontrol.



  — No te atrevas a dejar de tocarte tu misma —le dijo, porque ya veía las intenciones que Yulia tenía de hacerlo, y sólo vio cómo sus dedos hacían una breve pausa de un segundo para reanudar el frote pero más despacio—. Todavía estás crispando —murmuró extasiada, y llevó su dedo índice a su perineo, ¿cuándo había sido la última vez que había jugado con eso?



— ¿De verdad? —se irguió un poco, volviendo a apoyarse con su codo de la cama.



— ¿No lo sientes?



— No siento las piernas —sacudió su cabeza.



Pobre de ti —se burló, y sacó su lengua, aunque no por burla como tal sino para recoger su orgasmo.



— Tu dedo —le dijo casi cavernícolamente.



— ¿Qué pasa con mi dedo? —sonrió, apenas moviendo su dedo para acariciar aquel minúsculo espacio.



  — O lo mueves hacia arriba o lo mueves hacia abajo… sino dejo de tocarme —elevó su ceja derecha.



— ¿Por qué no puedo dejarlo aquí? —presionó suavemente.



— Porque me pone nerviosa, porque no es ni lo uno ni lo otro.





Lena sólo sonrió, y, precisamente por la nostalgia que la región le provocaba, deslizó su dedo hacia abajo, haciendo que Yulia sonriera placenteramente; ella también tenía ese tipo de nostalgia.



No necesitaba lubricante, ya Yulia se había rebalsado para eso, por lo que su dedo podía ir y venir sin fricción alguna, algo que a Yulia, en esa específica zona, no le importa y hasta le gustaba.



Trazó líneas rectas verticales y horizontales, trazó círculos, círculos concéntricos, y espirales, y presionaba justamente en aquel agujerito, tal y como si quisiera deslizarse en su interior, cosa que a Yulia, con cada engaño, más se le antojaba.



¿Quién "recogía" a quién entonces? Confuso, cambiante, improvisado, y orgánico.





Muéstrame —musitó Lena, y Yulia, sabiendo qué era lo que quería ver, tiró de sus dedos hacia arriba para desnudar completamente su clítoris—. Mmm… —tarareó guturalmente.



— Estoy demasiado mojada…



— ¿Molesta? —elevó su mirada para encontrar la de Yulia.





Ella sacudió la cabeza en silencio y con una ridícula sonrisa, y, porque no se podía contener las ganas, se irguió, trayendo a Lena por ambas mejillas hacia ella conforme lo hacía.





Lena estiró su cuello para alcanzar sus labios, porque sabía que era eso lo que Yulia quería. Fue como un respiro que necesitaban, una pausa recreacional para luego volver a los otros labios.



— De nuevo —le dijo Lena, y Yulia le mostró de nuevo su clítoris—. Qué bonito —sonrió, y le dio un beso, el cual le robaría el aliento a Yulia.



— Qué rico —exhaló, retomando las riendas del momento tan sexual que estaban teniendo.



— ¿Puedo jugar con esto? —le preguntó, llevando su dedo nuevamente a su ano.



— Por favor —asintió, y se reacomodó para dejar que sus piernas se pudieran abrir más.





Lena sonrió, le mostró la lengua, la escondió entre sus glúteos, y, tensándola, intentó introducirla en aquel ajustado agujerito al que no le habían dado ni una sonrisa desde hacía no-se-acordaba-cuánto.



Empezó a penetrarla con lentitud y con profundidad, al menos hasta donde él la dejara. Iba aflojando aquella circunferencia con paciencia y con goce y gusto, y se notaba que lo disfrutaba porque, tras los labios abiertos, se dibujaba una inequívoca sonrisa, a la cual también podía atribuírsele los constantes ahogos de Yulia. La penetraba dos, o tres, o cinco, o siete, o diez veces, y luego lamía con la completa anchura de su lengua, o apenas rozaba la circunferencia con la punta de su lengua, y daba un beso a su ingle izquierda, o a su ingle derecha, o a esa minúscula porción de trasero que lograba escaparse de la cama, y mordisqueaba lo mismo.





Yulia sintió cómo ese masaje lingual era interrumpido por más segundos de los que solían ser, y, en cuanto abrió los ojos, se vio obligada a volver a cerrarlos ante el dedo que se facilitaba la entrada en ella como si se tratara de torturarla… porque la lentitud era una aberración.



Todo todo! —exclamó Yulia con una risa histérica.



Todo?



  — Todo! —asintió, y, de golpe, realmente lo sintió "todo".



Eso es "todo" —sonrió Lena, batiendo ligeramente su dedo, de arriba abajo, dentro de ella—. Como se sientes?    



Se siente,,, —se ahogó—. Absolutamente perfecto.





Estrujaba su dedo casi como la primera vez, o al menos así se acordaba que había sido la magnitud de su estrechez, aunque sí estaba consciente de que estrujaba más de la circunferencia exterior que del caliente canal que estaba invadiendo.



Lena escuchaba los jadeos, los ahogos, y el esporádico gemido que las penetraciones provocaban, y, en cuanto se adhirió de nuevo a su clítoris, esos "Lenis…" que se escapaban de su garganta fueron arrojados a la mezcla. Esos jadeos eran de lo mejor porque tenían el mismo efecto, en ella, que sus gemidos y sus orgasmos en Yulia. Sólo para ponerlo en perspectiva.



Ahora no succionaba, porque eso sólo iba a irritarla, sólo lamía de abajo hacia arriba y de arriba hacia abajo sin despegarse de ella, y justo cuando tomaba una bocanada de oxígeno era que batía su dedo de arriba abajo sin penetrarla.



Yulia, de golpe, se aferró al algodón del cubrecama para apuñarlo con fuerzas mientras empezaba a arquear su espalda por el simple impedimento de elevar sus caderas; había algo del estímulo anal, justo en esa posición, que no la dejaba mecerse de ninguna forma o manera.



Lena agilizó su lengua, y, sintiendo cómo empezaban las contracciones en Yulia, simplemente esperó el momento perfecto para poder sacarlo y dejar que Yulia convulsionara a su gusto.





Y el momento llegó, y Yulia se sacudió en un tremor demasiado cortado y demasiado jadeante que la llevó a una inmediata carcajada hormonal y a una posición fetal que le ayudaría a recuperar el aliento. «Dos a dos, empate».



Mi culo dice "gracias" —rio Yulia.



De nada —sonrió Lena, inclinándose para darle un beso a su glúteo derecho, y, porque no quería acurrucarse contra la espalda de Yulia, la tomó por las piernas para volcarla sobre su espalda y, así, tomarla por la cintura para traerla hacia ella—. Dile que no tiene por qué ponerse celoso, por nada ni por nadie, porque siempre le voy a tener ganas —le dijo en cuanto la tuvo entre sus brazos, ella hincada y Yulia a horcajadas alrededor de su cadera.



— El asistente de Margaret es gay —rio, apoyando su frente contra la suya—, por eso no me molesta que bailaras con él… pero sí me molesta que te haya dado esa vuelta.



Lo siento—se sinceró, porque sabía y entendía que esa vuelta era de Yulia.



No —sacudió su cabeza—. Si fuera otro día creo que no me habría importado



— No estés tan segura —rio nasalmente.



— Es que no me gusta que toquen lo que es mío —se sonrojó—, ni dormida ni despierta.



— Lo sé… —susurró, ahuecándole la mejilla izquierda—. Te amo.



— Y yo a ti —sonrió, tomándole la mano de la mejilla para besarla—. Perdón por el berrinche.



Pienso que es lindo cuando lanzas una rabieta —rio—. ¿Te sientes mejor?



— Sí, gracias —asintió, sintiendo las manos de Lena recorrerla desde su espalda hasta sus muslos para poder tumbarla sobre las almohadas—. Ven aquí —le dijo, trayéndola sobre ella para que se apoyara de su pecho con su mentón—. ¿Te dije lo hermosa que te veías hoy? —Lena se sonrojó y asintió mientras Yulia llevaba sus manos a su coleta para quitarle la única horquilla de su cabello para luego tirar de la liga transparente y poder aflojar todo para que adquiriera las propiedades justas de una melena—. ¿Te he dicho lo hermosa que te sigues viendo?



— Yulia… —se sonrojó todavía más.



  — Tenía razón —sonrió, enterrando sus dedos nuevamente en su melena para continuar alborotándola—, eras la pelirroja más atractiva y más hermosa de la fiesta.



— Pero soy tu pelirroja —le dijo a ella, y a su Ego también; a su posesivo Ego.



  — Mi pelirroja, sí —asintió—. Mi Lenis.



  — ¿Por qué me llamas "Lenis" con acento en la última sílaba, y no "Lenis" con acento en la primera sílaba? —vomitó su curiosidad—. Suena afrancesado.



— Porque estoy segura de que nadie te ha llamado "Lenis" —guiñó su ojo—, pero muchos te han llamado "Lénis" —le explicó con ayuda de la fonética.



— Muy cierto.



— Además, si yo grito en la calle "Lénis", probablemente un par de mujeres se volteen… pero, si yo grito "Lenis", probablemente sólo tú te voltees —sonrió.



  — Tú gritando en la calle es como ver a Nemo montando a Bambi —rio—. Tú prefieres llamarme para saber en dónde exactamente estoy… o ves en tu teléfono en dónde estoy, y ya.



— Santa aplicación —asintió.



— Me gusta "Lenis" —sonrió.



— Puedo llamarte "Lénis" si quieres…



— No, no hagas eso —sacudió su cabeza, y se irguió hasta quedar hincada.



— Mmm… tú quieres otro orgasmo —rio, logrando leerle las ganas en lo celeste de sus ojos, y se sonrojó—. Y yo que quiero dártelo.





Lena cayó sobre las almohadas, y no supo ni cómo ni en qué momento pero una almohada había sido colocada bajo su trasero, Yulia le empujaba las piernas en lo alto hasta flexionarlas casi contra su pecho, apoyando sus pies de sus hombros para mantener cierta apertura, y ella, tal y como implicado, se acuclilló sobre ella, a la evidente altura de su entrepierna para, con su peso, hacer el contacto de sus labios mayores con los suyos.



Nivel de tribadismo: extremo, más del cien por ciento, más que el estereotipo de "asian level", «esto es calidad "próximamente en mil-cinco posiciones de Kamasutra", versión Deluxe». «O un especial de "Mil Maneras de Morir"».





— Advierto, no sé qué tanto me aguanten las caderas y las piernas —le dijo Yulia.





Se cercioró del lubricante que haría su trabajo más fácil, y se aseguró de que tanto ella como Lena estuvieran lubricadas de toda el área.



Empezó lento pero marcado porque no sabía exactamente qué esperar de la locura del momento, además, necesitaba encontrar la presión adecuada para el movimiento adecuado; pero resultó que, mientras más presión hubiera, mejor era, y el movimiento debía ser sólo con su cadera, ergo su trasero, pues con toda la espalda era demasiado cansado, y no había por qué sumarle cansancio al cansancio preexistente y previsto.



Sus dedos se enterraban en los muslos de Lena, y Lena que había decidido mantener sus piernas en lo alto, lo más flojas posibles para no ser una resistencia o un peso muerto, porque eran el apoyo real de Yulia, quien la había empezado a cabalgar con mayor expertise conforme avanzaba la mortal estimulación.



Realmente, las dos aceptaron que la posición era no sólo complicada sino compleja, y que evidentemente era demandante para ambas a pesar de que lo era un poco más para quien tenía el placer de estar arriba. Y era una posición rara, ¿de dónde la había sacado Yulia? Pero eso ni ella lo sabía.





Llegaron a un punto, agitado debo decir, en el que las piernas de Lena ya se habían acostumbrado a la posición requerida sin las manos de Yulia, pero, como ella seguía necesitando soporte, había tomado a Lena por las muñecas para halarla hacia ella cuando lo necesitaba; impulso, soporte, apoyo, contacto.



Quizás fue la innovación de la posición, o la novedad de esta entre ellas, pero debían aceptar que el contacto era impecable para la complejidad adjudicada, y, definitivamente, la expectativa era un componente demasiado grande que debía atribuirse a la cantidad y a la calidad de excitación en ambas.





Gracias a que Lena no sufría de una anatomía que gozaba de la coloquial y vulgar perfección, porque sus labios menores apenas se escapaban de sus labios mayores, y todo se hinchaba al máximo y de manera uniforme, cualquier roce de cualquier componente de la entrepierna de Yulia era una enorme ganancia para su placer. Y gemía, y gemía, y gemía involuntariamente, y halaba a Yulia de las muñecas para que se frotara contra ella de nuevo, y continuaba gimiendo al compás de los gimientes jadeos de Yulia.



Tuvo la decencia de avisarle, con una sollozo, que estaba a pocos segundos de asegurar su orgasmo, y Yulia, ya que sabía que no iba a poder aguantar más en dicha posición porque las piernas ya se le estaban quemando, aceleró el frote lo más que pudo hasta sentir el respingo orgásmico que daba Lena bajo ella entre gimoteos y jadeos de absoluto e innegable placer, el cual también se aferraba a sus manos y a sus muñecas. Pero Yulia no se detuvo, porque ese orgasmo que vivió como dueña y señora de él, fue lo que la trajo al borde del clímax.





La humedad se había convertido en una inundación que adquiría sabor, textura y olor a un exquisito orgasmo rojo que parecía no terminar porque Yulia no parecía querer que terminara; ya Lena no sabía si su orgasmo seguía o si se había terminado hacía unos segundos. Notó ese instante en el que Yulia agilizó el frote todavía más, y más, y más, sin poder respirar, sin poder hacer nada más que sólo eso.





 
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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 6 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por VIVALENZ28 12/5/2015, 2:17 am

Y Yulia gritó. Gritó para todos sus vecinos, para todo Manhattan, y para todo el Estado de Nueva York, que estaba teniendo el orgasmo más intenso desde nunca, porque era tan intenso que, una vez empezó a vivirlo, tuvo que detenerse porque literalmente hizo cortocircuito ante la actividad hormonal y nerviosa que estaba sucediendo en aquel maldito y pequeñito botoncito. No convulsionó, no se tiró al lado de Lena ni al suelo, no hizo nada, sólo se quedó estática mientras gritaba para luego gemir y jadear como nunca antes.



Fue tan intenso que ni una referencia bíblica hubo en el proceso, de ninguna de las dos.



Yulia cayó de espalda a la cama, no pudiendo sentir absolutamente nada más que el cómo su clítoris se retorcía sin piedad y su vagina se contraía más que en cualquier eyaculación previamente vivida.



Lena dejó caer sus piernas a los costados de Yulia, y, poco a poco, fue soltándose de sus muñecas en reciprocidad. Se irguió para repetir aquello de tomar a Yulia por la cintura, pero parecía tener una epidural real; de la cadera hacia abajo estaba aparentemente muerta, quizás su intranquilo tórax se robaba toda la energía y toda la atención. Era un verdadero peso muerto, por lo que logró recostarla sobre las almohadas a su lado. Era la primera vez que la pelirroja veía algo tan fuera de órbita en ella y en sus ojos, parecía como si hubiera realmente convulsionado y estuviera en esa etapa de semi-inconsciencia, de desubicación, de no saber y no conocer nada. Realmente estaba en las nubes.



La trajo sobre su pecho, en un abrazo, porque no sabía por qué en ese momento parecía ser y estar más vulnerable que en cualquier otro estado habido y por haber, y decidió reciprocar el gesto de su cabello; empezó a remover las horquillas, a deshacer las trenzas, y a aflojar lo que el fijador había mantenido con tanta supremacía. Rascó ligera y delicadamente su espalda con sus dedos y los bordes de sus uñas, acarició sus antebrazos, y dio besos a su cabeza mientras esperaba por una respiración normal, un afloje de muñecas y dedos para que crujieran las lesiones del tenis, un afloje de tobillos para saber la existencia de sus piernas, y algún sonido gutural u onomatopéyico para reconfirmar su estado de vida, porque hasta se tomó la molestia de tomarle el pulso; sólo para saber si ese silencio era sinónimo de muerte por orgasmo o no. Y lo único que sintió fue una exagerada pulsación en su muñeca izquierda.



La mantuvo abrazada porque, tal y como se lo había enseñado su hermana en algún momento, la espalda era el receptor nervioso más grande del cuerpo humano, y era por eso que un abrazo, de manos que viajaban, resultaba siendo relajante y/o reconfortante. Además, intentó hacer de su respiración algo más sonoro, pues sólo quería darle una guía exacta de a qué punto debía llegar con su intranquila respiración. Y esperó. Sabiamente esperó.





Trdelník —masculló Lena entre un suspiro, enterrando sus dedos entre el cabello de Yulia para continuar aflojándolo. La palabra le daba cierta risa.



— Suenas rara —resopló calladamente Yulia con un balbuceo.



— ¿Por qué?



— Dilo de nuevo —rio.



Trdelník —repitió, y escuchó a Yulia resoplar para luego erguirse de cierto modo en el que quedaría haciendo contacto visual.



— Suenas tan… —entrecerró sus ojos—. Checa —se burló, pero Lena sólo frunció su ceño con un enorme «what the fuck?»—. "Trdelník" tiene dos pronunciaciones: "Trdelník", que es checo, y "Trelník", que es eslovaco —sonrió—. Los checos lo dicen tal y como se lee… y suena raro.



— Entonces… ¿"Trelník"?



— La "l" la haces demasiado flat



— ¿Qué? —rio.



— La "l" que tú haces es contra los dientes —dijo, diciendo aquella letra—, la "l" que buscas es contra el paladar —dijo, e hizo sonar una "l" mucho más suave, o menos tosca; menos romana y más anglosajona, por si la comparación ayudaba a pesar de no ser la mejor ni la más cierta.



— "Trelník" —rio, habiéndose hecho cosquillas en el paladar con la lengua al pronunciar la "l" eslovaca, o quizás sólo Yulia.



"Jeden trdelník, prosím" —asintió.



"Jeden trdelník, prosím" —repitió la pelirroja, viendo a Yulia sonreír anchamente con partes iguales de orgullo y satisfacción—. ¿Qué fue lo que dije? —preguntó, porque ya le había sucedido que implicaba una inserción de "x" mencionado objeto en la cavidad anal de alguien más, «como por ejemplo: "métete un trdelník por el culo"». Qué ofensivo, pero qué chistoso.



— "Un trdelník, por favor".



— A todo esto, ¿qué significa "trdelník"?



— Es como decir "pastel de pincho"… —pareció encogerse entre hombros, porque la palabra era tan específica que no había una traducción específica más que una explicación.



— Ah, entonces… ¿es un pastel?



— No —sacudió su cabeza, empezando a intentar mover sus piernas al pretender escalar a Lena para quedar a la misma altura de su cabeza y poder verla sin muchos estragos de cuello—. Puedes decir que es como una dona, supongo… pero es del grosor de un dedo —levantó su dedo índice—, y, en lugar de ser frita u horneada, es asada… es muy sabroso.



— ¿Sí?



— Pero tienes que probar los eslovacos, no los checos —le advirtió con un asentimiento.



— Porque la diferencia es que…



    — Que los checos lo hacen mal —susurró con una pícara sonrisa, y terminó por recostarse sobre su costado izquierdo, en una potencial posición fetal.



  — ¿Ah, sí? —rio nasalmente Lena, volcándose sobre su costado derecho para encarar a Yulia con la misma posición.



— Un trdelník debe ser suave y dulce, pero no lo suficientemente dulce como para ser demasiado y hacerte rogar por agua —sonrió—. Los checos han hecho de los trdelníky algo sobrevalorado, crujiente y hasta amargo… no es lo mismo un turista que prueba un trdelník checo a un turista que prueba un trdelník eslovaco, por ejemplo.



— Lo que tú tienes es una rivalidad por patriotismo —bromeó.



— No es rivalidad ni rechazo, tampoco es por patriotismo… es sólo que es una práctica que ha sido explotada de mala forma gracias al turismo… pero, bueno, eso les ha pasado a los checos desde siempre con su Puente Carlos, y su Reloj Astronómico, y sus trdelníky —sonrió osadamente, pronunciando graciosa y burlonamente aquella palabra como ella no solía pronunciarla.



— Nunca he estado en República Checa —repuso Lena, dándose cuenta de ello hasta en ese momento.



— Y no te pierdes de nada —guiñó su ojo—. Vale más la pena ir a Eslovaquia.



— ¿Cuántos años tienes tú de no ir a Eslovaquia?



— Viví en Bratislava por siete meses en el dos-mil-y-algo —sonrió—. Y a República Checa fui… creo que ni se había caído el Bloque la última vez que fui —rio—. Debo haber tenido seis o siete.



— La subjetividad te domina —se carcajeó.



— Te diré lo que vamos a hacer —frunció su ceño, y Lena asintió—. Vamos a ir a los dos países y luego tú me dirás lo que piensas.



— ¿Qué crees que te voy a decir? —sonrió, ahuecándole la mejilla.



— Que Praga es como París… como Venecia… como Berlín.



— Nunca he estado en Berlín —repuso—, y la República Checa no es sólo Praga o Pilsen… así como Eslovaquia no es sólo Bratislava.



  — Eslovaquia es más Bratislava, Nitra, Kosice, los Tatras… —dijo por enumerar algunos lugares—. No es como los Checos con Praga que sólo es Staropramen, Pilsner Urquell, y la milenaria y reconocida disputa sobre quiénes son los dueños del nombre "Budweiser".



— Tendré que ver para comparar.



Bien —sonrió.



— Aunque tampoco es como que seamos bebedoras de cerveza —rio, acercándose un poco más a ella.



— O sea… si me dan a escoger entre París y Praga, por ejemplo, voy a Praga… si me dan a escoger entre Venecia y Praga, voy a Praga.



— Praga está en el puesto número tres de las ciudades más despreciadas por Yulia Volkova —rio cínicamente.



— Vamos, no es "más despreciadas" —se sonrojó.



— "Menos apreciadas" —se corrigió, y ella asintió todavía sonrojada.



— Para no verme tan mal, debo admitir que la Catedral de San Vito está entre mis diez Basílicas y Catedrales favoritas —balbuceó un tanto a la defensiva—. La Catedral de Praga —dijo antes de que Lena preguntara.



— No sabía que tenías una lista de Basílicas y Catedrales favoritas —la molestó, resolviendo enrollarse contra su pecho y entre su brazo.



— Claro, pero la lista sólo se refiere a la estética exterior de las Basílicas y Catedrales —asintió seriamente, aunque sonrió en cuanto sintió cierto peso de Lena sobre su brazo, por lo que la trajo sobre su pecho para sentirla más.



— En el número diez tenemos a…



— La Catedral de Durham.



— Nueve.



— Catedral de San Vito.



— Ocho.



— Catedral de San Basilio y Santa Gúdula de Bruselas. Siete: Catedral de Utrecht. Seis: Notre Dame. Cinco: Catedral de Colonia. Cuatro: Duomo di Milano. Tres: Saint Patrick’s. Dos: Cattedrale Santa Maria del Fiore. ¿Quieres adivinar el uno?



— Mmm… —asintió—. Conociéndote, sé que no es la Basilica di San Pietro —rio nasalmente, y Yulis sacudió su cabeza—. ¿La Sagrada Familia?



  — Auch, no —rio—. Esa tiene algo que parecen torres de arena.



  — ¿Cómo?



— Cuando hay más agua que arena, y tú estás haciendo un castillo, prácticamente puedes hacer una torre de gotas; "torres de arena secadas".



— Ah, creí que hablabas más de la estructura, o qué sé yo.



— No, el problema con construcciones así de grandes y así de atestadas de cosas, es que se tardan siglos en terminarlas, por eso es que en varias ocasiones los estilos varían y se ve un poquito raro.



— Y eso es algo que no se puede con tu OCD —rio, y le dio un beso en su pecho—. La Catedral de Chartres.



— No.



— ¿La de Reims? —frunció su ceño.



— No.



— ¿Francia? —Yulia sacudió su cabeza—. ¿Países Bajos? —Yulia sacudió de nuevo su cabeza—. ¿Italia?



— Estabas más caliente con Francia.



— Inglaterra —sonrió, y Yulia también—. ¿Londres?



— Más hacia el este.



— Mierda, no sé qué hay más al este —rio—, mi geografía me falla.



— Canterbury —sonrió, apretujándola entre sus brazos para volcarla a su lado, o simplemente para revolcarse con ella así como Thomas siempre las molestaba; les día que parecían Simba y Nala, sólo que no sabía quién era quién—. Mis dedos están adormecidos… y mis pantorrillas hormiguean—dijo con una expresión de medio dolor, porque a nadie le gustaba que se le adormecieran/entumecieran las extremidades, en especial cuando se trataba de la cadera hacia abajo.



— ¿Valió la pena? —Yulia asintió en silencio mientras intentaba mover los dedos de los pies, luego los tobillos para sentir las incómodas consecuencias en sus pantorrillas—. ¿Qué te parece si me dejas ir al baño? —sonrió, y Yulia, sin decir nada, se dejó caer muertamente sobre ella, a lo que Lena respondió con un pujido de falsa falta de aire y una carcajada.



— ¿Necesitas hacer consultar algo con el gurú de porcelana? —dijo contra su hombro.



— No.



— ¿Segura? —se irguió con su ceño fruncido.



— Sí —repuso, reflejándose completamente, y, en cuestión de un segundo, supo que la respuesta no era la mejor, pues Yulia empezó a hacerle cosquillas—. ¡No! ¡No! ¡No! —se retorcía bajo Yulia, intentando mantener sus brazos adheridos a sus costados para no ofrecerle sus susceptibles axilas ni su vulnerable cintura—. ¡No! —gimoteó con una carcajada al no tener tanto éxito, pero el "no" no era "no", aunque eso tampoco significaba que era "sí, sigue, por favor".





Yulia ensordeció ante tales súplicas, porque todo lo que ella escuchaba era una carcajada tras otra, tras otra, tras otra, lágrimas que empezaban a salir para recorrer sus sienes, pero de graciosa tortura, y, de repente, se detuvo con la mirada ancha en la muy traviesa de Lena.





— Ah, así es como obtengo tu atención —rio la pelirroja, pellizcando el pezón de Yulia un poco más fuerte.



Hagas lo que hagas … por favor no dejes que vaya a la vez—imploró sonrojada.



— ¿Por qué?



No voy a ser capaz de manejarlo —susurró, y entonces, gradualmente, Lena fue aflojando su pellizco para liberar su pezón.



Aquí —se deslizó bajo una Yulia que había quedado inerte con la ayuda de sus rodillas y sus manos sobre la cama—, un beso —dijo, y rozó su abusado pezón con sus labios, los cuales hicieron un semi-sonoro beso.



  — Temporalmente fuera de servicio —jadeó, sintiendo a Lena deslizarse nuevamente hacia arriba—, pero puedes siempre sentarte en mi cara —sonrió.



— La mía también tiene sentimientos —repuso con un disentimiento que decía un "gracias, pero ahorita no gracias"—. ¿Me vas a dejar ir al baño o no? —le dijo con sus manos a sus hombros, como si estuviera lista para empujarla sin importar la respuesta.



— Está bien —suspiró con pesadez.





La dejó salir sólo para acosarla desde ahí, desde la cama, porque no sabía por qué le gustaba verla caminar así; desnuda, con esa relajación post-coital, con el ligero alivio de pies descalzos, y con la pereza que lentamente invadía su sistema.



Vio cuando desapareció tras la puerta del baño, y, justo en cuanto encendió la luz, alcanzó a tener un microscópico vistazo de aquella Neptune Kara que había sido instalada hacía lo que parecían ser ya demasiadas semanas y que seguía intacta e inutilizada. Ninguneada totalmente. Hidromasaje, millones de burbujitas que harían que cualquiera se sintiera como en un baño de champán, chorros de aire activos «¡y masivos! Whatever that means…», con cromoterapia, ozonizador, almohada, y sabía Dios qué más, porque Yulia no sabía mucho, «o nada», de ese tipo de cosas, siempre dejaba ese tipo de opciones para sus clientes porque era lo lógico además. En esa ocasión, había recurrido a la explotación de conexiones con el convenio con TO, porque de algo tenía que servir, y le pidió asesoría al encargado del Spa en la TT. Siete mil dólares ignorados.





— Tienes cara de desgracia —resopló Lena, sentándose a la orilla de la cama, a la altura del abdomen de Yulia.



— ¿Cómo te sientes? —frunció su ceño, logrando volver a la Tierra; al lugar en el que siete mil dólares eran siete mil dólares para cualquiera y para ella.



— ¿Cómo me siento de qué? —ladeó su cabeza.



— ¿Estás cansada?



— No exactamente —sacudió su cabeza, y le alcanzó uno de los paños húmedos que llevaba en su mano derecha, a lo que Yulia frunció su ceño—. Sirven para desmaquillarte, Tarzán —sonrió, mostrándole burlonamente cómo se hacía al ella pasear el otro paño por su ojo derecho.



Ha-ha, tan divertida—rio sarcásticamente, y la imitó.



— ¿Por qué me preguntas cómo me siento?



Zvedavost —guiñó su ojo.



— Salud —repuso la pelirroja con una risa, y Yulia sólo supo carcajearse.



— "Curiosidad" —rio.



Spasibo.



— Eso es ruso —frunció Emma su ceño.



— Es lo que sé —se encogió entre hombros.



D’akujem —sonrió.  



— Ya puedo ser educada en eslovaco —rio—, ya puedo decir "por favor" y "gracias".



    — Y "de nada" se dice igual que "por favor" —asintió.



— ¿Por qué no hablas ruso fluido tú? —preguntó su "zvedavost".



— Lo poco que sé hablar es porque me lo hablaban de muy pequeña mis abuelos, y mi papá dejó de hablarnos en ruso cuando nos metieron a la escuela porque pensaba que ya teníamos suficiente con el inglés y el italiano, y después vino el francés, no hubo espacio, pero, cuando estuve en Bratislava, el semestre ese hace un par de años, prácticamente lo volví a aprender… y no lo aprendí tan bien porque mis clases eran en inglés y mis amigos, casi todos, eran de distintos países y el idioma común era el inglés —se encogió entre hombros—, tampoco es como que me interesaba mucho aprenderlo.



— ¿Vivirías en Rusia?



  — No sabe a casa —sacudió su cabeza—. Yo creo que todo tiene que ver con el clima: mientras más te acercas a los países nórdicos, y viajas por Europa oriental, la gente es muy fría, y la comida y la música no tienden a ser tan cálidas… lo que está más pegado a Europa occidental queda en el medio; la comida es comestible a nivel de olfato, de vista, y de gusto, la música es escuchable y somewhat bailable… y cuando llegas a Asia Central, a donde se quedó la esencia de los Hunos en todos esos países que terminan en "-tán", ya el clima se arregla un poco y la comida y la música también… aunque supongo que es cuestión de gustos.



— No lo sabría yo, nunca he estado en un país "-tán" —resopló.



  — Bueno, probablemente me equivoque, pero creo que el problema con esos países europeos, esos que quedan en Alemania, es que el comunismo fue lo que les pasó —rio.



— Sí, y a ti que te sangran los oídos cuando escuchas que Marx y Engels aquí y allá —asintió con una risa.



— Me sangran cuando la gente utiliza "comunismo" y "socialismo" como sinónimos… pero, por favor, no hablemos de política —sonrió, irguiéndose un poco para poder sentarse sobre la cama.



    — Por favor —asintió Lena, acercándose a Yulia para darle un beso—. Mmm… todavía sabes un poquito a mí —sonrió, y le alcanzó uno de los paños que había mantenido en su mano izquierda.



  — ¿Y esto para qué es, Jane? —bromeó.



— Para librarte de incomodidades —guiñó su ojo.



— ¿Qué te parece si nos olvidamos de eso y nos damos un baño? —sonrió, colocando el paño sobre su muslo.



  — ¿Te espero en la ducha? —asintió.



— Pensaba más en un "baño", no en una "ducha" —ladeó su cabeza.



— Oh —se sonrojó—. En ese caso, ¿realmente quieres remojarte en lubricante y en orgasmos? —rio.



— No me importa —se sacudió con un escalofrío.



— Pero, sólo por darme el gusto… límpiate —le dijo Lena, sabiendo perfectamente de que era eso lo que debía decir; porque a Yulia sí le importaba.



— Si tanto insistes… —suspiró con una sonrisa de satisfacción, y llevó el paño a su entrepierna para limpiarla con gentileza, no quería irritar sensibilidades ni entorpecer susceptibilidades.



— ¿Qué tal si empiezo a llenarla mientras tú terminas aquí?





Yulia sólo asintió, y la acosó de nuevo con descaro y sin vergüenza.



Se puso de pie sólo para sentir las repercusiones del error de haber llevado stilettos nuevos toda la noche, «error de principiante», pero las circunstancias no se habían dado como para ella poder domar y dominar aquellas agujas.





 





***





 



— ¿Qué se supone que significa eso? —frunció Volterra su ceño.



— Condenas cualquier tipo de demostración de afecto en público —se encogió entre hombros—, y lo condenas de tal forma que parece que lo desprecias por miedo.



— ¿Miedo? —siseó confundido.



— Claro, abogas por la censura —asintió—. Consigue tu cabeza fuera de tu culo, deja de ser tan engreído, tan consumidos en ti mismo y deja de joder —dijo con la más profunda seriedad.



— ¿Y qué te he dicho yo? —rio defensivamente, pues estaba realmente ofendido.



— Lo que no dices es lo que gritas —repuso con su ceño fruncido, y, en ese segundo, el silencio fue profundo e intenso—. Pero, ¿sabes qué? —resopló—. Me acabo de dar cuenta de que lo que te molesta es que no me importa… y que a Yulia tampoco, y que mi mamá no dice nada… te molesta que tú no puedes hacer lo que yo hago, lo que los demás hacen con tanta libertad… —frunció sus labios, y lo vio penetrantemente a los ojos por un eterno e intenso segundo—. Así que … sabes que? Juez de distancia —levantó sus manos—, No me importa más porque no importa...no es mi culpa que estés molesto porque tengo las bolas más grande que tú...porque a diferencia de ti, yo hago lo que coño me gusta—dijo, y, tal y como lo había hecho su progenitora hacía unos minutos, ella lo dejó ahí, de pie, mudo, y solo, sólo que, en lugar de beso, había sido una bofetada.
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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 6 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por flakita volkatina 12/9/2015, 9:19 pm

Owwwww eso ya lo queria hace un par d caps atras ese Volterra si J....
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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 6 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por VIVALENZ28 12/13/2015, 2:05 am

CAPITULO 22 Hot cakes, "The Rockafeller Skank", y Excedrin.



 «Taza y media de harina, cucharada y media de azúcar, cucharadita y media de baking powder, tres cuartos de cucharadita de baking soda, un cuarto de cucharadita de sal», dijo mentalmente mientras vertía los mencionados ingredientes con cuidado y con dudas, pues sabía el riesgo que había en simplemente cortar una receta por la mitad: había demasiado margen para cometer errores estúpidos por las absurdas medidas que resultaban. «Ahora, ¿en dónde mierda hay un frullino en esta cocina?», frunció su ceño, y llevó sus dedos a sus labios para darle esos pensativos golpes suaves mientras veía las cuatro posibles gavetas. Entrecerró la mirada al tener ya sólo dos opciones, y, como no sabía exactamente qué la había poseído ese día, abrió las dos gavetas de golpe con un «¡já!» de por medio, como si quisiera asustar a algo, pero sólo dio cuenta de que el frullino no estaba en ninguna de esas gavetas sino en la gaveta en la que sólo había frullini y spatole. «Oh, so stupid». Definitivamente esa cocina ya no era suya. Y se rio. Había siete frullini distintos. Estaba el genérico en cuatro tamaños distintos. Había uno demasiado parecido al genérico pero éste era más cuadrado de los alambres, y los alambres eran más largos y le daban una forma más angosta. Había un frullino que parecía haber sufrido un accidente, pues era como el genérico pero aplastado. Había uno que parecía haber sido víctima de la locura, con un alambre enrollado alrededor del otro. Estaba otro que parecía de aquellos artefactos que masajeaban la cabeza, sólo que éste carecía de curvaturas en los alambres. Había uno que iba en forma de espiral, y, el último, era como una inception; era un frullino genérico que tenía, en el interior, una bola de alambre con una bola metálica adentro, parecía estar enjaulado. ¡Y espátulas! "N" cantidad de espátulas de "n" tamaños, de "n" distintos materiales, y en "n" cantidad de formas.



Tomó el frullino genérico, porque la lógica le dijo que hacer hot cakes debía ser a prueba de estúpidos y para todo aquel que careciera de aquellos frullini que sabían sólo «Martha Stewart», Dios, y Lena para qué servían.



Mezcló los ingredientes secos rápidamente, hizo un agujero en el centro de aquellos polvos, y dejó ir «taza y media de buttermilk, un cuarto de taza de leche, un huevo enorme porque eran tres huevos para la receta completa y no existen medios huevos, quizás sólo en mi hermano, y un tercio de la barra de mantequilla ya derretida». Se tomó un momento para pensar bien su siguiente movida, porque hacer hot cakes podía ser a prueba de estúpidos, pero su maña y su truco debían tener, y se acordó de cuando Lena le había hablado sobre cómo se debía tratar un agente leudante en una mezcla. «Dijo que era para que produjera dióxido de carbono porque eso iba a hacer que se "levantara"», y era por lo mismo que no se podía batir demasiado la mezcla, que el movimiento debía ser más de incorporar y envolver que de batir.



Y luego vino la pregunta del millón: ¿los mantenía clásicos o les agregaba algo más? Tenía moras azules, frambuesas, y fresas, y tenía las chispas de chocolate semidulces, de aquellas que Lena había utilizado hacía dos o tres semanas para hacerle galletas a Phillip. Ah, pero, como ella iba a comer lo mismo, prefirió no agregarle nada. Egoísta, ella lo sabía, pero le importaba muy poco, o quizás sólo era porque inconscientemente sabía que Lena no era entusiasta de un carbohidrato que tuviera un trozo de fruta en medio. Lo mismo aplicaba para las chispas de chocolate, o así pensaba su cerebro para esa ocasión específica. Y no se equivocaba.



Se aseguró de que la sartén estuviera caliente para colocar aquellos moldes que servían para no atentar contra su OCD, pues, si el hot cake no era circular, le costaba demasiado comérselo. Y, con un rezo de «please, don’t let me fuck this up», tuvo la paciencia y la sabiduría necesaria como para esperar a que a aquella masa se le materializaran diminutas burbujas en el lado crudo, lo cual significaba que era momento para retirar el molde y darle la vuelta a los hot cakes con demasiado cuidado para no estropear la perfecta circunferencia.



Escuchó cuando el agua de la ducha dejó de correr, «justo a tiempo», y escuchó el distante suspiro que siempre salía de Lena, la leve congestión nasal, y un silencio que significaba que estaba por terminar de secarse dentro de la ducha.



Mientras Lena hacía el torpe ritual acelerado de humectar su piel, Yulia se encargaba de sacar los dos platos blancos de orilla roja para repartir los cuatro pequeños hot cakes en dos torres para que mantuvieran el calor mientras se encargaba de hacer cuatro más, y arrojó un par de fresas, un par de frambuesas, y una que otra mora azul para que no se viera tan vacío, y espolvoreó ambos platos con un poco de azúcar glas.



Calculó el momento en el que la pelirroja se metería en las primeras prendas de ropa, y sólo fue hasta entonces que decidió empezar a hacer aquel Latte al que muy probablemente le haría una rosetta por motivos de facilidad y de rapidez.



Lena escuchó el sonido de cuando la leche fría entraba en contacto con el vaporizador, y, con su mano a los botones de la manga izquierda de su blusa gris carbón, sonrió por saber que Yulia no se había ido sin despedirse una segunda vez, en especial porque le hacía un Latte, que no era que ella no supiera cómo hacerse uno, era sólo que no sabían igual; sabía a simple café con leche y necesitaba azúcar, pero, cuando era Yulia quien se lo hacía, no sabía por qué era que no necesitaba nada para endulzarlo.



Se apresuró a meterse en su falda lápiz negra, a maquillarse ligeramente, sólo para darse un poco de vida porque ella no recurría al engañoso arte del "contouring", y se subió a su Pigalle Spikes negros para completar su look.



— Todavía estás aquí —le dijo con una sonrisa mientras peinaba su melena con sus dedos y taconeaba hasta la cocina.



— Aquí es en donde tengo que estar —asintió, colocando el segundo plato sobre la barra.



— Hiciste desayuno —ensanchó la mirada por asombro.



— Cuando te vistes así… —asintió de nuevo, y colocó el Latte al lado de uno de los platos y un vaso con agua al lado del otro—, todo el edificio sabe que tienes una reunión importante.



— ¿Y qué tiene que ver eso con que hiciste desayuno? —rio nasalmente, llegando por fin a la barra para tomar asiento en el puesto que estaba el Latte.



— Dos cosas, y digo dos puntos —le dijo, bordeando la barra para tomar asiento junto a ella—: la primera es que parece que las faldas están estrictamente reservadas para las reuniones con ellos —rio—, y la segunda es que nunca hay un tiempo estimado para la duración de una de esas reuniones —sonrió, «si es que se le puede llamar así a lo que vas hoy»—. Así que, básicamente, me estoy cerciorando de que te vas con el estómago lleno… porque quién sabe si vas a almorzar.



— Qué poca confianza me tienes —resopló.



— No es falta de confianza —sacudió su cabeza mientras colocaba la servilleta de papel sobre su regazo y tomaba el cuchillo y el tenedor entre sus manos—, es sólo que soy realista… y te conozco.



— Ay… —rio guturalmente, y se acercó a Yulia con esa sonrisa inocente—. Gracias por mi desayuno —susurró con la resaca de la pequeña risa.



— Buen provecho —repuso, y le dio un beso en su cabeza.



— Buen provecho para ti también —reciprocó los deseos, y, como siempre, recostó su sien sobre el hombro de Yulia—. Te crecieron bastante —sonrió, tomando la jarra de miel de maple para verter un poco sobre aquella torre.



— Lo sé, y hoy no estoy aparentando ser una copa más pequeña —dijo seriamente, pero ella sabía que se refería a los hot cakes.



— Así veo —rio, desviando su mirada hacia el busto de Yulia, y, en cuanto colocó la jarra de miel sobre la barra, llevó su mano a su seno izquierdo para apreciar el tamaño de aquella mañana—. ¿Tienes que ir a sacar algún permiso? —preguntó, apretujando un poco.



— No —rio nasalmente, viendo cómo, después del apretujón, empezaba una circular caricia—. Segrate no va a estar en la oficina, y la blusa me deja —le explicó, tirando un poco de su blusa para que notara que era un tanto floja a pesar de ser de su talla.



Polka dots —dijo, presionando suavemente uno que otro punto azul oscuro entre aquel mar blanco—, me gustan.



— Creo que es lo único que tengo con puntos —le dijo como comentario al azar.



  — ¿Necesitas más con puntos?



— Soy más de manchas y rayas —sacudió su cabeza, y le tomó la mano para llevarla a sus labios—, ocasionalmente de cuadros.



— No, tú eres más de sólidos —sonrió ante los besos que aterrizaban en sus nudillos.



  — Mmm… —elevó su ceja derecha—, muy cierto, Licenciada Katina.



— ¿Te puedo preguntar algo? —susurró, viendo a Yulia besar el último nudillo mientras asentía—. Estás usando bragas?



— Ah, lo preguntas por la falda —rio suavemente, pues su falda era color crema, que era de esos colores que podían ser muy, poco, o nada transparentes.



— Claro, necesito saber si debo acosarte cuando te levantes —asintió.



— Sí —respondió la pregunta inicial, devolviéndole su mano—. Ahora, cómete tu desayuno, por favor —le dijo, señalándole su plato—, ¿o tengo que alimentarte?



— Eso sólo puede llegar a ser aceptable cuando estoy enferma —repuso, irguiéndose rápidamente para cortar el primer trozo de aquella torre—. ¿Alguna idea de lo que quieres cenar?



— ¿Qué te parece si me dejas la cena a mí? —dijo, vertiendo miel de maple sobre su torre de hot cakes.



— Mmm… —musitó, intentando masticar para poder tragar más rápido.



— ¿"Mmm" qué?



— Estoy intentando encontrar una razón para entender por qué quieres hacer eso.



— ¿De qué hablas?



— Tú cocinas en ocasiones especiales; mi cumpleaños, cuatro de julio, black friday



— Ay —dibujó una expresión de vergonzoso dolor—, tú sabes que yo prefiero conservar mi dignidad a pagar menos por algo… black friday no es una ocasión especial —«No soy una puta de ventas».



— Por lo mismo —resopló—, es el día en el que ni loca sales de la casa.



— Pero ni a la esquina —estuvo de acuerdo.



— Pero porque en la esquina está Barneys —rio.



Touché.



— Entonces, ¿cuál es la ocasión? ¿Qué celebramos?



— Nada —sacudió su cabeza, y atacó nuevamente el tenedor—. Es sólo que sé cómo son ese tipo de reuniones —se encogió entre hombros, y empezó a masticar—. Son del tipo de personas que prefieren invertir diez horas en un día a invertir dos horas por cinco días.



— Entonces sí sabes que va para largo —murmuró.



— Lo supe desde que ellos te llevan desde TT —asintió—, no es lo mismo que tú llegues a Teterboro, o a que tomes un vuelo comercial, a que si ellos te llevan de TT a Teterboro en helicóptero para luego llevarte a D.C. en jet privado…



— Es bastante —le dijo Lena como si no hubiera escuchado nada de lo anterior—, es un lugar muy grande.



— Pero acuérdate de que la mitad ya está hecha, tú sólo tienes que completarlo, y yo voy a estar para ayudarte.



— Tú tienes lo de Oceania.



— Te diré lo que vamos a hacer —sonrió—. Cuando tú te aburras de trabajar en la Old Post Office, o que sientas que se te ha empezado a freír el cerebro, yo lo tomaré… y tú harás lo mismo por mí.



— Suena a que es un muy buen plan —asintió—, pero lo de la Old Post Office lo quieren para esta semana, ¿recuerdas?



— Cierto.



  — ¿Tú avanzaste ayer con lo de Oceania?



— Sí, terminé los renderings de la Owner’s Suite, y ya con eso tengo tres opciones completas de paleta de colores y de organización posible de todas las habitaciones —asintió.



— ¿Y las áreas de comida?



— Ya tengo ideas para los nueve espacios más grandes, ya comencé a trabajar en el comedor principal, y el Spa que tengo el concepto a medias. El vestíbulo, los bares, el gimnasio, la biblioteca, el Internet Center, y el Culinary Center, ya están listos y aprobados…



— Eso ya debe ser la mitad o más de la mitad, ¿no crees? —dijo un tanto sorprendida, pues le parecía que era bastante para el poco tiempo que tenía de estar trabajando en eso, y que la información le había llegado por partes.



— Sí, creo que sí —asintió—. Lo que atrasa es lo de los materiales… tengo que encontrar el imposible "bueno, bonito, y barato" —rio.



— A veces es más fácil descubrir la alquimia —estuvo de acuerdo.



— Creo que por eso es que me gusta mucho trabajar con TO —se encogió entre hombros, y llevó el tenedor nuevamente a su boca—; hasta el espacio más barato tiene que gritar lujo, elegancia, pulcritud, y comodidad…



— Creí que Oceania era una de las líneas más lujosas —rio.



— No me malinterpretes —sacudió su cabeza—, quizás no es de las diez más lujosas porque las más lujosas tienden a ser yates y no cruceros —rio—, pero sí lo son…



— ¿Entonces?



— Si yo digo "sábanas Frette en todas las habitaciones", es noventa y nueve por ciento seguro que se mueren de risa y después me mandan al carajo —sonrió.



— ¿Frette en todas las habitaciones? —resopló retóricamente la pelirroja—. No creo que exista alguien tan loco como para decirte que sí.



— Supongo que tendremos que hospedarnos en TIHT para que veas que hay alguien tan loco como para decirme que sí —sonrió—. De todas formas, el tema era la cena.



— Cierto —balbuceó contra el borde de su taza.



— Tomando en cuenta que no sé si vas a almorzar, ya sea porque se te olvidó, o porque no te dio hambre, o porque no te dio tiempo, y que no creo que vengas antes de las cinco… no me parece justo que tengas que venir a cocinar cena —sonrió.



— No tienes que cocinar, podemos pedir algo…



— No voy a quemar el edificio, si es que eso es lo que temes —elevó su ceja derecha.



— Pizza —repuso—, tengo días de estar queriendo comer pizza.



— Pizza… —sonrió, «no es langosta termidor, eso es bueno».



— Ya que sabes abusar de los agentes leudantes —suspiró—, una pizza de masa alta no estaría nada mal.



— ¿Ingredientes?



— Necesitas harina, sal, azúcar, agua… —dijo, y Yulia sólo colocó su dedo índice sobre sus labios.



— Me refería a los ingredientes que quieres encima de la capa de queso —susurró con una sonrisa.



— Vegetariana, sin aceitunas —susurró alrededor de su dedo, conteniéndose las ganas de abrir sus labios para poder succionarlo con lascivia—; cebollas rojas, pimientos verdes, Champiñones, y pequeño trozos de tomates.



— Así será —sonrió, retirando su dedo de sus labios para compensarle la interrupción con un beso.



— ¿Estás emocionada? —le preguntó, devolviéndose a su desayuno.



— Un día entero sin ti… no veo cómo eso puede emocionarme —sacudió su cabeza mientras empalaba una fresa y una frambuesa con su tenedor. «Eso es doloroso».



— Me refería a las entrevistas con tus potenciales internos —sonrió sonrojada.



— Ah, eso —frunció sus labios—. ¿Debería emocionarme?



— Es cuando la esclavitud es legal y no necesariamente racial —asintió.



  — ¿Tú crees que esclavizo a Gaby?



— ¿Eso a qué viene? —frunció su ceño, y se volvió hacia Yulia con la mirada.



— Es sólo una pregunta.



— Creo que nunca he sabido de un esclavo al que su jefa lo manda de vacaciones pagadas a Hawái, o que, si va a pedir almuerzo, le dice que se compre algo también, o que, de cumpleaños y navidad, le regale una gift card de quinientos dólares en Neiman Marcus —rio—. Y tampoco creo que sea de un "esclavo" ganar más que el Paisajista del estudio.



  — Bueno, si lo pones así… —rio nasalmente luego de haber tragado el sorbo de agua.



— Es como tú dices: Gaby es más que una secretaria.



— Hace más que sólo contestar teléfonos y tomar recados —asintió.



— Nunca me has dicho cómo o por qué la contrataste —le dijo, intentando alargar el arte del "small talk".



— Hubo una época en la que tenía bastante trabajo, y, una vez, me pasó que me confundí de reuniones y llegué con el material que no era —se encogió entre hombros—. Volterra fue quien me dijo que teníamos dinero suficiente para contratar a alguien que me ayudara, y así fue… entrevisté como a quince antes de que Gaby llegara.



— ¿Y por qué la contrataste?



— La contraté porque fue con la única persona con la que tuve una conversación banal, quizás porque ya estaba aburrida de escuchar lo mismo —«de cuántas palabras por minuto podían escribir, si podían trabajar sólo con Office o si también con iWork, de sus ilustres referencias»—, y pensé que sería bueno contratar a alguien joven y sin experiencia porque no tenía muchas mañas, sino era porque no tenía ninguna, y era más fácil que hiciera las cosas a mi modo y no a su modo —sonrió—. Ahora Gaby me lleva cien metros de ventaja, piensa hasta en lo que yo no pienso…



— Sí, así como que no debe haber lirios, o rosas, o margaritas en la habitación del hotel en el que te hospedes —rio—, y dos toallas grandes y una pequeña.



  — Y que las almohadas sean rectangulares y no cuadradas —asintió.



  — Eres una consentida —bromeó.



— Si no me consiento yo, ¿quién me va a consentir? —elevó su ceja derecha.



— Yo —sonrió ampliamente, provocándole una sonrisa de labios comprimidos por no querer delatar el regocijo que su risueña mirada no podía disimular.



Come —dijo suavemente y como si se tratara de un punto final a la discusión.



Y fue un punto final real, pues, en silencio, las dos terminaron su desayuno, la pelirroja con mayor dificultad por no tener hambre en realidad, pero conocía las consecuencias de dejar una única frambuesa burlada en su plato, en especial porque Yulia había terminado antes que ella y se había dedicado, de pierna cruzada y brazos entrelazados, a acosar su ingestión con una extraña sonrisa de satisfacción. Quizás no era tanta la satisfacción como la fascinación por ver cómo el cuchillo no existía para Lena, y que el tenedor era lo que cortaba, empalaba, y recogía por igual.



Le gustaba ver cómo sus manos y sus dedos manipulaban la vajilla en general, cómo jugaba con el tenedor para pasar de cortar a recoger, de cortar a empalar, o de simplemente empalar para deslizar por aquella minúscula laguna de miel de maple, y le daba cierta risa cuando suspiraba su cansancio de masticar un desayuno que, a pesar de tener buenas intenciones, tenía el aire de ser a la fuerza.



Probablemente su fascinación nacía en la delicadeza de la estética de sus manos, la cual quizás tenía que ver con el anillo, con el reloj, con la pulsera y la banda elástica negra, o quizás sólo tenía que ver con que no había nada que indicara que Lena había pasado alguna tarde en el taller, «cutículas intactas».



Algo gracioso? —le preguntó Lena en cuanto la escuchó reír nasalmente.



No precisamente—sacudió la cabeza—, solo es curioso.



Lo curioso?



Dejaste de usar el esmalte de uñas de color rojo —se encogió entre hombros.



— ¿Y hasta hoy te das cuenta? —rio, llevando la taza a sus labios para beber el último sorbo de cafeína.



— No, hasta hoy me doy cuenta de que no sé por qué es eso —sonrió.



— Se me acabó "la emoción de Brasil".



— Si esa es una metáfora… no la entendí —se sonrojó ante su incompetencia y su ignorancia.



— Así se llamaba la laca —rio, logrando un rubor aún más intenso en Yulia, pues su ignorancia era clara—. ¿Extrañas mi laca roja?



  — No, no realmente —sacudió suavemente su cabeza.



— Yo tampoco —sonrió, viéndola ponerse de pie para tomar ambos platos en sus manos, pues de ninguna manera los dejaría sucios, además, el hecho de comprar el paquete de etiqueta "Mega Value" ejercía cierta presión; doscientas setenta pastillas de detergente tenían que acabarse en algún momento para poder comprar otro paquete de las mismas dimensiones.



— ¿Quieres un Latte to go? —le preguntó mientras enjuagaba los platos simplemente con agua, porque qué asco encontrarse con comida en su lavadora para platos, y eso que ella no era quien la limpiaba.



— Ya terminé de despertarme, gracias —sacudió suavemente su cabeza, y, decidiendo hacerse útil, tomó la taza y el vaso para que Yulia los enjuagara y ella poder meter todo a la lavadora—. Entonces… —suspiró al ver que Yulia se encogía entre hombros—, ¿cómo se ve tu día?



— Mmm… —«aburrido,muy aburrido»—, es de saber aprovecharlo al máximo —sonrió sobre su hombro, y sonrió con orgullo ante tal astuta y evasiva respuesta—. ¿Por qué no me dejas esto a mí y vas a arreglar tus cosas?



Lena asintió en silencio, pensando en lo bueno que eso era a pesar de ser un "no hablemos de eso"; necesitaba asegurarse de que su bolso tuviera lo necesario luego de haberlo cambiado la noche anterior, sólo para cerciorarse, pues no podía faltar el indispensable cargador para su teléfono, y debía asegurarse de que, en su porte documents llevara suficiente papel, las dos carteras de treinta y seis Copic, «porque nunca se puede estar demasiado preparada», y todo lo necesario que fuera desde un simple lápiz hasta una calculadora.



Escuchó a Yulia pasearse por aquí y por acá con un aire pensativo mientras cepillaba sus dientes, y, en cuanto estuvo lista para imitarla, se acercó al clóset, en donde la vio dudar, con claro mudo dilema, entre dos stilettos que no tenían nada que ver con los que en ese momento dejaba de calzar. Aparentemente se iba a inclinar por unos rojos, fueran los Manolos de gamuza roja oscura, casi granate, o los Louboutin rojo-vibrante-y-de-piel-de-algo.



Fue como si no lo hubiera pensado más, o como si se hubiera dado por vencida, pero en realidad lo había decidido desde antes de siquiera considerarlo, y tomó los Manolos, aquellos que se habían tardado doce semanas en poder ser realmente suyos porque sólo los hacían por pedido. Sí, supongo que era un no-brainer, en especial porque los Charlotte Olympia en gamuza negra no hacían nada sino opacarla con totalidad; necesitaba un poco de color, un poco de contraste y que no sólo se tratara de los puntos azul marino sobre lo blanco y contra lo crema. Claro, Lena sí podía llevar sus Olympia, y Yulia no objetaba.



La vio desaparecer de nuevo en el baño, quizás sólo para deshacerse de la espuma y para terminar con un poco del Listerine azul porque el verde era de Lena.



Y entonces, después de ella hacer lo mismo, y de respirar profundamente para empezar a considerar cómo comenzar el día y qué esperar de él, tomó su bolso y su porte documents, y se encontró con una Yulia que, con cárdigan azul marino y bolso al hombro, veía hacia abajo mientras rezaba que a su mascota no se le ocurriera marcar territorio sobre su gamuza nueva. Si lo hacía no lo mataría a él porque eso era estar a un paso de ser una psicópata verdadera, simplemente todos tendrían un mal día en la oficina. Si lo hacía, qué lástima que Segrate no estaría y qué bueno que Lena no estaría.



— Me tomé el atrevimiento de sacarte un blazer —le dijo sin siquiera darle una rápida mirada, pues intentaba mantener la advertencia con el diminuto can, y le señaló el respaldo del sillón que estaba tras ella—, es sólo por si acaso; vi la temperatura de todo el día y en la tarde-noche hará un poco de frío… y es sólo por si no regresas por la tarde sino por la noche —sonrió aliviada, pues el Carajito ya había ido en busca de los pies de Lena, y la vio a los ojos.



Que considerada —sonrió, viendo a Yulia tomar la chaqueta para ofrecerse a ponérsela al torso, y ella que dejó caer sus cosas al suelo para enfundar sus brazos—. ¿Qué hora es?



— Siete y media, ¿vas bien o vas tarde?



— Voy bien, ¿y tú? —«tú vas tarde».



— Voy bien también —respondió, logrando esconder la incomodidad de la conexión entre la hora y el hecho de no estar en su oficina, pero eso pesaba más; le pesaba demasiado más—. ¿De dónde es que sales?



— ¿Cómo que "de dónde"?



— ¿TT o TIHT? —rio nasalmente, no pudiendo contenerse a clavar su nariz en aquella ondulada melena roja.



— TT —sonrió ante el "brain fart" de Yulia, y sintió manos ajenas invadirle la cintura con un escurridizo desliz—. Caminarás conmigo al trabajo? —susurró, colocando sus manos sobre las de Emma por motivos de la costumbre.



— Sólo porque me queda en el camino —rio calladamente contra su oreja, y la apretujó entre sus brazos.



— Cuidado, todavía no empiezo a digerir, lo tengo a medio esófago —le dijo para que no la apretujara tanto, pues eso de comer sin hambre no era lo suyo, pero las buenas intenciones alimenticias de Yulia eran eso: buenas intenciones. Además, tenía razón, quién sabía a qué hora comería en realidad.



— Está bien, está bien —dibujó un falso puchero y la soltó un poco mientras posaba su frente sobre su hombro.



  — Mira el lado bueno—susurró.



Que podría ser el lado bueno?



— Hoy es el día en el que contratas a un mini-you —sonrió.



— Sí… —resopló, no sabiendo cómo podía ser eso un lado de bueno de lo que fuera—. Qué emocionante —dijo su sarcasmo con una risa neutral en el fondo.



— Yo sé que los lunes son la consecuencia de los pecados del fin de semana, pero, anímate, ¿sí? —se volvió hacia ella entre sus brazos.



— No tengo ningún problema con los lunes, o con el lunes, es este lunes; con hoy —suspiró—. Digo, ¿con quién voy a almorzar?



— Dudo que Natasha pueda querer cualquier excusa para huir de su suegra —rio.



— Almuerzo con Romeo —sacudió su cabeza.



— Con Belinda, quizás.



— Quizás —asintió.



  — O con Gaby.



— O con Gaby —asintió de nuevo—. Como sea, ¿nos vamos? —sonrió, soltándola de sus brazos pero no de su mano izquierda.



Lena asintió en silencio, no sabía qué decirle porque no sabía qué era lo que exactamente le molestaba, no sabía si era su ausencia o si era una manifestación de estrés por Oceania, o quizás era una mezcla de ambas, pero así, en el silencio que astutamente guardaba, salió de su hogar pero de la mano de la mujer que sabía que estaba batallando la sensación de no tener audífonos puestos a pesar de que le sonreía tras el mantra de "si me acostumbré, puedo desacostumbrarme también".



Yulia, sabiendo que tenía seis calles nada más, se encontró en la encrucijada de las decisiones: podía aprovechar las seis calles, unos probables seis o siete minutos, para entablar una conversación amenamente banal, ¿pero qué era banal? ¿El clima, la gente, el tránsito/el tráfico? ¿O debía inventarse algo en el proceso? No, la imaginación no le estaba sirviendo en ese momento. La creatividad tampoco. Y la otra opción era quedarse callada para entregarle el poder y el control de la conversación, o de la falta de, a la pelirroja que sabía y podía permanecer o no en silencio.



Apropiadamente, y quizás simultáneamente de forma desagradable, el iPod mental la atacó con "Time Flies" porque su subconsciente era cruel y le gustaba bofetearla con las ironías de la vida y del momento. «Sí, sí, el tiempo vuela», y la primera calle, en especial a lo largo de la Quinta Avenida, también voló. Y la segunda calle también. Y la tercera fue cosa del pasado.



Y entonces cierto pánico empezó a sudar fríamente en sus entrañas. El silencio, algo que nunca le había incomodado porque era algo realmente hermoso, le incomodó al punto de molestarle en su existencia, de llevarla al borde de una crisis de ansiedad histórica.



— ¿Ya sabes qué les vas a preguntar? —murmuró la pelirroja mientras esperaban a poder pasar a una calle menos, y pudo jurar cómo exhalaba con alivio, como si se hubiera estado aguantando la respiración por las cuatro calles anteriores.



— ¿Qué? —balbuceó, intentando regresar al momento, al allí y al entonces, a la calle número cincuenta y ocho.



— Que si ya sabes qué les vas a preguntar —rio internamente.



— ¿A quiénes?



— A tus prospectos —sonrió.



— Ah… —respiró profundamente—. No, no tengo idea —rio—, nunca he entrevistado a nadie... ni cuando buscaba una Gaby; ellas se encargaban de hacer un monólogo sobre cuántas palabras escribían por minuto, y esas cosas.  



— Pero sí te han entrevistado —repuso, notando cómo Yulia quería asentir a pesar de estar sacudiendo su cabeza con honestidad—. ¿Volterra no te entrevistó al principio?



— Alessio le aseguró lo que era y lo que no era —sacudió nuevamente su cabeza.



— ¿Y qué les quieres preguntar?



— Realmente no sé qué preguntarles —se encogió entre hombros—. ¿A ti que te preguntaron en tus entrevistas?



— Mmm… —frunció su ceño, «buena pregunta»—. Me preguntaron sobre mi portafolio: que cuál era la pieza o el diseño más "especial" y por qué, lo que aprendí de tal o tal proyecto, o cuál de todos mis proyectos demostraba la mayor parte de mis capacidades técnicas, o por qué incluí tal proyecto en mi portafolio… y también me preguntaron sobre mi proceso de diseño.



— Bastante enfocado a lo técnico —comentó como para sí misma.



— Así como puedes hablar de lo técnico, supongo que puedes hablar de algún aspecto más social, más qué-sé-yo —rio, dando un paso hacia adelante para continuar caminando.



— ¿A qué te refieres?



— Cuando preguntas como… —tambaleó su cabeza para hacer que las ideas se ordenaran con suficiente coherencia—. Cuando preguntas cosas como que si te gusta trabajar en equipo, que si tienes problema con seguir órdenes, que si tienes material de líder, que cómo tratas la típica situación en la que no se logra hacer todo a tiempo, que por qué no se logró hacer todo a tiempo —dijo, y Yulia, tras un segundo de poker face, estalló en una carcajada—. Comparte.



— Odio trabajar en equipo, tengo serios problemas con las figuras de autoridad, no sé si tengo material de líder porque no trabajo en equipo, y yo todo lo logro hacer a tiempo —sonrieron ella y su Ego.



Eso es solo una ridícula cantidad de mierda fuera de lugar—se carcajeó Lena.



— Y pensar que estaba siendo honesta —se indignó su Ego.



— Tienes serios problemas con las figuras de autoridad porque eres una figura de autoridad —rio—, Volterra tiene suerte de que todavía lo respetas y de que todavía le das el lugar que le das, porque, aun siendo dueña del setenta y cinco por ciento de su culo, lo tratas de "jefe" y demás adjetivos calificativos que le regalan autoridad… además, él no es precisamente una figura de autoridad; es permisivo, la-mayor-parte-del-tiempo-torpe, y tiende a ser consentidor.



— Quizás es por eso que me cae bien —elevó su ceja derecha.



— No es un "quizás", es que es "por eso" —repuso un tanto divertida.



— Pero no por eso lo respeto.



— Pregunta: ¿por qué lo respetas?



— ¿Qué clase de pregunta es esa? —«es una pregunta demasiado comprometedora».



— Mmm… ¿cómo era la palabra? —mordisqueó el interior de su labio inferior—. "Zvedavost" —dijo, haciendo que Yulia sonriera un tanto orgullosa.



— Lo respeto porque es un buen arquitecto, y es un arquitecto con el coraje de decir que no le gusta reproducir sino crear, un arquitecto que se rehúsa a realizar el diseño de alguien más pero que alardea de cuando otros tienen que realizar algo suyo, respeta a otros arquitectos, respeta a los ingenieros, respeta a los paisajistas, y respeta a los ambientadores —«y, en parte, lo respeto porque es tu papá».



— Esperaba honestidad, no diplomacia.



— ¿Qué te hace pensar que no es una respuesta honesta? —frunció su ceño.



— Sé que hay aspectos de él que no respetas.



— Él, como persona, no es igual a cómo es como arquitecto —señaló la diferencia que para ella era demasiado clara—. Él, como arquitecto, tiene las herramientas necesarias; todo puede ser cuantificado y enumerado, todo puede ser medido, pesado, y calculado, y tiene leyes fijas con las que no puede jugar, y tiene demasiados años de experiencia como para que su consejo de siempre sea "no cometas el mismo error dos veces". Lo que no le respeto es la inhabilidad y la incapacidad para reconocer que es… tú sabes —resopló, pero Lena sacudió su cabeza—. No reconoce que es papá.



  — Oh…



— Pero en eso intento no meterme, y no puedo criticarlo ni juzgarlo porque no sé ni cómo es ni cómo se siente —dijo en su defensa y en la de Volterra.



— Eso significa que, automáticamente, no me respetas a mí por el hecho de no reconocer que es mi papá —murmuró un tanto pensativa, y presionó sus labios entre sí al mismo tiempo que fruncía su ceño.



— Sí te das cuenta de que en esa oración ya reconociste que es tu papá, ¿verdad? —resopló.



  — ¿Lo dices para hacerme sentir bien?



— Esa situación es tan complicada, y tan densa, que no sé en realidad a quién le pertenece el derecho y el deber de saber y de comunicar —sacudió su cabeza.



Repuesta inteligente —rio.



Que puedo decir? Soy una persona inteligente —guiñó su ojo.



— En el caso que sea, Ego —bromeó—, ¿ya tienes una idea de qué preguntar?



— Cierto, en eso empezamos —asintió, y no porque respondía a la pregunta con un "sí", sino porque se había acordado del punto inicial—. Pienso que cualquiera puede fingir tener people skills, pienso que el aspecto social se puede alterar dependiendo del ambiente laboral, que es algo que nosotros tenemos para ofrecer y ellos para absorber… creo que me inclino más por las tecnicidades.



  — ¿Pero?



— Creo que las respuestas serían un suicido, una diarrea filosófica.



— Pero la diarrea profunda, la diarrea filosófica, eso puede suceder con cualquier tipo de pregunta… pero, sí, veo cómo puede ser un problema.



— "Me ayudó a crecer como persona", "me hizo considerar ampliar mi alcance", "me hizo inclinarme por otros estilos", y todo eso se resume a "yada, yada, yada" —rio, haciendo aquel típico gesto con su mano, ese que representaba una boca que hablaba demasiado.



  — Bueno, puedes irte por la línea más incómoda: cuáles son tus objetivos, en dónde te ves en cinco años, cómo sería el ambiente laboral perfecto, cómo sería el trabajo perfecto, cuánto crees que te tardarías en contribuir significativamente al estudio…



— No sé responder a la mitad —se carcajeó.



— Yo tampoco, pero es lo que suelen preguntar —rio por reflejo y por contagio.



— ¿En dónde crees que estarás en cinco años?



— Durmiendo —asumió ridículamente—. Y, si yo estoy dormida, tú estás viéndome dormir.



  — Profeta —susurró vituperablemente, aunque, claro, sólo bromeaba.



— Probablemente estamos dormidas las dos, o quizás nos estamos despertando para tomar una ducha porque Phillip y Natasha nos esperan a las nueve y media, o diez, para beber mimosas —sonrió.



— ¿Y laboralmente? —sonrió Yulia también, apretujándole la mano ante la imposibilidad de un abrazo o de otra caricia que estuviera de acuerdo.



— No sé, probablemente esté en el mismo lugar en el que estoy ahorita, y eso está bien conmigo —se encogió entre hombros—. Sólo espero que no sea que estoy a punto de ir a Washington para ambientar una monstruosidad.



— ¿En el mismo lugar? —frunció su ceño, y Lena asintió—. ¿No quieres seguir subiendo?



  — ¿Cómo voy a seguir subiendo?



— No lo sé.



— Más arriba de ti y de Volterra, ¿qué hay?



  — Todo un mundo, ¿no crees?



— Algunas personas son ambiciosas en el sentido de querer apoderarse del mundo entero, o al menos de querer ser quienes tengan el monopolio de algo, pero tienden a ser el tipo de personas que siempre quieren más y que nada nunca es ni será suficiente… yo prefiero tomar mi ambición e invertirla en algo más pequeño pero que me gusta más; en un proyecto, ya sea ambientar o un mueble —se encogió entre hombros—. Estoy contenta con lo que hago ahorita, estoy contenta en donde estoy ahorita, no creo que quiera o que necesite más, y creo que ese es el punto fundamental, ¿no? —dijo, pero Yulia no supo ni qué ni cómo responder a eso—. No sé si soy conformista, o si no soy ambiciosa, sólo estoy satisfecha… y no sé si eso es malo.



  — ¿Por qué debería ser malo? —ladeó su cabeza con una sonrisa comprimida.



— No sé, la forma en la que me ves… me hace pensar que lo es.



— No —rio, sacudiendo su cabeza—, es sólo que es raro escuchar que alguien está satisfecho, que está contento.



— ¿Estás tú satisfecha? —repuso, deteniéndose frente a Tiffany para encararla por completo—. ¿Estás tú contenta?



— Satisfecha sí —asintió—. Contenta… no —rio—, al menos no hoy, no ahorita.



— ¿Algo que pueda hacer para contentarte? —sonrió inocentemente y al borde de la ridiculez, hasta se hundió entre sus hombros para acortar su cuello, y a Yulia no le dio risa, al menos no risa externa, sino sólo la hizo elevar su ceja derecha.



— Por favor no sonrías así —sacudió su cabeza y batió su mano en el aire.



— ¿Por qué no? —sacó más su cabeza y se hundió todavía más entre sus hombros, algo que era todavía más ajenamente vergonzoso pero que era, al mismo tiempo, demasiado gracioso.



Porque es divertido —resopló, cediendo a la risa y a la sonrisa por igual y haciendo que Lena se irguiera.



Es gracioso porque es infantil—le dijo con la todavía-sonrisa-que-a-Yulia-tanto-le-gustaba-y-que-le-provocaba-fruncir-la-nariz-junto-con-los-labios—. Pero, dime, ¿qué puedo hacer para contentarte que no sea ridiculizarme en público?



— No me preguntes eso —dijo, acercándose a ella con un tan solo paso.



— ¿Por qué no?



— Porque la respuesta es… —suspiró—. Sólo no.



— ¿"No" qué?



— La respuesta no me gusta —«¿por qué no te gusta?», le preguntó Lena con la mirada, que escogió no verbalizarla por el simple hecho de saber que no debía preguntarlo—. Realmente no hay nada que puedas hacer para hacerme el momento más fácil, más ameno.



— No puedo ser tan inútil —murmuró.



— No, no lo eres —estuvo de acuerdo—. No eres inútil, para nada —le dijo con una mirada penetrante que pretendía regañarla, y Lena se sonrojó—. Es… —suspiró, tomándole la mano de nuevo para llevar sus nudillos a sus labios—. Es difícil no verte en todo el día… —se encogió entre hombros—, es difícil,duro, aburrido… desagradable,desagradable, feo—dijo, sabiendo que todos esos adjetivos eran básicamente sinónimos, pero era el nivel y la escala en la que los sentía.



— Arquitecta, me siento halagada —rio suavemente, viendo a Yulia besar uno de sus nudillos.



— Y así debería sentirse, Licenciada Katina —sonrió contra su segundo nudillo—. ¿Qué dices si dejamos de postergar lo impostergable?



  — Sale a las ocho, todavía tenemos tiempo —dijo, dándole dos suaves golpes a su reloj con su dedo índice.



— Caminaremos despacio —sacudió su cabeza, pues sabía que debía estar por lo menos cinco minutos antes, aunque, claro, estaban a menos de veinte metros de las puertas de TT, y, de ahí a su partida, era sólo un viaje en ascensor—. Entonces, ¿qué has pensado decirles?



— ¿De la paleta de colores? —Yulia asintió—. La paleta de colores no está mal, o sea, no puedes ser más patriótico con azul, rojo, y blanco… —suspiró ante la chocante combinación—, es sólo que pienso que el color primario no debería ser el azul sino el blanco; el rojo está bien de terciario.



— ¿Hablamos de 6:3:1 o de 7:2:1?



— El rojo no llega ni a uno, es más para cojines, alfombrado, decoración floral, el fondo de una librera —dijo, haciéndole saber que se inclinaba más por la primera opción—. Tiene que ser lo justo como para darle realce al blanco y al azul.



— Es una decisión inteligente —rio su Ego, pues por eso había decidido cambiarse aquellos stilettos negros por los Manolos rojos.



— Lo sé —sonrió, sabiendo exactamente lo que pensaban ella y su Ego.



— ¿Alguna otra decisión inteligente?



    — ¿Black Marquina sobre cocoa Brown?



— ¿En qué proporción? —tambaleó su cabeza, pues nunca era su primera opción unir el negro con el marrón. 



— Pisos en bianco super, mueble en cocoa Brown, superficie en black Marquina.



— ¿Esmalte?



  — Dorado.



— Si no te funciona, prueba con bianco Ibiza y con calacatta gold —sonrió con un asentimiento, deteniéndose frente a las puertas de aquel edificio al que se habían tardado demasiado en llegar.



— ¿Pero te parece coherente?



  — Bastante —asintió.



Así que… —suspiró.



Así que…



  — Esta soy yo.



Lo sé —asintió Yulia un tanto cabizbaja—. Sólo escríbeme cuando llegues a D.C., por favor.



— Y te escribiré cuando salga, también —asintió, y recibió un beso pausado en su frente.



  — Gracias —sonrió, posando su frente contra la suya—. Diviértete —balbuceó su nervioso Ego, delatando su carencia de habilidades sociales cuando Yulia no estaba funcionando ni medianamente bien.



— Tú también —rio nasalmente, quizás enternecida, quizás con media burla—, pero no mucha, no sin mí. —Yulia asintió en silencio, simbólicamente cabizbaja, y, en cuanto Lena pretendió retirarse, ella simplemente no la soltó, sino la apretujó de la mano—. Yul —rio, «y "auch"», pero notó esa mirada confusa que tensaba dientes y temblaba de labios por no saber cómo pedirle lo imposible.



Se te olvidó tu beso —murmuró tan bajo que Lena no le escuchó, «gracias tráfico», pero supo leer e interpretar la última palabra, por lo que no supo esperar a que fuera Yulia quien lo iniciara.
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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 6 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por VIVALENZ28 12/13/2015, 2:08 am

Pretendió hacerlo rápido por dos simples razones: porque tenía al tiempo encima, y Yulia también, y porque algo así de incómodo era más fácil hacerlo rápido, o quizás sólo era para hacerlo menos incómodo. Pero Yulia apretujó su mano para que no abusara de la rapidez, y la haló firmemente hacia abajo, así como si le dijera un "quédate" o un "no tan rápido", y ahí, frente a todas esas personas que turisteaban, laboraban, y que recorrían la fusión de la avenida más importante y más cara de la ciudad, y que todas iban en su mundo por la calidad del estrés que la ciudad demandaba como si se tratara de un requisito a llenar junto con el permiso concedido de residencia, de labor, o de turismo, algo la poseyó, eso mismo que había poseído a su otra mano, la mano libre, pues la tomó por la mejilla hasta que sus dedos alcanzaran su nuca, e hizo del beso algo más despacio, algo más satisfactorio y que la saciara más, al menos para que le durara unas cuantas horas, o quizás sólo el esfuerzo que haría al tener el valor de soltar su mano para dejarla ir a aquel lugar en el que no tenía la autoridad necesaria para decir "no" tras la justificación de "porque no quiero", «y punto, fin de la discusión». Una justificación tan válida como el "porque yo digo".







— Te amo —dibujó contra sus labios, y Yulia sonrió para luego atrapar aquella minúscula cúspide de su propio labio superior entre sus dientes, pues sólo intentaba guardarse el impulso irracional de hablar y de besar, y, ante la inhabilidad y la incapacidad de poder reciprocar esas dos palabras, no porque no las sintiera, sólo supo sonreír y soltar su mano y su mejilla—. Te veo luego —sonrió, porque no le podía decir "te veo en la noche", «eso suena a que hay demasiado tiempo de por medio».



Yulia asintió con aparente serenidad, y, en silencio, vio cómo la pelirroja se dirigía hacia las puertas doradas para ir directamente al piso número veintiséis, escala que se interponía entre el estar y el no estar en la ciudad.



Suspiró en cuanto dejó de ver la melena roja que no había visto hacia atrás, algo que no sabía si reprocharle o si agradecerle, pero, como cuerpo inerte que estorbaba en la Quinta Avenida, aflojó su cuello, y, tras el ejemplo de Lena, no vio hacia atrás en cuanto por fin su subconsciente decidió poner en movimiento sus piernas.



Quiso un cigarrillo a pesar de no saber exactamente por qué, sólo tuvo el antojo, pero, en cuanto descifró que no era nada grave sino un arranque de ansiedad, sumergió su mano en su bolso para pescar las dos presas: goma de mascar, que quizás dos o tres piezas serían suficientes para calmar la ansiedad en los minutos que caminaría hasta el estudio, y su teléfono, porque el silencio le estorbaba más que hacía unos estresantes momentos, cuando no sabía qué decir mientras caminaban del 680 al 725.



Así como Lena había empalado repetidas veces los trozos de hot cakes, así pretendió empalarse las orejas y los oídos con sus audífonos para cancelar todo tipo de sonido exterior. «Birds flying high, you know how I feel. Sun in the sky, you know how I feel. Breeze driftin’ on by, you know how I feel. It’s a new dawn. It’s a new day. It’s a new life for me», exhaló el picante y fresco aliento que la goma de mascar le proveía, «and I’m feeling… good». Y, al compás del inicio instrumental, dio el primer paso hacia el tedio que pronosticaba su día.



Michael Bublé, a quien Natasha le aplicaba el prefijo de "fucking", porque para ella se llamaba "Fucking-Michael-Bublé", la acompañó hasta que tuvo que esperar por el semáforo en blanco para poder dejar de estar del otro lado de Saint Thomas Church, y fue entonces que Alessandra Amoroso decidió acompañarla con "Starò Meglio", «troppo appropriato», rio sarcásticamente mientras cruzaba la avenida por motivos de la estrategia que evitaba el turismo de vitrinas y la repentina necesidad de tener que entrar a Ferragamo, o a Versace, o a Cartier, todo aunque abrieran hasta las diez; prefería pasar por Zara, y por Hollister, y por H&M, pues no poder entrar ante una necesidad como esas, consideraba ella que era como el término de "blue balls" para un hombre, asumiendo que sería "blue wallet" o "blue urge", y era por eso que tampoco caminaba por el otro lado de la avenida desde el principio, pues no podía pasar por Bergdorf’s. No con esa ansiedad con la que intentaban acabar sus dientes.



Aferrada con ambas manos a los agarraderos que colgaban de su hombro derecho, continuó caminando entre pasos erguidos, tanto de frente en alto como cabizbajos, y no era que estuviera triste, no precisamente, era tan simple como que estaba con algo que sólo se le conoce como "desgana".



Su curiosidad se concentró en el porqué de la desgana, pues los tres componentes de su razón no lograban concebir que la ausencia de Lena era la raíz, quizás lo era en un cincuenta por ciento, «pero no más».



Justo antes de entrar al edificio, se deshizo de la goma de mascar, y fue víctima de la hora; tuvo que compartir el ascensor con cinco personas más. La muerte.



Tras ella, exactamente tras ella, mientras sus oídos sólo podían escuchar la armónica de aquella canción que significaba que hasta su música confabulaba en su contra, tanto para alimentar las teorías de la conspiración, estaba el hombre que debía ser un delito con piernas: traje mal tallado, de saco abierto, en un color que no sabía si era más friar Brown o si era más rustic Brown, camisa apricot tan, corbata frost gray de patrón geométrico y con su respectivo clip dorado, y los zapatos, «¡oh, his shoes!», eran unos Dockers marrones con borlas. ¿Por qué? ¡¿Por qué?!



No criticaba el físico de las personas porque no era algo que podían manipular, eso era genético, pero sí se asustaba por la ropa, pues era lo que podía contrarrestar o potencializar las crueldades y los regalos de la genética. Pero con él había algo que simplemente no estaba bien, y eso iba más allá del traje y de la combinación. Quizás era que, para sus calculables treinta y cinco años, los rizos le empezaban a media cabeza, su semblante inquieto era realmente incómodo, y Yulia sólo podía pensar, por los ojos rojos y la abundante colonia, la cual parecía ser noventa por ciento alcohol y diez por ciento un intento fallido de aroma, que el hombre simplemente estaba mal, un shock luego de haber salido de la máquina del tiempo o de un abuso de marihuana.



Luego estaba un hombre ya mayor, de canas y entradas, de afeitarse con navaja y quizás por un barbero, con traje gris perfectamente tallado, con chaleco, camisa blanca, y corbata violeta a diminutos puntos blancos, de Ferragamos negros. El absoluto contraste.



Y estaba la señora del bastón con la mirada llena de aburrimiento y hastío, alguien a quien Yulia comprendía sin saber sus razones, y estaba el insolente hombre al que no le importaba nadie más que él, pues iba hablando por teléfono casi a gritos. Yulia lo podía escuchar en un segundo plano, y agitaba sus manos ante lo que parecía ser una anécdota de fin de semana, y estaba la mujer que cubría su vaso de Starbucks de las irreverentes manos de aquel entusiasta.



«You want to make her Suicide Blonde. Love devastation. Suicide Blonde», logró escaparse del ascensor, de la mezcla de olores y de actitudes, y sintió como si hubiera escapado de paredes que se cerraban.



Siguió caminando, todavía con la pelirroja en la mente mientras seguía el cable de los audífonos para encontrar su teléfono, y, junto con su presa en la mano, empujó la puerta de vidrio que la separaba del mundo y de su ambiente laboral. «Sólo Dios sabe qué preguntas haré… », suspiró con una sonrisa para Caroline, la recepcionista, quien era la única, de todo el cuerpo de logística (las secretarias/asistentes), que prefería el auricular de diadema, y que era la única que podía marcar en el teléfono con la goma de borrar de un lápiz, la que se sentaba bajo aquellas enormes letras rojas que declaraban el nombre de la propiedad "Volterra-Volkova Architecture & Engineering PLLC"; la que saludaba a todos mentalmente con un "Volterra-Volkova" y un "buenos días" o "buenas tardes", algo como esto: "Volterra-Volkova, buwenos dias. Es Caroline hablando, como puedo ayudarlo hoy?".



— Vienes tarde —la saludó «ay, Alessandro», con sus manos enterradas en los bolsillos de un gracias-a-Dios-bien-tallado-jeans-oscuro.



— ¿Tarde? —resopló Yulia, viendo rápidamente su reloj—. No son ni las ocho.



— Eso es tarde —asintió, no escuchando el suspiro de Yulia.



— El estudio no abre hasta las ocho y media. Creo que, en realidad, vengo temprano —repuso, desconectando los audífonos del teléfono para empezar a enrollarlos—. ¿Te malacostumbré a estar demasiado temprano?



— Tienes a dos personas esperándote afuera de tu oficina —sacudió su cabeza.



— Entonces tienes un caso de invasión —rio, pues, como no eran horas hábiles, no se explicaba qué hacían dos personas ahí.



— Creo que son tus candidatos —susurró, viendo Yulia ensanchar la mirada.



  — La primera entrevista la tengo hasta las nueve —murmuró para sí misma, «what the f…».



— ¿Desesperación o entusiasmo? —saboreó las dos alternativas que describían a los candidatos.



— Simple "puntualidad" —dijo para quitarle la burlona sonrisa, porque cómo le estaba costando lidiar con su sonrisa en ese momento—. Quizás empiezo antes con las entrevistas, entonces —añadió, empezando a caminar para intentar sacudírselo de encima.



— Dime una cosa… —dijo, caminando a su lado con pasos que parecían ser y estar contentos, y Yulia respondió: «una cosa»—, escuché por ahí que tienes una candidata que se graduó de Parsons.



Oh, papá, estás manteniendo siempre las pestañas—resopló, notando que Volterra no llevaba sus típicos sneakers sino unos oxford negros, lo cual le pareció raro. «Debe tener una reunión importante».



Eso es lo que hace un padre por sus hijos —rio, sabiendo que Yulia sólo lo llamaba así cuando actuaba como un insoportable papá que invadía la privacidad de un hijo—. De todos modos… escuché también que es transicionalista.



— Nunca deja de asombrarme la calidad de tus fuentes —dijo, doblando hacia la izquierda para incorporarse al pasillo que llevaba hasta su oficina—, así como tampoco deja de asombrarme lo mucho que me cuesta saber los motivos que se esconden detrás de tales comentarios.



— ¿Por qué crees que hay motivos escondidos?



— Porque no sé cuánto tiempo esperaste en la entrada para poder decirme eso, alguna intención debes tener —estableció lo que era más que sólo "obvio" para ella—, no creo que quieras sólo informarme algo que ya sé o que te dé un premio por estar al tanto.



— Pero no estoy al tanto —sonrió con esa inocencia que claramente había sido transmitida genéticamente a la pelirroja que probablemente ya iba en camino a D.C.—, sé que dormida no estabas… pero no sé en dónde estabas que viniste tan tarde.



— ¿Y quieres saber en dónde estaba y/o qué estaba haciendo? —rio nasalmente.



— El chisme nunca me ha molestado.



  — Me desperté a la hora de siempre, hice el ritual de siempre, pero, como la curiosidad es lo que te pica, chismoso, preparé desayuno no sólo para mí sino para Lena también porque no sé si va a comer en todo el día; me encargué de que se fuera con el estómago lleno… porque sí sabes que va a la Old Post Office, ¿verdad?



— Sí, lo sé —rio—, pero no sé qué esperas que te diga.



— No espero que un "gracias por alimentar a mi hija" salga de tu boca —resopló burlonamente, e hizo silencio en cuanto estuvo cerca de aquellas dos personas que sufrirían de su inexperiencia en cuanto a las entrevistas se refería—. Buenos días —sonrió para ambos, y pasó de largo hasta su oficina, indicándole a Gaby, con su dedo índice, que esperara a que Volterra la dejara en paz—. Como sea —dijo, cerrando la puerta tras Volterra—, ¿qué quieres?



Ugh, tan frío! —criticó ridiculizantemente su cortante humor.



— Estoy teniendo un día de mujer —explotó con su ceño fruncido, y Volterra frunció el suyo.



— ¿Un "día de mujer"? ¿Qué se supone que significa eso?



  — Hormonas, Alessandro, hor-mo-nas —supuso, «yo que sé, es la excusa que escucho de Nicole cada vez que está enojada», y agitó sus manos en el aire con cierta intensidad.



  — ¿No estás como que muy joven para la menopausia?



— Ay, hombres… —llevó su mano a sus ojos para mostrar su decepción con un disentimiento—. Estoy segura de que la clave de la igualdad de géneros está en el "imagínate si sangraras todos los meses de…" —desvió su despectiva pero burlona mirada hacia la entrepierna del macho que parecía no entender absolutamente nada.



  — ¿De?



Il pisello —susurró con falsa vergüenza, sabiendo la perfecta ironía que ponía en el término, pues la vergüenza y el término del argot siciliano no iban de la mano sino para su propio deleite.    



— Oh… —se ahogó ante la vulgaridad que Yulia recién vomitaba, y si tan sólo supiera que era adolescentemente vulgar—. ¡Oh! —exclamó, por fin entendiendo lo que Yulia hablaba a pesar de no ser esa la razón real de su frialdad, pues él no sabía que Yulia nunca se pondría ninguna falda, ni ningún pantalón blanco, o beige, o color crema en esos días.



  — Sí, "oh" —lo remedó—. Ahora que ya establecimos que mi vagina sangra, ¿qué quieres?



  — Sólo quería saber cómo ibas a proceder.



— ¿A proceder con qué?



  — Con las entrevistas, con la contratación, etc.



— Tengo unas semanas bastante ajetreadas, Lena también, creo que hoy mismo contrataré a alguien… si es que se puede —dijo, sabiendo que era lo correcto, lo sensato, y lo que quería escuchar Volterra—. Legal ya preparó un contrato para pasantía, y un NDA, y Jason ya me dio la cifra que puedo ofrecer.



— Parece que todo lo tienes bajo control.



  — Y eso ya lo sabías —se cruzó de brazos—, ¿a qué viniste?



  — A hurgar tu cerebro —se encogió entre hombros, y Yulia dibujó un signo de interrogación en su mirada—. Tengo entendido que tienes planeado contratar a Parsons —dijo, refiriéndose a la candidata que se había graduado del mencionado lugar—, y sólo quiero decirte que intentes ser imparcial…



— ¿Me estás diciendo que no la contrate?



— No, te estoy diciendo que tomes en cuenta al otro candidato, o a los otros, porque no sé cuántos candidatos más tienes… digo, por respeto, porque han venido, y no es justo que sólo sirvan para encubrir un proceso innecesario; no se trata de perder tu tiempo ni el de ellos.



  — Mírate, todo un as de la ética profesional —rio burlonamente.



— Sólo digo: Parsons parece ser un clon tuyo… —elevó sus cejas—. Yo sé lo que es lidiar contigo, pero, ¿lo sabes tú?



— Sí, sí, yo sé que soy insoportable —asintió.



— Quizás no insoportable, pero sí intolerante… y, realmente, no sé cómo te vaya con alguien con quien choques por ser tan parecido a ti —le dijo, «y en eso tiene razón»—. Como pueden ser almas gemelas y se lean los pensamientos, y se hagan felices, puede ser que choquen —«¿"almas gemelas"? Mary Poppins es más posible»—.Confío en que vas a contratar a quien te parezca que esté más preparado para lo que se viene, alguien a quien puedas dejar a cargo por los siete meses que ni tú ni Lena van a estar aquí.



— Está bien —sonrió agradecida—. ¿Algún otro consejo?



— No, ¿tú tienes alguna pregunta?



  — Sí, ¿cómo o por qué contratas a alguien tú?



— Porque lo necesito de alguna forma, porque me sirve para algo; ya sea para reforzar un área, o para expandirme —sonrió casi paternalmente, lo cual incomodó a Yulia de sobremanera, porque ella no podía compartir papá con su novia—. Tú sabes que el ambiente laboral es sano porque ninguna de mis arquitectas tiene el mismo estilo, tampoco tienen el mismo proceso… no se concentran en competir entre ustedes sino en hacer un buen trabajo, y eso que todas tienen hormonas; tienen que lidiar con las suyas y con las de las demás —guiñó su ojo.



— Ya, ya —rio, abriéndole la puerta.



  — Arquitecta, buena suerte —susurró—, y que tenga buen día.



  — Usted también, Arquitecto —sonrió Yulia, viendo de reojo a los dos nerviosos, anticipantes, y sabiamente ausentes candidatos en las butacas que estaban frente al escritorio de Gaby—. Buenos días, Gaby —dijo por fin para la mujercita que se había puesto de pie como un resorte al ver que la puerta se había abierto.



— Buenos días, Arquitecta —repuso, bordeando el escritorio con bolígrafo y libreta en una mano, y los recados en la otra, y desapareció tras la puerta de aquella oficina a la que ambos quisieron ver.



— ¿Qué tal tu fin de semana? —suspiró, quitándose su cárdigan mientras caminaba hacia su escritorio, en donde ya la esperaba una iMac encendida, «gracias, Gaby»—. ¿Descansaste?



— Sí, Arquitecta, ¿y usted?



— Sí, gracias —sonrió, y se ahorró el «trabajé en lo de Oceania mientras Lena terminaba de parir el concepto»—. ¿Qué me tienes?







— La Señora Mayweather escribió ayer por la tarde, con un forward del e-mail del Arquitecto Goldstein, diciendo que la construcción se va a atrasar por lo menos cuatro semanas —«oh, Dios los bendiga, Goldstein!», exhaló aliviada, pues eso significaba que el proyecto de Newport no era prioridad, pero, al hacer el cálculo, frunció sus labios—. Hice el cálculo del tiempo, y le pregunté a la Señora Mayweather si había problema con que usted entrara la segunda semana de junio… pues, me imaginé que quería por lo menos una semana libre después de su boda… como aquí va a estar su familia —sonrió, notando cómo Yulia elevaba sus cejas con cierto orgullo, porque vaya creación la suya, y supo cómo Gaby estallaba en un «mami se complace» interno, pues sabía que Gaby así se refería a ella en ese tipo de ocasiones, todo porque se referían a ella y a Volterra como "mami y papi", no por parentesco, ni por relación, sino porque eran las figuras de autoridad, y eso se prestaba a expresiones como "mamá y papá están luchando" o "mamá y papá están en una reunión", y eso iba desde el personal de logística (las secretarias/asistentes) hasta las demás arquitectas, hasta Yulia misma—. Me respondió que ellos estarán de viaje hasta el doce de agosto.



— ¿Puede Dios ser más generoso? —rio.



— Creo que no, Arquitecta —rio por contagio.



— Primera vez que me beneficio de las cagadas de Goldstein —comentó su inconsciencia en voz alta, y Yulia vio cómo Gaby se asombraba por semejante palabrota—. Pregúntale a la Señora Mayweather si no le gustaría llegar a una casa ya habitable, que podemos coordinar con Goldstein para tener llaves por dos o tres días, máximo cuatro, y así las llaves se quedan en Newport y yo termino con eso—dijo, haciendo que a Gaby se le olvidara la palabrota por estar anotando rápidamente en su libreta—. ¿Qué más?



— Temas de participación para Elle: "maneras simples para hacer que un dormitorio se vea caro", "pasos/elementos para un baño estilizado", "elementos ‘a-prueba-de-tontos’ para hacer un estilo playero exitoso", "errores comunes sobre la iluminación" y "tendencias que permanecerán".



"Maneras simples para hacer que un dormitorio se vea caro": «atiborrar cojines, porque hay algo con sabor a "lujoso" en lo afelpado, inflado, y apretado, y eso sólo hace que el dormitorio pase de ser un lugar para dormir a un lugar con sensación de retiro de buena fe; como un hotel. Hanging lights or a chandelier. Reorganizar la mesa de noche; quitar el vaso medio lleno y el libro a medias leer, esconder el humectante para las manos, y ordenar los cables pertinentes. "Statement pieces". La pieza central de la habitación tiene que ser evidente; la cabecera de la cama, o el chandelier. Nunca cansar el espacio con demasiados muebles. ¡El piso! El piso debe estar limpio y libre, libre de ropa, de cables, de vasos y botellas, de lo que sea. "Hardware", entiéndase las repisas, las lámparas, las cortinas; un pequeño retoque no es caro. Mmm… aunque supongo que se tiene que tener buen ojo, buen gusto, y mucha paciencia para encontrar eso que es de buena calidad, bonito, y barato. Reorganizar los elementos de la vanidad; si el clóset es en realidad un armario empotrado, o un ropero, ordenar maquillaje, etc. Mmm… ¿qué más? ¡Plantas! No importa si es un helecho común y corriente, o una serie de cactus correctamente mantenidos, o lo que sea, las plantas son un paso trascendental entre lo ordinario y lo lujoso».



"Elementos para un baño estilizado": «El uso del negro nunca está de más; el negro es el nuevo negro, y es chic sí o sí y sin forzarlo, y puede crear la ilusión de un espacio más grande. ILUSIÓN, aclaro. La mezcla de texturas; mezclar acabados suaves con los toscos, como el lavamanos de porcelana con el piso de azulejo. Personalmente me inclino por NO tener muebles, pero nunca matan si se tiene el espacio, como un sofá o un chaise lounge porque no considero que el baño sea un lugar al que se invite a pasar un rato ameno; para eso está la sala de estar. Claro, si hay una chimenea, por alguna razón loca de la vida, no veo por qué no. Y un banquillo nunca mata, o una silla, o un ottoman. Piezas de arte tienden a subirlo de nivel pero sólo para las personas que piensan que el baño es un lugar en el que se puede meditar y reflexionar. Me gusta algo que cubra las paredes para que no se vea tan vacío, pero tiene que ser algo que se pueda exponer al vapor, a la luz, a la reflexión de la luz, etc. Again: plants. Espejos, y buena iluminación».



"Errores sobre la iluminación": «interesante tema. Nunca tener sólo una fuente de luz; la clave para una buena iluminación es construirla en capas (a diferentes alturas), por lo tanto se combinan lámparas de mesa, de pedestal, y de techo. La luz no debe ser ni muy amarilla ni muy blanca, no debe sentirse como reflectores en un escenario ni como un servicio eléctrico de mala calidad. Tener un solo vataje es una ridiculez: no se puede cenar con setenta y cinco pero sí con sesenta, para leer se necesitan setenta y cinco o cien. Personalmente abuso de los reguladores, porque puedo poner el "mood" que se me da la gana, pero, si eso resulta demasiado caro o elaborado, no es mala estrategia tener setenta y cinco sobre la cabeza y sesenta a los lados… al menos en el baño. La mejor iluminación es la que está a nivel del ojo, no la que está sobre la cabeza porque crea sombras. ¡Downlight es peligrosa! Dejan el techo como queso suizo, y, por si eso no fuera suficiente, la iluminación es demasiado tosca y plana para un área comúnmente habitada. Creo que lo peor es el interruptor, o la posición de él, porque normalmente se coloca entre noventa y noventa y cinco centímetros sobre el suelo, y a cuatro o cinco centímetros del marco de la puerta, máximo a diez; se trata de no interrumpir lo que se puede colocar en las paredes. En el clóset sí se necesita downlight para poder diferenciar este pantalón negro de aquel otro; no se puede desatender el clóset. No Señor».



"Tendencias que no planean desaparecer": «good grief… las maderas claras; hacen que el espacio se vea más grande, más brillante, y mucho más acogedor. El mármol, porque, ¿quién no quiere tener una cocina completamente de mármol? Pista: yo. "Reclaimed Wood" isn’t going away… y cocinas negras».



— Lo del estilo playero… —suspiró Yulia al cabo de dos segundos, los dos segundos que le había tomado pensar todo lo anterior—. Ése no —sacudió la cabeza, y Gaby asintió—. El resto… los tendré listos para el miércoles a más tardar…



— ¿Necesita recordatorio?



— Si no te los he entregado mañana antes del mediodía, sí —asintió una tan sola vez—. ¿Qué más?



— ¿Té?



— Me leíste la mente —sonrió, llevando su mano izquierda a su manga derecha para desabotonarla, pues, por alguna razón, le incomodaba la manga larga, y no era nada que no se solucionara con un par de vueltas y dobleces hasta acortarla a tres cuartos o hasta por arriba de sus codos. Ya vería su inconsciencia hasta dónde—, pero que sea de manzanilla —dijo, y pudo sentir cómo Gaby estaba a punto de entrar en una crisis existencial.



— ¿De manzanilla? —tuvo que preguntar para estar cien por ciento segura de que había escuchado bien, quizás había sido un lapso de incoherencia el que se había escapado de su jefa.



— Sí, pero que sea del de Belinda… ese del paquete verde, no me traigas del que le damos a los clientes —dijo entre una risa un tanto despectiva, pues cómo odiaba Twinings; era demasiado ácido, pero, aparentemente, todos preferían dicha marca.



  — ¿Mentas? —Yulia asintió—. ¿Dos? —Yulia asintió de nuevo—. Altoids, ¿verdad?



— De las azules —rio nasalmente mientras se concentraba en doblar su manga con perfección, porque ella no era descendiente del delito de hombre del ascensor, y Gaby, ante la confusión del momento, sólo asintió y se dio la vuelta para preparar aquel té que no podía ser posible, pues, desde que trabajaba para, «¡con!», Yulia, no había servido un té que no fuera de vainilla y durazno—. Gaby… —la llamó, puesto que no había terminado con el comienzo del día—, me faltaron dos cosas —dijo, interrumpiendo la tarea de la manga para erguir un dos con sus dedos.



— Dígame —sacudió su cabeza como su quisiera despertarse o como si quisiera regresar al mundo real del ahí y el entonces.



  — Mete la mano en mi bolso y saca la caja, por favor — dijo, devolviéndose a su manga, y Gaby, acostumbrada a meter la mano en el bolso de la ocasión, ahora en una Bottega Veneta, sacó una pesada caja de madera oscura pero brillante, y que lo único que delataba o no la proveniencia era aquel logotipo dorado—. Suite cuatrocientos uno en el cuarenta y cinco —elevó la mirada mientras llevaba su mano derecha a su manga izquierda, en donde, al desabotonarla, reveló lo que también confundiría a Gaby, pues el reloj de brazalete marrón no estaba en su muñeca; llevaba el reloj que parecía ser pequeño a pesar de ser de mediano tamaño, plateado de brazalete, con pequeños diamantes en la circunferencia y diamantes más grandes pero aun pequeños en lugar de números, y la cara era blanca, no tenía cronómetro de ningún tipo, y era simplemente aburrido, algo que Yulia sabía—, se le acabó la batería a mi reloj… y necesito que le cambien el brazalete también —sonrió—, usa la tarjeta de crédito porque no sé cuánto va a costar eso.



— ¿Mismo color y mismo material de brazalete?



— Sólo que sea del mismo color, por favor —respondió un tanto indiferente, porque sabía que el material era prácticamente el mismo para todos los modelos que no habían sido diseñados para llevar brazalete metálico—. Ah, y que le den mantenimiento.



  — Está bien, ¿algo más?



— ¿Por qué tengo a dos personas ahí afuera? —rio como si estuviera realmente divertida, pero, en realidad, estaba un tanto molesta, pues, aunque ella lo hubiera tachado de "puntualidad", no era nada sino incómodo; un abuso de la puntualidad en realidad.



— No se preocupe, ellos entienden que la entrevista no es a esta hora —sonrió, pero Yulia levantó una mirada de «eso no fue lo que pregunté»—. El Arquitecto Volterra me dijo que los hiciera pasar, estaban desde las siete y media afuera… no quería que hubiera un estorbo afuera —se encogió entre hombros—. Realmente no sé por qué vinieron tan temprano.



— Ah… —elevó ambas cejas—. ¿Y cómo se llaman? —«sí, sí, yo sé que me enviaste sus portfolios y sus hojas de vida, pero no los vi».



— Lucas Meyers, graduado de SCAD, veintiséis años. Toni Bench, graduada de Parsons, veinticinco años.



  — Lucas Meyers… Toni Bench —susurró para sí misma, intentando memorizarse los nombres con un asentimiento—. Lucas Meyers y Toni Bench… —repitió—. Lo tengo —sonrió—. ¿Puedes ofrecerles algo de beber, por favor?



  — Ya lo hice —sonrió—. ¿Algo más?



— Eso es todo —sacudió su cabeza, terminando de doblar su manga para llevar su mano directamente al teléfono fijo—, gracias —susurró, y presionó el último botón de la columna de accesos rápidos para esperar un tono, dos, tres, cruzó la pierna derecha sobre la izquierda, su pie se agitó de arriba hacia abajo, cuatro tonos.



Hullo! —canturreó infantil y alegremente una Natasha que parecía estar en una severa crisis de azúcar; como niña pequeña de chocolates y coca cola en una sala de espera de aeropuerto entre una escala de cuatro eternas horas.



Hola a ti misma—rio Yulia—, ¿por qué tan contenta?



— Aparentemente hay un problema en Corpus Christi —sonrió genuinamente y sin remordimientos—, qué mal que se trata de un incendio en una de las plataformas, pero qué bueno que mi suegra está pensando en irse hoy mismo.



— No sé si alegrarme por ti o si encender la empatía para decir "damn" —frunció sus labios.



— No hay muertos, sólo tres que están en cuidados intermedios… y todo está bajo control, y tienen un buen seguro… alégrate por mí.



  — Me alegro por ti, Nate —rio nasalmente.



  — ¿Tú qué tal? —le agradeció el apoyo moral—. ¿Cómo estuvo el fin de semana?



— Con trabajo —se encogió entre hombros, girando sobre su silla para encarar la ventana.



— Sí, Phillip mencionó algo de la Old Post Office y Lena.



  — Sí, hoy va a estar en D.C. —frunció sus labios con disgusto.



— Bueno, al menos sé que está viva —rio.



— ¿Por qué no lo estaría?



— O sea, sobrevivió a tu ataque de celos —dijo, intentando no reírse ni con ni sin burla.



  — No estaba celosa —repuso a la defensiva—, Solo quería joder sus sesos.



Y… lo hiciste?



Eso no es asunto tuyo—rio.



— Ah, eso significa que te salió el tiro por la culata y la violada fuiste tú, no ella.



— Fue justo —repuso en su defensa y con su dedo índice derecho en lo alto—, y recíproco.



— Qué rico —dejó caer sus hombros ante el suspiro de envidia—, espero que entre hoy y mañana deje de vivir mi sexualidad a través de ti y de Lena —rio—, que, por cierto, si mi suegra se va hoy, y yo no doy señales de vida en las próximas veinticuatro horas… por favor ven a ver qué fue de nosotros.



No hay tal cosa como"muerte por sexo" —rio.



Todavía! —recalcó.



  — Está bien, está bien —asintió—, me encargaré de eso personalmente.



  — Gracias.



  — Cuando quieras —repuso—. ¿Cuáles son tus planes para hoy?



— "Operación bikini" a las nueve y media —«gimnasio»—, almuerzo con mi papá a la una, y luego tengo que ir a la Lego Store que Phillip me ha hecho una lista de no-sé-cuántas páginas de piezas que quiere que le compre, ¿y tú?



— Entrevistas —dijo nada más, sabiendo muy bien cuántas piezas Phillip le estaba pidiendo y para qué a pesar de Natasha no tener ninguna idea—, y tengo preguntas al respecto.



— ¿Preguntas sobre cómo entrevistar a alguien? —resopló, pues para ella eso se hacía sin pensarlo; le salía natural, pero era por la experiencia que su trabajo anterior demandaba.



  — Mjm.



— ¿Cuáles son los criterios que tienes para contratar?



— No sé, sólo quiero a alguien inteligente y útil… y no quiero toda esa mierda de si puede trabajar en equipo, o de en dónde se ve en cinco años, etc., etc., etc.



— Bueno, realmente no hay una forma exacta de cómo hacer una entrevista, no es una ciencia… no se trata de un examen de preguntas y respuestas, así sea de opción múltiple o de respuesta elaborada. Tienes que preguntar las cosas que necesites saber para evaluar si esa persona vale la pena por capacidad o porque no te va a hacer la vida más complicada; si quieres un genio difícil o si quieres un trabajador promedio —le explicó—. Claro, para eso puedes hacer preguntas técnicas sobre el trabajo en sí, que en tu caso me imagino que se trata de los componentes del espacio, o del proceso del diseño, o de lo que sea…



— Es que no quiero preguntar algo que me dé una mierda por respuesta, como si hubieran ensayado todas las posibles preguntas… no sé si me explico.



— Bueno, uhm… —suspiró, dejándose caer en su cama de golpe—. Creo que preguntar sobre la interacción entre el diseñador y el arquitecto es una buena opción, porque, al fin y al cabo, ustedes son un estudio de arquitectos e ingenieros, no son una fracción de diseñadores de interiores, tampoco es eso lo que toman como prioridad, y, de trabajar en el estudio, tienes que saber si ellos entienden cómo es el trato entre las dos partes, o no sé… realmente no sé cómo funciona en tu campo —rio suavemente—. ¿Por qué no tomas de guía a Lena?



— ¿Cómo?



— Cuando te dijeron que Lena era diseñadora de interiores, tu primer comentario fue: "ella no va a caer en" —le dijo con ese tono de "¿te acuerdas?"—, y tu explicación fue precisamente de que era un estudio de arquitectos e ingenieros. ¿Te acuerdas lo que te pregunté?



  — "¿Por qué ella no puede encajar y tú sí?"



— "Porque soy Arquitecta antes de ser Diseñadora de Interiores… y conozco cómo mediar y ejercer ambas partes" —repuso Natasha—. Tú sabes cómo ven los arquitectos a los diseñadores, y tú sabes cómo ven los diseñadores a los arquitectos —rio, acordándose de cómo Yulia, en alguna de sus ebriedades, había confesado que su lado de Arquitecta menospreciaba a los diseñadores de interiores porque normalmente carecían de conocimientos técnicos y materiales, pero que su lado de Diseñadora de Interiores odiaba a los Arquitectos porque creían que eran dioses del buen gusto y que las sabían todas y en todo momento—. No sé qué te parece… es sólo una idea.



— Interesante… —se lo reconoció con honestidad.



— ¿A qué hora tienes las entrevistas? Digo, tal vez puedo pensar bien qué tipo de preguntas puedes hacerles.



— Las tengo casi que ya —rio.



— Bueno, en ese caso sólo puedo acordarte de que tú vas a trabajar con esa persona… evalúa si quieres a un estúpido con experiencia, como Anatoly, o si quieres a un idiota profundo que no se mueve si tú no lo mueves, que no es excepcional en lo que hace pero que logra hacer las cosas, como Tim —«Selvidge también es difícil, pero en un sentido distinto al de Anatoly»—. Creo que sólo tienes que empezar a hablar y evaluar la actitud del candidato, si está nervioso o emocionado, si está desesperado, si lo que dice no es nada sino lo que él cree que quieres escuchar… además, es un pasante, le puedes dar un tiempo de prueba y ya.



— Cierto, muy cierto —asintió—. ¿Por qué no te llamé a ti antes?



— Porque te gusta complicarte la vida —bromeó.



  — Cierto —rio, y, sin saber cómo o por qué, un silencio se interpuso entre ellas, un silencio como esos tan incómodos que ya había experimentado dos veces ese día, lo cual era hasta demasiado.



— Yul… —susurró al cabo de unos eternos segundos—. Tú sabes que te quiero… y mucho, ¿verdad? —dijo, y escuchó a Yulia respirar profundamente.



— ¿Pero? —musitó en una voz que parecía estar un tanto quebrada.



— Pero nada —sonrió, sabiendo exactamente qué era lo que estaba pasando por esa parte emocional que Yulia nunca se había logrado explicar—, sólo quería decírtelo —dijo, escuchando el relativo alivio en su respiración, alivio que anulaba la capacidad de poder reciprocar el sentimiento verbalmente a pesar de que emocionalmente sí lo reciprocaba—. Entonces, ¿ya sabes qué preguntar? —rio, cambiando el tono de su voz para relajarla por completo.



— Sí, sí —asintió mientras se aclaraba la garganta para deshacerse del quiebre—, gracias por el curso intensivo.



— No sé si se le puede llamar así, pero… cuando quieras —rio.



— ¿Me vas a decir si tu suegra se va hoy?



— Serás la primera en saberlo.



— Gracias por el honor.



Oh-mi-bondad-graciosa… —suspiró Natasha con desgana—. Tengo que irme, creo que mi suegra va a acabar con la puerta del baño…



  — Si el conserje no arregla esa puerta, envío a alguien a que te la arregle.



  — Espero no tener que llegar a ese punto —pujó por intentar ponerse de pie de un tan solo movimiento que no incluía manos—, pero gracias.



  — Hablamos luego.



Sip.



Yulia colgó el teléfono, y, con el mismo impulso, se devolvió a la enorme pantalla para, rápidamente, saber si las creaciones de aquellos únicos dos candidatos eran dignos de recibir un "tiene potencial".



Para su fortuna, o para su desgracia, ambos tenían una hoja de vida que iba más allá del "muy bueno", no sólo en la información que proveían sino en la forma en la que la presentaban, pero, si debía escoger a juzgar por la hoja de vida, debía ser Lucas por ser más sobrio, más directo, y había logrado sintetizarlo todo en una tan sola página y no en dos.



Buen manejo de Revit y AutoCAD, «cien puntos a favor», InDesign, y Office/iWork, y un manejo más que aceptable de Photoshop e Illustrator. Ah, y un excelente manejo de las redes sociales, cosa que Yulia no sabía para qué le serviría pero supuso que nunca estaba de más, o quizás sólo era un poco de sarcasmo de su parte. Inglés al cien por ciento, mandarín al calculable setenta y cinco por ciento, y francés al calculable sesenta por ciento. Tenía gráficas que representaban aquello, pero no tenían unidades que marcaran el eje ‘Y’.



Por el otro lado, Toni tenía la misma idea de las gráficas, y había etiquetado ambos ejes, pero, en el eje ‘Y’, las etiquetas, o las unidades, eran "impressive", "pretty awesome", "quickly improving", "slow & steady"; algo que sólo hacía que Yulia no tomara tan en serio la situación. Y tenía algo que sólo le acordaba a la hoja de vida de Gaby; lo que se llamaba "mi vida en una búrbuja", un diagrama sencillo que dividía la burbuja principal en "trabajo" y "desempeño", y en "trabajo" mencionaba planificar espacios, liderazgo, dedicación, "team player" y "hands-on", y en "play" mencionaba la jardinería, el turismo, la comida, la cocina, y todo lo literario que no fuera ficción. ¿Y qué había hecho con Poggenpohl? «Sistema de estanterías, soluciones de baño, y la organización interior».



¿Y Lucas qué había hecho en Huniford? Había sido el project manager para la ambientación de un apartamento en West Village, había asistido con la ambientación de una casa en Sagaponack, y había colaborado en la ambientación de un apartamento modelo en New Jersey.



Ah, y las preguntas empezaron a surgir, y parecía que no querían dejar de caer ni de profundizarse, en especial cuando se había detenido a ver los portafolios de cada uno. Los dos se ganaron un digno "tiene potencial", y, lo mejor, o lo peor de todo, es que, si juzgaba lo que veía, podía trabajar con ambas creatividades a pesar de considerar que tenían un largo camino por recorrer y experiencia que ganar. Pero sabía que la experiencia no se materializaba de la nada, por lo tanto no podía ser tan exigente con eso (ella también había tenido que aprender), y, si debía jugar la inexperiencia a su favor, aplicaba el mismo pensamiento estratégico que con Gaby. Y qué bien había resultado Gaby.



«Oh, mierda… estoy jodida». ¿Por qué no podía ser tan fácil como decir "contrato a Parsons" o "contrato a SCAD"?



— Su té —sonrió Gaby, mostrándole la taza transparente con aquel líquido que parecía haber sido coloreado con los cabellos más claros que manipulaba Yulia en ese momento para ordenarlos en una trenza que saliera de su flequillo y que terminara en un posible alto y relativamente flojo moño. Aunque era tercera vez que intentaba ordenarse el cabello, y, ante la interrupción, tiró demasiado de él, cosa que terminó por desganarla porque no le gustaba el cabello apretado al ser la principal razón de crear un cabello liso en ella, «über-straight hair isn’t flattering»—, ¿necesita algo más?



— ¿A quién tenía programado primero? —preguntó, soltando el cabello de entre sus dedos para aflojarlo rápidamente, y Gaby le lanzó una mirada confundida—. ¿A Parsons o a SCAD?



  — A Parsons.



— Está bien —suspiró, llevando la taza de humeante té a sus labios para beber un sorbo que no sufriría por la temperatura, y se puso de pie—, quiero que no me pases llamadas mientras esté con ellos.



— ¿Banco, Señora Noltenius, Licenciada Katina, Arquitecto Volterra? —preguntó, siguiéndola con la mirada, pues había bordeado el escritorio para llegar a su bolso; tenía que silenciar su teléfono.



— De nadie —sacudió su cabeza, y, en cuanto irguió la mirada, vio a los dos candidatos sentados en las butacas; Parsons hojeaba la edición mensual de Architectural Digest, y SCAD tocaba alguna canción en su mente, la cual marcaba con sus dedos sobre su reloj, un probable Michael Kors o Shinola, pero, definitivamente, la mezcla de la cara azul con el brazalete marrón le sentaba bien—. Entonces… —suspiró Yulia, asomándose por entre la puerta entreabierta—, como que vinieron un poco temprano —sonrió con cierta amabilidad sintética, pero no era que no estaba siendo amable, simplemente estaba siendo cordial, en especial porque sabía que había nervios entre los dedos de SCAD y entre el pasar de las páginas de Parsons, «cuidado y me arranca una página»—. Supongo que no les importaría empezar antes —dijo, y ambas cabeza se sacudieron mientras soltaban un nervioso y aireado "no" por balbuceo—. Entonces, Licenciada Bench —sonrió, invitándola a pasar a su oficina mientras Gaby se escabullía por entre ella y el marco de la puerta.



Aquella mujer se puso de pie como si hubiera tenido un nervioso resorte en el trasero, y, en silencio, le sonrió a su contrincante, quien respiraba con cierto justificado alivio por no ser la primera víctima.



Jeans de rodillas gastadas, camisa negra muy ligera, quizás desmangada, y una chaqueta negra sin cuello y de dobladillo color crema, con las mangas simplemente recogidas y no dobladas, con dos collares distintos que aterrizaban a la altura de su epigastrio y que no opacaban la cruz que pendía de la cadena dorada que se alojaba a la altura de su esternón. Reloj Movado de cara negra y de brazalete metálico, y slingback stilettos color piel de punta afilada que dejaban que se viera un tatuaje de una diminuta estrella.



Cabello marrón oscuro, liso y corto, hasta medio cuello, y facciones finas que parecían tener un potencial problema con las sonrisas. Maquillaje ligero, múltiples aretes en su oreja izquierda, que era la que se veía al tener el cabello ordenado tras ella, y proporciones escasas en todo sentido. Flaca. Flaquísima. Tan flaca que Gaby pensó en servirle un Pediasure y no el vaso con agua que le había pedido.



— Yulia Volkova —le dijo, ofreciéndole la mano para una introducción más formal.



— Toni… Toni Bench —repuso, estrechándole la mano un tanto fuerte, culpa del nerviosismo.



— Toni, ¿Toni de "Toni" o Toni de "Antonia"? —preguntó, ofreciéndole, con un gesto, cualquiera de las dos butacas que se encontraban al lado contrario de su silla tras el escritorio.



— De "Antonia" —sonrió—, pero todos me llaman "Toni".



— Muy bien —murmuró Yulia, tomando asiento en su cómoda silla de cuero—, ¿necesita algo antes de empezar? ¿Algo de beber, quizás? —«¿el Pediasure que asumo que Gaby le quiso servir, quizás?».



— No, no, así estoy bien, gracias —sacudió su cabeza.



— Está bien —sonrió—. Sólo para estar segura, sí está al tanto de que es una entrevista para una plaza de pasantía, ¿verdad?



  — Sí.



Bien,entonces… cuénteme sobre usted —sonrió, echando su espalda contra el respaldo de la silla para adquirir una posición más cómoda.



— Bueno, uhm… —suspiró con su ceño fruncido, algo que parecía hacer más que sonreír, «al menos tiene expresión de algo»—. Bueno, me gradué de Parsons en la primavera del dos mil doce —comenzó diciendo, y Yulia, ya sabiendo exactamente cómo sería de aburrido el hecho de que le declamara su hoja de vida, decidió intervenir.



— ¿Por qué Parsons? —preguntó con una sonrisa antes de que le pudiera decir sobre los seis meses con Poggenpohl.



  — Es una buena escuela, y soy local… no quería irme de la ciudad, y en NYU no ofrecen ni grado ni posgrado, sólo una certificación que no profundiza en todo lo que Parsons sí.



— Entiendo, pero Pratt no es una escuela que deba pasarse por alto.  



— Comparé los programas, y me gustó más el de Parsons; ofrecen más material que tiene que ver con arquitectura —«eso lo sé»—. Sentí que Pratt era más una "decoración de interiores" que un "diseño de interiores" —«¡al fin alguien que concuerda conmigo!»—. Y el máster en realidad no tuve que pensarlo dos veces, en especial porque tenían un double major en Diseño de Interiores y en Diseño de Iluminación.



  — ¿Y absolvió Diseño de Iluminación?



  — Sí —asintió con una sonrisa de orgullo, «al menos sonríe y no da miedo».



— Debería incluirlo en su hoja de vida —sonrió Yulia—, un "Master of Fine Arts" no explica que hizo un major en Diseño de Iluminación también —dijo, y vio cómo la mujer se convertía en su víctima ante el enorme "ups" que probablemente delataba su falta de experiencia, no laboral sino profesional, o de cómo hacer una hoja de vida—. Como sea… Poggenpohl, ¿cómo le fue trabajando en un estudio que no es precisamente de diseño de interiores sino de diseño de muebles, en especial de cocinas?



  — Fue interesante —respondió rápidamente.



— ¿En qué sentido?



— Mientras estuve en Parsons, hice mis pasantías en de la Cruz, y aprendí mucho sobre cómo un diseñador tiene la obligación de hacer que el espacio funcione, no importa si el espacio está arquitectónicamente mal diseñado, el diseñador tiene la obligación de hacer que el espacio funcione —repitió, tal y como si quisiera hacer énfasis en la importancia de su área de práctica—. Y aprendí que puede haber un sistema, un paradigma, y que no funciona en todos los espacios, a veces ni reajustándolo; por eso él hace todo justamente para la ocasión y no le gusta lo genérico… y en Poggenpohl aprendí lo contrario, que sí puede haber un paradigma, un grupo de muebles, y que todo puede ser reajustado para el espacio que sea.



— ¿Y usted qué prefiere? —dijo con una expresión facial que era difícil de descifrar, pues no se sabía si estaba aburrida o si estaba interesada.



— Uso todas las herramientas de las que puedo disponer; si algo funciona, pues funciona… no se puede forzar —se encogió entre hombros—. Pienso que los espacios pueden ser completamente personalizados si se tienen los recursos creativos y financieros, pero tampoco me molesta tener que trabajar con algo prefabricado, o genérico… porque hasta lo genérico puede hacer la diferencia de distintas maneras.



— ¿Cuánto tiempo estuvo con de la Cruz?



— Un año en total.



— ¿Le gustó trabajar con James? —preguntó, y se castigó por haberlo llamado por su primer nombre, pues eso quizás delataría la confianza que tenía con el mencionado: se conocían personalmente, al nivel de un par de copas sociales y esporádicas, de consultas que iban y venían de ambos lados, y de llamadas a teléfonos personales para los cumpleaños, una botella de Tanqueray y una de Dolin de regalo para toda ocasión (cumpleaños, cuatro de julio, navidad, el primer lunes de cada octubre), o de algo más grande si se trataba de una publicación importante, y de los múltiples pares de zapatos que Yulia le había regalado a lo largo de los siete años que tenía de conocerlo, porque no había un hombre, que ella conociera, que tuviera más zapatos que él.


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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 6 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por VIVALENZ28 12/13/2015, 2:10 am

— Claro, fue una muy buena experiencia… fue en donde aprendí a manejar mis dos estilos.
Mid-century modern y transicional, ¿cierto? —ella asintió—. ¿Y cómo se siente con el resto de estilos?
— Me siento muy cómoda con el clásico, el tradicional, y el moderno —sonrió, «claro, si maneja el transicional tiene que saber manejar esos tres»—. Y el rústico también.
— ¿Minimalismo?
— No es mi favorito, pero puedo manejarlo también —asintió, y notó cómo su respuesta complacía a Yulia en cierta forma.
  — ¿Contemporáneo y costero?
— Sé trabajar con ellos a un nivel aceptable, pero no son mi fuerte —dijo, viendo a Yulia erguirse entre un suspiro que sólo supo interpretar como decepción—, pero siempre estoy dispuesta a aprender… todo lo que se pueda —dijo apresuradamente.
— Bueno saberlo —sonrió Yulia un tanto incómoda, pues no comprendió por qué había agregado lo último—. Quisiera preguntarle algunas cosas quizás más técnicas, si no hay ningún problema —le dijo, tomando su taza de té para llevarla a sus labios.
— No, por favor.
  — ¿Ha trabajado con espacios pequeños?
— En algunas ocasiones, sí —asintió.
— ¿Cómo los hizo ver más amplios o más grandes?
— Usé dos gradaciones distintas del mismo color para crear profundidad con ayuda de la iluminación natural —dijo, acordándose de aquella miniatura de dormitorio que había tenido que ambientar precisamente con de la Cruz—. Como se trata de un dormitorio, la cama era la mitad del tamaño que podía caber con un poco de espacio… las repisas las anclé a las paredes para aprovechar el espacio del suelo y para crear espacio vertical, un espejo que tenía más un fin decorativo que útil para ampliar el espacio a través del reflejo, y repartí la iluminación estética en ochenta por ciento de techo y veinte por ciento a altura estándar para difuminar los límites.
  — ¿Tiene alguna corriente en especial que le gusta aplicar a la hora de diseñar?
— Tomé cursos que se enfocaban más en la mercadotecnia del espacio y en el diseño de sets.
— Interesante —asintió suavemente—, ¿Feng Shui?
— Lo básico.
  — Perfecto —sonrió—. Bueno, como usted sabe, nosotros somos un estudio de arquitectos e ingenieros, normalmente ambientamos el espacio que se diseña aquí mismo, aunque también tenemos casos en los que ambientamos espacios que no hemos diseñado nosotros —dijo, y llevó la taza a sus labios para beber dos o tres sorbos de aquel té que la había relajado más que su té de todas las mañanas, pero no por eso descartaría aquella fusión de aromas y sabores—. Supongo que mi pregunta es si ya ha trabajado con un arquitecto.
  — No, nunca —dijo con desgana.
— Oh —se asombró de buena forma—, entonces supongo que mi pregunta puede ser más puntual: si el cliente va a empezar desde cero, ¿con quién cree usted que es mejor empezar?
— Mmm… —suspiró, entrelazando sus manos sobre su regazo para hacer que sus dedos crujieran.
— No hay respuestas equivocadas —le dijo Yulia para apaciguar sus nervios.
— Realmente no lo sé —se encogió entre hombros—. Como dije antes, creo que la obligación un diseñador de interiores es hacer que el espacio funcione sin importar el diseño del arquitecto… claro, creo que si se puede hacer algunas modificaciones a un diseño para beneficiar al espacio, y al final al cliente, no veo por qué no… realmente no tengo experiencia con clientes que empiezan desde cero, con de la Cruz siempre trabajé en los espacios que alguien más había diseñado y que no siempre se podían modificar por la razón que fuera.
— En cuanto a eso… —frunció su ceño Yulia—, ¿por qué hay un vacío entre Poggenpohl y hoy?
— Cuando terminó mi contrato con Poggenpohl, busqué trabajo… pero me di cuenta de que, para conseguir un trabajo serio y más estable, mis habilidades todavía necesitaban ciertos ajustes, y me dediqué a dominar bien los programas, y a mejorar mis renderings manuales y digitales… y, sinceramente, he escuchado buenas cosas de este estudio —«Leccaculo!»—; las publicaciones que han tenido son muy buenas, el trabajo en el Ritz y en el Plaza son demasiado buenos, y… y, si debo ser sincera, usted trabajó con alguien que conozco —dijo, usando el "con" y no el "para" por cuestiones de protección; no quería herir el Ego de Yulia.
— ¿Con quién? —frunció su ceño.
  — Con los tíos de mi mejor amiga, con los der Bosse —sonrió—. Victoria sólo tiene halagos y elogios cuando habla de usted.
— Sí, Victoria der Bosse —suspiró con una sonrisa, «creí que ya la habíamos superado para siempre»—, me acuerdo muy bien de ella; recién terminamos de trabajar para ella —comentó, empleando el "para" y no el "con" porque literalmente había trabajado para ella y sólo para ella, y eso era algo que hasta su Ego debía admitir.
— Sí… entonces, cuando vi la oferta en la bolsa… no había nada que pensar —rio nasalmente mientras sacudía su cabeza.
— ¿Copic o Prismacolor? —preguntó para asesinar todo lo que tuviera que ver con der Bosse, porque su vida había continuado y había estado bien sin ella.
— Promarker —sacudió su cabeza, y Yulia elevó su ceja derecha ante la sorpresa, la cual no sabía si era grata o no—, pero puedo trabajar con Copic también —dijo apresuradamente ante la expresión de Yulia.
  — Promarker… —asintió todavía sorprendida—. ¿Cuántos marcadores tiene el set completo? —preguntó su ignorancia, pues jamás, «nunca», había considerado Promarker una opción.
— Ciento cincuenta —«esos son doscientos ocho colores que no tienes».
— Habría creído que eran más —comentó con una falsedad de la que su víctima no se pudo percatar—. Bien... entonces, ¿tiene preguntas para mí? —la vio penetrantemente a los ojos—. Sobre el tiempo de la pasantía, sobre la paga, sobre cómo se hacen las cosas aquí… —se encogió entre hombros mientras su mano derecha agitaba sus dedos en lo alto para simbolizar un "qué sé yo".
— Ah, ¿es pasantía pagada? —ensanchó la mirada.
— Sí, y, si todo sale bien, supongo que podemos hablar de números —sonrió, haciéndola sonreír, que, cuando vio la amplia sonrisa, comprendió que prácticamente le había dicho que la plaza era suya, y, «oh, fuck»—, así que, ¿alguna pregunta?
  — No, ¿usted?
— No tanto como una pregunta —sacudió su cabeza—, ¿puedo pedirle que haga un rendering?
— ¿Ahorita? —ensanchó su mirada todavía más, pero no fue al máximo hasta que Yulia asintió—. ¿Un… un rendering de qué? —balbuceó, viendo a Yulia ponerse de pie para dirigirse a su mesa de diseño.
— Del break room —dijo, sacando un par de hojas de una de las gavetas de la mesa mientras seleccionaba los Prismacolor que sabía que definían al espacio que quería, y, porque no había nada más travieso, arrojó uno que otro marcador que no tenía nada que ver.
  — Yo… yo no he visto el break room… ¿o es un break room imaginario?
— No, no es imaginario, es del break room de aquí —dijo, tomando un lápiz y un borrador para terminar de alcanzarle el material que necesitaría.
— ¿Cuánto tiempo tengo? —preguntó luego de unos momentos de desconcierto total.  
— Lo que pueda hacer en diez minutos —sonrió, y caminó hacia la puerta para abrirla—. Gaby, ¿le podrías mostrar el break room a la Licenciada Bench, por favor? —Gaby se puso de pie junto con un asentimiento—. Cuando termine, espere aquí, por favor —le dijo a Parsons mientras le pasaba a un lado para dejarse guiar por Gaby, y Parsons asintió—. Licenciado Meyers —sonrió para el hombre que estaba contrariado por no saber qué estaba sucediendo—, pase adelante, por favor










El altísimo hombre se puso de pie. Si Yulia calculaba bien, medía pocos centímetros menos de los dos metros.



Era un rubio opaco, definitivamente su cabello se llevaba mucho fijador o el producto de su elección, pues parecía no moverse con nada, ni con un tornado. Tenía una leve barba que parecía mantener con demasiado cuidado, y quizás, sin la barba, tenía cara de adolescente. Quizás por eso dejaba ver su perfecta barba; la lucía. Parecía no tener cejas de lo rubias y escasas que eran, o quizás sólo era que sus penetrantes ojos turquesas hacían todo el trabajo carismático por él. O quizás eran los anteojos.



Vestido en camisa blanca de cuello inglés, se había anudado con supremacía una corbata marrón a puntos blancos, se había abotonado un chaleco celeste grisáceo a líneas horizontales y verticales marrones, un chaleco double-breasted de botones marrones, y se había enfundado en una chaqueta gris que era más formal que casual y que tenía el detalle del pañuelo verde manzana. De jeans azul oscuro y de evidentes botas marrones.







— Yulia Volkova —dijo, y, tal y como lo había hecho con Parsons, le ofreció la mano.



— Lucas Meyers —sonrió con un gentil apretón de manos.



  — Por favor, tome asiento —le ofreció cualquiera de las dos butacas frente a su escritorio.



Después de usted, ma’am —sonrió con el mismo gesto de mano, y Yulia, no sabiendo si considerarlo un "leccaculo" o un caballero, tomó asiento primero—. Me gusta mucho su oficina, Arquitecta Volkova —le dijo al aire, pues veía a su alrededor como si quisiera asimilarlo todo antes de sentarse a algo más serio, a lo que había llegado.



— Gracias —murmuró desde su silla—, por favor, tome asiento.



— Por favor, tutéeme —le dijo amigablemente mientras halaba un poco la butaca de la izquierda hacia atrás, pues, de no halarla, no cabrían sus piernas entre el espacio que raras veces existía entre la butaca y el escritorio.



— Está bien… ¿necesitas algo antes de empezar?



— No, estoy muy bien, gracias —sacudió una única vez su cabeza, y, cruzando su pierna derecha sobre la izquierda, entrelazó sus manos sobre su regazo.



— ¿Qué me puedes decir sobre ti? —preguntó, esperando que su respuesta no empezara con un "me gradué de SCAD".



— Bueno, vengo de una familia de arquitectos; mi bisabuelo y mi abuelo eran arquitectos, mi papá y mi mamá son arquitectos, mi hermano mayor es arquitecto y mi hermana está estudiando arquitectura —sonrió, inmediatamente capturando la absoluta atención de Yulia—. Empecé a estudiar arquitectura en Georgia Tech, no me gustó tanto como creí que me iba a gustar, y me inscribí en el pre-college summer program en Savannah; me inscribí para Diseño Gráfico, Diseño de Muebles, Diseño Industrial, y para Diseño de Interiores. Al final no sabía si decidirme por Diseño de Muebles o por Diseño de Interiores, pero, a decir verdad, me gusta más jugar con los espacios con lo que sea que tenga a la mano.



— Interesante —sonrió—. ¿Y qué haces en Nueva York?



— Recién graduado de SCAD, Huniford me ofreció una pasantía de cinco meses… y la ciudad me gustó, por eso decidí quedarme.



— ¿Ya has estado en todos los distritos?



  — En la mayoría —sacudió su cabeza con una sonrisa.



— ¿Alguno que te haya gustado más?



— Todavía no sé si me gusta más Greenwich Village o SoHo —rio carismáticamente—. Me fascina el High Line… creo que es mi lugar favorito de toda la ciudad, y el Flatiron y el Brooklyn Bridge.



— El Flatiron —asintió—, ¿alguna vez has entrado?



  — No, ma’am, nunca.



— Los baños están divididos; los de hombres están en los pisos pares, y los de mujeres en los pisos impares. Y, para llegar al vigésimo primer piso, tienes que tomar un segundo ascensor en el vigésimo piso —dijo como dato al azar.



— Deben haber sido cosas de la época —rio, empujando sus anteojos de regreso a la posición correcta en su tabique.



— Probablemente —sonrió—. Pero, bueno, a lo que viniste —rio nasalmente—, ¿cómo fue tu experiencia en Huniford?



— Creo que no pude haber pedido un mejor lugar para empezar a hacer cosas que ya no eran tan pequeñas como cuando tenía que hacer mis prácticas durante la universidad —sonrió—. El trato directo con el cliente debería ser considerado una ciencia.



  — Ah, trataste directamente con el cliente.



— Sí, en especial para cuando estuve a cargo del proyecto —asintió.



— ¿Te gusta más tratar directamente con el cliente o estar más en la segunda línea?



— Me siento cómodo trabajando en las dos posiciones… claro, me gusta tratar con el cliente para poder tener una idea más clara de lo que espera como resultado final, y creo que no hay ningún problema cuando se trabaja en la segunda línea si hay una buena comunicación con el encargado del proyecto y si el encargado del proyecto incluye o no al de la segunda línea.



— ¿Qué estilo era el que utilizaste en tu proyecto?



  — Transicional.



— ¿Y tus estilos son tradicional y tropical, cierto?



  — Yes, ma’am —asintió.



— ¿Qué otros estilos dominas?



— Loft, industrial, y minimalista… y los adyacentes de tradicional y tropical —sonrió.



— ¿Qué me dices del contemporáneo?



— No he tenido la oportunidad para aplicarlo con pureza —se encogió entre hombros—. Sé las bases y los requisitos, pero nunca lo he puesto en práctica.



— ¿Y cómo eres en cuanto a la presión?



— Veo cómo me las arreglo —sonrió—. Siempre tuve un trabajo mientras estudiaba, quizás no relevante para mi área de estudio, pero quitaba tiempo y energías.



— ¿En qué trabajaste? —preguntó, pues en su hoja de vida sólo estaba el tiempo en Huniford y sus prácticas universitarias en alguna fracción de diseño de interiores en Savannah.



  — Uy —resopló—. Primero trabajé en Popeye’s friendo cualquier cosa que se le ocurra, luego trabajé en un lugar que se llama Leoci’s, un lugar de comida italiana, y luego como recepcionista en el Hilton Desoto, y por último impartiendo clases de inglés a un grupo de señoras en Hong Kong…



— Eso te quería preguntar —sonrió ante la pausa que él había hecho—, ¿hiciste un semestre o dos en Hong Kong?



— Sólo uno; el último del Bachelor, pero me quedé seis meses más para aprender un poco más sobre la cultura y el idioma —sonrió.



— ¿Te cambió mucho el programa?



— No, sólo las electivas eran un poco distintas, pero escogí las que más me podían servir.



— ¿Qué electivas llevaste?



Rendering para el interior y el exterior, Ilustración del interior y del exterior, iluminación del interior, preparación de portafolio, paisajismo y botánica, mercadotecnia, y diseño especializado en cocinas. E hice todos los talleres que ofrecieron sobre forma, orden, y espacio, y los que ofrecieron sobre funcionalidad y accesibilidad en establecimientos públicos y comerciales.



— Interesante, muy interesante —«podría contratarlo ahora mismo?»—. ¿Tienes alguna corriente en especial que te gusta aplicar a la hora de diseñar?



— Feng Shui —asintió—, creo que es algo que todo diseñador debe tomar en cuenta en cierta medida; la medida la determina el cliente y de qué tanto se presta el espacio para eso —sonrió—. Y sé una que otra cosa sobre Vastu Shastra, pero por curiosidad… no porque no la aplico.



— ¿Qué me dices de mi oficina? —le preguntó con traviesa intención, pues quería saber si respondería honestamente o no y si sabía en realidad de lo que hablaba.



— Tiene un problema de diseño —dijo un tanto inseguro y como si se avergonzara de la honestidad de su respuesta.



  — Por favor, elabora.



— Bueno —suspiró, y se irguió para ver a su alrededor—. La puerta y la ventana quedan en la misma línea, tiene tres secciones de ventanas consecutivas y es difícil que eso no entre en conflicto, pero eso es un error de diseño arquitectónico… no de planificación de espacio —dijo, y se tomó un segundo más para ver con mayor detenimiento aquello que no se le plantaba con ambos pies frente a él con tanta evidencia—. Su escritorio está en una buena posición, no interfiere con la puerta, y dicta su posición dentro del espacio; usted está al mando —sonrió—, y este escritorio —se volvió al vacío escritorio de Lena—, también tiene una buena posición… pero creo que no me equivocaría al asumir que no siempre estuvo aquí… creo que ha hecho lo que se puede con el espacio y con las circunstancias, yo no cambiaría nada… ni siquiera el orden que tiene su escritorio —le dijo, encontrándose con una mirada llena de satisfacción y no por cuestiones de Ego o de haber sido halagada o elogiada, sino porque realmente sabía—. Me gusta lo que ha hecho con esto —añadió, golpeando suavemente el borde del recipiente de vidrio que contenía arena blanca y un pequeño notocactus, aquel jardín zen en el que Lena solía dibujar cuando estaba aburrida, o cuando estaba apoyada del escritorio de Yulia y pretendía coquetearle con jerga técnica, o cuando se cansaba de ver el mismo dibujo sobre la arena—, es bastante inteligente.



— Un buen regalo —asintió—. ¿Por qué no colocarías mi escritorio ahí? —dijo, señalándole el espacio en el que había colocado aquel sofá de dos asientos, los dos sillones, y la mesa de café.



— Pensé en que podría colocarse ahí, pero tiene material que necesita el menor contacto posible y no quiere que el punto focal sea el almacenamiento de planos y de revistas; por eso ha puesto el sofá contra esa sección y a una distancia relativamente corta, una distancia en la que puede sacar lo que necesite sin dañarlo pero que no tiene mayor contacto el resto del tiempo… y, de poner el escritorio ahí, las butacas estarían en la línea de la puerta, lo cual es una interferencia.



— Dijiste que todos en tu familia son arquitectos —le dijo con la misma sonrisa de satisfacción—, tu abstracción de un arquitecto debe ser bastante especial.



— No sé si es especial —se encogió entre hombros—, pero me dieron una idea de cómo piensan los arquitectos y de cómo es la interacción entre ellos y nosotros.



— ¿Y cómo interpretas la diferencia entre los arquitectos y los diseñadores de interiores?



— En realidad debería haber muy poca diferencia entre los dos porque venimos del mismo campo del diseño y tenemos las mismas obligaciones en cuanto al proyecto —se encogió entre hombros—. Los dos deberíamos buscar el mismo resultado final, pero sé que ciertamente el diseñador depende en gran medida de lo que el arquitecto diseñe, y por eso creo que la conexión entre ambas partes debería ser muy estrecha. En realidad creo que todo se reduce a que el diseño de interiores es una disciplina relativamente nueva, muchísimo más nueva que la arquitectura, y por eso existe esa fricción entre ambas partes; por una falta de comprensión de la parte contraria que en realidad no es contraria sino complementaria… supongo que realmente todo se reduce a las personalidades.



— Al ego del arquitecto —rio Yulia nasalmente, viendo cómo él asentía un tanto incómodo—, puedes decir que es el ego del arquitecto.



— Bueno, todo se reduce al ego del arquitecto —dijo pequeñamente, pues sabía que Yulia era arquitecta.



— ¿Has trabajado con algún arquitecto?



  — Durante mis prácticas del Máster —asintió.



  — ¿Y cómo te fue con eso?



  — Bueno, fue con mi papá… no sé si eso dice algo —respondió un tanto avergonzado.



  — No, no me dice nada —rio nasalmente mientras sacudía su cabeza.



— Estaba trabajando con uno de mis profesores, estaba en segunda línea, y de casualidad resultó que mi papá era el arquitecto del proyecto —dijo con un aire de excusa, o quizás de explicación, pero era innecesario—. No sé si es porque se trataba de mi papá trabajando conmigo que no tuvimos mayor roce a la hora de trabajar; él estaba muy abierto a nuestras revisiones y a nuestras propuestas.



— Ah, el cliente contrató primero al arquitecto —comentó para sí misma.



  — Sí.



— ¿Crees que es bueno contratar primero al arquitecto?



  — ¿Sinceramente? —entrecerró la mirada ante la encrucijada.



— No hay respuesta equivocada —ladeó su cabeza hacia el lado derecho.



— Creo que es un error contratar al arquitecto primero —asintió—, pero también creo que es un error contratar al diseñador de interiores primero.



— Explícate, por favor.



— Teniéndole el debido respeto al cliente, creo que la inexperiencia y la ignorancia pesan mucho —se encogió entre hombros—. Creo que si se contrata primero al arquitecto, y se espera a que el diseño esté terminado para contratar al diseñador de interiores, sólo se presta para un mayor gasto porque es cien por ciento seguro que el diseñador va a presentar modificaciones, revisiones, y nuevas propuestas —«en eso estamos de acuerdo»—. Creo que es importante tener al diseñador de interiores desde el principio para que trabaje todo el proceso con el arquitecto; el diseñador propone un espacio de acuerdo a la funcionalidad, de acuerdo a qué muebles van en dónde, de acuerdo a cómo se puede aprovechar la iluminación natural, etc., que es algo que ayuda a prevenir el gasto extra de las revisiones que tiene el arquitecto o el ingeniero estructural sobre las revisiones que puede tener el diseñador de interiores… claro, pienso que el diseñador también tiene que respetar el alcance y el impacto que pueda tener algo en la estructura.



— ¿Cómo es tu proceso con el cliente?



  — Básicamente se reduce a cinco aspectos que creo que se deben preguntar —dijo, elevando su dedo índice izquierdo para empezar a enumerar—: sobre si ha trabajado antes con un diseñador de interiores, sobre el presupuesto y el marco de tiempo, sobre el estilo del diseño, sobre la toma de decisiones, y sobre cómo espera él que se deba abordar el proceso del diseño —dijo con su mano extendida—. Cada cliente tiene un trato distinto, en especial porque creo que hay clientes que, al no saber exactamente qué es lo que quieren o qué es lo que esperan, deciden escuchar a lo que otras personas dicen.



  — ¿Y cómo lidias con eso?



— Puedo tratar de hacerle ver los pros y los contras de la idea, puedo tratar de cambiar su opinión, pero, en realidad, si el cliente no quiere ceder, no me queda más que aceptarlo y esperar que luego no piense que fue un error y que le cueste más dinero en la forma que sea; ya sea en tiempo con el arquitecto, o en atrasos de permisos, o en nuevas emisiones de permisos, un atraso de la construcción si se trata de una construcción, o en materiales innecesarios si sólo se trata de una ambientación —dijo, colocando sus manos sobre el escritorio de Yulia, y las deslizó suavemente por sobre la superficie con su ceño fruncido—. Debe haber sido un nogal enorme —murmuró asombrado, «así que eso es lo que está mal con él....él tiene la capacidad de atención de una ardilla»—, habría apostado, por el tamaño, a que era cerezo.



— Nogal —sacudió su cabeza.



— Es de mis maderas favoritas —susurró, totalmente invertido en sus manos sobre el escritorio, y, en cuanto sintió cómo Yulia lo veía penetrantemente con su ceja derecha hacia arriba, se dio cuenta de lo raro que eso parecía ser, y se recompuso.



— ¿Con qué maderas sueles trabajar?



— Depende de si se trata de algo formal o de algo casual —dijo, irguiéndose con una sonrisa avergonzada—. Para lo formal me gusta el roble, el cerezo, el cedro, y el nogal… y para lo casual me gusta el bambú, el pino, y el arce.



Bien… —suspiró mientras asentía—. Sólo para tenerlo claro, ¿sabes que lo que ofrezco es una pasantía de seis meses, verdad?



— Con posibilidad de plaza fija —asintió, haciendo a Yulia sonreír.



— Y sabes que es pasantía pagada, ¿verdad?



Yes, ma’am.



— ¿Cuánto esperas ganar?



— Sinceramente no sé cómo funciona el sistema de paga aquí —se encogió entre hombros—, no sé si se gana por proyecto, como una comisión, o si se gana un salario fijo.



— Independientemente de cómo funcione —rio nasalmente—, ¿cuánto esperas ganar?



— Mmm… —respiró profundamente mientras hacía los respectivos cálculos—. Supongo que, por lo menos, lo mismo que ganaba en Huniford al mes —dijo, pero Yulia sabía que allí se pagaba por proyecto, no por mes—; mil seiscientos —concluyó, y Yulia rio nasalmente a pesar de estarse carcajeando en sus adentros.



— ¿Y qué tipo de marcadores usas?



— Puedo trabajar con Prismacolor o con Copic, personalmente prefiero Copic y es lo que tengo —sonrió.



  — ¿Cuántos colores tienes?



— Doscientos veintiséis —dijo con orgullo, pues se los había comprado poco a poco y con su dinero—, es una colección en proceso.



— ¿Tienes tu propio material más-o-menos completo?



— Tengo el portable guide studio y el capsure, una colección de muestras de textiles, cámara digital… lo básico está completo, el resto está en proceso de completarse —resumió su conteo, pues se dio cuenta de que Yulia esperaba un simple "sí" o "no" por respuesta.



— Bueno, ¿tienes alguna pregunta para mí?



— ¿Ya se acabó la entrevista? —ensanchó la mirada, y Yulia asintió con su ceño fruncido.



— ¿Algún problema?



  — No, es sólo que a las otras entrevistas a las que he ido… no sé, se tardan más… y vi que a Toni le dio material para algo, asumo que para un rendering —se encogió entre hombros.



— Ah, ¿la conoces?



— Recién la conocí hoy —sonrió carismáticamente.



— Cuando la Licenciada Bench termine, tú puedes hacer el rendering del break room también —sonrió, poniéndose de pie.



— ¿Cuánto tiempo tengo?



— Lo que puedas hacer en diez minutos —sonrió, y caminó hacia la puerta.



— ¿Con qué perspectiva? —dijo, poniéndose de pie y acomodando la butaca a la posición inicial.



— Lo que puedas hacer en diez minutos —repitió, abriendo la puerta para encontrarse a una Gaby que aniquilaba su primera taza de café del día—, y luego puedes esperar sentado unos momentos.





Aquel hombre salió de aquella oficina un tanto confundido, pero, tal y como Yulia lo había descubierto en cierto momento de la entrevista, su confusión se le olvidó al ver que Parsons salía del break room con expresión de descontento por no creer haber hecho lo suficiente.





— Aquí tiene —le dijo Parsons a Yulia, alcanzándole aquella hoja que tenía trazos que delataban una perspectiva de ojo.



— Gracias —sonrió—, por favor, espere un momento —dijo, señalándole una de aquellas butacas, y se volvió hacia Gaby—. Voy a ir a donde Jason un momento —murmuró, juntando aquella hoja por las esquinas pero sin doblarla en definitiva y tomando un bolígrafo de su escritorio.

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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 6 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por VIVALENZ28 12/13/2015, 2:12 am

Esas palabras: "voy a ir a donde Jason un momento". Ay, esas palabras. Gaby no les tenía miedo, no, en lo absoluto, en especial porque Jason no era una persona a la que se le podía tener miedo por actitud, aunque todos odiaban ir al clóset al que él llamaba "oficina". Le habían ofrecido un espacio más grande en múltiples ocasiones, pero a él le gustaba el clóset.







"El clóset" no era un clóset en realidad, simplemente era la oficina más pequeña de todas: tenía una tan sola ventana, el escritorio contra la pared, un pizarrón de corcho al que no le cabía ni una tachuela más, "n" cantidad de papeles apilados, un basurero que recibía sólo envoltorios de Laffy Taffy de banano, aquella calculadora que era más cara que los stilettos a la medida con los que Yulia se acercaba en ese momento, y la taza blanca que nunca había estado a menos de la mitad de café.





¿Por qué Gaby pensaba que esas palabras eran tan especiales? Simple: porque Yulia nunca iba al clóset a menos de que fuera algo que necesitara un poco del tipo de persuasión que más le avergonzaba.





Yulia se detuvo justo a tres metros de aquella puerta que nunca se cerraba, y, con una respiración profunda, «por favor,no me hagas sentir tan mal por esto».



— Arquitecta —sonrió Jason ante el llamado que había hecho Yulia contra el marco de la puerta.



  — Buenos días, Jason —sonrió Yulia un tanto incómoda, pues, la mirada de Jason era más un acoso que una sonrisa de grata sorpresa—. ¿Qué tal el fin de semana?



— Bien —balbuceó, girándose completamente sobre su silla para encarar a Yulia, y, como siempre, jugaba con un bolígrafo con ambas manos para intentar disipar el nerviosismo que ella le provocaba.



— ¿Qué hiciste? —se cruzó de brazos, recostándose con su antebrazo del marco y llevando aquel bolígrafo, juguetonamente, a su labio inferior para darle suaves golpes traviesos.



— Nada en especial, ¿y usted? —dijo, y, ante un segundo de sonrisa, se puso de pie—. Qué maleducado, por favor, siéntese —le ofreció la silla, la única silla.



— No, no, Jason —sacudió el bolígrafo lentamente de lado a lado—, estoy bien así —sonrió—. Me espera un día con el trasero pegado a la silla.



  — ¿Le ofrezco un café, agua, té? —dijo, aplanando su camisa blanca de manga corta, a la cual le hacía la atrocidad de decorarla con una corbata roja bastante clásica; corbata que se ponía solamente para estar en la oficina.



— No, no, gracias —murmuró con un tono bastante amigable, y llevó su mano izquierda a rascar su nuca.



  — ¿Cómo estuvo su fin de semana? —balbuceó, dejándose caer en su silla.



— No muy interesante, estuvo bastante aburrido en realidad —dijo, y no mentía, pues trabajar en un fin de semana desde hacía demasiado tiempo que había dejado de divertirle—. Como sea… —sacudió su cabeza, y se irguió por los escalofríos que su propia mano le habían provocado—. Sólo venía a preguntarte cuál había sido la cifra que me habías dicho que podía ofrecer para el pasante.



— Cuatro mil quinientos —respondió rápidamente, porque no había cifra que se le pudiera olvidar o escapar.



— ¿Eso es lo más que puedo ofrecer? —preguntó con un tono que Lena reconocía que era persuasivo por ser seductor, y era lo que podía utilizar con el consentimiento de la pelirroja y sin faltarle en ningún sentido.



  — Es lo que me aprobó el Arquitecto —asintió.



— Ay, Jason —suspiró en el mismo tono de antes, y apoyó su frente contra el marco de la puerta—. Es que tengo a dos candidatos excelentes… no puedo sólo contratar a uno —«dime cinco mil quinientos al menos para dividirlo entre los dos»—. ¿Estás seguro de que es lo más que puedo ofrecer? —sonrió de reojo, sabiendo perfectamente bien de que eso funcionaba con cualquiera—. ¿No tendrás por ahí mil quinientos más?



— Mil quinientos sí tengo —asintió entre dificultosos tragos cortados de su propia saliva al ver cómo Yulia mordisqueaba suavemente aquel bolígrafo—, pero no tengo nueve mil.



— Vamos… yo sé que sí los tienes en alguna parte —rio suavemente con el bolígrafo contra sus labios.



— Usted sabe que sí hay dinero, y sabe en dónde hay dinero —le dijo, no sabiendo exactamente qué le decía ni por qué—, sólo tiene que conseguir la segunda firma…



— Y según tú, ¿cuánto es lo más que puedo ofrecer? Digo, para no hacer mucho desorden —sonrió, apoyándose ahora con ambos codos del archivero de mediana altura que se encontraba contra la pared.



— Lo más que puede ofrecer, por esos seis meses, es seis mil… y eso ya se notaría.



— No me lo estoy robando, Jason —rio falsamente—, estoy generando empleo —dijo, sacando toda aquella «bullshit» que había aprendido de su papá, y de todos los amigos de su papá—. Este país necesita reducir la tasa de desempleo.



— Tiene razón, Arquitecta —asintió con los ojos llenos de fascinación.



  — Jason, te he dicho mil veces que me llames "Yulia" —sonrió.



— Yulia… —rio ridículamente, como si decir el nombre le hiciera cosquillas—. Yo creo que puede ofrecer seis mil por la pasantía, tres mil en el caso que decida dividirlo entre los dos candidatos… o como sea la repartición que tenga pensado —sonrió—. Pero, si le entendí bien, al final de los seis meses puede o no contratar, ¿cierto?



— Esa es la idea —asintió.



  — En ese caso, no puedo ofrecerle un salario más alto de lo que sabe que puedo ofrecerle… no puedo ofrecer dos salarios por ese monto, y sabe que es lo que tengo que ofrecerle a todo "Class C".



— Lo sé, lo sé —murmuró—. Por el momento sólo me interesa lo de la pasantía, porque no sé si voy a contratarlos a los dos o sólo a uno; para eso es la pasantía —sonrió—. ¿Nos podemos preocupar por eso luego?



— Claro —asintió él—. Sólo necesito la segunda firma y que me diga cómo quiere repartirlo… y hago todo el papeleo con el abogado.



— Perfecto —se irguió con una sonrisa genuina—. Una pregunta, ¿tú crees que puedo tener los contratos hoy mismo?



— Si están todos los datos en orden… no veo por qué no —sonrió.



— Jason, eres mi salvavidas —dijo, colocando fugazmente su mano sobre su hombro.



— Le pediré la firma al Arquitecto en cuanto tenga todo listo, ¿de acuerdo?



— De acuerdo —asintió.



— ¿Necesita algo más? —se aclaró la garganta mientras arreglaba el nudo de su corbata.



— No, pero muchas gracias Jason… de verdad que eres lo mejor —sonrió, y, antes de que el momento incómodo invadiera aquel clóset, logró escaparse de aquel clóset que realmente olía a Laffy Taffy.





Jason era el hombre que tenía la desdicha de tener dos amores platónicos en el lugar de trabajo: Yulia, que sabía que estaba fuera de su alcance, y Gaby. Quizás era que un poco de la personalidad de Yulia había logrado esparcirse como un virus en Gaby, o quizás sólo era que Gaby, de entre el cuerpo de logística (secretarias/asistentes), era la única que realmente era amable con él, la que a veces almorzaba con él, la que le había insistido en que debía dejar de utilizar lentes de contacto porque se veía más guapo con los anteojos.



Y era guapo, bueno, era "guapito", pero tenía cierto nivel de descuido personal que no podía rescatar su guapura por completo. Tenía cara bonita, tenía ojos muy bonitos y muy sinceros, pero, por alguna razón, parecía que su mamá era quien lo vestía. Pantalones caquis, camiseta blanca por debajo de la camisa, a veces las camisas no se sabía si eran blancas o si se habían teñido de la desgracia del amarillo, o si era ése el color verdadero, las corbatas eran de gusto chistoso pero no tanto como las de los pediatras o las de los dentistas infantiles, y su almuerzo lo llevaba en la bolsa de papel; una manzana, dos sándwiches de cualquier cosa menos de ensalada de huevo, sándwiches a los que les quitaba los contornos, un Welch’s de diez onzas, y un pudín de chocolate o de vainilla.



Ganaba bien, ganaba más de lo que los pasantes estaban por ganar si Yulia repartía los salarios equitativamente, pero vivía con cierta austeridad porque se había concentrado en terminar de pagar la hipoteca de la casa de sus papás, y estaba a cinco meses de lograrlo. Y, en efecto, todavía vivía con sus papás.



Era bueno, bondadoso, amable, y definitivamente el mejor contador que Volterra había visto, pues su experiencia con los dos contadores anteriores se podía describir como "terminó en la corte".





— ¡Yulia! —se asustó Volterra en cuanto casi derrama el café sobre ella al encontrársela saliendo de su oficina.



Sweet Jesus! —rio Yulia, llevando su mano a su pecho ante el sobresalto, y quizás ante el alivio de que el café no había aterrizado en ella—. Te encontré —se carcajeó.



Efectivamente —rio—. ¿Qué se te perdió? —le preguntó, refiriéndose al qué hacía ahí.



  — Ja, já… muy gracioso —entrecerró la mirada—. Vine a… —suspiró, «¿vine a "decirle" o a "preguntarle"?»—. Vine a decirte que he decidido contratar a los dos —sonrió muy orgullosa de su decisión.



— ¿A los dos? —ensanchó la mirada.



— A los dos —asintió—. Los dos son lo que necesito.



  — No sé si a los dos podamos ofrecerles una plaza fija —dijo un tanto confundido.



  — Y no sé si a los dos se las voy a ofrecer —le dijo con su dedo índice en lo alto.



— Está bien —rio—. Entonces, ¿a qué viniste?



— Le llamo "cortesía" —sonrió—. Jason vendrá en algún momento a pedirte la segunda firma.



— ¿Para qué?



— Porque no considero que mi conocimiento y mi experiencia sea suficiente ganancia para ellos —rio, y, antes de que le pudiera decir algo, se valió de la presencia de otra de las arquitectas para huir—. Sólo firma —le dijo, y se apresuró a alcanzar a Hayek.



— ¿Y tú? —rio Belinda en cuanto Yulia la alcanzó para caminar a su lado.



— Sólo sigue caminando —sonrió—, le estoy huyendo a Alec.



— ¿Qué te hizo? —dijo entre los sorbos de su caramel macchiato de Starbucks.



  — Nada —resopló—. ¿Qué tal tu fin de semana?



  — La familia política visitó —dijo, señalando sus ojeras—: worst weekend ever… yo sabía que la familia era extensa, pero nunca la había visto toda reunida y aglomerada en un apartamento de cinco habitaciones; la lista de Schindler tenía menos personas —sacudió su cabeza—. Eso de dormir en un colchón inflable no es para mí.



— Oye, para la próxima… puedes dormir en la habitación de huéspedes de mi apartamento —le dijo, asombrándose por cómo le había nacido de buena fe.



— Gracias —sonrió asombrada por la misma razón, pues nunca había estado en el apartamento de Yulia—, pero, para la próxima, dormiré en el Plaza —rio—. Y, aunque me gusta el Plaza, espero que no haya una próxima vez en lo que resta del año… —le dio un sorbo a su vaso hermético, y resopló.



— ¿Qué?



— Supongo que tu fin de semana estuvo demasiado aburrido —rio, y, ante los signos de interrogación que revoloteaban por la cabeza de Yulia, le explicó—: hacer renderings del break room… eso requiere de un nuevo nivel de aburrimiento —sonrió, y le señaló la hoja que Yulia llevaba en su mano y que había ignorado por completo.



— Ah, no, esto no es mío —frunció su ceño, y, hasta en ese momento, le prestó atención a lo que estaba plasmado en el papel.



Seguro se ve como a uno de los suyos —susurró asombrada, pero, al analizarlo con mayor destrucción y crueldad, supo que era imposible que hubiera salido de Yulia por tener trazos que eran tan arrastrados como apresurados—. Tiene los trazos bastante inconsistentes. ¿Prismacolor?



— Sí.



— Asumo que no usa Prismacolor, entonces —rio, deteniéndose frente a su oficina—. ¿Promarker?



  — ¿Cómo sabías?



— Porque así eran mis trazos al principio —sonrió, y, de reojo, vio que, al final del pasillo, se sentaba una nerviosa Parsons—. ¿Quién es esa vocera de la desnutrición? —rio.



— Mi nueva pasante.



  — Se ve emocionadísima de tener buenas noticias —rio sarcásticamente.



— Todavía no se las he dado —guiñó su ojo, y, en ese momento, Belinda ensanchó la mirada.



— ¿Y ese quién es? —suspiró.



— Mi otro pasante.



— ¿Dos pasantes? —mordisqueó su labio inferior.



— Me siento generosa —asintió.



  — ¿Es gay?



  — ¿Por qué sabría yo eso? —rio.



— No sé, ¿no se supone que ustedes pueden ubicar en su radar a los de su misma especie?



— No sé si lo encuentro ofensivo o gracioso —resopló Yulia—. Pero mi radar no funciona para eso… mi radar sólo funciona para los pendejos —sonrió.



— Te ha de matar cuando Segrate anda por aquí.



— Ni te imaginas…



Es lindo—dijo, y mordisqueó su labio inferior de nuevo.



  — Tiene veintiséis, y tú no eres una cougar.



  — Quien dice? —rio, y se adentró a su oficina.





Belinda Hayek, la mujer que se había rehusado a la conversión al Judaísmo por su actual esposo y que por eso sólo se habían casado por lo civil, era la clara de expresión de mujer que llevaba los pantalones y no sólo de forma literal. Si ella decía "A", Joshua, su esposo, decía "mén". A-mén. Si ella decía "salta", Joshua preguntaba "¿de dónde?". Quizás era porque, a pesar de que ambos llevaran pan a la mesa, Belinda era quien llevaba la mantequilla, la coca cola, los steaks, las papas gratinadas, y el helado.



Habiendo obtenido su título de Arquitecta en Cornell, y habiendo reforzado su educación en nada-más-y-nada-menos-que-Harvard, también en arquitectura, decidió ampliar sus conocimientos en "Historical and Sustainable Architecture" porque la simple arquitectura no le bastaba, y el embarazo, el trabajo, y el matrimonio tampoco.



Si bien era cierto, era la mujer que comía años como si se tratara de un deporte; tenía unas cuantas arrugas, las necesarias para hacerla ver natural, pero tenía un cutis impecable, y carecía de cualquier maltrato solar a pesar de pasar la mayoría de sus vacaciones en la suite Michaels del hotel Eden Rock en Saint Barthélemy mientras sus hijos eran enviados, en el verano, al "Catalina Island Camps" en California o al "KenMont and KenWood Camps" en Connecticut, o al campamento de su elección. Cualquiera diría que tenía treinta y dos si se exageraba.



Pues esos treinta y dos años, o treinta y siete en realidad, no se le escondían a nadie, era como si estuviera orgullosa de verse tan bien para su edad. Y esa edad sólo servía para que entrara en la categoría de "MILF" entre los compañeros precoces de su hijo mayor, y entre Segrate y Selvidge (los hijos inmaduros de Volterra). Conservaba una envidiable talla seis a pesar de estar empezando a sufrir de las primeras olas de calor que la hacían adorar el invierno o abrir el refrigerador sin razón alguna. Ávida bebedora de whisky, con una famosa aversión al yoga, a la meditación, a los pilates, y a toda disciplina parecida, adyacente, derivada, etc., con un récord del cien por ciento de asistencias a los juegos de futbol de su hijo mayor, a los recitales de ballet y violín de sus dos hijas, y madre voluntaria para "career day" durante la primaria y la secundaria. Placer pecaminoso: Taco Bell. Ropa Diane von Fürstenberg, Michael Kors, y Nanette Lepore, la ocasional Tory Burch, calzado Jimmy Choo y Tory Burch, reloj Cartier de brazalete rojo y bisel de oro. Sin afiliaciones políticas porque le parecía una aberración que existiera el bipartidismo y el bicameralismo en pleno Siglo XXI, por lo que siempre ejercía el sufragio con independencia y a favor del mejor candidato. Actor favorito: Jack Nicholson. Actriz favorita: "the Dames" (Dame Judi Dench, Dame Helen Mirren, Dame Julie Andrews). Películas favoritas: "Pulp Fiction", "Se7en", y "Million Dollar Baby". Cantantes favoritos: Rod Stewart, Michael Bublé, y Diana Krall. Canción favorita: "Fly me to the moon". Prefería Blackberry sobre iPhone. Color favorito: blanco. Tema morboso favorito: el nazismo. Lo que le disgustaba: la música de Michael Jackson, Candy Crush, y cuando le decían que sólo se podía pagar con efectivo. Lo que le gustaba: que sus hijos le dieran un beso de despedida todas las mañanas y uno antes de dormirse, Carlos Bocanegra, y todo lo que tuviera que ver con la Bauhaus, en especial cuando se trataba de Kandinsky y de Moholy-Nagy.



Y le importaban pocas cosas, por eso era que tenía las agallas sonrientes de poder insinuar que SCAD, o sea Lucas, estaba "fuckable". Claro, no era quien para serle infiel al judío narizón que ejercía el monopolio de la ortodoncia tanto en el Upper East Side como en el Upper West Side. Pero según ella tener pensamientos impuros no estaba mal. Estar próxima a los cuarenta no significaba que su vagina había muerto, y era estúpido pensar que sólo los hombres tenían instintos que se generaban en la entrepierna.  





— ¿De qué consta su equipo personal? —le preguntó Yulia a la nerviosa mujer que volvía a tener frente a ella en la privacidad de su oficina.



— Tengo todo lo necesario —se aclaró la garganta, y ante la explicación que exigía la mirada de Yulia, añadió—: Reference library de Pantone y el capsure, todos los marcadores de la colección, el set completo de Faber-Castell, cinta métrica… cámara…



— Lo tiene todo —sonrió, y le deslizó el rendering por el escritorio—. Es bueno, y creo que hizo bastante para la cantidad de tiempo que tenía —le dijo, viendo cómo lo tomaba para avergonzarse de lo que consideraba ella que era un patético esfuerzo; le echó la culpa a los nervios.  



— Puedo hacerlo mejor —le dijo casi sin poder articular bien las palabras.



— Lo sé —asintió—. Me gustaría que se lo llevara, quizás para que lo tome como una guía o para que lo termine… y me gustaría ver el resultado mañana —sonrió, y Parsons frunció el ceño—. Mi oferta es la siguiente —se aclaró la garganta—: seis meses de pasantía, o llámele tiempo de prueba, con posibilidad de plaza fija al concluir el contrato inicial —dijo, no sabiendo si la noticia era buena o mala para ese par de ojos que parecía que iban a estallar en algo que no sabía describir—. Puedo ofrecer tres mil dólares al mes, proyectos que creo que dejan buenas experiencias, libertad de trabajar en proyectos de su interés…



— ¿Tres mil? —ensanchó la mirada.



— Sólo tengo una condición —asintió.



— ¿Cuál?



— Tiene que firmar un NDA —dijo, y hubo silencio—. Usted sabe, protección de propiedad de intelectual.



  — Firmaré lo que sea que me ponga enfrente —rio aliviada con su mano sobre sus labios, un típico «shut the fuck up!»—. ¿Cuándo empiezo?



  — ¿Cuándo quiere empezar? —sonrió.



— Yo empiezo hoy si quiere.



  — Y hoy está bien conmigo —rio nasalmente—. Sólo necesito que le dé sus datos a mi asistente —dijo, no logrando no retorcerse por dentro al haber llamado "asistente" a Gaby—; número de seguro social, número de cuenta bancaria, etc. —sonrió, y se puso de pie.



— Claro, lo que sea —se reflejó inmediatamente, y estrechó la mano que Emma le ofrecía.



— Bienvenida —sonrió, bordeando el escritorio para abrirle la puerta.



  — Gracias, muchas gracias —sonrió genuinamente agradecida, y, ante eso, SCAD sólo se hundió entre hombros, pues, para él, eso sólo significaba otra entrevista que se había ido por el retrete.



— Lucas —lo llamó con una sonrisa—, por favor.





La pesadez de SCAD era inhumana, parecía que se arrastraba hacia otra desgracia, hacia otro atropellador "no", y, con la misma desgana, le alcanzó el rendering a Yulia, quien agradeció el hecho de que fuera en vista aérea y con trazos más suaves y más precisos.





— ¿Cómo crees que te fue? —le preguntó Yulia, tomando asiento antes que él y su caballerosidad lo hicieran.



— Creí que me había ido demasiado bien —dijo, estando todavía en estado de absoluta incredulidad.



— Y así fue —estuvo de acuerdo—, y esto —le deslizó el rendering a través del escritorio—, esto es demasiado bueno —lo felicitó con la mirada y con la sonrisa, logrando ponerle una sonrisa a pesar de la desgana—: es astuto.



— Gracias.



— ¿Puedo saber si tienes otras entrevistas programadas? —le preguntó con su ceño fruncido.



— Por el momento esta era la única —sacudió su cabeza—, pero todavía estoy esperando respuesta de Sawyer & Breson.



— ¿Para qué posición?



  — Asistente ejecutivo —«eufemismo de "chico de los recados"»—, una plaza permanente.



— ¿Te conformas con ese puesto?



— Por el momento no hay mucha oferta de trabajo —se encogió entre hombros—, y necesito comer —sonrió.



  — Dijiste que esperabas ganar lo que ganabas en Huniford, ¿cierto?



— Mil doscientos —asintió el altísimo hombre que, por no haber movido la butaca, parecía que las rodillas le llegaban al mentón cuando asentía.



  — Te ofrezco tres mil —repuso con sencillez.



  — ¿Tres mil por toda la pasantía?



— Eso sería absurdo —rio—. Tres mil al mes.



— ¿Es en serio? —ensanchó la mirada.



  — La pasantía es tuya si la quieres —asintió—, si quieres tómate el resto del día para pensarlo, quizás el día de mañana también, y me dices si quieres firmar el contrato.



— No, no —sacudió rápidamente su cabeza—, lo firmo hoy mismo si lo tiene listo… y le traigo el café de paso, si quiere —sonrió.



  — Vamos despacio —rio Yulia, diciéndole con sus manos que se calmara—. Hay un NDA que tienes que firmar, y necesito que le des tus datos a mi asistente —dijo, retorciéndose de nuevo por haberla llamado así, y vio cómo él materializaba una hoja con sus datos, los que Gaby le pediría, del bolso mensajero que Yulia había pasado por alto.



— Siempre estoy preparado —sonrió con la hoja en alto—, y el NDA… no sería el primero que firmo.



— Bueno saberlo —reciprocó la sonrisa, y se puso de pie, que él, por la misma caballerosa naturaleza, se puso de pie también—. ¿Puedes empezar hoy?



— En este preciso instante puedo empezar —asintió.



Bien —rio Yulia nasalmente, y abrió la puerta para alcanzarle aquella hoja a Gaby, quien ya había terminado de tomar nota de Parsons—. Gaby, necesito los NDAs cuanto antes, por favor… y si pudieran tener los contratos al mismo tiempo, mejor —dijo, mostrándole un tres con sus dedos para indicarle que cada contrato debía ser por tres mil dólares al mes.



  — Yo me encargo —asintió, e, inmediatamente, digitó aquel teléfono que sabía de memoria.
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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 6 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por VIVALENZ28 12/13/2015, 2:13 am

— Me gustaría discutir algunas cosas antes de que otra cosa suceda —les dijo Yulia a ambas nuevas adquisiciones, y Parsons asintió y se adentró a la oficina—. Hay cosas que probablemente van a estar en el contrato, pero, por si acaso —sonrió, ofreciéndoles nuevamente asiento a ambos, y SCAD que no se sentó hasta que ambas féminas se hubieron sentado—, si tienen alguna pregunta, por favor… —dijo, y, ante el silencio de ambos, que SCAD había sacado su teléfono para tomar nota, se dispuso a empezar con aquello—. Yo trabajo de la mano —«literalmente de la mano»—, con la Licenciada Katina —señaló el escritorio de Lena—. Ella es Diseñadora de Interiores también, y es Diseñadora de Muebles… graduada de Savannah, por cierto —le dijo a SCAD, quien sonrió por saber que habría un poco de familiaridad con alguien, por lo menos para criticar la fatalidad de la comida que servían en la cafetería del lugar que los había formado académicamente hablando—. Ella es de estilo contemporáneo y loft, y maneja el art deco y el shaker también, y cualquier pregunta que tengan estoy segura de que ella estará en la disposición de responderla… así como el resto del estudio, que ya en unos momentos les daré un tour —sonrió—. Ustedes pueden acudir a todos, y todos vamos a ayudarles, pero ustedes son mi responsabilidad.



  — Usted es la jefa —dijo SCAD.



— Por lo tanto, cualquier problema serio que tengan, cualquier obstáculo complicado con el que se encuentren —«y cualquier cagada que hagan»—, por favor acuden a mí —y ambos asintieron—. Ustedes recibirán su pago mensual como lo mencioné, eso es un salario seguro, pero, si ustedes quieren traer un proyecto al estudio, pueden traerlo y pueden encargarse de él bajo mi supervisión… porque, sí o no, ustedes están afiliados a este estudio y no puedo poner en riesgo la reputación que hasta le fecha tenemos, ¿de acuerdo? —ambos asintieron de nuevo—. Si ustedes traen el proyecto, ustedes cobrarán la comisión respectiva porque es lo justo… pero quiero dejar muy claro de que no importa quién traiga más proyectos, porque no es eso en lo que me voy a basar para ofrecer la plaza al final de los seis meses —les advirtió con tono severo—. Este estudio tiene un ambiente laboral muy sano, y de eso se darán cuenta, aquí nadie compite contra nadie; ni entre arquitectos, ni entre ingenieros, ni entre diseñadores… y quiero que así permanezca: los problemas que puedan surgir entre ustedes dos, en caso de que hagan de esto una competencia, por favor los dejan en las puertas de sus casas. Los dos tienen habilidades y capacidades muy bien desarrolladas, los dos tienen una que otra cosa por aprender, pero de nada me sirve tener al diseñador con el mejor gusto y con las mejores técnicas si no puedo confiarle la reputación de mi estudio —«con que así es como se debe sentir Volterra… interesante. Me gusta»—. ¿Alguna pregunta? —ambos sacudieron la cabeza con la mirada un tanto ancha, pues sentían como si estaban en la oficina del director de la escuela luego de haber cometido alguna estupidez de proporciones aún más estúpidas—. Va bien —sonrió—. El horario de trabajo —suspiró, y notó cómo entonces Parsons sí sacaba su teléfono para tomar nota—. Es tiempo completo, y espero que la mayor parte de su trabajo lo hagan aquí —dijo, dándole dos golpecitos a su escritorio con su mano, que lo que sonó fue la banda de oro blanco de su anillo en su dedo anular—, pueden llevarse trabajo incompleto a casa, prefiero que sea material a digital, pero, de no haber otra opción, se hará una excepción… y, hablando de tiempo completo: yo vengo a la oficina entre siete y siete y cuarto de la mañana, y a las siete y media mi cerebro ya empieza a funcionar correctamente y es cuando empiezo a trabajar… la oficina no abre hasta las ocho y media —les dijo para remarcar el abuso de puntualidad que ambos habían tenido.



— Entonces… —habló Parsons—, ¿tenemos que estar a las siete, a las siete y cuarto, o a las ocho y media?



— Eso depende de ustedes —sonrió—. Yo empiezo a trabajar a las siete y media, y a ustedes no les voy a pagar más por un día de doce horas, pero, tal y como lo estoy yo, sí espero que estén un mínimo de ocho horas… como estoy segura de que dice el contrato.



— ¿Tenemos tiempo para almorzar? —elevó SCAD su mirada.



— No tenemos una hora fija para almorzar, lo hacemos cuando es apropiado —dijo, tomando dos de sus tarjetas de presentación—. Normalmente tomamos una hora, o una hora y media si no hay mucho trabajo —murmuró lentamente mientras escribía rápidamente en el reverso una serie de números que luego repetiría en la otra tarjeta—. No hay código de vestimenta, sólo, por favor, no vengan en pijama o en ropa desteñida o desgastada —dijo sin acordarse de que Parsons llevaba sus rodillas inaceptables, por lo que ella, disimuladamente, cubrió sus rodillas con ambas manos—. Aquí está el número de teléfono de mi casa por si no contesto mi celular —deslizó ambas tarjetas por el escritorio—; mi correo electrónico, mi teléfono de la oficina, toda la información que pueden necesitar para localizarme…



  — ¿Hay alguna hora límite para localizarla? —preguntó SCAD.



— No, pero manténganlo razonable; nada de llamarme a las tres de la mañana, a menos de que sea de vida o muerte —respondió, viendo a ambos digitar rápidamente la información de la tarjeta en sus teléfonos—. También, referente al tiempo, yo estoy cien por ciento a favor de la puntualidad y cien por ciento en contra de la impuntualidad; no me gusta llegar tarde a ningún lugar. Si ustedes van a acompañarme a alguna reunión tienen que estar a tiempo en el lugar de la reunión o aquí para salir juntos, si llegan tarde no pueden entrar a la reunión, y no importa si llegan tarde por un minuto o por quince. Si ustedes me dicen a las cinco de la mañana, yo estaré a las cinco de la mañana. Si ustedes me dicen que me entregarán algo en diez minutos, en diez minutos me lo entregarán, no en más —dijo tajantemente, porque eso del tiempo sí era una fuente de enojo supremo—. Prefiero que me digan que me lo entregarán en veinte minutos y que me lo entreguen antes a que me lo entreguen tarde, pero tampoco abusen y sean lo más honestos que se pueda, ¿de acuerdo? —ambos asintieron—. Ahora lo importante: el trabajo en sí —aclaró su garganta, y, ante la incomodidad, pidió un momento con su dedo índice para presionar el botón del intercomunicador.



— Dígame, Arquitecta.



  — ¿Me podrías traer agua, por favor?



  — ¿Algo más? —dijo Gaby, y Yulia se volvió hacia ambos.



   — Sí, agua estaría bien también —asintió Parsons



  — ¿Con gas o sin gas? —le preguntó Yulia.



— Sin gas, por favor.



  — ¿Y tú? —se volvió hacia SCAD.



  — Agua con gas estaría bien —dijo un tanto avergonzado, pues había sentido cierta presión de grupo.



  — ¿Algo más? —preguntó Gaby de nuevo.



— No, Gaby, gracias —sonrió Yulia, y soltó el botón—. Entonces, el trabajo en sí —se aclaró nuevamente la garganta—. Por el momento tenemos dos proyectos muy grandes en cuanto a diseño de interiores, la Licenciada Katina está a cargo de uno y yo estoy a cargo del otro, somos segundas entre nosotras, y tenemos las primeras fechas límites encima… puede ser que nos encarguemos de sacar lo más urgente primero, que es el proyecto de la Licenciada Katina, y luego trabajaremos en el mío, o puede ser que llevemos los dos de manera simultánea y cada uno de ustedes asista en un proyecto.



— Y, en ese caso, ¿quién asistiría en qué proyecto? —preguntó SCAD.



— Todavía no lo sé —se encogió entre hombros—. Como pueden ver… la Licenciada Katina no está —suspiró con sus labios fruncidos mientras veía esa silla vacía, «focus, Yulia focus», y se devolvió hacia las personas a las que pensaría siempre como "SCAD" y "Parsons" a pesar de que los llamaría por su nombre, y ojalá no se le saliera el apodo. «Gracias, Volterra», pues él había comenzado con eso—. Ella está en locación por el día de hoy, pero mañana podremos ver qué es lo mejor para todos… después de que firmen el NDA puedo darles detalles sobre los dos proyectos para que estén familiarizados —sonrió—. ¿Alguna pregunta?



— Sí —asintió SCAD—. ¿En dónde trabajaremos? —«oh, fuck»—. ¿Trabajaremos aquí, en su oficina, o nos asignará otro espacio?



— Por el momento aquí —«supongo»—. Pero, por favor, manténganla lo más ordenada que se pueda; no quiero ver cosas tiradas en el suelo, ni prendas de ropa sobre los respaldos… —dijo, dejando que se le saliera un poco el OCD que tenía con su oficina, pero era el OCD del que prácticamente todo diseñador de Interiores sufría, y señaló el perchero, porque para eso existía.



— No se preocupe, Arquitecta —sonrió SCAD, quien se llevó un sobresalto ante la entrada de Gaby con el agua; llevaba tres botellas, dos de medio litro para los hijos de Yulia, y una botella de un litro para Yulia, y, encajado en cada botella, iba el vaso de vidrio, forma que estaba bien porque no se trataba de un cliente y eso Gaby lo sabía.



— Arquitecta —murmuró Gaby, mostrándole que, pegado a su vaso, había un post-it amarillo, un post-it que hizo a Yulia sonreír como pocas cosas la hacían sonreír, una sonrisa tan genuina y amplia que asombró a sus hijos.



— ¿Estas son tus palabras? —preguntó su escepticismo.



— No, así me lo dijo —sacudió su cabeza con una sonrisa, y, con sigilo, se retiró de aquella oficina.



«Ya llegué a D.C., mi amor», leyó nuevamente aquel post-it, y no supo qué era exactamente lo que le ponía la sonrisa; quizás era el "mi amor" sin vergüenza que le había dicho a Gaby para que se lo dijera a ella, o quizás sólo era el hecho de saber que había llegado con bien. Pero era todo. Ah, la pelirroja que se había adueñado de sus sonrisas más estúpidas.



Y sus hijos la observaban leer y releer aquellas seis palabras en tinta negra sobre el amarillo, y no sabían por qué era tan incómodo el silencio sonriente y la lentitud con la que ella, sin ver, abría la botella de Pellegrino y vertía un poco en su vaso.



Entonces… donde estábamos? —suspiró al cabo de unos momentos, y llevó su agua a sus labios junto con las mentas que habían quedado en el paquete que Gaby le colocaba junto a su té.



Estábamos hablando de mantener la oficina en orden—respondió Parsons, logrando dos miradas anchas.



  — Inglés —sonrió Yulia, mitad agradecida por ella saber hablar italiano, pues eso sólo significaba que podía lanzar algún término en italiano y sería entendida, y mitad preocupada, pues eso sólo significaba que no podía hablar con Lena en italiano de algo delicado y/o personal cuando ella estuviera cerca—, que Lucas no habla italiano.



— Gracias —sonrió SCAD en clara desventaja.



   — Una última cosa —se acordó a tiempo, pues en ese momento era pertinente, luego ya no lo sería—: ustedes pueden disponer de todo el material que les sirva; muestras de textiles, pinturas, papel, utensilios de escritura y para cortar, ediciones de cualquier revista que tengamos… pueden disponer de todo menos de mis Copic y de mis plumas fuente —sonrió con penetrante advertencia, porque consideraba que los marcadores eran objetos tan personales, y tan íntimos, como un tenedor, y sólo el dueño de dichos marcadores sabía cómo los había tratado y qué trazos podía alcanzar con ellos; el trato de varias personas podía resultar en algo parecido a cuando varias personas utilizaban el mismo auto: catástrofe segura, y las plumas fuente, por tener cada una un distinto color, no debían ser utilizadas por nadie más para evitar la mezcla del rojo, azul, y negro—, pueden usar los Prismacolor hasta para hacerse tatuajes cuando estén aburridos —dijo, y los hizo reír un poco, pero ya se había establecido lo que estaba fuera de alcance—. Ahora, ¿qué tal si les doy un tour por el estudio? —dijo, poniéndose de pie, y, sin saber cómo, SCAD le ganó en estrechar sus piernas de dos metros—. Pueden traer sus bebidas si quieren —se encogió entre hombros, y ambos se aferraron a sus vasos—. A Gaby ya la conocen —dijo al abrir la puerta y ver que Gaby hablaba por el auricular, «ojalá y sea con el abogado», y pasó de largo—. Aquí es la oficina del Licenciado Selvidge, Tim Selvidge —dijo, señalando a su lado derecho la oficina vacía, aquella que perteneció a Lena por corto tiempo, «tarde, como siempre»—, es el Paisajista —sacudió su cabeza con desaprobación—. A este lado está el break room —se adentró al mencionado lugar—. Úsenlo para todo menos para dormir, igual que mi sofá —les dijo, y abrió las puertas del Ultra, aquel refrigerador ultra-grande—. Todos pueden meter comida aquí —señaló el lado derecho—, lo de aquí es de consumo común —señaló el lado izquierdo—. El freezer —abrió aquella puerta—, consumo libre para el desayuno, el almuerzo, la ocasional cena, el postre, y quizás un levantamiento hormonal —señaló el Häagen de chocolate de entre la amplia selección—, bebidas, la Cimbali —colocó su mano suavemente sobre aquel tesoro que hacía el Latte diario para Lena—. La Cimbali no es una cafetera, aquí no se bebe "agua sucia" —les advirtió, y, ante la mirada confusa de ambos, tuvo que preguntar para luego aclarar—: ¿beben café? —ambos asintieron—. Pues aquí no hay café americano, no hay agua sucia, si ustedes quieren un café americano cómprenlo en el camino… o pónganle más agua al espresso que les saque y sean el hazmerreír de todos —sonrió.



— Yulia —resopló Volterra con un tono de medio regaño—, no les metas miedo —rio, y colocó su mano sobre la mortal cafetera—, que también tenemos una cafetera normal para los que bebemos "agua sucia" —dibujó las comillas aéreas.



— Les presento al Arquitecto Volterra —sonrió, viendo a SCAD estrecharle la mano con firmeza y con un "es un placer" de por medio—. ¿Me estabas esperando para emboscarme? —rio.



— No, eso nunca —le dijo sarcásticamente mientras estrechaba la mano de Parsons—, vine por "agua sucia" —sonrió, tomando la cafetera mortal para llenar la taza que llevaba en su mano izquierda—. Pero háganle caso, no le echen más agua al espresso de la Cimbali… sino tendrán problemas —dijo, con una mirada un tanto asesina para Yulia, pues no le había creído cuando le había dicho que había contratado a los dos—. Como sea, ¿sus nombres?



— Toni Bench —dijo Parsons ante el caballeroso silencio que guardaba SCAD, porque las damas iban siempre primero.



— Lucas Meyers —sonrió él.



— Bienvenidos —repuso con una sonrisa—, estoy ansioso por trabajar con ustedes —dijo, y se volvió hacia Yulia—. Ya firmé lo que querías que firmara.



— Gracias.



  — Bueno, sigan con su tour —les dijo a los tres, pero fue él quien se retiró.



— Ése es mi jefe —dijo Yulia—, por lo tanto es su jefe y el que tiene el nombre en la puerta.



— Se ve amable —comentó Parsons.



  — Y lo es —asintió, «pero sé que ahorita tiene ganas de matarme»—. En los gabinetes están la vajilla, los vasos, las tazas, las galletas… si quieren tener su propia taza, la colocan en la parte inferior del segundo gabinete —lo señaló, porque era el gabinete que compartía con Lena—, y, si usan la vajilla, por favor lávenla —dijo, y empezó a caminar nuevamente por el pasillo—. Oficina de la Arquitecta Ross, Nicole Ross, Arquitectura Comercial —señaló la oficina vacía—, ella está de baja por maternidad —dijo como dato adicional, y, en ese momento, se acordó de que tenía que comprar algo para Michelle, la todavía-no-nata, pues, hasta ese minuto, Nicole todavía seguía en trabajo de parto—. Y aquí —se acercó a la oficina que estaba habitada por la única persona por la que Volterra podría haber titubeado deshacerse de Yulia en algún momento, y llamó a la puerta—. Arquitecta Belinda Hayek —sonrió, y Belinda, como si se tratara de una copa, levantó su vaso de Starbucks—. Arquitectura Sustentable e Histórica, y Arquitectura Residencial. Belinda, ellos son la Licenciada Bench y el Licenciado Meyers.



  — Sólo Lucas —murmuró el dueño de aquel nombre.



  — "Sólo Lucas" y Licenciada Bench —dijo Belinda para sí misma.



— Después puedes enfermarles la cabeza con historias de terror sobre mí —elevó su ceja derecha, y, con un gesto, hizo que el tour continuara—. La oficina de la Arquitecta Rebecca Fox —señaló a su lado derecho, y se abstuvo de entrar a la oficina al ver que la mencionada estaba al teléfono—. Arquitectura Urbana y Residencial —dijo, y siguió caminando.



  — Arquitecta —la llamó SCAD con ciertas reservas.



— Dime.



  — ¿Cuál es su especialidad?



  — Arquitectura Residencial y de la Hospitalidad —sonrió.



— ¿Y el Arquitecto Volterra? —preguntó Parsons.



  — Arquitectura Residencial y Comercial, y es el encargado de las restauraciones.



— ¿Sólo ustedes dos habla italiano? —preguntó la curiosidad de SCAD.



— No —sacudió la cabeza—. La Licenciada Katina y el Ingeniero Segrate también hablan italianos, pero sólo el Arquitecto Volterra, la Licenciada Katina, la Arquitecta Hayek, y yo hablamos italiano —sonrió—, y la Licenciada Bench —la señaló con un gesto amable.



— Toni —le dijo Parsons—. "Licenciada Bench" es muy largo, "Toni" está bien —y Yulia sonrió, «Toni, Parsons, Bench, lo que sea menos "Licenciada Bench"; gracias».



— Continuemos —suspiró, y abrió la puerta de la enorme oficina de los ingenieros—. Ingeniero Clark Windham, Ingeniero Electricista y Estructural —señaló el escritorio vacío—. Ingeniero Robert Pennington, Ingeniero Estructural y de la Edificación —señaló a Pennington, quien estaba demasiado concentrado en su monitor, tan concentrado que no se había dado cuenta de que tenía visitas—. Y el Ingeniero David Segrate, Ingeniero Estructural —resopló—: tiene obligaciones cívicas —«y por eso amo no ser ciudadana».



"Obligaciones cívicas" significaba nada más y nada menos que "servicio de jurado", algo que era la máxima expresión de lo que una relación amor-odio era.



Mientras algunas personas consideraban que era más justo ser juzgado por un jurado y no por un juez, y que era lo más importante del sistema de justicia estadounidense, y había jurados que, al terminar su deber cívico, salían con una abstracción más positiva del sistema de justicia que cuando habían tenido que entrar por las puertas de la corte. Claro, mientras se restauraba la fe en el proceso y en el sistema, estaba el odio por ser una obligación que llegaba como la suegra abrumadora e invasiva: sin avisar.



Siendo precisamente una de las razones por las cuales no optaba por la ciudadanía, porque le parecía extremadamente tedioso ausentarse de su trabajo y de su vida para departir unos cuantos días con personas desconocidas que podían o no tener buen juicio, entendía la importancia del «blah, blah, blah, hablemos de Segrate mejor».



Bueno. Un jurado puede recibir hasta cincuenta dólares en paga luego de diez días de juicio, a eso se le agrega que se les reembolsa el gasto de transporte y los costos de estacionamiento, y cubren las comidas y el alojamiento si se tienen que quedar la noche entera. Claro, está en el empleador si le paga o no esos días ausentes a la persona que tiene dicha obligación, no es ilegal no pagar esos días, y por eso es que la mayoría de personas detesta tener que atender a ese tipo de eventos cívicos.



Pues Segrate había llegado al límite del tiempo que Volterra lo había necesitado como "consultor particular" al haber entregado ya el proyecto en el que había estado trabajando con él, lo que significaba que estaba a punto de firmar contrato de plaza fija a tiempo completo, pero, entre un contrato y otro, había llegado su obligación cívica como por castigo financiero, y eso sólo significaba una interrupción salarial de casi mil dólares. Eso no era vacación. Y quizás no era que le fascinaba su trabajo, pero el apartamento en Chelsea no se pagaba solo y era lo que iba a ocasionar un sudor por estrés al estarse atrasando quién-sabía-cuántos-días en el proyecto que lo sacaría de las deudas de tarjetas de crédito.



— Y aquí —señaló él con sus dedos índices; un dedo sobre cada contrato—. Y eso es todo —sonrió para Yulia, a quien no tenía que alcanzarle ningún bolígrafo, pues ella firmaría con su propia tinta bajo la firma de Volterra y contrario a la firma de cada uno de sus hijos.



  — Gracias por hacerlo tan rápido, John —le agradeció Yulia mientras dibujaba en tinta azul, porque jamás se debía firmar un documento legal en tinta negra.



— Para eso me pagas —rio, viendo a Yulia cerrar ambos contratos para alcanzárselos a Gaby, quien había permanecido invisible hasta ese momento, y, a cambio de los contratos y de los NDAs, le alcanzó las dos carpetas que le había pedido—. Por favor, saluda a Lena de mi parte —dijo, abotonando su perfecto saco gris.



— Lo haré —sonrió—, saluda a Molly de mi parte —reciprocó el gesto por simple educación.



— Si te menciono empezará a insistir en que te contrate —sacudió su cabeza con cierto pánico.



— Yo no me quejo —frunció su ceño al no verle nada de malo.



— Ahorita eres tú o los siete meses que restan de vitaminas, y ginecólogo, y yoga —sacudió su cabeza junto a sus manos.



— No sabía que ibas a ser papá —sonrió con sincera alegría—. Felicitaciones —«porque por lo visto los abogados también pueden».



— Gracias —asintió con una sonrisa—, sólo no le digas nada a Molly, que se supone que es un secreto —«tampoco es como que iba a llamarla».



  — Prometo que no lo haré —repuso rápidamente.



— Bueno, creo que es mi hora para almorzar —dijo, al ver que ya era la una de la tarde y que eso sólo significaba una hora de atraso en su hamburguesa de todos los lunes, la cual comía en compañía de su Shannon, la mujer que estaba detrás de su éxito, o sea su secretaria y demás.



— Te acompaño a la puerta, entonces —le ofreció el paso con un gesto de mano.



  — No te preocupes, yo conozco el camino —guiñó su ojo, y, ante lo que Yulia no iba a insistir, le ofreció la mano, pues nunca se habían saludado ni despedido con un diplomático beso.



Yulia le estrechó la mano frente a los tres presentes, y la intensidad entre ellos era demasiado evidente, algo que dos de ellos asumieron que había algún tipo de historia entre ellos, y Gaby que sabía que era porque a Yulia simplemente no le simpatizaba más allá que por sus habilidades para ejercer la ley que le interesaba que ejerciera.  



— Hora de almorzar —sonrió Yulia para Gaby, quien rápidamente fabricaba la libreta y el bolígrafo—, ¿alguna idea?



— ¿Italiano? —propuso Gaby, sabiendo de que eso significaba que era ella quien decidiría el tipo de comida y Yulia el lugar.



— Cenaré pizza —sacudió su cabeza. Y, bueno, tal vez Yulia también decidía el tipo de comida también, pero Gaby tendría buen almuerzo y sería auspiciado por Yulia.



  — ¿Japonés?



— Eso cené ayer.



— ¿Qué tal algo un poco más local?



— Eamonn’s —asintió.



  — Buena elección.



  — Un steak sandwich con cheddar.



— Sin tomate, sin pepinillos en ninguna parte, y sin aioli, ¿verdad? —preguntó, pues, debido a la elección de té de manzanilla, debía estar cien por ciento segura, y Yulia asintió—. ¿Tarta de manzana casera irlandesa a la mode de postre?



— No, sólo el sándwich, por favor —sonrió, y se volvió hacia las dos personas que recién entraban a la planilla del estudio—, ¿y ustedes? —preguntó, pero, al obtener balbuceos y titubeos, y tartamudeos, aclaró—: "almuerzo" —rio—, es lo que se come a la mitad del día —ambos asintieron—. ¿Qué quieren almorzar?



— Lo mismo que la Arquitecta —dijo SCAD, pues, en vista de no saber qué era Eamonn’s, o qué servían en dicho lugar, le pareció que era la opción más segura y más básica para una respuesta rápida.



  — ¿Sin tomate y sin pepinillos? —murmuró Gaby mientras escribía un "x2" al lado de aquella específica orden.



— Con, por favor —sacudió suavemente su cabeza.



  — ¿Y tú? —le preguntó Yulia a Parsons.



— Un sándwich de pechuga de pollo a la parrilla —sonrió, obteniendo un par de cejas hacia arriba de parte de Yulia, pues le pareció curioso que supiera que eso existía en el menú a pesar de no haberlo visto, y eso no era más que una movida relativamente astuta de Yulia—, sin pepinillos, por favor.



— ¿Postre para alguno? —sonrió Yulia.



— No, gracias —murmuró Parsons, «pues claro, con las cincuenta libras que pesa… dudo que coma algo por lo que valga la pena engordar», pensaron Yulia y Gaby al mismo tiempo.



— ¿Y tú? —se volvió hacia SCAD, quien tenía demasiadas ganas de pedir el pie de manzana que Gaby había mencionado—. Gaby, creo que Lucas querrá probar el Apple pie —dijo ante la asustadiza mirada del mencionado, además, ella sabía que dos metros debían alimentarse en una razón matemática de bocado:centímetro



— ¿Algo más?



  — Pide algo para ti, por favor —sacudió la cabeza, y Gaby, con un mudo asentimiento, se retiró para hacer aquella llamada—. Ahora, antes de mostrarles esto —dijo, colocando las dos carpetas sobre la mesa, las que Gaby le había entregado hacía unos momentos—, sólo quiero que sepan que no suelo trabajar bajo incertidumbre o ignorancia… no espero que sepan todo ni que tengan todas las respuestas, y prefiero escuchar un "no sé" a correr un riesgo innecesario, ¿de acuerdo?



Yes, ma’am —repuso SCAD, sabiendo perfectamente de que ese comentario había sido con él, aunque Yulia lo decía por ambos; para reprender y para advertir, pero Parsons no se dio exactamente por aludida.



Bien, entonces—sonrió, deslizando las carpetas por encima de su escritorio—. Estos son los dos proyectos por los cuales prácticamente firmaron el NDA —dijo, y se dejó caer sobre su silla de nuevo—. Estúdienlos —suspiró, viendo cómo, rápidamente, Parsons tomaba la primera carpeta para que SCAD se tuviera que conformar con la segunda—, y, si tienen preguntas… por favor pregunten —dijo, volviéndose a su monitor para hacer lo que nadie esperaba.



Oh… my… God… —resopló SCAD—, ustedes están a cargo de la Old Post Office.



Nah, eso no puede ser—rio Parsons con cierto aire despectivo, tanto para el estudio como para SCAD, algo a lo que la ceja derecha de Yulia reaccionó con profunda ofensa, «ese "nah", tan desdeñoso».



— ¿Por qué no puede ser? —preguntó esa ceja tan hacia arriba de Yulia.



— Trump trabaja con HBA —se encogió entre hombros sin ver cómo Yulia quería colocarle las manos al cuello.



— ¿Y qué te hace pensar que no puede trabajar con nosotros?



— No le veo sentido a trabajar con dos grupos de diseñadores de interiores— le explicó, levantando la mirada.



— HBA está trabajando con nosotros, pero ellos son consultores externos —sonrió—; nosotros planteamos el concepto general, el concepto bruto, luego lo compartimos con HBA, y nosotros nos encargamos de las habitaciones y de las áreas de comida y bebida, ellos se encargan del resto.



— Creí que Trump tenía convenio con HBA —frunció Parsons su ceño.



— Y lo tienen —asintió—, nosotros nos encargamos de sus proyectos a un nivel de Tri State Area —sonrió—; Nueva York, Nueva Jersey, y Connecticut, pero eso no nos limita a expandirnos a toda la costa este… en especial cuando HBA no tiene oficinas de este lado.



— Entonces sí son ustedes los que están ambientando la Old Post Office —exhaló Parsons.



— Sólo las áreas que mencioné —asintió Yulia—, y no es tanto "nosotros" sino la Licenciada Katina —dijo, señalando aquel escritorio vacío, y esperó que, así como ella, estuviera a punto de almorzar, o por lo menos que estuviera a punto de comerse algo tan sustancial como una galleta o un trozo de goma de mascar—. Como sea, esas carpetas no van a salir de esta oficina… así que véanlas, estúdienlas, memorícenselas, y hagan lo que sea que se necesite para no tener más atrasos de los que son inevitables.
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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 6 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por VIVALENZ28 12/13/2015, 2:15 am

Ella se devolvió hacia el monitor con el vaso de Pellegrino en su mano derecha, y, a sorbos, jugó con los clics y con las teclas hasta poder escribir, con la mano izquierda, un «espero que ya hayas comido, o que estés comiendo, o que estés por comer» que le tomó cuarenta segundos exactos, y, sin esperar respuesta, porque se imaginaba que su pelirroja favorita estaba ocupada, digitó un "receta de pizza gruesa" en Google.



Buscó entre las mil y una recetas que eran tan pertinentes como impertinentes, y sacó la famosa receta de salsa de tomate de la única mujer a la que le tenía pánico: su mamá.



«Levadura, porque no sé si tenemos levadura en casa. Seguramente tenemos, pero no sé en dónde. Leche en polvo, porque tampoco sé si tenemos de eso. Tenemos agua, azúcar, sal, aceite de oliva por supuesto, pero, ¿extra virgen o no? De igual forma tenemos de las dos. Y mantequilla también tenemos. Queso mozzarella: bastante. Y la salsa son… tres ajos que no sé si tenemos, una cebolla que no sé si tenemos y que, mierda, me va a tocar a mí cortarla y picarla. Media taza de caldo de pollo, crushed can tomatoes, una cucharada de pasta de tomate, y diez hojas de albahaca. Orégano sí tenemos. Cómo no. Y champiñones, pimiento verde, y cebolla morada», y escribió lo que no tenía y lo que no sabía si tenía en un mensaje para Gaby, porque no tenía ganas de hacer escala en ningún lugar, pues eso sólo significaba que la levadura tendría menos tiempo para hacer su reacción.



De repente, justo en cuanto abría lo que había logrado avanzar durante el fin de semana, le llegó la inesperada respuesta de la pelirroja de nombre y apellido perfecto. "Te pediría uno sin berenjena Wink", y era una fotografía que cabía bajo la categoría de "food porn" que no era sugestiva en ningún sentido; tres pinchos de verduras a la parrilla, que, en lugar de palillos, habían utilizado tallos de romero para empalar un tomate, una lasca de zucchini enrollada y una lasca de berenjena enrollada, y una pechuga de pollo al limón y a la mantequilla a la plancha. Y, "bon appétit" con alivio, porque la pelirroja se alimentaba por obra y gracia de que los jefes tenían que comer a una hora que todavía podía considerarse almuerzo.







La noticia, porque eso lo consideraba, la relajó de la misma forma que el último beso; era algo temporal, era como el efecto adormecedor del alcohol, como una Advil. Y, entre el steak sandwich que sabía exactamente al recuerdo de la primera mañana que Lena había amanecido en su cama con actitud postcoital y con ganas de más, que quizás había sido por eso que la idea del steak sandwich le había parecido tan lógica; al menos algo con sabor a Lena tendría, y el ataque de inspiración que había tenido, cometió el delito de trabajar y comer al mismo tiempo, porque odiaba ensuciar el teclado a pesar de que la tecla del espacio, la "O", la "N", el "alt", y la manzana, eran las que más sufrían sin importar la calidad de la limpieza o de la falta de, y, en esa ocasión de que la ciabatta tenía harina espolvoreada, sabía que no importaba cuánto se limpiara y se sacudiera las manos y los dedos, algo quedaría en las teclas y entre ellas, pero no podía costearse un malgasto de inspiración.



Entre pausas cortas que tenía que tomarse para dejar que el programa hiciera sus maravillas (que guardara todo), porque no iba a dejar que se perdiera algo tan orgánico, se dispuso a observar a ambos prospectos desde un punto de vista muy suyo, muy personal, no como Arquitecta Volkova sino como Yulia, como la persona que no gozaba de los prejuicios ni de los juicios apresurados a pesar de no estar exenta de su uso o de su abuso. Quizás era porque creía que las primeras impresiones eran precisamente eso: génesis de juicios apresurados, pues los prejuicios habían nacido en las respectivas hojas de vida. Pero tampoco descartaba la esencia y la función de ellos; daban una idea, errónea o no, sobre alguien. Por algo existían los estereotipos; algo verdadero debían tener.



Lucas era como una versión actualizada de Phillip: alto, con la masa muscular justa para no ser un enclenque y para tampoco ser un modelo de portada de Men’s Fitness, sureño y con acento relativamente estandarizado pero con expresiones muy propias de la región, como si pudiera decir "alright, alright, alright" como Matthew McConaughey, no como Phillip. Él era más auténtico, y tenía ese "yes, ma’am" y ese "no, ma’am", lo que significaba que probablemente decía "y’all", "my momma", "dayum", "bless his/her heart", y la más temida: "sugar" como en "ven aquí y dame un poco de azúcar". Algo que Phillip jamás diría. Y era quizás por eso que a Yulia le parecía que era «dulce», además de que tenía un aire muy ligero en él como si su mantra se resumiera en caballerosidad, lo contrario a problemático, y la terrible costumbre de escuchar la palabra "no", que era por eso que se asustaba cuando escuchaba un "sí". Claramente tenía su ego, algo que todavía no se podía ver si era con mayúscula o con minúscula, y definitivamente tenía una gran seguridad en sí mismo al vestir lo que vestía, cosa que sólo delataba la calidad de su self-marketing con pinceladas Hipster, lo cual estaba bien al ser joven; sólo evidenciaba que se mantenía al tanto. Preguntaba para saber, para alimentar su curiosidad, para entender, para tener una idea, y para aprender. Preguntaba sobre materiales, sobre estética, y sobre tecnicismos. Preguntaba sobre la relación de peso posible y peso ideal, pues sabía que, cuando de transporte marítimo se trataba, el peso era un factor muy importante, y preguntaba sobre el presupuesto, sobre el proceso de diseño, sobre el trato con el cliente, sobre el cliente en sí en vista de que no tenía idea del mundo de los cruceros. Tenía una curiosidad que era importante, que era vital para el crecimiento y la maduración de la pericia, y, junto a eso, debían ser sumados su talento para la ilustración y sus habilidades interpersonales. Faltaba evaluar la calidad del supuesto "buen gusto" y la habilidad para la planificación espacial; dos cosas que Yulia consideraba que eran esenciales para el sano ejercicio de la profesión, pues eran las únicas dos cosas que no podían enseñarse, era para lo que debía tenerse vocación. El resto de cosas se podían enseñar: la ilustración, las mil y una formas de mimarle el trasero al cliente para hacerlo sentir único y especial, las mil y una formas de sigilosa persuasión porque el cliente no siempre tenía la razón, los parámetros de un estilo en especial, la organización, y el proceso de diseño.



Por otro lado, Parsons no era necesariamente lo contrario a Lucas, no eran antónimos, pero estaban a pocas características de serlo.



Graduada de escuela privada, y que Parsons costaba cuarenta mil dólares al año; era una inversión de casi doscientos cincuenta mil dólares en ser vocera de Pediasure y de una vitalicia campaña contra la desnutrición, pero que caminaba en Christian Louboutin y que cubría sus flacas y frágiles piernas en un Balmain de casi mil dólares.



Dejando a un lado su precaria condición física, de alguna manera le acordaba a sí misma, sólo que ella nunca tuvo ni vestiría un jeans como el que ella vestía sin importarle que fuera Balmain o Levi’s; prefería un jeans de una talla equivocada sobre un jeans roto.



A ella se le notaba el ego, un Ego con mayúscula, quizás correctamente fundamentado o quizás no, pero aparentaba saber todo sobre todo, o al menos eso creía Yulia al no escuchar ni una tan sola pregunta de ella. Aunque también tuvo que considerar la opción de no querer quedar como una ignorante.



Había comido su almuerzo en silencio y sin tocar la carpeta del proyecto de Oceania, porque SCAD había tenido la suerte de tomar el de la Old Post Office, y ella no quería ensuciar los renderings así fueran sólo fotocopias. Y había comido despacio, como si hubiera estado luchando con su sándwich de pollo y con las papas fritas, pero luego se había ensimismado en lo que parecía ser un análisis a fondo de lo que Yulia le había explicado que era la mitad que ni siquiera era la oficial porque Lena estaba intentando hacer que los clientes cambiaran de parecer: las mil y una formas de persuasión.



Supuso que la diferencia en personalidades, en carácter, y en habilidades, haría de la experiencia para ellos, y para ella misma, algo más interesante a pesar de no necesariamente ser más enriquecedora, pues, de haber sido por ella, no dejaría a nadie encargado del departamento que tanto atesoraba porque era lo que tenía en común con Lena y era lo que había funcionado entre ellas antes que todo lo demás.



— Pronto —contestó Yulia el teléfono de su oficina, sintiendo cómo ambas miradas se clavaban en ella por reflejo a pesar de no querer curiosear. O quizás sí.



— ¿Se te arruinó tu teléfono? —gruñó Natasha—. Porque es la única excusa que acepto.



  — ¿De qué hablas? —frunció su ceño, tomando su iPhone del escritorio para ver la pantalla.



— Te he llamado nueve veces.



— Trece —la corrigió al hacer la suma entre teléfono y FaceTime, y decidió no sumar las dobles cifras que estaban en su Whatsapp y en sus mensajes—. Lo tenía en silencio, ¿qué pasó?



— ¿Sabes por qué quería almorzar mi papá conmigo? —ladró agitadamente para luego gritar "Taxi!" con la mano arriba.



— ¿Porque eres su única hija y quería verte? —se encogió entre hombros.



  — ¡Para ofrecerme trabajo! —refunfuñó, y pareció que pataleaba a media calle por revivir el momento en su cabeza y porque ningún taxi se detenía frente a ella—. ¡Era un almuerzo de negocios!



Hey, hey, reduce la velocidad....y respira poar el amor de dios—murmuró con su ceño fruncido, y escuchó cómo Natasha se tomaba un segundo para respirar profundamente—. Que pasó?



— La mujer de recursos humanos quiere despedir al Gerente de Risk Management and Workplace Safety —suspiró, volviendo a levantar su mano en lo alto para, con un grito de "Taxi!", fallar de nuevo—. Porqué coño es tan difícil conseguir un taxi en esta ciudad?! —rezongó, o quizás sólo le preguntaba a Yulia un indirecto y disimulado "¿cómo consigues un taxi?".



  — ¿Para qué quieres un taxi? —preguntó un tanto extrañada.



  — Necesito terapia —dijo, sonriendo ante el taxi que se detenía frente a ella.



  — ¿Y en dónde está Hugh?



— Comprándole las mierdas a Phillip —espetó, y estuvo a punto de estallar en furia porque un irrespetuoso cristiano, que definitivamente no era buen cristiano, le había robado el taxi justo frente a sus narices—. Odio. Al. Mundo —gruñó.



— Respira de nuevo, por favor —intentó calmarla sin la carcajada que la estaba atacando por dentro—. ¿En dónde estás?



  — Jean Georges.



Es un paseo de quince minutos a Bergdorf… —sonrió—. Camina



En Louboutin —resopló—. Estás loca.



No era una petición—repuso tajantemente—. Y mientras más temprano comiences a caminar, pronto llegarás allí



Bien—respondió tal y como le había respondido a su mamá en numerosas ocasiones cuando era pequeña.



— Ahora, ¿qué pasó con el almuerzo?



— Que mi papá me dijo que la mujer de recursos humanos quiere despedir al Gerente de Risk Management and Workplace Safety —repitió.



  — ¿Y… y eso qué tiene que ver contigo?



— ¡¿Verdad?! —elevó sus manos en lo alto, haciendo que una que otra persona le clavara la mirada por la calidad de su efervescencia.



— Dijiste que te ofreció trabajo —rio nasalmente—, ¿te ofreció el trabajo del hombre al que quieren despedir?



  — No te pierdes mucho,verdad?



— Estás insoportable —sacudió su cabeza.



— Se me juntó el PMS con esto —se excusó.



— Lo que no entiendo es por qué te enoja que te lo haya ofrecido —frunció su ceño.



— Él piensa que tengo demasiado tiempo entre las manos —«¿desde cuándo es eso malo?»—, que por tener tanto tiempo sin hacer nada es que me he obsesionado con mi suegra.



  — Eso no suena a tu papá —resolvió decir, pues supuso que no era momento para decirle que Romeo tenía "quizás" un poco de razón.



  — Ah, pero lo dijo —agradeció la falsa empatía que se escondía tras el comentario—. El problema no es que tengo demasiado tiempo entre las manos, el problema es mi suegra.



— Cierto, es una persona difícil —dijo, escogiendo decir la verdad como por media evasiva.



— Él no le resta la dificultad que presenta el carácter de mi suegra, es sólo que piensa que convivo demasiado tiempo con ella porque no tengo nada que hacer —«"nada que hacer"… auch, eso es duro»—. ¡Y me lo dice cuando la mujer ya se va a ir!



— Entonces, ¿qué es lo que te molesta? —frunció su ceño—. ¿Lo que te dijo, cómo te lo dijo, o que no te lo dijo antes?



  — No soy un proyecto de caridad.



Claro—repuso su inconsciente con cierto cinismo de por medio—. No creo que esa sea la forma en la que debas tomarlo.



  — ¿Y cómo lo voy a tomar?



— Como que cree que puedes hacer el trabajo —se encogió entre hombros, viendo de reojo que ambos prospectos habían decidido regresar a las carpetas.



— ¿Sí sabes que su nombre está en la puerta, verdad?



— Sí, y también sé que el nepotismo no es algo que tu papá ejerce —dijo el inmenso respeto que le tenía a esa inmaculada figura paterna.



— Bueno… —repuso en su pequeñita voz—, no me ofreció la plaza directamente… me dijo que le enviara mis documentos al Gerente de Recruitment & Selection, and Employee Relations.  



— ¿Y le vas a enviar los documentos al fulano ese? —preguntó, ahorrándose el nombre de su departamento.



— ¿Tú qué crees?



  — ¿Que no?



— Si no los envío tendré que escucharlo de nuevo.



— Supongo que la pregunta real es si quieres trabajar allí, no si tu papá va a estar complacido —le dijo, porque sabía que Romeo no era del tipo de persona que buscara ser complacido de esa forma, mucho menos cuando se trataba de su hija—. Además, tú no eres una people-pleaser.



— Las hormonas me van a terminar matando un día de estos —rio relajadamente.



— Dímelo a mí.



— ¿Cómo va tu día sin Lena? —le preguntó con buenas intenciones.



— Exasperante —suspiró—, pero encontré la forma de distraerme.



— Ah, con tu cagadita de Parsons, ¿verdad? —rio.



  — Y uno más —asintió, aunque tuvo que detenerse a considerar si realmente Parsons era una versión más joven de ella, y estalló en una carcajada interna, «NO».



— Ah, ¿tu cagadita tiene competencia? —Yulia sólo rio en omisión de una respuesta verdadera—. ¿Y los contrataste a los dos o sólo es que lo estás considerando?



— Sí —respondió, sabiendo muy bien que no era una respuesta de "sí" o "no".



— Los tienes a los dos en tu oficina —elevó ambas cejas.



  — En la cara —asintió.



— ¡Estás ocupada! —exclamó, dándose cuenta de que Yulia estaba trabajando y que era quizás por eso que no le había contestado a sus absurdos llamados de emergencia.



— No exactamente —frunció su ceño, escuchando cómo a Natasha le vibraba el teléfono en la oreja.



— Espera un segundo —dijo para poder ver quién se atrevía a interrumpir aquella conversación tan profunda, y no era nadie molesto sino Phillip con un "Tengo tres llamadas perdidas. Estaba en una reunión. Te he llamado tres veces y no contestas. ¿Estás bien?"—. Es Phillip —rio.



Esa es mi señal! —repuso Yulia con una risa nasal.



  — Sí, pero, antes de que me cuelgues, ¿a qué hora sales de la oficina?



— No antes de las cinco, ¿por qué? —frunció su ceño ante la pregunta que tenía demasiado tiempo de no escucharle.



  — ¿Y Lena a qué hora regresa?



— No tengo idea, ¿por qué? —hizo énfasis en su interrogante.



  — Curiosidad —rio como niña adolescente.



— Sólo alértame si lo haces —sacudió Yulia su cabeza, sabiendo perfectamente bien por dónde iba con esas preguntas.



— Ni en tu cama, ni en el piano, ¿cierto? —«Mjm»—. Bueno, ha sido un gusto haberte interrumpido —rio—. Dejaré trabajar a los que trabajan —dijo como si estuviera burlándose, en parte, de sí misma por no tener un trabajo, motivo primordial de la llamada.



— Sólo avísame, ¿de acuerdo?



Lo haré —y colgó sin despedirse, pues las probabilidades de que la vería luego sólo crecían con los segundos, y llamó al hombre que tomaba más de una llamada perdida como una situación muy grave porque su costumbre era devolver todas sus llamadas.



Pero sólo sonaba, y sonaba, y sonaba, y él no contestaba. Lo cual simplemente significaba que había regresado a una reunión o que simplemente no podía contestar por A o por B motivo, porque hasta cuando estaba en el baño contestaba. Al menos a ella le contestaba.



Arrojó el teléfono en la profundidad de su bolso y continuó caminando con la cabeza agachada pero no por estar derrotada, o avergonzada por la ridiculez de su molestia con Romeo, aunque debía aceptar que lo había sacado de proporción, y quizás sólo había necesitado que le dijeran que no era caridad paternal, que no era caridad en lo absoluto; veía hacia abajo porque quería asegurarse de que sus Kashou Louboutin no pisaran ninguna desgracia, o que se rozaran con otra, peor si se trataba de sus dedos.



La pregunta central era prácticamente la que Yulia le había planteado: ¿quería ella trabajar allí? Definitivamente la idea de estar al frente de la Gerencia de Risk Management and Workplace Safety no sonaba nada mal, en especial porque era lo que sabía hacer, que sabía más de eso que de cualquier tipo de comunicación organizacional, y de contrataciones, y de políticas corporativas. Claro, esa Gerencia no estaba precisamente en lo que se entendía por Recursos Humanos sino en Políticas Corporativas y Operaciones Administrativas, pero caía bajo el imperial régimen del Gerente Ejecutivo de Recursos Humanos. Si se hablaba de la pirámide jerárquica del Departamento de Recursos Humanos, ella estaría en el tercer escaño de cinco. Si se hablaba de la pirámide jerárquica de la firma en general, ella estaría en… ni siquiera quería pensarlo. Era estar realmente abajo, cosa que no le molestaba porque su ego laboral no era excepcionalmente grande.



El "pero" que le encontraba a la situación, que quizás era el más grande, era que se trataba de una firma que se encargaba de darles trabajo a mil doscientas personas, y que se trataba de una rigurosa práctica de leyes, y ella de leyes sabía lo poco que alguna vez había aprendido de Romeo mismo pero que se limitaba a "Corporate Law" y a una que otra cosa de "Immigration Law" desde que conocía a Yulia. De lo demás no sabía nada, y por lógica una firma de leyes funcionaba distinto a un canal de televisión, o a un programa de televisión, o a una compañía de Relaciones Públicas.



Aunque, en realidad, la pregunta real era si quería trabajar o no en lo absoluto.



El solo pensamiento la hizo sacudirse en un escalofrío, pues le daba vergüenza considerar que el "no" tenía peso significativo, y tampoco encontraba mucho confort en el hecho de que no era un "couch potato" por el simple hecho de que iba al gimnasio. Pero, por alguna razón, encontraba cierta satisfacción en lo que Yulia le había enseñado como "dolce far niente". Ah, el arte y el placer de hacer nada. Tenía tiempo para almuerzos con su papá, para salir a media mañana con su mamá, para ir al gimnasio y no dejar que la monumental hartada del food truck tuviera la intención de manifestarse alrededor de su cintura o de sus caderas, y para leer cuanto Tolstoy y cuanto Kafka se le diera la gana. Hasta le gustaba que tenía tiempo para soportar a su suegra, cosa que parecía contradecir su aversión hacia ella. Y le gustaba que, en el verano, tendría tiempo para atacar el Yankee Stadium, y en el otoño Flushing Meadows, quizás y en invierno el MetLife Stadium también (única razón por la que iría a New Jersey).



Jesus Christ! —se asustó ante el repentino bloqueo humano contra el que había chocado por ir ensimismada viendo hacia abajo, pero, antes de ver a su agresor, o a su víctima, a los ojos, frunció su ceño ante los zapatos—. Decir que tienes miedo a la mierda de mi sería el eufemismo del año —le dijo al par de Ralph Lauren negros que se plantaban justamente frente a sus Louboutin pero sin rozarlos.



— Lo siento —sonrió, encontrándose con la mirada de ojos cafés—. Acabo de comprobar la precisión de este app —rio, mostrándole el mapa que estaba en su teléfono y que, en una burbuja, mostraba la fotografía asignada para ella—. Extraordinario.



  — Eso explica el cómo me encontraste —asintió un tanto divertida por las habilidades de stalker que tenía su esposo—, pero no explica el por qué me buscaste.



— Me dejaste tres llamadas perdidas; algo tenía que estar triplemente mal —dijo como si eso no fuera evidente—. Y no contestaste mi mensaje…



— Te llamé, pero tú no contestaste —frunció su ceño, y Phillip, con una sonrisa, llevó su pulgar a su frente para relajar su ceño.



— Venía por la esquina —se encogió entre hombros—. Supuse que no había necesidad de contestar —dijo, haciéndola sonreír—. ¿Estás bien? —ladeó su cabeza hacia un lado, y Natasha decidió asentir en silencio en vista de la vergüenza que le daba explicar el porqué de las tres llamadas perdidas—. ¿Por qué llamaste tres veces?



— No fue nada —se sonrojó.



— Debe haber sido algo —«algo muy grave»—. Sabes que puedes decirme.



— Yulia no contestaba —susurró inaudiblemente.



— Habla más fuerte que no te escuché —sonrió, tomándola de las manos.



— Necesitaba hablar con alguien y Yulia no contestaba —se sonrojó todavía más.



— ¿Cómo se atreve a no contestarte? —dijo un tanto enternecido—. Yulia mala —rio, y llevó sus manos a sus labios para besarla—. Entonces, ¿estás bien?



— Sí, es sólo que tuve una reacción desproporcionada… pero ya racionalicé un poco —asintió.



  — Qué bueno —optó por no preguntar, pues sabía que en algún momento le diría algo al respecto, o quizás no.



— ¿Qué haces aquí?



— Ya te lo dije —rio, escogiendo su mano derecha para tomarla con su mano izquierda y empezar a caminar en la dirección en la que ella caminaba antes de haber sido interceptada.



— Sí, sí, pero, ¿qué haces en Midtown? —frunció su ceño—. ¿Qué haces en Midtown con frontera a Central Park?



— Estaba en un almuerzo con unos clientes —sonrió—; en Kingside.



— ¿Qué comiste?



— Entraña a la parrilla —respondió rápidamente—, sabes que es lo único que puedo comer allí.



— Kingside no suena al restaurante al que llevar a comer a un cliente —comentó al azar.



— ¿Qué te puedo decir? —se encogió entre hombros, y llevó su mano libre a arreglar el nudo de su corbata azul grisáceo dentro de su traje gris oscuro—. Al cliente le fascina la bolognese con conejo.



Jesus… —suspiró ante la confusa elección—. Yo no he vuelto a ir desde que mi mamá les dio una mala review —rio, que había sido por los cavatelli bolognese con conejo que se la habían ganado.



— No te pierdes de nada —sonrió—. ¿Qué comiste tú?



Beef tenderloin con una crepe de gruyere y espinaca.



— ¿Y de postre?



— Torta de chocolate con helado de vainilla —sonrió ampliamente.



— ¿Rico? —preguntó, pero, antes de que Natasha pudiera responderle, dijo—: Es Jean Georges, claro que estaba rico —y ella asintió—. ¿Hacia dónde caminamos?



— No lo sé —rio—, ¿hacia dónde caminas tú?



— Hacia donde camines tú —se encogió entre hombros, y soltó una carcajada mientras desabotonaba su saco y pasaba su brazo por los hombros de Natasha.



— ¿A qué hora tienes que estar de regreso en la oficina? —lo vio un tanto hacia arriba por la minúscula diferencia de estaturas.



  — ¿A qué hora quieres que regrese a la oficina? —sonrió con tanta perfección que Natasha casi da un paso en falso por la debilidad de sus piernas—. Sabes, creo que mi mamá salió a almorzar.



— Qué comentario tan… "sugestivo" —rio, «porque a eso es a lo que hemos llegado: a que la ausencia de su mamá sea una provocación sexual».  



  — Podrías haberme dicho que querías que te follara? —ladeó su cabeza hacia la derecha, y Natasha ensanchó la mirada mientras se coloreaba de rojo e intentaba no ahogarse con su propia saliva y el oxígeno en sus pulmones—. No suena muy bonito, ¿verdad?



— No sé si "bonito" sea el término correcto —balbuceó.



— Te estás desviando de lo importante —rio—. ¿Quieres que me tome la tarde libre o no?



— ¿Exclusivamente porque tu mamá no está?



— Sólo estoy preguntando si quieres que me tome la tarde libre —se encogió entre hombros.



— Si te digo que sí, ¿qué haríamos? —elevó ambas cejas—. ¿Lo insinuado?



  — Podríamos hacer eso, sí —asintió—, o podríamos jugar un poco de Dance Central… quizás te gano en "Funky Town" o quizás me ganas en "Commander".



— Tú, bailando "Commander"… —suspiró.



  — Paso por homosexualísimo, ¿no crees? —se carcajeó.



  — Al punto que me asusta —asintió—. Con esa y con "On The Floor".



— ¿Qué te puedo decir? "Jenny from the Block" me saca eso que asusta a cualquiera… además, yo no me quejo cuando sacas a tu Ciara interna.



— Está bien, está bien —rio un tanto avergonzada, porque con su "Ciara interna" era que lograba un noventa y uno por ciento en "Get Low" en el nivel más difícil—. ¿Cuánto tiempo tenemos de no jugar eso?



  — No sé —le dijo, dándole un beso en su sien—, y eso te debe dar una idea de cuánto tiempo tenemos de no jugarlo.



— ¿Cuánto tiempo tenemos de que la ausencia de tu mamá sea algo sugestivo?



  — Lo suficiente —rio un tanto avergonzado.



  — "Y eso te debe dar una idea de cuánto tiempo tenemos de no jugarlo" —lo remedó.



— Buen punto —asintió—. Pero mírale el lado bueno…



— ¿Hay un lado bueno? —dejó caer un poco su quijada en asombro.



  — Se va hoy… o, si no se va hoy, se va el miércoles.



— Sí… —«porque si he esperado una eternidad para que eso suceda, "¿cómo no puedo esperar dos días más?". Eso es pedirme simplemente demasiado».



— Entonces, ¿debo decirle a mi secretaria que no regresaré a la oficina? —interrumpió su refunfuño mental.



— La ausencia de tu mamá, por muy sugerente que sea… supongo que también puede esperar hasta la noche… —sonrió—. Pues, porque soy optimista y creo que hoy en la noche se va —se encogió entre hombros, pero su optimismo no era más que una de las mentiras más grandes.



— Entonces cancelaré mi tarde en la oficina.



  — ¿Por qué?



  — Porque quiero asegurarme personalmente que se suba al avión —sonrió para el gusto de su esposa, porque él entendía lo abrumadora que podía ser su mamá; hasta él la encontraba un tanto-demasiado insoportable todo el tiempo, o quizás sólo era que no estaba acostumbrado a convivir con ella—, y porque me dieron ganas de pasar la tarde contigo… a menos de que me quieras en la oficina porque tienes algo mejor que hacer —elevó ambas cejas.



— No, no tengo nada que hacer —sacudió su cabeza, no pudiendo evitar que su subconsciente le gritara la tergiversación de las palabras de su papá.



— Perfecto —sonrió, materializando su teléfono para cancelar su tarde—. Ahora, cuéntame algo.



Realmente no había mucho para contar, quizás no había nada para contar ni para decir porque, tal y como su subconsciente se lo había acordado hacía pocos segundos, ella no tenía nada que hacer; ni "que", ni "para", ni "por" hacer. «Muy triste, en realidad». Ella dormía, comía, bebía, lidiaba con sus necesidades fisiológicas, pasaba tres horas en el gimnasio entre ese tipo de Zumba que el instructor, el puertorriqueño, llamaba "Tumbao" porque podía ser más bien una clase de baile urbano latino que iba por la línea del "fitness", clase que tomaba porque a esa hora sólo la tomaban hombres y su autoestima se elevaba hasta el cielo porque, en comparación a los hombres, sus caderas se movían como nadie y como nunca, y luego el "Brazilian Buttlift Workout", y los cuarenta y cinco minutos con Zack, el máster del spinning y sus playlists al día y con el castigo de "Work B*tch" o "Awake and Alive" cuando más de tres personas bajaban el ritmo. Casi la vida de neonato.



Pero, dejando eso a un lado, decidió contarle lo que la había hecho reaccionar de tal desproporcionada manera; el verdadero porqué de las tres llamadas perdidas.



Phillip escuchó en silencio el planteamiento de la situación, y, en el mismo silencio, escuchó el filosófico y razonable monólogo que lograba pasar por análisis.



Pensaba como Yulia, que Romeo había tenido las mejores intenciones, en especial cuando no le había ofrecido la plaza sino que simplemente le había informado de que la plaza se abriría en algún momento, y le hizo saber su posición con honestidad porque de nada le servía ser condescendiente o estar de acuerdo ciegamente con ella en ese tipo de situaciones; le servía más un punto de vista quizás no más imparcial, pero sí más objetivo, pero eso no significaba que la dejara de defender por principio matrimonial o por principio de caballerosidad.



Al final, su conclusión fue más bien un consejo de tipo "nadie te puede obligar a hacer algo que no quieres hacer", y eso significaba que, de decidirse por A o por B, habría consecuencias. Las consecuencias serían distintas, pero tenía que escoger con qué consecuencias prefería vivir. Además, si decidía hacer caso omiso a la oferta de Romeo, no podía aferrarse al pensamiento destructivo de que no hacía nada. Si era por dinero, pues para eso se había esforzado él en llegar al punto en el que estaba, un punto que le pagaba ocho cifras al año como base, más las bonificaciones, y que le daba el título de "Senior Partner". Y, si quería regresar a trabajar, no tenía que ser obligatoriamente a lo que Romeo ofrecía; el mercado laboral era lo suficientemente grande, y él también conocía a gente que conocía a gente. Pero la decisión sólo era suya, y lo que fuera que decidiera, él lo aceptaría y lo apoyaría por el simple hecho de que a él no le molestaba la versión de Natasha trabajando y definitivamente tampoco le molestaba la versión de Natasha no trabajando. Punto final.



— ¿Algo de beber? —le preguntó Phillip mientras estaban a pocos pisos de llegar a su hogar, dulce hogar—. ¿Un Martini, quizás?



— Es demasiado temprano para un Martini —sacudió su cabeza—, un vaso con agua estaría bien.



— ¿Con gas o sin gas? —murmuró asombrado, pues nunca era demasiado tarde o demasiado temprano para un Martini.



— Sin gas, con hielo —sonrió.



  — ¿Y qué quieres hacer? —«porque no es normal eso que pides».



— Quiero ir al baño, y quiero estar descalza.



  — Suena a que es un buen lugar para comenzar —se encogió entre hombros.



  — Lo es —asintió—. ¿Sigue en pie lo de Dance Central?



  — Claro que sí —rio nasalmente, y, por fin, se abrieron las puertas del ascensor—. Yo voy por las bebidas, tú haces lo tuyo, y te espero con todo listo —sonrió, aflojando su corbata mientras se desviaba hacia la cocina.



Natasha sólo sonrió en agradecimiento, tanto por el gesto de las bebidas como por el hecho de tener porcelana cerca en la que pudiera sacar los líquidos residuales de las copas de vino del almuerzo y del litro de agua previo al almuerzo.



Phillip sacó un vaso alto, le dejó ir aquel mediano cilindro de hielo que había sacado del molde de silicón, y vertió agua de la jarra que se mantenía dentro del refrigerador. Para él nada de beber.



Notó la ausencia de Agnieszka, por lo que supuso que estaría en el supermercado o doblando ropa en el cuarto de lavandería, o quizás sólo estaría limpiando por ahí. Y pasó por la vacía e iluminada sala de estar sin poder sentir el rastro del perfume de su mamá, algo que era demasiado bueno porque le sabía a una pequeña victoria de tiempo a solas con Natasha, y pasó por el área del comedor y por su cuarto de gimnasio, y, cuando estuvo frente a la habitación que en algún momento Natasha quiso que se mantuviera bajo llave, escuchó cómo, al otro lado del pasillo, parecía que estaban por desarmar el antiquísimo escritorio que Margaret le había regalado a Natasha para su cumpleaños hacía no se acordaba cuántos años, y abrió la puerta de golpe con la intención de asustar a Natasha, pues ante su conclusión de que no podía ser Agnieszka y que su mamá estaba fuera, sólo podía ser ella.



— ¡Phillip Charles! —brincó su mamá, una reacción demasiado memorable y graciosa—. ¿Intentas darme un ataque al corazón? —dijo temblorosamente con sus manos al pecho.



Madre —resopló, pero, en cuestión de un segundo, desapareció su sonrisa y su ceño se frunció—. ¿No se supone que tenías un almuerzo?



        — Tuve que cancelar, los abogados me están bombardeando el teléfono cada diez minutos con noticias, y preguntas, y qué sé yo qué más —alzó sus manos al aire.



— ¿Buscas algo en especial? —preguntó como si no hubiera escuchado nada de lo anterior, pues ese ágil y riguroso registro lo había logrado confundir desde el principio.



  — Mi pasaporte —asintió—, no me acuerdo en dónde lo guardé —dijo, regresando a su desesperado registro en las gavetas.



— Lo debes haber guardado demasiado bien —se burló—. Pero, por favor, no me arruines el escritorio… con más cariño.



— Sí sabes que tengo un vuelo programado para las cinco y veinticinco, ¿verdad? —le clavó una regañona mirada.



— No lo sabía —dijo, porque no sabía la hora, colocando el vaso sobre uno de los estantes de las libreras—, pero tenemos que encontrar ese pasaporte —sonrió, y caminó hacia el escritorio para ayudarle, porque dos podían cubrir más terreno más rápido.



— Yo busco aquí, tú busca ahí —le señaló la serie de compuertas que formaban la base de las libreras.



Yes, ma’am —murmuró, condenando su tono mandón y volviéndose hacia las primeras compuertas—. ¿Qué te hace pensar que aquí está tu pasaporte?



— Porque suelo guardar mi pasaporte en la biblioteca —dijo, como si eso no fuera evidente—, pues, en mi casa.



— ¿Qué buscas? —se asomó Natasha a aquella habitación, que, por lo entreabierto de la puerta, sólo había visto a Phillip.



— Ayudo a mamá a buscar su pasaporte —repuso, haciendo que, hasta en ese momento, se diera cuenta de que Katherine estaba presente.



— ¿Necesitan ayuda? —«Dios mío, es más desesperante que tener ganas de ir al baño».



— Toda la que se pueda —asintió Phillip—, no queremos que mamá pierda su vuelo de las cinco —le dijo con una sonrisa.



— Agnieszka está buscando entre la ropa que estaba lavando —agregó Katherine mientras sacaba una serie de carpetas genéricas de una de las gavetas, pues, de paso, registraría todo lo que no había podido registrar mientras había tenido suficiente tiempo a solas. Cosas de no pensar estratégicamente bien.



— Busquemos, entonces —suspiró Natasha, arrodillándose al lado contrario de Phillip para buscar en las compuertas respectivas.



Era de sacar, registrar, y meter cosas, de darse cuenta de qué era lo que tenía y de qué era lo que no tenía, de "¿y por qué tengo esto?", pero, a pesar de que la probabilidad de que el pasaporte estuviera ahí era tan pequeña que podía ser nula, buscó, y buscó, y buscaron, porque esa mujer se iba esa noche sí o sí, así fuera en avión o en carreta. La ansiedad era demasiada, y la desesperación se estaba saliendo de proporción tanto en Natasha como en Phillip.



— ¿Qué es esto? —frunció Katherine su ceño, y ambas cabezas se volvieron hacia ella para clavarle la mirada a la caja rosado-blanco-celeste que sostenía en su mano izquierda.



— No sé —dijo Phillip un tanto indiferente, porque, al no ser suyo, no sabía qué era, pero, en cuanto se volvió hacia Natasha, sólo vio cómo el color se le bajaba del rostro hasta dejarla pálida, pálida, y más pálida.



Prueba de embarazo—murmuró Katherine al poder enfocar la pequeña letra con su mirada entrecerrada, y Phillip sólo ensanchó la mirada. «Se me olvidaron por completo», se castigó Natasha con una que otra bofetada mental para sí misma.



Madre —balbuceó Phillip—, guarda eso que no es tuyo.



— No, yo me saqué todo eso con tu hermana —sacudió su cabeza con una risa que reflejaba el alivio de tener sólo dos hijos, los cuáles eran a veces hasta demasiados para ella a pesar de no estar tan presente en sus vidas—. ¿Hay algo que deba saber antes de que me vaya? —se volvió hacia Natasha, quien estaba sin palabras—. Dice que tiene cinco unidades, pero yo sólo cuento dos… —La mirada de Phillip sólo se ensanchó más, pues, ¿cómo no había sabido de tres pruebas ya utilizadas?



  — No —se aclaró Natasha la garganta—, nada relevante —dijo, y Katherine se encogió entre hombros con una mirada de absoluta decepción.



Pregnancy tests son, para las mujeres, como los condones para los hombres, mamá —le dijo Phillip—. Guarda eso en donde lo encontraste —sonrió reconfortantemente para Natasha, quien quería que se la tragara la tierra porque no quería darle explicaciones al hombre que la había salvado por tercera vez en el día.



— Está bien, está bien —suspiró un tanto ofendida.



Madre —frunció Phillip su ceño, y se puso de pie rápidamente—, ¿no viajaste con tu Passport card? —entrecerró la mirada.



— ¡Con razón no encuentro el pasaporte! —rio a carcajadas, algo que Natasha prefería que no hiciera porque le acordaba a Ed, una de las hienas del clan de Scar.



— Supongo que tienes que buscar en tu cartera, no en mis gavetas —se encogió entre hombros, y le tendió la mano a Natasha para ayudarla a ponerse de pie—. Será mejor que tomes esa llamada —le dijo ante el sonido que salía de su teléfono—, seguramente son los abogados —sonrió, y salió de aquella habitación con Natasha de la mano, directamente a cruzar el pasillo en silencio para encerrarse en la habitación que Natasha había querido cerrar bajo llave.



  — ¿Estás enojado? —preguntó en su pequeñita voz de vergüenza.



— Confundido —sacudió su cabeza—. ¿De cuándo son esas pruebas? —susurró, pero Natasha no pudo responder—. ¿Son recientes? —ella asintió—. ¿Qué tan recientes son?



— Me hice una el viernes por la mañana.



— ¿Por qué? —hundió sus manos en los bolsillos de su pantalón para no lanzarlas por el aire.



  — Porque voy tarde —se encogió entre hombros.



— ¿Qué tan tarde?



— Tres semanas.



— ¿Eso es bastante? —preguntó su lado ignorante, porque tanto sobre mujeres no sabía.



  — Para mí sí, en especial cuando ya se me estaba regulando el ciclo —asintió.



— ¿Tres semanas? —susurró con tono retórico, pero, a pesar de serlo, Natasha asintió en silencio—. ¿Por qué no dijiste nada?



— Porque no estaba segura, y no quería decirte nada a menos de que fuera algo concreto… te habría estresado tres veces en estas tres semanas; una vez por cada prueba.



— Pero, ¿tres semanas? —siseó—. Creí que eso ya lo habíamos hablado —suspiró, «¿que ya habíamos hablado qué?», frunció Natasha su ceño—. Se supone que no me tienes que tener desinformado —frunció su ceño—, independientemente de si es o no es.



— Lo siento —susurró cabizbaja.



— Confieso que me afecta —dijo, sacando su mano izquierda de su bolsillo para tomar la mano de Natasha y ponerla sobre su acelerado pecho, algo para mostrarle que hasta la conversación de ese momento tenía el potencial poder de aflojarle los esfínteres y de acelerarle el corazón—, pero tampoco es justo que te afecte a ti sola… esos cinco minutos de no saber… lo podríamos hacer juntos, y eso lo sabes.



— Tener un pedazo de plástico al que le ha llovido, y esperar en pareja, no es lo más romántico.



— Romántico o no, yo quiero saber.



— Lo siento —repitió con un susurro.



— No importa, sólo mantenme informado… que las sorpresas no son mi fuerte —dijo, soltándole la mano para poder él guardar su mano en su bolsillo de nuevo, y ella asintió, aunque no pudo resistirse a encontrar la ironía entre el tedio por las sorpresas y las fluctuaciones de la bolsa—. Ahora, infórmame.



— No hay nada que informar, lo que debías saber ya lo sabes —se encogió entre hombros.



— ¿Qué hay de tu retraso?



— ¿Qué con eso? —«sé que quiso decir "atraso"».



— ¿Es algo grave, es algo que debemos tratar con un doctor, es algo natural?



— No creo que haya necesidad de un doctor —respondió, pero a Phillip eso no le bastó—. Sé que estoy a pocos días de que suceda.



— ¿Y eso cómo lo sabes?



PMS.



— ¿Estás segura?



— ¿Qué es lo que quieres escuchar? —resopló—. Que mis pechos están hinchados y que mis pezones están sensibles? Que tengo un molesto dolor de cabeza y un dolor de espalda aún más molesto? O que tengo cambios de humor hormonales?—elevó un poco su voz, ya con una cara de enojo evidente.



— Claramente es PMS —rio, sacando ambas manos de sus bolsillos, y la abrazó.



— Además, es categoría tres… potencial categoría cuatro —susurró contra su pecho.



— Eso suena a huracán —rio.



— Eso es lo que es; cuando llega a categoría cuatro… se hace categoría cinco-mil-millones.



Care to elaborate?



— Soy un monstruo sexual en proceso —susurró—, de orgasmos pornográficamente explosivos.



— ¿Y qué carajos estamos esperando? —la tomó por los hombros para alejarla un poco y clavarle la mirada—. ¡Podemos recrear algún documental de Animal Planet si quieres!



— Pequeño detalle que juega en que mi proceso se culmine a tiempo: tu mamá —dijo, pero, en ese momento, se acordó de las preguntas que le había hecho a Yulia, y pareció que el bombillo se le encendió de nuevo.



— Esa mirada la conozco —susurró—, pero no sé qué estás pensando.



— Yulia no regresa hasta como en tres horas, y Lena está en D.C. —susurró tan bajo como pudo, como si no quisiera que nadie escuchara—. Las condiciones son simples: no en su cama, y tampoco en el piano.



— Ve a traer tus zapatos, te espero frente al ascensor —le dijo, y Natasha, con una sonrisa de humor bipolar, pasó de largo para meterse en lo que fuera, así fuera en sus inexistentes Crocs, pero hasta en eso estaba dispuesta a meterse—. ¡Mamá! —gritó al salir de la habitación y ver que no estaba en la biblioteca—. ¡Mamá!



— ¿Desde cuándo gritas tú, Phillip Charles? —se asomó Katherine desde la cocina.



ALgo ha surgido —dijo, caminando hacia ella—. Natasha y yo tenemos que salir, y no sé a qué hora regresaremos —le informó—. Intentaré regresar a tiempo para llevarte al aeropuerto, si no lo logro, por favor discúlpame.



— Yo puedo llegar sola al aeropuerto, Phillip Charles, soy todo menos inútil —entrecerró la mirada.



— Que tengas buen viaje —suspiró, omitiendo el comentario anterior, y le dio un beso en la frente—, y por favor avísame cuando estés por salir y cuando llegues a Corpus.



— ¿Algo más? —le mostró el teléfono para mostrarle que estaba en medio de una llamada.



— No, regresa a tu llamada —sacudió su cabeza, y, sin más ni menos, se sacudió en un escalofrío mientras caminaba hacia el ascensor, que, en un momento, escuchó un "buen viaje" apresurado, con dos besos al aire, que Natasha le deseaba con sincera alegría al saberla ya casi fuera de su hogar—. ¿Lista? —le ofreció la mano luego de haber presionado el botón.



— Si tan solo pudiera teletransportarme…
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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 6 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por VIVALENZ28 12/13/2015, 2:17 am

***







 



Cuando Lena entró sólo fue acosada visualmente por su mamá, que se había dedicado a contar los segundos-vueltos-minutos que había presumido que la conversación de «ay, Alessandro» con Lena había durado. ¿«Ay, Alessandro» le había mencionado su táctica para callarlo? La molestia en la pelirroja era notoria a pesar de no haber hecho una entrada que la delatara, pero toda madre conocía a lo que la había mantenido despierta por "n" cantidad de horas para luego sólo pujar, pujar, y seguir pujando mientras le trituraba la mano que sólo había sabido decir "respira, Inessa, respira" para recibir un elocuentísimo "estoy respirando!" junto con un insulto que no puedo repetir ni en esta vida ni en la siguiente. Pero, en cuanto Lena no le lanzó ni la más mínima mirada por estar empezando a sonreír hacia la pista de baile, desechó la paranoia y se devolvió hacia lo que ella veía.



Era Phillip contra Natasha, un duelo de egos de disco que se remontaba al único videojuego que Natasha podía jugar, porque a ella nada de Call of Duty con tantos botones y tantas palancas. Era un duelo de perfectos y sincronizados club monsters para luego tick, tick, tick, tick, tock con la cadera, el paso que definía todo lo disco, y una imitación de los dedos índices de John Travolta en "Saturday Night Fever". Que no dictara el juego, porque Phillip siempre perdía, que dictara la mesa de los adultos responsables. O quizás sólo lo hacían porque la canción era la adecuada y porque era la única forma en la que podían bailar relativamente igual con un poco de improvisación.



Yulia había caído en el gracioso tedio del baile grupal con Thomas, Katya, y Luca, porque entre Thomas y ella intentaban enseñarles los básicos y genéricos pasos que todo disco debía tener, pero, en cuanto vio a Lena acercarse con una expresión de alivio urinario, se desligó del grupo para ofrecerse con ambas manos.



— Lo que sea menos bailar eso —rio la pelirroja, pasando sus muñecas por la nuca de Yulia mientras era tomada por la cintura.



Won’t you take me to Funky Town? —cantó ridículamente—. Won’t you take me to Funky Town? —dibujó un gracioso puchero.



Lena dio un paso hacia atrás, porque esa canción pertenecía a algo que no sabía explicar más que con un grupo de mujeres que por alguna razón parecían ser de dos metros de altura y que vestían mallas, leotardos, vuelos, flecos, lazos, y sabían ellas qué más, y que bailaban entre lapsos de contemporáneo esoterismo, con un poco de disco, y de pop, y de lo que fuera. Por alguna razón sólo podía imaginarse a su mamá, y a las otras rubias amigas de su mamá, bailando eso y de la misma forma y manera. El pensamiento le dio risa, porque su mamá debía ser la imitación al cien por ciento, de todo manos, brazos, piernas, y rodillas, y cabello corto, porque en sus teenage years así era como prefería llevarlo por misericordia de su papá.



Y se volvió hacia su mamá por culpa de su desvarío mental, y notó cómo evidentemente tenía ella la razón absoluta, pues podía bailar hasta sentada, y «ay, Alessandro», quien entraba con cara de "no me pasa nada" mientras se rascaba la quijada e iba directamente hacia ella para, con un ofrecimiento de mano, invitarla a bailar.



Supuso que si mamá bailaba, ella también podía bailar. Pues, bailar eso. Quizás no con tanto "funk", quizás no con tanta excelencia, pero podía bailarlo.



Se dejó llevar por lo que Yulia sabía que no era ni disco, ni "funky", sólo se trataba de no quedarse inerte, porque estar de pie, y sin moverse, sólo hacía que sus pies gritaran el comienzo de la incomodidad, y trataría de no perder el porte y el decoro.



En algún momento no había nadie sentado, nadie sabía quién había ganado; si Phillip o Natasha, pero la música se tuvo que calmar porque no se podía exigir una nota alta eterna por la salud y la gracia de los pulmones de los cantantes.



¿La hora? Las diez-y-algo, casi las once. Hora a la que Romeo y Margaret, independientemente por aburrimiento o por cansancio, decidieron despedirse porque sabían que en algún momento los invitados tenían que empezar a irse para dejar que eso empezara a funcionar con lo más tradicional y conservador del matrimonio. Claro, tampoco esperaban que se expusiera la medieval sábana con sangre. No, eso no.



Se despidieron de un beso en cada mejilla, y de un febril abrazo mientras susurraban nuevamente un "felicitaciones" al oído de cada una, y de las progenitoras de quienes no se habían molestado en preguntar o cuestionar el porqué de su partida. Nada estaba diseñado para ser algo relativo o parecido a la boda de Phillip y Natasha; ni en seriedad, ni en número de invitados, ni en alargue, ni en alcance. Pero era exactamente lo que la Señora Noltenius habría querido, y con eso se refería a la ausencia de su familia política también, (de su suegra en realidad). Qué risa.



Lena regresó a los brazos de Yulia, a caer contra su cuello mientras sonaba aquella canción que le sabía mucho a ella misma en cuanto a Yulia.



Cerró sus ojos, inhaló la insolencia de su cuello, y se dedicó a abrazarla por su nuca con ambas manos mientras se dejaba llevar suavemente por un paso hacia aquí y hacia acá que realmente no se despegaba del suelo sino que era más culpa de la cadera y de la flexibilidad horizontal de las rodillas. Yulia envolviéndole la cintura con un brazo para poder abrazarla por el hombro, con rostro erguido de mejilla contra la sien de Lena, con lentitud y con una sonrisa que podía ser idílica y/o etílica.



Yulia analizó su alrededor como si se tratara de un pasatiempo al que no podía resistirse, «un impuslo».



Marie y James bailaban cerca pero con distancia, con el nerviosismo y las sudorosas manos de una prom night, pero no hablaban, sólo se veían esporádicamente a los ojos, y esperaban a que esa canción se terminara porque ellos no podían funcionar con algo así de tranquilo. Bueno, si practicaban la hipoxifilia, y habían intercambiado infidelidades para arreglar la relación de manera sorprendente (borrón y cuenta nueva real y como ningún otro), y compartían el gusto por los mosh pits o el ambiente de los juegos de los Giants, o de los Knicks, o de los Rangers… no veía cómo una canción relativamente lenta les servía de algo.



Thomas había decidido que era momento de ir al baño, y había sido por eso que había dejado a Katya en manos de Luca, quien carecía de todo tipo de don para bailar lento o rápido, con o sin ritmo. Parecía que tenía dos ladrillos en los pies, y que Barney, aquel dinosaurio de voz tóxica y de sonrisa permanente, tenía más ritmo que él. ¿En qué momento Luca había dejado de bailar bien? Yulia se acordaba de que, en los dorados tiempos de universidad, o sea hacía una década y menos años, era él quien insistía en bailar porque sabía que podía hacerlo, y era ella quien insistía en no hacerlo porque sabía que no era buena haciéndolo. En realidad, hasta donde Yulia sabía, había sido Luca quien le había terminado de enseñar a bailar con relativa soltura, porque con Oleg había aprendido a bailar lo convencional; el vals y una que otra cosa de tango. Quizás y eso nunca había sucedido en realidad, quizás Luca nunca había sido un talentoso bailarín o bailador, pero definitivamente daba risa ver que bailaba como si Elaine, o sea Julie Louis-Dreyfus en "Seinfeld", le hubiera enseñado a bailar al compás de "Shining Star" de Earth, Wind & Fire. Pulgares hacia arriba y patadas con quiebres de tobillo. «Oh, Dio!». Quizás era el hecho de no estar ebrio, porque ebrio probablemente bailaba mejor.



Katya no era particularmente mala, tampoco era una especie de Julianne Hough, pero quizás era el tiempo en el que vivía, porque no había que mentir: en estos tiempos todos habían sido genéticamente alterados de alguna forma para ser hermosos y con habilidades envidiables. Ella sólo intentaba calmar los alocados movimientos del italiano que parecía gozar del bronceado que Kennedy había adquirido gracias a lo que Katya misma presumía que había sido un síntoma de la enfermedad de Addison, y que gozaba de la ligereza de pies y de manos que lo tomaban para evitar los pulgares hacia arriba. No era una canción para bailar así. Era de "relájate", «que es una fusión bastante buena entre reggae, pop, y soul». Debía ser la parte del reggae la que le sabía a pies descalzos y entre la arena, a brisa de marea alta, al amanecer después de una buena dosis de alcohol y de diversión, a estar bailando con la persona de interés con demasiada cercanía como si se tratara de un coqueteo, algo que fácilmente podía imaginar si cerraba sus ojos y olvidaba que en lugar de rascacielos había parches de pasto playero, que en lugar de contaminación acústica había olas. ¿Por qué no se podían casar en una de esas bahías privadas en Varkiza, o en algún lugar en Sabaudia? De haberlo hecho del otro lado del mundo ella habría podido usar su derecho de hermana y cuñada para pedir un "plus one" y no habría terminado bailando con esa aberración de descoordinación. Aunque, pensándolo bien, mejor no. No habría tenido el coraje para llevar a su "plus one", no en esa ocasión, y quizás en ninguna otra. Al menos no por el momento. No había necesidad. No había prisa.



Phillip y Natasha bailaban con la misma cercanía con la que ella y Lena pretendían bailar, sólo que, en lugar de estar abrazados con descaro, mantenían la pose tradicional pero más relajada y más casual; la mano de Natasha no se posaba sobre su hombro sino que pasaba alrededor de su nuca, el brazo de Phillip la abrazaba por la espalda hasta tomarla por la cintura, y se tomaban de la mano sin entrelazar dedos, la mano de Phillip sirviendo de soporte.



Tenían una amena plática que no era constante porque respetaban la etiqueta del baile en general, a veces Phillip reía suavemente y dejaba que su frente se posara contra la de Natasha como si estuvieran bromeando o compartiendo un chiste interno o contextual, como si jugaran inofensiva e inocentemente.



Él ya se había desabotonado los botones del cuello y había aflojado un poco su corbata, eso era lo único que había cambiado.



Nicole y Marcel bailaban como si hubieran salido ese viernes por la noche a un "Dive Bar" en donde realmente no había una pista de baile. Un par de cervezas, música en vivo, ropas casuales, manos a la nuca y a la cintura; toda una cita informal y jovial. Sabía Dios cuánto tiempo tenían de no salir de su casa por la noche, al menos para algo que no se tratara de pañales, fórmula, o Dr. Smith’s.



Belinda y su esposo parecían incómodos con el tipo de música, pues a él le gustaba el Jazz. Ritmo trabado. Pero bailaban. Porque también tenían bastante tiempo de no salir sin sus hijos para estar en un ambiente adulto, cómodo, y con clase.



Rebecca y Pennington bromeaban pasos de baile que no venían ni al caso, porque se trata de diversión y de aprovecharse del título de "solteros" en la fiesta, o quizás sólo los "solteros" del estudio, pues hasta el Arquitecto Volterra tenía con quién bailar con mayor proximidad sin que fuera incómodo.



Sí, Yulia tenía que analizar eso que estaba sucediendo entre sus suegros. Porque sorprendentemente se sentía muy cómoda con el término "suegros", aunque debía cuidarse de no vomitarle un "suegro" a «ay, Alessandro» porque no conocía las consecuencias y quizás tampoco quería conocerlas, no hasta que fuera algo oficial y no sólo real.



Estaban mudos, e Inessa, a veces, sólo le señalaba sus ojos para que dejara de velarle los labios; qué irrespetuoso y qué incómodo, en realidad lo regañaba por estarle pidiendo algo que sólo debía utilizarse en caso de emergencia. Porque «ay, Alessandro» aburría cuando hablaba demasiado y demasiadas tonterías. Ella sólo iba al paso que él le marcaba, pero existía distancia entre la cercanía que aparentaban, completamente lo contrario a lo que sucedía entre Larissa y Bruno, que bailaban con cierta distancia pero que dejaban la cercanía en juego y sin importar que en ese momento desligaban manos para retirarse de la pista y del salón, porque Larissa, como todo ser humano, debía visitar el baño de cuando en vez, y Bruno no era quién para no acompañarla. Un simple gesto de cortesía.



Y Yulia se sacudió en un ligero escalofrío que había erizado su piel por causa del felino bostezo que Lena no dejaba que saliera de sus labios sino que lo liberaba por su nariz; exhalación aterrizando en cuello.



— Estás cansada —sonrió Yulia, deslizando su mano de su cintura hacia su mejilla para hacer que se irguiera—. ¿Te quieres ir a dormir ya? —le preguntó, viéndola a los ojos para evitarse un "no" que debía ser un "sí".



— No, no quiero —sonrió con ojos vidriosos por el disimulado bostezo—. Debe ser la baja de alcohol.



— ¿O de azúcar? —dijo como sinónimo de "cafeína" y "energía".



  — ¿Sabes que si comes algo dulce en cantidades más de lo normal, y estás bebiendo, te emborrachas más rápido? —sonrió evasivamente.



— En la escuela teníamos algo que llamábamos "jugo de frutas" —repuso como si no tuviera sentido o referencia a lo que Lena recién comentaba—. Era vodka del más barato, de ese que ponen en el anaquel más bajo en la licorería y que no pasa de los cinco euros por litro, y tenía tequila blanco, también del más barato… me acuerdo que la botella tenía una etiqueta roja, y que, en la tapadera, tenía un sombrero mexicano rojo… entonces, era un litro de vodka, un litro de tequila, una botella de medio litro de sirope de granadina, un litro de jugo de naranja, y Sprite o 7-Up al gusto; lo que estuviera en rebaja —rio—. No sabía a alcohol, pero hacía el efecto deseado.



Trashy —se burló.



— Nunca dije que estaba orgullosa de eso —elevó su ceja derecha para defenderse—. El punto es que sí sé que ingerir azúcar, mientras bebes, te manda directo y sin escalas a la mierda.



— Y la resaca —asintió.



— Y la resaca —la imitó—. Vamos a sentarnos un momento —dijo, tomándola de ambas manos para besarle los nudillos—, ¿sí?



  — Suena a "buena idea" —asintió, y se dejó guiar por Yulia hasta una de las mesas para escoger una silla al azar.



— ¿Algo de beber o de comer? —sonrió Yulia con su rostro ladeado, analizando la floja manera en la que Lena literalmente se dejaba caer sobre la silla a su lado.



— Comida —murmuró, sabiendo muy bien que hacía hora y media, o quizás ya dos, había comido el aperitivo y la mitad del plato fuerte, y que había jugado con el postre porque se había llenado, y que era por eso que quizás tenía un poco de hambre, o quizás era la visita a McDonald’s.



— ¿Y qué te gustaría comer?



  — No lo sé —se encogió entre hombros un tanto cabizbaja, que, por estar así, sólo vio y sintió cuando las manos de Yulia se posaban sobre su regazo para ofrecerle sus palmas, y ella colocó sus manos en las suyas para luego ser halada hasta quedar sentada sobre ella.



— Más cómoda que la silla —bromeó.



— Me alegra —sonrió, y le dio un beso en su hombro desnudo—. ¿Qué quisieras comer?



— ¿Tú vas a comer también?



  — No estoy particularmente hambrienta—frunció sus labios—, pero eso no significa que no puedes pedir una hamburguesa de seis libras… Phillip seguramente se la termina —dijo, haciéndola reír—. Si piensas que puedes necesitar ayuda, sólo no pidas crudités.



  — No se me antoja algo tan saludable —frunció su ceño.



— ¿Una sopa?



  — Líquido —sacudió su cabeza.



— Y una ensalada es "tan saludable" —dijo como para sí misma—. ¿Quieres una hamburguesa? ¿Un cheesesteak? ¿Quizás postre?



— ¿Es raro que quiera gelato? —preguntó un tanto avergonzada de sí misma, quizás por la hora, quizás por el antojo en sí.



— Eres en parte italiana, eso tiene que ser canasta básica —ladeó su cabeza. Y tenía razón—. ¿De qué quieres gelato?



— No sé de qué tienen —se encogió entre hombros, y Yulia, rápidamente, levantó su mano para llamar la atención de quien tuviera piedad del antojo de su ya-esposa.



Tienes helado? —preguntó Yulia.



Helados y sorbetes —asintió el mesero que le había llevado la botella de Tequila hacía lo que parecía ser demasiado tiempo—. Vanilla, chocolate, y helado de fresa… y fresa, limon, frambuesa, y sorbete de mango —sonrió, viendo a Yulia volverse hacia Lena para que escogiera—. Elección de tres—añadió son la misma servicial y gentil sonrisa.



Podría tener fresa y sorbete de limón en una "cosa" y helado de vainilla en otra?—le preguntó Lena.



Si, por supuesto —asintió él—. Algo más?



Agua, por favor —dijo Yulia ante el disentimiento de Lena, y él asintió de nuevo para luego retirarse—. Gusta tu elaboración?



  — ¿Sobre qué?



— Tu elección de sabores y tu instrucción de separar el sorbete del helado.



  — Sé que siempre pides tu gelato con una bola de limón y otra de fresa —sonrió—, eso es por si tienes ganas de quitarme un poco. Y sé que, por haber limón involucrado, no puedo mezclar los lácteos del helado de vainilla con él.



Tú me permites —entrecerró la mirada.



— Respeto tu OCD, nada más —se encogió sonrientemente entre hombros.



— Gracias —dijo contra su hombro.



— No hay de qué —sonrió, tomando su mano, la que estaba en su regazo, sobre la suya—. ¿Te puedo confesar algo?



  — Claro.



— ¿Te acuerdas de cuando nos burlamos de Natasha por haber desistido de sus stilettos el día de su boda?



— ¿Porque podía correr el maratón de Nueva York en stilettos pero ese día no los aguantó ni dos horas? —asintió—. Claro que me acuerdo.



— Creo que es karma —rio—. Me están empezando a doler los pies.



— Quítate los zapatos —repuso, escogiendo no llamarles "stilettos" para no estimular el potencial dolor que le causaban los suyos; no dolían pero estaban en estado de molestia. Llamarlos por su nombre sólo sería llamarlos "agujas".



  — Si me los quito no me los puedo poner de nuevo —le dijo con esa mirada de «y eso lo sabes».



  — Y no te los tienes que poner de nuevo —sonrió—. Puedes recurrir a los TOMS que te tiene Natasha si quieres —dijo, y, sin haber terminado de hablar, escuchó cómo Lena dejaba caer sus Jimmy Choo al suelo para estirar sus dedos y relajar sus tobillos—. ¿Mejor? —ella asintió—. Ahora, ¿qué ocurre?



  — ¿Qué ocurre de qué?



— ¿Quieres que le diga a Alec que se vaya?



— ¿Por qué querría yo eso?



— Porque no sé por qué pienso que él tiene algo que ver con el noventa por ciento de las molestias de la noche —se encogió entre hombros.



— ¿Y el diez por ciento restante?



— Uno por ciento se lo atribuyo a tus pies, y el nueve restante a Luca —sonrió, y Lena entrecerró la mirada—. ¿Qué?



— Por favor, salte de mi cabeza —murmuró con una sonrisa.



— ¿Qué fue lo que te dijo?



— Él a mí nada —rio—, yo le dije algo a él.



— ¿Algo de lo que quieras hablar? —ella frunció sus labios y sacudió su cabeza—. ¿Algo de lo que necesites hablar?



— Tal vez no hoy —dijo nada más, y pasó su brazo derecho por los hombros de Yulia para abrazarla y ser abrazada con mayor comodidad.



— No hoy —sonrió comprensivamente, y vio cómo las dos copas aterrizaban en la mesa, frente a ella, para ser llenadas con agua y un poco de hielo—. Gracias—sonrió para el mesero, quien se retiraría por un breve momento solamente para ir a recoger lo que Lena había pedido por antojo—. Bebe, por favor —le alcanzó una de las copas.



— No tengo sed.



— No es por sed… es para tratar la resaca desde hoy —sonrió, y le acercó un poco más la copa, que Lena la tomó y le dio un sorbo relativamente grande para luego apartarla, y, al volverse hacia Yulia, vio cómo Yulia tragaba el agua con el aborrecimiento por los hielos; estorbaban sus sorbos y su intención de terminarse todo el líquido de una buena vez.



— La que tenía sed eras tú —rio, tomando la copa vacía de la mano de Yulia para hacerla desaparecer.



— No tanto sed, es sólo para tratar la resaca desde hoy —le dijo con una sonrisa de media-ebriedad, porque sí estaba un poco ebria, pero había aprendido, durante su época de la escuela y de la universidad, a poner cara de sobria para Larissa; lo hacía bastante bien, y hasta podía tener conversaciones coherentes y racionales. Vaya entrenamiento. Autodidacta. Mis respetos.



Party don’t stop when you’re around, little girl making a whole lotta sound. Just let go and lose control tonight. Surely you’ll try to find the better way the record spins and we’ll be okay, dancing free just you and me tonight —canturreó a su oído las últimas palabras de la lenta canción.



— ¿Hago mucho ruido? —repuso a su oído.



— No sé si "mucho", pero, cuando haces ruido… es un ruido muy rico —sonrió, y le dio un beso en la mejilla, que Yulia, por impulso y por reacción, sólo la apretujó entre sus brazos para crear un abrazo de oso; imposibilitando movimiento, casi de lucha libre, pero todo para «snuggle-snuggle-snuggle» que sabía que terminaría no sólo en risa sino en carcajada.



 



***



 



Justo cuando las puertas del ascensor se abrieron de par en par, la memoria la bofeteó con el gracioso recuerdo que la canción le traía. "Rockafeller Skank", que era imposible no asociarla con Usher como DJ, y con Freddie Prinze Jr. y Rachael Leigh Cook, en "She’s All That". La película que había abusado de sus catorce años, aunque "Clueless" ya había abusado de sus diez años anteriormente. Extrañamente se acordaba más de "Clueless" que de "She’s All That", porque de la segunda sólo se acordaba de esa escena de baile por ser algo innecesario pero que le había gustado.



Con bolsa de papel empaque colgando de su mano izquierda, porque Moses le había hecho el favor de ir a recoger lo que Gaby había ordenado al supermercado, su bolso de su hombro derecho, en perfecto balance, jugó con la llave hasta lograr tenerla en esa posición y a esa altura en la que, sin apuntar de más, y sin mayor pérdida de tiempo, podía abrir la puerta de su casa con la precaución necesaria, pues no quería atentar contra el Carajito una segunda vez. Ella estaba loca, pero no era una psicópata.



Y abrió la puerta con cautela, ya no por el Carajito, sino porque sabía que Natasha estaría en alguna parte del apartamento, quizás con Phillip o quizás sin él.



Hi, Little Fucker! —susurró cariñosamente con una sonrisa, agachándose para recoger al can que la saludaba con un olfateo de pies, y abusó de la ausencia de Lena para llamarlo así—. Pero tú sabes que es con cariño, ¿verdad? —sonrió, y lo puso nuevamente sobre el suelo para poder terminar de llegar.



Colocó su bolso sobre el sillón que le daba la espalda a la puerta, como era costumbre, y se quitó los stilettos para relajar sus pies, que, contrario a lo que la costumbre dictaba, no los dejaría al pie del sillón porque corrían el riesgo, en su cabeza, de que el Carajito los bañaría por algún motivo, razón, o circunstancia, y fue por eso que, ante la protección de sus Manolos, se dirigió a su clóset para guardarlos y quizás cambiarse de ropa. No, no "quizás", eso era un hecho, pues no apostaría ni St. John ni Piazza Sempione por segunda vez en el día; ya había hecho desayuno con éxito, y no pensaba tratar otra mezcla, mucho menos una salsa de tomate, con ropa que tuviera que ver directamente con los colores que rondaran al blanco. 



Se deslizó en un simple skinny jeans azul, que como podía ser Levi’s podía ser Gucci o Armani, y una de esas camisetas grises que parecían haber sufrido de un estiramiento de algún tipo y que prácticamente ni se sentían de lo ligeras que eran. Y ella estuvo a punto de obviar los zapatos, porque a ella también le gustaba estar descalza, en especial si no tenía ningún tipo de media o calcetín puesto, pero se acordó de las sabias palabras de su mamá: "siempre usar zapatos en la cocina". "Le cose cadono. Le cose gocciolano. Tutto è caldo… bolente!". Entonces optó por calcetines negros al tobillo, porque no tenía ningún par blanco, ni siquiera para cuando decidía trotar, y sus Samba marrones.



Salió de la habitación para encontrarse con que el Carajito la esperaba al borde de la puerta, «good boy. Good boy», y se encontró con que la puerta de la habitación de huéspedes estaba abierta, algo que había omitido por completo al entrar.



Los Louboutin de Natasha estaban a la distancia perfecta de que en dos pasos simplemente habían dejado de estar en sus pies, el saco de Phillip parecía haber sido víctima de múltiples pisadas apresuradas, porque la clara evidencia era que uno de los zapatos de Phillip estaba sobre él, y el resto de ropa sólo había sabido caer con desesperación en algún lugar de la habitación. Lo más «classy» era cómo el bóxer de Phillip colgaba de la esquina superior derecha del televisor que estaba sobre el mueble.



La cama era la que más había sufrido, eso no era tema de discusión, porque el cubrecama estaba metafóricamente vomitado en el suelo, algunas almohadas también, y sólo la sábana cubría parcialmente aquellos dos cuerpos inertes. Phillip encima de Natasha, con la cabeza sobre su pecho, su brazo completamente aferrado a su cintura, y una de sus piernas la enganchaba para no dejar que se moviera.



Ciento ochenta y un libras, que probablemente podrían haber sido ciento noventa también, aplastaban con descaro y con mortalidad. Yulia se acordó de aquella vacación en la que Phillip se le había arrojado encima para que se duchara primero (porque la primera ducha era la fría y a Yulia era a la única a la que no le molestaba), y era pesado, y en peso muerto, definitivamente debía pesar más a pesar de que su masa corporal no variara. Cuestiones de sensibilidad. Su cabeza abarcaba un seno y medio de Natasha, y su brazo a la cintura parecía que podía darle dos o tres vueltas por la pequeñez y la delgadez de ella, y Yulia no quería ni imaginarse lo que los vellos de sus muslos hacían contra la entrepierna de su mejor amiga. A ella le habría dado cosquillas al punto de tener un escalofrío constante. ¿Cómo podía Natasha dormir con esa tonelada encima? Bueno, al menos no roncaba.



Cerró la puerta para darles privacidad, porque parecía que ahí no habían necesitado viagra ni nada para tener, por lo menos, tres rondas completas. Tres ya era algo impresionante.



— Sólo preparo la masa y te saco —le dijo, ahorrándose el "¿de acuerdo?", porque el Carajito no tenía ninguna otra alternativa.



Tazas medidoras, cucharas medidoras, y recipientes. Los ingredientes los agrupó en "masa" y en "salsa", y, dentro de las agrupaciones, los alineó en sólidos y en líquidos para reducir el riesgo de decidir tomar un ingrediente seco sólo porque así era el orden en la lista. «Un cuarto de taza de leche en polvo, media cucharadita de sal, una cucharada de azúcar, un cuarto de onza de levadura», todo a un recipiente grande para luego, con termómetro en mano, verterle agua a cuarenta punto cinco grados Celsius (ciento cinco Fahrenheit), y a mezclar con una risa infantil pero gutural por tener la sensación de estarlo haciendo bien, o quizás sólo era por el tamaño del frullino miniatura, como si fuera parte de un set de juguete de aquellas cocinitas que vendía Fisher Price cuando era pequeña, de esas que siempre quiso tener porque parecían ser divertidas, pero que, cuando tuvo una, se decepcionó al ver que no había agua que saliera del grifo plástico, ni calor que saliera del horno que tenía una lasagna pintada de por vida. «Si quería cocinar algo más, como un qué-me-importa, siempre se veía la lasagna». Bueno, no se podía esperar mucho de un juguete de los ochentas. Pero ni para sentirse útil y/o capaz.



Colocó el recipiente a un lado para dejar que se hiciera la reacción inicial, porque así había visto que Lena lo había hecho cuando había horneado pan hacía no-se-acordaba-cuánto-tiempo. Mientras tanto, abrió las dos latas de tomates, y se dedicó a picar, con guantes de látex, y no miento, una cebolla blanca y diez hojas de albahaca fresca. Se tardó lo que ella creyó haber sido una eternidad, porque ella no tenía la destreza para manejar el cuchillo de esa forma que era tan rápida y que frotaba la parte plana de los dedos para tomarlo como referencia. Y, al final, decidió que no iba a picar los ajos, sino que los iba a poner «en esa cosa que se mete y se aprieta». Sí, en la prensa de ajo. «Eso».



Un poco de aceite de oliva en una sartén grande, dos cucharadas de aceite vegetal a la mezcla de levadura y demás para mezclarlo de nuevo mientras esperaba a que se calentara la sartén, y luego arrojar la cebolla y el ajo para empezar la salsa.



«Cuatro tazas de harina» a la mezcla de levadura y demás, y empezó a mezclar, y nada de masaje y frotación, sólo para que los ingredientes se mezclaran entre sí. Lo hizo con la mano, pero con el guante puesto, porque ella no se iba a llenar de eso. No Señor. Cubrió el recipiente con una manta y lo guardó en el gabinete inferior que estaba al lado contrario de la cocina.



Y a la salsa de nuevo. Agregó una taza de caldo de pollo, empezó a deglaze la sartén, y esperó a que el líquido se redujera por la mitad para verter las dos latas de tomates, una pizca de azúcar, sal y pimienta al gusto, orégano, y una cucharadita de pasta de tomate. Mezcló, y dejó que se redujera a fuego bajo.



Come on, Little Fucker, tenemos veinte minutos para que tu hagas tu negocio —suspiró, enganchándole la correa al collar para luego colocarse los audífonos en los oídos y dejar que Daft Punk, pre "Get Lucky", «pre abuso de lo mainstream», le inundara la concentración. De las mejores canciones de principios de Siglo.



"Departing D.C. Nos vemos en una hora y media más o menos Smile", leyó, y sonrió con cincuenta por ciento de alivio.



Llevó al Carajito al árbol que siempre lo llevaba ella, porque ella no era Phillip para llevarlo por aquí y por acá; sabía que ese Carajito tenía que ejercitarse pero que tampoco debía excederse. La complexión física no era la de un Weimaraner.



Recogió lo que tenía que recoger, no porque fuera ilegal no hacerlo sino porque odiaba cuando veía esos regalos intestinales que podían atentar con el calzado de la humanidad, y, sin mucho tiempo para llevarlo por aquí y por acá, regresó al apartamento con la promesa de uno de los pasteles de carne que Lena le había hecho el día anterior.



«Darken the city, night is a wire. Steam in the subway, earth is a fire. Do do do do do do do dodo dododo dodo», cantó calladamente con Simon Le Bon mientras le servía el pastel al Carajito, que se lo iba a comer con demasiadas ganas y Yulia no lo juzgaba, pues, si le gustaran los pasteles de carne, seguramente ella se los comería con las mismas ganas, y se enfundó par de guantes para rebanar la cebolla morada, el pimiento verde, dos tomates, y la cajita de champiñones. No le gustaba que las manos le olieran a comida, mucho menos a cebolla.



— Buenos días, Nathaniel —resopló burlonamente mientras quitaba la salsa del fuego al estar satisfecha con la consistencia y con el sabor.



— Buenos días —se aclaró la garganta para deshacerse de su voz amodorrada.



— No sé si preguntar si cogiste o si dormiste bien —rio, y sintió cómo Natasha sólo se acercaba para darle un beso en la mejilla—. ¿Quién ganó?



— ¿Quién ganó qué, amor?



— La guerra genital, ¿qué más? —se burló, y recibió un latigazo con la mirada—. Espero no haberte despertado.



  — No, Phillip se movió y sentí frío —se encogió entre hombros.



  — ¿Sigue dormido?



— Sorprendentemente —asintió.



— ¿Quieres algo de beber? —preguntó, pero, al verla pensativa, sólo dijo—: Te sirvo lo que quiera.  



— ¿Qué haces escuchando Duran Duran? —agradeció con una sonrisa mientras hundía su dedo meñique en la salsa para probarla.



— Tengo el iPod en shuffle —se encogió entre hombros, y se quitó los guantes para arrojarlos al basurero, lavarse rápidamente las manos, y caminar al bar—. ¿Se fue?



— Hugh la llevó a Newark —asintió.



  — ¿Y cómo te sientes?



— Bien —sonrió minúsculamente, viendo a Yulia verter un poco de Pomerol en dos copas que había sacado—. Pero no pudo resistirse a irse sin un "bang".



— ¿Por qué lo dices?



— Me tropecé con Phillip luego de colgar contigo, él se tomó la tarde libre —«puedo ver eso»—. En un principio, sabiendo que su mamá no iba a estar, íbamos a hacer lo que vinimos a hacer aquí…



— ¿Pero?



— Pero me asustó el hecho de que ella no estuviera por ahí era una insinuación sexual.



  — Mmm… —suspiró, y le alcanzó una copa a Natasha para que la imitara con un sorbo—. No sé qué tan "sugestivo" sea eso, pero al menos era establecer que era un ambiente "seguro" —se encogió entre hombros—. Toda especie busca su autopreservación.



— Realmente no importa si era o no sugestivo —sacudió su cabeza, y dio bebió un poco más—, porque al final íbamos a jugar en el Kinect —dijo al pensar que necesitaba explicarse—. La cosa es que llegamos, y mi suegra estaba buscando su pasaporte en la biblioteca… que supuestamente lo había perdido.



— ¿"Supuestamente"?



— ¿Cómo no te acuerdas si viajas con pasaporte o con una Passport card?



— No soy la mejor persona para que le preguntes eso —rio—, necesito el pasaporte hasta para viajar en taxi —dijeron su sarcasmo y su exageración.



— A los cincuenta y seis es difícil tener inicio temprano de Alzheimer—repuso, pues no sabía si Yulia estaba defendiendo a su suegra o no—. Y no es como que vino hace diez años… aunque así es como se siente.



— La pregunta real supongo que es: ¿por qué te molesta que haya perdido el pasaporte si igual se fue?



— No es que lo haya perdido, es que estaba buscando en la biblioteca —sacudió su cabeza—, y encontró mis pruebas de embarazo.



— Oh… —elevó ambas cejas, «¿usados o sin usar?».



Ella prácticamente me preguntó si estaba embarazada porque sólo habia dos pruebas que quedaban ahí … —susurró indignada—. Y me lo preguntó con Phillip enfrente.



— Y Phillip no sabía —murmuró para sí misma.



— Claro que no sabía —frunció su ceño—. Las únicas que sabían eran Lena y tú.



— Lo que no entiendo es por qué tienes pruebas de embarazos mejor conocidos como "pee sticks", en la biblioteca —resopló—, ¿no deberías tenerlo en el baño?



No cago donde como—sacudió la cabeza—. Y, para ser muy franca, se me olvidó que los tenía en esa gaveta… y ni que estuvieran para que cualquiera los encontrara.



— ¿Qué te dijo Phillip? —preguntó un tanto indiferente, porque si de "no cagas donde comes" se trataba, ¿por qué los tenía en su casa para empezar?



Él estaba un poco molesto —se encogió entre hombros—. Sólo me dijo que lo mantuviera informado…



— ¿Y lo harás?



  — Le dije que sí, pero todavía no tengo nada que informarle…



— Tú sabes lo que pienso al respecto, ¿verdad? —elevó su ceja derecha, pues sabía que eso último significaba que era un probable "no".



  — No siempre.



— No es un soporte de una noche, no es un caso de abuso… él pone el cincuenta por ciento que tú de tan buena gana aceptas —sonrió—. No es que él tenga derecho a tener esa responsabilidad, es que tiene la obligación de tenerla… de lo contrario, que se ponga aunque sea una bolsa plástica.



— Eres una asquerosa —rio ante la imagen mental del miembro de Phillip cubierto por una bolsa de Walgreens.



— Prefiero el término "precavida", y sabes que tengo razón —guiñó su ojo.



— Como sea —canturreó—, ¿cómo te fue con tus pasantes?



— Creo que uno tiene lo que al otro le falta —suspiró—, creo que lo que le falta a uno se puede enseñar… y creo que lo que le falta al otro puede mejorar pero necesita una constante segunda opinión.



— Ah, es el típico caso de que no necesariamente eres bueno haciendo lo que te gusta.



— Exactamente —asintió—. Pero es muy temprano para saber si es corregible y/o mejorable o no… porque me da la impresión de que aprende rápido.



— ¿Les ves potencial?



— ¿Como para dejarlos solos por siete meses? —Natasha asintió—. Demasiado temprano para saber —repitió.



— ¿Y cómo se siente ser jefa de verdad? —resopló.



— A mi Ego le fascina ser amo, dueño, y señor de sus culos —sonrió—. A mí sólo me estorba la idea de que, si la cagan, es como que yo la cague también… —dijo, y se volvió hacia el suelo, en donde el Carajito luchaba por comerse lo que le quedaba del pastel de carne—, así como me pasa con él —lo señaló.



— ¿Necio?



— Ayer me puso a prueba —suspiró—, se puso a jugar con una de las patas del piano.



— Creí que nunca lo ibas a dejar entrar a esa habitación —frunció su ceño.



— La intención es que no se meta con los muebles, y con eso me refiero a las patas de los sofás, sillones, y sillas, y a todo lo que tenga que ver con tapicería… y que no se meta con el piano.



— Hasta en este momento entiendo que amas el piano.



— Si fuera un Yamaha, de esos pianitos eléctricos… por mí que lo destruya si quiere, pero es un Steinway… y tú sabes cuánto cuesta un Steinway —sacudió su dedo índice en lo alto.



— No tengo idea de cuánto cuesta el pianito eléctrico, mucho menos de cuánto cuesta un Steinway.



— El eléctrico no cuesta más de trescientos dólares, el Steinway cuesta más de cuarenta mil —sonrió.



  — ¿Cómo puede un piano costar tanto? —ensanchó la mirada.



— Creí que sabías ese tipo de cosas por tu papá.



— Mi papá es un aficionado.



  — ¿Qué te hace pensar que yo no lo soy?



— Tú sabes que no lo eres —sonrió, y el Ego de Yulia asintió—. En fin, ¿por qué lo dejas entrar si no quieres que arruine las patas del piano?



— Porque si no lo dejo entrar nunca, el día que entre… nadie va a saber qué pasó; va a enloquecer.



— Buen punto —asintió, y llevó su copa a sus labios—. ¿Qué cocinas?



— Pizza casera… de masa alta. ¿Probaste la salsa?



Yup.



— ¿Le falta algo?



— Mmm… —frunció su ceño, y sumergió nuevamente su dedo meñique en el mar rojo—. Creo que un poco de sal nada más…



— Sal —sonrió para sí misma, y sumergió los dedos en el recipiente de madera de olivo para agregarle lo que pudiera agarrar con tres dedos, «una "pizca", una medida incierta»—. ¿Algo más? —le preguntó luego de revolverla hasta asegurarse de haber incorporado los sabores.



— No, no le falta ni amor —rio.



  — Oye, ¿verdad que tú te encargabas de los talleres para el personal?



— En los dos trabajos —asintió—, de los talleres y de los seminarios.



  — ¿No es lo mismo?



— Sí y no —hizo tambalear su cabeza, bebió un sorbo de vino, y colocó la copa casi vacía sobre la encimera—. En teoría los dos tienen el mismo fin pero el proceso y la experiencia es distinta.



— ¿Qué?



— Yo veo el seminario como algo más informativo —se encogió entre hombros—; tienes a una persona, o a varias, que te hablan sobre un tema… y hablan, y hablan, y hablan. El seminario tiende a tratar temas "ligeros" o que no necesitan de mucha profundización; nuevas regulaciones, nuevas leyes, nuevas tendencias, etc… y dura poco. El taller es más participativo, la audiencia no sólo está pensando en qué carajos hace allí cuando podría estar en algún lugar mejor —rio—. Siempre está la persona que te guía, y que te enseña, pero te involucra no sólo para que le des una opinión, o un ejemplo… son más para cuando estás por hacer un cambio relativamente grande en algo; sea en software, en hardware, en administración, etc.



— Veo… —murmuró, pensando en cómo ella, en la universidad, tenía "seminarios" que, tras la definición de Natasha, eran más bien "talleres", y viceversa.



— ¿Por qué lo preguntas?



  — No estoy segura… sólo estoy buscando maneras de conocer a los pasantes.



— ¿En qué sentido?



— Había un Arquitecto que daba clases en la Universidad de Bratislava, que también tenía su estudio, y, por lo que me acuerdo, tenía bastante peso y no sólo en Eslovaquia, sino también en Ucrania, en Rumania, en Hungría, y en Croacia. La cosa es que él, en la primera clase, te hacía un examen de diez preguntas, y, si respondías bien, te ofrecía un puesto en un programa que él tenía; seis meses de "pasantía" con él, desde para calificarle exámenes de otros alumnos hasta para trabajar en los proyectos que tenía en el momento.



— ¿A cuántos reclutó el semestre que estuviste tú? —la interrumpió sin ánimos de ofenderla.



  — A diecinueve de ciento cuarenta-y-algo.



— ¿Te reclutó a ti?



— Yo no tenía derecho a hacer ese examen porque no era estudiante permanente de la Universidad de Bratislava, pero sí conocí a tres que estaban en eso —sacudió su cabeza—. La cosa es que él los iba eliminando cada cierto tiempo, que no era un intervalo constante, sino dependía de distintas cosas… a uno lo eliminó porque utilizó un programa que él no utilizaba, a otro lo eliminó porque no pudo abrir el archivo que le había enviado; por el formato.



— ¿Y cuál es tu punto?



— No sé, que quizás puedo hacer eso con esos dos —dijo, refiriéndose a sus pasantes.



— Eso no se llama "taller", tampoco se llama "seminario" —rio—. Eso se llama "Reality TV" —bromeó—. "Survivor", pero en lugar de apagarte la antorcha te rompe los planos, y, en lugar de que el premio sea un millón de dólares, es…



— Era un contrato por un año prorrogable… sujeto a buen rendimiento —rio.



— Es una forma bastante efectiva para encontrar nuevos talentos, si así les quieres llamar… pero también es una forma bastante imparcial de hacerlo porque no creo que haya tenido los mismos criterios para evaluarlos a todos todo el tiempo, y no importa cuánto tiempo tuviera de estar haciendo lo mismo; hay cagadas de cagadas, y porque no pudiste abrir un archivo porque no tenías el formato, o porque hiciste algo en otro programa, no me parece que sea una cagada monumental como cuando te equivocas en un cálculo o como cuando no tienes buen gusto, etc. Entre alguno de esos que eliminó, por prácticamente nada, debe haber estado uno, o varios, con más potencial que los que sí continuaron.



— Buen punto —asintió.



— Es como tú dices: hay cosas que se pueden enseñar, otras que se pueden corregir, y hay cosas con las que simplemente es imposible lidiar —sonrió—. Además, ese Arquitecto suena a que es un pendejo digno de señalarlo en la historia.



— No lo conocí ni personal ni laboralmente, pero sí escuchaba que tenía tendencias despóticas… en especial con las mujeres.



— De paso misógino… —elevó ambas cejas, porque estaba en lo mejor de emitir un juicio con desprecio—. Como sea, ¿quieres "Survivor", "The Bachelor" que en tu caso sería "The Bachelorette", o quieres algo como "American Idol" y que el público vote? —rio.



— Ninguno —sacudió su cabeza con una risa—. Como te digo, sólo estoy buscando una forma efectiva de ver qué tanto potencial tienen… o qué tanto saben…



— Creo que hay dos formas de hacerlo, y una es ponerlos a competir entre sí y la otra es ponerlos a competir contra sí mismos.



— ¿Cómo?



— Tú no vas a ser como ese pendejo que eliminaba al siguiente que la cagara sin importar el tamaño de la cagada, eso sobre mi cadáver; no es ético —dijo con tono de advertencia—. Creo que, en todo caso, tienes que darles las mismas oportunidades y las mismas obligaciones… no sólo en contenido sino en relevancia también, porque de nada te sirve a alguien que tenga buen gusto, y que sepa utilizar todos los programas, y que tenga conocimientos técnicos y estéticos, si no es organizado y llega tarde, o si irrespeta a los clientes con el tamaño de su ego, o qué sé yo.



— Volterra dice que nosotros no competimos entre nosotros.



Suena bien, cada quien tiene su área de especialidad, y sus tipos de clientes, y sus gustos y disgustos —sonrió.



— Sería un poco estúpido si los pusiera a competir entre ellos cuando nosotros no tenemos ese tipo de competencia, ¿no crees?



— Es un tipo de presión que realmente te enseña la personalidad y el carácter de una persona —sacudió su cabeza—. Te demuestra qué es lo que está dispuesto a hacer, o lo que no está dispuesto a hacer…



— Eso sólo tiene un final catastrófico —rio—, sólo veo cómo puede sacar lo peor de alguien.



— Y es por eso que lo haces —sonrió—. No creo que quieras lidiar con alguien que es crónicamente imposible.



— "Crónicamente imposible" —rio ante el término—. Suena a mi peor pesadilla.



— Y debería serlo —asintió—, pero es tu decisión cómo lo haces porque tú tienes que tragártelos día con día.



— ¿Qué harías tú en mi posición? ¿Cómo lo harías?



— Mmm… —suspiró, frunció su ceño, y, ante la contemplación de ambas preguntas, terminó su copa de vino—. Diseñaría casos prácticos.



— ¿Cómo?



— Hay veces en las que una pasantía requiere no sólo de un jefe sino de un mentor, por así decirlo —se encogió entre hombros—. Hay que saber separar las dos cosas; eres jefe en todo lo que tiene que ver con el estudio directamente, como en los proyectos en los que tú trabajas, los proyectos en los que eres tú quien da la cara. Ellos pueden trabajar contigo, pueden ayudarte, pueden hacer parte del trabajo, pueden opinar, pero no pueden asumir el control del proyecto; la toma de decisiones es tuya: el qué, el cómo, y el cuándo son tuyos.



— ¿Pero?



— Creo que en tu caso es bueno ver cómo se desenvuelven por sí mismos, como tú dices —sonrió—. Dejas que asuman la responsabilidad de estar al frente de un proyecto que básicamente no existe… de ese modo no atropellas a ningún cliente, no inviertes al vacío, y simplemente los evalúas con tales y tales criterios por igual.



— Me estás diciendo que me invente clientes, ¿no?



— Y estamos en la misma página —asintió—. Así ves cómo es todo el proceso, y puedes hacer observaciones más puntuales para ver si las toman en cuenta o no, si se hacen responsables tanto de lo que salió bien como de lo que salió mal, etc.



— Suena a otro tipo de "Reality TV".



— Con la diferencia de que sólo son dos participantes, y tienes más "retos" que sólo los que se necesitan para eliminar a uno o a dos por semana —asintió—. Ves cómo reaccionan ante un proyecto nuevo, ves cómo desarrollan las ideas, ves cómo trabajan con los clientes, etc.



— ¿Y cómo sugieres que materialice a mis clientes si son inventados?



  — Para eso tienes amigos —rio—, para que te sirvan de embudo y/o filtro.



— No sé por qué creía que servían para otra cosa —entrecerró la mirada.



— Sirven para todo —sonrió, y llevó su puño a sus labios para disimular su bostezo.



— Tenía demasiado tiempo de no verte así —resopló, y llevó su copa a sus labios.



— No sé qué tienen las camisas de Phillip que me gustan tanto —se encogió entre hombros mientras se abrazaba a sí misma por encima de la pálida camisa celeste a rayas blancas.



— No me refería a eso —sonrió—, me refería a… "tranquila", supongo que ése sería el término.



— Lo estoy —rio un tanto avergonzada mientras peinaba su flequillo tras su oreja derecha—. Tengo una cosa menos en qué pensar… o que soportar —rio calladamente—. Oye, ¿puedo preguntarte algo?



— Claro —asintió, sabiendo que, cuando preguntaba si podía preguntar algo, era porque tendía a ir por la línea de lo personal; de lo que no solía hablar.



— ¿Cómo eran tus abuelos?



— ¿Maternos o paternos? —elevó ambas cejas ante lo extraño de la pregunta, pues, ¿de dónde había nacido?



— Los dos —se encogió entre hombros—. Bueno, los cuatro.



— ¿Puedo saber por qué quieres saber eso?
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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 6 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por VIVALENZ28 12/13/2015, 2:22 am

— El fin de semana voy a Connecticut a celebrar el cumpleaños de mi nana… y, no sé, supongo que me di cuenta de que no sé nada de tus abuelos. Quiero curiosear —se encogió entre hombros de nuevo, «porque tampoco es como que sé mucho sobre tu familia más allá de tu mamá y de tus hermanos».



— ¿Cuántos cumple? —sonrió Yulia con cierta dosis de falsedad, porque había algo envidiable en el hecho de que la abuela de Natasha estuviera viva todavía.



— Ochenta y cinco. Pero no te me desvíes del tema.



— No, era curiosidad instantánea… nada más —sacudió su cabeza, y dio un pequeño sorbo a su copa—. De mi abuelo paterno no me acuerdo mucho. Tengo un vago recuerdo de cómo era físicamente, de lo alto que era, de cómo siempre que me cargaba yo jugaba con su nariz y él intentaba morderme los dedos, de cómo me arrojaba al aire para atraparme de nuevo… me acuerdo de que hacía trucos de magia con el dinero que me daba para que comprara lo que quisiera; con billetes y con monedas por igual, y que siempre me decía "gástalo todo en el mismo lugar" en lugar de decirme "no lo gastes todo en el mismo lugar". No sé si darme dinero era lo correcto para la edad que tenía, pero me trataba de la misma forma que trataba a mi hermano; los dos recibíamos lo mismo —rio con un poco de nostalgia, aunque, más que la nostalgia, era el hecho de acordarse de algo que nunca se tomaba la molestia de recodar con tanto detalle. ¿Acaso no era relevante esa parte de su vida? ¿Acaso lo asociaba con algo malo y su omisión funcionaba como mecanismo de defensa? ¿O era simplemente el típico caso de "fue hace demasiado tiempo" que ya no conocía la magnitud del lazo emocional?—. Me llamaba "Ptichka"… significa "Pajarito" en ruso —sonrió.



— "Pajarito" —rio nasalmente.



— Me enseñó a silbar, y a chasquear los dedos de ambas manos.



— Espera, ¿ruso? ¿No era eslovaco?



— Nacido en Rusia, de papás rusos que luego emigraron a Checoslovaquia… a la región en donde hoy es Eslovaquia —le explicó—. Hablaba ruso, eslovaco, y polaco.



— ¿Y cómo te entendías con él si tú no hablas ninguno de esos tres?



— No sólo no hablaba ninguno de los tres idiomas que él hablaba, simplemente no hablaba —rio—. Cuando empecé a hablar —«más bien cuando se me dio la gana de empezar a hablar»—, no sé cómo le entendía… supongo que no hay mucha ciencia lingüística en un juego.



— ¿Y qué hay de tu abuela?



— Le mostré una fotografía a Lena, y dice que es como una adaptación de Lady Tremaine, pero de la Cenicienta de mil novecientos cincuenta —rio—. Dice que tiene las cejas, la quijada, la nariz, los ojos… el peinado.



— ¿Si le pones maquillaje se hace Maléfica? —bromeó, porque para ella así era, en especial porque Maléfica había salido nueve años después de Lady Tremaine, aunque ella sabía cómo se veía ella físicamente porque Emma en algún momento se la había mostrado.



— Maléfica es demasiado cool —se sacudió en un escalofrío—. Ella tiene esta sensación de matrona a ella....es muy preocupante, en realidad.



— ¿"Sabina", cierto?



— "Sabina Di Pace" —asintió—. Pues, ése es su apellido de soltera.



— Asumo que lo que menos te inspira es paz —rio.



— Son de las más grandes antítesis de la vida —se encogió entre hombros.



Es realmente tan "diábolica"?



— No diría que es diabólica —se carcajeó monosílabamente—. Algún encanto debe tener como para haberse casado de nuevo, ¿no crees?



— Oye, yo no sé —rio—. Creo que si mi suegra se casa de nuevo, por la razón que sea, es porque psicópata llama a psicópata.



— Tu suegra no es psicópata, sólo tiene serios problemas intestinales —murmuró con travesura—. Claramente le viene atravesado.



— No le puede venir atravesado… porque ahí lo tiene todo así —dijo, haciendo un puño muy fuerte y cerrado—. Si le metes un trozo de carbón, en una semana tienes un diamante —suspiró con la mirada ancha mientras sacudía la cabeza, y Yulia que sólo supo carcajearse—. ¿Así es tu abuela?



— Ella tiene mejor gusto —susurró, sabiendo que era algo que mataría a Natasha—. Su clóset sólo tenía Dolce y Armani, y asumo que sólo eso sigue teniendo… porque, pues, de las fotografías que veo que a veces ponen mis primos… se ve igual, se viste igual, y está igual.



— Es triste saber que tu abuela es más chic y más hip que mi suegra —susurró.



— No dije que tenía buen gusto —levantó su dedo índice—, dije que tenía mejor gusto —hizo la aclaración semántica—. No puedes tener un estilo tan matronal y ser chic y hip al mismo tiempo… sólo no se puede.



— Cierto —estuvo de acuerdo con un asentimiento—. Pero no te desvíes del tema, ¿qué con ella?



— Ella combate todo tipo de estereotipo de abuela, tanto italiana como no italiana —se encogió entre hombros—. Y, realmente, si tengo que describir mi relación con ella… —frunció su ceño y sus labios, y se rascó el triángulo de pecho desnudo por simple maña que se le activaba cuando no tenía una respuesta rápida o muy honesta en mente—. Tengo más relación con tu abuela que con la mía —se encogió entre hombros.



— Pero sólo la has visto como cinco veces desde que nos conocemos.



— Y eso debe darte una idea de cómo es con mi abuela —asintió.



— Eres una exagerada…



— Al ella no tener una buena relación con mi papá, tampoco es como que la tenía con nosotros… con el divorcio vino un poco más de distancia, al menos conmigo, y ni yo la busqué ni ella me buscó; la he visto porque "ni modo, es mi abuela". Pero el interés simplemente no lo tenemos, supongo.



— ¿Sabe que te casas?



— Creo que mi hermano le dijo... y, a decir verdad, no creo que esté muy contenta ni porque es con una mujer, ni porque está contenta conmigo.



— ¿Por qué no?



— Porque no llegué al entierro de mi papá —sonrió con una pizca de culpa que al mismo tiempo se leía como una pizca de alivio.



— Tú pagaste por todo —frunció su ceño.



  — Si...incluso pagué por el maladito ataúd de caoba—asintió—. Independientemente de eso, mi obligación era estar allá, viendo cómo lo soterraban…



— ¿Tu obligación? —ladeó su cabeza.



— No me digas que no es obligación ir al entierro de tu papá —entrecerró la mirada.



— No, yo entiendo la obligación social de eso… lo que no entiendo es por qué era obligación tuya —enfatizó en el pronombre posesivo, pero Yulia dibujó confusión en su rostro—. Digo, ¿a qué ibas a ir?



— ¿A enterrarlo?



— Sabes que no me refiero a eso.



— No quería ir, no tenía ganas de ir… —se encogió entre hombros—. Tampoco quería saber en dónde lo iban a enterrar… porque, de haber sido mi decisión, lo habría incinerado.



— ¿Y qué habrías hecho con las cenizas? —preguntó Natasha con una sonrisa interna, porque ella sabía que Yulia no estaba precisamente en contra del entierro o a favor de la incineración, era que simplemente pensaba que a su papá había que hacerlo cenizas porque sí.



— Habría comprado un piano de pared como en el que aprendí a tocar piano, un Yamaha marrón, habría tocado todas las piezas de Tchaikovsky que sé y que no sé, me habría equivocado a propósito, habría esparcido las cenizas en la caja… y habría destruido el piano con un mazo de dieciséis libras —sonrió angelicalmente, pero, ante la ancha mirada de Natasha, suspiró para decirle la verdad—. Hablando en serio, no lo sé, no sé qué habría hecho con las cenizas… y tampoco lo sabía en ese momento, quizás por eso dejé que mis hermanos hicieran todo como ellos querían. Sólo sé que yo ya no quería verlo de nuevo, y que él tampoco quería verme de nuevo.



— ¿Por qué piensas que no te quería ver de nuevo?



— Me lo dijo.



— ¿Y piensas que lo decía en serio? —Yulia asintió—. ¿Escogiste creer que lo decía en serio o lo sabías?



— No encuentro nada que me conforte en eso de "creer" que lo decía en serio —«porque eso sólo significaría que tenía esperanzas de que no era así»—. Quizás hice las cosas mal, pero no hice nada malo —repuso un tanto molesta y sin saber realmente por qué—. Sé que lo decía en serio, y tampoco me dolió que me lo dijera…



— Supongo que nunca sabremos si lo decía o no en serio —suspiró.



— Te digo que sí lo decía en serio —sacudió su cabeza.



— ¿Cómo puedes estar tan segura?



— Porque sé que le dio vergüenza que lo viera así de débil, de inútil —se encogió entre hombros—. Él escogió no verme, y yo también… y sé que escogimos eso por la misma razón a pesar de que no nos pusimos de acuerdo.



Natasha ladeó su cabeza, y vio a Yulia darle un sorbo a su copa de vino para calmar la clara ráfaga de pensamientos que la atacaban sin necesariamente hacerle daño; eran las cosas en las que era imposible no pensar.



Pensó en cómo no lograba entender ese sabor a desprecio que tenía todo lo que Yulia decía sobre su papá, pero que, en el fondo, y quizás ni tan en el fondo, estaban esas muestras de respeto que confundían a cualquiera. A ella definitivamente la confundían, no la dejaban entender. Pero no era para que ella o el resto del mundo entendiera, quizás ni Yulia misma entendía y tampoco quería entender por no querer explorar eso que ya había dejado en el pasado y sepultado en algún cementerio de Roma. «La ignorancia es felicidad». Ni quería ni necesitaba saber.



— ¿Y tus abuelos maternos? —preguntó Natasha al cabo de unos segundos que habían parecido eternos.



— Los mejores —sonrió, haciéndola sonreír a ella también—. Mi abuelo vivía por y para el futbol, todo lo que tuviera que ver con futbol… eso era lo suyo —rio nasalmente—. Me acuerdo que, estando yo muy pequeña, me llevó a un juego de la Roma contra la Juventus, y me acuerdo del gol de cabeza que metió Desideri, y de cuando me llevó a un juego de la Roma contra el Udinese, que Rizzitelli metió un gol en el tiempo de reposición… y que Giannini llegaba a cenar a la casa… a Giannini que yo le decía "Eppe" porque no podía decir "Giuseppe" —rio.



  — Me hablas como en chino.



— Mi abuelo era de esas personas que es imposible que sean tan amables… y no era así sólo conmigo, o con mi mamá y mis hermanos, así era con todos. Era un aficionado del futbol, de las películas de James Bond, y de los Rolling Stones. Se enojaba si osabas a decir que los Beatles eran mejores que los Stones. Era de los que iba a trabajar en traje con corbatín y tirantes, y de los que iniciaba una tarde de nietos con gelato. Decía que nunca era suficiente queso, que nunca era suficiente vino, que nunca era suficiente cariño, y que nunca era suficiente risa… y tocaba el cello.



— ¿Y tu abuela?



  — Mi abuela era distinta a pesar de sufrir del mal del estereotipo de abuela —rio—. No le decíamos "Nona" porque sonaba demasiado fuerte, le decíamos "Nonina"… con cariño, y la tuteábamos.



    — Confianzudos —bromeó.



  — Creo que la hacíamos sentir más joven con el tuteo —se encogió entre hombros—. Era la que me iba a ver a todos los juegos de tenis, y que realmente llegaba a ver el juego… no llegaba con un libro o con una revista.



Eso debe haber sido agradable.



Lo fue —asintió—. Y era con quien practicaba el francés… y quien me enseñó a recitar las tablas del uno al veinte, a dividir esas cifras que Dios-me-ayude-mejor-uso-la-calculadora, y quien me regaló mi primer Walkman y mi primer cassette de Laura Pausini, y quien me compraba la edición mensual de Vogue USA porque mi mamá me compraba la edición mensual de Vogue Italia… y nos daba regalos entretenidos para las ocasiones pertinentes —rio, como si eso fuera lo más importante—. Ah, y para mi cumpleaños, porque cumplo un día después que ella, casi siempre nos íbamos de viaje las dos… que a Trieste, o a Zagreb, a Vienna, a Budapest, a Zurich…



— No sabía que cumplías un día después que ella —comentó, porque le había encontrado las remotas probabilidades a eso.



— Y para mi doceavo cumpleaños me regaló entradas para el primer concierto de Laura Pausini al que fui… que supuestamente iba a ir con ella y ya no se pudo.



— Entonces a ella le debo agradecer esa fijación que tienes con esa mujer, ¿cierto? —susurró llena de intenciones de molestar.



  — ¿Fijación? —elevó su ceja izquierda.



— No me digas que no estás enamorada de esa mujer… porque no te voy a creer.



— ¡Ay! —frunció sus labios, y su nariz, para luego reírse—. ¿Qué te puedo decir? Las mujeres italianas se me hacen un poco irresistibles —exageró el sentimiento que tenía hacia las mujeres de dicha nacionalidad, o hacia las mujeres en general.



— ¿Y las griegas/rusas?



— Lena es en parte italiana —corrigió su insinuación—. Que la hayan contaminado con costumbres griegas es otra cosa… pero es italiana.



— Cie-erto —canturreó—. Se me olvida que Lena es la mitad de Volterra.



— ¿Por qué me haces eso? —llevó sus manos a su rostro para cubrirlo.



— ¿Qué hice? —rio, y Yulia sólo sacudió su cabeza—. No me digas que te perturba saber lo que Volterra puede hacer con su pene.



‘Joder… —se hundió más entre sus manos—. ¿Por qué me dices esas cosas? ¿Acaso no me quieres?



  — Oye, todos tenemos una mitad que vino de un pene… —se carcajeó ante la incomodidad de su mejor amiga.



— Ya, ya… —la detuvo con una mano en lo alto.



— Sí te quiero… es sólo que me das risa cuando te incomodas.



— Payaso personal, entonces —suspiró.



— Ocasional, sí —asintió con una sonrisa sin vergüenza—. Entonces, Laura Pausini.



Ella me da escalofríos y la piel de gallina cuando canta… —se encogió entre hombros, porque para ella eso era obvio—. Escuchar que canta en vivo, que no necesita de "n" cantidad de bailarines para entretenerte, ni de ella bailar, que sólo necesita tener un micrófono… y que si ella deja de cantar escuchas a todo San Siro cantando… —suspiró, y se sacudió en un escalofrío al acordarse de "Ascolta Il Tuo Cuore" con todo el estadio en coro, que para medio concierto había empezado a llover y no había importado porque si Laura Pausini se mojaba ella también sin importar el mes de resfriado que sufriría luego.



— Asumo que San Siro no es Roma.



— El Giuseppe Meazza —sacudió su cabeza—. Estadio del Milan y del Inter.



— ¿No la veías en Roma?



— Sí, pero esa vez la vi en San Siro porque fue la primera mujer que cantó en el estadio y que, de paso, rompió récord de tiempo en sold-out; setenta mil personas.



— De las cuales una de ellas eras tú.



— Y con orgullo —asintió—. Imagínate a setenta mil personas cantando… es casi irreal. Ni a Madonna le corearon así en el Confessions Tour en Roma, y no porque eran diez mil personas menos… ni a U2 en el San Siro aunque eran casi el doble de personas.



— Debe ser algo patriótico —se encogió entre hombros, y Yulia le preguntó un «¿qué debe ser patriótico?» con la mirada—. El amor por Laura Pausini.



— En mi caso no tiene nada que ver que sea italiana. Además, no creo que tenga mucho que ver porque ha cruzado varias fronteras, no es como Giorgia —repuso, y dio un sorbo a su copa—. En lo personal prefiero sus canciones en italiano por sobre las que son en español… las que son en inglés no las soporto aunque sean las mismas que canta en italiano.



— ¿Por qué?



— Porque no la siento orgánica a pesar de que no tiene el típico acento que un italiano suele tener, siento que no tiene la misma fuerza que tiene en italiano.



— ¿Fuerza? —resopló—. La mitad del tiempo está gritando.



— El italiano es bastante fuerte, no sólo en intensidad sino también en volumen… a mí me suena normal.



— Supongo que tus oídos están acostumbrados a esos decibeles —sacó su lengua.



— Pues sí —rio.



— ¿Entonces te gusta que te grite? —bromeó con ese tono que implicaba algo más sexual—. ¿O es la letra?







— A mí me puedes cantar sobre penes y vaginas o sobre el amor más puro y más cursi, pero si la melodía y el ritmo no me hacen nada… —se encogió entre hombros—. Ella simplemente tiene la mala maña de tener melodías que de alguna forma se me quedan grabadas; si no son memorables no valen la pena —sonrió—. Aunque no niego que sí hay letras que me gustan, pero las he descubierto a partir de que me gusta la melodía… todavía no encuentro una canción que me guste sólo por la letra.



— Sea por lo que sea, te gusta.



— Sí, pero no de esa forma —rio—. Puedo ir a dormirme con ella, puedo despertarme con ella… pero no me molesta si otra persona la escucha; no me molesta compartirla.



  — Demasiado posesiva? —se carcajeó.



— ¿Te gustaría que Phillip se compartiera con alguien más? —elevó su ceja derecha.



— Buen punto —sacudió su cabeza—. Entonces no deberías decir que las mujeres italianas y rusas son irresistibles para ti.



— Sólo considero irresistibles a 3 mujeres italianas y una rusa mitad italiana, no a todas.



— ¿A Lena, a Laura Pausini, y a quiénes más?



— Monica Bellucci y Claudia Cardinale.



— Tú tienes algún problema de mamá —rio, y Yulia frunció su ceño—. Monica Bellucci ya va por los cincuenta, y Claudia Cardinale va por los setenta si no es que ya va por los ochenta.



— Evidentemente me refiero a Claudia Cardinale en aquella época —entrecerró la mirada.



  — Ajá, ¿y Monica Bellucci?



— Es como el Pomerol —se encogió entre hombros, y Natasha soltó una estrepitosa carcajada—. No es un problema de mamá, es sólo que soy honesta y admito que Monica Bellucci está muy guapa.



— "Guapa".



— Pues sí, porque "bonita" no es.



— ¿Laura Pausini es bonita o es guapa?



— Tendencia a guapa, pero no diría que lo es… simplemente es —frunció su ceño—. No estoy en el "Quiero joder en el club de Laura Pausini".



  — ¿Estás en el de Monica Bellucci? —continuó molestándola.



  — Ella está en mi lista de celebridades follables



  — ¿Ella es tu lista completa? —Yulia asintió—. ¿Y Lena lo sabe?



— Lena comparte mi opinión.



  — No sé si encontrarlo chistoso o raro que estén de acuerdo en eso —rio.



— Pura casualidad —resopló.



— Monica Bellucci… —murmuró para sí misma—. Sé quién es por ser vocera de Domenico y Stefano, pero creo que no he visto ninguna película con ella.



— Creo que aquí la conocieron por Malèna, y después que hizo el papel de Persephone en "The Matrix"… y, si no me equivoco, hizo de María Magdalena en "The Passion of the Christ".



  — No he visto ninguna de las tres —frunció su ceño—. Y tampoco sé cómo es que tú sí las has visto…



— Tú sabes que veo de todo un poco, hasta "Movie 43" y las de los Pitufos.



— Tú lo que buscas es otra razón para odiar a los Pitufos.



— No los odio —entrecerró su mirada—. Son como Plaza Sésamo, y los Muppets; no les encuentro nada interesante, entretenido, y/o gracioso.



  — ¿Escuchas eso? —llevó su mano a su oreja.



— ¿El qué? —frunció su ceño.



— Es el sonido de toda América retorciéndose —susurró risiblemente—. Decir eso es peor que insultar a tu mamá.



  — Si con "América" te refieres a este país —rio—, cuestiono dos cosas, y digo dos puntos: el sentido del humor, porque todavía no entiendo qué tiene de gracioso "Superbad" o "Dumb and Dumber", y la importancia, el respeto, y el amor por la figura materna.



  — Bueno, de matriarcado tenemos poco… pero no creo que tengamos un mal sentido del humor.



— No dije que fuera malo, sólo dije que no entendía qué tenía de gracioso —enfatizó en la diferencia—. No estoy en disminución de IQ.



  — Es que las películas que escoges para denominarlas "comedias" no dan risa —rio suavemente.



  — Yo no las denomino así, ése es el género con el que llegan a la pantalla grande.



— Buen punto —estuvo de acuerdo, y vio a Yuliacerrar los ojos con un suspiro para luego ladear su cabeza; algo que tenía que ver con lo que sonaba en ese momento—. ¿Buenos recuerdos?



— Eso es en San Siro —señaló hacia arriba—, fue el año que me vine a vivir aquí.



— No sabía que podía no gritar —bromeó—. ¿Con quién fuiste a ese concierto?



— Con unas amigas de la universidad.



— ¿Tenías amigas en la universidad? —ensanchó la mirada, porque quería aparentar la seriedad de la pregunta, pero, ante la entrecerrada mirada de Yulia, sólo pudo carcajearse—. ¿Eran amigas de ocasión o amigas de verdad?



— Mmm… —suspiró—, eran mis compañeras de mesa en Diseño.



— ¿Diseño de Interiores o Diseño?



  — Diseño —dijo calladamente.



  — No te escuché.



  — Diseño —repitió un tanto incómoda.



— ¿Por qué no te gusta hablar de eso?



— Porque no tiene sentido —se encogió entre hombros, y llevó su copa a sus labios para terminarse su dosis de Pomerol—. ¿Qué se te ha metido que quieres saber cualquier cantidad de cosas sobre mi pasado? —preguntó, teniéndole asco a eso de "mi pasado" porque sonaba demasiado poético, demasiado dramático, demasiado mal—. Entre tú y Lena… es como que quieren escribir una biografía sobre mí.



— Oye, lo que hables o no con Lena, no tiene nada que ver conmigo —levantó sus manos y sacudió su cabeza—. Es sólo que hay curiosidad… tú sabes todo sobre mí; de mis días en St. Bernadette’s, de mis días en Brown, y de mis días en NYU, de mis días en Sparks, de mis días en Lifetime… —se encogió entre hombros—. Cuando te miro, no es que no sé quien eres porque sé quien eres y lo que eres...



Asi que, porque quieres saber?



Porque soy curiosa



"Curiosa"?



Si, solo curiosidad —asintió con una sonrisa casi infantil—. Y mi curiosidad va y viene



Curiosidad mató al gato —susurró.



Y la satisfacción lo trajo de nuevo —repuso rápidamente.



— ¿Qué quieres saber? —suspiró ante la eminente derrota argumentativa.



— Lo que sea que me quieras contar… algo para matar el tiempo mientras Phillip se despierta —se encogió entre hombros.



— Así no es como funciono, y tú lo sabes.



  — Está bien —resopló—. ¿Por qué llevaste las dos al mismo tiempo?



— Porque estaba aburrida —se encogió entre hombros, aunque eso no eran cien por ciento cierto; necesitaba distraerse con más—, necesitaba más cosas que hacer… y porque siempre me gustó la idea de meterme en ese mundo; uno era para complementar la arquitectura, el otro era para complacerme.



— ¿Y qué hacías?



  — Como era el programa de un año, prácticamente sólo hice diseño puro; textiles, dibujo, patrones, diseño conceptual o avant-garde, diseño industrial o prêt-à-Porter, dibujo y diseño técnico, historia de couture, y diseño de ropa interior y trajes de baños, ropa de mujer, ropa de hombre . De las últimas escogías dos porque eran una especialización.



— ¿Cuál escogiste?



Ropa de mujer y ropa de hombre. La lencería se la dejo a La Perla, y a Carine Gilson —sonrió.



  — Creí que cuando decías que no cosías era una broma —rio.



— Sí sé coser —sacudió su cabeza—. Pasa que mi construcción, para algo tan intricado, no es buena… quizás, de haber hecho los cuatro años que se requerían para el grado, lo habría logrado. Pero no es lo mío.



  — Si no construías, o confeccionabas, ¿qué hacías entonces? ¿Sólo dibujar?



  — Trabajábamos junto con los de los talleres de construcción; nosotros diseñábamos y ellos construían —se encogió entre hombros—. Tengo un profundo amor por la ropa, por el calzado, por la moda en general… pero mi amor por la industria tampoco es tan grande, supongo que sólo quería entender un poco más de lo que me servía y lo que no. No hablo del tema porque no tiene nada de interesante —le dijo un tanto seria, porque realmente pensaba que no era nada sino aburrido.



— Sí es interesante —frunció su ceño—. Bueno, sería interesante ver qué era lo que diseñabas.



Prêt-à-Porter —repuso, tomándola de la mano para obligarla a bajarse de la encimera y guiarla hasta la habitación del piano—. Tómalo como una exploración, una investigación del cómo quiero vestirme y del cómo quiero que se vistan… —dijo, buscando aquel libro rojo de pasta dura—. La educación existe en todo tipo de campo —sonrió, y le alcanzó el libro que había sacado de entre la sección de Harper’s Bazaar y Vogue—, incluyendo mi educación e incluyendo mi campo.



  — Es tu portafolio —murmuró al hojearlo.



— No, no es mi portafolio —sacudió su cabeza—. O, bueno… supongo que sí —resopló, pues eran todos sus diseños, tanto los buenos como los malos, que había hecho durante aquel año—. Es solo un cuaderno de bocetos.



De gama alta confección —resopló al ver el contenido con mayor detenimiento.



— Tú sabes que la clave está en que se vea caro, no en que sea caro.



— Sí, yo sé que el costo de mi jeans no debe pasar de los cien dólares y aun así pago diez veces más —dijo, pasando las páginas con delicadeza mientras buscaba un asiento en el cual dejarse caer. Sus piernas no estaban muy fuertes después de esa campal batalla sexual—. Es como si Armani y St. John tuvieron un hijo, quizás con genes de Ralph Lauren, Etro, y Burberry.



— Como dije, es la máxima expresión de prêt-à-Porter —se encogió entre hombros, no sabiendo si sentirse ofendida o halagada por la comparación—. Lo más comercial que se pueda.



— ¿Comercial? —rio—. Ni tanto.



— Yo pienso que sí.



— La mujer promedio no tiene tus proporciones, y lo que tú diseñaste es para ti; para una mujer con tus exactas proporciones… y eso no es tan comercial. Llámale comercial si tratas con tallas de ocho hacia arriba, y con telas y formas de cuello que prácticamente cualquier mujer puede dominar. No cualquiera puede dominar un patrón de cebra o un escote tan profundo que los filósofos se tardarían años en discutir —dijo, haciendo a Yulia reír con el último comentario—. Tia Donna siempre dice que una diseñadora es su propio branding y su propio marketing; ella diseña de tal forma que refleja cómo se viste.



— Eso pasa con los hombres que diseñan ropa de caballero también —estuvo completamente de acuerdo—. Si diseñas para el otro género es más un "cómo quiero que se vistan" o un "como me imagino que me vestiría si fuera del otro género".



— ¿Tienes ropa de caballero aquí?



  — Mjm —asintió, pasando las páginas hasta casi al final.



— Obsesión con trajes —resopló al ver siete bosquejos de siete distintos trajes.



— Un traje entallado es tan sexy, para una mujer, como lo es la lencería para un hombre —asintió.



— Lena en lencería —rio—, ése es tu caso.



— Aprecio el gesto de la lencería sexy, pero eso no me detiene de querer quitársela.



— Precisamente, te dan ganas de arrancársela para tú-sabes.



— ¿Y el punto de eso es?



— Tu inhabilidad de guardarte las manitas —bromeó, y vio, de reojo, cómo Yulia sumergía sus manos en los bolsillos de su jeans; acción subconsciente para que viera que sí podía guardarse sus manos—. Quizás tú sólo admiras los trajes entallados, desde lejos… porque tu naturaleza no te da para arrancarlo.



  — Olvida al hombre en el traje, es el traje en sí, cuando es tallado y entallado, que es una obra de arte.



—Y es por eso que se nota que no te gustan los hombres; prefieres ver al traje que ver al hombre.



Culpable de los cargos —rio con sus manos a la altura de sus hombros, y las guardó nuevamente en sus bolsillos.



  — Ni tanto —sacudió su cabeza—, sabes que es mentira que no te gustan los hombres.



  — Me gustan de lejos —se encogió entre hombros.



— Ni tanto —repitió con el mismo movimiento de cabeza—. De lo contrario no tendrías antecedentes heterosexuales —le dijo, y, antes de que Yulia pudiera decir cualquier cosa, que hasta inhaló esa justa cantidad de aire para refutar o comentar algo al respecto, sacudió nuevamente su cabeza—. Ni se te ocurra jugar la carta de "estaba confundida" o "estaba explorando mi sexualidad"… eres mucho mejor que eso.



— Iba a decir que quizás era pansexual.



— ¿Excitación por los panes y los carbohidratos? —bromeó con su lengua entre sus dientes, pero sintió a Yulia exhalar junto con una caída de hombros y una mirada entrecerrada—. "Pansexualidad" sugiere una atracción que no está ligada al género como tal, una preferencia por personalidad y carácter por sobre la estética.



— Es la sexualidad del nuevo milenio —asintió.



— Relájate, Samantha —rio por la referencia a "Sex & The City", y tuvo que aceptar que, de entre todas las cosas que podían ser citadas de las seis temporadas, era de lo más rebuscado. Buena memoria. Buena memoria de ambas.



  — Es lo más cierto que puede existir —se encogió entre hombros.



— Cierto no, puro sí —repuso, pasando la página para seguir viendo los bosquejos—. Al ser humano siempre le atrae lo estéticamente bonito, que los parámetros de belleza varían en tiempo y espacio es otra cosa, pero preferimos lo bonito a lo inteligente.



  — Sí, porque mis parámetros de "bonito" son los mismos tuyos —rio con un tono que podía confundir, porque no se sabía si era sarcasmo o no, por lo que Natasha reflejó su confusión en su mirada—. Nos gustan las mismas cosas.



Siento disentir —se carcajeó con regocijo—, No estoy en el coño.



— ¿Sabes que eso era lo que yo me decía al principio? —susurró con ánimos de simplemente molestarla, pero eso no significaba que el contenido de su pregunta no fuera cierto o verdadero.



— Si Lena fuera hombre, ¿qué harías?



— No puedes sólo cambiarle el empaque —rio—, sino terminaría siendo el mejor amigo de una mujer



  — Un amigo gay —sonrió, y Yulia asintió—. Bueno, imagínate que lo que te gusta de Lena lo hubiera tenido Mischa…



  — ¿Siendo tu punto?



  — ¿Te habrías quedado con Mischa?



— No sé ni siquiera si eso se puede responder —frunció su ceño.



  — ¿Por qué eras novia de Mischa?



  — Eso es algo que me pregunto un par de veces al año —resopló—. No sé qué le veía.



— Es lo que no le veías —sonrió, devolviendo su mirada a los bosquejos—. El hecho de que nunca aprobé esa relación al cien por ciento no significa que no acepte que Mischa es una persona que, cuando quiere, puede ser una buena compañía; entretiene e interesa. Tenía mil mañas, malas costumbres, y excentricidades, pero quién no las tiene.



  — ¿Entonces?



— La cama fue un daño colateral de la cotidianidad —se encogió entre hombros—. Así como creo que fue con tu relación con el hombre aquel —dijo, derramando todo su desprecio sobre esa persona que no conocía pero que había aprendido a detestar por principio de hermandad y por principio de femineidad.



— ¿Con Marco?



— Sí —se volvió hacia ella—. Si él no se hubiera convertido en un gillipollas..probablemente te hubieras casado con el chico



— Repito: ¿siendo tu punto?



  — ¿Cómo sabes tú de la "pansexualidad" aparte de porque Samantha lo dice?



— Porque me estresa no saber qué soy —suspiró—. Claramente no soy heterosexual, y claramente no soy homosexual.



— Podrías ser bisexual —sugirió.



— Eso significaría que mi atracción sexual es tanto por hombres como por mujeres, y ése no es el caso —sacudió su cabeza—. Hasta la fecha no he conocido un hombre con el que pueda pensar: "Quiero que me folle". Lo que he tenido con un hombre prácticamente pasó, supongo que el cuerpo me lo pidió, pero sé que no me nace así como me nace con… tú sabes.



— La sexualidad no sólo se basa en atracción sexual del tipo genital —repuso, no sabiendo si con esa terminología podía explicarse un poco mejor—. De lo contrario habría un tipo de atracción sexual por un genital que vibra… y eso todavía no pasa.



  — Buen punto.



— No creo que seas una persona de "Quiero ser follada", tú eres más de "Quiero follarte" y de "Quiero que quieras follarte"… en otra vida, bajo otras circunstancias, tu obsesión con el control probablemente te llevaría a ser una dominatriz.



— Auch.



— No es para que te sientas insultada, o qué sé yo —rio suavemente—. Yo no tengo ningún problema con el ejercicio del control de todo, hasta del clima… a mí me gusta cuando todo me sale como yo quiero; es una satisfacción natural.



— No me gustan las sorpresas —dijo como explicación a sus innatas ganas de querer controlarlo todo.



— Por la razón que sea, así sea porque no te gustan las sorpresas o porque te sientes bien controlando todo y a todos… la satisfacción es normal.



— Entonces, según tú… soy bisexual.



— Yo no dije eso —sacudió su cabeza—. A decir verdad, creo que la bisexualidad sólo existe cuando una razón de tu gusto y/o atracción por una persona es su género situacional y que sólo se limita a hombres y mujeres… de lo contrario no creo en la bisexualidad. Para mí, el término "bisexualidad" es tan rígido, que no es más que una teoría bastante primitiva de la "pansexualidad".



— Me intriga la profundidad de tu razonamiento —dijo su sarcasmo.



— Por definición: al heterosexual le gusta el género contrario, al homosexual le gusta su mismo género, y al bisexual le gusta tanto su mismo género como su género contrario.



— ¿Entonces?



— "Por definición" —enfatizó en lo que eso significaba—. Existen varios tipos de transgénero…



— Entonces, ¿qué? ¿Soy bisexual o no? —rio un tanto desesperada.



— ¿Lena te gusta porque es mujer o porque es Lena? —le preguntó con toda la intención de elevar ambas cejas y exhalar un "oh"—. No, no creo que seas bisexual.



— Entonces sí soy pansexual.



— Yo sólo puedo proponer preguntas porque respuestas no tengo —se encogió entre hombros—. ¿Te sientes cómoda con esa etiqueta?



  — ¿Por qué no me sentiría cómoda con eso?



— Por eso mi pregunta.



    — El prefijo "pan" me estorba, de lo contrario satisface la mayoría de mis características sexuales.



— "Pan" significa "todo", no la abreviación del nombre del ex de Lena —rio.



— Me estorba por igual… por eso me he autroproclamado "Lenisexual".



Nice —rio—. Es bastante específico.



  — Cero Freud, cero Kinsey, cero asociaciones…



— Etiqueta científica.



— Al cien por ciento —asintió con una risa.



— ¿Por qué te estorba tanto Dima? —tuvo que preguntar, porque su curiosidad era simplemente demasiada.



— ¿Sinceramente? —resopló, y Natasha asintió—. No sé… —se encogió entre hombros—. El recuerdo me enoja, su cara me enoja, su voz me enoja… él me enoja.



— Pero ni está en tu vida, no veo por qué tiene que enojarte.



— No me digas que puedes lidiar civilizadamente con las ex novias de Phillip.



— Olivia Palermo, alias "la tabla humana", no constituye ese grupo de mujeres, así que no tengo ningún problema.



  — Ah, New York Royalty —bromeó Yulia.



— Es una persona que te hace reconsiderar la clase, o la falta de, de la sociedad neoyorquina. Es un ícono desarrollado por reality TV, nada bueno, o muy poco, puede salir de "The Hills" y de programas similares.



  — Tú trabajabas para reality TV —entrecerró la mirada.



— Y a eso digo tres cosas y dos puntos: yo no era la protagonista, no me sirvió de catapulta para absolutamente nada, y yo no trabajaba para scripted reality TV; lo que veías en la pantalla era lo que realmente pasaba… al menos así era en mi tiempo.



— Si he visto diez capítulos de distintas temporadas… es mucho.



— Deberías verlo, es diferente. Al menos hasta la décima temporada, que es la última en la que estuve.



— Lo consideraré —rio—. ¿Alguna temporada en especial?



  — Mmm… creo que la décima te puede gustar.



— ¿La compro por Amazon, la veo en Netflix, en Hulu?



— Hulu —rio—, si no eres fanática enferma no vale la pena comprarla.



  — Tercera serie que veré en Hulu.



  — Eres de las personas con las que ese tipo de servicios ganan —su burló—. Pagas ocho dólares al mes por Hulu, ocho dólares al mes por Netflix… y casi no los usas.



— Es una estrategia complementaria; lo que no está en Netflix está en Hulu —se encogió entre hombros—. Y, de igual forma, todavía rento y compro películas en iTunes cuando no las encuentro ni en Netflix ni en Hulu, ni en Amazon.



— Tú eres lo que todo e-commerce provider quiere en un cliente.



— Compro lo que no puedo comprar con facilidad —frunció su ceño como si se estuviera defendiendo—. Aquí tengo Saks, Bergdorf’s, Barneys, y toda una ciudad para comprar lo que se me ocurra… pero hay cosas que no tengo aquí, como Nancy Meyer —sonrió.



Big deal, tienes La Perla, Kiki de Montparnasse, y Saks para eso.



— Sabes que si puedo evitar probarme cualquier tipo de lencería y traje de baño, lo evito. Y prefiero lo que me viene empacado a lo que tomo del perchero… sabrá Dios cuántas personas se han probado el mismo sostén —dijo con una expresión de asco—. Y Amazon me sirve para comprar las canciones que no encuentro en iTunes, y lo que no puedo comprar en Food Emporium.



— ¿Cosas como cuáles?



— Cables, audífonos,   y cualquier cosa que sé que no voy a tener tiempo de ir a comprar a donde lo venden aquí, o porque sólo puedo comprarlo en New Jersey. Y ha sido utilizada para reemplazar los Converse de Lena, porque sólo allí los encontramos, y para lo que sea que Katya quiera o necesite, o para lo que sea que Lena quiera darle a Katya… o a Inessa.



— Mírate, ya pagas lo de tu familia política —bromeó.



— No, Lena sólo usa mi cuenta; ella usa su tarjeta.



  — Mírate, ya compartes cuentas con Lena —rio, empleando el mismo tono anterior.



  — Para todo lo que tenga que ver con e-commerce —asintió, y, de inmediato, soltó una risa nasal junto con una caída de cabeza para luego volverse hacia la puerta—. Buenos días —sonrió para Phillip, que vestía sus calcetines negros, que la banda elástica tè blu, «or teal», apenas sobresalía sobre el gris carbón que se ajustaba a su cadera con tanta perfección, y, en la mano izquierda, tenía al Carajito, pues en la mano derecha tenía la blusa de Natasha.
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