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Esperandote

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Mensaje por Anonymus 4/23/2015, 9:00 pm

Capitulo uno


El sonido del teléfono las despertó con un sobresalto. Larissa, amodorrada por el sueño, se removió penosamente bajo las sábanas y busco a tientas el teléfono en la mesita de noche.

—¿Si? —masculló.
—¿Phoebe? —preguntó una suave voz de mujer.
—No, soy Larissa. ¿Qué hora es?
—Muy tarde, lo siento. Soy Lena. ¿Habéis visto a Mickey hoy?

Phoebe Carson, la pareja de Larissa, que ahora estaba despierta, le dio un codazo en las costillas y forzó la vista para mirar el reloj, por encima del hombro desnudo de Larissa. Eran las tres y media de la madrugada.

—¿A Mickey? No, no la hemos visto en toda la semana.
—Gracias —dijo Lena—. Siento haberos despertado.

Larissa parpadeó un par de veces al tiempo que la línea dejaba de sonar.
—¿Quien anda buscando a Mickey? —refunfuñó Phoebe, ahuecando la almohada y preparándose para continuar con sus sueños.
—Lena. Y parecía preocupada. —Larissa encendió la luz y marcó de memoria el número de Lena y Mickey. Descolgaron al primer timbrazo.
—¿Mickey?
—No. Vuelvo a ser Larissa. ¿Estás bien? ¿Qué pasa?

Lena sorbió y a Larissa le pareció oír un sollozo. Se le erizaron los pelos de la nuca, pero se sintió aliviada cuando Phoebe, que siempre reaccionaba mejor en los momentos de crisis, agarró el teléfono. Larissa apartó el edredón, salió de la cama con dificultad, se puso unos pantalones de chándal y empezó a buscar las bambas.

—Ahora mismo vamos —dijo Phoebe hablando por teléfono— Tranquilízate. En diez minutos estamos ahí.

Acabaron de vestirse a toda prisa y en silencio, y no dijeron nada hasta que estuvieron dentro del coche, saliendo marcha atrás por el caminito. Como Phoebe tenía mejor visión nocturna que Larissa, conducía ella. Al ver la cara de preocupación de su pareja, Phoebe la tomó de la mano.

—Lo más probable es que Mickey se haya quedado a trabajar hasta tarde y que no responda al teléfono en el despacho —dijo Phoebe. «Mírate, ya vuelves a estar poniendo excusas para justificarla.»
—Esa capulla no es tan tonta.

Larissa había pensado un plan: en cuanto supieran donde había llamado Lena para intentar encontrar a Mickey, la búsqueda se restringiría considerablemente. En el fondo, Larissa rezaba porque su brillante aunque desconsiderada hija estuviera aún en el despacho trabajando en algún caso, en vez de estar inconsciente en el parking de algún bar. Nadie quería tener que ocuparse de una Mickey borracha. Phoebe llamó al timbre de la modesta casa en la que vivía Elena Katina, en la zona norte. Lena respondió al momento. Se la veía un poco desmejorada, pero aun así seguía estando más elegante y atractiva de lo que nadie tenía derecho a estar a aquellas horas.

—Hola —les dijo Lena, dándoles un abrazo. Incluso vistiendo vaqueros y una camiseta de la Saint Mary's University, Lena lograba transmitir clase a aquel sencillo atuendo—. Gracias por venir. Mickey se enfadará mucho cuando sepa que os he llamado.
—Así, ¿has tenido noticias suyas? —preguntó Larissa, sintiendo como la invadía una sensación de alivio.
—No —repuso Lena mientras se separaba de ellas—, me refiero a cuando por fin vuelva a casa.
—¿Adónde has llamado? —preguntó Phoebe. Pasó un brazo por los hombros de Lena y la condujo hasta el sofá.
—A la policía, a los hospitales, a su despacho y a todos los amigos y compañeros de trabajo de los que tengo el teléfono. —Lena cerró los ojos y se frotó su perfecta nariz—. Dejando de lado a la policía y a los hospitales, lo único que he conseguido es despertar a la gente. —Dejo caer la cabeza hacia atrás mientras las lágrimas comenzaban a deslizarse por sus mejillas—. He empezado a las once y media, y los bares ya habían cerrado cuando pensé en probar ahí —Alargó la mano y apretó la rodilla de Larissa, mientras repetía—: Se enfadará tanto cuando sepa que os he llamado.

Larissa, en respuesta, le dio una palmadita reconfortante sobre la mano.

—Se le pasará. ¿Qué os parece si preparo un café? Puede que tengamos para un rato.

Mientras Larissa estaba en la cocina, Phoebe se inclinó hacia ella y le preguntó:

—¿Crees que es posible que Mickey haya salido a beber?

Lena se encogió de hombros y se secó los ojos con un Kleenex húmedo y arrugado.

—No lo sé. Últimamente ha estado algo callada, pero ha pasado muchas horas trabajando. Creo que, si hubiera vuelto a beber, yo lo sabría.

Larissa volvió de la cocina con un trozo de papel en la mano y, lentamente, se lo tendió a Lena.

—Estaba en el suelo, debajo de la mesa. El gato debe de haberlo tirado de la encimera.

Larissa observó como la expresión de Lena cambiaba a medida que iba leyendo. Un mechón de su rojo cabellos cayó sobre su rostro y Lena lo devolvió a su sitio con un rápido movimiento de muñeca. Sus ojos, de color verdes gris, se abrían a medida que iba descifrando la apretada y descuidada caligrafía de Mickey. El corazón de Larissa, finalmente, había dejado de palpitar de preocupación por su hija, pero, en cambio, para la mujer que tenía delante había empezado un dolor nuevo, completamente diferente. ‘’Estoy en México con mi nueva amante. Volveré dentro de una semana. Ya hablaremos. Mickey’’ Larissa había esperado más lágrimas, histeria, gritos. Casi cualquier cosa excepto el más absoluto silencio. La impresión reflejada en el rostro de Lena y la desolación de su mirada le desgarraron el corazón.

—Lo siento, cariño —dijo Larissa. Le temblaba la voz mientras hablaba. Tomó a Lena entre sus brazos y se juró a sí misma que la próxima vez que viera a Mickey la zarandearía de tal modo que se le iban a guitar todas las tonterías.
—¿Que ella qué? —espetó Phoebe después de leer por encima la nota—. ¿Acaso se ha vuelto loca?
—Ahora no es el momento, querida —susurró Larissa a su pareja.
—¡Esta no es la educación que le hemos dado!
—Por favor, Phoebe. Ahora no.
—Siento haberos sacado de la cama para nada —dijo Lena en un tono monocorde.

Larissa volvió a abrazarla, mas por sí misma que por Lena. ¿Cómo podía Mickey hacerle algo así a una persona tan maravillosa? ¡Lena era tan buena con Mickey! La había ayudado a superar sus desagradables problemas con la bebida el año anterior y, mientras Mickey estudiaba derecho, había conseguido una casa donde vivir y ropa que ponerse. ¡Lena era tan sensata y generosa! Larissa no podía imaginar a nadie más adecuado para su hija. ¿Cómo podía hacerle eso Mickey?

—Ahora preferiría estar sola —susurró Lena.
—No estoy segura de que sea la mejor idea en este momento —dijo Larissa.

Quería hacerle algunas preguntas y tenía cosas que decirle. Preguntas del tipo: «¿Cómo es posible que no supieras que Mickey te estaba engañando? ¡Siempre que se porta mal es tan evidente!». Y cosas como: “Si, mi Mickey es una
capulla, pero te quiere, Lena. Sé que te quiere».

—Por favor —dijo Lena, con la voz quebrada—, es demasiado humillante.

Se levantó del sofá y avanzó resuelta hacia la puerta. Cuando la hubo abierto se apoyó contra el marco y esperó a que ellas recogieran sus cosas.

—Esto no me gusta —susurró Phoebe.
—Puede que lo mejor sea que te vayas a casa sin mí —le dijo Larissa a su pareja—. Me quedare aquí y hablaré un rato con ella.
—No —dijo Lena—. Por favor, marchaos las dos. Ahora mismo no tengo ganas de estar con nadie.

De mala gana avanzaron hacia la puerta y abrazaron a Lena con fuerza. Durante el trayecto hasta casa y a lo largo del día siguiente, Larissa recordó el sonido del llanto de Lena después de cerrar la puerta. Aquella vez Mickey sí que se había metido en un buen lío. En un lío muy gordo. A la tarde siguiente Larissa abrió la puerta de su casa y se le iluminó la cara con una radiante sonrisa.

—Mi hija la doctora —dijo, dándole un abrazo a Julia.
—Tu mensaje parecía importante —repuso Julia—. ¿Qué ocurre? ¿Alguien está enfermo? ¿Phoebe se encuentra bien?
—Es una larga historia. —Larissa pasó el brazo por la cintura de su hija y fueron hacia la cocina, donde Phoebe estaba rallando zanahorias.
—Hola, desconocida —dijo Phoebe—. ¿Cómo va el negocio de la piel estos días?
—Con una erupción de pacientes últimamente.

Puso los ojos en blanco y soltó un quejido. Julia era dermatóloga y llevaba dos años ejerciendo por cuenta propia. Siempre que se encontraba con Phoebe intercambiaban los mismos chistes de dermatólogos. Julia se asomó por encima del hombro de Phoebe para mirar el cuenco que iba indo lentamente con zanahoria rallada.

—Las zanahorias son buenas. ¿Por qué las rallas?
—Voy a preparar un pastel —le dijo Phoebe—. ¿Te quedas a cenar? Tu madre ha hecho sopa —explicó, señalando hacia el horno con la cabeza— y el pan de maíz ya casi está listo.

Larissa abrió el horno y echó un vistazo.

—¿Cuándo fue la última vez que hablaste con tu hermana? —le preguntó Larissa.
—Para tu cumpleaños, hará unas semanas. —Julia sacó un taburete de debajo de la barra—. ¿Por qué?
—Se ha ido a México con una fulana. Por eso.
—¡Lena no es ninguna fulana! —exclamó Julia, bruscamente. La zanahoria de Phoebe se detuvo a medio camino hacia el rallador y la puerta del horno se quedó un poco entreabierta mientras Larissa se giraba para mirarla.
—¿Quien ha dicho nada de Lena? —rugió Larissa—. Mickey tiene una nueva amante. ¿Sabías algo de eso?

Segundos después, Phoebe estiró el brazo y dio una palmadita bajo la barbilla de Julia, para ayudarle a cerrar la boca.

—Ah... no —respondió finalmente. Phoebe le tendió el resto de la zanahoria para que la mordisqueara
—¿Estas segura de que Mickey no te dijo nada? —preguntó Larissa.
—Mickey y yo ya no nos tenemos tanta confianza. Ya lo sabes. —Julia le dio un fiero mordisco a la zanahoria—. ¡Maldita sea! ¡Todos los abogados son unos gilipollas!

Phoebe y Larissa soltaron una carcajada. Julia y Mickey habían sido criadas por dos enfermeras, de modo que pasaron la mayor parte de su infancia oyendo a su madre y a la amante de esta discutir sobre los defectos de casi todos los doctores que conocían o con los que tenían que trabajar, y la frase: «Todos los doctores son unos gilipollas» nunca faltaba en cualquier explicación sobre cómo había ido el día en el hospital. No obstante, cuando Julia empezó la carrera de medicina, la frase no volvió a emitirse en su presencia. Julia, sin embargo, disfrutaba metiéndose con los abogados —la profesión que había elegido su hermana— cada vez que podía. Mientras Larissa servía la sopa casera en los cuencos, Phoebe se inclinó hacia
Julia y le susurró:

—Deja que Mickey y Lena lo solucionen.

Julia le lanzó una mirada inquisitiva.

—Lo digo en serio —dijo Phoebe.
—Vale, vale.
—¿Que estáis cuchicheando vosotras dos? —les preguntó Larissa. Sacó el pan de maíz del molde y se frotó las manos—. A comer.


Lena Katina pasaba las páginas del periódico del día anterior, leyendo por encima los artículos, con un Kleenex limpio en la mano. No percibir los ruidos de la biblioteca era tan natural para ella como respirar. Enjugó otra lágrima que se deslizaba por su mejilla y tuvo la certeza de que, si alguien más volvía a preguntarle que le pasaba, lo más probable era que explotara. ¿Solo habían pasado dos días desde que Larissa encontró la nota? ¿Aquella breve y devastadora nota de tres frases con malas excusas? Cuando el martes a las diez de la noche Mickey aún no había vuelto del trabajo, Lena empezó a preocuparse. ¡Qué cosa más tonta! ¿Cómo podía haberse ido Mickey de aquel modo? Para ella, conseguir días libres en el despacho suponía una considerable cantidad de cambios en la distribución de los casos de todos los empleados. Se tardaba meses en planificar las vacaciones en el despacho del fiscal del distrito. «¿Cuánto tiempo llevaba planeando aquella escapada?», se preguntaba Lena. Pasó la página del periódico e intentó no pensar en el día anterior, cuando había llamado al despacho de Mickey por la mañana y su secretaria le había comunicado que ella estaba de vacaciones toda la semana. Por alguna extraña razón, oírlo de boca de aquella mujer hizo la situación más real que leer la nota de Mickey. Lena llamó a la biblioteca el miércoles por la mañana para decir que estaba enferma y se pasó el día en casa, yendo de una habitación a otra. Aún seguía en estado de shock: lloraba de vez en cuando y le costaba pensar con claridad. ¡Todo le parecía tan increíble! No podía imaginar que había pasado con su relación ni los motivos que tenía Mickey para abandonarla. Su tristeza era abrumadora. ¿Cómo podía ser Mickey tan infeliz sin que ella se hubiera dado cuenta? ¿Y de dónde había sacado tiempo para ver a otra persona? «Estoy en México con mi nueva amante», decía la nota. Hasta aquel momento, Lena había preferido no profundizar en aquella última línea. El domingo ella y Mickey hicieron el amor, vieron una película en la cama y se comieron una pizza fría para desayunar; estuvieron retozando desnudas y felices durante horas. Así pues, ¿que había podido pasar entre el domingo y el martes? Nada de aquello tenía sentido. El jueves por la mañana, mientras se preparaba para ir al trabajo, Lena estaba un poco aturdida. Casi no se reconocía en el espejo: tenía los ojos hinchados y la nariz roja. Deambulaba por ahí como manejada por un control remoto. A duras penas logró meterse en el coche y conducir hasta el trabajo. «¿Y cuándo fue la última vez que comí algo? —se reprendió a sí misma—. Puede que sea por eso por lo que tengo el estómago tan revuelto.»


—¿Cuánto llevas trabajando en esta biblioteca? —le preguntó una voz cortante, interrumpiendo sus pensamientos. Lena levantó la mirada del periódico y parpadeó para enfocar a Janet Landro, que estaba delante de su escritorio.
—Un mes. ¿Qué haces aquí?

Janet se apartó el flequillo de los ojos.

—Tenemos que hablar —dijo, bajando la voz—. Nuestras novias están en Cancún follando como locas. ¿Podemos ir a algún sitio donde estemos solas?

Lentamente, Lena dobló el periódico y lo dejó a un lado. « ¿Verónica? ¿Mickey esta en Cancún con Verónica? ¿Su nueva amante es alguien a quien yo conozco?» Por un momento, Lena se sintió mareada: inspiró profundamente unas cuantas veces y se estremeció.

—Hay un despacho al fondo —logró decir.

¿Cómo era posible sentirse más paralizada por la impresión de lo que ya estaba? Recorrió el camino entre las mesas y las sillitas de la sección infantil. En la esquina, una persona estaba leyendo para un grupo de niños.

—¿Mickey te ha dejado una nota? —le preguntó Janet en cuanto se hubo cerrado la puerta del despacho. Lena se aclaró la garganta.
—Sí.
—¿Tan descriptiva como la mía? Además, la muy zorra ha vaciado nuestra cuenta corriente. Ni siquiera puedo pagar la hipoteca.

Lena estaba de pie junto al escritorio, con los brazos cruzados. Las lágrimas habían desaparecido, pero ahora parecía estarle sucediendo algo todavía más inquietante.

—¿Que decía exactamente la nota de Verónica?

Quería detalles, pruebas, lugares, horas. «Nuestras novias están en Cancún follando como locas.»

—¿Quieres saber qué es lo que me pone enferma de verdad? —dijo Janet—. Que los billetes a Cancún los compró para mi cumpleaños. ¡Lo teníamos todo listo para ir!

Igual que hacía con los ruidos habituales de la biblioteca, Lena hizo caso omiso de aquel arrebato y siguió allí, de pie, con los brazos cruzados.

—¿Que decía la nota de Verónica?

Uno de los dedos, largos y finos, de Janet se levantó mientras empezaba con el recuento de los hechos.

—Que llevan viéndose unos dos meses, sobre todo en el despacho de Mickey. Dos —dijo, levantando otro dedo—, que están enamoradas y que piensan irse a vivir juntas cuando vuelvan. Tres —prosiguió, blandiendo los dedos ante el rostro de Lena—, ¡la muy zorra me da las gracias por cederle mi regalo de cumpleaños! ¿Tú lo crees?

Lena se sentó sobre la esquina del escritorio. Verónica y Mickey trabajaban juntas. Janet y Verónica habían estado cenando en su casa varias veces en los últimos meses. Eran amigas. ¡Las cuatro eran amigas!

—Gracias por decírmelo —musitó Lena.

Pasó rozándola y se dirigió a la entrada para informar a alguien de que se iba a casa. «Mickey esta en Cancún con Verónica. Hace meses que se ven.» La verdad había dejado de suponerle un sobresalto y oírla de Mickey en persona ya no tenía importancia. Aquellos fugaces sentimientos de inferioridad que la habían invadido la noche anterior también habían desaparecido y las promesas silenciosas de volver a ganarse a Mickey tampoco tenían validez. «Hay algo patético en el hecho de querer que una persona vuelva después de haberme tratado de esta manera», pensó Lena. Y ya no tenía ninguna intención de seguir siendo patética. Si Mickey Volkova había querido irse, pues muy bien. Se había ido para siempre. Lena agarró el bolso de un cajón del escritorio y salió de la biblioteca con toda la dignidad y elegancia que pudo. Si hubiera tenido algo en el estómago, habría sentido ganas de vomitar, pero no era el caso. No, señora, aquel ya no era el caso.
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Mensaje por Anonymus 4/23/2015, 9:03 pm

Capitulo dos

Julia colocó la bandeja en una mesa que había en un rincón de la cafetería del hospital y, con un gesto de la mano, saludó a Maxine, que parecía un poco cansada. Julia sonrió mientras separaba la silla. Cuando era niña había pasado allí algunos de los momentos más memorables de su infancia: Phoebe las recogía a ella y a Mickey del colegio para que las tres pudieran cenar con Larissa en aquella misma cafetería. E incluso cuando estaba en la universidad, Julia había compartido con Phoebe tantas cenas como había podido en aquel mismo lugar. Julia se sentía tan cercana a Phoebe Carson como a su propia madre. Phoebe y Larissa llevaban juntas veinticinco años y Phoebe había asumido su parte en las tareas del hogar, al igual que las otras madres del barrio. Conocía tan bien a Julia y a Mickey que a veces le daba hasta un poco de miedo. «Y también está Lena, que no me quita el ojo de encima», pensó Julia con desaliento. Julia vació la bandeja y la dejó en una mesa cercana. La ensalada parecía fresca, lo que constituía una agradable sorpresa, teniendo en cuenta la hora que era. Maxine había tenido que ir a atender una cesárea urgente, pero, de todos modos, comer tarde había resultado ser lo mejor para las dos.

—Se te ve un poco demacrada hoy, doctora Weston —dijo Julia con una sonrisita.
—Ya puede ser, doctora Volkova. —Maxine se sentó y lentamente retiró de su bandeja un bocadillo de ensalada de pollo y un café.
—¿Que ha sido? —preguntó Julia—. ¿La operación de esta mañana tan temprano o la ninfómana con la que sales?

Maxine se rió entre dientes y negó con la cabeza.

—Esta mañana ha insistido en acompañarme en coche. Estábamos paradas en medio del tráfico habitual, avanzando penosamente por la I-10 cuando va y...
—¿Es otra historia de sexo en la autopista?
—No —se limitó a decir Maxine—. Es una historia de juegos previos creativos. No hubo sexo hasta que aparcó el coche en la zona de entrada y salida de pacientes, frente al hospital.

Julia puso los ojos en blanco.

—¡Jesús!
—Y que lo digas, cariño. Después de lo de anoche, no creía que hoy fuera capaz ni tan siquiera de caminar. ¡Virgen santísima!
—Estoy segura de que no me interesa escuchar nada de eso.

Maxine mordisqueó su bocadillo y se limpió la boca con la servilleta.

—No sé qué es lo que más me preocupa de esta relación, sí que a ella se le ocurran estas cosas tan escandalosas o que yo esté tan dispuesta a hacerlas con ella. ¿Qué será?
—Parece que te gusta mucho.

Maxine echó la cabeza hacia atrás y se rió.

—Te has dado cuenta.
—Sí, me he dado cuenta. Y supongo que tendré que apartar algún dinero para la fianza, cuando me telefoneéis haciendo use de la única llamada de teléfono permitida después de ser arrestadas, acusadas de algún tipo de cargos por mala conducta sexual.

Maxine tomó un trago de café y después empezó con la otra mitad de su bocadillo.

—Tú sí que eres una amiga de verdad. ¿Y tú? ¿Tienes novedades? Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que ingresaste a un paciente.
—Tres este mes. Deberías saberlo, pero cada vez que vengo estás demasiado ocupada.
—¿Estas bien? —preguntó Maxine, poniéndose seria de repente—. Pareces un poco triste.
—Estoy bien. Mejor que nunca. —Julia se recostó en la silla y jugueteó con el tenedor—. Mickey y Lena se han separado. Supongo que no sé muy bien que hacer.
—Por favor, no me digas que aun estas colgada de ella, Julia. Mantener viva la llama de un amor no correspondido es indigno de ti. —Como Julia no decía nada, Maxine suspiró dramáticamente y dio unos golpecitos sobre la mesa con los dedos—. Hace mucho tiempo que Lena tomó una decisión. Olvídala.
—Ella nunca supo que podía elegir —replicó Julia.
—¡Tonterías! ¿Acaso no salías tú con ella cuando Mickey apareció en escena?
—Sí y no.
—Sí y no. ¡Y un cuerno! Escúchame —dijo Maxine en un tono apremiante—. Olvídate de Lena. No te conviene. No importa si Mickey se va de casa ni si se junta con todo un harén de lesbianas: Elena Katina siempre estará perdidamente enamorada de ella, independientemente de lo que haga Mickey. ¿Me oyes?
—A ella no le gusta que la pisoteen, Maxine.
—No le importa que la pisoteen, en lo que respecta a tu hermana.
—No estoy de acuerdo. —Julia se puso en pie y tiro las servilletas y los cubiertos de plástico. De repente, había perdido el apetito—. Un harén de lesbianas —masculló—. ¿Desde cuando eres miembro del club de fans de Mickey Volkova? Es una inútil y una rompecorazones.
—Por no mencionar que es jodidamente buena en la cama —dijo Maxine mientras se acababa el bocadillo.
—Tienes razón —espetó Julia—. Mejor no mencionarlo.

Había olvidado que años atrás Mickey y Maxine habían tenido una aventurilla. «Y tanto, mejor que no lo mencionemos», volvió a pensar Julia, enfadada. En el pasillo se miraron la una a la otra y se removieron, incómodas, durante unos segundos.

—Adiós, doctora Weston —dijo Julia finalmente—. El porque te llamo cuando necesito una palabra de ánimo es todo un misterio para mí.

Maxine se rió.

—Hasta la próxima.

Estaba allí, en el contestador, cuando Lena Katina regresó del trabajo: la voz de Mickey preguntando cuando era un buen momento para pasarse por casa a recoger sus cosas. Ya hacía tres días que Mickey y Verónica habían vuelto, pero Lena no había dedicado ni un momento a preguntarse dónde estarían las nuevas amantes o que se pondrían aquellos días para ir al trabajo. Lena y Janet, las novias a las que habían plantado recientemente, disfrutaban de la custodia de una enorme cantidad del guardarropa profesional de Mickey y Verónica. Janet Landro había optado por apilar todas las pertenencias de Verónica en el jardín delantero, para que la gente las viera y pudiera escoger. Lena, por su parte, evitó aquellas exhibiciones circenses de su ruptura. Sí, decidiría lo que Mickey podía quedarse y lo que no. Lena ya lo había metido todo en cajas, pero no pensaba rebajarse al nivel de Mickey. No quería verla ni hablar con ella en aquellos momentos: el dolor y la humillación eran demasiado profundos y la herida aún estaba fresca. Lena estaba dolida de una manera que todavía no lograba entender. En vez de amargura y desolación, solo sentía disgusto y una vaga sensación de pérdida. Creía que todavía estaba en estado de shock por todo aquello y no le gustaba el vacío que parecía invadirla. Ya no podía llorar más y su furia había entrado en otra fase, pero aquel viejo sentimiento de inferioridad volvía. Las viejas heridas se habían vuelto a abrir. Heridas de cuando era niña e iba de una casa de acogida a otra, sin pertenecer verdaderamente a ningún lugar hasta que los Katin la adoptaron y sin haberse sentido querida hasta entonces. No es fácil crecer sabiendo que a tus verdaderos padres no les importa lo que te suceda y la traición de Mickey había hecho emerger de nuevo aquellos sentimientos. Más que la traición en sí, aquello era lo que más la hería. Las mentiras y los engaños de Mickey eran solo una pequeña parte de lo que estaba sucediendo. No contestó a las llamadas de Mickey, las dos últimas de las cuales estaban plagadas de insultos subidos de tono. Lena, por su parte, había cambiado la cerradura de la puerta de entrada y había reprogramado el mando de la puerta del garaje para evitar sorpresas inoportunas. Llamó a Larissa y a Phoebe, para saber si estarían dispuestas a recoger las pertenencias de Mickey cuando les fuera bien, y también les dijo que le gustaría seguir formando parte de sus vidas.

—¿Eso es todo? —dijo Mickey—. ¿Eso es todo lo que os ha dado? —Rebuscó dentro de la última caja y volvió a quedarse en cuclillas—. ¿Qué hay del reproductor de CD? ¿Y dónde está mi colección de plumas estilográficas?
—Haz una lista —propuso Larissa.


Odiaba hacer de mediadora de ex parejas enemistadas. Sin duda, aquella no era la manera que tenía de pasárselo bien y, para empeorar más aún las cosas, Larissa se encontraba con que tenía que esforzarse por permanecer neutral. Ponerse de parte de Lena no le parecía lo más propio de una madre, ya que su hija era Mickey, pero tampoco le parecía demasiado neutral expresar su disgusto sobre la manera en que se estaba comportando Mickey. Larissa se mordía la lengua y refunfuñaba para sus adentros, pero la línea básica seguía siendo la misma: se trataba de la vida de Mickey e interferir en ella no haría que Mickey actuara mejor.

—¿No le regalaste el CD a Lena las Navidades del año pasado? —preguntó Phoebe.
—Lo pagué yo —dijo Mickey—, así que lo considero mío.
—Agarró la enorme caja y la apiló junto a las otras—. Le he dejado varios mensajes diciéndole que quería empaquetar yo mis cosas, pero no me ha contestado. Y ahora ha cambiado la cerradura y el número de teléfono no aparece en la guía. No es justo. No sabré que es lo que no me ha dado hasta que lo necesite, por Dios.

Phoebe le hizo un gesto con la cabeza a Larissa y esta se fue a la cocina. Era la señal que habían acordado de antemano para que Larissa buscara algo que hacer mientras Phoebe intentaba sonsacarle a Mickey el cómo y el porqué de todo aquello. Mickey siempre había sido un poco temperamental y consentida, pero en el fondo Larissa y Phoebe sabían que ella siempre necesitaría más de lo que cualquiera le pudiera dar. Bajo su maquillaje había una notable capacidad de autodestrucción, por más dura y distante que intentara parecer. La misión de Phoebe era intentar averiguar que había en la cabeza de Mickey en aquel momento.


—¿Qué tal por Cancún? —le preguntó.
—Muy bien —dijo Mickey con una sonrisa contagiosa.

Tenía la belleza de su padre y su constitución atlética. A primera vista, poseía una personalidad magnética y con su encanto era capaz de conseguir todo lo que quería, igual que su padre, pero en Mickey también había un lado oscuro, que mostraba de vez en cuando. A Phoebe no le gustaba la Mickey con la que tenía que tratar entonces. Phoebe asintió y se sentó en el sofá frente a ella. Mickey, distraídamente, se pasó la mano por su pelo rubio. Era muy atractiva y tenía un punto de masculinidad suficiente para convertirla en una buena abogada, con agresividad y gran capacidad para defender su punto de vista. ¿Por qué preocuparse tanto por ella? —pensó Phoebe—. Siempre cae de pie.»

—¿Verónica y tú estáis buscando un sitio para vivir? —preguntó Phoebe.
—Ayer encontramos un apartamento.
—Ya veo. —Phoebe esperaba que le diera más explicaciones, pero no parecía que fuera a continuar— . Y, cuéntame, ¿qué ha pasado con Lena? Todo esto con Verónica ha sido muy rápido, ¿no?

Mickey gruñó y apartó la mirada. Phoebe, por la expresión de su rostro, supo que se sentía incomoda y que no quería hablar de aquello, pero Phoebe consideraba que se merecían unas cuantas explicaciones. Lena había sido una parte importante de la familia y Mickey, prácticamente de un día para otro, había conseguido alejarla de ellas.

—¿Que ha pasado? —volvió a preguntar Phoebe.
—Ya no es suficiente para mí.
—¿En qué sentido ya no es suficiente para ti?
—Pues ya sabes —Mickey se sentía algo violenta y echó hacia delante su barbilla—: sexualmente, intelectualmente. En muchas cosas.
—¿Intelectualmente? —repitió Phoebe, arqueando las cejas. En la parte sexual no le importaba no entrar, pero lo intelectual era otro tema. « ¿A quién caramba quiere engañar?»—Lena es bibliotecaria y archivista —dijo Phoebe—. Almacenar y facilitar información es lo que hace para ganarse la vida. Esa mujer puede mantener una conversación inteligente sobre cualquier tema que le propongas.
—Se dedica a prestar libros, por favor.
—¿Eso es lo único que crees que hace?
—Claro. Y es aburrido hasta el asco.

Phoebe levantó las manos para protegerse de otro arrebato.

—Bueno, bueno, tranquilízate.
—Mira, puede que no esté llevando esto muy bien —reconoció Mickey—, pero no pude hablarle de Verónica, ¿vale? Sencillamente no pude decírselo. Era más fácil para mí.

Phoebe volvió a asentir e intentó que Mickey la mirara, pero Mickey no quería colaborar.

—Tu madre y yo tenemos la intención de mantener el contacto con Lena. Forma parte de nuestras vidas y nos preocupamos por ella.
—¿Y qué hay de Verónica? —dijo Mickey—. Ella es quien se merece ahora ese lugar.
—Tus parejas siempre son bienvenidas en esta casa, ya lo sabes, pero lo demás puede que lleve un poco más de tiempo.

Mickey suspiró.

— ¿Por qué todo tiene que ser tan jodidamente complicado?
—Porque tú lo has hecho de ese modo, Mickey. Hay una razón por la que el camino fácil nunca funciona.
—No necesito sermones —se levantó y ajustó la tapa de una caja—. Lo que necesito es mi reproductor de CD y mi colección de plumas estilográficas.


Lena se asomó entre las cortinas para ver quien estaba en la puerta. Era Janet con una botella de vino en la mano.

—Te has cambiado de número de teléfono —le dijo Janet—. ¿Te sigue llamando Mickey?
—Ya no. —Lena sonrió mientras contemplaba cómo Janet se acomodaba en el sofá y sacaba un sacacorchos del bolsillo de la chaqueta—. ¿Siempre llevas encima el sacacorchos?
—No estaba segura de que tú tuvieras —dijo Janet tímidamente.
—¿He de suponer que llevas una copa en el otro bolsillo o mejor te traigo una?

La mirada furibunda de Janet hizo que las dos se pusieran a reír. Lena volvió momentos después con una copa de vino.
—¿No me acompañas?
—No me has invitado —replicó Lena. Puso el punto en el libro y lo dejó sobre la mesita—. Pero, de todos modos, no, gracias.
—Nunca te he visto beber —dijo Janet—. Pensaba que era por Mickey.

Las dos notaron la tensión que se creó en el ambiente al mencionar el nombre de Mickey. Sus problemas con el alcohol no eran un secreto, pero sí algo de lo que no se hablaba.

—Cuéntame cómo estas —dijo Lena—. ¿Lo llevas mejor?

Janet estiró las piernas y se pasó las manos por el pelo, castaño y corto. Mientras se bebía el vino, empezó a hablar de Verónica y de los planes que habían hecho juntas. Gritó y lanzó algunos improperios, y le explicó a Lena detalles íntimos sobre su vida en pareja. Janet estaba tan absorta en sí misma y en sus problemas que no se dio cuenta de que todo aquello estaba haciendo que Lena se sintiera muy incómoda. Cuanto más bebía y hablaba, mejor parecía sentirse, como si estar sentada en el sofá de Lena abriéndole su corazón fuera lo más terapéutico y sano del mundo. Lena podía incluso imaginarse a aquella mujer yéndose de allí totalmente curada. «Y, entonces, ¿por qué yo no puedo hablar de eso? —se preguntó Lena—. ¿Estará a punto de explotar en cualquier momento todo este resentimiento interior?»

—Estoy hecha un lio —murmuró Janet un poco más tarde.

La botella estaba vacía y su voz había perdido fuerza. Estaba cansada de hablar y a punto de caer dormida. Lena la ayudó a echarse, le quitó los zapatos, la tapó con una manta y se fue a dormir. Cambiar el número de teléfono había sido fácil, ¿pero cómo se hacía para cambiar de dirección sin mudarse? Phoebe llamó a Lena al trabajo al día siguiente para preguntarle si querría ir a cenar a su casa.

—Por favor —le dijo Phoebe—, te echamos de menos. Larissa y yo estamos las dos libres.
—No sé —repuso Lena—, ahora mismo no soy muy buena compañía.

«¿Y si Mickey se presenta mientras estoy ahí?», pensó. La perspectiva de volver a verla la asustaba. Aun no se sentía preparada y estar en casa de Larissa y Phoebe durante cualquier periodo de tiempo era tentar al destino.
—Entonces, ¿qué te parece ir a cenar a algún sitio? —sugirió Phoebe—. Hay un nuevo restaurante mexicano en el área de Saint Mary. El otro día fuimos a comer allí.


Lena accedió aunque con reticencias. Intentaba no pensar en la última vez que las vio: aquella desagradable tarde en que ayudó a Phoebe y a Larissa a cargar las cosas de Mickey. Lena no había llorado desde los primeros días después de la marcha de Mickey. Sabía lo que le estaba sucediendo, pero no sabía cómo procesarlo. Cuando era una niña, lloraba las primeras veces que la llevaban a una nueva casa de acogida. Cada cambio de hogar parecía curtirla un poco más y hacerla renunciar a las cosas. Después de un tiempo, ya no permitía que nadie viera lo mucho que sufría, pero entonces fue cuando redescubrió la lectura y lo fácil que era evadirse en un mundo de ficción. Cuando los Katin la adoptaron, las cosas se volvieron más fáciles. Lena se perdía en la ficción, donde el bien siempre triunfa sobre el mal. Se perdía intentando aprender todo lo que había que saber sobre cualquier cosa. Cada día al salir de la escuela iba a la biblioteca, donde se quedaba hasta la hora de cerrar. Los sábados era la primera en llegar y la ultima en marcharse. Se convirtió en una estudiante modélica y en una adolescente tímida y pensativa, hasta que un camionero bebido le arrebató a sus nuevos padres. Lloró por ellos una vez y, desde entonces hasta lo de Mickey, nada en su vida había sido lo bastante importante como para hacerla llorar de nuevo. Mickey se había introducido en un lugar escondido que Lena tenía olvidado desde hacía mucho: la había dejado entrar y ahora se arrepentía. Mickey había abusado de sus privilegios más de una vez y ahora a Lena ya no le quedaban lágrimas. Lena abrazó a Larissa y a Phoebe antes de que se sentaran a la mesa. Larissa tenía aspecto de cansada, pero sus ojos azules parecían centellear cuando le sonrió. Una mata de cabello negro profusamente veteada de mechones blancos cubría su cabeza. Era alta como Lena, más de un metro sesenta y tres, y estaba delgada en comparación con su pareja. Phoebe, en cambio, tenía una altura de metro setenta y cienco, constitución normal y cerca de diez kilos de más. El cabello de Phoebe era de un rubio apagado mezclado con cabellos blancos, lo llevaba corto y para peinárselo solo tenía que agitar la cabeza. Ninguna de ellas parecía lo bastante mayor como para jubilarse, pero era de lo único que hablaban últimamente. Las tres estudiaron el menú y le hicieron algunas preguntas al camarero. Después de haber pedido, Lena les tendió una bolsa de plástico.

—Antes que nada, quitemos de en medio los asuntos menos gratos —dijo Lena—. He recibido una desagradable nota de Mickey acerca de su reproductor de CD y de su colección de plumas.

Ruborizada, Larissa repuso:

—Ha estado yéndonos detrás para que hablásemos contigo.
—Pero no es por eso por lo que te hemos invitado a cenar —añadió Phoebe, enfadada.
—Ya lo sé. —Lena empujó suavemente la bolsa de plástico en dirección a Larissa—. Aquí está su colección de plumas, pero me supone un problema devolverle el CD. Si Mickey insiste en que le devuelva mi regalo de Navidades, entonces tendré que pedirle que me devuelva los libros de derecho. Se los pagué mientras ella estudiaba. Me gustan todos los libros, incluso los libros que nunca leeré ni usare. Ese es el trato.


La carcajada de Phoebe hizo que algunas caras se volvieran hacia su mesa.

—No le va a gustar la sugerencia —dijo Larissa con una risita. Lena asintió y se encogió de hombros.
—Pues entonces decidle que me demande.
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Mensaje por Anonymus 4/24/2015, 5:33 pm

Capitulo tres


Julia había sido designada encargada oficial de tomar rotas, pero aun así Maxine tenía una pluma y un bloc delante de ella, junto con una pila de folletos y unos cuantos libros. Habían accedido a realizar un taller sobre la salud de la mujer para la Conferencia de Lesbianas de Texas, que iba a tener lugar en San Antonio al mes siguiente. El plazo para preparar un resumen del taller y enviar una propuesta de lo que tenían previsto presentar se acercaba rápidamente y ya no se podía posponer más.

—Tú te encargas de la parte de la menopausia y yo hago la de nutrición —dijo Julia—. Aquí tenemos buena documentación para el material que repartiremos durante el taller. Haré que mi secretaria llame mañana y encargue copias adicionales de estos tres artículos en concreto. —Las dos garabatearon algunas notas.
—Necesitare unos veinte minutos para los pros y los contras de la terapia hormonal sustitutoria —dijo Maxine— y nunca tenemos bastante tiempo para una sesión de preguntas y respuestas.

Julia alcanzó otro folleto.

—Entonces puede que tengamos que saltarnos toda la nutrición o limitarnos a tocar el tema por encima. Puedes dedicarte durante una hora a los fármacos y a la menopausia, y es fácil tenerlas suplicándote más. —Julia la miró mientras hojeaba el folleto—. Sabes, podría hacerte de ayudante: repartir el material, encargarme de las luces en la presentación con diapositivas, asegurarme de que el puntero está correctamente extendido.
—No estoy haciendo esto sola —dijo Maxine—. Hacen falta dos ponentes para cada taller, así que no intentes escaquearte de este.

Treinta minutos después ya tenían preparado un guion y habían completado el impreso de solicitud. De haber sido necesario, cualquiera de las dos podría haberse encargado del taller en aquel mismo momento con los ojos cerrados.

—Así —dijo Maxine mientras recogía sus papeles y empezaba a guardarlos en el maletín—, ¿qué hay de nuevo en el culebrón de Lena y Mickey?
—Definitivamente, Mickey está viviendo con otra persona y nadie sabe gran cosa de Lena. —Julia anotó rápidamente los nombres de unos cuantos folletos antes de que Maxine los recogiera—. He estado pensando en pasarme por su casa a verla.
—Mala idea —dijo Maxine—. Lo siguiente que querrás hacer será pedirle que salga contigo.
—Quiero pedirle que salga conmigo.
—¿Ves a lo que me refiero? —replicó Maxine—. Aléjate de ella, doctora Volkova. En menos de un mes volverá a estar en los brazos de Mickey, te lo advierto. Esto aún no se ha acabado para ellas. Ahórrate el sufrimiento. —Maxine dejó de recoger y ordenar papeles, y le lanzó una mirada—. ¡Por Dios, Julia! No seguirás enamorada de ella, ¿verdad?

Julia no dijo nada. En aquel preciso instante no podía ni mirarla.

—¡Diablos! —exclamó Maxine, ya con un tono mucho más suave—. Pues si es tan importante para ti, entonces haz lo que tengas que hacer. —Mientras se dirigía hacia la puerta, Maxine le dio un abrazo —. Quizá deberías hablar con Phoebe. Es fantástica en este tipo de cosas.
—Me lo pensare. —Julia cerró la puerta y se apoyó contra ella. «Phoebe ya te ha advertido de que no te metas —pensó, cansada—. Ahí no vas a encontrar ninguna ayuda.»


Finalmente, Julia tuvo un golpe de suerte unos cuantos días después. Su madre la llamó a la consulta para ver si podía dedicar unas cuantas horas del sábado a trabajar en la clínica gratuita. Larissa se ocupaba de organizar los turnos y todos estaban cubiertos hasta que un doctor tuvo que salir de la ciudad a causa de la muerte de un familiar. Mientras Julia y su madre hablaban de los horarios de la clínica, Larissa mencionó que ella y Phoebe habían quedado con Lena aquella noche para cenar. Tras unas pocas preguntas inteligentemente planteadas, Julia averiguó cuándo y dónde iban a estar, y en su mente empezó a representarse toda una película mientras hablaban: se vio a sí misma en el restaurante a aquella hora, esperando a que la invitaran a reunirse con ellas; o llegando más temprano y sentándose a una mesa, de modo que fueran las otras las que se unieran a ella; o paseando por el parking del restaurante; o acercándose a la mesa de las otras para decirles algunas palabras. «Esto es una tontería, Volkova. No necesitas ninguna excusa para ver a esa mujer. ¡Estamos en un país libre!»

—Mamá, necesito que me hagas un favor —dijo Julia rápidamente. Larissa dejó a mitad de frase la charla sobre la cosecha de nueces de pacán de aquel año— Trabajaré en la clínica los dos próximos sábados si me haces un pequeño favor.
—¿Dos sábados? —dijo Larissa con incredulidad.
—Sí, dos sábados.
— ¡Dios mío! Déjame sacar la agenda. ¿Dos sábados? ¿De qué clase de favor se trata? ¿Uno de los del tipo «cuídame el gato toda la semana»? Ya sabes que Phoebe es alérgica y no puede estar con un gato más que unas cuantas horas.
—Nada de eso —le aseguró Julia—. Lo único que quiero es que me invites a cenar esta semana y que también invitéis a Lena.
—¿Invitaros a cenar a ti y a Lena? ¿Eso es todo?

Larissa ni siquiera intentó ocultar su sorpresa.

—Eso es todo.

Julia soltó la respiración que había estado conteniendo. «Esto apesta a encerrona, Volkova. ¡Qué vergüenza! Le estas pidiendo a tu madre que te arregle una cita con la ex de tu hermana.»

—La verdad es que a Lena estos días no le vuelve loca venir por nuestra casa —dijo Larissa.

Julia se frotó la nariz e inmediatamente se arrepintió de haber dicho nada. « ¡Que idea tan estúpida, Volkova! Phoebe va a hacer que te acuerdes de esto.»

—Aunque, si invito a otras personas, quizá no se le haga tan difícil —dijo Larissa—. Además, estábamos pensando en celebrar algo y puedo llamar a Mickey para asegurarme de que no se presenta por casualidad.

«Más gente —pensó Julia—. ¡Dios! Ahora mi encerrona se ha convertido en un evento social.»

—Déjame pensarlo y ya te diré algo —concluyó Larissa— . Mientras tanto, no hagas planes para los próximos dos sábados.

Julia aparcó frente a la casa de Larissa y Phoebe, y comprobó su reflejo en el retrovisor una vez más. El coche de Lena estaba allí, junto con otros tres que Julia no reconoció. Se había pasado una hora vistiéndose y había dejado su habitación hecha un revoltijo de ropa limpia y perchas vacías colgadas por todas partes.

—Mi hija la doctora —dijo Larissa cuando abrió la puerta.

Todo el mundo en la salita se rió y la saludaron con un abrazo o con un gesto de la mano. Julia saludo a Lena con la cabeza y sintió que su corazón bailaba un tango. «Mickey debe de haberse vuelto loca —pensó-. Completamente loca.» Lena llevaba un ligero vestido de tela vaquera de manga corta y falda de vuelo completo que le llegaba a media pantorrilla. Sus botas marrones, de caña alta, justo por debajo de la rodilla, hacían juego con los botones de cobre del vestido y con la pequeña hebilla del cinturón. «Sin ninguna duda, Mickey está completamente loca», se repitió Julia para sus adentros, mientras se obligaba a si misma a dejar de mirarla. El cabello de Lena, de color rojo, le caía por encima de los hombros en una cautivadora cascada. Era realmente guapa y Julia no estaba segura de poder sobrevivir a la velada sin convertirse en una imagen patética y babeante. Mostró un poco de control al no cruzar corriendo la sala para sumarse a la conversación que Lena mantenía con Phoebe en aquel instante y se las arregló para socializar un poco antes de acabar allí.

—Precisamente estábamos hablando de ti —dijo Phoebe. Le pasó un brazo por los hombros y la atrajo hacia si—. Lena me estaba preguntando por tu trabajo en el hospital del estado.

Y de aquel modo, Julia estuvo encantada de disponer totalmente de la atención de Lena durante la siguiente hora. Se sentaron en el sofá y se tomaron a sorbos la limonada que Phoebe les acercó. Lena había oído hablar del hospital público de Carville, Louisiana, donde Julia pasaba por lo menos dos semanas cada verano cuidando a pacientes con lepra. La compasión que sentía Lena por aquellas personas mutiladas, desfiguradas y rechazadas por la sociedad estaba a la altura de la que sentía la misma Julia.

—Carville es el único hogar que algunos de estos pacientes han conocido nunca —dijo Julia—. Sus familias se avergüenzan de ellos, reniegan de ellos, los olvidan durante años. El padre de una mujer la llevó allí cuando tenía catorce años y la dejó en la escalera de la entrada. Lleva treinta años en el hospital y en todo ese tiempo no ha recibido ni una sola visita.

Lena alargó el brazo y apretó la mano de Julia.

—¡Que historia tan triste! —exclamó—. ¿Y tú puedes ayudar a algunas de esas personas?

Julia se quedó sin voz por unos instantes. No hubiera sabido decir si era porque Lena la había tocado o porque acababa de darse cuenta de que estaba hablando de gente abandonada y sin hogar con alguien que se había pasado la mayor parte de su infancia en casas de acogida.

—Tu madre está muy orgullosa de ti —dijo Lena. Julia se ruborizó y carraspeó. ¿Cuándo le había soltado la mano Lena? ¿Cómo podía no haberse dado cuenta?
—Yo también estoy orgullosa de ella —repuso Julia—. Estoy segura de que no fue fácil: sin estudios, con dos bebés y casada con un idiota antes de cumplir los veintiuno.

Lena sonrió y estiró el brazo sobre el respaldo del sofá.
—¿Cómo es ser criada por dos lesbianas? Parece un sueño hecho realidad.
—Pues hubo de todo —dijo Julia entre risas—. Hubo una época en la que cada mes teníamos que hacer frente a cuatro casos de síndrome premenstrual, pero por lo demás era básicamente un hogar muy normal.
—¿Cuándo supiste que eras lesbiana? —le preguntó Lena. Sus labios brillantes, turgentes eran tan apetecibles que, por un momento, Julia sintió que se mareaba.
—Todas las sospechas se confirmaron en mi primer año de universidad —dijo Julia—. Una noche, una jugadora de baloncesto me besó bajo las gradas. Desde aquel día, las mujeres muy, muy altas hacen que se me acelere el pulso.

Daba gusto escuchar la suave risa de Lena.

—Formar parte de vuestra familia siempre ha significado mucho para mí.
—Y debería seguir siendo así —replicó Julia—. No puedes divorciarte de tus sentimientos. Mi madre y Phoebe se preocupan mucho por ti.
—Es mutuo. Yo también las quiero mucho.


Durante la cena se entremezclaron las conversaciones banales sobre comida con las risas, mientras las ocho mujeres se abalanzaban sobre una ensalada que era una verdadera obra maestra, sobre bandejas de espaguetis y albóndigas, y sobre un pan de ajo que les hizo la boca agua. Julia escuchó mientras Lena respondía a una pregunta acerca del origen de los espaguetis y le impresionó ver cómo la atención de todo el mundo seguía centrada en Lena, mientras ella enumeraba algunos de los efectos benéficos del ajo descubiertos recientemente.

—¿Así que sienta bien aunque te haga oler mal? —preguntó Phoebe.

Sonó un inconfundible: «¡0h, mierda!», seguido inmediatamente de unas estruendosas carcajadas, mientras Phoebe se secaba el chorretón de salsa de espaguetis que se deslizaba por la pechera de su camisa blanca.

—Agua fría y spray quitamanchas —dijo Lena, arqueando las cejas.

Sonaron más risas mientras Phoebe se excusaba y se iba a cambiar de camisa. Julia y Lena se ofrecieron para recoger la cocina mientras Larissa y Phoebe distraían a las demás invitadas.

—Yo friego y tú secas —dijo Lena—. Seguro que tú ya sabes dónde va todo.

Julia estaba en la gloria. No se había imaginado que la velada iría tan bien. No había habido ninguna mención a Mickey ni a la ruptura. «¿Todos estamos negando lo sucedido o es que, después de todo, esto ya está definitivamente acabado?», se preguntaba Julia.

—He oído que tú y Maxine Weston organizáis un taller en la conferencia —dijo Lena—. ¿Os ofrecisteis vosotras como voluntarias o fue tu madre quien os reclutó?
—Fue idea nuestra —respondió Julia—. Es algo a lo que tanto a Maxine como a mí nos gusta dar apoyo: es estimulante pasar un fin de semana con quinientas lesbianas mientras ocupan un hotel.

Lena le tendió un plato bien enjabonado para que lo aclarara.

—¿A cuántas de estas conferencias has ido? Recuerdo que te vi en la primera que se hizo aquí, hace unos años.

Julia se rió mientras aclaraba cuidadosamente el plato. Después lo secó.

—No me digas que estabas en el taller de «Madres lesbianas/Hijas lesbianas» que hicimos.
—Las críticas lo situaron en lo más alto, empatado en popularidad con el de «Lesbianas Leather» —apuntó Lena.
—Eso sí que es todo un cumplido —dijo Julia—. ¿Este año estas en el comité directivo?
—Me encargo de toda la publicidad y de las notas de prensa, y voy a vender camisetas de la conferencia. —Lena sonrió tímidamente mientras le tendía otro plato—. Ningún trabajo es menos importante que otro y siguen haciendo falta voluntarios para todo.
—¿Necesitas ayuda para vender esas camisetas? — preguntó Julia. Su voz sonaba tan tranquila que casi se convenció a sí misma de que no estaba nerviosa—. Eso parece fácil.
—Pondré tu nombre en la lista antes de que cambies de idea.

«¿Cambiar de idea? ¡Ni lo sueñes!», pensó Julia con una risita. Aunque aún faltaban bastantes semanas para la conferencia, quería considerar lo de la venta de camisetas como una cita. «Las cosas que haces por amor, Volkova. La verdad es que tiene que haberte dado muy fuerte.» Cuando finalmente la cocina estuvo recogida, Julia consiguió limonada para las dos y sugirió que podían relajarse unos minutos en la terraza. El cielo estaba despejado y plagado de estrellas, y Julia le preguntó sobre las constelaciones. La escuchó atentamente mientras le señalaba y describía las que se veían en el cielo aquella noche. Phoebe y Larissa se reunieron con ellas algo más tarde, después de que todos los demás se hubieran ido a casa. Sacaron las sillas de jardín que hacían juego.

—La cocina tiene mejor aspecto que esta tarde, antes de que empezáramos a cocinar —dijo Larissa.
—Todo estaba buenísimo —musitó Lena en tono soñador.
—Y el color de la salsa quedaba tan bien sobre tu camisa blanca, Phoebe —añadió Julia.

Sus risas se desvanecieron para dar lugar a una agradable pausa en la conversación. Al final, Lena interrumpió el plácido silencio para informarles de que era hora de irse y volvió a comentar cuanto había disfrutado de la velada.

—He encontrado más cosas de Mickey —dijo. Era la primera vez que se mencionaba su nombre—. Me he olvidado de traerlas. Decidme cuando os va bien y me acerco a dejarlas.

Movida por un impulso, Julia escucho como las palabras salían de su boca prácticamente antes de darse cuenta de que estaba hablando.

—Mañana por la tarde estaré por tu barrio. ¿Qué te parece si me paso a recoger las cosas?
—¿En serio? —dijo Lena—. Gracias. Sería fantástico. Me va bien a cualquier hora después de las cinco.

El corazón de Julia latía con fuerza. «Dios mío, voy a tener que cancelar la reunión que tenía prevista para mañana por la tarde.» Su mente se aceleró al pensar en todos los malabarismos que tendría que hacer con sus compromisos. «Puede que al fin y al cabo no desaproveche mi primera cita pasándola frente a una pila de camisetas en una conferencia con quinientas lesbianas.»
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Mensaje por Anonymus 4/24/2015, 5:38 pm

Capitulo cuatro


Julia aparcó frente a la casa de Lena pocos minutos después de las cinco. No podía creer que estuviera tan nerviosa. Llevaba todo el día evitando las llamadas de Phoebe, ya que no tenía ganas de enfrentarse tan pronto con el tema, y podía imaginarse como sonarían los mensajes de su contestador cuando llegara a casa. No había ninguna duda de que en un futuro próximo tendría que escuchar un discurso mordaz por parte de Phoebe Carson. Julia llamó al timbre y saludó con la mano hacia las cortinas que se movieron: la puerta se abrió para dejar paso a la sonrisa radiante de Lena.

—La hija doctora de Larissa —dijo, y lanzó una carcajada. Al entrar, Julia se dio cuenta de que Lena iba vendada.
—¿Que te has hecho en la mano?

Un impresionante vendaje cubría toda la mano izquierda de Lena, dejando a la vista únicamente las puntas de los dedos.

—A la hora de comer me han tirado el café por encima. No es tan terrible como parece, pero, como me he pasado toda la tarde dándome golpes en la quemadura, me he puesto más relleno.

Lena la acompañó a través del salón hasta la cocina. Julia no se acordaba de la última vez que estuvo allí. «Puede que en Nochebuena de hace dos años», pensó. El recuerdo la deprimió: Lena parecía tan feliz, incluso a pesar de los rumores que corrían de que Mickey andaba acostándose con otras.

—¡Me alegra tanto que estés aquí! —dijo Lena—. Tengo que pedirte dos favores y me temo que uno de los dos es un poco embarazoso. —Abrió la nevera y se asomó al interior—. ¿Quieres algo de beber? Hay un montón de cosas aquí dentro.
—Sí. —Julia abrió su refresco light y sonrió. Estaba sorprendida y aliviada, al mismo tiempo, de ver que el nerviosismo había desaparecido—. ¿Y cuáles son los favores?
—¡Ah, sí! —dijo Lena—. El primer favor es la cena de Cardigan. Resulta que no soy capaz de utilizar el abrelatas con una sola mano. —Tomó una latita de salmón y señaló uno de los dos abrelatas eléctricos que había sobre el mármol—. Se pone de mal humor si no le doy de comer en cuanto llego a casa. Nunca se lo come directamente, claro, pero, si por lo menos no hago el esfuerzo de complacerlo, tengo problemas.

Julia recordaba a Cardigan con cariño. Era un gatito de color chocolate que encontraron en el parque hacia dos veranos y que actualmente tenía el tamaño de un cerdito pequeño y saludable.

—¡Dios mío! ¡No veas! —Julia se agachó para rascarle justo detrás de las orejas y fue premiada con un concierto de ronroneos—. ¿Qué te parece cenar? —le preguntó.

Julia abrió la lata de salmón y localizó el plato y el bol de agua de Cardigan junto a la puerta trasera. Mientras tanto, Lena salió de la cocina y regresó sosteniendo con una mano una caja de tamaño mediano, que apoyaba cuidadosamente contra su cuerpo. Con un ruido sordo la depositó sobre la encimera y se quedó contemplándola. Instantes después, se giró e intentó sonreír, aunque con una expresión algo cansada.

—Estoy segura de que tienes otras cosas que hacer —dijo Lena—. Te lo agradezco mucho.
—Me alegra serte de ayuda. —Julia hizo un gesto con la cabeza hacia la caja—. ¿Son cosas de Mickey?
—Sí. —Lena suspiró profundamente. Le había cambiado el humor: Julia vio la fatiga en sus ojos y percibió el tenso esfuerzo de su voz por parecer normal—. Estoy segura de que iré encontrando más cosas a medida que el tiempo pase.

Se quedaron en silencio, dando sorbos a sus refrescos. Finalmente, Lena alcanzó uno de los dos abrelatas, lo desenchufó y lentamente enrolló el cable alrededor.

—Este es el que siempre hemos usado para la comida de las personas —dijo Lena, señalando el abrelatas—. La comida de gatos y solo la comida de gatos debe de abrirse con el otro abrelatas. —Levantó la vista y se encontró con la mirada divertida, aunque perpleja, de Julia—. ¿Habías oído alguna vez algo tan necio y tiquismiquis en toda tú vida? Un abrelatas para la comida de las personas y otro para la de los gatos. ¿De pequeña ya era así?
—¿Necia y tiquismiquis? —repitió Julia—. Si, de hecho sí que lo era, pero en casa solo había un abrelatas.
—Pero no había gatos ni perros, ¿verdad? Nada que necesitara de su propio abrelatas.
—Había pájaros, peces y tortugas —confirmó


Julia y vio como Lena agarraba el abrelatas de comida para seres humanos y lo embutía en la caja, con el resto de cosas de Mickey. El contenido de la caja consistía en tres libros encuadernados en rustica, una camiseta y varios casetes. Lena encontró un rollo de precinto y le pidió a Julia que cerrara la caja.

—¿Vas a llevar esto a casa de tu madre o vas directamente a casa de Mickey? —le preguntó Lena.
—A casa de mi madre.

Lena abrió un cajón y sacó un rotulador negro de punta gruesa.

—¿Puedes poner la caja de lado, por favor?

Julia la giró y la mantuvo inmóvil para que Lena escribiera las palabras «Juguetes sexuales» en letras grandes y perfectas en cuatro caras de la caja.

—Bastante infantil, ¿verdad? —dijo mientras repasaba las últimas letras con el rotulador—. Tu hermana siempre ha tenido el don de hacerme sacar lo peor de mi misma.
—¿Es tan malo como parece? —le preguntó Julia con una sonrisa. Agarró la caja y siguió a Lena fuera de la cocina.
—La verdad es que estoy intentando con todas mis fuerzas no odiarla. —Lena se apoyó contra el marco de la puerta principal—. Lo que ha hecho es despreciable, pero la manera en que lo ha hecho es aún peor. Cuando alguien a quien quiero muestra tan poca consideración hacia mí, me hace replantear mi valía como persona y esa es la parte que nunca podré perdonarle: que me haya hecho volver a dudar de mí misma.
—Tú eres la única que puede haberle dado ese poder— dijo Julia. Lena sonrió con tristeza.
—Tienes razón, claro, pero ahora lo estamos interpretando con el cerebro. Sin embargo, los pensamientos racionales aún no han entrado en escena.
—De repente, le cambió la expresión—. Hay otra cosa, casi se me olvida—volvió rápidamente agitando en el aire un pequeño vale— además de pagarme la comida —dijo, señalando la mano vendada—, los del restaurante donde me han tirado el café por encima también me han invitado a una cena de desagravio para dos personas. Había pensado ir con mi amiga Janet, pero no puede hablar de nada que no sean Mickey y Verónica, por lo que estar con ella me resulta deprimente. De modo que —dijo Lena, mientras volvía a agitar en el aire el papelito— es posible que tú logres encontrarle alguna utilidad y, si no, quizá Larissa y Phoebe puedan.

Julia miró primero el vale y después a Lena. Antes de que pudiera saber que estaba sucediendo, su boca volvió a ponerse en marcha:

—Creo que deberíamos ir tú y yo —dijo Julia—, aunque quizá cuando tengas mejor la mano.
—¡Oh! —exclamó Lena—. Si, supongo que podemos ir las dos. ¿Por qué no se me habrá ocurrido? ¿Qué te parece mañana? ¿Estas libre?
—Sí, mañana me va perfecto —respondió Julia con el corazón desbocado—. Te recojo a las seis.

Lena abrió la puerta y después volvió a cerrarla.

—Casi me olvido del segundo favor —dijo—, el que me da más vergüenza. —Lena se giró hasta quedar de espaldas a Julia—. Hacen falta dos manos para quitarse este vestido y con el vendaje no consigo alcanzar el botón de arriba del todo.

Julia depositó la caja en el suelo y deseo que sus manos dejaran de temblarle mientras se peleaba con el botón situado bajo la nuca de Lena. «Estas a punto de desnudarla antes de tu primera cita, Volkova. Esto es una buena señal. Una señal buena de verdad!»

—Gracias —dijo Lena—. Me has salvado de tener que llevar la misma ropa toda la semana.
—Ha sido un placer. Nos vemos mañana.

***

—Es increíble —dijo Maxine, mientras remarcaba algunas palabras con un tenedor de plástico de tres puntas—. Nunca había estado con una mujer multiorgasmica.
—Por favor —le dijo Julia con un suspiro. Aquello no era lo que más necesitaba.
—¡Y dice que puede enseñarme!
—Probablemente está fingiendo, Maxine.
—Tonterías.
—Meg Ryan, Cuando Harry encontró a Sally, el mejor orgasmo que he oído en mi vida. Créeme: está fingiendo.
—Puedes simular los sonidos, doctora Volkova, pero no puedes simular toda la respuesta corporal. Te digo que esa mujer es una...
—Vale, vale —dijo Julia y echó una mirada a su alrededor para ver si alguien en la cafetería estaba lo bastante cerca como para oírlas—. Lo que tú quieras. ¿Podemos hablar de otra cosa?
—Claro que sí. ¿Cómo te va con la ex novia de tu hermana?

Julia dejó el tenedor a un lado, se recostó en la silla y parpadeó varias veces, mientras intentaba asimilar el shock. Maxine debió de ver la expresión de su rostro, porque inmediatamente empezó a disculparse.

—Lo siento. No debería haber dicho eso.

El apetito de Julia, el poco apetito que había tenido en todo el día, había desaparecido. La noche anterior había estado demasiado nerviosa para dormir y aquel día aún no había podido ingerir nada.

—¿Que tiene Lena para que te guste tan poco —le preguntó Julia—, aparte del hecho de que sea la ex de mi hermana?

Con un chasquido, Maxine volvió a poner la tapa de plástico en su ensalada. Ninguna de las dos parecía tener mucho apetito.

—Lo único que veo es que te va a hacer daño, Julia, y no puedo ver más allá. —Maxine, distraídamente, hacia girar su tenedor sobre la mesa—. Eres mi amiga y me preocupo por ti. —Se encogió de hombros y dejó el tenedor encima de la ensalada—. Puede que ya sea hora de que me meta en mis asuntos: ya eres mayorcita y no necesitas que te diga cuando la estas pifiando.

Julia rió con amargura.

—Tienes razón. Para eso ya tengo a Phoebe.


Lena abrió la puerta con su sonrisa de siempre y con un vendaje más pequeño en la mano.

—Mi amiga la doctora —dijo—. Pasa, ya casi estoy lista.
—¿Cómo tienes la mano?
—Hoy está mejor, gracias.

En el restaurante, discutieron amigablemente sobre la conveniencia de tomar café. Julia sugirió que, si tomaban, lo mejor sería ponerse guantes. Reconocieron a Lena al momento y todos los empleados se dispusieron a convertir su cena en una velada placentera. Fueron inmediatamente acomodadas en la mejor mesa y les indicaron los vinos y el champan que tenían a su disposición.

—Esto está bien, pero no vale la pena —dijo Julia—. Las quemaduras son muy dolorosas y ellos se están librando del castigo con mucha facilidad.
—Pues aprovechémonos todo lo que podamos.

Julia le informó con todo detalle de cómo habían reaccionado Larissa y Phoebe ante la caja que les llevó la tarde anterior.

—Las dos se quedaron sin habla —dijo Julia—. Fue fantástico. Phoebe siguió agitando la caja y levantándola a peso. No tenía ni idea de que los juguetes sexuales pesaran tanto.

La risa de Lena era encantadora y estimulante, y Julia quería seguir escuchándola.

—Háblame de ellas —dijo Lena—. Me encanta oír historias de tu familia.
—¿No las has oído ya todas? —le preguntó Julia.
—¿Lo dices por Mickey? No, ella nunca habla de nada personal. —La luz de las velas suavizó la sonrisa de Lena y sus ojos se encontraron con los de Julia al otro lado de la mesa—. Vosotras dos sois tan diferentes como el día y la noche.
—Pues pienso tomármelo como un cumplido.
—Va, cuéntame cosas de ti —dijo Lena—. ¿Eres la única doctora de la familia?
—Tengo un primo en California que es reumatólogo, pero solo unas cuantas personas de la familia saben que es lo que hace en realidad.
—¿Y Mickey y tu sois las únicas lesbianas? Aparte de Larissa, claro.

Julia sonrió.

—La tía Sophia está en un convento y aún no hemos perdido la esperanza en ella. —Cuando llegaron las ensaladas, Julia aprovechó para condensar su árbol genealógico y veinticinco años de vida con Phoebe y Larissa en unas pocas frases elocuentes—. Mis padres descienden de buenos Rusos. Mi madre tiene nueve hermanos y mi padre, siete. Los dos nacieron en Rusia y crecieron en Nueva York. Por parte de padre, tenemos dos abogados, un cura, un propietario de un restaurante, un vendedor de coches usados y tres amas de casas. Por parte de madre —los Serkin—, hay una enfermera, un jardinero, un conservador de museo, tres violinistas, un técnico de telefonía, dos amas de casa y la tía Sophia en el convento. ¿Te han dicho alguna vez cual es el verdadero nombre de mi madre?
—No —respondió Lena.
—Larissa Viktovna Cherkasova —dijo lentamente Julia—. Siempre me ha parecido un nombre muy bonito, especialmente cuando lo pronuncia mi abuela, pero mi madre prefiere que la llamen Larissa. —Julia disfrutó con la risa de Lena—. Mis padres nunca se han divorciado — prosiguió—. Prefieren vivir en pecado y fingir que nadie se da cuenta. Por parte de padre tengo treinta primos y otros tantos por parte de madre, e intento asistir a las reuniones familiares siempre que puedo.
—¿Tus padres nunca se divorciaron? —dijo Lena, con la sorpresa claramente reflejada en su rostro.
—No. Mi madre tiene un pequeño gran discurso sobre el Papa y el divorcio, y sobre cómo ser una lesbiana católica, y siempre recurre a él cuándo vi a mi tía Sophia. Ya haré que lo recite para ti algún día: es muy entretenido.
—No tenía ni idea.
—¿Mickey no te hablaba nunca de los Volkov y los Cherkasov? —preguntó Julia y después se rió—. Si me sigues haciendo preguntas puedo pasarme toda la noche hablando de mi familia.

«Me encanta mi familia —pensó Julia—. Me gusta estar con ellos y hablar de ellos. Y aquí sentada esta la mujer a la que quiero, alguien que nunca ha tenido una familia el tiempo suficiente como para sentir que pertenecía a algún sitio y, aunque no pueda hacer que me quiera solo por compartir con ella las nimiedades de los Volkov, estoy completamente segura de que puedo enseñarle una parte de mí que muy poca gente conoce.»

—¿Y cómo se llevan ahora tus padres? —preguntó Lena—. ¡Aún no me puedo creer que no llegaran a divorciarse!
—Al principio no era demasiado agradable, pero ahora mi madre, Phoebe y mi padre se llevan la mar de bien. Cada vez que ellas van a Nueva York se quedan en su casa. Mi padre está con una mujer, pero no tiene intenciones de volver a casarse.

Retiraron las ensaladas y les sirvieron los segundos. Lena continuó formulando una batería de preguntas sobre los temas más diversos, desde cómo fue crecer siendo Rusa hasta los precios astronómicos de la facultad de medicina, y Julia contestó a todas las preguntas lo mejor que pudo. Después de describir un día típico en la vida de una dermatóloga, fue Julia quien planteó su propia pregunta.

—¿Que ha pasado entre Mickey y tú? ¿Puedes hablar de ello?

Lena se encogió de hombros y frunció los labios, pensativa.

—Supongo que en gran parte ha sido culpa mía: esperaba demasiado de ella, cosas como fidelidad y honestidad. Cometí el error de dar demasiadas cosas por supuestas. Yo me tomo los compromisos muy en serio, mientras que lo único que Mickey se toma en serio es su trabajo.
—Estás muy dolida.
—Estoy muy enfadada y avergonzada por toda esta sucesión de acontecimientos. —Lena alcanzó su vaso de agua y encontró la mirada de Julia a la luz de las velas—. Tengo una pregunta parecida para hacerte —dijo—. Entre Mickey y tú también pasó algo. Tu madre decía que hubo un tiempo en que estabais muy unidas.

«Fuiste tú —le respondió sin palabras Julia—. Las dos nos enamoramos de ti.»

—Solía imaginarme como sería tener una hermana —dijo Lena—. Y tener una hermana que también sea lesbiana parece un sueño —sonrió con tristeza—. Espero que Mickey sea mejor hermana que amante.


Julia se rió sin saber muy bien que decir. La sonrisa de Lena se desvaneció poco después.

—No estoy segura de lo que me está pasando —repuso Lena—. No comprendo mis emociones.
—¿Sigues enamorada de ella? —le preguntó Julia y aguantó la respiración mientras esperaba la respuesta: un si hubiera sido devastador, aunque Julia, en aquel momento, no estaba preparada para escuchar ninguna respuesta, fuera cual fuera.
—No lo sé —respondió Lena—. Parece razonable creer que debería estarlo. Incluso me preocupa mas no poder decir claramente que sí que lo estoy. —Cerró los ojos y se estremeció visiblemente—. Dios, no quiero estar enamorada.

«Pues parece como si lo estuvieras», pensó Julia.

—Ya empiezo a recuperarme del shock —dijo Lena— y sé que mi rabia es comprensible. Lo que me cuesta más es superar la humillación. Que tu madre encontrara la nota de Mickey fue horrible: ella y Phoebe no sabían que decir y yo lo único que quería era que me dejaran sola. Sentí que Mickey me había utilizado y había abusado de mi confianza. Y si después de eso sigo enamorada de ella, entonces necesito que me vea un médico.
—No podrás evitarla siempre, ¿sabes? Ahora le tocaba reírse a Lena.
—Ya lo creo que puedo.

Antes de que se dieran cuenta eran las únicas clientes que quedaban en el restaurante.

—¿Qué hora es? —preguntó Julia, mientras entrecerraba los ojos para mirar su reloj a la luz de las velas.
—Las diez y media —dijo Lena—. ¡No puede ser!

En el camino de vuelta a casa, Lena le hizo más preguntas a Julia sobre su familia y aquellas entretenidas perlas de sabiduría siguieron saliendo de los labios de Julia. No se le escapó que Lena comentó dos veces que se lo había pasado muy bien. Las cosas estaban mejorando. Julia era cautelosamente optimista.
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Mensaje por Anonymus 4/25/2015, 12:30 pm

Capítulo cinco


Días más tarde, Lena se puso furiosa cuando, en el trabajo, contestó al teléfono y escuchó la voz de Mickey. Tras quedarse muda durante unos segundos, incluso a ella misma le impresionó la furia sin precedentes que retumbó en su interior.

—¿Cómo te atreves a llamarme aquí?

Hervía de indignación.

—¿Qué se supone que he de hacer? —ladró Mickey—. ¡Te dejo en recepción mensajes que no contestas, no respondes a mis cartas y te has cambiado el maldito número de teléfono! Tenemos cosas que discutir.
—Yo no tengo nada que decirte —y con esto, Lena colgó de un golpe. Sin embargo, una hora después Mickey consiguió que se volviera a poner al teléfono.
—La finca del lago —dijo Mickey con prisas frustradas, porque en cuanto oyó su voz Lena volvió a dejar el auricular en su sitio. Más tarde, aquel mismo día, Mickey hizo que otra persona llamara y, en cuanto Lena se puso al teléfono, le arrebató el auricular y empezó con su discurso:
—Quiero esa finca, Lena, estoy dispuesta a...
—Mickey, si vuelves a llamarme otra vez aquí, te denunciaré por acoso. —Lena hablaba con una voz tranquila pero tan poco natural que una compañera de trabajo que había cerca se detuvo a mirarla—. Si tienes algo que decirme, puedes escribirme, hacerme llegar el mensaje mediante tu madre o ponerte en contacto con mi abogado, pero nunca, y quiero decir nunca, me vuelvas a llamar aquí. ¿Está claro?


Colgó de nuevo, con la certeza de que Mickey Volkova no volvería a llamarla al trabajo. Lena alejó de su mente aquel sórdido incidente, como si nunca hubiera sucedido. El sábado por la tarde, Lena cerró la puerta del dormitorio y dejó dentro a Cardigan, echando una cabezadita sobre el edredón, a los pies de la cama. Si el gato estaba en otra parte de la casa, Phoebe podría quedarse más rato. Lena había invitado a Larissa, Phoebe, Janet y Julia a cenar. Tener invitados y mantenerse ocupada siempre la hacían sentirse mejor. Larissa y Phoebe llegaron las primeras, seguidas por Janet, cuyo coche se había estropeado en la misma calle, a una manzana. Estaba hablando por teléfono, intentando conseguir una grúa.

—¿Puedo ayudar en algo? —le preguntó Larissa a Lena en la cocina. Cerró los ojos e inspiró profundamente al lado de una cazuela que hervía a fuego lento—. Lo de aquí dentro huele divinamente.
—Puedes llevar esto a la salita y ayudar a Phoebe y a Janet, a comérselo. —Lena sacó los aperitivos de la nevera mientras sonaba el timbre.— Y si puedes ir a abrir te lo agradecería.

Larissa abrió la puerta delantera y le dio un abrazo a Julia.

—Mi hija la doctora. Adelante, pasa. Lena está en la cocina.


Julia saludó con la mano a Phoebe, que se encontraba acomodada en un sillón mullidísimo, junto a la chimenea.

—Hola, doctora —la saludó Phoebe.— ¿Qué tal el negocio de la piel?
—Pasable, aunque a veces resulta espinoso —respondió Julia—. ¿Y tú?

Miró con curiosidad a Janet, que estaba al teléfono dando instrucciones a alguien. «¿Cuánta gente se supone que va a venir?», se preguntó. Julia se había pasado toda la semana esperando la cena, aunque sabía que no iba a estar a solas con Lena, ya que confiaba en poder ocuparse de eso más tarde, cuando todas las demás se hubieran ido. En aquel momento el simple hecho de estar allí ya era todo un logro. En la cocina Julia encontró a Lena removiendo una salsa de queso y ajustando la temperatura de un fogón.

—¡Ah —exclamó Lena, con una sonrisa de bienvenida—. Estás aquí.

Julia se rió y no la sorprendió en absoluto la agitación que volvió a su estómago. Todas las cosas le sentaban bien a aquella mujer y los colores que Lena solía utilizar siempre eran perfectos: tonos otoñales, naranjas suaves y marrones, siempre acentuando los reflejos de su cabello. «Se te cae la baba, Volkova. Se te cae la baba».

—¿Quieres beber algo? —le preguntó Lena—. Tu madre me ha dicho que hoy has hecho de voluntaria en la clínica.

Julia estaba encantada de haber sido objeto de una conversación previa. Era evidente que por lo menos había estado en la mente de Lena una vez aquel día.

—Mi madre tuvo la amabilidad de dejarme libres diez minutos para la comida, pero las tres galletas de higo que encontré en un cajón del escritorio a las once y media ya hace horas que se han esfumado.

Lena inclinó la cabeza y repasó a Julia con una mirada lenta e interesada. El pulso de Julia se disparó cuando sus miradas se encontraron.

—¿Tres galletas de higo? —dijo Lena—. Entonces tendré que ver si puedo saciar todo tu apetito.

Julia podía sentir el calor que le subía a la cara mientras tosía nerviosamente. Janet entró en la cocina refunfuñando sobre las garantías de los coches nuevos. Lena las presentó y prometió que la cena estaría lista enseguida.

—La otra novia a la que han dejado plantada —explicó Lena cuando Janet salió de la cocina para poner la mesa—. Está muy deprimida y de lo único que habla es de lo sucedido entre Mickey y Verónica.
—Entonces intentemos que el ambiente de la cena sea más distendido posible —sugirió Julia—. Igual podemos jugar a algún juego de mesa, como las charadas o Tabú.
—Por favor —dijo Lena—, estoy convencida de que podemos disfrutar de la cena sin tener que recurrir a nada de eso.

Y la velada continúo: una comida deliciosa fue servida y consumida para el deleite de todas.
Larissa, Julia y Phoebe explicaron anécdotas del hospital. Las historias de Larissa sobre los turnos dobles en el pabellón de psiquiatría solo rivalizaban con la descripción que hizo Julia de su primera rotación en una clínica de enfermedades venéreas: en principio, era un tema del que no parecía muy apropiado hablar durante una cena, pero en realidad era muy divertido. Cuando gran parte del pastel de queso había desaparecido y ya estaba preparada la segunda cafetera de café descafeinado, todas estaban muy animadas. Sin embargo, la distribución de asientos en la salita, más tarde, despertó las sospechas de Julia de que algo diferente estaba sucediendo. Janet le había parecido muy atenta durante toda la cena: se aseguraba de que Julia tuviera sal, pimienta, la copa siempre llena y todo lo que pudiera necesitar. Se reía en los momentos adecuados y le había formulado toda una serie de preguntas halagadoras. En un determinado momento, Julia se dio cuenta de que Lena las miraba con regocijo mal disimulado. En aquel instante le pareció tan agradable contar con su atención que se le escaparon las razones que Lena tenía para fijarse en ella. No obstante, cuando pasaron a la salita, Julia se dio cuenta de que Janet se abalanzaba hacia el sofá para poder sentarse a su lado y que después le acarició la rodilla tras una banalidad que Julia había comentado.

—¿Donde esta Cardigan? —preguntó Phoebe—. Como no he tenido ningún problema de respiración me he olvidado de él.
—Seguramente este en mi cama viendo la tele —dijo Lena.
—Y comiendo bombones, seguro —añadió Larissa y apretó la mano de su compañera—. Me alegra ver que estas aguantando tan bien.
—¿Te ha explicado alguna vez Lena porque le puso ese nombre a Cardigan? —le preguntó Janet a Julia. Tenía el brazo extendido a lo largo del respaldo del sofá, cerca del hombro de Julia.
—Tiene que ver con que perdía pelo suficiente como para hacer un suéter —dijo Julia y miró a Lena, que seguía con aquella expresión divertida.

Entonces, cambiaron de tema y todas explicaron anécdotas de animales. La contribución de Phoebe siempre finalizaba con la descripción de como se le bloqueaba la garganta tras haber pasado unas horas con un gato. Poco después Larissa empezó a bostezar y a hablar de irse: ya eran las once. Julia miró el reloj y esperó que, por fin, todo el mundo estuviera dispuesto a marcharse. Estar a solas con Lena no iba a ser tan fácil como le había parecido al principio, cuando lo pensó, pero, para su pesar, Janet tenía otros planes.

—¿Puedo pedirte que me acerques a casa? —le preguntó Janet—. Tengo el coche en el taller

Julia hizo todo lo que pudo para disimular su disgusto y volvió a captar aquella expresión divertida en el rostro de Lena cuando sus miradas se encontraron desde el otro extremo de la sala. Todas se prepararon para irse e intercambiaron abrazos y comentarios elogiosos sobre la cena. Lena soltó una risita y le dio a Julia una palmada en la espalda.

—A ella le pareces bien —le susurró Lena— y tú me dijiste que te gustaban altas.
—¿Qué es lo que está pasando? —tartamudeó Julia en un susurro aterrorizado.
—¿Vosotras dos estáis listas? —preguntó Phoebe mientras abría la puerta delantera—. Podemos salir todas juntas.

Julia se inclinó hacia Lena y le susurró:

—Te llamaré en cuanto llegue a casa.

Si se paraba a pensar, ni siquiera un momento, en lo que estaba sucediendo, seguramente se iba a enfadar mucho.

—¿Cuando? —se burló Lena—. ¿Dentro de tres o cuatro horas? Ni se te ocurra llamarme tan tarde.
—En veinte minutos, como máximo. —Julia no sabía dónde vivía Janet, pero iba a dejarla allí y estar de vuelta en su casa en un tiempo record.

«Esto es increíble —pensó—. Totalmente increíble. ¿Tres o cuatro horas? ¿Qué caramba se supone que quiere decir?» Julia dejó a Janet en una bonita casa de dos pisos con jardín en Castle Hills, un barrio caro; Maxine y Betina no vivían muy lejos. La conversación durante el trayecto consistió en una serie de preguntas que Janet le formuló a Julia sobre su profesión y en las respuestas esporádicas de Julia, que a menudo no eran más que monosílabos. Las dos estaban un poco distraídas cuando Janet invitó a Julia a una copa. Aun así, la respuesta de Julia fue menos torpe de lo que cabía esperar: era tarde, al fin y al cabo. Cuatro manzanas después de haber dejado a Janet, Julia tomó su teléfono móvil y llamó a Lena, pero comunicaba. Siguió llamando durante todo el camino a casa, pero solo obtuvo la señal de que comunicaba. «
¿Es posible que Lena haya descolgado el teléfono? — se preguntó—. ¡Incluso después de que yo le haya dicho que iba a llamarla?» Julia estaba tan disgustada que tenía ganas de llorar. Cuarenta y cinco minutos más tarde, aparcó en el garaje de su casa y se quedó un rato en el coche. Detestaba aquellos insanos estallidos de irascibilidad. Bajó del coche y entró en la casa por la cocina. En cuanto abrió la puerta, escuchó una voz de mujer que hablaba en la salita. Tardó un momento en darse cuenta de que Lena estaba dejando un mensaje en el contestador, pero, en el tiempo que tardó en correr hacia el teléfono, Lena ya había colgado. Julia se dejó caer en el sofá y apretó el botón de Play para escucharlo.

«Por si has intentado llamarme —decía la voz de Lena—, he estado al teléfono hablando con Janet desde que la dejaste en su casa. Parece que se siente bastante atraída por ti. Y si no has estado intentando llamarme, entonces la pregunta es: ¿por qué no? Me dijiste que en veinte minutos, como máximo y ya han pasado cuarenta y cinco.» Julia alcanzó el teléfono y respiró hondo. No recordaba la última vez que se había sentido tan feliz. Marcó el número de Lena y escuchó su voz tranquila y profunda.

—Hola —dijo Julia—. Acabo de oír tú mensaje

Quería saber exactamente donde estaba Lena en aquel momento: si hecha un ovillo en el sofá frente al televisor, o en la cocina recogiendo los restos del banquete, pero no se atrevía a preguntárselo. Prefería imaginársela en la cama, en medio de un montón de almohadones, vestida únicamente con un simple camisón.

—Has obrado un milagro en la autoestima de Janet — dijo Lena—. Ha estado hablando de ti sin parar durante media hora.

Julia no estaba segura de cómo debía responder a aquello. Lo último que quería en el mundo era darle a Lena un motivo para que le siguiera tomando el pelo.

—¿No te interesa lo que me ha dicho? —le preguntó Lena.

Julia se rió.

—La verdad es que no.
—¡Oh! ¿He malinterpretado la situación?

Julia empezó a relajarse un poco y apoyó la cabeza contra el respaldo del sofá.

—Según tú, ¿cuál era la situación?
—Esta noche he captado intensas vibraciones —dijo Lena—. Y Janet me ha dejado bien claro que le interesas.
—Sean cuales sean las vibraciones que te ha parecido que yo emitía, no tenían nada que ver con Janet, te lo aseguro.

Hubo un momento de silencio antes de que Lena, de nuevo, pronunciara un simple: «0h». La ausencia de una respuesta más entusiasta llamó la atención de Julia. Había hablado demasiado pronto. Era evidente que Lena aún no estaba preparada para oír nada de eso.

—Bueno, dejémoslo por ahora —dijo Julia rápidamente—. Yo... esto... me preguntaba si querrías cenar conmigo algún día de esta semana. Podríamos ir al centro y mezclarnos con los turistas. Hace siglos que no lo hago.

Hubo otro largo silencio antes de que

Lena dijera:

—Julia... No tenía ni idea...
—Por favor —susurró Julia—. Olvida lo que he dicho. Olvidemos las vibraciones y olvidemos a
Janet. ¿Qué te parece cenar el martes? Hagamos de turistas: podemos ir al River
Walk, al Planet Hollywood o al Hard Rock Café. 0 a los tres sitios: la ruta completa.
—¿Te gusta ese tipo de cosas?
—¿Hacer el turista?
—No. El Planet Hollywood, el Hard Rock, todo esos sitios para yuppies. Por favor, dime que no has estado nunca en Hooters. Por favor.

Julia se rió.

—Nunca he estado en Hooters.
—Gracias.
—Me educaron dos feministas. En nuestra casa ni siquiera se podía pronunciar la palabra hooters. ¿Así, que? ¿Quedamos el martes? Te recojo a las siete. Te prometo que va a ser divertido.
—Seguro que sí —dijo Lena—. Me has dado mucho en lo que pensar. Tengo que procesar y reconsiderar todo lo de esta noche.
—Mantente abierta, a la expectativa, es lo único que te pido de momento.
—Me parece justo —dijo Lena—. Así pues, nos vemos el martes a las siete.


La abogada de Lena llamó para transmitirle la propuesta de Mickey sobre la finca situada frente al lago, de la cual eran propietarias. Alpha Cooper era dura y Lena sabía desde el primer momento lo furiosa que se pondría Mickey cuando supiera quien la representaba.

—Quiere la finca, pero se negaba a pagarte por ella ni un solo céntimo —dijo Alpha en el tono seco y escueto al que recurría cuando estaba enfadada—. Cuando deje de reírme y le pedí que no me hiciera perder más tiempo, de mala gana me ofreció la mitad del valor que las dos habíais pagado. Me alegra comunicarte que ahora está dispuesta a pagarte la mitad de lo que vale la finca y puede que si nos mantenemos firmes consigamos un poco más. La quiere con toda su alma, pero yo no estaba segura de cuanto quieres hacerla sufrir.
—Saca todo lo que puedas —le dijo Lena tranquilamente. Odiaba aquel tipo de cosas: las peleas y los regateos. Solo con pensar en Mickey, sentía un peso en el pecho, pero la desolación y el shock inicial ya se habían visto reemplazados por la rabia—. Simplemente, asegúrate de que no tenga que verla.

Al día siguiente, en el trabajo, Lena se pasó la mañana catalogando y discutiendo, de vez en cuando, con la oficina de administración municipal sobre una propuesta de recorte de presupuesto. Los empleados de todas las bibliotecas públicas de la ciudad estaban disgustados por el rumor. Un poco más tarde llamó Janet. Su voz temblaba de nerviosismo y excitación.

—¿A que no adivinas que pasó anoche? —dijo Janet de un tirón—. Verónica vino a casa y hemos dormido juntas. Se había peleado con Mickey. ¡Oh, Dios! Fue muy excitante. Nunca habíamos disfrutado tanto del sexo. He quedado con ella en casa para comer dentro de una hora. ¿No es fantástico? Para comer. ¡Ja! La verdad es que hoy no tengo previsto comer.

Lena aferraba el teléfono con tanta fuerza que se le estaban poniendo blancos los nudillos.
—¿Por qué me cuentas eso?
—¿Por qué? ¿No lo ves? Mickey va a volver a tu lado arrastrándose. Es perfecto.

Lena no podía emitir palabra. No quería que Mickey volviera y tampoco quería saber nada de Janet y de Verónica.

—Creía que te alegrarías por mí —repuso Janet en un tono más apagado. Lena quería decirle: «Eso no te hace mejor que ellas». Se recostó en el asiento y se frotó la frente con dedos— Estoy enamorada de ella, Lena. No te engañes, tú harías lo mismo si Mickey se plantara en el umbral de tu casa.

Lena sintió un tirón en la boca del estómago ante la idea de que podía ser tan débil y estar tan necesitada. «¿Que hubiera hecho yo? —se preguntó—. Puede que sea por eso por lo que ahora evito ver a Mickey, el motivo por el que ni siquiera quiero entablar una breve conversación con ella. ¿Tengo miedo de la influencia que ejerce sobre mí? ¿Sigo enamorada de ella? ¿No me importa que me haya dejado por un bomboncito rubio?» De repente, Lena se sintió agotada. Estaba cansada de pensar y cansada de enfrentarse a tantas emociones nuevas.

—Voy a intentarlo, Lena —le dijo Janet, que había recuperado parte de su entusiasmo original—. Puede que hoy la convenza para que se quede toda la noche.
—Janet —dijo Lena con un suspiro de cansancio— anoche, después de dejarte, ¿Verónica se fue a casa con Mickey?
—Me dijo que no podía quedarse. No sé adónde iba.
—Pues piensa en ello.
—¡Por Dios, Lena! ¿Por qué estas intentando estropeármelo?
—¿Quieres escuchar lo que estás diciendo? —le espetó Lena—. Se fugaron juntas a México. Verónica te dejó por otra mujer. ¿Eso no significa nada para ti?
—Ahora mismo no me hace ninguna falta oírlo, ¿vale? Siento haber llamado. Tengo una cita para comer y he de arreglarme.

Lena escuchó el chasquido, pero mantuvo el auricular en su sitio unos segundos más. «Yo tengo más respeto por mí misma.» Mientras colgaba, inspiró profundamente y volvió a frotarse sus ojos cansados, rezando en todo momento por que fuera cierto que ella tenía más respeto por sí misma.
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Mensaje por Anonymus 4/25/2015, 12:33 pm

Capitulo seis



Julia Volkova estaba preparada para ir a trabajar y andaba más animada de lo normal mientras se movía por el apartamento. Había tenido un sueño muy vivido, en el que besaba a Lena, e incluso entonces, horas después, mientras preparaba su maletín, le daba un vuelco el estómago cada vez que lo recordaba. Se sorprendió a sí misma cantando tontas canciones de amor de camino al restaurante donde tenía que encontrarse con Maxine para desayunar. Se sentía de maravilla. En el sueño, Julia recogía a Lena para ir a cenar y cuando estaban en el coche parecía como si Lena se hubiera sentado un poco más cerca de ella en el asiento. Julia no podía recordar nada de lo que hablaban pero sí que Lena se reía y como su pelo pelirrojo enmarcaba su encantadora cara cada vez que inclinaba la cabeza. En el sueño, Julia sugería que después de la cena podían ir a su casa a ver a los gatitos. «De donde caray han salido los gatitos, Volkova?» se preguntó a sí misma con una risita, mientras zigzagueaba entre el tráfico. Noah, el gato persa de Julia, no tenía ni una pizca de espíritu maternal en todo el cuerpo, pero en su sueño había cuatro gatitos en una cesta junto a la puerta del lavadero. Eran unas criaturitas preciosas, que apenas habían abierto los ojos. Julia se arrodillaba a un lado de la cesta y Lena al otro, y de pronto sus ojos se encontraban, dejaban los gatitos al mismo tiempo y se acercaban la una a la otra para darse un beso. Cuando terminaban de besarse, Lena se levantaba, daba media vuelta y salía de la habitación, mientras Julia empezaba a soñar con otras cocas.

—¿Eso es todo? —dijo Maxine por encima de su taco de patata y huevo—. ¿Soñar con un beso es lo que te ha dejado en ese estado? Vaya, vaya. Me pregunto cómo estarías si te hubiera manoseado un poco.

Julia le lanzó una servilleta hecha una bola.

—¿Qué tipo de beso era? —le preguntó Maxine.
—Bueno, Dios, muy bueno —respondió Julia, con un suspiro—. Me estremecí de tal modo que, si no llega a ser porque estaba dormida, me hubiera desmayado.

Las risas de Maxine acallaron unas cuantas conversaciones en las mesas de su alrededor.

—Háblame de ese beso —dijo, bajando la voz—. ¿Lena estaba tan interesada como tú? En el sueño, quiero decir.
—¡Ya lo creo! Ella también me estaba besando.
—¿Por qué crees que se levantó y se fue de esa manera? —preguntó Maxine.
—No lo sé. Puede que fuera hacia mi dormitorio, esperando a que yo la siguiera.
—Parece como si todavía continuaras soñando, doctora Volkova.

Julia le habló de su inminente cita del martes por la noche.

—Creo que estoy un poco nerviosa —admitió. Dejó de fingir que comía y, en vez de eso, dio un sorbo a su café tibio—. No estoy segura de lo que debo hacer de ahora en adelante.
—Ataca —dijo Maxine—. No hay ninguna duda.

Julia puso los ojos en blanco.

—No puedo creer que te esté pidiendo consejo a ti. A la que mantiene relaciones sexuales en la zona de carga y descarga de pacientes porque a primera hora de la mañana los ascensores están demasiado llenos.

Maxine sonrió y apartó el plato vacío.

—Se diría que estas celosa: claro que deberías estarlo. —Alcanzó el café y escudriñó a su amiga por encima de la taza— ¿Y que tiene esa mujer de especial? —Le preguntó Maxine con seriedad—. He vista mujeres agolpándose a tu alrededor para intentar captar tu atención. Ahí fuera siempre has sido muy popular. ¿Por qué sigues soñando con alguien que ni siquiera sabe que existes?
—Porque, en mis sueños, besa de maravilla.
—Sí, claro —dijo Maxine con una sonrisita—, en tus sueños.

El martes por la noche Julia llegó puntual a la cita, pero más nerviosa de lo que parecía adecuado. Lena abrió la puerta vestida con una falda marrón oscuro y un chaleco rojizo sobre su blusa de seda beige. Por un momento, Julia se quedó anonadada cuando la vio. «Dios, es preciosa».

—Mi amiga la doctora —dijo Lena, con cortesía—.Pasa, ya casi estoy.

Decidieron olvidarse de las actividades turísticas y, en lugar de eso, ir a un restaurante bonito y tranquilo en Monte Vista. Al contrario de lo que sucedía en el sueño de Julia, Lena no se acercó a ella en el coche, pero durante toda la cena se divirtieron la una a la otra.

—¿Cómo eras cuando eras niña? —le preguntó Lena, mientras compartían una porción de pastel de queso con cerezas.
—Curiosa, lista y testaruda —dijo Julia y, de repente, se rió—. Una empollona. ¿No es así como dicen los niños? En mis tiempos éramos sabiondos, creo, pero en realidad a las niñas no nos llamaban así. Ya te haces una idea, yo era la única en clase que siempre sacaba la mejor nota en los exámenes y fastidiaba la media de los demás.

Lena sonrió.

—Tú eras la niña al lado de la cual todo el mundo se quería sentar con la esperanza de echar un vistazo a tu examen. —Con la punta del tenedor, se tocó su labio inferior, perfecto—. Háblame de tu primera amante.

Y a partir de ahí se pasaron el resto de la noche intercambiando anécdotas sobre outings y sobre momentos embarazosos de la adolescencia. Se reían continuamente, igual que en el sueño de Julia, y de nuevo fueron las últimas en abandonar el restaurante.

—No puedo creer que sea tan tarde —dijo Lena durante el trayecto en coche a su casa—. ¿Este sábado trabajas en la clínica, para tu madre?
—Ah, sí. Me ha planeado el día hasta la milésima de segundo.
—El domingo es la Fiesta Gay y Lésbica —dijo Lena—. ¿Pensabas ir este año?

El corazón de Julia empezó a palpitar. «¿Me está pidiendo que salgamos? ¿Estamos a punto de empezar a hacer planes sobre algo que ha propuesto ella? El domingo he de estar localizable porque Morgan está fuera de la ciudad, pero eso no es ningún problema: pasaré visita a sus pacientes a primera hora. Es pan
comido.»

—El domingo he de estar localizable —explicó Julia, sin alterarse—, pero como llevo el busca, puedo permitirme alguna licencia.
—Yo estaré un par de horas trabajando en la caseta del comité político —dijo Lena—, pero, aparte de eso, estoy libre, así que seguro que nos vemos allí.

Julia aparcó frente a la casa de Lena. Quería algo más concreto que un «seguro que nos vemos allí»

—Phoebe se encarga de organizar las casetas este año —comento Lena—, así que no llegues demasiado pronto o te pondrá a trabajar. —Reclinó la cabeza hasta acomodarla en el reposacabezas y se giró hacia Julia—. Me lo he pasado muy bien esta noche.
—Parece que te sorprende.
—Supongo que un poco sí. Últimamente lo he pasado muy mal. —La luz del salpicadero iluminó la sonrisa de Lena mientras volvía a girar el rostro hacia Julia—. No te pareces en nada a Mickey.
—Gracias —dijo Julia y se vio recompensada por una sonora risa. Sus ojos volvieron a encontrarse por un momento y fue entonces cuando, de haber estado soñando, Julia se hubiera inclinado a besarla. Pero el momento se desvaneció cuando Lena abrió la puerta y el coche se vio inundado de una luz no deseada.
—Entonces, hasta el domingo —dijo Lena—. Buenas noches.

Durante todo el camino a casa Julia se estuvo preguntando si no estaría siendo demasiado pasiva. «Ataca», le había instado Maxine, que no estaba nunca sin amantes. Julia negó con la cabeza y suspiró. Quizá Maxine tenía razón.

***
El domingo hacia una bonita y soleada tarde de abril y se esperaba que la temperatura alcanzara los veinticinco grados. La música en La Villita Assembly Hall era ensordecedora, pero parecía que no le importaba a nadie. Las conversaciones podían esperar a los festejos en el patio, donde se encontraban los vendedores ambulantes de perritos calientes, fajitas y muslos de pavo. El único motivo por el que el Assembly Hall en sí estaba repleto de gente era porque allí dentro vendían cerveza y había aire acondicionado. Julia vio a Phoebe con su gorra de «Mala actitud» puesta, abriéndose paso entre la multitud que entraba.
—¡Eh! —le dijo Phoebe mientras le daba un abrazo—. ¿Qué tal el negocio de la piel hoy?
—Con algunas arrugas. —La música estaba tan fuerte que prácticamente se estaban gritando la una en la oreja de la otra—. Un éxito de público.
—Tu madre está trabajando en la caseta de la Coca-Cola, al lado de aquel enorme altavoz de allí. La música esta tan fuerte que lleva tapones en los oídos y orejeras. No puedes perdértela.

Julia avanzó lentamente hacia la caseta, pero en el camino se encontró con varias mujeres a las que conocía. Era imposible hablar lo bastante alto como para oírse, de manera que los abrazos y los gestos con las manos eran prácticamente todo lo que se podía esperar. Julia le compró una cola light a su madre y se rió de sus orejeras peludas y negras, que hacían juego con la camiseta sin mangas gris y con los bermudas negros. Julia prometió volver más tarde para trabajar juntas un turno. Larissa se inclinó y le gritó al oído:

—No se lo deseo a nadie. Lena está en el stand del comité intentando colocar sus mercancías. Ve a divertirte. Nos vemos luego.

Fuera, en el patio, todo parecía mucho más calmado. Otro DJ estaba situado en el extremo más apartado, enviando una ráfaga de música en aquella dirección, pero al aire libre la música cumplía la función que se le suponía. De una mirada, Julia estudió la caseta de pescar cervezas; la de Miss Texas Gay, donde fabricaban resplandecientes bandas de miss con el monograma que quisieras; la de parejas de Álamo, donde vendían bebidas de frutas muy apropiadas para la ocasión; una caseta de cucuruchos de hielo y de palomitas, y una caseta de besos. Al inspeccionar más detenidamente la caseta de los besos, vio a Lena y a Joey, un amigo gay de Maxine, que estaban trabajando allí. «Lena está vendiendo besos», pensó Julia. La cola que se había formado frente a la caseta era impresionante: unas diez personas componían una bonita mezcla de hombres y mujeres. Julia se puso a la cola y leyó el cartel que había sobre la caseta: «Besos sencillos, 1 dólar. Besos con lengua, 5 dólares». Y en letra más pequeña: «Para el Comité Político de Gays y Lesbianas de San Antonio». Era una organización a la que a Julia le gustaba hacer donativos. Durante los últimos años había donado miles de dólares y ella en persona había promovido algunas recolectas de fondos, así como también junto con Maxine. Ninguna de las dos tenía demasiado tiempo para ayudar a registrar a los votantes gays o lesbianas, o para trabajar en campañas políticas, así que, en lugar de eso, aportaban dinero, cosa que siempre se les agradecía. Julia contempló a la gente que hacía cola delante de ella para ver cómo iban las cosas. Botecitos de spray para el aliento y de enjuague bucal se alineaban en la repisa que había delante de la caseta. Los hombres de la cola besaban a Joey, un joven Adonis de larga me rubia, y las mujeres besaban a Lena. Eran breves besos platónicos en la mejilla o exageradas muecas con los labios fruncidos. No era más que una diversión inocua por una buena causa y todos parecían estar pasándoselo bien. Detrás de Julia había tres mujeres cuando, por fin, consiguió llegar hasta la cabeza de la cola. Metió la mano en el bolsillo y sacó un billete de cien dólares nuevecito, que la noche anterior había decidido donar. Al verlo, los ojos de Lena y de Joey se abrieron de par en par.

—¿Que puedo conseguir por esto? —preguntó Julia mientras sostenía el billete entre los dedos.
—¡0h, Dios mío! —exclamó Joey—. Por esa cantidad, hasta yo te besaría.
—Pues te doy otro igual por no hacerlo —le informó Julia.
—Muy bien, Lena, nena —la alentó Joey mientras le propinaba un codazo en las costillas—. ¿Estas preparada para esto? ¡Cien pavos!
—No tengo palabras —murmuró Lena. La expresión de su rostro era de asombro, pero sus ojos chispeaban.
—Veamos —dijo Joey mientras señalaba el cartel que colgaba sobre sus cabezas—, esto es o cien besos normales o veinte besos con lengua. —Señaló una caja de lenguas de plástico rojo con el logo del comité. Al parecer, por cinco dólares el beso con lengua consistía en un beso en la mejilla más una lengua de plástico que te entregaban sobre el mostrador—. ¿Estas segura de que estas preparada para esto? —preguntó Joey—. ¿Quieres que pida refuerzos? Seguro que no tendremos ningún problema en encontrar voluntarias para besarla.
—No, no —dijo Lena mientras empezaba a centrarse—.Estoy bien.

Julia estaba nerviosa y no sabía muy bien que hacer a continuación. No quería que su primer beso con Lena fuera en aquellas circunstancias, pero ya era un poco tarde para pensar en eso.

—¿Para quién es esto? —le preguntó Julia a Joey, señalándole el spray bucal, los Certs y el enjuague que se alineaban ante el—. ¿Para mí o para vosotros?
—Para ti —dijo Joey—. Nosotros ya olemos bien.

Julia le lanzó una mirada a Lena, que se estaba riendo y agitaba la cabeza.

—Mi amiga la doctora —dijo Lena con un sensual susurro—. ¿Que deseas? ¿Cien normales o veinte especiales?
—Pide los especiales —soltó alguien en la cola, detrás de Julia.
—Humm...

Antes de que Julia tuviera ocasión de responder, su busca empezó a sonar. «¡Esto no me puede estar sucediendo! —Tiró de la cintura de sus pantalones para comprobar el número en la pantallita digital—. No, no, no. Ahora no.»

—¿Es así la vida con una doctora? —preguntó Lena.
—Normalmente, con esta doctora no. — Nerviosa, Julia se aclaró la garganta—. Lo siento. Tengo que irme.

Alrededor de la caseta se agrupaban cerca de cincuenta personas, que se quejaron, disgustadas por aquel final tan precipitado.

—¿Cuánto tardas en dar un beso? —gritó alguien de la cola—. ¡No te puedes ir con las manos vacías!
—De verdad —dijo Julia—, tengo que irme.

Dos mujeres salieron de la cola e instaron a Julia a avanzar, aferrándola con fuerza por los codos. Allí, por encima del mostrador, Lena la agarró de la camisa y la atrajo hacia sí. Lena le soltó la camisa y Julia sintió cómo situaba las manos a ambos lados de su cabeza, manteniéndola quieta, justo antes de besarla profundamente, con una pasión salvaje. Luego, entrelazó las manos en su cabello y movió su lengua, ansiosa, con intensa urgencia, en la boca de Julia, mientras la multitud empezaba a ovacionarlas. Finalmente, Lena se separó lo suficiente para rozar con sus labios la oreja y el cuello de Julia. Las dos estaban temblando.

—¡Jesús! —suspiró Julia, sin aliento.
—Gracias por el donativo —le susurró Lena al oído.
—Esto valía al menos quinientos pavos —dijo Julia. Tenía las piernas tan flojas que apenas podía aguantarse en pie sin ayuda.
—Si quieres, puedes hacernos un cheque por los otros cuatrocientos —sugirió Joey.

Los ojos de Lena seguían clavados en ella con una mirada ardiente. Julia estaba fascinada y no quería marcharse, pero tenía que encontrar una cabina de teléfono y responder al aviso. Esperaba que su mirada estuviera transmitiendo aquella información cuando Lena la dejó marchar. Julia se giró y convenció a una multitud reticente para que hicieran cola frente a la caseta de los besos y se gastaran el dinero. Se alejó deprisa y llamó al hospital desde un teléfono público que había cerca de los lavabos, para confirmar que era cierto que la necesitaban allí. En su trayecto a través de la ciudad, el estómago no hacía más que darle un vuelco tras otro mientras revivía mentalmente una y otra vez toda la escena. «Lena me ha besado. Me ha besado de verdad.»

***

Julia llegó a casa tarde, cansada y hambrienta. Hurgó en la nevera y encontró una lata de cerveza de jengibre y una manzana que había conocido tiempos mejores. Escuchó los mensajes del contestador mientras buscaba el mando a distancia del televisor. El primero era de Maxine, confirmándole que quedaba con ella para desayunar al día siguiente a la hora y en el lugar de siempre.

—Hemos tenido en cuenta tu sugerencia sobre el sexo en el ascensor —dijo Maxine—. Cuando nos veamos te pasaré el informe completo.

El siguiente mensaje era de Lena. Julia dejó de mascar y prestó atención.

—Soy Lena. El comité ha conseguido seiscientos cincuenta y tres dólares, en gran parte gracias a tus esfuerzos. Llevo toda la tarde pensando en ti. Me preguntaba si podríamos volver a ir a cenar. Llámame cuando puedas.

Julia se tumbó en el sofá y cerró los ojos. Era demasiado bueno para ser verdad. Descolgó el teléfono y marcó el número de Lena. «Te mereces un descanso, Volkova. Aprovéchate de esto mientras puedas.» Lena respondió al primer timbrazo.

—Hola.
—Hola, soy yo, tu amiga la doctora.

Julia se relajó un poco cuando escucho la risa fácil de Lena.

—Joey y yo hemos ganado más dinero en nuestro turno que ningún otro miembro del comité. Los dos tenemos los labios agotados —bajó la voz—. Me ha sabido mal que tuvieras que irte en aquel momento.
—Sí, claro —dijo Julia—. Siempre he tenido una suerte lamentable y un terrible don de la oportunidad.
—¿Qué te parece cenar mañana? Creo que tenemos unas cuantas cosas de que hablar.
—¿Qué clase de cosas? —preguntó Julia.
—De ti, de mí, de un montón de cosas. Y sobre todo de ese beso. No puedo dejar de recordarlo. Así que, ¿qué te parece mañana a las siete? ¿Me recoges?
—Si —dijo Julia—, claro. Mañana a las siete. Te veo entonces.
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Mensaje por darksanctuary 4/26/2015, 12:01 pm

is it all???? En serio....? no hay epilogo o algo?

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Mensaje por Anonymus 4/26/2015, 5:06 pm

Capitulo siete


—Siéntate —dijo Julia mientras daba un trago a su café, a la mañana siguiente. La sonrisa de Maxine delataba que había empezado el día disfrutando del sexo—. Y no quiero oír nada sobre lo del ascensor, ¿vale? Estoy segura de que fue fantástico, así que no necesito más detalles.
—El sexo en el ascensor tiene sus altibajos, amiga mía —dijo Maxine. Julia abrió el menú y gimió.
—Esta noche voy a cenar con Lena y esta vez ha sido ella quien me ha llamado a mí.
—Humm. ¿Conque es eso? Supongo que aún no has saltado sobre ella, ¿no?
—No, aun no.
—¿Esta noche, quizá?
—Todavía faltan semanas para eso.
—¿Semanas? —repitió Maxine, horrorizada. Su busca empezó a sonar. Comprobó el número en la pantalla y buscó en el bolso su teléfono móvil, todo en el mismo movimiento— El bebé de los Gillespie, me juego algo —dijo al tiempo que estiraba la pequeña antena del teléfono y marcaba el número. Mientras esperaba a que alguien contestara, Maxine echó una ojeada a la carta—. La doctora Weston respondiendo a un aviso —dijo. Julia la contempló con una ceja arqueada, preguntándose con qué frecuencia la amante de Maxine se quedaría sola en el restaurante con dos platos que comerse y que pagar. «Seguramente es por eso por lo que se pasan tanto tiempo haciendo el amor en el coche, porque Maxine nunca está en otro sitio el tiempo suficiente.»

—¿Cada cuánto?

Julia cerró la carta y tomó un trago de café.

—Dile que voy para allí. Eso hará que se sienta mejor. —Maxine cerró la carta e hizo un gesto a la camarera—. Ya sabemos lo que queremos —indicó, mientras bajaba la antenita del teléfono móvil y volvía a comprobar el busca. Pidieron y después juguetearon con sus cafés.
—Bueno —dijo Maxine al cabo de un rato—. ¿Cuándo fue la última vez que mantuviste relaciones sexuales, doctora Volkova? —Y luego añadió—: Con otra persona, quiero decir.
—Muy graciosa —refunfuñó Julia—. Y eso no es asunto tuyo, por cierto.
—¿Tanto hace? —Maxine sonrió ampliamente—. ¿Y a que estas esperando? Me vuelves loca con tanta espera.

Julia suspiró y jugueteó con su servilletero plateado.

—Ayer la besé. Me costó cien dólares, pero la besé.
—¿A Lena? ¿Has besado a Lena? —Maxine juntó las manos en la mesa delante de ella—. Rebobina y vuelve a empezar, ¡ya!

Julia le explicó lo de la caseta de besos, el donativo de cien dólares y la llamada del busca justo en el momento en que se suponía que iba a recibir cien besos.

—Espera un momento —dijo Maxine—. ¿Te sonó el busca? ¿Un domingo? ¿Para qué diablos te avisaron: al alcalde le salió un grano en el culo o algo así? ¿A los dermatólogos nunca les suena el busca!
—Estaba sustituyendo a Morgan. Tiene un paciente en el hospital que es alérgico a todo lo que le damos. Cuando pasé visita el domingo por la mañana estaba bien, pero después empeoró.
—Ya veo. Humm. ¿Y qué tal el beso?

Julia cerró los ojos mientras su estómago daba la voltereta habitual cada vez que pensaba en Lena.

—Fue maravilloso —murmuró con una voz de emoción—. Esta noche vamos a cenar para comentarlo. — Ante la mirada escéptica de Maxine, añadió—: Tengo miedo de estropearlo todo si voy demasiado deprisa. —Volvió a apoyarse en el asiento y se apartó un mechón de pelo de los ojos—. Creo que toda esa discusión sobre Mickey me ha puesto los nervios de punta.
—¿Que dice Lena de Mickey?
—No es lo que dice Lena lo que me preocupa —saltó Julia, mientras levantaba los ojos para mirarla—. Al menos, no de momento, sino lo que dices tú: «un genio en la cama», «dentro de un mes volverán a estar juntas». Mickey esto y Mickey lo otro. Por Dios, Maxine, ¿y si tienes razón?
—Así que ahora es culpa mía que tu seguridad en ti misma este por los suelos.

Julia puso los ojos en blanco y negó con la cabeza.

—A mi seguridad en mí misma no le pasa nada —dijo, haciendo un esfuerzo por no alzar la voz—. Tengo un plan y no necesito tus consejos, ¿de acuerdo? Deja que haga las cosas a mi manera.
—¿Cuál es el plan?
—Unas cuantas semanas saliendo simplemente a cenar, con flores y bombones, un poco de romanticismo... Lo clásico.
—¿Y después atacarás?

Julia se encogió de hombros.

—Entonces, por lo menos, estaré preparada para pensármelo.

Había sido un día de mucho trabajo y, en circunstancias normales, Julia hubiera estado cansada y malhumorada, pero aquellas circunstancias no eran en absoluto normales. Tenía una cita con Lena Katina y había sido la misma Lena en persona la que la había llamado para proponerle aquella cita, así que nada más parecía tener importancia. Lena le abrió la puerta con una mirada provocativa, parecida a la que tenía cuando Julia la dejó en la caseta de los besos el día anterior. El ambiente estaba cargado de magia, mientras, lentamente, se estudiaban la una a la otra.

—Pasa —dijo Lena—. Todavía tengo que ponerle la comida a Cardigan. Sera un minuto.

Julia esperó en la sala y curioseó los libros que había en una estantería al lado de la chimenea. Enseguida se dio cuenta de que estaba contemplando una espléndida colección de primeras ediciones. Sin embargo, en mitad del estante había un volumen delgado que captó su atención. Escogió el ejemplar de Instrucciones para 101 usos de un gato muerto, lo abrió y leyó Felices Navidades, Cardigan. Aquí puedes echarle un vistazo a tú futuro. Ja, ja. ¡Es broma! Te quiero, Mickey Julia sonrió ante el malsano sentido del humor de su hermana. A Mickey nunca le habían gustado los animales y seguramente Cardigan estaba dando saltos de alegría por su ruptura. Julia devolvió el libro al estante cuando oyó a Lena en el vestíbulo.

—¿Tenemos una reserva en algún sitio?

Julia hundió las manos en los bolsillos.

—No se me ha ocurrido hacer ninguna reserva. ¿Y a ti?

Lena la miró con picardía mientras se movía lentamente por la habitación. Julia volvio a sentirse impresionada por lo elegante y bella que era. «¿Por qué iba alguien a hacer daño conscientemente a esta mujer?», se preguntó.

—Eres muy puntual —dijo Lena—. ¿Te he comentado que eso me gusta mucho?

Julia negó con la cabeza. No estaba segura de donde tenía la voz, pero no era tan tonta como para intentar hablar en aquel momento. Lena estaba de pie frente a ella, tan cerca que Julia podía aspirar su perfume.

—¿Tenemos prisa? —le preguntó Lena.
—No —dijo Julia—, en absoluto.

Sus ojos volvieron a encontrarse y Julia pudo sentir como su corazón palpitaba con fuerza.

—Mi amiga la doctora. —Lena ladeó la cabeza para verla mejor. Se acercó y suavemente deslizó la yema de un dedo desde la comisura de los labios de Julia hasta su mejilla. A continuación, le rozó el flequillo con la punta de los dedos. Los ojos penetrantes de Julia la habían cautivado—. Será mejor que nos vayamos antes de que haga algo totalmente impropio de mí.
—¿Cómo qué? —susurró Julia. El estómago había empezado a darle vuelcos de nuevo y tenía los cinco sentidos alerta, listos para entrar en acción.
—Como lanzarme sobre el sofá y aprovecharme de ti.

Julia se acercó un poco más y tocó los labios de Lena con los suyos. Antes de que pudiera darse cuenta de lo que estaba sucediendo, Lena la atrapó entre sus brazos y le dio un largo y profundo beso que las dejó a las dos sin aliento. Julia luchaba por mantener la compostura, con su cuello a merced de la boca de Lena. Segundos después la lengua de Lena se volvió impaciente y exigente, mientras movía las manos con rapidez sobre el cuerpo de Julia.

—El sofá es para las criaturas —susurró Lena—. Vamos a la cama.

Tomó la mano de Julia y la guió hacia su habitación, donde los besos se convirtieron en el centro del universo: largos besos que Julia había estado esperando toda la vida, besos que la hacían sentirse débil a causa del deseo. Se quitaron la ropa apresuradamente cuando necesitaron sentirse aún más cerca. Julia quería tocarla por todas partes y al mismo tiempo le encantaba el modo en que las manos de Lena acariciaban su cuerpo. «Estas en el paraíso, Volkova. Al fin has conseguido llegar hasta el cielo.» El cuerpo de Lena se mostraba perfecto, iluminado por la luz que se filtraba de un baño cercano: los pechos rotundos, el vientre plano y las piernas largas y torneadas, tan perfectas como Julia las había imaginado. Lena se separó de ella un momento para apartar la colcha de la cama y tumbó a Julia junto a ella. Sus cuerpos tersos y suaves se fundieron en uno. A Julia le daba vueltas la cabeza y se sentía tan increíblemente afortunada que estaba a punto de llorar. Aquello era mucho mejor que cualquier sueño que pudiera tener. Lena estaba encima de ella, frotándose contra ella, deseando todo aquello tanto como la misma Julia. «Es el paraíso.» La agresividad de Lena fue toda una sorpresa, igual que descubrir que un profesor de catequesis tiene una vida sexual activa. Julia rondaba el colapso sensorial mientras las manos de Lena se movían sobre su cuerpo, sin que fuera posible distinguir entre la pasión y la lujuria. Llevaba años esperando aquel momento, había recreado mentalmente aquella escena cientos de veces y no quería correrse aún. Era demasiado pronto. Quería prolongar aquel instante para siempre, pero sabía que ya estaba muy cerca del límite. Hizo rodar a Lena sobre la espalda y disfrutó de sus manos, que la acariciaban de nuevo, antes de rodearla con los brazos para frotarle la espalda con firmeza. Ahora los besos eran salvajes, con profundos intercambios de lengua y murmullos inconscientes. Julia buscó los pechos de Lena, los lamió ansiosamente y succionó sus pezones erizados. Alargó el brazo y le hizo abrir las piernas: sus dedos se precipitaron entre rizos húmedos y delicados pliegues hasta el centro mojado y palpitante de su sexo.

—Creo que me he corrido cuando me has besado en el salón —dijo Lena con un susurro ronco.
—¿Crees? —preguntó Julia con una sonrisa—. La próxima vez que te corras, señorita Katina, te darás cuenta perfectamente.

Los dedos de Julia se deslizaron sobre el cuerpo de Lena mientras descendía por su estómago y la besaba por todas partes a lo largo del recorrido. Quería que su boca volviera loca a aquella mujer, quería sentir cómo se estremecía de placer una y otra vez antes de llegar al final. Julia se acomodó entre las piernas de Lena, buscó sus manos e hizo que las colocara sobre su cabeza: aquella invitación animó a Lena a abrir las piernas más aun y a agarrarse con fuerza del pelo de Julia. Era maravilloso sentir el movimiento de Lena contra ella de aquel modo, escuchar sus gemidos roncos y profundos. Julia estaba sorprendida de lo mucho que se había excitado en un momento. Unas caderas ondulantes respondían a su insistente estimulación. Lena, con el cuerpo abandonado, se revolvía y se agitaba mientras con las manos mantenía a Julia justo donde la deseaba. Julia podía sentir como su propio cuerpo respondía a una necesidad salvaje y desesperada, mientras disfrutaba del sabor de Lena. Segundos después Lena se corrió con un gemido grave y ronco, que adornó con una sonrisa la cara de Julia. Los dedos soltaron su cabello y revolotearon alrededor de su cabeza como hadas diminutas.

—Acércate —susurró Lena sin aliento—. ¡Por Dios, Julia, acércate para que pueda abrazarte!

Julia besó el interior de los muslos de Lena y se secó la boca con la colcha que tenía al lado. En un instante estaba entre los brazos de Lena y esta le cubrió la frente y la cara de besos desesperados. Lena, con los ojos cerrados y la respiración alterada, tenía el aspecto somnoliento y cansado que suele tenerse después de hacer el amor y que a Julia tanto le gustaba en una mujer. Cuando pudo volver a respirar con normalidad, abrió los ojos y besó los labios de Julia con ternura.

—Sabía que contigo tenía que ser así. —Lena volvió a besarla y después se estiró para encender la lámpara que había al lado de la cama—. Quiero verte mientras te hago el amor.
—No hay ninguna prisa: estoy bien. Tenemos toda la noche.

«¡Dios mío, estoy tan excitada que en cuanto me toques todo se habrá acabado!» Lena se puso de lado y apoyó la cabeza en la mano mientras contemplaba el cuerpo desnudo de Julia. Tomó uno de sus pechos en la mano y deslizó la lengua sobre el pezón.

—Tienes razón, no hay ninguna prisa —dijo, con una sonrisa—. ¿Que he de hacer antes, tocarte o chuparte? ¡Qué más da, si pienso hacer las dos cosas varias veces antes de que acabemos!

Julia cerró los ojos y movió la cabeza.

—Lo que más me gusta es que me chupen —dijo tímidamente—, pero, tal como me siento ahora mismo, como mucho te llevara quince segundos.
—Pues entonces empezaremos por ahí — susurró Lena—. Prepárate para una noche muy larga. Es que tú no lo entiendes —dijo Lena con una risa gutural—. Dos veces ha sido siempre mi record sin vibrador.
—Pues obviamente ya no —replicó Julia, mientras le acariciaba la nuca. Llevaban horas y horas en la cama y ninguna de las dos estaba dispuesta a detenerse tan pronto—. Además, ¿no saqué de aquí todos vuestros juguetes sexuales y los llevé a casa de mi madre?

Lena la estaba besando de nuevo, mientras le hundía una rodilla entre las piernas.

—Negativo —dijo Lena—. Te llevaste un abrelatas, pero me quede con los juguetes. Todos aptos para el lavavajillas: una gran colección para todas las ocasiones. —La abrazó y le apartó de la frente y de los ojos un mechón de pelo rebelde—. Julia, me está ocurriendo algo maravilloso. Esto no es nada habitual en mí. —Lena volvió a abrazarla y la besó en la coronilla—. Creo que hubiera cometido una barbaridad si no llego a poder tocarte cuando llegaste aquí.

Se rió y frotó la mejilla contra el suave cabello de Julia. Ella la besó en el cuello y en los hombros, esperando poder transmitirle con el cuerpo lo que sentía en el corazón. Lena la hizo rodar hasta ponerla encima de ella y deslizó una rodilla entre sus piernas.

—¿Y dónde guardas esos juguetes, señorita Katina? — murmuró Julia—. Aún nos quedan tres horas antes de que suene el despertador.
—Es imposible que tenga otro —dijo, mientras los labios de Julia le cubrían un pezón con suavidad—. Humm. Pero también puede que me esté equivocando al considerar la situación —Lena entrelazó los dedos en el pelo negro y espeso de Julia y le dijo—: En el cajón de la mesita de noche. Doña Sedosa, la varita mágica, es mi favorito.
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Mensaje por Anonymus 4/26/2015, 5:09 pm

Capitulo Ocho


A Julia le sorprendió ver que Maxine ya estaba en el restaurante cuando ella llegó. Para su consternación, una mirada al reloj le confirmó que era ella la que llegaba tarde, no es que Maxine hubiera llegado pronto. Julia se ahuecó el pelo, que aún estaba húmedo. Darse una ducha con Lena aquella mañana hubiera sido una idea excelente si no se hubieran pasado tanto rato besándose bajo el chorro de agua. Julia prácticamente podía sentir cómo resplandecía su cuerpo cada vez que pensaba en Lena y, si hubiera tenido que hacerlo, hubiera sido capaz de vivir durante meses solo con el recuerdo de la noche anterior.

—Creía que me había equivocado de restaurante —dijo Maxine—. Nunca había llegado antes que tu
—Se me ha hecho tarde —repuso Julia.
—¿Estas bien? Te veo diferente esta mañana.
—Perfectamente —respondió Julia—. He estado...
—Espera a que te cuente lo que me pasó anoche Maxine. —El brillo de su mirada alertó a Julia de que se avecinaba un relato de aventuras sexuales, pero la camarera que se acercó a servirles café y a tomar nota las interrumpió momentáneamente—. Betina tiene una amiga que trabaja en el Sea World —dijo Maxine en cuanto se hubo ido la camarera—. ¿Has oído las noticias esta mañana? ¿Has visto los titulares de los periódicos?

Julia negó con la cabeza. Lena era lo único que tenía en la mente.

—¡Estábamos allí anoche cuando nació Baby Shamu! —exclamó Maxine—. Fue increíble.
—¿Baby Shamu? ¿La bal? Estas de broma, ¿verdad? ¿Es por eso por lo que estas tan exaltada?
—Fue todo un acontecimiento mediático —dijo Maxine, un poco molesta por la falta de entusiasmo de Julia—. Nos dieron un distintivo especial y todo.
—Distintivos especiales. ¡Guau! —Julia se rio. «Dios, que bien me siento esta mañana.»—. Me alegra saber que vosotras dos, si hace falta, podéis estar en público sin quitaros la ropa. Es fantástico.

Maxine arqueó una ceja y lanzó una risita cómplice.

—Todavía no se ha acabado la historia, doctora Volkova. Después, mientras todos estaban en el baño del bebe, mi pequeña Betina y yo bautizamos el Shamu Stadium. Por cierto, la acústica es fabulosa. Fue una experiencia estimulante, tal como dicen.
—¿En el Shamu Stadium? ¿Tú y Betina en el...?
—...Shamu Stadium —Maxine terminó la frase por ella—. Me poseyó justo allí, en la zona mojada, cariño, en la primera fila del centro. Fue una experiencia de otra dimensión.
—Se llama zona de salpicaduras, no zona mojada —le recordó Julia.
—Créeme, doctora Volkova. Para cuando nosotras acabamos, era la zona mojada. —Maxine deslizó lentamente la punta de la lengua por su brillante labio superior y movió la cabeza—. Voy a trabajar cada día porque así puedo descansar un poco, te lo juro. —Alcanzó su taza de café—. ¿Y bien? ¿Cómo os van las cosas a vosotras? ¿Ha habido algún progreso en el frente Lena Katina, por decirlo así?

Julia se apoyó en el respaldo y sonrió.

—Anoche hicimos el amor —dijo tranquilamente.
—¿Vosotras que? —gritó Maxine. Volvió a dejar la taza, vertiendo gran parte del contenido sobre el plato—. ¿De verdad?

Julia asintió.

—¿Y por qué me dejas hablar y hablar sobre ese estúpido pez? Cuéntamelo todo sin dejarte ni una palabra.

Se tomaron el café mientras Julia respondía a una batería de preguntas salpicadas de vez en cuando por los escandalosos aullidos de deleite de Maxine. Julia se negó a comentar los detalles íntimos de aquella noche de pasión, a pesar de que Maxine intentó curiosear en diversas ocasiones.

—Bueno —dijo Maxine con una sonrisita—, siempre he admirado tu paciencia. —Hicieron chocar las tazas en un brindis—. Lo bueno se hace esperar, doctora Volkova. Y tú llevas mucho tiempo esperando.
—Eso no es lo mismo que decías hace años —le recordó Julia—. Tu filosofía de entonces era que la que espera desespera.

La cálida sonrisa de Maxine era contagiosa.

—Ya se sabe que alguna vez puedo equivocarme.

***

Más tarde, aquel mismo día, Julia llamó a la puerta de Lena. Su corazón parecía una cuerda descontrolada que le daba latigazos en el pecho. No podía recordar ni las dos terceras partes de lo que había hecho durante el día salvo pensar en la noche anterior y fantasear con lo que tenía intención de hacerle a Lena mas tarde. Julia saludó con la mano al rostro que se asomó tras las cortinas y, por el tintineo de la cerradura, supo que Lena estaba igual de ansiosa por verla. La puerta se abrió de par en par y Lena tomó a Julia de la mano para arrastrarla hacia el interior.

—Me he pasado el día esperando este momento —dijo, hablando en el suave hueco de la nuca de Julia.

La puerta se cerró tras ellas, mientras Lena la rodeaba con sus brazos y la besaba con fervor. El cuerpo de Julia respondió al momento cuando la mano de Lena se deslizó por debajo de su camisa y le acarició los pechos. Julia podía oírse a sí misma emitiendo ruiditos sin sentido que acompañaban a la serie de saltos mortales que sacudían su estómago. La pasión de Lena estaba a la altura de la suya y la necesidad de sentir la piel de la otra pareció apoderarse de ellas dos al mismo tiempo. Fundidas en un beso prolongado, cooperaban con las cremalleras y los botones, ayudándose mutuamente a quitarse la ropa.

—Oh, Dios. ¡Cuánto me gusta sentirte! — musitó Lena— . Vamos a la cama. —No soltó la mano de Julia mientras se dirigían a la habitación, pero cuando estuvieron allí la desnudó a los pies de la cama—. Esta vez hagámoslo más despacio —le susurró, mientras le besaba el cuello y los hombros desnudos.

Las dos temblaban de emoción. Rozó el lóbulo de Julia con la punta de la lengua y, lentamente, empezó a lamérselo. Julia cerró los ojos y apretó su cuerpo contra el de Lena: necesitaba sentirla tanto como pudiera. «A la mierda con lo de ir despacio», pensó Julia y la ayudó a quitarse lo que le quedaba de ropa. Lena encendió la luz que había al lado de la cama y la besó de lleno en la boca. Instantes después, tomó la cara de Julia entre sus manos y le susurró:

—La de cosas que quiero hacerte.

Julia no podía hablar. Se sentía como si estuviera ardiendo, a causa de la lujuria que percibía en la voz de Lena y en la mirada de sus ojos. La hizo tumbarse de espaldas sobre la cama. Las palabras se mezclaban en su cabeza mientras rodaba hasta quedar encima de Lena y hundir la cara entre sus pechos. Era la única persona en el mundo que podía dejarla sin habla, así que Julia se limitaba a emitir frases cortas.

—Podría besarte durante horas —dijo Julia.


Tomo un pezón en su boca y sintió como la inundaba el deseo cuando el cuerpo de Lena se arqueó para acercarse al de ella. Mientras avanzaba por el estómago de Lena, besando su piel, rodeándole el ombligo con la lengua, que movía rápidamente, las manos de Lena en su cabello la convencieron de que descendiera. Lena abrió las piernas y emitió un sonido delicioso al sentir el contacto con la boca de Julia. Julia estaba en la gloria y Lena estaba justo detrás de ella. Experimentando, lamiendo, chupando, Julia le introdujo dos dedos y permitió que la lengua buscara y explorara por su cuenta. Los dedos de Lena sujetaban con firmeza el pelo de Julia y sus caderas empezaron a moverse en un desesperado crescendo de placer. Se corrió rápidamente, con intensidad. Su cuerpo temblaba por el esfuerzo. Lena dejó de moverse mucho antes de que sus dedos se relajaran sobre la cabeza de Julia. A Julia le gustaba estar allí, entre sus piernas, con la cara empapada y la lengua que había aprendido de la experiencia. Besó el sexo dulce y mojado de Lena y el interior de sus muslos húmedos. Notaba que Lena intentaba tirarle de la oreja para hacerla subir.

—Ven aquí —le dijo—. Ven aquí para que pueda abrazarte.

Julia se tomó su tiempo y besó el cuerpo de Lena a lo largo de todo el camino de vuelta. Le encantaba aquella sensación de embriaguez y sentir los parpados pesados, y esperaba poder disfrutar de todo ello en diversas ocasiones antes de que la noche se acabara.

—Eres muy buena en esto —dijo Lena con una vocecita somnolienta. Intentó reírse y después la abrazó con las pocas fuerzas que le quedaban—. Muy buena. —Con las puntas de los dedos apartó algunos mechones sueltos de los ojos de Julia—. Mi amante la doctora —susurró y después estrechó su abrazo.

«Mi amante la doctora —pensó Julia mientras se le formaba un nudo en la garganta—. No eres solo alguien con quien se acuesta, Volkova. Te ha llamado su amante.» Lena la besó en la frente mientras movía la mano hacia sus pechos. Volvió a besarla con un deseo ávido y sorprendente, que hizo que Julia se quedara sin aliento. A continuación, sus labios se dirigieron al cuello de Julia.

—Ponte de lado —le dijo.

Julia podía escuchar su propia respiración alterada mientras obedecía las órdenes. Sintió los pechos de Lena, que se apretaban contra su espalda, con los pezones duros y erizados. Lena estiró la mano y le acarició los pezones, mientras frotaba los suyos contra el hombro de Julia. Le recogió el pelo a un lado de la cara y le pasó la lengua a lo largo de la oreja. El aliento cálido de Lena y sus suaves besos añadían más leña al fuego que ardía entre las piernas de Julia. La mano de Lena volvió a acariciarle los pechos y después bajó por su vientre, suave y plano, para detenerse, por fin, al borde de su vello púbico.

—Ábrete de piernas —le susurró Lena.

Sus labios no habían dejado en ningún momento de besarle la cara, el cuello, los hombros, desplazándose en busca de nuevas vías de placer. A Julia le encantaba la manera en que Lena le hablaba cuando estaba excitada.
«Vamos a la cama.» «Ábrete de piernas.» Nunca preguntaba. Siempre eran órdenes directas y provocativas.

—Hasta ahora, nunca había sido agresiva en el sexo —musitó Lena. Deslizó los dedos por entre los rizos húmedos de Julia, haciendo que se abriera más de piernas y que exhibiera su sexo—. Pero contigo siempre estoy tan ansiosa que siento que no puedo tocarte lo bastante rápido ni el rato suficiente. —Aquella deliciosa lengua seguía mordisqueándola y moviéndose rápidamente alrededor de su oreja, haciendo que Julia se estremeciera de placer—. Túmbate de espaldas. Quiero verte. Julia, alegremente, hizo lo que le decía y volvió a sentir en el estómago aquella sensación tan familiar, como si estuviera en lo alto de una montaña rusa, mientras Lena se inclinaba sobre ella y lamia un pezón con su lengua ansiosa.— El día de la caseta de los besos —le dijo Lena—, me puse muy nerviosa cuando te vi en la cola. Sabía la clase de beso que quería darte.

Con la mano libre avanzaba lentamente por el estómago de Julia, manteniendo los dedos de la otra mano dentro de ella. Bajó hasta su entrepierna e hizo aletear la lengua a lo largo del interior de sus muslos, al tiempo que deslizaba el pulgar arriba y abajo en su húmedo sexo.

—Eres preciosa, Julia —susurró—. Sabía que contigo iba a ser de esta manera.

Julia estaba fascinada por su voz y se sentía impresionada por la intensidad del sentimiento que inundaba su cuerpo. La boca de Lena era cálida y anhelante, y su lengua se mostraba ansiosa cuando la exploraba y la acometía. Julia, devorada por las sensaciones, no era consciente de nada que no fuera Lena entre sus piernas dándose un festín con ella, lamiéndola y chupándola. Julia se agitaba por toda la cama, moviendo las manos velozmente por entre el cabello de Lena. Cuando los fuegos artificiales explotaron bajo sus parpados y reconoció como suyos aquellos jadeos y gemidos, se desmoronó sobre la almohada, intentando recuperar la respiración. Los orgasmos no eran algo desconocido para ella, pero aquella experiencia merecía un lugar aparte en sus recuerdos. Ahora Lena estaba a su lado, besándola en las mejillas y apartándole los mechones rebeldes de los ojos.

—Gírate —le susurró. Julia intentó sonreír, pero el esfuerzo resultaba agotador.
—No creo que pueda moverme —logró decir—. Me sorprende poder respirar sin ayuda.

Lena se rió y la empujó suavemente.

—Gírate. Voy a hacer que te valga la pena.

Julia se tumbó boca abajo, medio aturdida y aletargada tras el orgasmo, pero gimió dando su aprobación cuando Lena se sentó a horcajadas sobre ella y se apoyó cómodamente en la parte más baja de su espalda. A continuación, empezó a frotarle los hombros y el cuello con una loción con aroma de fresas, que primero calentaba en las palmas de sus manos.

—Me gusta cómo sabes —le dijo Lena—. ¿Te lo había dicho alguien antes?
—No —respondió Julia. Tenía los ojos cerrados y, superada la necesidad de respiración asistida, volvía a respirar con normalidad—. ¡Jesús, esto es maravilloso!

Lena se inclinó hacia delante y frotó los pezones contra Julia.

—Y aún no hemos empezado —susurró, mientras le aplicaba más loción.

La fricción lenta y profunda en los hombros y la espalda de Julia hizo que esta se relajara completamente. Las yemas de los dedos y las manos de Lena obraban un efecto mágico sobre su cuerpo: hubiera podido quedarse allí para siempre. Lo siguiente de lo que fue consciente Julia fue del zumbido de un vibrador y doña Sedosa, la varita mágica, le masajeó un hombro e hizo desaparecer la poca tensión que aún le quedaba alrededor del cuello.

—Humm —ronroneó.

El sonido en sí resultaba excitante, pero seguía sin estar en condiciones de hacer nada al respecto. Lena se iba inclinando de vez en cuando para susurrarle cosas como: «Bonitos hombros» o «Podría correrme con besarte».
Le pasó el vibrador por las costillas y jugueteó con los lados de sus pechos. La voz de Lena cuando susurraba muy sensual y aquellos pezones rozándole la piel no hacían más que provocarle escalofríos por todo el cuerpo. Julia quería verla y se tumbó boca arriba, haciendo que las dos cambiaran de posición. Lena volvió a acomodarse encima de ella, a horcajadas sobre su cintura, apoyándose en las rodillas. Pasó la punta del vibrador en marcha bajo los pechos firmes de Julia y le sonrió, con el deseo grabado en sus ojos. Desplazó el vibrador por el pecho derecho de Julia y agitó la cabeza para apartarse el pelo de sus hombros desnudos.

—Tócate con el vibrador —le dijo Julia—. Quiero verte
—Ese no era el plan original —musitó Lena.

Julia alargó las manos para acariciarle los pechos y respondió en un susurro:

—Para hacer el amor no hay instrucciones.
—Entonces, tócame tú con el vibrador —dijo

Lena Puso la varita mágica en manos de Julia y, con sus dedos fríos, dibujó un zigzag a lo largo del sensible cuerpo de Julia. Julia movió el vibrador por encima del vientre de Lena y después descendió hasta la parte interna de sus muslos. Un gemido resuelto escapó de su garganta cuando Julia deslizó el vibrador entre sus piernas. La atención de Julia seguía clavada en la expresión de Lena: tenía los ojos cerrados, los labios abiertos y la cabeza echada hacia atrás. «Éxtasis en movimiento —pensó Julia mientras la miraba, la tocaba, la escuchaba—. ¿Sera este el aspecto que tenemos todas justo un momento antes de que suceda? Estamos tan ocupadas haciéndonos cosas la una a la otra que nunca tenemos ocasión de ser testigos de este momento.» Una mano de Lena cubrió la de Julia, asumiendo el control del vibrador.

—Tócame los pechos —le dijo y, con la otra mano, la guió para que le acariciara los pezones.

Los diversos «oh» empezaron en lo más profundo de la garganta de Lena y fueron creciendo en intensidad hasta convertirse en un delicioso gemido primario. Su cuerpo se balanceaba a un ritmo constante, en el preámbulo del orgasmo, y Julia lo presenció todo, desde el principio hasta su glorioso final. Después, apagó el vibrador y lo escondió bajo la almohada. Lena estaba ahora a su lado, agotada y somnolienta.

—Gracias por haber compartido esto conmigo —le susurró Julia. Su voz estaba cargada de emoción mientras frotaba una mejilla salpicada de lágrimas contra la frente de Lena—. Gracias.
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Mensaje por Anonymus 4/27/2015, 5:54 pm

Capitulo nueve


Julia siguió el aroma a café recién hecho hasta llegar a la cocina, donde encontró a Lena en bata y con unas zapatillas peludas, a juego. Julia había sido capaz de localizar toda la ropa que llevaba la noche anterior, aunque la idea de volver a ponérsela no le resultaba demasiado estimulante. Tomó la taza de café que Lena le tendía y la dejó junto a la de esta, que ya estaba sobre el mármol. Empezaron a besarse casi inmediatamente, con dulces besos de buenos días que hicieron que Julia sintiera una oleada de calor en su interior.


—¿Tienes tiempo de desayunar? —le preguntó Lena.
—La verdad es que no. —Julia tiró del cinturón de la bata de Lena y deslizó las manos sobre su cuerpo desnudo—. No puedo creer que no se me ocurriera traerme una muda de ropa.

Ahora tenía que irse corriendo a casa, darse una ducha y volver a meterse de lleno en el tráfico matutino.

—Pero esta noche sí que te la traerás, ¿verdad?
—¡Oh sí! Claro que sí. —Julia la besó en el cuello y en el suave hueco entre la nuca y los hombros—. Este fin de semana tengo que ir a Saint Louis, a una conferencia. Salgo mañana por la tarde. ¿Quieres venir conmigo?
—El sábado tengo una reunión con el administrador municipal —dijo Lena con la decepción reflejada en la voz—. Estamos discutiendo sobre la financiación de la biblioteca y no puedo librarme.

Julia tenía que presentar una comunicación en la conferencia, lo que hacía que ella tampoco pudiera librarse. Lena le pasó los brazos alrededor del cuello y se acercó hasta que sus frentes se tocaron.

—¿Cuando vuelves?
—El domingo por la tarde, sobre las cinco.

Besó a Julia en la punta de la nariz y, en broma, frotó su nariz contra la de ella.

—Será mejor que duermas todo lo que puedas en el avión de vuelta, cariño, porque la noche del domingo no vas a dormir nada. Te lo juro.


«¡Cariño! Te ha llamado cariño, Volkova!»

—Esta noche podríamos disfrutar de una cena tranquila, aquí en casa —dijo Lena—. No me he comportado como una buena anfitriona desde que te he llevado a la cama.
—La comida es algo que puedo conseguir en cualquier parte —susurró Julia y volvió a besarla.

Después de una mañana ocupada tratando un caso de acné y un caso agudo de sarpullido en la zona genital, extirpando algunas verrugas de consideración, Julia disfrutaba de la segunda taza de café del día. Normalmente, no tenía demasiado tiempo entre pacientes, pero alguien había cancelado la visita justo antes de la comida, lo que le daba la oportunidad de releer su comunicación. Hablar en público no era uno de sus puntos fuertes. Era algo que tenía que trabajar, pero estaba segura de que algunas prácticas de camino a Saint Louis la ayudarían a no ponerse nerviosa cuando llegara el momento. Comprobó el reloj y se dio cuenta de que tenía veinte minutos para conseguir algo de comida, si es que quería comer aquel día. Abrió la puerta de la consulta y se encontró con Mickey plantada ahí delante.

—¡Joder! —gritó Mickey—. Me has asustado.
—¿Que estás haciendo aquí?

Por un momento, Julia se quedó desconcertada. Se le apareció mentalmente la imagen de aquellos pasatiempos de «Encuentre el error en el dibujo». Hacía tres meses que no veía a Mickey y, por lo que podía recordar, hasta entonces Mickey no había visitado nunca su consulta, ni siquiera para la inauguración, dos años atrás. Julia abrió la puerta del todo e hizo un gesto hacia la silla que había delante de su escritorio. «Ya puedes despedirte de la comida, Volkova.»

—Tengo que estar en los juzgados dentro de tres cuartos de hora —dijo Mickey, mientras se sentaba y se ponía cómoda.

Llevaba un traje de ejecutiva gris. El corte de la chaqueta era impecable y el largo de la falda, perfecto. Mickey sabía cómo vestirse para tener éxito, llevaba ropa cara y ofrecía todo el aspecto de una abogada. Mientras Julia contemplaba a su hermana, intentó imaginarse por que las mujeres la encontraban atractiva. El cabello de Mickey era del mismo color que el de Julia, espeso y rubio, pero Yulia se lo pintaba azabache, pero Mickey lo llevaba corto, con un corte moderno. Su seguridad en sí misma era insoportable y su sentido del humor lindaba con lo excéntrico. Sin embargo, Mickey tenía algo más, algo que Julia nunca había podido determinar, algo que hacía que, siendo las dos lesbianas, habiendo tenido los mismos padres y habiendo estado en una ocasión enamoradas de la misma mujer, ellas dos no tuvieran absolutamente nada en común.

—¿Cómo es que tu coche ha estado aparcado en la entrada del garaje de casa de Lena dos noches seguidas? —le preguntó Mickey, yendo directa al grano. Por un momento, Julia se quedó estupefacta por la pregunta y supuso que tenía la boca abierta. Se quedaron mirando la una a la otra, las dos esperando a que Julia dijera alguna cosa.— Responde a la pregunta —dijo Mickey, lentamente, con el tono de voz tranquilo que utilizaba en los juicios.
—Donde está o deja de estar mi coche no es asunto tuyo.

La mente de Julia iba a mil por hora mientras pensaba en lo que podía significar todo aquello: que Mickey se presentara allí de aquel modo, que Mickey vigilara la casa de Lena. A Mickey le importaba un rábano lo que hiciera Lena entonces o con quien lo hiciera. Mickey estaba celosa. Julia podía leerlo en su mirada y aquello no era una buena noticia.

—¿Y tú que haces circulando de noche por delante de la casa de Lena? —le preguntó Julia a su vez. A Mickey le sobresaltó la pregunta y se removió, inquieta, en la silla.
—Bueno, queda de paso...
—No queda de paso a ninguna parte, así que no me vengas con historias.
—Estoy absolutamente convencida de que no has tardado ni un momento en...
—Responde a mi pregunta, Mickey. ¿Qué haces circulando de noche por delante de la casa de Lena?

Mickey se levantó de repente y sacó las llaves del bolsillo de la chaqueta. Tenía la mandíbula apretada y las mejillas un poco coloradas. Desvió la mirada de la de Julia y dijo:

—Venir aquí ha sido un error.

Antes de que Julia pudiera levantarse de su escritorio, ya había cruzado la habitación y había abierto la puerta. Cuando se quedó sola, Julia se sintió aliviada, pero mientras continuaba ahí sentada, mirando a la puerta, dos cosas seguían destellando en su mente: «Mickey esta celosa» y «¿Por qué pasa de noche por delante de casa de Lena?». Después de trabajar, Julia se fue a su casa a hacer las maletas y a asegurarse de que su gato tenía suficiente de todo para pasar sin problemas los siguientes días. Su vecina le había prometido echar una ojeadita al gato el sábado, pero, de todos modos, tendría que pasar por casa el domingo en algún momento para comprobar que todo estaba en orden y también necesitaría una muda de ropa para ir a trabajar el lunes por la mañana. Julia se preguntó si a Lena le gustaría ir a pasar la noche del domingo a su casa. «Será mejor que pongas sabanas limpias por si acaso. Sigues necesitando causar buena impresión». Julia llegó a casa de Lena poco después de las siete para apreciar el aroma a cebolla y ajo que flotaba en el ambiente. Su estómago rugió con tanta fuerza que hasta le resultó embarazoso.

—Estoy muerta de hambre —dijo Julia—. Hoy no he tenido tiempo de comer.

Los labios de Lena le mordisquearon el lóbulo de la oreja e hicieron que un escalofrío le recorriera todo el cuerpo.

—¿A qué hora te has de ir mañana? —le preguntó Lena.
—A las tres.

Su estómago volvió a rugir, lo que provocó las risas de las dos. Dejó que Lena la guiara por el vestíbulo hasta la cocina.

—Mejor te doy de comer antes de que sea demasiado tarde —dijo Lena.

Comieron a la luz de las velas y tomaron vino. Lena había preparado estofado de pollo, con arroz salvaje y brócoli al vapor. La ornamentación de la mesa era impresionante, con mantelitos individuales amarillos y servilletas a juego.

—Deja sitio para el postre —le dijo Lena un poco más tarde.

Sacó una tartita de manzana de película, que olía a canela y que aún estaba caliente. Julia era famosa por su sano apetito. Disfrutaba sinceramente de la comida y consideraba una bendición haber sido dotada de un metabolismo que compensaba sus malos hábitos alimentarios.

—¡Que comida tan fantástica —exclamó Julia, una vez hubo superado la urgencia. Lena sonrió.
—Que estuvieras muerta de hambre también ha ayudado, seguro. —Sus ojos se fijaron en Julia con una mirada penetrante y sutil—. Espero que haya valido la pena esperar —dijo con voz ronca.

Julia volvió a sentir el traqueteo de una montaña rusa en el estómago. «Si —quería decir—, ha valido la pena esperarte.» Podía notar cómo se le desbocaba el corazón y cómo el calor la invadía cuando Lena la tomó de la mano.

—He pensado algunas cosas para hacerte más tarde —le susurró Lena.

Las dos se levantaron de la mesa al unísono. Julia se inclinó y apagó las velas de un soplido.

—Háblame de esos planes que tienes —le dijo.
—Son de carácter sexual.

Los labios de Lena estaban sobre el cuello de Julia, enviando deliciosas descargas de placer entre sus piernas.
—Mejor que mejor —susurró Julia.
—¿Estas segura de que no quieres que te acompañe al aeropuerto esta tarde? —le preguntó Lena a la mañana siguiente. Julia echó la cabeza hacia atrás, alentando a Lena a seguir besándola en el cuello.
—Esto no lo podemos hacer en el aeropuerto —dijo Julia— y, además, me gusta recordarte cariñosita y adormilada. —La besó suavemente en los labios—. Te llamaré esta noche desde el hotel para asegurarme de que me echas de menos.

Sus miradas se encontraron y Julia pudo ver el efecto que causaban sus palabras. La mirada de Lena planteaba en silencio la pregunta: «¿Cómo puedes pensar que no te voy a echar de menos?». Era una mirada cargada de fuerza y transmitía tranquilidad. No habían hablado aun de ello, pero Julia sabía que Lena se estaba enamorando de ella. Las cosas entre ellas iban demasiado bien, aunque Julia no sabía que haría si Lena no se enamoraba de ella. Se obligó a sacarse de la cabeza aquel pensamiento en concreto y evitó profundizar en esa idea. Mientras los dedos de Lena avanzaban a través del flequillo de Julia, pudo ver el principio de una sonrisa en su rostro.

—Largo de aquí antes de que haga que tengas que volver a vestirte otra vez —susurró Lena. La abrazó y le arregló el cuello de la blusa—. Hasta el domingo, cariño.


Durante el vuelo a Saint Louis, Julia revisó su comunicación dos veces. Se la sabía casi toda de memoria y volvió a recordarse a sí misma que había sido un honor que la seleccionaran de aquel modo. La apreciación de Maxine aquel medio día durante la comida, sin embargo, no había sonado tan estimulante.

—Es el año de la mujer, doctora Volkova —dijo entre bocado y bocado de su ensalada—. Estas conferencias han estado recibiendo críticas porque no reconocían lo suficiente a la mujer y ahora todas vamos a estar presentando ponencias. Ya lo veras.

En el vestíbulo del hotel había un cartel enorme que indicaba donde tenían que presentarse para la conferencia. El hotel estaba plagado de dermatólogos y Julia reconoció algunas caras que había visto en acontecimientos parecidos. La mezcla era interesante. Algunas inscritas se interesaron por la ponencia de Julia, ya que su nombre aparecía en el folleto de la conferencia que se había publicado un mes antes. Cuando subió a su habitación por la tarde, deshizo las maletas y colgó la ropa en el armario. Estaba cansada. Se quitó los zapatos antes de mirar el reloj. Eran las siete y media, y seguramente, para entonces, Lena ya habría llegado a casa. El simple hecho de marcar su número la hizo estremecerse como una tonta.

—Hola —dijo, cuando Lena contestó al teléfono— Soy yo.
—¿Cómo te va por «La puerta del Oeste»?
—Muy bien —respondió Julia, mientras apilaba los almohadones detrás de su espalda—. Me he registrado en el hotel, me he acreditado para la conferencia y he tornado la suficiente cantidad de vino y canapés. Y ahora, la pregunta realmente importante —dijo con seriedad—, el motivo principal de mi llamada. —bajó la voz y le preguntó con su susurro más sensual—:
¿Que llevas puesto?
—¿Que llevo puesto? —repitió Lena, riéndose—. ¡Vaya, vaya! ¿Es una de esas llamadas?
—Podría ser. —Julia estaba asombrada de lo bien que le hacía sentir sencillamente escuchar la voz de Lena. Te ha dado fuerte, Volkova, muy
fuerte»—. Primero, dime donde estas —le dijo
Julia—. ¿En la sala, en la cocina?
—En el dormitorio —repuso Lena—.
Estoy poniendo un poco de orden.
—En la habitación. Humm, mi lugar favorito.

Julia sonrió al escuchar la risa de Lena.

—Cardigan ha encontrado una caja de Kleenex y se ha dedicado a vaciarla —dijo Lena—. En estos momentos mi dormitorio está hecho un desastre, con un montón de pañuelos blancos y esponjosos esparcidos por ahí. —Seguía habiendo un toque de malicia en su voz cuando añadió—: Y yo llevo pantalones de chándal grises, calcetines blancos y la camiseta lila de la
Conferencia de Lesbianas de Houston...: mi uniforme de limpiar la casa. En realidad, es mucho más chic de lo que parece cuando lo explico. —Hizo una pausa momentánea y dijo—: Por cierto, que limpio la casa cuando me siento sola.

El estómago de Julia dio un pequeño vuelco.

—¿Ahora te sientes sola?
—Ya sé que es tonto. —Lena se quedó callada durante unos segundos y después le preguntó—: ¿Es demasiado pronto para esto, Julia?
—¿Demasiado pronto para qué?

Lena suspiró y volvió a reír.

—Demasiado pronto para que me ponga a limpiar cuando apenas hace unas horas que te has ido. Por favor, cambiemos de tema. Cuéntame cosas de la conferencia. ¿Hay algo interesante? ¿0 solo lo de siempre: ponentes, talleres, banquetes, etcétera, etcétera?
—Eso prácticamente lo describe todo.
—Llaman a la puerta —dijo Lena—. Joey ha de venir a traerme folletos para la reunión del comité.
—Entonces será mejor que te deje ir, ya que el Chico Fantástico no va a esperar a ninguna mujer. Te veo el domingo.

Colgó y se tumbó en la cama con el teléfono a su lado. Parecía que aquel iba a ser un largo fin de semana Más tarde, aquella noche en la habitación, Julia sintonizó Parque Jurásico en el televisor, pero enseguida perdió el interés. Se preparó para irse a la cama, pero se quedó dormida mientras leía un artículo sobre tumores de piel benignos. Decidió irse a dormir oficialmente a las once y a esa hora se acostó. Horas más tarde, desde los oscuros recovecos del sueño más profundo, oyó que sonaba el teléfono. Ni siquiera se molestó en abrir los ojos mientras buscaba a tientas sobre la mesita de noche. Seguro que se equivocaban.

—¿Si? —farfulló.
—Hola —dijo Lena—, soy yo.

Incluso dormida, Julia reconoció aquella voz: sonrió y volvió a sentir un calorcito interior.

—¿Mi amante la bibliotecaria? —preguntó.
—La misma. Estabas durmiendo —le dijo
Lena en voz baja—, y más te vale estar sola.

Julia soltó una risita y se hundió más aun en la almohada.

—Y bien —dijo Lena—, ¿que llevas puesto?

«Quiero a esta mujer», pensó Julia mientras se volvía a reír y estiraba su cuerpo cálido y adormecido bajo el edredón.

—En comparación con lo de anoche, voy excesivamente tapada.
—Te echo de menos —le susurró Lena—. Solo quería que lo supieras. Buenas noches. Sigue durmiendo.

Julia escuchó el chasquido del teléfono y se interrumpió la conexión. Acababa de suceder algo maravilloso. Después de aquello fue fácil dejarse llevar por los dulces sueños.
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Mensaje por Anonymus 4/27/2015, 5:57 pm

Capitulo diez


Julia intentaba concentrarse en el taller, pero su mente no hacía más que desviarse y volver a Lena. Habían hablado brevemente aquella mañana, un dialogo somnoliento teñido de bromas e indirectas sexuales. Julia recordaba que, por un momento, había estado a punto de decirle a Lena que la amaba, pero ahora se alegraba de no haberlo hecho. Había algo que la inquietaba y era cómo encajaba Mickey en todo aquel asunto. Un mes no es demasiado tiempo cuando se trata de una separación. Julia leyó por encima el programa que había en el material de la conferencia, que prácticamente aún no había tocado, y se familiarizó con lo que iba a tener lugar el resto del fin de semana. Su presentación había ido bien y, una vez superada, esperaba que la parte que quedaba de la conferencia transcurriera sin nervios. «Puede que aprendas algo mientras estás aquí, Volkova.» Miró el reloj y, en silencio, recogió sus cosas: había prometido encontrarse con alguien para comer. Se escabulló del taller y salió al bullicioso vestíbulo. Don Garrett y Julia habían sido residentes de dermatología en Nueva York cinco años atrás. Durante su formación, en los primeros meses, Don había pasado buena parte del escaso tiempo libre del que disponían intentando convencer a Julia de que él era el hombre que podía cambiar su vida. Su belleza clásica y el dinero de su familia siempre le habían proporcionado todo lo que quería y la doctora Julia Volkova se había convertido rápidamente en el primer objetivo en su lista de deseos de entonces.

—No puede ser que lo seas.

Julia recordaba las palabras de Don cuando ella le explicó por primera vez que era lesbiana. Su cara reflejaba un auténtico shock. Julia tenía por norma decir la verdad sobre su sexualidad cada vez que un colega mostraba interés en ella. No tenía suficiente energía para aguantar las desenfrenadas hormonas masculinas y, sinceramente, prefería salir del armario. Sin embargo, Don Garrett había tardado un poco más que los demás en comprenderlo. Al principio, se negó a creerla, pero en cuanto comprobó que iba en serio asumió la responsabilidad de intentar hacerla cambiar de opinión, de modo que durante dos meses dejó de salir con nadie más, cosa que consideraba como un verdadero sacrificio. La llamaba a cada momento e incluso una noche se presentó en su apartamento.


—Mi primo Bruno viene hacia aquí para explicarte lo que significa «déjame en paz» —le dijo Julia cuando lo encontró frente al apartamento.


Al final, se marchó, después de treinta segundos de suplicas y de que ella le cerrara la puerta en las narices. No obstante, la insistencia de Don era, al mismo tiempo, admirable y fastidiosa. Prosiguió con la persecución durante todo el verano de aquel primer curso y ni siquiera empezó a captar el mensaje hasta principios de octubre, cuando Maxine Weston llegó desde Boston con su amante para visitar a Julia. Maxine, a su sensata manera, fue capaz de explicárselo con palabras que por fin Don pudo entender Julia, Maxine y su nueva amante habían ido a cenar a un coquetón restaurante Ruso regentado por Tony, un tío de Julia. A lo largo de la noche, Maxine tomaba a su amante de la mano con bastante naturalidad y, cada vez que podía, coqueteaba con Angie, la prima de Julia. Todas estaban bebiendo vino y pasándoselo bien hasta que Don Garrett apareció de la nada y se unió al grupo. Las cosas iban bien hasta que Maxine se dio cuenta de que Don pasaba el brazo por encima de los hombros de Julia. Ella, educadamente, le pidió que apartara el brazo y él lo hizo, pero, de repente, el ambiente había cambiado. Maxine miró al doctor Garrett a los ojos y le dijo, de una manera muy sencilla y sin molestarse en bajar la voz:

—Tú tienes polla y a Julia no le gustan las pollas. No importa si es la más grande o la más bonita, Don: sigue siendo una polla. —Le apuntó con el tenedor y añadió— Si te libras de la polla, aumentarás tus posibilidades. ¿Entiendes a lo que me refiero?

Él se puso de un bonito color rojo y asintió en silencio. Sirvieron más vino y reanudaron la velada jugueteando incomodos con las servilletas. Al día siguiente, Don se disculpó y, finalmente, Julia y él se convirtieron en grandes amigos. Ahora estaba felizmente casado y con Julia solían comentar los casos interesantes con los que se tropezaban y también intentaban coincidir en las mismas conferencias cada año.

—¿Cómo esta Maxine? —le preguntó con una sonrisa. Su pelo oscuro empezaba a clarear en la coronilla, pero seguía en forma y con aquella sonrisa de un millón de dólares—. ¿Sigue llamando a las cosas por su nombre?
—Hay cosas que nunca cambiarán —dijo Julia.
Don volvió a felicitarla por la comunicación y se tomó un momento para estudiarla con más detenimiento. Tomó un trago de café y entrecerró los ojos, pensativo:

—Se te ve diferente. Puede que más feliz. ¿Qué te pasa últimamente?
—Estoy enamorada —respondió y no pudo evitar desplegar una estúpida sonrisa—. Dios, Don, daría lo que fuera por saltarme lo que queda de conferencia y pillar el próximo avión a casa.
—¿Que te lo impide? Tú ya has hecho tu parte.

Julia ladeó la cabeza mientras aquella sugerencia empezaba a tomar forma. «Tiene razón. ¿Qué me lo impide? Cambio la reserva, tomo el próximo vuelo... Podría estar en casa de Lena en cuestión de horas.»

—Pues voy a hacerlo —dijo, decidiéndolo al momento—. Puedes considerar que ya me he ido. ¡Espabila y acábate la comida!

Don se rió, pinchó una patata frita, se la metió en la boca y dijo:

—Entonces, supongo que sigues yendo con mujeres.

Julia arqueó una ceja y le lanzó una sonrisa de complicidad.

—Y yo supongo que tú sigues teniendo polla.

Lena le dio de comer a Cardigan un buen pedazo de caballa y repasó mentalmente la reunión con el administrador municipal que había tenido aquel mismo día. Había conseguido que admitiera que se podían hacer equilibrios con el dinero del presupuesto si al público no le gustaban los recortes propuestos en los horarios de las bibliotecas, pero no le prometió nada. Lena sabía lo que tenía que hacer para llamar la atención del público sobre aquello. Después de salir del despacho del administrador, se pasó el resto de la tarde y parte de la noche en una reunión con los bibliotecarios jefe de todas las bibliotecas de la ciudad: tenían trabajo que hacer y peticiones que hacer circular. Lena miró el reloj que había sobre la repisa de la chimenea: ya eran las ocho y media. Se preguntó que estaría haciendo Julia en aquel preciso momento y recordó que, cuando hablaron aquella mañana, había mencionado una cena. Lena se agachó para acariciar a Cardigan entre las orejas, mientras el olisqueaba la caballa y movía la cola, agradecido. Sonó el timbre de la puerta y fue a abrir. Encendió la luz del porche y se asomó por entre las cortinas, para encontrarse con que era Mickey quien estaba allí. Se puso furiosa al instante.

—¡Abre la puerta!

«Ha estado bebiendo», pensó Lena, mientras su rabia se calmaba un poco.

—¡Abre la maldita puerta!

Lena quitó el pestillo. Mickey abrió de un empujón y entró dando un traspiés.

—Sí, he estado bebiendo y he conducido —dijo Mickey en respuesta a una pregunta no formulada—. Ir de bar en bar en transporte público no es lo mismo.

Lo siguiente de lo que tuvo noción Lena fue de Mickey apoyada contra la pared, cubriéndose la cara con las manos y murmurando:

—Esta vez sí que la he cagado del todo. ¿Esta ella aquí? Su coche no está aparcado delante. ¡Ah, esa zorra de Verónica! Me está volviendo loca. Mierda, tengo que sentarme.

Tropezó hasta el sofá y se tumbó de espaldas cuan larga era.

—¿Por qué no llamas a tu asesora de Alcohólicos Anónimos? —le espetó Lena.
—¡No empieces ahora! —gritó Mickey batiendo los brazos e intentando sentarse. Exhausta, dejó de luchar contra sí misma y apoyó la cabeza en el fondo del sofá, en una posición que no parecía muy cómoda—. ¡Y mi madre! No le vayas a decir a mi madre nada de esto. Ni tampoco a Phoebe. Ellas ya creen que soy un fracaso. Me he tomado unas copas —dijo. Volvió a intentar levantarse pero se vino abajo con un ruido sordo—. Me he tornado unas copas. ¿Qué pasa? —volvía a farfullar, pero por lo menos empezaba a quedarse sin cuerda—. No puedo dejar que me vean de este modo... No puedo dejar... Oh, mierda. —Segundos después se quedó dormida.

Lena se sentó frente a ella y marcó el teléfono de su asesora de Alcohólicos Anónimos. Se sabía el número de memoria de la última vez que Mickey se había dado a la bebida. Después de unos cuantos timbrazos, Lena dejó un mensaje en el contestador, se sentó e intento poner en orden sus sentimientos. Se dio cuenta, con alivio, de que la ira que había alimentado durante semanas finalmente había desaparecido. Mientras miraba a Mickey, que dormía con la boca un poco abierta y un brazo colgándole sobre la cabeza, Lena se sentía triste y vacía. Compadeció a su ex novia, porque no lograba dejar el alcohol, pero aparte de eso Lena no sabía que sentir. Su vida en pareja había sido una farsa. En realidad Mickey nunca la había querido y ahora Lena lo sabía. «Pero —pensó— yo sí que estaba enamorada de ella. Así que, ¿qué está pasando? ¿Cómo puedo haber cambiado tan rápido? Un día todo está bien y al día siguiente no me preocupa si no la vuelvo a ver jamás.» Lena era muy consciente de que aquello tenía mucho que ver con el hecho de que sus padres biológicos la hubieran abandonado cuando era una niña. Años de terapia la habían ayudado a resolver algunos de aquellos asuntos, pero la niñita abandonada por sus padres biológicos en el estado de Texas seguía todavía allí, en alguna parte, igual de asustada y enfadada que siempre. Comparar a Mickey con las dos personas que la habían abandonado no era justo, pero de todos modos Lena se descubrió a sí misma haciéndolo. En la mente de Lena, abandonar a tu hijo y engañar a tu pareja eran cosas similares. Ambos actos estaban envueltos en el mismo halo de egoísmo y despreocupación absoluta por cualquier otra persona. Todo apestaba a yo, yo y yo, y Lena odiaba aquello. Durante un tiempo, la traición de Mickey la había herido tan profundamente como cuando una trabajadora social metía sus escasas pertenencias en una bolsa de papel antes de llevársela a una casa de acogida.
Lena sabía que, si cuando era una niña de seis años había superado aquello, ahora podía sobrevivir a cualquier cosa, incluida la huida de Mickey Volkova a México con su nueva novia. «Y es por eso por lo que puedes cortar con tanta facilidad —pensó—. Te mereces algo mejor que esto, así que deja de preocuparte.» Se acomodó en su sillón favorito y, al final, se permitió pensar en Julia. Esperaba recibir una llamada de teléfono tarde, cuando la cena se hubiera acabado. Su mirada se paseó sobre la poco digna pose de Mickey en el sofá, con la boca abierta y roncando ligeramente. Lena comparó a Julia con Mickey. Físicamente eran parecidas: las dos eran mujeres atractivas, con una espesa cabellera aunque una rubia y la otra pelinegra, extraordinarios ojos azules, pero ahí se acababa el parecido. Mientras que Mickey era egoísta y temperamental, Julia era cálida y divertida. La comprensión y la perspicacia de Julia suponían un cambio agradable frente a los constantes quejidos y el cinismo de Mickey. ¡Había tantas cosas en Julia que Lena quería conocer mejor! «¿Pero cómo puede ser que me esté enamorando de ella tan pronto? —se preguntó—. Sigo metiendo en el carro de la compra los aperitivos favoritos de Mickey y cada mañana busco en el baño su cepillo de dientes.» El teléfono sonó y la sacó de su ensueño. Lena reconoció inmediatamente la voz de Larissa.

—Por favor, disculpa si esta pregunta esta fuera de lugar —dijo Larissa—, pero he recibido una extrañísima llamada de teléfono de Verónica. ¿Por casualidad esta Mickey ahí contigo?
—Esta inconsciente en el sofá —dijo Lena despacio. Volvía a estar enfadada. Todo había sucedido tan rápido que las había pillado por sorpresa—. ¿Te pasa esto muy a menudo, Larissa, que las amantes de Mickey te llamen a media noche preguntándote dónde está?
—Eeee...
—Estoy tan harta de esto.
—Lo sé —dijo Larissa, con un suspiro—. Lo siento. Ahora vamos a recogerla.
—Ha estado conduciendo, Larissa.

Su ira se desvaneció cuando volvió a mirar a Mickey... Mickey, que no podía ser tan tonta como para no saber que la combinación del alcohol con un vehículo podía ser mortal... Mickey, que siempre se había burlado de lo mucho que odiaba Lena aquello. Los Katin habían muerto en un choque frontal contra un conductor borracho y a Lena no le costaba nada trasladar su indignación por aquel incidente a cualquiera que eligiera ser así de irresponsable.

—Llegamos enseguida —oyó que Larissa le decía en voz baja antes de colgar. Acababa de dejar el teléfono sobre la mesa cuando volvió a sonar. Esa vez era Betty Harris, la asesora de Mickey en Alcohólicos Anónimos.
—Inconsciente en el sofá —informó Lena en un tono monocorde.
—Esta semana me ha llamado una vez —dijo Betty—y creía que ya lo habíamos hablado todo.
—Pues es obvio que no.
—Voy para allí.
—No te preocupes. Su madre viene a recogerla.
—Pues más razón para que yo esté ahí.

Lena colgó el teléfono y volvió a dejarlo sobre la mesita del café, pero antes de que pudiera ponerse cómoda en su sillón llamaron a la puerta. «Si Verónica se presenta aquí, ¡juro por Dios que las pongo a las dos de patitas en la calle!» Apartó las cortinas de un tirón y vio a Julia de pie en el porche. La sorpresa de Lena se transformó rápidamente en alivio y alegría. Con dedos torpes, descorrió el pestillo y abrió la puerta. Julia la miró con sus electrizantes ojos azules deshechos en lágrimas. Inspiró profundamente como para recomponerse y esperó a que Lena la arrastrara al interior.

—¿Que estás haciendo aquí? —le preguntó Lena mientras cerraba la puerta y la rodeaba con sus brazos—. ¡Qué sorpresa más maravillosa!

Lena la abrazó y después dio un paso atrás, dejando las manos sobre los hombros de Julia.

—¿Qué pasa? ¿Estas llorando?

Le tocó la barbilla con la punta de un dedo y le hizo levantar un poco la cabeza. Justo entonces volvió a sonar el timbre de la puerta ambas se sobresaltaron. Lena abrió sin pensar en mirar antes quien era y se encontró con Verónica en el porche. Vestía una falda larga negra y una chaqueta a juego, y su cabellera a lo Farrah Fawcett estaba perfecta, como de costumbre. Lena abrió la puerta del todo de un tirón.

—¿Cuánto rato lleva Mickey aquí? —preguntó Verónica, ahora ya dentro de la casa, ignorando a Lena pero dándole un buen repaso a Julia—. Tú debes de ser una Volkova —dijo con una sonrisa libidinosa—. Tengo que asegurarme de que en el futuro Mickey se deja el pelo largo. —Finalmente apartó los ojos de Julia el tiempo suficiente como para girarse hacia Lena—. ¿Dónde está?
—En el salón. Larissa viene a recogerla.

Lena vio cómo Julia y Verónica se dirigían hacia el sofá. Julia, bruscamente, se giró y se quedó mirando la estantería que había al otro lado de la habitación.

—Solo se ha tomado dos copas —dijo Verónica—. Yo fui a...
—¿Sabías que estaba bebiendo? —le preguntó Lena.
—Habíamos salido con un grupo de gente del trabajo y Mickey ya es mayorcita. Debería saber lo que puede hacer y lo que no.

El timbre de la puerta volvió a sonar. Mientras Lena iba a abrir vio a Julia en el vestíbulo, dirigiéndose a la cocina. «¿No se acabará nunca esta noche?», se preguntó Lena. Larissa y Phoebe entraron ataviadas con pantalones de chándal, bambas y camisetas anchas. Larissa la abrazó y se disculpó.

—¿No es el coche de Julia el que está ahí delante? —preguntó Phoebe. Lena asintió.
—Está en la cocina.
—No es lo mismo que si la hubiéramos atado a una silla y la hubiéramos obligado a beber —dijo Verónica a la defensiva. Se acercó y agitó un poco a Mickey, pero lo único que logró fue interrumpir momentáneamente sus ronquidos—. Despierta, nena. Vámonos a casa.

Larissa y Lena se miraron la una a la otra. Las dos sabían que la única manera de que Mickey fuera a alguna parte era que alguien la acarreara. Phoebe se apoyó contra el marco de la puerta de la cocina y esperó a que Julia acabara de preparar una cafetera.

—¿Cómo va el negocio de la piel, doctora? —le preguntó Phoebe.
—Descabellado, en el mejor de los casos.
—¿Tu no tenías que estar en Saint Louis?
—Estaba —dijo Julia.
—¿Cómo ha ido tu ponencia?
—Bien. Ha habido respuestas interesantes.

Phoebe entró en la cocina y se quedó al lado de Julia, con las manos entrelazadas a la espalda, mientras ambas miraban cómo la cafetera se iba yendo lentamente.

—Has estado llorando —le dijo Phoebe—. ¿Quieres que hablemos?
—La verdad es que no.
—¿Estas segura?
—Sí, no es nada.
—Te marchas de una conferencia antes de que acabe, de una conferencia a la que querías ir desde hace tres meses. Te presentas en casa de la ex pareja de tu hermana un sábado a las nueve de la noche y has estado llorando. Esto va a ser algo más que nada.

Julia no respondió y las dos siguieron mirando la cafetera.

—¿Hay algo entre tú y Lena? —le preguntó Phoebe—. Por favor, dime que no: no soporto mentirle a tu madre.

El timbre de la puerta sonó de nuevo mientras Julia sacaba tres tazas de la vitrina.

—¿Y ahora quien puede ser? —gruñó Phoebe.

Preparó una taza de café para Larissa, otra para ella y alcanzó la tercera que Julia había preparado cuidadosamente, y la puso en la bandeja con las otras dos.

—Esta es para Lena —dijo Julia.
—¿Ya sabes cómo le gusta el café?

Julia le dedicó una tímida sonrisa.

—También habla en sueños. Me voy a casa. Ya nos veremos.

Phoebe la siguió fuera de la cocina, cruzó el vestíbulo hasta llegar al salón, sirvió las dos tazas de café a Larissa y a Lena, e informó de que había más café en la cocina, por si alguien quería. Lena sostuvo su taza y tomó un cauteloso sorbo antes de advertir que Julia estaba abriendo la puerta principal. Dejó el café sobre la mesa y corrió tras ella.

—¡Eh! —le gritó por encima del ruido.

Larissa, Verónica y Betty estaban discutiendo sobre donde iba a pasar la noche Mickey, que seguía inconsciente. Lena alcanzó a Julia antes de que abandonara el porche y la agarró por el brazo.

—¿Dónde vas?

La hizo volver a entrar, lanzó una mirada a la ruidosa escena que se estaba desarrollando en la salita y llevó a Julia, a través del vestíbulo, hasta la cocina.

—¿Dónde ibas? —le preguntó.

Se llevó la mano de Julia a los labios para darle un beso.

—A casa, creo.
—¿A casa? —dijo Lena, sorprendida—. ¡Has estado llorando!

Avergonzada, Julia intentó apartar la mirada, pero Lena no iba a permitírselo. Con la punta del dedo bajo la barbilla de Julia, le hizo levantar la cabeza.

—Algo te está haciendo sufrir. Explícame que ha ocurrido.

Julia parpadeó, intentando contener las lágrimas, pero antes de que pudiera recuperar la voz Lena llegó por si sola a la conclusión.

—Has visto el coche de Mickey aquí fuera —dijo—. ¿Es por eso?

Julia miró al frente e hizo una respiración profunda e irregular.

—Por Dios, Julia, ¿qué esperabas encontrarte?
—De hecho, nunca antes hemos hablado de Mickey —dijo Julia con un susurro ronco.
—¿Que has pensado cuando has visto su coche aquí? —preguntó Lena, con un cierto tono de indignación en la voz—. ¿Qué me había esperado a que te fueras de la ciudad para volver a verla? ¿Que estábamos haciendo el amor? ¿Qué? Cuéntame.

Julia cerró los ojos y tembló visiblemente ante todas aquellas sugerencias. Aparcar frente a la casa y encontrarse con que el coche de Mickey estaba allí... En lo único en lo que Julia había pensado fue en la mirada de Mickey aquel día en su consulta, la mirada que le había confirmado lo que Mickey sentía verdaderamente por Lena. Y después, su coche estaba allí, frente a la casa de Lena. Julia recordaba haber pensado: «Tendría que haber llamado antes. ¿Por qué no llamé?». Sin embargo, las lágrimas se presentaron por sorpresa, sin previo aviso, después de que hubo llamado al timbre.

—Lena —resonó una voz en la puerta de la cocina—, ¿puedes decirle a estas personas que se vayan de aquí?

Lena y Julia se sobresaltaron por la interrupción. Lena miró a Julia a los ojos y con expresión seria le dijo:


—No te muevas. —Y pronunciando cada palabra lentamente, añadió— Vuelvo en un momento.


Lena salió de la cocina y siguió a una mujer más mayor, a la que Julia no había visto nunca. Podía oír la voz de Lena por encima de las otras voces que resonaban en la sala.

—No me importa dónde va Mickey ni con quien se va, pero sacadla de aquí.

Hubo un momento de absoluto silencio antes de que el escándalo de voces que discutían volviera a empezar. Desde la cocina Julia podía oír fragmentos de frases entre el griterío: «Agárrala por los pies, ¿dónde tengo las llaves?, donde ha de estar es con su amante, abre la puerta, tiene que quedarse con su madre, cuidado con la cabeza, Dios, cuánto pesa!». Minutos más tarde Julia oyó cómo se cerraba la puerta delantera y Lena reapareció en la cocina.

—Ya se han ido —dijo.

Lena se acercó lentamente y se detuvo delante de ella. Sus miradas se encontraron y, de repente, fueron conscientes la una de la otra.

—¿Cómo puedes pensar que preferiría estar con otra persona después de lo bien que estamos juntas? —le preguntó Lena. Se cruzó de brazos—. Mis recuerdos de Mickey no son muy agradables, Julia. Cuando pienso en ella veo a una persona que prefiere echar la culpa de sus problemas a los demás; veo a una persona que solo puede pensar en sí misma, independientemente de cual sea la situación; veo a una persona que se fugó a México con la primera que pasaba. —Lena se apartó un mechón de cabello de los ojos y bajó la voz—. Y me sigo preguntando si esto es normal, si toda esta rabia y esta energía negativa es algo bueno. —Alargó la mano para enjugar una lágrima que rodaba por la mejilla de Julia—. Ahora mismo, lo único que se es que me gusta estar contigo. Me gusta mucho. Y seguramente me estoy enamorando de ti, pero aún no estoy preparada para admitirlo. —Le acaricio una mejilla con el dorso de la mano—. Tu perfume seguía anoche en mi almohada —susurró— y lo que más me hubiera gustado en el mundo hubiera sido tenerte allí.

Julia se inclinó y la besó con un beso lento, profundo e impresionante, que las dejó a las dos temblando de deseo. Lena pasó los brazos alrededor del cuello de Julia y musitó:

—Te he echado de menos y me alegra que hayas vuelto. Ahora, por favor, vamos a la cama.
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Mensaje por Anonymus 4/27/2015, 6:00 pm

Capitulo once



El lunes por la mañana, cuando Julia llegó a la oficina, Mickey estaba esperándola. «Tiene un aspecto terrible», pensó Julia mientras se ponía una bata blanca limpia.

—Concédeme diez minutos de tu tiempo —le dijo Mickey.

Tenía la cara tensa y parecía como si no hubiera dormido demasiado la noche anterior, pero su atuendo era impecable. Iba vestida para un juicio, con un traje de chaqueta azul oscuro, una blusa rosa pálido y zapatos de tacón a juego. Lo que le faltaba de personalidad lo compensaba en elegancia. Julia abrió la puerta de su pequeña consulta y señaló la silla que había delante del escritorio.

—¿Cuándo fuiste a buscar el coche?
—Ayer por la tarde —dijo Mickey—. Phoebe me acercó.

Julia se dio cuenta de que Mickey evitaba mirarla y supuso que probablemente estaba avergonzada por lo del sábado por la noche. Optó por no ponerle las cosas peor de lo que ya estaban. Mickey se aclaró la garganta y giró el cuello, para hacerlo crujir en aquel ritual irritante al que recurría siempre que estaba nerviosa.

—Yo... Ah... —empezó y después tamborileo con los dedos en el brazo de la silla—. ¿Puedes decirle a Lena algo de mi parte? —le preguntó y, sin esperar respuesta, añadió— Dile que estoy yendo a terapia y que asisto a las reuniones de Alcohólicos Anónimos cada día. Dile que lo siento mucho todo: lo de Verónica y Cancún..., todo. Solo dile esto.
—¿Por qué fuiste a su casa el sábado? —le preguntó Julia.
—¿Por qué? —repitió Mickey, sorprendida por la pregunta—. Creo que en realidad te buscaba a ti, para ver si estabas allí. No sé, no lo recuerdo demasiado.
—Se estiró la falda y se sentó más recta en la silla— . Mira, sé que ahora no quiere verme ni hablar conmigo, pero de algún modo esto transmite un claro mensaje. ¿A ti no te dice nada?
—Me dice que no quiere verte ni hablar contigo.
—¿Eso es todo? ¿Eso es lo único que se te ocurre? Esta rebotada, Julia. Está enfadada conmigo y sabe que teclas pulsar. Solo te está utilizando, pero no va a estar enfadada conmigo toda la vida. Esto se le pasara. ¿Acaso no lo ves?
—Pero, mientras tanto, es mi coche el que está aparcado en su casa y son mis zapatillas las que están bajo su cama —se limitó a añadir Julia—. ¿De verdad crees que hemos de mantener esta conversación?

Mickey le lanzó una mirada cargada de odio.

—Le daré tu mensaje —dijo Julia.
—Hazlo. —Mickey se levantó, apoyó las manos en el borde del escritorio de Julia y se inclinó hacia delante—. Me sigue queriendo y eso no cambiará nunca.

Julia se encogió de hombros y, hundiendo las manos en los bolsillos de su bata blanca, también se puso en pie, igualando centímetro a centímetro la altura de Mickey.

—Ya lo veremos.


Julia pagó la pizza y le dio propina al repartidor. Echó un vistazo al salón para comprobar que Cardigan y Noah se estaban llevando bien: siguiendo una sugerencia de Lena, Julia había llevado a Noah a su casa para hacer una prueba piloto de convivencia. Hasta el momento, los gatos se mantenían cada uno fuera del camino del otro, pero tanto Julia como Lena estaban atentas por si empezaban los zarpazos.

—Mickey ha venido a verme hoy —dijo Julia mientras dejaba la pizza sobre la mesa. No quería sacar el tema, pero se lo había prometido a Mickey. Abrió la caja y vio las anchoas de la pizza—. No puedo creer que te gusten las anchoas. ¡Es fantástico! ¿Y qué tal tu tolerancia a las coles de Bruselas? ¿Y al hígado? ¿Te gusta alguna de estas cosas?
—De hecho, me gustan las dos —dijo Lena.
—Humm. Muy interesante. —«Si —pensó
Julia—, ninguna de las dos queremos hablar de Mickey.» Se sentaron a comer y Julia saboreó un pedacito de pizza coronado con una anchoa antes de proseguir. Al fin y al cabo, había prometido transmitir el mensaje—. Mickey ha venido a mi consulta esta mañana y quería que te dijera que ha empezado una terapia y que ha vuelto a Alcohólicos Anónimos. También dice que siente lo de México. Sólo quería que lo supieras.
—Y ahora ya lo sé, gracias. —Lena señaló con la cabeza a Noah y a Cardigan, que estaban entretenidos olisqueando una hoja de hiedra, sin duda después de haber percibido el olorcillo a anchoa en el ambiente— . Parece que se llevan bien.
—Sí, eso parece —asintió Julia.
—Ahora que Noah esta aquí, ya no tienes excusa para no traer más cosas tuyas —dijo Lena.
—¿He estado poniendo excusas?

Lena se rió y recortó a mordisquitos un trozo del borde de la pizza.

—No, la verdad es que no. Me gustaría que pensaras en venirte a vivir conmigo. De hecho, estas aquí todas las noches. Y también podríamos hacerlo oficial.

Julia, con aire despreocupado, dejó su porción de pizza para que Lena no viera que le temblaban las manos.

—¿Seríamos compañeras de piso que duermen juntas? —le preguntó. Se acercó a la caja de la pizza para tomar otra porción, aunque ya tenía un trozo en el plato—. ¿O es tu manera de pedirme que me case contigo?

La suave sonrisa de Lena hizo que el pulso de Julia se desbocara. Julia pellizcó una anchoa y se la metió en la boca. Se encogió de hombros y dijo:

—Supongo que es un poco absurdo hablar de casarnos cuando tú ni siquiera estas segura de quererme. —Tomó la copa de vino con una mano medio temblorosa y bebió un largo trago—. Así que me imagino que seremos compañeras de piso que duermen juntas. —Volvió a dejar la copa y pasó un dedo lentamente por el borde—. Seguiremos durmiendo juntas si me mudo aquí, ¿verdad?
—¿De qué coño estás hablando? —le preguntó Lena exasperada. Los ojos de Julia se abrieron de golpe: nunca la había oído decir palabrotas.
—No necesito a ninguna compañera de piso —dijo Lena—. ¿Y por qué iba a hacer el amor contigo ahora y no cuando te vengas a vivir aquí? —Tomó otro trozo de pizza de la caja y lo dejó caer en su plato—. Y sí, respondiendo a tu pregunta anterior, es mi manera de pedirte si quieres casarte conmigo.
—¿Te casarías con alguien de quien no estuvieras enamorada?
La exasperación volvió a reflejarse en el rostro de Lena, mientras buscaba a Julia con la mirada, pero, de repente, su expresión se suavizó y se apoyó en el respaldo de su asiento.

—¿Lo dices en serio? —le preguntó.
—Olvida todo lo que he dicho —susurró Julia. No tenía ni idea de cómo había perdido la voz y, para su horror, sintió que se le agolpaban las lágrimas en los ojos. «La estoy presionando para que me de respuestas que no tiene. ¿Qué me está pasando?»—. Por favor, olvídalo.
—Julia —le dijo Lena—, cariño, creo que estoy enamorada de ti desde que me diste aquel beso de cien dólares. —Sonrió y se estiró para cogerle la mano por encima de la mesa. La voz de Lena era grave y estaba cargada de emoción cuando le dijo—: Aquel día, en la Fiesta Gay y Lésbica, me puse nerviosa cuando vi que te ponías en la cola de la caseta de los besos. Para entonces, ya sentía algo muy fuerte por ti. —Levantó la mirada y se rió suavemente de otro recuerdo—. Y allí estabas tú, delante de mí, revisando los enjuagues y charlando con Joey. Vi que tú también estabas nerviosa y aquello me hizo desearte incluso más aún. —Volvió a reírse—. Y entonces, empieza a sonar tu busca. ¿Te acuerdas? —Sus ojos se clavaron en los de Julia con una mirada perspicaz y penetrante, y el estómago de Julia empezó una nueva sucesión de vuelcos—. Pero con busca o sin busca, doctora Volkova, aquel día no te ibas a ninguna parte hasta que no me hubieras dado un beso.

Julia asintió y le acarició la mano.

—Ni siquiera recuerdo como conduje hasta el hospital después de aquello.

Lena se rió y apoyó los codos sobre la mesa.

—¿Y bien? —susurró Julia, agradecida por haber recuperado la voz—. ¿Nos vamos a casar o no? La pizza se está enfriando.

A la mañana siguiente, Julia no pudo desayunar con Maxine, ya que estaba en el quirófano asistiendo a un parto de gemelos. Después del trabajo, Julia decidió pasarse por la consulta de Maxine e inmediatamente se alegró de haber perdido el interés por la obstetricia muy temprano en la facultad. La sala de espera estaba rebosante de mujeres en diferentes fases del embarazo: algunas apoyaban las revistas sobre sus enormes vientres redondos y esperaban volver a ser capaces de verse los pies algún día. Casi todas estaban abanicándose en aquel espacio relativamente fresco. Julia se detuvo frente al cartel enmarcado de la sala de espera y negó con la cabeza. En grandes letras se leía: Confucio dijo Aquella que espere en la consulta de un doctor debe ser paciente.

—Siento lo del desayuno —le dijo Maxine unos minutos más tarde, mientras le tendía un gráfico a la enfermera—. Puedo dedicarte tres minutos mientras me cambio de zapatos: mis pies están pidiendo a gritos unas zapatillas de deporte.
—Busca en tu agenda una noche en la que tú y Betina estéis libres para ir a cenar —dijo Julia cuando llegaron a la consulta de Maxine—. Aunque no será en un sitio demasiado concurrido: no quiero que os escapéis en un restaurante repleto para follar en la cocina o algo así.
—De repente, te estas volviendo una puritana —dijo Maxine entre risas—. ¿Qué te parece organizar uno de esos banquetes italianos que te han hecho famosa? ¿Ya has cocinado algo para Lena?
—Pues ahora que lo dices, no.
—No estas promocionando tus mejores cualidades, doctora Volkova. ¿Cómo quieres que ella se dé cuenta alguna vez del buen partido que eres?

Julia sonrió.

—Ya lo sabe.

Maxine terminó de atarse los zapatos y se pasó los dedos por entre su desordenado cabello. Parecía cansada.

—Se te han acabado los tres minutos. Te llamaré para decirte cuando nos va bien.

Julia graduó el fuego de un fogón y después se asomó al horno justo cuando sonaba el timbre de la puerta. Fue a abrir y, por un momento, se quedó sin palabras cuando vio a Lena con una falda larga hasta el tobillo, con un discreto estampado dorado de flores, una camisa blanca de manga larga y un chaleco beige. «Mi amante la bibliotecaria está guapísima», pensó Julia mientras cerraba la puerta y la besaba. La lengua de Lena exploró su boca con delicadeza, enviando un torrente de energía que le recorrió todo el cuerpo. Lena pasó los brazos por el cuello de Julia y dijo:

—Huele como en casa de tu madre. Y, por cierto, eso es todo un cumplido.
—Ya me lo parece. Gracias.
—No sabía que cocinaras.

Julia echó la cabeza hacia atrás mientras los labios de Lena recorrían su cuello.

—Soy Rusa y tengo múltiples encantos.
—Humm. Si, ya me había dado cuenta. —Lena deslizó las manos por la parte delantera del jersey de Julia—. ¿Necesitas que te ayude a hacer algo?
—Puede que a quitarte la ropa —le susurró.


Después de la cena, las cuatro se acomodaron en la salita de Julia. Maxine y Betina se sentaron en el sofá, agarradas de la mano, mientras Lena y Julia estaban abrazadas en un sillón, frente ellas. Todas habían comido mucho y estaban dejando pasar un rato antes de saborear el pastel italiano de ensueño que Julia había preparado de postre. La comunidad lésbica de San Antonio había hecho posible que Lena, políticamente muy activa, se cruzara con Maxine y Betina en diversas ocasiones. A Julia le sorprendió descubrir que Lena y Betina en realidad habían estado trabajando juntas en un proyecto de inscripción en el censo durante la primera campaña de Clinton.

—Joey, el de la caseta de los besos, es hermano de Betina —le explicó Lena a Julia—. Te acuerdas de la caseta de los besos, ¿verdad?
—Con todo detalle.

Betina dejó su cola light al final de la mesa y jugueteó con uno de sus largos pendientes.

—Hablemos de sexo —dijo, de repente. Tenía una sonrisa contagiosa y un entusiasmo que daba gusto—. Hablar de sexo me gusta casi tanto como practicarlo. —Dio una palmadita en la mano de Maxine y le preguntó en voz baja y seductora—: ¿Cuál es el sitio más extraño en el que lo hemos hecho, cariño?
—En la ambulancia, con las sirenas en marcha —dijo Maxine sin titubear—. Eso sí que fue una urgencia, por decirlo así.
—¡Oh, sí! Fue divertido.
—¿Una ambulancia? —le dijo Lena a Julia, articulando bien las palabras. Las dos arquearon las cejas sinceramente impresionadas.
—Lo del Shamu Stadium también estuvo bien —dijo Betina—. Y me gustó mucho la escena en tu corta céspedes, hace algunas semanas.
—¡Ah! Pues yo no puedo olvidar lo del terrario del zoo. —Maxine se dio aire con un abanico imaginario—. ¡Dios santo!

Julia resopló.

—No me creo ni una décima parte de las cosas que cuentas, doctora Weston —dijo—. Si fuera realmente tan excitante, entonces no tendrías porque hablar tanto de ello.
—¡Ohhh! —exclamo Betina con un gorgorito, mientras se retorcía convincentemente—. Es que hablar de ello lo hace mucho más excitante.

Lena se había pasado la mayor parte de la mañana del miércoles al teléfono, comentando con otras bibliotecarias como iba la campaña de petición. Habían previsto encontrarse en la biblioteca central el jueves por la noche, para hacer otra puesta en común de ideas. Un poco más tarde, alguien le dio un mensaje de parte de Janet Landro: quería quedar con ella para comer. Lena miró el reloj y vio que tenía cinco minutos para llegar al restaurante. Janet estaba en una mesa al fondo y saludó agitando la carta cuando Lena entró.

—Has tenido la línea ocupada toda la mañana —se quejó—. No estaba segura de que hubieras recibido mi mensaje.
—El nuevo presupuesto municipal me lleva de cabeza— dijo Lena mientras abría la carta. Estaba cansada de pensar en ello. Pidió el menú especial y exprimió una rodaja de limón en su vaso de agua.
—¿Adivina con quien cené anoche? —le dijo Janet. Sin esperar respuesta, le soltó —: Con Mickey. Nos encontramos por casualidad en una cafetería y nos pasamos dos horas criticando a Verónica. Por cierto, Mickey dice que estas saliendo con alguien. ¿Por qué no me lo habías dicho?

Lena se limitó a mirarla sin poder creer lo que oía.

—Sé que lo de que me volviera a acostar con Verónica te molestó un poco —siguió Janet—. Y después oí que Verónica se estaba viendo con otra persona mientras se acostaba con Mickey y conmigo. ¡Dios! ¿Qué problema tendrá Verónica? Antes no era así. —Hizo una pausa mientras la camarera les servía los platos—. Mickey te echa de menos, Lena. No hace más que hablar de ti.
—No me lo creo —dijo Lena—. Esa mujer se largó de la ciudad con tu amante, Janet, con los billetes que te había comprado para tu cumpleaños, nada menos.
—No me lo recuerdes. ¡Eh! Todos nos equivocamos. Ahora ella lo está pasando mal.
—¿Y qué? ¿A quién le importa?
—Te echa de menos.
—Nunca me echó de menos cuando me importaba —dijo Lena—. Yo he seguido con mi vida. ¿Y a ti que te pasa? ¿Cómo puedes juntarte con alguien así? Se acostaba con tu amante, por Dios. ¿Dónde está tu orgullo?
—¡Bah! A la mierda con el orgullo. Hace mucho tiempo que aprendí que el orgullo no te da calor por las noches.

Lena removía su puré de patatas clavando con saña el tenedor.

—Prefiero morirme de frío.
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Mensaje por Anonymus 4/27/2015, 6:02 pm

Capitulo doce


Lena metió en el lavavajillas el último plato sucio y escuchó cómo Julia intentaba aleccionar a los gatos para que no anduvieran por encima del contestador. Minutos más tarde Julia se acercó y apretó su cuerpo contra la espalda de Lena.

—¿Estas segura de que tienes sitio para mí aquí? —preguntó Julia—. Tengo montones de cosas.
—Ya haremos sitio.

Sonó el teléfono y Lena contestó. Larissa estaba al otro lado de la línea y preguntaba si ella y Phoebe podían pasarse por allí.

—Acabo de hacer un bizcocho —dijo—. Todavía está caliente.

Lena sonrió.

—El café estará a punto cuando lleguéis —colgó y pasó las manos por la nuca de Julia—. Era tu madre, que viene hacia aquí. Me gustaría saber que sucede. ¿Les has comentado algo de nosotras?
—No, no he tenido ocasión.

Julia estaba algo nerviosa mientras, un poco más tarde, ponía los platos de postre y las tazas en la mesa. Phoebe y su madre acababan de llegar: podía oírlas en la sala de estar mientras hablaban con Lena sobre la mejor manera de distribuir algunos muebles.

—Pero si esta aquí mi hija la doctora —dijo Larissa, sorprendida, cuando vio a Julia en el comedor—. No he visto tu coche aparcado enfrente.
—Estabas demasiado ocupada derritiéndote por el bizcocho —dijo Phoebe con un guiño—. ¡Hola, doctora! ¿Qué tal el negocio de la piel?
—Con el habitual sarpullido de pacientes —respondió Julia—. ¿Y bien? ¿Qué os trae por aquí?
—Tu hermana —dijo Larissa—. Mi hija la abogada se ha ido a confesar hoy. —Con una floritura dejo el bizcocho en el centro de la mesa y apartó una silla—. También ha empezado a ir a las reuniones de Alcohólicos Anónimos. Creo que esta vez sí va a conseguirlo. Está hablando muy seriamente de enmendarse.

Larissa miró hacia Lena, esperando que dijera algo.

—Voy a buscar un cuchillo —dijo Phoebe.
—Tráeme uno a mí —añadió secamente Lena. Phoebe se rió:
—Me refería para el pastel.


Lena se frotó la nariz como si intentara aliviar un dolor de cabeza.

—¿Y bien? —dijo Larissa—. Lo está intentando en serio. Mickey no se había confesado en los últimos quince años.
—Pensaba que los abogados tenían que hacerlo una vez al día —replicó Julia—. Creo que es una norma o algo así.

Phoebe regresó con el cuchillo y empezó a cortar el pastel.

—¿Por qué haces esto, Larissa? —le preguntó Lena—. ¿Quién dice que Mickey y yo tenemos que ser amigas? ¿Dónde está escrito que tenga que perdonarla por todo lo que me ha hecho? No me importa que se pase el día en la iglesia o que no vuelva a probar el alcohol en su vida. No quiero saber nada de ella, no quiero hablar de ella, no quiero pensar en ella. ¿No podéis entenderlo?

Lentamente, Larissa fue mirando de una en una a Phoebe, a Julia y después a Lena. Finalmente le dirigió la siguiente frase a su hija la doctora:

—Ayúdame a hacer entrar en razón a esta mujer. Tu hermana está intentando reorganizar su vida.
—¿Por qué debería ayudarte? —dijo Julia—. Lena tiene razón: Mickey tuvo su oportunidad, varias oportunidades, de hecho, y las ha desperdiciado todas.
—Estoy de acuerdo —intervino Phoebe—. Mickey se ha portado como una desgraciada y no puedes pretender que Lena se limite a olvidarlo. Cariño, no puedes obligarlas a que sean amigas. Eso puede tardar años. Incluso puede que nunca llegue a suceder.

Julia estudió a su madre durante unos instantes y vio la decepción reflejada en su rostro. «No, no, no —pensó Julia mientras las cuatro estaban allí sentadas, simulando comer pastel y tomar café—. No puede ser. Mi madre no.» Julia dejó el tenedor e inspiró profundamente.

—Mamá —dijo—, ¿estas intentando que Mickey y Lena vuelvan a estar juntas?
—Eso solo está en sus manos —repuso Larissa—. Lo que me parece importante es que Lena sepa con cuanto ahínco lo está intentando Mickey.
—Pero te gustaría volver a verlas juntas.
—Julia —dijo Lena, y la tomó de la mano.

Julia sintió un peso en el pecho al pensar que su madre estaba defendiendo a Mickey y poniéndose de su parte de aquella manera. Por un momento notó un mareo, pero Lena la agarró con fuerza y la hizo sentir segura.

—Mamá —dijo Julia—, ¿por qué siempre es a Mickey a quien quieres ver feliz? ¿Acaso yo no me lo merezco?
—Claro que sí —respondió Larissa, sinceramente confusa—. Quiero lo mejor para mis dos hijas. ¿Qué clase de pregunta es esa? Sabes perfectamente que Mickey siempre ha necesitado que la guiaran un poco, que le dieran un empujoncito en la dirección adecuada. Si nos quedamos esperando a que sea ella quien lo entienda, estropeará las cosas de verdad
—Me parece muy bien —dijo Julia—, pero esta vez tendrás que guiarla en otra dirección, en cualquier dirección que no sea Lena. Ahora es tu hija la doctora la que está enamorada de Lena y pienso seguir así.

Los ojos de Larissa se abrieron de par en par por la sorpresa, mientras se la quedaba irando.

—¿Tu y Lena?

Julia asintió y se llevó la mano de Lena a los labios para besarla. Larissa lanzó una mirada a Phoebe, que estaba al otro lado de la mesa.
—¿Sabías algo de esto? —le espetó.
—Más o menos, pero no del todo —dijo Phoebe.
—¿Qué clase de respuesta es esa? —Larissa se apoyó en el respaldo de su asiento. De repente, parecía agotada—.Lo siento, cariño, no lo sabía. Pero, ahora que lo pienso, las dos últimas veces que he venido estabas aquí. —Las miró y frunció el entrecejo—. ¿Por qué no habéis dicho nada? —Y, dirigiéndose a Lena, le preguntó—: ¿Por qué no nos lo dijiste?
—Quizá porque no es asunto nuestro — sugirió Phoebe con diplomacia.
—¡Oh! —exclamó Larissa—. Bueno, supongo que tienes razón. No es asunto nuestro, ¿verdad?

Lena empezó a reírse y apretó con fuerza la mano de Julia.

—También para nosotras esto es aún algo nuevo —dijo— Estoy segura de que finalmente hubiera salido el tema, pero todavía no hemos llegado a la fase de hacerlo público.
—¡Ah! —dijo Larissa—. Y aquí nos tienes a nosotras presentándonos cada dos por tres en esta casa. —Miró el trozo de tarta que permanecía intacto en su plato— . No hacemos más que aguaros la luna de miel. Quizá tengamos que agarrar el pastel e irnos, Phoebe, cariño.
—¡Ni se os ocurra! —exclamó Lena—. Puede que esta luna de miel sea para siempre. —Se encontró con los ojos de Julia—. Sinceramente, espero que sea así.
—¿Mickey sabe algo de esto? —preguntó Larissa, tras un momento.
—Si —le dijo Julia.
—Esa capulla —murmuró Larissa.

Aunque Julia quería contratar a una empresa de mudanzas, Phoebe la convenció de que, con las pocas pertenencias que tenía, sería más complicado contratar a alguien que hacerlo ellas mismas.

—Será divertido —seguía asegurándole Phoebe.

El día de la mudanza, Lena daba instrucciones a la cuadrilla compuesta por Larissa, Phoebe, Maxine y Betina sobre las cajas que estaban listas para ser cargadas en la furgoneta de Phoebe. En medio del salón de Julia había el montón de «No tocar», el montón de «Cosas para tirar» y el montón de «¿De quién es esto?». Julia había tenido que irse al hospital para una urgencia.

—¿Dónde hay una mujer de parto cuando la necesito? —preguntó Maxine mientras avanzaba hacia la puerta, cargando con su extremo de la mesita de café.
—Esperan a cuando estamos disfrutando del mejor sexo para enviarte un mensaje al busca, cariño —le recordó Betina.

Lena y Larissa habían empaquetado todo lo que había en la cocina y estaban a punto de empezar con la habitación de Julia. Phoebe entró y le dio a Larissa un beso en la mejilla.

—La furgoneta está cargada —dijo—. Me llevo a Maxine y a Betina para que me ayuden a descargar. —Y dirigiéndose a Lena—: ¿Estas segura de que no quieres venir para decirnos dónde poner las cosas?
—Todo tiene etiquetas —dijo Lena— y, si algo no está claro, ya lo arreglaremos después. Espera, te daré la llave de casa.

Después de que las tres se hubieran ido, el teléfono sonó y hubo un momento de tensión cuando ni Larissa ni Lena conseguían encontrarlo. Por fin, Lena localizó el cable y sacó el teléfono de debajo de un montón de toallas limpias que había al lado de la chimenea.

—Hola —dijo, sin aliento.
—Hola —le dijo Julia—. Soy yo. —bajo la voz y preguntó—: ¿Que llevas puesto?

Lena se rio.

—Sudor, mucho sudor. ¿Dónde estás?
—De camino. ¿Necesitáis algo, ahora que estoy en la calle? Refrescos, hielo, vino, pizza...
—No, estamos bien —dijo Lena—. Permíteme sugerirte que no te entretengas, cariño. Maxine cree que te has enviado el mensaje al busca tú misma para poder escaquearte de la mudanza.
—Tenía un paciente de verdad con una urgencia justificada —dijo Julia—. Esa es mi versión y pienso atenerme a ella.
—Claro que sí.
—Además —prosiguió Julia—, el único motivo por el que Maxine piensa así es porque ella sí que lo haría si se tratara de su mudanza. Bueno, será mejor que me ponga en marcha y os deje trabajar. Estaré ahí dentro de unos minutos.

Lena colgó y dejó el teléfono a la vista. Larissa estaba en el umbral, apoyada en una escoba y mirándola.

—Esa tenía que ser mi hija la doctora —dijo.
—Era ella. Esta de camino.

Larissa asintió y apoyó la escoba contra la pared.

—Te hace feliz y no estoy segura de haberte visto realmente feliz anteriormente.
—Puede que tengas razón —admitió Lena—. Julia y yo nos parecemos mucho. —Se rio y dijo—: Maxine cree que somos las dos personas más aburridas que ha conocido en toda su vida.
—No hay nada malo en ser aburrida —dijo Larissa—. Phoebe y yo llevamos veinticinco años siendo aburridas y sigue gustándonos. —Agarró una pila de toallas y las metió dentro de una caja vacía—. Mickey y Janet se están viendo mucho últimamente. Mi peor pesadilla con ellas es que las dos se vayan a vivir con Verónica y que arruinen sus vidas de verdad.
—No me sorprendería —dijo Lena.

Siguió a Larissa hasta la habitación de Julia y empezaron a quitar las sábanas de la cama. Sonó el teléfono que había en la mesita de noche y Lena se estiró para responder.

—Hola —dijo Julia—. Soy yo otra vez.

Lena sonrió con solo oír su voz.

—Hola. ¿Dónde estás?
—En la entrada del garaje.
—¿Dónde —Lena fue hacia la ventana y abrió las cortinas para poder mirar fuera. Julia la saludó con la mano desde el asiento del conductor y susurró en el teléfono móvil: —¿Que llevas puesto?

Hacia las seis y media de aquella misma tarde ya lo habían trasladado todo y Larissa y Phoebe se quedaron para ayudarlas a adecentar el viejo apartamento vacío. A Lena le dolían partes del cuerpo que no sabía que tuviera y después de una hora de barrer y pasar la aspiradora se tomó un respiro. Se tumbó un momentito en el suelo de la sala vacía y se quedó dormida. Después de lo que a ella le parecieron unos minutos, alguien la besó en la frente: la luz del pasillo proyectaba un leve resplandor en la habitación y, al abrir los ojos, Lena pudo ver que Julia estaba a su lado.

—Hola —dijo Lena, adormilada.
—¿Estas lista para ir a casa? —le preguntó Julia, pasándole los dedos por el flequillo para apartárselo de la cara—. Ya está todo hecho.
—¿Todo? ¿Dónde están Larissa y Phoebe?
—Hace horas que las envié a casa.
—¿Qué hora es?
—Las once y media —dijo Julia y se inclinó más para besarla en los labios.

De repente, Lena estaba más despierta de lo que creía. Un besito se convirtió en un par y lo siguiente que supo es que su cuerpo vibraba de excitación.

—Te amo —susurró Julia.

Lena le pasó la mano por la nuca y la atrajo hacia sí para darle un beso profundo y ávido. Quería tocarla por todas partes y, al mismo tiempo, deseaba sentir las manos de Julia por todo su cuerpo. Como si le hubiera leído el pensamiento, Julia empezó a desabrocharle la camisa mientras Lena estiraba de la suya para sacársela por encima de la cabeza. El ruido del roce de la tela y los suaves murmullos acentuaron su excitación mientras con sus bocas buscaban más de la otra. Lena ayudó a que se quitaran la ropa. Ansiaba que la piel fresca, suave y sedosa de Julia tocara la suya, se frotara contra ella. Se separaron solo el tiempo suficiente para que Julia mirara a Lena y viera el deseo que ardía en sus ojos. Julia dejó caer su pelo negro hacia delante y, con él, acarició los pechos de Lena. Después, echó la cabeza hacia atrás y la cascada de cabello cayó por detrás de sus hombros.

—Yo también te amo —dijo Lena.

«¡Dios, cuanto te amo!» Julia se quedó a su lado y frotó sus pezones duros contra los pechos de Lena. Empezaron a besarse de nuevo con la boca abierta. Sus lenguas ávidas entraban y salían, y sus cuerpos se estremecían de deseo. Lena notó que la mano de Julia avanzaba entre sus piernas y allí empezó una caricia extremadamente deliciosa. Lena la esperaba con las piernas abiertas y las caderas moviéndose a un ritmo constante. Julia abandonó el beso y centro su atención en los pechos de Lena. Con la lengua trazó círculos alrededor de sus pezones erizados, antes de tomar uno con la boca. La presión entre las piernas de Lena fue en aumento y se vio invadida por una sensación cálida y palpitante, dulce y maravillosa, que lentamente se iba extendiendo por todo su cuerpo.

—Sí, sí... —susurraba Lena con urgencia.

Las palabras y las sílabas quedaron presas en su garganta a partir de aquel momento y estrechó su abrazo alrededor del cuello de Julia. La sensación era electrizante y potente, como una descarga eléctrica que la impulsara hacia delante. Lena se corrió con un gemido largo y ronco, y hundió la cara en el pelo de Julia. Siguió abrazándola de aquel modo y temblando mientras los dedos se movían y la tocaban con una precisión controlada. Lena sintió que la boca de Julia abandonaba sus pechos y la besaba con ternura en la mejilla. Lena hizo que Julia se pusiera encima de ella y abrió las piernas más aún para que se acomodara entre ellas. Lentamente, Julia empezó a balancearse contra Lena y esta arqueó la espalda, alcanzando aquella completa conexión que le resultaba ya familiar. Lena, aun sensible y palpitante por toda la estimulación, tenía la seguridad de que aquella vez se iban a correr al mismo tiempo.

—Me gusta tanto sentirte —dijo, con un susurro entrecortado—. ¡Dios, Julia!... Me gustas tanto.

Acarició el cuello de Julia y se sumó a su balanceo moviendo las caderas. Aumentaron el ritmo y Lena la agarró y la apretó contra sí con más fuerza, aferrándola con pasión mientras el calor se iba esparciendo. La primera oleada del orgasmo le hizo sentir como si un líquido cálido corriera por su interior y, segundos después, la desesperada excitación de la embriaguez hizo enrojecer sus cuerpos en una continua descarga de placer. Julia se estremeció y se desmoronó sobre Lena, hundiendo la cara entre su cuello y sus hombros. Sin fuerzas para nada más, empezó a darle besitos minúsculos en el lóbulo de la oreja. Temblorosas, intentaban recuperar una respiración normal. Lena enroscó las piernas alrededor de Julia y frotó, una vez más, la humedad de Julia contra su propio sexo palpitante. Julia la besó en la mejilla con un poco más de fuerza que antes y, agotada, se tumbó a su lado.

—Ha sido fabuloso —dijo Lena. Besó a Julia en la coronilla y frotó la mejilla contra su suave cabello. Tenía ganas de llorar. En aquel momento se sentía más feliz de lo que recordaba haberse sentido nunca—.
¿Dónde has estado toda mi vida? —le preguntó Lena, con una voz tranquila y adormecida. Julia la besó en la mejilla y murmuró:
—Esperándote.

El miércoles por la noche, en el Centro de Recursos de la Mujer, se había reunido el comité de planificación de la Conferencia de Lesbianas de Texas. Lena y Phoebe se hallaban sentadas en uno de los dos sofás de la sala, que estaba abarrotada de gente, y discutían sobre cuantas camisetas de la conferencia tenían que encargar. Cómo conseguir fondos había sido el punto clave de la discusión de la tarde, durante la cual habían repasado una y otra vez las mismas viejas sugerencias. El comité de planificación estaba en la fase de últimos retoques, determinando los cabos sueltos de los que tendrían que ocuparse a lo largo de las siguientes semanas. Lena seguía sorprendida por lo bien que estaba funcionando el grupo. Después de la reunión, Phoebe y Lena se ofrecieron para ayudar a recoger, por lo que fueron las últimas en salir. Cerraron con llave la puerta lateral del Centro de Recursos y Phoebe se guardó la llave en el bolsillo de sus pantalones cortos.

—A Larissa le dan un premio la semana que viene —le dijo Phoebe—. ¿Te ha comentado algo Julia?

Abrió la puerta de atrás de la furgoneta, se sentó en la caja y dio una palmadita a su lado, indicándole que se sentara.

—Por su trabajo en la clínica —repuso Lena—. Sí que me lo ha comentado.
—Bien. Pues entonces tengo que pedirte un favor —le dijo Phoebe.

Las farolas de la calle iluminaban el pequeño parking vacío mientras Lena se sentaba a su lado. Esperaba que Phoebe prosiguiera y la miró, mientras Phoebe echaba la cabeza hacia atrás y dejaba que su corta melena rubia grisácea le tocara los hombros. Se la veía seria y cansada.

—Eres una parte importante de nuestra familia —dijo Phoebe—, una parte muy importante. Larissa y yo te consideramos una de las nuestras. —Alcanzó la mano de Lena y le dio un apretón maternal—. El favor que he de pedirte no es fácil y no me gusta tener que pedírtelo, pero quiero que por una noche Mickey y tú dejéis vuestras diferencias a un lado y que finjáis que no hay ningún problema entre vosotras. Quiero que las dos vayáis al banquete de homenaje. Y Julia también, claro. Sé que a Larissa le hará muy feliz que estéis las tres allí. —Phoebe, nerviosa, tamborileaba con los dedos sobre el suelo de la furgoneta y tenía la mirada clavada en el infinito—. Esta mañana he mantenido una larga conversación con Mickey y ha accedido a hacer gala de su mejor comportamiento. Mañana tengo previsto mantener una conversación similar con Julia. Ahora, dime tú, Lena: ¿crees que podemos conseguirlo?

Lena suspiró. Odiaba que la hubieran puesto en aquella situación. Sabía que no podía negarse, pero, aun así, no le gustaba.

—Sabes que estaré allí —dijo. Bajó de un salto de la furgoneta, avanzó hacia su coche y le gritó por encima del hombro, desde la oscuridad—: Eso debería darte una idea de lo mucho que me importa Larissa.


Larissa estaba rodeada de compañeros de trabajo y de miembros de la directiva, y se lo estaba pasando de maravilla. Lena sonrió cuando vio a Julia al otro lado de la sala. Una vez más, estaba siendo presentada a un grupo de desconocidos bien trajeados. La sala de celebraciones del hotel era enorme y, según los últimos cálculos, habían asistido ciento setenta y ocho personas. Lena se sirvió otro vaso de ponche y, justo al girarse, tropezó con Mickey.

—Oh —dijo Lena, sobresaltada—. Lo siento. ¿Te he salpicado?
—No —respondió Mickey, mientras se frotaba la pechera de la chaqueta—, creo que no. Quería hablar contigo —dijo—, para disculparme por presentarme borracha en tu casa la otra noche. Fue una estupidez.
—¿El qué? —dijo Lena, dando un sorbo de su ponche—. ¿Emborracharte o presentarte en mi casa?
—Las dos cosas. —Mickey se encogió de hombros y movió el cuello para hacerlo crujir, de aquella manera tan irritante que siempre había horrorizado a Lena—. No sé qué me pasa últimamente.

Lena volvió a mirar al otro lado de la sala en busca de Julia, que estaba con su madre y Phoebe, junto a un grupito de administradores del hospital. Julia levantó la vista y sus ojos se encontraron y se quedaron clavados antes de que las dos sonrieran. Julia le susurró algo a su madre y empezó a avanzar hacia Lena a través de la multitud. Lena dejó a Mickey hablando, de pie junto a la ponchera, sin molestarse en excusarse. Ya había socializado bastante y ya le había dado a Larissa suficientes oportunidades para alardear de su hija la doctora y presentarla a todas y cada una de las personas que estaban remotamente interesadas. Lena decidió que Julia sería suya durante el resto de la velada.

—Hola —dijo Julia, cuando por fin se encontraron en medio de la sala—. Estas guapísima esta noche.
—Tú también.

Lena dio un trago de ponche de frutas y dejó que su mirada recorriera lentamente el cuerpo de Julia. Era una mujer guapa y Lena se sabía afortunada.

—Si no dejas de mirarme así, puede que cometa una locura totalmente impropia de mí —dijo Julia.
—Humm. ¿Cómo qué?
—Como abusar de ti aquí mismo. —Julia, de una rápida ojeada, inspeccionó el entorno inmediato. Después, bajó la voz y dijo—: Puede que sobre una mesa, sobre esa de ahí. Tú, con la cabeza colgando y los pechos subiendo y bajando, rodeándome con las piernas...
—Una escena que haría que Maxine y Betina estuvieran orgullosas de nosotras.
—¡Jesús! —exclamó Julia, abriéndose el cuello de la camisa—. ¿Por qué de repente hace tanto calor aquí dentro?

Lena se rió y pasó el brazo por la cintura de Julia.

—Sí, yo también me pregunto por qué




FIN
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Mensaje por flakita volkatina 9/5/2015, 12:53 am

Jajajaja q fin no comprendo xq me dio risa... pero ah sido una d esas adaptaciones un poco cortas q me gustan.. genial...
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