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LA SALVAJE

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LA SALVAJE   - Página 2 Empty Re: LA SALVAJE

Mensaje por Lesdrumm 9/22/2015, 10:51 pm

LA SALVAJE


Capítulo 8

A Lena se le quedó la boca seca. Notó que el rubor le subía a las mejillas y la invadió un cosquilleo de expectación.
—¿Qué otra acera? —preguntó Sandy con ingenuidad. Su hermana se la quedó mirando fijamente.
—No me puedo creer que seamos familia. Para mí que cambiaron en el hospital cuando naciste.
—Tenemos los mismos rasgos y el mismo tono de pelo de piel —replicó Sandy, entre las risitas de Rhonda.
—En serio, Sandy —prosiguió Colleen—. A veces me pregunto si vives en el mismo planeta que el resto de nosotras. Al menos dime que sabes lo que es una lesbiana.
—Pues claro que se lo que es una. . —Sandy abrió unos ojos como platos y su voz se convirtió en un susurro—. ¿Quieres decir que Yulia Volkova es lesbiana?
—Eso es lo que se rumoreaba por aquel entonces —susurró Colleen, imitando el tono de su hermana.
—¿Lo sabias, Lena? —inquirió Sandy.
Lena tragó saliva.
—No, no lo sabia
—¿Ves, Colleen? Lena tampoco lo sabía.
—Lena es casi tan ingenua como tú, Sandy. Pero, volviendo a Yulia Volkova, lo único que digo es que, después de una fiesta del colegio, empezaron a correr rumores.
—¿Pero cómo va a ser lesbiana? —exclamó Sandy—. Si salía con. . ¿cómo se llamaba? El chico que perdió la pierna.
—El chico de Kingston. Creo que se llamaba Graham —replicó Colleen—. ¿Y qué? También se pasaba la vida con Laurel Lawson. Perdón, Laurel Greenwood.
—Yulia y Laurel —repitió Sandy con asombro.
Lena estaba tan estupefacta como Sandy. Casi no daba crédito a sus oídos. ¿De dónde había sacado Colleen todas aquellas habladurías?
—Guau —exclamo Rhonda—. Nadie me había contado nada de eso, así que la verdad es que yo tampoco tenía ni idea.
—Me parece que Colleen se lo está inventando para quedarse con nosotras —sugirió Sandy, observando a su hermana, a la espera del menor cambio en su expresión.
Colleen se encogió de hombros.
—Sería demasiado fácil quedarse contigo, Sandy. Pero no, no me lo estoy inventando y no os estoy gastando una broma. Una vez me contaron que uno de los profesores había pillado a Yulia y a Laurel juntas y que, por la manera en que actuaban, eran más que amigas. Sandy se burló de su hermana.
—Bueno, a mí me parece un poco cogido por los pelos. Laurel se casó con Mike Greenwood poco después de que metieran a Yulia en la cárcel y tienen tres hijos. Además, por lo que cuenta Lena, Yulia también tiene una hija. Creo que te equivocas, Colleen.
—Muchas personas homosexuales se casan —repuso Colleen.
Rhonda levantó una mano.
—Bueno, esta discusión podría llevarnos toda la tarde. Pero, por muy intrigante que suene, no hemos venido aquí a cotillear. ¿Y si empezamos ya la partida de bridge?
—Si —Lena se mostró de acuerdo en el acto—. Sera la última partida antes de Navidad. No volveremos a jugar hasta el año que viene.
En cuanto empezaron a jugar, Lena puso toda su atención en las cartas, aunque una pequeña parte de su mente siguió dándole vueltas a las terroríficas y tentadoras incógnitas que las insinuaciones de Colleen habían levantado respecto a Yulia Volkova.
Al día siguiente, de camino al trabajo, Lena frunció el entrecejo al pensar en lo que Colleen había dicho de Yulia. Como si no se hubiera pasado ya la noche dándole vueltas al asunto, se reprendiócon irritación.
Lena recordaba que, en efecto, Yulia y Laurel habían sido muy buenas amigas en el colegio y en el instituto. Eran inseparables. Ahora bien, racionalizó: ¿quién no había tenido una mejor amiga? La suya había sido Janey Watson. Las dos se habían hecho profesoras, estudiaban juntas y salían de fiesta juntas. Más adelante destinaron a Janey a una escuela en el norte de Queensland y empezaron a verse solo cuando Janey volvía a casa en vacaciones. Tres años después, Janey se casó con un agente de policía local y desde entonces se mudaba de un lado a otro del país cada vez que le daban un nuevo destino a su marido. Lena y Janey se escribían y se telefoneaban de vez en cuando. También quedaban para ponerse al día cada dos años, cuando Janey iba a visitar a sus padres.
Sí, todo el mundo tenía un mejor amigo o una mejor amiga. Laurel era la de Yulia. No era más que eso, se dijo con firmeza.
Pero si Yulia era lesbiana...Lena tragó saliva, mareada por la súbita sensación de calor que se había instalado en su interior. Inspiró profundamente, tratando de controlar el ritmo errático de su corazón. Le latía con tanta fuerza que le reverberaba en las sienes.
¿Qué diferencia habría si Yulia Volkova fuera lesbiana? Lena a duras penas se atrevía a sacar el tema con las demás mujeres. Sabía que no sería capaz de hablar de ello.
 
Lena entró en el aparcamiento y bajó del coche. Tenía que olvidar todo aquello. Decidida, atravesó la verja y se encontró con Yulia y Phil, juntos en el mostrador.
Cada uno tenía una taza de café caliente en una mano y uno de los deliciosos muffins de Phil en la otra.
Lena se dio cuenta de que, después de haberse pasado el camino pensando en Yulia en una clave tan perturbadora, ahora que la tenía delante casi no era capaz de mirarla a la cara.
Su café y su muffin la esperaban en el mostrador. Su estómago rugió cuando le llegó el aroma del café recién hecho.
—Buenos días —la saludaron Yulia y Phil al unísono.
Lena alargó la mano y cogió el café. Le dio un sorbo y suspiró.
—Ahhh, esto sí que es el néctar de los dioses.
Phil le dedicó una sonrisa radiante.
—Y fíjate que no estoy diciendo nada sobre lo de saltarse la comida más importante del día.
—Para tú información, Phil Stevens, he desayunado. Y, aparte de eso, ¿tengo pinta de saltarme muchas comidas, importantes o no?
Lena se dio cuenta de que tanto Yulia como Phil le estaban dando un repaso, cogio el muffin y le dio un bocado, para disimular su azoramiento.
—Manzana y canela —comentó a lo tonto.
La sonrisa de Phil se ensanchó.
—Justo le estaba diciendo a Phil que cualquier mujer querría casarse con un hombre capaz de hacer un café y unos muffins como estos —rió Yulia, guiñándole el ojo a Phil.
Lena los observó por encima de su taza y le dio la sensación de que en el modo en que se miraban había un chiste compartido. ¿Habría algo entre Yulia y Phil? Cierto que Yulia solo llevaba trabajando con ellos dos semanas, pero, si se sentían atraídos el uno por el otro...Lena se dio cuenta de que no quería ahondar en aquel pensamiento. Por alguna razón, la idea la inquietaba. En ese momento le volvieron a la cabeza las palabras de Colleen: «Yulia es de la otra acera».
—Y yo le he contestado —continuó Phil— que aún lo he perdido la esperanza.
—¿La esperanza? —preguntó Lena, dejando a un lado el torbellino de emociones que se arremolinaba en interior para volver a la conversación.
—De que alguien, la persona adecuada claro está, me convierta en un hombre como Dios manda —repuso con naturalidad.
A continuación le cogió la taza vacía a Yulia y regresó al despacho. Lena miró a Yulia disimuladamente.
Estaba siguiendo a Phil con la mirada y esbozaba una pequeña sonrisa. Lena sintió una punzada de algo que no quiso admitir que pudieran ser celos. Fingió concentrarse en el café, no fuera a ser que Yulia le leyera los pensamientos.
—Es muy majo —comentó Yulia—. Es un milagro que nadie lo haya pillado todavía, ¿no crees?
—Si —coincidió Lena, prudente—. Estuvo casado, pero se divorció después de alistarse en la Marina, antes de volver a casa. ¿Acaso. .? —Lena se interrumpió, a sabiendas de que estaba cotilleando, pero incapaz de contenerse—. ¿Te ha comentado si está interesado en alguien en particular?
—No exactamente —Yulia se puso a limpiar el mostrador sin mirar a Lena a los ojos—. Pero me da la impresión de que hay alguien.
—Oh.
Lena consideró aquella información. Era obvio que Sandy no estaba al corriente o se lo habría dicho. Fuera del trabajo, Phil y Lena solo coincidían en las reuniones familiares ocasionales y, aunque charlaban bastante en el vivero, ni uno ni otro solía hablar de temas personales. Lena lo había preferido de ese modo. Le lanzó otra mirada a Yulia y se encontró con que, en esa ocasión, ella también la estaba observando.
—Bien —Lena se obligó a reír—. Como tú has dicho, es un hombre muy majo y, para una cocinera del montón como yo, cualquiera con buena mano para la cocina merece un plus.
Yulia rió también.
—Se a lo que te refieres. Yo me las arreglo con las cosas sencillas, pero me daría algo si tuviera que cocinar un plato muy elaborado. Pero dejemos de hablar de fracasos, ¿qué tal tu partida de bridge, ayer?
—Ah, bien. Hablando de fracasos. .
—¿Quieres decir que perdiste?
—No —Lena hizo una mueca, avergonzada—. No me podía concentrar, así que me gané una buena regañina de mi prima Colleen.
—Tu prima Colleen, ¿la profesora?
Lena asintió.
—Ahora solo se dedica a la enseñanza a tiempo parcial.
Yulia negó con la cabeza.
—Me acuerdo de ella. Podía llegar a ser implacable.
—Sí, creo que eso la definiría bien. —Yulia soltó una carcajada en señal de acuerdo—. Si no se parecieran tanto, nadie diría que Sandy y ella son hermanas. Son como dos polos opuestos.
—Nadie diría tampoco que tú eres prima suya —apuntó Yulia, con delicadeza.
Lena la miró a los ojos y toda replica en tono de broma que le hubiera podido pasar por la cabeza murió en sus labios. El aire entre las dos se hizo más pesado, como cargado de una extraña desazón.
A Lena le dio un vuelco el estómago y su cuerpo se estremeció de excitación. Parecía incapaz de fijarse en nada mas que no fuera la curva de la boca de Yulia, sus labios carnosos y la línea ligeramente más clara que los perfilaba. Un gemido sordo brotó de lo más hondo de su pecho, pero, si acaso llegó a atravesar sus labios, tuvo la suerte ir quedar ahogado por el rugido de una camioneta que entraba en el centro de suministros. Yulia se alejó un paso y se detuvo para volverse hacia Lena una vez más. Abrió la boca como si fuera a decir algo, pero titubeó.
—Parece que la jornada ha empezado —comentó en tono neutro, antes de reanudar el camino.
Sin embargo, Lena tuvo la certeza de que no era aquello lo que Yulia había estado a punto de decir.
Bebió un trago de café, ya frío, y se obligó a entrar en el despacho.
A medida que se acercaba la Navidad, el ritmo de trabajo se intensificaba. Estaban inundados de pedidos navideños de abetos vivos, plantas de regalo y arreglos de jardinería de última hora para celebrar las fiestas.
Cada noche, Lena se dejaba caer en la cama, exhausta, y apenas tenía tiempo de pensar en nada más.
Como siempre, Lena y los niños pasaron la Nochebuena con Rose y Charlie en la granja. En Navidad regresaron para comer con la madre de la pelirroja, su tía y las familias de Colleen y Sandy, en la enorme casa que Colleen tenía frente a la de su madre.
El centro de jardinería y paisajismo abrió unos cuantos días entre Navidad y Año Nuevo, pero, comparado con el trajín de antes de las Navidades, la cosa estaba mucho más calmada y tuvieron ocasión de reponer existencias y realizar las necesarias tareas de mantenimiento. Cerca de la hora de cerrar, cuando ya no había clientes, Phil sacó el tema de los planes que tenían para Nochevieja.
Phil les dijo que pasaría la Nochevieja en casa de Sandy y Steve, y Yulia comento que la habían invitado a una fiesta de empresa con Johnno y Josie. Sin embargo, no estaba segura de que Katie se quedara levantada hasta tan tarde. Lena les había prometido a sus hijos que los llevaría a Southbank a ver los fuegos artificiales.
—Hacen un espectáculo temprano para familias con niños, así que me pareció que nos iría Bien —explicó Lena.
—Es mucho más lógico —estuvo de acuerdo Phil—. Es lo que yo haría si tuviera niños. Por desgracia, es más que probable que acabe con resaca y que el día de Año Nuevo llegue a la conclusión de que soy muy viejo y que la próxima Nochevieja no cometeré el mismo error.
—Lo de los fuegos artificiales suena muy bien. Yo. . —Yulia vaciló un instante—. Supongo que no habías pensado en ir acompañada. . Quiero decir, ¿te importaría que Katie y yo fuéramos con vosotros?
—Por supuesto que no me importaría —le aseguró Lena—. De hecho, me encantaría. Tengo muchas ganas de conocer a Katie.
—¿Seguro que no molestaremos?
—Claro que no. Estaremos encantados.
La sensación de euforia que invadió a Lena superaba con creces lo que debería de haber sentido ante la perspectiva de pasar la Nochevieja con Yulia.
—Lo pasaremos bien —añadió, apresuradamente—. Lo malo será encontrar aparcamiento. Creo que lo mejor sería que fuéramos en un solo coche. ¿Te parece que pasemos a recogeros a Katie y a ti?
—¿Por qué no vais en tren? —propuso Phil—. Ayer en el periódico leí algo sobre que el transporte público era la respuesta al estrés que supone ir a la ciudad en coche y tener que encontrar aparcamiento antes que los otros doscientos coches que van. El tren te lleva directo a Southbank y, además, están reforzando el servicio de manera extraordinaria para Año Nuevo.
Lena y Yulia se miraron.
—Seguro que a Adam le hace ilusión ir en tren. ¿Tú que dices, Yulia?
Yulia asintió.
—Ya ni me acuerdo de la última vez que fui en tren. Será divertido. ¿Qué te parece si Katie y yo pasamos a recogeros? Así no tendrás que dejar tu coche en la estación. A nadie en su sano juicio, ni siquiera alguien que salga de fiesta en Nochevieja, se le pasaría por la cabeza robar mi Gemini.
Habría que pagarles para que se lo llevaran.
Acordaron una hora y quedaron así. Lena se pasó sonriendo todo el camino de vuelta a casa. De repente se moría de ganas de que fuera Nochevieja. Sería una buena oportunidad de conocer mejor a Yulia. O al menos eso es lo que se decía a sí misma.




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Mensaje por Aleinads 9/22/2015, 11:21 pm

Por Dios Lena con inseguridades desde tiempos memorables xD

Muy linda historia, ya quiero que se conozca la nena de Yulia *-*
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Mensaje por Lesdrumm 9/24/2015, 11:26 pm

LA SALVAJE


Capítulo 8

Los tres niños iban apretujados junto a la ventana y señalaban las luces de las casas al pasar por delante con el tren. A Lena, que iba sentada enfrente de Yulia, le habría gustado estar tan relajada como la otra mujer.

Yulia estaba arrellanada en el asiento, con las piernas cruzadas. Llevaba vaqueros y zapatillas deportivas, y balanceaba un pie ligeramente con el bamboleo del tren. Se trataba de una postura que Lena había llegado a asociar con ella. Tenía el brazo apoyado en el respaldo del asiento y aguantaba a Katie del cinturón de sus pantalones cortos, para asegurarse de que la niña, de rodillas junto a la ventana, no perdiera el equilibrio.
—Katie no se caerá —dijo Fliss, colocándose en el asiento entre la niña y Yulia—. Yo la sujeto.
Fliss, de diez años, había heredado la altura de su padre y el cabello rojizo de su madre. En opinión de Lena, Adam había salido a la familia de su abuelo materno: era de cabello oscuro y complexión más robusta. Yulia le dedicó una sonrisa a Fliss y se volvió hacia Lena.
—Los fuegos artificiales han sido fantásticos, ¿verdad?
—Los mejores que he visto —coincidió Lena, aunque lo que más deseaba era tener el valor de añadir lo que estaba pensando de verdad.
«Y fueron aún mejor porque tú estabas allí.» La pelirroja se reprendió en silencio. Tenía que mantener la situación bajo control, en un ámbito estrictamente amistoso. Cualquier idea que fuera más allá era...No, tenía que frenar aquello ya mismo. Se convenció a si misma de que solo estaba dejándose llevar por sus fantasías adolescentes.
Sin embargo, el problema era que lo que sentía por Yulia, lo que había sentido siempre por ella, no tenía nada de enamoramiento adolescente. Nunca había sido así y aquello era precisamente lo que más miedo le había dado años atrás. Ahora bien, lo único que importaba y había importado siempre era que no podía hacer nada al respecto, en absoluto. Y era perfectamente consciente de ello.
—Así que. . ¿Te has planteado algún propósito de Año Nuevo? —preguntó Yulia.
Lena cerró sus torturados pensamientos bajo llave y volvió a la conversación.
—¿Propósitos de Año Nuevo? Normalmente me los planteo. Que después los mantenga ya es otra cosa.
Lena fingió pensarse bien la pregunta. «Dejar de intentar revivir viejos sueños sobre ti.» ¿Que diría Yulia si Lena pronunciara aquellos escandalosos pensamientos en voz alta?
—Supongo que me hare el mismo propósito que me planteé el año pasado. Ser más organizada.
—A mí me parece que eres bastante organizada —opinó Yulia.
Lena hizo una mueca.
—Es una ilusión, créeme.
—Papa, solía decir que mamá correteaba de un lado a otro como un pollo al que le hubieran cortado la cabeza —le dijo Fliss a Yulia.
Yulia enarcó las cejas.
—En otras palabras, que era un poquitín desorganizada —aclaró Lena, sin rencor, a sabiendas de que en parte era cierto.
Al quedarse sola, había tenido que aprender a organizarse a la fuerza, antes de que todo se desmoronara.
—Bueno, reitero lo dicho. Llevar el negocio y sacar adelante una casa y una familia no es fácil. Tú te las arreglas muy bien.
Lena rió con suavidad.
—A veces me da la impresión que mi vida se tambalea como un castillo de naipes. Una sacudida y se vendrá todo abajo.
Miró a Yulia, sentada a apenas un metro de ella, y enseguida apartó la mirada, temerosa de ahogarse en sus ojos azules.
—¿Y qué hay de ti? ¿Te has planteado algún propósito?
Yulia se encogió de hombros.
—No es un propósito como tal, pero sé que tengo que encontrar un sitio para vivir, para Katie y para mí.
Desde que volvimos, hemos estado con Johnno y Josie, y mi intención era estar en su casa solo un par de semanas. Quiero estar instalada antes de que Katie empiece el colegio a final de mes.
Yulia se inclinó hacia delante en el asiento, con los codos apoyados en las rodillas. Lena notó que la invadía una sensación de calidez ante su cercanía y reprimió el impulso de alargar la mano, reseguirle la línea de la mandíbula y acariciar sus delicados labios con la yema de los dedos. La situación se le estaba yendo de las manos. Tenía que recordarse constantemente que fantasía yrealidad eran dos cosas diferentes. Era una mujer casada, madre de dos hijos, con responsabilidades, viuda de un hombre respetable que había vivido toda la vida en aquella comunidad. Tenía un negocio.
En su vida no había lugar para aquella clase de sentimientos. Pero, ¡ay!, ¡cuánto la deseaba!
—No es que Johnno nos haya pedido que nos vayamos —continuó Yulia—. Tienen una casa muy grande.
Pero Katie y yo estamos en la habitación de Kerrod y él tiene que compartir cuarto con su hermano, así que no es justo para él. Aparte de eso, me gusta ser independiente.
Lena asintió. Y, en ese momento, se le ocurrió una idea alocada y totalmente inapropiada, que le puso el corazón a cien.
—¿Y que. .? —Tragó saliva de nuevo—. ¿Qué tienes en mente? ¿Una casa?
—Seguramente. —Yulia frunció el entrecejo—. Me gustaría tener un poco de jardín para Katie.
Pero, claro, supongo que sería más práctico un apartamento o un pisito. —Hizo una mueca—.También está la cuestión del precio, por supuesto. Últimamente los alquileres no son nada baratos. Están mucho más caros de lo que esperaba.
—¿Y por qué no se vienen Yulia y Katie a nuestro apartamento, mamá? —preguntó Fliss. Las dos mujeres se volvieron a mirar a la niña—. Bueno, el otro día dijiste que lo ibas a alquilar otra vez, ahora que Tom y Bazza se han ido.
«Lo que no digan los niños. .», pensó Lena. Por casualidad, su hija había dicho en voz alta lo que ella misma había pensado, antes de haber tenido la oportunidad de ofrecerle el apartamento a Yulia de una manera que sonara espontanea. Ahora bien, ¿sería sensato tener a Yulia Volkova tan cerca? Aunque Lena sabía la respuesta a esa pregunta, decidió ignorarla.
—Tengo...Tenemos un apartamento aparte en nuestra casa —dijo la pelirroja—. No es muy grande, pero es independiente. Solo tiene una habitación y una zona de planta abierta con cocina, comedor y sala de estar. Eso sí, la habitación es bastante grande.
—¿Y lo alquilas? —se interesó Yulia.
—Sí, normalmente a un par de estudiantes universitarios. Llevo alquilándoselo a estudiantes desde que mi suegra volvió a casarse y se fue a vivir a la granja. —Lena informó a Yulia del precio del alquiler—. De hecho, cuando Rob y yo lo construimos fue para que su madre se viniera con nosotros, porque su casa se le hacía demasiado grande. Comunica con la casa principal por una puerta, pero es una puerta doble y, cuando tenemos inquilinos, la mantenemos cerrada. Así que es muy privado. Y también hay sitio para que aparques el coche.
—¡Eso es imprescindible! —rió Yulia—. Seguro que el Gemini no se reconocería a si mismo metido en su propio garaje.
Lena rió a su vez.
—Creo que tendrías que dar el Gemini como entrada de otro coche —sugirió Adam con seriedad—.Si no, nadie te dará ni diez dólares por él.
—Dudo que ya me den ni eso —le dijo Yulia. Suspiró—. Pero ahora mismo es imposible que pueda permitirme un coche nuevo.
—A lo mejor el abuelo Charlie lo puede mirar —propuso Adam con entusiasmo—. La abuela dice que es un genio con las maquinas.
—Me parece que lo que el Gemini necesita es un milagro. —Yulia soltó una carcajada y se volvió hacia Lena—. Bueno, pues me gustaría echarle un vistazo al apartamento, si te parece bien.
—Por supuesto. Cuando quieras.
—Esta es nuestra estación, mamá —anunció Adam, poniéndose en pie.
Todos se levantaron y se pusieron en fila para bajar del tren.
—Ha sido una gran idea ir en tren —comentó Lena, mientras el Gemini petardeaba de subida a la colina donde estaba su casa—. Gracias por sugerirlo.
—No hay de qué.
Yulia redujo una marcha. Se diría que el coche suspiró con alivio al llegar al final de la subida y especialmente cuando Lena lo detuvo frente a la casa.
Ya en casa, Lena se encontró con que no quería que la velada acabara así. Era la mejor Nochevieja que había tenido desde que...Bueno, desde que podía recordar. A Rob siempre le había gustado salir de fiesta en Nochevieja y los arrastraba a tantas celebraciones como podía. A Lena le tocaba conducir, para que Rob pudiera beber, y normalmente él acababa dormido en el asiento del acompañante antes de llegar a casa. A la mañana siguiente, todos tenían que ir de puntillas por la casa, porque él estaba con resaca.
—¿Te apetece entrar y ver el apartamento ahora? —se apresuró a preguntar Lena—. A no ser que sea muy tarde.
Yulia miró su reloj de pulsera, entornando los ojos en la penumbra del interior del coche.
—No, está bien. Si no es molestia.
—Es un momento tan bueno como cualquier otro. —Lena bajó del coche.
—Mamá, no puedo salir —la llamó Adam desde el asiento trasero.
Lena reptó al interior del coche para ayudarle a desabrocharse el cinturón.
—Es que los cinturones retractiles tienen truco —dijo Yulia con ironía, mientras subía por el otro lado y desabrochaba el cinturón con habilidad—. Había que hacerlo con la boca abierta, coleguita —dijo.
Adam salió del coche con una risita. Fliss cogió a Katie a caballito y se encaminaron todos a la entrada principal. Al llegar a los escalones, Fliss bajó a Katie al suelo y se dirigió a Yulia.
—El apartamento está a ese lado de la casa.
—Tiene su propia entrada para el coche y el garaje está en la parte de atrás, dando la vuelta —añadió
Lena, mientras abría la puerta. Encendió la luz del recibidor y pasaron al interior.
—Es bonito —opinó Yulia, mirando a su alrededor.
—La puerta que comunica con el apartamento esta por aquí —dijo Adam.
Echó a correr para alcanzar la puerta antes que su hermana, y la abrió. Después empujó la puerta gemela que daba al apartamento.
—Se lo quiero enseñar yo a Yulia y Katie —protestó Fliss, dándole un empujón a su hermano—. ¡Se me ocurrió a mi primero!
—Vale ya, los dos —los riñó Lema—. Si no, Yulia se pensará dos veces lo de venir a vivir al lado de dos mocosos tan quejicas. —Miró a la pelinegra con una mueca—. Como te decía, normalmente la puerta está cerrada, así que tendríais intimidad. Y está bien aislado, por lo que no tendrías que oír los gritos de estos dos.
Lena entró un segundo y encendió el interruptor que había en la esquina, antes de retroceder para dejar pasar a Yulia. Esta entró en el apartamento, seguida de todos los demás.
—El dormitorio esta por aquí. —Fliss abrió la puerta con una floritura—. Tiene su propio baño y todo.
—Tenías razón —comentó Yulia—. Es bastante grande. ¿Los muebles vienen incluidos?
En la habitación había dos camas individuales, dos cómodas y un armario que ocupaba toda una pared.
—Si, tal como está. Pero siempre podemos llevarlos a un guardamuebles, si quieres traer los tuyos.
—No, no tengo mucha cosa. Parte del problema era tener que encontrar un buen alquiler y encima comprar muebles. Vendimos los que teníamos antes de regresar.
—Y este es el baño —dijo Adam, encendiendo la luz—. Es igual de grande que el nuestro.
Los tres niños siguieron a Yulia al interior del baño. Lena se quedó en la puerta.
—No es tan grande cuando se mete dentro todo un equipo de fútbol —comentó con ironía.
Yulia soltó una carcajada.
—Es lo suficientemente grande.
Retrocedieron por el pasillo y fueron a la cocina.
—Mira, mami. Hay nevera —exclamó Katie.
—Y microondas —añadió Fliss, abriendo y cerrando la puerta como una experta agente inmobiliaria.
—Y lavadora —musitó Yulia, al echar un vistazo al pequeño lavadero.
—Es vieja, pero funciona bien —le dijo Lena—. Puedes compartir el tendedero con nosotros o usar el que hay debajo del aparcamiento. El aparcamiento esta por ahí, por cierto. Se va por la puerta trasera. Rose hizo que Rob le construyera el techado después de que una granizada le abollara el coche —rió—. Más o menos como cerrar la puerta del establo una vez que el caballo se ha escapado. Pero al menos la siguiente tormenta nos pilló preparados. Hace unos años tuvimos varias bastante fuertes.
—Y Katie puede venir a jugar a nuestro jardín cuando quiera —apuntó Fliss—. Y a la piscina.
—¿Hay piscina? —palmoteó Katie—. Me encanta nadar.
—No queremos abusar —replicó Yulia—. Quiero decir, me encantaría coger el apartamento. Y Katie y yo no os causaríamos ninguna molestia.
—No es molestia.
Lena se sentía como si en su interior hubiera un coro entero entonando el «Aleluya». Aunque parte de sí misma se empeñaba en recordarle que aquello era una locura total, se trataba de una parte muy pequeña.
Tener a Yulia tan cerca era...
—Fantástico. ¿Cuándo podemos mudarnos? —sonrió la ojiazul.
—¿Mañana? —sugirió Katie, ilusionada.
Lena rió.
—Si queréis... Lo vinieron a limpiar cuando los chicos se fueron, así que solo hace falta quitarle un poco el polvo.
—Podría traer algunas cosas mañana o el lunes. —Yulia se sonrojó ligeramente—. Sería genial si pudiéramos estar instaladas antes de volver a trabajar el martes. ¿Te parece bien?
—Perfecto —sonrió Lena.
—Excelente —dijo Fliss.
Adam daba botes de un lado para otro, muy excitado, mientras cantaba a pleno pulmón.
—¡Vais a vivir con nosotros! ¡Vais a vivir con nosotros!
—Si seguís haciendo tanto ruido, cambiaran de opinión —los riñó Lena.
—A veces los niños son muy pesados —le confió Fliss a Katie, de camino a la casa principal.
—Y las niñas también —replicó Adam.
El niño se volvió hacia su madre.
—Tengo calor, mamá. ¿Podemos bañarnos? ¿Quieres venir a bañarte, Katie?
—Será mejor que nos vayamos ya para casa —contestó Yulia enseguida—. No hay que abusar de la hospitalidad.
—Oh, mami —rogó Katie—. ¿No podemos bañarnos antes?
—No hemos traído bañador —contestó Yulia, dirigiendo una mirada de disculpa a Lena.
—Tenemos de sobra —aseguró Fliss.
Lena rió.
—No hay nada como darse un baño para refrescarse en una calurosa noche de verano —dijo Lena, en voz baja. Aquellas palabras le pusieron un nudo en la garganta. ¿Yulia se había ruborizado o era su imaginación? A Lena le dio un vuelco el corazón y tosió ligeramente para disimular.
 
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LA SALVAJE   - Página 2 Empty Re: LA SALVAJE

Mensaje por Lesdrumm 9/30/2015, 11:26 pm

LA SALVAJE


Capítulo 9


Por supuesto que había sido cosa de su imaginación, se dijo con crudeza. Mejor que se lo hubiera imaginado, añadió sin piedad, mentalmente. Porque si no era así...La verdad, si doce años atrás todo aquello había sido superior a ella, ahora no quería ni imaginárselo.
—Estuvimos haciendo limpieza hace nada, así que tenéis pilas de ropa donde elegir —iba diciendo Fliss, de camino a la casa principal.
—Mamá iba a darla a la parroquia, porque es ropa que ya no llevamos —añadió Adam.
—Llevaba un año queriendo hacerlo —explicó Lena—. Y al final me puse a ello hace un par de días.
La pelirroja abrió un saco de tela.
—Toma —Lena le tendió un bañador—. Este te irá bien. A mí se me ha quedado pequeño.
Los ojos azules de Yulia se pasearon por el cuerpo de Lena y esta, nerviosa, notó un cosquilleo enla piel, allí por donde pasaba su mirada.
—No veo que hayas engordado.
Lena torció el gesto.
—Eso es excepcionalmente amable por tu parte, pero mi ropa no está de acuerdo contigo.
—Bueno, ¿y que más dan unos kilos de más o de menos? De todas maneras estas estupenda.
—De todas las madres de mi clase, mamá es la más guapa —afirmó Adam.
Lena le dio un abrazo rápido a su hijo, con las mejillas arreboladas. Yulia rió de buena gana.
—¿Ves? No vamos a estar todos equivocados.
—Si no te va el bañador, a lo mejor puedes usar una camiseta y unos pantalones cortos.
Nada más sugerirlo, Lena se hizo una imagen mental muy gráfica. Se imaginó a Yulia con una camiseta mojada pegada al cuerpo, marcándole la curva de los pechos y las caderas.
—¿Que tal este para Katie? —pregunto Fliss, al sacar de una bolsa de plástico un bañador que había sido suyo—. ¿Le ira grande?
Lena agradeció la distracción y atendió a su hija.
—Creo que le quedaran bien. Gracias, cariño. Ahora vamos a dejar que Yulia y Katie se cambien en el lavadero y nosotros nos vamos arriba. Ah, hay toallas limpias en la estantería. Vosotras mismas.
—Gracias —dijo Yulia.
—¿Vas a ponerte tu bañador de Navidad nuevo? —preguntó Fliss.
Lena no pudo más que asentir.
—Se lo regaló la abuela Inessa —le explico Fliss a Yulia—. Es muy bonito.
—Me gusta el color del mío —anunció Katie, con el bañador que le había dado Fliss en la mano. Al punto, empezó a quitarse la camiseta.
—Eh —saltó Yulia enseguida—. ¿Dónde está tu pudor, jovencita?
Lena soltó una carcajada.
—Vamos —les dijo a sus dos hijos—.Nos vemos en la parte de atrás en un par de minutos.
Cuando las dejaron, Lena oyó que Katie le preguntaba a su madre que era el pudor y no pudo evitar sonreír de nuevo.
Adam y Fliss atravesaron el pasillo a todo correr en dirección a sus habitaciones y Lena se dirigió a la suya.
Abrió la puerta de su vestidor y bajó el bañador nuevo del estante. Como había dicho Fliss, la madre de Lena se lo había regalado por Navidad y le había pedido que tirara de una vez el viejo que había llevado durante los últimos años. Lena tenía que reconocer que su madre tenía muy buen gusto.
Sostuvo el bañador en alto: se trataba de un bañador de una pieza, cuyo tejido hacía aguas en tonos azules. Era verdaderamente precioso, aunque Lena habría preferido que tuviera un escote menos generoso. Cuando hizo un comentario a este respecto al abrir los regalos el día de Navidad, Sandy le sugirió entre risas que tenía que ser más atrevida de vez en cuando. Colleen puso los ojos en blanco, exasperada, y comentó que Lena ni siquiera tenía idea de cómo ser atrevida. Lena hizo una muecaal recordarlo. ¿Qué diría su prima Colleen si le contara sus fantasías sobre Yulia Volkova? ¿Le parecerían lo suficientemente atrevidas?
Lena se desvistió y se puso el bañador nuevo. Después se contempló en el espejo de la puerta del vestidor con una mueca burlona. No era especialmente atractiva, juzgó con pesar. Se recolocó la parte de arriba, de manera que se ajustara bien a la forma turgente de sus pechos. Metió barriga de manera inconsciente, lo cual no hizo más que acentuar sus pechos. Siempre había tenido una buena delantera, más desarrollada que la mayoría de jóvenes de su edad, pero, desde que había tenido a los niños, los pechos se le habían, digamos, desinflado un poco, por llamarlo de alguna manera. Y de algo desinflados a directamente caídos no había más que un paso.
Reprimió una risita que bordeaba la histeria y se serenó. Apostaría cualquier cosa a que Yulia no tenía los pechos ni desinflados ni caídos.
De adolescente, Yulia siempre había sido pequeña, muy delgada pero bien proporcionada, todo lo contrario que Lena. Y, sin embargo, al mismo tiempo Yulia siempre había sido muy femenina. El día que Rachel la vio en las duchas sin querer...Rachel detuvo ese pensamiento justo ahí y se llevó la mano al estómago al sentir que se le encogía con un cosquilleo de excitación. El recuerdo le había vuelto a la mente con extraordinaria claridad.
Una de las obligaciones de Lena como profesora en prácticas era ayudar a la profesora de gimnasia. Una tarde, Lena tuvo que contar a las chicas que salían de la ducha para volver a las clases desde el pabellón, después de haber jugado un partido de netball. Al contarlas, la pelirroja se dio cuenta de que faltaba una.
Disgustada, la profesora de gimnasia observó que la que faltaba era Yulia Volkova —quien si no— y mandó a Lena a buscarla. Lena corrió a los vestuarios a echar un vistazo. Había una bolsa de deporte negra encima de uno de los bancos. La puerta de las duchas estaba abierta y Lena entró, pensando que Yulia podía haberse desmayado o le podía haber ocurrido algo.
Había alguien dentro. Era Yulia, que había terminado de ducharse y se estaba secando, de espaldas a Lena.
Lena se quedó de piedra y no pudo evitar comerse con los ojos las elegantes líneas de aquel cuerpo desnudo: los hombros angostos y bien definidos; la estrecha cintura y sus delgadas caderas; aquel trasero redondeado y las piernas bastantes largas y bien torneadas. En un momento dado, Yulia se inclinó hacia delante y Lena entrevió la curva de un pecho pequeño y firme.
El recuerdo de lo que pasó a continuación le quedó grabado a fuego en la memoria. Los años siguientes no habían hecho más que restarle nitidez, pero no habían podido eliminarlo por completo.
En aquel momento, estando las dos solas en el vestuario, un fuego abrasador la había recorrido de la cabeza a los pies. Había deseado acercarse a Yulia y al mismo tiempo escapar de allí. Se había sentido avergonzada y terriblemente excitada a la vez.
Durante una fracción de segundo, se planteó lo que hubiera pensado Yulia si se hubiera vuelto en aquel instante y hubiera visto Lena mirándola. ¿Se le notaría en la cara lo que le pasaba por la cabeza? ¿En los ojos? Por supuesto que sí. Y habría estado completamente fuera de lugar.
Enfadada, Lena se había recordado a sí misma que era una profesora, puede que solo en prácticas, pero una profesora al fin y al cabo. La suya era una posición de autoridad y Yulia era una alumna.
¡Dios santo! ¿En que estaba pensando?
Temerosa de respirar siquiera, Lena salió de las duchas. Habría querido salir corriendo del vestuario, escapar de la confusión que aquel atisbo fugaz del cuerpo desnudo de Yulia había desatado en su interior. Sin embargo, no podía salir y enfrentarse al resto de estudiantes de aquella manera, porque se hubieran dado cuenta de que le ocurría algo. Tampoco podía volver a salir sin Yulia Volkova. Tenía que avisarla de que estaba allí.
Lena se tomó unos segundos para volver a respirar con normalidad y, cuando se sintió más dueña de sí misma, carraspeó en alto.
—Yulia, ¿sigues ahí? —llamó con voz casi firme.
Yulia apareció en el umbral, con la toalla anudada a modo de pareo.
—Sí, Len. Quiero decir, señorita Katina. Perdón por haber tardado tanto. He resbalado y, como el suelo estaba hecho un asco, me ha parecido mejor ducharme otra vez.
—¿Te has hecho daño? —se interesó Lena. Yulia negó con la cabeza.
—No, solo una rascada —repuso, señalándose un arañazo rojizo en la rodilla.
Lena dio un paso hacia ella, pero se detuvo en seco.
—Parece que te has cortado. Deberías ir a la enfermería a que te pongan un poco de antiséptico. Es más, lo mejor es que vayas ahora, antes de que empiece la próxima clase.
—Claro. —Yulia se encogió de hombros—. En cuanto me vista.
Hizo ademan de quitarse la toalla y Lena se volvió hacia la puerta de inmediato.
—Te espero fuera.
Lena se escabulló del vestuario y dejó que la luz del sol y el aire fresco calmaran sus ansias de volver dentro y admirar a Yulia otra vez, así como los sentimientos que aquella imagen había despertado en ella.
¿Cuantas veces, a lo largo de los años, había rescatado, revivido, examinado y vuelto a guardar aquel recuerdo? Lena exhaló un suspiro. En fin, algo había de bueno en todo aquello: ya no era la profesora de Yulia. «No, ahora eres su jefa», le recordó su despiadada vocecita interior. ¿Realmente había cambiado tanto la situación? Podría decirse que no.
Impaciente, Lena cogió su toalla, se la echo por encima de los hombros con recato y se dispuso a bajar.
—¿Por qué has tardado tanto, mamá? —inquirió Adam— ¡Llevamos horas esperándote!
—Lo siento.
Lena lanzó una mirada fugaz a Yulia, que les sonreía a los impacientes niños, y tragó saliva. A su parecer, no cabía duda alguna de que a ella nunca le había quedado tan bien aquel viejo bañador.
—¿Te ha ido bien el bañador? —dijo rápidamente, para disimular su interés.
—Perfecto —rió Yulia.
—Vamos.
Adam bailoteó hasta la puerta y se puso de puntillas para encender las luces de la piscina. Lena abrió la puerta trasera y los niños salieron a todo correr, seguidos por sus madres. El agua turquesa relucía bajo las luces, refrescándote, dándoles la bienvenida. Al poco estaban todos en el agua, disfrutando de la caricia fresca del líquido elemento.
—Esto es fantástico —dijo Yulia, apartándose el pelo mojado de la cara—. Te quita el calor en un santiamén.
—¡Mira como nado, mami! —Katie se impulsó para separarse del borde.
Lena se sobresaltó, pero Yulia se apresuró a tranquilizarla.
—No pasa nada. Sabe nadar. Hice que la enseñaran cuando era un bebe.
Lena observó a la niña deslizarse limpiamente por el agua.
—Lo hace muy bien.
Yulia sonrió, satisfecha.
—Me recuerda a ti —añadió Lena con afecto. Yulia arqueó las cejas.
—¿Ah, sí?
—Siempre fuiste la estrella de natación en el equipo del colegio. Katie tiene el mismo estilo.
Yulia posó los ojos en su hija una vez más.
—El hombre que la enseñó a nadar dijo que tenía un don natural. A lo mejor la apunto a algún club cuando crezca un poco. —Yulia se relajó, apoyada en el borde de la piscina—. Dentro de un par de años podrá decidir si le gusta o no. No quiero ser una de esas madres que obligan a sus hijos a practicar un deporte. Ya sabes, como esos padres que esperan demasiado de sus hijos.
Lena asintió.
—Creo que es importante que los niños disfruten con lo que hacen. No tiene ningún sentido
presionarlos — opinó Lena, que se había vuelto para mirar a Yulia.
—Eso creo yo.
Yulia estaba mirando a su hija, con los codos apoyados en el borde de la piscina. El bañador mojado
delineaba el contorno de su cuerpo. De pronto, Lena se descubrió con los ojos puestos en la línea
simétrica de los hombros de Yulia, su cuello y su barbilla firme. Gracias al tono oliváceo de
su piel de melocotón, siempre parecía bronceada. Además de eso, Lena advirtió la línea fina y
difusa que marcaba la frontera de la camiseta en sus torneados brazos, hasta donde el sol le había
oscurecido la piel. Sus hombros mojados relucían con el agua y decenas de gotas resbalaban por su
cuerpo como perlas, hasta perderse entre sus menudos pechos. La pelirroja sintió que las mejillas le ardían
al reparar en cómo se le marcaban los pezones a Yulia bajo el bañador y reprimió un impulso
irrefrenable de echarse hacia delante, capturar aquellas gotitas con la lengua y adentrarse en el misterio de aquel escote prohibido. ¿Y si...? A Lena se le disparó el corazón. Se dio la vuelta y se zambulló para alejarse de Yulia y de aquella irresistible tentación.
Adam había inflado una pelota de playa y los niños estaban enfrascados en un animado y ruidoso partido de waterpolo.
—No gritéis tanto, Adam —los reprendió Lea en cuanto emergió al otro lado de la piscina para respirar—.
Es una suerte que los vecinos estén fuera.
—En Nochevieja está permitido hacer ruido —rió Yulia.
A continuación, le tiró la pelota a Lena. Al atraparla, la pelirroja se hundió y regresó a la superficie tosiendo y escupiendo.
—¡No estaba preparada! —protestó
—Tienes que estar atenta, mama —dijo Fliss—. De eso se trata.
—Ya lo veo —refunfuñó Lena.
Yulia se rió.
—Bueno, niños, ella tiene la pelota. ¡A por ella!
Lena se alejó del borde de la piscina, consciente del chapoteo a su espalda, y nadó hacia la parte que no cubría. De repente, unos brazos la rodearon por la cintura y frenaron su avance. Lena se vio atraída hacia un cuerpo fuerte y tonificado, y una inesperada oleada de calor se extendió por todo  su cuerpo.


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Mensaje por Lesdrumm 9/30/2015, 11:29 pm

LA SALVAJE


Capítulo 10


Lena sintió cómo las piernas sedosas de Yulia se enredaban con las suyas, y sus caderas y sus firmes pechos se apretaban contra su espalda desnuda. Sorprendida, Lena soltó la pelota en el acto.
—¡Mía! —chilló Adam, abalanzándose sobre ella—. ¡Punto para nosotros! ¡Yulia y yo hemos ganado!
Los segundos que Yulia tardó en liberar a Lena de su abrazo se le antojaron horas. Lena se puso de pie en el fondo de la piscina y se esforzó por respirar hondo antes de mirar a Yulia. Esta esbozaba la misma sonrisita provocativa que había vivido en la memoria de Lena durante todos aquellos años.
Y, sin embargo, Lena estaba segura de que la mirada de Yulia escondía algo más: un aire de conocimiento de causa que a Lena le llegó muy dentro. De pronto, las mejillas le ardían de nuevo.
—Te pillé —sonrió Yulia sin más.
Lena se obligó a devolverle la sonrisa.
—Me parece que tú tienes más practica en esto que yo.
La sonrisa de Yulia vaciló un instante.
—Puede que tengas razón —repuso en voz baja, en un tono ambiguo, antes de nadar de nuevo hacia los niños.
Al cabo de un rato, salieron de la piscina y regresaron a la casa para secarse y vestirse. Lena sugirió sacar leche con galletas y los niños, muy animados, enseguida se mostraron de acuerdo. Echó un vistazo al reloj de la cocina mientras sacaba la leche del frigorífico. También puso agua a hervir para hacer té para Yulia y para ella.
Yulia se había quedado en la salita con los niños, después de que Lena le hubiera asegurado que no necesitaba ayuda. Habían puesto la televisión, ya que estaban a punto de retransmitir los espectaculares fuegos artificiales de Año Nuevo en Sydney.
Lena puso las bebidas en una bandeja y alargó la mano hacia las galletas. Una de ellas se le cayó, al asaltarla el recuerdo de aquella tórrida escena en la piscina, cuando Yulia la rodeó con sus brazos.
Lena se había puesto tan caliente que era un milagro que no se hubiera prendido fuego allí mismo.  Yulia también tenía que haberlo sentido.
Lena se paró en seco, con el paquete de galletas en la mano. ¿Yulia se daría cuenta del efecto que ejercía sobre ella cada vez que la tenía cerca? Al pensar en eso, el estómago le dio un vuelco y se estremeció de arriba abajo. Estaba húmeda y sus pezones se habían endurecido. Durante unos terribles instantes creyó que le fallarían las piernas y dejó el paquete de galletas sobre el mármol, porsi se le escapaba de entre los temblorosos dedos.
Años atrás, se había sentido extrañamente turbada. Ahora, en cambio, no tenía duda alguna de que se sentía atraída físicamente por Yulia Volkova. Aquel pensamiento la aterrorizó, pero también la excitó aún más.
Nunca nadie, ni siquiera Rob, había despertado en ella aquel deseo ardiente, aquella ansia abrumadora de...Lena se mordió el labio. Deseaba estrechar a Yulia entre sus brazos, abrazarla fuertemente, sentir cada curva de su cuerpo musculado y aspirar su cercanía y su calor.
— ¿Lena?
La pelirroja dio un salto y enseguida la invadió una sensación de culpabilidad. Yulia estaba de pie en el umbral.
—¿Seguro que no quieres que te ayude?
—Oh, no. Gracias. —Lena recuperó la compostura—. Estaba a punto de poner las galletas en la bandeja.
—Bueno. —Yulia frunció el entrecejo ligeramente—. Es solo que la tetera está a punto de salir disparada del fuego.
—Oh. —Lena apagó el fuego—. Lo siento. Se me ha ido el santo al cielo.
—¿Seguro que no estas cansada?
Yulia avanzó unos pasos en el interior de la pequeña cocina.
—Me refiero a que es tarde y yo. ., bueno, no tenía intención de quedarme tanto rato. Katie y yo podemos irnos a casa si lo prefieres.
—No, estoy bien —le aseguró Lena—. En serio. Además, me apetece ver los fuegos del puerto de Sydney.
Yulia le sostuvo la mirada.
—¿Les llevo la leche a los niños? —se ofreció.
—Eso estaría muy bien —dijo Lena, mientras vertía el agua para el té—. ¿Cómo te gusta el té?
—Negro, gracias. No muy fuerte. Con un azucarillo
Yulia salió de la cocina con la bandeja con la leche y Lena hizo lo posible por tranquilizarse. Acabó de preparar el té, tomó aire y se reunió con los demás en la sala de estar.
Los niños estaban sentados en un enorme puf que Adam había subido del garaje y mordisqueaban sus galletas con cara de satisfacción. Lena le sirvió el té a Yulia y se sentó junto a ella en el sofá. Por
suerte, era un sofá largo, se dijo con sorna, aunque no lo suficiente. Tenía la impresión de notar el calor de Yulia, pese a la distancia que las separaba.
—Llegas justo a tiempo, mamá —informó Adam—. Los fuegos acaban de empezar.
Lena cogió el mando a distancia y bajo un poco el volumen del televisor cuando los primeros cohetes estallaron y bañaron el hermoso puerto en una explosión de colorido. Arrellanándose en sus asientos, disfrutaron del espectáculo.
Lena dejó el televisor encendido cuando acabaron los fuegos y tanto ella como Yulia se acabaron el té. Uno a uno, los niños fueron quedándose dormidos.
—¿Viste los fuegos en televisión el año pasado? —preguntó Yulia en un susurro, para no despertar a los niños—Creo que cada año son aún mejores.
Lena se mostró de acuerdo.
—Y es increíble como hacen para que los fuegos parezcan una cascada en el puente.
Yulia apuró su taza y Lena apagó el televisor.
—Bueno, ya ha llegado el año nuevo —dijo en voz baja, con la mirada fija en los tres niños, que dormían en el puf.
—¿Crees en los nuevos comienzos? —le preguntó Yulia.
Lena se volvió para mirarla.
—Supongo que sí. —Soltó una carcajada suave—. Pero un cínico diría que Año Nuevo no es más que un día como cualquier otro.
Yulia también sonrió.
—Eso no suena tan bien, ¿eh?
—En absoluto. ¿Te apetece otro te?
—No, o me pasaré en vela hasta que vuelva a salir el sol —rió--. Si bebo mucho té es como si bebiera café a última hora. Me desvela. Lo mejor es que me lleve a Katie a casa. ¿Te parece que te llame mañana antes de traer algunas cosas al apartamento?
—Estaremos aquí todo el día. Seguramente mi madre y mi tía vendrán a comer.
Lena hizo ademan de levantarse, pero Yulia fue más rápida, la cogió de la mano y la ayudó a ponerse en pie. Después, no la soltó enseguida. De pie frente a Yulia, Lena contuvo la respiración y todo su cuerpo se puso en tensión.
—Lena, yo. . —Yulia miró un segundo al suelo antes de volver a mirar a Lena a los ojos—.Quería darte las gracias.
—¿Por qué? —preguntó la pelirroja con voz tensa, mientras tragaba saliva.
—Por todo. Por el trabajo, por el apartamento. Por no tenerme en cuenta el tiempo que pase en la cárcel. — Yulia se encogió de hombros—. Por darme una oportunidad, supongo.
—Todos cometemos errores, Yulia, grandes o pequeños. Algunos tenemos peor suerte que los demás. Ya has pagado por lo que pasó. Todo el mundo merece una segunda oportunidad.
—Creo que nunca acabaré de pagar por lo que hice —dijo Yulia con voz queda.
Mientras hablaba, Yulia le acariciaba el dorso de la mano con el pulgar, de manera ausente. Lena estaba convencida de que Yulia no era consciente de que lo hacía, pero la caricia le estaba despertando toda clase de sensaciones y cosquilleos, que se expandían más allá del brazo.
—Nada puede devolver una vida —continuó Yulia—. Pero supongo que lo único que puedo hacer es intentar ser la mejor persona posible durante el resto de la mía.
Lena asintió. La profunda tristeza que se desprendía de la expresión de la pelinegra la había dejado sin habla. Esta le soltó la mano poco a poco y, de repente, Lena deseó que se la cogiera de nuevo.
Quería abrazarla, estrecharla contra su pecho, consolarla. En aquel momento, Yulia se inclinó hacia delante ligeramente y besó a Lena en la mejilla con suavidad.
—Feliz Año Nuevo, Lena —le susurró. Después se encogió de hombros—. Como decía, es hora de que nos vayamos a casa.
Yulia se acercó a su hija y la levantó en brazos sin esfuerzo.
—¿Adam y Fliss?
—No pasa nada. Los meteré en la cama cuando os vayáis.
Lena se obligó a moverse. Siguió a Yulia hasta el coche y la observó mientras metía a su adormilada hija en el asiento y le abrochaba el cinturón. Después, Yulia se irguió.
—Bueno, pues nos vemos mañana, si Johnno no está demasiado cansado después de su fiesta. Si no, el lunes, ¿de acuerdo?
—Cuando quieras —le sonrió la pelirroja.
Yulia se deslizó en el interior del coche y se alejó, acompañada del inconfundible petardeo del motor.
Lena se quedó en la entrada, viéndola marchar, hasta que el resplandor de los faros traseros del coche desapareció por completo. Entonces se llevó la mano a la mejilla encendida y se tocó el punto en que los suaves labios de Yulia le habían rozado la piel.
 
El domingo, la madre de Lena y su tía fueron a su casa a comer. Más tarde, mientras los niños chapoteaban en la piscina, las tres mujeres se sentaron al fresco, bajo la pérgola. Estaban comentando la comida de Navidad en casa de Colleen cuando sonó el teléfono. Lena descolgó el inalámbrico que había sacado fuera.
—Lena Katina.
—Hola, Lena. Soy Yulia Volkova.
—Ah, hola. —Los labios de Lena dibujaron una sonrisa.
—Sobre la gran mudanza. Hemos pensado que será mejor que llevemos mis cosas al apartamento mañana a primera hora, cuando estemos más descansados. Eso sí, a la luz del día, no has cambiado de opinión sobre de alquilárnoslo.
—No, claro que no —le aseguró Lena al punto—. Y puedes instalarte cuando te vaya mejor.
Deduzco que tu hermano se lo pasó bien en Nochevieja.
Yulia rió con suavidad. El sonido de su risa inundó a Yulia y la envolvió en un manto cálido.
—Deduces bien. No llegaron a casa hasta las tres de la mañana, así que Johnno va por la casa como sonámbulo.
Se oyó un comentario ahogado de fondo y Yulia rió de nuevo.
—Dice que la he tomado con él, pero que Josie está más o menos igual.
—¿Y lo está? —preguntó Lena.
—Claro que no. Las mujeres tenemos que hacer frente común.
—Eso es verdad.
—En cualquier caso, hoy lo empaquetaré todo y por la mañana iremos para allá. Tampoco muy pronto. ¿Te parece bien?
—Perfecto, aquí estaremos.
—Muy bien, pues. Bueno. . —Yulia se interrumpió un momento—. Nos vemos mañana. Y, ¿Lena?, gracias otra vez.
—No hay de qué. Adiós.
Lena colgó el teléfono y lo dejó encima de la mesa.
—¿Vas a volver a alquilar el apartamento? —le preguntó su madre.
Yulia asintió.
—A partir de mañana.
Inessa Katina frunció el entrecejo.
—Sigue sin gustarme que metas extraños en casa, cariño. Estos días nunca se sabe. ¿Estos también son estudiantes?
—No, estos no —Lena tragó saliva—. En realidad se trata de una mujer con su hija pequeña.
—Bueno, eso no suena tan mal —comentó su tía, la hermana de su madre, dando un sorbito de té—.Te hará compañía, Lena. ¿No te parece, Inna?
La madre de Lena aún tenía el entrecejo fruncido.
—Supongo que es mejor que los estudiantes —convino, reticente.
Adam salió corriendo de la piscina para coger su limonada.
—¿Era Yulia? —preguntó.
Lena asintió.
—¿Vienen hoy?
—No, mañana por la mañana.
—Oh. —Adam exhaló un hondo suspiro—. Si hubieran venido hoy, Katie podría haberse bañado con nosotros.
Bebió un trago de limonada y volvió a la piscina.
—¡Yulia y Katie vienen mañana! —le gritó a su hermana.
—¿Yulia y Katie? —preguntó Inessa Katina, entornando los ojos.
A continuación se produjo un silencio de lo más revelador.
—¿La mujer es Yulia Volkova?
—Así es.
Lena bebió un trago de té. Tenía la esperanza de no haber sonado como si se hubiera puesto a la defensiva, aunque así era precisamente como se sentía.
—¿Le has alquilado el apartamento a Yulia Volkova?
—Pues sí. Estaba buscando un sitio, así que. . —repuso Lena, encogiéndose de hombros.
—Lena, llevo queriendo hablar contigo de esto desde que Colleen me contó que habías contratado a esa chica.
—Mamá, tiene treinta años. No puede decirse que sea una chica y tiene una hija de cinco años.
—Sigue siendo Yulia Volkova. Y ya es bastante malo que la tengas trabajando en el vivero, pero que la metas en casa. . —Inessa sacudió la cabeza—. Sencillamente, no me parece una buena idea.
—Fue a la cárcel, mamá —dijo Lena en voz baja, consciente de que los niños estaban cerca y podían oírlas—. Pero ha cumplido su condena. Esa parte de su vida ya ha quedado cerrada.
—Lena tiene razón, Inessa —opinó su hermana—. Ya ha cumplido su condena. Estoy de acuerdo con ella: tiene derecho a una segunda oportunidad —dijo, en un tono parecido al que había utilizado su hija Sandy al hablar de Yulia.
—No sabemos con qué clase de criminales se juntó en prisión. O las malas costumbres que habrá adquirido.
—La madre de Lena negó con la cabeza—. Con la de barbaridades que se oyen por ahí. ¿Y si te roba o algo por el estilo?
—Seguro que no hará nada de eso, mama. Tiene unas referencias inmejorables. —Lena levantó la mano, pues su madre tenía intención de interrumpirla—. Las he comprobado. Además, desde que empezó en el vivero ha hecho un trabajo excelente. ¿Por qué tendría que preocuparme?
—Seguro que Lena tiene razón —la apoyó su tía Anne.
—¿Pero por qué tiene que ser Lena la que le dé a Yulia Volkova una oportunidad? —protestó Inessa.
—Mamá, deja de preocuparte. —Lena le dio una palmadita a su madre en la mano—. Cuando conozcas a Yulia veras que no hay razón. Además, Katie, su hijita, es una monada.
—¿No comentó Sandy que Yulia ya no está con el padre de la niña? —preguntó la tía de Lena.
—Por lo que yo sé, están separados. Y me parece que el no forma parte de la vida de Katie.
—Oh, eso es muy triste. Que lastima.
—¿Y si empieza a traerse hombres a casa? —sugirió la madre de Inessa en tono ominoso. La tía Anne le guiñó un ojo a Lena.
—¿Y que si lo hace, Inessa? A lo mejor tienen hermanos que le van a Lena.
—Esto es absurdo —suspiró la pelirroja, volviéndose hacia su madre—. Mamá, ¿por qué no te pasas por el vivero la semana que viene, conoces a Yulia y hablas un rato con ella? Seguro que después te sientes mejor.
—Yo iré contigo, Inessa —dijo su hermana—. Conocíamos a su madre. Los Vasiliev vivían al final de nuestra calle cuando éramos niñas. Larissa era una jovencita encantadora. No me extraña que Oleg Volkov se enamorara perdidamente de ella.
La tía y la madre de Lena se pusieron a hablar sobre los Volkov, pero Lena se desconectó de la conversación y, distraída, contemplo a los niños mientras jugaban en la piscina. Se preguntaba qué diría su madre si se enterara de cómo sus sentimientos por Yulia habían influido en su vida en el pasado y cómo, ahora, lo que más deseaba era que Yulia formará parte de su futuro.
 
A las ocho y media de la mañana del día siguiente, el Gemini y un coche familiar en buen estado aparcaron en la entrada de la casa.
—¡Es Yulia! —exclamó Adam, abriendo la puerta principal de par en par, antes de que Lena pudiera hacer nada para evitarlo.
Tendría que hablar seriamente con sus hijos para recordarles que debían respetar la intimidad de Yulia, igual que cuando había tenido a los dos estudiantes de inquilinos.
Lena salió tras los niños y les sonrió a Yulia y a una exultante Katie en cuanto salieron del coche.
—Ya estamos todos aquí —dijo Yulia con una risita
—Ya lo veo.
En aquel momento, Johnno Volkov y un joven adolescente, tan parecido a Johnno que solo podía ser su hijo, aparecieron detrás de Yulia. Esta hizo las presentaciones.
—Ya conoces a Johnno, ¿verdad, Lena? Este es su hijo pequeño, Nathan. El hermano de Kerrod.
Johnno le estrechó la mano a Lena.
—Entrené al equipo de criquet de Rob una temporada.
Lena asintió y Johnno levantó la vista y echó una ojeada a la casa. Su mirada se detuvo en la puerta abierta del apartamento.
—He abierto las puertas y las ventanas para que se ventile.
—Genial —dijo Yulia. Le dio una palmada a Johnno en la espalda—. Bueno, hermanito, vamos a la fase dos de la gran mudanza.
Lena titubeó.
—¿Puedo ayudaros en algo?
—No, ya nos arreglamos. Gracias, Lena. Creo que la mayoría de cosas son juguetes de Katie. O al menos lo parece.
Como para enfatizar el comentario, en aquel momento Nathan sacó una bicicleta rosa brillante del maletero del coche. Katie corrió a por ella y les explico animadamente a Adam y a Fliss que Papa Noel se la había traído porque se había portado bien todo el año. Los tres niños se fueron a jugar a la parte trasera.
Mientras Yulia, Johnno y Nathan estaban ocupados descargando cajas, Lena permaneció de pie, indecisa.
No era capaz de quedarse allí mirando sin hacer nada, pero no quería molestar, ya que Yulia le había dicho que no necesitaba su ayuda. Con una cierta reticencia, volvió a entrar en casa.
En el interior, se descubrió a sí misma deambulando de un lado para otro, atenta a los sonidos que llegaban del otro lado de la puerta, mientras ordenaba las pilas de revistas y ahuecaba los cojines. Al final fue a la cocina y puso la tetera al fuego. Preparó una bandeja con tazas y galletas y la sacó al patio. Cuando dejó de oír trajín, Lena se acercó a la puerta que comunicaba con el apartamento y llamó. Yulia le abrió la puerta.
—¿Cómo va? —le pregunto Lena.
—Acabamos de entrar la última caja.
—He preparado té —empezó Lena—. No sé. ., he pensado que después de tanto trabajo tendríais sed.
—Gracias —le sonrió Yulia.
Se volvió hacia Johnno y Nathan, que estaban dejando una caja enorme sobre el mármol de la cocina.
—Lena ha preparado té.
—O si preferís también tengo refrescos —intervino ésta.
—No le diría que no a una taza —contestó Johnno.
Atravesaron la casa y salieron al patio de atrás, siguiendo los pasos de la pelirroja. Allí, Lena sirvió las bebidas y se sentaron todos a la sombra de la pérgola. En el jardín soplaba una agradable brisa.
Yulia y Nathan les llevaron refrescos a los niños, que estaban jugando en el trepador de madera. Lena y Johnno se quedaron solos.
—Bonita piscina —comentó Johnno, tras beber un sorbito de té.
—Sobre todo en este tiempo tan caluroso —sonrió Lena.
—Me lo imagino.
Johnno bajó la mirada y la posó en la taza de té.
—El apartamento es perfecto para Yulia y Katie. Mi mujer, Josie, y yo nos alegramos de que Yulia
tenga a alguien cerca. Por si necesita algo.
—Eso funciona en ambos sentidos. No solo para ella —le dijo Lena—. Confieso que estoy más tranquila sabiendo que hay alguien en el apartamento. Johnno asintió.
—Nosotros. ., su familia. ., te estamos muy agradecidos, por todo.
Lena arqueó las cejas.
—Todo lo que has hecho, lo que estás haciendo por Yulia —prosiguió—. Alquilarle el apartamento y darle una oportunidad con el trabajo.
—No me arrepiento en absoluto. Trabaja muy bien.
—Lo sé. Pero, créeme, no mucha gente la hubiera contratado. Muchos no lo hicieron. Por lo de sus antecedentes.
Lena se encogió de hombros.
—Quizá no. Pero hace mucho que conozco a Yulia. Sé que ha cometido errores, pero todo eso pasó hace mucho tiempo.
Johnno siguió con la mirada fija en los posos del té.
—Supongo que nosotros, Becky, Liam y yo, nos sentimos en parte responsables por lo que pasó con Yulia.
En casa lo pasaba muy mal, pero los demás estábamos casados, teníamos nuestras vidas y supongo que no le dedicamos suficiente tiempo. Si lo hubiéramos hecho, a lo mejor las cosas no habrían llegado tan lejos.
—Lo mismo podría decirse del resto de nosotros, sus profesores, la gente que la conocía —repuso Lena con amabilidad—. Fue mala suerte que. . bueno. ..
Lena dejó la frase sin terminar. Los dos miraron a Yulia, que estaba ayudando a Katie a subir a la parte de arriba del trepador.
—De todos modos —continuó Johnno—, te agradezco todo lo que estás haciendo por Yulia. Y también por mi hijo Kerrod, a decir verdad. Le encanta su trabajo. Llevaba tiempo interesado en ese campo.
—Bueno, Kerrod también lo está haciendo de maravilla. Ken dice que aprende muy rápido y que se nota que he gusta lo que hace.
Levantaron la vista cuando Yulia volvió con ellos. Su mirada saltó de Lena a su hermano mientras tomaba asiento.
—Estáis los dos muy serios.
—No es para menos —contestó Johnno, y le guiño un ojo a Lena—. Le estaba contando a Lena como Australia perdió por tres carreras contra los Pakis en el último torneo.
Yulia gimió.
—No te estará dando la lata con eso a ti también, ¿eh, Yulia? No hace más que hablar de ello desde que pasó.
—Ahora me sabe mal admitir que yo también vi el partido —rió Lena.
—¿Te gusta el criquet? —se asombró Yulia.
—Me temo que soy culpable. Me gustan los torneos.
Yulia negó con la cabeza.
—¿Y qué hay de los deportes de verdad, como el tenis o el golf?
Lena hizo una mueca.
—Normalmente solo sigo la liga de criquet y de rugby.
—¡Oh, no! —exclamó Yulia, fingiéndose horrorizada—. ¡Voy a tener que pensarme mejor lo de instalarme en el apartamento!
—¿No te quedas, Yulia?
Fliss se les había acercado y miraba a la pelinegra con cara de preocupación. Yulia se levantó y rodeo a la niña con el brazo.
—Solo estaba bromeando con tu madre sobre sus gustos deportivos.
Fliss echó una mirada a su madre en busca de confirmación.
—Ah. Era un chiste. Bueno —dijo con una gran sonrisa—.Mejor, porque queremos que Katie y tú os quedéis.
 
 
Algo más tarde, Lena estaba en la piscina con sus hijos. Yulia y Katie habían vuelto a entrar para deshacer las maletas y Johnno y Nathan se habían marchado.
—¿Os importa que nos bañemos con vosotros? —preguntó Yulia, mientras atravesaba el césped con su pequeña.
—Adelante, bañaos. Después de tanto trabajo os vendrá bien refrescaros.
Lena intentó no comerse a Yulia con los ojos. El bikini blanco que llevaba le quedaba de fábula. Se le aceleró el corazón y sintió un hormigueo en las terminaciones nerviosas. Chapotearon en la piscina con los niños hasta que al final Yulia y Lena salieron a secarse. Se sentaron en la terraza, desde donde podían vigilar a los niños.
—Quería preguntarte si me podrías recomendar algún servicio de canguros —inquirió Yulia—. De momento, Josie cuida de Katie. Pero aún quedan algunas semanas hasta que Katie empiece el colegio y Josie tenía pedidas dos semanas de vacaciones a partir de la semana que viene, así que no me parece justo pedirle que se quede con Katie durante sus vacaciones. Tengo una especie de acuerdo con la hija de Becky para que se encargue de ella —Yulia se encogió de hombros—, pero Susie solo tiene dieciséis años y, aunque es muy sensata, me preocupa que sea demasiada responsabilidad para ella.
Lena le explicó que en el ayuntamiento había un sistema de listas. Yulia no tenía mas que apuntarse y le encontrarían un canguro cualificado.
—A mí me fue muy bien con Adam y Fliss. Llevan años con Cindy. —Lena frunció el entrecejo—. De hecho, dos de los niños que cuidaba Cindy se mudaron a mediados del año pasado. ¿Quieres que le pregunte si estaría interesada en cuidar también a Katie? Cindy es maravillosa y de toda confianza.
Todos los canguros que se apuntan a las listas del ayuntamiento pasan por unas pruebas antes de ser aceptados.
—Eso sería fantástico, sobre todo si tú me la recomiendas. Lo que más me preocupaba era no conocer a nadie personalmente. Me costaba hacerme a la idea de dejar a Katie con una extraña.
—Voy a llamar a Cindy a ver que dice. Si ella no puede, bueno, ya miraremos a través del ayuntamiento.
Lena entró en la casa y regresó al rato con el entrecejo fruncido.
—Bueno, tengo buenas y malas noticias. Las buenas son que Cindy estará encantada de cuidar de Katie. Las malas, que acaba de coger la varicela —le dijo Lena a Yulia—. Ahora mismo iba a llamarme. Sus hijos acaban de pasarla y ella creía que mañana ya estaría disponible, pero esta mañana se despertó con granitos, así que hemos decidido que lo mejor es que no esté en contacto con los niños durante un par de semanas.
—¿Y cómo te las arreglarás con Adam y Fliss? —preguntó la pelinegra.
—Supongo que tendré que pedirle a Rose que se los vuelva a subir a la granja —suspiró Lena—. Sé que a Rose no le importa, le encanta tenerlos allí. Pero no me gusta nada aprovecharme de ella. Si solo fueran unos días, me los llevaría al trabajo, pero dos semanas es mucho tiempo. —Lena se volvió hacia Volvio—. ¿Crees que tu sobrina podrá ocuparse de Katie?
—Supongo que sí.
—¿Qué le pasa a Cindy? —pregunto Fliss, que se les había acercado sin que su madre lo advirtiera—. ¿No podemos ir a su casa mañana?
Adam y Katie se les unieron y Lena les explicó la situación.
—¿Entonces volveremos a la granja? —Adam se puso a dar saltos de alegría—. ¡Genial! ¿Puede venir Katie?
¡Le podríamos enseñar los animales!
—Eh, no sé.
—Venga, mamá. Sería divertido —insistió Adam.
—Mami ¿puedo ir a la granja con Adam y Fliss? —preguntó Katie—. Adam dice que hay animales.
—Adam, ni siquiera he hablado con tu abuela todavía. —Lena miró a Yulia—. Lo siento, no pretendía. .
—Ya lo sé —sonrió Yulia, mientras empezaba a secar a Katie con la toalla—. Katie, no está bien autoinvitarte a los sitios —le dijo.
—En realidad, ha sido Adam —apuntó Fliss con seriedad—. No es culpa de Katie. Pero seguro que a la abuela Rose no le importaría que viniera Katie, ¿verdad, mama?
Lena sacudió la cabeza.
—Creo que lo mejor es que llame a tu abuela.
—¿Adam y Fliss tienen abuela, como en mis cuentos?
Yulia miró a Lena fugazmente antes de contestar.
—Si la tienen. Y tú también tenías, pero ¿te acuerdas que te conté que tu abuela murió cuando eras un bebé?
Katie arrugó el entrecejo.
—Ah, sí.
Se volvió hacia Fliss y Adam.
—Mi abuela está en el cielo.
Adam asintió con gravedad.
—La abuela de mi amigo Josh, del colegio, también murió. Pero nosotros tenemos dos abuelas, así que podemos compartirlas contigo si quieres.
—¿Si?
Katie se puso a dar saltos y Lena sonrió para sí.
—Eso es muy amable por tu parte, Adam —dijo Yulia.
Lena entró a hablar con su suegra. Cuando regresó, mandó los niños adentro a vestirse, mientras discutía la situación con Yulia.
—¿Entonces a tu suegra no le importaría hacerse cargo de una niña que ni siquiera conoce? — preguntó Yulia con incredulidad.
Lena rió.
—A Rose le encantan los niños. Y a su marido también. Durante las vacaciones escolares siempre tienen a tres o cuatro nietos con ellos. Pero entiendo que no quieras dejar a Katie con gente que no conoces.
—Tu confías en ellos para cuidar de Adam y Fliss.
—Sí. Como te he dicho, Rose adora a los niños. Siempre fue una desgracia para ella no poder tener más hijos después de Rob. Casarse con Charlie y su tribu de hijos y nietos fue una bendición para ella.
Yulia se mordió el labio.
—Siento haberte puesto en un compromiso —se disculpó Lena—. Iba a proponerte que subiéramos a los niños a la granja esta tarde. Así conoces a Rose y a Charlie, y te aseguras de que te sientes cómoda dejando a Katie con ellos. Podemos pasar la noche allí, si quieres, y volver mañana para ir a trabajar. Tiene una casa antigua enorme, así que hay mucho sitio. ¿Cómo lo ves?
Yulia suspiró y miró a Lena a los ojos.
—¿Seguro que a Rose le parece bien? Quiero decir ¿le has dicho que era yo?
—Sabe que eres tú, Yulia —le dijo Lena con cariño—. A Rose no le importa.
 
Unos días después, Lena se fijó en el BMW negro que entraba en el aparcamiento, pero hasta que la mujer, alta y rubia, que bajó del deportivo no se volvió hacia la oficina no reconoció a Laurel Greenwood. R&R
Jardinería y Paisajismo era el último lugar donde habría esperado ver a la nuera del alcalde. Por alguna razón, no se imaginaba a Laurel pasando plantas de una maceta a otra.
Laurel se quitó las gafas de sol de patilla ancha y las dejó en el asiento del acompañante con despreocupación. Se ahuecó la larga melena rubia con los dedos y se la apartó de la cara. A continuación comprobó su apariencia en el retrovisor lateral de su coche. Llevaba una camiseta de marca y unos vaqueros
ceñidos. Cuando estuvo satisfecha, se irguió y se dirigió a la entrada.
Lena entornó los ojos. Solo se le ocurría una razón para que Laurel se presentara en el vivero.
Tenía que ser que venía a ver a Yulia.
 
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Mensaje por liaesc 10/1/2015, 7:46 am

Como siempre exelente.....ya me quede con la intriga de la tal Laurel ...... esta poniendose interesante

liaesc

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Mensaje por Aleinads 10/1/2015, 11:18 am

Por Dios!! Como queda ahí?? hahaha espectacular!, gracias por este nuevo doble regalo, me han encantado los capítulos y ahora quiero saber que pasara, quien dem... es esa mujer? que querrá con Yulia? Lena cerrara la puerta que divide las casas?(espero que se escabulla a media noche xD ) Como estas mujeres reaccionaran ante la fuerte atracción y Evidente que hay?
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Mensaje por Solangela 10/12/2015, 12:28 pm

Quedo en una gran parte, no nos haga esperar mas denos la continuacion deseada, extrañamos las continuaciones de nuestros escritores.

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Mensaje por Corsca45 10/13/2015, 9:01 pm

Continúalo por fa
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Mensaje por Lesdrumm 10/14/2015, 12:01 am

LA SALVAJE


Capítulo 11


Cuando Laurel rodeó el edificio, Lena la perdió de vista, así que se levantó y salió de su despacho.
Sabía que Yulia se encontraba en la sección de suministros, ayudando al viejo Dave a atender el tráfico de furgonetas y camiones, que se había incrementado sin previo aviso. Por su parte, Phil estaba al otro lado del patio, en el vivero de helechos, con un cliente, de modo que la única que quedaba para atender a Laurel era la propia Lena.
Laurel se detuvo y se puso la mano a modo de visera para protegerse los ojos del sol, mientras echaba un vistazo circular al patio. Cuando vio a Lena, avanzó hacia ella. A medida que se le aproximaba, Lena llegó a la conclusión de que la joven mujer que había sido su alumna junto con Yulia era el paradigma de la elegancia y la sofisticación. Llevaba el cabello ahuecado de manera informal, los labios perfectamente pintados y un ligero toque de maquillaje, el estrictamente necesario para acentuar el tono azul violeta de sus ojos. No cabía duda de que Laurel Greenwood era una mujer muy atractiva; Lena tenía que reconocerlo.
Al pensar en las dos amigas, Laurel y Yulia, era difícil imaginarse dos vidas que hubieran seguido caminos más diferentes. Lena sabía que, después de que metieron a Yulia en la cárcel, Laurel hizo un curso de secretariado y consiguió trabajo en el ayuntamiento. En muy poco tiempo, empezó a salir con Mike Greenwood, el hijo del teniente de alcalde. En cuestión de meses, Mike y Laurel se casaron. Fue una de las bodas más sonadas de la zona.
A lo largo de los años, Lena se había cruzado con Laurel en contadas ocasiones, aunque a menudo aparecían fotografías suyas en las páginas de sociedad del periódico local. Los Greenwood se movían en círculos diferentes a los de Rob y ella y, de todas maneras, el negocio no les dejaba mucho tiempo para dedicarse a socializar.
Al mirar a aquella mujer tan segura y dueña de sí misma, Lena tuvo que admitir que nada quedaba en ella de la adolescente irresponsable de la que había sido profesora en la escuela.
Lena le sonrió a Laurel cuando llegó al mostrador.
—Hola, Laurel. Cuanto tiempo. ¿Cómo estás?
Laurel enarcó las cejas y la pelirroja se apresuró a añadir.
—Soy Lena Katina. Fui profesora tuya hace años.
—Ah, sí —dijo Laurel en un tono distante, mientras volvía a echar un vistazo a su alrededor.
—¿Puedo ayudarte? —preguntó Lena con educación.
De cerca, Lena era capaz de distinguir finas líneas de expresión alrededor de los ojos de Laurel, así como la mueca de descontento que se dibujaba en la caída de sus labios. En opinión de Lena, Laurel parecía mucho mayor que Yulia. Incluso su piel carecía del lustre saludable que tenía la piel de Yulia. Rachel se reprendió con brusquedad. No era culpa de Laurel haber heredado la piel clara de su familia, mientras que Yulia tenía una piel olivácea y sedosa que enseguida cogía color con el sol.
En aquel momento, Laurel pareció tomar una decisión y transformó su mueca de insatisfacción en una sonrisa forzada.
—Bueno, sí, supongo que puedes ayudarme. Estoy buscando a Yulia Volkova. He oído que ahora trabaja aquí.
—Sí, has oído bien —repuso Lena, haciendo un esfuerzo consciente por no sonar demasiado seca.
Echó un vistazo a su reloj de pulsera—. Está en la otra sección, pero volverá de un momento a otro.
Hacia un par de minutos que no oía el ruido de la cargadora, así que Yulia debía de estar a punto de llegar.
Laurel frunció el entrecejo ligeramente, en señal de irritación. También ella comprobó la hora en el reloj de diamantes que llevaba en la fina muñeca.
—Supongo que puedo esperarla. ¿Crees que tardará mucho?
—En principio, no.
Lena podría haber ido a buscar a Yulia para avisarle de que tenía visita, pero, como Phil estaba ocupado con un cliente, para hacerlo tendría que dejar el despacho solo. Además, no parecía urgente, así que la pirroja decidió que Laurel podía esperar el breve rato que le costara a Yulia regresar al vivero.
—¿Quieres sentarte? Hay una silla en el despacho.
Laurel miró en dirección al despacho de Lena, disimulando apenas su disgusto.
— O a lo mejor prefieres dar una vuelta —añadió Lena.
En cierta manera, estaba disfrutando con la situación. No estaba segura de que horrorizaría más a Laurel: sentarse en el despacho o pasear entre plantas.
Laurel peinó con la mirada las hileras de macetas. Por su expresión quedaba claro que el calidoscopio de colores de las saludables plantas la dejaba completamente indiferente.
—Eh, creo que. . echaré un vistazo por aquí —dijo.
Sin dedicarle una sola mirada a Lena, se dirigió a la sección de cactus con andares reticentes. Lena se encogió de hombros y volvió a su despacho. Seguro que Laurel Greenwood apreciaría más el atractivo y el encanto de Phil cuando este acabara con su cliente. Aunque también era posible que lo que había insinuado Colleen fuera cierto y Yulia y Laurel hubieran sido más que amigas. Sin embargo, Laurel era una mujer casada desde hacía más de diez años. Si había habido algo entre ellas tal como Colleen les había contado, seguro que no habían sido más que juegos de adolescentes. ¿Qué otra cosa podía ser? Por alguna razón, Lena no quiso ahondar en aquella cuestión. Lo que si se preguntaba era si Yulia y Laurel habrían mantenido el contacto durante aquellos años. Una cosa era cierta: Yulia no había mencionado a la joven que había sido su mejor amiga ni una sola vez. Pero ¿por qué iba a hacerlo?, se preguntó Lena con desdén. Yulia no tenía ningún motivo para considerar a Lena su confidente.
La pelirroja se sentó al teclado y se dispuso a seguir con la contabilidad, que había dejado colgada a la llegada de Laurel. No era asunto suyo, se reprochó. Tenía que concentrarse en su trabajo. Sin embargo, era consciente de que había fijado su atención en los sonidos que le llegaban del exterior, a la espera de oír abrirse la verja que comunicaba las dos secciones del centro de paisajismo. La verja chirriaba; hacía tiempo que Phil y ella tenían intención de engrasar las bisagras.
—Vaya, vaya. Sacad la alfombra roja —dijo Phil en voz baja desde el umbral—. La gran dama ha decidido obsequiarnos con su presencia.
Lena levantó la vista del ordenador.
—La adorable señora de Mike Greenwood —aclaró, con un movimiento de cabeza—. He visto que hablabas con ella.
—Ah, Laurel. Ha venido a ver a Yulia —explicó Lena, en un tono desapasionado.
—Eso me dijo antes de mandarme a paseo educadamente. —Miró hacia las hileras de plantas del vivero—. El envoltorio es bonito, pero esa no tiene nada de fondo. ¿Para qué quiere ver a Yulia?
—Querrá saludarla, digo yo. Eran amigas en el colegio.
—¿En serio? Habría dicho que Yulia era más joven —comentó.
Estaba a punto de marcharse, cuando se detuvo un segundo y miro a la pelirroja.
—¿Lena?
Esta volvió a despegar los ojos de la pantalla.
—Steve me ha contado que Yulia estuvo en la cárcel. Tengo el vago recuerdo de que mi madre me escribió y me contó que Mark Herron había muerto, pero no se me ocurrió relacionarlo con Yulia. Para ella debe de ser. . —Frunció el entrecejo—. Debe de ser muy difícil llevar esa carga encima.
—Sí, seguramente —coincidió Lena.
—Supongo que todos hemos hecho estupideces de jóvenes. A la mayoría no nos cogieron o tuvimos la suerte de librarnos sin que hubiera consecuencias para nosotros mismos o para los demás. Lo que quiero decir es que Yulia ya ha cumplido su condena y solo quería que supieras que me alegro de que le dieras el trabajo, Lena.
Es un placer trabajar con ella.
Lena asintió y Phil se marchó. Al cabo de pocos minutos, Lena oyó chirriar la verja y cambió de posición en el asiento para poder mirar por la ventana. Yulia se dirigió al despacho a grandes zancadas. El corto cabello oscuro le relucía bajo el sol y Lena notó que se le encogía el corazón.
Yulia se veía esbelta y en plena forma, y la sonrisa que le dedicó a Lena al atravesar la puerta del despacho hizo que a esta se le quedara la boca seca y las mejillas se le encendieran de placer.
—Hola, jefa —la saludó Yulia—. Acaba de llegar el viejo señor Sorenson a recoger su mantillo forestal. Esta deshaciéndose en elogios a Ken por el muro de contención y el pavimento que le ha acabado. Otro cliente satisfecho.
—Me alegro de oír eso. No es fácil que George Sorenson quede contento. Ah, Yulia. . —Lena hizo una pausa—. Ha venido alguien a verte.
Yulia arqueó las cejas.
—¿A verme a mí? ¿Quién?
—Laurel Greenwood.
A Yulia se le quedó la expresión helada en el rostro. Lena habría dicho que incluso palideció un poco.
—¿Laurel? —repitió la pelinegra en voz baja.
Logró recuperar un poco la compostura. Lena siguió hablando.
—Está ahí fuera, en la sección de jardinería —la informó. Yulia se volvió hacia la ventana—. ¿La habías vuelto a ver desde...desde tú regreso?
Yulia volvió a posar los ojos en Lena y negó ligeramente con la cabeza.
—¿Quieres esperar aquí y le digo que pase? —le propuso Lena.
Yulia frunció el entrecejo.
—No, creo que. . —Indicó la puerta e hizo ademán le salir, aunque se detuvo un instante y se volvió hacia Lena una vez más—. No tardaré mucho.
—Tómate el tiempo que quieras.
Yulia permaneció de pie, en silencio, durante unos segundos antes de dar media vuelta y salir del despacho.
Sin poder contenerse, Lena se levantó y se acercó a la puerta para seguir a Yulia con la mirada. La vio pararse y mirar a su alrededor. Cuando localizó a Laurel, fue hacia ella. Avergonzada de sí misma, Lena regresó a su escritorio con aire culpable. No tenía derecho a espiar a Yulia. Se obligó a concentrarse en las cuentas. Para cuando puso al día el papeleo, ya era hora de cerrar.
Lena esperó a que Yulia cerrará  las puertas y montara en el coche con ella. Dio marcha atrás y salió del aparcamiento, tras el todoterreno de Phil. Estaban a medio camino de casa cuando Yulia empezó a hablar.
—Laurel era mi mejor amiga ---murmuró—. Desde primero.
—Sí, lo sé.
—Tu solías ir con Janey Watson, ¿verdad?
Yulia asintió.
—También éramos amigas, desde el día que empecé el colegio aquí, después de que mi madre y yo volviéramos a la ciudad. Ahora Janey vive en Monte Isa con su marido. Tienen cuatro hijos. Janey y yo aún mantenemos el contacto.
—Laurel y yo estábamos...muy unidas.
Lena no dijo nada y se limitó a esperar a que Yulia continuara. Sin embargo, se dio cuenta de que estaba agarrando el volante con más fuerza de la necesaria y se obligó a relajarse un poco. En cierta manera, temía lo que Yulia fuera a revelarle.
—¿Sabes? Lo único que recuerdo de aquella noche es...bueno, lo que pasó después. —Yulia se removió en el asiento y se ajustó el cinturón de seguridad—. Recuerdo estar buscando a Laurel. —Se pasó las manos por los muslos y las apoyó en las rodillas. De reojo, Lena alcanzaba a ver sus esbeltos dedos. —Todavía tengo pesadillas con eso. Sueño con la oscuridad absoluta, el silencio. El olor a gasolina, a cerveza y a sangre. Y busco a Laurel, la busco desesperadamente.
Lena aminoró la marcha y tomó el desvió de la estatal, justo después de pasar por delante de un grupo de frondosos gomeros. En pleno verano, el rio no era más que un riachuelo, una serie de charcos de agua salteados entre las rocas y el cieno arenoso, que configuraban el curso del rio. No lejos de allí, el riachuelo se desviaba. Era el mismo riachuelo que discurría junto a la carretera en la que había tenido lugar el accidente de Yulia. Lena enfiló la subida a la colina.
—Becky me escribió y me contó que Laurel se había casado —suspiró Yulia—. Laurel me ha dicho que tienen una casa grande en la colina que hay al otro lado de la ciudad. El deportivo que llevaba se lo regaló Mike por su cumpleaños. Lena torció el gesto.—Parece que le ha ido bien —dijo Yulia, en un tono indefinido.
—Sí, supongo que sí.
—Nunca me habría imaginado que Laurel se casaría con Mike Greenwood. Lo cierto es que no lo aguantaba.
Lena sintió los ojos de Yulia fijos en ella y la miró de reojo un instante.
—Las cosas que tiene la vida, ¿eh? Tu siempre estabas dándole largas a Rob Weston y al final te casaste con él. Y en la época en que Mike empezó a interesarse por Laurel, ella lo llamó niño rico creído y lo mandó a tomar viento. Y al final también se casó con él.
Lena se removió en el asiento, incomoda. Si, ella se había casado con Rob, pero se jugaría
cualquier cosa a que Laurel no se había casado con Mike por las mismas razones. ¿O sí? ¿Tendría más en común con Laurel de lo que creían todos? Lena metió el coche en la entrada y abrió la puerta del garaje con el mando.
—Ellos, Laurel y Mike, tienen tres hijos.
Yulia soltó una carcajada. Lena detuvo el coche en el garaje y quitó la llave del contacto.
—Tampoco me imagino a Laurel con hijos. No me la habría imaginado como figura maternal ni en un millón de años. Pero, claro, seguro que ella piensa lo mismo de mí y de Katie. Es lo que me ha dado a entender.
Las dos salieron del coche. Yulia siguió a Lena a el interior de la casa y la puerta del garaje se cerró tras ellas. Una vez dentro, Yulia se dirigió a la puerta que comunicaba la casa principal y el apartamento.
—Yulia —la llamó Lena, antes de que desapareciera—. Yo. . ¿te apetece que preparemos una ensalada para las dos?
Yulia se volvió hacia ella, con la mano en el pomo de la puerta.
—Esta noche no puedo —dijo, sin mirarla a los ojos—. Pero gracias, Lena. Esta noche voy a salir.
—Oh, no pasa nada. Hasta mañana.
Yulia asintió.
—El amor lo cambia todo, ¿eh? —dijo crípticamente antes de deslizarse al interior del apartamento.
 
Yulia y Lena estaban en la piscina, tras lo que había sido un largo día para ambas. Yulia había ido en coche a la granja para ver a Katie, había pasado la noche allí y había regresado a tiempo de empezar a trabajar por la mañana. Lena había dormido mal, sola en la casa, y se resistía a admitir que había echado de menos la presencia de Yulia en el apartamento adosado.
Aparte de eso, no había podido evitar pensar en Yulia y en Laurel. Se las imaginaba como
adolescentes despreocupadas; las veía como las adultas que eran en la actualidad. Y, por enésima vez, se preguntó adónde habría ido Yulia aquella noche, después de que Laurel apareciera por el vivero.
¿Habría quedado con Laurel? Lena se sentía disgustada consigo misma por pensar en aquellas cosas, pero no era capaz de controlar su fértil imaginación. Aquella mañana había tenido que salir de la cama a rastras para ir a trabajar.
Por si fuera poco, en el vivero habían estado tan ocupadas que apenas habían tenido tiempo de picar algo a la hora de la comida. Por supuesto, sin sentarse siquiera.
A medida que fue pasando el día, el cielo se nubló y el ambiente se cargó de humedad. La gente tenía calor, estaba sudorosa e irritable. Así que, cuando Yulia le propuso parar a cenar en un restaurante
informal, al salir del trabajo, la perspectiva de entrar en un local con aire acondicionado fue como un sueño hecho realidad.
Cuando llegaron a casa, las dos salieron a bañarse por mutuo acuerdo. Apoyada en el borde de la piscina, Yulia se echó hacia atrás y se pasó los dedos por el cabello mojado.
 
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Mensaje por Lesdrumm 10/14/2015, 12:06 am

LA SALVAJE


Capítulo 12

—Que bien se está aquí. Ha sido un horno, todo el día. —Yulia miró a Lena—. Ayer lo pasé muy bien en la granja y el coche va mucho mejor desde que Charlie le echó un vistazo. Tu suegra y su marido son un encanto.
—Sabía que te gustarían Rose y Charlie. Son dos de las personas más amables que conozco. —Lena se sumergió en el agua fresca hasta la barbilla, para relajarse—. Me alegro de que hayas dejado que Katie se quedara con ellos.
—Cuando el fin de semana pasado Rose le dejó coger un pollito, supe que estaba perdida —comentó
Yulia con sorna.
—Me di cuenta.
—Es difícil, ¿sabes? Lo único que quiero es que Katie tenga. . —Yulia negó con la cabeza—. Decir que solo quiero que Katie tenga una vida mejor de la que yo tuve sonaría como si hubiera tenido una infancia miserable y llena de privaciones. Pero no fue así. —Le dedicó a Lena una mirada fugaz—. No como la de Johnno, Liam y Becky.
Lena no supo que decir.
—Todo el mundo dice que mi padre se había ablandado un poco para cuando yo llegué —continuó Yulia—.Pero todavía le daba por zurrar a Johnno o a Liam a poco que lo miraran mal. Liam hacia lo posible por no cruzarse con él, pero con Johnno siempre fue más duro.
—-¿A ti te pegó alguna vez?—preguntó Lena con voz queda.
La pelinegra se encogió de hombros.
—Alguna. Pero no como a los chicos o a Becky —rió con tristeza—. A los psicólogos les encantaría: abusó físicamente de los otros tres, mientras que a mí, dentro de lo que cabe, me dejo en paz. Y sin embargo ellos se convirtieron en ciudadanos modelo, mientras que yo soy la oveja negra de los Volkov.
—Eso no es verdad —se apresuró a negar Lena—. Simplemente tenías más...bueno, más carácter.
Yulia soltó una carcajada.
—Mucha gente diría que estas siendo demasiado amable, Lena. Me temo que por aquel entonces era una bala perdida.
A Lena le constaba que aquella había sido la opinión general.
—Lo que recuerdo perfectamente fue la última vez que mi padre le pegó a mi madre. Después siguió emborrachándose y se ponía violento y tal, pero no volví a ver que le pegara —prosiguió Yulia—.Creo que tendría unos cuatro o cinco años, porque Johnno era de la edad de Kerrod. » Mi padre había estado bebiendo toda la tarde y Becky y mi madre estaban preparando la cena. Cuando lo pienso ahora, me doy cuenta de que, cuando mi padre empezaba a beber, la casa entera se ponía en tensión.
Era como un polvorín a punto de explotar. Mi madre se ponía nerviosa y le cambiaba la cara. Nosotros intentábamos no estar en medio. » En cualquier caso, aquella tarde me escondí debajo de la mesa de la cocina cuando oí llegar a mi padre. Se enfadó con mi madre por la cena y los platos y la comida acabaron volando por los aires.
Entonces la abofeteó y mi madre cayó de espaldas sobre los fogones y se quemó el brazo. Mi madre y Becky lloraban, y mi padre soltaba todo tipo de maldiciones. Entonces llegó Johnno y, al ver lo que estaba pasando, perdió los estribos.
Hasta esa noche jamás se había vuelto contra mi padre. Le gritó que era un borracho y un cobarde. Empezaron a darse puñetazos. Mi madre lloraba y lloraba. » Seguramente los vecinos llamaron a la policía —normalmente acababan haciéndolo—, pero, cuando llegaron los agentes, mi padre estaba inconsciente y Johnno tenía la mano rota de tanto
pegarle. » Recuerdo mirar a mi padre tendido en el suelo sucio de la cocina y pensar que estaba muerto. Creí que se llevarían lejos a Johnno y que nunca estaríamos a salvo. Entonces es cuando me uní al caos y me puse histérica. Hicieron falta dos policías para lograr que me soltara de la pierna de Johnno. He aquí un día como cualquier otro en nuestra típica familia desestructurada. Yulia finalizó su relato con una mueca.
—Lo siento, Yulia —dijo Lena, que se sentía totalmente fuera de lugar—. Debió de ser terrible para ti.
Yulia sacudió la cabeza en señal de negación.
—¿Sabes? Cuando era joven solía estar enfadada todo el tiempo, sobre todo con mi madre, lo cual tenía poco sentido. Pero es que no era capaz de entender por qué seguía con él o, al menos, porque no se defendía. Ahora creo que mi madre se rindió mucho antes de que naciera yo. A lo mejor al principio siguió con el porque le importaba, pero, al final, si no lo dejó fue porque no le importaba.
Las dos permanecieron en silencio durante dilatados segundos.
—Me sentí fatal por no poder volver a casa para el funeral de mi madre. —Yulia dejó escapar un hondo suspiro—. Tuve un par de sustos durante mi embarazo y los médicos pensaron que había riesgo de aborto.
Cuando Becky me llamó para decirme que mama había muerto, yo estaba en el hospital. Me iban a hacer una cesárea el día del funeral. Yo quería venir, pero Becky me prohibió terminantemente que hiciera tal cosa. La decisión se me escapó de las manos, ya que esa misma noche me puse de parto y Katie nació a la mañana siguiente. No pude ir al funeral de ninguna manera.
Yulia miró a Lena a los ojos.
—Cuando me quedé embarazada de Katie, juré que nunca nos pondría a ninguna de las dos en la misma situación que había vivido yo de niña.
—¿Por eso...? —Lena tragó saliva—. ¿Por eso dejaste al padre de Katie?
Lena no podía distinguir la expresión de Yulia en la penumbra, pero sintió que una barrera
invisible se levantaba entre las dos.
—No —repuso Yulia finalmente—. No, no fue por eso. —Miró un segundo a Lena antes de apartar los ojos—. Supongo que simplemente no nos queríamos lo suficiente.
Lena quería hacer más preguntas, pero en ese instante un rayo hendió el manto de nubes que cubría el cielo.
—-¡Oh, oh! Parece que la tormenta que anunciaban ya está aquí.
Yulia se dio la vuelta, apoyó las palmas de las manos en el borde de la piscina y se impulsó fuera del agua sin esfuerzo. El rugido de los truenos las envolvió y Lena se digirió hacia los peldaños de la piscina. Yulia apareció ante ella, se inclinó y le ofreció la mano. Lena la cogió y Yulia tiró de ella para sacarla del agua.
De repente, Lena advirtió que estaban muy cerca la una de la otra y quiso retroceder, pero Yulia alargó la mano y volvió a agarrarla para que no perdiera el equilibrio y cayera a la piscina de espaldas. Las manos de Yulia se posaron sobre la curva de sus caderas. Su cuerpo estaba a pocos centímetros del de Yulia. Las dos se quedaron inmóviles. El espacio que las separaba cobró vida, tan cargado electricidad como el viento que soplaba sobre sus cabezas entre las nubes de tormenta.
Lena sintió que todo su cuerpo se ponía en tensión, la espera de que Yulia avanzara hacia ella. Lo deseaba tanto. Un nuevo relámpago iluminó el cielo y los primeros goterones salpicaron sus cuerpos mojados.
—Nos vamos a mojar —dijo Lena, tontamente.
—Si —respondió Yulia con voz ronca y profunda.
Dejó caer las manos y liberó a la pelirroja. Las dos echaron a correr y se refugiaron bajo el tejadillo del patio, justo antes de que empezara a llover con mas intensidad.
—Tampoco es que fuéramos a mojarnos mucho más—gritó la pelinegra, para imponer su voz sobre el rugido de la lluvia contra el basto techado.
Lena fingió reír. Tenía el cuerpo encendido y estaba tan tensa que casi se notaba rígida. Su corazón palpitaba al ritmo de la lluvia y se moría por que Yulia la tocara, por sentir su cuerpo contra el suyo. Si tuviera el valor de...
—Sera mejor que entremos —dijo Yulia, finalmente—. Nos vemos mañana.
Lena asintió, ya que no confiaba en que le saliera la voz. Antes de que pudiera darse cuenta, Yulia se había deslizado al interior del aparcamiento y había desaparecido por la puerta trasera de su apartamento, dejando a Lena a solas con sus torturados pensamientos.
Tambaleante, Lena se dio la vuelta y entró en casa. Al llegar al lavadero, se quitó el bañador con movimientos automáticos. Una vez desnuda, empezó a secarse. Se frotó los pechos con la toalla y los pezones se le endurecieron otra vez. Estaba tan excitada que casi le dolía físicamente. ¿Por qué era tan cobarde? ¿Por qué no simplemente...? De repente se echó a llorar, sacudida por violentos sollozos. Hundió el rostro en la toalla y se deshizo en lágrimas.
 
—No me acostumbro a que la casa este tan silenciosa cuando los niños suben a la granja —comentó
Lena al día siguiente, al volver del trabajo.
Cuando les coincidían los turnos, solían ir a trabajar juntas en el vehículo familiar de la mujer de mirada verde-grisácea. Esta aún se sentía aturdida por la sobrecarga de emociones de la víspera y la tormenta no había tenido nada que ver con ello. Hablar de los niños parecía terreno seguro.
—Yo me encuentro como incompleta, sin Katie. Diría que no hemos estado separadas desde que nació.
—Estará muy bien en la granja. Rose es una de las personas más sensatas que conozco —la tranquilizo Lena de nuevo, de vuelta en la sala de estar.
—Lo sé. Eso no me preocupa. También sé que no puedo tenerla siempre entre algodones. Pronto empezará el colegio y siempre he sabido que sería un momento muy duro. Y, vamos, que Katie ha ido a la guardería y tal, así que no se por qué me preocupa tanto que vaya al colegio.
—Supongo que porque empezar el colegio es una especie de primer gran paso simbólico para alejarse de ti.
Al menos es así como lo viví yo con Fliss y Adam.
—Seguramente tienes razón —suspiró Yulia—. Supongo que tendré que hacerme a la idea de dejarla ir de vez en cuando, así que mejor que me vaya acostumbrando ya.
—Me parece que la mayoría de madres se sienten igual. Personalmente, me quedaba destrozada los primeros días que dejaba a los dos míos en el colegio. Fliss y Adam se iban a jugar con los otros niños la mar de contentos y yo me volvía a casa llorando. En esas ocasiones —Lena sonrió y negó con la cabeza— Rob me decía que debería estar contenta de que los dos fueran extrovertidos y se hubieran adaptado tan bien.
—Sí que es verdad. Son unos niños estupendos.
—Los tres lo son.
—Entonces supongo que algo habremos hecho bien. —Yulia echó un vistazo a su reloj de pulsera—.Ya casi es hora de cenar. ¿Qué te parece si pedimos una pizza?
—Una pizza estaría genial.
Lena estaba más que encantada de que Yulia quisiera pasar más tiempo con ella e ignoró
conscientemente la chispa de inquietud que despertó en su interior la perspectiva de estar a solas con Yulia.
—Pero la pagamos a medias, ¿eh?
—No, yo invito —zanjó la ojiazul, mientras se dirigía al teléfono—. ¿Con que te gusta?
Después de pedir la pizza, Lena decidio preparar una ensalada para las dos. Fueron a la cocina a prepararla, mientras Yulia le hablaba de dos clientes muy exigentes que había tenido aquel día y Lena se moría de la risa ante la imitación que hizo de estos.
—¿Quieres que veamos una película mientras cenamos? —le preguntó Lena al volver a la salita—.Tengo una pequeña colección de cintas.
—Claro. ¿Qué me ofreces?
Lena se dirigió a la estantería de videos, mientras Yulia se tomaba su tiempo para acomodarse en el sofá contenta de que la pelinegra le diera la espalda y no pudiera ver el rubor de sus mejillas. ¿Que que le ofrecía? Ojalá pudiera decirle a Yulia lo que le gustaría ofrecerle de verdad.
—Las del estante de arriba son mías y las de abajo son películas de los niños —dijo enseguida.
Yulia se sentó sobre los talones para leer los títulos.
—La Bella Durmiente, Los Osos Amorosos. —Se volvió hacia Lena con una sonrisa de oreja a oreja—. Ya que estamos solas, vamos a ser malas. Cojamos una del estante de arriba.
Lena soltó una carcajada.
—Me temo que no hay nada muy vanguardista Elige tú.
Yulia sacó un video.
—The Full Monty. Genial, esta me la perdí. Pero supongo que tú ya la habrás visto. —Se volvió hacia Lena.
—Está bien. La vi hace mucho, así que no me importa verla otra vez.
—Se supone que es divertida.
—Lo es, aunque en el fondo es un poco triste. Pero es buena, porque los personajes son fantásticos y saben darle la vuelta a una situación penosa con su optimismo. Creo que te gustará. Lena dejó su plato de ensalada sobre la mesa de café y se levantó —Me he dejado las bebidas.
Yulia siguió a Lena hasta la cocina. Lena abrió el frigorífico.
—Tengo Coca-Cola, limonada, zumo de frutas. . Y también hay un par de cervezas. ¿Qué te apetece?
Lena se quedó quieta un instante, esperando la respuesta de Yulia. Se irguió, con una lata de cerveza fría en la mano, y se volvió. Sus ojos encontraron los de Yulia.  La ojiazul estaba apoyada en el marco de la puerta.
Estaba pálida y su expresión era inescrutable. Tenía los ojos fijos en la lata de cerveza que sostenía Lena.
—Coca-Cola está bien —dijo en un tono neutro.
Lena tragó saliva.
—Lo...lo siento —balbuceó Lena, y metió la cerveza en el frigorífico otra vez—. Entonces Coca-Cola — añadió, pasándole la lata a Yulia.
Se cogió un zumo de frutas para ella. Al volverse hacia Yulia, la otra mujer tenía la mirada puesta en su lata.
—No he vuelto a tomar cerveza desde aquella noche —dijo en voz baja—. Ni siquiera soporto como huele.
Lena le puso la mano en el brazo.
—Es comprensible, Yulia. Lo siento. No se me…
—No es culpa tuya. Es solo que...bueno, la verdad es que es raro. No tengo problemas con el hecho de conducir o de que me lleven en coche, pero el olor de cerveza me lo recuerda todo.
Lena le acarició la suave piel del brazo. Yulia bajó la mirada hacia el punto en que sus cuerpos se tocaban y después levantó los ojos de nuevo y encontró los de Lena. En el momento en que se miraron a los ojos, algo se le desató en el pecho a Lena. Una enorme tensión las envolvió y las hizo prisioneras.
Lena sentía como la atraían las claras profundidades de los ojos azules de Yulia. Sus sentidos se dispararon y notó que perdía el control. Era como si no le llegara el aire. Bajó la mirada y se fijó en la curva voluptuosa que dibujaban los labios de Yulia. Lo único que deseaba era acariciarlos con los suyos y saborearlos.
 
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Mensaje por montsejade0847@gmail.com 10/14/2015, 1:39 am

Esta genial gracias

montsejade0847@gmail.com

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Mensaje por coronela10 10/19/2015, 2:39 pm

Ey chica gran historia! Te atrapa y te deja con ganas de más...
Conti, conti!!!

coronela10

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Mensaje por Lesdrumm 10/20/2015, 9:57 pm

Gracias a todos los que leen esta historia, y también mi otra historia "5 Años Después"

LA SALVAJE


Capítulo 13


Lena tuvo la impresión de que había llegado a inclinarse hacia delante un par de centímetros, pero en ese instante el sonido del timbre de la puerta, tan certero como un cuchillo, cortó la distancia que había entre ellas.
Las dos se sobresaltaron. A Lena se le escapó el zumo de la mano, aunque lo agarró al vuelo antes de que cayera al suelo.
—Debe de ser la pizza —dijo Yulia con voz queda. Ella fue la primera en dirigirse a la puerta.
Cenaron viendo la película que había elegido la pelinegra, aunque a Lena le costó concentrarse en el argumento.
Lo único que oía era el sonido de su propio corazón latiéndole con fuerza en el pecho. Además, no
era capaz de despegar los ojos de las estilizadas y bronceadas piernas de Yulia, casi a tocar de las suyas en el sofá.
El momento que habían compartido en la cocina, donde había sido tan consciente de la proximidad de Yulia, la había dejado intranquila e inquieta. Sobre todo porque sospechaba que Yulia también había notado la tensión. Su fascinación por ella no había hecho más que crecer y eso la seguía asustando tanto como años atrás. Probablemente, incluso más.
En aquel entonces, la atracción había venido mezclada con un centenar de miedos más. Temía la
razón por la que se sentía atraída por Yulia; temía la reacción de Yulia si llegaba a sospechar que Lena sentía lo que sentía. Temía que su madre, su familia y sus amigos lo descubrieran. Tenía miedo de su propio y turbador secreto, de la desconcertante sensación de saber que tenía esa clase de sentimientos por otra mujer. Se le había hecho todo una montaña y le había entrado el pánico.
Ahora era más mayor y era capaz de pensar en la palabra lesbiana sin sonrojarse. No es que sus
antiguos miedos hubieran desaparecido solo por eso, pero la madurez la había enseñado a ver sus
temores con más perspectiva.
Si doce años atrás hubiera sido capaz de tornárselo de aquel modo, ¿habría tomado decisiones
diferentes? Lena no podía menos que preguntárselo. Pensó en sus hijos. Aunque nunca había considerado que estuviera hecha una madraza, sabía que no podía imaginarse la vida sin ellos.
¿Y Rob? ¿Que habría pasado con su marido? Evocó escenas del pasado en las que un joven Rob, alto y con el pelo largo y alborotado, cogido en una cola de caballo, se metía con ella delante de sus amigos. En algún momento de su adolescencia, Rob había dejado de meterse con ella y había
empezado a seguirla a todas partes, tratando de que saliera con él. Lena se había mostrado cortes,
pero distante. Sandy y Colleen no dejaban de insistir en que Rob se había enamorado de ella, pero Lena, avergonzada, siempre lo negaba.
Al darse cuenta de lo que sentía por Yulia, Lena se había sentido muy confusa y, para su sorpresa tanto como para la de Rob, había accedido a ir al cine con él. Aquello era lo correcto: salir con un joven. Sus sentimientos por Yulia le habían causado una ansiedad tal que había llegado a la conclusión de que lo único que podía hacer para poner orden en su vida era salir con Rob.
Además, Lena no podía negar que había disfrutado de las ventajas que entrañaba ajustarse a las convenciones sociales. Salir con Rob no le había ido mal; su madre estaba encantada y también la de Rob. Al fin y al cabo era lo que una jovencita debía hacer. Cualquier otra situación habría resultado inaceptable.
Lena se obligó a dejar de pensar en el pasado y a concentrarse en la película que estaban viendo.
Cuando llegó la escena en que los dos hombres se besaban, a Lena se le encogió el estómago y se le encendieron las mejillas. ¿Oiría Yulia el atronador latido de su corazón? Seguro que sí. No obstante, Yulia se abstenía de hacer comentario alguno.
—Me ha gustado —dijo al acabar la película. Lena rebobinó la cinta—. ¿Te apetece ver alguna otra
cosa? Lena se encogió de hombros.
—No me importaría. —Echó una mirada a su reloj de pulsera—. ¿Por qué no? Total, mañana tenemos el día libre las dos. Voy a recoger todo esto mientras buscas otra película para ver. Lena empezó a recoger la mesa mientras Yulia iba a ver las películas. Cuando volvió de la cocina, La ojiazul había ido probando canales y había dado con una película de James Bond.
—¿Qué te parece una película de aventuras de la mano del indestructible 007?
Lena rió.
—Solo si es de Sean Connery.
—Estas de suerte.
Fueron conversando, con la película de fondo, hasta que Lena se dio cuenta de que Yulia empezaba a bostezar. Muy a su pesar, se volvió para sugerir que se fueran a la cama, pero se encontró con que Yulia tenía los ojos cerrados y su respiración era regular. Se había quedado dormida.
Lena la observó subrepticiamente. Sus largas pestañas oscuras reposaban sobre sus mejillas y sus relajados labios entreabiertos eran de lo más tentador. Contempló la línea de la mandíbula, su esbelto cuello. Después se quedó embobada con el movimiento ascendente y descendente de su pecho y con la forma turgente de sus senos. En aquel momento supo con absoluta certeza que se había enamorado de Yulia Volkova.
Supo también que aquello no se trataba de un capricho de adolescencia. No podía seguir ignorando
sus sentimientos de ninguna manera. Lo que sentía por Yulia la estaba consumiendo por dentro.
Tras admitirlo, por fin, se dio cuenta de que siempre había sabido que Yulia era especial. Aquel descubrimiento apenas la sorprendió, más bien fue una sensación embriagadora. Sin embargo, la euforia vino acompañada de una tristeza casi insoportable.
¿Adónde podía llegar un amor tan inapropiado? ¡A ninguna parte!, se dijo, apesadumbrada. No era más aceptable en la actualidad de lo que lo había sido doce años atrás. A Lena se le llenaron los ojos de lágrimas, pero se las enjugó con determinación. Una cosa era segura. Estaba claro que no iba a seguir el mismo camino que había seguido la vez anterior.
Su atracción por Yulia en el pasado le había provocado un ataque de pánico y, aterrorizada, se había lanzado a los brazos abiertos de Rob Weston. En cambio, ahora veía que tenía dos opciones. Podía aprender a vivir con aquellos sentimientos enterrándolos en lo más profundo de su ser, igual que había hecho antes, o podía arriesgarse a cometer el mayor error de su vida y confesarle a Yulia lo que sentía por ella.
Lena sabía que no podía hacer eso. No quería arriesgarse a perder la amistad de Yulia. ¿Pero y si
se atrevía? Lena no alcanzaba a imaginar cómo reaccionaría Yulia. ¿Opinaría que la atracción de Lena era repulsiva?
Lena empezó a darle vueltas a las revelaciones de Colleen. ¿Y si...? Pero se recordó que no eran
más que habladurías. Sabía que no podía actuar en función de la remota posibilidad de que un rumor de hacia doce años tuviera algo de fundamento.
Lena apagó el televisor y se movió con cuidado. Despacio, se puso en pie para no despertar a Yulia. Hacía calor, así que decidió dejarla durmiendo allí mismo, sin temer que cogiera frío. Yulia tenía la cabeza apoyada en un cojín y se la veía relativamente cómoda. Cuando despertará, ya decidiría si prefería volver a su apartamento o tumbarse en el sofá como Dios manda.
Lena se fue derecha a su habitación y se dio una ducha en el baño de su dormitorio. Después se puso la camiseta ancha, sin mangas, que usaba como camisón. Se echó en la cama y trató de relajar los tensos músculos. Se sentía...Examinó sus sentimientos, eludiendo la verdad. Estaba
excitada, cachonda o como quiera que se dijera en aquellos días. Tragó saliva: el cuerpo le ardía.
No era capaz de recordar la última vez que se había sentido de aquella manera. Se preguntaba si en realidad se había sentido alguna vez así.
Empezó a pensar en Rob y en cómo habían sido las cosas entre ellos. Al pensar en su difunto marido, la invadió una sensación de culpabilidad. ¿Habría sido injusta con Rob? Había sido un buen marido, que nunca le había exigido más de lo que era capaz de darle. Y, en lo que respectaba a la parte física de su vida conyugal.
Lena nunca había mostrado mucho entusiasmo, que digamos. No podía decir que le desagradará  el sexo con Rob. Sencillamente nunca había sido algo que le robara el aliento. En realidad habría podido vivir sin él. ¿Lo habría sabido Rob? Lena suspiró al reconocer que seguramente si lo había
sabido. Sin embargo, en su naturaleza afable, se había adaptado al ritmo que le marcaba ella. Habían estado saliendo durante meses antes de acostarse juntos y, cuando pasó, fue porque Lena sentía que era lo que se esperaba de ella. Habían aparcado a la orilla del río, en un rincón lejos del
resto de coches, y Rob le había sugerido que pasaran al asiento trasero. Según el, estarían más
cómodos.
Lena era incapaz de imaginar que alguien pudiera estar más cómodo estrujado en el asiento trasero de un coche. Inexpertos como eran, Lena y Rob se arrimaron con torpeza, tratando de dar con la postura adecuada. Lena se había puesto muy tensa y se había sentido muy insegura. Más adelante, Rob admitiría que a él le había pasado lo mismo. Acabó casi antes de empezar y, dejando a un lado las molestias normales, para Lena no fue nada digno de recordar.
Aunque a lo largo de su compromiso habían ganado en habilidad, Lena siempre había sabido que, como amante, nunca haría que temblara la tierra. Notó que se ruborizaba. Eso era cierto, salvo en las ocasiones en las que había bajado la guardia y se había permitido pensar en Yulia Volkova: se
imaginaba que era ella a quien besaba y a quien hacia el amor. Pensaba que era Yulia quien estaba
justo abajo.
Lena se sentó en la cama, con el corazón desbocado. Se frotó los ojos con la mano y tomó aire. La
situación se le estaba yendo de las manos. Ya había sospechado que se había metido en un berenjenal al permitir que Yulia se mudara  con ella. Ahora ya no le quedaba la menor duda al respecto.
Lena recolocó la almohada y trató de encontrar una postura cómoda en una cama que, de repente, se le antojaba vacía y solitaria. Estuvo dando vueltas durante horas, torturada por los recuerdos.
Todos ellos de Yulia Volkova.
Finalmente, se incorporó de nuevo y encendió la lámpara de la mesilla de noche. A lo mejor debería leer un rato, pensó. Entonces recordó que se había dejado el libro en la salita de estar. Aunque era ilógico, maldijo su falta de previsión.
Si seguía así, no podría dormir de ninguna manera y pensar en Yulia Volkova no es que la ayudará
mucho a combatir el insomnio, precisamente. Lo mejor sería que bajará, se preparara un té y buscara su libro.
Se deslizó fuera de la cama, recorrió descalza el pasillo y bajó las escaleras en silencio. La luz de la
luna entraba a raudales a través de la cristalera que había frente a las escaleras. Quizá Yulia se habría despertado y se habría ido a su cama. Aunque, por supuesto, no tuvo tanta suerte.
 
Lena atravesó la sala de puntillas, rodeó el sofá sigilosamente y, con cuidado, cogió su novela de la mesita de café. Se dio la vuelta para dirigirse a la cocina, pero se quedó inmóvil cuando oyó que
Yulia murmuraba algo. Lena regresó al sofá en silencio y la miró.
Yulia seguía dormida, pero se había tumbado por completo en el sofá. La luz de la luna llena le bañaba de suave plata un lado del rostro, pero Lena era capaz de distinguir la sombra oscura de sus pestañas al descansar sobre su mejilla y la curva relajada de sus labios.
La culpabilidad se apoderó de ella de repente y Lena se apartó. No tenía ningún derecho a mirar a
Yulia de aquella manera sin que esta se diera cuenta de que estaba siendo observada en secreto. Era casi como si la estuviera espiando.
Lena se metió en la cocina a hurtadillas, cerró la puerta y encendió la luz de la campana extractora.
Llenó el hervidor de agua y lo puso al fuego, al tiempo que se hacía con una taza y con las bolsitas de té. Mientras esperaba a que hirviera el agua, oyó un ruido procedente de la sala de estar. Se puso rígida y aguzó el oído. Ahí estaba de nuevo. .
Lena se acercó a la puerta y la abrió. Los murmullos se habían convertido en quejidos y, preocupada, Lena fue hasta el sofá. ¿Se encontraría mal Yulia? Se inclinó sobre ella y se dio cuenta
de que Yulia seguía dormida y de que estaba soñando. Mientras la pelirroja la observaba, Yulia empezó a mover la cabeza agitadamente de un lado a otro. Sus manos, crispadas, se aferraron al sofá, y un murmullo de desesperación brotó de sus labios.
—¡No! ¡No! —sollozaba Yulia. Su angustia saltaba a la vista—. No… La gasolina… Tengo que...
Laurel. Laurel. Por favor. Tengo que. . ¡No! ¡No!
Lena alargó la mano y se la puso en el hombro. Yulia se incorporó de golpe, jadeando. Lena se sentó en el borde del sofá y la rodeó con los brazos.
—Yulia. No pasa nada. Ya estas despierta. Solo era un sueño.
La pelinegra inspiró profundamente una y otra vez, mientras Lena le susurraba palabras tranquilizadoras.
—Soy yo, Lena. Estas bien. Estabas soñando.
De pronto, Yulia se puso rígida y se aferró a Lena con tanta fuerza que le clavó los dedos en el brazo.
—No pasa nada —continuó Lena en voz baja, tranquilizándola como lo habría hecho con Fliss o
Adam si los hubiera despertado una pesadilla.
Poco a poco, la respiración de Yulia se normalizó. Tomó aire.
—Lo siento —murmuró relajando los dedos que aprisionaban el brazo de Lena.
A esta se le aceleró el corazón al sentir el cálido aliento de Yulia en la mejilla. Se movió un poco, para poder mirarla a la cara.
—¿Era el mismo sueño de siempre? ¿El que me contaste? —preguntó con tacto.
Yulia asintió.
—Siempre me despierto cuando. . Es decir, me deja con la sensación de que estoy a punto de llegar al final y de que entonces dejaré de tener miedo, pero, cuando estoy cerca, me pongo muy nerviosa y me despierto.
Nunca puedo. . Nunca se acaba —concluyó, en un tono inexpresivo.
—Debe de ser terrible —dijo Lena, estrechando a Yulia contra su pecho.
En aquel momento fue consciente de que le estaba acariciando la espalda sin darse cuenta y dejó caer la mano.
Yulia se irguió y la miró a los ojos. Ninguna de las dos rompió la intimidad de aquel momento y, sin previo aviso, el tono de la situación cambió radicalmente.
A Lena se le quedó la boca seca y notó que la tensión se acumulaba en el interior de su cuerpo. La dominó la euforia, seguida del mismo terror de siempre. No podía estar tan cerca de Yulia. Era una total y completa locura.
Ahora bien, si se echaba hacia delante, solo un poquito, tal como su cuerpo le pedía a gritos, sus labios hallarían los de Yulia. Entonces podría...Lena se apartó de golpe y se puso en pie.
Yulia la miró desde el sofá, sus ojos azules convertidos en pozos oscuros en la penumbra.
A Lena se le fueron los ojos a la boca de Yulia y, justo cuando toda su atención estaba puesta en aquellos apetecibles labios carnosos, contempló como Yulia se los humedecía con la punta de la lengua. Lena notó que las rodillas le fallaban, abrumada por el deseo.
—Yo, nosotras...Quiero decir... Tengo que. . —Inspiró hondo—. El agua está hirviendo.
Dio un par de pasos hacia la cocina, pero se detuvo y se volvió hacia Yulia de nuevo.—Estaba preparando te.
El pitido del hervidor se hizo más estridente y, tras dirigirle una última mirada a la pelinegra, Lena se metió en la cocina a toda prisa. Apagó el fuego a tientas y retiró el hervidor. Se hizo el silencio. La pelirroja permaneció inmóvil, sin volverse, pues sabía instintivamente que Yulia la había seguido hasta la cocina. Notaba la presencia de la otra mujer con tanta claridad como si la estuviera tocando, como si hubiera alargado la mano y estuviera recorriéndole la espalda con los dedos. Se estremeció.
—¿Te apetece una taza? —preguntó, mientras se desplazaba hacia la encimera para disimular el escalofrío.
—Si, por favor.
La voz de Yulia sonaba algo temblorosa, pero Lena se dijo que, al fin y al cabo, acababa de despertarse de una pesadilla, así que era normal que estuviera algo trastornada.
Diligente, Lena preparó otra taza y cogió el azucarero. Al final, se permitió el lujo de echar un vistazo en la dirección de Yulia. La otra mujer estaba cerca de la puerta, con la cadera apoyada en la encimera y los brazos en torno a su cuerpo, como si tuviera frío. No había despegado los ojos de
Lena y seguía todos sus movimientos.
—Azúcar, sin leche —comentó Lena tontamente, enfrascada en la preparación del té. Las manos le temblaban más de lo debido.
—¿He...he dicho algo? —preguntó Yulia. Lena se volvió hacia ella—. En sueños —aclaró.
Lena negó con la cabeza.
—No, creo que no. Al menos nada coherente. Sonaba como si te doliera. Al principio creía que te encontrabas mal.
Yulia asintió.
—¿Te pasa a menudo?
Yulia suspiró.
—Demasiado a menudo.
—Debe de ser terrible tener que revivirlo constantemente —dijo Lena, con ternura.
Yulia atravesó la cocina y se apoyó en el fregadero para mirar el jardín a través de la ventana trasera, aunque, con la luz del extractor encendida y el patio en la oscuridad, Lena sabía que Yulia no podía ver nada fuera.
—Es como si estuviera viendo como le pasa a otra persona. Veo el coche, la carretera. Los faros
atravesando la oscuridad. Siento la velocidad. Entonces, en la curva. el coche empieza a dar vueltas de campana, una tras otra. A cámara lenta. El ruido es casi insoportable. Las puertas se abren con los golpes, el coche sigue dando vueltas. Entonces se oye un golpe terrible, un chirrido, como un crujido escalofriante. Después, silencio. Me veo a mi misma arrastrándome en la oscuridad. Distingo la silueta difusa del coche. Esta boca arriba y el frontal se ha empotrado en la orilla del río. No veo a los demás. Tengo la boca llena de arena o agua, o algo, y no puedo respirar. Intento salir de donde estoy atrapada Creo que entonces es cuando me despierto. Yulia tomó aire, temblorosa, y Lena avanzó unos pasos hacia ella, aunque se detuvo cuando retomó la palabra.
—Me dijeron que había salido despedida del coche y que caí al río. Por suerte, donde aterricé no
había rocas ni ramas y tampoco era muy profundo. Laurel no tuvo tanta suerte. También salió
despedida del coche, pero creen que se rompió la pierna al chocar contra un árbol o algo que había sumergido. Mark murió en el coche: Graham salió despedido y el coche le pasó por encima. Así perdió la pierna.
Los hombros de Yulia se tensaron y Lena le puso la mano en la espalda, en un gesto de consuelo.
Notó en los dedos la calidez de su piel a través de la camiseta.
—Seguramente me desmayé después de arrastrarme fuera del río. No recuerdo nada de eso, ni
tampoco de cuando me llevaron al hospital. Todo esto me lo contaron luego. —Sus hombros se pusieron aún mas rígidos—. No debería haber estado al volante. Llevaba. . —Yulia se volvió hacia
Lena. El dolor que se reflejaba en sus ojos azules era insoportable, pese a la mueca burlona que esbozaban sus labios—. ¿Cómo solía decirse? ¿Un buen pedo encima? Un pedo de campeonato. —Frunció el entrecejo—. No puedo creer que cogiera el coche estando...Nunca lo había hecho antes. Yulia se frotó los ojos con la mano. —Se me habría podido culpar de muchas cosas, pero nunca había cogido el coche después de haber estado bebiendo. Nunca había perdido el control hasta el punto de. . —Negó con la cabeza, con los hombros hundidos. Miró a Lena a los ojos—. Supongo que solo hace falta una vez —concluyó en un tono desapasionado.
—Los cuatro habíais bebido, Yulia. No solo tú —le recordó Lena.
Yulia miró al suelo. Su expresión quedó oculta bajo sus largas pestañas oscuras.
—Eso nunca me ha servido de consuelo. Lena tragó saliva, sin saber que decir.
—Puede que no, pero es la verdad. Los otros tres también tuvieron su parte de culpa.
Yulia volvió a mirar a Lena.
—Bueno, lo hecho…hecho esta. Ni siquiera en mis pesadillas puedo cambiarlo.
Lena se moría de ganas de abrazar a Yulia. Le acarició la espalda y le rodeó el antebrazo con ternura. La miró a los ojos y, antes de darse cuenta, la tensión —aquella tensión, peligrosa y
apremiante— la invadía de nuevo.
Sus músculos reaccionaron y, a juzgar por la repentina inmovilidad de Yulia, Lena supo que esta
lo había notado. La pelirroja se puso rígida, invadida por una mezcla de expectación y aprensión. La sensación pesaba entre ambas, crepitaba en el aire que las envolvía, le hacía sentir cosquillas en la piel y le zumbaba en la cabeza.
Yulia bajó los ojos hasta el punto en donde la mano de Lena descansaba sobre la suave piel de su
brazos.
Avergonzada, Lena dejó caer la mano y jugueteó, nerviosa, con la tela de su camiseta.
—Yo...El té...Tendría que preparar el té.
Sin embargo, era como si tuviera los pies pegados al suelo. Nerviosa como estaba, no era capaz de lograr que sus músculos la obedecieran. Se quedó allí, de pie, a un paso de Yulia, ansiosa por alargar la mano hacia ella, tocarla, estrecharla entre sus brazos, contra su pecho. Deseaba abrazar a Yulia más que nada en el mundo.
Las dos permanecieron inmóviles la una frente a la otra. A Lena la invadió una pasión ardiente. De un momento a otro iba a arder en su propio fuego.
Contempló como el pulso errático de Yulia se insinuaba en la base de su garganta y fue consciente de que su propio corazón latía al unísono. Posó los ojos en la boca de Yulia, observó el leve temblor de sus labios y supo que su respiración estaba tan disparada como la suya. Finalmente, miró a Yulia a los ojos. Fue como ahogarse en dos mares azules. Como si un océano nocturno la engullera en un torbellino. Casi notaba la sedosa suavidad de sus aguas sobre la piel al envolverla y arrastrarla hasta el fondo.
—Deseo desesperadamente besarte.
 
 CONTINUARÁ... Arrow


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Mensaje por liaesc 10/20/2015, 11:16 pm

Q mala eres buuuu xq lo dejas asi

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Mensaje por coronela10 10/21/2015, 1:22 am

Lo dicho, cada vez mejor y como lo dejas ahí mujer!
Gracias por el capítulo y a esperar por el siguiente

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Mensaje por Raque 10/24/2015, 3:07 am

Shocked I love you

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Mensaje por Lesdrumm 10/27/2015, 9:48 pm

LA SALVAJE


Capítulo 14


Lena vio cómo se movían los labios de Yulia, oyó sus palabras exactas, reconoció su voz. Sin embargo, su cerebro se negó a procesar el significado de aquellas palabras inflamadas de pasión.
«Deseo desesperadamente besarte.» El silencio que les siguió se hizo todavía más denso. El cuerpo de Lena vibraba de pura tensión, hasta el punto de resultarle doloroso. Quería moverse. Quería decir algo. No obstante, parecía incapaz de reaccionar o responder. «Y yo deseo desesperadamente besarte a ti.» Pero las palabras no le salieron.
—Lo siento, Lena —se disculpó Yulia, sin mirarla a los ojos.
Se apartó, rodeó a Lena y regresó a la sala de estar. Lena se quedó quieta donde estaba durante unos instantes, con la disculpa queda de Yulia todavía resonando en sus oídos. Cuando logró que el aire le llegara a los pulmones, echó a correr en pos de Yulia.
Esta estaba de pie junto al sofá, de espaldas a Lena y se pasaba la mano por el pelo.
—Yulia. . —La voz se le quebró y Lena tragó saliva.
Yulia se volvió hacia ella y levantó una mano.
—No pasa nada, Lena. No tendría que haber dicho nada. Sabía que te asustarías.
—¿Que te hace pensar eso? —quiso saber Lena.
Ahora bien, sabía que era una hipótesis razonable. No le había dado a Yulia ninguna razón para pensar lo contrario. ¿Por qué no iba a creer Yulia que su revelación la repelería, si Lena se había esforzado tanto en crearse una fachada de respetabilidad y decoro? Al fin y al cabo, se había quedado patidifusa en la cocina, como una doncella victoriana a la que hubiera que revivir con sales.
Yulia negó con la cabeza y se pasó la mano por encima de los ojos.
—Olvida lo que he dicho y ya está. Por favor.
—Seguramente debería de estar asustada —continuó Lena, tratando de sonar serena. Yulia frunció el entrecejo ligeramente—. Pero no lo estoy.
De pronto, Yulia levantó la vista y miró a Lena a los ojos.
—Lena, ¿tienes idea de lo que estas...?
—Lo que si se es que no quiero que te vayas.
La pelirroja tragó saliva de nuevo, dio un paso adelante y alargó una mano temblorosa para acariciarle la mejilla a Yulia.
—Dios, Lena —suspiró Yulia, con voz rota.
Inclinó la cabeza hasta rozarle la palma de la mano con los labios. Permanecieron en aquella posición durante largos y dilatados segundos, hasta que Yulia rodeó a Lena con los brazos y la atrajo hacia sí.

Lena se fundió en su abrazo al sentir por fin la suave caricia de los labios de Yulia sobre los suyos, tras años de tórridas fantasías secretas. Saboreó la dulzura de la lengua de Yulia, sus caricias la inflamaron de pasión y la excitación se le subió a la cabeza.
Una parte de ella tuvo consciencia de que podía notar cada una de las curvas y matices del cuerpo de Yulia: sus caderas, el estómago firme, sus pequeños pechos turgentes. Lo que más deseaba era que su propio cuerpo despertara una sensación pareja en Yulia.
La pelinegra apoyó los muslos en el respaldo del sofá y atrajo a Lena hacia ella. Le mordisqueó la sensible piel del lóbulo de la oreja y a continuación le resiguió la línea de la mandíbula, casi hasta la boca. Allí se detuvo.

Poco a poco, los labios de Yulia recorrieron sus mejillas sonrojadas. Siguieron subiendo y depositaron un tierno beso en cada uno de sus parpados y otro más en la punta de la nariz, antes de poner fin a la agónica espera y posarse en su boca. Yulia acarició los labios de Lena con los suyos y le hizo cosquillas con la lengua, antes de deslizarse dentro.
Lena gimió. Nunca antes la habían besado así. Era como si al besarla Yulia le llegará muy adentro y se fundiera con su alma. Se sentía como si Yulia se hubiera introducido en su interior y se hubiera apoderado de su corazón, para acunarlo entre sus fuertes manos y mantenerlo a salvo del mundo exterior. Lena notó que su cuerpo entero respondía a los movimientos de la otra mujer.

Así pues, aquello era lo que se sentía al besar a Yulia Volkova y: el reflejo de una parte de sí misma en la danza de todas y cada una de sus terminaciones nerviosas, las cuales parecían marionetas completamente locas.

Hacía años que se preguntaba como seria y, en las ocasiones en las que había bajado la guardia, había fantaseado a menudo sobre la suavidad de los labios de Yulia y había imaginado como seria abrazarla fuerte. Por fin lo sabía.

La sensación de los labios de Yulia sobre los suyos era mucho, muchísimo más excitante y electrizante de lo que había imaginado. Ojala no hubiera desperdiciado todo aquel tiempo. Lo único que deseaba era seguir besándose con ella hasta el fin de los tiempos.

Juguetona, Yulia le acarició la espalda y descendió lentamente por su columna. Lena tuvo la impresión de que los hábiles dedos de Yulia recorrían cada hendidura, reseguían cada vertebra hasta hacerlas suyas. A continuación, le agarró el culo y estrechó a Lena contra su esbelto cuerpo, mas ardiente de lo que parecía posible.
Yulia hizo ademan de deslizar una pierna entre las de la pelirroja. Su piel desnuda era suave y su roce, vibrante.
Yulia le introdujo el muslo en la entrepierna y Lena dejó escapar un gruñido cuando las sacudidas de puro deseo se concentraron entre sus muslos. Presa del ansia, el deseo le robó el aliento. Las piernas le fallaron y se apoyó pesadamente en la pelinegra.

Yulia abandonó los labios de Lena y empezó a besarle la garganta. Después le apartó el tirante de la camiseta y continuó besándole el hombro desnudo. Allá donde Yulia la tocaba, el cuerpo de Lena hervía de placer. Yulia la besó en la boca de nuevo, antes de volver a bajar, esta vez para reseguir la línea del escote de la camiseta, primero sobre el pecho izquierdo, después sobre el derecho. Finalmente se hundió en el valle que los separaba y lo saboreó, provocativa.

Lena se puso rígida. Le temblaba y le hormigueaba todo el cuerpo, completamente a merced de las excitantes caricias de Yulia. Jamás se había sentido tan viva.
En ese momento Yulia se retiró y Lena notó que su piel se quedaba fría allá donde la otra mujer la había caldeado con sus labios. Yulia miró a Lena a los ojos. «No pares, por favor.» Eso era lo que Lena gritaba en silencio con cada fibra de su ser.

—¿Lena? —dijo Yulia con delicadeza. Su voz sonaba profunda, algo ronca. El mero sonido bastó para que Yulia la deseara todavía —Quiero. . —Inspiró, casi sin aire—.Quiero hacerte el amor.

Los sentidos de Lena se dispararon. Estaba tan excitada que iba a llegar al clímax de un momento a otro. Logró esbozar una pequeña sonrisa.

—¿Quieres decir que hay más? —pregunto, con voz rugosa, rota.
—Si quieres más —repuso Yulia.
No dejó de mirar a Lena a los ojos. Sus ojos azules se veían casi negros a la tenue luz de la habitación y la silueta carnosa de aquellos maravillosos labios suyos la estaba poniendo a cien.
Lea le acarició los muslos con suavidad y se detuvo en su cintura. Apoyó la palma de las manos sobre el firme estómago. Podía notar la respiración de Yulia y se imaginó el latido de su corazón.
Desplazó las manos hacia arriba, resiguiendo el contorno de sus pechos bajo la camiseta, y en cuanto le rozó los pezones endurecidos Lena notó que Yulia se estremecía.
Las manos le temblaron un poco al tomar el rostro de Yulia entre ellas y besarla. Se apartó de ella lentamente.

—¿En tu cama o en la mía? —preguntó con voz ronca.
Yulia tragó saliva.
—En la tuya, creo. Ya sé que la mía está más cerca, pero la tuya es más grande. Creo que necesitaremos espacio.
Lena le mordisqueó los labios.
—¿Ah sí? —jadeó contra su boca.
—No es imprescindible tener espacio, pero sí que sea cómodo.
Lena notaba las palabras de Yulia contra su boca. Sus pechos rozaron los de Yulia y su cuerpo ardió de pasión una vez más.
—Mejor que vayamos ya o no poder llegar a escaleras.
Yulia soltó una carcajada. El sonido fue grave, sensual, y reverberó contra su pecho. Su aliento acarició la mejilla de Lena, fresco como el roce de la seda.
—Tal como me siento ahora mismo, sería capaz de llevarte en brazos —le dijo Yulia, mientras la cogía de la mano y la guiaba hacia las escaleras.
—Me las arreglaré para subir, sea como sea —le aseguró Lena, a sabiendas de que no era precisamente el hecho de subir las escaleras lo que la estaba dejando sin respiración—. No querría que desperdiciaras ni una pizca de energía.

Ya en el segundo piso, Yulia atrajo a Lena hacia sus brazos y la besó apasionadamente. A continuación, Lena la arrastró por el pasillo hasta su dormitorio.
La lámpara de la mesilla de noche se había quedado encendida y bañaba la cama con su cálido resplandor, como si las invitara a refugiarse en el círculo de luz. Se detuvieron junto a la cama, sus cuerpos se movieron al unísono y compartieron un beso largo y lánguido antes de separarse, casi sin aliento.

—Bueno —le dijo Yulia con ternura—. Ultima oportunidad.
—¿De qué?
Yulia arqueó las cejas.
—De parar esto aquí. De cambiar de opinión.
—Tomé la decisión hace mucho tiempo —contestó Lena con voz firme, aunque su cuerpo estaba en tensión, consciente de la promesa sensual que escondía la mirada abierta de Yulia.
Esta estiró la mano y, poco a poco, le sacó la camiseta a Lena por la cabeza. Después la dejó caer al suelo.

Ataviada tan solo con sus braguitas, de repente Lena tuvo vergüenza y deseó poder cubrirse para no enseñar tanto. Se ruborizó cuando Yulia se fijó en sus generosos pechos.
—Supongo que no soy Elle Macpherson —dijo, con una risita nerviosa.
Yulia tomó los pechos de Lena en sus manos, los levantó un poco y rozó los rosados pezones con los dedos. A Lena le fallaron las rodillas y cayó sentada sobre la cama. Yulia se quitó la camiseta, los pantalones cortos y la ropa interior. Empujó a Lena cariñosamente para que se tendiera en la cama y le quitó las braguitas antes de echarse a su lado. Lena podía sentir el calor que emanaba del contacto de sus cuerpos.

—Eres perfecta —le dijo con voz ronca, mientras se comía el cuerpo desnudo de Lena con los ojos.

—Tu sí que eres perfecta. Siempre lo has sido.
Lena paseó la mirada sobre los pechos, pequeños y firmes, de Yulia, los pezones oscuros, el estómago plano, la sombra del ombligo y el tentador triangulo de rizos rubios entre las largas piernas musculadas.
Yulia era verdaderamente perfecta.
Lena cada vez tenía más dificultades para que llegara el aire. Le acarició a Yulia la piel desnuda del estómago y se humedeció los labios con la lengua.
—Quiero tocarte, pero no estoy segura. . No sé qué. . Es decir, lo que te gusta.
—Me gusta lo que a ti te gusta —respondió Yulia con una vaga sonrisa.
A Lena se le hizo un nudo en la garganta. ¿Cómo iba a decirle a Yulia que era la primera vez que estaba con una mujer?
—Yulia, yo...
La pelinegra le rozó la mejilla afectuosamente con el dorso de la mano y le selló los labios con los dedos.
—Lo sé, Lena. Solo tienes que dejarte llevar. Haz lo que quieras hacer.
Lena se llevó los dedos de Yulia a la boca, los succionó y los saboreó. Entonces se incorporó, apoyada en el codo, y se inclinó para besar a Yulia. Sus pechos rozaron los de Yulia y sus pezones le hicieron cosquillas y se endurecieron aún más. Lena jadeó cuando la recorrió una oleada de puro deseo.

Los dedos de Lena se movieron como si tuvieran voluntad propia. Ansiosa, cubrió de caricias el hombro de Yulia y, a continuación, descendió en busca de sus pezones endurecidos y jugueteó con ellos para excitarlos.

Yulia gimió roncamente bajo las caricias de Lena y esta notó como su cuerpo se encendía y palpitaba, presa del deseo.
Lena se apoyó en las manos y se puso encima de Yulia, con una pierna a cada lado de sus caderas.
Después se dejó caer sobre ella hasta que sus cuerpos se fundieron el uno con el otro. Yulia se llevó a la boca uno de los pezones de Lena, cubriéndolo con los labios para succionarlo con delicadeza, mientras lo excitaba con la lengua y los dientes. Al mismo tiempo, tomó el otro pecho con la mano y empezó a excitarlo con los dedos.
El clímax cogió a Lena por sorpresa. Una oleada de sensaciones asombrosas la recorrió entera y después quedó laxa y relajada sobre Yulia. Inspiró con dificultad.
—Lo siento, yo...
Yulia la besó con ternura.
—No te disculpes. Eres maravillosa, ¿lo sabías? —rió con suavidad—. Que le den a Elle Macpherson.
Lena rió también. A continuación, Yulia la tomó de los hombros con dulzura y la guió hasta yacer de espaldas de nuevo. Yulia se inclinó sobre ella y le dio un largo y profundo beso. Lena no parecía cansarse de sus labios de seda y, bajo su caricia húmeda, sintió que el cosquilleo del deseo renacía en su interior.
Lena la cubrió de besos en su camino descendente y volvió a apoderarse de sus pezones. Deslizó una mano sobre el suave montículo del estómago de Lena y se detuvo para reseguirle el ombligo.

Después, aquellos dedos mágicos reanudaron su camino, se insinuaron ligeros como una pluma a lo largo de la sensible piel del interior de los muslos de Lena y finalmente hallaron el húmedo tesoro de rizos púbicos en su centro. Acto seguido, se introdujeron entre los húmedos y tentadores pliegues y encontraron el punto sensible de Lena.
Esta gimió. Una voz que apenas reconoció como la suya empezó a murmurar el nombre de Yulia repetidamente, mientras esta le introducía los dedos y le acariciaba el clítoris con el pulgar. Lena se arqueó hacia los dedos que la recorrían por dentro y le sostuvo la cabeza a Yulia para que no despegase los labios de su pecho.

Todo su cuerpo había cobrado vida. Sentía un cosquilleo en sus terminaciones nerviosas y el deseo invadía cada fibra de su ser. Cuando volvió a llegar al clímax, gritó y apretó a Yulia contra ella, mientras su cuerpo se aferraba a los dedos que la llenaban, presa de los espasmos. Poco a poco, Lena volvió a respirar con normalidad y se dio cuenta de que tenía las mejillas húmedas de lágrimas. Yulia le sacó los dedos con cuidado y se tendió junto a ella. La besó y le enjugó las lágrimas con los dedos. Lena aspiró el aroma de su propio deseo en la piel de Yulia y la miró a los ojos.
—Eso ha sido, bueno. . —Se interrumpió un segundo, con voz rota—. Sencillamente indescriptible.
Yulia sonrió.
—Me alegro.
Lena la atrajo hacia si de nuevo y la besó, mientras le tomaba los pechos entre las manos y le rozaba los pezones con la yema de los dedos.
—Quiero…Dime lo que tengo que hacer…Lo que te gusta.
Yulia rió con suavidad.
—Lo que estás haciendo está bien, para empezar.
Yulia se tendió de espaldas y Lena continuó acariciándola y deleitándose con la sensación de tocarle los pechos. Exploró su cuerpo, maravillada por la suavidad de su piel y por la firmeza de sus músculos. Se detuvo al llegar a la parte baja del estómago y tragó saliva, nerviosa.
—¿Lena? —la llamó Yulia, en un tono afectuoso. Lena la miró—. No tienes que hacer nada que no quieras hacer. Nada que te haga sentir incomoda.
Lena asintió.
—Lo sé. No es que yo…Yo también quiero darte placer. Más que ninguna otra cosa. Solo es que no estoy segura de..., ya sabes. ., como hacerlo. Pero lo necesito.
—Oh, mi vida —susurró Yulia.
Y alargó la mano y le apartó el pelo de la cara, mientras le recorría la línea de la mandíbula con la yema de los dedos, hasta detenerse sobre sus labios. Lena contuvo la respiración.
—Tengo tantas ganas de hacerte el amor —murmuró con voz rota.
Lena se inclinó para besarle el estómago a Yulia y aspiró el aroma embriagador de su piel. Con un suspiro de placer, Lena deslizó los dedos entre la maravillosa y resbaladiza calidez de la entrepierna de Yulia.

Observó la expresión de esta, sintió como su cuerpo le respondía y la acarició y la amó con los labios y los dedos, hasta que Yulia se arqueó presa de las sacudidas, y después quedó laxa bajo ella.
Lena se tendió junto a Yulia y se acurrucó en su abrazo. Tenía la asombrosa sensación de que era una con ella y sus brazos y piernas se entrelazaron con tanta naturalidad como si estuvieran hechas la una para la otra.
—Yulia —suspiró Lena. Yulia la besó en la mejilla y la acarició con la punta de la nariz—. Yulia, eres tan hermosa. Lena sonrió, instantes antes de caer profundamente dormida.

 
Los pájaros cantaban tras la ventana. Eran gorriones. Ya debía de ser tarde, se dijo una adormilada Lena, o lo que se oiría sería el chillido estridente de las cuca burras. Suspiró profundamente y se dio la vuelta. Echada de espaldas, abrió los ojos y observó la franja azul claro del cielo de la mañana, que se colaba entre las cortinas. En aquel momento, se dio cuenta de que estaba desnuda bajo la fina sabana y se volvió hacia el otro lado de la cama de matrimonio. Estaba sola, pero la huella de la cabeza de Yulia sobre la almohada y las arrugas de las sabanas probaban que la pelinegra había estado allí y que los recuerdos acumulados en su memoria estaban fundados y no eran fruto de una fantasía sibarítica.

A lo mejor lo había soñado. . No. La noche anterior no había sido fruto de su imaginación; no había sido una invención producto de sus deseos. Yulia y ella habían hecho el amor. Habían hecho el amor de una manera increíble, sorprendente y maravillosa. Y Lena sabía que aquellos momentos le habían cambiado la vida por completo.

Era como si el cuerpo le hirviera. Se sentía más viva que nunca. Cada célula, cada fibra de su ser vibraba y ella, allí tumbada, no podía evitar sonreír de oreja a oreja, con los ojos fijos en el techo, mientras se acariciaba los pechos y el vientre y revivía cada momento, cada caricia y cada susurro electrizantes que habían compartido. Estiró los brazos perezosamente por encima de la cabeza y notó el cosquilleo del despertar en los músculos dormidos.

—Pareces un gato desperezándose después de una buena comida —sonó una voz suave desde el umbral.
 
 

CONTINUARÁ...
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Mensaje por Kano chan 10/28/2015, 12:07 am

Muy buena adaptación !!! Very Happy
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Mensaje por flakita volkatina 10/28/2015, 2:49 pm

Wow muy buena la conti
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Mensaje por montsejade0847@gmail.com 10/28/2015, 8:52 pm

Oo muy buena

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Mensaje por Aleinads 10/28/2015, 9:44 pm

Hasta que por fin cedieron al deseo, pasión y AMOR !!! *-* Que felicidad me da cuando leo el amor reflejado en un fanfic de t.A.T.u ... Excelente historia ♥
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Mensaje por Raque 10/31/2015, 2:05 am

Wow...!!!
Más...!!

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Mensaje por Lesdrumm 10/31/2015, 11:21 pm

Capítulo 15


Lena se incorporó sobre los codos.
—Creo que me siento igual. Y fue una comida buena de verdad —repuso, ruborizándose bajo la mirada lánguida de Yulia.
La pelinegra entró en la habitación y dejó la bandeja que llevaba en la mesilla de noche de Lena. Se había puesto la camiseta que llevaba la noche anterior.
—Estaba muerta de hambre, así que me figure que tú también. ¿Te apetece un plato de mis mundialmente conocidos huevos revueltos?
—¿Mundialmente conocidos?
Yulia se encogió de hombros.
—Bueno, suena mejor que huevos revueltos absolutamente desconocidos. ¿Dónde la dejo? —Señaló la bandeja—. ¿Quieres sentarte para que pueda ponértela sobre las rodillas?
Lena se incorporó. Al sentarse en la cama, la sabana se deslizó y le descubrió los pechos, que atraparon la mirada de Yulia en el acto. Esta se sentó en el borde de la cama, se inclinó y le lamió con dulzura los rosados pezones, primero uno y después el otro. Lena se arqueó bajo la cálida caricia de su lengua y de aquellos labios que la exploraban a placer.
—Humm. . Mucho mejor que los huevos —dijo Yulia. Hizo una mueca—. Y no va con segundas.
Se volvió para coger la bandeja y colocársela a Lena sobre las rodillas. Esta soltó una risita.
—A lo mejor debería ponerme la camiseta —repuso Lena.
Yulia le regaló una sonrisa pícara.
—Dale alguna alegría a la cocinera, después de todo lo que ha trabajado. Las vistas son magníficas.
Lena rió y dio un sorbo de café con un suspiro de satisfacción. Después probó los huevos y enarcó las cejas apreciativamente.
—Verdaderamente dignos de renombre. Y tenías razón, estoy muerta de hambre.
—Habrá sido el...eh...ejercicio —bromeó Yulia—. Se supone qué te deja famélica.
Lena se sonrojó, obviamente acalorada.
—Entonces tendré que hacer acopio de provisiones —dijo.
Yulia se llevó la mano a la boca, fingiéndose escandalizada.
—¡Por favor, señora Katina! ¡Qué clase de comportamiento es ese!
Rieron juntas mientras desayunaban. Satisfecha, Lena suspiró y volvió a dejar la taza de café en la bandeja.
—¿Has acabado? —le preguntó Yulia.
La pelirroja asintió y Yulia se levantó para dejar la bandeja sobre la mesilla de noche. Lena se arrellanó sobre los almohadones y le dedicó una sonrisa.
—Es como estar en un hotel de cinco estrellas. ¿Sabías que nunca me habían traído el desayuno a la cama?
Qué triste.
—¿Nunca?
—No. —Lena negó con la cabeza—. Bueno, exceptuando el hospital, cuando tuve a los niños. Rob no era demasiado romántico en ese sentido.
Yulia se sentó de nuevo en el borde de la cama. Se le había subido la camiseta y le dejaba al descubierto la sedosa piel del muslo. Lena notó un cosquilleo de placer en la boca del estómago.
Yulia dio un mordisco a su tostada con mermelada de fresa. Lena tragó saliva. Por alguna razón, no le parecía bien hablar de su difunto marido con Yulia. Aún no.
—Así que...¿les has llevado el desayuno a la cama a muchas mujeres? —comentó Lena.
Yulia agachó la cabeza y se quedó mirando la tostada unos segundos antes de volver a mirar a Lena a los ojos.
—No. Supongo que para mí también es la primera vez.
La habitación quedó en silencio unos instantes.
—¿Lo es? Pero si...
—Pero no ha sido mi primera vez con una mujer —acabó.
Lena se había sonrojado de nuevo. Yulia exhaló un suspiro.
—Supongo que todo el mundo piensa que las mujeres en la cárcel, ya sabes. . —Se encogió de hombros—.Pero yo no. Fue antes de eso.
Una sensación de alarma le atenazó el estómago a Lena, al evocar la imagen de Laurel Greenwood paseando apática entre las hileras de plantas del vivero mientras esperaba a Yulia. De repente, tuvo la necesidad de cambiar de tema, pero no estaba segura de cómo hacerlo.
—Yulia, no tienes que...
—Lo sé. Pero no quería que pensaras. . Quería que supieras la verdad.
Se volvió para dejar la tostada a medio comer en la bandeja antes de mirar de nuevo a Lena.
—Supe que era lesbiana a los doce años. Bueno, en aquel entonces no creo que supiera que se llamaba así.
Pero sabía que era diferente. —Hizo una mueca—. Es decir, más de lo que la gente creía. Pero lo escondí muy bien —suspiró—. Sabe Dios por qué, considerando que me había revelado abiertamente contra todo lo demás. Cuando todas mis amigas babeaban por los cantantes, a mí me interesaban más las cantantes. Me encapriché de varias mujeres, pero lo mantuve en secreto. Ni siquiera se lo dije a Laurel.
Lena trató de procesar aquella revelación y por un instante se planteó la posibilidad de que el rumor del que le había hablado Colleen no fuera cierto. No había sido Laurel la que...
—Laurel y yo salíamos con Mark y Graham en aquella época. —Yulia empezó a juguetear con un hilo suelto del dobladillo de la camiseta—. Ellos dos eran amigos y nosotras éramos amigas, así que Laurel pensó que...Bueno, en su momento parecía una buena idea, pero yo lo odiaba. Sencillamente no sabía que otra cosa hacer.
Yulia miró a Lena directamente.
—¿Qué me dices de ti? ¿Qué tal con los chicos?
Lena se puso como un tomate y titubeó, desgarrada entre su lealtad a Rob y la necesidad de ser sincera con Yulia.
—Solo estuve con Rob, así que no es que tuviera mucha experiencia. Pero, en respuesta a tu pregunta, no. No puedo decir que gozará mucho. Es decir, no es que fuera desagradable, pero...Leno se interrumpió: lo que quería decir en realidad era que no se había parecido en nada a la noche anterior, pero no le salieron las palabras.
—Rob y tú, ¿erais felices?
—Rob era un buen hombre. Se merecía algo mejor que yo.
—Johnno solía decir que Rob era uno de los chicos más afables que conocía.
Lena asintió.
—Lo cierto es que era muy sociable. Nunca se enfadaba ni se preocupaba por nada. Supongo que ya me preocupaba yo por los dos.
—¿Él sabía que tú…Vamos, que...
—¿Que tenía este secreto escondido? —Lena negó con la cabeza—. No, no lo sabía nadie. Ni siquiera quería admitírmelo a mí misma.
—Todas pasamos por eso —le dijo Yulia con cariño—. A algunas nos cuesta más que a otras.
—Supongo que yo he sido una de a las que les ha costado más. —Lena inspiró hondo—. Además, en este pueblo todo el mundo se conocía y conocía a mi familia, así que lo más fácil era hacer lo que los demás esperaban de mí —finalizó con poca convicción. Se sentía tan cobarde como sonaba.
—Es la historia de mi vida. Me consta que a nadie le sorprendió que acabara en la cárcel. Pero, cuando salí, decidí que quería algo diferente. Digamos que quería lo que se esperaba del resto de la gente. —Yulia vaciló y negó débilmente con la cabeza de manera inconsciente—. Pero no es fácil de lograr cuando eres una ex convicta.
—¿Cómo fueron las cosas en la cárcel? ¿Muy mal?
Yulia se tocó una pequeña cicatriz que tenía sobre el ojo derecho sin darse cuenta de lo que estaba haciendo.
—Supongo que bastante mal —respondió sin ambages—. No es que yo pusiera mucho de mi parte.  No había ninguna posibilidad de que me dejaran salir la primera vez que tuve una vista para la condicional. Yulia miró a Lena de reojo y continuó su relato.
«Cuando entré estaba como loca. Asustada, confusa. Me sentía culpable, furiosa...ya te puedes imaginar. Me empeñaba en hacer las cosas de la manera más difícil posible. Pensé que me estaba
volviendo loca, literalmente. Me veía a mí misma cometiendo locura tras locura, pero era incapaz de parar. Hasta intenté fugarme una vez. Por supuesto, no lo conseguí. » Me las había arreglado para añadir dos años extras a mi condena antes de conocer a una consejera nueva que me preguntó si tenía intención de salir de la cárcel alguna vez. Eso es lo único que recuerdo de aquella sesión. Hasta aquel momento, creo que no había llegado a plantearme si quería salir o no. Pero entonces lo vi claro.
No sé, fue como si viera la vida pasar por delante de mis ojos o algo así, pero me di cuenta de que tenía que cambiar o no saldría de allí jamás. Al menos, no con vida. Lo curioso es que para mí fue
más difícil ser una presa modelo que una presa conflictiva. Nadie se creía que hubiera decidido cambiar y las otras reclusas menos que nadie.
Yulia finalizó con un rictus y volvió a tocarse la cicatriz. Lena alzó la mano y repasó el fino rastro de aquella marca con los dedos. Yulia le cogió la mano y la retuvo sobre su frente durante un largo instante.
—Siendo generosa, se podría decir que me la hicieron en un combate por mi honor. Un día, una de las mujeres más conflictivas, dura como una piedra, decidió que no le gustaba que su novia hablara conmigo. Se le metió en la cabeza que le estábamos poniendo los cuernos. Provocó una pelea y le pegó a la otra mujer. La tiró al suelo y empezó a darle patadas. Yo la agarré para que parara y las dos se volvieron contra mí. Acabé con esto por haberme metido. Decidieron que la culpa era mía y las cosas fueron a peor, hasta el punto de que tuvieron que trasladarme, por mi seguridad, y fue cuando me gané la condicional trabajando en la granja. Al final logré recuperar mi vida.
—Me alegro de que lo hicieras.
—Yo también. Me propuse tomar las riendas de mi propia vida. Quería...,bueno, compensar de algún modo lo que había hecho. Y quería una familia. Quería que mi vida tuviera algún sentido. Así que decidí cambiar de estilo de vida —rió, con una nota de amargura—. En todos los sentidos. Cuando me pusieron en libertad me mudé a un apartamento con una mujer que había conocido en la granja de la prisión. Era una mujer agradable, que había cometido algunos errores, igual que yo. Me presentó a su hermano y él se interesó por mí. Era un chico muy majo, así que pensé, ¿por qué no? Yulia suspiró.
—¿Te acuerdas de cuando me preguntaste sobre el padre de Katie y te dije que ya no nos queríamos lo suficiente?
Lena asintió.
—Eso fue solo parte del problema. Empezamos la relación por unas razones equivocadas. Yo quería demostrar que podía ser como los demás y él, bueno, yo le había dicho que me gustaban las mujeres y, más adelante, me contó que había creído que podría cambiarme. Los dos buscábamos algo imposible en el otro.
—Pero tuvisteis a Katie.
Yulia esbozó una sonrisa fugaz.
—Sí. Supongo que puede decirse que fue lo mejor que salió de los dos. Cuando Doug y yo empezamos a salir, supe que era un error desde la primera noche, pero, aun así, quise intentarlo. Al cabo de un par de meses, Doug me dijo que había decidido mudarse a Adelaida con su hermana y su nuevo novio. Les habían prometido trabajo allí. No me pidió que lo acompañara. Fue un alivio. Me dejó embarazada de Katie. No es que hubiera intentado quedarme en estado, pero no negaré que estaba encantada. Cuando nació Katie, mi existencia cobró sentido por primera vez en la vida. Ahora no se lo que haría sin ella. Yulia sacudió la cabeza.
—Es extraño, ¿verdad? Si las cosas hubieran ido de otra manera antes de que pasará todo aquello, quien sabe el tipo de vida que llevaría o el tipo de persona que sería ahora. Donde estaríamos tú y yo.
Lena se preguntaba lo mismo. Evocó una vez más a Yulia en las duchas, cuando se volvió hacia ella medio desnuda, con tan solo una toalla. ¿Y si Lena se hubiera quedado con ella aquella tarde?
¿Y si le hubiera dicho a Yulia lo que sentía, que se sentía atraída por ella?
—Supongo que todo es relativo —continuó la ojiazul—. Debería haber sabido que con Doug no  funcionaría. Tendría que haber aprendido algo de mis experiencias previas con sexo hetero.
—¿Tan malas fueron? —preguntó Lena con tacto. Yulia asintió.
—Bastante malas, tanto física como emocionalmente. Ahora lo pienso y no puedo creer que dejará  que Laurel me convenciera para que...Sacudió la cabeza.
—Habíamos estado saliendo con Mark y Graham un par de semanas y a Laurel se le metió en la cabeza que ya era hora de que dejáramos de pararles los pies y perdiéramos la virginidad. Yulia soltó una carcajada amarga. —A todo el mundo le habría sorprendido saber que aún éramos vírgenes, pero es la verdad. Mucho rebelarnos contra todo, pero aún no habíamos probado el sexo. Hasta aquella noche. Estábamos en casa de Laurel; sus padres no estaban. Vinieron los chicos y empezamos a beber. Una cosa llevó a la otra. Fue horroroso. No me gustó nada.
Yulia suspiró antes de continuar.
—Después de que los chicos se fueran, Laurel y yo estábamos en su habitación y decidimos darnos una ducha. Laurel dijo, riéndose, que ahorraríamos agua si nos duchábamos juntas. Se moría de ganas de comentar la noche minuto a minuto. Hablaba con tanto entusiasmo... Y yo lo único que hacía era mirarle las tetas. . Yulia se levantó y se acercó a la ventana.
—Un par de días después encontré un anuncio en el periódico sobre una línea de información para la mujer. Me aprendí el número de memoria y estuve repitiéndolo mentalmente durante días, antes de atreverme a llamar. Se sentó sobre el alfeizar de la ventana y miró a Lena mientras hablaba. —Se lo conté todo a la pobre mujer que contestó. Le conté lo que sentía por las mujeres. Por los hombres. Todos mis miedos. Fue fantástica. Me dejó desahogarme. Mentí un poco sobre mi edad: le dije que tenía diecinueve. Ella me dio el número de un par de agrupaciones de mujeres. Agrupaciones lesbianas. Llame a uno y me dieron la dirección de un par de locales en los que se reunían. Uno de ellos era un bar, así que pensé que allí me encontraría como en casa. —Yulia hizo una mueca—. Fui yo sola, con un carnet falso.
Lena trató de imaginarse a sí misma haciendo algo parecido en aquella época y tuvo la certeza de que no habría sido tan valiente como Yulia. —Conocí a varias mujeres fantásticas. Hable con ellas y me hicieron sentir que no era el bicho raro  que yo creía. —Yulia hizo una pausa—. De hecho, me pase por allí el otro día, cuando Laurel vino al vivero.
Así que Yulia no había quedado con Laurel, tal como Lena había supuesto. Saber la verdad la hizo sentirse aún más culpable por haber sospechado de ella.
—El sitio está muy cambiado. La decoración es diferente y la clientela también. Todo cambia, supongo.
—¿Encontraste a alguien especial allí? ¿Cuándo fuiste la primera vez? —quiso saber Lena.
Yulia negó con la cabeza.
—No, no en ese sentido. Pero hice muchas amigas que me hicieron sentir menos rara. —Yulia atravesó la habitación y se sentó otra vez en la cama. Le cogió la mano a Lena y la sostuvo con afecto entre las suyas—.Dos semanas después, Laurel empezó a sentir curiosidad por saber dónde iba las noches en que me llamaba y no estaba en casa. Empezó a bromear con que le estaba poniendo los cuernos a Graham. Yo lo negué y ella pensó que lo que hacía era irme con él, así que lo mas fácil fue dejar que siguiera creyéndolo. El problema vino un día en que se encontró con Graham por ahí, cuando yo le había dicho que estaría con él. Empezó a meterse conmigo otra vez con lo de que estaba viendo a otro tío a escondidas, así que acabe diciéndole la verdad. Esperaba que saliera corriendo, asqueada. Pero me dijo que estaba interesada. Yulia miró a Lena.
—Interesada en mí. De la misma manera. Fue el principio. Ya estaba medio enamorada de ella antes y quería que huyéramos juntas. Me dijo que también me quería, y que, en cuanto acabáramos el colegio, se vendría conmigo. Siempre que siguiéramos fingiendo que éramos solo amigas. Después del accidente cambió de opinión.
Lena se echó hacia delante y abrazó a Yulia.
—Supongo que no tendría que haber esperado otra cosa. Maté a Mark y estuve a punto de matar a Graham y a Laurel. Antes del juicio, me llamó y me dijo que habíamos terminado.
—Lo siento —dijo Lena, dándole un cálido beso en la mejilla.
Yulia se echó hacia atrás unos centímetros para poder mirarla a la cara.
—En su momento creí que me había roto el corazón para siempre. Pero aquí estoy. Y mi corazón sigue latiendo.
—Yo soy testigo de eso —dijo Lena, con la mano sobre el pecho de Yulia. La pelinegra se relajó y se tendió de espaldas sobre la cama, arrastrando a Lena con ella.
—¿Y tú que, Lena Katina? ¿Cuál es tú historia? ¿Por qué no te has fugado con una mujer preciosa?
—A lo mejor te esperaba a ti.
Las palabras se le escaparon antes de que pudiera darse cuenta y Lena no estuvo segura de haberlas dicho en realidad hasta que miró a Yulia y se fijó en que tenía el entrecejo fruncido. Se le cayó el alma a los pies.
¿Acaso la noche anterior no había significado tanto para Yulia como para ella? Soltó una risita nerviosa.
—Para que me despertaras con un beso, como a la Bella Durmiente.
Yulia enarcó una ceja oscura.
—Nunca me he visto a mí misma como un príncipe que llega en su caballo blanco.
—Pero tienes que admitir que suena bien. —Lena le tocó los hombros a Yulia: primero uno y después el otro—. Alzaos, Sir Yulia.
—¿Y qué tarea me encomienda mi dama?
—Oh, seguro que se me ocurre algo.
—¿Y me gustará? —preguntó la ojiazul, tratando de que no se le escapara la risa.
La pelirroja soltó una carcajada.
—Seguro que sí —le dijo, acariciándole el pecho con la yema de los dedos—. Por lo menos, a mí sí —añadió con voz ronca, mientras se inclinaba para besar a Yulia, cuyo cuerpo respondió de inmediato. De repente, el teléfono de la mesilla de noche empezó a sonar de manera estridente y las dos dieron un salto. Lena rezongó entre dientes.
—No lo cojas —le dijo Yulia, con la voz tomada por la pasión. Lena titubeó.
—Pero podría ser...
—Rose —acabó la pelinegra.
Yulia aflojó su abrazo, aunque sin soltar del todo a Lena, y se estiró para coger el teléfono. Le tendió el auricular a Lena.
—Elena Katina.
—Lena, soy Phil. Perdón por molestarte en tú día libre, pero es que me he hecho un arañazo en la
mano con una maceta rota.
—¿Un arañazo...? ¿Quieres decir que te has cortado? —Lena se sentó en la cama—. ¿Es grave? Le indicó a Yulia por gestos que hablaba con Phil.
—No es muy grave, pero me parece que voy a tener que ir al hospital para que me pongan un par de puntos y no quería dejar al viejo Dave solo.
—¿Aun te sale sangre? —inquirió Lena.
Yulia se incorporó, con el entrecejo fruncido.
—No mucha.
—Phil, creo que deberías llamar a una ambulancia.
—No es tan grave, de verdad —insistió Phil.
—Bueno, ahora mismo voy para allá y te llevo al hospital.
—No es necesario. —Phil hizo una breve pausa—. Mira, Ken acaba de llegar para recoger los helechos del encargo de McKenzie, así que ya me lleva él a Urgencias. Pero, de todas maneras, esperaremos a que llegues.
—No, de ninguna manera. Te vas directo al hospital ahora mismo —replicó Lena, sin arredrarse—.Llegaré en veinte minutos. El viejo Dave puede arreglárselas hasta entonces. Dile que voy para allá. Y, Phil, que Ken me llame para contarme qué tal va.
Lena colgó el teléfono y le contó a Yulia lo que había ocurrido.
—Dios, Yulia, lo siento. —Lena le cogió la mano y se la llevó a la mejilla—. Tengo que ir.
—Voy contigo.
Lena negó con la cabeza.
—Es una tontería que vayamos a trabajar en nuestro día libre las dos. Además, íbamos a subir a la granja para ver a los niños. Nos esperan, así que al menos una de las dos debería ir.
Yulia titubeó, visiblemente indecisa. Lena la besó largamente.
—No pasa nada. Llamaré a Fliss y a Adam por teléfono y les explicaré por que no puedo ir. —Lena se deslizó fuera de la cama—. Sera mejor que me duche rápidamente y me vaya.
Yulia paseó la mirada sobre el cuerpo desnudo de Lena.
—Es una verdadera lástima —dijo con voz ronca. Le dedicó a Lena una sonrisa ladina—. Supongo que no podemos dejar que Phil se desangre mientras nosotras. . —Enarcó las cejas y se atusó un bigote imaginario.
Lena atravesó el dormitorio hacia el baño, pero, antes de entrar, se volvió hacia Yulia.
—Solo te pido una cosa.
Yulia la observó desde la cama.
—Que recuerdes exactamente donde lo hemos dejado.
Dicho eso, se metió en la ducha. La risa de Yulia la acompañó desde la habitación.
 
 
Los días siguientes transcurrieron como en un sueño para Lena. Un sueño maravilloso, excitante y sensual. Las horas en el vivero pasaban como en una nube y lo único en lo que pensaba era en que llegará la noche para poder estar a solas con Yulia. Durante la jornada trabajaba igual que siempre, como lo había hecho durante años. Sin embargo, todo parecía tan diferente. Ahora compartía sonrisas secretas con Yulia, caricias ocultas cuando se cruzaban o trabajaban codo con codo. El corazón se le aceleraba cuando pensaba en el tiempo que pasaban juntas: cuando estaban las dos solas, hablaban, comían, se arrullaban y hacían el amor.
El tiempo que pasaban la una con la otra llenaba a Lena de felicidad. Nunca había creído que fuera posible sentirse así. La sorprendía el modo en que su cuerpo, una vez que había sido despertado,
respondía a las artes amatorias de Yulia. Y sentir el cuerpo de Yulia temblando de placer bajo sus caricias era un verdadero deleite erótico de los sentidos.
Lena se sentía como si la parte más profunda de su ser, su verdadera esencia, hubiera sido liberada. Como si hubiera roto las cadenas que durante tanto tiempo la habían mantenido presa, oculta cuidadosamente en lo más profundo de su alma. Ahora que por fin saboreaba la libertad, la sensación era embriagadora y deseaba más y más.
Lena había pillado a Phil observándola con curiosidad un buen puñado de veces. Llevaba puntos en la mano y solo le permitían hacer tareas que no implicaran mucho esfuerzo, así que rondaba cerca del despacho más de lo que era habitual.
—Pareces un niño con zapatos nuevos —la había pinchado el día anterior.
Lena rió de buena gana.
—Más bien con una zapatería entera —dijo, antes de poder contenerse.
—Ah! Detecto un romance. ¿Quién es la persona afortunada? Aparte de ti, claro está.
La pelirroja se limitó a sonreír.
—Deberías contármelo, Lena. Al fin y al cabo, acabaré descubriéndolo.
—Creo que voy a ir a ver cómo le va al viejo Dave —dijo Lena—. A lo mejor necesita que le echen una mano.
—Esa palabra ni la menciones. —Phil se fingió horrorizado y acunó su mano vendada—. Y por el bien de todos, Lena, mientras estés flotando en tú nube de amor, ni se te ocurra conducir la cargadora. Lena se alejó entre risas.
 
Había llegado el martes y le tocaba a Lena acoger la primera partida del club de bridge del nuevo año. Teniendo en cuenta el calor que hacía, había preparado la mesa para jugar en el patio trasero. El cielo estaba despejado y lucía con un intenso color azul, pero, a juzgar por la humedad del ambiente, se avecinaba una tormenta tropical. Gracias a la brisa, en la parte de atrás de la casa hacia fresco. Si hacia demasiado calor, podían entrar.
Lena miró hacia el cielo. Mientras no granizara...Aunque estaban asegurados, el granizo podía hacer mucho daño a las delicadas plantas y podía arruinar meses de duro trabajo en el vivero.
—Solo con mirar tu piscina se me quita el calor—comentó Rhonda, algo más tarde, cuando pararon para comer—. Ojala me hubiera traído el bañador.
—Tengo de sobras, si quieres darte un baño —le dijo Lena.
Colocó la bandeja de bocadillos que Yulia le había ayudado a preparar en la mesa supletoria.
—A lo mejor te tomo la palabra después de la partida—repuso Rhonda, mientras se servía—. Si no como mucho. Tienen una pinta deliciosa, Lena.
Sandy dio un mordisco a su bocadillo.
—Humm... Están riquísimos. ¿Esto es crema de queso?
—Crema de queso ligera, para que cuidemos la línea—Lena se dio una palmada en el estómago—.Mezclada con zumo de pina, jamón curado y una pizca de la conserva de mango que hace Rose.
—Estos tampoco están nada mal —apunto Colleen, mientras miraba de que estaba hecho su bocadillo.
— Albaricoque, nueces, pollo y mayonesa.
Colleen enarcó las cejas.
—Exquisito. ¿De dónde has sacado las recetas?
Lena se tomó un momento para responder, mientras elegía un bocadillo para ella.
—La verdad es que me las dio Yulia. Me ha ayudado a prepararlos. Trabajó unos meses en un restaurante de bocadillos de diseño antes de que naciera Katie. Estas son algunas de sus recetas.
Colleen miró a Lena con los ojos entornados.
—Mi madre me dijo que le habías alquilado el apartamento a Yulia Volkova.
—Sí —Lena dio un sorbo de zumo de frutas—. Me va muy bien. Compartimos coche cuando nos
coinciden los turnos.
—Asumo que Yulia trabaja hoy —preguntó Rhonda.
—Y supongo que su hermana se queda con la niña, ¿no? —añadió Sandy.
—Su cuñada se ocupaba de Katie, pero Josie se ha ido un par de semanas a la costa, así que Katie se queda con Cindy, junto con Fliss y Adam.
—Tenía entendido que Cindy tenía el sarampión o algo así —se extrañó Colleen, mientras le hincaba el diente a otro de aquellos maravillosos bocadillos.
—La varicela. —Lena tomó aire disimuladamente—. Así que, hasta la semana que viene, cuando puedan volver con Cindy, Katie ha subido a la granja con mis hijos. Se lo están pasando muy bien. Me alegro de que Rose y Charlie hayan podido quedarse con ellos.
Colleen se quedó quieta con el bocadillo en la mano, a medio camino de la boca.
—Parece que Yulia Volkova y tú os habéis hecho muy amiguitas.
Lena estuvo a punto de echarse a reír. ¿Amiguitas? Si Colleen supiera la verdad. Lena sintió que se le disparaba el corazón al recordar el esbelto cuerpo desnudo de Yulia serpenteando sobre el suyo la noche anterior. ¿Qué diría su prima si le contara lo amiguitas que se habían hecho Yulia y ella en realidad? Se obligó a encogerse de hombros con indiferencia
—Supongo que sí.
Tres pares de ojos se volvieron hacia ella, escrutadores, y Lena no pudo evitar que el color le subiera a las mejillas.
—Bueno, Yulia es muy divertida.
—¿Divertida? —exclamó Colleen—. Es una ex convicta.
Lena inspiró hondo.
—Precisamente: ex —enfatizó, con voz serena.
—Eres muy dura, Col —la riñó su hermana—. Lo pasado pasado está. La gente cambia, madura.
—No estoy tan segura de que las personas como Yulia Volkova puedan cambiar —observó Colleen en tono fatalista.
—Sandy tiene razón —coincidió Rhonda—. ¿De qué sirve removerlo todo otra vez?
—Yulia es muy inteligente y además... —Lena hizo una pausa—. Trabaja muy bien. Adora a su hija y..., bueno, me hace reír.
Nada más añadir lo último, Lena se dio cuenta de que era cierto. La mayoría del tiempo que pasaban juntas lo pasaban entre risas. Si no es que estaban haciendo el amor. Lena apartó aquel pensamiento tan peligroso de su mente de inmediato. A Colleen no se le escapaba nada y la pelirroja sabía por experiencia lo astuta que su prima podía llegar a ser.
Sí, Yulia la hacía reír. Lena se dio cuenta de que nunca había sido tan feliz. ¿Acaso tenía que sacrificar aquella felicidad por lo que dictaban las normas sociales en relación al hecho de amar a otra mujer?
—Voy a traer el café y el postre. Tarta Pavlova, si a alguien le interesa —anunció Lena con naturalidad. Se levantó un murmullo de aprobación.
En la cocina, Lena se tomó unos minutos para normalizar su respiración. Era agotador seguir con todos aquellos subterfugios. Si Yulia hubiera sido un hombre, no habría dudado en contarles a sus
amigas que había un nuevo amor en su vida. Entonces ellas la habrían aguijoneado a preguntas, igual de entusiasmadas. Si descubrieran su relación con Yulia, ¿la aceptarían o se quedarían horrorizadas?
¿Y sus hijos? ¿Qué consecuencias tendría para Fliss y Adam? Eran sus hijos y los quería con locura.
Se había esforzado en enseñarles a ser tolerantes, pero, a la hora de la verdad, ¿eran lo bastante mayores para entender un cambio tan monumental en sus vidas? Lena sintió que su vida empezaba a dar vueltas fuera de control. Se adentraba en terreno peligroso.
¿Sería lo bastante fuerte como para soportarlo? Ahora bien, ¿qué otra opción había? ¿Renunciar a Yulia? A Lena se le encogió el corazón. ¿Cómo podría renunciar a ella después de...? ¿No sería más sencillo seguir manteniendo su relación en secreto? De ese modo nadie tendría por qué enterarse y ella no tendría que decidir, ni en un sentido ni en otro.
Lena empezó a preparar el café y a servir la tarta Pavlova con movimientos automáticos. Le añadió
la nata y la fruta, el mango, la banana, el kiwi, la papaya y la fruta de la pasión, pero apenas registró sus acciones de manera consciente.
Por supuesto, todo era relativo, se recordó la pelirroja, invadida de pronto por las dudas. No podía estar segura de lo que Yulia pensaba sobre su relación. Lena sabía que estaba enamorada de Yulia.
Ahora bien, ¿sentiría ella lo mismo por Lena? ¿Y si no estaba enamorada, que? Quizá Yulia no quisiera...Lena cogió la tarta con cuidado y se dirigió a la puerta.
—No sé por qué te preocupas tanto, Colleen.
Lena merece pasárselo bien.
Lena se detuvo en seco al oír las palabras de su prima Sandy.
—Sí —coincidió Rhonda—. Desde que murió Rob no ha hecho más que trabajar y ocuparse de los niños.
—No digo que Lena no pueda relajarse y pasárselo bien —apunto Colleen—. Lo que me preocupa es el tipo de diversión que pueda interesarle a Yulia Volkova.
—Como ha dicho Sandy, Yulia ya es adulta y esperemos que con dos dedos de frente. No puedes juzgarla por el pasado, Colleen. No era más que una cría. Y. además, Lena no es tonta. No va a hacer ninguna...bueno, ninguna tontería.
—Ya lo sé. No es Lena la que me preocupa. Sencillamente preferiría que no se relacionara con una lesbiana antisistema que se pone hasta el culo de cerveza.
Unos segundos de silencio siguieron a las palabras de Colleen.
—¿Lesbiana? —repitió Rhonda.
—¿Crees que Yulia todavía bebe? —preguntó Sandy al mismo tiempo.
—Quién sabe.
—Exacto, Col —aprovechó para decir Sandy—. No lo sabemos. Pero, aunque sea lesbiana...Bueno, Lena no lo es.
Lena se había quedado helada. En parte deseaba ser capaz de salir sin más y contarles a todas la verdad. ¿Pero qué verdad?, se preguntó, metiendo el dedo en la llaga. ¿Que siempre había preferido a las mujeres? ¿Que había ocultado su deseo por una mujer durante toda la vida? ¿Por una mujer en particular? ¿Y que ahora estaba enamorada hasta la medula de aquella mujer, física y emocionalmente? Si eso la convertía en lesbiana, sería verdad que lo era.
—Sé que Lena no es lesbiana —dijo Colleen—. ¿Pero Yulia Volkova lo sabe?
—Nunca he creído que se pueda convertir en homosexual a alguien, sea hombre o mujer —afirmó
Rhonda—. O lo eres o no lo eres.
—¿Y qué hay de la gente que es bisexual? —preguntó Sandy, casi en un susurro.
—A lo mejor lo que les pasa es que están confundidos —contestó Rhonda.
—Espero que Lena no se confunda.
—No seas ridícula, Col. Lena es la persona más sensata que conozco. Ella no haría..., ya sabes.
Pero, si lo hiciera o si lo fuera, a mí me daría igual. Y a vosotras tampoco debería importaros. Voy a ayudar a Lena con el café.
La silla de Sandy chirrió cuando se levantó y Lena retrocedió hasta la cocina, para esperar a su prima.
 
 
 
La tarde siguiente, Lena estaba sentada en su despacho revisando el correo. No le había mencionado a Yulia la conversación que había oído el día anterior porque... ¿Por qué? ¿Por qué no lo había hecho?, se preguntaba Lena. Habría sido divertido. Seguramente se hubieran echado unas risas. ¿O no? Lena suspiró. Sabía que no se lo había comentado porque no estaba segura de lo que Yulia opinaba sobre su relación. Era consciente de que lo único que tenía en mente en aquel momento era disfrutar del presente.
Sin embargo, también sabía que tarde o temprano tendría que enfrentarse a todas aquellas preguntas. Los tres niños regresarían el fin de semana, así que Yulia y ella no tendrían la misma libertad de la que habían disfrutado con la casa para ellas solas. Tendrían que hablar sobre el tema y tomar algunas decisiones.
Lena apartó aquellos inquietantes pensamientos de su mente y abrió un gran sobre rosa. El contenido de la misiva le produjo una oleada de sentimientos contradictorios.
—Te pillé —exclamó Phil desde el umbral—. Un sobre rosa; seguro que es una carta de amor. —Se volvió para sonreír a Yulia, que había entrado con él en la oficina—. La jefa tiene un pretendiente.
Los ojos verde grisáceos de Lena encontraron la mirada de Yulia  y se ruborizó.
—Siento decepcionar ese corazoncito tan romántico que tienes, Phil, pero no es más que una invitación. Para Lena Katina y su personal, lo que os incluye a los dos, para la recepción que
organiza Mike Greenwood con motivo de su candidatura, etc., etc. Cuatro entradas. De etiqueta. Para el viernes.
Lena les tendió la invitación y Phil la cogió. Si la recepción era para Mike Greenwood, no cabía duda de que su esposa estaría allí. Lena no estaba segura de lo que sentía a ese respecto, pero tenía la sospecha de que en gran parte eran celos. Lo cual era ridículo, se repitió. Con preguntarle a Yulia, problema resuelto. ¿Pero y si Yulia...?
—Lo de que haya que ir de etiqueta quita un poco las ganas - comentó Phil—. Pero dice que habrá comida y bebida gratis, si no me equivoco. Yo digo que liemos a Ken y vayamos todos juntos. A no ser que quieras traerte a tú nuevo novio, Lena.
—Ya te he dicho que no hay ningún novio —se apresuró a aclarar Lena, sin mirar a Yulia.
—A mí me parece que deberías ir. Sería bueno desde el punto de vista profesional —opinó Yulia sin darle más importancia.
Phil asintió en señal de acuerdo.
—Yulia tiene razón. En ese tipo de lugares es donde se hacen los mejores negocios.
—No acabo de imaginarme a todos esos individuos de pie, sosteniendo sus copas de vino, dispuestos a comprar carretillas de plantas —dijo Lena con sorna.
Phil soltó una carcajada.
—¿Quién sabe? Pero al menos no tendrás que preparar la cena y podrás disfrutar de la brillante conversación de tus acompañantes.
—¿Cómo podríamos rechazar semejante oferta, Lena? —rió Yulia—. Con unos hombres tan guapos del brazo seremos la envidia del pueblo.
—Yo no lo habría dicho mejor —dijo Phil con satisfacción—. Hablaré con Ken. —Le echó otro vistazo a la invitación—. Pasaremos a recogeros sobre las siete. ¿De acuerdo?
 
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Mensaje por Monyk 11/1/2015, 1:14 am

Siiiii, esto se pone mejor cada vez.
No lo dejes mucho tiempo así, porfa.
Saludos!

Monyk

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