IMPULSOS DE VIDA...
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IMPULSOS DE VIDA...
Hola, aquí de nuevo con un Fan Fic de nuestras locas rusas, es una adaptación y cuando lo leí me dije, esta historia debe ser para Volkova & Katina. Espero les guste y dejen sus comentarios, a leer!!
"IMPULSOS DE VIDA"
Prologo
Cuando un fraude de fondos de alto riesgo deriva en asesinato, una
mujer teme por su vida mientras otra arriesga su corazón para protegerla.
Yulia Volkova es una joven espabilada y con muy buenas perspectivas
profesionales que trabaja en una prestigiosa empresa de inversiones.
Cuando descubre que algo no funciona, su perfecta vida empieza a
desmoronarse.
Lena Katina no sólo dirige una empresa de software forense, sino que
trabaja de forma encubierta para una agencia del gobierno. Ha organizado
su vida como sus proyectos de software: control absoluto y ninguna
sorpresa.
Cuando Yulia se introduce en la última investigación de Lena, su
primer impulso es apartarse de la creciente atracción que siente hacia ella.
Sin embargo, en el momento en que la violencia y el asesinato entran en
juego, salvar a la mujer que reclama su corazón se convierte en una carrera contrarreloj.
"IMPULSOS DE VIDA"
Prologo
Cuando un fraude de fondos de alto riesgo deriva en asesinato, una
mujer teme por su vida mientras otra arriesga su corazón para protegerla.
Yulia Volkova es una joven espabilada y con muy buenas perspectivas
profesionales que trabaja en una prestigiosa empresa de inversiones.
Cuando descubre que algo no funciona, su perfecta vida empieza a
desmoronarse.
Lena Katina no sólo dirige una empresa de software forense, sino que
trabaja de forma encubierta para una agencia del gobierno. Ha organizado
su vida como sus proyectos de software: control absoluto y ninguna
sorpresa.
Cuando Yulia se introduce en la última investigación de Lena, su
primer impulso es apartarse de la creciente atracción que siente hacia ella.
Sin embargo, en el momento en que la violencia y el asesinato entran en
juego, salvar a la mujer que reclama su corazón se convierte en una carrera contrarreloj.
Lesdrumm- Admin
- Mensajes : 516
Fecha de inscripción : 03/08/2014
Localización : Trapped in some parallel universe
Re: IMPULSOS DE VIDA...
IMPULSOS DE VIDA...
Capítulo 1
—¡Cabrón! ¿Cómo te atreves a tratarme así? —murmuró Yulia Volkova,
mirándose al espejo del cuarto de baño. Se sacudió el recuerdo de la
reciente infidelidad de su ex novio Vladimir y se apresuró a pintarse los labios con mano temblorosa, procurando no lastimar el labio herido. Comprobó el
maquillaje; había disimulado los cardenales, pero tenía la mejilla
hinchada.
Se le hacía tarde. Bajó los tres pisos desde su apartamento y en la
calle detuvo a un taxi para ir al restaurante Pacific Heights de Union Street.
Era lujoso y estaba de moda, perfecto para el tipo de nuevos ricos estirados con los que a Vladimir le gustaba codearse.
Se le encogió el estómago cuando el pretencioso maítre la saludó y le
mostró la mesa de Vlad. Lo siguió por el bar forrado de espejos hasta la
zona oscura y sombría del comedor, donde Vladimir Sokolsky ocupaba su mesa habitual en el medio de la sala. La mejor para ver y ser visto por los
colegas. Vlad estaba bebiendo el que debía de ser su primer o segundo
martini con Grey Goose. A Yulia nunca le había gustado aquel lugar, sobre
todo por su clientela de farsantes.
—¡Cariño! Me estaba preocupando tu tardanza. —Vlad se levantó, le
apartó la silla a Yulia y despidió con un gesto al camarero. A continuación
se sentó, frotándose el cuello, y tomó otro trago de martini—. ¿Qué quieres
tomar? ¿Una copa de vino? ¿Un cóctel?
Yulia lo miró y luego se dedicó a analizar la carta de vinos. Vlad
estaba nervioso y se mostraba solícito hasta el servilismo. No había
repetido aquellas actitudes masculinas con ella desde su primera cita.
—Una copa de Wilson Zinfandel, por favor. —A Yulia le sorprendió
que Vlad pidiese otra ronda y que sudase tanto. Sin duda, estaba
nerviosísimo y se sentía culpable por algo. Yulia se reclinó en la silla y
esperó a que Vladimir hablase.
Vlad le guiñó un ojo, como si compartiesen un secreto.
—He pedido ostras. Acaban de llegar de Chesapeake Bay.
Yulia reprimió las ganas de abofetearlo.
Cuando apareció el camarero con las bebidas, La pelinegra pidió una
ensalada César. Todos los aperitivos de aquel restaurante sabían igual.
Bebió un sorbo de vino y se fijó en que Vlad tomaba más martini. Estaba
histérico, y Yulia se preguntó si sería porque ella lo había dejado.
«Seguramente no. Ni siquiera ha visto las marcas de mis labios.»
—Vladimir, no sé cómo has podido tratarme así.
Vlad enrojeció bajo el bronceado.
—Yulia, ya me he disculpado por esa pequeña indiscreción. ¿Por qué
no lo olvidamos? Me ocuparé de que despidan a mi «equivocación». ¿Te
parece bien?
—¡Dios mío! ¿Ella también trabaja en la agencia de corredores de
bolsa? ¿Qué pretendías hacer, montar un harén?
Vladimir le dedicó su mejor expresión de cachorrillo herido.
—Por favor, Yulia.
Ella se inclinó hacia delante.
—Vladimir, se acabó el «por favor, Yulia». Os encontré en la cama
haciendo el amor. Y las drogas, ¿era cocaína? ¿Te extraña que me enfade?
Eres mi... Rectifico: ¡eras mi novio, por Dios bendito! —Yulia se sentía
cada vez más idiota. ¿Cómo había estado tan ciega?
Llegaron las ostras y la ensalada, y los dos se callaron. Vlad pidió
otro martini y apuró el que le quedaba.
—Fue un error, un disparate. No lo volveré a hacer.
Yulia bebió otro sorbo de vino y probó la ensalada para calmarse. La
noche estaba resultando tan horrible como había previsto. Y Vladimir se
dedicaba a trasegar ostras y martinis como si no hubiese ocurrido nada.
—Fui a tu casa porque estaba preocupada por ti. Llevabas veinticuatro horas sin responder a mis llamadas. Y encontré la puerta principal
entreabierta. Creí que te había ocurrido algo. Y entonces te encontré
follando en la cama que compartíamos. ¿Cómo fuiste capaz?
Yulia apartó el plato y cogió la copa. No bastaba con desear que no le
temblase la mano, así que se concentró en no arrojar el vino sobre el traje hecho a medida de Vladimir . ¿Para qué desperdiciar un buen vino?
Vlad desvió la vista del plato de mala gana.
—Yul, lo siento. Yo... no lo pensé. Olvidémoslo, ¿de acuerdo,
cariño?
La morena habría jurado que las disculpas de Vladimir eran producto del
vodka, así que dijo en tono asqueado:
—Cómete tus ostras, Vlad.
La obedeció inmediatamente.
Anya Katina observaba a Yulia y a Vladimir desde un reservado situado en un rincón del comedor principal. Parecía como si estuviesen discutiendo.
Distrajo su atención la pelirroja con rizos que se dirigía hacia ella. Anya la saludó con una sonrisa, mientras aquellos ojos verdes con toques grises tan parecidos a los suyos
brillaban al reconocerla.
Su sobrina se sentó a su lado y la abrazó.
—Hola, tía Anya. Ha pasado mucho tiempo.
Anya le devolvió el abrazo.
—Sí, Elena, mucho tiempo. —Se fijó en que Lena torcía el
gesto al oír su nombre completo y se prometió no tomar demasiado el pelo
a su sobrina, que era muy suspicaz.
—Tía Anya, ya sabes que odio ese nombre. Dejo que Marina me llame
así porque es griega. No sé en qué estaría pensando mamá cuando me lo puso. —Len estudió el menú—. Sí, ya sé, han pasado muchas cosas. Pero
al menos este trabajo nos ha vuelto a unir. Por favor, discúlpame y
llámame Lena.
—Lo siento. Me gusta bromear contigo, y sí que han pasado muchas
cosas. Diablos, habría aceptado cualquier excusa con tal de tenerte aquí.
Con respecto a eso, nuestra posible informante está cenando con su novio
en este mismo restaurante. —Hizo un gesto en dirección a Yulia Volkova y
Vladimir Sokolsky—. Hemos tenido suerte.
Lena hizo como si mirase al camarero, pero Anya sabía que estaba analizando a su presa. Le sirvió a su sobrina una copa de Pinot Noir de una botella que había pedido con anterioridad. Lena Katina se había
convertido en una hermosa mujer. La desgarbada y pecosa chica de trece años que no hacía tanto tiempo pasaba los veranos con Anya, en California, era en aquel momento directora ejecutiva de una gran empresa de software, que vendía software forense no sólo a instituciones financieras, sino también al gobierno. Además, Lena no se limitaba a ser directora ejecutiva. Era una agente que trabajaba en casos reales y había recurrido a la ayuda de Anya
para un asunto que tenía entre manos.
Lena cogió la copa de vino.
—Resulta tan impresionante como en las fotos. Aunque no tiene muy
buen gusto para los hombres. La cuestión es si se enfrentará a su novio.
—Me cuesta creer que esté metida en ese chanchullo. En mi trato con
ella me ha parecido inteligente, justa y con ganas de cooperar. —Anya se
encogió de hombros—. Tal vez un poco ingenua, pero no la conozco bien.
Quizá sea de esas mujeres que hacen todo lo que quiere el hombre.
Lena miró a Yulia Volkova con disimulo.
—¿Qué te contó de sí misma?
—Veamos: se licencio en Económicas en Wharton y antes perteneció a una de las hermandades femeninas de Harvard. Seguro que tuvo muchas amistades. Es muy sociable. Sin duda, tú sabes más cosas que yo, Len.
¿Qué hay de sus orígenes?
—Procede de una familia adinerada de Rusia que se radico en Boston . La riqueza viene por el
lado materno. La madre tiene muy buenas relaciones. El padre es un
conocido abogado de Boston. Las relaciones sociales no han perjudicado su carrera, créeme. Sin embargo, la princesita de las debutantes tenía una media de sobresaliente. No es tonta. Seguramente sus padres pensaron que no le hacía falta una licenciatura.
Al fin y al cabo, podía encontrar al príncipe azul en una de sus veladas,
¿no? —Lena bebió otro sorbo de vino.
—Apuesto a que desbarató los planes de sus padres cuando se marchó a California. Es diez años mayor que ella, de origen ruso también, atractivo para gustos, y dueño de una empresa de inversiones.
Encajaba bien en las aspiraciones de los viejos. No sé qué clase de persona es, aunque me parece del tipo del que huyo como de la peste. —Se concentró en el menú—. ¿Te apetecen unos corazones de alcachofas? Me
muero de hambre.
—Yo no quiero nada, cariño. He estado aquí antes, y sus fritos son de
los que tardan dos días en digerirse. No comas demasiado. Tengo la cena
preparada. Voy a interrumpir a la parejita feliz, a ver si me entero de algo.
—Bien. Oye, ¿cómo sabías que vendrían aquí esta noche?
—Ella me dijo que éste era el restaurante favorito de él. Cuando la
llamé para concertar nuestra cita, me comentó que había quedado con él
para cenar. Até cabos y hemos tenido suerte. —Anya asomó la cabeza fuera del reservado—. Ahora vuelvo.
Se dirigió a la mesa de Yulia y Vlad.
—Hola, Yulia. Me pareció que te había visto.
Mientras la pelinegra sonreía automáticamente a Anya, con una mezcla de asombro y vergüenza, ésta procuró no mirar las leves marcas de su cara y el labio partido.
—¡Señora Katina, qué agradable sorpresa! ¿Conoce a mi..., a Vladimir Sokolsky ? Vlad, ¿conoces a Anya Katina? Tiene grandes inversiones en
algunos de tus fondos y es una excelente dienta.
Vladimir Sokolsky intentó levantarse para saludarla. Anya se dio cuenta de
que estaba borracho o casi. Vlad acertó a hacer una mueca antes de caer sentado y Yulia se mostró disgustada.
Anya se acercó a la mesa para estrechar la mano tendida de Vlad.
—Tenga cuidado, señor Sokolsky. Estas sillas son muy frágiles. Debe
de estar muy orgulloso de Yulia. Me ha ayudado muchísimo. Belleza y
cerebro. Es usted un hombre de suerte.
—Sí, es guapísima —dijo Vlad, mirando de soslayo a Yul.
Anya observó con curiosidad que Yulia se ponía colorada al oír aquel
comentario y desviaba la vista.
—No quiero interrumpir la cena. Me he acercado sólo a saludar. Me
alegro de haberte visto, Yulia. Te llamaré. —Se despidió con un gesto y regresó a su mesa.
Cuando Anya volvió al reservado, Lena dijo:
—Parece que nuestra señorita Volkova no lo está pasando tan bien como su novio. Ni siquiera lo mira y tiene la mandíbula muy tensa. Interesante.
—He visto marcas en su rostro. Y se ha hecho daño en el labio hace
poco. Me preocupa que Sokolsky está borracho y es incapaz de mantener las formas. No me extraña que ella esté enfadada.
La mirada de Lena se centró de nuevo en la silenciosa pareja del
medio de la sala.
—Hematomas y un labio partido. No me parece el destino propio de
una universitaria popular y una debutante. Supongo que no esperaba llevar
unos cuantos golpes en la vida real.
—Un poco cínico de tu parte, ¿no crees? Si acepta seguir con esto,
¿cómo piensas trabajar con ella? Tendrás que reservarte tus opiniones.
—Forma parte del trabajo. —Lena se encogió de hombros y se
dispuso a tomar su aperitivo—. Si ella acepta, tendré que soportar su
adaptable hipocresía. Estupendo. He pasado por cosas peores.
Miró de nuevo a Yulia Volkova.
—He de reconocer un detalle. Yulia es realmente preciosa. Las
portadas de las revistas no le hacen justicia. Lo tiene todo. Pero esos tipos gregarios, los que parecen perfectos, suelen ser muy superficiales. Una mera
ilusión. Evidentemente, eso es lo que quería Sokolsky y lo que consiguió.
Y ella encontró la horma de su zapato.
Anya pinchó un corazón de alcachofa con el tenedor, reparó en la
sorpresa de Lena y sonrió sin el menor arrepentimiento.
—Sí, tengo hambre. Tal vez subestimes a la señorita Volkova. No
olvides que la educaron para ser amable y políticamente correcta.
Seguramente dice las palabras adecuadas y mantiene una conversación de forma automática. Eso no indica su verdadera personalidad. En mi humilde
opinión, por supuesto. —Se fijó en que, como de costumbre, su sobrina
favorita, la única que tenía, no la estaba escuchando, sino que seguía
observando a la señorita Volkova.
Anya suspiró. A Lena siempre le había gustado la soledad,
consecuencia de una mente brillante, de un desarrollo prematuro y de una
madre alcohólica. Una vez le había confesado que de pequeña le daba
miedo llevar a alguien a casa y encontrar a su madre inconsciente, desnuda o tirada en el suelo. Sólo había ocurrido en una ocasión y fue suficiente para la pelirroja.
Lena pasó todos los veranos con su tía desde los trece años hasta que
acabó sus estudios universitarios. Anya la quería como si fuera hija suya y había disfrutado viéndola crecer y convertirse en una mujer fuerte y de
gran talento.
Pero Lena nunca había permitido que nadie se acercase demasiado.
Anya y Marina se emocionaron cuando Lena les dijo que era lesbiana, pero les apenó que no llevase a ninguna mujer a casa. A Marina incluso le extrañaba que Lena se definiese como lesbiana. Todo lo que Len hacía salía bien. Así que decidieron tener paciencia. Y tuvieron paciencia,
muchísima paciencia.
¡Marina! Anya miró el reloj.
—Oh, tengo que irme. Marina va a llamar desde donde quiera que se
encuentre, y quiero estar en casa y preparar la cena. ¿Has terminado?
Lena parecía a millones de kilómetros de distancia.
—¿Eh? ¿Qué? Hum, no. Acabaré de comer y luego me marcho. Dale
recuerdos a la tía M.
Anya la miró un momento y se preguntó por qué estaría tan distraída.
Pero no era el momento ni el lugar para preguntar. Recogió sus cosas y se dispuso a irse.
—Muy bien, te veo dentro de un rato.
Yulia había renunciado a la ensalada y a la noche. Vlad no cesaba de
repetir su promesa de despedir a la mujer con la que lo había sorprendido.
Evidentemente, creía que eso era lo único que le importaba a Yulia. O tal
vez su cerebro empapado de martini no podía concentrarse en otra cosa. En otra cosa que no fuese él, por supuesto.
—Vladimir, me importa un bledo que despidas a la mujer con la que te
acostaste. No creo que ella supiese que estabas comprometido. —Yulia
observó cierta expresión de sorpresa en su novio y un atisbo de culpa. Tras
pensarlo mejor, decidió que la culpa era producto de su imaginación.
—Me importan las carteras de mis clientes. Las compañías en las que
estás invirtiendo no tienen solidez.
Los dos lo sabemos. Son un mero espejismo. Algunas no van mal,
pero cada vez haces inversiones más arriesgadas. Las dientas que me
asignaste son ancianas solteras que viven de la renta generada por sus
acciones. La mayoría no podrían recuperarse si las inversiones explotan.
Vlad dejó caer el tenedor sobre el mantel y apretó la mandíbula.
—Me ocuparé de revisar las acciones en las que invierten. Soy el
experto. ¿Qué es lo que quieres, Yulia?
Un tanto sorprendida por el cambio de táctica, la pelinegra respondió:
—Quiero más sensatez a la hora de manejar el dinero de esas
personas. Quiero que se me tenga en cuenta a la hora de decidir en qué
fondos deben invertir.
Vlad sacudió la cabeza, así que Yuli continuó:
—Escucha, Vlad, tal vez no tenga mucha experiencia, pero sí una
excelente educación. Sé hacer investigaciones e interpretar balances. Esas
no son las mejores opciones para el perfil demográfico de mis clientes.
Quiero intervenir en sus inversiones.
Vlad la miró con gesto ausente y, luego, entrecerró los ojos.
—Yulia, los demás miembros del comité estratégico no lo permitirán.
No tienes preparación para pertenecer a él. No te enfades, pero hay que contar con otras personas.
—¿Comité estratégico? ¿Cuándo se constituyó ese comité? ¿Quién lo
forma y por qué no estoy yo en él? ¿Qué sucede? Mi profesor de ética
empresarial hablaba mucho de ese tipo de actividades que se ven en la
oficina.
Varios de los comensales que los rodeaban interrumpieron sus
conversaciones y Yulia se dio cuenta de que había alzado la voz. Vlad
sudaba a raudales y no apartaba los ojos del bar. Yulia bajó la voz.
—Escucha. He soportado tu actitud paternalista, los intentos de
ligoteo de tus colegas y que me excluyas de lo que me atañe. ¡Pero no toleraré que me digas que asesore a mis clientas basándome en un
misterioso comité que no me admite en su seno!
Cuando se calló para tomar aliento, notó que le ardía la cara.
Vladimir se reclinó en la silla, abrumado por sus palabras.
El silencio entre ellos se podía palpar, y Vlad la miró con ojos cada
vez más fríos.
—Yulia, escúchame con atención. El comité estratégico es idea mía.
Hace poco pedí a Bradley, Dieter y Scott que actuasen como asesores.
Llámalos mis colegas sí te apetece, pero son los mejores administradores
de fondos y tienen mucho poder en este mercado. Pueden levantar
empresas o hundirlas y quieren que la agencia de bolsa, yo en particular,
comparta su éxito. —Apuró su martini, se le escurrió un poco por la
barbilla y lo limpió con la mano—. Además, no puedo entrar por las
buenas y dictarles lo que tienen que hacer. No pienso decir: «Yulia se
empeña en tomar parte en las decisiones». —La miró sin inmutarse. Había recuperado la petulancia.
—¿Hablas en serio? ¿Vas a entregar tus clientes y tu reputación a esos
tipos? Vlad, ¿qué sabes de ellos? No son los «mejores administradores»,
sino gestores de medio pelo que se han subido al carro del éxito de unas
cuantas acciones. Pero ¿cuánto tiempo llevan ahí? ¿Qué antecedentes tienen?
Yulia intentó hacerlo reaccionar.
—¡No sólo arriesgas tu dinero! Muchas clientes de la empresa, como Anya Katina, la mujer que te acabo de presentar, dependen de sus carteras para obtener créditos, para vivir y para la jubilación. Otras han vendido bonos o hipotecando sus casas para comprar más fondos porque confían en ti. Y en mí. Yo tengo la culpa de meterlas en tu mundo. Y ahora me dices
que los zorros han entrado en el gallinero. ¿Cuándo pensabas darme la información? Si no te hubiese sorprendido con esa mujer, ¿me lo habrías dicho alguna vez?
El camarero se acercó tímidamente con los entrantes y Yulia se
dedicó a juguetear con la servilleta hasta que el hombre acabó de servirlos, puso una copa de vino para Vlad, llenó la de ella y se marchó a toda prisa.
Vladimir bebió unos tragos de vino y cortó un buen trozo de su filete poco
hecho. Tras meterlo en la boca, la miró con gesto beligerante mientras
masticaba. Lo acompañó con más vino y dijo:
—Yulia, hace poco he hecho ganar un montón de dinero a los
inversores, incluidos tú y tus padres. Una de las ventajas de mi éxito es que me permite conocer y relacionarme con la plana mayor de Wall Street.
Quieren que sea uno de ellos, algo con lo que siempre he soñado. Ha
llegado el momento y deseo aprovecharlo, de principio a fin. Ahora quizá no pase de ser un administrador de fondos mediano, pero falta muy poco para la gran ocasión.
Su voz adoptó un tono paternalista.
—Tú vas a participar por tu relación personal conmigo. Tendrás un
tinglado monísimo, con cantidad de tiempo libre para hacer la pelota a esas clientas tuyas tan ricas, como la tal Anya cómo se llame, que quieren que alguien las invite a comer y les sostenga la mano.
»Si persistes en tu actitud, serás una empleada más. Los fondos
seguirán administrándose como yo quiero, con el consejo del comité. O
aceptas mi dirección o te vas de la empresa. ¿Está claro?
Yulia nunca había visto a Vlad comportarse así. Se le hizo un nudo en el estómago y soltó el tenedor.
—Creo que tengo que pensarlo. —Dejó la servilleta sobre la mesa—.
Hablaremos por la mañana.
Vladimir cogió la mano de Yulia cuando hizo ademán de levantarse y se la estrujó.
—No he terminado. Siéntate, por favor.
El gesto de Vlad y la presión que le provocaba dolor en la mano la
obligaron a sentarse. Cuando la soltó, Yulia reprimió la necesidad de
frotarse la piel para que él no viese que la había intimidado.
—Si decides marcharte, ni se te ocurra ponerte en contacto con tus
Clientas para darles tu opinión sobre la forma en que se gestiona su dinero.
Esas clientas son mías y yo daré la información. Y otra cosa: te dije los
nombres de los miembros del comité en confianza. No los repitas ni hables
con nadie de la existencia del comité. Con nadie en absoluto. ¿Entendido?
El tono sonaba amenazante y la miró con ojos inexpresivos.
—Di que lo entiendes, Yulia. Dilo.
la morena estaba anonadada. ¿Quién era aquel hombre?
—Eres un animal, Vladimir . Estoy harta de tu actitud paternalista y de tu vida pretenciosa. Me largo.
Vlad suspiró y se reclinó en la silla, muy sonriente.
—¿Te apetece un postre? Siempre te encantó el suflé al Grand
Marnier.
Yulia cogió su bolso y se levantó.
—Te equivocas. Era a ti a quien le encantaba el suflé al Grand
Marnier. No, gracias.
Continuará...
Capítulo 1
—¡Cabrón! ¿Cómo te atreves a tratarme así? —murmuró Yulia Volkova,
mirándose al espejo del cuarto de baño. Se sacudió el recuerdo de la
reciente infidelidad de su ex novio Vladimir y se apresuró a pintarse los labios con mano temblorosa, procurando no lastimar el labio herido. Comprobó el
maquillaje; había disimulado los cardenales, pero tenía la mejilla
hinchada.
Se le hacía tarde. Bajó los tres pisos desde su apartamento y en la
calle detuvo a un taxi para ir al restaurante Pacific Heights de Union Street.
Era lujoso y estaba de moda, perfecto para el tipo de nuevos ricos estirados con los que a Vladimir le gustaba codearse.
Se le encogió el estómago cuando el pretencioso maítre la saludó y le
mostró la mesa de Vlad. Lo siguió por el bar forrado de espejos hasta la
zona oscura y sombría del comedor, donde Vladimir Sokolsky ocupaba su mesa habitual en el medio de la sala. La mejor para ver y ser visto por los
colegas. Vlad estaba bebiendo el que debía de ser su primer o segundo
martini con Grey Goose. A Yulia nunca le había gustado aquel lugar, sobre
todo por su clientela de farsantes.
—¡Cariño! Me estaba preocupando tu tardanza. —Vlad se levantó, le
apartó la silla a Yulia y despidió con un gesto al camarero. A continuación
se sentó, frotándose el cuello, y tomó otro trago de martini—. ¿Qué quieres
tomar? ¿Una copa de vino? ¿Un cóctel?
Yulia lo miró y luego se dedicó a analizar la carta de vinos. Vlad
estaba nervioso y se mostraba solícito hasta el servilismo. No había
repetido aquellas actitudes masculinas con ella desde su primera cita.
—Una copa de Wilson Zinfandel, por favor. —A Yulia le sorprendió
que Vlad pidiese otra ronda y que sudase tanto. Sin duda, estaba
nerviosísimo y se sentía culpable por algo. Yulia se reclinó en la silla y
esperó a que Vladimir hablase.
Vlad le guiñó un ojo, como si compartiesen un secreto.
—He pedido ostras. Acaban de llegar de Chesapeake Bay.
Yulia reprimió las ganas de abofetearlo.
Cuando apareció el camarero con las bebidas, La pelinegra pidió una
ensalada César. Todos los aperitivos de aquel restaurante sabían igual.
Bebió un sorbo de vino y se fijó en que Vlad tomaba más martini. Estaba
histérico, y Yulia se preguntó si sería porque ella lo había dejado.
«Seguramente no. Ni siquiera ha visto las marcas de mis labios.»
—Vladimir, no sé cómo has podido tratarme así.
Vlad enrojeció bajo el bronceado.
—Yulia, ya me he disculpado por esa pequeña indiscreción. ¿Por qué
no lo olvidamos? Me ocuparé de que despidan a mi «equivocación». ¿Te
parece bien?
—¡Dios mío! ¿Ella también trabaja en la agencia de corredores de
bolsa? ¿Qué pretendías hacer, montar un harén?
Vladimir le dedicó su mejor expresión de cachorrillo herido.
—Por favor, Yulia.
Ella se inclinó hacia delante.
—Vladimir, se acabó el «por favor, Yulia». Os encontré en la cama
haciendo el amor. Y las drogas, ¿era cocaína? ¿Te extraña que me enfade?
Eres mi... Rectifico: ¡eras mi novio, por Dios bendito! —Yulia se sentía
cada vez más idiota. ¿Cómo había estado tan ciega?
Llegaron las ostras y la ensalada, y los dos se callaron. Vlad pidió
otro martini y apuró el que le quedaba.
—Fue un error, un disparate. No lo volveré a hacer.
Yulia bebió otro sorbo de vino y probó la ensalada para calmarse. La
noche estaba resultando tan horrible como había previsto. Y Vladimir se
dedicaba a trasegar ostras y martinis como si no hubiese ocurrido nada.
—Fui a tu casa porque estaba preocupada por ti. Llevabas veinticuatro horas sin responder a mis llamadas. Y encontré la puerta principal
entreabierta. Creí que te había ocurrido algo. Y entonces te encontré
follando en la cama que compartíamos. ¿Cómo fuiste capaz?
Yulia apartó el plato y cogió la copa. No bastaba con desear que no le
temblase la mano, así que se concentró en no arrojar el vino sobre el traje hecho a medida de Vladimir . ¿Para qué desperdiciar un buen vino?
Vlad desvió la vista del plato de mala gana.
—Yul, lo siento. Yo... no lo pensé. Olvidémoslo, ¿de acuerdo,
cariño?
La morena habría jurado que las disculpas de Vladimir eran producto del
vodka, así que dijo en tono asqueado:
—Cómete tus ostras, Vlad.
La obedeció inmediatamente.
Anya Katina observaba a Yulia y a Vladimir desde un reservado situado en un rincón del comedor principal. Parecía como si estuviesen discutiendo.
Distrajo su atención la pelirroja con rizos que se dirigía hacia ella. Anya la saludó con una sonrisa, mientras aquellos ojos verdes con toques grises tan parecidos a los suyos
brillaban al reconocerla.
Su sobrina se sentó a su lado y la abrazó.
—Hola, tía Anya. Ha pasado mucho tiempo.
Anya le devolvió el abrazo.
—Sí, Elena, mucho tiempo. —Se fijó en que Lena torcía el
gesto al oír su nombre completo y se prometió no tomar demasiado el pelo
a su sobrina, que era muy suspicaz.
—Tía Anya, ya sabes que odio ese nombre. Dejo que Marina me llame
así porque es griega. No sé en qué estaría pensando mamá cuando me lo puso. —Len estudió el menú—. Sí, ya sé, han pasado muchas cosas. Pero
al menos este trabajo nos ha vuelto a unir. Por favor, discúlpame y
llámame Lena.
—Lo siento. Me gusta bromear contigo, y sí que han pasado muchas
cosas. Diablos, habría aceptado cualquier excusa con tal de tenerte aquí.
Con respecto a eso, nuestra posible informante está cenando con su novio
en este mismo restaurante. —Hizo un gesto en dirección a Yulia Volkova y
Vladimir Sokolsky—. Hemos tenido suerte.
Lena hizo como si mirase al camarero, pero Anya sabía que estaba analizando a su presa. Le sirvió a su sobrina una copa de Pinot Noir de una botella que había pedido con anterioridad. Lena Katina se había
convertido en una hermosa mujer. La desgarbada y pecosa chica de trece años que no hacía tanto tiempo pasaba los veranos con Anya, en California, era en aquel momento directora ejecutiva de una gran empresa de software, que vendía software forense no sólo a instituciones financieras, sino también al gobierno. Además, Lena no se limitaba a ser directora ejecutiva. Era una agente que trabajaba en casos reales y había recurrido a la ayuda de Anya
para un asunto que tenía entre manos.
Lena cogió la copa de vino.
—Resulta tan impresionante como en las fotos. Aunque no tiene muy
buen gusto para los hombres. La cuestión es si se enfrentará a su novio.
—Me cuesta creer que esté metida en ese chanchullo. En mi trato con
ella me ha parecido inteligente, justa y con ganas de cooperar. —Anya se
encogió de hombros—. Tal vez un poco ingenua, pero no la conozco bien.
Quizá sea de esas mujeres que hacen todo lo que quiere el hombre.
Lena miró a Yulia Volkova con disimulo.
—¿Qué te contó de sí misma?
—Veamos: se licencio en Económicas en Wharton y antes perteneció a una de las hermandades femeninas de Harvard. Seguro que tuvo muchas amistades. Es muy sociable. Sin duda, tú sabes más cosas que yo, Len.
¿Qué hay de sus orígenes?
—Procede de una familia adinerada de Rusia que se radico en Boston . La riqueza viene por el
lado materno. La madre tiene muy buenas relaciones. El padre es un
conocido abogado de Boston. Las relaciones sociales no han perjudicado su carrera, créeme. Sin embargo, la princesita de las debutantes tenía una media de sobresaliente. No es tonta. Seguramente sus padres pensaron que no le hacía falta una licenciatura.
Al fin y al cabo, podía encontrar al príncipe azul en una de sus veladas,
¿no? —Lena bebió otro sorbo de vino.
—Apuesto a que desbarató los planes de sus padres cuando se marchó a California. Es diez años mayor que ella, de origen ruso también, atractivo para gustos, y dueño de una empresa de inversiones.
Encajaba bien en las aspiraciones de los viejos. No sé qué clase de persona es, aunque me parece del tipo del que huyo como de la peste. —Se concentró en el menú—. ¿Te apetecen unos corazones de alcachofas? Me
muero de hambre.
—Yo no quiero nada, cariño. He estado aquí antes, y sus fritos son de
los que tardan dos días en digerirse. No comas demasiado. Tengo la cena
preparada. Voy a interrumpir a la parejita feliz, a ver si me entero de algo.
—Bien. Oye, ¿cómo sabías que vendrían aquí esta noche?
—Ella me dijo que éste era el restaurante favorito de él. Cuando la
llamé para concertar nuestra cita, me comentó que había quedado con él
para cenar. Até cabos y hemos tenido suerte. —Anya asomó la cabeza fuera del reservado—. Ahora vuelvo.
Se dirigió a la mesa de Yulia y Vlad.
—Hola, Yulia. Me pareció que te había visto.
Mientras la pelinegra sonreía automáticamente a Anya, con una mezcla de asombro y vergüenza, ésta procuró no mirar las leves marcas de su cara y el labio partido.
—¡Señora Katina, qué agradable sorpresa! ¿Conoce a mi..., a Vladimir Sokolsky ? Vlad, ¿conoces a Anya Katina? Tiene grandes inversiones en
algunos de tus fondos y es una excelente dienta.
Vladimir Sokolsky intentó levantarse para saludarla. Anya se dio cuenta de
que estaba borracho o casi. Vlad acertó a hacer una mueca antes de caer sentado y Yulia se mostró disgustada.
Anya se acercó a la mesa para estrechar la mano tendida de Vlad.
—Tenga cuidado, señor Sokolsky. Estas sillas son muy frágiles. Debe
de estar muy orgulloso de Yulia. Me ha ayudado muchísimo. Belleza y
cerebro. Es usted un hombre de suerte.
—Sí, es guapísima —dijo Vlad, mirando de soslayo a Yul.
Anya observó con curiosidad que Yulia se ponía colorada al oír aquel
comentario y desviaba la vista.
—No quiero interrumpir la cena. Me he acercado sólo a saludar. Me
alegro de haberte visto, Yulia. Te llamaré. —Se despidió con un gesto y regresó a su mesa.
Cuando Anya volvió al reservado, Lena dijo:
—Parece que nuestra señorita Volkova no lo está pasando tan bien como su novio. Ni siquiera lo mira y tiene la mandíbula muy tensa. Interesante.
—He visto marcas en su rostro. Y se ha hecho daño en el labio hace
poco. Me preocupa que Sokolsky está borracho y es incapaz de mantener las formas. No me extraña que ella esté enfadada.
La mirada de Lena se centró de nuevo en la silenciosa pareja del
medio de la sala.
—Hematomas y un labio partido. No me parece el destino propio de
una universitaria popular y una debutante. Supongo que no esperaba llevar
unos cuantos golpes en la vida real.
—Un poco cínico de tu parte, ¿no crees? Si acepta seguir con esto,
¿cómo piensas trabajar con ella? Tendrás que reservarte tus opiniones.
—Forma parte del trabajo. —Lena se encogió de hombros y se
dispuso a tomar su aperitivo—. Si ella acepta, tendré que soportar su
adaptable hipocresía. Estupendo. He pasado por cosas peores.
Miró de nuevo a Yulia Volkova.
—He de reconocer un detalle. Yulia es realmente preciosa. Las
portadas de las revistas no le hacen justicia. Lo tiene todo. Pero esos tipos gregarios, los que parecen perfectos, suelen ser muy superficiales. Una mera
ilusión. Evidentemente, eso es lo que quería Sokolsky y lo que consiguió.
Y ella encontró la horma de su zapato.
Anya pinchó un corazón de alcachofa con el tenedor, reparó en la
sorpresa de Lena y sonrió sin el menor arrepentimiento.
—Sí, tengo hambre. Tal vez subestimes a la señorita Volkova. No
olvides que la educaron para ser amable y políticamente correcta.
Seguramente dice las palabras adecuadas y mantiene una conversación de forma automática. Eso no indica su verdadera personalidad. En mi humilde
opinión, por supuesto. —Se fijó en que, como de costumbre, su sobrina
favorita, la única que tenía, no la estaba escuchando, sino que seguía
observando a la señorita Volkova.
Anya suspiró. A Lena siempre le había gustado la soledad,
consecuencia de una mente brillante, de un desarrollo prematuro y de una
madre alcohólica. Una vez le había confesado que de pequeña le daba
miedo llevar a alguien a casa y encontrar a su madre inconsciente, desnuda o tirada en el suelo. Sólo había ocurrido en una ocasión y fue suficiente para la pelirroja.
Lena pasó todos los veranos con su tía desde los trece años hasta que
acabó sus estudios universitarios. Anya la quería como si fuera hija suya y había disfrutado viéndola crecer y convertirse en una mujer fuerte y de
gran talento.
Pero Lena nunca había permitido que nadie se acercase demasiado.
Anya y Marina se emocionaron cuando Lena les dijo que era lesbiana, pero les apenó que no llevase a ninguna mujer a casa. A Marina incluso le extrañaba que Lena se definiese como lesbiana. Todo lo que Len hacía salía bien. Así que decidieron tener paciencia. Y tuvieron paciencia,
muchísima paciencia.
¡Marina! Anya miró el reloj.
—Oh, tengo que irme. Marina va a llamar desde donde quiera que se
encuentre, y quiero estar en casa y preparar la cena. ¿Has terminado?
Lena parecía a millones de kilómetros de distancia.
—¿Eh? ¿Qué? Hum, no. Acabaré de comer y luego me marcho. Dale
recuerdos a la tía M.
Anya la miró un momento y se preguntó por qué estaría tan distraída.
Pero no era el momento ni el lugar para preguntar. Recogió sus cosas y se dispuso a irse.
—Muy bien, te veo dentro de un rato.
Yulia había renunciado a la ensalada y a la noche. Vlad no cesaba de
repetir su promesa de despedir a la mujer con la que lo había sorprendido.
Evidentemente, creía que eso era lo único que le importaba a Yulia. O tal
vez su cerebro empapado de martini no podía concentrarse en otra cosa. En otra cosa que no fuese él, por supuesto.
—Vladimir, me importa un bledo que despidas a la mujer con la que te
acostaste. No creo que ella supiese que estabas comprometido. —Yulia
observó cierta expresión de sorpresa en su novio y un atisbo de culpa. Tras
pensarlo mejor, decidió que la culpa era producto de su imaginación.
—Me importan las carteras de mis clientes. Las compañías en las que
estás invirtiendo no tienen solidez.
Los dos lo sabemos. Son un mero espejismo. Algunas no van mal,
pero cada vez haces inversiones más arriesgadas. Las dientas que me
asignaste son ancianas solteras que viven de la renta generada por sus
acciones. La mayoría no podrían recuperarse si las inversiones explotan.
Vlad dejó caer el tenedor sobre el mantel y apretó la mandíbula.
—Me ocuparé de revisar las acciones en las que invierten. Soy el
experto. ¿Qué es lo que quieres, Yulia?
Un tanto sorprendida por el cambio de táctica, la pelinegra respondió:
—Quiero más sensatez a la hora de manejar el dinero de esas
personas. Quiero que se me tenga en cuenta a la hora de decidir en qué
fondos deben invertir.
Vlad sacudió la cabeza, así que Yuli continuó:
—Escucha, Vlad, tal vez no tenga mucha experiencia, pero sí una
excelente educación. Sé hacer investigaciones e interpretar balances. Esas
no son las mejores opciones para el perfil demográfico de mis clientes.
Quiero intervenir en sus inversiones.
Vlad la miró con gesto ausente y, luego, entrecerró los ojos.
—Yulia, los demás miembros del comité estratégico no lo permitirán.
No tienes preparación para pertenecer a él. No te enfades, pero hay que contar con otras personas.
—¿Comité estratégico? ¿Cuándo se constituyó ese comité? ¿Quién lo
forma y por qué no estoy yo en él? ¿Qué sucede? Mi profesor de ética
empresarial hablaba mucho de ese tipo de actividades que se ven en la
oficina.
Varios de los comensales que los rodeaban interrumpieron sus
conversaciones y Yulia se dio cuenta de que había alzado la voz. Vlad
sudaba a raudales y no apartaba los ojos del bar. Yulia bajó la voz.
—Escucha. He soportado tu actitud paternalista, los intentos de
ligoteo de tus colegas y que me excluyas de lo que me atañe. ¡Pero no toleraré que me digas que asesore a mis clientas basándome en un
misterioso comité que no me admite en su seno!
Cuando se calló para tomar aliento, notó que le ardía la cara.
Vladimir se reclinó en la silla, abrumado por sus palabras.
El silencio entre ellos se podía palpar, y Vlad la miró con ojos cada
vez más fríos.
—Yulia, escúchame con atención. El comité estratégico es idea mía.
Hace poco pedí a Bradley, Dieter y Scott que actuasen como asesores.
Llámalos mis colegas sí te apetece, pero son los mejores administradores
de fondos y tienen mucho poder en este mercado. Pueden levantar
empresas o hundirlas y quieren que la agencia de bolsa, yo en particular,
comparta su éxito. —Apuró su martini, se le escurrió un poco por la
barbilla y lo limpió con la mano—. Además, no puedo entrar por las
buenas y dictarles lo que tienen que hacer. No pienso decir: «Yulia se
empeña en tomar parte en las decisiones». —La miró sin inmutarse. Había recuperado la petulancia.
—¿Hablas en serio? ¿Vas a entregar tus clientes y tu reputación a esos
tipos? Vlad, ¿qué sabes de ellos? No son los «mejores administradores»,
sino gestores de medio pelo que se han subido al carro del éxito de unas
cuantas acciones. Pero ¿cuánto tiempo llevan ahí? ¿Qué antecedentes tienen?
Yulia intentó hacerlo reaccionar.
—¡No sólo arriesgas tu dinero! Muchas clientes de la empresa, como Anya Katina, la mujer que te acabo de presentar, dependen de sus carteras para obtener créditos, para vivir y para la jubilación. Otras han vendido bonos o hipotecando sus casas para comprar más fondos porque confían en ti. Y en mí. Yo tengo la culpa de meterlas en tu mundo. Y ahora me dices
que los zorros han entrado en el gallinero. ¿Cuándo pensabas darme la información? Si no te hubiese sorprendido con esa mujer, ¿me lo habrías dicho alguna vez?
El camarero se acercó tímidamente con los entrantes y Yulia se
dedicó a juguetear con la servilleta hasta que el hombre acabó de servirlos, puso una copa de vino para Vlad, llenó la de ella y se marchó a toda prisa.
Vladimir bebió unos tragos de vino y cortó un buen trozo de su filete poco
hecho. Tras meterlo en la boca, la miró con gesto beligerante mientras
masticaba. Lo acompañó con más vino y dijo:
—Yulia, hace poco he hecho ganar un montón de dinero a los
inversores, incluidos tú y tus padres. Una de las ventajas de mi éxito es que me permite conocer y relacionarme con la plana mayor de Wall Street.
Quieren que sea uno de ellos, algo con lo que siempre he soñado. Ha
llegado el momento y deseo aprovecharlo, de principio a fin. Ahora quizá no pase de ser un administrador de fondos mediano, pero falta muy poco para la gran ocasión.
Su voz adoptó un tono paternalista.
—Tú vas a participar por tu relación personal conmigo. Tendrás un
tinglado monísimo, con cantidad de tiempo libre para hacer la pelota a esas clientas tuyas tan ricas, como la tal Anya cómo se llame, que quieren que alguien las invite a comer y les sostenga la mano.
»Si persistes en tu actitud, serás una empleada más. Los fondos
seguirán administrándose como yo quiero, con el consejo del comité. O
aceptas mi dirección o te vas de la empresa. ¿Está claro?
Yulia nunca había visto a Vlad comportarse así. Se le hizo un nudo en el estómago y soltó el tenedor.
—Creo que tengo que pensarlo. —Dejó la servilleta sobre la mesa—.
Hablaremos por la mañana.
Vladimir cogió la mano de Yulia cuando hizo ademán de levantarse y se la estrujó.
—No he terminado. Siéntate, por favor.
El gesto de Vlad y la presión que le provocaba dolor en la mano la
obligaron a sentarse. Cuando la soltó, Yulia reprimió la necesidad de
frotarse la piel para que él no viese que la había intimidado.
—Si decides marcharte, ni se te ocurra ponerte en contacto con tus
Clientas para darles tu opinión sobre la forma en que se gestiona su dinero.
Esas clientas son mías y yo daré la información. Y otra cosa: te dije los
nombres de los miembros del comité en confianza. No los repitas ni hables
con nadie de la existencia del comité. Con nadie en absoluto. ¿Entendido?
El tono sonaba amenazante y la miró con ojos inexpresivos.
—Di que lo entiendes, Yulia. Dilo.
la morena estaba anonadada. ¿Quién era aquel hombre?
—Eres un animal, Vladimir . Estoy harta de tu actitud paternalista y de tu vida pretenciosa. Me largo.
Vlad suspiró y se reclinó en la silla, muy sonriente.
—¿Te apetece un postre? Siempre te encantó el suflé al Grand
Marnier.
Yulia cogió su bolso y se levantó.
—Te equivocas. Era a ti a quien le encantaba el suflé al Grand
Marnier. No, gracias.
Continuará...
Última edición por LenokVolk el 1/26/2015, 5:21 am, editado 2 veces
Lesdrumm- Admin
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Localización : Trapped in some parallel universe
Re: IMPULSOS DE VIDA...
IMPULSOS DE VIDA
Capítulo 2
Yulia tenía ganas de correr, pero se obligó a alejarse de la mesa despacio.
En el bar aceleró el paso. Tenía que salir de allí como fuese.
En el exterior descubrió que había descargado una tormenta mientras
estaba en el restaurante. Como hacía varios días que no escuchaba el parte meteorológico, no llevaba impermeable ni paraguas. Estaba como atontada en el aparcamiento, empapándose mientras buscaba las llaves en el bolso, cuando alguien la sujetó bruscamente por el brazo y le hizo dar la vuelta.
Era el hombre que había entrado en su apartamento y le había dado una
paliza a principios de la semana. Yulia iba a gritar, pero el hombre sacó un cuchillo largo y fino, cuya punta apoyó en la barbilla de la joven.
—Cállate.
la morena lo miró y enmudeció. Los ojos del hombre eran como canicas
negras y tenía el mismo aliento horrible.
—Te dije que fueras buena, ¿no? —Entrecerró los ojos con aire
amenazante—. Te voy a enseñar a obedecer.
—Disculpen, ¿se encuentran bien? —preguntó una voz femenina, sonaba dulce pero a la vez firme. Yulia estiró el cuello, pero sólo
distinguió una figura detrás de ellos, envuelta en una gabardina larga y
apenas iluminada por las luces del restaurante.
El hombre guardó el cuchillo en el bolsillo, dio un apretón a Yulia a
modo de advertencia y se volvió, sujetándola contra sí.
—Ha bebido demasiado. La estoy ayudando a encontrar su coche.
La mujer era medianamente alta, con cabellos largos y rizos abundantes, pero no había forma de ver sus rasgos. No se movió.
—No parece estar borracha. ¿Se encuentra bien? ¿Necesita ayuda? Si
quiere llamo a la policía con mi móvil Sólo tengo que apretar un botón. —
Alzó el teléfono.
El hombre estrujó aún más el brazo de Yulia, que se estremeció de
dolor.—
Suéltela ahora mismo o llamo a la policía —gruñó la mujer.
Otros comensales salieron del restaurante y se detuvieron a mirar.
El hombre traspasó a la desconocida con los ojos, acercó la boca a la
oreja de la pelinegra y susurró:
—Te veré en otro momento. —Después, la soltó y abandonó el
aparcamiento.
Yulia sintió que se le doblaban las rodillas y supo que se iba a caer,
pero unos brazos fuertes la sujetaron. Se enderezó, aunque se mareaba, y la mujer mas alta que ella la sostuvo. Cuando uno de los comensales les preguntó si necesitaban ayuda, la desconocida dijo que Yulia se encontraba bien y que
ella la acompañaría a casa. Encaminó a la pelinegra hacia un Audi oscuro y la apoyó contra el vehículo. La lluvia se había convertido en bruma.
—¿Se encuentra bien de verdad? ¿Le ha hecho daño?
Yulia hizo inventario: aparte de un brazo dolorido, de la piel empapada y
de un susto de muerte, estaba bien.
—Creo que estoy perfectamente. Gracias. No sé qué habría ocurrido si
usted... no hubiese aparecido.
La mujer echó un vistazo al lugar antes de hablar.
—¿Dónde está su coche?
Yulia miró a su alrededor hasta que cayó en la cuenta.
—Vine en taxi. —Se mesó los cabellos oscuros mojados con una mano temblorosa—. Dios mío. Lo habría evitado si hubiese pedido un taxi antes de salir y me estuviese esperando. ¡Qué tonta!
La mujer puso la mano sobre el hombro mojado de Yulia.
—Salió usted a toda prisa y parecía disgustada. Por eso la seguí. El
hombre debía de estar esperándola. Hay gilipollas que se aprovechan de
mujeres angustiadas. ¿Qué le dijo?
La morena procuró no hiperventilar.
—Que no me estaba portando bien y que me iba a enseñar a obedecer.
—Sus palabras se apagaron. Le temblaban tanto las manos que se abrazó para impedirlo.
La desconocida insistió:
—¿Qué le dijo el hombre antes de soltarle el brazo?
Yulia se esforzó por encontrar las palabras.
—Me dijo que me vería en otro momento. ¡Dios mío! Lo conozco.
Entró en mi apartamento hace dos días. ¡Sabe dónde vivo!
La mujer no apartó la mano del hombro de Yulia. La
leve presión atenuó los nervios de la joven, que al poco tiempo logró
relajar los brazos, respirar a fondo, erguirse y apartarse del coche. Su
salvadora retiró la mano.
—Debo irme. Pediré un taxi en el restaurante. Por cierto, me llamo
Yulia Volkova. Gracias por su ayuda...
—Lena. Éste es mi coche. Permita que la lleve a casa. No creo que le
convenga estar sola. Como medida de precaución.
Yulia se sintió de pronto muy cansada y no pudo contener las
lágrimas.
—El lunes, cuando entró en mi apartamento, me amenazó. Creo que
esta noche pretendía materializar la amenaza.
Se cubrió la cara con las manos, procurando no derrumbarse. Poco
después los mismos brazos fuertes que la habían sostenido minutos antes la abrazaron y la confortaron. Los sucesos de los últimos días acudieron en
tropel y la garganta de Yulia se quebró en un sollozo. Le daba vergüenza desmoronarse ante una desconocida, pero nunca se había sentido tan segura, así que intentó recordar el nombre de su salvadora.
Tras unos momentos, la mujer, Lena, soltó a Yulia y le indicó que
ocupase el asiento del acompañante del coche. La morena oyó cómo la puerta se desbloqueaba automáticamente y se dio cuenta de que Lena la ayudaba a
sentarse. Permaneció inmóvil, mientras la mujer se inclinaba para ponerle el cinturón. Unos cabellos suaves que olían a limpio y a lluvia acariciaron su cara, y durante unos segundos los rostros de ambas estuvieron muy próximos. Lena tenía los ojos claros, pero Yulia no pudo distinguir el color. Luego la puerta se cerró rápidamente y la desconocida ocupó el asiento del conductor.
Cuando el coche arrancó, La pelinegra se concentró en calmarse. Estaba helada, pero enseguida sintió calor en la espalda y los muslos. «Ah,
asientos con calefacción.» Los temblores cedieron. Seguridad.
—¿Y si le estropeo el asiento? Estoy empapada.
—No se preocupe. ¿Dónde vive? —la pelirroja no apartó la vista de las
calles que tenía delante.
Yulia le dio la dirección y unas cuantas indicaciones para encontrarla, lo cual le supuso un esfuerzo agotador.
Recorrieron las calles de San Francisco y se dirigieron al distrito de
Marina. Entraron en la calle en la que vivía Yulia y ésta se disponía a
señalar su casa cuando el coche aceleró y pasó de largo.
—Era la casa de la izquierda —dijo la morena, sorprendida.
Lena giró en la esquina siguiente y continuó adelante.
—¿Se ha fijado en la furgoneta blanca que está delante de su casa?
¿Lleva ahí mucho tiempo?
Yulia, alertada por el tono de Lena, hizo acopio de fuerzas y pensó la
respuesta:
—Uno o dos días. ¿Por qué?
—¿Cuándo entró ese tipo en su apartamento?
—Hace dos días. ¿Por qué? —la morena se espabiló y empezó a
preocuparse.
Lena no respondió inmediatamente. Tras unos minutos exasperantes,
dijo:
—Por dos razones. En primer lugar, las furgonetas a veces se utilizan
para vigilar. Suponiendo que usted sea el objeto de la vigilancia, tal vez
prefiera no entrar en casa. En segundo lugar, el animal del aparcamiento conoce su dirección y quizá se le ocurre visitarla después de que yo la deje.
De hecho, creo que tenemos compañía.
Lena comprobó el espejo retrovisor y Yulia se volvió en su asiento.
La pelirroja, adelantándose a la reacción de La morena, dijo:
—Hay un espejo en la visera parasol. Baje la visera y deslice la tapa
hacia la izquierda. —Se estiró y apretó un botón. Ante la expresión
interrogante de Yulia, explicó—: He apagado la luz del espejo.
la pelinegra hizo lo que Lena le indicaba y vio las luces de un coche grande a una manzana de distancia. Lena giró varias veces sin acelerar, como si estuviese perdida. Las luces respetaron la distancia, pero las siguieron.
—Es imposible —se quejó Yulia—. Estoy fichada. ¡No he robado
ningún secreto de estado! Vigilancia, persecución... ¡No puedo creerlo!
Lena no se inmutó.
—No sé por qué la acosan, pero alguien lo está haciendo. Aguante, a
ver hasta dónde están dispuestos a llegar siguiéndola. —la pelirroja aceleró y se saltó un semáforo en ámbar. El coche que las seguía se saltó el semáforo en rojo y se acercó al Audi.
Lena frunció los labios y rezongó:
—Oh, no, ni se te ocurra tocar mi cochecito. —El Audi se adelantó
con gran agilidad y bajó por Marina Boulevard hacia Doyle Drive, junto al
puente Golden Gate. Las luces del otro coche quedaron atrás, pero no
desaparecieron.
Cuando estaban cerca del puente, Lena giró bruscamente hacia el
parque Presidio, dio varias vueltas muy cerradas, llegó casi hasta las
cabinas de peaje y se encaminó al norte por el arco del puente. El coche
que las perseguía brincó y coleó, pero se mantuvo tras ellas.
Los dos coches atravesaron el puente respetando el límite de
velocidad. En el puente había mucha vigilancia policial y Yulia supuso que
el coche grande no quería llamar la atención. Lo que no sabía era por qué estaba dando vueltas a la idea cuando la persecución empezó en serio en el momento en que salieron del puente y tomaron la autopista 101.
El Audi cabeceó al subir por Waldo Grade con una fuerza que aplastó
la nuca de la morena contra el reposacabezas. Cuando llegaron a lo alto de la cuesta y enfilaron hacia abajo, Yul pensó que frenarían en los montículos
y en las curvas, pero Lena aceleró y ganó distancia. Yulia miró de reojo el
perfil de Lena y vio que sonreía.
Se encontraban en el carril rápido cuando la pelirroja atravesó cuatro
carriles y cogió la salida que conducía a las playas. El coche grande intentó
imitar la maniobra, pero no encontró la salida. Yulia soltó una
exclamación de victoria y alzó el puño al aire. La conductora, a la que
Yulia a aquellas alturas no sabía si considerarla su mejor amiga o su peor pesadilla, torció a la derecha para dirigirse a Mili Valley.
Lena resopló.
—Será mejor que busquemos un sitio para hablar. Necesitamos una
estrategia.
Cuando unas luces aparecieron detrás de ellas, Lena apretó la
mandíbula y cambió la marcha.
—Sujétese. —Arrancó como una bala, giró en la esquina de un viejo
bar funky y culebreó por las colmas a tal velocidad que lo poco que Yulia
había cenado corría peligro de acabar en su regazo. Cerró los ojos y agarró el asidero que el Audi tenía encima de la puerta. «Seguramente para una ocasión como ésta.»
Momentos después el coche aminoró un poco la marcha y la morena se
atrevió a abrir los ojos y mirar el espejo. Nada. Suspiró.
Continuaron un rato en silencio, sin que Yulia supiese dónde se
encontraban. No estaban en la autopista 1, sino que continuaban
ascendiendo. La carretera era estrecha y bordeada de árboles. Las luces del coche brillaban con
intensidad y el paisaje desaparecía rápidamente, hipnotizándola.
la pelinegra era consciente de que aquella situación podía ser más peligrosa que asumir los riesgos de la ciudad. No sabía nada de aquella mujer. Había
aparecido de pronto, en principio para ayudarla, pero...
Se daba cuenta de que debía ponerse en guardia, pero estaba
demasiado cansada. La descarga de adrenalina la había agotado. Rezó en
silencio para que su elección fuera acertada y se adormiló. Estaba
empezando a llover de nuevo y los limpiapárabrisas imitaban el sonido
constante de un metrónomo, lo que contribuía a aturdiría, mientras el
coche continuaba ascendiendo por la montaña en dirección a la costa.
Media hora después Yulia notó que aminoraban la marcha y se detenían un momento, luego continuaban un trecho y paraban más adelante.
Se espabiló y abrió los ojos. Vio con gran sorpresa a una persona que
le resultaba familiar ante la puerta de una casa, saludándolas con la mano.
Se volvió en el asiento para mirar a la misteriosa desconocida que la había
salvado.
La mujer sonrió y extendió la mano.
—Me llamo Lena Katina.
Yulia la miró boquiabierta y le estrechó la mano.
—¿Como Anya Katina?
Continuará...
Espero les haya gustado estos dos primeros capítulos, en uno días mas habrá mas conti!
Capítulo 2
Yulia tenía ganas de correr, pero se obligó a alejarse de la mesa despacio.
En el bar aceleró el paso. Tenía que salir de allí como fuese.
En el exterior descubrió que había descargado una tormenta mientras
estaba en el restaurante. Como hacía varios días que no escuchaba el parte meteorológico, no llevaba impermeable ni paraguas. Estaba como atontada en el aparcamiento, empapándose mientras buscaba las llaves en el bolso, cuando alguien la sujetó bruscamente por el brazo y le hizo dar la vuelta.
Era el hombre que había entrado en su apartamento y le había dado una
paliza a principios de la semana. Yulia iba a gritar, pero el hombre sacó un cuchillo largo y fino, cuya punta apoyó en la barbilla de la joven.
—Cállate.
la morena lo miró y enmudeció. Los ojos del hombre eran como canicas
negras y tenía el mismo aliento horrible.
—Te dije que fueras buena, ¿no? —Entrecerró los ojos con aire
amenazante—. Te voy a enseñar a obedecer.
—Disculpen, ¿se encuentran bien? —preguntó una voz femenina, sonaba dulce pero a la vez firme. Yulia estiró el cuello, pero sólo
distinguió una figura detrás de ellos, envuelta en una gabardina larga y
apenas iluminada por las luces del restaurante.
El hombre guardó el cuchillo en el bolsillo, dio un apretón a Yulia a
modo de advertencia y se volvió, sujetándola contra sí.
—Ha bebido demasiado. La estoy ayudando a encontrar su coche.
La mujer era medianamente alta, con cabellos largos y rizos abundantes, pero no había forma de ver sus rasgos. No se movió.
—No parece estar borracha. ¿Se encuentra bien? ¿Necesita ayuda? Si
quiere llamo a la policía con mi móvil Sólo tengo que apretar un botón. —
Alzó el teléfono.
El hombre estrujó aún más el brazo de Yulia, que se estremeció de
dolor.—
Suéltela ahora mismo o llamo a la policía —gruñó la mujer.
Otros comensales salieron del restaurante y se detuvieron a mirar.
El hombre traspasó a la desconocida con los ojos, acercó la boca a la
oreja de la pelinegra y susurró:
—Te veré en otro momento. —Después, la soltó y abandonó el
aparcamiento.
Yulia sintió que se le doblaban las rodillas y supo que se iba a caer,
pero unos brazos fuertes la sujetaron. Se enderezó, aunque se mareaba, y la mujer mas alta que ella la sostuvo. Cuando uno de los comensales les preguntó si necesitaban ayuda, la desconocida dijo que Yulia se encontraba bien y que
ella la acompañaría a casa. Encaminó a la pelinegra hacia un Audi oscuro y la apoyó contra el vehículo. La lluvia se había convertido en bruma.
—¿Se encuentra bien de verdad? ¿Le ha hecho daño?
Yulia hizo inventario: aparte de un brazo dolorido, de la piel empapada y
de un susto de muerte, estaba bien.
—Creo que estoy perfectamente. Gracias. No sé qué habría ocurrido si
usted... no hubiese aparecido.
La mujer echó un vistazo al lugar antes de hablar.
—¿Dónde está su coche?
Yulia miró a su alrededor hasta que cayó en la cuenta.
—Vine en taxi. —Se mesó los cabellos oscuros mojados con una mano temblorosa—. Dios mío. Lo habría evitado si hubiese pedido un taxi antes de salir y me estuviese esperando. ¡Qué tonta!
La mujer puso la mano sobre el hombro mojado de Yulia.
—Salió usted a toda prisa y parecía disgustada. Por eso la seguí. El
hombre debía de estar esperándola. Hay gilipollas que se aprovechan de
mujeres angustiadas. ¿Qué le dijo?
La morena procuró no hiperventilar.
—Que no me estaba portando bien y que me iba a enseñar a obedecer.
—Sus palabras se apagaron. Le temblaban tanto las manos que se abrazó para impedirlo.
La desconocida insistió:
—¿Qué le dijo el hombre antes de soltarle el brazo?
Yulia se esforzó por encontrar las palabras.
—Me dijo que me vería en otro momento. ¡Dios mío! Lo conozco.
Entró en mi apartamento hace dos días. ¡Sabe dónde vivo!
La mujer no apartó la mano del hombro de Yulia. La
leve presión atenuó los nervios de la joven, que al poco tiempo logró
relajar los brazos, respirar a fondo, erguirse y apartarse del coche. Su
salvadora retiró la mano.
—Debo irme. Pediré un taxi en el restaurante. Por cierto, me llamo
Yulia Volkova. Gracias por su ayuda...
—Lena. Éste es mi coche. Permita que la lleve a casa. No creo que le
convenga estar sola. Como medida de precaución.
Yulia se sintió de pronto muy cansada y no pudo contener las
lágrimas.
—El lunes, cuando entró en mi apartamento, me amenazó. Creo que
esta noche pretendía materializar la amenaza.
Se cubrió la cara con las manos, procurando no derrumbarse. Poco
después los mismos brazos fuertes que la habían sostenido minutos antes la abrazaron y la confortaron. Los sucesos de los últimos días acudieron en
tropel y la garganta de Yulia se quebró en un sollozo. Le daba vergüenza desmoronarse ante una desconocida, pero nunca se había sentido tan segura, así que intentó recordar el nombre de su salvadora.
Tras unos momentos, la mujer, Lena, soltó a Yulia y le indicó que
ocupase el asiento del acompañante del coche. La morena oyó cómo la puerta se desbloqueaba automáticamente y se dio cuenta de que Lena la ayudaba a
sentarse. Permaneció inmóvil, mientras la mujer se inclinaba para ponerle el cinturón. Unos cabellos suaves que olían a limpio y a lluvia acariciaron su cara, y durante unos segundos los rostros de ambas estuvieron muy próximos. Lena tenía los ojos claros, pero Yulia no pudo distinguir el color. Luego la puerta se cerró rápidamente y la desconocida ocupó el asiento del conductor.
Cuando el coche arrancó, La pelinegra se concentró en calmarse. Estaba helada, pero enseguida sintió calor en la espalda y los muslos. «Ah,
asientos con calefacción.» Los temblores cedieron. Seguridad.
—¿Y si le estropeo el asiento? Estoy empapada.
—No se preocupe. ¿Dónde vive? —la pelirroja no apartó la vista de las
calles que tenía delante.
Yulia le dio la dirección y unas cuantas indicaciones para encontrarla, lo cual le supuso un esfuerzo agotador.
Recorrieron las calles de San Francisco y se dirigieron al distrito de
Marina. Entraron en la calle en la que vivía Yulia y ésta se disponía a
señalar su casa cuando el coche aceleró y pasó de largo.
—Era la casa de la izquierda —dijo la morena, sorprendida.
Lena giró en la esquina siguiente y continuó adelante.
—¿Se ha fijado en la furgoneta blanca que está delante de su casa?
¿Lleva ahí mucho tiempo?
Yulia, alertada por el tono de Lena, hizo acopio de fuerzas y pensó la
respuesta:
—Uno o dos días. ¿Por qué?
—¿Cuándo entró ese tipo en su apartamento?
—Hace dos días. ¿Por qué? —la morena se espabiló y empezó a
preocuparse.
Lena no respondió inmediatamente. Tras unos minutos exasperantes,
dijo:
—Por dos razones. En primer lugar, las furgonetas a veces se utilizan
para vigilar. Suponiendo que usted sea el objeto de la vigilancia, tal vez
prefiera no entrar en casa. En segundo lugar, el animal del aparcamiento conoce su dirección y quizá se le ocurre visitarla después de que yo la deje.
De hecho, creo que tenemos compañía.
Lena comprobó el espejo retrovisor y Yulia se volvió en su asiento.
La pelirroja, adelantándose a la reacción de La morena, dijo:
—Hay un espejo en la visera parasol. Baje la visera y deslice la tapa
hacia la izquierda. —Se estiró y apretó un botón. Ante la expresión
interrogante de Yulia, explicó—: He apagado la luz del espejo.
la pelinegra hizo lo que Lena le indicaba y vio las luces de un coche grande a una manzana de distancia. Lena giró varias veces sin acelerar, como si estuviese perdida. Las luces respetaron la distancia, pero las siguieron.
—Es imposible —se quejó Yulia—. Estoy fichada. ¡No he robado
ningún secreto de estado! Vigilancia, persecución... ¡No puedo creerlo!
Lena no se inmutó.
—No sé por qué la acosan, pero alguien lo está haciendo. Aguante, a
ver hasta dónde están dispuestos a llegar siguiéndola. —la pelirroja aceleró y se saltó un semáforo en ámbar. El coche que las seguía se saltó el semáforo en rojo y se acercó al Audi.
Lena frunció los labios y rezongó:
—Oh, no, ni se te ocurra tocar mi cochecito. —El Audi se adelantó
con gran agilidad y bajó por Marina Boulevard hacia Doyle Drive, junto al
puente Golden Gate. Las luces del otro coche quedaron atrás, pero no
desaparecieron.
Cuando estaban cerca del puente, Lena giró bruscamente hacia el
parque Presidio, dio varias vueltas muy cerradas, llegó casi hasta las
cabinas de peaje y se encaminó al norte por el arco del puente. El coche
que las perseguía brincó y coleó, pero se mantuvo tras ellas.
Los dos coches atravesaron el puente respetando el límite de
velocidad. En el puente había mucha vigilancia policial y Yulia supuso que
el coche grande no quería llamar la atención. Lo que no sabía era por qué estaba dando vueltas a la idea cuando la persecución empezó en serio en el momento en que salieron del puente y tomaron la autopista 101.
El Audi cabeceó al subir por Waldo Grade con una fuerza que aplastó
la nuca de la morena contra el reposacabezas. Cuando llegaron a lo alto de la cuesta y enfilaron hacia abajo, Yul pensó que frenarían en los montículos
y en las curvas, pero Lena aceleró y ganó distancia. Yulia miró de reojo el
perfil de Lena y vio que sonreía.
Se encontraban en el carril rápido cuando la pelirroja atravesó cuatro
carriles y cogió la salida que conducía a las playas. El coche grande intentó
imitar la maniobra, pero no encontró la salida. Yulia soltó una
exclamación de victoria y alzó el puño al aire. La conductora, a la que
Yulia a aquellas alturas no sabía si considerarla su mejor amiga o su peor pesadilla, torció a la derecha para dirigirse a Mili Valley.
Lena resopló.
—Será mejor que busquemos un sitio para hablar. Necesitamos una
estrategia.
Cuando unas luces aparecieron detrás de ellas, Lena apretó la
mandíbula y cambió la marcha.
—Sujétese. —Arrancó como una bala, giró en la esquina de un viejo
bar funky y culebreó por las colmas a tal velocidad que lo poco que Yulia
había cenado corría peligro de acabar en su regazo. Cerró los ojos y agarró el asidero que el Audi tenía encima de la puerta. «Seguramente para una ocasión como ésta.»
Momentos después el coche aminoró un poco la marcha y la morena se
atrevió a abrir los ojos y mirar el espejo. Nada. Suspiró.
Continuaron un rato en silencio, sin que Yulia supiese dónde se
encontraban. No estaban en la autopista 1, sino que continuaban
ascendiendo. La carretera era estrecha y bordeada de árboles. Las luces del coche brillaban con
intensidad y el paisaje desaparecía rápidamente, hipnotizándola.
la pelinegra era consciente de que aquella situación podía ser más peligrosa que asumir los riesgos de la ciudad. No sabía nada de aquella mujer. Había
aparecido de pronto, en principio para ayudarla, pero...
Se daba cuenta de que debía ponerse en guardia, pero estaba
demasiado cansada. La descarga de adrenalina la había agotado. Rezó en
silencio para que su elección fuera acertada y se adormiló. Estaba
empezando a llover de nuevo y los limpiapárabrisas imitaban el sonido
constante de un metrónomo, lo que contribuía a aturdiría, mientras el
coche continuaba ascendiendo por la montaña en dirección a la costa.
Media hora después Yulia notó que aminoraban la marcha y se detenían un momento, luego continuaban un trecho y paraban más adelante.
Se espabiló y abrió los ojos. Vio con gran sorpresa a una persona que
le resultaba familiar ante la puerta de una casa, saludándolas con la mano.
Se volvió en el asiento para mirar a la misteriosa desconocida que la había
salvado.
La mujer sonrió y extendió la mano.
—Me llamo Lena Katina.
Yulia la miró boquiabierta y le estrechó la mano.
—¿Como Anya Katina?
Continuará...
Espero les haya gustado estos dos primeros capítulos, en uno días mas habrá mas conti!
Lesdrumm- Admin
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Re: IMPULSOS DE VIDA...
Contiiiii!!! :-P
xlaudik- Mensajes : 124
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Re: IMPULSOS DE VIDA...
Nueva capítulo de esta historia, espero les guste.
IMPULSOS DE VIDA...
Capítulo 3
Yulia calculó mentalmente: «Ésta debe de ser la casa de Anya en Bolinas».
Anya le había contado que su casa estaba sobre un acantilado. Yulia se
ofreció a visitarla cuando se conocieron, pero Anya nunca había querido y prefería que quedasen en algún café del pueblo. A Yulia le parecía bien, porque ya le costaba bastante dar con el pueblo.
No vio la casa, porque estaba lloviendo y era de noche. Anya salió y la acompañó hasta lo que debía de ser un gran zaguán.
Observó a la morena y frunció el entrecejo.
—Tienes que ponerte algo caliente y seco. Espera un momento.
Lena y Anya se fueron, y Yulia se quedó en medio del zaguán,
empapada. Se sentía como una patética piltrafa arrastrada por un gato. Se abrazó para contener los temblores producidos por el frío y el miedo, y empezó a pensar que tal vez se hubiese equivocado. Al fin y al cabo, Anya era clienta suya y el hecho de que su... —¿qué sería?— su despampanante hija la hubiese ayudado contribuía a agravar la situación y a hacerla más
humillante. Yulia tenía que solucionar el problema por Anya. Debía pensar
algo.
Anya reapareció con una gran toalla.
—Toma. Quítate los zapatos y la ropa, y envuélvete en esto. Luego, ve
a la cocina. Está a la izquierda de la puerta. Voy a acabar de preparar la
cena. ¿Te apetecen unos linguini al pesto, pan de ajo y una ensalada muy rica? Quizá también una copa de buen vino. Algo para calentarnos el estómago y revestir de carne esos escuálidos huesos.
Yulia descartó sus pensamientos enseguida.
—Suena demasiado bonito para ser cierto. Vamos allá.
Anya pulsó un interruptor al salir, y una luz fluorescente iluminó la
estancia.
La pelinegra parpadeó varias veces mientras sus ojos se adaptaban y, luego, contempló lo que la rodeaba. Una lavadora, una secadora, un gran
fregadero y armarios llenos de objetos domésticos y de jardinería. Se quitó primero los zapatos, que estaban destrozados; después, los vaqueros de diseño, y por último todo lo demás. Se envolvió con la suave y limpia toalla de playa y abrió la puerta que conducía al vestíbulo.
Oyó ruidos, se orientó por ellos y encontró a Anya en la cocina,
poniendo ollas al fuego y sacando comida del frigorífico. La morena se aclaró la garganta ligeramente; se sentía torpe y vulnerable sin su ropa.
Anya la miró y sonrió.
—Muy bien, a ver si te arreglamos. —Comprobó los fuegos, ajustó un
quemador e indicó a Yulia que la siguiera.
La morena soltó un suspiro de alivio mientras seguía a Anya. El frío le caló
los huesos cuando salieron de la cocina, atravesaron una habitación con una gran chimenea que crepitaba y ardía alegremente, y pasaron a otro
vestíbulo. Anya se detuvo ante la segunda puerta de la izquierda, encendió el interruptor de la pared y se hizo a un lado para que entrase Yulia. Las luces
suaves creaban un ambiente cálido y acogedor. Una cama de matrimonio
con un edredón de plumas ocupaba casi todo el espacio. Yulia tenía ganas de saltar y aterrizar en el centro de la cama, hundirse bajo las mantas y dormir dos días seguidos. Anya le leyó el pensamiento.
—Sé que resulta muy apetecible. Si quieres, puedes ducharte, comer y
acostarte. Debes de estar agotada. Hablaremos por la mañana, si te parece bien. Pero no permitiré que te marches. Voy a acabar de preparar la cena.
Buscaré ropa para ti mientras te duchas. —A continuación, cerró la puerta y dejó a Yulia sola con sus pensamientos.
El ofrecimiento de un refugio sin ataduras era ideal para la morena, que reprimió las lágrimas mientras entraba en el baño.
El agua estaba tibia cuando salió de la ducha. Había un secador en el
tocador y en el botiquín del lavabo un tubo de pomada antibiótica, que
aplicó con delicadeza sobre el labio. Cuando entró en el dormitorio se
sentía muy limpia, con la cara y el labio curados. Sobre la cama vio unos gruesos y cálidos pantalones de chándal de color azul marino y una gastada camiseta blanca con las letras M.I.T. La ropa le quedaba un poco grande, pero era muy suave. Supuso que pertenecía a Lena Katina. La idea le
provocó una sensación de timidez y se puso colorada. ¡Qué raro!
Antes de vestirse, se fijó en su imagen desnuda en un espejo de cuerpo entero que había en la pared. Tenía un moretón en torno al pecho derecho, que el monstruo le había retorcido salvajemente durante el primer ataque; y en el brazo se estaban formando unas marcas de dedos, producto del asalto de aquella noche. Contempló el resto de su cuerpo y le sorprendió
que se notasen tanto las costillas. Había adelgazado mucho. «¿Qué había dicho Anya? ¿Algo sobre revestir sus escuálidos huesos?» Sacudió la cabeza.
¿Cómo diablos se había metido en aquel lío? ¿Qué había hecho para que la acosase aquel horrible hombre del apartamento? En unos pocos días su vida (y la idea la obsesionaba) estaba dominada por el terror y el caos.
Yulia suspiró e introdujo los pies en un par de gruesos calcetines y én
unas zapatillas peludas. Era maravilloso estar limpia y seca. Se esforzó por bajar al vestíbulo, siguiendo un olor delicioso. De pronto, tenía muchísima
hambre. Buscaría respuestas al día siguiente. En aquel momento estaba
cómoda y a salvo. Sólo tenía que tomar precauciones.
Cuando entró en la cocina, Anya estaba de espaldas, removiendo algo al fuego. Sin volverse, preguntó:
—¿Todo bien?
Yulia se apoyó en el marco de la puerta y en ese momento entró Lena
por el otro lado, limpiándose las manos. Yulia miró a Lena y la asombró su belleza. La mujer tenía un espeso y rizado cabello rojo que caía sobre los hombros. Parecía fuerte y confiada. Yulia la envidió.
Y saliendo del momentáneo deslumbramiento, se dio cuenta de
que le habían hecho una pregunta y de que estaban esperando la respuesta, así que dijo lo primero que se le ocurrió:
—Hacía mucho tiempo que no me sentía tan bien. Gracias, Anya.
Lena me habéis salvado la vida.
Anya se rió.
—No creas. Deja que te ponga a trabajar. Lena, ¿está encendido el
fuego? Abre una botella de Chianti. Y tú, Yulia, saca el pan de ajo del
horno. La cena está casi lista.
La pelirroja cogió un abrebotellas y le lanzó a la morena unas manoplas de
cocina.
La reconfortó muchísimo hacer algo tan simple. Vlad y ella siempre
estaban en grupo y casi nunca solos. No cocinaban juntos ni compartían
tareas domésticas. También se dio cuenta de que hacía tiempo que no se reía.
Las tres se sentaron a la mesa, comieron, bebieron y hablaron del
tiempo, que había empeorado y abatía las ventanas, sacudía las puertas y hacía que Yulia se sintiese muy cómoda dentro de la casa.
—Aquí las tormentas descargan con gran rapidez y violencia, como
ésta —explicó Anya—. Pero mañana por la mañana habrá pasado, dejando tras de sí un mundo limpio y despejado. Me gusta coger la bicicleta y subir
por los senderos después de una buena tormenta.
—Te encanta esto, ¿verdad? —preguntó Yulia.
Anya se reclinó en la silla.
—Bolinas es un pueblecito soñoliento y poblado por una mezcla de
viejos hippies, nuevos yuppies y lugareños que han vivido aquí durante generaciones. Podemos estar o no de acuerdo en algunas cosas, pero coincidimos en lo esencial: el amor por la privacidad. En el condado de Marin, un chiste popular dice que, cada vez que el departamento de transportes del estado coloca un letrero en la autopista para indicar a los forasteros la dirección del pueblo, desaparece misteriosamente a las veinticuatro horas. La posesión de esos letreros constituye un timbre de
honor por aquí.
La descripción sonaba acogedora y cálida. Yulia nunca había
conocido ese tipo de vida; la suya se basaba en las apariencias, en la lucha por el éxito y en la compe- titividad. Notó una presión en el pecho, producto de la emoción. Ya la había sentido antes.
La morena observó a la mujer que tenía enfrente, sospechando que aún no había acabado de contar su historia.
—¿Cuántos letreros tienes?
Anya soltó una carcajada y se ruborizó.
—Vamos, díselo —la apremió Lena.
A Yulia la sorprendió la calidez de la voz de la pelirroja y se dio cuenta de
que eran las primeras palabras que la joven pronunciaba desde que habían
entrado en casa de Anya
—¡Ah! Me habéis pillado. En realidad, dos. Pero no todo el mérito es
mío. Me ayudaron. —Los ojos de Anya chispearon al mirar a Lena, pero
adoptaron una expresión suave cuando se fijaron de nuevo en Yulia.
—¿De veras? Bolinas me parece el lugar más tranquilo del mundo. No
lo cambiaría por nada.
Se produjo un silencio incómodo. Yulia, muy consciente de la
presencia de Lena y de que la había estado observando sin disimulo
durante casi toda la cena, se preguntó por qué la pelirroja estaba tan callada en casa de Anya. A Yulia no le resultaba raro que la mirasen o la observasen, sobre todo los hombres. Normalmente, no hacía caso a las miradas, pero
ante Lena se sentía como un virus bajo el microscopio. Se movió en su
asiento, procurando no escurrirse.
Por fin, Anya salvó la situación.
—Bebamos el vino junto a la chimenea.
Retiraron los platos y fueron al salón, donde Yulia se encontró con
Tippy, el gran gato de Anya, de color blanco y negro, que ocupaba uno de los mullidos sillones situados en ángulo ante el fuego, para que la gente se calentase y conversase cómodamente, al mismo tiempo. Cuando Anya le
presentó a Tippy, el gato bostezó y mostró su amplio vientre, como si
quisiera que se lo rascasen. Yulia así lo hizo y recibió como compensación
un agradecido ronroneo; luego Tippy abandonó el sillón.
—Vaya. Debes de ser muy especial. Tippy no deja su sitio a
cualquiera. En realidad, sólo se lo cede a tres personas en el mundo. Yo soy una de ellas y le doy de comer, Lena es otra, la que lo encontró. —Soltó una risita—. Supongo que tú eres la cuarta. Considéralo un cumplido. Si no
le gustases, se pondría violento.
Yulia observó cómo el gato se dirigía a la cocina tan tranquilo. Para
ella no era más que una gran bola de peluche. Se alegraba de caerle bien,
porque así se sentía aceptada. Quería preguntar quién era la tercera
persona, pero le pareció inoportuno. ¿Sería el novio de Anya? Sabía que
no estaba casada por los impresos que había cubierto para la empresa. Tal vez fuese el novio o el prometido de Lena. La idea la deprimió un poco,
quizá porque excluía la posibilidad de conocer mejor a aquellas mujeres.
Yulia prefirió no indagar.
Anya se acercó a la mesa para coger las copas y el Chianti, y la pelirroja fue a la cocina para dar de comer al gato. Mientras la morenas se entretenía
añadiendo leña al fuego, oyó a Lena y Anya hablando en voz baja y supuso que el tema de conversación era ella, pero estaba demasiado cansada para reaccionar.
Anta regresó sola.
—Lena va a fregar los platos y a acostarse. Acaba de llegar de la
costa este y está molida. La pondremos al corriente por la mañana.
—De acuerdo. —Yulia se acomodó en el sillón, contenta de que
Lena no estuviese allí para escuchar su desdichada historia. La intimidaba
confiar en alguien que apenas conocía, aunque se fiaba de Anya, y sin duda también de Lena, más que de nadie en aquel momento.
Anya la miró sin pestañear.
—Te lo voy a decir una vez más. No tienes ninguna obligación
conmigo. Me agrada tu amistad y todos hemos pasado malas experiencias.
Esta noche eres nuestra invitada. Al margen de eso...
—En realidad, sí que tengo una obligación. Parte del asunto tiene que
ver contigo, con tu dinero.
Los ojos verdigrises de Anya no revelaron nada. En aquel instante Yulia se
dio cuenta de que los ojos de Anya y de Lena eran del mismo color: una extraña mezcla de verdes con gris.
Yulia tomó aliento y continuó:
—Puede que haya exagerado. Por lo que se refiere a tus inversiones,
Vlad está sacándoles rendimiento. La mayoría de las acciones van bien.
Parte de nuestro problema, del suyo y del mío según él, es que no confío en que él sepa cuándo acabará esta racha y tampoco en algunas de las
empresas en las que ha invertido el dinero de mis clientas. —Yulia se
interrumpió para ordenar sus pensamientos—. El perfil demográfico de mi
clientela, por interés mío y por desinterés suyo, corresponde
mayoritariamente a mujeres de más de cuarenta años con importantes
carteras de inversión, de las que dependen sus ingresos. El quiere que
liquide los intereses de las cuentas y las anime a vender las sólidas
acciones tradicionales para comprar otras tecnologías punta, Internet e
industrias energéticas, muy inseguras en cuanto a la recuperación de la
inversión.
—Funcionaban muy bien. ¿Cuál es el problema?
Yulia apenas oía su propia voz.
—¿Con las acciones? Ninguno, seguramente. Vlad está convencido de que las posibilidades son infinitas y dice que el problema soy yo. Empecé a preguntarme cuándo acabaría este circo, pero él aseguraba que lo tenía
todo controlado y que debía hacerle caso. Al fin y al cabo, estamos...
estábamos... comprometidos, ¿no?
Los ojos de Yulia se llenaron de lágrimas. Dudó, pero continuó,
procurando dominar el temblor de su voz. No era el momento de llorar.
—Pero no pude. Hice mi propio análisis técnico de las acciones. Leí
libros y periódicos, hablé con corredores de bolsa que conocía y que tenían mucha experiencia. Creo que los mercados, sobre todo esos segmentos, van a ir cuesta abajo muy pronto. Los síntomas están muy claros. También creo
que algunas empresas se han levantado sobre arenas movedizas y tienen
regímenes contables muy discutibles. La economía mundial ha sufrido un
retroceso, y también nos tocará a nosotros. No importa lo que digan
algunos políticos: vivimos en una economía global.
Yulia procuró dominarse y se hundió en el sillón, contemplando el
fuego.—
Vladimir no quería oír hablar del tema. Su creciente éxito en los
negocios ha alterado mucho su forma de trabajar. Ahora se relaciona con
un nuevo grupo de amigos. Sus colegas y él se están metiendo en asuntos que, a mi parecer, rozan las prácticas ilegales. Información privilegiada, manipulación de mercados. No quiere... Se niega... a atender mis preocupaciones al respecto. Cada vez está más distante, irritable y
violento. Apenas nos veíamos antes de nuestra ruptura. Sus nuevas
amistades llenan todo su tiempo.
Yulia se inclinó hacia delante y se estrujó las manos, mientras las
palabras pugnaban por salir de su boca.
—Anya, sus nuevos amigos son verdaderos tiburones. Tienen mucho
dinero y les gusta la juerga. No me fío de ellos. Siempre están rodeados de
mujeres que no son precisamente compañeras de trabajo. —Percibió el
azote del viento y la lluvia en las ventanas—. A Vlad le encanta todo eso-,las mujeres, la bebida, sus nuevos amigos del alma. Ni siquiera reacciona cuando esos tipos me tiran los tejos, cosa que ocurre constantemente. Dice
que no van en serio, que sólo están bromeando. Pero no bromean. Y tratan a las mujeres... de una forma que me pone mala. Disculpa si te parezco cínica, Anya. Ya ves que todo esto me altera mucho.
-La mujer la miraba fijamente, como si estuviese absorbiendo sus palabras.
La morena continuó, pues necesitaba contar toda la historia.
—El lunes decidí que tenía que hablar con Vlad de esto. No lo había
visto durante el fin de semana. Dijo que estaba muy ocupado con unos
clientes. Lo llamé y le dejé un mensaje, pero no respondió. Le di muchas vueltas. Incluso llamé a mis padres, que creen que es un tipo maravilloso.
A veces me pregunto quién le gustaba más: mis padres o yo. —Yulia se miró las uñas, procurando reprimir las lágrimas—. ¡Ay! Nunca se lo había dicho a nadie. —Suspiró—. Pero lo pensé con frecuencia.
Tomó aliento para seguir.
—Mis padres se compadecieron del pobre Vladimir y de la presión que
sufría para enriquecernos a todos y me animaron a que fuese a hablar con él. —Mientras escuchaba sus propias palabras, cayó en la cuenta de lo que no había visto hasta ese momento: había seguido ciegamente las indicaciones de sus padres, como una niña de diez años—. En aquel
instante me pareció buena idea. Lo llamé y saltó el contestador, así que
decidí acercarme a su casa. Sí lo encontraba, hablaríamos. Si no, le dejaría una nota. Tenía que hacerlo antes de que me faltase el valor. —«Y para poder decirles a mis padres que lo había intentado.»
Por algún extraño motivo Yulia necesitaba que Anya entendiese su
estado mental.
—Me planté en su apartamento. Lo primero que me llamó la atención
fue la puerta entreabierta. Me asusté. ¿Y si había entrado alguien a robar?
¿Y si estaba herido? ¿Debía llamar a la policía? Pensé en todas las
posibilidades, pero las descarté. Vlad se pondría furioso si era una falsa
alarma. Así que decidí comprobar yo misma las cosas antes de llamar a
nadie.»Empujé la puerta y entré. Todo estaba revuelto. Había copas sobre la
mesa y alguien había tirado al suelo los cojines del sofá. Oí ruido en el
dormitorio. Ahora que lo pienso, debí de identificar el ruido. Pero... no
pude evitar ir a la habitación. Me detuve en el pasillo y empujé la puerta
para ver. —Se le quebró la voz.
»Mi prometido estaba en la cama con una mujer a la que no había
visto en mi vida, manteniendo relaciones sexuales. Me quedé allí como una voyeur, y ellos ni siquiera repararon en mí. En la mesilla vi el espejito antiguo de Vlad, tan valioso, con un montón de polvos blancos encima. E imaginé de qué se trataba.
Anya abandonó el sillón y se sentó en el suelo. Llenó las dos copas de
vino, y Yulia la imitó, sentándose en la gruesa alfombra ante la chimenea.
Ambas contemplaron las llamas.
—¿Sabes, Anya? Creo que reaccioné en aquel momento. Entré en la
habitación y fui hacia la mesilla. La mujer se fijó entonces en mí. O más
bien se fijó en el diamante de mi sortija de compromiso. Vladimir seguía en plena faena.
Cogí el espejo, lo acerqué a los labios y soplé sobre el polvo, que voló
por los aires y aterrizó encima de la feliz pareja. A la mujer se le dilataron
los ojos y dejó de moverse, pero Vlad ni se inmutó.
»Repetí la operación. Vladimir cedió un poco y al fin se dio cuenta de que
la mujer estaba inmóvil. Luego siguió la dirección de sus ojos. Nos
miramos los tres, hasta que él dijo: “¡Mierda! ¿Oué estás haciendo aquí?”.
Yulia se sentía atrapada en el recuerdo.
—Puse el espejo encima de su cabeza y le arrojé el resto del polvo
encima. Me quité la sortija de compromiso, agarré la mano de la mujer y se la puse en un dedo. Luego le dije a Vlad: «Que se la quede, la necesita más que yo. Ah, Vladimir, te dejo». Me miró boquiabierto y añadí: «Una cosa más. Que te jodan». Y salí dando un portazo.
Se quedaron calladas durante unos instantes.
Anya empezó a reír. Primero con una risa tímida y, luego, con
verdadero placer. La morena sonrió tímidamente y soltó una risita. Acabaron riéndose a carcajadas, apoyadas la una contra la otra, sin poder contener las lágrimas, mientras se esforzaban por respirar.
Cuando se recuperaron, Anya dijo:
—Pero eso no explica lo que tienes en el labio y en la mejilla. Se nota
mucho, aunque el maquillaje disimula lo peor. ¿Qué ocurrió después?
Yulia se miró las manos.
—Salí de allí disparada y me fui a mi apartamento. Llamé a mi amigo
Pat, de Boston, para contarle lo que había ocurrido. Pat era el único al que no le caía bien Vladimir y siempre desconfió de él. Pero no lo encontré, sólo su
buzón de voz. Dejé un mensaje y, cuando estaba decidiendo qué hacer a continuación, sonó el timbre del portero automático. Pensé en no contestar, pero un hombre dijo: «Traigo flores», así que creí que ya empezaban las disculpas y lo dejé entrar.
Yulia intentó aflojar los dedos, que tenía fuertemente entrelazados.
—Cuando llamaron a la puerta, apliqué el ojo a la mirilla y vi unas
flores. Quité la cadena de la puerta y, antes de que la abriese del todo, un
hombre se coló y me empujó con violencia. Traté de sentarme, pero el tipo saltó sobre mí y me tiró del pelo. Su aliento olía fatal, y su cara estaba casi pegada a la mía. Dijo: «Pórtate bien, perra. Mantén la boca cerrada y haz lo que te ordenen o volveré. No te gustaría que volviese, perra. Pero lo haré».
Yulia oyó su voz monótona y apagada. Sólo así era capaz de contarlo.
—Luego encajó su... pelvis entre mis piernas y me retorció el pecho y
el pezón con tanta fuerza que casi perdí el sentido. Sin darme tiempo a
reaccionar, me empujó y me abofeteó; luego permaneció a mi lado unos segundos. Yo esperaba que creyese que me había dejado inconsciente. Sin
embargo, se rió y dijo: «Oh, vale, y no se te ocurra llamar a la policía, hija
de puta, porque eso sí que me cabrearía un montón». Después se marchó.
Las lágrimas de la pelinegra se desbordaron cuando asimiló la magnitud de lo que había ocurrido el lunes y aquella noche. Anya la rodeó con un brazo y la sostuvo, mientras la joven lloraba. Cuando se calmó, La mujer la ayudó levantarse y la acompañó a la habitación de invitados, apartó las sábanas y
la metió en la cama. Yulia se quedó dormida antes de que su cabeza rozase la almohada.
Tras cerrar en silencio la puerta de la habitación de Yulia, Anya fue de
puntillas a la habitación contigua y llamó suavemente a la puerta. Lena la
invitó a entrar enseguida.
Anya se sentó en la silla que estaba junto a la cama.
—¿Has oído algo?
—Casi todo. Da la impresión de que la señorita Volkova es inocente,
pero le falla el criterio a la hora de juzgar a la gente.
—Me cae bien, Lena. Creo que es buena persona.
—Tú también le caes bien a ella. —Lena se encogió de hombros—.
Eso nos resulta muy útil a la hora de conseguir su ayuda para implantar el
programa. Buen trabajo.
Lena se mostró sorprendida cuando Anya le espetó:
—Elena Katina, ¿pretendes decirme con toda la cara que no
tienes el menor reparo en enviar a esa chica a semejante lugar? Alguien la considera peligrosa. La han amenazado y, si no hubiésemos estado allí, sabe Dios lo que le habría ocurrido.
Lena optó por ignorar la punzada que sintió en el estómago al pensar
lo que podría haberle sucedido a Yulia Volkova si aquel matón le hubiese puesto las manos encima. Levantó las manos en un gesto de rendición.
—De acuerdo, tía Anya, parece una persona muy agradable. Pero eso no
altera el hecho de que es el momento perfecto para pedirle que implante el
software. Creí que estabas como loca por echarles el guante a esos tipos
que se dedican a robar los ahorros de toda su vida a las ancianas. Lo haría yo, pero, si descubren una intromisión, toda la operación se desmoronaría.
Se marcharían y montarían el mismo chiringuito en otro lugar. No se me
ocurre una forma más segura de hacerlo.
Al ver la expresión de Anya, Lena admitió:
—Y me siento fatal por eso. ¿Estás contenta?
Los rasgos de Anya se suavizaron.
—Lena, a veces pareces muy dura, muy intransigente. Marina y yo no
te educamos así.
La pelirroja oyó unos arañazos en la puerta y se levantó para dejar pasar al gato, agradeciendo el tiempo que eso le daba para pensar. Tippy entró
corriendo y saltó sobre el regazo de Anya, y Lena miró a su tía a los ojos.
—No, es cierto. De eso se ocupó mamá. Por lo menos no me dedico a
robar bancos, así que algo bueno hicisteis, ¿no?
En aquel momento Lena se sentía como la adolescente desgarbada e
insegura que buscaba con desesperación el amor de su tía. La reconfortó que Anya se acercase a ella y le cogiese la mano.
—Eres una mujer maravillosa y valiente. Siempre he estado orgullosa
de ti. Sólo que... me preocupa la seguridad de Yulia.
Su tía nunca abandonaba el toque de ternura.
—Cuidaré a la señorita Volkova, Anya. Te lo prometo. —Lena se tumbó y bostezó antes de añadir—: Escucha, tengo que ocuparme de algunas cosas mañana temprano. ¿Por qué no vas a dar una vuelta con Yulia y hablas con
ella? Diablos, si tanto te preocupa, invítala a vivir aquí. Estamos muy
seguras y gozamos de total autonomía.
Anya se despidió de su sobrina con un abrazo y salió de la habitación,
seguida por Tippy. Lena se quitó la bata y se acostó. Luego cerró los ojos y repasó lo sucedido durante el día. Había algo en Yulia Volkova. Y no era sólo su belleza. Algo que empujaba a Lena a desear protegerla. «¡Qué ridiculez!
Apenas la conozco.»
Se dio la vuelta y ahuecó la almohada. Al día siguiente tenía que
levantarse muy temprano.
CONTINUARÁ...
En unos días subo mas de esta historia!! saludos!
IMPULSOS DE VIDA...
Capítulo 3
Yulia calculó mentalmente: «Ésta debe de ser la casa de Anya en Bolinas».
Anya le había contado que su casa estaba sobre un acantilado. Yulia se
ofreció a visitarla cuando se conocieron, pero Anya nunca había querido y prefería que quedasen en algún café del pueblo. A Yulia le parecía bien, porque ya le costaba bastante dar con el pueblo.
No vio la casa, porque estaba lloviendo y era de noche. Anya salió y la acompañó hasta lo que debía de ser un gran zaguán.
Observó a la morena y frunció el entrecejo.
—Tienes que ponerte algo caliente y seco. Espera un momento.
Lena y Anya se fueron, y Yulia se quedó en medio del zaguán,
empapada. Se sentía como una patética piltrafa arrastrada por un gato. Se abrazó para contener los temblores producidos por el frío y el miedo, y empezó a pensar que tal vez se hubiese equivocado. Al fin y al cabo, Anya era clienta suya y el hecho de que su... —¿qué sería?— su despampanante hija la hubiese ayudado contribuía a agravar la situación y a hacerla más
humillante. Yulia tenía que solucionar el problema por Anya. Debía pensar
algo.
Anya reapareció con una gran toalla.
—Toma. Quítate los zapatos y la ropa, y envuélvete en esto. Luego, ve
a la cocina. Está a la izquierda de la puerta. Voy a acabar de preparar la
cena. ¿Te apetecen unos linguini al pesto, pan de ajo y una ensalada muy rica? Quizá también una copa de buen vino. Algo para calentarnos el estómago y revestir de carne esos escuálidos huesos.
Yulia descartó sus pensamientos enseguida.
—Suena demasiado bonito para ser cierto. Vamos allá.
Anya pulsó un interruptor al salir, y una luz fluorescente iluminó la
estancia.
La pelinegra parpadeó varias veces mientras sus ojos se adaptaban y, luego, contempló lo que la rodeaba. Una lavadora, una secadora, un gran
fregadero y armarios llenos de objetos domésticos y de jardinería. Se quitó primero los zapatos, que estaban destrozados; después, los vaqueros de diseño, y por último todo lo demás. Se envolvió con la suave y limpia toalla de playa y abrió la puerta que conducía al vestíbulo.
Oyó ruidos, se orientó por ellos y encontró a Anya en la cocina,
poniendo ollas al fuego y sacando comida del frigorífico. La morena se aclaró la garganta ligeramente; se sentía torpe y vulnerable sin su ropa.
Anya la miró y sonrió.
—Muy bien, a ver si te arreglamos. —Comprobó los fuegos, ajustó un
quemador e indicó a Yulia que la siguiera.
La morena soltó un suspiro de alivio mientras seguía a Anya. El frío le caló
los huesos cuando salieron de la cocina, atravesaron una habitación con una gran chimenea que crepitaba y ardía alegremente, y pasaron a otro
vestíbulo. Anya se detuvo ante la segunda puerta de la izquierda, encendió el interruptor de la pared y se hizo a un lado para que entrase Yulia. Las luces
suaves creaban un ambiente cálido y acogedor. Una cama de matrimonio
con un edredón de plumas ocupaba casi todo el espacio. Yulia tenía ganas de saltar y aterrizar en el centro de la cama, hundirse bajo las mantas y dormir dos días seguidos. Anya le leyó el pensamiento.
—Sé que resulta muy apetecible. Si quieres, puedes ducharte, comer y
acostarte. Debes de estar agotada. Hablaremos por la mañana, si te parece bien. Pero no permitiré que te marches. Voy a acabar de preparar la cena.
Buscaré ropa para ti mientras te duchas. —A continuación, cerró la puerta y dejó a Yulia sola con sus pensamientos.
El ofrecimiento de un refugio sin ataduras era ideal para la morena, que reprimió las lágrimas mientras entraba en el baño.
El agua estaba tibia cuando salió de la ducha. Había un secador en el
tocador y en el botiquín del lavabo un tubo de pomada antibiótica, que
aplicó con delicadeza sobre el labio. Cuando entró en el dormitorio se
sentía muy limpia, con la cara y el labio curados. Sobre la cama vio unos gruesos y cálidos pantalones de chándal de color azul marino y una gastada camiseta blanca con las letras M.I.T. La ropa le quedaba un poco grande, pero era muy suave. Supuso que pertenecía a Lena Katina. La idea le
provocó una sensación de timidez y se puso colorada. ¡Qué raro!
Antes de vestirse, se fijó en su imagen desnuda en un espejo de cuerpo entero que había en la pared. Tenía un moretón en torno al pecho derecho, que el monstruo le había retorcido salvajemente durante el primer ataque; y en el brazo se estaban formando unas marcas de dedos, producto del asalto de aquella noche. Contempló el resto de su cuerpo y le sorprendió
que se notasen tanto las costillas. Había adelgazado mucho. «¿Qué había dicho Anya? ¿Algo sobre revestir sus escuálidos huesos?» Sacudió la cabeza.
¿Cómo diablos se había metido en aquel lío? ¿Qué había hecho para que la acosase aquel horrible hombre del apartamento? En unos pocos días su vida (y la idea la obsesionaba) estaba dominada por el terror y el caos.
Yulia suspiró e introdujo los pies en un par de gruesos calcetines y én
unas zapatillas peludas. Era maravilloso estar limpia y seca. Se esforzó por bajar al vestíbulo, siguiendo un olor delicioso. De pronto, tenía muchísima
hambre. Buscaría respuestas al día siguiente. En aquel momento estaba
cómoda y a salvo. Sólo tenía que tomar precauciones.
Cuando entró en la cocina, Anya estaba de espaldas, removiendo algo al fuego. Sin volverse, preguntó:
—¿Todo bien?
Yulia se apoyó en el marco de la puerta y en ese momento entró Lena
por el otro lado, limpiándose las manos. Yulia miró a Lena y la asombró su belleza. La mujer tenía un espeso y rizado cabello rojo que caía sobre los hombros. Parecía fuerte y confiada. Yulia la envidió.
Y saliendo del momentáneo deslumbramiento, se dio cuenta de
que le habían hecho una pregunta y de que estaban esperando la respuesta, así que dijo lo primero que se le ocurrió:
—Hacía mucho tiempo que no me sentía tan bien. Gracias, Anya.
Lena me habéis salvado la vida.
Anya se rió.
—No creas. Deja que te ponga a trabajar. Lena, ¿está encendido el
fuego? Abre una botella de Chianti. Y tú, Yulia, saca el pan de ajo del
horno. La cena está casi lista.
La pelirroja cogió un abrebotellas y le lanzó a la morena unas manoplas de
cocina.
La reconfortó muchísimo hacer algo tan simple. Vlad y ella siempre
estaban en grupo y casi nunca solos. No cocinaban juntos ni compartían
tareas domésticas. También se dio cuenta de que hacía tiempo que no se reía.
Las tres se sentaron a la mesa, comieron, bebieron y hablaron del
tiempo, que había empeorado y abatía las ventanas, sacudía las puertas y hacía que Yulia se sintiese muy cómoda dentro de la casa.
—Aquí las tormentas descargan con gran rapidez y violencia, como
ésta —explicó Anya—. Pero mañana por la mañana habrá pasado, dejando tras de sí un mundo limpio y despejado. Me gusta coger la bicicleta y subir
por los senderos después de una buena tormenta.
—Te encanta esto, ¿verdad? —preguntó Yulia.
Anya se reclinó en la silla.
—Bolinas es un pueblecito soñoliento y poblado por una mezcla de
viejos hippies, nuevos yuppies y lugareños que han vivido aquí durante generaciones. Podemos estar o no de acuerdo en algunas cosas, pero coincidimos en lo esencial: el amor por la privacidad. En el condado de Marin, un chiste popular dice que, cada vez que el departamento de transportes del estado coloca un letrero en la autopista para indicar a los forasteros la dirección del pueblo, desaparece misteriosamente a las veinticuatro horas. La posesión de esos letreros constituye un timbre de
honor por aquí.
La descripción sonaba acogedora y cálida. Yulia nunca había
conocido ese tipo de vida; la suya se basaba en las apariencias, en la lucha por el éxito y en la compe- titividad. Notó una presión en el pecho, producto de la emoción. Ya la había sentido antes.
La morena observó a la mujer que tenía enfrente, sospechando que aún no había acabado de contar su historia.
—¿Cuántos letreros tienes?
Anya soltó una carcajada y se ruborizó.
—Vamos, díselo —la apremió Lena.
A Yulia la sorprendió la calidez de la voz de la pelirroja y se dio cuenta de
que eran las primeras palabras que la joven pronunciaba desde que habían
entrado en casa de Anya
—¡Ah! Me habéis pillado. En realidad, dos. Pero no todo el mérito es
mío. Me ayudaron. —Los ojos de Anya chispearon al mirar a Lena, pero
adoptaron una expresión suave cuando se fijaron de nuevo en Yulia.
—¿De veras? Bolinas me parece el lugar más tranquilo del mundo. No
lo cambiaría por nada.
Se produjo un silencio incómodo. Yulia, muy consciente de la
presencia de Lena y de que la había estado observando sin disimulo
durante casi toda la cena, se preguntó por qué la pelirroja estaba tan callada en casa de Anya. A Yulia no le resultaba raro que la mirasen o la observasen, sobre todo los hombres. Normalmente, no hacía caso a las miradas, pero
ante Lena se sentía como un virus bajo el microscopio. Se movió en su
asiento, procurando no escurrirse.
Por fin, Anya salvó la situación.
—Bebamos el vino junto a la chimenea.
Retiraron los platos y fueron al salón, donde Yulia se encontró con
Tippy, el gran gato de Anya, de color blanco y negro, que ocupaba uno de los mullidos sillones situados en ángulo ante el fuego, para que la gente se calentase y conversase cómodamente, al mismo tiempo. Cuando Anya le
presentó a Tippy, el gato bostezó y mostró su amplio vientre, como si
quisiera que se lo rascasen. Yulia así lo hizo y recibió como compensación
un agradecido ronroneo; luego Tippy abandonó el sillón.
—Vaya. Debes de ser muy especial. Tippy no deja su sitio a
cualquiera. En realidad, sólo se lo cede a tres personas en el mundo. Yo soy una de ellas y le doy de comer, Lena es otra, la que lo encontró. —Soltó una risita—. Supongo que tú eres la cuarta. Considéralo un cumplido. Si no
le gustases, se pondría violento.
Yulia observó cómo el gato se dirigía a la cocina tan tranquilo. Para
ella no era más que una gran bola de peluche. Se alegraba de caerle bien,
porque así se sentía aceptada. Quería preguntar quién era la tercera
persona, pero le pareció inoportuno. ¿Sería el novio de Anya? Sabía que
no estaba casada por los impresos que había cubierto para la empresa. Tal vez fuese el novio o el prometido de Lena. La idea la deprimió un poco,
quizá porque excluía la posibilidad de conocer mejor a aquellas mujeres.
Yulia prefirió no indagar.
Anya se acercó a la mesa para coger las copas y el Chianti, y la pelirroja fue a la cocina para dar de comer al gato. Mientras la morenas se entretenía
añadiendo leña al fuego, oyó a Lena y Anya hablando en voz baja y supuso que el tema de conversación era ella, pero estaba demasiado cansada para reaccionar.
Anta regresó sola.
—Lena va a fregar los platos y a acostarse. Acaba de llegar de la
costa este y está molida. La pondremos al corriente por la mañana.
—De acuerdo. —Yulia se acomodó en el sillón, contenta de que
Lena no estuviese allí para escuchar su desdichada historia. La intimidaba
confiar en alguien que apenas conocía, aunque se fiaba de Anya, y sin duda también de Lena, más que de nadie en aquel momento.
Anya la miró sin pestañear.
—Te lo voy a decir una vez más. No tienes ninguna obligación
conmigo. Me agrada tu amistad y todos hemos pasado malas experiencias.
Esta noche eres nuestra invitada. Al margen de eso...
—En realidad, sí que tengo una obligación. Parte del asunto tiene que
ver contigo, con tu dinero.
Los ojos verdigrises de Anya no revelaron nada. En aquel instante Yulia se
dio cuenta de que los ojos de Anya y de Lena eran del mismo color: una extraña mezcla de verdes con gris.
Yulia tomó aliento y continuó:
—Puede que haya exagerado. Por lo que se refiere a tus inversiones,
Vlad está sacándoles rendimiento. La mayoría de las acciones van bien.
Parte de nuestro problema, del suyo y del mío según él, es que no confío en que él sepa cuándo acabará esta racha y tampoco en algunas de las
empresas en las que ha invertido el dinero de mis clientas. —Yulia se
interrumpió para ordenar sus pensamientos—. El perfil demográfico de mi
clientela, por interés mío y por desinterés suyo, corresponde
mayoritariamente a mujeres de más de cuarenta años con importantes
carteras de inversión, de las que dependen sus ingresos. El quiere que
liquide los intereses de las cuentas y las anime a vender las sólidas
acciones tradicionales para comprar otras tecnologías punta, Internet e
industrias energéticas, muy inseguras en cuanto a la recuperación de la
inversión.
—Funcionaban muy bien. ¿Cuál es el problema?
Yulia apenas oía su propia voz.
—¿Con las acciones? Ninguno, seguramente. Vlad está convencido de que las posibilidades son infinitas y dice que el problema soy yo. Empecé a preguntarme cuándo acabaría este circo, pero él aseguraba que lo tenía
todo controlado y que debía hacerle caso. Al fin y al cabo, estamos...
estábamos... comprometidos, ¿no?
Los ojos de Yulia se llenaron de lágrimas. Dudó, pero continuó,
procurando dominar el temblor de su voz. No era el momento de llorar.
—Pero no pude. Hice mi propio análisis técnico de las acciones. Leí
libros y periódicos, hablé con corredores de bolsa que conocía y que tenían mucha experiencia. Creo que los mercados, sobre todo esos segmentos, van a ir cuesta abajo muy pronto. Los síntomas están muy claros. También creo
que algunas empresas se han levantado sobre arenas movedizas y tienen
regímenes contables muy discutibles. La economía mundial ha sufrido un
retroceso, y también nos tocará a nosotros. No importa lo que digan
algunos políticos: vivimos en una economía global.
Yulia procuró dominarse y se hundió en el sillón, contemplando el
fuego.—
Vladimir no quería oír hablar del tema. Su creciente éxito en los
negocios ha alterado mucho su forma de trabajar. Ahora se relaciona con
un nuevo grupo de amigos. Sus colegas y él se están metiendo en asuntos que, a mi parecer, rozan las prácticas ilegales. Información privilegiada, manipulación de mercados. No quiere... Se niega... a atender mis preocupaciones al respecto. Cada vez está más distante, irritable y
violento. Apenas nos veíamos antes de nuestra ruptura. Sus nuevas
amistades llenan todo su tiempo.
Yulia se inclinó hacia delante y se estrujó las manos, mientras las
palabras pugnaban por salir de su boca.
—Anya, sus nuevos amigos son verdaderos tiburones. Tienen mucho
dinero y les gusta la juerga. No me fío de ellos. Siempre están rodeados de
mujeres que no son precisamente compañeras de trabajo. —Percibió el
azote del viento y la lluvia en las ventanas—. A Vlad le encanta todo eso-,las mujeres, la bebida, sus nuevos amigos del alma. Ni siquiera reacciona cuando esos tipos me tiran los tejos, cosa que ocurre constantemente. Dice
que no van en serio, que sólo están bromeando. Pero no bromean. Y tratan a las mujeres... de una forma que me pone mala. Disculpa si te parezco cínica, Anya. Ya ves que todo esto me altera mucho.
-La mujer la miraba fijamente, como si estuviese absorbiendo sus palabras.
La morena continuó, pues necesitaba contar toda la historia.
—El lunes decidí que tenía que hablar con Vlad de esto. No lo había
visto durante el fin de semana. Dijo que estaba muy ocupado con unos
clientes. Lo llamé y le dejé un mensaje, pero no respondió. Le di muchas vueltas. Incluso llamé a mis padres, que creen que es un tipo maravilloso.
A veces me pregunto quién le gustaba más: mis padres o yo. —Yulia se miró las uñas, procurando reprimir las lágrimas—. ¡Ay! Nunca se lo había dicho a nadie. —Suspiró—. Pero lo pensé con frecuencia.
Tomó aliento para seguir.
—Mis padres se compadecieron del pobre Vladimir y de la presión que
sufría para enriquecernos a todos y me animaron a que fuese a hablar con él. —Mientras escuchaba sus propias palabras, cayó en la cuenta de lo que no había visto hasta ese momento: había seguido ciegamente las indicaciones de sus padres, como una niña de diez años—. En aquel
instante me pareció buena idea. Lo llamé y saltó el contestador, así que
decidí acercarme a su casa. Sí lo encontraba, hablaríamos. Si no, le dejaría una nota. Tenía que hacerlo antes de que me faltase el valor. —«Y para poder decirles a mis padres que lo había intentado.»
Por algún extraño motivo Yulia necesitaba que Anya entendiese su
estado mental.
—Me planté en su apartamento. Lo primero que me llamó la atención
fue la puerta entreabierta. Me asusté. ¿Y si había entrado alguien a robar?
¿Y si estaba herido? ¿Debía llamar a la policía? Pensé en todas las
posibilidades, pero las descarté. Vlad se pondría furioso si era una falsa
alarma. Así que decidí comprobar yo misma las cosas antes de llamar a
nadie.»Empujé la puerta y entré. Todo estaba revuelto. Había copas sobre la
mesa y alguien había tirado al suelo los cojines del sofá. Oí ruido en el
dormitorio. Ahora que lo pienso, debí de identificar el ruido. Pero... no
pude evitar ir a la habitación. Me detuve en el pasillo y empujé la puerta
para ver. —Se le quebró la voz.
»Mi prometido estaba en la cama con una mujer a la que no había
visto en mi vida, manteniendo relaciones sexuales. Me quedé allí como una voyeur, y ellos ni siquiera repararon en mí. En la mesilla vi el espejito antiguo de Vlad, tan valioso, con un montón de polvos blancos encima. E imaginé de qué se trataba.
Anya abandonó el sillón y se sentó en el suelo. Llenó las dos copas de
vino, y Yulia la imitó, sentándose en la gruesa alfombra ante la chimenea.
Ambas contemplaron las llamas.
—¿Sabes, Anya? Creo que reaccioné en aquel momento. Entré en la
habitación y fui hacia la mesilla. La mujer se fijó entonces en mí. O más
bien se fijó en el diamante de mi sortija de compromiso. Vladimir seguía en plena faena.
Cogí el espejo, lo acerqué a los labios y soplé sobre el polvo, que voló
por los aires y aterrizó encima de la feliz pareja. A la mujer se le dilataron
los ojos y dejó de moverse, pero Vlad ni se inmutó.
»Repetí la operación. Vladimir cedió un poco y al fin se dio cuenta de que
la mujer estaba inmóvil. Luego siguió la dirección de sus ojos. Nos
miramos los tres, hasta que él dijo: “¡Mierda! ¿Oué estás haciendo aquí?”.
Yulia se sentía atrapada en el recuerdo.
—Puse el espejo encima de su cabeza y le arrojé el resto del polvo
encima. Me quité la sortija de compromiso, agarré la mano de la mujer y se la puse en un dedo. Luego le dije a Vlad: «Que se la quede, la necesita más que yo. Ah, Vladimir, te dejo». Me miró boquiabierto y añadí: «Una cosa más. Que te jodan». Y salí dando un portazo.
Se quedaron calladas durante unos instantes.
Anya empezó a reír. Primero con una risa tímida y, luego, con
verdadero placer. La morena sonrió tímidamente y soltó una risita. Acabaron riéndose a carcajadas, apoyadas la una contra la otra, sin poder contener las lágrimas, mientras se esforzaban por respirar.
Cuando se recuperaron, Anya dijo:
—Pero eso no explica lo que tienes en el labio y en la mejilla. Se nota
mucho, aunque el maquillaje disimula lo peor. ¿Qué ocurrió después?
Yulia se miró las manos.
—Salí de allí disparada y me fui a mi apartamento. Llamé a mi amigo
Pat, de Boston, para contarle lo que había ocurrido. Pat era el único al que no le caía bien Vladimir y siempre desconfió de él. Pero no lo encontré, sólo su
buzón de voz. Dejé un mensaje y, cuando estaba decidiendo qué hacer a continuación, sonó el timbre del portero automático. Pensé en no contestar, pero un hombre dijo: «Traigo flores», así que creí que ya empezaban las disculpas y lo dejé entrar.
Yulia intentó aflojar los dedos, que tenía fuertemente entrelazados.
—Cuando llamaron a la puerta, apliqué el ojo a la mirilla y vi unas
flores. Quité la cadena de la puerta y, antes de que la abriese del todo, un
hombre se coló y me empujó con violencia. Traté de sentarme, pero el tipo saltó sobre mí y me tiró del pelo. Su aliento olía fatal, y su cara estaba casi pegada a la mía. Dijo: «Pórtate bien, perra. Mantén la boca cerrada y haz lo que te ordenen o volveré. No te gustaría que volviese, perra. Pero lo haré».
Yulia oyó su voz monótona y apagada. Sólo así era capaz de contarlo.
—Luego encajó su... pelvis entre mis piernas y me retorció el pecho y
el pezón con tanta fuerza que casi perdí el sentido. Sin darme tiempo a
reaccionar, me empujó y me abofeteó; luego permaneció a mi lado unos segundos. Yo esperaba que creyese que me había dejado inconsciente. Sin
embargo, se rió y dijo: «Oh, vale, y no se te ocurra llamar a la policía, hija
de puta, porque eso sí que me cabrearía un montón». Después se marchó.
Las lágrimas de la pelinegra se desbordaron cuando asimiló la magnitud de lo que había ocurrido el lunes y aquella noche. Anya la rodeó con un brazo y la sostuvo, mientras la joven lloraba. Cuando se calmó, La mujer la ayudó levantarse y la acompañó a la habitación de invitados, apartó las sábanas y
la metió en la cama. Yulia se quedó dormida antes de que su cabeza rozase la almohada.
Tras cerrar en silencio la puerta de la habitación de Yulia, Anya fue de
puntillas a la habitación contigua y llamó suavemente a la puerta. Lena la
invitó a entrar enseguida.
Anya se sentó en la silla que estaba junto a la cama.
—¿Has oído algo?
—Casi todo. Da la impresión de que la señorita Volkova es inocente,
pero le falla el criterio a la hora de juzgar a la gente.
—Me cae bien, Lena. Creo que es buena persona.
—Tú también le caes bien a ella. —Lena se encogió de hombros—.
Eso nos resulta muy útil a la hora de conseguir su ayuda para implantar el
programa. Buen trabajo.
Lena se mostró sorprendida cuando Anya le espetó:
—Elena Katina, ¿pretendes decirme con toda la cara que no
tienes el menor reparo en enviar a esa chica a semejante lugar? Alguien la considera peligrosa. La han amenazado y, si no hubiésemos estado allí, sabe Dios lo que le habría ocurrido.
Lena optó por ignorar la punzada que sintió en el estómago al pensar
lo que podría haberle sucedido a Yulia Volkova si aquel matón le hubiese puesto las manos encima. Levantó las manos en un gesto de rendición.
—De acuerdo, tía Anya, parece una persona muy agradable. Pero eso no
altera el hecho de que es el momento perfecto para pedirle que implante el
software. Creí que estabas como loca por echarles el guante a esos tipos
que se dedican a robar los ahorros de toda su vida a las ancianas. Lo haría yo, pero, si descubren una intromisión, toda la operación se desmoronaría.
Se marcharían y montarían el mismo chiringuito en otro lugar. No se me
ocurre una forma más segura de hacerlo.
Al ver la expresión de Anya, Lena admitió:
—Y me siento fatal por eso. ¿Estás contenta?
Los rasgos de Anya se suavizaron.
—Lena, a veces pareces muy dura, muy intransigente. Marina y yo no
te educamos así.
La pelirroja oyó unos arañazos en la puerta y se levantó para dejar pasar al gato, agradeciendo el tiempo que eso le daba para pensar. Tippy entró
corriendo y saltó sobre el regazo de Anya, y Lena miró a su tía a los ojos.
—No, es cierto. De eso se ocupó mamá. Por lo menos no me dedico a
robar bancos, así que algo bueno hicisteis, ¿no?
En aquel momento Lena se sentía como la adolescente desgarbada e
insegura que buscaba con desesperación el amor de su tía. La reconfortó que Anya se acercase a ella y le cogiese la mano.
—Eres una mujer maravillosa y valiente. Siempre he estado orgullosa
de ti. Sólo que... me preocupa la seguridad de Yulia.
Su tía nunca abandonaba el toque de ternura.
—Cuidaré a la señorita Volkova, Anya. Te lo prometo. —Lena se tumbó y bostezó antes de añadir—: Escucha, tengo que ocuparme de algunas cosas mañana temprano. ¿Por qué no vas a dar una vuelta con Yulia y hablas con
ella? Diablos, si tanto te preocupa, invítala a vivir aquí. Estamos muy
seguras y gozamos de total autonomía.
Anya se despidió de su sobrina con un abrazo y salió de la habitación,
seguida por Tippy. Lena se quitó la bata y se acostó. Luego cerró los ojos y repasó lo sucedido durante el día. Había algo en Yulia Volkova. Y no era sólo su belleza. Algo que empujaba a Lena a desear protegerla. «¡Qué ridiculez!
Apenas la conozco.»
Se dio la vuelta y ahuecó la almohada. Al día siguiente tenía que
levantarse muy temprano.
CONTINUARÁ...
En unos días subo mas de esta historia!! saludos!
Última edición por LenokVolk el 1/26/2015, 5:19 am, editado 1 vez
Lesdrumm- Admin
- Mensajes : 516
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Localización : Trapped in some parallel universe
Re: IMPULSOS DE VIDA...
Aquí tiene la conti de esta historia, espero les guste.
IMPULSOS DE VIDA
Capítulo 4
Yulia se despertó agitada, moviéndose por primera vez en muchas horas.
Notó una pesadez en el pecho y se esforzó por abrir los ojos, lo cual se le
antojó una tarea titánica.
Entonces lo oyó. Un ronroneo grave. Se incorporó de un salto y se
encontró con unos serenos ojos verdes que la miraban. Tippy, el gran gato blanquinegro de la noche anterior, reclamaba su colchón. La puerta estaba cerrada. ¿Cómo había entrado? «A lo mejor se coló cuando me acosté. Me acosté. No me acuerdo de eso.» Miró bajo las mantas y vio que llevaba
puestos los pantalones de chándal que Anya le había prestado.
Tippy le acarició el pecho con las patas delanteras, babeando. «Como
un hombre, babeando encima de los pechos.» El gato estaba en la gloria,
sin duda, y era monísimo. El cuerpo de Yulia, sus piernas largas y bien
torneadas, la cintura y el tórax estrechos, y los pechos que si bien no eran muy abundaste, tenían un buen tamaño y atraían a los hombres desde que era apenas una adolescente. Incluso los amigos de
su padre la miraban con lascivia, cosa que le molestaba mucho. Pero
¿Tippy? Tenía barra libre.
Cuando el gato se marchó, Yulia encontró su reloj sobre la mesilla.
Eran las ocho de la mañana. ¿A qué hora se había acostado? El olor a café y a levadura de pan le provocó rugidos en el estómago. Se le hizo la boca agua. «Me muero de hambre otra vez.»
No solía ocurrirle eso, al menos en los últimos tiempos. Supuso que
había estado sometida a tanto estrés que le quitaba el apetito. A lo que
había que añadir los años de entrenamiento de su madre, que vigilaba cada caloría suya y de su hija. En la universidad había trabajado como modelo y,
al igual que a la mayoría de las modelos, le horrorizaba la comida. Recordó su imagen en el espejo la noche anterior. No era de extrañar que estuviese hambrienta.
Se dirigió dando tumbos al cuarto de baño y realizó las abluciones
matinales mecánicamente. Mientras se cepillaba los dientes, contempló su rostro en el espejo. «¡Por Dios bendito!» Tenía los ojos rojos e hinchados,
y el moretón empezaba a difuminarse en el lado derecho. Sus negros
cabellos, cortos y espesos, se erizaban sobre su cabeza, como si hubiese
metido los dedos en un enchufe. Estaba pálida y demacrada, pero la
hinchazón de la mejilla casi había desaparecido. También había mejorado el labio. «Menos mal. Ahora parezco un esperpento porque no tengo maquillaje para ponerme.» Su imagen la dejó tan atónita que se olvidó de
cepillarse los dientes y manchó de saliva la camiseta. «Estupendo.
Acabo de rematarla.» No le hubiera preocupado mucho si sólo tuviese
que ver a Anya, pero su misteriosa sobrina, Lena, estaba allí. Se habría
sentido mejor con un poco de maquillaje y otra ropa.
Cerró los ojos, tomó aliento, exhaló y salpicó el espejo de pasta de
dientes. Soltó una maldición, se enjuagó la boca y se mojó el pelo para aplastarlo, pero sus esfuerzos por limpiar el dentífrico del espejo sólo sirvieron para mancharlo más. Se prometió arreglarlo más tarde. Siguió la dirección de los deliciosos olores y encontró la cocina sin tropezar con
demasiados muebles. Estaba un poco descolocada tras lo sucedido en los últimos días.
Vio una nota sobre la mesa.
«Buenos días, Yulia, espero que hayas descansado bien. Hay café en
la encimera, tazas en la alacena y el pan estará listo a las ocho y media. He salido a pasear. Hasta luego, Anya.»
Yulia buscó un tazón en el armario, eligió uno con el nombre de una
empresa y lo llenó hasta arriba de café fuerte y aromático. Cogió la taza
con las dos manos para calentarlas y, por primera vez, se fijó en lo grande
y alegre que era la cocina. En casa de sus padres había dos cocinas: una
para preparar comidas y otra para exhibir. Eran el ideal del Architectural
Digest, pero resultaban frías y estériles. Aquella cocina era acogedora y además se podía cocinar en ella.
¿Qué le había dicho Anya de sus actividades? Yulia siempre había
creído que provenía de una familia rica y que no trabajaba. Suponía que
Anya vivía sola y que era divorciada o viuda. A pesar de sus conversaciones,
en realidad sabía muy poco de ella. Tenía un millón de dólares para
invertir y eso era lo único que a Vlad le importaba.
Con la cabeza más despejada, la morena abrió la puerta
próxima a las ventanas y entró en un comedor con una amplia mesa
rústica y bancos. En la pared de la derecha, un sólido aparador contenía
platos, cubiertos y fuentes. Las fuentes eran de colores alegres y encajaban con el ambiente rural de la casa. Yulia no pudo evitar compararlo con el comedor formal de la casa de sus padres, donde el servicio se encargaba de
todo. El de Anya era de esos lugares en los que un grupo de amigos se
pasaban las fuentes y se servían entre bromas ruidosas y simpáticas. A Yulia le gustaba.
En el salón se detuvo bruscamente. Ante ella se extendía el océano
Pacífico. No sólo un atisbo o un retazo. Se acercó a una ventana y
contempló el paisaje. «¡Tengo ante mí todo el océano Pacífico! Kilómetros
y kilómetros azules. ¡Caramba!» Distinguió un barco en el horizonte, que parecía a millones de kilómetros de distancia. Era una vista deslumbrante que la sosegaba, hacía que se sintiese insignificante y real al mismo
tiempo. Aquella casa estaba viva, no sólo habitada. A menudo Yulia se
había sentido como habitante de su propia vida.
Rodeaba la casa un precioso jardín con rosas por todas partes y
senderos que se cruzaban. Más allá había acantilados y después nada, sólo el océano. A unos treinta metros de la casa principal vio una casita. «Es más antigua, pero ¿cómo será por dentro? ¿Vive alguien en ella?»
La pelinegra estaba sumida en sus pensamientos cuando oyó que se abría la puerta de atrás y entraba alguien. El termostato del horno se apagó y Yulia
regresó a la cocina, donde la esperaba Anya.
—Vaya, tienes buen aspecto. ¿Cómo te encuentras?
Daba la impresión de que a Any le importaba realmente la respuesta.
Nadie, salvo su amigo Pat, le preguntaba eso y se interesaba por la
contestación. Tal vez su madre en otro tiempo.
—Mejor. Aunque he dormido demasiado y no tengo maquillaje para disimular los moretones, estoy de maravilla. A propósito, gracias por el cepillo de dientes. No creo que hubiese podido hacerlo con los dedos.
Tippy se enredó entre las piernas de Anya, maullando lastimosamente.
—¿Dónde te habías metido? Esta mañana no te encontraba. —Anya
cogió en brazos a la gran bola peluda, que se frotó contra su barbilla.
Yulia esbozó una afectuosa sonrisa.
—"Conozco la solución de ese misterio. Cuando me desperté, estaba sobre mi pecho, mirándome.
—Seguro que se puso a rascar tu puerta antes de que Lena se
marchase y ella lo dejó entrar en tu habitación. Tippy tiene mucho ojo para las mujeres hermosas.
Yulia se puso colorada ante el cumplido.
—Bueno, no estoy tan segura. Tuvo que profundizar bastante para
descubrir la hermosura.
—Eso nunca ha sido obstáculo para el viejo Tippy. —Anya le rascó la
cabeza al gato antes de dejarlo en el suelo.
—¿Lena no está?
Anya estaba abriendo una lata de comida para el gato.
—No. Tenía asuntos que resolver muy temprano.
Tras dar de comer a Tippy, Anya se lavó las manos y preparó con gran
soltura un desayuno a base de huevos revueltos con cebolletas y queso de cabra. Yulia puso la mesa en el comedor e hizo café, tarareando muy contenta y pensando en lo tranquila y animada que se sentía. Tal vez le gustase la vida rural. O tal vez sólo aquella vida rural. Pero decidió no darle más vueltas al asunto. Carecía de verdaderos vínculos con aquellas mujeres.
Entre los huevos y el pan recién hecho con mantequilla, Yulia comió
como hacían antiguamente los mozos de labranza, sentados ante la larga mesa del comedor. Repitió todos los platos, incluida la mermelada de
ruibarbo (que nunca había probado y que desde aquel momento se
convirtió en su favorita), hasta que por fin, saciada, suspiró.
—Anya, eres una cocinera maravillosa. ¿Te has dedicado
profesionalmente?
Los ojos de Anya centellearon.
—Sí, en otra vida. Sigue gustándome, pero sólo lo hago para la
familia y los amigos. —Sus bonitos ojos verdigrises se oscurecieron un poco—.
Yulia, deberíamos buscar una solución para ti. Tengo ideas, pero he de saber qué te parecen.
Yulia se levantó bruscamente y empezó a recoger la mesa.
—Deja que lave los platos. Yo... necesito tiempo.
—Por supuesto —se apresuró a decir Anya—. Te enseñaré dónde está
todo y acabaremos enseguida. Luego haremos el recorrido.
La morena agradeció el aplazamiento. No le apetecía enfrentarse a Vladimir ni
volver a su apartamento. No tenía ningún plan y nunca se había sentido tan sola en toda su vida.
Mientras se ocupaban de los platos y de la casa, Yulia sintió
curiosidad por todo. Se fijó en lo cómodo y cálido que era aquel lugar.
Muy diferente a los lugares en los que se había criado. En el fondo de su
mente sabía que, cuando sus padres se enterasen de la ruptura, insistirían
en que volviera a Boston. Pero aquella casa y Anya le parecían, tras un solo día, un puerto más seguro que la casa de sus padres. Y tal vez Lena se hiciese amiga suya en el futuro. Yulia no sabía nada de ella, pero había algo que la atraía. Quizá los ojos, tan parecidos a los de Jen. «Sí, debe de ser eso.»
En el salón, La ojiazul se detuvo ante la gran chimenea de piedra con la
repisa de roble de una pieza, tallada por un artesano. Estaba admirándola
cuando reparó en las fotos que había encima.
En varias se veía a familiares y amigos de Anya. En una de ellas, una
Anya más joven, con bata blanca de chef, rodeaba con el brazo los hombros de una mujer pequeñita, atractiva, de aspecto familiar; ambas sonreían a la cámara.
Yulia se fijó en una foto de Anya con una muchacha, y en otra con la
misma chica, un poco mayor, una adolescente pelirroja, pecosa, medianamente alta y desgarbada.
Fijándose bien, ambas tenían los mismos ojos verdes con grises, deslumbrantes.
«Asombroso. Debe de ser Lena. Me pregunto de cuándo será la foto.» Le
resultaba violento preguntarle directamente por Lena y, sin saber por qué, optó por hacer comentarios generales.
—Unas fotos preciosas, Anya. Háblame de ellas.
A Anya se le iluminaron los ojos.
—En ésa estoy yo, mi hermano, mi hermana y nuestros padres.
Estábamos muy unidos en aquella época. Con los años tuvimos nuestras diferencias, sobre todo mi hermana y yo. Sigo queriendo mucho a mi hermano. Esas son amigas mías, la mayoría de las cuales viven en esta
zona. Algunas son artistas, artesanas o escritoras. Nos reunimos de vez en
cuando. A lo mejor un día coincides con ellas.
Yulia pensó que le encantaría, puesto que no tenía amigas íntimas ni
nunca las había tenido. Ser guapa conllevaba inconvenientes, sobre todo cuando se atraía tan fácilmente a los hombres. La ironía era que nunca había querido atraerlos de forma consciente. Pero muchas veces la habían acusado de robarle el novio a otra chica. Así que había aprendido a distanciarse tanto de los hombres como de las mujeres.
Señaló la foto de Anya, vestida de chef, con la mujer atractiva.
—Ésa soy yo en París. Trabajé allí como chef varios años. Y conocí a
esa mujer en el restaurante en el que trabajaba. Recuérdame que te cuente
la historia alguna vez.
Volvió a centrarse en las fotos suyas con la muchacha y habló con un
orgullo evidente.
—Y ésa es Lena. —No dijo nada más. Se limitó a contemplar la foto
con cariño.
Yulia no pudo reprimir la curiosidad.
—¿Cuántos años tenía?
—En esa foto debía de tener dieciséis años. Pasaba los veranos aquí,
con nosotras. —La sonrisa de Anya se difuminó—. Pero ahora es mayor y trabaja en Washington. Esta mañana tenía que marcharse temprano para
ocuparse de un asunto en Los Angeles. No nos vemos tanto como nos gustaría, aunque nos comunicamos por correo electrónico varias veces a la semana cuando está en Washington. Es una persona muy especial. En realidad, la considero algo mío. Es hija de mi hermano.
La voz de Anya transmitía un cariño evidente. Yulia sintió una punzada
de envidia, cosa que le sorprendió. Al fin y al cabo, Lena era sobrina de
Anya. Lógicamente, estaban muy unidas. Pero La morena no tenía en su familia mujeres mayores en las que poder confiar. Su madre no contaba.
El recorrido continuó. La habitación siguiente era un despacho con un
ordenador último modelo, fax, escáner, impresora, fotocopiadora y un teléfono multilínea. Jen le explicó que Lena había instalado el equipo y
que ella se iba adaptando poco a poco a las innovaciones.
—Esto es el último grito —afirmó Yulia—. Me sorprende que no
tenga un sistema inalámbrico.
Anya asomó la cabeza por la puerta y repuso:
—Lena dijo que los sistemas inalámbricos eran muy fáciles de
piratear. Creo que está trabajando en eso. Ella es la entendida.
Anya llevó con destreza la conversación a temas mundanos, a lo mucho que le gustaban los correos electrónicos de Lena y de sus amigas, navegar por la red y escribir cosas con el ordenador. Suponía que se podían hacer
muchas más cosas, pero a ella le bastaba con eso. La pelirroja le había dicho que,cuando fuera a visitarla, necesitaba un despacho para trabajar, y así la había convencido.
Anya dejó atrás la habitación de invitados en la que había dormido
Yulia y pasó ante una puerta cerrada.
—Esta es la habitación de Len —anunció—. Anoche fuisteis
vecinas.
Yulia contempló con interés la puerta cerrada, mientras seguía a Anya
por el pasillo. Quería darle las gracias a Lena por haberla rescatado la
noche anterior. Estaba demasiado aturdida para pensar en eso durante la cena y, luego, la pelirroja había desaparecido.
A continuación estaba el gran dormitorio principal, con un ventanal
que daba al océano y desde el que se disfrutaba de las mismas vistas
espectaculares que en el resto de la casa. Junto a la ventana, en un rincón, había otra chimenea.
La cama tenía un enorme edredón, como el de la habitación de Yulia.
En aquel momento decidió que le chiflaban los edredones.
—¿Cómo haces para levantarte por las mañanas? ¡Yo no sería capaz!
—Bueno, digamos que depende de lo que a una le interese.
En una de las mesillas había una foto de Lena y un retrato de una
atractiva y misteriosa mujer, la misma que aparecía en la foto de París. A
Yulia le resultaba conocida, como si fuese famosa. Quería preguntar quién
era, pero Anya estaba ya en el zaguán.
—Vamos, remolona, hay mucho que ver.
Mientras caminaban, la ojiazul se fijó en lo tranquilo que era el lugar. En
el jardín abundaban las plantas adultas, pero en algunas zonas se estaban
plantando especies nuevas.
—Entre el viento y la lluvia del océano, la tierra, que contiene gran
cantidad de sal y cañas, desaparece durante las tormentas y estos jardines se convierten en un proyecto a tiempo completo. No hay muchos árboles crecidos por aquí. Los vendavales arrancan los árboles tiernos antes de que
arraiguen. Hay que mirar mucho lo que se planta.
De pronto, Yulia reparó en un agudo gorjeo. Mientras recorrían la
finca, unas pequeñas criaturas pasaron zumbando sobre ellas y
revolotearon entre las flores y los arbustos. Montones de pequeñas
criaturas. La morena se detuvo a mirarlas, mientras Anya continuaba. Se trataba de colibríes y centraban su actividad en Anya y en la miríada de flores del jardín.
—Anya, tienes compañía. —Vieron más de veinte pajarillos, que se
posaron en la tierra, piando y gorjeando.
—Oh, los colibríes. Sí, nos hemos hecho amigos con los años. Aquí se
han criado generaciones enteras. Planté flores que les gustan y en invierno los alimento. Granujillas hambrientos. Ni siquiera me fijo en ellos, salvo cuando están callados. Entonces sé que ocurre algo malo, por ejemplo que
hay un desconocido en la casa. Si la
persona está conmigo, no les importa, como ya te habrás dado cuenta.
—¿Tippy no los molesta?
—Antes sí. Pero debieron de negociar, porque ahora se sienta al sol y los observa durante largos períodos. Cosa que también hago yo. Son muy divertidos.
Yulia nunca había oído cantar a un colibrí. Estaba encantada.
Cuando llegaron a la casita, se detuvieron y Anya le explicó que se
trataba del edificio original de la finca. Sus abuelos eran los dueños de la propiedad y, cuando murió su abuela, hacía veinte años, se la dejó a ella que vivió en la casita y poco a poco fue transformando el lugar hasta convertirlo en lo que era.
—Lena y yo proyectamos la nueva casa. Ella me ayudaba durante los
veranos, y mis amigas también colaboraron. En esta zona hay muchas mujeres con vidas poco convencionales. Lo pasamos de maravilla haciendo
todo esto. Algunos de mis mejores recuerdos se enmarcan en esta casita. A veces la echo de menos.
La casita necesitaba reformas: había manchas en el techo, donde el
tejado tenía sin duda goteras, pero Yulia enseguida se sintió muy cómoda en aquella casa de muñecas de una habitación.
—¡Es preciosa! Y muy acogedora. Toda la finca es así, Anya. Has hecho
un estupendo trabajo en ella. Me parece muy tranquila y la atmásfera es muy relajante.
La morena sintió de nuevo punzadas de algo que no podía expresar con
palabras. Su vida era todo lo contrario a aquel mundo desde que tenía memoria. Un cansancio familiar la envolvió como una manta. Sabía que era hora de regresar al mundo real.
Anya, que estaba observando el techo, se volvió para decir algo, pero se calló.
—¿Te encuentras bien? Parece como si te hubieras quedado sin aire.
Yulia suspiró.
—Supongo que ya va siendo hora de pensar qué voy a hacer con mi
vida. La sola idea me agota. —Y también le daba náuseas, aunque no lo confesó.
Cuando Anya la abrazó por los hombros y la apretó contra sí, la pelinegra absorbió la fuerza y el apoyo de su nueva amiga.
—Vamos a la casa principal a hablar. Los años me han enseñado que
siempre existe una solución y que a veces no es la que pensábamos.
Regresaron y se sentaron ante la chimenea encendida con unas tazas
de té, y Tippy acurrucado en el regazo de Yulia.
—¿Has comprobado los mensajes de tu casa?
—¡No! —A la ojiazul le sorprendió el miedo que transmitió su propia
voz. Tomó aliento y continuó—: No. He roto con Vladimir para siempre. Lo de la mujer es grave, pero lo de las drogas me parece aún peor. He conocido a demasiada gente que las tomaba y sé lo mucho que afectan al que las consume y a su entorno. Me niego a introducirlas en mi vida. —Acarició a
Tippy y añadió en voz baja—: Por no hablar de que aún no sé quién es el
gorila de anoche ni sé si Vlad tiene algo que ver con él. La idea me
aterroriza.
—Cariño, no es mi intención curiosear, pero ¿puedo hacerte unas
preguntas?
La amabilidad y la comprensión que emanaba de la voz de Anya
empujaron a Yulia a asentir.
—Vladimir y tú estabais... comprometidos, ¿verdad?
Un gesto de asentimiento.
—¿Lo quieres?
Silencio.
—Y ahora la gran pregunta. ¿Estás enamorada de él?
Los ojos azules de Yulia se desorbitaron.
—No, creo que no.
La respuesta quedó suspendida en el aire unos segundos. Tippy se
encaramó de nuevo sobre el regazo de la morena y empezó a ronronear,
mientras la joven le rascaba las orejas con gesto ausente.
—Ya tenemos un principio —dijo Anya—. Pero debo preguntarte algo
más. ¿Piensas que él está enamorado de ti?
—En realidad, no creo que lo esté, Anya. Sólo está enamorado de sí
mismo. Encajo en el papel porque reúno todas las condiciones para que se case conmigo. Pertenezco a la familia adecuada de origen ruso, tengo la educación adecuada, y nunca se olvida de mencionar que he sido modelo. También
soy diez años más joven que él, cosa que le gusta. Y, ahora que lo pienso,
apostaría a que disfrutaba cuando sus amigos intentaban ligar conmigo. —¿Y tú?—
¿Disculpa?
—¿Disfrutabas cuando sus amigos intentaban ligar contigo?
Yulia desvió la vista, avergonzada.
—Caramba. Nadie me lo había preguntado antes. Si te soy sincera, no.
No disfrutaba. Sobre todo viniendo de aquellos hombres. Pero estoy
acostumbrada a que me ocurra y me han preparado para asumirlo. Sé cómo vestirme para atraer. Así que supongo que Vlad y yo éramos perfectos el uno para el otro. No sé si es ésa la respuesta que querías, pero no tengo otra.
—No seas tan dura contigo misma —dijo Anya en voz baja.
Yulia contempló al gato.
—Incluso me ofreció un trabajo y me responsabilizó de clientes que a
él no le parecían tan interesantes como los suyos. Supongo que pensaba que así podía controlarme. —Llevaba demasiado tiempo reprimiendo la rabia, y en aquel momento las palabras fluían solas—. Nuestras discusiones empezaron cuando comencé a pensar por mi cuenta. Luego cuestioné a sus nuevos amigos, cosa que lo irritó muchísimo. Nos distanciamos, pero manteníamos las apariencias. Eso se le da muy bien.
Diablos, a mí me educaron para mantener las apariencias, así que
seguramente ese aspecto de mi carácter coincidía con lo que él esperaba.
—Tippy saltó al suelo bruscamente y se dirigió a la cocina agitando la
cola. «Dios mío, acabo de molestar al gato.» Aquel hecho disipó su
inoportuna rabia, pero dejó paso a otros pensamientos.
»¿Sabes? Tengo tanta culpa como él. No debería haber dejado que las
cosas llegasen tan lejos. Ahora sólo quiero salir corriendo. Me convencí de que todo iba a funcionar, pero en realidad creo que temía decepcionar a mis padres. En la relación no había casi nada... satisfactorio.
Yulia miró a Anya, que se sentía incómoda al compartir aquellas
confidencias. Antes de continuar, dedicó unos instantes a retirar pelusa de su regazo.
—Debo de ser un caso perdido. Se supone que estoy en el mejor
momento de mi vida y que lo tengo todo. Y ahora... —Se echó hacia atrás y apoyó la cabeza en el respaldo de la silla. No sabía si podría levantarse.
Tras permanecer un rato en silencio, A ya dijo:
—Tengo otra pregunta para ti.
Yulia asintió.
—¿Crees que Vlad intenta engañar a sus inversores a sabiendas?
¿Crees que no es honrado o que está tan pagado de sí mismo que se mueve por la avaricia y el ego?
—Me inclino por la avaricia y el ego. Ha ganado tanto dinero en tan
poco tiempo que cree que todo lo hace bien. Esos tipos con los que se
relaciona son como él. Lo deslumbraron. Van por ahí con la cabeza muy alta, conduciendo sus Porsches y fumando habanos. Sin olvidar las drogas.
Todo eso empezó con ellos. Excepto uno, Dieter, que no es como los
demás. Todos lo respetan. Si te soy sincera, es el que más miedo me da.
Sus ojos están..., no sé cómo decirlo..., muertos. Y creo que Vlad y sus amigos también le temen. —Se frotó la frente—. Lo siento. Seguramente
pensarás que me estoy poniendo melodramática.
—¿Crees que existe alguna relación entre Vladimir y el tipo que te atacó?
—Sin duda, fue muy oportuno. Llamó al timbre y dijo que traía flores.
Me parece mucha coincidencia. Pero Vlad nunca había hecho nada
parecido. Grita y es un bruto manipulador, pero jamás me ha pegado. No sé qué pensar, Anya. Estoy aterrada.
—Cariño, es mejor que no saquemos conclusiones precipitadas. Debes
tomar algunas decisiones, sí, pero para ello necesitas más información.
Comprueba tus mensajes y habla con Vladimir.
—Supongo que tienes razón. —Yulia suspiró—. Alguna vez tendré
que volver a casa. Aquí no hago más que incordiar. Muchas gracias por tu
tiempo y tu paciencia. —Hizo ademán de levantarse de la silla, pero Anya se inclinó hacia ella y le puso una mano sobre la rodilla.
—Espera, Yulia, no me refería a eso. En esta casa siempre serás
bienvenida. Me ha encantado tu compañía. En realidad, me recuerdas a Lena en tu empeño de ser sincera. Pero ella siempre se marcha antes de
que me dé cuenta de que está aquí. Si pasarais algún tiempo juntas fuera de un coche a toda velocidad, seguro que os haríais amigas, incluso pensé en...
En fin, no importa. Es demasiado pronto para pensar en tu futuro.
—¿Que?
—Ultimamente me he dado cuenta de que este lugar me supera. Antes
tenía ayuda, y Len venía en verano, pero ahora todo recae sobre mí y a
veces me agota. Había pensado poner un anuncio para buscar una casera que viviese en la casita y se ocupase de la finca, de arreglar los jardines, reparar algunas cosas, lo que surja. No lo he hecho porque soy muy cauta con las personas a las que invito. Quiero, y no te rías, a alguien que tenga la energía necesaria para ello. Ahora que lo has visto, supongo que comprendes a qué me refiero. —Anya dudó un momento—. Estaba pensando
en ofrecértelo a ti. No como casera, sino como un lugar nuevo para vivir.
Sin embargo, comprendo que tienes mucho que arreglar antes de eso y ni
siquiera sé si te atrae mínimamente la idea. Eso es todo. —Sonrió—. Y
recuerda: tú te lo has buscado.
La morena esbozó una enorme sonrisa.
—¡Caramba! Creí que estabas intentando librarte de mí
educadamente. No quería irme y me preguntaba qué podía hacer para que
me invitases a volver. Al menos estamos de acuerdo. ¡Gracias!
Tippy maulló desde la puerta de la cocina, pidiendo comida, sin duda.
—Si pudiera, no volvería a San Francisco. Pero sé que debo hacerlo.
Si decido dejarlo todo, o una parte, quiero hacerlo bien. Tengo que regresar y solucionar este embrollo.
Temiendo que Anya interpretase su respuesta como una negativa, Yulia
se apresuró a añadir:
—Anya, no te imaginas cuánto significa para mí tu ofrecimiento. Saber que hay un lugar como éste, con una amiga como tú, me reconforta. No
tengo palabras para agradecértelo. —A Yul se le empañaron los ojos
mientras hablaba y se levantó de un salto.
Anya la imitó.
—Sabes que el ofrecimiento sigue en pie y que siempre serás
bienvenida. No tienes por qué vivir aquí. Te llevaré a tu apartamento ahora mismo, si lo prefieres. ¿Crees que estarás segura allí? ¿Por qué no te quedas durante el fin de semana, sólo por precaución?
Yulia suspiró.
—Sería estupendo. Pero ese tipo que me persigue no cometerá la
estupidez de atacarme a plena luz. Debo afrontarlo. —Sabía que las
palabras sonaban más valientes de lo que eran en realidad.
Anya la abrazó con fuerza.
—Ahora te considero mi amiga. Te ayudaré a recoger tus cosas y te
prepararé una cesta con comida. Ah, Yulia, cuando vuelvas a la realidad,
procura ser sincera contigo misma. Es tu vida, no la de tus padres, la de tus amigos o la de Vladimir. Haz lo que tu corazón te dicte. Siempre.
—Lo intentaré. No, lo haré. Ya va siendo hora de que lo haga.
CONTINUARA...
IMPULSOS DE VIDA
Capítulo 4
Yulia se despertó agitada, moviéndose por primera vez en muchas horas.
Notó una pesadez en el pecho y se esforzó por abrir los ojos, lo cual se le
antojó una tarea titánica.
Entonces lo oyó. Un ronroneo grave. Se incorporó de un salto y se
encontró con unos serenos ojos verdes que la miraban. Tippy, el gran gato blanquinegro de la noche anterior, reclamaba su colchón. La puerta estaba cerrada. ¿Cómo había entrado? «A lo mejor se coló cuando me acosté. Me acosté. No me acuerdo de eso.» Miró bajo las mantas y vio que llevaba
puestos los pantalones de chándal que Anya le había prestado.
Tippy le acarició el pecho con las patas delanteras, babeando. «Como
un hombre, babeando encima de los pechos.» El gato estaba en la gloria,
sin duda, y era monísimo. El cuerpo de Yulia, sus piernas largas y bien
torneadas, la cintura y el tórax estrechos, y los pechos que si bien no eran muy abundaste, tenían un buen tamaño y atraían a los hombres desde que era apenas una adolescente. Incluso los amigos de
su padre la miraban con lascivia, cosa que le molestaba mucho. Pero
¿Tippy? Tenía barra libre.
Cuando el gato se marchó, Yulia encontró su reloj sobre la mesilla.
Eran las ocho de la mañana. ¿A qué hora se había acostado? El olor a café y a levadura de pan le provocó rugidos en el estómago. Se le hizo la boca agua. «Me muero de hambre otra vez.»
No solía ocurrirle eso, al menos en los últimos tiempos. Supuso que
había estado sometida a tanto estrés que le quitaba el apetito. A lo que
había que añadir los años de entrenamiento de su madre, que vigilaba cada caloría suya y de su hija. En la universidad había trabajado como modelo y,
al igual que a la mayoría de las modelos, le horrorizaba la comida. Recordó su imagen en el espejo la noche anterior. No era de extrañar que estuviese hambrienta.
Se dirigió dando tumbos al cuarto de baño y realizó las abluciones
matinales mecánicamente. Mientras se cepillaba los dientes, contempló su rostro en el espejo. «¡Por Dios bendito!» Tenía los ojos rojos e hinchados,
y el moretón empezaba a difuminarse en el lado derecho. Sus negros
cabellos, cortos y espesos, se erizaban sobre su cabeza, como si hubiese
metido los dedos en un enchufe. Estaba pálida y demacrada, pero la
hinchazón de la mejilla casi había desaparecido. También había mejorado el labio. «Menos mal. Ahora parezco un esperpento porque no tengo maquillaje para ponerme.» Su imagen la dejó tan atónita que se olvidó de
cepillarse los dientes y manchó de saliva la camiseta. «Estupendo.
Acabo de rematarla.» No le hubiera preocupado mucho si sólo tuviese
que ver a Anya, pero su misteriosa sobrina, Lena, estaba allí. Se habría
sentido mejor con un poco de maquillaje y otra ropa.
Cerró los ojos, tomó aliento, exhaló y salpicó el espejo de pasta de
dientes. Soltó una maldición, se enjuagó la boca y se mojó el pelo para aplastarlo, pero sus esfuerzos por limpiar el dentífrico del espejo sólo sirvieron para mancharlo más. Se prometió arreglarlo más tarde. Siguió la dirección de los deliciosos olores y encontró la cocina sin tropezar con
demasiados muebles. Estaba un poco descolocada tras lo sucedido en los últimos días.
Vio una nota sobre la mesa.
«Buenos días, Yulia, espero que hayas descansado bien. Hay café en
la encimera, tazas en la alacena y el pan estará listo a las ocho y media. He salido a pasear. Hasta luego, Anya.»
Yulia buscó un tazón en el armario, eligió uno con el nombre de una
empresa y lo llenó hasta arriba de café fuerte y aromático. Cogió la taza
con las dos manos para calentarlas y, por primera vez, se fijó en lo grande
y alegre que era la cocina. En casa de sus padres había dos cocinas: una
para preparar comidas y otra para exhibir. Eran el ideal del Architectural
Digest, pero resultaban frías y estériles. Aquella cocina era acogedora y además se podía cocinar en ella.
¿Qué le había dicho Anya de sus actividades? Yulia siempre había
creído que provenía de una familia rica y que no trabajaba. Suponía que
Anya vivía sola y que era divorciada o viuda. A pesar de sus conversaciones,
en realidad sabía muy poco de ella. Tenía un millón de dólares para
invertir y eso era lo único que a Vlad le importaba.
Con la cabeza más despejada, la morena abrió la puerta
próxima a las ventanas y entró en un comedor con una amplia mesa
rústica y bancos. En la pared de la derecha, un sólido aparador contenía
platos, cubiertos y fuentes. Las fuentes eran de colores alegres y encajaban con el ambiente rural de la casa. Yulia no pudo evitar compararlo con el comedor formal de la casa de sus padres, donde el servicio se encargaba de
todo. El de Anya era de esos lugares en los que un grupo de amigos se
pasaban las fuentes y se servían entre bromas ruidosas y simpáticas. A Yulia le gustaba.
En el salón se detuvo bruscamente. Ante ella se extendía el océano
Pacífico. No sólo un atisbo o un retazo. Se acercó a una ventana y
contempló el paisaje. «¡Tengo ante mí todo el océano Pacífico! Kilómetros
y kilómetros azules. ¡Caramba!» Distinguió un barco en el horizonte, que parecía a millones de kilómetros de distancia. Era una vista deslumbrante que la sosegaba, hacía que se sintiese insignificante y real al mismo
tiempo. Aquella casa estaba viva, no sólo habitada. A menudo Yulia se
había sentido como habitante de su propia vida.
Rodeaba la casa un precioso jardín con rosas por todas partes y
senderos que se cruzaban. Más allá había acantilados y después nada, sólo el océano. A unos treinta metros de la casa principal vio una casita. «Es más antigua, pero ¿cómo será por dentro? ¿Vive alguien en ella?»
La pelinegra estaba sumida en sus pensamientos cuando oyó que se abría la puerta de atrás y entraba alguien. El termostato del horno se apagó y Yulia
regresó a la cocina, donde la esperaba Anya.
—Vaya, tienes buen aspecto. ¿Cómo te encuentras?
Daba la impresión de que a Any le importaba realmente la respuesta.
Nadie, salvo su amigo Pat, le preguntaba eso y se interesaba por la
contestación. Tal vez su madre en otro tiempo.
—Mejor. Aunque he dormido demasiado y no tengo maquillaje para disimular los moretones, estoy de maravilla. A propósito, gracias por el cepillo de dientes. No creo que hubiese podido hacerlo con los dedos.
Tippy se enredó entre las piernas de Anya, maullando lastimosamente.
—¿Dónde te habías metido? Esta mañana no te encontraba. —Anya
cogió en brazos a la gran bola peluda, que se frotó contra su barbilla.
Yulia esbozó una afectuosa sonrisa.
—"Conozco la solución de ese misterio. Cuando me desperté, estaba sobre mi pecho, mirándome.
—Seguro que se puso a rascar tu puerta antes de que Lena se
marchase y ella lo dejó entrar en tu habitación. Tippy tiene mucho ojo para las mujeres hermosas.
Yulia se puso colorada ante el cumplido.
—Bueno, no estoy tan segura. Tuvo que profundizar bastante para
descubrir la hermosura.
—Eso nunca ha sido obstáculo para el viejo Tippy. —Anya le rascó la
cabeza al gato antes de dejarlo en el suelo.
—¿Lena no está?
Anya estaba abriendo una lata de comida para el gato.
—No. Tenía asuntos que resolver muy temprano.
Tras dar de comer a Tippy, Anya se lavó las manos y preparó con gran
soltura un desayuno a base de huevos revueltos con cebolletas y queso de cabra. Yulia puso la mesa en el comedor e hizo café, tarareando muy contenta y pensando en lo tranquila y animada que se sentía. Tal vez le gustase la vida rural. O tal vez sólo aquella vida rural. Pero decidió no darle más vueltas al asunto. Carecía de verdaderos vínculos con aquellas mujeres.
Entre los huevos y el pan recién hecho con mantequilla, Yulia comió
como hacían antiguamente los mozos de labranza, sentados ante la larga mesa del comedor. Repitió todos los platos, incluida la mermelada de
ruibarbo (que nunca había probado y que desde aquel momento se
convirtió en su favorita), hasta que por fin, saciada, suspiró.
—Anya, eres una cocinera maravillosa. ¿Te has dedicado
profesionalmente?
Los ojos de Anya centellearon.
—Sí, en otra vida. Sigue gustándome, pero sólo lo hago para la
familia y los amigos. —Sus bonitos ojos verdigrises se oscurecieron un poco—.
Yulia, deberíamos buscar una solución para ti. Tengo ideas, pero he de saber qué te parecen.
Yulia se levantó bruscamente y empezó a recoger la mesa.
—Deja que lave los platos. Yo... necesito tiempo.
—Por supuesto —se apresuró a decir Anya—. Te enseñaré dónde está
todo y acabaremos enseguida. Luego haremos el recorrido.
La morena agradeció el aplazamiento. No le apetecía enfrentarse a Vladimir ni
volver a su apartamento. No tenía ningún plan y nunca se había sentido tan sola en toda su vida.
Mientras se ocupaban de los platos y de la casa, Yulia sintió
curiosidad por todo. Se fijó en lo cómodo y cálido que era aquel lugar.
Muy diferente a los lugares en los que se había criado. En el fondo de su
mente sabía que, cuando sus padres se enterasen de la ruptura, insistirían
en que volviera a Boston. Pero aquella casa y Anya le parecían, tras un solo día, un puerto más seguro que la casa de sus padres. Y tal vez Lena se hiciese amiga suya en el futuro. Yulia no sabía nada de ella, pero había algo que la atraía. Quizá los ojos, tan parecidos a los de Jen. «Sí, debe de ser eso.»
En el salón, La ojiazul se detuvo ante la gran chimenea de piedra con la
repisa de roble de una pieza, tallada por un artesano. Estaba admirándola
cuando reparó en las fotos que había encima.
En varias se veía a familiares y amigos de Anya. En una de ellas, una
Anya más joven, con bata blanca de chef, rodeaba con el brazo los hombros de una mujer pequeñita, atractiva, de aspecto familiar; ambas sonreían a la cámara.
Yulia se fijó en una foto de Anya con una muchacha, y en otra con la
misma chica, un poco mayor, una adolescente pelirroja, pecosa, medianamente alta y desgarbada.
Fijándose bien, ambas tenían los mismos ojos verdes con grises, deslumbrantes.
«Asombroso. Debe de ser Lena. Me pregunto de cuándo será la foto.» Le
resultaba violento preguntarle directamente por Lena y, sin saber por qué, optó por hacer comentarios generales.
—Unas fotos preciosas, Anya. Háblame de ellas.
A Anya se le iluminaron los ojos.
—En ésa estoy yo, mi hermano, mi hermana y nuestros padres.
Estábamos muy unidos en aquella época. Con los años tuvimos nuestras diferencias, sobre todo mi hermana y yo. Sigo queriendo mucho a mi hermano. Esas son amigas mías, la mayoría de las cuales viven en esta
zona. Algunas son artistas, artesanas o escritoras. Nos reunimos de vez en
cuando. A lo mejor un día coincides con ellas.
Yulia pensó que le encantaría, puesto que no tenía amigas íntimas ni
nunca las había tenido. Ser guapa conllevaba inconvenientes, sobre todo cuando se atraía tan fácilmente a los hombres. La ironía era que nunca había querido atraerlos de forma consciente. Pero muchas veces la habían acusado de robarle el novio a otra chica. Así que había aprendido a distanciarse tanto de los hombres como de las mujeres.
Señaló la foto de Anya, vestida de chef, con la mujer atractiva.
—Ésa soy yo en París. Trabajé allí como chef varios años. Y conocí a
esa mujer en el restaurante en el que trabajaba. Recuérdame que te cuente
la historia alguna vez.
Volvió a centrarse en las fotos suyas con la muchacha y habló con un
orgullo evidente.
—Y ésa es Lena. —No dijo nada más. Se limitó a contemplar la foto
con cariño.
Yulia no pudo reprimir la curiosidad.
—¿Cuántos años tenía?
—En esa foto debía de tener dieciséis años. Pasaba los veranos aquí,
con nosotras. —La sonrisa de Anya se difuminó—. Pero ahora es mayor y trabaja en Washington. Esta mañana tenía que marcharse temprano para
ocuparse de un asunto en Los Angeles. No nos vemos tanto como nos gustaría, aunque nos comunicamos por correo electrónico varias veces a la semana cuando está en Washington. Es una persona muy especial. En realidad, la considero algo mío. Es hija de mi hermano.
La voz de Anya transmitía un cariño evidente. Yulia sintió una punzada
de envidia, cosa que le sorprendió. Al fin y al cabo, Lena era sobrina de
Anya. Lógicamente, estaban muy unidas. Pero La morena no tenía en su familia mujeres mayores en las que poder confiar. Su madre no contaba.
El recorrido continuó. La habitación siguiente era un despacho con un
ordenador último modelo, fax, escáner, impresora, fotocopiadora y un teléfono multilínea. Jen le explicó que Lena había instalado el equipo y
que ella se iba adaptando poco a poco a las innovaciones.
—Esto es el último grito —afirmó Yulia—. Me sorprende que no
tenga un sistema inalámbrico.
Anya asomó la cabeza por la puerta y repuso:
—Lena dijo que los sistemas inalámbricos eran muy fáciles de
piratear. Creo que está trabajando en eso. Ella es la entendida.
Anya llevó con destreza la conversación a temas mundanos, a lo mucho que le gustaban los correos electrónicos de Lena y de sus amigas, navegar por la red y escribir cosas con el ordenador. Suponía que se podían hacer
muchas más cosas, pero a ella le bastaba con eso. La pelirroja le había dicho que,cuando fuera a visitarla, necesitaba un despacho para trabajar, y así la había convencido.
Anya dejó atrás la habitación de invitados en la que había dormido
Yulia y pasó ante una puerta cerrada.
—Esta es la habitación de Len —anunció—. Anoche fuisteis
vecinas.
Yulia contempló con interés la puerta cerrada, mientras seguía a Anya
por el pasillo. Quería darle las gracias a Lena por haberla rescatado la
noche anterior. Estaba demasiado aturdida para pensar en eso durante la cena y, luego, la pelirroja había desaparecido.
A continuación estaba el gran dormitorio principal, con un ventanal
que daba al océano y desde el que se disfrutaba de las mismas vistas
espectaculares que en el resto de la casa. Junto a la ventana, en un rincón, había otra chimenea.
La cama tenía un enorme edredón, como el de la habitación de Yulia.
En aquel momento decidió que le chiflaban los edredones.
—¿Cómo haces para levantarte por las mañanas? ¡Yo no sería capaz!
—Bueno, digamos que depende de lo que a una le interese.
En una de las mesillas había una foto de Lena y un retrato de una
atractiva y misteriosa mujer, la misma que aparecía en la foto de París. A
Yulia le resultaba conocida, como si fuese famosa. Quería preguntar quién
era, pero Anya estaba ya en el zaguán.
—Vamos, remolona, hay mucho que ver.
Mientras caminaban, la ojiazul se fijó en lo tranquilo que era el lugar. En
el jardín abundaban las plantas adultas, pero en algunas zonas se estaban
plantando especies nuevas.
—Entre el viento y la lluvia del océano, la tierra, que contiene gran
cantidad de sal y cañas, desaparece durante las tormentas y estos jardines se convierten en un proyecto a tiempo completo. No hay muchos árboles crecidos por aquí. Los vendavales arrancan los árboles tiernos antes de que
arraiguen. Hay que mirar mucho lo que se planta.
De pronto, Yulia reparó en un agudo gorjeo. Mientras recorrían la
finca, unas pequeñas criaturas pasaron zumbando sobre ellas y
revolotearon entre las flores y los arbustos. Montones de pequeñas
criaturas. La morena se detuvo a mirarlas, mientras Anya continuaba. Se trataba de colibríes y centraban su actividad en Anya y en la miríada de flores del jardín.
—Anya, tienes compañía. —Vieron más de veinte pajarillos, que se
posaron en la tierra, piando y gorjeando.
—Oh, los colibríes. Sí, nos hemos hecho amigos con los años. Aquí se
han criado generaciones enteras. Planté flores que les gustan y en invierno los alimento. Granujillas hambrientos. Ni siquiera me fijo en ellos, salvo cuando están callados. Entonces sé que ocurre algo malo, por ejemplo que
hay un desconocido en la casa. Si la
persona está conmigo, no les importa, como ya te habrás dado cuenta.
—¿Tippy no los molesta?
—Antes sí. Pero debieron de negociar, porque ahora se sienta al sol y los observa durante largos períodos. Cosa que también hago yo. Son muy divertidos.
Yulia nunca había oído cantar a un colibrí. Estaba encantada.
Cuando llegaron a la casita, se detuvieron y Anya le explicó que se
trataba del edificio original de la finca. Sus abuelos eran los dueños de la propiedad y, cuando murió su abuela, hacía veinte años, se la dejó a ella que vivió en la casita y poco a poco fue transformando el lugar hasta convertirlo en lo que era.
—Lena y yo proyectamos la nueva casa. Ella me ayudaba durante los
veranos, y mis amigas también colaboraron. En esta zona hay muchas mujeres con vidas poco convencionales. Lo pasamos de maravilla haciendo
todo esto. Algunos de mis mejores recuerdos se enmarcan en esta casita. A veces la echo de menos.
La casita necesitaba reformas: había manchas en el techo, donde el
tejado tenía sin duda goteras, pero Yulia enseguida se sintió muy cómoda en aquella casa de muñecas de una habitación.
—¡Es preciosa! Y muy acogedora. Toda la finca es así, Anya. Has hecho
un estupendo trabajo en ella. Me parece muy tranquila y la atmásfera es muy relajante.
La morena sintió de nuevo punzadas de algo que no podía expresar con
palabras. Su vida era todo lo contrario a aquel mundo desde que tenía memoria. Un cansancio familiar la envolvió como una manta. Sabía que era hora de regresar al mundo real.
Anya, que estaba observando el techo, se volvió para decir algo, pero se calló.
—¿Te encuentras bien? Parece como si te hubieras quedado sin aire.
Yulia suspiró.
—Supongo que ya va siendo hora de pensar qué voy a hacer con mi
vida. La sola idea me agota. —Y también le daba náuseas, aunque no lo confesó.
Cuando Anya la abrazó por los hombros y la apretó contra sí, la pelinegra absorbió la fuerza y el apoyo de su nueva amiga.
—Vamos a la casa principal a hablar. Los años me han enseñado que
siempre existe una solución y que a veces no es la que pensábamos.
Regresaron y se sentaron ante la chimenea encendida con unas tazas
de té, y Tippy acurrucado en el regazo de Yulia.
—¿Has comprobado los mensajes de tu casa?
—¡No! —A la ojiazul le sorprendió el miedo que transmitió su propia
voz. Tomó aliento y continuó—: No. He roto con Vladimir para siempre. Lo de la mujer es grave, pero lo de las drogas me parece aún peor. He conocido a demasiada gente que las tomaba y sé lo mucho que afectan al que las consume y a su entorno. Me niego a introducirlas en mi vida. —Acarició a
Tippy y añadió en voz baja—: Por no hablar de que aún no sé quién es el
gorila de anoche ni sé si Vlad tiene algo que ver con él. La idea me
aterroriza.
—Cariño, no es mi intención curiosear, pero ¿puedo hacerte unas
preguntas?
La amabilidad y la comprensión que emanaba de la voz de Anya
empujaron a Yulia a asentir.
—Vladimir y tú estabais... comprometidos, ¿verdad?
Un gesto de asentimiento.
—¿Lo quieres?
Silencio.
—Y ahora la gran pregunta. ¿Estás enamorada de él?
Los ojos azules de Yulia se desorbitaron.
—No, creo que no.
La respuesta quedó suspendida en el aire unos segundos. Tippy se
encaramó de nuevo sobre el regazo de la morena y empezó a ronronear,
mientras la joven le rascaba las orejas con gesto ausente.
—Ya tenemos un principio —dijo Anya—. Pero debo preguntarte algo
más. ¿Piensas que él está enamorado de ti?
—En realidad, no creo que lo esté, Anya. Sólo está enamorado de sí
mismo. Encajo en el papel porque reúno todas las condiciones para que se case conmigo. Pertenezco a la familia adecuada de origen ruso, tengo la educación adecuada, y nunca se olvida de mencionar que he sido modelo. También
soy diez años más joven que él, cosa que le gusta. Y, ahora que lo pienso,
apostaría a que disfrutaba cuando sus amigos intentaban ligar conmigo. —¿Y tú?—
¿Disculpa?
—¿Disfrutabas cuando sus amigos intentaban ligar contigo?
Yulia desvió la vista, avergonzada.
—Caramba. Nadie me lo había preguntado antes. Si te soy sincera, no.
No disfrutaba. Sobre todo viniendo de aquellos hombres. Pero estoy
acostumbrada a que me ocurra y me han preparado para asumirlo. Sé cómo vestirme para atraer. Así que supongo que Vlad y yo éramos perfectos el uno para el otro. No sé si es ésa la respuesta que querías, pero no tengo otra.
—No seas tan dura contigo misma —dijo Anya en voz baja.
Yulia contempló al gato.
—Incluso me ofreció un trabajo y me responsabilizó de clientes que a
él no le parecían tan interesantes como los suyos. Supongo que pensaba que así podía controlarme. —Llevaba demasiado tiempo reprimiendo la rabia, y en aquel momento las palabras fluían solas—. Nuestras discusiones empezaron cuando comencé a pensar por mi cuenta. Luego cuestioné a sus nuevos amigos, cosa que lo irritó muchísimo. Nos distanciamos, pero manteníamos las apariencias. Eso se le da muy bien.
Diablos, a mí me educaron para mantener las apariencias, así que
seguramente ese aspecto de mi carácter coincidía con lo que él esperaba.
—Tippy saltó al suelo bruscamente y se dirigió a la cocina agitando la
cola. «Dios mío, acabo de molestar al gato.» Aquel hecho disipó su
inoportuna rabia, pero dejó paso a otros pensamientos.
»¿Sabes? Tengo tanta culpa como él. No debería haber dejado que las
cosas llegasen tan lejos. Ahora sólo quiero salir corriendo. Me convencí de que todo iba a funcionar, pero en realidad creo que temía decepcionar a mis padres. En la relación no había casi nada... satisfactorio.
Yulia miró a Anya, que se sentía incómoda al compartir aquellas
confidencias. Antes de continuar, dedicó unos instantes a retirar pelusa de su regazo.
—Debo de ser un caso perdido. Se supone que estoy en el mejor
momento de mi vida y que lo tengo todo. Y ahora... —Se echó hacia atrás y apoyó la cabeza en el respaldo de la silla. No sabía si podría levantarse.
Tras permanecer un rato en silencio, A ya dijo:
—Tengo otra pregunta para ti.
Yulia asintió.
—¿Crees que Vlad intenta engañar a sus inversores a sabiendas?
¿Crees que no es honrado o que está tan pagado de sí mismo que se mueve por la avaricia y el ego?
—Me inclino por la avaricia y el ego. Ha ganado tanto dinero en tan
poco tiempo que cree que todo lo hace bien. Esos tipos con los que se
relaciona son como él. Lo deslumbraron. Van por ahí con la cabeza muy alta, conduciendo sus Porsches y fumando habanos. Sin olvidar las drogas.
Todo eso empezó con ellos. Excepto uno, Dieter, que no es como los
demás. Todos lo respetan. Si te soy sincera, es el que más miedo me da.
Sus ojos están..., no sé cómo decirlo..., muertos. Y creo que Vlad y sus amigos también le temen. —Se frotó la frente—. Lo siento. Seguramente
pensarás que me estoy poniendo melodramática.
—¿Crees que existe alguna relación entre Vladimir y el tipo que te atacó?
—Sin duda, fue muy oportuno. Llamó al timbre y dijo que traía flores.
Me parece mucha coincidencia. Pero Vlad nunca había hecho nada
parecido. Grita y es un bruto manipulador, pero jamás me ha pegado. No sé qué pensar, Anya. Estoy aterrada.
—Cariño, es mejor que no saquemos conclusiones precipitadas. Debes
tomar algunas decisiones, sí, pero para ello necesitas más información.
Comprueba tus mensajes y habla con Vladimir.
—Supongo que tienes razón. —Yulia suspiró—. Alguna vez tendré
que volver a casa. Aquí no hago más que incordiar. Muchas gracias por tu
tiempo y tu paciencia. —Hizo ademán de levantarse de la silla, pero Anya se inclinó hacia ella y le puso una mano sobre la rodilla.
—Espera, Yulia, no me refería a eso. En esta casa siempre serás
bienvenida. Me ha encantado tu compañía. En realidad, me recuerdas a Lena en tu empeño de ser sincera. Pero ella siempre se marcha antes de
que me dé cuenta de que está aquí. Si pasarais algún tiempo juntas fuera de un coche a toda velocidad, seguro que os haríais amigas, incluso pensé en...
En fin, no importa. Es demasiado pronto para pensar en tu futuro.
—¿Que?
—Ultimamente me he dado cuenta de que este lugar me supera. Antes
tenía ayuda, y Len venía en verano, pero ahora todo recae sobre mí y a
veces me agota. Había pensado poner un anuncio para buscar una casera que viviese en la casita y se ocupase de la finca, de arreglar los jardines, reparar algunas cosas, lo que surja. No lo he hecho porque soy muy cauta con las personas a las que invito. Quiero, y no te rías, a alguien que tenga la energía necesaria para ello. Ahora que lo has visto, supongo que comprendes a qué me refiero. —Anya dudó un momento—. Estaba pensando
en ofrecértelo a ti. No como casera, sino como un lugar nuevo para vivir.
Sin embargo, comprendo que tienes mucho que arreglar antes de eso y ni
siquiera sé si te atrae mínimamente la idea. Eso es todo. —Sonrió—. Y
recuerda: tú te lo has buscado.
La morena esbozó una enorme sonrisa.
—¡Caramba! Creí que estabas intentando librarte de mí
educadamente. No quería irme y me preguntaba qué podía hacer para que
me invitases a volver. Al menos estamos de acuerdo. ¡Gracias!
Tippy maulló desde la puerta de la cocina, pidiendo comida, sin duda.
—Si pudiera, no volvería a San Francisco. Pero sé que debo hacerlo.
Si decido dejarlo todo, o una parte, quiero hacerlo bien. Tengo que regresar y solucionar este embrollo.
Temiendo que Anya interpretase su respuesta como una negativa, Yulia
se apresuró a añadir:
—Anya, no te imaginas cuánto significa para mí tu ofrecimiento. Saber que hay un lugar como éste, con una amiga como tú, me reconforta. No
tengo palabras para agradecértelo. —A Yul se le empañaron los ojos
mientras hablaba y se levantó de un salto.
Anya la imitó.
—Sabes que el ofrecimiento sigue en pie y que siempre serás
bienvenida. No tienes por qué vivir aquí. Te llevaré a tu apartamento ahora mismo, si lo prefieres. ¿Crees que estarás segura allí? ¿Por qué no te quedas durante el fin de semana, sólo por precaución?
Yulia suspiró.
—Sería estupendo. Pero ese tipo que me persigue no cometerá la
estupidez de atacarme a plena luz. Debo afrontarlo. —Sabía que las
palabras sonaban más valientes de lo que eran en realidad.
Anya la abrazó con fuerza.
—Ahora te considero mi amiga. Te ayudaré a recoger tus cosas y te
prepararé una cesta con comida. Ah, Yulia, cuando vuelvas a la realidad,
procura ser sincera contigo misma. Es tu vida, no la de tus padres, la de tus amigos o la de Vladimir. Haz lo que tu corazón te dicte. Siempre.
—Lo intentaré. No, lo haré. Ya va siendo hora de que lo haga.
CONTINUARA...
Última edición por LenokVolk el 1/26/2015, 5:22 am, editado 2 veces
Lesdrumm- Admin
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Localización : Trapped in some parallel universe
Re: IMPULSOS DE VIDA...
IMPULSOS DE VIDA
Capítulo 5
Yulia y Anya estaban en la autopista 101 cuando una nube de aprensión
atenazó a Yulia. Tras pasar una sola noche fuera de casa, la abrumaba no
saber cómo afrontar su vida. Ni siquiera la animó la vista del puente
Golden Gate desde la península de Marin.
Cuando llegaron al apartamento, en el distrito de Marina, Yulia
decidió enfrentarse a lo que le esperaba y cambiar algunas cosas para
sentirse mejor. Por desgracia, aún no sabía qué cambios debía hacer. Le
aseguró a Anya que no hacía falta que la acompañase hasta su piso, le
agradeció que la hubiese llevado hasta allí y se despidió de ella,
procurando no fijarse en la furgoneta blanca que seguía aparcada en la
calle.
Cuanto más se acercaba a su apartamento, en el tercer piso, más se
arrepentía de no haber aceptado el ofrecimiento de Anya. Estaba aterrada
cuando abrió la puerta y echó un vistazo.
No había nada raro, salvo manchas de agua en el suelo de madera,
provocadas por las flores que su atacante había utilizado el lunes para
ocultar su rostro. Se detuvo. No oyó nada, así que se quitó los zapatos y
recorrió el apartamento de puntillas, comprobando con cautela todas las
habitaciones. Incluso miró bajo la cama. Tardó otros cinco minutos en
armarse de valor para descorrer la cortina de la ducha y cerciorarse de que
Norman Bates no estaba detrás, con un gran cuchillo en la mano.
Se rió con nerviosismo.
—Chiquilla, estás perdiendo los papeles.
Cuando se convenció de que el piso estaba vacío, examinó el salón
con todo detalle y encontró manchas de sangre seca debajo del sillón. Las
había pasado por alto al limpiar. No vio cámaras ni micrófonos, pero le
intrigaba la furgoneta.
Antes de salir de Bolinas, Anya le había sugerido que llamase a la
policía y le había reiterado el ofrecimiento de pasar el fin de semana con
ella. Yulia no se mostró muy dispuesta, porque su asaltante le había
advertido que no avisase a la policía. Además, ya era demasiado tarde.
Intentaba razonar, pero no podía presentar una denuncia.
Por primera vez se fijó en que la luz del contestador automático
parpadeaba. Estaba cansada. Suspiró profundamente y se dejó caer en una
silla junto al contestador. Había cinco mensajes de Vladimir: «Lo siento;
estaba borracho; lo has malinterpretado; si me hubieses prestado más
atención, eso no habría ocurrido; démonos otra oportunidad». Uno de su
madre: «Cariño, ¿estás ahí? Llamó
Vlad para decir que os habíais peleado. Estoy segura de que puede
explicar perfectamente lo que ocurrió. No lo desbarates todo antes de
hablar con él». «Sí, claro, mamá; nunca es culpa de Vlad.» Otro de Pat:
«Hola, preciosa, ¿Dónde diablos te has metido?». Y uno de una empresa de
telemarketing: «Este es un mensaje para la señora Y. Volkova...». Tras
preguntarse si debía responder a la última llamada, marcó el número de
Patrick.
Pat era su mejor amigo desde la universidad. Vlad y él nunca se
habían caído bien, así que jamás le había contado a Pat sus recelos,
pensando que Vladimir y ella arreglarían las cosas. Cuando Pat la sondeaba,
Yulia cambiaba de tema y había llegado al extremo de no llamarlo. Le
debía una disculpa.
Tras marcar el número de Pat, la morena dejó un mensaje en el buzón de
voz: «Hola, Pat. Siento no haber estado disponible. Mi vida es un desastre.
Estoy pensando en huir con un circo. Te quiero». Le tembló la voz al
despedirse.
Permaneció sentada unos minutos, procurando recuperar la
compostura. Luego pulsó la tecla de Vladimir en el marcador rápido, y él
respondió al primer timbrazo.
—Vaya, ¿así que ahora es culpa mía? Disculpa, pero no fui yo la que
me estaba tirando a alguien a tus espaldas, ni consumo drogas ni voy por
ahí diciéndole a la gente que cierre el pico y cosas de ésas. —«¡Sí, se
sentía genial!» Se calló para que Vlad asimilase lo que acababa de decirle.
Como no hubo respuesta, dejó que el silencio se prolongase.
—¿Yulia? ¿Sigues ahí? —preguntó Vlad al fin.
—Sí, pero no tengo nada más que decir. Te toca a ti.
—Yo, pues..., no sé qué decirte. En fin, lo lamento. Me siento fatal y...
—Seguro que tienes resaca. ¿Algo más? —Aquello iba bien. Yulia
esperó. Se dio cuenta de que Vlad estaba buscando la forma de recuperar el
control de la situación.
—¿Me vas a dejar de verdad? —preguntó Vladimir.
«Ah, era eso. El primer punto de su lista de prioridades...: la cartera.»
—No creo que podamos seguir juntos. Aunque prescindiese de las
cuestiones personales, no estamos de acuerdo en la forma de llevar el
negocio, especialmente la gestión de mis clientas.
—No te precipites, Yulia. No soy tan memo. Podemos hablarlo
tranquilamente una vez más, ¿no te parece? Quizá me he apresurado a la
hora de criticar tus métodos e ideas. Por favor, ven a verme a mi despacho.
Te lo ruego.
Vladimir conocía los puntos débiles de la ojiazul, que dijo, de mala gana:
—Sabes que mis clientas son muy importantes para mí. Pero, si se
trata de otra dosis de jarabe de pico, no cuentes conmigo. En serio.
—Estupendo, cariño. —Vlad parecía aliviado—. Tengo unos planes
geniales para la empresa, y tú formarás parte de ellos.
Yulia se sintió atrapada.
—Vladimir, ¿eso es todo? ¿No te importa que rompa nuestro compromiso
si sigo encargándome de tus clientas? Gracias. Una cosa más. ¿Enviaste tú a
ese matón que me atacó el lunes y anoche después de salir del restaurante?
Porque, si lo hiciste, no me volverás a ver en tu vida. En serio.
—¿De qué hablas? —Parecía realmente confundido.
—Intenté decírtelo en la cena de anoche, pero, como ni siquiera te
fijaste en que tenía moretones y un labio partido, decidí no molestarte. Un
tipo entró en mi apartamento con el pretexto de traer unas flores, que,
dadas las circunstancias, creí que me enviabas tú. Me amenazó, me dijo
que era mejor que hiciese lo que me ordenara o, de lo contrario, volvería.
Me pegó, Vladimir. ¿No sabes nada de esto? Y, para empeorar las cosas,
intentó atacarme anoche cuando salí del restaurante.
Vlad dudó un segundo antes de responder.
—No, no sé de qué me hablas. Me conoces, Yulia. Seré todo lo que tú
quieras, pero no hago esas cosas. Ven a mi despacho hoy en cuanto puedas
para que vea cómo te encuentras. Me preguntaba por qué no habías venido.
—Hoy no puedo ir a trabajar. Estoy agotada y necesito tiempo para
pensar. Dejémoslo para mañana.
—Sí, claro. No hay problema.
la morena colgó. Le venía bien tomarse un día libre y comprobar que no le
había costado tanto rechazar la propuesta de Vlad. Se preguntó si el
ofrecimiento era una nueva táctica de Vladimir o si ella había declinado
automáticamente las insinuaciones de apoyo emocional.
Yulia examinó el apartamento con asco y decidió que limpiarlo la
ayudaría a arreglar las cosas. Tenía que quitar las manchas de sangre y
pensaría mejor si todo estaba en orden.
Mientras intentaba borrar las manchas del suelo, se dijo: «Yulia, lo
siento mucho. Yulia, metí la pata. Yulia, te amo más que al dinero, las
drogas o mi trabajo. Yulia... ¡Mierda, mierda, mierda!».
Acabó con el suelo y se dedicó a la cocina y al resto de la casa.
Cuando todo quedó reluciente, se sintió mejor. Retirar los rastros de
violencia y limpiar la suciedad de su espacio vital le sirvió para limpiar
también su mente.
Por la noche llamó a Anya y le contó la conversación que había
mantenido con Vladimir. Anya preguntó:
—Oye, ¿te parece seguro regresar al trabajo?
—Vlad es egoísta y manipulador, pero negó cualquier relación con el
ataque, Anya. No parece su estilo. Todo saldrá bien. No te preocupes.
—He estado meditando, Yulia. Quiero que pienses lo que hablamos
antes. Sólo que lo pienses. ¿Cuándo vas a ir a la oficina?
—Mañana. —Tras prometer que llamaría al día siguiente, la morena
colgó. Lo que le apetecía en aquel momento era desconectar ante la tele un
rato y tomar una cena fría.
Más tarde, se acostó y procuró sentirse traicionada,
descorazonada o tristísima por el engaño de Vlad. Pero lo único que sintió
fue vergüenza. Eso, y el temor a contárselo a su madre.
Al darse cuenta sufrió un dolor casi físico. Seguramente había sido la
última en enterarse de la infidelidad de Vladimir. Sus nuevos colegas
consideraban esa conducta una forma de hacer negocios. Tal vez incluso lo
habían animado. Decidió comentarlo con Pat, que tenía muy buena
perspectiva.
Sus pensamientos se centraron luego en Lena. Aquellos ojos verdigrises.
Mirarlos era como mirar una esmeralda que en su interior contenían pequeño granitos de diamantes, y a ella le traigan paz y tranquilidad. Con aquella visión en su mente, cayó en un sueño
ligero.Mientras el apartamento permanecía en silencio, dos hombres
aprovecharon para relajarse en la furgoneta blanca aparcada al otro lado de
la calle. Jeffrey Simpkin, el más pequeño, se dedicó a ajustar el equipo.
Hizo copias de las llamadas telefónicas que habían grabado y reinició el
equipo para registrar nuevas llamadas.
—Estupendo trabajo el del escondite de los micros,
Hatch. Regresar después de que ella se marchase anoche fue un golpe
genial. Temía que encontrase alguno cuando se puso a limpiar, pero oímos
todo con claridad. Veré qué puedo averiguar de la última llamada. El
número no apareció en la pantalla y me costó trabajo seguir la
conversación. Generalmente, conseguimos anular el bloqueo de llamadas.
Hatch expulsó humo ante el rostro de su compañero.
Simpkin se aclaró la garganta con nerviosismo, disimulando su desagrado
ante el horrible aliento del otro.
—Hum, la orden que recibí no decía nada de vídeos. Para eso tendría
que volver a entrar en el piso. ¿Quieres que coloque las cámaras? Es muy
guapa y todo eso, pero ¿y si Dieter se entera? —No sabía a quién temía
más, a Hatch o a su jefe.
Procuró ocultar su inquietud mientras observaba cómo Hatch cogía el
disco y apagaba un cigarrillo sin filtro junto a uno de los carísimos
aparatos que componían el equipo de la furgoneta. Cuando Hatch abrió la
puerta y se perdió en la noche, Simpkin respiró a fondo, se colocó sus
gruesas gafas y dejó la puerta entreabierta unos minutos para renovar el
ambiente. Con un trozo de papel recogió la colilla y las cenizas,
procurando no tocarlas.
Le tenía miedo a Hatch; Hatch lo sabía y le encantaba. A Simpkin le
pagaban bien para que vigilase y mantuviese la boca cerrada. Si Hatch
quería videos, no sería él quien diese la voz de alarma. Dieter nunca había
cuestionado sus honorarios, y Hatch lo pulverizaría si informaba de la
instalación de cámaras extra. A la mierda. Era mejor así. Un escalofrío lo
sacudió al cerrar la puerta de la furgoneta.
—Gilipollas —murmuró, sintiéndose a salvo.
-j¡¡-x-
A las tres de la mañana sonó el teléfono de Yulia, que lo cogió medio
dormida.
—¿Diga?
La línea funcionaba, pero nadie respondió.
—¿Pat? ¿Eres tú? —preguntó la morena con voz ronca.
Nada.
Oía la respiración de alguien. Colgó el teléfono, se dio la vuelta y se
puso boca arriba, contemplando el techo sin dejar de temblar.
Tras colgar el auricular, Dieter se reclinó en el sillón de su despacho,
cruzó las manos detrás de la nuca y se dio la vuelta para contemplar la
vista de San Francisco, meciéndose mientras pensaba. La oferta pública de
acciones seguía las previsiones y todo estaba en orden. El único problema
era la tal Volkova. Pronto la haría desaparecer, pero debía procurar que nadie
la relacionase con él.
Cuando se abrió la puerta del despacho, miró por encima del hombro a
una mujer que llevaba dos vasos y una botella de whisky escocés y, luego,
reanudó su contemplación. La mujer dejó los vasos y la botella sobre la
mesa y se acercó a él por detrás, le puso las manos sobre los hombros y
deslizó unas largas uñas pintadas de color rojo sangre sobre su pecho,
mientras acercaba la boca a la oreja del hombre.
—¿Quién estaba al teléfono?
—Era sólo una llamadita para sembrar incertidumbre.
—¿Va todo bien?
—Quizá —repuso Dieter, que se desprendió de la mujer y giró en el
sillón para mirarla—. Hablé con Hatch hace unas horas. La novia de Vlad
podría causarnos problemas. Creí que, después de que la tratase a la
baqueta, nos la quitaríamos del medio. Pero no lo veo tan claro. Ese idiota
de Vladimir quiere retenerla, seguramente para que trate con las viejecitas y
las tenga a raya. La muchacha tiene cerebro y ética. Desafortunada
combinación en una chica tan guapa.
Dieter se fijó en que la mujer se ponía un poco nerviosa, cosa que lo
animó. —Me alegro de que no te moleste un asunto tan inconveniente.
La mujer le entregó la bebida.
—Hay tanto dinero que nunca podremos gastarlo todo.
—¿Qué piensas hacer con ella?
Dieter bebió un poco de whisky.
—La tenemos vigilada para ver qué pretende hacer. No permitiré que
nadie se interponga en el camino de nuestra fortuna o nuestros fines, y
mucho menos una pelusilla caída del cielo.
La mujer asintió.
—¿Vas a decírselo a Vlad?
—No. Nos conviene que crea que sigue al mando. Pero, cuando el
polvo deje de caer, se quedará con una gran bolsa vacía, que es lo que
merece. ¿No tenemos cosas más importantes que hacer?
—¿Qué le dirás si te pregunta por qué entró Hatch en el piso de ella el
lunes y trató de atacarla anoche?
—Algo muy simple. Que no sé nada. —Dieter se dio cuenta de que su
acompañante admiraba la forma en que trataba a sus subalternos. La
excitaba.
Dieter dobló un dedo y la mujer dejó el vaso a un lado, lo besó
apasionadamente en los labios y deslizó las manos bajo su camisa y la
hebilla del cinturón. La respiración del hombre se volvió más trabajosa,
mientras ella le quitaba con mano ágil el cinturón y le bajaba la cremallera.
Luego se arrodilló y lo acarició, primero despacio y, después, con urgencia,
hasta que él la cogió por el pelo y la obligó a echar la cabeza hacia atrás
para verle la cara. A continuación la besó, la mordió en el cuello y debajo
de los pechos. La levantó y la llevó hasta la mesa de reuniones, donde le
arrancó las medias y trepó sobre ella. La mujer estaba húmeda, lista para
él.
CONTINUARÁ...
En unos días pongo mas capítulos. Saludos!
Capítulo 5
Yulia y Anya estaban en la autopista 101 cuando una nube de aprensión
atenazó a Yulia. Tras pasar una sola noche fuera de casa, la abrumaba no
saber cómo afrontar su vida. Ni siquiera la animó la vista del puente
Golden Gate desde la península de Marin.
Cuando llegaron al apartamento, en el distrito de Marina, Yulia
decidió enfrentarse a lo que le esperaba y cambiar algunas cosas para
sentirse mejor. Por desgracia, aún no sabía qué cambios debía hacer. Le
aseguró a Anya que no hacía falta que la acompañase hasta su piso, le
agradeció que la hubiese llevado hasta allí y se despidió de ella,
procurando no fijarse en la furgoneta blanca que seguía aparcada en la
calle.
Cuanto más se acercaba a su apartamento, en el tercer piso, más se
arrepentía de no haber aceptado el ofrecimiento de Anya. Estaba aterrada
cuando abrió la puerta y echó un vistazo.
No había nada raro, salvo manchas de agua en el suelo de madera,
provocadas por las flores que su atacante había utilizado el lunes para
ocultar su rostro. Se detuvo. No oyó nada, así que se quitó los zapatos y
recorrió el apartamento de puntillas, comprobando con cautela todas las
habitaciones. Incluso miró bajo la cama. Tardó otros cinco minutos en
armarse de valor para descorrer la cortina de la ducha y cerciorarse de que
Norman Bates no estaba detrás, con un gran cuchillo en la mano.
Se rió con nerviosismo.
—Chiquilla, estás perdiendo los papeles.
Cuando se convenció de que el piso estaba vacío, examinó el salón
con todo detalle y encontró manchas de sangre seca debajo del sillón. Las
había pasado por alto al limpiar. No vio cámaras ni micrófonos, pero le
intrigaba la furgoneta.
Antes de salir de Bolinas, Anya le había sugerido que llamase a la
policía y le había reiterado el ofrecimiento de pasar el fin de semana con
ella. Yulia no se mostró muy dispuesta, porque su asaltante le había
advertido que no avisase a la policía. Además, ya era demasiado tarde.
Intentaba razonar, pero no podía presentar una denuncia.
Por primera vez se fijó en que la luz del contestador automático
parpadeaba. Estaba cansada. Suspiró profundamente y se dejó caer en una
silla junto al contestador. Había cinco mensajes de Vladimir: «Lo siento;
estaba borracho; lo has malinterpretado; si me hubieses prestado más
atención, eso no habría ocurrido; démonos otra oportunidad». Uno de su
madre: «Cariño, ¿estás ahí? Llamó
Vlad para decir que os habíais peleado. Estoy segura de que puede
explicar perfectamente lo que ocurrió. No lo desbarates todo antes de
hablar con él». «Sí, claro, mamá; nunca es culpa de Vlad.» Otro de Pat:
«Hola, preciosa, ¿Dónde diablos te has metido?». Y uno de una empresa de
telemarketing: «Este es un mensaje para la señora Y. Volkova...». Tras
preguntarse si debía responder a la última llamada, marcó el número de
Patrick.
Pat era su mejor amigo desde la universidad. Vlad y él nunca se
habían caído bien, así que jamás le había contado a Pat sus recelos,
pensando que Vladimir y ella arreglarían las cosas. Cuando Pat la sondeaba,
Yulia cambiaba de tema y había llegado al extremo de no llamarlo. Le
debía una disculpa.
Tras marcar el número de Pat, la morena dejó un mensaje en el buzón de
voz: «Hola, Pat. Siento no haber estado disponible. Mi vida es un desastre.
Estoy pensando en huir con un circo. Te quiero». Le tembló la voz al
despedirse.
Permaneció sentada unos minutos, procurando recuperar la
compostura. Luego pulsó la tecla de Vladimir en el marcador rápido, y él
respondió al primer timbrazo.
—Vaya, ¿así que ahora es culpa mía? Disculpa, pero no fui yo la que
me estaba tirando a alguien a tus espaldas, ni consumo drogas ni voy por
ahí diciéndole a la gente que cierre el pico y cosas de ésas. —«¡Sí, se
sentía genial!» Se calló para que Vlad asimilase lo que acababa de decirle.
Como no hubo respuesta, dejó que el silencio se prolongase.
—¿Yulia? ¿Sigues ahí? —preguntó Vlad al fin.
—Sí, pero no tengo nada más que decir. Te toca a ti.
—Yo, pues..., no sé qué decirte. En fin, lo lamento. Me siento fatal y...
—Seguro que tienes resaca. ¿Algo más? —Aquello iba bien. Yulia
esperó. Se dio cuenta de que Vlad estaba buscando la forma de recuperar el
control de la situación.
—¿Me vas a dejar de verdad? —preguntó Vladimir.
«Ah, era eso. El primer punto de su lista de prioridades...: la cartera.»
—No creo que podamos seguir juntos. Aunque prescindiese de las
cuestiones personales, no estamos de acuerdo en la forma de llevar el
negocio, especialmente la gestión de mis clientas.
—No te precipites, Yulia. No soy tan memo. Podemos hablarlo
tranquilamente una vez más, ¿no te parece? Quizá me he apresurado a la
hora de criticar tus métodos e ideas. Por favor, ven a verme a mi despacho.
Te lo ruego.
Vladimir conocía los puntos débiles de la ojiazul, que dijo, de mala gana:
—Sabes que mis clientas son muy importantes para mí. Pero, si se
trata de otra dosis de jarabe de pico, no cuentes conmigo. En serio.
—Estupendo, cariño. —Vlad parecía aliviado—. Tengo unos planes
geniales para la empresa, y tú formarás parte de ellos.
Yulia se sintió atrapada.
—Vladimir, ¿eso es todo? ¿No te importa que rompa nuestro compromiso
si sigo encargándome de tus clientas? Gracias. Una cosa más. ¿Enviaste tú a
ese matón que me atacó el lunes y anoche después de salir del restaurante?
Porque, si lo hiciste, no me volverás a ver en tu vida. En serio.
—¿De qué hablas? —Parecía realmente confundido.
—Intenté decírtelo en la cena de anoche, pero, como ni siquiera te
fijaste en que tenía moretones y un labio partido, decidí no molestarte. Un
tipo entró en mi apartamento con el pretexto de traer unas flores, que,
dadas las circunstancias, creí que me enviabas tú. Me amenazó, me dijo
que era mejor que hiciese lo que me ordenara o, de lo contrario, volvería.
Me pegó, Vladimir. ¿No sabes nada de esto? Y, para empeorar las cosas,
intentó atacarme anoche cuando salí del restaurante.
Vlad dudó un segundo antes de responder.
—No, no sé de qué me hablas. Me conoces, Yulia. Seré todo lo que tú
quieras, pero no hago esas cosas. Ven a mi despacho hoy en cuanto puedas
para que vea cómo te encuentras. Me preguntaba por qué no habías venido.
—Hoy no puedo ir a trabajar. Estoy agotada y necesito tiempo para
pensar. Dejémoslo para mañana.
—Sí, claro. No hay problema.
la morena colgó. Le venía bien tomarse un día libre y comprobar que no le
había costado tanto rechazar la propuesta de Vlad. Se preguntó si el
ofrecimiento era una nueva táctica de Vladimir o si ella había declinado
automáticamente las insinuaciones de apoyo emocional.
Yulia examinó el apartamento con asco y decidió que limpiarlo la
ayudaría a arreglar las cosas. Tenía que quitar las manchas de sangre y
pensaría mejor si todo estaba en orden.
Mientras intentaba borrar las manchas del suelo, se dijo: «Yulia, lo
siento mucho. Yulia, metí la pata. Yulia, te amo más que al dinero, las
drogas o mi trabajo. Yulia... ¡Mierda, mierda, mierda!».
Acabó con el suelo y se dedicó a la cocina y al resto de la casa.
Cuando todo quedó reluciente, se sintió mejor. Retirar los rastros de
violencia y limpiar la suciedad de su espacio vital le sirvió para limpiar
también su mente.
Por la noche llamó a Anya y le contó la conversación que había
mantenido con Vladimir. Anya preguntó:
—Oye, ¿te parece seguro regresar al trabajo?
—Vlad es egoísta y manipulador, pero negó cualquier relación con el
ataque, Anya. No parece su estilo. Todo saldrá bien. No te preocupes.
—He estado meditando, Yulia. Quiero que pienses lo que hablamos
antes. Sólo que lo pienses. ¿Cuándo vas a ir a la oficina?
—Mañana. —Tras prometer que llamaría al día siguiente, la morena
colgó. Lo que le apetecía en aquel momento era desconectar ante la tele un
rato y tomar una cena fría.
Más tarde, se acostó y procuró sentirse traicionada,
descorazonada o tristísima por el engaño de Vlad. Pero lo único que sintió
fue vergüenza. Eso, y el temor a contárselo a su madre.
Al darse cuenta sufrió un dolor casi físico. Seguramente había sido la
última en enterarse de la infidelidad de Vladimir. Sus nuevos colegas
consideraban esa conducta una forma de hacer negocios. Tal vez incluso lo
habían animado. Decidió comentarlo con Pat, que tenía muy buena
perspectiva.
Sus pensamientos se centraron luego en Lena. Aquellos ojos verdigrises.
Mirarlos era como mirar una esmeralda que en su interior contenían pequeño granitos de diamantes, y a ella le traigan paz y tranquilidad. Con aquella visión en su mente, cayó en un sueño
ligero.Mientras el apartamento permanecía en silencio, dos hombres
aprovecharon para relajarse en la furgoneta blanca aparcada al otro lado de
la calle. Jeffrey Simpkin, el más pequeño, se dedicó a ajustar el equipo.
Hizo copias de las llamadas telefónicas que habían grabado y reinició el
equipo para registrar nuevas llamadas.
—Estupendo trabajo el del escondite de los micros,
Hatch. Regresar después de que ella se marchase anoche fue un golpe
genial. Temía que encontrase alguno cuando se puso a limpiar, pero oímos
todo con claridad. Veré qué puedo averiguar de la última llamada. El
número no apareció en la pantalla y me costó trabajo seguir la
conversación. Generalmente, conseguimos anular el bloqueo de llamadas.
Hatch expulsó humo ante el rostro de su compañero.
Simpkin se aclaró la garganta con nerviosismo, disimulando su desagrado
ante el horrible aliento del otro.
—Hum, la orden que recibí no decía nada de vídeos. Para eso tendría
que volver a entrar en el piso. ¿Quieres que coloque las cámaras? Es muy
guapa y todo eso, pero ¿y si Dieter se entera? —No sabía a quién temía
más, a Hatch o a su jefe.
Procuró ocultar su inquietud mientras observaba cómo Hatch cogía el
disco y apagaba un cigarrillo sin filtro junto a uno de los carísimos
aparatos que componían el equipo de la furgoneta. Cuando Hatch abrió la
puerta y se perdió en la noche, Simpkin respiró a fondo, se colocó sus
gruesas gafas y dejó la puerta entreabierta unos minutos para renovar el
ambiente. Con un trozo de papel recogió la colilla y las cenizas,
procurando no tocarlas.
Le tenía miedo a Hatch; Hatch lo sabía y le encantaba. A Simpkin le
pagaban bien para que vigilase y mantuviese la boca cerrada. Si Hatch
quería videos, no sería él quien diese la voz de alarma. Dieter nunca había
cuestionado sus honorarios, y Hatch lo pulverizaría si informaba de la
instalación de cámaras extra. A la mierda. Era mejor así. Un escalofrío lo
sacudió al cerrar la puerta de la furgoneta.
—Gilipollas —murmuró, sintiéndose a salvo.
-j¡¡-x-
A las tres de la mañana sonó el teléfono de Yulia, que lo cogió medio
dormida.
—¿Diga?
La línea funcionaba, pero nadie respondió.
—¿Pat? ¿Eres tú? —preguntó la morena con voz ronca.
Nada.
Oía la respiración de alguien. Colgó el teléfono, se dio la vuelta y se
puso boca arriba, contemplando el techo sin dejar de temblar.
Tras colgar el auricular, Dieter se reclinó en el sillón de su despacho,
cruzó las manos detrás de la nuca y se dio la vuelta para contemplar la
vista de San Francisco, meciéndose mientras pensaba. La oferta pública de
acciones seguía las previsiones y todo estaba en orden. El único problema
era la tal Volkova. Pronto la haría desaparecer, pero debía procurar que nadie
la relacionase con él.
Cuando se abrió la puerta del despacho, miró por encima del hombro a
una mujer que llevaba dos vasos y una botella de whisky escocés y, luego,
reanudó su contemplación. La mujer dejó los vasos y la botella sobre la
mesa y se acercó a él por detrás, le puso las manos sobre los hombros y
deslizó unas largas uñas pintadas de color rojo sangre sobre su pecho,
mientras acercaba la boca a la oreja del hombre.
—¿Quién estaba al teléfono?
—Era sólo una llamadita para sembrar incertidumbre.
—¿Va todo bien?
—Quizá —repuso Dieter, que se desprendió de la mujer y giró en el
sillón para mirarla—. Hablé con Hatch hace unas horas. La novia de Vlad
podría causarnos problemas. Creí que, después de que la tratase a la
baqueta, nos la quitaríamos del medio. Pero no lo veo tan claro. Ese idiota
de Vladimir quiere retenerla, seguramente para que trate con las viejecitas y
las tenga a raya. La muchacha tiene cerebro y ética. Desafortunada
combinación en una chica tan guapa.
Dieter se fijó en que la mujer se ponía un poco nerviosa, cosa que lo
animó. —Me alegro de que no te moleste un asunto tan inconveniente.
La mujer le entregó la bebida.
—Hay tanto dinero que nunca podremos gastarlo todo.
—¿Qué piensas hacer con ella?
Dieter bebió un poco de whisky.
—La tenemos vigilada para ver qué pretende hacer. No permitiré que
nadie se interponga en el camino de nuestra fortuna o nuestros fines, y
mucho menos una pelusilla caída del cielo.
La mujer asintió.
—¿Vas a decírselo a Vlad?
—No. Nos conviene que crea que sigue al mando. Pero, cuando el
polvo deje de caer, se quedará con una gran bolsa vacía, que es lo que
merece. ¿No tenemos cosas más importantes que hacer?
—¿Qué le dirás si te pregunta por qué entró Hatch en el piso de ella el
lunes y trató de atacarla anoche?
—Algo muy simple. Que no sé nada. —Dieter se dio cuenta de que su
acompañante admiraba la forma en que trataba a sus subalternos. La
excitaba.
Dieter dobló un dedo y la mujer dejó el vaso a un lado, lo besó
apasionadamente en los labios y deslizó las manos bajo su camisa y la
hebilla del cinturón. La respiración del hombre se volvió más trabajosa,
mientras ella le quitaba con mano ágil el cinturón y le bajaba la cremallera.
Luego se arrodilló y lo acarició, primero despacio y, después, con urgencia,
hasta que él la cogió por el pelo y la obligó a echar la cabeza hacia atrás
para verle la cara. A continuación la besó, la mordió en el cuello y debajo
de los pechos. La levantó y la llevó hasta la mesa de reuniones, donde le
arrancó las medias y trepó sobre ella. La mujer estaba húmeda, lista para
él.
CONTINUARÁ...
En unos días pongo mas capítulos. Saludos!
Lesdrumm- Admin
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Fecha de inscripción : 03/08/2014
Localización : Trapped in some parallel universe
Re: IMPULSOS DE VIDA...
IMPULSOS DE VIDA
Capítulo 6
A Yulia no le apetecía ir a trabajar al día siguiente, pero ya había perdido
casi la semana entera. Los moretones no se notaban y, cuando llegó a la oficina, todo parecía en orden. Tal vez demasiado en orden. Prácticamente
nadie la miró a la cara. Unos cuantos empleados (secretarias ejecutivas,
repartidores de correo, la recepcionista) hablaban en grupos y la miraron
furtivamente cuando se dirigió a su despacho. «Vaya, las noticias vuelan.»
¿Habían oído algo o habían visto que ya no llevaba el anillo de
compromiso?
Algunos esbozaron sonrisas irónicas, otros pusieron cara de pena y
otros a punto estuvieron de darle la enhorabuena. «¡Oh, caramba!»
Cuando la pelinegra se dirigía a la sala de la fotocopiadora pensando en sus
compañeros de trabajo, casi tropezó con un rubia bajita y pechugona. Iba a
disculparse por su falta de atención, pero se calló, asombrada.
Era la mujer con la que Vlad se estaba dando el lote.
Ruborizada, la mujer retrocedió, tartamudeando:
—Oh, vaya, disculpe. Iba a hacer unas fotocopias para el señor Marks.
—¿Trabaja usted aquí? ¿Trabaja aquí de verdad?
—Yo... soy una contratada temporal de la Agencia Nelson. Sustituyo a
Sharon Jones, que está de baja por maternidad.
—Claro, eso lo explica todo, ¿no? —repuso Yulia ácidamente—.
¿Cómo se llama?
—Karen... Phillips. Acabo de empezar. Escuche, lo siento. No sabía
que Peter, es decir, el señor Sokolsky, estaba comprometido. Se lo juro. No
me lo comentó. ¡Me siento... fatal!
Yul suspiró.
—Suponiendo que no mienta usted, el señor Sokolsky... Vladimir le debe
una disculpa. Sin embargo, tenga cuidado, porque si es capaz de mentirme
a mí también puede mentirle a usted. Y hágame un favor. Aléjese de mí,
¿entendido?
Karen sonrió con nerviosismo y se inclinó como si quisiese abrazar a
Yulia, pero se detuvo bruscamente y salió de la habitación.
Pasó ante Mary Lyle, la secretaria de Yul, que estaba en la puerta y
parecía avergonzada tras haber escuchado la conversación. Mary, muy
colorada, miró a todas partes menos a la morena.
—Ahora ya lo sabes —dijo Yulia—. ¿Nuestro pequeño espectáculo
coincide con los rumores que circulan por ahí?
Mary se ruborizó aún más.
—Sí, según los rumores sorprendiste al señor Sokolsky haciendo...,
haciéndolo. Lo dejaste y él te pidió que volvieras. ¿Es así?
Mary, su matronil secretaria, era una ferviente católica dedicada a la
Iglesia y a su familia, y Yulia no quería ofenderla. «¡Vaya, al diablo!»
—Más o menos. Excepto que lo mandé a tomar por el culo.
Ante eso, el rubor de Mary se acentuó al máximo y sonrió
tímidamente.
—¡Ah! ¡Muy bien hecho! —Y prosiguió—: Yulia, ¿es cierto que te
vas? No creo que pueda aguantar esto sin ti. Demasiados niñatos arrogantes
dando órdenes. Por favor, no te vayas. La señora Tuttle lo sentiría
muchísimo. No puede cambiar de agencia de valores a los noventa y dos
años. Te adora. Como todas tus clientas.
A Yulia se le hundieron los hombros. Sabía que Mary tenía razón.
Ella las había metido en aquello y, hasta que encontrase la manera de
garantizar la seguridad de las inversiones, tenía que seguir adelante.
—No te preocupes. Me quedo, al menos una temporada. Tengo que
ver a Vladimir esta mañana para buscar la forma de trabajar juntos sin que yo
lo mate. A decir verdad, nuestra relación no iba bien, pero no quise
afrontar la realidad. Vamos, tenemos que trabajar.
Dos horas después, La morena cruzó el vestíbulo para dirigirse al despacho
de Vladimir. Cuando entró vio a Georgia Johnson, la secretaria ejecutiva de
Vlad, jugueteando con una maquinita debajo de la mesa. Yulia se aclaró la
garganta y Georgia levantó la cabeza y guardó una pequeña cinta digital en
un cajón.
A Yulia nunca le había caído bien Georgia. En realidad. no le caía bien a nadie. Seis meses antes Vlad había sorprendido
a todo el mundo presentándose con ella y diciendo que tenía una nueva
secretaria ejecutiva. La mujer a la que sustituyó, una joven con dos hijos,
fue despedida con dos semanas de indemnización. Georgia era muy
reservada y nadie confiaba en ella. No hablaba más que para demostrar a la
gente la superioridad de su talento.
Unos fríos ojos color avellana estudiaron a Yulia y se detuvieron en el
rostro. Sin duda, no le pasaron inadvertidos los golpes que la morena había
sufrido a manos de su atacante.
Georgia no comentó nada sobre el aspecto de Yul.
—Puede pasar, señorita Volkova.
De pronto, Yulia se dio cuenta de que Georgia acababa de subrayar,
con muy poco tacto, su nuevo estatus de persona sin compromiso. Era una
solterona y una empleada más. Yulia pasó por delante de Georgia sin
mirarla y cerró la puerta tras entrar en el despacho.
Vlad acababa de colgar el teléfono.
—¡Yul! ¿Cómo estás?
—¿No te parece un poco tarde para hacer esa pregunta? Me encuentro
mejor ahora que en el restaurante, Vladimir. Pero entonces estabas demasiado
borracho para darte cuenta.
—Ya me he disculpado por eso, Yulia. No deberíamos darle más
vueltas. —Vlad tamborileó con los dedos sobre la mesa con gesto
impaciente, lo cual indicaba que quería zanjar la cuestión. A la morena no le
sorprendió.
—Sí, dejémoslo. ¿Qué quieres de mí, Vladmir? ¿Que te perdone? ¿Sigues
con la idea de casarte conmigo? ¿Qué?
Vlad dulcificó el tono de voz, pero La mirena no vio afecto en sus ojos.
—Yulia, hacemos buena pareja, y tus padres me adoran. Cometí un
error, eso es todo. Además, soy libre de hacer lo que quiera. Aún no
estamos casados.
A Yulia le dolió el comentario sobre sus padres. Vlad tenía razón:
creían que era el hombre perfecto.
—Entonces, ¿mantienes la idea de que nos casemos o te interesan más
mis clientas, Vlad? ¿Quién se encargará de las ancianas que tienen casi la
mitad de tus fondos, si yo me marcho? ¿Lo harías tú? ¿Tal vez alguien de
tu comité?
Vladimir endureció el tono.
—Yulia, sin duda te echarían de menos. Pero eso ya lo hemos
descartado. Procura tenerlas contentas y yo me ocuparé de las inversiones.
No me importa en qué universidad te licenciaste; eres una novata. El
comité y yo haremos lo mejor para tus clientas y para ti.
Aquello fue demasiado. A Yulia se le subieron los colores.
—¡Eres igual que mi padre! ¡Igual que mis padres! Te parece una
pérdida de tiempo que una chica como yo estudie una carrera, cuando lo
único que necesito es encontrar a un tipo rico que me cuide, criar a sus
hijos, recibir a sus clientes e incluso permitir que alguno me tire los tejos.
Así te convertirías en un gran hombre, ¿no?
Una vena azul empezó a latir en la frente de Vladmir.
—Vladimir, no soy una niña. Soy una mujer. Una mujer inteligente y muy
preparada. Dejemos las cosas claras. Tú y yo hemos terminado. Eres libre
de tirarte a quien te apetezca y de esnifar toda la mierda que quieras. Me
quedo por mis clientas, porque soy responsable de ellas. ¿Está claro? —
Yulia temía que le diese un ataque de hiperventilación.
El bronceado rostro de Vlad adoptó un tono más oscuro durante la
diatriba de Yul. Extendió las manos sobre la mesa y dijo, en tono
desabrido:
—Clarísimo. En realidad, me robabas demasiado espacio. Procura
tener a tus clientas contentas mientras yo las enriquezco aún más. Luego
eres libre de irte y llevarte a tus maravillosos papás contigo.
Yulia le lanzó una mirada fulminante antes de salir airadamente del
despacho, dejando la puerta abierta. Percibió una sonrisa en la cara de
Georgia y reprimió el deseo de gritarle.
Ya en su despacho, rebuscó en el bolso la agenda electrónica y
consultó el número de Anya.
—¿Anya? Hola, soy Yulia. No, no, me encuentro bien. Acabo de estar
con Vlad y fue... Escucha, ¿sigue en pie el ofrecimiento de pasar el fin de
semana contigo? Tengo que salir de la ciudad, pero no quiero que te sientas
obligada.
—¡Estupendo! —exclamó Anya—. Oye, Lena pasará por la ciudad
antes de venir aquí esta noche. ¿Quieres que te traiga?
Yulia soltó un suspiro de alivio.
—Eso sería genial. ¿A qué hora? Creo que conoce mi dirección. La
esperaré.
Tras colgar, la morena se derrumbó en el sillón y se dio la vuelta hasta
quedar frente a la ventana. Estaba disgustada por la conversación que había
mantenido con Vladimir, pero, al mismo tiempo, sentía una enorme alegría
ante la perspectiva de pasar el fin de semana con Anya. En realidad, lo que la
alegraba era que Lena la llevase en su coche y estar también con ella
durante el fin de semana. Notó que le ardían las mejillas al pensarlo y se
sintió confusa ante semejante reacción.
CONTINUARÁ...
Capítulo 6
A Yulia no le apetecía ir a trabajar al día siguiente, pero ya había perdido
casi la semana entera. Los moretones no se notaban y, cuando llegó a la oficina, todo parecía en orden. Tal vez demasiado en orden. Prácticamente
nadie la miró a la cara. Unos cuantos empleados (secretarias ejecutivas,
repartidores de correo, la recepcionista) hablaban en grupos y la miraron
furtivamente cuando se dirigió a su despacho. «Vaya, las noticias vuelan.»
¿Habían oído algo o habían visto que ya no llevaba el anillo de
compromiso?
Algunos esbozaron sonrisas irónicas, otros pusieron cara de pena y
otros a punto estuvieron de darle la enhorabuena. «¡Oh, caramba!»
Cuando la pelinegra se dirigía a la sala de la fotocopiadora pensando en sus
compañeros de trabajo, casi tropezó con un rubia bajita y pechugona. Iba a
disculparse por su falta de atención, pero se calló, asombrada.
Era la mujer con la que Vlad se estaba dando el lote.
Ruborizada, la mujer retrocedió, tartamudeando:
—Oh, vaya, disculpe. Iba a hacer unas fotocopias para el señor Marks.
—¿Trabaja usted aquí? ¿Trabaja aquí de verdad?
—Yo... soy una contratada temporal de la Agencia Nelson. Sustituyo a
Sharon Jones, que está de baja por maternidad.
—Claro, eso lo explica todo, ¿no? —repuso Yulia ácidamente—.
¿Cómo se llama?
—Karen... Phillips. Acabo de empezar. Escuche, lo siento. No sabía
que Peter, es decir, el señor Sokolsky, estaba comprometido. Se lo juro. No
me lo comentó. ¡Me siento... fatal!
Yul suspiró.
—Suponiendo que no mienta usted, el señor Sokolsky... Vladimir le debe
una disculpa. Sin embargo, tenga cuidado, porque si es capaz de mentirme
a mí también puede mentirle a usted. Y hágame un favor. Aléjese de mí,
¿entendido?
Karen sonrió con nerviosismo y se inclinó como si quisiese abrazar a
Yulia, pero se detuvo bruscamente y salió de la habitación.
Pasó ante Mary Lyle, la secretaria de Yul, que estaba en la puerta y
parecía avergonzada tras haber escuchado la conversación. Mary, muy
colorada, miró a todas partes menos a la morena.
—Ahora ya lo sabes —dijo Yulia—. ¿Nuestro pequeño espectáculo
coincide con los rumores que circulan por ahí?
Mary se ruborizó aún más.
—Sí, según los rumores sorprendiste al señor Sokolsky haciendo...,
haciéndolo. Lo dejaste y él te pidió que volvieras. ¿Es así?
Mary, su matronil secretaria, era una ferviente católica dedicada a la
Iglesia y a su familia, y Yulia no quería ofenderla. «¡Vaya, al diablo!»
—Más o menos. Excepto que lo mandé a tomar por el culo.
Ante eso, el rubor de Mary se acentuó al máximo y sonrió
tímidamente.
—¡Ah! ¡Muy bien hecho! —Y prosiguió—: Yulia, ¿es cierto que te
vas? No creo que pueda aguantar esto sin ti. Demasiados niñatos arrogantes
dando órdenes. Por favor, no te vayas. La señora Tuttle lo sentiría
muchísimo. No puede cambiar de agencia de valores a los noventa y dos
años. Te adora. Como todas tus clientas.
A Yulia se le hundieron los hombros. Sabía que Mary tenía razón.
Ella las había metido en aquello y, hasta que encontrase la manera de
garantizar la seguridad de las inversiones, tenía que seguir adelante.
—No te preocupes. Me quedo, al menos una temporada. Tengo que
ver a Vladimir esta mañana para buscar la forma de trabajar juntos sin que yo
lo mate. A decir verdad, nuestra relación no iba bien, pero no quise
afrontar la realidad. Vamos, tenemos que trabajar.
Dos horas después, La morena cruzó el vestíbulo para dirigirse al despacho
de Vladimir. Cuando entró vio a Georgia Johnson, la secretaria ejecutiva de
Vlad, jugueteando con una maquinita debajo de la mesa. Yulia se aclaró la
garganta y Georgia levantó la cabeza y guardó una pequeña cinta digital en
un cajón.
A Yulia nunca le había caído bien Georgia. En realidad. no le caía bien a nadie. Seis meses antes Vlad había sorprendido
a todo el mundo presentándose con ella y diciendo que tenía una nueva
secretaria ejecutiva. La mujer a la que sustituyó, una joven con dos hijos,
fue despedida con dos semanas de indemnización. Georgia era muy
reservada y nadie confiaba en ella. No hablaba más que para demostrar a la
gente la superioridad de su talento.
Unos fríos ojos color avellana estudiaron a Yulia y se detuvieron en el
rostro. Sin duda, no le pasaron inadvertidos los golpes que la morena había
sufrido a manos de su atacante.
Georgia no comentó nada sobre el aspecto de Yul.
—Puede pasar, señorita Volkova.
De pronto, Yulia se dio cuenta de que Georgia acababa de subrayar,
con muy poco tacto, su nuevo estatus de persona sin compromiso. Era una
solterona y una empleada más. Yulia pasó por delante de Georgia sin
mirarla y cerró la puerta tras entrar en el despacho.
Vlad acababa de colgar el teléfono.
—¡Yul! ¿Cómo estás?
—¿No te parece un poco tarde para hacer esa pregunta? Me encuentro
mejor ahora que en el restaurante, Vladimir. Pero entonces estabas demasiado
borracho para darte cuenta.
—Ya me he disculpado por eso, Yulia. No deberíamos darle más
vueltas. —Vlad tamborileó con los dedos sobre la mesa con gesto
impaciente, lo cual indicaba que quería zanjar la cuestión. A la morena no le
sorprendió.
—Sí, dejémoslo. ¿Qué quieres de mí, Vladmir? ¿Que te perdone? ¿Sigues
con la idea de casarte conmigo? ¿Qué?
Vlad dulcificó el tono de voz, pero La mirena no vio afecto en sus ojos.
—Yulia, hacemos buena pareja, y tus padres me adoran. Cometí un
error, eso es todo. Además, soy libre de hacer lo que quiera. Aún no
estamos casados.
A Yulia le dolió el comentario sobre sus padres. Vlad tenía razón:
creían que era el hombre perfecto.
—Entonces, ¿mantienes la idea de que nos casemos o te interesan más
mis clientas, Vlad? ¿Quién se encargará de las ancianas que tienen casi la
mitad de tus fondos, si yo me marcho? ¿Lo harías tú? ¿Tal vez alguien de
tu comité?
Vladimir endureció el tono.
—Yulia, sin duda te echarían de menos. Pero eso ya lo hemos
descartado. Procura tenerlas contentas y yo me ocuparé de las inversiones.
No me importa en qué universidad te licenciaste; eres una novata. El
comité y yo haremos lo mejor para tus clientas y para ti.
Aquello fue demasiado. A Yulia se le subieron los colores.
—¡Eres igual que mi padre! ¡Igual que mis padres! Te parece una
pérdida de tiempo que una chica como yo estudie una carrera, cuando lo
único que necesito es encontrar a un tipo rico que me cuide, criar a sus
hijos, recibir a sus clientes e incluso permitir que alguno me tire los tejos.
Así te convertirías en un gran hombre, ¿no?
Una vena azul empezó a latir en la frente de Vladmir.
—Vladimir, no soy una niña. Soy una mujer. Una mujer inteligente y muy
preparada. Dejemos las cosas claras. Tú y yo hemos terminado. Eres libre
de tirarte a quien te apetezca y de esnifar toda la mierda que quieras. Me
quedo por mis clientas, porque soy responsable de ellas. ¿Está claro? —
Yulia temía que le diese un ataque de hiperventilación.
El bronceado rostro de Vlad adoptó un tono más oscuro durante la
diatriba de Yul. Extendió las manos sobre la mesa y dijo, en tono
desabrido:
—Clarísimo. En realidad, me robabas demasiado espacio. Procura
tener a tus clientas contentas mientras yo las enriquezco aún más. Luego
eres libre de irte y llevarte a tus maravillosos papás contigo.
Yulia le lanzó una mirada fulminante antes de salir airadamente del
despacho, dejando la puerta abierta. Percibió una sonrisa en la cara de
Georgia y reprimió el deseo de gritarle.
Ya en su despacho, rebuscó en el bolso la agenda electrónica y
consultó el número de Anya.
—¿Anya? Hola, soy Yulia. No, no, me encuentro bien. Acabo de estar
con Vlad y fue... Escucha, ¿sigue en pie el ofrecimiento de pasar el fin de
semana contigo? Tengo que salir de la ciudad, pero no quiero que te sientas
obligada.
—¡Estupendo! —exclamó Anya—. Oye, Lena pasará por la ciudad
antes de venir aquí esta noche. ¿Quieres que te traiga?
Yulia soltó un suspiro de alivio.
—Eso sería genial. ¿A qué hora? Creo que conoce mi dirección. La
esperaré.
Tras colgar, la morena se derrumbó en el sillón y se dio la vuelta hasta
quedar frente a la ventana. Estaba disgustada por la conversación que había
mantenido con Vladimir, pero, al mismo tiempo, sentía una enorme alegría
ante la perspectiva de pasar el fin de semana con Anya. En realidad, lo que la
alegraba era que Lena la llevase en su coche y estar también con ella
durante el fin de semana. Notó que le ardían las mejillas al pensarlo y se
sintió confusa ante semejante reacción.
CONTINUARÁ...
Lesdrumm- Admin
- Mensajes : 516
Fecha de inscripción : 03/08/2014
Localización : Trapped in some parallel universe
Re: IMPULSOS DE VIDA...
IMPULSOS DE VIDA
Capítulo 7
A la mañana siguiente, cuando Yulia se despertó a las siete y cuarto, Tippy
andaba por allí. La casa se hallaba en silencio. Se levantó y se puso los
pantalones del chándal con intención de tomar un café y buscar a Lena. La
noche anterior, después de su llegada, Anya la había acaparado nada más
entrar en la casa y la había llevado a la habitación de invitados. Y Lena
había desaparecido, como de costumbre.
La morena no se quedó en la cocina vacía, sino que pasó al zaguán y salió
por la puerta de atrás. El Audi seguía en su sitio, pero la camioneta de Anya
no estaba. Se dirigió a la parte frontal de la casa y admiró la terraza que la
rodeaba.
Cuando dobló la esquina para entrar por la puerta principal, se detuvo
en seco. Ante ella estaba Elena Katina, alta y deslumbrante, de
espaldas. Los cabellos le llegaban a los hombros y la brisa matutina los
agitaba suavemente, mientras que la luz del amanecer resaltaba los rizos pelirrojos. Llevaba unos vaqueros de diseño con un estilo que volvería
loco a un fotógrafo de moda. Las botas vaqueras elevaban su estatura hasta mas del metro sesenta y cinco.
Contemplaba el océano con los pulgares metidos en las
presillas del cinturón, apoyada en una de las vigas de la escalera.
El cielo era cada vez más claro. Después de lo que a Yulia se le antojó
mucho tiempo, Lena se volvió lentamente y la miró a los ojos.
—No es de buena educación mirar a la gente.
De frente resultaba tan despampanante como de espaldas. Rostro pecoso, pómulos
altos, barbilla fuerte, y una nariz perfecta. Sus ojos, de un verde grisáceo,
bajo las cejas a tono con los cabellos, observaron a Yulia sin inmutarse.
Las comisuras de sus labios se torcieron levemente, en un atisbo de
sonrisa.
Yul reaccionó enseguida.
—Oh, buenos días. —Lena sostuvo la mirada unos instantes y, luego,
reanudó la contemplación del océano.
—Buenos días. —De nuevo la suave voz pero firme voz, su primer
recuerdo de Lena.
Temiendo hacer preguntas estúpidas, La morena se aclaró la garganta y se
acercó a la pelirroja. Sin duda, el día iba a resultar muy interesante.
—¿Dónde está Anya?
Antes de que Lena respondiese, la verja automática se abrió y entró
Anya con su camioneta cargada de comida.
Yulia se sintió aliviada mientras ambas se dirigían al vehículo.
—Por cierto —dijo—, ¿dónde has aprendido a conducir así? La otra
noche casi devuelvo lo poco que había cenado en aquellas curvas. No me
sorprendería que el coche que nos perseguía acabase en un barranco.
Lena siguió caminando.
—Oh, cosillas que una sabe. Vamos a ayudar a Anya con los paquetes.
¡Me muero de hambre!
«¿Cómo se puede ser tan torpe?», se preguntó Yulia, procurando
centrarse en la deliciosa comida que salía de los fogones de Anya, y apresuró
el paso. Casi tuvo que correr para estar a la altura de la pelirroja, pero consiguió
llegar al mismo tiempo que ella.
Tras meter en la casa las bolsas de la compra, Yulia puso la mesa y
preparó café, mientras Lena colocaba los alimentos y le daba cacerolas y
ollas a Anya. A Yulia se le ocurrió que formaban muy buen equipo sin
haberlo planeado. Se movían de forma coordinada. Cuando Vladimir se quedaba a pasar la noche con ella, esperaba a que ella preparase la cena y jamás fregaba los platos. No se había fijado antes porque casi nunca comían en su apartamento o en el de él. Pero no importaba; entre ellos no existía compañerismo.
Anya metió en el horno bollitos de pacanas con jengibre y batió los
huevos para hacer una tortilla. Tomaron café recién hecho y, a
continuación, fueron al comedor mientras no estaba lista la comida.
—Me encantó que salierais a recibirme —dijo Anya—. A veces me
siento muy sola. Ahora tengo conmigo a dos de mis personas favoritas. Por
cierto, Len, ¿sabes cuánto tiempo te vas a quedar?
Mientras la pelirroja observaba su café, Yulia apostó a que respondería con
menos de cinco palabras.
—Tengo una cosa pendiente el lunes. Aparte de eso, me fastidia no
concretar más, pero la respuesta depende de la señorita Volkova. —Sonrió a
Yulia, quien le correspendió automáticamente, aunque no percibió calor
en los ojos de la pelirroja. La morena ladeó la cabeza con gesto interrogante.
—Creo que debo explicarte las cosas, Yulia. Lena, ¿puedo?
Yulia miró a Anya, consciente de que ojiverde seguía observándola.
—El caso es que Lena trabaja en una empresa que elabora software
forense. La Comisión del Mercado de Valores es uno de sus clientes.
Cuando le conté tus problemas, Lena dijo que estaba sobre la pista de la
empresa de Vladimir e hizo algunas comprobaciones. Ella... Lena te lo
explicará mejor. Te toca, Len.
La pelirroja se dirigió a Anya.
«¿Por qué no habla directamente conmigo?»
La voz de Lena interrumpió las cavilaciones de La morena y la obligó a centrarse en la conversación.
—Parte del software que he desarrollado analiza pautas de
transacciones en los mercados, busca pautas. En principio, se creó para
ayudar a las empresas a predecir tendencias en sectores individuales. Fue...
Sigue siendo... un éxito, pero, partiendo de esa base, lo he ampliado.
»Estamos comprobando las aplicaciones de un nuevo programa que
rastrea modelos de transacciones sospechosas. Ya sabes en qué consisten.
Los gestores de fondos compran acciones que no son seguras a bajo precio.
Luego fomentan los rumores sobre grandes éxitos empresariales para subir
el precio. Cuando llegan a un punto determinado, las venden y ganan un
pastón. El programa rastrea ese tipo de transacciones para identificar
mercados y operadores concretos. A la Comisión del Mercado de Valores
le interesa mucho por razones obvias.
Por fin habló mirando a Yulia a la cara:
—El año pasado la tía Anya me comentó que había cambiado de agentes
de bolsa. Meses después me dijo que tenía una nueva gestora de la empresa
de Sokolsky y que iba a colocar gran parte de sus fondos en una nueva oferta
pública de acciones. Confieso que no le había prestado mucha atención,
pero en ese momento mis antenas se pusieron en funcionamiento. Apliqué
el programa al perfil de tu empresa y saltaron las alarmas por todas partes.
Sospechamos que esa gente se dedica a desplumar millones de dólares a
personas inocentes. Tal vez mi tía sea la siguiente.
Parecía como si Lena la estuviese valorando.
Yulia bajó la vista, avergonzada al sentirse objeto de escrutinio. «¿Por
qué no iba a sospechar de mí? Debo de haber causado una gran impresión.
Y Vladimir me advirtió que no hablase sobre las inversiones. Bueno, pues al
diablo con todo. Aunque pierda el trabajo, el crédito y los amigos, tengo
que hacer lo correcto.»
Se inclinó hacia Lena.
—Escucha, sé que he sido una estúpida. Creí las palabras de Vlad y
opté por no hacer nada cuando comenzó a dejarse ver con compañías poco
recomendables. No sé qué te ha contado Anya, pero he pecado de ingenuidad,
no de falta de honradez. Colaboraré en todo lo que pueda. Tengo varias
Clientas en la misma situación. Sin embargo —prosiguió—, no puedo creer
que mi discusión con Vladimir y la ruptura de mi compromiso provocasen los
ataques que sufrí y que me espíen. ¿No le bastaba con despedirme?
Amenazó con hacerlo el miércoles por la noche. Y hoy seguimos como
antes. Es todo muy raro.
Se dio cuenta de que Lena y Anya intercambiaban una mirada y se
enderezó en la silla.
—¿Qué pasa? ¿Hay algo más que yo no sepa?
Ei reloj del horno sonó en ese preciso momento y Anya se disculpó
apresuradamente.
—Tu ex novio podría ser la punta del iceberg. —Lena escogió las
palabras con mucho cuidado—. Al parecer, se ha mezclado con mala gente.
Por la información que tenemos, él es un jugador relativamente nuevo e
insignificante. Tal vez sea codicioso, Yulia. Nos fijamos en él cuando
empezó a viajar al extranjero. Se trata de una operación internacional. De
todas formas, si te interesa volver con él, puedo ayudarte.
—¡No! Quiero decir que no me interesa. Nuestra relación fue un error
desde el principio. —Sorprendida ante su propia reacción, entrelazó las
manos bajo la mesa para calmarse.
La expresión de la pelirroja era indefinida.
—Aquí es donde entras tú. Seguramente la red interna de tu oficina
está controlada. Tal vez hayan colocado aparatos de escucha en varias
habitaciones, pero lo más fácil y lógico es vigilar la actividad de los
empleados en Internet. Le contaste a Anya que estabas investigando por tu
cuenta y haciendo un análisis técnico sobre algunas de las compañías en las
que tu empresa colocaba inversiones.
Yulia asintió.
—También le contaste que Sokolsky y tú habíais discutido por sus
tácticas y elecciones empresariales. Seguramente la gente que está por
encima de él te vigila. Puede que él lo sepa o puede que no. Piénsalo,
Yulia: millones de dólares. Si existe la menor posibilidad de que les
revientes la operación, ¿qué significa una vida? Y menos la de una mujer.
La morena absorbió la información lentamente. Ya antes de trasladarse a
San Francisco (diablos, toda su vida), otras personas la habían utilizado
para sus fines. La hija obediente, la simpática debutante, la modelo
perfecta, la novia estupenda, el gancho ideal para los planes de su
prometido. Nadie había pensado en quién era ella ni en qué sentía. Y ella lo había consentido.
Empezó a dolerle la mandíbula y se dio cuenta de que estaba
apretando los dientes. Aquello tenía que acabar. Tomó una decisión:
—Se han metido con la mujer equivocada. ¿Qué tengo que hacer?
Lena se miró los dedos y continuó, mientras una sonrisa bailaba en la
comisura de sus labios.
—De acuerdo. Empecemos por Vladimir. Según tía Anya, dijiste que
consume drogas y que se acuesta con otras mujeres. Estoy segura de que
sus nuevos amigos fomentan sus expansiones. ¿Te incluían a ti, como
prometida de Vlad, en los servicios de los clientes?
Lena estaba muy interesada; sus preguntas eran breves e iban al
grano. No se perdía ni un gesto ni una palabra, y los ojos verdigrises que tanto
se parecían a los de Anya se volvieron duros como el granito. Cuando Jen
regresó con la comida, Yulia había sufrido un interrogatorio profesional y
exhaustivo. El estremecimiento dejó paso al alivio cuando comprendió que
ya no se hallaba bajo el microscopio.
—Vosotras dos, ya basta. Olvidémonos de todo eso durante un rato
para disfrutar del desayuno. He trabajado como una esclava ante un horno al rojo vivo.
En cuanto Anya habló, la actitud de la pelirroja se tornó mucho más
agradable.
Yulia se dedicó a los manjares, comió como si llevase días sin hacerlo
y se fijó en que Lena tenía tanta hambre como ella. Tal vez el
interrogatorio le había abierto el apetito. Para la ojiazul la comida era una oportuna interrupción que le permitía evitar más preguntas. Le dolía el cerebro de escudriñar tantos hechos. Y en realidad no quería pensar en las
conclusiones que había sacado la hermosa mujer que se hallaba sentada frente a ella. Lena era inescrutable.
Cuando Anya comentó que se alegraba de no haber metido mano en el
asunto porque podría haber perdido un dedo, Lena les dedicó una sonrisa
incómoda y Yulia se relajó.
Mientras comían, La morena ordenó sus pensamientos e interrogantes, y
rechazó ayuda para fregar los platos.
—No, me toca a mí. Quedaos sentadas y disfrutad de la mañana. Ya
seguiremos hablando.
Las dos mujeres asintieron y tomaron café. Yulia las observó
mientras fregaba los platos, fijándose en el parecido familiar, en la
similitud de gestos y en el evidente amor que compartían. Nunca había
tenido una relación así con una persona mayor que ella, y mucho menos
con su madre. La sorprendió la transformación que sufría la pelirroja cuando hablaba sólo con su tía. Tal vez fuese tímida. Aunque la idea le pareció ridícula, porque Lena era como para morirse de guapa y tenía éxito en su
trabajo, La morena no la descartó. La otra explicación la hizo sentirse
incómoda. Quizá le cayese mal a Lena. Y no era de extrañar. Seguramente
Lena creía que ella o bien estaba en el chanchullo o bien era una
completa idiota.
Sumida en sus pensamientos, no reparó en que Lena se acercaba por
detrás. Yulia se volvió de pronto y tropezó con la misma mezcla de ternura
y fuerza que había sentido la noche en que la pelirroja la había rescatado en el
restaurante.
—¡Oh! Disculpa, estaba... sólo estaba...
Lena retrocedió, farfullando:
—No pretendía asustarte. He venido a traer las tazas de café.
La ojiazul soltó una risita nerviosa, dominada por una repentina timidez.
Le ardía la cara y no sabía por qué. Procuró no ponerse colorada, pero fue
peor, así que cogió las tazas sin decir nada, se dio la vuelta para lavarlas e
intentó contenerse.
Anya se encogió de hombros, le guiñó un ojo a Lena y dijo que tenía
trabajo pendiente en su despacho, aunque la pelirroja sospechó que iba a llamar a
Marina y a dejarla sola con Yulia Volkova. Le sorprendió que el hecho de
quedarse con la morena le resultase más emocionante que engorroso.
Yulia le había parecido sincera y directa durante el interrogatorio, y
sus respuestas coincidían con lo que Lena había averiguado sobre la
empresa de Vladimir Sokolsky. Pero a Lena le distraía la mujer. Su voz tenía
una suavidad especial y sus ojos azules cambiaban el tono de color según la ropa que
llevase o el entorno. Era muy expresiva y sonreía con facilidad. Lena, desconcertada, tuvo que esforzarse para mantener en pie su bien construida
muralla y terminar la entrevista. Le había venido muy bien distraerse con
Anya y el desayuno.
Cuando Anya hizo aquel comentario sobre perder un dedo, Lena miró
sin pensar a Yulia, como si estuviese ante una colega de conspiración. Su
muralla, su segura muralla, desapareció. Y, para colmo, se habían tocado.
Se trataba de una regla fundamental, que no rompía nunca.
Y ya era la segunda vez.
En el aparcamiento, la señorita Volkova había estado a punto de
desmayarse y a Lena no le quedó más remedio que sujetarla. Luego
rompió a llorar y ella tuvo que calmarla, para lo cual la rodeó con sus
brazos. Formaba parte del trabajo. Pero el choque involuntario en la
cocina, poco antes, era diferente. Lena se había acalorado, como si sufriese
una descarga eléctrica. No formaba parte del trabajo y no sabía qué hacer
al respecto. Len estaba acostumbrada a impresionar a los demás con su estatura, que aunque no era mucha imponía,
su aspecto y su inteligencia. La mayoría de la gente quería algo de ella y algunos le tenían miedo con toda la razón. Su jefe la había enseñado bien.
Sin embargo, Yulia no reaccionaba como los otros, y eso desorientaba
a la pelirroja. Cuando la morena acabó su trabajo en la cocina y se dirigió hacía ella,
como Anya había desaparecido, Lena no tenía nada en qué centrar la
atención más que en aquella despampanante pelinegra, así que procuró
sumergirse en el expediente que había imprimido aquella mañana e ignorar
el nerviosismo que sacudió su vientre. Era una nueva sensación, o al menos
era algo que hacía mucho tiempo que no experimentaba.
Yulia se aclaró la garganta.
—¿Ese expediente tiene que ver conmigo?
—Sí. Por lo que veo, no sólo controlan tu ordenador: la camioneta que
vimos delante de tu casa te vigila. Saqué algunas conclusiones y llamé a
varias personas. Tu teléfono está intervenido.
Los ojos de la morena se desorbitaron a causa de la sorpresa y la impresión.
—¡Maldita sea! Esto no es real.
Lena sintió la inexplicable necesidad de evitarle a Yulia la pregunta
que quería hacer a toda costa. Tal vez no fuese el momento oportuno.
Buscaba algo que decir cuando sus ojos aterrizaron sobre el periódico local
que estaba sobre la encimera de la cocina. «Perfecto.»
—Yulia, ¿has estado alguna vez en Point Reyes Station? Este fin de
semana el pueblo celebra el Día de los Fundadores. ¿Quieres que vayamos a dar una vuelta?
Hay montones de personajes pintorescos, arte y buena comida. No
tienes que regresar a tu casa hoy, ¿verdad?
Los ojos de Yulia se iluminaron; era una perspectiva estupenda.
—Bueno, deja que lo piense. \Si No me muero de ganas por volver,
precisamente, y me encantaría evadirme durante un día. ¡Gracias por la invitación! Hum, ¿nos acompañará Anya?
—Se lo preguntaré. —la pelirroja posó la vista en la puerta cerrada del
despacho™. Pero, ¿pasa algo si no viene? —Lena se daba cuenta de que
ponía nerviosa a la mayoría de la gente y prefería que Anya las acompañase.
Pero tendría que inventar una disculpa si Anya no podía ir. Y convenía que
Yulia supiese que ella la apoyaba.
—No. En cualquier caso será estupendo.
Lena ensayó una sonrisa, que no le salió muy bien.
—De acuerdo. Quedamos junto a mi coche dentro de veinte minutos.
CONTINUARÁ...
Espero les haya gustado!!
Capítulo 7
A la mañana siguiente, cuando Yulia se despertó a las siete y cuarto, Tippy
andaba por allí. La casa se hallaba en silencio. Se levantó y se puso los
pantalones del chándal con intención de tomar un café y buscar a Lena. La
noche anterior, después de su llegada, Anya la había acaparado nada más
entrar en la casa y la había llevado a la habitación de invitados. Y Lena
había desaparecido, como de costumbre.
La morena no se quedó en la cocina vacía, sino que pasó al zaguán y salió
por la puerta de atrás. El Audi seguía en su sitio, pero la camioneta de Anya
no estaba. Se dirigió a la parte frontal de la casa y admiró la terraza que la
rodeaba.
Cuando dobló la esquina para entrar por la puerta principal, se detuvo
en seco. Ante ella estaba Elena Katina, alta y deslumbrante, de
espaldas. Los cabellos le llegaban a los hombros y la brisa matutina los
agitaba suavemente, mientras que la luz del amanecer resaltaba los rizos pelirrojos. Llevaba unos vaqueros de diseño con un estilo que volvería
loco a un fotógrafo de moda. Las botas vaqueras elevaban su estatura hasta mas del metro sesenta y cinco.
Contemplaba el océano con los pulgares metidos en las
presillas del cinturón, apoyada en una de las vigas de la escalera.
El cielo era cada vez más claro. Después de lo que a Yulia se le antojó
mucho tiempo, Lena se volvió lentamente y la miró a los ojos.
—No es de buena educación mirar a la gente.
De frente resultaba tan despampanante como de espaldas. Rostro pecoso, pómulos
altos, barbilla fuerte, y una nariz perfecta. Sus ojos, de un verde grisáceo,
bajo las cejas a tono con los cabellos, observaron a Yulia sin inmutarse.
Las comisuras de sus labios se torcieron levemente, en un atisbo de
sonrisa.
Yul reaccionó enseguida.
—Oh, buenos días. —Lena sostuvo la mirada unos instantes y, luego,
reanudó la contemplación del océano.
—Buenos días. —De nuevo la suave voz pero firme voz, su primer
recuerdo de Lena.
Temiendo hacer preguntas estúpidas, La morena se aclaró la garganta y se
acercó a la pelirroja. Sin duda, el día iba a resultar muy interesante.
—¿Dónde está Anya?
Antes de que Lena respondiese, la verja automática se abrió y entró
Anya con su camioneta cargada de comida.
Yulia se sintió aliviada mientras ambas se dirigían al vehículo.
—Por cierto —dijo—, ¿dónde has aprendido a conducir así? La otra
noche casi devuelvo lo poco que había cenado en aquellas curvas. No me
sorprendería que el coche que nos perseguía acabase en un barranco.
Lena siguió caminando.
—Oh, cosillas que una sabe. Vamos a ayudar a Anya con los paquetes.
¡Me muero de hambre!
«¿Cómo se puede ser tan torpe?», se preguntó Yulia, procurando
centrarse en la deliciosa comida que salía de los fogones de Anya, y apresuró
el paso. Casi tuvo que correr para estar a la altura de la pelirroja, pero consiguió
llegar al mismo tiempo que ella.
Tras meter en la casa las bolsas de la compra, Yulia puso la mesa y
preparó café, mientras Lena colocaba los alimentos y le daba cacerolas y
ollas a Anya. A Yulia se le ocurrió que formaban muy buen equipo sin
haberlo planeado. Se movían de forma coordinada. Cuando Vladimir se quedaba a pasar la noche con ella, esperaba a que ella preparase la cena y jamás fregaba los platos. No se había fijado antes porque casi nunca comían en su apartamento o en el de él. Pero no importaba; entre ellos no existía compañerismo.
Anya metió en el horno bollitos de pacanas con jengibre y batió los
huevos para hacer una tortilla. Tomaron café recién hecho y, a
continuación, fueron al comedor mientras no estaba lista la comida.
—Me encantó que salierais a recibirme —dijo Anya—. A veces me
siento muy sola. Ahora tengo conmigo a dos de mis personas favoritas. Por
cierto, Len, ¿sabes cuánto tiempo te vas a quedar?
Mientras la pelirroja observaba su café, Yulia apostó a que respondería con
menos de cinco palabras.
—Tengo una cosa pendiente el lunes. Aparte de eso, me fastidia no
concretar más, pero la respuesta depende de la señorita Volkova. —Sonrió a
Yulia, quien le correspendió automáticamente, aunque no percibió calor
en los ojos de la pelirroja. La morena ladeó la cabeza con gesto interrogante.
—Creo que debo explicarte las cosas, Yulia. Lena, ¿puedo?
Yulia miró a Anya, consciente de que ojiverde seguía observándola.
—El caso es que Lena trabaja en una empresa que elabora software
forense. La Comisión del Mercado de Valores es uno de sus clientes.
Cuando le conté tus problemas, Lena dijo que estaba sobre la pista de la
empresa de Vladimir e hizo algunas comprobaciones. Ella... Lena te lo
explicará mejor. Te toca, Len.
La pelirroja se dirigió a Anya.
«¿Por qué no habla directamente conmigo?»
La voz de Lena interrumpió las cavilaciones de La morena y la obligó a centrarse en la conversación.
—Parte del software que he desarrollado analiza pautas de
transacciones en los mercados, busca pautas. En principio, se creó para
ayudar a las empresas a predecir tendencias en sectores individuales. Fue...
Sigue siendo... un éxito, pero, partiendo de esa base, lo he ampliado.
»Estamos comprobando las aplicaciones de un nuevo programa que
rastrea modelos de transacciones sospechosas. Ya sabes en qué consisten.
Los gestores de fondos compran acciones que no son seguras a bajo precio.
Luego fomentan los rumores sobre grandes éxitos empresariales para subir
el precio. Cuando llegan a un punto determinado, las venden y ganan un
pastón. El programa rastrea ese tipo de transacciones para identificar
mercados y operadores concretos. A la Comisión del Mercado de Valores
le interesa mucho por razones obvias.
Por fin habló mirando a Yulia a la cara:
—El año pasado la tía Anya me comentó que había cambiado de agentes
de bolsa. Meses después me dijo que tenía una nueva gestora de la empresa
de Sokolsky y que iba a colocar gran parte de sus fondos en una nueva oferta
pública de acciones. Confieso que no le había prestado mucha atención,
pero en ese momento mis antenas se pusieron en funcionamiento. Apliqué
el programa al perfil de tu empresa y saltaron las alarmas por todas partes.
Sospechamos que esa gente se dedica a desplumar millones de dólares a
personas inocentes. Tal vez mi tía sea la siguiente.
Parecía como si Lena la estuviese valorando.
Yulia bajó la vista, avergonzada al sentirse objeto de escrutinio. «¿Por
qué no iba a sospechar de mí? Debo de haber causado una gran impresión.
Y Vladimir me advirtió que no hablase sobre las inversiones. Bueno, pues al
diablo con todo. Aunque pierda el trabajo, el crédito y los amigos, tengo
que hacer lo correcto.»
Se inclinó hacia Lena.
—Escucha, sé que he sido una estúpida. Creí las palabras de Vlad y
opté por no hacer nada cuando comenzó a dejarse ver con compañías poco
recomendables. No sé qué te ha contado Anya, pero he pecado de ingenuidad,
no de falta de honradez. Colaboraré en todo lo que pueda. Tengo varias
Clientas en la misma situación. Sin embargo —prosiguió—, no puedo creer
que mi discusión con Vladimir y la ruptura de mi compromiso provocasen los
ataques que sufrí y que me espíen. ¿No le bastaba con despedirme?
Amenazó con hacerlo el miércoles por la noche. Y hoy seguimos como
antes. Es todo muy raro.
Se dio cuenta de que Lena y Anya intercambiaban una mirada y se
enderezó en la silla.
—¿Qué pasa? ¿Hay algo más que yo no sepa?
Ei reloj del horno sonó en ese preciso momento y Anya se disculpó
apresuradamente.
—Tu ex novio podría ser la punta del iceberg. —Lena escogió las
palabras con mucho cuidado—. Al parecer, se ha mezclado con mala gente.
Por la información que tenemos, él es un jugador relativamente nuevo e
insignificante. Tal vez sea codicioso, Yulia. Nos fijamos en él cuando
empezó a viajar al extranjero. Se trata de una operación internacional. De
todas formas, si te interesa volver con él, puedo ayudarte.
—¡No! Quiero decir que no me interesa. Nuestra relación fue un error
desde el principio. —Sorprendida ante su propia reacción, entrelazó las
manos bajo la mesa para calmarse.
La expresión de la pelirroja era indefinida.
—Aquí es donde entras tú. Seguramente la red interna de tu oficina
está controlada. Tal vez hayan colocado aparatos de escucha en varias
habitaciones, pero lo más fácil y lógico es vigilar la actividad de los
empleados en Internet. Le contaste a Anya que estabas investigando por tu
cuenta y haciendo un análisis técnico sobre algunas de las compañías en las
que tu empresa colocaba inversiones.
Yulia asintió.
—También le contaste que Sokolsky y tú habíais discutido por sus
tácticas y elecciones empresariales. Seguramente la gente que está por
encima de él te vigila. Puede que él lo sepa o puede que no. Piénsalo,
Yulia: millones de dólares. Si existe la menor posibilidad de que les
revientes la operación, ¿qué significa una vida? Y menos la de una mujer.
La morena absorbió la información lentamente. Ya antes de trasladarse a
San Francisco (diablos, toda su vida), otras personas la habían utilizado
para sus fines. La hija obediente, la simpática debutante, la modelo
perfecta, la novia estupenda, el gancho ideal para los planes de su
prometido. Nadie había pensado en quién era ella ni en qué sentía. Y ella lo había consentido.
Empezó a dolerle la mandíbula y se dio cuenta de que estaba
apretando los dientes. Aquello tenía que acabar. Tomó una decisión:
—Se han metido con la mujer equivocada. ¿Qué tengo que hacer?
Lena se miró los dedos y continuó, mientras una sonrisa bailaba en la
comisura de sus labios.
—De acuerdo. Empecemos por Vladimir. Según tía Anya, dijiste que
consume drogas y que se acuesta con otras mujeres. Estoy segura de que
sus nuevos amigos fomentan sus expansiones. ¿Te incluían a ti, como
prometida de Vlad, en los servicios de los clientes?
Lena estaba muy interesada; sus preguntas eran breves e iban al
grano. No se perdía ni un gesto ni una palabra, y los ojos verdigrises que tanto
se parecían a los de Anya se volvieron duros como el granito. Cuando Jen
regresó con la comida, Yulia había sufrido un interrogatorio profesional y
exhaustivo. El estremecimiento dejó paso al alivio cuando comprendió que
ya no se hallaba bajo el microscopio.
—Vosotras dos, ya basta. Olvidémonos de todo eso durante un rato
para disfrutar del desayuno. He trabajado como una esclava ante un horno al rojo vivo.
En cuanto Anya habló, la actitud de la pelirroja se tornó mucho más
agradable.
Yulia se dedicó a los manjares, comió como si llevase días sin hacerlo
y se fijó en que Lena tenía tanta hambre como ella. Tal vez el
interrogatorio le había abierto el apetito. Para la ojiazul la comida era una oportuna interrupción que le permitía evitar más preguntas. Le dolía el cerebro de escudriñar tantos hechos. Y en realidad no quería pensar en las
conclusiones que había sacado la hermosa mujer que se hallaba sentada frente a ella. Lena era inescrutable.
Cuando Anya comentó que se alegraba de no haber metido mano en el
asunto porque podría haber perdido un dedo, Lena les dedicó una sonrisa
incómoda y Yulia se relajó.
Mientras comían, La morena ordenó sus pensamientos e interrogantes, y
rechazó ayuda para fregar los platos.
—No, me toca a mí. Quedaos sentadas y disfrutad de la mañana. Ya
seguiremos hablando.
Las dos mujeres asintieron y tomaron café. Yulia las observó
mientras fregaba los platos, fijándose en el parecido familiar, en la
similitud de gestos y en el evidente amor que compartían. Nunca había
tenido una relación así con una persona mayor que ella, y mucho menos
con su madre. La sorprendió la transformación que sufría la pelirroja cuando hablaba sólo con su tía. Tal vez fuese tímida. Aunque la idea le pareció ridícula, porque Lena era como para morirse de guapa y tenía éxito en su
trabajo, La morena no la descartó. La otra explicación la hizo sentirse
incómoda. Quizá le cayese mal a Lena. Y no era de extrañar. Seguramente
Lena creía que ella o bien estaba en el chanchullo o bien era una
completa idiota.
Sumida en sus pensamientos, no reparó en que Lena se acercaba por
detrás. Yulia se volvió de pronto y tropezó con la misma mezcla de ternura
y fuerza que había sentido la noche en que la pelirroja la había rescatado en el
restaurante.
—¡Oh! Disculpa, estaba... sólo estaba...
Lena retrocedió, farfullando:
—No pretendía asustarte. He venido a traer las tazas de café.
La ojiazul soltó una risita nerviosa, dominada por una repentina timidez.
Le ardía la cara y no sabía por qué. Procuró no ponerse colorada, pero fue
peor, así que cogió las tazas sin decir nada, se dio la vuelta para lavarlas e
intentó contenerse.
Anya se encogió de hombros, le guiñó un ojo a Lena y dijo que tenía
trabajo pendiente en su despacho, aunque la pelirroja sospechó que iba a llamar a
Marina y a dejarla sola con Yulia Volkova. Le sorprendió que el hecho de
quedarse con la morena le resultase más emocionante que engorroso.
Yulia le había parecido sincera y directa durante el interrogatorio, y
sus respuestas coincidían con lo que Lena había averiguado sobre la
empresa de Vladimir Sokolsky. Pero a Lena le distraía la mujer. Su voz tenía
una suavidad especial y sus ojos azules cambiaban el tono de color según la ropa que
llevase o el entorno. Era muy expresiva y sonreía con facilidad. Lena, desconcertada, tuvo que esforzarse para mantener en pie su bien construida
muralla y terminar la entrevista. Le había venido muy bien distraerse con
Anya y el desayuno.
Cuando Anya hizo aquel comentario sobre perder un dedo, Lena miró
sin pensar a Yulia, como si estuviese ante una colega de conspiración. Su
muralla, su segura muralla, desapareció. Y, para colmo, se habían tocado.
Se trataba de una regla fundamental, que no rompía nunca.
Y ya era la segunda vez.
En el aparcamiento, la señorita Volkova había estado a punto de
desmayarse y a Lena no le quedó más remedio que sujetarla. Luego
rompió a llorar y ella tuvo que calmarla, para lo cual la rodeó con sus
brazos. Formaba parte del trabajo. Pero el choque involuntario en la
cocina, poco antes, era diferente. Lena se había acalorado, como si sufriese
una descarga eléctrica. No formaba parte del trabajo y no sabía qué hacer
al respecto. Len estaba acostumbrada a impresionar a los demás con su estatura, que aunque no era mucha imponía,
su aspecto y su inteligencia. La mayoría de la gente quería algo de ella y algunos le tenían miedo con toda la razón. Su jefe la había enseñado bien.
Sin embargo, Yulia no reaccionaba como los otros, y eso desorientaba
a la pelirroja. Cuando la morena acabó su trabajo en la cocina y se dirigió hacía ella,
como Anya había desaparecido, Lena no tenía nada en qué centrar la
atención más que en aquella despampanante pelinegra, así que procuró
sumergirse en el expediente que había imprimido aquella mañana e ignorar
el nerviosismo que sacudió su vientre. Era una nueva sensación, o al menos
era algo que hacía mucho tiempo que no experimentaba.
Yulia se aclaró la garganta.
—¿Ese expediente tiene que ver conmigo?
—Sí. Por lo que veo, no sólo controlan tu ordenador: la camioneta que
vimos delante de tu casa te vigila. Saqué algunas conclusiones y llamé a
varias personas. Tu teléfono está intervenido.
Los ojos de la morena se desorbitaron a causa de la sorpresa y la impresión.
—¡Maldita sea! Esto no es real.
Lena sintió la inexplicable necesidad de evitarle a Yulia la pregunta
que quería hacer a toda costa. Tal vez no fuese el momento oportuno.
Buscaba algo que decir cuando sus ojos aterrizaron sobre el periódico local
que estaba sobre la encimera de la cocina. «Perfecto.»
—Yulia, ¿has estado alguna vez en Point Reyes Station? Este fin de
semana el pueblo celebra el Día de los Fundadores. ¿Quieres que vayamos a dar una vuelta?
Hay montones de personajes pintorescos, arte y buena comida. No
tienes que regresar a tu casa hoy, ¿verdad?
Los ojos de Yulia se iluminaron; era una perspectiva estupenda.
—Bueno, deja que lo piense. \Si No me muero de ganas por volver,
precisamente, y me encantaría evadirme durante un día. ¡Gracias por la invitación! Hum, ¿nos acompañará Anya?
—Se lo preguntaré. —la pelirroja posó la vista en la puerta cerrada del
despacho™. Pero, ¿pasa algo si no viene? —Lena se daba cuenta de que
ponía nerviosa a la mayoría de la gente y prefería que Anya las acompañase.
Pero tendría que inventar una disculpa si Anya no podía ir. Y convenía que
Yulia supiese que ella la apoyaba.
—No. En cualquier caso será estupendo.
Lena ensayó una sonrisa, que no le salió muy bien.
—De acuerdo. Quedamos junto a mi coche dentro de veinte minutos.
CONTINUARÁ...
Espero les haya gustado!!
Lesdrumm- Admin
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Fecha de inscripción : 03/08/2014
Localización : Trapped in some parallel universe
Re: IMPULSOS DE VIDA...
Hola de nuevo aquí les traigo la continuación de esta historia. Disfruten!!!
IMPULSOS DE VIDA
Capítulo 8
Se ducharon y se cambiaron, listas para abordar el viaje con tiempo. Yulia
llevaba la ropa que vestía la noche que Lena la había salvado junto al
restaurante Pacific Heights. Cuando se despertó aquella primera mañana, la
encontró sobre el tocador del dormitorio, lavada y planchada, pero la
olvidó en el zaguán cuando regresó a San Francisco.
Años atrás, un cliente le había regalado sus vaqueros favoritos tras
una sesión de fotos para promocionar la prenda. Le había dicho que
parecían hechos para ella y que, por tanto, podía quedárselos. La estaba
adulando, pero los vaqueros eran cómodos, así que la morena los aceptó. Con el
paso del tiempo se habían desteñido y gastado, pero seguían adaptándose a
su cuerpo, y Yulia se alegró al verlos. Sabía que le quedaban bien y
necesitaba un poco de confianza. A solas con Lena Katina, le haría falta
todo el valor que pudiese reunir. Los vaqueros, las zapatillas deportivas y
un jersey sobre una camiseta sin mangas contribuían a ello. Se sentía
emocionada y nerviosa al mismo tiempo.
Lena vestía de forma muy similar, salvo por la pálida camisa vaquera,
que llevaba remangada y atada en la cintura, y que dejaba ver un abdomen
plano y levemente musculoso. Se detuvo junto a la puerta para esperar a
Yulia, que se dedicó a admirar el Audi, inspeccionándolo, lo mismo que a
la pelirroja.—
¡Vaya, qué ruedas tan bonitas! Eso lo explica todo. Son muy
pequeñas. ¿De qué tamaño son las llantas?
—Son llantas de competición de dieciocho pulgadas —respondió
Lena con toda naturalidad—. Por eso los neumáticos son acanalados. Yo...
los pedí a Alemania. ¿Te gustan?
—Oh, sí. Me encantan.
Len mostraba su habitual expresión neutra cuando pulsó el botón de
encendido automático. Seguramente se preguntaba por qué a una mujer tan
excepcional le interesaban las llantas.
Circularon en silencio. La pelirroja no hablaba mucho y, aunque la morena tenía
un millón de preguntas que hacer, prefirió que La ojiverde marcase el ritmo.
Lena tenía la ventaja de que era la investigadora y sospechaba de Yulia.
Como la morena quería saber más cosas sobre ella, se dedicó a observarla
durante un rato. Pero tuvo que admitir que iba a ser un día muy largo. Se
dio cuenta de que resultaba imposible comunicarse con Lena, lo cual la
entristeció momentáneamente, sobre todo por la propia pelirroja.
Lena aparcó en la carretera de acceso al pueblecito de Point Reyes
Station y caminaron unas cuantas manzanas hasta el lugar de la fiesta.
Yulia seguía a Lena, que parecía sumida en sus pensamientos, y se
preguntaba por qué habría aceptado ir y, sobre todo, por qué la pelirroja lo había
sugerido. Cada vez se sentía más frustrada.
La morena oyó el ruido de la fiesta antes de verla y, cuando al fin llegaron,
se dedicó a curiosear y a admirar los trabajos de los residentes de la villa
costera. Intentó entablar conversación con algunos, implicando a Lena en
los temas. En seguida se dio cuenta de que la pelirroja casi no prestaba atención
a las labores de artesanía ni a las mantelerías, y que prefería probar los
vinos y los quesos. Muy bien, ya tenía algo de qué hablar.
Yulia compró cosas que pensó que le gustarían a Anya. Comentó en
broma que con los regalos pretendía engatusarla para que preparase otra
comida fabulosa, pero la chica de verdigrises ojos se mostró indiferente, como si creyese que su
tía la haría de todas formas. La morena estaba cada vez más desesperada porque
no conseguía arrancar a Lena más de dos palabras seguidas y se preguntó
de nuevo por qué diablos la habría invitado. Supuso que sería para sacarla
de la casa y obtener más información sobre Vladimir o tal vez para darle un
respiro a Anya. Aquella mujer era un misterio.
De vez en cuando Lena encontraba a alguien, una antigua amiga, y la
saludaba. Se mostraba simpatiquísima y presentaba a Yulia, pero sólo
cuando la otra persona se interesaba por ella. Todas se alegraban
muchísimo de conocerla. La mayoría de las mujeres eran de la edad de Anya,
así que Yulia dedujo que Lena casi nunca iba acompañada, y menos por
alguien de su edad.
Por otro lado, daba la impresión de que la pelirroja no toleraba la costumbre
de Yulia de detenerse en casi todos los puestos y tiendas a admirar objetos
y hablar con los vendedores. Parecía resignada a pasar una larga y aburrida
tarde y se situó detrás de Yulia, como si fuese un guardaespaldas con gafas
de sol escudriñando a la multitud. La morena quería comentarlo con ella y
sugerirle que regresasen a casa de Anya, puesto que resultaba evidente que
Lena lo estaba pasando mal, pero vio algo en el puesto de un artista y se
interesó por él. Así pues, decidió que luego hablaría con la pelirroja.
En plena transacción, Yulia se dio cuenta de que Lena no estaba y, al
volverse, vio cómo se alejaba lentamente en pos de alguien o de algo que
había entre la gente. No podía apartar los ojos de ella, así que se disculpó y
la siguió. La gente se separó hasta que nada se interpuso entre Lena y el
objeto de su atención, un japonés de cierta edad. Los separaban unos
cuantos metros y se miraron durante quince segundos. Yulia se puso
nerviosa; se preguntaba qué ocurriría a continuación.
La pelirroja alzó un puño muy despacio y lo cubrió con la otra mano. El
hombre la imitó. Luego, ambos se inclinaron y se sonrieron, antes de abrir
los brazos y salvar la distancia que los separaba para fundirse en un abrazo.
Yulia permaneció en silencio, observando con asombro cómo
hablaban en japonés, idioma que la ojiverde, por lo visto, dominaba. Se preguntó
con cierta perversidad si Lena sería más expresiva en japonés. Tenía que
admitir que aquella mujer la intrigaba. AI poco rato, la pelirroja se acordó de
ella y le indicó que se acercase.
—Yulia, te presento al señor Odo, mi maestro. Me enseñó tai chi y
aikido desde niña. —Lena estaba relajada y muy contenta.
El señor Odo se inclinó ante La morena y le estrechó la mano, sonriendo.
Tenía unos ojos cálidos e inteligentes, con cierto matiz travieso.
—Me alegro de conocer a una amiga de Lena. Hacía mucho tiempo
que no la veía. Pero nuestros corazones están siempre muy próximos. Es
una de mis mejores alumnas.
Yulia le dio un espontáneo beso.
—Encantada de conocerlo, señor Odo.
La morena reparó en que la pelirroja se ponía colorada ante el cumplido de su
maestro. Sorprendida, se preguntó a qué se debía semejante brote de
emoción: ¿A que su respetado maestro la había elogiado o a que no quería
que Yulia supiese tanto sobre ella? Optó por lo primero, porque aquella
explicación le daba más consistencia a Lena, más profundidad, la
convertía en alguien más agradable y, por el motivo que fuese, quería que
Lena Katina le agradase.
Yulia miró al señor Odo, que le dedicó una expresión afable. Luego
contempló a Lena, recelosa al sentirse observada, ante lo cual La ojiazul se
apresuró a decir, con las mejillas ardiendo:
—Hum, deben disculparme. He dejado a aquel hombre con la palabra
en la boca cuando discutíamos el precio de algo. Enseguida vuelvo.
Lena miró a Yulia mientras se dirigía a la mesa del vendedor y reparó
después en la sonrisa del señor Odo.
—¿Qué ocurre?
—Oh, nada. Sólo estaba admirando a tu amiga. Tiene una poderosa
energía. No la subestimes, amiga mía. Creo que le caes bien.
La pelirroja se esforzó por no mirar a La morena y alzó los ojos al cielo.
—En realidad, es amiga de Anya. Yo le eché una mano cuando... A mí
también me cae bien ella, por supuesto, pero casi no nos conocemos. Me
pareció que le gustaría ver West Marín y, como había una fiesta, yo... Pues
eso. •—«Dios mío, Lena, ¿es que ni siquiera puedes acabar una frase?
¿Que te ocurre?»
—Entonces, ¿no trabaja contigo?
—Oh, no. Bueno, tal vez me ayude en algo, pero no. —Una mano le
rozó el brazo con delicadeza.
—Es estupendo tener amigos, Lena. De cualquier tipo. Ha sido un
honor conocerla y volver a verte. Ahora tengo que irme, pero ven a
visitarme alguna vez. Ya sabes que no estoy tan lejos.
Se disponía a marcharse, pero se detuvo para decir algo mientras
miraba a Yulia. Luego, ambos se saludaron con una inclinación, y el señor
Odo se fue.
Lena sonrió al librarse del atolladero, se volvió y vio a Yulia a
escasos metros de ella, observándola. Reaccionó metiendo las manos en los
bolsillos.
—Yo... hacía mucho tiempo que no veía al señor Odo. Ha sido
estupendo coincidir con él.
—Háblame de él. Parece muy agradable.
Lena se concentró en una mesa llena de joyas de plata, mientras
pensaba qué decir.
—El primer verano que pasé con tía Anya, yo tenía trece años, era casi
tan alta como ahora y muy patosa. Anya y el señor Odo eran amigos desde
hacía mucho tiempo, así que mi tía me mandó a su dojo' para que recibiese
clases de artes marciales. Tuve suerte, porque el señor Odo me tomó bajo
su protección. Fui alumna suya desde entonces hasta que dejé de pasar los
veranos aquí. Me enseñó mucho sobre mí misma y sobre
miró a La morena a los ojos—. He tenido muchos profesores, pero él ha
sido mi único maestro.
A La pelirroja le sorprendió haberle contado a Yulia tantas cosas y aún le
sorprendió más que a la joven le interesasen.
—Estudié aikido una temporada en la universidad. Mi mejor amigo es
japonés y lo convencí para que fuese a clase conmigo. Estoy un poco
oxidada, pero me gustaría ir al dojo y refrescar mis conocimientos. ¿En
qué nivel estás?
—En el negro. —Lena odiaba que le hiciesen preguntas. Tendría que
haber previsto que la morena querría saber más; aquella mujer era un pozo sin
fondo de curiosidad. Las preguntas personales la ponían nerviosa. Era
normal que no desease que nadie descubriera el lado oculto de su vida.
Pero desde pequeña había odiado hablar de sí misma y de su familia, por
miedo a que la gente se interesase por su madre. A aquellas alturas el
miedo era irracional, pero seguía allí. Lena divisó un puesto de sándwiches
y centró su atención en él.
La distracción funcionó, porque Yulia se limitó a preguntar:
—¿Tienes hambre?
Los ojos de Yulia tenían un nuevo matiz azul verdoso, a juego con el
ceñido jersey de cuello de pico que dejaba ver un asomo de escote. El
efecto general provocó una reacción visceral en Lena, aunque prefirió
ignorarla.
—Sí. Vayamos a comer algo espantoso. ¿Te apetece un sándwich de
salchichas?
Yulia puso la mano sobre el brazo de Lena y bromeó:
—Con la condición de que le pongan chucrut, mostaza, cebolla y
salsa. —A continuación, tomó la iniciativa de dirigirse a los puestos de
comida.
Cuando la morena la tocó, Lena sintió el deseo de corresponderla.
Pero no
lo hizo. Tampoco se apartó y debería haberlo hecho. Con los años había
aprendido a controlar sus emociones, porque las emociones provocaban
errores y los errores podían llevar a la muerte.
La pelirroja observó con alivio que, cuando la morena mencionó la comida, dejó
a un lado las preguntas. No sabía si Yulia estaba distraída o si ocultaba su
curiosidad conscientemente. Minutos después estaban sentadas en una
mesa al aire libre, comiendo salchichas.
Hacía calor, y La ojiazul se asaba con el jersey puesto. Al quitárselo y
quedarse sólo con la camiseta, se dio cuenta de que Lena la miraba y se
apresuraba a desviar la vista. A Yulia la sorprendió lo mucho que la
halagaba aquella atención. «Vaya, esto es nuevo. Generalmente, no me
gusta que me miren así.»
—¡Uff! ¡Qué calor hace!
Lena se limitó a responder con un breve gesto de asentimiento.
Tras pasar unas horas comiendo, viendo cosas y comprando, Yulia
oyó música y empujó a la pelirroja hacia el lugar en el que bailaba la gente con
sus hijos y sus amigos. Varios hombres las invitaron a bailar, pero Lena
los rechazó. Yulia bailó con unos pocos y se disculpó educadamente con el
resto.
Se reunió con Lena, que se había sentado ante una mesa con varias
botellas de agua, y bebió un buen trago.
—Gracias por el agua. Hace mucho calor. ¿Quieres bailar?
—Yo... ¿Cómo? Oh, no, gracias. No se me da nada bien.
—¿Te da corte bailar con una mujer? Es por pasar el rato.
La pelirroja desvió la vista.
—No estoy de humor.
A Yulia le dolió el rechazo. Había hecho todo lo posible por entablar
amistad con Lena, pero un paso adelante culminaba con dos pasos hacia
atrás. «Si te empeñas, podemos jugar a eso las dos, nena.»
—Claro, yo tampoco. ¿Te importa sí damos por terminada la fiesta y
nos vamos?
La expresión de la pelirroja resultaba indescifrable.
—¿Quieres volver a casa de Anya ahora?
La morena procuró no alterar el tono de su voz.
—Lena ¿y a ti qué te gustaría hacer? Has sido muy amable conmigo,
pero da la impresión de que no te interesa nada. Así que considérate líbre
de la obligación de entretenerme. Si quieres que volvamos a casa de Anya,
estupendo. ¿Algún otro sitio? Dime cuál. —Contuvo la respiración. La
respuesta de la pelirroja le permitiría saber el porqué de aquella invitación.
La mirada de Lena se endureció y, luego, buscó los ojos de Yulia.
—A decir verdad, preferiría ir a un sitio donde no hubiese tanto ruido.
No me gustan las multitudes. ¿Te apetece pasear por la playa?
«Por fin estamos de acuerdo en algo.»
—Vamos.
En aquel momento, un hombre atractivo y ligeramente ebrio se acercó
a la mesa, centrándose en Yulia.
—Buenas tardes, señoras. ¿Están solas?
La morena respondió con toda naturalidad, sin alterarse lo más mínimo.
—Claro que no. Estamos juntas. Adiós. —Se levantó y se dirigió al
coche. Yulia miró por encima del hombro y vio que Lena también se
levantaba, le guiñaba un ojo al hombre, se ponía las gafas de sol y la
seguía. El tipo murmuró:
—Vaya por Dios. No puedo creerlo. Es que no me lo creo.
Cuando Lena alcanzó a Yulia, ambas sonrieron y continuaron
caminando.
—Piensa que somos lesbianas —comentó la pelirroja.
—No me importa lo que piense. Estoy harta de los hombres que ven a
dos mujeres juntas y empiezan a decir estupideces, como si las amigas no
importasen cuando hay un hombre cerca. —la morena se interrumpió—. ¡Oh,
lo siento! ¿Te he molestado? No debería dar por sentado que compartes
mis opiniones.
Sin alterar el paso, la pelirroja dijo:
—Es exactamente lo que yo habría dicho, pero no de una forma tan
diplomática. Muy bien hecho.
A Yulia la sorprendió el cumplido y sintió una ridicula alegría. Le
complacía que Lena quisiese continuar el día con ella y que aprobase lo
que acababa de decir. Sin embargo, disimuló una sonrisa mientras subía al
coche. Temía que la pelirroja se arrepintiese de ser agradable. Aquella mujer
resultaba muy desconcertante.
Lena fue a una de sus playas favoritas, que no frecuentaban apenas los
turistas y en la que las olas rompían de forma gloriosa sobre la arena. La
marea estaba subiendo, y Yulia procuró no mojarse la ropa mientras
correteaba entre las olas. Lena la observaba, envidiando el buen rato que
estaba pasando la morena. «¿Cuándo dejaste de divertirte con las olas, Len?
¿Cuándo te volviste tan condenadamente seria?»
—¿Elena? ¡Yuju! ¡Hola! —Lena se sorprendió al ver a Yulia a
su lado, sonriente. Le correspondió e incluso sintió que sus ojos se
relajaban, lo cual agradó a
La morena, y luego se dedicaron a caminar por la playa una al lado de la
otra.
Lena decidió entonces: «Es un buen momento para hacerle unas
cuantas preguntas».
—Yulia, ¿puedo preguntarte algo sobre tu prometido?
—¿Te refieres a mi ex prometido? Sí, claro, adelante.
Antes de que la ojiverde continuase, La morena corrió al encuentro de otra ola,
chillando mientras intentaba evitarla, y regresó junto a Lena un poco
mojada.
—Lo siento. ¿Qué quieres saber?
La pelirroja se sentía atrapada entre la necesidad de saber y la tentación de
divertirse con la ojiazul.
—Hum, sí, ¿por dónde íbamos? ¿Lo amabas? —«¿A qué viene eso?
¿Y a ti qué te importa?»
Yulia no dejó de contemplar las olas mientras caminaban.
—Creo que la respuesta a esa pregunta es no. Pero como estuvimos
prometidos, me siento como una idiota reconociéndolo. Suena mejor decir
que tengo el corazón deshecho. Para serte sincera, me quitó un peso de
encima al encargarse él de todo el trabajo. Ojalá no fuese tan cerdo por mis
clientas. Hasta el segundo ataque y la furgoneta que tú me hiciste ver,
estaba dispuesta a quedarme y buscar la forma de recuperar el dinero de las
inversoras. Ahora no sé si podré hacerlo.
Lena escuchaba y registraba mentalmente la información, pero sin
admitir lo aliviada que se sentía al saber que Yulia no amaba a Vladimir. Tenía
la oportunidad perfecta para sacar a colación el tema de la instalación del
software, pero las palabras salieron solas:
—¿Por qué te comprometiste con él? —AI menos consiguió mantener
un tono neutro.
—Bueno, todo el mundo me decía que tenía mucha suerte. Y, aparte
de eso, me gustaba que supiese bailar. —la morena estuvo tentada de correr
tras una ola, pero permaneció junto a la pelirroja—. Llevaba seis meses en San
Francisco. Un apartamento en Marina con todos los yuppies y a disfrutar
de la vida. Ya sabes, patinar, volei- bol en el campo de Marina, navegar,
frecuentar los bares para conocer gente.
Lena no dijo que no tenía ni idea de lo que le estaba contando ni lo
que pensaba de las personas así.
—Pero la mayoría de los tipos que conocí bailaban fatal. Supongo que
no le dan importancia. Mi amigo Pat es muy bueno y, cuando estábamos en
la universidad, íbamos a los clubs. Pero no viene por aquí casi nunca. Lo
echo mucho de menos.
»Sin embargo, Vlad sí sabía bailar. No era como el tipo que
encontramos en la fiesta. Bailaba samba, chacha- chá y un montón de
bailes latinos y caribeños. Y te llevaba muy bien. Me encantaba cómo lo
hacía. También me gustaba que fuese mayor que yo y más sofisticado que
la gente de mi edad, así que compré el lote. Aunque...
—¿Aunque qué?
—Técnicamente era muy bueno, pero no tenía corazón ni alma para la
música. —Yulia sonrió con aire arrepentido—. Supongo que fue una
estúpida fantasía mía, pero siempre creí que mi verdadero amor encajaría
conmigo perfectamente, que nos moveríamos al son de la música como si
fuésemos uno.
La morena alzó los ojos líquidos y el sol poniente arrancó destellos mas claros a su negro cabello
—¿Sabes bailar?
Lena se esforzó por centrarse en la pregunta y no en la hipnótica
belleza de la mujer que tenía ante ella.
—Sí..., pero tendrás que preguntarle a tía Anya al respecto. —Se obligó
a romper la conexión entre ambas y se dirigió al coche, gritando por
encima del hombro—: Será mejor que regresemos o Anya no nos dará de
cenar. Hoy he comido muchísimo, pero siempre tengo sitio para lo que ella
prepara.
La pelirroja reparó en su falta de tacto. Yulia seguía en la arena, así que se
detuvo, se dio la vuelta y la esperó. La morena enderezó los hombros, se acercó
a Lena y puso una mano sobre su brazo, la miró a los ojos y dijo:
—De acuerdo, como quieras. Pero tengo otra pregunta para ti. ¿Qué te
preguntó el señor Odo antes de que os despidierais? Me miraba mientras
hablaba contigo.
—Sólo estaba... tomándome el pelo. —Lena se puso tensa—. Dijo que
le gustaba tu energía y que creía que encajábamos bien. —Miró a todas
partes, menos a Yulia—. Él... hum... eso es todo. —La mano de la morena
seguía sobre su brazo y a la pelirroja se le erizó la piel.
Yulia dudó y, luego, dijo entre titubeos:
—¡Oh, qué agradable! A mí también me cayó muy bien.
A continuación, se dirigieron al coche. Una vez dentro, Lena
encendió la calefacción de los asientos y esperó a que se calentase el
motor.—
Te he comprado una cosa en la feria —dijo Yulia—. Mientras
hablabas con el señor Odo. Para... agradecerte todo.
Buscó en el asiento de atrás, sacó un paquetito rectangular y plano, y
se lo dio tímidamente a la pelirroja. Esta lo desenvolvió y encontró una fotografía de una rosa de un rojo
vibrante en un jarrón.
—No me debes nada.
—Ya lo sé. Pero la vi y pensé en ti, así que la compré.
—Es preciosa. Gracias.
Yulia le dedicó una sonrisa luminosa, a la que Lena no tuvo más
remedio que corresponder.
Aquella noche, tras una cena animada por los recuerdos del día, la ojiverde
recogió la mesa y rechazó la ayuda de Yulia.
—No, siéntate. Me toca a mí. Relájate.
Anya se rió mientras la chica de ojos azules canturreaba un sonsonete:
—Muy bien. Supongo que así tendré ocasión de preguntarle a Anya
cosas sobre tu niñez.
Observó con sorpresa cómo Lena se tomaba la broma, encogiéndose
primero y, luego, arrastrándose hasta la cocina. Cuando Anya y Yulia se
dirigieron al salón, la pelirroja se dedicó a trastear por la cocina haciendo ruido,
como cuando Marina y ella la obligaban a fregar los platos y Lena
montaba el número. Eso ocurría cuando estaban las tres solas y se sentía
contenta y relajada.
Tippy le cedió galantemente a Yulia su sillón favorito, que había
calentado antes para ella. En cuanto la morena se sentó, el gato saltó sobre su
regazo y se acurrucó para dormir.
Anya se acomodó en su sillón.
—No todo el mundo puede tomarle el pelo a Len. Me alegro de que
os hagáis amigas. Espero que también tú te alegres —habló con
naturalidad, pero contuvo el aliento mientras esperaba la respuesta.
Yulia suspiró y acarició a Tippy, que ronroneó bajito.
—Sí, yo también me alegro. Nunca había conocido a nadie como
Lena. Es muy inteligente y especial. Me alegro de que las dos hayáis
entrado en mi vida. Y no sólo porque me salvó la vida en el restaurante. Es
una persona muy singular.
La morena hablaba con tanta ingenuidad que Anya tuvo que reprimir las
lágrimas. La resistencia de Yulia a cortarse o a ocultar sus pensamientos le
preocupaba. «Jovencita, espero que tengas cuidado.» Sabía de lo que era
capaz su sobrina para evitar las implicaciones personales.
Lena reapareció con unas copitas de vino de la última cosecha, se
sentó en el suelo sobre unos cojines y contempló a un Tippy en estado de
éxtasis.
—¿Debería tener celos? Habitualmente, soy el único regazo al que
Tippy distingue con el privilegio de una siesta. Está claro que me han
desplazado.
«No sé de quién estoy más celosa, si del gato o de Yulia. Del gato. Sin
duda, del gato. Conténte, Lena.»
La pelirroja miró a su tía y se topó con un par de ojos que la observaban.
«Ah, mierda.»
Tras beber el vino de un trago, añadió:
—Yulia, dijiste que te gustaría ayudar en la situación que tenemos
entre manos. Teniendo en cuenta todo lo ocurrido, ¿aún quieres colaborar?
El ambiente del salón se heló con aquel cambio de tema. Lena
percibió sin necesidad de verla la incomodidad de Anya.
Yulia dudó, pero respondió en un tono neutro:
—Sí. ¿Alguna sugerencia?
La pelirroja, ya más capaz de controlar la situación, aunque sin dejar de
sentirse culpable, continuó:
—Me gustaría que instalases un disco en tu ordenador cuando vayas a
trabajar el lunes. Me permitirá acceder a su intranet y así podré hacer
diagnósticos desde aquí. Seguramente tendrás que pensarlo antes de
responder.
El silencio era casi ensordecedor.
—Ha sido un día muy largo. Voy a acostarme. —Lena
se levantó, le dio un beso a Anya, rascó la cabeza de Tippy, que se
hallaba acurrucado en el regazo de Yulia, con la que cruzó la mirada, y les
dio las buenas noches.
Después de que la pelirroja se marchase, La ojiazul se disculpó. Desplazó al
reticente gato de su regazo y lo puso en su sillón, se despidió de Anya y se
dirigió a su habitación. En la puerta del salón dudó un momento.
—Anya, hoy le he preguntado a Lena si sabía bailar. Me dijo que sí,
pero que debía preguntarte a ti. ¿A qué viene tanto misterio?
Anya se quedó pensativa.
—La verdad es que Len baila muy bien. Cuando era adolescente,
hacíamos muchas fiestas con música aquí. Sólo tenía un defecto. No
soportaba que la llevasen; siempre debía llevar ella a los demás.
—Oh.
—Buenas noches, cariño. Hasta mañana.
Yulia cruzó el vestíbulo en silencio y se detuvo ante la puerta de su
dormitorio. Luego se acercó a la puerta de al lado y llamó suavemente.
Lena abrió la puerta vestida con una camiseta larga y nada más. Se
sorprendió al ver a la morena. Ésta se dio cuenta de que la pelirroja esperaba a Anya y
procuró dominar los nervios.
—Gracias por este día maravilloso —susurró Yulia—. Hacía mucho
tiempo que no lo pasaba tan bien.
Lena comentó, tras una pausa*.
—Yo también me he divertido mucho. Buenas noches. Yo... hum...
Hasta mañana.
Antes de que Lena cerrase la puerta, Yulia la abrazó por la cintura y
la apretó contra sí; luego le dio un rápido beso en la mejilla y fue hacia su
habitación.
—Buenas noches, Lena. Gracias de nuevo.
Yulia se fijó en que la pelirroja se acariciaba la mejilla que le había besado.
Parecía pensativa, pero la morena estaba demasiado confundida por su propia
reacción física ante aquel impulso como para analizar el comportamiento
de Lena. Sentía un hormigueo en todo el cuerpo.
Yulia contempló el techo durante un buen rato antes de que la rindiese
el sueño. No sabía por qué había abrazado y besado a Lena, quizá por
gratitud. Pero su mente revivía sin cesar la sensación que le había causado
Lena: aquella piel suave, las curvas fuertes y femeninas a la vez. Era muy
diferente a tocar a un hombre.
Naturalmente, el hecho de que la pelirroja fuese guapísima y tan misteriosa
no tenía nada que ver. «¿Acaso te sientes atraída por ella?» Yulia decidió
postergar aquellos pensamientos. Apenas conocía a Lena y no se le daba
bien juzgar caracteres, como había demostrado su elección de Vladimir Sokolsky. «Además, tal vez esté casada o comprometida. En otras palabras,
puede ser tan heterosexual como tú. Es normal que le estés agradecida y
que lo confundas con atracción.» Pero la morena se había sentido agradecida
otras veces y, si aquello era gratitud, la notaba en lugares nuevos y
distintos.
Sin embargo, de algo sí estaba segura. No quería otra relación ni un
vínculo de amistad en el que una persona llevase siempre la voz cantante y
exigiese obediencia. A partir de aquel momento, las tareas se compartirían.
CONTINUARÁ...
IMPULSOS DE VIDA
Capítulo 8
Se ducharon y se cambiaron, listas para abordar el viaje con tiempo. Yulia
llevaba la ropa que vestía la noche que Lena la había salvado junto al
restaurante Pacific Heights. Cuando se despertó aquella primera mañana, la
encontró sobre el tocador del dormitorio, lavada y planchada, pero la
olvidó en el zaguán cuando regresó a San Francisco.
Años atrás, un cliente le había regalado sus vaqueros favoritos tras
una sesión de fotos para promocionar la prenda. Le había dicho que
parecían hechos para ella y que, por tanto, podía quedárselos. La estaba
adulando, pero los vaqueros eran cómodos, así que la morena los aceptó. Con el
paso del tiempo se habían desteñido y gastado, pero seguían adaptándose a
su cuerpo, y Yulia se alegró al verlos. Sabía que le quedaban bien y
necesitaba un poco de confianza. A solas con Lena Katina, le haría falta
todo el valor que pudiese reunir. Los vaqueros, las zapatillas deportivas y
un jersey sobre una camiseta sin mangas contribuían a ello. Se sentía
emocionada y nerviosa al mismo tiempo.
Lena vestía de forma muy similar, salvo por la pálida camisa vaquera,
que llevaba remangada y atada en la cintura, y que dejaba ver un abdomen
plano y levemente musculoso. Se detuvo junto a la puerta para esperar a
Yulia, que se dedicó a admirar el Audi, inspeccionándolo, lo mismo que a
la pelirroja.—
¡Vaya, qué ruedas tan bonitas! Eso lo explica todo. Son muy
pequeñas. ¿De qué tamaño son las llantas?
—Son llantas de competición de dieciocho pulgadas —respondió
Lena con toda naturalidad—. Por eso los neumáticos son acanalados. Yo...
los pedí a Alemania. ¿Te gustan?
—Oh, sí. Me encantan.
Len mostraba su habitual expresión neutra cuando pulsó el botón de
encendido automático. Seguramente se preguntaba por qué a una mujer tan
excepcional le interesaban las llantas.
Circularon en silencio. La pelirroja no hablaba mucho y, aunque la morena tenía
un millón de preguntas que hacer, prefirió que La ojiverde marcase el ritmo.
Lena tenía la ventaja de que era la investigadora y sospechaba de Yulia.
Como la morena quería saber más cosas sobre ella, se dedicó a observarla
durante un rato. Pero tuvo que admitir que iba a ser un día muy largo. Se
dio cuenta de que resultaba imposible comunicarse con Lena, lo cual la
entristeció momentáneamente, sobre todo por la propia pelirroja.
Lena aparcó en la carretera de acceso al pueblecito de Point Reyes
Station y caminaron unas cuantas manzanas hasta el lugar de la fiesta.
Yulia seguía a Lena, que parecía sumida en sus pensamientos, y se
preguntaba por qué habría aceptado ir y, sobre todo, por qué la pelirroja lo había
sugerido. Cada vez se sentía más frustrada.
La morena oyó el ruido de la fiesta antes de verla y, cuando al fin llegaron,
se dedicó a curiosear y a admirar los trabajos de los residentes de la villa
costera. Intentó entablar conversación con algunos, implicando a Lena en
los temas. En seguida se dio cuenta de que la pelirroja casi no prestaba atención
a las labores de artesanía ni a las mantelerías, y que prefería probar los
vinos y los quesos. Muy bien, ya tenía algo de qué hablar.
Yulia compró cosas que pensó que le gustarían a Anya. Comentó en
broma que con los regalos pretendía engatusarla para que preparase otra
comida fabulosa, pero la chica de verdigrises ojos se mostró indiferente, como si creyese que su
tía la haría de todas formas. La morena estaba cada vez más desesperada porque
no conseguía arrancar a Lena más de dos palabras seguidas y se preguntó
de nuevo por qué diablos la habría invitado. Supuso que sería para sacarla
de la casa y obtener más información sobre Vladimir o tal vez para darle un
respiro a Anya. Aquella mujer era un misterio.
De vez en cuando Lena encontraba a alguien, una antigua amiga, y la
saludaba. Se mostraba simpatiquísima y presentaba a Yulia, pero sólo
cuando la otra persona se interesaba por ella. Todas se alegraban
muchísimo de conocerla. La mayoría de las mujeres eran de la edad de Anya,
así que Yulia dedujo que Lena casi nunca iba acompañada, y menos por
alguien de su edad.
Por otro lado, daba la impresión de que la pelirroja no toleraba la costumbre
de Yulia de detenerse en casi todos los puestos y tiendas a admirar objetos
y hablar con los vendedores. Parecía resignada a pasar una larga y aburrida
tarde y se situó detrás de Yulia, como si fuese un guardaespaldas con gafas
de sol escudriñando a la multitud. La morena quería comentarlo con ella y
sugerirle que regresasen a casa de Anya, puesto que resultaba evidente que
Lena lo estaba pasando mal, pero vio algo en el puesto de un artista y se
interesó por él. Así pues, decidió que luego hablaría con la pelirroja.
En plena transacción, Yulia se dio cuenta de que Lena no estaba y, al
volverse, vio cómo se alejaba lentamente en pos de alguien o de algo que
había entre la gente. No podía apartar los ojos de ella, así que se disculpó y
la siguió. La gente se separó hasta que nada se interpuso entre Lena y el
objeto de su atención, un japonés de cierta edad. Los separaban unos
cuantos metros y se miraron durante quince segundos. Yulia se puso
nerviosa; se preguntaba qué ocurriría a continuación.
La pelirroja alzó un puño muy despacio y lo cubrió con la otra mano. El
hombre la imitó. Luego, ambos se inclinaron y se sonrieron, antes de abrir
los brazos y salvar la distancia que los separaba para fundirse en un abrazo.
Yulia permaneció en silencio, observando con asombro cómo
hablaban en japonés, idioma que la ojiverde, por lo visto, dominaba. Se preguntó
con cierta perversidad si Lena sería más expresiva en japonés. Tenía que
admitir que aquella mujer la intrigaba. AI poco rato, la pelirroja se acordó de
ella y le indicó que se acercase.
—Yulia, te presento al señor Odo, mi maestro. Me enseñó tai chi y
aikido desde niña. —Lena estaba relajada y muy contenta.
El señor Odo se inclinó ante La morena y le estrechó la mano, sonriendo.
Tenía unos ojos cálidos e inteligentes, con cierto matiz travieso.
—Me alegro de conocer a una amiga de Lena. Hacía mucho tiempo
que no la veía. Pero nuestros corazones están siempre muy próximos. Es
una de mis mejores alumnas.
Yulia le dio un espontáneo beso.
—Encantada de conocerlo, señor Odo.
La morena reparó en que la pelirroja se ponía colorada ante el cumplido de su
maestro. Sorprendida, se preguntó a qué se debía semejante brote de
emoción: ¿A que su respetado maestro la había elogiado o a que no quería
que Yulia supiese tanto sobre ella? Optó por lo primero, porque aquella
explicación le daba más consistencia a Lena, más profundidad, la
convertía en alguien más agradable y, por el motivo que fuese, quería que
Lena Katina le agradase.
Yulia miró al señor Odo, que le dedicó una expresión afable. Luego
contempló a Lena, recelosa al sentirse observada, ante lo cual La ojiazul se
apresuró a decir, con las mejillas ardiendo:
—Hum, deben disculparme. He dejado a aquel hombre con la palabra
en la boca cuando discutíamos el precio de algo. Enseguida vuelvo.
Lena miró a Yulia mientras se dirigía a la mesa del vendedor y reparó
después en la sonrisa del señor Odo.
—¿Qué ocurre?
—Oh, nada. Sólo estaba admirando a tu amiga. Tiene una poderosa
energía. No la subestimes, amiga mía. Creo que le caes bien.
La pelirroja se esforzó por no mirar a La morena y alzó los ojos al cielo.
—En realidad, es amiga de Anya. Yo le eché una mano cuando... A mí
también me cae bien ella, por supuesto, pero casi no nos conocemos. Me
pareció que le gustaría ver West Marín y, como había una fiesta, yo... Pues
eso. •—«Dios mío, Lena, ¿es que ni siquiera puedes acabar una frase?
¿Que te ocurre?»
—Entonces, ¿no trabaja contigo?
—Oh, no. Bueno, tal vez me ayude en algo, pero no. —Una mano le
rozó el brazo con delicadeza.
—Es estupendo tener amigos, Lena. De cualquier tipo. Ha sido un
honor conocerla y volver a verte. Ahora tengo que irme, pero ven a
visitarme alguna vez. Ya sabes que no estoy tan lejos.
Se disponía a marcharse, pero se detuvo para decir algo mientras
miraba a Yulia. Luego, ambos se saludaron con una inclinación, y el señor
Odo se fue.
Lena sonrió al librarse del atolladero, se volvió y vio a Yulia a
escasos metros de ella, observándola. Reaccionó metiendo las manos en los
bolsillos.
—Yo... hacía mucho tiempo que no veía al señor Odo. Ha sido
estupendo coincidir con él.
—Háblame de él. Parece muy agradable.
Lena se concentró en una mesa llena de joyas de plata, mientras
pensaba qué decir.
—El primer verano que pasé con tía Anya, yo tenía trece años, era casi
tan alta como ahora y muy patosa. Anya y el señor Odo eran amigos desde
hacía mucho tiempo, así que mi tía me mandó a su dojo' para que recibiese
clases de artes marciales. Tuve suerte, porque el señor Odo me tomó bajo
su protección. Fui alumna suya desde entonces hasta que dejé de pasar los
veranos aquí. Me enseñó mucho sobre mí misma y sobre
miró a La morena a los ojos—. He tenido muchos profesores, pero él ha
sido mi único maestro.
A La pelirroja le sorprendió haberle contado a Yulia tantas cosas y aún le
sorprendió más que a la joven le interesasen.
—Estudié aikido una temporada en la universidad. Mi mejor amigo es
japonés y lo convencí para que fuese a clase conmigo. Estoy un poco
oxidada, pero me gustaría ir al dojo y refrescar mis conocimientos. ¿En
qué nivel estás?
—En el negro. —Lena odiaba que le hiciesen preguntas. Tendría que
haber previsto que la morena querría saber más; aquella mujer era un pozo sin
fondo de curiosidad. Las preguntas personales la ponían nerviosa. Era
normal que no desease que nadie descubriera el lado oculto de su vida.
Pero desde pequeña había odiado hablar de sí misma y de su familia, por
miedo a que la gente se interesase por su madre. A aquellas alturas el
miedo era irracional, pero seguía allí. Lena divisó un puesto de sándwiches
y centró su atención en él.
La distracción funcionó, porque Yulia se limitó a preguntar:
—¿Tienes hambre?
Los ojos de Yulia tenían un nuevo matiz azul verdoso, a juego con el
ceñido jersey de cuello de pico que dejaba ver un asomo de escote. El
efecto general provocó una reacción visceral en Lena, aunque prefirió
ignorarla.
—Sí. Vayamos a comer algo espantoso. ¿Te apetece un sándwich de
salchichas?
Yulia puso la mano sobre el brazo de Lena y bromeó:
—Con la condición de que le pongan chucrut, mostaza, cebolla y
salsa. —A continuación, tomó la iniciativa de dirigirse a los puestos de
comida.
Cuando la morena la tocó, Lena sintió el deseo de corresponderla.
Pero no
lo hizo. Tampoco se apartó y debería haberlo hecho. Con los años había
aprendido a controlar sus emociones, porque las emociones provocaban
errores y los errores podían llevar a la muerte.
La pelirroja observó con alivio que, cuando la morena mencionó la comida, dejó
a un lado las preguntas. No sabía si Yulia estaba distraída o si ocultaba su
curiosidad conscientemente. Minutos después estaban sentadas en una
mesa al aire libre, comiendo salchichas.
Hacía calor, y La ojiazul se asaba con el jersey puesto. Al quitárselo y
quedarse sólo con la camiseta, se dio cuenta de que Lena la miraba y se
apresuraba a desviar la vista. A Yulia la sorprendió lo mucho que la
halagaba aquella atención. «Vaya, esto es nuevo. Generalmente, no me
gusta que me miren así.»
—¡Uff! ¡Qué calor hace!
Lena se limitó a responder con un breve gesto de asentimiento.
Tras pasar unas horas comiendo, viendo cosas y comprando, Yulia
oyó música y empujó a la pelirroja hacia el lugar en el que bailaba la gente con
sus hijos y sus amigos. Varios hombres las invitaron a bailar, pero Lena
los rechazó. Yulia bailó con unos pocos y se disculpó educadamente con el
resto.
Se reunió con Lena, que se había sentado ante una mesa con varias
botellas de agua, y bebió un buen trago.
—Gracias por el agua. Hace mucho calor. ¿Quieres bailar?
—Yo... ¿Cómo? Oh, no, gracias. No se me da nada bien.
—¿Te da corte bailar con una mujer? Es por pasar el rato.
La pelirroja desvió la vista.
—No estoy de humor.
A Yulia le dolió el rechazo. Había hecho todo lo posible por entablar
amistad con Lena, pero un paso adelante culminaba con dos pasos hacia
atrás. «Si te empeñas, podemos jugar a eso las dos, nena.»
—Claro, yo tampoco. ¿Te importa sí damos por terminada la fiesta y
nos vamos?
La expresión de la pelirroja resultaba indescifrable.
—¿Quieres volver a casa de Anya ahora?
La morena procuró no alterar el tono de su voz.
—Lena ¿y a ti qué te gustaría hacer? Has sido muy amable conmigo,
pero da la impresión de que no te interesa nada. Así que considérate líbre
de la obligación de entretenerme. Si quieres que volvamos a casa de Anya,
estupendo. ¿Algún otro sitio? Dime cuál. —Contuvo la respiración. La
respuesta de la pelirroja le permitiría saber el porqué de aquella invitación.
La mirada de Lena se endureció y, luego, buscó los ojos de Yulia.
—A decir verdad, preferiría ir a un sitio donde no hubiese tanto ruido.
No me gustan las multitudes. ¿Te apetece pasear por la playa?
«Por fin estamos de acuerdo en algo.»
—Vamos.
En aquel momento, un hombre atractivo y ligeramente ebrio se acercó
a la mesa, centrándose en Yulia.
—Buenas tardes, señoras. ¿Están solas?
La morena respondió con toda naturalidad, sin alterarse lo más mínimo.
—Claro que no. Estamos juntas. Adiós. —Se levantó y se dirigió al
coche. Yulia miró por encima del hombro y vio que Lena también se
levantaba, le guiñaba un ojo al hombre, se ponía las gafas de sol y la
seguía. El tipo murmuró:
—Vaya por Dios. No puedo creerlo. Es que no me lo creo.
Cuando Lena alcanzó a Yulia, ambas sonrieron y continuaron
caminando.
—Piensa que somos lesbianas —comentó la pelirroja.
—No me importa lo que piense. Estoy harta de los hombres que ven a
dos mujeres juntas y empiezan a decir estupideces, como si las amigas no
importasen cuando hay un hombre cerca. —la morena se interrumpió—. ¡Oh,
lo siento! ¿Te he molestado? No debería dar por sentado que compartes
mis opiniones.
Sin alterar el paso, la pelirroja dijo:
—Es exactamente lo que yo habría dicho, pero no de una forma tan
diplomática. Muy bien hecho.
A Yulia la sorprendió el cumplido y sintió una ridicula alegría. Le
complacía que Lena quisiese continuar el día con ella y que aprobase lo
que acababa de decir. Sin embargo, disimuló una sonrisa mientras subía al
coche. Temía que la pelirroja se arrepintiese de ser agradable. Aquella mujer
resultaba muy desconcertante.
Lena fue a una de sus playas favoritas, que no frecuentaban apenas los
turistas y en la que las olas rompían de forma gloriosa sobre la arena. La
marea estaba subiendo, y Yulia procuró no mojarse la ropa mientras
correteaba entre las olas. Lena la observaba, envidiando el buen rato que
estaba pasando la morena. «¿Cuándo dejaste de divertirte con las olas, Len?
¿Cuándo te volviste tan condenadamente seria?»
—¿Elena? ¡Yuju! ¡Hola! —Lena se sorprendió al ver a Yulia a
su lado, sonriente. Le correspondió e incluso sintió que sus ojos se
relajaban, lo cual agradó a
La morena, y luego se dedicaron a caminar por la playa una al lado de la
otra.
Lena decidió entonces: «Es un buen momento para hacerle unas
cuantas preguntas».
—Yulia, ¿puedo preguntarte algo sobre tu prometido?
—¿Te refieres a mi ex prometido? Sí, claro, adelante.
Antes de que la ojiverde continuase, La morena corrió al encuentro de otra ola,
chillando mientras intentaba evitarla, y regresó junto a Lena un poco
mojada.
—Lo siento. ¿Qué quieres saber?
La pelirroja se sentía atrapada entre la necesidad de saber y la tentación de
divertirse con la ojiazul.
—Hum, sí, ¿por dónde íbamos? ¿Lo amabas? —«¿A qué viene eso?
¿Y a ti qué te importa?»
Yulia no dejó de contemplar las olas mientras caminaban.
—Creo que la respuesta a esa pregunta es no. Pero como estuvimos
prometidos, me siento como una idiota reconociéndolo. Suena mejor decir
que tengo el corazón deshecho. Para serte sincera, me quitó un peso de
encima al encargarse él de todo el trabajo. Ojalá no fuese tan cerdo por mis
clientas. Hasta el segundo ataque y la furgoneta que tú me hiciste ver,
estaba dispuesta a quedarme y buscar la forma de recuperar el dinero de las
inversoras. Ahora no sé si podré hacerlo.
Lena escuchaba y registraba mentalmente la información, pero sin
admitir lo aliviada que se sentía al saber que Yulia no amaba a Vladimir. Tenía
la oportunidad perfecta para sacar a colación el tema de la instalación del
software, pero las palabras salieron solas:
—¿Por qué te comprometiste con él? —AI menos consiguió mantener
un tono neutro.
—Bueno, todo el mundo me decía que tenía mucha suerte. Y, aparte
de eso, me gustaba que supiese bailar. —la morena estuvo tentada de correr
tras una ola, pero permaneció junto a la pelirroja—. Llevaba seis meses en San
Francisco. Un apartamento en Marina con todos los yuppies y a disfrutar
de la vida. Ya sabes, patinar, volei- bol en el campo de Marina, navegar,
frecuentar los bares para conocer gente.
Lena no dijo que no tenía ni idea de lo que le estaba contando ni lo
que pensaba de las personas así.
—Pero la mayoría de los tipos que conocí bailaban fatal. Supongo que
no le dan importancia. Mi amigo Pat es muy bueno y, cuando estábamos en
la universidad, íbamos a los clubs. Pero no viene por aquí casi nunca. Lo
echo mucho de menos.
»Sin embargo, Vlad sí sabía bailar. No era como el tipo que
encontramos en la fiesta. Bailaba samba, chacha- chá y un montón de
bailes latinos y caribeños. Y te llevaba muy bien. Me encantaba cómo lo
hacía. También me gustaba que fuese mayor que yo y más sofisticado que
la gente de mi edad, así que compré el lote. Aunque...
—¿Aunque qué?
—Técnicamente era muy bueno, pero no tenía corazón ni alma para la
música. —Yulia sonrió con aire arrepentido—. Supongo que fue una
estúpida fantasía mía, pero siempre creí que mi verdadero amor encajaría
conmigo perfectamente, que nos moveríamos al son de la música como si
fuésemos uno.
La morena alzó los ojos líquidos y el sol poniente arrancó destellos mas claros a su negro cabello
—¿Sabes bailar?
Lena se esforzó por centrarse en la pregunta y no en la hipnótica
belleza de la mujer que tenía ante ella.
—Sí..., pero tendrás que preguntarle a tía Anya al respecto. —Se obligó
a romper la conexión entre ambas y se dirigió al coche, gritando por
encima del hombro—: Será mejor que regresemos o Anya no nos dará de
cenar. Hoy he comido muchísimo, pero siempre tengo sitio para lo que ella
prepara.
La pelirroja reparó en su falta de tacto. Yulia seguía en la arena, así que se
detuvo, se dio la vuelta y la esperó. La morena enderezó los hombros, se acercó
a Lena y puso una mano sobre su brazo, la miró a los ojos y dijo:
—De acuerdo, como quieras. Pero tengo otra pregunta para ti. ¿Qué te
preguntó el señor Odo antes de que os despidierais? Me miraba mientras
hablaba contigo.
—Sólo estaba... tomándome el pelo. —Lena se puso tensa—. Dijo que
le gustaba tu energía y que creía que encajábamos bien. —Miró a todas
partes, menos a Yulia—. Él... hum... eso es todo. —La mano de la morena
seguía sobre su brazo y a la pelirroja se le erizó la piel.
Yulia dudó y, luego, dijo entre titubeos:
—¡Oh, qué agradable! A mí también me cayó muy bien.
A continuación, se dirigieron al coche. Una vez dentro, Lena
encendió la calefacción de los asientos y esperó a que se calentase el
motor.—
Te he comprado una cosa en la feria —dijo Yulia—. Mientras
hablabas con el señor Odo. Para... agradecerte todo.
Buscó en el asiento de atrás, sacó un paquetito rectangular y plano, y
se lo dio tímidamente a la pelirroja. Esta lo desenvolvió y encontró una fotografía de una rosa de un rojo
vibrante en un jarrón.
—No me debes nada.
—Ya lo sé. Pero la vi y pensé en ti, así que la compré.
—Es preciosa. Gracias.
Yulia le dedicó una sonrisa luminosa, a la que Lena no tuvo más
remedio que corresponder.
Aquella noche, tras una cena animada por los recuerdos del día, la ojiverde
recogió la mesa y rechazó la ayuda de Yulia.
—No, siéntate. Me toca a mí. Relájate.
Anya se rió mientras la chica de ojos azules canturreaba un sonsonete:
—Muy bien. Supongo que así tendré ocasión de preguntarle a Anya
cosas sobre tu niñez.
Observó con sorpresa cómo Lena se tomaba la broma, encogiéndose
primero y, luego, arrastrándose hasta la cocina. Cuando Anya y Yulia se
dirigieron al salón, la pelirroja se dedicó a trastear por la cocina haciendo ruido,
como cuando Marina y ella la obligaban a fregar los platos y Lena
montaba el número. Eso ocurría cuando estaban las tres solas y se sentía
contenta y relajada.
Tippy le cedió galantemente a Yulia su sillón favorito, que había
calentado antes para ella. En cuanto la morena se sentó, el gato saltó sobre su
regazo y se acurrucó para dormir.
Anya se acomodó en su sillón.
—No todo el mundo puede tomarle el pelo a Len. Me alegro de que
os hagáis amigas. Espero que también tú te alegres —habló con
naturalidad, pero contuvo el aliento mientras esperaba la respuesta.
Yulia suspiró y acarició a Tippy, que ronroneó bajito.
—Sí, yo también me alegro. Nunca había conocido a nadie como
Lena. Es muy inteligente y especial. Me alegro de que las dos hayáis
entrado en mi vida. Y no sólo porque me salvó la vida en el restaurante. Es
una persona muy singular.
La morena hablaba con tanta ingenuidad que Anya tuvo que reprimir las
lágrimas. La resistencia de Yulia a cortarse o a ocultar sus pensamientos le
preocupaba. «Jovencita, espero que tengas cuidado.» Sabía de lo que era
capaz su sobrina para evitar las implicaciones personales.
Lena reapareció con unas copitas de vino de la última cosecha, se
sentó en el suelo sobre unos cojines y contempló a un Tippy en estado de
éxtasis.
—¿Debería tener celos? Habitualmente, soy el único regazo al que
Tippy distingue con el privilegio de una siesta. Está claro que me han
desplazado.
«No sé de quién estoy más celosa, si del gato o de Yulia. Del gato. Sin
duda, del gato. Conténte, Lena.»
La pelirroja miró a su tía y se topó con un par de ojos que la observaban.
«Ah, mierda.»
Tras beber el vino de un trago, añadió:
—Yulia, dijiste que te gustaría ayudar en la situación que tenemos
entre manos. Teniendo en cuenta todo lo ocurrido, ¿aún quieres colaborar?
El ambiente del salón se heló con aquel cambio de tema. Lena
percibió sin necesidad de verla la incomodidad de Anya.
Yulia dudó, pero respondió en un tono neutro:
—Sí. ¿Alguna sugerencia?
La pelirroja, ya más capaz de controlar la situación, aunque sin dejar de
sentirse culpable, continuó:
—Me gustaría que instalases un disco en tu ordenador cuando vayas a
trabajar el lunes. Me permitirá acceder a su intranet y así podré hacer
diagnósticos desde aquí. Seguramente tendrás que pensarlo antes de
responder.
El silencio era casi ensordecedor.
—Ha sido un día muy largo. Voy a acostarme. —Lena
se levantó, le dio un beso a Anya, rascó la cabeza de Tippy, que se
hallaba acurrucado en el regazo de Yulia, con la que cruzó la mirada, y les
dio las buenas noches.
Después de que la pelirroja se marchase, La ojiazul se disculpó. Desplazó al
reticente gato de su regazo y lo puso en su sillón, se despidió de Anya y se
dirigió a su habitación. En la puerta del salón dudó un momento.
—Anya, hoy le he preguntado a Lena si sabía bailar. Me dijo que sí,
pero que debía preguntarte a ti. ¿A qué viene tanto misterio?
Anya se quedó pensativa.
—La verdad es que Len baila muy bien. Cuando era adolescente,
hacíamos muchas fiestas con música aquí. Sólo tenía un defecto. No
soportaba que la llevasen; siempre debía llevar ella a los demás.
—Oh.
—Buenas noches, cariño. Hasta mañana.
Yulia cruzó el vestíbulo en silencio y se detuvo ante la puerta de su
dormitorio. Luego se acercó a la puerta de al lado y llamó suavemente.
Lena abrió la puerta vestida con una camiseta larga y nada más. Se
sorprendió al ver a la morena. Ésta se dio cuenta de que la pelirroja esperaba a Anya y
procuró dominar los nervios.
—Gracias por este día maravilloso —susurró Yulia—. Hacía mucho
tiempo que no lo pasaba tan bien.
Lena comentó, tras una pausa*.
—Yo también me he divertido mucho. Buenas noches. Yo... hum...
Hasta mañana.
Antes de que Lena cerrase la puerta, Yulia la abrazó por la cintura y
la apretó contra sí; luego le dio un rápido beso en la mejilla y fue hacia su
habitación.
—Buenas noches, Lena. Gracias de nuevo.
Yulia se fijó en que la pelirroja se acariciaba la mejilla que le había besado.
Parecía pensativa, pero la morena estaba demasiado confundida por su propia
reacción física ante aquel impulso como para analizar el comportamiento
de Lena. Sentía un hormigueo en todo el cuerpo.
Yulia contempló el techo durante un buen rato antes de que la rindiese
el sueño. No sabía por qué había abrazado y besado a Lena, quizá por
gratitud. Pero su mente revivía sin cesar la sensación que le había causado
Lena: aquella piel suave, las curvas fuertes y femeninas a la vez. Era muy
diferente a tocar a un hombre.
Naturalmente, el hecho de que la pelirroja fuese guapísima y tan misteriosa
no tenía nada que ver. «¿Acaso te sientes atraída por ella?» Yulia decidió
postergar aquellos pensamientos. Apenas conocía a Lena y no se le daba
bien juzgar caracteres, como había demostrado su elección de Vladimir Sokolsky. «Además, tal vez esté casada o comprometida. En otras palabras,
puede ser tan heterosexual como tú. Es normal que le estés agradecida y
que lo confundas con atracción.» Pero la morena se había sentido agradecida
otras veces y, si aquello era gratitud, la notaba en lugares nuevos y
distintos.
Sin embargo, de algo sí estaba segura. No quería otra relación ni un
vínculo de amistad en el que una persona llevase siempre la voz cantante y
exigiese obediencia. A partir de aquel momento, las tareas se compartirían.
CONTINUARÁ...
Última edición por LenokVolk el 2/2/2015, 6:38 pm, editado 2 veces
Lesdrumm- Admin
- Mensajes : 516
Fecha de inscripción : 03/08/2014
Localización : Trapped in some parallel universe
Re: IMPULSOS DE VIDA...
IMPULSOS DE VIDA
Capítulo 9
A la mañana siguiente, Yulia, que contemplaba el océano sentada en las
escaleras de atrás con una taza de café en la mano, decidió que había
llegado la hora de afrontar la realidad. El aire era frío y vigorizante.
Odiaba la idea de regresar a su apartamento y a los posibles horrores
que en él pudiese encontrar. Tenía que mudarse de casa, porque allí no se
sentía segura y le daba miedo abrir la puerta. Murmuró para sí, procurando
prepararse para el momento:
—Yulia, enfréntate a las cosas. Coge el periódico del domingo y
empieza a buscar... Bonita forma de pasar el día. No puedes depender de la
amabilidad de estas personas para siempre. Son una familia, y tú debes
cuidar de ti misma. —Parecía su madre. «Genial.»
Lena apareció de pronto, como caída del cielo, y se sentó junto a ella
con una jarra de café recién hecho y una taza humeante. La morena se
sobresaltó ligeramente, pero sonrió al verla. La pelirroja le llenó la taza, mientras
ella permanecía en silencio.
—Estás muy habladora —comentó Lena en broma.
La ojiazul se avergonzó y, a continuación, se enfadó.
—Escucha, estoy intentando armarme de valor para volver a mi casa.
Seguramente para ti todo es muy fácil, señorita cinturón negro, pero yo
nunca me había visto en una situación semejante. Así que déjalo ya.
Lena estaba atónita. Se puso colorada y contempló su café; luego dijo
en voz baja:
—Lo siento.
Yulia dejó la taza en el suelo y se arrebujó. Para cambiar de tema,
preguntó:
—¿Hay un camino para bajar hasta aquella playa? —Señaló un
extremo de la finca y un corte en el verde de la hierba y los arbustos.
Lena miró en la dirección que señalaba la morena y asintió.
—Sí. Es bastante empinado, pero yo bajo con los ojos cerrados. —Se
apresuró a precisar—: En la oscuridad, naturalmente. Un verano me hice el
firme propósito de conocer hasta el último recoveco de este lugar. Así
empecé a nadar en mar abierto.
Yulia no dijo nada. Quería saber más.
La pelirroja torció la boca como si estuviese crispada, pero continuó:
—Cuando nadas en mar abierto, vas más allá de las olas y la resaca, y
luego nadas en línea paralela a la costa. No te puedes poner traje de
neopreno porque parecerías una foca, y a los tiburones les encanta
merendarse a las focas. Es un ejercicio estupendo, y te da una nueva
perspectiva ver este lugar desde el océano. A veces buceaba, a más o
menos profundidad.
Yulia estaba intrigada.
—¿Tus amigos también lo hacían?
Lena desvió la vista y se centró en algo que había en el jardín.
—¿Lena?
—Mis amigas eran Anya y Marina. No había muchos niños por aquí y,
además, tenía mucho que hacer.
—Descubrir todos los recovecos.
—Sí. Creo que el desayuno está listo. Voy a ayudar a tía Anya.
La morena se dio cuenta de que había pinchado a la pelirroja y se sintió fatal.
—Len, siéntate, por favor. Anya nos llamará cuando nos necesite. —
Lena dudó, pero Yulia añadió—: Por favor.
Finalmente se sentó, aunque manteniendo la distancia con la ojiazul.
Por primera vez Yulia se fijó en que la pelirroja tenía el pelo mojado.
Seguramente habría estado nadando aquella mañana. Se la imaginó en
bañador y enseguida borró la imagen de su mente, pero empezó a hablar
sin contenerse:
—Tu pelo. Fue eso lo que has hecho esta mañana. Ya me extrañaba.
—Cambiando de tono, añadió—: Quiero decir que me di cuenta de que no
estabas en la casa y de que el Audi seguía ahí, y, y... —Se dedicó a
contemplar su café con gran interés y a disimular el rubor que amenazaba
con cubrirle el rostro.
—Estuve a punto de llamarte antes de ir —declaró Lena—, por si
querías acompañarme, pero me pareció que te venía bien descansar.
la morena sonrió, contenta de que la pelirroja le ofreciese la pipa de la paz, cosa
que seguramente no le resultaba nada fácil.
—Sí, estaba agotada. Pero otra vez avísame. Me encantaría ir contigo.
—De acuerdo. Necesitamos un plan para volver a tu apartamento. —
Lena se aclaró la garganta—. Te llevaré, por supuesto. Y me gustaría
acompañarte cuando entres en tu casa. Tengo alguna experiencia en
vigilancia y se me da bien localizar micrófonos y ese tipo de cosas. Cuando
hayamos valorado la situación, decidiremos el paso siguiente. ¿Qué
opinas?
Yulia dudó. Por un lado tenía ganas de abrazar a Lena. Por otro, ése
era el problema.
—¿Siempre le planificas la vida a todo el mundo? No tienes por qué
hacerlo, Lena. Puedo llamar a la policía para que entre conmigo.
Los ojos de la pelirroja reflejaron un dolor instantáneo.
—Como quieras.
Yulia se dio cuenta de que la había ofendido y se apresuró a decir:
—Pero, si lo haces tú, te lo agradecería mucho. Anya y tú sois las únicas
personas en las que confío. —Rozó el brazo de Lena—. Y necesito confiar
en alguien. Gracias.
Había más emoción en sus palabras de la que la morena hubiese querido.
«Pero es cierto», pensó.
Yulia le cogió la mano y la apretó, y Lena le devolvió el gesto.
De pronto, la pelirroja se levantó y dijo:
—Será mejor que me duche y me cambie antes de que nos vayamos.
—Con aire distraído, sus ojos se posaron en todo, salvo en la morena.
En aquel preciso momento Anya apareció en la puerta.
—Eh, vosotras dos. Nadie va a ninguna parte sin desayunar.
¡Entrad!
Lena se daba cuenta de que la conversación del desayuno resultaba un
poco forzada, pero aun así se limitó a hablar sólo cuando se dirigían a ella.
Se fijó en que Yulia hablaba casi todo el tiempo con Anya, como si
comprendiese su malestar y no quisiese obligarla a participar en la charla.
Marina también hacía eso con Anya y Lena, pero la pelirroja nunca había
adivinado por qué. De repente, La ojiazul se levantó y abandonó la mesa.
—¿Adonde va? —preguntó Anya.
Lena miró hacia donde la morena había ido con gesto atónito.
—No tengo ni idea.
Luego se volvió hacia su tía y echó un vistazo al reloj, pero Anya no
dijo nada. Lena refunfuñó:
¿Oué?
—¿Por qué estás tan callada, Lena?
La joven se encogió de hombros.
—Ella es tan... diferente. Cuando creo que somos amigas, me salta al
cuello.—
¿Por qué?
—No lo sé. Le ofrecí ayuda para que se sintiese segura en su casa y
reaccionó como si fuese a robarle algo.
—¿Le explicaste el plan y le dijiste que te ocuparías de ella?
la pelirroja asintió, procurando no analizar la respuesta de Yulia.
Anya se quedó callada y, luego, dijo:
—Cariño, estás tan acostumbrada a llevar la voz cantante en todo que
hay un punto en el que Yulia tal vez piense que la quieres controlar.
Recuerda su pasado. Está intentando romper con los hombres y con la
familia que la dominaban, y de pronto aparece Lena para rescatarla. Dale
tiempo.
—Es amiga de todo el mundo y sabe lo que hay que decir en cada
momento. —Lena estaba perpleja—. ¿Por qué iba a creer que pretendo
controlarla?
—Tal vez proyectes la misma imagen que la mayoría de los hombres
que ha conocido y que desconfiaban de que no supiese valerse por sí misma.
La pelirroja se quedó boquiabierta cuando las palabras de Anya dieron en el
clavo. En aquel momento entró la morena con una fotografía en la mano.
—Una de esas fotos para recordar un día señalado. ¡Mirad!
Y allí estaba, una foto de alegres colores, en la que se veía a Lena y a
Yulia mirando a la cámara, abrazadas por la cintura y sonrientes.
Anya la contempló detenidamente.
—Me encanta. ¿Puedo ponerla sobre la chimenea?
La pelirroja, que reparó en la incertidumbre de la morena, asintió.
Yulia sonrió.
—Pues claro. Si quieres.
Anya colocó la instantánea cuidadosamente en medio de sus fotos más
queridas y dijo:
—Oficialmente ya formas parte de la familia, Yulia. Y, de paso, así
tengo una foto tuya reciente, Lena. Y ahora largaos. Yo fregaré los platos.
Tenéis trabajo que hacer.
Yulia estaba feliz. Le dio un fuerte abrazo, lleno de agradecimiento, a
Anya; luego se volvió para abrazar a Lena, pero se contuvo y se limitó a
sonreír tímidamente. Se disculpó para ir a arreglarse.
Cuando la pelirroja hizo ademán de seguirla, Anya la llamó:
—Cuídala, cariño. Esos tipos son muy brutos.
—Lo intentaré, tía Anya. —Mirando a Yulia, murmuró—: Si me deja.
.......
Permanecieron calladas durante el trayecto hasta la ciudad. Yulia
estaba nerviosa y Lena parecía absorta en su propio mundo. Los escasos
intentos que hicieron de entablar una conversación fueron sólo eso,
intentos. Cuando atravesaron el puente Golden Gate, la pelirroja entró en
materia:
—Hagamos un plan. Aparcaremos a varias manzanas de distancia. ¿El
edificio tiene entrada de servicio?
Yulia asintió y la pelirroja continuó:
"Estupendo. Entonces entramos por allí y empezamos buscando
micros y cámaras. Y, si los encontramos, ¿qué hacemos? ¿Los
desconectamos y llamamos a la policía? ¿Hacemos como si no los
hubiésemos encontrado? ¿Desconectamos todos, excepto uno, y luego
medimos mucho lo que se diga junto a ese micro? —Dejó las preguntas en
el aire—. Te toca a ti decidir, Yulia. ¿Que quieres hacer?
La morena pensó en las opciones. Agradecía que Lena le permitiese tomar
la decisión. Pero se sentía como un ratón de laboratorio. Aquellas personas
creían que podían usar cualquier método, manipular e incluso matarla, sin
la menor consecuencia para ellos.
—Depende de quién sea el responsable. Los candidatos lógicos son mi
querido ex novio y sus colegas. Si los culpables son ellos, puedo: a)
destruir los micros, gritar «que os jodan» mientras lo hago, procurar
desaparecer de la faz de la tierra y confiar en que no me encuentren; b)
fingir que no los he visto y volver al trabajo para averiguar más cosas antes
de llamar a la policía, rezando para que no me maten antes; o c) comprar
un kalashni- kov y matarlos a tiros. No me atraen nada las opciones.
La pelirroja se quedó callada unos instantes.
—Te olvidas de la d) ninguna de ellas. —Mantuvo la vista en la
calzada, mientras recorría las callejuelas transversales de San Francisco sin
que la ojiazul le quitase ojo de encima.
—Supongamos lo peor, Yulia. Hasta el momento sólo sabemos que tu
teléfono está intervenido, pero, si tienen tecnología sofisticada y les pagan
mucho, pueden instalarse en un apartamento enfrente o muy cerca del tuyo,
y tú jamás lo sabrás. Bueno, no exactamente. Yo lo sabría porque soy una
especie de obsesa de los aparatos y los artilugios, y creo en el derecho a la
intimidad. Te advierto que me han espiado los mejores del gremio. Te
sorprendería saber lo lucrativo que resulta el espionaje empresarial y los
recursos de que disponen los agentes. Cada vez que desarrollo un nuevo
programa, me asombra la cantidad de gente que intenta piratearlo y
birlarme el material. Codicia, Yulia. Todo se reduce a codicia.
La morenan asimiló toda la información, pero no dijo nada, así que Lena
continuó:
—Sin embargo, nadie lo ha conseguido. Si logran algo, es porque yo
lo consiento. La venganza es traicionera, Yulia.
Había un destello en los ojos de Lena que la asustó y la emocionó al
mismo tiempo. Yulia esperaba que su nueva amiga lo fuese de verdad y no
tener que enfrentarse nunca a ella.
—Creo que ha llegado la hora de empezar con la venganza, si te
apetece. Tengo un plan. ¿Quieres oírlo?
Durante toda su vida otros la habían cuidado: tomaban las decisiones
por ella y la guiaban por un camino seguro y cómodo. La morena se lo
agradecía. Pero era adulta y sabía que había llegado el momento de dirigir
su propia existencia. Para bien o para mal, tenía que elegir y afrontar las
consecuencias de sus elecciones.
Lena aparcó a tres manzanas del apartamento de Yulia y permaneció
en el asiento, esperando.
la morena no lo dudó.
—Me apunto. —Sabía que le había cambiado la vida tal vez para
siempre y que, ocurriese lo que ocurriese, estaba dispuesta a pelear.
Lena la miró, muy seria. Con una ligera indicación, cogió una
sudadera con capucha del asiento de atrás y se la dio a La ojiazul. Suspiró
cuando ésta la olisqueó.
—Está limpia, Yulia. Póntela.
Yulia sonrió, avergonzada, y obedeció.
La pelirroja se había recogido el pelo en una cola de caballo y llevaba una
gorra de visera y un chaquetón. Las dos se habían puesto vaqueros y
zapatillas deportivas. Lena manchó de tierra las zapatillas blancas de
Leigh. Casi tuvo que atarla para que le permitiese hacerlo, pero había
buenas razones. Por último, sacó un bolso mugriento del maletero, se lo
echó al hombro y activó la alarma del coche con el mando a distancia antes
de dirigirse al apartamento.
—Oficialmente estás ejerciendo la invisibilidad —afirmó Lena.
Mientras caminaban, le dijo a Yulia que no estableciese contacto visual
con la gente de la calle, pero que vigilase el entorno. La morena obedeció y le
sorprendió que nadie se fijase en ellas. Aquel anonimato le resultaba
extraño. Estaba acostumbrada a que las cabezas se volviesen a su paso, a
que le silbasen y a los piropos de los hombres. Decidió que tenía que
practicar aquella «invisibilidad» más a menudo.
Yulia se encaminó a la entrada de servicio, encantada de contribuir en
algo. Tras comprobar que nadie vigilaba la puerta, entraron y subieron al
apartamento por las escaleras de atrás. La morena sólo las había utilizado una
vez y le sorprendió lo sucias que estaban en comparación con el ascensor que utilizaba habitualmente.
Lena abrió la puerta y observó que el vestíbulo estaba vacío, así que
ambas recorrieron el pasillo que conducía hasta el apartamento. Yulia
tenía la llave en la mano y estaba a punto de introducirla en la cerradura
cuando una mano la detuvo. Lena se inclinó, examinó la cerradura y
descubrió que la habían forzado con gran pericia.
La pelirroja explicó que hasta cierto punto era una buena noticia. Los que
habían entrado en el apartamento de Yulia no querían que ella lo supiese y,
por tanto, seguramente no andaban por allí para recibirla. Los intrusos
habían tenido mucho tiempo para hacer registros desde el lunes por la
noche. Lena le indicó que abriese la puerta y, antes de entrar, le puso la
capucha sobre la cabeza. Luego se colocó delante de Yulia y franqueó la
puerta.
La morena echó un vistazo por encima del hombro de la pelirroja, pasó por su
lado y caminó hasta el centro del salón, mientras Lena permanecía en la
puerta escudriñando la estancia y su contenido.
Cuando Yulia revisó la cocina, el dormitorio y el baño, supo
inmediatamente que alguien había estado allí. Se fijó en la pantalla de una
lámpara un poco torcida, un cajón del frigorífico revuelto, el botiquín del
baño entreabierto. Lo recordaba todo muy bien, debido a la concienzuda
limpieza que había realizado días antes. Un desconocido había tocado su
ropa y sus objetos personales.
Aquella intromisión en su intimidad hizo que le hirviese la sangre. Le
ardía la cara de ira y se dedicó a dar vueltas mientras Lena se acercaba a
ella por detrás. La pelirroja salvó la distancia que las separaba en silencio, le tapó
la boca con la mano y la fulminó con la mirada. Yulia se calmó al instante
y se concentró en aquellos poderosos ojos verdigrises.
En un principio, a la morena le había entusiasmado la idea de hacer un
registro con Lena. De las opciones que barajaron mientras iban en el
coche, había escogido la de desactivar todos los micros excepto uno. Así,
los que realizaban las escuchas creerían que lo tenían todo bajo control y
que no los habían descubierto. Lena sacó algo del bolso que llevaba, un
artilugio que detectaba la presencia y localización de los aparatos de
vigilancia, y emprendieron la búsqueda.
La pelirroja encontró primero las cámaras: en el salón, el dormitorio y el
baño. Cuando señaló la del baño, Yulia estuvo a punto de perder los
nervios. Lena la arrancó, quitó el objetivo y lo aplastó con el pie, mientras
La morena representaba un baile de la victoria bastante sexy. A continuación,
fueron al dormitorio a montar el número de buscar más aparatos. Tras una
pista falsa, encontraron y destruyeron el instalado allí. Por último, el salón.
—Vaya, si tenían una de esas cosas en el dormitorio y otra en el baño,
como buenos mirones seguro que pusieron otra aquí —comentó la pelirroja. Tras
otra complicada búsqueda, identificaron unos cuantos micrófonos,
observaron que eran distintos y al fin localizaron el vídeo y lo
desactivaron.
Lena metió la última cámara en una bolsa de plástico, junto con uno
de los micrófonos, y la guardó en el bolsillo. Yulia dedujo que habían
dejado ciegos a los que efectuaban la vigilancia, pero con una capacidad
limitada de escucha. La pelirroja miró por encima los teléfonos, les dio el visto
bueno y los dejó.
Yulia se sentó en el sofá, desanimada ante la idea de quedarse donde
los cerdos de la furgoneta podían escucharla.
—Creo que tengo que ir de compras. No pienso ponerme esa ropa
interior nunca más.
—Pues vamos, entonces —dijo Lena—. Las tiendas no permanecen
abiertas demasiado tiempo los domingos.
Mientras
Hatch escuchaba y contemplaba la destrucción de su
carísimo y cuidadosamente instalado equipo de vigilancia, la agobiante
furgoneta le resultó más incómoda que nunca. Se había hecho a la idea de
observar a la mujer sin que ella lo supiese. Invadir la privacidad de una
mujer lo excitaba y avivaba sus fantasías de violación y tortura.
Sabía que Dieter se enfadaría si se enteraba de lo de las cámaras, así
que no pensaba dar parte del incidente. Nunca lo hacía. La zorra y su amiga
amazona de la otra noche lo habían dejado sin diversión. Conseguiría
suficiente información con el teléfono pinchado y los restantes aparatos,
pero no olvidaba aquello. De momento, tenía que llamar para recibir
órdenes. Estaba de mal humor cuando cogió el teléfono. Si Simpkin no
hubiese salido a comer algo, lo habría obligado a hacer la llamada.
Lena llevó a Yulia a Union Square, en el centro de San Francisco.
Aunque detestaba ir de compras, le pareció que con la morena no sería tan
horrible. «Hace mucho tiempo que no estoy con nadie más que con un
ordenador. Cíñete al trabajo, Lena. La estás ayudando porque necesitas que
vaya a trabajar mañana. Nada más. Y no alucines con la ropa que se ponga.
Esta excursión es un mal necesario.»
Yulia compró algunas cosas en Macy's y luego la pelirroja la llevó a
Neiman Marcus para comprar un traje, porque conocía a una asesora de
ventas. La mujer registraba la tienda de arriba abajo buscando ropa para
Lena cuando ésta la visitaba. Le habría gustado hacerse amiga de la ojiverde,
pero ésta mantenía la relación en términos estrictamente profesionales.
Nada de vínculos ni de distracciones.
Lena llamó por teléfono previamente para confirmar la cita con la
dependienta y condujo a la morena a la sección de diseñadores de la tienda.
Yulia dudó.
—Lena, no suelo comprar en esa sección. Al menos desde que vivo de
lo que gano.
A Lena le sorprendió que Yulia, siendo de una familia tan rica, no se
permitiese el lujo de comprar ropa de diseño, así que tuvo que buscar una
justificación para ir hasta allí.
—Acordamos que mañana volverías al trabajo para implantar el
programa. Necesitas un traje clásico. Vamos.
En cuanto entraron en la sección, todo el mundo se apresuró a
atenderlas. El personal, al que se le caía la baba, les ofreció capuchinos,
cruasanes, agua mineral, vino y champán. Lena reconoció que había
gastado bastante dinero allí en otra época.
Ann, la asesora impecablemente vestida, una mujer despampanante,
de unos cuarenta años, de cabellos oscuros y ojos color avellana, las
recibió y, tras examinar a Yulia, enseguida se puso a trabajar. Le preguntó
por su talla y sus colores favoritos, Ies sugirió que disfrutasen del café y
fue a buscar trajes.
Veinte minutos después se había montado un desfile de moda, con
La morena como modelo y la pelirroja como espectadora. Antes de empezar, Lena
sugirió que tomasen champán en honor a «la nueva Yulia». En realidad,
pensaba que el alcohol la ayudaría a sobrevivir al trance de las compras.
Cada vez que Yulia se probaba un traje, brindaban, y no tardaron en
sentirse agradablemente aturdidas.
Tras un par de pruebas, Ann le preguntó a la ojiazul si tenía experiencia
como modelo, y Yulia admitió que había trabajado en el sector mientras
estudiaba. De pronto, las dos se pusieron a charlar, pues Ann había
trabajado años como modelo. Cuando Yulia regresó al probador, Lena las
oyó reír y hablar de ropa, diseñadores y experiencias, y la sorprendió
escucharlas con benevolencia. Generalmente, esperar la ponía nerviosa y
de mal humor. Sin duda, el champán contribuía a su buen ánimo. Trató de
escuchar lo que decían; tal vez se enterase de cosas que podían serle de
utilidad en el trabajo.
A Lena no se le daban bien las conversaciones intrascendentes. Tenía
que conocer bien a una persona antes de decirle algo más que palabras de
trámite. «Exceptuando a Yulia. Con ella resulta más fácil.»
En aquel momento apareció la morena con un exquisito traje azul cobalto
que realzaba sus ojos. La suave caída del ligero tejido de gabardina se
adaptaba como un guante a su preciosa figura. El remate revelaba las
piernas largas y torneadas sobre los sencillos y elegantes zapatos de salón.
Completaba el cuadro una blusa de seda de color perla bajo la chaqueta. El
conjunto era perfecto y Lena se quedó sin habla.
Yulia salió del probador riendo y bromeando, pero, en cuanto vio a
la pelirroja, se calló y contuvo la respiración, dominada por una repentina
incomodidad. Era una reacción extraña en una modelo con experiencia en
la pasarela y en las portadas.
Tras unos segundos, Ann se aclaró la garganta.
—Bueno, creo que hemos acabado. Prepararé el traje para llevar.
¿Quieres también los zapatos y accesorios que elegimos?
Yulia acertó a farfullar:
—De acuerdo. —Se alisó la parte delantera de la falda con timidez y
preguntó en voz baja—: ¿Te gusta?
Sin apartar los ojos de ella, Lena respondió:
—Creo que eres... Estás impresionante.
Yulia intentó aclarar las confusas emociones que sentía.
—Nunca me había puesto tan nerviosa probándome ropa. Ni que fuera
el baile del instituto. Debe de ser la histeria de mañana.
Ann asomó la cabeza tras la puerta del probador.
—¿Y la lencería, Yulia? ¿Qué te llevas?
La morena hizo un gesto negativo, pero la pelirroja la interrumpió.
—Todo. Cárgalo en mi cuenta. —Ann desapareció inmediatamente y
Yulia empezó a protestar, pero Lena alzó la mano y la hizo callar.
—Ya me lo pagarás, Yulia. Tienen todos mis datos, lo cual significa
que podemos ir a comer mucho antes. Además, necesitas esas cosas si
piensas dar el resto a instituciones benéficas. No puedes andar siempre con
mi viejo chándal y tus vaqueros, por muy bien que te queden. —la morena se
fijó en que Lena se ponía colorada antes de continuar—: ¿Has encontrado
unos pantalones y un jersey para ponerte ahora? No puedo llevarte a uno de
mis restaurantes favoritos hasta que los tengas. —En sus ojos había una
expresión divertida.
Yulia aceptó.
—De acuerdo. Ann tiene muy buen gusto. No tardo nada.
Mientras la ojiazul se ponía la ropa informal, reapareció Ann.
—¿Hace esto muy a menudo? ¿Cargar en su cuenta la ropa de sus
amigas?
—Lena nunca había venido con nadie. Te hemos declarado la chica
más afortunada del año. Es toda una adquisición por tu parte. —Ann le
guiñó un ojo y fue a hacer la factura.
Yulia se quedó sola en el probador, pensando en el comentario de Ann
y en el rostro ruborizado que le devolvía el espejo, pero decidió pasarlo por
alto. Aunque resultaba difícil ignorar que la emoción que sentía no era
vergüenza, sino evidente placer.
—Dame la factura. Te extenderé un cheque en cuanto estemos en el
coche —dijo Yulia, mientras salían de la tienda cargadas con bolsas. No
aceptó una negativa, así que Lena tuvo que conformarse.
Al pasar por delante de Tiffany’s de camino al garaje, Yulia aminoró
la marcha y le contó a la pelirroja su secreta costumbre de devorar con los ojos
los escaparates cada vez que iba por allí.
—Podemos hacer algo mejor que eso —dijo Lena con toda
naturalidad—. Curiosear todas las vitrinas de la tienda. ¡Vamos! —Se
dirigió a la puerta y entró sin darle tiempo a Yulia a protestar.
En la tienda, tranquila y sobria, en la que las joyas se exhibían con
mucho gusto bajo una miríada de luces indirectas, un dependiente se
ofreció a hacerse cargo de los paquetes para que pudiesen curiosear
cómodamente. Admiraron varias piezas, y Yulia comentó cuáles se
pondría dependiendo de las situaciones.
Lena tenía cuenta en Tiffany's por cuestiones de negocios y para
adquirir regalos de vez en cuando, pero siempre había dejado la elección en
manos de los vendedores o se limitaba a llamar por teléfono y pedir algo.
Nunca había pensado en los intríngulis de las joyas.
En aquel momento escuchaba a la morena con atención, sin saber por qué
le interesaba tanto aquella información.
Yulia lo estaba pasando genial, hasta que al fin se detuvieron ante
unos exquisitos pendientes de diamantes, tanzanita y calcedonia azul.
Al ver lo mucho que le gustaban a Yulia los pendientes, Lena pidió
que se los enseñasen. Se los probó y, luego, se los dio a Yulia para que se
los probase ella también. «Preciosos.»
—Envuélvalos —le pidió la pelirroja al dependiente.
Los ojos de Yulia lanzaban destellos azules como la tanzanita.
—¡Lena, son maravillosos. Espero que te los pongas siempre, porque
me encanta cómo te quedan. —Se ruborizó, como si se avergonzase de dar
por supuesto que eran amigas.
A Lena la asombraba que Yulia se sintiera avergonzada por querer ser
su amiga, pero, al mismo tiempo, le encantaba aquel sentimiento. Al fin y
al cabo, la pelirroja era la tímida, la que quería hacer amigos y no sabía cómo. Se
limitó a asentir y, luego, dijo:
—Disculpa. He olvidado darle al dependiente mis datos. —Fue hasta
el fondo de la tienda, sonriendo al recordar las palabras de Yulia. «Quiere
volver a verme. Piensa que me quedan bien esos pendientes.»
Charló un poco con el dependiente antes de firmar el comprobante de
compra, cosa que no hacía casi nunca. Cogió la tarjeta comercial que le
extendía el dependiente, guardó la cajita turquesa en el bolso y se reunió
con la morena. A continuación, se hicieron cargo de todas las bolsas, decididas
a no detenerse hasta llegar al garaje.
Yulia se dejó caer en un asiento del banco de cuero rojo, en el
reservado del restaurante de Market Street que ofrecía cocina de fusión
asiática. Sonaba bien. Lena exigió un reservado concreto, un poco elevado,
que tenía una excelente vista del restaurante y de la calle.
Tras echar un vistazo al menú y sugerirle a la morena que eligiese la
comida, la pelirroja pidió dos limonadas con ginebra y entrantes y aperitivos
suficientes como para alimentar a un pequeño ejército. Luego rebuscó en el
bolso hasta que encontró un pequeño teléfono móvil, apretó un botón y le
susurró a Yulia:
—Voy a llamar a Anya para ver si quiere que le lleve algo.
Yulia asintió, pero se le encogió el corazón. «¡Dios mío, tengo que
volver a mi apartamento! Cuando Lena se marche llamaré a un taxi e iré a un hotel.» Se dedicó a juguetear con los cubiertos, un poco mareada,
procurando atender cuando oyó lo que Lena estaba diciendo.
—¿De verdad? ¡Qué maravilla! Bueno, sí, ¿lo dices en serio? Puedo
quedarme en la ciudad si... —Se le apagó la voz mientras miraba a Yulia;
luego se apresuró a añadir—: Me refiero a que puedo quedarme en el Four
Seasons o... —Se le iluminó el rostro—. No lo sé, pero puedo preguntar.
¿Todo bien con M? Espera. —Se volvió hacia Yulia—. Anya quiere saber si
vas a pasar la noche con nosotras. Ha llegado alguien a quien le gustaría
que conocieras. —la pelirroja dudó un instante antes de precisar—: A mí
también me gustaría. Hasta que sepamos a ciencia cierta que estás
preparada para volver a tu casa. Si te apetece.
Yulia estuvo a punto de saltar encima de la mesa.
—¡Sí! Me encantaría conocer a vuestra amiga. ¡Gracias! —Las
lágrimas afluyeron a sus ojos y no le importó quedar como una boba. Ya
había desplegado suficiente valor aquel día.
Lena sonrió mientras hablaba por teléfono.
—Trato hecho, Anya. Vamos a comprar cosas ricas y llegaremos dentro
de hora y media. ¿Anya? Dale un beso de mi parte a tía M.
Pidieron la comida, degustaron unos deliciosos rollitos y otros
caprichos, bebieron la limonada y esperaron a que les preparasen el pedido
para llevar. La camarera las ayudó a llevarlo todo al Audi y seguía
sonriendo, encantada con la propina que le dieron, cuando el coche arrancó.
La pelirroja llevó a la morena a su apartamento para que cogiese su coche. A
Yulia le daba miedo utilizarlo, aunque estaba aparcado en el garaje y Lena
la había acompañado. La pelirroja examinó el vehículo en busca de transmisores,
utilizando una linterna para comprobar los bajos. Cuando se cercioró de
que todo estaba en orden, se pusieron en camino.
Yulia iba siguiéndola. Se sentía como una estúpida porque deseaba
compartir el mismo coche. Miró repetidamente el espejo retrovisor,
confiando en descubrir si alguien la seguía.
Lo había pasado muy bien con Lena, aunque el motivo de que
estuviesen juntas la aterrorizaba. La capacidad de la pelirroja para hacerse cargo
de la situación contribuía en gran medida a aliviar sus temores. Lena era
muy poco convencional: torpe, frustrante y dura de mollera a veces, negada
para las relaciones sociales y tímida. Pero esos detalles, en vez de molestar
a Yulia, la estimulaban. Era bueno saber que Lena tenía una parte no tan
perfecta. En ese punto se complementaban, y a La morena le agradaba la idea.
Tendría que analizar por qué le agradaba tanto.
Lena le advirtió de que darían un rodeo para cerciorarse de que no las
seguían, pero en el plazo prometido de hora y media llegaron a la finca de
Anya y entraron en la casa cargadas con paquetes y comida.
Lo primero que a Yulia le llamó la atención fue la música: Nat
«King» Colé y su hija Natalie cantaban a dúo Unforgettable. Lena estaba
feliz. La música las acompañó cuando dejaron los paquetes y llevaron la
comida a la cocina. El salón estaba a oscuras, aunque La morena captó el
parpadeo de las llamas en la chimenea.
Lena le susurró a Yulia:
—Ahora vuelvo. —Se quitó los zapatos y fue de puntillas en dirección
a la música.
Yulia la siguió hasta la puerta del salón y asomó la cabeza para
saludar a Anya, pero se detuvo en seco cuando vio a Anya y a otra mujer más
baja bailando muy juntas. La ternura que emanaba de las dos mujeres
llenaba la estancia y resultaba muy romántica. Yulia se sintió como una
mirona, pero no se movió por miedo a romper el hechizo.
Cuando Lena se acercó a la mujer más baja y se inclinó para besarla
en la coronilla, la mujer se mostró encantada, y las tres se abrazaron y
siguieron bailando. La canción estaba terminando y, cuando se separaron y
se pusieron a hablar, La ojiazul se dispuso a escabullirse hacia la cocina antes
de que la viesen.
—Yulia, ven a conocer a alguien —dijo Anya.
La morena se acercó e identificó a la mujer cuya fotografía adornaba la
mesilla de Anya, la de la foto de París, uno de los rostros más famosos y
reconocibles del mundo del periodismo. Anya sonrió.
—Marina, ésta es Yulia Volkova. Yulia, te presento a Marina Kouros, la
tía M de Lena.
CONTINUARÁ...
Capítulo 9
A la mañana siguiente, Yulia, que contemplaba el océano sentada en las
escaleras de atrás con una taza de café en la mano, decidió que había
llegado la hora de afrontar la realidad. El aire era frío y vigorizante.
Odiaba la idea de regresar a su apartamento y a los posibles horrores
que en él pudiese encontrar. Tenía que mudarse de casa, porque allí no se
sentía segura y le daba miedo abrir la puerta. Murmuró para sí, procurando
prepararse para el momento:
—Yulia, enfréntate a las cosas. Coge el periódico del domingo y
empieza a buscar... Bonita forma de pasar el día. No puedes depender de la
amabilidad de estas personas para siempre. Son una familia, y tú debes
cuidar de ti misma. —Parecía su madre. «Genial.»
Lena apareció de pronto, como caída del cielo, y se sentó junto a ella
con una jarra de café recién hecho y una taza humeante. La morena se
sobresaltó ligeramente, pero sonrió al verla. La pelirroja le llenó la taza, mientras
ella permanecía en silencio.
—Estás muy habladora —comentó Lena en broma.
La ojiazul se avergonzó y, a continuación, se enfadó.
—Escucha, estoy intentando armarme de valor para volver a mi casa.
Seguramente para ti todo es muy fácil, señorita cinturón negro, pero yo
nunca me había visto en una situación semejante. Así que déjalo ya.
Lena estaba atónita. Se puso colorada y contempló su café; luego dijo
en voz baja:
—Lo siento.
Yulia dejó la taza en el suelo y se arrebujó. Para cambiar de tema,
preguntó:
—¿Hay un camino para bajar hasta aquella playa? —Señaló un
extremo de la finca y un corte en el verde de la hierba y los arbustos.
Lena miró en la dirección que señalaba la morena y asintió.
—Sí. Es bastante empinado, pero yo bajo con los ojos cerrados. —Se
apresuró a precisar—: En la oscuridad, naturalmente. Un verano me hice el
firme propósito de conocer hasta el último recoveco de este lugar. Así
empecé a nadar en mar abierto.
Yulia no dijo nada. Quería saber más.
La pelirroja torció la boca como si estuviese crispada, pero continuó:
—Cuando nadas en mar abierto, vas más allá de las olas y la resaca, y
luego nadas en línea paralela a la costa. No te puedes poner traje de
neopreno porque parecerías una foca, y a los tiburones les encanta
merendarse a las focas. Es un ejercicio estupendo, y te da una nueva
perspectiva ver este lugar desde el océano. A veces buceaba, a más o
menos profundidad.
Yulia estaba intrigada.
—¿Tus amigos también lo hacían?
Lena desvió la vista y se centró en algo que había en el jardín.
—¿Lena?
—Mis amigas eran Anya y Marina. No había muchos niños por aquí y,
además, tenía mucho que hacer.
—Descubrir todos los recovecos.
—Sí. Creo que el desayuno está listo. Voy a ayudar a tía Anya.
La morena se dio cuenta de que había pinchado a la pelirroja y se sintió fatal.
—Len, siéntate, por favor. Anya nos llamará cuando nos necesite. —
Lena dudó, pero Yulia añadió—: Por favor.
Finalmente se sentó, aunque manteniendo la distancia con la ojiazul.
Por primera vez Yulia se fijó en que la pelirroja tenía el pelo mojado.
Seguramente habría estado nadando aquella mañana. Se la imaginó en
bañador y enseguida borró la imagen de su mente, pero empezó a hablar
sin contenerse:
—Tu pelo. Fue eso lo que has hecho esta mañana. Ya me extrañaba.
—Cambiando de tono, añadió—: Quiero decir que me di cuenta de que no
estabas en la casa y de que el Audi seguía ahí, y, y... —Se dedicó a
contemplar su café con gran interés y a disimular el rubor que amenazaba
con cubrirle el rostro.
—Estuve a punto de llamarte antes de ir —declaró Lena—, por si
querías acompañarme, pero me pareció que te venía bien descansar.
la morena sonrió, contenta de que la pelirroja le ofreciese la pipa de la paz, cosa
que seguramente no le resultaba nada fácil.
—Sí, estaba agotada. Pero otra vez avísame. Me encantaría ir contigo.
—De acuerdo. Necesitamos un plan para volver a tu apartamento. —
Lena se aclaró la garganta—. Te llevaré, por supuesto. Y me gustaría
acompañarte cuando entres en tu casa. Tengo alguna experiencia en
vigilancia y se me da bien localizar micrófonos y ese tipo de cosas. Cuando
hayamos valorado la situación, decidiremos el paso siguiente. ¿Qué
opinas?
Yulia dudó. Por un lado tenía ganas de abrazar a Lena. Por otro, ése
era el problema.
—¿Siempre le planificas la vida a todo el mundo? No tienes por qué
hacerlo, Lena. Puedo llamar a la policía para que entre conmigo.
Los ojos de la pelirroja reflejaron un dolor instantáneo.
—Como quieras.
Yulia se dio cuenta de que la había ofendido y se apresuró a decir:
—Pero, si lo haces tú, te lo agradecería mucho. Anya y tú sois las únicas
personas en las que confío. —Rozó el brazo de Lena—. Y necesito confiar
en alguien. Gracias.
Había más emoción en sus palabras de la que la morena hubiese querido.
«Pero es cierto», pensó.
Yulia le cogió la mano y la apretó, y Lena le devolvió el gesto.
De pronto, la pelirroja se levantó y dijo:
—Será mejor que me duche y me cambie antes de que nos vayamos.
—Con aire distraído, sus ojos se posaron en todo, salvo en la morena.
En aquel preciso momento Anya apareció en la puerta.
—Eh, vosotras dos. Nadie va a ninguna parte sin desayunar.
¡Entrad!
Lena se daba cuenta de que la conversación del desayuno resultaba un
poco forzada, pero aun así se limitó a hablar sólo cuando se dirigían a ella.
Se fijó en que Yulia hablaba casi todo el tiempo con Anya, como si
comprendiese su malestar y no quisiese obligarla a participar en la charla.
Marina también hacía eso con Anya y Lena, pero la pelirroja nunca había
adivinado por qué. De repente, La ojiazul se levantó y abandonó la mesa.
—¿Adonde va? —preguntó Anya.
Lena miró hacia donde la morena había ido con gesto atónito.
—No tengo ni idea.
Luego se volvió hacia su tía y echó un vistazo al reloj, pero Anya no
dijo nada. Lena refunfuñó:
¿Oué?
—¿Por qué estás tan callada, Lena?
La joven se encogió de hombros.
—Ella es tan... diferente. Cuando creo que somos amigas, me salta al
cuello.—
¿Por qué?
—No lo sé. Le ofrecí ayuda para que se sintiese segura en su casa y
reaccionó como si fuese a robarle algo.
—¿Le explicaste el plan y le dijiste que te ocuparías de ella?
la pelirroja asintió, procurando no analizar la respuesta de Yulia.
Anya se quedó callada y, luego, dijo:
—Cariño, estás tan acostumbrada a llevar la voz cantante en todo que
hay un punto en el que Yulia tal vez piense que la quieres controlar.
Recuerda su pasado. Está intentando romper con los hombres y con la
familia que la dominaban, y de pronto aparece Lena para rescatarla. Dale
tiempo.
—Es amiga de todo el mundo y sabe lo que hay que decir en cada
momento. —Lena estaba perpleja—. ¿Por qué iba a creer que pretendo
controlarla?
—Tal vez proyectes la misma imagen que la mayoría de los hombres
que ha conocido y que desconfiaban de que no supiese valerse por sí misma.
La pelirroja se quedó boquiabierta cuando las palabras de Anya dieron en el
clavo. En aquel momento entró la morena con una fotografía en la mano.
—Una de esas fotos para recordar un día señalado. ¡Mirad!
Y allí estaba, una foto de alegres colores, en la que se veía a Lena y a
Yulia mirando a la cámara, abrazadas por la cintura y sonrientes.
Anya la contempló detenidamente.
—Me encanta. ¿Puedo ponerla sobre la chimenea?
La pelirroja, que reparó en la incertidumbre de la morena, asintió.
Yulia sonrió.
—Pues claro. Si quieres.
Anya colocó la instantánea cuidadosamente en medio de sus fotos más
queridas y dijo:
—Oficialmente ya formas parte de la familia, Yulia. Y, de paso, así
tengo una foto tuya reciente, Lena. Y ahora largaos. Yo fregaré los platos.
Tenéis trabajo que hacer.
Yulia estaba feliz. Le dio un fuerte abrazo, lleno de agradecimiento, a
Anya; luego se volvió para abrazar a Lena, pero se contuvo y se limitó a
sonreír tímidamente. Se disculpó para ir a arreglarse.
Cuando la pelirroja hizo ademán de seguirla, Anya la llamó:
—Cuídala, cariño. Esos tipos son muy brutos.
—Lo intentaré, tía Anya. —Mirando a Yulia, murmuró—: Si me deja.
.......
Permanecieron calladas durante el trayecto hasta la ciudad. Yulia
estaba nerviosa y Lena parecía absorta en su propio mundo. Los escasos
intentos que hicieron de entablar una conversación fueron sólo eso,
intentos. Cuando atravesaron el puente Golden Gate, la pelirroja entró en
materia:
—Hagamos un plan. Aparcaremos a varias manzanas de distancia. ¿El
edificio tiene entrada de servicio?
Yulia asintió y la pelirroja continuó:
"Estupendo. Entonces entramos por allí y empezamos buscando
micros y cámaras. Y, si los encontramos, ¿qué hacemos? ¿Los
desconectamos y llamamos a la policía? ¿Hacemos como si no los
hubiésemos encontrado? ¿Desconectamos todos, excepto uno, y luego
medimos mucho lo que se diga junto a ese micro? —Dejó las preguntas en
el aire—. Te toca a ti decidir, Yulia. ¿Que quieres hacer?
La morena pensó en las opciones. Agradecía que Lena le permitiese tomar
la decisión. Pero se sentía como un ratón de laboratorio. Aquellas personas
creían que podían usar cualquier método, manipular e incluso matarla, sin
la menor consecuencia para ellos.
—Depende de quién sea el responsable. Los candidatos lógicos son mi
querido ex novio y sus colegas. Si los culpables son ellos, puedo: a)
destruir los micros, gritar «que os jodan» mientras lo hago, procurar
desaparecer de la faz de la tierra y confiar en que no me encuentren; b)
fingir que no los he visto y volver al trabajo para averiguar más cosas antes
de llamar a la policía, rezando para que no me maten antes; o c) comprar
un kalashni- kov y matarlos a tiros. No me atraen nada las opciones.
La pelirroja se quedó callada unos instantes.
—Te olvidas de la d) ninguna de ellas. —Mantuvo la vista en la
calzada, mientras recorría las callejuelas transversales de San Francisco sin
que la ojiazul le quitase ojo de encima.
—Supongamos lo peor, Yulia. Hasta el momento sólo sabemos que tu
teléfono está intervenido, pero, si tienen tecnología sofisticada y les pagan
mucho, pueden instalarse en un apartamento enfrente o muy cerca del tuyo,
y tú jamás lo sabrás. Bueno, no exactamente. Yo lo sabría porque soy una
especie de obsesa de los aparatos y los artilugios, y creo en el derecho a la
intimidad. Te advierto que me han espiado los mejores del gremio. Te
sorprendería saber lo lucrativo que resulta el espionaje empresarial y los
recursos de que disponen los agentes. Cada vez que desarrollo un nuevo
programa, me asombra la cantidad de gente que intenta piratearlo y
birlarme el material. Codicia, Yulia. Todo se reduce a codicia.
La morenan asimiló toda la información, pero no dijo nada, así que Lena
continuó:
—Sin embargo, nadie lo ha conseguido. Si logran algo, es porque yo
lo consiento. La venganza es traicionera, Yulia.
Había un destello en los ojos de Lena que la asustó y la emocionó al
mismo tiempo. Yulia esperaba que su nueva amiga lo fuese de verdad y no
tener que enfrentarse nunca a ella.
—Creo que ha llegado la hora de empezar con la venganza, si te
apetece. Tengo un plan. ¿Quieres oírlo?
Durante toda su vida otros la habían cuidado: tomaban las decisiones
por ella y la guiaban por un camino seguro y cómodo. La morena se lo
agradecía. Pero era adulta y sabía que había llegado el momento de dirigir
su propia existencia. Para bien o para mal, tenía que elegir y afrontar las
consecuencias de sus elecciones.
Lena aparcó a tres manzanas del apartamento de Yulia y permaneció
en el asiento, esperando.
la morena no lo dudó.
—Me apunto. —Sabía que le había cambiado la vida tal vez para
siempre y que, ocurriese lo que ocurriese, estaba dispuesta a pelear.
Lena la miró, muy seria. Con una ligera indicación, cogió una
sudadera con capucha del asiento de atrás y se la dio a La ojiazul. Suspiró
cuando ésta la olisqueó.
—Está limpia, Yulia. Póntela.
Yulia sonrió, avergonzada, y obedeció.
La pelirroja se había recogido el pelo en una cola de caballo y llevaba una
gorra de visera y un chaquetón. Las dos se habían puesto vaqueros y
zapatillas deportivas. Lena manchó de tierra las zapatillas blancas de
Leigh. Casi tuvo que atarla para que le permitiese hacerlo, pero había
buenas razones. Por último, sacó un bolso mugriento del maletero, se lo
echó al hombro y activó la alarma del coche con el mando a distancia antes
de dirigirse al apartamento.
—Oficialmente estás ejerciendo la invisibilidad —afirmó Lena.
Mientras caminaban, le dijo a Yulia que no estableciese contacto visual
con la gente de la calle, pero que vigilase el entorno. La morena obedeció y le
sorprendió que nadie se fijase en ellas. Aquel anonimato le resultaba
extraño. Estaba acostumbrada a que las cabezas se volviesen a su paso, a
que le silbasen y a los piropos de los hombres. Decidió que tenía que
practicar aquella «invisibilidad» más a menudo.
Yulia se encaminó a la entrada de servicio, encantada de contribuir en
algo. Tras comprobar que nadie vigilaba la puerta, entraron y subieron al
apartamento por las escaleras de atrás. La morena sólo las había utilizado una
vez y le sorprendió lo sucias que estaban en comparación con el ascensor que utilizaba habitualmente.
Lena abrió la puerta y observó que el vestíbulo estaba vacío, así que
ambas recorrieron el pasillo que conducía hasta el apartamento. Yulia
tenía la llave en la mano y estaba a punto de introducirla en la cerradura
cuando una mano la detuvo. Lena se inclinó, examinó la cerradura y
descubrió que la habían forzado con gran pericia.
La pelirroja explicó que hasta cierto punto era una buena noticia. Los que
habían entrado en el apartamento de Yulia no querían que ella lo supiese y,
por tanto, seguramente no andaban por allí para recibirla. Los intrusos
habían tenido mucho tiempo para hacer registros desde el lunes por la
noche. Lena le indicó que abriese la puerta y, antes de entrar, le puso la
capucha sobre la cabeza. Luego se colocó delante de Yulia y franqueó la
puerta.
La morena echó un vistazo por encima del hombro de la pelirroja, pasó por su
lado y caminó hasta el centro del salón, mientras Lena permanecía en la
puerta escudriñando la estancia y su contenido.
Cuando Yulia revisó la cocina, el dormitorio y el baño, supo
inmediatamente que alguien había estado allí. Se fijó en la pantalla de una
lámpara un poco torcida, un cajón del frigorífico revuelto, el botiquín del
baño entreabierto. Lo recordaba todo muy bien, debido a la concienzuda
limpieza que había realizado días antes. Un desconocido había tocado su
ropa y sus objetos personales.
Aquella intromisión en su intimidad hizo que le hirviese la sangre. Le
ardía la cara de ira y se dedicó a dar vueltas mientras Lena se acercaba a
ella por detrás. La pelirroja salvó la distancia que las separaba en silencio, le tapó
la boca con la mano y la fulminó con la mirada. Yulia se calmó al instante
y se concentró en aquellos poderosos ojos verdigrises.
En un principio, a la morena le había entusiasmado la idea de hacer un
registro con Lena. De las opciones que barajaron mientras iban en el
coche, había escogido la de desactivar todos los micros excepto uno. Así,
los que realizaban las escuchas creerían que lo tenían todo bajo control y
que no los habían descubierto. Lena sacó algo del bolso que llevaba, un
artilugio que detectaba la presencia y localización de los aparatos de
vigilancia, y emprendieron la búsqueda.
La pelirroja encontró primero las cámaras: en el salón, el dormitorio y el
baño. Cuando señaló la del baño, Yulia estuvo a punto de perder los
nervios. Lena la arrancó, quitó el objetivo y lo aplastó con el pie, mientras
La morena representaba un baile de la victoria bastante sexy. A continuación,
fueron al dormitorio a montar el número de buscar más aparatos. Tras una
pista falsa, encontraron y destruyeron el instalado allí. Por último, el salón.
—Vaya, si tenían una de esas cosas en el dormitorio y otra en el baño,
como buenos mirones seguro que pusieron otra aquí —comentó la pelirroja. Tras
otra complicada búsqueda, identificaron unos cuantos micrófonos,
observaron que eran distintos y al fin localizaron el vídeo y lo
desactivaron.
Lena metió la última cámara en una bolsa de plástico, junto con uno
de los micrófonos, y la guardó en el bolsillo. Yulia dedujo que habían
dejado ciegos a los que efectuaban la vigilancia, pero con una capacidad
limitada de escucha. La pelirroja miró por encima los teléfonos, les dio el visto
bueno y los dejó.
Yulia se sentó en el sofá, desanimada ante la idea de quedarse donde
los cerdos de la furgoneta podían escucharla.
—Creo que tengo que ir de compras. No pienso ponerme esa ropa
interior nunca más.
—Pues vamos, entonces —dijo Lena—. Las tiendas no permanecen
abiertas demasiado tiempo los domingos.
Mientras
Hatch escuchaba y contemplaba la destrucción de su
carísimo y cuidadosamente instalado equipo de vigilancia, la agobiante
furgoneta le resultó más incómoda que nunca. Se había hecho a la idea de
observar a la mujer sin que ella lo supiese. Invadir la privacidad de una
mujer lo excitaba y avivaba sus fantasías de violación y tortura.
Sabía que Dieter se enfadaría si se enteraba de lo de las cámaras, así
que no pensaba dar parte del incidente. Nunca lo hacía. La zorra y su amiga
amazona de la otra noche lo habían dejado sin diversión. Conseguiría
suficiente información con el teléfono pinchado y los restantes aparatos,
pero no olvidaba aquello. De momento, tenía que llamar para recibir
órdenes. Estaba de mal humor cuando cogió el teléfono. Si Simpkin no
hubiese salido a comer algo, lo habría obligado a hacer la llamada.
Lena llevó a Yulia a Union Square, en el centro de San Francisco.
Aunque detestaba ir de compras, le pareció que con la morena no sería tan
horrible. «Hace mucho tiempo que no estoy con nadie más que con un
ordenador. Cíñete al trabajo, Lena. La estás ayudando porque necesitas que
vaya a trabajar mañana. Nada más. Y no alucines con la ropa que se ponga.
Esta excursión es un mal necesario.»
Yulia compró algunas cosas en Macy's y luego la pelirroja la llevó a
Neiman Marcus para comprar un traje, porque conocía a una asesora de
ventas. La mujer registraba la tienda de arriba abajo buscando ropa para
Lena cuando ésta la visitaba. Le habría gustado hacerse amiga de la ojiverde,
pero ésta mantenía la relación en términos estrictamente profesionales.
Nada de vínculos ni de distracciones.
Lena llamó por teléfono previamente para confirmar la cita con la
dependienta y condujo a la morena a la sección de diseñadores de la tienda.
Yulia dudó.
—Lena, no suelo comprar en esa sección. Al menos desde que vivo de
lo que gano.
A Lena le sorprendió que Yulia, siendo de una familia tan rica, no se
permitiese el lujo de comprar ropa de diseño, así que tuvo que buscar una
justificación para ir hasta allí.
—Acordamos que mañana volverías al trabajo para implantar el
programa. Necesitas un traje clásico. Vamos.
En cuanto entraron en la sección, todo el mundo se apresuró a
atenderlas. El personal, al que se le caía la baba, les ofreció capuchinos,
cruasanes, agua mineral, vino y champán. Lena reconoció que había
gastado bastante dinero allí en otra época.
Ann, la asesora impecablemente vestida, una mujer despampanante,
de unos cuarenta años, de cabellos oscuros y ojos color avellana, las
recibió y, tras examinar a Yulia, enseguida se puso a trabajar. Le preguntó
por su talla y sus colores favoritos, Ies sugirió que disfrutasen del café y
fue a buscar trajes.
Veinte minutos después se había montado un desfile de moda, con
La morena como modelo y la pelirroja como espectadora. Antes de empezar, Lena
sugirió que tomasen champán en honor a «la nueva Yulia». En realidad,
pensaba que el alcohol la ayudaría a sobrevivir al trance de las compras.
Cada vez que Yulia se probaba un traje, brindaban, y no tardaron en
sentirse agradablemente aturdidas.
Tras un par de pruebas, Ann le preguntó a la ojiazul si tenía experiencia
como modelo, y Yulia admitió que había trabajado en el sector mientras
estudiaba. De pronto, las dos se pusieron a charlar, pues Ann había
trabajado años como modelo. Cuando Yulia regresó al probador, Lena las
oyó reír y hablar de ropa, diseñadores y experiencias, y la sorprendió
escucharlas con benevolencia. Generalmente, esperar la ponía nerviosa y
de mal humor. Sin duda, el champán contribuía a su buen ánimo. Trató de
escuchar lo que decían; tal vez se enterase de cosas que podían serle de
utilidad en el trabajo.
A Lena no se le daban bien las conversaciones intrascendentes. Tenía
que conocer bien a una persona antes de decirle algo más que palabras de
trámite. «Exceptuando a Yulia. Con ella resulta más fácil.»
En aquel momento apareció la morena con un exquisito traje azul cobalto
que realzaba sus ojos. La suave caída del ligero tejido de gabardina se
adaptaba como un guante a su preciosa figura. El remate revelaba las
piernas largas y torneadas sobre los sencillos y elegantes zapatos de salón.
Completaba el cuadro una blusa de seda de color perla bajo la chaqueta. El
conjunto era perfecto y Lena se quedó sin habla.
Yulia salió del probador riendo y bromeando, pero, en cuanto vio a
la pelirroja, se calló y contuvo la respiración, dominada por una repentina
incomodidad. Era una reacción extraña en una modelo con experiencia en
la pasarela y en las portadas.
Tras unos segundos, Ann se aclaró la garganta.
—Bueno, creo que hemos acabado. Prepararé el traje para llevar.
¿Quieres también los zapatos y accesorios que elegimos?
Yulia acertó a farfullar:
—De acuerdo. —Se alisó la parte delantera de la falda con timidez y
preguntó en voz baja—: ¿Te gusta?
Sin apartar los ojos de ella, Lena respondió:
—Creo que eres... Estás impresionante.
Yulia intentó aclarar las confusas emociones que sentía.
—Nunca me había puesto tan nerviosa probándome ropa. Ni que fuera
el baile del instituto. Debe de ser la histeria de mañana.
Ann asomó la cabeza tras la puerta del probador.
—¿Y la lencería, Yulia? ¿Qué te llevas?
La morena hizo un gesto negativo, pero la pelirroja la interrumpió.
—Todo. Cárgalo en mi cuenta. —Ann desapareció inmediatamente y
Yulia empezó a protestar, pero Lena alzó la mano y la hizo callar.
—Ya me lo pagarás, Yulia. Tienen todos mis datos, lo cual significa
que podemos ir a comer mucho antes. Además, necesitas esas cosas si
piensas dar el resto a instituciones benéficas. No puedes andar siempre con
mi viejo chándal y tus vaqueros, por muy bien que te queden. —la morena se
fijó en que Lena se ponía colorada antes de continuar—: ¿Has encontrado
unos pantalones y un jersey para ponerte ahora? No puedo llevarte a uno de
mis restaurantes favoritos hasta que los tengas. —En sus ojos había una
expresión divertida.
Yulia aceptó.
—De acuerdo. Ann tiene muy buen gusto. No tardo nada.
Mientras la ojiazul se ponía la ropa informal, reapareció Ann.
—¿Hace esto muy a menudo? ¿Cargar en su cuenta la ropa de sus
amigas?
—Lena nunca había venido con nadie. Te hemos declarado la chica
más afortunada del año. Es toda una adquisición por tu parte. —Ann le
guiñó un ojo y fue a hacer la factura.
Yulia se quedó sola en el probador, pensando en el comentario de Ann
y en el rostro ruborizado que le devolvía el espejo, pero decidió pasarlo por
alto. Aunque resultaba difícil ignorar que la emoción que sentía no era
vergüenza, sino evidente placer.
—Dame la factura. Te extenderé un cheque en cuanto estemos en el
coche —dijo Yulia, mientras salían de la tienda cargadas con bolsas. No
aceptó una negativa, así que Lena tuvo que conformarse.
Al pasar por delante de Tiffany’s de camino al garaje, Yulia aminoró
la marcha y le contó a la pelirroja su secreta costumbre de devorar con los ojos
los escaparates cada vez que iba por allí.
—Podemos hacer algo mejor que eso —dijo Lena con toda
naturalidad—. Curiosear todas las vitrinas de la tienda. ¡Vamos! —Se
dirigió a la puerta y entró sin darle tiempo a Yulia a protestar.
En la tienda, tranquila y sobria, en la que las joyas se exhibían con
mucho gusto bajo una miríada de luces indirectas, un dependiente se
ofreció a hacerse cargo de los paquetes para que pudiesen curiosear
cómodamente. Admiraron varias piezas, y Yulia comentó cuáles se
pondría dependiendo de las situaciones.
Lena tenía cuenta en Tiffany's por cuestiones de negocios y para
adquirir regalos de vez en cuando, pero siempre había dejado la elección en
manos de los vendedores o se limitaba a llamar por teléfono y pedir algo.
Nunca había pensado en los intríngulis de las joyas.
En aquel momento escuchaba a la morena con atención, sin saber por qué
le interesaba tanto aquella información.
Yulia lo estaba pasando genial, hasta que al fin se detuvieron ante
unos exquisitos pendientes de diamantes, tanzanita y calcedonia azul.
Al ver lo mucho que le gustaban a Yulia los pendientes, Lena pidió
que se los enseñasen. Se los probó y, luego, se los dio a Yulia para que se
los probase ella también. «Preciosos.»
—Envuélvalos —le pidió la pelirroja al dependiente.
Los ojos de Yulia lanzaban destellos azules como la tanzanita.
—¡Lena, son maravillosos. Espero que te los pongas siempre, porque
me encanta cómo te quedan. —Se ruborizó, como si se avergonzase de dar
por supuesto que eran amigas.
A Lena la asombraba que Yulia se sintiera avergonzada por querer ser
su amiga, pero, al mismo tiempo, le encantaba aquel sentimiento. Al fin y
al cabo, la pelirroja era la tímida, la que quería hacer amigos y no sabía cómo. Se
limitó a asentir y, luego, dijo:
—Disculpa. He olvidado darle al dependiente mis datos. —Fue hasta
el fondo de la tienda, sonriendo al recordar las palabras de Yulia. «Quiere
volver a verme. Piensa que me quedan bien esos pendientes.»
Charló un poco con el dependiente antes de firmar el comprobante de
compra, cosa que no hacía casi nunca. Cogió la tarjeta comercial que le
extendía el dependiente, guardó la cajita turquesa en el bolso y se reunió
con la morena. A continuación, se hicieron cargo de todas las bolsas, decididas
a no detenerse hasta llegar al garaje.
Yulia se dejó caer en un asiento del banco de cuero rojo, en el
reservado del restaurante de Market Street que ofrecía cocina de fusión
asiática. Sonaba bien. Lena exigió un reservado concreto, un poco elevado,
que tenía una excelente vista del restaurante y de la calle.
Tras echar un vistazo al menú y sugerirle a la morena que eligiese la
comida, la pelirroja pidió dos limonadas con ginebra y entrantes y aperitivos
suficientes como para alimentar a un pequeño ejército. Luego rebuscó en el
bolso hasta que encontró un pequeño teléfono móvil, apretó un botón y le
susurró a Yulia:
—Voy a llamar a Anya para ver si quiere que le lleve algo.
Yulia asintió, pero se le encogió el corazón. «¡Dios mío, tengo que
volver a mi apartamento! Cuando Lena se marche llamaré a un taxi e iré a un hotel.» Se dedicó a juguetear con los cubiertos, un poco mareada,
procurando atender cuando oyó lo que Lena estaba diciendo.
—¿De verdad? ¡Qué maravilla! Bueno, sí, ¿lo dices en serio? Puedo
quedarme en la ciudad si... —Se le apagó la voz mientras miraba a Yulia;
luego se apresuró a añadir—: Me refiero a que puedo quedarme en el Four
Seasons o... —Se le iluminó el rostro—. No lo sé, pero puedo preguntar.
¿Todo bien con M? Espera. —Se volvió hacia Yulia—. Anya quiere saber si
vas a pasar la noche con nosotras. Ha llegado alguien a quien le gustaría
que conocieras. —la pelirroja dudó un instante antes de precisar—: A mí
también me gustaría. Hasta que sepamos a ciencia cierta que estás
preparada para volver a tu casa. Si te apetece.
Yulia estuvo a punto de saltar encima de la mesa.
—¡Sí! Me encantaría conocer a vuestra amiga. ¡Gracias! —Las
lágrimas afluyeron a sus ojos y no le importó quedar como una boba. Ya
había desplegado suficiente valor aquel día.
Lena sonrió mientras hablaba por teléfono.
—Trato hecho, Anya. Vamos a comprar cosas ricas y llegaremos dentro
de hora y media. ¿Anya? Dale un beso de mi parte a tía M.
Pidieron la comida, degustaron unos deliciosos rollitos y otros
caprichos, bebieron la limonada y esperaron a que les preparasen el pedido
para llevar. La camarera las ayudó a llevarlo todo al Audi y seguía
sonriendo, encantada con la propina que le dieron, cuando el coche arrancó.
La pelirroja llevó a la morena a su apartamento para que cogiese su coche. A
Yulia le daba miedo utilizarlo, aunque estaba aparcado en el garaje y Lena
la había acompañado. La pelirroja examinó el vehículo en busca de transmisores,
utilizando una linterna para comprobar los bajos. Cuando se cercioró de
que todo estaba en orden, se pusieron en camino.
Yulia iba siguiéndola. Se sentía como una estúpida porque deseaba
compartir el mismo coche. Miró repetidamente el espejo retrovisor,
confiando en descubrir si alguien la seguía.
Lo había pasado muy bien con Lena, aunque el motivo de que
estuviesen juntas la aterrorizaba. La capacidad de la pelirroja para hacerse cargo
de la situación contribuía en gran medida a aliviar sus temores. Lena era
muy poco convencional: torpe, frustrante y dura de mollera a veces, negada
para las relaciones sociales y tímida. Pero esos detalles, en vez de molestar
a Yulia, la estimulaban. Era bueno saber que Lena tenía una parte no tan
perfecta. En ese punto se complementaban, y a La morena le agradaba la idea.
Tendría que analizar por qué le agradaba tanto.
Lena le advirtió de que darían un rodeo para cerciorarse de que no las
seguían, pero en el plazo prometido de hora y media llegaron a la finca de
Anya y entraron en la casa cargadas con paquetes y comida.
Lo primero que a Yulia le llamó la atención fue la música: Nat
«King» Colé y su hija Natalie cantaban a dúo Unforgettable. Lena estaba
feliz. La música las acompañó cuando dejaron los paquetes y llevaron la
comida a la cocina. El salón estaba a oscuras, aunque La morena captó el
parpadeo de las llamas en la chimenea.
Lena le susurró a Yulia:
—Ahora vuelvo. —Se quitó los zapatos y fue de puntillas en dirección
a la música.
Yulia la siguió hasta la puerta del salón y asomó la cabeza para
saludar a Anya, pero se detuvo en seco cuando vio a Anya y a otra mujer más
baja bailando muy juntas. La ternura que emanaba de las dos mujeres
llenaba la estancia y resultaba muy romántica. Yulia se sintió como una
mirona, pero no se movió por miedo a romper el hechizo.
Cuando Lena se acercó a la mujer más baja y se inclinó para besarla
en la coronilla, la mujer se mostró encantada, y las tres se abrazaron y
siguieron bailando. La canción estaba terminando y, cuando se separaron y
se pusieron a hablar, La ojiazul se dispuso a escabullirse hacia la cocina antes
de que la viesen.
—Yulia, ven a conocer a alguien —dijo Anya.
La morena se acercó e identificó a la mujer cuya fotografía adornaba la
mesilla de Anya, la de la foto de París, uno de los rostros más famosos y
reconocibles del mundo del periodismo. Anya sonrió.
—Marina, ésta es Yulia Volkova. Yulia, te presento a Marina Kouros, la
tía M de Lena.
CONTINUARÁ...
Última edición por LenokVolk el 2/2/2015, 6:39 pm, editado 1 vez
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Re: IMPULSOS DE VIDA...
IMPULSOS DE VIDA
Capítulo 10
¡Qué bien lo había pasado la noche anterior! Yulia se reclinó en el sillón
de su despacho y se desperezó mientras bostezaba. No le importaba el
agotamiento; la emoción le había proporcionado energía de sobra. Y hoy el
traje nuevo y, sobre todo, los pendientes que lucía habían merecido muchos
piropos por parte de sus compañeros.
Lena llamó a la puerta del dormitorio muy temprano, cuando Yulia
acababa de ducharse. Tenía los rizos aún revuelto de dormir y llevaba el
chándal, seguramente para ir a nadar a la playa. Preciosa. Aunque sus ojos
transmitieron un cálido saludo, enseguida fue al grano:
—Tengo algunas cosas para ti. —Entregó a Yulia un finísimo
teléfono móvil, como el que la propia Lena había utilizado en el
restaurante el día anterior—. Tus teléfonos, incluido el móvil, están
pinchados. Éste queda fuera de su alcance. Si intentan escuchar, sólo oirán
voces distorsionadas. Aprieta este botón y me localizarás en cualquier
lugar. Este otro es para hablar con Anya. Puedo programar otros números
más tarde. No es sólo para casos de urgencia ni para ponerte en contacto
conmigo. Utilízalo para llamadas personales o para aquéllas en las que
puedas dar pistas sobre lo que estamos haciendo. Procura que nadie te vea
usarlo, pero no manifiestes preocupación si te ven.
A continuación, sacó un disco del bolsillo con gesto dudoso.
—¿Estás segura de que quieres hacerlo? Puede ser peligroso. Muy
peligroso.
La morena dedicó un momento a analizar sus opciones y se recordó a sí
misma que ya se había comprometido, así que, antes de amilanarse, dijo:
—Completamente segura.
La pelirroja le entregó el disco.
—Cuando estés sola, instálalo en el disco duro de tu ordenador de la
oficina. Luego tráelo, no lo guardes en un cajón. Tal vez hagan registros
periódicamente. Con eso podré introducirme en la red, identificar a quiénes
mueven los hilos y descubrir qué están haciendo para ver la participación
de otras personas en tu empresa. De momento, supongamos que todos están
en el ajo.
Yulia se sentía un poco desbordada, pero al mismo tiempo le hacía
ilusión participar en la solución de aquel embrollo.
Lena seguía ante ella con aire apocado, moviéndose sin parar, hasta
que se armó de valor y la miró a los ojos:
—Ten cuidado, Yulia. No conozco a tu ex, pero los que están metidos
en la operación son profesionales y van en serio. No te arriesgues. Ah, otra
cosa más. —Le entregó la cajita de Tiffany's—. Toma, son para ti.
La morena abrió la caja y vio los pendientes que la pelirroja había comprado el
día anterior.
—¡Oh, Lena, son tuyos! No podría...
—Hacen juego con tu nuevo traje. Póntelos hasta que todo vuelva a la
normalidad. Te protegerán.
Yulia iba a reírse ante el último comentario, pensando que se trataba
de un chiste, pero la expresión de Lena se lo impidió.
—¿Por qué me protegerán?
Lena se puso colorada.
—Porque te los he dado yo. —Yulia enmudeció. El corazón se le
desbocó y se quedó sin aliento. ¿Qué significaba aquello?
Tras unos instantes, la morena reaccionó:
—¿Cuándo regresas a Washington? —No sabía por qué, pero
disfrutaba de cada segundo que pasaba con Lena.
La pelirroja contempló la caja de los pendientes.
—Seguiré aquí unos días. Tengo una reunión y puedo trabajar desde el
despacho de Anya, y con Marina y todo lo demás...
Yulia estaba recordando lo mucho que le había costado no abrazar a
Lena y dedicarle, en cambio, una ridicula sonrisa, cuando su secretaria
Mary la arrancó de su ensimismamiento al anunciarle una visita. Yulia
consultó su agenda de trabajo y vio que no tenía ninguna cita prevista para
las once y media.
Estaba a punto de pedirle a Mary que despidiese al visitante cuando
llamaron a la puerta. Se levantó, decidida a decirle a aquel idiota sin
educación que se fuera, pero se encontró con su mejor amigo, Pat Hideo,
que le sonreía a dos metros escasos de distancia.
—¡Pat! ¡Guau! ¡Pat! —la morena agarró a su amigo y ambos se pusieron a
bailar, mientras Mary los miraba, sonriendo—. ¿Qué estás haciendo aquí?
¿Por qué no me has llamado? ¿Cuánto tiempo piensas quedarte? ¡Qué
alegría verte! —Lo abrazó casi hasta estrangularlo y se lo presentó a Mary.
Cuando se calmaron, Pat dijo:
—Hasta ayer no supe que vendría. Uno de nuestros agentes está
enfermo y esta semana se celebra aquí un congreso cuya inscripción cuesta
una fortuna, así que me ofrecí voluntario. Me quedo cuatro días. El
congreso empieza mañana y termina el viernes a mediodía, así que
fenomenal. ¿Estás libre para comer?
—Naturalmente. Vamos. Mary, ¿tengo citas por la tarde? A lo mejor
no vuelvo. Ah, un momento. Cambia a Johnson para las tres...
Mary asintió y le hizo la señal de la victoria. Estaba buscando el
número de teléfono de Johnson cuando la morena y Pat salieron zumbando del
despacho.
Cogidos del brazo, Yulia y Pat caminaron por las concurridas calles
del distrito financiero de San Francisco, recorriendo las manzanas que los
separaban del restaurante Rubicon en unos minutos. Se sentaron en el piso
de arriba, pidieron té y se dedicaron a degustar los bollitos que daban fama
al lugar.
Yulia pidió una mesa en un rincón, con vistas a toda la sala y alejada
del paso de los camareros, para vigilar si había alguien interesado en su
conversación. «Hum. La paranoia y la precaución enseguida se pegan.»
Había instalado el disco nada más llegar a la oficina aquella misma
mañana y estaba nerviosa. Luego lo había guardado en el bolso.
—¡Pat, qué contenta estoy de verte! Estas semanas han sido una
verdadera locura. He roto con Vlad, ese canalla. Lo sorprendí haciéndolo
con una empleada temporal de la oficina. Al parecer, sus nuevos socios y él
se dedican a correrse juergas con mujeres y cocaína. Está claro que me
salió el tiro por la culata. —Se mesó los cabellos con gesto nervioso.
La expresión de Pat no era de sorpresa, sino de rabia.
—Sabía que ese cabrón tramaba algo. No era sólo intolerancia o celos
de nuestra amistad. ¿Puedo ayudarte, cariño? He venido por poco tiempo,
pero siempre te queda la opción de volver a Boston y vivir conmigo.
Yulia le cogió la mano y la estrechó para agradecerle su apoyo.
—Aunque debo reconocer que, para haber pasado lo que acabas de
pasar, estás estupenda. Y no es sólo por la ropa. A propósito, ¿dónde la has
comprado? Es más que eso. ¿Qué ocurre? —Yulia sintió un calor repentino
que ascendía por su cuello.
—¿Has conocido a alguien? ¿A alguien especial? —Pat se reclinó en
la silla y sonrió—. ¡Sí! \Suéltalol Vamos. Cuéntamelo todo sobre él. —Se
acercó a la morena con un brillo de curiosidad en sus cálidos ojos pardos.
Yulia lo miró. «¿Cómo?»
—Oh, no se trata de eso, Pat. Tengo una nueva amiga. Al menos creo
que nos estamos haciendo amigas. Una mujer que me ha ayudado en todo
esto y que prácticamente me salvó la vida. Se llama Lena, y su tía es una
de mis clientas. ¡Han sido tan buenas conmigo! Yulia le contó la historia a Pat, incluido el rescate en el aparcamiento
del restaurante, pero omitió la parte en la que había conocido a Marina
Kouros porque la consideraba privada.
—¿A qué se dedica tu nueva amiga? Por lo visto conoce tu negocio.
¿Es corredora de bolsa?
—No, trabaja en una empresa que desarrolla software para la industria
de servicios financieros. Me comentó que la Comisión del Mercado de
Valores utilizaba sus programas para detectar fraudes y por eso localizó a
Vlad. Está desarrollando más instrumentos en esa línea y ha venido a San
Francisco a celebrar una reunión o a algo relacionado con su trabajo.
Seguramente tu empresa utiliza software creado por ella. Es perfecto para
una compañía de responsabilidad legal.
Yulia se dio cuenta de que Pat la observaba mientras untaba el bollito
con mantequilla. De pronto, sus ojos se desorbitaron.
—¡Oh, Dios mío! Esa mujer. Descríbela.
la morena obedeció, encantada.
—Pat, te aseguro que es despampanante. Más alta que yo, calculo que
medirá uno sesenta tres, con largos cabellos pelirrojos que forman rizos
naturales y unos ojos verdes con grises como nunca había visto. Tiene una figura
sensacional, las piernas largas y la nariz...
—¿Se apellida Katina, por casualidad?
A Yulia casi se le cae el bollito.
—¿Cómo lo sabes?
—Pequeña, ¿acaso no sabes quién es? —Pat le dio una palmada en el
hombro.
—Está claro que no y tú vas a explicármelo. —¿Y si Pat sabía algo
malo de Lena? Yulia se encogió, porque no quería oír nada negativo sobre
ella.
—Si Lena significa Elena, no trabaja para esa empresa de
software, sino que ella es la empresa. Katina Software, Inc. Una dio...
Disculpa, una verdadera diosa en nuestro campo. No sólo desarrolla
programas, también crea innovaciones. Su software de contabilidad legal
es el patrón de referencia para los demás. Contratos del gobierno, contratos
con el extranjero, lo que se te ocurra. Muy ética y muy, muy rica. Tiene
muchos millones.
Yulia abrió la boca, pero no fue capaz de articular palabra.
—Una cosa más, Yulia. He visto vídeos de sus conferencias, pero no
la conozco en persona. Al parecer es muy distante e inaccesible, muy
misteriosa. Todo el mundo quiere saber más de ella. Y la mayoría de la
gente la llama doctora Katina.
«¿Cómo es posible? Lena es un poco tímida, sí, pero generosa,
cariñosa, divertida, agradable...»
Pat la obligó a volver a la realidad,
—Esa es la persona que creo que se corresponde con tu amiga Lena y
la oradora de la conferencia de mañana. ¿Quieres acompañarme?
La morena se entusiasmó con la invitación. Le encantaba estar con Lena,
pero la oportunidad de verla en su ambiente de trabajo era demasiado
buena para dejarla pasar. Y la descripción que había hecho Pat de ella,
calificándola de «misteriosa y distante», la fascinaba. Naturalmente,
tendría que preguntarle a Lena sí le parecía bien, lo cual, por otro lado, le
daba una buena excusa para llamarla. Había intentado buscar algo que no
sonase quejica. Instalar el software la había puesto muy nerviosa y le
vendría bien un empujoncito. Tal vez no fuese ésa la palabra adecuada,
aunque Len era cariñosa y... «Espera. Llámala más tarde.»
Yulia centró la conversación en Pat mientras comían. Su amigo le
contó que había conocido a alguien semanas atrás, un banquero de San
Francisco especializado en finanzas internacionales, y comentó que
esperaba verlo durante su visita.
—¡Qué picaro! —exclamó la morena—. Ya sabía yo que no habías venido
sólo a verme. Háblame de él.
En ese momento le tocó a Pat ponerse colorado.
—Mide uno ochenta y cinco, tiene grandes ojos color chocolate, una
excelente constitución física y...
—Increíble, ¿ahora te interesa la constitución física?
Pat no le hizo caso.
—Fue a Boston para hablar con nuestra empresa. La suya quiere que
analicemos su división internacional y que todo se haga según su criterio.
Congeniamos. Pasamos juntos dos días maravillosos y me temo que estoy
enganchado. No puedo dejar de pensar en él, Yulia.
La expresión del rostro de Pat resultaba muy elocuente.La morena se
sentía protectora, pero, como nunca había visto a su amigo tan enamorado,
optó por actuar con delicadeza.
—¿Crees que él siente lo mismo que tú, Patty? —Hacía años que no
utilizaba aquel diminutivo cariñoso con él, pero le salió espontáneamente.
—Dice que sí, aunque sólo hemos estado juntos dos días. Es rico,
sofisticado y atractivo, Yulia, y seguramente tiene un novio en cada
puerto. Asegura que soy especial, pero ¡yo qué sé!
—Pat, se trata de una relación nueva. —Yulia le acarició el brazo—.
Tenéis que pasar más tiempo juntos y vivir experiencias. Hace poco he
conocido a dos mujeres que llevan dieciocho años juntas. Una de ellas, que
es muy famosa, viaja continuamente y vive para su trabajo. Le pregunté si
le resultaba muy difícil. Seguramente ha tenido montones de oportunidades
y tentaciones.
Pat asintió con gesto abatido.
—Me respondió que, antes de conocer a su compañera, aceptaba
algunas invitaciones—. La morena le dio un
cálido apretón en el brazo a Pat—. Pero, cuando conoció a Anya,
dejaron de importarle. Las dos dicen que es cuestión de ser una misma y no
adocenarse. Por tanto, si le importas a ese hombre, no mirará a otros. Dale
tiempo, cariño.
La camarera se presentó con los entrantes, y ambos se dedicaron a la
comida.
—Por cierto, ¿cuándo lo voy a conocer? Nadie se lleva el corazón de
mi chico sin pasar mi inspección.
La mirada de Pat se enterneció.
—Gracias por actuar como mi hermana mayor y protegerme. Llega
hoy de Hong Kong. Pero no lo veré hasta mañana por culpa de las
reuniones con los malditos clientes y del congreso. ¿Quieres cenar mañana
con nosotros? Vamos a la conferencia de la doctora Katina a mediodía.
Luego nos saltamos el latazo de la cena del congreso y escogemos un sitio
bonito. En realidad, te invitó él cuando le dije que eras mi mejor amiga.
Como Yulia dudaba, Pat añadió:
—Lleva a Lena si puede escabullirse. Me encantaría conocerla, tanto
profesional como personalmente. Tus nuevas amistades también tienen que
pasar mi inspección. Tenemos nuestros criterios, ya sabes. ¡Será divertido!
Las dudas desaparecieron, pero, por un momento, a Yulia le preocupó
que Lena no quisiera relacionarse con sus amigos. «Bueno, por preguntar
no pierdo nada.»
—Ya veremos. Aunque ella no pueda ir, iré yo. Al menos por la cena.
Después de que Pat la acompañase hasta el edificio en el que estaba su
oficina, la morena bajó del ascensor varios pisos antes del suyo y buscó un
lugar tranquilo para utilizar el teléfono móvil especial. Al apretar el botón
mágico, oyó una serie de clics.
Conn respondió al primer timbrazo.
—Hola, desconocida. ¿Dónde has...? Hum, ¿qué tal el día?
—Mi mejor amigo me ha dado una sorpresa y se ha presentado en la
oficina. Ha venido a un congreso, y hemos ido a comer. ¿Te he hablado de
Pat? Es el que iba a aikido conmigo. Sigue viviendo en Boston y ¿adivina a
qué se dedica?
—De acuerdo, ¿a qué se dedica, Yulia?
—Trabaja en una empresa de responsabilidad legal.
Silencio al otro lado de la línea y luego una exclamación:
—Oh.
—¿Y sabes qué más?
—No, ¿qué más?
—¡Te he pillado! ¿Por qué no me hablaste de tu empresa, de que eres
famosa y de que los programas son tuyos? Eso dijo él y añadió: «Una diosa
dentro del negocio». ¿Qué te parece eso?
Hubo una pausa, larga e incómoda. La morena no lo soportaba, así que se
rió y dijo:
—Te has puesto colorada, ¿verdad? Lo siento, Lena. No quería
avergonzarte. En realidad, te honra que no dijeras nada. Pero tengo dos
preguntas. Lena, ¿estás ahí?
la pelirroja tosió.
—Sí, estoy aquí. Habría dicho algo si supiese que tu amigo trabajaba
en el mismo campo. La mayoría de la gente nunca ha oído hablar de la
«responsabilidad legal». Y en cuanto oyen la palabra «responsabilidad», se
les ponen los ojos vidriosos. Por lo que respecta a lo de diosa, tu amigo es
muy amable, pero se trata sólo de software y yo soy una pirada de la
informática. Hum, has dicho dos preguntas. ¿Cuáles son?
—En realidad, tengo muchas preguntas, Lena, pero de momento
dejémoslas en dos. Ya puestas, en tres.
—De acuerdo, dispara. —Lena parecía resignada.
—Primero, ¿te parece bien que mañana asista a tu conferencia con
Pat? Segundo, ¿después te gustaría ir a cenar con Pat, un amigo suyo y
conmigo? Y tercero, ¿te molesta que alguien sea gay?
Yulia oyó ruidos y, luego, un taco al otro lado.
—¿Lena? ¿Te encuentras bien? Lena.
—No pasa nada... Se me ha caído una cosa. —Se aclaró la garganta
varias veces—. Supongo que no hay inconveniente en que vayas a la
conferencia, siempre que no te importe aburrirte. A la segunda pregunta,
claro que sí, me encantará conocer a tu amigo. Y a la tercera, ¿por qué me
preguntas si me molesta que alguien sea gay? Anoche viste a Anya y a
Marina, ¿no? Son dos de las personas más importantes de mi vida.
—Porque Pat es gay, y me daría mucha pena que... mi mejor amigo y
mi nueva amiga no se cayesen bien por culpa de eso.
A continuación, se produjo un silencio que puso nerviosa a Yulia,
hasta que al fin Lena habló en voz baja:
—Será un placer conocer a tu amigo Pat y a cualquier persona
relacionada contigo que sea gay, heterosexual o lo que se te ocurra. La
única referencia que necesito es saber que tú lo quieres. Así que te
acompañaré. Además, me hacía falta una excusa para no comer dos veces
en el mismo día esa típica comida de banquete de hotel. Me has rescatado.
Lena hizo una pausa y, luego, continuó:
—Cambiando de tema, el programa que has instalado está en mi
pantalla y funciona. No empezaré a hacer diagnósticos hasta mañana
temprano, en torno a las dos de la madrugada. Aunque el programa resulta
virtualmente indetectable, no tiene sentido arriesgarse. Hum, me pregunto
si te importaría pasar una noche más en casa de Anya. Puedo pasar a
recogerte después del trabajo y, si te apetece, vamos a tomar algo. Necesito
que me aclares algunos archivos.
—Me gusta la idea. ¿A las seis?
A Lena le pareció bien y así acabó la llamada.
Yulia se puso eufórica ante la perspectiva de ver de nuevo a Lena.
Pensó uno momento en aquella palabra, «eufórica». ¿Era correcta? «Sí,
Yulia, “eufórica”». Debía reflexionar, pero en aquel momento estaba
demasiado emocionada.
Cuando se disponía a subir por las escaleras hasta su despacho, se dio
cuenta de que tendría que pasar por delante del despacho de Vladimir. «¿Por
qué no le hablo? Tal vez me entere de algo que pueda interesar a Lena.»
Asomó la cabeza en la zona de recepción y vio a Georgia hablando por
teléfono. Estaba tan absorta que ni siquiera se fijó en que se abría la puerta.
—No lo sé. El nombre no me sonaba. Era corto, asiático. ¿Importa
tan...? —Cuando vio a Yulia apoyada en la puerta, se apresuró a decir—:
Lo llamaré para darle el presupuesto, señor Jones. Adiós. —Colgó y miró a
la morena con mala cara—. Yulia, me has asustado. ¿Cuánto tiempo llevas
ahí?
—Sólo quería saber si está Vlad.
—Está en una reunión. ¿Quieres hablar con él? —Georgia le habló en
un tono despectivo, otra forma de manifestar el cambio de estatus de Yulia
de novia a empleada. A la morena le daba igual, aunque el nerviosismo que
transmitía la voz de Georgia le llamó la atención.
—Sí. ¿Podría ser mañana por la mañana?
Yulia salió del despacho de Vladimir pensando que aquella trama
proverbial se volvía cada vez más complicada; en su oficina encontró a
Mary buscando algo en su mesa.
—Hola. ¿Has perdido algo?
—La llave de repuesto de tu despacho. La tenía en mi cajón y ahora
no la encuentro. Debo de estar envejeciendo. Me voy a volver loca.
—¿Para qué la quieres? —Yulia se puso en guardia al instante.
—Georgia dijo que se habían perdido varias llaves de la oficina y que
Vladimir estaba preocupado. Le enseñé las cuatro que teníamos. Durante la
comida lo pensé mejor y decidí guardarlas en un lugar más seguro, pero
cuando volví ya no estaban. —Mary parecía angustiada y triste, y Yulia
decidió que ya había tenido bastante aquel día.
—Mary, vete a casa y no te preocupes. Yo las buscaré. No sabía que
Georgia y tú hablaseis a menudo. ¿Sois amigas?
—En realidad, no. —Mary se encogió de hombros—. Nunca viene por
aquí. —De pronto la expresión de Mary cambió—. ¿Crees que las cogió
ella?
—No importa. Seguro que están donde menos lo esperamos. ¿Para qué
iba a cogerlas? Vladimir tiene un juego de llaves: con pedírselas a él, asunto
solucionado. Estás cansada. Márchate. Ya verás como aparecen.
Yulia cerró la puerta cuando Mary se fue y se dedicó a revolver su
despacho como si buscase las llaves. Localizó un micro y cerró su maletín,
alegrándose de haber tomado la precaución de llevar el disco en el bolso.
Ojalá no tuviese que esperar demasiado tiempo a Lena en su apartamento.
Estaba aterrorizada.
CONTINUARÁ...
En unos días mas les pongo mas de esta historia, saludos.
Capítulo 10
¡Qué bien lo había pasado la noche anterior! Yulia se reclinó en el sillón
de su despacho y se desperezó mientras bostezaba. No le importaba el
agotamiento; la emoción le había proporcionado energía de sobra. Y hoy el
traje nuevo y, sobre todo, los pendientes que lucía habían merecido muchos
piropos por parte de sus compañeros.
Lena llamó a la puerta del dormitorio muy temprano, cuando Yulia
acababa de ducharse. Tenía los rizos aún revuelto de dormir y llevaba el
chándal, seguramente para ir a nadar a la playa. Preciosa. Aunque sus ojos
transmitieron un cálido saludo, enseguida fue al grano:
—Tengo algunas cosas para ti. —Entregó a Yulia un finísimo
teléfono móvil, como el que la propia Lena había utilizado en el
restaurante el día anterior—. Tus teléfonos, incluido el móvil, están
pinchados. Éste queda fuera de su alcance. Si intentan escuchar, sólo oirán
voces distorsionadas. Aprieta este botón y me localizarás en cualquier
lugar. Este otro es para hablar con Anya. Puedo programar otros números
más tarde. No es sólo para casos de urgencia ni para ponerte en contacto
conmigo. Utilízalo para llamadas personales o para aquéllas en las que
puedas dar pistas sobre lo que estamos haciendo. Procura que nadie te vea
usarlo, pero no manifiestes preocupación si te ven.
A continuación, sacó un disco del bolsillo con gesto dudoso.
—¿Estás segura de que quieres hacerlo? Puede ser peligroso. Muy
peligroso.
La morena dedicó un momento a analizar sus opciones y se recordó a sí
misma que ya se había comprometido, así que, antes de amilanarse, dijo:
—Completamente segura.
La pelirroja le entregó el disco.
—Cuando estés sola, instálalo en el disco duro de tu ordenador de la
oficina. Luego tráelo, no lo guardes en un cajón. Tal vez hagan registros
periódicamente. Con eso podré introducirme en la red, identificar a quiénes
mueven los hilos y descubrir qué están haciendo para ver la participación
de otras personas en tu empresa. De momento, supongamos que todos están
en el ajo.
Yulia se sentía un poco desbordada, pero al mismo tiempo le hacía
ilusión participar en la solución de aquel embrollo.
Lena seguía ante ella con aire apocado, moviéndose sin parar, hasta
que se armó de valor y la miró a los ojos:
—Ten cuidado, Yulia. No conozco a tu ex, pero los que están metidos
en la operación son profesionales y van en serio. No te arriesgues. Ah, otra
cosa más. —Le entregó la cajita de Tiffany's—. Toma, son para ti.
La morena abrió la caja y vio los pendientes que la pelirroja había comprado el
día anterior.
—¡Oh, Lena, son tuyos! No podría...
—Hacen juego con tu nuevo traje. Póntelos hasta que todo vuelva a la
normalidad. Te protegerán.
Yulia iba a reírse ante el último comentario, pensando que se trataba
de un chiste, pero la expresión de Lena se lo impidió.
—¿Por qué me protegerán?
Lena se puso colorada.
—Porque te los he dado yo. —Yulia enmudeció. El corazón se le
desbocó y se quedó sin aliento. ¿Qué significaba aquello?
Tras unos instantes, la morena reaccionó:
—¿Cuándo regresas a Washington? —No sabía por qué, pero
disfrutaba de cada segundo que pasaba con Lena.
La pelirroja contempló la caja de los pendientes.
—Seguiré aquí unos días. Tengo una reunión y puedo trabajar desde el
despacho de Anya, y con Marina y todo lo demás...
Yulia estaba recordando lo mucho que le había costado no abrazar a
Lena y dedicarle, en cambio, una ridicula sonrisa, cuando su secretaria
Mary la arrancó de su ensimismamiento al anunciarle una visita. Yulia
consultó su agenda de trabajo y vio que no tenía ninguna cita prevista para
las once y media.
Estaba a punto de pedirle a Mary que despidiese al visitante cuando
llamaron a la puerta. Se levantó, decidida a decirle a aquel idiota sin
educación que se fuera, pero se encontró con su mejor amigo, Pat Hideo,
que le sonreía a dos metros escasos de distancia.
—¡Pat! ¡Guau! ¡Pat! —la morena agarró a su amigo y ambos se pusieron a
bailar, mientras Mary los miraba, sonriendo—. ¿Qué estás haciendo aquí?
¿Por qué no me has llamado? ¿Cuánto tiempo piensas quedarte? ¡Qué
alegría verte! —Lo abrazó casi hasta estrangularlo y se lo presentó a Mary.
Cuando se calmaron, Pat dijo:
—Hasta ayer no supe que vendría. Uno de nuestros agentes está
enfermo y esta semana se celebra aquí un congreso cuya inscripción cuesta
una fortuna, así que me ofrecí voluntario. Me quedo cuatro días. El
congreso empieza mañana y termina el viernes a mediodía, así que
fenomenal. ¿Estás libre para comer?
—Naturalmente. Vamos. Mary, ¿tengo citas por la tarde? A lo mejor
no vuelvo. Ah, un momento. Cambia a Johnson para las tres...
Mary asintió y le hizo la señal de la victoria. Estaba buscando el
número de teléfono de Johnson cuando la morena y Pat salieron zumbando del
despacho.
Cogidos del brazo, Yulia y Pat caminaron por las concurridas calles
del distrito financiero de San Francisco, recorriendo las manzanas que los
separaban del restaurante Rubicon en unos minutos. Se sentaron en el piso
de arriba, pidieron té y se dedicaron a degustar los bollitos que daban fama
al lugar.
Yulia pidió una mesa en un rincón, con vistas a toda la sala y alejada
del paso de los camareros, para vigilar si había alguien interesado en su
conversación. «Hum. La paranoia y la precaución enseguida se pegan.»
Había instalado el disco nada más llegar a la oficina aquella misma
mañana y estaba nerviosa. Luego lo había guardado en el bolso.
—¡Pat, qué contenta estoy de verte! Estas semanas han sido una
verdadera locura. He roto con Vlad, ese canalla. Lo sorprendí haciéndolo
con una empleada temporal de la oficina. Al parecer, sus nuevos socios y él
se dedican a correrse juergas con mujeres y cocaína. Está claro que me
salió el tiro por la culata. —Se mesó los cabellos con gesto nervioso.
La expresión de Pat no era de sorpresa, sino de rabia.
—Sabía que ese cabrón tramaba algo. No era sólo intolerancia o celos
de nuestra amistad. ¿Puedo ayudarte, cariño? He venido por poco tiempo,
pero siempre te queda la opción de volver a Boston y vivir conmigo.
Yulia le cogió la mano y la estrechó para agradecerle su apoyo.
—Aunque debo reconocer que, para haber pasado lo que acabas de
pasar, estás estupenda. Y no es sólo por la ropa. A propósito, ¿dónde la has
comprado? Es más que eso. ¿Qué ocurre? —Yulia sintió un calor repentino
que ascendía por su cuello.
—¿Has conocido a alguien? ¿A alguien especial? —Pat se reclinó en
la silla y sonrió—. ¡Sí! \Suéltalol Vamos. Cuéntamelo todo sobre él. —Se
acercó a la morena con un brillo de curiosidad en sus cálidos ojos pardos.
Yulia lo miró. «¿Cómo?»
—Oh, no se trata de eso, Pat. Tengo una nueva amiga. Al menos creo
que nos estamos haciendo amigas. Una mujer que me ha ayudado en todo
esto y que prácticamente me salvó la vida. Se llama Lena, y su tía es una
de mis clientas. ¡Han sido tan buenas conmigo! Yulia le contó la historia a Pat, incluido el rescate en el aparcamiento
del restaurante, pero omitió la parte en la que había conocido a Marina
Kouros porque la consideraba privada.
—¿A qué se dedica tu nueva amiga? Por lo visto conoce tu negocio.
¿Es corredora de bolsa?
—No, trabaja en una empresa que desarrolla software para la industria
de servicios financieros. Me comentó que la Comisión del Mercado de
Valores utilizaba sus programas para detectar fraudes y por eso localizó a
Vlad. Está desarrollando más instrumentos en esa línea y ha venido a San
Francisco a celebrar una reunión o a algo relacionado con su trabajo.
Seguramente tu empresa utiliza software creado por ella. Es perfecto para
una compañía de responsabilidad legal.
Yulia se dio cuenta de que Pat la observaba mientras untaba el bollito
con mantequilla. De pronto, sus ojos se desorbitaron.
—¡Oh, Dios mío! Esa mujer. Descríbela.
la morena obedeció, encantada.
—Pat, te aseguro que es despampanante. Más alta que yo, calculo que
medirá uno sesenta tres, con largos cabellos pelirrojos que forman rizos
naturales y unos ojos verdes con grises como nunca había visto. Tiene una figura
sensacional, las piernas largas y la nariz...
—¿Se apellida Katina, por casualidad?
A Yulia casi se le cae el bollito.
—¿Cómo lo sabes?
—Pequeña, ¿acaso no sabes quién es? —Pat le dio una palmada en el
hombro.
—Está claro que no y tú vas a explicármelo. —¿Y si Pat sabía algo
malo de Lena? Yulia se encogió, porque no quería oír nada negativo sobre
ella.
—Si Lena significa Elena, no trabaja para esa empresa de
software, sino que ella es la empresa. Katina Software, Inc. Una dio...
Disculpa, una verdadera diosa en nuestro campo. No sólo desarrolla
programas, también crea innovaciones. Su software de contabilidad legal
es el patrón de referencia para los demás. Contratos del gobierno, contratos
con el extranjero, lo que se te ocurra. Muy ética y muy, muy rica. Tiene
muchos millones.
Yulia abrió la boca, pero no fue capaz de articular palabra.
—Una cosa más, Yulia. He visto vídeos de sus conferencias, pero no
la conozco en persona. Al parecer es muy distante e inaccesible, muy
misteriosa. Todo el mundo quiere saber más de ella. Y la mayoría de la
gente la llama doctora Katina.
«¿Cómo es posible? Lena es un poco tímida, sí, pero generosa,
cariñosa, divertida, agradable...»
Pat la obligó a volver a la realidad,
—Esa es la persona que creo que se corresponde con tu amiga Lena y
la oradora de la conferencia de mañana. ¿Quieres acompañarme?
La morena se entusiasmó con la invitación. Le encantaba estar con Lena,
pero la oportunidad de verla en su ambiente de trabajo era demasiado
buena para dejarla pasar. Y la descripción que había hecho Pat de ella,
calificándola de «misteriosa y distante», la fascinaba. Naturalmente,
tendría que preguntarle a Lena sí le parecía bien, lo cual, por otro lado, le
daba una buena excusa para llamarla. Había intentado buscar algo que no
sonase quejica. Instalar el software la había puesto muy nerviosa y le
vendría bien un empujoncito. Tal vez no fuese ésa la palabra adecuada,
aunque Len era cariñosa y... «Espera. Llámala más tarde.»
Yulia centró la conversación en Pat mientras comían. Su amigo le
contó que había conocido a alguien semanas atrás, un banquero de San
Francisco especializado en finanzas internacionales, y comentó que
esperaba verlo durante su visita.
—¡Qué picaro! —exclamó la morena—. Ya sabía yo que no habías venido
sólo a verme. Háblame de él.
En ese momento le tocó a Pat ponerse colorado.
—Mide uno ochenta y cinco, tiene grandes ojos color chocolate, una
excelente constitución física y...
—Increíble, ¿ahora te interesa la constitución física?
Pat no le hizo caso.
—Fue a Boston para hablar con nuestra empresa. La suya quiere que
analicemos su división internacional y que todo se haga según su criterio.
Congeniamos. Pasamos juntos dos días maravillosos y me temo que estoy
enganchado. No puedo dejar de pensar en él, Yulia.
La expresión del rostro de Pat resultaba muy elocuente.La morena se
sentía protectora, pero, como nunca había visto a su amigo tan enamorado,
optó por actuar con delicadeza.
—¿Crees que él siente lo mismo que tú, Patty? —Hacía años que no
utilizaba aquel diminutivo cariñoso con él, pero le salió espontáneamente.
—Dice que sí, aunque sólo hemos estado juntos dos días. Es rico,
sofisticado y atractivo, Yulia, y seguramente tiene un novio en cada
puerto. Asegura que soy especial, pero ¡yo qué sé!
—Pat, se trata de una relación nueva. —Yulia le acarició el brazo—.
Tenéis que pasar más tiempo juntos y vivir experiencias. Hace poco he
conocido a dos mujeres que llevan dieciocho años juntas. Una de ellas, que
es muy famosa, viaja continuamente y vive para su trabajo. Le pregunté si
le resultaba muy difícil. Seguramente ha tenido montones de oportunidades
y tentaciones.
Pat asintió con gesto abatido.
—Me respondió que, antes de conocer a su compañera, aceptaba
algunas invitaciones—. La morena le dio un
cálido apretón en el brazo a Pat—. Pero, cuando conoció a Anya,
dejaron de importarle. Las dos dicen que es cuestión de ser una misma y no
adocenarse. Por tanto, si le importas a ese hombre, no mirará a otros. Dale
tiempo, cariño.
La camarera se presentó con los entrantes, y ambos se dedicaron a la
comida.
—Por cierto, ¿cuándo lo voy a conocer? Nadie se lleva el corazón de
mi chico sin pasar mi inspección.
La mirada de Pat se enterneció.
—Gracias por actuar como mi hermana mayor y protegerme. Llega
hoy de Hong Kong. Pero no lo veré hasta mañana por culpa de las
reuniones con los malditos clientes y del congreso. ¿Quieres cenar mañana
con nosotros? Vamos a la conferencia de la doctora Katina a mediodía.
Luego nos saltamos el latazo de la cena del congreso y escogemos un sitio
bonito. En realidad, te invitó él cuando le dije que eras mi mejor amiga.
Como Yulia dudaba, Pat añadió:
—Lleva a Lena si puede escabullirse. Me encantaría conocerla, tanto
profesional como personalmente. Tus nuevas amistades también tienen que
pasar mi inspección. Tenemos nuestros criterios, ya sabes. ¡Será divertido!
Las dudas desaparecieron, pero, por un momento, a Yulia le preocupó
que Lena no quisiera relacionarse con sus amigos. «Bueno, por preguntar
no pierdo nada.»
—Ya veremos. Aunque ella no pueda ir, iré yo. Al menos por la cena.
Después de que Pat la acompañase hasta el edificio en el que estaba su
oficina, la morena bajó del ascensor varios pisos antes del suyo y buscó un
lugar tranquilo para utilizar el teléfono móvil especial. Al apretar el botón
mágico, oyó una serie de clics.
Conn respondió al primer timbrazo.
—Hola, desconocida. ¿Dónde has...? Hum, ¿qué tal el día?
—Mi mejor amigo me ha dado una sorpresa y se ha presentado en la
oficina. Ha venido a un congreso, y hemos ido a comer. ¿Te he hablado de
Pat? Es el que iba a aikido conmigo. Sigue viviendo en Boston y ¿adivina a
qué se dedica?
—De acuerdo, ¿a qué se dedica, Yulia?
—Trabaja en una empresa de responsabilidad legal.
Silencio al otro lado de la línea y luego una exclamación:
—Oh.
—¿Y sabes qué más?
—No, ¿qué más?
—¡Te he pillado! ¿Por qué no me hablaste de tu empresa, de que eres
famosa y de que los programas son tuyos? Eso dijo él y añadió: «Una diosa
dentro del negocio». ¿Qué te parece eso?
Hubo una pausa, larga e incómoda. La morena no lo soportaba, así que se
rió y dijo:
—Te has puesto colorada, ¿verdad? Lo siento, Lena. No quería
avergonzarte. En realidad, te honra que no dijeras nada. Pero tengo dos
preguntas. Lena, ¿estás ahí?
la pelirroja tosió.
—Sí, estoy aquí. Habría dicho algo si supiese que tu amigo trabajaba
en el mismo campo. La mayoría de la gente nunca ha oído hablar de la
«responsabilidad legal». Y en cuanto oyen la palabra «responsabilidad», se
les ponen los ojos vidriosos. Por lo que respecta a lo de diosa, tu amigo es
muy amable, pero se trata sólo de software y yo soy una pirada de la
informática. Hum, has dicho dos preguntas. ¿Cuáles son?
—En realidad, tengo muchas preguntas, Lena, pero de momento
dejémoslas en dos. Ya puestas, en tres.
—De acuerdo, dispara. —Lena parecía resignada.
—Primero, ¿te parece bien que mañana asista a tu conferencia con
Pat? Segundo, ¿después te gustaría ir a cenar con Pat, un amigo suyo y
conmigo? Y tercero, ¿te molesta que alguien sea gay?
Yulia oyó ruidos y, luego, un taco al otro lado.
—¿Lena? ¿Te encuentras bien? Lena.
—No pasa nada... Se me ha caído una cosa. —Se aclaró la garganta
varias veces—. Supongo que no hay inconveniente en que vayas a la
conferencia, siempre que no te importe aburrirte. A la segunda pregunta,
claro que sí, me encantará conocer a tu amigo. Y a la tercera, ¿por qué me
preguntas si me molesta que alguien sea gay? Anoche viste a Anya y a
Marina, ¿no? Son dos de las personas más importantes de mi vida.
—Porque Pat es gay, y me daría mucha pena que... mi mejor amigo y
mi nueva amiga no se cayesen bien por culpa de eso.
A continuación, se produjo un silencio que puso nerviosa a Yulia,
hasta que al fin Lena habló en voz baja:
—Será un placer conocer a tu amigo Pat y a cualquier persona
relacionada contigo que sea gay, heterosexual o lo que se te ocurra. La
única referencia que necesito es saber que tú lo quieres. Así que te
acompañaré. Además, me hacía falta una excusa para no comer dos veces
en el mismo día esa típica comida de banquete de hotel. Me has rescatado.
Lena hizo una pausa y, luego, continuó:
—Cambiando de tema, el programa que has instalado está en mi
pantalla y funciona. No empezaré a hacer diagnósticos hasta mañana
temprano, en torno a las dos de la madrugada. Aunque el programa resulta
virtualmente indetectable, no tiene sentido arriesgarse. Hum, me pregunto
si te importaría pasar una noche más en casa de Anya. Puedo pasar a
recogerte después del trabajo y, si te apetece, vamos a tomar algo. Necesito
que me aclares algunos archivos.
—Me gusta la idea. ¿A las seis?
A Lena le pareció bien y así acabó la llamada.
Yulia se puso eufórica ante la perspectiva de ver de nuevo a Lena.
Pensó uno momento en aquella palabra, «eufórica». ¿Era correcta? «Sí,
Yulia, “eufórica”». Debía reflexionar, pero en aquel momento estaba
demasiado emocionada.
Cuando se disponía a subir por las escaleras hasta su despacho, se dio
cuenta de que tendría que pasar por delante del despacho de Vladimir. «¿Por
qué no le hablo? Tal vez me entere de algo que pueda interesar a Lena.»
Asomó la cabeza en la zona de recepción y vio a Georgia hablando por
teléfono. Estaba tan absorta que ni siquiera se fijó en que se abría la puerta.
—No lo sé. El nombre no me sonaba. Era corto, asiático. ¿Importa
tan...? —Cuando vio a Yulia apoyada en la puerta, se apresuró a decir—:
Lo llamaré para darle el presupuesto, señor Jones. Adiós. —Colgó y miró a
la morena con mala cara—. Yulia, me has asustado. ¿Cuánto tiempo llevas
ahí?
—Sólo quería saber si está Vlad.
—Está en una reunión. ¿Quieres hablar con él? —Georgia le habló en
un tono despectivo, otra forma de manifestar el cambio de estatus de Yulia
de novia a empleada. A la morena le daba igual, aunque el nerviosismo que
transmitía la voz de Georgia le llamó la atención.
—Sí. ¿Podría ser mañana por la mañana?
Yulia salió del despacho de Vladimir pensando que aquella trama
proverbial se volvía cada vez más complicada; en su oficina encontró a
Mary buscando algo en su mesa.
—Hola. ¿Has perdido algo?
—La llave de repuesto de tu despacho. La tenía en mi cajón y ahora
no la encuentro. Debo de estar envejeciendo. Me voy a volver loca.
—¿Para qué la quieres? —Yulia se puso en guardia al instante.
—Georgia dijo que se habían perdido varias llaves de la oficina y que
Vladimir estaba preocupado. Le enseñé las cuatro que teníamos. Durante la
comida lo pensé mejor y decidí guardarlas en un lugar más seguro, pero
cuando volví ya no estaban. —Mary parecía angustiada y triste, y Yulia
decidió que ya había tenido bastante aquel día.
—Mary, vete a casa y no te preocupes. Yo las buscaré. No sabía que
Georgia y tú hablaseis a menudo. ¿Sois amigas?
—En realidad, no. —Mary se encogió de hombros—. Nunca viene por
aquí. —De pronto la expresión de Mary cambió—. ¿Crees que las cogió
ella?
—No importa. Seguro que están donde menos lo esperamos. ¿Para qué
iba a cogerlas? Vladimir tiene un juego de llaves: con pedírselas a él, asunto
solucionado. Estás cansada. Márchate. Ya verás como aparecen.
Yulia cerró la puerta cuando Mary se fue y se dedicó a revolver su
despacho como si buscase las llaves. Localizó un micro y cerró su maletín,
alegrándose de haber tomado la precaución de llevar el disco en el bolso.
Ojalá no tuviese que esperar demasiado tiempo a Lena en su apartamento.
Estaba aterrorizada.
CONTINUARÁ...
En unos días mas les pongo mas de esta historia, saludos.
Lesdrumm- Admin
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Fecha de inscripción : 03/08/2014
Localización : Trapped in some parallel universe
Re: IMPULSOS DE VIDA...
Hola, aquí yo de nuevo con la conti de esta historia. Espero les guste.
IMPULSOS DE VIDA
Capítulo 11
Cuando Yulia llegó ante su casa y vio la furgoneta blanca, se le encogió el
estómago, pero se atuvo al plan. Siguiendo las instrucciones de Lena,
metió el coche en el garaje subterráneo y se detuvo al otro lado de la verja,
para cerciorarse de que nadie entraba detrás de ella antes de que se cerrase.
Después de aparcar, echó un vistazo al garaje, por si había algún
desconocido. Parecía vacío. Se acercó al ascensor, vio una sombra alargada
a su derecha y dio un respingo. Estaba a punto de gritar cuando reconoció a
Lena, que caminó hacia ella sin decir nada.
Cuando la puerta del ascensor se cerró, Yulia suspiró, aliviada,
reprimiendo las ganas de tocar a Lena
—¡Cuánto me alegro de verte! Me aterrorizaba la idea de entrar en el
apartamento. He visto la furgoneta. Supongo que no han renunciado.
Lena apretó el botón del piso previo al de Yulia. Cuando se abrió la
puerta, salieron y se dirigieron a la escalera. Lena se acercó a la pelinegra para
susurrarle unas palabras al oído. Yulia sintió algo inmediato e intenso;
apenas oía la voz de Lena sobre los acelerados latidos de su propio
corazón.
—Cuando entremos, hablaremos de cosas intrascendentes. Mete ropa
para mañana en una bolsa de la compra mientras comentamos dónde
iremos a cenar. Menciona algunos sitios. Guardaremos *la bolsa en mi
coche y nos acercaremos a Mio's a tomar una pizza. Te traeré aquí para que
cojas tu coche por la mañana. ¿Te parece bien?
Yulia retrocedió un poco para mirarla a los ojos y permanecieron así,
a escasos centímetros la una de la otra. La ojiazul no supo si había pasado un
segundo o diez minutos. De pronto, una puerta se abrió de golpe varios
pisos más abajo y oyeron pasos apresurados. Un hombre de treinta y tantos
años, con un maletín y una bolsa al hombro, subía las escaleras a todo
correr, pero se detuvo al verlas. Era más alto que Lena, de una belleza
tosca, y en sus ojos castaños brillaba la alegría.
—¡Caramba, qué maravilla de mujeres! ¿Queréis que os invite a uno
de mis partidos de rugby? Tengo unos diez amigos guapísimos a los que
les encantaría conoceros.
Yulia se dio cuenta de que la pelirroja se ponía tensa, por lo que decidió
llevar las riendas de la conversación.
—Tus amigos juegan en el Marina, ¿verdad? Tenemos una cita, pero
intentaremos ir a veros después. ¿Te parece bien?
—Lo tomo como una cita. —Les dedicó una amplia sonrisa—. Me
llamo Teddy. Será mejor que vayáis o mis amigos no me creerán cuando
Ies hable de vosotras. ¡Hasta luego! —Abrió la puerta y desapareció.
—Los australianos no son nada tímidos.
—Desde luego. —Lena hizo un gesto de indiferencia y subió las escaleras, seguida por Yulia.
Tras comprobar si había aparatos de escucha, ambas charlaron
mientras la pelinegra se ponía unos vaqueros y una sudadera, y guardaba ropa y
maquillaje para el día siguiente en una bolsa de la compra. Le hizo gracia
que Lena tuviese el detalle de irse a otra habitación mientras ella se
cambiaba de ropa. Tras elegir un traje que acababa de recoger en la
tintorería, sugirió cenar en un pequeño restaurante francés del Golden
Gateway Center para que la oyesen los espías. Diez minutos después
salieron del apartamento.
Lena ayudó a Yulia a meter la bolsa en el maletero de su coche y
luego se dirigieron a Mio’s, una maravillosa pizzería italiana a la que la pelirroja
solía ir cuando estaba en San Francisco. Yulia no había obedecido sus
instrucciones sobre la bolsa de la compra al pie de la letra, pero daba igual.
Si no daba igual, la pelinegra se iba a enterar.
En Chestnut Street había muchos restaurantes de moda con clientela
de Marina, pero aquél era el que ofrecía mejores pizzas y el más
concurrido. Lena le dijo a Yulia que, aunque las hubiesen seguido, nadie
podría escucharlas.
Buscaron una mesita en un rincón al fondo del restaurante y pidieron
una pizza, ensalada y una botella de Sangiovese. Lena escuchó a Yulia con
atención cuando le habló de Georgia, del fragmento de conversación que
había oído y de la misteriosa desaparición de las llaves de su secretaria.
—Interesante. Creo que no quiere que Vladimir se entere. Seguramente
el no está tan metido en el ajo como supone. En estos asuntos se juega
mucho con el ego y la avaricia del cabeza de turco, que al final se queda
con los bolsillos vacíos, mientras que los otros se salen con la suya, se
hacen ricos y montan el chiringuito en otro lugar.
—¿Quieres decir que no se trata de una operación aislada?
Lena asintió.
—Pero, ¿por qué? Ganarán más dinero del que cualquiera podría
gastar. ¿Por qué seguir? Se arriesgan a que los cojan.
Una sonrisa asomó a los labios de la pelirroja. Yulia era toda naturalidad y
franqueza. «No sigas por ahí.» Suspiró.
—Algunos tienen problemas económicos y lo consideran una salida,
como los jugadores compulsivos. Son aficionados y acaban cayendo. Otros
son verdaderos artistas de la estafa con manías particulares: el arte del
engaño, la emoción del éxito. Serían capaces de estafar incluso a las
personas que aman y, de hecho, lo hacen. Los hay que incluso en la cárcel
siguen orquestando planes y, si los engañas, ya darán contigo.
Llegó el vino y brindaron por la solución del asunto.
—Vladimir no encaja en esos tipos, a menos que sea jugador o algo por el
estilo —comentó Yulia.
—El tercer tipo es el más peligroso. Se trata de los verdaderos
profesionales, que lo hacen una y otra vez sin que los capturen. Cuentan
con una organización que los respalda y trabajan con gran seriedad. A
veces utilizan los beneficios para comprar influencias y construir sus
propias organizaciones. Lo puedes ver todos los días en el gobierno.
Muchos de nuestros honorables representantes se venden al mejor postor.
Hay quien quiere poder y hay quien tiene otras aspiraciones más siniestras.
Lena se calló y se inclinó hacia Yulia, que la escuchaba con atención.
—Créeme si te digo que hay gente que sólo pretende destruir este país
piedra a piedra.
Yulia cogió la mano de Lena y ésta la retuvo un minuto, disfrutando
del contacto.
—Cambiemos de tema. El problema seguirá existiendo cuando
devoremos la comida y el vino, y no tengo intención de dejar ni una migaja
en el plato. Sé que tú tampoco. —Sonrió.
Yulia soltó un bufido, aliviada al dejar un tema tan absorbente.
—De ninguna manera.
Cuando se dirigían al coche, la pelinegra se fijó en un animado partido de
rugby que se jugaba bajo unos brillantes focos. Al ver a su vecino, recordó
la promesa que le habían hecho a Teddy y arrastró a la pelirroja hasta la línea de
banda. Contemplaron el partido un rato, hasta que Ted las vio y las saludó.
Un jugador del equipo contrario arremetió contra él, pero Teddy lo rechazó
y continuó jugando sin perder la sonrisa.
Durante un tiempo muerto, se acercó a ellas y las invitó a reunirse con
su equipo en el Wet Whistle Brewpub después del partido. Yulia le dio las
gracias, pero declinó la invitación.
Cuando se disponían a marcharse, Teddy las llamó:
—Jugamos un par de veces a la semana, ¡y siempre seréis
bienvenidas!
la ojiazul repuso, a voz en grito:
—¡Gracias! ¡Nos veremos pronto!
Lena apretó el paso y Yulia le dio varios codazos de broma, pero no
obtuvo respuesta.
—¡Eh! ¿Qué ocurre? —Yulia tenía que esforzarse para no quedarse
atrás.
Lena habló en tono neutro.
—Teddy es una monada. Creo que le gustas. Seguramente es un tipo
agradable para una cita. Si quieres verlo en el pub, adelante.
Yulia se detuvo. Habría pensado cualquier cosa menos aquello. La pelirroja
siguió caminando con los hombros encorvados y las manos hundidas en los
bolsillos, y Yulia se apresuró a alcanzarla. La cogió del brazo y caminó a
su lado, en silencio. Luego la obligó a detenerse y se puso delante de ella
hasta que quedaron cara a cara. Esperó hasta asegurarse de que Lena le
prestaba atención, lo cual no era fácil, porque sus ojos se posaban en
cualquier cosa menos en ella.
—Teddy es muy majo y agradable. También es alto, moreno y
atractivo, pero nada más. Me pareció que tal vez fuese divertido quedar
con ellos alguna vez, sólo eso. Por mi parte, prefiero los ojos verdes.
Lena abrió la boca y la cerró de nuevo, como si aspirase bocanadas de
aire.
—Y, ahora, ¿no tenemos que atrapar a unos criminales? No podremos
hacerlo sin una sonrisa en la cara —dijo, pellizcando a la pelirroja
cariñosamente en la barbilla.
Lena se preguntó si la morena estaba loca o sólo un poco ida. Por lo visto,
no le había parecido raro su comentario ni interpretaba sus palabras como
teo.
En aquel momento, a la luz de los faroles de las callejuelas de San
Francisco, Lena se dio cuenta de que Yulia le gustaba. Le gustaba porque
se enfrentaba a ella y porque se arriesgaba por una especie de sentido del
honor. Admiraba la facilidad que tenía para conseguir que la gente se
sintiese cómoda, que ella se sintiese cómoda. Lena tenía que reconocer
que se había equivocado con ella. ¿Y si Yulia Volkova era lo que estaba
buscando?
Mientras caminaba, la ojiverde se sintió sacudida por un alud de
emociones. Identificó la confusión y la precaución, pero había algo más,
algo nuevo, tal vez un atisbo de esperanza.
Cuando llegaron a casa de Anya, las luces estaban apagadas, salvo la de
la puerta de atrás. Entraron en silencio, prepararon té y fueron de puntillas
al despacho. Lena encendió el ordenador y Yulia entrechocó su taza con la
de la pelirroja.
—A ver si encontramos algo.
Lena examinó la pantalla y dejó a un lado el té para manejar el
teclado.
—¿No tenemos que esperar hasta después?
—Voy a abrir el programa y a conectarme con el sistema de la
oficina. Si hay alguien trabajando, esperaremos, pero podemos ver qué
están haciendo.
A Yulia le sorprendió que hubiese varias terminales funcionando a las
diez de la noche, una de ellas conectada a una página porno.
—Fíjate en ese santurrón. Se pasa el día diciéndole a la gente cómo
ser un buen cristiano, cómo hay que vestirse y comportarse. ¡Tendrías que
oírlo! Ya le hablaré yo de las casas con tejado de cristal.
—Ni se te ocurra. Se preguntaría si conoces su secreto y podría saltar
la alarma. Guárdate las cosas para ti. Tenemos que pescar un pez más
gordo que ese tipo.
—Bueno, bueno —concedió la morena—. Pero es una tentación.
En la otra terminal había una mujer que Yulia no conocía y que por lo
visto buscaba lugares para ir de vacaciones. Al cabo de veinte minutos las
dos terminales se apagaron.
Tras explicarle el procedimiento a Yulia, la pelirroja activó el programa,
que analizó rápidamente el contenido de todas las terminales. Luego abrió
la base de datos e inició la búsqueda de programas que pudiesen servirle al
comité para identificar parámetros de inversión.
Yulia, recostada en un gran sillón negro junto al ordenador, se
enderezó cuando Lena dijo:
—Investigaste por tu cuenta. ¿Qué has averiguado?
Se levantó y acercó el sillón al monitor. Era el único asiento de la
habitación y se deslizaba con facilidad sobre el suelo de madera.
—Principalmente he realizado análisis de las empresas en las que
invertía Vlad. Lo normal: balances, capital efectivo frente a deudas,
activos inmovilizados. Por lo menos la mitad eran buenas, pero algunas
sólo lo eran en apariencia, hasta que empezabas a profundizar, por ejemplo
en la categoría de activos inmovilizados. Una de ellas vende juguetes, pero
tiene una cantidad desproporcionada de activos inmovilizados en lujosos
coches de empresa y propiedades en las Bahamas. Y hay más así. He
estado investigando los antecedentes de los principales ejecutivos de las
empresas más mosqueantes.
Lena arqueó una ceja caoba.
—¿Mosqueantes?
Yulia buscó una expresión más conocida y, al oír unos rasguños en la
puerta del despacho, se levantó para dejar entrar a Tippy, que corrió hacia
la pelirroja y saltó sobre ella.
Lena lo sujetó en el aire, antes de que el gato aterrizase sobre el
teclado.
—¡Oh, no, de eso nada! Este es territorio prohibido para ti, señorito.
—Lo abrazó y se lo entregó a la morena, que se resignó a que sus vaqueros se
cubriesen de pelusa de gato.
—Te ayudaré a averiguar cosas sobre esos ejecutivos. Mis programas
pueden entrar en todas las empresas y recoger datos sobre los tipos en
cuestión. Tengo acceso a una base de datos sobre antecedentes y puedo
comprobar si alguien ha sido expedientado alguna vez o resulta
«mosqueante». Nos centraremos en los ejecutivos que te interesan.
Lena miró a Yulia y a Tippy, absortos el uno en la otra. Tippy había
puesto las patas delanteras sobre el pecho de la morena y la acariciaba entre
ronroneos, frotando la cabecita contra la barbilla de la joven y babeando.
La pelirroja sacudió la cabeza. «¡Qué suerte tiene el condenado gato!»
Volvió al programa y descargó y marcó algunas partes para
investigarlas posteriormente o para conectarse más tarde, cuando no
estuviese introducida en el sistema. Tardó horas en terminar.
Al fin decidió dejarlo. Yulia y Tippy estaban acurrucados en el sillón
y profundamente dormidos. «Eres preciosa.» Desconectó la base de datos y
apagó el ordenador.
Se inclinó sobre la morena, cogió a un reticente Tippy y lo puso en una de
las numerosas cestas que tenía por la casa. Luego sacudió ligeramente a
Yulia, que, con un mohín, farfulló:
—De ninguna manera, no lo haré.
Lena la sacudió de nuevo y susurró:
—Yulia, es hora de acostarse. Vamos, te meteré en la cama.
La morena sonrió sin abrir los ojos y agarró la mano que la había sacudido,
mientras se daba la vuelta y se acomodaba en el sillón. Sin duda pretendía
utilizar aquella cálida mano como almohada, porque arrastró a la pelirroja al
mismo tiempo. En aquel momento, Lena se hallaba en precario equilibrio,
a punto de caer sobre Yulia o de rodillas.
Consiguió sentarse en el brazo del sillón y se inclinó otra vez sobre
la morena, cuyo rostro reposaba en su mano. Adoraba el calor y el contacto de
Yulia, pero se esforzó por incorporarla.
—Vamos, te llevaré a la cama.
—De acuerdo. —la ojiazul dejó que Lena la levantase, y ambas fueron a
paso lento hasta la habitación de Yulia. Lena retiró las mantas antes de
que la morena se dejase caer sobre la cama. Permaneció con el rostro
semienterrado en la almohada y los pies aún en el suelo, mientras la pelirroja le
quitaba las zapatillas deportivas y pensaba qué debía hacer a continuación.
Lena no podía dormir con vaqueros y supuso que a Yulia le pasaría lo
mismo.
—De acuerdo, seguramente me pudriré en el infierno por disfrutar con
esto, pero te voy a quitar los vaqueros.
Desabrochó el botón y bajó la cremallera. Luego le quitó los
pantalones con mucho cuidado y la metió bajo las mantas con la sudadera
puesta. «No pienso ir más allá. Es pedirle demasiado a un ser humano.»
CONTINUARÁ...
IMPULSOS DE VIDA
Capítulo 11
Cuando Yulia llegó ante su casa y vio la furgoneta blanca, se le encogió el
estómago, pero se atuvo al plan. Siguiendo las instrucciones de Lena,
metió el coche en el garaje subterráneo y se detuvo al otro lado de la verja,
para cerciorarse de que nadie entraba detrás de ella antes de que se cerrase.
Después de aparcar, echó un vistazo al garaje, por si había algún
desconocido. Parecía vacío. Se acercó al ascensor, vio una sombra alargada
a su derecha y dio un respingo. Estaba a punto de gritar cuando reconoció a
Lena, que caminó hacia ella sin decir nada.
Cuando la puerta del ascensor se cerró, Yulia suspiró, aliviada,
reprimiendo las ganas de tocar a Lena
—¡Cuánto me alegro de verte! Me aterrorizaba la idea de entrar en el
apartamento. He visto la furgoneta. Supongo que no han renunciado.
Lena apretó el botón del piso previo al de Yulia. Cuando se abrió la
puerta, salieron y se dirigieron a la escalera. Lena se acercó a la pelinegra para
susurrarle unas palabras al oído. Yulia sintió algo inmediato e intenso;
apenas oía la voz de Lena sobre los acelerados latidos de su propio
corazón.
—Cuando entremos, hablaremos de cosas intrascendentes. Mete ropa
para mañana en una bolsa de la compra mientras comentamos dónde
iremos a cenar. Menciona algunos sitios. Guardaremos *la bolsa en mi
coche y nos acercaremos a Mio's a tomar una pizza. Te traeré aquí para que
cojas tu coche por la mañana. ¿Te parece bien?
Yulia retrocedió un poco para mirarla a los ojos y permanecieron así,
a escasos centímetros la una de la otra. La ojiazul no supo si había pasado un
segundo o diez minutos. De pronto, una puerta se abrió de golpe varios
pisos más abajo y oyeron pasos apresurados. Un hombre de treinta y tantos
años, con un maletín y una bolsa al hombro, subía las escaleras a todo
correr, pero se detuvo al verlas. Era más alto que Lena, de una belleza
tosca, y en sus ojos castaños brillaba la alegría.
—¡Caramba, qué maravilla de mujeres! ¿Queréis que os invite a uno
de mis partidos de rugby? Tengo unos diez amigos guapísimos a los que
les encantaría conoceros.
Yulia se dio cuenta de que la pelirroja se ponía tensa, por lo que decidió
llevar las riendas de la conversación.
—Tus amigos juegan en el Marina, ¿verdad? Tenemos una cita, pero
intentaremos ir a veros después. ¿Te parece bien?
—Lo tomo como una cita. —Les dedicó una amplia sonrisa—. Me
llamo Teddy. Será mejor que vayáis o mis amigos no me creerán cuando
Ies hable de vosotras. ¡Hasta luego! —Abrió la puerta y desapareció.
—Los australianos no son nada tímidos.
—Desde luego. —Lena hizo un gesto de indiferencia y subió las escaleras, seguida por Yulia.
Tras comprobar si había aparatos de escucha, ambas charlaron
mientras la pelinegra se ponía unos vaqueros y una sudadera, y guardaba ropa y
maquillaje para el día siguiente en una bolsa de la compra. Le hizo gracia
que Lena tuviese el detalle de irse a otra habitación mientras ella se
cambiaba de ropa. Tras elegir un traje que acababa de recoger en la
tintorería, sugirió cenar en un pequeño restaurante francés del Golden
Gateway Center para que la oyesen los espías. Diez minutos después
salieron del apartamento.
Lena ayudó a Yulia a meter la bolsa en el maletero de su coche y
luego se dirigieron a Mio’s, una maravillosa pizzería italiana a la que la pelirroja
solía ir cuando estaba en San Francisco. Yulia no había obedecido sus
instrucciones sobre la bolsa de la compra al pie de la letra, pero daba igual.
Si no daba igual, la pelinegra se iba a enterar.
En Chestnut Street había muchos restaurantes de moda con clientela
de Marina, pero aquél era el que ofrecía mejores pizzas y el más
concurrido. Lena le dijo a Yulia que, aunque las hubiesen seguido, nadie
podría escucharlas.
Buscaron una mesita en un rincón al fondo del restaurante y pidieron
una pizza, ensalada y una botella de Sangiovese. Lena escuchó a Yulia con
atención cuando le habló de Georgia, del fragmento de conversación que
había oído y de la misteriosa desaparición de las llaves de su secretaria.
—Interesante. Creo que no quiere que Vladimir se entere. Seguramente
el no está tan metido en el ajo como supone. En estos asuntos se juega
mucho con el ego y la avaricia del cabeza de turco, que al final se queda
con los bolsillos vacíos, mientras que los otros se salen con la suya, se
hacen ricos y montan el chiringuito en otro lugar.
—¿Quieres decir que no se trata de una operación aislada?
Lena asintió.
—Pero, ¿por qué? Ganarán más dinero del que cualquiera podría
gastar. ¿Por qué seguir? Se arriesgan a que los cojan.
Una sonrisa asomó a los labios de la pelirroja. Yulia era toda naturalidad y
franqueza. «No sigas por ahí.» Suspiró.
—Algunos tienen problemas económicos y lo consideran una salida,
como los jugadores compulsivos. Son aficionados y acaban cayendo. Otros
son verdaderos artistas de la estafa con manías particulares: el arte del
engaño, la emoción del éxito. Serían capaces de estafar incluso a las
personas que aman y, de hecho, lo hacen. Los hay que incluso en la cárcel
siguen orquestando planes y, si los engañas, ya darán contigo.
Llegó el vino y brindaron por la solución del asunto.
—Vladimir no encaja en esos tipos, a menos que sea jugador o algo por el
estilo —comentó Yulia.
—El tercer tipo es el más peligroso. Se trata de los verdaderos
profesionales, que lo hacen una y otra vez sin que los capturen. Cuentan
con una organización que los respalda y trabajan con gran seriedad. A
veces utilizan los beneficios para comprar influencias y construir sus
propias organizaciones. Lo puedes ver todos los días en el gobierno.
Muchos de nuestros honorables representantes se venden al mejor postor.
Hay quien quiere poder y hay quien tiene otras aspiraciones más siniestras.
Lena se calló y se inclinó hacia Yulia, que la escuchaba con atención.
—Créeme si te digo que hay gente que sólo pretende destruir este país
piedra a piedra.
Yulia cogió la mano de Lena y ésta la retuvo un minuto, disfrutando
del contacto.
—Cambiemos de tema. El problema seguirá existiendo cuando
devoremos la comida y el vino, y no tengo intención de dejar ni una migaja
en el plato. Sé que tú tampoco. —Sonrió.
Yulia soltó un bufido, aliviada al dejar un tema tan absorbente.
—De ninguna manera.
Cuando se dirigían al coche, la pelinegra se fijó en un animado partido de
rugby que se jugaba bajo unos brillantes focos. Al ver a su vecino, recordó
la promesa que le habían hecho a Teddy y arrastró a la pelirroja hasta la línea de
banda. Contemplaron el partido un rato, hasta que Ted las vio y las saludó.
Un jugador del equipo contrario arremetió contra él, pero Teddy lo rechazó
y continuó jugando sin perder la sonrisa.
Durante un tiempo muerto, se acercó a ellas y las invitó a reunirse con
su equipo en el Wet Whistle Brewpub después del partido. Yulia le dio las
gracias, pero declinó la invitación.
Cuando se disponían a marcharse, Teddy las llamó:
—Jugamos un par de veces a la semana, ¡y siempre seréis
bienvenidas!
la ojiazul repuso, a voz en grito:
—¡Gracias! ¡Nos veremos pronto!
Lena apretó el paso y Yulia le dio varios codazos de broma, pero no
obtuvo respuesta.
—¡Eh! ¿Qué ocurre? —Yulia tenía que esforzarse para no quedarse
atrás.
Lena habló en tono neutro.
—Teddy es una monada. Creo que le gustas. Seguramente es un tipo
agradable para una cita. Si quieres verlo en el pub, adelante.
Yulia se detuvo. Habría pensado cualquier cosa menos aquello. La pelirroja
siguió caminando con los hombros encorvados y las manos hundidas en los
bolsillos, y Yulia se apresuró a alcanzarla. La cogió del brazo y caminó a
su lado, en silencio. Luego la obligó a detenerse y se puso delante de ella
hasta que quedaron cara a cara. Esperó hasta asegurarse de que Lena le
prestaba atención, lo cual no era fácil, porque sus ojos se posaban en
cualquier cosa menos en ella.
—Teddy es muy majo y agradable. También es alto, moreno y
atractivo, pero nada más. Me pareció que tal vez fuese divertido quedar
con ellos alguna vez, sólo eso. Por mi parte, prefiero los ojos verdes.
Lena abrió la boca y la cerró de nuevo, como si aspirase bocanadas de
aire.
—Y, ahora, ¿no tenemos que atrapar a unos criminales? No podremos
hacerlo sin una sonrisa en la cara —dijo, pellizcando a la pelirroja
cariñosamente en la barbilla.
Lena se preguntó si la morena estaba loca o sólo un poco ida. Por lo visto,
no le había parecido raro su comentario ni interpretaba sus palabras como
teo.
En aquel momento, a la luz de los faroles de las callejuelas de San
Francisco, Lena se dio cuenta de que Yulia le gustaba. Le gustaba porque
se enfrentaba a ella y porque se arriesgaba por una especie de sentido del
honor. Admiraba la facilidad que tenía para conseguir que la gente se
sintiese cómoda, que ella se sintiese cómoda. Lena tenía que reconocer
que se había equivocado con ella. ¿Y si Yulia Volkova era lo que estaba
buscando?
Mientras caminaba, la ojiverde se sintió sacudida por un alud de
emociones. Identificó la confusión y la precaución, pero había algo más,
algo nuevo, tal vez un atisbo de esperanza.
Cuando llegaron a casa de Anya, las luces estaban apagadas, salvo la de
la puerta de atrás. Entraron en silencio, prepararon té y fueron de puntillas
al despacho. Lena encendió el ordenador y Yulia entrechocó su taza con la
de la pelirroja.
—A ver si encontramos algo.
Lena examinó la pantalla y dejó a un lado el té para manejar el
teclado.
—¿No tenemos que esperar hasta después?
—Voy a abrir el programa y a conectarme con el sistema de la
oficina. Si hay alguien trabajando, esperaremos, pero podemos ver qué
están haciendo.
A Yulia le sorprendió que hubiese varias terminales funcionando a las
diez de la noche, una de ellas conectada a una página porno.
—Fíjate en ese santurrón. Se pasa el día diciéndole a la gente cómo
ser un buen cristiano, cómo hay que vestirse y comportarse. ¡Tendrías que
oírlo! Ya le hablaré yo de las casas con tejado de cristal.
—Ni se te ocurra. Se preguntaría si conoces su secreto y podría saltar
la alarma. Guárdate las cosas para ti. Tenemos que pescar un pez más
gordo que ese tipo.
—Bueno, bueno —concedió la morena—. Pero es una tentación.
En la otra terminal había una mujer que Yulia no conocía y que por lo
visto buscaba lugares para ir de vacaciones. Al cabo de veinte minutos las
dos terminales se apagaron.
Tras explicarle el procedimiento a Yulia, la pelirroja activó el programa,
que analizó rápidamente el contenido de todas las terminales. Luego abrió
la base de datos e inició la búsqueda de programas que pudiesen servirle al
comité para identificar parámetros de inversión.
Yulia, recostada en un gran sillón negro junto al ordenador, se
enderezó cuando Lena dijo:
—Investigaste por tu cuenta. ¿Qué has averiguado?
Se levantó y acercó el sillón al monitor. Era el único asiento de la
habitación y se deslizaba con facilidad sobre el suelo de madera.
—Principalmente he realizado análisis de las empresas en las que
invertía Vlad. Lo normal: balances, capital efectivo frente a deudas,
activos inmovilizados. Por lo menos la mitad eran buenas, pero algunas
sólo lo eran en apariencia, hasta que empezabas a profundizar, por ejemplo
en la categoría de activos inmovilizados. Una de ellas vende juguetes, pero
tiene una cantidad desproporcionada de activos inmovilizados en lujosos
coches de empresa y propiedades en las Bahamas. Y hay más así. He
estado investigando los antecedentes de los principales ejecutivos de las
empresas más mosqueantes.
Lena arqueó una ceja caoba.
—¿Mosqueantes?
Yulia buscó una expresión más conocida y, al oír unos rasguños en la
puerta del despacho, se levantó para dejar entrar a Tippy, que corrió hacia
la pelirroja y saltó sobre ella.
Lena lo sujetó en el aire, antes de que el gato aterrizase sobre el
teclado.
—¡Oh, no, de eso nada! Este es territorio prohibido para ti, señorito.
—Lo abrazó y se lo entregó a la morena, que se resignó a que sus vaqueros se
cubriesen de pelusa de gato.
—Te ayudaré a averiguar cosas sobre esos ejecutivos. Mis programas
pueden entrar en todas las empresas y recoger datos sobre los tipos en
cuestión. Tengo acceso a una base de datos sobre antecedentes y puedo
comprobar si alguien ha sido expedientado alguna vez o resulta
«mosqueante». Nos centraremos en los ejecutivos que te interesan.
Lena miró a Yulia y a Tippy, absortos el uno en la otra. Tippy había
puesto las patas delanteras sobre el pecho de la morena y la acariciaba entre
ronroneos, frotando la cabecita contra la barbilla de la joven y babeando.
La pelirroja sacudió la cabeza. «¡Qué suerte tiene el condenado gato!»
Volvió al programa y descargó y marcó algunas partes para
investigarlas posteriormente o para conectarse más tarde, cuando no
estuviese introducida en el sistema. Tardó horas en terminar.
Al fin decidió dejarlo. Yulia y Tippy estaban acurrucados en el sillón
y profundamente dormidos. «Eres preciosa.» Desconectó la base de datos y
apagó el ordenador.
Se inclinó sobre la morena, cogió a un reticente Tippy y lo puso en una de
las numerosas cestas que tenía por la casa. Luego sacudió ligeramente a
Yulia, que, con un mohín, farfulló:
—De ninguna manera, no lo haré.
Lena la sacudió de nuevo y susurró:
—Yulia, es hora de acostarse. Vamos, te meteré en la cama.
La morena sonrió sin abrir los ojos y agarró la mano que la había sacudido,
mientras se daba la vuelta y se acomodaba en el sillón. Sin duda pretendía
utilizar aquella cálida mano como almohada, porque arrastró a la pelirroja al
mismo tiempo. En aquel momento, Lena se hallaba en precario equilibrio,
a punto de caer sobre Yulia o de rodillas.
Consiguió sentarse en el brazo del sillón y se inclinó otra vez sobre
la morena, cuyo rostro reposaba en su mano. Adoraba el calor y el contacto de
Yulia, pero se esforzó por incorporarla.
—Vamos, te llevaré a la cama.
—De acuerdo. —la ojiazul dejó que Lena la levantase, y ambas fueron a
paso lento hasta la habitación de Yulia. Lena retiró las mantas antes de
que la morena se dejase caer sobre la cama. Permaneció con el rostro
semienterrado en la almohada y los pies aún en el suelo, mientras la pelirroja le
quitaba las zapatillas deportivas y pensaba qué debía hacer a continuación.
Lena no podía dormir con vaqueros y supuso que a Yulia le pasaría lo
mismo.
—De acuerdo, seguramente me pudriré en el infierno por disfrutar con
esto, pero te voy a quitar los vaqueros.
Desabrochó el botón y bajó la cremallera. Luego le quitó los
pantalones con mucho cuidado y la metió bajo las mantas con la sudadera
puesta. «No pienso ir más allá. Es pedirle demasiado a un ser humano.»
CONTINUARÁ...
Lesdrumm- Admin
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Localización : Trapped in some parallel universe
Re: IMPULSOS DE VIDA...
IMPULSOS DE VIDA
Capítulo 12
La puerta de la habitación de Yulia se abrió antes del amanecer y, dos
segundos después, con gran estrépito, una ronroneante bola de pelo aterrizó
sobre su pecho y le lamió la cara. La morena abrió los ojos y contempló la
oscuridad durante unos minutos, pugnando por salir de un maravilloso
sueño, en el que una amante decididamente alta y femenina la besaba y la
acariciaba. Tuvo que volver a la realidad. Apartó a Tippy con firmeza y se
levantó. Tras desperezarse, se dirigió al baño y se duchó.
Cuando se estaba secando, percibió el aroma del café. Vio una taza
humeante sobre la mesilla y dio las gracias en silencio a la diosa del café.
Alguien había colgado la ropa que ella había metido en la bolsa, para que
estuviese presentable. «Ni siquiera recuerdo haberme acostado. ¿Cuándo
duerme esa mujer?» Veinte minutos después, vestida y preparada, se
presentó en la cocina.
Lena estaba tomando café con un bollo. Se había aplicado un poco de
maquillaje y llevaba la melena de rizos recogida tras la nuca con un
broche, para dejar el rostro al descubierto. Vestía un traje de Armani y
unos maravillosos zapatos italianos de piel. Yulia se quedó anonadada.
Cogió la taza de la pelirroja, sirvió más café para ambas y permanecieron
en agradable silencio. «A las dos nos gusta la tranquilidad por la mañana.
Genial.» Después de desayunar, la morena recogió la mesa y fregó las tazas,
mientras Lena preparaba café para llevar y ponía otra cafetera al fuego
para que Anya y Marina tuviesen café recién hecho cuando despertasen.
Cogieron los maletines y los bolsos, y salieron. Cuando estaban en el
coche, Yulia rompió al fin el hechizo.
—Hum, te agradezco que anoche me metieras en la cama. No me
acuerdo de nada, pero... Y gracias por quitarme los vaqueros. Odio dormir
vestida.
Lena contempló la carretera.
—A mí me pasa lo mismo. ¿Te ha gustado el despertador de esta
mañana?
—Digamos que mi maravilloso sueño se vio interrumpido por un
bicho babeante y lleno de pelos. Y dejémoslo así.
Al cabo de unos minutos, la pelirroja la miró.
—¿Sueño?
Un repentino ataque de tos, provocado por un atragantamiento de
café, interrumpió la conversación. La morena estuvo a punto de echárselo por
encima y de manchar el coche.
Cuando pasaron por el peaje del puente Golden Gate,
Yulia miró de reojo a Lena, cuyo perfil revelaba un asomo de sonrisa.
Yulia se aclaró la garganta.
—Se te ve muy preparada para la conferencia. ¿Qué harás hasta la
hora de comer? Puedes utilizar mi apartamento, si quieres. Así los mirones
tendrán algo que hacer.
—Gracias por el ofrecimiento, pero tengo que hablar con mi
cazatalentos, porque necesitamos empleados. Luego, visitas a unos clientes
y la conferencia en el hotel Omni.
la pelirroja parecía distante y preocupada.
—¿Te pone nerviosa pronunciar discursos?
—No, creo que es lo que menos me molesta. —Lena esbozó una
sonrisa irónica—. Me he entrenado bien. Mientras haya distancia entre los
oyentes y yo, puedo verlos como mis mejores amigos. Pero, cuando
quieren un contacto personal, casi siempre procuro mantenerlos a raya.
A Yulia le gustó que Lena dijese «casi siempre», y esperaba que el
comentario fuese por ella, porque tenía algo que pedirle.
—Estoy deseando presentarte a Pat. Seguro que os caéis de maravilla.
Y me apetece mucho el plan de esta noche. Tendré que volver a casa para
cambiarme. ¿Te importa si quedamos allí? Podemos coger un taxi para
reunimos con Pat y su misterioso amigo, o podemos ir en coche. Tengo
garaje y volveremos tarde. ¿No prefieres pasar la noche en mi apartamento,
en lugar de conducir hasta Bolinas? Sé que no es ideal, por los micros y
todo eso, pero, mientras no hablemos de nada comprometido, todo irá bien.
La morena se quedó sin aliento tras soltarlo todo de corrido. Tenía que
hacerlo así; de lo contrario, le faltaría el valor. Se dio cuenta de que la pelirroja
iba a poner objeciones y se anticipó:
—Piénsalo. La invitación sigue en pie. —Respiró al fin.
Lena permaneció en silencio, distante, mientras conducía hasta el
edificio de apartamentos de Yulia y utilizaba la tarjeta electrónica de la
joven para acceder al garaje. Lena comprobó el entorno para cerciorarse de
que estaban solas y, luego, trasladó las cosas de la ojiazul a su coche. Antes de
salir del garaje, Yulia le dio su tarjeta electrónica extra para el
aparcamiento de invitados.
Cuando se dirigía al trabajo en el coche, Yulia se preguntó si no se
habría excedido al invitar a Lena a quedarse en su casa. Pero era lo más
amable que podía hacer, pues, de lo contrario, la chica tendría que conducir
hasta Bolinas a altas horas de la madrugada después de un día muy largo.
Esperaba no haberse pasado y que Lena no se hubiese puesto nerviosa.
Aquella mujer resultaba desquiciante. «Al fin y al cabo, entre amigas esas
invitaciones son de lo más normal.» Aunque comprendió que tal vez la pelirroja
no tuviese mucha experiencia en el apartado de «amigas». De todas
formas, en aquel momento tenía una amiga, así que ya era hora de que
aprendiese.
Lena esperó a ver si alguien seguía a Yulia y, luego, se sumergió en
el tráfico. Sus reuniones eran de naturaleza muy diferente a lo que le había
contado a la morena. Se dirigía al edificio federal.
Conducir por el centro de San Francisco en hora punta era, para ella,
como intentar aparcar antes de un partido de los Cuarenta y Nueve de San
Francisco: algo lento y tedioso. Recorrió los desfiladeros de la ciudad hasta
su destino, mientras su humor se contagiaba de la niebla y el frío de la
mañana, a pesar de la calefacción de los asientos. Los efectos positivos del
café desaparecieron en el momento en que Yulia salió del coche. «La echo
de menos. Peor aún, me preocupo cuando no está conmigo, y eso no es
bueno.»
Lena se sentía crispada. No le gustaba involucrar a una persona
inocente en una operación. Daba igual que la morena se hubiese ofrecido
voluntaria. No conocía el alcance del asunto, ni sabía lo peligrosa que
podía ser aquella gente. Y, sobre todo, Lena odiaba mentirle. Mentir por
omisión seguía siendo un engaño.
La pelirroja estaba harta de la trama cuidadosamente construida de medias
verdades en que se había convertido su vida. Bastaba con que Marina y Anya
se viesen involucradas de vez en cuando, aunque fuese muy de lejos.
Conocían los riesgos. Se exponían al peligro, pero Yulia podía morir. Su
amiga. Diablos, era más que eso y lo sabía. Le importaba mucho.
«Mierda.» Todo era culpa suya. Durante todos aquellos años debería
haberse atenido al plan original, pero no, se había metido en el terreno de
la intriga y el misterio, arrastrando a los demás con ella. «Si le ocurre algo
a Yulia...»
Como había hecho tantas veces, aparcó y dio un rodeo para diriguirse
a la reunión, cerciorándose de que no la seguían. Tenía el radar muy bien
sintonizado a nivel inconsciente. Su impresionante aspecto hacía que
muchas cabezas se volviesen, pero había desarrollado la capacidad de ser
invisible. El señor Odo le había enseñado a dedicar toda su energía a
desaparecer y, curiosamente, funcionaba. Había caminado por las calles
más peligrosas del mundo sin que la viesen.
Al llegar al edificio federal se relajó. En cuanto las puertas del
ascensor se abrieron, una joven de la edad que tenía Lena cuando todo
aquello había empezado la esperaba para acompañarla a una sala de
reuniones, donde le pidió que aguardase. La pelirroja se acercó a la ventana y
contempló las calles del distrito financiero.
Maggie Cunningham y Jim Frellen aparecieron enseguida. Lena los
había conocido en la entrevista inicial, cuando tenía sólo diecinueve años y
acababa de graduarse en Stanford. Con los años, Jim se había convertido en
su principal contacto dentro del FBI, y la coronel Cunningham actuaba de
enlace entre ella y las operaciones encubiertas en las que a veces
participaba. Rápidamente se pusieron a trabajar.
—Te has introducido. Estupendo —dijo Jim—. ¿Algún problema
hasta el momento? ¿Sospecha alguien de tu contacto?
Lena sabía muy bien lo que podía suceder si algo salía mal.
—Tranquilo, Jim. No se halla comprometida. Pero me sentiría mucho
más cómoda si ella saliera zumbando de allí ahora que ha instalado el
software. No me gusta que una persona inocente esté tan metida en esta
operación. Hay muchas cosas que pueden salir mal. No la han entrenado
para esto.
—Antes no te importaba tanto, Lena —repuso Jim con brusquedad—.
Tiene que aguantar hasta que acabemos de hacer el análisis. Es mejor tener
a alguien dentro. Se ha mostrado dispuesta a cooperar, ¿no?
—Dejó bien claro que estaría allí hasta que tuviéramos lo que
necesitamos. ¿Tienes pistas sobre quién la vigila? —A la pelirroja le molestó el
tono displicente de Jim al referirse a Yulia.
Jim comprobó sus notas.
—Sí. Uno es un fanático de los ordenadores, Jeffrey Simpkin, que está
en el asunto por dinero. Conduce la furgoneta y maneja los aparatos.
Creemos que el otro es Günter Schmidt, alias Hatch. Ha trabajado otras
veces para Dieter y no es trigo limpio. Malo y peligroso. Es el ejecutor del
equipo, aparte de un completo gilipollas. Disfruta con su trabajo; digamos
que va más allá del deber. Ten cuidado, Lena. Seguro que no le gustó que
lo vieras en el restaurante la otra noche.
—Puedo afrontarlo —replicó la ojiverde lacónicamente y les enseñó la
bolsa de plástico que contenía los aparatos de vigilancia desactivados—.
Los encontré en el apartamento de la señorita Volkova. Dejamos un micro y
la cinta del teléfono. A ver si podéis conseguir algo con eso. —Se echó
hacia atrás para indicar que la reunión había concluido.
—Gracias, Jim. Nos vemos luego. —Maggie no apartó los ojos de
Lena, mientras Jim recogía la bolsa y sus notas y se iba.
—¿Qué sucede, Lena? Parece que este proyecto te afecta mucho.
¿Qué ha cambiado?
—No ha cambiado nada —respondió la pelirroja—. Sabes que no me gusta
que Anya se vea involucrada. Eso es todo.
Maggie no dijo nada, esperando que Lena se explicase. Como
responsable de la pelirroja, la había ayudado antes y siempre le había dicho la
verdad, y con el paso del tiempo se había generado entre ellas cierta
confianza. Los años de experiencia de Maggie en el ejército le permitían
identificar los síntomas de estrés en los jóvenes agentes. También había
aprendido a ser paciente, así que esperó.
Lena habló por fin:
—Estoy harta de proyectos, harta de arrastrar a gente inocente
conmigo, de destruir su patética fe en la justicia y en la ecuanimidad. Tal
vez esté quemada. No lo sé. —Lena no quería mirar a Maggie a los ojos y
desvió la vista.
Maggie estaba sorprendida. No contaba con aquello. De pronto, lo
entendió. Había leído el informe completo sobre Yulia Volkova, que contenía
fotos. Era una mujer preciosa y, por lo que sabía, totalmente natural. «Le
gusta. Dios mío. A Lena Katina le gusta. Vaya, vaya.»
Eligió las palabras con mucho cuidado:
—¿Estás preocupada por la señorita Volkova? ¿Hay algo que no nos
hayas dicho?
La forma en que Lena evitó mirarla le aclaró todo. «Debe de ser
difícil para ti. Es algo que no puedes controlar, seguramente por primera
vez en tu vida.» Maggie le rozó el brazo para reclamar su atención; la pelirroja
se puso rígida, pero no se apartó.
—No pasa nada. No pasa nada porque te guste alguien, porque sientas
algo por ella. ¿Cómo crees que conoció Jim a su mujer? Esa de la que
habla sin parar, si le dejas. Casi todos nosotros tenemos historias
parecidas.
—No me «gusta» ella. —Lena alzó los dedos para entrecomillar la
palabra y habló en tono defensivo.
Maggie sabía que se estaba adentrando en un terreno peligroso, pero
insistió:
—Nosotros la cuidaremos cuando vuelvas a Washington. Lo prometo.
¿Te parece bien?
Lena suspiró e hizo un gesto de asentimiento.
—¿Lo sabe? Me refiero a... si sabe que te gusta.
La pelirroja la miró, sorprendida.
—¡No, por Dios! Ni siquiera yo sé si ella... No. No puedo permitirme una relación. Sería como poner un blanco en la espalda de alguien. No
puedo hacerlo, de ninguna manera. —La emoción se apoderó de su voz.
Maggie sabía que Lena odiaba mostrar sus debilidades delante de sus
colegas. Esperaba que la agente la considerase de otra forma.
—Lena, siempre has tenido una tapadera muy buena. Tu verdadero
trabajo explica de sobra tus viajes y tus relaciones. Es normal que te guste
alguien. Si se trata de algo importante, deja la tapadera a un lado y atente a
tu propósito original: desarrollar software. Te ayudaré a conseguirlo, de
verdad.
Lena parecía recelosa.
—Mientras, cuidaremos de ella y de los tuyos. Esos tipos son
despiadados. Acabemos con esto y, luego, piensa en tu futuro. ¿De
acuerdo? —Maggie trató de infundirle confianza.
Lena había cumplido con creces. Maggie esperaba que Yulia Volkova la
correspondiese, porque dudaba que la pelirroja lo intentase otra vez si no
funcionaba. Pero, en aquel momento, debía ocuparse de lo que tenían entre
manos. —¿La vas a ver hoy?
—Asistirá a mi conferencia. Luego iremos a cenar con su mejor
amigo de la universidad y un conocido de éste. El amigo se llama Pat
Hideo. Es contable forense en Boston, seguramente en Marley-Willams.
Compruébalo, ¿quieres? A conciencia.
Se levantó para irse, pero se detuvo, miró a Maggie y habló en tono
vacilante:
—Maggie, yo, hum, gracias. En serio. Ella es... muy diferente. —Se
estrecharon la mano.
—Suerte. La señorita Volkova parece muy agradable.
La reunión había concluido.
Yulia condujo hasta el trabajo con el piloto automático. Necesitaba
infundirse valor antes de ver a Vlad, así que se detuvo en el Café de Sally,
frente a su oficina.
Ling, una joven china que atendía el mostrador y las cafeteras, la
saludó con su sonrisa habitual, a pesar de que tenía ojeras. Se habían hecho
amigas el año anterior, pues la morena frecuentaba el establecimiento casi
todos los días.
Como reinaba cierta tranquilidad en aquel momento, charlaron un
rato.
—¿Cómo estás, Ling?
—Bien.
—¿Y tu madre? ¿Se encuentra bien?
La madre de Ling trabajaba de limpiadora en las oficinas de Yulia. Se
habían conocido un día en que la ojiazul fue a tomar café antes del trabajo, y la
madre de Ling, que había terminado su turno, pasó a ver a su hija.
—Creo que sí —respondió Ling—. Nunca se queja.
«Lleva el peso de la familia.» Yulia sabía, por conversaciones
previas, que Ling trabajaba a jornada completa, estudiaba en el instituto y
ayudaba con sus hermanos pequeños.
—A veces hablamos de la gente para la que trabajamos —explicó
Ling—. En el mostrador oyes decir de todo a los clientes, pero mi madre
ve cosas muy raras. Hablamos las dos porque los demás son demasiado
pequeños. ¡Ufl ¡Vaya historias! —Abrió mucho los ojos y las dos se
echaron a reír.
—¿Cuando tu madre entra a trabajar no se han marchado todos?
—Casi siempre, pero a veces abre una puerta y la tiene que cerrar a
todo correr por decencia. Te sorprenderías. —Ling se puso colorada.
Seguramente no tenía importancia, pero Yulia sintió curiosidad.
—¡No me digas! ¿En serio? —la morena echó un vistazo para comprobar
si estaban solas y, luego, se inclinó sobre el mostrador con aire conspirador
—. ¿Y qué ha visto?
—Mi madre entró en una sala de reuniones del piso dieciséis —
susurró Ling— ¡y había dos personas... haciendo ya sabes qué encima de la
mesa! Ling y Yulia se taparon la boca y se rieron.
—¿Tu madre los conocía? —la ojiazul trabajaba en el piso dieciséis y se
preguntó si Vladimir habría caído tan bajo.
—Los había visto antes, porque quedaban después del trabajo.
Siempre se mostraban groseros con ella. La trataban como si no existiera.
Me dijo que no la había sorprendido verlos haciendo semejantes cosas,
porque era gente de nivel muy bajo. Otras veces había visto a personas
enamoradas, pero aquellos dos no eran así. Nada de amor, sólo eso.
—¿La vieron?
—¡No, estaban demasiado ocupados! —Ambas se rieron de nuevo.
Ling le dio a Yulia su café con leche y lo cobró. La morena metió el
habitual dólar de propina en el bote que estaba junto a la caja registradora
y se disponía a salir cuando se le ocurrió otra pregunta.
—Ling, ¿tu madre podría describirlos? No quiero causarle problemas
a nadie, pero tengo buenos motivos para preguntar. —A Ling le bastó con
esa explicación, porque no dudó ni un momento.
—Según mi madre, la mujer trabajaba en esa planta. Tenía el pelo
castaño y corto, y unas uñas muy largas y pintadas de rojo. El no es un jefe,
pero ella sí. Mi madre no sabe si el hombre trabaja allí. Sólo lo vio en esas
reuniones tardías. Tiene el pelo claro y una mirada fría. A mi madre le
daba miedo. Se alegró de que no la viesen.
Llegaron más clientes, así que Yulia le guiñó un ojo a Ling y se
despidió de ella. Avanzó lentamente entre la fila de clientes, sosteniendo el
café en alto para no derramarlo. La descripción no encajaba con Vlad, por
lo que ella se sintió aliviada.
Estaba citada con Vladimir a las diez. Comprobó sus correos electrónicos,
devolvió algunas llamadas y unos minutos después Mary le recordó la cita.
Georgia estaba instalada tras su mesa, vigilando la puerta. Ignoró la
presencia de Yulia y siguió hablando por teléfono unos buenos cinco
minutos. Mientras lo hacía, se miraba inconscientemente las uñas, lo cual
hizo que la morena se fijase: «Hum. Pelo castaño corto, uñas largas y rojas, no
es directiva, pero ella cree que sí. Bingo». Yulia entrecerró los ojos en un
gesto de concentración. «Pero, ¿quién es el tipo? En la oficina nadie encaja
con esa descripción. Sólo una persona que conozco “da miedo”: Dieter».
Estuvo a punto de reírse a carcajadas de sus brillantes conclusiones.
Cuando por fin Yulia fue anunciada, pasó ante la mesa de Georgia y le
dedicó su expresión más inocente.
—Que tengas un buen día, Georgia. —Sintió los ojos que le
taladraban la espalda cuando cerró la puerta con firmeza.
Vladimir también estaba hablando por teléfono; parecía como si estuviese
discutiendo con alguien. Concluyó la llamada enseguida, pero estaba
acalorado y molesto. Unos días antes Yulia se habría preocupado; en aquel
momento se alegraba de que él ya no fuese su problema.
—¿Te encuentras bien, Vladimir? Te veo un poco nervioso. —La
curiosidad de la morena era sincera.
—En realidad, estoy cansado. Esto ha sido una locura, entre organizar
carteras de valores y las reuniones con los clientes. Tendrían que estarme
agradecidos por acceder desde el primer momento a esta oferta pública de
acciones.
Yulia se quedó callada. Habían discutido a menudo sobre aquel tema.
Una cosa era participar en una oferta pública inicial de acciones que tenían
futuro, pero aquéllas... Las posibilidades de fraude y de pleitos
sobrepasaban con mucho las hipotéticas ganancias. La presión sobre Vlad
iba en aumento. O tal vez fuesen las reuniones nocturnas.
Vladimir entendió el silencio de la morena y cambió de tema.
—Y bien, ¿a qué debo el honor de tu visita?
—Vamos al grano, Vladimir. ¿Tienes algo que ver con el tipo que entró en
mi apartamento después de que te sorprendiese con Karen Phillips?
—¿Qué? ¡No! Ya te dije que yo no hago semejantes cosas. ¿Por qué
habría de hacer algo así? —Parecía sincero y empezó a sudar de forma
evidente.
—El hombre que me atacó me dijo que hiciese lo que me mandasen.
Era asqueroso, Vlad. Y cuando intentó secuestrarme en el aparcamiento
del restaurante, tú y yo acabábamos de discutir. No he insistido porque no
quería creer que estuvieses relacionado con él, pero, aparte de ti, ¿quién
querría que yo hiciese lo que me mandasen? Y las circunstancias en que se
produjeron los ataques resultan sospechosas, como mínimo. —Mientras
Yulia hablaba, Vladmir sudaba a raudales. Se había puesto colorado, pero lo
más llamativo era el miedo que reflejaban sus ojos. La morena ya lo había
notado en el restaurante.
—Escucha, Yulia. No sé quién diablos es ese tipo ni por qué te atacó.
Tal vez te confundió con otra persona o puede que sea un psicópata que te
acosa. Eres muy guapa. Algunos individuos se excitan asustando a las
mujeres. ¿Has ido a la policía?
Yulia no dijo nada.
Vlad se aclaró la garganta.
—Por cierto, ¿cómo te libraste de él?
La morena decidió dar por concluida la visita. Al levantarse de la silla, dijo
en un tono de total indiferencia:
—Una amiga. —Contuvo la respiración hasta que salió del despacho
de Vlad.
Vladmir se quedó mirando la puerta durante un buen rato después de que
Yulia se marchase. Lo que le había contado era muy inquietante. Llamó a
Georgia y le pidió que fuese a su despacho. Georgia entró con expresión
irritada.
—¿Sabes algo del ataque que sufrió Yulia la semana pasada?
Georgia lo miró con frialdad.
—¿Por qué tendría que saber algo sobre una cosa así?
Vlad reprimió su ira.
—Escucha, Yulia no tiene nada que ver con nuestro trato. Hemos roto
el compromiso y ahora es sólo una empleada. La necesito para que
tranquilice a sus clientas hasta después de la oferta pública de acciones. Eso
es todo. No di el visto bueno para malos rollos. Por tanto, si tienes algo que
ver, déjalo.
Georgia cruzó la estancia y se indinó sobre la mesa de Vladimir, al que
miró con cara de desprecio. Las narices de ambos casi se rozaban. Vlad
notó que el aliento de la mujer olía a ajo cuando ésta habló.
—Harás todo lo que te digan y cuando te lo digan. Estás metido en
esto hasta ese cuello egoísta e insignificante que tienes y no te encuentras
en disposición de dar órdenes de ningún tipo. Hay pruebas de sobra de tu
participación, Vladimir. Si se te ocurre estornudar en la dirección equivocada,
tu carrera habrá terminado. Y no te librarás con una palmadita en la mano
y una multa. Irás a la cárcel como un delincuente. Me han contado que allí
no juegan a tenis todos los días. Piénsalo.
Georgia se enderezó, cruzó los brazos y le lanzó una mirada
fulminante.
—¿Alguna cosa más, señor? —El sarcasmo que transmitía aquella voz
revolvió el estómago de Vlad. Georgia dio la vuelta para marcharse, pero,
cuando llegó a la puerta, preguntó—: ¿Quiere que le pida la comida, señor?
—No, gracias. Voy a ir a mi club de tenis.
—Buena suerte.
Vladimir vio cómo se cerraba la puerta y giró el sillón para mirar por la
ventana. Disfrutaba de una magnífica vista de la bahía, Alcatraz y los
puentes. Su mirada se posó en Alcatraz. Luego se reclinó en el sillón y
clavó los dedos bajo la barbilla.
—¿Qué he hecho?
CONTINUARÁ...
En unos días subo mas de la historia.
Capítulo 12
La puerta de la habitación de Yulia se abrió antes del amanecer y, dos
segundos después, con gran estrépito, una ronroneante bola de pelo aterrizó
sobre su pecho y le lamió la cara. La morena abrió los ojos y contempló la
oscuridad durante unos minutos, pugnando por salir de un maravilloso
sueño, en el que una amante decididamente alta y femenina la besaba y la
acariciaba. Tuvo que volver a la realidad. Apartó a Tippy con firmeza y se
levantó. Tras desperezarse, se dirigió al baño y se duchó.
Cuando se estaba secando, percibió el aroma del café. Vio una taza
humeante sobre la mesilla y dio las gracias en silencio a la diosa del café.
Alguien había colgado la ropa que ella había metido en la bolsa, para que
estuviese presentable. «Ni siquiera recuerdo haberme acostado. ¿Cuándo
duerme esa mujer?» Veinte minutos después, vestida y preparada, se
presentó en la cocina.
Lena estaba tomando café con un bollo. Se había aplicado un poco de
maquillaje y llevaba la melena de rizos recogida tras la nuca con un
broche, para dejar el rostro al descubierto. Vestía un traje de Armani y
unos maravillosos zapatos italianos de piel. Yulia se quedó anonadada.
Cogió la taza de la pelirroja, sirvió más café para ambas y permanecieron
en agradable silencio. «A las dos nos gusta la tranquilidad por la mañana.
Genial.» Después de desayunar, la morena recogió la mesa y fregó las tazas,
mientras Lena preparaba café para llevar y ponía otra cafetera al fuego
para que Anya y Marina tuviesen café recién hecho cuando despertasen.
Cogieron los maletines y los bolsos, y salieron. Cuando estaban en el
coche, Yulia rompió al fin el hechizo.
—Hum, te agradezco que anoche me metieras en la cama. No me
acuerdo de nada, pero... Y gracias por quitarme los vaqueros. Odio dormir
vestida.
Lena contempló la carretera.
—A mí me pasa lo mismo. ¿Te ha gustado el despertador de esta
mañana?
—Digamos que mi maravilloso sueño se vio interrumpido por un
bicho babeante y lleno de pelos. Y dejémoslo así.
Al cabo de unos minutos, la pelirroja la miró.
—¿Sueño?
Un repentino ataque de tos, provocado por un atragantamiento de
café, interrumpió la conversación. La morena estuvo a punto de echárselo por
encima y de manchar el coche.
Cuando pasaron por el peaje del puente Golden Gate,
Yulia miró de reojo a Lena, cuyo perfil revelaba un asomo de sonrisa.
Yulia se aclaró la garganta.
—Se te ve muy preparada para la conferencia. ¿Qué harás hasta la
hora de comer? Puedes utilizar mi apartamento, si quieres. Así los mirones
tendrán algo que hacer.
—Gracias por el ofrecimiento, pero tengo que hablar con mi
cazatalentos, porque necesitamos empleados. Luego, visitas a unos clientes
y la conferencia en el hotel Omni.
la pelirroja parecía distante y preocupada.
—¿Te pone nerviosa pronunciar discursos?
—No, creo que es lo que menos me molesta. —Lena esbozó una
sonrisa irónica—. Me he entrenado bien. Mientras haya distancia entre los
oyentes y yo, puedo verlos como mis mejores amigos. Pero, cuando
quieren un contacto personal, casi siempre procuro mantenerlos a raya.
A Yulia le gustó que Lena dijese «casi siempre», y esperaba que el
comentario fuese por ella, porque tenía algo que pedirle.
—Estoy deseando presentarte a Pat. Seguro que os caéis de maravilla.
Y me apetece mucho el plan de esta noche. Tendré que volver a casa para
cambiarme. ¿Te importa si quedamos allí? Podemos coger un taxi para
reunimos con Pat y su misterioso amigo, o podemos ir en coche. Tengo
garaje y volveremos tarde. ¿No prefieres pasar la noche en mi apartamento,
en lugar de conducir hasta Bolinas? Sé que no es ideal, por los micros y
todo eso, pero, mientras no hablemos de nada comprometido, todo irá bien.
La morena se quedó sin aliento tras soltarlo todo de corrido. Tenía que
hacerlo así; de lo contrario, le faltaría el valor. Se dio cuenta de que la pelirroja
iba a poner objeciones y se anticipó:
—Piénsalo. La invitación sigue en pie. —Respiró al fin.
Lena permaneció en silencio, distante, mientras conducía hasta el
edificio de apartamentos de Yulia y utilizaba la tarjeta electrónica de la
joven para acceder al garaje. Lena comprobó el entorno para cerciorarse de
que estaban solas y, luego, trasladó las cosas de la ojiazul a su coche. Antes de
salir del garaje, Yulia le dio su tarjeta electrónica extra para el
aparcamiento de invitados.
Cuando se dirigía al trabajo en el coche, Yulia se preguntó si no se
habría excedido al invitar a Lena a quedarse en su casa. Pero era lo más
amable que podía hacer, pues, de lo contrario, la chica tendría que conducir
hasta Bolinas a altas horas de la madrugada después de un día muy largo.
Esperaba no haberse pasado y que Lena no se hubiese puesto nerviosa.
Aquella mujer resultaba desquiciante. «Al fin y al cabo, entre amigas esas
invitaciones son de lo más normal.» Aunque comprendió que tal vez la pelirroja
no tuviese mucha experiencia en el apartado de «amigas». De todas
formas, en aquel momento tenía una amiga, así que ya era hora de que
aprendiese.
Lena esperó a ver si alguien seguía a Yulia y, luego, se sumergió en
el tráfico. Sus reuniones eran de naturaleza muy diferente a lo que le había
contado a la morena. Se dirigía al edificio federal.
Conducir por el centro de San Francisco en hora punta era, para ella,
como intentar aparcar antes de un partido de los Cuarenta y Nueve de San
Francisco: algo lento y tedioso. Recorrió los desfiladeros de la ciudad hasta
su destino, mientras su humor se contagiaba de la niebla y el frío de la
mañana, a pesar de la calefacción de los asientos. Los efectos positivos del
café desaparecieron en el momento en que Yulia salió del coche. «La echo
de menos. Peor aún, me preocupo cuando no está conmigo, y eso no es
bueno.»
Lena se sentía crispada. No le gustaba involucrar a una persona
inocente en una operación. Daba igual que la morena se hubiese ofrecido
voluntaria. No conocía el alcance del asunto, ni sabía lo peligrosa que
podía ser aquella gente. Y, sobre todo, Lena odiaba mentirle. Mentir por
omisión seguía siendo un engaño.
La pelirroja estaba harta de la trama cuidadosamente construida de medias
verdades en que se había convertido su vida. Bastaba con que Marina y Anya
se viesen involucradas de vez en cuando, aunque fuese muy de lejos.
Conocían los riesgos. Se exponían al peligro, pero Yulia podía morir. Su
amiga. Diablos, era más que eso y lo sabía. Le importaba mucho.
«Mierda.» Todo era culpa suya. Durante todos aquellos años debería
haberse atenido al plan original, pero no, se había metido en el terreno de
la intriga y el misterio, arrastrando a los demás con ella. «Si le ocurre algo
a Yulia...»
Como había hecho tantas veces, aparcó y dio un rodeo para diriguirse
a la reunión, cerciorándose de que no la seguían. Tenía el radar muy bien
sintonizado a nivel inconsciente. Su impresionante aspecto hacía que
muchas cabezas se volviesen, pero había desarrollado la capacidad de ser
invisible. El señor Odo le había enseñado a dedicar toda su energía a
desaparecer y, curiosamente, funcionaba. Había caminado por las calles
más peligrosas del mundo sin que la viesen.
Al llegar al edificio federal se relajó. En cuanto las puertas del
ascensor se abrieron, una joven de la edad que tenía Lena cuando todo
aquello había empezado la esperaba para acompañarla a una sala de
reuniones, donde le pidió que aguardase. La pelirroja se acercó a la ventana y
contempló las calles del distrito financiero.
Maggie Cunningham y Jim Frellen aparecieron enseguida. Lena los
había conocido en la entrevista inicial, cuando tenía sólo diecinueve años y
acababa de graduarse en Stanford. Con los años, Jim se había convertido en
su principal contacto dentro del FBI, y la coronel Cunningham actuaba de
enlace entre ella y las operaciones encubiertas en las que a veces
participaba. Rápidamente se pusieron a trabajar.
—Te has introducido. Estupendo —dijo Jim—. ¿Algún problema
hasta el momento? ¿Sospecha alguien de tu contacto?
Lena sabía muy bien lo que podía suceder si algo salía mal.
—Tranquilo, Jim. No se halla comprometida. Pero me sentiría mucho
más cómoda si ella saliera zumbando de allí ahora que ha instalado el
software. No me gusta que una persona inocente esté tan metida en esta
operación. Hay muchas cosas que pueden salir mal. No la han entrenado
para esto.
—Antes no te importaba tanto, Lena —repuso Jim con brusquedad—.
Tiene que aguantar hasta que acabemos de hacer el análisis. Es mejor tener
a alguien dentro. Se ha mostrado dispuesta a cooperar, ¿no?
—Dejó bien claro que estaría allí hasta que tuviéramos lo que
necesitamos. ¿Tienes pistas sobre quién la vigila? —A la pelirroja le molestó el
tono displicente de Jim al referirse a Yulia.
Jim comprobó sus notas.
—Sí. Uno es un fanático de los ordenadores, Jeffrey Simpkin, que está
en el asunto por dinero. Conduce la furgoneta y maneja los aparatos.
Creemos que el otro es Günter Schmidt, alias Hatch. Ha trabajado otras
veces para Dieter y no es trigo limpio. Malo y peligroso. Es el ejecutor del
equipo, aparte de un completo gilipollas. Disfruta con su trabajo; digamos
que va más allá del deber. Ten cuidado, Lena. Seguro que no le gustó que
lo vieras en el restaurante la otra noche.
—Puedo afrontarlo —replicó la ojiverde lacónicamente y les enseñó la
bolsa de plástico que contenía los aparatos de vigilancia desactivados—.
Los encontré en el apartamento de la señorita Volkova. Dejamos un micro y
la cinta del teléfono. A ver si podéis conseguir algo con eso. —Se echó
hacia atrás para indicar que la reunión había concluido.
—Gracias, Jim. Nos vemos luego. —Maggie no apartó los ojos de
Lena, mientras Jim recogía la bolsa y sus notas y se iba.
—¿Qué sucede, Lena? Parece que este proyecto te afecta mucho.
¿Qué ha cambiado?
—No ha cambiado nada —respondió la pelirroja—. Sabes que no me gusta
que Anya se vea involucrada. Eso es todo.
Maggie no dijo nada, esperando que Lena se explicase. Como
responsable de la pelirroja, la había ayudado antes y siempre le había dicho la
verdad, y con el paso del tiempo se había generado entre ellas cierta
confianza. Los años de experiencia de Maggie en el ejército le permitían
identificar los síntomas de estrés en los jóvenes agentes. También había
aprendido a ser paciente, así que esperó.
Lena habló por fin:
—Estoy harta de proyectos, harta de arrastrar a gente inocente
conmigo, de destruir su patética fe en la justicia y en la ecuanimidad. Tal
vez esté quemada. No lo sé. —Lena no quería mirar a Maggie a los ojos y
desvió la vista.
Maggie estaba sorprendida. No contaba con aquello. De pronto, lo
entendió. Había leído el informe completo sobre Yulia Volkova, que contenía
fotos. Era una mujer preciosa y, por lo que sabía, totalmente natural. «Le
gusta. Dios mío. A Lena Katina le gusta. Vaya, vaya.»
Eligió las palabras con mucho cuidado:
—¿Estás preocupada por la señorita Volkova? ¿Hay algo que no nos
hayas dicho?
La forma en que Lena evitó mirarla le aclaró todo. «Debe de ser
difícil para ti. Es algo que no puedes controlar, seguramente por primera
vez en tu vida.» Maggie le rozó el brazo para reclamar su atención; la pelirroja
se puso rígida, pero no se apartó.
—No pasa nada. No pasa nada porque te guste alguien, porque sientas
algo por ella. ¿Cómo crees que conoció Jim a su mujer? Esa de la que
habla sin parar, si le dejas. Casi todos nosotros tenemos historias
parecidas.
—No me «gusta» ella. —Lena alzó los dedos para entrecomillar la
palabra y habló en tono defensivo.
Maggie sabía que se estaba adentrando en un terreno peligroso, pero
insistió:
—Nosotros la cuidaremos cuando vuelvas a Washington. Lo prometo.
¿Te parece bien?
Lena suspiró e hizo un gesto de asentimiento.
—¿Lo sabe? Me refiero a... si sabe que te gusta.
La pelirroja la miró, sorprendida.
—¡No, por Dios! Ni siquiera yo sé si ella... No. No puedo permitirme una relación. Sería como poner un blanco en la espalda de alguien. No
puedo hacerlo, de ninguna manera. —La emoción se apoderó de su voz.
Maggie sabía que Lena odiaba mostrar sus debilidades delante de sus
colegas. Esperaba que la agente la considerase de otra forma.
—Lena, siempre has tenido una tapadera muy buena. Tu verdadero
trabajo explica de sobra tus viajes y tus relaciones. Es normal que te guste
alguien. Si se trata de algo importante, deja la tapadera a un lado y atente a
tu propósito original: desarrollar software. Te ayudaré a conseguirlo, de
verdad.
Lena parecía recelosa.
—Mientras, cuidaremos de ella y de los tuyos. Esos tipos son
despiadados. Acabemos con esto y, luego, piensa en tu futuro. ¿De
acuerdo? —Maggie trató de infundirle confianza.
Lena había cumplido con creces. Maggie esperaba que Yulia Volkova la
correspondiese, porque dudaba que la pelirroja lo intentase otra vez si no
funcionaba. Pero, en aquel momento, debía ocuparse de lo que tenían entre
manos. —¿La vas a ver hoy?
—Asistirá a mi conferencia. Luego iremos a cenar con su mejor
amigo de la universidad y un conocido de éste. El amigo se llama Pat
Hideo. Es contable forense en Boston, seguramente en Marley-Willams.
Compruébalo, ¿quieres? A conciencia.
Se levantó para irse, pero se detuvo, miró a Maggie y habló en tono
vacilante:
—Maggie, yo, hum, gracias. En serio. Ella es... muy diferente. —Se
estrecharon la mano.
—Suerte. La señorita Volkova parece muy agradable.
La reunión había concluido.
Yulia condujo hasta el trabajo con el piloto automático. Necesitaba
infundirse valor antes de ver a Vlad, así que se detuvo en el Café de Sally,
frente a su oficina.
Ling, una joven china que atendía el mostrador y las cafeteras, la
saludó con su sonrisa habitual, a pesar de que tenía ojeras. Se habían hecho
amigas el año anterior, pues la morena frecuentaba el establecimiento casi
todos los días.
Como reinaba cierta tranquilidad en aquel momento, charlaron un
rato.
—¿Cómo estás, Ling?
—Bien.
—¿Y tu madre? ¿Se encuentra bien?
La madre de Ling trabajaba de limpiadora en las oficinas de Yulia. Se
habían conocido un día en que la ojiazul fue a tomar café antes del trabajo, y la
madre de Ling, que había terminado su turno, pasó a ver a su hija.
—Creo que sí —respondió Ling—. Nunca se queja.
«Lleva el peso de la familia.» Yulia sabía, por conversaciones
previas, que Ling trabajaba a jornada completa, estudiaba en el instituto y
ayudaba con sus hermanos pequeños.
—A veces hablamos de la gente para la que trabajamos —explicó
Ling—. En el mostrador oyes decir de todo a los clientes, pero mi madre
ve cosas muy raras. Hablamos las dos porque los demás son demasiado
pequeños. ¡Ufl ¡Vaya historias! —Abrió mucho los ojos y las dos se
echaron a reír.
—¿Cuando tu madre entra a trabajar no se han marchado todos?
—Casi siempre, pero a veces abre una puerta y la tiene que cerrar a
todo correr por decencia. Te sorprenderías. —Ling se puso colorada.
Seguramente no tenía importancia, pero Yulia sintió curiosidad.
—¡No me digas! ¿En serio? —la morena echó un vistazo para comprobar
si estaban solas y, luego, se inclinó sobre el mostrador con aire conspirador
—. ¿Y qué ha visto?
—Mi madre entró en una sala de reuniones del piso dieciséis —
susurró Ling— ¡y había dos personas... haciendo ya sabes qué encima de la
mesa! Ling y Yulia se taparon la boca y se rieron.
—¿Tu madre los conocía? —la ojiazul trabajaba en el piso dieciséis y se
preguntó si Vladimir habría caído tan bajo.
—Los había visto antes, porque quedaban después del trabajo.
Siempre se mostraban groseros con ella. La trataban como si no existiera.
Me dijo que no la había sorprendido verlos haciendo semejantes cosas,
porque era gente de nivel muy bajo. Otras veces había visto a personas
enamoradas, pero aquellos dos no eran así. Nada de amor, sólo eso.
—¿La vieron?
—¡No, estaban demasiado ocupados! —Ambas se rieron de nuevo.
Ling le dio a Yulia su café con leche y lo cobró. La morena metió el
habitual dólar de propina en el bote que estaba junto a la caja registradora
y se disponía a salir cuando se le ocurrió otra pregunta.
—Ling, ¿tu madre podría describirlos? No quiero causarle problemas
a nadie, pero tengo buenos motivos para preguntar. —A Ling le bastó con
esa explicación, porque no dudó ni un momento.
—Según mi madre, la mujer trabajaba en esa planta. Tenía el pelo
castaño y corto, y unas uñas muy largas y pintadas de rojo. El no es un jefe,
pero ella sí. Mi madre no sabe si el hombre trabaja allí. Sólo lo vio en esas
reuniones tardías. Tiene el pelo claro y una mirada fría. A mi madre le
daba miedo. Se alegró de que no la viesen.
Llegaron más clientes, así que Yulia le guiñó un ojo a Ling y se
despidió de ella. Avanzó lentamente entre la fila de clientes, sosteniendo el
café en alto para no derramarlo. La descripción no encajaba con Vlad, por
lo que ella se sintió aliviada.
Estaba citada con Vladimir a las diez. Comprobó sus correos electrónicos,
devolvió algunas llamadas y unos minutos después Mary le recordó la cita.
Georgia estaba instalada tras su mesa, vigilando la puerta. Ignoró la
presencia de Yulia y siguió hablando por teléfono unos buenos cinco
minutos. Mientras lo hacía, se miraba inconscientemente las uñas, lo cual
hizo que la morena se fijase: «Hum. Pelo castaño corto, uñas largas y rojas, no
es directiva, pero ella cree que sí. Bingo». Yulia entrecerró los ojos en un
gesto de concentración. «Pero, ¿quién es el tipo? En la oficina nadie encaja
con esa descripción. Sólo una persona que conozco “da miedo”: Dieter».
Estuvo a punto de reírse a carcajadas de sus brillantes conclusiones.
Cuando por fin Yulia fue anunciada, pasó ante la mesa de Georgia y le
dedicó su expresión más inocente.
—Que tengas un buen día, Georgia. —Sintió los ojos que le
taladraban la espalda cuando cerró la puerta con firmeza.
Vladimir también estaba hablando por teléfono; parecía como si estuviese
discutiendo con alguien. Concluyó la llamada enseguida, pero estaba
acalorado y molesto. Unos días antes Yulia se habría preocupado; en aquel
momento se alegraba de que él ya no fuese su problema.
—¿Te encuentras bien, Vladimir? Te veo un poco nervioso. —La
curiosidad de la morena era sincera.
—En realidad, estoy cansado. Esto ha sido una locura, entre organizar
carteras de valores y las reuniones con los clientes. Tendrían que estarme
agradecidos por acceder desde el primer momento a esta oferta pública de
acciones.
Yulia se quedó callada. Habían discutido a menudo sobre aquel tema.
Una cosa era participar en una oferta pública inicial de acciones que tenían
futuro, pero aquéllas... Las posibilidades de fraude y de pleitos
sobrepasaban con mucho las hipotéticas ganancias. La presión sobre Vlad
iba en aumento. O tal vez fuesen las reuniones nocturnas.
Vladimir entendió el silencio de la morena y cambió de tema.
—Y bien, ¿a qué debo el honor de tu visita?
—Vamos al grano, Vladimir. ¿Tienes algo que ver con el tipo que entró en
mi apartamento después de que te sorprendiese con Karen Phillips?
—¿Qué? ¡No! Ya te dije que yo no hago semejantes cosas. ¿Por qué
habría de hacer algo así? —Parecía sincero y empezó a sudar de forma
evidente.
—El hombre que me atacó me dijo que hiciese lo que me mandasen.
Era asqueroso, Vlad. Y cuando intentó secuestrarme en el aparcamiento
del restaurante, tú y yo acabábamos de discutir. No he insistido porque no
quería creer que estuvieses relacionado con él, pero, aparte de ti, ¿quién
querría que yo hiciese lo que me mandasen? Y las circunstancias en que se
produjeron los ataques resultan sospechosas, como mínimo. —Mientras
Yulia hablaba, Vladmir sudaba a raudales. Se había puesto colorado, pero lo
más llamativo era el miedo que reflejaban sus ojos. La morena ya lo había
notado en el restaurante.
—Escucha, Yulia. No sé quién diablos es ese tipo ni por qué te atacó.
Tal vez te confundió con otra persona o puede que sea un psicópata que te
acosa. Eres muy guapa. Algunos individuos se excitan asustando a las
mujeres. ¿Has ido a la policía?
Yulia no dijo nada.
Vlad se aclaró la garganta.
—Por cierto, ¿cómo te libraste de él?
La morena decidió dar por concluida la visita. Al levantarse de la silla, dijo
en un tono de total indiferencia:
—Una amiga. —Contuvo la respiración hasta que salió del despacho
de Vlad.
Vladmir se quedó mirando la puerta durante un buen rato después de que
Yulia se marchase. Lo que le había contado era muy inquietante. Llamó a
Georgia y le pidió que fuese a su despacho. Georgia entró con expresión
irritada.
—¿Sabes algo del ataque que sufrió Yulia la semana pasada?
Georgia lo miró con frialdad.
—¿Por qué tendría que saber algo sobre una cosa así?
Vlad reprimió su ira.
—Escucha, Yulia no tiene nada que ver con nuestro trato. Hemos roto
el compromiso y ahora es sólo una empleada. La necesito para que
tranquilice a sus clientas hasta después de la oferta pública de acciones. Eso
es todo. No di el visto bueno para malos rollos. Por tanto, si tienes algo que
ver, déjalo.
Georgia cruzó la estancia y se indinó sobre la mesa de Vladimir, al que
miró con cara de desprecio. Las narices de ambos casi se rozaban. Vlad
notó que el aliento de la mujer olía a ajo cuando ésta habló.
—Harás todo lo que te digan y cuando te lo digan. Estás metido en
esto hasta ese cuello egoísta e insignificante que tienes y no te encuentras
en disposición de dar órdenes de ningún tipo. Hay pruebas de sobra de tu
participación, Vladimir. Si se te ocurre estornudar en la dirección equivocada,
tu carrera habrá terminado. Y no te librarás con una palmadita en la mano
y una multa. Irás a la cárcel como un delincuente. Me han contado que allí
no juegan a tenis todos los días. Piénsalo.
Georgia se enderezó, cruzó los brazos y le lanzó una mirada
fulminante.
—¿Alguna cosa más, señor? —El sarcasmo que transmitía aquella voz
revolvió el estómago de Vlad. Georgia dio la vuelta para marcharse, pero,
cuando llegó a la puerta, preguntó—: ¿Quiere que le pida la comida, señor?
—No, gracias. Voy a ir a mi club de tenis.
—Buena suerte.
Vladimir vio cómo se cerraba la puerta y giró el sillón para mirar por la
ventana. Disfrutaba de una magnífica vista de la bahía, Alcatraz y los
puentes. Su mirada se posó en Alcatraz. Luego se reclinó en el sillón y
clavó los dedos bajo la barbilla.
—¿Qué he hecho?
CONTINUARÁ...
En unos días subo mas de la historia.
Lesdrumm- Admin
- Mensajes : 516
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Re: IMPULSOS DE VIDA...
No veo las horas que llegue al primer beso
Anonymus- Mensajes : 345
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Localización : Argentina - Buenos Aires
Re: IMPULSOS DE VIDA...
Hello aqui tiene mas conti de esta historia, espero les guste, y por fin tendrán su primer beso
IMPULSO DE VIDA
Capítulo 13
Pat parecía un gato tras comer un sabroso canario cuando fue a buscar a
Yulia a las once y media en punto. La pelinegra cogió el bolso y salió corriendo,
encantada de escabullirse y deseando ver a Lena.
De camino al hotel, Yulia le dio un codazo a Pat y le dijo:
—Vamos, suéltalo ya. ¿A qué viene esa sonrisa boba?
Pat se mostró esquino, pero Yulia se dio cuenta de que en realidad se
moría de ganas de hablar.
—Estuve con mi amigo anoche, Yul. No nos veíamos desde que
estuvo en Boston hace tres semanas. Llegué al hotel muy tarde, debido a
las reuniones con los clientes. Me estaba esperando en el vestíbulo con
flores y champán. Tenía miedo de que se hubiese olvidado de mí, ¡pero no!
Fue aún mejor que antes. Estoy tan colgado por él que no sé cómo acierto a
decir una palabra tras otra.
Pat se detuvo y cogió las manos de La morena, obligando a la gente a dar
un rodeo.
—Lo amo, Yul. Más aún. Estoy enamorado de él. —Le brillaban los
ojos y ella sintió que las lágrimas asomaban también a los suyos.
—¡Oh, Pat, cuánto me alegro! Debe de ser una persona excepcional.
¿Cómo se llama?
Su amigo repuso:
—De eso nada. Primero tienes que ver todo el paquete. Esta noche en
la cena. Hasta entonces, mis labios están sellados.
—¡Rata! ¡Sabes que pasaré el día nerviosísima! Recuerda una cosa:
no te comprometas a nada permanente hasta que le dé mi aprobación. Son
las normas. ¿De acuerdo?
Pat se rió y asintió.
—Oh, creo que le darás tu aprobación. Es estupendo, amable,
divertido y...
Yulia alzó las manos y se rindió.
—Bien, ya me hago cargo. Ahora vamos a escuchar a mi estupenda
amiga. —la morena se apartó para no pisar un chicle pegado en la acera y notó
que Pat la observaba.
Más tarde, en el fastuoso salón de baile, la recepcionista comprobó
los nombres, los buscó en una lista y dijo:
—Tienen sitio en una de las mesas principales por cortesía de nuestra
conferenciante estrella.
—Vaya —dijo Pat—, como yo no la conozco, debe de haber alguien
muy especial y ésa eres tú, cariño. —Hizo ademán de chuparse el dedo y
meterlo en el trasero, y soltó un bufido. Cuando entraron en el salón,
canturreó—: ¡La cosa está que arde!
Yulia bajó la cabeza cuando se dio cuenta de que la mujer que había
en la puerta la miraba de arriba abajo y, a continuación, se escabulló detrás
de Pat.
Lena comprobó el equipo y dispuso las cosas como a ella le gustaban.
En aquel momento acechaba desde una de las puertas de servicio del salón
de baile. «¿Por qué estás nerviosa? Has dado esta conferencia y otras
parecidas una docena de veces.» Consultó la hora y miró a través del cristal
de la puerta.
Al fondo del salón divisó a Yulia, que avanzaba con las manos sobre
los hombros de un japonés bajito y atractivo. Ambos se reían, encantados.
—Debe de ser Pat. Parece agradable.
Alguien carraspeó detrás de la pelirroja, lo que la sobresaltó y la obligó a
darse la vuelta. Se trataba de un camarero que llevaba una bandeja llena de
vasos de agua. El hombre sonrió y ella soltó una carcajada.
—Debo de estar loca, espiando al público y hablando sola.
—La mayoría de los oradores hacen lo mismo, sean quiénes sean.
¿Por qué no sale y da una vuelta por ahí? —Lena no respondió, así que el
camarero sugirió—: Si conoce a algunas personas, hable con ellas. El
tiempo pasará más rápido.
—¡Brillante! —Lena lo sabía, pero nunca lo había hecho, porque por
lo general no encontraba a nadie con quien valiese la pena hablar. Aquel
día era distinto. Sostuvo la puerta para que pasase el camarero y se dirigió
hacia donde estaban Yulia y Pat.
La morena estaba contándole algo a Pat cuando la pelirroja le puso una mano en
el hombro y se encontró ante los ojos verdigrises mas extraños que había visto en su
vida. Lena se quedó sin aliento y correspondió a la sonrisa de Yulia. El
momento se prolongó hasta que la pelirroja se dio cuenta de que el amigo de
la morena se había levantado.
—Oh, hola —dijo Yulia, ruborizándose—. Hum, éste es mi amigo Pat
Hideo. Pat, te presento a Lena..., la doctora Katina.
—Es un verdadero placer conocerla, doctora Katina —dijo Pat,
mientras se estrechaban la mano—. Hace mucho que admiro su trabajo y
utilizo su software todos los días. Por lo que me ha contado Yulia, tengo
con usted una deuda de gratitud por haberla ayudado la otra noche. Gracias.
Cuente conmigo para cualquier cosa que necesite. Yulia es mi mejor
amiga.
A Lena la conmovió la sinceridad de las palabras de Pat.
—No hice gran cosa. Dio la casualidad de que estaba en el lugar
adecuado en el momento adecuado. También yo me alegro de conocerte.
Yulia habla muy bien de ti. Sus amigos son también ami... Bueno, ya sabes
a qué me refiero. Y, por favor, llámame Lena.
«Casi nunca pronuncias esa frase.» Yulia acarició la mano que Lena
había posado sobre su hombro.
—¿Nos acompañarás durante la comida de plástico? —preguntó Pat.
La morena le dedicó una mirada tranquilizadora y vio que la pelirroja se
relajaba. «Dios mío, espero que sea cierto lo que me contó sobre las
conferencias. Parece muy nerviosa.»
—Me encantaría. Pero tengo que estar en la tarima con los peces
gordos. Debo contentarme con saber que tengo una amiga... amigos... entre
el público y pensar
en la cena de esta noche. Hablando del tema, será mejor que suba.
Encantada de conocerte, Pat. Os veré cuando acabe todo.
Yulia sintió un leve tirón y se dio cuenta de que Lena le había retenido
la mano mientras hablaban. La soltó, y la ojiverdigris le guiñó un ojo y se dirigió a
la tarima, donde la esperaban los vips.
Pat se inclinó y susurró al oído de la morena:
—Es espectacular. Más aún en persona. Creo que piensa que tú
también lo eres. Vas por buen camino, pequeña.
Yulia lo miró antes de que la distrajese un camarero que puso un plato
de comida ante ella.
El camarero, que había oído el comentario, dijo:
—Sin duda. Además es encantadora.
Yulia se apresuró a centrarse en la comida, como si fuese lo más
exquisito que había probado en su vida, y Pat tuvo el buen sentido de no
decir nada más. Pero sus comentarios anteriores daban vueltas en la cabeza
de la ojiazul. Lena era espectacular, evidentemente. Y en todos los sentidos.
Yulia entendía su timidez y su estoicismo, y ya ni siquiera le llamaban la
atención. La Lena que estaba empezando a conocer resultaba increíble.
Entonces, ¿por qué las observaciones de Pat la hacían sentirse frágil y
vulnerable? Y el camarero, ¿a qué venía aquello?
Después del postre, Yulia se fijó en que la presidenta del acto, una
mujer corpulenta de cabellos difíciles de describir, con gafas y un traje
desastroso, se levantaba y anunciaba una serie de cosas en tono monótono,
tras lo cual cedió el micrófono al presidente de la asociación del congreso.
Presentó a Lena con una lista tan extensa de credenciales y logros que
Yulia se quedó pasmada. Cuando Lena ocupó por fin el podio y jugueteó
con el micro que llevaba en la solapa, la morena no le quitó los ojos de encima.
Lena ofrecía una imagen impresionante. Su estatura, la ropa, los rizos colorados y los ojos verdigrises formaban un conjunto deslumbrante. Permaneció
callada tras el atril, esperando que los cubiertos dejasen de oírse y que el
silencio apagase las voces, con aspecto de controlar totalmente el salón.
Todos los ojos se posaron en ella.
la pelirroja comenzó con los obligados agradecimientos y dijo en tono
irónico que, tras la exagerada presentación, había pensado que se refería a
otro orador. Todo el mundo se rió y el ambiente se relajó.
Mientras Lena hablaba, Yulia se sintió hipnotizada. Durante la
conferencia, tuvo la impresión de que Lena la miraba directamente varias
veces y le sonreía. En una ocasión, le pareció que la pelirroja se había perdido y
tuvo que beber agua para centrarse. La morena la imitó, con la cara ardiendo de
placer.
De vez en cuando Yulia miraba a Pat, que parecía tan entusiasmado
como ella. Pat también la miró a ella e incluso le guiñó un ojo. Estaba
demasiado absorta en Lena para mostrarse maleducada y preguntarle por
qué lo había hecho, pero se lo preguntaría más tarde.
Por fin, Lena concluyó su discurso advirtiendo al público:
—Deben recordar que «el precio de la libertad es la vigilancia
constante». Vigilancia de las prácticas contables de sus clientes, vigilancia
antes de aceptar la palabra de sus homólogos en las empresas en las que
trabajan, vigilancia frente a su propia pereza y codicia. No se confíen
nunca pensando que sus mejores clientes no van a estafarlos. Y, por
último, cuídense. A veces la verdad y la honradez resultan peligrosas.
Gracias por su tiempo.
El público se levantó entre vítores y aplausos; hubo incluso algún que
otro grito de entusiasmo y silbidos. Yulia y Pat fueron de los primeros en
levantarse. Lena había estado magnífica, con mucho aplomo,
transmitiendo compromiso y pasión. A la morena jamás la había conmovido
tanto una conferencia, especialmente los segundos que habían compartido.
Yulia los habría calificado de «íntimos» si hubiera tenido que describirlos.
La maravillaba cómo lo había conseguido Lena y se preguntaba si los
demás pensaban lo mismo.
La pelirroja parecía sorprendida y un tanto incómoda por la duración de los
aplausos; en un determinado momento hizo un gesto para que terminasen y
dijo:
—¡Pueden retirarse!
Cuando el público comenzó a salir, Lena se quitó el micro y dedicó
unos minutos a estrechar manos antes de acercarse a Pat y a Yuli.
La morena la abrazó en un impulso, incapaz de resistir la proximidad que
tanto anhelaba.
—¡Ha sido genial! Eres la mejor oradora que he escuchado en mi
vida.
—Es usted maravillosa, doctora Katina. —Pat le dio la mano
calurosamente.
—Gracias. Y, por favor, llámame Lena.
Yulia se dio cuenta de que una larga fila de personas esperaban detrás
de Lena, así que dijo de mala gana:
—Sé que tienes que hablar con esa gente. ¿Quieres que quedemos
después en mí apartamento?
—Tengo un seminario que empieza dentro de unos minutos —explicó
Pat—. Os veré en el Carnelian Room a las siete para tomar algo, ¿de
acuerdo? Id de tiros largos. ¡Tenemos mucho que celebrar! —Cogió el
abrigo y el maletín.
Lena un tono que sólo Yulia podía oír, Conn dijo:
—Espera un minuto. Te acompañaré a tu oficina.
La morena asintió, encantada ante la idea de que la pelirroja estuviese con ella, y
cogió a Pat por el brazo.
—Me reúno contigo dentro de un momento.
Mientras Lena saludaba a sus admiradores, Yulia observó a la gente
que le estrechaba la mano, le daba tarjetas y le hacía preguntas. Había
incluso quienes flirteaban, aunque la pelirroja no prestó atención a las sutiles
invitaciones. Sin embargo, a la morena no se le escapaba ningún detalle.
Una mujer atractiva habló con Lena y, luego, se dirigió hacia Yulia.
Al pasar ante ella, le sonrió y la saludó con la cabeza, lo que le provocó
una mezcla de confusión y de autosatisfacción. «Queda en suspenso. Ya
volverá a surgir. Y nada de sonrisitas.» Aquello era difícil.
Pat interrumpió sus pensamientos.
—Tengo que irme, de verdad. Quédate. Pero ¿sabes una cosa? No
sabía a quién mirar durante la conferencia, si a Lena o a ti.
—¿Por qué? —Yulia contuvo la respiración. Pat la conocía muy bien.
Pat se acercó a ella y habló en voz baja:
—Cuando Lena te miraba a los ojos, perdía la concentración. Y la
estuviste observando casi todo el tiempo. Me preguntaba si los demás se
darían cuenta. —Miró el reloj y se despidió de la ojiazul con un beso en la
mejilla—. Nos vemos esta noche.
Yulia estaba asombrada. De repente, el gesto de la mujer cobró
sentido. No sabía cómo debía sentirse, pero el calor que se apoderó de su
cuerpo era una experiencia nueva y, a decir verdad, nada desagradable.
Cuando se dirigían a la oficina, Yulia le contó a Lena la conversación
que había mantenido con Vladimir.
—Se sorprendió cuando relacioné el ataque en mi apartamento y el
susto del restaurante; al final de la reunión sudaba a chorros. Dijo que no
sabía nada, pero miente y está asustado. Por lo que me has contado, tal vez
esté metido en el ajo hasta la cejas y no sepa cómo salir.
—Seguramente también vigilan su despacho. Aunque no lo reconozca,
está en guardia. ¿Alguna idea sobre quiénes pueden estar en el asunto,
además de él?
—No se me ocurre a nadie.
Cuando se disponían a entrar en el edificio de oficinas, la morena miró
hacia la cafetería, se dio una palmada en la frente y exclamó:
—¡Oh! ¡Se me olvidaba lo mejor de todo! —Contó la historia de Ling
y la relación que había establecido con Georgia y un hombre misterioso.
—Ninguno de los tipos de la oficina encaja en esa descripción, pero,
según Ling, su madre los había visto antes. Se encontraban allí a altas
horas de la noche. Ese encuentro fue un poquito más personal. Ahora que
lo pienso, coincide bastante con uno de los miembros del comité. El que
más miedo da: Dieter.
—Buen trabajo de detective, amiga.
Halagada por el cumplido, Yulia se lanzó:
—Sí. Debería investigar. Podría colarme por la noche y registrar la
mesa de Georgia. A lo mejor encuentro todo tipo de...
Lena la cogió bruscamente por el brazo y la miró a la cara.
—¡No digas eso! Ni se te ocurra. Esas personas son peligrosas y te
matarían sin pensarlo dos veces. Si tienen la menor sospecha sobre ti... —
Lena se contuvo, soltó a Yulia y retrocedió unos pasos—. Lo... siento. No
quería hacerte daño. Sólo que...
El dolor y el miedo que reflejaban los ojos de la pelirroja angustiaron a
la morena. Se acercó a ella y le dijo:
—Estaba bromeando. No voy a hacer nada sin decírtelo. En serio. No
te preocupes.
Lena, avergonzada, no la miró a los ojos. Luego enderezó los
hombros.
—De acuerdo. Así nos entendemos. Será mejor que me vaya. Tengo
que... ir de compras si quiero cumplir las expectativas de Pat sobre los
«tiros largos». Te veré después en tu casa. —Regresó al hotel a buen paso.
Yulia la vio marchar y, de pronto, recordó algo y gritó:
—¡Lena! ¡Espera! —Se apresuró a alcanzarla y a punto estuvo de
resbalar. Sonreía, muy nerviosa.
—Por poco se me olvida. Toma una llave por si llegas antes y quieres
ducharte o algo así. Ya sabes dónde está todo, incluidos los micros. ¡Todo
tuyo! Nos vemos sobre las cinco y media, ¿te parece bien?
—Perfecto. —la pelirroja habló en un tono indiferente, pero cogió la llave.
Mientras esperaba el ascensor para subir a la oficina, Yulia pensaba en lo
que había ocurrido. Le extrañaba la repentina reacción de Lena. Pero lo
que más la agobiaba era que el miedo que reflejaban sus ojos se refería a
ella.
Yulia se sintió mal toda la tarde por haber molestado a Lena.
«Debería haber ido tras ella para hablar. ¿Y si me da plantón y vuelve a
Bolinas?» Pensó en llamarla al móvil, pero no quería importunarla más.
«¿Por qué no mantendré la bocaza cerrada?»
El tráfico avanzaba con la lentitud de una tortuga en invierno cuando
Yulia se dirigió a su casa. Al acercarse y pasar ante la furgoneta blanca,
sintió la necesidad de hacerle un corte de mangas, pero se contuvo,
recordando el consejo de la pelirroja de no enfrentarse a ellos de ninguna
manera. Introdujo la tarjeta electrónica en la ranura y asomó el cuello para
ver si el Audi estaba en el garaje, pero no lo vio. Entró a toda prisa y
estuvo a punto de atropellar a Rugby Ted, que se dirigía al ascensor.
—¡Cuidado! —Le lanzó una mirada fulminante, que enseguida se
convirtió en una sonrisa—. ¿Qué tal, preciosidad? ¿Quieres cargarte a los
australianos?
Yulia bajó el cristal de la ventanilla.
—Lo siento mucho, Ted. Iba apurada y no presté atención.
—No pasa nada. No has atropellado a nadie. ¿Por qué no aparcas
mientras yo llamo el ascensor?
La morena hizo un gesto de agradecimiento. Al aparcar, vio el coche de
Lena en una de las plazas para invitados y respiró aliviada. «Gracias a
Dios.» Luego fue hacia el ascensor, donde la esperaba Ted.
—Muchas gracias. Siento haber estado a punto de atropellarte. —
La ojiazul se apresuró a pulsar el botón de su piso.
—¿Tienes una cita apetecible esta noche?
Yulia se miró los pies.
—Sí, creo que sí. ¿Y tú?
Llegaron al piso de Ted y éste gritó, al salir:
—¡De lo más apetecible! —Se despidió de ella mientras la puerta del
ascensor se cerraba.
En cuanto Yulia llegó a su planta, corrió a su apartamento, peleándose
con la llave y maldiciendo en voz baja. Al entrar en el salón no vio a nadie
y la invadió un pánico momentáneo, hasta que oyó a alguien cantando en la
ducha.
La morena cerró la puerta y aguzó el oído. Ven aquí , de Oleta Adams, era
una de sus canciones favoritas, pero estaba tan emocionada que no
recordaba nada de la letra, más que el recurrente «ven aquí». No
importaba. Lena tenía una voz suave y seductora, y conocía la canción.
«Estupendo.»
Cuando la ducha y la canción cesaron, Yulia decidió hacer un poco de
ruido para no sobresaltar a la pelirroja... y para entretener a los fisgones, puesto
que también había que pensar en ellos. Dejó el maletín y fue a la cocina.
Abrió el frigorífico, cogió dos botellas de agua, caminó dando pisotones
hasta la puerta del baño y llamó con gran energía.
—Hola. ¿Te apetece beber agua? ¡Me temo que es lo único que tengo!
—La puerta se abrió de golpe y apareció Lena, envuelta en una toalla, con
el pelo chorreando, muy sonriente. Yulia casi se desmayó.
Puso cara de tonta y acertó a decir:
—¿Qué tal? —Sabía que se estaba comportando como una paleta.
«Me estoy poniendo en evidencia.» Alzó la botella de agua y casi se la
clavó en el pecho a Lena. Aquel hermoso pecho.
De pronto, la pelirroja la arrastró al interior del baño y cerró la puerta. Puso
las botellas en el tocador y un dedo sobre los labios de Yulia y, luego,
abrió un grifo y se inclinó para susurrarle al oído:
—Muy sutil por tu parte. Este es el único sitio donde sé que no nos
pueden escuchar, ni siquiera con un lector óptico situado al otro lado de la
calle. Yo... quería disculparme por haberte zarandeado y gritado. —
Retrocedió un poco y ambas se miraron a los ojos.
Lena se hallaba a escasos centímetros de Yulia, cuya oreja aún
registraba el hormigueo del reciente contacto. «¿Qué ha dicho?» Cerró los
ojos y trató de aclarar la mente, dudando un instante antes de recuperar el
autodominio.
—Hum, entonces también yo debo disculparme. Soy una bocazas. No
quería molestarte. Yo... nunca... ¿De acuerdo? —Percibió el olor de la
toalla y la embriagadora mezcla de fuerza y suavidad que emanaba del
cuerpo de Len. Se obligó a retroceder, la miró un segundo y tomó aliento.
La morena se acaloró. «¿Serán así los sofocos?» Consiguió decir que tenía
que buscar algo que ponerse.
La pelirroja se encogió de hombros y la toalla resbaló un poco.
—De acuerdo. En diez minutos el baño es todo tuyo.
Yulia contempló el cuerpo de Lena y se dirigió al dormitorio dando
tumbos. Cuando cerró la puerta, tuvo que apoyarse en la pared porque
estaba temblando. «Ya veo que no tiene conciencia de sí misma ni de la
desnudez. Una típica chica de California. ¡Válgame Dios, qué cuerpo!»
Yulia estaba acostumbrada a la desnudez femenina. La residencia de
estudiantes, el trabajo de modelo...: en todos esos sitios las chicas se
desnudaban. Pero no le cabía duda de que Lena era un caso aparte, porque
Yulia se había puesto a cien.
Abrió el armario, sin fijarse apenas en las bolsas y paquetes de
Neiman, y le costó trabajo centrarse en la velada.
La furgoneta sólo captaba ruidos, con gran consternación por parte de
Simpkin.
—Mierda. ¿Por qué hago esto? No he oído nada desde que iniciamos
esta maldita operación.
Cuando las cámaras quedaron inutilizadas, supuso que las mujeres no
habían encontrado los otros aparatos. Pero en aquel momento no estaba tan
seguro. Hatch se iba a cabrear. Dieter le había dicho que se dejase de rollos
violentos y Hatch estaba de un humor de perros cada vez que entraba en la
furgoneta. Lo único que podía hacer Simpkin era mantener la actividad y
evitar la furia de Hatch.
Tras la persecución por el condado de Marin, intentaron localizar las
placas de matrícula del misterioso Audi, que aparecía registrado a nombre
de una tal Lottie Sommers, de Noe Valley. Comprobaron la dirección y no
encontraron más que una casa deshabitada. Como no dieron con la
propietaria, Dieter les ordenó que siguiesen a aquella tal Volkova. Pero de
nuevo apareció el Audi, que llegó al lugar antes que la Volkova. Debía de
tener una llave del piso. Luego se oyó el chorro de la ducha.
—Muy acogedor, chicas. —Simpkin comprobó el equipo y sintonizó
los diales para captar fragmentos de conversación que inspirasen su
imaginación.
Lena se sentó en el sofá, fingiendo leer el periódico mientras
esperaba. En realidad, daba igual que lo pusiese del revés. La proximidad
de Yulia en el baño la había puesto nerviosa. Estaba pasando las páginas
cuando se le soltó una etiqueta de la manga y quedó colgando.
—¿Cuántas cosas de éstas tiene una prenda de ropa? —Buscó las
tijeras en la cocina y, mientras regresaba al salón, inspeccionó el traje en
busca de más etiquetas. De pronto, vio a la morena en la puerta del dormitorio,
con un vestido negro corto que realzaba sus curvas. Tenía unas piernas
espectaculares y las tiras de sus zapatos de tacón permitían adivinar unos
pies preciosos. Dos lazos se unían tras la nuca, dejando al descubierto la
espalda y parte de la cintura. La leve hendidura entre sus pechos, apenas
sugerida, llamaba la atención. Fue como si la habitación se quedase sin
oxígeno.
Lena estaba atónita. De repente, su teléfono móvil sonó de forma muy
oportuna. Apartó los ojos de la visión que tenía delante e intercambió unas
cuantas palabras antes de apagar el móvil.
Yulia continuó mirándola de tal forma que Lena pensó que había
aparecido otra etiqueta donde no debía.
Por fin, la ojiazul dijo:
—Es el esmoquin de mujer más bonito que he visto en mi vida. El
chaleco me recuerda el azul oscuro del cristal veneciano. Te sienta de
maravilla. Lena, estás deslumbrante.
La pelirroja se dio cuenta de que se había puesto colorada y respondió:
—Ah, parece que ha llegado nuestro carruaje. —Sonriendo, señaló la
ventana: una limusina negra esperaba ante la puerta del edificio.
A Yulia le brillaban los ojos cuando abrazó a Lena.
—¡Qué lujo! ¡Voy a ponerme la chaqueta y nos vamos!
Lena buscó algo que decir desesperadamente. Con un teatral gesto de
alivio, comentó:
—Menos mal. Me preguntaba si querías morir congelada esta noche.
Por cierto, estás impresionante, Yulia. Pero, si no te molesta la pregunta,
¿cómo vas... a, bueno, ya sabes, evitar un accidente... si te mueves
demasiado rápido? —Lena se ruborizó al hacer la pregunta, pero no podía
reprimir la curiosidad.
La morena cogió una chaquetilla que hacía juego con el vestido y le pidió
que le ayudase a ponérsela. Se volvió y miró a la pelirroja con expresión sexy.
—Supongo que debo tener cuidado, ¿no crees?
CONTINUARÁ...
IMPULSO DE VIDA
Capítulo 13
Pat parecía un gato tras comer un sabroso canario cuando fue a buscar a
Yulia a las once y media en punto. La pelinegra cogió el bolso y salió corriendo,
encantada de escabullirse y deseando ver a Lena.
De camino al hotel, Yulia le dio un codazo a Pat y le dijo:
—Vamos, suéltalo ya. ¿A qué viene esa sonrisa boba?
Pat se mostró esquino, pero Yulia se dio cuenta de que en realidad se
moría de ganas de hablar.
—Estuve con mi amigo anoche, Yul. No nos veíamos desde que
estuvo en Boston hace tres semanas. Llegué al hotel muy tarde, debido a
las reuniones con los clientes. Me estaba esperando en el vestíbulo con
flores y champán. Tenía miedo de que se hubiese olvidado de mí, ¡pero no!
Fue aún mejor que antes. Estoy tan colgado por él que no sé cómo acierto a
decir una palabra tras otra.
Pat se detuvo y cogió las manos de La morena, obligando a la gente a dar
un rodeo.
—Lo amo, Yul. Más aún. Estoy enamorado de él. —Le brillaban los
ojos y ella sintió que las lágrimas asomaban también a los suyos.
—¡Oh, Pat, cuánto me alegro! Debe de ser una persona excepcional.
¿Cómo se llama?
Su amigo repuso:
—De eso nada. Primero tienes que ver todo el paquete. Esta noche en
la cena. Hasta entonces, mis labios están sellados.
—¡Rata! ¡Sabes que pasaré el día nerviosísima! Recuerda una cosa:
no te comprometas a nada permanente hasta que le dé mi aprobación. Son
las normas. ¿De acuerdo?
Pat se rió y asintió.
—Oh, creo que le darás tu aprobación. Es estupendo, amable,
divertido y...
Yulia alzó las manos y se rindió.
—Bien, ya me hago cargo. Ahora vamos a escuchar a mi estupenda
amiga. —la morena se apartó para no pisar un chicle pegado en la acera y notó
que Pat la observaba.
Más tarde, en el fastuoso salón de baile, la recepcionista comprobó
los nombres, los buscó en una lista y dijo:
—Tienen sitio en una de las mesas principales por cortesía de nuestra
conferenciante estrella.
—Vaya —dijo Pat—, como yo no la conozco, debe de haber alguien
muy especial y ésa eres tú, cariño. —Hizo ademán de chuparse el dedo y
meterlo en el trasero, y soltó un bufido. Cuando entraron en el salón,
canturreó—: ¡La cosa está que arde!
Yulia bajó la cabeza cuando se dio cuenta de que la mujer que había
en la puerta la miraba de arriba abajo y, a continuación, se escabulló detrás
de Pat.
Lena comprobó el equipo y dispuso las cosas como a ella le gustaban.
En aquel momento acechaba desde una de las puertas de servicio del salón
de baile. «¿Por qué estás nerviosa? Has dado esta conferencia y otras
parecidas una docena de veces.» Consultó la hora y miró a través del cristal
de la puerta.
Al fondo del salón divisó a Yulia, que avanzaba con las manos sobre
los hombros de un japonés bajito y atractivo. Ambos se reían, encantados.
—Debe de ser Pat. Parece agradable.
Alguien carraspeó detrás de la pelirroja, lo que la sobresaltó y la obligó a
darse la vuelta. Se trataba de un camarero que llevaba una bandeja llena de
vasos de agua. El hombre sonrió y ella soltó una carcajada.
—Debo de estar loca, espiando al público y hablando sola.
—La mayoría de los oradores hacen lo mismo, sean quiénes sean.
¿Por qué no sale y da una vuelta por ahí? —Lena no respondió, así que el
camarero sugirió—: Si conoce a algunas personas, hable con ellas. El
tiempo pasará más rápido.
—¡Brillante! —Lena lo sabía, pero nunca lo había hecho, porque por
lo general no encontraba a nadie con quien valiese la pena hablar. Aquel
día era distinto. Sostuvo la puerta para que pasase el camarero y se dirigió
hacia donde estaban Yulia y Pat.
La morena estaba contándole algo a Pat cuando la pelirroja le puso una mano en
el hombro y se encontró ante los ojos verdigrises mas extraños que había visto en su
vida. Lena se quedó sin aliento y correspondió a la sonrisa de Yulia. El
momento se prolongó hasta que la pelirroja se dio cuenta de que el amigo de
la morena se había levantado.
—Oh, hola —dijo Yulia, ruborizándose—. Hum, éste es mi amigo Pat
Hideo. Pat, te presento a Lena..., la doctora Katina.
—Es un verdadero placer conocerla, doctora Katina —dijo Pat,
mientras se estrechaban la mano—. Hace mucho que admiro su trabajo y
utilizo su software todos los días. Por lo que me ha contado Yulia, tengo
con usted una deuda de gratitud por haberla ayudado la otra noche. Gracias.
Cuente conmigo para cualquier cosa que necesite. Yulia es mi mejor
amiga.
A Lena la conmovió la sinceridad de las palabras de Pat.
—No hice gran cosa. Dio la casualidad de que estaba en el lugar
adecuado en el momento adecuado. También yo me alegro de conocerte.
Yulia habla muy bien de ti. Sus amigos son también ami... Bueno, ya sabes
a qué me refiero. Y, por favor, llámame Lena.
«Casi nunca pronuncias esa frase.» Yulia acarició la mano que Lena
había posado sobre su hombro.
—¿Nos acompañarás durante la comida de plástico? —preguntó Pat.
La morena le dedicó una mirada tranquilizadora y vio que la pelirroja se
relajaba. «Dios mío, espero que sea cierto lo que me contó sobre las
conferencias. Parece muy nerviosa.»
—Me encantaría. Pero tengo que estar en la tarima con los peces
gordos. Debo contentarme con saber que tengo una amiga... amigos... entre
el público y pensar
en la cena de esta noche. Hablando del tema, será mejor que suba.
Encantada de conocerte, Pat. Os veré cuando acabe todo.
Yulia sintió un leve tirón y se dio cuenta de que Lena le había retenido
la mano mientras hablaban. La soltó, y la ojiverdigris le guiñó un ojo y se dirigió a
la tarima, donde la esperaban los vips.
Pat se inclinó y susurró al oído de la morena:
—Es espectacular. Más aún en persona. Creo que piensa que tú
también lo eres. Vas por buen camino, pequeña.
Yulia lo miró antes de que la distrajese un camarero que puso un plato
de comida ante ella.
El camarero, que había oído el comentario, dijo:
—Sin duda. Además es encantadora.
Yulia se apresuró a centrarse en la comida, como si fuese lo más
exquisito que había probado en su vida, y Pat tuvo el buen sentido de no
decir nada más. Pero sus comentarios anteriores daban vueltas en la cabeza
de la ojiazul. Lena era espectacular, evidentemente. Y en todos los sentidos.
Yulia entendía su timidez y su estoicismo, y ya ni siquiera le llamaban la
atención. La Lena que estaba empezando a conocer resultaba increíble.
Entonces, ¿por qué las observaciones de Pat la hacían sentirse frágil y
vulnerable? Y el camarero, ¿a qué venía aquello?
Después del postre, Yulia se fijó en que la presidenta del acto, una
mujer corpulenta de cabellos difíciles de describir, con gafas y un traje
desastroso, se levantaba y anunciaba una serie de cosas en tono monótono,
tras lo cual cedió el micrófono al presidente de la asociación del congreso.
Presentó a Lena con una lista tan extensa de credenciales y logros que
Yulia se quedó pasmada. Cuando Lena ocupó por fin el podio y jugueteó
con el micro que llevaba en la solapa, la morena no le quitó los ojos de encima.
Lena ofrecía una imagen impresionante. Su estatura, la ropa, los rizos colorados y los ojos verdigrises formaban un conjunto deslumbrante. Permaneció
callada tras el atril, esperando que los cubiertos dejasen de oírse y que el
silencio apagase las voces, con aspecto de controlar totalmente el salón.
Todos los ojos se posaron en ella.
la pelirroja comenzó con los obligados agradecimientos y dijo en tono
irónico que, tras la exagerada presentación, había pensado que se refería a
otro orador. Todo el mundo se rió y el ambiente se relajó.
Mientras Lena hablaba, Yulia se sintió hipnotizada. Durante la
conferencia, tuvo la impresión de que Lena la miraba directamente varias
veces y le sonreía. En una ocasión, le pareció que la pelirroja se había perdido y
tuvo que beber agua para centrarse. La morena la imitó, con la cara ardiendo de
placer.
De vez en cuando Yulia miraba a Pat, que parecía tan entusiasmado
como ella. Pat también la miró a ella e incluso le guiñó un ojo. Estaba
demasiado absorta en Lena para mostrarse maleducada y preguntarle por
qué lo había hecho, pero se lo preguntaría más tarde.
Por fin, Lena concluyó su discurso advirtiendo al público:
—Deben recordar que «el precio de la libertad es la vigilancia
constante». Vigilancia de las prácticas contables de sus clientes, vigilancia
antes de aceptar la palabra de sus homólogos en las empresas en las que
trabajan, vigilancia frente a su propia pereza y codicia. No se confíen
nunca pensando que sus mejores clientes no van a estafarlos. Y, por
último, cuídense. A veces la verdad y la honradez resultan peligrosas.
Gracias por su tiempo.
El público se levantó entre vítores y aplausos; hubo incluso algún que
otro grito de entusiasmo y silbidos. Yulia y Pat fueron de los primeros en
levantarse. Lena había estado magnífica, con mucho aplomo,
transmitiendo compromiso y pasión. A la morena jamás la había conmovido
tanto una conferencia, especialmente los segundos que habían compartido.
Yulia los habría calificado de «íntimos» si hubiera tenido que describirlos.
La maravillaba cómo lo había conseguido Lena y se preguntaba si los
demás pensaban lo mismo.
La pelirroja parecía sorprendida y un tanto incómoda por la duración de los
aplausos; en un determinado momento hizo un gesto para que terminasen y
dijo:
—¡Pueden retirarse!
Cuando el público comenzó a salir, Lena se quitó el micro y dedicó
unos minutos a estrechar manos antes de acercarse a Pat y a Yuli.
La morena la abrazó en un impulso, incapaz de resistir la proximidad que
tanto anhelaba.
—¡Ha sido genial! Eres la mejor oradora que he escuchado en mi
vida.
—Es usted maravillosa, doctora Katina. —Pat le dio la mano
calurosamente.
—Gracias. Y, por favor, llámame Lena.
Yulia se dio cuenta de que una larga fila de personas esperaban detrás
de Lena, así que dijo de mala gana:
—Sé que tienes que hablar con esa gente. ¿Quieres que quedemos
después en mí apartamento?
—Tengo un seminario que empieza dentro de unos minutos —explicó
Pat—. Os veré en el Carnelian Room a las siete para tomar algo, ¿de
acuerdo? Id de tiros largos. ¡Tenemos mucho que celebrar! —Cogió el
abrigo y el maletín.
Lena un tono que sólo Yulia podía oír, Conn dijo:
—Espera un minuto. Te acompañaré a tu oficina.
La morena asintió, encantada ante la idea de que la pelirroja estuviese con ella, y
cogió a Pat por el brazo.
—Me reúno contigo dentro de un momento.
Mientras Lena saludaba a sus admiradores, Yulia observó a la gente
que le estrechaba la mano, le daba tarjetas y le hacía preguntas. Había
incluso quienes flirteaban, aunque la pelirroja no prestó atención a las sutiles
invitaciones. Sin embargo, a la morena no se le escapaba ningún detalle.
Una mujer atractiva habló con Lena y, luego, se dirigió hacia Yulia.
Al pasar ante ella, le sonrió y la saludó con la cabeza, lo que le provocó
una mezcla de confusión y de autosatisfacción. «Queda en suspenso. Ya
volverá a surgir. Y nada de sonrisitas.» Aquello era difícil.
Pat interrumpió sus pensamientos.
—Tengo que irme, de verdad. Quédate. Pero ¿sabes una cosa? No
sabía a quién mirar durante la conferencia, si a Lena o a ti.
—¿Por qué? —Yulia contuvo la respiración. Pat la conocía muy bien.
Pat se acercó a ella y habló en voz baja:
—Cuando Lena te miraba a los ojos, perdía la concentración. Y la
estuviste observando casi todo el tiempo. Me preguntaba si los demás se
darían cuenta. —Miró el reloj y se despidió de la ojiazul con un beso en la
mejilla—. Nos vemos esta noche.
Yulia estaba asombrada. De repente, el gesto de la mujer cobró
sentido. No sabía cómo debía sentirse, pero el calor que se apoderó de su
cuerpo era una experiencia nueva y, a decir verdad, nada desagradable.
Cuando se dirigían a la oficina, Yulia le contó a Lena la conversación
que había mantenido con Vladimir.
—Se sorprendió cuando relacioné el ataque en mi apartamento y el
susto del restaurante; al final de la reunión sudaba a chorros. Dijo que no
sabía nada, pero miente y está asustado. Por lo que me has contado, tal vez
esté metido en el ajo hasta la cejas y no sepa cómo salir.
—Seguramente también vigilan su despacho. Aunque no lo reconozca,
está en guardia. ¿Alguna idea sobre quiénes pueden estar en el asunto,
además de él?
—No se me ocurre a nadie.
Cuando se disponían a entrar en el edificio de oficinas, la morena miró
hacia la cafetería, se dio una palmada en la frente y exclamó:
—¡Oh! ¡Se me olvidaba lo mejor de todo! —Contó la historia de Ling
y la relación que había establecido con Georgia y un hombre misterioso.
—Ninguno de los tipos de la oficina encaja en esa descripción, pero,
según Ling, su madre los había visto antes. Se encontraban allí a altas
horas de la noche. Ese encuentro fue un poquito más personal. Ahora que
lo pienso, coincide bastante con uno de los miembros del comité. El que
más miedo da: Dieter.
—Buen trabajo de detective, amiga.
Halagada por el cumplido, Yulia se lanzó:
—Sí. Debería investigar. Podría colarme por la noche y registrar la
mesa de Georgia. A lo mejor encuentro todo tipo de...
Lena la cogió bruscamente por el brazo y la miró a la cara.
—¡No digas eso! Ni se te ocurra. Esas personas son peligrosas y te
matarían sin pensarlo dos veces. Si tienen la menor sospecha sobre ti... —
Lena se contuvo, soltó a Yulia y retrocedió unos pasos—. Lo... siento. No
quería hacerte daño. Sólo que...
El dolor y el miedo que reflejaban los ojos de la pelirroja angustiaron a
la morena. Se acercó a ella y le dijo:
—Estaba bromeando. No voy a hacer nada sin decírtelo. En serio. No
te preocupes.
Lena, avergonzada, no la miró a los ojos. Luego enderezó los
hombros.
—De acuerdo. Así nos entendemos. Será mejor que me vaya. Tengo
que... ir de compras si quiero cumplir las expectativas de Pat sobre los
«tiros largos». Te veré después en tu casa. —Regresó al hotel a buen paso.
Yulia la vio marchar y, de pronto, recordó algo y gritó:
—¡Lena! ¡Espera! —Se apresuró a alcanzarla y a punto estuvo de
resbalar. Sonreía, muy nerviosa.
—Por poco se me olvida. Toma una llave por si llegas antes y quieres
ducharte o algo así. Ya sabes dónde está todo, incluidos los micros. ¡Todo
tuyo! Nos vemos sobre las cinco y media, ¿te parece bien?
—Perfecto. —la pelirroja habló en un tono indiferente, pero cogió la llave.
Mientras esperaba el ascensor para subir a la oficina, Yulia pensaba en lo
que había ocurrido. Le extrañaba la repentina reacción de Lena. Pero lo
que más la agobiaba era que el miedo que reflejaban sus ojos se refería a
ella.
Yulia se sintió mal toda la tarde por haber molestado a Lena.
«Debería haber ido tras ella para hablar. ¿Y si me da plantón y vuelve a
Bolinas?» Pensó en llamarla al móvil, pero no quería importunarla más.
«¿Por qué no mantendré la bocaza cerrada?»
El tráfico avanzaba con la lentitud de una tortuga en invierno cuando
Yulia se dirigió a su casa. Al acercarse y pasar ante la furgoneta blanca,
sintió la necesidad de hacerle un corte de mangas, pero se contuvo,
recordando el consejo de la pelirroja de no enfrentarse a ellos de ninguna
manera. Introdujo la tarjeta electrónica en la ranura y asomó el cuello para
ver si el Audi estaba en el garaje, pero no lo vio. Entró a toda prisa y
estuvo a punto de atropellar a Rugby Ted, que se dirigía al ascensor.
—¡Cuidado! —Le lanzó una mirada fulminante, que enseguida se
convirtió en una sonrisa—. ¿Qué tal, preciosidad? ¿Quieres cargarte a los
australianos?
Yulia bajó el cristal de la ventanilla.
—Lo siento mucho, Ted. Iba apurada y no presté atención.
—No pasa nada. No has atropellado a nadie. ¿Por qué no aparcas
mientras yo llamo el ascensor?
La morena hizo un gesto de agradecimiento. Al aparcar, vio el coche de
Lena en una de las plazas para invitados y respiró aliviada. «Gracias a
Dios.» Luego fue hacia el ascensor, donde la esperaba Ted.
—Muchas gracias. Siento haber estado a punto de atropellarte. —
La ojiazul se apresuró a pulsar el botón de su piso.
—¿Tienes una cita apetecible esta noche?
Yulia se miró los pies.
—Sí, creo que sí. ¿Y tú?
Llegaron al piso de Ted y éste gritó, al salir:
—¡De lo más apetecible! —Se despidió de ella mientras la puerta del
ascensor se cerraba.
En cuanto Yulia llegó a su planta, corrió a su apartamento, peleándose
con la llave y maldiciendo en voz baja. Al entrar en el salón no vio a nadie
y la invadió un pánico momentáneo, hasta que oyó a alguien cantando en la
ducha.
La morena cerró la puerta y aguzó el oído. Ven aquí , de Oleta Adams, era
una de sus canciones favoritas, pero estaba tan emocionada que no
recordaba nada de la letra, más que el recurrente «ven aquí». No
importaba. Lena tenía una voz suave y seductora, y conocía la canción.
«Estupendo.»
Cuando la ducha y la canción cesaron, Yulia decidió hacer un poco de
ruido para no sobresaltar a la pelirroja... y para entretener a los fisgones, puesto
que también había que pensar en ellos. Dejó el maletín y fue a la cocina.
Abrió el frigorífico, cogió dos botellas de agua, caminó dando pisotones
hasta la puerta del baño y llamó con gran energía.
—Hola. ¿Te apetece beber agua? ¡Me temo que es lo único que tengo!
—La puerta se abrió de golpe y apareció Lena, envuelta en una toalla, con
el pelo chorreando, muy sonriente. Yulia casi se desmayó.
Puso cara de tonta y acertó a decir:
—¿Qué tal? —Sabía que se estaba comportando como una paleta.
«Me estoy poniendo en evidencia.» Alzó la botella de agua y casi se la
clavó en el pecho a Lena. Aquel hermoso pecho.
De pronto, la pelirroja la arrastró al interior del baño y cerró la puerta. Puso
las botellas en el tocador y un dedo sobre los labios de Yulia y, luego,
abrió un grifo y se inclinó para susurrarle al oído:
—Muy sutil por tu parte. Este es el único sitio donde sé que no nos
pueden escuchar, ni siquiera con un lector óptico situado al otro lado de la
calle. Yo... quería disculparme por haberte zarandeado y gritado. —
Retrocedió un poco y ambas se miraron a los ojos.
Lena se hallaba a escasos centímetros de Yulia, cuya oreja aún
registraba el hormigueo del reciente contacto. «¿Qué ha dicho?» Cerró los
ojos y trató de aclarar la mente, dudando un instante antes de recuperar el
autodominio.
—Hum, entonces también yo debo disculparme. Soy una bocazas. No
quería molestarte. Yo... nunca... ¿De acuerdo? —Percibió el olor de la
toalla y la embriagadora mezcla de fuerza y suavidad que emanaba del
cuerpo de Len. Se obligó a retroceder, la miró un segundo y tomó aliento.
La morena se acaloró. «¿Serán así los sofocos?» Consiguió decir que tenía
que buscar algo que ponerse.
La pelirroja se encogió de hombros y la toalla resbaló un poco.
—De acuerdo. En diez minutos el baño es todo tuyo.
Yulia contempló el cuerpo de Lena y se dirigió al dormitorio dando
tumbos. Cuando cerró la puerta, tuvo que apoyarse en la pared porque
estaba temblando. «Ya veo que no tiene conciencia de sí misma ni de la
desnudez. Una típica chica de California. ¡Válgame Dios, qué cuerpo!»
Yulia estaba acostumbrada a la desnudez femenina. La residencia de
estudiantes, el trabajo de modelo...: en todos esos sitios las chicas se
desnudaban. Pero no le cabía duda de que Lena era un caso aparte, porque
Yulia se había puesto a cien.
Abrió el armario, sin fijarse apenas en las bolsas y paquetes de
Neiman, y le costó trabajo centrarse en la velada.
La furgoneta sólo captaba ruidos, con gran consternación por parte de
Simpkin.
—Mierda. ¿Por qué hago esto? No he oído nada desde que iniciamos
esta maldita operación.
Cuando las cámaras quedaron inutilizadas, supuso que las mujeres no
habían encontrado los otros aparatos. Pero en aquel momento no estaba tan
seguro. Hatch se iba a cabrear. Dieter le había dicho que se dejase de rollos
violentos y Hatch estaba de un humor de perros cada vez que entraba en la
furgoneta. Lo único que podía hacer Simpkin era mantener la actividad y
evitar la furia de Hatch.
Tras la persecución por el condado de Marin, intentaron localizar las
placas de matrícula del misterioso Audi, que aparecía registrado a nombre
de una tal Lottie Sommers, de Noe Valley. Comprobaron la dirección y no
encontraron más que una casa deshabitada. Como no dieron con la
propietaria, Dieter les ordenó que siguiesen a aquella tal Volkova. Pero de
nuevo apareció el Audi, que llegó al lugar antes que la Volkova. Debía de
tener una llave del piso. Luego se oyó el chorro de la ducha.
—Muy acogedor, chicas. —Simpkin comprobó el equipo y sintonizó
los diales para captar fragmentos de conversación que inspirasen su
imaginación.
Lena se sentó en el sofá, fingiendo leer el periódico mientras
esperaba. En realidad, daba igual que lo pusiese del revés. La proximidad
de Yulia en el baño la había puesto nerviosa. Estaba pasando las páginas
cuando se le soltó una etiqueta de la manga y quedó colgando.
—¿Cuántas cosas de éstas tiene una prenda de ropa? —Buscó las
tijeras en la cocina y, mientras regresaba al salón, inspeccionó el traje en
busca de más etiquetas. De pronto, vio a la morena en la puerta del dormitorio,
con un vestido negro corto que realzaba sus curvas. Tenía unas piernas
espectaculares y las tiras de sus zapatos de tacón permitían adivinar unos
pies preciosos. Dos lazos se unían tras la nuca, dejando al descubierto la
espalda y parte de la cintura. La leve hendidura entre sus pechos, apenas
sugerida, llamaba la atención. Fue como si la habitación se quedase sin
oxígeno.
Lena estaba atónita. De repente, su teléfono móvil sonó de forma muy
oportuna. Apartó los ojos de la visión que tenía delante e intercambió unas
cuantas palabras antes de apagar el móvil.
Yulia continuó mirándola de tal forma que Lena pensó que había
aparecido otra etiqueta donde no debía.
Por fin, la ojiazul dijo:
—Es el esmoquin de mujer más bonito que he visto en mi vida. El
chaleco me recuerda el azul oscuro del cristal veneciano. Te sienta de
maravilla. Lena, estás deslumbrante.
La pelirroja se dio cuenta de que se había puesto colorada y respondió:
—Ah, parece que ha llegado nuestro carruaje. —Sonriendo, señaló la
ventana: una limusina negra esperaba ante la puerta del edificio.
A Yulia le brillaban los ojos cuando abrazó a Lena.
—¡Qué lujo! ¡Voy a ponerme la chaqueta y nos vamos!
Lena buscó algo que decir desesperadamente. Con un teatral gesto de
alivio, comentó:
—Menos mal. Me preguntaba si querías morir congelada esta noche.
Por cierto, estás impresionante, Yulia. Pero, si no te molesta la pregunta,
¿cómo vas... a, bueno, ya sabes, evitar un accidente... si te mueves
demasiado rápido? —Lena se ruborizó al hacer la pregunta, pero no podía
reprimir la curiosidad.
La morena cogió una chaquetilla que hacía juego con el vestido y le pidió
que le ayudase a ponérsela. Se volvió y miró a la pelirroja con expresión sexy.
—Supongo que debo tener cuidado, ¿no crees?
CONTINUARÁ...
Última edición por LenokVolk el 2/10/2015, 5:40 am, editado 1 vez
Lesdrumm- Admin
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Re: IMPULSOS DE VIDA...
IMPULSOS DE VIDA
Capítulo 14
Cuando la limusina arrancó, Lena volvió la cabeza y vio que las seguía un
sedán negro. No le sorprendió.
Veinte minutos después llegaron al edificio del Banco de América.
Pat los esperaba fuera y Yulia salió a saludarlo, mientras la pelirroja hablaba
unos instantes con la conductora.
—¿Has visto que nos siguen? Vigílalos. Gracias, Jess.
Jess, una colega de Lena que iba vestida de librea para pasar por
conductora, asintió.
—No me extrañaría que os vigilasen dentro. Será mejor que inventes
una historia para disimular. —Jess cerró la puerta de la limusina y saludó
llevándose la mano a la gorra.
Cuando Lena se reunió con sus amigos, Pat le ofreció un brazo a
Yulia y otro a ella, y los tres se dirigieron hacia los veloces ascensores sin
perder detalle. Pat exhibía una sonrisa de satisfacción que nada podría
borrar.—
¿Dónde está ese hombre tan misterioso, Pat? —bromeó la morena—.
Empiezo a pensar que es producto de tu imaginación.
—Subió a reservar una mesa junto a la ventana. Es banquero y esto es
un club de banqueros. Además, no quería perder la ocasión de que toda esta
gente me envidie, ni en un millón de años.
Lena y Yulia se miraron por encima de la cabeza de Pat, y la ojiazul
guiñó un ojo. A continuación, se dedicó a mimarlo: le quitó una mota
imaginaria del hombro, le arregló la corbata, se acercó a él y lo besó en la
mejilla. Pat estaba rojo como un tomate cuando se abrió la puerta del
ascensor, y Lena se rió de los dos.
—Caramba, señor Hideo, este sitio tiene mucha clase —exclamó
Yulia—. ¡Me encanta!
Pat puso los ojos en blanco y dijo:
—Bueno, bueno. ¡Me rindo!
La recepcionista les indicó su mesa, en la que había un hombre
contemplando la espectacular vista de la ciudad. El hombre se volvió al oír
la voz de Pat.
Yulia ahogó un grito.
—¿Rugby Ted?
Ted también se sorprendió.
—¡Vosotras dos! ¡Las bellezas de mi casa! Increíble.
Tras sentarse, le explicaron a Pat cómo se habían conocido.
La morena bromeó:
—Creimos que querías ligar con nosotras, Ted. No se nos ocurrió que
te dedicases a levantar piezas para tus compañeros de equipo.
—Y no lo hago. Todo el equipo es gay. Creí que erais una pareja de
raras y que os gustaría vernos jugar.
Lena miró a Yulia cuando oyó lo que Ted había dicho, pero se
apresuró a desviar la vista. La ojiazul se dedicó a contemplar la perspectiva, así
que la pelirroja se dio cuenta de que también ella lo había entendido. Ojalá que
Yulia estuviese a la altura y no soltase algo comprometedor.
Un movimiento en la visión periférica de Lena hizo que se fijase en
dos hombres que se hallaban sentados en la mesa más próxima. «La sala no
está llena. ¿Por qué se han sentado ahí?» Una afinada alarma sonó en su
cabeza, así que se disculpó y se dirigió a los servicios, que estaban detrás
del maitre. Habló con la recepcionista un momento, entró en el baño y
regresó poco después.
Sonrió con placer al sentarse, mientras acariciaba la barbilla de Yulia,
que se volvió hacia la pelirroja y la miró.
Lena dijo en voz baja:
—Creo que los tipos que están en la mesa de la izquierda nos vigilan.
Pidieron esa mesa en concreto, y es mejor que no los mires. Coquetea
conmigo. Necesitamos darles un motivo para estar juntas. Te lo explicaré
después.
Yulia se irguió y tuvo que contenerse para no mirar directamente a los
hombres. Asimiló las palabras de la pelirroja y asintió de forma casi
imperceptible. En ese momento, Lena se inclinó y la besó en los labios.
Yulia fingió que tosía y se tapó la boca con la servilleta. Estuvo a
punto de estallar con el subidón de adrenalina. Entre el peligro de que las
siguiesen y la excitación del beso, la cabeza le daba vueltas.
Por fin logró mirar a Pat, que tenía los ojos como platos e iba a decir
algo, pero la morena le dio un pisotón y le dedicó una expresiva mirada. Pat
cambió de actitud y le preguntó a Ted qué tal le había ido el día.
—Pidamos algo de beber, ¿os parece? —sugirió Lena. Todos
aceptaron con tanta rapidez y buena voluntad que Ted, sin duda, se
preguntó qué diablos ocurría.
Tras pedir una botella de champán Perrier-Jouét, charlaron
animadamente. A las ocho Pat comentó que debían ir a cenar. Los cuatro
compartieron la limusina de la pelirroja, y a las ocho y media se hallaban en un
reservado del restaurante Fifth Floor pidiendo unos aperitivos.
La cena fue fabulosa, y Yulia estaba emocionada. Los cuatro lo
pasaron estupendamente, charlando y bromeando, y Lena se mostraba más
desenvuelta en aquella situación social de lo que Yulia había pensado.
Hablaron del equipo de rugby de Ted, y la pelirroja y la morena preguntaron
cómo lo había conocido Pat. A Yulia le alegró ver cómo brillaban los ojos
de los dos hombres mientras contaban su historia. Ted se reía de todo lo
que decía Pat, y los hombros de ambos se rozaban. A la ojiazul le encantó ver
que Ted tenía tanto interés en la relación como Pat.
Cuando Yulia explicó que Pat y ella se habían conocido en la
universidad y eran muy amigos desde entonces, Lena no se pudo contener
y recabó información:
—¿Las personas con las que salíais no tenía celos? —A pesar de las
circunstancias, trató de comportarse como lo hacían los amigos cuando
salían a cenar, aunque se dijo a sí misma que formaba parte de la tapadera.
Pat miró a la morena y habló con ternura:
—Pues... Yulia y yo nos quejábamos de que no disfrutábamos tanto
con nadie como cuando estábamos
juntos. Y, de hecho, decidimos que, si no nos habíamos casado al
llegar a los treinta, nos casaríamos los dos: Pero le confesé a Yulia que era
gay. Y seguimos siendo los mejores amigos del mundo.
—Siempre supimos que no nos casaríamos —explicó Yulia—. Pero
acordamos que cada uno tenía que dar su aprobación a la elección del otro.
Ahora me doy cuenta de que yo rompí la promesa, Pat. Lo siento. Vladmir
nunca te cayó bien. Fui una estúpida. —Lena le acarició la mano y Yulia
trató de disimular el placer y la sorpresa.
—Todos cometemos errores, Yulia. ¿Verdad, Pat?
—Cierto. No volverá a suceder. Ahora has mejorado mucho.
Cuando retiraron los platos de la mesa, Ted dijo:
—¡Estoy a punto de reventar! Paguemos la cuenta y vamos a
divertirnos.
Tras discutir quién pagaría la cena, discusión que ganó Ted, Pat
sugirió:
—Vamos a algún sitio a bailar.
A Ted le pareció bien.
—Hay un club gay al sur de Market Street.
La pelirroja dudó, pero ofreció su limusina y solicitó en silencio permiso a
Yulia antes de dar órdenes a la conductora. Al salir del restaurante, vieron
a los dos hombres en el bar y comprendieron que tendrían compañía.
El club era horriblemente ruidoso y estaba lleno de gente ecléctica.
Lena le dio al gorila de la puerta un billete de cincuenta dólares y los
acomodaron en uno de los reservados que rodeaban la pista de baile. Había
grandes pantallas estratégicamente colocadas en el oscuro recinto: en
algunas se veía a los bailarines y en otras vídeos de baile. Sobre la pista
brillaban focos intermitentes. La mayoría de los bailarines rondaban la
veintena, lucían piercings y estaban colocados o iban como cubas.
Casi todos eran parejas de hombres o de mujeres, y había unos
cuantos mezclados. Como no se podía hablar, Lena pidió unos cafés
irlandeses y se dedicaron a contemplar la pista.
Yulia gritó:
—Es como todos los clubs de baile en los que he estado.
Lena asintió.
—¡Sí! Visité algunos en Europa por cuestiones de trabajo. —No dijo
que aquellos lugares la ponían muy nerviosa, y no sólo por el peligro
inherente a sus misiones. Odiaba las multitudes de desconocidos.
Pero allí, con aquel grupo, se sentía curiosamente tranquila. Se negó a
pensar que era porque Yulia estaba a su lado y le sostenía la mano. «Me
sostiene la mano.»
Al poco rato, cuando sonó una canción antigua de aire latino, Pat le
dio una palmadita a Yulia y ambos chillaron.
Pat dijo:
—\Vamos, Y.V., bailemos!
Tanto Yulia como Pat tenían gracia y un ritmo natural, y sus
movimientos reflejaban la compenetración que existía entre ambos. A
Lena la hipnotizaba Yulia. Algunos de los presentes Ies lanzaron miradas
mientras bailaban, y la pelirroja se sintió posesiva. Aunque había experimentado
algo parecido en la fiesta de Point Reyes, en esa ocasión la sorprendió la
intensidad de sus sentimientos.
Se dijo que era porque conocía mejor a Yulia y porque, al fin y al
cabo, las seguían. Tenía que proteger su baza. En realidad, era una palabra
demasiado grosera. A la persona a su cargo...: eso sonaba mejor. Tal vez
amiga fuese más preciso. Pero le molestaba que las mujeres lanzasen
miradas ávidas a Yulia. Se sentía incómoda.
La morena y Pat bailaron un rato, mientras Ted y Lena los contemplaban,
pero, cuando la música cambió a ritmos lentos, Ted cogió a la pelirroja por el
brazo y dijo:
—No sé qué harás tú, pero yo voy a bailar con mi pareja.
Lena estuvo a punto de no reaccionar; era evidente que Ted le había
leído el pensamiento. Sonrió al darse cuenta de que Ted seguramente no
apreciaba la manera en que los hombres miraban a Pat
—¡Vamos! —dijo Lena. Se dirigieron a sus respectivas parejas y
reclamaron su atención poniéndoles la mano sobre el hombro.
Yulia se sorprendió y se alegró al mismo tiempo cuando vio a Lena.
Mientras bailaba con Pat, se había fijado en que la ojiverdigris no apartaba los ojos
de ella. Lena, reclinada en su asiento, la contemplaba como si fuera la
única mujer en la pista.
Casi sin pensarlo, Yulia movió las caderas con aire sugerente, tocó y
acarició a Pat, y bailó a su alrededor en actitud seductora. Entonces se dio
cuenta de que bailaba para Lena. Pat imitó su estilo inmediatamente y
Yulia se preguntó si Ted estaría mirando.
Cuando la canción terminó y empezó el ritmo lento y sexy de una
samba, Yulia vio que Lena se acercaba sin dejar de mirarla a los ojos. Le
cogió las manos, las separó y se pegó a ella. A Yulia se le cortó la
respiración cuando la mano de Lena se posó en su nuca.
La pelirroja la miró con firmeza y dijo:
—Limítate a mirarme y a escuchar la música. No existe nada más:
sólo tú, yo y la música.
La morena comprendió que Lena tenía razón. No existía nada más. Las
luces se atenuaron cuando los límites que las separaban se fundieron, y
Yulia entró en un mundo que sólo había conocido en sueños. Se deslizó en
los brazos de Lena, sobrecogida por aquella sensación. Vlad le había
enseñado los pasos de todos los bailes. A Lena no le hacía falta dar
instrucciones ni decir nada; ambas encajaban perfectamente.
Lena le provocó sensaciones que nunca había imaginado. Era como si
la tocase por todas partes, por dentro y por fuera, desatando tantas
reacciones simultáneas que la mente de Yulia no era capaz de
identificarlas. Luego dejó de pensar. Los brazos de la pelirroja la rodearon y se
sintió segura. Lena la hizo girar siguiendo el toque sensual de la percusión,
mientras rozaba el delicado tejido que cubría los pechos de Yulia, cuyos
pezones despertaron y le dolieron. Las manos de Lena descargaban una
corriente a través de su cuerpo, que la dejaba excitada y sin respiración.
La ojiazul se sentía en peligro y protegida al mismo tiempo, agotada y
serena. Y totalmente fascinada. Por suerte, había poca luz, pues se daba
cuenta de que le ardía el cuerpo desde la cabeza a los pies. Todas las zonas
erógenas que conocía y algunas que ignoraba que produjesen placer
estaban alerta. Cada gesto, cada giro despertaba algo nuevo en ella: algo
desconocido, renovador, excitante. Y sucedía con tal rapidez que las
posibilidades la aturdían.
De pronto, se preguntó si Lena sería más que una amiga. Sus labios
estaban muy cerca y ansiaba saborearlos. Percibió la calidez de su aliento.
El cuerpo de la pelirroja emitía tanto calor como el suyo. ¿Sería lo que siempre
había soñado de una pareja? ¿Alguien a quien amar absolutamente?
Yulia miró los claros ojos verdigrises, en aquel momento más oscuros, que
navegaban en las profundidades de su alma sin esfuerzo, y se preguntó
cómo conseguía Lena provocar todas aquellas sensaciones con una simple
mirada. Se balancearon al ritmo de la percusión y la guitarra. Se movían
como una sola persona: La morena era una réplica natural de las claras
instrucciones de Lena. Sus caderas no se apartaron cuando el ritmo se
atenuó y acabó la canción. No dejaron de mirarse a los ojos, y Yulia no
quería separarse de ella. La morena se dio cuenta entonces de que habían hecho un corro en torno a
ellas y la gente las miraba. Unas cuantas parejas aplaudieron y otras
mostraron su aprobación.
Cuando la música empezó de nuevo, con más estrépito, Yulia se
apartó de mala gana, le dio la mano a Lena y regresaron a la mesa sin más
vínculo con el mundo que el contacto que las unía. Yulia nunca había
bailado de aquella forma con nadie y comprendió que se trataba del
principio de algo, aunque no sabía de qué.
Pat estaba entusiasmado.
—¿Dónde diablos aprendiste a bailar así, Lena? Yul, tenemos que
reconocerlo. Tú y yo somos buenos, pero Lena y tú... sois espectaculares,
como si hubieseis nacido para bailar juntas. —Ted asintió mientras Pat
hablaba, pero a los pocos minutos se dedicaron el uno al otro.
La morena intentó averiguar qué había ocurrido. Acababa de experimentar
algo que le parecía imposible. Y la persona que lo había provocado era
Lena. Tal vez porque la pelirroja la aceptaba como era: no la debutante, ni la
modelo ni la chica bombón. Quizá la Lena quería a la mujer que era Yulia. Y
Yulia la correspondía: deseaba conocer todos los detalles, las luces y las
sombras de aquella mujer que había bailado con su corazón y se había
apoderado de él, La morena grabó en su memoria cada roce, cada emoción, cada
segundo. Tal vez fuese Lena la persona elegida para entregarle su amor.
Lena observó a Yulia, que seguía conteniendo la respiración. «Será
mejor que me explique antes de que Yulia diga nada.»
—Supongo que les hemos dado material para que informen a su jefe,
¿no crees?
Yulia se mostró confundida y, luego, se sintió como si le hubiesen
dado una bofetada.
—Sí, supongo que sí. —Bajó la vista.
«¿Qué he hecho?» Lena buscó algo que decir.
Reinó el silencio entre ellas durante varios minutos. Al fin, Yulia
dijo, con los ojos empañados:
—Creo que debo irme. Mañana será un día muy largo. —Cogió la
chaqueta, que la pelirroja le ayudó a ponerse, se levantó y se dirigió a la puerta.
Lena la siguió, indicando a Pat y a Ted que las acompañasen. Estaban
perplejos, pero no discutieron.
Fuera, la niebla cubría la ciudad. Lena llamó por teléfono al coche y,
mientras esperaban que llegase, Yulia se arrebujó en la ligera chaqueta,
temblando. Lena no pudo soportarlo: aun a riesgo de que la rechazase, se
puso detrás de ella y la rodeó con sus brazos para darle calor. La morena se
tensó, pero la aceptó. La limusina llegó enseguida y entraron en ella.
Dentro del coche se impuso un incómodo silencio.
—Ted, ¿quieres que te dejemos en el edificio del Banco de América
para coger el coche? —preguntó la pelirroja.
Pat estrechó la mano de Lea.
—No, gracias. Seguro que el garaje está cerrado. Pat tiene una reunión
muy temprano, así que será mejor que nos dejes en el Hyatt. Mañana
recogeré el coche.
Lena buscó algo más que decir. Resultaba difícil hablar de cosas
intrascendentes.
—Pat, ¿qué le llamaste a Yulia cuando fuisteis a la pista de Baile?
¿C.G.?
Pat entendió lo que pretendía Lena y trató de reclamar la atención de
Yulia, de pedirle permiso para hablar, pero su amiga estaba mirando por la
ventanilla.
—La llamé C.G. Viene de la universidad. Significa «chica guapa de
anuncio». Yulia se pagó la Universidad y casi todos sus gastos trabajando
como modelo. Apareció en la portada de Glamour y de Seven teen, e
incluso recibió una oferta de Sports Illustrated para su edición de
bañadores, pero la rechazó. ¿No es cierto, C.G.?
El cariño que transmitía la voz de Pat hizo reaccionar a la morena.
—Sí, Patty. Mis normas eran nada de desnudos ni de bañadores. Ni
siquiera sé de dónde salió esa oferta. —Logró esbozar una sonrisa.
—Oh, yo creo que sí lo sabes —comentó Ted—. Eres espectacular,
Yulia. Los chicos de Sports Illustrated querían que sus lectores se
recrearan los ojos. Hiciste bien en negarte. —El entusiasmo y la sinceridad
de Ted resultaban contagiosos, y el ambiente se relajó dentro del vehículo.
Pero Lena se daba cuenta de que le había hecho daño a Yulia, y eso le
dolía. Cuando llegaron al hotel, se despidieron de Pat y de Ted. Hicieron el
trayecto hasta Marina en silencio.
Lena no aguantaba más, así que cogió la mano de Yulia, pero ésta no
la miró, aunque tampoco apartó la mano.
—¿Yulia? Tenemos que hablar. ¿Te importa si le pido a la conductora
que dé un rodeo?
La morena se encogió de hombros. La pelirroja dio instrucciones a la conductora
y le ordenó que subiese el cristal de separación. Luego miró a Yulia y
esperó hasta que los ojos de ambas se encontraron.
—Dije algo que te ofendió. No era mi intención. Quería convencerte
de que no iba a hacer nada que tú... no... Mierda. Yulia, quería que supieras
que nunca.haría nada que te molestase. No se me da muy bien esto,
¿verdad? Hice precisamente lo único que no quería hacer. Lo siento.
—«¡No puedo hacer esto! ¿En qué estaré pensando?»
Continuó adentrándose en aguas desconocidas. No estaba
acostumbrada a justificarse.
—Escucha, te lo explicaré. Nos han seguido toda la noche. Mi cara es
muy conocida, al menos en algunos círculos. Si los que están en este
chanchullo me conocen, podrías correr peligro. Mi trabajo se basa en
detectar irregularidades en transacciones de valores y en procedimientos
contables. Si nos ven juntas, y sin duda nos han visto si asistieron a la
conferencia de hoy, no tardarán mucho en imaginar cuál es mi objetivo.
Pero, si los sorprendemos con una relación personal, tal vez los
despistemos.
Yulia no dijo nada.
—Creo que deberías dejar ese trabajo cuanto antes. He hablado con tía
Anya y me ha dicho que te había ofrecido vivir con ella. Quiero que
consideres esa opción en serio, ¿de acuerdo?
No hubo respuesta.
—Por favor.
Yulia asintió.
—De acuerdo. Pero sigo pensando que las mesas de Georgia y Vladimir
contienen un tesoro oculto, repleto de información. Si nosotras dos... —Las
palabras murieron
en los labios de La morena al ver la expresión de la pelirroja.
Lena se esforzó por mantener la compostura.
—Yulia, no. Ya has hecho más de la cuenta. No estamos entrenadas
para ese tipo de acción. —«Al menos tú no»—. Es ilegal y peligroso. Si el
análisis de la base de datos ofrece información suficiente, puedo dirigirme
a las autoridades competentes y ellos se encargarán de todo. De momento,
no te metas. Por favor. Yo... necesito saber que estás a salvo. —«Eso es
cierto»—. Además, Marina se marcha mañana a Pakistán a hacer un
trabajo, así que Anya se quedará sola de nuevo. Sería maravilloso que
cuidarais la una de la otra. ¿Lo harás? ¿Te parece bien?
Yulia sonrió e iba a decir algo cuando asimiló las palabras de Lena.
—¿Cuidar la una de la otra? ¿Dónde vas a estar? ¿No te vas a quedar
aquí?
Lena no fue capaz de mirarla a los ojos.
—Mañana tengo que volver a Washington. Han surgido cosas que
requieren mi atención. Puedo hacer los análisis del programa desde allí.
Lena se sentía tan desgraciada como Yulia un poco antes. La morena la
miró. «Eres un enigma, Elena Katina. ¿Qué piensas, en realidad? Y,
sobre todo, ¿qué dice tu corazón?» Pero la ira se impuso a la preocupación
por los sentimientos de Lena y dijo:
—Mañana. ¿Cuándo pensabas decírmelo? No importa. Me iré con Anya
en cuanto pueda. Cuidaremos «la una de la otra». —«¿Por qué resulta tan
desagradable? ¿Por qué me afecta tanto?» Pero la afectaba, la afectaba
mucho.
—Será mejor que llames todos los días.
El comentario suscitó un suspiro de alivio.
—Lo prometo. —Lena apretó el botón que indicaba a la conductora
que podía bajar el cristal, y se dirigieron al apartamento.
—Si tú y yo somos pareja, lo normal es que subas. —Yulia la miró,
dando a entender que la propuesta no era negociable. Salieron de la
limusina y la morena arrastró a la pelirroja hasta la puerta. Entraron y fueron hacia el
ascensor abrazadas por la cintura. En el ascensor, Yulia no se apartó de
Lena, porque todas las moléculas de su cuerpo la deseaban. Lena tampoco
se resistió e incluso se acercó más.
Cuando la pelirroja la abrazó mientras esperaban la limusina, Yulia no fue
capaz de rechazarla. Luego Lena le explicó que no quería que hiciese nada
en contra de su voluntad. ¿Significaba eso que Lena era lesbiana y que se
interesaba por ella más que como amiga? Yulia llevaba toda la noche en
una montaña rusa emocional y tenía que hacer algo al respecto.
Al entrar en el apartamento, Lena comprobó el minúsculo detector de
movimiento que había instalado antes de salir. Se dio por satisfecha y lo
programó para el resto de la noche.
Ante la señal de luz verde, Yulia la cogió de la mano otra vez. Se
acercaron a la ventana, cubierta por una finísima cortina blanca. Sus
siluetas se veían claramente desde la calle, porque las luces estaban
encendidas.
Yulia situó a Lena ante la ventana y le rodeó el cuello con los brazos,
bajo los cabellos pelirrojos, deleitándose con sus hombros fuertes y con el
calor de su cuerpo. Le dedicó una sonrisa teñida de ironía y susurró:
—Bueno, como decía la abuela: «De perdidos, al río». Démosles algo
que contar a su jefe.
CONTINUARÁ...
Capítulo 14
Cuando la limusina arrancó, Lena volvió la cabeza y vio que las seguía un
sedán negro. No le sorprendió.
Veinte minutos después llegaron al edificio del Banco de América.
Pat los esperaba fuera y Yulia salió a saludarlo, mientras la pelirroja hablaba
unos instantes con la conductora.
—¿Has visto que nos siguen? Vigílalos. Gracias, Jess.
Jess, una colega de Lena que iba vestida de librea para pasar por
conductora, asintió.
—No me extrañaría que os vigilasen dentro. Será mejor que inventes
una historia para disimular. —Jess cerró la puerta de la limusina y saludó
llevándose la mano a la gorra.
Cuando Lena se reunió con sus amigos, Pat le ofreció un brazo a
Yulia y otro a ella, y los tres se dirigieron hacia los veloces ascensores sin
perder detalle. Pat exhibía una sonrisa de satisfacción que nada podría
borrar.—
¿Dónde está ese hombre tan misterioso, Pat? —bromeó la morena—.
Empiezo a pensar que es producto de tu imaginación.
—Subió a reservar una mesa junto a la ventana. Es banquero y esto es
un club de banqueros. Además, no quería perder la ocasión de que toda esta
gente me envidie, ni en un millón de años.
Lena y Yulia se miraron por encima de la cabeza de Pat, y la ojiazul
guiñó un ojo. A continuación, se dedicó a mimarlo: le quitó una mota
imaginaria del hombro, le arregló la corbata, se acercó a él y lo besó en la
mejilla. Pat estaba rojo como un tomate cuando se abrió la puerta del
ascensor, y Lena se rió de los dos.
—Caramba, señor Hideo, este sitio tiene mucha clase —exclamó
Yulia—. ¡Me encanta!
Pat puso los ojos en blanco y dijo:
—Bueno, bueno. ¡Me rindo!
La recepcionista les indicó su mesa, en la que había un hombre
contemplando la espectacular vista de la ciudad. El hombre se volvió al oír
la voz de Pat.
Yulia ahogó un grito.
—¿Rugby Ted?
Ted también se sorprendió.
—¡Vosotras dos! ¡Las bellezas de mi casa! Increíble.
Tras sentarse, le explicaron a Pat cómo se habían conocido.
La morena bromeó:
—Creimos que querías ligar con nosotras, Ted. No se nos ocurrió que
te dedicases a levantar piezas para tus compañeros de equipo.
—Y no lo hago. Todo el equipo es gay. Creí que erais una pareja de
raras y que os gustaría vernos jugar.
Lena miró a Yulia cuando oyó lo que Ted había dicho, pero se
apresuró a desviar la vista. La ojiazul se dedicó a contemplar la perspectiva, así
que la pelirroja se dio cuenta de que también ella lo había entendido. Ojalá que
Yulia estuviese a la altura y no soltase algo comprometedor.
Un movimiento en la visión periférica de Lena hizo que se fijase en
dos hombres que se hallaban sentados en la mesa más próxima. «La sala no
está llena. ¿Por qué se han sentado ahí?» Una afinada alarma sonó en su
cabeza, así que se disculpó y se dirigió a los servicios, que estaban detrás
del maitre. Habló con la recepcionista un momento, entró en el baño y
regresó poco después.
Sonrió con placer al sentarse, mientras acariciaba la barbilla de Yulia,
que se volvió hacia la pelirroja y la miró.
Lena dijo en voz baja:
—Creo que los tipos que están en la mesa de la izquierda nos vigilan.
Pidieron esa mesa en concreto, y es mejor que no los mires. Coquetea
conmigo. Necesitamos darles un motivo para estar juntas. Te lo explicaré
después.
Yulia se irguió y tuvo que contenerse para no mirar directamente a los
hombres. Asimiló las palabras de la pelirroja y asintió de forma casi
imperceptible. En ese momento, Lena se inclinó y la besó en los labios.
Yulia fingió que tosía y se tapó la boca con la servilleta. Estuvo a
punto de estallar con el subidón de adrenalina. Entre el peligro de que las
siguiesen y la excitación del beso, la cabeza le daba vueltas.
Por fin logró mirar a Pat, que tenía los ojos como platos e iba a decir
algo, pero la morena le dio un pisotón y le dedicó una expresiva mirada. Pat
cambió de actitud y le preguntó a Ted qué tal le había ido el día.
—Pidamos algo de beber, ¿os parece? —sugirió Lena. Todos
aceptaron con tanta rapidez y buena voluntad que Ted, sin duda, se
preguntó qué diablos ocurría.
Tras pedir una botella de champán Perrier-Jouét, charlaron
animadamente. A las ocho Pat comentó que debían ir a cenar. Los cuatro
compartieron la limusina de la pelirroja, y a las ocho y media se hallaban en un
reservado del restaurante Fifth Floor pidiendo unos aperitivos.
La cena fue fabulosa, y Yulia estaba emocionada. Los cuatro lo
pasaron estupendamente, charlando y bromeando, y Lena se mostraba más
desenvuelta en aquella situación social de lo que Yulia había pensado.
Hablaron del equipo de rugby de Ted, y la pelirroja y la morena preguntaron
cómo lo había conocido Pat. A Yulia le alegró ver cómo brillaban los ojos
de los dos hombres mientras contaban su historia. Ted se reía de todo lo
que decía Pat, y los hombros de ambos se rozaban. A la ojiazul le encantó ver
que Ted tenía tanto interés en la relación como Pat.
Cuando Yulia explicó que Pat y ella se habían conocido en la
universidad y eran muy amigos desde entonces, Lena no se pudo contener
y recabó información:
—¿Las personas con las que salíais no tenía celos? —A pesar de las
circunstancias, trató de comportarse como lo hacían los amigos cuando
salían a cenar, aunque se dijo a sí misma que formaba parte de la tapadera.
Pat miró a la morena y habló con ternura:
—Pues... Yulia y yo nos quejábamos de que no disfrutábamos tanto
con nadie como cuando estábamos
juntos. Y, de hecho, decidimos que, si no nos habíamos casado al
llegar a los treinta, nos casaríamos los dos: Pero le confesé a Yulia que era
gay. Y seguimos siendo los mejores amigos del mundo.
—Siempre supimos que no nos casaríamos —explicó Yulia—. Pero
acordamos que cada uno tenía que dar su aprobación a la elección del otro.
Ahora me doy cuenta de que yo rompí la promesa, Pat. Lo siento. Vladmir
nunca te cayó bien. Fui una estúpida. —Lena le acarició la mano y Yulia
trató de disimular el placer y la sorpresa.
—Todos cometemos errores, Yulia. ¿Verdad, Pat?
—Cierto. No volverá a suceder. Ahora has mejorado mucho.
Cuando retiraron los platos de la mesa, Ted dijo:
—¡Estoy a punto de reventar! Paguemos la cuenta y vamos a
divertirnos.
Tras discutir quién pagaría la cena, discusión que ganó Ted, Pat
sugirió:
—Vamos a algún sitio a bailar.
A Ted le pareció bien.
—Hay un club gay al sur de Market Street.
La pelirroja dudó, pero ofreció su limusina y solicitó en silencio permiso a
Yulia antes de dar órdenes a la conductora. Al salir del restaurante, vieron
a los dos hombres en el bar y comprendieron que tendrían compañía.
El club era horriblemente ruidoso y estaba lleno de gente ecléctica.
Lena le dio al gorila de la puerta un billete de cincuenta dólares y los
acomodaron en uno de los reservados que rodeaban la pista de baile. Había
grandes pantallas estratégicamente colocadas en el oscuro recinto: en
algunas se veía a los bailarines y en otras vídeos de baile. Sobre la pista
brillaban focos intermitentes. La mayoría de los bailarines rondaban la
veintena, lucían piercings y estaban colocados o iban como cubas.
Casi todos eran parejas de hombres o de mujeres, y había unos
cuantos mezclados. Como no se podía hablar, Lena pidió unos cafés
irlandeses y se dedicaron a contemplar la pista.
Yulia gritó:
—Es como todos los clubs de baile en los que he estado.
Lena asintió.
—¡Sí! Visité algunos en Europa por cuestiones de trabajo. —No dijo
que aquellos lugares la ponían muy nerviosa, y no sólo por el peligro
inherente a sus misiones. Odiaba las multitudes de desconocidos.
Pero allí, con aquel grupo, se sentía curiosamente tranquila. Se negó a
pensar que era porque Yulia estaba a su lado y le sostenía la mano. «Me
sostiene la mano.»
Al poco rato, cuando sonó una canción antigua de aire latino, Pat le
dio una palmadita a Yulia y ambos chillaron.
Pat dijo:
—\Vamos, Y.V., bailemos!
Tanto Yulia como Pat tenían gracia y un ritmo natural, y sus
movimientos reflejaban la compenetración que existía entre ambos. A
Lena la hipnotizaba Yulia. Algunos de los presentes Ies lanzaron miradas
mientras bailaban, y la pelirroja se sintió posesiva. Aunque había experimentado
algo parecido en la fiesta de Point Reyes, en esa ocasión la sorprendió la
intensidad de sus sentimientos.
Se dijo que era porque conocía mejor a Yulia y porque, al fin y al
cabo, las seguían. Tenía que proteger su baza. En realidad, era una palabra
demasiado grosera. A la persona a su cargo...: eso sonaba mejor. Tal vez
amiga fuese más preciso. Pero le molestaba que las mujeres lanzasen
miradas ávidas a Yulia. Se sentía incómoda.
La morena y Pat bailaron un rato, mientras Ted y Lena los contemplaban,
pero, cuando la música cambió a ritmos lentos, Ted cogió a la pelirroja por el
brazo y dijo:
—No sé qué harás tú, pero yo voy a bailar con mi pareja.
Lena estuvo a punto de no reaccionar; era evidente que Ted le había
leído el pensamiento. Sonrió al darse cuenta de que Ted seguramente no
apreciaba la manera en que los hombres miraban a Pat
—¡Vamos! —dijo Lena. Se dirigieron a sus respectivas parejas y
reclamaron su atención poniéndoles la mano sobre el hombro.
Yulia se sorprendió y se alegró al mismo tiempo cuando vio a Lena.
Mientras bailaba con Pat, se había fijado en que la ojiverdigris no apartaba los ojos
de ella. Lena, reclinada en su asiento, la contemplaba como si fuera la
única mujer en la pista.
Casi sin pensarlo, Yulia movió las caderas con aire sugerente, tocó y
acarició a Pat, y bailó a su alrededor en actitud seductora. Entonces se dio
cuenta de que bailaba para Lena. Pat imitó su estilo inmediatamente y
Yulia se preguntó si Ted estaría mirando.
Cuando la canción terminó y empezó el ritmo lento y sexy de una
samba, Yulia vio que Lena se acercaba sin dejar de mirarla a los ojos. Le
cogió las manos, las separó y se pegó a ella. A Yulia se le cortó la
respiración cuando la mano de Lena se posó en su nuca.
La pelirroja la miró con firmeza y dijo:
—Limítate a mirarme y a escuchar la música. No existe nada más:
sólo tú, yo y la música.
La morena comprendió que Lena tenía razón. No existía nada más. Las
luces se atenuaron cuando los límites que las separaban se fundieron, y
Yulia entró en un mundo que sólo había conocido en sueños. Se deslizó en
los brazos de Lena, sobrecogida por aquella sensación. Vlad le había
enseñado los pasos de todos los bailes. A Lena no le hacía falta dar
instrucciones ni decir nada; ambas encajaban perfectamente.
Lena le provocó sensaciones que nunca había imaginado. Era como si
la tocase por todas partes, por dentro y por fuera, desatando tantas
reacciones simultáneas que la mente de Yulia no era capaz de
identificarlas. Luego dejó de pensar. Los brazos de la pelirroja la rodearon y se
sintió segura. Lena la hizo girar siguiendo el toque sensual de la percusión,
mientras rozaba el delicado tejido que cubría los pechos de Yulia, cuyos
pezones despertaron y le dolieron. Las manos de Lena descargaban una
corriente a través de su cuerpo, que la dejaba excitada y sin respiración.
La ojiazul se sentía en peligro y protegida al mismo tiempo, agotada y
serena. Y totalmente fascinada. Por suerte, había poca luz, pues se daba
cuenta de que le ardía el cuerpo desde la cabeza a los pies. Todas las zonas
erógenas que conocía y algunas que ignoraba que produjesen placer
estaban alerta. Cada gesto, cada giro despertaba algo nuevo en ella: algo
desconocido, renovador, excitante. Y sucedía con tal rapidez que las
posibilidades la aturdían.
De pronto, se preguntó si Lena sería más que una amiga. Sus labios
estaban muy cerca y ansiaba saborearlos. Percibió la calidez de su aliento.
El cuerpo de la pelirroja emitía tanto calor como el suyo. ¿Sería lo que siempre
había soñado de una pareja? ¿Alguien a quien amar absolutamente?
Yulia miró los claros ojos verdigrises, en aquel momento más oscuros, que
navegaban en las profundidades de su alma sin esfuerzo, y se preguntó
cómo conseguía Lena provocar todas aquellas sensaciones con una simple
mirada. Se balancearon al ritmo de la percusión y la guitarra. Se movían
como una sola persona: La morena era una réplica natural de las claras
instrucciones de Lena. Sus caderas no se apartaron cuando el ritmo se
atenuó y acabó la canción. No dejaron de mirarse a los ojos, y Yulia no
quería separarse de ella. La morena se dio cuenta entonces de que habían hecho un corro en torno a
ellas y la gente las miraba. Unas cuantas parejas aplaudieron y otras
mostraron su aprobación.
Cuando la música empezó de nuevo, con más estrépito, Yulia se
apartó de mala gana, le dio la mano a Lena y regresaron a la mesa sin más
vínculo con el mundo que el contacto que las unía. Yulia nunca había
bailado de aquella forma con nadie y comprendió que se trataba del
principio de algo, aunque no sabía de qué.
Pat estaba entusiasmado.
—¿Dónde diablos aprendiste a bailar así, Lena? Yul, tenemos que
reconocerlo. Tú y yo somos buenos, pero Lena y tú... sois espectaculares,
como si hubieseis nacido para bailar juntas. —Ted asintió mientras Pat
hablaba, pero a los pocos minutos se dedicaron el uno al otro.
La morena intentó averiguar qué había ocurrido. Acababa de experimentar
algo que le parecía imposible. Y la persona que lo había provocado era
Lena. Tal vez porque la pelirroja la aceptaba como era: no la debutante, ni la
modelo ni la chica bombón. Quizá la Lena quería a la mujer que era Yulia. Y
Yulia la correspondía: deseaba conocer todos los detalles, las luces y las
sombras de aquella mujer que había bailado con su corazón y se había
apoderado de él, La morena grabó en su memoria cada roce, cada emoción, cada
segundo. Tal vez fuese Lena la persona elegida para entregarle su amor.
Lena observó a Yulia, que seguía conteniendo la respiración. «Será
mejor que me explique antes de que Yulia diga nada.»
—Supongo que les hemos dado material para que informen a su jefe,
¿no crees?
Yulia se mostró confundida y, luego, se sintió como si le hubiesen
dado una bofetada.
—Sí, supongo que sí. —Bajó la vista.
«¿Qué he hecho?» Lena buscó algo que decir.
Reinó el silencio entre ellas durante varios minutos. Al fin, Yulia
dijo, con los ojos empañados:
—Creo que debo irme. Mañana será un día muy largo. —Cogió la
chaqueta, que la pelirroja le ayudó a ponerse, se levantó y se dirigió a la puerta.
Lena la siguió, indicando a Pat y a Ted que las acompañasen. Estaban
perplejos, pero no discutieron.
Fuera, la niebla cubría la ciudad. Lena llamó por teléfono al coche y,
mientras esperaban que llegase, Yulia se arrebujó en la ligera chaqueta,
temblando. Lena no pudo soportarlo: aun a riesgo de que la rechazase, se
puso detrás de ella y la rodeó con sus brazos para darle calor. La morena se
tensó, pero la aceptó. La limusina llegó enseguida y entraron en ella.
Dentro del coche se impuso un incómodo silencio.
—Ted, ¿quieres que te dejemos en el edificio del Banco de América
para coger el coche? —preguntó la pelirroja.
Pat estrechó la mano de Lea.
—No, gracias. Seguro que el garaje está cerrado. Pat tiene una reunión
muy temprano, así que será mejor que nos dejes en el Hyatt. Mañana
recogeré el coche.
Lena buscó algo más que decir. Resultaba difícil hablar de cosas
intrascendentes.
—Pat, ¿qué le llamaste a Yulia cuando fuisteis a la pista de Baile?
¿C.G.?
Pat entendió lo que pretendía Lena y trató de reclamar la atención de
Yulia, de pedirle permiso para hablar, pero su amiga estaba mirando por la
ventanilla.
—La llamé C.G. Viene de la universidad. Significa «chica guapa de
anuncio». Yulia se pagó la Universidad y casi todos sus gastos trabajando
como modelo. Apareció en la portada de Glamour y de Seven teen, e
incluso recibió una oferta de Sports Illustrated para su edición de
bañadores, pero la rechazó. ¿No es cierto, C.G.?
El cariño que transmitía la voz de Pat hizo reaccionar a la morena.
—Sí, Patty. Mis normas eran nada de desnudos ni de bañadores. Ni
siquiera sé de dónde salió esa oferta. —Logró esbozar una sonrisa.
—Oh, yo creo que sí lo sabes —comentó Ted—. Eres espectacular,
Yulia. Los chicos de Sports Illustrated querían que sus lectores se
recrearan los ojos. Hiciste bien en negarte. —El entusiasmo y la sinceridad
de Ted resultaban contagiosos, y el ambiente se relajó dentro del vehículo.
Pero Lena se daba cuenta de que le había hecho daño a Yulia, y eso le
dolía. Cuando llegaron al hotel, se despidieron de Pat y de Ted. Hicieron el
trayecto hasta Marina en silencio.
Lena no aguantaba más, así que cogió la mano de Yulia, pero ésta no
la miró, aunque tampoco apartó la mano.
—¿Yulia? Tenemos que hablar. ¿Te importa si le pido a la conductora
que dé un rodeo?
La morena se encogió de hombros. La pelirroja dio instrucciones a la conductora
y le ordenó que subiese el cristal de separación. Luego miró a Yulia y
esperó hasta que los ojos de ambas se encontraron.
—Dije algo que te ofendió. No era mi intención. Quería convencerte
de que no iba a hacer nada que tú... no... Mierda. Yulia, quería que supieras
que nunca.haría nada que te molestase. No se me da muy bien esto,
¿verdad? Hice precisamente lo único que no quería hacer. Lo siento.
—«¡No puedo hacer esto! ¿En qué estaré pensando?»
Continuó adentrándose en aguas desconocidas. No estaba
acostumbrada a justificarse.
—Escucha, te lo explicaré. Nos han seguido toda la noche. Mi cara es
muy conocida, al menos en algunos círculos. Si los que están en este
chanchullo me conocen, podrías correr peligro. Mi trabajo se basa en
detectar irregularidades en transacciones de valores y en procedimientos
contables. Si nos ven juntas, y sin duda nos han visto si asistieron a la
conferencia de hoy, no tardarán mucho en imaginar cuál es mi objetivo.
Pero, si los sorprendemos con una relación personal, tal vez los
despistemos.
Yulia no dijo nada.
—Creo que deberías dejar ese trabajo cuanto antes. He hablado con tía
Anya y me ha dicho que te había ofrecido vivir con ella. Quiero que
consideres esa opción en serio, ¿de acuerdo?
No hubo respuesta.
—Por favor.
Yulia asintió.
—De acuerdo. Pero sigo pensando que las mesas de Georgia y Vladimir
contienen un tesoro oculto, repleto de información. Si nosotras dos... —Las
palabras murieron
en los labios de La morena al ver la expresión de la pelirroja.
Lena se esforzó por mantener la compostura.
—Yulia, no. Ya has hecho más de la cuenta. No estamos entrenadas
para ese tipo de acción. —«Al menos tú no»—. Es ilegal y peligroso. Si el
análisis de la base de datos ofrece información suficiente, puedo dirigirme
a las autoridades competentes y ellos se encargarán de todo. De momento,
no te metas. Por favor. Yo... necesito saber que estás a salvo. —«Eso es
cierto»—. Además, Marina se marcha mañana a Pakistán a hacer un
trabajo, así que Anya se quedará sola de nuevo. Sería maravilloso que
cuidarais la una de la otra. ¿Lo harás? ¿Te parece bien?
Yulia sonrió e iba a decir algo cuando asimiló las palabras de Lena.
—¿Cuidar la una de la otra? ¿Dónde vas a estar? ¿No te vas a quedar
aquí?
Lena no fue capaz de mirarla a los ojos.
—Mañana tengo que volver a Washington. Han surgido cosas que
requieren mi atención. Puedo hacer los análisis del programa desde allí.
Lena se sentía tan desgraciada como Yulia un poco antes. La morena la
miró. «Eres un enigma, Elena Katina. ¿Qué piensas, en realidad? Y,
sobre todo, ¿qué dice tu corazón?» Pero la ira se impuso a la preocupación
por los sentimientos de Lena y dijo:
—Mañana. ¿Cuándo pensabas decírmelo? No importa. Me iré con Anya
en cuanto pueda. Cuidaremos «la una de la otra». —«¿Por qué resulta tan
desagradable? ¿Por qué me afecta tanto?» Pero la afectaba, la afectaba
mucho.
—Será mejor que llames todos los días.
El comentario suscitó un suspiro de alivio.
—Lo prometo. —Lena apretó el botón que indicaba a la conductora
que podía bajar el cristal, y se dirigieron al apartamento.
—Si tú y yo somos pareja, lo normal es que subas. —Yulia la miró,
dando a entender que la propuesta no era negociable. Salieron de la
limusina y la morena arrastró a la pelirroja hasta la puerta. Entraron y fueron hacia el
ascensor abrazadas por la cintura. En el ascensor, Yulia no se apartó de
Lena, porque todas las moléculas de su cuerpo la deseaban. Lena tampoco
se resistió e incluso se acercó más.
Cuando la pelirroja la abrazó mientras esperaban la limusina, Yulia no fue
capaz de rechazarla. Luego Lena le explicó que no quería que hiciese nada
en contra de su voluntad. ¿Significaba eso que Lena era lesbiana y que se
interesaba por ella más que como amiga? Yulia llevaba toda la noche en
una montaña rusa emocional y tenía que hacer algo al respecto.
Al entrar en el apartamento, Lena comprobó el minúsculo detector de
movimiento que había instalado antes de salir. Se dio por satisfecha y lo
programó para el resto de la noche.
Ante la señal de luz verde, Yulia la cogió de la mano otra vez. Se
acercaron a la ventana, cubierta por una finísima cortina blanca. Sus
siluetas se veían claramente desde la calle, porque las luces estaban
encendidas.
Yulia situó a Lena ante la ventana y le rodeó el cuello con los brazos,
bajo los cabellos pelirrojos, deleitándose con sus hombros fuertes y con el
calor de su cuerpo. Le dedicó una sonrisa teñida de ironía y susurró:
—Bueno, como decía la abuela: «De perdidos, al río». Démosles algo
que contar a su jefe.
CONTINUARÁ...
Última edición por LenokVolk el 2/10/2015, 5:39 am, editado 1 vez
Lesdrumm- Admin
- Mensajes : 516
Fecha de inscripción : 03/08/2014
Localización : Trapped in some parallel universe
Re: IMPULSOS DE VIDA...
IMPULSOS DE VIDA
Capítulo 15
Lena se marchó antes del amanecer y, por primera vez en su vida, Yulia
supo lo que era el dolor por la ausencia de alguien, sentirse incompleta sin
la otra persona. Se sentó con desgana ante su mesa y, mientras jugueteaba
con un bolígrafo, recordó el baile que le había cambiado la vida, pero sólo
consiguió acentuar la añoranza. Ni siquiera sabía cómo había llegado a la
oficina. Sentía tal cúmulo de emociones que el trabajo era lo último que le
preocupaba.
Regresó de golpe a la realidad cuando sonó el inter- comunicador y
Mary le dijo que Pat estaba en la antesala.
Cuando Pat asomó la cabeza, enseguida captó el estado de ánimo de
Yulia.—
¿Qué ocurre?
La morena hizo un gesto negativo.
—Vamos a tomar el aire.
Salieron del edificio, caminaron una o dos manzanas y, por fin, Pat se
atrevió a preguntar:
—¿Qué tal el resto de la noche? Estaba preocupado por ti. ¿Te
encuentras bien?
Yulia no respondió. Se dedicó a buscar el primer restaurante que
estuviese abierto. Cuando se sentaron, la ojiazul lo miró fijamente.
—Pat, ¿estás seguro de que te has enamorado de Ted?
Pat pensó la respuesta.
—Sí. Cada día más. ¿Por qué, cariño? ¿Sientes algo por Lena?
Sorprendida por aquella pregunta tan directa, Yulia se dio cuenta de
que su expresión lo decía todo. Se sentía desgraciada.
Apoyó la cabeza en las manos, con los codos sobre la mesa, y suspiró.
—Te quedas corto. Estoy muy confundida, Pat. Nunca antes había
pensado en una mujer de esa forma. Nunca fue una opción. Aunque, si lo
pienso, tampoco me atraían especialmente los hombres, excepto tú. Se
Suponía que debían gustarme. Cuando me confesaste que eras gay, no le di
importancia; sólo deseaba que fueras feliz.
Pat asintió, pero no dijo nada.
—Me refiero a que me parecía lógico. Y siempre seré tu mejor amiga,
no existe ningún inconveniente. Me cae bien Ted. Ya me caía bien antes de
saber que estaba contigo. Es tan... —Yulia se calló, porque Pat le cogió la
mano. Luego ladeó la cabeza—. Estoy parloteando, ¿verdad? De acuerdo.
Otra pregunta, Pat. ¿Cómo supiste que él era el elegido?
—Lo supe sin más, Yul. Y creo que tú también lo sabes. ¿Qué
ocurrió?
Hablaron de la noche anterior. Pat se sorprendió al enterarse de que
los habían seguido, pero sus ojos indicaban comprensión.
—Yulia, no me di cuenta de que la situación era tan grave. Ahora
entiendo el repentino cambio de comportamiento de Lena. Tiene razón al
querer que te vayas de la oficina. Te vas ahora mismo, ¿de acuerdo?
Yulia contempló el tenedor.
—Oh, no acaba ahí la cosa. ¿Qué más, cariño?
La morena sintió que las lágrimas asomaban a sus ojos.
—Se quedó toda la noche. Monté el número de llevarla hasta la
ventana y besarla para que los fisgones de fuera nos viesen. Pero me salió
el tiro por la culata, Pat. Nunca había sentido nada parecido al besar a
alguien. Jamás.
Pat le acarició la mano.
—Se quedó. Se ofreció a dormir en el sofá, pero yo mentí y dije que
dormir en la cama no era nada del otro mundo. Nos comportamos como
dos tablones rígidos. Por fin me dormí y, cuando desperté, estaba echada
encima de ella. Conseguí acurrucarme entre sus brazos. Pat, nunca me
había sentido tan completa, tan feliz. No quería que terminase. —El
camarero les trajo té con hielo y Yulia se calló hasta que el hombre se
retiró. —Pero terminó. Se ha ido a Washington. Se fue a primera hora de la
mañana.
—¿Hablasteis? Me refiero a si quedó como un mero montaje o si ella
lo entendió.
Yulia sacudió la cabeza.
—No lo sé. Ni siquiera admitimos que habíamos dormido la una en
brazos de la otra. Pero, antes de que se fuera, le di un beso que ambas
tardaremos en olvidar. Al menos, eso espero. —Sonrió lánguidamente,
esforzándose por reprimir las lágrimas.
Pat se inclinó hacia ella y le dijo:
—Quiero que lo pienses bien antes de responder. ¿Correspondió a tu
beso?
—Sí, sin la menor duda. —No había forma de ocultar la pasión de
aquel beso.
—Yulia, no tenía por qué hacerlo. Se trataba de algo que no podían
ver ni oír los espías. Te correspondió porque lo sentía. Y algo más. Por lo
que vi anoche, o merece un premio a la mejor actriz o está tan colada por ti
como tú por ella. Confía en mí, lo sé. Ted pensó lo mismo: creyó que erais
pareja. Y no es tonto. No somos tontos. Creo que Lena tiene mucho miedo.
—¿De verdad lo crees?
Pat se echó a reír.
—Pareces Judy Garland cuando se entera de que Andy Hardy-Mickey
Rooney la quiere, en una de aquellas antiguas películas en blanco y negro
que tanto nos gustaba ver en la universidad. Sólo te falta decir: «¡Válgame
Dios!». Te veo mal, chiquilla.
A la morena le ardían las orejas, pero dijo, muy seria:
—No sé si volveré a verla. Esta mañana apenas pronunció dos
palabras. Si no la hubiese besado, nunca habría sabido lo que ella sentía.
¿Y si nunca...?
Un timbrazo característico interrumpió la cadena de pensamientos de
Yulia, que tardó unos instantes en darse cuenta de que procedía del
teléfono que Lena le había dado. Lo buscó en el bolsillo y estuvo a punto
de dejarlo caer antes de abrirlo.
—¿Diga? —Sonrió al teléfono, y Pat se disculpó para ir al servicio.
Cuando Pat volvió, Yulia lo esperaba impaciente.
—¿Y bien? ¿Qué ha dicho?
—Que siente no haberme explicado antes que tenía que marcharse.
-¿Y?
—Que llamará siempre que pueda.
-¿Y?
—¡Que quiere bailar de nuevo con su chica guapa de anuncio!
Yulia le guiñó un ojo a su mejor amigo.
—Muy bien, ¿y qué más?
—Quería tu número de teléfono.
Lena miró por la ventanilla del avión. Jess la había recogido en casa
de Anya y la había llevado al aeropuerto de jets ejecutivos anexo al
internacional de San Francisco, y enseguida despegaron. El auxiliar de
vuelo le ofreció café y un periódico, y le preparó el desayuno, pero Lena
no tenía hambre.
Cuando llegó a casa de Anya aquella mañana, Marina estaba haciendo
las maletas. Al verlas juntas se acordó de su breve experiencia con Yulia.
De niña le extrañaban las lágrimas que derramaban Marina y Anya
cuando Marina tenía que marcharse. Su madre nunca lloraba cuando su
padre se iba de viaje de negocios. En realidad, se alegraba de que se fuera.
Pero, cada vez que Marina y Anya se separaban, sufrían. Y en ese momento
entendió por qué. Se sacudió la vaga emoción que sentía, atribuyéndola a la
fatiga y a los excesos de la noche anterior.
Lena se ofreció a llevar a Marina al aeropuerto, pero Marina le dijo
que había alquilado un coche. Luego la abrazó y le dijo:
—Haz caso a tu corazón, cariño, haz caso a tu corazón. —Lena, tras
mirar el reloj, besó a Marina en la mejilla y se disculpó para acabar de
hacer las maletas.
Cuando Marina se marchó, Anya fue en busca de la pelirroja, se apoyó en la
puerta del dormitorio y observó cómo preparaba el equipaje.
—Eh, desconocida. Hace bastante tiempo que no te veo. Marina y yo
temíamos haberte ofendido en algo. ¿Viste a Yulia en la ciudad?
Lena dejó el equipaje.
—Sí. Asistió a mi conferencia y luego fuimos a cenar con su mejor
amigo y el amigo de él... Corrijo, su amante. Después estuvimos bailando
en un club gay. Era tarde cuando la llevé a casa, así que... me quedé.
—A cenar, ¿eh? Suena divertido. ¿Te cayó bien su amigo?
—Sí. Es contable forense. Por él se enteró Yulia de mi conferencia.
Es un buen tipo. Resulta que conocíamos a su nuevo amor, un banquero
que vive en el edificio de Yulia. Unas personas encantadoras. —Cerró el
candado de la bolsa de viaje—. Supongo que es mejor que me ponga en
camino. El coche no tardará.
Cruzaron el vestíbulo hasta el zaguán, donde dejaron el equipaje, y
luego fueron a la cocina a tomar café mientras esperaban el coche. La pelirroja se
mostraba silenciosa y distante.
—Ella te gusta, ¿verdad?
Lena se dedicó a buscar una taza con gran interés.
—Yo... no lo sé.
—Cuéntamelo, cariño.
Lena no pudo resistirse a contarle a Anya cómo había sido el resto de la
noche. Cuando describió el beso ante la ventana, se dio cuenta de que tenía
la mandíbula tan tensa que tuvo que hacer un esfuerzo para relajarla.
—Anoche compartimos la cama. Te juro que me
quedé quietecita en un lado, pero, cuando desperté, estábamos
enredadas la una en brazos de la otra. Tía Annya, no puedo hacer esto. —Lena
no sabía qué decir, tenía que tomarse un respiro.
—¿Hablasteis de algo? ¿Cómo han quedado las cosas?
—•Ése es otro problema. —Lena suspiró—. Esta mañana antes de
irme, Yulia me besó, me besó de verdad. Y yo le correspondí. —Se sentía
como si hubiese cometido un delito gravísimo.
—¿Y eso es malo? —Anya le dio la mano—. Yulia me parece una chica
maravillosa. Por lo que me has dicho, a ella también le gustas. ¿Por qué te
sientes tan mal?
Lena se levantó bruscamente y a punto estuvo de tirar la silla.
—No lo entiendes. No me puede gustar nadie. Tía Anya, mírame, mira
mi vida. ¿Y si la matan por mi culpa? ¡Soy una espía, Dios mío! He hecho
cosas... He herido a muchas personas. Esta operación es de mucho más
calado y más peligrosa de lo que pensamos en un principio. La he metido
en un lío. ¡No me puede gustar!
Anya rodeó la mesa para abrazar a su sobrina.
—Lena, tenía que ocurrir. El amor es una cosa maravillosa y Yulia es
muy capaz de tomar decisiones. Fue ella la que me dio la información,
recuérdalo. Y se ofreció para instalar el disco. No puedes mortificarte por
algo que escapa a tu control.
Lena se puso rígida y se apartó.
—Olvidas un detalle muy importante, Anya. No sabe nada de mí. ¿Qué
hará cuando se entere de que la he mentido, de que la he traicionado como
el idiota de su ex novio? No, es mejor acabar con todo ahora, antes de que
sufra más.
Anya la observó.
—Tal vez sea demasiado tarde, Lena. Las dos estáis metidas en esto.
¿Por qué no esperas a ver hasta dónde llega?
Lena escuchó en silencio la voz dulce y sensata de su tía. Anya siempre
había estado a su lado para todo. Cuando la madre de Lena murió tras una
horrible borrachera, Anya y Marina volaron a su lado y convencieron al
hermano de Anya para que la dejase vivir con ellas. Entonces sólo tenía
dieciséis años. Y siempre le habían asegurado que la muerte de su madre
no había sido culpa suya. Siempre.
Tal vez fuese cierto lo que decía Anya. Pero, ¿y si le ocurría algo a
Yulia? ¿Y si, por causa del pasado de Lena, Yulia salía perjudicada o
cosas peores? Los pocos que conocían su doble vida estaban muertos o
eran de su familia, pero se dedicaba a la investigación forense y había
participado en varias operaciones que costaron la carrera a personas muy
influyentes. Si se permitía una debilidad con Yulia, las consecuencias
podían ser nefastas. Peor aún, ¿y si el compromiso emocional con aquella
mujer a la que había puesto en el ojo del huracán y a la que había utilizado
se volvía contra ella y acababa, no sólo con la operación, sino con las vidas
de otras personas inocentes, entre ellas Anya y Marina? De ninguna forma
podía dar rienda suelta a sus involuntarios sentimientos hacia la morena, que
seguramente desaparecerían enseguida. Había demasiado en juego.
Anya interrumpió sus pensamientos.
—Lena, no puedes vivir siempre encerrada en una cápsula. Eres una
mujer estupenda y cariñosa. Te mereces lo mismo.
Lena admitió que su tía sabía conmoverla y se aferró a las ascuas de
esperanza que suscitaron sus palabras.
—Tía Anya, ni siquiera sé si Yulia es lesbiana. A lo mejor despierta y
dice que todo fue producto de la noche y la música.
—¿Por qué no dejas que lo decida ella? —Anya le sonrió—. Nunca lo
sabrás si no lo intentas.
La pelirroja se quedó callada.
—La invitaré de nuevo a pasar el fin de semana. Aquí estará a salvo.
Has dicho que te caía bien su amigo y que se dedica a la contabilidad
forense. ¿Por qué no averiguas si le interesa trabajar en tu empresa? Estás
buscando gente. Si es bueno, tendrás un amigo a tu lado. Un amigo gay. Te
sería útil tener a alguien como él dentro: amigo y además empleado.
Lena iba a protestar, pero Anya la interrumpió:
—Inténtalo, por favor.
El auxiliar de vuelo apareció con el desayuno. La idea de Anya era
buena. Si Pat encajaba y le interesaba el trabajo, le serviría de vínculo con
Yulia. Tenía que ver hasta dónde podía llegar. De momento.
Después de desayunar miró el reloj. Tras unas cuantas llamadas de
teléfono, decidió comunicarse con La ojiazul. Al fin y al cabo, necesitaba el
número de Pat.
Cuando colgó el teléfono, sonreía. La voz de Yulia era como un
bálsamo relajante. Le pareció que ella también se alegraba de oírla y no
dudó en darle el número de Pat. La expresión de Lena confundió al auxiliar
de vuelo, que se acercó a preguntarle si quería algo. Aparte de desear que
el avión diese la vuelta, sólo quería que la dejasen tranquila con sus
pensamientos.
Aunque el recuerdo de la belleza de Yulia y de los besos compartidos
brotaba con más frecuencia de lo que Lena estaba dispuesta a admitir, al
cabo de un rato se centró en resolver una inacabable lista de problemas que
se le presentaban como presidenta ejecutiva de Software Katina.
CONTINUARÁ...
Capítulo 15
Lena se marchó antes del amanecer y, por primera vez en su vida, Yulia
supo lo que era el dolor por la ausencia de alguien, sentirse incompleta sin
la otra persona. Se sentó con desgana ante su mesa y, mientras jugueteaba
con un bolígrafo, recordó el baile que le había cambiado la vida, pero sólo
consiguió acentuar la añoranza. Ni siquiera sabía cómo había llegado a la
oficina. Sentía tal cúmulo de emociones que el trabajo era lo último que le
preocupaba.
Regresó de golpe a la realidad cuando sonó el inter- comunicador y
Mary le dijo que Pat estaba en la antesala.
Cuando Pat asomó la cabeza, enseguida captó el estado de ánimo de
Yulia.—
¿Qué ocurre?
La morena hizo un gesto negativo.
—Vamos a tomar el aire.
Salieron del edificio, caminaron una o dos manzanas y, por fin, Pat se
atrevió a preguntar:
—¿Qué tal el resto de la noche? Estaba preocupado por ti. ¿Te
encuentras bien?
Yulia no respondió. Se dedicó a buscar el primer restaurante que
estuviese abierto. Cuando se sentaron, la ojiazul lo miró fijamente.
—Pat, ¿estás seguro de que te has enamorado de Ted?
Pat pensó la respuesta.
—Sí. Cada día más. ¿Por qué, cariño? ¿Sientes algo por Lena?
Sorprendida por aquella pregunta tan directa, Yulia se dio cuenta de
que su expresión lo decía todo. Se sentía desgraciada.
Apoyó la cabeza en las manos, con los codos sobre la mesa, y suspiró.
—Te quedas corto. Estoy muy confundida, Pat. Nunca antes había
pensado en una mujer de esa forma. Nunca fue una opción. Aunque, si lo
pienso, tampoco me atraían especialmente los hombres, excepto tú. Se
Suponía que debían gustarme. Cuando me confesaste que eras gay, no le di
importancia; sólo deseaba que fueras feliz.
Pat asintió, pero no dijo nada.
—Me refiero a que me parecía lógico. Y siempre seré tu mejor amiga,
no existe ningún inconveniente. Me cae bien Ted. Ya me caía bien antes de
saber que estaba contigo. Es tan... —Yulia se calló, porque Pat le cogió la
mano. Luego ladeó la cabeza—. Estoy parloteando, ¿verdad? De acuerdo.
Otra pregunta, Pat. ¿Cómo supiste que él era el elegido?
—Lo supe sin más, Yul. Y creo que tú también lo sabes. ¿Qué
ocurrió?
Hablaron de la noche anterior. Pat se sorprendió al enterarse de que
los habían seguido, pero sus ojos indicaban comprensión.
—Yulia, no me di cuenta de que la situación era tan grave. Ahora
entiendo el repentino cambio de comportamiento de Lena. Tiene razón al
querer que te vayas de la oficina. Te vas ahora mismo, ¿de acuerdo?
Yulia contempló el tenedor.
—Oh, no acaba ahí la cosa. ¿Qué más, cariño?
La morena sintió que las lágrimas asomaban a sus ojos.
—Se quedó toda la noche. Monté el número de llevarla hasta la
ventana y besarla para que los fisgones de fuera nos viesen. Pero me salió
el tiro por la culata, Pat. Nunca había sentido nada parecido al besar a
alguien. Jamás.
Pat le acarició la mano.
—Se quedó. Se ofreció a dormir en el sofá, pero yo mentí y dije que
dormir en la cama no era nada del otro mundo. Nos comportamos como
dos tablones rígidos. Por fin me dormí y, cuando desperté, estaba echada
encima de ella. Conseguí acurrucarme entre sus brazos. Pat, nunca me
había sentido tan completa, tan feliz. No quería que terminase. —El
camarero les trajo té con hielo y Yulia se calló hasta que el hombre se
retiró. —Pero terminó. Se ha ido a Washington. Se fue a primera hora de la
mañana.
—¿Hablasteis? Me refiero a si quedó como un mero montaje o si ella
lo entendió.
Yulia sacudió la cabeza.
—No lo sé. Ni siquiera admitimos que habíamos dormido la una en
brazos de la otra. Pero, antes de que se fuera, le di un beso que ambas
tardaremos en olvidar. Al menos, eso espero. —Sonrió lánguidamente,
esforzándose por reprimir las lágrimas.
Pat se inclinó hacia ella y le dijo:
—Quiero que lo pienses bien antes de responder. ¿Correspondió a tu
beso?
—Sí, sin la menor duda. —No había forma de ocultar la pasión de
aquel beso.
—Yulia, no tenía por qué hacerlo. Se trataba de algo que no podían
ver ni oír los espías. Te correspondió porque lo sentía. Y algo más. Por lo
que vi anoche, o merece un premio a la mejor actriz o está tan colada por ti
como tú por ella. Confía en mí, lo sé. Ted pensó lo mismo: creyó que erais
pareja. Y no es tonto. No somos tontos. Creo que Lena tiene mucho miedo.
—¿De verdad lo crees?
Pat se echó a reír.
—Pareces Judy Garland cuando se entera de que Andy Hardy-Mickey
Rooney la quiere, en una de aquellas antiguas películas en blanco y negro
que tanto nos gustaba ver en la universidad. Sólo te falta decir: «¡Válgame
Dios!». Te veo mal, chiquilla.
A la morena le ardían las orejas, pero dijo, muy seria:
—No sé si volveré a verla. Esta mañana apenas pronunció dos
palabras. Si no la hubiese besado, nunca habría sabido lo que ella sentía.
¿Y si nunca...?
Un timbrazo característico interrumpió la cadena de pensamientos de
Yulia, que tardó unos instantes en darse cuenta de que procedía del
teléfono que Lena le había dado. Lo buscó en el bolsillo y estuvo a punto
de dejarlo caer antes de abrirlo.
—¿Diga? —Sonrió al teléfono, y Pat se disculpó para ir al servicio.
Cuando Pat volvió, Yulia lo esperaba impaciente.
—¿Y bien? ¿Qué ha dicho?
—Que siente no haberme explicado antes que tenía que marcharse.
-¿Y?
—Que llamará siempre que pueda.
-¿Y?
—¡Que quiere bailar de nuevo con su chica guapa de anuncio!
Yulia le guiñó un ojo a su mejor amigo.
—Muy bien, ¿y qué más?
—Quería tu número de teléfono.
Lena miró por la ventanilla del avión. Jess la había recogido en casa
de Anya y la había llevado al aeropuerto de jets ejecutivos anexo al
internacional de San Francisco, y enseguida despegaron. El auxiliar de
vuelo le ofreció café y un periódico, y le preparó el desayuno, pero Lena
no tenía hambre.
Cuando llegó a casa de Anya aquella mañana, Marina estaba haciendo
las maletas. Al verlas juntas se acordó de su breve experiencia con Yulia.
De niña le extrañaban las lágrimas que derramaban Marina y Anya
cuando Marina tenía que marcharse. Su madre nunca lloraba cuando su
padre se iba de viaje de negocios. En realidad, se alegraba de que se fuera.
Pero, cada vez que Marina y Anya se separaban, sufrían. Y en ese momento
entendió por qué. Se sacudió la vaga emoción que sentía, atribuyéndola a la
fatiga y a los excesos de la noche anterior.
Lena se ofreció a llevar a Marina al aeropuerto, pero Marina le dijo
que había alquilado un coche. Luego la abrazó y le dijo:
—Haz caso a tu corazón, cariño, haz caso a tu corazón. —Lena, tras
mirar el reloj, besó a Marina en la mejilla y se disculpó para acabar de
hacer las maletas.
Cuando Marina se marchó, Anya fue en busca de la pelirroja, se apoyó en la
puerta del dormitorio y observó cómo preparaba el equipaje.
—Eh, desconocida. Hace bastante tiempo que no te veo. Marina y yo
temíamos haberte ofendido en algo. ¿Viste a Yulia en la ciudad?
Lena dejó el equipaje.
—Sí. Asistió a mi conferencia y luego fuimos a cenar con su mejor
amigo y el amigo de él... Corrijo, su amante. Después estuvimos bailando
en un club gay. Era tarde cuando la llevé a casa, así que... me quedé.
—A cenar, ¿eh? Suena divertido. ¿Te cayó bien su amigo?
—Sí. Es contable forense. Por él se enteró Yulia de mi conferencia.
Es un buen tipo. Resulta que conocíamos a su nuevo amor, un banquero
que vive en el edificio de Yulia. Unas personas encantadoras. —Cerró el
candado de la bolsa de viaje—. Supongo que es mejor que me ponga en
camino. El coche no tardará.
Cruzaron el vestíbulo hasta el zaguán, donde dejaron el equipaje, y
luego fueron a la cocina a tomar café mientras esperaban el coche. La pelirroja se
mostraba silenciosa y distante.
—Ella te gusta, ¿verdad?
Lena se dedicó a buscar una taza con gran interés.
—Yo... no lo sé.
—Cuéntamelo, cariño.
Lena no pudo resistirse a contarle a Anya cómo había sido el resto de la
noche. Cuando describió el beso ante la ventana, se dio cuenta de que tenía
la mandíbula tan tensa que tuvo que hacer un esfuerzo para relajarla.
—Anoche compartimos la cama. Te juro que me
quedé quietecita en un lado, pero, cuando desperté, estábamos
enredadas la una en brazos de la otra. Tía Annya, no puedo hacer esto. —Lena
no sabía qué decir, tenía que tomarse un respiro.
—¿Hablasteis de algo? ¿Cómo han quedado las cosas?
—•Ése es otro problema. —Lena suspiró—. Esta mañana antes de
irme, Yulia me besó, me besó de verdad. Y yo le correspondí. —Se sentía
como si hubiese cometido un delito gravísimo.
—¿Y eso es malo? —Anya le dio la mano—. Yulia me parece una chica
maravillosa. Por lo que me has dicho, a ella también le gustas. ¿Por qué te
sientes tan mal?
Lena se levantó bruscamente y a punto estuvo de tirar la silla.
—No lo entiendes. No me puede gustar nadie. Tía Anya, mírame, mira
mi vida. ¿Y si la matan por mi culpa? ¡Soy una espía, Dios mío! He hecho
cosas... He herido a muchas personas. Esta operación es de mucho más
calado y más peligrosa de lo que pensamos en un principio. La he metido
en un lío. ¡No me puede gustar!
Anya rodeó la mesa para abrazar a su sobrina.
—Lena, tenía que ocurrir. El amor es una cosa maravillosa y Yulia es
muy capaz de tomar decisiones. Fue ella la que me dio la información,
recuérdalo. Y se ofreció para instalar el disco. No puedes mortificarte por
algo que escapa a tu control.
Lena se puso rígida y se apartó.
—Olvidas un detalle muy importante, Anya. No sabe nada de mí. ¿Qué
hará cuando se entere de que la he mentido, de que la he traicionado como
el idiota de su ex novio? No, es mejor acabar con todo ahora, antes de que
sufra más.
Anya la observó.
—Tal vez sea demasiado tarde, Lena. Las dos estáis metidas en esto.
¿Por qué no esperas a ver hasta dónde llega?
Lena escuchó en silencio la voz dulce y sensata de su tía. Anya siempre
había estado a su lado para todo. Cuando la madre de Lena murió tras una
horrible borrachera, Anya y Marina volaron a su lado y convencieron al
hermano de Anya para que la dejase vivir con ellas. Entonces sólo tenía
dieciséis años. Y siempre le habían asegurado que la muerte de su madre
no había sido culpa suya. Siempre.
Tal vez fuese cierto lo que decía Anya. Pero, ¿y si le ocurría algo a
Yulia? ¿Y si, por causa del pasado de Lena, Yulia salía perjudicada o
cosas peores? Los pocos que conocían su doble vida estaban muertos o
eran de su familia, pero se dedicaba a la investigación forense y había
participado en varias operaciones que costaron la carrera a personas muy
influyentes. Si se permitía una debilidad con Yulia, las consecuencias
podían ser nefastas. Peor aún, ¿y si el compromiso emocional con aquella
mujer a la que había puesto en el ojo del huracán y a la que había utilizado
se volvía contra ella y acababa, no sólo con la operación, sino con las vidas
de otras personas inocentes, entre ellas Anya y Marina? De ninguna forma
podía dar rienda suelta a sus involuntarios sentimientos hacia la morena, que
seguramente desaparecerían enseguida. Había demasiado en juego.
Anya interrumpió sus pensamientos.
—Lena, no puedes vivir siempre encerrada en una cápsula. Eres una
mujer estupenda y cariñosa. Te mereces lo mismo.
Lena admitió que su tía sabía conmoverla y se aferró a las ascuas de
esperanza que suscitaron sus palabras.
—Tía Anya, ni siquiera sé si Yulia es lesbiana. A lo mejor despierta y
dice que todo fue producto de la noche y la música.
—¿Por qué no dejas que lo decida ella? —Anya le sonrió—. Nunca lo
sabrás si no lo intentas.
La pelirroja se quedó callada.
—La invitaré de nuevo a pasar el fin de semana. Aquí estará a salvo.
Has dicho que te caía bien su amigo y que se dedica a la contabilidad
forense. ¿Por qué no averiguas si le interesa trabajar en tu empresa? Estás
buscando gente. Si es bueno, tendrás un amigo a tu lado. Un amigo gay. Te
sería útil tener a alguien como él dentro: amigo y además empleado.
Lena iba a protestar, pero Anya la interrumpió:
—Inténtalo, por favor.
El auxiliar de vuelo apareció con el desayuno. La idea de Anya era
buena. Si Pat encajaba y le interesaba el trabajo, le serviría de vínculo con
Yulia. Tenía que ver hasta dónde podía llegar. De momento.
Después de desayunar miró el reloj. Tras unas cuantas llamadas de
teléfono, decidió comunicarse con La ojiazul. Al fin y al cabo, necesitaba el
número de Pat.
Cuando colgó el teléfono, sonreía. La voz de Yulia era como un
bálsamo relajante. Le pareció que ella también se alegraba de oírla y no
dudó en darle el número de Pat. La expresión de Lena confundió al auxiliar
de vuelo, que se acercó a preguntarle si quería algo. Aparte de desear que
el avión diese la vuelta, sólo quería que la dejasen tranquila con sus
pensamientos.
Aunque el recuerdo de la belleza de Yulia y de los besos compartidos
brotaba con más frecuencia de lo que Lena estaba dispuesta a admitir, al
cabo de un rato se centró en resolver una inacabable lista de problemas que
se le presentaban como presidenta ejecutiva de Software Katina.
CONTINUARÁ...
Lesdrumm- Admin
- Mensajes : 516
Fecha de inscripción : 03/08/2014
Localización : Trapped in some parallel universe
Re: IMPULSOS DE VIDA...
IMPULSOS DE VIDA
Capítulo 16
El viernes Anya ayudó a Yulia a llevar sus cosas a la casa y, luego, le sugirió
un recorrido por la finca y un paseo hasta la playa. Tras preparar una
mochila con la merienda y agua, se pusieron unos viejos sombreros y se
dirigieron a los acantilados.
La parte de la propiedad que daba al océano estaba mucho menos
cuidada que la parte delantera. La hierba crecía a su aire, los senderos
apenas se distinguían y costaba trabajo abrirse paso.
Anya, que iba delante, se volvió y gritó:
—¡Alto! ¡Un avispero!
Yulia se detuvo con el pie derecho en el aire hasta que Anya la cogió
por el brazo y la apartó del avispero. Ya a cierta distancia, Anya dijo:
—Lo descubrí hace poco. Esas pesadas espantan a los pájaros cuando
van a los comederos y atacan al pobre Tippy cuando quiere tomar el sol.
Tengo que encontrar la forma de destruirlas sin envenenar el entorno y
debo hacerlo después de que vuelvan al nido al anochecer o de que lo
abandonen por la mañana. Hasta entonces, evitémoslas.
La morena aseguró que el lugar le había quedado grabado en la mente, y
continuaron por los acantilados. Cuando llegaron al borde, La ojiazul se asomó
sobre lo que parecía una caída vertical de varios cientos de metros hasta el
mar. La vista era magnífica, pero la idea de descender le puso la carne de
gallina. Anya le leyó el pensamiento.
—¿Te echas atrás?
—Pues casi. Es demasiado empinado para mí. —A Yulia le sudaban
los pies y le costaba respirar.
Anya le aseguró que no la dejaría caer y que valía la pena asumir el
riesgo. Yulia, que no quería parecer ñoña, esbozó una sonrisa y dijo:
—Bueno, no duele, no duele nada.
Había una especie de sendero y los puntos de apoyo que le indicó Anya
eran firmes. Resbaló unas cuantas veces, pero lo peor eran las raquíticas
plantas que crecían entre las rocas y a las que la morena se agarraba para no
perder el equilibrio. En general, le pareció todo un logro llegar abajo
entera.
Anya sonrió.
—Lena estaría impresionada.
Yulia se dio cuenta de que había sonreído como una idiota al oír el
elogio, pero no pudo evitarlo.
Tras el angustioso descenso, caminaron por la playa, en la que se
mezclaban rocas y arena. La marea estaba baja, así que tenían mucho
espacio para explorar. Frente a la playa había unas enormes rocas contra
las que rompían las olas con tanta fuerza y espectacularidad que Yulia se
detuvo a contemplarlas.
—¡Es maravilloso! —Reparó en que Anya estaba demasiado lejos para
oírla, pero no le importó.
Caminaron entre las rocas, saltando sobre arroyuelos formados por la
marea, que desembocaban en el océano, y esquivando las gigantescas algas
arrastradas por el mar. Encontraron un lugar relativamente despejado para
merendar y la conversación derivó inevitablemente hacia Lena. Yulia no
se perdió ni una palabra.
—Lena se pasaba horas aquí sola. En realidad, fue así como aprendí
de memoria los acantilados y la playa, de noche. —Anya contempló el
océano—. Me daba un miedo atroz. Un verano fui a la ciudad a recoger a
Marina en el aeropuerto. Lena tenía quince años y decidió quedarse sola.
No le di importancia. Lena conocía a todos los vecinos y me había
ayudado a construir la casa. Dijo que prepararía la comida. Todo estaba
planeado.
—¿Lena sabe cocinar?
Los ojos de Anya casi resplandecieron.
—Ahora no sé. Seguramente hace años que no practica. En aquella
época cocinaba la pasta muy bien. —Anya volvió a mirar el océano—.
Cuando Marina y yo llegamos, Lena no estaba en ninguna parte. AI
principio pensamos que quería tomarnos el pelo. Pero, cuando anocheció,
registramos el lugar. No había preparado la cena y no encontramos sus
botas de senderismo ni su mochila. La llamamos a gritos en los
acantilados, pero el ruido de las olas ahogó nuestras voces. —Anya se perdió
en los recuerdos—. Marina sugirió que cogiésemos unas linternas y
fuésemos hasta el borde del precipicio. Tal vez viésemos algo o, si estaba
allí, nos haría señales con su linterna. Siempre la llevaba en la mochila. Ya
sabes, una linterna pequeña.
»Fuimos al borde del acantilado, gritamos, escuchamos y
proyectamos ráfagas de luz. Estábamos tan nerviosas que lo que hacíamos
era gritarnos la una a la otra. Nada. Le dije a Marina que no utilizase la
linterna e hice lo mismo. Permanecimos en la oscuridad, escuchando y
vigilando. —Yulia se inclinó, completamente absorta en la historia—. De
pronto, Marina dijo: «¡Allí!». Sí, había una lucecita que parpadeaba.
Encendimos las linternas para ver de qué se trataba, pero la lucecita se
perdió entre los destellos de nuestras luces. Cuando la volvimos a ver, nos
dirigimos hacia ella en la oscuridad.
Anya se volvió hacia Yulia.
—Créeme si te digo que haces cualquier cosa cuando quieres a una
persona. Marina y yo descendimos por mero instinto, buscando aquella luz.
Al acercarnos, empezamos a gritar y oímos que nos respondía. Cuando al
fin llegamos hasta ella, descubrimos que se había caído, se había roto un
brazo y tenía un tobillo encajado entre dos rocas. La liberamos, pero estaba
conmocionada. Entre las dos la ayudamos a subir por el acantilado. A los
quince años Lena era tan alta como ahora y no colaboraba, porque estaba
fuera de sí. De vez en cuando encendíamos la linterna de Marina para
orientarnos, pero nada más. Tardamos una eternidad en volver a la casa e
incluso tuvimos que arrastrarnos.
Yulia estaba embelesada. Comprendió entonces que ella habría hecho
lo mismo por Lena. En cualquier momento y en cualquier lugar. Y
comprenderlo la sorprendió. No la conocía tanto como para tener una
certeza tan arraigada. Pero, con explicación o sin ella, así era.
Anya se rió.
—Aquella noche no cenamos. Entre el servicio de urgencias y el
agotamiento emocional, cuando llegamos a casa nos fuimos directas a la
cama. ¡Vaya nochecita! Lo esencial fue que, a partir de entonces, le
perdimos el miedo a los acantilados. Tú vas por el mismo camino. Sólo
tienes que perseverar.
—Mi vida es muy sosa en comparación con vuestras aventuras —afirmó Yuli—. Me protegieron mucho de niña. Lo más peligroso que hice
fue quitarme de encima a los fotógrafos demasiado entusiastas.
—No te restes méritos, Yul. Lena me contó que te habías pagado la
carrera, que te marchaste de casa para estudiar en la universidad y que,
luego, te buscaste la vida en California. Eso no lo hace una persona
cobarde. Y te has enfrentado a los últimos acontecimientos con mucho
valor. Te admiro.
—¿En serio? No lo había pensado desde ese punto de vista. Lo que
acabas de decir significa mucho para mí, sobre todo viniendo de alguien
como tú. Gracias.
Anya le dio una palmada en el hombro y dijo:
—A partir de ahora, piénsalo.
Esa noche, después de cenar, Anya y Yulia se sentaron frente a la
chimenea. Tippy se acomodó en el regazo familiar de la morena, como si
pensase pasar allí el resto de la velada, tan feliz.
Yulia permanecía en silencio.
—¿Qué quieres saber? —preguntó Anya.
Yulia se sorprendió, pero enseguida se sintió aliviada y, en parte,
decepcionada por la facilidad con que Anya le había adivinado el
pensamiento. Tomó aliento y se acodó en el sillón, apoyando la cabeza en
la mano.
—O tienes el don de leer los pensamientos o yo soy más simple de lo
que creía.
—Tal vez sólo sea en este caso en concreto. Adelante. Te responderé
si puedo.
—Gracias. Me preguntaba por qué Lena pasa aquí todos los veranos.
—En realidad, empezó cuando tenía once años. Yo... estuve fuera
algún tiempo.
El rostro de Anya reflejó un dolor palpable.
—Oh, Annya. No creí que la pregunta invadiese tu intimidad.
Discúlpame. Soy demasiado...
alzó la mano.
—No pasa nada. Es una parte de mi vida de la que no suelo hablar. Ha
transcurrido mucho tiempo. —Suspiró—. Me escapé. Estaba casada y huí
de mi marido y del matrimonio. Es una larga historia, pero se resume en
que perdí el contacto durante cinco años. Cuando por fin llamé a mi
hermano, me ayudó a conseguir el divorcio. En realidad, mi ex se había
vuelto a casar, así que resultó muy fácil.
Yulia no sabía qué decir.
A Anya le brillaban los ojos.
—Sólo lamento una cosa de esa época, no haber estado con mi sobrina
Elena.
Se miró las manos y continuó:
—Durante el tiempo que permanecí ausente, la esposa de mi hermano,
una persona desequilibrada, empezó a beber en exceso. Lena era sólo una
niña, pero estábamos muy unidas. No le habría reprochado que no quisiese
volver a verme, pero, en cuanto se enteró de mi reaparición, empezamos a
escribirnos y a llamarnos casi todos los días. Me sentía como si le
estuviese lanzando un salvavidas a una criatura que se está ahogando. Dios
mío, tan pequeña e indefensa.
A Anya se le llenaron los ojos de lágrimas, y Yulia sintió un nudo en la
garganta al pensar en lo mucho que había sufrido Lena. Anya hizo una breve
pausa y, luego, continuó:
—Lena es de una ciudad pequeña y tenia una estatura media respecto a sus compañeros pero siempre fue mas inteligente
que ellos. Por algunas cosas que me contó, creo que no podía
arriesgarse a llevar amigos a casa. Su padre, mi hermano, decía que,
cuando su mujer bebía, se volvía muy grosera y, bueno, ya te haces a la
idea. Mi hermano hacía lo que podía, pero tenía que viajar a causa de su
trabajo. Lena se quedaba sola. En cuanto recuperamos el contacto, le pedí
que pasase el verano conmigo, y el resto ya es historia.
El fuego crepitó y Tippy se acomodó en el regazo de Yulia.
—Vaya. Ojalá la hubiese conocido entonces. Nos habríamos hecho
amigas.
—No importa. Ahora sois amigas, y es el momento ideal.
Yulia abrió los ojos antes del amanecer. Se levantó medio dormida y
fue a la cocina para preparar café y dar de comer al insistente gato. Luego
se duchó. Cuando Anya dijo que tenía que hacer unos recados, La morena le
preguntó si podía acompañarla, a lo que Anya accedió muy contenta.
Después de la excursión, cuando estaban entrando en la casa sonó el
teléfono. Anya dejó las bolsas sobre la mesa de la cocina y cogió el auricular.
—Hola, Lena, me extrañaba que no llamases. —Habló en tono irónico
—. Oh, estoy perfectamente. Gracias por tu interés. ¿Qué? ¿No te interesa?
¿Quieres hablar con Yulia? Debe de andar por ahí. ¡Oh! ¡Aquí está! Detrás
de mí. ¿Te la paso? ¿Cómo? No te oigo. ¡Bueno, Bueno! ¡Caray, qué mal
genio! Te la paso. —Le dio el inalámbrico a la ojiazul, riéndose y señalando el
salón, donde tendría más intimidad.
A Yulia se le aceleró el pulso cuando oyó el teléfono.
AI ver que se trataba de Lena y que preguntaba por ella, estuvo a
punto de lanzar un grito de alegría. «Contrólate. Yulia, eres un bicho raro.
Al fin y al cabo, sólo es una llamada de una amiga.»
Se acercó a la ventana del salón, contempló el océano verde marino y vio los ojos de
Lena antes de oír su voz.
—Hola, forastera. ¿Qué tal en Washington? —Fue lo único que se le
ocurrió.
—Hola, ¿disfrutando del fin de semana? —Yulia percibió la sonrisa
de Lena.
—¡Sí! Anya y yo bajamos por el acantilado para merendar en la playa y
conseguí no romperme ningún hueso. Hoy hemos ido al pueblo a desayunar
y Anya me ha presentado a un montón de amigas. Me he enterado de algunas
cosas sobre ti, pequeña. Si se las contase a tus colegas, tendrían una nueva
imagen de ti. ¡Menudo diablillo!
—No hables con nadie de esas cosas. ¿Me lo prometes? —La voz de
Lena sonaba muy seria.
—De acuerdo, Lena. Estaba bromeando. Nunca contaría nada de ti a
nadie sin tu permiso. Te lo prometo. —Le dolió la reprimenda.
Lena se quedó callada unos segundos. Cuando habló, su voz había
recuperado el tono cariñoso y parecía arrepentida.
—Lo siento, no quería saltarte al cuello. A decir verdad, prefiero que
mis colegas no sepan gran cosa. Resulta más fácil. —Se aclaró la garganta
—. ¿Me guardarás el secreto?
Yulia percibió la disculpa que subyacía tras la pregunta.
—Claro que sí. Comprendo tu prudencia, créeme. Tiendo a pecar de
todo lo contrario y no me ha beneficiado en absoluto.
—Yulia, no cambies. Eres maravillosa así... Me refiero a que, hum,
admiro tu franqueza.
Si la morena hubiese podido levitar, lo habría hecho. Buscó algo que decir
para prolongar el momento.
—Yo tampoco quiero que tú cambies. No... se lo contaré a nadie. —Se
puso colorada e intentó pensar en algo para llenar aquel incómodo silencio.
—No he tenido suerte en la oficina con la investigación de los
secuaces de Vladimir, Lena. La gente sabe lo que Vlad ha contado de ellos y,
en esencia, se ha dedicado a ponerlos por las nubes. No creo que nadie sepa
ni tan siquiera que existe el comité. No figura en los documentos legales ni
públicos de la empresa. Por lo que he visto, no existe una relación formal.
¿Has tenido más suerte?
—Sí y no. Esos tipos manejan fondos que han tenido éxito
recientemente, como hace Vladimir. Pero no se salen de lo normal. Están en la
cima del mercado alcista. Y supongo que se encuentran tan enganchados
como el propio Sokolsky. Salvo uno, todos están limpios. ¿Adivina quién?
—Dieter. El número uno en el ranking de tipos espeluznantes. —
Yulia no tuvo que esforzarse mucho. Se le ponía la carne de gallina con
sólo mencionar el nombre.
—Buena intuición. A título confidencial, Dieter ya mereció la
atención de la Comisión del Mercado de Valores con anterioridad. Mi
software se utiliza en otros países, y lo localizaron en Alemania e
Inglaterra. Supongo que hay algo muy grande en juego y no me gusta nada
cómo huele.
Yulia oyó los golpecitos de un lápiz al otro lado de la línea.
Lena se aclaró la garganta.
—Escucha, quiero que abandones tu apartamento inmediatamente y te
vayas a vivir con Anya. Por varias razones, su casa no es fácil de encontrar ni
de vigilar.
Yulia meditó antes de responder.
—En realidad, yo...
—A Anya le encantaría tenerte en su casa. Tanto a Anya como a Marina.
Y a todas nos preocupa tu seguridad.
—Pero el trayecto al trabajo sería...
—Quiero que lo dejes.
—No puedo...
—Por favor. Tendrás tiempo para decidir qué quieres hacer mientras
estás en Bolinas.
—Pero mis clientas...
—Sé lo que piensas, Yulia. Haré lo que pueda por proteger su dinero.
No puedo decir más. Tu seguridad es más importante.
—No quiero que sepan adonde me traslado, Lena. —A Yulia se le
encogió el estómago.
—No se lo cuentes. Tienes una plaza de garaje subterránea. Guarda las
cosas en cajas o en varias bolsas y mételas en el maletero. Haz varios
viajes. Conecta el buzón de voz del teléfono de tu casa con el de la
empresa. No comuniques nada con antelación. Y no hables de Anya ni de mí.
Debemos asumir que algunas personas conocen nuestra relación. Al menos
desde la otra noche.
Lena hizo una pausa y, luego, añadió:
—Si Georgia Johnson se dedica a curiosear y descubre mi campo de
trabajo, se dispararían todas las alarmas. Francamente, sería más seguro
que pensasen que somos amantes y no que te relacionen con mi trabajo. Si
alguien te comenta algo, dale largas y hazte la tonta. Mantengamos la
discreción hasta que sepamos algo más. ¿Cuándo puedes dejarlo?
—Espera un momento y demos marcha atrás. ¿Estás diciendo que no
te importa que la gente se dedique a comentar que eres lesbiana y yo
también?
—No me importa en absoluto. Y menos si es... contigo. —Una pausa
—. Me refiero a que no quiero que averigüen que trabajamos juntas y, si
hay que pasar por eso, ¿qué más da? Además, los rumores ya circulan.
Supongo que te preocupa la parte que te toca, ¿no?
Yulia lo pensó un momento.
—Buena pregunta. Por algún motivo, no, no me preocupa. ¡Ja! ¡Nada
de nada! Cuando se lo cuente a Pat...
—Yulia, de momento habla sólo con Pat y a través del teléfono
seguro. Mejor que los demás crean lo que les apetezca. Supongamos que te
vigilan. Ya los sacarás de su error más tarde.
Yulia preguntó en tono ligero:
—Dime, querida amante, ¿cuándo te veré?
El comentario provocó una risa nerviosa al otro lado de la línea.
—Espero que pronto, pero tengo un proyecto entre manos que
requiere mi atención. Sigue con Anya, y quiero que me llames todos los días.
Llámame antes de acostarte, para que sepa que te encuentras a salvo y para
que nos pongamos al día. Otra cosa, Yulia.
—Sí, Elena. —La morena se sorprendió al oír su propia voz, tenue y
seductora.
—Yo..., en fin, ten cuidado.
CONTINUARÁ...
En un par de días subo mas conti. Bye
Capítulo 16
El viernes Anya ayudó a Yulia a llevar sus cosas a la casa y, luego, le sugirió
un recorrido por la finca y un paseo hasta la playa. Tras preparar una
mochila con la merienda y agua, se pusieron unos viejos sombreros y se
dirigieron a los acantilados.
La parte de la propiedad que daba al océano estaba mucho menos
cuidada que la parte delantera. La hierba crecía a su aire, los senderos
apenas se distinguían y costaba trabajo abrirse paso.
Anya, que iba delante, se volvió y gritó:
—¡Alto! ¡Un avispero!
Yulia se detuvo con el pie derecho en el aire hasta que Anya la cogió
por el brazo y la apartó del avispero. Ya a cierta distancia, Anya dijo:
—Lo descubrí hace poco. Esas pesadas espantan a los pájaros cuando
van a los comederos y atacan al pobre Tippy cuando quiere tomar el sol.
Tengo que encontrar la forma de destruirlas sin envenenar el entorno y
debo hacerlo después de que vuelvan al nido al anochecer o de que lo
abandonen por la mañana. Hasta entonces, evitémoslas.
La morena aseguró que el lugar le había quedado grabado en la mente, y
continuaron por los acantilados. Cuando llegaron al borde, La ojiazul se asomó
sobre lo que parecía una caída vertical de varios cientos de metros hasta el
mar. La vista era magnífica, pero la idea de descender le puso la carne de
gallina. Anya le leyó el pensamiento.
—¿Te echas atrás?
—Pues casi. Es demasiado empinado para mí. —A Yulia le sudaban
los pies y le costaba respirar.
Anya le aseguró que no la dejaría caer y que valía la pena asumir el
riesgo. Yulia, que no quería parecer ñoña, esbozó una sonrisa y dijo:
—Bueno, no duele, no duele nada.
Había una especie de sendero y los puntos de apoyo que le indicó Anya
eran firmes. Resbaló unas cuantas veces, pero lo peor eran las raquíticas
plantas que crecían entre las rocas y a las que la morena se agarraba para no
perder el equilibrio. En general, le pareció todo un logro llegar abajo
entera.
Anya sonrió.
—Lena estaría impresionada.
Yulia se dio cuenta de que había sonreído como una idiota al oír el
elogio, pero no pudo evitarlo.
Tras el angustioso descenso, caminaron por la playa, en la que se
mezclaban rocas y arena. La marea estaba baja, así que tenían mucho
espacio para explorar. Frente a la playa había unas enormes rocas contra
las que rompían las olas con tanta fuerza y espectacularidad que Yulia se
detuvo a contemplarlas.
—¡Es maravilloso! —Reparó en que Anya estaba demasiado lejos para
oírla, pero no le importó.
Caminaron entre las rocas, saltando sobre arroyuelos formados por la
marea, que desembocaban en el océano, y esquivando las gigantescas algas
arrastradas por el mar. Encontraron un lugar relativamente despejado para
merendar y la conversación derivó inevitablemente hacia Lena. Yulia no
se perdió ni una palabra.
—Lena se pasaba horas aquí sola. En realidad, fue así como aprendí
de memoria los acantilados y la playa, de noche. —Anya contempló el
océano—. Me daba un miedo atroz. Un verano fui a la ciudad a recoger a
Marina en el aeropuerto. Lena tenía quince años y decidió quedarse sola.
No le di importancia. Lena conocía a todos los vecinos y me había
ayudado a construir la casa. Dijo que prepararía la comida. Todo estaba
planeado.
—¿Lena sabe cocinar?
Los ojos de Anya casi resplandecieron.
—Ahora no sé. Seguramente hace años que no practica. En aquella
época cocinaba la pasta muy bien. —Anya volvió a mirar el océano—.
Cuando Marina y yo llegamos, Lena no estaba en ninguna parte. AI
principio pensamos que quería tomarnos el pelo. Pero, cuando anocheció,
registramos el lugar. No había preparado la cena y no encontramos sus
botas de senderismo ni su mochila. La llamamos a gritos en los
acantilados, pero el ruido de las olas ahogó nuestras voces. —Anya se perdió
en los recuerdos—. Marina sugirió que cogiésemos unas linternas y
fuésemos hasta el borde del precipicio. Tal vez viésemos algo o, si estaba
allí, nos haría señales con su linterna. Siempre la llevaba en la mochila. Ya
sabes, una linterna pequeña.
»Fuimos al borde del acantilado, gritamos, escuchamos y
proyectamos ráfagas de luz. Estábamos tan nerviosas que lo que hacíamos
era gritarnos la una a la otra. Nada. Le dije a Marina que no utilizase la
linterna e hice lo mismo. Permanecimos en la oscuridad, escuchando y
vigilando. —Yulia se inclinó, completamente absorta en la historia—. De
pronto, Marina dijo: «¡Allí!». Sí, había una lucecita que parpadeaba.
Encendimos las linternas para ver de qué se trataba, pero la lucecita se
perdió entre los destellos de nuestras luces. Cuando la volvimos a ver, nos
dirigimos hacia ella en la oscuridad.
Anya se volvió hacia Yulia.
—Créeme si te digo que haces cualquier cosa cuando quieres a una
persona. Marina y yo descendimos por mero instinto, buscando aquella luz.
Al acercarnos, empezamos a gritar y oímos que nos respondía. Cuando al
fin llegamos hasta ella, descubrimos que se había caído, se había roto un
brazo y tenía un tobillo encajado entre dos rocas. La liberamos, pero estaba
conmocionada. Entre las dos la ayudamos a subir por el acantilado. A los
quince años Lena era tan alta como ahora y no colaboraba, porque estaba
fuera de sí. De vez en cuando encendíamos la linterna de Marina para
orientarnos, pero nada más. Tardamos una eternidad en volver a la casa e
incluso tuvimos que arrastrarnos.
Yulia estaba embelesada. Comprendió entonces que ella habría hecho
lo mismo por Lena. En cualquier momento y en cualquier lugar. Y
comprenderlo la sorprendió. No la conocía tanto como para tener una
certeza tan arraigada. Pero, con explicación o sin ella, así era.
Anya se rió.
—Aquella noche no cenamos. Entre el servicio de urgencias y el
agotamiento emocional, cuando llegamos a casa nos fuimos directas a la
cama. ¡Vaya nochecita! Lo esencial fue que, a partir de entonces, le
perdimos el miedo a los acantilados. Tú vas por el mismo camino. Sólo
tienes que perseverar.
—Mi vida es muy sosa en comparación con vuestras aventuras —afirmó Yuli—. Me protegieron mucho de niña. Lo más peligroso que hice
fue quitarme de encima a los fotógrafos demasiado entusiastas.
—No te restes méritos, Yul. Lena me contó que te habías pagado la
carrera, que te marchaste de casa para estudiar en la universidad y que,
luego, te buscaste la vida en California. Eso no lo hace una persona
cobarde. Y te has enfrentado a los últimos acontecimientos con mucho
valor. Te admiro.
—¿En serio? No lo había pensado desde ese punto de vista. Lo que
acabas de decir significa mucho para mí, sobre todo viniendo de alguien
como tú. Gracias.
Anya le dio una palmada en el hombro y dijo:
—A partir de ahora, piénsalo.
Esa noche, después de cenar, Anya y Yulia se sentaron frente a la
chimenea. Tippy se acomodó en el regazo familiar de la morena, como si
pensase pasar allí el resto de la velada, tan feliz.
Yulia permanecía en silencio.
—¿Qué quieres saber? —preguntó Anya.
Yulia se sorprendió, pero enseguida se sintió aliviada y, en parte,
decepcionada por la facilidad con que Anya le había adivinado el
pensamiento. Tomó aliento y se acodó en el sillón, apoyando la cabeza en
la mano.
—O tienes el don de leer los pensamientos o yo soy más simple de lo
que creía.
—Tal vez sólo sea en este caso en concreto. Adelante. Te responderé
si puedo.
—Gracias. Me preguntaba por qué Lena pasa aquí todos los veranos.
—En realidad, empezó cuando tenía once años. Yo... estuve fuera
algún tiempo.
El rostro de Anya reflejó un dolor palpable.
—Oh, Annya. No creí que la pregunta invadiese tu intimidad.
Discúlpame. Soy demasiado...
alzó la mano.
—No pasa nada. Es una parte de mi vida de la que no suelo hablar. Ha
transcurrido mucho tiempo. —Suspiró—. Me escapé. Estaba casada y huí
de mi marido y del matrimonio. Es una larga historia, pero se resume en
que perdí el contacto durante cinco años. Cuando por fin llamé a mi
hermano, me ayudó a conseguir el divorcio. En realidad, mi ex se había
vuelto a casar, así que resultó muy fácil.
Yulia no sabía qué decir.
A Anya le brillaban los ojos.
—Sólo lamento una cosa de esa época, no haber estado con mi sobrina
Elena.
Se miró las manos y continuó:
—Durante el tiempo que permanecí ausente, la esposa de mi hermano,
una persona desequilibrada, empezó a beber en exceso. Lena era sólo una
niña, pero estábamos muy unidas. No le habría reprochado que no quisiese
volver a verme, pero, en cuanto se enteró de mi reaparición, empezamos a
escribirnos y a llamarnos casi todos los días. Me sentía como si le
estuviese lanzando un salvavidas a una criatura que se está ahogando. Dios
mío, tan pequeña e indefensa.
A Anya se le llenaron los ojos de lágrimas, y Yulia sintió un nudo en la
garganta al pensar en lo mucho que había sufrido Lena. Anya hizo una breve
pausa y, luego, continuó:
—Lena es de una ciudad pequeña y tenia una estatura media respecto a sus compañeros pero siempre fue mas inteligente
que ellos. Por algunas cosas que me contó, creo que no podía
arriesgarse a llevar amigos a casa. Su padre, mi hermano, decía que,
cuando su mujer bebía, se volvía muy grosera y, bueno, ya te haces a la
idea. Mi hermano hacía lo que podía, pero tenía que viajar a causa de su
trabajo. Lena se quedaba sola. En cuanto recuperamos el contacto, le pedí
que pasase el verano conmigo, y el resto ya es historia.
El fuego crepitó y Tippy se acomodó en el regazo de Yulia.
—Vaya. Ojalá la hubiese conocido entonces. Nos habríamos hecho
amigas.
—No importa. Ahora sois amigas, y es el momento ideal.
Yulia abrió los ojos antes del amanecer. Se levantó medio dormida y
fue a la cocina para preparar café y dar de comer al insistente gato. Luego
se duchó. Cuando Anya dijo que tenía que hacer unos recados, La morena le
preguntó si podía acompañarla, a lo que Anya accedió muy contenta.
Después de la excursión, cuando estaban entrando en la casa sonó el
teléfono. Anya dejó las bolsas sobre la mesa de la cocina y cogió el auricular.
—Hola, Lena, me extrañaba que no llamases. —Habló en tono irónico
—. Oh, estoy perfectamente. Gracias por tu interés. ¿Qué? ¿No te interesa?
¿Quieres hablar con Yulia? Debe de andar por ahí. ¡Oh! ¡Aquí está! Detrás
de mí. ¿Te la paso? ¿Cómo? No te oigo. ¡Bueno, Bueno! ¡Caray, qué mal
genio! Te la paso. —Le dio el inalámbrico a la ojiazul, riéndose y señalando el
salón, donde tendría más intimidad.
A Yulia se le aceleró el pulso cuando oyó el teléfono.
AI ver que se trataba de Lena y que preguntaba por ella, estuvo a
punto de lanzar un grito de alegría. «Contrólate. Yulia, eres un bicho raro.
Al fin y al cabo, sólo es una llamada de una amiga.»
Se acercó a la ventana del salón, contempló el océano verde marino y vio los ojos de
Lena antes de oír su voz.
—Hola, forastera. ¿Qué tal en Washington? —Fue lo único que se le
ocurrió.
—Hola, ¿disfrutando del fin de semana? —Yulia percibió la sonrisa
de Lena.
—¡Sí! Anya y yo bajamos por el acantilado para merendar en la playa y
conseguí no romperme ningún hueso. Hoy hemos ido al pueblo a desayunar
y Anya me ha presentado a un montón de amigas. Me he enterado de algunas
cosas sobre ti, pequeña. Si se las contase a tus colegas, tendrían una nueva
imagen de ti. ¡Menudo diablillo!
—No hables con nadie de esas cosas. ¿Me lo prometes? —La voz de
Lena sonaba muy seria.
—De acuerdo, Lena. Estaba bromeando. Nunca contaría nada de ti a
nadie sin tu permiso. Te lo prometo. —Le dolió la reprimenda.
Lena se quedó callada unos segundos. Cuando habló, su voz había
recuperado el tono cariñoso y parecía arrepentida.
—Lo siento, no quería saltarte al cuello. A decir verdad, prefiero que
mis colegas no sepan gran cosa. Resulta más fácil. —Se aclaró la garganta
—. ¿Me guardarás el secreto?
Yulia percibió la disculpa que subyacía tras la pregunta.
—Claro que sí. Comprendo tu prudencia, créeme. Tiendo a pecar de
todo lo contrario y no me ha beneficiado en absoluto.
—Yulia, no cambies. Eres maravillosa así... Me refiero a que, hum,
admiro tu franqueza.
Si la morena hubiese podido levitar, lo habría hecho. Buscó algo que decir
para prolongar el momento.
—Yo tampoco quiero que tú cambies. No... se lo contaré a nadie. —Se
puso colorada e intentó pensar en algo para llenar aquel incómodo silencio.
—No he tenido suerte en la oficina con la investigación de los
secuaces de Vladimir, Lena. La gente sabe lo que Vlad ha contado de ellos y,
en esencia, se ha dedicado a ponerlos por las nubes. No creo que nadie sepa
ni tan siquiera que existe el comité. No figura en los documentos legales ni
públicos de la empresa. Por lo que he visto, no existe una relación formal.
¿Has tenido más suerte?
—Sí y no. Esos tipos manejan fondos que han tenido éxito
recientemente, como hace Vladimir. Pero no se salen de lo normal. Están en la
cima del mercado alcista. Y supongo que se encuentran tan enganchados
como el propio Sokolsky. Salvo uno, todos están limpios. ¿Adivina quién?
—Dieter. El número uno en el ranking de tipos espeluznantes. —
Yulia no tuvo que esforzarse mucho. Se le ponía la carne de gallina con
sólo mencionar el nombre.
—Buena intuición. A título confidencial, Dieter ya mereció la
atención de la Comisión del Mercado de Valores con anterioridad. Mi
software se utiliza en otros países, y lo localizaron en Alemania e
Inglaterra. Supongo que hay algo muy grande en juego y no me gusta nada
cómo huele.
Yulia oyó los golpecitos de un lápiz al otro lado de la línea.
Lena se aclaró la garganta.
—Escucha, quiero que abandones tu apartamento inmediatamente y te
vayas a vivir con Anya. Por varias razones, su casa no es fácil de encontrar ni
de vigilar.
Yulia meditó antes de responder.
—En realidad, yo...
—A Anya le encantaría tenerte en su casa. Tanto a Anya como a Marina.
Y a todas nos preocupa tu seguridad.
—Pero el trayecto al trabajo sería...
—Quiero que lo dejes.
—No puedo...
—Por favor. Tendrás tiempo para decidir qué quieres hacer mientras
estás en Bolinas.
—Pero mis clientas...
—Sé lo que piensas, Yulia. Haré lo que pueda por proteger su dinero.
No puedo decir más. Tu seguridad es más importante.
—No quiero que sepan adonde me traslado, Lena. —A Yulia se le
encogió el estómago.
—No se lo cuentes. Tienes una plaza de garaje subterránea. Guarda las
cosas en cajas o en varias bolsas y mételas en el maletero. Haz varios
viajes. Conecta el buzón de voz del teléfono de tu casa con el de la
empresa. No comuniques nada con antelación. Y no hables de Anya ni de mí.
Debemos asumir que algunas personas conocen nuestra relación. Al menos
desde la otra noche.
Lena hizo una pausa y, luego, añadió:
—Si Georgia Johnson se dedica a curiosear y descubre mi campo de
trabajo, se dispararían todas las alarmas. Francamente, sería más seguro
que pensasen que somos amantes y no que te relacionen con mi trabajo. Si
alguien te comenta algo, dale largas y hazte la tonta. Mantengamos la
discreción hasta que sepamos algo más. ¿Cuándo puedes dejarlo?
—Espera un momento y demos marcha atrás. ¿Estás diciendo que no
te importa que la gente se dedique a comentar que eres lesbiana y yo
también?
—No me importa en absoluto. Y menos si es... contigo. —Una pausa
—. Me refiero a que no quiero que averigüen que trabajamos juntas y, si
hay que pasar por eso, ¿qué más da? Además, los rumores ya circulan.
Supongo que te preocupa la parte que te toca, ¿no?
Yulia lo pensó un momento.
—Buena pregunta. Por algún motivo, no, no me preocupa. ¡Ja! ¡Nada
de nada! Cuando se lo cuente a Pat...
—Yulia, de momento habla sólo con Pat y a través del teléfono
seguro. Mejor que los demás crean lo que les apetezca. Supongamos que te
vigilan. Ya los sacarás de su error más tarde.
Yulia preguntó en tono ligero:
—Dime, querida amante, ¿cuándo te veré?
El comentario provocó una risa nerviosa al otro lado de la línea.
—Espero que pronto, pero tengo un proyecto entre manos que
requiere mi atención. Sigue con Anya, y quiero que me llames todos los días.
Llámame antes de acostarte, para que sepa que te encuentras a salvo y para
que nos pongamos al día. Otra cosa, Yulia.
—Sí, Elena. —La morena se sorprendió al oír su propia voz, tenue y
seductora.
—Yo..., en fin, ten cuidado.
CONTINUARÁ...
En un par de días subo mas conti. Bye
Última edición por LenokVolk el 2/16/2015, 3:26 am, editado 1 vez
Lesdrumm- Admin
- Mensajes : 516
Fecha de inscripción : 03/08/2014
Localización : Trapped in some parallel universe
Re: IMPULSOS DE VIDA...
Me encantaaaa!!!! Gracias!! xD
alexapsic- Mensajes : 2
Fecha de inscripción : 11/02/2015
Re: IMPULSOS DE VIDA...
Aquí les traigo mas de esta historia, espero les guste.
IMPULSOS DE VIDA
Capítulo 17
Una tarde de la semana siguiente, Pat Hideo esperaba que lo recibiesen en
el despacho de la presidenta de Software Katina. La empresa era sólida,
estaba en pleno crecimiento y tenía personal inteligente y creativo, algunos
con un curioso sentido del humor. Lo que más intrigaba a Pat era la
impresión que suscitaba la fundadora y presidenta; Elena Sergéyevna Katina: admiración, respeto y cierto temor.
Un joven ingeniero de software casi se atragantó al pronunciar el
nombre de Lena, mientras se ponía colorado. Le contó a Pat que había
hablado con la doctora Katina sólo una vez, sin saber quién era.
—Es tan joven y tan deslumbrante. Cuando se marchó, alguien me
dijo que acababa de hablar con la directora ejecutiva y casi... casi..., bueno,
me dio mucha vergüenza.
Pat se había entrevistado con varios vicepresidentes y había visitado
todos los pisos, salvo el sexto. En el ascensor observó que hacía falta una
tarjeta magnética para acceder a aquella planta.
En aquel momento estaba sentado en un sillón tapizado, en una
antesala de diseño cálido y acogedor. La recepcionista era una atractiva
joven japonesa, que anunció educadamente su presencia y regresó a su
trabajo. Aunque daba la impresión de que había mucha actividad, la
insonorización de las paredes amortiguaba todos los ruidos.
Tras cinco minutos de espera sonó un suave timbre, al que respondió
la recepcionista, que llevaba auriculares. La joven sonrió al espacio y le
hizo un gesto a Pat.
—¿Señor Hideo? Acompáñeme, por favor. —Se quitó los auriculares,
rodeó la mesa y guió a Pat hasta la puerta. Vestía impecablemente y daba
la impresión de que, en vez de caminar, se deslizaba. Abrió una gran puerta
y la sostuvo para que Pat entrase, inclinó la cabeza y cerró la puerta.
En aquel amplio despacho casi todo eran ventanas que asomaban a la
capital de la nación. Sobre la enorme mesa tallada a mano, situada entre las
ventanas, había dos pantallas de ordenador planas, a la izquierda de Lena y
discretamente apartadas de los ojos curiosos. En la mesa no había objetos
ni adornos, y Pat no vio fotografías por ningún lado. Los cuadros de las
paredes parecían originales, vistas del mar y las montañas. Había un
cuadrito cerca de la mesa, donde Lena podía mirarlo: una rosa roja. A
excepción de la rosa, el despacho tenía un aire profesional y no revelaba
nada de su ocupante.
Un gran sofá y un sillón mullido, una mesita auxiliar,
una mesa y varias sillas completaban la decoración, aunque apenas se
utilizaban. Junto a la mesa de despacho había una mesa de ruedas con el
trabajo que Lena estaba haciendo, cubierta con un paño tejido a mano. De
nuevo, un toque acogedor que, sin embargo, no descubría nada. Pat estaba
seguro de que el despacho se había diseñado de aquella forma a propósito.
Cuando Pat entró, Lena estaba cabizbaja, leyendo algo que tenía
delante, así que el joven pudo echar un vistazo sin necesidad de lanzar
miradas subrepticias. No sabía si Lena le había dado esa ventaja
conscientemente, pero, cuando volvió la vista hacia ella, Lena lo estaba
mirando y sus ojos no reflejaban ningún conocimiento previo. Pat tomó
aliento en silencio e intentó relajarse.
Lena le estrechó la mano con firmeza, lo condujo hasta el sofá y le
indicó que se sentase. Pat eligió el sillón, porque el enorme sofá lo
obligaba a sentarse con los pies colgando como un niño. Lena optó por el
sofá. De pie era unos centímetros mas alta que él y no se hundió.
Tampoco lo hizo sentirse más pequeño con su presencia. Pat se preguntó
cómo lo lograba.
Cuando se acomodaron, Lena pulsó el botón de la mesa situada junto
al sofá y a los pocos minutos les sirvieron unos estupendos capuchinos. Pat
esperó a que Lena hablase.
—Y bien, ¿qué te parece? ¿Te gusta esto? —Lena dejó la taza de café
a un lado y se reclinó. Desde luego, no se andaba con rodeos.
—Sí, me gusta. Es impresionante. ¿Me vas a ofrecer un trabajo? —
Ojo por ojo.
Lena sonrió por primera vez.
—Pues sí. Quiero contar contigo en varias áreas. Tenemos una serie
de proyectos en los que necesitamos un contable forense que supervise su
desarrollo y realice las pruebas beta. Trabajarías directamente con los
ingenieros y también tendrías relación con el departamento de marketing y
ventas. Necesito que alguien garantice que nuestros programas sirven
realmente para lo que se han proyectado. No me gusta tener que hacer
apaños. Somos muy caros y quiero que los clientes sepan que su inversión
vale la pena.
—Puedo hacerlo. Pero, ¿no tienes ese apartado cubierto? Tu
reputación dentro de la industria es ésa, precisamente. Muy pocos errores,
por no decir ninguno. ¿Que más? ¿Qué se me pierde a mí en el sexto piso?
Pat sostuvo la mirada firme de Lena.
—En primer lugar, se están desarrollando nuevas herramientas
diseñadas específicamente para que las empresas detecten los fraudes entre
sus empleados y sus contables internos y externos, tu especialidad. Quiero
integrarlas en los sistemas operativos y en las bases de datos. En cuanto a
la segunda pregunta, depende. Este piso es de acceso restringido. Contratos
gubernamentales. Seguridad. ¿Te interesa?
—¿Qué significa trabajar aquí? ¿Se diferencia mucho del trabajo
global que hacéis? Sé que has entrevistado incluso a mis profesores de
instituto. He firmado un montón de cláusulas de confidencialidad que
cubren incluso la localización de los cuartos de baño. El nivel de seguridad
es muy alto en el acceso al edificio.
—Estos proyectos son secretos, y la inspección que hay que sufrir
hará que te parezca un paseo lo que has hecho hasta ahora. En tu vida todo,
y me refiero a todo, se someterá a escrutinio. Esa gente no se anda con
tonterías.
Lena dudó un instante y, luego, continuó:
—Sé que Ted aceptó que lo investigásemos. Hasta el momento, los
dos habéis pasado la prueba. ¿Me permites una pregunta personal, Pat?
Por primera vez lo llamó por su nombre.
—Claro.
—¿Estás enamorado de Ted?
Pat la observó un momento.
—Sí.
—¿Sois monógamos?
—¿Por qué no preguntas algo más personal?
El comentario suscitó una leve sonrisa que no llegó a los ojos de
Lena, quien continuó:
—Si quieres el trabajo, también él tendrá que soportar más escrutinio,
porque existe el peligro de que confíes demasiado en él, y eso podría
chocar con cuestiones de seguridad nacional.
Pat asintió.
—Esto tiene su cruz. Tal vez averigüéis cosas el uno del otro que no
os gustan. Si te interesa el puesto, te sugiero que hables de nuevo con él y,
si está de acuerdo, mejor os dais explicaciones antes de que profundicen en
temas comprometedores. Y lo harán, te lo aseguro.
Pat lanzó un silbido.
—Vaya, vaya, el gobierno ha cambiado. ¿Quieres decir que el hecho
de que sea abiertamente gay no elimina mis posibilidades?
Una sonrisa asomó a la comisura de los labios de la pelirroja.
—Por fin alguien se dio cuenta de que el problema no era ser gay, sino
el hecho de que, al verse obligadas a ocultar la condición de gays, las
personas se exponían al chantaje. Por otro lado, se trata de una empresa
privada y la dueña no tolera la discriminación. Si quieren que mi gente
haga el trabajo, lo harán según mis condiciones. Y ya está. Tolerancia
instantánea.
Pat contempló a la impactante mujer que tenía enfrente. Protegía a sus
empleados. No le extrañaba que todos la quisiesen... de lejos.
—Hablaré con Ted. Se trata de una decisión que debemos tomar
juntos. Si no me dan el visto bueno, ¿seguirás ofreciéndome trabajo?
—Sí, por supuesto. Quiero que empieces lo antes posible. Podemos
hablar de sueldo si quieres.
—No hace falta. Seguro que tu oferta será más que justa. Por tanto,
me traslado a Washington.
—Sí. Te pagaremos todos los gastos, y tenemos un apartamento de
empresa en el que te puedes alojar hasta que encuentres un sitio adecuado.
¿Te parece bien?
—Perfecto. Mañana presentaré mi renuncia.
—De acuerdo. —Lena hizo ademán de levantarse, dando fin a la
entrevista.
Pat permaneció sentado.
—¿Lena?
Ella volvió la cabeza rápidamente y se sentó con expresión
cautelosa. Pat la había llamado por el nombre y se daba cuenta de que la
conversación giraría hacia temas particulares.
—Tengo que preguntarte algo personal.
—Depende de lo que sea. —Los ojos de Lena no revelaron nada.
—Permite que me explique antes de preguntar. Sin duda, sabrás que
he investigado algunas cosas antes de venir. Conozco tu reputación en el
mundo empresarial. Sé que tu empresa y tú tenéis las mejores credenciales.
Lena esperó. Pat se fijó en que tenía las manos crispadas y supuso que
se trataba de un territorio nuevo para ella: responder a una pregunta
personal.
Pat sostuvo la mirada de la pelirroja.
—Lo que quiero saber es si te gusta Yulia. —Pat
observó que Lena bajaba la guardia un segundo, se sorprendía y,
luego, algo más. Pero la neutralidad se impuso de nuevo.
—¿Por qué me lo preguntas, Pat?
—Nadie sabe nada personal sobre ti. Por eso, y seguramente avivados
por tu belleza, corren todo tipo de rumores, desde que juegas al
sadomasoquismo hasta que eres una mujer que mantiene relaciones de usar
y tirar.—
No son más que eso, rumores.
«Muy bien, ahí va. Espero que Yul no me mate.»
—Se trata de lo siguiente: a Yulia le gustas, le gustas mucho. Es mi
mejor amiga y la quiero. No pretendo entrometerme, pero ya te habrás
dado cuenta de que no ha tenido... muchas experiencias y de que es fácil
hacerle daño. Con Yulia, lo que ves es lo que hay. Tú eres un misterio.
Lena no respondió. Pat observó que tenía la mandíbula rígida y que
permanecía callada.
—Debes saber que no podría trabajar para alguien que tratase mal a
Yulia. Por mucho que me apetezca, y me apetece, no podría ni querría.
Lena contempló el cuadro de la rosa y, luego, lo miró.
—Si me estás preguntando por la rectitud de mis intenciones, te diré
que la respeto demasiado como para hacerle daño conscientemente. Si lo
que me preguntas es si estoy enamorada de ella, lo único que puedo decir
es que no sé qué significa eso.
Parecía triste, incluso un poco perdida en medio de su enorme
despacho. Pat se preguntó cuánta gente conocía aquel aspecto de Lena.
—Es curioso que digas eso. —Pat se inclinó hacia ella—. Yulia dijo
casi las mismas palabras cuando la vi la semana pasada. Me preguntó
cómo sabía una persona que estaba enamorada.
—¿Y qué le respondiste?
—Le dije: «Se sabe, así de simple».
Lena contempló de nuevo la rosa.
—¿Vas a contarle a Yulia que hemos mantenido esta conversación?
—No, no es asunto mío. Tenía que preguntártelo por la oferta de
trabajo.
Lena respiró aliviada y, luego, sonrió.
—Me alegro de que Yulia tenga un amigo tan leal. No se puede pedir
más. La envidio.
Pat se mostró desconcertado.
—¿Por qué? Los amigos de Yul son también amigos míos. Y aparte
de Yulia, tanto Ted como yo lo pasamos muy bien juntos. Llamaré en
cuanto presente mi renuncia. Me encanta la idea de trabajar contigo.
Se dieron la mano y Pat se marchó, mientras la pelirroja se quedaba
mirando por la ventana.
«Un amigo. Es una posibilidad.» Trató de concentrarse en el contrato
que tenía sobre la mesa.
Alguien llamó a la puerta.
—Adelante.
Lena alzó la vista cuando entró la coronel Maggie Cunningham y la
invitó a sentarse. La mujer parecía tensa, y a Lena se le erizaron los pelos
de la nuca.
—¿Qué puedo hacer por ti, Maggie?
La coronel Cunningham le enseñó una hoja de papel.
—Nuestros agentes en Europa nos acaban de decir que la información
preliminar que teníamos sobre la señorita Volkova apunta a una célula
terrorista numerosa y bien organizada. Tenemos que introducirnos antes de
que emitan la oferta pública de acciones. Tal vez pesquemos a algún pez
gordo. Todos los nervios del cuerpo de Lena se pusieron alerta.
—¿Yulia se encuentra en peligro?
—No creo, pero no tardará mucho.
Lena enderezó la espalda cuando Maggie le entregó el informe.
—Se acabó. La quiero fuera de todo esto.
—Un momento. Escucha, nunca habíamos estado tan cerca de cazar a
esos cabrones. Los de arriba quieren que se quede. Calculan que tenemos
tiempo antes de que alguien lo averigüe y ella...
—No. Enviaremos a otra persona.
Cogió el teléfono y marcó el número del móvil de Yulia. Saltó el
buzón de voz y le dejó un aviso. Mensaje: 9-1-1 (urgente) Lena.
CONTINUARÁ
IMPULSOS DE VIDA
Capítulo 17
Una tarde de la semana siguiente, Pat Hideo esperaba que lo recibiesen en
el despacho de la presidenta de Software Katina. La empresa era sólida,
estaba en pleno crecimiento y tenía personal inteligente y creativo, algunos
con un curioso sentido del humor. Lo que más intrigaba a Pat era la
impresión que suscitaba la fundadora y presidenta; Elena Sergéyevna Katina: admiración, respeto y cierto temor.
Un joven ingeniero de software casi se atragantó al pronunciar el
nombre de Lena, mientras se ponía colorado. Le contó a Pat que había
hablado con la doctora Katina sólo una vez, sin saber quién era.
—Es tan joven y tan deslumbrante. Cuando se marchó, alguien me
dijo que acababa de hablar con la directora ejecutiva y casi... casi..., bueno,
me dio mucha vergüenza.
Pat se había entrevistado con varios vicepresidentes y había visitado
todos los pisos, salvo el sexto. En el ascensor observó que hacía falta una
tarjeta magnética para acceder a aquella planta.
En aquel momento estaba sentado en un sillón tapizado, en una
antesala de diseño cálido y acogedor. La recepcionista era una atractiva
joven japonesa, que anunció educadamente su presencia y regresó a su
trabajo. Aunque daba la impresión de que había mucha actividad, la
insonorización de las paredes amortiguaba todos los ruidos.
Tras cinco minutos de espera sonó un suave timbre, al que respondió
la recepcionista, que llevaba auriculares. La joven sonrió al espacio y le
hizo un gesto a Pat.
—¿Señor Hideo? Acompáñeme, por favor. —Se quitó los auriculares,
rodeó la mesa y guió a Pat hasta la puerta. Vestía impecablemente y daba
la impresión de que, en vez de caminar, se deslizaba. Abrió una gran puerta
y la sostuvo para que Pat entrase, inclinó la cabeza y cerró la puerta.
En aquel amplio despacho casi todo eran ventanas que asomaban a la
capital de la nación. Sobre la enorme mesa tallada a mano, situada entre las
ventanas, había dos pantallas de ordenador planas, a la izquierda de Lena y
discretamente apartadas de los ojos curiosos. En la mesa no había objetos
ni adornos, y Pat no vio fotografías por ningún lado. Los cuadros de las
paredes parecían originales, vistas del mar y las montañas. Había un
cuadrito cerca de la mesa, donde Lena podía mirarlo: una rosa roja. A
excepción de la rosa, el despacho tenía un aire profesional y no revelaba
nada de su ocupante.
Un gran sofá y un sillón mullido, una mesita auxiliar,
una mesa y varias sillas completaban la decoración, aunque apenas se
utilizaban. Junto a la mesa de despacho había una mesa de ruedas con el
trabajo que Lena estaba haciendo, cubierta con un paño tejido a mano. De
nuevo, un toque acogedor que, sin embargo, no descubría nada. Pat estaba
seguro de que el despacho se había diseñado de aquella forma a propósito.
Cuando Pat entró, Lena estaba cabizbaja, leyendo algo que tenía
delante, así que el joven pudo echar un vistazo sin necesidad de lanzar
miradas subrepticias. No sabía si Lena le había dado esa ventaja
conscientemente, pero, cuando volvió la vista hacia ella, Lena lo estaba
mirando y sus ojos no reflejaban ningún conocimiento previo. Pat tomó
aliento en silencio e intentó relajarse.
Lena le estrechó la mano con firmeza, lo condujo hasta el sofá y le
indicó que se sentase. Pat eligió el sillón, porque el enorme sofá lo
obligaba a sentarse con los pies colgando como un niño. Lena optó por el
sofá. De pie era unos centímetros mas alta que él y no se hundió.
Tampoco lo hizo sentirse más pequeño con su presencia. Pat se preguntó
cómo lo lograba.
Cuando se acomodaron, Lena pulsó el botón de la mesa situada junto
al sofá y a los pocos minutos les sirvieron unos estupendos capuchinos. Pat
esperó a que Lena hablase.
—Y bien, ¿qué te parece? ¿Te gusta esto? —Lena dejó la taza de café
a un lado y se reclinó. Desde luego, no se andaba con rodeos.
—Sí, me gusta. Es impresionante. ¿Me vas a ofrecer un trabajo? —
Ojo por ojo.
Lena sonrió por primera vez.
—Pues sí. Quiero contar contigo en varias áreas. Tenemos una serie
de proyectos en los que necesitamos un contable forense que supervise su
desarrollo y realice las pruebas beta. Trabajarías directamente con los
ingenieros y también tendrías relación con el departamento de marketing y
ventas. Necesito que alguien garantice que nuestros programas sirven
realmente para lo que se han proyectado. No me gusta tener que hacer
apaños. Somos muy caros y quiero que los clientes sepan que su inversión
vale la pena.
—Puedo hacerlo. Pero, ¿no tienes ese apartado cubierto? Tu
reputación dentro de la industria es ésa, precisamente. Muy pocos errores,
por no decir ninguno. ¿Que más? ¿Qué se me pierde a mí en el sexto piso?
Pat sostuvo la mirada firme de Lena.
—En primer lugar, se están desarrollando nuevas herramientas
diseñadas específicamente para que las empresas detecten los fraudes entre
sus empleados y sus contables internos y externos, tu especialidad. Quiero
integrarlas en los sistemas operativos y en las bases de datos. En cuanto a
la segunda pregunta, depende. Este piso es de acceso restringido. Contratos
gubernamentales. Seguridad. ¿Te interesa?
—¿Qué significa trabajar aquí? ¿Se diferencia mucho del trabajo
global que hacéis? Sé que has entrevistado incluso a mis profesores de
instituto. He firmado un montón de cláusulas de confidencialidad que
cubren incluso la localización de los cuartos de baño. El nivel de seguridad
es muy alto en el acceso al edificio.
—Estos proyectos son secretos, y la inspección que hay que sufrir
hará que te parezca un paseo lo que has hecho hasta ahora. En tu vida todo,
y me refiero a todo, se someterá a escrutinio. Esa gente no se anda con
tonterías.
Lena dudó un instante y, luego, continuó:
—Sé que Ted aceptó que lo investigásemos. Hasta el momento, los
dos habéis pasado la prueba. ¿Me permites una pregunta personal, Pat?
Por primera vez lo llamó por su nombre.
—Claro.
—¿Estás enamorado de Ted?
Pat la observó un momento.
—Sí.
—¿Sois monógamos?
—¿Por qué no preguntas algo más personal?
El comentario suscitó una leve sonrisa que no llegó a los ojos de
Lena, quien continuó:
—Si quieres el trabajo, también él tendrá que soportar más escrutinio,
porque existe el peligro de que confíes demasiado en él, y eso podría
chocar con cuestiones de seguridad nacional.
Pat asintió.
—Esto tiene su cruz. Tal vez averigüéis cosas el uno del otro que no
os gustan. Si te interesa el puesto, te sugiero que hables de nuevo con él y,
si está de acuerdo, mejor os dais explicaciones antes de que profundicen en
temas comprometedores. Y lo harán, te lo aseguro.
Pat lanzó un silbido.
—Vaya, vaya, el gobierno ha cambiado. ¿Quieres decir que el hecho
de que sea abiertamente gay no elimina mis posibilidades?
Una sonrisa asomó a la comisura de los labios de la pelirroja.
—Por fin alguien se dio cuenta de que el problema no era ser gay, sino
el hecho de que, al verse obligadas a ocultar la condición de gays, las
personas se exponían al chantaje. Por otro lado, se trata de una empresa
privada y la dueña no tolera la discriminación. Si quieren que mi gente
haga el trabajo, lo harán según mis condiciones. Y ya está. Tolerancia
instantánea.
Pat contempló a la impactante mujer que tenía enfrente. Protegía a sus
empleados. No le extrañaba que todos la quisiesen... de lejos.
—Hablaré con Ted. Se trata de una decisión que debemos tomar
juntos. Si no me dan el visto bueno, ¿seguirás ofreciéndome trabajo?
—Sí, por supuesto. Quiero que empieces lo antes posible. Podemos
hablar de sueldo si quieres.
—No hace falta. Seguro que tu oferta será más que justa. Por tanto,
me traslado a Washington.
—Sí. Te pagaremos todos los gastos, y tenemos un apartamento de
empresa en el que te puedes alojar hasta que encuentres un sitio adecuado.
¿Te parece bien?
—Perfecto. Mañana presentaré mi renuncia.
—De acuerdo. —Lena hizo ademán de levantarse, dando fin a la
entrevista.
Pat permaneció sentado.
—¿Lena?
Ella volvió la cabeza rápidamente y se sentó con expresión
cautelosa. Pat la había llamado por el nombre y se daba cuenta de que la
conversación giraría hacia temas particulares.
—Tengo que preguntarte algo personal.
—Depende de lo que sea. —Los ojos de Lena no revelaron nada.
—Permite que me explique antes de preguntar. Sin duda, sabrás que
he investigado algunas cosas antes de venir. Conozco tu reputación en el
mundo empresarial. Sé que tu empresa y tú tenéis las mejores credenciales.
Lena esperó. Pat se fijó en que tenía las manos crispadas y supuso que
se trataba de un territorio nuevo para ella: responder a una pregunta
personal.
Pat sostuvo la mirada de la pelirroja.
—Lo que quiero saber es si te gusta Yulia. —Pat
observó que Lena bajaba la guardia un segundo, se sorprendía y,
luego, algo más. Pero la neutralidad se impuso de nuevo.
—¿Por qué me lo preguntas, Pat?
—Nadie sabe nada personal sobre ti. Por eso, y seguramente avivados
por tu belleza, corren todo tipo de rumores, desde que juegas al
sadomasoquismo hasta que eres una mujer que mantiene relaciones de usar
y tirar.—
No son más que eso, rumores.
«Muy bien, ahí va. Espero que Yul no me mate.»
—Se trata de lo siguiente: a Yulia le gustas, le gustas mucho. Es mi
mejor amiga y la quiero. No pretendo entrometerme, pero ya te habrás
dado cuenta de que no ha tenido... muchas experiencias y de que es fácil
hacerle daño. Con Yulia, lo que ves es lo que hay. Tú eres un misterio.
Lena no respondió. Pat observó que tenía la mandíbula rígida y que
permanecía callada.
—Debes saber que no podría trabajar para alguien que tratase mal a
Yulia. Por mucho que me apetezca, y me apetece, no podría ni querría.
Lena contempló el cuadro de la rosa y, luego, lo miró.
—Si me estás preguntando por la rectitud de mis intenciones, te diré
que la respeto demasiado como para hacerle daño conscientemente. Si lo
que me preguntas es si estoy enamorada de ella, lo único que puedo decir
es que no sé qué significa eso.
Parecía triste, incluso un poco perdida en medio de su enorme
despacho. Pat se preguntó cuánta gente conocía aquel aspecto de Lena.
—Es curioso que digas eso. —Pat se inclinó hacia ella—. Yulia dijo
casi las mismas palabras cuando la vi la semana pasada. Me preguntó
cómo sabía una persona que estaba enamorada.
—¿Y qué le respondiste?
—Le dije: «Se sabe, así de simple».
Lena contempló de nuevo la rosa.
—¿Vas a contarle a Yulia que hemos mantenido esta conversación?
—No, no es asunto mío. Tenía que preguntártelo por la oferta de
trabajo.
Lena respiró aliviada y, luego, sonrió.
—Me alegro de que Yulia tenga un amigo tan leal. No se puede pedir
más. La envidio.
Pat se mostró desconcertado.
—¿Por qué? Los amigos de Yul son también amigos míos. Y aparte
de Yulia, tanto Ted como yo lo pasamos muy bien juntos. Llamaré en
cuanto presente mi renuncia. Me encanta la idea de trabajar contigo.
Se dieron la mano y Pat se marchó, mientras la pelirroja se quedaba
mirando por la ventana.
«Un amigo. Es una posibilidad.» Trató de concentrarse en el contrato
que tenía sobre la mesa.
Alguien llamó a la puerta.
—Adelante.
Lena alzó la vista cuando entró la coronel Maggie Cunningham y la
invitó a sentarse. La mujer parecía tensa, y a Lena se le erizaron los pelos
de la nuca.
—¿Qué puedo hacer por ti, Maggie?
La coronel Cunningham le enseñó una hoja de papel.
—Nuestros agentes en Europa nos acaban de decir que la información
preliminar que teníamos sobre la señorita Volkova apunta a una célula
terrorista numerosa y bien organizada. Tenemos que introducirnos antes de
que emitan la oferta pública de acciones. Tal vez pesquemos a algún pez
gordo. Todos los nervios del cuerpo de Lena se pusieron alerta.
—¿Yulia se encuentra en peligro?
—No creo, pero no tardará mucho.
Lena enderezó la espalda cuando Maggie le entregó el informe.
—Se acabó. La quiero fuera de todo esto.
—Un momento. Escucha, nunca habíamos estado tan cerca de cazar a
esos cabrones. Los de arriba quieren que se quede. Calculan que tenemos
tiempo antes de que alguien lo averigüe y ella...
—No. Enviaremos a otra persona.
Cogió el teléfono y marcó el número del móvil de Yulia. Saltó el
buzón de voz y le dejó un aviso. Mensaje: 9-1-1 (urgente) Lena.
CONTINUARÁ
Última edición por LenokVolk el 2/16/2015, 3:03 am, editado 1 vez
Lesdrumm- Admin
- Mensajes : 516
Fecha de inscripción : 03/08/2014
Localización : Trapped in some parallel universe
Re: IMPULSOS DE VIDA...
IMPULSOS DE VIDA
Capítulo 18
Yulia se encontraba en una reunión de personal cuando sintió que el
teléfono vibraba en su bolsillo. No quería sacarlo, porque podía llamar la
atención.
Vladmir estaba soltando una perorata, y Yulia sabía que su ex odiaba que
la gente se levantase en mitad de sus discursos, así que fingió un ataque de
tos, leve al principio y, luego, más vigoroso. Bebió un sorbo de agua y
dedicó una sonrisa de disculpa a los que la miraban. Segundos después,
volvió a toser con verdadero gusto. Contuvo el aliento, arrugó el rostro
hasta que se puso colorada y consiguió expulsar un poco de saliva. Los más
próximos a ella se apartaron, molestos.
Por último, levantó la mano para reclamar la atención de Vladimir, señaló
primero su garganta y luego la puerta. Se puso un pañuelo delante de la
boca, cogió el bolígrafo y el bloc de notas, en el que había garabateado
unos preciosos gatitos, y salió disparada.
Siguió tosiendo mientras se dirigía al ascensor y se alejaba de la sala
de reuniones, pero la tos se convirtió en risa cuando llegó al piso de abajo.
Corrió al cuarto de baño, que solía estar desierto porque había muy pocas
mujeres en aquella planta. «¡Cuando le cuente a Lena cómo me escabullí
de la reunión!» Rebuscó el teléfono en el bolsillo.
La sonrisa desapareció de su rostro cuando leyó el mensaje.
—Dios mío.
Le temblaban las manos mientras sonaba el teléfono. Una vez. Dos.
—Katina.
—¿Lena? ¿Te encuentras bien? ¿Qué ha ocurrido? —Sujetaba el
pequeño teléfono con tanta fuerza que tuvo que aflojar la mano para no
romperlo.
—Estoy bien. Necesito que me hagas un favor. —Lena parecía
estresada y muy ocupada.
«¿Qué diablos?»
—Claro. ¿Qué tengo que hacer? —Empezaba a preguntarse que
entendía Lena por el código 911 de urgencias. Sus negros pensamientos
dejaron paso a algo mucho peor al escuchar la frase siguiente.
—Han localizado parte de la información del programa que instalaste.
Yulia se dejó caer en el asiento del inodoro.
—Todo apunta a una célula terrorista con vínculos en Oriente Medio.
—¡Me tomas el pelo! ¿Cómo es posible?
—Ha ocurrido antes y volverá a ocurrir. Lo más importante es que
salgas de ahí. Inmediatamente.
■—¿No haré sonar las alarmas?
—Yo... tal vez. Pero no se puede saber cuándo se enterarán de que los
seguimos. Se trata de una operación a gran escala, y Vladimir y sus amigos son
sólo una pequeña parte del tinglado. No se arriesgarán.
La morena estaba anonadada. ¿Cómo podía suceder algo así?
—¿Yulia?
—Estoy pensando.
—Sal de ahí. Déjalo ahora mismo. Ya hablaremos, ¿de acuerdo?
Yulia seguía atónita.
—Hazlo por mí, por favor.
—De acuerdo. He fingido que estaba enferma, así que me puedo
marchar por hoy.
La ojiazul oyó el suspiro de alivio al otro lado de la línea.
—¿Yulia? Gracias. Hablaremos más tarde.
La morena iba a responder, pero se dio cuenta de que la comunicación se
había interrumpido. Dobló el teléfono, lo guardó en el bolsillo y se dirigió
a las escaleras.
Cuando Lena desconectó, Maggie sacudió la cabeza.
—Lena.
—¿Qué?
-Yulia tiene que seguir allí hasta que estemos preparados para
movernos. Son órdenes. Puede ser la mayor redada que hemos tenido en
muchos años y apele directamente a la seguridad nacional. No hay otra
opción.
—De ninguna manera. Es una persona civil, está al margen de todo
esto.
—No decides tú, Lena. Si Yulia se marcha antes de que tengamos el
asunto controlado, podría estallar toda la operación. Ya le has contado
demasiadas cosas. Se ofreció voluntaria y le toca aguantar. Lo único que
tiene que hacer es sentarse en su silla y fingir que trabaja durante un poco
más de tiempo.
Lena lanzó una mirada fulminante a Maggie. Sintió que se le tensaban
los músculos de la mandíbula e intentó relajarlos, sin conseguirlo.
—¿Qué tiene que ocurrir para que salga de ahí?
—Necesitamos más datos.
—Mi programa proporcionará...
—Ayer me dijiste que no creías que te diese todo lo que necesitabas.
Es nuestra oportunidad.
—Trabajaré para lograrlo. He diseñado el programa y puedo sacarle
más provecho que nadie.
—De acuerdo. Pero ella sigue allí.
—¿Hemos terminado? Tengo una cita.
—Seguro que estará a salvo.
—Eso ya lo he oído otras veces. —Lena hizo girar el sillón.
Maggie abandonó el despacho.
Tres cuartos de hora después Yulia cruzó la verja, que estaba abierta.
—«Estupendo. Anya ha recibido mi mensaje.»
Anya La estaba esperando.
—Parece que los acontecimientos se han precipitado. —tomo el
maletín y el bolso de la morena, y entraron en la cocina.
—í Estaba conmocionada. ¿Te ha contado Lena lo que averiguaron?
—Por encima. Escucha, voy a preparar la cena. ¿Por
Qué no buscas algo que ponerte en la habitación de Lena? Seguro que
no tarda en llamar.
Cenaron sin tener noticias de la pelirroja. Yulia estaba nerviosa y Anya
parecí un poco frustrada por no saber nada de Lena.
Sobre las once, Yulia decidió acostarse.
—Estoy segura de que llamará en cuanto pueda, cariño. Tenía mucho
interés en que salieras de allí.
Yulia no pudo ocultar su decepción.
—No entiendo que le ocurre. Tan pronto parece preocupada por mí
tan pronto me da ódenes y luego no me llama. —se levantó .. Buenas
noches, Anya.
Permaneció despierta en la cama mucho tiempo. De repente, no había
nada má importante para ella que hablar con Lena, escuchar su voz. A
Yulia le daba igual que Lena no correspondiese a su preocupación o a sus
desvelos. Tenía que hablar con ella. Cogió el móvil en la oscuridad y
marcó el número.
—Katina. —Eran las tres de la madrugada en Washington y Lena
parecía cansada.
—Anya se ha ido a dormir y Tippy con ella. Y yo estoy aquí, esperando
para hablar contigo.
Hubo una pausa incómoda.
—Quería llamarte, pero he estado... muy ocupada.
—Dijiste que me lo explicarías todo. ¿Por qué no me has llamado?
—Gran parte de la información es secreta. No puedo hablar.
—Un momento. ¿Es tan peligrosa que la han declarado secreta y me
has pedido que instale un disco? —Oyó el chirrido de una silla al otro lado
de la línea.
—Mierda. No, claro que no. No tenía ni idea de que nos llevaría
hasta... esa gente. ¡Jamás te lo habría pedido si lo hubiera sabido! Debes
creerme, Yulia.
—Entonces, ¡habla conmigo, por Dios! Cuéntamelo... Ayúdame a
entenderlo. —Un incómodo silencio se extendió por la habitación.
—¿Lena? ¿Sigues ahí?
—Sí.
—Será mejor que mañana regrese a la oficina. Sonarán demasiadas
alarmas si no lo hago.
—Escucha... tal vez tengas razón. Si desapareces de repente, todo el
asunto estallará. Es como un castillo de naipes, Yulia, un laberinto de
tramas financieras que dependen unas de otras. Sin darte cuenta nos
proporcionaste los elementos clave.
Yulia escuchaba con creciente asombro.
—¿El programa te dio todo lo que necesitabas?
—Sí... No. Aún no. Estoy trabajando en eso. Pero si necesitamos algo
más, ya lo conseguiremos. Tienes que quedarte un tiempo. Lo siento.
Yulia suspiró.
—El motivo de llamarte... Quería decir que yo..., que yo... Diablos,
sólo quería escuchar tu voz. —Oyó un suspiro—. Te echo mucho de
menos, Lena. Estás muy lejos. Quería que lo supieras. Me parecía
importante. Deseo que pronto volvamos a estar juntas, como la noche que
salimos con Pat y Ted.
Se hizo el silencio al otro lado de la línea, hasta que la pelirroja habló:
—Yo también te echo de menos, Yulia. —La línea siseó un momento
—. Hum, en plan cotilla, hoy he visto a Pat. Me dio recuerdos para ti.
—¿Va a trabajar contigo? Sé que estaba muy nervioso por la
entrevista.
—Sí, creo que sí. Aún no sabemos en qué proyecto, pero tendrá
trabajo de sobra, sea en lo que sea. Ayer hablamos de ti. Es un buen amigo.
Yulia frunció el entrecejo.
—¿De mí? ¿Qué te contó? Espero que ninguna historia vergonzosa, de
lo contrario tendré que ajustar cuentas con él.
Percibió la sonrisa en la voz de Lena.
—No, nada de eso. Sólo quería dejar claro que ante todo era amigo
tuyo, por encima de la oferta de trabajo. Es muy protector contigo.
—Oh, yo... Somos amigos íntimos y ya sabes lo que pasa.
«¿A qué obedecería aquella reacción de Pat?»
—Sí, eres muy afortunada al tener un amigo tan bueno.
—Entonces tú también eres muy afortunada —dijo Yulia con ternura.
—¿A qué te refieres?
—A que me tienes a mí.
—Oh, eres mi amiga. Como Pat.
—Como Pat, pero mucho más. Buenas noches, Lena.
CONTINUARÁ
Capítulo 18
Yulia se encontraba en una reunión de personal cuando sintió que el
teléfono vibraba en su bolsillo. No quería sacarlo, porque podía llamar la
atención.
Vladmir estaba soltando una perorata, y Yulia sabía que su ex odiaba que
la gente se levantase en mitad de sus discursos, así que fingió un ataque de
tos, leve al principio y, luego, más vigoroso. Bebió un sorbo de agua y
dedicó una sonrisa de disculpa a los que la miraban. Segundos después,
volvió a toser con verdadero gusto. Contuvo el aliento, arrugó el rostro
hasta que se puso colorada y consiguió expulsar un poco de saliva. Los más
próximos a ella se apartaron, molestos.
Por último, levantó la mano para reclamar la atención de Vladimir, señaló
primero su garganta y luego la puerta. Se puso un pañuelo delante de la
boca, cogió el bolígrafo y el bloc de notas, en el que había garabateado
unos preciosos gatitos, y salió disparada.
Siguió tosiendo mientras se dirigía al ascensor y se alejaba de la sala
de reuniones, pero la tos se convirtió en risa cuando llegó al piso de abajo.
Corrió al cuarto de baño, que solía estar desierto porque había muy pocas
mujeres en aquella planta. «¡Cuando le cuente a Lena cómo me escabullí
de la reunión!» Rebuscó el teléfono en el bolsillo.
La sonrisa desapareció de su rostro cuando leyó el mensaje.
—Dios mío.
Le temblaban las manos mientras sonaba el teléfono. Una vez. Dos.
—Katina.
—¿Lena? ¿Te encuentras bien? ¿Qué ha ocurrido? —Sujetaba el
pequeño teléfono con tanta fuerza que tuvo que aflojar la mano para no
romperlo.
—Estoy bien. Necesito que me hagas un favor. —Lena parecía
estresada y muy ocupada.
«¿Qué diablos?»
—Claro. ¿Qué tengo que hacer? —Empezaba a preguntarse que
entendía Lena por el código 911 de urgencias. Sus negros pensamientos
dejaron paso a algo mucho peor al escuchar la frase siguiente.
—Han localizado parte de la información del programa que instalaste.
Yulia se dejó caer en el asiento del inodoro.
—Todo apunta a una célula terrorista con vínculos en Oriente Medio.
—¡Me tomas el pelo! ¿Cómo es posible?
—Ha ocurrido antes y volverá a ocurrir. Lo más importante es que
salgas de ahí. Inmediatamente.
■—¿No haré sonar las alarmas?
—Yo... tal vez. Pero no se puede saber cuándo se enterarán de que los
seguimos. Se trata de una operación a gran escala, y Vladimir y sus amigos son
sólo una pequeña parte del tinglado. No se arriesgarán.
La morena estaba anonadada. ¿Cómo podía suceder algo así?
—¿Yulia?
—Estoy pensando.
—Sal de ahí. Déjalo ahora mismo. Ya hablaremos, ¿de acuerdo?
Yulia seguía atónita.
—Hazlo por mí, por favor.
—De acuerdo. He fingido que estaba enferma, así que me puedo
marchar por hoy.
La ojiazul oyó el suspiro de alivio al otro lado de la línea.
—¿Yulia? Gracias. Hablaremos más tarde.
La morena iba a responder, pero se dio cuenta de que la comunicación se
había interrumpido. Dobló el teléfono, lo guardó en el bolsillo y se dirigió
a las escaleras.
Cuando Lena desconectó, Maggie sacudió la cabeza.
—Lena.
—¿Qué?
-Yulia tiene que seguir allí hasta que estemos preparados para
movernos. Son órdenes. Puede ser la mayor redada que hemos tenido en
muchos años y apele directamente a la seguridad nacional. No hay otra
opción.
—De ninguna manera. Es una persona civil, está al margen de todo
esto.
—No decides tú, Lena. Si Yulia se marcha antes de que tengamos el
asunto controlado, podría estallar toda la operación. Ya le has contado
demasiadas cosas. Se ofreció voluntaria y le toca aguantar. Lo único que
tiene que hacer es sentarse en su silla y fingir que trabaja durante un poco
más de tiempo.
Lena lanzó una mirada fulminante a Maggie. Sintió que se le tensaban
los músculos de la mandíbula e intentó relajarlos, sin conseguirlo.
—¿Qué tiene que ocurrir para que salga de ahí?
—Necesitamos más datos.
—Mi programa proporcionará...
—Ayer me dijiste que no creías que te diese todo lo que necesitabas.
Es nuestra oportunidad.
—Trabajaré para lograrlo. He diseñado el programa y puedo sacarle
más provecho que nadie.
—De acuerdo. Pero ella sigue allí.
—¿Hemos terminado? Tengo una cita.
—Seguro que estará a salvo.
—Eso ya lo he oído otras veces. —Lena hizo girar el sillón.
Maggie abandonó el despacho.
Tres cuartos de hora después Yulia cruzó la verja, que estaba abierta.
—«Estupendo. Anya ha recibido mi mensaje.»
Anya La estaba esperando.
—Parece que los acontecimientos se han precipitado. —tomo el
maletín y el bolso de la morena, y entraron en la cocina.
—í Estaba conmocionada. ¿Te ha contado Lena lo que averiguaron?
—Por encima. Escucha, voy a preparar la cena. ¿Por
Qué no buscas algo que ponerte en la habitación de Lena? Seguro que
no tarda en llamar.
Cenaron sin tener noticias de la pelirroja. Yulia estaba nerviosa y Anya
parecí un poco frustrada por no saber nada de Lena.
Sobre las once, Yulia decidió acostarse.
—Estoy segura de que llamará en cuanto pueda, cariño. Tenía mucho
interés en que salieras de allí.
Yulia no pudo ocultar su decepción.
—No entiendo que le ocurre. Tan pronto parece preocupada por mí
tan pronto me da ódenes y luego no me llama. —se levantó .. Buenas
noches, Anya.
Permaneció despierta en la cama mucho tiempo. De repente, no había
nada má importante para ella que hablar con Lena, escuchar su voz. A
Yulia le daba igual que Lena no correspondiese a su preocupación o a sus
desvelos. Tenía que hablar con ella. Cogió el móvil en la oscuridad y
marcó el número.
—Katina. —Eran las tres de la madrugada en Washington y Lena
parecía cansada.
—Anya se ha ido a dormir y Tippy con ella. Y yo estoy aquí, esperando
para hablar contigo.
Hubo una pausa incómoda.
—Quería llamarte, pero he estado... muy ocupada.
—Dijiste que me lo explicarías todo. ¿Por qué no me has llamado?
—Gran parte de la información es secreta. No puedo hablar.
—Un momento. ¿Es tan peligrosa que la han declarado secreta y me
has pedido que instale un disco? —Oyó el chirrido de una silla al otro lado
de la línea.
—Mierda. No, claro que no. No tenía ni idea de que nos llevaría
hasta... esa gente. ¡Jamás te lo habría pedido si lo hubiera sabido! Debes
creerme, Yulia.
—Entonces, ¡habla conmigo, por Dios! Cuéntamelo... Ayúdame a
entenderlo. —Un incómodo silencio se extendió por la habitación.
—¿Lena? ¿Sigues ahí?
—Sí.
—Será mejor que mañana regrese a la oficina. Sonarán demasiadas
alarmas si no lo hago.
—Escucha... tal vez tengas razón. Si desapareces de repente, todo el
asunto estallará. Es como un castillo de naipes, Yulia, un laberinto de
tramas financieras que dependen unas de otras. Sin darte cuenta nos
proporcionaste los elementos clave.
Yulia escuchaba con creciente asombro.
—¿El programa te dio todo lo que necesitabas?
—Sí... No. Aún no. Estoy trabajando en eso. Pero si necesitamos algo
más, ya lo conseguiremos. Tienes que quedarte un tiempo. Lo siento.
Yulia suspiró.
—El motivo de llamarte... Quería decir que yo..., que yo... Diablos,
sólo quería escuchar tu voz. —Oyó un suspiro—. Te echo mucho de
menos, Lena. Estás muy lejos. Quería que lo supieras. Me parecía
importante. Deseo que pronto volvamos a estar juntas, como la noche que
salimos con Pat y Ted.
Se hizo el silencio al otro lado de la línea, hasta que la pelirroja habló:
—Yo también te echo de menos, Yulia. —La línea siseó un momento
—. Hum, en plan cotilla, hoy he visto a Pat. Me dio recuerdos para ti.
—¿Va a trabajar contigo? Sé que estaba muy nervioso por la
entrevista.
—Sí, creo que sí. Aún no sabemos en qué proyecto, pero tendrá
trabajo de sobra, sea en lo que sea. Ayer hablamos de ti. Es un buen amigo.
Yulia frunció el entrecejo.
—¿De mí? ¿Qué te contó? Espero que ninguna historia vergonzosa, de
lo contrario tendré que ajustar cuentas con él.
Percibió la sonrisa en la voz de Lena.
—No, nada de eso. Sólo quería dejar claro que ante todo era amigo
tuyo, por encima de la oferta de trabajo. Es muy protector contigo.
—Oh, yo... Somos amigos íntimos y ya sabes lo que pasa.
«¿A qué obedecería aquella reacción de Pat?»
—Sí, eres muy afortunada al tener un amigo tan bueno.
—Entonces tú también eres muy afortunada —dijo Yulia con ternura.
—¿A qué te refieres?
—A que me tienes a mí.
—Oh, eres mi amiga. Como Pat.
—Como Pat, pero mucho más. Buenas noches, Lena.
CONTINUARÁ
Lesdrumm- Admin
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Localización : Trapped in some parallel universe
Re: IMPULSOS DE VIDA...
IMPULSOS DE VIDA
Capítulo 19
Yulia metió otra caja en el maletero del coche y lo cerró. Llevaba dos
semanas mudándose poco a poco a Bolinas.
Como Lena y Pat estaban en el otro extremo del país, Ted y Yulia
empezaron a verse con frecuencia. Ted le dijo que le había prometido a Pat
que cuidaría de ella. La visitaba o la llamaba casi todas las noches, y Yulia
tenía el número de Ted en la opción de marcado rápido de su teléfono
mágico. Cuando estaba atareada, le comunicaba adonde iba y cuándo
volvería a casa. Las noches que no lo veía, iba hasta Bolinas con el
maletero lleno de cosas. Odiaba estar sola en su apartamento, pero sabía
que pronto podría marcharse.
El trabajo era tranquilo y aburrido. Se esforzó al máximo por no
causar problemas, pero le daba la impresión de que todo transcurría muy
lento y muy rápido a la vez.
Los fines de semana que pasaba con Anya, solía alojarse en la casa
principal. Visitaban a las amigas de Anya, aunque le gustaba más estar sola
con ella, pues se sentía más próxima a Lena.
Yulia asistía a las clases del señor Odo. Entre el ejercicio que hacía
después del trabajo en el Bay Club y las artes marciales que practicaba
durante los fines de semana, por fin logró caminar sin que todos los
músculos de su cuerpo protestasen. Y eso a pesar de que creía que antes
estaba en muy buena forma.
Así se mantenía ocupada. Sin embargo, por mucho que se esforzase, le
dolía más de lo que estaba dispuesta a admitir saber de Lena sólo cuando
estaba con Anya. Aunque Lena le había prometido llamarla todas las noches
antes de dormir, casi siempre era Yulia la que tenía que dejar un mensaje
en su buzón de voz.
Aquella noche Anya invitó a la morena y a Ted a cenar en casa. Ted llenó el
maletero de su coche con cosas de Yulia y se dirigieron a Bolinas uno
detrás del otro. Yulia comprobó, como siempre, si alguien los seguía, pero
no vio a nadie.
Georgia se agitó en la silla, pero Dieter optó por ignorarla. No estaba
contento. Algo iba mal. Dieter tenía una intuición muy desarrollada.
Estaban a punto de lanzar la oferta pública de acciones y no quería errores.
Miró con mala cara a la mujer que tenía enfrente.
Hacía años que Georgia era su lugarteniente, una persona eficaz e
implacable. El hecho de que fuesen amantes carecía de importancia para
Dieter. Sabía que en algún momento tendría que deshacerse de ella. Un
pequeño sacrificio en su trayectoria laboral Sin duda, Georgia creía que
acostarse con él le garantizaba seguridad. Todas lo creían. Centró la
atención en ella.
—¿Alguna novedad sobre la Volkova?
Georgia lo miró de reojo.
—¿Aparte de descubrir su inclinación por las mujeres? Seguimos su
coche con un transpondedor y averiguamos que va a algún lugar de Bolinas
tres veces a la semana. Podemos localizarla si hace falta. Va al Bay Club
después de trabajar y asiste a los partidos de rugby un par de veces por
semana. Un tipo la acompaña a casa después. Debe de ser sólo un amigo,
porque el micro no registra más ruidos que los de ella en el apartamento,
pero ¿quién sabe?
Dieter se dio cuenta de que a Georgia le aburría el asunto y lo
consideraba una pérdida de tiempo. Por eso daba él las órdenes.
—En el trabajo no hace nada raro. En cuanto a la mujer con la que
salió y a la que besó, ha desaparecido. Tal vez fuese un breve flirteo.
—¿Quién era esa mujer? ¿Por qué no puedes explicarme quién es?
Georgia se acaloró.
—La matrícula de su coche pertenece a una mujer de Noe Valley. Lo
comprobamos. Una casa en la que no vive nadie. Y no la hemos vuelto a
ver. Seguramente vive en San Francisco. Mantenemos la guardia, Dieter.
Dieter no estaba satisfecho.
—Cuando vuelva a aparecer, quiero una foto de ella. Estamos a punto
de lanzar el asunto. No quiero equivocaciones, Georgia. Otra cosa;
encuentra la dirección exacta de la casa de Bolinas y averigua a quién
pertenece.
Cuando Yulia y Ted entraron en el zaguán cargados con cajas y el
vino que Ted había comprado para la cena, lo primero que percibió Yulia
fue el delicioso aroma procedente de la cocina y un ritmo latino que
envolvía toda la casa.
La ojiazul estaba encantada. Tal vez apareciese Lena. Ted y ella
descargaron las cajas, y Ted se encargó del vino. Al entrar en la cocina
oyeron canturrear a Anya.
—Hola, Anya. ¿Qué se celebra? ¿Todo esto es sólo para nosotros?
Los saludó con una sonrisa.
—Yuli! ¡Qué contenta estoy de verte! Y tú debes de ser Ted. —El
joven extendió la mano, pero Anya lo abrazó con cariño—. Han ocurrido dos
cosas. ¡Me ha llamado Marina para invitarme a ir a París! Tiene dos
semanas libres antes de regresar a Pakistán.
Yulia rebuscó algo en un cajón y le lanzó el sacacorchos a Ted.
—¡Qué alegría! Has dicho dos cosas. ¿Va a venir Lema? —No tenía
intención de preguntarlo, pero le salió espontáneamente. La fugaz
expresión de compasión que se dibujó en el rostro de Anya le indicó que la
respuesta era negativa.
—Lo siento, cariño. Lema quiere venir, pero está trabajando día y
noche para acabar este proyecto.
Yulia, procurando recuperarse tras la reveladora pregunta, adoptó un
tono natural de conversación.
—Sí, claro. Sé que ha estado muy ocupada. Entonces, ¿cuál es la
segunda cosa a la que hacías referencia? —Se daba cuenta de que no había
sonado nada convincente.
—¡Te ofrezco un trabajo! —La expresión de la morena exigía
explicaciones—. Quiero que supervises la renovación de la casita. Y,
cuando esté terminada, puedes vivir en ella. De arriba abajo, tú decides.
Yulia se esforzó por sonreír.
—¡Caramba! ¡Qué bien! Muchas gracias, Anya. Pero no tengo
experiencia en esas cosas. ¿Estás segura?
—Por supuesto. Aprenderás enseguida. Quiero que empieces cuando
puedas y que te encargues de todo. ¿Ted? Abre ese vino de una vez,
¿quieres? ¡Esto merece una celebración!
Ted, con el sacacorchos en una mano y la botella en la otra, dijo:
—Ahora mismo. —Abrió la botella y llenó las copas.
Bebieron unos buenos tragos de vino y permanecieron callados hasta
que la morena se aclaró la garganta y preguntó:
—Una noticia estupenda. ¿Y cuándo te marchas?
—Dentro de dos días. Yulia, ¿te va bien? —Anya vigiló los fogones—.
¿Puedes estar aquí para entonces?
Yulia miró a Ted, que se encogió de hombros.
—Supongo que sí. Tal vez tengamos que pedirle a alguno de tus
amigos que se ocupe de Tippy unos días. Debo ultimar unos asuntos en la
ciudad.
—Muy bien. El señor Odo y Tippy son muy amigos. Seguro que él le
dará la comida. Con lo que ha engordado, me atrevo a decir que no le hace
mucha falta.
—Anta, ¿sabe Lena lo de París y el... mi nuevo trabajo?
—Aún no. Acabo de hablar con Marina. La llamaré para contárselo.
¿O prefieres hacerlo tú? —Anya le guiñó un ojo y Yulia se puso colorada. Le
daba vergüenza ser tan transparente.
—Buena idea, Anya —dijo Ted—. Yulia, ¿por qué no llamas mientras
yo ayudo a Anya con la cena? —Ted arqueó las cejas y señaló la habitación
contigua, y la morena cogió el teléfono inalámbrico y se dirigió al salón.
Yulia estaba preocupada. Lena se encontraba muy lejos y apenas
tenían contacto. Pulsó su número de teléfono.
—Hola, tía Anya.
Yulia mantuvo un tono neutro.
—Hola, soy yo. Anya quería que te llamase.
La voz de Lena se suavizó.
—Ah, hola. ¿Cómo estás?
—Estoy... bien. Anya quiere que sepas que ha llamado Marina. La ha
invitado a pasar dos semanas en París y se va dentro de dos días.
—Caramba, una buena noticia, ¿verdad? Apuesto a que Anya está
radiante.
—Sí. Ted y yo hemos venido a cenar, y ha preparado un verdadero
banquete. También me ha ofrecido un trabajo.
Lena dudó.
—¿En serio? ¿Qué tipo de trabajo?
—Quiere que supervise la renovación de la casita, de principio a fin.
—Oh, ¿y vas a aceptarlo?
—Seguramente. Me parece una especie de reto. ¿Cómo te encuentras,
Lena? —Bien, ¿y tú?
El hecho de que Lena no quisiese colgar lo antes posible resultaba
estimulante.
—Pues, verás, me estoy trasladando poco a poco, como acordamos.
Ted me ha seguido hoy con su coche lleno de cosas mías. —Se alejó un
poco de la cocina—. Anya se marcha dentro de dos días. Pronto dejaré el
trabajo y me instalaré aquí. También lo he pasado muy bien actuando como
mascota de un grupo de fornidos jugadores de rugby. Tal vez tenga que
asistir a los últimos partidos de la temporada.
—¿Ah, sí? ¿Vas a tomar unas cervezas con los colegas después de los
partidos?
Yulia suspiró.
—Sería más justo decir una cerveza. Me deja hecha polvo. Ted me
acompaña o, más bien, me guía hasta casa y comprueba que todo está en
orden antes de despedirse. Nos hemos hecho amigos desde nuestro... desde
que Pat y tú os fuisteis. Es, bueno, no sé cómo decirlo.
—¿Es qué?
—Si no lo conociera diría que es más que protector. Utilizaría la
palabra «territorial». Cuando los miembros de los otros equipos intentan
entablar conversación conmigo, se pega a mí y se dedica a hacer el papel
de macho. Ya sabes, se miden el uno al otro y hablan de forma que uno se
entere de que tiene que abandonar. Resulta muy divertido, pero no
comprendo por qué lo hace.
—¿Entablar conversación como cuando se flirtea?
—Bueno, sí. Los chicos son muy amables. Nadie se ha puesto pesado
ni nada por el estilo. Un par de veces incluso ha hablado en privado con los
más insistentes. Saben que casi todos los miembros del equipo son gays, y
da risa ver su confusión. Es como si les dijera que estoy ocupada.
—Seguramente sólo quiere protegerte. Sabe que esos tipos son
jugadores. Por cierto, ¿te apetece salir con alguno?
Yulia lo pensó. Y también pensó por qué lo preguntaba Lena. Nunca
le había gustado jugar y no iba a empezar en aquel momento.
—En realidad, no. —Oyó un lento suspiro al otro lado de la línea.
—Entonces te está haciendo un favor, ¿no crees? —La pelirroja parecía
contenta.
—Supongo que sí. Creo que piensa que estoy comprometida.
Silencio.
—Oh.
Yulia no dijo nada. «Vamos, Lena, lánzame unas migajas.»
Un gran suspiro.
—Ya, pero me parece que nadie tiene derecho a apoderarse de tu
corazón.
A Yulia se le encogió el corazón.
—¿Por qué no dejas que sea yo quien lo decida? Debo hacerlo. La
cena está casi lista. Ah, por cierto, ¿has conseguido toda la información
que necesitabas con el programa?
—¿Qué? Oh, no. Sigo picoteando, pero de momento no he logrado
todo lo que hace falta. Voy a necesitar una copia de su disco duro y
registrar la oficina. No te preocupes por eso. ¿Has dicho que vas a
presentar la renuncia la semana que viene?
—Sí. Mi contrato especifica que debo hacerlo con dos semanas de
antelación.
—¿Yulia? Creo que quieren que te vayas. Debes estar preparada para
marcharte el mismo día. Seguramente cambiarán todos los códigos y
contraseñas antes de que salgas del edificio. No quiero que te lleves
ninguna sorpresa.
—Oh, por supuesto. No lo había pensado. Da igual. Supongo que el
señor Odo no tendrá que ocuparse de Tippy durante mucho tiempo. —
Tomó aliento y se armó de valor. «Ahí va»—. ¿Hay posibilidad de que
volvamos a vernos, Lena?
—Tengo... mucho trabajo. Intentaré acabar lo antes que pueda.
Yulia, que se sentía como si le hubiesen dado una bofetada, repuso:
—Por mí no te apresures. No quiero robarte tu valioso tiempo. Buenas
noches, Lena. —Colgó. Tenía ganas de meterse en un rincón y echarse a
llorar. Cuando unas lágrimas ardientes se deslizaron por sus mejillas, se
dirigió al cuarto de baño, se lavó la cara e intentó recuperar la compostura
antes de regresar con Ted y Anya.
Los dos se estaban riendo, pero se quedaron callados cuando la vieron.
Al fin Anya dijo:
—¿Cómo está mi díscola sobrina?
—Supongo que bien. Te desea que disfrutes en París. Quiere que deje
mi trabajo y mi apartamento y me quede con Tippy. Está muy ocupada y
no sabe cuándo vendrá ni si vendrá algún día. Ese es el resumen. ¿Está lista
la cena? —Yulia se dio cuenta de que había hablado en un tono brusco,
pero no pudo evitarlo.
—¿Yulia? —Ted la abrazó por los hombros y la morena percibió
preocupación en los ojos de su amigo.
—No hablemos más de ello, ¿de acuerdo? Por lo visto, a la doctora
Katina le importo un comino. Me equivoqué al pensar otra cosa. Vamos a
cenar. —Esperaba aguantar la velada sin derrumbarse de nuevo.
Anya se preparó para acostarse y marcó el número de Lena, pero le
respondió una máquina.
—Hola, Len. Soy tía Anya. Ya sabes que me voy a París. Le daré
recuerdos a Marina de tu parte.
Anya esperó.
—¿Lena? Has disgustado a Yulia. No soy quién para decirte cómo
debes gobernar tu vida, cariño, pero sí te diré una cosa: es muy difícil
encontrar el verdadero amor. Si quieres a una persona y tienes la suerte de
que te corresponda, no pierdas el tiempo inventando nobles excusas sobre
relaciones imposibles. Lo lamentarás el resto de tu vida. Arriésgate, Lena.
Arriésgate. Te quiero. Buenas noches.
La pelirroja escuchó el mensaje un montón de veces durante la noche. Su
cabeza no cesaba de dar vueltas. Imágenes de Yulia. Sus labios, su tacto,
sus ojos azules. La sensación de abrazarla. En cuanto se deslizaba por aquel
camino, procuraba situar de nuevo la mente en el rígido punto de
supervivencia que siempre había funcionado. El distanciamiento
significaba control, pero también significaba soledad y aislamiento. Yulia era distinta: le costaba más dejarla. Resultaba más difícil borrarla de su
corazón. Cada vez que se movía, lo único que veía era el rostro de la morena.
Por fin se durmió.
Tras despedirse de Ted, Yulia entró en su apartamento, dejó el bolso
sobre una mesita y fue al frigorífico a buscar una botella de agua. Se
acercó a la ventana sin encender la luz y se sentó en una silla.
Contempló la oscuridad durante mucho tiempo, y el dolor se fue
transformando lentamente en ira.
Inició un monólogo dedicado a Lena, pero se contuvo enseguida al
recordar el micro que seguía activo en la sala. Quería arrancarlo de debajo
de la mesa y pisotearlo. En vez de eso, optó por encerrarse en el baño.
Abrió el grifo, se miró en el espejo y vio su rostro alterado por la furia.
—No es más que trabajo. Lo único que te importa es atrapar a mi ex y
a sus colegas. Si con eso eres feliz, te lo daré. ¿Quieres la mierda del disco
duro de Vladimir? Te lo serviré en bandeja de plata. Un canto de cisne para ti,
doctora. Cuando lo tengas, podrás librarte de este embrollo y yo seguiré mi
camino. Me largaré de aquí. Tal vez vuelva a Boston. Anya puede reformar
la casita sin mi ayuda.
Se lavó la cara y se dispuso a acostarse, mientras
planeaba cómo hacer realidad su regalo. Ella era la persona más
indicada para conseguir lo que Lena quería de la oficina de Vladimir. Tropezó
con una de las pocas cajas que quedaban en el apartamento y soltó una
palabra malsonante para que el micrófono la registrase.
CONTINUARÁ...
Se viene unos capítulos de mucho suspenso. Nos leemos en unos días.
Capítulo 19
Yulia metió otra caja en el maletero del coche y lo cerró. Llevaba dos
semanas mudándose poco a poco a Bolinas.
Como Lena y Pat estaban en el otro extremo del país, Ted y Yulia
empezaron a verse con frecuencia. Ted le dijo que le había prometido a Pat
que cuidaría de ella. La visitaba o la llamaba casi todas las noches, y Yulia
tenía el número de Ted en la opción de marcado rápido de su teléfono
mágico. Cuando estaba atareada, le comunicaba adonde iba y cuándo
volvería a casa. Las noches que no lo veía, iba hasta Bolinas con el
maletero lleno de cosas. Odiaba estar sola en su apartamento, pero sabía
que pronto podría marcharse.
El trabajo era tranquilo y aburrido. Se esforzó al máximo por no
causar problemas, pero le daba la impresión de que todo transcurría muy
lento y muy rápido a la vez.
Los fines de semana que pasaba con Anya, solía alojarse en la casa
principal. Visitaban a las amigas de Anya, aunque le gustaba más estar sola
con ella, pues se sentía más próxima a Lena.
Yulia asistía a las clases del señor Odo. Entre el ejercicio que hacía
después del trabajo en el Bay Club y las artes marciales que practicaba
durante los fines de semana, por fin logró caminar sin que todos los
músculos de su cuerpo protestasen. Y eso a pesar de que creía que antes
estaba en muy buena forma.
Así se mantenía ocupada. Sin embargo, por mucho que se esforzase, le
dolía más de lo que estaba dispuesta a admitir saber de Lena sólo cuando
estaba con Anya. Aunque Lena le había prometido llamarla todas las noches
antes de dormir, casi siempre era Yulia la que tenía que dejar un mensaje
en su buzón de voz.
Aquella noche Anya invitó a la morena y a Ted a cenar en casa. Ted llenó el
maletero de su coche con cosas de Yulia y se dirigieron a Bolinas uno
detrás del otro. Yulia comprobó, como siempre, si alguien los seguía, pero
no vio a nadie.
Georgia se agitó en la silla, pero Dieter optó por ignorarla. No estaba
contento. Algo iba mal. Dieter tenía una intuición muy desarrollada.
Estaban a punto de lanzar la oferta pública de acciones y no quería errores.
Miró con mala cara a la mujer que tenía enfrente.
Hacía años que Georgia era su lugarteniente, una persona eficaz e
implacable. El hecho de que fuesen amantes carecía de importancia para
Dieter. Sabía que en algún momento tendría que deshacerse de ella. Un
pequeño sacrificio en su trayectoria laboral Sin duda, Georgia creía que
acostarse con él le garantizaba seguridad. Todas lo creían. Centró la
atención en ella.
—¿Alguna novedad sobre la Volkova?
Georgia lo miró de reojo.
—¿Aparte de descubrir su inclinación por las mujeres? Seguimos su
coche con un transpondedor y averiguamos que va a algún lugar de Bolinas
tres veces a la semana. Podemos localizarla si hace falta. Va al Bay Club
después de trabajar y asiste a los partidos de rugby un par de veces por
semana. Un tipo la acompaña a casa después. Debe de ser sólo un amigo,
porque el micro no registra más ruidos que los de ella en el apartamento,
pero ¿quién sabe?
Dieter se dio cuenta de que a Georgia le aburría el asunto y lo
consideraba una pérdida de tiempo. Por eso daba él las órdenes.
—En el trabajo no hace nada raro. En cuanto a la mujer con la que
salió y a la que besó, ha desaparecido. Tal vez fuese un breve flirteo.
—¿Quién era esa mujer? ¿Por qué no puedes explicarme quién es?
Georgia se acaloró.
—La matrícula de su coche pertenece a una mujer de Noe Valley. Lo
comprobamos. Una casa en la que no vive nadie. Y no la hemos vuelto a
ver. Seguramente vive en San Francisco. Mantenemos la guardia, Dieter.
Dieter no estaba satisfecho.
—Cuando vuelva a aparecer, quiero una foto de ella. Estamos a punto
de lanzar el asunto. No quiero equivocaciones, Georgia. Otra cosa;
encuentra la dirección exacta de la casa de Bolinas y averigua a quién
pertenece.
Cuando Yulia y Ted entraron en el zaguán cargados con cajas y el
vino que Ted había comprado para la cena, lo primero que percibió Yulia
fue el delicioso aroma procedente de la cocina y un ritmo latino que
envolvía toda la casa.
La ojiazul estaba encantada. Tal vez apareciese Lena. Ted y ella
descargaron las cajas, y Ted se encargó del vino. Al entrar en la cocina
oyeron canturrear a Anya.
—Hola, Anya. ¿Qué se celebra? ¿Todo esto es sólo para nosotros?
Los saludó con una sonrisa.
—Yuli! ¡Qué contenta estoy de verte! Y tú debes de ser Ted. —El
joven extendió la mano, pero Anya lo abrazó con cariño—. Han ocurrido dos
cosas. ¡Me ha llamado Marina para invitarme a ir a París! Tiene dos
semanas libres antes de regresar a Pakistán.
Yulia rebuscó algo en un cajón y le lanzó el sacacorchos a Ted.
—¡Qué alegría! Has dicho dos cosas. ¿Va a venir Lema? —No tenía
intención de preguntarlo, pero le salió espontáneamente. La fugaz
expresión de compasión que se dibujó en el rostro de Anya le indicó que la
respuesta era negativa.
—Lo siento, cariño. Lema quiere venir, pero está trabajando día y
noche para acabar este proyecto.
Yulia, procurando recuperarse tras la reveladora pregunta, adoptó un
tono natural de conversación.
—Sí, claro. Sé que ha estado muy ocupada. Entonces, ¿cuál es la
segunda cosa a la que hacías referencia? —Se daba cuenta de que no había
sonado nada convincente.
—¡Te ofrezco un trabajo! —La expresión de la morena exigía
explicaciones—. Quiero que supervises la renovación de la casita. Y,
cuando esté terminada, puedes vivir en ella. De arriba abajo, tú decides.
Yulia se esforzó por sonreír.
—¡Caramba! ¡Qué bien! Muchas gracias, Anya. Pero no tengo
experiencia en esas cosas. ¿Estás segura?
—Por supuesto. Aprenderás enseguida. Quiero que empieces cuando
puedas y que te encargues de todo. ¿Ted? Abre ese vino de una vez,
¿quieres? ¡Esto merece una celebración!
Ted, con el sacacorchos en una mano y la botella en la otra, dijo:
—Ahora mismo. —Abrió la botella y llenó las copas.
Bebieron unos buenos tragos de vino y permanecieron callados hasta
que la morena se aclaró la garganta y preguntó:
—Una noticia estupenda. ¿Y cuándo te marchas?
—Dentro de dos días. Yulia, ¿te va bien? —Anya vigiló los fogones—.
¿Puedes estar aquí para entonces?
Yulia miró a Ted, que se encogió de hombros.
—Supongo que sí. Tal vez tengamos que pedirle a alguno de tus
amigos que se ocupe de Tippy unos días. Debo ultimar unos asuntos en la
ciudad.
—Muy bien. El señor Odo y Tippy son muy amigos. Seguro que él le
dará la comida. Con lo que ha engordado, me atrevo a decir que no le hace
mucha falta.
—Anta, ¿sabe Lena lo de París y el... mi nuevo trabajo?
—Aún no. Acabo de hablar con Marina. La llamaré para contárselo.
¿O prefieres hacerlo tú? —Anya le guiñó un ojo y Yulia se puso colorada. Le
daba vergüenza ser tan transparente.
—Buena idea, Anya —dijo Ted—. Yulia, ¿por qué no llamas mientras
yo ayudo a Anya con la cena? —Ted arqueó las cejas y señaló la habitación
contigua, y la morena cogió el teléfono inalámbrico y se dirigió al salón.
Yulia estaba preocupada. Lena se encontraba muy lejos y apenas
tenían contacto. Pulsó su número de teléfono.
—Hola, tía Anya.
Yulia mantuvo un tono neutro.
—Hola, soy yo. Anya quería que te llamase.
La voz de Lena se suavizó.
—Ah, hola. ¿Cómo estás?
—Estoy... bien. Anya quiere que sepas que ha llamado Marina. La ha
invitado a pasar dos semanas en París y se va dentro de dos días.
—Caramba, una buena noticia, ¿verdad? Apuesto a que Anya está
radiante.
—Sí. Ted y yo hemos venido a cenar, y ha preparado un verdadero
banquete. También me ha ofrecido un trabajo.
Lena dudó.
—¿En serio? ¿Qué tipo de trabajo?
—Quiere que supervise la renovación de la casita, de principio a fin.
—Oh, ¿y vas a aceptarlo?
—Seguramente. Me parece una especie de reto. ¿Cómo te encuentras,
Lena? —Bien, ¿y tú?
El hecho de que Lena no quisiese colgar lo antes posible resultaba
estimulante.
—Pues, verás, me estoy trasladando poco a poco, como acordamos.
Ted me ha seguido hoy con su coche lleno de cosas mías. —Se alejó un
poco de la cocina—. Anya se marcha dentro de dos días. Pronto dejaré el
trabajo y me instalaré aquí. También lo he pasado muy bien actuando como
mascota de un grupo de fornidos jugadores de rugby. Tal vez tenga que
asistir a los últimos partidos de la temporada.
—¿Ah, sí? ¿Vas a tomar unas cervezas con los colegas después de los
partidos?
Yulia suspiró.
—Sería más justo decir una cerveza. Me deja hecha polvo. Ted me
acompaña o, más bien, me guía hasta casa y comprueba que todo está en
orden antes de despedirse. Nos hemos hecho amigos desde nuestro... desde
que Pat y tú os fuisteis. Es, bueno, no sé cómo decirlo.
—¿Es qué?
—Si no lo conociera diría que es más que protector. Utilizaría la
palabra «territorial». Cuando los miembros de los otros equipos intentan
entablar conversación conmigo, se pega a mí y se dedica a hacer el papel
de macho. Ya sabes, se miden el uno al otro y hablan de forma que uno se
entere de que tiene que abandonar. Resulta muy divertido, pero no
comprendo por qué lo hace.
—¿Entablar conversación como cuando se flirtea?
—Bueno, sí. Los chicos son muy amables. Nadie se ha puesto pesado
ni nada por el estilo. Un par de veces incluso ha hablado en privado con los
más insistentes. Saben que casi todos los miembros del equipo son gays, y
da risa ver su confusión. Es como si les dijera que estoy ocupada.
—Seguramente sólo quiere protegerte. Sabe que esos tipos son
jugadores. Por cierto, ¿te apetece salir con alguno?
Yulia lo pensó. Y también pensó por qué lo preguntaba Lena. Nunca
le había gustado jugar y no iba a empezar en aquel momento.
—En realidad, no. —Oyó un lento suspiro al otro lado de la línea.
—Entonces te está haciendo un favor, ¿no crees? —La pelirroja parecía
contenta.
—Supongo que sí. Creo que piensa que estoy comprometida.
Silencio.
—Oh.
Yulia no dijo nada. «Vamos, Lena, lánzame unas migajas.»
Un gran suspiro.
—Ya, pero me parece que nadie tiene derecho a apoderarse de tu
corazón.
A Yulia se le encogió el corazón.
—¿Por qué no dejas que sea yo quien lo decida? Debo hacerlo. La
cena está casi lista. Ah, por cierto, ¿has conseguido toda la información
que necesitabas con el programa?
—¿Qué? Oh, no. Sigo picoteando, pero de momento no he logrado
todo lo que hace falta. Voy a necesitar una copia de su disco duro y
registrar la oficina. No te preocupes por eso. ¿Has dicho que vas a
presentar la renuncia la semana que viene?
—Sí. Mi contrato especifica que debo hacerlo con dos semanas de
antelación.
—¿Yulia? Creo que quieren que te vayas. Debes estar preparada para
marcharte el mismo día. Seguramente cambiarán todos los códigos y
contraseñas antes de que salgas del edificio. No quiero que te lleves
ninguna sorpresa.
—Oh, por supuesto. No lo había pensado. Da igual. Supongo que el
señor Odo no tendrá que ocuparse de Tippy durante mucho tiempo. —
Tomó aliento y se armó de valor. «Ahí va»—. ¿Hay posibilidad de que
volvamos a vernos, Lena?
—Tengo... mucho trabajo. Intentaré acabar lo antes que pueda.
Yulia, que se sentía como si le hubiesen dado una bofetada, repuso:
—Por mí no te apresures. No quiero robarte tu valioso tiempo. Buenas
noches, Lena. —Colgó. Tenía ganas de meterse en un rincón y echarse a
llorar. Cuando unas lágrimas ardientes se deslizaron por sus mejillas, se
dirigió al cuarto de baño, se lavó la cara e intentó recuperar la compostura
antes de regresar con Ted y Anya.
Los dos se estaban riendo, pero se quedaron callados cuando la vieron.
Al fin Anya dijo:
—¿Cómo está mi díscola sobrina?
—Supongo que bien. Te desea que disfrutes en París. Quiere que deje
mi trabajo y mi apartamento y me quede con Tippy. Está muy ocupada y
no sabe cuándo vendrá ni si vendrá algún día. Ese es el resumen. ¿Está lista
la cena? —Yulia se dio cuenta de que había hablado en un tono brusco,
pero no pudo evitarlo.
—¿Yulia? —Ted la abrazó por los hombros y la morena percibió
preocupación en los ojos de su amigo.
—No hablemos más de ello, ¿de acuerdo? Por lo visto, a la doctora
Katina le importo un comino. Me equivoqué al pensar otra cosa. Vamos a
cenar. —Esperaba aguantar la velada sin derrumbarse de nuevo.
Anya se preparó para acostarse y marcó el número de Lena, pero le
respondió una máquina.
—Hola, Len. Soy tía Anya. Ya sabes que me voy a París. Le daré
recuerdos a Marina de tu parte.
Anya esperó.
—¿Lena? Has disgustado a Yulia. No soy quién para decirte cómo
debes gobernar tu vida, cariño, pero sí te diré una cosa: es muy difícil
encontrar el verdadero amor. Si quieres a una persona y tienes la suerte de
que te corresponda, no pierdas el tiempo inventando nobles excusas sobre
relaciones imposibles. Lo lamentarás el resto de tu vida. Arriésgate, Lena.
Arriésgate. Te quiero. Buenas noches.
La pelirroja escuchó el mensaje un montón de veces durante la noche. Su
cabeza no cesaba de dar vueltas. Imágenes de Yulia. Sus labios, su tacto,
sus ojos azules. La sensación de abrazarla. En cuanto se deslizaba por aquel
camino, procuraba situar de nuevo la mente en el rígido punto de
supervivencia que siempre había funcionado. El distanciamiento
significaba control, pero también significaba soledad y aislamiento. Yulia era distinta: le costaba más dejarla. Resultaba más difícil borrarla de su
corazón. Cada vez que se movía, lo único que veía era el rostro de la morena.
Por fin se durmió.
Tras despedirse de Ted, Yulia entró en su apartamento, dejó el bolso
sobre una mesita y fue al frigorífico a buscar una botella de agua. Se
acercó a la ventana sin encender la luz y se sentó en una silla.
Contempló la oscuridad durante mucho tiempo, y el dolor se fue
transformando lentamente en ira.
Inició un monólogo dedicado a Lena, pero se contuvo enseguida al
recordar el micro que seguía activo en la sala. Quería arrancarlo de debajo
de la mesa y pisotearlo. En vez de eso, optó por encerrarse en el baño.
Abrió el grifo, se miró en el espejo y vio su rostro alterado por la furia.
—No es más que trabajo. Lo único que te importa es atrapar a mi ex y
a sus colegas. Si con eso eres feliz, te lo daré. ¿Quieres la mierda del disco
duro de Vladimir? Te lo serviré en bandeja de plata. Un canto de cisne para ti,
doctora. Cuando lo tengas, podrás librarte de este embrollo y yo seguiré mi
camino. Me largaré de aquí. Tal vez vuelva a Boston. Anya puede reformar
la casita sin mi ayuda.
Se lavó la cara y se dispuso a acostarse, mientras
planeaba cómo hacer realidad su regalo. Ella era la persona más
indicada para conseguir lo que Lena quería de la oficina de Vladimir. Tropezó
con una de las pocas cajas que quedaban en el apartamento y soltó una
palabra malsonante para que el micrófono la registrase.
CONTINUARÁ...
Se viene unos capítulos de mucho suspenso. Nos leemos en unos días.
Lesdrumm- Admin
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Fecha de inscripción : 03/08/2014
Localización : Trapped in some parallel universe
Re: IMPULSOS DE VIDA...
Hola, aquí yo de nuevo les traigo con dos capítulos mas de esta historia.
IMPULSOS DE VIDA
Capítulo 20
—Ling, voy a contarte algo que no debes decirle a nadie. ¿Me lo prometes?
—Yulia hizo su visita habitual a la cafetería, y Ling Fong le preparó el
pedido mientras charlaban un rato. Cuando se quedaron solas, Yulia
decidió aprovechar la ocasión.
Ling la miró como si tuviese que decidir algo. Sus ojos transmitían
mucha más edad de la que tenía en realidad.
—Lo prometo.
Yulia sabía que era sincera.
—Pronto voy a dejar el trabajo. Algunas de las personas que trabajan
allí están haciendo cosas ilegales y engañan a mis clientas. ¿Sabías que yo
estaba prometida con el director ejecutivo de la empresa? Pero rompí el
compromiso hace poco, porque..., bueno, no tiene importancia. Digamos
que no es un hombre honrado.
Ling asintió, dando a entender que había notado cambios en la ojiazul,
aunque nunca lo había mencionado.
Yulia continuó:
—Quiero proteger a mis dientas. Necesito entrar en un despacho
concreto cuando no haya nadie. Tu madre limpia esos pisos por la noche y
tiene la tarjeta magnética para entrar. —Se fijó en el miedo que reflejaban
los ojos de Ling—. A tu madre no le ocurrirá nada. Puede limpiar mientras
yo trabajo en el ordenador y, luego, desaparezco. Nadie lo sabrá.
—¿No se enterarán de que el ordenador ha sido manipulado y
descubrirán a qué hora?
—Sé borrar los rastros. Tu madre no se verá involucrada. Le pagaré
por dejarme entrar.
—Hablaré con mi madre cuando llegue —dijo Ling, tras dudar unos
instantes—. La decisión es suya. Pásate a la hora de comer. ¿Cuándo tienes
que hacerlo?
—Lo antes posible. Esta noche o mañana. Seguiré el consejo de tu
madre sobre la hora. —Yulia sabía que tenía que actuar rápidamente, antes
de pensarlo mucho.
En aquel momento entraron varios clientes en la cafetería con aspecto
de necesitar una buena dosis de cafeína. Ling limpió el mostrador.
—De acuerdo. Me informaré y te comunicaré algo a mediodía.
La morena le dio las gracias con un gesto.
—Hasta luego.
Cruzó la calle para dirigirse al edificio de oficinas y saludó al guardia
antes de entrar en el ascensor. Cuando las puertas se cerraron, se apoyó en
la pared del fondo. «Mierda. El guardia. Hay que llamar al timbre para
entrar de noche. Y firmar al entrar y al salir. Eso significa que no puedo
marcharme. Es más complicado de lo que pensaba.»
La mañana transcurrió lentamente. Yulia era un manojo de nervios,
aunque procuró comportarse con normalidad. Tras hablar con Lena,
comprendió que seguramente la estaban desvinculando del trabajo de Vladimir. Ya no tenía acceso a las reuniones de alto nivel y Vlad
apenas le hablaba, el muy cabrón. Mary se había dado cuenta del cambio y Yulia
sabía que le molestaba, pero necesitaba el trabajo. Había aceptado trabajar
para otros dos asociados, además de para ella.
Yulia se había centrado tanto en su otra vida que no había notado que
ya no formaba parte del núcleo «duro» de la empresa. La gente la evitaba.
Cuando se dio cuenta, no le importó. Mentalmente ya había abandonado la
empresa. «Sólo me queda una cosa por hacer. ¿Qué hora es?»
Las once y cuarto. Seguro que Ling ya había hablado con su madre.
«Iré antes de la avalancha del mediodía.» Yulia decidió que, si la madre de
Ling consentía en ayudarla, ya buscaría la forma de entrar y salir del
edificio por su cuenta. Y, si no, el plan B.
No había plan B.
Entró en la cafetería cuando Ling estaba acabando de atender a una de
las jaurías habituales. La ojiazul, que no quería mirar a Ling a los ojos, estudió
unos paquetes de galletas. Se preguntaba qué le daba más miedo: que
rechazase su petición o que la aceptase. «Bueno, ya está.»
Ling le sonrió con expectación. «Petición aceptada.»
—¿Qué ha dicho tu madre?
—No le sorprende que esas personas no sean honradas. Te ayudará.
Pero no queremos tu dinero.
Así de fácil «Dios mío, soy una espía.»
—¿Cuándo? —Tuvo que reprimir la necesidad de dar saltitos.
—Esta noche. Dice que la verás en tu piso a las dos de la madrugada.
Ella limpiará la oficina mientras tú trabajas. ¿Puedes salir del edificio sin
que te vean? Mamá cree que no pasarás por limpiadora. Eres demasiado
blanca.
Las dos reconocieron que aquella observación racista era cierta.
—Entraré y saldré.
—Te deseo buena suerte.
De pronto Ling ya no era la adolescente ingenua con la que Yulia
hablaba todas las mañanas. Sin duda, entendía los riesgos que tanto su
madre como Yulia iban a correr. Al cruzar la calle, la morena se preguntó
cuánto habría tenido que soportar aquella familia tan trabajadora para
llegar a Estados Unidos. Lo que ella iba a hacer no era nada en
comparación.
Durante la comida, Yulia fue a su apartamento y metió una muda,
zapatillas deportivas y maquillaje en su bolsa de gimnasia. Añadió unas
cuantas barritas energéticas y una botella de agua, además de un chándal
ligero y una camiseta. «Lista.»
De regreso al trabajo, se detuvo en el establecimiento de mensajería
UPS y compró un sobre y un vale de transporte. Escribió la dirección de
Lena y su propio nombre con la dirección de Anya en el apartado de
devolución, y pagó el peso del envío en efectivo, a entregar al día
siguiente. Pesaba menos de medio kilo. En el último momento se le ocurrió
comprar un paquete de plástico con burbujas para embalaje. Lo guardó
todo en el maletín, fue a una tienda de informática y adquirió un lápiz de
memoria de dieciséis gigas. «Con esto bastará.» La siguiente parada fue en
el banco, para retirar tres mil dólares en efectivo.
Por último, entró en una tienda y compró una tarjeta de
agradecimiento. En el garaje escribió una nota: «Me haría un gran favor si
aceptase esta pequeña muestra de gratitud». Firmó con su nombre,
introdujo el dinero y selló el sobre. Luego lo guardó en el maletín. «Listo.»
Llegó a la oficina antes de que Mary volviese de comer y guardó el
equipo en el armario. Devolvió las llamadas de teléfono que había
recibido, puso el papeleo al día para entretenerse y ató algunos cabos
sueltos, antes de dejar la empresa. En ningún momento se acercó al
despacho de Vladimir.
A las cinco Mary le dijo adiós y salió corriendo para coger el autobús.
Yulia se despidió de algunas personas y se dirigió a la puerta. Estaba libre
hasta las siete, pero tenía que regresar al edificio antes de que los guardias
cerrasen las puertas y activasen el procedimiento de registro. La ojiazul fue al
Bay Club, hizo ejercicio y se duchó. Revisó su plan varias veces. Después
paseó por el centro y recaló en un pequeño restaurante italiano, donde tomó
una cena rápida y una copa de Chianti. Se moría por pedir otra, pero se dio
cuenta de que necesitaba los cinco sentidos.
Antes de acercarse al edificio de oficinas, vigiló desde el otro lado de
la calle si había cambiado el turno de guardia de las siete. Un guardia
nocturno, alto y joven, sustituía al anciano guardia de día. Varias personas
entraron en el edificio, así que se apresuró a cruzar la calle y a escabullirse
entre ellas, aprovechando la actividad. Pertenecían todos a la misma
empresa y trabajaban en un proyecto urgente. Se coló en el ascensor con
ellos. «Adelante.»
Los otros salieron del ascensor dos pisos antes del suyo. Cuando se
quedó sola, decidió subir uno más y, luego, bajar por las escaleras. Al abrir
la puerta de acceso a su planta, oyó un ruido metálico en el cañón de la
escalera. Cuando se cerró la puerta tras ella, quedó bloqueada.
—Mierda.
Se dio cuenta de que estaba encerrada en su planta, a menos que
cogiese el único ascensor que seguía funcionando y que se abría delante del
guardia, quien la vería. «Muy bien. Tú lo planeaste. No hay marcha atrás.
Calma.»
Recorrió la oficina en penumbra sin hacer ruido. La mayoría de la
gente se había marchado, pero oyó el cliqueo de algunos teclados. Se
dirigió a su despacho, abrió la puerta, entró y soltó un suspiro de alivio.
Las persianas estaban abiertas para dejar pasar la luz durante el día, lo
que le proporcionaba una estupenda iluminación procedente de los
edificios circundantes, una ventaja del distrito financiero de la gran ciudad.
Sus ojos se adaptaron poco a poco a la oscuridad del despacho. Tenía que
esperar hasta las dos de la madrugada.
Se sentó en el sillón, frente a la ventana, y se dedicó a contemplar a la
gente que trabajaba de noche y tenía las persianas abiertas, porque había
olvidado bajarlas o porque carecía de ellas. La mayoría hablaban por
teléfono y trabajaban ante el ordenador.
En algunas ventanas se veían personas ajetreadas, riéndose o armando
barullo. Sintió un poco de envidia. Casi no recordaba días como aquéllos.
Lentamente, fueron dejando el trabajo, apagaron las luces y se marcharon.
Yulia miró la hora. Las ocho y media. Aún estaba a tiempo de irse sin
levantar sospechas.
El edificio de enfrente tenía cristales reflectantes. Aunque de noche se
podía ver el interior con las luces encendidas, observó que en los
ventanales se reflejaban casi todos los despachos a oscuras de su propio
edificio. Calculó su piso y comprobó si los cristales reflejaban
luces en él. No vio nada. Acercó el oído a la puerta y escuchó. Nada.
Abrió la bolsa de deporte y se puso los pantalones de chándal, de
algodón negro, y las zapatillas deportivas. Colgó el lápiz de memoria de
una cadena al cuello y preparó la ropa para el día siguiente. «¿Qué hora es?
Las nueve y cuarto. Mierda. Nunca llegarán las dos de la madrugada.
Tengo ganas de hacer pis.»
Tras ponerse el atuendo indetectable, abrió la puerta de su despacho
con mucho cuidado. Silencio. Se deslizó por la zona principal, un laberinto
de cubículos en los que trabajaba el personal de apoyo. Cuando estaba a
punto de entrar en el baño, se abrió la puerta, así que se apartó como un
rayo y se agachó detrás de la mampara de un cubículo.
—¡Vaya! ¿Adonde han ido todos? Creo que he estado demasiado
tiempo ahí dentro. ¿Quién dijo que las náuseas del embarazo sólo aparecen
por la mañana? Me voy a casa.
Yulia reconoció la voz de Jeanine Montero. Un mes antes le había
contado a todo el mundo que estaba embarazada y desde entonces tenía
muy mal color. Pobrecilla. Su jefe era un cretino que insistía en obligarla a
acabar el trabajo todos los días, aunque pasase parte de la jornada
vomitando.
La morena permaneció inmóvil hasta que Jeanine se marchó, y la espera no
hizo más que agudizar su necesidad. «Esto no está saliendo nada bien.» Por
fin entró en el baño e hizo sus necesidades a la luz de una linterna de
bolsillo. Antes de salir, entreabrió la puerta y escuchó un momento; luego
regresó a su despacho para esperar.
Se aburría dentro del despacho. A lo mejor se relajaba si se acostaba
en el suelo. Intentó distraerse, pero su mente siempre regresaba a una
persona: Lena. El rescate frente al matón en el restaurante. Point Reyes.
Sus ojos. Su nariz. Sus labios. El reflejo del sol en los rizos
Colorados, el cuerpo fuerte, el cuerpo, los labios, los ojos.
Recordó cada momento, saboreó cada roce, cada sonrisa, cada beso,
aunque no había muchos. Aquella mujer la estaba volviendo loca: a veces
se mostraba cariñosa y otras veces, distante. «¿Surgiría en algún momento
la verdadera Elena Katina?»
Tuvo que admitir que no pretendía copiar el disco duro de Vladimir para
finalizar su relación con Lena. Lo que pretendía era hacerse notar y que
la pelirroja reaccionase. Seguramente no era lo más inteligente por su parte.
Pero, por otro lado, se creía responsable y se sentía obligada a solucionar
un problema que había contribuido a crear. Le debía a sus clientas algo más
que desaparecer entre las sombras. Su cabeza siguió dándole vueltas a lo
mismo hasta que se adormeció.
De pronto, las luces se encendieron y Yulia se incorporó, desorientada
y confusa. Cuando trató de levantarse, chocó con la pierna de una persona.
El miedo se apoderó de ella y retrocedió ante unos ojos almendrados que le
resultaban familiares. La madre de Ling la estaba mirando. La morena estuvo a
punto de soltar una risa histérica. «Por Dios, Yulia, domínate. ¡Vaya espía
estás hecha!»
Se levantó apresuradamente, irguiéndose sobre la diminuta mujer. En
las clases del señor Odo había aprendido a inclinarse a la japonesa en señal
de respeto. Se inclinó sin pensar y confió en que la mujer no se ofendiese,
puesto que era china, no japonesa. La señora Fong la observó e inclinó la
cabeza ligeramente. Luego, fue directa al grano.
—¿Dónde?
Yulia dudó un momento mientras traducía.
—¿Qué? ¡Oh! AI fondo del vestíbulo. Le enseñaré el lugar. —Yulia
reparó en que todas las luces del piso estaban encendidas. «Debe de haber
un interruptor general que enciende todas las luces de la planta mientras el
personal de limpieza trabaja.» Comprendió, demasiado tarde, que habría
sido mejor llevar vaqueros y una camiseta, en lugar del chándal negro.
Se dirigieron al despacho de Vladimir. La señora Fong ya suponía que era
aquél el lugar al que quería acceder Yulia, pues se trataba del único
despacho en el que se necesitaba una tarjeta magnética especial para entrar,
y no dudó en insertarla.
La ojiazul entró. Fue directamente al ordenador y lo encendió, confiando
en el descuido y la falta de habilidades tecnológicas de Vlad. Yulia
conocía su contraseña y estaba segura de que no la había cambiado desde
su ruptura. Suspiró, aliviada, cuando consiguió acceder e insertó el lápiz de
memoria en un puerto USB. Tras copiar el contenido del disco duro,
registró el despacho en busca de algo más que pudiese copiar. La señora
Fong había salido, pero no tardó en regresar y se dedicó a vaciar papeleras,
a limpiar el polvo y a pasar la aspiradora. Luego hizo lo mismo en el
despacho de Georgia.
Mientras Yulia rebuscaba, la señora Fong limpió el despacho de
Georgia. Seguramente estaba metida hasta las cejas en aquel chanchullo. El
día después de que Yulia y Lena montasen el espectáculo del beso para la
furgoneta, Vladimir mantuvo su arrogancia de siempre, pero Yulia sorprendió
a Georgia estudiándola detalladamente.
Todos los cajones de Georgia estaban cerrados con llave, así que
Yulia se encogió de hombros y volvió al ordenador de Vladimir. Una noche
que estaba borracho le había enseñado un escondite. Presumiendo de que
nadie podía encontrarlo, le mostró el doble fondo de un cajón de su mesa.
Yulia abrió el cajón y lo vació con cuidado. «¿Cómo lo desmontó?»
Lo había hecho fácilmente, a pesar de que estaba bebido. Apretó las
esquinas del tablero, deslizó un dedo por debajo y lo levantó. Un CD-ROM.
«Estupendo. Copiemos esto también.»
La señora Fong apareció en la puerta con gesto interrogante, y La morena
alzó dos dedos para indicarle que necesitaba un poquito más de tiempo. La
mujer frunció el entrecejo, pero continuó limpiando la parte exterior del
despacho.
Tras copiar el disco, Yulia retiró el lápiz de memoria, lo colgó de la
cadena, borró las huellas y apagó el ordenador de Vlad. Lo dejó todo como
lo había encontrado y echó un vistazo alrededor de la mesa antes de
marcharse.
De pronto, la señora Fong se presentó en la puerta y le indicó que se
agachase. Yulia oyó una voz de hombre y se escondió debajo de la mesa.
Quería poner el sillón delante, pero tenía miedo de que el movimiento se
notase. Agradeció a los astros que a Vlad no le gustasen los muebles de
cristal.
Le pareció como si la señora Fong y el hombre hablasen el mismo
idioma, y Yulia esperó que fuese otro trabajador. Sonaba como si
estuviesen discutiendo. Por fin la señora Fong dijo: «Bien, de acuerdo», y
la puerta se cerró.
Yulia oyó el sonido de la cerradura y respiró. Al menos se habían ido.
Se quedó donde estaba unos minutos más y, luego, salió de debajo de la
mesa. Sin levantarse del suelo, acercó el oído a la puerta y oyó una
conversación entre la señora Fong y el hombre, y ruidos propios de la
limpieza. Se apoyó en la puerta y se sentó.
Un cuarto de hora después, las luces se apagaron. «A la mierda.»
Silencio.
Yulia permaneció inmóvil, procurando no desmoronarse. Le
preocupaba que, si la puerta estaba cerrada por fuera, al abrirla desde
dentro se activase algún tipo de alarma o no pudiese hacerlo sin una tarjeta
magnética. «Tal vez sea como las puertas de los hoteles, que cualquiera las
puede abrir desde dentro.»
Encendió la linterna y examinó la cerradura. Por desgracia, tenía la
ranura para insertar la tarjeta. Yulia se dejó caer al suelo.
Pensó en alguna excusa creíble para estar en el despacho de Vladimir,
vestida con un chándal, pero no se le ocurrió ninguna. Por su mente
pasaron las ideas más horribles, hasta que casi se dio de bofetadas para
calmarse. Se dijo que la señora Fong sabía muy bien que había quedado
encerrada y que volvería a buscarla y se dispuso a esperar. «Paciencia.
Tengo ganas de ir al baño. No pienses en eso.» Se sentó en un sillón
tapizado y esperó. Una eternidad.
Media hora después estaba decidida a estrangular a una joven pecosa y
pelirroja.
—¡Todo esto por tu culpa, Lena Katina! Si no tuvieses la capacidad
emocional de un molusco, a estas alturas estaríamos juntas. Bailando la
samba.
Los airados murmullos de Yulia resonaron entre las oscuras paredes
del despacho. «¿Y si aquí hay micrófonos, como en mi apartamento? ¿En
qué estaría pensando? ¿Cómo me he metido en este embrollo? Soy
demasiado vulnerable para emprender otra relación inmediatamente
después del fracaso de Vlad. ¿Por qué no he actuado como una persona
madura, alejándome de Lena y de su programa, y, por supuesto, de
cualquier indicio de peligro?» Es lo que le habrían aconsejado sus padres.
Pero nooo, se había enamorado de una mujer que, evidentemente, no se
interesaba por ella. ¿Y basándose en qué? ¿En un baile?
Se le encogió el corazón al pensar en aquellas cosas. Lena le
provocaba sentimientos más intensos que Vladimir o que cualquier otro
hombre. Aunque era hermosa e irradiaba confianza, era la Lena vulnerable
la que tocaba la fibra íntima de Yulia, la que la encendía. Le fascinaba
todo lo que Lena representaba. Y creía haber visto algo en aquellos
preciosos ojos que correspondía a sus emociones. Tal vez fuese una mera
ilusión. Pero aquello ya no tenía solución. Aquello había sido una reacción
infantil que podía causarle graves problemas.
A las tres de la madrugada, La morena había barajado tantas posibilidades
que tenía la cabeza a punto de estallar. Lo que no olvidaba era que se había
ofrecido voluntaria por un montón de razones, todas personales. Ella sola
había decidido estar allí en aquel momento. Y ella sola tendría que salir y
dejar que el destino se ocupase del resto.
A la luz de la luna vio un premio que Vlad había recibido y que tenía
encima de la mesa, para que todo el mundo lo admirase. Lo cogió y lo
sostuvo en la mano. Se levantó y se acercó a la puerta con el pesado objeto.
Si entraba alguien que no fuera la señora Fong, se llevaría una sorpresa.
Esperó.
A las cuatro y media se sobresaltó, momentáneamente desorientada.
Oyó el ascensor de servicio y a alguien que salía de él con lo que parecía
un carrito. Los pasos se alejaron del carrito y Yulia escuchó voces: la
señora Fong y el hombre. Luego, más conversación y la voz de la señora
Fong, sonora y jovial. Yulia oyó que se acercaba.
Las luces se encendieron y La ojiazul parpadeó para adaptarse a ellas,
mientras la puerta se abría. La señora Fong entró, sin dejar de hablar con el
hombre que estaba en la sala exterior. Miró de arriba abajo a Yulia, que
sostenía el trofeo de metacrilato sobre la cabeza en actitud de ataque, y le
indicó que la siguiese sin hacer ruido. Mientras la puerta se cerraba
lentamente, Yulia corrió hasta la mesa para dejar el arma, salió y se
agachó junto al sofá de la sala de espera. Se fijó en que la señora Fong
mostraba un frasco de abrillantador como si fuese una valiosa posesión que
acababa de recuperar. El hombre y la señora Fong se rieron, mientras se
dirigían hacia el ascensor, y se fueron.
Yulia estuvo a punto de desmayarse de alivio. Fue al baño y vomitó.
Tenía tal acumulación de adrenalina en el cuerpo que temblaba. Hizo sus
necesidades, se lavó las manos y la cara, y se enjuagó la boca. Antes de
salir del baño, limpió el lavabo con unas toallas de papel; necesitaba hacer
algo para reprimir la aceleración que sentía.
A las siete en punto todos los ascensores entraron en funcionamiento
y las puertas de las escaleras se desbloquearon automáticamente. Una
Yulia recién cambiada de ropa, aunque un poco desaliñada, fue en el
ascensor hasta el segundo piso y, luego, bajó hasta el garaje por las
escaleras. Metió la bolsa de deporte y el maletín en el coche. Cogió el
sobre de UPS y la nota para la señora Fong, y salió por la entrada de
vehículos.
Era una fría mañana de otoño. Respiró el humo de todos los
autobuses, pero no le importó. ¡Qué maravilla estar fuera! Se dirigió a la
cafetería de Ling.
Ling le preparó el café habitual, aunque en dosis doble. Seguro que
tenía aspecto de necesitarlo. Yulia le dio la tarjeta con la nota para su
madre y, después, se dirigió al establecimiento de UPS y depositó el sobre.
A continuación, decidió tomar un buen desayuno. Se moría de hambre.
Cuando volvió a la oficina, Mary estaba en su puesto y todo parecía en
orden. Ni miradas de reojo ni matones esperándola en el despacho.
Se sentó ante el ordenador y escribió su carta de dimisión. Luego
retiró el disco duro y lo sustituyó por uno nuevo que había comprado el día
antes. Como había previsto, al final del día estaba oficialmente en el paro.
Al día siguiente a última hora, la recepcionista de Lena, Yasue, estaba
clasificando el correo de la presidenta cuando vio una nota escrita a mano,
que le pareció personal, y la puso en la bandeja de entrada de su jefa, sin
abrirla. El sello de seguridad indicaba que se trataba de uno de los dos
objetos que habían sido entregados esa misma mañana. El sobre, también
escrito a mano, había pasado los rayos X y el examen de elementos
patógenos desconocidos, y el segundo objeto estaba en proceso de análisis,
así que seguramente se trataba de algún tipo de software.
Llevaba un año trabajando allí y nunca había visto una nota personal
dirigida a su jefa, y que, en ese caso, no había llegado en el reparto
matutino.
Le picaba la curiosidad. Qué lástima que la doctora Katina se
hubiese ido de fin de semana!
CONTINUARÁ...
IMPULSOS DE VIDA
Capítulo 20
—Ling, voy a contarte algo que no debes decirle a nadie. ¿Me lo prometes?
—Yulia hizo su visita habitual a la cafetería, y Ling Fong le preparó el
pedido mientras charlaban un rato. Cuando se quedaron solas, Yulia
decidió aprovechar la ocasión.
Ling la miró como si tuviese que decidir algo. Sus ojos transmitían
mucha más edad de la que tenía en realidad.
—Lo prometo.
Yulia sabía que era sincera.
—Pronto voy a dejar el trabajo. Algunas de las personas que trabajan
allí están haciendo cosas ilegales y engañan a mis clientas. ¿Sabías que yo
estaba prometida con el director ejecutivo de la empresa? Pero rompí el
compromiso hace poco, porque..., bueno, no tiene importancia. Digamos
que no es un hombre honrado.
Ling asintió, dando a entender que había notado cambios en la ojiazul,
aunque nunca lo había mencionado.
Yulia continuó:
—Quiero proteger a mis dientas. Necesito entrar en un despacho
concreto cuando no haya nadie. Tu madre limpia esos pisos por la noche y
tiene la tarjeta magnética para entrar. —Se fijó en el miedo que reflejaban
los ojos de Ling—. A tu madre no le ocurrirá nada. Puede limpiar mientras
yo trabajo en el ordenador y, luego, desaparezco. Nadie lo sabrá.
—¿No se enterarán de que el ordenador ha sido manipulado y
descubrirán a qué hora?
—Sé borrar los rastros. Tu madre no se verá involucrada. Le pagaré
por dejarme entrar.
—Hablaré con mi madre cuando llegue —dijo Ling, tras dudar unos
instantes—. La decisión es suya. Pásate a la hora de comer. ¿Cuándo tienes
que hacerlo?
—Lo antes posible. Esta noche o mañana. Seguiré el consejo de tu
madre sobre la hora. —Yulia sabía que tenía que actuar rápidamente, antes
de pensarlo mucho.
En aquel momento entraron varios clientes en la cafetería con aspecto
de necesitar una buena dosis de cafeína. Ling limpió el mostrador.
—De acuerdo. Me informaré y te comunicaré algo a mediodía.
La morena le dio las gracias con un gesto.
—Hasta luego.
Cruzó la calle para dirigirse al edificio de oficinas y saludó al guardia
antes de entrar en el ascensor. Cuando las puertas se cerraron, se apoyó en
la pared del fondo. «Mierda. El guardia. Hay que llamar al timbre para
entrar de noche. Y firmar al entrar y al salir. Eso significa que no puedo
marcharme. Es más complicado de lo que pensaba.»
La mañana transcurrió lentamente. Yulia era un manojo de nervios,
aunque procuró comportarse con normalidad. Tras hablar con Lena,
comprendió que seguramente la estaban desvinculando del trabajo de Vladimir. Ya no tenía acceso a las reuniones de alto nivel y Vlad
apenas le hablaba, el muy cabrón. Mary se había dado cuenta del cambio y Yulia
sabía que le molestaba, pero necesitaba el trabajo. Había aceptado trabajar
para otros dos asociados, además de para ella.
Yulia se había centrado tanto en su otra vida que no había notado que
ya no formaba parte del núcleo «duro» de la empresa. La gente la evitaba.
Cuando se dio cuenta, no le importó. Mentalmente ya había abandonado la
empresa. «Sólo me queda una cosa por hacer. ¿Qué hora es?»
Las once y cuarto. Seguro que Ling ya había hablado con su madre.
«Iré antes de la avalancha del mediodía.» Yulia decidió que, si la madre de
Ling consentía en ayudarla, ya buscaría la forma de entrar y salir del
edificio por su cuenta. Y, si no, el plan B.
No había plan B.
Entró en la cafetería cuando Ling estaba acabando de atender a una de
las jaurías habituales. La ojiazul, que no quería mirar a Ling a los ojos, estudió
unos paquetes de galletas. Se preguntaba qué le daba más miedo: que
rechazase su petición o que la aceptase. «Bueno, ya está.»
Ling le sonrió con expectación. «Petición aceptada.»
—¿Qué ha dicho tu madre?
—No le sorprende que esas personas no sean honradas. Te ayudará.
Pero no queremos tu dinero.
Así de fácil «Dios mío, soy una espía.»
—¿Cuándo? —Tuvo que reprimir la necesidad de dar saltitos.
—Esta noche. Dice que la verás en tu piso a las dos de la madrugada.
Ella limpiará la oficina mientras tú trabajas. ¿Puedes salir del edificio sin
que te vean? Mamá cree que no pasarás por limpiadora. Eres demasiado
blanca.
Las dos reconocieron que aquella observación racista era cierta.
—Entraré y saldré.
—Te deseo buena suerte.
De pronto Ling ya no era la adolescente ingenua con la que Yulia
hablaba todas las mañanas. Sin duda, entendía los riesgos que tanto su
madre como Yulia iban a correr. Al cruzar la calle, la morena se preguntó
cuánto habría tenido que soportar aquella familia tan trabajadora para
llegar a Estados Unidos. Lo que ella iba a hacer no era nada en
comparación.
Durante la comida, Yulia fue a su apartamento y metió una muda,
zapatillas deportivas y maquillaje en su bolsa de gimnasia. Añadió unas
cuantas barritas energéticas y una botella de agua, además de un chándal
ligero y una camiseta. «Lista.»
De regreso al trabajo, se detuvo en el establecimiento de mensajería
UPS y compró un sobre y un vale de transporte. Escribió la dirección de
Lena y su propio nombre con la dirección de Anya en el apartado de
devolución, y pagó el peso del envío en efectivo, a entregar al día
siguiente. Pesaba menos de medio kilo. En el último momento se le ocurrió
comprar un paquete de plástico con burbujas para embalaje. Lo guardó
todo en el maletín, fue a una tienda de informática y adquirió un lápiz de
memoria de dieciséis gigas. «Con esto bastará.» La siguiente parada fue en
el banco, para retirar tres mil dólares en efectivo.
Por último, entró en una tienda y compró una tarjeta de
agradecimiento. En el garaje escribió una nota: «Me haría un gran favor si
aceptase esta pequeña muestra de gratitud». Firmó con su nombre,
introdujo el dinero y selló el sobre. Luego lo guardó en el maletín. «Listo.»
Llegó a la oficina antes de que Mary volviese de comer y guardó el
equipo en el armario. Devolvió las llamadas de teléfono que había
recibido, puso el papeleo al día para entretenerse y ató algunos cabos
sueltos, antes de dejar la empresa. En ningún momento se acercó al
despacho de Vladimir.
A las cinco Mary le dijo adiós y salió corriendo para coger el autobús.
Yulia se despidió de algunas personas y se dirigió a la puerta. Estaba libre
hasta las siete, pero tenía que regresar al edificio antes de que los guardias
cerrasen las puertas y activasen el procedimiento de registro. La ojiazul fue al
Bay Club, hizo ejercicio y se duchó. Revisó su plan varias veces. Después
paseó por el centro y recaló en un pequeño restaurante italiano, donde tomó
una cena rápida y una copa de Chianti. Se moría por pedir otra, pero se dio
cuenta de que necesitaba los cinco sentidos.
Antes de acercarse al edificio de oficinas, vigiló desde el otro lado de
la calle si había cambiado el turno de guardia de las siete. Un guardia
nocturno, alto y joven, sustituía al anciano guardia de día. Varias personas
entraron en el edificio, así que se apresuró a cruzar la calle y a escabullirse
entre ellas, aprovechando la actividad. Pertenecían todos a la misma
empresa y trabajaban en un proyecto urgente. Se coló en el ascensor con
ellos. «Adelante.»
Los otros salieron del ascensor dos pisos antes del suyo. Cuando se
quedó sola, decidió subir uno más y, luego, bajar por las escaleras. Al abrir
la puerta de acceso a su planta, oyó un ruido metálico en el cañón de la
escalera. Cuando se cerró la puerta tras ella, quedó bloqueada.
—Mierda.
Se dio cuenta de que estaba encerrada en su planta, a menos que
cogiese el único ascensor que seguía funcionando y que se abría delante del
guardia, quien la vería. «Muy bien. Tú lo planeaste. No hay marcha atrás.
Calma.»
Recorrió la oficina en penumbra sin hacer ruido. La mayoría de la
gente se había marchado, pero oyó el cliqueo de algunos teclados. Se
dirigió a su despacho, abrió la puerta, entró y soltó un suspiro de alivio.
Las persianas estaban abiertas para dejar pasar la luz durante el día, lo
que le proporcionaba una estupenda iluminación procedente de los
edificios circundantes, una ventaja del distrito financiero de la gran ciudad.
Sus ojos se adaptaron poco a poco a la oscuridad del despacho. Tenía que
esperar hasta las dos de la madrugada.
Se sentó en el sillón, frente a la ventana, y se dedicó a contemplar a la
gente que trabajaba de noche y tenía las persianas abiertas, porque había
olvidado bajarlas o porque carecía de ellas. La mayoría hablaban por
teléfono y trabajaban ante el ordenador.
En algunas ventanas se veían personas ajetreadas, riéndose o armando
barullo. Sintió un poco de envidia. Casi no recordaba días como aquéllos.
Lentamente, fueron dejando el trabajo, apagaron las luces y se marcharon.
Yulia miró la hora. Las ocho y media. Aún estaba a tiempo de irse sin
levantar sospechas.
El edificio de enfrente tenía cristales reflectantes. Aunque de noche se
podía ver el interior con las luces encendidas, observó que en los
ventanales se reflejaban casi todos los despachos a oscuras de su propio
edificio. Calculó su piso y comprobó si los cristales reflejaban
luces en él. No vio nada. Acercó el oído a la puerta y escuchó. Nada.
Abrió la bolsa de deporte y se puso los pantalones de chándal, de
algodón negro, y las zapatillas deportivas. Colgó el lápiz de memoria de
una cadena al cuello y preparó la ropa para el día siguiente. «¿Qué hora es?
Las nueve y cuarto. Mierda. Nunca llegarán las dos de la madrugada.
Tengo ganas de hacer pis.»
Tras ponerse el atuendo indetectable, abrió la puerta de su despacho
con mucho cuidado. Silencio. Se deslizó por la zona principal, un laberinto
de cubículos en los que trabajaba el personal de apoyo. Cuando estaba a
punto de entrar en el baño, se abrió la puerta, así que se apartó como un
rayo y se agachó detrás de la mampara de un cubículo.
—¡Vaya! ¿Adonde han ido todos? Creo que he estado demasiado
tiempo ahí dentro. ¿Quién dijo que las náuseas del embarazo sólo aparecen
por la mañana? Me voy a casa.
Yulia reconoció la voz de Jeanine Montero. Un mes antes le había
contado a todo el mundo que estaba embarazada y desde entonces tenía
muy mal color. Pobrecilla. Su jefe era un cretino que insistía en obligarla a
acabar el trabajo todos los días, aunque pasase parte de la jornada
vomitando.
La morena permaneció inmóvil hasta que Jeanine se marchó, y la espera no
hizo más que agudizar su necesidad. «Esto no está saliendo nada bien.» Por
fin entró en el baño e hizo sus necesidades a la luz de una linterna de
bolsillo. Antes de salir, entreabrió la puerta y escuchó un momento; luego
regresó a su despacho para esperar.
Se aburría dentro del despacho. A lo mejor se relajaba si se acostaba
en el suelo. Intentó distraerse, pero su mente siempre regresaba a una
persona: Lena. El rescate frente al matón en el restaurante. Point Reyes.
Sus ojos. Su nariz. Sus labios. El reflejo del sol en los rizos
Colorados, el cuerpo fuerte, el cuerpo, los labios, los ojos.
Recordó cada momento, saboreó cada roce, cada sonrisa, cada beso,
aunque no había muchos. Aquella mujer la estaba volviendo loca: a veces
se mostraba cariñosa y otras veces, distante. «¿Surgiría en algún momento
la verdadera Elena Katina?»
Tuvo que admitir que no pretendía copiar el disco duro de Vladimir para
finalizar su relación con Lena. Lo que pretendía era hacerse notar y que
la pelirroja reaccionase. Seguramente no era lo más inteligente por su parte.
Pero, por otro lado, se creía responsable y se sentía obligada a solucionar
un problema que había contribuido a crear. Le debía a sus clientas algo más
que desaparecer entre las sombras. Su cabeza siguió dándole vueltas a lo
mismo hasta que se adormeció.
De pronto, las luces se encendieron y Yulia se incorporó, desorientada
y confusa. Cuando trató de levantarse, chocó con la pierna de una persona.
El miedo se apoderó de ella y retrocedió ante unos ojos almendrados que le
resultaban familiares. La madre de Ling la estaba mirando. La morena estuvo a
punto de soltar una risa histérica. «Por Dios, Yulia, domínate. ¡Vaya espía
estás hecha!»
Se levantó apresuradamente, irguiéndose sobre la diminuta mujer. En
las clases del señor Odo había aprendido a inclinarse a la japonesa en señal
de respeto. Se inclinó sin pensar y confió en que la mujer no se ofendiese,
puesto que era china, no japonesa. La señora Fong la observó e inclinó la
cabeza ligeramente. Luego, fue directa al grano.
—¿Dónde?
Yulia dudó un momento mientras traducía.
—¿Qué? ¡Oh! AI fondo del vestíbulo. Le enseñaré el lugar. —Yulia
reparó en que todas las luces del piso estaban encendidas. «Debe de haber
un interruptor general que enciende todas las luces de la planta mientras el
personal de limpieza trabaja.» Comprendió, demasiado tarde, que habría
sido mejor llevar vaqueros y una camiseta, en lugar del chándal negro.
Se dirigieron al despacho de Vladimir. La señora Fong ya suponía que era
aquél el lugar al que quería acceder Yulia, pues se trataba del único
despacho en el que se necesitaba una tarjeta magnética especial para entrar,
y no dudó en insertarla.
La ojiazul entró. Fue directamente al ordenador y lo encendió, confiando
en el descuido y la falta de habilidades tecnológicas de Vlad. Yulia
conocía su contraseña y estaba segura de que no la había cambiado desde
su ruptura. Suspiró, aliviada, cuando consiguió acceder e insertó el lápiz de
memoria en un puerto USB. Tras copiar el contenido del disco duro,
registró el despacho en busca de algo más que pudiese copiar. La señora
Fong había salido, pero no tardó en regresar y se dedicó a vaciar papeleras,
a limpiar el polvo y a pasar la aspiradora. Luego hizo lo mismo en el
despacho de Georgia.
Mientras Yulia rebuscaba, la señora Fong limpió el despacho de
Georgia. Seguramente estaba metida hasta las cejas en aquel chanchullo. El
día después de que Yulia y Lena montasen el espectáculo del beso para la
furgoneta, Vladimir mantuvo su arrogancia de siempre, pero Yulia sorprendió
a Georgia estudiándola detalladamente.
Todos los cajones de Georgia estaban cerrados con llave, así que
Yulia se encogió de hombros y volvió al ordenador de Vladimir. Una noche
que estaba borracho le había enseñado un escondite. Presumiendo de que
nadie podía encontrarlo, le mostró el doble fondo de un cajón de su mesa.
Yulia abrió el cajón y lo vació con cuidado. «¿Cómo lo desmontó?»
Lo había hecho fácilmente, a pesar de que estaba bebido. Apretó las
esquinas del tablero, deslizó un dedo por debajo y lo levantó. Un CD-ROM.
«Estupendo. Copiemos esto también.»
La señora Fong apareció en la puerta con gesto interrogante, y La morena
alzó dos dedos para indicarle que necesitaba un poquito más de tiempo. La
mujer frunció el entrecejo, pero continuó limpiando la parte exterior del
despacho.
Tras copiar el disco, Yulia retiró el lápiz de memoria, lo colgó de la
cadena, borró las huellas y apagó el ordenador de Vlad. Lo dejó todo como
lo había encontrado y echó un vistazo alrededor de la mesa antes de
marcharse.
De pronto, la señora Fong se presentó en la puerta y le indicó que se
agachase. Yulia oyó una voz de hombre y se escondió debajo de la mesa.
Quería poner el sillón delante, pero tenía miedo de que el movimiento se
notase. Agradeció a los astros que a Vlad no le gustasen los muebles de
cristal.
Le pareció como si la señora Fong y el hombre hablasen el mismo
idioma, y Yulia esperó que fuese otro trabajador. Sonaba como si
estuviesen discutiendo. Por fin la señora Fong dijo: «Bien, de acuerdo», y
la puerta se cerró.
Yulia oyó el sonido de la cerradura y respiró. Al menos se habían ido.
Se quedó donde estaba unos minutos más y, luego, salió de debajo de la
mesa. Sin levantarse del suelo, acercó el oído a la puerta y oyó una
conversación entre la señora Fong y el hombre, y ruidos propios de la
limpieza. Se apoyó en la puerta y se sentó.
Un cuarto de hora después, las luces se apagaron. «A la mierda.»
Silencio.
Yulia permaneció inmóvil, procurando no desmoronarse. Le
preocupaba que, si la puerta estaba cerrada por fuera, al abrirla desde
dentro se activase algún tipo de alarma o no pudiese hacerlo sin una tarjeta
magnética. «Tal vez sea como las puertas de los hoteles, que cualquiera las
puede abrir desde dentro.»
Encendió la linterna y examinó la cerradura. Por desgracia, tenía la
ranura para insertar la tarjeta. Yulia se dejó caer al suelo.
Pensó en alguna excusa creíble para estar en el despacho de Vladimir,
vestida con un chándal, pero no se le ocurrió ninguna. Por su mente
pasaron las ideas más horribles, hasta que casi se dio de bofetadas para
calmarse. Se dijo que la señora Fong sabía muy bien que había quedado
encerrada y que volvería a buscarla y se dispuso a esperar. «Paciencia.
Tengo ganas de ir al baño. No pienses en eso.» Se sentó en un sillón
tapizado y esperó. Una eternidad.
Media hora después estaba decidida a estrangular a una joven pecosa y
pelirroja.
—¡Todo esto por tu culpa, Lena Katina! Si no tuvieses la capacidad
emocional de un molusco, a estas alturas estaríamos juntas. Bailando la
samba.
Los airados murmullos de Yulia resonaron entre las oscuras paredes
del despacho. «¿Y si aquí hay micrófonos, como en mi apartamento? ¿En
qué estaría pensando? ¿Cómo me he metido en este embrollo? Soy
demasiado vulnerable para emprender otra relación inmediatamente
después del fracaso de Vlad. ¿Por qué no he actuado como una persona
madura, alejándome de Lena y de su programa, y, por supuesto, de
cualquier indicio de peligro?» Es lo que le habrían aconsejado sus padres.
Pero nooo, se había enamorado de una mujer que, evidentemente, no se
interesaba por ella. ¿Y basándose en qué? ¿En un baile?
Se le encogió el corazón al pensar en aquellas cosas. Lena le
provocaba sentimientos más intensos que Vladimir o que cualquier otro
hombre. Aunque era hermosa e irradiaba confianza, era la Lena vulnerable
la que tocaba la fibra íntima de Yulia, la que la encendía. Le fascinaba
todo lo que Lena representaba. Y creía haber visto algo en aquellos
preciosos ojos que correspondía a sus emociones. Tal vez fuese una mera
ilusión. Pero aquello ya no tenía solución. Aquello había sido una reacción
infantil que podía causarle graves problemas.
A las tres de la madrugada, La morena había barajado tantas posibilidades
que tenía la cabeza a punto de estallar. Lo que no olvidaba era que se había
ofrecido voluntaria por un montón de razones, todas personales. Ella sola
había decidido estar allí en aquel momento. Y ella sola tendría que salir y
dejar que el destino se ocupase del resto.
A la luz de la luna vio un premio que Vlad había recibido y que tenía
encima de la mesa, para que todo el mundo lo admirase. Lo cogió y lo
sostuvo en la mano. Se levantó y se acercó a la puerta con el pesado objeto.
Si entraba alguien que no fuera la señora Fong, se llevaría una sorpresa.
Esperó.
A las cuatro y media se sobresaltó, momentáneamente desorientada.
Oyó el ascensor de servicio y a alguien que salía de él con lo que parecía
un carrito. Los pasos se alejaron del carrito y Yulia escuchó voces: la
señora Fong y el hombre. Luego, más conversación y la voz de la señora
Fong, sonora y jovial. Yulia oyó que se acercaba.
Las luces se encendieron y La ojiazul parpadeó para adaptarse a ellas,
mientras la puerta se abría. La señora Fong entró, sin dejar de hablar con el
hombre que estaba en la sala exterior. Miró de arriba abajo a Yulia, que
sostenía el trofeo de metacrilato sobre la cabeza en actitud de ataque, y le
indicó que la siguiese sin hacer ruido. Mientras la puerta se cerraba
lentamente, Yulia corrió hasta la mesa para dejar el arma, salió y se
agachó junto al sofá de la sala de espera. Se fijó en que la señora Fong
mostraba un frasco de abrillantador como si fuese una valiosa posesión que
acababa de recuperar. El hombre y la señora Fong se rieron, mientras se
dirigían hacia el ascensor, y se fueron.
Yulia estuvo a punto de desmayarse de alivio. Fue al baño y vomitó.
Tenía tal acumulación de adrenalina en el cuerpo que temblaba. Hizo sus
necesidades, se lavó las manos y la cara, y se enjuagó la boca. Antes de
salir del baño, limpió el lavabo con unas toallas de papel; necesitaba hacer
algo para reprimir la aceleración que sentía.
A las siete en punto todos los ascensores entraron en funcionamiento
y las puertas de las escaleras se desbloquearon automáticamente. Una
Yulia recién cambiada de ropa, aunque un poco desaliñada, fue en el
ascensor hasta el segundo piso y, luego, bajó hasta el garaje por las
escaleras. Metió la bolsa de deporte y el maletín en el coche. Cogió el
sobre de UPS y la nota para la señora Fong, y salió por la entrada de
vehículos.
Era una fría mañana de otoño. Respiró el humo de todos los
autobuses, pero no le importó. ¡Qué maravilla estar fuera! Se dirigió a la
cafetería de Ling.
Ling le preparó el café habitual, aunque en dosis doble. Seguro que
tenía aspecto de necesitarlo. Yulia le dio la tarjeta con la nota para su
madre y, después, se dirigió al establecimiento de UPS y depositó el sobre.
A continuación, decidió tomar un buen desayuno. Se moría de hambre.
Cuando volvió a la oficina, Mary estaba en su puesto y todo parecía en
orden. Ni miradas de reojo ni matones esperándola en el despacho.
Se sentó ante el ordenador y escribió su carta de dimisión. Luego
retiró el disco duro y lo sustituyó por uno nuevo que había comprado el día
antes. Como había previsto, al final del día estaba oficialmente en el paro.
Al día siguiente a última hora, la recepcionista de Lena, Yasue, estaba
clasificando el correo de la presidenta cuando vio una nota escrita a mano,
que le pareció personal, y la puso en la bandeja de entrada de su jefa, sin
abrirla. El sello de seguridad indicaba que se trataba de uno de los dos
objetos que habían sido entregados esa misma mañana. El sobre, también
escrito a mano, había pasado los rayos X y el examen de elementos
patógenos desconocidos, y el segundo objeto estaba en proceso de análisis,
así que seguramente se trataba de algún tipo de software.
Llevaba un año trabajando allí y nunca había visto una nota personal
dirigida a su jefa, y que, en ese caso, no había llegado en el reparto
matutino.
Le picaba la curiosidad. Qué lástima que la doctora Katina se
hubiese ido de fin de semana!
CONTINUARÁ...
Última edición por LenokVolk el 2/19/2015, 11:57 pm, editado 1 vez
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Re: IMPULSOS DE VIDA...
IMPULSOS DE VIDA
Capítulo 21
El viernes Lena se marchó temprano para reunirse con Maggie y no recibió
buenas noticias. Dieter y compañía se movían libremente y tenían vínculos
con algunas de las organizaciones terroristas más peligrosas del mundo.
Para colmo, Anya estaba en París pasándolo bien con Marina, y Yulia
no se había puesto en contacto con ella. No recordaba la última vez que
había dormido más de dos horas seguidas. Durante el fin de semana
resistió la tentación de llamar a la morena y procuró extraer más información
del programa que la joven había instalado. El lunes no prometía nada
nuevo.
Lena llegó a la oficina antes que nadie, preparó café y encendió los
ordenadores.
Dos horas después, Yasue asomó la cabeza para darle los buenos días
y entregarle el correo matutino. La pelirroja apenas le prestó atención mientras
Yasue ordenaba el correo, hasta que cogió el sobre del viernes anterior, lo
puso encima de todo y se aclaró la garganta.
Lena la miró por fin, acusando la fatiga de las semanas anteriores.
—Buenos días, Yasue. ¿En qué puedo ayudarte?
—Yo... me preguntaba si había leído ya el correo. Sé que está muy
ocupada, pero tal vez algunas cosas requieran su atención. Tengo el trabajo
al día y puedo ayudarla a clasificar la información.
Los ojos de Lena se apartaron de la pantalla del ordenador. Casi
nunca se fijaba en el correo normal.
—Hay una tarjeta para usted escrita a mano.
Lena levantó las manos del teclado y traspasó a Yasue con la mirada.
—¿Qué?
—Una nota escrita a mano. Para usted. —Yasue se la puso delante.
—¿Para mí? Oh. —Lena cogió la nota. Dirigida a la doctora
Elena Katina, sin dirección. Personal. Tenía que haber algo más.
Lena le dio la vuelta y vio el número de registro. Viernes, una carta de
UPS, la segunda de dos partes que contenía el sobre. Reconoció la letra
femenina al leerla. Yulia.
Yasue cogió la taza de Lena y la dejó sobre un mueble.
—Le traeré su café con leche. ¿Algo más?
—¿Eh? Oh, no. Gracias, Yasue. —Su mirada se posó de nuevo en el
sobre cuando Yasue se marchó.
Lena contempló la nota unos segundos antes de abrirla y, luego, la
leyó: «Espero que esto sirva de algo. Con cariño, Yulia».
—¿Qué diablos?
Lena llamó al departamento del correo y preguntó por el contenido
del sobre. Un lápiz de memoria. Lo habían enviado a analizar, el
procedimiento normal que seguía la empresa con los ordenadores que no
pertenecían a su propia red, para detectar virus o gusanos. Sin excepción.
A continuación, llamó a investigación y análisis. Sí, lo habían
recibido; no, no lo habían examinado. No estaba previsto que lo hiciesen
hasta el miércoles. Sí, inmediatamente, prioridad uno. Prioridad uno
significaba que Hema Dutt, la analista jefe con autorización de máxima
seguridad, se ocuparía del asunto.
Leyó la nota de nuevo:
—Con cariño. —«Mierda.»
Lena estaba nerviosa. Llamó otra vez al departamento y dijo que
quería el informe completo a mediodía en su despacho.
Luego llamó a Yulia y el teléfono sonó cuatro veces antes de que
hubiese respuesta.
—¿Diga? —La voz de la ojiazul sonaba ronca, como si estuviese
durmiendo. A la pelirroja le pareció maravillosa.
Lena se aclaró la garganta.
—¿Has enviado tú ese lápiz de memoria? —Sabía que su tono era
acusador, pero no pudo evitarlo.
—¿Qué...? Oh, sí, fui yo.
—¿Qué contiene?
—Buenos días, Lena. Estoy bien, gracias por tu interés. Aquí son las
cinco de la madrugada, ¿sabes?
—Oh, vaya, buenos días. —Lena esperó, consumida por los nervios.
—A ver, ¿cuál es el problema? ¿O todavía no lo has abierto? —La
voz, aunque velada por el sueño, transmitía una clara expectación. Lena se
puso aún más nerviosa.
—Lo están analizando. No tendré el informe hasta dentro de unas
horas. Acabo de ver la nota. ¿Qué hay en el lápiz?
—Fotos mías bailando desnuda para llamar la atención. ¿Por qué lo
preguntas? —El silencio que vino a continuación resultó desolador.
Yulia soltó un suspiro.
—Es una copia del disco duro de Vladimir y una copia de un disco que
encontré en un cajón secreto, de cuya existencia no creo que Vlad recuerde
haberme hablado. Las hice antes de irme. Me pareció que podrían ser
útiles. —La voz sonaba indiferente.
Lena se quedó atónita y boquiabierta. Las pocas ocasiones en que Anya
y ella habían hablado, esta, no había mencionado a Yulia. Sin duda, la morena
estaba enfadada con ella, pero aquella información era nueva. la pelirroja no
sabía que Yulia había dejado el trabajo. El café matutino estaba a punto de
perforarle el estómago.
—¿Cómo hiciste la copia? —Procuró disimular su disgusto.
—Tengo mis métodos. Pasé la noche en la oficina y una limpiadora
me franqueó el acceso al despacho de Vlad. Hubo cierto riesgo, pero ahora
tienes la información y yo estoy aquí, así que... supongo que ha
funcionado. —Había un matiz de satisfacción en la voz de Yulia.
—¿Dónde es «aquí»?
—¿A ti qué te parece? —Silencio. La voz de Yulia adoptó un tono
más decidido—. Estoy en Bolinas. Acabé el fin de semana. Cuando llegué
a casa el jueves, la furgoneta había desaparecido. Supongo que era un extra
del trabajo del que nadie me había dicho nada. Ted y otros chicos del rugby
me ayudaron a llevar mis cosas a un guardamuebles y llegué aquí a tiempo
de ayudar a
Anya a hacer las maletas y llevarla al aeropuerto. Ahora sólo estamos
Tippy y yo.
Lena se sentía como si estuviese procesando la información bajo el
agua. Había tratado mal a Yulia, y Esta le estaba devolviendo el golpe.
Aquel brusco intercambio rompió algo muy profundo en su interior y
amenazaba con hacerle perder el control habitual. Se esforzó por no
ponerse en evidencia, porque aquello le daba miedo. Cuando tenía miedo,
se enfadaba. Tomó aliento y lo exhaló lentamente. No quería convertir la
llamada en una pelea.
—Me alegro de que estés ahí. ¿Seguro que no detectaron tu presencia?
—Entré, enchufé el lápiz, copié el disco y me fui. Deposité el sobre
cuando iba a tomar café después de que abriese el edificio, a las siete. Fin
de la historia.
—Creo que te dije que no debías preocuparte por eso. Te has
arriesgado demasiado. —Lena notó la aspereza de su propia voz y se dio
cuenta de que era producto del miedo que la dominaba.
—Era la única que podía hacerlo sin levantar sospechas, Trabajaba
allí y conocía las costumbres. ¿Por qué tengo que justificarme contigo? De
nada.
La distancia entre ellas aumentó de pronto: era mayor que un
continente.
Lena trató de calmarse. Yulia le había hecho un favor, ¿no? Podían
haberla descubierto, pero no había ocurrido, ¿verdad? Sin embargo, lo
único que le importaba era que «podían haberla atrapado».
—¡Que nunca, nunca, me entere de que vuelves a arriesgarte de esa
forma! ¿Y si te hubiesen descubierto? ¡Te podrían haber matado! ¡Por eso
quería que vivieses en casa de Anya, para que estuvieses a salvo! ¿Lo
entiendes? Esas personas son peligrosas. Si te cuelas en su radar, no se lo
pensarán dos veces antes de eliminarte. ¡Ha sido una estupidez!
Lena se quedó mirando el teléfono mudo en su mano. «Me ha
colgado.» Alguien llamó a la puerta. Yasue se asomó, con gesto
preocupado.
—¿Se encuentra bien, doctora Katina?
Lena aporreó el teléfono.
—Perfectamente. Era una llamada de trabajo. ¿Me traes el café con
leche? —Yasue se lo dejó sobre la mesa y salió sin decir palabra.
La pelirroja intentó llamar a la ojiazul de nuevo y le saltó el buzón de voz. En
vez de dejar un mensaje, llamó al teléfono de la casa, pero también se
encontró con el con testador. «Mierda. ¿Por qué siempre acabas gritando?
No trabaja para ti. Demonios, si lo hiciera, no le habrías levantado la voz.»
Colgó el teléfono de golpe y trató de evadirse centrándose en el
trabajo. Sonó la línea privada y la cogió, esperando que fuese Yulia, pero
era Hema Dutt.
—Hola, Lena. ¿Cómo estás? —La amable voz de la jefa de análisis
apenas penetró en la nube en la que se hallaba la ojiverde.
—Bien, Hema. ¿Y tú? —su tono de voz no invitaba a conversar.
—Bien. Sólo llamaba para comentarte algunos detalles del disco que
querías que analizase. Creo que el contenido es bueno, mejor que lo que
hemos obtenido con nuestro programa remoto. Te sugiero que llames a la
coronel Cunningham y al agente Frellen para que asistan a la reunión. Te
veré a mediodía.
Después de colgar, Lena llamó a Yasue para que se pusiese en
contacto con los otros. Intentó localizar a Yulia de nuevo, maldiciendo
cuando le respondían los contestadores, y le dejó escuetos mensajes
pidiéndole que la llamase. Cuando colgó, se fijó en que le temblaban las
manos.—
Comida. Llevas mucho tiempo sin comer nada. No puedes pensar y
le gritas a todo el mundo. Maldita sea, estás hablando sola. Necesitas
azúcar. —Posó la vista en el ordenador una vez más, pero apenas vio la
pantalla. No se podía hacer nada hasta que finalizase el análisis. En su
mente reverberaba el silencio que se produjo cuando Yulia le colgó y una
sensación de pavor le oprimía el pecho.
Lena se levantó, cogió el bolso y se dirigió a la puerta. Le dijo algo a
Yasue sobre el desayuno y salió en busca de un lugar en el que pudiese
pensar. A varias manzanas de su oficina había un restaurante al que solía
ir. Cuando la dueña la reconoció, la condujo hasta el reservado que
ocupaba a menudo, al fondo, y le mostró el menú. Lena pidió huevos,
crepes y té, y miró por la ventana.
Ardía en deseos de hablar con Yulia, de escuchar su voz y de
disculparse. Tras desayunar, pagó, salió del restaurante y llamó a la morena,
mientras regresaba a la oficina. Los teléfonos seguían conectados al
contestador, pero Lena le dejó varios mensajes en los que le pedía que, por
favor, la llamase, pues tenía noticias importantes. «Tal vez su curiosidad
sea mayor que su rabia.»
¿Por qué se habría arriesgado de aquella forma? La observación de
Yulia sobre el supuesto baile desnuda hirió a Lena casi como un golpe
físico.—
Dios mío, lo hizo para llamar mi atención. Yo estaba demasiado
obsesionada con mis ideas sobre lo correcto. ¿Cómo he podido estar tan
ciega? —«Y ser tan egoísta. No sabes qué hacer con tus emociones, Lena.
Así que ignoraste lo que tenías delante y no quisiste arriesgarte, no quisiste
perder el control. Te escondiste
detrás de tu estúpido honor, pero te has comportado como una
cobarde. Has organizado el mundo en blanco y negro, según tus propias
normas. ¿Cuántas veces te ha salido el tiro por la culata, sin que tan
siquiera te dieses cuenta? Pero esto es más importante porque se trata de
Yulia.»
La verdad que encerraban sus palabras y sus pensamientos la cegaba y
se detuvo, de pronto, en medio de la acera, obligando a los transeúntes a
dar un rodeo. Sacó el teléfono del bolsillo y marcó de nuevo el número de
La ojiazul. Buzón de voz.
—¿Yulia? Soy Lena. Lo siento. Yo sólo... Escucha. Voy para allá.
Saldré dentro de unas tres horas. Para entonces ya habré visto el análisis y
decidiremos qué hacer a partir de ese momento. El informe preliminar es
muy bueno, aunque eso no importa; lo esencial es que lamento haber sido
tan estúpida. Hasta esta tarde. Cuídate.
A continuación llamó al piloto de la compañía de jets, le dijo que
reuniese a su tripulación y que estuviese listo para despegar hacia San
Francisco a las dos de la tarde.
Maggie y Jim estaban esperando a Lena cuando regresó a su despacho
a las doce menos cuarto. Tras intercambiarse unos saludos, se acomodaron,
deseosos de recibir una explicación.
La pelirroja los informó brevemente.
Maggie se enderezó.
—¿Yulia Volkova? ¿La mujer con la que tu tía se puso en contacto?
¿Consiguió ella la copia?
Lena repuso:
—Sí, sí. ¿Alguna otra pregunta?
Se fijó en que Maggie y Jim intercambiaban una mirada, pues les
extrañaba verla nerviosa. «¿Nerviosa? Diablos, estoy a punto de reventar.»
—Lena, ¿cómo obtuvo la información? —Jim procuró hablar con el
mayor tacto.
—La obtuvo y la envió por su cuenta. He hablado con ella esta
mañana, así que está viva. No sabré nada más hasta que Hema Dutt nos
traiga el análisis. Me marcho a la costa en cuanto acabe la reunión. Si el
avión no estuviera listo, iría volando. —La confusión en los rostros de sus
interlocutores obligó a Lena a explicarse—: Yo... estuve bastante brusca
cuando me enteré de que había conseguido la información ella sola. Le
debo una disculpa y quiero dársela en persona. —Los miró, impertérrita.
Maggie fue la primera en decir algo.
—Sí, claro. Jim y yo pondremos las cosas en marcha desde aquí, en
función del informe. ¿Te parece bien, Jim?
Jim, que estaba boquiabierto, se aclaró la garganta y respondió:
—Oh, sí, por supuesto. Pondremos las cosas en marcha. Desde luego.
Yasue llamó por el intercomunicador para decir que la doctora Dutt
estaba esperando, y Lena se levantó y abrió la puerta.
A Lena le facilitó las cosas que tanto Maggie como Jim adoptasen su
bien ensayada conducta profesional en la reunión. No quería dar más
explicaciones a nadie, excepto a Yulia. Todos centraron su atención en la
jefa de análisis de la empresa.
Aunque Hema Dutt, habitualmente, se mostraba seria y callada, Lena
observó un destello en sus grandes ojos castaños cuando entró y se sentó
ante la mesa en la que estaban los demás. Los saludó brevemente antes de
abordar el tema.
—Parece que tenemos algo vivito y coleando. En realidad, creo que
nos ha tocado la lotería. Podemos demostrar varios conflictos de intereses:
manipulación de valores y fraude descarado. Evidentemente, o Vladimir Sokolsky
no es muy hábil con la informática o es un vago que no se molesta en
borrar archivos, protegerlos o limpiarlos. Seguramente, de todo un poco.
Hema estaba eufórica por el hallazgo y su suave piel aceitunada
brillaba de emoción.
—Aún hay más. Evidentemente, no confía en la gente con la que se ha
aliado y escribe notas sobre las reuniones. A veces desbarra y presume de
las mujeres que ha conquistado y otras veces se muestra asustado por su
secretaria, una mujer que se llama Georgia y que le da órdenes. Aunque la
describe en términos desagradables, me da la impresión de que nunca lo
expresa en voz alta. Sokolsky cree que ella está, y reproduzco literalmente,
«"jodiendo” con su superior».
Lena estaba cada vez más nerviosa.
Maggie miraba a Hema Dutt con aire inexpresivo.
—¿Alguna identificación de la persona que manda?
Dutt consultó sus notas.
—Dieter. Es la única referencia sobre una posible relación. A Sokolsky
le molesta su actitud, etc. En las notas más recientes afirma que Dieter no
es el último eslabón de la cadena, sino sólo un pequeño elemento de una
gran organización, creada para ganar millones por medio del fraude, con el
fin de apoyar, y aquí cito: «Una mierda en la que no me atrevo a pensar».
Parece preocupado. —Hema se calló.
Tras unos segundos, Jim Frellen preguntó:
—¿Qué más?
Hema respondió:
—Va a salir una oferta pública de acciones que
Sokolsky ha endosado a sus clientes. Cree que, tras inflar artificialmente
el precio y venderlas antes de que estallen, los que están detrás
desaparecerán. Incluso lamenta haberse mezclado con ellos. La verdad es
que no me da pena. No siente remordimientos hacia las personas a las que
ha engañado; sólo teme por su vida.
—Con toda la razón del mundo. Estoy segura de que le harán cargar
con la culpa —comentó Maggie, sin dirigirse a nadie en concreto.
Lena habló por primera vez. Tenía la mandíbula tan rígida que le
dolía.—
¿Algo más? ¿Alguna mención a una mujer que se llama Yulia Volkova?—
Volkova. Ah, sí. Dice que le está creando problemas con las clientas.
Habla de ella en un tono despectivo, como si la pobre no se enterase de
nada. —Hema rebuscó entre sus papeles—. Aquí está. Comenta que tiene
que echarla de la empresa y que ella le dijo que alguien la amenazaba. —
Comprobó más páginas—. Aquí. «Le dije a Georgia que la dejase tranquila
y la muy puta se limitó a sonreír y a afirmar que la encontrarían cuando
quisiesen.» —Hema se reclinó—. Eso es todo.
—¿Existe alguna posibilidad de que sepan que se ha copiado el disco
duro? —preguntó Maggie.
—Seguramente el señor Sokolsky no lo notará. Pero podría detectarlo
un técnico con experiencia.
—Yulia está segura de que ha borrado todos los rastros —explicó
Lena, cuyo nerviosismo se había agudizado al oír aquella comprometedora
información.
Dutt preguntó, muy sorprendida:
—¿Yulia? ¿Te refieres a Yulia Volkova? ¿Fue ella la que copió la
información? Creí que teníamos a uno de los nuestros dentro.
Lena sintió náuseas.
—Yo tampoco me esperaba esto. Llegó por correo el viernes. La
señorita Volkova hizo la copia y presentó la dimisión. Se ha trasladado a una
casa segura.
Lena no dijo que le preocupaba el comentario de Sokolsky de que
Georgia Johnson y su jefe encontrarían a Yulia cuando quisiesen. ¿Cómo?
La respuesta era bastante simple. Con un experto que siguiese a Yulia o
colocando un localizador en su coche sin gran dificultad. Si averiguaban a
quién pertenecía la casa y sumaban dos y dos... Se obligó a permanecer
sentada.
La doctora Dutt mostró alivio.
—Oh, bien, me alegro de que esté oculta, porque está muy metida en
esta operación. Es un elemento que tendrían que eliminar, más aun que a
Sokolsky.
Lena se levantó bruscamente.
—Maggie, acompáñame al aeropuerto. Jim, ¿te encargas de los
detalles y me llamas con un plan más tarde?
Jim asintió y sacó su teléfono móvil.
—Claro. El primer paso es cerrar esa agencia de corretaje. Daré la
orden.—
Quedamos en el aeropuerto dentro de tres cuartos de hora —dijo
Maggie—. Voy a California contigo.
Lena apenas la escuchó. Estaba al teléfono ultimando la hora de
partida y pidiendo el equipo adicional que necesitaban.
A Dieter le molestó que Georgia entrase en su despacho. Nunca se
veían durante el horario de trabajo. Y no le gustaba la expresión de
Georgia: una mezcla de rabia y miedo.
—¿Qué haces aquí?
—Tengo algo que contarte. Hemos averiguado el nombre de la dueña
de la casa en la que vive la Volkova en Bolinas. Es Anya Katina.
—¿Katina? ¿Alguna relación con Elena Katina?
—Aún no lo he verificado. Pero sé que en la biografía de Elena Katina aparece una tía. La descripción física de Elena encaja con la
de la mujer que se enfrentó a Hatch. Podría ser pura coincidencia. Por lo
visto, ambas son amantes.
En la mente de Dieter bullía la nueva información. Sabía que allí
había algo raro.
—Que el tarado de la informática revise el ordenador de la Volkova y el
de Sokolsky inmediatamente.
Los ojos de Georgia se clavaron en la ventana, detrás de Dieter.
—¿Que ocurre?
—Yulia Volkova dimitió el jueves. Se ha ido. Retiré la vigilancia el
mismo día. Pero nuestro hombre comprobará su ordenador y el de Vladimir , y
hará un informe.
Dieter se levantó y se apoyó en la mesa.
—¿Se ha ido? ¿A qué te refieres? ¿Sabemos dónde está?
Georgia se relajó visiblemente.
—Se ha refugiado en Bolinas. Podemos echarle el guante si es
necesario.
El teléfono móvil de Georgia sonó, y atendió la llamada, muy pálida.
—Te volveré a llamar —dijo, concluyendo la conversación.
—El ordenador de Volkova tiene un disco duro nuevo y el de Vladimir era
un verdadero tesoro de notas comprometedoras sobre reuniones y sobre
nuestros negocios. Nombres, fechas y lugares. Podrían haber hecho copia.
Lo sabremos dentro de unas horas.
Dieter le dio la espalda.
—Llama a Hatch. Necesitamos que se ocupe primero de Vladimir y,
luego, de la Volkova. Dile que no la mate. La utilizaremos para llegar hasta
Katina, que es la clave.
Se fijó en que Georgia se esforzaba por no temblar mientras marcaba
el número de Hatch. Tras hacer la llamada, Georgia esperó instrucciones.
—Lárgate.
Cuando Georgia se marchó, Dieter sacó del bolsillo un teléfono móvil
que casi nunca usaba. No le apetecía nada llamar.
CONTINUARÁ...
Nos leemos pronto
Capítulo 21
El viernes Lena se marchó temprano para reunirse con Maggie y no recibió
buenas noticias. Dieter y compañía se movían libremente y tenían vínculos
con algunas de las organizaciones terroristas más peligrosas del mundo.
Para colmo, Anya estaba en París pasándolo bien con Marina, y Yulia
no se había puesto en contacto con ella. No recordaba la última vez que
había dormido más de dos horas seguidas. Durante el fin de semana
resistió la tentación de llamar a la morena y procuró extraer más información
del programa que la joven había instalado. El lunes no prometía nada
nuevo.
Lena llegó a la oficina antes que nadie, preparó café y encendió los
ordenadores.
Dos horas después, Yasue asomó la cabeza para darle los buenos días
y entregarle el correo matutino. La pelirroja apenas le prestó atención mientras
Yasue ordenaba el correo, hasta que cogió el sobre del viernes anterior, lo
puso encima de todo y se aclaró la garganta.
Lena la miró por fin, acusando la fatiga de las semanas anteriores.
—Buenos días, Yasue. ¿En qué puedo ayudarte?
—Yo... me preguntaba si había leído ya el correo. Sé que está muy
ocupada, pero tal vez algunas cosas requieran su atención. Tengo el trabajo
al día y puedo ayudarla a clasificar la información.
Los ojos de Lena se apartaron de la pantalla del ordenador. Casi
nunca se fijaba en el correo normal.
—Hay una tarjeta para usted escrita a mano.
Lena levantó las manos del teclado y traspasó a Yasue con la mirada.
—¿Qué?
—Una nota escrita a mano. Para usted. —Yasue se la puso delante.
—¿Para mí? Oh. —Lena cogió la nota. Dirigida a la doctora
Elena Katina, sin dirección. Personal. Tenía que haber algo más.
Lena le dio la vuelta y vio el número de registro. Viernes, una carta de
UPS, la segunda de dos partes que contenía el sobre. Reconoció la letra
femenina al leerla. Yulia.
Yasue cogió la taza de Lena y la dejó sobre un mueble.
—Le traeré su café con leche. ¿Algo más?
—¿Eh? Oh, no. Gracias, Yasue. —Su mirada se posó de nuevo en el
sobre cuando Yasue se marchó.
Lena contempló la nota unos segundos antes de abrirla y, luego, la
leyó: «Espero que esto sirva de algo. Con cariño, Yulia».
—¿Qué diablos?
Lena llamó al departamento del correo y preguntó por el contenido
del sobre. Un lápiz de memoria. Lo habían enviado a analizar, el
procedimiento normal que seguía la empresa con los ordenadores que no
pertenecían a su propia red, para detectar virus o gusanos. Sin excepción.
A continuación, llamó a investigación y análisis. Sí, lo habían
recibido; no, no lo habían examinado. No estaba previsto que lo hiciesen
hasta el miércoles. Sí, inmediatamente, prioridad uno. Prioridad uno
significaba que Hema Dutt, la analista jefe con autorización de máxima
seguridad, se ocuparía del asunto.
Leyó la nota de nuevo:
—Con cariño. —«Mierda.»
Lena estaba nerviosa. Llamó otra vez al departamento y dijo que
quería el informe completo a mediodía en su despacho.
Luego llamó a Yulia y el teléfono sonó cuatro veces antes de que
hubiese respuesta.
—¿Diga? —La voz de la ojiazul sonaba ronca, como si estuviese
durmiendo. A la pelirroja le pareció maravillosa.
Lena se aclaró la garganta.
—¿Has enviado tú ese lápiz de memoria? —Sabía que su tono era
acusador, pero no pudo evitarlo.
—¿Qué...? Oh, sí, fui yo.
—¿Qué contiene?
—Buenos días, Lena. Estoy bien, gracias por tu interés. Aquí son las
cinco de la madrugada, ¿sabes?
—Oh, vaya, buenos días. —Lena esperó, consumida por los nervios.
—A ver, ¿cuál es el problema? ¿O todavía no lo has abierto? —La
voz, aunque velada por el sueño, transmitía una clara expectación. Lena se
puso aún más nerviosa.
—Lo están analizando. No tendré el informe hasta dentro de unas
horas. Acabo de ver la nota. ¿Qué hay en el lápiz?
—Fotos mías bailando desnuda para llamar la atención. ¿Por qué lo
preguntas? —El silencio que vino a continuación resultó desolador.
Yulia soltó un suspiro.
—Es una copia del disco duro de Vladimir y una copia de un disco que
encontré en un cajón secreto, de cuya existencia no creo que Vlad recuerde
haberme hablado. Las hice antes de irme. Me pareció que podrían ser
útiles. —La voz sonaba indiferente.
Lena se quedó atónita y boquiabierta. Las pocas ocasiones en que Anya
y ella habían hablado, esta, no había mencionado a Yulia. Sin duda, la morena
estaba enfadada con ella, pero aquella información era nueva. la pelirroja no
sabía que Yulia había dejado el trabajo. El café matutino estaba a punto de
perforarle el estómago.
—¿Cómo hiciste la copia? —Procuró disimular su disgusto.
—Tengo mis métodos. Pasé la noche en la oficina y una limpiadora
me franqueó el acceso al despacho de Vlad. Hubo cierto riesgo, pero ahora
tienes la información y yo estoy aquí, así que... supongo que ha
funcionado. —Había un matiz de satisfacción en la voz de Yulia.
—¿Dónde es «aquí»?
—¿A ti qué te parece? —Silencio. La voz de Yulia adoptó un tono
más decidido—. Estoy en Bolinas. Acabé el fin de semana. Cuando llegué
a casa el jueves, la furgoneta había desaparecido. Supongo que era un extra
del trabajo del que nadie me había dicho nada. Ted y otros chicos del rugby
me ayudaron a llevar mis cosas a un guardamuebles y llegué aquí a tiempo
de ayudar a
Anya a hacer las maletas y llevarla al aeropuerto. Ahora sólo estamos
Tippy y yo.
Lena se sentía como si estuviese procesando la información bajo el
agua. Había tratado mal a Yulia, y Esta le estaba devolviendo el golpe.
Aquel brusco intercambio rompió algo muy profundo en su interior y
amenazaba con hacerle perder el control habitual. Se esforzó por no
ponerse en evidencia, porque aquello le daba miedo. Cuando tenía miedo,
se enfadaba. Tomó aliento y lo exhaló lentamente. No quería convertir la
llamada en una pelea.
—Me alegro de que estés ahí. ¿Seguro que no detectaron tu presencia?
—Entré, enchufé el lápiz, copié el disco y me fui. Deposité el sobre
cuando iba a tomar café después de que abriese el edificio, a las siete. Fin
de la historia.
—Creo que te dije que no debías preocuparte por eso. Te has
arriesgado demasiado. —Lena notó la aspereza de su propia voz y se dio
cuenta de que era producto del miedo que la dominaba.
—Era la única que podía hacerlo sin levantar sospechas, Trabajaba
allí y conocía las costumbres. ¿Por qué tengo que justificarme contigo? De
nada.
La distancia entre ellas aumentó de pronto: era mayor que un
continente.
Lena trató de calmarse. Yulia le había hecho un favor, ¿no? Podían
haberla descubierto, pero no había ocurrido, ¿verdad? Sin embargo, lo
único que le importaba era que «podían haberla atrapado».
—¡Que nunca, nunca, me entere de que vuelves a arriesgarte de esa
forma! ¿Y si te hubiesen descubierto? ¡Te podrían haber matado! ¡Por eso
quería que vivieses en casa de Anya, para que estuvieses a salvo! ¿Lo
entiendes? Esas personas son peligrosas. Si te cuelas en su radar, no se lo
pensarán dos veces antes de eliminarte. ¡Ha sido una estupidez!
Lena se quedó mirando el teléfono mudo en su mano. «Me ha
colgado.» Alguien llamó a la puerta. Yasue se asomó, con gesto
preocupado.
—¿Se encuentra bien, doctora Katina?
Lena aporreó el teléfono.
—Perfectamente. Era una llamada de trabajo. ¿Me traes el café con
leche? —Yasue se lo dejó sobre la mesa y salió sin decir palabra.
La pelirroja intentó llamar a la ojiazul de nuevo y le saltó el buzón de voz. En
vez de dejar un mensaje, llamó al teléfono de la casa, pero también se
encontró con el con testador. «Mierda. ¿Por qué siempre acabas gritando?
No trabaja para ti. Demonios, si lo hiciera, no le habrías levantado la voz.»
Colgó el teléfono de golpe y trató de evadirse centrándose en el
trabajo. Sonó la línea privada y la cogió, esperando que fuese Yulia, pero
era Hema Dutt.
—Hola, Lena. ¿Cómo estás? —La amable voz de la jefa de análisis
apenas penetró en la nube en la que se hallaba la ojiverde.
—Bien, Hema. ¿Y tú? —su tono de voz no invitaba a conversar.
—Bien. Sólo llamaba para comentarte algunos detalles del disco que
querías que analizase. Creo que el contenido es bueno, mejor que lo que
hemos obtenido con nuestro programa remoto. Te sugiero que llames a la
coronel Cunningham y al agente Frellen para que asistan a la reunión. Te
veré a mediodía.
Después de colgar, Lena llamó a Yasue para que se pusiese en
contacto con los otros. Intentó localizar a Yulia de nuevo, maldiciendo
cuando le respondían los contestadores, y le dejó escuetos mensajes
pidiéndole que la llamase. Cuando colgó, se fijó en que le temblaban las
manos.—
Comida. Llevas mucho tiempo sin comer nada. No puedes pensar y
le gritas a todo el mundo. Maldita sea, estás hablando sola. Necesitas
azúcar. —Posó la vista en el ordenador una vez más, pero apenas vio la
pantalla. No se podía hacer nada hasta que finalizase el análisis. En su
mente reverberaba el silencio que se produjo cuando Yulia le colgó y una
sensación de pavor le oprimía el pecho.
Lena se levantó, cogió el bolso y se dirigió a la puerta. Le dijo algo a
Yasue sobre el desayuno y salió en busca de un lugar en el que pudiese
pensar. A varias manzanas de su oficina había un restaurante al que solía
ir. Cuando la dueña la reconoció, la condujo hasta el reservado que
ocupaba a menudo, al fondo, y le mostró el menú. Lena pidió huevos,
crepes y té, y miró por la ventana.
Ardía en deseos de hablar con Yulia, de escuchar su voz y de
disculparse. Tras desayunar, pagó, salió del restaurante y llamó a la morena,
mientras regresaba a la oficina. Los teléfonos seguían conectados al
contestador, pero Lena le dejó varios mensajes en los que le pedía que, por
favor, la llamase, pues tenía noticias importantes. «Tal vez su curiosidad
sea mayor que su rabia.»
¿Por qué se habría arriesgado de aquella forma? La observación de
Yulia sobre el supuesto baile desnuda hirió a Lena casi como un golpe
físico.—
Dios mío, lo hizo para llamar mi atención. Yo estaba demasiado
obsesionada con mis ideas sobre lo correcto. ¿Cómo he podido estar tan
ciega? —«Y ser tan egoísta. No sabes qué hacer con tus emociones, Lena.
Así que ignoraste lo que tenías delante y no quisiste arriesgarte, no quisiste
perder el control. Te escondiste
detrás de tu estúpido honor, pero te has comportado como una
cobarde. Has organizado el mundo en blanco y negro, según tus propias
normas. ¿Cuántas veces te ha salido el tiro por la culata, sin que tan
siquiera te dieses cuenta? Pero esto es más importante porque se trata de
Yulia.»
La verdad que encerraban sus palabras y sus pensamientos la cegaba y
se detuvo, de pronto, en medio de la acera, obligando a los transeúntes a
dar un rodeo. Sacó el teléfono del bolsillo y marcó de nuevo el número de
La ojiazul. Buzón de voz.
—¿Yulia? Soy Lena. Lo siento. Yo sólo... Escucha. Voy para allá.
Saldré dentro de unas tres horas. Para entonces ya habré visto el análisis y
decidiremos qué hacer a partir de ese momento. El informe preliminar es
muy bueno, aunque eso no importa; lo esencial es que lamento haber sido
tan estúpida. Hasta esta tarde. Cuídate.
A continuación llamó al piloto de la compañía de jets, le dijo que
reuniese a su tripulación y que estuviese listo para despegar hacia San
Francisco a las dos de la tarde.
Maggie y Jim estaban esperando a Lena cuando regresó a su despacho
a las doce menos cuarto. Tras intercambiarse unos saludos, se acomodaron,
deseosos de recibir una explicación.
La pelirroja los informó brevemente.
Maggie se enderezó.
—¿Yulia Volkova? ¿La mujer con la que tu tía se puso en contacto?
¿Consiguió ella la copia?
Lena repuso:
—Sí, sí. ¿Alguna otra pregunta?
Se fijó en que Maggie y Jim intercambiaban una mirada, pues les
extrañaba verla nerviosa. «¿Nerviosa? Diablos, estoy a punto de reventar.»
—Lena, ¿cómo obtuvo la información? —Jim procuró hablar con el
mayor tacto.
—La obtuvo y la envió por su cuenta. He hablado con ella esta
mañana, así que está viva. No sabré nada más hasta que Hema Dutt nos
traiga el análisis. Me marcho a la costa en cuanto acabe la reunión. Si el
avión no estuviera listo, iría volando. —La confusión en los rostros de sus
interlocutores obligó a Lena a explicarse—: Yo... estuve bastante brusca
cuando me enteré de que había conseguido la información ella sola. Le
debo una disculpa y quiero dársela en persona. —Los miró, impertérrita.
Maggie fue la primera en decir algo.
—Sí, claro. Jim y yo pondremos las cosas en marcha desde aquí, en
función del informe. ¿Te parece bien, Jim?
Jim, que estaba boquiabierto, se aclaró la garganta y respondió:
—Oh, sí, por supuesto. Pondremos las cosas en marcha. Desde luego.
Yasue llamó por el intercomunicador para decir que la doctora Dutt
estaba esperando, y Lena se levantó y abrió la puerta.
A Lena le facilitó las cosas que tanto Maggie como Jim adoptasen su
bien ensayada conducta profesional en la reunión. No quería dar más
explicaciones a nadie, excepto a Yulia. Todos centraron su atención en la
jefa de análisis de la empresa.
Aunque Hema Dutt, habitualmente, se mostraba seria y callada, Lena
observó un destello en sus grandes ojos castaños cuando entró y se sentó
ante la mesa en la que estaban los demás. Los saludó brevemente antes de
abordar el tema.
—Parece que tenemos algo vivito y coleando. En realidad, creo que
nos ha tocado la lotería. Podemos demostrar varios conflictos de intereses:
manipulación de valores y fraude descarado. Evidentemente, o Vladimir Sokolsky
no es muy hábil con la informática o es un vago que no se molesta en
borrar archivos, protegerlos o limpiarlos. Seguramente, de todo un poco.
Hema estaba eufórica por el hallazgo y su suave piel aceitunada
brillaba de emoción.
—Aún hay más. Evidentemente, no confía en la gente con la que se ha
aliado y escribe notas sobre las reuniones. A veces desbarra y presume de
las mujeres que ha conquistado y otras veces se muestra asustado por su
secretaria, una mujer que se llama Georgia y que le da órdenes. Aunque la
describe en términos desagradables, me da la impresión de que nunca lo
expresa en voz alta. Sokolsky cree que ella está, y reproduzco literalmente,
«"jodiendo” con su superior».
Lena estaba cada vez más nerviosa.
Maggie miraba a Hema Dutt con aire inexpresivo.
—¿Alguna identificación de la persona que manda?
Dutt consultó sus notas.
—Dieter. Es la única referencia sobre una posible relación. A Sokolsky
le molesta su actitud, etc. En las notas más recientes afirma que Dieter no
es el último eslabón de la cadena, sino sólo un pequeño elemento de una
gran organización, creada para ganar millones por medio del fraude, con el
fin de apoyar, y aquí cito: «Una mierda en la que no me atrevo a pensar».
Parece preocupado. —Hema se calló.
Tras unos segundos, Jim Frellen preguntó:
—¿Qué más?
Hema respondió:
—Va a salir una oferta pública de acciones que
Sokolsky ha endosado a sus clientes. Cree que, tras inflar artificialmente
el precio y venderlas antes de que estallen, los que están detrás
desaparecerán. Incluso lamenta haberse mezclado con ellos. La verdad es
que no me da pena. No siente remordimientos hacia las personas a las que
ha engañado; sólo teme por su vida.
—Con toda la razón del mundo. Estoy segura de que le harán cargar
con la culpa —comentó Maggie, sin dirigirse a nadie en concreto.
Lena habló por primera vez. Tenía la mandíbula tan rígida que le
dolía.—
¿Algo más? ¿Alguna mención a una mujer que se llama Yulia Volkova?—
Volkova. Ah, sí. Dice que le está creando problemas con las clientas.
Habla de ella en un tono despectivo, como si la pobre no se enterase de
nada. —Hema rebuscó entre sus papeles—. Aquí está. Comenta que tiene
que echarla de la empresa y que ella le dijo que alguien la amenazaba. —
Comprobó más páginas—. Aquí. «Le dije a Georgia que la dejase tranquila
y la muy puta se limitó a sonreír y a afirmar que la encontrarían cuando
quisiesen.» —Hema se reclinó—. Eso es todo.
—¿Existe alguna posibilidad de que sepan que se ha copiado el disco
duro? —preguntó Maggie.
—Seguramente el señor Sokolsky no lo notará. Pero podría detectarlo
un técnico con experiencia.
—Yulia está segura de que ha borrado todos los rastros —explicó
Lena, cuyo nerviosismo se había agudizado al oír aquella comprometedora
información.
Dutt preguntó, muy sorprendida:
—¿Yulia? ¿Te refieres a Yulia Volkova? ¿Fue ella la que copió la
información? Creí que teníamos a uno de los nuestros dentro.
Lena sintió náuseas.
—Yo tampoco me esperaba esto. Llegó por correo el viernes. La
señorita Volkova hizo la copia y presentó la dimisión. Se ha trasladado a una
casa segura.
Lena no dijo que le preocupaba el comentario de Sokolsky de que
Georgia Johnson y su jefe encontrarían a Yulia cuando quisiesen. ¿Cómo?
La respuesta era bastante simple. Con un experto que siguiese a Yulia o
colocando un localizador en su coche sin gran dificultad. Si averiguaban a
quién pertenecía la casa y sumaban dos y dos... Se obligó a permanecer
sentada.
La doctora Dutt mostró alivio.
—Oh, bien, me alegro de que esté oculta, porque está muy metida en
esta operación. Es un elemento que tendrían que eliminar, más aun que a
Sokolsky.
Lena se levantó bruscamente.
—Maggie, acompáñame al aeropuerto. Jim, ¿te encargas de los
detalles y me llamas con un plan más tarde?
Jim asintió y sacó su teléfono móvil.
—Claro. El primer paso es cerrar esa agencia de corretaje. Daré la
orden.—
Quedamos en el aeropuerto dentro de tres cuartos de hora —dijo
Maggie—. Voy a California contigo.
Lena apenas la escuchó. Estaba al teléfono ultimando la hora de
partida y pidiendo el equipo adicional que necesitaban.
A Dieter le molestó que Georgia entrase en su despacho. Nunca se
veían durante el horario de trabajo. Y no le gustaba la expresión de
Georgia: una mezcla de rabia y miedo.
—¿Qué haces aquí?
—Tengo algo que contarte. Hemos averiguado el nombre de la dueña
de la casa en la que vive la Volkova en Bolinas. Es Anya Katina.
—¿Katina? ¿Alguna relación con Elena Katina?
—Aún no lo he verificado. Pero sé que en la biografía de Elena Katina aparece una tía. La descripción física de Elena encaja con la
de la mujer que se enfrentó a Hatch. Podría ser pura coincidencia. Por lo
visto, ambas son amantes.
En la mente de Dieter bullía la nueva información. Sabía que allí
había algo raro.
—Que el tarado de la informática revise el ordenador de la Volkova y el
de Sokolsky inmediatamente.
Los ojos de Georgia se clavaron en la ventana, detrás de Dieter.
—¿Que ocurre?
—Yulia Volkova dimitió el jueves. Se ha ido. Retiré la vigilancia el
mismo día. Pero nuestro hombre comprobará su ordenador y el de Vladimir , y
hará un informe.
Dieter se levantó y se apoyó en la mesa.
—¿Se ha ido? ¿A qué te refieres? ¿Sabemos dónde está?
Georgia se relajó visiblemente.
—Se ha refugiado en Bolinas. Podemos echarle el guante si es
necesario.
El teléfono móvil de Georgia sonó, y atendió la llamada, muy pálida.
—Te volveré a llamar —dijo, concluyendo la conversación.
—El ordenador de Volkova tiene un disco duro nuevo y el de Vladimir era
un verdadero tesoro de notas comprometedoras sobre reuniones y sobre
nuestros negocios. Nombres, fechas y lugares. Podrían haber hecho copia.
Lo sabremos dentro de unas horas.
Dieter le dio la espalda.
—Llama a Hatch. Necesitamos que se ocupe primero de Vladimir y,
luego, de la Volkova. Dile que no la mate. La utilizaremos para llegar hasta
Katina, que es la clave.
Se fijó en que Georgia se esforzaba por no temblar mientras marcaba
el número de Hatch. Tras hacer la llamada, Georgia esperó instrucciones.
—Lárgate.
Cuando Georgia se marchó, Dieter sacó del bolsillo un teléfono móvil
que casi nunca usaba. No le apetecía nada llamar.
CONTINUARÁ...
Nos leemos pronto
Lesdrumm- Admin
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