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One Summer Night

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Mensaje por Anonymus 1/30/2015, 7:20 pm

Nunca digas nunca jamás... ¿En qué momento Julia Volkova prometió que nunca volvería a enamorarse? Lo cierto es que lo hizo. Y de Lena Katina, cuya fama de «devoramujeres» la precede, y que tanto le recuerda a alguien que le hizo mucho daño. Pero (la carne es débil), en una cálida noche de verano, Julia sucumbe a los encantos de esta consumada seductora. Es sólo una noche, intenta convencerse, una noche solamente, un capricho, un momento de debilidad... Y a partir de entonces, olvidarla será su obsesión. Sabe además que el tiempo juega a su favor. Se acerca el final del verano, y el otoño las separará, Julia volverá a sus clases, lejos de Lena. O eso cree...
¿Sirve de algo negar la evidencia? No hay escapatoria. Julia intenta convencerse de que no siente lo que siente, y se resiste a ser arrastrada por Lena. «Lo del verano, nunca más», se dice. Lena por su parte intenta convencerla de que no es la que otros piensan y critican, una ligona cuyas «hazañas» tantos describen. Cuesta, pero el muro se resquebraja. Mas cuando cree haber convencido a Julia de que su amor es sincero, esa pertinaz mala reputación vuelve a interponerse entre ellas. ¿Por qué no escuchar al corazón? En un momento de zozobra y debilidad, Julia acepta el consuelo que Lena le ofrece, un consuelo exclusivamente físico, porque sigue firme tascando el freno de sus sentimientos. Aunque «firme» quizá sea una palabra excesivamente categórica...
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One Summer Night  Empty Re: One Summer Night

Mensaje por Anonymus 1/30/2015, 7:22 pm

Capítulo uno


Hacía calor. Demasiado calor para el mes de junio, pensó, mientras apuntaba la rejilla del aire acondicionado hacia su rostro y aceleraba por la autopista MoPac en su nuevo Mazda negro. Al echar una ojeada por el techo solar no vio más que cielo azul, sin tan siquiera una triste nubecilla blanca que ocultase el sol. Hizo una mueca. El verano había empezado con fuerza en Austin. Se preguntó de nuevo por qué se había dejado convencer para ir al torneo de softball. Katya, su mejor amiga, la había estado llamando toda la semana, suplicándole que acudiese, hasta que por fin cedió. El verano era su época favorita, el tiempo para estar sola y ponerse al día en todas las cosas que se había perdido durante el año. Sin clases que impartir hasta el semestre de otoño, quería pasar el verano yendo al lago Travis cuando le apeteciese y reanudando sus lecturas, no sentarse al ardiente sol viendo a un grupo de mujeres corriendo alrededor de las bases. Pero Katya había replicado, que si quería conocer a alguien, tenía que salir. Bueno, Julia Volkova no quería conocer a nadie, insistió tercamente, pero Katya se negó a oírla.

—Sólo tienes treinta y seis años. Dios, estás actuando como si tu vida se hubiese acabado y te hubieras resignado a ser una vieja solterona.
—No soy una solterona. Simplemente no estoy interesada en tener una relación en estos momentos.
—¿Quién está hablando de relación? No sales nunca, Jul, Me cabrea pensar que acabes sola para siempre. Ya han pasado tres años, lo sabes.
—Sé perfectamente cuánto tiempo ha pasado.
—Pues vente con nosotras. Nos beberemos unas cervezas y las animaremos un poco.

Así que acabó aceptando. Después de todo, era cierto que habían pasado ya tres años desde que Mona la dejó para volverse a Nueva York. Un traslado laboral, había dicho.
Julia rió amargamente. Los tres años transcurridos no habían disipado su ira. Cuando se enteró de que Mona había estado viendo a alguien en secreto durante casi seis meses antes de mudarse con su nueva novia, Julia quedó destrozada. ¿Cómo podía haber estado tan ciega como para no darse cuenta? ¿Se sentía tan satisfecha con su relación que nunca había pensado siquiera que Mona se había vuelto distante? ¿Que Mona tenía otra amante? Habían estado juntas durante cuatro años, los dos últimos compartiendo la casa de Julia en Bull Creek, y ella había sido lo bastante ingenua como para pensar que todo era perfecto entre ellas. Sacudió la cabeza, negándose a escarbar en aquellos viejos recuerdos. Prefirió concentrarse en conducir, con las manos firmes sobre el volante, mientras el tráfico del sábado zumbaba a su alrededor. Todavía cuidaba mucho su coche nuevo, y no había vuelto aún a su hábito de atajar zigzagueando ágilmente entre el tráfico. Avistó la salida que debía tomar y pronto estuvo a sólo unas manzanas del enorme complejo de campos deportivos del sur de Austin. Cientos de coches llenaban la zona de estacionamiento. Julia recordó que Katya había dicho que era el mayor torneo femenino que hubiese albergado nunca la ciudad de Austin. Había equipos de todo Texas, además de unos cuantos de otros estados. Por fin encontró un lugar donde aparcar, en la fila de atrás, y abrió la puerta. La vaharada de calor le hizo fruncir nuevamente el entrecejo. El verano no era su época favorita del año en Austin. ¡Oh, claro que le gustaba ir al lago y flotar en su neumático, en Bull Creek! Pero los veranos se hacían más y más largos cada año. Agradeció haberse puesto una camiseta de tirantes. La ligera brisa no estaba ayudando mucho. Se abrió el escote para abanicar el aire hacia él. Pocas veces llevaba sujetador, una ventaja de tener poco pecho, pensó. Probablemente la única. Cogió la silla plegable y su neverita de cervezas del maletero y se encaminó hacia los campos. Había en total diez campos de softball. Se dirigió al número tres, donde jugaba su equipo. Divisó a Katya y a Janis, y se abrió paso hacia ellas entre la multitud, disculpándose cada vez que la silla o la nevera tropezaban con alguien.

—¡Has venido! —exclamó Katya, poniéndose de pie y haciéndole sitio.
—Te dije que vendría —dijo Julia, con una sonrisa forzada. Empezaba ya a enfurruñarse al sentir el sudor escurriéndose entre sus omóplatos.
—Sí, pero llegas tarde. Hace media hora que empezó.

Julia se encogió de hombros, abrió la silla y empujó la nevera bajo ella.

—Hola, Janis. ¿Está lo bastante caliente para ti?

Janis rió ante el acostumbrado comentario, y le presentó a las otras chicas que estaban sentadas con ellas.

—Éstas son Kerry y Shea —dijo, señalando a dos mujeres algo mayores, que se hallaban sentadas a su lado—. Seguro que me has oído mencionarlas.
—Sí —dijo Julia, sonriéndoles.
—Y ésta es Lucy.

Se volvió hacia una chica más joven, que miró hacia arriba y sonrió, para después volver su atención al partido.

—Lucy trabaja con Deb —explicó Janis.
—Hace siglos que no veo a Deb —dijo, dejándose caer en su silla sin ceremonias, con los ojos cerrados por el calor— Dios, ahora mismo podría estar metida en el agua —murmuró.
—Venga, no te pases —dijo Katya—. No hace tanto calor.
—Treinta y cinco grados, y ni siquiera estamos a mediados de junio. ¿Cómo va a ser esto en agosto?
—Treinta y ocho, como siempre —dijo ella. Rebuscando bajo la silla de Julia, sacó una cerveza de entre el hielo y se la ofreció: —Toma, refréscate.
—Gracias.
Julia desenroscó el tapón y se bebió casi la mitad; después frotó la fría botella contra la cara.
—Oh, qué gustito —suspiró.
—Sí.
—Bueno, ¿cómo va el marcador? —quiso saber.
—Ganamos por uno —contestó Janis, y le chilló a Cindy que batease. Katya y Janis nunca habían jugado a softball. De hecho, Julia dudaba que Janis hubiese practicado nunca algún deporte. Sin embargo, asistían a todos los partidos, y Katya se refería guasonamente a Janis y a ella misma como «las mascotas del equipo». Eran un extraño dúo: Janis, bajita y rechoncha; Katya, alta y delgada, con la cabeza llena de rizos de color rojo. Pero eran la pareja más feliz que Julia había conocido y todavía estaban muy unidas, después de trece años. Julia concentró su atención en el juego. Conocía a casi todo el equipo. No era que asistiese a muchos partidos, pero habían jugado juntas durante años y, como todas eran amigas de Katya, había estado antes con ellas. Algunos de los miembros habituales del equipo no habían podido asistir al torneo y Julia sabía que Christy había venido a jugar desde San Antonio.
—¿Juega Kay? —preguntó Julia.

Kay era una amiga suya de la facultad, y se la había presentado a Katya años atrás.

—Juega de segunda, hoy —dijo Katya— Christy se ha traído a alguien con ella desde San Antonio para que juegue de tercera.

Christy era la prima de Katya y, a pesar de ello, eran buenas amigas. Katya miró hacia ella y frunció el entrecejo.

—¿No has traído gorra?
—No —contestó, achicando sus azules ojos debido al sol— También me he dejado el protector solar. ¿Tienes tú?
—Tengo yo —ofreció Janis, buscando la crema en su bolso— Dios, es un horror hacerse vieja, ¿verdad?

Julia le lanzó una mirada irónica y abrió el tubo.

—¿Recordáis cuando estábamos horas y horas al aire libre y ni siquiera se nos pasaba por la cabeza lo de las arrugas?
—El cáncer de piel, Janis —le dijo Julia—, no las arrugas.
—Cuando éramos jóvenes no había protectores solares.

Estoy segura de que el daño ya está hecho.

—¿Qué quieres decir con eso de cuando éramos jóvenes? —preguntó Katya, lanzando una carcajada.
—Ya casi tengo cuarenta, ¿recuerdas? Mis días de juventud han pasado.
—Hace ya tres años que casi tienes cuarenta —se burló Julia.
—Sí, bueno, esta vez es cierto —dijo ella. Katya le guiñó un ojo a Julia.
—Tres meses más —susurró— Eso es lo que nos queda de tener que escuchárselo.

Cindy bateó una bola alta hacia el exterior central y la entrada finalizó. Julia divisó a Kay cuando se dirigía a la segunda base y la saludó con la mano.

—Hace ya tiempo que no veía a Kay —dijo.
—Bueno, si salieses más con nosotras la verías —replicó Katya.
—Sabes que no voy al bar durante el curso.
—Todo el mundo sabe que eres lesbiana. ¿Qué problema hay?
—No me haría ninguna gracia encontrarme allí a alguna de mis alumnas.

Las jugadoras corrieron a sus posiciones, y su mirada siguió a una mujer a la que no conocía. Era alta, esbelta y muy blanca. Julia la observó mientras corría hacia la tercera base. La forastera se quitó la gorra y se pasó los dedos por el pelo rizado y rojo para apartárselo de la cara. Era muy blanca, una de esas personas que parecen que jamás se broncean en cualquier época del año, cosa que Julia siempre había amado. A ella no le costaba mucho ponerse morena, al ser tan rubia, aunque se pintaba el pelo de negro y de ojos azules. La mujer volvió a ponerse la gorra y pateó el polvo del suelo con el pie. Golpeó el guante con el puño y después se agachó hasta la posición de listos, mientras Julia la miraba atentamente. Dios, qué guapa, pensó.

—Esa es Lena Katina —dijo Katya, siguiendo su mirada.
—¿Quién? —preguntó Julia inocentemente.
—La tercera base.
—Oh.

Apartó la vista, avergonzada. Nunca había sido de las mironas. Sharon, la lanzadora, era el miembro más joven del equipo, pues no había cumplido los treinta; se volvió para asegurarse de que sus compañeras estaban preparadas antes de hacer su primer lanzamiento. Julia vio volar alto la bola y después volvió a girar la vista hacia la tercera base. La mujer le gritó algo a Sharon y después se acercó un poco más al cuadro interior. El siguiente lanzamiento salió disparado al campo exterior y la jugadora exterior izquierda lo persiguió y lo atrapó sin esfuerzo, para lanzarlo de nuevo al cuadro interior. Julia volvió a sentarse en su silla para observar el lanzamiento de Sharon, pero no consiguió desviar su mirada de la tercera base durante mucho tiempo. Sus ojos siguieron la bola mientras rebotaba sobre la línea de la tercera base. Lena Katina se hizo con ella; la recogió suavemente y la envió como una bala a la primera base. La corredora quedó eliminada por tres pasos. Julia sonrió, mientras Lena se daba la vuelta para regresar a la tercera base. La siguiente bateadora envió la pelota muy alta, y la mirada de Julia siguió a la pelirroja mientras volvía corriendo hacia el banquillo, recibiendo las felicitaciones de sus compañeras de equipo. Julia no podía verla en el banquillo, techado y situado en un foso, por lo que mantuvo intencionadamente la mirada fija sobre el campo. Kay fue la primera en batear y Julia gritó para animarla cuando el primer lanzamiento pasó sobre la paradora en corto y voló hacia el campo exterior. Entonces, su respiración se detuvo al ver a Lena Katina caminando confiada hacia la plataforma de lanzamiento y haciendo unos giros de entrenamiento antes de entrar en el cajón de la bateadora.

—¡Animo, Lena! —gritó Kay desde la primera base.
—Consiguió una cuadrangular en su primer tiempo —dijo Janis.
—¿De veras? —murmuró Julia, intentando parecer indiferente, mientras observaba con toda su atención a Lena, que esperaba el primer lanzamiento. Fue un tiro bajo, y ella dio un paso atrás y volvió a hacer un giro de entrenamiento. Julia vio cómo se destacaban los músculos de los brazos de Lena al aferrar el bate. Aguzó el oído cuando Lena le dijo algo a la receptora, sonriendo brevemente antes de volver de nuevo su atención a la lanzadora. El siguiente lanzamiento fue perfecto y Lena lo envió alto hacia el campo exterior. La exterior izquierda se volvió y corrió hacia la valla, pero la bola pasó por encima de su cabeza. Kay ya estaba rodeando la tercera base. Lena corrió, pasó la segunda base y aceleró hacia la tercera, lanzándose en plancha de cabeza contra la almohadilla y llegando justo a tiempo para superar al lanzamiento. De repente, Julia se encontró aclamándola con el resto de los espectadores, mirando muy interesada cómo Lena se ponía dé pie y se sacudía el polvo de los pantalones y la camiseta, moviendo ausente las manos por encima de los pechos y el estómago, mientras sonreía; sus dientes, muy blancos, destacaban contra su piel blanca. Julia la miraba fijamente, incapaz de apartar la vista, mientras Lena charlaba con la jugadora del equipo contrario, sin poder borrar la sonrisa de su rostro, como si estuviese sorprendida de su acierto.
—Es una gran jugadora —dijo Katya— Christy dijo que jugaba en la liga de su collages en
California.

Julia asintió y volvió a obligarse a apartar la vista. La forma en que la miraba empezaba a incomodarla. No era nada propio de ella el sentir una atracción tan inmediata por alguien, especialmente por alguien a quien todavía no había sido presentada. Además, dudaba que ella pudiese atraerla. Las mujeres como aquélla tienen siempre a su alrededor un montón de chicas locas por sus huesos. Lena tendría seguramente una larga lista de mujeres babeando por ella por las calles de San Antonio. Las dos siguientes bateadoras quedaron eliminadas, y Lena seguía todavía en la tercera, palmeando para urgir a Deb que la enviase a meta. Deb bateó el primer lanzamiento, que cayó entre la primera y la segunda, justo fuera del alcance del otro equipo, y Lena corrió a la meta, subió a la plataforma de lanzamiento y recogió el bate que había dejado Deb.

—¡Enhorabuena, Katina! —gritó alguien desde el banquillo, y Julia vio como caminaba Lena frente a ellas, sonriendo todavía.

Durante un segundo miró en su dirección. Julia se quedó helada cuando unos ojos verdes se detuvieron un instante en ella. Entonces Lena entró en el banquillo, recibiendo las 2. N. de la T.: institución de educación superior, generalmente independiente y que puede ofrecer diplomas. En Estados Unidos se llama universidad a instituciones que constan de varias facultades y que otorgan diplomas en diferentes áreas y niveles, mientras que las instituciones más pequeñas, que sólo ofrecen diplomas a nivel de pregrado y carreras cortas, son los colleges o colegios. palmadas en la espalda de sus compañeras, fuera de la vista de Julia, que con algo de esfuerzo volvió de nuevo su atención al campo. El partido finalizó veinte minutos más tarde y Julia se puso en pie para estirar las piernas. El calor, en el que no había pensado durante el encuentro, volvió a sofocarla. Tomó otra cerveza de su neverita, bebió un largo trago y se secó la frente. Los equipos estaban sobre el campo, estrechándose las manos y hablando. Se obligó a apartar los ojos de Lena Katina y los fijó en Kay, que caminaba hacia la valla.

—¡Julia! Me alegra que hayas venido —saludó Kay.
—¡Hola! Has jugado muy bien, Kay.
—Gracias. Tenemos otro partido a las tres. ¿Te quedas?
—Sí —respondió de inmediato.
—Estupendo. En un minuto estoy contigo —dijo Kay, caminando hacia el banquillo.

Julia saludó a Deb con la mano cuando volvía al banquillo y de repente se dio cuenta de que no había hablado con ella desde Navidades. ¿O era desde Año Nuevo? Habían sido buenas amigas tiempo atrás. Compartieron comidas y sesiones de cine. Cuando ambas estaban sin pareja, pasaron muchas veladas juntas. Pero después Julia empezó a salir con Mona y Deb desapareció de su vida, excepto en las vacaciones en grupo, por lo que parecía. Suspiró. ¿Acaso no era siempre así? Abandonas a tus amigos por un amor y, cuando el amor se va, tus amigos también se han ido. Julia volvió a suspirar. Ahora eran como dos extrañas y Julia se hizo el propósito de invitarla a cenar alguna noche, muy pronto. Cuando notó una palmadita en el hombro, volvió a la realidad; miró hacia el campo y siguió a Katya y a Janis, que iban al encuentro de las jugadoras. Julia notó vividamente su propio nerviosismo al buscar con la mirada a Lena Katina. La localizó hablando con Christy, y comprendió que Katya y Janis iban hacia allí. Se quedó un poco rezagada, algo temerosa de encontrarse con ella, pero Katya se giró y le hizo gestos para que las siguiese.

—¿Bromeas? Tuve mucha suerte de llegar a la tercera —estaba diciéndole Lena a Christy, sonriente, y Julia contuvo la respiración cuando Lena miró a su alrededor y nuevamente descansó en ella sus verdes ojos.
—Un gran partido —alabó Katya—. Las habéis machacado.
—Sí. Ellas también eran favoritas para ganar el torneo. —Christy hizo una mueca y después se volvió hacia Julia—Julia, ésta es Lena Katina, una amiga mía de San Antonio.

Se volvió hacia Lena y señaló a Julia:

—Julia Volkova.
—Hola —dijo Lena, extendiendo la mano. Julia se vio obligada a estrechársela, a sentir los dedos de Lena envolviendo su mano, a sentir su firme apretón. Mantuvo la mirada baja mientras sus manos estuvieron unidas, y después alzó la vista para encontrarse directamente con los ojos de Lena, de un color raro, eran verdes pero se mezclaban con un gris.
—Encantada de conocerte. Has jugado muy bien —dijo. Lena soltó lentamente su mano y sonrió.
—Gracias, pero han sido golpes de suerte. Mis días de softball terminaron hace años.
—¡Oh, venga! —rezongó Christy— Prácticamente he tenido que rogarle que jugase, y mira lo que hace.

Lena hizo una mueca, mostrando su dentadura blanca y perfecta.

—Han pasado ya muchos años, Christy.
—No eres ni de lejos la más vieja de este equipo.
—Creo que ese honor lo tienes tú, ¿no? —preguntó Katya, y todas rieron.
—Pues a ti no te falta mucho para alcanzarme —replicó Christy.

Julia sonrió y volvió a levantar la vista, y descubrió que Lena Katina estaba mirándola. Sus ojos se encontraron un segundo, y después miró a lo lejos, hacia el campo donde ya estaba calentando otro equipo.

—Tengo que conseguir algo para beber —repuso Lena, y después le dijo a Julia— Oye, encantada de conocerte. Espero que te quedes al próximo partido.
—Lo haré —dijo ella, sonriendo.
—Estupendo.

Lena se volvió hacia las demás.

—Nos vemos más tarde —dijo, y se marchó.
—Es muy buena, Christy —comentó Janis, cuando Lena se hubo marchado— ¿Dónde la encontraste?
—Da clases en St. Peter. Bueno, al menos durante el curso pasado. Es de California y, cuando estaba en el college, jugaba en el equipo de Stanford.
—¿Y dónde la conociste? —preguntó Katya.
—En una fiesta, hace ya tiempo. Es muy simpática. Me cae muy bien.

Julia atendía a la conversación mientras sus ojos seguían a Lena Katina, que caminaba hacia el aparcamiento. Lo mínimo que se podía decir era que aquella chica la fascinaba.
En realidad, lo más exacto sería decir que se había encaprichado de ella. Se quedaron a la sombra, charlando en grupitos, y Julia se alegró de haber ido. Kay se acercó para ponerse al día de las novedades, porque hacía un par de meses que no se veían. También charló con las otras jugadoras, a las que había perdido de vista tiempo atrás, pero no pudo evitar escudriñar el aparcamiento en busca de Lena, esperando su regreso.

-¿Julia?

Julia se dio la vuelta. Sonrió a Deb y le dio un rápido abrazo de bienvenida.

—¡Cuánto tiempo, Deb! ¿Cómo estás?
—Muy bien. ¿Y tú?
—Estupendamente —dijo—. Hace siglos que no nos vemos.
—¿Por qué hemos dejado que sucediese?
—Bueno, simplemente dejamos de estar en contacto cuando empezaste a salir con Mona —dijo Deb— y después de que rompieseis no volvimos a coincidir.
—Ha sido culpa mía —reconoció Julia—. ¿Por qué no cenamos una noche de éstas? ¿O no es una buena idea?

Julia miró en derredor para comprobar si alguien las estaba mirando.

—¿Estás saliendo con alguien?
—No, no. Ya me conoces, siempre independiente —la tranquilizó Deb— Lo de la cena suena bien.
—Magnífico. Nos reuniremos y nos pondremos al día —dijo Julia.

Deb se fue y Julia dio una vuelta. Buscaba a Katya, pero era consciente de que también buscaba a Lena Katina. Oh, estaba actuando como una adolescente que acababa de experimentar un tremendo flechazo. Volvió resueltamente a su silla portátil, caminando a grandes zancadas, pensando que era cierto que tenía que salir más a menudo. Lena no volvió a aparecer hasta poco antes del comienzo del siguiente partido. Las otras estaban ya animándolas cuando compareció en el terreno de juego, presurosa, acarreando su bate y una botella de agua. A pesar de que no dejaba de repetirse a sí misma que estaba actuando como una estúpida, Julia la observaba de cerca. Miró sin perder detalle cómo Lena tomaba una pelota y empezaba a practicar lanzamientos con Christy, doblando su esbelto cuerpo en cada tiro. Sonreía a menudo y charlaba con la jugadora más cercana, mientras lanzaba la bola de acá para allá con gesto ausente. Julia estaba hipnotizada. No podía apartar la mirada.

—¡Ey —le dijo Katya, volviéndola a la realidad.
-¿Sí?
—¿Qué estás mirando? —preguntó con una sonrisa.

Julia enrojeció y se maldijo a sí misma en silencio.

—Nada.
—Ya —dijo ella, golpeándole el brazo—. Es bueno saber que hay alguien vivo ahí.

Julia la ignoró y cogió otra cerveza de la nevera. Esta vez su equipo estaba en el banquillo de la tercera base y, aunque ella podía verlo perfectamente desde allí, se contuvo a propósito. En cambio fingió interesarse por el otro equipo, que estaba haciendo el calentamiento, pues intentaba que alguna distrajera su atención tanto como Lena Katina. Ninguna lo consiguió. Empezó el partido, y su mirada nunca se alejaba de la tercera base. Lena jugaba muy experta en su puesto, agarrando cada bola baja que iba rebotando en su dirección y tirando una bola rápida como una bala hacia la primera base cada vez. Julia estaba impresionada, como poco. Fue el bateo de Lena el que hizo ganar el partido. En su primera actuación, con dos corredoras en movimiento, machacó la bola hacia el exterior central, y Julia sonrió cuando la vio volar hacia la valla. Entonces contempló cómo recorría las bases, tocando grácilmente con sus largas piernas cada una de ellas, mientras se apresuraba hacia la meta antes de que la bola volviese al diamante.
La sonrisa de Lena al cruzar la plataforma de lanzamiento de la meta era enorme y contagiosa, y fue palmeando las manos de todas las jugadoras que se iba encontrando. Julia la observaba sobrecogida, mientras ella se encaminaba al banquillo.

—¡Caray! —exclamó Janis.
—¡Sí señor! —añadió Katya.

Al finalizar el partido, Julia permaneció con las otras 20 mientras charlaban acerca de las jugadas, recordando todas y cada una de ellas. Lena parecía algo incómoda ante la atención que le dedicaban y de nuevo atribuía sus éxitos a la mera casualidad. Julia se sentía íntimamente complacida de que alguien con un talento tan patente no fuese vanidosa ni arrogante. Por otra parte, quizás si se hiciese valer un poco más perdería su atractivo. Julia sentía algo por Lena Katina. Las chicas estaban decidiéndose por ir a un restaurante de comida mexicana, y Julia se sorprendió aceptando ir a cenar con ellas antes incluso de ser consciente de lo que hacía.

-Esta vez no llegues tarde, Julia —le advirtió Katya cuando ya se marchaban.
—No lo haré.

Cerró el maletero de un golpe y se metió en el coche. Subió al máximo el aire acondicionado y se encaminó hacia su casa. Se negó a reconocer que había aceptado ir a cenar simplemente porque Lena Katina estaría allí. Ya era hora de que saliese un poco, como decía siempre Katya. ¡Sí señor! Después introdujo un CD en el lector y fue escuchando a Elton John camino a casa.
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One Summer Night  Empty Re: One Summer Night

Mensaje por Anonymus 1/30/2015, 7:23 pm

Capítulo dos


Por supuesto que llegaba tarde. Después de la ducha no era capaz de decidir que iba ponerse. Fuera seguía haciendo tanto calor que no podía imaginarse en vaqueros, pero unos pantalones cortos le parecían demasiado informales. Después de planchar ambos y de extenderlos sobre la cama, se decidió por los vaqueros. Tras embutirse en una camisa de algodón nuevecito, negándose a darle vueltas al esfuerzo extra que estaba haciendo por mejorar su apariencia, se aplico cuidadosamente la pequeñísima cantidad de maquillaje que llevaba siempre y se rocío ligeramente el cuello y las muñecas con perfume. Llevaba el pelo negro y corto, por el calor, y se lo apartó de la cara con un par de golpes de cepillo. Se miró en el espejo durante más tiempo de lo que era habitual. Había estado al sol demasiado tiempo y sus mejillas eran buena prueba de ello. Al mirarse más de cerca se frotó ligeramente con el dedo bajo uno de los ojos. Arrugas: empezaban a notarse. Dio un paso atrás. Desde esa distancia no eran tan evidentes. Riéndose de sí misma, puso los brazos en jarras y echó hacia atrás los hombros, intentando parecer más alta. No funcionó. No es que fuese bajita; simplemente, no era alta. Se había pasado toda la época del instituto deseando ser pequeña y delicada, para que los chicos se fijasen más en ella. Después se pasó los años del college deseando ser más alta, especialmente desde que se enamoró por primera vez de una mujer, una jugadora de baloncesto, nada menos. Pero tenía la misma estatura media, normal y corriente, que cuando cumplió los diecisiete. Dio un último toque a su peinado con los dedos y se apresuró a salir. Habían quedado en encontrarse en el Bonita's Café de Congress Avenue a las siete en punto, y eran casi las siete y cuarto cuando Julia llegó a los alrededores, conduciendo despacio en busca de un lugar donde estacionar. Después de cruzar dos veces acabó estacionando a dos manzanas de allí, y salió disparada, corriendo por la acera, cuando distinguió el automóvil de Katya a dos pasos de la puerta principal. Menuda suerte tienen algunas, pensó. Las oyó antes incluso de verlas. Antes de que la maítre pudiese preguntarle, algo ella sonrió, señaló hacia allí y se abrió camino entre los que esperaban conseguir mesa.

—Hola, Jul. Pensé que habías decidido no venir —dijo Katya. Le había guardado un sitio junto a ella. Julia se sentó, agradecida, y saludó a las mujeres que estaban a su alrededor.
—Tarde y mal, como siempre —murmuró.
—Bueno, te he pedido un margarita. Espero que te guste.
—Estupendo —dijo, sonriendo para agradecérselo.

Sólo entonces miró en torno a la mesa. Estaban la mayoría de las jugadoras y sus parejas, y Julia las conocía a casi todas. Su mirada se detuvo al encontrarse con los brillantes ojos verde gris de Lena Katina. Lena le sonrió desde el otro lado de la mesa, sosteniendo su mirada, y Julia sintió el calor que pensaba haber dejado en la calle. Enrojeció y apartó la vista, agarrando el vaso de agua que había frente a ella. Tomó un buen trago, evitando la mirada que venía del otro lado de la mesa. Trajeron su margarita y Julia lo sorbió, agradecida, sintiendo su frescor garganta abajo. Era sólo sofoco, se dijo a sí misma. Había estado demasiado tiempo al sol. Encargó su habitual enchilada y después picó de los fritos de maíz recién hechos y de la salsa que colocaron a su alcance. La conversación alrededor de la mesa se centraba en los partidos y, mientras ellas rememoraban con entusiasmo cada jugada y cada golpe, Julia escuchaba, consciente todo el tiempo de la presencia de la mujer que se sentaba pocos asientos frente a ella. Cuando Lena habló de sus éxitos y de la suerte que había tenido en sus cuadrangulares, Julia pudo observarla a gusto. Sus esbeltos y largos dedos sostenían ligeramente el vaso y, sin darse cuenta, frotaba la escarcha de lo lados mientras hablaba. Parecía casi incómoda ante la atención que se le dispensaba. Julia notó que rápidamente desviaba la conversación hacia Sharon, que había lanzado fuera en dos ocasiones.

—Oh, bueno, como si no hubiese tenido gente apoyándome detrás —dijo Sharon. Estaba sentada junto a Mattie, a la que Julia sólo había visto una vez.
—Hay que reconocer que tenemos un buen equipo —dijo Deb, y todas estuvieron de acuerdo.

Julia permaneció en silencio durante casi toda la comida, pero no se perdió detalle, y menos en todo lo que respectaba a Lena Katina. La observaba constantemente cuando ella no se daba cuenta y bajaba rápidamente la vista en cuanto Lena miraba en su dirección. Hablaba en voz baja con Katya y Janis, pero sin tomar parte en la conversación general. No estaba muy segura de qué hacer con la atracción que sentía por Lena. Era tan extraña en ella que la atribuía al calor del verano. ¿Por qué otra razón miraría tan fijamente a una mujer casi desconocida, preguntándose cómo podían existir unos ojos de ese color, una mezcla realmente rara? Tras la cena se quedaron un rato en la calle, pues la temperatura había descendido hasta unos tolerables veinticuatro grados. A nadie le apetecía dar por terminada la velada y, mientras permanecían allí charlando, Sharon sugirió que fuesen a bailar.

—En Lakers hay música country; o podemos ir a la zona alta de la ciudad —dijo. Las mayores del grupo rezongaron.
—La zona alta está llena de estudiantes —dijo Janis.
—Vale, pues a Lakers. Todavía es temprano. Nuestro partido de mañana no empieza hasta las nueve.

Todas aceptaron y, antes de que Julia pudiese protestar, ya se habían separado, cada una en dirección a su automóvil. Ella se detuvo un momento junto al coche de Katya, mirando cómo entraba Lena en la furgoneta de Christy.

—No me quedaré mucho rato —le dijo a Katya intencionadamente.
—Por supuesto que no —aceptó Katya con una sonrisa.
—De verdad. Me tomo una copa y listo.
—Vale, muy bien. —Katya y Janis le hicieron una mueca.
—¡Borrad esa sonrisa de la cara, vosotras dos! —les gritó por encima del hombro mientras se encaminaba hacia su automóvil.

Así que se había encaprichado de aquella mujer. ¡Pues mejor que mejor! Después de tres años le hizo feliz saber que esa parte de ella volvía a la vida. No era que fuese a tomar ninguna medida al respecto. Y, sin embargo, se preguntaba si Lena la sacaría a bailar. Y después se preguntó si se permitiría a sí misma decir que sí. Cerró la puerta de un golpe y puso el seguro, y después puso el aire acondicionado a tope. Se quedó quieta un momento y de repente vio de reojo, en el retrovisor, cómo le brillaban los ojos, y lo atribuyó al margarita, nada más. ¡Qué demonios! Por lo que ella sabía, Christy y Lena podían estar saliendo. Pero lo dudaba. Christy llevaba varios años con la misma mujer y era muy feliz. Claro que ella hubiese dicho lo mismo de sí misma tan sólo tres años antes. Condujo su automóvil hasta pocas manzanas más allá, donde estaba el bar del centro, y encontró fácilmente estacionamiento, ya que apenas eran las nueve y todavía no habían llegado los habituales del sábado por la noche. Katya y Janis la esperaban en la puerta. Cada una pagó su entrada y pasaron al oscuro local. Ya había bastante humo, pero por suerte se estaba fresco. Los altavoces difundían música country a todo volumen. Habían unido varias mesas y, de nuevo, Julia se encontró frente a Lena, que ya estaba dando pequeños sorbos a su bebida.

—¿Qué tomas? —preguntó Katya.
—Ron con Coca-Cola, por favor —respondió Julia, y Katya se fue a buscar las bebidas.
—Katya dice que apenas sales con ellas —le dijo Christy, sentada al otro lado de la mesa.
—Muy poco —dijo Julia, sonriendo—. Durante el curso estoy muy ocupada.
—Lena también da clases —dijo Christy— Aunque puede que éste sea el último año. Ha conseguido que le publiquen una novela y está previsto que salga a la venta este otoño.
—¿De veras? ¿Qué enseñas? —preguntó Julia, dirigiéndose directamente a Lena por primera vez, pero evitando los ojos que intentaban capturar su mirada. Lena le dedicó una sonrisa divertida.
—Periodismo.
—¿Y lo dejas para ser escritora? Desde luego, te entiendo perfectamente —dijo Julia con una mueca.
—Me encanta dar clases, pero me deja poco tiempo para escribir.
—¿Qué tipo de libro es?
—Es de intriga y asesinatos. Transcurre en un campus universitario, por supuesto. —Se rió.
—Se me ocurren varios profesores de mi campus que serían buenos candidatos, tanto para víctimas como para villanos —dijo Julia, sonriendo.
—¿Sí? Tal vez deberías intentarlo tú también. Es una terapia estupenda —dijo Lena—
Especialmente si tu decano no quiere colaborar contigo.

Se echó hacia delante, plantando los codos en la mesa, y Julia hizo lo mismo.

—¿Qué enseñas tú?
—Lengua —respondió Julia, sintiéndose de repente como la desaliñada y vieja profesora en la que Katya decía que se estaba convirtiendo—. Y redacción —añadió, como si eso sonase un poco más interesante.

Katya regresó con sus bebidas y después sacó a bailar a Janis. Julia sorbió la suya y volvió a mirar a Lena.

—¿Eres de California?
—Sí, de San Francisco.
—¿Y qué es lo que te ha traído aquí? —preguntó Julia.
—El puesto de profesora. Era algo diferente. Pero sobre todo quería saber cómo es un verano de verdad.
—¿Y qué opinas?

Ella rió.

—Me pregunto cómo he conseguido sobrevivir a dos de ellos. No es extraño que los lagos sean tan populares por aquí.

Katya y Janis regresaron a sus asientos cuando empezaba una vieja canción de Anne Murray; Lena miró a Julia y sonrió.

—No me va mucho la música country, pero creo que podría con esta canción. ¿Quieres bailar?

Julia dudó, dejando la bebida a medio camino de la boca. Volvió a posarla en la mesa.

—Vale.

Julia rodeó la mesa y Lena tomó su mano y la condujo hasta la pista de baile. Sus ojos se encontraron antes de que Julia posase ligeramente la mano en el hombro de Lena. Aunque bailaban a bastante distancia la una de la otra se movían con gracia, como si ya lo hubiesen hecho cientos de veces. No hablaban y Julia evitaba mirarla. En vez de eso, observaba a las parejas de alrededor: todas bailaban mucho más pegadas que ellas. Cuando acabó la canción se separaron y, de nuevo, sus ojos se encontraron.

—Gracias —dijo Lena en voz baja, y seguidamente la condujo de nuevo a la mesa.

Respondió a la mirada divertida de Katya frunciendo el entrecejo y la ignoró todo lo que pudo. Lena bailó después con Christy y Julia las observó mientras se movían por la pista. Notó que Lena mantenía la misma distancia entre ellas que cuando había bailado con Julia. Eso la complació, aunque no quiso conjeturar el motivo. Había poca conversación alrededor de la mesa. Eran demasiadas para charlar a gusto, y la música estaba demasiado alta para poder oír algo desde el otro extremo. Era muy consciente de la presencia de Lena frente a ella y, de vez en cuando, se atrevía a enfrentar su mirada, respondiendo a su agradable sonrisa con otra. Lena no volvió a sacarla a bailar hasta que sonó otra lenta. Julia aceptó, sonriendo, posando su mano en la que le ofrecía Lena y siguiéndola hasta la pista de baile. Lena se acercó más a ella esta vez, pero todavía quedaba bastante espacio entre ambas, y Julia se sorprendió a sí misma deseando que la abrazase más estrechamente. Cerró los ojos y posó la mano abierta sobre el fuerte hombro de Lena. Bailaron lentamente; sus pies se movían al compás sin esfuerzo, y Julia tomó aire, notando el perfume ligero y fresco que usaba Lena. Cuando acabó la canción se separaron lentamente, mirándose durante un largo instante antes de que
Lena sonriese.

—No bailamos mal juntas, ¿verdad?

Julia asintió, sonriente, y la siguió hacia la mesa. Julia aceptó la nueva bebida que le había traído Katya.

—¿Intentas demostrar algo? —preguntó, plenamente consciente de que había dicho que no tomaría más de una copa.
—Simplemente parecías sedienta después de tanto baile —le dijo Katya, intencionadamente.

Julia no le hizo caso y se volvió. ¡Vaya con las buenas amigas! Miró hacia arriba y advirtió que Lena la observaba. Sus ojos se encontraron de nuevo. Julia apartó la vista por fin, ruborizada. No estaba acostumbrada a aquello, a sentir aquella atracción sexual por una extraña. Intentando volver a la realidad, se riñó a sí misma: «¡Estas noches de verano! Es sólo el calor». Sintió una palmadita en el hombro; se enderezó y vio a Christy.

—¿Qué tal si bailamos?
—Claro.

Era un baile rápido y se movieron bien juntas, girando por toda la pista. Agotada y sedienta, cuando volvieron a la mesa vació su vaso.

—¿Otro? —preguntó Katya.
—No, gracias —dijo—. Esperaré un poco.

Katya se rió y le palmeó el hombro.

—¡Es tan divertido tomarte el pelo, Julia!
—Está claro —dijo secamente.

Pero se lo estaba pasando bien. Quizá Katya tenía razón. Tal vez debía salir un poco más. Cuando empezó otra lenta canción de amor, Julia alzó valientemente los ojos hacia el otro lado de la mesa, y Lena estaba allí, pidiéndole que bailase con ella con la mirada, alzando simplemente una ceja. Julia asintió y se puso en pie. Era consciente de que Katya las vigilaba, pero ya no le importó. Se estaba divirtiendo. De nuevo volvía a sentir algo por alguien. Esta vez, cuando se enlazaron, Lena se pegó a ella; sus cuerpos se rozaban, se tocaban. Dejó que su mano se moviese sobre el cuello de Lena, sin hacer caso a los fuertes latidos de su corazón. Se quedó sin respiración cuando la mano de Lena bajó por su espalda y la hizo girar expertamente por la pista. La canción acabó demasiado pronto, y se quedaron allí, una en brazos de la otra, sin querer separarse. Los ojos de Lena parecían muy oscuros cuando miraba a Julia, y siguió cogiéndola de la mano mientras volvían a la mesa. Esta vez aceptó agradecida la copa que Katya le tendía. Tenía calor, y no era a causa de la temperatura exterior, pensó, sonriendo al mismo tiempo. El local se había llenado de gente. Ahora también estaban algunas de las jugadoras de otros equipos.

—Hoy está a tope —comentó.
—Sí; muchas mujeres en la ciudad —convino Janis.

Julia asintió y contempló la pista de baile, llena ahora de parejas que bailaban al son de Cotton-Eyed Juliae. Agradeció que nadie la sacase a bailar en ese momento. Después empezó un baile en grupo y contempló admirada cómo giraban y se movían todos a la vez, forasteras con locales. Nunca le había cogido el truco al baile en grupo, quizá porque apenas lo había intentado. Mona pocas veces quería ir a bailar, aunque a Julia le encantaba. Después, cuando Mona la dejó, Julia se aisló. Se podían contar con los dedos de una mano las veces que había estado en el local desde entonces. Lena la observaba y ella lo sabía, pero no miró. No confiaba en sí misma. Ya estaba demasiado pendiente de ella así. Si miraba de nuevo aquellos ojos, sería demasiada tentación. Sin embargo,
cuando empezó una nueva canción no pudo evitar mirarla.

—Vamos —dijo Lena, dirigiéndose a la pista.

Julia la miró a los ojos y se puso en pie, ofreciéndole la mano. Se movieron rápido, con los cuerpos muy pegados; el corazón de Lena latía contra sus pechos. Su mandíbula se aflojó y cerró los ojos, acariciando con la mano el pelo de Lena. ‘’Oh, Dios, ¿qué estoy haciendo? ¡Si ni siquiera la conozco!’’ La mano de Lena bajó por su espalda, apretándola más hacia sí, y cuando se unieron sus caderas Julia no pudo evitar un suave gemido. Las encendidas mejillas de ambas se tocaron y, cuando sintió los labios de Lena rozando su oreja, se acercó más sin pensarlo. Sus pies se movían como por voluntad propia y su mente estaba puesta en cualquier cosa excepto en el baile. La pista estaba muy oscura, lo que enmascaraba sus movimientos. Cuando llegaron a la parte de atrás, Lena la apartó un instante para mirarla. Esta vez Julia no apartó la vista. Vio cómo la mirada de Lena bajaba hasta sus labios y el corazón le saltó en el pecho cuando volvió a subir lentamente hasta sus ojos. Julia se quedó expectante mientras los labios de Lena se aproximaban. Cerró los ojos, esperando el beso, deseando su beso. Aun así no estaba preparada para la oleada de deseo que la consumió cuando por fin los labios de Lena tocaron los suyos. Su boca se abrió enseguida ante el roce y sus pies se detuvieron del todo, incapaces de continuar con un movimiento sin sentido cuando lo único que deseaba era que continuase el beso. Lena apartó lentamente la boca y reanudó el baile, forzando a Julia a moverse con ella por la pista. Los brazos de Lena la abrazaban estrechamente y Julia se sintió agradecida por ello, segura de que, en caso contrario, se derrumbaría en el suelo. No hablaron al terminar la canción, pero sus manos continuaron enlazadas cuando Lena la guiaba entre la multitud, de vuelta a su mesa. Los ojos de Julia se clavaron en Katya y Janis, pues estaba completamente segura de que habían visto cómo se besaban, pero ellas charlaban con Christy, que estaba al otro lado de la mesa, y nadie parecía haberse dado cuenta. Confusa, sorbió su bebida, negándose a mirar a Lena, que se sentaba enfrente. ‘’Dios mío, ¿qué has hecho? ¡Besar a una completa desconocida en plena pista de baile!’’ Vació su vaso, dejando que el ron la inundara. Si no era el calor sería el alcohol, decidió. Tres copas eran una más de lo debido. Hizo girar el hielo del vaso y se bebió el agua derretida. Cerró los ojos, intentando combatir la atracción que sentía por Lena Katina y fracasando miserablemente. Miró otra vez y se encontró con los ojos de Lena fijos en ella, y Lena alzó las cejas y le dedicó una dulce sonrisa. Julia no se la devolvió; estaba demasiado turbada. ‘’¿Acaso pensaba Lena que ella solía hacer ese tipo de cosas? ¿Que solía ligar con extrañas en los locales nocturnos? Oh, Dios, ¡si ella supiese lo alejado de su carácter que estaba aquel comportamiento!’’ Empezó una canción lenta de Trisha Yearwood y sus ojos buscaron a Lena por propia voluntad.

—Baila conmigo —dijo Lena dulcemente, y Julia fue incapaz de negarse.

Se enlazó a ella, vehemente, rehusando pensar a qué estaban invitándola. Lena la agarró estrechamente, posando ambos brazos en su espalda, al tiempo que Julia deslizaba los suyos sobre los hombros de Lena, atrayéndola hacia sí. Bailaron lentamente; sus pies apenas se movían, los cuerpos se apretaban el uno contra el otro. Julia cerró los ojos y se dejó invadir por la música, aspirando profundamente el perfume que emanaba del cuello de Lena. Sus labios se pegaron a él antes incluso de ser consciente de lo que estaba haciendo, y escuchó el hondo suspiro de Lena, sintió cómo sus brazos la estrechaban más y más. Era el ron, razonó. ¿Por qué otro motivo actuaría ella con tanto descaro? Lena giró la cabeza y sus labios se encontraron con los de Julia al instante. Su boca se abrió. Al sentir la punta de la lengua de Lena, pensó que las rodillas se le iban a doblar de deseo. Su propia lengua se abrió camino en la boca de Lena y un gemido profundo salió de su garganta, sin reparar en que había otras parejas bailando a su alrededor. Lena se la llevó a un rincón oscuro de la parte de atrás y la apretó contra la pared, abarcando descaradamente con la mano el pecho de Julia. Ésta se inclinó hacia ella; sus pezones se endurecieron, sensibles al tacto de Lena. Su beso fue ansioso y apasionado: las lenguas bailaban, el deseo crecía.

—Te deseo —susurró Lena mientras la besaba.
—Sí —asintió Julia. Dios, cómo la deseaba ella también.
—Salgamos de aquí.

Julia estaba demasiado embargada por el deseo para intentar protestar, así que asintió. Siguió ciegamente a Lena hasta la mesa.

—Julia se marcha, así que va a acercarme hasta el hotel —le dijo Lena a Christy.
—¿Tan pronto? —preguntó Katya dulcemente.

Los ojos de Julia se encontraron con los suyos, pero aun así forzó una sonrisa.

—Ha sido un día muy largo —fue todo lo que dijo.

Se marcharon de allí rápidamente. Lena siguió a Julia hasta su automóvil. No dijeron nada camino de la casa de Julia, lo cual alegró a ésta. No estaba segura de que hubiera sido capaz de mantener una conversación, considerando que llevaba a una extraña a su casa con la intención de acostarse con ella. Era casi medianoche, las calles estaban tranquilas. Aceleró por la MoPac en dirección al noroeste de Austin. En poco tiempo llegaron a la entrada de su casa. Se detuvieron, mientras se abría la puerta del garaje para franquearles el paso. De pie en el garaje, con la luz cenital sobre ellas, sus ojos se encontraron, cada una a un lado del coche. Julia se negó a pensar. Si lo hacía le diría inmediatamente a Lena que se marchase. Pero allí y en ese momento supo que no era eso lo que quería. Esa noche no. Esa noche quería estar en los brazos de aquella mujer y disfrutar de las sensaciones que había provocado en ella. No importaba que eso no fuese algo que soliese hacer Julia Volkova, algo que nunca hubiese hecho. La promesa que yacía en aquellos verdes gris ojos era demasiado valiosa para rechazarla. Había pasado demasiado tiempo. Se quedaron allí largo rato, lo bastante como para que la luz se apagase. Sólo entonces se movieron. Lena rodeó el automóvil hasta ella, tomó su mano, y Julia la condujo hacia la puerta. Entraron en la cocina, Julia cerró la puerta tras ellas y, asombrada de su propio descaro, llevó a Lena hasta su dormitorio. No dijeron nada en voz alta, pero la energía que había entre ellas expresaba millones de cosas. Julia se dio la vuelta y se echó en brazos de Lena. Sus labios se buscaron con ansia y quedó claro que su deseo no había disminuido durante el viaje. Si en algo había cambiado era en que la perspectiva de lo que iba a pasar lo había aumentado aún más. Ahora que no había público que presenciase su pasión, ya no tenían por qué detenerse. Julia dejó que sus manos viajasen a través de la espalda de Lena, acariciándola tal como se acariciaban sus lenguas. Tomó aliento mientras Lena le sacaba la blusa de los vaqueros y empezaba a desabotonársela lentamente. Se quedó quieta, con la mirada fija en Lena y las manos descansando ligeramente sobre sus hombros. Unas fuertes manos se acercaron a los pechos desnudos de Julia, moviéndose lentamente sobre ellos. Los pulgares toquetearon sus tensos pezones. Su respiración se hizo jadeante, y Lena la acercó más a sí, besándola lentamente al principio y después con más ansia. Tiró hacia atrás mientras Julia le quitaba la camisa. Julia deseaba tocarla. Buscó en la espalda de Lena, le desabrochó el sujetador y entonces tocó por primera vez sus pechos. Llenaban sus manos, y se quedó de pie con los ojos cerrados, tocando suavemente con sus dedos los pezones de Lena, sintiendo su dureza. Oh, qué maravillosos eran al tacto. Lena tomó el rostro de Julia entre sus manos y lo alzó. Lo besó, dibujó sus labios con la lengua, entró entre sus dientes y resbaló sobre ellos. Con una súbita urgencia, Julia tiró de la camisa de Lena hacia arriba y dejó que cayese al suelo junto con su sujetador. Dejó que cayese también su propia camisa junto a la de ella, y se quedaron de pie, juntas. Los pechos desnudos de ambas se tocaban, mientras sus bocas se buscaban con ansia. Las manos de Lena fueron hacia los vaqueros de Julia en el mismo instante en que las de Julia fueron hacia los suyos, y ambas se rieron silenciosamente. Pero la risa se extinguió pronto, reemplazada por una urgencia que no podían negar. En pocos segundos estuvieron desnudas, junto a la cama, ambas con una vaga sonrisa en el rostro.

—¿Estás segura de esto? —preguntó Lena con delicadeza.
—No, pero sí. Sí —replicó Julia, intentando con todas sus fuerzas ignorar el hecho de que estaba entregándose a una completa desconocida.
—Eres muy hermosa —susurró Lena.
—También tú.

Julia la abrazó. Sus cuerpos se tocaron y sus labios echaron chispas. Julia sintió que el calor la inundaba, y de nuevo pensó que sus rodillas estaban a punto de doblarse. Fue consciente de lo dispuesta que estaba ya para Lena, de lo húmeda que estaba. Apartaron las sábanas y se tumbaron en la cama. Lena se acercó a ella, presionando su pecho contra el de Julia, mientras sus labios acariciaban su rostro y su cuello, y la lengua se deslizaba dentro de su oreja. Julia suspiraba y la abrazaba con más fuerza. Los dedos de Lena se movieron por sus pechos. Julia deseaba desesperadamente que su boca se acercase allí, y entonces sintió cómo Lena se deslizaba hacia abajo; sus labios se movían hipnóticamente sobre ella, dibujando su areola, enroscándose sobre su duro pezón antes de cubrirlo con la boca. Un gemido salió de lo más hondo de la garganta de Julia, que posó sus manos a cada lado del rostro de Lena y la acercó a ella. Lena fue hacia el otro pecho y lo chupó largamente. Julia la apretó más, manteniéndola allí y pensando que nunca había sentido tal placer. Lena bajó por su cuerpo. Sus labios trazaron un sendero a través del liso estómago de Julia y de los huecos de sus caderas, haciendo que ésta se alzase para ir a su encuentro. Julia gimió cuando Lena le separó las piernas con un leve empujón del hombro. La lengua de Lena recorrió una y otra vez el interior de sus ingles.

—Por favor —rogó suavemente, y la boca de Lena se posó sobre ella, haciendo que gritase.

Sus manos se aferraron a las sábanas y su cuello se arqueó hacia atrás mientras la lengua de Lena se movía alrededor y dentro de ella, acariciándola expertamente. Julia se retorcía bajo su boca. Dios mío, se sentía como si fuese a explotar. Sus caderas subieron y presionaron el rostro de Lena, mientras ella cerraba fuertemente los ojos. Respiró hondamente y después contuvo el aliento, mientras aquella mujer, aquella desconocida, la acercaba tanto y tanto al éxtasis. Empezó a tomar aliento y después jadeó. De repente, sus caderas se quedaron inmóviles, apretadas contra la experta boca de Lena, y el orgasmo la inundó, consumiéndola. Gritó muy alto, anonadada por la intensidad de lo que sentía. Julia la atrajo hacia ella y la abrazó estrechamente mientras se sosegaba su respiración. Tragó saliva, con los ojos todavía cerrados. Lena no dijo nada: sólo se dejó abrazar mientras Julia movía suavemente las manos por su suave espalda. Pronto, los labios de Julia empezaron a explorar el cuello de Lena. La hizo rodar hasta quedar de costado y la clavó a la cama con una de sus piernas. Se miraron largamente, sin perder ningún detalle. Julia la besó suavemente en los labios, notando su propio sabor en ellos, lo cual la excitó muchísimo. Su lengua se movía dentro de la boca de Lena, sobre sus labios, mojándole la cara. Le besó el cuello y notó su pulso galopante. Sus dientes pellizcaban la piel de Lena, que gemía al notarlo. Deseaba complacer a aquella mujer, a aquella extraña a la que acababa de conocer. Quería hacer que sintiese con la misma intensidad que ella acababa de experimentar. Sus manos envolvieron los pechos de Lena. Movió la boca sobre ellos y se estremeció al sentir su suavidad. Los pezones de Lena estaban erectos. La lengua de Julia los provocó un poco más, haciendo que se hinchasen todavía más que antes de que ella los tomase entre sus labios. Las manos de Lena recorrían ansiosas el pelo de Julia, sujetando contra ella su cabeza. Sus caderas presionaban contra la pierna de Julia. Esta pudo notar la humedad de Lena en la pierna, mientras su mano bajaba entre ambos cuerpos, buscando la tibieza de Lena, sintiendo cómo el clítoris aumentaba de volumen entre sus dedos mientras Julia profundizaba entre su suave y sedosa dulzura. Los labios de Julia se apartaron de su pecho y la boca siguió el camino abierto por sus dedos, besando la tibia piel del estómago de Lena. Su mentón se frotó contra el pelo fino y suave de Lena, la escuchó gemir suavemente y sonrió, deseosa de complacerla. Su lengua creó un húmedo sendero que cruzaba una de sus ingles, y después la otra, y Lena rogó que la tocase.

—Ya, por favor —demandó.

Julia presionó con su boca sobre ella, dejando que su lengua la recorriese, saboreándola. Se colocó entre sus piernas, las apartó con las manos y la acarició vigorosamente con la boca y la lengua. Sintió cómo Lena se apretaba contra ella. Cuando deslizó la lengua en el interior de su vagina, Lena se aferró a sus hombros. Su boca succionaba y su lengua rozaba espirales sobre ella. Lena chilló, empujando con las caderas hacia la boca de Julia mientras estallaba su orgasmo.

—Dios mío —jadeó, mientras su cuerpo recuperaba lentamente la calma.

Después se tendió de espaldas en la cama, sobre las sábanas, sin fuerza en las extremidades. Lena atrajo hacia sí a Julia y le acarició el pelo con la mano. Los dedos de Lena se deslizaron suavemente por su cuerpo antes de envolver su pubis. Julia se apretó contra su mano, deseando sentir los dedos de Lena dentro de sí. Se hizo desear, a propósito, y Julia buscó su mano y la colocó firmemente entre las piernas. Lena se movió sobre sus suaves labios, notando su ansiosa disposición. Lentamente, varios dedos se deslizaron en su interior y Julia se alzó para ir a su encuentro. Lena se movió al compás, frotando con el pulgar y empujando con los otros dedos, mientras las caderas de Julia subían y bajaban siguiendo su ritmo. Su respiración se aceleró, y aferró los hombros de Lena mientras el orgasmo la invadía. La apretó dentro de sí, estrujando su mano entre las ingles. Cuando por fin se relajó, Julia permitió que Lena se separara de ella, la atrajo hacia sí y la abrazó estrechamente, apartando el pelo del rostro de Lena con las manos. Debía de estar cansada, pero no quería que la noche acabara. Hacer el amor nunca había sido así antes. Besó suavemente, gentilmente, la boca de Lena, tratando de decirle sin palabras lo que sentía. Lena permanecía quieta y parecía comprenderlo. Hicieron el amor una y otra vez, y por fin se quedaron dormidas cuando los primeros rayos del amanecer iluminaron el oriente del cielo.
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One Summer Night  Empty Re: One Summer Night

Mensaje por Anonymus 1/31/2015, 1:06 pm

Capítulo tres



Julia despertó poco a poco, sintiéndose desorientada. Por fin su mente se aclaró y sus ojos se abrieron de par en par. Volvió rápidamente la cabeza y miró la cama. Vacía.

—¡Oh, Dios! —gritó, y cerró de golpe los ojos.

Sintió el cuerpo pesado y se estiró; todos sus músculos protestaron ruidosamente.

—¿Qué he hecho?

Se dio la vuelta y miró el reloj. Ya eran las diez. Lena tenía partido a las nueve. Lena. Julia se frotó los ojos mientras recordaba la noche pasada y se cubrió el rostro con las manos. ‘’¿De verdad había pasado toda la noche haciendo el amor con Lena Katina?’’ Sí, admitió con un fuerte gemido.

—Oh, Dios —repitió.

Volvió la cabeza hacia la otra almohada y aspiró profundamente, notando el perfume de Lena mezclado con el dulce olor de su noche de pasión.

—Oh, Dios.

Rodó de nuevo hacia su lado y abrazó las rodillas contra su estómago.

—¿Qué he hecho? —susurró—. Oh, Dios.

Se quedó allí echada, con los ojos cerrados, intentando negar la verdad, pero la certeza de lo que había sucedido la pasada noche llegó arrasándolo todo. No había tenido muchas amantes, y desde luego no había pasado toda la noche haciendo el amor con ninguna de ellas. Incluso cuando su relación con Mona era reciente, no recordaba haber pasado más que unas horas en la cama. Ninguna de sus anteriores experiencias había sido tan apasionada como ésta. Aun ahora, enojada consigo misma como estaba, se sintió inundada por un cálido sentimiento al recordar todo lo que habían hecho por ella las manos y los labios de Lena.

—Oh, Dios —dijo de nuevo—. ¿Fue porque me volví loca?

Tumbada, inmóvil, dejó la mente en blanco y pronto volvió a quedarse dormida. Una hora más tarde la despertó el timbre del teléfono, pero no hizo caso. Que dejen recado en el contestador, pensó. Se incorporó, sintiendo un ligero mareo, y culpó al ron. Demonios, toda la noche había estado echándole la culpa al ron. O todavía mejor, al calor del verano. Se frotó la frente y después los ojos. Se puso en pie, desnuda, y vio su ropa amontonada junto a la cama.

—Oh, Dios -—repitió, sacudiendo la cabeza.

El teléfono volvió a sonar. Fue hacia la sala y escuchó el mensaje que recogía el contestador. La voz de su abuelo la puso en acción.

—Estoy aquí —dijo, apagando rápidamente la máquina y descolgando el teléfono.
—Es tarde —dijo él.
—Oh, Harry. Lo siento. Me he quedado dormida.

Hacía años que quedaban todos los domingos para un tardío medio desayuno, medio almuerzo. Se frotó ligeramente la frente, intentando aliviar su dolor de cabeza y su conciencia.

—Está bien. Puedo aplazarlo todo, Jul-Jul.
—-No, no, Harry. Lo siento —repitió—. Estaré ahí en media hora.

Corrió a ducharse, negándose a volver sobre lo sucedido la noche anterior. Se puso unos pantalones cortos, una camiseta y sus sandalias playeras, y salió disparada. Su abuelo vivía en el lago Travis, en una casa que su abuela y él habían construido mucho antes de que el lago se hiciese popular entre los ciudadanos de Austin que deseaban escapar de la ciudad. Ahora, las mansiones que habían surgido a su alrededor hacían que su modesta casa pareciese diminuta. Condujo su automóvil por la carretera serpenteante que conducía a la casa que llamaba hogar desde los doce años. Después de morir su madre, sus abuelos la habían tomado bajo su cuidado, intentando reparar el daño causado por la pérdida de su único progenitor. Julia nunca había conocido a su padre. Se había largado cuando su madre estaba embarazada de siete meses y nunca habían vuelto a saber de él, pero se las arreglaron para sobrevivir. Su madre trabajaba en dos empleos y por la noche acudía al college. Acabó sus estudios cuando Julia tenía siete años. Larissa encontró empleo como profesora en una escuela primaria de las afueras y se mudaron a su primera casa un año después, dejando atrás su lúgubre apartamento. Y entonces, en una lluviosa tarde de marzo, cuando Julia tenía doce años, el coche de su madre patinó en una curva y colisionó contra un árbol. Murió de forma instantánea. Harry y Beth Volkova acogieron Julia por voluntad propia y consagraron su vida a intentar hacerla feliz. Larissa había sido su única hija y Julia era su única nieta. Como buena adolescente, se rebeló, por supuesto. Era todo un demonio y se hallaba silenciosamente amargada a causa de su pérdida. Pero eso también quedó atrás. Después del instituto se matriculó en la Universidad de Texas, obtuvo el título de grado en tres años y después continuó hasta conseguir el máster. Hacía ya diez años que daba clases en el Austin City College, y no tenía ningún deseo de mudarse de allí. Harry la estaba esperando en el porche, sentado en su mecedora favorita. Estacionó a la sombra de un viejo roble, fue hacia él y lo abrazó.

—Lo siento muchísimo —empezó.
—Tonterías —dijo él, rechazando sus disculpas— Tienes todo el derecho a dormir las horas que quieras.

Harry Volkov tenía ochenta años, pero no aparentaba más allá de sesenta y cinco. Tenía un fuerte pelo blanco, que llevaba bastante más largo que los hombres de su edad. Pero parecía en forma. Seguía nadando a diario en el lago, incluso en pleno invierno. Tan sólo sus ojos delataban su edad y la tristeza que sentía desde que murió su esposa Beth. Julia había estado yendo a almorzar todos los domingos desde que estudiaba en la universidad y, dado que su abuela había fallecido tan sólo dos años antes, muchas veces pasaba toda la tarde con Harry, pescando en el lago, dando un paseo en bote o simplemente charlando. Sonrió y supo que él notaría las ojeras bajo sus ojos. Cuatro horas de sueño no eran suficientes para ella, sobre todo después de una noche como la que había pasado. Bajó la vista, deseando que él no preguntase nada. No lo hizo. Su abuelo sirvió pollo con guarnición de arroz, hortalizas frescas de su pequeño jardín y té helado en los mismos vasos que ella recordaba de su niñez. La mesa estaba embutida en una esquina de la parte de atrás de la casa, frente al lago, y desde allí podían ver los botes en el agua, paseando, y algunas lanchas arrastrando esquiadores acuáticos. Ella permanecía silenciosa y se dio cuenta de que no estaba siendo muy buena compañía. Desviando la mirada del lago, sonrió a su abuelo, murmurando lo buena que estaba la comida.

—¿Saliste hasta muy tarde anoche? —preguntó él por fin.
—Fui a un torneo de softball y después salimos a cenar —contestó, evitando su mirada.
—Ah.
—Con Katya —añadió ella.
—Hace mucho que no la traes por aquí —dijo él.
—También hacía mucho que no la veía.
—Bueno, ahora que ya es verano deberías tener más tiempo para tus amistades.

Ella lo miró un segundo.

—Sí.
—Sabes que me preocupo por ti.
—Lo sé —dijo ella—. Muchas gracias. Me encanta que lo hagas.
—Necesitas a alguien, aparte de mí.

Su abuelo sonrió y dijo lo que siempre decía:

—Ojala tuvieses a alguien, Volky.
—Oh, Harry, estoy muy bien, ya lo sabes.
—Pero aun así. Yo no estaré aquí siempre.

Ella no hizo caso de aquel comentario. Llevaba diciendo lo mismo desde el día en que murió su abuela. Después de lavar los platos, sacaron la lancha y dieron una vuelta por el lago, tomándose su tiempo mientras se maravillaban de las carísimas mansiones que salpicaban la costa.

—Cuesta creer que fuimos los primeros en vivir aquí —dijo él, como siempre.

Ella asintió, como siempre, y sonrió. El era todo lo que ella tenía, y eso la entristeció. Su abuelo se había retraído bastante desde la muerte de Beth y ella sabía que para él era una lucha seguir resistiendo. Parte de él había muerto con ella, a pesar de lo mucho que lo necesitaba Julia. Había perdido a su esposa y compañera, y Julia no podía ni imaginar lo que eso había significado para él. La devastación que había sentido cuando Mona la dejó no podía compararse ni de lejos con la muerte de una esposa después de cincuenta y dos años de matrimonio.

—¿Qué tal si salimos esta semana a cenar? —sugirió ella cuando estaban amarrando de nuevo la lancha.
—Claro. ¿Comida mexicana?

El recuerdo de la pasada noche la invadió, y negó con la cabeza.

—¿Qué tal un italiano?
—Muy bien.
—¿El miércoles?
—De acuerdo.

Trajeron el gastado mazo de cartas y la jarra de té helado y se sentaron ante la mesa plegable. La brisa del lago y la sombra del roble gigante hacían soportable el calor. Jugaron a las cartas y charlaron; Julia agradecía cualquier cosa que mantuviese ocupada su mente. Si se concentraba con todas sus fuerzas casi podía olvidar que había pasado la noche anterior en los brazos de una completa desconocida. Sin embargo, de vez en cuando se colaban en su mente algunas imágenes, y se sentía enrojecer al recordarse en la cama, con los brazos extendidos hacia Lena, suplicando silenciosamente que la tocase. Aferró su vaso de té, avergonzada por sus pensamientos. Se tocó la cara con el frío cristal y suspiró.

—¿Mucho calor?

Julia casi se atragantó con la inocente pregunta de su abuelo; fingió atender a sus cartas.

—Tengo algo de calor, sí —dijo— pero supongo que es por la estación.
—Yo ya ni me lo pienso —repuso Harry— Si tengo calor, me desnudo y al agua.
—¡Harry! No me estarás diciendo que sigues bañándote desnudo en pleno día, ¿no?

El pasado verano, la nueva vecina de Harry estaba junto a su valla, quitando la maleza, cuando lo vio practicando su afición, y llamó a la oficina del sheriff.

—Creo que se sienta en el porche con sus prismáticos —dijo Harry, con los ojos brillantes de malicia— Puede que ande en busca de emociones fuertes.
—Te advirtieron de que la próxima vez te multarían, Harry —le recordó Julia.
—¡Bah, estupideces! —rió él—. ¿A que sería un buen titular? «Plantan una multa a un viejo carcamal por comportamiento indecente.»

Después volvió a reírse:

—Supongo que más bien sería muy indecente de ver.

Julia también se rió. Hacía mucho tiempo que Harry no estaba de tan buen humor. A pesar de su dolor de cabeza, decidió jugar otra partida de cartas. Eran más de las tres cuando por fin se marchó. En el viaje de vuelta a casa intentó en vano olvidar la noche pasada. Sin Harry para distraerla, las imágenes de Lena Katina no dejaban de asaltarla. Sintió una extraña sensación en las entrañas al recordar cómo se había resistido su boca a abandonar el pecho de Lena, y cómo se había decidido al fin únicamente para viajar cuerpo abajo hasta llegar a una zona más cálida y húmeda.

—Oh, Dios —murmuró.

Giró la rejilla de ventilación hacia el rostro y puso al máximo el ventilador, negándose obstinadamente a permitir que su mente repasase una y otra vez lo sucedido la noche anterior. En vez de eso, se pasó el resto del viaje regañándose a sí misma por haber actuado como ¡una ramera lasciva! Sabía que estaba comportándose como una estúpida, pero aparcó en el camino de entrada, rehusando entrar en el garaje para no recordar los largos minutos que estuvieron allí de pie, mirándose, cada una a un lado del auto. Sin embargo, se quedó en el coche y acabó recordando, de todos modos, aferrada al volante, sin ser consciente de su acelerada respiración. Sí que notó, no obstante, una cálida sensación entre las piernas, y sus ojos se cerraron lentamente mientras recreaba las manos de Lena, primero, y después su boca sobre su cuerpo. Se estremeció al recordar sus propias manos ansiosas, guiando a Lena hacia la urgencia que sentía entre los muslos. El sordo gemido que salió de su garganta la sobresaltó y abrió los ojos de repente. Enterró el rostro entre las manos, intentando borrar las imágenes, intentando calmar la excitación. Cuando entró en su casa vio que el contestador parpadeaba. Sin hacer caso, fue a buscar una cerveza de la nevera y la escanció en un vaso helado que guardaba en el congelador. Salió a la terraza a pesar del calor y se sentó a la sombra. Se tomó su cerveza fría, mirando cómo se precipitaba el agua cristalina del Bull Creek sobre el lecho de piedra caliza. Le encantaba su casa. Era como si un trocito de Hill Country se hubiese refugiado en las laderas del oeste de Austin. Densas arboledas de cedros y robles cercaban el río y le proporcionaban intimidad frente a sus vecinos. Era un río pequeño, de apenas cuatro palmos de profundidad en la estación húmeda y sólo siete metros de ancho en algunos lugares, pero para ella era su refugio. En los ardientes días de verano, solía coger un neumático y se iba flotando corriente abajo, para después remar de vuelta y volver a empezar. La fría agua de manantial era una bendición durante los abrasadores veranos. Contempló el aterrizaje de un cardenal en su comedero de pájaros, vacío, y frunció el entrecejo. De nuevo había olvidado comprar alpiste. El timbre del teléfono resonó en la casa y ella cerró los ojos; no tenía ganas de hablar con nadie. Sabía que era Katya, deseosa de saber todo lo que había sucedido la pasada noche, pero ella no estaba preparada para hablar sobre ello. Quizá nunca querría contarlo. Después de tres llamadas saltó el contestador. Dejó la mente en blanco mientras se concentraba en el torrente de agua y en el hambriento cardenal, que daba picotazos al comedero vacío. Acabada la cerveza, Julia volvió dentro y se quedó mirando el contestador. Había intentado ignorarlo, pero la luz parpadeante le hizo señas, así que lo puso en marcha. El corazón le golpeaba el pecho. Esperaba oír la voz de Lena y no estaba segura de querer que sucediese. No tenía por qué haberse preocupado: ninguno de los mensajes era de ella. Katya había llamado cuatro veces y Susan Gruber, la decana de su college, también había llamado para invitarla a una barbacoa el siguiente fin de semana. No sabía si se alegraba de que Lena no hubiese llamado o si se sentía decepcionada porque no se hubiera molestado en hacerlo. Quizá Lena estaba acostumbrada a esas estancias de una sola noche. Puede que no sintiese en absoluto la angustia que sentía Julia. Al entrar en su dormitorio vio sus ropas, todavía en el suelo desde la noche anterior. Se detuvo y elevó la vista al techo.

—Oh, Dios.

Recogió rápidamente la ropa y la echó a la cesta. Ojos que no ven, corazón que no siente, pensó. El teléfono volvió a sonar y esta vez atendió la llamada.

—¿Julia? ¿Dónde te has metido? —preguntó Katya.
—En casa de Harry.
-—Te he llamado varias veces, desde esta mañana temprano —replicó ella.
—Bueno, es que salí temprano de casa —mintió Julia.
—No has ido a los partidos —la acusó Katya.
—No recuerdo haberte dicho que iría hoy —dijo secamente.
—Bueno, pensé que... después de la noche pasada...

Julia no hizo comentarios y puso los ojos en blanco.

—¿Qué tal jugaron? —preguntó por fin.
—Perdieron el primero, después ganaron el siguiente y llegaron a las finales, pero perdieron cinco a cuatro.
—Oh.

Deseaba preguntar qué tal había jugado Lena, pero se mordió la lengua. No debería ni preocuparse.

—Escucha, tenemos una barbacoa en Adam's Ribs esta noche. ¿Por qué no te vienes?
—Oh, no sé —dijo ella—. Hace demasiado calor para guardar colas.

La aterraba la posibilidad de ver de nuevo a Lena, aunque se preguntaba si ya se habría marchado a San Antonio.

—Venga, será divertido. Trae algo de cerveza. Sabes que allí no la venden.

Como Julia no respondía, Katya añadió:

—Estaremos a la sombra.

Julia acabó aceptando, contra los dictados de su conciencia. Regañó a la parte de ella misma que deseaba ver de nuevo a Lena y rogó para que ya se hubiese marchado de la ciudad.
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One Summer Night  Empty Re: One Summer Night

Mensaje por Anonymus 2/2/2015, 12:58 pm

Capítulo cuatro

Adam's Ribs estaba repleto de gente, incluso en domingo. Situado a unos treinta kilómetros al sur de Austin, tenía fama de ser la mejor barbacoa de los alrededores. La gente esperaba fuera, bajo los cedros, yendo y viniendo hasta las neveras portátiles llenas de cerveza que habían traído consigo, mientras esperaban a que quedasen mesas vacías dentro del local. Había comederos para colibríes en todos los árboles y algunos de ellos, con el pecho color rubí, zumbaban alrededor, esquivando a las personas que se disputaban el turno. Julia estaba sentada en el asiento trasero del auto de Katya; tuvieron que aparcar en el arcén, porque el estacionamiento estaba completo. Habían depositado sus cervezas en una nevera portátil y Janis la transportaba entre la gente, buscando al mismo tiempo rostros familiares. Julia no había preguntado si Lena iba a estar allí y ellas tampoco la habían informado. Escudriñó entre la multitud, buscando a sus amigas; vio a Kay y le hizo señas, y después siguió a Katya y a Janis.

—Eh, has venido —dijo Kay— Te has perdido unas cuantas jugadas buenas hoy.
—Eso he oído. Siento que hayáis perdido.
—Llegamos mucho más lejos de lo que creíamos poder llegar. Ha sido divertido —repuso Kay.

Julia volvió a buscar entre la multitud, y vio a Deb, Sharon, Mattie y unas cuantas conocidas más. Su mirada se detuvo cuando vio a Lena hablando con una rubia muy atractiva. Desvió rápidamente la vista, fingiendo interesarse en los comentarios de Kay, Katya y las demás sobre el partido.

—No veas, Lena estuvo así de cerca de marcar —dijo Kay, separando el índice y el pulgar dos milímetros.
—¿Quién es la chica que está con ella? —preguntó Deb.

Julia escuchó atentamente, ignorando la mirada que le lanzó Katya.

—Creo que es su novia. Apareció en el primer partido y ha estado aquí todo el día.

Julia sintió como un puñetazo en el estómago y lo disimuló ocupándose de la nevera portátil, sacando una cerveza de entre el hielo. ‘’¿Novia? ¿Novia? ¡Dios bendito! ¿Tenía novia? y ¿por qué la sorprendía tanto? Por supuesto que una mujer como Lena tenía que tener una, ¿no? ¡Oh, Dios! ¡Se había llevado a casa a una desconocida de un bar, a su casa, y había hecho el amor con ella durante toda la noche, y tenía novia! ¡Oh, Dios!’’ Se frotó las sienes y los ojos, fuertemente cerrados. ‘’¿Qué he hecho? No soy mejor que Mona’’ pensó. Bebió un gran trago de cerveza, intentando calmar su desbocado corazón, intentando aliviar sus contraídas tripas. Christy se acercó y Julia sonrió, ausente, mientras vaciaba el resto de su cerveza. No iba a conducir. Podía beber, pensó, mientras buscaba otra cerveza en la nevera. Lo que fuese por sofocar la vergüenza que sentía. ‘’Oh, Dios, ¿en qué había estado pensando?’’

—¿Quién es la que está con Lena? —preguntó Katya.
—Sherry. Una de sus novias —las informó Christy.

‘’¿Una de ellas? Oh, Dios.’’ Julia respiró hondo y sonrió, fingiendo que la conversación no iba con ella.

—Creo que es muy de su estilo —añadió Christy—. Sale mucho. Siempre la veo con una mujer nueva —continuó, ajena a la incomodidad de Julia.
—No me extraña —dijo Katya—. Es guapísima.

Y eso que no sabían ni la mitad, pensó Julia. Por suerte, la conversación cambió de tema. En realidad, Julia estaba muy asombrada consigo misma. Consiguió hacer algún comentario, mientras mantenía la vista firmemente desviada de Lena y su novia, Sherry. En ese momento decidió que mantenerse célibe durante el resto de su vida no era tan mala idea. La cola avanzó y ellas también, arrastrando consigo sus neveras. El sol empezaba a ponerse por el oeste, el aire había refrescado y Julia bebía su tercera cerveza. Debería estar en casa, pensó, en cualquier parte excepto aquí, donde tenía que apartar la vista para no contemplar lo atentamente que escuchaba Lena las palabras de Sherry. Por mucho que lo intentaba, no podía evitar mirarla. La cabeza de Lena estaba inclinada hacia Sherry, y le hablaba bajito, con una sonrisa en el rostro. Sherry era rubia y preciosa, con la corta melena al viento, rozándole los hombros, y a menudo toqueteaba el brazo de Lena al hablar. ‘’¿Por qué tenía que toquetearla tanto? ¿Y ese pelo? Seguro que no era su color natural.’’ Julia no les quitaba ojo mientras recordaba la noche pasada y todo lo que había compartido con Lena Katina. Observaba sus labios y sus manos, rememorando cómo habían tocado sus partes más íntimas. ‘’¡Oh, qué idiota había sido!’’ Esperaba haber aprendido la lección. ‘’¿Cómo se había atrevido a llevar a una desconocida del bar a su casa?’’ Volvió a mirar hacia Lena y se sobresaltó al encontrársela mirándola fijamente. Lena se volvió y le dijo algo a Sherry, y después se abrió paso entre la gente hacia ella, sin apartar la vista de Julia. Esta quería volverse, pero los ojos de Lena la cautivaron y se quedó esperándola.

—¿Qué tal estás? —preguntó Lena suavemente, acercándose al grupo de Julia.
—Estupendamente —consiguió decir Julia.
—Siento haberme marchado así, pero no quería despertarte —dijo en voz baja, escudriñándola con sus oscuros ojos— Bueno, en realidad me hubiera gustado despertarte —bromeó — pero entonces hubiera llegado tarde al partido.

Julia no respondió, pero tampoco pudo apartar la vista de aquellos ojos.

—Llamé un taxi —explicó Lena.

Julia se encogió de hombros y por fin se dio la vuelta. Dios, cómo recordaba cada detalle de la noche anterior; la intimidad compartida la arrastraba. Apretó las mandíbulas y alzó la vista hacia Lena. Deseaba con todas sus fuerzas olvidar todo lo ocurrido la noche pasada.

—¿Te gustó? —preguntó Lena.
—No —se sinceró ella.
—¿No? Julia, la noche pasada fue...
—La noche pasada fue un error —dijo Julia, casi enfadada, mirando fijamente a Lena— Un gran error. Voy a hacer como si nunca hubiese existido.
—¿Por qué? Fue increíble.
-—No —dijo Julia, negando con la cabeza. Hizo un gesto señalando a Sherry—. ¿No deberías volver con ella?

Lena siguió su mirada y después volvió a fijar la vista en Julia.

—Julia, es sólo una amiga.
—Sí, eso he oído.
—Puedo explicarlo —dijo Lena.
—No, no hace falta, de verdad. —Miró a lo lejos y después volvió la vista hacia Lena, naufragando en sus ojos verdes gris a pesar de sus intentos de resistirse— La noche pasada sucedió algo que no me apetece repetir. No sé tú, pero yo nunca había hecho algo así antes y, por Dios, ¡tienes novia! ¿Cómo has podido? —siseó— ¿Por qué no me lo dijiste?
—No es así —protestó Lena—. No estamos juntas.

Julia alzó una mano y sacudió la cabeza.

—De verdad que no importa. No es asunto mío.

Lena pareció sentirse frustrada.

—Mira, tuvimos una relación una vez, sí. Pero ya se acabó. Julia, sólo somos amigas. Lo juro. Vayamos a hablar a algún sitio, por favor.

Intentó cogerle la mano, pero Julia se apartó.

—No tengo nada que decirte, y ya te he dicho que no es asunto mío —susurró, sólo unos segundos antes de que Sherry se uniera a ellas.
—¿Vienes, Lena? Creo que somos las siguientes —dijo dulcemente, y Julia se mordió el labio. Aquella mujer parecía salida de las páginas de una revista. Julia la odió.
—Bien. Voy en un segundo. —Lena se volvió de nuevo hacia Julia—. Tenemos que hablar —dijo en voz baja— Tienes que dejar que te lo explique.
—No te molestes. Vete y ya está —dijo Julia, alejándose.
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One Summer Night  Empty Re: One Summer Night

Mensaje por Anonymus 2/2/2015, 12:58 pm

Capítulo cinco

Cuando Deb llamó el miércoles para invitarla a salir a cenar, Julia todavía no se había recuperado del fin de semana y no tenía ningún deseo de salir, por lo que le propuso a Deb que fuese a comer más filetes a su casa el viernes. Aquello les daría la oportunidad de ponerse al día y quizá renovar su amistad. Acababa de poner un CD cuando Deb llamó a la puerta. Julia se tomó unos segundos para enderezar las revistas que había junto al sofá antes de darle la bienvenida.

—Me alegro mucho de verte. —Julia se apartó de la puerta e hizo un gesto para invitarla a pasar. Deb, con una botella de vino en la mano, le dio un rápido achuchón con un solo brazo.
—Yo también.

Miró a su alrededor, contempló la sala de estar y asintió:

—Siempre me ha encantado tu casa. He echado de menos mis visitas.

Sí. Julia recordaba que, antes de Mona, Deb a veces pasaba fines de semana enteros con ella. Solían cocinar entre las dos o simplemente se pasaban la tarde echadas perezosamente en la terraza, charlando.

—Lo sé. Era que, parecía que no te entendías demasiado con Mona.

Deb asintió, admitiéndolo.

—Tienes razón. Nunca me gustó demasiado. Pensaba que no era la persona más adecuada para ti.

Julia forzó una sonrisa y cogió el vino de manos de Deb.

—Bueno, pues al final era cierto.

Se volvió hacia la cocina.

—Pero mejor no hablemos de Mona —dijo, mientras se alejaba— Salgamos a la terraza. Yo llevaré el vino.

Julia se apoyó en la encimera y se frotó el puente de la nariz, intentando evitar un dolor de cabeza que se le estaba levantando rápidamente. No tenía ningún deseo de hablar sobre Mona, pero temía que Deb trajese a colación a Lena. No le apetecía en absoluto afrontar preguntas sobre ella. Abrió el armario y cogió dos vasos, decidida a disfrutar de la compañía de Deb. Habían sido íntimas tiempo atrás y Julia podría aprovechar el hecho de tener una amiga también sin pareja: a veces se sentía como de más cuando salía con Katya y Janis, aunque no era por nada que dijesen o hiciesen. Aun así, sería bueno tener una amiga soltera con la que salir de vez en cuando.

—Tu jardín de atrás ha crecido —observó Deb.

Julia le pasó un vaso de vino y se sentó, apoyando los codos en la mesa de la terraza.

—Lo sé. Tengo que dejar de plantar cosas. Pronto no podré ni ver el río.
—Oh, no. Me gusta. Te da más intimidad. Pero, si no recuerdo mal, nunca has sido muy manitas para la jardinería —rió Deb, señalando sus plantas en maceta, que estaban pidiendo agua a gritos.
—Lo sé. Es todo lo que puedo hacer por mantener vivas las de la casa. Siempre me sorprende que sobrevivan aquí fuera —dijo, señalando el jardín.

Decidió arbolarlo cuando lo compró. Con los años había ido añadiendo arbustos autóctonos y plantas para conseguir más intimidad. De lo que estaba más orgullosa era del sendero de piedras que habían construido Harry y ella años atrás. Recorrió con la vista el sendero, que serpenteaba hacia el río Bull Creek.

—¿Sigues nadando?

Julia sonrió.

—Bueno, floto en una cámara de neumático. Es un poco difícil nadar en sólo cuatro palmos de agua.
—Supongo que sigues yendo a casa de Harry.
—Claro, todos los domingos. Pero, como ya no doy clases en verano, también voy un par de veces a la semana. He conseguido que me arrastre con la lancha.
—Bueno, pues si no te molesta que te acompañe algún domingo, me encantaría volver a practicar el esquí acuático.
—Claro —asintió Julia, aunque dudaba si debería invitar a Deb en domingo.

Los domingos se habían convertido en un ritual para Harry y ella. No quería estropearlo llevando a alguien de fuera. Siguieron allí sentadas en silencio, observando las travesuras de una ardilla que intentaba invadir el comedero de pájaros. Por una vez se había acordado de rellenarlo. Julia era consciente del incómodo lapso que se había producido en la conversación, pero no consiguió determinar su causa. Hacía años que no estaban juntas y quizás había sido demasiado ingenua al pensar que podían reanudar sus viejos hábitos, sencillamente. La gente cambia y supuso que también ellas habían cambiado.

—Traeré más vino —se ofreció Deb, interrumpiendo sus meditaciones.

Julia observó a los arrendajos azules que se lanzaban hacia la ardilla. Deseó no haber invitado a Deb a su casa. Quizá deberían haber salido a comer. Hubiesen tenido más distracciones, algo más que una ardilla para animarlas a conversar.

—¿Sales con alguien, Julia

Aquella pregunta la pilló por sorpresa. Julia miró a Deb, que llenaba de nuevo su vaso.

—No. Nada desde que se fue Mona —dijo.

Y era verdad. Su... lío... de una noche con Lena apenas podía considerarse una cita.

—Ya suponía, pero, como nunca te veía por ahí, pensé que era porque estabas saliendo con alguien.
—No.
—Estaba un poco preocupada por ti la otra noche —comentó Deb.
—¿La otra noche?
—En el bar. Te fuiste con esa..., con Lena Katina.

Julia sintió cómo se ruborizaba.

—Sólo la llevé hasta su hotel —mintió.
—Ah, pues deberías agradecer que no haya intentado nada. He oído que es la semental de San Antonio.
—¿Semental?
—Ya sabes lo que quiero decir. Mucha fiesta, muchas mujeres distintas colgando de su brazo. Christy dice que sale con varias al mismo tiempo, y ninguna de ellas sabe nada de las demás.
—¿Sí? —Julia se preguntó por qué Deb sentía la necesidad de contarle todo aquello. Francamente, a ella le traía sin cuidado Lena Katina.
—Sí. No me gustó ni un pelo —dijo Deb.
—Pensé que se llevaba bien con el equipo. —Julia se sorprendió de su propio impulso por defender a Lena.
—Oh, claro, juega muy bien. Pero, ya sabes, su actitud era muy... muy de California. Era muy vanidosa.

Julia se mordió la lengua. Si algo había descubierto era que Lena no tenía ni la más mínima vanidad. Pero no dijo nada, e hizo una mueca forzada, que esperaba que pareciese una sonrisa.

—¿Y sabes aquella mujer que apareció en el partido del domingo? —continuó Deb— Ni siquiera era su novia actual, según Christy. Katina había estado saliendo con alguien de su equipo de softball.

Julia se frotó rápidamente los ojos, deseando que Deb perdiese interés por el tema y empezase a hablar de cualquier otra cosa. No deseaba hablar con Deb sobre Lena, ni tener que oír todo aquello acerca de ella. Era lo que ella había sospechado, por supuesto, pero lo único que conseguía era hacer que su lío con Lena le pareciese mucho peor. Volvió a pellizcarse el puente de la nariz; su dolor de cabeza se había instalado justo por detrás de los ojos.

—No soporto a las mujeres así —continuó Deb.
—Bueno, yo en realidad no la conozco —dijo Julia—. Y dudo que vuelva a verla otra vez.
—Piensa que has tenido suerte de que no haya intentado nada —insistió Deb—. Parece ser que tiene algo que atrae a las mujeres, aunque yo no le he visto nada especial.

‘’¿Acaso estás ciega?’’ pensó Julia. Los comentarios de Deb no la engañaron. Deb estaba celosa, sencillamente, y Julia se preguntó por qué no lo había comprendido antes. Deb casi no había tenido parejas desde que Julia la conocía. Era más bajita que Julia y un poco más rellenita, pero Julia pensaba que era linda. No preciosa de caerse muerta a sus pies, como..., bueno, como algunas mujeres, pero era linda al fin y al cabo. No obstante, Julia recordó que Deb había salido muy pocas veces con alguien. Nunca despertaría el tipo de pasiones que al parecer Lena causaba en... en algunas mujeres.

—Bueno, pues no intentó nada. Puede que yo no tenga lo que a ella le gusta. —Julia soltó una risita nerviosa. Si conseguía que la velada acabase bien sería un milagro.
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One Summer Night  Empty Re: One Summer Night

Mensaje por Anonymus 2/4/2015, 6:38 pm

Capítulo cinco

Cuando Deb llamó el miércoles para invitarla a salir a cenar, Julia todavía no se había recuperado del fin de semana y no tenía ningún deseo de salir, por lo que le propuso a Deb que fuese a comer más filetes a su casa el viernes. Aquello les daría la oportunidad de ponerse al día y quizá renovar su amistad. Acababa de poner un CD cuando Deb llamó a la puerta. Julia se tomó unos segundos para enderezar las revistas que había junto al sofá antes de darle la bienvenida.

—Me alegro mucho de verte. —Julia se apartó de la puerta e hizo un gesto para invitarla a pasar. Deb, con una botella de vino en la mano, le dio un rápido achuchón con un solo brazo.
—Yo también.

Miró a su alrededor, contempló la sala de estar y asintió:

—Siempre me ha encantado tu casa. He echado de menos mis visitas.

Sí. Julia recordaba que, antes de Mona, Deb a veces pasaba fines de semana enteros con ella. Solían cocinar entre las dos o simplemente se pasaban la tarde echadas perezosamente en la terraza, charlando.

—Lo sé. Era que, parecía que no te entendías demasiado con Mona.

Deb asintió, admitiéndolo.

—Tienes razón. Nunca me gustó demasiado. Pensaba que no era la persona más adecuada para ti.

Julia forzó una sonrisa y cogió el vino de manos de Deb.

—Bueno, pues al final era cierto.

Se volvió hacia la cocina.

—Pero mejor no hablemos de Mona —dijo, mientras se alejaba— Salgamos a la terraza. Yo llevaré el vino.

Julia se apoyó en la encimera y se frotó el puente de la nariz, intentando evitar un dolor de cabeza que se le estaba levantando rápidamente. No tenía ningún deseo de hablar sobre Mona, pero temía que Deb trajese a colación a Lena. No le apetecía en absoluto afrontar preguntas sobre ella. Abrió el armario y cogió dos vasos, decidida a disfrutar de la compañía de Deb. Habían sido íntimas tiempo atrás y Julia podría aprovechar el hecho de tener una amiga también sin pareja: a veces se sentía como de más cuando salía con Katya y Janis, aunque no era por nada que dijesen o hiciesen. Aun así, sería bueno tener una amiga soltera con la que salir de vez en cuando.

—Tu jardín de atrás ha crecido —observó Deb.

Julia le pasó un vaso de vino y se sentó, apoyando los codos en la mesa de la terraza.

—Lo sé. Tengo que dejar de plantar cosas. Pronto no podré ni ver el río.
—Oh, no. Me gusta. Te da más intimidad. Pero, si no recuerdo mal, nunca has sido muy manitas para la jardinería —rió Deb, señalando sus plantas en maceta, que estaban pidiendo agua a gritos.
—Lo sé. Es todo lo que puedo hacer por mantener vivas las de la casa. Siempre me sorprende que sobrevivan aquí fuera —dijo, señalando el jardín.

Decidió arbolarlo cuando lo compró. Con los años había ido añadiendo arbustos autóctonos y plantas para conseguir más intimidad. De lo que estaba más orgullosa era del sendero de piedras que habían construido Harry y ella años atrás. Recorrió con la vista el sendero, que serpenteaba hacia el río Bull Creek.

—¿Sigues nadando?

Julia sonrió.

—Bueno, floto en una cámara de neumático. Es un poco difícil nadar en sólo cuatro palmos de agua.
—Supongo que sigues yendo a casa de Harry.
—Claro, todos los domingos. Pero, como ya no doy clases en verano, también voy un par de veces a la semana. He conseguido que me arrastre con la lancha.
—Bueno, pues si no te molesta que te acompañe algún domingo, me encantaría volver a practicar el esquí acuático.
—Claro —asintió Julia, aunque dudaba si debería invitar a Deb en domingo.

Los domingos se habían convertido en un ritual para Harry y ella. No quería estropearlo llevando a alguien de fuera. Siguieron allí sentadas en silencio, observando las travesuras de una ardilla que intentaba invadir el comedero de pájaros. Por una vez se había acordado de rellenarlo. Julia era consciente del incómodo lapso que se había producido en la conversación, pero no consiguió determinar su causa. Hacía años que no estaban juntas y quizás había sido demasiado ingenua al pensar que podían reanudar sus viejos hábitos, sencillamente. La gente cambia y supuso que también ellas habían cambiado.

—Traeré más vino —se ofreció Deb, interrumpiendo sus meditaciones.

Julia observó a los arrendajos azules que se lanzaban hacia la ardilla. Deseó no haber invitado a Deb a su casa. Quizá deberían haber salido a comer. Hubiesen tenido más distracciones, algo más que una ardilla para animarlas a conversar.

—¿Sales con alguien, Julia

Aquella pregunta la pilló por sorpresa. Julia miró a Deb, que llenaba de nuevo su vaso.

—No. Nada desde que se fue Mona —dijo.

Y era verdad. Su... lío... de una noche con Lena apenas podía considerarse una cita.

—Ya suponía, pero, como nunca te veía por ahí, pensé que era porque estabas saliendo con alguien.
—No.
—Estaba un poco preocupada por ti la otra noche —comentó Deb.
—¿La otra noche?
—En el bar. Te fuiste con esa..., con Lena Katina.

Julia sintió cómo se ruborizaba.

—Sólo la llevé hasta su hotel —mintió.
—Ah, pues deberías agradecer que no haya intentado nada. He oído que es la semental de San Antonio.
—¿Semental?
—Ya sabes lo que quiero decir. Mucha fiesta, muchas mujeres distintas colgando de su brazo. Christy dice que sale con varias al mismo tiempo, y ninguna de ellas sabe nada de las demás.
—¿Sí? —Julia se preguntó por qué Deb sentía la necesidad de contarle todo aquello. Francamente, a ella le traía sin cuidado Lena Katina.
—Sí. No me gustó ni un pelo —dijo Deb.
—Pensé que se llevaba bien con el equipo. —Julia se sorprendió de su propio impulso por defender a Lena.
—Oh, claro, juega muy bien. Pero, ya sabes, su actitud era muy... muy de California. Era muy vanidosa.

Julia se mordió la lengua. Si algo había descubierto era que Lena no tenía ni la más mínima vanidad. Pero no dijo nada, e hizo una mueca forzada, que esperaba que pareciese una sonrisa.

—¿Y sabes aquella mujer que apareció en el partido del domingo? —continuó Deb— Ni siquiera era su novia actual, según Christy. Katina había estado saliendo con alguien de su equipo de softball.

Julia se frotó rápidamente los ojos, deseando que Deb perdiese interés por el tema y empezase a hablar de cualquier otra cosa. No deseaba hablar con Deb sobre Lena, ni tener que oír todo aquello acerca de ella. Era lo que ella había sospechado, por supuesto, pero lo único que conseguía era hacer que su lío con Lena le pareciese mucho peor. Volvió a pellizcarse el puente de la nariz; su dolor de cabeza se había instalado justo por detrás de los ojos.

—No soporto a las mujeres así —continuó Deb.
—Bueno, yo en realidad no la conozco —dijo Julia—. Y dudo que vuelva a verla otra vez.
—Piensa que has tenido suerte de que no haya intentado nada —insistió Deb—. Parece ser que tiene algo que atrae a las mujeres, aunque yo no le he visto nada especial.

‘’¿Acaso estás ciega?’’ pensó Julia. Los comentarios de Deb no la engañaron. Deb estaba celosa, sencillamente, y Julia se preguntó por qué no lo había comprendido antes. Deb casi no había tenido parejas desde que Julia la conocía. Era más bajita que Julia y un poco más rellenita, pero Julia pensaba que era linda. No preciosa de caerse muerta a sus pies, como..., bueno, como algunas mujeres, pero era linda al fin y al cabo. No obstante, Julia recordó que Deb había salido muy pocas veces con alguien. Nunca despertaría el tipo de pasiones que al parecer Lena causaba en... en algunas mujeres.

—Bueno, pues no intentó nada. Puede que yo no tenga lo que a ella le gusta. —Julia soltó una risita nerviosa. Si conseguía que la velada acabase bien sería un milagro.
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One Summer Night  Empty Re: One Summer Night

Mensaje por Anonymus 2/4/2015, 6:42 pm

Capítulo seis

Junio dio paso a julio, y Julia maldijo el calor sentada sobre la negra cámara de neumático en el río Bull Creek. Eran casi las cuatro. La temperatura, que había llegado a un máximo de 39 grados, había bajado ahora a unos asfixiantes 37 grados. Remó hacia la sombra y se salpicó agua fría sobre los hombros, ahora de un intenso color dorado gracias a sus semanas al sol. Pasaba muchas tardes con Harry, pescando en el lago y cocinando pez gato y perca recién pescados como cena. Incluso había salido a cenar con Katya y Janis en un par de ocasiones, aunque se negó a hablar sobre aquel sórdido fin de semana de junio. Katya sólo le preguntó una vez y Julia había mentido diciendo que no había ocurrido nada. Katya lo dejó estar, aunque ambas sabían que mentía. No aceptó la segunda invitación a cenar de Deb. La primera había sido demasiado estresante y temía que Deb volviese a sacar a colación a Lena. Ésta la había llamado solamente una vez y, por suerte, el contestador fue el único que oyó el mensaje completo. Julia lo borró en cuanto distinguió la voz de Lena, sin tan siquiera escucharlo. Ahora, casi acabado julio y con agosto a la vuelta de la esquina, Julia estaba haciendo planes para el próximo semestre. Pronto estaría muy ocupada planificando sus clases, acudiendo a reuniones de profesores y viviendo su vida de acuerdo con lo previsto. No se permitía a sí misma pensar en Lena Katina, ni siquiera durante las solitarias y ardientes noches de verano, cuando juraría que todavía podía oler a Lena en su dormitorio. El truco era permanecer ocupada. Se fue a Hippie Hollow, la única zona nudista del lago Travis, y nadó desnuda en las cristalinas aguas. Todas las mañanas hacía un viajecito hasta Zilker Park y nadaba unos largos en las heladas aguas de Barton Spring. Además de sus tardes y de sus comidas de domingo, cenaba una vez a la semana con Harry, y en algunas ocasiones él conducía la lancha mientras ella practicaba esquí acuático. Se mantenía ocupada. No pensaba en Lena Katina. No pensaba en la maravillosa noche que habían compartido, haciendo el amor hasta el amanecer.

—Bien —dijo en voz alta.

‘’¿A quién estaba engañando? ¿Acaso pasaba un día en el que no recordase los besos de Lena?’’ Apoyó la cabeza de nuevo sobre el neumático y cerró los ojos para evitar el sol directo, recordando cada detalle de aquella noche. Sintió que el calor la invadía más y más, y supo que no tenía nada que ver con el sol de julio. Se dejó resbalar del neumático para sumergirse en Bull Creek. Se recostó en el fondo de piedra caliza mientras las frías aguas se precipitaban sobre ella, enfriando sus sentidos. Muy pronto el perro de los vecinos empezó a ladrar, dándoles la bienvenida a casa, y ella maldijo su falta de intimidad. Pronto estarían los niños salpicándose en el agua. ‘’Oh, me estoy volviendo irritable’’ pensó. ‘’¡Treinta y seis años y ya soy una vieja gruñona!’’ Días más tarde, una noche de primeros de agosto, la llamó Susan, decana del departamento de lengua y buena amiga suya.

—Arnie quiere preparar unos filetes el sábado. Ven, por favor. Además, quiero presentarte a alguien.

Hemos contratado a una novelista este semestre, para dar clases de escritura creativa.

—Estupendo —dijo, entusiasmada—. Por supuesto que iré.

Julia sabía que el departamento buscaba un novelista con obra publicada para esa asignatura. En el semestre anterior habían tenido que conformarse con un estudiante de posgrado, ya que la universidad les había escamoteado al único candidato que tenían ante sus propias narices. Sintió algo así como alivio por la llamada de Susan. Eso quería decir que el semestre de otoño empezaría muy pronto y ella continuaría con la vida rutinaria que le era familiar, dejando atrás la espantosa confusión del verano. El sábado planchó sus pantalones cortos, de pie en la habitación de invitados, vestida tan sólo con su ropa interior. Fuera hacía calor y humedad, y ella había programado el aire acondicionado a 21 grados. No sabía si podría soportar muchas semanas más de calor. Riéndose de sí misma, se preguntó cuántos años llevaba diciendo lo mismo. Se remetió una camiseta blanca en los pantalones, se puso las sandalias y condujo hasta la casa de
Susan y Arnie, a sólo diez minutos de la suya. Hacía años que eran amigas y, cuando Susan fue nombrada decana, cuatro años antes, aquello no cambió en nada su amistad. Trataba a Julia como a una igual, en el college y fuera de él. Durante el año escolar cenaba en su casa muy a menudo. Subió por su entrada y aparcó junto a un Ford Explorer, que supuso pertenecería a la novelista que habían contratado. Se preguntó cómo sería. El Austin City College no era pequeño, pero no podía compararse con la Universidad de Texas, adonde se iban los mejores profesores. Llamó al timbre y entró. Oyó un lejano rumor de voces en la entrada principal. Atravesó la sala de estar hacia la puerta corredera, pero se detuvo abruptamente al ver a Lena.

—Oh, Dios —susurró— ¡No, no, no puede ser!

La mujer a la que creyó que nunca volvería a ver, la mujer a la que esperaba no volver a ver jamás, la mujer en la que no conseguía dejar de pensar estaba a unos pocos pasos de distancia. Lena Katina estaba junto a Susan, con una cerveza en la mano, en un gesto informal, escuchando atentamente las palabras de Susan. La mirada de Julia la recorrió de arriba abajo, desde sus largas piernas blancas a su esbelta cintura, sus desarrollados pechos y por fin el rostro, y el recuerdo de la noche que habían pasado juntas apareció derribándolo todo como una ola que rompe en la orilla, golpeándola con toda su fuerza, como si no hubiese pasado más que un día desde que estuvieron tan íntimamente unidas.

—Oh, Dios —dijo de nuevo, sintiéndose de pronto algo mareada.

Arnie estaba acercando una cerilla al carbón vegetal; cuando surgieron las llamas, dio un paso atrás. Julia seguía en la sala, indecisa. Empezó a pensar en huir de allí y, si Susan no la hubiese mirado en aquel momento, quizá lo hubiera hecho.

—Hola, Julia. Ya estás aquí. Sal aquí fuera.

Le hizo señas con la mano. Julia recorrió valientemente los pocos pasos que le faltaban hasta la puerta y, a pesar de lo que le dictaba su corazón, la abrió.
—Hola —dijo, mirando en primer lugar a Arnie y después a Susan, para finalmente detener sus ojos en los muy hermosos de Lena Katina. ‘’Oh, Dios’’ pensó, no puedo hacer esto.
—Quiero que conozcas a Lena Katina. Somos muy afortunados por tenerla con nosotros —dijo Susan, y Julia se acercó hacia ellos.
—Hola —dijo Lena, tendiendo la mano.
—Hola —respondió ella, y tomó aquella mano con el corazón golpeándole en el pecho.
—Se la hemos robado al St. Peter de San Antonio —dijo Susan.
—¿De veras? —Julia estaba sorprendida de la tranquilidad que reflejaba su propia voz. Lena soltó lentamente la mano y Julia escondió rápidamente las suyas en los bolsillos, temblando.
—Claro que sí. Va a ser un gran fichaje para nuestro cuadro de personal —continuó Susan. Julia no podía apartar la vista. ‘’¿Qué está sucediendo aquí?’’
—Sírvete una cerveza, cariño —le dijo Susan.
—Sí, creo que será lo mejor —susurró Julia, haciendo caso omiso a la mirada divertida que le dirigía Lena— ¿Qué tal estás, Arnie? —preguntó, mientras se acercaba a la enorme nevera roja y cogía una cerveza de debajo del hielo.
—Estupendamente. ¿Y tú?

Julia se lo pensó un momento y después mintió:

—Muy bien.

Arnie se acercó más a ella y le preguntó en voz baja:

—¿Y qué te parece la novelista?
—Creo que somos muy afortunados por tenerla con nosotros —dijo Julia, repitiendo las palabras de Susan.
—Pues sí —convino él, y ambos contemplaron a Lena Katina mientras escuchaba a Susan, que estaba divagando, como siempre.

Arnie había dicho una vez que Susan podía hablar hasta con un árbol, y Julia sabía que era cierto. Se colocó directamente bajo el ventilador de techo, para sentir la brisa en el rostro. No era fresca, por mucho que forzase la imaginación, pero al menos era una brisa. Arnie había convertido el patio cubierto en un jardín y casi todo el espacio disponible estaba lleno de plantas y ñores en maceta. Julia siempre había envidiado la buena mano de Arnie con las plantas.

—¿Cómo las mantienes vivas con este calor? —preguntó. El se rió.
—Regar ayuda, Julia. Dudo que las cinco plantas de tu terraza hayan visto mucha agua.
—Ya sólo me quedan tres, y las regué no hace ni dos semanas.
—Bueno, si no pensase que las ibas a matar... Tengo unos esquejes que acaban de arraigar. —le dio un cariñoso apretón en el hombro—. Puede que te aparte unos cuantos.

Julia no sabía cómo sacaba tiempo para eso. Arnie trabajaba en una de las firmas contables más conocidas de Austin. Durante la temporada impositiva, Susan apenas le veía el pelo. Julia lo vio alejarse y sacudió la cabeza al contemplar su versión de lo que significa un atuendo informal: camisa almidonada y pantalones de algodón. Resultaba ser el estereotipo del contable: bajo, agradablemente orondo y medio calvo. ¡Y nunca salía de casa sin corbata! Miró hacia donde seguían Susan y Lena. El contraste era chocante. Lena era alta, joven, en forma. Susan era baja, afianzada en la mediana edad, y su desinterés por el ejercicio era evidente. Lena estaba todavía más blanca de lo que recordaba Julia. Susan pocas veces se exponía al sol sin protección y su palidez parecía casi enfermiza al lado del blanco de Lena. Se diría que los rubios rizos de Susan resplandecían al lado del rojo cabello de Lena. Julia notó que el pelo de Lena estaba más largo de lo que recordaba, pero lo mismo sucedía con el suyo propio. Sus ojos se detuvieron en otros detalles: la pequeña cadena de oro que colgaba de su cuello, los pendientes de diamantes, el solitario anillo de su mano derecha, el reloj de oro de su muñeca izquierda. Julia se quedó mirando largo rato las manos de Lena, recordando lo que aquellas manos le habían hecho sentir; después se obligó a apartar la vista, sonrojada. Alzó su cerveza y bebió un largo trago, agradecida de nuevo al ventilador del techo. La ligera brisa refrescó sus ardientes mejillas. ‘’Oh, Dios, ¿cómo puede estar sucediendo esto? ¿Por qué a mí?’’ Volvió a girar la vista hacia la mujer que estaba frente a ella y se encontró con una impúdica sonrisa. ‘’¡Maldita sea!’’ Susan condujo a Lena hacia donde estaba Julia y sonrió también.

—Id conociéndoos, vosotras dos. Yo tengo que empezar a hacer la ensalada.

Las dejó, y Julia se quedó callada, negándose a mirar a Lena a los ojos.

—Bueno, ¿qué tal te ha ido? —comenzó Lena.

Julia se volvió rápidamente hacia ella.

—¿Qué demonios haces aquí? —preguntó en un susurro.
—Voy a dar clases de escritura creativa —bajó la voz— Sois muy afortunados de tenerme con vosotros —dijo, haciendo una mueca. Julia casi dejó escapar una sonrisa, pero recordó a tiempo su ira.
—¿Por qué aquí, en mi centro? —preguntó, mirando furtivamente a Arnie.
—Eh, no te hagas ilusiones. No tengo por costumbre cambiar de trabajo tras un ligue de una noche. —Le sonrió burlonamente— Y menos cuando esos ligues resultan ser una tremenda equivocación.
—¿Cómo podría saberlo yo? Seguramente ligas con mujeres en los bares todo el tiempo —siseó Julia.
—Igual que tú —replicó ella.
—¿Cómo te atreves? Te dije que nunca había hecho algo así.
—¿Y pretendes que te crea?
—Es la verdad —susurró.

Para Julia era muy importante que Lena supiese lo alejada de su carácter que había sido aquella noche para ella. Se dio cuenta de que quería que Lena fuese la culpable de todo lo sucedido.

—¿Cómo sabes que no es cierto cuando yo digo lo mismo? —preguntó Lena.
—Tú eres la que tiene esa reputación, no yo. Tú eres la que tiene una relación...
—¡Sherry y yo no tenemos ninguna relación! —insistió Lena. Julia le clavó la mirada sin pestañear.
—Escucha, no quiero hablar del tema.
—Estupendo.
—Bien.
—De acuerdo entonces.
—¿Qué ocurre? ¿Tienes que tener tú la última palabra? —preguntó Julia.
—¡Sí!

¡Maldita sea! Pero Lena sonrió.

—¿Sabes? Cuando te cabreas así estás muy guapa, y se te marca mucho el acento.

Julia se enfureció.

—¡Yo no tengo acento!
—Claro que tienes.
—No.
—Arrastras las palabras, como todos los de Texas —continuó Lena. Después alzó las cejas, burlona— Me parece muy sexy.

Lena se alejó antes de que Julia pudiese protestar y ésta se quedó muda, echando humo ante su retirada. Durante la cena, Arnie le preguntó a Lena dónde se había criado y Julia se sorprendió escuchando con interés, aunque se negaba a levantar la vista.

—En California. San Francisco.
—¿Ah, sí? ¿Cuánto hace que vives en Texas?
—Este verano hará dos años —dijo, sin que pareciesen molestarla tantas preguntas.
—¿Qué clase de apellido es Katina? —preguntó él.
—Arnie, esta noche eres todo preguntas —dijo Susan para disculparse ante Lena.
—No pasa nada. Katina es Ruso.
—Ah, entonces de ahí procede tu piel blanca —dijo él.
—Y prácticamente nada más. Mi familia no es muy tradicional. Ninguno habla Ruso y, desde luego, ninguno sabe cocinar platos Rusos —repuso, sonriendo.
—¿Por qué no? —preguntó Susan.
—Bueno, supongo que mi padre recuerda algo, pero casi todo murió con mi abuelo -dijo, y Julia alzó la vista entonces, curiosa—. La familia de mi abuelo vivía en Nueva York, y la mayoría de ellos apenas sabían inglés. Él se mudó a California al acabar el instituto y se casó con la muy rubia y nada Rusa hija del jefe. Su familia se negó a aceptar su matrimonio y prácticamente lo repudiaron.

Todos estaban en silencio, esperando a que continuase. Julia creyó que no lo haría, pero entonces Lena alzó la vista y sonrió.

—Eso sucedió a principios de los años treinta. Para cuando sus cartas se cruzaron, con las explicaciones de él y los ruegos de su familia, ella estaba embarazada de tía Isabel y la cuestión quedó zanjada. Así pues, se quedaron en California y supongo que sencillamente perdió sus raíces.

—Entonces, ¿todavía tienes familia en Nueva York? —quiso saber Julia, para su propia sorpresa. No estaba interesada en absoluto en Lena Katina, se dijo para tranquilizarse.
—Oh, imagino que sí. Ya sabes la reputación que tienen las familias Rusas —rió Lena—. Nunca he tenido contacto con ellos y, por supuesto, nunca los he conocido. Nadie de mi familia lo ha hecho.
—Qué triste —dijo Julia.

Ella, en cambio, no tenía a nadie en el mundo más que a su abuelo. Bueno, suponía que su padre estaría en algún sitio, pero ni siquiera sabía su nombre.

—Supongo que sí. Pero así es como lo quisieron. Mi familia más cercana está muy unida. Mi padre tiene tres hermanas mayores y cada una tiene cuatro o cinco hijos. Yo tengo un hermano pequeño y una hermana mayor y mis padres son maravillosos. Somos una familia muy feliz.
—¿Tus abuelos murieron? —preguntó Julia.
—Sí. Mi abuelo murió hace dos años, a los ochenta y ocho.
Era un hombre maravilloso —dijo, y Julia sintió un nudo en la garganta. Vio a Lena bajo una luz muy diferente y la conmovió la ternura con la que hablaba de su extensa familia. Julia la envidió.
—Supongo que algún día volverás a California —dijo Arnie.
—Supongo que sí. Toda mi familia sigue allí y en realidad no tengo a nadie que me ate aquí. No me malinterpretéis. Me gusta Texas, pero no estoy acostumbrada a vuestros veranos y creo que nunca conseguiré acostumbrarme.

Julia no pudo evitar reírse. ¡Ella había pasado toda su vida allí y tampoco se había acostumbrado todavía!

—Sé que te graduaste en Stanford —comentó Susan—. Y que trabajaste en la Universidad de California durante un tiempo. Es obvio que te gusta dar clases. Pero, ¿ahora quieres ser novelista?

Lena rió.

—Sí. Y apenas conozco a un puñado de escritores que puedan vivir de ello. Pero también me encanta enseñar, es cierto. Dudo que llegue a dejarlo del todo.

Tras la cena Susan preparó café, pero tanto Lena como Julia declinaron el ofrecimiento. Hacía demasiado calor. En vez de eso aceptaron un vaso de vino y todos salieron al patio. La noche era muy agradable, y charlaron en voz baja, escuchando a los grillos y las cigarras del jardín. Julia se preguntó por qué Lena no les había dicho a Susan y a Arnie que ambas se conocían, aunque se alegraba de que no lo hubiese hecho. ¡De todas formas pronto olvidaría todo lo ocurrido! Cuando ya se marchaban, Lena abrió la puerta de su Explorer y esperó, mirando hacia Julia, al otro lado del capó, con una sonrisa burlona en el rostro.

—No ha sido tan malo, ¿eh? —dijo Lena.
—Sí lo ha sido. Ha sido una malísima sorpresa.
—Eh, venga, vamos. Te lo has pasado bien, admítelo.
—La comida fue muy agradable —concedió Julia.

Lena se encogió de hombros. Entró en su Explorer y cerró de un portazo. Julia se quedó allí, esperando, hasta que la ventanilla de Lena bajó con un zumbido.

—¿Qué haces aquí, en realidad? —preguntó de nuevo Julia.
—Estaba harta de San Antonio y, cuando me hablaron de este puesto, lo acepté. —Lena sonrió burlonamente— Ni siquiera recordé que trabajabas aquí.

Se sostuvieron la mirada durante largo rato y después Julia apartó la vista.

—No quiero recordar de nuevo esa noche, de verdad. Por favor —dijo en voz baja— Ya es bastante malo tener que vivir con ello para que encima se entere todo el mundo aquí.
—Sí, bueno. Deberías haberlo pensado antes de seducir a una forastera en un bar con esos preciosos ojos azules que tienes —replicó Lena.
—¡Yo no hice tal cosa! —protestó Julia.
—¿No? ¿Entonces quién era esa mujer que me hizo el amor tan maravillosamente esa noche hasta el amanecer, hasta que estuvimos tan saciadas que ya no podíamos ni besarnos una vez más? —preguntó suavemente Lena. Julia se quedó mirándola sin habla, notando fuertes latidos en la cabeza— Eh, pero no te preocupes. No tengo el menor deseo de difundir por ahí lo facilona que fui esa noche. —Lena sonrió con malicia— Después de todo, tengo una reputación que mantener.

Dio marcha atrás para marcharse. Saludó con la mano por la ventanilla abierta y dejó atrás a Julia, que la miraba estupefacta.

—Nos vemos —dijo, mientras se alejaba por la calle.
—¡Oh, Dios! —Julia echaba humo—. ¡Esa mujer me pone de los nervios!
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One Summer Night  Empty Re: One Summer Night

Mensaje por Anonymus 2/6/2015, 2:11 pm

Capítulo siete

Julia compartió su habitual desayuno-almuerzo con Harry, y después se pasó otras dos mañanas con él, de pesca. Una vez empezado el semestre tendría menos tiempo para visitarlo, aparte de los fines de semana.

—¿Qué tal estás, Jul-Jul? —preguntó él de repente, cuando estaban limpiando los peces gato que habían pescado para la cena.
—Estupendamente. ¿Por qué lo preguntas?
—Me ha parecido que estabas demasiado callada, eso es todo.

Ella sabía que había estado ausente debido a su preocupación. No había sido capaz de sacarse a Lena Katina del pensamiento en toda la semana y temía encontrársela en el college. Iba a ser un semestre muy largo.

—Supongo que estoy pensando en cosas del trabajo —dijo.

No era del todo mentira. Katya llamó esa misma semana, unos días después, y Julia colocó un marca libros en la novela que estaba leyendo.

—No vas a creer a quién nos encontramos en el estadio —dijo Katya.
—¿A quién?
—A Lena Katina.
—Vaya, ¿por qué no me sorprende? —musitó apenas Julia.
—¿Qué?
—Nada. ¿Así que hablasteis con ella?
—Por supuesto. Se sentó con nosotros durante todo el partido. ¿Por qué no nos dijiste que había aceptado un puesto en el Austin City College?
—Supongo que será porque no había hablado con vosotras. Yo misma me enteré el sábado pasado.
—Ah, pues es estupendo, ¿no? Va a jugar con nosotras de tercera cuando empiece la temporada de otoño.
—Sí, estupendo —dijo Julia, pensando en que no acudiría a más partidos ese año.
—¿Por qué no parece que te ilusione todo esto? —preguntó Katya, sarcástica.
—¿Y por qué debería ilusionarme?
—Creí que habías dicho que no pasó nada entre vosotras dos.
—¿Y? ¿Significa eso que tengo que estar deseando trabajar con ella? —replicó.
—Eh, perdona —refunfuñó Katya—. ¿Qué mosca te ha picado? —y colgó.

Julia colgó también, mientras se frotaba la frente. Sabía que Katya no estaba enfadada, en realidad. Habían pasado juntas demasiadas cosas para eso. La primera vez que vio a Katya Dorosh fue en el vestuario femenino del instituto. La chica nueva de pelo rubio y lacio pasaba a toda prisa junto a la taquilla de Julia cuando resbaló y cayó tras ella, prácticamente a sus pies. Katya se había unido a la carcajada general; agarró la mano que Julia le ofrecía y se puso en pie.

—Muy elegante —recordaba haberle dicho Julia— Veo que los años de clases de baile han valido la pena
—Oh, vaya, una listilla.

Después de aquello se habían hecho amigas, y siguieron siéndolo cuando Katya le confesó por primera vez que se sentía atraída por otra chica. Años después, cuando Julia estaba en el college, luchando con sus propios sentimientos, Katya estaba allí. Igual que estuvo allí cuando Mona la dejó. Y también Janis. Llevaban juntas tanto tiempo que a Julia le costaba recordar la época en la que Katya no tenía a Janis a su lado. Habían seguido siendo amigas íntimas a través de los años, y Julia nunca había dudado en confiar en ellas. Pero el asunto de Lena... Julia no se sentía preparada para compartirlo con nadie, ni siquiera con Katya. A la semana siguiente, dos días antes de la primera reunión de profesores, Julia acudió a su despacho, como cada año. Se preciaba de ser organizada, e hizo planes para tomar notas y comenzar sus dos primeras clases. Su despacho estaba inmaculado: cada libro en su lugar, cada documento recogido. No era capaz de trabajar en medio del caos ni con interrupciones. Las clases de lengua de primer año eran ya muy aburridas para ella, después de diez años, pero las clases de composición y retórica eran más amenas. Le encantaba leer y se pasaba la mañana repasando sus listas de libros, decidiendo cuáles iban a ver en clase ese semestre. La sobresaltó el ruido de una puerta, que se abrió para cerrarse seguidamente de un portazo. Después se oyeron pasos y a alguien silbando. Frunció el entrecejo, molesta. Los demás miembros del claustro solían ser más silenciosos. Volvió a abrirse una puerta, en el mismo corredor, y por fin se hizo el silencio. Escuchó un momento y después volvió a sus apuntes. De pronto levantó la cabeza al oír música a gran volumen, que resonaba unos despachos más allá. ¿Los Rolling Stones? Cerró los ojos.

—¿Quién demonios está escuchando a los Stones —masculló, masajeándose las cejas y el puente de la nariz.

Julia fue hasta su puerta y se asomó un momento, antes de cerrarla de un portazo. Volvió a sentarse; la música sonaba algo más apagada. Se giró hacia su ordenador e intentó olvidar el ruido y concentrarse. Poco tiempo después, unos golpecitos en la puerta la interrumpieron. Frunció el entrecejo.

—Pase —farfulló.

Lena Katina asomó la cabeza.

—Tenía que haberlo supuesto —musitó Julia.
—Oh, no sabía que hubiera nadie aquí. —Lena se apoyó contra la puerta, con sus blancas piernas asomando bajo los pantalones cortos—. ¿Qué estás haciendo?
—Intentaba trabajar.

Habían pasado casi dos semanas desde la última vez que había visto a Lena y los hambrientos ojos de Julia la recorrieron de arriba abajo.

—Oh. ¿Te estoy molestando?
—Sí. ¿Cómo eres capaz de trabajar con todo ese jaleo?
—Trabajo mejor con algo de ruido de fondo.
—¡Bueno, pues yo trabajo mejor en silencio absoluto! —exclamó Julia.
—¿Y quieres que baje el volumen? —preguntó Lena, sin abandonar ni un momento su habitual sonrisa burlona.
—Quiero que lo apagues —dijo Julia mordazmente.
—A ver, Julia, tienes que aprender a transigir. —Lena se dispuso a irse—. Lo bajaré un punto.
—¡O tres! —gritó Julia tras ella.
Lena se dio la vuelta y frunció el entrecejo: —¿Cómo puedes estar trabajando? Susan dijo que llevas diez años dando clases. Tendrías que sabértelo ya.
—¿Acaso crees que enseño las mismas cosas que hace diez años? —preguntó Julia, a la defensiva.
—¿Es que ha cambiado la lengua?

Julia la ignoró y se volvió hacia el ordenador.

—También doy clases de composición.
—Oh, yo odiaba esas clases —refunfuñó Lena.
—Bueno, ahora que eres escritora apuesto a que te alegras de haberlas tenido —replicó Julia.
—No, la verdad es que no —Lena negó con la cabeza— Sin embargo, me gustaba la escritura creativa.
—Son prácticamente lo mismo.
—Nada de eso.

Julia la traspasó con la mirada y Lena salió, sin abandonar su sonrisa burlona.

—Qué mujer tan exasperante —farfulló, viendo que la puerta quedaba de nuevo abierta. Julia se frotó la frente, intentando ahuyentar un principio de dolor de cabeza. El teléfono sonó de pronto y Julia lo miró como si fuese un objeto extraño. Después de la tercera llamada, oyó a Lena gritar desde el final del corredor:
—¡Coge el maldito teléfono!

Julia así lo hizo y se lo pegó a la oreja, sin perderse la risita guasona al otro lado.

—¿Quieres que salgamos más tarde a comer? —preguntó Lena.
—¡No!
—Vale. Tú te lo pierdes.

Colgó, y Julia se quedó un rato más con el auricular en la oreja, hasta que por fin lo colgó. ¡Aquella mujer iba a volverla loca! A las doce menos diez, Julia oyó que apagaban la radio y se cerraba una puerta. Alguien empezó a silbar en el pasillo, y luego dejó de hacerlo.

—Hasta luego —gritó Lena, y después continuó silbando.
—Gracias a Dios. Puede que ahora pueda trabajar un poco.

Pero se dio cuenta de que no podía. El silencio se mofaba de ella y, tras unos pocos minutos más, dejó su lectura inacabada y apagó de golpe el ordenador. Ciertamente, iba a ser un semestre muy largo. Aquella noche recogió su comida china y condujo hasta la casa de Harry, deteniéndose por el camino para comprar una botella de vino. El la recibió con su abrazo habitual, pero a ella le pareció que estaba cansado.

—Hola. ¿Estás bien? —le preguntó con dulzura.
—Claro. Es sólo que hoy echaba de menos a mi Beth.
—Lo siento, Harry —dijo, y lo abrazó con fuerza.
—Dos años. Y yo que pensaba que a estas alturas ya estaría acostumbrado —suspiró él.
—Nunca nos acostumbraremos, supongo. —Julia lo besó en la mejilla—. Te quiero.
—Yo también te quiero, Volky.

Se apartó de ella, enjugándose una lágrima del rostro.

—Eso huele bien —dijo, con forzada animación. Ella lo miró inquisitivamente.
—No estarás pensando en dejarme, ¿no? —quiso saber.
—No, cariño. Todavía no —susurró él. Después le hizo una picara mueca—. Antes tengo que encontrarte a alguien.
—Estoy muy bien así.
—Sólo quiero que tengas quien te cuide.
—No necesito a nadie, Harry —insistió ella, afanándose con la cena.
—Todos necesitamos a alguien, Volky. —Llevó los platos a la mesa mientras ella traía el vino—. No dejes que esa tonta de Mona te aparte del amor.
—Nunca te gustó, ¿verdad?
—Me gustaba porque te gustaba a ti. Ahora ya no tiene que gustarme.
—Bueno, Harry, no te preocupes. Estoy bien. Estoy feliz.
—¿Seguro, cariño?

Ella lo miró y forzó una sonrisa.

—Sí —dijo en voz baja.

Aquella noche, mientras yacía en la cama esperando que llegase el sueño, comprendió que estaba lejos de ser feliz. Algo faltaba en su vida. Tenía su trabajo, pero, de pronto, eso no era suficiente. Quizás era porque ya no era una jovencita. O porque Harry envejecía. No iba a estar siempre con ella, pensó con tristeza. ¿Y, después, a quién tendría ella? A nadie. Tan sólo a sus amigas, a las que apenas veía. Y la mayor parte de ellas tenían pareja. ¿Por qué a ella le costaba tanto encontrar a alguien? Antes de Mona no había habido nadie en especial, y habían salido durante varios años antes de que Julia le permitiese por fin mudarse a su casa. jMira adonde la había llevado eso! De repente se sintió muy vieja. Parecía que habían pasado siglos desde que perdió la cabeza por la jugadora de baloncesto, su primera chica desde la guapa rubita de la clase de química, o desde su noche con Jill Stanton, la primera mujer de la que se había enamorado. Sus pensamientos derivaron hacia Lena Katina e intentó ahuyentarlos, pero la imagen de Lena persistía en su mente. Ni siquiera le gustaba aquella mujer. Pero no, aquello no era totalmente cierto. Lena parecía tener dos caras: una burlona y exasperante, y la otra intensa y apasionada. Julia había visto las dos. Comprendió que Lena era un soplo de aire fresco. Sonreía mucho y parecía feliz. Era una de las cosas que la habían atraído de el la. Recordó la primera vez que la había visto, riendo y charlando con el equipo contrario y con sus propias compañeras. Aquella noche, mucho más tarde, cuando estaban solas en la intimidad, ya no bromeaba. Era seria y apasionada. Hablaron muy poco aquella noche. En realidad, recordó Julia, no hablaron en absoluto, o al menos no con palabras. Se dio la vuelta y echó un vistazo al reloj, que se aproximaba a la medianoche. No deseaba recordar la noche que había pasado con Lena Katina. Cerró los ojos y pensó en Adam’s Ribs, en Lena hablando con Sherry, en Christy cuando les contó que Lena tenía montones de novias y que salía muy a menudo. Pensó en las palabras de Deb en la cena de aquella noche, sobre la fama que tenía Lena de salir con varias mujeres a la vez. Ciertamente, Julia no quería volver a pasar por eso. Mona también tenía fama de inconstante, y se había liado con ella de todas formas. La habían seducido y abandonado. Cuatro años que se habían ido por el desagüe y otros tres sintiendo lástima de sí misma. ¿Adonde se habían ido esos años?
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One Summer Night  Empty Re: One Summer Night

Mensaje por Anonymus 2/6/2015, 2:12 pm

Capítulo ocho


La primera reunión general del profesorado tuvo lugar la semana antes de la matrícula, y Julia estaba nerviosa. No había visto ni hablado con Lena desde aquel día en su despacho. Katya no había dicho nada sobre sus partidos de softball y Julia tampoco había preguntado. Ahora la buscó mientras entraba y tomaba asiento. Su mirada recorrió la estancia, distinguiendo caras familiares, sonriendo a los que eran amigos suyos. Avistó a Lena al otro lado de la sala. Estaba hablando con un par de entrenadores y escuchando atentamente sus respuestas. Su fácil sonrisa aparecía a menudo y se metía de lleno en la conversación, moviendo constantemente las manos. Julia imaginó que estaría hablando de softball o de otro deporte. Se dio cuenta de que la gente simpatizaba con ella. Tenía buen carácter y se mostraba cordial, ¡y no era nada desagradable de ver! Lena se apartó el pelo de la cara y pilló a Julia mirándola, aunque ésta intentó desviar rápidamente la mirada. ¡Maldita sea! El rector abrió la reunión, tal y como hacía siempre, con comentarios favorables sobre el curso anterior y animándolos a conseguir otro exitoso semestre. Anunció las recientes jubilaciones y después presentó a los miembros más nuevos del claustro, y Julia vio cómo se levantaba Lena cuando mencionaron su nombre. Vestía pantalones cortos y camiseta, y no parecía en absoluto fuera de lugar entre los vestidos y los trajes que la rodeaban. Destaca entre todos, pensó Julia, mientras se retorcía dentro de sus medias e intentaba estirar los dedos de los pies dentro de sus zapatos, demasiado estrechos. Después de varios discursos interminables, hicieron un descanso para comer, y Susan la cogió del brazo cuando se encaminaba a su despacho.

—Vayamos a Ralph's —sugirió.
—Tengo trabajo pendiente —se disculpó Julia.
—Tonterías. Quedan dos semanas para las clases y, conociéndote, ya tendrás todo el primer mes planificado.

Julia no pudo evitar reírse. Era cierto. Era aburrida y predecible.

—Está bien. Una comida rápida —aceptó.
—Estupendo. También se lo he propuesto a Lena Katina. Ya sabes que todavía no conoce a mucha gente en Austin.

Cierto, pensó Julia. ¡Por ahora, tan sólo a todo el equipo de softball y probablemente a la mitad de las lesbianas de la ciudad! Lena las esperaba en la puerta trasera y saludó a Julia con una auténtica sonrisa, rápidamente reemplazada por la mueca burlona que Julia ya conocía. Julia ignoró ambas cosas. Durante la comida, Julia se enteró de que Lena se alojaba en un apartamento no lejos de donde vivía ella, y de que el equipo de softball seguía invicto hasta el momento. Julia fingió desinterés, pero asimiló cada palabra. Cada vez que aquellos ojos claros relampagueaban en su dirección apartaba la vista rápidamente, fingiendo interés en las mesas de alrededor. Lena no se dejó engañar. Aquella tarde, mientras Julia tomaba notas en su ordenador, Lena asomó la cabeza.

—¿Qué haces? —preguntó.
—Trabajo —dijo Julia, sin mirarla.
—¿Otra vez?
—Siempre.
—Voy a Hippie Hollow. ¿Quieres venir?
—De ningún modo —se apresuró a decir.

Lo último que deseaba era nadar desnuda en el lago con Lena. ¡Ni pensarlo! Lena se encogió de hombros.

—Como quieras.

Se fue sin despedirse y Julia se quedó escuchando cómo se alejaban sus pisadas por el corredor. Pero lo de nadar sonaba bien. Levantó el auricular, llamó a Harry y se invitó a sí misma a cenar. Nadaron juntos en el lago, después sacaron la lancha y, antes de darse cuenta, Julia cruzaba por delante de Hippie Hollow, deseando haber tenido unos prismáticos. Buscó a Lena entre las rocas, y después se sintió estúpida y aceleró para alejarse, sonriendo a su abuelo. El siempre se reía de ella. Decía que cuando ella nadaba en aquel lugar no le gustaba que las lanchas pasasen junto a ella en busca de emociones gratis. Comieron en la terraza, a media luz, mientras contemplaban cómo el sol pintaba de un naranja rosado las aguas.
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One Summer Night  Empty Re: One Summer Night

Mensaje por Anonymus 2/9/2015, 1:05 pm

Capítulo nueve

El primer día de clases fue una locura, como siempre. La mitad de sus alumnos no tenían todavía sus libros y, cuando empezó a explicar el programa de estudios, vio cómo varios de ellos fruncían el entrecejo y revisaban los horarios para asegurarse de que estaban en el aula correcta. La rutina le daba segundad. Cada año era lo mismo y cada año les encargaba un trabajo el primer día, provocando las protestas de los alumnos. No era una profesora fácil, nunca lo había sido, y estaba orgullosa de ello. A las doce y media, Lena asomó la cabeza por el despacho de Julia.

—¿Ya has comido?
—Sí —mintió Julia, mirando por el rabillo del ojo la bolsa de patatas fritas sin abrir que había en su escritorio.
—Bueno. Sólo se me ocurrió preguntar.

Lena se encogió de hombros y se alejó. Julia se preguntó cómo habría sido su primer día y deseó habérselo preguntado. Todos los días de esa semana, exactamente a las doce y media, Lena se acercaba a preguntarle a Julia si quería comer con ella. Cada día, Julia declinaba la invitación.

—Tú comes, ¿verdad? —le preguntó finalmente el viernes.

Julia sonrió.

—Sí.

Soltó la pluma y apartó los ejercicios que había estado evaluando.

—¿Qué tal ha sido tu primera semana? —preguntó. Lena pareció sorprendida ante su pregunta.
—Ha sido estupenda. Magnífica, de hecho. Tengo unos cuantos chicos de enorme talento. Muy inquisitivos.
—Muy bien.

Se miraron en silencio, y después Lena le dedicó una sonrisa burlona.

—Voy a ir a un resto Ruso. ¿Seguro que no te apetece?
—No.
—¿No te gustaban los Rusos? —preguntó Lena, alzando una ceja.
—Me encantan —dijo ella.
—¿En serio? —bromeó Lena.
—Estamos hablando de comida, ¿verdad?
—Por supuesto —dijo ella, y se marchó.

Julia se quedó mirando al vacío y sonriendo. Cuando Julia volvió a las tres a su despacho, había una pequeña caja sobre su escritorio, con una nota: «Sobras de Pelmeni. Debes de estar muriéndote por comer algo Ruso a estas horas». Hizo una mueca, enrojeció y se dio la vuelta rápidamente, esperando encontrar unos burlones ojos claros en el umbral. No había nadie. Se comió el Pelmeni mientras evaluaba los trabajos, negándose a pensar en la mujer que la había dejado. Julia fue la última en marcharse, porque era el fin de semana del Día del Trabajo y probablemente era la única que no tenía planes. Se pasó todo el fin de semana con Harry en el lago, y él estaba encantado de que se quedase también a dormir. El sábado preparó un opíparo desayuno y se lo comieron tomándose su tiempo, mientras miraban el lago lleno de lanchas y de personas que practicaban esquí acuático. El domingo se levantaron antes del amanecer y bajaron a pescar al embarcadero. Dos desafortunadas percas se ofrecieron como desayuno y volvieron a la casa cuando la mañana todavía estaba fresca. Bebieron un café en la terraza, escuchando cómo cobraba vida el lago. A la semana siguiente, Lena volvió a asomarse para invitarla a comer. Julia siempre rehusaba, pero había empezado a esperar que se lo pidiese. Descubrió que, si llegaban las doce y media y no aparecía, no conseguía hacer nada hasta oír sus pasos tras la puerta, y entonces cogía rápidamente una pluma y fingía trabajar. Estaba medio decidida a aceptar alguna vez, pero cada día rechazaba la propuesta. No le haría ningún bien estar a solas con Lena Katina. El viernes siguiente Lena pasó por allí. No la invitó a comer. La invitó a cenar.

—No. Tengo planes —dijo Julia.

Era cierto. Susan y Arnie la habían invitado a comer unos filetes.

—Oh. ¿Alguien especial?
—De hecho, sí —dijo Julia. No era mentira.

Lena le clavó los ojos durante un largo instante y Julia sostuvo la mirada.

—¿Quién? —preguntó Lena.
—Eso no es cosa tuya —dijo rápidamente Julia. Que piense lo que quiera.
—¿Un ligue?
—Tal vez. —Julia fue consciente de que su voz era insegura.
—Pues qué suerte —dijo Lena— Entonces supongo que te veré la semana próxima.

Julia asintió y Lena se fue, silbando por el corredor. Su última clase acabó a las tres y se apresuró para irse a casa. Deseaba relajarse en el río antes de que llegasen a casa los vecinos. Se enfundó rápidamente un bañador y se llevó la cerveza al agua. Se dejó flotar perezosamente, hundida en su neumático y rozando con los dedos de los pies el agua fresca. A principios de septiembre, la corriente fluía a paso de caracol. Pronto haría demasiado frío para meterse, pero la temperatura de esos días todavía superaba los 30 grados. En pocas semanas entraría el primer frente frío, trayendo una promesa de otoño, con sus temperaturas mucho más agradables. Para ir a casa de Susan se puso vaqueros, e inmediatamente deseó haber llevado unos pantalones cortos. Tiró del cuello de la blusa, sintiendo cómo se escurría el sudor. Al girar hacia la entrada de la casa, pisó de golpe el freno y se quedó mirando el Explorer de Lena, sin creer lo que veía. ¡Maldita sea! Dejó pasar varios segundos allí sentada, con el motor encendido, abrumada por la indecisión. Siempre podía marcharse y llamarles para dar alguna excusa, pero Susan nunca se lo perdonaría. Salió y cerró de un portazo, resignándose a las consecuencias. Era culpa suya. Era ella la que había hecho creer a Lena que tenía una cita esa noche. ¡Maldito lío! Llamó al timbre y entró. Estaban en el patio y pudo verlos a los tres, sentados en tumbonas de jardín, con el carbón ya encendido. Susan la saludó con la mano a través del cristal y Julia forzó una sonrisa, negándose a mirar los burlones ojos de Lena Katina.

—¿Qué tal estás, Julia? —le preguntó Arnie, ofreciéndole ya una cerveza.
—Muy bien, Arnie. Gracias —respondió, tomando la botella.
—Hola —dijo Lena educadamente, y Julia le dedicó una breve sonrisa, sin mirarla a los ojos.
—Hola.
—Julia, Lena me estaba diciendo que ella y tú todavía no habéis salido juntas. Estoy sorprendida.

Ambas sois solteras y más o menos de la misma edad. ¿Por qué no has llevado a Lena a conocer la ciudad? Sabes que todavía no conoce a mucha gente en Austin. Julia miró a Susan en silencio. ¿Era aquél su modo de decirle a Julia que sabía que Lena también era lesbiana? No, Susan no tenía ni idea, ni sobre Lena ni tampoco respecto a ella misma. Después volvió lentamente la vista hacia Lena.

—Pensé que ya conocías a bastante gente aquí, con lo del softball y todo eso.
—No, en realidad no. A nadie en especial. —Lena tenía un destello de diversión en la mirada. Julia renegó en voz baja. ‘’¡Maldita mentirosa! ¿Es que nunca aprendería?’’
—Ya veo. Bueno, no estoy segura de que tengamos los mismos gustos —dijo vagamente.
Susan parecía perpleja ante la conversación que estaban manteniendo y miraba alternativamente a una y a la otra.
—Puede que no —dijo Lena—. ¿Te gusta el softball?
—Oh, por supuesto que le gusta. Tiene amigas que juegan en la liga local —informó Susan, y Julia le clavó la mirada.
—¿En serio? ¿Quiénes son? Puede que las conozca —dijo Lena inocentemente.
—Lo dudo. —Julia se bebió la cerveza de un trago. ¿Por qué aquella mujer la hacía beber así?

Lena sonrió y Julia se puso en pie para ir a buscar otra cerveza a la nevera. ¿Cómo hacía para meterse en aquellos berenjenales? Susan entró a buscar salsa y patatas fritas, mientras Arnie se alejaba para comprobar el carbón. Julia miró hacia el jardín, ignorando a la mujer que estaba sentada a su lado.

—¿Lo estás pasando bien? —preguntó Lena.
—Muy bien —dijo Julia secamente.
—Sí, ésta es una velada muy especial. —Lena hizo una mueca. Julia la ignoró— Lo siento si te he estropeado la noche —dijo Lena con delicadeza. Julia la miró, sorprendida ante su tono sincero— No debería haberme burlado así de ti.
—No, no deberías —convino Julia. De pronto, Lena se inclinó hacia ella y la miró a los ojos.
—¿Piensas mucho en aquella noche? —quiso saber. Julia tomó aliento pero no desvió la mirada. Negó lentamente con la cabeza, temerosa de responder— ¿Por qué mientes?
—Pienso en aquella noche, pero no con placer —respondió.
—¿No? Fue muy placentera, por lo que yo recuerdo —dijo Lena con delicadeza— Todavía puedo notar el sabor de tus labios, de tu piel. Todavía recuerdo tu suavidad cuando yo...
—No sigas, por favor —suplicó Julia.

Julia tensó la mandíbula y se obligó a apartar la vista de aquellos profundos ojos verdes gris. El regreso de Arnie la salvó de tener que contestar, y Lena volvió a recostarse en su silla, con los ojos todavía clavados en Julia. Después de la cena salieron al patio, cada uno con un vaso de vino en la mano. Julia esperaba que Lena fuese la primera en marcharse para no tener que acompañarla, con lo que se quedarían las dos a solas, pero no lo hizo. Charlaron sobre las primeras semanas de clase y Julia se preguntó si Arnie no se aburriría de tanto hablar sobre el college. Escuchó con interés los comentarios de Lena sobre sus alumnos y su estilo de enseñanza, tan diferente al de Julia. Se dio cuenta de lo aburrida que ella debía de ser comparada con Lena. Tenían en común varios alumnos y se preguntó si harían comparaciones entre ambas. Por fin fue hora de marchar y salieron juntas, tras despedirse en el interior de la casa de Susan y Arnie. Julia se dirigió inmediatamente hacia su auto, pero Lena la siguió.

—¿Cuánto tiempo vamos a estar así? —quiso saber Lena.
—No sé lo que quieres decir —dijo Julia, mientras abría su automóvil.
—Hablo de fingir que no ha sucedido nada entre nosotras.

Julia se volvió hacia ella.

—No sé qué es lo que quieres que haga —dijo en voz baja— He intentado borrarlo de mi mente, pero tú apareces aquí y me lo echas diariamente en cara. Quiero olvidarlo. ¿Acaso no lo ves?
—Bueno, pero yo no puedo olvidarlo —confesó Lena— No quiero olvidarlo.

Lena se acercó un poco más y Julia retrocedió un paso.

—Algo ocurrió aquella noche, Julia.
—No.
—Sí que ocurrió.

Julia suspiró.

—Aquella noche sólo demostró una cosa: que sufrí una locura transitoria.
—¿Por qué dices eso?
—Porque aquella no era yo —admitió Julia— Yo no hago esas cosas con alguien como tú.

Inmediatamente deseó retirar lo que había dicho. Vio un destello de dolor en el rostro de Lena, que ésta enmascaró de inmediato sonriendo burlonamente a Julia.

—¿Alguien como yo? ¿Tan mala soy?
—Me han contado... bueno, que sales con muchas mujeres al mismo tiempo. —Julia se sintió molesta— Y odio pensar que sólo soy una más en una larga lista de probablemente cientos de mujeres.
—¿Cientos? ¿Es eso lo que crees?

Julia no contestó.

—Bueno, no me extraña que no quieras tener nada que ver conmigo. Soy una aventurera con una terrible reputación —dijo calmadamente. Julia se arrepintió de haber sacado el tema.
—No quería decir...
—Sí querías. Lo siento, Julia. —Lena empezó a alejarse— Te dejaré en paz. Dejaré que lo olvides todo. Te permitiré alegar locura transitoria.

Subió a su Explorer y se alejó de allí; Julia se quedó sentada en su auto durante un buen rato antes de marcharse. Había herido a Lena. Había estado intentando convencerse todo ese tiempo de que Lena no tenía sentimientos, pero sí los tenía, igual que Julia.
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One Summer Night  Empty Re: One Summer Night

Mensaje por Anonymus 2/9/2015, 1:05 pm

Capítulo diez

No vio a Lena en toda la semana que siguió y, por mucho que odiase admitirlo, la echó de menos. Se sorprendió deseando que Lena asomase la cabeza por la puerta a la hora de comer para pedirle que saliesen, cuando ambas sabían que Julia no iba a aceptar. Pero no apareció. Julia la vio un día por el corredor, lejos de ella, con los brazos llenos de libros. Estuvo a punto de llamarla, pero en el último momento no lo hizo. Era mejor así. Katya la llamó y la invitó al partido de softball de esa semana. Julia pensó en ir, pero declinó la oferta. En lugar de ir se pasó otra noche sola, viendo una película sin interés en la televisión y deseando haber ido al estúpido partido. No podía seguir evitando a sus amigas por miedo de ver a Lena. A la semana siguiente, cuando Katya volvió a llamar, Julia aceptó. No había vuelto a hablar con Lena desde la cena ofrecida por Susan y tan sólo la había visto una vez. Estaba sopesando si preguntarle o no a la decana si Lena seguía dando clases allí, pero sabía que eso tan sólo provocaría sus preguntas. La noche de septiembre era fresca y agradable. Julia conducía con el techo solar abierto, y las estrellas titilaban sobre su cabeza mientras conducía por la autovía MoPac, negando la expectación que sentía. No tenía relación con el hecho de que iba a ver a Lena, insistió. Se encaminó al campo con su silla plegable y se apretujó junto a Katya y Janis.

—Hace siglos que no te veo —se quejó Janis— ¿Por qué no salimos algún día a cenar?
—Por mí de acuerdo —aceptó Julia.

Por una vez había llegado temprano. Las jugadoras todavía estaban calentando y localizó rápidamente a Lena, que se pasaba la pelota con Kay. Sonreía y charlaba con Sharon, que estaba junto a ella, y Julia sintió que se le contraía el estómago. El pantalón de Lena caía flojo hasta sus muslos y Julia recordó vividamente su aspecto sin pantalones, lo esbeltos y suaves que eran sus mulos. Cerró los ojos y apartó el rostro.

—Podemos probar en el mexicano que hay cerca de tu casa —sugirió Katya.
—¿El Palacios Cafe? He estado allí con Harry. Es muy bueno —dijo Julia.
—¿Qué tal un día de la semana que viene?
—Muy bien; de acuerdo.

Las jugadoras se colocaron en sus puestos. Lena corrió hacia la tercera base, ignorando que Julia estaba sentada en esa zona. Alisó la tierra que había alrededor de la almohadilla, ahuecó su guante y le lanzó un grito de ánimo a Sharon, que estaba sobre el montículo. Julia se sintió transportada a aquel día de principios de junio, aquel caluroso verano en el que vio a Lena por vez primera. La atracción que sintió entonces no era nada comparada con la que ahora sentía. Sus ojos estaban clavados en Lena. La seguía en todo momento, mientras enviaba una bola baja y la lanzaba con su largo brazo a la primera base, lejos del alcance de la corredora. En su primera actuación, Lena envió una bola limpia al medio y después corrió hasta la segunda base, mientras la centrocampista capturaba la pelota. Julia contempló cómo las largas piernas de Lena la llevaban grácilmente hasta la almohadilla. Finalmente apartó la vista, incómoda. La gente podía empezar a darse cuenta de sus miradas.

—¿Quieres una cerveza? —preguntó Katya.
—Sí, por favor. Olvidé traer alguna.
—Tenemos de sobra —dijo ella, alargándole una con ojos escrutadores.

Julia se puso en pie y aplaudió junto con las demás cuando Lena envió sobre la cabeza de la centrocampista una bola alta y larga, que rodó hasta la valla. Lena corrió alrededor de la tercera base y siguió a Kay hasta la plataforma; sólo entonces vio a Julia. Se detuvo, y sus ojos se encontraron durante un instante, antes de que Lena apartase la vista y chocase palmas con sus compañeras de equipo. Ganaron con facilidad. Julia se había preguntado muchas cosas sobre Lena, pero su edad no era una de ellas. Ahora, mientras la contemplaba, intentó adivinarla. Estaba en muy buena forma, lo que podía llevar a engaño. ¿Tendría ya treinta? Siguió preguntándoselo mientras los espectadores se mezclaban con las jugadoras, después del partido. Los dos equipos siguientes se adueñaron del campo y los seguidores sacaron sus sillas y las apoyaron contra un árbol, mientras bebían cerveza y comentaban el partido. Lena no acudió a hablar con ella y Julia se sintió dolida. Pero ¿quién podría culparla? Julia charló con Kay y Deb mientras miraba disimuladamente a Lena, que hablaba con Katya y Janis. Debo ir hasta allí, pensó. Se disculpó con Kay y se dirigió hacia ellas. Lena la miró pero no sonrió, ni siquiera para devolver la sonrisa de Julia.

—Has jugado muy bien —dijo.
—Gracias —respondió Lena, mientras cogía la cerveza que Katya le ofrecía.
—Sólo un home round esta noche, Katina; estás haciendo el vago —bromeó Katya. Lena sonrió brevemente y se encogió de hombros en señal de disculpa. Sharon se acercó y Katya y Janis se volvieron hacia ella, dejando a Lena y a Julia aparte.
—¿Cuántos años tienes? —preguntó Julia de repente.
—¿Qué? —se sorprendió Lena.
—¿Cuántos años tienes? —preguntó de nuevo.
—¿Por qué?
—Porque no lo sé.

Lena se inclinó hacia ella e hizo una mueca.

—No te preocupes. No eres una asaltacunas.

Julia se ruborizó y apartó la vista.

—No lo preguntaba por eso —murmuró.
—¿No? Pensé que necesitabas otra razón para odiarte a ti misma.
—No; tengo de sobra, gracias -—dijo sin poder detenerse. Esperaba que Lena le diese una pronta réplica, pero en vez de eso le ofreció su habitual sonrisa burlona.
—Tengo treinta y cinco. Soy lo bastante mayor como para saber lo que me hago —dijo, dando media vuelta. Julia la vio alejarse. Llevaba el bate y el guante en una mano y la cerveza en la otra.
—¿Por qué se va tan pronto? —preguntó Sharon.

Julia se limitó a encogerse de hombros, siguiendo con la mirada la solitaria figura hasta el aparcamiento. Un automóvil se detuvo a su lado y Lena se inclinó a hablar con la conductora por la ventanilla abierta. Julia vio cómo daba la vuelta al coche y entraba en él. Cuando el auto giró, Julia reconoció a Lucy, la amiga de Deb, y su corazón se encogió dolorosamente.
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One Summer Night  Empty Re: One Summer Night

Mensaje por Anonymus 2/9/2015, 1:08 pm

Capítulo once

Septiembre avanzaba a paso de tortuga, al menos para Julia. Aquel semestre, sus clases parecían una condena; su habitual gusto por la enseñanza parecía haber desaparecido. Se sorprendió a sí misma actuando por inercia. Tenía que parar y darse una patadita mental de vez en cuando. Trabajaba hasta muy tarde, era organizada hasta el punto de llegar al absurdo... seguía siendo gris y aburrida. Predecible. Oh, sí, había salido a cenar con Katya y Janis, e incluso había acudido a otro partido de softball, pero Lena y ella no habían hablado. Sus ojos se cruzaron una vez, cuando Lena iba hacia la plataforma para batear, pero eso había sido todo. Era suficiente, en realidad. Aquella única mirada había hecho que el corazón de Julia saltara en su pecho y la hizo recordar cada detalle de su noche de amor. La imagen de ambas yaciendo juntas y desnudas sobre su lecho relampagueó frente a sus ojos como si hubiese ocurrido el día anterior. El último sábado de aquel mes Julia estaba sentada en el porche, leyendo y sorbiendo té helado, cuando sonó el teléfono. Pensó si dejar que respondiese el contestador, pero acabó entrando a toda prisa.

—¿Qué estás haciendo?

Era Katya.

—Leyendo.
—¿No te cansas nunca de eso?

Predecible. Aburrida. Sí, estaba cansada de eso.

—Me gusta —explicó.
—Es lo único que haces.
—No es cierto.
—¿Ah, no? Bueno, está bien. Esta noche puedes salir con nosotras.
—¿Salir? ¿Adonde?
—A Lakers. Va todo el equipo. Es el cumpleaños de Sharon. Algunas van a salir primero a comer, creo, pero Janis y yo nos encontraremos con ellas allí. Te recogeremos a las ocho —informó.
—No, no voy a ir al bar, ya sabes que no...
—«... Me gusta salir durante el semestre» —la imitó Katya —. Lo sé. Pero ¿no puedes romper tus reglas por una vez? Es una fiesta de cumpleaños —rogó.

Julia pensó en la perspectiva de pasar otra noche del sábado sola o con Harry, quien ya empezaba a preguntarse por qué siempre pasaba el tiempo con él, y decidió romper sus propias reglas. Podía ser divertido. Se negó a considerar siquiera la idea de que salía porque esperaba que Lena estuviese allí.

—Bueno. Pero llevaré mi propio coche.
—Estupendo. Pásate por casa y después puedes seguirnos.

Julia se vistió con esmero aquella noche, aunque se negaba en redondo a pensar que hubiese algún motivo en particular que lo explicase. Planchó unos pantalones de algodón hasta que quedaron como nuevos y después se puso una blusa de color verde pálido, muy suelta. Se aplicó el maquillaje cuidadosamente y se roció ligeramente de perfume, evitando en todo momento mirarse a los ojos en el espejo. Era una noche agradablemente fresca y eso la puso de mejor humor. Parecía que ya se habían acabado los abrasadores días de verano. Llamó a la puerta y esperó pacientemente a que abriesen.

—Es estupendo que vengas con nosotras, Julia.

Janis la invitó a pasar y Katya le ofreció un vaso de vino.

—Justamente íbamos a sentarnos un minuto en el patio —explicó. Se sentaron en unas sillas plegables y se tomaron una copa de vino, a pequeños sorbos, mientras se ponían al día sobre sus respectivas vidas— Me alegro de que te hayas decidido a venir —dijo Katya.
—Me apeteció una noche fuera —dijo, a la defensiva. Julia se preguntó hasta qué punto sospechaban que había algo entre Lena y ella. Debería habérselo contado, pero, francamente, se sentía demasiado avergonzada.
—¿Puedes creer que Sharon sólo tiene treinta años? —preguntó Janis. Julia hizo una mueca y apretó cariñosamente el brazo de Janis.
—Hablando de cumpleaños, creo que el tuyo está a la vuelta de la esquina —bromeó Julia.
—Faltan dos semanas. Y Katya amenaza con dar una fiesta —rezongó—. Como si yo quisiera que todo el mundo se entere de que tengo cuarenta años.
—¿Quién no sabe que vas a cumplir cuarenta? —preguntó Julia con malicia— Yo creo que la fiesta es una gran idea.
—No será nada exagerado, cariño —le aseguró Katya— Tan solo un puñado de amigas.

Salieron hacia el bar antes de las nueve y no se lo encontraron muy lleno de gente. Deb ya estaba allí, al igual que Sharon y Mattie, que se hallaban sentadas y charlando en voz baja. Habían unido dos mesas y tenían suficientes sillas para doce personas. Julia se agarró del brazo de Katya y le susurró:

—¿Están saliendo juntas Sharon y Mattie?
—Creemos que sí, pero no han dicho nada y nosotras no hemos preguntado.
—Hacen una bonita pareja.
—¡Feliz cumpleaños, Sharon! —dijeron a coro al acercarse.
—Gracias.
—¿Por fin cumples treinta?
—¿Por fin?
—Sí. Oficialmente, ahora ya formas parte de la gente mayor —dijo Katya.
—No estoy segura de que eso me guste —replicó Sharon, con una simpática carcajada.
—Eh, es que no tienes elección. Los años se limitan a seguir pasando —dijo Janis.

Los ojos de Julia recorrieron la sala y la pista de baile, y ni siquiera fingió que no estuviese buscando a Lena. Al parecer todavía no había llegado. Se calmó un poco. Fue hacia la barra y pidió bebidas para Katya, Janis y ella misma, y después se sentó muy recta, intentando no mirar hacia la puerta. Cuando Deb la invitó a bailar, Julia intentó que no se notase demasiado su sorpresa. Deb y ella nunca habían bailado juntas.

—Hace un montón de tiempo que no vienes a los partidos —le reprochó Deb. Julia intentó apartarse de su cuerpo, demasiado próximo.
—He estado muy ocupada en el college —replicó. Y era cierto en su mayor parte.
—Quizá puedas permitirte salir una noche, la semana que viene. Iremos a ver una película o algo así —sugirió Deb.
—Muy bien. Llámame —convino Julia, aunque ya empezaba a pensar en alguna excusa.

Por algún motivo no le apetecía salir con Deb. La desastrosa cena que habían compartido a principios de verano había sido suficiente para convencer a Julia de que Deb y ella se habían distanciado demasiado en los últimos siete años. Deb asintió y volvió a aproximarse más a Julia. Bailaba bien, pero Julia no pudo evitar compararla con Lena. Aunque no era culpa suya, Deb no estaba a la altura. A Julia la agobiaba que se pegara tanto a ella. No sentía el delicioso hormigueo que notaba cuando la tocaba Lena. Su corazón no latía desbocado, sino que mantenía un ritmo uniforme.

—Deberíamos bailar más a menudo —dijo Deb.
—Creo que no habíamos bailado nunca, antes de hoy —le recordó Julia. Deb la apretó todavía más contra ella y los pechos de Julia se aplastaron contra los suyos, mucho más grandes. Tuvo que hacer un esfuerzo por no despegarse bruscamente.
—Es estupendo tenerte entre mis brazos —susurró dulcemente Deb, y Julia se convenció de que había entendido mal. Esperaba haber entendido mal.

La canción llegó a su fin, afortunadamente, y evitó que Julia tuviese que responder. Deb volvió a llevarla hasta la mesa, sujetándola todavía, hasta que Julia se soltó educadamente. De pronto, Julia se sintió ahogada por un súbito nerviosismo; el estómago se le encogió y el pulso se desbocó. Supo instintivamente que Lena estaba allí, muy cerca, y maldijo la reacción de su cuerpo. Todavía de pie, miró a su alrededor y localizó a Lena, que venía de la barra con una bebida. Estaba preciosa, con unos pantalones de algodón de color caqui y una camisa de color azul oscuro. Julia se dio cuenta de que había clavado los ojos en ella. Lena se detuvo y alzó la vista, como si supiese que Julia la estaba mirando. Sus ojos se encontraron, cruzando la concurrida sala. Mantuvieron la mirada durante unos segundos, y Julia se estremeció cuando los ojos de Lena bajaron un instante hasta sus labios. Después sonrió. Le dedicó aquella sonrisa sincera que Julia no había visto en una eternidad. Lena se acercó a la mesa y Julia se sentó, con las rodillas vacilantes; al coger su bebida le temblaban los dedos. No era justo, pensó de nuevo. Lena sólo era una mujer más. Una mujer muy atractiva, para ser sincera, pero eso no justificaba que el cuerpo de Julia se volviese de gelatina con sólo verla. No es más que una aventurera, se recordó a sí misma. Otra Mona. Y se negó a contemplar, ni siquiera un segundo, la posibilidad de que Lena fuera diferente. No hablaron, pero cada vez que Julia alzaba la vista encontraba los ojos de Lena clavados en ella. Julia bailó de nuevo con Deb y, al volver, Lena la miró interrogante, con las cejas alzadas. Pero a Julia Deb sólo le interesaba como amiga, y esperaba que ella sintiese lo mismo. Se conocían desde hacía demasiado tiempo para sentir otra cosa. Y sin embargo, la forma en que bailaba Deb, la forma en que la abrazaba, todo le hacía pensar que, de pronto, Deb había empezado a sentir una atracción hacia ella... y que estaba actuando en consecuencia. Pero aquello nunca significaría nada para Julia. Deb no afectaba para nada a su libido. En cambio... ¡No, no iba a permitirse a sí misma volver a pensarlo! Julia estaba completamente segura de que rehusaría si Lena la invitaba a bailar, pero cuando ésta no lo hizo se sorprendió. No quería herir sus sentimientos al negarse, por lo que agradeció no tener que hacerlo. Lena no se lo pidió, ni una vez. En lugar de eso, bailó con casi todas las de la mesa, prestando una atención especial a Lucy, que estaba sentada a su lado. Julia, sentada al otro lado de la mesa, tuvo que contemplar cómo hablaban en voz baja y se reían, como si fuesen buenas amigas. O algo más. Julia no quería ni pensar en ese algo más... Más tarde, cuando empezó a sonar una lenta balada de Trisha Yearwood, los ojos de Julia se dirigieron automáticamente a los de Lena. Era la misma canción que habían bailado en junio, y los ojos de Lena escrutaron los suyos durante una eternidad.

—Baila conmigo, por favor —le rogó Lena en voz baja.

Julia negó con la cabeza, pero Lena estaba ya de pie, con la mano extendida. Julia se levantó, con las piernas temblando, y tomó la mano que Lena le ofrecía; sus dedos helados rodearon la cálida mano de Lena. Julia se dejó envolver por sus brazos con una soltura que la sorprendió a ella misma, y Lena la abrazó suavemente. Julia descansó la mano sobre el hombro de Lena. Sus ojos se encontraron cuando ambas se movían por la pista; sus piernas se rozaban al bailar. Julia apartó a un lado todo pensamiento cuando Lena se pegó a ella. Exhaló el aire lentamente, intentando en vano calmar su desbocado corazón. La canción acabó, demasiado pronto, y se separaron, mirándose a los ojos.

—Gracias —dijo Lena, sin rastro de burla.
—De nada —contestó Julia en un susurro.

Se sentaron a la mesa y volvieron a ignorarse; ambas fingieron interesarse por la conversación que tenía lugar a su alrededor. Pocas canciones más tarde, Lena volvió a pedirle que bailase con ella, y esta vez Julia no intentó resistirse. Era inútil, en realidad. Su cuerpo decidía por sí mismo. No podía contener el deseo que crecía dentro de ella.
Julia se dejó envolver por los brazos de Lena. Esta se pegó mucho más a ella que la vez anterior. Julia deslizó la mano por el hombro de Lena y le apartó el pelo. Echó hacia atrás la cabeza y sus ojos se encontraron. No había burla ni diversión allí, tan sólo una chispa de deseo que Julia estaba segura de que Lena trataba de esconder. Julia apartó la vista, intentando velar su propio deseo. La cálida mano de Lena bajó un poco más por su espalda, apretando más a Julia hacia sí, de modo que sus pechos se rozaron. Julia sintió que el calor inundaba su cuerpo y supo que había perdido el control. Bailaban muy lentamente; sus píes apenas seguían el ritmo de la música, pero a Julia no le importaba. Con las mejillas pegadas la una a la otra, Julia aspiró profundamente, notando la dulce fragancia de Lena, la fragancia que recordaba, la fragancia del verano.
Cuando acabó la canción, Lena no la soltó de inmediato y Julia la mantuvo junto a sí durante incontables segundos. Estaba ardiendo y ya no le importaba que las estuvieran mirando. Sintió los labios de Lena rozando su oreja y exhaló profundamente, sin ser consciente de haber estado conteniendo la respiración. Lena la tomó de la mano mientras se dirigían hacia la mesa; su pulgar acariciaba suavemente la palma de Julia. Aunque ella sabía que debía soltarse, no podía hacerlo. Había estado anhelando aquellos sentimientos que Lena despertaba en ella. No quería repetir aquella noche de junio, pero no podía negarse a sí misma aquel pequeño placer que Lena le ofrecía. Cuando Katya y ella fueron al baño, Julia no quiso enfrentarse a su inquisitiva mirada.

—¿Lo estás pasando bien? —preguntó Katya.
—Sí —-dijo Julia, pasándose nerviosamente la mano por el pelo y evitando mirarse en el espejo.

Se detuvieron en la barra para pedir otra ronda y después se unieron a las demás. La barra estaba llena de gente, al igual que su mesa. El humo ascendía, formando una ligera nube contra el techo; todas charlaban y reían a carcajadas. Julia se sentó y bebió a pequeños sorbos su copa, siguiendo con la mirada a Lena, que se llevaba a Lucy a la pista de baile. Julia recordó que se habían marchado juntas después del partido de softball. Supuso que Lucy debía de haber ido a todos los partidos. Era joven y atractiva, y no tenía pareja. Lena también bailó muy pegada con ella. La punzada de celos que sintió Julia era tan inesperada que la alarmó. Dios, ella no tenía absolutamente ninguna razón para estar celosa. Ella y Lena no eran nada la una para la otra. ¿Por qué demonios tendría que estar celosa? Pero, mientras las miraba, sus sentimientos eran innegables. ¿Sentiría Lucy lo mismo que había sentido Julia cuando Lena la abrazaba tan estrechamente? ¿Cuándo aquellas cálidas manos le acariciaban la espalda? ¿Estaban saliendo? Julia apartó la vista de ellas y se tragó sus celos. Se sentía muy sola. Más tarde, la voz del pinchadiscos sonó muy suave por los altavoces:

—Para todas las enamoradas, vamos a oscurecer esto un poco y a pinchar unas lentas.

Sonaron gritos de aprobación y las luces se atenuaron.

—Aquí tenéis tres temas muy lentos para bailar despacito.

La pista de baile se oscureció y Katya tomó la mano de Janis y tiró de ella.

—Vamos a bailar, cariño —dijo.

Sharon y Mattie hicieron lo mismo, al igual que la mayoría de las chicas de su mesa. Lena no invitó a Lucy, afortunadamente. Lucy salió a la pista con alguien a la que Julia no conocía. Julia bajó entonces la vista, temerosa de que Deb la sacase a bailar, pero otra chica la reclamó. Julia soltó lentamente el aire. No era con Deb con quien quería bailar. Lena y Julia quedaron solas en la mesa. Julia alzó la vista y sus ojos se encontraron con los de Lena. Ésta sonrió dulcemente y Julia respondió con otra sonrisa.

—Vamos —susurró Lena.
—No sé... —dudó Julia.
—Vamos —repitió Lena, buscando su mano, y Julia supo que no tenía sentido resistirse.

Lena la condujo hasta la oscura pista, ahora muy llena de gente, y se apretujaron entre las demás parejas. Estaba demasiado oscuro para ver bien, lo que Julia agradeció. No quería ver los ojos de Lena, no quería que Lena viese lo que los suyos podían revelar. Pero no tuvo dudas al acercarse a sus brazos, que la esperaban. Julia le rodeó la espalda, abrazándola estrechamente, mientras sentía la cálida mano de Lena quemándole la piel, abrasándole la espalda. Sus cuerpos se entrelazaron, se acariciaron, sus piernas se tocaban, sus muslos se rozaban, sus caderas luchaban por unirse. Sus pechos estaban pegados. Julia cerró con fuerza los ojos, sin querer recordar lo que se sentía al yacer desnuda junto a Lena, al hacer el amor con ella; pero sí lo recordaba. Recordaba cada detalle de su cuerpo, lo suave que era, lo esbelto y fuerte que era, lo cálido que era. Recordaba los labios de Lena sobre ella, su lengua sobre ella, y se estremeció entre sus brazos. Julia tan sólo quería volver a ser abrazada y acariciada así de nuevo, sentir su piel una vez más. Lena llevó su mano izquierda hacia su propio cuerpo y bailó así, acunando la mano de Julia contra su pecho. La otra mano de Julia tenía vida propia y sus dedos se deslizaban por el pelo de Lena, junto a su cuello. Apenas se movían, empujadas por otras parejas que parecían tener más prisas. Continuaron con su lento ritmo alrededor de la pista, saboreando ambas aquel breve e inesperado momento de intimidad. Cuando acabó la primera canción y fue desvaneciéndose para dar paso a la segunda, no dejaron de bailar ni un instante. Lena soltó la mano de Julia y deslizó ambos brazos a su alrededor, fundiendo el cuerpo de Julia dentro del suyo, acariciando su espalda, ahora con ambas manos. La mano de Julia, ahora liberada, se deslizó lentamente por el hombro de Lena hacia arriba, hasta tocar su rostro, dibujando levemente con los dedos la mejilla. Su pulgar rozaba los labios de Lena. ¡Oh, cómo ansiaba besar aquellos labios! No dijeron nada. Ni una palabra. Julia sabía que, si lo hubieran hecho, ella habría sido capaz de resistirse. Hubiese recordado a Sherry, la hermosa rubia. Hubiese recordado lo que Christy había dicho sobre la lista de novias de Lena. Hubiese recordado las advertencias de Deb. Hubiese pensado en Lucy. Pero no hablaron. No había necesidad. Sus cuerpos hablaban por ellas. Cuando Lena volvió la cabeza, Julia estaba aguardando, y sus labios se encontraron, suavemente, dulcemente, y Julia se abrió a ella, aceptando su lengua, yendo a su encuentro con la suya. ¡Cuánto deseaba a aquella mujer! Lena la apartó de las demás parejas y Julia notó la pared tras ella. Se lanzó a ciegas hacia Lena. Ambas tomaron lo que necesitaban, lo que ambas deseaban, contra la misma pared de la otra vez. El deseo contenido, ahora liberado, se desató .como una tormenta entre ellas. Habían estado hambrientas todos aquellos meses y ahora podían darse un festín. Julia olvidó al resto de la sala. Tan sólo estaban las dos, mientras sus labios se besaban con ansia. La tercera canción empezó suavemente, y Lena introdujo las manos entre sus dos cuerpos para acariciarle los pechos; su espalda ocultaba a Julia de la vista de las demás parejas. Julia gritó, y la boca de Lena estaba allí, cubriendo la suya, mientras sus dedos recorrían los erectos pezones a través de la camisa. Las manos de Julia, en ambos lados del rostro de Lena, la atrajeron hacia sí. Su boca no conseguía saciarse de Lena. Sus besos eran ardientes, húmedos y profundos. Sus propias manos descendieron, ansiosas por tocar a Lena, y envolvieron sus pechos, formando una copa.

—¿Recuerdas? —quiso saber Lena—. ¿Recuerdas lo que sentías cuando te tocaba? ¿Cuando estaba dentro de ti?

Julia gimió y se apretó fuertemente contra ella. Sus piernas se abrieron. Lena presionó su muslo contra ella y la hizo gritar de nuevo.

—Recuerdo tus manos sobre mí —susurró Lena— Recuerdo tu boca sobre mí, tu lengua dentro de mí.

Julia se sintió como drogada y su cuerpo se tensó para tocar a Lena a través de la blusa, mientras su boca se abría ante la insistente lengua de Lena.

—¿Tú recuerdas cada detalle de aquella noche? —quiso saber Lena.
—Sí, sabes que sí —susurró Julia mientras la besaba.

Desorientada y confusa, sintió que Lena la llevaba de nuevo hacia la pista de baile. No estaba preparada. No había tenido bastante de los dulces besos de Lena, pero segundos más tarde la canción acabó y encendieron las luces. Estaba asombrada ante el deseo que vio en los ojos de Lena, segura de que los suyos revelaban otro tanto. Se sintió cautivada por aquellos ojos. No podía apartar la vista y lamentaba que se hubiesen acabado las canciones lentas. Las demás parejas abandonaron la pista y pronto se separaron, con la mirada todavía clavada la una en la otra.

—Sabes que te deseo —dijo Lena sin rodeos.
—Sí.
—Tú también me deseas —sentenció.
—Sí —admitió Julia—. Pero no puedo.
—Eres una mujer muy testaruda.
—Lo siento —musitó Julia.

Lena se limitó a asentir, y volvieron hacia su mesa, con las manos todavía enlazadas. Julia se sorprendió cuando poco después Lena se puso en pie y dijo que se marchaba. Julia esperaba, como mínimo, bailar con ella una vez más. Se despidió de todo el mundo y les dijo que las vería a la semana siguiente, en el partido. Después de desearle a Sharon que pasase una maravillosa noche de cumpleaños, le dedicó un exagerado guiño a Mattie. Después miró por un segundo a Julia y le sonrió brevemente.

—Te veré en la facultad —dijo, y se marchó.

Para Julia, toda la alegría de la velada se fue con ella. Sólo se quedó un rato más; bailó con Deb otra vez, aunque de mala gana, y se sintió asfixiada cuando la apretó tanto contra ella. No quería preguntarse por qué no sentía nada al tocar a Deb, por qué su contacto no hacía aflorar los mismos sentimientos que le provocaba Lena. Condujo hacia su casa con el techo solar abierto y la ventanilla baja, dejando que la fresca brisa le acariciase el rostro. Conducía lentamente por las calles desiertas, sin prisas por llegar hasta su solitario hogar. Aquella noche, después de la ducha, se acurrucó desnuda en la cama y tan sólo entonces se permitió pensar en Lena. Esperaba sentir vergüenza y culpa, pero no fue así. Ambas habían hecho lo que deseaban hacer, y hubiesen deseado más todavía. Sin embargo, Julia agradecía que Lena no la hubiera presionado. Si hubiese insistido, habrían salido juntas y se habrían dirigido allí, a su lecho; Julia habría estado de acuerdo, sin dudarlo, y por la mañana se habría sentido despreciable. Eso no era lo que necesitaba. Lena no era para ella, a pesar de lo que proclamaba el cuerpo de Julia. La atracción entre ambas era real, pero eso era todo lo que había, todo lo que podía haber. Julia sabía que nunca sería capaz de permitir que Lena se adueñase de su corazón. La había herido demasiado profundamente alguien muy parecido a ella. No quería volver a pasar por eso. Nunca.
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One Summer Night  Empty Re: One Summer Night

Mensaje por Anonymus 2/12/2015, 12:48 pm

Capítulo doce

El domingo fue un hermoso día de otoño y acudió a disfrutarlo con Harry. En lugar de su habitual desayuno-almuerzo, se dirigieron a Fredricksburg, comieron en un café al aire libre y después pasearon por las calles de la vieja ciudad alemana, mirando escaparates y buscando regalos de Navidad. Los artistas desplegaban su talento sobre la acera y los espectadores se detenían para apreciar el genio local. Mientras caminaban del brazo por las concurridas calles, Harry recordó cómo era antes la ciudad y cómo había crecido: de ser un pequeño pueblecito alemán, había pasado a convertirse en una ciudad turística, llena de pequeños hostales. Horas después, aquella misma tarde, volvieron a Austin por Johnson City, ciudad natal del fallecido presidente Lyndon B. Johnson, y se detuvieron en la famosa cervecería de Luckenbach para tomar una cerveza de botella, bien fría. Se sentaron a la sombra de los robles gigantes y pudieron ver un torneo de washer iniciado por algunos lugareños.

—Beth y yo solíamos venir aquí a jugar unas partidas de washer —recordó Harry, con la mirada ausente.

Julia contemplaba a jóvenes y viejos intentando introducir unos discos redondos de metal dentro de una especie de copas enterradas en la arena.

—No parece muy divertido —comentó Julia.
—Bueno, es una forma distinta de divertirse —dijo él— Beth tenía mucho ojo para eso. Era capaz de meter el disco en la copa todas las veces.

Dio unas palmaditas en la pierna de Julia y señaló:

—Mira.

Un hombre de la edad de Harry giraba nerviosamente su disco en la mano mientras miraba hacia la copa, a unos seis metros de distancia. Después, con un elegante giro de muñeca, hizo que el disco surcase el aire. La pequeña multitud allí reunida lanzó gritos de entusiasmo cuando oyó que el disco aterrizaba en la copa. Se tomaron su tiempo para acabarse las cervezas, mientras ambos disfrutaban del juego.

—¿Te van bien las cosas, Volky? —le preguntó Harry, ya de regreso.
—Muy bien.
—Últimamente estás muy callada. ¿Quieres que hablemos?
—Oh, Harry —rió ella.

Había llorado muchas noches sobre su hombro cuando Mona la dejó.

—Hay algo que te preocupa, cariño.
—Sí, supongo que sí —admitió ella.

Ahora le tocaba reír a él.

—¿Cómo se llama la chica?
—¿Qué te hace pensar que es por una mujer?
—Porque ya he visto antes esa mirada —dijo, sencillamente.
—Sí. He conocido a alguien.

“¿Y?’’

—Me gusta —admitió.
—¿Y eso no es bueno?
—Creo que no quiero que me guste. —Miró a su abuelo— No es mi tipo.
—Si no es tu tipo, ¿por qué te gusta? —quiso saber él.

Buena pregunta. ¿Por qué, a ver? ¿Porque es como Mona? Lena no se parece en nada a Mona. Sólo en su reputación, admitió Julia.

—No lo sé —sonrió— Se me pasará, Harry. No te preocupes.

Él se inclinó hacia ella y le dio unas palmaditas en la pierna, y después se quedó en silencio. Ella se lo agradeció enormemente. Al otro día, en la facultad, temía encontrarse con Lena. ¿Qué le diría? Pero no la vio en todo el día. Al día siguiente, a las doce y media, llamaron suavemente a su puerta y Julia se sobresaltó. Echó un vistazo al reloj y tragó saliva, pues ya sabía quién era.

—Adelante —dijo.

Lena abrió la puerta y se quedó apoyada en el marco, vestida con sus habituales vaqueros y una camiseta. Julia bajó rápidamente la mirada.

—¿Comemos? —preguntó Lena.
—-Oh, no, creo que no -—dijo Julia, tamborileando con los dedos sobre el ordenador. Lena se quedó en silencio, hasta que por fin Julia se detuvo y la miró.
—¿Estás bien? —preguntó Lena en voz baja.

Julia asintió.

—Sí, estoy muy bien.
—Estupendo. —La miró durante un largo rato y después sonrió con malicia— Iba a ir a un Ruso. Siguen gustándote los Rusos, ¿verdad?

Julia se rió y sintió que parte de su nerviosismo desaparecía.

—Sí, todavía me gustan —sonrió.
—Muy bien. —Lena se apartó de la pared— En realidad voy a la tienda de sándwiches de la esquina. ¿Quieres que te traiga alguna cosa?
—La verdad es que un sándwich integral de atún no estaría mal. Con doble de mostaza.
—Puaj. —Lena hizo una mueca y se marchó.

Los días volvieron a la normalidad para ellas. Por lo menos, a lo que Julia percibía como normal. Ninguna de ellas mencionó la noche en el bar y Julia se sintió agradecida. Lena venía cada día a la hora de comer. Julia rehusaba educadamente la invitación, pero a menudo le pedía que le trajese algo a la vuelta. Un día, Lena esperaba junto a la puerta mientras Julia hablaba por teléfono con Harry. Cuando colgó el auricular, Lena la miraba fijamente.

—¿Quién es Harry? —quiso saber—. ¿Llevas una doble vida, o qué?

Julia soltó una carcajada.

—Harry es mi abuelo.
—¿Abuelo? ¿Por qué lo llamas Harry?
—No lo sé. —Se encogió de hombros— Siempre lo he llamado Harry.

Lena la sorprendió entrando en el despacho, cosa que raramente hacía. Arrimó una silla y se sentó, apoyando el tobillo en la rodilla opuesta.

—Acabo de darme cuenta de lo poco que sé de ti. Cuéntame —pidió.
—¿Contarte? ¿Contarte qué?
—Cosas sobre ti, sobre tu vida.

Sus ojos se encontraron y sostuvieron la mirada; Julia sintió que el pulso se le aceleraba inesperadamente.

—¿Qué quieres saber?
—Sobre tus padres, por ejemplo.

Julia negó con la cabeza.

—Mi madre murió cuando yo tenía doce años. Nunca conocí a mi padre.
—¿Así que Harry te crió?
—Mi abuela y él.
—¿Vive ella todavía?

Julia volvió a hacer un gesto de negación.

—No. Beth murió hace dos años.
—¿Hay alguien más?
—No. Sólo Harry y yo —dijo en voz baja.
—Oh.

Lena guardó silencio unos segundos y después se inclinó hacia delante, más cerca del escritorio.

—¿Y qué hay de tu vida amorosa? —quiso saber.

Julia se rió y el rubor asomó a sus mejillas.

—¿Qué pasa con ella?
—¿Has abandonado a muchas mujeres por todo Austin? —preguntó, muy seria.
—Por supuesto que no. Tan sólo tengo una ex, y se mudó a Nueva York con la mujer con la que me estaba engañando.
—Oh —Lena asintió con la cabeza.
—¿Oh, qué? —replicó Julia.
—Eso explica muchas cosas -—dijo ella—. ¿Cuánto tiempo estuvisteis juntas?
—¿Por qué me estás preguntando todo eso?
—Porque quiero saber.
—Cuatro años.
—¿Y viviendo juntas?
—Dos.
—¿En tu casa? —preguntó ella.
—Sí —asintió Julia.
—¿En la misma cama que tienes ahora?

Julia volvió a sonrojarse.

—Sí —musitó.
—¿Cuánto tiempo hace?
—Tres años.
—Muy bien —dijo Lena, sonriendo.
—¿Has acabado ya?
—Por supuesto que no, pero es suficiente por ahora.

Se puso en pie y apoyó la cadera contra el escritorio de Julia. Julia la miró y dejó descansar un instante los ojos en sus hermosos ojos verde gris. Echaba de menos contemplarlos. Lena sonrió dulcemente.

—Y ahora, ¿qué tal si comemos? ¿Cuánto tiempo vas a seguir rechazando mis invitaciones?
—El que haga falta.
—No voy a seguir pidiéndotelo siempre —dijo ella.

Julia soltó una carcajada.

—Gracias a Dios.
—Lo digo en serio —repuso ella, con delicadeza. Julia la miró a los ojos.
—Tengo miedo de estar a solas contigo —admitió.
—Por favor, no temas. Nunca forzaré las cosas. —Hablaba en serio.
—¿Se supone que eso tiene que hacer que me sienta mejor?

Lena se rió, pues sabía bien lo que estaba pensando Julia.

-De todas formas, no estaremos solas. El restaurante estará lleno de gente.
—¿Como la pista de baile? —soltó Julia, sin poder contenerse. Lena sonrió.
—No como la pista de baile. A menos que quieras bailar entre las mesas.

Julia se echó a reír.

—Muy bien. Comeré contigo. Pero tengo clase a las dos.

Lena sonrió y Julia pudo ver que sus ojos brillaban.

—Te traeré de vuelta a las dos menos cuarto —prometió.
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One Summer Night  Empty Re: One Summer Night

Mensaje por Anonymus 2/12/2015, 12:49 pm

Capítulo trece

A la semana siguiente no salieron a comer, pero Julia le pidió a Lena en un par de ocasiones que le trajese un sándwich. Julia hubiera querido ir con ella, pero se lo pensó mejor. Lena había empezado a ir a su despacho de visita y, durante sus charlas, Julia aprendía más cosas de ella, especialmente sobre su época en el college de Stanford.

—¿Así que eras la atleta del college? —le preguntó, mientras daba un bocado al sándwich.
Lena asintió.
—Así fue como empezaron mis problemas.
—¿Problemas?
—Con las mujeres.
—¿Demasiadas mujeres para el poco tiempo disponible? —se burló Julia.
—Algo así —dijo, mirándola sin pestañear— No era muy buena persona por entonces —dijo con tristeza— Ligaba... muchísimo.
—¿Cientos?

Lena hizo una mueca.

—No era para tanto. Pero para mí era algo muy sencillo. Era como tener a un puñado de admiradoras siguiendo al equipo por todas partes.

Julia asintió.

—Lo recuerdo. Perdí la cabeza por el equipo de baloncesto. Por Lindsey Morgan en particular. Iba a todos los partidos, en casa y fuera de ella.
—No te imagino yendo a la caza del equipo de baloncesto.
—Bueno, en realidad no iba a cazarlas —replicó Julia— Ni siquiera me acosté con ninguna.
Simplemente, estaba loca por ellas. De todas formas no hubiera sabido qué hacer. Todavía era virgen —confesó sin sonrojarse.
—Yo me acosté con la profesora de gimnasia a los diecisiete —declaró Lena, y Julia estuvo a punto de atragantarse con el sándwich.
—¿Estás de broma?
—No es algo de lo que esté orgullosa —dijo Lena— Por supuesto, en la facultad fue toda una leyenda.

Julia se reclinó hacia atrás, intentando asimilarlo.

—Te he escandalizado —musitó Lena.
—No sé por qué me sorprendo.
—Eso fue hace mucho, Julia. Supongo que cuando éramos más jóvenes todas hicimos cosas que nos gustaría no haber hecho.
—No sé si tú llamarías ser joven a los veintiocho años, pero ojalá nunca hubiese salido con Mona Stewart —dijo Julia.
—¿Tan mala fue vuestra relación que preferirías que no hubiese sucedido? Seguro que hubo algunos momentos buenos —sugirió Lena.
—Seguro que sí —dijo Julia— Sin embargo, el hecho de que me engañara y después me abandonara ha nublado bastante mi memoria.

Comieron en silencio mientras Julia escrutaba a Lena. Había muchas cosas que deseaba preguntarle, pero tenía miedo de que sus preguntas se entendiesen como interés de su parte. Lo cual era cierto, por supuesto, pero Lena no tenía por qué saberlo.

—¿Has tenido alguna relación duradera? —preguntó Julia finalmente, vencida por la curiosidad.
—Sólo una vez. —Lena bajó la mirada y su voz se suavizó — Ése es el verdadero motivo por el que me fui de San Francisco.
—¿Qué ocurrió?
—La verdad es que resulta irónico. Acababa de empezar a trabajar en el libro y casi nunca estaba en casa.
—¿Dabas clase en esa época?
—Sí. En mi despacho podía trabajar sin interrupciones y allí me quedaba hasta muy tarde la mayoría de las noches. —Dejó el sándwich y cruzó los brazos sobre el escritorio— Kathy pensó que estaba saliendo con alguien. En lugar de enfrentarse conmigo, decidió tener su propia aventura...

Lena hizo una pausa y a Julia no se le escapó el dolor que reflejaban sus ojos.

—... Con una de nuestras mejores amigas.

Julia se quedó callada, esperando a que continuase.

—Yo no había salido con ninguna de nuestras amigas durante meses. Había estado tan inmersa en mi libro que ni siquiera me había dado cuenta. De todas formas, ella ya las había convencido de que estaba engañándola. Hallé pocas simpatías. —Intentó sonreír— Fue una situación muy complicada.
—¿Por qué supuso que la estabas engañando?
—Fue culpa mía —admitió Lena— Me dejé absorber tanto por el libro que simplemente dejé atrás todo lo demás. No sólo a Kathy. También a mis alumnos. Muy pocas veces preparaba las clases.
—Eso no justifica demasiado que tu pareja se largue y tenga una aventura.
—Bueno, tal como tú mencionas con tanta frecuencia, tengo una reputación que me precede. Y para ella fue más sencillo pensar que salía con otra. Porque, ¿cómo compites con un ordenador?
—Así pues, ¿siempre has ligado mucho?

Lena enarcó las cejas, de repente.

—¿Quieres decir si siempre he tenido esta asquerosa reputación?
—Bueno, salías mucho —dijo Julia—. O lo hacías en San Antonio.
—¿Cómo lo sabes? —quiso saber Lena.
—... O eso me dijeron —corrigió Julia.

Lena asintió.

—Salía mucho, sí. ¿Cómo vas a conocer gente si no? Eso no significa que me acostase con todas. —Lena la miró inquisitivamente—. ¿Tú te acuestas con todos tus ligues?
—Yo no voy de ligue.

Se sostuvieron la mirada durante un instante.

—¿Nunca? —preguntó Lena.

Julia negó con la cabeza.

—Desde Mona, no.
—¿Y no te sientes sola?

Julia volvió a negar.

—Tengo un pequeño círculo de buenas amigas. Tengo a Harry. Soy totalmente feliz —dijo, consciente de que estaba intentando convencerse a sí misma tanto como a Lena.
—Entonces esa noche de verano...
—No quiero hablar de eso, de verdad —dijo Julia.

La salvó el teléfono y, mientras hablaba con uno de sus alumnos, Lena recogió los restos de su comida, dijo adiós con la mano y se fue. El viernes, cuando estaban comiendo hamburguesas y compartiendo unas patatas fritas, Julia le preguntó a Lena por su novela. Pensó que era un tema mucho más seguro que su forma de ligar.

—Pura suerte, la verdad. Es decir, creo que es buena, pero hay por ahí muchos libros que son realmente muy, muy buenos. Pero ya veremos. Si es un éxito, dejaré de dar clases y me concentraré en escribir a tiempo completo. Si no lo es, siempre puedo dar clases y escribir en mi tiempo libre.
—¿Estás escribiendo ahora? —quiso saber Julia.
—No, lo cierto es que no. Tengo algunas notas e ideas para otro libro, pero todavía no he empezado de verdad. Quiero ver cómo le va a éste.
—En fin, estoy impresionada. Espero que funcione bien —dijo sinceramente Julia.
—Gracias. Saldrá pronto, así que te obligaré a leerlo.
—¿Escribías cuando estabas en la facultad? Quiero decir, en el periódico de la escuela o ese tipo de cosas.
—Oh, no. ¡Eso sólo lo hacían los empollones! Yo hacía deporte.

Ambas intentaron coger una patata frita al mismo tiempo y Julia acabó agarrando uno de los dedos de Lena.

—Tienes hambre, ¿eh? —bromeó Lena.
—Lo siento —murmuró Julia.
—¿Por qué no salimos esta noche a cenar y charlamos? —preguntó de pronto Lena.
—No, gracias. —Julia dio un sorbo a su bebida, rehuyendo mirar a Lena.
—¿Por qué no? —quiso saber Lena.
—Porque no quiero pasar tiempo contigo. Ése es el motivo. —Julia dejó su hamburguesa sobre la mesa y la miró.
—¿Por qué no? —repitió ella.
—Porque no quiero que me gustes más de lo que ya me gustas —confesó.
—¿Por qué no quieres que te guste?

Julia frunció el entrecejo.

—Porque no es bueno, por eso.
—Estás equivocada. Fue muy bueno, Julia.
—No quiero decir eso. Esto no es sólo sexo: es también esta atracción que hay entre nosotras —dijo en voz baja. Su puerta seguía abierta y esperaba que no hubiese nadie en el corredor. Envolvió el resto de su hamburguesa y la tiró a la basura.
—¿Te sientes atraída por mí? —preguntó Lena, con las cejas levantadas. Julia no contestó— ¿No puedes decírmelo siquiera?
—No quiero liarme contigo —declaró.
—Ya estamos liadas —dijo Lena. Ella también tiró el resto de su hamburguesa.
—No lo estamos.
—Sí lo estamos, lo quieras o no.
—Oh, Lena, por favor. Deja de darle vueltas. —Julia se puso en pie y se acercó a la puerta— No quiero mantener esta conversación contigo.

Lena la contempló en silencio durante unos instantes y después también se acercó a la puerta.

—Vale, está bien. Lo entiendo. Te sientes atraída por mí pero no te gusto. O no te gusta lo que crees que sabes de mí. ¿Es así?

Julia comprendió que Lena se sentía herida, pero no dijo nada.

—Por si no te has dado cuenta, yo también me siento atraída por ti. Quiero que nos conozcamos, para ver si hay algo más. Julia, este verano...
—No, Lena, no lo conviertas en lo que no es. Bebí demasiado, fue...
—Locura transitoria, ya sé.

Lena alzó las manos, como rindiéndose.

—Te dejaré en paz, Julia. Siento haber estado molestándote, pero supongo que tienes razón. Después de todo, no hay nada entre nosotras. —Se dio la vuelta y se alejó sin mirar atrás. Julia odió que acabase así. Ella quería que todo siguiese igual. Le gustaban las bromas de Lena, que la invitase a comer, aunque no quería que su relación progresase. No quería estar a solas con ella. No porque la temiese, sino porque se temía a sí misma. Se sentía indefensa en todo lo que concernía a Lena. Con ella todo podía ser demasiado fácil, pero no podía permitirse probarlo. Lena no era para ella. Y cuanto antes lo comprendiesen ambas, mucho mejor.
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One Summer Night  Empty Re: One Summer Night

Mensaje por Anonymus 2/17/2015, 11:23 am

Capítulo catorce


—¿Lena está invitada? —preguntó Julia— Pensé que habías dicho que sólo serían unas pocas amigas.
—¿Acabarás ya con eso?
—No sé de qué me hablas —murmuró Julia mientras ponía la mesa.
—Estupendo. Finge que no lo sabes —le dijo Katya, con los brazos en jarras y una expresión muy desconcertante en el rostro— Vienen Kerry y Shea. Kay trae a aquella chica tan guapa que estaba con ella en el bar, Toni. ¿La recuerdas?
—Parecía muy joven.
—Sí, acabó los estudios hace poco, creo.
—¿Y Deb?
—No. No somos muy íntimas. De todas formas, si la invitásemos, ¿dónde íbamos a poner el tope? Tendríamos a todo el equipo de softball.
—Pero, ¿y Lena Katina? —volvió a preguntar Julia.
—Nos cae bien, Julia.
—Ella sugirió el menú de esta noche —añadió Janis, asomando la cabeza fuera de la cocina.
—Es tu cumpleaños. ¿Por qué estás cocinando? —le preguntó Julia.
—Es lasaña. Katya no sabría ni por dónde empezar.
—Sabes bien que no sé cocinar —le recordó Katya a Julia.

Le sacó los tenedores de la mano y la empujó hacia la cocina.

—Me estás poniendo nerviosa. Vete a escanciar el vino, o algo.
—Es sólo que preferiría que no me hubieses dicho que iba a venir.
—Julia, ella no va a molestarte. Le sugerí que se trajese pareja —dijo Katya.
—¿Pareja?
—Sí. Sabes que tú también podrías haber traído a alguien.

Julia le clavó la mirada durante un segundo y después fue en busca del vino. ¡Magnífico! No sólo iba a pasar la velada con Lena, sino que también la pasaría con la pareja de Lena.

—Espero que tengas bastante vino —dijo Julia mientras descorchaba la primera botella. Janis le dio un apretón en el hombro.
—Tenemos vino suficiente. Puedes tomarte una botella entera tú sólita.

Julia le lanzó una mirada feroz también a ella. Por suerte, Kerry y Shea llegaron las primeras, y Julia se libró de ver a Lena y a su misteriosa pareja. ¿Y por qué tenía que preocuparle siquiera? Le había dicho a Lena que no saldría con ella, y era cierto. Lena no significaba nada para ella en el campo sentimental. Incluso apenas se podía decir que fuesen amigas. Y si esa noche tenía pareja, estupendo. Quizás así dejaría de andar molestándola con lo de invitarla a salir.

—Me alegro de volver a verte, Julia —le dijo Shea.
—Lo mismo digo. Creo que sólo nos hemos visto en los partidos de softball.

Kerry la agarró estrechamente del hombro y Julia se apartó un poco de aquella mujer tan alta.

—El próximo sábado haremos una fiesta en el patio de atrás —dijo Kerry— Nos gustaría que vinieses. Colocaremos la red de voleibol y habrá barbacoa y cerveza, por supuesto.
—Es una fiesta para celebrar el final del verano —añadió Shea.
—Suena divertido —dijo Julia—. Gracias.

Katya las dejó para ir a atender la puerta, mientras Julia rezaba por que fuese Kay la que llamaba. Oyó la risa ronca de Lena antes de verla y maldijo su suerte. Todo fueron sonrisas al saludar a Lena y...Lucy.

—Eres Julia, ¿verdad? —le preguntó Lucy, mientras se daban la mano.
—Sí —dijo Julia rechinando los dientes—. El vino está en la cocina. Permíteme que te traiga un vaso.
—No, yo lo haré.

Julia se volvió hacia Lena en cuanto Lucy se perdió de vista.

—¿Te costó mucho conseguir pareja? —preguntó dulcemente.
—¡Cielos, no! —exclamó Lena—. Con la reputación que tengo...

Julia le dirigió una mirada helada mientras seguía a Lucy hasta la cocina. Cuando por fin llegó Kay, Julia apenas estaba de humor para ser educada.

—¿Conocías ya a Toni? —le preguntó Kay.
—Sí, del bar.

Julia le estrechó la mano, asombrada de nuevo por lo joven que parecía. Kay había acabado una relación con una mujer mucho mayor tan sólo unos meses antes de que Mona se marchara de la ciudad. Desde entonces, Kay pocas veces salía con alguien mayor de treinta.

—¿No estás con nadie? —preguntó Kay.
—Por supuesto que no —dijo automáticamente Julia—. ¿Por qué enredar las cosas con una pareja?
—Toni tiene una compañera de habitación —ofreció Kay—. Creo que te gustaría.
—¿Una cita a ciegas? Déjate de bromas.
—Es profesora de instituto —intervino Toni.
—Con una gran personalidad, además —añadió Kay. Julia la miró con las cejas alzadas.
—Aprecio vuestro interés, pero no —dijo mordazmente. Ya tenía bastantes problemas.
—Oh, están Lena y Lucy. Estupendo —dijo Kay.

¿Estupendo? Julia siguió su mirada; Lena y Lucy salían con Katya a la terraza. Las vio hablar a través de las puertas dobles, pero se volvió antes de que Lena la pillase. Era como si Lena pudiese sentir su mirada y se hubiese girado para buscarla. Esto tiene que parar, se dijo Julia. Les dio la espalda resueltamente y atendió a la conversación de las demás, sin intervenir. De nuevo estaba de non, la única sin pareja. La única que estaba sola. Enseguida supo que Lena había entrado de nuevo en la habitación; podía sentir su presencia sin tener que volverse.

—Le dije a Janis que no iba a ser gran cosa, pero creo que deberíamos cantar —dijo Katya, y ellas se rieron.
—Oh, espera —dijo Julia, entregándole a Kay su vaso— Casi olvido la tarta.
—¿Tarta? —gritó Janis— ¡Prometiste que no habría tarta, Julia Volkova!

Julia regresó con un pastel en forma de dos enormes pechos. El gruñido de Janis quedó ahogado por las carcajadas generales cuando leyeron la dedicatoria: «40. ¡Trágatelos y llora!».

—Julia, ¿cómo has podido? —le dijo Janis.
—Katya me obligó —rió ella.
—¿Yo? —gritó Katya con fingida indignación.
—Muy buena, Julia —dijo Kay—. Encendámoslas.

Se colocaron alrededor de Janis y de sus pechos, y Julia acercó una cerilla a las velas que había sobre cada pezón.

—¡Me las pagarás, Julia! —amenazó Janis.

Todas entonaron a coro una desafinada versión del «Cumpleaños feliz», mientras Janis reía, encantada.

—No renunciéis a los trabajos que os dan de comer —bromeó, antes de soplar las dos velas. Le dio a Julia un golpe cariñoso en el brazo y después un rápido achuchón—. Gracias —susurró.

Julia hizo una mueca y después salió en busca de más vino. Se imaginó que las cosas le irían mejor durante la velada si bebía. Descubrió, horrorizada, que le tocaba sentarse justo enfrente de Lena y Lucy, y se vio obligada a contemplarlas durante toda la comida. Intentó ser discreta, pero después de su cuarto vaso de vino ya no apartaba los ojos de ellas. Y, en honor a la verdad, Lena no mostró el menor indicio de que ella y Lucy fuesen algo más que amigas. Sin embargo, Lucy aprovechaba la más mínima oportunidad para tocar a Lena. Mientras charlaban, se acercaba a ella hasta casi rozar con los pechos el brazo de Lena. Julia estaba indignada. Picoteó de su plato, obligándose a comer cada bocado, mientras intentaba mantener una conversación civilizada con Kay a su derecha y Shea a su izquierda, pero descubrió que sus ojos siempre acababan atraídos por la pareja que tenía enfrente. Después del postre, todas empezaron a despedirse, y Julia ayudó a Katya a recoger la mesa.

—Lo bueno de las fiestas con cena es que no duran toda la noche —dijo Katya. Ésa es la pura verdad, convino Julia para sí misma.
—Ha sido muy divertido —exclamó Janis, mientras se encaramaba a lo alto de un taburete y contemplaba cómo limpiaban.
—Me alegro de que te haya gustado, cariño —dijo Katya.
—La tarta fue una maldad —replicó, y Julia se echó a reír— Me las pagarás —amenazó de nuevo.
—Para cuando yo cumpla cuarenta lo habrás olvidado.
—¡No cuentes con eso!
—Lena ha estado muy callada esta noche —observó Katya.
—Es cierto —convino Janis. Julia no hizo ningún comentario. Lena y ella no habían hablado, y las pocas veces que se miraron era casi como si fuesen dos desconocidas.
—Me pregunto si sale en serio con Lucy —dijo Katya.
—Creo que no —repuso Janis—. Lucy no parece su tipo.

¿Y cuál es su tipo?, se preguntó Julia.

-¿Julia?

Julia alzó la vista, sorprendida.

—Tú también estás muy callada —contestó Janis.
—¿De veras? —Julia se apresuró a encaminarse hacia la cocina, cargada de platos— Supongo que estoy cansada, nada más.

Era una excusa que servía para todo y no dudó en utilizarla.

—Nosotros haremos lo que falta, Julia, no te preocupes —dijo Katya a su espalda.
—Lo sé. Me voy. —Hizo una mueca—. Seguro que habéis planeado algo estupendo para la noche.
—¡Oh! ¿Tenemos algo planeado? —preguntó inocentemente Janis, y Katya se ruborizó. Julia las abrazó a ambas y besó a Katya en la mejilla al marcharse.
—Pórtate bien esta noche —bromeó—. Sabes que Janis está ya muy mayor.
—¡Lo he oído! —gritó Janis a su espalda.

La sonrisa de Julia se desvaneció en cuanto la puerta del coche se cerró de un portazo y el vacío la rodeó. No quería sentirse así. Maldijo el día en que Lena Katina entró en su vida. Su atracción por Lena era innegable, pero ciertamente no deseaba sentirla. Se las arreglaba perfectamente bien sin ella, gracias. Por supuesto que a veces se había sentido sola. Pero nunca tan sola como ahora. Se imaginó lo que sería besar a Lena, el sabor a vino en su lengua, el tacto de su suave piel bajo las yemas de los dedos. Se estremeció. Pero era demasiado tarde. Condujo hacia su casa, aturdida, mientras no pensaba en otra cosa que en Lena, en sus labios y en su lengua jugueteando con ella, tentándola. Le ofreció el pecho y, al momento, una cálida boca se posó sobre él. Julia gimió, y el sonido resonó en el silencioso coche, mientras ella apartaba aquellos pensamientos de su mente. Pero, más tarde, echada sobre su solitario lecho, aquellas imágenes fueron bienvenidas y sus ojos se entrecerraron cuando la boca de Lena se le acercó. Deseaba sentirla dentro de sí. Deseaba introducir sus dedos muy dentro de Lena. Lanzó un gemido y rodó por la cama, notando el sabor de la piel de Lena en su boca, sintiendo cómo se endurecían los pezones de Lena bajo su lengua. Se imaginó que era la mano de Lena la que ahora la tocaba y acariciaba sus pechos.

—Oh —suspiró, cuando los dedos notaron su propia humedad.

Abrió la boca, esperando que Lena la besara mientras sus dedos se movían, acariciándose, acercándose más y más al clímax. Era la boca de Lena la que estaba sobre la suya, su lengua la que se deslizaba en ella, y por fin sus caderas se alzaron, apretándose fuertemente contra la mano, y volvió el rostro hacia la almohada para sofocar un grito. Cuando su respiración se normalizó, abrió los ojos, medio esperando que Lena estuviese allí, contemplándola. Pero seguía estando sola. Totalmente sola. Lena estaba, sin duda, con Lucy.
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One Summer Night  Empty Re: One Summer Night

Mensaje por Anonymus 2/17/2015, 11:24 am

Capítulo quince


Julia pasó una solitaria tarde de domingo acurrucada en una esquina del sofá; su pensamiento saltaba del libro que tenía en el regazo al partido de rugby de la tele y, por último, a Lena. Intentaba desesperadamente no pensar en la noche anterior..., en Lena con Lucy. Harry había invitado a algunos compañeros de pesca, de modo que Julia se había despedido discretamente después de su desayuno, aquel día más temprano de lo habitual. De hecho, estaba ansiando que llegase el lunes. Tal vez Lena preferiría olvidar su conversación del viernes e iría a su despacho a charlar. Tal vez Julia podría olvidar la fiesta de cumpleaños. Había sido grosera con Lena y debía disculparse con ella. Pero no tuvo la oportunidad. No vio a Lena en toda la semana. El sábado siguiente Julia decidió aceptar la invitación de Kerry y Shea a su barbacoa de final del verano. Habían insistido en que acudiese, o eso decía Katya. En realidad Julia no las conocía, pero eran amigas de Janis. Eran pareja desde hacía catorce años y Janis las conocía desde hacía seis. Por supuesto, Julia sabía que sólo iba con la esperanza de ver a Lena. Al menos podía ser sincera consigo misma en eso. Vivían en una casa antigua, en la zona de Hyde Park, que tenía un gran terreno en la parte de atrás y un patio de piedra. Había una barrica de cerveza preparada y la barbacoa ya humeaba. Cuando se acercó, la invadió el olor de la carne asada. Sobre el terreno habían extendido una red de voleibol, y Katya y Shea elegían los equipos mientras las otras discutían sobre los puestos de cada una. Se suponía que estaba allí todo el equipo de softball. Julia escrutó aquellos rostros familiares, en busca de Lena. Esta apareció por fin, con Lucy a remolque. Conmocionada, clavó los ojos en ellas y después bajó rápidamente la vista, para acabar de llenar su jarra en la barrica. Quizás era cierto que estaban saliendo. Era obvio que habían venido juntas. La punzada de celos que sintió le hizo perder el equilibrio. Cuando los equipos estuvieron decididos, Julia agradeció que Lena, Lucy y ella estuviesen en equipos diferentes. De todas formas, ella jugaba fatal. Nunca había presumido de ser una atleta y era la peor de todas con diferencia, lo que se hacía más patente al ser casi todas jugadoras de softball. Para aumentar su indignación, Lucy resultó ser una magnífica saltadora. Siempre que estaba en la línea delantera conseguían marcar, pues su veloz remate volaba invariablemente entre dos jugadoras y machacaba el balón contra el suelo. Una de las veces, cuando Julia jugaba contra ella, Lucy envió el balón contra el rostro de Julia. ¡Se salvó de milagro de perder el sentido al momento! Julia se acercó a la barrica y se bebió dos jarras enteras de cerveza antes de sentirse mejor. Afortunadamente, apareció otra que ocupó su puesto en el juego. Se sentó a un lado con Janis, que se negaba a jugar. Se quedaron mirando mientras las demás reían y discutían sobre si un pase había tocado fuera o no. Julia intentaba apartar los ojos de Lena, pero no era capaz, y finalmente dejó de intentarlo. Hubo más viajes hasta la barrica, acuciados por la descarada atención que Lena concedía a Lucy. Para cuando el partido acabó y todas se acomodaron en sillas plegables, Julia estaba a un paso de estar completamente borracha.

—Nunca te había visto beber así —dijo Katya.
—Sí, bueno, puede ser. Me espera una buena resaca.
—A este paso no te librarás de ella —replicó Katya.
—Déjalo, por favor —dijo Julia.
—Muy bien. Pero quizá deberías pensar en el motivo por el que estás haciendo esto.

Julia la miró sin decir nada, hasta que Katya se encogió de hombros y se alejó. Deb se acercó y se sentó junto a ella, y Julia se mostró más solícita con ella de lo que debería, pero al menos alguien la encontraba interesante. Durante la cena, Julia y Deb se sentaron juntas y, cuando Deb hablaba, ella asentía, aunque en realidad no estaba prestando atención. Estaba demasiado ocupada contemplando a Lena y Lucy, sentadas muy juntas y hablando en voz baja.

-¿Julia?

Julia pestañeó varias veces y volvió a prestar atención a Deb.

—Perdón, ¿decías?
—Digo que todavía no hemos quedado para ir al cine. Si estás tan ocupada durante la semana, ¿por qué no probamos un viernes o un sábado?

Julia se quedó mirando a Deb, quien claramente esperaba una respuesta. Su mente se negó a colaborar y no se le ocurrió ninguna excusa milagrosa, así que se limitó a asentir débilmente.

—Muy bien.
—¡Estupendo! Te llamo dentro de unos días y quedamos. Quizá también podamos cenar.

Deb estaba encantada, evidentemente, y Julia se maldijo a sí misma por haber sido débil. Debería haberle dicho la verdad: que no quería salir con ella. Pero estaba aprendiendo a mentir muy bien. Ya se le ocurriría alguna excusa más tarde. Después de recoger los platos y limpiarlo todo, todas volvieron a instalarse en el patio, y Kerry puso música suave. Julia no pudo soportarlo. Se dirigió lentamente hacia la barrica para servirse otra cerveza. Se sorprendió al ver que Lena venía detrás.

—¿Intentas beber hasta perder el sentido o qué? —preguntó. Julia le dirigió una mirada colérica.
—Ocúpate de tus asuntos.

Lena ignoró su respuesta y miró hacia Deb.

—No me había dado cuenta de que tú y Deb os llevabais tan bien.

Julia miró a Lucy y después volvió a mirar a Lena.

—Sí, bueno, lo mismo digo de ti y de Lucy.
—Eh, supuse que sería mejor empezar a hacer honor a mi reputación —replicó.
—Oh, ¿y acabas de empezar ahora mismo? —preguntó Julia con sarcasmo.
—En realidad no. Hemos salido ya unas cuantas veces.

Julia la miró con el corazón encogido.

—¿De veras? —susurró.
—Sí. Es muy divertida y parece que le gusto como persona. Y no da la impresión de que se crea mi terrible fama.

Julia se sintió como si la hubiesen abofeteado. De repente sintió ganas de llorar.

—¿Te has acostado con ella? —preguntó, en voz tan baja que Lena casi no la oyó. Soltó una carcajada seca.
—¿Por qué debería importarte?

Julia alzó los ojos, sintiendo que las lágrimas añoraban en ellos.

—Me importa —musitó.

Lena vio sus lágrimas y lanzó una maldición. Bajó la vista y después se pasó la mano por el pelo.

—Dios, ¿qué es lo que crees que soy?

Negó con la cabeza, le quitó a Julia la cerveza, la dejó a un lado y después se llevó a Julia hacia la casa, donde podrían estar a solas.

—No me he acostado con ella. Sé que no me vas a creer, pero no he estado con nadie desde aquella noche de junio —dijo.
—¿No? —Julia se quedó mirándola y después se frotó los ojos. No debía importarle, de una forma u otra—. Lo siento. Lo que hagas no es asunto mío.
—No, no lo es. Intenté que fuese asunto tuyo, pero no me dejaste.
—Lo sé —susurró.
—¿Qué es lo que quieres de mí? —preguntó Lena en voz baja.
—Quiero que vengas por mi despacho y me invites a comer.
—¿Para que puedas rechazarme?

Julia asintió. Lena sonrió. Julia volvió a tener ganas de llorar.

—Has bebido demasiado —dijo Lena con dulzura.
—Es culpa tuya. No podía soportar verte con ella. Ni el sábado pasado ni esta noche.
—¿Estás celosa?

Julia asintió.

—Pero no tengo derecho a estarlo.

Lena la miró durante un largo rato.

—¿Cómo vas a volver a casa?
—Me llevan Katya y Janis.
—Deja que te lleve yo —sugirió Lena. Julia se echó a reír.
—Pensaba que tenías pareja.
—Lucy puede encontrar quien la acerque a casa —dijo— Quizá Deb.
—Eres incorregible —dijo Julia, sacudiendo la cabeza.
—No es a Lucy a quien deseo —musitó Lena.
—¿La has besado? —quiso saber Julia, escrutando el rostro de Lena— Lo has hecho, ¿verdad?
—Julia...
—¿Lo hiciste? —susurró.
—Sí.

Julia se sintió tan dominada por los celos que se asustó. El pensar en Lena besando a alguien le atravesaba dolorosamente el corazón. Lena la envolvió con sus brazos y Julia puso los suyos alrededor de la cintura de Lena, apoyando la cabeza en su hombro.

—¡Vaya con tu reputación! —murmuró.
—Maldita sea, Julia. No es a Lucy a quien deseo —volvió a decir ella. Julia se apartó de sus brazos.
—Pero ella te desea a ti.
—Y tú no.

Julia le dio la espalda y tomó aire.

—Sí te deseo —susurró.
—¿Cómo?

Julia dio inedia vuelta y miró a Lena a los ojos.

—Sí te deseo —repitió.

Ya no le importaba que a la mañana siguiente se odiase a sí misma. Ya no le importaba que Lena no le conviniese. Deseaba hacer el amor con ella de nuevo y no podía seguir negándolo.

—Entonces salgamos de aquí.
—Mañana me odiaré a mí misma —dijo Julia.
—No —repuso Lena, en voz baja, envolviendo su rostro con la palma de la mano— Vengo en seguida. Quédate aquí. Le diré a Lucy que me voy.

Julia se abrazó a sí misma, pensando en que se había vuelto loca por aceptar aquello. Pero, por una vez, no iba a intentar cambiar de idea. Después de todo, había sido inevitable.
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One Summer Night  Empty Re: One Summer Night

Mensaje por Anonymus 2/17/2015, 11:25 am

Capítulo dieciséis

Julia se dejó envolver por los brazos de Lena sin pensar; sus ropas habían caído al suelo tan pronto como la puerta se cerró tras ellas. No quería saber qué les había dicho Lena a las demás, y ésta tampoco le dio ninguna explicación. De todas formas, no importaba. Aquello era lo único que importaba.

—He pensado mil veces en esto —susurró Lena mientras la besaba.
—Sí, yo también —admitió Julia.

Julia la llevó hasta su cama y la hizo caer junto a ella; sus pechos se rozaban, la boca de Lena ardía sobre la suya, su lengua se hundía muy adentro, explorando. Sus manos fueron hacia el pelo de Lena, dividiéndolo con los dedos, acariciándolo, envolviendo el rostro de Lena entre las palmas de las manos.

—Te deseo muchísimo —suspiró Julia.
—Soy tuya —murmuró Lena junto a sus labios.

Se movían despacio; ninguna tenía prisa, ambas deseaban prolongar aquel placer. Lena acarició suavemente con los dedos el rostro de Julia, y después fue hacia sus pechos, rozando ligeramente con las yemas de los dedos sus tensos pezones. Julia echó hacia atrás la cabeza y cerró los ojos, recordando la primera vez que hicieron el amor. Había sido también como ahora. Los dedos de Lena despertaban todos sus sentidos, su pecho subía y bajaba, la respiración se aceleraba mientras esperaba que la boca de Lena viajase lentamente desde sus labios, cuello abajo, hasta sus pechos. La lengua de Lena tocó su pezón y ella se incorporó para ir a su encuentro; mientras, la boca de Lena se adueñó de uno de los pezones mientras sus dedos acariciaban el otro. La sujetó, dejando que se saciase. Lena levantó ligeramente la cabeza y llevó la boca al otro pecho, mientras sus piernas se metían entre las de Julia. Julia alzó las caderas y sus piernas se abrieron todavía más. Julia tomó la mano de Lena y la puso entre ellas, obligándola a notar la humedad que había causado, y Lena apretó la mano contra ella.

—Oh, Dios, mírate —susurró Lena cuando sus dedos hallaron la hendidura de Julia.

Julia sofocó un grito cuando los dedos de Lena la abrieron y profundizaron en ella, y sus caderas se alzaron para ir al encuentro de aquellos dedos tan insistentes. Lena retiró la mano y se echó con todo su cuerpo sobre Julia, y las caderas de ambas presionaron a la vez. Julia la sujetó con fuerza y sus labios recorrieron el rostro de Lena antes de volver a su boca. Lena bajó por su cuerpo, dejando un rastro de besos al hacerlo. Para cuando la lengua de Lena llegó al interior de su muslo, Julia se retorcía y jadeaba, anticipando lo que iba a suceder, y pensó que moriría si Lena no se daba prisa y la tomaba.

—Por favor, no puedo soportarlo.

Notó la sonrisa de Lena contra su pierna, y después su boca se movió esos pocos centímetros que faltaban mientras Julia se incorporaba para ir a su encuentro. Luego se tumbó de nuevo de espaldas, mientras Lena se colocaba sobre ella.

—Dios mío —jadeó, y sus dedos se aferraron a los hombros de Lena, sujetándola por temor a que se detuviese, pero la boca y la lengua de Lena se movían ávidamente sobre ella, implacablemente, devorándola, abriéndola— Sí —suspiró Julia; se mordió el labio y cerró los ojos con fuerza, sintiendo la boca de Lena sobre ella.

Había soñado con ese momento desde aquella noche de junio. Su orgasmo era inminente y contuvo el aliento. Inmediatamente sus caderas se dispararon hacia delante, y gritó y jadeó de placer mientras su cuerpo se estremecía, hasta que la boca de Lena se detuvo por fin.

—Oh —dijo en voz baja, y acto seguido atrajo a Lena hacia ella y la envolvió entre sus brazos— Ha sido maravilloso.

Las manos de Lena le acariciaron el pelo y la calmaron, mientras su corazón se sosegaba y su respiración se hacía menos trabajosa. Minutos después, alzó la cabeza y Julia la besó en la boca.

—Échate —musitó Julia.

Lena la soltó y se echó, muy quieta, y Julia pudo ver cómo sus pechos subían y bajaban. Posó en ellos los labios; su lengua jugueteaba con un pezón, antes de metérselo en la boca. Siempre había sido muy pasiva en la cama, pero con Lena era diferente. Deseaba complacerla, deseaba que olvidase a las incontables mujeres que habían estado antes con ella. Quería que sólo la recordase a ella. Julia tomó las manos de Lena y las sujetó por encima de su cabeza. Después, a horcajadas sobre ella, hundió las caderas contra Lena. Sus ojos se encontraron y Julia inclinó la cabeza hacia ella y la besó ardientemente.

—Te he deseado durante muchísimo tiempo —confesó— Soñaba con hacerte el amor.

Julia rodeó uno de los pechos de Lena con la mano y lo cubrió con la boca. Succionó el pezón y acarició con la lengua la punta, dura. Julia alzó las caderas sólo lo justo para hacer pasar la mano entre ambos cuerpos. Cuando sus dedos tocaron la humedad de Lena, Julia gimió y le mordió suavemente el pezón. Deslizó primero un dedo y después dos dentro de Lena. Los retiró lentamente y volvió a hundirlos profundamente en ella. Las caderas de Lena se mecían contra la mano de Julia, y ésta se sentó para contemplar cómo se retorcía su rostro, totalmente concentrado. Julia siguió el ritmo de Lena, introduciendo cada vez más los dedos en cada embate.

—Sí —jadeó Lena—. Más rápido.

Pero ya no dio tiempo. Segundos después, Lena soltó un grito hondo y primario, que le llegó al alma a Julia. Se retiró lentamente, con los dedos húmedos; los secó contra el pecho de Lena, para después posar allí su boca.

—Quiero que mi boca te toque —murmuró Julia— Quiero paladear tu sabor.
—Julia..., no puedo. Dame un segundo.

Lena intentó atraerla hacia sí, pero ella se resistió.

—Sólo quiero paladear tu sabor.

Julia bajó por su cuerpo, humedeciendo el costado de Lena y su estómago con la lengua. Sus manos le abrieron las piernas, y dejó un sendero de besos por sus caderas y sus muslos, en los huecos de las rodillas y de nuevo hacia arriba. Lena yacía muy quieta, mientras Julia le acariciaba la pierna, bajando hasta su suave pantorrilla y subiendo otra vez. Julia sonrió al notar que las manos de Lena aferraban sus hombros para empujarla hacia abajo, para guiarla. Respiró hondo: el aroma de Lena la excitaba todavía más, y su boca acudió a la fuente de su placer para probar su sabor y notar su sedosa humedad con la lengua. Lena empujó hacia arriba y después se dejó caer mientras Julia la acariciaba rítmicamente. Era suave, muy suave, y, oh, estaba tan húmeda que Julia casi la devoró, llevándola rápidamente al orgasmo. Estalló de placer y Julia notó cómo los dedos de Lena se hundían en sus hombros al tiempo que gritaba.

—¡Oh, Señor! —susurró. Lena se dejó caer con las manos yertas a ambos lados y Julia la besó delicadamente.— Eres una amante maravillosa —suspiró Lena, atrayéndola hacia sí.

Julia sonrió. Su mano envolvía suavemente el pecho de Lena. Parecía no poder dejar de tocarla, e intentó no pensar en lo mucho que la deseaba todavía. Hicieron el amor hasta bien entrada la mañana, cuando por fin se durmieron, exhaustas, la una en brazos de la otra.
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Mensaje por Anonymus 2/18/2015, 1:31 pm

Capítulo diecisiete


Julia abrió lentamente los ojos, temerosa de que Lena hubiese vuelto a irse, pero estaba profundamente dormida a su lado. Contempló su sueño, su suave y pecoso rostro, su pelo rojo despeinado por las manos de Julia. Su mirada se detuvo en aquellos labios, todavía hinchados por tantos besos. La estuvo mirando largo rato, negándose a pensar en lo que había hecho la noche pasada, recordando tan sólo la dulce manera de amarse que habían compartido y el éxtasis que aquella mujer le había proporcionado. Por fin se inclinó para tocar con sus labios los de Lena. Ella se movió bajo las sábanas y se desperezó, con los ojos todavía cerrados. Sus labios dibujaron una leve sonrisa y después abrió los ojos, para encontrarse con la mirada de Julia, fija en ella.

—Buenos días —murmuró.
—Humm. —Julia apoyó la cabeza en la palma de la mano.
—¿Ocurre algo? —preguntó Lena en voz baja.
—No. Tan sólo te estaba mirando.

Lena sonrió y buscó el pecho de Julia bajo las sábanas.

—Puedes mirarme cuanto quieras.
—¿Te apetece desayunar?
—¿También sabes cocinar?
—¿Unas tortitas?
—¿Y huevos revueltos?
—¿Tienes hambre?
—Me muero de hambre.

Julia estaba empezando a preparar el desayuno cuando sonó el teléfono y, aunque pensó en dejar que saltase el contestador, atendió la llamada a la tercera señal.

-¿Julia?
—Sí.
—Soy Deb.

Julia echó una mirada culpable hacia el pasillo, como si Deb pudiese oír a Lena en la ducha.

—Buenos días —dijo.
—¿Qué tal estás?
—Estupendamente —respondió Julia.
—Lena dijo que anoche te sentías enferma. Deberías haber dicho algo, y te hubiese llevado a casa.

¿Enferma? ¿Qué clase de enfermedad? ¿Por qué no se había molestado en preguntarle a Lena lo que les había dicho? ¡Porque estaba demasiado ocupada pensando en lo que estaban a punto de hacer, por eso!

—Gracias, Deb. Sólo fue que había bebido demasiado y me sentía un poco mareada. Lena insistió en traerme a casa.
—Bueno, la verdad es que fue un poco raro que dejase allí a la pobre Lucy.
--Supongo que sí. —Julia no sabía qué esperaba Deb que dijera. ¿Pobre Lucy?
—Espero que no haya intentado nada —dijo Deb.
—No sé qué quieres decir —repuso Julia suavemente.
—Lucy me contó cómo es. Lo de que sale todo el tiempo, aunque lleven juntas desde el verano. Incluso seduce a algunas mujeres ante sus narices.

Oh, Dios, pensó Julia. No necesitaba oír aquellas cosas a esas horas de la mañana, y después de lo sucedido la noche anterior.

—¿Llevan saliendo desde el verano? —preguntó con voz débil.
—Oh, sí. Pensé que lo sabías. Lucy está completamente loca de amor. Lena la trata como la trata, y ella sigue deseando irse a vivir con ella. Figúrate.

¿Irse a vivir con ella? Julia sintió ganas de vomitar. Lena le había mentido. Después de la noche pasada, Julia había decidido que estaba equivocada respecto a ella, que su fama era inmerecida. Pero volvía a ser como Mona, las mentiras que contaba, las historias que escuchaba de sus amigas. ¿Cuándo iba a aprender? Había sabido desde el principio que Lena no era nada bueno para ella. Había sabido de su reputación y aun así se había dejado convencer de que no era como Mona.

—Si hubiese sabido que Lucy y ella estaban tan unidas no hubiese aceptado nunca que me acercase a casa. Espero que Lucy no piense que lo tenía planeado.

En realidad, a Julia le importaba un comino lo que Lucy pensase.

—Me alegro de que estés bien y de que ella no haya intentado nada.
—Estoy estupendamente —mintió Julia.
—Bueno, es muy atractiva —continuó Deb—. Entiendo que algunas mujeres se dejen arrastrar por ella.

¿Se dejen arrastrar? ¿Era eso lo que había sucedido la pasada noche?

—Tengo que irme, Deb. Voy a casa de Harry, me está esperando. Gracias por llamar.

Colgó sin esperar la respuesta de Deb y se aferró con fuerza a la encimera, con los ojos fuertemente cerrados para contener las lágrimas. ¿Cómo podía haber sido tan idiota? ¿Cuándo aprendería?

-¿Julia?

Julia se mantuvo de espaldas a Lena mientras intentaba controlarse. ¡No iba a dejar que Lena la viese llorar!

—¿Qué ocurre?
—Era Deb —dijo.
—¿Deb?
—Al teléfono.
—No he oído el timbre —dijo Lena.

Julia se dio la vuelta lentamente, rehuyendo la mirada de Lena.

—¿Cuánto hace que te acuestas con Lucy?
—¿Qué? —Se quedó mirándola fijamente, con la frente fruncida por el enfado—. No me he acostado con ella. Ya te lo he dicho.
—Deb dice que estáis saliendo desde el verano.
—¿Llamó para eso?
—Llamó para saber cómo estaba. Es una amiga —dijo Julia.
—¿Y al preguntarte cómo estabas, mencionó casualmente que Lucy y yo estábamos saliendo?
—Algo así —dijo Julia—. Estaba preocupada por si te habías aprovechado de mí.
—¿Acaso lo hice? —quiso saber Lena.
—No —admitió Julia, atreviéndose por fin a enfrentarse a su mirada.

Lena entró en la cocina, se puso frente a Julia y sostuvo su mirada.

—Lucy y yo salimos unas cuantas veces al principio de mudarme aquí, pero nunca me he acostado con ella. Podría haberlo hecho. No es que ella disimule mucho que lo está deseando. Pero te juro que no somos más que amigas.

Julia no dijo nada, pero tampoco apartó la mirada.

—¿Cómo puedes creer eso? —preguntó Lena, traspasando a Julia con sus claros ojos.
—Con Mona me negué a creerlo, incluso después de que Katya y Janis me dijeran que la habían visto con esa otra mujer. Y tampoco escuché a mis amigas al principio. Mona vino a mí con una larga lista de ex novias y una reputación despreciable, pero no quise escuchar.
—Yo no soy Mona.
—¿No? Bueno, quizá yo no quiera ser otra muesca en tu cinturón —dijo Julia.
—¿Después de todo lo que ocurrió anoche, lo creerías? Demonios, quizá yo debería comprobar la cabecera de tu cama. Seguramente tendrá un montón de muescas. Después de todo has sido tú quien me trajo aquí. Dos veces ya —replicó, enfadada.

Julia se quedó mirándola. Se sentía como si la hubiesen abofeteado.

—¿Cómo te atreves a decir eso?
-Ah, ¿acaso hay reglas diferentes para mí?
—No es eso lo que quiero decir —repuso Julia.
—¡Julia, despierta! ¿Se te ha ocurrido que quizá Deb tuviese otros motivos?
—¿Como cuáles?
—Le gustas. Te desea. Tienes que estar ciega para no haberte dado cuenta. ¿Crees que no sabía que algo estaba pasando entre nosotras anoche? Ésa es la única razón de su llamada.
—Estás equivocada. No le gusto de esa manera. Hemos sido amigas durante demasiado tiempo. No me mentiría —insistió Julia.
—¿Pero yo sí lo haría?

Julia se quedó mirándola sin saber qué decir. Sin embargo, su silencio lo dijo todo.

—No puedo creerte —susurró Lena—. Si prefieres pensar que esta noche no ha significado nada, que no era más que sexo, muy bien, como quieras.

Empezó a alejarse de Julia, y después se detuvo.

—Supongo que tienes razón. No hay nada entre nosotras. Yo soy la que se equivocaba al pensar que podría haberlo —dijo amargamente—. Tienes que tener fe en una relación, en cualquier tipo de relación, y eso no lo tenemos. Ya ni siquiera estoy segura de que podamos ser amigas, mucho menos amantes.

Julia vio el dolor que expresaban sus ojos mientras se encaminaba hacia la puerta.

—Lena, no te vayas así —rogó Julia.
—¿Por qué? No hay nada más que decir, Julia —la miró a los ojos—. No soy una chica mala, pero no puedo hacer que me creas —dijo en voz baja.
—Yo no he dicho que lo fueras, pero Mona me hirió más de lo que quisiera recordar. No puedo arriesgarme de nuevo.
—Yo no soy Mona. Nunca he engañado a nadie.

Se miraron en silencio, sopesando cada una las palabras de la otra.

—De verdad que lo siento, Julia.

Sus ojos sostuvieron la mirada unos segundos más, y Julia pudo ver lo terriblemente herida que se sentía Lena, pero no la detuvo cuando se encaminó hacia la puerta. No se lo permitía a sí misma. Se quedó allí de pie, en la cocina, hasta mucho después de que Lena se marchara, y después se obligó a moverse. Se negó a reconocer el dolor que había visto en la mirada de Lena y no quiso admitir que había sido ella quien lo había puesto allí. Era mejor acabar de una vez. Aquella tarde llamó a Harry y lo invitó a salir a cenar.

—¿Por qué no vienes tú por aquí, Jul? Estoy marinando unas costillas. Estaba a punto de ahumarlas.
—Vale, estaré ahí sobre las cinco.

Pasaron juntos la velada, y a Julia le agradó ver que Harry parecía de buen humor. Hablaba sin parar, y pareció no darse cuenta de lo silenciosa que estaba Julia hasta que ella se dispuso a marcharse.

—Dime qué ocurre, Volky —le dijo, sobresaltándola.
—Nada, Harry.
—No mientas a tu abuelo, niña —dijo él, en un tono serio.
—Mi vida sentimental es una mierda —admitió finalmente, haciendo sonreír a su abuelo.
—¿Es esa mujer que has conocido? —preguntó él. Julia asintió.
—Lena.
-¿Y?
—Me gusta, pero no es la mujer adecuada para mí.
—¿En qué no es adecuada?
—Se parece demasiado a Mona —dijo. Pero ¿realmente era así?—. O al menos tiene una reputación igual a la suya.
—Creo que no debes enredarte con alguien que se parezca a Mona, Jul. —Miró a su nieta— Pero ¿estás ya enredada?

Julia asintió.

—La verdad es que no se parece a Mona. —Se encogió de hombros—. Puede que esté siendo injusta al compararlas. Pero es que me hizo mucho daño.
—Lo sé, cariño. —La abrazó—. Tú sabrás si es o no la mujer adecuada.
—Supongo que sí.
—¿Y ella qué dice?
—Dice que las cosas que me han contado no son ciertas. Hoy le he hecho mucho daño.

Harry asintió.

—Eso no está bien —añadió en voz baja—. Está claro que eso te afecta mucho.
—Es que he oído algunas cosas sobre ella.
—Bueno, tendrás que aprender a separar la verdad de la mentira. A veces la gente dice cosas de otras personas por alguna razón, y no siempre son verdad. Si te gusta, debes concederle el beneficio de la duda.
—¿Tú crees?
—Sí.
—Te quiero mucho, de verdad —dijo ella, y lo besó en la mejilla.
—Yo también te quiero, pequeña.
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One Summer Night  Empty Re: One Summer Night

Mensaje por Anonymus 2/19/2015, 11:38 am

Capítulo dieciocho

Julia dejó salir temprano a sus alumnos de la clase que tenía antes de comer y se apresuró a ir a su despacho, temerosa de perder una oportunidad de ver a Lena. Necesitaba decirle que sentía lo que había dicho. Harry tenía razón. Debía concederle una oportunidad. Pero Lena no acudió a su despacho a las doce y media. En realidad a Julia no le sorprendió. ¿Qué esperaba? ¡La había acusado de ser embustera y tramposa, por no hablar de lo de coleccionista de mujeres! No podría culparla si Lena no la perdonaba nunca por eso. Aquella noche, tumbada en su cama, cerró los ojos y recordó a Lena a su lado, tocándola. Julia nunca había disfrutado del sexo tanto como las dos noches que había estado con ella. Había chispa entre ellas. Cuando se tocaban era algo explosivo. Se reprendió a sí misma. No le convenía aquel drama en su vida. Aunque Deb y Lucy hubieran mentido, Christy no tenía ninguna razón para hacerlo. No podía llamar a Lucy y preguntarle si se habían acostado juntas. No era asunto suyo. Y en cuanto a Deb, se resistía a creer que le hubiese mentido. Eran amigas. Después de todos esos años, ¿por qué iba a mostrar un interés sentimental por ella? Pero aquella noche en el bar, Deb había bailado demasiado pegada a ella. Julia cerró los ojos, intentando organizar los pensamientos que surgían a trompicones. Estaba andando en círculos en lo que respectaba a sus sentimientos: primero pensaba que debía darse una oportunidad con Lena y, al minuto siguiente, decidía que no lo haría nunca. No volvió a verla hasta la tarde siguiente, cuando acababa de regresar a su despacho después de la última clase. Lena cruzaba el corredor con los brazos atestados de libros y trabajos de los alumnos.

—¡Eh! —dijo Lena, deteniéndose.
—Hola.
—¿Cómo estás? —preguntó.

Julia pudo ver que sus ojos no sonreían, como tampoco su rostro.

—Estoy bien —respondió.
—Muy bien. Escucha, voy con retraso. Nos vemos —dijo, y salió disparada.
—Claro —le dijo Julia cuando ya se iba, pero Lena ya estaba junto a la puerta del final del corredor— Claro —volvió a decir, para sí misma.

Julia se dirigió a su despacho, se sentó y se quedó mirando los trabajos que tenía sobre el escritorio. Su asistente había estado muy ocupado, según notó. No le importó. Apartó a un lado los papeles, apoyó allí los codos y puso la cabeza sobre ellos. Echaba de menos a Lena, pero era culpa suya. Aquello era lo que ella había dicho que quería que sucediese. El miércoles no hubo manera de localizar a Lena y, hacia la tarde, Julia empezó a buscarla. Su despacho estaba cerrado con llave y Julia partió en busca de Susan.

—No la he visto en todo el día —explicó Julia.
—Oh, está por aquí, en alguna parte. —Susan revolvió entre los papeles con aire distraído—. Creo que ha venido a verla una amiga de fuera de la ciudad.

¿Una amiga? ¿Quién? Julia deseaba que Susan continuase, pero no lo hizo, así que la dejó trabajar y volvió a paso lento hasta su despacho. Ella misma tenía un montón de trabajo que hacer, pero no tenía fuerzas para ello. En lugar de hacerlo, llamó a Harry y se invitó a su casa a cenar.

—Jul, lo siento. Esta noche tenemos una cena en el Centro de Mayores.
—Oh.
—Siempre puedo decir que no voy.
—No, no seas tonto —dijo ella.
—¿Por qué no vienes a comer el sábado? Parece que hará muy buen tiempo. Podríamos salir con la lancha.

Julia sonrió y se mostró de acuerdo.

—Estaré ahí por la mañana —dijo antes de colgar.

El jueves, al ver que Lena tampoco aparecía por su despacho, Julia atravesó el corredor hasta llegar hasta su puerta, que estaba abierta. Lena tecleaba ágilmente en su ordenador, pero alzó la cabeza cuando vio entrar a Julia. Sus ojos se encontraron durante un segundo y después Lena volvió a mirar hacia la pantalla.

—¿Qué pasa? —preguntó, mientras tecleaba.
—No te he visto en toda la semana —dijo Julia.

Las manos de Lena se detuvieron sobre el teclado.

—¿Pensabas que me verías? —preguntó.

Julia se quedó desconcertada ante sus palabras.

—Pensaba que tal vez necesitábamos hablar —dijo.

Lena la miró un momento y después siguió tecleando.

—He estado ocupada, y no, no creo que tengamos nada de qué hablar —respondió, por fin.
—Susan dijo que tenías visita —dijo, sin poder detenerse. Lena volvió a alzar la vista.
—Sí.

No dijo nada más y Julia no se atrevió a preguntar.

—Bueno, te dejaré trabajar entonces.

Julia se estuvo maldiciendo a sí misma durante todo el camino de regreso a su despacho y, al entrar cerró la puerta de un portazo.

—¡Maldita mujer! —exclamó en voz alta.

Julia había echado a Lena y, sin embargo, se sentía desgraciada. Todos los días se quedaba sentada, pensando en ella, preguntándose qué estaría haciendo. Y con quién. El viernes no la vio en ningún momento. Sus alumnos se sorprendieron cuando volvió a dejarles marchar antes de la hora, pero no podía aguantar allí ni un minuto más. Tenía que marcharse. Aquella noche salió a cenar con Katya y Janis. Fueron a Bonita’s, lo que le recordó de nuevo la primera noche que estuvo con Lena. Volvió a maldecirse por pensar en ello. Acaba ya con eso, se dijo a sí misma.

—¿Cómo está Lena? —preguntó Katya.
—Supongo que bien —dijo Julia.
—¿Supones?
—No la he visto mucho esta semana —dijo Julia.
—¿De veras? —El tono de Janis le indicó que ya sabía que no se habían visto.
—¿Por qué no? —preguntó Katya sin rodeos.
—A ver, ¿cuánto sabéis? —replicó finalmente Julia. Katya dejó el tenedor sobre la mesa.
—Sabemos lo de aquella noche de junio. Sabemos lo del pasado fin de semana. Sabemos que le dijiste que se largara —dijo.
—¿Os lo contó? —preguntó Julia con los ojos como platos.
—La verdad es que sí —dijo Janis—. Hemos estado hablando.
—En realidad cenamos con ella esta semana —aclaró Katya.
—¿Sí? No sabía que erais tan amigas.
—Bueno, nosotras vamos a todos los partidos de softball —dijo Janis—. Nos hemos hecho amigas.
—No es una mala persona, Julia —añadió Katya.
—¿Cómo lo sabes? ¿La conoces de verdad?
—Julia, no puedes comparar a todo el mundo con Mona —dijo Katya.
—No comparo a todo el mundo con Mona. Pero afrontémoslo, Katya —dijo, inclinándose hacia ella— Lena tiene una fama detrás, tal como la tenía Mona. De hecho, casi peor.
—Un comentario hecho a la ligera por Christy no cuenta. Y no puedes creer lo que te dijo Deb. Demonios, tiene un calentón por ti. Hubiese dicho cualquier cosa con tal de conseguirte.
—Deb no tiene un calentón por mí, tal como dices muy groseramente.
—Por supuesto que sí. ¿Por qué eres la única que no lo ve? —Katya movió un dedo de un lado a otro frente a Julia, bromeando—. Y no creas que Deb no sabía que algo ocurría entre Lena y tú aquella noche. ¿Por qué otra razón te habría llamado para llenarte la cabeza con toda aquella mierda sobre Lucy?
—¿También os contó eso Lena?
—Sí, nos lo contó todo —dijo Janis—. Necesitaba hablar. Estaba herida y disgustada —Janis bajó la voz—. Se preocupa mucho por ti.
—No quiero que se preocupe por mí —dijo Julia tercamente—. No quiero volver a pasar por eso.

Estuvieron en silencio durante un rato, y después Katya volvió a coger su taco.

—Bueno, ahora ya no tiene que preocuparte eso, ¿no? —le dio un mordisco a su cena—. Sea como sea, creo que todo ha acabado entre las dos. ¿Me equivoco?

Julia no contestó; sólo se quedó mirando pensativamente a sus amigas. Sí, todo había acabado, si es que había empezado alguna vez.
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One Summer Night  Empty Re: One Summer Night

Mensaje por Anonymus 2/20/2015, 2:41 pm

Capítulo diecinueve

Julia durmió hasta tarde el sábado por la mañana, y después se tomó su tiempo para preparar la colada antes de ir a casa de Harry. Era un precioso día de noviembre, tal como él había predicho, y ella estaba deseando pasar el día en el lago. Se juró a sí misma que no pensaría en Lena en todo el día, a pesar de que había pasado la noche en vela pensando en ella. Seguramente podría conseguir pasar el día sin hacer lo mismo. Camino a casa de Harry, con el techo solar abierto, fue escuchando su CD favorito de Elton Juliahn. El cielo azul, sin una nube, que tenía sobre su cabeza ayudó a mejorar su humor, y para cuando llegó a la entrada de la casa de Harry estaba cantando. Al aparcar en su sitio habitual, se sorprendió al ver que Harry no estaba sentado en el porche, aguardándola como solía. Traía algunas cosas para la comida y cogió la bolsa del asiento de atrás. La puerta principal estaba abierta, y ella entró.

—¿Harry? —llamó.

En la casa reinaba un silencio absoluto y supuso que Harry había ido a la caseta donde guardaba la lancha. Entró en la cocina y frunció el entrecejo. Los platos del desayuno seguían allí, y las cacerolas estaban todavía sobre la cocina. No era propio de él dejar aquel desorden. Puso en la nevera la comida que traía y miró a su alrededor, con los brazos en jarras. Después fue hacia la sala, pensando que debía de estar en el exterior. Miró hacia la terraza y lo vio.

—¡Harry! —gritó, mientras corría hacia la puerta y la abría de un golpe. Estaba caído sobre la terraza y su taza de café se había vertido sobre las tablas del suelo— ¡Oh, Dios, no! —rogó. Se inclinó hacia él y oyó su entrecortada respiración. Sin dudarlo ni un instante, corrió al interior de la casa, marcó el 911, pidió una ambulancia y volvió corriendo a su lado. Tenía las manos frías cuando las tomó entre las suyas— Harry, por favor —pidió—. No me dejes.

Le pareció que pasaban horas hasta que oyó las sirenas. No sabía qué hacer, así que se quedó sentada junto a él en la terraza, a pesar de los cristales rotos, cogiéndole la mano y acariciándole el rostro mientras le hablaba en voz baja. Cuando por fin apareció la ambulancia, corrió a la puerta principal y los llamó.

—¡Por aquí! —gritó. En un momento estaban en la terraza. La apartaron cortésmente a un lado para atender a Harry.
—Quédese ahí, señora. Nosotros nos encargaremos de él.

Ella se apoyó contra la barandilla, tapándose la boca con la mano mientras veía cómo le tomaban el pulso y le daban oxígeno. Hablaban en voz muy baja, y ella no podía entender todo lo que decían.

—Señora, vamos a llevarlo a Breckenridge. Usted puede venir con nosotros —dijo el más joven, y ella asintió, aturdida, siguiéndolos mientras se llevaban a Harry.

Estuvo esperando en la sala de urgencias durante hora y media antes de que le dijesen nada. Pensó en llamar a Katya, pero no quería alejarse de allí ni un minuto siquiera.

—¿La señora Volkova? —preguntó una mujer desde el quicio de la puerta.
—Aquí —dijo Julia, poniéndose en pie.
—Soy la doctora Stewart —dijo, con una sonrisa.

Julia estrechó la mano que le tendía, pero no le devolvió la sonrisa.

—¿Cómo está? —preguntó. No tenía paciencia para andarse con rodeos.
—Sentémonos —sugirió la doctora, señalando la incómoda silla en la que había estado sentada Julia— Ha sufrido una apoplejía —empezó.
—¡Oh, no! —gritó Julia.
—Me temo que está en coma, señora Volkova. Sus signos vitales son muy débiles. Estoy preocupada por su corazón. Esto lo ha forzado muchísimo, sobre todo teniendo en cuenta su edad.
—¿Qué quiere decir? —susurró Julia.

La doctora sonrió, pero Julia podía ver que era una sonrisa forzada.

—Sólo quiero que esté preparada. Ha sufrido lo que se llama una embolia cerebral, que ha causado un grave daño en el cerebro. Las próximas cuarenta y ocho horas son vitales. Hemos aliviado toda la presión que hemos podido, pero ahora sólo podemos esperar.

Julia se frotó la frente, agotada.

—¿Puedo verlo? ——preguntó.
—Puede estar con él sólo un momento —dijo la doctora Stewart—. Acompáñeme.

Julia la siguió hasta la Unidad de cuidados intensivos. A su alrededor podía oír a los enfermos y a los moribundos, y notó aquel característico olor a medicinas. Se enjugó las lágrimas al ver a Harry. Estaba muy pálido; su cabello blanco como la nieve se confundía con las sábanas. Tenía tubos en la nariz y en la boca, y supuso que eran para ayudarle a respirar. Fue lentamente hacia él y le tomó la mano, fría y yerta.

—Oh, Harry —susurró.
—Haré que una enfermera le traiga una silla, señora Volkova.
—Gracias —murmuró sin volverse.

Sus ojos estaban fijos en el rostro de Harry, que parecía relajado y en paz. ¿En qué estaría pensando? ¿En Beth? La enfermera le trajo una silla y se sentó junto a su cama, con su mano entre las suyas, intentando que entrase en calor. Miró el monitor que tenía sobre su cabeza y que informaba del lento latido de su corazón, y se echó a llorar.

—No me dejes, Harry. —Lloró en silencio—. No estoy segura de poder seguir adelante sin ti.

Las lágrimas corrieron por sus mejillas y se las enjugó, ausente. En su mente brotaron imágenes de algunos de los momentos que habían compartido. Pensó en el primer verano que había vivido con Beth y con él, después de la muerte de su madre. Aquel verano él le había enseñado a pilotar la lancha, y habían pasado interminables días pescando y nadando en el lago. Al verano siguiente él le había enseñado a conducir su vieja camioneta Ford, de cuatro velocidades y con un embrague muy temperamental. La había apoyado durante su época de instituto, cuando se volvió tan salvaje que casi hizo enloquecer a su abuela, y pocos años después contempló orgulloso su graduación en el college. Durante todos aquellos años la había cuidado y protegido. ¿Qué podía hacer ella ahora para compensarlo?

—Nada —susurró—. No puedo hacer nada por ti.

Dejó caer la cabeza y sollozó, sujetando la mano de su abuelo junto al rostro.

—¡Oh, Harry

Permaneció en el hospital hasta las nueve de la noche, aunque sólo podía estar con él unos pocos minutos de tanto en tanto. Poco antes de las nueve, una enfermera le tocó el hombro suavemente y le dijo que era hora de marcharse.

—¿Cuándo puedo volver?
—Por la mañana —dijo amablemente.

Julia asintió y se marchó, volviéndose un momento para mirarlo de nuevo. Se quedó en medio del aparcamiento, mirando al cielo e intentando decidir qué hacer. Debería llamar a Katya, y a sus amigos del Centro de Mayores. Pero incluso eso era demasiado esfuerzo. Finalmente, le hizo señas a uno de los taxis de la rotonda y volvió en él al lago, sin decir palabra en todo el viaje. El silencio que reinaba en la casa de su abuelo casi acabó con ella. El debería estar allí, pensó. Para ocuparse en algo limpió la cocina y barrió los cristales de la terraza, pero la casa estaba tan silenciosa que no pudo soportarlo. Lo cerró todo rápidamente y condujo hasta su casa, aturdida. Una vez en casa, supo lo que necesitaba hacer. Sin pensarlo, buscó el listado de teléfonos de la facultad, encontró el número de Lena y lo marcó rápidamente. Era muy tarde y era sábado, y durante un terrible segundo se preguntó qué haría si Lena no estaba en casa. O peor, si no estaba sola. Lena atendió la llamada a la tercera señal, y con sólo oír el sonido de su voz Julia volvió a sollozar.

—¿Lena?
—¿Julia? ¿Qué ocurre? —preguntó, con voz preocupada.
—Te necesito —dijo en voz baja y quebrada.
—¿Pasa algo malo?
—Es Harry —sollozó.
—¿Qué ha ocurrido, Julia?
—Ha sufrido una apoplejía. Está en el hospital.
—Lo siento mucho —dijo ella, con dulzura.
—Te necesito esta noche.
—Voy para ahí —dijo Lena, y colgó.

Pocos minutos después entró Lena y se encontró a Julia acurrucada en la esquina de su sofá, con las rodillas pegadas al pecho. Julia la miró y exhaló un suspiro, sacudiendo los hombros a causa de los sollozos. Lena se sentó a su lado y la envolvió en sus brazos. Julia lloró durante un largo rato mientras Lena le acariciaba suavemente el pelo, le enjugaba las lágrimas según caían y le besaba la frente con dulzura.

—Él es todo lo que tengo en el mundo —sollozó Julia.
—Llora, no te preocupes. Yo estoy aquí, Julia —dijo Lena dulcemente, y Julia lloró todavía más.
—Ni siquiera está intentando luchar. Echa muchísimo de menos a mi abuela.
-Qué dicen los doctores?
—Está en coma. No creen que se recupere —Julia escondiendo el rostro en el hombro de Lena y sollozando de nuevo.
—Lo siento muchísimo. —Lena la abrazó fuerte y le acarició el pelo hasta que Julia quedó exhausta de tanto llorar.
—Vamos, te ayudaré a acostarte. Tienes que dormir un poco. Mañana te espera un dí muy largo.

Julia se dejó llevar por el pasillo hasta su dormitorio, como una niña. Se quedó allí de pie, en silencio, mientras Lena echaba a un lado las sábanas de su cama.

—Qué más puedo hacer por ti? —preguntó
—Oh, Lena, por favor, no te vayas. Quédate conmigo, por favor —dijo Julia, ahogando otro sollozo.
—Creo que no debería —dijo Lena.
—¡Por favor!
—Está bien. Dormiré en el sofá

Julia dejó caer la cabeza y las lágrimas volvieron a resbalar por sus mejillas. Ya no me quiere, pensó

—Qué sucede? —preguntó Lena en voz baja.
—Te necesito —dijo Julia a través de sus lágrimas.
—Estoy aquí

Julia negó con la cabeza.

—Necesito que me abraces, que me toques —musitó
—Oh, cariño —susurró Lena, yendo hacia ella.

Julia le rodeó la cintura con sus brazos y la abrazó fuerte, mientras Lena la apretaba contra sí

—Me quedaré contigo. Venga, acuéstate.

Lena la llevó hasta la cama, y Julia se sentó en el borde y dejó que le quitara la ropa. Después se acurruco bajo las mantas. Lena apagó la luz y se desvistió y Julia por fin no notó cómo se acostaba a su lado.

—Ven aquí —Lena la atrajo hacia ella y la abrazó Le apartó el pelo de la cara con las manos— Estará bien —susurró

Julia apoyó la cabeza en el hombro de Lena, con la mejilla contra su pecho, y se sintió a salvo. Sus ojos se cerraban de cansancio. Poco a poco se fue relajando, mientras las suaves manos de Lena le acariciaban la espalda, hasta que por fin se quedó dormida. Más tarde despertó sobresaltada, todavía en los brazos de Lena, que estaba acurrucada a su lado. Le dolí el cuello. Miró el reloj digital. Las tres y cuarto.

—Qué ocurre? —preguntó Lena, medio dormida.
—Nada. —se sentó y colocó el brazo de Lena a lo largo de su cuerpo— Debes de tener ya el brazo dormido.
—Qué brazo? —preguntó Lena, flexionándolo.

De pronto, Julia fue consciente de su desnudez y volvió a taparse. Se acurrucó de nuevo junto a Lena. Su mano se movió bajo las sábanas y rodeó los pechos de Lena. Frotó suavemente los pezones con el pulgar y sintió que se endurecían bajo sus dedos.

—¿Julia? —jadeó Lena.
—Te deseo —susurró Julia.
—No, no lo hagas —advirtió Lena.
— ¿Ya no me deseas? —quiso saber.
—Sabes que sí
—Entonces hazme el amor —insistió Julia— Te necesito.

Alzó el rostro, encontró la boca de Lena y la besó tiernamente.

—Sí —musitó Lena, atrayéndola hacia sí

Hicieron el amor de forma rápida y frenética, y después suave y dulcemente, a medida que empezaban a disfrutar la una en brazos de la otra. Aquello era lo que Julia necesitaba, lo que deseaba. Nunca más le diría que se fuese.
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One Summer Night  Empty Re: One Summer Night

Mensaje por Anonymus 2/21/2015, 3:57 pm

Capítulo veinte

Julia se despertó a las siete y olisqueó el aire, notando el aroma del desayuno. Se sentó en la cama, agradeciendo que Lena no se hubiera ido. No estaba preparada para quedarse sola. Fue hasta el baño, desnuda, y tomó una ducha rápida antes de ir a buscar a Lena a la cocina. Estaba junto al fregadero, lavando los platos, cuando entró Julia. Miró hacia atrás y sus ojos se encontraron.

—Buenos días —dijo Lena, volviéndose de nuevo hacia el fregadero.

Julia se acercó a ella y la abrazó por la cintura, presionando sus pechos contra la espalda de Lena. Ella se dio la vuelta y la abrazó, con las manos húmedas y jabonosas.

—Gracias por estar aquí cuando te necesitaba —dijo Julia en voz baja.
—Quiero estar aquí contigo, si me dejas quedarme.

Julia se apartó un poco y la miró a los ojos.

—Me he portado horrorosamente contigo. ¿Por qué sigues viniendo?

Lena sonrió.

—Si te dijese la verdad volverías a huir de mí.

Julia la miró detenidamente y vio la respuesta a su pregunta en los claros ojos de Lena. Quedó asustada ante lo que vio en ellos. Se alegró de que Lena no dijese nada. No deseaba oírlo. Todavía no estaba preparada para ello.

—Espero que no te importe —dijo Lena, señalando la cocina, donde había tocino escurriéndose sobre una servilleta de papel—. Seguramente no tendrás muchas ganas de comer, pero va a ser un día muy largo.
—Lo sé. Pero sí que tengo hambre.
—Estupendo. ¿Por qué no llamas al hospital mientras hago los huevos?
—Muy bien. —La cruda realidad la alcanzaba ya.
—Poco hechos —pidió Julia, dirigiéndose a la sala.

Localizó el número del hospital y esperó a que la enfermera de cuidados intensivos atendiese la llamada.

—Soy Julia Volkova, la nieta de Harry Volkova. ¿Ha habido algún cambio? —preguntó, conteniendo la respiración.
—No. Lo siento, señora Volkova. No hay cambios.
—Bien, muchas gracias. Estaré ahí dentro de un rato.

Lena asomó la cabeza.

—¿Está bien? —preguntó.
—No ha habido cambios —dijo ella, devolviéndole la mirada. Lena se acercó a ella y la abrazó.
—Que no haya cambios es mejor que un cambio a peor —dijo, y Julia asintió.

La verdad era que Julia ya no tenía hambre, pero se obligó a comer el tocino, los huevos y la tostada que le había preparado Lena. No había comido nada desde el desayuno del día anterior y sabía que necesitaba algo más que café.

—Tengo que llamar a Katya —dijo Julia—. Y a Susan.
—No te preocupes por eso. Yo las llamaré —se ofreció Lena.
—Gracias, sería de gran ayuda.
—¿Quieres que te lleve al hospital?
—Oh, no, estaré bien —dijo ella—. Ya has hecho bastante.

Entonces recordó a la amiga que estaba visitando a Lena.

—¿Tienes compañía? —le preguntó Julia.

Lena asintió.

—Sí.
—¿Ahora? ¿En tu casa?
—Sí. Pero la llamé esta mañana.
—Oh —musitó Julia.
—Julia, es una vieja amiga del college.
—No tienes que darme explicaciones —dijo Julia.
—Sí tengo que hacerlo. Sé lo que estás pensando. Kim y yo compartimos habitación en nuestro primer año y somos amigas desde entonces. Sólo amigas. Ella tiene novia: hace diez años o más que están juntas. —Lena la miró—. Sólo ha venido de visita, de veras.
—Te creo —dijo Julia, y era sincera.
—No soy como tú piensas —dijo Lena con dulzura.
—No, no creo que lo seas. Anoche viniste aquí sin hacerme ni una pregunta. Me hacías mucha falta —admitió.
—Me alegro de que fuese a mí a quien necesitabas.

Se sonrieron a través de la mesa y Lena tomó su mano entre las suyas.

—Todo se arreglará.

Julia llegó al hospital cuando pasaban unos minutos de las nueve. Harry parecía estar igual que cuando lo dejó, pálido y quieto. Su silla estaba arrimada contra la pared, y ella la acercó a la cama y tomó su mano fría entre las suyas.

—Buenos días, Harry —susurró—. Fuera hace un día magnífico. Perfecto para pasear en lancha —se enjugó las lágrimas y continuó—. ¿Sabes? Ayer me prometiste un paseo en la lancha.

El no se movió en absoluto, y su mano estaba yerta entre las de ella.

—Oh, Harry. Necesito hablar contigo —dijo, enjugándose una lágrima que se le había escapado—. ¿Recuerdas lo que te conté de Lena? ¿De que no era buena para mí? Bueno, pues ya no estoy tan segura. Estuvo conmigo anoche cuando la necesité, y esta mañana. Me gusta muchísimo, Harry. Más de lo que debería, lo sé. Y, Dios, creo que está enamorada de mí. No me lo ha dicho, afortunadamente, porque yo no sé lo que habría hecho. Pero es que no estoy preparada para eso.

Extendió la mano y le tocó la cara, ignorando los tubos que tenía colocados.

—Siempre has dicho que no querías dejarme sola. Ojalá pudieras conocerla. Siempre has sabido juzgar a las personas. Sé que hubieras podido decirme si es la mujer que me conviene, Harry. Yo no lo sé. No sé si puedo dejar que siga a mi lado. Si ocurriese algo tendrías que estar conmigo para ayudarme a superarlo.

Dejó que sus lágrimas fluyesen. Ya no podía contenerlas más.

—Oh, Harry, por favor, no me dejes —rogó—. Te necesito.

Apretó su mano con fuerza y se la llevó a la cara para descansar sobre su palma.

—Te quiero.

Katya y Janis llegaron después de comer y se quedaron durante una hora con ella.

—Podemos quedarnos más tiempo —insistió Katya.
—No, no hacéis nada aquí. Os llamaré si hay algún cambio —les aseguró Julia.

También vino un grupo del Centro de Mayores, y Julia les agradeció la visita. Era bueno saber que tenía amigos allí. A las dos se encaminó hacia la cafetería para comprar un sándwich, que tuvo que obligarse a comer. Parecía no poder pensar en nada más que en Harry, y se sentía muy indefensa. Y también sin esperanzas. Aquella tarde, horas después, mientras estaba a su lado, notó un pequeño espasmo en su mano y miró a Harry con más atención, rezando para que sus ojos se abriesen y sonriera, y la llamara Volky o Jul

—¿Harry? —Aferró su mano con fuerza, deseando volver a notar que se movía, pero entonces se fijó en el monitor que había sobre su cabeza. Ya no se veía su constante latido. En su lugar había una línea interrumpida que cruzaba la pantalla— ¡Oh, no! —gritó—. ¡No, Harry!

Se llevó la mano de él hasta su propio rostro y lloró; sus hombros se agitaban a cada sollozo. Cuando acudieron los doctores la apartaron de allí y una enfermera la llevó fuera de la habitación.

—Por favor, señora Volkova, deje que nos encarguemos nosotros de él —dijo amablemente. Julia no podía moverse. Las lágrimas corrían a raudales por su rostro y no podía apartar la vista de él. Sabía que, si lo hacía, no volvería a verlo nunca más.
—¡No! —gritó, negando con la cabeza.
—Vamos, debe marcharse —insistió la enfermera, y Julia se dio la vuelta lentamente; los sollozos arreciaron, agitando sus delgados hombros— Adiós, Harry —susurró, escondiendo la cara entre las manos.

Salió sin mirar atrás. No deseaba ver lo que le estaban haciendo. Salió a ciegas por la puerta y se dirigió hacia su coche, y allí se sentó, llorando. Sin pensar en nada, condujo hasta la casa de su abuelo. Deseaba estar cerca de él y allí era donde él estaba. Fue hasta el embarcadero y puso en marcha la lancha, sin reparar en la fría noche que se aproximaba. Aceleró y se internó en el lago, dejando que el viento secase sus lágrimas a medida que caían. Redujo la velocidad del motor cuando se acercó a una bandada de patos y después se dejó ir a la deriva, mientras las olas mecían la lancha. Observó que habían regresado las fochas, o gallinetas, como él las llamaba. Decía que llegarían a cientos y que saquearían sus comederos de pájaros. Julia se burlaba, y le replicaba que no debería haber empezado a alimentarlas. Sabía que en realidad le encantaba observarlas, contemplar la forma en que parecían correr sobre el agua cuando se sobresaltaban. Eran tan familiares durante los meses de invierno como los petirrojos que retornaban cada otoño. Se inclinó hacia un costado de la lancha y sacudió las manos de un lado a otro sobre la cabeza. Al verla, las fochas alzaron el vuelo, golpeando el agua con los pies al tiempo que se ponían a salvo. Los ánades reales se limitaron a esconder la cabeza, haciendo caso omiso a su loca travesura.

—¡Esto ha sido por Harry! —gritó a las fochas.

Después, sintiéndose algo estúpida, dio media vuelta con la lancha. El sol se había puesto, pero eso no le preocupaba. Conocía el lago como la palma de la mano y fue siguiendo la orilla hasta la casa. Al llegar estaba helada. La oscuridad se cernía sobre ella y se encaminó hacia la casa en sombras, siguiendo el sendero que Harry y ella habían transitado durante años. Sacó la botella de whisky escocés de su abuelo y se sirvió una buena cantidad. Después se sentó en el sillón de Harry, en la sala, y bebió lentamente, a pequeños sorbos. Se sentía aturdida. Había llorado hasta quedarse sin lágrimas. Miró hacia fuera, al lago, y vio cómo se ondulaba el agua bajo la luz del farol de la caseta. De vez en cuando pasaba una lancha a toda prisa, y ella veía cómo sus luces se desvanecían en la oscuridad. Por fin se obligó a ponerse en pie y marcharse a casa. Al día siguiente tendría que estar con fuerzas. Tendría que preparar todo lo de Harry, y temía ese momento. Cuando murió Beth tuvo que ocuparse ella de todo, porque Harry estaba demasiado afectado. Ahora no había nadie que pudiese encargarse por ella de todos los detalles, por muy afectada que estuviese. Su contestador destellaba cuando entró en la sala y, al pasar, pulsó el botón para escucharlo.

—¿Julia? ¿Estás ahí? —La dulce voz de Lena sonaba apremiante—. He llamado al hospital. Lo siento mucho, cariño. Por favor, llámame cuando llegues a casa.

Sintió que se le encogía el corazón al oírla y se mordió el labio. El siguiente mensaje era de Katya.

—Lena acaba de llamarnos. ¿Dónde estás? ¿Quieres que vayamos a verte? ¿Por qué no vienes y pasas la noche con nosotras? Llámame, por favor.

Julia hizo un gesto de asentimiento y escuchó el siguiente mensaje. Era de Lena otra vez.

—Julia, ¿dónde estás? Llámame, por favor. Estoy preocupada por ti.

Julia se dirigió al teléfono y marcó el número de Lena, mientras escuchaba otro mensaje en el contestador:

—Julia, maldita sea, si estás ahí coge el teléfono. No me dejes fuera, por favor.

Lena contestó a la primera señal.

—Soy yo —dijo Julia en voz baja.
—¿Dónde has estado?
—En el lago.
—Voy enseguida —dijo Lena.
—Sí, por favor —repuso Julia, y Lena colgó sin despedirse.

Después llamó a Katya.

—Sí, estoy bien.
—¿Quieres venir a casa?
—No, Lena viene para aquí.
—Muy bien. No tienes por qué estar sola, Julia. Dios, lo siento muchísimo, cariño. Sé lo unidos que estaban.
—Sí, lo voy a echar mucho de menos —susurró.
—¿Qué podemos hacer nosotras? —preguntó Katya.
—Todavía no lo sé. Mañana pensaré en lo del funeral. Esta noche sólo quiero olvidar.
—Lo entiendo. Mañana iré por ahí, ¿vale?
—Sí, te lo agradeceré —suspiró Julia.

Estaba sirviéndose un trago cuando llegó Lena en su auto. Entró sin llamar.

—¿Julia?
—Estoy en la cocina —respondió Julia. Lena fue a su encuentro, la tomó entre sus brazos y la estrechó con fuerza.
—Estaba tan preocupada por ti —susurró—. ¿Por qué no llamaste a nadie?
—Supongo que ni lo pensé. —Julia notó que las lágrimas volvían a brotar—. No puedo creer que haya muerto —dijo, llorando.
—Chissst. Lo sé, cariño. Siento muchísimo que hayas tenido que pasarlo tú sola. Tendría que haber estado contigo.

Julia se sintió conmovida por sus palabras y sollozó sobre su hombro. ¡Era tan bueno que la abrazasen, tan bueno sentirse amada! Se apartó un poco y miró a Lena con ojos cansados y enrojecidos.

—¿Te quedarás conmigo esta noche, por favor?
—Por supuesto —dijo Lena cariñosamente—. Yo cuidaré de ti.

Julia recordó que Harry le había dicho que esperaba que encontrase a alguien que la cuidara, y deseó poder decirle que ya había encontrado a una persona que lo hiciese.
Aquella noche, Julia se durmió profundamente en brazos de Lena y no despertó hasta casi las siete. Lena seguía estando con ella, despierta y contemplándola.

—¿Cuánto tiempo llevas despierta? —preguntó Julia, con voz ronca.
—Un ratito —dijo ella dulcemente.
—Tienes que ir al trabajo —dijo Julia.
—Sí, lo sé, aunque odio tener que dejarte.
—Estaré bien. Ya lo he hecho antes —afirmó con seguridad.
—No deberías tener que hacerlo sola.

Lena la atrajo hacia sí.

—Estaré bien —repitió.

Lena la besó tiernamente.

—Tengo que irme ya. He de pasar por casa a buscar ropa.
—Muy bien, vete —dijo Julia—. ¿Llamaste a Susan?
—Sí, ya ha buscado sustituto para tus clases.
—Gracias.
—Querrán saber cuándo será el funeral —dijo Lena con delicadeza. Julia respiró hondo.
—Supongo que mañana o el miércoles. No hay por qué esperar más. No es como cuando hay parientes a los que avisar.

Se dio la vuelta en el lecho, apartándose de Lena, pues sentía que volvían a brotar las lágrimas.

—Julia, ojalá pudiese hacer algo.
—Ya lo haces. Estás aquí, apoyándome —susurró.
—No vuelvas a apartarme de tu lado -—rogó Lena.

Julia se volvió de nuevo hacia ella y le acarició el rostro.

—No lo haré. Lo prometo.

Lena le besó la palma de la mano y enjugó sus lágrimas.
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One Summer Night  Empty Re: One Summer Night

Mensaje por Anonymus 2/23/2015, 1:19 pm

Capítulo veintiuno

Todo aquel día fue como una imagen borrosa para Julia. Los amigos iban y venían, y Katya dejó el trabajo para quedarse con ella. Julia llamó a la misma funeraria que había contratado cuando murió Beth. La realidad de la muerte de Harry le golpeó el rostro. Empezó a llorar, y Katya le quitó el teléfono de las manos y habló ella con el director de la funeraria, con el que acabó de fijar todos los detalles. El funeral tendría lugar el miércoles.

—Tienes que elegir el ataúd —dijo Katya con delicadeza. Julia asintió.
—Janis y yo podríamos hacerlo por ti, cariño —se ofreció Katya.
—¿De verdad lo haríais? —Sabía que tenía que ser fuerte y hacerlo ella misma, pero no era capaz.
—Sí. No te preocupes por eso, ¿de acuerdo? Nosotras nos ocuparemos.
—Os quiero mucho, chicas —susurró.

Lena pasó por allí a las tres, después de su última clase. Se acercó, sin darse cuenta de la presencia de las demás, y tomó a Julia entre sus brazos.

—¿Cómo lo estás llevando? —le dijo al oído.
—No demasiado bien —confesó, aunque se sentía mejor ahora que Lena había llegado. Kay apareció después del trabajo, al igual que Deb, y Julia se sintió conmovida. Parecía que todas habían pensado que tendría hambre, porque todas traían algo de comida.
—Tienes que comer algo —insistió Katya.
—No tengo mucho apetito —dijo Julia.
—Por supuesto que no, pero tienes que comer.

Fue hasta la cocina para prepararle algo, y Julia miró a Lena, agotada.

—Sólo intentan ayudar —dijo ésta. Julia asintió.
—Lo sé.
—¿Quieres que se vaya todo el mundo?
—No quiero que tú te vayas —dijo Julia.
—No, yo no me voy —susurró Lena.

Julia se obligó a comerse casi la mitad de lo que Katya había amontonado sobre su plato, y pronto todas se marcharon.

—Vendré por aquí mañana —dijo Katya en la puerta.
—No, estaré bien —insistió Julia.
—Yo estaré con ella, Katya —dijo Lena.
—¿Lo harás? —preguntó Julia, sorprendida. No esperaba que faltase al trabajo.
—Ya lo he hablado con Susan.

Cuando estuvieron a solas, Julia se acurrucó en el sofá y apoyó la cabeza en el respaldo.

—¿Qué puedo traerte? —preguntó Lena.
—Algo de beber —dijo ella—. Que sea fuerte.
—Ahora mismo lo traigo.

Julia cerró los ojos, agradecida a las amigas que habían venido a verla. Tenían buena intención, aunque para ella había sido agotador. La única que deseaba que estuviese allí era Lena, y allí estaba ahora, sin duda. El día siguiente iba a ser duro, probablemente más que el miércoles. Al día siguiente iría a despedirse de Harry en privado, en el lago.

—Aquí tienes —dijo Lena, entregándole el vaso.
—Gracias. Y gracias también por lo de mañana.

Lena la miró tiernamente con sus ojos verde gris, y después tomó su mano y la apretó con suavidad.

—Nunca me has contado nada de él.

Julia cerró los ojos y apoyó la cabeza atrás.

—Nunca conocí a mi padre. Se fue antes de que yo naciese —dijo—. Aunque Harry nunca ha sido un padre. Me mimaba demasiado para eso —sonrió—. Mi madre murió cuando yo tenía doce años y me fui a vivir con Harry y con Beth. Todo lo que Beth decía que no podía hacer, Harry decía que sí podía.
—¿Siempre los has llamado por sus nombres?
—Sí, desde que puedo recordar. Harry decía que abuelo lo hacía sentirse viejo antes de tiempo. Sin embargo, creo que Beth prefería que la llamase abuela, aunque yo raramente lo hacía.
—¿Qué le ocurrió a tu madre? —preguntó Lena.
—Un accidente de coche. —Julia miró hacia ella—. Era profesora de escuela primaria.
—¿Así que tú seguiste sus pasos?
—Creo que fue el motivo principal por el que me hice profesora. Necesitaba conectar con ella de alguna forma, y ése parecía el único camino. Al principio lo odiaba, aunque acabó gustándome.
—Debes de ser buena —dijo Lena.

Julia se rió.

—No lo sé. A veces me parece que mis clases son muy aburridas.
—Bueno, es lengua. ¿Qué esperabas? —bromeó Lena.

Julia sonrió y le tomó la mano.

—Gracias por estar aquí.
—Quiero cuidar de ti —dijo Lena en voz baja.

Julia se llevó su mano a los labios y la besó.

—Harry me decía estos últimos meses que necesitaba a alguien a mi lado. Yo le decía que estaba bien sola. —Negó con un gesto—. Pero estaba equivocada.
—¿Quieres que pase la noche aquí? —preguntó Lena.
—¿Qué hay de tu amiga?
—Se marchó hoy.

Julia asintió.

—Sí, quiero que te quedes conmigo. Pero sólo si tú quieres. No porque creas que debes hacerlo.
—Deseo estar contigo. Me gusta despertar a tu lado —dijo Lena con dulzura. Julia la miró a los ojos y le asustó lo que veía en ellos. Lena no intentaba esconder sus sentimientos y
Julia apartó rápidamente la vista. No estaba preparada para ello— Lo siento —susurró Lena—. Ven aquí —y atrajo a Julia hacia sus brazos.

Julia apoyó la cabeza sobre el hombro de Lena y cerró los ojos. Sería tan fácil amarla, pensó. Pero no podía permitírselo. Aún no. Se fueron a la cama poco después. Julia cerró los ojos, envolviendo con la mano el pecho de Lena, y se sintió segura. Lena la abrazó hasta que se quedó dormida.
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One Summer Night  Empty Re: One Summer Night

Mensaje por Anonymus 2/23/2015, 1:20 pm

Capítulo veintidós

Tenían guiso para desayunar, uno de los tres que había en la nevera, y se lo comieron en la terraza, disfrutando de la calida temperatura de noviembre. Era otro día claro; el cielo estaba azul, sin una nube. Contemplaron el fluir del río Bull Creek mientras comían en silencio. Habían dormido bastante, hasta casi las ocho. Julia estaba en los brazos de Lena cuando el sol la despertó, y se había pasado un buen rato contemplando su sueño. Habían dormido desnudas, pero no habían hecho el amor toda la noche. Por mucho que Julia la deseara, por mucho que la atrajera, en aquellos momentos tan sólo necesitaba que estuviese allí, a su lado. Y allí estaba. Lena parecía totalmente satisfecha de poder abrazarla por la noche. Julia estaba convencida de que lo que Lena sentía por ella era más que una mera atracción sexual, y eso la asustaba. Quizá si hubiesen hecho el amor, ella podría haber creído que sólo era algo físico, que Lena tan sólo la buscaba por el sexo. Pero ni siquiera lo había intentado. Lena la abrazaba, simplemente, hasta que Julia se quedaba dormida, y seguía abrazándola al despertar. Julia no sabía qué era lo que la asustaba más.

—Creo que hoy sacaré la lancha, si te parece bien —dijo Julia.
—Claro. Lo que tú quieras.
—A Harry le encantaba el lago.
—¿Prefieres ir sola, Julia?
—No, quiero que vengas conmigo —respondió ella.

Lena asintió y se llevó los platos adentro, dejando a Julia a solas con sus pensamientos. Hacia las diez Julia estaba ya en la entrada de la casa de Harry; aparcó en el lugar de costumbre y apagó el motor. Lena no dijo nada cuando Julia se quedó mirando la casa durante largo rato antes de salir del auto. Entraron, y Julia dejó a Lena en la sala mientras ella iba al dormitorio de Harry para coger su traje. Al entrar en él se sintió abrumada por los recuerdos. Su cama estaba todavía sin hacer. Contuvo las lágrimas al tocar su almohada y alisar la colcha de ganchillo que Beth había hecho. El vestidor estaba abarrotado con sus objetos personales: su reloj, monedas sueltas, sus llaves. Sus ojos se pasearon por la estancia. Lo recordó en aquel lugar, atareado en sus ocupaciones diarias. No podía creer que ya no volvería a entrar allí, que nunca más la llamaría Jul. Se sentó sobre su lecho y lloró con la cabeza entre las manos. Debería haberlo visitado más a menudo. Debería haber estado con él aquella mañana. Lena la oyó llorar y entró en la habitación.

—¿Julia?
—Debería haber estado aquí. Podría haberlo ayudado —lloró.
—No digas eso —dijo Lena, sentándose a su lado. Puso un brazo en torno suyo y la acercó a sí— Tú no tienes la culpa, cariño —susurró suavemente—. Ha tenido una vida larga y saludable. Fue feliz aquí, y ahora, como tú dijiste, se ha ido junto a su Beth.
—Lo sé —susurró ella—. Tienes razón. —Se sentó y se enjugó las lágrimas—. Lo siento.
—No tienes que pedir perdón —dijo Lena en voz baja.
—Ya estoy bien —repuso Julia, poniéndose en pie.
—¿Quieres que busque yo el traje?
—No, yo lo haré —dijo, y fue hacia el armario.

Tan sólo tenía un traje, el que había llevado en el funeral de Beth. Lo más apropiado era que lo llevase puesto también en el suyo propio. Abrió la puerta del armario y, sin decir una palabra, apartó a un lado la ropa y halló el traje en un rincón. Lo sacó, le quitó alguna pelusa y lo colgó en el pomo de la puerta. Buscó su mejor camisa de vestir y después revolvió entre las pocas corbatas que tenía hasta que halló la de color rojo oscuro, la que se había puesto para Beth. Se quedó mirando el ropero durante largo rato, contemplando la ropa que le era tan familiar. ¿Qué iba a hacer con todas sus cosas? No podía tirarlas simplemente, como si no significaran nada para ella. Pero tampoco podía dejar la casa tal como estaba. De pronto comprendió que recorrer su casa iba a ser lo más duro de todo... Demasiados recuerdos. Lena le tocó ligeramente el hombro, devolviéndola a la realidad.

—Enséñame la lancha.

Julia asintió.

—Claro. Vamos fuera.

La caseta de la lancha estaba inmaculada: todas las herramientas para el motor se hallaban en su sitio y las cañas de pescar estaban colgadas cerca del equipo para esquí acuático. Les gustaba navegar por el lago tanto como pescar, por lo que el viejo bote de pesca había dado paso a una lancha de esquí acuático, más grande y cómoda. Estaba colgada del elevador, fuera del agua. Julia se acercó a ella, accionó el botón y vio cómo bajaba lentamente hasta el lago. Ni siquiera recordaba haberla izado la otra noche.

—¿Te gusta el agua? —preguntó Julia. Parecía importante que le gustase. Lena asintió.
—Me encanta nadar, aunque no aprendí a hacer esquí acuático hasta el verano pasado —añadió, guiñando el ojo— Seguro que tú lo haces muy bien.
—No era mala. Este verano sólo lo practiqué unas cuantas veces. Normalmente íbamos a pescar, o tan sólo a dar un paseo.
—Eso también es divertido —dijo Lena.

La lancha se balanceaba suavemente sobre el agua. Subieron a bordo. Se encendió al primer intento, pues Harry siempre había mantenido el motor en excelentes condiciones. Julia giró el timón y salieron lentamente del embarcadero, marcha atrás. Era un día cálido, pero sobre el agua el viento era fresco. Lena estaba silenciosa, sentada frente a ella en la proa. Julia pilotó la lancha lentamente por todo el lago, pasando junto a calas en las que había pescado con Harry, peñascos en medio del agua en los que se habían tendido al sol después de nadar y la ensenada de los árboles caídos, el sitio favorito de las percas. Julia se lo señalaba todo a Lena, que asentía sonriente. Estaba recordando a Harry, despidiéndose de él y de los momentos que habían compartido durante tantos años. Pasaron cerca de las mansiones que habían surgido en los últimos diez años y Julia le contó lo mucho que se quejaba Harry de ellas.

—Me gusta mucho más la casa de tu abuelo —dijo Lena— Es mucho más hogareña. Estas son tan sólo una exhibición de riqueza, para intentar demostrar que tienen más dinero que su vecino.
—Sí, exactamente.
—Es muy bonito esto —dijo Lena más tarde—. Nunca había paseado en lancha por el lago Travis.
—¿No? ¿Dónde habías estado? —preguntó Julia.
—Tan sólo en Hippie Hollow —dijo Lena con una mueca.
—Ah, sí, ya recuerdo. —Julia enrojeció ligeramente.

Recordaba aquella ocasión en la que había ido con Harry, para intentar ver a Lena nadando desnuda. Julia viró la lancha y emprendió el camino de regreso. Era muy distinto estar allí sin Harry, pero se alegraba de que Lena estuviese con ella. De nuevo en la casa, Julia entró en la cocina, pensando que debería limpiar la nevera de Harry, pero cuando la abrió y vio allí sus cosas, la comida que había llevado aquel día para ambos, no tuvo fuerzas para hacerlo. Cerró rápidamente la puerta. Lena estaba en el dintel de la puerta, mirándola.

—Todo eso puede esperar —dijo con delicadeza.
—Sí. Habrá que hacerlo, pero todavía no soy capaz.
—Yo te ayudaré, cuando llegue el momento. Y también Katya y Janis.

Julia asintió y se acercó a ella.

—Has sido muy buena conmigo estos días. No sé qué hubiera hecho sin ti.

Lena extendió los brazos y la atrajo hacia sí. Julia se acercó más y se dejó abrazar.

—Supongo que ya estoy lista para ir allí —dijo en voz baja.
—¿Estás segura?
—Sí. Tú seguramente tendrás cosas que hacer hoy.
—No. Soy toda tuya —respondió Lena—. A menos que prefieras estar sola.
—No lo sé. —Se apartó un poco.

Empezaba a depender demasiado de Lena. Deseaba pedirle que se quedase con ella, que volviese a pasar la noche en su casa, pero no lo hizo. Tal vez necesitaba estar a solas, tener tiempo para asimilar la muerte de su abuelo. Lena pareció leer sus pensamientos:

—Tenemos que llevar el traje. Puedes llamarme más tarde si necesitas algo —propuso. Julia sonrió para agradecérselo y asintió. Lena llevó el traje a la funeraria mientras Julia esperaba dentro del coche. No fue capaz de entrar. Lena lo entendió.
—Deja que yo lo lleve. Volveré enseguida.

Más tarde, cuando regresaron a casa de Julia, Lena la tomó entre sus brazos y la besó dulcemente. Julia la abrazó con fuerza, agradeciéndole en silencio todo lo que había hecho.

—Por favor, llama si me necesitas —le recordó Lena antes de marcharse.
—Lo haré —prometió Julia, aunque no tenía intención de hacerlo. Esa noche necesitaba estar sola.

Dejó que el contestador recogiese las cinco o seis llamadas que sonaron. La mayoría eran de amigas preguntando qué tal estaba. Otras eran de colegas del trabajo que le ofrecían sus condolencias. Apreció su interés, pero no estaba de humor para hablar con ninguno de ellos. Cogió una cerveza, se sentó en la terraza y se quedó mirando el torrente del río. Dos cardenales macho se posaron en su comedero, peleándose por las pocas semillas que quedaban. Los observó, sonriendo. Harry ya no estaba, pero todo seguía igual. El río seguía fluyendo, los pájaros seguían regañándola por no llenarles el comedero, las hojas caían como todos los años en aquella época. La vida seguía. Volvió a entrar cuando estaba ya demasiado oscuro para ver. Al pensar en la comida que habían traído sus amigas, se dio cuenta de que tenía hambre y agradeció su amabilidad. Se sirvió un plato y se quedó ante el microondas, contemplando cómo daba vueltas el plato mientras se calentaba. Se sirvió un vaso de vino, se llevó el plato a la sala y se sentó a comer en silencio. Más tarde estuvo hojeando lentamente las páginas de un álbum de fotos, mirando su vida pasar. Lloró un poco, no mucho. Todas las fotos habían sido tomadas en momentos felices de su vida. Había muchas de Beth y Harry, juntos, y podía verse lo enamorados que estaban, incluso en los últimos tiempos. Harry la había echado terriblemente de menos, y ahora estaban juntos de nuevo, pensó. Harry estaría feliz. Por mucho que lo intentó, nunca había podido reemplazar a Beth en su vida. Julia sabía que lo iba a echar mucho de menos, pero estaría bien. La vida seguía. Cerró el álbum y se sorprendió al notar que se sentía mucho mejor. Puso música suave, se sirvió otro vaso de vino y después fue hasta el teléfono para llamar a Katya. Había dejado dos mensajes y Julia sabía que estaba preocupada por ella.

—Estoy bien, de verdad —le aseguró.
—¿Sigue Lena ahí?
—No. Se fue a primera hora de la tarde.
—Sabes que puedes venir aquí si lo necesitas.
—Lo sé, pero necesito estar sola. De todas formas, gracias por tu interés.
—¿Para qué están las amigas?
—Eres la mejor —dijo Julia.
—Te veremos mañana por la mañana, entonces. ¿Quieres que pasemos a recogerte?
—No. Os veré allí —y colgó.

Pensó en llamar a Lena, pero no lo hizo. No quería caer en la tentación de pedirle que viniese a dormir con ella. Eso podía convertirse fácilmente en un hábito, y ella lo sabía. Acabó el vaso de vino y se preparó para acostarse. Estiró el brazo hacia donde había dormido Lena las dos últimas noches y acarició suavemente las sábanas. Lena había entrado en su vida inesperadamente y Julia tenía miedo de los sentimientos que despertaba en ella. No quería enamorarse de ella, por supuesto, pero lo cierto era que le gustaba muchísimo. No sabía hasta dónde podía llegar su relación, pero deseaba disfrutar del tiempo que durase.
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One Summer Night  Empty Re: One Summer Night

Mensaje por Anonymus 2/24/2015, 12:10 pm

Capítulo veintitrés

El funeral tuvo lugar en la pequeña capilla del tanatorio. No recordaba que Harry hubiese ido en alguna época a la iglesia, aparte del funeral de Beth. Cuando era pequeña, Julia iba todos los domingos con su madre, pero, cuando se mudó a casa de sus abuelos, sólo iba Beth. Harry y ella se escabullían para pasar la mañana pescando o paseando en barca.

—Nosotros tendremos nuestra ceremonia litúrgica en el lago.

Sonrió al recordarle decir aquello muchas mañanas de domingo, mientras Beth los miraba moviendo la cabeza de un lado a otro.

—No te haría daño ir a la iglesia de vez en cuando —le decía.
—¿Por qué forzar la suerte? —replicaba Harry—, No quiero que Él piense que estoy deseando subir allá arriba junto a Él.

Varias cestas y arreglos daban una nota de alegría a un día que de otro modo hubiera sido gris. Se sorprendió ante las numerosas flores y plantas que habían llegado. A Harry le habría hecho gracia. Sabía la mala fortuna que tenía Julia con las plantas de maceta. Su mirada evitaba el ataúd; se dedicó a deambular por la estancia y a leer las tarjetas de sus amigos. Susan y Arnie habían enviado un precioso arreglo otoñal, y había otros firmados por personas que no reconoció. Supuso que eran amigos de Harry, del Centro de Mayores. La gente empezó a llegar desde poco antes de las diez, y para ella fue una sorpresa ver lo arreglados que iban todos. Lena apareció con Katya y Janis, y la mirada de Julia se clavó en ellas. Lena sonrió y se le acercó. Julia se fijó en el traje gris oscuro que llevaba, con una blusa de seda estampada debajo.

—Hola.
—¡Pero bueno! ¿Tú con falda? —bromeó Julia.
—Sí. —Lena se encogió de hombros—. He tenido que revolver mucho para encontrarla.
—Estás preciosa —dijo Julia en voz baja.

Lena volvió a encogerse de hombros. Parecía avergonzada como le ocurre a la mayoría de la gente cuando no se siente cómoda con la ropa que lleva. Julia dudaba que Lena hubiera usado alguna vez vestidos.

—Hola, cariño —dijo Katya, abrazándola—. ¿Lo llevas bien?

Julia asintió.

—El ataúd es precioso —dijo, aunque apenas lo había mirado.

Se había decidido por uno cerrado. No quería que su último recuerdo de Harry fuese tendido en un ataúd. Ya era bastante malo recordarlo tan vividamente sobre su cama de hospital, tan pálido sobre las blancas sábanas. Katya sonrió y le dio un cariñoso apretón en el hombro, y después fue a sentarse. Julia saludó a los demás conforme entraban. La mayoría eran amigas suyas, pero también había unos cuantos amigos de Harry, del Centro de Mayores. Por supuesto, cuando no tienes parientes y has cumplido más de ochenta años, la mayoría de tus viejos amigos han muerto ya. Le sorprendió ver que habían venido Kerry y Shea. En realidad no se conocían demasiado. Eran más bien amigas de Katya y Janis, pero le conmovió ver que se hubiesen tomado la molestia de venir, y así se lo dijo. Kay estaba allí, y se acercó a abrazar a Julia y a besarla en la mejilla. Sharon y Mattie también acudieron. Deb le dio un abrazo al llegar, y Julia se lo agradeció. También Susan y Arnie estaban allí, y Julia se preguntó cuántas clases de su departamento habían tenido que ser canceladas aquellos días. De los amigos del Centro de Mayores Julia tan sólo conocía a tres. Habían sido los compañeros de pesca de Harry y los había visto en su casa en varias ocasiones. Los demás parecían conocidos o simplemente personas que habían venido por respeto a uno de sus compañeros caídos. Se alegró mucho cuando el señor Daughtery, el más joven de los tres, con sólo setenta y cinco años, le preguntó si podía decir unas palabras durante el servicio. Le dijo que pensaba que a Harry le hubiera gustado. El servicio fue corto y, cuando fue el turno del señor Daughtery, tan sólo habló durante unos minutos. Contó anécdotas sobre Harry y sobre su amor por la pesca y por el lago, y especialmente por su Volky. Por las mejillas de Julia volvieron a resbalar las lágrimas, y Katya la rodeó con el brazo y le dio golpecitos en el hombro. Cuando el señor Daughtery finalizó su discurso, Julia sonrió para darle las gracias. Casi todos se acercaron hasta el cementerio; sólo entonces perdió Julia la compostura y se deshizo en llanto, cuando estaban haciendo descender a Harry dentro del hoyo. Susan y Arnie estaban a su lado. Arnie la abrazó durante unos momentos para ofrecerle su apoyo. Lena se acercó a ella, mirándola con cariño. Julia le echó los brazos al cuello y la estrechó con fuerza, pues tenía necesidad de sentir su energía. Después regresaron caminando en grupo. Julia les agradeció a todos que hubieran venido y recibió sus abrazos y sus condolencias con una sonrisa. Tenía buenos amigos. Acompañó a Lena hasta su Explorer y le agradeció de nuevo todo lo que había hecho.

—Esta noche tenemos nuestro último partido de softball. Jugamos las primeras. Pensé que quizá te apetecería salir de casa —sugirió.
—Sí creo que sí. No me apetece mucho pasar sola la velada.
—Estupendo. Después saldremos a comer una hamburguesa o algo así. Tal vez para entonces tengas hambre.
—Muy bien.
—Tengo que ir a clase —dijo—. Te recogeré sobre las cinco.

Katya y Janis eran las únicas que quedaban allí. Katya insistió en que Julia fuese con ellas a casa.

—No, estaré bien.
—No tienes por qué estar sola, cariño —dijo Janis.
—La verdad es que estaba pensando en que no me vendría mal una pequeña siesta. Además, esta noche iré con Lena al partido.
—¿Sí? ¿Seguro? —preguntó Katya.
—Sí, creo que esta noche me gustará estar con mis amigas.
—Muy bien. ¿Seguro que no quieres venir a casa con nosotras?
—Gracias, pero no. Ambas habéis hecho mucho por mí esta semana —dijo mientras las abrazaba.

Camino a casa le sorprendió lo bien que se sentía. Ya se habían acabado las formalidades. Se había despedido de Harry ya el día anterior y por la noche, y ahora él descansaba Se tomó su tiempo para comer. Calentó un poco más de guiso y tiró lo que quedaba. Pensaba lavar los platos y devolverlos a sus dueñas esa noche, durante el partido. Al acabar se sentó en la terraza con su plato y su té helado. El alpiste había desaparecido y, antes de empezar a comer, rellenó el comedero. Enseguida volvieron los cardenales macho y estuvo observándolos mientras comía. Más tarde se echó, aunque no tenía mucho sueño, tan sólo cansancio. Quedó sorprendida cuando se despertó a las cuatro. Se duchó, se vistió y se sentó a esperar a Lena. Todo estaba en silencio. Se dio cuenta de que estaba pensando en cualquier cosa excepto en Harry. Eso no era necesariamente bueno, pero, en aquel punto de su vida, tan sólo esperaba salir y estar con gente, en un lugar en el que las conversaciones no versaran sobre la muerte. Lena llamó a su puerta exactamente a las cinco en punto. Sonrió a Julia, allí de pie, vestida con su uniforme de softball.

—Tienes mejor aspecto —dijo, cuando Julia abrió la puerta.
—¿Tenía mal aspecto antes?
—Parecías cansada.
—Hoy he dormido una siesta —sonrió Julia.

Lena inclinó la cabeza y le devolvió una cálida sonrisa.

—¿Preparada?

Julia asintió y cerró la puerta con llave tras ella. Camino a South Austin, Lena extendió el brazo y cogió su mano.

—Me alegro de que vengas esta noche.

Los dedos de Julia se enlazaron con los suyos.

—Yo también.

Los campos no estaban muy llenos de público, ya que era el primer partido. Lena sacó una pequeña nevera de la parte de atrás.

—Te he traído una silla plegable. Y también te he metido un par de cervezas. Pensé que quizá querrías una.
—Gracias. Creo que sí —dijo en voz baja.
—¿Estás bien, Julia?

Julia asintió y sonrió.

—Sí —dijo, con una alegría un poco forzada. De pronto se sentía muy cansada.
—Puede que esto no haya sido una buena idea. Pensé que te vendría bien salir.
—Estaré bien. No te preocupes por mí.
—No puedo evitar preocuparme por ti —replicó, mirándola a los ojos—. Yo...
—Estoy bien, de verdad —la interrumpió Julia.

La mirada de Lena la había asustado, como siempre le ocurría. Lena asintió y fueron caminando hacia el campo. Katya y Janis ya estaban allí, y Julia colocó la silla plegable junto a ellas mientras Lena se dirigía al calentamiento. Cogió una cerveza de la neverita y se sentó, sonriendo a Katya y a Janis. Ambas la miraban con preocupación y ella volvió a sonreír.

—Estoy bien, de verdad —dijo.

Y lo estaba. Notaba sus emociones como en carne viva, eso era todo.

—Me alegro de que hayas venido —dijo Katya—. No tienes por qué quedarte sola en casa.
—¿Adonde vamos a ir a cenar? —preguntó ella.
—Creo que a Gordie’s Sports Pub —respondió Janis—. O eso ha dicho Deb.

Julia asintió y, tras echar un vistazo, localizó a Lena, que estaba practicando el lanzamiento con Kay. Había echado de menos verla jugar a softball. Era tan segura, tan fuerte... Julia la miró y sonrió.

—¿Cómo os va a vosotras dos? —le preguntó Katya, siguiendo su mirada. Julia apartó rápidamente la vista.
—Muy bien.

Cuando el equipo se colocó en sus puestos, Julia siguió con la mirada a Lena hasta la tercera base, contemplando cómo alisaba la tierra con los pies, un ritual que nunca dejaba de divertirla. Sus ojos la seguían en todo momento y vio que Lena la miraba a ella. Julia la riñó para sus adentros por no prestar atención al juego, pero, cuando lanzaron una bola a toda velocidad hacia la tercera base, Lena la atrapó con absoluta facilidad y la envió a la primera. Julia aplaudió y Lena le hizo una mueca. Lena consiguió dos home runs, ambos hacia el mismo centro del campo, y Julia se puso en pie y la aclamó cuando rodeaba la tercera base, pisando por segunda vez la plataforma de su equipo. Lena la miró y le guiñó un ojo al pasar, y Julia le devolvió el gesto. La única nube de la velada para Julia fue cuando apareció Lucy. Se sentó al otro lado de Kerry y Shea. Julia la miró varias veces, consciente de que los ojos de Lucy estaban clavados en Lena. Sintió una punzada de celos, pero la ignoró. Lucy no significaba nada para Lena. Estaba convencida de que Lena le había dicho la verdad. Acabaron invictas la temporada y Julia se unió a las demás tras el banquillo al finalizar el partido. Deb
se acercó de inmediato a ella y le preguntó cómo estaba.

—Muy bien —dijo, sonriente.
—¿Vas a cenar con nosotras? —preguntó.
—Sí, creo que será divertido.
—Oye, ¿quieres que te lleve yo? Después puedo acercarte de nuevo hasta tu coche —dijo Deb.
—Oh, no; he venido con Lena —le dijo Julia.
—Ah. ¿Todavía anda rondando?
—Sí.
—Bueno, supongo que con lo de tu abuelo y todo eso...

Julia se negó a darse por enterada de su comentario. Deb y ella habían sido amigas durante años. No creía que Deb quisiera decir lo que le había parecido oír.

—Por cierto, gracias por las flores. Eran preciosas —dijo.
—Si me necesitas para cualquier cosa, Julia, ahí estaré —se ofreció Deb.
—Gracias, eres muy amable —replicó, pero su mirada se desvió hacia Lucy, que se había acercado para hablar con Lena.

Julia las estuvo observando atentamente a ambas, pero no vio la menor señal de intimidad entre ellas y se sintió aliviada. Deb siguió su mirada.

—La ha dejado tirada como a una colilla, supongo. —Se volvió hacia Julia—. ¿Qué ves en ella? jPor Dios, si se ha acostado con la mitad del equipo de softball!
—¡Basta ya! —soltó Julia. Después su voz se suavizó—. Deb, mi relación con Lena es asunto mío —dijo, posando la mano sobre el pecho—. Aprecio tu interés, pero ya soy mayorcita. Puedo cuidar de mí misma.
—Estás cometiendo un error, Julia.
—Tal vez.

Deb se encogió de hombros.

—Cuando haya acabado contigo, llámame. Seguiré por aquí.

Julia se negó a enfadarse y dejó que Deb pronunciase la última palabra. Cuando se alejaba, Julia se dio cuenta de que la distancia entre Deb y ella era casi insuperable.
Lena la estaba esperando y Julia apartó a Deb de su mente. Saludó a Lena con una sonrisa.

—Has jugado maravillosamente, como siempre —le dijo, mientras ambas caminaban hacia el Explorer.
—¿Como siempre?
—Bueno, como cada vez que te he visto jugar —dijo Julia.
—Entonces puede que tengas que venir a todos los partidos. Parece que juego mejor cuando estás tú.
—¿Te estabas exhibiendo? —preguntó Julia con una sonrisa.

Lena se encogió de hombros.

—Puede.

Llevó el coche hacia los vestuarios, adonde habían ido casi todas las demás, para quitarse el uniforme. Julia la esperó, y pronto estuvo de vuelta, con unos vaqueros desteñidos y un suéter.

—¿Mejor?
—Sí. Aunque una ducha habría sido algo maravilloso —dijo Lena.

Bajaron por Riverside hasta Gordie's Sports Pub, famoso por sus hamburguesas de doscientos gramos servidas sobre panecillos gigantes que cocían allí mismo. Lena aparcó y apagó el motor, pero, antes de que pudiese salir, Julia la detuvo.

—¿Puedo preguntarte una cosa?
—Claro —dijo Lena.
—Es sobre Lucy.
—Oh. Te vi antes, hablando con Deb. ¿Qué ha dicho esta vez? —preguntó Lena.
—En realidad no fue nada sobre Lucy. Dijo que la única razón por la que seguías conmigo era por Harry.
—Dios, Julia, ¿no creerás eso? —preguntó en voz baja.

Julia la miró a los ojos.

—No. —Apartó la vista—. Cuando dijiste que Lucy y tú habíais salido, ¿qué quería decir eso exactamente? —preguntó.
—Julia... —Lena aferró el volante y dejó escapar un hondo suspiro.
—No estoy intentando provocar una discusión, Lena. Sólo es que necesito saberlo. Obviamente tuvisteis algún tipo de relación.
—Cuando me mudé aquí salimos un par de veces. Supongo que a eso le llamarás una relación. Pero el último mes, más o menos, si salíamos era como amigas. Al menos por mi parte. Ir al cine, a cenar, cosas así. No he ido a bailar con ella, si es eso lo que quieres decir.
—Y cuando la besabas, ¿era en la mejilla?
—No.

Por supuesto, Julia sabía que no, pero sintió tantos celos que se asustó. Lena tomó su mano y la obligó a mirarla.

—¿Recuerdas la primera vez que nos besamos, mientras bailábamos?

Julia asintió.

—Eso sí fue un beso —dijo con ternura—. Casi me caigo de rodillas. —Lena apartó la vista y soltó la mano de Julia—. Tú no me deseabas, Lucy sí. Pero cuando la besé a ella no sentí nada. Nada en absoluto.

Julia contempló su perfil, consciente de que estaba intentando esconder el dolor por todas las veces que Julia la había rechazado.

—Siento que pensases que yo no te deseaba —susurró. Lena se volvió y la miró a los ojos.
—¿Me deseabas?

Julia asintió y en ese mismo momento anheló con todas sus fuerzas besarla.

—No volveré a mencionar a Lucy. Sólo quería saber cuánto te importaba.
—Eres la única a la que he deseado, Julia.

Se quedaron mirándose la una a la otra durante un largo rato y después Lena apartó la vista.

—Será mejor que entremos —dijo.

Julia asintió y salió. Cerró la puerta justo cuando Deb llegaba en su coche, con Lucy. Al verlas se sintió algo avergonzada, y consiguió sonreír cuando salieron. Lucy le dedicó una mirada helada y de repente Julia se sintió como «la otra», lo que le sentó fatal. Vio que la helada mirada de Lucy también se dirigía a Lena y pudo notar la expresión dolida de ésta.

—Hola a las dos —saludó Deb, y Julia pudo ver lo forzado que era. Lena asió el brazo de Julia, deteniéndola.
-Olvidé el dinero. Ahora os alcanzo.

Se fue antes de que Julia pudiese detenerla. Ella tenía dinero suficiente para ambas. A Julia no se le escapó lo irónica que era aquella situación, y sonrió a Deb y a Lucy como pidiéndoles perdón, mientras las tres seguían andando.

—En fin, felicidades —dijo Lucy sarcásticamente—. Supongo que has ganado.

Julia saltó:

—No sabía que fuese un concurso.

La carcajada de Lucy fue amarga.

—Te joderá bien, como hace con todas.

Julia se negó a dejarse provocar.

—Pero es buena, ¿eh? —continuó Lucy.
—¿Y eso cómo lo sabes? —preguntó Julia.

Por un segundo, Julia creyó que la iban a abofetear, pero Deb apartó a Lucy de su lado.

—Vamos dentro —sugirió Deb, pero Lucy apartó su brazo bruscamente.
—Estoy enamorada de ella —espetó Lucy.

Oh es tan joven, pensó Julia.

—Lo siento. —No sabía qué otra cosa decir.
—Que te jodan.

Lucy se apresuró a entrar y Julia se preguntó cómo podía existir tal animosidad entre ellas cuando apenas se conocían. No era justo. Se volvió hacia Deb.

—Lo lamento.
—Se siente herida.
—Lo sé —asintió Julia—. He pasado por eso. —Señaló la puerta—. Entra. Yo esperaré aquí a Lena.

Pero Lena ya llegaba.

—¿Qué ha ocurrido?

Julia negó con la cabeza.

—Nada.
-¿Julia?

Ella intentó reír.

—Lucy está enamorada de ti.
—No he hecho nada para hacerla creer que podría haber algo entre nosotras, nunca —insistió Lena— Créeme, por favor.
—Lo sé. Se siente herida.
—¿Y la ha tomado contigo?

Julia asintió y rodeó el rostro de Lena con sus manos.

—Mejor conmigo que contigo. Es a ti a quien ama.

Sus ojos se encontraron durante un instante y Julia se preguntó si la relación de Lena con Lucy se interpondría siempre entre ambas.

—Vamos.

Las demás ya estaban allí, pero Katya y Janis les habían guardado dos asientos, y Julia se lo agradeció. No tenía ningún deseo de sentarse cerca de Lucy y Deb, pues temía que se repitiese la escena del estacionamiento. Pidieron varias jarras grandes de cerveza y las pasaron para que cada una llenara su vaso. Gordie s era el local al que acudían la mayoría de los equipos de softball después de los partidos, y la clientela era informal y escandalosa, como siempre. Tenían un patio exterior con zonas de arena para practicar el voleibol en verano. Aquella noche el patio estaba cerrado y, en el interior, el local estaba atestado y lleno de ruido. Julia pidió una hamburguesa de las grandes, aunque sabía que no sería capaz de comerla entera. Nunca podía. Hizo lo que pudo por ignorar los dos pares de ojos que estaban al otro lado de la mesa. Odiaba pensar que su amistad con Deb estaba en peligro, pero nunca hubiese podido sentir nada romántico por ella. Entre ambas no había chispa. Esperaba que Deb fuese capaz de comprenderlo. Lena se acercó más a ella para poder hablar con Katya y Janis, y sus muslos se rozaron varias veces. Julia fue muy consciente de ello. Cada vez que se miraban, podía ver que Lena sentía lo mismo. Fuese lo que fuese lo que había entre ellas, la atracción que sentían la una por la otra no había disminuido. Al contrario, era más fuerte que nunca. Julia tuvo que contenerse para no extender la mano y tocarla. Para cuando les sirvieron las hamburguesas, el hambre de Julia se había desvanecido. Tuvo que obligarse a tragar lo poco que comió, aunque Lena no parecía tener problemas de apetito.

—¿No tienes hambre? —preguntó.
—De comida, no.

Sus miradas se encontraron durante un breve segundo y Julia estuvo segura de que todas las chicas de la mesa sabían lo que estaba pensando. Apartó rápidamente la vista, cogió la hamburguesa gigante y le dio un gran bocado. La comida pareció durar horas, y Julia fingió interesarse por las conversaciones de sus vecinas, cuando lo único que deseaba era irse a casa y llevarse a Lena consigo. Por fin recogieron la mesa y les empaquetaron las sobras mientras se pasaban la última jarra de cerveza. Katya le dio un codazo.

—Has estado muy callada.
—En absoluto.
—¿Estás bien? —La miró—. Deb y Lucy te han estado enviando miradas asesinas durante toda la velada. ¿Qué pasa?
—Es muy sencillo. Lucy quiere a Lena. Deb me quiere a mí —aclaró Julia.
—Ya comprendo —dijo Katya, alzando las cejas—. Y tú, ¿a quién quieres?
—¡Katya!

Katya soltó una carcajada y Janis quiso saber qué era tan divertido. Por fin se pusieron en pie para irse. Todas se fueron despidiendo. Algunas de ellas no se verían hasta que empezase la nueva temporada, en primavera. Julia y Lena salieron con Katya y Janis, quienes no podían dejar de sonreír. A Julia ya no le importaba. Lo único que deseaba era estar a solas con Lena.

—Te llamo mañana. ¿Estarás en el trabajo? —preguntó Katya.
—Sí.
—Supongo que no debo preocuparme porque estés sola esta noche.
—Estaré bien, Katya —le aseguró Julia con una sonrisa.

Una vez en el Explorer, ya con los cinturones de seguridad correctamente colocados, se permitieron tocarse con toda libertad. Lena tomó la mano de Julia y la puso sobre su muslo, y Julia notó cómo se contraían sus músculos al conducir. Su muslo era cálido al tacto. Julia llevó la mano hasta su rodilla, y después otra vez hacia arriba. Lena la miró de reojo y puso su mano sobre la de ella, para evitar mayores exploraciones. De camino a casa no hablaron; Lena conducía velozmente, acelerando por la MoPac, sin hacer caso del límite de velocidad. A Julia no le importó. Lena llegó a la entrada de la casa de Julia y apagó el motor. Se quedaron allí, en silencio, mirándose la una a la otra.

—¿Quieres que me vaya? —preguntó Lena por fin.
—No. Quiero que te quedes —dijo Julia suavemente.

Lena tomó su mano y se la llevó a los labios.

—¿Sabes cuánto te deseo?
—Espero que tanto como yo a ti.

Lo hicieron nada más entrar, junto a la puerta principal, pues su deseo no podía esperar más tiempo. Lena la agarró y la empujó con fuerza contra la puerta cerrada, y se apretó contra ella mientras sus labios buscaban los de Julia. La boca de Julia se abrió para recibir su beso y su lengua fue al encuentro de la de Lena. Sus manos apartaron el suéter y tocaron la cálida piel de Lena, subiendo rápidamente hacia sus pechos.

—Dios, qué suave eres —jadeó Julia mientras la besaba. Lena se echó hacia atrás y apartó a Julia a un lado.
—Espera —dijo entre jadeos—. Tengo que ducharme.
—No. Más tarde —insistió Julia, buscándola de nuevo; esta vez, sus manos se dirigieron hacia los vaqueros de Lena. Sus besos eran húmedos y profundos. Julia giró a Lena de pronto, haciendo que apoyase bruscamente la espalda contra la puerta, y clavó su muslo entre las piernas de Lena.— Quiero estar dentro de ti —jadeó Julia, y sus dedos se tropezaron con los de Lena, mientras ambas luchaban por desabrochar los vaqueros.

Las impacientes manos de Julia no podían esperar más y se abrió paso entre su lencería. Dejó escapar un gemido cuando sus dedos hallaron el calor escondido entre los muslos de Lena. Su boca volvió a buscar la de Lena y hundió la lengua en ella; su muslo mantenía a Lena contra la puerta, mientras los dedos se metían muy dentro de ella.

—¡Oh, Dios! —Las manos de Lena aferraron sus hombros y sus caderas se dispararon hacia arriba, siguiendo el ritmo de Julia—. ¡No pares! —rogó.
—No lo haré. Te deseo muchísimo.

Los dedos de Julia estaban empapados de la humedad de Lena. Entró en ella una y otra vez, mientras la respiración entrecortada de Lena resonaba en sus oídos. El brazo le dolía ya cuando Lena estaba a punto de llegar al orgasmo, pero no se detuvo hasta que Lena gritó de placer, una, dos veces y una tercera, antes de que sus caderas se detuvieran. Se apoyó contra Julia y ésta contra la puerta, mientras la respiración de ambas se sosegaba.

—Creo que en realidad no me hacía falta una ducha —consiguió decir Lena.
—Oh, sí, yo sí creo que necesitas una ducha —replicó Julia con una sonrisa malévola—. Creo que la necesitamos las dos.

Atravesaron rápidamente el pasillo hacia el baño, dejando el camino sembrado de prendas de vestir. El chorro caliente cayó sobre los hombros de Julia, pero no era ni la mitad de caliente que la boca que sintió sobre su pecho. Las manos de Lena rodearon sus caderas, colocándolas a la par con las suyas, y Julia echó hacia atrás la cabeza para ofrecerle sus pechos, sintiéndose ebria de deseo. La boca de Lena estaba llena de agua cuando atrapó la de Julia. Chorros de agua corrían por sus rostros; las manos de Julia resbalaron sobre los mojados brazos de Lena y rodearon su espalda. Unas manos llenas de jabón la tocaron, se movieron sobre sus pechos, bajaron hacia el estómago y las caderas. Julia se sintió repentinamente débil cuando aquellas manos resbaladizas se colaron entre sus piernas, y tuvo que apoyarse en Lena. Sus gemidos se mezclaron cuando los dedos de Lena se adentraron en ella.

—Oh, qué maravilla... —murmuró Julia. Notó que Lena se estremecía entre sus brazos y que sus dedos la abandonaban.
—Quiero poner ahí mi boca —susurró al oído de Julia.

Lena se arrodilló frente a ella. Julia la contempló desde arriba y se miraron durante un momento eterno. Después, los ojos de Julia se cerraron lentamente, y se apoyó contra los resbaladizos azulejos, mientras sus manos guiaban a Lena hasta ella. La respiración de Julia se detuvo al primer toque de la lengua de Lena, y gritó cuando ésta deslizó los brazos por sus caderas, empujando a Julia con firmeza contra su boca. Sus manos se apoyaron contra las paredes de la ducha, mientras el agua caliente caía en cascada sobre su espalda. Notaba las piernas débiles y temblorosas, y se apoyó en Lena con los ojos todavía cerrados, dejándose llevar por el deseo de Lena. Su boca la devoraba y Julia notaba cada caricia de su lengua. Con el agua tibia fluyendo sobre su cuerpo notó las primeras oleadas del éxtasis. Se empotró contra la boca caliente de Lena. Su respiración se detuvo mientras le sujetaba la cabeza contra su pubis y en su interior estallaban oleadas y oleadas de placer. Por fin liberó el grito que había estado reteniendo. Julia nunca había deseado tanto a nadie. Nunca había necesitado tanto a nadie como necesitaba a Lena en aquellos momentos. Se secó con la toalla con manos temblorosas. Al acabar, miró hacia arriba. Lena estaba en el umbral del baño, contemplándola; la luz que había tras ella delineaba su cuerpo reluciente.

—Ven a la cama. —Las palabras de Lena apenas fueron un suspiro que atravesó la estancia. Lena se echó y atrajo a Julia hacia sí, besándola en la boca con tal urgencia que la asustó. Sus lenguas se enfrentaron en duelo y Julia echó hacia atrás a Lena, apoyando todo su cuerpo sobre ella.
—Te deseo muchísimo —susurró Julia.

Sus manos rodearon el rostro de Lena y la besó con suavidad. Lena no se movió, dejando que Julia marcara el paso. Sus anteriores prisas habían desaparecido. Ahora deseaba saborear cada beso, cada caricia. Lentamente obligó a su boca a apartarse de la de Lena; sus labios resbalaron sobre los ojos y las mejillas de Lena, sobre las orejas y el cuello. Las manos de Lena le acariciaban suavemente la espalda, moviéndose hacia sus hombros y otra vez hacia abajo.

—¿Tienes idea de lo que me estás haciendo? —susurró Lena. Llevó las manos hasta el rostro de Julia y guió su boca hasta la suya—. Nadie me ha hecho sentir nunca lo que tú. Julia, debes saber que yo...

Julia la hizo callar con un beso. No deseaba oír las palabras que temía que iba a pronunciar Lena.

—Chisst —musitó, mientras la besaba.

Sus manos acariciaron los pechos de Lena, y después posó allí la boca. Su lengua lamió la areola, acarició la punta, dura, y después succionó el pezón, hambrienta.

—Oh —suspiró Lena, y sus manos mantuvieron allí a Julia durante largo rato.

Julia se pasó al otro pecho. Su mano fue deslizándose por el suave cuerpo de Lena hasta hallarla húmeda de deseo. Por mí, pensó Julia. Sus dedos se deslizaron dentro de su vagina y las piernas de Lena se abrieron mientras sus caderas se elevaban. Los dedos de Julia se detuvieron y empezó a hacer presión dentro de ella mientras su boca continuaba su asalto a los pechos. Por fin apartó la boca de allí y volvió a encontrarse con los labios de Lena. Dejó que su lengua se le metiese en la boca. Nunca tenía bastante de ella, y su mano abandonó la suave tibieza de aquel cuerpo y volvió a rodear su rostro, mientras se besaban. Julia se echó hacia atrás y miró a Lena a los ojos, mientras los sentimientos la desbordaban. Apartó los pensamientos que tanto la asustaban. No podía permitir que la invadieran. Cerrando los ojos por un instante, empezó a descender por el cuerpo de Lena, abriéndose camino con la lengua. Lena empujó sus hombros, pidiéndole sin palabras que se apresurase. Julia se echó entre sus piernas y las apartó con las manos. Su lengua jugueteaba por la cara interior de sus muslos, y Lena exhaló el aire lentamente.

—Tómame, por favor —rogó. Y Julia lo hizo. Su boca se apoderó de Lena y su lengua se movió con rápidas caricias dentro de su vagina— Dios, sí —jadeó Lena. Julia rodeó con sus brazos las caderas de Lena y la apretó contra sí; su lengua se retorcía dentro de ella, mientras Lena se crecía dentro de su boca. Los labios de Julia la acariciaron, veloces, y después redujeron el ritmo. No quería parar, y Lena se aferró a sus hombros y la empujó con fuerza hacia abajo— ¡Me estás volviendo loca! —susurró Lena. Julia lo sabía y disfrutó de aquella sensación de control, acariciando muy suavemente a Lena con la lengua, saboreando su dulzura, atormentándola hasta el paroxismo. Nunca se cansaría de aquello, pensó Julia, y sus labios volvieron a adueñarse de Lena, succionándola dentro de su boca y haciendo que emitiese profundos gemidos— ¡Por favor! —suplicó Lena, y Julia accedió a sus súplicas moviendo la lengua rápidamente sobre ella, llevándola al borde del orgasmo y yendo más allá, sin detenerse, hasta que Lena gritó de placer.

Lena la agarró por el pelo para presionar la boca de Julia contra ella, con las caderas elevadas para ir a su encuentro y el cuerpo tembloroso, hasta que se echó hacia atrás lentamente, con las manos puestas a ambos lados. Julia se apartó un momento y después volvió a besarla suavemente allí. Finalmente se echó junto a ella, con una pierna estirada sobre las suyas.

—¡No puedo moverme! —gimió Lena.

Julia sonrió y le acarició el rostro con los ojos cerrados y los labios hinchados. Estaban tumbadas de lado, cara a cara; las palabras eran tan sólo un susurro entre ambas.

—Cada vez que lo hago contigo es mejor que la vez anterior —musitó Lena—. No creí que eso fuera posible.

Julia no dijo nada. Tan sólo la miraba, la tocaba. Tenía miedo de hablar, miedo de lo que estaba sintiendo. Lena abrió los ojos y la miró.

—¿Qué ocurre? ¿Qué estás pensando?

Julia negó lentamente con la cabeza, trenzando sus piernas con las de Lena. Sus manos se negaban a abandonar la tibia piel de Lena. Se movían por su vientre, sus pechos, su cuello, mientras sus ojos seguían cada movimiento de las manos, como si tuviesen vida propia.

—¿No te asusta lo que siento por ti? —susurró Lena.
—No lo digas.

Julia cerró fuertemente los ojos y sus manos se detuvieron.

—No decirlo no hace que sea menos cierto —dijo Lena en voz baja.
—No estoy preparada —confesó Julia.

Lena suspiró hondamente, y Julia la miró y sorprendió en sus ojos un brillo de dolor. No sabía qué decir.

—Lo siento, Julia.

Julia movió la cabeza lentamente.

—No tienes por qué lamentar nada. Soy yo —dijo, tocándose ligeramente el pecho. Lena hizo que Julia apoyase la espalda sobre el lecho y se colocó sobre ella. Le acarició el rostro suavemente con las yemas de los dedos.
—Eres una amante maravillosa. Espero haberte brindado tanto placer como tú me has dado a mí —murmuró Lena a su oído.
—Más que ninguna antes —dijo Julia, abrazándola—. Me da miedo.

Lena sonrió en la oscuridad y tocó suavemente sus labios.

—No quiero hacerte daño —susurró, tan bajito que Julia no estaba segura de haberla oído bien—. Tan sólo quiero amarte.

Julia cerró los ojos y dejó escapar un leve suspiro, mientras Lena empezaba a hacer eso justamente. Su boca fue tanteando el cuello de Julia, mientras le rodeaba el pecho con la mano, acariciando el pezón con el pulgar. Julia experimentó un gran placer al sentir sobre ella la boca y los labios de Lena, y se relajó, dejando que las caricias se apoderasen de sus sentidos. Sus pezones estaban erectos y ansiosos de que Lena los tocara, y la lengua de Lena los acarició suavemente antes de que su boca cubriese cada uno de ellos sucesivamente. Julia pasó los dedos por el pelo de Lena y por su espalda, mientras aumentaba el ritmo de su respiración. Lena estaba echada sobre ella, con la pierna entre los muslos de Julia. Julia arqueó la espalda al sentirla y la envolvió con su propia pierna. Lena volvió a acercarse a su boca y la besó con tanta dulzura que Julia estuvo a punto de echarse a llorar. Sus manos tomaron el rostro de Lena; le ofreció la boca y sus labios se rozaron suavemente. Oh, podría hacer esto toda la vida, esta forma tan suave y dulce de hacer el amor. Lena se apoyó sobre un codo, acunando con la mano la cabeza de Julia.

—Eres preciosa —le susurró al oído.

Su mano descendió por el cuerpo de Julia, acariciándolo. Su pierna se apretó con más fuerza contra Julia y ésta se abrió más, incorporándose para recibirla. De nuevo su boca se adueñó de aquellos pechos y sus dedos se deslizaron entre su propia pierna y el cuerpo de Julia. La tocó y la notó húmeda y dispuesta, e introdujo los dedos muy dentro de ella, y Julia gritó y la apretó más contra sí. Pero Lena la apartó.

—Date la vuelta. —Su voz sonaba apremiante.

Julia se puso boca abajo, temblando. Entonces, el cálido cuerpo de Lena la cubrió, explorándola y jugueteando con las manos y con la boca. Julia enterró el rostro en la almohada y cerró los ojos, con los brazos estirados frente a ella, disfrutando del placer que le proporcionaban las caricias de Lena. Sintió que su respiración se aceleraba mientras las manos de Lena recorrían sus caderas, hundiéndose entre sus muslos para salir de nuevo. Cuando las manos de Lena acariciaron suavemente la parte de atrás de sus muslos, sus caderas se levantaron de la cama y sus piernas se abrieron instintivamente. Lena deslizó una mano bajo ella y la alzó todavía más. Julia, con la respiración entrecortada, esperaba que Lena viniese a ella. Notó que Lena pasaba la otra mano entre sus muslos y gimió en voz alta, anticipando sus caricias. Y por fin allí estaban los dedos de Lena, primero dos, después tres, hundiéndose profundamente en ella. Las caderas de Julia volvieron a tensarse, pero Lena la contuvo, moviendo una mano bajo su cuerpo, acariciante, mientras la otra entraba y salía de su vagina. Julia cerró los puños, aferrándose a la sábana, retorciendo las caderas mientras intentaba seguir el ritmo de Lena. Pero era demasiado. Julia estaba jadeante, cada vez más fuera de sí, y los dedos de Lena se movían aún más rápido, con más fuerza. No podía soportarlo ni un minuto más y, por fin, su cuerpo hizo explosión. Vio estrellas tras los párpados cerrados, y dejó salir un grito fuerte y primitivo. Sus puños arrancaron la sábana de su lugar, mientras su cuerpo se derrumbaba sobre la cama. Lena estaba sobre ella, con los dedos todavía en su interior. Los movió un poco y Julia gimió.

—¡No puedo moverme! —dijo con voz ronca—. ¡No te atrevas!

Oyó la risita ahogada de Lena mientras sacaba lentamente los dedos, y Julia consiguió volverse hacia ella.

—Veo que te he dejado sin habla —se burló Lena.
—Me has dejado inservible.

Lena soltó una carcajada y la besó con fuerza en la boca.

—No creo —susurró Lena.

Empujó ligeramente con la mano el hombro de Julia hasta colocarla de espaldas. Los ojos de Julia estaban cerrados y todavía respiraba entrecortadamente cuando Lena se deslizó lentamente por su cuerpo, sin dejar de besarla mientras se movía. Las piernas de Julia seguían caídas, sin fuerzas, sobre la cama. Sabía que no tenía energías suficientes para responder a sus caricias. Y, sin embargo, seguía deseando notar la boca de Lena, su lengua sobre ella, dentro de ella. No podía esperar más. Posó las manos sobre los hombros de Lena y la guió entre sus piernas.

—¡Por favor, te necesito muchísimo! —rogó.

Sus piernas se abrieron por completo cuando Lena se colocó entre ellas y Julia jadeó cuando la boca de Lena la cubrió. Notó cómo se deslizaba su lengua sobre ella y se sintió perdida. Se echó hacia atrás, aferrándose a las sábanas, tirando de ellas mientras notaba la lengua de Lena hundiéndose en su interior.

—¡Oh, Dios Santo! —jadeó.

Su cuerpo estaba exhausto, debería estar exhausto, pero seguía abriéndose para Lena, reaccionando a sus caricias. Cerró con fuerza los ojos y dejó la mente en blanco, sin pensar en nada más que en aquella mujer y en su boca sobre ella. Lena la acarició, la devoró, y Julia creyó morir de placer. Su cuerpo se arqueó y sus talones se clavaron en la cama cuando la primera oleada del orgasmo la inundó. Gritó con fuerza, y después gimió muy suave, mientras su cuerpo parecía explotar de placer bajo los labios de Lena. Julia atrajo a Lena hacia sí y la abrazó con fuerza mientras notaba que las lágrimas brotaban de sus ojos. Lena le hacía el amor de tal forma que no dejaba dudas sobre sus sentimientos. Julia seguía negando tercamente los sentimientos que se agolpaban en su propio corazón. No quería que aquella mujer la amara. Deseaba que su relación permaneciese tal como era: física, sexual, pero no afectiva. No podía asimilarlo. No permitiría que Lena entrase en su corazón. No podía permitirlo. No hablaron, cosa que Julia agradeció. Lena no mencionó sus lágrimas. Se limitó a besarlas y a abrazarla con fuerza y a acariciarla suavemente el pelo hasta que Julia se quedó dormida en sus brazos.
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