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PIDEME LO QUE QUIERAS y yo te lo daré// Adaptación

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PIDEME LO QUE QUIERAS y yo te lo daré// Adaptación Empty PIDEME LO QUE QUIERAS y yo te lo daré// Adaptación

Mensaje por VIVALENZ28 9/28/2016, 10:20 pm

Disfruten una vez más de esta saga Cool

Calor..., ¡madre mía, qué calor me está entrando!
Yulia Volkova, mi amor, mi esposa, mi deseo, mi todo, me mira juguetona.
La gente nos rodea mientras tomamos una copa en la barra del atestado local.
Estamos felices. La última revisión de los ojos de mi amor, tras regresar de pasar las Navidadesen Kazán con mi familia, ha ido viento en popa. Su problema en la vista es una enfermedad degenerativa que se agravará con el paso de los años, pero de momento todo está controlado y bien.
—Por ti y por tus preciosos ojos, corazón —digo levantando mi copa.
Mi rusa-alemana sonríe, choca su copa con la mía y murmura con voz ronca, la muy ladrona:
—Por ti y por tus maravillosos jadeos.
Sonrío..., sonríe.
¡Adoro a mi esposa!
Llevamos cinco años juntas y la pasión que sentimos la una por la otra es intensa, a pesar de que en los últimos meses mi gruñona favorita esté demasiado pendiente de Müller, su empresa.
En este instante, Yulia está ansiosa de mí. Lo sé.
La conozco. Y, mientras pasea la vista por mis piernas, veo el morbo en su mirada. Ese morbo que me pone a mil y me hace disfrutar.
Sé lo que quiere, lo que anhela, lo que desea, y yo, sin dudarlo, sentada en el taburete, se lo doy.
No quiero esperar más. Con un gesto erótico, me subo la falda de mi sensual vestido negro y abro las piernas para ella. Para mi amor.

Yulia sonríe. ¡Me encanta su sonrisa pícara! Y, antes de que pregunte, susurro:
—No llevo.
Su sonrisa se amplía al saber que no llevo bragas. ¡Qué bribona! Entonces, tras acercarse a mí,pasea su boca por la mía y murmura poniéndome a cien:—Me encanta que no las lleves.

Segundos después, sus manos recorren mis muslos posesivamente y con seguridad. Tiemblo.
Mi respiración se acelera, mi cuerpo se enciende y, cuando siento cómo esas manos que adoro se desplazan hacia la cara interna de mis piernas, cierro los ojos y jadeo.
Yulia sonríe..., yo sonrío y doy un pequeño saltito sobre el taburete cuando su dedo separa los labios de mi vagina y se introduce en mi interior.
¡Oh, Dios, cómo me gusta que lo haga!
Cierro los ojos extasiada por el momento y el juego. Ese morboso, caliente y apasionado juego que, ahora que somos madres, nos permitimos menos de lo que nos gustaría pero, cuando lo hacemos, lo disfrutamos con frenesí.

—Pequeña...
Pequeña... ¡Mmm! Me fascina que me llame así.
—Pequeña, abre los ojos y mírame —insiste con su voz ronca cuando saca el dedo de mi interior.

Su voz... Adoro su ronca y fascinante voz con ese acentazo ruso/alemán que tiene, y, sin vacilar, hago lo que me pide y la miro.
Estamos en el Sensations, un local swinger de intercambio de parejas que frecuentamos siempre que podemos y donde dejamos volar nuestra fantasía y alimentamos nuestros más lujuriosos deseos.
Hemos quedado con Björn y Mel, nuestros grandes amigos. Unos amigos con los que compartimos, además del día a día, una parte de nuestra morbosa y caliente sexualidad, aunque entre Mel y yo nunca ha habido nada, ni lo habrá.
Yulia se mira el reloj y yo lo miro también. Las diez y veinte.
Veinte minutos de retraso y, sin dudarlo, mi amor saca su móvil con su única mano libre, pues la otra la tiene entre mis piernas, hace una corta y rápida llamada y, cuando cuelga, dice metiéndose el teléfono en el bolsillo del pantalón oscuro:

—No vienen.

No pregunto el porqué, más tarde me enteraré.
Sólo deseo disfrutar del placer que me ocasiona lo que la mano de mi amor hace entre mis piernas, y más cuando la veo mirar hacia un grupo de hombres y sé lo que piensa. Sonrío.
En el Sensations hay muchos conocidos con los que hemos disfrutado del sexo, pero también hay desconocidos, lo que lo hace más interesante. Me fijo en un hombre alto de pelo oscuro que tiene una bonita sonrisa, y sin dudarlo digo:

—El moreno de la camisa blanca que está con Olaf. Yulia lo observa durante unos segundos, sé que lo analiza y, finalmente, con gesto pícaro, pregunta antes de coger su copa:

—¿Él y yo?

Asiento mientras continúo sentada en el taburete. Me acaloro y, segundos después, el moreno, que, todo sea dicho, físicamente está muy bien, se planta a nuestro lado tras una seña de Yulia. Todos los que estamos allí entendemos el lenguaje de las señas, y durante varios minutos los tres hablamos. Se llama Dennis y es amigo de Olaf. Y, aunque nosotros no lo hemos visto antes,nos comenta que ha estado en el local en alguna ocasión.

Una vez que Yulia y yo decidimos que nos agrada la compañía de aquél para que entre en nuestro juego, mi amor pone la mano en uno de mis muslos y Dennis, sin dudarlo, posa la suya en mi rodilla. La masajea. Soy consciente de cómo mi esposa observa lo que hace, cuando la oigo decir en tono íntimo:

—Su boca es sólo mía.

Dennis asiente, y sé que ha llegado el momento que los tres estábamos buscando.
Sin dudarlo, me bajo del taburete y Yulia me agarra con fuerza de la mano y me besa.
Echamos a andar hacia los reservados, y los gemidos gozosos y excitantes procedentes del interior comienzan a llenar mis oídos.
Gemidos de placer, goce, gustazo, regocijo,éxtasis, felicidad, lujuria, diversión.
Todos los que estamos en el Sensations sabemos lo que queremos. Todos buscamos fantasía, morbo, desenfreno. Todos.
Durante el camino, noto cómo la mano de Dennis se posa en mi trasero. Lo toca y yo se lo permito y, al llegar frente a una puerta donde hay un cartel en que se lee SALA PLATA, los tres nos miramos y asentimos. Sobran las palabras.
Es la sala de los espejos. Una sala más grande que otras del local, con varias camas redondas y sábanas plateadas donde, mires a donde mires, te ves a ti mismo en mil posiciones gracias a los espejos.

No soy nueva en esto pero, en el momento de entrar en una sala, mi cuerpo se eriza, mi vagina se lubrica, y sé que voy a disfrutar una barbaridad.
Una vez dentro de la habitación, compruebo que la luz es más tenue que en el resto del local, y vemos a otras personas practicando sexo. Sexo morboso, caliente y pecaminoso. Una clase de sexo que mucha gente no entiende, pero que yo veo como algo normal, porque lo disfruto y espero seguir disfrutándolo durante mucho tiempo con mi amor. Nada más cerrar la puerta, miramos a los dos hombres y a la mujer que se divierten al fondo de la habitación. Oír sus jadeos y sus cuerpos chocar y liberarse es, como poco, excitante. Yulia me agarra posesivamente por la cintura y murmura en mi oído:

—Enloquezco al pensar en poseerte así.
Ufff..., ¡lo que me entra!
Llevamos juntas varios años, pero el efecto Volkova sigue en mí.
¡Me vuelve loca!
Acalorada por el momento, sonrío. Sin soltarme de la mano, Yulia camina hacia una de las camas redondas, donde hay varios preservativos y, al llegar junto a ella, se sienta y me mira.
Yo me quedo de pie ante ella cuando Dennis, que está detrás de mí, se acerca y me agarra por la cintura para pegarme a su cuerpo. Su erección, a través de la ropa, me hace saber lo mucho que me desea. Sus manos se pierden en el interior de mi vestido. Me toca. Toca mis pechos, mi vagina, mi trasero, y Yulia nos contempla. La mirada velada de morbo de mi amor por lo que ve me vuelve loca.
Entonces, oigo que Dennis dice en mi oído con su particular acento:

—Me gusta que no lleves bragas.

Apenas puedo dejar de mirar a Yulia, que nos observa. Disfruta con lo que ve, tanto como yo disfruto con lo que la situación me hace sentir.
Nuestra compenetración sexual nos hace estar bien. Que me toque ese hombre o que otra mujer la toque a ella en esos encuentros sexuales no nos encela porque siempre la hacemos juntas. Eso sí, fuera de nuestros juegos, y en el día a día, los celos ante cualquiera que simplemente nos mire o nos sonría nos hacen discutir acaloradamente.
Somos raras, lo sé. Pero Yulia y yo somos así.
Una vez ha recorrido con lascivia mi cuerpo,Dennis saca las manos de debajo de mi ropa y, tras desabrochar un fino corchete en el lateral de mi cintura, me abre el vestido y, segundos después, éste cae y me quedo completamente desnuda.

Ni bragas, ni sujetador. Tengo claro a lo que voy y lo que quiero, ¡olé por mí!
Los ojos de mi amor se achinan de deseo, y yo sonrío. La miro y siento cómo su respiración se acelera ante lo que muestro sin ningún tipo de pudor. Sin perder un segundo, se levanta de la cama y comienza a desnudarse. ¡Bien!
Primero se quita la camisa.
Madre mía..., madre mía..., cómo me gusta mi esposa.
Con una sonrisita que me calienta hasta el alma, se descalza, después se desabrocha los pantalones y, tras quitárselos, los calzoncillos caen también.

Ante mí queda mi Diosa, mi amor, mi gilipollas particular, y me estremezco al ver su erección y sus senos.
Si estuviera en Facebook, pondría un «Me gusta» muy... muy grande.
Noto que Dennis hace lo mismo que Yulia ha hecho segundos antes. Lo siento moverse detrás de mí y sé que se está desnudando.
¡Bien, estoy deseando que me hagan suya!
Una vez los tres estamos desnudos, Dennis y Yulia se colocan frente a mí, orgullosos de sus cuerpos. Sus gestos lo dicen todo y, dando un paso al frente, me arrodillo ante ellos, cojo sus duros y tersos penes con las manos y los paseo con dulzura por mi mejilla suerte que mi chica sea especial teniendo ambos sexos.
Veo cómo se estremecen ante lo que hago,mientras yo pienso que en breves instantes serán para mí, sólo para mí.
Segundos más tarde, siento la mano de Yulia en mi cabeza y, después, la de Dennis. Ambos me masajean el cuero cabelludo animándome a que mime lo que tengo entre las manos. Por eso,primero uno y después otro, introduzco sus penes en mi húmeda y caliente boca y disfruto del morbo que esa acción me provoca.
Los noto temblar, tiritar, vibrar con lo que mi boca y mi lengua les hacen, y me gusta. Me siento poderosa.
Sé que en ese instante soy yo la que tiene el poder, y así estamos varios minutos, hasta que suelto sus más que duros penes. Yulia me hace levantar del suelo para que la mire y susurra excitada:

—Dame tu boca..., dámela.

La petición de mi amor es lo que más deseo.
Mi boca es su boca. Suya.
Su boca es mi boca. Mía.
En el sexo nos unimos hasta ser sólo una persona. Totalmente entregada a mis deseos, Yulia chupa mi labio superior, después el inferior y, tras darme un mordisquito que me hace sonreír,murmura mientras las manos de Dennis se pasean por todo mi cuerpo y se introducen en todos los recovecos:

—¿Te gusta, Len?
Asiento. ¿Cómo no voy a asentir?
De pronto, las manos de mi guapa esposa y las de aquel extraño se unen y juntos me tocan lentamente hasta volverme loca. Y entonces oigo a Yulia decir:
—Dennis, siéntate en la cama y ofréceme a mi mujer.

El aludido hace lo que mi amor le pide.
Me hace sentar sobre él de cara a Yulia. Me flexiona las piernas y, tras pasar las manos bajo mis muslos, me abre para Yulia, y entonces éste dice sin dejar de observarme:
—Después seré yo el que te ofrezca a él. ¿De acuerdo, Len?

Asiento..., asiento y asiento.
Enloquezco con el morbo que eso me ocasiona.
Con Yulia a mi lado, me encantará ser ofrecida a quien ella quiera.
Un estremecimiento me recorre el cuerpo al sentir cómo mi amor se acerca, flexiona las piernas para ponerse a mi altura y, de un fuerte empellón, me penetra.

Yo grito de placer. El sexo nos gusta fuertecito y, para facilitarnos el momento, Dennis me sujeta con firmeza mientras Yulia se aprieta contra mí en busca de ese placer extremo que nos enloquece y nos hace ser ella y yo.
Mis pezones están duros, mis pechos se mueven a cada embestida de mi amor, y Dennis,encantado con lo que ve, dice cosas en mi oído que me ponen a mil y que deseo que haga.
Sin descanso, Yulia prosigue con sus embestidas. Siete..., ocho..., doce...
Nuestras miradas se fusionan y lo animo a que siga, a que me empale, a que me folle como sé que nos gusta, y lo hace. Lo disfruta, lo vive, lo saborea, tanto como lo hago yo.
Pero el placer me va a hacer explotar, mientras observo el autocontrol de mi amor.
A pesar de estar poseída por la excitación del momento, Yulia siempre mantiene el autocontrol.
No como yo, que me descontrolo en cuanto la lujuria me posee. Por suerte para mí, ambas lo sabemos, y también sé que a ella le gusta que en esos instantes yo sea loca, desinhibida, excesiva e insensata.
Sin embargo, en el tiempo que llevamos juntas a pesar de todo y de mi carácter ruso, que me hace ser completamente opuesta a mi rusa/alemana, en cierto modo he aprendido a controlar,dentro de mi descontrol. Sé que es raro entender lo que digo, pero es verdad. A mi modo, ya controlo.
El tiempo pasa, mis jadeos suben varios decibelios, y Yulia, enloquecida, me agarra por la cintura y me arranca de manos de Dennis, por lo que quedo suspendida en el aire. No aparta su azulada mirada de mí, y me maneja a su antojo sin dejar de clavarse una y otra vez en mi interior.

¡Qué placer! ¡Nadie sabe poseerme como Yulia!
Como puedo, me agarro a su cuello, a ese duro y fuerte cuello rusa/alemana que me vuelve loca.
Uno..., dos..., siete... Toda yo vibro.
Ocho..., doce..., quince... Toda yo jadeo.
Veinte..., veintiséis..., treinta... Toda yo grito de placer.

El calor que las embestidas de mi amor me producen me quema las entrañas.
Al oírme y ver mi expresión, mi esposa enloquece de deleite. Lo sé. Lo disfruta. La pongo a cien.
Sólo tengo que ver su mirada para saber que le gusta lo que ve, lo que siente, lo que da y lo que recibe. Y cuando, segundos después, mi chorreosa vagina tiembla por su posesión, tengo convulsiones y, tras un grito de goce increíble, mi amor sabe que he llegado al clímax.
Gustosa, se para a observarme. Le gusta ver mi placer y, cuando consigo regresar a mi cuerpo,después de subir al séptimo cielo, la miro con una sonrisa que me llena el alma.

—¿Todo bien, pequeña? —pregunta.
Asiento..., no puedo hablar, y Yulia, que es consciente de ello, dice:
—Adoro ver cómo te corres, pero ahora nos vamos a correr los tres, ¿de acuerdo, Len? —Asiento de nuevo, sonrío, y Yulia murmura mientras me besa—: Eres lo más bonito de mi vida.

Sus palabras...
Su galantería...
Su manera de amarme, de mirarme o de seducirme me calienta de nuevo hasta el alma.
Ella lo sabe y sonríe, me muerde el labio inferior y, al tiempo que mueve la cadera, vuelve a profundizar en mí y yo vuelvo a gritar. La Len malota ha aflorado y, clavándole los dedos en la espalda, susurro jadeante mientras la miro:

—Pídeme lo que quieras.
Esa frase...
Esas palabras la vuelven tan loca como a mí y,deseosa de que enloquezca más, insisto:
—Folladme los dos.

Mi amor asiente, y noto cómo le tiembla el labio de lujuria mientras mis terminaciones nerviosas se reactivan en décimas de segundo y toda su potencia viril me hace entender que ella y sólo ella es la dueña de mi cuerpo y de mi voluntad.
Con deleite y sin salirse de mí, mi amor mira a Dennis, y oigo que dice:
—Sobre la cama hay lubricante. Vamos, únete a nosotros.

Al oír eso, mi vagina se contrae y rodea el pene de Yulia. Ahora es ella quien jadea.
Dennis se pone uno de los preservativos que hay encima del colchón. Cuando acaba, coge el bote de lubricante. Yo sigo empalada por mi amor y sujeta a su cuello. Ninguno de las dos nos movemos, o no podríamos parar. Esperamos a
nuestro tercero.
Dispuesto a disfrutar también, Dennis me da un par de cachetes en el trasero que pican pero que a Yulia la hacen sonreír. Abre el bote de lubricante y,mientras lo unta en mi trasero e introduce un dedo en mi ano, dice para que lo oigamos las dos:

—Muero por entrar en este precioso culito.
Yulia y yo nos miramos e, instantes después, mi amor me separa las nalgas y me ofrece a él. Dennis coloca la punta de su pene en mi ano y Yulia murmura:

—Cuidado..., con cuidado.

El grueso miembro de Dennis se introduce en mí poco a poco, mientras yo abro la boca para respirar como un pececillo y Yulia, mi controladora amor, me observa para asegurarse de que todo está bien. No hay dolor. Mi ano ya está dilatado y,segundos después, los dos me tienen totalmente empalada. Una por delante y otro por detrás. Esa posesión, de pie, es algo nuevo para mí, algo que sólo he hecho un par de veces y, cuando mi amor
comienza a moverse, yo grito de placer y me dejo poseer.

Quiero que me manejen...
Quiero que me hagan gritar de gustazo...
Quiero correrme de placer...
Yulia y Dennis saben muy bien lo que se hacen.
Saben dónde está el límite de todo juego y, sobre todo, saben que soy importante y que ante el más mínimo dolor han de parar.
Pero el dolor no existe. Sólo existe el goce, el morbo y las ganas de jugar.

—No te corras todavía, Len —pide Yulia al ver cómo tiemblo.
—Espéranos —insiste Dennis a media voz.

Jadeo... ¡Anda que es fácil lo que piden!
Mi cuerpo se rebela. ¡Quiere explotar!
El orgasmo en el interior de mí quiere reventar de placer, pero intento buscar mi autocontrol, ese que creo tener, y esperarlos. He de hacerlo. Sé que, llegado el momento, el éxtasis será más enloquecedor. Más devastador. Más embriagador.
Durante varios minutos nuestro inquietante juego continúa.
Tiemblo... Tiemblan.
Jadeo... Jadean.
Mi cuerpo se abre para recibir a esos dos adonis con lujuria, y me dejo llevar y manejar.
¡Oh, Dios, cómo lo disfruto!
Cómo me gusta lo que me hacen y cómo me gusta sentirme llena de ellos.
Sí. Eso es lo que quiero. Eso es lo que me gusta. Eso es lo que deseo.
Sin descanso se mueven, buscan su satisfacción, me dan placer, jadean y resoplan hasta que ambos y casi al unísono dan un alarido agónico al clavarse en mí. Entonces sé que el momento ha llegado y por fin me permito explotar.
Mi cuerpo se relaja, mi grito me libera y siento que los tres subimos al cielo de la lujuria mientras vibramos dentro de nuestro propio éxtasis. Sin lugar a dudas hemos conseguido lo que buscábamos: morbo, lascivia, fantasía y sexo.
Mucho... mucho sexo.
Durante horas, disfrutamos sin limitaciones de todo aquello que nos gusta, nos pone, nos excita, hasta que, tras una noche plagada de voluptuosidad y sensualidad en el Sensations, nos despedimos de Dennis, y confirmo que es brasileño.
Cuando salimos del local y caminamos hacia el coche, pregunto por nuestros amigos Björn y Mel. Yulia tuerce el gesto y me explica que a Björn le han vuelto a piratear la web de su bufete. Eso me sorprende. Ya es la tercera vez en menos de un mes. Nunca entenderé a los hackers.
¿Qué ganan haciendo eso?
A las tres de la madrugada llegamos a nuestra casa en Múnich. Estamos agotadas pero felices.
Una vez metemos el coche en el garaje, Susto y Calamar, nuestros perros, vienen a saludarnos como si llevaran meses sin vernos. ¡Qué exagerados son!

—Estos animales nunca van a cambiar —protesta Yulia.

Mi rusa/alemana adora a nuestros cariñosos bichitos,pero en ocasiones tanta efusividad la agobia.
Hay cosas que no cambian, y aunque sé que Yulia ya no podría vivir sin ellos, siempre protesta cuando la babosean, por eso ella se queda en el interior del vehículo mientras yo salgo y me deshago en cariños con nuestras mascotas.
De pronto comienza a sonar música en el interior del vehículo y yo, sin mirar, sonrío. Mi chica, mi loca amor, sabe que adoro A que no me dejas, la canción que interpretan mi Alejandro Sanz y Alejandro Fernández. ¡Vaya dos titanes!
Cuando oigo que se abre la puerta del coche,la observo y cuchicheo divertida al verla salir de él:

—¿Quieres bailar, Icegirl?

Mi pelinegra sonríe. Dios, ¡qué bonita sonrisa tiene!
Estos tontos momentos, estos bailecitos románticos que tanto me gustan, no se repiten con la frecuencia que querría, pero mirando a mi amor me desahogo como una tonta y sonrío. Sin duda, cuando quiere, Yulia lo hace muy... muy bien.
Me encanta cómo se acerca a mí con su gesto serio, me pone a cien, y, obviando a Susto y a Calamar, recorre lenta y pausadamente mi cintura con sus medianas manos, me acerca a ella y comenzamos a bailar esa increíble canción.
Rodeadas por la música, nos movemos en el garaje mientras nos comemos con a los ojos y tarareamos con una sonrisa aquello de «A que no me dejas». Sin duda, ni yo la dejo, ni ella me deja a mí. Discutimos, nos peleamos día sí, día también, pero no podemos vivir la una sin la otra.
Nos amamos de una manera loca y desesperada como creo que nunca volveremos a amar a nadie.
Cuando la canción acaba, Yulia me besa.
Tiemblo excitada. Su lengua recorre el interior de mi boca de forma posesiva y, cuando damos por finalizado nuestro apasionado beso, la oigo murmurar contra mis labios:

—Te quiero, pequeña.
Asiento..., sonrío y, extasiada por las increíbles cosas que me hace sentir siempre que se pone tan romanticona, murmuro:
—Más te quiero yo a ti, corazón.
Una vez nos recomponemos, nos despedimos de Susto y Calamar y, cuando Yulia me da la mano para entrar en casa, digo quitándome los altos zapatos de tacón:

—Dame un segundo. Los tacones me matan.

Al oírme, mi rusa sonríe y, como soy una pluma para ella a pesar de que no es tan alta, me coge entre sus brazos y comienza a subir la escalera conmigo. Ambas reímos. Al llegar a la primera planta, Yulia se para ante la habitación de Flyn, abre la puerta, lo vemos dormir y sonreímos orgullosas de nuestro adolescente de catorce años.

¡Qué rápido crecen los niños!
Hace nada era un ser bajito de carita redonda y pósteres en las paredes del juego manga Yu-Gi Oh!, y ahora es un joven larguirucho, delgado, con pósteres de Emma Stone en su armario y esquivo con nosotras. Cosas de la edad.
Después, vamos a la habitación que comparten Yulia y Hannah y, al abrir la puerta, Pipa, la interna que nos echa una mano con ellos, se levanta de la cama y dice:

—Los tres niños duermen como angelitos.
Yulia y yo sonreímos.
Angelitos..., lo que se dice angelitos no son.
Pero no los cambiaríamos por los mejores angelitos del mundo.
Con amor, miramos a la pequeña Yulia, que ya tiene casi tres años y es un trasto que todo lo toca y todo lo rompe, y a la pequeña Hannah, que tiene dos y es una gran llorona, pero nos sentimos las madres más afortunadas del mundo.

Un par de minutos después, Yulia y yo entramos en nuestra habitación, nuestro oasis particular. Allí nos desnudamos y vamos derechos a la ducha,donde nos mimamos y nos besamos con adoración.

Luego nos acostamos y nos dormimos abrazadas,agotadas y felices.



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PIDEME LO QUE QUIERAS y yo te lo daré// Adaptación Empty Re: PIDEME LO QUE QUIERAS y yo te lo daré// Adaptación

Mensaje por VIVALENZ28 10/6/2016, 12:14 am

CONTI


2


A la mañana siguiente, cuando Yulia me despierta y me anima a levantarme, estoy hecha unos zorros.
Vamos a ver, ¿por qué antes podía pasarme la noche en vela, de juerga, y ahora, cuando salgo, al día siguiente me cuesta tanto reponerme?
Sin lugar a dudas, y como diría mi superhermana Anya, ¡cuchufleta, la edad no perdona!
Y es cierto.
Hasta hace un tiempo mi cuerpo se recuperaba rápidamente, pero ahora, cada vez que trasnocho, al día siguiente estoy fatal.
¡Me hago mayor!
Los niños, que ya se han levantado, nos esperan con Pipa y Simona en la cocina.
Mientras se viste, Yulia me mira y dice:

—Vamos, dormilona. Levanta.
Yo miro el reloj y resoplo.
—Pero si sólo son las nueve y media, cariño.
A través de mis pestañas, veo cómo ella sonríe y se acerca a mí.
—De acuerdo —responde—. Sigue durmiendo, pero luego no te quejes cuando te
cuente las graciosas pedorretas que hace Hannah o las risas de la pequeña Yulia por la mañana.

Pensar en ellas me reactiva el alma. Sólo podemos desayunar los cinco juntos los fines de semana y, como adoro a mis niños, me levanto y
murmuro:

—Vale. Espérame.
Yulia me observa y sonríe cuando camino hacia el baño.
Me miro al espejo. Mi aspecto deja mucho que desear: pelo revuelto, ojos hinchados y gesto agotado. Aun así, en lugar de regresar de nuevo a la cama, me lavo la cara, los dientes y, tras recogerme la melena en una coleta alta, vuelvo a la habitación.
—Quiero mi beso de buenos días —exige Yulia mirándome.

Encantada por su petición, la beso, la beso y la beso y, cuando mi respiración se acelera, ella murmura mimosa:

—Me sabe mal decirte que no, pero los niños nos esperan.

¡Aisss, los niños...! Desde que tenemos niños y Yulia está tan centrada en la empresa, nuestros momentos locos como el de la noche anterior bailando en el garaje casi se han esfumado, aunque cuando los tenemos son ¡lo mejor!
Me entra la risa. ¿Por qué mi esposa me pone a cien a cualquier hora del día?
Con mirada de víbora divertida, me separo de ella y me pongo rápidamente una bata. No es lo más sexi del mundo, pero es lo más socorrido a estas horas.
Una vez listas, mi chica me cede el paso para que vaya delante de ella y, en cuanto salimos de la habitación, me da un azote en el trasero y murmura cuando yo la miro:

—Anoche lo pasamos bien, ¿verdad?
Asiento.
—Tú y yo siempre lo pasamos bien —respondo enamorada de ella como una colegiala.
Sonríe..., sonrío y, cogidas de la mano, nos encaminamos hacia la cocina.
Al entrar, Flyn, mi mayorzote, que ahora no da besos porque le parecen absurdos, protesta cuando intento besuquearlo.
—Mamáaaaaaaaa, por favorrrrrrrr —dice huyendo de mis brazos.
—Dame un beso, que lo necesito —insisto para hacerlo rabiar.
Pero mi niño, que ya está en plena edad del pavo, me mira y dice con tono de reproche:
—Jolines, ¡para de una vez!
Su gesto me hace reír.

¿De quién habrá sacado ese carácter gruñón y serio?
Finalmente me acerco a mi pequeña Yulia, a esa pequeña rubiales que algún día será una tipa dura como su madre, y me la como a besos. Ella, al igual que su hermano Flyn, retira el rostro. No le gusta que la achuchen, pero a mí me da igual, ¡la achucho doblemente!
Con el rabillo del ojo veo que Simona y Pipa sonríen. Siguen sin entender mi carácter ruso de besuquear a todo el que puedo. Una vez acabo con la niña, me voy derecha a Hannah, que al verme sonríe.
¡Me la como!
A pesar de que es una gran llorona, cuando Hannah no llora tiene la sonrisa más bonita del planeta. Es pelirroja como yo, pero la tunanta tiene la misma expresión intrigante de Yulia, y eso me encanta. Me emociona. Me fascina.
Una vez he achuchado a mis tres pequeños amores, me siento a la mesa de la cocina y Flyn dice:

—¡Menuda juerguecita te has pegado, mamá!
Tu cara lo dice todo.
Oír eso me hace sonreír.
¡Si él supiera!
Sin lugar a dudas, mi adolescente se fija en todo, y mientras Yulia coge a Hannah para besarla con amor, respondo:
—Cariño, sólo te diré ¡que me lo pasé genial!
—Y tú, mami, ¿también lo pasaste genial? —veo que pregunta Flyn curioso.
Yulia lo mira. Se queda estática y, al ver su gesto desconcertada, decido responder por ella:
—Tan bien como yo, Flyn. Te lo puedo asegurar.

Al oírme, mi esposa me mira, sonríe y yo le guiño un ojo con complicidad mientras le quito a la pequeña Yulia el chupete de su hermana.
Durante un buen rato, a pesar de que Pipa y Simona están con nosotras, Yulia y yo nos encargamos de dar de desayunar a nuestros pollitos. Son adorables. Pero mi instinto de madre hace que escanee a Flyn, y me doy cuenta de que me observa tras sus pestañas oscuras y lo noto inquieto.

Bueno..., bueno... ¿Qué habrá hecho esta vez?
Desde hace unos meses, la actitud de Flyn con respecto al mundo en general ha cambiado. Se pasa media vida pegado al teléfono móvil y al ordenador mientras interactúa con las redes sociales. Eso saca de sus casillas a Yulia y en ocasiones discute con él, pero Flyn siempre se sale con la suya y sigue con sus cosas.
Sin embargo, mientras doy de desayunar a la pequeña Yulia, soy consciente de que algo pasa, y su mirada me hace saber que oculta algo.
Con cautela, observo a mi esposa. Por suerte, está tan ensimismada con las pedorretas de Hannah mientras le da la papilla que no se ha percatado de la mirada de Flyn.
La cuchara que tengo en la mano se me cae. La pequeña Yulia, Supergirl, como la llama su tío Björn, me ha dado un manotazo y, tras pellizcarle el moflete, me levanto a coger una cuchara limpia antes de que Simona o Pipa me la den. Eso me ofrece la oportunidad de acercarme a Flyn.

—¿Qué te pasa? —cuchicheo.
Él no me mira, pero responde:
—Nada.
—¿Has discutido con Dakota?
El gesto de Flyn se ensombrece. Dakota es su novieta, una niña encantadora, compañera de colegio.
—Dakota ya es pasado —replica él entonces,sorprendiéndome.
Yo lo miro boquiabierta.
—Pero... pero, cariño, ¿qué ha pasado?
Flyn me mira como si fuera un bicho raro.
Seguro que piensa que soy la última persona del universo a la que le contaría lo que ha pasado con su novieta.
—Nada —responde.
—Pero, Flyn...
—Mamá..., no quiero hablar de ello. Dakota es una sosa, una estrecha y...
—Flyn Volkov —lo corto—. ¿Cómo puedes decir eso de esa chica tan encantadora?
La madre que lo parió. Estrecha, dice el mocoso. ¡Hombres!
Y, cuando voy a añadir algo más, aclara con gesto serio:
—Para tu información, ahora salgo con Elke.
—¿Elke? —pregunto de nuevo perpleja—.¿Quién es Elke?
—Joder...
—Eh..., ¿has dicho «joder»? —protesto dispuesta a regañarlo.
—¿Qué cuchichean ustedes dos? —oigo entonces que pregunta Yulia.

Flyn y yo lo miramos al unísono y, con el mayor gesto inocente, decimos a la vez:

—Nada.
Sin apartar los ojos de nosotros, Yulia sonríe y, antes de meterle a Hannah otra cucharada de papilla en la boca, murmura:
—Ustedes y sus secretitos.

Me hace gracia su comentario. Tiene razón.
Aunque Flyn ya no me cuenta tantas cosas como antes, sí que es cierto que ve en mí un primer apoyo y eso, aunque a Yulia le gusta, sé que en el fondo le escuece un poquito.
Una vez hemos terminado de darles el desayuno a las enanas, Flyn me mira y pregunta:

—¿Nos vamos?
Su pregunta me hace sonreír.
Los sábados por la mañana es nuestro momento de salir con las motos y divertirnos por el campo, por lo que miro a Yulia y digo:
—¿Te vienes?
Mi amor me clava su mirada. Después mira a Hannah y a Yulia y finalmente dice al ver cómo Flyn desaparece de la cocina:
—Hoy no. Tengo que atender un par de llamadas de...
—¡Es sábado, Yulia! —protesto—. Hoy no trabajas.
Mi esposa sonríe y aclara poniendo los ojos en blanco.
—Será algo rápido, cielo. Además, prefiero quedarme con las pequeñas.

Asiento. No entiendo que deba seguir trabajando, pero sí que desee estar con las niñas.
Yo estoy toda la semana con ellos y salir el sábado por la mañana con la moto me desahoga. Le guiño un ojo a mi chicarrona y digo:

—De acuerdo. Flyn y yo nos vamos.
Pipa me sustituye rápidamente con la pequeña Yulia, mientras que la Yulia mayor me coge de la mano, me para y, mirándome con seriedad, dice:

—Tengan cuidado.

Asiento. Le guiño un ojo y corro a mi habitación para cambiarme.
Al llegar allí, saco mi equipo de montar en moto. Como siempre, me lo pongo con una sonrisa en la boca y, cuando me ajusto las botas y cierro los broches, mi impaciencia es tremenda.
Cuando acabo, bajo los escalones de dos en dos y corro al garaje. Allí ya me espera Flyn,equipado con su mono azul. Saludo a Susto y a Calamar, y luego digo mirándolo a él:

—Tienes que contarme quién es la tal Elke.
—Paso.
Su pasotismo últimamente me tiene un poco mosqueada, pero como quiero reírme con él,cuchicheo:
—¿Acaso Elke no es estrecha?
Su mirada a lo Volkova me traspasa.
—Vale..., vale... —suspiro—. Eso es cosa tuya, pero al menos me contarás qué ha ocurrido con Dakota, ¿no?
Sin contestar, Flyn se pone el casco y, mirándome, pregunta:
—Hoy que no viene mami, ¿vamos a la pista?

Eso ha tenido gracia. Cuando Yulia nos acompaña, solemos pasear con las motos por el campo y hacer pocas locuras. Se pone enferma si nos ve correr riesgos. Pero cuando ella no viene,Flyn y yo nos acercamos hasta una pista cercana de motocross para desfogarnos. Mi niño no es tan osado como yo a la hora de saltar, pero algún
saltito que otro da, y yo lo aplaudo cuando veo su cara de satisfacción.
Una vez nos subimos a las motos, salimos del garaje, saco el mando que abre la cancela del bolsillo de mi cazadora de cuero roja y blanca y,tras accionarlo, observo cómo la verja se abre.
Con voz de ordeno y mando, regaño a Susto.
El muy tunante ya quiere salir corriendo, pero cuando oye que le grito, se sienta junto a Calamar y no se mueve. ¡Qué lindo es!
Flyn y yo damos gas y salimos de la parcela.
Nos detenemos hasta ver que la verja se ha cerrado y los perros se quedan dentro y, después,aceleramos a toda mecha para dirigirnos a una explanada cercana. Durante un buen rato,disfrutamos con las motos por el campo, hasta que nos acercamos a la pista de motocross. Allí, como siempre, disfruto y me desfogo. Lo necesito. Estar
toda la semana con los niños en casa me genera un estrés que no le deseo a nadie.
Adoro a mis hijos. No los cambiaría por nada del mundo, pero me gustaría que Yulia entendiera de una vez por todas que necesito trabajar. El problema es que siempre que lo menciono terminamos discutiendo. Raro, ¿verdad?

Según Yulia, no me hace falta. Ella me lo da todo,pero yo no quiero eso. Yo quiero hacer algo más que criar niños. Tras nuestra última discusión al respecto, la fecha tope que le di para comenzar a trabajar se está acercando, y me imagino que
volveremos a tener una buena pelea. Lo intuyo.
Agotada tras dar varias vueltas por la pista y saltar obstáculos, finalmente paro la moto, me quito el casco y espero a Flyn.
Una vez está a mi lado, hace lo mismo que yo,y entonces abro una pequeña mochila que llevo a la espalda y saco unas botellitas de agua. Estamos sedientos. Una vez saciada la sed, me apoyo en la moto y pregunto:

—Muy bien. Cuéntame, ¿qué ha pasado con Dakota?
Mi hijo resopla —eso se lo he pegado yo—, y al ver que no le quito la vista de encima, responde:
—Dakota es una cría..., eso es todo. —Su decir algo, añade—: Y, si no te importa, no me apetece hablar de ello.
—Pues me importa —replico con sequedad.
Lo miro a la espera de que me lo cuente cuando el muy sinvergüenza suelta:
—¡Joder, mamá! Es mi vida privada.
Molesta por su tono, más que por la palabrota, contesto:
—Es la segunda vez esta mañana que dices una palabra que no me gusta, pero menos me ha gustado el tonito que has empleado. Si te pregunto por Dakota es porque la conozco, es una buena niña y...
—Y a mí ya no me gusta porque me aburre.¿Qué quieres que te diga?
Vale..., está claro que Dakota es pasado. Me apena. Es una chica encantadora y me gustaba bromear con ella. Pero quiero entender lo que ocurre, así que insisto:
—Muy bien. No hablemos de Dakota. ¿Quién es Elke? Porque, que yo recuerde, nunca te he oído mencionar ese nombre.
El gesto de Flyn se suaviza y, con una media sonrisa, murmura:
—Elke es increíble. Es guapa, divertida y está buenísima.
El término me deja alucinada, pero procuro ser precavida cuando pregunto:
—¿Ha llegado nueva este año al instituto?
—No.
—¿Entonces?
—Está repitiendo curso y, antes de que preguntes —dice el muy sinvergüenza—, lo está haciendo porque sus padres se separaron el año pasado y ella no lo llevó bien.
Ver cómo la defiende me hace sonreír, y finalmente, tras dar un trago de agua, murmuro:
—Flyn, me preocupo por ti porque te quiero.
El crío asiente. No sonríe como otras veces y,sin importarle mi momento sensiblero, se pone el casco y dice sin mirarme:
—Me parece muy bien. Oye, ¿qué tal si te vas a dar unos saltos y regreso dentro de una hora?
—¡¿Qué?!
Mi evidente sorpresa porque quiera quitárseme de encima hace que Flyn añada:
—Mamá, me gustaría ir con la moto a ver a Elke, pero no quiero que vengas conmigo. Ya no soy un crío, y no necesito una niñera.
Anda, mi madre, ¡mira el mayor!
Oír eso me hace gracia, pero no estoy dispuesta a despegarme de él cuando va con la
moto o Yulia podría despellejarme viva, así que respondo:
—Pues lo siento, guaperas, pero cuando vas en moto yo soy tu sombra. Si quieres ver a Elke,vamos a casa, te cambias de ropa, dejas la moto y...
—¡Joder, qué cortarrollos eres!
Su falta de tacto me incomoda y, sujetándole el brazo, lo obligo a que me preste atención.
—¡Te estás pasando! —siseo.
—Vamos..., no seas pesadita.
Su contestación vuelve a molestarme. Desde que comenzó en el nuevo instituto, Flyn está cambiando.
—Oye, mocoso... —gruño enfadada—. ¡Haz el favor de tener un poquito de educación conmigo, que soy tu madre, no un colega! Pero ¿qué narices te pasa últimamente?
Noto la tensión de su cuerpo. Conozco esa mirada retadora. Malo..., malo... Y, sin ganas de liarla más, me pongo el casco y digo:
—Vamos, regresemos a casa. Se acabó el motocross por hoy.


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PIDEME LO QUE QUIERAS y yo te lo daré// Adaptación Empty Re: PIDEME LO QUE QUIERAS y yo te lo daré// Adaptación

Mensaje por SandyQueen 10/6/2016, 12:56 am

Ah pero que hociconcito nos resulto el chaval ese xD
En espera de otro capítulo Very Happy
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PIDEME LO QUE QUIERAS y yo te lo daré// Adaptación Empty Re: PIDEME LO QUE QUIERAS y yo te lo daré// Adaptación

Mensaje por VIVALENZ28 10/12/2016, 10:33 pm

3

El lunes, cuando Yulia se va a trabajar y Flyn al instituto, mi semana comienza de nuevo.
Niños..., niños..., niños... ¡Me salen los niños por las orejas!
Cualquiera que me escuche creerá que soy una mala madre, pero se equivoca.
Cuido, mimo, beso y adoro a mis pequeños,pero siento que necesito hacer algo más que eso o me volveré loca.
Esa noche, como tengo ganas de estar con mi pelinegra rusa, preparo una cenita especial. Le aviso para que no llegue tarde y me responde que regresará pronto. Sin embargo, a las diez de la noche, cansada de esperarla, con la comida tiesa y tras haberme bebido yo solita una botella de champán de pegatinas rosa, me meto en la cama y me duermo. Es mejor así porque, como vea a esa gilipollas, la mataré por el plantona.
Al día siguiente, cuando me levanto, Yulia ya se ha marchado y me ha dejado una nota sobre la mesa que dice:

Perdóname, pequeña..., pero fue imposible escaparme. Y estabas tan preciosa durmiendo que fui incapaz de despertarte. Te quiero, mi amor.
Tu gilipollas

Cuando la leo, sonrío. Cómo me conoce y sabe que la habré llamado eso.
Por suerte, tengo una increíble amiga que se preocupa por mí tanto como yo por ella. Es Mel, la mujer de nuestro amigo Björn. La llamo cuando me levanto, quedamos y nos vamos de compras.
Ella se ha quedado en paro tras trabajar unos meses en un estudio de diseño gráfico, y está tan aburrida como yo de estar en casa. Estoy pensando
en Yulia y en cómo me dejó colgada la noche anterior con la cena encima de la mesa cuando Mel me muestra algo y pregunta:

—¿Qué te parece éste?
Su voz me hace regresar a la realidad y, al ver lo que me enseña, pregunto:
—¿Enfermera?
Mel, divertida y con picardía, baja la voz y murmura:
—Sé que es muy típico, pero para lo que nos van a durar puestos, ¿qué más da?
Sonrío. El disfraz es para una fiesta que celebran en el Sensations dentro de unos días.
Cojo otros que llaman mi atención.
—Oye..., ¿y si vamos de ángel y demonio? — propongo.
Mel suelta una risotada y, dejando el de enfermera, afirma:
—Me pido el de demonio. Me gusta ser maligna e irreverente.

Entre risas nos los probamos. El vestido rojo y negro, los guantes negros hasta el codo, los cuernos y el tridente son para Mel, y el vestido y los guantes blancos, la aureola en la cabeza y la varita blanca son para mí.
¡Pero qué monas estamos!
Divertidas, nos miramos al espejo y Mel dice:

—Si a esto le sumamos unas botas altas, las tuyas blancas y las mías rojas, ya somos la perversión total.
—Parecemos dos zorrones —murmuro al mirarnos.
—Pero con clase —dice Mel riendo y revolviéndose su corto pelo.
—Muuucha clase —afirmo yo divertida.
—Uf..., cuando me vea Björn... Con lo que le gusta que me disfrace...

Ambas reímos mientras imagino la cara de Yulia cuando me vea vestida de angelito. ¡Le va a encantar!
Está mal decirlo, pero estoy tremendamente morbosa y sexi con este trajecito corto. E incluso los kilitos que me agobian en ocasiones y que se
han quedado en mi cintura parece que van muy bien con este disfraz.
Tras escoger nuestros trajes, rápidamente elegimos los de nuestras parejas. Ellos lo han querido así, y decidimos disfrazarlos de bombero y de policía.
¡Qué buenorros van a estar!
Cuando acabamos de comprar y salimos del increíble sex-shop, cogemos mi coche.

—¿De verdad que Yulia volvió a dejarte colgada con la cena? —pregunta Mel.
—Como lo oyes. Cada vez pasa más a menudo.
Y, ya para colmo, encima, cuando me he levantado tenía una notita suya pidiéndome disculpas y ya se había ido. Pero ¿es que esa mujer nunca descansa?
Mel resopla y se retira el flequillo de la cara.

—Mira, Len—dice—, tanto Yulia como Björn son dos personas ambiciosas en sus empleos y, por mucho que nos jorobe, son de los que se llevan el trabajo a casa.
—Odio cuando hace eso —afirmo molesta.
—Y yo. Pero, como lo quiero, ¡lo soporto!

Oír eso me hace sonreír, a pesar de que en el último año la empresa la ha absorbido más que nunca y, aunque yo le digo que el dinero nos sobra,
Yulia no me escucha y sigue trabajando cada día más.—¿Sabes? —oigo decir a Mel—. Yo tengo una cenita no sé qué día con los muermos esos del despacho de abogados al que Björn quiere pertenecer.
—¡Uf, qué pesadez! —murmuro compadeciéndola.
—Creo que no hay nada más soporífero que eso.
—Sí, mujer, sí —me mofo—. Las cenitas que tengo yo de vez en cuando con los aburridos hombres de negocios de Müller.

Ambas sonreímos. Sin duda, cenar con desconocidos o con personas con las que no tienes mucho feeling y mantener las formas es pesadísimo y complicado.
De pronto, el teléfono móvil de Mel suena. La oigo hablar durante unos segundos y, cuando lo apaga, dice:

—Yulia y Björn están juntos.
—¿Y eso? —pregunto sorprendida.
—Al parecer, Yulia y él tenían que hablar de temas legales de Müller y nos esperan para comer.¿Qué te parece?
—¡Perfecto! —Sonrío feliz por saber que voy a ver a mi guapa esposa.
—Muy bien, pues he quedado con ellos a la una y media en La Trattoria de Joe. Pero antes tenemos que ir a recoger el vestido que me he comprado para el bautizo de los bebés de Dexter.Por tanto, pisa el acelerador, que no llegamos, y ya sabes que a tu rusa y a mi aleman no les gusta comer tan tarde. Mientras conduzco por las callejuelas de Múnich, le comento a Mel lo que me está
ocurriendo con Flyn.
—No me tomes a mal lo que te voy a decir —contesta—, pero siempre he creído que tanto tú como Yulia tienen demasiado sobreprotegido y mimado a Flyn. Es un niño que, antes de decir lo que quiere, ya se lo están dando. Se ha acostumbrado a salirse siempre con la suya, y ahora...
—Ahora se está pasando con nosotros. En especial, conmigo —finalizo yo la frase consciente de que mi amiga tiene razón.
—Seré bruta y chapada a la antigua, o quizá es que en el ejército he aprendido disciplina, pero un bofetón a tiempo evita muchas tonterías, ¿no crees?
—No... ¿Cómo le voy a pegar?
Mel suspira. Yo resoplo, y finalmente ella dice:—Mira, Len, entiendo que darle un guantazo a un muchacho que ya es más alto que tú no debe de ser muy agradable, pero no puedes permitir que se siga pasando contigo.
—Ni se me ocurriría pegarle.
—¿Yulia sabe lo mal que te habla? —Niego con la cabeza y ella pregunta—: ¿Y por qué?
—Porque Yulia tiene mucho trabajo y no quiero agobiarla más de lo que está. Pero últimamente estoy volviendo a ver en Flyn al niño tirano que conocí hace años y que me lo hizo pasar tan mal, y eso me asusta.
Mel me toca la cabeza. Sabe que soy una mujer fuerte, pero para los niños soy una sensiblona.
—Eres la mejor madre que Flyn podrá tener en la vida —murmura—, y ese mocoso coreano alemán algún día se dará cuenta. Eso nunca lo dudes, ¿vale?
Asiento y sonrío.
Cuando llegamos a la tienda donde Mel tiene que recoger el vestido, se lo prueba enseguida.
—Te queda de infarto.
Mel es un pibón de tía. Es más alta que yo, y su cuerpo está perfectamente proporcionado.
—¡Qué envidia! —mascullo mientras observo su cintura.
Ella me mira, levanta las cejas y pregunta:
—¿Envidia de qué?
Me pongo en pie junto a ella, me coloco de perfil y, levantándome la camisa, murmuro:
—Tras la cesárea de Hannah, no me quito esta morcillita. Los kilos se niegan a marcharse haga lo que haga y, claro, luego veo esas fotos de famosas que, recién paridas, parece que están de pasarela y me pregunto cómo lo hacen.
—Mira que eres exagerada —replica ella,pone la mano en mi hombro y añade—: Pues que sepas que yo te veo estupenda y, en cuanto a esas
famosas, imagino que habrá de todo, las que se operan y las que por gracia divina se recuperan en un abrir y cerrar de ojos. Pero, asúmelo, las humanas somos aquéllas a las que tras un embarazo nos quedan estrías, tripita, etcétera,
etcétera.
Suspiro y sonrío.
—Tienes razón. Pero me da tanta envidia contemplar esos posados recién paridas y verlas tan estupendas...
—Fotoshop, querida... ¡Fotoshop!
Ambas nos partimos de risa por esa increíble verdad y, tras mirarme al espejo, admito:
—Lo cierto es que a Yulia le gusta mi morcillita. Le encanta tocarla y mofarse de que ella y sólo ella ha creado esa nueva curva en mi cuerpo.
—Pues si está encantada con ello, ¡no te martirices!
Eso me hace sonreír. En ocasiones, las mujeres nos preocupamos por verdaderas chorradas cuando hay cosas más importantes y terribles en la
vida que por desgracia no tienen solución.
—Tienes razón —digo encogiéndome de hombros—. ¡Viva mi morcillita!
Cuando Mel paga el vestido, salimos de la tienda y rápidamente cogemos mi coche. Con soltura, conduzco hasta llegar al restaurante donde están mi esposa y su esposo.

Al entrar en la trattoria, los veo sentados al fondo. Sin duda, son una delicia para la vista. Una pelinegra y otro moreno, a cuál más guapa y atractiva.
Al vernos, ellos se levantan y sonríen. Como siempre, tanto Mel como yo somos conscientes de que las miradas de las mujeres se clavan en nosotras y, como siempre también, disfrutamos de las atenciones de nuestras parejas.
Yulia me retira la silla para que me siente, me besa en el cuello y pregunta:

—¿Sigues enfadada conmigo?
Yo la fulmino con mi cara de «te voy a matar» y, cuando se sienta, murmuro con una sonrisa:
—Gilipollas.

Al oírme, mi amor sonríe. Cada dos por tres me dice que soy una malhablada, pero en momentos como ése se lo toma tan a risa como yo.
Pobre mujer..., no le queda otra.
Cuando el camarero viene a tomar la comanda,decido comenzar con una ensalada. Sorprendida,pues lo verde no es lo mío, Yulia me mira.
—Tienes crostini de mozzarella y tomates secos —dice—; ¿no quieres? —Yo niego con la cabeza y Yulia insiste—: Len, cariño, ¿por qué?
Sin necesidad de hablar, me señalo la morcillita que indiscretamente se marca en mi tripa, y ella sonríe y mira al camarero.
—Por favor —dice—, cambie la ensalada de mi mujer por unos crostini de mozzarella y tomates secos.
La miro boquiabierta. Voy a protestar cuando ella me besa y murmura:
—Eres preciosa, pequeña. Eso nunca lo dudes.
Sonrío. Es que me la comería a besos de lo guapa que es y, sin importarme quién nos mire, me acerco a ella y la beso. Amo, adoro, muero por mi
amor...
Yulia se separa entonces de mí y añade:
—Por cierto, aun a riesgo de que me mates,antes de que se me olvide, esta tarde tengo un par de reuniones y no sé a qué hora voy a terminar. Por
tanto, no me esperes para cenar.
—¡¿Otra vez?!
—Len, ¡es trabajo, no diversión! —responde molesta.
¡Mierda! Cómo me joroba que me diga eso.
Vale..., ser la jefaza y dueña de una empresa exitosa como Müller requiere muchas horas, pero ¿por qué no delega un poquito en otras personas
como hacía antes?
Yo quiero que Yulia me preste la misma atención que al principio de nuestra relación, soy así de romántica y tonta, pero nada, ¡imposible! Y ahora, con los niños, nuestro tiempo solas se limita cada día más y más. Sin embargo, como no tengo ganas de protestar como en otras ocasiones,simplemente digo:

—De acuerdo.

Yulia me vuelve a besar y yo, que no quiero desaprovechar ese momento, lo disfruto y sonrío.
Durante la comida los cuatro bromeamos y hablamos de nuestros hijos. Sin duda, es el tema estrella entre nosotros. Björn y Mel hablan de Sami, y nosotros, de Flyn, Yulia y Hannah. Si alguien nos grabara mientras lo hacemos, luego
nos partiríamos al ver las caras de tontos y las risas que nos echamos a costa de ellos.
Acabados los primeros platos, el camarero se los lleva, y de pronto oigo a mi espalda:

—Yulia... Yulia Volkova, ¿eres tú?

Oír la voz de una mujer mencionando el nombre de mi espoas, me hace mirar cuando veo a mi rusa/alemana volverse y, tras un segundo de sorpresa, murmurar mientras se levanta:

—Ginebra.

Se abrazan y yo las observo. ¿Quién es esa mujer morena?
El abrazo es demasiado largo para mi gusto. Si hago yo eso con un tío que Yulia no conoce,explota. Aun así, sin ganas de polemizar, sonrío mientras su gesto me sorprende. Su sonrisa, a excepción de conmigo, pocas veces es tan amplia,
y su manera de mirar a esa mujer me incomoda.
Pero ¿quién es ella? La escaneo en profundidad: morena, de edad parecida a la de Yulia, pelo largo como yo, alta,delgada, estilosa a la par que sexi, con unos ojos verdes impresionantes y, por supuesto, sin morcillita a la vista. Sin lugar a dudas, es una mujer muy guapa, vamos, de esas que ves en los anuncios de televisión, y me jode decir que sin Fotoshop.
Estoy obcecada mirándola cuando oigo que mi amor pregunta:

—Pero ¿qué haces en Múnich?
—Trabajo.
—Te hacía en Chicago.

¿Cómo que la hacía en Chicago? Pero, vamos a ver, ¿qué es eso de que la hacía en Chicago?
La mujer levanta una mano y, tocándole la mejilla a mi rusa/alemana, murmura:

—Ay, Yulia..., qué bien te veo.
—Y yo a ti, Gini.

¡¿Gini?! ¡¿Gini?!
Uf..., comienza a picarme el cuello.
Las dos se miran..., se miran..., se miran y, cuando estoy a punto de armar la marimorena, oigo a la tal Ginebra susurrar:

—Bollito...

Bueno..., bueno..., bueno... ¡¿«Bollito»?!
¿La ha llamado «bollito»?
¿Cómo que «bollito»?
Y, acto seguido, con demasiada familiaridad, añade con voz seca:

—Cuánto me he acordado de ti, mi amor.

¡Me da!
Ay, que me da un jamacuco.
¿Qué es eso de que se ha acordado de ella y de llamarlo «mi amor»?
Observo a Yulia. Su mirada intensa me enferma.
Ella y sus miradas.
Vale... Vale... Vale...
Respira, Lena..., respira, que te conozco y ¡aquí arde Troya!
Mi nivel de tolerancia se resquebraja por segundos y de pronto siento que esas dos me tocan los ovarios, por no decir otra cosa más vulgar. Me acaloro. Me pica el cuello.
El corazón me va a mil cuando noto la mano de Mel por debajo de la mesa.
Ella sabe lo que siento en ese instante, y con los ojos me pide tranquilidad. Por eso, con una más que falsa sonrisa, la miro para hacerle saber que estoy bien, jodida pero bien.
Tras unos segundos en los que aquellas dos se contemplan, se sonríen y se comunican con la mirada, y que se me hacen terriblemente interminables, Yulia se vuelve hacia mí y dice:

—Ginebra, quiero presentarte a mi mujer Lena.

¡¿Cómo?!
¿Por qué no dice ahora aquello de «preciosa y encantadora mujer» como hace siempre ante todo el mundo, en especial con los hombres? Uf..., uf...
Mis ojos verdegrises y los ojos verdes de la mujer conectan, cuando de pronto ella cambia totalmente su gesto y su actitud y, llevándose la mano a la boca, dice, al tiempo que se aparta de Yulia para acercarse a mí:

—Ay, Dios mío, perdón... Perdón..., no sabía que Yulia estuviera casada —y, cogiéndome la mano, insiste—: Por Dios, Lena, no he querido incomodarte con mis desafortunados comentarios.
Mi corazón bombea con fuerza y, sin querer recrear la matanza de Texas en ese restaurante, intento esbozar una sonrisa.
—No, no pasa nada —murmuro.
—Claro que pasa —insiste ella—. Me siento avergonzada.
La claridad de sus palabras me hace sonreír y, bajando mi nivel de cabreo, afirmo:
—De verdad, Ginebra, no pasa nada.
Acto seguido, Yulia me agarra por la cintura y me acerca a ella.
—Ginebra —dice—, Lena es todo lo que un hombre o mujer querría para sí y, por suerte, yo la encontré, la enamoré y la convencí para que se casara conmigo.
Esa declaración de amor me hace sonreír de nuevo.
Dios..., ¡qué tonta soy!
—Ellos son Björn y Mel, unos buenos amigos—presenta Eric.
—Encantada —dice sonriendo la tal Ginebra y, a continuación, pregunta—: ¿También sois pareja?
Tras agarrar la mano de Mel, Björn asiente y afirma besándole los nudillos:
—Sin lugar a dudas.
Mel sonríe. Yo también lo hago cuando Ginebra, volviéndose hacia una mujer rubia que espera pacientemente tras ella, dice:
—Ella es Fabiola, me ayuda en la productora.
—¡¿Productora?! —exclama Yulia.
—Sí..., sí..., ¡lo logré! —aplaude ella mirando a mi amor—. Tengo mi propia productora.
—Siempre fuiste decidida y emprendedora — murmura mi gilipollas particular. Ella asiente, saca de su bolso una tarjeta, que le entrega, y Yulia afirma—: Tenías claro lo que querías y fuiste a por ello. Eso siempre me gustó de ti, Gini.
¿Que eso siempre le gustó de ella?
Oy..., oy..., oy... ¿A que cojo la copa de vino que tengo delante y se la estampo?
Pero, como no quiero volver a cabrearme,sonrío cuando Yulia pregunta:

—¿Ha venido Félix contigo?
—Por supuesto, pero ha ido a visitar a un colega de una de sus clínicas veterinarias mientras yo hacía unas compras —dice Ginebra riendo e indicando unas bolsas que lleva en las manos.
Todos sonreímosy entonces ella ve que un hombre le hace señas y dice:
—Tengo que dejaros. He de cumplir un encargo de mi marido. —Y, mirándome a mí directamente, pregunta—: ¿Comemos otro día?
Yo asiento, y Yulia le da una tarjeta de la empresa.
—Llámame y comeremos —le dice.
Ginebra coge la tarjeta y la mira.
—¿Presidente y director de Müller? —pregunta. Yulia asiente, y ella murmura a
continuación con una encantadora sonrisa—: Creo que tenemos que contarnos muchas cosas.
—Sin duda —afirma Yulia.
De nuevo sonrisitas tontas cuando la mujer me mira y dice:
—Ha sido un placer, Lena.
—Lo mismo digo.
Instantes después, se marcha con la rubia detrás de ella y, cuando veo que Yulia la sigue con la mirada, pregunto mientras me siento:
—¡¿«Bollito»?!
Björn sonríe, Mel también, pero Yulia, que me conoce, no lo hace.
—¿Quién es Ginebra y por qué nunca me has hablado de ella? —insisto.
—Uy..., uy..., uy..., que recojan los cuchillos,que me conozco a esta rusita—se mofa Björn.
—¡Cállate, tonto! —protesta Mel, que imagino que piensa lo mismo que yo.
Yulia sonríe —¡¿a que le doy un sopapo?!—, y Björn pregunta entonces:
—¿Es la Ginebra que creo?
Mi esposa asiente y, al ver que la miro a la espera de que me aclare quién es, responde:
—Ginebra fue mi novia durante mis años de estudiante en la universidad.
—Anda..., qué interesante —me mofo.
Al oír mi tono, Yulia deja de sonreír y sisea:
—Creo que Fernando fue tu novio durante unos años. Eso me hace sonreír con malicia a mí, y respondo:
—No fue mi novio, y siempre supiste de él. Nunca te oculté nada.
—Ni yo a ti.
—¡Ja! Permíteme que me ría, ¡bollito!, pero nunca había oído hablar de Gini —replico con sorna.
Veo que Björn y Mel se miran. Están empezando a sentirse incómodos, y ella dice:
—Haya paz. Todos tenemos ex en nuestras vidas, ¿no?
—Sí, pero los míos, cuando me ven —añado hiriente—, no me llaman ¡«bollito»!, ni me dicen lo mucho que se han acordado de mí, y mucho menos yo los miro con cara de atontada.
Yulia, al que le estoy tocando las glándulas, y se las sé tocar muy bien, me mira con gesto seria.
—Ginebra fue la novia con la que hice mi primer trío y conocí el mundo swinger —explica—. Después de aquello, conoció a Félix, se marchó a vivir a Estados Unidos con él y fin de la historia hasta hace diez minutos, que nos hemos
visto por primera vez en muchos años. ¿Algo más?
Ese «¿Algo más?» me hace saber que, si sigo, voy a arruinar la comida. Así pues, miro el plato que tengo delante, sonrío y murmuro:

—Mmm..., qué buena pinta tiene esto.
—Sí. Tiene una pinta estupenda —afirma Mel para echarme un cable.

Y, sin más, empiezo a comer como si no hubiera mañana.
La comida continúa y, por desgracia, la tensión se queda en el ambiente. Si algo hacemos Yulia y yo, aparte del amor, es discutir; ¡qué bien se nos da!
Con disimulo, la observo y veo que ella no mira ni una sola vez hacia el lugar donde está la mujer.
Cuando acabamos de comer, nos levantamos,nos despedimos y nos marchamos. Ella regresa a Müller para seguir con su trabajo, Björn y Mel se
van a por Sami al colegio, y yo vuelvo sola a casa.
Menudo rollo.
Nada más abrir la puerta, oigo gritos. Son Simona y Flyn. Rápidamente dejo las bolsas que llevo y corro a la cocina.

—He dicho que no quiero leche —estádiciendo Flyn cuando entro—. ¿En qué idioma te lo digo para que lo entiendas?
—Pero, hijo, si yo sólo te lo decía por...
—Me importa una mierda lo que me digas.
—¡Flyn! —grito al ver cómo le habla a Simona.
La mujer, al verme, suspira.
—Tranquila, Lena. No pasa nada.
Pero, oh, sí..., ¡sí que pasa! ¿A que le doy un guantazo, como decía Mel?
Ese mocoso se está pasando cada día más. Lo miro y gruño:
—Pídele disculpas a Simona ahora mismo si no quieres que te caiga un gran castigo por ser tan desagradable con ella.
El crío me observa con su mirada de «¡te voy a comer!», pero a mí no me impresiona. Durante varios segundos me vuelve a retar hasta que finalmente, cambiando el gesto, dice:
—Lo siento, Simona.

La mujer sonríe. ¡Qué buena es! Para ella, Flyn y mis niños son sus nietos, y los quiere tanto o más que mi padre.
Molesta por la actitud del chaval, siseo:

—Ahora vete a tu habitación, ¡ya!
Sin mirarme, Flyn sale de la cocina, y Simona pregunta:
—Pero ¿qué le ocurre?
—La adolescencia y las hormonas revolucionadas son muy malas, Simona —
murmuro sentándome a la mesa—, y sin lugar a dudas Flyn lo está llevando fatal.

Ambas nos miramos y asentimos. Menuda nos ha caído con el jovencito.
Una hora después, recibo un mensaje de Yulia para recordarme que llegará tarde. Eso me enfada aún más de lo que ya estoy, pero lo asumo.
Sé todo el trabajo que tiene y no quiero pensar en la mujer que la ha llamado ¡«bollito»!

Dos horas después, y con la ayuda de Pipa para dar de cenar a Yulia y a Hannah y acostarlas,voy a la habitación de Flyn. No ha aparecido en
toda la tarde y es la hora de cenar. Al acercarme a su cuarto, oigo la música de los Imagine Dragons,el grupo preferido de mi hijo, y, tras dar dos golpecitos en la puerta, abro y lo veo tirado en la cama mirando el techo.
Entro en la habitación y, al ver que no me mira, comienzo a tararear la canción que suena, que no es otra que Radioactive. Aún recuerdo el día que fuimos a comprar el CD Flyn y yo, cómo la cantamos en el coche a pleno pulmón cuando
regresábamos.
En ello estoy cuando él se levanta de su cama, para la música y me mira.

—¿Qué quieres? —pregunta.
Vale..., sigue enfadado. No tengo ganas de discutir, así que digo:
—La cena está en la mesa. ¿Vienes?
—No tengo hambre.
Su tono cortante es igualito que el de Yulia.
Cada día se parece más a ella y, deseosa de un poco de calor humano, digo acercándome a él:
—Venga, Flyn. Baja conmigo a cenar. Yulia llegará tarde y no quiero cenar sola. —Al ver que me mira, pongo cara de perro pachón y murmuro con voz de niña—: Porfi..., porfi..., porfi... No quiero cenar solita.
Finalmente, el crío sonríe. Qué guapo está cuando lo hace.
—De acuerdo —suspira.
Encantada, le doy un beso en la mejilla y, cuando va a protestar por mi demostración de afecto, lo miro y cuchicheo:
—Soy tu madre y quiero besarte.
De nuevo sonríe. Aisss, que me lo comoooooooo.
La cena, a pesar del mal inicio con Flyn, es amena. Por unos minutos, mi hijo vuelve a ser el charlatán que disfruta conmigo hablando de música. Se ha enterado de que los Imagine Dragons van a actuar en Alemania e intenta
persuadirme para que lo lleve al concierto.
Durante varios minutos digo que no, pero finalmente el chaval consigue el sí. Sin lugar a dudas, Mel tiene razón: soy demasiado blandita con él, y puede conmigo.
Una vez terminada la cena, nos sentamos los dos en el sillón con mi portátil y, sin dudarlo,compro dos entradas online para él y para mí. A Yulia, ni preguntarle; a ella no le gustan los Imagine Dragons. En cuanto Flyn por fin consigue su propósito, me abraza, me besa y yo sonrío como una tonta.
¡Anda que no sabe hacerme bien la rosca cuando quiere!
Cuando se va a la cama porque al día siguiente tiene instituto, me quedo viendo la televisión, pero como me aburre, entro en Facebook y me pongo a
charlar con mis amigas las Guerreras. Un grupo divertido y ocurrente donde siempre encuentro alegría y positividad.
A las once decido marcharme a mi habitación,paso para ver a los niños y los tres duermen. Feliz por ver a mis polluelos tan bonitos, me voy a la cama. Sobre mi mesilla tengo un libro que habla de un bombero y una fotógrafa que me ha
recomendado una madre del colegio de Sami y decido leer mientras llega Yulia.
A las once y veinte, la puerta de la habitación se abre. Entra mi guapa esposa y la miro con deleite. Ella se acerca a mí y me da un beso, pero no dice nada.
No me jorobes que encima viene enfadada...
A través del espejo observo cómo se desanuda la corbata, se desabotona la camisa y, cuando se la quita y la tira sobre la silla, dice mirándome:

—Len..., hoy no me gustó tu comportamiento en el restaurante tras aparecer Ginebra.
Bueno..., bueno..., bueno..., mi amor tiene la nochecita rumbosa, y lo malo es que yo soy proclive a tenerla también. Así pues, cierro el
libro y la miro.
—A mí tampoco me gustó ver lo que vi —replico.
Ea..., ya le he dado la respuesta que quería. Me ha buscado y me ha encontrado.
¡A discutir!
Yulia frunce el ceño —malo..., malo...— y, desabrochándose el cinturón, sisea:
—¿Y qué viste?
Consciente de lo que he dicho, dejo el libro sobre la mesilla y respondo:
—Pues vi a Yulia Volkova reencontrarse con un viejo amor que la llamaba «bollito» y que la dejó atontada y babeando como una cría. Eso es lo que vi. Y, sí, estoy celosa, ¡lo admito!
Su gesto no cambia. Eso me hace presuponer que no ando muy desacertada, y me enveneno aún más cuando dice:
—Te expliqué quién era Ginebra. ¿A qué viene esa tontería?
Con más ganas de discutir que ella, sonrío con malicia. Sé que esa sonrisita mía a Yulia la enferma, pero dispuesta a enfermarla como ella me enferma a mí, pregunto:
—¿Félix es su marido?
—Sí —dice, y con gesto contrariada pregunta—: ¿A qué viene hablar de su marido?
—¿Te dejó por él?

Según digo eso, me doy cuenta de que me estoy pasando no tres pueblos, sino veintitrés.
¡Madrecita, qué bocazas soy!
El pecho de Yulia se hincha; sin duda me va a soltar el mayor bufido de la historia, pero de pronto, tal como se hincha se deshincha y, mirándome, murmura:
—Sí.
Asiento... Me pica el cuello pero no me lo rasco y, aunque mi parte de cotilla quiere saber,hay otra parte de mí que me grita que no pregunte,¡que cierre el pico!
Yulia continúa desnudándose en silencio. La incomodidad se palpa en el ambiente y eso me enerva. ¿Por qué hablar de esa mujer nos está originando semejante mal rollo?
Dos segundos después, se mete en la cama y me abraza.
—Deja de pensar cosas raras, que te conozco, Len—susurra.
No me muevo. Decido no hablar, pero pasados cinco segundos no puedo continuar callada, y siseo:—Pienso lo que tú me das que pensar.
Deberías haber visto tu cara de tonta al mirar a esa mujer, a... a... Gini.
—Len...
—Y ya cuando le dijiste eso de «Eso siempre me gustó de ti» o eso otro de «decidida y emprendedora» y se comían con los ojos, te juro, Yulia, que... que...
La oigo reír. Su mal humor ya se ha esfumado
—¡lamadrequeloparió!—, e insiste:
—Basta, cariño..., no veas fantasmas donde no los hay.
—Pero...
Mi amor me pone un dedo en la boca para acallarme y, mirándome a los ojos, dice:
—Te quiero, Len. No te envenenes con tus pensamientos. Ginebra es una mujer de mi pasado,al igual que en tu vida hay hombres. Y ahora, creo que es mejor que lo dejemos aquí.

No digo más. Dejo que Yulia apague la luz y decido no preguntar si la va a llamar para recordar ese pasado. Mejor me callo.

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PIDEME LO QUE QUIERAS y yo te lo daré// Adaptación Empty Re: PIDEME LO QUE QUIERAS y yo te lo daré// Adaptación

Mensaje por VIVALENZ28 10/20/2016, 12:57 am

4


Cuando Mel fue a buscar a Sami al colegio, la pequeña corrió hasta ella y, con un gesto precioso,murmuró:

—Mami, ¿se puede venir Pablo al parque?

Tras darle un beso a su rubita, Mel vio llegar corriendo a Pablo. Miró a los niños y respondió:

—Primero tenemos que ver si la mamá de Pablo no tiene que hacer otra cosa.
En ese instante llegó Louise, la madre del niño, y tras oír eso respondió:

—Genial. ¡Todos al parque!
Diez minutos después, Mel y la madre del pequeño estaban sentadas en un banco viendo jugar a sus hijos cuando a Louise le sonó el teléfono móvil.

—Discúlpame un segundo —dijo.

Acto seguido, sin importarle que Mel pudiera oírla, comenzó a discutir y a decir cosas horribles.
Cuando terminó y cerró el móvil, miró a Mel y comentó:

—Mi marido y yo vamos de mal en peor.
—Vaya..., lo siento.

Mel no quiso decir más. Cuanto menos se metiera uno en los problemas de las parejas,mejor. Pero Louise añadió:

—Tres años de novios, seis de casados y,ahora que todo nos va bien y tenemos un hijo precioso, le descubro en el ordenador unas fotos de una fiestecita con sus colegas de bufete, con unas prostitutas, que me han dejado sin habla.

Boquiabierta, Mel le cogió las manos y preguntó:

—¿Estás bien?
Louise negó con la cabeza y los ojos se le llenaron de lágrimas.
—No —murmuró—. No estoy bien, pero tengo que estarlo por Pablo. De pronto, siento que mi vida tiene que dar un cambio brusco, pero... no sé
cómo hacerlo. Nunca imaginé que algo así me pudiera pasar. Johan estaba tan enamorado de mí...
—Acto seguido, añadió con rabia—: Aún recuerdo lo ilusionados que estábamos el día que comenzó a trabajar en ese maldito bufete de
abogados.
Eso llamó la atención de Mel, que preguntó:
—¿Tu marido es abogado?
Louise asintió y luego siseó con cierto retintín:
—Sí. Trabaja para Heine, Dujson y Asociados.
Un bufete lleno de demonios con cara de angelitos que han conseguido que nos pase esto.
Sorprendida, Mel la miró. Aquel bufete era al que Björn intentaba acceder como socio mayoritario.
—¿Por qué dices eso? —preguntó.
—Porque van de moralistas, de defensores de la vida en familia y el matrimonio, pero luego no predican con el ejemplo — contestó Louise con la
mirada perdida—. Esos malditos abogados tienen una doble vida llena de vicios y corrupción; eso sí, visto desde fuera son perfectos maridos y
padres, y sus mujeres acceden a todo con tal de seguir viviendo como auténticas reinas.
Mel la escuchaba incrédula. Si aquello era verdad, Björn debería saberlo. Al ver que Louise se limpiaba los ojos con un pañuelo, repitió:
—De verdad que lo siento.
Louise asintió mientras se secaba las lágrimas y, tras coger fuerzas, afirmó:
—Yo también lo siento, pero estoy en ese momento en el que no veo salida. Johan vive su vida y pretende que yo sea la perfecta mujercita que lo espere en casa rodeada de niños, como lo son otras del bufete. Pero si hasta he tenido que dejar de ver a mis amigas para salir con esas mujeres.
—Pero ¿lo has hablado con él?
Louise asintió abatida.
—Sí. Aunque de nada sirve. Johan dice que ésta es ahora nuestra vida y, si hablo de divorcio,me amenaza con que se quedará con Pablo. Me lo
quitará.
Al oír eso, Mel se sintió muy apenada y, sin saber qué decir, la abrazó. Así estuvieron unos segundos, hasta que se separaron. Mel omitió que Björn ansiaba pertenecer a aquel selecto bufete de abogados y, en cambio, dijo:
—Escucha, Louise, no somos íntimas amigas,pero quiero que sepas que me tienes para todo lo que necesites.
La aludida sonrió.
—Gracias.

Estaban hablando de ello cuando Mel oyó el llanto de Sami y, al mirar, la vio caída en el suelo.
Rápidamente ambas se levantaron y corrieron hacia ella, pero mientras llegaban un muchacho con monopatín y un perro pequeño se agachó junto
a la niña para atenderla.
Cuando Mel llegó hasta Sami y ya estaba abriendo su bolso para ponerle una tirita de princesas, la niña dejó de llorar y empezó a acariciar al perro.
—Es muy suavecita —dijo—. ¿Cómo se llama?
—Leya —respondió el muchacho—. Y está encantada de que la toques; ¿ves cómo le gusta? Pero si lloras, se asusta y llora ella también.
Sami sonrió y, mirando a su madre, que la observaba sorprendida, dijo:
—Mami, quiero un perrito como Leya.

Agachándose para levantar a la pequeña del suelo, tras ver que había sido una simple caída mientras corría, Mel respondió:

—Lo pensaremos, ¿vale?

La niña asintió, dio media vuelta y corrió para alcanzar a Pablo, que se subía a un tobogán. Feliz porque no hubiera sido nada, Mel le dio las gracias al muchacho por el detalle y se encaminó de nuevo al banco del brazo de Louise. Los niños tenían que jugar.
Esa noche, cuando Sami vio a su papi, le pidió encarecidamente un perrito. Su mascota, un hámster llamado Peggy Sue, había muerto meses antes, y Björn, tras contarle un cuento y arroparla,se lo prometió. Lo que no dijo fue ni cuándo, ni cómo.



5

Suena el puñetero despertador, ¡y me quiero morir!
No me gusta nada madrugar, pero madrugo.
Cuando Yulia se levanta y se mete en la ducha,no hablamos sobre lo ocurrido la noche anterior.
Hablar de ello significaría discutir de nuevo, y decido cerrar la boca. Para cinco minutos que nos vemos, no quiero enfadarme.
Al bajar a la cocina, Flyn está terminando de desayunar, me acerco a él y, antes de que le dé un beso, él se levanta. Cuando va a salir, lo llamo:

—Flyn.
—¿Qué?

En ese instante, Yulia entra en la cocina y yo digo dirigiendo la vista al chaval:
—¿No me das un beso antes de marcharte al instituto?
El niño... me mira..., me mira y me mira, y finalmente replica:
—Venga ya..., que ya no soy un bebé, mamá.

Y, sin más, da media vuelta y se va. Yo me quedo con cara de tonta contemplando la puerta cuando Yulia se acerca a mí y, mientras me coge
por la cintura, murmura:

—¿Te vale un beso mío, corazón?

Asiento, ¡me vale! Claro que me vale, y ¡más si me llama corazón!
Encantada, la beso y, cuando nuestros labios se separan, Yulia me guiña un ojo y se prepara un café con ese gesto de canalla que tanto me gusta y me
enamora.
Diez minutos después, se marcha a la oficina.
Desde el ventanal de la cocina, veo cómo se aleja en el coche y me preparo para estar todo el día sin ella.
Como cada mañana, tras dar de desayunar a los niños, entramos en mi antiguo cuarto, que es hoy su cuarto de juegos, y jugamos. Pero, pasadas
dos horas, ya estoy para el arrastre. Hannah llora más que sonríe, y en ocasiones puede con mi aguante.
¿Por qué tengo una niña tan llorona, con lo poco llorona que fue la pequeña Yulia?
Por suerte, Pipa, la mujer que está interna en casa para que me ayude con los niñas, tiene muchísima paciencia, y es ella la que se encarga de la llorona.
Cuando las pequeñas se quedan dormidas a media mañana, decido ponerme el bañador y darme un bañito en la piscina cubierta. Ése es uno
de los grandes placeres de ser la señora Volkova.
Me zambullo, nado, descanso, vuelvo a nadar y, cuando me harto, floto en medio de la piscina mientras escucho de fondo la voz de Michael Bublé cantar Cry Me a River, y sonrío. Siempre que Björn la escucha y está con Yulia y conmigo,nos mira y cuchichea aquello de «nuestra canción».
Mientras floto mirando el techo de la piscina cubierta, recuerdo aquel momento con Björn y Yulia años atrás en la casa del abogado. Cierro los ojos y siento cómo mi vagina se lubrica al rememorar cómo esos dos titanes, uno moreno y una morena, me hicieron suya aquel día y yo se lo permití.
Estoy pensando en ello cuando oigo la voz de Simona, que me llama. Levanto la cabeza rápidamente y veo que me muestra el teléfono de casa, que lleva en la mano.

—Lena, pregunta por ti la señora Dukwen —dice. Sin saber de quién me habla, salgo de la piscina, me seco un poco las manos y la cara y cojo el teléfono mientras veo a Simona salir.
—¿Sí? Dígame —respondo.
—¿Lena?
—Sí. Soy yo.
—Hola, soy Ginebra, la amiga de Yulia. Nos conocimos ayer en aquel restaurante, ¿me recuerdas?
¡Joderrrrrrrrr!
Me quedo boquiabierta al saber quién es y,sentándome en una banqueta para ponerme los anillos que me he quitado para meterme en la piscina, murmuro:
—Sí. Claro que te recuerdo...
—Ah..., qué alegría saberlo, cielo. El motivo
de mi llamada es para invitaros esta noche a ti y a Yulia a cenar. Le comenté a mi marido que había visto a Yulia y te había conocido a ti, y está como loco por verlas a las dos. Y, por supuesto, tras el malentendido de ayer, he decidido llamarte y consultártelo a ti para evitar problemas.
—¿A mí? —pregunto sorprendida.
—Sí, cielo, a ti —oigo que responde.
Un silencio extraño me paraliza.
—Mira, tesoro, yo odio cuando mi marido queda para cenar con alguien que apenas conozco y, como no quiero incomodarte, me he atrevido a llamar a tu casa, pues imaginé que estarías ahí. De verdad, Lena, de verdad que siento muchísimo lo que ocurrió ayer. Me creas o no, no he podido dejar de pensar en ello y de sentirme terriblemente mal. Porque te aseguro que, si una mujer le dijera a mi marido delante de mí «bollito» o «mi amor»,yo estaría muy enfadada. Y sé que a ti, como su mujer, no te gustó y...
—Vale, lo admito, ¡no me gustó! —digo finalmente—. Y acepto tus disculpas.
—Gracias..., gracias..., gracias... Ni te imaginas el peso que me quitas de encima.
Sin saber por qué sonrío cuando ella insiste:
—¿Te apetece que cenemos esta noche? Si me dices que sí, llamaré a Yulia, le diré que he hablado contigo y quedaré con ella. ¿Qué te parece?
Una parte de mí no quiere, pero mi lado cotilla por saber más cosas de ella me hace responder:
—De acuerdo. Llama a Yulia y queda con ella.
Tras despedirnos, cuelgo y resoplo. ¿Por qué he aceptado?
Cinco minutos después, el teléfono vuelve a sonar. Al mirar la pantalla veo que pone «Yulia Oficina» y, tras cogerlo, digo:
—Sí, cariño, he hablado con Ginebra y he accedido a cenar con ellos esta noche.
—A ti no hay quien te entienda —lo oigo decir—. Ayer me montas un numerito por saludarla en el restaurante y ¿ahora quedas con ella para cenar?
Su comentario me hace sonreír. Sin duda, soy un espécimen digno de estudio.
—¿Dónde has quedado? —pregunto.
—En Nicolao a las siete. ¿Le parece bien a la señora?
—¡Perfecto!
Oigo que Yulia se ríe y eso vuelve a hacerme sonreír mientras pregunto:
—¿Vendrás a casa a cambiarte de ropa?
—Por supuesto. —Entonces oigo otro teléfono que suena en la oficina y Yulia dice—: Tengo que dejarte. Hasta luego, mi amor.
—Hasta luego, cariño.

Y, dicho esto, cuelgo comprendiendo eso que Yulia me ha dicho de que a mí no hay quien me entienda. ¡Pero si no me entiendo ni yo!
A las siete en punto, yo engalanada con un precioso vestido azulón que me encanta, y mi chica vestida con un traje oscuro pero informal,entramos en el restaurante. Yulia da su apellido y el maître, al ver que tenemos reserva, nos lleva hasta la mesa del fondo. Me sorprendo al comprobar que Ginebra y su marido ya están allí.

Desde la distancia, observo al hombre. Es muchísimo mayor que ella, pero cuando digo «mayor» me refiero a unos veinticinco o treinta años más. En cuanto Ginebra nos ve, avisa a Félix, y veo que éste sonríe y se levanta.
Yulia y él se dan la mano con afecto. ¡Qué buen rollito! Segundos después, me presenta a mí. Con galantería, el hombre me coge la mano y, besándomela, dice:

—Es un placer conocerte, Lena.
—Lo mismo digo, Félix.

Reconozco que al principio de la comida estoy algo alterada: saber que Yulia y esa mujer han tenido una historia en el pasado no me hace mucha gracia. No obstante, de forma gradual, mi nerviosismo se esfuma al ver que Ginebra no hace absolutamente nada que pueda molestarme; al revés, está todo el rato pendiente de que la velada sea agradable.
Cuando decido ir al baño, ella me acompaña Una vez a solas allí, dice:

—Pensarás que Félix es muy mayor para mí.
—Yo la miro sorprendida. Ginebra sonríe y, apoyándose en la pared, murmura—: Imagino que ya sabrás que Yulia y yo éramos pareja cuando
conocí a Félix, ¿verdad?
—Sí. Eso me comentó Yulia.
Ginebra asiente y prosigue:
—Cuando conocí a Félix, yo tenía veinte años.Era una niña curiosa por el sexo y por lo que era en sí la palabra «morbo». Una noche, en vez de
salir con Yulia, me fui con unas amigas y en una fiesta privada conocí a Félix.
Asiento... Me estoy enterando de algo que no he preguntado cuando ella añade:
—¿Sabes a lo que me refiero con «fiesta privada»? —Asiento de nuevo. Tonta no soy. Ella sonríe y continúa—: Félix era un atractivo hombre
de cincuenta años, un hombre demasiado mayor para mí en aquella época, pero tras jugar con él aquella noche como no había jugado en mi vida, ya
no pude desengancharme de él. Félix me hizo conocer lo que yo siempre había ansiado y nunca nadie me había dado.
Asombrada, pregunto:
—¿Por qué me cuentas todo esto?
Ginebra sonríe, baja la voz y murmura:
—Porque quiero que sepas que soy feliz con mi marido, y que, a pesar de su edad, me sigue proporcionando, entre otras muchas cosas, la clase de sexo que me vuelve loca. Con él disfruto del morbo de mil maneras, cosa que con Yulia nunca habría sucedido.
Sus palabras llaman cada vez más mi atención.
—¿Por qué dices eso? —pregunto.
—Porque soy mujer y sé que estás intranquila con mi presencia. Veo en tu mirada que estás alerta con respecto a Yulia y a mí, pero no debes estarlo.
Su sinceridad aplastante me gusta y me incomoda a partes iguales. No sé qué pensar cuando ella prosigue.
—Félix es el hombre de mi vida. Él me da lo que busco y yo le doy lo que quiere. Juntos hacemos un buen tándem. Un buen equipo. Cuando estoy sola, hago lo que quiero y, cuando estamos juntos, me pongo en sus manos y accedo gustosa a todos sus oscuros caprichos. Se puede decir que
soy su esclava sexual.
Asiento una vez más, y ella vuelve a dejarme sin palabras en el momento en que pregunta:
—Si yo te bajara las bragas en este instante y te masturbara en el cubículo de ese baño, ¿crees que a Yulia le molestaría?
Guauuuuuuuu, ¡menudo rebote pillaría mi rusa-alemana! Y qué guantazo le iba a dar yo a ella por lista. Pero, acalorada por lo que dice, contesto:
—Sí.
Ginebra sonríe e insiste.
—¿Y por qué se molestaría?
Apoyo la cadera en la bonita encimera de mármol rosa del baño y respondo:
—Porque ella y yo tenemos normas. Y la primera de ellas es hacerlo todo siempre juntas.
Ginebra asiente y, tras repasarse los labios con carmín, cuchichea:
—Félix estaría encantado de que te masturbara o tú me lo hicieras a mí con la condición de que luego se lo contara para que él disfrutase —y,bajando la voz, murmura—: Si algo nunca me gustó de Yulia es su posesividad y su exclusividad.
—Pues eso es justo lo que a mí me gusta de ella—añado segura.
Ginebra me mira, vuelve a sonreír y dice:
—A Félix y a mí nos va algo muy nuestro. Me encanta ser su esclava, su putita, su moneda de cambio. Me excita que me ofrezca, que me fuerce,
me obligue, me ate para otros, y todo eso es algo que sé que a Yulia nunca le gustó.
Uy..., uy..., ¡ni hablar! Eso no le atrae. No sé qué decir, cuando ella pregunta:
—¿Estoy equivocada y ahora a Yulia le va eso?
—No —respondo con rotundidad.
Ginebra asiente y, retirándose el pelo de la cara, susurra:
—No me veas como una amenaza, Lena. Amo demasiado a mi marido, y sé que encontrar a otro como él es imposible.
A cada instante más sorprendida, vuelvo a asentir.
¡Joder, parezco tonta!
—Necesitaba decirte esto —afirma guardándose en el bolsito su barra de labios—. No quiero malentendidos entre tú y yo.

Cinco minutos después, regresamos a la mesa,donde nos esperan nuestras parejas, y una hora más tarde, tras una noche encantadora, nos despedimos y regresamos a casa.
En el coche, Yulia toca mi rodilla mientras conduce y pregunta:

—¿Lo has pasado bien?

Por raro que parezca, asiento. Me gustaría hacerle mil preguntas sobre Ginebra, pero sé que al final diría algo que me molestaría y terminaríamos discutiendo por ello. Así pues, sonrío, lo miro y afirmo:

—Sí, mi amor.

Cuando llegamos a casa, tras saludar a nuestras mascotas, que nos dedican un recibimiento descomunal, subimos a nuestra habitación. Allí, cojo a Yulia de la mano y, sin hablarnos, hacemos el amor con posesividad y exclusividad.

La deseo para mí. Sólo para mí.

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PIDEME LO QUE QUIERAS y yo te lo daré// Adaptación Empty Re: PIDEME LO QUE QUIERAS y yo te lo daré// Adaptación

Mensaje por VIVALENZ28 10/27/2016, 12:09 am

6

Llega el viernes.
Yulia se ajusta la corbata ante el espejo de nuestra habitación y yo protesto desde la cama:
—Venga, va, Yulia, el año pasado no fui a la Feria de Kazán.
Ella me observa a través del espejo con su gesto serio y responde:
—Porque tú no quisiste, pequeña..., porque tú no quisiste.
Valeeeee... Tiene razón. Ella tenía un viaje a la República Checa y preferí acompañarla.
Sigue anudándose el nudo de la corbata cuando añade:
—Cariño, ve tú a la feria y dale el gusto a tu padre. Yo estoy muy ocupada. Sabes que voy a tope de trabajo y...
—¿Por qué no delegas parte de tus tareas a alguno de los directivos?
—Len..., no comiences —murmura.
—Pero vamos a ver... —protesto levantándome—. Antes delegabas una gran parte del trabajo en ellos y podíamos estar más tiempo juntas. ¿De qué sirve el dinero si no lo podemos disfrutar?
El gesto de mi rusa se descompone, ¡faltaría más! Ya estoy diciendo algo que la incomoda y, sin responder a lo que le he preguntado, replica:
—Mira, Len, es mi empresa, tengo que atenderla, y no puedo perder el tiempo en ir de fiestecita a Kazán, ¡entiéndelo!

Eso me subleva. Por supuesto que Yulia me anima a que vaya a la Feria de Kazán, pero yo quiero que me acompañe. Poder caminar del brazo de mi espectacular esposa, pasar tiempo con ella y hacerle saber a todo el mundo lo asquerosamente feliz que soy. Si voy sola, comenzarán las habladurías, y no me apetece que le pongan la cabeza como un bombo a mi padre.
Pero ya me ha quedado claro que Yulia no está por la labor y, como no quiero discutir con ella,cuando comienza a sonar en nuestro equipo de
música la canción Me muero de La Quinta Estación, miro a mi chicarrona, me levanto, me planto ante ella y digo:

—Vamos. Baila conmigo.
Yulia me mira, sigue con el ceño arrugado y protesta.
—Len, tengo prisa.
No desisto y, mientras mentalmente tarareo eso de «me muero por besarte, dormirme en tu boca»,insisto:
—Vamos, Icegirl, baila conmigo.
Pero nada, ¡ni Icegirl ni leches! Al parecer,hoy no es el día, y Yulia vuelve a fulminarme mientras protesta:

—Len. Te he dicho que tengo prisa y no estoy para tonterías.
Oír eso me molesta. ¿Por qué es incapaz de ver mi detalle? ¿Por qué no se muere por bailar conmigo?
—Pues vale —murmuro sentándome de nuevo en la cama—. Tú te lo pierdes.

Durante unos segundos permanecemos las dos calladas mientras contemplo cómo mi amor se pone la chaqueta. Dios, qué increíble está vestida con traje.
Al ver que me observa a través del cristal para comprobar si estoy enfadada por el desplante que acaba de hacerme con el bailecito, digo dispuesta
a seguir con el tema de Kazán:

—Oye, Yulia, yo te acompaño todos los años sí o sí a la Oktoberfest y...
—Len, ¡no es lo mismo!
Oírla decir eso me hace reír, pero de maldad,y achinando los ojos siseo:
—¿Cómo que no es lo mismo?
—Cariño, la Oktoberfest se celebra en Múnich y no tengo que dejar nada de lado, pero para ir a Kazán, he de aparcar las obligaciones y viajar a otro país; ¿acaso eres incapaz de entender lo que digo?
No. No soy incapaz de entender lo que dice, lo que me da rabia es que Icegirl sea incapaz de ponerse en mi lugar.
—Sólo quiero que entiendas que para mí también es importante asistir a la feria de mi tierra cogida de tu brazo para que a mi padre no le pongan la cabeza como un bombo con los cotilleos—replico—. Sólo eso.

Yulia no contesta. Su gesto ceñudo lo dice todo y, al final, decido callar o, sin duda, vamos a tener una buena. Me siento rumbosa, y más tras el desplante que me ha hecho con el puñetero baile.
Diez minutos después, ya en la cocina, como no he dicho nada, mi rusa/alemana se acerca a mí, sabe que lo ha hecho mal, y me abraza.

—Intentaré buscar días libres para ir a Kazán—murmura—, pero no te prometo nada, ¿de acuerdo, pequeña?
Que haga eso, que al menos lo piense, ya es un triunfo, y afirmo:
—De acuerdo.
Yulia me besa y, cuando separa sus labios de mí con una maliciosa sonrisa, murmura sin que nadie nos oiga:
—¿De verdad que mi disfraz para esta noche es de policía?
Asiento. Olvido nuestro enfado y murmuro sonriendo:
—Espero que me detengas.
Yulia sonríe a su vez, mueve la cabeza y pregunta curiosa:
—Y el tuyo ¿de qué es?
Yo la miro de esa manera que sé que le gusta y la enloquece, clavo mis pupilas en las suyas y cuchicheo:
—Eso es sorpresa.

Cuando mi rusa/alemana se va a trabajar, la observo alejarse en el coche desde la ventana. Sé que me quiere, sé que daría la vida por mí, pero ahora,
entre los niños y la empresa, me falta tiempo para estar con ella, y me siento algo abandonada. ¡Vaya mierda!
Como puedo, paso el día. Me aburro como una ostra. Amo a mis hijos, pero necesito hacer algo más que cuidarlos, y cada día lo tengo más y más
claro.
Por la tarde, Mel viene a casa para dejar a Sami y, tras despedirnos de los niños, que se quedan en casa con Simona, Norbert y Pipa, nos vamos a casa de Mel, donde Björn y Yulia nos esperan ya vestidos, el primero de bombero y la segunda de policía. Al verlos, no podemos parar de reír.
Nos ponemos nuestros disfraces de ángel y demonio, que son de zorrones total, y, cuando salimos con ellos, los chicos silban. Están encantados con lo que ven.
Yulia me mira y susurra:

—Eres el angelito más tentador y precioso que he visto en mi vida.

Sonrío. No lo puedo remediar.
Una vez nos ponemos los abrigos por encima,para no escandalizar a nadie por nuestras pintas,los cuatro nos montamos en el vehículo de Björn y
nos dirigimos al Sensations.
Como era de esperar, la fiesta es divertida. Ver los disfraces que la gente lleva me hace sonreír.

—Hola —oigo que dice alguien de pronto.
Al volverme veo a Félix vestido de mosquetero. Divertidos, nos saludamos, Yulia le presenta a Björn y a Mel y, cuando terminan, pregunto:
—¿Y Ginebra?
Félix sonríe y, tras pedir al camarero una botella de champán, dice:
—La he dejado en el reservado número cinco entretenida mientras yo venía a por champán. —Luego se acerca y murmura—: Le he pedido a mi mujer que deje bien satisfechos a tres amigos.
Asiento. Yulia asiente también y, cuando aquél se va, mi amor musita:
—Veo que siguen en su línea.
Su comentario me sorprende. Si hay alguien permisivo en el sexo, ése es mi chica. La miro y pregunto:
—¿Por qué dices eso?
Ella me mira, pasa el dedo por mi barbilla y, acercándose a mí, susurra:
—Porque te valoro y porque nunca te utilizaría como moneda de cambio ni te dejaría sola con otros hombres y sus exigencias. En nuestra relación mandamos las dos, y juntas iremos a todos lados.

Me besa. La beso. Adoro sus besos cargados de amor.
Cinco minutos después, cuando Yulia habla con Björn, Mel se acerca y, señalando con el dedo,pregunta de forma disimulada:

—Y ese cachitas guaperas que mueve las caderas como Ricky Martin y va vestido de vaquero ¿quién es?
Con disimulo, dirijo la vista a donde Mel indica en el momento en que el cachitas guaperas me mira. Sonrío. Él sonríe y se acerca a nosotras.
—Hola, Dennis —lo saludo. Luego miro a mi amiga y añado—: Mel, te presento a Dennis.

En décimas de segundo, Yulia y Björn están a nuestro lado. ¡Vaya dos! Con caballerosidad,Dennis los saluda, después coge la mano de Mel,la besa y murmura con su particular acento:

—Obrigado.
—No me digas que eres brasileño... —oigo que dice Mel en alemán.
Él asiente y, sin saber por qué, yo salto:
—Bossa nova, samba, capoeira...
Y entonces, me paro.
¿Qué hago yo haciendo lo que la gente siempre hace conmigo con eso de «Rasputin, plaza roja, Vodka...»?
¿Acaso soy imbécil?
Yulia me mira divertida. Me lee en la cara lo que pienso y murmura juguetona en mi oído:
—Cariño, te ha faltado decir caipiriña.

Durante varios minutos, los cinco hablamos y nos reímos. Dennis, además de estar como un tren,en el que veo que muchas quieren montar, parece
una buena persona y, cuando poco después se aleja de la mano de unas rubias, mi amor me besa en la sien y pregunta:

—¿Quieres beber algo?
—Una coca-cola.
—¿Sola o con vodka?
Lo pienso. La noche es joven, y respondo:
—Mejor sola.
Cuando mi chico y Björn se marchan a por las bebidas, Mel, que mira a la derecha, cuchichea:
—Joder..., pues sí que es madurito el marido de Ginebra.
—Treinta años más que ella —le explico—.Tendrá unos setenta.
A continuación, me levanto del taburete.
—Ven, acompáñame —digo y, al ver que nuestras parejas nos miran, hago una seña y les aclaro—: Vamos al baño.
Yulia y Björn asienten y, cuando desaparecemos tras la cortina y no me dirijo al lavabo, Mel pregunta:
—¿Adónde vamos?
—Quiero ver algo —afirmo sin soltarla mientras seguimos a Félix.
En cuanto llego al reservado número cinco y voy a abrir la cortina, Mel me detiene.
—¿Qué haces? —pregunta.
—Sólo quiero ver y no pone «Stop». Por tanto,se puede mirar.

Mel sonríe, asiente, y con curiosidad abrimos la cortina tranquilamente para observar.
En la habitación, Ginebra está atada a una silla de una manera que me deja sin palabras.
Su espalda descansa en el asiento, su cabeza cuelga hacia el suelo y sus piernas están sujetas a lo alto del respaldo. Un hombre que se agarra a la
silla con fuerza se introduce en ella una y otra vez mientras ella jadea y grita de placer.
Mel y yo observamos cuando de pronto el tipo da un último alarido y se retira de ella. Instantes después, otro hombre se arrodilla ante Ginebra y,
con una facilidad que me deja sin palabras, le introduce la mano en la vagina ante los gritos de locura de ella.

—¿Disfrutas, mi amor? —oigo que pregunta Félix.
—¡Sí..., sí...! —grita Ginebra.
Sin descanso, el hombre saca y mete la mano en el interior de la vagina de ella.
—Joder..., no me va nada el fisting —murmura Mel. —A mí tampoco -susurro sin respiración.
En ese instante, Félix se agacha, le da de beber de su copa de champán a Ginebra y dice:
—Así me gusta, zorrita. Estos amigos quieren cobrar lo que les prometí.

Ella sonríe. Félix acerca su boca a la de ella mientras otro hombre le coloca unas pinzas en los pezones y entonces Ginebra grita, pero sé que grita
de placer.
Los hombres ríen al oírla. Félix se levanta de donde está, se acerca al pene de otro y, tras recorrerlo con la lengua, le echa sobre éste el resto del champán de su copa.

—Métesela en la boca hasta el fondo —dice.

Acto seguido, el hombre coge la cabeza de Ginebra y, con exigencia, lo hace. Eso me vuelve a incomodar, aunque sé que a ella le gusta. Ese tipo
de sexo no me va. Ver cómo aquel tipo obliga a Ginebra mientras el otro juguetea con la mano en el interior de su vagina me deja sin palabras.
Entonces, Mel tira de mí y dice:

—Regresemos con los chicos.

Asiento. Con lo que he visto, es suficiente, y ahora entiendo por qué Ginebra me dijo que a Yulia no le iba eso. Sin lugar a dudas, no le va, ni a mí tampoco.
Sin más, regresamos junto a nuestras parejas,que nos entregan las bebidas, y yo me siento en un taburete.
En ese instante se acercan a nosotros Diana y Olaf. Durante un rato charlamos hasta que me fijo en que al fondo de la sala está Dennis con las
rubias. El brasileño nos mira, nos observa, y Yulia,que se da cuenta como yo, pega la boca a mi oído y, moviendo el taburete, dice:

—Angelito..., separa los muslos para el vaquero.

Extasiada por el morbo que me provoca siempre esa acción, hago lo que me pide y lo que me excita, mientras observo cómo Dennis nos sigue mirando. Ese tipo de cosas son las que me van y le van a mi chica.
Sin duda, mis piernas abiertas le ofrecen a Dennis una visión bastante interesante de mí. Yulia,que lo sabe, que me conoce y que disfruta como yo
del momento, introduce un dedo en su whisky, lo moja y, después, con complicidad, excitación y alevosía, lo pasa por mi boca, por mis labios. Sin
apartar sus ojos de los míos, siento cómo su dedo baja por mi barbilla, por mi cuello, mis pechos, mi ombligo. Me besa mientras su dedo baja..., baja...
y baja, hasta que lo siento llegar al centro de mi húmedo y latente deseo.
Uf..., ¡qué calor!
Mis labios vaginales se abren solos, mientras Yulia tiene los ojos clavados en mis pupilas y,cuando su dedo toca mi ya hinchado clítoris, yo jadeo, cierro los ojos por puro placer y oigo que dice: —Mírame, cariño..., mírame.
Obedezco. Sé lo mucho que le excita a Yulia que la mire en esos instantes y, con una mirada totalmente perversa, vuelvo a jadear. Ella sonríe, me besa el cuello y murmura:

—Tu mirada me hace saber que ya estás preparada para jugar.

Asiento. Éste es el sexo que me gusta y, sin cerrar las piernas, beso a mi amor. Lo deseo.
Deseo jugar con locura. Así estamos unos instantes hasta que nuestras bocas se separan y Dennis, que ya se ha deshecho de las rubias, como buen
jugador, en pocos segundos está a nuestro lado.
Yulia lo mira, no hacen falta palabras, y segundos después la mano de Dennis se posiciona en la cara interna de mis muslos mientras susurra:

—Me apasiona que no lleves bragas.
Yulia sonríe, y yo también.
Entonces Diana, que ha visto la jugada y va vestida de troglodita, dice:
—Lena, reserva el primer baile para mí.
Eso me hace sonreír. Me está pidiendo ser la primera en tomar mi cuerpo cuando Björn, que está junto a Mel y Olaf, pregunta en tono morboso:
—¿Quién se viene a la sala del fondo?
Todos lo acompañamos. Todos tenemos ganas de pasarlo bien.

La sala es grande, y hay más gente además de nosotros. Distintas camas están ocupadas por hombres y mujeres practicando sexo y, nada más
entrar, Björn se lleva a Mel a una libre y allí comienzan su juego con Olaf. Todos los observamos hasta que Diana, que es una loba deseosa de sexo, se coloca junto a Yulia y dice:

—¿Qué tal si comienzo yo con el angelito?
Ella me mira, sonríe y, cuando ve mi gesto de aprobación, asiente:
—Toda tuya.

Diana me da la mano y me lleva a otra cama libre. Sin que me diga nada, sé lo que quiere ella,lo que excita a mi amor y lo que yo deseo. Por eso,me tumbo sobre el colchón. Mi corto vestido de angelito se sube solo, dejando al descubierto mi ausencia de bragas y mi bien depilado pubis.
Yulia, Diana y Dennis me observan. Veo sus miradas. Todos están deseosos de comerme, de disfrutarme, de saborearme, y entonces Yulia se acerca a mí y, cogiéndome las manos, me las lleva hasta los barrotes de la cabecera.

—Agárrate a ellos y no te sueltes por nada del mundo —me dice.
Lo hago. Yulia me besa, pasea las manos con propiedad por mi cuerpo y pregunta:
—¿Estás caliente, mi amor?
Al oírla, me estremezco y asiento.
—Sabes que sí —murmuro.
Mi esposa me toca las piernas. Tiemblo. Con seguridad, me separa los muslos dejando mi vagina húmeda al descubierto y, pasando un dedo por ella, musita mientras la abre:

—Adoro tu humedad.
Instantes después, la boca de Diana chupa con deleite lo que Yulia le ofrece. Su ansiedad no le ha permitido esperar un segundo más. Noto cómo da
toques con la lengua sobre mi clítoris, y observo que Yulia y Dennis se sientan cada uno a un lado de la cama.
—Eso es, mi amor, abre las piernas para Diana.

Sin dudarlo, lo hago. Dios, ¡qué placer más inconfesable!
Gustosa por lo que ella me hace, jadeo y me retuerzo agarrada a los barrotes de la cabecera mientras Yulia y Dennis nos observan con ardor.
Cuando el placer y la lujuria toman mi cuerpo,soy un juguete en manos de cualquiera, y Diana sabe muy bien cómo manejarme a su antojo desde
la primera vez que me poseyó.
Sin descanso, chupa, lame, introduce los dedos en mí y me masturba mientras juega con mi clítoris, al tiempo que Yulia y Dennis me bajan el
vestido para sacar mis pechos. Cada uno se adueña de uno y los saborean a su manera mientras yo pierdo la noción del tiempo y me entrego dócilmente a ellos tres.
No sé cuánto rato estamos así; sólo sé que,cuando vuelvo a ser consciente, estoy de rodillas sobre la cama del todo desnuda, mientras Diana me sujeta las caderas con una mano y con la otra me masturba de forma rítmica al tiempo que se oye el chapoteo de sus dedos en el interior de mi vagina.
Yulia y Dennis nos observan con sus duros penes erectos preparados para mí, cuando ella murmura cerca de mi boca:

—Eso es, angelito..., muévete... Eso es..., eso es.

Loca..., loca de deseo, hago lo que Diana me pide. Me muevo mientras siento cómo todo mi cuerpo arde a punto de explotar y oigo los gemidos
placenteros de todos los presentes. Diana, como mujer experimentada en dar placer, me hace gritar,moverme, cabalgar sobre su mano húmeda de mis
fluidos, mientras yo observo a Yulia.
Su gesto. Su mirada me vuelve más loca todavía, hasta que me arqueo, el placer toma todo mi cuerpo y, con un último gemido, les hago saber que he llegado al clímax.
Pero Yulia y Dennis están deseosos de sexo y,cuando Diana se retira de mí, Dennis la agarra, la pone a cuatro patas y la penetra. Diana grita de placer en el momento en que Yulia, levantándome,me da la vuelta, me pone en la misma posición que ella, me agarra del pelo y susurra en mi oído:

—Me vuelves loca, pelirroja..., loca.
Y, deseosa de mí, me empala hasta el fondo y,como una salvaje, me hace suya mientras yo jadeo y le pido más y más y me dejo llevar por la pasión
del momento. Como un animal, mi amor, mi esposa, mi todo, me hace suya, y yo me acoplo a ella y la hago mía. Es nuestro baile. Es nuestra manera
de ver el sexo. Es nuestro delirio.
Sin descanso, los cuatro jadeamos mientras el ruido seco de nuestros cuerpos al chocar suena con fuerza en la sala. Una..., dos..., tres..., veinte veces entra y sale de mí mi rusa y, cuando sabe que ya no aguanto un segundo más, se deja ir al mismo tiempo que yo y juntas disfrutamos de aquel morboso y mágico momento.
Acabado ese asalto, Diana, que es infatigable,vuelve a abrirme de piernas mientras Yulia se sienta en la cama y susurra cuando Dennis la deja:

—Dame tu jugo..., dame tu jugo.
Yulia y Dennis nos observan. Diana, la insaciable, no se cansa de saborearme, y yo permito que lo haga en cuanto Yulia se acerca a mí,me besa en los labios y pregunta:
—¿Todo bien, pequeña?

Asiento..., asiento y jadeo entregada al placer como sé que a ella le gusta.
Ninguna mujer me saborea como Diana. Otras me han tomado. Otras han disfrutado de mí, pero Diana es la mujer que verdaderamente ha hecho
que me corra de puro placer.
Entregada a su exigente boca, cierro los ojos y disfruto del momento. Cuando vuelvo a abrirlos,veo a Ginebra desnuda ante nosotros junto a otra
mujer. Ambas nos observan y, tan pronto como Ginebra ve que la miro, sonríe.
Extasiada por las cosas que me hace Diana, le tiendo la mano sin saber por qué. Ginebra me la da y yo se la aprieto mientras me retuerzo gustosa.
Yulia nos mira. Veo lascivia en su mirada y, con mi otra mano libre, cojo uno de los preservativos que hay sobre la cama y se lo entrego.
Mi amor no aparta los ojos de mí. Intenta leer lo que le digo y, cuando me entiende, abre el preservativo, se lo pone y, tras echar a Ginebra a un lado, agarra a la otra mujer, la sienta sobre sus piernas y la empala con ferocidad.
De pronto soy consciente de lo que he provocado, pero Yulia no ha aceptado, y la dicha por saberlo supera lo que Diana me hace mientras
me retuerzo de placer.
Cuando Diana se da por satisfecha y me suelta,tras unos segundos en los que recupero el resuello,me arrodillo en la cama, me abrazo a la espalda de
mi amor y comienzo a besarle el cuello mientras sus caderas se clavan en la otra mujer.
Yulia se estremece al sentirme. Mi contacto le gusta tanto como lo que he provocado.
Oigo sus jadeos, los de Ginebra, que está al lado con otro hombre, y al enredar las manos en el pelo de mi esposa observo cómo Yulia embiste a la
desconocida con fuerza.
Encantada con lo que veo, beso el cuello de mi amor. Entonces siento que Dennis, que está detrás de mí, entra en el juego y, al notar que no lo rechazo, murmura poniéndome el vello de punta:

—Tu cuerpo es samba.

Me excita su voz melosa y calentita. Uf..., qué morbo tiene Dennis.
Acto seguido, con agua y una toalla limpia, me lava para él. El frescor me encanta, cuando me besa las costillas, el trasero, pasea sus suaves y
grandes manos por mi cuerpo desnudo, mientras yo a través de mis rojizas pestañas observo lo que hace Yulia, lo que hace mi amor.
Así estamos varios minutos hasta que mi pelinegra echa hacia atrás la cabeza en busca de mi boca y la beso. La devoro mientras soy consciente de que Ginebra nos observa.

—Te quiero —murmuro entre beso y beso.

Yulia tiembla. Yo tiemblo con ella. No puedo quererla más.
Dennis, al sentirme vibrar y notar la excesiva humedad que tengo entre las piernas, me agarra por la cintura y, tras ponerse un preservativo, sin
alejarme un ápice de mi amor, se introduce en mí y murmura en portugués al percibir la oscilación de mis caderas:

—Eu gosto do seo corpo.

Oírlo hablar en su lengua me excita más, y al entender que le gusta mi cuerpo, muevo las caderas y percibo cómo Dennis tiembla de lujuria.
Placer por placer.
Aquello que siento, que todos los presentes sentimos, me hace cerrar los ojos y jadear como una posesa. Dennis me mueve a su antojo y yo
permito que lo haga, mientras mis pechos se restriegan por la espalda de Yulia haciéndole saber que yo también disfruto con lo que ocurre.
Abro los ojos y, desde mi posición, observo que Ginebra, mientras está con el otro hombre,toca con una mano el hombro de Yulia y tiene la boca cerca, demasiado cerca de la suya. Eso me hace estar alerta.
Durante varios minutos, el placer se apodera de todos los que estamos en la morbosa habitación. Oigo los gemidos intensos de todo el mundo y, por supuesto, los de Dennis y los míos,que suben y suben y suben, pero mi concentración se encuentra en otra cosa. En Yulia.
Todos estamos allí porque queremos.
Todos estamos allí porque lo deseamos, hasta que de nuevo veo que Ginebra se halla demasiado cerca de la boca de mi amor. Soy consciente de
cómo ella le toca el mentón, y entonces alargo la mano y, separándola de ella, murmuro:

—Su boca es sólo mía.
—Es sólo tuya, pequeña..., sólo tuya —jadea Yulia para que yo la oiga.

Oír su voz en un momento así me vuelve loca.
Dennis se hunde totalmente en mí y, segundos después, llegamos juntos al clímax mientras Yulia y Ginebra, con sus respectivas parejas, tienen convulsiones y se contraen de placer.
Esa noche, cuando llegamos a casa y nos duchamos, al meternos en la cama, miro a Yulia y le pregunto:

—¿Habrías besado a Ginebra si yo no llego a prohibirlo?
Ella me mira. Sabe de lo que hablo y, negando con la cabeza, musita un escueto:
—No.
Pero, no contenta con la respuesta, insisto:
—¿Te habría gustado hacerlo con ella?
—Len...
—Responde —ataco.
Yulia clava entonces sus ojazos en mí.
—Me lo permitiste y yo lo rechacé —contesta—; ¿a qué viene esa pregunta ahora?
Asiento. No puedo reprochar algo que yo he provocado, aunque ella no lo aceptó.
—Yulia —murmuro—, sólo quería demostrarte que confío en ti, y si me mientes yo...
Rápidamente, mi amor se mueve, se sienta en la cama y, cogiendo mi cara entre las manos, dice:
—No sé de lo que hablas, ni por qué habría de mentirte yo, cariño. He rechazado algo que tú misma me ofrecías. ¿Qué te ocurre ahora?
Sin saber aún por qué hice lo que hice, pregunto:
—¿Por qué la rechazaste?
Yulia maldice y responde mirándome:
—Te lo he dicho: no quiero nada con ella, Len.¡Nada!
—Entonces ¿por qué no la separaste de tu boca?
—No lo sé, Len. Quizá fuera porque estaba al límite. Tú misma viste que, nada más decir lo que dijiste, llegué al clímax con la otra mujer. Pero,cariño, mi boca es sólo tuya, como la tuya es sólo mía. No dudes de mí, por favor.

Sin ganas de seguir hablando, asiento, le doy un beso en los labios y me recuesto sobre ella.
Segundos después, Yulia apaga la luz. A diferencia de otras veces, esta vez no bromeamos sobre lo ocurrido, y eso, aunque Yulia no lo quiera ver, me
da que pensar.



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Mensaje por VIVALENZ28 11/2/2016, 12:00 am

7

A la mañana siguiente, cuando me despierto, estoy sola en la cama. Miro el reloj: las diez y veinte.
Rápidamente me levanto.
¿Por qué Yulia no me ha despertado antes?
Como una loca, me visto. Me pongo unos vaqueros, una camiseta y unas zapatillas de deporte y vuelo escaleras abajo.
Cuando llego a la cocina, Simona, Pipa y Yulia están con los niños, mientras que Flyn está tecleando en su móvil. Como una exhalación, entro y le pregunto a mi amor:

—¿Por qué no me has despertado?
Ella se acerca a mí con una preciosa sonrisa y, tras besarme en los labios, responde:
—Porque necesitabas dormir. Buenos días,pequeña.
Que esté de humor me hace sonreír y, sin querer pensar en lo que hablamos la noche anterior, miro a mi alrededor y pregunto:
—¿Dónde está Sami?
Yulia, que está haciéndole una pedorreta a Hannah, no responde. Flyn me mira entonces con cara de apuro y dice:
—Björn ha venido esta mañana y se la ha llevado.
De pronto, el teléfono móvil de Yulia suena.
Echa un vistazo a la pantalla y, mientras le entrega la niña a Pipa, dice:
—Es Weber, para unos temas de la oficina. Iré al despacho a hablar con él.
—¿Otra vez trabajo?
Yulia resopla y sale de la cocina sin contestar Cuando ya se ha ido, me acerco a Flyn.
—¿Qué te ocurre, cariño? —le pregunto.
Ahora que Yulia no está, él me mira directamente a los ojos.
¡Uy..., uy..., esa miradita de cordero degollado...!
¿Qué habrá hecho, Dios mío? ¿Qué habrá hecho?
Acostumbrada a su especial mirada coreana alemana, levanto las cejas y finalmente él dice:
—¿Podemos ir a mi habitación?
¡Lo sabía!
¡Sabía que ocurría algo!
Convencida de que tiene algo que contarme,asiento y los dos salimos de la cocina. Al salir,veo que Flyn mira en dirección al despacho de Yulia y, cuando se asegura de que está la puerta cerrada y no nos ve, me coge de la mano y, tirando de mí a toda prisa, dice:
—Vamos.
Subimos la escalera de dos en dos y en silencio. Al llegar a su cuarto, entramos, él cierra la puerta y me mira.
—Mamá —dice—, tengo que contarte algo.
Asiento. Sin duda, la cosa va a traer miga. Me siento en su cama tras quitar un par de camisetas que como siempre ha dejado tiradas y pregunto con un suspiro:
—Lo sé. Conozco tu mirada, así que ¡dispara!
Mi hijo se rasca el cuello.
Bueno..., bueno..., que a éste le van a salir ronchones también.
Después se rasca la coronilla y finalmente va hasta su mesilla, rebusca en el cajón y,tendiéndome un sobre, dice:
—No te enfades, pero son las notas.
Ay, mi niño... Pobrecito, el apuro que tiene.
Si él supiera lo malísima estudiante que fui yo a su edad y los disgustos que les daba a mis padres, seguramente me miraría con otros ojos.
Pero no, no puedo decírselo, y sonrío.
Flyn es un buen estudiante, siempre ha sido un niño de notables y sobresalientes y tremendamente exigente consigo mismo. Cojo el sobre que me tiende e intento quitarle hierro al asunto.
—Vamos, cariño, no pongas esa cara. Mami y yo ya te hemos dicho muchas veces que no hace falta que todo sean sobresalientes, mi amor.Además, este año has cambiado de ciclo y de centro y es todo mucho más difícil, por lo que es
normal que tus notas hayan bajado.
El pobre me mira con ojitos de ratoncillo asustado y yo sonrío.
¡Cómo me camela mi coreano alemán!
Y entonces, sin abrir el sobre con las notas que me ha dado, pregunto:
—¿Estás apurado porque te ha quedado alguna,cuchufleto?
Él asiente. Pero si hasta pálido lo veo...
Yo sonrío y cuchicheo, aunque, a diferencia de otras veces, cuando le digo aquel ridículo «¡cuchufleto!» que tanto repite mi hermana Anya,no sonríe, por lo que comienzo a preocuparme.
—¿Qué has suspendido? —pregunto.
Remolonea. Duda. Mira el techo.
Oh..., oh..., ¡esto no me gusta!
Después, sus ojos se dirigen al armario donde están sus pósteres de los Imagine Dragons, su grupo preferido.
¡Uf..., comienzo a asustarme!
Luego mira a sus pies y finalmente, cuando ve que me muevo y me va a dar un ataque, susurra sin mirarme:
—Me han quedado seis.
¡¿Seis?!
¡Ay, que me da un jamacuco!
¿He oído bien? ¡¿Ha dicho seis?!
¡La madre que lo parió!
—¡¿Seis?! —susurro antes de gritar—. ¡¿Te han quedado seis?!

Flyn, al ver mi gesto y oír mi voz, pone cara de «pobre de mí» y responde:
—Sí..., pero... es que...
—¡Joder, Flyn, seis! —repito sin creerlo mientras el cuello me comienza a arder.
Pero ¿cómo ha podido pasar eso si siempre ha sido un estudiante estupendo?
Madre mía. Madre mía, cuando se entere una que yo me sé, la que se va a armar.
El niño no sabe adónde mirar, ¡y yo tampoco!
Y, como una loca, abro el sobre de las notas y, con un hilo de voz, murmuro:
—Has suspendido... historia, matemáticas,filosofía, geografía, inglés y dibujo... Pero... pero ¿cómo puedes suspender hasta dibujo? Madre mía,Flyn, cuando Yulia vea esto, no querría encontrarme en tu pellejo.
Mi hijo me mira, sabe que tengo razón.
—¿Cómo se llamaba tu tutor, que no lo recuerdo? —pregunto enfadada.
—Alves. Señor Alves.
Asiento y repito acalorada:
—El lunes ya puedes decirle al señor Alves que quiero una tutoría con él para que me explique qué narices ha pasado, ¿entendido?
Flyn asiente, no le queda otra. Todavía sorprendida por aquello, murmuro:
—¿Y cómo le contamos esto a tu otra madre?
En ese instante se abre la puerta de la habitación. Al ver que es Yulia, escondo rápidamente las notas a mi espalda.
¡Qué tía, siempre nos pilla!
Nos ve a los dos desconcertados, así que entra,cierra la puerta y pregunta:
—¿Qué planeaban a mis espaldas?
Como si nos hubiera comido la lengua un hipopótamo, así estamos Flyn y yo. El niño no sabe qué decir, y yo no sé ni qué responder.
Madre mía..., madre mía..., cuando vea las puñeteras notas...
Nuestro mutismo y la rigidez de nuestros cuerpos ponen en alerta a Yulia. Nos conoce. Se acerca a mí y dice:
—¿Qué ocurre, pequeña? —Al ver mi brazo hacia atrás, mira por encima de mi cabeza y pregunta—: ¿Qué es ese papel que escondes?
Ahora la que la mira con ojos de ratoncillo asustado soy yo, y entonces oigo a Flyn decir:
—Mami, son las notas.
Yulia me mira...
Yo la miro...
Yulia sonríe...
Yo me rasco el cuello...
Las ronchas en mi cuello me delatan y eso le hace presuponer que algo no va bien. Así pues, me aparta la mano para que no me rasque, a continuación me la suelta, extiende su mano y dice:
—¿Me enseñas las notas, Len?
Vale. El momento ha llegado. Pero antes de dárselas, digo intentando allanarle el camino a Flyn:—Cariño, piensa que este año ha cambiado de ciclo y...
—Venga, Len, eso ya lo sé. Enséñamelas.
Flyn y yo nos miramos.
—Me están asustando con sus miraditas—dice Yulia, aún con humor.
Oy..., oy..., oy..., la que se va a armar...
Y, sin poder retrasar más el terrible momento,se las entrego.
¡A cubrirse toca!
Sin quitarle de encima la vista a mi amor, veo cómo su boca pasa de la divertida sonrisa a la
sorpresa y, de ahí, al enfado en décimas de segundo.
Ante nosotros acaba de aparecer la fría Icegirl que asusta a Flyn, y entonces la oigo decir con voz ronca y controlada:
—Flyn, ve a mi despacho y espérame allí.
En un abrir y cerrar de ojos, el chico desaparece de la habitación, y Yulia me mira y sisea:—¿Cuánto tiempo pensabas ocultármelo?
Su acusación me toca las narices, el pie derecho y distintas partes de mi cuerpo. Me levanto de la cama y pregunto con cautela:
—¿Cómo dices?
Con el gesto congestionado y las malditas notas en la mano, Yulia musita:
—Aquí pone que se las entregaron el día 18, y hoy es 23. ¿Hasta cuándo pensabas ocultármelas?
Ya estamos. ¡Yulia y sus conclusiones precipitadas!
Clavo mis ojazos verdigrises en ella y protesto:
—Oye..., oye..., oye. Que yo las acabo de ver por primera vez hace cinco minutos.
—¡¿Seguro?!
—¡Segurísimo!
—No me lo creo.
—Pues créetelo —insisto.
—Len, me molesta cuando mientes para ocultar algo de Flyn.
¡Ya estamos!
¿Por qué Yulia siempre cree que estoy compinchada con el niño para todo?
Tras acercarme a ella sin ningún miedo, le clavo el dedo índice en el pecho y siseo:
—Mira, bollito...
—¡Len!
—¡¿Qué?!
—¡No vuelvas a llamarme así! —replica furiosa.
Su mirada me hace saber que eso no le hace ninguna gracia, y no dispuesta a jorobar las cosas más de lo que están, digo:
—Vale. Perdona. En cuanto al niño, entiendo tu sorpresa y tu enfado, porque eso mismo me ha pasado a mí cuando me las ha enseñado. Pero lo que no entiendo es que rápidamente desconfíes de mí porque yo...
—¿Cómo no voy a desconfiar de ti, si siempre lo estás tapando?
—¡Pero ¿qué narices estás diciendo, gi...?!

Su dura mirada hace que me calle. Es mejor que en un momento así no la insulte o todo irá a peor. Pero, vamos a ver, ¿qué es eso de desconfiar de mí, cuando yo confío plenamente en ella?
Yulia se mueve nerviosa. Para mi desgracia, cuando las cosas se le escapan de las manos,puede llegar a ser la mujer más desagradable del mundo.

—¿Acaso crees que soy tonta y no me doy cuenta de la infinidad de veces que me ocultas algo para que no lo regañe? —insiste.
¡Joder, tiene razón!
Bueno..., bueno..., bueno... Si se entera de que he comprado dos entradas para llevarlo al concierto de los Imagine Dragons, ¡la que me monta es fina!
Reconozco que soy demasiado protectora con Flyn en ciertos momentos, pero también lo soy con mis otros hijos, con mi familia, con mis amigos e incluso con ella. Sin embargo, cuando voy a contestar, Yulia se adelanta:
—Da igual lo que digas, Len. Como siempre, a ti todo te entra por un oído y te sale por el otro,¿verdad? —A continuación, se dirige hacia la puerta y añade—: Voy a hablar con Flyn a solas.Necesito una explicación a este desastre de notas.

Y, sin mirarme, sale del cuarto dando un portazo.
¡Ya la hemos liado!
Está visto que, cuando la mala rachita comienza..., ¡a saber Dios cuándo acaba!
Una vez sola en la habitación, durante varios segundos miro al suelo.
Sé que Yulia tiene razones más que suficientes para estar mosqueada pero, como siempre, ya me ha echado la culpa a mí. La primera sorprendida con lo ocurrido al ver las notas he sido yo, pero estoy segura de que ese cambio de actitud en Flyn tiene una explicación. Sin duda, la adolescencia,los amigos y los amores lo están atontando.
Sin embargo, como madre que me considero de Flyn, decido ir al despacho. Quiero estar delante cuando explique el desastre. Así pues, salgo de la habitación, bajo la escalera y me dirijo hacia el despacho de mi incombustible amor enfadada.
Al llegar, está la puerta cerrada y oigo la voz autoritaria de Yulia.
¡Buenoooo..., la que le está cayendo a Flyn!
Ya conozco a Yulia porque, si no, estaría asustadita perdida pensando que está ladrando como una perra furiosa y rabiosa. Sin esperar un segundo más, abro la puerta y entro.
Yulia y Flyn me miran, y veo en los ojos de mi niño algo que nunca he visto en él y que mi padre siempre ha llamado pasotismo. Eso no me gusta,así que me dirijo a Yulia, que tiene las notas en la mano, y digo:

—Soy su madre y quiero estar presente en todo lo que tengas que decirle.
Observo cómo su pecho se agita y sus ojos se entornan..., ¡joder, parece china!
En su mirada leo que le gustaría echarme del despacho, pero sabe que lo que he dicho es importante para el niño y para todos como familia y, volviendo a mirar al crío, continúa con su perorata.
Como siempre, Yulia hace preguntas y, cuando Flyn va a contestar, lo interrumpe y el niño se encoge. Eso me saca de mis casillas. Yulia no lo deja contestar. Me callo y decido decirle a mi esposa lo que pienso cuando el crío no esté presente.

—Estás castigado sin salir con tus amigos.
—Mamiiiii
—¡He dicho castigado! —insiste mi rusa/alem.
—¡No soy un niño! —grita Flyn.
Al oír eso, Yulia resopla, apoya las manos en la mesa de su despacho y controlando la voz sisea:
—Eres mi hijo y con eso me vale para castigarte.
Flyn se desespera, lo veo en sus ojos y,mirándome, dice:
—El viernes tengo una fiesta importante.
—¿Qué fiesta? —pregunta Yulia.
Sin amilanarse, el crío se dirige a mi amor y responde:
—La fiesta del cumpleaños de mi novia.
—Pues dile a Dakota que no vas —suelta Yulia.
—Dakota no es mi novia, mami; ahora lo es Elke.
Yulia me mira y, tan sorprendida como yo cuando me enteré, pregunta:
—¿Y quién narices es Elke?
Bueno..., bueno..., bueno..., la cosa se va caldeando por segundos cuando Flyn, en busca del apoyo que siempre le doy, me mira con ese gesto que me descongela hasta el alma.
—Mamá, ayúdame —suplica—, tengo que ir a la fiesta de Elke.
—Tu madre no te va a ayudar porque no irás,¡estás castigado! —insiste Yulia.
—Mamiiiii...
Suspiro y me acaloro. No voy a llevarle la contraria a Yulia, esta vez no, porque sé que tiene razón. Así pues, cojo fuerzas y digo:
—Lo siento, Flyn, pero como mami ha dicho,¡estás castigado!
Mi niño me mira con gesto de incredulidad. No entiende cómo esta vez no lo ayudo.
¡Ay, qué dolor siento en el alma!
Esto de ser madre de un adolescente, en plena edad del pavo, es más duro de lo que creía.
Noto la mirada de conformidad de Yulia ante lo que he dicho y, cuando Flyn vuelve a quejarse otra vez, le suelta:
—Y, por supuesto, ya puedes olvidarte del ordenador, la tablet, las redes sociales y el móvil.
—¡No puedes hacer eso! —grita Flyn.
Yulia se pone enferma al oír su tono y, acercándose a él, replica:
—Puedo y lo haré.
—¡Pero, mami...!
Bueno..., bueno..., bueno..., si le quita todo eso al niño, se lo carga. ¡Pobrecito!
—Y como vuelvas a protestar o a levantarme la voz —sisea Yulia con gesto furiosa—, te juro,Flyn, que las consecuencias van a ser mucho más graves.
El niño me mira. ¡Angelito! Y yo, con la mirada, sin pestañear, le pido que no abra la boca y no se le ocurra mencionar lo de las entradas del concierto.
Por suerte, me entiende, hace caso y mira al suelo. Uf..., ¡menos mal!
Cuando Yulia se enfada, es la tía más intransigente del mundo pero, en este instante, pese a la pena que me da Flyn, mi amor tiene toda la razón.
Durante un par de minutos, los tres permanecemos callados, hasta que finalmente Yulia dice: —Sal del despacho y tráeme tu portátil, la tablet y el móvil. Te lo devolveré todo y podrás volver a salir con tus amigos cuando recuperes las seis que te han quedado, ¿entendido?
Abatido, mi coreano alemán agacha la cabeza.
Sabe que en este instante es mejor obedecer y, por ello, sin mirarme, pasa por mi lado y sale del
despacho.
Una vez me quedo a solas con mi amor, Yulia me mira.
Ea..., ¡ahora me toca a mí!
—Siento haberme puesto así contigo —dice—.Flyn me ha contado que acababas de ver las notas.Lo siento, cariño. Perdóname.
No respondo, simplemente la miro con gesto de enfado y lo informo:
—Le he dicho a Flyn que le comente a su profesor que quiero una tutoría con él.
—Iremos las dos —afirma Yulia.
Dos segundos después, la puerta se abre y Flyn entra con todo lo que Yulia le ha pedido. Sin mirarnos a ninguna de las dos, deja el ordenador,la tablet y el móvil sobre la mesa del despacho y se marcha.
Yulia se pasa entonces la mano por la cabeza y pregunta:
—¿Qué estamos haciendo mal, Len?
Oír su tono de voz abatida me hace saber que a ella le ha dolido más hacer lo que ha hecho que a nuestro hijo.
—No hemos hecho nada mal, Yulia —murmuro acercándome a ella—. Seguimos siendo las mismas que ayer, pero él cambia y ya no es el niño que se contentaba aprendiendo a montar en monopatín o jugando con nosotras a la PlayStation.
—Y, si no hemos hecho nada mal, ¿por qué de pronto suspende seis?
Ésa es una pregunta difícil de responder.
—Yo no puedo meterme en la cabeza de Flyn—digo—, pero he tenido su edad, como la has tenido tú también, y...
—Yo siempre he sido muy responsable,incluso con esa edad, Len—me corta—. Siempre he sabido que los estudios eran algo que debía aprobar por mí y por mis padres, aunque estuviera desfasada en ciertos momentos.
Sonrío. Sin duda, mi chicarrona siempre ha sido una gran responsable. Me encojo de hombros y respondo:
—Pues siento decirte que a mí, a su edad, lo último que me importaba eran los estudios y lo que mis padres pensaran, porque lo único que quería era saltar con la bicicleta como una loca,divertirme y, cuando iba a la discoteca con mis amigas, ser una chica guapa a la que admiraran los chicos y chicas.
Mi confesión hace que Yulia me mire, y entonces observo que las comisuras de sus labios se relajan.
¡Bien..., vamos bien!
Acto seguido, pasa las manos alrededor de mi cintura y murmura:
—Tus amigos debían de estar ciegos para no admirarte.
Vuelvo a sonreír. ¡Qué mona es cuando quiere el jodía!
—Era desgarbada, además de peleona con los chicos —confieso—. Me gustaba demasiado el deporte y me sentía fea ante otras chicas que, con mi misma edad, estaban más desarrolladas y eran más femeninas.
Mi Icegirl sonríe, eso me tranquiliza y,acercando su frente a la mía, murmura:
—¿Crees que he hecho bien con Flyn?
La miro y me pierdo en sus ojos.
—Has hecho lo que cualquier madre preocupada haría por su hijo —afirmo—. Le has hecho ver que toda causa tiene un efecto. Ahora es él quien debe darse cuenta de lo que realmente tiene que hacer para volver a disfrutar de todos los privilegios que tenía. Y, si te quedas más tranquila,quiero que sepas que, en esta ocasión, yo habría actuado exactamente igual que tú.
—Pues me siento fatal —insiste.
No puedo evitarlo y sonrío.
En mi niñez, recuerdo haber escuchado a mis padres tener esa misma conversación cuando nos castigaban a Anya y a mí por habernos portado mal, lo que era de continuo.
—Entiendo tu malestar porque yo también me siento así — digo—, y más cuando no lo he ayudado para lo de la fiesta de Elke. —Yulia resopla al oír eso, pero prosigo—: Hasta este momento, Flyn siempre había ido bien en los estudios y no habíamos tenido que enfadarnos con él por ello pero, ahora, creo que nos va a tocar pasar una temporadita complicada hasta que
consigamos encauzarlo de nuevo.
—¿Quién es Elke, y cuándo dejó de estar con Dakota?
—Ni idea, corazón —digo y, al ver la confusión en sus ojos, afirmo—: Seguro que Elke será una buena niña como Dakota. —Yulia se toca el pelo y prosigo—: Cariño, todo esto se deberá a un conjunto de cosas. Su edad, la novia, los amigos, el interés por todo menos por los estudios y la rebeldía. Piensa que hemos pasado de ser las madres perfectas al enemigo a abatir. Esto es así,Yulia. Es ley de vida, amor.
Yulia resopla. Sin duda, sabe que tengo razón.
—Recuerdo que mi padre me prohibía salir o me quitaba la bicicleta en Kazán—continúo—. Eso me enfadaba, pero era lo único que hacía que yo reaccionara. —Yulia sonríe—. Pero, por favor, la próxima vez que hables con él, permítele que responda. No lo cortes todo el rato cada vez que va a contestar o dejará de hablar contigo, y tú no quieres eso, ¿verdad? —Ella niega con la cabeza e insisto—: Pues entonces hazme caso. No hay nada más incómodo que querer responder y que no te lo permitan.
Yulia asiente. Sin duda, sé que la próxima vez que hable con él lo hará. Me da un beso y murmura:
—¿Perdonas a tu gilipollas por sacar conclusiones erróneas de ti?
Eso me hace soltar una carcajada y, encantada, poso las manos en sus hombros y digo tocándole con cariño el cuello:
—Adoro que en ocasiones seas un gilipollas; ¿sabes por qué? —Ella niega con la cabeza, y yo aclaro divertida—. Porque me encanta reconciliarme contigo.
Su sonrisa se ensancha.
¡Oh, Dios, qué maravillosa sonrisa tiene mi rusa/alem preferida!
Cuando va a besarme y sé que me va a dejar sin respiración, nos interrumpen unos golpes en la puerta del despacho.
—Adelante —dice Yulia.
La puerta se abre. Es Simona que, con gesto preocupado, explica:
—Siento interrumpir, pero Flyn se ha pillado un dedo con la puerta y está dolorido en la cocina.
Yulia y yo salimos a la carrera.
¡Ay, mi niño!
Cuando llegamos a la cocina, nuestro adolescente nos mira. Yulia se apresura a arrodillarse delante de él, coge su mano, retira la bolsa de hielo que Pipa le ha puesto y examina el dedo aplastado y rojo.
—Len, llama a Marta para ver si está en el hospital —me pide a continuación con gesto descompuesto.
Sin tiempo que perder, los tres nos dirigimos al garaje. Allí, nos encontramos con Norbert, que,al vernos llegar, aunque no sabe lo que ha pasado, dice rápidamente:
—En cinco minutos llegamos a urgencias.

A Flyn por el dolor se le escapan unas lágrimas, y Yulia no puede ya ni respirar.
Madre mía, ¡pero qué nerviosa se pone con estos temas!
Hablo con Marta. Está en el hospital. Como puedo, mientras llegamos tranquilizo a mi amada y a mi niño a la vez. No sé quién es más complicado. Cuando llegamos a urgencias, Marta, la hermana de Yulia, que trabaja allí, ya nos está esperando.
Mi cuñada, que es un amor, se preocupa por Flyn en cuanto lo ve.
—Tú quédate aquí —dice entonces mirando a Yulia. —No. Yo voy con Flyn —insiste ella.
Marta y yo nos miramos y, finalmente, para relajarla digo:
—Yulia y yo nos quedaremos aquí. Flyn, ve con la tía Marta.
Una vez ellos dos desaparecen por la puerta,Yulia me mira con gesto tenso y, antes de que abra la boca, digo:
—Sabes que es mejor que no estemos nosotras para que Flyn esté atento a lo que Marta y el doctor le digan, así que ni se te ocurra protestar,que la madre soy yo, estoy preocupada y no estoy montando un numerito, ¿de acuerdo?
Yulia asiente y no dice nada. Norbert, que ya ha aparcado el coche, entra en urgencias. Al vernos,se sienta a nuestro lado, y los tres esperamos con impaciencia y en silencio.
Cuarenta minutos después, la puerta se abre y salen Marta y Flyn. Miro a Yulia y veo cómo su gesto se suaviza al contemplarlo. Lo quiere con locura. Lo sé, y sólo deseo que Flyn también lo sepa. Cuando se acerca a él, observa su mano vendada y luego lo mira a los ojos.
—¿Estás bien, colega? —le pregunta.
El crío, que ya no llora, esboza una sonrisa y asiente.
—Me duele, mami, pero estoy bien.
Yulia lo abraza y yo me emociono. ¡Soy así de tonta! Marta nos dice que le han hecho una radiografía y el dedo no está roto, pero tiene una pequeña fisura. Le han puesto una férula para inmovilizárselo y tiene que tomar antiinflamatorios. Una vez acaba de explicárnoslo todo, veo que tiene mala cara.
—¿Te encuentras bien, Marta? —pregunto.
Mi cuñada me mira, se recoge el pelo en una coleta alta y responde:
—Sí. Es sólo que esta noche no he dormido mucho.
Tan pronto como sabemos que todo está bien, a pesar del susto, Marta mira a su sobrino, que está tan alto como nosotras, y le dice:
—Todavía no me has contado cómo te has pillado el dedo.
Él nos mira a Yulia y a mí, que somos el enemigo, y responde:
—Estaba enfadado, cerré la puerta con fuerza y me pillé el dedo.
Con cariño, le toco el pelo y lo beso en el hombro.
—¿Y por qué estabas enfadado? —insiste Marta.
Flyn mira al suelo. Yulia me mira a mí. Marta mira a Yulia y yo finalmente digo:
—Vamos, cielo, responde a lo que te han preguntado.
Mi niño resopla, levanta la cara, mira a su tía y contesta:
—Me dieron las notas y suspendí seis.
—¡¿Seis?! —grita Marta.
Yulia asiente. Yo asiento. Flyn vuelve a mirar al suelo y Marta le suelta, sorprendiéndonos a todos:
—Flyn Volkov, espero que tus padres te hayan castigado como mereces, jovencito. Tu obligación es estudiar y aprobar, como la
obligación de tus madres es cuidarte, protegerte y procurar que no te falte de nada.
Atónita, mi amor observa a su hermana. Estoy segura de que esperaba cualquier otra cosa menos eso, y sonrío cuando la oigo decir:
—Gracias.
Marta le guiña el ojo con complicidad.
Cuando llegamos a casa, Simona y Pipa están preocupadas pero, en cuanto ven a Flyn, la preocupación se les pasa, y lo mismo ocurre con Sonia, mi suegra y abuela del niño. Marta la llama para decírselo y, cuando ella telefonea para preguntar y habla con Flyn, también se tranquiliza.
Tras la comida, Yulia habla con Björn y después nos sentamos con las niñas en el salón.
Hannah y la pequeño Yulia se quedan dormidas, y comienza la película Los Vengadores en la televisión. ¡Bien! Nos gusta a los tres.
Durante veinte minutos Yulia, Flyn y yo la vemos, hasta que la puerta del salón se abre y Simona anuncia:
—Flyn, una tal Elke al teléfono.
El crío nos mira. Sabe que está castigado. Yo no muevo ni una pestaña, y Yulia, finalmente, al ver que no voy a abrir la boca y el niño no le quita ojo, dice:
—Ve a hablar con ella, pero hazlo desde tu habitación.
Flyn da un salto y corre hacia el teléfono. Yo sonrío y cuchicheo:
—Vaya..., vaya... ¿No quieres saber qué es lo que habla con su nueva novieta?
Yulia niega con la cabeza y responde con gesto taciturno:
—La intimidad de Flyn en temas de amores es sólo suya.
Sonrío. No puedo evitarlo y, sin decir nada más, me acomodo junto a mi amor y seguimos viendo la película mientras las pequeñinas continúan dormidas.
La peli está genial. Me encanta pero, como ya la he visto y Yulia también, tras reírnos por una escena divertida, le pregunto:
—Por cierto, ¿qué te ha dicho Björn?
Yulia mueve la cabeza y explica:
—Le han vuelto a piratear la web.
—Pobre..., ¿ya es la tercera vez?
—La cuarta. Intentan localizar al tal Marvel,pero no dan con él. Sin duda, debe de ser un hacker profesional.
Resoplo. Es evidente que Björn tiene un gran problema.
Guardamos silencio durante unos segundos,hasta que, mirándola de nuevo, digo:
—Tenemos que hablar.
Noto que Yulia se tensa, pero finalmente responde:
—Cariño, si es sobre Ginebra...
—No es sobre eso —la corto, y añado—:Confío en ti.
Yulia asiente. Le gusta lo que he dicho y, sonriendo, murmura:
—Entonces, tú dirás.
Cojo fuerzas y digo sin parpadear:
—Es en referencia a trabajar.
Su cara se descompone.
—Elena, por favor.
—Ah..., ah..., no me llames por mi nombre completo, que eso sólo lo haces cuando te cabreas—me quejo.
Suspira. Sabe que no puede seguir esquivando el tema, por lo que cierra los ojos y replica:
—De acuerdo, ya sé que la niña ya tiene dos años y...
—Yulia —la corto impasible—. Sabes que adoro a los niños y te adoro a ti y que por ustedes doy mi vida, pero necesito trabajar en algo que no sea cuidar de los niños, dar de comer a los niños y dormir a los niños o te juro que me voy a volver loca como mi hermana Anya; ¿quieres eso?
—No —responde rápidamente—. Pero,cariño, no te hace falta. Sabes que yo cubro todas nuestras necesidades y...
—Lo sé, ¡claro que lo sé! Sé quién eres y con quién me he casado —gruño—. Pero también sé que o hago algo o al final me voy a convertir en un ser insoportable.
Yulia me mira, yo la miro y le advierto:
—El que avisa no es traidor —y, como no me apetece callármelo, añado—: Además, todavía no he olvidado que le dijiste a Ginebra que te gustaban las mujeres que iban a por lo que querían,y yo, amiga, siempre voy a por lo que quiero. Que te quede claro.
Oigo su resoplido. ¡Yulia y sus resoplidos!
Finalmente, cuando ve que no voy a ceder, dice:
—Sabes que, si trabajas, tu tiempo para los niños y para mí se verá limitado, ¿verdad?
—Pues claro que lo sé, ¡lo sé todo! —respondo consciente de ello—. Pero tú también sabes que no soy mujer de quedarme en casa el resto de mi vida a la espera de que mi esposita regrese de su trabajo. —Su gesto se contrae. No le gusta nada lo que he dicho, e insisto—: Vamos a ver, Yulia. Esta conversación la hemos tenido muchas veces y no estoy dispuesta a volver a discutir por ello. Convéncete de una vez por todas de que yo soy lo que ves, ¡soy Len! La mujer independiente que conociste en Müller, Rusia,trabajando de secretaria y que, además, por las tardes, daba clases de fútbol a niños. Si no quieres que trabaje en tu maldita empresa porque soy tu mujer, te juro que buscaré trabajo en otro sitio y...
Pero Yulia no me deja acabar, pone un dedo sobre mis labios para que me calle y replica:
—No trabajarás para otros. Bueno..., no pensaba decirte nada de momento, pero hay una vacante para un par de meses en el departamento de marketing.
Parpadeo.
¿Ha dicho lo que creo que ha dicho?
¡¿Tengo trabajo?!
Mi cara debe de ser un poema. ¡¿Marketing?!
—Marguerite estará fuera un par de meses. Le comenté a Mika la posibilidad de que tú trabajaras con ella ese tiempo y le pareció bien.
—¡¿Marketing?! —Río divertida al pensar en trabajar con Mika; ¡me encanta!
—Sí, cielo, pero hay una condición.
—¿Cuál? —pregunto deseosa.
—Trabajarás a media jornada y no viajarás.
Oír eso me hace sonreír. Me da igual la condición. Voy a trabajar, ¡tengo un trabajo! Y entonces digo rápidamente, sin pensar:
—Acepto. Acepto tu condición.
Mi amor sonríe también. Dios..., cómo me gusta verla así.
—Estoy segura de que lo harás genial —dice—. Si quieres, el lunes vienes conmigo a la oficina y hablas con Mika.
—Sí... —afirmo con un hilo de voz.
—De acuerdo. Le enviaré un mensaje para que el lunes espere tu visita.
¡Toma ya!
Menudo golazo que me ha metido la rusa/alemana.
Alemania, 1 - Rusia, 0.
¡Me la como..., me la como..., me la como!
Yo, que estaba dispuesta a discutir y a pelear como una leona, me quedo sin palabras. Como siempre, Yulia me ha sorprendido.
Me siento a horcajadas sobre ella y murmuro:
—Ahora es cuando tengo que decirte que no sé qué decir.
Ella sonríe. Adoro su sonrisa. No me quita ojo de encima y, tras suspirar, musita:
—Pues dime algo bonito.
Ahora la que sonríe soy yo.
—Eres la mejor, te quiero..., te quiero y te requetequiero.
Mi amor ríe satisfecha.
—Pequeña, sólo quiero que seas feliz. Eso sí,recuerda nuestra condición, y que los niños y yo existimos, que te necesitamos, y todo irá sobre ruedas.
Su advertencia es cariñosa, y afirmo:
—Lo recordaré, tanto como lo recuerdas tú.
Su sonrisa se contrae un poco, sé que esa pullita que he soltado le ha escocido, pero no dispuesta a que el momento se jorobe por mi poco acertado comentario, lo beso en la punta de la nariz y añado:
—¿Sabes que estoy loca por ti, señora Volkova?
Mi Icegirl vuelve a ensanchar su sonrisa y me clava con suavidad los dedos en la cintura.
—Me gusta que estés loca por mí..., señorita Katina—murmura.

De reojo miramos a las niñas, que siguen durmiendo, y en décimas de segundos nuestras bocas se encuentran.
Han pasado varios años desde que nos besamos por primera vez, pero las mariposas y los elefantes que siento en el estómago cuando Yulia me besa siguen tan vivos como el primer día, y sólo espero que a ella le suceda lo mismo. La deseo.
Nuestro beso se acrecienta y, enloquecido por ello, Yulia se levanta conmigo en brazos y me tumba sobre el sillón; luego se echa sobre mí con delicadeza para no aplastarme.
Sabemos que no es momento para eso.
Sabemos que las niños duermen a nuestro lado.
Sabemos que es una locura, pero también sabemos que la locura es lo nuestro y que, cuando comenzamos a besarnos, ¡olvidamos la palabra «sabemos»!
Rápidamente siento la excitación de Yulia apretándose contra mí.
¡Oh, Diosssss! ¡La quiero ya!
Los besos suben y suben de intensidad. El calor inunda nuestros cuerpos y, enloquecida, mi rusa/alem comienza a desabrocharme el botón de los vaqueros y yo me arqueo para facilitárselo. Con su mano libre, me suelta la coleta que llevo en lo alto de la cabeza y, cuando me agarra del cuello para ahondar en su beso, de pronto la puerta del salón se abre y oímos:
—Mamáaaa..., mamiiiiii...
El salto que damos Yulia y yo para separarnos hace que el sillón se tambalee, y Flyn, que es muy cabrito, insiste mirándonos con gesto contrariado:
—Pero ¿qué hacen?
Vaya pillada. ¡Vaya pillada!
Yulia se sienta con rigidez en el sillón y se dispone a ver la televisión.
¡Qué cabrito él también, cómo escurre el bulto!
Pero yo, al ver que el niño no me quita la vista de encima a la espera de una explicación, me retiro el descontrolado pelo de la cara y murmuro mientras me cubro el pantalón desabrochado con la camiseta:
—Pues, cariño, no te voy a mentir, nos estábamos besando.
—¡Len! —protesta Yulia al oírme.
Me entra la risa. No lo puedo remediar y, mirando a mi amor, que me observa sorprendida,insisto:
—Por el amor de Dios, Yulia, Flyn ya es mayor y sabe perfectamente lo que estábamos haciendo.
¿Qué quieres que le diga?
Mi rusa me mira y resopla, sabe que llevo razón. Luego se vuelve hacia el niño y afirma:
—Como ha dicho Len, ¡nos besábamos!
Flyn asiente y sonríe con picardía.
¡Menudo sinvergüenza!
No pregunta más y se sienta en un sofá que hay a la derecha de Yulia. Durante varios minutos, los tres volvemos a centrarnos en la película de la televisión, hasta que de pronto mi esposa pregunta:
—¿Cuándo era la fiesta de cumpleaños de Elke?
Yo la miro...
Flyn la mira y responde:
—El viernes que viene.
No sé de qué va todo esto, pero de pronto mi rusa/alem preferida del mundo mundial dice:
—Irás al cumpleaños de Elke pero, después,estás castigado, ¿entendido?
Flyn sonríe y, tras ponerse en pie de un salto, se abalanza literalmente sobre Yulia olvidándose de su dedo lesionado.
—Gracias..., gracias..., gracias, mami. Eres el mejor.
¿Mami? ¿Y yo qué?
Sin embargo, me emociono como una mona y sonrío feliz al entender que Yulia se ha puesto en la piel de Flyn y ha comprendido la necesidad de su hijo por no fallarle a Elke.
Sin duda, mi rusa/aleman cambia, como cambia Flyn y como, obviamente, también cambio yo.

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Mensaje por VIVALENZ28 11/9/2016, 12:45 am

8

Como todos los años, la cena de gala del despacho de abogados Heine, Dujson y Asociados en el restaurante Chez Antonin estaba siendo todo un exitazo.
El famoso bufete organizaba una vez al año un evento para la incorporación de socios.
Björn, que era considerado uno de los mejores abogados de Múnich, estaba también allí tomando algo en compañía de Mel. Su sueño siempre había sido trabajar en el afamado despacho, pero no como asociado; él quería algo más, quería que su apellido formara parte del nombre del bufete: Heine, Dujson, Hoffmann y Asociados.
En aquella ocasión, su sueño estaba muy cerca de verse cumplido, ya que el despacho necesitaba efectivo y los dos asociados mayoritarios estaban entrevistándose con distintos profesionales.
Deseoso de conseguir el puesto, Björn presentó su candidatura, pero sabía que, igual que la de él,había otras tres más, y todo dependía de la opción que eligieran Gilbert Heine y Amadeus Dujson.
Ataviada con un bonito vestido negro y blanco,Mel, que se encontraba apoyada en una de las barras, observaba hablar a Björn con otros abogados. Estaba guapísimo con aquel traje azul de raya diplomática.
Pero ¿realmente con qué no estaba guapo?
No le había contado a Björn lo que Louise le había dicho en referencia a aquel bufete. Ella prefería siempre observar antes de levantar falsos rumores. Y, por lo que veía, todos aquellos hombres eran unos frikis de la abogacía y poco más. Con curiosidad, la exteniente Mel Parker vio a Louise, la mamá de Pablo, entrar junto a su joven marido. Parecía feliz del brazo de aquél, hasta que la descubrió a ella y su expresión cambió.
Evidentemente, no esperaba encontrar a Mel allí.
Durante un rato, Mel la siguió con la mirada por la estancia hasta que vio que se dirigía al baño. Sin dudarlo, y para tranquilizarla, Mel fue tras ella y, una vez dentro, Louise preguntó:

—¿Qué haces aquí?
—Björn, mi novio, es abogado y quiere trabajar en este bufete.
El gesto de Louise se descompuso.
—No lo permitas —murmuró—. Si lo hace, tu vida será un desastre.
Al oír eso, Mel sonrió y repuso:
—Tranquila, Louise, conozco a Björn y no es un hombre que se deje llevar por nadie, y...
En ese instante se abrió la puerta del lavabo y entraron dos mujeres. Las miraron, les sonrieron y,cuando desaparecieron en el interior de los aseos,Louise cuchicheó:
—No digas que no te lo advertí.

Y, dicho esto, la joven se marchó del baño dejando a Mel con la boca abierta.
Cuando salió, se dirigió de nuevo hasta la barra donde había estado momentos antes, miró a su alrededor y suspiró. Sin lugar a dudas, las mujeres de todos aquellos hombres, además de floreros y unos clones unas de otras, eran todo lo que ella nunca querría ser. Sólo con verlas, oírlas hablar y ver cómo se movían por la sala, sabía que de allí pocas amigas podía llevarse.
Aburrida pero con la mejor de sus sonrisas,Mel esperó pacientemente a que Björn dejara de hablar con aquellos tipos y se acercara a ella, algo que él no tardó en hacer, pues era consciente de cómo muchos de los presentes observaban a su
mujer.

—¿Otro cóctel? —preguntó Björn.
—Me muero por una birra bien fresquita.
—Mel...
Ella sonrió.
—De acuerdo, señor Hoffmann, seré fina y elegante y querré otro cóctel.
Björn sonrió. Sabía cuánto le estaba costando a Mel mezclarse con aquella gente y, cuando le entregó la bebida, ella dijo:
—Te juro que todos estos frikis de las leyes son lo más aburrido de la faz de la Tierra. Todavía no puedo creer que tú seas uno de ellos y que yo esté contigo.
—¿Me acabas de llamar «friki aburrido»? —dijo Björn riendo.
Mel asintió. Björn se acercó entonces a ella y susurró:
—Eso me lo vas a repetir esta noche cuando lleguemos a casa, Catwoman.
Ambos estaban riendo cuando uno de los organizadores de la cena, Gilbert Heine, el asociado mayoritario, se acercó hasta ellos.
—¿Lo pasan bien?
—¡Estupendamente! —asintió Mel con la mejor de sus sonrisas.
—Todo genial, Gilbert —aseguró Björn.
El hombre miró entonces algo agobiado a su alrededor y murmuró acercándose más a ellos:
—Estoy deseando cenar. Hemos encargado un paté austríaco que es una maravilla, un pescado increíble y un postre de la casa que está para chuparse los dedos, ¡ya veran!
Björn y Mel sonrieron al oírlo.
El hombre canoso de apariencia impecable se quedó con ellos más rato de lo que a Mel le habría gustado. Por su parte, Björn lo consideró un honor y, al ver cómo bromeaba y reía con su mujer, supo que los estaban estudiando, lo cual era buena señal.
Cuando el jefazo se marchó y llamó a Björn para que lo acompañara, Mel lo animó a ir. Ella esperaría allí tranquilamente, pero sus planes se fueron al traste en el momento en que la mujer del jefazo, Heidi, fue hasta ella, la agarró del brazo y se la llevó a una mesita donde otras mujeres estaban conversando.
Louise la miró, pero no comentó que se conocieran, por lo que Mel calló y disimuló.
Durante un buen rato, prefabricó una sonrisa mientras escuchaba cómo hablaban las mujeres.
¿Por qué eran tan antinaturales e insufribles?
Mel no tenía nada que ver con ellas, y cuando ya no pudo soportar un segundo más oír a las otras hablando del bótox o de no sabía qué preciosa y carísima prenda de vestir que llevaba una de ellas,se disculpó diciendo que debía ir al baño y se quitó de en medio.
Una vez allí, se echó agua en la nuca.
Entonces, Louise entró también en el baño.

—Siento ser tan fría delante de ésas —dijo—,pero...
—¿No dices que quieres divorciarte de Johan?¿Qué estás haciendo aquí, entonces? —preguntó Mel mirándola.
Louise suspiró.
—Ya te dije lo que ocurría, ¿lo has olvidado?
Ambas se observaron, y finalmente Mel afirmó:
—Te aseguro que, si yo fuera tú y un tío, por muy abogado que fuera, me amenazara, lo machacaba.

En ese instante, uno de los aseos se abrió y una mujer salió de él. Con una candorosa sonrisa, se lavó las manos mientras Louise entraba en uno de los cubículos y Mel se miraba en el espejo.
Con paciencia, Mel esperó a que la extraña se fuera, pero parecía no tener prisa. Una vez se lavó las manos, abrió su bolso y cogió un neceser del que sacó un pintalabios y comenzó a retocarse el carmín.
Louise salió del aseo y, al ver que la otra todavía seguía allí, se lavó las manos y, sin decir nada, se marchó. Una vez a solas Mel y la mujer,ésta guardó su neceser y salió también del baño.
Mel se quedó con una extraña sensación. Pero ¿qué ocurría allí?
Se dirigió de nuevo a la barra y, cuando el camarero le sirvió otro cóctel, lo cogió y sonrió al imaginar a sus antiguos compañeros de unidad allí.

—¿Qué piensa mi preciosa teniente? —preguntó Björn acercándose.
Al sentir las manos de él sobre su cintura y su boca en la coronilla, la joven murmuró:
—En coger cinta aislante y taparles la boca a algunas pesadas que hay por ahí. Eso es lo que pienso y, ya de paso, en quitar la musiquita de violines y poner algo mejor, como Bon Jovi o Aerosmith.
Björn sonrió y se colocó a su lado.
—¡Qué decepción! —dijo—. Creí que pensarías algo más divertido al ver que sonreías.
Saber que Björn la había visto sonreír le hizo gracia, y replicó:
—Sonreía al imaginar a Fraser o a Neill aquí,metidos entre tanto pijerío y tanta tontería —y,bajando la voz, cuchicheó—: Oye, ¿te imaginas a cualquiera de estos casposos en un concierto de Bon Jovi o Aerosmith? Seguro que les da el humo de un porro y se quedan colgados tres meses.
—Mel... —susurró él incómodo.
—Tranquilo, James Bond, nadie me ha oído.
Björn asintió. Sin duda, aquellas cenas no eran lo que más le gustaba a Mel.
—Cariño —replicó—, éste es mi mundo. Es con estas personas con quienes trato a diario, y...
—Lo sé..., lo sé..., pero son tan aburridos y tan diferentes de ti que, de verdad, no sé qué estamos haciendo aquí. —Pero entonces Mel vio un photocall que había en un lateral y murmuró—:Aunque, bueno, tu sueño es que tu apellido aparezca algún día en ese cartel, ¿no?
Ambos miraron el photocall del famosísimo bufete de abogados que había en el restaurante.
—Sí, cariño —admitió Björn—. Ése es mi sueño.
Tras un segundo en el que ambos permanecieron en silencio, al ver la incomodidad de Mel, él comentó:
—Bueno, para tu consuelo te diré que el catering que han contratado para la cena es exquisito.
—Menos mal, al menos cenaré algo rico.
Divertido, Björn añadió:
—Gilbert Heine nos ha incluido a ti y a mí en la mesa presidencial.
—¡No jorobes!
—Mel...
—¡Menudo aburrimiento!
—¡Mel...!
—Venga, va..., cambio el chip. ¡Qué ilusión!—dijo ella sonriendo, lo que lo hizo reír.
Björn tomó un trago de su bebida y, seguro de que nadie lo oía, indicó:
—Cariño, soy consciente del esfuerzo que haces por relacionarte con las mujeres de mis colegas, que suelen ser insufribles y ellos bastante aburridos, pero tenemos que estar aquí. Mi bufete es uno de los más jóvenes de Múnich, pero tengo muchas papeletas para conseguir lo que me propongo. Y, si lo consigo, prepárate, porque entonces podremos comprar todo lo que queramos.
Al oír eso, Mel lo miró.
—¿Acaso no compramos ya todo lo que queremos? —replicó. Björn no respondió, y ella cuchicheó—: Vale, yo te apoyo, y sabes que siempre te apoyaré en todo lo que quieras, pero recuerda: espero de ti el mismo apoyo.
El gesto del abogado se crispó.
Pensar en las posibilidades de trabajo que Mel le ofrecía no era lo que más le gustaba.
—No es momento de hablar de ello, ¿no crees?—siseó.
Mel asintió; aún recordaba su última discusión al respecto. Y, resoplando al ver su gesto, replicó:
—Mensaje recibido, no te apures.
—Me apuro porque te veo mal, pero si tú no vienes...
—Eh..., eh..., eh... ¿Acaso crees que te voy a dejar venir aquí solo con tanta loba con cara de Caperucita? —Björn sonrió y ella añadió—: Si ya te miran con descaro estando yo, no quiero ni imaginarme qué harían si no estuviera.
—Bueno...
—Ah, no..., no me vayas ahora de sobradito,Björn Hoffmann, o te juro que...
No pudo decir más. Sin importarle las miradas indiscretas que se clavaron en ellos, Björn la acercó a él y la besó con pasión. Cuando se separaron, murmuró:
—Tengo a mi lado a lo más precioso y deseable que un hombre puede anhelar. El resto no me interesa —y, alejándola de él, prosiguió—:Pero en este tipo de cenas hay que sonreír y hacerles ver que uno puede ser tan increíble como ellos, ¿de acuerdo, mi amor?
Riéndose estaban cuando Gilbert se les acercó y, mirando a Mel, dijo:
—Que me perdone mi esposa pero, Melania,eres la mujer más bonita e interesante de toda la fiesta, y vengo encantado a cogerte del brazo para que me acompañes a la mesa.
—¿Tengo que ponerme celoso, Gilbert? —se mofó Björn.
El abogado sesentón soltó una risotada.
—Tranquilo, Hoffmann —dijo—. No creo que pueda competir ni con tu juventud ni con tu lozanía, y me consta que esta mujercita tuya...
—Novia, Gilbert..., novia —aclaró ella.
Al oír eso, el hombre miró sorprendido a Björn.
—¿Cómo es posible que todavía no estés con ella? — preguntó. Björn suspiró, y Gilbert indicó—: Recuerda que uno de los requisitos indispensables de este bufete es estar casado y bien casado.
—Lo sé —dijo Björn sonriendo—. Y estoy en ello. El hombre maduro de pelo blanco asintió.
—Hoffmann, además de preciosa, se ve que esta muchacha es inteligente y divertida. ¡No pierdas la oportunidad!
—Gilbert, eres un adulador —dijo Mel sonriendo divertida al ver la cara de circunstancias de su novio.

De su brazo, y seguida por Björn, caminó con Gilbert hasta el lugar donde estaba la mujer de él,que no dudó en agarrarse al brazo de aquél y juntos se sentaron a la mesa presidencial.
La comida estaba exquisita, pero a Mel la mataba la compañía. La mujer de Gilbert, junto a otras que estaban a su lado, tras conversar sobre los hijos, comenzó a hablar de recetas de cocina y de religión, y Mel no podía hacer otra cosa más que sonreír y asentir.
Al darse cuenta de que estaba muy callada,Gilbert le preguntó:

—¿Te gusta la comida?
—Sí..., sí..., buenísima —respondió Mel con una sonrisa.
—Siento que la conversación de mi esposa y las otras mujeres no sea más amena para ti.
—No digas eso, por Dios, tu mujer y el resto son un encanto —mintió Mel.

El hombre cabeceó, era evidente que no la creía, así que continuaron cenando.
Una vez terminada la cena, todos entraron en un salón anexo donde rápidamente comenzó a sonar música swing, y Gilbert la invitó a bailar.
Tras guiñarle un ojo a Björn, Mel salió a la pista con el abogado, y riéndose estaba cuando éste dijo: —Todavía estoy sorprendido.
—¿Por qué?
—Björn me comentó que eras teniente y pilotabas un avión del ejército estadounidense.
Ella sonrió. Le gustaba que Björn estuviera orgulloso de eso.
—Es un trabajo como otro cualquiera —repuso.
—No. No... Eso que tú has hecho no lo hace todo el mundo. Es más, soy incapaz de imaginar a cualquiera de mis tres hijas, o a mi mujer,haciendo algo así.
—Gilbert, mi padre es militar, y digamos que es algo que he vivido desde pequeña.
El hombre sonrió.
—Yo soy abogado y ninguno de mis hijos ha seguido mis pasos —contestó.
—Mi hermana Scarlett tampoco es militar,Gilbert. No todos en una misma familia suelen dedicarse a lo mismo.
—¿Puedo ser totalmente sincero contigo,Melania? —preguntó entonces el hombre mirándola.
Ella asintió.
—Björn es un abogado impecable —dijo él—.Es uno de los mejores de Múnich y en mi bufete sólo queremos a los mejores. —Mel sonrió. Sin duda, Björn no lo iba a tener difícil. Pero entonces, Gilbert sonrió a su vez y añadió—: Sin embargo, el hecho de que no esté casado y su novia sea madre soltera no le facilita la entrada al gabinete; a no ser que eso cambie, se convierta en
un hombre casado con una perfecta mujercita,padre legal de tu pequeña y...
—Con todos mis respetos, Gilbert —lo cortó Mel viendo por primera vez las orejas a aquel lobo con piel de corderito—: creo que deberías fijarte en el trabajo que Björn es capaz de realizar y no en otras cosas que a tu bufete ni le van ni le vienen.
Al oírla, el hombre asintió. Sin duda, era una mujer con carácter.
—Tienes razón... —dijo—, sé que tienes razón, pero en este trabajo todo cuenta y, aunque suene mal, somos un despacho de abogados muy tradicional. Tú me caes muy bien y sé que puedes llegar a ser la mujer perfecta para el abogado Björn Hoffmann y ayudarlo en su ascenso en la vida; ¿a que sí?
Mel no respondió. Si le decía lo que pensaba y lo que sabía por Louise, sin duda su novio se avergonzaría de ella.
—¿Puedo pedirte que me devuelvas a mi mujer? —oyó de pronto que decía Björn.
Encantado, el hombre sonrió y, guiñándole el ojo, murmuró:
—Novia..., Hoffmann. Novia. Te recuerdo que aún no es tu mujer.
Divertido por el comentario, Björn asió entre sus brazos a Mel y, cuando Gilbert se marchó y ellos comenzaron a bailar, cuchicheó:
—Vaya..., vaya..., ¿pervirtiendo a los abuelitos?
Mel, que decidió no comentarle lo que aquél le había dicho, replicó:
—Ya me conoces, cariño. Soy una pervertidora oficial.
Björn la abrazó. Nada le gustaba más que disfrutar de su compañía. Acercó la boca al oído de ella y susurró:
—Espero que me perviertas cuando regresemos a casa.
Mel sonrió y, olvidándose de lo que el viejo de pelo blanco le había dicho, afirmó:
—Que no te quepa la menor duda, James Bond.


9

El domingo por la mañana, tras levantarnos y dar de desayunar a los niños, Yulia me dice que ha quedado con Björn y que nos vamos a pasar el día con ellos.
Eso me pone de buen humor. Adoro a Björn y a Mel, y estar con ellos siempre es divertido. Flyn intenta escaquearse. Ya no le gusta venir con nosotras a los sitios, pero Yulia no se lo permite y, al final, mi pequeño gruñón nos acompaña a regañadientes.
Una vez conseguimos arreglar a las niñas y cargar en el coche todo lo necesario para pasar el día fuera con ellos, nos dirigimos felices hacia el centro de Múnich. A la una de la tarde, Yulia y yo llegamos con nuestra tropa, incluida Pipa, a la casa de nuestros amigos.
Con tres niños que llevamos nosotros y Sami, la niña de ellos, ¡la revolución está asegurada!
En cuanto nos ve llegar, Sami sonríe y corre hacia nosotras. Nos adora tanto como nosotras la adoramos a ella y, tirándose a los brazos de mi amor, pregunta:

—¿Me has traído un regalo, tía Yulia?
Me entra la risa. Sami es tan melosona...
Yulia, que es una blanda con ella y nuestras niñas, mete la mano en mi bolso y, como por arte de magia, saca un huevo Kinder.
¡Nunca faltan!
Al verlo, la niña lo coge feliz y, después, corre tras la pequeña Yulia, que ya está trasteando con sus juguetes, mientras que Flyn se sienta en un sillón con cara de circunstancias por no tener su móvil para wasapear.
Björn, mi guapo amigo, se acerca a nosotros y,quitándome a la ceporra de Hannah de los brazos,pregunta:
—¿Cómo está mi monstruito?

¡«Monstruito»! Björn la llama así por lo llorona que es.
La niña lo mira. Se plantea si llorar o no por el apelativo, pero finalmente sonríe. ¡Olé, mi niña! Si es que cuando sonríe es para comerse esos mofletes regordetes que tiene, pero oh..., oh..., de pronto arruga el entrecejo, contrae la cara y comienza a llorar.
¡Ea..., ya estamos!
Me río. ¡No lo puedo remediar! Y Björn rápidamente le entrega la niña a Yulia, que, al cogerla, le sonríe amorosa.
¡Qué paciencia tiene mi amor con Hannah!
Sin duda, la tiene porque es su pequeña rubita, porque, si no fuera su hija, estoy segura de que huiría de ella como de la peste.
Una vez veo que la niña deja de llorar, miro a mi buen amigo Björn y le pregunto:

—¿Has podido solucionar lo de tu página web? Asiente, tuerce el cuello y afirma:
—Mañana volverá a estar operativa. Pero cuando coja a ese tal Marvel, te aseguro que me las va a pagar. Le voy a reventar la cabeza.
Mel, que se acerca a nosotros, mira a Flyn y pregunta:
—Cariño, ¿tu dedo está bien? Mamá me envió un wasap para decirme lo que te había ocurrido.
¡Qué dolor!
Flyn me mira para saber si sólo le he contado eso o algo más. Yo no muevo ni un músculo para admitir o desmentir, y finalmente el niño dice enseñándole la mano:
—Sí, estoy bien.
Björn, que observa a Flyn, murmura entonces:
—Tú y yo tenemos que hablar, jovencito. Me he enterado de algo que no me ha gustado nada de nada en referencia a tus notas.
Flyn resopla, me mira con ojos acusadores, y yo respondo:
—Yo no he sido. Habrá sido tu mami.
De pronto, Sami se acerca a Björn y murmura con gesto de tristeza:
—Papi, me duele la tripita.

Björn centra entonces toda su atención en la pequeña y, en cuanto le dice dos monerías, Sami sonríe y se marcha corriendo. Eso me hace reír.
Todavía recuerdo lo mucho que le costó pronunciar la erre. Mel pone los ojos en blanco ante la guasa de su hija, le quita a Yulia a nuestra niña de los brazos para besarla.

—Prínsipe..., prínsipe..., ¡creo que te engañan como a un tonto! —murmuro yo divertida mirando a mi amigo.
Björn sonríe, coge a la pequeña Yulia, que corretea con una de las muñecas de Sami mientras le tira de la cabeza para arrancársela, y pregunta:
—¿Cómo está mi Supergirl?
Mi bonita niña rubia de ojos azules sonríe, cuando Sami ofendida grita:
—¡Supergirl, eres tonta, dame mi prinsesa!
Mi amor se acerca rápidamente hasta nuestra Supergirl destrozatodo y, tras quitarle la muñeca de Sami antes de que le arranque la cabeza, se la devuelve a la niña y ella lo abraza con una encantadora sonrisa.
—Gracias, tía Yulia. Te quiero mucho.
—¿Más que a papi? —pregunta Björn mirándola.
Bueno..., bueno, lo que me faltaba por oír. Será celosón, el papi.
La niña, que es una preciosidad, y no sólo por lo bonita que es, sonríe con picardía. ¡Menuda elementa es la jodía! A continuación, mira a los dos titanes que tiene delante y responde:
—Papi, a ti te quiero mucho, mucho, mucho, y a la tía la quiero sólo un mucho.
—Ah, bueno... —Veo que sonríe el tontuso de Björn.

Mel y yo nos miramos y también sonreímos.
Vaya tela con la prinsesa. Cuando crezca,¡miedito nos da!
Yulia y Björn sonríen con cara de tontos, pero ¿qué efectos causan los niños en ellos?
Una vez ya nos hemos besado y saludado todos, los hombres y los niños, acompañados por Pipa, pasan a la sala de juegos guiados por Björn.
Sin duda alguna, allí se divertirán, ¡hay de todo!
Cuando veo que se alejan, agarro a Mel del brazo y le pregunto:

—¿Qué tal la cenita de anoche con los abogados?
—Un santo coñazo.

Ambas reímos. Sin duda, venimos de mundos muy diferentes de aquel en el que están metidas nuestras parejas, y en ocasiones codearte con perfectas mujercitas a las que lo único que les interesa es ser la más guapa o la que mejor lifting se haya hecho no es lo nuestro.
Mel tira entonces de mí y, al llegar junto a una mesita, levanta un cojín y me entrega unos papeles.
Su gesto me hace saber que lo que me enseña no es algo que a mi buen amigo Björn lo haga saltar de alegría.
Sonrío. ¡¿Qué será?!
Con los papeles en la mano, los miro y, cuando estoy leyéndolos, Mel apunta:
—Recuerdas que te lo comenté, ¿verdad? ¿Qué te parece?
Leo y murmuro:
—¡Joder!
—Sabía que dirías eso —aplaude Mel.
Madre mía..., madre mía...
—¿Björn ha visto esto? —pregunto. Ella asiente con la cabeza y yo añado—: ¿Y qué ha dicho?
Mi amiga se acomoda en el bonito sillón de color caramelo. Mira a Björn, que en ese instante sale con Yulia de la sala de juegos con uno de sus cómics en la mano, y sonríe.
Uy..., uy, esa expresión irónica no me deja entrever nada bueno. Mientras los chicos están preparándose algo de beber en el minibar del salón, Mel dice:
—Lógicamente, a Björn no le hace ni pizca de gracia.
—¡Lo sabía!
—Es un retrógrado —gruñe ella.
—También lo sé. Es del pelaje de Yulia —afirmo divertida.
Mel vuelve a sonreír y, tras mirar a Björn, que habla con mi esposa, cuchichea:
—No digas nada delante de él, ya he tenido bastante esta mañana. Se me ocurrió enseñarle los papeles y no veas la que montó James Bond. Así pues, por favor, te pido que no lo comentes delante de él.—Vale.
Mel suspira y prosigue:
—No le hace ni pizca de gracia la posibilidad de que pueda trabajar como escolta para el consulado de Estados Unidos en Múnich.
Ambas reímos. Luego Mel se interrumpe y dice:—Ay, Len, ¿qué hago? Dame tu opinión. Está claro que como diseñadora gráfica no me fue mal,pero... pero yo necesito algo más.
—¿Y yo qué quieres que te diga? Eso es algo que debes decidir tú.
—Lo sé. Pero el pesadito de Björn no quiere hablar de ello.
De nuevo, me río. Sin duda, Yulia y Björn se han enamorado del estilo de mujer que nunca pensaron.
—¿Escolta? —cuchicheo divertida.
Mel gesticula.
—Me encanta. Eso me permitirá ser una chulita con traje de hombre y gafas de sol.
Vuelvo a reírme. No lo puede remediar.
Mel lo ha dejado todo por Björn como yo en su momento lo dejé por Yulia y, aunque sé que en su vida es feliz como lo soy yo, pregunto:
—¿Te estás planteando regresar de nuevo al ejército?
Mi pregunta la hace sonreír. ¡La madre que la parió!
Mel, la dura teniente Parker del ejército de Estados Unidos, me quita los papeles de las manos, los dobla y, guardándolos al ver que los chicos se acercan, me susurra:
—No voy a regresar al ejército. Eso no. Pero podría ser escolta de...
—Mel..., es peligroso.
—Escucha, Len, más peligroso que mi antiguo trabajo, ¡imposible! Viajaré de vez en cuando y poco más.
—¿Poco más?
Luego Mel añade bajando la voz:
—Mi padre ha movido algunos hilos para ello,y creo que debería aprovecharlo.
—Pero ¿puedes ser escolta? —pregunto sorprendida.
Ella, con su chulería característica, se retira el flequillo de los ojos y afirma con gesto encantado:
—Soy la hija del mayor Cedric Parker y exteniente del ejército estadounidense; ¡pues claro que puedo!
Ambas nos reímos cuando oímos a nuestra espalda la voz de Björn, que dice:
—No me lo digan, ¿a que sé de lo que hablan?
Su expresión me hace saber que no le agrada la idea, y Mel replica mirándolo:
—No hablábamos de ello, 007.
—Mentirosa..., eres una mentirosilla —se mofa Björn.

Yulia se sienta a mi lado y, como siempre, en su afán protectora pasa la mano alrededor de mi cintura y me acerca a ella. La miro..., me mira y sonreímos cuando Björn suelta observando a su chica: —¿Qué letra de la palabra «¡No!» eres incapaz
de entender?
Mel arquea las cejas. ¡Uissss, mal rollito! Y con un gesto que me hace saber que eso no va a acabar bien, responde:
—Mira, muñeco, a chula tú no me ganas ni dando un cursillo acelerado; por tanto, tranqui, tronco, no la vayas a cagar todavía más.
Björn parpadea. Sin lugar a dudas, ha pasado el tiempo, pero es evidente que todavía le cuesta adaptarse a la manera de hablar de Mel y, cuando veo que va a responder, ella añade:
—¿Aún no te has dado cuenta de que tú no decides por mí?
El gesto de Björn se descompone por momentos.
Bueno..., bueno..., que se va a armar la marimorena y mi esposa y yo estamos en fila preferente.
Acto seguido, Björn responde, después lo hace Mel, y comienzan a lanzarse pullitas. Entonces,Yulia acerca su boca a mi oído y pregunta:
—¿Qué les ocurre a James Bond y a la novia de Thor?
Oír esos apodos me hace sonreír; aún recuerdo cuando ellos mismos se los llamaban y, mirando a los ojos de mi amor, esos ojos azules que tanto me enamoran, respondo:
—El padre de Mel ha movido algunos hilos para que ella pueda trabajar en el consulado estadounidense como escolta.
Veo sorpresa en la expresión de Yulia, y no me extraño cuando la oigo decir:
—Pequeña, si fueras tú, la respuesta sería la misma que la de Björn: «¡No!».
A ver..., a ver...
Si alguien debería saber el mal resultado que tiene prohibir algo, ésa es Yulia Volkova, y antes de que me dé tiempo a responder, ella añade:
—Y sería un «¡No!» inamovible.
Uisss, ¡qué risa!
No puedo evitarlo.
Sin lugar a dudas, mi risita le hace saber a mi rusa/alemana preferida lo que pienso y, tras retirarme un mechón de pelo de la cara, insiste:
—No lo permitiría y lo sabes, ¿verdad?
La miro...
Me mira...
Sonrío...
Levanta las cejas...
Y finalmente, con ese arte ruso que corre por mis venas, respondo:
—Mira, Icegirl, si yo fuera ella, al final haría lo que yo quisiera. Y lo sabes. Por tanto, alégrate de que no soy ella, o tendrías un molesto problema de esos que te sacan de tus casillas.
Yulia sonríe.
Obviamente sabe que lo que digo es cierto, así que acerca su boca a la mía y murmura tentándome:
—Alégrate tú de no ser ella...
Sonrío con malicia y, sin apartar su mirada de la mía, Yulia me roza con su tentadora boca.
Madre mía..., ¡qué juego más sucio!
Me chupa el labio superior, después el inferior, y termina con un mordisquito. ¡Sigue jugando sucio! Y, antes de besarme como sólo ella sabe, murmura:
—Tú también, te guste o no, tendrías un molesto problema de esos que te sacan de tus casillas.

Me apresuro a besarla. No puedo pensar en lo que ha dicho. Bueno, sí puedo, pero ahora no quiero hacerlo. Sólo quiero que me bese y que me haga sentir tan especial como siempre lo hace.
Nuestras bocas se encuentran, igual que docenas de veces al día, cuando oímos que Björn nos llama. Al levantar la vista, nos encontramos a él y a Mel de pie.

—Si nos disculpan unos minutitos —dice él con gesto serio—, Mel y yo tenemos que pasar a mi despacho a dialogar.
—No. Ahora no —replica ella.
Al oírla, él sonríe y, mirándola, dice:
—No soy militar, pero tengo mi artillería para convencerte.
—¡¿Ahora?! —protesta Mel.
Convencido de ello, Björn mira a su novia e insiste:
—Sí, Mel, ¡ahora!
Me entra la risa mientras veo que mi amiga disimula la suya. Ambas sabemos muy bien lo que va a ocurrir en ese despacho.
—Björn —continúa Mel—. Están los niños,Pipa, Yulia y Len; ¿no crees que ahora no es momento?
Pero Björn la coge entre sus brazos, nos mira y dice:—Enseguida volvemos.
Yulia asiente...
Yo sonrío...
Mel pone los ojos en blanco...
Y Björn nos guiña un ojo mientras se van.
Dos segundos después, cuando nuestros amigos desaparecen, Yulia me mira y dice divertida:
—¿Qué te parece si vamos a ver cómo están Pipa y las niñas?
Asiento mimosa, la beso y murmuro:
—Preferiría hacer otra cosa.
—Insaciable —cuchichea ella sonriendo.
—Sólo de ti —matizo al entender sus palabras.
Encantada, mi loca amor me da un pequeño azote en el trasero y, levantándose conmigo en brazos, dice mientras camina en dirección a la sala de juegos:
—De momento, comportémonos como unas madres responsables que están de visita en casa de sus amigos y, cuando estemos solas, te haré saber lo insaciable que soy yo de ti.
Sonrío divertida. Sin lugar a dudas, ambas somos insaciables.

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Mensaje por VIVALENZ28 11/15/2016, 9:44 pm

10


A pocos metros de ellos, y en el mismo rellano del edificio donde estaba su casa, Björn abría la puerta de su bufete de abogados.
Al ser domingo no había nadie, la oficina estaba desierta y, sin soltar el brazo de Mel,
caminó entre las mesas de sus trabajadores hasta llegar ante la puerta de su despacho.
Mel lo miró y murmuró frunciendo el ceño:
—Desde luego, Björn, lo tuyo no tiene nombre.
El abogado suspiró.
Si algo le gustaba de Mel era ese aire suyo tan combativo y, cogiendo el pomo de la puerta, dijo mirándola a los ojos:
—Te dije que cada vez que te oyera hablar del temita pasaría esto, por lo...
—Pero tenemos invitados en casa —lo interrumpió ella.
Björn sonrió.
Más que invitados, Yulia y Lena eran familia, y precisamente ellas no se asustaban por lo que iban a hacer.
—No se van a escandalizar —contestó—. Y tú y yo tenemos que hablar.
—Pero, Björn...
—Entra en el despacho.
Mel resopló.
¿Hablar? ¿Björn quería hablar o quería otra cosa?
Pensó en Yulia y Len.
Sabía perfectamente que ellas no se escandalizaban por su ausencia.
No era la primera vez que, estando todos juntos con los niños, alguna pareja se ausentaba unos minutos y regresaba poco tiempo después como si no hubiera pasado nada. Lo bueno de aquel tipo de amistad era que no había que ocultar nada. Todo se sabía. No había que disimular.
Al ver aquel gesto suyo, que tanto le fascinaba,Björn tuvo ganas de sonreír.
Sabía que Mel finalmente haría lo que ella quisiera, pero tenía que demostrarle que él no estaba de acuerdo. No deseaba separarse de ella ni un solo día, y mucho menos pensar que volvería a tener una vida plagada de turnos y ausencias.
Curiosamente, aquello lo encelaba. Le recordaba una época de la que no quería saber nada porque era consciente de que, en cuanto la teniente Parker apareciera, los hombres la mirarían de una forma que él no estaba dispuesto a soportar.
Con gesto de enfado, Mel entró en el despacho.
Se quedó parada sin llegar a la mesa y Björn la empujó para que continuara andando. Ella apenas si se movió. Él decidió cambiar entonces su plan y, desconcertándola, caminó hasta su mesa, retiró la silla y tomó asiento con tranquilidad.
—Siéntate —dijo—. Tenemos que hablar.
La expresión de sorpresa de Mel al ver que era cierto que tenían que hablar se hizo más que evidente. Horas antes, tras su última discusión al respecto, Björn le había dicho que la siguiente vez que la oyera mencionar el tema tendrían una seria
conversación, y así iba a ser. Por ello, el abogado no cambió su gesto e insistió:
—Mel. He dicho que te sientes, por favor.
Asombrada porque fuera cierto lo de hablar,ella caminó hasta la mesa. Se sentó frente a él y, apoyando la espalda en la silla con chulería, levantó el mentón y dijo:
—Muy bien. Hablemos.
Björn hizo lo mismo que ella. Se recostó en el respaldo de su silla y la miró.
—Mel —empezó a decir—, no quiero que lo hagas, y sabes muy bien por qué.
Ella cerró los ojos, negó con la cabeza y gruñó frunciendo el ceño.
—Por el amor de Dios, Björn, ¿otra vez me vienes con los celos? —Él no respondió, y Mel prosiguió—: He estado rodeada por cientos de hombres durante mucho tiempo y he sabido cuidarme.
—No lo dudo. Pero ahora estás conmigo y no quiero que seas tú quien tenga que proteger a nadie, cuando soy yo el que quiere protegerte a ti.
—Pero, Björn, creo que...
—He dicho que no —insistió él—. Además,con lo que yo puedo llegar a ganar si entro en el gabinete no vas a necesitar...
—Vamos, hombre..., no me vengas otra vez con lo mismo — gruñó Mel, recordando su conversación con Gilbert Heine—. Vale..., sé que vas a ganar mucho dinero si entras en ese maldito bufete, pero no lo necesitamos. Ya vivimos muy bien, ¿no?
—¿A qué viene eso de «maldito bufete»?
Mel suspiró. Debía ser sincera con él pero,omitiendo lo que Gilbert le había dicho para no dañarlo, le habló de todo lo que Louise le había contado en referencia a aquel sitio y su corrupción.
Björn la escuchó y, una vez terminó, dijo:
—Habladurías, cariño. Es normal que ella esté enfadada con Johan si sabe que está con otras mujeres, pero de ahí a que culpabilice al bufete,creo que...
—Pero, Björn...
El abogado levantó la mano y respondió en actitud imperativa:
—Se acabó. No me apetece hablar de Johan y de Louise porque no me interesan sus problemas personales, pero sí quiero hablar de nosotros, y por nada del mundo deseo que trabajes en lo que te propones, ¿entendido?
—Björn...
Él, desesperado por la impetuosidad de su novia, preguntó:
—Entre esos antiguos compañeros con los que podrías volver a trabajar, ¿hay alguno con quien pudieras haber mantenido relaciones?
La pregunta la pilló de sorpresa. Por supuesto que cabía la posibilidad de reencontrarse con algún viejo compañero con el que había estado.
Ella misma se lo había contado, como él se lo contaba todo a ella y, como no quería mentirle, afirmó:
—Sabes que sí; ¿a qué viene eso?
Consciente de lo mucho que se jugaba con aquella conversación, y más con una mujer como Mel, Björn replicó con tranquilidad:
—Mira, cariño, me han invitado a varios pases de modelos, fiestas y eventos a los que he rechazado ir para no incomodarte a ti, ¿verdad?
—No me jodas, 007; ¿a qué viene eso ahora?
Dispuesto a soltar lo que llevaba dentro y hasta el momento no había podido soltar, él
respondió:
—Viene a que, si a ti te molesta que yo me reencuentre con antiguas conocidas,¿acaso no debo preocuparme yo si vas de nuevo de Superwoman entre tanto machote?
Mel no contestó.
El alemán tenía toda la razón del mundo.
En el tiempo que llevaban juntos, Björn le había hecho ver lo especial que era para él, e incluso delante de ella había dejado muy claro a toda mujer que se le acercaba que estaba comprometido y fuera del mercado. Si iban a una fiesta, acudían juntos. Si iban a un desfile, Björn evitaba siempre estar a solas con las modelos y,cuando practicaban sexo con otros, jamás la hacía sentirse mal, porque incluso en esos momentos le demostraba que ella era única e irrepetible.
—Escucha, Björn. En referencia a ese trabajo...
—Me preocupa tu seguridad fundamentalmente—la cortó—. Y en cuanto a los hombres con los que trabajarás, serán buenas personas y todo lo que tú digas, pero ¿crees que van a respetarte y no van a hacer comentarios maliciosos?
Mel sonrió. Conocía a alguno de aquellos escoltas y, sin duda, en cuanto la vieran le dirían de todo, incluso no dudaba de que alguno intentara algo con ella por los viejos tiempos.
—Tú misma sonríes; ¿por qué?
—Vamos a ver, cariño, son tíos y...
—Precisamente porque son tíos como yo, sé de lo que hablo, y por eso mi respuesta sigue siendo que no quiero que vayas, porque no quiero que estés a solas con ellos.
—Pero...
—¡No hay peros!
—Björn...
Él sonrió. Había llegado al momento límite al que quería llegar y, mirándola, añadió:
—Hagamos un trueque. Yo te doy. Tú me das.
Mel lo pensó. Hacer aquello podía ser buena idea, y asintió.
—Vale. ¿Qué quieres?
—¿Cualquier cosa? —preguntó el abogado con picardía.
Mel se tocó su corto y alocado pelo y afirmó:
—Si eso hace que te quedes más tranquilo,cariño, ¡por supuesto!
La sonrisa de Björn se ensanchó y, de pronto,ella supo por dónde iba el morenazo. Se echó hacia delante para apoyarse en la mesa y susurró:
—Eres un tramposo.
—¿Por qué? —dijo él riendo divertido.
—Porque sé muy bien lo que me vas a pedir y me parece fatal.
—¿Y qué te voy a pedir? —preguntó él, riendo otra vez, consciente de que su novia tenía razón.
Mel se revolvió en su silla, resopló y dijo mientras lo señalaba con un dedo:
—Me vas a pedir que me case contigo y tengamos un pequeño Spiderman al que llamar Peter, ¿verdad?
El alemán sonrió. Nada le gustaría más, y se mofó:—Si es que hasta te apellidas Parker, cariño.
—Björn... —protestó ella, consciente de cuánto admiraba a Peter Parker, el álter ego de Spiderman—. Y lo que me joroba más —continuó— es que, si nos casamos, el imbécil de Gilbert Heine se va a creer que lo hacemos para cumplir uno de sus absurdos requisitos en relación con el bufete.
Al oírla, Björn frunció el ceño.
—Sabes que eso no es verdad —replicó—. Yo nunca te he pedido que te cases conmigo por ese motivo. Si te lo he pedido es porque te quiero y deseo que seas mi mujer... ¿A qué viene eso?
Consciente de que no le había contado la conversación que había mantenido con el hombre, Mel resopló y, cuando fue a hablar, Björn prosiguió:
—Sabes que me encantaría casarme contigo,pero siento decirte que no es eso lo que te voy a pedir, cariño.
—¿No? —preguntó ella desconcertada.
—No. No es eso.
—Y, si no es eso, entonces ¿qué es?
A Björn le encantó ver su expresión de desconcierto. No había nada que deseara más que casarse con ella y, claudicando, afirmó:
—Vale. Te he mentido. Quiero que te cases conmigo.
—Lo sabía..., mira que lo sabía —gruñó Mel, a la que los bodorrios no le iban.
El abogado, divertido, la oyó protestar y, tras coger el mando del equipo de música, lo encendió.
Le dio a la pista 3 y comenzó a sonar Quando,Quando, Quando,de Michael Bublé.
—Musiquita ahora... —rezongó Mel.
La preciosa y romántica canción inundó el despacho, y Björn, sin darse por vencido, le guiñó un ojo, hizo que ella se levantara y empezó a canturrear:
—«Quando..., Quando..., Quando...».
La exteniente suspiró y, cuando fue a protesar,él la abrazó, la acercó a su cuerpo para bailar con ella y murmuró:
—Puedo ser muy convincente si me lo propongo; lo sabes, ¿verdad?
Mel asintió. Si alguien podía conseguir algo de ella, ése era Björn. Ese maldito abogado, con su romanticismo y su manera de mirarla, en ocasiones conseguía que hiciera cosas inauditas, aunque todavía no la había convencido de pasar por el altar. Dejándose llevar por la música, Mel se disponía a decir algo cuando él le susurró al oído:
—Llevamos casi dos años viviendo juntos. Me pediste tiempo y yo te lo he concedido. Sabes que te adoro, que muero por mi prinsesa y...
—Eso es chantaje.
Björn sonrió. Con ella no había otro modo.
—Lo sé, cariño —respondió—, pero si tú quieres que yo claudique en unas cosas, tú has de claudicar conmigo en otras. Sabes que me muero por casarme contigo, y lo mejor de todo es que sé que en el fondo, muy en el fondo, tú también te mueres por casarte conmigo, ¿verdad que sí?
A Mel se le escapó una sonrisita.
—Eres un creído, 007 —cuchicheó—. Y, si no lo sabes ya, te recuerdo que los bodorrios con frac y chaqué no me van. Si nos casamos algún día, lo haré en vaqueros y celebrándolo con unas birritas.
Björn, que era consciente de ello, sonrió.
—Tú, Sami y yo —convino—. Los tres somos una familia, una preciosa familia, y simplemente quiero formalizar las cosas como abogado que soy.Vamos..., di que sí e intentaremos hacerlo de una forma que nos guste a los dos.
—Chantajista emocional..., eso es lo que eres.
—Y tú eres preciosa.
Mel miró el pisapapeles que Björn tenía en la mesa. «¿Se lo estampo en la cabeza?», pensó.
Björn observó su mirada. «Me lo planta en la cabeza», se dijo.
En silencio, bailaron aquella bonita canción,hasta que Mel sonrió. Luchar contra Björn y su corazón era imposible, por lo que lo miró y afirmó:
—De acuerdo. Me casaré contigo.
Él se detuvo entonces en seco.
—Repite eso que has dicho —pidió mirándola.
Mel puso los ojos en blanco y repitió:
—De acuerdo. Me casaré contigo este año,aunque de momento la fecha queda en el aire —y añadió—: Pero lo haré en vaqueros.
Henchido de orgullo por haber conseguido su propósito, el abogado sonrió, y se disponía a decir algo cuando ella lo interrumpió para matizar:
—Y, por supuesto, de momento, el enano calvo y sin dientes que quieres que tengamos para llamarlo Peter Parker habrá de esperar porque quiero trabajar de escolta, ¿de acuerdo?
Björn sonrió encantado. Sin duda, había conseguido parte de lo que pretendía y, dispuesto a lograr que Mel dejara de lado la segunda parte del trato, murmuró:
—No olvidaré este instante mientras viva.
Ella puso los ojos en blanco pero, incapaz de no sonreír, declaró:
—Yo tampoco.
Sus cuerpos se rozaban y Mel, soltándose de él, se sentó sobre la mesa del despacho de su futuro marido.
—¿Qué tal si sellamos nuestro pacto antes de regresar con nuestros invitados? —propuso.
—Parker, eres muy traviesa —murmuró Björn divertido.
—Lo sé, como también sé que te gusta que lo sea —afirmó ella sonriendo.
Björn sonrió encantado.
—¡Que esperen! —exclamó abriéndose la camisa.

Instantes después, la prenda de él voló, la camiseta de ella acabó sobre una de las sillas y los pantalones de ambos en el suelo mientras la voz de Michael Bublé cantaba. Desnuda, Mel se tumbó sobre la mesa y, sin decoro, abrió las piernas para él. Al ver lo que ella le ofrecía, Björn jadeó, se le acercó y susurró paseando el dedo delicadamente por los pliegues húmedos de su sexo:

—Te comería entera, pero me temo que esto ha de ser algo rápido.
Y, sin más, se metió entre sus piernas y la penetró con urgencia.
Al sentir a Björn en su interior, Mel se arqueó sobre la mesa y chilló de placer, mientras él se apretaba contra ella y comenzaba a bombear con fuerza.
El sonido de sus cuerpos al chocar resonaba en el silencioso despacho. Björn posó entonces las manos sobre sus pechos, se los tocó y, tras inclinarse para acceder a ellos, se los metió en la boca y, sin parar de bombear, se los mordisqueó hasta que los jadeos de Mel lo volvieron loco.
El abogado vibraba mientras ella temblaba y,enloquecido, se incorporó, le cogió las piernas, se las subió a los hombros y, mirándola, dijo en un tono cargado de sensualidad:
—Adoro follarte, teniente Parker.
La exteniente asintió. Oírlo decir aquello en aquel momento era morboso. Muy morboso.
El éxtasis que le provocaba lo que él le hacía y le decía la dejaba sin fuerzas y, abandonada al momento, se agarró a la mesa y volvió a chillar de placer. Björn era tremendamente sexual.
Sin descanso, el alemán continuó hasta que ella gritó al llegar al clímax.
—Björn...
Oír su nombre en boca de ella mientras convulsionaba de placer era una de las cosas que más le gustaban. Mirarla y admirarla mientras veía el goce en su rostro lo apasionaba y lo excitaba aún más, hasta que segundos después, tras un fuerte
empellón que hizo que Mel volviera a gritar, el abogado se corrió.
Con las respiraciones agitadas, Björn bajó las piernas de Mel con cuidado y, tumbándose sobre ella en la mesa, murmuró agotado:

—Señora Hoffmann, te voy a hacer muy feliz.
Diez minutos después, una vez vestidos de nuevo, regresaron a la casa cogidos de la mano. Al verlos, Yulia y Lena sonrieron y se alegraron por la increíble noticia.

¡Había boda!


11

Salir con los niños, y más con cuatro, es siempre una aventura, pienso agotada.
Una vez acomodo a los críos en el coche, miro a Pipa y le pregunto:
—¿Vas bien?
La pobre, que es más buena que el pan y tiene pinta de monja, me mira y responde:
—Sí. Gracias, Lena.
Una vez que ve que todos estamos bien, Yulia,mi chicarrona, arranca el motor del coche.
—Mel y Björn ya salen del garaje —digo entonces—. Síguelos.
—¿Vamos al restaurante de Klaus? —Asiento,y mi amor responde tocándome la rodilla—:Entonces, tranquila, pequeña, sé llegar.

Sonrío. Soy feliz y, cuando oigo el primer lamento de mi preciosa pero llorona niña, me
vuelvo y comienzo a cantarle eso de «Soy una taza, una tetera, una cuchara, un cucharón», y la niña se calla. Le encanta que le tararee esa cancioncita, como a la pequeña Yulia le gusta que le cante la del tallarín.
He pasado de escuchar a los Aerosmith a cantar canciones a cuál más tonta, pero que a mis hijas les gustan. ¡Para lo que he quedado!
Flyn, que podría ayudarme, pasa. Se limita a mirar por la ventana y a ignorarnos a mí y a las niñas.
Veinte minutos después, agotada de tanta cuchara y cucharón, cuando llegamos al restaurante Yulia aparca y, entonces, la puñetera niña se ha dormido.
¿Quién sería la madre que la parió?
Animados, salimos del vehículo. Ir a comer al restaurante de Klaus nos encanta a todos. Con cuidado, cojo a la pequeña Hannah y la meto en su cochecito mientras protesto.
—Tela con la niña
Veo que Yulia sonríe.
Me mira..., mira a su niña y, cuando Flyn sale del vehículo con su hermana y Pipa corre tras ellos, el muy tunante me dice:
—¿Cómo era la canción?... Soy un cucharón...
Ambos nos partimos. Sin lugar a dudas, ¡la cancioncita se las trae!
Al llegar junto a Mel, Björn y Sami, éstos se fijan en la niña.
—Sí —digo—, el monstruito se ha quedado dormido.
Yulia sonríe, Björn también, y Mel murmura:
—Pues cuando se despierte, ¡nos come por los pies!
Volvemos a reír. Todo lo que Hannah tiene de guapa y dormilona lo tiene de tragona y llorona y,sin duda, cuando se despierte, como dice Mel, ¡nos come!
Al entrar en el restaurante, Klaus nos ve y sonríe, y Sami, que adora a su abuelo, al que llama lelo, corre hacia él.
—Lelo..., lelo..., ya estoy aquí.
El hombre se agacha feliz y mira a la niña.
—¿Cómo está mi princesa? —dice.
La pequeña, que adora que la llamen «princesa», se toca la corona dorada y responde:
—Bien, pero quiero agua porque tengo mucha sed y papi ha dicho que te pidiera agüita a ti. ¿Me das agüita?
A Klaus se le cae la baba, y rápidamente se mueve para darle a la niña lo que quiere. Una vez la pequeña tiene su vaso de agua, veo que Klaus mira a mi pequeña y pregunta de nuevo:
—¿Y cómo está Supergirl?
A diferencia de Sami, Yulia es más parca en palabras. Sin duda, es una Volkova, y
simplemente asiente con la cabeza. Al ver el gesto de Klaus, yo me agacho divertida y aclaro:
—Eso significa que está muy bien.
El hombre sonríe e, instantes después, nos saluda a todos. Está feliz por tenernos allí, y noto como siempre el amor que siente hacia su hijo Björn y hacia Mel, que es su ojito derecho. Instantes después, nos dirigimos hacia la mesa que nos tiene reservada. Björn acerca dos tronas para Sami y para Yulia y me pregunta:
—¿Quieres otra para Hannah?
Con dulzura, observo a mi Bella Durmiente y respondo:
—De momento, no. Dejemos que el monstruito siga durmiendo.

Entre risas, nos sentamos mientras Björn y Mel se llevan aparte a Klaus para darle la buena noticia sobre su boda. Con curiosidad, los observo y me emociono cuando veo al hombre abrazar a su hijo y después a Mel. Sin duda, la noticia le ha gustado.
Media hora después, Hannah se despierta y,tras varias sonrisas a cuál más bonita, comienza con su concierto de lloros. Rápidamente Klaus se lleva a la cocina su potito para calentarlo y, en cuanto lo trae, casi sin respirar, Hannah se lo come, ante la expresión de boba de su mami.
Pero en el momento en que la comida se acaba,la niña decide montar uno de sus numeritos y, al final, la buena de Pipa, que ha comido mientras yo le daba de comer al monstruito, para que el resto podamos tener un rato de paz, mete a la pequeña en el cochecito y sale del restaurante a dar un paseo. Flyn se va con ella. Nuestra compañía lo aburre.
Cuando sale del restaurante, veo que Mel mira a Björn y le pregunta:

—¿De verdad que la monstruito no te quita las ganas de tener niños?
—Eh..., cuidadito con lo que dices de mi niña—se mofa Yulia.
Su chico responde entonces con una encantadora sonrisa:
—Cielo... —y, señalando a mi pequeñína, afirma—: Ellos tienen una Supergirl y yo quiero un Spiderman. Un pequeño Peter Hoffmann Parker.
Mel pone los ojos en blanco y yo me río. No lo puedo remediar.
De pronto, suenan sendos mensajes en los móviles de Yulia y de Björn. Mi esposa echa un vistazo y luego comenta:
—Alfred y Maggie nos informan de que están organizando una fiesta privada en el palacete de campo que tienen cerca de Oberammergau.
—Sí —afirma Björn dejando el móvil—. Yo también lo acabo de recibir.
—¿Oberammergau es ese pueblo que parece de cuento? — pregunto, y Yulia asiente.
Al oírme, Mel se interesa, y yo le explico que Yulia y yo estuvimos pasando un fin de semana en ese increíble sitio. Mi amiga se sorprende cuando le digo que allí vi la casa de Caperucita Roja y de Hansel y Gretel.
Björn sonríe entonces y murmura mirando a su chica:—
Mmm..., de Caperucita Roja estarías tentadora, teniente.
Los cuatro reímos cuando Mel, que nunca ha asistido a una de esas lujuriosas y privadas fiestas,pregunta:
—¿Quiénes son Maggie y Alfred?
Yo sonrío. Todavía recuerdo la primera vez que oí hablar de ellos. Estábamos en Zahara de los Atunes, en la preciosa casa de Frida y Andrés.
Miro a mi amiga y respondo mientras toco el anillo que Yulia me regaló:
—Son una pareja muy simpática que cada equis tiempo organizan fiestas temáticas muy privadas.
—¿Temáticas? —pregunta curiosa Mel.
Yulia y Björn sonríen.
—Llevaban casi dos años sin organizar nada por una enfermedad de Alfred —explica mi amor—, pero al parecer ya está repuesto y tienen ganas de fiesta.
—Cuánto me alegro de que Alfred esté mejor—asiento.
Mel nos mira a la espera de que alguno cuente algo más, y finalmente digo:
—Yo sólo he asistido a dos fiestas organizadas por ellos. En la última, la temática era la prehistoria, pero la primera vez que fui a una de sus fiestas había que ir vestidos de los locos años veinte. Fuimos con Frida y Andrés. Ellos parecían gánsteres, ¡y nosotras flappers!
Mel sonríe, sabe lo que es una flapper, y Björn dice:—En esa fiesta fue cuando te conocí.
Yulia asiente...
Björn sonríe...
Recordar aquella primera vez y lo que ocurrió con Yulia y Björn en aquel lugar aún me acalora y, sonriendo, digo al ver que nadie puede oírnos:
—Sin lugar a dudas, esa fiesta marcó un antes y un después en el sexo para mí; la recuerdo como algo muy especial. Sólo pensarlo me excita.
Yulia sonríe.
Björn también. ¡Qué bribones! Y Mel, al entender sus sonrisitas, sin pizca de celos, me
pregunta:
—¿Antes de esa fiesta no habías hecho nada de... nada?
Ahora la que sonríe soy yo.
—Días antes tuve mi primera experiencia con Frida y Andrés en su casa —respondo—, y anteriormente a eso, Yulia, esta listilla pelinegra que ahora ríe y mira al techo, me engañó en un hotel de Moscú. Me tapó los ojos, puso una cámara a grabar y me hizo creer que era ella quien jugaba conmigo, cuando quien lo hacía en realidad era Frida.—
¡No me digas! —exclama Mel.
Recordar aquellos momentos juntos me hace reír, y añado:
—Ni te cuento lo furiosa que me puse cuando vi lo grabado. ¡Quería matarla!
De nuevo, Yulia sonríe y, acercándose a mí, dice:—
Pero cuéntalo bien, cariño. Antes de eso, yo te pregunté si estabas preparada para jugar a lo que yo quería y dijiste que sí. —Resoplo divertida, ¡claro que lo recuerdo!—. Segundos después, insistí en mi pregunta y volviste a acceder con el único matiz de que no querías sado.
—¡Menuda tramposa! —ríe Mel.
—No fue tramposa, ella preguntó —afirma Björn.
Al oír eso, resoplo de nuevo. Pero para hacerles entender de una vez por todas el enfado que sentí en aquel instante, los miro y señalo:
—Vale, tienen razón, ella lo preguntó. Pero imaginar que el día de mañana Hannah o Sami,nuestras preciosas niñas, conocen a unos tipos y se ven en mi misma situación. ¿Qué pensarías ustedes?
—Lo mato —sentencia mi rusa.
—Le arranco la cabeza —afirma Björn.
Mel y yo nos miramos y nos carcajeamos por sus contestaciones primitivas, mientras ellos nos observan muy serios. Mi ejemplo no les ha gustado nada ,pero insisto:
—¿Y por qué los matarían o les arrancarían la cabeza? Si ellos también les han preguntado a ellas lo mismo que Yulia me preguntó a mí... Ellos podrían decir lo mismo que has alegado tú y...
—Bueno..., bueno... —me corta mi amor cogiendo a la pequeña Yulia en brazos con seriedad —. Cambiemos de tema.
—Sí, mejor —afirma Björn colocándole la coronita de nuevo a su niña.
—Qué diferente se ve todo cuando uno es el papaíto, ¿verdad, machotes? —se mofa Mel, haciéndome reír. Luego añade—: Pues, les guste o no, el día de mañana sus niñas, que son nuestras también, disfrutarán libremente del sexo como hacemos nosotros, y espero que lo disfruten mucho..., mucho..., mucho.

Ellos se miran. No hablan. Sin duda, no quieren ni plantearse lo que Mel está diciendo.
Sorprendida por sus reacciones, los miro y sonrío sabiendo que ese ejemplo, al fin, les ha hecho entender lo que en otros momentos nunca entendieron. Sin lugar a dudas, Yulia me preguntó,pero no fue concreta en su pregunta y, aunque la experiencia la repetiría mil veces, ver lo que había grabado aquel día me dejó sin saber ni qué pensar.
Sin embargo, como no quiero machacar más sus mentes de machotes posesivos, cambio de tema: —¿Han hablado con Dexter?
Björn asiente y, tras beber de su cerveza, dice:
—Ayer justamente hablé con él y me confirmó que el bautizo es dentro de dos semanas. Verás cuando se entere de nuestra boda.
Todos sonreímos, y entonces Mel murmura para hacer rabiar a Björn:
—¡México! Qué ganas de ir.
—¿México? ¿Y nuestra boda qué? —protesta él, que, al verla sonreír, cuchichea—: Eres muy traviesa, y lo vas a pagar.

Cada vez que recuerdo mi luna de miel allí, no puedo dejar de sonreír. Riviera Maya. Hotel Mezzanine. Yulia y yo. Uf..., qué momentos y qué bien lo pasé. Lo que daría por volver a estar allí.
Pero en esta ocasión el viaje será por otro acontecimiento, y solas, lo que se dice solas, no estaremos.
Dexter y Graciela han sido padres. Ante la imposibilidad de él para tener hijos, buscaron un banco de semen y, meses después, el resultado ha sido la llegada de Gabriel y Nadia, unos preciosos mellizos.
—No quiero ni imaginarme cómo estarán Dexter y Graciela con los bebés.
—Te lo digo yo —responde riendo Björn—.¡Agotados!

Yulia sonríe, yo le guiño un ojo con complicidad y, sin dudarlo, me acerca a ella y la
beso. Nunca desaprovecho un momento feliz.
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VIVALENZ28
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Mensaje por VIVALENZ28 11/22/2016, 10:44 pm

12


El lunes, cuando me despierto, estoy histérica.
¡Voy a Müller!
Al fin algo diferente de dar papillas, limpiar moquetes y cantar lo del tenedor y el tallarín.
¡Viva la vida laboral!
Una vez me ducho, miro mi armario y al final opto por ponerme un bonito traje de chaqueta gris con una camisa negra. El resultado me gusta cuando me miro al espejo, me pongo unos zapatos de tacón grises y ¡estoy preparada!
Tan pronto como bajo a la cocina, Yulia y Flyn están desayunando. Al entrar, Yulia me mira y no dice nada, pero Flyn, al verme de esa guisa, y no con los vaqueros o la bata de andar por casa, me observa sorprendido y pregunta:

—¿Adónde vas, mamá?
Saludo a Simona, que sale de la cocina con dos vasos de leche para llevárselos a Pipa y, mientras me lleno una taza de café, respondo:
—A la oficina con mami. Tengo una entrevista.
Yulia no dice nada, sino que sigue mirando el periódico. Entonces Flyn, que no me quita la vista de encima, pregunta sorprendido:
—¿Vas a trabajar en Müller?
Me siento a su lado.
—Sí, cariño —contesto emocionada.
—¿Y por qué?
Doy un trago a mi café, observo que Yulia me mira por encima del periódico y digo:
—Porque soy una mujer a la que le gusta hacer algo más que estar en casa todo el día y, si tengo la suerte de conseguir un empleo, ¿por qué no
aceptarlo?
La boca de Flyn se abre como si hubiera dicho algo terriblemente desagradable.
—¿Y quién va a cuidar de Yulia y de Hannah?
—pregunta.
Resoplo. Otro con el que lidiar... Como puedo,y sin alterarme, digo:
—Lo harán Pipa y Simona.
—¿Y quién me va a ayudar a hacer los trabajos?
—Pues los tendrás que hacer tú, pero tranquilo, tendré tiempo para ayudarte porque sólo voy a trabajar a media jornada.
—Pero estarás cansada y los sábados por la mañana no te apetecerá salir conmigo a saltar con la moto.
No respondo: saltar con la moto siempre me apetece.
—No veo bien que trabajes —insiste él.
Joder..., joder, qué difícil me lo está poniendo el cabrito del niño. No voy a contestar. No voy a entrar en su juego o terminaremos discutiendo como hacemos últimamente. Pero Flyn es un Volkov y, cuando estoy dando un trago a mi café, sentencia:
—No quiero que trabajes. Mami lo hace por todos y se pasa media vida en la oficina. ¿Por qué tienes que hacerlo tú?
Miro a Yulia en busca de ayuda y veo que la comisura de sus labios se curva. ¡Será capulla!
Anda que me echa una mano en la conversación...
—Flyn —empiezo a decir—, te aseguro que...
—Quiero que estés en casa como una madre —insiste dando un manotazo en la mesa.
Bueno..., bueno..., bueno..., ¿en qué siglo se está criando mi hijo?
Lo miro.
Él me mira con malicia.
Está siendo cruel conmigo. Al final, lo llamo «chino», y discutimos mostrando ambos la misma crueldad, por lo que murmuro para reivindicar mis derechos:
—Flyn, las mujeres decidimos lo que queremos hacer en esta vida, y te aseguro que me vas a tener para todo lo que necesites. Sin embargo, no me parece bien que pienses como un viejo del siglo pasado al respecto de que las madres tienen que estar en casa.
—Es lo que pienso.
—Pues está muy mal pensado —sentencio—.Yo no te estoy educando para que pienses así. Las mujeres y los hombres somos seres independientes y con las mismas oportunidades, y aunque vivamos en pareja deb...
—No quiero que trabajes. Tú no.
—¡Flyn, basta! —exclama Yulia y, dejando el periódico que tiene en las manos, añade—: Len es mayorcita para saber lo que quiere hacer o no. Se acabó el pensar sólo en lo que tú quieres. Aplícate en aprobar, ¡eso es lo que tienes que hacer! Y olvídate de la moto y del resto de las cosas.
El niño resopla, nos mira y se calla.
Al final, terminamos los tres desayunando en silencio.
¡Qué buen comienzo de día!
Veinte minutos después, le indicamos a Norbert que no hace falta que lleve a Flyn: nosotros lo dejaremos de camino a la oficina.
El silencio vuelve a estar presente en el coche, y decido poner música. Busco los CD que lleva Yulia en el vehículo y me decido por el último que le regalé de Alejandro Sanz.
Cuando ve lo que cojo, mi esposa me mira y dice:—
Me gusta mucho esa canción que dice aquello de «A que no me dejas».
Me río. Sé a qué canción se refiere, pero cuando voy a meter el CD, recuerdo que Flyn viene con nosotras e, intentando hacerle una gracia, busco el disco que Yulia lleva de los Imagine Dragons, su grupo preferido, y lo pongo.
Cuando comienza a sonar Demons, busco su mirada cómplice, pero él me ignora. ¡Vaya telita con el jodido coreano alemán!
Al llegar al instituto, Flyn sigue sin hablar.
Está enfadado.
Intento comprender su frustración, pero por una vez quiero y necesito que él me entienda a mí.
Cuando me voy a dar la vuelta para sonreírle y desearle buen día, él abre la puerta del coche, se baja y, sin mirarme, la cierra.
Eso me rompe el corazón. Quiero a Flyn, costó mucho que me aceptara y no quiero que me rechace.
Me entristezco. Miro a mi niño, que ya es un espigado adolescente más alto que yo, a través del cristal del vehículo y no hago intento de salir.
¿Para qué? Si lo hago, sé que lo avergonzaré ante sus amigos. Consciente de lo que siento, Yulia musita:
—Len, es un adolescente. Dale tiempo.
—Le daré todo el tiempo que él quiera —digo intentando sonreír.
Con una cariñosa mirada, Yulia sonríe y arranca el coche mientras yo observo que Flyn se dirige hacia un grupo de chicos y chicas que no conozco.
¿Ya no va con su amigo Josh? Su gesto cambia, sus andares también y, cuando vamos a doblar la esquina, sin saber por qué grito:
—¡Para!
Yulia da un frenazo.
—Aparca... —le exijo—, corre, aparca.
Ella lleva el vehículo hasta la acera y, rápidamente, abro la puerta y salgo. Yulia lo hace también y, en cuanto llega a mi lado, pregunta preocupada:
—¿Qué ocurre? ¿Qué pasa?
Al ver su gesto me doy cuenta del susto que le he dado.
—Ay, cariño, perdona —murmuro mirándola—. Es que quería saber si Elke, la nueva novia de Flyn, estaba en ese grupito.
Yulia maldice. Sin duda, le he dado un buen susto, cuando de pronto la veo fruncir el entrecejo y preguntar mientras señala:
—¿Es ésa?
Miro y me quedo sin palabras.
Flyn, mi niño, mi gruñoncete, se acerca a una muchacha rubia con más pecho que yo, vestida con un cortísimo vestido vaquero. La agarra, tira de ella hacia él y la besa en la boca.
Pero... ¡pero buenooooooooo!
¿Qué guarrerías hace mi niño, y cuántos años tiene esa muchacha?
El beso se prolonga, se prolonga y se prolonga cuando la mano de Flyn se posa en el trasero de ella y se lo aprieta. Entonces oigo que Yulia murmura divertida:
—Ése es mi machote.
Escandalizada por lo que acabo de ver, miro a mi esposa —¡se me va a salir el corazón del pecho!— y pregunto asombrada:
—Pero ¿cuántos años tiene Elke? —Yulia se encoge de hombros y, cuando va a responder, digo—: Por lo menos tiene dos más que Flyn.
—Le gustarán mayorcitas —se mofa la cabrita.
Su sonrisa me enerva. Por mucho cuerpo que tenga, Flyn es un crío y, cuando observo que vuelve a besar a aquella rubia de largas piernas y grandes tetorras, gruño:
—Por Dios, ¿tú sabes la de enfermedades que puede coger besando así?
Yulia suelta una carcajada. Me coge de la mano,me lleva hasta el coche y me sostiene la puerta abierta.
—Venga, ¡vámonos! —dice.
—Me gustaba más Dakota —gruño sin moverme.
Mi amor sonríe e insiste:
—Mamá pollo, haz el favor de entrar en el coche de una vez.
Por última vez, miro a Flyn y compruebo que sigue besando a la rubia; ¡la madre que lo trajo!
Subo al coche, cierro la puerta y, cuando Yulia entra y se sienta a mi lado, pregunta con gesto guasón:
—Pero, cariño, ¿por qué pones esa cara?
—Joder, Yulia, ¡¿tú has visto lo mismo que yo?!
—Flyn es un adolescente y comienza a descubrir el placer de besar y tocar a una chica. —Se ríe y añade—: Y, por lo que veo, ¡no tiene mal gusto en asunto de mujeres!
¿Le digo «¡Gilipollas!» o no se lo digo?
No..., definitivamente no voy a decir nada. Es lo mejor.
Pero, todavía confusa por lo que he visto, reprocho:
—¡Ya estás hablando con él urgentemente de la necesidad de las relaciones con gomita para evitar futuros problemas y enfermedades, ¿entendido?!
Yulia suelta una carcajada. Se ríe en mi cara y,cuando acerca su boca a la mía, murmura:
—Eres maravillosa, cariño..., tremendamente maravillosa.

Tras un rápido beso, mi amor arranca el vehículo, cambia el CD de música y suena mi Alejandro mientras yo no salgo de mi asombro por lo que acabo de ver.
Media hora después, llegamos a la oficina y dejamos el coche en el parking de la empresa. A partir de ese instante, Yulia instala en su rostro la mirada de jefe y mujer fría que conocí en su momento y, cuando me coge la mano para ir hacia
el ascensor, yo la aparto y cuchicheo:
—Seamos profesionales, cariño.
Eso la sorprende y, parándose, replica mientras frunce más el ceño:
—¿Me estás diciendo que no voy a poder coger la mano de mi mujer?
La miro boquiabierta.
—Yulia, estamos en la oficina; ¿pretendes cogerme de la mano cada vez que me veas?
—No —responde ella con sinceridad.
—Pues, entonces, entiende lo que digo.
Y, dicho esto, sigo andando hacia el ascensor.
El sonido de mis tacones retumba en el solitario parking cuando la oigo decir:
—Me encanta cómo te queda este traje. Estás muy sexi.
Sonrío al oír eso y, mirándola, suspiro consciente de que he engordado cinco kilos en el último año.
—Lo que estoy es reventona, por eso el traje me queda así.
Yulia sonríe, me da un rápido cachete en el trasero y murmura:
—A mí me gustas.
Aisss, ¡que me la como..., que me la como!
Con lo traumatizada que estoy yo por estos puñeteros kilos, que me diga eso ¡me encanta!
Cuando el ascensor se abre, montamos en él y Yulia pulsa el botón de la sexta planta. La miro y pregunto:
—¿No vas a tu despacho?
—Te acompañaré primero al despacho de Mika.
Al oír eso, resoplo. La miro y siseo:
—Yulia, ni se te ocurra acompañarme hasta el despacho de Mika como si fueras mi padre porque aquí sólo quiero ser Elena Katina. Bastante tengo ya con que todo el mundo sepa que soy tu mujer como para que me vayas encima en plan
guardaespaldas. Seamos profesionales, ¡por favor!—Y, tras coger aire,insisto—: Sé perfectamente dónde está el despacho y no quiero que me acompañes, ¿entendido?
Yulia  resopla a su vez. Lo que le acabo de decir le toca la moral y, con gesto tosco, veo que aprieta el botón de la planta décima, la de su despacho.
Enseguida me siento fatal por mi reprimenda, así que me acerco a ella.
—Cariño —murmuro—, entiende que...
—Señorita Katina, por favor —replica alejándose de mí—, recuerde que aquí soy la señora Volkova. —Y, mirándome, añade, la muy gilipollas—: Seamos profesionales.
Oy..., oy..., oy..., las ganas que tengo de darle un pellizco doloroso. Pero en lugar de eso asiento y, en silencio, llegamos a mi planta. ¡Para chula,yo!
Instantes después, las puertas se abren, y me dispongo a salir del ascensor cuando la mano de Yulia me detiene.
—En cuanto acabe tu reunión con Mika, sube a despedirte de mí; no te marches sin hacerlo —me dice sin acercarse.
Dicho esto, me suelta, y las puertas del ascensor se cierran privándome de mirar a mi amor.
Cuando me quedo sola, me doy la vuelta, estiro la chaqueta de mi traje y camino con seguridad hacia el despacho de Mika. Al llegar, su secretaria, que me conoce, se levanta rápidamente y me dice:
—Señora Volkova, Mika ha dado orden de que entre en cuanto llegue.
Sonrío. Asiento y, cuando voy a entrar en el despacho, me vuelvo y le pregunto a la chica:
—¿Cómo te llamas?
—Tania, señora Volkova—murmura ella con cara de susto.
Asiento. He de ser rápida o a la chica le dará un infarto, por lo que sonrío y digo:
—Tania, mi nombre es Elena. Te agradecería que me llamaras por ese nombre, puesto que vamos a trabajar juntas y será incómodo que me estés llamando todo el rato por el apellido de mi esposa, ¿de acuerdo?

La joven asiente. Yo creo que ya no recuerda ni cómo me llamo de lo nerviosa que está.
Doy media vuelta, golpeo con los nudillos la puerta de Mika y, cuando oigo su voz, entro.
Ni que decir tiene que Mika me cae genial.
Hemos coincidido en varias fiestas de la empresa,es una tía divertida y da gusto estar con ella. Es unos diez años mayor que yo, pero se la ve una mujer actual, no sólo por su forma de vestir, sino también por su manera de pensar.
Durante un rato hablamos y Mika me explica que, en Müller, marketing está dividido por áreas:investigación comercial, imagen, compras, ventas,diseño e innovación y, por último, comunicación,que es el área en la que yo voy a trabajar.
Luego me entrega unos papeles en los que se indica que ambas nos encargamos de esa área, y me emociono al ver que dentro de nuestro cometido está desarrollar campañas de comunicación, eventos, ferias, redes sociales,
etcétera.
Sonrío feliz. Me siento capacitada para todo ello, y eso me proporciona un subidón del quince.
¡Yulia me conoce muy bien!
Una vez sé el puesto que voy a ocupar,pasamos al despacho que está junto al de Mika.
Ése será el mío, y lo miro con unos ojos como platos. ¡Tengo despacho propio, y con ventana!
¡Olé y olé!

—Como ves —dice Mika—, Margerite está de baja por un accidente doméstico y no regresará hasta dentro de un par de meses.
—Vaya —murmuro.
—Elena, sobre la mesa hay una carta de colores. Antes de marcharte hoy, por favor, dime qué color prefieres para que te lo pinten, ¿de acuerdo?
¿Van a pintar el despacho?
Mi cara debe de ser un poema, porque Mika añade mirándome:
—Yulia ha pedido que el tiempo que ocupes este despacho esté todo a tu gusto.
—Vale —consigo decir emocionada.
Cuando regresamos al despacho de ella, le suena el teléfono, lo coge y, una vez cuelga, me mira. —Tengo una reunión. Estoy organizando distintas ferias y...
—¿Puedo asistir a esa reunión? —pregunto directamente.
Mika asiente encantada.
—Por supuesto que sí —dice sonriendo—. Dame unos segundos, que recojo lo que necesito.
Mientras espero a que ella recoja unos papeles de la mesa, mi móvil vibra. Un mensaje de Yulia.

¿Sigues con Mika?

Sonrío y me apresuro a responder:

Sí. Y ahora voy a entrar en una reunión con ella. ¡Estoy ilusionada!

Una vez le doy a «Enviar», espero rápidamente su contestación, pero por extraño que parezca no la recibo. Guardo el móvil y maldigo al pensar que, con seguridad, Yulia aparecerá en esa reunión.
Cuando Mika lo tiene todo, camino a su lado en dirección a la sala de reuniones, mientras observo que quien me reconoce me mira con curiosidad. Como puedo, sonrío. No quiero que piensen que soy una tía borde y estirada.
Al entrar en la sala de reuniones, Mika me presenta a los hombres que están allí como Elena Katina, no como la señora Volkova. Estoy por darle mil besos por ese detallazo. Creo que ella lo sabe y, sin más preámbulos, les explica que a
partir de ese instante ella y yo dirigiremos el departamento de comunicación.
Una vez hechas las presentaciones, me entero de que esos ejecutivos pertenecen a las delegaciones de Müller en Suiza, Londres y Francia y, sin más dilación, comienza la reunión, a la que yo asisto calladita y atenta. Es lo mejor que puedo hacer hasta que le coja el tino al asunto.
El tiempo pasa y mi móvil vibra después de una hora.

¿Dónde estás?

Con disimulo, lo leo y comienzo a teclear:

Sigo en la reunión. Cuando acabe, te llamo.

Como no deseo que continúe interrumpiendo mi atención, apago el móvil y me centro en lo que va a ser mi nuevo trabajo.
Otra hora después, cuando la reunión termina,decidimos subir todos a la cafetería, que está en la planta novena. Al entrar, veo que algunos trabajadores me miran; sin duda saben quién soy,las noticias deben de haber volado por Müller, y me pone mala ver cómo cuchichean.
Mika, que también se ha dado cuenta, se acerca a mí y murmura:

—Tranquila. Muéstrate tal y como eres y pronto te perderán el miedo.

Asiento. Sin duda, me va a tocar pasar por lo mismo que me tocó aguantar en Moscú, cuando en la oficina todo el mundo se enteró de que yo era la novia de la jefaza. La diferencia es que aquí ya no soy su novia, sino ¡su mujer!
Cuando llegamos a la barra, pedimos unos cafés. Paseo la mirada por la cafetería y entonces veo entrar a una chica rubita con una cara preciosa y un moñito encantador. La observo, se sienta lejos de nosotros y veo que habla por teléfono, mientras se toca con deleite un mechón de pelo que le cae en la cara.
¡Qué mona!
La conversación que se traen los que están a mi alrededor hace que deje de mirarla y me incluya en ella, hasta que Harry, el inglés que ha estado sentado a mi lado todo el tiempo, me pregunta:

—¿Qué te ha parecido la reunión?
Sonrío, me toco la frente y respondo:
—Aunque estoy un poco descolocada, ha sido interesante. Sólo espero ponerme al día rápidamente en muchas cosas para estar a su altura.
Harry sonríe.
—Tranquila —dice—. No tengo la menor duda de que lo harás muy bien.
—Gracias —murmuro agradecida por su positividad.
De nuevo nos unimos a la conversación del grupo cuando Teo, el francés, pregunta mirándome:
—¿Y cuándo te reincorporas totalmente,Elena?
Yo miro a Mika.
—Elena trabajará a media jornada durante dos meses, mientras Margerite esté de baja —explica ella.

Todos me miran por eso de la media jornada,veo en sus expresiones que no entienden nada,pero no voy a ser yo quien se lo explique. Me niego.
La conversación se reanuda y me siento feliz.
Nadie habla de niños, nadie habla de papillas y,sobre todo, ¡nadie canta el tallarín, ni llora!
Ahora que pienso en llorar, ¿cómo estarán mi monstruita y mi Supergirl?
Rápidamente, me quito sus imágenes de la cabeza, o me pondré ñoña, y me centro en la conversación adulta que se desarrolla ante mí.
Minutos después, cuando alguien pregunta por mi extraño acento y se enteran de que soy rusa,espero lo de siempre pero, por increíble que
parezca, ninguno dice eso de «Rasputín..., Plaza Roja...,Vodka».
Aisss, madre, ¡no me lo puedo creer!
Por fin digo que soy rusa y nadie toca las castañuelas con las manos.
Sonrío, y es tal mi sonrisa que Harry, el inglés, se acerca a mí y pregunta:
—¿Por qué sonríes?
Sin poder evitar mi sonrisa, lo miro y respondo:
—Porque hoy está siendo un día perfecto.
Ahora el que sonríe es él. Me mira y sugiere:
—¿Otro café?
Asiento. Lo pide y, cuando el camarero lo pone ante nosotros y estoy echando el sobrecito de azúcar, oigo que Harry dice al tiempo que señala mi anillo:
—Por lo que veo, estás casada.
Con cariño, miro el dedo en el que orgullosamente llevo el anillo que Yulia me regaló y que tanto significa para nosotras y digo:
—Sí.

Segundos después, los dos volvemos a mirar a los demás, que hablan de trabajo. Así estamos como veinte minutos cuando proponen que vayamos a comer todos juntos. Sé que debería regresar a casa, pero me apetece asistir a la comida, por lo que decido llamar a Simona para ver cómo están los niños.
Me separo un metro del grupo para hablar y sonrío cuando ella me pone a mi Supergirl al teléfono. Le hablo y me suelta un par de frases divertidas. Tanto ella como Hannah están bien, y vuelvo a sonreír en el momento en que oigo los
lloriqueos de la niña de fondo. Mi monstruita está perfectamente.
En cuanto cuelgo, me dispongo a llamar también a Yulia para informarla de que me voy a comer fuera, pero de pronto la veo entrar por la puerta de la cafetería. ¡Lo sabía! Ya se ha enterado de que estoy allí y ha bajado a cotillear.
Mal empezamos si ya comienza con ese control.
Con cautela, no se acerca a nosotros, pero sé que me observa tras sus oscuras pestañas.
No es tonta, y sabe que, como se le ocurra acercarse, me voy a enfadar, por lo que se mantiene alejada del grupo. Sin embargo, cuando Mika lo ve, rápidamente la saluda y Yulia,aprovechando la oportunidad, se une a nosotros.
Con su típica cara de «aquí mando yo», les estrecha la mano a los demás, que la saludan con formalidad —¡es la jefaza!— y, sin perder un segundo, se coloca a mi lado, me agarra de forma posesiva por la cintura y dice:
—Veo que ya conocen a mi preciosa y encantadora mujer.
Los otros tres hombres me miran boquiabiertos.
Yo sonrío..., sonrío..., sonrío ¡o abofeteo a Yulia por eso!
Pero ¿qué es eso de «preciosa y encantadora mujer» en el trabajo?
Sólo le ha faltado levantar la pata y mearme como un perro para marcar su territorio. ¡Será gilipollas!
Harry me mira, yo lo miro y vuelvo a sonreír.
Por suerte, él hace lo mismo que yo.
Durante varios minutos todos hablan, mientras yo escucho con una prefabricada sonrisa en los labios, hasta que Yulia, mirándose el reloj, me mira, después se dirige a Mika y pregunta:
—¿Han terminado con la reunión?
Ambas asentimos.
—Sí, Yulia —dice Mika—. Ahora estábamos pensando en ir a comer todos juntos.
Sin mirarme, veo que mi rusa/alemana se apresura a responder:
—Qué gran idea. Avisaré a mi secretaria para que reserve en el restaurante de enfrente.
Los hombres y Mika aceptan encantados.
Comer con la jefaza es un lujo, pero yo creo que la mato..., creo que la voy a matar.
¿Por qué se autoinvita a esa comida?
Sin soltarme, me observa y sonríe, y yo le muestro con mi mirada lo que pienso. Yulia me conoce, sabe que lo que está haciendo no me está gustando un pelo. Pero, sin cortarse, coge mi mano y dice:
—Mika, adelantese ustedes al restaurante.Len y yo iremos enseguida.
Ea..., ¡ya me ha separado del grupo!
Repito: ¡la mato!
Camino a su lado hasta llegar al ascensor y,cuando voy a decir algo, un empleado se para junto a nosotras. Me callo.
En silencio, cogemos el ascensor junto a más trabajadores, que me miran con curiosidad. Yo les sonrío, no quiero que piensen que soy una estirada
por ser la señora Volkova. En cuanto llegamos a la planta décima, Yulia, que todavía no ha abierto la boca, tira de mi mano con delicadeza y caminamos juntas hacia su despacho.
Al pasar veo a varias mujeres que me observan con atención, y les sonrío.
¡Sonrío a todo bicho viviente!
Llegamos ante la puerta de su despacho, y me sorprendo al ver a la chica rubia de carita preciosa y moñito gracioso en la cabeza sentada en la silla donde suele estar Dafne, la secretaria de Yulia. Nuestras miradas se encuentran cuando mi esposa dice con voz de ordeno y mando:
—Gerda, llama al restaurante de Floy y diles que reserven una mesa para seis ¡ya!

La joven asiente, deja de mirarme, coge rápidamente el teléfono y comienza a marcar mientras Yulia y yo entramos en el despacho.
Una vez nos quedamos solas y ella cierra la puerta, me mira y sisea sin levantar la voz:
—Aceptaste trabajar media jornada y luego regresar con los niños a casa, ¿lo has olvidado ya?
—Me dispongo a contestarle cuando vuelve a la carga—: Te dije que me llamaras en cuanto acabara la reunión.
Molesta por sus modales, me retiro de ella y respondo con sorna:
—¿Para qué? Ya me estabas vigilando con tus informadores.
Yulia resopla. Se toca el pelo y, cuando va a hablar, lo señalo con el dedo y murmuro:
—Muy mal, Yulia, comenzamos muy mal. Si voy a trabajar en esta empresa, necesito libertad de movimientos; no quiero sentir tus ojos ni los de nadie pegados a mi nuca. Pero ¿qué te ocurre? ¿Acaso ni trabajando en tu jodida empresa te vas a fiar de mí?
Ella no contesta. Su mirada me hace saber lo furiosa que está, y yo, que no estoy mucho mejor que ella, camino hacia los grandes ventanales. Me está entrando un calor infernal, y no precisamente por lo que me suele entrar siempre.
Una vez llego a los ventanales miro hacia la calle y, segundos después, siento que Yulia camina en mi dirección. Calentita como estoy, me vuelvo y le suelto:
—No me extraña que Flyn tenga esos retorcidos pensamientos referentes a que yo trabaje, si tú, que me conoces, no te fías de mí. —Yulia no contesta, y prosigo—: Yo sólo quiero trabajar, sentirme bien conmigo misma pero, desde
luego, si eso va a suponer estar todo el día con miedo a que tú te sientas molesta por con quién hablo o con quién tomo un café, ¡apaga y vámonos!
En ese instante se oyen unos golpecitos en la puerta, ésta se abre y aparece la rubia del moñito.
—Señora Volkova—dice tocándose el pelo con coquetería—, ya he reservado en el restaurante.
—Muy bien, Gerta. Gracias —afirma Yulia con rotundidad.

Mi mirada y la de ella chocan y, rápidamente,deduzco que con quien hablaba la tipa en la cafetería mientras se tocaba el pelo era con Yulia.
Eso me enferma.
Estar con una mujer como ella implica estar alerta siempre en materia de mujeres, pero esa fase ya la pasé, o me habría vuelto loca. Aun así,la miradita de la del moño no me gusta un pelo, y cuando, tras esbozar una sonrisita tontorrona, da media vuelta y cierra la puerta, pregunto metiendo tripa:—
¿Dónde está Dafne?
Yulia vuelve la mirada hacia mí y, entendiendo lo que pienso, responde con borderío:
—Dafne está de baja por maternidad, ¿algo más? Uiss..., uisss, es verdad, Dafne tuvo un niño.
Pero esa chulería tan Icegirl me mata. Me cabrea.
¡Me pone a cien!
Tengo mucho más en la punta de la lengua por soltar, ¡estoy que muerdo!, pero no le voy a dar ese placer. Así pues, negando con la cabeza, vuelvo a mirar por la cristalera y siseo:
—No estoy celosa, estoy enfadada. Quiero que lo sepas.

Llevaba tiempo sin que Yulia me sacara tanto de mis casillas. Los últimos meses en casa con los niños han sido en ocasiones desquiciantes, pero en
lo que respecta a la pareja, maravillosos y tranquilizadores. Sin embargo, ahora que quiero comenzar a trabajar, la cosa cambia. Yulia no me lo va a poner fácil, y Flyn tampoco... ¡La que me espera!
Yulia me mira. El reflejo del cristal me ayuda a ver todo lo que ella hace tras de mí, y resoplo. Veo que se abre la americana, se lleva las manos a la cintura y baja la cabeza. Sin duda, se está dando cuenta de su error. Lo sé. La conozco.

—Escucha, Len... —empieza a decir.
—No, escucha tú —siseo dándome la vuelta como un purito toro miura—. Durante el tiempo que he estado en casa cuidando de los niños me he fiado de ti al cien por cien, a pesar de saber que tienes un enorme imán para atraer a las mujeres y trabajas rodeado de ellas. — Hablar sobre eso me hace temblar, pero prosigo—: Ni una sola vez he dicho una mala palabra por tus viajes o por tus
cenas de empresa, ni te he hecho sentir incómoda insinuándote cosas desagradables. Me fío de ti al cien por cien, y lo hago porque sé que me quieres,
sé lo importante que soy para ti, y también sé que nadie te va a dar todo lo que yo te doy como mujer y madre de tus hijos. ¿Acaso he de pensar que hago mal fiándome de ti?
—No, Len..., no —se apresura a responder.
—Pues entonces, deja de pensar que voy a romper corazones allá por donde pise y...
—A mí me lo rompiste —dice mirándome, el muy granuja.
Inconscientemente, su respuesta me hace sonreír, pero contengo mi tonta risita y replico:
—Que sea la última vez que mandas a nadie a vigilarme durante mis horas de trabajo en la empresa, porque si me vuelvo a dar cuenta de ello, te juro que lo vas a lamentar. —Yulia me mira.
Sabe que hablo en serio, e insisto—: ¿Qué va a pensar ahora Gerda de mí? ¿Acaso no te das cuenta de que, con lo que has hecho, puede sacar conclusiones equivocadas con respecto a nuestra relación?
Yulia asiente. Sabe que lo ha hecho mal. Cierra los ojos y, cuando los abre, responde:
—Te pido disculpas, Len. Tienes razón en todo lo que dices.
Resoplo...
Me mira...
La miro y, cuando veo esa mirada arrepentida que tanto adoro y que conozco tan bien, suelto un quejido.
—Yulia...
No hace falta que diga más. Mi amor, mi chica,mi todo, da un paso hacia mí y me abraza.
Ninguna habla durante unos segundos, hasta que ella finalmente dice:
—Prometo que no volverá a suceder.
—Eso espero —asiento, deseosa de que sea así.
Como siempre, es mirarnos y, ¡zas!, nos besamos.
A pesar de ser dos polos opuestos, nuestro imán nos atrae y disfrutamos de nuestro maravilloso beso. Pero, como siempre que lo hacemos, el calor nos invade y, separándome de ella, murmuro:
—Cariño..., estamos en tu despacho.
Mi amor asiente, me mira a los ojos y replica:
—Creo que ahora que voy a tenerte de nuevo cerca en el despacho tendré que hacer obras.
—¡¿Obras?!
Yulia sonríe y, sin soltarme, añade:
—Un archivo dentro de mi despacho..., ¿no crees que nos vendría bien?
Me río al oír eso. Ninguna de las dos ha olvidado nuestros encuentros locos e imprudentes en el archivo que había en el despacho de Moscú.
—Qué buena idea, señora Volkova —digo.
Entre risas, nos besuqueamos. Recordar nuestros comienzos siempre es divertido, morboso y caliente. Tras su último beso, Yulia pregunta:
—Ahora en serio, cielo, ¿quieres que vaya a esa comida o estarás incómoda?
La miro... ¡Me la como! Y finalmente, agarrándola de la mano, contesto:
—Claro que quiero que vengas, cariño. Eres la jefaza; además, ¡así pagas tú!
Mi Icegirl sonríe, se abrocha la chaqueta,recupera la compostura y, de la mano, salimos del despacho. Una vez fuera, Gerta nos mira, Yulia suelta mi mano, me agarra posesivamente por la cintura y dice:
—Gerta, para cualquier cosa urgente, estaré comiendo con mi preciosa mujer.

La del moñito asiente, yo sonrío y, feliz con mi esposa, nos vamos a comer.
Cuando llegamos al restaurante, los demás ya están allí, y Mika sonríe al vernos. Floy, el dueño del local, viene rápidamente hacia nosotras y nos
saluda. Complacida, le doy dos besos; no es la primera vez que como allí con Yulia. A continuación, nos reunimos con el resto del grupo,y Floy nos lleva con amabilidad a la mesa que tenemos reservada.
Una vez allí, dejo que Yulia elija sitio, yo me coloco a su derecha, y Mika se apresura a ponerse a mi izquierda. Harry, el inglés, se acerca a ella y le retira la silla. ¡Qué galante! Yulia, por supuesto, hace lo mismo conmigo —¡faltaría más!— y, una vez nos sentamos todos, el camarero reparte las cartas y escogemos lo que queremos comer.
Cinco minutos después, tras hacer la comanda con el camarero, éste se va y aparece otro que de forma ordenada nos sirve vino en las copas. Una vez acaba y se marcha, Teo, el francés, coge la suya, la levanta y dice:
—Brindemos por la señora Volkova y por su incorporación a la empresa.
Vale..., he pasado de ser Elena a ser la señora Volkova. ¡Vaya mierda!
Eso en cierto modo me cabrea, porque sé que ya nunca me tratarán como a una igual. Sin embargo, todos levantan amigablemente sus copas y brindan.
No miro a Yulia. Sé lo que piensa, como sé que ella sabe lo que estoy pensando yo en ese instante.
Doy un sorbito al vino y, sin poder reprimirme,aclaro:
—Teo, por favor, para mí sería mucho más fácil si en el trabajo me llamaras por mi nombre como yo te lo llamo a ti. Sin duda, soy la mujer de Yulia, eso ya lo sabemos, pero a nivel laboral simplemente quiero ser Elena Katina.
Veo que todos se miran con disimulo cuando Harry, el inglés, levanta su copa y dice:
—¡Por Elena!
De nuevo todos, vuelven a brindar. Con el rabillo del ojo, observo que Yulia se tensa, pero entonces dice, sorprendiéndome:
—Les agradeceré a todos que traten a mi mujer como a una más en el trabajo y la llamen por su nombre. Sin duda, Elena es una persona con carácter y, si no lo hacen, ¡a mí no me vengan con quejas!
El comentario los hace reír, y el ambiente se relaja. Sin duda, Yulia, como siempre, los tiene acojonados.
Cuando acabamos de comer, Yulia y yo nos despedimos de todo el mundo. Luego, yo me dirijo a Mika y susurro:
—Mañana elegiré el color del despacho.
Ella me guiña un ojo y nos vamos. Caminamos hacia el edificio Müller, entramos en él y bajamos al garaje a por nuestro coche. Cuando nos montamos, miro a Yulia y pregunto:
—¿Por qué no trabajas esta tarde?
Ella arranca el coche y, guiñándome el ojo, murmura:
—Porque quiero estar contigo y, como soy la jefa, me lo puedo permitir.
Sonrío. Me encanta esa respuesta.


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Mensaje por VIVALENZ28 11/30/2016, 9:45 pm

13

El martes, cuando Mel y Björn dejaron a Sami en el colegio, el gesto del abogado era serio. Mel,que sabía por qué, exclamó antes de montarse de nuevo en el coche:
—Basta ya, por Dios, Björn, que sólo voy a una entrevista en...
—Me hierve la sangre que lo hagas.
—Björn, accedí a casarme contigo... —dijo Mel sonriendo.
—Sí —siseó el abogado—, pero no me diste fecha.
Ella sonrió de nuevo e, intentando que él lo hiciera también, cuchicheó:
—Ésa será otra negociación. A ver si te crees que sólo tú piensas lo que negocias.
Él la miró con el ceño fruncido. Era lista, muy lista. —No me hace ni pizca de gracia que vayas a esa entrevista — gruñó.
—Björn...
—Vale, Parker. Sé que llegamos a un acuerdo.Tú te casas conmigo y yo no pongo objeción a ese trabajo, pero ¡joder, Mel, ¿por qué?!
Ella lo miró, resopló y, cuando se disponía a responder, él prosiguió gesticulando mucho con las manos:
—No necesitamos el dinero. Con lo que yo gano tenemos para vivir holgadamente Sami, tú y yo.
—Mira que te pones feo cuando discutes.
—Estoy hablando en serio, Mel —repuso él mirándola.
—Y yo también —afirmó ella sonriendo.
Björn maldijo. En ocasiones, discutir con su novia era desesperante y, sin dar su brazo a torcer,insistió:
—Ya te he dicho que, si quieres un trabajo,Yulia estará encantada de...
—¡Yulia! —lo cortó ella perdiendo su humor—.Pero ¿tú te crees que Yulia es una ONG? Joder,Björn, que Yulia tiene que mirar por su empresa.
Bastante ha hecho ya accediendo a la petición de Len como para que encima...
—Mel —protestó Björn—. Sin que yo le dijera nada, Yulia me comentó que si quieres
incorporarte al mundo laboral puede reubicarte en su empresa. Pero, cariño, si hasta podrías trabajar en mi despacho.
—¿De secretaria?
—Sí.
—Por Dios, ¡qué aburrimiento!
Él resopló.
—Estoy convencido de que serías una excelente secretaria — aseguró.
—Mira, Björn, no me jorobes —replicó Mel meneando la cabeza y, sin pensar lo que decía,agregó—: Si quisiera un trabajo de oficina, sólo tendría que decírselo a mi padre y lo conseguiría en el consulado de Estados Unidos.
Nada más decir eso, cerró los ojos. Acababa de meter la pata hasta el fondo.
—¿Qué has dicho? —preguntó él.
Mel se rascó la oreja. ¿Cómo podía ser tan bocazas?
—¡Ah, genial, Superwoman! ¡Genial!
—Habló 007.
Pero el abogado, más furioso a cada instante que pasaba, se alejó de ella y preguntó abriéndose la chaqueta del traje:
—¿Me estás diciendo que no le has pedido un trabajo de oficina a tu padre porque te aburre?
Mel no quería mentirle, así que dijo:
—Escucha, Björn. Estar contigo y con Sami todos los días me llena, y soy tremendamente feliz de tenerlos y disfrutarlos, pero... pero necesito algo más. Estoy acostumbrada a un empleo con actividad, acción y...
Sin querer escucharla, él accionó el mando a distancia de su coche y las puertas se abrieron.
—¡Perfecto! —exclamó—. Ahora resulta que Sami y yo somos poco para ti.
Mel abrió la boca y, cuando él fue a moverse,lo empujó contra el vehículo, acercó su cara a la de él y siseó:
—Yo no he dicho eso. Ustedes son lo más importante de mi vida. Simplemente estoy
diciendo que necesito un trabajo que me proporcione algo de actividad. Yo no valgo para estar sentada detrás de una mesa como lo estás tú.
¿Tan difícil es de entender?
Molesto por sus palabras y por el empujón que le había dado, Björn la miró.
—No —gruñó—. A la que le resulta difícil de entender que tanto Sami como yo te queremos y te necesitamos a nuestro lado todos y cada uno de los días es a ti. ¿De verdad no lo entiendes?
—Joder, Björn, que no estoy hablando de regresar a Afganistán ni a ningún punto caliente. Sólo se trata de ser escolta y...
—Escolta —repitió Björn cortándola mientras tecleaba en su móvil—. Según la Wikipedia, un escolta es un profesional de la seguridad, pública o privada, especializado en la protección de personas (con poder político, económico o
mediático). Un escolta es un experto en combate cuerpo a cuerpo, especialista en armas de fuego y armas blancas, capacitado para minimizar cualquier situación de riesgo. Y, una vez dicho esto, ¿me estás diciendo que no tengo de qué preocuparme? Joder..., Mel..., joder... ¿Por qué es todo tan difícil contigo?
—Visto así, parece...
—Visto así no parece, Mel, ¡es lo que es! Es un trabajo arriesgado, y yo no quiero ese riesgo para mi mujer. No lo quiero para ti y Sami tampoco, ¿es que no lo entiendes?
Lo entendía.
¡Claro que lo entendía!
Pero, como no quería dar su brazo a torcer, dio un paso atrás y replicó:
—Björn, lo de hoy es sólo una entrevista en el consulado. Una toma de contacto.
Incapaz de mantenerse un segundo más junto a ella, que no quería comprender lo que decía, el abogado se metió en su vehículo y, ante la cara de sorpresa de Mel, arrancó y se marchó. No tenía ganas de seguir discutiendo.
Con la boca abierta porque la hubiera dejado plantada, ella lo observó alejarse a todo gas.
Cuando lo perdió de vista, se disponía a parar un taxi y entonces vio a Louise. Con una sonrisa,levantó la mano para saludarla, pero ella no le devolvió el saludo, sino que se metió directamente en su vehículo y se marchó.
Sorprendida, al final Mel paró un taxi.
—Al Consulado General de Estados Unidos en Múnich, en Königinstraße, 5 —le indicó al conductor.
Media hora después, cuando llegó y pagó la carrera, se quedó mirando el edificio. Sin duda, no era una maravilla, pero era el consulado. En la entrada, entregó su pasaporte estadounidense y le indicaron adónde tenía que ir. Con paciencia,esperó durante diez minutos cuando de pronto una voz dijo a su derecha:
—Melania Parker.
Al oír aquella voz, Mel miró y se levantó sonriendo.
—Comandante Lodwud —murmuró sorprendida.
Durante unos segundos, ambos se miraron a los ojos, hasta que el hombre, reaccionando, cogió una carpeta que le tendía una muchacha que había tras un mostrador.
—Dígale a Cheese Adams que yo entrevistaré a la señorita Parker —indicó. Acto seguido, se volvió hacia Mel—: Acompáñeme, por favor.
Sin dudarlo, ella lo siguió hasta su despacho y,cuando la puerta se cerró, se miraron fijamente a los ojos y se fundieron en un abrazo. En otra época se habían necesitado mutuamente y, aunque aquel cariño habría sido poco comprensible para los demás, ellos lo entendían y se respetaban.
Cuando se separaron, el comandante Lodwud la miró y dijo:
—Estás preciosa. Si cabe, más bonita que nunca, en especial porque no tienes ojeras.
Ambos rieron, y a continuación Mel preguntó:
—¿Qué haces aquí, James?
Él le señaló una silla y, una vez se hubo sentado él también, explicó:
—Pedí el traslado al consulado hace cerca de ocho meses, ¡después de casarme!
A cada instante más sorprendida, Mel sonrió, y él, cogiendo un marco de fotos que había sobre la mesa, dijo con orgullo:
—Mi esposa, Franzesca.
Asombrada, Mel observó el rostro sonriente de la mujer y, una vez hubo encajado la estupenda noticia, miró a su antiguo amigo y declaró:
—Enhorabuena, James. Me alegra saber que lo superaste.
Él asintió.
—Cuando te marchaste y vi que tú habías sido capaz de superar lo de Mike, supe que yo debía hacer lo mismo en referencia a Daiana y, al no tenerte a ti para jugar a lo que jugábamos,reconozco que todo fue mucho más fácil.

Mel asintió. Inevitablemente, recordó entonces aquellos instantes en los que, tras una misión, ella acudía al despacho del comandante y, después de cerrar la puerta con pestillo, se desnudaba para él y, mientras lo llamaba Mike y él a ella Daiana, disfrutaban de un juego oscuro que en cierto modo no los dejaba ir hacia delante.
Muchas habían sido las madrugadas en que aquellos dos habían escogido a un tercero, hombre o mujer, les daba igual, para continuar con sus calientes juegos. Infinidad de veces, Mel se sentaba sobre sus piernas, se tapaba los ojos con
un pañuelo y le exigía que la follara de forma despiadada mientras pensaba que era Mike quien lo hacía. Ése fue su juego. Un juego que pocos conocieron pero que ellos disfrutaron sin necesidad de implicar sentimientos, tan sólo morbo y egoísmo. Con eso les sobraba.

—De verdad, James. ¡Enhorabuena! —consiguió repetir.
Él sonrió y, tras dejar la foto de nuevo sobre la mesa, miró su mano y preguntó:
—¿Cómo está Sami?
Mel sacó una foto de su cartera.
—Preciosa y mayor —dijo—. ¡Y por fin ya pronuncia la erre!
El comandante miró la foto que le mostraba y sonrió. La pequeña estaba increíblemente mayor y bonita.
—¿Y los muchachos? ¿Ves a alguno de tus excompañeros?
—Sí. Siempre que puedo y están en Múnich,quedo con Fraser y Neill, ¿los recuerdas?
El militar asintió y murmuró sonriendo:
—Neill siempre me miraba con mala cara.
Nunca le gusté. No sé por qué me da que intuía lo que tú y yo hacíamos en aquel despacho cuando venías a entregarme los informes.
Mel sonrió. Neill nunca le había dicho nada.
—Lo dudo —contestó—. Me lo habría dicho.
Ambos asintieron, y a continuación él le soltó:
—No me digas que ya no estás con ese abogado guaperas que te gustaba tanto...
—Sí. Sí estoy con él —replicó ella.
—¿Y por qué no te has casado? —dijo él enseñándole su anillo de matrimonio.
Al oír eso, Mel se encogió de hombros.
—Porque es algo que aún me queda por hacer—respondió.
El comandante sonrió. La conocía muy bien y sabía que aquella contestación significaba que no quería hablar del tema. Así pues, abrió la carpeta que había cogido de la secretaria, le echó un ojo y, al ver la carta escrita por el padre de la joven, preguntó:
—¿Quieres trabajar como escolta?
Aún confundida por habérselo encontrado allí y por la discusión que había tenido con Björn, Mel respondió:
—Me lo estoy planteando, James. De momento quiero informarme del trabajo para valorar si me siento capacitada para ello.
James asintió y comenzó a hablarle de los requisitos necesarios para ser escolta en el
consulado. Afortunadamente, Mel los reunía todos.
Entonces, él le entregó un papel y prosiguió:
—El salario base es éste. A esto has de añadir un plus de peligrosidad, transporte, vestuario,viajes, etcétera. —Y, parándose para mirarla,preguntó—: Ese abogado con el que vives... ¿está de acuerdo con que trabajes en esto?
Mel sonrió. Sin lugar a dudas, James comenzaba a hacerse preguntas en relación con
ella.
—Ese abogado se llama Björn, y no, no está de acuerdo con que trabaje en esto.
El comandante asintió y, dejando los papeles sobre la mesa, se echó hacia atrás en su silla y señaló:
—Si fueras mi mujer, yo tampoco estaría de acuerdo.
Ella lo miró divertida.
—¿En serio me estás diciendo lo que he oído?—musitó.
—Totalmente en serio —afirmó él.
—¿Y desde cuándo eres tan tradicional y machista?
Lodwud soltó una risotada y contestó:
—Desde que Franzesca me enamoró. Si te soy sincero, como hombre enamorado que soy, no me gustaría que Franzesca estuviera de viaje continuamente, sirviendo de cortafuegos de otra persona. Y si ese abogado te quiere la mitad de lo que yo quiero a Franzesca, te aseguro que no le gustará.
—¡Hombres! —suspiró ella.
El comandante sonrió y Mel, cogiendo los papeles que él había extendido por la mesa,
preguntó:
—¿Para cuándo necesitarias cubrir la plaza de escolta?
—Para julio. —Ella asintió y entonces él añadió—: Si me dices que sí, el puesto es tuyo. El oficial Cheese Adams y yo estamos entrevistando a los aspirantes, pero te aseguro que, si tú lo quieres, cerraremos las entrevistas.
El corazón de Mel aleteó con fuerza. Aquella nueva aventura le gustaba, la atraía. Sin embargo,decidida a no dejarse llevar por la efusividad, se guardó los papeles en el bolso y se puso en pie.
—Prefiero pensarlo un poco más y hablar con Björn —dijo.
El militar se levantó y asintió. Luego la abrazó y murmuró:
—Decidas lo que decidas, llámame. Me encantará presentarte a Franzesca.
—Lo haré —contestó ella sonriendo.
—Da un beso grande a Sami, saludos a Björn y, por supuesto, a Fraser y a Neill, ¿de acuerdo?

Encantada de haber vuelto a ver a su viejo amigo, Mel asintió y, tras darle un último beso en la mejilla, abrió la puerta y se marchó. Tenía que pensar.



14

Durante el resto de la semana voy todas las mañanas a Müller, y las niñas, al ver que me marcho, lloran. ¡Qué difícil es dejarlas así!
Yulia observa y no dice nada. Pero la conozco y sé que en su interior se muere por reprocharme el llanto de las niñas y los gritos de la pequeña Yulia cuando dice aquello de «¡Mamá, no te vayas!».
Siempre que la oigo, se me parte el corazón.
Mi pequeñína me quiere a su lado y yo quiero estar con ella, pero también necesito mi propio espacio o me volveré loca.
Flyn sigue enfadado conmigo pero, a diferencia de la pequeña Yulia, en vez de pegarse a mí cuando regreso a casa, se aleja más y más.
Como es mayor, le doy espacio, ya se le pasará.
El martes elegí el color de las paredes de mi despacho. Gris claro. Con los muebles oscuros queda bien y profesional.
En la oficina, por las mañanas, me empapo durante horas de todo lo que Mika me entrega, y el viernes, cuando estoy en mi despacho sentada por primera vez, llega una preciosa planta con una notita que dice:

Yo sé lo mucho que vales.
Ahora demuéstrales a ellos lo mucho que vale
Elena Katina
T.Q. y, como dice nuestra canción, «Te llevo en mi mente desesperadamente».
Yulia

Sonrío al leer lo que mi amor ha escrito y me pongo tontorrona. Cinco años de amor con nuestros altibajos, pero cinco años que volvería a repetir con los ojos cerrados.
Al recordar nuestra canción mi corazón salta de alegría mientras soy consciente de que Yulia está cumpliendo lo que me prometió. No ha vuelto a molestarme ni a espiarme en la oficina.
Una vez elijo sitio para la bonita planta, estoy contenta y, tras coger mi móvil, escribo:

Gracias por la preciosa planta; ¿comes conmigo? Invito yo.

Dos segundos después, suena mi teléfono.

Te espero en el parking dentro de dos horas.

Sonrío. Me agrada saber que no lo ha dudado.
Dejo el móvil sobre la mesa y comienzo a mirar unos documentos mientras tarareo encantada nuestra bonita canción.
Una vez termino el último papel, mis ojos se posan de nuevo en el teléfono de la mesa.
Descuelgo, marco y, cuando oigo una voz, digo:

—Hola, papá.
—Blanquita..., qué alegría hablar contigo,cariño.
Mi padre, como siempre tan cariñoso. Qué gusto hablar con él. Durante un buen rato
charlamos de todo un poco, hasta que dice:
—Por cierto, el otro día vi al escandaloso de tu amigo Sebas y me contó que se marchaba a hacer un viaje por Alemania. Me pidió que te dijera que, si pasaba por Múnich, te llamaría para verte.
Pensar en ello me hace feliz. Sebas es un divertido amigo con el que no puedo parar de reír, a pesar de que a Yulia lo saque de sus casillas por lo mucho que vacila y lo piropea. Como dice mi padre, es escandaloso a más no poder.
—Ojalá pase por Múnich —digo—. Será genial verlo.
—A ver, blanquita, ¿al final vienes este año a la feria?
Oír eso me subleva, ya que sigo sin convencer a Yulia para que me acompañe. Finalmente respondo:
—No lo sé, papá. —Y, para culpabilizarme a mí y no a la tonta de mi esposa, añado—: Recuerda que he comenzado a trabajar, y ahora pedir unos días es complicado.
—Pero, blaquita, tu esposa es la dueña de la empresa. ¿Por qué va a ser complicado?
La sagacidad de mi padre me hace sonreír.
—Papá... —respondo—, no quiero que la gente vea que tengo trato de favor y comiencen a decir tonterías. Por favor..., por favor, entiéndelo.
Te prometo que si puedo iremos todos y, si no, lo dejamos para el año que viene.
Durante varios minutos, mi padre protesta con elegancia. Siempre le ha gustado que mi hermana y yo estemos en la Feria de Kazán con él. Yo lo escucho sin decir nada.
—¿Sabes que tu hermana se va a México? —dice entonces.
—Sí —contesto—. Yo también. Es el bautizo de los hijos de Dexter y Graciela. Recuerda que Juan Alberto es el primo de Dexter.
—Sí, hija, eso lo sé. Pero, al parecer, Juan Alberto tiene negocios que atender y quiere aprovechar ese viaje para ello. Se irán una semana antes con Lucía y Juanito. —Luego, bajando la voz, murmura—: Eso sí, Irina no va. Es más, la tengo aquí. Al parecer, tu hermana y ella han discutido.
No me sorprende para nada oír eso. Cada vez que Irina y mi hermana discuten, la niña se va con mi padre. Pobrecito, la que le ha caído con las mujeres de la familia.
—Mira, blanquita —añade entonces—, si algo he aprendido con todas ustedes es a no preguntar.Tu hermana simplemente dijo que la niña se quedaba conmigo, e Irina y ella casi no se hablan.Y, como hombre juicioso que soy, esperaré pacientemente a que alguna me cuente lo ocurrido.Por cierto, Irina está aquí; ¿quieres hablar con ella?
Lo que ha dicho me hace sonreír. Anda que no es listo mi padre y, acomodándome en la silla, respondo:
—Sí, papá. Dile que se ponga.
Durante unos segundos oigo la voz de mi padre, que llama a mi sobrina. Su voz, esa ronca y dulce voz suya, que me encanta.
—Hola, tita —oigo entonces que dice Luz.
—Hola, cariño. ¿Qué tal?
—¡Super... superguay! Por cierto, dile al puñetero Jackie Chan Volkov que...
—¡Irina!
—¿Qué paaasa?
—Pero ¿por qué lo llamas así?
La jodía suelta una risotada. Si es que es para matarla...
—Tita... —cuchichea—, es su nuevo nick, ¿no lo sabías?
No, no lo sabía. Siempre ha odiado que lo relacionen con un chino. Le reprocho:
—Mira, Irina, ya sabes que a él le joroba que...
—Pero, oye, tita... A ver si ahora vas a ser como mi madre, que se quedó en el siglo pasado.
—Pero ¿de qué hablas?
Oigo resoplar a mi sobrina. Me la imagino mirando al techo como hago yo cuando pregunta:
—¿Acaso no has visto cómo se llama en su nuevo perfil de Facebook?
Lo pienso..., claro que lo sé. En su perfil se llama Flyn Volkov, por lo que me sorprendo cuando Irina dice:
—En su nuevo perfil se llama Jackie Chan Volkov, pero no digas nada si él no te lo ha
dicho o me bloqueará.
—¡¿Qué?!

Irina se parte. La oigo reír como una posesa mientras me cuenta lo divertido y ocurrente que es el nuevo Flyn por Facebook. Eso me sorprende, ya que en casa tiene siempre una cara de amargado que parece que haya mordido un limón.
Charlo con mi sobrina durante un buen rato, me habla de sus amigas Chari y la Torrija, hasta que, intentando cambiar de tema, le pregunto:
—¿Qué ha ocurrido para que no te hables con tu madre?
—Nada.
—El que nada no se ahoga, Irina —replico, e insisto—: Desembucha ¡ya!
Oigo su resoplido. Ésta es de resoplidos como yo.
—Tita... —dice finalmente—, mi madre, que es una agonías.
—¡Irina!
—Te lo digo en serio.
—Y yo te digo en serio que no me gusta que hables así de tu madre. Es mi hermana y la quiero,¿entendido?
—Ay, tita, yo también la quiero, pero es que a veces parece que haya nacido en el siglo pasado.¡Cómo puede ser tan agonías!
Asiento. La niña no me ve, y entiendo lo que dice, pues a mí también me lo parece en ocasiones,pero no le voy a dar la razón, ¡sólo le faltaba eso!
Me imagino a mi padre con la oreja puesta, así que insisto:
—No te andes con rodeos y cuéntame. Ya sé que tu madre en ciertas cosas es un poco...
—¡¿Un poco?! —gruñe ella—. Por favor, tita,que tengo catorce años y todavía se empeña en ponerme horquillitas de Dora la Exploradora en el pelo, calcetines con puntillitas y en ir a buscarme al instituto.
Me río. No lo puedo remediar. Anya es mucha Anya, y más con sus niñas.
—¿Y? —pregunto.
—Pues que me vino a buscar el otro día, llegó antes de la hora y, bueno..., yo... yo estaba con...con mi novio y...
Bueno..., bueno..., bueno... ¡¿Otra con novio?!
Me doy aire con la mano. Si mi hermana vio lo que yo vi hace unos días con Flyn, entiendo que se escandalizara. Pero como no quiero parecer del siglo pasado como ella, pregunto:
—¿Tienes novio, Irina?
—Sí. Se llama Héctor, y ¡está para comértelo y no dejar ni los huesecitos!
—¡Irina!
—Tita, no me seas tú también antigua. Sólo te estoy diciendo la verdad. Héctor tiene un cuerpo de escándalo y un culooo durooo increíbleee.
—¡Pero, Irina!
—Y antes de que sigas protestando —añade la muy descarada—, no pienso dejarlo por mucho que se empeñen todos.
Uisss, ¡que me da...!
¿Desde cuándo mi sobrina ha dejado de ver a niños para ver tíos buenísimos con cuerpos de escándalo y culos duros increíbles?
Me acaloro. Me levanto de la silla.
Sin duda, las hormonas de Irina y Flyn están en plena ebullición. Al final, consigo retener todo lo que se me pasa por la cabeza y digo:
—Escucha, Irina, debes entender que tu madre...
—Lo que entiendo es que Héctor me tiene loca y me gusta mucho.
¿Que la tiene loca? ¿Ha dicho que la tiene loca? Vaya tela..., vaya tela...
—¡Irina!
—Sólo digo lo que siento, no te enfades por ello, mujer.
Su voz ya no es la de una dulce y pícara niña.
Su voz se ha vuelto autoritaria y eso me molesta, por lo que respondo:
—Mira, Irina, a mí no me hables así o...
—Adiós, tita.
Y, sin más, me deja colgada al otro lado del teléfono con cara de tonta.
—Blanquita, ¿sigues ahí? —oigo entonces que dice mi padre.
—Sí, papá —gruño—. Ya le puedes decir a esa sinvergüenza que, cuando la vea, se va a enterar de lo que vale un peine. ¡Pues no va la niñata y me deja colgada al teléfono!
De pronto, mi padre se ríe.
—Tranquila, hija. Son etapas. ¿Ya no te acuerdas de cuando tú tenías su edad?
Resoplo. Claro que me acuerdo, y por eso no quiero que ella cometa los errores que yo cometí.
—Pero ella...
—Elena, cariño, Irina está creciendo, y esto es sólo el comienzo de su cambio a la madurez.
Vale. Entiendo eso, como estoy segura de que lo entiende mi hermana, pero ella y Flyn son nuestros niños.
—Pero, papá —insisto—, ¡que tiene novio!
—¿Cuántos novietes tuviste tú y tu hermana?
—Papá... —Sonrío.
—¿Cuántas veces me he enfadado yo por eso?
—Uf..., demasiadas.
—Y verdaderamente, hija mía, ¿sirvieron de algo mis enfados?
Entiendo lo que quiere decir.
—En su momento —prosigue—, ustedes hicieron lo que qisieron, nos gustara o no a
su madre y a mí, y ahora hay que estar muy pendiente de que Irina no haga excesivamente el tonto. Pero, hija, tiene que equivocarse,decepcionarse y sufrir para aprender a vivir. Así es la vida, blanquita..., así es la vida.
Sin lugar a dudas, mi sabio padre tiene toda la razón del mundo.
Cuando yo tenía la edad de Irina, me creía la más lista del mundo mundial, y cuanto más me prohibían algo, más lo hacía. Al final, consciente de que poco puede hacerse ante eso, afirmo:
—Tienes razón, papá. Como siempre, tienes razón.
—Tranquila, hija. La adolescencia es un momento difícil en la vida de toda persona, pero si yo he superado la tuya y la de tu hermana, sin duda Anya superará la de Irina
—¿Y si te digo que Flyn está igual?
La risotada de mi padre vuelve a sonar.
—Tú y Yulia también lo superarán —dice—.Se lo puedo asegurar.
Ahora la que me río soy yo. Sin duda, mi padre tuvo que luchar mucho con nosotras.
A continuación, miro el reloj y digo:
—Papá, tengo que irme, pero te llamaré mañana para ver cómo va todo.
—De acuerdo, cariño. Besos para ti, para los niños y para Yulia y, por favor, hagan un esfuercito y ¡vengan a la feria!

Una vez cuelgo, resoplo. Joder con lo de Kazán, y vaya tela..., vaya tela... la que nos ha caído a mi hermana y a mí con los jodidos adolescentes y sus hormonas revolucionadas.
Sin perder un segundo más, cojo mi bolso,salgo del despacho, me despido de Mika y de Tania, la secretaria, y cojo el ascensor para ir al parking.
Mientras bajo pienso en mi sobrina Irina y en Flyn. Vaya dos. Pensar en la mala época que están pasando me tensa y hace que me pique el cuello.
Me rasco inconscientemente mientras pienso en el mundo complicado en el que están sumergidos a causa de su edad, y vuelvo a resoplar.
Cuando llego a la planta menos uno y las puertas del ascensor se abren, veo el coche de Yulia aparcado al fondo y observo que está dentro.
Con paso seguro, llego hasta el vehículo, abro la puerta y, cuando me siento, pregunta:
—¿Qué te ocurre?
Joder, ¡qué bien me conoce!
—Len —insiste—, tu cuello me dice que ocurre algo. ¿Qué es?
Rápidamente bajo el parasol para mirarme en el espejito y, cuando me veo los ronchones, me cago en todo; ¡joder con los ronchones!
—Irina tiene novio —le suelto—. Dice que está buenísimo, que tiene un cuerpo de escándalo y un increíble culo duro, ¿te lo puedes creer?
Yulia me mira, veo que se le curvan las comisuras de los labios y, antes de que pueda
responder, digo:
—Ni se te ocurra reírte o la vamos a tener.
—Cariño...
Levanto de nuevo el parasol y, sin querer contarle lo de Jackie Chan Volkov, insisto:
—No quiero hablar de ello. Vamos, ¿dónde quieres que te invite a comer?
Mi amor pasea las manos por mi cabello,suelta mi moño y, mirándome, pregunta:
—¿En serio me invitas a comer?
—Sí.
—¿A lo que quiera?
—Pues sí. —Sonrío.
Mi rusa/alemana asiente y, acercándose un poco más a mí, murmura:
—¿Aunque sea un sitio terriblemente caro y con raciones de esas tan pequeñas que te dejan con hambre?
Eso me hace sonreír. Si algo le gusta a Yulia son los buenos restaurantes, y asiento.
—Por supuesto, ¡doña selecta!
Ella sonríe entonces también y me da un rápido beso en los labios.
—Vámonos de aquí antes de que te desnude en el parking de la empresa y pierda toda mi reputación —dice apresurándose a soltarme.

Sonrío divertida cuando oigo la voz de la solista de Silbermond, que canta Ja.
Media hora después, Yulia y yo caminamos por un parque en busca de un banco en el que sentarnos para comer. Mi esposa pone los ojos en blanco al saber la posibilidad de que Sebas aparezca en Múnich, y yo me troncho.
Para darme una sorpresa de las que me gustan,Yulia ha parado en un McAuto y, entre risas, ha pedido unas hamburguesas, coca-cola y patatas.
Como dice mi hermana, ¡me lo como con tomate!
Cuando nos sentamos a una mesita del parque,abrimos las bolsas donde llevamos las
hamburguesas y, metiéndome una patata en la boca, dice: —Me encantan estas increíbles comidas a solas contigo, corazón.
Adoro que me llame corazón, y ella lo sabe. Lo dice de una manera, con su acento, que, uf..., ¡me vuelve loca!
Sonrío. Mi rusa/alemana me acaba de meter otro golazo con ese bonito detalle y, tragándome la patata, sonrío y murmuro:
—Así nunca voy a adelgazar, pero te quiero.

Yulia sonríe encantada, de nuevo me hace ver cuánto me quiere con mis kilos de más y, entre mimos y carantoñas, me zampo una hamburguesa con queso y patatas fritas que me deja plena y totalmente satisfecha.
Después de una estupenda comida donde mi amor y yo hablamos de Flyn —omito de nuevo lo de Jackie Chan Volkov— y de Irina e intentamos recordar nuestra adolescencia y entenderlos, quedamos en que el diálogo es esencial en esos momentos, y Yulia está conmigo en que no podemos perder esa comunicación con
nuestro hijo.
Cuando estamos de acuerdo en todo lo referente a nuestro adolescente cabroncete,
regresamos a casa.
Tras saludar a Susto y a Calamar que, como siempre, se deshacen en cariños hacia nosotros,nada más entrar en casa oímos llorar a Hannah. Yo miro a Yulia, ella me mira a mí y sonreímos. Sin duda, cuando crezca no la tendremos en casa llorando siempre que regresemos de trabajar, o eso espero, y, como dos amantes madres, vamos a consolarla.

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Mensaje por VIVALENZ28 12/7/2016, 12:50 am

15


—He dicho que no quiero hablar de ello.
Mel se desesperó al oír la contestación de Björn.
Desde que había regresado del consulado,había intentado dialogar con él mil veces acerca de lo que había hablado con el comandante Lodwud, pero él no la había dejado y se había cerrado en banda. Sin embargo, dispuesta a que lo
escuchara, insistió:
—Luego dices que la cabezota soy yo, pero ¡joder! Quiero decirte que vi a Lodwud en el consulado y...
—No me hables de ese tipo, por favor —siseó Björn furioso.
Recordar las cosas que Mel le había comentado que practicaba con él no le hacía ni pizca de gracia.
—Pero, vamos a ver —dijo ella entonces—,¿desde cuándo no podemos hablar tú y yo?
—Desde que hablas de algo que no me interesa y, si encima aparece el nombre de ese tipo, ya...
—Björn..., pero ¿qué estás diciendo? Lodwud es pasado, como otras mujeres son pasado para ti.
—Mira, Mel..., déjalo.
Enfadada por su cabezonería, ella lo miró e insistió:
—De verdad, ¿tan difícil es escuchar lo que tengo que contarte?
Björn, que se arreglaba la corbata mirándose al espejo, asintió.
—No es una cuestión de que sea fácil o difícil,simplemente es que no quiero escucharte. No estoy de acuerdo con ese maldito trabajo y no lo voy a estar. Ahora bien, si quieres poner fecha para la boda, estaré encantado de marcar ese día en mi agenda.
Mel resopló y Björn, al ver el gesto tosco de ella, sentenció:
—Vale. No hablaremos de fechas ni de bodas,y ahora, como sueles hacer siempre muy bien solita, decide lo que quieres hacer, pero luego no te quejes.
—¿Que no me queje de qué?
El abogado cerró los ojos. En ocasiones, Mel era peor que un mal sueño.
—De que las cosas puedan dejar de ir bien entre tú y yo —siseó mirándola fijamente.
—Pero ¿de qué hablas?
—Mira, Mel, ¡ya basta!
Esa respuesta era lo último que ella quería escuchar.
Nunca, en todo el tiempo que llevaban juntos,le había hablado de ese modo y, cuando se disponía a replicar, Sami entró corriendo y se echó en brazos de Björn.
—Papi, ¿me llevas al cole?
Björn, al que se le encogía de amor el corazón cada vez que la niña lo llamaba «papi», sonrió y,dulcificando su voz, dijo tras darle un beso:
—Hoy no puedo, princesa. Mamá te llevará.
—Pues te tocaba a ti hoy —gruñó Mel.
Él la miró y replicó:
—Pues no puedo.
La cría los miró a uno y a otro. Pocas veces los veía en aquella actitud. Luego, observando a Björn, preguntó:
—Papi, ¿estás enfadado?
El abogado sonrió y besó el cuello de la pequeña.
—¿Y por qué iba a estar enfadado? —dijo.
Sami miró entonces a su madre, que le sonreía,y respondió:
—Porque estás discutiendo con mamá; ¿ya no la quieres?
—Sami... —murmuró Mel.
Al ver el rostro de la mujer a la que amaba,Björn se acercó a ella con la niña en brazos y,abrazándola con su mano libre, dijo:
—A mamá la quiero con locura tanto como te quiero a ti y, aunque discutamos, mi amor, no dejo de quererla; ¿entendido, renacuajo?
La pequeña asintió y, tras ver juntos a sus padres como ella quería, se bajó de los brazos de él y corrió hacia su habitación al tiempo que gritaba:
—¡Entonces dense un beso mientras yo voy a por la diadema!
Una vez desapareció la niña, Björn y Mel, que estaban el uno al lado de la otra, se miraron.
Tenían mil cosas que decirse y reprocharse, pero él, cansado del malestar ocasionado, la abrazó, la acercó a su cuerpo y susurró:
—Siento haberte hablado así.
—Yo también lo siento —afirmó Mel.
Consciente de que ninguno de los dos quería estar mal, Björn claudicó y, sin soltar a la morena que lo volvía loco, murmuró con mimo:
—Sami quiere que te dé un beso y yo también quiero dártelo; ¿tú quieres recibirlo?
Mel sonrió y, tras ponerse de puntillas, acercó los labios a los de aquel hombre, al que quería con todo su ser, y lo besó. El beso se fue intensificando segundo a segundo, los últimos días habían estado muy fríos el uno con el otro y, cuando pararon para tomar aire, Björn murmuró:
—Anda, vete a llevar a la niña al colegio o, al final, voy a ir a la despensa, voy a coger el bote de Nutella y te voy a embadurnar entera, para luego chuparte, comerte y follarte como me gusta.
—Qué tentador. ¿Puedo hacer yo lo mismo? —dijo ella riendo.
Björn la miró de aquella manera que a ella la volvía loca y, bajando la voz, musitó:
—Si te portas bien, esta noche lo pondremos en práctica.
Con una sonrisa más luminosa que la de los últimos días, Mel afirmó:
—Prometo ser una buena chica.

Una vez la niña y su madre salieron de la casa,Björn fue de mejor humor a su despacho. Allí lo esperaba la primera visita de la mañana, que no eran otros que los abogados Heine y Dujson, junto con otros colegas de su bufete.
Mel condujo hasta el colegio de Sami mientras reía con la pequeña. Reír con ella y con sus ocurrencias era algo maravilloso y divertido. Una vez aparcó, caminó de la mano de su niña hasta la entrada. Allí, como cada mañana, estuvo charlando con algunas de las madres de otros niños durante unos minutos y, cuando caminaba de regreso hacia su coche, oyó que sonaba su teléfono. Un mensaje de Björn.


Recuerda. Pórtate bien.

Estaba mirando el mensaje cuando oyó una voz que la llamaba. Al volverse se encontró con la mujer de Gilbert Heine, Louise y otras dos mujeres algo más jóvenes.
¿Qué hacían aquéllas allí?
Como no podía salir corriendo o quedaría muy mal, se acercó a ellas y la más mayor dijo:
—Hola, querida, soy Heidi, la mujer de Gilbert Heine; ¿me recuerdas?
Mel asintió, prefabricó una sonrisa y respondió tras intercambiar una rápida mirada con Louise:
—Por supuesto, claro que sí.
Heidi se acercó entonces a ella y, tras darle dos besos de lo más falsos, la agarró del brazo y murmuró:
—Mi marido, Gilbert, está con Björn. Él nos dijo que venías a dejar a Samantha y hemos decidido esperarte. Venga..., vayamos a desayunar.
Mel las miró. ¿Que Björn les había dicho que podían encontrarla allí?
Lo iba a matar cuando lo viera.
¿Por eso el mensaje con aquello de que se portara bien?
Confusa, iba a moverse cuando una de las mujeres más jóvenes afirmó:
—Nuestros esposos y tu futuro marido están en este instante en una reunión y hemos venido a raptarte para llevarte con nosotras y pasar una mañana increíble mientras nos conocemos un poquito más.
A Mel se le pusieron los pelos como escarpias. ¡Ni loca se iría con ellas!
—Lo siento —comenzó a decir—, pero yo...
—Ah, no, querida —insistió Heidi—. No sé qué tendrás que hacer pero, sea lo que sea, queda anulado porque te vienes con nosotras.

Louise sonreía en silencio al lado de aquélla.
Mel la miró. Tenía dos opciones: acompañarlas o huir. Maldijo a Björn por aquella encerrona pero,como no deseaba ocasionarle problemas, cedió.
Tenía que ir.
Al primer sitio adonde fueron fue a una cafetería del centro. Allí las esperaban otras dos mujeres y, durante una hora, todas desayunaron entre cuchicheos y habladurías.
Mel las escuchaba mientras observaba a Louise participar del aquelarre como si fuera una más. Aquella modosita era tan bruja como las demás, y entonces pensó alucinada: «¿Dónde está la Louise candorosa que conocía del colegio?».
Una vez acabaron el desayuno, se fueron al spa más famoso y caro de Múnich. Al entrar en el glamuroso establecimiento, una jovencita les pidió los carnets de socias y, en cuanto llegó a Mel, tras un gesto de Heidi, quedó claro que ella entraba
también allí sí o sí.
Durante más de tres horas estuvieron en el increíble spa, donde Mel hizo un circuito termal acompañada de aquellas arpías, y soportó sus miradas furtivas de sorpresa cuando vieron el tatuaje que llevaba.
Cuando parte de las mujeres se movieron a otra sala, Heidi agarró a Mel del brazo.
—Querida —le dijo—, quería hablarte de Louise y de su marido Johan. El caso es que ha llegado a mis oídos algo que ambas comentaron hace poco y...
—Heidi —la cortó Mel—. Lo que yo comento con Louise es algo de ella y mío. De nadie más.
La mujer apretó la boca. Sin duda, el corte que le había dado no le gustó, y contraatacó:
—Vale. No hablaremos de ellos, pero permíteme recomendarte una estupenda clínica donde podrían quitarte con láser eso que tienes en el cuerpo.
Mel la miró boquiabierta.
—¿Te refieres a mi tatuaje? —preguntó. La mujer asintió, y ella, conteniendo las ganas que tenía de mandarla a paseo, replicó—: Gracias,pero no. Mi tatuaje es parte de mí por muchos motivos que no vienen a cuento.

Una vez dijo esto, alcanzaron a las demás mujeres. A pesar de que eran una pandilla de cargantes y fastidiosas arpías que no hacían más que sacarla de sus casillas, Mel estaba decidida a disfrutar del maravilloso spa.
Después del circuito termal, se empeñaron en pasar por la peluquería para que se hiciera un peinado diferente del que llevaba: su pelo despeinado era demasiado transgresor y moderno para aquellas finolis. Finalmente, Mel claudicó,por Björn y por no querer soltarles un nuevo borderío, mientras se acordaba de todos los
antepasados de su guapo novio.
Cuando terminaron en la peluquería, Mel se miró al espejo. Parecía que una vaca le hubiera lamido la cabeza. Sin duda, aquélla no era ella, y tenía que escapar de allí como fuera. Miró su reloj, le sonaban las tripas de hambre. Era la hora de comer, y Heidi, al darse cuenta, se acercó a ella y murmuró:

—No hay prisa, querida, Björn sabe que estás con nosotras y está feliz de que así sea. Es más, he hablado con él hace un rato y me ha dicho que no te preocupes por Samantha, tu hija. Él se encarga de que su niñera la recoja y esté con ella
hasta que regreses a casa.
Mel la escuchó incrédula. ¿Ahora Bea era su niñera? ¿Y Sami era Samantha para Björn? Pero,como no quería decir nada que estuviera fuera de lugar, asintió y dijo con la mejor de sus sonrisas:
—De acuerdo.
Heidi y el resto de las soporíferas mujeres sonrieron.
—¿Qué les parece si vamos a comer a O’Brian? —propuso una de ellas.
Las demás asintieron. Mel no sabía dónde estaba aquel lugar y, una vez se lo explicaron, dijo mirándolas:
—Disculpenme, pero tengo que ir al baño.
Una vez pudo quitarse a aquéllas de encima,entró en el lavabo, sacó de su albornoz blanco el teléfono móvil y, tras marcar el teléfono de Björn,siseó en voz baja:
—Ésta me la pagas.
Björn, que estaba con los maridos de las arpías en un club exclusivamente para hombres, se retiró un poco del grupo para que no lo oyeran y respondió:
—Escucha, cariño, si te lo hubiera dicho, no habrías querido ir.
—Pero ¿eres imbécil o qué? —siseó ella—.¿Cómo se te ocurre hacerme una encerrona así?
—Mel...
—¡Ni Mel ni leches! —gruñó mirándose al espejo—. Te juro que estoy a punto de
estrangularlas a todas como una sola más me diga que mi peinado es demasiado masculino y mi manera de vestir también. Pero, ¡joder!, si hemos tenido que pasar por una puñetera peluquería y no parezco ni yo.
Björn sonrió al oírla y, mirando a los hombres que hablaban con una copa de bourbon en las manos, respondió:
—Cariño, estarás preciosa y seguro que no será para tanto, pero ahora tengo que dejarte.¡Pórtate bien!
Enfadada, Mel cortó la comunicación. Respiró hasta que consiguió serenarse y luego llamó a Elena. La necesitaba.
Su amiga, que acababa de llegar a casa tras pasar la mañana en Müller, al ver el nombre de Mel en la pantalla de su iPhone 6, saludó:
—Buenasssssssssssssssss.
—Lena, escúchame, necesito tu ayuda.
Asombrada, Len preguntó:
—¿Qué pasa?
Rápidamente Mel le contó lo ocurrido y, tras saber adónde iban a ir a comer, su amiga dijo:
—No te preocupes. ¿A qué hora quieres que esté allí?
—Cuanto antes, mejor, o juro que las mataré.
—Tranquila, que voy a rescatarte —dijo Lena riendo.
—No tardes, por favor, y cuando me veas, te lo ruego, ¡sé tú!

Lena sonrió. Lo sentía por Björn, pero aquellas cacatúas iban a saber quién era ella.
Una vez Mel salió del baño con la mejor de sus sonrisas, llegó a donde estaban las mujeres vistiéndose con decoro y, tras ponerse su tanga rojo, que todas miraron horrorizadas, sus vaqueros y su camiseta, cuando fue a ponerse la cazadora de
cuero, la insoportable Heidi cuchicheó:

—Si quieres, el día que te venga bien,Melania, podemos quedar de nuevo contigo y
enseñarte tiendas exclusivas de ropa donde puedes encontrar modelos increíblemente maravillosos.
El estómago de Mel se revolvió. Lo último que quería era parecerse a aquellas lánguidas vistiendo y, con menos paciencia de la que había tenido horas antes, replicó:
—Te lo agradezco, Heidi, pero me gusta la ropa que llevo.
—Querida, no debes olvidar que, si Björn finalmente pasa a ser uno de los asociados mayoritarios como lo es mi marido, habrán de cambiar ciertas cosas en ti, y no hablo sólo del horrible tatuaje de tu espalda.
Mel apretó los dientes, pero le resultó imposible contenerse durante un segundo más, así que soltó delante de todas ellas:
—Heidi, creo que has olvidado que quien quizá trabaje en el bufete será Björn, y no yo. Por tanto, permíteme decirte que a quien no le guste mi tatuaje que no lo mire, porque ahí se va a quedar.
Su comentario no le cayó bien a la «estupenda» Heidi, pero disimuló. Si estaba allí
era porque su marido así se lo había pedido y,cogiendo su caro bolso, dijo:
—Venga, vayamos todas a comer a O’Brien.

Una vez allí, el maître, al ver a Heidi, les indicó que esperaran unos minutos. Les estaban preparando una de sus maravillosas mesas.
Nerviosa tras mirar su reloj, Mel resopló. Si se metían dentro del local, Lena lo tendría más complicado para encontrarla, por lo que,apoyándose en la pared, se hizo la remolona cuando de pronto el sonido estridente de una moto llamó la atención de todas.
Al mirar, Mel sonrió al reconocer la moto de Yulia, una impresionante BMW negra y gris metalizado que en ocasiones utilizaba Lena.
Las mujeres miraron hacia la calle y observaron cómo el motorista paraba la moto
frente a ellas y se bajaba. Sin embargo, se quedaron boquiabiertas cuando, al quitarse el casco, vieron que se trataba de una mujer, que caminaba en su dirección y decía:
—Hombre, Mel...
Con el cielo abierto por su aparición, la aludida sonrió y, mirándola, dijo mientras se hacía la encontradiza:
—Hola, Len, ¿qué haces por aquí?
—Pasaba, te he visto y he decidido parar. —Y entonces, con guasa, añadió—: ¿Qué te ha pasado en el pelo?
Mel resopló y, ante la cara de burla de su amiga, contestó:
—Peluquería..., ¿qué tal estoy?
Conteniendo las ganas de reír, Len afirmó:
—No es tu estilo, reina.
Ahora la que sonrió fue Mel y, volviéndose hacia las mujeres, que las observaban, dijo:
—Chicas, les presento a mi amiga Elena. Len,ellas son las mujeres del maravilloso bufete de abogados al que Björn quiere acceder.
Acostumbrada a codearse por el trabajo de su marido con mujeres como aquéllas, Lena las miró una a una y respondió:
—Encantada de conocerlas, señoras.
Las demás asintieron pero no abrieron la boca.
Sorprendida por lo maleducadas que estaban siendo, y para darles un buen golpe de efecto, Mel dijo al ver la cara de guasa de Louise:
—Lena es la mujer de Yulia Volkova, la propietaria de la empresa Müller. ¿Saben de lo que hablo?
De pronto, Heidi reaccionó y, acercándose a ella, dijo:
—Oh, querida, qué placer conocerte. Claro que sé quién es tu esposa. —Y, mirándola como si fuera un bicho raro, preguntó—: ¿Te apetece comer con nosotras?
Mel y Lena se miraron. Estaba claro que, si Len no hubiera sido la mujer de Volkova, no la habría invitado y, con el casco de la moto aún en la mano, negó con la cabeza y repuso:
—Muchas gracias por la invitación, pero justo había quedado con unos amigos para tomarnos unas birras y quemar rueda. — Luego, clavando la vista en Mel, preguntó divertida—: ¿Te vienes?
Sin dudarlo ni un segundo, Mel asintió y, mirando a las mujeres, que la observaban con unos ojos como platos, dijo con una cálida sonrisa:
—Espero que me disculpen. Muchas gracias por la mañana que hemos pasado juntas, pero ahora me muero por unas birras bien fresquitas.
La cara de aquéllas por el desplante era más que evidente. Cuando Lena abrió el baúl trasero de la moto y le entregó a Mel otro casco, oyeron una voz que decía:
—Estropearás tu peinado, Melania.
La aludida sonrió y, mirando a Louise, que disimulaba una sonrisa, respondió:
—No importa.
Luego, ante la cara de sorpresa de las demás,Mel y Lena montaron en la moto y se marcharon quemando rueda.
Un rato después, cuando pararon frente al restaurante de Klaus, Mel se quitó el casco, miró a su amiga y la abrazó.
—Gracias por venir y salvarme —dijo.
Lena sonrió y, tocándole el pelo, respondió:
—Sin duda, esas pedorras no son una buena influencia para ti.
Diez minutos más tarde, después de que Mel se quedara a gusto despotricando de aquellas brujas,entraron en el restaurante y Klaus, al verla,preguntó:
—Pero, muchacha, ¿qué te ha ocurrido en la cabeza?
Lena soltó una carcajada y Mel respondió dirigiéndose al baño:
—Nada que no solucione en cinco minutos.
Dicho esto, entró en el baño, metió la cabeza bajo el grifo y, cuando salió de nuevo, Lena la observó divertida.
—Ésta sí —dijo al ver su despeinado y divertido pelo—. Ésta eres tú.
Esa tarde, cuando Mel llegó a su casa, Sami corrió a abrazarla. Pasó la tarde con ella y, en el momento en que la acostó y llegó Björn, lo miró y,señalándolo con el dedo, siseó:
—Nunca más vuelvas a hacerme una encerrona como la de hoy, ¿entendido?
El abogado sonrió y, cuando fue a abrazarla,ella le hizo un quiebro.
—Ah, no, James Bond... —gruñó—. Esta noche, ni se te ocurra rozarme o te juro que te voy a meter el bote de Nutella por un sitio que no te va a gustar.
Mel desapareció, y Björn maldijo. Estaba claro que había metido la pata hasta el fondo.


16

El viernes, Norbert aparece puntual en la casa a las cinco de la tarde. Va a llevar a Flyn al cumpleaños de Elke.
En ese instante, suena mi teléfono y veo el nombre de ¡Sebas! Me apresuro a cogerlo y oigo:
—¡Marichochaaaaaaaaaaaaaaaaa!
Mi carcajada llama la atención de Yulia, que me mira y, cuando le digo por señas quién es, ¡huye despavorida!
—Sebas, qué alegría hablar contigo. Justo el otro día me dijo mi padre que quizá nos podríamos ver porque estás de viaje por Alemania. ¿Qué haces aquí?
Oigo jaleo de fondo y voces que cantan, y Sebas responde:
—Estoy en un tour divertidísimo con treinta y seis locas en busca de Volkormanes.
Me río. Sebas siempre llama Volkoman a Yulia. —Mañana por la tarde pasamos por Múnich—añade mi amigo—. ¿Podríamos vernos un par de horitas? Di que sí..., di que sí, chiquilla, que tengo ganas de verte y contarte mil cosas.
Pienso. Sé que al día siguiente vamos a casa de Mel y de Björn pero, dispuesta a ver a Sebas, afirmo:
—Por supuesto que sí, envíame un mensaje y nos vemos.
Dos minutos después, cuelgo feliz. Ver a Sebas siempre es motivo de felicidad.
Con mi teléfono en la mano, camino hasta el salón, donde Yulia está leyendo. Me siento a su lado, le cuento lo de Sebas, y entonces ella me mira y pregunta:
—¿Treinta y seis?
—Con él, treinta y siete —contesto riéndome.
Yulia asiente y pregunta divertida:
—¿Y quieres que Björn y yo estemos allí?
Ahora la que calibra eso soy yo. Conozco a Sebas pero no conozco a los otros treinta y seis y,como sean tan escandalosos como mi amigo, sin duda Yulia y Björn no salen de allí vivos. Así pues, digo: —Casi mejor que se queden en casa esperándonos hasta que volvamos.

Estamos riéndonos cuando un guapo adolescente vestido con unos vaqueros caídos, una camiseta gris de su grupo favorito, los Imagine Dragons, y unas Converse negras aparece ante nosotros y nos mira. En los años que hace que lo
conozco, Flyn ha cambiado en todos los sentidos.
Lo conocí siendo un niño bajito y regordete, y ahora es un adolescente delgado, guapetón, estiloso y espigado.

—¿Con esas pintas vas a ir al cumpleaños? —protesta Yulia.
—Mami, ¿pretendes que me ponga traje y corbata?
Me entra la risa. Sin lugar a dudas, los tiempos han cambiado.
—Cariño, Flyn va a la moda —murmuro mirando a mi amor.
Yulia asiente. Sabe que llevo razón y, sacándose un teléfono del bolsillo, se lo tiende y le dice:
—Toma tu móvil. Quiero tenerte localizado.
El crío sonríe: ha recuperado su bien más preciado. Le guiño un ojo y omito pedirle un beso.
Flyn sigue rarito conmigo, pero en ese instante sonríe y yo me siento bien. Muy... muy bien.
Cinco minutos después, una vez se ha puesto su chupa azul, se va con Norbert, y yo lo miro alejarse como una madre orgullosa.
—Qué guapo y mayor está mi niño —siseo—.Todavía recuerdo cuando lo conocí. Era tan retaco,y ahora, míralo, es más alto que yo.
A Yulia la hace gracia mi comentario y susurra abrazándome:
—Vamos, mamá pollo. Tenemos cosas que hacer.

Dedicamos el resto de la tarde a las pequeñines y, cuando a las ocho y media las dos se quedan dormidas, Yulia y yo respiramos aliviadas.
Nos duchamos y estreno un vestidito de algodón de color verde botella y unas botas calentitas de andar por casa. Al verme, mi amor sonríe, me da un azote en el trasero y murmura:
—Estás preciosa.
Yo sonrío. Siempre le ha gustado mi modo desenfadado de vestir y, entre risas, vamos a la cocina y cenamos algo.
A las nueve y media, Yulia recibe en su móvil un mensaje. Es Flyn, para pedir que lo dejemos hasta las doce. Mi esposa se niega.
—Cariño, no seas aguafiestas.
—No, Len. Te recuerdo que está castigado.
—Lo sé. Pero está en una fiesta —insisto.
Pero mi cabezona rusa/alemana gruñe:
—Demasiado es que lo he dejado ir a la fiesta de su novia.
Vale..., tiene razón. Aun así, intentando ponerme en el pellejo de Flyn, vuelvo al ataque.
—A ver, cariño, piensa. Nuestro niño lo está pasando bien en el cumpleaños y sólo quiere un poquito más de tiempo.
—¿Te recuerdo cómo es su amiguita Elke?
La imagen de la rubia guapa de pechos grandes me viene a la mente. Evito pensar lo que mi niño puede estar haciendo con ella en ese instante porque no deseo alarmarme, e insisto:
—Cariño, no me calientes o mi perversa mente comenzará a pensar cosas que no quiero de esa Elke y mi niño. —Y, tomando aire, prosigo calmándome a mí misma—: Debemos fiarnos de nuestro hijo. Aunque quiera hacerse el mayor, Flyn
es un crío todavía, y ambas lo sabemos. Venga...,dile que sí y recuerda lo que hablamos. Hemos de darle un voto de confianza.
Yulia resopla. Lo piensa..., lo piensa y lo piensa, y al final le escribe diciéndole que Norbert irá a buscarlo a las doce.
Feliz, la abrazo y seguimos tiradas en el sofá.
Me encanta esa sensación de estar junto a ella viendo la tele.
Las horas pasan mientras estamos enfrascadas viendo una película de desastres nucleares, cuando de pronto el teléfono de Yulia suena.
—Dime, Norbert.
Mis ojos miran el reloj: las doce y veinte.
Rápidamente, Yulia me suelta. Se levanta del sofá y, mientras yo me levanto también, oigo que dice:—Ahora mismo voy.
Cuelga la llamada y, mirándome, dice con gesto oscuro:
—Tengo que ir a por Flyn.
—¿Qué pasa? —pregunto sorprendida.
El gesto de Yulia me dice que nada bueno.
—Tu niño ni sale de la fiesta ni le coge el teléfono a Norbert —sisea.
Uiss..., uiss... Eso de «Tu niño» ha sonado fatal, pero sin darle opción me pego a ella.
—Voy contigo.
—Estás en pijama y no tengo tiempo de que te cambies —protesta.
Me miro. Lo que llevo es ropa de andar por casa; no me importa, así que insisto:
—He dicho que voy. Me pondré un abrigo largo y...
—¿Vas a salir en pijama?
Su insistencia me enfada y, sin ganas de sonreír, afirmo:
—Por mi hijo, voy hasta desnuda.
Yulia no habla, no responde, simplemente asiente.
Tras avisar a Simona antes de salir, me pongo un abrigo largo sobre mi vestidito de algodón y no me cambio de zapatos. Luego montamos en el coche y vamos en silencio hasta la casa de Elke,donde celebra su cumpleaños.
Al llegar, vemos a Norbert. El hombre nos mira y dice:
—Siento haber tenido que llamarlas, pero no sé qué hacer.
El gesto de Yulia empeora a cada segundo que pasa. Madre mía..., madre mía..., la que se va a liar.
—Llamémoslo una vez más al teléfono —insisto—. Quizá se ha despistado y no se ha dado cuenta de...
Pero Yulia ya no razona y murmura separándose de nosotros:
—Venga, Elena..., ¡deja de cubrirlo!
Con una mala leche que ni te cuento, llega hasta la verja de la casa, llama, espera, pero nadie contesta. Eso lo crispa aún más, y vocea:
—¡¿Acaso los padres de la muchacha no están en casa?!
Otro padre que está allí esperando junto a nosotros de pronto grita con el teléfono en la oreja:—Bradley, sal ahora mismo de la fiesta, ¡ya!
Ofuscado, el otro padre y Yulia se miran, y el desconocido dice:
—Le he dicho mil veces a mi hijo que no quiero verlo con esta gentuza, pero no puedo separarlo de ellos.
Yulia no dice nada, y yo, incapaz de callarme,pregunto:
—¿Por qué dice lo de gentuza?
El hombre se retira el pelo de la cara y sisea:
—Pensarán que soy un clasista, pero a mi hijo no le conviene rodearse de esa pandilla. Desde que anda con ellos, ya ha sido detenido dos veces y, por mucho que hablo con él, no me escucha.
Ay, madre... ¡Ay, madre! Pero ¿dónde se ha metido Flyn?
Me asusto y, mirando a Yulia, le pido:
—Cariño, vuelve a llamar a Flyn. Si Bradley ha cogido el teléfono, ¿por qué no lo va a hacer él?

Un tono, dos, cuatro, siete... ¡Nada! No coge el teléfono pero, para nuestra suerte, pocos minutos después la puerta de la verja se abre, sale un muchacho al que rápidamente identifico como Bradley y, tras llevarse una colleja de su padre, se
mete en el coche a toda prisa.
Cuando miro a Yulia, ésta ya ha entrado en la parcela y, sin dudarlo, corro tras ella. He de aplacarla o el huracán Volkova puede liarla bien gorda.
Se oye música. Está sonando Pitbull,concretamente, Hotel Room Service, una
canción que a Flyn le encanta y que a mí, cuando la pone en casa a toda leche, me pone la cabeza como un bombo.
Veo a varios jóvenes algo más mayores que mi niño por los alrededores del jardín fumando,besándose y metiéndose mano. Bueno..., bueno...,menuda bacanal tienen montada aquí. Yulia y yo miramos a nuestro alrededor, pero ninguno de
ellos es Flyn.
¡Menudo fiestorro ha organizado la niña!
¿Dónde están sus padres?
Al entrar en la casa, aparte de la música a todo trapo, noto que huele a marihuana y, mirando a mi alrededor, veo a varios de aquellos descerebrados fumando. No me suenan sus caras. Nunca he visto a aquellos amigos de Flyn.
El gesto de Yulia se contrae.

—Lo voy a matar.
—Tranquilízate, cariño..., tranquilízate.
La versión malota de Icegirl clava sus ojos azules en mí y sisea:
—¿Cómo quieres que me tranquilice con lo que estoy viendo?
Cojo a Yulia de la mano para hacerle saber que debe calmarse, pero ella me suelta y, a grandes pasos, se dirige hacia una esquina. De pronto, lo veo. Flyn está riendo con su novia sentada sobre sus piernas y una litrona en las manos.
Pero bueno, ¿desde cuándo bebe cerveza el mocoso?
Corro tras Yulia y, cuando llegamos delante del crío, él nos mira y, en lugar de quedarse cortado o sorprendido, suelta una carcajada que nos deja sin palabras. Rápidamente me doy cuenta de que, además de fumado, está bebido. ¡Lo mato!
Yulia resopla, yo le quito la cerveza de las manos. Ojú, qué cabreo que tiene mi amor, cuando lo oigo decir a gritos:

—¡Flyn, levántate!
Elke nos mira, Flyn ni se mueve, y entonces ella pregunta sonriendo con un porro de maría entre los dedos:
—Amarillo, ¿estas dinosaurios quiénes son?
Bueno..., bueno..., bueno... A ésta le voy a dar tal guantazo que la voy a mandar directamente a la semana que viene.
¡¿Por qué lo llama «Amarillo»?!
¡Será niñata la mocosa!
Sin remilgos, ni contestar, Yulia aparta a Elke de las piernas de nuestro hijo y, de un tirón, levanta a Flyn. La chica nos mira, y yo, sin dudarlo, le quito el porro de las manos y lo meto en un jarrón con flores que veo allí al lado.
—Muy mal, guapita, muy mal —siseo—. Y como mamá dinosaurio te digo: ¡aléjate de mi hijo!
La joven sonríe. Otra que va fina... filipina.
Flyn intenta soltarse, pero lo único que consigue es que Yulia lo agarre con más fuerza y lo saque de la casa a empujones.
Una vez hemos salido del bullicio de la fiesta y la peste a marihuana, ya en el jardín, Yulia lo suelta y grita:
—¡¿Me puedes explicar qué estás haciendo?!
Flyn, que por sus movimientos nos demuestra que lleva un pedo considerable, suelta una risotada y murmura con chulería:
—Pero qué cortarrollos eres..., joder.
—¿Qué has dicho? —brama Yulia, fuera de sí.
Yo miro a Flyn y, de pronto, lo veo como a un desconocido.
Su respuesta, en ese momento, me parece un gran despropósito y una gran provocación y, cogiéndolo de la mano, tiro de él y pregunto mientras lo miro a los ojos:
—Pero ¿qué te pasa? ¿Qué haces comportándote así?
—¡Ehhh..., Amarillo, ¿adónde vas?! —gritan dos chavales que pasan por nuestro lado.
Flyn sonríe con malicia. Yulia maldice, y yo estoy por soltarle un guantazo al mocoso, pero en lugar de ello contengo mis impulsos e insisto:
—¿Qué has tomado aparte de fumar maría y beber alcohol?
Él sacude la cabeza y, con un gesto que no es suyo, murmura:
—Ni que te importara.
—¡Flyn! —sisea Yulia.
Lo miro. Me aprieto la mano contra el muslo o,como salga disparada, el bofetón que le voy a dar va a ser sonado. Yulia, por su parte, se mueve dispuesta a todo, y yo, intentando que no ocurra nada de lo que luego nos podamos arrepentir, me
meto de nuevo entre ellos y empujo al crío.
—Cierra el pico y no la cagues más —le digo—. Vayámonos a casa.
—Jackie Chan, ¿te piras ya? —pregunta un chico que pasa por nuestro lado.
Flyn sonríe y Yulia susurra, a cada instante más molesto:
—Jackie Chan..., Amarillo... ¿Qué son esas absurdeces?
Yo no digo nada. Si digo que lo sabía, me come a mí.
—Vámonos de aquí —gruñe Yulia finalmente.
Cuando salimos, es evidente que Norbert se sorprende al ver el aspecto de Flyn.
—Norbert —digo—, no te preocupes y vete para casa. Ya vamos nosotras.
Una vez los tres nos metemos en el coche, Yulia cierra de un tremendo portazo. Menudo cabreo que lleva la colega. Entonces, me mira y grita:
—¡¿Crees que todavía debo seguir fiándome de tu niño?!
—Nuestro niño —corrijo.
—Tu niño —insiste Yulia.

Vale. Ya estamos como siempre.
Cuando hace algo malo es mi niño, y cuando hace algo bueno es nuestro niño. Pero no voy a contestar ni a entrar en provocaciones. Yulia está muy nerviosa, y está visto que, diga lo que diga,me voy a llevar palos por todas partes, así que
decido cerrar la boca.
Segundos después, Yulia arranca el coche con rabia y conduce hasta casa. Nadie habla, y a mí no se me ocurre poner música. Ya sé que mi madre siempre decía que la música amansa a las fieras,pero creo que, en un momento así, es mejor que ni las fieras escuchen música.
Cuando llegamos a casa, Susto y Calamar salen a recibirnos y, como puedo, los sujeto para que no se acerquen ni a Yulia ni a Flyn. No está el horno para bollos y, al final, saldrían ellos perjudicados.
Una vez ellos entran en casa, suelto a los animales y entro yo también. Simona, que nos espera junto a Norbert, al ver el aspecto del niño cuando entramos en la cocina, se lleva la mano a la boca y murmura:

—Ay, Flyn, ¿qué te ha pasado?
Nunca ha visto al chico de ese modo, y yo,para intentar calmarla, digo mientras me quito el abrigo largo:
—Tranquila, está bien. Vayan a acostarse, por favor.

Tras intercambiar una mirada conmigo,Norbert agarra a Simona del brazo y ambos
desaparecen. Pobre mujer, ¡el disgusto que lleva!
Sin lugar a dudas, la infancia de Flyn se ha desvanecido de un plumazo, dejando ante nosotras a un adolescente conflictivo.
El silencio en la cocina es incómodo. Como diría mi padre, se corta el aire con un cuchillo. Lo que ha hecho Flyn está mal, muy mal.
Yulia abre el armario donde están sus medicinas y rápidamente destapa un bote y se toma una pastilla con un poco de agua. Eso me alerta. No es bueno para el problema de sus ojos. Sin duda, la tensión del momento le ha provocado dolor de
cabeza pero, cuando voy a decir algo, ella mira al crío y pregunta:

—¿Para esto querías ir al cumpleaños de esa chica, Jackie Chan?
Flyn no responde, y Yulia, furiosa, grita y grita y grita. Suelta por la boca todo lo que le viene en gana y más.
Ni se me ocurre decirle que baje el tono para que no despierte a Pipa o a las niñas, ni tampoco que cambie su actitud. Sin duda, lo ocurrido es para estar así y, cuando ya ha dicho todo lo que tenía que decir, sentencia:
—Estoy decepcionada contigo. Mucho.
Dicho esto, se marcha y me deja con el crío a solas en la cocina.
La chulería inicial de Flyn se ha disipado.
Sin duda, el pedal que llevaba se le ha bajado a los pies con la bronca de Yulia.
Lo miro seriamente y él no me mira pero,cuando veo que palidece de repente, me apresuro a coger un frutero azul que hay vacío sobre la encimera y se lo doy. Acto seguido, mi hijo vomita.
¡Joder, qué asco!
Sin embargo, como madre suya que soy, me levanto y le sujeto la frente. No puedo separarme de él a pesar del cabreo que llevo. ¡Es mi niño!
Cuando termina, le quito el frutero, con asquito lo llevo al baño más cercano, lo vacío y, cuando regreso, tiro el frutero con rabia a la basura. Luego pongo agua a hervir y busco en el armario una bolsita de manzanilla.
Con el rabillo del ojo observo que Flyn me mira. Está arrepentido. Lo conozco, y esa mirada y sus ojos caídos me lo hacen saber, pero no le hablo. No se lo merece.
Una vez el agua hierve, la echo en un vasito,introduzco el sobrecito de manzanilla y, dejándolo sobre la mesa, me siento frente a él y murmuro:

—¿Hace falta que te diga que lo que has hecho está mal?
El crío niega con la cabeza mientras mira el suelo. De tonto no tiene un pelo.
—¿Qué es eso de Jackie Chan? —pregunto a continuación.
No contesta. Yo no digo que lo sé porque Katya me lo dijo, y pasa de mí, pero insisto:
—Olvídate de ir al concierto de los Imagine Dragons. Lo que has hecho no tiene nombre, y lo sabes. Lo sabes perfectamente.

Mi parte de mamá pollo quiere abrazarlo y acunarlo, pero mi otra parte de madre dolida me dice que no, que no debo hacerlo. Lo que ha hecho está mal y Flyn debe entenderlo, como yo lo entendí cuando a los quince años tomé demasiado
tequila en el cumple de mi amiga Rocío.
¡Madre mía, qué pedal pillé por querer llamar la atención de un chico!
Recuerdo la reacción de mis padres. Mi madre gritaba, me castigaba, me regañaba, pero lo que realmente me impresionó fue la mirada y el silencio de decepción de mi padre. Eso me dejó tan marcada que nunca más volví a beber sin
conciencia como aquel día.
Y ahora, aquí estoy yo, haciendo lo mismo con Flyn para intentar que comprenda que esto no puede hacerle ningún bien.
Durante un buen rato, ambos permanecemos en silencio y casi a oscuras en la cocina mientras él se toma la manzanilla. Pero, cuando veo que el color vuelve a sus mejillas, me levanto y digo extendiendo la mano:

—Dame tu móvil.
—No.
—Dame tu móvil —insisto.
Finalmente, me lo entrega. A continuación, sin quitarle el ojo de encima, digo:
—No sé quién es Elke ni por qué ahora te dejas llamar Amarillo o Jackie Chan cuando tú...
—Eso no es problema tuyo —me corta el mocoso—. Mis amistades son mías, y tú no tienes que decidir quién puede ser mi amigo o mi chica,
¡joder!
—Flyn, ten cuidado con lo que dices y olvídate de esos amigos y de esa chica. No te convienen.
—Porque tú lo digas.
Su tono de voz, el modo en que me contempla y la agresividad que veo en su mirada me paralizan.
Entonces, tras coger mi bolso, que está sobre una silla, abro mi cartera, saco las entradas para el concierto de los Imagine Dragons y siseo rompiéndolas ante él:
—¡Se acabó! —Flyn se queda boquiabierto.
Luego tiro los papeles a la basura y añado—:Ahora ve a lavarte los dientes y a la cama.
Sin más, salimos por la puerta de la cocina.
Entonces, veo luz bajo la puerta del despacho de Yulia y digo:
—Vamos, sube a hacer lo que te he dicho.Mañana hablaremos.

Una vez veo que Flyn sube y desaparece, me vuelvo y entro con decisión en el despacho de mi amor. Lo ocurrido esta noche no lo beneficia ni a ella ni a sus ojos. Cuando se pone nerviosa, le repercute en la vista, e irremediablemente me
preocupo.
Al entrar la veo sentada ante su mesa. Su gesto no es muy conciliador.
Con decisión, camino hacia la mesa y pregunto:

—¿Te encuentras bien?
—Sí.
Tiene en la mano un vaso de whisky y al recordar que un rato antes se ha tomado una pastilla, empiezo a decir:
—Yulia, creo que...
—Len —me corta—. No es el mejor momento para nada.
—Pero creo que...
—He dicho «para nada» —repite implacable.

Vale. Es mejor que me calle.
Sin lugar a dudas, yo tengo parte de culpa en lo ocurrido. Lo animé a que dejara a Flyn un rato más, pero Yulia también es culpable, ya que fue ella quien dijo que podía ir a aquella fiesta. Ambas somos responsables de lo que ha sucedido, pero ella ha de rumiarlo y darse cuenta de ello. Así pues,asiento, doy media vuelta y me acerco al minibar.
Saco un vaso, un hielo y me sirvo un dedito de whisky.
Con el rabillo del ojo observo que Yulia me mira. Me observa. Me conoce tanto como yo la conozco a ella y sabe que tengo mil cosas que decir,pero aun así me aguanto y me callo. Me cuesta un horror, pero lo hago. Acto seguido, camino hasta el sofá que hay frente a la chimenea encendida y me siento de espaldas a ella.
Si ella no quiere hablar ni verme, no hablaremos ni la miraré.
Así estamos un buen rato. Cada una sumida en sus propios pensamientos y, al mirar hacia abajo,me horrorizo al ver la morcillita que se me marca con el vestido. Rápidamente encojo la tripa y el michelín desaparece.
Tengo que perder esos cinco kilos ¡ya!
De pronto oigo que Yulia se levanta y, aunque no la veo, sé que se acerca a mí. Miro el reloj que hay sobre la chimenea. Son las dos menos veinte de la madrugada y todos en la casa duermen.
Los pasos de Yulia se detienen detrás de mí.
Imagino que me está observando e,inconscientemente, vuelvo a meter tripa. La
conozco, sé que necesita un rato para pensar las cosas y ya está calibrando su error. Al final se acerca al sofá y se sienta al otro lado.
Con todo lo cabezona y gruñona que es, en el fondo Yulia es una mujer muy básica. Sé manejarla muy bien, aunque en ocasiones, y aun sabiendo que
vamos a discutir, no me da la gana de manejarla.
Su mirada y la mía chocan. Sus ojos intentan provocarme para que diga algo, pero no... No,Icegirl, he aprendido que callándome gano más que gritando. Le sostengo la mirada y finalmente ella dice: —Perdóname. He pagado contigo lo que no
mereces.
—Como siempre, soy tu saco de boxeo —siseo molesta.
Yulia asiente, sabe que llevo razón.
—¿Me perdonas? —insiste.
No hablo. ¡Me niego!
Ella deja su vaso sobre la mesita y me quita el mío de las manos. Me mira..., me mira..., me mira..., se acerca para besarme y, ¡zas!, mis fuerzas flaquean, y más cuando susurra:
—Claro que me perdonas, ¿verdad?

Interiormente sonrío. Sin que ella se haya dado cuenta, esa batalla la he ganado yo consiguiendo que ya esté besándome y pendiente de mí.
Mi amor hace que toda yo vibre y, con ganas de que me siga, me levanto y doy un paso atrás.
Eso la anima, así que se levanta y vuelve a acercarse a mí.
Dejo que lo haga. Permito que se incline hacia delante y junte su frente con la mía. Accedo a que rodee mi cintura con el brazo y me acerque a ella.
Consiento que sus labios rocen mi rostro y me deshago cuando la oigo susurrar:

—Pequeña...
¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios!
Puedo defenderme de Yulia Volkova mientras exista un palmo de distancia entre ambas.
Gobierno mi cuerpo si no me roza, pero me deshago como un helado cuando me toca y me llama eso de «pequeña».
Sin hablar, mi amor mi morena me iza entre sus brazos asi con ese tamaño, y yo rodeo su cintura con las piernas y su cuello con las manos y la beso. La beso..., la beso y la beso y, cuando por fin paro, la miro a los ojos y pregunto:
—¿Te sigue doliendo la cabeza?
—No, cielo..., ya no.

Una de sus manos se mete por debajo de mi liviano vestidito de algodón y yo me estremezco.
Sin lugar a dudas, tratándose de sexo, Yulia es mucho más fuerte que yo, y cuando agarra mis bragas y de un tirón las rasga, mi loca excitación se redobla dispuesta a todo.
—Así me gusta más —afirma mi Icegirl antes de morderme el labio inferior.

Mi respiración se acelera cuando me deposita sobre la mesa de su despacho. Como siempre, está recogida, no hay nada fuera de lugar. Nuestro beso
prosigue mientras disfrutamos de esa loca seducción y sólo se oye el crepitar del fuego en la chimenea.
Nuestros cuerpos se calientan, se derriten ante nuestro contacto, y rápidamente le quito a Yulia la camiseta gris que lleva. Beso su cuello, sus hombros, sus bíceps, mientras ella me toca y me besa a mí. Con deleite, nos miramos. Nos comemos con los ojos, nuestras miradas nos excitan, y yo sonrío cuando ella da un paso atrás,desabrocha el cordón de los pantalones negros que lleva y éstos caen al suelo, seguidos segundos después por los calzoncillos.
Mi boca se seca.
Dios mío, ¡qué buena está mi esposa!
Ver la dura excitación de mi amor me trastoca, me quita el sentido, y Yulia murmura tocándose:

—Todo tuyo, cariño.

Sonrío y trago el nudo de emociones que está a punto de ahogarme. Somos dos especímenes dignas de estudio. Siempre resolvemos nuestros problemas igual: ¡con el sexo! Quizá no sea la mejor forma, pero es nuestra forma. La de las dos.
Yulia es mía. Toda ella es mía y de nadie más, y lo sé. Por supuesto que lo sé.
Deseosa de mostrarle lo que es suyo, me quito el vestidito corto por la cabeza y, una vez éste cae al suelo y meto tripa, soy yo la que susurra:
—Toda tuya, corazón.
La respiración de mi rusa se acelera. La locura que sentimos la una por la otra no ha disminuido ni un ápice desde que nos conocemos.
Al revés, ha aumentado por la confianza que tenemos la una en la otra para provocarnos.
Yulia sonríe, mira mis duros pezones y, agachándose, da un lametazo primero a uno y luego al otro y, de un tirón, termina de romper las bragas para que quede del todo desnuda como ella.
Sé lo que quiere y ella sabe lo que quiero...
Sé lo que me pide en silencio y ella sabe lo que le pido...
Y lo mejor de todo es que sé que nos lo vamos a conceder gustosos una y mil veces...
Hechizada por el momento, apoyo los codos en la mesa y, con descaro y complicidad, abro las piernas lentamente para ella, dejando el centro de mi
húmedo deseo a la vista. Yulia lo mira y, con voz ronca, tentadora y sagaz, murmura mientras pasa el dedo por encima de mi tatuaje:
—Pídeme lo que quieras... —y mirándome finaliza—, y yo te lo daré.
—¿Lo que quiera?

Uf..., uf..., lo que se me ocurre.
Las comisuras de mis labios se curvan, las suyas también. El principio de esa frase y mi tatuaje definen nuestra maravillosa historia de amor.—Lo mismo digo, Icegirl —murmuro—. Lo mismo digo.
Mi amor sonríe. Retira lentamente los dedos de mi humedad y pide:
—Ofrécete a mí.

Excitada con lo que oigo, me tumbo de nuevo sobre la mesa, me acomodo, deslizo mis propias manos por mis muslos y, tras tocarlos y ver que mi rusa no me quita ojo, llevo mis dedos hacia los pliegues de mi vagina, me toco y siento lo húmeda
que estoy. Mi amor, con su mirada, con su voz y con su petición, me pone a mil. Abro los pliegues de mi sexo y noto que estoy resbaladiza. Como puedo, dejo al descubierto mi botón del placer y al final susurro deseosa:

—Tuyo.

Mi loca amor asiente y, agachándose, saca la lengua y rodea mi clítoris con ella. Mi cuerpo reacciona rápidamente y me encojo. Yulia sonríe y,privándome de cerrar las piernas, pone las manos en la cara interna de mis muslos, saca la lengua y me vuelve loca mientras la posa de nuevo en mi clítoris. A continuación, siento cómo su boca se cierra alrededor de él y me succiona.
Mi cuerpo tiembla. Me encanta que mi amor juegue de esa manera conmigo, y me abandono al placer mientras miro hacia la puerta, que no hemos cerrado con llave, y pido a todos los santos que nadie ose abrirla.
Durante varios segundos, la increíble boca de Yulia permanece sobre mi sexo y, cuando por último la separa, suplico:
—Sigue, por favor..., sigue.
Con una cautivadora sonrisa, veo que vuelve a hundir la cabeza entre mis temblorosas piernas y comienza de nuevo a lamer. Cierro los ojos extasiada, llevo los brazos hacia atrás, me agarro al borde de la mesa y separo más los muslos para ella.
El ritmo de Yulia mientras me chupa me vuelve loca, y comienzo a temblar con violencia. Me gusta..., me gusta..., y mi cuerpo se contrae de placer.
—Oh, sí..., sí..., no pares —consigo balbucear.

El placer aumenta, la locura se acrecienta, el espasmo se amplía mientras siento gustosas descargas eléctricas que me hacen jadear y gemir sin contención y un increíble orgasmo comienza a recorrer mi cuerpo desde la nuca hasta la punta de
mis pies.
Oh, Dios... ¡Qué gustazo! ¡Qué subidón!
Pero mi amor quiere más, desea más, y yo también. Y, cogiéndome en volandas, me levanta de la mesa, me lleva hasta la librería y, al tiempo que me apoya en ella, me besa con pasión. Acto seguido, con un movimiento de cadera, introduce su erecto y ansioso miembro en mi interior.
De nuevo, me arqueo de placer. Yulia no es grande de estatura, pero lo que tiene ella es grande y, cuando mi vagina la acoge, me vuelvo loca al oírla gemir y ver cómo ella misma se muerde el labio.
La miro extasiada. Es tan sexi... La quiero tanto...
Segundos después, comienza a moverse,primero lentamente y, cuando está por completo hundida en mí, su ritmo se acelera. Como puedo,murmuro:

—Mírame..., mírame...

Mi amor me mira, hace lo que le pido, y siento que nuestros ojos arden de pasión por lo que hacemos y disfrutamos. No puedo moverme, Yulia me tiene arrinconada contra la librería y sólo puedo recibirla, jadear y disfrutar. Mis gemidos y los suyos llenan el silencio del despacho mientras una y otra y otra vez se hunde con fuerza en mí y yo la animo a que continúe haciéndolo.
Soy tan suya como ella es mía.
Nuestros momentos de sexo, solas o en compañía, son increíbles. Los disfrutamos. Los vivimos. Los deseamos. Nos implicamos al cien por cien sin vergüenzas. Nada existe en ese mágico instante excepto nosotras dos. Cuando al fin la lujuria nos hace temblar al unísono, Yulia se introduce una última vez en mí jadeando con voz
ronca y luego caemos la uno en brazos de la otra agotadas.
La respiración agitada de las dos resuena en el despacho y, pasado medio minuto, susurro:

—Cariño..., me estoy clavando el canto de un libro en la espalda.
Rápidamente Yulia reacciona, me aparta de la librería, me mira y pregunta:
—¿Todo bien?

Asiento y sonrío. Mi esposa y yo lo arreglamos todo con sexo. Como nos gusta.
Adoro que me pregunte eso siempre que mantenemos relaciones sexuales. Eso significa que sigue preocupándose por mí como el primer día, y no quiero que deje de hacerlo.
Cuando, instantes después me deja en el suelo,camino desnuda hacia el minibar. Allí tenemos agua, abro una botellita, doy un trago y después se la entrego a ella para que beba.
Pobrecita mía, cómo suda; cualquier día se me deshidrata con el esfuerzo.
Entre risas, nos vestimos y le enseño mis bragas. No gano para ropa interior con ella. Es parte de nuestro juego, y quiero que siga siéndolo. Cómo me pone su gesto cuando me las arranca.
Diez minutos después, entramos en nuestra habitación y, abrazadas y sin hablar en ningún momento de Flyn, nos dormimos. Necesitamos descansar.
Cuando me despierto, como casi siempre,estoy sola en la cama. Miro el reloj digital que hay sobre mi mesilla. Las 9.43.
Me desperezo y hago la croqueta sobre el colchón. Cómo me gusta revolcarme en nuestra enorme cama. Sonriendo estoy cuando de pronto recuerdo lo ocurrido la noche anterior con Flyn y doy un salto. No quiero ni imaginarme lo que puede estar ocurriendo entre él y Yulia.
Ay, mi niño..., ay, mi niño, que me lo come.
Me lavo los dientes, la cara y, sin ducharme,por las prisas, me pongo el vestidito de algodón que llevaba ayer, me calzo mis botas de andar por casa, cojo mi móvil y salgo a toda leche de la habitación.
Antes de bajar, paso por la habitación de Flyn para ver si está y, al abrir, me quedo boquiabierta al verlo a él y a Yulia sentados en la cama hablando.

—¿Qué ocurre? —pregunta mi amor,levantándose alarmado al ver mis prisas.
Con el corazón a punto de salírseme por la boca, entro en el cuarto y murmuro cerrando la puerta:
—Nada.
Yulia vuelve a sentarse en la cama y, tras observarme con detenimiento, dice:
—¿Acaso crees que lo voy a matar?
Joder..., joder... ¿Cómo puede conocerme tan bien?
Sin embargo, sonrío disimulando y, mientras miro a Flyn, que tiene una pinta desastrosa,pregunto:
—¿Cómo te encuentras?
El crío me mira y veo en sus ojos que Yulia ya le ha cantado las cuarenta.
—Bien —dice.
Mi rusa coge mi mano, me sienta sobre sus piernas y, cuando voy a decir algo, Flyn sisea:
—Len, mami ya me ha dicho todo lo que tenía que decirme.
¡Ay, madre!
Se me encoge el alma.
Flyn lleva sin llamarme Len desde que nació la pequeña Yulia y, cuando voy a decir algo, mi amor se levanta y, cogiéndome con fuerza de la mano, dice:—
Flyn, vístete y luego baja. Hoy vas a bañar a Susto y a Calamar. —Al oír eso, el niño se dispone a replicar, pero Yulia lo corta—: Y, como ya te he dicho, no quiero ni una sola protesta,¿entendido?
Todavía sorprendida por lo que Flyn ha dicho,salgo al pasillo con Yulia y ella; al ver mi desconcierto, dice sin soltarme:
—Cariño, respira tranquila. ¿Qué te ocurre?
Hago lo que me pide y, cuando expulso el aire,murmuro:
—Me ha llamado Len, Yulia... No me ha llamado «mamá».
Veo que asiente y sacude la cabeza.
—Tranquila. Mañana te volverá a llamar «mamá».

Como puedo, digo que sí, pero igual que me ocurrió años antes, el corazón se me acaba de descuajeringar al sentir que mi coreano alemán está dejando de quererme.
Decido ir a dar saltos con la moto, pero Flyn no quiere venirse conmigo. Cuando regreso, estoy hambrienta, abro la nevera, veo uno de los paquetes de jamón del rico que mi padre me envía y me pongo morada. ¡Dios, qué bueno está!

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Mensaje por VIVALENZ28 12/14/2016, 12:16 am

17


Cuando Lena y Yulia llegaron a la casa de sus amigos, Sami se echó a los brazos de sus tías.
Durante varios minutos, éstas le prestaron toda su atención a la pequeña, que, como siempre, era un torbellino de vida y luminosidad.
En el momento en que por fin Björn, Yulia y Sami se alejaron, Lena y Mel entraron en la cocina y Lena preguntó:

—¿Todo bien con Björn?
Al comprender lo que su amiga le preguntaba,Mel se apoyó en la nevera y sonrió.
—Todo perfecto. Creo que ya le ha quedado clarito al guaperas que, si vuelve a jugármela con esa pandilla de urracas, no voy a ser tan amable como lo fui con ellas la última vez. No me gustan,como tampoco yo les gusto a ellas, y esa tal Heidi es una gran zorra.
—Heidi es una zorra —repitió canturreando
Sami al pasar por su lado.
Al oír a la niña, se miraron y rápidamente Mel preguntó:
—Sami, ¿por qué dices eso?
—Mami, lo has dicho tú.
—Sí, cariño, esa Heidi es muy zorra y muy perra —afirmó Lena agachándose para quedar frente a la pequeña—. Pero, Sami, esas palabras son muy feas y no se dicen, ¿de acuerdo?
Agachándose a su vez, Mel le colocó a su hija la coronita que tanto le gustaba llevar en la cabeza.
—Valeeeeeeeeee —dijo finalmente Sami—;¿me dan una galleta de chocolate?
Sin ganas de darle más vueltas al tema, Lena cogió una galleta de un tarro y, en cuanto se la dio a la pequeña, ésta salió corriendo de la cocina.
En ese instante aparecieron Björn y Yulia, y el abogado, mientras sacaba unas cervezas fresquitas de la nevera, se mofó:
—Vaya..., pero si están aquí las dos macarras motorizadas de las birras bien fresquitas... ¿Irán hoy también a quemar rueda?
Yulia sonrió. Lena le había contado el episodio, y soltó una carcajada cuando Mel
respondió:
—Si me lo vuelves a recordar, quemaremos rueda y Múnich entero, guapito.
Después de un rato en el que los cuatro charlaron y rieron por lo ocurrido, sonó el teléfono de Lena. Era un mensaje:

Estoy en una más que divina cervecería en la plaza Marienplatz. ¿Tienes un rato para tu loca?

Lena sonrió. ¡Sebas! Y, levántandose, y guiñándole el ojo a Yulia dijo:

—Mel, ha venido un amigo mío de Rusia; ¿te vienes conmigo a verlo un par de horas?
—¿Qué amigo? —preguntó Björn.
Repanchingándose en una silla, Yulia miró a su casi hermano y, con gesto cómplice, murmuró:
—Tranquilo, Björn. Sebas y las treinta y seis las cuidarán mejor que tú y yo.
Divertida, Lena le guiñó de nuevo el ojo a su esposa y, cuando salió con Mel por la puerta, oyó que Björn preguntaba:
—¿Las treinta y seis?
Una vez en la calle, Mel miró a su amiga y le soltó:— Muy bien. Desembucha. ¿Quién es ese amigo?
Lena sonrió pero, como quería que se llevara una sorpresa al conocerlo, simplemente abrió la puerta de su coche y contestó:
—Monta y calla.
Mientras conducía, Lena iba hablando de mil cosas. Al llegar al parking público de Marienplatz, dejaron el coche y caminaron encantadas hasta la preciosa cervecería Hofbräuhaus. Sin lugar a dudas Sebas estaba allí y, nada más abrir la puerta y entrar, de pronto se oyó:
—¡Marichochooooooooooo!
Lena sonrió. Sebas, su loco Sebas, tan guapo como siempre, corría hacia ella para abrazarla y besuquearla. Cuando el abrazo y el besuqueo acabaron, Lena le presentó a una alucinada Mel, y él, como si la conociera de toda la vida, la besó con cariño.
A continuación, tras mirar a sus escandalosos compañeros de viaje, dijo:
—Creo que es mejor que nos sentemos a aquella mesa. Si nos ponemos con ellos, no
podremos cotillear a nuestras anchas.
Durante más de una hora, Mel observó ojiplática cómo aquél y su amiga hablaban a la
velocidad de la luz poniéndose al día de todo,hasta que él murmuró para terminar lo que estaba contando:
—Y ahí terminó mi novelesca historia de amor,lujuria y sexo con el potro sueco que me nubló la razón. Por tanto, he decidido que a partir de ahora zorrearé con muchos, pero sólo me enamoraré de los caballos de Samara de mi tierra.
Lena se apenó. La última vez que había visto a Sebas, éste estaba locamente enamorado de aquel surfero sueco.
—Lo siento, Sebas —murmuró—. Sé lo mucho que querías a Matías.
—Tranquila, chochete —afirmó él—. Ahora me tomo la vida sin dramatismos, y he llegado a la conclusión de que, cuando todo sube, lo único que baja es la ropa interior. —Y, mirando a una rusa/alemana que pasaba junto a ellos, dijo—: Geypergirl de
miarma, con lo difícil que es encontrarme y tú perdiéndome...
Mel soltó una carcajada. Aquel tipo era increíble.
—¡Sebas! —gruñó Lena divertida.
Él le guiñó un ojo con cara de pillo y cuchicheó:
—Si no se ha enterado de lo que he dicho, mujerrrrrrrrrrrrr, ¡déjame zorrear!
Los tres rieron y luego siguieron charlando.
Mel se inmiscuyó esta vez en la conversación, y Sebas y ella terminaron entendiéndose a la perfección. Al cabo de un rato, él vio que Lena miraba el reloj y preguntó:
—Y tu Geypergirl pelinegra y buenorra ¿por qué no ha venido? Mira..., mira que me moría por presentarla a las treinta y seis locas que me acompañan.
Mel y Lena se miraron, y esta última respondió:
—Te manda muchos besos, pero...
—¿Con lengua?
—¡Sebas! —dijo Lena riendo justo en el momento en que los treinta y seis se levantaban de la mesa y, escandalosamente y con ganas de cachondeo, se sentaban con ellos.
Lo que en un principio iban a ser sólo un par de horas se convirtieron en cuatro y, cuando por fin se despidieron de Sebas y los treinta y seis y subieron al coche, Mel miró a su amiga.
—Prométeme que la próxima vez Yulia y Björn vendrán con nosotras —le dijo muerta de la risa.
Estaban comentando lo bien que lo habían pasado cuando a Mel le sonó el móvil. Un
mensaje. Björn.

Amor, compra cervezas. Con su larga ausencia, Yulia y yo nos hemos dado a la bebida.

Después de leerle el mensaje a Len, pararon en un supermercado.
Pero, como siempre ocurre cuando una mujer entra a comprar, salieron con el carro cargado hasta arriba y, en el momento en que estaban metiendo las bolsas en el maletero del vehículo, un adolescente de pelo oscuro y largo se plantó ante
ellas.
—¿Quieren que me encargue yo del carrito, señoras? —dijo.
Lena asintió con una sonrisa, y Mel, mirando al chico, preguntó mientras él las ayudaba con las bolsas:
—Eh..., ¿dónde te he visto yo antes?
Al oír eso, el crío la miró y se apresuró a responder sonriendo:
—Seguro que aquí mismo.
Mel parpadeó. ¿Dónde lo había visto antes? Y, soltando el carrito, añadió:
—Todo tuyo, chavalote.
El muchacho sonrió y, sin decir nada más, se alejó con el carro. El euro que iba dentro le proporcionaría esa noche un bocadillo para la cena.


18

Tras una semanita que no se la deseo ni a mi peor enemigo, estoy agotada.
Flyn nos lo pone muy difícil. Han llamado del colegio para decir que no ha ido a clase, y soy consciente de que mi niño está perdiendo los papeles. Le he pedido en varias ocasiones que solicite una entrevista con su tutor, pero hasta ahora le ha resultado «imposible». Insistiré de nuevo o al final acabaré pidiéndola yo misma.
Cuando Yulia llega de trabajar, no me queda otra que contarle lo ocurrido y, tan pronto como ésta se marcha a su despacho enfurecida, Flyn se encara conmigo y me dice cosas como que ya no soy alguien de fiar por habérselo contado a su mami. Intento hacerlo razonar y, en especial,hacerle ver que su comportamiento está dejando
mucho que desear, pero le da igual, sigue rebatiendo todo lo que le digo hasta que Yulia regresa y el crío se calla y no habla más.
¿Qué está ocurriendo con Flyn?
Esa noche, en la intimidad de nuestra habitación, Yulia intenta quitarle hierro al asunto.
Está molesta por el comportamiento del muchacho,pero su visión del tema no es como la mía. Flyn no se comporta de la misma forma delante de Yulia que delante de mí, y nosotras tampoco reaccionamos igual. Conmigo se encara, se pone chulo, dice cosas terribles que en ocasiones no le cuento a Yulia para no liarla más, pero con ella se
calla. Flyn ha pasado de ser un niño caprichoso a un adolescente provocador e indisciplinado.
El martes, Yulia se va de viaje. Flyn se trae a uno de sus amigotes a casa y, cuando los pillo fumándose un porro en su habitación, echo al amigo y tengo una buena con mi hijo. Él, ofendido por lo que he hecho, me acusa de estar amargándole la vida y yo tengo que respirar. O respiro o le estampo una silla en la cabeza.
El miércoles, cuando Yulia regresa, decido callar y no contarle nada de lo ocurrido. Sé que hago mal, pero Yulia llega cansada, y lo último que quiero es agobiarla con más problemas.
El jueves, nada más levantarse, veo que mi esposa tiene mala cara. Eso me angustia pero, tras tomarse su medicación, sonríe y me tranquiliza. Sé que nuestra vida siempre será así. Tendré mil sustos con los dolores de cabeza de Yulia a causa
de su vista, pero verla sonreír poco después me hace saber que el dolor ha remitido; si no fuera así, lo sabría por el humor negro que lo suele preceder.
Esa mañana, sobre las doce, cuando estoy trabajando en Müller, recibo una llamada de mi hermana Anya. Mi padre ha hablado con ella en referencia a Flyn, y la pobre, que ya está en México, me llama para apoyarme moralmente.

—¿Que ahora te llama Lena, el puñetero niño?
—Sí —asiento apenada omitiendo otras cosas.
—La madre que parió al chino.
—¡Anya!
Ambas reímos y finalmente ella dice:
—Vale..., vale..., ya sé que es coreano alemán,pero si él te joroba, yo lo jorobo y lo llamo ¡«chino»!
—Mira que eres —digo riéndome.
Entonces, oigo a Anya resoplar a través del teléfono y decir:
—Ese niño te quiere y te quiere mucho, pero el pavazo le ha venido de golpe. De pronto se ha visto mayor, guapete y resultón y se cree el rey del mambo. Pero, tranquila, como dice papá, regresará al redil. Eso sí, mientras no regresa, átate los
machos, ¡que vienen curvas!
Vuelvo a sonreír cuando mi hermana añade:
—Mira, cuchufleta, estás en la misma situación que yo con tu querida sobrina. Ni te imaginas lo rebelde y contestona que está Katya. Eso sí, en los estudios, la tía es una lumbreras, y sobre eso no me puedo quejar, pero en cuanto a los chicos,¡ofú!, qué tontería tiene encima. Ha pasado de jugar al fútbol a querer comprarse sujetadores con relleno de gel.
—¿Con relleno de gel? —pregunto sorprendida.
—Sí, hija, sí. El otro día, la mocosa va y me dice que quiere un sujetador Wonderbra push-up para que su pecho aumente y tener un escote perfecto. ¿Qué te parece?
—¿Te dijo eso?
—Sí, hija, sí. ¡Que las niñas de ahora son muy espabiladas!
Me río, no puedo remediarlo. No me imagino a Katya, mi chicarrona, diciendo eso y, de repente,recordando algo, digo tras contarle que he visto a Sebas en Múnich:
—Hablando de Katya, haz el favor de no ponerle horquillas de Dora la Exploradora y calcetines con puntillitas, que ya es mayor.
—Pero si está monísima con ello. —Ambas reímos, y me doy cuenta de lo cabronceta que es mi hermana cuando añade—: Lo hago para que proteste, tonta. Ya sé que no tiene edad para ponérselo.
—No sé quién es peor, si ella o tú.
Anya ríe. Me encanta su risa. Oírla reír es como oír a mi madre.
—Según tu sobrinita —prosigue—, ahora está locamente enamorada de ese tal Héctor, pero hasta el mes pasado lo estaba de un tal Quique y, claro,yo he de mirar por su reputación, ya sabes lo larga que es la gente y lo mucho que le gusta darle a la
lengua.
Asiento. Sé perfectamente cómo es la gente de cotilla y metomentodo. Bajo la voz y murmuro:
—Acuérdate de cuando tú y yo teníamos su edad, ¿o acaso has olvidado el veranito que te dio por Roberto, el de los juegos recreativos, o por Manuel, el de la tiend...?
—Ais, Roberto, qué guapo era. ¡Ay, madre,cuchu! —grita de pronto—. ¿Te acuerdas de Damián, el de la Montesa azul que tanto te gustaba y por el que saltabas la verja de casa todas las noches para verte con él?
—Sí. Claro que lo recuerdo.
Pensar en aquello me hace reír a carcajadas.
Sin duda, en nuestra adolescencia todos hacemos más tonterías de las que luego queremos reconocer, aunque recordarlas nos haga sonreír.
—Por cierto, papá está tristón porque dice que no vendras a la Feria de Kazán.
—No lo sé. Aún queda mucho.
—Pero, cuchu..., ya te la perdiste el año pasado, ¿te la vas a perder también este año?
Me joroba pensar en ello. Desde que nací, sólo me he perdido esa feria una vez en mi vida, por lo que, dispuesta a dejarme las uñas para llevar a Yulia este año, afirmo:
—No. Claro que no. Haré todo lo posible para ir.
Al final, cuando cuelgo, mi humor ha mejorado considerablemente. Las locuras de mi hermana y de mi sobrina me hacen reír. Entonces, oigo unos golpecitos en la puerta de mi despacho y, al mirar,veo a Ginebra. ¿Qué está haciendo ella aquí?
—Hola, guapísima —me saluda dicharachera—. Tengo una comida con Yulia y, como sé que trabajas aquí, he pensado en pasar a saludarte mientras ella termina unos asuntillos.
Me quedo boquiabierta. ¿Yulia tiene una comida con ella y no me lo ha dicho?
Ginebra entra en mi despacho como Pedro por su casa, se sienta frente a mí y murmura:
—Qué bien lo pasamos el otro día...
—¿Cuándo?
Ella me mira y sonríe.
—En el Sensations —explica bajando la voz—, aunque tu esposa, ella muy malota, me rechazó.
—No digo nada. No puedo, y ella prosigue—: Por cierto, te vi mirando tras las cortinas cuando yo estaba en el reservado con los amigos de Félix.
¿Te excitó lo que viste?
Lo recuerdo al instante y, con la misma sinceridad con la que ella me pregunta, yo le
respondo a la vez que me maldigo por ser tan curiosa:
—Si te soy sincera, ni me excitó mi me gustó.
Ginebra sonríe.
—¿Por qué?
—¿Por qué, qué?
Ella me observa. No aparta la mirada de mí y responde:
—¿Que por qué no te excitó? Al fin y al cabo, es sexo.
—Porque esa clase de sexo no me atrae —replico.
Ginebra suelta una risotada y, bajando de nuevo la voz, cuchichea:
—Elena, precisamente lo que a mí me excita es que me traten así y que mi marido lo permita y me use a su antojo. Pero, claro, tú prefieres...
—Prefiero lo que tú misma viste después —la corto segura de mí misma—. Nunca disfrutaría con lo que a ti te gusta, eso no va conmigo.
Su sonrisa se ensancha y asiente.
—¿Yulia y tú no se ofrecen a otros?
—Sí.
—Pues eso es lo que hace Félix conmigo,cielo.
Vale. Sé que puede parecer lo mismo, pero no lo es, y añado:
—No. No es lo mismo. Y que conste que no critico lo que vi; si a ti y a tu marido les gusta esa clase de sexo, ¡adelante! Sólo digo que yo no me prestaría a eso. Pero repito: si a ti te gusta, te excita y están de acuerdo, ¡adelante y disfrutadlo!
Ginebra entiende muy bien lo que le digo, y a continuación murmura:
—A mí me encanta que Félix me obligue y me entregue a sus amigos para que me usen a su antojo. Creo que es la parte más excitante de nuestro caliente juego.
—Sobre gustos no hay nada escrito —afirmo sonriendo.
—¡Tú lo has dicho! —conviene ella con un gracioso gesto.
Con Ginebra me pasa algo muy raro. Tan pronto me cae bien como me cae mal. No llego a cogerle bien el punto, pero reconozco que ella siempre trata de ser amable y encantadora conmigo.
Mirándola estoy cuando se levanta, se acerca a la pared y comenta:
—No me digas que éstos son sus niños...
—Sí —digo al ver que señala las fotos de mis hijos. —Oh, Dios mío, son preciosos, Elena. Qué monadaaaaa. Qué ricurasssssssssss.
—Lo son —afirmo orgullosa de ellos.
—¿Han adoptado un niño chinito?
Me dispongo a responder cuando de pronto Yulia entra y lo hace por mí:
—Flyn no es chino, es coreano alemán. Era el hijo de mi hermana Hannah, y ahora es nuestro.
—¿Era? —pregunta Ginebra.
Yulia asiente penosamente y en ese instante confirmo que llevan sin hablarse varios años.
—Hannah murió —explica ella entonces.
—Oh, Dios mío, Yulia..., lo siento. No sabía nada. Mi amor asiente. Hablar de ello le duele, y sé que le dolerá toda su vida cuando responde:
—Flyn se quedó conmigo y, desde que Lena llegó a nuestras vidas, somos una familia.
Ginebra se lleva las manos a la boca. Veo que siente lo ocurrido a Hannah y, emocionada, le coge las manos.
—Sé cuánto la querías y lo unida que estabas a ella.
Yulia asiente de nuevo. Yo paso la mano por su espalda y Ginebra lo suelta y dice reponiéndose:
—Sin duda, Elena y tú han creado una preciosa familia.
—Sí —afirma ella con seguridad mientras me guiña un ojo.
Ginebra vuelve a mirar la pared donde están las fotos de los niños y pregunta:
—¿Cómo se llaman las otras dos?
—Yulia y Hannah —respondo.
Entonces, Ginebra enternece el gesto y murmura:
—Son preciosas..., preciosas. —Y, mirando a Yulia, añade—: Aún recuerdo que tú no querías tener hijos y yo sí. —Yulia sonríe y ella finaliza—:Qué curiosa que es la vida..., al final, tú los has tenido y yo no. ¿Piensan tener más?
—No —afirma Yulia antes de que yo responda.
Vaya. Eso me sorprende. Siempre he sido yo la que decía rotundamente que no, y oír a Yulia decir eso en cierto modo me subleva. Pero tiene razón:¡con tres vamos sobrados!
Al ver mi gesto, Yulia se acerca a mí, me coge por la cintura y, mirándome directamente a los ojos, pregunta:
—Vamos a comer, ¿te vienes?
—¿Te encuentras mejor que esta mañana? —pregunto interesada por ella.
—Sólo era un pequeño dolor de cabeza, cariño—replica sonriendo—. Venga, vente a comer.
La miro..., no sé qué hacer. Yo misma estoy llena de contradicciones: ¿debería ir o no? Pero,siendo consecuente con la confianza que tengo en ella, respondo:
—Mejor vayan ustedes.
—¿Seguro? —pregunta mi amor intentando leer mi rostro.
Con una sonrisa que lo tranquiliza, asiento.
—Sí, cariño. Seguro. Vayan ustedes, tienen muchas cosas de las que hablar.
Dos segundos después, Ginebra y Yulia salen de mi despacho y yo me siento de nuevo en mi silla.
Confío en Yulia y, abriendo una carpeta, murmuro:
—Elena Katina, deja de pensar tonterías.

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PIDEME LO QUE QUIERAS y yo te lo daré// Adaptación Empty Re: PIDEME LO QUE QUIERAS y yo te lo daré// Adaptación

Mensaje por VIVALENZ28 12/22/2016, 12:36 am

19


Aquella mañana, Mel estaba en el centro comercial con sus excompañeros de batallón Neill y Fraser. El día anterior, Björn, que se había enterado de que habían llegado de Afganistán, los llamó para organizar la quedada. Era su modo de pedirle perdón por la encerrona de días antes con las mujeres de los abogados.
En el tiempo que llevaba retirada del ejército,la vida de Mel había dado un giro de ciento ochenta grados. Ahora disfrutaba de una existencia demasiado tranquila con su hija y con un hombre que la adoraba.

—Estoy pensando en aceptar el puesto de escolta en el consulado. ¿Qué os parece?
Neill y Fraser se miraron, y este último sonrió y contestó:
—A mí no me parece mal; es más, soy consciente de que lo harás maravillosamente bien, pero ¿qué dice tu abogado?
—Por decir, dice muchas cosas y ninguna positiva —afirmó Mel resoplando.
Neill asintió. Estaba con Björn y, para echarle una mano, se quejó:
—¡¿Escolta?! ¿Te has vuelto loca?
—¿Por qué?
Entonces Neill miró a Mel a los ojos y dijo:
—Vamos a ver: dejaste tu trabajo en el ejército para pasar más tiempo con Sami y Björn, ¿y ahora estás pensando en ser escolta? ¿Tanto necesitáis el dinero?
—No —respondió ella.
Björn precisamente no andaba corto de dinero,y el militar, que estaba al corriente de su boyante situación financiera, la miró e insistió:
—Sabes que suelo estar de acuerdo contigo en muchas cosas pero, en esto, siento decirte que estoy con Björn. A mí tampoco me haría mucha gracia que mi mujer fuera escolta de nadie.
—Pero, Neill...
—No, Mel —la cortó él—. Una cosa era cuando trabajabas para sacar tú sola adelante a tu hija, y otra muy diferente es que tengas una buena vida y quieras complicarla con ese trabajo.Piénsalo. Quizá no te merezca la pena.
Durante un buen rato, los tres hablaron de los pros y los contras de aquel empleo, hasta que Fraser, tocándose el estómago, dijo:
—Comienzo a tener hambre. ¿Qué os apetece comer?
—Tenemos que esperar a Björn, que ha ido a por la niña al colegio para que os vea —advirtió Mel—. Por tanto, dile a tu estómago que espere.
Fraser sonrió, pero entonces Neill señaló al otro lado de la calle.
—Tu estómago está de suerte, colega — exclamó—. Mira quiénes llegan por ahí.
Mel y Fraser miraron y sonrieron al ver a la pequeña Sami en brazos de Björn, riendo de felicidad con sus coletas medio deshechas mientras esperaban a que el semáforo se pusiera en verde para poder cruzar la calle.
A Mel se la veía enamorada.
—Sin duda, ese abogado es un gran hombre —se mofó Fraser—. Sólo hay que ver tu cara de tonta al mirarlo y la felicidad de Sami por estar con él.
—¡Serás idiota! —dijo ella riendo.
—Björn es un gran tipo y no se merece el disgusto que quieres darle con lo del trabajo de escolta —cuchicheó Neill.
Mel suspiró. Björn lo era todo para ella. Verlo llegar con su pequeña en brazos, sin importarle que le manchara su carísimo traje, y con la mochila rosa de las princesas colgada del brazo la hizo darse cuenta de cuánto lo quería. A continuación, miró a sus amigos y, bajando la voz, preguntó:
—Si vosotros encontrarais a alguien que os hace tremendamente felices, que os da todo su amor y que hace que todos los días la vida sea maravillosa, ¿le daríais fecha de boda?
—Sin dudarlo —afirmó Neill.
Mel sonrió al oír eso, y Neill añadió:
—Cuando conocí a Romina, me enamoré de ella en décimas de segundo. Su manera de hablarme, de tratarme, de hacerme la vida fácil me volvió loco de amor, y supe que debía dar el gran paso antes de que otro más listo que yo pudiera enamorarla y se olvidara de mí. Y te aseguro que es lo mejor que he hecho en mi vida. —De pronto,su teléfono sonó—. Hablando de mi amor..., aquí lo tengo.
Fraser rio y Neill, tras cruzar unas palabras con su adorada mujer, cerró el teléfono y explicó:
—Romina ha dicho que nos espera a todos en casa para prepararnos una estupenda comida, y no acepta un no por respuesta.
Mel asintió: irían a comer. Sin embargo, no podía apartar la mirada de Björn y de su hija.
Ellos no la veían, pero ella a ellos sí, y ver cómo Björn gesticulaba y la niña reía a carcajadas le encantó. Muchas eran las veces en que ellos jugaban en casa y Mel los contemplaba con disimulo y se emocionaba ante su bonita comunicación. Björn y Sami eran padre e hija.
Ambos lo habían querido así desde un principio, y ella lo aceptó complacida.
Sin apartar los ojos de ellos, que ahora ya cruzaban la calle, de pronto Mel tuvo claro que debía hacer lo que su corazón le dictaba y,mirando a sus compañeros, que la observaban fijamente, dijo:
—Voy a darle a Björn una fecha para la boda.
Neill y Fraser comenzaron a aplaudir, pero ella los hizo callar enseguida:
—No digáis nada, bocazas, quiero que sea una sorpresa para él.
—Sami y tú habéis encontrado a alguien que merece mucho la pena —apuntó Neill chocando los puños con los de ella tal y como habían hecho cientos de veces—. No lo jorobes.
Sin apartar la mirada de Björn, Mel asintió.
—Sin duda, él lo merece.
—Joder, teniente —se mofó Fraser—. ¿Qué ha pasado para que se obre el milagro?
Con ojos de enamorada, Mel miró a Björn, que en ese momento se subía a Sami a los hombros, y respondió:
—Simplemente, que me acabo de dar cuenta de que ya no puedo vivir sin él.
—¿Y esa fecha para cuándo? —preguntó Neill curioso.
Divertida y asombrada por su propia decisión,Mel se encogió de hombros.
—No lo sé —dijo—. Y ahora, cerrad esas bocazas, que no quiero que Björn se entere de nada. Cuando él y Sami llegaron hasta ellos, Neill y Fraser se deshicieron en halagos con la niña mientras Björn besaba a su chica y preguntaba:
—¿Cómo está mi heroína preferida?
—Bien —respondió ella encantada—. Y gracias.
—¿Por qué?
—Por llamar a Neill y a Fraser.
Sorprendido porque ella lo supiera, Björn miró a Fraser y éste confesó:
—Lo siento, macho, pero al final nos ha sacado que ayer hablamos. La teniente, cuando sospecha algo, no para con su tercer grado hasta que da con la verdad.
Todos sonrieron por el comentario, y Mel, sin soltarse de Björn, dijo:
—Te estábamos esperando. Romina nos invita a comer en su casa.
—¿Y eso, preciosa?
—Porque Romina no acepta un no por respuesta —contestó Neill—. Además, creo que tendremos algo que celebrar.
Al oír eso, Mel lo miró. ¡Lo iba a matar!
—¿Qué tenemos que celebrar? —quiso saber Björn.
Fraser y Neill se miraron con complicidad, y este último, mofándose de Mel, que los acuchillaba con la mirada, soltó:
—Teniente, ¿tenemos algo que celebrar?
Ella sonrió y, como si los viejos tiempos hubieran vuelto, respondió:
—Celebraremos que dos capullos, muy capullos, han regresado de su última misión en Afganistán.
Neill y Fraser soltaron una risotada, y Björn, que no entendía nada, cuando vio que aquéllos volvían a centrar toda su atención en la pequeña Sami, murmuró al oído de la mujer a la que adoraba:
—Teniente..., cómo me pone que te llamen así.

Mel sonrió divertida.
Su chico se había integrado totalmente en su grupo. Había dejado de ser un tipo que se mantenía al margen de aquellos estadounidenses para convertirse en uno que disfrutaba cada vez que todos se reunían y eran conscientes de su respeto y su cariño.
Tras tomarse una cerveza y hablar sobre banalidades, al final todos se encaminaron hacia la casa de Neill y Romina, donde no faltaron el bullicio y la algarabía, mientras Mel, enamorada,observaba embobada a su novio y se convencía de que tenía que casarse con él. Björn era su amor.



20


—Lena, me voy a comer —oigo que dice Mika justamente cuando estoy cerrando la carpeta para hacer lo mismo.

En cuanto salgo del despacho, los trabajadores con los que me cruzo en mi camino me miran y me saludan con una sonrisa. Eso me alegra. Me gusta que vean en mí a una persona, además de a la señora Volkova.
Una vez en la calle, me dispongo a coger un taxi para regresar a casa cuando oigo que alguien grita mi nombre. Al mirar, sonrío al ver que se trata de Marta, la hermana de Yulia, que con la mano me dice que la espere y de una carrera llega hasta mí.

—¿Qué haces por aquí? —pregunto tras besarnos.
Marta me mira y sonríe.
—Venía a hablar con Yulia —dice.
—No está. Ha salido a comer con una antigua amiga.
Mis últimas palabras deben de salirme con cierto tonillo, porque ella pregunta al instante:
—¿Qué amiga?
Sin querer poner caritas, tras el tonito que le ha dado a lo que he dicho, respondo:
—Una tal Ginebra..., ¿la conoces?
—¿Ginebra está aquí? —pregunta sorprendida.
Yo asiento, y añade—: Ostras, me encantaría verla. La recuerdo con cariño, aunque yo fuera una niña. Era majísima..., ¡majísima!
Saber que Marta también la recuerda con cariño no sé si me gusta o me desagrada. Mi cuñada debe de vérmelo de nuevo en la cara,porque dice:
—Pero tú para mí eres la única..., ¡la mejor para el borde de mi hermana!
Su apreciación y el cariño que me tiene finalmente me hacen sonreír.
—¿Comemos juntas? —pregunta entonces.
Asiento. Llamo a Simona, me dice que las peques están bien y le indico que llegaré más tarde.
Del brazo, caminamos por las calles de Múnich y entonces de pronto la loca de mi cuñada se para, levanta una mano y gritando dice:
—¡Me caso!
Rápidamente veo el anillo en su dedo. ¿Cómo que se casa, si ella no es de casarse? ¿Con quién se casa? La veo saltar, sonreír y emocionarse en el momento en que dice:
—Estoy loca..., ¡lo sé! Pero... pero he dicho que sí, ¡y me caso!
La miro. Me mira. Las dos nos reímos. ¿De qué me río?
Marta rompió con su alocado novio Peter hace ocho meses y, que yo supiera, no estaba saliendo con nadie. Por eso, cuando no puedo más, con cara de circunstancias pregunto:
—¿Y con quién te vas a casar?
La chiflada de mi cuñada suelta una carcajada,aplaude como una niña chica, se retira el pelo rubio de la cara y, tras aspirar, murmura:
—Con Drew Scheidemann.
Vale..., ni idea de quién es.
—Es un anestesista que trabaja en el hospital—explica ella emocionada.
—¡¿Un anestesista?!
Marta asiente y, feliz de la vida, añade:
—Nos conocemos desde hace unos años, y reconozco que la primera vez que lo vi no me cayó bien. Incluso siempre que íbamos de cena de empresa siempre era demasiado sensato y juicioso para mi gusto. Pero hace seis meses, una noche,cuando salía del hospital, nos encontramos en el parking... ¡Oh, Diossssssssssssss, lo recuerdo y se me ponen los pelos de punta!
—¿Por qué? —pregunto curiosa.
—Porque es tan... tan... serio, estable y sereno que no sé cómo ha podido fijarse en mí. Con decirte que en ocasiones me recuerda a la tonta de mi hermana...
Eso me hace reír al imaginar al tal Drew del pelaje de Yulia.
—Pero... fue alucinante —prosigue—. Fuimos a tomar una copa. Él me dijo que no tenía pareja,yo le confesé que tampoco y, bueno..., una cosa llevó a la otra, comenzamos a vernos cada día más seguido y sólo puedo decirte que estoy feliz y... y...¡embarazada!
—¡¿Qué?!
¡Toma ya bombazo! Boda y embarazo.
—¡Estoy de cuatro meses! —insiste Marta,tocándose su casi inexistente tripa.
A cada segundo más alucinada por todo lo que me está contando en medio de la calle, no sé ni qué decir. Hasta hace apenas quince minutos no sabía que Marta tenía novio, y ahora, de pronto, se va a casar y está embarazada. Marta habla..., habla y habla. Está nerviosa.
—¿Lo sabe Larissa?
Ella niega con la cabeza.
—Pensaba decírselo luego a mamá. Primero quería contárselo a la troglodita de mi hermana y,como sabía que tú estabas en Müller, pensé que serías mi gran apoyo cuando ella me llamara loca,desequilibrada y descerebrada.
—No, mujer... ¿Cómo te va a decir eso?
Ambas nos reímos y ella prosigue:
—Por cierto, ¿recuerdas el día que vinisteis con Flyn al hospital? —Yo asiento—. Pues mi mala cara era porque, segundos antes de llevar a Flyn hasta vosotros, acababa de vomitar..., ¿no es emocionante?
La miro boquiabierta y asiento al pensar en el asco que me daba cuando yo estaba embarazada.
—Emocionantísimo.
Mi cuñada, que está sobreexcitada, no para de hablar. Yo la escucho y así llegamos hasta un restaurante ruso que nos encanta. Allí nos ponemos moradas a jamoncito del rico, tortilla de patata con cebollita y carne en salsa y, cuando voy a explotar,digo:
—Marta, a riesgo de parecer una idiota, quiero que sepas que el matrimonio no es un juego de hoy te quiero y mañana no.
—Lo sé —responde ella sonriendo feliz—.Pero estoy tan enamorada que sé que todo va a salir bien.
Asiento. Me rindo. No pienso volver a ser la nota discordante, y entonces ella dice:
—Drew y yo queremos casarnos antes de que nazca el bebé. Lo llevamos pensando unos meses y, bueno..., hemos decidido hacerlo dentro de un par de semanas. ¿Qué te parece?
—¿Dentro de un par de semanas?
Marta asiente.
—¡Y, por supuesto —añade—, quiero mi despedida de soltera en el Guantanamera! Tengo que avisar a Mel y a todos los amigos, ¡verás qué fiestón!
En ese instante, me entra la risa. La risa floja.
¡Cuando se entere Yulia, va a flipar! Marta se ríe,creo que sabe lo que pienso. Las dos nos descojonamos y, en el momento en que consigo parar de reír, murmuro:
—Verás cuando se entere tu hermana de la boda...
—Peor va a ser cuando sepa que te voy a llevar de nuevo al Guantanamera.

Eso nos hace volver a reír otra vez. No lo podemos remediar.
Tras una comida en la que no paro de desternillarme con la loquita de mi cuñada, ella me convence para que la acompañe a darle la noticia a su madre. Acepto encantada: adoro a mi suegra y por nada del mundo me perdería su cara cuando se entere.
Cuando llegamos al barrio de Bogenhausen,donde vive Larissa, nos paramos ante la verja oscura del precioso chalet.

—¿Te puedes creer que estoy nerviosa?
—Tranquila. Ya sabes cómo es tu madre.
Seguro que se alegra.
Una vez llamamos al timbre, la verja se abre y entramos. Sea la época que sea, el jardín de Larissa es siempre una maravilla. Admirándolo estoy cuando Amina, la mujer que trabaja para ella, nos abre la puerta de entrada y saluda:
—Buenas tardes, la señora está en el salón.
Marta y yo sonreímos pero, en cuanto entro en el salón, la sonrisa se me corta de sopetón. ¿Qué hacen Yulia y Ginebra allí?
Boquiabierta, miro a mi esposa, que, al verme,se levanta rápidamente y dice:
—Hola, cariño.
La observo y, cuando veo que Marta abraza a Ginebra con demasiada efusividad, murmuro:
—¿Qué haces aquí con ella?
Pero no puede responderme. Larissa, que ya está a mi lado, me abraza, me besuquea como siempre y, cogiéndome de la mano, me sienta a su lado y dice:—Qué alegría tenerte aquí, Lena. —Y, mirando a la mujer que considero una extraña y que no sé por qué está allí, añade—: Ya me ha dicho mi hija que conoces a Ginebra, ¿verdad?
—Sí —afirmo.
Ginebra y yo nos miramos y entonces ella dice:
—Nos hemos visto un par de veces. Cuando la conoció, Félix dijo que Lena era una mujer con clase y saber estar, a la par que divertida y guapa.
Qué suerte ha tenido Yulia.
Larissa sonríe y, sin soltar mi mano, declara:
—Estoy totalmente de acuerdo con Félix; todo lo que yo pueda decir de Lena es poco. Es la mejor nuera que una suegra querría para su hija.
Estoy encantada con su halago cuando Larissa suelta mi mano, coge la de Ginebra e indica:
—Pero tú me has dado hoy la sorpresa del día,Ginebra. Tengo tan buenos y bonitos recuerdos de ti que, cuando has aparecido con mi hija, he tenido la impresión de regresar al pasado.
—Mamá, por favor, no exageres —murmura Yulia sentándose a mi lado.
Bueno..., bueno..., bueno... No sé qué pensar.
Aquí estoy, con mi suegra, mi cuñada, mi esposa y la ex de ella; ¡todo esto es muy surrealista!
Aun así, intento prefabricar una sonrisa convincente, asiento y respondo:
—Tu marido también me pareció un buen hombre, Ginebra. Díselo de mi parte.
Ella sonríe y, con su desparpajo habitual,comienza a recordar cosas que veo que hacen reír a Marta, a Larissa y a Yulia. Yo también sonrío, hasta que no puedo más y, levantándome, digo:
—Si me disculpáis, voy un momento al baño.

Sin mirar atrás, salgo del salón. Me encamino hacia el cuarto de baño y, una vez dentro, echo el pestillo. Me pongo la mano en el corazón. Me va a mil y, mirándome en el espejo, observo que mi cuello comienza a enrojecerse. Rápidamente me echo agua. No quiero que ninguno se percate de que estoy nerviosa y, cuando noto que la rojez desaparece, siento alivio.
Tan pronto como salgo del baño, regreso al salón y, al entrar, me encuentro a los cuatro riendo.
Siguen con sus recuerdos y, oye..., ¡lo entiendo!
Pero me toca los ovarios. Ya me gustaría a mí ver a Yulia con mi padre, mi hermana y un ex mío recordando tiempos pasados.
Mi esposa me mira. Busca mi complicidad y,dispuesta a dársela, le guiño un ojo, me acerco a ella y la beso.
Mi suegra, que lleva ya años haciendo paracaidismo, habla de sus últimos saltos, y Yulia,como siempre, no quiere ni escuchar. Riéndome estoy por ello cuando oigo que Marta dice:

—Bueno, mamá. Yo venía a contarte un par de cosillas importantes y, ya que está Yulia aquí, pues os lo digo a las dos a la vez y, así, como vulgarmente se dice, mato dos pájaros de un tiro.
Al oír eso, Ginebra hace ademán de levantarse para irse, pero Marta la sujeta y dice:
—Tranquila, no hace falta que te vayas.
Eso me toca la moral. Pero lo entiendo: mi cuñada es muy correcta.
Larissa y Yulia clavan las miradas en Marta cuando ésta, tras mirarme en busca de apoyo, levanta la mano y suelta:
—¡Me caso!
Cricri..., cricri..., se oyen los grillos del jardín,hasta que Larissa murmura incrédula:
—Bendito sea Dios.
El silencio se apodera de nuevo del salón. Se puede decir que podría oírse hasta una hormiga caminar por el jardín de puntillas, hasta que Yulia pregunta:
—¿Que te casas?
—Sí.
Con una expresión indescifrable, mi amor mira a su hermana e insiste:
—¿Y con quién te casas?
Marta, a la que le importan tres narices el gesto serio de mi Icegirl, sonríe y responde:
—Con Drew Scheidemann.
Larissa, que sigue boquiabierta, pregunta entonces:
—¿Y quién es Drew Scheidemann?
No puedo..., no puedo..., no puedo. Me río, ¡me río! Y al final se me escapa la risotada.
¡Es todo tan surrealista...!
Marta me secunda, y entonces Yulia,mirándonos a las dos, gruñe con gesto serio:
—No sé dónde le veis la gracia.
Vale. Dejamos de reír antes de que nos coma.
—A ver, hija —dice Larissa echándose hacia delante—. Sabes que soy una madre abierta a tus locuras, pero una boda...
—Lo sé, mamá —la corta Marta—. Sé que me vas a decir lo mismo que Len me ha dicho de que el matrimonio no es un juego de hoy te quiero y mañana no. Pero debes saber que estoy segura de lo que hago y con quién lo voy a hacer porque no es alguien que conocí ayer, sino alguien que conozco desde hace años y...
—¿Se la has estado pegando a Peter? —ruge mi rusa.
—¡Yulia! —protesto yo.
Al oír eso, Marta lo mira y responde:
—No, hermanita. Cuando estoy en pareja soy terriblemente fiel. Pero a Drew lo conozco desde hace tiempo porque trabaja en el hospital. Por tanto, que te quede claro que, cuando estuve con Peter, sólo estuve con él; ¡no saques conjeturas que no son ciertas!
Ginebra nos mira. Se levanta de donde está y sale del salón. Yo la miro. ¿Adónde va? Dos segundos después, vuelve a entrar y, sentándose junto a Larissa, dice:
—Le he dicho a Amina que te prepare una tila.
Anda, mi madre, ¿ahora va de salvadora y señora de la casa, la colega?
Yulia sigue aún boquiabierta por la noticia cuando Marta abre su bolso y, sacando la prueba del delito, que no es otra que la del embarazo, la enseña y añade:
—También... también quiero deciros que estoy embarazada de cuatro meses y estoy muy... muy feliz. ¿Cómo queréis que no me ría?
Ay, Dios, que me parto otra vez.
Las caras de Yulia y su madre son lo más
gracioso que he visto últimamente. Pero entonces la pobre Larissa musita con un hilo de voz:
—Embarazada... Tú, embarazada.
—Sí, mamá. Yo, embarazada. ¡Voy a tener un bebecito! —Veo que sonríe—. ¿A que mola?
—Joder, qué locura —suspira Yulia.
Mi suegra se da aire con la mano. Ofú, qué fatiguita que le ha entrado; pero entonces consigue decir: —Pero, hija, si a ti se te mueren hasta las plantas de plástico.
—¡Mamá! —protesta Marta.
—Que la tila sea doble —dice Larissa tocándose el rostro.
Yulia mira a su madre, parpadea y se le hincha la vena del cuello. Oh..., oh..., ¡peligro! Y, antes de que suelte alguna de las suyas, me levanto y, abrazando a Marta para que sienta mi total apoyo, exclamo:
—¡¿No os parece bonito otro bebé más en la familia?!
Con el rabillo del ojo observo que la vena de Yulia se deshincha. ¡Menos mal!
Entonces, Ginebra se levanta, se coloca a mi lado y dice:
—Enhorabuena, Marta. Por la boda y por el bebé.

Mi cuñada acepta gustosa su abrazo, y a continuación Larissa se pone también en pie y murmura emocionada:

—Ay, hija... Ay, hija..., nunca pensé que llegaría este momento.
Sonriendo, Marta la abraza. ¡A esta mujer no hay quien la entienda!
Yulia, que aún no se ha movido, nos mira entonces y suelta:
—Pero ¿os habéis vuelto todas locas?
—Yulia... —murmuro.
—No, Len..., ¡cállate! —protesta mi gruñón—.Esta descerebrada se va a casar con alguien que no conocemos, ¿y encima va a tener un bebé?
Marta se sienta con tranquilidad en el sillón y,mirándome, cuchichea:
—Te lo dije. Te dije que la controladora y sabelotodo de mi hermanita me llamaría descerebrada.
—Marta, no piques a tu hermana —replica Larissa. —No, mamá, déjala que me pique —gruñe mi amor—. Ya vendrá luego llorando cuando su mundo, como dice ella, se le vuelva del revés.
Marta, a la que no se le mueve ni un pelo, me mira y se mofa:
—De verdad, chica, que no sé cómo soportas a esta troglodita.
Su comentario me hace sonreír, pero entonces Yulia prosigue:
—¿Qué tal si evitas comentarios absurdos, y tú—sisea mirándome— dejas de sonreír?
—Yulia, hija... —lo regaña Larissa.
Pero mi rusa-alemana, que cuando se enfada es una apisonadora, responde:
—No te entiendo, mamá. Esta imprudente te está diciendo que está embarazada, que se casa con un desconocido, ¡y tú no dices nada!
Bueno..., bueno..., aquí se va a armar la marimorena, y efectivamente ¡se arma!
Al final, Marta se levanta, comienza a discutir con Yulia y mi rusa no se calla. Amina entra y deja una bandeja con varias tazas y una tetera con tila y huye despavorida.
Durante varios minutos, Yulia y Marta se echan en cara todo lo que quieren y más, al tiempo que Ginebra los observa y Larissa los reprende por sus comentarios mientras bebe tila. Cuando creo que he de decir algo para intentar mediar, Ginebra se acerca a Yulia y señala:
—Escucha, cielo, Marta ya es mayorcita para saber lo que quiere hacer con su vida igual que tú lo fuiste cuando te casaste, como me has contado,sin conocer apenas a Lena.
¡Tócate los bolondrios!
Pero ¿de qué habla ésa y, sobre todo, qué le ha contado la troglodita, por no decir gilipollas, de mi esposa?
Su comentario no me gusta, y mi mirada le dice absolutamente todo lo que pienso a mi gilipollas particular cuando Ginebra prosigue:
—Yulia, tú has encontrado al amor de tu vida en Elena. ¿Por qué Marta no ha podido encontrar al suyo?
Vale..., eso ya me gusta más. ¿Yulia le ha dicho que soy el amor de su vida?
Mi mirada se suaviza. La de ella también y,finalmente, Marta rompe a llorar sentándose en el sofá. Larissa, Ginebra y yo miramos a Yulia.
Esperamos que haga algo, que lo arregle, y ella, tras ponerse las manos en las caderas, sacudir la cabeza y resoplar, se sienta junto a su hermana y dice:
—Lo siento.
—¿Por qué lo sientes? —gimotea Marta.
—Porque soy una bocazas además de una troglodita y una gilipollas como piensa mi mujer.
Eso me hace sonreír. Sé cuánto quiere a Marta,y entonces la oigo decir:
—Ya me conoces, todo me lo tomo a la tremenda, pero es porque me preocupo por ti. No sé quién es ese Drew y eso me desconcierta. Pero si tú eres feliz, sabes que yo lo voy a ser también,y más ahora que tendremos a otro pequeñín correteando por nuestras casas.
Marta deja de lloriquear, levanta la mirada y,sonriéndole a mi amor, explica:
—Drew es médico anestesista en el hospital, y la persona más cariñosa y caballerosa que he conocido en mi vida, además de ti. Y, aunque no lo creas, su seriedad tan parecida a la tuya fue lo que llamó mi atención. Él me calma, me hace ver la vida de otra manera, y te aseguro que cuando lo conozcas te gustará.
Yulia sonríe y abraza a su hermana. ¡Ay, qué mona que es mi chicarrona!
Una vez veo que todo se calma, Larissa suspira y, sentándose junto a su hija en el sofá, pregunta:
—Bueno, y ahora que todas estamos más tranquilas, ¿la boda para cuándo es?
Marta me mira. Yo miro al techo y finalmente ella suelta:
—Para dentro de dos semanas.
—Traedme un Martini doble —murmura Larissa mientras Yulia resopla y yo me río sin poder remediarlo.

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Mensaje por VIVALENZ28 12/28/2016, 12:08 am

21


Tras pasar la tarde en casa de Neill y Romina,cuando Björn y Mel regresaron a la suya estaban agotados pero felices. Estar con aquellos amigos era siempre divertido.
Ese día le tocaba a Björn bañar a Sami mientras Mel preparaba la cena. Cuando terminó,la exteniente sonrió al oírlos cantar en el baño: «Y ya tú vas a estar limpia, bella y todo lo demás, con mis toques vas a entusiasmar, nombre y honra nos darás».
A su hija siempre le había gustado aquella canción de la película Mulán, y Björn, que era consciente de ello, se la había aprendido después de verla tantísimas veces con la niña. Siempre que la bañaba ella le pedía que se la cantara, a lo que él accedía gozoso.
Una vez terminaron del baño, cenaron los tres y, luego, de nuevo a Björn le tocó contarle un cuento a la pequeña, momento que Mel aprovechó para preparar su sorpresita.
Como siempre que le tocaba a él contar los cuentos, la niña se aprovechaba y le hacía leer dos capítulos en vez de uno, y él accedía. Era incapaz de decirle que no a su pequeña.
Cuando acabó, Mel oyó desde el pasillo que Björn aún leía. Sonrió. Sami no podría tener mejor padre.
Entonces, la niña preguntó:

—Papi, ¿por qué la bruja le da una manzana roja a Blancanieves?
—Porque era tan guapa... tan guapa... que la bruja, celosa de su belleza, quería envenenarla.
—¿Y por qué la manzana era roja y no verde o amarilla?
Björn sonrió. Sami y sus preguntas...
—Porque las manzanas rojas son mágicas y muy... muy dulces y en ocasiones conceden deseos,y a la bruja le concedió el deseo de envenenar a Blancanieves.
Su respuesta pareció convencer a la niña, y Björn continuó hasta que Sami lo interrumpió de nuevo:
—Papi ¿y por qué Mudito no habla? ¿No sabe hablar?
Al oír eso, Mel se asomó para ver la cara de Björn. Él, suspirando, pensó un momento la respuesta y finalmente dijo:
—Tú sabes que hay niños que están malitos de los ojos y no pueden ver, ¿verdad? —La cría asintió y él añadió—: Pues Mudito nació malito de la voz y no podía hablar, pero por lo demás él...
—Pero ¿no le enseñaron a hablar?
Björn sonrió. Explicarle ciertas cosas a una niña de la edad de Sami no era fácil.
—Lo intentaron todos los enanitos, incluida Blancanieves, pero la voz nunca quiso salir.
—Pobrecito, ¿verdad? —Björn asintió, y Sami añadió a continuación—: Y si mi voz mañana no quiere salir y no puedo hablar más, ¿cómo te voy a pedir que me cuentes un cuento por las noches?
Al oír eso, Mel se emocionó, y Björn, enternecido por los sentimientos que aquella pequeña rubia le despertaba, contestó cerrando el cuento:
—Te aseguro, princesa, que si mañana no te saliera la voz, yo con mirarte a los ojos sabría lo que me pides.
—¿De verdad?
Björn la besó en la frente y asintió.
—Cariño, los papás y las mamás muchas veces sabemos lo que quieren nuestros niños sólo con mirarlos a los ojos. ¿O acaso no te has dado cuenta de cómo en ocasiones, sin que tú digas nada, mamá o yo sabemos que quieres un helado o una chocolatina?
La niña asintió y, abriendo mucho los ojos,cuchicheó:
—Son mágicos, como las manzanas rojas.
El abogado sonrió.
—Exacto —convino—. Somos mágicos, y ahora, ¿continuamos con el cuento?
Sami asintió y Björn siguió leyendo hasta que,pasados diez minutos, cerró el libro y dijo:
—Ahora, a dormir, señorita.
—Jo, papi...
—A dormir —insistió él con cariño.
Sami no tardó en claudicar y Björn la arropó.
Adoraba a su pequeña tanto como adoraba a su madre y, dándole un beso en la punta de la nariz, le acomodó su muñeca preferida y susurró:
—Buenas noches, princesa.
—Buenas noches, papi.
Feliz, Björn encendió el intercomunicador por si la niña los necesitaba durante la noche y salió de la habitación. Al encontrarse con Mel en el pasillo vestida con su bata de satén negra excesivamente abrochada, sonrió. Ella le echó los brazos al cuello y lo besó en la boca.
—Hola, mi amor —susurró.
Embrujado por aquella demostración de amor,Björn cuchicheó:
—¿Quieres que te cuente un cuento a ti también?
Mel sonrió, clavó los ojos en aquéllos tan azules y, hundiendo los dedos en la espesa cabellera oscura de su chico, musitó:
—Llévame a la habitación.
—¿Así? ¿Del tirón? —dijo él riendo.
—Llévame a la habitación —insistió ella.
Con cara de pilluelo, Björn hizo lo que ella le pedía. Pensó que, sin duda, a Mel le había ido bien quedar con Neill y Fraser para olvidarse un poco de lo ocurrido últimamente. Al entrar en la habitación, se encontró con que la estancia estaba por completo alumbrada con velas.
—Cierra la puerta —pidió ella.
De nuevo, Björn hizo lo que ella le decía.
Luego la miró y murmuró:
—Esto se pone muy... pero que muy interesante.
Encantada por cómo él la miraba, Mel cogió un sobre y se lo tendió.
—Léelo.
Björn, que a cada instante sentía más curiosidad, abrió el sobre y leyó:
Sami duerme y no quiero despertarla. Coge el intercomunicador para poder oírla si se despierta y, después, dame la mano y vamos a tu despacho.
Los ojos de él buscaron los de ella, y ésta dijo con una sonrisa:
—Lo siento, amor. Debes abrir la puerta y...
—No... —murmuró Björn decepcionado como un crío, mirando la cama.
Mel asintió, se encogió de hombros e insistió:
—Vamos. Tu sorpresa te espera en el despacho.

Saber que allí también tendría sorpresa lo hizo sonreír y, tras coger el intercomunicador, Björn abrió la puerta y caminaron hacia su despacho, un lugar bastante alejado de la habitación de Sami y del resto de la casa, ya que se encontraba en el piso de al lado.
Una vez allí, al encender la luz, ésta se tornó roja y, divertido al ver los cientos de bombillas de colores de la decoración de Navidad, él cuchicheó mirándola:

—Recuerda que luego debemos recogerlo, o mañana toda la oficina se preguntará qué ha ocurrido aquí.
Mel sonrió. A continuación, lo guio hasta su gran mesa, lo hizo sentarse en su silla de cuero negro y, tras darle un beso en los labios caliente y pasional, se separó de él y preguntó:
—James Bond, ¿estás preparado?

Björn asintió como un tonto cuando ella,cogiendo el mando a distancia del equipo de música, accionó un botón y, de pronto, comenzaron a sonar los primeros acordes de la canción Bad to the Bone,y aplaudió encantado.
Mel se abrió la bata negra y, para su sorpresa,Björn vio que iba vestida con sus pantalones de camuflaje y su camiseta caqui. Luego, poniéndose la gorra militar, sonrió y comenzó a contonearse al compás de la música.
A Björn lo chiflaba aquella canción, y verla bailar de aquel modo..., uf... Lo excitaba. Lo ponía cardíaco. No era la primera vez que ella lo hacía,y él esperaba que no fuera la última.
Cuando la bata cayó al suelo, Björn aplaudió,mientras Mel, encantada, se dejaba llevar por el momento y bailaba única y exclusivamente para él.
Con sensualidad, se subió a la mesa y se quitó las botas militares. A continuación, comenzó a desabrocharse el pantalón mientras contoneaba las caderas y observaba cómo él seguía hipnotizado todos y cada uno de sus movimientos.
Cuando los pantalones terminaron en una esquina del despacho, lo siguiente en volar fue su camiseta caqui, por lo que quedó vestida únicamente con un conjunto verde de camuflaje de braga y sujetador.
Björn la observaba encantado. Aquella mujercita descarada lo había enamorado y, cuando ella se volvió para enseñarle el tatuaje del atrapasueños de su costado, él sintió que enloquecía. Adoraba cada centímetro del cuerpo de aquella mujer. Entonces ella empezó a mover los hombros y se metió sus chapas identificativas en la boca, y a Björn se le resecó hasta la razón.
Mel era sexi...
Mel era tentadora...
Mel era provocativa...
Convencida de lo que su baile estaba ocasionando en él, bajó de la mesa, se sentó encima de sus piernas y, hechizada por su mirada,se quitó el sujetador mientras movía las caderas sobre las suyas y se pasaba una mano por los duros pezones para hacerle ver lo excitada que estaba por su mirada.

—Guau, nena —consiguió balbucear él.

Luego, tras levantarse, Mel se subió de nuevo a lo alto de la mesa y, con sensualidad, placer y erotismo, comenzó a quitarse las bragas lenta, muy lentamente, frente a él. Frente a su amor.
Björn apenas si podía reaccionar. Le sudaban hasta las manos al ver el festín que ella colocaba ante sus ojos. Cuando estuvo totalmente desnuda y la canción acabó, Mel se sentó sobre la mesa y,casi sin resuello, murmuró:

—Estoy segura de que lo que acabo de hacer escandalizaría a las mujeres de esos frikis de abogados que tienes como amiguitos. Pero en este instante yo soy tu regalo, 007. Haz conmigo lo que quieras.

No hizo falta decir nada más. Excitado como estaba, Björn la hizo tumbar a lo largo de la mesa y, abriéndole las piernas, la chupó, la degustó y le hizo el amor con la lengua con total frenesí, hasta que sus instintos más salvajes lo hicieron bajarse la cremallera del pantalón y, tras sacar su duro y aterciopelado miembro, la penetró y ambos se arquearon de placer.
Al ver que a ella le temblaban las piernas a causa de la excitación, Björn se sentó en su silla y,arrastrándola hacia sí, la sentó a horcajadas y la besó. No hablaron. No hacía falta hablar. Sus sentimientos, unidos al morbo del momento y la necesidad imperiosa que tenían el uno de la otra,lo hicieron todo. Con urgencia se amaron. Con premura se tocaron. Con exigencia se poseyeron y,cuando el clímax les llegó y quedaron tendidos una en brazos del otro, Mel murmuró:

—Como preliminar, no ha estado mal.
—Nada mal, Parker —afirmó él sin resuello.
Instantes después, Björn volvió a endurecerse e hicieron el amor sobre la mesa con auténtica locura.
—Dicen que no hay dos sin tres —cuchicheó
Mel tras ese segundo asalto.
Agotado y sudoroso, Björn la miró y sonrió.
—¿Estás dispuesta a matarme, cariño?
Mel asintió y lo besó.
—Sin duda alguna —afirmó—. Hoy estoy dispuesta a todo por ti.
Encantado por la entrega que estaba demostrando aquella noche, el abogado la besó sin resuello hasta que ella propuso:
—¿Qué tal si vamos a la cocina a por algo de beber antes de que nos deshidratemos?
Divertido y a medio vestir, Björn aceptó. Mel recogió rápidamente su ropa y, tras desenchufar las luces rojas de Navidad, se puso su bata negra.
—Vamos, cariño..., sígueme —dijo.
Björn fue tras ella sin dudarlo. Abrieron la puerta que comunicaba el despacho con la casa y,después de cruzar el pasillo, llegaron a la cocina,donde soltaron la ropa y las luces. Sedienta, Mel abrió la nevera y sacó dos cervezas. Las abrió y le ofreció una a Björn, que se apresuró a cogerla y,tras chocarla con la de ella, dijo:
—Por ti y porque me sigas sorprendiendo.
Mel sonrió. Eso esperaba.
Apoyados contra la encimera de la cocina, ella reía ante los comentarios provocadores que él hacía en referencia a cómo lo ponía que Mel bailara para él. Cuando se terminaron las cervezas, ella se sacó otro sobre del bolsillo de la bata de seda negra y se lo entregó diciendo:
—Ábrelo y lee lo que pone.
Complacido, Björn hizo lo que le pedía y leyó:
Para esta noche tan especial habría querido tener fresas, pero no tuve tiempo de ir a comprarlas. Aun así, tengo chocolate y una fruta mágica; ¿adivinas cuál es?
Él la miró sorprendido y susurró:
—Fresas y chocolate, ¡qué buenos recuerdos!
Esto cada vez promete más.
Mel sonrió satisfecha por su comentario y, tras abrir la nevera, sacó una reluciente manzana roja y un bote de Nutella.
—No hay fresas, mi amor —dijo—, pero he oído en algún lado que las manzanas rojas son mágicas y en ocasiones conceden deseos.
—¿Ah, sí?
—Sí. —Y, entregándole la manzana, añadió—:Para ti.
Björn la cogió y, sin mirar la fruta, murmuró:
—Eres mi Eva y pretendes que muerda la manzana como Adán.
—Sí. Sería un placer ver cómo la muerdes.
Más y más sorprendido cada vez, Björn miró la manzana y, al ver que de ella sobresalía un fino papel enrollado, levantó la vista hacia Mel.
—¿El juego continúa? —preguntó.
—Sí, cariño. El juego continúa. Lee lo que pone. Disfrutando del momento, Björn desenrolló el papelito y leyó:
Porque no quiero vivir sin ti, porque Sami te adora y porque nos quieres a las dos como nunca he visto querer a nadie, ¿quieres casarte conmigo en Las Vegas el 18 de abril y más adelante lo celebramos para la familia en Múnich?
La cara de Björn al leer aquello era algo que Mel sabía que no podría olvidar en la vida. La miró con sus impactantes ojos azules y, tras parpadear y asumir que lo leído era verdad,asintió emocionado.
—Por supuesto que quiero casarme contigo ese día, mi amor.
Mel se lanzó a sus brazos y él la aceptó.
Amaba con locura a aquella mujer y, por fin, ella se había decidido a dar el paso. Se abrazaron y se besaron hasta que, de pronto, Björn la apartó de él y murmuró:
—Entonces ¿esto hace que olvides la idea de ser escolta?
A Mel no le gustó oír eso pero, como no deseaba romper aquel mágico momento,respondió:
—Cariño, eso ya lo hablaremos.
Convencido de que era mejor callar y disfrutar de su triunfo, Björn asintió y volvió a besarla.
—Siento no tener un precioso diamante para darte —dijo—, pero te prometo que mañana mismo te compro el que tú quieras.
La exteniente sonrió divertida; el anillo era lo que menos le importaba. Luego, tras abrir el bote de Nutella, metió la mano y, cogiendo el dedo de Björn, lo untó de chocolate a la altura donde se ponen los anillos y señaló divertida:
—Ya tienes tu anillo. ¿Me pones uno a mí?
Asombrado por la originalidad que Mel le demostraba siempre en todo, él metió el dedo en el tarro y, cogiéndole el dedo a ella, le dibujó otro anillo con chocolate.
Segundos después, enamorados y felices, se retiraron juntos a la habitación con el bote de Nutella. Sin duda, recordarían aquel momento el resto de sus vidas, aunque no hubiera ni fresas ni diamantes.


22


Cuando salimos de casa de Larissa, Marta y Ginebra llaman a un taxi para ir a sus destinos y nosotras nos dirigimos al garaje para sacar nuestro coche.
En silencio, Yulia maniobra mientras yo me pongo el cinturón de seguridad.
Una vez hemos salido de la parcela y le he dicho adiós a Larissa con la mano, me apoyo en el reposacabezas y cierro los ojos.

—¿Cansada? —pregunta Yulia con voz neutra.
Por su tono, veo que espera que discutamos.
Sabe que haberlo encontrado en casa de su madre con Ginebra no me ha hecho gracia, pero respondo:
—Sí.
—Pequeña, creo que...
—No me llames pequeña, ¡ahora no! —siseo a punto de saltarle a la yugular.
Yulia me mira.
—Len...
Y ya, incapaz de mantener a raya mi incontinencia verbal, respondo:
—Pero ¿tú eres tonta o directamente me tomas a mí por idiota?
Mi respuesta la sorprende. Veo que acerca el coche a la acera y para. Echa el freno de mano y, mirándome, pregunta:
—¿Me puedes decir qué te pasa?
Mi cuerpo se rebela. Me entra el calor ruso y, mirándola, siseo:
—¿Qué hacías con Ginebra en casa de tu madre?
—Tenía que hablar con mi madre. Cuando terminamos de comer, lo comenté y Ginebra me preguntó si me importaba que pasara a saludarla.
No pude decirle que no.
—No me habías dicho que tenías que verla,¡mientes!
Yulia cierra los ojos, suspira y finalmente murmura:
—Len. Ella y mamá se llevaban muy bien, y no he podido decirle que no.
Asiento. O asiento o lo pateo.
Y, con más calor que segundos antes, me quito el cinturón de seguridad, abro la puerta y salgo al exterior. Necesito aire antes de que me dé algo.
Yulia sale del coche como yo. Lo rodea y, poniéndose a mi lado, pregunta:
—Cariño, ¿en serio estás así porque Ginebra haya visitado a mi madre?
Resoplo. Me pica el cuello. Me lo rasco y,cuando ella me va a quitar la mano, la miro y gruño:
—No me toques.
—¡Elena!
Su voz de ordeno y mando me saca de mis casillas y, sin importarme la gente que pasa por nuestro lado y nos mira, grito:
—¡¿Tan difícil era decirme que ibas a llevar a Ginebra a casa de tu madre?! —Yulia no responde,y yo añado—: Intento confiar en ti. Lo hago.
Intento no pensar tonterías, pero...
—¿Quieres bajar la voz? —protesta al ver cómo nos miran.
Oír eso me subleva. Me importa una mierda quién nos mire, por lo que respondo:
—No. No puedo bajar la voz, como tú no has podido decirle que no a Ginebra. ¿Te vale mi contestación?
Yulia levanta las manos. Se toca la nuca,blasfema y, mirándome, dice:
—A veces eres insufrible.
—Anda, mi madre, ¡más vale que me calle lo que a veces eres tú!
Mi contestación, llena de chulería, la incomoda y sisea con gesto tosco:
—Sube al coche.
—No.
Mi rusa baja la barbilla, achina los ojos y repite:
—Sube al maldito coche y vayamos a casa.Éste no es sitio para discutir.

En ese instante oigo las risitas de unas mujeres que nos observan y, sin ganas de liársela a ellas también, me monto en el coche y doy un tremendo portazo. Yulia monta a su vez y da otro portazo.
Pobre coche, el maltrato que le estamos dando...
En un silencio extraño llegamos a casa, pero me da igual. Si se le hace incómodo, que se jorobe. No me importa. Estoy molesta. Muy enfadada.
Una vez he saludado a Susto y a Calamar,pues los pobres no tienen la culpa de nada, entro por la puerta que comunica el garaje con la casa y rápidamente la pequeña Yulia viene corriendo a mi encuentro. Me alegra ver que Pipa las ha mantenido despiertas hasta nuestra llegada. La cojo, la beso y la achucho cuando la niña me mira y dice:

—Mami, he comido galletas.
Satisfecha porque ha dicho una frase entera,miro a Yulia, ésta sonríe y, quitándomelo de los brazos, le da un cariñoso beso en el moflete.
—Muy bien, Supergirl —dice—. ¡Muy bien!

Esa pequeña cosa me acaba de alegrar el momento, y sonrío. No lo puedo evitar.
Una vez entramos en la cocina, veo que Hannah está muerta de sueño. Es demasiado tarde para ellas, pero la saco de su trona, la besuqueo como antes he hecho con mi pequeña y la niña sonríe feliz por estar con su mamá.
Durante un rato reina la felicidad en la cocina,las niñas se merecen que nosotras disimulemos nuestro malestar, hasta que Flyn abre la puerta, se para y, al vernos reír a todos, nos mira y pregunta:

—¿Molesto?
Yulia y yo lo miramos. Sin duda, el crío ya viene con la escopeta cargada. Mal día. Mal día.
Y, antes de que mi rusa/alemana diga algo, respondo:
—No, cariño, claro que no.
Flyn entra y, sin mirarnos, coge una lata de coca-cola del frigorífico, la abre, se la bebe de dos tragos y la deja sobre la encimera. Acto seguido, se da la vuelta y se dispone a salir de la cocina cuando Simona lo llama:
—Flyn.
Él continúa andando.
—Flyn —insiste la buena mujer.
Él no hace caso, eso hace que Yulia y yo miremos y, cuando por tercera vez Simona lo llama y él ni se inmuta, no puedo callarme ante su falta de respeto y grito:
—¡Flyn!
Ahora, sí. Ahora sí se para. Se da la vuelta y Yulia, tan molesta como yo, le recrimina:
—¿No oyes a Simona?
Con gesto contrariado, él resopla y mira a Simona.
—¿Qué quieres? —pregunta.
La mujer, ya nerviosa por nuestra atención,murmura:
—Cielo, la lata no se deja ahí.
Todos miramos a Flyn, y entonces el muy sinvergüenza responde:
—Pues tírala a la basura.
¡¿Cómo?!
Bueno..., bueno..., bueno..., eso sí que no.
¡Chulerías, las mínimas!
Vuelvo a dejar a Hannah en su trona y,acercándome a mi adolescente crecidito de humos,pongo mi rostro frente al suyo y siseo:
—Flyn Volkov Katin, haz el favor de coger esa maldita lata de coca-cola ahora mismo y tirarla a la basura, antes de que pierda la poca paciencia que me queda y te dé tal tortazo que no lo vas a olvidar en la vida.
El crío me mira..., me mira..., me mira. Me reta.
Le sostengo la mirada y, finalmente, con una sonrisita que es para darle dos collejas, coge la lata y la tira a la basura.
Una vez lo ha hecho, vuelve a mirarme y, con una provocación que me pone los pelos de punta, pregunta:
—¿Contenta?
En ese instante me acuerdo de lo que hablé con Mel y, como si mi mano tuviera vida propia, le doy una bofetada que suena hasta con eco y, sin poder evitarlo, pregunto:
—¿Contento?

Sorprendido, Flyn se lleva la mano a la cara.
Joder..., joder..., joder..., pero ¿qué acabo de hacer?
Nunca le he pegado. Nunca me he comportado así con él. Sin decir nada, Flyn se da la vuelta y sale de la cocina. Lo acabo de ofender.
Hannah se pone a llorar y, al mirar en su dirección, veo el rostro de Yulia. Está blanca,sorprendida y, sin decirme nada y de malos modos, sale de la cocina. Observo a Simona y,agarrándome a la encimera de la cocina por la temblequera que me ha entrado, murmuro:

—No... no sé qué me ha pasado.
La mujer, tan nerviosa como yo, me hace sentar en una silla. Al ver el percal, Pipa se apresura a llevarse a las pequeñas a la cama. Simona se sienta entonces a mi lado.
—Tranquila, Elena —dice—. Tranquila.
Pero yo no puedo estar tranquila. Le he dado un bofetón a Flyn por el enfado que traía con Yulia.
La miro y musito:
—He hecho mal..., ¿cómo he podido hacer eso?

Un rato después, me veo cenando sola en la mesa del salón. Ni Flyn ni Yulia tienen hambre.
Mientras me meto un trozo de tomate en la boca,maldigo. ¿Por qué no pierdo el apetito con los disgustos como el resto de la humanidad?
Es que hay que jorobarse, a mí los disgustos ¡me dan hambre!
Una vez he acabado de cenar, no sé qué hacer.
Estoy extraña. Me siento mal por lo ocurrido y decido ir a hablar con Yulia. Me dirijo a su despacho y veo que no está. Voy a la piscina cubierta y tampoco está. Entro en nuestra habitación y tampoco se encuentra allí. Decaída, paso a ver a mis pequeñas. Las dos duermen como angelitos y, después de besarlas con cariño en la cabeza, al salir oigo la voz de Yulia. Proviene de la habitación de Flyn.
¿Entro o no?
Tras contar hasta veinte para coger fuerzas,decido abrir la puerta.
Los dos me miran con ojos acusadores. ¡Serán cabritos!
Sus miradas me hacen sentir como la madrastra del cuento de Blancanieves. Durante unos segundos ambos permanecen callados, hasta que Yulia prosigue:

—Como decía, he hablado con la abuela Larissa y ella se quedará contigo durante los días que estemos en México. Le he dado instrucciones en referencia a tus limitaciones por tu castigo.
—Pero yo quería ir a ver a Dexter —se queja el crío—. Le prometí que iría la siguiente vez que fueran y...
—En la vida, toda causa tiene un efecto —lo corta Yulia—. Y tú solito, con tu comportamiento,te lo has buscado.
Flyn refunfuña. Ni me mira. Yo lo observo y pregunto:
—¿Le has pedido ya la tutoría a tu profesor?
El chaval responde sin mirarme.
—Sí.
Asiento. Quiero disculparme con él por mi bofetón, y digo:
—Flyn, con respecto a lo que ha ocurrido hoy,yo...
—Me has pegado —me corta él sin mirarme—. No hay nada que aclarar.
—Claro que hay que aclarar —afirmo dispuesta a hablar.
El crío, que no está por la labor, mira a Yulia en busca de apoyo, y ella dice:
—Len, mejor déjalo estar. No lo jorobes más.
Alucinada por su respuesta, oigo entonces que Flyn dice:
—Ahora, si no les importa, quiero dormir.
Me importa. ¡Claro que me importa!
Quiero aclarar lo ocurrido. Quiero que sepa que estoy arrepentida por ello, pero su frialdad y las palabras de Yulia me tocan el corazón, y no sé ni qué decir.
Mi esposa me mira, me hace una seña con la cabeza para que me retire y yo salgo abatida. Ella sale tras de mí y, mirándome, dice:
—Len, acompáñame al despacho.

Sin cogerme de la mano como habría hecho en otras ocasiones, comienza a bajar la escalera. Sé que no vamos a nuestra habitación para que Flyn no nos oiga discutir, y me preparo para la artillería pesada que me va a soltar Icegirl.
Una vez en su despacho, Yulia cierra la puerta y, mirándome, sisea:

—¿Cómo has podido pegarle?
—No sé..., yo...
—¿Cómo que no lo sabes? —sube la voz mi rusa.
Tengo dos opciones: hacerle frente o callarme.
Con lo nerviosa que estoy, casi sería mejor callarme, pero Yulia es especialista en sacarme de mis casillas, y respondo:
—Es la segunda vez que le falta al respeto a Simona delante de mí, y no se lo voy a consentir.Siento en el alma haberle dado ese bofetón, no sé qué me ha pasado, pero... pero...
—No deberías haberlo hecho.
—Lo sé. Sé que no debería haberlo hecho,pero Flyn no puede comportarse así. De acuerdo que tú y yo lo tenemos bastante mimado y le damos todo lo que en ocasiones no se merece, pero si no cortamos esa manera de hablarle a Simona, con el paso del tiempo irá a peor y...
—No vuelvas a ponerle la mano encima.
Su mirada me enfada más que sus palabras, y siseo:
—Y tú no vuelvas a hablarme delante del niño como lo has hecho. ¿Te parece bonito decirme que me calle y no la líe más?
—¿Te ha parecido mal mi comportamiento? —Asiento, claro que me ha parecido mal. Y entonces ella añade—: Pues eso es lo que tú haces continuamente con él; ¿a que molesta?
Vale..., acaba de meterme un golazo por toda la escuadra. Tiene razón. Pero, como no estoy dispuesta a callar, siseo de nuevo:
—Me parece que ese «déjalo estar y no lo jorobes más» ha sobrado, ¿no crees?
—No lo creo —responde ella furibundo.
Su voz, tensa y tajante, hace que mi corazón se desboque. ¿Acaso no me está escuchando? Insisto:
—Te aseguro que a mí me duele más que a ti el hecho de haberle dado ese bofetón, pero no podía consentir su falta de respeto. Es un niño y...
—No vuelvas a pegarle nunca más —repite.
Vale..., hasta aquí ha llegado mi paciencia.
Cambio el peso de mi cuerpo de un pie a otro y pregunto:
—¿O qué? ¿Qué pasará si vuelvo a ponerle la mano encima?
Yulia me mira..., me mira..., me mira y finalmente, cuando sabe que estoy a punto de tirarme a su yugular por su chulería, responde:
—No voy a responder a tu ridícula pregunta, y ahora, vamos a dormir, es tarde.

Y, sin más, abre la puerta del despacho y se va dejándome con cara de tonta. Pero ¿no íbamos a discutir?
Sola en el despacho, miro a mi alrededor. Con la mala leche que llevo encima, lo destrozaría pero, como la persona civilizada que soy, tomo aire y salgo de allí. Al llegar a la escalera, veo que no está esperándome y, como no tengo ganas de sentirla a mi lado, me voy hacia la piscina cubierta. Una vez allí, me desnudo y, sin pensarlo,me tiro al agua.
Nado..., nado..., nado y me desahogo y, cuando estoy agotada y sin aire, salgo del agua y me envuelvo en una toalla.
Molesta por lo ocurrido, me encamino hacia la habitación. Al acercarme veo luz por debajo de la puerta y cuando entro Yulia no está, pero entonces oigo correr el agua de la ducha. Tengo que ducharme, pero esperaré a que ella salga. No me apetece hacerlo con ella.
Primero hemos discutido por Ginebra, y ahora por lo de Flyn. Desde luego, el día no ha podido ser más redondo.
La puerta del baño se abre y aparece mi buenorra rusa, mojada y con una toalla alrededor de su cuerpo. Siempre que la veo así, se me reseca hasta el alma. ¡Dios, qué buena está!
Pero, como no quiero hacerle ver lo que en otras ocasiones le digo con la mirada, entro en el baño y cierro la puerta. Allí, me quito la toalla y me meto bajo la ducha. Cuando acabo me seco el pelo con el secador y, al salir, observo que Yulia está tumbada en la cama y me mira.
En circunstancias normales me habría abalanzado sobre ella entre risas, pero no, esta noche la circunstancia no es normal y,dirigiéndome hacia mi armario, cojo unas bragas y una camiseta y me las pongo para dormir.
Yulia me sigue por la habitación con su azulada mirada y, cuando intuye que no voy a abrir la boca, dice:

—Deja de pensar cosas raras con respecto a Ginebra, que te conozco.
No respondo. Me niego. Me meto en la cama,pero las palabras me queman en la garganta y finalmente siseo:
—Sólo te diré que, si fuera al revés, si tú te hubieras encontrado con mi padre, mi hermana y un ex conmigo en la casa de él sin que yo te hubiera avisado, no te habría gustado. ¡Que yo también te conozco!
Mi rusa frunce el ceño, ¡yo también!, y continúo:
—Estoy confiando en ti. Maldita sea —digo levantando la voz—. Estoy confiando en ti.
—Len...
—Te alenté a jugar con ella la otra noche en el Sensations, te animé a que hoy se fueran las dos solas a comer, pero... pero tú haces que comience a dudar.
—Escucha, cariño. Ginebra es sólo una amiga.Nada de lo que te tengas que preocuparte.
Maldigo. Me cago en todo lo que se menea.
—Y en cuanto a Flyn —prosigo—, no me toques las narices, Yulia Volkova: él es tan hijo mío como tuyo, por lo que no vuelvas nunca más a reprenderme de la manera en que lo has hecho hoy o te juro que lo vas a llevar muy mal, ¿entendido?
Su gesto se contrae. Sé que le duele lo que digo. ¡Que se jorobe! Que se jorobe tanto como yo.
—Len, escucha...
—No, no quiero escucharte —finalizo tumbándome y dándole la espalda—. Como tú misma has dicho antes, ¡a dormir, que es tarde!
—Cariño...
—No —siseo quitándome su mano del hombro—. Hoy no quiero ser tu cariño. Déjame en paz.
No vuelve a tocarme. Siento que se mueve en la cama. Está incómoda, mis palabras le han hecho tanta pupa como a mí las suyas y, finalmente, acercándose por detrás, murmura:
—Ginebra se muere.
El corazón se me para. Lentamente me doy la vuelta y, cuando sus ojos y los míos se encuentran,explica:
—Tiene un tumor cerebral inoperable. Le han dado de cuatro a seis meses de vida y ha regresado a Alemania a despedirse de la gente que ha sido importante en su vida.
No digo nada, ahora sí que no puedo.
—Conocí a Ginebra cuando tenía la edad de Flyn —continúa ella—. Sus padres eran unos ricos empresarios alemanes dueños de varias fábricas de calzado, pero por lo último que se preocupaban era por la única hija que tenían. Al ver aquello, lo que hizo mi madre fue quererla, y mis hermanas adorarla como a una hermana más. Durante años,ella fue sólo alguien de la familia, hasta que, en la universidad, sus padres murieron en un accidente aéreo y ocurrió algo entre nosotras que lo cambió todo.

Yulia se levanta de la cama, yo me siento para observarla, y prosigue:

—Me enamoré de ella como una tonta. Ginebra era decidida, impetuosa y divertida, y juntas descubrimos muchas cosas, entre ellas, la sexualidad. Una sexualidad que nos distanció cuando ella comenzó a exigir ciertas cosas que no me agradaban. Cuando conoció a Félix y me dejó por él, me enfadé muchísimo. Le prohibí acercarse a mi madre y a mis hermanas, que eran la única familia que tenía. Me sentía traicionada, y entonces ella se marchó a Chicago. No había vuelto a verla hasta el día que nos la encontramos en el restaurante, y hoy, mientras comíamos,cuando me ha dicho el motivo de su viaje y me ha pedido ver a mi madre, no he podido decirle que no, Len.

Asiento. Sin duda, yo tampoco podría haberle dicho que no. Me levanto dispuesta a abrazarla,pero entonces ella me detiene con los ojos llenos de lágrimas.

—Tú eres mi vida, eres mi amor —dice—,eres la madre de mis hijos y la única mujer a la que yo quiero a mi lado. Pero cuando me he enterado de que Ginebra se moría y me ha pedido ver a mi madre..., yo... yo...
—Lo siento, cariño..., lo siento.

Permanecemos un rato abrazadas de pie en medio de nuestra habitación. Yulia me pega a su cuerpo y yo me pego al suyo y, cuando nos calmamos, nos metemos en la cama. Siento lástima por Ginebra, y se me resquebraja el corazón.
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VIVALENZ28
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PIDEME LO QUE QUIERAS y yo te lo daré// Adaptación Empty Re: PIDEME LO QUE QUIERAS y yo te lo daré// Adaptación

Mensaje por VIVALENZ28 1/4/2017, 11:28 pm

23


Aquella mañana, Mel se levantó, y tras enviar varios whatsaps a Lena, que no respondió, vistió a Sami y la llevó al colegio como todos los días.
Estaba hablando con las demás mamás cuando vio que Johan llegaba con Pablo. El abogado se acercó hasta la puerta donde estaba el grupo de madres con una candorosa sonrisa y, tras darle un beso al crío, éste corrió con sus compañeros.
Mel lo observó con curiosidad. Era la primera vez que veía a Johan llevar al niño al colegio pero, como no quería meterse donde no la llamaban, continuó hablando con las demás.
Entonces, de pronto, notó que alguien la asía por el codo, y al volverse se encontró con la encantadora sonrisa de Johan.

—Melania, ¿tienes un segundo? —preguntó él.
Sorprendida porque aquél se hubiera acercado a ella, se despidió del resto de las mamás y,cuando caminaban hacia el aparcamiento, él dijo:
—Louise me ha contado que sabes de nuestro problema y algo más y, aunque imagino que ella ya te lo ha dicho, te pido discreción.
Mel lo miró. No entendía a qué venía aquello,cuando ella no había vuelto a hablar con Louise.
—Sus vida en pareja es algo que deben solucionar ustedes—replicó ella—, pero creo que... —Tú no tienes que creer nada —la cortó Johan—. Tú sólo tienes que permanecer alejada de Louise y mantener tu preciosa boquita bien cerrada.
—¡¿Qué?!
Sin la encantadora sonrisa de segundos antes,él siseó:
—No me gustas, como me consta que no les gustas a muchos del bufete por tu chulería. Sin duda, eres una nefasta influencia para mi mujer, y me atrevo a decir que para tu novio también.
Al oír eso, Mel se echó hacia atrás.
—Y a mí me consta que tú eres idiota profundo, por no decir algo peor —replicó—.
Pero ¿de qué vas? ¿Quién te crees que eres para hablarme así?
Con una maquiavélica sonrisa, Johan la cogió entonces del brazo con fuerza. Mel sacó su temperamento de teniente Parker y siseó:
—Suéltame si no quieres que te dé una patada en los huevos.
Él no la soltó, pero de pronto ambos oyeron que alguien decía:
—Eh..., oiga... ¿Qué le está haciendo a la señora?
Al mirar, se encontraron a un muchacho subido a un monopatín que se acercaba a ellos con gesto de enfado. Johan la soltó, pero antes de darse la vuelta para subirse a su coche, murmuró:
—De ti depende que Björn consiga o no lo que quiere.
Agitada por lo ocurrido, Mel no se movió siquiera del sitio. Entonces, el muchacho se acercó a ella con el monopatín en la mano.
—¿Se encuentra bien, señora? —le preguntó.
Todavía sorprendida, ella asintió mientras el coche de Johan se alejaba y, mirando al chico, intentó sonreír.
—Sí, gracias.
Al oír eso, el muchacho montó de nuevo en su monopatín y se despidió alejándose de ella a toda prisa.—Adiós, señora. Tengo que marcharme.
Como una tonta, Mel dijo adiós y luego resopló. Pero ¿de qué iba el idiota de Johan?
Durante varios minutos dudó qué hacer, hasta que finalmente se metió en su vehículo y se dirigió a casa de Louise. A ella nadie le decía qué podía o no hacer.
Al llamar al timbre, una chica rubia que Mel no conocía abrió con un teléfono móvil en la mano y saludó:
—Hola.
Mel miró el número de la casa y dijo:
—Hola. Soy una amiga de Louise, ¿está ella?
La joven sonrió y, echándose a un lado para dejarla entrar, gritó mientras proseguía hablando por teléfono:
—¡Louise, ha venido una amiga tuya!
Mel entró en la bonita casa, y estaba sentada mirando las fotos sonrientes expuestas en la chimenea cuando oyó la voz de Louise:
—Hola, Verónica, ¿qué haces aquí?
Mel se volvió y la miró. ¿Verónica? Pero al ver que aquélla llevaba un brazo en cabestrillo,exclamó:
—¡Por Dios, Louise, ¿qué te ha ocurrido?!
La chica rubia, que en ese momento colgó el teléfono, sonrió y explicó:
—Perdió el equilibrio y se cayó por la escalera. Si es que mi hermana va como una loca.
Las tres mujeres sonrieron. Sin embargo, algo le decía a Mel que aquello no era cierto. Entonces,la chica rubia añadió:
—Aprovecho que Verónica está aquí para ir al súper a comprar unas cosas, ¿de acuerdo?
—De acuerdo, Ulche —dijo Louise sonriendo.
Una vez quedaron las dos a solas, ella se sentó junto a Mel y ésta la miró.
—¿Verónica? ¿Ahora me llamo Verónica?
—Mel...
—Pero ¿de qué va esto?
Louise respondió con una sonrisa triste:
—Es mejor que Johan no sepa que has estado aquí.
Mel la miró incrédula. Pero ¿qué estaba ocurriendo allí? Y, sin andarse con rodeos,
insistió:
—De acuerdo, seré Verónica. Pero dime, ¿qué ha pasado?
—Te lo acaba de decir mi hermana: me caí por la escalera.
—Y una chorra —replicó Mel al tiempo que se levantaba sin apartar la mirada de ella—.¿Pretendes que me crea eso? Ahora mismo vamos a ir a la comisaría y lo vas a denunciar. Tú no te has caído.
—No.
—Pero, Louise...
—Mira, Mel, no te lo tomes a mal, pero es mejor que me dejes llevar mi vida.
El silencio se apoderó del salón. A Mel no le gustaba nada lo que se cocía en aquella impoluta y bonita casa.
—¿Por qué lo soportas? —preguntó.
Louise no respondió, y Mel, sentándose de nuevo al lado de ella, insistió:
—No tienes por qué aguantarlo. Por muy abogado que sea Johan, no puede hacerte esto, ni puede retenerte. Mira, yo no entiendo de leyes,pero sé que lo que él pretende es algo que no puede ser. Tú eres una persona y, como tal, debes tener tu propia voz y tomar tus propias decisiones.
—¿Y qué quieres que haga? —replicó Louise con los ojos llenos de lágrimas—. Él tiene el poder de todo y me puede quitar a Pablo.
—Eso está por ver. ¿Acaso has consultado tu situación con un abogado?
—No.
—Pues ven a mi casa y consúltale a Björn.Estoy convencida de que él sabrá asesorarte y, así,podrás tomar tu propia decisión sin miedo.
—No puedo.
—¿Por qué no puedes?
A Louise le corrían las lágrimas por las mejillas cuando respondió:
—Porque Björn es uno de ellos.
Noqueada, Mel la corrigió:
—No, Louise, no. En eso te equivocas. Björn quiere trabajar en ese bufete, pero no es uno de ellos. Y, cuando se entere de esto, te aseguro que...
—No se puede enterar.
—Louise, Björn es un abogado íntegro que...
—¡Mel, convéncete! —gritó ella—. Todo el que entra en ese bufete se corrompe. Johan también era un abogado íntegro hasta que dejó de serlo, ni te imaginas los documentos fraudulentos que he visto en su ordenador. Si yo pudiera, si yo supiera,te juro que... —Hizo una pausa y terminó—: Pero no puedo. No puedo...
—Louise, no te dejes..., no permitas que...
Entonces ella, levantándose sin mirarla,agregó:
—Sé que no hago bien, pero por mi hijo haré lo que sea. Y, si para Pablo es bueno que yo continúe con su padre y acepte este tipo de vida, lo haré. No quiero separarme de mi hijo y, si lo hago del padre, sé que éste, respaldado por el bufete,
me lo va a quitar. Y ahora, por favor, vete y no vuelvas. Si Johan se entera de que has estado aquí, tendré problemas.
—Pero, Louise...
—No, Mel, ¡vete!
Cuando salió de la casa, la exteniente estaba completamente desmoralizada. ¿Cómo era posible que Louise se dejara vencer así por aquel imbécil?
Miró su móvil. Lena seguía sin responderle a
los whatsaps que le había enviado.
Ofuscada, se montó en su coche y murmuró:
—Pero ¿dónde te estás metiendo, Björn?...
Luego, tras arrancar el motor, se dirigió a Müller. Tenía que hablar con Lena.


24


Cuando Len se despertó tras pasar una noche horrible, Yulia ya se había marchado a la oficina.
¿Por qué no la había esperado?
Con paciencia, se duchó y, sin ánimos de hacer nada, salió de casa tras ver a los niños. Flyn ni siquiera la miró, y ella decidió dejarlo estar. No tenía el cuerpo para nuevas discusiones.
En cuanto llegó al parking de la oficina, se encontró a Mel junto a la verja de entrada.
Sorprendida por verla allí, abrió la puerta del coche y su amiga subió.

—Pero ¿tú no miras los mensajes? —le soltó.
Con la cabeza como un bombo, Lena se disponía a contestar, cuando ella añadió:
—¿Qué te ocurre?
Los ojos se le llenaron de lágrimas y, al verla,Mel murmuró:
—Vaya mañanita que llevo hoy. —Y, sin dejar de mirarla, añadió—: Ni se te ocurra entrar en el parking. Tú te vienes conmigo a tomarte un café.
Len negó con la cabeza.
—No puedo. Tengo mucho trabajo.
—Que le den morcilla al trabajo. Eres la mujer del jefe y, si llegas tarde, ¡que tengan huevos de despedirte!

Por primera vez en lo que iba de mañana,Lena sonrió y, tras dar marcha atrás, se encaminó hacia una cafetería que estuviera algo alejada de Müller. No quería que nadie la viera.
Diez minutos después, cuando estacionó y salió del coche, Mel y ella caminaron hasta una terraza cerrada de una cafetería y, tras pedirle al camarero un par de cafés y una jarra de agua, Mel miró a su amiga y preguntó:

—Vamos a ver: ¿qué te ocurre?

Al oír eso, Lena se derrumbó. Le contó a Mel lo que ocurría con Flyn, lo que ocurría con Yulia y lo que ocurría con Ginebra, y le hizo saber lo mucho que necesitaba ver a su padre. Mel la escuchó con paciencia, la consoló, la animó y,cuando vio que su amiga dejaba de llorar, señaló:
—En lo referente a Flyn, siento que le dieras esa torta que un día yo te propuse pero, sin duda,lo quiera ver Yulia o no, se la merecía. Si le permitís ese comportamiento, se convertirá en un monstruo y, por supuesto, no tengo que decirte que,si te habla mal a ti y Yulia no pone freno, el guantazo se lo merecen los dos.
—Yulia no sabe muchas cosas. Me las callo para...
—Muy mal, Len, muy mal. Debes contarle todo lo que ocurre.
Lena suspiró, sabía que su amiga tenía razón.
—Te juro, Mel, que a veces los Volkov pueden conmigo, y ayer fue una de esas veces. Los quiero. Los adoro, pero en ocasiones los mandaría a paseo con sumo gusto por imbéciles, por engreídos y por pretenciosos. Sé que no obré bien dándole un bofetón a Flyn, pero ellos tampoco obraron bien, y lo saben. Sin embargo, son tan orgullosos que son incapaces de reconocerlo y pedir disculpas.
Mel asintió. Sin lugar a dudas, ella también los conocía y sabía muy bien sus defectos y sus virtudes.
—En cuanto a Ginebra —prosiguió—, siento en el alma lo que me dices. Debe de ser horrible tener la sensación de que el tiempo se agota; yo no querría nunca verme en su lugar.
—Si te soy sincera, Mel, y por muy feo que quede decirlo, ella es lo que menos me importa ahora mismo. Estoy tan enfadada con Yulia y con Flyn, que no sé ni para adónde tirar.
—Y en referencia a tu padre y la Feria de Kazán, si yo fuera tú, me iba. ¿Que Yulia no quiere ir?, ¡que no vaya! Pero no dejes de hacer lo que tú quieres para hacer lo que ella quiere. Al fin y al cabo, ella...
—Pero si ella me dice que me vaya. En este caso soy yo la que quiere que ella venga por el simple hecho de que deseo que mi padre disfrute de la feria con nosotras, como mi suegra disfruta de la Oktoberfest. Ambas se merecen que las
acompañemos, y me enfada mucho que Yulia no se dé cuenta de ello.
—Pero, Len, escucha..., si tiene mucho trabajo es normal que...
—¡Me importa una mierda su trabajo! —saltó Len como un resorte—. Entiendo que deba estar pendiente de la puñetera empresa, pero yo sólo le pido una semana al año para ir a mi tierra, sólo le pido eso, y si no me da el gusto es porque no le da
la gana. Joder..., ¡es el jefe! Y, como jefe, puede hacer cosas que el resto de los currantes no se pueden permitir. Y si te digo esto es porque lo sé.
Porque lo hizo cuando me conquistó, y porque no sé por qué narices esta vez está tan cerrado a ir a Kazán. Pero, claro..., si ya no cena conmigo muchas noches porque se queda en el trabajo, ¿cómo se va a venir conmigo de viaje unos días? —Y, dando un golpe en la mesa, prosiguió—: Hay tiempo para lo que ella quiere. Mira cómo para ir a México al bautizo de los hijos de Dexter ha hecho un hueco.
Pero ¿es que se cree que soy gilipollas y no me doy cuenta? Está más que claro que ella no se divierte mucho en la feria. No le gusta vestirse con la ropa tradicional, odia ponerse el sombrero, y enferma como alguien diga que se anime a bailar. Pero, joder, en ocasiones yo también voy a cenas de empresa que no me gustan y en las que me aburro como una ostra y me callo porque sé que son importantes para ella.
—Len..., Yuliate quiere.
—Eso lo sé. Sé que me quiere, como ella sabe que yo la adoro, pero no sé si es porque ya sabe que me tiene segura o porque me ve muy enamorada de ella, que se está confiando y está dejando de hacer las cosas que antes hacía. Y,vale, entiendo que dirigir una empresa es complicado, pero yo quiero vivir y ser feliz, y
quiero que ella también lo sea. Si algo odiaba de su padre era que la dejó todo por la empresa, y no quiero que le pase a ella lo mismo.
En ese instante, a Lena le sonó el teléfono. Al ver que se trataba de Yulia, se lo enseñó a su amiga y ésta dijo:
—Cógelo, estará preocupada.
Len suspiró. Conocía a su esposa y, sin ganas,contestó:
—Dime, Yulia.
—¿Dónde estás? Te he llamado y me han dicho que no habías llegado. He llamado a casa y Simona me ha dicho que habías salido ya; ¿se puede saber dónde te has metido?
Su voz, la exigencia en su tono cuando necesitaba sentir su cariño, hizo que Lena cogiera el móvil y lo sumergiera dentro de la jarra con agua para no estamparlo contra el suelo.
Al ver aquello, su amiga pestañeó y,sorprendida al tiempo que divertida, preguntó:
—Pero, marichocha, ¿qué has hecho?
Lena sonrió y, tras recogerse la melena en una coleta alta, replicó:
—Ahogar el teléfono para no ahogar a Yulia.
—Joder, Len, que es un iPhone 6.
Según dijo eso, las dos comenzaron a reír a carcajadas. Quien las viera pensaría que estaban locas de remate: tan pronto lloraban como reían.
Cuando se tranquilizaron, Mel dijo:
—Ahora lo tendrás desesperada. No tiene cómo localizarte.
—¡Que se joda! No tengo ganas de hablar con ella.

E, intentando dejar de pensar en Yulia y en ella y en todos los problemas que la rodeaban, Lena miró a su amiga y preguntó:

—¿Y tú qué hacías esperándome en Müller? ¿Ha ocurrido algo?
Como un resorte, y omitiendo el verdadero motivo, Mel le contó lo sucedido aquella mañana en la puerta del colegio de Sami y su posterior visita a casa de Louise. Lena parpadeaba,alucinada por lo que estaba oyendo. Una vez su amiga terminó, Len la miró y murmuró:
—Y a ese Johan ¿no le has dado una patada donde más duele?
—No —dijo Mel sonriendo.
—Pero ¿dónde se está metiendo Björn? —insistió Lena.
Mel resopló. Su amiga acababa de hacerle la misma pregunta que ella se hacía a sí misma.
—Supuestamente, en el bufete de abogados más famoso y reputado de Múnich —dijo—. Pero,cada vez que hablo con Louise, tengo la sensación de que en realidad se está metiendo en una secta.
—Debes hablar con Björn.
—Lo haré. Claro que lo haré. —Y, queriendo ver un rayo de sol en una mañana tan plagada de problemas, Mel añadió—: Ahora escúchame.Obviando tus problemas y los míos, el verdadero motivo de mis mensajes y el hecho de que haya ido a buscarte al trabajo era para preguntarte si Yulia y tú nos acompañarían el dieciocho de abril a Björn y a mí a Las Vegas para hacer la locura del siglo...
Por fin, Mel había accedido a las peticiones de su buen amigo, y Lena, olvidándose de todos los problemas, la abrazó emocionada y murmuró:
—Por supuesto. Eso ni lo dudes; ¡enhorabuena!
Las lágrimas acudieron de nuevo a sus ojos y las dos sonrieron emocionadas. Mel, que estaba en una nube, le contó lo sucedido la noche anterior.
Sin lugar a dudas, había sido una preciosa petición de matrimonio.
Una hora después, desde el teléfono de Mel,Lena llamó a la oficina para hablar con Mika y, al ver que su ausencia no descabalaba nada, decidió olvidarse de Müller y se marchó con Mel a pasar el día, sin imaginar que su esposa estaba removiendo cielo y tierra para encontrarla. Sin embargo, a media mañana sonó el teléfono de Mel.
—Oh..., oh... —dijo ésta al ver que era Yulia quien llamaba—. Houston, tenemos un problema.
Al ver en la pantalla el nombre de su esposa,Lena lo cogió.
—¿Qué quieres? —dijo.
Yulia, que estaba en la oficina, se llevó las manos a los ojos al oír su voz e, intentando contener la furia que sentía, preguntó:
—Lena, ¿dónde estás?
Envalentonada por la distancia, ella respondió:
—Como ves, estoy con Mel.
En la línea se hizo entonces un silencio incómodo y, cuando Len no pudo soportarlo más,preguntó:
—¿Quieres algo o pretendes que sólo escuche tu respiración?
Furiosa como desde hacía tiempo que no lo estaba, Yulia dio un puñetazo sobre la mesa y gritó:
—¡Llevo toda la mañana buscándote como una loca y...!
—Mira, Yulia. Yo también sé gritar y, si sigues hablándome así, te juro que lo haré, ¿entendido?
Yulia, que había perdido completamente los papeles, continuó chillando. Entonces Len,retirándose el teléfono de la oreja, miró la jarra de agua donde todavía estaba sumergido su móvil y dijo:
—Mel, o me quitas tu teléfono ahora mismo de las manos o creo que va a seguir el mismo camino que el mío.
—Ni se te ocurra —respondió ella arrebatándoselo.
Lena sonrió por su respuesta, y Mel se puso el teléfono a la oreja y murmuró:
—Yulia..., Yulia..., soy Mel. Lena está conmigo... No..., no..., escucha..., no quiere hablar contigo. Creo... creo que... Eh... eh... eh..., ¡joder, Yulia, ¿te quieres tranquilizar?!
Len, que estaba acostumbrada a discutir con su marido, miró a su amiga y, finalmente, sonriendo,le quitó el teléfono de las manos.
—Vamos a ver, Yulia —dijo—, tienes mucho trabajo. ¿Qué tal si sigues trabajando y me dejas pasar la mañana en paz?
—Lena, te estás pasando... —siseó ella.
Ella soltó entonces una risotada que la caldeó aún más.
—Soy consciente de ello —replicó Lena—,pero permíteme decirte que tú lo llevas haciendo desde hace tiempo. Y ahora, por favor, no vuelvas a llamar, porque no quiero hablar contigo. Ya nos veremos esta noche en casa cuando regrese.
Adiósssss, guapita.
Y, dicho esto, colgó.
—Madre mía, la que te espera esta noche cuando vuelvas — susurró Mel mirando a su amiga fijamente.
Consciente de ello, Lena asintió y se encogió de hombros.
—Tranquila —dijo—. Sobreviviré.
Diez minutos después, Björn llamó a su futura mujer e intentó sonsacarle dónde estaban, pero al final terminó diciendo:
—Vale..., vale..., Parker, yo recojo a Sami del cole. ¿Vas a llegar muy tarde?
Mel miró entonces a su amiga y respondió:
—Cariño..., me voy a ir con Lena a celebrar nuestro compromiso. Entiéndelo, es la única amiga... amiga que tengo aquí.
Björn suspiró. Se fiaba totalmente de su chica,pero saber que Lena no estaba bien y que iban a celebrar el compromiso lo hizo insistir:
—Cariño..., entiéndeme, me ha llamado Yulia,está preocupada por Len.
—Lo entiendo, Björn, pero es que Len no quiere hablar con ella ahora, entiéndeme tú a mí. Y,lo siento, te quiero con toda mi alma, pero no voy a decirte ni dónde estamos ni adónde nos vamos a ir a celebrarlo.
—Mel, no seas cabezona.
—Björn, no seas pesadito.
Al ver que el tono de la conversación comenzaba a variar, Lena le quitó el teléfono a su amiga.
—Björn —le dijo—, como se te ocurra discutir con Mel por la gilipollas de tu amiga, te juro que no te lo voy a perdonar. Y, antes de que digas nada más, déjame decirte: ¡enhorabuena! Mel ya me ha contado lo de la boda y estoy muy feliz por ustedes.
El alemán sonrió. Todavía no se creía que su novia hubiera hecho lo que hizo la noche anterior y, mirándose el dedo, que ya no tenía chocolate,respondió:
—Gracias, Len, te aseguro que lo celebraremos otro día todos juntos. Pero ahora,
por favor, ¿por qué no me dices dónde estás, para que, así, Yulia y tú puedan encontrarse para hablar...?
—Es que no quiero hablar con ella.
—Lena..., no seas cabezota.
—Björn..., te voy a mandar a la mierda.
De pronto, Mel le quitó el teléfono de las manos y, metiéndolo en la jarra de agua donde estaba aún sumergido el de Lena, sentenció:
—Se acabó.
—¡Mel! ¡Tu móvil! Y tus contactos...
Al darse cuenta de ello, Mel resopló, pero como no quería darle más importancia, replicó:
—Mira..., así aprovecho y le saco un iPhone 6 a James Bond. —Ambas soltaron una risotada, y luego Mel añadió—: Hoy es nuestro día de chicas.Hoy no somos madres, ni esposas, ni novias de nadie, y no vamos a permitir que nadie nos lo
amargue.
De nuevo, las risas tomaron el lugar, y los camareros, que las observaban, se miraron entre sí. Sin lugar a dudas, las mujeres estaban cada día más locas.
Cuando dejaron la cafetería, decidieron irse de compras. Comprar siempre era una buena terapia.
Una vez salieron del centro comercial, fueron a comer y luego se acercaron a un spa que ninguna de las dos conocía. Sorprendidas, vieron que era más grande de lo que pensaban, y se sumergieron en todos los tipos de piscinas que allí había
mientras reían y hacían carreras en los chorros a contracorriente.
Finalmente, agotadas, se decidieron por un increíble masaje polinesio. Se lo merecían.
Cuando salieron del spa, tras dejar las bolsas con las cosas que habían comprado en el coche, se fueron a cenar a un restaurante al que no habían ido nunca. Si iban a alguno conocido, seguramente Yulia o Björn las localizarían.
Nada más entrar en la pequeña pizzería italiana, unos hombres comenzaron a tirarles los tejos. Ellas sonrieron pero no les hicieron ni caso:lo que las esperaba en casa era infinitamente mejor que aquello.
Una vez salieron del restaurante eran las diez de la noche, y paseaban del brazo por el Múnich antiguo cuando Lena dijo:
—Yo iría al Guantanamera, pero temo que Yulia me busque allí.
De pronto, al cruzar una calle, una música con ritmo llamó su atención.
Entraron en el local de donde provenía la pegadiza canción y enseguida se dieron cuenta de que era un bar brasileño, donde sin dudarlo pidieron unas caipiriñas.
—¡Madre mía, Mel! Hay que controlarse con esta bebida, que con dos llegamos a rastras a casa cantando Rusia, patria querida.
Al oír a su amiga, Mel soltó una risotada y,mirándola, exclamó:
—¡Viva Rusia!

Segundos después, dos hombres, tan anchos como dos armarios empotrados, se pusieron a su lado y las invitaron a bailar. Sin embargo, ellas se negaron y se los quitaron de encima. Lo último que querían era tener problemas con aquellos
grandullones.
Mientras bebían sus ricas caipiriñas,observaron cómo bailaba la gente. Tenían un ritmo alucinante. Entre risas, ellas intentaron mover el trasero como lo hacían las brasileñas que había en el local, pero les resultaba materialmente imposible. Aquéllas tenían un arte ¡que no se podía aguantar!
De pronto, la música se interrumpió, la gente se retiró de la pista y una pareja formada por un hombre y una mujer quedaron solos en el centro.
Todos los presentes empezaron a aplaudir, y Mel y Len también. Instantes después, la pareja comenzó a bailar de una manera increíble. La mujer tenía un
ritmazo alucinante, pero el hombre..., ¡oh, Dios,cómo se movía!
La gente daba palmas cada vez que hacían algún movimiento asombroso, cuando de pronto la luz le dio al hombre en la cara y Lena, estirándose,murmuró:
—Mel. No te lo vas a creer.
—¿El qué?
Parpadeando para ver con más claridad, Lena asintió.
—El morenazo que baila en la pista es Dennis.
—¿Dennis? ¿Qué Dennis?
—Dennis, el amigo de Olaf, del Sensations.
Ese morenazo brasileño que...
—¡No jorobes! ¿Es él?
Lena asintió.
—A menos que la caipiriña me haga ver lo que no es, ese tío que baila que quita el sentido es él.
Las chicas lo observaron boquiabiertas mientras él bailaba con una sensualidad
impresionante y, cuando la canción acabó, todo el mundo aplaudió a rabiar.
Una vez finalizada la demostración, se enteraron de que la pareja eran profesores de baile, y de que darían una clase allí mismo. Ni cortas ni perezosas, Mel y Lena fueron para allá a aprender junto con otros que había en la sala.
Durante media hora, la clase continuó y,cuando de pronto Dennis se paró frente a la joven pelirroja, preguntó:
—Lena, ¿eres tú?
Acalorada por seguir el ritmo que aquéllos marcaban, la aludida lo miró y, al verse
reconocida, murmuró con cara de tonta:
—Síiii.
—¡Y yo soy Mel!
Entonces él las cogió de la mano y, alejándolas del grupo, preguntó:
—¿Han venido solas?
—Sí —dijeron las dos riendo.
Dennis las miró con incredulidad. Aquel barrio no era uno de los mejores de Múnich; al revés, era bastante conflictivo. No conocía bien a aquellas mujeres, a pesar de haber disfrutado de momentos morbosos con una de ellas, pero sí
había oído hablar a su amigo Olaf acerca de cómo Yulia y Björn las protegían, y él mismo lo había presenciado en el Sensations.
—¿Qué están haciendo aquí? —preguntó.
—Estamos celebrando la despedida de soltera de Mel —respondió Lena acalorada y, todavía sorprendida, preguntó a su vez—: ¿Y tú qué haces aquí?
Al ver que estaban algo contentas, aunque sin llegar a estar borrachas, Dennis explicó:
—Soy profesor de forró y...
—¿Forró? ¿Qué es eso?
Entendiendo que las chicas no conocieran aquello, se sentó con ellas a tomar algo mientras la música brasileña comenzaba de nuevo a sonar.
—Un estilo de baile de Brasil como el que acaban de ver —explicó.
—Ahhh, es verdad, que tú eras brasileño —se mofó Mel.
—Oh, sí..., ya sabes, bossa nova, samba,capoeira, caipiriña — se mofó él mirando a Lena.
—¿Trabajas en esto? —preguntó ella sonriendo.
El morenazo sonrió a su vez.
—Los jueves por la noche suelo venir a esta sala a dar clases de forró, pero también tengo otro trabajo por las mañanas que no tiene nada que ver con esto.
—No había oído eso del forró hasta hoy; ¿y tú, Mel? —Su amiga negó con la cabeza y Lena añadió—: ¿Nos enseñas a perfeccionarlo?
Dennis sonrió. Estaba claro que aquéllas querían divertirse y, mirándolas, asintió.
—Por supuesto. Sólo hay que tener sentido del ritmo.
A partir de ese momento, Dennis les presentó a varios amigos y compañeros, y la noche de las chicas se volvió loca y divertida. Nadie se propasó con ellas y, tres horas después, Lena bailaba con Dennis con gracia y soltura.
—Tienes mucho ritmo, Lena—le dijo él entonces.
Ella, acalorada y sedienta, sonrió, miró a Mel,que se arrancaba con otro bailecito con otro tipo, y dijo:
—Me muero de sed, ¿vamos a la barra?
Una vez allí, Dennis pidió dos coca-colas con hielo.
—¿A Yulia no le importa que estés aquí sin ella?—dijo entregándole la suya a Lena.
Ella sonrió y, mirándolo, preguntó:
—¿Qué hora es?
—La una y diez de la madrugada.
Lena habló de nuevo.
—A estas horas, Yulia debe de estar que echa humo por no saber dónde estoy —contestó.
—Ya me parecía a mí... —dijo riendo Dennis.
—Ya te parecía, ¿qué? —preguntó Lena.
Dennis dio un trago a su bebida y señaló:
—No conozco a tu esposa y apenas te conozco a ti, pero Yulia me pareció una mujer posesiva,como lo soy yo, en todo lo referente a su mujer, a pesar de sus juegos en el Sensations.
Cuando mencionó el local, ella suspiró. Lo que daría ella por estar en aquel instante jugando con su esposa en el Sensations. Pero, sin querer darle más importancia al tema, replicó:
—Tienes razón. Yulia es tremendamente posesiva, pero hoy estoy cabreada con ella y sólo quiero pasarlo bien con mi amiga.
Al oír su respuesta, Dennis decidió dar por finalizada la conversación y, cogiéndola de la mano, dijo:
—Pues entonces, preciosa, ¡vamos a pasarlo bien!

Esa noche, tras pasar horas y horas bailando diferentes tipos de música brasileña, las dos jóvenes decidieron dar la fiesta por concluida a las cuatro de la madrugada. Dennis se empeñó en acompañarlas hasta el coche, pero ellas no se lo permitieron. No necesitaban un guardaespaldas.
Cinco minutos después, caminaban por una oscura calle de Múnich cuando un vehículo se detuvo a su lado y oyeron una voz que decía:

—Perdonen, señoritas.
Las dos se pararon y, al agacharse para ver quién hablaba, se encontraron con un desconocido que les preguntó:
—¿Cuánto?
Las chicas se miraron y Mel preguntó a su vez divertida:
—¿Cuánto, el qué?
El hombre, con una encantadora sonrisa, se sacó la cartera y, enseñándosela, insistió:
—Cien para cada una si me acompañan durante una hora.
Las dos amigas intercambiaron una mirada.
—Lo siento, guapo —replicó Len divertida—,pero tengo que comprarme un iPhone 6 y con cien no tengo ni para empezar.
—Ciento cincuenta —insistió él.
—¡Venga ya! Que no..., que nosotras valemos mucho más. Pero ¿tú has visto qué pibones? ¡Sube la oferta, hombre! —dijo Mel riendo.
—Trescientos cincuenta por las dos —insistió
aquél.
Ese comentario las hizo reír, y Lena cuchicheó:
—Qué oferta tan tentadora; ¿aceptamos?
De pronto aparecieron dos vehículos de policía con las luces azules encendidas y el tipo del coche, bajándose del mismo, les enseñó una placa.
—Muy bien, guapitas —dijo—. Quedán detenidas por prostitución.
Ellas se miraron boquiabiertas pero, antes de que pudieran moverse, unos polis las esposaron y las metieron en los coches sin atender a sus protestas.
Al llegar a la comisaría, seguían discutiendo con los policías cuando oyeron una voz conocida que preguntaba:
—Pero ¿qué están haciendo ustedes aquí?

Al mirar al agente que los observaba desde el otro lado del mostrador de la comisaría, vieron que se trataba de Olaf, el amigo del Sensations.
Las dos chicas se apresuraron entonces a contarle lo ocurrido y éste, enfadado, comenzó a discutir con sus compañeros por el error. Pero el policía que las había detenido no quiso entrar en razón, y las llevó hasta uno de los calabozos. Mel
le pidió a Olaf que llamara a Björn. Lena no abrió la boca. Sin duda, cuando Yulia se enterara de dónde estaba, liaría una muy gorda.
Cuando estaban en el calabozo rodeadas por otras mujeres, un tipo se acercó hasta los barrotes.

—Pero ¿qué ven mis ojos? —exclamó—. La novia de Björn Hoffmann... —Y, riendo, cuchicheó—: ¿Sabe tu novio a qué te dedicas por las noches?
Al ver a Johan, el marido de Louise y socio de Gilbert Heine, Mel siseó, incapaz de callarse:
—Vete a la mierda.
Él le guiñó entonces un ojo con superioridad y, sin moverse, afirmó:
—Ten cuidado con lo que dices o, además de estar detenida por prostitución, podría añadir alguna cosita más. —Y, bajando la voz, cuchicheó—: Te dije que te alejaras de Louise, ¿lo recuerdas?
Lena agarró a Mel de la mano para que callara y, cuando aquél se marchó, preguntó:
—Pero ¿quién es ése?
—El marido de Louise —respondió Mel enfadada.
Una hora después, tras haber confraternizado con otras detenidas, un policía llegó y dijo abriendo la celda:
—Melania Parker y Elena Katina, vamos, han pagado sus fianzas.
Las chicas se miraron: había llegado la caballería.
—Ni una palabra del marido de Louise —dijo Mel.
—Pero, Mel, Björn debería saber que...
—Ni una palabra, Len.
—Vale..., vale —replicó su amiga, que no tenía ganas de discutir. Bastante le esperaba.
Cuando salieron y vieron a Yulia y a Björn mirándolas con gesto oscuro junto a Olaf, Lena murmuró:
—Joderrr...
—Eso digo yo: ¡joder! —afirmó Mel.
Una vez Olaf les entregó sus pertenencias, Mel miró a Björn y, con gesto serio y profesional, éste dijo firmando en un papel:
—La denuncia está anulada, ¿verdad, Olaf?
—Sí. No te preocupes por eso, Björn —replicó de pronto Johan, apareciendo en escena.
Mel y Lena lo miraron, y Björn dijo mientras le tendía la mano con una sonrisa:
—Gracias por tu ayuda, Johan.
Yulia le dio la mano forzando una sonrisa.
—Por casualidad estaba en comisaría por otra causa —explicó el abogado—. No sé cómo han podido confundir a sus mujeres con algo que no son.
Mel lo miró alucinada. Sin duda, todo aquello lo había montado aquel desgraciado para darle un toque de atención.
Sumido en su mundo, Yulia apretaba la mandíbula y, cuando no pudo más, exigió:
—¡Vámonos!
Una vez los cuatro llegaron hasta donde estaban los coches, Björn miró a Mel y gruñó:
—¿Se puede saber qué hacías por ese barrio a esas horas?
—Salíamos de tomar algo —respondió ella con aparente tranquilidad.
Lena miró a Yulia. Esperaba que explotara de un momento a otro, pero no lo hacía. Ni siquiera la miraba.
—Pero, vamos a ver... —insistió Björn—.¿Ustedes no saben que en ese barrio es donde trabajan la mayoría de las prostitutas de Múnich?
Las jóvenes se miraron y, esforzándose por no sonreír, negaron con la cabeza. Björn y Yulia resoplaron, y esta última, que tenía un terrible dolor de cabeza, dijo:
—Vamos. Es tarde y estamos todos cansados.
Mel y Lena se besaron y se pidieron precaución con la mirada, y entonces Lena observó cómo Björn miraba con complicidad a su chica y sonreía. Sin duda, él iba a tomarse todo aquello con humor.
Yulia, por su parte, no habló. Se metió en su coche y, cuando Lena cerró la puerta y se puso el cinturón, lo miró y dijo:
—Vale. Estoy preparada. Puedes echarme la bronca.
Sin inmutarse por su comentario, la rusa arrancó el motor y condujo en silencio.
No obstante, cansada de su mutismo, Lena insistió:
—Vamos, Yulia, di algo o vas a explotar.
Pero la rusa/alemana ni la miró ni habló, y Lena suspiró y calló.

Una vez en casa, cuando la cancela se abrió,oyó los pasos rápidos de Susto y Calamar, que se acercaban. Yulia detuvo el vehículo, bajó y, de malos modos, se metió directamente en casa mientras Lena se quedaba en el interior del coche.
Ya habituada a sus enfados, salió del coche y saludó a los animales. Calamar se fue enseguida, pero Susto no se separó de ella.

—Madre mía, Susto, el cabreo que lleva la cabezona—murmuró Lena besando su largo hocico.

El animal pareció entenderla y, restregando el hocico contra el pómulo de ella, la hizo sonreír. A continuación, Lena le dio un beso para despedirse de él y entró en la casa. Dejó su bolso en la entrada y se dirigió a la cocina. Estaba sedienta.
Estaba bebiendo agua en la oscuridad cuando,de pronto, Yulia entró en la cocina, abrió el armarito donde estaban las medicinas, sacó una pastilla y se la tomó con un poco de agua. Una vez aquella hubo dejado el vaso en el fregadero, la miró
y dijo:

—No voy a discutir contigo porque estoy tan furiosa que seguramente luego me arrepentiría de lo que pudiera decir. Lo mejor es que nos vayamos a descansar.

Y, sin decir más, dio media vuelta y se marchó dejando a Lena preocupada por haber visto que se tomaba aquella pastilla.

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PIDEME LO QUE QUIERAS y yo te lo daré// Adaptación Empty Re: PIDEME LO QUE QUIERAS y yo te lo daré// Adaptación

Mensaje por VIVALENZ28 1/11/2017, 12:59 am

25

La llegada a México D. F. tres días después es un soplo de aire fresco para las dos.
Yulia y yo no hemos hablado sobre ninguno de nuestros problemas, pero ambas sabemos que están ahí y que tarde o temprano volverán a salir.
Lo único que me dijo nada más montarnos en el avión fue: «Te quiero y vamos a pasarlo bien en México». Yo lógicamente asentí. Nada me importa más que estar bien con ella y disfrutar.
Al llegar al aeropuerto, una limusina negra nos espera. Sin duda, Dexter quiere lo mejor para nosotras. Cuarenta minutos después, estamos en su casa y todos reímos cuando el orgulloso padre aparece sentado en su silla de ruedas con sus dos pequeños en brazos y Graciela a su lado.
Sami y la pequeña Yulia corretean por la estancia con la pobre Pipa detrás, mientras Hannah nos observa en brazos de su mami. ¡Milagro, mi niña no llora! ¿Estará madurando?
Tras muchos besos, abrazos y felicitaciones,todos comenzamos a hablarles en balleno a los bebés. Mel tiene a la niña y yo al niño y,complacida, me acerco su cabecita a la nariz. Me encanta cómo huelen los bebés, y sonrío cuando Dexter dice:

—Animense y tengan más bebecitos, aunque no creo que les salgan tan relindos como los míos.
Todos reímos y, cuando Mel devuelve a la bebita a los brazos de su madre, Björn la agarra por la cintura y le pregunta:
—¿Te animas?
Veo que mi amiga parpadea, lo mira y, después, buscando a su hija con la mirada, dice al verla: —Sami, ven, que papi tiene ganas de que le des besitos.
Dos segundos después, la pequeña está en brazos de su papá haciéndole monerías, y Björn babeando. ¡Hombres!
Dexter me mira y, al ver mi gesto divertido, sonríe y pregunta:
—Diosa, ¿tú no te animas?
¡Ja! Ni loca tengo yo otro bebé. No..., no..., no.
Y, cuando voy a responder, Yulia dice con una sonrisa:
—Cerramos la fábrica. Con un adolescente problemático y dos pequeñinas, ¡nos damos por satisfechas!
Yulia sonríe, realmente parece que la haya abducido el buen humor, y yo, encantada con su contestación, la agarro por la cintura y afirmo:
—Si mi esposa dice que la fábrica se cerró,¡no se hable más!

Entre risas, Graciela le indica a Pipa adónde puede llevarse a Hannah, a Sami y a la pequeña Yulia. Sin duda, el cuarto de juegos adonde van les divertirá mucho más. Los hombres pasan a un salón, y Mel y yo acompañamos a Graciela hasta una estancia pintada en amarillo. Al entrar, dos mujeres se levantan y nos quitan a los bebés de los brazos.
Graciela nos las presenta: son Cecilia y Javiera, las cuidadoras de los bebés y las que echarán una mano a Pipa con los nuestros. Una vez dejamos a los niños a cargo de ellas,acompañamos a Graciela a la cocina a por algo de beber.

—Bueno. ¿Qué tal la experiencia de ser mamá? —pregunta Mel.
—Increíble pero agotadora. Nunca pensé que pudiera existir un amor tan puro como el que siento por mis hijos. Puedo asegurarte que estos tres meses han sido los más bonitos de mi vida.
—¿Y el papá qué tal? —pregunto curiosa.
Graciela suelta una risotada.
—Loco de amor por ellos, y por mí. Nos mima, nos cuida,... todo lo que te pueda decir en referencia a él ¡es poco! —Luego baja la voz y murmura—: Y, desde que puedo volver a tener relaciones sexuales, me pone el trasero rojo todas las noches.
Las tres soltamos una risotada. Conocemos a Dexter y sabemos lo mucho que le gusta vernos con el trasero rojo cuando jugamos. Estamos hablando del tema cuando Graciela dice:
—Que sepan que nos ha comprado tres batas de seda roja y unos collares muy particulares y no para de hablar de las ganas que tiene de vernos con ello puesto.
Me río. Dexter es un loco que disfruta de la sexualidad a pesar de sus limitaciones físicas, y me gusta que sea así. Aún recuerdo cuando lo conocí en Múnich, cómo me impresionó jugar con él y con Yulia en aquella habitación de hotel.
Cuando llegamos al salón, no me sorprendo al ver a mi hermana y a su marido allí, y Anya, al verme, se levanta y corre hacia mí gritando:
—¡Cuchufleta de mis amores!
Me apresuro a abrazarla. Pero qué linda es mi loca hermana.
—¿Y los niños? —me pregunta.
—En el cuarto de juegos con Pipa y unas cuidadoras. Ya sé que Katya se ha quedado en Kazán con papá, pero ¿dónde están Lucia y Viktor?
—Con los padres de Dexter. Se adoran mutuamente.
Tras saludar a todo el mundo, Anya corre al cuarto de juegos a ver a mis hijos.
Diez minutos después, regresa encantada con una sonrisa, y yo, que la estoy mirando, digo:
—Estás más delgada.
—Y tú más gordita.
Lamadrequelaparióooooooooo..., ¿le doy un capón o no se lo doy?
Desde luego, mi hermana es la leche. Todavía no se ha dado cuenta de que decirle eso a otra mujer es sinónimo de enfado. ¡No piensa lo que dice! Entonces, al ver mi cara de póquer, añade:
—Aunque esos kilitos de más te sientan muy bien. Te luce más la cara.
¿Me luce la cara?
¡Eso..., tú arréglalo, so perraka!

Intento sonreír, mejor eso que decir lo que realmente pienso. Aunque, desde luego, no hay nada más incómodo y que te deje peor cuerpo que el hecho de que te digan que ¡estás más gordita!
Una vez Juan Alberto me ha besado y ha saludado a todo el mundo, Dexter nos presenta a unos amigos suyos, César y Martín, y nos sentamos a tomar algo.
Mi hermana, que se ha instalado a mi lado, se acerca a mí y cuchichea:

—Esta casa es preciosa y enorme, ¿verdad? —Asiento, y ella continúa—: Dexter se empeñó en que nos quedáramos aquí con ellos estos días y,así, mientras él y mi cucuruchillo trabajaban, yo he estado con Graciela y los niños. Por cierto, la habitación que nos han dejado es todo un lujo.
Vamos, ni en la revista ¡Hola! he visto una así. El baño tiene un jacuzzi impresionante.
—Lo habrás estrenado con tu cucuruchillo,¿no? —pregunto con picardía.
Anya se pone como un tomate. Es hablar de sexo y la pobre se pone nerviosita perdida. Pero entonces, acercándose a mí, cuchichea:
—Por supuesto que sí. Ofú, cuchu..., ¡qué frenesí nos entró! Yo creo que se enteró todo el edificio.
Me río, no lo puedo remediar, y Anya me da un manotazo para que me calle. Eso me hace reír aún más. Durante varios minutos me mofo de mi hermana, y ésta finalmente termina a carcajada limpia. Entonces, se pone seria de pronto.
—¿Te ha contado papá algo de la Pachuca? —pregunta.
Niego con la cabeza. La Pachuca es una buena amiga de toda la vida de Kazán a la que le tengo mucho cariño y, siempre que vamos allí, pasamos por su restaurante para comer salmorejo.
—Pues que sepas que creo que entre ella y papá hay algo... — añade mi hermana.
La miro boquiabierta y murmuro:
—¿La Pachuca y papá?
—Sí, cuchu, sí. El otro día oí al Bicharrón diciéndole a papá: «Tu hija te ha jodido el plan con la Pachuca al dejarte a la niña».
—¿En serio? —pregunto sorprendida.
—Palabrita del Niño Jesús —afirma Anya muy convencida.
Su comentario me deja loca. ¿Mi padre y la Pachuca? Pero, rápidamente, al ver que mi hermana me mira a la espera de mi reacción, le pregunto:
—¿Qué?
Anya suspira, mira alrededor al resto del grupo y cuchichea:
—¿Es que no vas a decir nada? Ay, Dios,cuchu, que papá y la Pachuca ya tienen una edad y...
—Y si se hacen compañía y están bien juntos...—la corto—, ¿dónde ves el problema?
Anya vuelve a suspirar. Se le tuerce el morrillo como siempre y, tras unos segundos en silencio, murmura:
—Yo no veo ningún problema, pero me molesta que papá no nos lo haya contado. ¿Por qué nos lo oculta?
—Pues porque a lo mejor le da apuro contárnoslo porque piensa que lo vamos a ver mal.
No sé si mi contestación la convence o no,pero Anya asiente y no dice más.
Durante un buen rato todos hablamos, hasta que suena el teléfono de Dexter y éste, tras hablar y colgar, dice:
—Era mi madre. Nos espera a todos para cenar en su casa.

Encantados, nos levantamos. Los padres de Dexter viven en el mismo edificio, cuatro plantas más abajo. Según me contó su madre, se compraron la casa allí para estar cerca de Dexter cuando él tuvo el accidente y, por lo que veo,ahora con los chiquillos ya no se van a mudar.
Antes de bajar, Mel y yo pasamos a ver a nuestros niños. Les están dando de cenar, y Pipa y una de las cuidadoras nos indican que no nos preocupemos. Ellas se encargarán de ponerles los pijamas y acostarlos. Mel y yo asentimos encantadas. Nos vendrá bien un poco de libertad en este viaje.
Cuando entramos en el piso de los padres de Dexter, éstos nos acogen como siempre, con cariño. Una vez veo a mis sobrinos, que están cenando en la cocina, regresamos al comedor,donde el grupo entero cenamos entre risas y algarabía.
Un par de horas después, volvemos al apartamento de Dexter. Pasamos a ver a los pequeños, que duermen como angelitos, y vamos a acostarnos. Estamos agotadas.
Al día siguiente, resulta divertido reunirse con todos en la cocina. Hay tantos niños como adultos,y aquello es la locura.
Por la tarde, tras un bonito paseo por un precioso parque con los críos, tras atenderlos y dejarlos con el pijama puesto con las cuidadoras,los adultos nos ponemos guapos y nos vamos a cenar a un sitio espectacular. La madre de Dexter se queda con mis sobrinos encantada, y Anya más aún. Acabada la cena, Dexter nos invita al teatro; ¡qué planazo!
Luego, todos, incluidos César y Martín, los amigos de Dexter, que han estado con nosotros toda la noche, se vienen a la casa del anfitrión a tomar unas copas. Una vez hemos comprobado que los niños duermen, regresamos al salón, donde continuamos bebiendo y bromeando.
Yulia, que no ha parado de piropearme en toda la noche, me coge de las manos cuando paso por su lado y me sienta sobre sus piernas. Adoro nuestra cercanía. La echaba de menos. Así estoy durante un buen rato, hasta que Dexter acercándose a nosotros cuchichea:

—Tengo un par de cositas para ti, para Mel y para Graciela en la habitación del placer que estoy deseando que se pongan. Por cierto, tenemos que celebrar el próximo enlace de Björn y de Mel.
Según oigo eso, con la mirada le ordeno que se calle. Mi hermana y su marido están allí, y Dexter murmura entonces divertido:
—Espero que Anya se vaya pronto a dormir.
—Yo también lo espero —afirma Yulia tocándome la rodilla.
Oír eso me hace sonreír y, como siempre, mi vagina tiembla de excitación.
Durante una hora más, todos continuamos charlando amigablemente en el salón, hasta que Juan Alberto se levanta y dice mirando a mi hermana:
—Cariño, estoy agotado. Vámonos a dormir.
A toda prisa, mi hermana se levanta y Dexter dice: —Eh, güey, ¡disfruten del jacuzzi de nuevo!
El gesto de mi hermana me hace reír, y más cuando veo que se pone roja como un tomate. Juan Alberto, que la conoce muy bien, nos guiña un ojo.
—Ahorita mismo y a su salud —dice.
Todos reímos por el comentario, y Anya,escandalizada, le da un manotazo en el hombro a su marido. Instantes después, ambos salen del salón.
Entonces, veo que los chicos se miran y rápidamente sé lo que piensan. Sus miradas y sus sonrisas los delatan. Luego, Dexter pregunta:
—¿Qué les parece a las mujeres si entramos a jugar un rato en la habitación del placer?
Yo sonrío y veo que Mel y Graciela también lo hacen y, sin necesidad de decir nada más, las tres nos levantamos. Yulia se posiciona a mi lado y, besándome en el cuello, murmura:
—Ansiosa.
—De ti y para ti, ¡siempre! —respondo caminando a su lado.
Las tres parejas, acompañados por los dos amigos de Dexter, que son de nuestro rollito y por lo que Graciela me ha contado juegan con ellos muy a menudo, nos dirigimos hacia el despacho de él. Al entrar, Mel, que nunca ha estado allí, me mira y murmura:
—Creí que íbamos a un sitio más íntimo.
Sin contestarle, le guiño el ojo y, cuando ve que Graciela pulsa un botón que hay en la librería y ésta se desplaza hacia la derecha, añade:
—Vaya..., vaya..., esto se pone interesante.
Pero en ese instante a Björn le suena el teléfono y él se apresura a cogerlo.
—Entre ustedes —dice—. Es mi padre y tengo que hablar con él.
—Me quedo contigo —afirma Mel.
Björn asiente. Entre ellos existen las mismas reglas que entre Yulia y yo, y la número uno es sexo siempre juntos en la misma habitación y en el mismo grupo.

Una vez Dexter, Graciela, Yulia, César, Martín y yo pasamos a la oscura habitación, la librería se cierra y una luz tenue y amarillenta toma el lugar.
Acto seguido, Yulia me agarra, me chupa el labio superior, después el inferior y, tras un dulce mordisquito, introduce la lengua en mi boca y me besa posesivamente.
Cuando el tórrido beso acaba, y deja claro a los hombres que allí ella y sólo ella es mi dueña, me pregunta con mimo:

—¿A qué desea jugar hoy mi pequeña?
Me gusta que se comporte así en estos momentos. Me excita. Nunca hacemos nada sin consultarnos y, tras ver cómo Martín y César nos observan, murmuro deseosa de sexo:
—Juega conmigo a lo que quieras.
—¿A lo que quiera?
Cuando observo la cruz de sado que Dexter tiene en la habitación, sonrío y añado mirando a Yulia: —Ni se te ocurra.
Mi amor sonríe, y entonces Dexter se acerca a nosotras y, entregándome un collar de cuero negro,dice: —Ponte esto, diosa.
Lo miro. Es suave y en el centro hay una argolla.
—Ya sabes que no me va el sado —replico mirándolo.
El guapo mexicano sonríe, me guiña el ojo y susurra:
—Lo sé, pero ni te imaginas la ilusión que me hace atarlas como a unas perrillas.
Yulia sonríe. Pone su mirada de malota que me enloquece y, tras colocarme el collar, me lleva hasta la mesa que hay en un lateral de la habitación, me desabrocha el vestido, me quita el sujetador y las bragas y murmura:
—Échate boca abajo sobre la mesa y estira los brazos.

Hago lo que me pide sin rechistar. Todos me miran. Los hombres me comen con la mirada. Me tiemblan las piernas de la excitación, y Yulia se aleja dejándome allí completamente expuesta.
Es increíble lo morboso que puede llegar a ser en la intimidad y lo celosa que es en la vida real cuando un hombre me desea. Sé que es complicado que la gente entienda eso, pero no me importa;nosotras lo tenemos claro y es lo que me vale. Lo que nos va en el sexo es el morbo, el placer, el juego y el disfrute para las dos.
De nuevo, durante unos segundos todos permanecemos en silencio hasta que Dexter le pide lo mismo a Graciela. Ésta se quita el vestido y me sorprendo al ver que no lleva ni sujetador ni bragas. Vaya..., vaya con Graciela, quién diría que es la tímida joven que conocí.
El silencio inunda de nuevo la habitación del placer, mientras nosotras, excitadas y expuestas a ellos, esperamos desnudas. Entonces veo que Yulia se acerca al equipo de música y ojea varios CD,me mira y finalmente pone uno.
Comienza a sonar AC/DC, y sonrío al reconocer Highway to Hell. La cañera canción suena a toda mecha en la habitación del placer, un lugar totalmente insonorizado donde nadie nos va a oír ni gritar, ni gemir, ni gozar.
Con curiosidad, miro a mi alrededor cuando veo que Dexter, que lleva un mando en la mano,aprieta un botón y la luz cambia de amarillenta a roja. En ese instante, César y Martín comienzan a desnudarse. Miro a Yulia, ella también se desnuda,pero a diferencia de los otros dos, una vez desnuda se sienta en la cama a observar. ¡Qué morbosa es, la puñetera!
Martín y César se colocan unos preservativos,y de pronto noto que algo me golpea el trasero. Me vuelvo para mirar y veo que es una fusta de cuero rojo. Sonrío cuando oigo gritar a Dexter:

—Eso es, niñas, antes de ser folladas, quiero ver esas nalguitas rojas..., muy rojas.

Graciela y yo nos miramos y sonreímos mientras Yulia, que continúa sentada en la cama,nos observa con seriedad. En momentos así, me encantaría saber qué es lo que piensa. Se lo he preguntado otras veces y siempre me responde lo mismo: dice que no piensa, que sólo disfruta de lo que ve y se excita.
Una vez siento que el trasero me arde por los suaves latigazos, Yulia baja la música y,sorprendentemente, se oyen las respiraciones aceleradas de Graciela y la mía. Ambas disfrutamos con aquello; entonces mi esposa se acerca a nosotras y dice:

—Suban las rodillas a la mesa, separenlas y sigan tumbadas.
Instintivamente, nosotras lo hacemos, y entonces veo que Dexter se coloca al lado de su mujer, le acaricia el sexo y murmura:
—Eso es, mi vida..., quiero tu panochita bien abiertita.

Acto seguido, Graciela da un grito cuando Dexter le separa las nalgas y le introduce un anillo anal. En ese instante siento las manos de mi amor en mi ano, lo toca, lo tienta y entonces soy yo la que grita de placer al notar cómo me introduce otro anillo a mí.
Las respiraciones de Graciela y la mía vuelven a acelerarse cuando Dexter se acerca y engancha unas correas a las argollas que llevamos al cuello.
Después se coloca junto a Yulia, que está frente a nosotras, y le entrega mi correa.

—Adoro a mi morboso marido —murmura Graciela en el momento en que Dexter tira de la suya. En ese instante siento que alguien se mueve detrás de mí. De reojo observo que es Martín y,cuando Yulia asiente, toca el anillo anal y lo menea mientras me da palmaditas suaves en la vagina.
¡Oh, Dios, qué placer!
Esos toquecitos secos hacen que me mueva,que no pare, y eso a los hombres les gusta, les gusta mucho.
Pasados unos minutos en los que siento mis nalgas rojas y mi vagina caliente, Martín introduce dos dedos en mi sexo y, tras ahondar en mí,comienza a masturbarme.
Boca abajo sobre la mesa como me tiene, estoy por completo a su merced, mientras aquel desconocido me masturba y maneja mi cuerpo a su antojo.
Excitada, me muerdo el labio inferior y me arqueo, cuando siento que él me saca el anillo del trasero, me agarra por la cintura, tira de mí hacia atrás y, poniéndome los pies en el suelo, me da la vuelta y murmura cerca de mi rostro:
—Si fueras comida, serías un chile por lo picante de tu mirada. —Y, acto seguido y con celeridad, me sienta en la mesa, me abre de piernas y, al ver mi tatuaje, murmura excitado—:Güey..., curioso tatuaje... «Pídeme lo que quieras»...

Yo sonrío. No veo a Yulia, pero seguro que sonríe también. Nos gusta ver la sorpresa en los rostros de la gente cuando lo leen o cuando preguntan qué pone y Yulia o yo se lo traducimos.
Los excita ese mensaje. Se sienten poderosos al pedir, y yo encantada de ofrecer placer.
Tras pasar la mano por mi tatuaje, Martín coloca la cabeza de su pene en mi húmeda entrada y se introduce en mí al tiempo que veo que César penetra a Graciela, que aún sigue tumbada sobre la mesa.
La música vuelve a sonar alta y fuerte mientras Martín entra en mí lentamente. Clava las manos en mi cintura para que no pueda moverme, pero sus empellones, cada vez más vigorosos, me sacuden.
Entonces siento unas manos fuertes que me sujetan el trasero por detrás y sé que es Yulia. Lo sé.
Echo la cabeza hacia atrás y veo que se ha subido a la mesa. Me gusta su mirada felina y excitada. Luego, da un tirón a la correa y,apretándome el trasero, murmura en mi oído:

—Eso es, mi amor, deja que entre en ti. Deja que te folle...
Acto seguido, me coge las manos, las une a mi espalda y, después, enreda la correa alrededor de ellas. Eso es nuevo, nunca me ha atado así.
—¿Te gusta? —oigo que pregunta entonces excitada.
—Sí —afirmo mientras un nuevo jadeo sale de mi boca.
—¿Te gusta cómo te folla?
—Sí... —vuelvo a asentir.

Para mí no hay nada más morboso que escuchar lo que dice mi amor en un momento caliente. El morbo no es sólo lo que hacemos, sino también su ronca voz, sus palabras, su mirada y el modo en que me sujeta. Acalorada, miro a Martín,que continúa asolando mi cuerpo y, cuando veo que va a abalanzarse sobre mi boca, digo bien alto para que me oiga:

—Mi boca sólo tiene una dueña.

Martín asiente. No somos la única pareja que se reserva los besos sólo para ellos. Entonces Yulia tira de la correa, hace que la mire y me besa.
Introduce la lengua en mi boca con tal posesividad que creo que me voy a ahogar de placer mientras Martín sigue hundiéndose en mí una y otra vez.
En ese instante, oigo que Graciela jadea tanto o más que yo. Sin duda, lo que ocurre la vuelve loca como a mí. El calor recorre mi cuerpo como una culebrilla, cuando Yulia se aparta y, tras ponerse de pie en la mesa, coloca su pene ante mí y lo introduce en mi boca. No puedo tocarla, mis manos siguen amordazadas, y eso en cierto modo me excita.
Suave. El pene de mi amor es suave, duro,dulce y excitante. Me encanta.
No sé cuánto dura aquello, sólo sé que me abandono al placer que doy y me dan. Mi cuerpo tiembla, mi sexo succiona, mi boca chupa, y yo disfruto de aquella sensación mientras llego al clímax varias veces sin pensar en nada más, hasta que Martín acelera sus acometidas y, tras un fuerte empellón, sé que el placer también le ha llegado a él.
En cuanto Martín se retira, veo que coge una botellita de agua y me la echa sobre la vagina para lavarme.
¡Oh, qué frescor!
Yulia se baja de la mesa. Sin desatarme las manos de la espalda, me tumba con exigencia y premura, coloca mis piernas sobre sus hombros y me penetra hasta el fondo para que yo vuelva a gritar.

—Sí..., así..., grita para mí —oigo cómo exige.

Nada me gusta más que ser poseída por mi amor. No poder mover las manos me está matando,aunque, al mismo tiempo, me está gustando. Ni yo misma me entiendo.
Nuestra posesión no es sólo física, sino también mental, porque sé que, cuando otro hombre o mujer está en mi interior, sólo con ver la mirada de Yulia es como si fuera ella. Ella y solamente ella me folla de mil modos, de mil maneras, como sé que soy yo la que la folla a ella.
Sin descanso, mi amor se mueve en mi interior,una y otra y otra vez. Somos insaciables en lo que al sexo se refiere. Entonces, mirando a Martín, que nos observa, murmuro:

—Sujétame para ella.

Al oír eso, Yulia sonríe. Nuestro instinto animal, ese que nos posee en momentos como éste,ya ha aflorado y, abriéndome todo lo que puedo para mi amor, me dejo penetrar mientras Martín me sostiene por los hombros para que no me mueva ni un milímetro sobre la mesa.
Fuerte..., fuerte..., fuerte y duro. Así me hace suya mi amor, y sé que yo la hago mía mientras en sus ojos observo la rabia por todo lo ocurrido entre nosotras últimamente.
Veo que se muerde el labio inferior, lo que significa que su llegada al séptimo cielo está cercana. La música se para y pueden oírse mis gritos en la habitación. Pero mis gritos no son los únicos. Cerca de nosotros, Graciela está sentada sobre Dexter, que lleva puesto un arnés con un pene a la cintura y grita como yo.

—Dime que te gusta así..., dímelo —exige Yulia con voz ronca.

Asiento..., no puedo hablar. Toda yo tiemblo mientras oigo los azotes que Dexter le da a su mujer en el trasero, y Yulia más dentro de mí no puede entrar.
Mis gritos de placer y los de Graciela resuenan en la insonorizada habitación, y eso a los hombres los pone a mil. Entonces, la puerta se abre y veo entrar a Björn y a Mel. Nos miran, en sus ojos veo las ganas que tienen de unirse al juego, de participar, pero yo en ese instante sólo quiero jugar con mi amor, con mi Yulia, con mi Volkova.
Por suerte para mí, Yulia tiene un aguante increíble. Sabe dosificarse para que el placentero instante dure cuanto deseemos y, tras correrme una vez y cuando siente que voy a correrme de nuevo, se agacha sobre mí y murmura:

—Juntas, pequeña..., juntas.

Mordiéndome el labio inferior, me proporciona un último y seco empellón que hace que el placer nos llegue simultáneamente y tengamos convulsiones como locas sobre la mesa.
Con los hombros doloridos por estar tanto rato con los brazos hacia atrás, nuestras respiraciones se acompasan, y entonces veo que César se acerca a Mel y Björn comienza a desnudarla mientras ella se coloca el collar de cuero.
Sin moverme ni separarme de mi amor,observo cómo comienza el juego entre ellos. Yulia me besa entonces en el cuello, me sienta en la mesa y, tras soltarme las manos, murmura en mi oído: —¿Todo bien, mi amor?
Dirijo mis ojos verdegrises hacia ella. Me duelen un poco los brazos pero, con una ponzoñosa sonrisa,asiento y mi amor sonríe.
Varios minutos después me entran unas irremediables ganas de ir al baño para hacer pis y,mirando a Yulia, digo poniéndome una de las batas rojas que hay sobre la cama:

—Tengo que ir al lavabo.
—¿Te acompaño?
—No, cariño, no hace falta. Enseguida vuelvo.
Cuando voy a moverme, Yulia me sujeta y,mirándome a los ojos, murmura:
—Te echaba de menos, corazón.
Yo sonrío. Sé a lo que se refiere.
—Yo también a ti, mi amor —digo sonriendo de felicidad.

La beso y, tras abrir la puerta de la librería,salgo y corro al baño.
Dos minutos después, y con la vejiga vacía, me miro al espejo y sonrío al ver el collar de cuero de Dexter en mi cuello. Dexter y sus rarezas. Tras atusarme un poco el pelo, me cierro la bata roja sobre la cintura y salgo del baño. Camino de regreso hacia el despacho y, cuando me dispongo a entrar, me doy de bruces con alguien que sale a toda prisa.
¡Mi hermana!
Al verme, Nastya me agarra de la mano y, con el gesto desencajado, murmura:

—Ay..., cuchu..., ay, cuchu..., ¡vámonos de aquí!
—¿Qué pasa? —pregunto preocupada.
—Tenemos que coger a los niños y marcharnos de aquí.
—¿Por qué? ¿Qué ocurre?
Voy a moverme cuando mi hermana se lleva la mano a la boca y murmura:
—No..., no entres en el despacho. ¡Ay,virgencita, qué depravación!

Según dice eso, sé lo que pasa, y se me pone la carne de gallina.
Joder..., joder..., joder...
Pongo un pie en el despacho y, con disimulo,miro y veo que me he dejado la puerta de la librería abierta al salir. ¡Maldita sea!
Anya tira de mí. ¡Está histérica!
Como puedo, la llevo hasta la cocina para darle un vaso de agua.
Pobrecita, mi hermana, con lo impresionable que es para estas cosas.
Tiembla. Yo me agobio y, cuando se ha terminado de beber el vaso de agua, lo deja sobre la encimera y cuchichea:

—Ay, Dios mío..., ay, Dios mío..., ¡qué fatiguita!
—Tranquila, Anya. Tranquila.
Mi hermana se da aire con la mano, está blanca como la cera y, como temo que se desmaye, la siento en una silla.
—Tenía sed —empieza a explicar entonces con voz temblona—. Vine a la cocina a por agua y, al salir, oí ruido. Fui hasta el despacho y, al entrar,yo... yo vi esa puerta abierta, me asomé y... y... Ay,cuchu, ¡vámonos de aquí!
—Anya, respira.

Pero Anya está, como decía la canción de Shakira, bruta, ciega y sordomuda, y tiembla...tiembla como una hoja del susto que tiene.
Ay, pobrecita, mi chicarrona, ¡qué mal ratito está pasando!
Voy a por otro vaso de agua, esta vez para mí.
Lo necesito. Saber que mi hermana ha visto lo que ha visto, me reseca hasta el alma.
Bebo..., bebo y bebo mientras intento pensar rápidamente en una explicación que darle cuando ella se acerca a mí y murmura:

—Yulia... Yulia estaba con esos depravados.
—Escúchame, Anya...
—No, escúchame tú a mí —insiste con la respiración entrecortada—. He... he visto algo horroroso, impúdico y guarro. Yulia estaba desnuda y mirando, mientras Mel y Graciela estaban a cuatro patas como unas perrillas... Ay, Dios... Ay,qué fatiguita, ¡no puedo ni decirlo!
—Respira, Anya..., respira.
Pero mi sorprendida hermana no atiende a razones y, levantándose, prosigue:
—Ellas llevaban unos collares de cuero negros como si fueran perros, Dexter tiraba de una correa,mientras Björn y creo que... que... César las... las...¡Ay, Dios, qué asco! —Y, tomando aire, suelta—:Estaban follando, ¡follando como conejos! ¡Todos revueltos! ¿Cómo... cómo puedes tener amigos así?

Joder..., joder..., joder, qué mal rato me está haciendo pasar a mí también.
No sé qué responderle.
Nunca me imaginé viviendo una escena así con Anya. Entonces, mi hermana se agacha en el suelo y se pone a llorar. Pero ¿por qué tiene que ser tan dramática?
Me agacho con ella con la intención de levantarla y la pobre, hecha un mar de lágrimas, murmura:

—Cuánto siento lo de Yulia, cuchu..., con lo que tú la quieres, y... y ella... —Y, cogiendo fuerzas,sisea—: Esa desgraciada es una depravada, una cochina, una cerdupeda..., una... una... —Entonces grita levantándose del suelo—: ¡Ay, virgencita de la Merced!
—¿Y ahora qué pasa, Anya?
Mi hermana levanta un brazo y, señalándome con un dedo acusador, dice con voz temblorosa:
—Tú... tú llevas otro collar de perrilla como los que llevan ellas...
Ostras, ¡el collar! Inconscientemente, me lo toco y murmuro mientras comienzo a sentir un picor en el cuello:
—Anya, escúchame.
El gesto de mi hermana ha pasado del horror a la incredulidad y, ya sin llorar, dice:
—¿Qué... qué has hecho, Elena?
—Anya...
—¡Ay, virgencita! ¿Qué te ha obligado a hacer Yulia?, porque juro que cojo un cuchillo y le rebano el pescuezo de lado a lado.
He de explicarme. Necesito decir algo antes de que saque conclusiones erróneas.
—Anya—respondo—, Yulia no me ha obligado a nada.
—¡Mientes!
Tratando de no perder los nervios, insisto:
—No, Anya, no miento. Yulia y yo disfrutamos así del sexo. Y, aunque sé que es complicado entenderlo, ni ella me obliga, ni nadie de los que están ahí dentro está obligado.
Veo que pestañea. Lo que acabo de decir la deja loca.
—¿Te va esa perversión? —murmura. Asiento acojonada y entonces ella grita—: ¡Pero ¿es que estás mal de la cabeza?!
—Anya, no chilles.
Se separa de mí. Yo intento cogerla, pero me da un manotazo. Se sienta en una silla. Sé que no entiende nada y, acomodándome junto a ella, prosigo:
—Yulia, yo y todos los que están en esa habitación no estamos mal de la cabeza, Anya, es sólo que, a la hora de disfrutar del sexo, nos gusta hacerlo con más gente y...
—¡Guarra! Eso es lo que eres, ¡una guarrindonga y una cochina! ¡Qué vergüenza! Tus niños durmiendo a pocos metros de aquí y tú zorreando como una perdida.
—Anya... —murmuro intentando entenderla.
—¿Cómo puede gustarte eso?

Entiendo su indignación.
Entiendo lo que piensa.
Entiendo que piense mil cosas de mí.
Yo también pensé todo eso la primera vez que Yulia me mostró ese mundo. Así pues, tratando de ponerme en su lugar y también de hacerle comprender, prosigo:

—Yo no lo veo como una cochinada, sino simplemente como otro modo de ver, entender y disfrutar del sexo. —Y, antes de que pueda hablar,añado—: Yulia y yo somos una pareja normal,como tú, como Björn y Mel o Dexter y Graciela pero, a la hora del sexo, nos gusta algo más.
—¿Pareja normal?
—Sí.
—Mira, guarrindonga..., eso de normal no tiene nada. Eso lo hacen los depravados y los que no están bien de la cabeza. Y tú... y tú... ¡Ofú, qué calor!
—A ver, Anya —insisto rascándome el cuello—. Tú misma me has confesado que Juan Alberto y tú disfrutan en su cama jugando con vibradores y consoladores y...
—Eso no es lo mismo, Elena...
—Lo es. Escúchame y déjame explicarme.
—No digas tonterías.
—Anya, tú y tu marido juegan como jugamos Yulia y yo. La única diferencia es que nosotras jugamos con gente de verdad y ustedes con aparatos de silicona y con su imaginación.
—Pero ¡¿qué tontería estás diciendo?! —chilla.
—No digo ninguna tontería, Anya. —A continuación, clavo la mirada en ella y pregunto—: ¿Por qué juegas con vibradores con Juan Alberto?
Mi hermana se pone roja, pero al ver que espero contestación responde:
—Porque me da la gana y me sale del potorro;¿y a ti qué te importa?
Su contestación me hace sonreír, e insisto:
—Lo haces porque te causa morbo. Que yo recuerde, me dijiste hace tiempo que tenías un consolador llamado Al Pacino y otro Kevin Costner. ¿Por qué les pusiste esos nombres?
Anya se da aire con la mano mientras yo me rasco el cuello.
—He dicho que no es lo mismo —sisea—. No intentes convencerme, ¡cochina!
Vale..., no voy a enfadarme porque me llame cochina. Anya es Anya.
—Les pusiste esos nombres a los juguetitos porque en el fondo te gustaría que fueran Al Pacino y Kevin Costner quienes estuvieran allí —insisto—, y...
—Por favor, ¡cuánta tontería tengo que oír! —grita mi hermana—. ¿Quieres dejar de decir porquerías desagradables? Que tú seas una guarrindongui no significa que yo tenga que serlo también. Ay, Elena, qué decepción, ¡qué decepción!
—¿Me consideras una guarrindongui? —Anya ni siquiera pestañea, y añado—: Pues siento mucho que pienses eso de mí.
—Cuando papá se entere...
—¡¿Qué?!
Ah, no..., eso sí que no.
En este instante, saco toda mi artillería pesada y, mirando a mi hermana, replico:
—Anya, si se te ocurre decirle algo a papá de mi vida sexual, ten por seguro dos cosas: la primera, que no volveré a hablarte en la vida, y la segunda, que él también se va a enterar de lo bien que te lo montas con Al Pacino y Kevin Costner.
Nos miramos. Ella está enfadada. Yo también.
En ese instante, Juan Alberto entra en la cocina en calzoncillos y, mirando a mi hermana, dice:
—Mi chiquita, estaba preocupado por tu tardanza. ¿Qué ocurre?
Mi hermana se levanta y huye de mi lado para refugiarse en brazos de su marido, cuando en ese momento aparece Yulia con una toalla alrededor de su cuerpo y me mira.
—Cariño, ¿qué pasa? —dice.
Al ver a Yulia de esa guisa, Anya la mira y,como una verdulera, grita:
—¡Guarra, degenerada, indecente, viciosa,corrupta, inmoral...! ¡Eso es lo que pasa!
Su marido y mi esposa se miran sorprendidos mientras yo resoplo. Me rasco el cuello y le pido a Yulia con la mirada que no diga nada. Sin duda,Anya no lo va a poner fácil y, caminando hacia ella, siseo:
—Si vuelves a insultar a mi esposa, te aseguro que...
—Pero ¿qué les pasa? —insiste Juan Alberto.
Anya se calla, no dice nada. A sabiendas de que luego se lo va a contar, me planto ante mi cuñado y explico:
—Anya acaba de descubrir que a Yulia, a mí y a algunos más de esta casa nos gusta un tipo de sexo diferente del que ustedes practican. Eso es lo que ocurre.
Yulia me mira sorprendida por lo que he dicho,y yo añado:
—Y yo le he dicho que, mientras ustedes juegan con consoladores y vaginas de silicona,nosotros jugamos con penes y vaginas de carne y hueso. ¿Dónde está el problema?
Juan Alberto abre la boca. El pobre está tan sorprendido como Yulia y, mirando a mi hermana,dice:
—Escucha, relinda...
—Vámonos de aquí. No quiero estar en esta casa corrupta llena de... de ¡inmorales!
—Anya... —susurro para pedirle calma.
—¡Vámonos! —vuelve a gritar ella.
—¿Ahora? —pregunta mi pobre cuñado.
—No, el mes que viene, ¡no te jode! —insiste Anya malhumorada.
Tras intercambiar una mirada cómplice con Yulia, que de pronto me hace presuponer más de una cosa, el mexicano murmura:
—Cariño, los niños están dormiditos en casa de mis tíos. ¿Cómo los vamos a despertar?
—Me da igual —insiste la cabezota de mi hermana—. No quiero permanecer ni un segundo más bajo el mismo techo que estos perdidos y sucios cochinos.
—Anya, como vuelvas a insultarnos, te juro que me voy a enfadar —siseo.
Yulia me coge de la mano y me sujeta. Me conoce y está viendo que al final le voy a cruzar la cara a mi hermana como siga por ese camino.
—Escucha, mi reina —dice Juan Alberto—,quizá no sea el mejor momento para decirte esto,pero antes de estar contigo yo también practiqué lo que ellos hacen.
—¡¿Qué?! —grita mi pobre Anya.
¡Toma yaaaaaaa, lo que acaba de confesar mi pobre cuñado!
—Participé en orgías —prosigue él—, y en su defensa tengo que decir que no me considero ningún corrupto ni ningún degenerado. Es sólo una clase más de sexo, tan respetable como la que tú y yo practicamos.
La boca de mi hermana se abre..., se abre y se abre y, cuando no se puede abrir más, y está claro que van a salir de ella sapos y culebras, Yulia dice:
—Juan Alberto, llévate a tu mujer a la habitación y tranquilízala.
Inmóvil, veo cómo mi cuñado agarra la mano de mi hermana y, sin decir ni una palabra más, tira de ella con gesto tosco y ambos se marchan.
El corazón se me va a salir del pecho mientras me rasco el cuello. Yulia me sujeta entonces la mano, lo mira y, quitándome el collar de cuero negro, musita:
—Cariño, te estás destrozando el cuello.
Agobiada por lo ocurrido, me refugio en sus brazos.
—Llévame a la cama —le pido—. Necesito cerrar los ojos y desconectar.


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VIVALENZ28
VIVALENZ28

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PIDEME LO QUE QUIERAS y yo te lo daré// Adaptación Empty Re: PIDEME LO QUE QUIERAS y yo te lo daré// Adaptación

Mensaje por VIVALENZ28 1/18/2017, 11:39 pm



26


A la mañana siguiente, todos saben lo ocurrido.
Todos menos los padres de Dexter; ya se encarga Juan Alberto de que Anya no abra la boca.
Mi hermana está enfadada y, por lo que veo,con su marido también.
Pobre, ¡la que le ha caído!
Mel y Graciela intentan hablar con ella, pero la cabezota de Anya se ha cerrado en banda, sólo ve en nosotros a unos degenerados y, cuando pasa por nuestro lado, en especial por el mío, me lo dice a pesar de los gruñidos de Juan Alberto.

—Joder con tu hermana —protesta Mel. Luego me lleva hasta la terraza, donde nos sentamos a tomar el sol, y añade para quitarle hierro—:Bueno, la verdad es que si mi hermana Scarlett se enterara de cómo es mi vida sexual, seguro que
reaccionaría como ella.
Graciela se nos acerca con unas copas y se sienta con nosotras.
—Deben comprenderlas —dice—. No todo el mundo entiende este tipo de prácticas sexuales.
—Lo sé —afirmo viendo a Yulia sonreír a la pequeña Hannah—, e intento ponerme en su lugar,porque ella es muy tradicional.
—Bueno..., bueno... —dice Mel riendo—. No te fíes de las tradicionales, que ésas luego son las peores y las más viciosillas.
Las tres reímos, y luego yo añado:
—No, en serio, Anya siempre ha sido muy tradicional en temas de sexo. Con su anterior marido, sé que hizo el misionero y poco más, pero con Juan Alberto estoy segura de que se ha espabilado, y más que se espabilará tras enterarse que él también participó en orgías en otra época.
De nuevo reímos. Qué brujas somos las mujeres cuando nos juntamos.
—Len —dice Graciela entonces—. Ya sé que no te va el sado, pero ¿no te gustó cómo anoche te ató Yulia las manos a la espalda y...?
—No me disgustó, pero prefiero tener las manos sueltas — respondo.
—Pero ¿no te excitó? —insiste.
Si lo pienso, claro que me excitó.
—En ocasiones —digo bajando la voz al ver a Sami correr por nuestro lado—, Yulia y yo nos atamos a nuestra cama y...
—Pero no es lo mismo, Len —vuelve a la carga Graciela—. Ayer te ató en un juego de varios y pude ver en su cara que disfrutaba con ello. Eso me sorprende. Sin lugar a dudas, le vio la cara cuando estaba detrás de mí.
—Que no —repito—. Que el sado no me va.
Que no me gusta sufrir.
—Yo no sufro..., al revés, disfruto —dice Graciela riendo.
Mel da un trago a su bebida y, después de que Pipa nos indica que se lleva a los niños a la sala de juegos, murmura:
—A mí tampoco me va.
—Pero ¿lo has probado? —pregunta Graciela.
Mel asiente y, bajando la voz, cuchichea:
—Lo probé hace años con un tipo. Pero un día,tras pasarme un buen rato atada y suspendida en el aire, decidí que no era lo mío. Aunque, bueno,reconozco que cuando he estado en la cruz sujeta sí me ha excitado y lo he pasado bien.
—¿Te excita la cruz? —pregunto.
—Sí, y a Björn también —dice sonriendo con picardía—. Creo que deberías probarlo. Estoy segura de que te gustaría.
—¡Ni loca! —resoplo—. Si accedo a eso, sin duda accederé a más cosas, y repito: ¡paso del sado! Mel y Graciela sonríen. Ambas lo han probado. Esta última cuchichea:
—Pruébalo con Yulia. Hace tiempo, Dexter me contó que los tres estuvieron en alguna fiestecita BDSM. Y, por lo que sé, se lo pasaron muy bien.
Mel y yo nos miramos. Primera noticia.
—¿Y cuándo dices que han estado en esas fiestecitas? —pregunta Mel cambiando el tono de voz.
Al ver su reacción, Graciela se apresura a responder:
—No..., no..., no es actual. Él me contó que fue hace años.
En ese momento aparece Dexter y,posicionándose junto a su mujer, pregunta:
—¿De qué hablan tres preciosas mujeres bajo el sol?
—De sado —responde Graciela.
Dexter sonríe.
—Mi vida linda, viciosa y hermosa —murmura—. Son las doce de la mañana, la casa está llena de gente y mis viejos están en el salón con nuestros bebitos. Pero, si no estuvieran,ahorita mismo te desnudaría, te ataría sobre la banqueta y jugaría un buen ratito contigo como nos gusta.
Graciela sonríe, se acerca a la silla de ruedas de su marido y lo besa.
—Ni los tacos están tan sabrosos como mi dueña —murmura Dexter.
Mel y yo nos miramos y sonreímos. Los recién estrenados papis están como atontados. Cuando el beso acaba, Dexter me mira y señala:
—Tu hermana está totalmente norteada. Si seguimos su plan, vamos a entrar en broncas. Ni te cuento, lo ha soltado todo por su boquita cuando me ha visto esta mañanita.
Asiento. Me imagino a mi hermana, mientras pienso qué puedo decirle o hacer para que respete lo que yo hago. Al fin y al cabo, se trata de respetar. Yo respeto lo que a ella le gusta, y ella debería respetar lo que a mí me gusta pero, claro,¡hazle entender eso a mi dramática hermana!
En ese instante salen a la terraza Björn y Yulia muy serios.
—¿Qué ocurre? —pregunto.
—Creo que hay un coreano alemán que se la está jugando — dice Björn.
Al oír eso, rápidamente miro a Yulia.
—¿Qué ha hecho?
Yulia se sienta a mi lado y suspira:
—Mi madre no me lo ha dicho. Pero, cuando regresemos, me temo que tendremos que hablar con cierto adolescente conflictivo.
Resoplo. No quiero ni pensar qué habrá hecho ahora e, intentando relajar a mi amor, apoyo la cabeza sobre su hombro y murmuro para hacerla reír:
—Tú y yo solas en una isla desierta seríamos tremendamente felices, ¿verdad?
Mi amor sonríe y, acercando la boca a la mía, murmura:
—Contigo, en cualquier lugar.

Esa noche, en la intimidad de nuestra habitación, Yulia me sorprende cuando me pide que me ponga el collar de cuero. Lo hago gustosa y,tras decirme que confíe en ella, me ata a la cabecera de la cama y comienza a darme órdenes que yo
acepto encantada mientras me hace el amor con exigencia.
Una vez acabamos nos reímos y, cuando me desata, pregunto mientras estamos tumbadas sobre la cama:

—¿A ti te gustaría jugar conmigo atada a una cruz? Mi amor me mira y sonríe.
—Nunca haré nada que a ti te desagrade.
Vale. Su respuesta me gusta, pero insisto.
—Pero ¿te gustaría?
De nuevo su mirada me traspasa.
¡Dios, cómo me pone esa mirada!
Sé que duda su respuesta. Sabe lo que pienso de esas cosas, pero finalmente susurra:
—Claro que me gustaría.
De pronto se levanta y, tendiéndome la mano,dice:
—Ven.
Me levanto. Me pasa una bata que me anudo a la cintura y, tras ponerse ella otra, me coge de la mano y salimos de la habitación. Veo que me lleva a la habitación del placer. Yulia pone la luz roja y cierra la puerta.
Con curiosidad, observo los artilugios que Dexter tiene allí. Sin duda, a él y a Graciela les gustan cosas que ni a mí ni a Yulia nos van.
—¿Te fías de mí? —pregunta mi amor mirándome a los ojos.
Me entra la risa. Claro que me fío de ella.
Entonces, me besa, desata el lazo de mi bata, ésta cae al suelo y yo quedo totalmente desnuda.
Excitada, me agarro a Yulia y disfruto de un increíble beso, hasta que ella me separa, me coge la mano y me lleva ante la cruz acolchada.
Yo la miro.Yulis me mira a mí y dice:
—En la cruz se pueden jugar a muchas cosas.
No sólo a lo que tú crees.
Acto seguido, me da la vuelta, me pone de espaldas a ella, sube mis manos hacia arriba y, con unas cintas que cuelgan de la cruz, comienza a atármelas.
—Yulia...
Mi amor me apacigua paseando la boca por mi cuello, lo chupa y murmura:
—Tranquila, pequeña..., tranquila.

Cuando termina de atarme las manos, se agacha y me hace separar las piernas. Con una cinta, sujeta uno de mis tobillos y luego el otro.
Una vez me tiene totalmente inmovilizada en la cruz, miro hacia atrás. Con Yulia nunca tengo miedo de nada. Entonces observo cómo se desabrocha la bata y ésta cae al suelo y ella queda tan desnuda como yo.
La luz roja, yo atada y verla detrás de mí con lo pequeña que es me intimida. Me pone la carne de gallina, pero no digo nada. Yulia nunca me haría daño. Acto seguido, la oigo moverse y, de pronto,una música estridente que no identifico comienza a sonar. Entonces, veo que Yulia coge un azotador con flecos rojos y, pasándolo por mi cuerpo, murmura:

—Cierra los ojos, pequeña.
—Yulia...
Intento moverme. La sensación de estar inmovilizada me agobia, pero ella insiste.
—Ciérralos y confía en mí.
Hago lo que me pide. Confío en ella.
De pronto siento cómo comienza a pasear el azotador por todo mi cuerpo. Es suave, increíblemente suave y, cuando me estoy acostumbrando a su suavidad, un picor en las nalgas me hace abrir los ojos y oigo que Yulia pregunta:
—¿Duele?
—No.

Mi amor sonríe y ahora siento el picor en la otra nalga.
Durante un rato, Yulia me azota con cuidado las nalgas, los muslos, las pantorrillas y las costillas.
El picor es gustoso y, cuando noto que el cuerpo entero me arde, ella suelta el látigo, posa su duro pene en la entrada de mi vagina y me penetra.
Grito.
No puedo moverme. Atada como estoy de pies y manos, me tiene totalmente dominada. Yulia, mi pequeña, aprieta el pene en mi interior y murmura:

—La cruz te inmoviliza, y te tengo totalmente a mi merced. ¿Lo notas?
Asiento..., no puedo hablar.
Apoya las manos en mi cintura y la masajea mientras me empala con lentitud. Después, sus manos van hasta mi vientre, bajan..., bajan y bajan y, cuando su dedo se coloca sobre mi clítoris y lo acaricia, Yulia susurra en mi oído:
—No me va el sado y lo sabes, pero ahora mismo me encantaría que delante de ti hubiera alguien chupando lo que toco mientras te follo.
Imagínalo. Imagínalo, pequeña, y disfruta.

Extasiada por lo que la unión de todo eso me está haciendo sentir, jadeo en el momento en que ella comienza a bombear en mi interior como un animal. Gimo. Me entrego a ella. Mi cuerpo rebota contra la cruz acolchada y noto que la sensación me gusta. Me gusta estar sometida mientras el duro y exigente pene de Yulia entra y sale de mí.
Nuestros gritos de placer nacen y mueren en la habitación, hasta que el goce nos puede y, tras una última estocada, las dos llegamos a un caliente clímax.
Acabado el loco momento, ambas permanecemos apoyadas en la cruz unos instantes; yo sobre ella, y Yulia sobre mí. Necesitamos que nuestro resuello se tranquilice, mientras la música cañera suena a nuestro alrededor.
Minutos después, Yulia sale de mí, siento cómo se agacha y, tras darme un mordisquito en la nalga derecha, me desata los tobillos para levantarse
finalmente y desligarme las manos.
Una vez liberada, me doy la vuelta, justo en el momento en que Yulia apaga la música. El silencio nos llena, nos miramos, sonrío y ella sonríe y, tras darnos un fugaz beso, mi amor me agarra por la cintura y dice mimosa:

—Esto es lo máximo que yo quiero hacer contigo en la cruz. Nunca haría nada que te pudiera incomodar ni desagradar, ¿entendido?
Asiento y sonrío. Sin duda, mi amor sabe lo que a ambas nos agrada, y eso me ha gustado.
Pasan dos días en los que por las noches,cuando los niños duermen, Yulia y yo, solas o en compañía, jugamos a todo lo que se nos antoja. A todo...
Anya sigue sin hablarme, no se acerca a mí,pero comienza a comunicarse un poco más con los demás. Sin duda, continúa enfadada conmigo, yo soy su guarrindongui hermana y, conociéndola, me va a martirizar el resto de mi vida.
Llega la fecha del bautizo y amanece un precioso día. Todos nos ponemos nuestras mejores galas y salimos en distintos coches hacia la iglesia.
Durante la homilía, Yulia tiene que salir a la calle con Hannah. Como siempre, el monstruito la está montando. Yo me quedo con la pequeña Yulia,que juega con Sami sobre el banco de la iglesia con un cochecito.
Con disimulo, observo a Anya y veo que mira al frente muy digna mientras escucha lo que dice el sacerdote. El cura habla de saber perdonar y entender, e inconscientemente sonrío. ¡Vamos, que parece que sabe lo que ha pasado!
Una vez bautizados los mellizos, todos los invitados, que somos más de cien, nos trasladamos al Club de Golf México, un lugar precioso y colorido. Nada más llegar, unos atentos camareros nos hacen pasar a uno de sus bonitos salones para
el banquete, y, todo sea dicho, me pongo morada a canapés.
¡Qué rico está todo! Y qué poco me importan ahora los cinco kilos engordados...
Pipa y las cuidadoras se llevan a los niños para darles de comer. Los pasan a un salón más chiquitito con otros niños y allí comen, juegan y duermen la siesta mientras los mayores nos sentamos tranquilamente.
Cuando acaba la comida, y los niños siguen durmiendo, nos quedamos sentados a la mesa charlando, y entonces observo que mi hermana discute al fondo del salón con Juan Alberto. Desde que ha visto lo que ha visto y él ha confesado algo de su pasado, sin duda la cosa se ha complicado.
No les quito el ojo de encima, hasta que veo que mi cuñado se da por vencido, se da la vuelta y se aleja de ella. Yulia, que también se ha dado cuenta,murmura:

—Este viajecito no lo va a olvidar en la vida,el pobre.
Asiento. Desde que mi hermana no me habla,lo paga todo con él.
Por suerte para Anya, el mexicano es tranquilo, muy tranquilo, pero también estoy
convencida de que, como se cabree y lo lleve al límite, mi hermana lo va a pasar mal.
Veo entonces que Juan Alberto se dirige al bar y, tras guiñarle el ojo a Yulia, voy a su encuentro.
Cuando llego, me siento en el taburete de al lado y,mirando al camarero, pido:
—Póngame lo mismo que él.
Mi cuñado me mira y sonríe.
—Adoro a tu hermana —dice—, la quiero más que a mi vida, pero cuando se pone tan cabezota me dan ganas de... de...
Asiento. Entiendo lo que quiere decir, y murmuro:
—Lamento mucho lo que ha pasado, y me siento responsable de sus discusiones.
El camarero deja ante nosotros dos botellitas de agua.
—Guauuuu... —exclamo divertida—, ¡veo que vas fuerte, cucuruchillo!
Juan Alberto sonríe y, mientras me sirve el agua en un bonito vaso, señala:
—El agua siempre aclara las ideas.
Eso me hace sonreír. Sin duda, mi hermana ha encontrado a un buen hombre. Cuando termina de llenar su vaso, dice:
—Yo intuía que aquella noche terminarían en la habitación del placer.
El agua se me va por otro sitio. Me ahogo. Juan Alberto se ve obligado a darme un par de palmaditas en la espalda y, en cuanto me recupero, murmuro:
—¿Por qué lo intuías?
Mi cuñado sonríe y suspira:
—Cuando me divorcié, tuve una temporada loca. Dexter me invitó a su habitación del placer varias veces con unas mocitas muy guapas y, por supuesto, acepté. Conozco a César y a Martín y sé qué clase de sexo les gusta. Además, no soy tonto:vi las miradas que intercambiaban con Yulia y con Björn la otra noche e imaginé lo que iba a ocurrir.Por eso animé a Anya para que nos fuéramos a la
cama.
—Ay, Dios...
—No te apures, preciosa —dice sonriendo con complicidad—. Disfruten del sexo a su manera, y es tan respetable como el disfrute que yo tengo con tu cabezona hermana. ¿Te imaginas si le propongo algo así a Anya?
—Te abre la cabeza —me mofo.
Ambos reímos por aquello y luego él añade:
—Pero tenías razón en lo que dijiste la otra noche. Nosotros jugamos en la intimidad como lo hacen ustedes, con la diferencia de que Yulia y tú hacen lo que les gusta porque están de acuerdo y,en mi caso, yo no lo propongo porque sé que
Anya me mataría. Por eso me conformo con jugar con aparatitos de silicona, imaginar y fantasear. Y,una vez dicho esto, siempre negaré que lo he dicho, ¿entendido, cuñada?
Sonrío. Una vez más, Juan Alberto me hace sonreír.
—¡Qué grande eres, tío, qué grande! —exclamo.
Una hora después, Yulia nos pide unos Manhattan a Mel, a Graciela y a mí. Sabe que nos gustan mucho y, mientras bebo mi cóctel y escucho cómo Björn le hace pedorretas a mi pequeña Hannah, observo a Dexter junto a mi hermana.
Están los dos solos tras las cristaleras de la zona de banquete hablando y veo que ambos gesticulan con las manos. Sin lugar a dudas, están discutiendo.
—Creo que deberías avisar a Juan Alberto —le digo entonces a Yulia.
—¿Por qué?
—Porque Dexter y mi hermana son una bomba de relojería juntos y la pueden liar muy muy muy gorda.
Yulia asiente, pero sin levantarse murmura mientras juega con la pequeña Yulia:
—Tranquila, Juan Alberto ya está pendiente de ellos.
Miro hacia el lugar donde me indica mi amor y veo a mi cuñado junto a los niños hablando con los padres de Dexter, mientras con disimulo observa a Anya.
El tiempo pasa, y Dexter y Anya siguen juntos. ¿De qué hablarán?
Me agobio. El mexicano tiene una lengua de doble filo que puede hacerle daño a mi hermana si quiere. Pero de pronto veo que se abrazan. ¡Toma ya!
Dexter y mi hermana se abrazan y Yulia murmura sonriendo:
—Como negociador, no tiene precio.
Björn sonríe y afirma viendo lo mismo que todos:
—Ya sabemos que es el mejor.
Boquiabierta, veo cómo Dexter se aleja de Anya en su silla de ruedas, se acerca hasta nosotros, me mira y dice:
—Mi diosa, cuando puedas, tu hermana quiere hablar contigo.
—¿Conmigo?
Dexter sonríe, sienta a Graciela sobre sus piernas y musita:
—Ve tranquila, mi linda, la fiera ya está aplacada.
Lo miro boquiabierta. ¿Qué le habrá dicho?
De nuevo, busco con la mirada a mi hermana y compruebo que no está donde estaba segundos antes. Rápidamente mis ojos la buscan por el salón y la encuentro junto a su marido. De la mano se lo lleva a un lado, hablan y finalmente veo que ambos sonríen y Anya lo besa.
De nuevo miro a Dexter y pregunto:
—Pero ¿qué le has dicho?
El mexicano da un trago del Manhattan de su mujer y responde:
—La verdad y sólo la verdad.
Durante varios minutos observo cómo mi hermana y su marido se hacen mimitos hasta que ella de nuevo se va sola y se sienta tras las cristaleras. Se vuelve hacia mí y me sonríe.
Entonces Yulia me acerca a ella, me da un beso y murmura:
—Ve con ella. Yo estaré pendiente de Hannah hasta que Pipa regrese con Yulia.
Me levanto con decisión, Mel me guiña un ojo y camino hacia donde está Anya. Una vez llego a su lado, ella me mira por primera vez en varios días y, con los ojos llorosos, murmura:
—Cuchu..., ¿te puedes sentar a mi lado?
Sin dudarlo lo hago. Yo, por ella, hago lo que sea.
Acto seguido, mi nerviosa hermana coge mi mano y dice:
—Sé que en ocasiones soy egoísta y más cerrá que el culo de un gorrión, pero también sé que te quiero y que no quiero seguir enfadada contigo.
—Yo tampoco contigo —respondo.
Anya asiente y, tras secarse los ojos, prosigue:
—Reconozco que, cuando vi lo que vi, me asusté. Sabes que esas cosas no van conmigo ni con mis ideas, pero... pero no debería haber dicho las burradas que dije la otra noche de Yulia y de ti.Y, antes de que digas nada, por supuesto que no te
considero una guarrindongui ni una descerebrada,y a Yulia tampoco. Creo que eres una hermana fantástica, una hija maravillosa y una tía de tus sobrinos increíble. Y, si a ti y a tu esposa les gusta ese tipo de sexo, ¡adelante! No hacen mal a nadie,
no matan a nadie, no hieren a nadie, sólo disfrutan de su sexualidad a su modo, aunque a mí me siga pareciendo una locura.
Bueno..., bueno..., bueno..., ¡si me pinchan, no sangro!
¿Quién es ésa y dónde está mi cuchu-hermana?
Durante varios minutos, Anya habla y habla,hasta que, dejándome boquiabierta, me abraza y añade:
—Yulia y tú se quieren. Son una pareja maravillosa a la que muchos envidian. Yo tengo la mejor hermana del universo y por nada del mundo voy a permitir que nuestra bonita relación se acabe porque yo no haga las cosas como tú.
La abrazo. Aisss, lo que quiero yo a mi Anya.
—Te quiero, tonta... —le digo—. Te quiero mucho y...
—Cuchu —me interrumpe balbuceando—.Dexter tiene razón. En ocasiones damos
importancia a enfados tontos sin percatarnos de que esas tonterías nos restan felicidad hasta que pasa algo realmente importante y entonces ya no hay forma de recuperar el tiempo perdido. Yo no quiero perder el tiempo contigo porque te quiero
—la cara se le descuajeringa como a un chimpancé—, eres la mejor hermana del mundo.
Sonrío. Me emociono y, abrazando a la tonta de mi hermana, afirmo:
—Yo también te quiero, te lo he dicho y te lo diré todas las veces que quieras.
—¿Aunque te haya llamado guarrilla degenerada?
Suelto una risotada.
—Por supuesto.
Mi hermana se limpia con cuidado los ojos para que no se le corra el maquillaje y cuchichea:
—Que conste que sigo escandalizándome cuando pienso en lo que haces con tu esposa, pero estoy avergonzada; ¡te llamé guarrilla! ¿Cómo pude hacerlo?
—Te lo perdono —digo y sonrío mirándola—,y te lo perdono porque sé que en la intimidad, con tu cucuruchillo, eres tan guarrilla y degenerada como yo.
Anya también sonríe y se pone roja.
—Ay, tonti, ¡no digas eso! Por cierto, tengo que decirte una cosa o reviento.
—Tú dirás —respondo dispuesta a escuchar lo que quiera.
Mi hermana me mira y, tras uno de sus suspiritos, dice:
—Como diría papá, quien juega con fuego se quema. Ten cuidado y no te quemes.
Vuelvo a reír, es imposible no hacerlo, cuando añade:
—¿Sabes? Tenías razón en algo.
—¿En qué?
Anya se acerca más y, bajando la voz,cuchichea roja como un tomate:
—En que cuando jugamos con Al Pacino o Kevin Costner, cierro los ojos y pienso en ellos.
¡Soy un zorrón!


27


El día de nuestro regreso a Alemania, en cuanto llegamos al aeropuerto y pienso en Flyn, se me abren las carnes. ¿Qué nos encontraremos cuando lleguemos?
Tras despedirnos de Mel, Sami y Björn,Norbert, que ha ido a recogernos, nos saluda y la pequeña Yulia se tira a sus brazos. Lo quiere muchísimo.
Una vez nos montamos en el coche, Norbert nos pone al día de cómo ha ido todo en nuestra ausencia, pero no habla de Flyn. Lo omite totalmente. Al llegar a casa, Simona sale a nuestro encuentro y besuquea con amor a las pequeñas mientras saluda a Pipa, que sonríe.
Entonces, el teléfono de Yulia suena y se aleja de nosotras para contestar. Veo que se mete en su despacho y yo abrazo encantada a Simona.
Hablamos durante un buen rato y, cuando Yulia sale del despacho, me mira y pregunta con gesto serio:

—¿Vamos a por Flyn?
Yo asiento y, al ver su expresión, inquiero:
—¿Ocurre algo?
Nuestros ojos se encuentran y mi amor,relajando el gesto, sonríe y me agarra por la
cintura.
—Nada importante —dice.
Las niaos se quedan en nuestra casa y Yulia y yo vamos a la de Larissa a por Flyn. Al llegar nos encontramos a mi cuñada Marta con mi suegra que nos hacen un caluroso recibimiento.
—¿Cómo estás? —pregunto mirando a Marta.
Mi cuñada sonríe y, tocándose su barriguita,responde:
—Feliz como una perdiz, nerviosa por la despedida de soltera del martes y la boda del
sábado, y asquerosamente vomitiva.
Todos sonreímos y entonces Yulia, a la que he visto mirar a nuestro alrededor, pregunta:
—¿Dónde está Flyn?
Al oír eso, Larissa pone los ojos en blanco.
—Arriba. En su habitación —responde—.Antes de que lo veas, tengo que decirte que estoy muy... muy enfadada con él.
—Yo directamente lo habría matado por lo que ha hecho —afirma Marta—. Pero, tranquilas, las aguas han vuelto a su cauce y todo está solucionado.
—Pero ¿qué ha hecho? —pregunto ansiosa.
—Ay, hija..., estos muchachos de hoy en día no tienen cabeza —murmura Larissa sentándose.
Al oír a su madre, Yulia se sienta a su lado.
Oh..., oh..., su gesto se endurece. Y, una vez nos sentamos las cuatro con gesto contrariado,finalmente explota y sisea:
—¿Me pueden decir de una santa vez qué narices ha hecho?
—Hija... —murmura Larissa.
A mí me está entrando el nervio y, cuando voy a llevarme la mano al cuello, me doy cuenta de que Yulia me observa y evito hacerlo. Ver cómo Larissa y Marta intercambian una mirada me hace presuponer que lo que ha hecho ha tenido miga.
Entonces, Marta explica:
—Mi querido sobrino y su querido hijo,para hacerse el chulito delante de su nueva
novieta, que, por cierto, no me gustó un pelo cuando la vi, creó un perfil en Facebook con el nombre de Malote Palote y tuvo la genial idea de insultar a un amigo del instituto y subir un vídeo.
—¡¿Qué?! —brama Yulia.
Yo escucho alucinada. Pero ¿cuántas cuentas de Facebook tiene el puñetero niñato? Entonces,pongo la mano sobre el brazo de mi amor y, tras pedirle tranquilidad con la mirada, pregunto horrorizada:
—¿A qué amigo le ha hecho eso?
—Josh Bluke, el hijo de...
—¿Josh, nuestro vecino? —me apresuro a preguntar.
Marta y Larissa asienten, mientras que Yulia y yo parpadeamos alucinadas.
Sin poder evitarlo, me llevo la mano a la boca.
Josh fue el primer amigo de Flyn en el colegio cuando éste comenzó a relacionarse con los niños.
Horrorizada, pienso en él. A pesar de tener la misma edad que nuestro hijo, Josh sigue siendo un crío tímido y apocado. ¿Cómo ha podido Flyn hacerle eso?
—Fíjate si es tonto —prosigue Marta, encendida— que subió a ese perfil un vídeo donde están en el baño del instituto con el pobre Josh,escupiéndole.
—¡¿Cómo?! —grita Yulia.
—¡¿Qué?! —pregunto yo.
—Sí, hijas, sí —prosigue Larissa apenada—. El crío en cuestión, al saber lo que había hecho mi tonto nieto, se lo dijo a sus padres y ellos lo denunciaron a la policía. Rastrearon la cuenta y el resto ya se lo podrán imaginar.
Mi cara es un poema. La de Yulia da más que miedito.
Mi niño, mi tonto niño, por chulear delante de su nueva novia, ha querido hacerle daño a un amigo, sin darse cuenta de que el daño se lo estaba haciendo a sí mismo.
Yulia se lleva las manos al pelo, se lo toca y sé que está nerviosa. Muy nerviosa.
Su madre, al verlo, posa una mano sobre su rodilla y murmura:
—Ya está todo solucionado, hija, no te preocupes. Marta y yo le hicimos cerrar esa cuenta de Facebook y, después, lo llevamos a casa de ese niño a que le pidiera perdón delante de sus padres.
Yo sigo bloqueada. ¿Cómo ha podido hacer Flyn algo así?
Yulia se levanta y, mirándome, dice:
—Ven. Tenemos que hablar con él.
Asiento. Me levanto a mi vez y, tras ver que Marta y Larissa nos dejan nuestro espacio, nos dirigimos hacia la habitación que el niño tiene en casa de su abuela.
Mientras subimos por la escalera, cojo la mano de Yulia y, parándola, digo:
—Por favor, respira y piensa antes de decir todo lo que quieres decirle.
Mi amor me mira. Asiente y, con un gesto extraño, musita:
—Len..., estoy tan confundida por lo que ha hecho que no sé ni qué decirle.
Durante unos segundos, las dos permanecemos calladas y cogidas de la mano, hasta que finalmente digo:
—Hagamos una cosa. Como a mí me ve como a la poli mala, sigamos haciendo que lo crea así.
—¡Pero ¿qué dices?! —protesta.
—Creo que, si te ve más receptiva que a mí,hablará contigo de cosas que seguramente conmigo no va a hablar. Piénsalo, cariño. —Mi amor lo piensa..., lo piensa y lo piensa y, cuando veo que no responde y la ansiedad se va a apoderar de mí, pregunto—: ¿Qué te parece?
—No creo que funcione, Len.
—¿Por qué?
—Porque, en cuanto le vea la cara, no sé si voy a poder contenerme de decirle todo lo que me ronda por la cabeza.
Sonrío. No es momento de sonreír, pero lo hago.
—Eso será un gran error, y lo sabes —replico—. Tu madre y Marta ya le habrán echado una buena bronca. Tú debes decirle algo también, pero en esta ocasión es mejor que sea yo la que le eche el broncazo del siglo. Hazme caso, de verdad. A
mí ya me tiene entre ceja y ceja, y...
—Es que no quiero que te tenga a ti así. ¿Por qué te va a tener entre ceja y ceja?
Miro a mi amor. Sin duda, está tan sumergida en su trabajo que todavía no se ha dado cuenta de la cruda realidad en referencia a Flyn y a mí, y asiento.
—Escúchame, amor. Creo que en este instante es mejor que te vea a ti como a una amiga en vez de como a una enemiga.
Yulia me mira..., me mira..., me mira y,finalmente, acercándome a ella, me da un beso en la punta de la nariz y susurra:
—De acuerdo.
Sonrío. Me encanta que entre en el juego. Le guiño un ojo y murmuro:
—Vamos. Tenemos que hablar con nuestro hijo. Al entrar en la habitación, Flyn está tumbado sobre la cama. Al vernos, enseguida se pone en pie y, mirándonos, dice antes de que nosotros digamos nada:
—Sé que lo que he hecho ha estado mal. Lo he pensado y me arrepiento de ello. Pero...
—Me has decepcionado, Flyn —lo corta Yulia—. Jamás me habría esperado esto de ti, y te aseguro que Josh tampoco. ¿En qué estabas pensando?
Aprieto la mano de Yulia, siento que, si no lo hago, no va a parar. Entonces se calla, me mira y yo, dando un paso al frente, digo con esa chulería rusa que no se puede aguantar:
—Increíble, Flyn... Increíble. ¿Cómo has podido hacerle eso a Josh? —Él me mira, no dice nada, y yo prosigo—: Si me llegan a decir que harías algo así nunca lo hubiera creído. Pero ¿de qué vas? ¿De chulito? ¿De castigador? ¿De Malote Palote? ¿O simplemente es que has perdido la cabeza?
—Lo siento —murmura Flyn.
Ay, pobre... Ay, que me desarma.
No obstante, sin querer caer en mi sensiblería de siempre, sacudo la cabeza y, poniéndome las manos en la cintura, sentencio:
—Mira, guapito, Josh fue el primer amigo que tuviste cuando nadie quería ser tu amigo en el colegio, ¿lo has olvidado? A él no le importó que te llamaran ¡«chino»! —grito. Yulia me mira sorprendida y yo prosigo—: Ni tampoco le importó que no tuvieras amigos. ¿Y ahora qué pasa? Ahora, cuando has cambiado del colegio al instituto, y él te necesita a su lado, te olvidas de él, te echas nuevos amiguitos y no se te ocurre otra
cosa mejor que meterte con él; pero ¿qué coño estás haciendo, Flyn?
—Len...
La voz de mi amor me hace entender que debo bajar el tono y, volviendo a mirar al crío, cuchicheo:
—No sólo vas a estar castigado el tiempo que diga tu madre, sino que ahora también vas a estar castigado eternamente por mí. —Y, moviéndome con chulería, añado—: Y, como a Elke o a alguno de tus nuevos amiguitos se les ocurra hacerle o decirle algo a Josh, te juro por mi madre que se las van a tener que ver conmigo. ¿Y sabes por qué? —El crío niega con la cabeza y yo siseo—: Porque yo, cuando quiero, quiero de verdad, y a Josh lo quiero y no voy a permitir que cuatro adolescentes maleducados a los que les falta una buena torta por parte de sus padres le hagan daño. Así pues, ya
puedes decirles a tus nuevos amiguitos que, como yo me entere de que le tosen o lo miran mal, se las van a ver conmigo, ¿entendido? Y, por supuesto,olvídate de quedar con ellos o verlos. Si tengo que ser tu sombra, lo seré, pero esas amistades se van
a acabar.
Flyn no dice nada. Sabe que es mejor mantenerse callado. Entonces, Yulia me mira, me aprieta la mano y dice:
—De acuerdo, Lena. Basta ya.
—¡Basta ya! ¡Basta ya! —grito como un polimalo—. Este mierdecilla, con la nariz llena de granos, se permite hacer lo que le ha hecho a Josh y tú sólo dices ¡basta ya!
Consciente de lo que hago, Yulia repite sin quitarme los ojos de encima:
—¡Basta ya!

Me suelto de su mano. Estoy encendida. Tengo ganas de decirle a Flyn mil cosas más, pero decido hacer caso a Yulia y serenarme. Es lo mejor, y no debo pasarme.
Flyn nos observa sin moverse, y entonces veo que Yulia se sienta en una silla y, con una tranquilidad inusual en ella, comienza a hablar con nuestro hijo. En silencio, yo también me siento y escucho todo lo que dice. Reconozco que me encanta ese lado sereno de Yulia. Mi amor es un gran poli bueno cuando se lo propone.
Flyn lo escucha con atención. Por fin veo que conecta con ella, y mis ojos se llenan de lágrimas cuando oigo que Yulia dice:

—Lo último que voy a decirte sobre este tema es que has hecho daño a un buen amigo tuyo llamado Josh. Tú no eres una mala persona, hijo,pero si no cambias, si no pones de tu parte, lo serás.
Qué verdad más verdadera acaba de decir mi esposa. Estoy por gritar ¡olé..., olé y olé! Pero no.
No debo hacerlo o todo nuestro montaje de polis buenos y malos se vendrá abajo.
Una vez acaba Yulia, Flyn asiente y me mira.
Sabe que ahora es mi turno pero, como no tengo nada mejor que decir con respecto a todo lo que ya ha dicho mi amor, lo miro y pregunto muy seria:
—¿Recuerda tu profesor la tutoría?
El crío me mira. En sus ojos veo frialdad hacia lo que digo, y entonces responde:
—Sí. Me la recordó el viernes, pero me dijo que la dejáramos para el lunes de la semana que viene
—El lunes de la semana que viene no podré ir—blasfema Yulia—. Tengo una reunión programada desde hace meses y...
—No importa, cariño. Iré yo —lo corto. Mi amor asiente, y yo, sin cambiar mi gesto, vuelvo a mirar a Flyn e indico—: Ahora recoge tus cosas,nos vamos a casa.
Acto seguido, Yulia y yo nos levantamos y, sin decir nada más, salimos de la habitación.
Cuando llegamos a la escalera, me paro y,mirando a mi amor, susurro:
—Estoy muy orgullosa de ti. Es la primera vez que te veo hablar así de tranquila con Flyn, y que sepas que lo último que has dicho me ha llegado al corazón.
Yulia cabecea, sonríe y, pasando la mano por mi cintura, me acerca a ella y cuchichea haciéndome reír:
—Gracias, poli malo, y que sepas que voy a tener que aplicarme para domar esa chulería rusa que te sale del cuerpo cuando te enfadas.

Me río. ¿Domarme a mí una rusa/alemana? Antes, las cabras vuelan.
Veinte minutos después, tras despedirnos de Marta y de Larissa, los tres nos montamos en el coche sin decir nada. El silencio es atronador y decido poner música. Instantes después, canturreo eso de «Todo el mundo va buscando ese lugar.
Looking for Paradise. Oh... Oh... Oh...Oh...».

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Mensaje por VIVALENZ28 1/26/2017, 12:33 am

28


El martes por la tarde, cuando me estoy arreglando para acudir a la despedida de soltera de Marta,dudo sobre qué ponerme. ¿Muy arreglada? ¿Muy informal? Lo último que sé es que Ginebra ha liado a mi suegra y, juntas, han organizado la cena en un restaurante que no conozco, por lo que le escribo un mensaje a mi amiga Mel:

¿Hay que arreglarse mucho para el restaurante?

Dos segundos después, mi móvil pita y leo:

Pasa del restaurante, piensa en el Guantanamera... ¡Azúcar!

Leer eso me hace sonreír, por lo que al final miro mi armario y saco un conjunto de camiseta de tirantes con chaqueta a juego con diminutas
lentejuelas y unos vaqueros oscuros. Me recojo el pelo en un moño alto y desenfadado, me pongo unas botas negras y, una vez acabo, murmuro
mirándome al espejo:
—Perfecta. ¡Arreglá pero informal!
Nada más decir eso, me río. ¡Cada día me parezco más a mi hermana Anya!
Sonriendo como una tonta, salgo de la habitación. Sin lugar a dudas, Yulia, que acaba de llegar de trabajar, me mirará con su gesto serio y no dirá nada. No quiere acudir a la cena. Se niega a ir al Guantanamera. Estoy bajando la escalera cuando de pronto oigo una voz que proviene del salón. Alucinada, aguzo el oído para identificarla mejor y, en cuanto lo hago, me paro, cierro los ojos y murmuro sorprendida al comprender que se trata de Ginebra:
—Pero ¿qué hace ésta aquí?
No me cae mal, me parece una buena mujer,pero ¿por qué tiene que creerse que es mi amiga cuando yo no lo siento así?
Sin ganas de permanecer parada en la escalera,retomo mi camino y, al entrar en el salón, me encuentro a Ginebra con su marido y mi esposa. Al
verme, ella aplaude y dice:
—Aquí estás. ¡Oh, pero qué guapa te has puesto!
—Bellísima —afirma Félix.
—Gracias —respondo con una sonrisa.
Me gustan los halagos, pero quien quiero que me los haga no ha abierto la boca. Entonces,Ginebra dice:
—Yulia, ¡tienes que venir! Van a ir los maridos y novios de las mujeres invitadas a la fiesta de despedida de soltera de tu hermana, y con ese traje
estás bien. ¿Acaso quieres que Elena esté sola? ¿O pretendes que ande quitándose a los moscones de encima cuando vean que va sin compañía?
Sorprendida por esas palabras, miro a mi amor. Ella me mira..., me mira y me mira, y finalmente dice:
—Iré.
Boquiabierta, voy a decir algo cuando Ginebra se me adelanta:
—Buena elección. Sin duda, tu mujer se ha puesto tan guapa porque quiere guerra esta noche,¿verdad?
Yulia me mira. Yo la miro y, convencida de lo que pasa por su cuadriculada cabeza, replico:
—Yo sólo quiero guerra con mi esposa,Ginebra.
Observo que mi aclaración hace sonreír a Yulia,y la aludida, consciente del tonito de mi voz,añade:
—Normal, cielo. Tonta serías si no la quisieras con una mujer como ella.
Sé que lo que ha dicho es un piropo hacia Yulia,pero me molesta. No me gusta nada que se tome esas licencias con nosotras cuando yo, particularmente yo, nunca se las he dado. Yulia, que me conoce, me mira y, dándome un beso en los labios, dice:
—¿Quieres que vaya contigo?
Como no tengo ganas de montarle un numerito delante de esos dos, afirmo:
—Claro que quiero. ¿Por qué lo dudas?
Dos segundos después, mi amor sale del salón,va a cambiarse de ropa y yo me excuso para ir a ver los niños. Cuando regreso, Yulia ya está de vuelta vestida con una camisa negra, unos pantalones vaqueros oscuros y una americana.
¡Dios..., qué guapa está!
—Los hombres y tú -refiriéndose a Yulia-cenaremos con el novio en el restaurante de un amigo —oigo decir a Félix.
Eso no le hace ni pizca de gracia a mi amor,pero no dice nada. Ya ha dicho que viene y no va a cambiar de opinión. Diez minutos después, nos
despedimos de Pipa y de Simona y los cuatro salimos de casa, nos montamos en nuestro coche y vamos hasta la casa de Björn y de Mel.
Aparcamos el vehículo, bajamos y le envío un mensaje a mi amiga para decirle que estamos allí.
Dos minutos después aparecen, y Björn, al vernos,se frota las manos y con gesto guasón murmura mirando a Yulia:
—Cenita de hombres Yulia, ¡qué ilusión!
Al oírlo, Mel sonríe como sonrío yo. Sin duda,esa cenita le apetece tan poco a Björn como a Yulia.—Reservaré un bailecito para ti en el Guantanamera —murmura Mel.
El gesto de Björn cambia. Ya no sonríe y,atrayéndola hacia sí, percibo que le dice algo al oído que sólo ellos saben y los hace reír.
Entonces, siento las finas manos de mi amor rodeándome la cintura y oigo que dice en mi oído ante la atenta mirada de Ginebra:
—Pásalo bien en la cena. Más tarde nos vemos.
Asiento. La beso y respondo:
—Ya tú sabes, mi amol, dónde estaré.
Yulia sonríe. Me vuelve loca verla así y,besándola de nuevo, afirmo:
—He reservado los mejores bailes para ti.
De nuevo vuelve a sonreír. De todos es sabido que, como mucho, Yulia mueve el cuello o el pie y,mientras le doy un último beso, veo que un taxi se
detiene para nosotras. Tras guiñarle el ojo con complicidad, me monto atrás junto a Mel mientras Ginebra, que sube delante, le da la dirección al
taxista.

Al llegar al restaurante, me sorprendo al ver la cantidad de mujeres que somos. Yo creía que iba a ser una cenita más o menos íntima, pero no, al final somos treinta y dos. Marta, mi cuñada, feliz con la fiesta, nos abraza. Está guapísima con su vestidito hippy. Me encanta el estilazo que tiene la jodía. Se ponga lo que se ponga, ¡todo le queda bien!
Incluso embarazada parece una top model. ¡Qué suerte la suya!
Larissa, mi suegra, está despendolada. Ríe,bromea, aplaude, brinda y se lo pasa bomba. Sin duda, si alguien sabe sacarle jugo a la vida, ¡ésa es
mi suegra!
Mel y yo conocemos a algunas amigas de Marta y a un par de las de Larissa, pero me doy cuenta de que Ginebra conoce a mucha más gente que yo. ¿Cómo puede ser eso?
Rápidamente me doy respuesta a mi pregunta cuando me entero de que a muchas de las amigas de mi suegra las conoce de la época en que estuvo
con Yulia, y a las amigas y compañeras de Marta las ha conocido por wasap porque ha organizado la cena junto a Larissa.
Mel me mira. Sé que piensa lo mismo que yo.
Ginebra está tomando un protagonismo incómodo junto a mi cuñada y mi suegra, pero no seré yo quien diga nada. No quiero que vayan a pensar
cosas raras.
Intento que no me afecte nada, ni siquiera cuando muchas de las mayores le dicen a Ginebra aquello de «qué bonita pareja hacían Yulia y tú».
Me callo. Es lo mejor que puedo hacer, pero Ginebra, como siempre, sale en mi defensa y dice delante de todas: «Lena y Yulia hacen mejor pareja».
Sin embargo, Mel, mi Mel, que me conoce, murmura:

—Si me pides que le tire una copa encima, ¡se la tiro!
Al oír eso, suelto una gran carcajada y,chocando mi copa con la de mi amiga, respondo:
—Tranquila. Está todo controlado.
—¿Qué tal si nos vamos al Guantanamera? —dice mi cuñada cuando ya hemos terminado de cenar—. ¡Allí nos esperan los chicos!
Todas aplauden.Todas tienen ganas de pasarlo bien y, dispuesta a pasarlo tan bien como ellas,grito:
—¡Azúcarrrrrrrrrrrrrrr!

En la calle nos espera el minibús que Marta ha alquilado y, una vez hemos montado todas en él,éste nos lleva a nuestro próximo destino.
Al entrar en el Guantanamera, mi humor cambia. Aunque Yulia no lo entienda, ese lugar es una pequeña parte de mi casa. Los amigos, el
ambiente, la música, todo eso unido me recuerda a mis buenos momentos de juerga con mis amigos en Rusia, y llegar allí me hace feliz.
Al entrar busco con la mirada a mi pelinegra, pero no la encuentro, y pronto vemos que los chicos no han llegado aún. Las treinta y dos mujeres nos
dispersamos por la discoteca y, entre risas, veo a mi suegra bailar junto a Ginebra y a sus amigas,mientras unos maduritos las jalean y ellas se
entregan al bailoteo cubano.
Estoy en la barra con Mel, Marta y alguna más cuando oigo a mis espaldas:

—No lo puedo creerrr. Cuánta mujer divina juntaaa.

Sin volverme, ya sé quién es. Se trata de Máximo, el argentino al que hace tiempo apodamos Don Torso Perfecto. Sin tardanza, nos besa encantado y nos invita a una primera ronda de chupitos, excepto a Marta, que por su embarazo se toma un zumo.
Entre risas estamos charlando cuando aparece Anita con su nuevo novio, un checoslovaco guapo... guapo a rabiar y, divertida, Mel cuchichea:

—Con lo poquita cosa que es esta muchacha y los novios tan estupendos que se echa siempre.Porque, que yo sepa, ha estado con Don Torso
Perfecto —las dos miramos al argentino, que está hablando con Marta— y luego con el portugués aquel que cantaba fados y que no era guapo, sino
¡lo siguiente!
Asiento, Mel tiene razón: Anita sabe elegir maravillosamente. Entonces, oigo una voz que dice a mi lado:
—Pero qué bello es verte por aquí..., mi reina rusa.

Al mirar, me encuentro con Reinaldo, y me tiro a sus brazos complacida. Llevo sin ir al Guantanamera al menos tres meses. Con tal de no
oír gruñir a Yulia, no voy. Pero Reinaldo es un amor. Desde que mi cuñada me lo presentó,siempre ha sido un caballero conmigo, tan caballero como Máximo. Ninguno de ellos se ha propasado lo más mínimo, aunque a Yulia le
moleste nuestra manera de bailar.

—Hey, negro, ¿tengo que ponerme celosa? —protesta mi cuñada.
Reinaldo sonríe y, cuando me suelta a mí,abraza a mi cuñada Marta, a Anita y a Mel y nos presenta a unos amigos cubanos que van con él.
Durante un rato charlamos todos animadamente y siento como si aquello fuera la ONU. Allí estamos alemanes, una americana, una rusa,cubanos, un checoslovaco y un argentino; ¿se puede pedir más?

Cuando comienza la canción La vida es un carnaval,que canta Celia Cruz, todos salimos a la pista, y mi suegra, en cuanto ve a Máximo, lo saluda con efusividad. Al ver eso, Marta y yo nos miramos y reímos. Todavía recordamos cuando aquélla nos pidió que le buscáramos un guaperas
con tabletita de chocolate para darle celos a un ex.
Máximo la agarra feliz y comienza a bailar con ella mientras todos gritamos lo que Celia Cruz nos hace gritar y levantamos las manos.
Cuando las bajamos de nuevo, Reinaldo me coge y nos marcamos uno de nuestros bailecitos.
Encantada, me doy cuenta de que no he olvidado nada de lo que con el tiempo he aprendido con ellos, especialmente con él y con Máximo. Estoy
dándome una vueltecita cuando veo a Ginebra bailando como una descosida.
Olvidándome de ella, me centro en pasarlo bien, ¡quiero pasarlo de vicio! Por lo que bailo descontroladamente hasta que, en una de mis vueltas, mis ojos chocan con unos ojazos azules y enfadados y me doy cuenta de que Yulia ya ha llegado.
Al mirar hacia Mel, la veo con Björn bailando en la pista. ¿Cuánto llevarán allí? Y, como no tengo ganas de malas caras, dejo de bailar y, tras saludar a Drew, mi futuro cuñado, me acerco a Yulia y, empinándome para que me oiga, le pregunto al oído:

—¿Bailas, mi amol?

Incómoda como siempre que está allí, ella me mira y responde:

—Ya sabes que no.

Ginebra llega en ese instante hasta nosotras.
No para de bailar. Sin duda alguna, se lo está pasando bomba.
—¿No bailan? —dice.
Yulia no responde y, cuando yo voy a decir algo, Félix la coge de una mano y se la lleva a la pista. Mi esposa los observa con gesto serio y yo sonrío.
No sé si es que soy masoquista o me falta un tornillo, pero me río en su cara y entonces ella pregunta:
—¿Qué te hace tanta gracia?
Pido un chupito al camarero, éste lo pone ante mí y, tras bebérmelo de un trago, digo:
—Si se te hubiera ocurrido salir a bailar con ella, te aseguro que habría sido lo último que habrías hecho en la vida.
Mis palabras la hacen sonreír también a ella y,al sentir que se relaja tras ese comentario, la abrazo y murmuro mimosa:
—Cariño. ¿Cuándo te vas a dar cuenta de que aquí sólo vengo a bailar con mis amigos?
—¿Y no crees que tus amigos se acercan mucho a ti para bailar?
—Por Dios, Yulia, está tu madre, tu hermana, y ¡estás tú! ¿Cómo puedes tener pensamientos tan retorcidos? —Pero, al ver que no dice nada,insisto—: Mira, guapa, si yo quisiera hacer algo tan retorcido como lo que tu horrorosa mente piensa, soy lo suficientemente lista para hacerlo y que nadie lo vea.
—Elena...
Vale..., me he pasado. Como siempre, ha salido mi lado chulo. Pero, cansada de tener que defender algo absurdo, respondo:
—Mira, cariño, el día que te des cuenta de que ellos te respetan como a mi esposa que eres, te aseguro que serás mucho más feliz. Por Dios, ¡qué
cabezona! —Y, dicho esto, me separo de ella y siseo—: ¿Sabes, simpática? Si te quisiera engañar con otro hombre o mujer, te aseguro que nunca lo haría aquí, ¿y sabes por qué? —Yulia sonríe incómoda y yo añado—: Porque esos amigos míos de los que tanto te quejas no me lo iban a permitir. Te tienen más aprecio del que tú les tienes a ellos, y la verdad, ¡no te lo mereces!
Yulia no responde. Su silencio me está sacando de mis casillas y, al ver que la miro, sólo dice:
—Si tú dices eso..., lo creeré.

Su tono escéptico me hace saber que no cree lo que digo. Y me canso. Me canso de su desconfianza siempre que voy al Guantanamera cuando, lo crea ella o no, es el sitio donde, sin ella,estoy la mar de protegida.
Estamos sin hablar varios minutos. Como siempre, ya se ha enfadado. ¡Faltaría más! Y,dispuesta a que no me jorobe la noche, la miro y siseo:

—Mira, Yulia, no deberías haber venido. No te gusta este sitio y no lo pasas bien, como yo no lo paso bien viendo tu cara de amargada, por tanto,
¿qué tal si te marchas y dejamos las dos de pasarlo mal?
—¿Quieres que me vaya?
—No. Yo quiero que te quedes y te lo pases bien conmigo. Pero lo que no quiero es que te quedes, te amargues y me amargues a mí también.

Su gesto de acero me hace saber que lo que acabo de decir ya le ha tocado definitivamente las narices. Pues que se joda, ¡con sus caritas y sus silencios ella también me las está tocando a mí!
Está claro que hay un punto en nuestras vidas donde nunca estaremos de acuerdo, y es el Guantanamera. Yulia da un paso al frente, me da un
beso en los labios y dice:

—Te veré cuando regreses a casa.

Y, sin más, mi pelinegra, dura y fría rusa/alemana se da la vuelta y se encamina hacia la puerta. Björn, que no está lejos de nosotras, al ver aquello me mira y yo le hago un gesto con las manos para que sepa que Yulia se va. Björn va tras ella y yo decido no pensar en ello.
Mel se acerca entonces a mí.

—¿Qué ha ocurrido?
Molesta, suspiro.
—Lo de siempre, Mel. A Yulia no le gusta este lugar ni las compañías.
—Tu esposa es tonta.
—Yo diría más bien ¡gilipollas! —digo sonriendo y mirando a mi amiga.
Un par de minutos después, mientras estoy despotricando contra mi pelinegra rusa/alemana, Björn se acerca a nosotras y dice:
—Me voy con Yulia. —Luego besa a Mel y murmura—: Y ustedes portense bien y no hagan que tenga que ir de nuevo a sacarlas del calabozo.
Sonreímos inevitablemente al oír eso, y Mel añade:
—Me portaré tan bien como te portarías tú.
Entonces Björn levanta las cejas y ella protesta:
—Oh, por Dios, cielo... Anda, vete y no pienses tonterías.
Una vez él se ha ido, no sin antes mirar un par de veces hacia atrás, Mel pide un par de chupitos al camarero, nos los tomamos del tirón y, en cuanto
dejamos los vasitos en el mostrador, gritamos:
—¡Azúcarrrrrrrrr!

Durante horas bailamos, bebemos y nos metemos totalmente en la juerga. Ginebra me pregunta por Yulia y yo le digo que se ha ido a casa,ella asiente y continúa bailando con su marido. Sin duda, Félix tiene una edad, pero no me cabe la
menor duda de que le gusta la fiesta.
Sin embargo, a diferencia de otras veces, ésta termina antes de lo que imagino. Marta, por su embarazo, está cansada, y su futuro marido, que ha aguantado como un jabato, al final la convence para irse a descansar.
Poco después, mi suegra y sus amigas también se marchan, tras ellas las amigas y las compañeras de Marta y, luego, también Ginebra y Félix.
Mel y yo continuamos la juerga con nuestros amigos hasta que, agotadas, a las seis de la mañana damos por finalizado el bailoteo y, acompañadas por Reinaldo y Máximo, llegamos a nuestras casas. Como siempre, la caballerosidad por parte de ellos es exquisita.
Cuando entro, sé que he bebido un poquito de más, pero sólo un poquito, y decido no pasar a ver a los niños. Estoy torpona y no quiero despertarlos.
Subo a mi habitación y me sorprendo al ver que Yulia no está en la cama. ¿Dónde se habrá metido?
Eso me intranquiliza y, rápidamente, bajo a su despacho. Al entrar, lo descubro sentado a su mesa. Nuestras miradas se encuentran. Yo sonrío.
Ella no, y murmuro:

—Ya estoy aquí.
Yulia descansa la nuca en el respaldo de su silla para mirarme. Me dedica la mirada de una tigre asesina. Esa mirada de cabreo total que, en vez de darme miedo, curiosamente me pone a mil. Dios,¡qué morbosa soy!
Como puedo, llego hasta su lado. No lo toco,sólo miro la mesa, y de pronto oigo:
—Ni se te ocurra hacer lo que estás pensando.
Sonrío. Me alegra saber que Yulia imagina que voy a hacer lo que hacen en las películas: tirar todo lo que hay sobre la mesa al suelo. Pero,claro, tiene mil papeles y está el portátil, y puedo liarla más de lo que imagino que la he liado ya.
Vuelvo a sonreír. Ella sigue sin hacerlo, y decido sentarme a horcajadas sobre ella.
No se mueve, pero me lo permite y yo me siento en celo.
Estoy caliente, tremendamente caliente, y mi esposa es la única que deseo que me dé lo que busco. No obstante, cuando voy a acercarme a su boca, Yulia pone una mano en mi pecho para frenarme y pregunta:
—¿Qué haces?
—Quiero besarte —susurro.
—No.
—Sí..., sí..., anda, déjame darte un besito,aunque sea chiquitito.
Mi amor me mira. Yo le pongo carita de pena.
Lo piensa. Eso del besito chiquitito y mi gesto la hacen dudar, pero finalmente repite:
—No.
¡Jodida cabezona!
Abro la boca para protestar cuando ella, como si yo fuera una plumilla, se levanta de la silla, me deja a un lado y, con gesto hosco, sisea:
—A ver si te crees que yo estoy aquí sólo para satisfacer tus deseos sexuales.
Anda, mi madre... ¿Y ahora me viene con eso?
—¿Ah, no? —pregunto con sorna.
Mi contestación hace que me eche otra de sus miraditas de Icegirl.
—No —replica.
Pero yo, que cuando quiero algo me pongo muyyyyyy pesadita, insisto:
—Venga, miarma..., si lo estás deseando.
Mi respuesta no se la esperaba. Esperaba mi enfado ante su rechazo y, agarrándola por la cintura, murmuro:
—Eres mía, Yulia Volkova, y lo mío lo tengo cuando yo quiero.
Me pongo de pie para besarla, pero ella se estira y no llego. ¡La madre que lo parió!
Finalmente se retira y doy un traspié. Pero no, no me voy a enfadar ni por ésas. Y, caminando hacia ella, insisto:
—No tienes escapatoria, pelinegra.
De nuevo se mueve. Pero, ahora, en vez de alejarse se acerca y, cogiéndome entre sus brazos, me inmoviliza, me mira a los ojos y sisea:
—Te deseo más que a mi vida, pero no te voy a dar lo que quieres porque esta noche me has echado de tu lado y no te lo mereces. Así que no insistas, Elena, porque no lo vas a conseguir te enfades o no.

Su mirada, la claridad en sus palabras y el que me llame ¡Elena! me hacen saber que lo que busco ¡es un caso perdido! Por ello, cuando me suelta,estoy tan enfadada por su rechazo que, sin decir nada, doy media vuelta y salgo del despacho. La noche se ha acabado, y punto y final.
¡Ella se lo pierde! Aunque, ahora que lo pienso,¡también me lo pierdo yo!


29


El jueves, Yulia y yo nos dirigimos en silencio al trabajo en su coche.
Sigue enfadada por lo ocurrido en el Guantanamera. Si hay algo que a Yulia la saque de sus casillas es que la eche de mi lado, y la otra noche, la eché. ¡Mea culpa!
Una vez llegamos a Müller, ambas bajamos del coche y, sin apenas rozarnos, caminamos hasta el ascensor, donde cada una pulsa el botón de su planta. La miro con la esperanza de que haga lo mismo que yo, pero nada, ¡imposible! ¡Como si no
existiera!
Cuando el ascensor se para, tengo ganas de besarla, de recordarle que la quiero, que me muero por ella y que como ella no hay nadie, pero su cara de pocos amigos me hace saber que no le apetece oírme.

—¿Irás a la reunión que hay a las diez en la sala de juntas? —le pregunto entonces.
Yulia asiente y responde con voz neutra:
—Por supuesto.
Desesperada, insisto:
—Por favor, mírame y dime que ya se te ha pasado el enfado.
Mi chica me mira, ¡por fin! Pero, sin cambiar su gesto de perdonavidas, responde:
—Tengo trabajo, Elena.
Uis, ¡Elena!... ¡Mal asunto!
Desisto. Doy un paso al frente, salgo del ascensor y, cuando siento que las puertas se cierran tras de mí, resoplo y murmuro en ruso para que nadie me entienda:
—Jodida cabezona.
Dicho esto, camino con decisión hacia mi despacho y Tania, la secretaria, al verme se levanta y dice:
—Elena, esta mañana han llegado unas flores para ti.

Asiento y, al entrar, veo sobre mi mesa un precioso ramo de rosas rojas y frunzo el ceño.
¿Quién me las habrá enviado?
Dejo el bolso sobre la mesa, camino hacia el ramo que Tania ya ha colocado en un bonito jarrón de cristal y, cogiendo la nota, leo en ruso:

Nunca dudes que te quiero, a pesar de que en ocasiones me llevas al límite.
Tu gilipollas

Sonrío. No puedo evitarlo. Esos detalles son los que hacen que cada día esté más enamorada de ella.
¡Me la comooooooooooo! ¡Me la como con tomate!, como dice mi hermana.
Yulia es única. Irrepetible. Inigualable sorprendiéndome.
Me guardo la nota en el bolso, cojo el móvil y escribo un mensaje:

Te quiero..., te quiero..., te quiero.

Le doy a «Enviar» y, con una sonrisa, espero la respuesta. Pero, transcurridos dos minutos, me sorprendo a mí misma preguntándome: «¿De verdad no me va a contestar?».
Después de diez minutos tengo ganas de estrangularla y, cuando han pasado ya cuarenta y cinco, lo único que me apetece es coger las flores y estampárselas en la cabeza.
Pero ¿cómo puede ser tan cabrita?
Estoy sumida en mis pensamientos cuando Mika entra en mi despacho, ve las flores y dice:

—Qué preciosas, ¿son de Yulia? —Asiento y, sonriendo, cuchichea—: Todavía no puedo creer que la jefaza sea tan romántica contigo.

Asiento de nuevo. Romántica es, y cabezona, ¡ni te cuento! Pero eso no lo digo. No quedaría bien.
Mika se sienta y, juntas, ultimamos detalles de la reunión. Queremos presentarles a Yulia y a la junta directiva el planning de las siguientes ferias en las que Müller participará, y ambas deseamos que todo cuadre a la perfección.
Una vez hemos acabado, Mika y yo nos dirigimos hacia la sala de juntas con nuestras tablets en la mano y nuestros teléfonos móviles. Al llegar, varios hombres de la junta directiva, que me conocen, me saludan con cordialidad. Les hace
gracia que trabaje en la empresa y, cuando Yulia entra, como siempre ocurre, el universo se eclipsa para todo el mundo y le muestran pleitesía como si de una diosa se tratara. Vamos, que sólo les falta gritar «¡Viva la jefa!».
La miro con la esperanza de recibir una mirada cómplice por parte de ella. Sabe que espero su mensaje. Sabe que he recibido sus flores y sabe que me está cabreando cada segundo que transcurre y pasa de mí.
Pero nada. Ella sigue sin hacerme caso y, como su mujer que soy, asiento y pienso para mí: «Muy bien, gilipollas, tú lo has querido».
Acto seguido, con la mejor de mis sonrisas, me acerco a unos directivos, que rápidamente me sonríen como unos tontos. Durante varios minutos utilizo mis armas de mujer, esas que sé que tengo,para que los hombres me miren maravillados, y rápidamente observo los resultados. ¡Hombres!
En ocasiones son tan básicos que tengo que reírme, y ésta es una de ellas.
Con el rabillo del ojo, observo cómo mi loca y a veces insoportable amor por fin me mira por encima de las cabezas de aquéllos con los que habla. Esa sensación me gusta. Ese estremecimiento que siento al notar su interés hacia mí es el mismo que me provocaba cuando yo era su secretaria y, en una habitación plagada de gente, no me podía tocar, ni rozar, ni hablar.

Rusia, 1 - Alemania, 0.

Consciente de que ahora tengo su total atención, me hago la interesante y con coquetería me coloco el pelo tras la oreja al hablar. Sé que le gusta mucho mi pelo. De pronto oigo que Mika me llama. Con una encantadora sonrisa, me deshago
de los directivos que me miran embobados y me encamino hacia ella, que está con un hombre moreno de mi edad que me observa con una pícara sonrisa.

—Elena, te presento a Nick. —Tras coger su mano, le doy dos besos, ¡ésos para Yulia!—. Él es nuestro mejor comercial.

Encantada, asiento y sonrío y, sin mirar a mi esposita, ya sé que debe de estar dándose de cabezazos contra la pared. ¡Para chula, yo!
Soy consciente de cómo Nick me mira y me sonríe. Sin lugar a dudas, debe de estar pensando:
«¡Carne fresca!». Y Mika no debe de haberle contado que soy la mujer de la jefa o no me miraría así. Charlamos durante varios minutos y, cuando la reunión va a comenzar, con galantería, Nick aparta una silla para mí y, en el momento en que me siento, se acerca a mi oído y murmura:

—Después te invito a un café.

Asiento. Pobrecito, cuando se entere de quién soy, se le van a caer hasta los empastes de los dientes. Y, sin querer evitarlo, miro a Yulia, que ya está sentada y me observa muy seria.
La reunión da comienzo. Hablan unos, hablan otros, y Nick se acerca a mí para cuchichear. Yo sonrío divertida por las cosas que me dice,mientras soy consciente de cómo Yulia sigue mis movimientos con disimulo.

Rusia, 2 - Alemania, 0.

Se apagan las luces y comienzan a presentar en la pantalla ciertos temas. Continúan hablando cuando mi móvil vibra. Disimuladamente, lo miro y leo:

¿A qué se debe esa sonrisa?

Sin mirar a Yulia, escribo:

¿Me ves sin luz?

Dos segundos después, mi móvil vuelve a vibrar:

No necesito luz para saber que estás sonriendo.

Suspiro. Ella y sus tonterías... Y respondo:

¿Acaso no puedo sonreír?

El móvil vuelve a vibrar.

Sí. Pero me gusta más cuando sonríes para mí.

Ahora sí que sonrío, no lo puedo remediar y,levantando la cabeza, observo en la oscuridad que Yulia me mira. Escribo:

Ha hecho falta que Nick entrara en la reunión para que me hablaras; ¿ves competencia?

Dudo si darle o no al botón de «Enviar». Sé que eso la va a molestar, pero como soy una gran puñetera, ¡zas!, lo envío y observo su reacción a través de mis pestañas. Como es de esperar, ella frunce el ceño, levanta el mentón y no contesta.
Aisss, mi celosona.
Pero ¿todavía no se ha dado cuenta de que he nombrado a Nick para picarla?
Pasados un par de minutos, escribo:

Contéstame a lo que te he dicho: ¿Nick es competencia?

Ella lee el mensaje pero no contesta, e insisto:

Yulia, estoy esperando.

Ni caso. No me hace ni caso.
Las luces se encienden, la reunión prosigue y yo, molesta por su gesto serio de superioridad,escribo:

Una vez interrumpiste una reunión por mí. ¿Acaso crees que yo
no lo haré por ti?

Cuando le doy a «Enviar», soy consciente de lo que he puesto, y Yulia también. Pero la tía ni se menea. ¡Joder, es de hierro! Insisto:

Te doy diez minutos. O me contestas, o paro la reunión.

Ni se inmuta. Está totalmente segura de que no lo voy a hacer. Pero ¿es que todavía no me conoce?
Dispuesta a sorprenderla, envío un mensaje a Mel, en el que digo:

Llámame dentro de cinco minutos y sígueme el rollo.

Acto seguido, dejo el móvil sobre la mesa para que Yulia lo vea y crea que desisto. Me repanchingo en la silla y me centro en la reunión,mientras el señor Duhmen habla sin cesar y todos lo escuchamos.
Pasados unos minutos, mi móvil vibra ruidosamente sobre la mesa y, mirando a mi
alrededor con mi mejor cara de apuro, digo:

—Lo siento. Es de casa. —Tras escuchar unos segundos, exclamo levantando la voz un poco—:¿Cómo? ¿En serio? ¿De verdad? No..., no... No puede ser...
Mel, divertida, no puede dejar de reír,mientras dice:
—Marichocho, ¿qué estás haciendo?
Procuro no reírme —¡la madre que la parió!
—, y con seriedad respondo:
—De acuerdo..., de acuerdo, hablaré con Yulia y te volveré a llamar.
Una vez cuelgo, me levanto en medio de la reunión y, ante la cara de asombro total de mi esposa, que no había creído mi amenaza, miro a la gente que hay a nuestro alrededor y digo:
—Siento interrumpir la reunión, pero necesito unos minutos a solas con mi esposa. —Y, sonriendo, añado—: Tenemos que apagar un pequeño fuego en casa y es tremendamente ¡urgente!

Como todos son muy solícitos, y más tratándose de mí, que soy la mujer de Yulia,
rápidamente se levantan y abandonan la sala,mientras Mika le explica a Nick quién soy y él me mira sorprendido. ¿La mujer de la jefa?
Una vez sale la última persona y cierran la puerta, Yulia, sin levantar la voz en exceso, gruñe sin moverse de su sillón de director:
—¿Cómo has podido hacerlo?
Con una sonrisita de «¡Te lo dije!», camino hacia ella y digo:
—Te he dado diez minutos. Cinco más de los que me diste tú a mí en su momento. Y, por cierto—cuchicheo—, he de decirte que en casa todo está bien y que la reunión, Icegirl, la has interrumpido tú.

Yulia me mira con gesto incrédula. Sin duda, la he sorprendido, y eso me gusta. Me acerco a ella con decisión y, cuando estoy delante, pregunto:

—¿Hay cámaras en esta sala?
Mi amor, esa que me vuelve loca, asiente.
¡Vaya mierda!
Pero finalmente niega con la cabeza y añade:
—Tampoco está insonorizada.
Excitada al saber eso, subo mi falda de tubo ante ella. Con una tranquilidad que no es la que siento en mi interior, me quito las bragas negras que llevo, hago una pelota con ellas en la mano y,metiéndoselas en el bolsillo de la americana,
murmuro cual vampiresa del cine porno:
—Señora Volkova, siento decirle que estaré sin bragas en la oficina...
—Len —me corta—. ¿Qué estás haciendo?
Biennnn, ¡me ha llamado Len, no Elena! Vamos bien, y respondo:
—Hacerte saber que sólo te deseo a ti aunque te enferme que vaya al Guantanamera o hable con el guaperas de Nick. —Su gesto se contrae y
prosigo bajando la voz—: Y quiero que sepas que,a pesar del enfado que tengo por tu desplante,estoy caliente, deseosa de ti y me muero por ver tu mirada cuando me compartes con otro hombre. ¿Te queda claro?
Yulia, me mira..., me mira y me mira. ¡Oh...,oh...! Pero, antes de que pueda calibrar lo que siente,se levanta, me acerca a ella, de un tirón me baja la falda, me sienta sobre la mesa y, con lascivia, pasa la lengua por mi labio superior, después por el
inferior, y me lo muerde. Yo jadeo, ¡me vuelvo loca! Cuando mi boca, mi ser, mi alma y toda yo estamos rendidos a ella, mi Icegirl particular me da tal besazo que me deja sin aliento, mientras me dejo llevar por el maremoto de emociones que me
hace sentir.
¿De verdad me va a hacer el amor sobre la mesa?
Me agarra del pelo y, tirando de él hacia atrás,separa su boca de la mía y murmura:
—Jugaría contigo ahora mismo. Te abriría las piernas y...
—¡Hazlo! —la tiento.

Exigente como es, me devora de nuevo la boca, me hace el amor con la lengua y, por su intensidad, sé el esfuerzo que está haciendo por no tumbarme sobre la mesa y follarme como una salvaje. El beso dura y dura y dura, y yo lo disfruto todo lo que puedo hasta que finaliza y, sin apenas separar su boca de la mía, susurra:

—No puedes hacer esto, pequeña. Aquí, no.
Sé que tiene razón. Sé que estamos en la oficina y no debería, pero respondo:
—Lo sé. Pero tú me has obligado. No me has hablado en todos estos días y...
—No puedes andar por la oficina sin ropa interior.
—Y tú no puedes enfadarte conmigo por estas tonterías —la reto.

Yulia me mira. Clava sus impactantes ojos azules en mí, mientras yo con descaro toco su entrepierna y siento su dura y potente excitación.
¡Ay, madre! Cuánto la deseo.
¡Por favor! Que me conozco y estoy a punto de hacer una de mis locuras.
Su gesto desconcertado me hace sonreír y la razón vuelve a mí. No podemos hacer eso en Müller. No debemos y punto. Y, decidiendo acabar ese momento provocado por mí para volverla loca, me separo de ella y digo mientras camino
hacia la puerta por donde todos han salido minutos antes:

—De acuerdo. Visto que no le apetezco absolutamente nada, prosigamos con la reunión,señora Volkova, y, por favor, no vuelva a interrumpirla.
Boquiabierta por como la estoy dejando, se dispone a protestar cuando yo abro la puerta y digo como una perfecta mujercita:
—Pasen y disculpen la interrupción. Creo que el fuego en casa ya está apagado.

Yulia rápidamente se sienta y coloca unos papeles sobre su entrepierna para que nadie observe lo abultada que está mientras todos entran y ocupan sus butacas. Con una sonrisa, me siento junto a Mika y Nick y se reanuda la reunión. Pero,
si soy sincera, no me entero de nada. Aún tengo el sabor de su beso y el olor de su excitación en mi nariz.

La miro y observo que comprueba con gesto implacable la pantalla de su portátil. ¿Qué estará pensando? Histérica, me muevo en la silla consciente de que no llevo ropa interior. Media hora después hacemos un alto para tomar un café.
Veo a Yulia hablar por teléfono y no me acerco a ella.
Cuando de nuevo entramos en la sala de juntas y nos sentamos, de pronto mi amor apoya las manos sobre la mesa y dice:

—Lo siento, señores, pero mi esposa y yo debemos abandonar la reunión para resolver ciertos asuntos familiares. —Después clava la mirada en mí y añade—: Elena, ¡vamos!

Ostrasssssssss, qué fuerte, ¡cancela la reunión por mí!
Rusia, 2 - Alemania, 1.
Sin querer llevarle la contraria, rápidamente recojo mi tablet y mi móvil y, cuando llego a su lado, me agarra con fuerza de la mano y dice mirando a los que nos observan:

—La reunión se pospone hasta mañana a las nueve en punto. Buenos días, señores.
Sin más, ambas salimos de la sala de juntas y veo que vamos derechos al ascensor. Una vez nos metemos en él, Yulia me aprisiona contra la pared y, mirándome a los ojos, murmura:
—Pequeña, acabas de encender un gran fuego que tienes que apagar.
Me besa, y yo ¡me dejo!

Rusia, 2 - Alemania, 2. ¡Empate!
Cuando llegamos al garaje, sin soltarme de la mano, sin recoger abrigos, sin nada, me lleva hasta el coche. Una vez entramos, voy a decir algo cuando ella teclea en su teléfono y dice:
—Gerta, que un mensajero pase por el despacho de mi mujer, coja su bolso y su abrigo y luego vaya por el mío para recoger mis cosas y llevarlas a mi casa.
Dicho esto, cuelga. Yo sonrío, él arranca el coche sin hablar.
No sé adónde vamos.
No sé adónde nos dirigimos pero me dejo llevar cuando, pasadas varias calles, veo que aparca y baja del coche. Tan pronto como abre la puerta de mi lado, pregunto:
—¿Adónde vamos?
Pero no hace falta que me responda. Ante nosotras hay un hotel y, cogiéndome de la mano,murmura:
—Ven conmigo.
La sigo, ¡claro que la sigo!
Yo a ella la sigo ¡hasta el fin del mundo si hace falta! Entramos en el hotel y pide una habitación. El empleado de recepción nos mira. Vamos sin abrigos, sin bolso, ¡sin nada!
¿Qué pensarán?
Por suerte, Yulia lleva su cartera en el bolsillo de la americana y, tras entregar su Visa, el recepcionista nos da una tarjeta y dice:
—Suite 776. Séptima planta.
Yulia asiente. Yo sonrío, y nos encaminamos hacia el ascensor.
Al llegar allí, un hombre lo espera y, una vez entramos los tres, Yulia pulsa el botón y vuelve a besarme. Con el rabillo del ojo observo que el hombre nos mira, y murmuro:
—Yulia...
Pero ella no me escucha. Sigue a lo suyo. Me coge entre sus brazos y, separándome unos milímetros, susurra mientras me sube la falda:
—No sé si matarte o jugar contigo por lo que has hecho y me has hecho hacer.
Azorada por la mirada incrédula del hombre pero al mismo tiempo excitada, respondo:
—Voto porque juegues conmigo, suena mejor.
Veo que mi respuesta hace sonreír a Yulia y,dándome un azote en el trasero desnudo, sisea mirando al hombre que nos observa:
—Justin, ya lo has oído. Vamos a jugar. —Sorprendida, veo que el hombre asiente y, cuando miro a mi esposa, ella añade—: Señorita Katina,prepárese para satisfacer mis más pecaminosas necesidades.

Acto seguido, me carga al hombro como si fuera una troglodita y, cuando el ascensor se para,los tres salimos de él y nos encaminamos hacia la
habitación.
Al llegar frente a una puerta, Yulia la abre,entramos, cierra, me deja en el suelo y,
apoyándome contra la puerta, exige:
—Ábrete la blusa y sácate los pechos sin quitarte el sujetador.

Su exigencia me exalta y me calienta más y más, mientras Justin nos observa en silencio.
Esa petición tan salvaje me ha puesto a mil y,acalorada, hago lo que me pide, mientras me siento tremendamente sensual al sacarme los pechos para ellos. Ambos me miran. Ambos me devoran, y Yulia,al ver mis senos al descubierto con mis pezones erectos, los contemplan con lujuria y le dice a Justin:
—Disfrutemos de mi mujer.

El desconocido, al que no he visto en mi vida,se acerca a mí y, tras pellizcarme mis endurecidos pezones, me los chupa. Me agarra de forma posesiva por la cintura y, mientras observo a Yulia,que nos mira, me dejo tocar y manosear por aquel que devora mis pechos sin pudor.
Cuando creo que voy a explotar por el calor que siento, sin contemplaciones, Yulia me arrastra hasta una silla, me da la vuelta, me sube la falda y,acercando la boca a mi oído, murmura:
—Inclínate sobre el respaldo de la silla y abre las piernas para nosotros.
Extasiada, hago lo que me pide. Mi grito se pierde entre la mano de mi amor, que me tapa la boca, cuando su duro y terso pene entra hasta el fondo de mí. Acto seguido, Yulia libera mi boca,tira de mi pelo, me levanta la cabeza y lo oigo
preguntar:
—¿Quieres jugar fuerte, pequeña?
—Sí —respondo.
—¿Así de fuerte? —insiste hundiéndose de nuevo en mí.
—Sí..., sí...

Yulia retrocede y vuelve a clavarse en mí sacándome mil y un gemidos, cuando veo que Justin se baja la cremallera del pantalón, saca su duro pene y lo pone frente a mi cara. Sin que nadie me diga nada, abro la boca para recibirlo, para
chuparlo, para disfrutarlo, mientras me agarro a sus nalgas y accedo a que me folle la boca.
Ése es nuestro juego. Es lo que he pedido, y Yulia me lo da.
A diferencia de otras veces, mi amor no se mueve, no retrocede. Se queda clavado en mi interior y siento cómo mi vagina palpita ante su dura y profunda intromisión. Yulia aprieta...,aprieta..., aprieta sus caderas contra mí y yo jadeo enloquecida mientras el miembro de Justin entra y sale de mi boca.
Cuando mi respiración cambia, noto que Yulia retrocede para volver a ahondar en mí con ferocidad. Justin se aparta, se pone un preservativo y se sienta en la cama para mirarnos.
Yulia está dura como una piedra y, acercando la boca a mi oído, murmura:

—Nunca vuelvas a echarme de tu lado como hiciste el otro día en el Guantanamera.
Asiento..., no puedo ni hablar cuando insiste:
—Y, por supuesto, nunca vuelvas a andar sin ropa interior por Müller, ¿entendido?
No respondo, no quiero darle ese gusto. Y ella,dándome un azote en el trasero, repite:
—¿Entendido?

El placer que siento es inigualable, y el alud de emociones que me invade no me deja responder. Yulia asola mi cuerpo dejando claro que es su ama con fuerza, con determinación, con posesividad, y yo sólo puedo abrirme a ella y disfrutar lo que me da una, dos y veinte veces.
La silla se mueve de sitio y no puedo sujetarla.
Yulia y sus embestidas atroces lo mueven todo y,cuando ya no puede más, después de un gruñido de satisfacción que me hace saber lo que está disfrutando de esa nueva locura, se hunde una última vez en mí y ambas nos dejamos llevar por el momento.
Dejo caer la cabeza hacia delante para tomar aliento. Estoy exhausta. Pero, sin darme un respiro,mi señora, mi ama, mi patrona sale de mí y me lleva hasta Justin. Ante la atenta mirada de mi rusa y en silencio, el desconocido me lava rápidamente
el sexo con una toalla húmeda, me sienta sobre él,me coloca a su antojo y me empala con su duro pene. Yo vuelvo a jadear.
El camino ya está abierto y humedecido. Yulia lo ha hecho. Pero Justin, en busca de su placer, me agarra por el trasero y me mueve sobre él con firmeza y precisión. Un gemido escapa de mi boca y echo la cabeza hacia atrás. Es increíble.
Fantástico. Enloquecedor.
Mi cuerpo se amolda a lo que ese hombre me hace y me dejo manejar. Moviéndome, busco mi propio placer, cuando siento que mi amor, desde atrás, posa sus medianas y cuidadas manos sobre mi cintura, termina de desnudarme, me aprieta contra Justin y murmura en mi oído:

—Recuerda. Intenta cerrar las piernas y el placer se intensificará.

Hago lo que me pide y soy consciente de que,al hacerlo, el placer se incrementa, se extiende, y jadeo al tiempo que noto cómo Justin tiembla.
Repito una y otra vez lo que Yulia me ha recordado,mientras el duro pene de Justin juguetea en mi interior, se abre paso todo lo que puede, y yo grito de placer por ello.
Cuando siento que mi amor me separa las nalgas, me acomodo sobre Justin dispuesta a recibirlo a él. Al notar mi predisposición, Yulia juguetea con mi ano unos minutos para dilatarlo.
Justin lo ve y entonces me mira y, mientras se hunde en mí, pregunta:

—¿Nos quieres a los dos dentro de ti?
El ardor en el rostro del hombre se extiende a todo su cuerpo, y Yulia, al que no le veo la cara pero sí siento detrás de mí, dice:
—Justin, además de ser mi dueña y mi esclava,mi mujer es también atrevida, morbosa y fogosa.
¿Qué más puedo pedir?
El aludido, que está en mi interior, asiente y,cuando jadeo al notar el dedo de Yulia en mi ano,susurra:
—Tienes la compañera que muchos queremos pero que pocos consiguen, amigo.
Gustoso de oír eso, Yulia me besa el cuello.
—Lo sé —dice.
Un par de segundos después, me levanta, me da la vuelta y, mirándome a los ojos, dice mientras me lleva hasta un sillón de cuero blanco:
—Sepárate las nalgas para Justin.
Lo hago..., hago lo que me pide..., mientras mi respiración se acelera y siento cómo la lengua del desconocido me recorre el trasero con lascivia.
Mi cuerpo se estremece involuntariamente, y mi amor, rozando apenas su boca con la mía, dice:
—Siéntate sobre él y entrégate.

Oír lo que me pide me vuelve loca.
Uff..., ¡madrecita, qué calor!
Miro hacia atrás y veo a Justin ya sentado en el sillón, a la espera de que cumpla mi orden con el preservativo puesto. Como la esclava sexual que soy en este instante de mi amor, me acomodo sobre Justin sin dejar de mirar a mi dueña y señora.
Justin me abre las piernas y, sin perder un segundo, guía su duro pene hacia mi ano, que dilatado como está hace que se hunda rápidamente.
Jadeo. Cierro los ojos, y Justin, agarrándome con fuerza las nalgas, me cierra las piernas y,moviendo con premura sus caderas, me da unas buenas embestidas que resuenan por toda la habitación para saciar el apetito sexual que tiene en ese instante de mí.
¡Dios, qué placer!
Su pene entra y sale de mi ano, una y otra y otra vez, y yo lo disfruto. Lo gozo..., lo saboreo.
Mis ojos y los de Yulia están conectados mientras Justin se hunde en mí, y yo, gustosa, jadeo y permito que lo haga. Complacido con lo que ve,no nos quita ojo hasta que finalmente Justin llega al clímax y, tras un último empellón, ambos nos
dejamos llevar.
Sin salirse de mí, Justin pasa las manos por debajo de mis rodillas y, abriéndome los muslos, murmura con un hilo de voz:

—Yulia..., tu mujer.

Mi amor me mira acalorada mientras se toca el pene gustoso. Y, para hacerme rabiar, se agacha,me besa el sexo y juguetea con él.
Grito. Me retuerzo. ¡Uf, qué calor!
Durante varios minutos, sigo empalada por el ano por Justin, y al mismo tiempo Yulia juguetea con mi clítoris y yo disfruto como una loca. Como una verdadera posesa.
Calor, delirio, frenesí..., todo eso me hace sentir mi amor, mientras juguetea conmigo y otro hombre me abre para él. Segundo a segundo, mi respiración se acelera y, cuando ya no puedo más,cojo con las manos el pelo de Yulia, hago que me mire y murmuro:

—Hazlo ya... Te deseo.

Tras un último y dulce mordisquito a mi vagina, mi rusa/alemana pone una rodilla sobre el sillón,se acomoda bien y, guiando su duro pene hacia mi húmeda y ardiente entrada, se introduce en ella, se deja caer sobre mí y me besa mientras se hunde una y otra vez; Justin no se mueve.
Me gusta estar entre aquellos dos. Lo disfruto, y sé que ellos lo disfrutan también. Eso estimula mis pensamientos.
Las manos de Justin me agarran por los riñones y siento cómo su pene se endurece y comienza de nuevo a entrar y a salir de mi ano, mientras Yulia sólo tiene los ojos clavados en mí y me entrega lo que quiero, lo que le pido y lo que necesito.

—Más fuerte —exijo.

Al oírme, sonríe con fogosidad, se agarra al borde del sillón y me da lo que quiero. Sus acometidas son apasionadas e impetuosas. Siento que me va a partir en dos de placer mientras me entrego a ella y a quien ella quiera. Soy suya.
Una y otra... y otra vez, aquellos dos entran en mí con fogosidad y yo abandono mi
cuerpo entre sus manos. Me mueven, me colocan a su antojo, se hunden en mi interior y yo accedo...,accedo a todo lo que ellos quieran, mientras siento
sus duros penes dentro de mí y me hacen jadear de placer. De puro placer.
No sé cuánto tiempo dura.
No sé cuánto tiempo estamos así.
Sólo sé que, cuando el orgasmo nos llega, el espasmo es tal que el éxtasis por lo que estábamos haciendo nos hace tener convulsiones uno en brazos del otro durante varios segundos, mientras Justin, debajo de nosotros, soporta el peso de
nuestros cuerpos y vive su particular aventura.
Durante el resto de la mañana, disfruto del morbo, la posesividad y la lujuria junto a mi amor.
Permito que manipulen mi cuerpo como si yo fuera una muñeca de trapo, y me gusta. Me excita ser su esclava sexual en ese instante, me encanta permitírselo, y sé que a Yulia le gusta también autorizarlo.
Tan pronto estoy a cuatro patas como boca arriba o boca abajo mientras ellos me follan, me separan las nalgas, me ofrecen, me acarician, me chupan, introducen los dedos en mí, y yo lo consiento. Apruebo lo que allí ocurre porque la primera en exigirlo soy yo.
A las dos de la tarde, tras varias horas de sexo caliente, exacerbado y febril, Justin se va y,cuando Yulia y yo nos quedamos solas en la habitación, digo:

—Nunca había visto a Justin. ¿De qué lo conoces?
Yulia me mira. Está de pie a mi lado, y responde:
—Lo conozco desde hace años, pero por trabajo se trasladó a vivir a Berlín. La semana pasada me llamó y me dijo que vivía aquí de nuevo.
Levantándome, cojo el sujetador para ponérmelo y afirmo:
—Entonces, lo volveremos a ver en el Sensations, ¿verdad?
—No. Nunca lo verás por allí.
—¿Por qué? —pregunto sorprendida.
Mi amor me ayuda a abrocharme el sujetador y, una vez lo ha hecho, me besa en el cuello y dice:
—Porque la discreción es fundamental para él.
Primero, porque su mujer no participa de sus juegos. Y, segundo, porque es juez del Tribunal Superior. Por tanto, lo verás sólo en ocasiones como la de hoy.
Saber que es juez me sorprende, pero pregunto:
—¿Que su mujer no participa?
—No —dice y, abrochándose el botón del pantalón, añade—: Por eso ha dicho que tú eres la compañera que muchos hombres querrían tener pero pocos consiguen, ¿lo recuerdas? —Asiento, y Yulia me besa y añade—: Y, por suerte para mí,eres mi mujer. Mía.
Esa sensación de propiedad tan de mi rusa me hace reír.
—Y tú, Icegirl, eres mía.
Ambas reímos. A cualquiera que se le diga que disfrutamos compartiéndonos en ciertos momentos no nos entendería, pero yo ya paso de eso. Paso de lo que piensen, de lo que opinen. Yo soy feliz así con Yulia, y punto y final.
Estoy atontada mirándola cuando mi amor, mi loca amor, dice mientras me abraza:
—Por eso, pequeña, me pongo tan celosa cuando vas al Guantanamera. Tengo tanto miedo de perderte que, si eso ocurriera, yo creo que...
—Pero ¿qué tonterías estás diciendo?
Yulia resopla.
—Len, soy consciente de mis limitaciones, y lo sabes.
Oír eso, que he oído tantas veces en los años que llevamos juntas, me hace reír, y afirmo:
—Mira, mi amor. Yo no necesito que tú bailes si yo bailo. Yo sólo necesito que seas feliz, que sonrías y te fíes de mí cuando salgo sin ti o voy a divertirme al Guantanamera. El resto... sobra, y sobra porque te quiero y para mí no existe nadie
más que tú.
Su sonrisa se expande. Se agranda. Feliz, la abrazo, la beso con todo el amor que soy capaz de darle y, mirándolo, murmuro:
—Soy tuya, como tú eres mía. Entérate de una santa vez, cabezona.

Después de varios besos y palabras de amor que sólo mi loca y testaruda rusa/alemana sabe decirme,terminamos de vestirnos, abandonamos el hotel y
regresamos a casa.
¡Qué mañanita de jueves más buena que he pasado!

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PIDEME LO QUE QUIERAS y yo te lo daré// Adaptación Empty Re: PIDEME LO QUE QUIERAS y yo te lo daré// Adaptación

Mensaje por VIVALENZ28 2/2/2017, 9:46 pm

30

La boda de Marta... llega.
Ese día, nos ponemos todos guapísimos. Pero quienes menos importamos somos nosotros. Allí la que importa es Marta, que va preciosa con su bonito vestido de novia y su incipiente barriguita.
Larissa, mi suegra, se pasa toda la ceremonia agarrada de la mano de Yulia. La necesita, y entiendo que lo haga. Es su hija y, por mucho que haya madurado, será su niña toda la vida, como mi hermana y yo somos las niñas de mi padre.
Una vez finalizada la ceremonia, reparto saquitos de arroz entre los invitados para que lo echen y, cuando mis ojos se encuentran con los de Ginebra, ésta me mira y dice:

—Pero qué guapa estás, Elena. —Yo asiento,río y entonces ella, dejándome sin palabras,prosigue—: Gracias por permitirme venir a la boda.
—¡¿Qué?! —murmuro boquiabierta.
Ella, que tiene más tablas que un ajedrez,sonríe y susurra:
—Elena, a pesar de mis esfuerzos por caerte bien, sé que te sigo incomodando. Y de verdad que lo siento.
No contesto. Oírla decir eso me llega al corazón, y finalmente, guiñándole el ojo,
respondo:
—Estoy feliz porque estés aquí. Venga,disfrutemos de la preciosa boda.

Ginebra asiente. No dice más, y yo, dándome la vuelta, prosigo mi camino mientras me siento como una bruja piruja.
Al salir de la iglesia, Mel y yo tiramos un buen arsenal de arroz, mientras reímos por la cara que ponen los novios. Yulia y Björn, que lo saben, se alejan de nosotras. No quieren ensuciarse sus trajes con el polvillo. ¡Vaya dos pijoteros!
El convite se organiza en un hotel cercano a la iglesia y todo sale de maravilla.
Sólo con ver la cara de Marta, todos sabemos lo feliz que es y, cuando los novios bailan el vals que han elegido, todos aplaudimos, mientras yo me siento tan feliz como la novia al lado de mi amor.
En la vida me habría imaginado a Marta bailando un vals el día de su boda, pero sé que ha querido darle el gusto a su madre y a los padres del que ya es su marido. Y se lo aplaudo. Larissa se lo merece, y los padres de él seguro que también.
Eso sí, una hora después, llega un grupo de jóvenes que suben al escenario, y sonrío al ver unos timbales, unas guitarras, bongós y maracas.
Feliz por ver el rumbo que va a tomar la fiesta, me acerco a mi cuñada, que está hablando con Reinaldo, Máximo y algunos amigos del Guantanamera, y digo:

—Qué buena idea has tenido, Marta.
Ella me mira y yo señalo a los jóvenes y digo:
—¡Muy buena idea! Ahora sí que vamos a bailar.
Veo que mi cuñada clava la mirada en aquéllos, y sonriendo, cuchichea:
—Pues, lo creas o no, no sé qué hacen aquí. —Luego, echando un vistazo al resto de los amigos,pregunta—: ¿Los han contratado ustedes?
Todos niegan con la cabeza a pesar de lo mucho que les agrada la idea, hasta que oímos decir a nuestras espaldas:
—Los he contratado yo.

Al volverme y encontrarme con mi increíble y guapa esposa, sonrío..., sonrío y sonrío, mientras veo cómo Marta se tira a sus brazos y la besuquea con amor. Reinaldo, Máximo y el resto, tras alabar el detalle, corren hasta los recién llegados y,segundos después, los timbales suenan y la gente comienza a bailar.
Sin moverme de mi sitio, sigo mirando a mi sorprendente esposa, y no sé si comérmela a besos o desnudarla directamente y hacer todo lo que se me antoje con ella. Yulia, que es mucha Yulia, sabe lo que pienso al ver mi gesto y, acercándose a mí, la muy canalla murmura:

—Recuerda, pequeña: pídeme lo que quieras y yo te lo daré.
Me río, no lo puedo remediar. Y, abrazándome a la mujer que me vuelve loca de deseo y de amor entre otras cosas, respondo:
—Tú sí que sabes, mi amol.

Encantada, mi chica me rodea con los brazos,me acerca a ella y me besa. Me devora y yo lo disfruto hasta que oigo la voz de Ginebra, que dice:

—Vamos, parejita, ¡a bailar!
Oír eso me hace sonreír. ¿Bailar, Yulia?
Y éste, que sigue abrazándome como un oso,dice entonces con su preciosa sonrisa:
—Quiero que bailes, rías y grites eso de «¡Azúcar!», y que lo pases fenomenal con tus amigos. Y, tranquila, prometo no encelarme ni pensar tonterías.
Contenta por lo que acabo de oír, suelto una risotada justo cuando la orquesta comienza a tocar 537 C.U.B.A.
—¡Diosss! —grito—, ¡me vuelve loca esta canción!
Yulia sonríe, me da la vuelta y, dándome un azotito cómplice en el trasero, dice empujándome:
—Anda, ¡ve y disfruta de la música!

Tras guiñarle el ojo, llego bailoteando hasta mis amigos y ya no paro durante horas. El grupo que mi amor ha traído es buenísimo, y nos divertimos mientras gritamos aquello de «¡Azúcarrrrr!». Un par de veces hago una pausa para beber algo. Si no bebo, me deshidrataré.
Cada vez que me ve, mi amor, que está charlando con unos amigos, me ofrece una coca-cola fresquita. ¡Cómo me conoce la canalla!
Mi suegra y sus amigas se hacen cargo de los niños, disfrutan con ellos. Incluso Flyn sonríe. Eso me gusta.
Pero una de las veces, cuando dejo de bailar y camino hacia Yulia, veo que está hablando por teléfono apartada del grupo con gesto serio, y me da mala espina.
Al verme llegar, Björn me pasa la coca-cola fresquita, y le pregunto:

—¿Con quién habla?
—No sé —responde él.

De pronto Yulia cuelga el teléfono, se toca el pelo y, por cómo mueve la cabeza, sé que ocurre algo. Eso me alerta. Pero más me alerta cuando se da la vuelta y clava los ojos en mí.
Tras unos segundos en los que intuyo que ordena sus ideas, camina hacia mí y, antes de que abra la boca, yo pregunto:
—¿Qué ocurre?
Björn y Mel ya están a mi lado, y Yulia,cogiéndome la mano, dice:
—Era Norbert. Está con Susto en urgencias.
De pronto, para mí la fiesta acaba. Susto... ¡Mi Susto! ¿Qué le ocurre? Y, como puedo, con un hilo de voz pregunto:
—¿Qué ha ocurrido?
Yulia me aprieta la mano.
—Al parecer, cuando Norbert sacó la basura,se dejó la puerta de la cancela abierta, Susto corrió tras él y un vehículo lo... lo atropelló.
Según oigo la última palabra, me suelto de Yulia y llevo mi mano directa al corazón mientras mis ojos se inundan de lágrimas. Sin esperar un segundo, Mel me coge y murmura:
—Tranquila..., Len..., tranquila.

Pero mi tranquilidad ya no existe. Susto, mi Susto, ha tenido un accidente, y yo rompo a llorar mientras siento cómo Yulia me acerca a su cuerpo,me abraza y me dice una y mil veces que me tranquilice, que todo va a salir bien.
Al verme en ese estado, mi suegra viene rápidamente hacia mí, y yo me doy la vuelta para que nadie más me vea llorar, mientras les pido que no les digan nada a Flyn ni a Marta. No quiero jorobarle la boda a mi cuñada ni asustar al niño.
Yulia pasa la mano con dulzura por mi rostro mientras Björn y Mel me dicen una y otra vez que no me angustie, pero yo ya no veo... Ya estoy histérica y, mirando a Yulia, pregunto:

—¿Qué más te ha dicho Norbert?
El gesto de Yulia es serio.
—Cariño, el veterinario está haciendo lo que puede.
Siento que me falta el aire. ¡Me asfixio!
En ese instante aparece Flyn y, al verme así, pregunta:
—Mami, ¿qué ocurre?
Yulia me mira, entiende que ha de ser sincera con Flyn, y responde.
—Un coche ha atropellado a Susto y...
—¿Susto está muerto? —pregunta el crío con un hilo de voz, lo que a mí me hace llorar aún más.
—No..., no —aclara rápidamente Yulia—. El veterinario está con él.

La angustia me carcome mientras mi esposa da explicaciones al niño y ésta, a pesar de lo nerviosa que está, demuestra que es una jodida Volkova y ni se despeina. Quiero irme. Quiero ir a la clínica, pero no puedo hablar. Y entonces
Yulia, que me conoce muy bien, clava los ojos en su madre, que está a mi lado, y pregunta:

—Mamá, ¿te puedes llevar a Pipa y a las niñas a tu casa?
—Por supuesto, hija..., por supuesto.
Yulia asiente y, agarrándome con fuerza de la mano, dice:
—Vamos, Len. Iremos a la clínica.
—Voy con ustedes —dice Flyn.
Yulia asiente.
—Nosotros también vamos —afirma Mel.
Mi amor la mira.
—No, Mel, es mejor que se queden con los niños mientras dure la fiesta y luego los lleven con mi madre a su casa.
Mi amiga, mi buena amiga, me mira y yo asiento. Yulia tiene razón.
—No te preocupes, Yulia—dice Björn—.Nosotros nos encargamos.
—De acuerdo —conviene Mel—. Pero quiero que me tengan informada.
Asiento y Yulia también y, cogidas de la mano,vamos hacia la salida. Pero de pronto Yulia se detiene, mira a la derecha y, dirigiéndonos hacia Félix y Ginebra, pide:
—Félix, necesito tu ayuda.
—¿Qué te ocurre, Elena? —pregunta Ginebra al ver el estado en el que me encuentro.
Rápidamente Yulia explica lo ocurrido, y Félix, al oírlo, dice:
—Iremos con ustedes.

En ese instante recuerdo que Yulia me dijo que Félix tenía varias clínicas veterinarias en Estados Unidos y, apenas sin hablar, los cinco nos dirigimos hacia la calle. Lo único que quiero es ver a Susto cuanto antes.
¡Necesito ver a Susto!
Veinte minutos después, cuando Yulia aparca el coche, literalmente me tiro del vehículo y corro hacia la clínica.
La puerta está cerrada, son las doce y media de la noche, pero Norbert, al verme, se levanta de donde está sentado y me abre.

—¿Cómo está? —pregunto preocupada viendo las manchas de sangre en su ropa.
El hombre me mira y murmura con gesto apenado:
—Elena, lo siento. No me di cuenta de que la verja se quedaba abierta y...
—Norbert, ¿cómo está? —insisto nerviosa.
En ese instante entran todos y Norbert, tan preocupado como yo, responde mirando a Yulia:
—No lo sé. El veterinario me dijo que esperase aquí.
Entonces se abre la puerta de la consulta y el veterinario de urgencias, al ver a tanta gente elegantemente vestida, pregunta:
—¿Vienen todos por Susto?
—Sí —afirma Yulia con rotundidad.
—Soy su dueña. Quiero verlo —digo angustiada—. ¿Cómo está?
—Es mejor que no lo vea ahora —responde el veterinario—, porque...
—He dicho que quiero verlo —insisto.
Yulia, que me conoce, coge mi rostro entre las manos y, mirándome, dice:
—Escucha, cariño. Lo importante ahora es atender a Susto, ya lo verás más tarde.
Sé que tiene razón, que yo no puedo hacer nada. Pero con un hilo de voz murmuro:
—Estará asustado, y si me ve seguro que...
—Está sedado para que no sienta dolor —me corta el veterinario.
Saber de su padecimiento me machaca el alma,y entonces el veterinario prosigue:
—El golpe que ha recibido ha sido fuerte, pero está fuera de peligro. Tiene diversas contusiones y se ha fracturado la pata delantera izquierda y, la verdad, aunque quiero ser positivo, no veo muy buena solución a eso.
De repente, me asusto. Yulia, que aún no me ha soltado la mano, mientras me sienta en una silla,murmura:
—Tranquila, pequeña..., tranquila.
Asiento. Tiene razón. Debo estar tranquila.
Debo comportarme como una adulta estando Flyn con nosotras.
—Doctor —pregunta Yulia entonces—, ¿puede operar a Susto ahora?
—Sí —afirma él—. Estábamos esperando a que llegaran ustedes para que dieran su consentimiento y firmaran estos papeles. Aquí se explican los riesgos de la anestesia y la cuantía de la operación. Pero he de decirles que quizá, aun con la intervención, la pata del animal no quede bien. Yulia coge los papeles mientras Félix comienza a hablar con el doctor. Como veterinarios, ambos se entienden a la perfección.
Mi amor se saca un bolígrafo del bolsillo y,agachándose, se apoya en una silla y firma los papeles sin leerlos. Algo que siempre me dice que yo no haga lo está haciendo ella por Susto.
Una vez Yulia se incorpora, me guiña un ojo con cariño y oigo que Félix dice:
—Lo más acertado es operarlo. Le he pedido al doctor Faüter que me permita estar presente en el quirófano para ayudar: soy especialista en este tipo de fracturas. ¿A ustedes les parece bien?
Yulia me mira. Yo asiento, y entonces él murmura tendiéndole la mano:
—Gracias, Félix.
Cuando los dos hombres desaparecen tras la puerta, Ginebra, que hasta el momento se ha mantenido callada, se sienta a mi lado y, cogiéndome la mano, dice:
—Todo va a salir bien. Tranquila, Elena. Félix no va a permitir que a Susto le pase nada. Como ha dicho, es especialista en ese tipo de fracturas y ha operado a infinidad de animalitos en sus clínicas.
Me dice justo lo que necesito oír: positividad,e intento sonreír. En ese instante, Flyn se sienta en la otra silla y, cogiendo mi otra mano libre, murmura:
—Mamá, tranquila. Susto es fuerte y se recuperará.

Su contacto, sus palabras y, en especial, que me llame ¡«mamá»! y se preocupe por mí me provocan de nuevo el llanto, y lo abrazo. Llevo tanto tiempo sin abrazarlo, sin sentirlo cerca que lloro de felicidad, dentro de mi tristeza, por
tenerlo junto a mí. Necesito a Flyn. Adoro a Flyn,y sólo quiero que me quiera.
Pasados diez minutos, en los que no he podido parar de llorar como si me fuera la vida en ello, y es que me va, Flyn se levanta de mi lado, y Yulia se acerca a Norbert y dice:

—Creo que es mejor que regreses a casa.
—No, señora. Prefiero quedarme aquí. —Y,mirándome con gesto pesaroso, susurra—: Lo siento, Elena. Lo siento mucho.
Su expresión me hace saber que lo dice sinceramente. Pobre, el disgusto que tiene encima.
Si hay alguien que siempre me ha querido y me ha demostrado su cariño desde que puse los pies en Múnich, ése es el buenazo de Norbert. Me levanto y le doy un abrazo.
—Tú no tienes la culpa de nada, Norbert —aseguro—. Por favor, no vuelvas a disculparte. Ya sabemos todos lo inquieto que es y lo loco que está Susto y, tranquilo, seguro que se recuperará.
Sonreímos, y luego Yulia insiste:
—Vamos, Norbert, vete a casa. Simona debe de estar nerviosa. Prometo decirte algo cuando regresemos. —Y, volviéndose, pregunta—: Flyn,¿quieres irte con él?
—No —responde mi hijo—. Prefiero quedarme con ustedes.

Norbert se resiste, pero al final lo convencemos entre todos y se va. Una vez sale por la puerta de la clínica, Yulia la cierra desde dentro y se sienta a mi lado. Sólo podemos esperar.
Una hora después, Félix y el doctor aparecen ante nosotras, y este último dice:

—Ha salido todo como esperábamos. Hemos tenido que darle puntos en el hocico y tiene varios dientes rotos. En cuanto a la pata, le hemos puesto una placa con tornillos que deberemos cambiar dentro de unos meses en una segunda operación.
—De acuerdo —consigo murmurar.
—Bien —oigo que dice Flyn a mi lado.
—De momento —prosigue el veterinario—,Susto tendrá que quedarse aquí algunos días. Pero tranquila, todo está bien.
Estoy como en una nube. Susto, mi precioso Susto, parece que se encuentra fuera de peligro y,mientras Yulia continúa hablando con el veterinario, Félix se acerca a mí y dice:
—Tu bichillo es más fuerte de lo que crees. Se repondrá, aunque quizá tenga una cojera de por vida, pero eso te da igual, ¿verdad?
Su comentario me hace sonreír, ¡claro que me da igual! Lo abrazo y susurro:
—Gracias..., gracias..., gracias.
Félix sonríe y oigo que Ginebra ríe cuando él dice:
—De nada, mujer.

Mi felicidad es completa, y abrazo también a Ginebra. La verdad es que la mujer no se ha separado de mi lado y no ha parado de darme ánimos durante las horas en las que yo veía más oscuridad que luz.
¡Joder, qué negativa me vuelvo en algunos momentos!
Una vez me suelto de ella, abrazo feliz a mi amor y entonces oigo que el veterinario dice:
—Elena, ¿quiere verlo ahora?
Asiento. Asiento como una niña chica y,mientras Félix se queda con Ginebra, yo entro en una habitación de la mano de mi amor y de Flyn.
Veo jaulas con otros animalitos que me miran curiosos, hasta que el veterinario se detiene ante una de las jaulas, que tiene una luz roja en el techo,y dice abriendo la puerta:
—Está sedado y permanecerá así un buen rato,pero está bien.
Me quedo bloqueada mirando a mi Susto.
Verlo así me impresiona. Tiene la cabeza vendada y también parte del cuerpo. De pronto parece estar más delgado de lo que por norma está y, acercándome a él, lo beso sobre la venda del hocico y las lágrimas se me escapan. Qué indefenso parece.
—Tranquilo, cielo..., mami está aquí y no te va a dejar —murmuro con el corazón encogido.

Durante varios minutos, me olvido del resto del mundo y sólo me centro en Susto, sólo en él.
Lo beso. Lo toco con cariño y le dedico las mayores palabras de amor y ternura que soy capaz de articular en ese instante.
Yulia y Flyn siguen a mi lado, no se separan de mí y, con gesto serio, me observan hasta que mi hijo da un paso al frente y toca con afecto a Susto.
Nos miramos y sonreímos. Estamos felices por tener a nuestro perro con nosotros. Yulia nos observa en silencio y, conociéndola como la conozco, sé que ver a Susto así debe de estar destrozándola. Si hay alguien que no soporta ver el dolor o las enfermedades en los demás, es ella.

—Se pondrá bien, Yulia, tranquila —digo.
Al oírme, mi amor sonríe y, tras acercarse a la jaula, le da al animal un beso en su vendada cabeza y responde:
—Susto todavía tiene mucha guerra que dar.

Al salir de la clínica son cerca de las tres de la madrugada, y Yulia y yo nos empeñamos en llevar a Ginebra y a su marido al hotel. Es lo mínimo que
podemos hacer por ellos.
Una vez los hemos dejado, me apoyo en el reposacabezas y cierro los ojos. Estoy contenta ¡dentro de mi susto por Susto! Pero todo parece que está saliendo bien.
Al llegar a casa, Norbert y Simona nos esperan junto al pobre Calamar, que está triste y solo.
Rápidamente les indicamos que todo está controlado y, cuando se marchan a dormir y Flyn se sube a Calamar a su cuarto para que esté acompañado, Yulia me abraza y murmura mirándome a los ojos:

—Todo va a salir bien, pequeña..., te lo prometo.

Asiento. Quiero que así sea y, si mi Yulia Volkova me lo dice, ¡lo creeré!



31


El lunes, cuando a las siete de la mañana sonó el despertador, Mel quería morirse pero, alargando la mano, lo paró y siguió durmiendo.
Björn, que lo había oído, abrió los ojos y observó divertido cómo ella se arropaba con las mantas.

—Cariño... —murmuró—, hay que levantarse.
Mel, sin querer abrir los ojos, musitó con el pelo enmarañado:
—Cinco minutos..., sólo cinco minutos más.
Björn asintió y, tras darle un beso en la punta de la nariz, dijo cogiendo el despertador para volver a poner la alarma:
—Te daré una hora. Yo me encargaré de levantar a Sami, ¿vale? Pero luego te levantas y la llevamos juntos al colegio.
Con una ponzoñosa sonrisa, Mel asintió y,suspirando con gustito, repuso:
—Eres el mejor, cariño..., el mejor.
Björn se levantó sonriendo de la cama y,desperezándose, fue hasta la habitación de la pequeña, donde reinaba la paz. Con cariño, se acercó hasta la cama y, sonriendo al ver que dormía con el pelo enmarañado como su madre, se tumbó a su lado y saludó:
—Buenos días, mi preciosa princesa. Hay que levantarse.
Al oírlo, la niña abrió un ojito y protestó:
—Papi, no quiero, tengo sueñito.
Björn sonrió. Mel y Sami eran el centro de su vida. Las adoraba. Las amaba con locura. Y,besando la cabeza rubia de la pequeña, cuchicheó:
—¿Sabes, prinsesa? Mami está dormida; si te levantas ahora podrás elegir la ropa que tú quieras.
Los ojos de la cría se abrieron de inmediato y,sentándose en la cama, se retiró el pelo de la cara y preguntó:
—¿Lo que yo quiera?
Al ver su expresión de pilluela, Björn rio y afirmó:
—Lo que quieras, excepto los disfraces de princesas y las coronas. Ya sabes que al cole sólo se pueden llevar cuando hay fiesta de disfraces.
—Jooooooooooooooooooo.
A cada segundo más encantado por las reacciones de la pequeña, Björn le guiñó un ojo y cuchicheó con complicidad:
—Pero puedes llevar el vestido rosa con la cara de las princesas que te compré y los zapatos nuevos. ¿Qué te parece?
—Síiii.
Como si fuera un cohete a propulsión, Sami se tiró de la cama, abrió el armario y, tras sacar aquello que su papi había dicho, lo miró y afirmó con gesto pícaro:
—Mami se va a enfadar.
—De mami me encargo yo —dijo Björn riendo y cogiendo a la pequeña en brazos—. Ven, vamos al baño. Hay que lavarse la carita y los dientes.
Una hora después, cuando Björn y Sami estaban desayunando ya vestidos, él con su impoluto traje y ella con su vestido nuevo, Mel se levantó y, al ver a la pequeña, murmuró mientras se llevaba una mano a la cabeza:
—Cariño, por favor, que Sami va al colegio,no a la entrega de los Oscar.
La pequeña miró entonces a Björn, que respondió:
—Lo sé, pero es que Sami es tan elegante como su papi.
Mel asintió y, sonriendo, se dio por vencida.
—Vale, voy a vestirme. Eso sí, si a sus majestades no les importa, yo iré en vaqueros y camiseta.
Cuando desapareció, Björn y Sami chocaron las manos con complicidad.
—Papi, eres el mejor —cuchicheó la pequeña.
Feliz por el comentario de la pequeña, él soltó una carcajada mientras exclamaba:
—Por mi princesa, ¡lo que sea!
Media hora después, Mel y Björn salieron de la casa, bajaron al garaje y se montaron en su coche.
Al llegar al colegio coincidieron con Louise,Heidi y otras mujeres, y Mel, al verlas, se tensó y murmuró:
—Espero que esto no sea una nueva encerrona o lo vas a lamentar.
Al ver a las mujeres, Björn se encogió de hombros.
—Yo no sé nada. Te lo prometo.
Con Sami en el centro y cogida por ambos de la mano, Heidi y las demás se acercaron y esta última los saludó:
—Buenos días, parejita. Qué alegría encontraros aquí.
—El placer es mío, Heidi —saludó encantado Björn al tiempo que la besaba.
—Heidi es una zorra —soltó de pronto Sami.
—¡Sami! —la regañó Björn.
—Y una perra..., eso dijeron mamá y la tía Len.
Mel, que se había quedado sin habla y no sabía dónde meterse, observó a su hija mientras sentía la mirada acusadora de Björn y de las mujeres y,como pudo, susurró:
—Sami, eso no se dice. —Luego, mirando a Heidi, que se había quedado a cuadros, añadió—:No lo dice por ti, Heidi; siento el desacertado comentario.

Y, sin más, cogió a su hija en brazos y se alejó para dejarla en el colegio antes de que les cerraran la puerta, mientras Björn se quedaba con aquéllas.
Sin permitirle abrir la boca a su hija, la besó y se la entregó a la señorita mientras pensaba qué explicación darle a Björn pero, cuando se volvió y vio a las mujeres sonriendo como tontas alrededor de él con una actitud que no le gustó nada de nada, apretó el paso.

—Sin duda, ese traje tan bien cortado te queda maravillosamente bien —decía Heidi.
Björn, que era un conquistador nato, sonrió con un gesto que hizo que todas las mujeres se ruborizaran, hasta que Mel llegó e, incapaz de no decir nada, replicó sin cortarse:
—Pues les aseguro que sin traje está mucho mejor.
Su comentario hizo que todas la observaran con la boca abierta y Björn la mirara incómodo.
¿Por qué habría dicho aquello?
Entonces, de pronto Heidi preguntó:
—Melania, ¿te vienes con nosotras a desayunar?
Björn no habló. En su mirada, Mel podía leer lo que él quería que hiciera, y más tras sus dos desafortunados comentarios, pero ella replicó sin dejarse embaucar:
—Lo siento. Dentro de media hora tengo una cita a la que no puedo faltar por nada del mundo.
Heidi asintió y, disimulando su incomodidad con la mejor de sus sonrisas, respondió:
—No hay ningún problema, Melania. Ya nos veremos otra mañana. Adiós, Björn.
Y, dicho aquello, la pandilla de urracas, entre las que estaba Louise, se dieron la vuelta y se marcharon.
Tan pronto como aquéllas se alejaron, Björn miró a Mel incrédulo y, cuando se disponía a protestar, ella se le adelantó diciendo:
—Odio cuando me llaman Melania de esa manera. ¡Me da hasta repelús!
—¿Qué es eso de que Heidi es una zorra y una perra?
Tratando de no sonreír, Mel cuchicheó:
—Ay, cariño, lo siento. El otro día le estaba contando a Elena, el día que...
—Por el amor de Dios, Mel. ¿Sami acaba de llamar zorra y perra a la mujer de Gilbert Heine y tú te ríes? Y, por si encima era poco, no se te ocurre otra cosa que decir que sin ropa estoy mejor.
—La verdad, cariño. La purita verdad.
—Mel... —gruñó él.
Al ver el poco sentido del humor de Björn,ella cambió el gesto y murmuró:
—Vale. Lo siento, cariño. Tienes razón. Ha estado fuera de lugar y...
—¿Qué tal si comienzas a ser algo más agradable con Heidi y esas mujeres?
—Imposible.
—Imposible, ¿por qué? —protestó él.
—Pues porque no me gustan y no quiero tener nada que ver con ellas. Comprendo que tu ilusión sea entrar en ese dichoso bufete, pero entiende que yo no quiero saber nada de ellos. Por tanto, si tú has de representar un bonito papel para que ellas y ellos te quieran, ¡adelante!, pero yo no lo voy a hacer, porque no les gusto y te aseguro que no les voy a gustar nunca, ¿entendido?
El abogado clavó los ojos en la morena descarada que lo retaba con la mirada pero,cuando se disponía a responder, sonó su móvil.
Contestó y, tras hablar unos segundos, lo cerró y dijo mirando a Mel:
—Era la policía.
—¿La poli? ¿Qué ha pasado? —preguntó ella sorprendida.
—Han pillado al hacker que atentaba contra mi web, y el inspector Kleiber quiere que vaya a comisaría.
Sorprendida y encantada al oír eso, Mel lo cogió de la mano y, sin dudarlo, dijo:
—Vamos. Iremos juntos a ver a ese desgraciado.
Tras callejear por Múnich, una vez aparcaron el vehículo, entraron en la comisaría sin soltarse de la mano. Preguntaron por el inspector Kleiber y les indicaron que su despacho estaba en la segunda puerta a la derecha.
—Te juro que, cuando vea a ese desgraciado de Marvel —sentenció Björn caminando—, me las va a pagar esté o no la policía delante.
—Cariño —murmuró Mel—, tranquilízate. Ya lo han cogido, y dudo que vuelva a piratearte la web. Björn asintió e intentó relajarse, pero en el fondo deseaba echarse a la cara a aquel destructor de lo ajeno. Al llegar frente a una puerta, de pronto ésta se abrió y apareció ante ellos el inspector Kleiber. Al verlos, se apresuró a cerrar de nuevo y dijo:
—Creo que es mejor que antes pasen a mi despacho.

Mel asintió, pero Björn, desobedeciendo las indicaciones del policía, abrió la puerta que éste acababa de cerrar, dispuesto a comerse al maldito hacker, y se encontró a una mujer mayor y a un adolescente de la edad de Flyn. Con gesto contrariado, su mirada pasó de la mujer al niño y,cuando tuvo claro que el hacker era aquel crío de pelo largo y descontrolado que no lo miraba, dio un paso atrás sin decir nada y cerró la puerta.

—Como le he dicho, es mejor que pasen antes a mi despacho —insistió el inspector.
Pero Björn necesitaba que le confirmara lo que creía, y preguntó sin moverse:
—¡¿El hacker es un crío?!
—Sí —afirmó el inspector.
—¿Ese muchacho es Marvel? —preguntó sorprendida Mel al darse cuenta de que lo conocía.
—Sí —volvió a asentir el policía.
—¡Joder! ¿Y qué hace un niñato pirateando mi web?
El inspector abrió una puerta y, señalando,insistió:
—Por favor, pasen. Tenemos que hablar.
Alucinados, entraron y tomaron asiento. El inspector se sentó a su vez, colocó ante ellos unos papeles y declaró:
—Ese muchacho es un cerebrito en informática, y si le digo esto es porque algunos de sus compañeros así lo han descrito al ver las cosas que hace. Si no hubiera sido porque nos llamaron del instituto al que va para avisarnos de su falta de
asistencia desde la muerte de su abuelo,difícilmente la unidad de delitos informáticos podría haberlo cazado por lo que le hacía a usted en su página web. El chico es muy bueno en lo que hace..., créame.
Mel y Björn se miraron sorprendidos. Sin lugar a dudas, los hackers eran cada vez más jóvenes.
A continuación, el inspector abrió una carpeta y preguntó:
—¿Le suena el nombre de Bastian Fogelman?
—No —respondió Björn.
—¿Está usted seguro, señor Hoffmann? —insistió el inspector.
Björn se disponía a protestar cuando aquél añadió:
—¿Recuerda el nombre de Katharina? Una muchacha suiza.
Al oír eso, Björn se incorporó de la silla.
Claro que la recordaba.
—¿Qué ocurre con Katharina?
—¿Quién es Katharina? —preguntó Mel.
Sin entender a qué venía todo aquello, Björn miró a Mel y se apresuró a responder:
—Era una amiga. Una vecina. —Y, viendo la expresión de ella al mirarlo aclaró—: Llevo sin verla muchos años, no me mires así.
Al ver cómo se miraban, el inspector dijo:
—Katharina era la hija de Bastian Fogelman, su vecino.
Björn levantó las cejas y, clavando sus ojos en él, preguntó:
—¿Y?
—El crío que ha visto y que ha estado pirateando su web es el hijo de Katharina, nieto de Fogelman... —y, entregándole un papel, añadió—:y por lo que él dice, es su hijo también.
—¡¿Qué?! —exclamaron incrédulos Mel y Björn a la vez.
El inspector se disponía a decir algo cuando Björn se puso en pie de un brinco.
—¡¿Qué tonterías está diciendo? —soltó—. La única hija que tengo se llama Sami, no mide un palmo y acabo de dejarla en el colegio.
Mel, todavía sin reaccionar, miró a Björn cuando éste cogió malhumorado el papel que el policía le tendía y comenzó a leer. Efectivamente, aquello era una partida de nacimiento en donde en la casilla de padre ponía claramente «Björn Hoffmann». Sin entender absolutamente nada, se sentó de nuevo en la silla y, dejando el papel sobre la mesa, murmuró mirando a Mel:
—No sé qué es esto. Ni tampoco sé quién es ese crío, pero desde luego no es hijo mío.
—Señor Hoffmann...
—¡No diga tonterías, inspector! —lo cortó Björn—. Si yo tuviera un hijo, tenga por seguro que lo sabría, y muy bien.
Al ver su desconcierto, Mel lo cogió de las manos y, atrapando su mirada, susurró:
—Tranquilo, cariño.
—Señor Hoffmann, escúcheme —insistió el inspector Kleiber—. Nos llamaron del colegio para denunciar que, tras el fallecimiento de su abuelo, un menor no iba a clase y seguramente vivía solo. El muchacho nos vio en la puerta de su casa, se asustó, y ha estado toda la noche vagando por las calles. Cuando unos de mis agentes lo localizaron durmiendo en un parque, lo cogieron y, antes de traerlo a la comisaría, el muchacho suplicó que tenía que ir a su casa a por su perro.
Mis hombres lo acompañaron y, allí, tras observar ciertas cosas en su habitación, se encontraron con la sorpresa de que era él quien le pirateaba su página web.
Björn cada vez entendía menos. Era como si le hablaran en chino.
—Al principio, el muchacho no soltaba prenda—prosiguió el inspector—. No contestaba a nuestras preguntas, a pesar de que las pruebas lo delataban, pero al final se ha roto cuando hemos querido separarlo de su mascota. ¿Usted vivió en
el barrio de Haidhausen?
El abogado, confundido, asintió al recordarlo.
—Sí. Viví allí.
El inspector miró los papeles que tenía delante e indicó:
—Por problemas con su madrastra, usted, su padre y su hermano se marcharon del barrio de la noche a la mañana, ¿verdad?
Con los ojos velados por los recuerdos, Björn asintió.
—Sí. Mi madrasta se enamoró de un norteamericano llamado Richard Shepard..., y
tuvimos que marcharnos.
—Björn —murmuró Mel, consciente de lo que le costaba hablar de aquello.
Al sentir a su mujer a su lado, el abogado la miró para hacerle saber que estaba bien, y a continuación señaló:
—Inspector, no sé a qué viene recordar mi pasado, pero sí, todo cuanto dice es cierto. Mi padre lo había puesto todo a nombre de aquella mala mujer, y ella nos lo quitó. Nos dejó en la calle y tuvimos que marcharnos del que había sido nuestro barrio de un día para otro.
Un incómodo silencio los rodeó, hasta que el inspector afirmó:
—Pues he de decirle que, cuando usted se marchó, Katharina regresó a Suiza embarazada de usted.
—¡¿Qué?! —exclamó Björn, bloqueado.
Durante un par de segundos, su mente se inundó de recuerdos pasados, y de pronto sise—: Si eso fuera cierto, ¿por qué no me buscó para contármelo?
—Eso, señor Hoffmann, no lo sé. Yo sólo sé lo que el niño nos ha dicho.
Mareado como nunca en su vida, Björn se apoyó en el respaldo de la silla. Mel sabía lo que le dolía recordar aquello y, al verlo en aquel estado, cogió un papel y comenzó a darle aire mientras le susurraba:
—Tranquilo, cariño..., tranquilo.
Pero la palabra «tranquilidad» era lo que menos le rondaba por la cabeza a Björn. Sólo podía pensar en lo que aquel policía le decía.
Tenía un hijo, ¿y se enteraba casi quince años después?
El inspector Kleiber puso una botellita de agua delante de Björn. Mel la cogió, la abrió y, entregándosela, exigió:
—Bebe agua. Bebe.
Björn bebió y bebió y bebió y, cuando la botella se acabó, la dejó sobre la mesa y,
levantándose, negó:
—No puede ser. Es imposible que sea mi hijo.Katharina me lo habría dicho. Quiero hablar con ella, ¡quiero verla! Y estoy seguro de que todo se solucionará.
—Siento decirle que Katharina murió de cáncer hace ocho años en Suiza —informó el inspector—. Entonces, el abuelo del crío se hizo cargo de él aquí, en Múnich, hasta que murió también hace poco más de un mes.
A cada instante más bloqueado, Björn exigió:
—Quiero ver a ese muchacho. Exijo hablar con él y aclarar todo esto.
El inspector levantó entonces el auricular de un teléfono y dijo:
—Le pediré a la asistente social que nos avise cuando termine de hablar con Peter.
Björn se mesó el pelo. Aquello era una locura.
¿Cómo iba a tener un hijo y no saberlo?
—Cariño..., cariño..., cariño... Es mejor que te tranquilices — insistió Mel levantándose para ponerse a su altura—. Antes de hablar con el niño, creo que...
—¿Peter? ¡¿Ha dicho que se llama Peter?! —preguntó de pronto Björn.
El inspector asintió y Mel, al oír aquel nombre, murmuró sentándose:
—Dios santo.

Si algo le gustaba a Björn eran sus discos de vinilo y sus cómics de Spiderman. Los cuidaba como oro en paño, y muchas habían sido las veces que había comentado con ella que, si tenía un hijo,se llamaría como su superhéroe favorito: Peter.
A cada instante más confundido, Björn no sabía qué pensar. Entonces, la puerta del despacho se abrió y la mujer que estaba segundos antes con el crío dijo:

—Pueden pasar ahora para hablar con él.
Mel no se movió, sino que miró a Björn a la espera de su decisión.
—Vayamos, pues —dijo él finalmente.

Al salir del despacho, Mel se apresuró a cogerle la mano. Quería que sintiera que estaba con él, y Björn, al darse cuenta de ello, la miró e intentó sonreír. Pero la preciosa, inquietante y maravillosa sonrisa del abogado no salió y, de la mano, pasaron a la sala con el inspector.
Al entrar, el muchacho, que vestía un pantalón vaquero raído, una sudadera con capucha azulona y unas zapatillas que, sin lugar a dudas, habían visto tiempos mejores, no levantó la cabeza.
Continuó con la vista fija en el suelo, y entonces Mel reparó en el monopatín rojo y en el perro blanco y marrón que estaba a sus pies y supo a ciencia cierta que ya los había visto antes.
Por su parte, Björn se sentó al otro lado de la mesa, frente al muchacho, con la esperanza de que éste lo mirara. Él era un gran abogado, un hombre acostumbrado a lidiar con todo tipo de situaciones,e iba a controlar también aquello.
Entonces, el crío se movió. Levantó el rostro para observar, pero su pelo largo no los dejaba ver su cara con claridad, y Mel, consciente de que ya se conocían, lo saludó:

—Hola, Peter, soy Mel.
—Lo sé.
—Tú y yo ya nos hemos visto antes, ¿verdad?—insistió ella ante la sorpresa de Björn.
Él asintió.
—Sí.
Mel tenía muy claro quién era el chaval, y dijo:
—Te he visto varias veces en el parque adonde llevamos a Sami, ¿verdad?
—Sí.
—Y en el supermercado...; tú eres el chico que algunos días recoge los carritos.
—Sí —volvió a afirmar el muchacho y, mirándola, añadió al ver que ella no lo comentaba—: Y también nos vimos hace poco en la puerta del colegio.

Al oír eso, Mel simplemente asintió con la cabeza, y Peter entendió que no debía comentar lo ocurrido aquel día con aquel hombre.
Pero Björn, que estaba histérico escuchándolos, preguntó:

—¿Y qué hacías en esos lugares? Porque, si pirateabas mi web, ¿acaso también pretendías hacerle algo a mi familia?
—Björn —protestó Mel.
—No... No..., yo nunca les haría daño. Nunca—murmuró el chaval.

Por debajo de la mesa, Mel puso una mano sobre la nerviosa pierna de Björn, que no paraba de moverse, y le pidió tranquilidad. El chaval estaba asustado. Sólo había que ver lo encogido que estaba para darse cuenta, y Björn, tras entender lo que su novia quería decirle, cambió el tono y preguntó:

—Peter, ¿por qué dices que eres mi hijo?
—Porque mamá siempre lo decía. Escribió su nombre en una foto en la que están los dos y desde pequeño me dijo que usted era mi padre. Mi abuelo también lo afirmaba.
Bloqueado y confundido, Björn miró al adolescente. ¿Cómo podía tener él un hijo sin saberlo?
—Y si tu madre y tu abuelo lo decían, ¿por qué no te acercaste a mí? —volvió a preguntar—. ¿Por qué piratear mi web?
El crío no respondió, sino que simplemente bajó la cabeza. Entonces, el inspector dio un paso al frente y lo amenazó:
—Si no respondes, tendremos que llevarnos a tu perro.
—¡No! —gritó el muchacho agarrándose al chucho blanco y marrón—. No me separen de Leya. Por favor, es lo único que tengo.

Aquella súplica pilló a todos por sorpresa, y a Mel le rompió el corazón.
Oír al chico decir aquello le hizo recordar algo que hacía mucho... mucho tiempo un buen amigo le había contado y, emocionada, pensó en él. Si él estuviera allí, no permitiría que ocurriera.
¿Debía permitirlo ella?
Björn miró a Peter y, cuando se disponía a decir algo, el crío se retiró el pelo de la cara y explicó:

—Un día fui hasta la puerta de su trabajo, pero el portero del edificio me echó y entonces pensé que, si aquel hombre me había echado, qué no haría usted, y me fui. No quise insistir.

Durante un buen rato, el inspector y Björn hicieron preguntas al muchacho y éste fue contestándolas educadamente como pudo. En ningún momento lloró. En ningún momento se desmoronó. En ningún momento se mostró chulo o desagradable. Pero Mel, que lo observaba, sabía que tras toda aquella integridad había un muchachito que, en cuanto nadie lo viera, se vendría abajo.
Bloqueado como nunca antes en su vida, Björn se levantó de la mesa y, sin decir nada, salió de la sala. Mel lo siguió y, ya en el pasillo, oyó que él decía:

—No puede ser. ¿Cómo va a ser mi hijo?
—Björn...
—No..., no puede ser, Mel. Yo no tengo ningún hijo.
—Escucha, cariño... Mírame, Björn —susurró tan impactada como él.
El inspector salió entonces también a su encuentro.
—Creo que todos hemos tenido bastante por hoy —dijo—. La asistente social se va a llevar a Peter a un centro de menores y...
—¡No! —exclamó de pronto Mel.
Björn y el inspector la miraron y ella continuó:
—No pueden llevárselo. Él... él nos tiene a nosotros.
El abogado miró a Mel sorprendido.
—Pero ¿qué estás diciendo?
—Björn —insistió ella—. Ese muchacho podría ser tu hijo.
—Mel, no saques conclusiones que puedan ser erróneas —siseó enfadado—. Nunca he oído hablar de él, y...
—Mi sexto sentido me dice que es verdad — insistió ella.
Björn la miró molesto.
—Ojalá utilizaras tu sexto sentido para otras cosas que yo necesito —replicó.
Enfadada por su contestación, Mel lo miró y gruñó:
—Mira, si lo dices por esa pandilla de imbéciles que hemos visto hace un rato en la
puerta del colegio, sólo te diré que...
—Déjalo, Mel.
—No. No voy a dejarlo —respondió ella.
Luego se hizo el silencio. Sin duda, aquello comenzaba a hacer mella entre ambos cuando Björn, desesperado por lo que acababa de descubrir, siseó:
—Por el amor de Dios, Mel... ¿Acaso pretendes que llevemos a un extraño a casa?
—Sí.
Al oír eso, el inspector Kleiber dijo:
—Creo que tendrían que hablar de eso tranquilamente en su casa. Éste no es lugar.Mientras tanto, la asistente social puede llevarse a Peter al centro y...
—No, imposible. Lo separarán de su perro —volvió a repetir Mel.
A cada instante más descolocado, Björn clavó sus bonitos ojos en su chica y murmuró:
—Mel, esta situación se me va de las manos,pero entiendo menos aún tu reacción, y más sabiendo que ese crío es el puto hacker que me ha estado volviendo loco. ¿De verdad pretendes meter a ese muchacho y a su perro en casa con Sami?
La exmilitar asintió sin saber por qué.
—Sí.
—Pero ¿por qué?
—Porque sí. Porque... porque es un niño que necesita cariño.
—Eso no me vale, ¡joder! —protestó Björn.
—Pues te tiene que valer.
—Mel...
Sin ceder un ápice, ella insistió:
—Se vienen con nosotros. Peter y Leya se vienen con nosotros.
—Mira que eres cabezota —gruñó él.
—Y tú también, pero se vienen a casa.
Sin entender nada, Björn clavó la mirada en ella y, suavizando el tono pidió:
—Vamos a ver, cariño, ¿me puedes explicar por qué insistes tanto en ello?
Con los ojos vidriosos, Mel suspiró.
—Mi buen amigo Robert Smith, el teniente que fue abatido en vuelo y al que sabes que quería como a un hermano, al morir sus padres cuando él tenía doce años, estuvo durante dos en una casa de acogida. Me habló de la tristeza de sentirse solo,de lo complicado que fue asumir como niño que no le importaba a nadie, y que no entendió que también lo separaran de su perro, que era lo único real de su pasado que le quedaba. —Y, tomando aire para no emocionarse, añadió—: También recuerdo su sonrisa cuando contaba que el día que Nancy y Patwin lo llevaron a su casa fue el más feliz de su vida, hasta que conoció a su mujer.
—No sabemos quién es Peter y los problemas que nos puede originar en nuestras vidas.
—Nancy y Patwin tampoco sabían quién era Robert. Vieron en él a un niño necesitado de cariño, que es lo mismo que he visto yo en Peter. Pero ¿es que no te das cuenta?
Björn se mesó el pelo ofuscado. Quería salir de la comisaría cuanto antes, y sentenció:
—Lo siento, pero no. Ese muchacho no se viene a casa.
—Björn...

El abogado, que no quería discutir más el tema, dio media vuelta y se encaminó para hablar con el inspector, que se había apartado de la conversación anteriormente.
Con el corazón encogido, Mel observó a través del cristal de la puerta de una sala cómo la asistente social intentaba hablar con el chaval mientras éste le suplicaba una y otra vez que no lo separaran de su perra. Sin saber qué hacer, Mel miró en dirección a Björn y al inspector y,finalmente, entró en la sala, donde el chico ahora
lloraba desconsolado abrazando a su mascota.

—Peter..., Peter..., mírame —murmuró agachándose para ponerse a su altura. Cuando él la miró con los ojos llenos de lágrimas, ella le dijo al ver que la asistente social hablaba por teléfono—: ¿Puedo hacerte unas preguntas? —El crío asintió—. ¿Por qué te he visto en varios lugares antes de hoy, como por ejemplo el parque al que solemos ir con Sami?
Peter tragó el nudo de emociones que tenía en la garganta y respondió:
—Porque quería conocer a mi hermana y me gustaba sentarme a observarlos. Nunca los molesté. Sólo deseaba ver cómo él jugaba con Sami, para imaginar cómo habría sido conmigo si mamá le hubiera dicho que yo era su hijo.
La respuesta caló hondo en ella. El chico creí que Sami era hija de Björn y, sin querer sacarlo de su error, Mel volvió a preguntar:
—¿Qué hacías el otro día en la puerta del colegio?
Peter miró más allá y, cuando vio que Björn no podía oírlos, contestó:
—Fui a verlas como muchas mañanas. Me encanta ver a Sami contenta. Pero, tranquila, no le contaré a Björn lo que ocurrió con ese tipo. Sin embargo, debería contárselo usted. No me gustó cómo la agarró.
Dolida por lo que estaba oyendo, Mel suspiró.
Aquel muchacho, sin conocerla, estaba dispuesto a guardarle el secreto y, sin saber por qué, preguntó:
—¿Estás seguro de que eres hijo de Björn?
Secándose las lágrimas con la mano, el chaval respondió:
—Mi madre siempre lo decía. —Entonces, desesperado, vio cómo la asistente social se levantaba y murmuró—: Por favor, señora, no deje que se lleven a mi perra. La meterán en una perrera y, si yo no la reclamo en unos días, seguramente la sacrificarán y... y ella es lo único que tengo.
Con la pena en el cuerpo, Mel no sabía qué hacer y, al ver cómo el chico la miraba, dijo cogiendo la cadena del animal:
—Yo la cuidaré hasta que todo esto se solucione, ¿quieres?
El muchacho dejó de llorar y, mirándola,susurró:
—¿Haría eso por ella? —Mel asintió y,conmovida, estuvo a punto de echarse a llorar cuando el crío la abrazó con desesperación y musitó—: Gracias, señora, gracias. Siempre he tenido la intuición de que usted era especial. Le prometo regresar a por ella y...
—Te he dicho que me llamo Mel. Llámame Mel, por favor.
El crío sonrió con tristeza.
—Gracias, Mel.
—Escucha, Peter, todo esto se resolverá. Ya lo verás.
El muchacho miró hacia el pasillo, donde Björn hablaba con el inspector, y dijo:
—Él no cree que yo sea su hijo, ni quiere que lo sea, y yo... no quiero ser una carga para él.Cuando consiga salir del lugar adonde me van a llevar, recogeré a Leya y regresaré a mi casa.
—Si eres su hijo, te querrá. De eso me encargo yo —afirmó Mel—. Y, si no lo eres, te aseguro que yo misma te ayudaré a encontrar un sitio donde vivir.
Peter se abrazó a su perra y musitó:
—Pórtate bien con la señora y...
—Mel, recuerda, Mel.
El crío sonrió y repitió:
—Leya, pórtate bien con Mel hasta que yo regrese, ¿de acuerdo?
La perra lo miró y, cuando éste se levantó, ella lo hizo también. En ese instante la asistente se dirigió al chico y dijo:
—Vamos.
Angustiada, Mel miró a Peter, después a la mujer, y preguntó:
—¿Adónde lo llevan?
Ella consultó los papeles que llevaba en la mano y señaló:
—A una casa de acogida que tenemos en Neuhauser Strasse. Si les interesa, el inspector les dará más información.
Peter tocó la cabeza de su perra y, tras darle un abrazo a la mujer que se quedaba con ella, murmuró apenado:
—Cuídala, Mel. Regresaré a por ella.
Enternecida, ella asintió y, en cuanto el muchacho se marchó, al ver que la perra de estatura media tiraba y ladraba para ir tras él, se agachó y, abrazándola como había hecho instantes antes su dueño, musitó:
—Tranquila, Leya..., tranquila. Yo te cuidaré hasta que Peter regrese.
El animal pareció relajarse y, cuando Mel supo que así era, se levantó del suelo, justo en el momento en que Björn entraba en la sala y, mirándola, preguntaba:
—¿Qué haces con ese chucho?
—Nos lo llevamos a casa.
—¡¿Qué?! —preguntó sorprendido.
Dispuesta a cumplir su promesa, Mel siseó:
—Mira, Björn. Le he prometido a ese muchacho que la cuidaría y lo haré.
Ofuscado, él gruñó:
—¿Acaso pretendes llevarme hoy la contraria en todo?
—¡¿Sabes por qué Peter estaba en el parque?!—gritó mirándolo furiosa—. Ese pobre chico cree que Sami es su hermana y sólo quería ver cómo tú jugabas con ella para imaginar que así habrías jugado con él si su madre te hubiera dicho que era tu hijo. Y, en cuanto a la perra, le he prometido que la voy a cuidar porque, si se la llevan y nadie la reclama en unos días, la sacrificarán y yo me... me niego a ello; ¿te has enterado o te lo repito?
Boquiabierto, el abogado la miró y asintió sin decir nada. Estaba claro que, fuera Peter o no su hijo, la perra se marchaba a casa con ellos.

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Mensaje por VIVALENZ28 2/9/2017, 9:42 pm

32

Una vez Yulia se va a trabajar algo más pronto de lo habitual y yo hablo con el veterinario, que me dice que Susto está bien y que puedo llevármelo a casa al día siguiente, cuelgo el teléfono feliz y regreso a la cocina.
Allí, Pipa se afana por dar de desayunar a mi monstruito, que se empeña en que la comida vaya a parar a cualquier lado de la cocina excepto a su tripita.
Cuando veo entrar a Flyn, nos miramos.
Espero una sonrisa. Al fin y al cabo, el otro día me abrazó y me llamó «mamá», pero, al parecer, el borderío ha regresado y, como cada mañana, me reta con la mirada, y yo, en el momento en que me canso, la esquivo.
Sabe que hoy lo acompañaré a clase y ¡por fin! tendremos la reunión con su tutor.
Eso lo incomoda. Lo que no sabe, ni se imagina, es cuánto me incomoda a mí.
Una vez Flyn ha terminado de desayunar, nos dirigimos en silencio hacia el coche y, cuando arranco, clavo mis ojos en él y pregunto:

—Si hay algo que tu profesor pueda contarme que aún no sepa, es tu oportunidad para decírmelo...
Con toda la chulería de los Volkov, mi hijo me mira y responde:
—Ya que vas, que te lo cuente él.
Siento ganas de darle un pescozón. Dos días antes, me abrazaba y me mimaba llamándome «mamá», pero de nuevo la frialdad ha vuelto.
—¿Puedes dejar de ser tan desagradable? —pregunto cansada.

Flyn me vuelve a mirar pero, cuando creo que va a decir algo, se calla. Esa actitud chulesca me enferma en ocasiones más que si me contestara.
Sin embargo me callo. No digo nada. No voy a entrar en sus provocaciones.
Conduzco en silencio hasta el instituto. Una vez aparco, Flyn sale del coche y rápidamente se acerca a un grupito de chicos que lo saludan chocándole las manos. Esos amigotes suyos no me gustan, y observo cómo ellos me miran a mí.
¿Por qué mi niño ha tenido que conocerlos?
Desde el interior del vehículo, veo aparecer a la fresca por la que sé que Flyn está colgado, bajo y, antes de que se acerque a mi hijo, lo llamo:

—Flyn, ven aquí.

Mi chico se resiste. Está entre hacerme caso o demostrarles a sus nuevos amigotes que él es quien me domina. Pero al final gano yo. Me conoce muy bien y, cuando ve que cierro el coche de un portazo, pierde el culo en regresar a mi lado antes de que saque mi raza rusa y le cante las cuarenta delante de ellos.
Sin rozarnos, ni decirnos nada, vamos hasta secretaría. Allí, tras avisar de que tengo tutoría con el señor Alves, mandan a Flyn a clase y me dicen que pase a una salita contigua. Si hace falta, ya avisarán al niño. Entro en la salita, en la que
hay una mesa y unas sillas, y me siento.
Mientras espero la llegada del tutor, recuerdo cuando Flyn era pequeño y yo lo defendía de algunas madres y sus chismorreos. Eso me hace sonreír, pero al mismo tiempo me apeno. Con lo que lo quiero, al muy sinvergüenza, y lo mal que se está portando conmigo.
Miro mi móvil. No tengo ninguna llamada, y decido escribirle un mensaje a Yulia:

Hola, guapa. Estoy en la tutoría. Te quiero.

Imagino a mi pelnegra rua/alemana en su reunión leyendo el mensaje muy seria y sonrío cuando mi móvil pita. Leo:

Hola, preciosa. Ya me contarás en casa. Yo también te quiero.

Estoy sonriendo cuando la puerta se abre a mis espaldas y oigo:

—Buenos días, señora Volkova Katina.
Rápidamente guardo el teléfono y, en cuanto voy a responder, me quedo con la boca abierta.
Aquel tipo con gafas de pasta me recuerda a alguien y, tan pronto como soy consciente de que no es que me recuerde, ¡sino que es él!, murmuro en mi perfecto ruso:
—Joder...
Ante mí está Dennis, el brasileño buenorro del Sensations y el que nos enseñó a Mel y a mí a bailar forró la noche de la detención. Su gesto de sorpresa es tan grande como el mío, y pregunta boquiabierto:
—¿Eres la madre de Flyn Volkov?
Asiento aturdida y finalmente consigo preguntar:
—¿Y tú eres el señor Alves?
Ahora es él quien asiente y, sentándose frente a mí, se quita las gafas de pasta y después de un instante de silencio dice:
—Tranquila, Lena. Ambos somos personas maduras, juiciosas y sensatas como para saber afrontar esta situación, ¿de acuerdo? —Asiento, y entonces él añade tendiéndome la mano—: Señora Volkova Katina, encantado de conocerla.

Como si estuviera en una burbujita, le tiendo la mano a mi vez y se la estrecho. Ese contacto tan pudoroso y decente me hace sonreír cuando pienso que lo he tenido como un salvaje entre mis piernas y sobre mi cuerpo.
Tras ese saludo de lo más frío e impersonal,Dennis o, mejor dicho, el señor Alves, se vuelve a poner las gafas, abre una carpeta y se centra en hablarme de Flyn. Las cosas que me dice no son de lo mejor. Sin lugar a dudas, mi hijo, mi coreano alemán, ha pasado de ser un niño a ser un gamberro de tomo y lomo que nos chotea a su madre y a mí como le da la gana.
Observo varios partes de faltas de asistencia y,fijándome en los que están con mi firma, me doy cuenta de que en la vida he visto yo esos documentos. Sin duda, Flyn los falsificó.
Parpadeo alucinada.
Pero, vamos a ver, ¿quién es ese Flyn y dónde está mi coreano alemán?
Me centro en los papeles de mi hijo que están ante mí cuando oigo la puerta y entra Flyn. Lo miro con gesto de enfado y, en cuanto él se sienta, su tutor dice:

—Flyn, le enseñaba a tu madre los exámenes que...
—Ella no es mi madre, es mi madrastra —replica.
Oírlo decir eso delante de su profesor me duele muchísimo. ¡¿Madrastra?! ¿Por qué dice eso?
Pero, sin cambiar mi gesto, simplemente susurro:
—Flyn, por favor.
De mala gana, el crío se repanchinga en la silla, y entonces oigo a su profesor decir en tono tajante:
—Flyn Volkov, siéntate recto. —Mi hijo no se mueve. Reta a su tutor, pero al final, ante el gesto duro de Dennis, hace caso mientras éste dice—: Ten un respeto por tu madre porque, si ha venido a esta reunión y ahora está aquí soportando estoicamente todo lo que le estoy diciendo es porque te quiere, se preocupa por ti y te respeta,algo que parece ser que tú has olvidado. Por tanto,y, visto tu comportamiento vergonzoso, sal de la tutoría ahora mismo y regresa a clase. No tengo nada más que hablar contigo delante de ella.

Me gusta la seriedad y la rotundidad con la que le habla y, cuando Flyn sale ofendido de la sala, miro a Dennis y murmuro:

—Gracias.

Él sonríe y, quitándose de nuevo las gafas, las deja sobre la mesa y dice:

—Me gusta tan poco como a él utilizar este tono tajante, pero con estos muchachos y a estas edades, uno ha de ser así para que lo escuchen y lo
respeten.
Asiento. Tiene razón. Si Yulia y yo hiciéramos lo mismo, seguro que todo cambiaría. Entonces, oigo que pregunta:
—¿En casa la situación es igual?
Yo suspiro desesperada.
—Sí. Su madre y yo intentamos hacernos con él, pero al final no sé cómo se las ingenia y siempre terminamos discutiendo entre nosotras.
Él asiente.
—Eso es lo peor que pueden hacer. Yulia y tú deben estar unidas ante él y caminar a la par con él. Habla con tu esposa, o si quieres convocaremos otra reunión con el psicólogo.Siento lo que te voy a decir, pero el otro día lo pillé junto a otros tres chicos fumando porros en el patio.
—¡¿Qué?!

Uf..., uf..., uf... Ya sé que por fumarte un porro no eres un drogadicto ni un delincuente pero,joder, ¡que tiene catorce años! Me doy aire con la mano y pronto siento que me pica el cuello. Lo que estoy oyendo no me gusta nada, pero entonces Dennis añade:

—Tu hijo no es mal chaval, pero la chica con la que está, una tal Elke, y el grupito con el que se juntan son conflictivos y deben hacer todo lo posible para separarlo de ellos o al final tendran graves problemas. Varios de esos muchachos que hoy son sus amigos ya ni siquiera están en el instituto. Todos ellos son de buenas familias, como la suya, que pueden permitirse este colegio. Por desgracia, muchos de esos padres los han dejado por imposibles, aunque mi recomendación es que
ustedes no lo permitan.
Asiento..., asiento y asiento.
Me pitan los oídos cuando Dennis clava los ojos en mí y, levantándose, sale a por un vasito de agua. Al entrar de nuevo en la sala, se apoya en la mesa, me lo entrega y yo me lo bebo. A continuación, dice:
—Flyn ha acumulado demasiados partes negativos y, con su siguiente parte, siento decirte que será expulsado del instituto una semana. Si,tras esa expulsión, vuelve a tener otro parte, será expulsado un mes entero y, si reincide, durante el resto del curso.
Madre mía..., ¡madre mía!
Lo que me dice me deja sin habla y, cuando tenga que explicárselo a mi querida esposa, no sé ni cómo lo voy a hacer.
Charlamos durante veinte minutos más. Luego,Dennis guarda los papeles que me ha enseñado y,una vez cierra la carpeta, me mira y dice:
—¿Alguna pregunta más que quieras hacerme?
Niego con la cabeza y entonces él se saca una tarjeta del bolsillo y me la entrega.
—Aquí están mis teléfonos —dice—. Yulia y tú podrán llamarme para lo que necesiten.

Asiento como una imbécil. Sin lugar a dudas,ese «lo que necesiten» es muy amplio. Salimos al pasillo y caminamos hacia la puerta de salida cuando oigo que dice:

—Me ha encantado encontrarte aquí. Nunca lo habría esperado.
—Y yo nunca habría esperado que fueras el tutor de mi hijo —replico.
Ambos reímos y luego pregunto, algo más tranquila:
—¿Cuánto llevas viviendo en Alemania?
—Dos años. Cuando terminé mis estudios en Brasil, decidí ver mundo; viví tres años en México, otros tres en Suiza, y en Alemania llevo dos. Cuando cumpla tres, mi intención es trasladarme a Londres.
De nuevo, los dos volvemos a reír. Entonces,él baja la voz y pregunta:
—¿Las llevas puestas ahora?
Sin duda, se refiere a si llevo o no bragas, y respondo evitando sonreír:
—Por supuesto. Sólo me las quito cuando está mi esposa.
Dennis asiente y, sin pararse, añade:
—Me alegra saberlo. Yulia es una buena tía y hacen una estupenda pareja.
Su último comentario me hace saber que él nunca intentaría nada sin estar Yulia por medio. Eso me gusta y, poniéndome las gafas de sol antes de salir por la puerta del instituto, extiendo la mano y digo:
—Ha sido un placer, señor Alves.
Dennis coge mi mano y responde:
—El placer siempre es mío, señora Volkova Katina.


Sonreímos y nos despedimos. Cada uno vuelve a sus quehaceres, pero cuando llego a mi coche me fijo en una parejita que está sentada en un banco del parque comiéndose a besos.
Abro el coche y, de pronto, al mirar de nuevo a la parejita me doy cuenta de que aquélla es Elke.
Me quedo boquiabierta durante varios segundos hasta que, al ver cómo la chica se propasa a plena luz del día, me acerco a ellos y pregunto:

—Disculpa, ¿eres Elke?
—Sí, ¿y tú eres...? —pregunta ella con descaro.
La rabia puede conmigo. Mi hijo está echando su vida a perder por esa perraka, y ella anda zorreando con sus amigos a pocos pasos del instituto.
—Soy la madre de Flyn, ¿sabes de quién te hablo?
A diferencia de lo que me habría pasado a mí ante una pillada así, Elke sonríe y, levantándose de las piernas del chico, murmura:
—¿El chino? Pues entonces dirás su «madrastra».
Oír eso me enfurece.
Si esa chica tuviera sentimientos verdaderos por mi niño, sabría lo mucho que le molesta que lo llamen así; además, llama mi atención que ella diga lo de madrastra. Pero, antes de que yo pueda decir nada, ella añade con todo el descaro:
—Mira, madrastrita del chinito, lo que yo haga con mi vida es algo que no te importa, y...
—Por supuesto que no me importa —la corto furiosa—. A mí sólo me importa mi hijo. No me agrada que estés con él pero, si lo estás, no veo bien que ahora estés aquí con este otro chico haciendo lo que hacen.
Elke y el muchacho se miran y sueltan una risotada. ¡Serán descarados! Y, de pronto, ella me empuja con violencia y grita:
—¡Pero ¿tú quién te has creído que eres para hablarme así?!
Contengo las ganas que siento de darle un empujón. Soy adulta, y respondo:
—¿Y tú, maleducada, quién te has creído que eres para empujarme y gritarme de ese modo?
Sin poder evitarlo, me enzarzo en una ridícula discusión con aquella niñata, que lo único que hace es calentarme más y más. Está visto que a ésta no le han enseñado educación en su casa, y siseo tras un tercer empujón al que finalmente
respondo:
—Te prohíbo que vuelvas a acercarte a mi hijo y esta vez te lo digo de verdad, ¿entendido?
Ella suelta una risotada.
—No me prohíbe ni mi madre y me vas a prohibir tú.
—Pues quizá ése es tu problema, que no te han prohibido nada y necesitas aprender lo que significa la palabra «educación».
—¡Puta!
—¡Puta lo serás tú! —grito fuera de mí.

Según digo eso, sé que me estoy equivocando.
Me estoy metiendo en un jardín del que no voy a salir bien parada y, dando un paso atrás, siseo mientras decido dar por concluida esa absurda discusión.
Como no me apetece oír los insultos que me grita esa niñata maleducada, me monto en el coche,arranco y me voy. Es mejor que me aleje de allí o la niñata va a morder el polvo.
Me voy directa al veterinario. Necesito ver a Susto. Por suerte para todos, su recuperación está siendo buena y, cuando lo veo, me deshago en cariños con él. Mi pichurrín se lo merece.
Una vez salgo de la clínica veterinaria, llamo a Mel y, sin dejar que me salude, cuando coge el teléfono digo:

—Hola, Mel. Vas a flipar cuando te cuente lo que acabo de descubrir.
Oigo que mi amiga resopla y, bajando la voz, me dice:
—Tú sí que vas a flipar, y mucho, cuando te cuente lo que he descubierto yo. Anda, vente para mi casa. Te espero.

Como no ha querido soltar prenda la jodía, la curiosidad me puede y, como en la oficina saben que no voy a ir y con Yulia no puedo hablar porque está en una reunión, me encamino hacia su casa.
Quiero saber qué es eso con lo que voy a flipar tanto.


33

—¿Que Björn tiene un hijo?
Mel asintió.
—Sí. Len..., sí —afirmó convencida—. Y hasta tiene el mismo color de ojos y corte de cara.
Elena no recordaba al chico del supermercado que recogía los carritos a pesar de que su amiga se lo describió y, agachándose para tocar a la perrita,que no se separaba de Mel, murmuró:
—Hola, Leya. Por lo que veo, eres una mil razas como Calamar y, oye..., ahora que te miro,creo que tú también tienes el mismo corte de cara que Björn.
Al ver el gesto guasón de su amiga, la exteniente protestó bajando la voz:
—De acuerdo. No se parecen. Pero, joder, Sami tampoco se parece a mí y es mi hija, y Yulia tampoco se parece a ti, sino a tu esposa, y es tu hija.
Lena miró hacia su amigo, que hablaba por teléfono mientras observaba por la ventana, y dijo:
—Pero, Mel, ¿por qué estás tan segura de que es su hijo?
La exteniente sonrió. Sin duda, Elena era tan escéptica como Björn.
—Porque me lo dice el corazón —contestó con un suspiro.
Lena resopló. Ella también había sido muy de corazonadas, por lo que afirmó:
—Mira, yo también pensaba que los morenazos como Taylor Lautner, Keanu Reeves o Antonio Banderas eran mi prototito de hombre, y luego, ¡sorpresa!, resulta que es mujer la de mis sueños es pelinegra, ojos azules, cabezota, rusa/alemana, y se llama Yulia Volkova.
Ambas rieron. Luego, Mel dio un trago a su cerveza y dijo:
—Björn me ha prometido que se va a hacer las pruebas de paternidad. Pero te digo yo que ese muchacho ¡es su hijo!
Sorprendida por la tranquilidad con que su amiga se estaba tomando todo aquel asunto, Elena preguntó:
—Mel, ¿estás bien?
—¿Por qué dices eso?
—Mira, quizá me estoy metiendo donde no debo, pero tan pronto le pides matrimonio, como quieres ser escolta, y ahora... ¿ese muchacho en sus vidas?
La exteniente suspiró, sabía que Lena tenía razón y, cuando fue a responder, ésta añadió:
—Mel. No conocen de nada a ese chico.Podría ser un psicópata, un ladronzuelo o vete tú a saber. ¿Cómo lo quieres meter aquí con ustedes?
Mel asintió. Entendía lo que aquélla decía,pero respondió:
—Lo sé..., lo sé... Dices las mismas cosas que Björn. Quizá me estoy volviendo totalmente loca,pero en referencia a ese muchacho, la corazonada de que no me equivoco y el hecho de que no quiero que lo separen de su perro es... ¿Recuerdas a Robert?
—¿A tu amigo, el que murió en el accidente de avión y...?
—Sí, ése —afirmó Mel sin dejarla terminar—.Él me contó lo mal que se sintió cuando fallecieron sus padres y, aunque su perro era lo único que lo unía a su pasado, lo separaron de él.
Me explicó lo cruel que fue verse solo siendo un crío y darse cuenta de que no le importaba a nadie y... y, si yo puedo evitar que un niño como Peter sienta eso, creo que todo habrá merecido la pena.
—Disculpa —señaló Elena—. Para mí un niño es la pequeña Sami, pero gansos como Peter o como Flyn ya no son niños. Son miniadultos llenos de granos y conflictos personales que, por norma,deciden joderte la vida porque sus hormonas están revolucionadas, pero ¿tú sabes dónde te estás metiendo?
—No.
—Exacto, ¡no lo sabes! —cuchicheó Elena—.Ese crío comenzará a hacerles la vida imposible una vez se relajen. Tiene catorce años, y a esa edad lo único que hacen es contestarte de malos modos y dar problemas. Y te lo digo yo, que tengo en casa uno de la misma edad y ya sabes cómo va el tema.
—Lo sé —suspiró Mel—. Quizá quiero abarcar más de lo que puedo. Tal vez soy una ilusa, pero creo que Peter es diferente. Lo siento así, y si encima puede ser el...
—Puede, tú lo has dicho, puede; pero ¿y si no es su hijo?
Mel se encogió de hombros y cuchicheó:
—Pues habrá que ayudarlo e intentar que el día de mañana ese hombrecito sea un hombre de provecho. Él no es el responsable de estar en el mundo.
Elena se dio por vencida. Sin lugar a dudas,Mel quería darle una oportunidad al muchacho y,claudicando, dijo:
—De acuerdo, no insistiré más. Aquí me tienes para todo lo que necesites, como madre y sufridora de un adolescente. Pero, recuerda, si al final termina en esta casa, no le permitas que se pase ni un pelo porque, como lo hagas, ¡estás perdida!
—Lo recordaré —asintió Mel—. Por cierto, que sepas que hoy Sami, cuando nos hemos encontrado con Heidi y sus compinches en el colegio, ha soltado que Heidi era una zorra.
—¿¡Qué!? —dijo Elena riendo al oír eso.
Mel asintió sin poder evitar sonreír y prosiguió:
—Y después ha añadido que mamá y la tía Len decían eso.
—¡La madre que la parió!
Durante un rato, entre risas, estuvieron hablando de aquello, hasta que Mel preguntó:
—Oye, ¿qué tenías que contarme tú?
Al oír eso, Elena se olvidó de lo de Sami y,mirando a su amiga, murmuró:
—¿A que no sabes quién es el tutor de Flyn?
—Pues no.
—Dennis.
Mel parpadeó.
—¿Dennis... Dennis... —susurró—, el buenorro del Sensations y el potentorro que baila eso que se llama forró?
—El mismo —asintió Len.
—¡Joder!
—Eso digo yo: ¡joder! Ni te cuento la cara de tonta que se me ha quedado cuando me lo he vuelto a encontrar, esta vez como tutor de mi hijo.
Ambas rieron, pero la risa se les cortó cuando Lena le explicó todo lo que aquél le había dicho del muchacho.
—Vaya tela..., vaya tela con Flyn. ¿Qué vas a hacer?
—De momento, hablar con Yulia y ver qué solución podemos adoptar con respecto a lo que Dennis me ha contado. Es obvio que, o hacemos algo, o esto irá a peor. Y luego, para remate, salgo del instituto y me encuentro con su supuesta novia
dándose el lote con otro.

En ese instante, Björn dejó de hablar por teléfono. Llevaba horas hablando con los servicios sociales y el registro de Múnich para conseguir cierta documentación. Lo ocurrido aquella mañana lo había dejado fuera de juego. Un hijo... ¿Podía tener un hijo de casi quince años?
La sola idea lo mareaba. Ni en el peor o el mejor de sus sueños podría haber imaginado algo así.
Al colgar, vio a Mel y a Elena. Las observó cuchichear y reír, y luego sus ojos fueron directos a la perra que dormía plácidamente a sus pies.
Todavía no entendía qué hacía aquel animal en su casa, pero como no tenía ganas de discutir con aquellas dos, se les acercó y simplemente dijo:

—Estaré en mi despacho.
—Cariño —lo llamó Mel—. ¿Quieres comer algo?
—No —bufó él sin mirarlas.

Entonces el abogado se detuvo dispuesto a decirles algo. Sin duda, lo que había dicho Sami aquella mañana no había estado bien, pero finalmente decidió seguir su camino. No le apetecía enfrentarse a aquellas dos. Seguro que lo sacaban más de sus casillas.
Cuando desapareció, Elena, que lo conocía muy bien, susurró:

—Vaya mala leche que se gasta el colega, ¿no?
Mel asintió.
—Si yo te contara...
Diez minutos después, Elena miró a su amiga y afirmó:
—Llamaré a Yulia para que venga. Creo que Björn necesita desahogarse con su amiguito.
Mel asintió, y Elena se apresuró a llamarla.
Media hora después, sonó la puerta de la casa.
Era Yulia, que, con gesto seria y tras besar a su mujer y saludar a Mel, cogió un par de cervezas fresquitas que ésta le dio y fue directo a ver a Björn. Su amigo lo necesitaba.
—Hola, papaíto —saludó entrando en su
despacho.
Al oírlo, éste lo miró, puso los ojos en blanco y protestó:
—No me jodas tú también con eso.
A pesar de lo delicado del tema, Yulia se acercó a su amigo y, tras pasarle una de las cervezas y chocar la mano, se sentó frente a él y preguntó:
—¿A qué esperabas para llamarme?
Björn se pasó una mano por el pelo y murmuró:
—Yulia...
—Entiendo que estés confundido, que no entiendas nada y un sinfín de cosas más, pero sabes que estoy aquí para lo que necesites. Y esto es algo excepcional, ¿no crees? —Luego, bajando la voz, cuchicheó—: Que mi mujer tenga que llamarme para decirme lo que le ocurre a mi mejor amigo, por no decir mi hermano, no me ha gustado,tío.
—Joder, perdona. Tienes razón.
Yulia sonrió y, tras dar ambos un trago a las cervezas, añadió:
—Conque Peter...
—Sí —afirmó Björn.
Con la mirada, ambos se entendieron cuando la pelinegra indicó:
—Mucha casualidad. —Björn no respondió, y Yulia agregó—: Quien le puso ese nombre al muchacho sabía lo mucho que te gustaba a ti, ¿no crees?
Su amigo asintió. Volvió a dar otro trago a su cerveza y le contó absolutamente todo lo sucedido aquella mañana y lo que había descubierto tras hacer varias llamadas. Yulia lo escuchó con paciencia y, cuando éste terminó, preguntó:
—¿Qué vas a hacer?
—No lo sé. Yo esperaba encontrar en esa comisaría a un hacker a quien darle por todos los lados y, en cambio, me encuentro con un muchacho que encima dice ser mi hijo.
Yulia suspiró; sin duda aquello era para estar desconcertado y, sin andarse con rodeos, preguntó:
—¿Y podría ser tu hijo?
Al oír eso, Björn se levantó. Se movió por el despacho intranquilo y, finalmente, sentándose de nuevo ante su amigo, respondió:
—No... Sí... ¡No lo sé!
—Joder, Björn.
Desesperado, el abogado dejó su cerveza sobre la mesa y declaró:
—Cuando estuve con Katharina era un chaval,un inconsciente, y no tomaba las debidas precauciones; ¿o tú las tomabas siendo una cría?
—No —murmuró Yulia—. Yo también era algo inconsciente en eso.
Los amigos se miraron un momento y luego Björn siseó:
—¿Sabes por qué me joroba tanto todo esto? Porque, si es mi hijo, si ese muchacho tiene mi sangre, me he perdido parte de su vida, y eso me jode..., me jode mucho.
El silencio se apoderó de ellos hasta que Yulia añadió:
—Tienes razón, y entiendo lo que dices. Pero quizá no sea tu hijo y...
—Mel asegura que su sexto sentido le dice que lo es.
Yulia no supo qué decir. Con el paso de los años, Elena le había enseñado que en ocasiones el sexto sentido de las mujeres era algo tremendamente poderoso que tener en cuenta.
—Escucha, Björn —respondió—, en el caso de que sea hijo tuyo, la adolescencia no es una buena época. Ya sabes la cantidad de problemas que Flyn nos está ocasionando, y eso que todavía no he hablado con Len, que hoy ha tenido la tutoría con su profesor.
—Lo sé..., lo sé, pero Mel se ha empeñado en traerse a casa a la perra del chaval para cuidarla.
—¿Y por qué? ¿Por qué lo ha hecho?
Descolocado, Björn miró a su amigo.
—Dijo que un amigo suyo pasó por las mismas circunstancias que Peter a su edad, y que, si ella podía evitar que un niño sufriera, se sintiera solo y lo separaran de su perro, lo evitaría.
Durante un rato estuvieron hablando sobre aquello, hasta que Yulia, para hacer sonreír a Björn,preguntó:
—¿Un mil razas en tu casa?
Al entender lo que su amigo quería decir, Björn sonrió.
—En tu casa hay dos, aunque Elena se empeñe en decir que Susto no lo es. Por cierto, he oído que mañana le dan el alta.
—Eso dice mi pequeña —dijo Yulia sonriendo.
El abogado asintió y luego, con gesto desesperado, cuchicheó incrédulo:
—Papaíto... Pero ¿cómo voy a ser padre de un adolescente tan alto como yo?
Yulia sonrió al oír eso. Sin lugar a dudas, la cosa se complicaba pero, como no quería continuar con lo negativo, murmuró de buen humor:
—La vida te quiere sorprender. Tu novia ha puesto fecha para su boda y de pronto te aparece un hijo; ¿te puede pasar algo más sorprendente?
Al oír eso, Björn resopló. Últimamente su vida era una locura, por lo que negó con la cabeza.
—¿Cómo es Peter? —quiso saber Yulia.
Björn se echó hacia atrás en el respaldo de su silla y respondió:
—Tiene la complexión delgada y desgarbada de Flyn, el pelo le sobrepasa los hombros, su ropa es al menos varias tallas más grande de la que necesita, es un excelente pirata informático y sé poco más.
Un nuevo silencio se adueñó del despacho, y finalmente Björn dijo:
—Mañana me voy a hacer las pruebas de paternidad.
Yulia asintió.
—Perfecto. Si es tu hijo, doy por sentado que te ocuparás de él, pero ¿y si no lo es?
Esa pregunta daba vueltas y vueltas en la cabeza del abogado y, al final, sin saber en realidad qué responder, dijo:
—No lo sé. Pero lo que sí sé es que no lo voy a dejar en la calle.

Esa noche, cuando Elena llegó a su casa, Flyn le dedicó una curiosa mirada al cruzarse con él.
Eso le hizo saber que su amiguita Elke le había hablado de su encuentro. Pensó en contárselo a Yulia, pero al final calló. No quería más líos.
Al día siguiente, Björn se hizo las pruebas de paternidad. Cinco días después fue a recogerlas, y el corazón se le paró: Peter era su hijo.
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Mensaje por VIVALENZ28 2/15/2017, 10:11 pm

34


Una de las mañanas en las que Yulia y yo vamos en el coche hacia Müller, le suelto:
—Digas lo que digas, creo que deberíamos concertar esa entrevista con el psicólogo.
—No.
—Su tutor lo recomendó, cariño. Flyn necesita un tipo de ayuda que quizá nosotras no somos capaces de darle.
—He dicho que no. Flyn ya fue a demasiados psicólogos cuando era pequeño y no quiero que tenga que volver a ir.
—Pero, Yulia, ¿no ves que el problema que tenemos con él se nos escapa de las manos?
Mi amor no contesta. Sé que sabe que tengo razón, pero su cabezonería no lo deja reaccionar.
Finalmente sisea:
—He dicho que no. Yo me ocuparé de él.
Me callo. Mejor me callo lo que pienso en relación con eso. No sé cómo se va a ocupar de él trabajando todo lo que trabaja pero, como no tengo ganas de zanjar el tema como ella pretende, insisto:
—Yulia, no eres consciente de muchas cosas. Ayer, cuando llegué a casa...
—¿Qué pasa ahora?
Como siempre, soy portadora de malas noticias. El que ella no esté últimamente mucho en casa la hace perderse el modo en que Flyn se está comportando con todos.
—Ayer por la tarde —digo—, cuando llegué a casa, Flyn estaba discutiendo con Norbert y no me gustó el tono que utilizó.
—Es un crío, Len..., no te tomes todo lo suyo a mal.
Su contestación me sorprende.
—¡Claro que es un crío! Pero ¿acaso tú y yo no le estamos enseñando educación?
Mi respuesta la hace resoplar y, tras un tenso silencio, pregunta:
—Vamos a ver, Len, si tan mal le habló a Norbert, ¿por qué no me lo dijiste cuando llegué?
La miro. Calibro mi respuesta y, con sinceridad, contesto:
—Porque quería tener la noche en paz.
Sé que mi respuesta la hace pensar y, tras volver a suspirar, mi amor asiente.
—¿Qué tal si hablamos con él esta tarde cuando regrese?
—¿Vendrás pronto?
Yulia sonríe. Pone la mano sobre mi rodilla y afirma:
—Te lo prometo.
Saber que va a llegar pronto a casa me hace sonreír.
—Perfecto.
Durante un rato, las dos nos callamos, hasta que digo:
—¿No te apetecería algún día hacer una locura como hacíamos antes y, por ejemplo, coger el avión y marcharnos a Venecia, a Berlín, a Polonia,a Dublín o a cualquier lado tú y yo solas?
Yulia sonríe, luego veo cómo niega con la cabeza y responde:
—No estoy para locuras. Tengo mucho trabajo.
Su contestación no es la que esperaba, y volvemos a quedarnos en silencio.
Algo pasa entre nosotras que nos hace tener estos silencios. Pero, deseosa de que eso desaparezca cuanto antes, pregunto:
—¿No te sorprendió lo que te conté del tutor de Flyn?
Yulia no parpadea. Me mira... Después mira la carretera..., vuelve a mirarme y finalmente dice:
—No. ¿Por?
Ahora la que parpadea y lo mira soy yo.
—Pues porque el tutor de Flyn... —respondo—, tú y yo..., pues eso.
Yulia sonríe. Dios..., cómo me gusta verla sonreír.

—Pequeña, imagino que su discreción será tan grande como la nuestra. —Y, guiñándome un ojo,añade—: Todos los que vamos al Sensations nos hemos encontrado en un momento dado con alguien de allí y, como te digo, la discreción es lo que prima. Por algo somos adultos.
Asiento. La verdad es que tiene razón. ¿Por qué comerme el coco?
Una vez llegamos a Müller, en cuanto subimos en el ascensor quiero besar a la mujer que adoro,pero ella ya está centrada mirando unos papeles con el ceño fruncido. Cuando el ascensor se detiene en mi planta, lo observo con la esperanza de que ella desee besarme, pero sólo me mira, me guiña un ojo y dice:

—Que tengas un buen día, cariño.

Sonrío, salgo y las puertas del ascensor se cierran. Ni beso, ni abrazo, ¡ni ná!
Pero ¿qué nos está pasando?
Mientras camino hacia el despacho, soy consciente de que añoro a la Yulia que estaba pendiente de mí al cien por cien. Añoro sus besos y sus continuas ganas de estar conmigo. Sé que me quiere, eso no lo puedo dudar, pero creo que la
pasión que sentía por mí se está enfriando. ¿Por qué?
¿Por qué yo sigo queriendo tener nuestros tontos momentos y ella parece poder vivir sin ellos?
Cuando llego al despacho, Mika me da unas carpetas para que las revise. La noto agobiada, pero no tengo ganas de preguntar y, cogiendo lo que me entrega, me meto en mi despacho dispuesta a trabajar.
Liada estoy con ello cuando suena el teléfono.

—¡Hola, cuchuuuuuu!
Oír la voz de mi hermana es como un soplo de aire fresco y, sonriendo, saludo:
—Hola, petardilla.
Durante varios minutos hablamos de cosas sin importancia, hasta que dice:
—Mi cucuruchillo me ha comprado una maripaz y no sé cómo funciona, y como sé que tú tienes una, pues...
—¿Que te ha comprado qué? —pregunto sorprendida.
—Una maripaz o quizpaz, o como se diga eso.
Me entra la risa. Me parto y, cuando entiendo de lo que habla, murmuro:
—Un iPad, Anya, un iPad.
Mi hermana suspira, sonríe y murmura con gracia:
—Ofú, cuchu..., ya sabes que los idiomas nunca fueron lo mío.

Sin dejar de reír, le explico como puedo algunas cosas. La verdad es que, mientras lo hago,me imagino a mi hermana con su maripaz delante de ella, tocándolo todo y bloqueándola. Anya es un caso y, cuando finalmente bloquea el iPad y yo ya estoy que me voy a tirar por la ventana de Müller, de pronto me pregunta:

—¿Qué te pasa?
—Nada.
—Cuchu..., soy tu hermana mayor. Te conozco, y ese tonito de voz lo noto excesivamente apagado. Vamos, desembucha. ¿Qué te ocurre?

Sonrío. Sin lugar a dudas, como bruja mi hermana no habría tenido precio.

—Si obviamos que me estás sacando de mis casillas por la puñetera maripaz —respondo—, lo que me ocurre es que en ocasiones querría que las cosas fueran diferentes.
—Matiza y resume: ¿cosas? ¿Qué cosas?
Resoplo. ¿En qué jardín me he metido? Pero, bajando la voz, cuchicheo:
—Se trata de Yulia. De pronto es como si no necesitara estar conmigo, y echo de menos a la Yulia que conocí hace años, que era capaz de hacer locuras por amor. Es sólo eso.
Mi hermana ríe. Eso me hace suspirar, y entonces la oigo decir:
—Vamos a ver, cariño, en eso creo que te puedo responder, pues he estado casada con dos hombres. Y que conste que no voy de experta, pero la locura pasional de un «aquí te pillo, aquí te mato» que se siente al principio de una relación comienza a evaporarse a partir del cuarto año, o al menos eso dicen.
—Vaya —murmuro pensando que hace más de cuatro años que conozco a Yulia.
—Mira, cuchu, justamente el otro día leí una revista en la que se decía que el declive de la pasión comienza dependiendo de las parejas al cuarto o quinto año de relación. Según esa revista,la locura de esa primera época se transforma con el paso del tiempo en una pasión más tranquila con un fuerte componente de cariño y complicidad.
—¡No jodas!
—¡No digas palabrotas, malhablada! —me regaña mi hermana.
Eso me hace reír, y entonces prosigue:
—Con el empanao de Dima se cumplió esa estadística. A los cuatro años comenzó nuestro declive como pareja y, a los ocho, literalmente no nos soportábamos, especialmente porque yo iba arañando los techos de medio Moscú con la cornamenta que llevaba.
—Anya... —murmuro sin poder evitar sonreír.
—Aisss, tontusa, no te apures, eso ya lo tengo yo más que superado. Pero precisamente de los errores se aprende y, ahora, con mi cucuruchillo,estoy tratando de que todo sea diferente, e intento que los ratos que estemos juntos sean lo mejor de lo mejor.

Al pensar en mi cuñado Juan Alberto, sonrío.
Sin lugar a dudas, el rollito feroz de mi hermana está mucho más enamorado de lo que lo estuvo nunca mi excuñado Dima.

—Tranquila —respondo—. Creo que Juan Alberto te va a hacer feliz toda tu vida.
—Y a ti Yulia. Pero ¿no ves cómo te protege?
Oír eso me hace reír. Claro que siento cómo me protege, pero yo necesito algo más, y contesto:
—Sí..., si sé que en eso tienes razón. Sé que me quiere, no lo dudo, pero también soy consciente de que la empresa la abduce demasiado, y eso es porque no delega en nadie. Si delegara en alguien parte de su trabajo...
—Cariño..., pues entonces no es que no quiera estar contigo. Simplemente es que tiene un exceso de trabajo.
—¿Y por qué no delega como hacía antes?
—Eso no lo sé, cuchu..., quizá tengas que preguntárselo a ella.

Mi hermana tiene razón, pero hablar con Yulia de su trabajo siempre es complicado. Desde que hemos tenido a las niñas, siento que se esfuerza el doble sin darse cuenta de lo mucho que se está perdiendo de ellas y de mí.

—Y otra cosa —me saca mi hermana de mis pensamientos—. Sé que quizá no venga a cuento lo que voy a decir porque ya sabes que soy un poco antigua en algunas cosas, pero esos jueguecitos sexuales que se traen, ¿no crees que también
pueden empeorar la relación?
—Anda ya, no digas tonterías —respondo molesta—. Eso no tiene nada que ver.
—Vale..., vale..., pero por si acaso fíjate si le gusta estar contigo o con otras en esos momentos.
Porque, si le gusta estar más tiempo con otras,directamente, hermanita, creo que tendrás que darle una patada en su blanco culo y...
—¡Anya! —gruño.
—Vale..., vale..., cierro el pico.
Joder con mi hermana. ¡Está empeorando la situación!
—Bueno..., ¿cuál era el motivo de tu llamada?—pregunto.
—Es papá. Está muy pesadito con lo de la feria. ¿Van a venir al final o no?
No he vuelto a hablar de eso con Yulia, bastante tenemos ya con discutir con Flyn, pero como no estoy dispuesta a darle el disgusto a mi padre,afirmo:
—Sí. Iremos.
Nada más decir eso, cierro los ojos. Joder...,joder..., ¿por qué miento si Yulia no quiere ir?
—Ay, cuchuuuu, ¡qué bien! Pues entonces voy a llevar al tinte tus vestidos, ¿vale?
Al pensar en mis bonitos vestidos de rusa,asiento y afirmo sonriendo:
—De acuerdo, Anya. Llévalos.
—Por cierto, en cuanto a la Pachuca...
—Ah, no..., no quiero saber nada al respecto—la corto—. Si papá tiene que contarnos algo en relación con ella, ya nos lo contará. Me niego a cotillear. Por tanto, no quiero oír ni una sola palabra de ellos, ¿entendido?
Oigo a mi hermana resoplar, y finalmente dice:
—Vale.
Uy..., uy..., ese «vale» tan escueto me mosquea y, cayendo como una tonta en su juego, pregunto:
—¿«Vale»? ¿Por qué dices «vale» de esa manera?
—¿Sabes, bonita?..., ahora soy yo la que no tiene nada que contar. Y te dejo, que está pitando la lavadora y quiero tenderla antes de ir a recoger a Viktor y a Lucía al cole. Adiós, Elena. Te quiero.

Y, sin más, la muy sinvergüenza me cuelga el teléfono. Ya sé a quién se parece mi sobrina Irina.
Sin querer pensar en nada más, decido ponerme a trabajar. Es lo mejor. Eso me hará olvidar problemas familiares y sentimentales.
A la hora de salir, paso por la cafetería para coger una coca-cola y me encuentro allí a Yulia tomando algo en la barra con su secretaria y un par de hombres más. Ella no me ve, y yo la observo con disimulo desde la distancia.
¡Dios, qué esposa tengo!
Como siempre, está impresionante con su traje gris y su camisa blanca pero, por cómo mueve las manos, parece molesta por algo y, aunque parezca increíble, su gesto de enfado me encanta. ¿Qué sería de Yulia Volkova sin su gesto hosco y de
perdonavidas?
Ofú, me encanta..., me encanta... No lo puedo remediar.
Pero, tras la charla con mi hermana, me fijo en su secretaria. La tal Gerta lleva un vestido azulón,la mar de simple, pero es joven y su cuerpo lozano y sin un ápice de grasa me hace resoplar. ¿Por qué no tendré yo ese cuerpo?
Sin apartar los ojos de ella, observo cómo mira a Yulia. Sin duda, lo observa con un tipo de admiración que no me hace ninguna gracia. Soy mujer y, como tal, sé de lo que hablo, pero finalmente y sin decir nada, cojo mi coca-cola y me voy. Es lo mejor. Yulia está en el trabajo y yo he de dejar de pensar en tonterías.
Por la tarde, cuando estoy en casa, Flyn llega del colegio y me mira. Sabe que tengo que decirle algo por los gritos que le dio el día anterior a Norbert. Estoy convencida de que espera mi ataque, pero como no quiero hablar con él hasta que Yulia llegue, me limito a sonreírle y a guiñarle el ojo. Eso lo desconcierta, lo veo en su cara, y él va y sube directo a su habitación.




35



En los servicios sociales, Björn rellenaba varios papeles mientras Mel, a su lado, le pasaba con cariño la mano por la espalda y murmuraba:

—Tranquilo, cariño. Estás haciendo lo correcto.
Björn asintió. Sabía que lo estaba haciendo pero, mirando a Mel, musitó:
—Como el chucho ese se mee en el coche por haberlo dejado solo, te juro Mel que...
—Que no, cariño, que Leya es muy buena. No pienses eso.
El inspector que había llevado todo el caso,una vez Björn le hubo dado los papeles firmados para entregárselos a la mujer de los servicios sociales, los miró y dijo:
—El chico estará aquí dentro de cinco minutos. Una patrulla puede acompañarlos a casa del muchacho para recoger lo que el crío necesite.La casa es de alquiler, y el propietario ya ha reclamado las llaves, que le serán entregadas dentro de dos días. Todo lo que dejen allí irá a la basura, díganselo al niño.
—De acuerdo —afirmó Mel tomando nota al ver aparecer a Peter al fondo, sonrió y, sin saber por qué, fue hacia él.
El inspector y Björn se quedaron mirando el abrazo que aquellos dos se daban, y el policía cuchicheó:
—Si ese muchacho les roba o les da el más mínimo problema, no dude en ponerse en contacto conmigo. No sería ni el primero ni el último que causa estragos una vez entra en su nueva casa.
Björn asintió y, consciente de que aquel muchacho era ahora su responsabilidad, indicó:
—Espero no tener que llamarlo.
Björn los observó mientras se acercaban. Él era una persona afectuosa con los demás y,finalmente, tendiéndole la mano, el muchacho se la estrechó y, tras estrechársela también al inspector,este último dijo:
—Pórtate bien, Peter, y no te metas en líos,¿entendido?
El crío asintió con la vista fija en el suelo. La mirada de Björn lo acobardaba.
Una vez el inspector se marchó, el abogado miró bloqueado a Mel, que lo observaba, y finalmente fue ella la que dijo:
—Venga. Vayámonos de aquí.
Un par de minutos después, cuando salían de la comisaría y Mel le explicaba al crío que tenían que ir a su casa a sacar lo que él quisiera, éste replicó:
—Pero yo tengo una casa, no necesito ir a la suya.
Björn se disponía a contestar, pero Mel se le adelantó:
—Escucha, Peter, eres menor de edad y los menores no pueden vivir solos.
—Pero yo sé cuidarme. Mi abuelo me enseñó.No necesito a nadie.
Conmovida, Mel miró a Björn a la espera de que dijera algo pero, al ver que no lo hacía,añadió:
—Estoy convencida de que tu abuelo te enseñó muy bien, Peter, pero sólo tienes dos opciones: o ir a un centro de menores o venir con nosotros, y te aseguro —dijo guiñándole un ojo— que con nosotros estarás muy bien. Tenemos una habitación preciosa para ti y para Leya, y la podrás decorar como tú quieras.

El crío miró a Björn en busca de una señal de que estaba de acuerdo, y entonces él, para echarle una mano a Mel, dijo:

—Peter, el propietario de la casa donde vivías con tu abuelo ya la ha reclamado y hay que devolvérsela. Si, cuando estés con nosotros, no te encuentras cómodo por las circunstancias que sean, podrás hablar con servicios sociales e irte.
Te lo aseguro.
—¿Me lo promete?
—Te lo prometo —le aseguró él.
Al llegar frente al coche, Björn le dio al mando y Mel exclamó abriendo la puerta:
—¡Sorpresa!

Leya salió enloquecida del interior del vehículo y se tiró sobre el muchacho. Al verla,Peter la abrazó mientras Mel y Björn eran testigos de cómo aquellos dos se adoraban.
Cinco minutos después, cuando la perra se tranquilizó, subieron al coche. Björn miró el asiento trasero, donde el animal había esperado, y,tras comprobar que todo estaba en orden, dijo:

—Muy bien, Leya. Te has portado muy bien.
Al oír eso, el muchacho replicó:
—Señor, yo mismo he educado a Leya, y le aseguro que sabe comportarse.
El abogado asintió y, observando al animal, de pelos descolocados y estatura media, preguntó:
—¿De qué raza es?
—No lo sé. El abuelo la encontró una noche cuando era una cachorrita y la trajo a casa.
—¿Y cuántos años tiene Leya? —preguntó Mel interesada.
—Tres.
Poco después, mientras circulaban por Múnich, Mel dijo para romper el silencio:
—¿Sabes, Peter? Sami tenía una mascota. Era un hámster llamado Peggy Sue, pero se murió hace unos meses, y ni te imaginas el cariño que se tienen ya Leya y ella.
Peter asintió mirando por la ventanilla. No tenía la menor duda de ello.
Cuando llegaron al barrio del chaval, Björn miró a su alrededor, levantó la cabeza y observó la ventana del segundo piso que había a su derecha.
Allí había vivido su infancia y su adolescencia.
No había regresado a aquella zona tras marcharse con su padre y su hermano. Consciente de lo que pensaba, Mel le preguntó:
—¿Estás bien, cariño?
El abogado asintió y, siguiendo a los policías que ya los esperaban allí y al muchacho, caminó hasta entrar en el portal. Una vez el niño hubo sacado unas llaves de su bolsillo, abrió la puerta y, mirándolos, dijo:
—Pueden pasar.
Los agentes entraron y después lo hicieron Mel y Björn. La casa era pequeña, apenas tendría cuarenta metros cuadrados, pero se la veía limpia.
La perra corrió a beber agua a un cazo que había en la cocina y Mel, mirando al niño, le indicó:
—Mete en una mochila o en una maleta todo lo que necesites.
El crío no se movió.
—¿Y qué pasará con lo que deje aquí? —preguntó.
Al oírlo, Björn respondió:
—Como te he dicho, el propietario de la casa la ha reclamado, y todo lo que te dejes aquí, una vez le entreguemos las llaves al dueño, será suyo.
El niño negó con la cabeza, miró a su alrededor y murmuró:
—El abuelo y yo no teníamos muchas cosas,pero hay algunas que me gustaría conservar.
A Mel le tocó el corazón oír eso. Aquel muchacho necesitaba sus recuerdos; entonces Björn dijo:
—Guarda ahora en una mochila lo que necesites. Mañana contrataremos a alguien que venga a recoger todo lo que quieras y veremos dónde podemos colocarlo, ¿de acuerdo?
Rápidamente el crío se movió y, tendiéndole la mano, como aquél había hecho en la comisaría, murmuró:
—Gracias, señor..., gracias.
Mel miró a Björn emocionada, y éste, tras suspirar, cogió la mano del chico y, después,tocándole con la otra la cabeza, musitó:
—De nada, Peter.

Recuperados de aquel contacto, el muchacho se separó de él y entró en un cuarto que había a la derecha mientras Mel observaba a su alrededor.
Siguiendo al crío, Björn se apoyó en el quicio de la puerta y miró con pesar aquella triste habitación y su minúsculo ventanuco.
El lugar era pequeño y, sobre una vieja mesa que ocupaba más de la mitad de la estancia, había un monitor y varias torres de ordenador tuneadas.
Desde la puerta, y mientras Peter metía algo de ropa en una mochila, preguntó:

—¿Desde aquí pirateabas mi página web?
El chico paró de hacer lo que hacía y,mirándolo, afirmó:
—Sí.

Björn asintió. De pronto vio una foto sobre la mesilla. En ella reconoció a Katharina sonriendo con un Peter más pequeño y, sin quitarle ojo, preguntó:
—¿Y por qué lo hacías?
El niño torció el gesto, se encogió de hombros y respondió:
—Porque estaba enfadado con usted. Sé que mi madre nunca le habló de mí y usted no sabía de mi existencia, pero yo estaba enfadado.
—¿Y ya no lo estás?
—No. Ya no.
—¿Por qué ya no?
El crío volvió a mirar a Björn durante unos segundos y finalmente respondió:
—Porque, a pesar de que no le gusto, ni le gusta mi perra, me está ayudando y no me está dejando tirado en la calle como pensé que iba a hacer cuando supiera usted de mí.

Su respuesta tocó directamente el corazón del abogado, y se sintió tan mal que no supo responder. Si alguien había luchado porque aquello no ocurriese había sido Mel. Si ella no se hubiera empecinado en llevarse a la perra a casa y obligarlo a hacerse las pruebas de paternidad,Björn no sabía qué podría haber ocurrido.
Estaba abstraído en sus pensamientos cuando el crío preguntó:

—Señor, me gustaría llevarme mis ordenadores.
El abogado miró lo que le señalaba y, todavía bloqueado, asintió.
—Por favor, Peter, llámame Björn —dijo, e intentando ser amable, añadió—: Si no lo haces, tendré que llamarte yo a ti también señor y será muy incómodo, ¿no crees?
El muchacho sonrió. A Björn le gustó ver los hoyuelos que se le formaban en las mejillas cuando sonreía, tan parecidos a los suyos y a los de su hermano.
—Mañana regresaremos y nos los llevaremos,¿vale? —contestó.

Veinte minutos después, abandonaron la casa,se despidieron de los policías que los habían acompañado y se dirigieron hacia su hogar. Una vez aparcaron el vehículo en el interior del garaje,al bajarse, Peter sujetó con la correa a su mascota
y ordenó:

—Leya, siéntate.
La perra obedeció inmediatamente y Mel,cogiendo la mochila con ropa del chaval, dijo:
—Vamos, Peter, subamos a casa.

Al entrar en la espaciosa casa, el niño, que no soltaba al animal, se sintió intimidado.
Allí todo era nuevo y moderno, nada que ver con su hogar, donde todo era viejo y de épocas pasadas. Para que se familiarizara con el lugar,
Mel le enseñó la casa mientras Björn se dirigía a la cocina. Estaba sediento.
Cuando Mel llegó junto a Peter y Leya al cuarto de invitados, dijo al entrar:

—Y ésta será tu habitación. ¿Qué te parece?
Peter la miró sorprendido. Era enorme. Tenía un ventanal por el que entraba el sol, una cama grande y un armario inmenso. Al ver que el muchacho no se movía ni decía nada, Mel le aclaró:
—Por supuesto, podrás decorarla a tu gusto.Compraremos una mesa de ordenador,cambiaremos las cortinas y...
—¿Por qué eres tan amable conmigo y con Leya?
Esa pregunta la pilló por sorpresa, pero Mel respondió:
—Porque me gustas, como me gusta Leya.
—Björn no está contento, ¿verdad?
Ella miró al muchacho. Se apenó por ese comentario pero, segura de lo que decía, afirmó:
—Te equivocas, Peter. Björn está muy contento pero no sabe cómo demostrarlo. Yo lo conozco muy bien, y te aseguro que está deseoso de conocerte. Sólo le hace falta tiempo. Dáselo y verás como todo sale bien.
—Gracias —dijo él mirándola.
Mel sonrió.
—No me des las gracias y haz que todo esto merezca la pena. No te conozco, pero algo en tu mirada me dice que eres buen chaval, a pesar de tus pelos en la cara, tu ropa tres tallas más grande y, por supuesto, los quebraderos de cabeza que le has ocasionado a Björn con lo de su página web.
Peter sonrió y Mel añadió:
—Coloca tu ropa en el armario. Cuando termines, estaré en la cocina con Björn.

Una vez ella se hubo marchado, Peter se sentó en la cama. Aquel lugar era el paraíso. El hogar con el que siempre había soñado y que nada tenía que ver con lo que había vivido. Su abuelo, a pesar de haberle dado un techo, nunca había
podido ofrecerle esas comodidades.
Tocó la colcha con mimo. Era suave,extremadamente suave y, mirando a Leya, preguntó:

—¿Qué te parece?
La perra se tumbó en el suelo de madera oscura y Peter sonrió.
—A mí también me parece un lugar increíble—dijo.
Cuando Mel llegó a la cocina, Björn, que estaba apoyado en la encimera, la miró y preguntó:
—¿Qué vamos a hacer con él?
Ella se le acercó, le quitó la cerveza que tenía en las manos y dio un trago.
—De momento, darle de comer —respondió—. Estoy convencida de que el muchacho tiene hambre.
—Mel... —protestó Björn bajando la voz—.No estoy de cachondeo. Te estoy hablando en serio. Ese chico es mi hijo, y no sé qué voy a hacer con él.
Devolviéndole la cerveza, ella le dio un beso en los labios y añadió:
—Yo también estoy hablando en serio, y creo que lo primero que tenemos que hacer es conseguir que confíe en nosotros...
—Mel, ¡¿quieres centrarte y ver la realidad?!Joder..., no sabemos quién es ese muchacho, ni qué le gusta, ni si tiene algún tipo de adicción...
—Tranquilízate..., hazme caso.
—Joder, si tenía poco con lo de no estar casado contigo, encima ahora esto.
Al oírlo decir eso, Mel lo miró y preguntó arrugando el entrecejo:
—¿Estás hablando del puñetero bufete? —Björn no respondió, pero ella, consciente de que era así, añadió—: Pero, vamos a ver, ¿desde cuándo otros dirigen tu vida?
Björn, al entender lo que ella quería decir,replicó:
—Odio que lo llames «puñetero bufete», y mi vida la dirijo yo, pero me jode que surjan problemas.
—¿Peter, Sami y yo somos un problema?
Al oír eso, el abogado la miró y, suavizando el gesto, matizó:
—No, cielo. Pero entiende que...
—Entiendo más de lo que quieres hablar conmigo y me permites decir a mí. Pero sabes lo que pienso de ese bufete y de sus absurdos requerimientos para pertenecer a él, y si el hecho de que Peter esté en nuestras vidas les molesta,¡que se la machaquen con dos piedras!
—Parker... Podrías ser menos desagradable.
La exteniente puso los ojos en blanco. En ocasiones olvidaba que su novio era un fino y afamado abogado de Múnich.
—Vale, 007, mi comentario ha estado fuera de lugar para tus delicados oídos —replicó—, pero que conste en acta que los sé decir aún peores.
—¡Mel!
Ella sonrió al ver su gesto. Al final, Björn se vio obligado a sonreír también y preguntó:
—¿No piensas que quizá la llegada de ese chico sea una mala influencia para Sami?
Mel suspiró. Sabía que tenía parte de razón,pero recordando el modo en que Peter había tratado siempre a Sami, respondió:
—¿Por qué eres tan negativo y no intentas ver lo bueno? ¿Por qué no te relajas y tratas de averiguar a qué colegio va, quiénes son sus amigos, qué cosas le gustan y...?
—Porque mi profesión me hace ser cauto en temas así.
La exteniente sonrió.
—Mira, Björn —dijo—, por mi trabajo,cuando iba a Afganistán, siempre tenía que estar alerta en relación con quién pudiera acercarse a mí con una granada de mano, pero lo que nunca perdí fue la humanidad. Eso es lo único que tienes que utilizar ahora con Peter, tu humanidad, para que él vea que le estás dando una oportunidad. El mayor,el adulto eres tú, y eso nunca... nunca debes olvidarlo.
Sorprendido por su positividad, el abogado asintió.
—Me tienes entre maravillado y asustado.
—¿Por?
Y, cogiéndola por la cintura para acercarla a él, murmuró:
—Porque me estás demostrando una faceta tuya que no conocía frente al adolescente melenudo con pinta de rapero del Bronx. Vale, está claro que ese muchacho es mi hijo, pero no puedes obviar que no lo conocemos y que nos puede robar, atacar por la noche o incluso...
—Pero ¿qué estás diciendo? —dijo Mel riendo.
—Yo no me río, cariño. Te lo estoy diciendo muy en serio. Tiene la misma edad de Flyn, y mira los quebraderos de cabeza que éste les está dando a Yulia y a Elena.
Mel asintió. Sabía que en el fondo Björn llevaba razón, pero se negaba a creerlo.
De pronto oyeron un ruido, miraron a su derecha y vieron a Peter cruzar sigilosamente el pasillo con la perra. Björn se apresuró a soltar a Mel y, mirándola, murmuró:
—Como se le ocurra robarnos algo, sale de casa inmediatamente, por muy hijo mío que sea.
—Björn... —protestó ella.
—Pero ¿adónde va? —cuchicheó aquél.
—No lo sé, pero deja de ser mal pensado —replicó Mel.
En silencio, lo siguieron y, al llegar al salón,vieron que Peter estaba parado mirando unos cómics de la librería. Al percatarse de su presencia, el crío se volvió y dijo:
—Björn, me gusta tu colección de Spiderman,¡qué pasada! Mamá siempre me decía que te gustaban mucho esos cómics. Yo tengo varios en mi casa. Ya te los enseñaré.
El abogado se acercó hasta el chico y, sin saber por qué, sacó un ejemplar y explicó orgulloso:
—Comencé mi colección en los años ochenta.Mi padre me los compraba, y este ejemplar precisamente es el número uno del Asombroso Hombre Araña.
—Guauuu, ¡qué flipe! —exclamó el muchacho.
Mel y Björn se miraron y, sonriendo, este último dijo poniendo el cómic en las manos del crío:
—Puedes leerlos si quieres.
Peter retiró rápidamente las manos y Björn insistió:
—Cógelo.
—No.
La rotundidad de su tono hizo que Björn clavara la mirada en él y preguntara:
—¿Por qué no quieres cogerlo?
El muchacho lo pensó.
—Porque no quiero que se rompa y cargar luego con las culpas. Si algo así ocurriera, no tengo dinero para pagártelo.
Al oír eso, a Björn se le descongeló un poquito el corazón.
—Escucha, Peter —dijo—, coge los cómics siempre que quieras. La única condición que te pongo es que los cuides y después los guardes en su sitio y por su orden.
El muchacho miró aquello maravillado como si de un tesoro se tratara y, cogiendo el cómic que el abogado le tendía, cuchicheó:
—Gracias.

Al ver su gesto de satisfacción, Björn sonrió, y Mel pensó en su amigo Robert. Sin duda estaría sonriendo desde el cielo y diciéndole: «Mel, no te arrepentirás».

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Mensaje por VIVALENZ28 2/22/2017, 9:55 pm

36

Aburrida estoy viendo la televisión junto a Susto y Calamar cuando Mel me llama para decirme que Peter ya está en casa y que él y Björn llevan horas sentados en el salón hablando de cómics.
Estoy encantada. Saber que aquello comienza con buen pie es genial.
Antes de colgar, mi amiga me pide que les guarde el secreto y no vaya a decirle nada a Klaus.
Quieren esperar unos días antes de darle la noticia. Yo se lo prometo y, finalmente, Mel me pide que los acompañe cuando vayan a hacerlo.
Acepto gustosamente.
No me lo perdería por nada del mundo.
Una vez cuelgo, decido llamar a mi padre.
Tengo ganas de hablar con él, y no me sorprende cuando oigo la voz de mi sobrina Irina, que me saluda:

—Hola, titaaaaaaaaaaaaa.
Sonrío. Ella me hace sonreír.
—Hola, mi niña. ¿Cómo va todo?
—Pues mira..., jodida pero contenta. ¡He roto con el atontado de mi novio!
No esperaba esa contestación y, sin saber realmente qué decir, respondo:
—Vaya, lo siento, Irina...
—No lo sientas, tita. Colorín, colorado, de otro ya me he enamorado.

Durante un buen rato, mi sobrina me cuenta sus cosas con total tranquilidad mientras yo,ojiplática, asiento, asiento y asiento. Está claro que, si le digo algo que no quiere oír, dejará de comentarme todas esas cosas, por lo que me limito a escuchar y a asentir.
—Y ¿sabes?
—¿Qué?
—La semana que viene, Juan Alberto nos va a llevar a Madrid a mí y a mis amigas Chari y la Torrija a ver a los ¡One Direction! ¿Cómo te quedas?
Sé cuánto le gusta a mi sobrina ese grupo que causa furor entre todas las adolescentes, y no tan adolescentes, y sonriendo afirmo:
—¡Genial! Me parece genial.
—Oye, tita. ¿Puedo preguntarte una cosa?
—Claro, cielo, dime.
—¿Es cierto que Björn y Mel han metido a un indigente en su casa?
—¡¿Qué?! —pregunto sorprendida.
Vamos a ver. Mi sobrina está en Rusia y nosotras estamos en Múnich. ¿Cómo ha podido volar tan rápida la noticia hasta allí? Y, sobre todo, ¿cómo ha podido llegar esa mentira? Pero, intentando ser lo más discreta posible, pregunto:
—¿Quién te ha dicho eso?
—Jackie Chan Volkov.
—¡¿Flyn?!
—Sí, tita. Hace un rato me lo ha cotilleado por un privado en Facebook.

Sin respiración, escucho lo que mi sobrina me cuenta. Nunca he dicho nada de ese perfil de Facebook que Flyn se abrió. He mantenido el secreto para no desvelar que Irina, en cierto modo, me informa de muchas cosas.

—¿Él te ha dicho eso? —pregunto entonces.
—Sí. Y, oye, ¿cómo es ese indigente?
Molesta y enfadada porque el atontado de mi hijo diga cosas así, replico:
—Lo primero de todo, Irina, es que Peter no es un indigente. Es un niño de casi quince años que vivía con su abuelo y que, al morir éste, se quedó solo. Por tanto, eso de...
—Sí, ya sabía yo que Flyn se pasaba —oigo que suspira ella—. Desde que se echó esa novia y esos amigos, no es el mismo.
Al oír que mi sobrina dice eso, me pongo en alerta y, olvidándome de Peter, pregunto:
—¿Qué sabes de esa novia y de sus amigos?
—La verdad es que poco, tita, empezando porque no entiendo bien el alemán y ellos escriben en ese idioma en Facebook... Pero con ver las fotos que publican y ciertos comentarios que traduzco con el traductor de Google, sé que no son nada buenos.
Durante un rato hablo con mi sobrina, hasta que mi padre le reclama el teléfono. Vaya dos.
Finalmente, gana mi padre la partida y murmura:
—Hay que ver la guasa y el arte que tiene la jodía de la niña.
Sonrío. Mi padre y mi sobrina juntos son la bomba.
—Venga, papá —replico—, si te mueres porque los tenga.
Él suelta una carcajada.
—Me encanta que todas mis niñas tengan arte y guasa.

La positividad y el buen humor de mi padre rápidamente me recargan las pilas. Hablo con él de Flyn y, como siempre, me da buenos consejos.
Sobre Yulia y lo mucho que discutimos últimamente no digo nada. Sé que eso lo va a preocupar, y no quiero. Así pues, me habla de Flyn y yo escucho todo lo que él tiene que decirme.
Cuando, media hora después, cuelgo el teléfono, siento la necesidad imperativa de hablar con Flyn. Tras asegurarme de que está en su habitación, subo, llamo a la puerta y entro pasando frente a su cara de perdonavidas.

—¿Qué quieres? —me pregunta.
Mal..., mal..., comenzamos muy mal. Pero, sin dejarme llevar por su desidia, me siento en la cama y digo mirándolo:
—Creo que tenemos que hablar, ¿no te parece? —El crío me mira, no sabe de qué hablo, y entonces añado—: ¿Qué es eso de que Björn ha metido a un indigente en su casa?
Flyn arruga el entrecejo y farfulla:
—Maldita chivata tu sobrinita.
¡¿«Tu sobrinita»?!
Hasta hace cuatro días, Irina era una de sus mejores amigas. Sin decir que yo también ojeo de vez en cuando ese perfil, me dispongo a protestar cuando él añade:
—Me parece fatal que la niñata tenga que...
—No es una niñata, es tu prima. Alguien a quien tú querías mucho.
El crío me mira. En un primer momento no dice nada, pero luego prosigue:
—Decía que me parece fatal que te vaya con el cuento de lo que le digo, además de que...
—Peter no es un indigente —aclaro—. Es un niño al que se le murió la madre, se fue a vivir con el abuelo y, al morir también éste, se quedó solo,pero no es un indigente.
Flyn sonríe. Su expresión no me gusta cuando dice:
—Según me ha dicho mi madre, ese chaval vivía en un mal barrio que...
—No sé qué te ha dicho tu madre —lo corto furiosa—. Pero ese muchacho vivía en un barrio de Múnich, como yo viví en un barrio de Kazán. —Y, enfadada, añado—: No todos hemos tenido la suerte de nacer en una familia con dinero como tú.
El descarado del niño sigue mirándome con un gesto que no me hace ni pizca de gracia y, antes de salir de la habitación, lo miro y digo:
—¿Sabes? Por lo que me han contado, Peter tiene cosas que tú no tienes, a pesar de haberte criado entre algodones y de haber estudiado en los mejores colegios. Y esas cosas se llaman educación y sensatez. Ese muchacho, al que seguramente le ha faltado todo lo que a ti te ha sobrado en esta vida, es...
—Corta el rollo y no me marees.
Oírlo decir eso me subleva y, furiosa, siseo:
—Me da igual lo que diga tu madre. Pienso llevarte al psicólogo o a donde haga falta para que...
—No. No iré al psicólogo —me reta.
Me muerdo la lengua, mejor me la muerdo.
Luego, añado:
—Cuando venga tu madre hablaremos del tema.

Y, así, sin darle la oportunidad de decir nada más, salgo de la habitación o, como esté allí más rato, le voy a soltar un sopapo al colega que lo va a flipar. Pero ¿de qué va?
Una hora después, Yulia llama para decir que llegará tarde.
Me enfurezco pero, como no tengo ganas de discutir también con ella, asiento, me callo y, una vez termino de cenar sola en el comedor, puesto que Flyn se ha negado a cenar conmigo, subo a mi habitación y recibo un wasap de Irina:
Que sepas que Flyn me acaba de bloquear en Facebook. ¡Un mojón para él!
Boquiabierta, miro el mensaje. Estoy por ir a su habitación, pero desisto. Si lo hago tendremos movida, y no quiero tenerla a estas horas.
Finalmente me tumbo en la cama y me duermo antes de que Yulia llegue. Casi que es lo mejor.
Al día siguiente, cuando salgo del trabajo, voy a casa de Mel y Björn. Quiero conocer a Peter. Al llegar, me impacta, pero más me impacta comprobar la educación y el saber estar que tiene el chaval. Mel no ha exagerado. Tenía razón.
Efectivamente, lleva el pelo demasiado largo para mi gusto, la ropa que usa es enorme, pero sus modales son impecables. Vamos, que una vez más la vida me demuestra que el dinero no lo da todo,y menos la educación.
Después de trabajar, Yulia viene también, y terminamos cenando los cuatro con el muchacho y con Sami, que nos demuestra a todos que ella, sin lugar a dudas, es la reina de la casa y está encantada con Peter y con Leya.
Cuando Yulia y yo regresamos a casa en el coche, saco el tema de Flyn y lo que éste le comentó a mi sobrina, y ella se apresura a quitarle importancia. Según Yulia, son cosas de chavales.
Según yo, es algo con muy mala leche. Hablo del psicólogo y es mencionarlo y comenzar a discutir.
Como siempre, si yo digo blanco, ella dice negro, y al final tengo que tomar la determinación de callarme. Yulia se niega tanto como Flyn a que éste vaya a un psicólogo.
¡Malditos Volkov!
Una semana después, tras una mañana en la que apenas he visto a Yulia y cuando me he cruzado con ella en la oficina apenas me ha mirado, le mando un mensaje para saber si la espero para ir a casa de Mel y Björn. Esa tarde le van a dar la noticia a Klaus.
Mi teléfono suena. Es un mensaje suyo:
Ve tú. Tengo trabajo. Yo iré después.
Trabajo..., trabajo, ¡siempre el trabajo!
Sin ganas de polemizar, voy a casa de mis amigos y me dedico a tranquilizar a Björn. Está nervioso por la noticia que tiene que darle a su padre, aunque lo veo feliz con Peter. Sin duda, el muchacho sabe cómo metérselo en el bolsillo, y viceversa.
Con curiosidad, observo cómo se hablan y rápidamente me doy cuenta de la complicidad que se ha creado entre ellos. Me siento encantada cuando Mel se acerca a mí y cuchicheo:
—Por lo que veo, todo genial entre ellos, ¿verdad?
Mel mira a aquellos dos, que hablan con tranquilidad sentados a la mesa, y responde:
—Ni en el mejor de mis sueños me imaginé que Björn lo pondría todo de su parte, ni que ese chaval fuera tan sensato.
Las dos sonreímos y omito contarle lo que el tonto de mi hijo piensa de Peter.
—Toma una coca-cola —dice Mel—.Beberemos algo mientras viene Yulia.
Con satisfacción, la cojo y, mientras la bebo,me fijo en cómo Björn y el chiquillo se comunican.
Está más que claro que tanto el uno como el otro están poniendo todo lo que pueden de su parte, y eso me gusta tanto como sé que les gusta a ellos.
A pesar del disgusto inicial de Björn al enterarse de su existencia, noto la admiración que siente hacia el chico. Me lo dice su mirada, y cómo lo habla y lo cuida. Es una pena que Björn no hubiera conocido a Peter de pequeño, pero me alegra saber que va a ser un gran padre el resto de su vida.
Mientras los cuatro hablamos en el salón, llega Bea, la chica que cuida de Sami y, tras escuchar las indicaciones que Mel tiene que darle, se va al colegio a por ella.
Miro mi reloj. Yulia se está retrasando pero, de pronto, suena el móvil de Björn y éste se separa unos metros de nosotros para responder. Cuando regresa, dice:
—Era Yulia. Se le ha presentado un problema en la oficina y dice que irá derecho al restaurante de mi padre.
Asiento. No digo nada. Yulia y sus problemas en la oficina. Y, olvidándome de ello, cojo a Peter del brazo como antaño hacía con Flyn y los cuatro salimos de la casa. Tenemos que ver a Klaus.
Al llegar al bar restaurante, a pesar de que intenta hacernos ver que está tranquilo, veo que Björn está realmente nervioso. Por ello, mientras Mel y Peter hablan junto al coche, me acerco y le digo:
—¿Qué tal si entras tú solo y lo hablas con tu padre? —Mi amigo lo piensa y yo insisto—:Björn, la noticia puede afectarle. Creo que deberías hablar primero tú con él para darle tiempo a que reaccione a su manera y, una vez sepa de la existencia de Peter, si ves que se lo toma de buen grado, hacer entrar al chaval.
Björn se toca la cabeza, piensa en lo que le he dicho y asiente.
—Tienes razón. Es mejor hacerlo así.
Mel y Peter se acercan a nosotros y, al ver que Björn está como bloqueado, explico:
—Björn va a entrar primero para hablar con su padre y después nos enviará un mensaje para que entremos nosotros, ¿les parece bien?
Mel nos mira. Eso supone un cambio de planes, pero entonces el muchacho dice,demostrándonos una vez más su madurez:
—Es una buena idea. Creo que es mejor que se lo cuentes a solas y, si me quiere conocer, yo estaré encantado de entrar.
Björn pone entonces la mano en el hombro del chico y dice:
—Tardaré pocos minutos. Te lo prometo.
Peter está conforme, y Mel, cogiendo la mano de Björn, murmura:
—Te acompañaré.
Yo asiento, cojo a Peter y, mirando un bar que hay enfrente, indico:
—Vamos. Te invito a una coca-cola.
Cuando Björn y Mel se marchan, el chaval los mira y, sin decir nada, nos dirigimos hacia aquel bar. Allí, con tranquilidad, hablamos de música y me sorprendo al ver que su gusto musical es el mismo que el de Flyn. Estamos ensimismados en la conversación cuando, a los pocos minutos, mi móvil suena y, mirándolo, digo:
—Muy bien, chavalote, ¡tenemos que entrar!
Peter se levanta y, sin dudarlo, coge mi mano.
Eso me gusta. Siento que soy importante para él y,tras guiñarle el ojo, salimos del local y entramos en el del padre de Björn. Mel nos espera en la puerta y, con una sonrisa, dice:
—Están en el despacho.
El gesto de Mel me hace saber que todo ha salido como esperaban. Klaus es un hombre que siempre se toma la vida como le viene y, al abrir la puerta del despacho, siento cómo éste clava los ojos en Peter y, abriendo los brazos, dice:
—Muchacho, ven con tu abuelo.
Me emociono. Soy así de blandita y de tonta y, entre risas y lloros, Mel y yo nos secamos las lágrimas.
¡Qué momento tan bonito acabamos de vivir, y el memo de Yulia se lo ha perdido!
Miro de nuevo el reloj. De pronto suena mi teléfono y, al ver que es ella, como estoy feliz por los acontecimientos, murmuro encantada:
—Vaya..., vaya, mi pelinegra preferida. ¿Me has leído el pensamiento?
—¿Por qué?
Sonrío como una tonta mientras observo a Klaus hablar con su nieto y a Mel y a Björn besándose y respondo:
—Estoy con Klaus, ya ha conocido a Peter y ha sido precioso, porque...
—Cariño —me interrumpe—. No puedo entretenerme. Estoy en el aeropuerto y salgo para Edimburgo ahora mismo.
—¡¿Qué?!
¿Cómo que se va a Edimburgo?
Pero, antes de que yo pueda decir nada más, Yulia prosigue:
—Hay un problema en la delegación de Edimburgo y he de viajar allí. Imagino que regresaré dentro de un par de días. —Al ver que no digo nada, Yulia, que me conoce muy bien,insiste—: Cariño, me apetece este viaje tan poco como a ti, pero he de ir.
La sonrisa ha abandonado mi cara. No tengo ganas de reír.
—¿Has pasado por casa? —digo.
—No. No he tenido tiempo. Gerta me ha hecho una pequeña maleta con ropa que tengo en la oficina. Un traje y un par de camisas. No necesito más.
Vale. Que Gerta le haga la maleta a mi esposa me toca la moral, por lo que le pregunto a bocajarro:
—¿Ella te acompaña?
El resoplido de frustración que oigo a través del teléfono me hace saber lo mucho que lo joroba que le pregunte eso.
—Len..., por el amor de Dios —dice—, es trabajo. Ha surgido un imprevisto y tengo que ir.
Cierro los ojos y asiento. Tiene razón. No debo ser tan pesadita con el temita de los celos, e intentando razonar, murmuro:
—Lo sé, Yulia. Mándame un mensaje cuando aterrices en Edimburgo, ¿de acuerdo?
—Len..., te quiero —dice en un tono bajo para que nadie lo oiga.
—Yo también te quiero.
Y, sin más, corto la comunicación.
Al ver mi gesto, Björn y Mel rápidamente vienen hacia mí.
—Yulia se va en este instante a Edimburgo —explico.
Mis amigos saben lo que pienso y, abrazándome, dicen:
—Pues entonces, llama a Simona y dile que vas a cenar con nosotros.

Asiento y sonrío. Es lo mejor que puedo hacer.
Esa noche, cuando llego a casa, tras saludar a Susto y a Calamar, subo a ver a los niños. Todos duermen, incluido Flyn.
Entro en mi habitación y de repente me parece enorme. Cuando Yulia no está, todo es enorme en esta casa. Pero, como no quiero pensar en nada,me desnudo y me pongo una camiseta. Odio los pijamas.
Sin sueño, cojo el libro que tengo en la mesilla y comienzo a leer cuando suena mi móvil. Un mensaje. Yulia.
¿Estás despierta?
Rápidamente respondo:
Sí.
Un par de segundos después, mi móvil suena.
Lo cojo y escucho:

—Hola, mi amor.
Con una sonrisita tonta, dejo el libro.
—Hola.
—¿Sigues enfadada conmigo?
Oír su voz es el bálsamo que necesito, y respondo:
—No estoy enfadada. Es sólo que me molesta que te vayas de viaje así, de pronto.
Oigo su risa. Será maligna...
—Era esto o salir de madrugada, y muchas veces tú misma me dices que prefieres que me vaya y duerma en el hotel a que mal duerma en casa y de madrugada me vaya de viaje.
Tiene razón. Le he dicho eso en otras ocasiones. Me acomodo en los almohadones sonriendo y digo:
—Te echo de menos. La cama es enorme sin ti.
—¿Sabes? Yo también te echo de menos. Pero tenía que hacer este viaje, cariño. Venga, cuéntame cómo se lo tomó Klaus al descubrir que tiene un nieto.
Durante un buen rato, le explico con todo lujo de detalles lo ocurrido esa tarde, y me encanta oírla sonreír. Así estamos hasta que bostezo y Yulia dice:
—Debes dormir o mañana estarás muerta de sueño.
—Joooo..., es que no quiero dejar de hablar contigo. Cuando no estás, me cuesta dormir una barbaridad. Necesito abrazarme a mi jefa preferida para conciliar el sueño. —Mi propia tontería me hace sonreír al oírla reír y, consciente de que estoy haciendo el canelo, afirmo—: Pero tienes razón. Tengo que dormir.
—Intentaré acelerar todo lo que tengo que hacer aquí para estar mañana por la noche contigo en la cama; ¿de acuerdo, cariño?
—Vale —asiento con cara de tonta.
—Un beso, pequeña, y duerme. Te quiero.
—Te quiero —respondo encantada antes de colgar.
Una vez dejo el teléfono sobre la mesilla, me echo sobre el lado en el que duerme Yulia y aspiro su olor. No sé cómo explicar la tranquilidad que me proporciona hacer esto, mientras siento que poco a poco me duermo.
Al día siguiente, tras una loca jornada de trabajo en la que recibo varios mensajes de mi amor para hacerme saber que está bien y se acuerda de mí, por la noche, cuando estoy dando de cenar a los niños, tengo esperanzas de que Yulia regrese a casa.
Mi inquietud es tal que vuelvo a sentirme como la Len de antes de tener a los niños y sólo espero que la Yulia que va a regresar sea la Yulia loca que me empotraba contra las paredes mientras me hacía el amor posesivamente.
En cuanto acabo de darles de cenar a las pequeñuelas, tan pronto como Flyn se marcha a su cuarto sin hablarme, corro a ducharme para quitarme la papilla que Hannah me ha tirado en el pelo. Quiero estar preciosa para cuando mi amor llegue. A las diez, mientras estoy viendo la tele sola en el salón y las peques están dormidas,recibo un mensaje que dice:
Lo siento, mi amor. Problemas con el avión.
Nooooooooooooooooooo.
Leer eso es como recibir un jarro de agua fría.
La esperaba esta noche. La Yulia de la que yo me enamoré habría volado para estar junto a mí sí o sí.
Durante varios minutos miro el puñetero mensaje, mientras me convenzo de que, si no viene, es porque no puede, no porque no quiera, y finalmente respondo:
Ok. No pasa nada.
Pero pasa, ¡claro que pasa!
Durante todo el día me he sentido como una chiquilla de quince años esperando para ver a su amor y la decepción es tan grande que, de los nervios, un rato después ¡me baja hasta la regla!
Hay que joderse con el disgusto que tengo, y ahora, encima, muertita de dolores.
A las once, tras esperar una llamada de teléfono de Yulia y no recibirla, paso del cabreo a la melancolía. ¿Y si verdaderamente el amor que Yulia sentía por mí se ha apagado?
El dolor de ovarios puede conmigo, por lo que voy a la cocina y me tomo un par de calmantes. Sin duda, es lo que necesito, además de dejar de pensar tonterías.
Pero la tristeza me puede y, entre lo apenada que me siento y las puñeteras hormonas, se me saltan las lágrimas. ¿Acaso Yulia ya no me quiere?
Sin ganas de llorar, camino por la casa a oscuras como un fantasma hasta llegar a mi habitación y me tumbo en la enorme cama.
Por suerte, con la ayuda de los calmantes, el dolor se va una hora después, pero no tengo sueño.
Miro el reloj: las doce y veinte.
Durante un par de horas doy vueltas en la cama. De un lado, de otro. Boca arriba, boca abajo, y al final, cansada, a las dos y cinco de la madrugada me levanto y bajo a oscuras hasta el despacho de Yulia. Ese lugar es su sitio, su refugio,y allí es donde me siento mejor.
De pronto siento unas irrefrenables ganas de llorar a moco tendido.
Como diría mi hermana Anya, llorar, además de despejar el lagrimal y darte un dolor de cabeza considerable, en ocasiones es bueno. Pero, sin duda, ésta no es una buena ocasión para llorar, así que, por echarle la culpa a alguien de mi desazón,se la echo a la regla. ¡Odio tener la regla!
Por norma, cuando la tengo, una mala leche sobrenatural toma mi cuerpo, pero en esta ocasión lo que ha tomado mi cuerpo es una moñez absoluta. ¡Estoy moñas!
Como la mujer dramática y moñas oficial que me he proclamado, busco el CD que más me llegue al corazón y encuentro el que le grabé hace años a Yulia con canciones que nos gustaban a las dos.
Lo pongo y, cuando suena nuestra canción, Blanco y negro, ¡me quiero morir!
Por Dios, pero si mis ojos parecen una fuente.
Me siento en el sillón de Yulia y me desahogo mientras Malú interpreta esa preciosa canción.
Qué tiempos aquellos en los que ella me buscaba para estar siempre a mi lado. Qué tiempos, en los que me perseguía, me acosaba y sólo estaba pendiente de mí.
Qué tiempos... Qué tiempos...
Una vez acaba la canción, mientras me seco las lágrimas y noto la nariz roja como un tomate, me acerco a la chimenea y la enciendo. Me encanta la estancia de Yulia, tan personal y tan suya, y con tristeza sonrío.
En cuanto el fuego se aviva, miro las fotos que tiene de todos nosotros y sonrío al ver una nuestra en Zahara de los Atunes. ¡Qué tiempos más bonitos!
Desesperada por lo que mi corazón siente, y como necesito fustigarme más, cojo un álbum de fotos de la librería y comienzo a ojearlo. Como un chimpancé, lloro mientras veo fotos nuestras. Yo embarazada, Yulia y yo abrazadas con el pequeño Flyn. Fotos de nuestra boda. Fotos pescando en un lago. Otras de risas en una Feria de Kazán.
Fotos..., fotos... y fotos...
Recuerdos... Recuerdos... Recuerdos...
Hasta que no puedo más, y con hipo por lo emocionada que estoy, cierro el álbum.
¿De verdad el amor caduca como los yogures?
Agotada y con la cabeza como un bombo por la irritación que me estoy dando yo solita, miro el reloj que hay encima de la chimenea. Las tres menos diez de la madrugada.
Me siento en el suelo sobre la bonita alfombra que hay frente a la chimenea. Por suerte, al día siguiente es sábado y no tengo que madrugar.
Menos mal, porque si no, iría fina.
Mirando estoy el fuego cuando comienza una canción que me encanta..., bueno, que nos encanta.
Se llama You and I y es de Michael Bublé.
Miguelito Burbuja, como en ocasiones digo yo para hacer reír a Yulia.
Sé cuánto le gusta a mi amor ese cantante y esa canción, y cierro los ojos mientras la escucho. Su letra es preciosa, romántica y tierna; siento que las lágrimas desbordan de nuevo mis ojos y las dejo correr descontroladamente por mi rostro mientras miro el fuego.
La canción dice cosas maravillosas, fantásticas, novelescas, y yo, arrebatada por todo lo que siento al escucharla, cierro los ojos mientras comienzo a darme aire con la mano.
¡Uff..., qué fatiguita!
Entre el disgusto que llevo, la regla, la cancioncita y la ausencia de Yulia, me va a dar un patatús.
La bonita canción acaba. Me encojo, apoyo la cabeza sobre mis rodillas y, entonces, la canción comienza de nuevo y oigo:

—¿Bailas conmigo, pequeña?
Al oír esa voz, la voz que tanto deseaba oír,me vuelvo y mi sorpresa es mayúscula cuando veo a Yulia, a mi guapa Yulia, mirándome con esos preciosos ojazos azules.
¿Estoy despierta o es un sueño?
Mi cara, mi gesto, mis ojos deben de ser tan desastrosos como las pintas que llevo, porque mi amor frunce el ceño y pregunta acercándose rápidamente a mí:
—Pero ¿qué te ocurre, cariño?
Ayudada por ella, me levanto y, abrazándola,murmuro al tiempo que hundo la cara en su pecho:
—Has venido..., has venido...
Durante unos segundos permanecemos calladas mientras Michael canta eso de «Tú y yo..., tú y yo», y cuando desentierro mi cara de su pecho, me acerco y susurro:
—Estás aquí.
Yulia me observa como el que mira algo que no entiende.
—Cariño, hubo un problema con el jet y, cuando recibí tu escueto «¡Ok!», decidí coger un vuelo comercial para llegar a casa aunque fuera de madrugada. Pero ¿qué te pasa?
Sonriendo como una tonta al saber que ha cogido un vuelo comercial para estar conmigo, la abrazo y pregunto:
—Yulia, ¿tú me quieres todavía?
Su gesto ahora sí que es de no entender nada.
Frunce el ceño e inclinándose para estar a mi altura, dice:
—Pero ¿qué tontería de pregunta es ésa?
Un sollozo sale de mi boca. La moñas oficial ha vuelto, y Yulia, mirándome boquiabierta, susurra:
—¿Cómo no voy a quererte si eres lo más precioso que tengo en mi vida?
Ea..., a llorar todavía con más pena.
Intento parar ante la angustia de mi pobre chica, pero es imposible. Mi cuerpo, mis lagrimales, toda yo estoy descontrolada.Y Yulia murmura entonces con gesto confuso:
—Me estás asustando, cariño. ¿Qué te ocurre?
No respondo. ¡No puedo!
Diez minutos después, cuando consigo dejar de llorar como un chimpancé, la beso, la devoro y, en cuanto mi fuerte y mediana Yulia me coge entre sus brazos y me empotra contra la pared dispuesto a darme lo que le pido sin hablar, musito apenada mientras las lágrimas amenazan de nuevo:
—No podemos, ¡me ha venido la regla!
Yulia sonríe. No me suelta y, besándome la punta de la nariz, susurra con todo su cariño:
—Pequeña, con tenerte conmigo me vale.
Al ver que mis ojos se desbordan de nuevo, sin soltarme, me coge con más seguridad entre sus brazos y me sube a nuestra habitación, donde, sin desnudarse, se tumba en la cama conmigo y nos quedamos dormidas la una en brazos de la otra.


37


El sábado a las siete de la mañana sonó el timbre de casa de Björn.
Ding-dong... Ding-dong.
Mel y él, alarmados al oírlo, se levantaron corriendo y fueron a abrir. En la puerta se encontraron a Yulia con las dos pequeñas, que,mirándolos, dijo:
—Necesito que se queden con estas dos fieras hasta mañana, que yo regrese. Hoy es el día libre de Pipa y quiero llevarme a Lena. ¿Puede ser?
Aún dormidos, ambos lo observaron y Mel preguntó:
—¿Ocurre algo?
Yulia sonrió, negó con la cabeza y, tras ver que Björn asentía ante lo que había pedido, respondió:
—Nada grave que no se solucione con un par de días sólo para nosotras.
—Excelente idea —afirmó Mel.
—¿Y Flyn? —preguntó Björn.
—Se queda con Simona y con Norbert. Él ya es mayor, pero estas pequeñas fieras, sin Pipa, les darían mucho trabajo.
Björn cogió en brazos a Hannah, que estaba dormida, y entonces Yulia cuchicheó:
—Siento no haber estado el otro día cuando...
—No importa —dijo Björn sonriendo—. Todo salió bien.
Los dos amigos se miraron con cariño. Entre ellos sobraban las palabras. Finalmente Yulia se dirigió a su hija, que estaba cogida de su mano, se agachó y le dijo:
—Pórtate bien con los tíos, ¿vale?
La cría asintió, y Yulia, guiñándoles el ojo a sus amigos, murmuró:
—Gracias, ¡les debo una!
Una vez aquél se hubo marchado a toda prisa,Mel cogió a la pequeña Yulia y le preguntó:
—¿Quieres desayunar, Supergirl?
—Sí. Galletas de choco.
Björn sonrió y, a continuación, susurró:
—Voy a llevar al monstruito a nuestra cama.

Con un poco de suerte, dormirá un rato más.
Sobre las doce de la mañana, la casa de Björn y de Mel era una auténtica locura. Sami, Yulia y Hannah, junto a la perra Leya, no paraban de corretear de un lado para otro. La algarabía era tal que al final decidieron sacarlos a todos al parque.
Por suerte, Peter se ofreció a ayudarlos con las niñas.
Una vez en el parque, Mel vio a Louise con Pablo, pero ésta, al verlos, cogió a su hijo y se marchó. Al seguir la mirada de su novia, Björn preguntó:

—Ésa es Louise, ¿verdad?
Mel asintió, pero no tenía ganas de hablar de ella o terminarían discutiendo, así que miró a Sami y gritó:
—¡Sami, no cojas a Hannah en brazos o se te caerá!
Segundos después, y con los críos controlados,Mel y Björn se sentaron en un banco a descansar mientras Peter animaba a entrar a las pequeñs en un pequeño castillo de colores y parecían pasarlo bien. Las crías estaban rendidas a los pies del muchacho y hacían todo lo que aquél proponía.
Hasta Hannah había dejado de llorar para ir tras él con la esperanza de que la cogiera en brazos.
En ese instante pasaron dos jovencitas de la edad de Peter cerca de donde él estaba con las niñas y lo miraron mientras se acercaban a él haciéndose las interesantes. Mel y Björn lo observaban, y la exteniente, al ver al abogado sonreír con picardía, murmuró divertida:
—Ni se te ocurra decir una palabra de lo que piensas.
Björn sonrió y, cuando aquéllas llegaron hasta Peter y las niñas y comenzaron a sonreír como tontuelas mientras se tocaban el pelo, replicó:
—El tío es un guaperas. Sin duda, es un Hoffmann.
Sin poder evitarlo, Mel soltó una risotada y Björn añadió:
—Es un chico increíble, ¿verdad?
Ella asintió.
—Tan increíble como el guaperas de su padre.
Björn sonrió a su vez. Apenas podía creer que aquel muchacho tan bien educado, a pesar de sus circunstancias, fuera su hijo. Las dudas del primer momento quedaron disipadas. Día a día, Peter le demostraba quién era y, cuanto más lo conocía, más le gustaba.
Peter era un buen chico que no daba problemas ni pedía nada. Disfrutaba pasando las tardes sentado en el salón leyendo cómics de Spiderman o jugando ante su ordenador.
No era un muchacho de salir con amigos, y de momento tampoco con chicas. Era más bien solitario pero cariñoso con los que tenía a su alrededor. Ensimismado estaba el abogado pensando en eso cuando Mel dijo:
—Björn, tenemos que hablar.
Al oír eso, él clavó los ojos en ella y murmuró:
—Si es sobre Gilbert Heine y su bufete, no es el momento.
Mel negó.
—Tranquilo. No quiero hablar de eso.
—Pues si es sobre lo del trabajo de escolta,tampoco es momento.
—No. Tampoco es eso.
Sorprendido, Björn la miró y cuchicheó divertido:
—Cariño, si no quieres hablar de nada de eso, me acabas de acojonar. ¿Qué pasa?
Mel sonrió y, posando las manos sobre la de él, dijo:
—Quizá no te guste lo que te voy a decir, pero he pensado que tal vez ahora, con la llegada de Peter a casa, no sea el mejor momento para viajar a Las Vegas y casarnos.
—¡¿Qué?! Pero si ya hemos arreglado todos los papeles.
Al ver su gesto, ella levantó las manos y aclaró:
—Nos vamos a casar, por supuesto que sí,cariño, eso te lo prometo. Pero faltan apenas dos semanas y no creo que debamos irnos ahora de viaje. He pensado que quizá podríamos retrasar la boda para después del verano, para septiembre.
—No.
—Escúchame, amor —insistió ella—. Sólo serán unos meses, el tiempo suficiente como para poner todo en orden con Peter.
Björn resopló. Lo último que quería era retrasar su boda con ella, pero sabía que tenía razón. Necesitaban tiempo con el chico.
—Nos casaremos y lo sabes —añadió Mel—.Pero creo que debemos ser juiciosos e integrar primero a Peter en la familia.
El abogado asintió. Le gustara o no, ella tenía razón, y finalmente afirmó:
—De acuerdo.
—¿De acuerdo? ¡¿Así, sin más?! ¡¿Sin discutir?!
Al oírla y ver su gesto incrédulo, Björn sonrió.
—Sí, de acuerdo.
Satisfecha por lo bien que se lo había tomado, ella preguntó entonces con sorna:
—¿Se enfadará mucho tu amiguito Gilbert Heine?
Al oír eso y ver su gesto pícaro, Björn murmuró:
—Mira que eres retorcida, Parker. —Y, sonriendo, afirmó—: Cariño, nos casaremos cuando tú y yo queramos, no cuando quiera Gilbert Heine. Retrasaremos la boda para septiembre, pero entonces ya no habrá más excusas para posponerla ni un mes más, ¿de acuerdo?
Mel lo besó enamorada.
—Te lo prometo, mi amor..., no habrá más retrasos.
Durante varios minutos, a pesar de estar en un parque, se prodigaron muestras de cariño, hasta que decidieron darlas por finalizadas y Björn, para enfriarse, dijo al ver que las muchachas que estaban minutos antes con Peter se alejaban:
—Estoy pensando cambiar a Peter de colegio.
—¿Por qué? —preguntó Mel.
—Me gustaría poder darle todo lo que no he podido en todos estos años y, conociéndolo, veo que es un muchacho que valora los estudios.
Mel asintió. Sin duda, Peter les había roto los esquemas.
—Me ocuparé de las niñas mientras tú hablas con él y se lo preguntas, ¿te parece? —dijo levantándose del banco.
Björn asintió y, tras coger su mano, empezó a decir:
—Oye...
—¿Qué?
—Septiembre, ¿entendido?
Mel sonrió.
—Entendido, James Bond..., entendido.
Con complicidad se miraron hasta que él, sin soltarla, dijo:
—¿Sabes, morena?
—¿Qué?
Enamorado como un tonto de aquella descarada de pelo corto, el abogado clavó sus ojos azules en los de ella y murmuró:
—A tu lado soy capaz de cualquier cosa.
—¿Ah, sí? ¿Y eso a qué viene?
Él miró entonces al adolescente que reía con las pequeñas y, sin dudarlo, respondió:
—Porque, desde que estoy contigo, he aprendido que las cosas que merecen la pena nunca son sencillas, y gracias a ti estoy siendo capaz de darle esta oportunidad a Peter.
Mel sonrió y, rozando su nariz con la de él,afirmó:
—Y eso nos hace felices a todos. Quédate con eso.
—Lo hago, amor. Lo hago.
La exteniente lo besó en los labios y, cuando se separó de él, replicó:
—¡Lo de septiembre queda pendiente! —Ambos sonrieron y ella añadió—: Ahora habla con Peter y pregúntale lo del colegio. No es un bebé, y creo que no debemos hacer nada que a él no le parezca bien.
Björn asintió y vio cómo la mujer a la que adoraba se alejaba en dirección a los niños.
Cuando llegó hasta ellos, tocó con cariño el pelo de Peter, cruzó unas palabras con él, y éste, tras mirar a Björn, sonrió y se acercó a él.
El abogado lo recibió también con una sonrisa y, cuando el muchacho se sentó a su lado,preguntó:
—¿Quiénes eran esas chicas que te han saludado?
Peter respondió encogiéndose de hombros:
—Unas amigas del instituto.
Björn lo miró con picardía y Peter también al ver su expresión. De nuevo se entendían sin hablar.
A continuación, el abogado preguntó:
—Peter, ¿te gustaría cambiar de colegio?
—No lo sé. ¿Por qué habría de hacerlo? —respondió el muchacho sorprendido por la pregunta.
Al oír eso, Björn asintió. Poco a poco iba conociendo al muchacho y sus inquietudes y, mirándolo, contestó:
—Puedo darte una mejor educación que la que has recibido hasta el momento, y creo que el tema de los estudios y sus oportunidades es algo que tú valoras, ¿verdad?
—Sí.
Deseoso de conocerlo todo de él, Björn le hizo mil preguntas que el muchacho respondió y viceversa, y una vez su curiosidad casi se sació, clavó sus ojos en él y dijo:
—Tienes que prometerme una cosa.
—¿El qué?
Björn se acercó entonces a él y cuchicheó:
—No volverás a piratear absolutamente nada.Entiendo que eres un cerebrito para la informática, pero no quiero líos, ¿entendido?
Peter sonrió y, chocando la mano con la de él como Mel hacía, asintió:
—De acuerdo.
Encantado por aquella estupenda relación que se estaba fraguando entre los dos, el abogado preguntó:
—¿Has pensado qué te gustaría estudiar? O,mejor dicho, ¿sabes ya qué te gustaría ser en un futuro?
Peter asintió. Siempre había tenido claro lo que quería ser y, mirándolo, respondió:
—Quiero estudiar bioquímica clínica.
Björn parpadeó. Esperaba que le dijera algo que tuviera que ver con la informática y,sorprendido, se disponía a hablar cuando su hijo explicó:
—La bioquímica clínica es la rama de la química que se dedica a la investigación de los seres vivos. Sé que aquí, en Alemania, para acceder a esa especialidad tengo que tener la licenciatura de Medicina, y siempre he estado dispuesto a conseguirla.
Boquiabierto por la seguridad con la que hablaba el muchacho, Björn afirmó:
—Cuenta conmigo para ello, chaval.
Peter asintió feliz.
—Gracias —dijo y sonrió.
Emocionado por los sentimientos y el orgullo que aquel muchacho provocaba en él, el abogado le echó el brazo por encima del hombro y, acercándolo a él, declaró:
—Quiero que sepas que estoy muy feliz de haberte encontrado, y sólo espero que podamos recuperar todo el tiempo perdido.
Peter asintió, tenía las mismas ganas que él de hacerlo posible. Y, echando el brazo por encima del hombro de su padre, sonrió y dijo, haciéndolo reír:
—Será genial poder hacerlo, James Bond.
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Mensaje por VIVALENZ28 3/1/2017, 11:41 pm

38

El lunes, tras un fin de semana de ensueño en el que Yulia hace una de nuestras locuras de amor y me programa un viaje sorpresa a Venecia para demostrarme lo mucho que me quiere y lo tonta que soy al hacerme esas pajas mentales, cuando
llegamos a Müller y nos metemos en el ascensor,le pongo ojitos y digo:

—Nos vemos esta noche en casa.

Ella asiente, sonríe como una malota y,acercándome a ella, me besa. Devora mi boca con absoluta devoción olvidándose de dónde estamos y cuando nos separamos, dice:

—No lo dudes, pequeña.
Enamorada como me siento, murmuro recordando nuestro fin de semana en Venecia:
—Arrivederci, amore.
—Addio, mia vita.

Esa mirada de malota, esas románticas palabras y ese beso deseado son lo que añoraba, y estoy sonriendo cuando se abren las puertas del ascensor, le guiño el ojo y salgo de él.
Sin mirar atrás, sé que mi amor me observa hasta que se cierran las puertas y yo camino feliz y segura de todo hasta mi despacho.
Estoy de buen humor, el mundo es maravilloso, pero entonces Mika entra acelerada y dice:

—Tengo un problemón.

Oh..., oh..., mi burbujita rosa de felicidad se desvanece y le presto mi total atención.
Es el primer problemón con el que voy a lidiar desde que comencé a trabajar en Müller e, intentando tranquilizarla, hago que se siente y pregunto:

—¿Qué ocurre?

La pobre rápidamente me habla sobre la feria de farmacias que estamos gestionando y murmura:

—Mis padres han decidido celebrar sus bodas de oro el próximo sábado y tengo que ir a la Feria de Bilbao en España. Y ahora debo elegir entre el trabajo y la familia.

Oír eso me sorprende, y enseguida respondo:

—Por supuesto, elegirás la familia. Tus padres se casan, ¿cómo no vas a asistir?

Mika suspira, pone los ojos en blanco y explica:

—El año pasado hubo un problema en la Feria de Bilbao con uno de nuestros comerciales. Al muy idiota no se le ocurrió otra cosa que tirarse a la hija del organizador en los baños de la feria. El caso es que alguien avisó al padre y los pillaron, y
las quejas llegaron a Yulia.

Asiento. Recuerdo que Yulia me lo comentó en su día. Mika prosigue:

—Al final, tras mucho batallar con la organización para que no echaran a Müller de la feria, Yulia y yo quedamos con ese hombre en que este año estaría yo en el stand controlando a los comerciales. Pero, claro, ahora mis padres han decidido anunciar su boda sorpresa y, cuando les diga que no puedo ir, se lo van a tomar muy mal.

Su agobio se hace extensible a mí. Quiero ayudar Mika, y no sólo porque sea parte de mi trabajo, sino también porque la mujer que tengo desesperada ante mí no se ha quejado de que yo sólo trabaje por las mañanas y encima no viaje.
Eso conlleva más faena y viajes para ella, y en ningún momento lo ha mencionado.
Por eso, y aunque soy consciente de que Yulia se va a enfadar, propongo:

—¿Qué te parece si hablamos con ese hombre? ¿Cómo se llama?
—Imanol. Imanol Odriozola.
Asiento. Pienso con rapidez y digo:
—Lo llamaremos y le expondremos que tú no puedes ir y que en tu lugar iré yo. Al fin y al cabo, soy la mujer de la jefaza y eso le puede agradar.
Según digo eso, Mika me mira.
—Tú no puedes viajar. Ésa fue la primera condición que Yulia me impuso cuando comenzaste a trabajar. ¡Nada de viajes!
—¡¿Que te lo impuso?!
De pronto veo que se da cuenta de la bomba que ha soltado y, al ver mi cara, rápidamente se dispone a aclarar:
—Bueno, no. Realmente no fue así. Ella me...
—Mika —la corto—. No mientas, que conozco a Yulia.

Saber eso me subleva. ¿Cómo que Yulia se lo impuso?
Ea, ¡se acabó el buen rollito con mi esposa!
¡Adiós viaje a Venecia!
Una cosa es lo que ella y yo hablemos y pactemos en casa y otra muy diferente que la muy atontada imponga condiciones a las personas que trabajan conmigo. Observo a Mika y compruebo que la pobre está asustada. Sabe que se le ha escapado e, intentando tranquilizarla, digo:

—Sé que me aprecias tanto como yo a ti, pero también sé que mi trabajo de mañanas no es suficiente para ayudarte. No soy tonta, Mika, y sé que, si yo viajara como tú, el trabajo sería más llevadero para ti y...
—Elena, por favor, no te preocupes. Estoy acostumbrada a viajar y...
—Ya sé que estás acostumbrada, porque forma parte de tu empleo, pero lo que me joroba es que mi esposa te impusiera ciertas cosas para que yo trabajara aquí. No, no me hace ni pizca de gracia que lo hiciera.
La cara de Mika es un poema, cuando sentencio:
—Vas a ir a la boda de tus padres porque yo voy a ir a Bilbao como me llamo Elena Katina.

Ella me mira con desconcierto y yo sonrío,aunque lo que realmente tengo ganas es de asesinar a un tipa pelinegra llamada Yulia Volkova.
Cuando termina mi jornada laboral, llamo por teléfono a Yulia a su despacho, pero su secretaria me dice que está en una comida. Una vez cuelgo,recojo los papeles que hay sobre mi mesa y me despido de Mika, que me vuelve a suplicar que
cambie de opinión. Yo la tranquilizo, ha de hacerlo. Salgo a la calle y, tras parar un taxi,regreso a casa.
Cuando llego y abro la verja para entrar, mi loco particular, Susto, intenta salir corriendo.
Pero ¿éste no aprende?
Una vez cierro la verja, Susto y Calamar me dan su gran recibimiento. ¡Festival de aullidos y lametazos como si lleváramos meses sin vernos!
Mientras los besuqueo y me besuquean,agradecida por el cariño que me demuestran,pienso en esos desalmados que son capaces de abandonar o maltratar a los animales. Sin duda, no sólo no tienen cabeza, sino que tampoco tienen corazón ni sentimientos.
Acompañada por ellos dos, llego hasta la puerta de casa y Simona, cuando abre, me dice que las pequeñas están aún en casa de mi suegra. Feliz por saber que Larissa las estará malcriando, me siento en la cocina a comer un poquito de jamón
con pan y tomate y entonces oigo que Simona dice:

—¿A que no sabes qué soñé anoche?
La miro a la espera de que continúe y ella suelta:
—¡Con la telenovela «Locura esmeralda»! ¿La recuerdas?

Ambas soltamos entonces una carcajada.
Recordar la época en que estábamos enganchadas al culebrón de Esmeralda y Luis Alfredo nos hace reír, y terminamos rememorando las escenas que más nos impactaron, como aquel final, en el que los protas y su hijo montados a caballo se
difuminan en el horizonte. Riéndonos estamos por ello cuando suena el teléfono. Simona lo coge y dice:

—Es del instituto de Flyn.

La risa se me corta de cuajo. ¡¿Otro problema?!
Levantándome, cojo el auricular, escucho sin parpadear lo que una mujer me cuenta y, cuando cuelgo, miro a Simona y digo poniéndome la chaqueta:

—Voy al instituto a recoger a Flyn.
—¿Qué ha pasado?
—Se ha peleado con un muchacho.

Simona sacude la cabeza, yo me cago en todos los antepasados de Flyn y, tras dirigirme hacia el garaje, me meto en mi coche y voy a por él.
Veinte minutos después, entro en el instituto y voy derecha a Dirección. Nada más entrar, veo a Flyn y a otro chico. Flyn tiene la ceja y el labio hinchados. El otro muchacho, el labio y el pómulo.
Mi niño me mira, rápidamente voy hacia él, me agacho y, preocupada, susurro tocándole la cara:

—Cariño..., ¿estás bien?
Mi demostración de afecto no le gusta y me aparta las manos con rudeza.
—Flyn... —murmuro.
—Joder... —sisea él.
Entristecida por sus palabras, digo a continuación:
—Flyn, esto tiene que acabar.
Pero el mocoso, a quien está claro que no le importan mis sentimientos, insiste:
—Déjame en paz.

Su desplante me duele, y el hecho de que no me llame «mamá» me parte el alma. Sin poder evitarlo, los ojos se me llenan de lágrimas. ¿Por qué toda su crueldad la lanza contra mí?
De pronto, una voz de hombre que me es conocida dice a mi espalda:

—Flyn Volkov, a una madre ni se le habla ni se la trata de esa manera.
El crío no dice nada. Miro a Dennis, que me observa y, al ver mi expresión y mis ojos llorosos, dice:
—¿Tiene un segundo, señora Volkova?
Asiento y, dejándome guiar, entro donde él me indica. Una vez cierra la puerta del pequeño despacho, abre los brazos y yo acepto su abrazo mientras murmura:
—Tranquila... Tranquila...
—No sé por qué me habla así —balbuceo—.No sé qué le he hecho.
—Tranquila —insiste él—. Los adolescentes en ocasiones son así con las personas a las que quieren. Si lo consultaras con el psicólogo del colegio, te diría eso mismo.
—Pero yo no le he hecho nada, Dennis. No sé por qué toda esa agresividad contra mí.
—Elena, deben llevar a Flyn al psicólogo. Él podría ayudarlo.

Me trago las lágrimas y asiento. Lo último que quiero es montar un numerito de madre llorona e histérica. Justo entonces se abre la puerta, nos separamos rápidamente y Dennis coge unos papeles que una mujer le entrega mientras me dice:

—Siéntate.

Como una autómata, lo hago y en ese momento la puerta vuelve a abrirse y entra otro hombre con el director del colegio. El hombre es el padre del otro muchacho, y Dennis nos explica que se han peleado por una chica. Sin decir el nombre, sé que se trata de Elke.
El otro padre y yo nos miramos. No sabemos qué decir. ¡Malditos niños!
Al menos, no me ha tocado un padre de esos que se creen que su hijo lo hace todo bien.
Segundos después, hacen entrar a los muchachos, y tanto su tutor como el director del colegio les echan una buena bronca. Finalmente, el padre y el chico se marchan junto con el director y, cuando yo hago lo mismo, Dennis nos acompaña hasta la puerta.
Los tres caminamos en silencio, pero siento el apoyo moral de Dennis, y se lo agradezco.
Necesito saber que alguien está a mi lado y entender que no estoy haciendo nada mal.
Cuando llegamos a la puerta del instituto, sin pararse, Flyn sigue hasta mi coche, y Dennis, al verlo, murmura:

—Siento lo de la expulsión. Ya te dije en la tutoría que, si volvía a tener otro parte, el instituto lo expulsaría. De todas formas, piensa en lo del psicólogo. Creo que podría hacerle más bien que mal.

Suspiro. Sé que tiene razón, sólo hay que convencer a la cabezota de mi esposa. Por ello,intentando sonreír, respondo:

—Gracias, Dennis.

Una vez digo eso, me despido con una última mirada y voy hacia el coche, donde un larguirucho adolescente de apellido Volkov me espera apoyado con cara de perdonavidas. ¿A quién se parecerá?
Doy al mando del coche y los faros se iluminan. Flyn abre la puerta delantera y se sienta.
Dos segundos después, me siento yo y, cuando lo veo saludando con guasa a unos chavales mayores que él, que están sentados en un banco del parque, lo miro y murmuro:

—Pensé que eras más listo. ¿Qué haces peleándote por Elke?
Flyn clava sus ojos en mí, se retira el flequillo de la cara y comienza a toquetear la radio.
Enfadada con su actitud chulesca, siseo:
—Ahora sí que no vas a salir ni a la puerta de la calle. Flyn, ¡te han expulsado!
—Venga ya..., ¡corta el rollo!
Lo mato, es que lo mato. Y, conteniendo las ganas que tengo de cruzarle la cara, voy a añadir algo más cuando él dice:
—Llévame a mi casa.
Mi sensatez me hace callar, a pesar de las ganas que me entran de preguntarle que si su casa no es la mía.
En silencio conduzco por Múnich y, cuando llegamos a casa y aparco en el garaje, veo cómo Flyn de un manotazo se quita a Calamar de encima.
—¡No vuelvas a tratarlo así! —le chillo.

Él no me hace ni caso. Sigue su camino y desaparece, mientras yo saludo a Susto, que cada día está más repuesto del accidente, y Calamar viene a mí en busca de cariño.
Una vez dejo a mis preciosos perros, entro en la casa y veo que Simona viene caminando hacia mí preocupada.

—Ay, Dios mío, Elena —dice—. ¿Has visto lo magullado que viene? Cuando lo vea la señora, se va a alarmar.

Asiento. Imagino a Yulia cuando lo vea pero,quitándole importancia al tema, replico:

—Tranquila. Está bien. Ya sabes que los chiquillos son de hierro.

Acto seguido, oigo unos pasitos corriendo y, al darme la vuelta, veo a mi pequeña Yulia que viene hacia mí. Feliz, lo cojo entre mis brazos y, besándola, murmuro:

—¿Cómo está mi Supergilr?

El resto de la tarde no veo a Flyn. Se encierra en su habitación y no sale. Consigo mantener a raya mis ganas de llamar a Yulia y contarle lo ocurrido. Si lo hago, la disgustaré, y es mejor que hable con ella una vez esté en casa.
Sin duda, la noche promete; entre el viaje que pienso hacer a Bilbao para que Mika pueda estar en la boda de sus padres y lo ocurrido con Flyn,cuando llegue Yulia, ¡menudo festival!
Hablo con Mel, le cuento lo ocurrido con el crío y ésta intenta consolarme y, cuando le comento lo de Bilbao, se apresura a decir:

—¿A Yulia le parece bien que viajes?
Sin ganas de polemizar, miento:
—Sí. No hay problema.
—Ostras, Len, pues me voy contigo y así aprovecho y voy a ver a mi abuela, que está apenas a doscientos cincuenta kilómetros.
—¿En serio?
—Ya te digo.
—¿Y Björn?
Al oír eso, Mel sonríe y añade:
—Psicología femenina, Len: le entro a mi morenazo diciéndole que le voy a dar la noticia de la boda a mi abuela, ¡y él tan feliz!
—¿Y Sami y Peter? —insisto.
—Se quedan con su padre, cielo. Peter es mayor, y Sami se encargará de volverlos locos a los dos.

Encantada, ambas reímos por aquello. Con lo pequeña que es, sin duda Sami se hará la reina de la casa y tendrá a Björn y a Peter a sus pies, de eso no me cabe duda. Y, feliz por su compañía, sonrío y afirmo:

—Yo tendría que estar en la feria el jueves por la tarde, todo el viernes y el sábado sólo por la mañana; después lo tengo libre hasta el domingo, que regresaremos.
—Pues no se hable más: si te vas para Bilbao,¡me voy contigo, que yo también necesito un poco de relax de chicas! Y el domingo alquilamos un coche y nos vamos a Asturias a ver a mi abuela,¿te parece?
—Genial.

Tras pasar el resto de la tarde con la pequeña Yulia y Hannah en la piscina, cuando Pipa se los acaba de llevar para bañarlos, Yulia entra en casa.
Me da un beso rápido ¡joder, ya volvemos a lo de siempre! y corre escaleras arriba para ver a los pequeños. Se muere por verlos y, cuando veinte minutos después baja, me mira y pregunta con gesto hosco:

—¿Por qué no me has avisado por lo de Flyn?

Vaya..., ya veo que ha pasado por su habitación a verlo. Como puedo, le cuento lo ocurrido en el instituto. El gesto de Yulia se endurece por segundos. ¿Dónde está la Yulia de nuestro maravilloso fin de semana? Y, cuando acabo de relatarle todo lo del instituto, murmura descolocándome por completo:

—¿Me puedes explicar por qué el tutor de Flyn te ha abrazado?

Eso me pilla por sorpresa. No me había percatado de que Flyn nos había visto, ni él me había dicho nada. Sin duda, el niño quiere guerra conmigo.

—Yulia... —empiezo a decir—, Flyn me habló mal cuando llegué al instituto, y Dennis...
—¡¿Dennis?! —gruñe furiosa—. ¿Tanta confianza tienes con él? ¡Creo que deberías llamarlo señor Alves, ¿no?!
Resoplo y con tranquilidad murmuro:
—Cariño, él...
—Me importa una mierda —me corta—. ¿Por qué tiene que abrazarte ese tío?
Molesta por su tonto reproche, grito:
—¡Porque necesitaba un abrazo o me iba a derrumbar por el trato de Flyn! ¡Y, aunque te joda,volvería a abrazarlo en un momento así, porque ese tío, como tú lo llamas, no se ha propasado lo más mínimo, sino que sólo intentaba que yo me
calmase!

A partir de ese instante se abre la caja de Pandora y, como siempre, no sólo reñimos por lo que nos ha llevado a ello, sino que también salen a relucir otros temas.
Durante más de una hora, Yulia y yo discutimos.
Ella me reprocha, yo le reprocho y, cuando ya no puedo más, chillo:

—¡Flyn irá al psicólogo lo quieras o no! —Y,sin dejarle responder, prosigo—: Y odio que le impusieras a Mika que yo no viajaría. Pero ¿quién te crees que eres?

Yulia me mira..., me mira..., me mira. Su mirada de Icegirl enfurecida me traspasa, y entonces sisea:

—Tu esposa y la dueña de la empresa, ¿te parece poco?

Esa contestación me subleva. ¡Será chula la jodía rusa/alemana! Y, dispuesta a ser tan chula como ella,replico:

—Pues, al igual que a ti te surgen imprevistos,en esta ocasión me han surgido a mí, y el jueves me iré a la Feria de Bilbao.
—¡¿Qué?! —brama comiéndome con la mirada.
—Lo que has oído. Mika no puede y yo iré en su lugar.
—El trato era que no viajarías.
Sonrío con maldad, con esa maldad que sé que la saca de sus casillas, y luego afirmo:
—Lo sé, pero al igual que en ocasiones tú me prometes regresar pronto a casa y después tienes que irte de viaje a Edimburgo, yo también puedo tener imprevistos, ¿o no?

Yulia comienza a soltar por su boca sapos y culebras. ¡Qué mal hablada es cuando se enfada, y luego dice que soy yo! Se niega a aceptar que yo viaje, pero yo, sin bajarme de la burra, reitero una y otra vez:

—Voy a ir, y nada de lo que digas me hará cambiar de parecer.

Mi rusa/alemana, furiosa, usa entonces su táctica más sucia y decide sacarme totalmente de mis casillas.
Al final, la puñetera lo consigue y, cuando me recuerda la detención de la policía el día que salí con Mel, incapaz de entender que sea tan bicho, la miro y grito:

—Pero ¡¿a qué viene ahora que me saques a relucir eso?!
—Porque todavía no hemos hablado de ese día. De cómo desapareciste sin permitirme saber dónde estabas y de cómo terminaron detenidas por la policía.
—Mira, Yulia —la corto, cansada de oírla—.¡Vete a la mierda!

Mi rabia, mi gesto y mi voz le hacen saber que ya ha conseguido lo que buscaba. No le hablo.
Sólo la observo mientras ella se limita a mirarme con su cara de perdonavidas. Y, cuando he respirado y contado hasta doscientos porque hasta cien era poco, siseo:

—¿Sabes, Yulia? Lo peor de todo es que tú y yo deberíamos estar hablando sobre Flyn —y, antes
de que ella diga nada, añado—: Pero, claro, como siempre, el mocoso ya se ha encargado de cambiar la dirección de la discusión, ¿verdad?

Yulia no responde. Sabe que en cierto modo tengo razón y, tras salir del despacho, oigo que llama a Simona y le pide que avise a Flyn para que baje.
Cuando Yulia entra en la estancia y se sienta en su silla, no nos hablamos. Siempre pasa igual. El niño la pifia, el niño le da la vuelta a la tortilla y, al final, Yulia se enfada conmigo.
¿Cuándo va a cambiar eso?
Cinco minutos después, Flyn entra en el despacho, Yulia se levanta de su sillón de supermegajefaza y, acercándose a él, le pregunta examinándole el ojo y la boca:

—¿Te duele?
El crío niega con la cabeza y mi esposa se dirige a mí y dice:
—¿Por qué no lo has llevado al hospital?
Incrédula por su pregunta, replico:
—Porque no es grave. Sólo son magulladuras.
—¿Ahora también eres doctora?
Su provocación delante del crío me subleva,me irrita otro poco más, y respondo:
—¿Sabes, Yulia? Creo que deberías enfadarte con tu hijo, no conmigo. No soy yo quien se ha pegado con alguien en el instituto, ni tampoco a la que han expulsado.

Mis palabras parecen despertarla y, volviendo la vista hacia el el muchacho, que nos observa en silencio, por fin comienza a echarle un buen rapapolvo. Se lo merece, y yo, impasible, me siento, observo y escucho sin moverme. No tengo nada que decir.
En un momento en que Yulia hace un silencio,Flyn me mira y me suelta:

—¿Disfrutas con esto?

Bueno..., bueno..., bueno... Pero ¿de qué va el mocoso?
Clavo mis ojos en Yulia en busca de alguna palabra de apoyo y, al ver que ni se molesta, me levanto, me acerco al niñato y, con toda mi chulería, respondo:

—Ni te lo puedes imaginar.
—Elena, Flyn, ¡basta ya! —gruñe Yulia.

El crío me lanza la fría sonrisa de los Volkov, y yo, que ya más calentita no puedo estar, murmuro:

—¿Sabes, Flyn? El que ríe el último ríe dos veces.
—¡Elena! —protesta Yulia.

Mi nivel de aguante y tolerancia vuelve a estar bajo cero y, como no quiero arrancarles la cabeza a ninguno de aquellos dos, me doy la vuelta, salgo del despacho y me encamino a mi habitación.
Necesito una ducha que me despeje y me enfríe o al final allí va a arder Troya, aunque estemos en Alemania.
Cuando salgo de la ducha, me encuentro a Yulia sentada en la cama. Como siempre, su gesto ya no es el de minutos antes, pero como no me apetece hacer migas con el enemigo, no la miro y él dice:

—Len..., ven aquí.

Me hago la sorda, ¡la sueca!, ¡la china! Y ella, al ver que no pienso hacerle caso, se levanta, camina hacia mí y, cuando va a tocarme, siseo con frialdad:

—Ni se te ocurra tocarme porque es lo último que me apetece. No sé qué narices te pasa o nos pasa últimamente a las dos, pero está visto que algo no va bien, y ya estoy harta de que tú digas «¡ven!» y yo, como una idiota, te obedezca.
—Len...
—Estoy enfadada, ¡muy enfadada contigo! —siseo rabiosa—. Creía que, tras el bonito fin de semana que habíamos pasado en Venecia, nuestro a veces complicado mundo podría ser un poco mejor, pero no, ¡todo sigue igual! Continúas
comportándote como una energúmena conmigo ante cualquier cosa que tenga que ver con Flyn, ¡joder, que lo han expulsado! Y, por supuesto, no respetas que yo, como mujer trabajadora, tome una decisión como la que he tomado de ir a la Feria de Bilbao. Así que ¡no me toques! Y déjame en paz, porque lo último que necesito ahora mismo es a ti.

Al oírme decir eso con tanta dureza, Yulia da un paso atrás. Le agradezco el detalle y, una vez me pongo mi vestidito azulón y unos calcetines de andar descalza, ante su atenta, desconcertada y fría mirada, salgo de la habitación con paso raudo y sin mirar atrás.
Cierro la puerta y respiro y, a grandes zancadas, bajo hasta la cocina. Está oscura. No hay nadie. Simona y Norbert ya están en su casita,y me siento en una silla para compadecerme de mí misma sin encender la luz.
¿Cómo veinticuatro horas antes podíamos estar besándonos apasionadamente y ahora podemos estar así?
¿Por qué el fin de semana parecía entender todo lo que le dije en cuanto al niño y a mi trabajo y, ahora, todo vuelve a ser igual que antes de nuestra charla?
Durante un buen rato miro, observo mi jardín desde la ventana y recuerdo lo bonito que se pone en primavera. Pienso en mi padre. Intento imaginar qué me diría que hiciera en una situación así y resoplo. Resoplo de frustración.
El resto de la semana, ambas estamos frías como el hielo. La pobre Simona nos observa, no dice nada, pero se da cuenta de todo y, con sus ojillos plagados de experiencia, me pide calma...,mucha calma.
Así estamos hasta el jueves por la mañana, que salgo del baño y Yulia me está esperando.
Cruzamos una rápida mirada, hasta que ella se vuelve y, al ver mi maleta sobre la cama, dice:

—He llamado a Mel y le he dicho que se pase por casa.
La miro sorprendida.
—¿Por qué?
Con gesto serio, Yulia me mira y, tras calibrar sus palabras, indica:
—He cancelado sus vuelos comerciales.Irán directamente a Bilbao en nuestro jet privado.Norbert las llevará al aeropuerto.
Voy a replicar cuando añade:
—Es una tontería que vayan de aquí a Barcelona para que luego allí tengan que tomar otro vuelo para Bilbao. Pero, por supuesto puedes protestar —dice clavando la mirada en la mía—.Vamos, es lo mínimo que espero de ti.

Durante varios segundos, ambas nos observamos. Nos retamos.
Llevamos unos diítas malos, muy malos, y decido morderme la lengua aun a riesgo de que me envenene.
En cierto modo me gusta ir en el jet directamente a Bilbao, algo que yo no le he pedido pero que ella ha pensado por mí. Segundos después,cuando ve que no voy a decir nada, añade:

—Llámame o envíame un mensaje cuando hayan aterrizado en Bilbao.
—Vale —afirmo.

Y, sin más, se da la vuelta y sale de la habitación con paso rápido y decidida dejándome con la boca abierta como una tonta. Durante varios segundos, no me muevo.
¿Se ha marchado sin darme un simple beso?
La indiferencia de Yulia cada día me mata más,pero como no estoy dispuesta a hundirme, termino de vestirme. Cuando oigo a Mel, bajo con mi maleta y, tras dar un beso a mis pequeños, nos vamos. Me marcho sin mirar atrás.


39

Tras aterrizar en el aeropuerto de Bilbao, Mel y Elena no se sorprendieron cuando, al salir por la puerta, un hombre de mediana edad y gesto amable las miró y, dirigiéndose a Len, preguntó

—¿Señora Volkova?

Ella asintió, y el hombre le indicó con una encantadora sonrisa al tiempo que le tendía la mano:

—Soy Antxo Sostoa. Su esposa, la señora Volkova, llamó a las oficinas para indicar que venían ustedes a la feria y necesitaban un coche que las recogiera y las llevara al hotel Carlton.

Las chicas intercambiaron una mirada. Como siempre, Yulia estaba en todo y, sin dudarlo, se montaron en el vehículo para ir hasta el gran y majestuoso hotel.
En el camino, Mel llamó por teléfono a Björn y, mientras hablaba y reía con él, Elena simplemente escribió en su teléfono: «Ya estoy en Bilbao». Poco después, recibió un frío «Ok».
Lena suspiró y miró por la ventanilla. Odiaba estar a malas con Yulia, pero estaba visto que no podía hacer nada. Sólo necesitaba despejarse un poco y disfrutar con Mel de un fin de semana de chicas. No pedía más.
Una vez llegaron al precioso hotel y después de que Antxo les indicara que las esperaría en la puerta para llevarlas a la feria, subieron rápidamente a la habitación, dejaron las maletas y bajaron al coche. No querían perderse nada.
En la feria, Elena pudo ver que Müller tenía un estupendo stand con sus productos. Allí saludó a varias personas que conocía de cuando trabajaba en Moscú, y éstos se sorprendieron al verla allí en representación de su esposa.
Poco después, y tras saludar a todos los empleados de Müller, Mel se fue a dar una vuelta por la feria y Elena se preocupó de buscar al director, ya que quería saludarlo.
Mientras daba un paseo por la feria, Mel de pronto vio una cara conocida y, acercándose, dijo:

—¡¿Amaia?!
La aludida se volvió al oír su nombre y, parpadeando, exclamó:
—Ahí va, la hostia, Melania. Pero, tía, ¿qué haces aquí?

Rápidamente las dos mujeres se abrazaron con gusto y comenzaron a a hablar.
Mientras tanto, Elena había encontrado al director de la feria, el señor Imanol Odriozola, al que se presentó como la mujer del señora Volkova, el dueño de Müller. Tras hablar con él omitiendo el incidente del año anterior, Elena se encargó de dejarle muy claro lo importante que era para su empresa estar en aquel evento. Aquello le gustó al hombre, y ella enseguida supo que se lo había metido en el bolsillo.
A mediodía, Lena comió un simple sándwich como el resto de los empleados; había ido allí a trabajar. Por la noche, cuando cerraron la feria, el director pasó por el stand de Müller y amablemente invitó a Elena y a Mel a cenar a un
precioso restaurante del Casco Viejo, donde degustaron unos increíbles platos.
Una vez acabada la cena, el hombre, que estaba encantado con el hecho de que la propia esposa de la superjefaza hubiera ido a la feria en representación de su empresa, las acompañó al hotel. Cuando él se marchó, Elena le dijo a su
amiga:

—Creo que los problemas de Müller con el director de la feria se han solucionado de por vida. Mel sonrió y, agarrada de su brazo, afirmó:
—Eres una excelente relaciones públicas ¿lo sabías? —Lena rio, y ella añadió—: Yulia te va a comer a besos cuando regreses.

Elena dibujó una forzada sonrisa en su rostro.
No le había contado nada de lo ocurrido a su amiga y, guiñándole el ojo, replicó:

—Seguro que sí. No te quepa la menor duda.
Durante un rato, ambas hablaron sobre la feria, hasta que Mel dijo:
—¿Sabes? Me he encontrado con una antigua amiga.
—¿Aquí, en Bilbao?
Mel asintió encantada.
—Fue novieta de un primo mío de Asturias, hasta que lo dejó por atontado. Al parecer, trabaja para no sé qué laboratorio y está en la feria también. Mañana te la presento, ¿vale?
—Vale —dijo su amiga sonriendo.

Al día siguiente, Elena madrugó para ir a la feria, mientras Mel se quedaba un rato más en la cama. Ella iría más tarde.
Durante todo el día, como mujer del jefazo,Lena atendió a todo aquel que se acercaba al stand de Müller y, cuando Mel llegó, se encargó de repartir publicidad a los asistentes. A las ocho,cuando la feria ya cerraba, una joven rubia se acercó a ellas.

—Elena —dijo Mel—, te presento a Amaia.
—Eeepa, ¿qué tal? —soltó la rubia, y tras darle un par de besos a Lena, añadió—: Vaya...,vaya..., conque tu esposa es la todopoderosa dueña de Müller...
Ella asintió y Amaia, cogiéndolas a las dos del brazo, dijo:
—Vamos..., las llevo de pinchos por Bilbao.

Durante horas rieron, comieron y bebieron. Si algo se hacía bien en Bilbao era comer. Todo estaba exquisito. La cocina vasca era una maravilla, y tanto Elena como Mel lo disfrutaron de lo lindo.
Esa noche, cuando llegaron a su hotel, Amaia comentó antes de marcharse al suyo:

—Oye, ¿por qué no se vienen conmigo mañana a mi pueblo? —Las chicas la miraron y ella insistió—: He quedado con mi cuadrilla y unos amigos para ir al pueblo de al lado, Elciego, a disfrutar de un maridaje estelar.
—¿Maridaje estelar? —dijo Mel riendo—. Pero ¿eso qué es?
Amaia soltó una risotada y, con gesto de intriga, cuchicheó:
—Ah, no..., eso no se lo digo, así le picará la curiosidad y vendrán.
Mel y Elena intercambiaron una mirada, y Amaia insistió:
—Venga, vengan. Se pueden quedar en mi casa de Elvillar a dormir. Allí hay sitio de sobra.
Elena sonrió. Parecía buena idea, y Mel, al ver el gesto de su amiga, afirmó:
—De acuerdo, ¡nos apuntamos!
Las tres rieron por aquello y Elena, animada,dijo:
—Vale. Entonces lo mejor será que mañana alquiles un coche y, desde allí, el domingo por la mañana nos podemos ir a Asturias para ver a tu abuela, ¿te parece?
—¡Perfecto! —asintió Mel feliz.

Esa noche, cuando Mel se estaba duchando en el hotel, Elena llamó a su casa.
Simona rápidamente cogió el teléfono y, tras saludarla con cariño, le indicó que las niñas estaban bien y durmiendo. Cuando le preguntó si quería hablar con Yulia, que estaba en el despacho,en un principio Lena dudó. ¿Debería hablar con ella?
Sin embargo, la necesidad que sentía de oír su voz era tan grande que al final asintió.
Pasados unos segundos, oyó la ronca voz de Yulia:

—Dime, Elena.
Volvía a llamarla por su nombre completo. Su tono era frío e impersonal e, intentando darle esa calidez que ella necesitaba y ella le negaba, Lena la saludó:
—Hola, cariño. ¿Qué tal todo por ahí?
—Bien, ¿y tú?
Ella suspiró. Yulia no se lo iba a poner fácil, y respondió:
—La feria va estupendamente, el señor Odriozola te manda saludos.

Yulia asintió. Ella misma había hablado aquella tarde con Imanol Odriozola y éste no había parado de decirle una y otra vez lo encantadora que era su mujer y el buen trabajo que estaba haciendo en la feria. Pero Yulia no se lo comentó a Elena. No
quería que se sintiera vigilada y se lo pudiera reprochar.
El silencio se apoderó entonces de la línea telefónica. Estaba claro que la brecha entre ellas era cada vez mayor, por lo que Elena dijo:

—Mañana, cuando acabe en la feria, Mel y yo iremos con una amiga suya a un pueblo que...
—¿A qué pueblo?
Ella lo pensó. No recordaba el nombre, y respondió:
—La verdad es que ahora mismo no me acuerdo del nombre...
—¿Cómo puedes ir a un sitio del que no recuerdas el nombre? —gruñó Yulia.
Elena cerró los ojos. Hablar con ella no había sido buena idea y, perdiendo parte de su fuerza,murmuró:
—Bueno, lo cierto es que...
—Mira, mejor no continúes —la cortó ella sin dejarla terminar.
Cansada de su frialdad, Elena se sentó en la cama.
—Yulia, no me gusta estar contigo así.
—Tú lo has provocado.
Ella suspiró. La rusa no se lo ponía fácil.
—Yulia, cuando tú viajas y llamas a casa, por muy molesta que yo esté, procuro ser amable contigo y...
—Si has llamado para discutir, no me apetece. ¿Quieres algo más?

Su insensibilidad le rompió el corazón a Lena.
¿De verdad no iba a ser ni una pizquita amable?
¿En serio que no la añoraba tanto como ella la añoraba a ella?
Y, sin ganas de prolongar aquello, sacudió la cabeza y murmuró:

—Sólo llamaba para saber cómo estabas. Sólo para eso. Adiós.

Y, sin decir nada más, cortó la comunicación y tiró el teléfono sobre la cama. Lo que no sabía Elena era que, a muchos kilómetros de distancia,una mujer llamada Yulia Volkova maldecía y se arrepentía por su falta de tacto, pero su maldito
orgullo le impedía volver a llamar a la mujer que amaba.
Al salir de la ducha y ver a su amiga con gesto preocupado, Mel fue hasta ella y le preguntó:

—¿Qué te ocurre?
Elena, necesitada de hablar, le explicó la verdad.
—Pero ¿por qué no me has contado antes lo que pasaba? — preguntó Mel mirándola fijamente.
Elena se retiró el pelo de la cara y suspiró.
—No lo sé. Quizá pensé que, si evitaba hablar de ello, lo olvidaría y las cosas se suavizarían hasta regresar a casa. Pero, después de hablar con Yulia, siento que todo va de mal en peor. Ya no es sólo por Flyn, no le puedo echar las culpas sólo a él, sino...
—Lena, mírame —la cortó Mel cogiéndole las manos—. Si hay una relación entre dos personas que yo siempre he considerado buena y verdadera,es la tuya y la de Yulia. Sin duda, estáis pasando por una mala racha. Todas las parejas en un momento dado pasan por ello, pero estoy convencida de que lo superaran. Ya verás como sí.

Elena sonrió y, meneando la cabeza, respondió:

—Quiero a Yulia y sé que ella me quiere a mí,pero últimamente somos incapaces de comunicarnos.
—Y si encima hay un cabroncete de niño a su lado dando infinidad de problemas que los sobrepasan, sin duda la cosa no puede ir a mejor.
Lena suspiró, y Mel, tratando de animar a su amiga, añadió:
—Vamos..., ve a darte una ducha. Ya verás como luego te sientes mejor.

Con una triste sonrisa, Elena se levantó, cogió una toalla limpia y, guiñándole un ojo, desapareció tras la puerta del baño.
Mel esperó unos segundos y, cuando oyó correr el agua, cogió su teléfono y, tras marcar, dijo, consciente de que la teniente Parker nunca la abandonaría:

—Hola, Yulia, soy Mel. ¿Cómo eres tan rematadamente gilipollas?



40

Al día siguiente, tras pasar Elena la mañana trabajando en la feria, Amaia y Mel la esperaban a la salida con las maletas en un coche de alquiler.
Entre risas y bromas, las tres se dirigieron hacia el pueblo de Amaia, Elvillar de Álava,mientras la joven reía contándoles que allí había un dicho que decía «Con el vino de Elvillar, beber y callar». Riéndose estaban por aquello cuando ésta, antes de llegar, tomó un desvío y dijo:

—Les voy a enseñar una cosa que me fascina de mi pueblo.

Mel y Elena sonrieron. Estaban charlando cuando de pronto Amaia paró el coche. Bajaron, y Elena y Mel, con unos ojos como platos, señalaron al frente.

—Ostras, qué pasada —murmuró Elena.
—Pero ¿esto qué es? —preguntó Mel.
Amaia sonrió. Era una de las curiosidades del pueblo y, observándolas, dijo con orgullo:
—Es un dolmen o, como dirían los expertos en la materia, un monumento megalítico funerario,aunque aquí se ha llamado de toda la vida la «Chabola de la hechicera».
Boquiabiertas al ver aquello tan antiguo y fuera de lo común, las chicas se acercaron a él, y Elena preguntó:
—¿Y por qué se le llama así?
Amaia se encogió de hombros y, tocando una de las legendarias piedras, respondió:
—Según me contaba mi abuela, su nombre evoca una leyenda que lo relacionaba con el hogar de una hechicera a la que en la mañana de San Juan se la oía cantar y pregonar.
—Uf..., se me han puesto los pelos como escarpias —se mofó Mel, enseñándoles el brazo.
Elena suspiró e, inconscientemente, pensó en Yulia. A ella le habría encantado ver y tocar aquello.
Le gustaba mucho leer libros sobre esa clase de monumentos megalíticos, y se entristeció al sentir que no podía compartir lo descubierto con ella.
—La Chabola de la Hechicera —prosiguió Amaia— fue descubierta, si no me equivoco, en 1935 a pesar de ser algo prehistórico, y posteriormente fue restaurada. —Luego, bajando la voz, cuchicheó—: También tengo que decirles que muchos de los que vivimos por los alrededores hemos venido aquí a echar algún polvete que otro sobre las piedras del dolmen.
Las chicas rieron y entonces Amaia añadió:
—Aunque, poniéndonos serias, les diré que es uno de los dólmenes más importantes de Euskadi y el mejor conservado de la zona. Pero si hasta se estudia sobre él en algunas universidades norteamericanas.
—Qué pasada —murmuró Elenatocando las piedras.
—Venga, tienen que venir para las fiestas en agosto —afirmó Amaia—. Se celebra un aquelarre, con una representación con un macho cabrío, cabalgata de brujas, títeres, hacemos una gran queimada, y todo eso se acompaña con la música de la txalaparta y otros instrumentos.
—Qué chulada. Creo que a Björn le gustaría—afirmó Mel, tocando las pintorescas piedras.
Al oírla, Amaia se mofó:
—Vaya nombrecito más raro que tiene tu churri...
Mel sonrió divertida y respondió:
—Pues llámalo Blasito, que es como lo llama mi abuela.
La carcajada de Amaia y Elena no se hizo esperar, y la vasca replicó:
—Si es que tu abuela ¡es la hostia! ¡Cuidado con el mokordo!
Mel y Lena se miraron. ¿Mokordo? ¿Qué era eso?
Al ver cómo la miraban, Amaia señaló una gran caca de vaca.
—En mi tierra a eso lo llamamos ¡mojón! —contestó Elena.
—Vaya conversacioncita más chula, ¡¿eh?! —dijo Mel riendo divertida.

Durante varios minutos, las tres chicas hablaron junto al dolmen de un sinfín de diferencias entre las distintas comunidades
autónomas, hasta que la vasca, mirándose el reloj, dijo:

—Creo que es mejor que nos vayamos o al final llegaremos tarde.

Apenada, Elena miró por última vez aquellas piedras y, tras sacar su móvil, les hizo una foto.
Algún día le gustaría tener la oportunidad de enseñársela a Yulia. Sin duda, le gustaría ver aquel lugar. Veinte minutos después, descargaron las maletas en casa de Amaia. Mientras sacaba su ropa, Elena vio que Mel hablaba con Björn por
teléfono. Le encantó oírla reír y bromear con él. Al menos, a alguien le iba bien en el amor.
Mirándose al espejo, se quitó el vaquero que llevaba y la camisa y se puso una falda hippy negra hasta los pies y una camiseta rosa fuerte.
Como no tenía ganas de peinarse, se recogió el pelo en una coleta alta y, probándose la cazadora vaquera para ver cómo quedaba, se miró al espejo, sonrió y murmuró al ver a la Elena de antaño:

—¡Sí, señor, ésta soy yo!

Una vez las tres muchachas terminaron de vestirse, montaron en el coche de alquiler y se dirigieron a Elciego, un precioso pueblecito que estaba a escasos kilómetros de Elvillar. Allí se encontraron con la cuadrilla de Amaia y unos amigos de éstos y, tras ser presentadas, todos se encaminaron hacia las Bodegas Valdelana.
Al entrar en aquel increíble sitio, Elena lo miró con curiosidad. Como diría su padre, el lugar tenía solera e historia. ¡Qué maravilla!
Minutos después, un hombre que reunió al grupo les habló sobre la historia de las bodegas y les hizo una visita guiada.
Cuando acabó la visita, todos montaron en sus vehículos particulares y fueron a la dirección que el guía les había dado. Allí los aguardaban para continuar con la particular experiencia.
Al llegar al punto indicado los esperaba un amable enólogo, y con él fueron hasta un impresionante lugar llamado el «Balcón de las Variedades», donde continuaron con la visita.
Durante un rato, todos disfrutaron paseando por los viñedos, hasta llegar a un sitio donde había preparadas varias mesas con manteles inmaculadamente blancos y sillas.

—Qué lugar más bonito —murmuró Mel al verlo, y Elena asintió.

Los asistentes se sentaron entonces para ver el atardecer.
La puesta de sol allí era preciosa y, cuando oscureció y aparecieron poco a poco las estrellas,comenzó aquello de lo que Amaia les había hablado. El enólogo les explicó entonces que el maridaje estelar consistía en conjugar cinco copas luminosas, cinco vinos y cinco leyendas de constelaciones.
Escucharon a aquél hablarles de cómo las cinco estrellas llamadas Arturo, Vega, Altair,Polaris y las que configuran la Corona Boreal,además de tener sus increíbles leyendas, habían marcado el mundo de la vid. A continuación,cuando pusieron ante ellos unas copas de luz, todos sonrieron al oírlo decir:

—Señoras, señores, a partir de este instante,relájense y déjense mimar por el vino, la noche y las estrellas.
Al oír eso, Elena miró con picardía a su amiga Mel y cuchicheó:
—Si ves que me paso con el vino, párame, que no es lo mío; ¿de acuerdo?
Mel asintió y, en confianza, murmuró guiñándole el ojo:
—Lo mismo digo.

Con la ayuda de un programa informático, el enólogo capturó la imagen de aquellas estrellas y las proyectó en una gran pantalla estratégicamente colocada. Con cada estrella, aquél narraba su leyenda, y Elena, al terminar de escuchar la
historia de Vega y Altair, miró emocionada a su amiga y susurró:

—Qué historia tan bonita y triste a la vez. —Mel asintió—. Pobre Vega y pobre Altair. ¡Ofú, qué penita!
Al ver aquello, Mel le quitó de la mano la copa de vino a su amiga y, mirándola divertida, preguntó:
—Elena, ¿estás bien?
Ella asintió y, recuperando su copa de vino,murmuró para que nadie la oyera:
—Tranquila. Es sólo que añoro a mi cabezona.
Mel sonrió. Sin duda, a ella también le había llegado al corazón la triste historia de Altair y Vega y, chocando su copa de luz con la de su amiga, dijo:
—Despeja la mente y, como ha dicho el enólogo, déjate mimar por el vino, la noche y las estrellas y olvídate del resto, incluido a la cabezona.

La joven señora Volkova asintió. Su amiga tenía razón. Debía disfrutar de aquella increíble experiencia y olvidarse del resto del mundo. Por lo que, prestando atención a la nueva leyenda, se centró en lo que se contaba en referencia a la estrella Arturo. Sin duda, ninguna de aquellas estrellas había tenido una buena vida.
¡Pobrecillas!


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PIDEME LO QUE QUIERAS y yo te lo daré// Adaptación Empty Re: PIDEME LO QUE QUIERAS y yo te lo daré// Adaptación

Mensaje por VIVALENZ28 3/10/2017, 12:07 am

41

Con una copa de vino en las manos, miro el cielo.
Ha finalizado la increíble experiencia del maridaje estelar y estoy relajada.
Hace fresquito, pero la temperatura es tan agradable que da gusto estar sentada al aire libre disfrutando de la tranquilidad en una noche de luna llena en este sitio tan especial.
Nunca me ha gustado el vino, quien me conoce sabe que prefiero una coca-cola con hielo, pero el caldo de esas bodegas me ha enamorado y hasta le he pillado su puntito rico.
Creo que me llevaré varias botellas para Yulia.
Seguro que ella lo aprecia mucho más que yo y, si me permite, le contaré la experiencia tan increíble que he vivido en el maridaje.
Pienso en mis hijas y sonrío. Pensar en ellas hace que me sienta feliz, aunque, cuando me acuerdo de Flyn, mi sonrisa se desdibuja. Echo de menos pasar horas con él hablando sobre música o cualquier otra cosa. Pero, bueno, la situación es la que es y, ante eso, poco puedo hacer yo hasta que el niño decida incluirme de nuevo en su vida, si es que lo hace.
También pienso en Yulia. En mi pelinegra y mediana rusa-alemana. ¿Qué estará haciendo ahora? ¿Se acordará de mí?
Unas carcajadas me devuelven a la realidad y tengo que reír cuando veo a mi amiga Mel muerta de risa a dos metros de mí escuchando lo que una chica de la cuadrilla de Amaia cuenta.

—Verdaderamente, el lugar y el vino son maravillosos, pero sé que te mueres por una cocacola con mucho hielo.

En cuanto oigo eso, mi respiración se corta.
No, no puede ser... Y, dándome la vuelta, recibo una de las mayores sorpresas de mi vida cuando veo a escasos centímetros de mí, de pie, vestido con un jersey azulón y unos vaqueros, a la mujer que me da o me quita la vida.
Yulia está a mi lado y, bloqueda por la sorpresa, consigo murmurar:

—Pero... pero ¿qué haces aquí?

Mi rusa, ampliando su sonrisa al ver mi buena predisposición, se sienta junto a mí en la silla libre que hay a mi derecha y, sin responder a mi pregunta, acerca sus cálidos labios a los míos y me chupa primero el superior, después el inferior, y me da un mordisquito. A continuación, la oigo susurrar:

—He venido a ver a mi pequeña y a pedirle disculpas por ser tan gilipollas.

Ay, que me la como, ¡ay, que me la comoooooooooooooooooo!
Desde luego, cuando quiere sorprenderme, mi gilipollas particular sabe hacerlo muy bien y,cuando me veo capaz de abrir la boca para articular dos palabras seguidas, dice:

—Cariño, hay cosas que me siguen enfadando de todo lo que ha ocurrido y que tendremos que hablar una vez regreses a casa, pero tenías razón en cuanto al hecho de que, siempre que yo estoy de viaje y te llamo por teléfono, tú eres mil veces más
agradable que yo, por lo que he venido a solucionarlo.

Encantada con lo que he oído, sonrío. Esos tontos detalles son los que siempre me han enamorado de Yulia.

—¿Y las niñas? —pregunto entonces.
—En casa. —Y, tras echar un vistazo al reloj,afirma—: E imagino que durmiendo a estas horas.

Olvidándome de las personas que están a nuestro alrededor, con deseo agarro el cuello de mi pelinegra y la beso. La degusto, la disfruto y,cuando por fin siento que tengo que separarme de ella o la desnudaré allí mismo, pregunto:

—¿Cómo sabías dónde localizarme?

Con una ponzoñosa sonrisa, mi amor mira en dirección a Mel, y ella, al ver que la miramos, nos guiña un ojo.

—Tenemos una teniente con muy mala leche que anoche me hizo ver lo burra e idiota que estaba siendo con mi preciosa mujer —explica Yulia—, y una vez colgué, decidí resolverlo. Por eso, esta mañana he hablado con el piloto de nuestro jet y, tras quedar con él, me ha llevado hasta Bilbao. Allí, tirando de contactos, un amigo que tiene una empresa de helicópteros me ha conseguido un piloto privado que me ha traído hasta aquí y que me llevará de vuelta a Bilbao dentro de tres horas para que regrese a casa antes de que las niñas se despierten y sepan que su madre ha hecho esta locura por su mami. —Sonrío..., no lo puedo remediar, y entonces murmura—: Por cierto, ¿sabías que cerca de aquí hay un helipuerto?
Estoy más feliz que una perdiz y, encantada con lo que cuenta, susurro:
—No. Pero con que lo supieras tú, me vale.
Nos comunicamos con la mirada como siempre hemos hecho y, enamorada, paso la mano con delicadeza por ese rostro que tanto amo.
—Te echaba de menos —digo.
Mi rusa, porque es mi rusa, aunque a veces quiera arrancarle la cabeza, sonríe, se
acerca de nuevo a mis labios y replica mimosa:
—Seguro que tanto como yo a ti, mi corazón.
Como dos imanes, nuestros labios se sellan de nuevo.

Oh Dios..., qué placerrrrrrrrrrrrrrr... Entonces, una tosecita a nuestro lado hace que nos
separemos, y Mel, con gesto divertido, dice:

—Estoy feliz por ustedes, pero la envidia me corroe.
Ambas reímos al oírla, y Yulia murmura mirándola:
—Gracias por la llamada y por tus palabras.Me las merecía. En cuanto a Björn, habría venido,ya lo sabes, pero esta tarde tenía planes con Peter y Klaus.
—Lo sé, guaperas..., y por eso se lo perdono—ríe Mel.
Feliz por sus palabras, dirijo mi mirada a mi buena amiga y, guiñándole un ojo, digo:
—Gracias.
Mel ríe meneando la cabeza y replica:
—Que sepas que me ha costado sudor y lágrimas ocultarte que sabía que venía para acá.
De nuevo, ambas sonreímos, y entonces ella,tras sacarse las llaves del coche del bolsillo delantero del pantalón, dice:
—A ver, tortolitas. Son las doce y diez de la noche. Amaia y yo nos quedaremos tomando algo en este pueblo con su cuadrilla. ¿Hasta qué hora estarás, Yulia?
Mi rusa, que no suelta mi mano, dice:
—He quedado sobre las tres y media de la madrugada con el piloto. ¿Nos vemos en el
helipuerto?
—¡Perfecto! —afirma Mel.

Yulia coge las llaves que ella tiene en la mano, y mi amiga, sin soltarlas, nos mira y añade—: Disfruten del tiempo que estén juntas y no discutan.
Mi amor y yo sonreímos. Lo último que queremos es discutir.
—A sus órdenes, teniente —dice Yulia levantándose—, no perdamos más tiempo.
—¡Agur! —grita Amaia con una sonrisa.
De la mano y con prisa, mi chica y yo nos disponemos a salir de las increíbles bodegas y,cuando llegamos a la puerta, Yulia se para, me observa y pregunta:
—¿Adónde vamos?
Me entra la risa. Ninguno de las dos sabe adónde ir en ese lugar, pero de pronto se me ocurre algo y, quitándole las llaves de las manos,le guiño un ojo y digo:
—Monta en el coche. Te voy a llevar a un sitio que te va a encantar.

Media hora después, tras perderme por la carretera que va a Elvillar, cuando paro ante la Chabola de la Hechicera, el monumento megalítico, Yulia lo contempla sorprendida y susurra al verlo iluminado por la luz de la luna y los faros:

—Qué maravilla.

Fascinada, echo el freno de mano, apago las luces del coche y salimos de él. Al hacerlo,observo que al fondo hay otro vehículo aparcado con las luces apagadas. Sonrío. Sin duda, lo que hacen es lo mismo que estoy deseando yo: ¡sexo!
De nuevo vuelvo a mirar a mi rusa, que está flipada ante aquellas piedras.

—Sabía que te iba a gustar —comento satisfecha.

Con felicidad en la mirada, mi chica agarra mi mano, nos acercamos hasta el dolmen y lo tocamos. En silencio, nuestras manos se pasean por aquellas mágicas piedras mientras le explico las curiosidades que Amaia nos ha contado horas antes y Yulia me escucha, hasta que su deseo no puede más, me acerca ella y me besa.
Una vez nuestros labios se separan, Yulia me mira y dice:

—No sé qué nos está sucediendo últimamente,pero no quiero que siga pasando. Te quiero. Me quieres. ¿Qué nos ocurre? —No respondo. Me niego a hacerlo, y entonces oigo que dice—: A partir de este instante, seré yo quien se ocupe de Flyn; irá al psicólogo y...
Resoplo. Lo que menos me apetece en este momento es hablar de Flyn.
—Creo que es mejor que dejemos ese tema para cuando estemos en casa —replico—, no sea que digamos algo que no nos guste y jorobemos el momento. Tú y yo somos especialistas en ello.

Mi amor asiente. Hunde los dedos en mi melena roja, que tanto le gusta, y añade:

—Tienes razón, pero te prometo que...
No lo dejo continuar. Le tapo la boca con la mano y digo:
—No, Yulia. No prometas cosas que luego en el día a día no puedas cumplir. Si lo haces, si me prometes ahora algo y luego lo incumples, te lo echaré en cara, y en este momento no quiero pensar en ello. Ahora no quiero pensar en otra cosa que no seamos tú y yo. No quiero hablar.Sólo quiero que me mimes, que me beses y que
hagamos el amor como necesitamos y como nos gusta.

Mi chica asiente, pasea los labios por mi frente, por mi cuello, por mis mejillas y, cuando ya me tiene cardíaca perdida, murmura soltándome la coleta:

—Deseo concedido, pequeña.

A partir de ese instante, sé que tanto ella como yo perderemos la razón.
No nos importa quién nos pueda ver en la oscuridad de la noche. Deseosa de mi esposa,apoyo la espalda en el dolmen y nos besamos hasta que siento cómo sus medianas manos se meten por debajo de mi camiseta y, una vez me saca los pechos del sujetador, los comienza a tocar.
Mi ansiedad crece tan rápidamente como la de ella, mientras disfruto de cómo me pellizca los pezones al tiempo que su lengua explora mi boca en busca de mi propio deseo. Acabado el beso,con un gesto que me vuelve loca, se pone de rodillas ante mí, me sube la camiseta y, sin dudarlo, yo llevo mis pezones hasta su boca abierta, que los espera.
Jadeo..., el placer es inmenso mientras siento cómo me los aprieta con los labios para después succionarlos y lamerlos. Extasiada, enredo los dedos entre su negro cabello y gimo. Gimo de tal manera que mis propios gemidos me excitan más y más a cada segundo.
Así estamos un buen rato hasta que el aire fresco de la noche hace que tiemble, y mi amor, al darse cuenta, se levanta del suelo y murmura mirándome:

—Te desnudaría para comerte entera, pero hace frío y no quiero que enfermes. —Sonrío ante su preocupación, no lo puedo remediar. Entonces,metiéndome la mano por debajo de la falda,comienza a tocarme los muslos y dice—: Pero te voy a hacer el amor y...
—Hazlo... —exijo descontrolada desabrochándole la cremallera del vaquero.
Divertida por mi urgencia, me mira y sonríe mientras siento que sus manos llegan hasta mis bragas, las toca, me enloquece, y yo, deseosa de enloquecerla también a ella, meto la mano en el interior de su calzoncillo.
—Oh, Dios... —susurro al sentir su pene duro y erecto preparada para mí.
—¿Lo quieres, pequeña?
—Sí..., claro que sí...
Yulia se mueve y mi mano se mueve con ella cuando, de un tirón, me arranca las bragas. ¡Sí! Al ver que sonrío dichosa, murmura:
—Blanquita..., agárrate a mi cuello y ábrete para recibirme.
Como si fuera una pluma, Yulia me carga entre sus brazos. La verdad, en momentos así, es un gustazo tener una esposa que tenga fuerzas. ¡Me encanta! Mi loca amor puede hacer eso y me lo hace a mí, sólo a mí.
Estoy mordiéndome el labio inferior cuando guío su pene hasta mi húmeda vagina y,
mirándonos con intensidad, Yulia se introduce lenta y pausadamente en mí mientras dice con voz ronca:
—Cuánto te necesito.
Ambas jadeamos al sentir que nuestros cuerpos están del todo anclados la una en la otra y,cuando veo que ella tiembla y echa la cabeza hacia atrás, exijo:
—Mírame, Yulia..., mírame.
Obedientemente hace lo que le pido y, al ver la locura instalada en sus pupilas, susurro al sentir su duro pene en mi interior:
—Te quiero.
Con las manos alrededor de mi cuerpo, Yulia me maneja, se hunde todo lo que puede en mí para que las dos temblemos. Sus caderas se mueven de adelante hacia atrás en busca del placer mutuo, y yo jadeo sabiendo que mis gemidos la excitan más
y más.
De pronto, un ruido hace que mi amor se pare.
No se sale de mí, pero observo cómo mira a nuestro alrededor en busca del motivo y, pasados unos segundos, dice sonriendo:
—Hay una pareja escondida observándonos tras el tercer árbol de la derecha. Deben de ser los dueños del coche que hay aparcado más allá.
Con disimulo, miro hacia donde ella dice, veo a aquellos observándonos con morbo y, sonriendo,murmuro mientras echo mis caderas hacia delante:
—Pues démosles lo que desean ver.

Yulia ríe. A diferencia de otras parejas, a nosotras las miradas indiscretas no nos importan,al revés, nos excitan, y proseguimos con ello. Con una mano bajo mi trasero, Yulia me sujeta, mientras con la otra me protege la espalda para que no me la arañe con la piedra del dolmen.
Beso su boca, sus dientes se clavan suavemente en mi labio inferior, y entonces ella
comienza a bombear con más fuerza en mi interior,al tiempo que yo jadeo cada vez más alto y pido más y más.
Nuestros ojos, nuestras bocas y todo nuestro ser conectan como siempre. Aquello no es sólo sexo, aquello que nosotras disfrutamos es placer,cariño, respeto, amor, complicidad. Nuestros cuerpos chocan una y otra vez, mientras Yulia me sujeta con fuerza entre sus brazos y el dolmen y,cuando el clímax nos llega de una manera brutal,ambas gritamos y liberamos toda la tensión acumulada en nuestro interior.
Apoyadas en la piedra, respiramos aceleradamente. Lo que acabamos de hacer es vida para nosotras y, mirándonos, comenzamos a reír.
Necesitábamos reír.
Pasados unos segundos, Yulia me deja en el suelo y dice divertida:
—Siento haberte roto las bragas.
No puedo remediar soltar una carcajada, y a continuación cuchicheo:
—No lo sientas. No esperaba menos de ti.

Estamos sin poder dejar de sonreír como dos tontas, y entonces abro mi bolso y saco un paquete de Kleenex. Nos limpiamos y, después, guardo los pañuelos hechos un gurruño en el bolsillo de la cazadora. Más tarde los tiraré a la basura: hay que ser limpia y respetuosa con el medio ambiente.
Estoy acalorada, y me estoy dando aire con la mano cuando me doy cuenta de que la pareja que ha estado observando se mete rápidamente en el coche, arranca y se va. Eso me provoca risa, y cuchicheo al ver que Yulia observa cómo el coche se aleja:

—Menos mal que no vivimos aquí, si no,mañana seríamos la comidilla del pueblo.
Ambas reímos y, en cuanto comienzo a recoger mi despeinado pelo en una coleta alta, Yulia me para y mirándome dice:
—Me encanta tu melena.
—Lo sé.
—Te quiero, ¿eso lo sabes también? —murmura volviéndome loca—. Por mucho que
discutamos, nunca lo olvides.
Con una ponzoñosa sonrisa, asiento y respondo guiñándole un ojo:
—Yo te adoro, mi amor.
A las tres y diez nos encaminamos hacia el helipuerto. Yulia debe regresar a Bilbao, donde su jet la llevará de regreso a Múnich. Una vez llegamos allí, veo que Amaia y Mel nos esperan hablando con el piloto del helicóptero. Yulia detiene el vehículo, se vuelve hacia mí y dice:
—Tengan cuidado mañana con el coche. Cuando llegues a Asturias, envíame un mensaje para saber que han llegado bien, ¿de acuerdo?
Al oír eso, sonrío. El instinto protector de Yulia aflora de nuevo y, deseosa de que se marche tranquila, afirmo:
—Te lo prometo, cariño..., tendremos cuidado y te enviaré ese mensaje.
Yulia me besa. Me devora la boca y, en el momento en que se separa de mí, cuchichea divertida:
—No te creas que me hace gracia dejarte aquí,y menos aún sin bragas.

Su comentario me arranca una sonrisa mientras bajamos del coche y nos encaminamos cogidas de la mano hacia aquellos tres, que nos miran.
Cinco minutos después, tras varios besos y abrazos cargados de amor, observo cómo el helicóptero se aleja con el amor de mi vida en su interior, y entonces Amaia murmura:

—Niña, qué buen gusto tienes. ¡Menudo tiarrón! —Yo sonrío, y Amaia, que es una
cachonda, me mira divertida y pregunta—: ¿Estás segura de que ese pedazo de tía no es vasco?

Porque, que yo sepa, sólo en estas tierras hay hombres y mujeres tan impresionantes.
Las tres nos echamos a reír y luego nos vamos a casa de Amaia. Tenemos que descansar.


42


A las diez de la mañana, Mel y Elena se despidieron de Amaia prometiendo que
regresarían con sus familias o que ella iría a visitarlas a Alemania.
A continuación, las dos jóvenes se pusieron en marcha. Cogieron la carretera que las llevó hasta Bilbao y, de allí, hasta Santander. En Torrelavega pararon para estirar las piernas y finalmente Mel condujo hasta llegar a La Isla, el pueblo de su abuela en Asturias.
Una vez llegaron ante la casona de Covadonga,la abuela de Mel, ésta paró el motor del vehículo y, mirando a su amiga, dijo:

—Como te dije, hemos llegado en tres horas y media.
Elena miró encantada a su alrededor, aquel lugar era precioso. Entonces, la puerta de la casona se abrió de pronto y una anciana con los brazos en jarras porque no esperaba visita gritó:
—¡¿Qué ye...?! ¡Oh!
Al ver a su abuela, Mel se bajó del coche y exclamó:
—Abuela, ¡sorpresa!
El gesto de la mujer se suavizó al reconocer a su nieta y, abriendo los brazos, gritó:
—Ay, neña de mi vida... ¡Neña!
Feliz por ver la emoción de aquélla, Mel corrió a abrazarla y, cuando la mujer dejó de
hablar a la velocidad del rayo, ella miró a Elena y las presentó:
—Abuela, ella es mi amiga Elena. Vive en Múnich como yo y es rusa. Elena, ella es mi
abuela Covadonga.
La mujer guiñó un ojo y, mirando a Lena, que la observaba divertida, saludó:
—Dame un abrazo, hermosa. Qué alegría tenerte en mi casa junto a mi neña.
Elena no dudó en darle aquello que la mujer le pedía y, abrazándola, respondió:
—Encantada de conocerla, Covadonga. Me han hablado siempre muy bien de usted.
—¿Y quién te ha hablado de mí?
—Björn —contestó Elena—. Él le tiene mucho cariño.
La mujer sonrió al oír ese nombre y musitó:
—Aisss, mi Blasito, qué ricura de muchacho.
Al oír eso, las chicas rieron.
—Vamos, entren en casa a comer algo, que son dos sacos de huesines —les indicó la mujer.
Elena miró a su amiga divertida y ésta dijo:
—Prepárate, que mi abuela es muuuy exagerada con la comida.
Tras pasar a la casa, la mujer se paró y, mirando a su nieta, preguntó:
—¿Dónde te dejaste a Sami y a Blasito?
—En Múnich, abuela.
—Pero, leches, ¿y por qué no los has traído contigo?
Sin muchas ganas de explicarse, Mel respondió:
—He venido con Elena por trabajo y ellos se han quedado en casa. Te mandan muchos besos.
La mujer cabeceó. Le habría encantado verlos.
—Eres tan puñetera como tu padre, el Ceci — cuchicheó.
—Abuela..., es Cedric..., ya lo sabes —dijo Mel sonriendo—. ¿Y se puede saber por qué soy tan puñetera como él?
Poniéndose de nuevo las manos en las caderas,Covadonga miró a su nieta y a la pelirroja que la acompañaba y dijo:
—¿Por qué no me has llamado para decirme que venías?
—Porque quería darte una sorpresa.
—¿Lo ves?, ¡como el Ceci! Siempre quiere sorprenderme.
Elena rio y entonces la anciana añadió:
—Pues por querer sorprenderme, casi no tengo comida para ustedes. Si me hubieras llamado,podría haber preparado unas buenas fabes o un rico pote o unos grelos con patatas o...
—Abuela..., no te preocupes. Elena y yo nos apañamos con cualquier cosa.
Covadonga abrió la despensa e indicó:
—Tengo hecho pitu de caleya y unas pocas judías verdes. También hay bollos preñaos, pastel de cabracho, algo de cabrales y fruta; ¿tendran bastante?
Las chicas intercambiaron una mirada y Elena dijo:

— Más que suficiente.

Rápidamente, la mujer se puso manos a la obra y ellas fueron a lavarse las manos, momento que Elena aprovechó para enviar un mensaje que decía:

Ya estoy en Asturias. Te quiero.

Segundos después, el teléfono le pitó y ella sonrió al ver una foto en la que estaba Yulia con Hannah y Supergirl riendo felices en la piscina de la casa. El mensaje decía:

Te queremos y te añoramos.

Elena sonrió al ver a sus pequeñinas y a Yulia.
Ellos eran su vida, pero se apenó al comprobar que Flyn no estaba en la foto. Mel, que salió del baño en ese momento, al ver lo que su amiga le enseñaba, sacó su móvil y se mofó:

—Mira la que me ha enviado Blasito.
Al ver la foto de Björn y Peter junto a Sami portando coronitas de princesas, Elena rio.
—Tenemos suerte, ¿verdad? —dijo.
Comprendiendo lo que quería decirle su amiga, Mel asintió.
—Sí, Lena. Mucha suerte.
Cuando fueron de nuevo a la cocina, las dos chicas se quedaron asombradas al ver la mesa que Covadonga les había preparado.
—¿A quién más has invitado a comer, abuela?—comentó Mel divertida.
La mujer dijo apremiándolas:
—Sientanse y coman, ¡que se enfría!

Durante la comida, Mel le contó a su abuela la noticia de su boda y la mujer aplaudió
entusiasmada. Que se casara su nieta era un gran evento y, aunque refunfuñó cuando aquélla le dijo que tendría que coger un avión para ir a Múnich al enlace, al final la mujer sonrió emocionada.
¡Se casaba su neña!
La tarde pasó a toda mecha y, cuando quisieron darse cuenta, ya tenían que marcharse hacia el aeropuerto. Agradecida por la inesperada visita,Covadonga dijo entregándoles unas bolsas:

—Aquí llevan bollos preñaos para la familia.
—Gracias, ha sido un placer conocerla —dijo Elena abrazándola.
—Lo mismo digo, hermosa..., lo mismo digo.
Mel metió las bolsas en el coche y, abrazando a su vez a la mujer, le dijo:
—No llores, abuela.
Covadonga se secó las lagrimillas con el pañuelo que se sacó de la manga derecha y,
mirando a su nieta, replicó:
—Ven a verme más a menudo y lloraré menos.
Emocionada, Mel volvió a abrazar a su abuela y, tras colmarla de besos, hasta que ésta rio y la llamó pesada, le guiñó un ojo y se metió en el coche.
Una vez arrancó, miró por el espejo retrovisor con los ojos encharcados en lágrimas, y Elena,cogiéndola del moflete murmuró:
—No llores, neña.
Aquello la hizo reír, y contestó:
—Vale, marichocha.

Entre risas llegaron hasta el aeropuerto de Asturias. Allí entregaron el coche a la casa de alquiler y, después, se encaminaron hacia el hangar donde el impresionante jet privado de Yulia Volkova las esperaba para llevarlas de vuelta a Alemania.


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