IMPULSOS DE VIDA...
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Re: IMPULSOS DE VIDA...
Hola a todos aquí de nuevo con mas de esta historia, que ya esta llegando a su fin, les dejare 3 capítulos.
IMPULSOS DE VIDA
Capítulo 22
—Doctora Katina, coronel Cunningham, por favor, abróchense los
cinturones —anunció el capitán—. Aterrizaremos en breve.
Lena llamó al auxiliar de vuelo y le dio indicaciones sobre la
descarga del equipaje. Se había puesto un mono de cuero negro y había
guardado otro equipo en un talego de lona negra.
Maggie, que la había estado observando, dijo:
—Me recuerdas a un animal enjaulado: un depredador agazapado,
esperando que el desventurado cuidador abra la jaula para darle de comer.
Y yo soy el cuidador.
Sonó el móvil de Maggie. Esta respondió, escuchó unos segundos y
dijo:
—Era Jess. Fueron a la oficina de Sokolsky, y Georgia y él han
desaparecido. Los están buscando. Clausuraron el lugar y mandaron a todo
el mundo a casa. ¿Seguro que no quieres refuerzos?
—No, pero volveré a llamar. —Intentó comunicar con Yulia, sin
conseguirlo. Luego se fijó en que tenía un mensaje.
Activó el buzón de voz y escuchó a la morena: «He recibido tus mensajes.
Gracias. Estoy deseando verte. Voy a dar una vuelta y después haré la cena.
Tendré cuidado. Cuídate tú también». Parecía feliz. Feliz de que Lena
fuese a verla. La pelirroja sintió una opresión en el corazón, que desapareció
cuando el avión descendió. Necesitaba centrarse.
Después de rodar por la pista una eternidad, el avión se detuvo y Lena
salió en cuanto abrieron la escotilla, para supervisar la descarga de una
motocicleta negra. Comprobó de nuevo el equipo que había guardado en el
vehículo y el casco extra que se hallaba colocado sobre el asiento, y luego
se dirigió a Maggie:
—¿Te ocuparás de coordinar esta parte con Jess?
—La llamaré enseguida. ¿Seguro que no quieres ayuda? Puedo llamar
a la policía local para que vayan a esperarte.
—No. Les tengo aprecio, pero me temo que no serían más que otra
fuente de preocupaciones. No puedo arriesgar más —dijo Lena muy seria
—. Llamaré a las amigas de Anya, Susan y Lisa, si necesito ayuda. Y
también está el señor Odo. Tal vez esa gente no haya encontrado a Yulia o
no les interese. Ojalá.
Se puso el casco, retirando los largos rizos, le hizo una seña al guardia
y empezó la gran carrera. Alzó la mano para despedirse de Maggie, cruzó
la verja y desapareció en el crepúsculo.
Yulia apoyó las manos en las picudas rocas que asomaban sobre ella y
se impulsó hasta el siguiente nivel.
—¿Dónde diablos estaba el sendero? Esto me pasa por no prestar
atención. Oh, está allí. Tendré que aprendérmelo de memoria.
Por fin llegó a la empinada senda y se detuvo a contemplar la vista.
Con los brazos en jarras, aspiró una profunda bocanada de aire marino.
—¡Yupi! —gritó con todas sus fuerzas. «Cualquiera pensaría que te
vuelve loca de alegría arruinar tu perfecta vida y estar a punto de que te
maten. Pues no.» Sonrió.
Trepó con cuidado por el camino que subía hasta la casa y se volvió a
contemplar de nuevo el mar y los reflejos anaranjados que formaba el sol
del crepúsculo en el agua. Mientras las gaviotas revoloteaban a su
alrededor, reanudó la marcha y su mente rememoró los acontecimientos de
las horas anteriores. Lo que había empezado siendo una mañana
deprimente se había convertido en una tarde llena de emociones y
expectativas. «La vida da muchas vueltas, ¿verdad?»
—¡Vaya! “Tropezó y se lastimó el muslo en una roca saliente.
«¡Presta atención! Al menos hasta que llegues arriba.»
Tendría que apresurarse para preparar la casa antes de que
oscureciese. Lena llegaba por la noche. Su mensaje sonaba urgente. «Hasta
que te vea, ten cuidado.»
¿Qué ocurría? Desde que Anya se había ido a París, los acontecimientos
se habían precipitado. El peligro se palpaba en el aire. Sólo quería que
La pelirroja llegase bien; el resto lo afrontarían juntas. Pero sabía qué era lo
primero que haría cuando viese a Lena. Bueno, tal vez lo segundo.
Primero, quería perderse entre sus brazos. Y, a continuación, debía
disculparse. Lena tenía razón: copiar
el disco duro de Vlad había sido un riesgo estúpido. Pero lo había
conseguido y Lena no tardaría en reunirse con ella. Estaba emocionada.
Yulia se animó en la parte final del recorrido. La ascensión era más
fácil Unos metros más y estaría en el borde de la finca. Cuando descendió a
la playa, le pareció un trayecto muy empinado y de gran dificultad. La
familiaridad y la mejora de su forma física convertían aquella experiencia
en un lejano recuerdo.
Estaba anocheciendo: era uno de sus momentos favoritos del día, por
el despliegue de actividad que se vivía en el jardín. Los pájaros visitaban
por última vez los comederos, para llenar sus minúsculos estómagos antes
de la noche, y a Yulia le encantaba verlos revolotear a su alrededor.
Se detuvo en medio de la parte de atrás del jardín. Ocurría algo raro.
Permaneció quieta y agudizó los sentidos, como le había enseñado el señor
Odo. «Céntrate.»
Todo parecía en orden. Tranquilo. Demasiado tranquilo. ¿Qué faltaba?
Los pájaros. ¿Dónde estaban?
La quietud envolvía el jardín. Ni gorjeos ni aleteos. Silencio. A la ojiazul
se le erizaron los pelos de la nuca. De pronto, se puso alerta. «Ten
cuidado.» Las palabras de Lena resonaron en su mente.
Recorrió el jardín con la vista, procurando no alterar la respiración
para poder escuchar. Gran parte del jardín se hallaba en sombras. Se dio
cuenta de que su silueta resultaba visible, porque el océano era el único
lugar en el que aún había luz. Si había alguien, Yulia no quería que se
notase que estaba en guardia, así que se movió hacia la izquierda, donde
había unos árboles y arbustos crecidos, y fingió que recogía cosas, como si
estuviese retirando las herramientas antes de que fuese de noche. En
realidad, estaba buscando un arma. Temblaba de arriba abajo. «¡Domínate,
Yulia! Cálmate y piensa. Puedes hacerlo.» Su cuerpo recordó la última vez
que había sufrido una amenaza... y quién la había amenazado.
En cuanto estuvo junto al denso follaje, se agachó. Si había alguien
mirando, en ese momento la perdería de vista. Se escabulló siguiendo el
perímetro del jardín, casi pegada al suelo, y se dirigió hacia la casa, donde
sólo estaba encendida la luz de la cocina. Las luces automáticas que se
encendían en el jardín y en la casa al anochecer no funcionaban.
Cuando llegó a la casa, se detuvo, para decidir qué debía hacer a
continuación. Entonces la oyó. Una pisada detrás de ella. Quiso correr,
pero alguien la sujetó por la espalda y la levantó, retorciéndole brutalmente
un brazo y rodeándole el cuello con una manaza, sin dejar de estrujarla.
Sus pies perdieron el contacto con el suelo, pero el hombre siguió
levantándola, y percibió su apestoso aliento junto al oído.
—Te dije que volveríamos a vernos, hija de puta. Esta vez voy a hacer
lo que me apetezca contigo. Y no hay nadie por aquí, ninguna maldita
amazona que te salve el pellejo.
La soltó lo justo para poder arrastrarla hasta la terraza de atrás, lejos
de la cocina, donde se movían varias sombras. Yulia sabía que no debía
entrar en la casa, porque no saldría viva. Luchó, pero sólo consiguió que el
hombre la estrujase más y que le retorciese de nuevo el brazo tras la
espalda. Estaba a punto de desmayarse.
Entonces vio una sombra blanquinegra en la barandilla de la terraza.
Tippy. Yulia se derrumbó en los brazos del hombre, convirtiéndose en un
peso muerto. El tipo profirió un taco y cedió un poco; ella inclinó la
cabeza
hacia delante y, en ese momento, Tippy saltó desde la barandilla y
aterrizó sobre los hombros del individuo, gruñendo y siseando.
El hombre gritó y la soltó para apartar al agresivo felino de su cara.
Yulia cayó al suelo y se escabulló gateando a toda prisa. Los siseos
continuaron unos segundos, hasta que oyó un pesado golpe, cuando el
sujeto arrojó a Tippy al suelo. Yulia apenas distinguió una forma que se
escurría entre la maleza y desaparecía.
La joven consiguió levantarse y esconderse en las sombras, mientras
el hombre maldecía y se palpaba el rostro. La puerta se abrió de golpe y
salieron otros dos hombres, que se movieron entre ella y el sendero de la
playa. El primer hombre gritaba algo sobre sus ojos y Yulia vio un chorro
oscuro que corría por sus manos y su cara.
A Yulia le dolían el brazo y el hombro. Se valió de la mano sana para
sostener el brazo lastimado contra el cuerpo, se deslizó por el jardín y, al
llegar junto a la casita, dudó y contempló el escenario unos segundos.
Habían llevado al hombre a la casa, pero sabía que no tardarían en salir a
buscarla. Dio unos pasos y tropezó con una pala de jardinería de apenas un
metro. La cogió y la levantó.
Yulia pensó en cruzar el jardín e ir hasta el sendero, puesto que los
hombres no lo conocían y ella sí. Tendría más oportunidades en la playa.
Se levantó y corrió. Cuando había recorrido diez pasos, la puerta se abrió
de golpe, salieron los hombres y empezaron a barrer el lugar con linternas.
Las luces aterrizaron sobre ella y oyó gritos, mientras sus perseguidores
corrían.
Yulia zigzagueó, saltó sobre el avispero y aceleró el paso. Cuando
llegó al borde del camino, sintió algo sobre la cabeza. Se detuvo, plantó los
pies en el suelo y se agachó. Un hombre voló sobre ella y aterrizó entre las
rocas, varios metros más abajo, jurando y gritando. El otro, que lo seguía y
había visto lo que acababa de ocurrir, aminoró la marcha, maldijo a Yulia
y empezó a pegar puñetazos al aire.
—¿Qué mierda? ¡Ay! ¡Eh! —No paraba de agitar los brazos, lo cual
azuzaba la agresividad de las avispas, pero seguía persiguiendo a La ojiazul.
Ésta se hizo a un lado cuando el hombre se acercó, le pegó con la pala en el
rostro y lo derribó. El hombre yacía inmóvil entre furiosos zumbidos de
avispas. Yulia corrió hacia el sendero y descendió a toda prisa.
Tras unos minutos, se detuvo a escuchar. El hombre que había caído
en las rocas seguía luchando por levantarse, pero no se oía nada del otro.
Yulia comprobó el brazo y el hombro. Le dolían, aunque no estaban rotos.
Necesitaba las dos manos para bajar hasta la playa. Intentó controlar la
respiración para que funcionasen mejor sus sentidos.
Se había adaptado a la oscuridad gracias a la luna creciente. La niebla
aún tardaría en bajar, así que tenía que moverse antes de que los hombres
se reagrupasen. Descendió en silencio y con cuidado, contenta de conocer
bien el terreno. Si chocaba con algo o tropezaba, no emitía el menor
sonido.
De repente, oyó gritos y vio ráfagas de linterna barriendo las rocas. Se
agachó detrás de un pedrusco, esperó y oyó una serie de chasquidos cerca
del sendero. Aceleró la marcha y movió algunas rocas para interrumpir el
paso de los hombres; cuando llegó al final del sendero, empezó a correr por
la playa. Estaba muy oscuro, tanto que daba miedo, pero no aminoró la
marcha, apremiada por los gritos y los silbidos que oía tras ella. Los
hombres se estaban acercando y parecían muy cabreados.
Intentó mantener la mente despejada. Estaba en la playa y se dirigía al
afloramiento rocoso sobre el que se asentaba la casa. El terror le oprimió el
pecho y empezó a extenderse por su cuerpo, desanimándola. Corría hacia
un callejón sin salida. Le había parecido una buena idea arriba, pero...
—¡Oh, Dios! ¿Dónde... dónde... dónde? —Aceleró el paso. «Supongo
que hace una buena noche para darse un baño.» Pero eso la llevaría a la
muerte. Era el océano Pacífico, sí, pero la parte norte, donde incluso los
surfistas utilizaban trajes de neopreno. A lo cual había que añadir las olas
que batían contra las rocas y visiones de tiburones que la devoraban.
Tropezó y cayó. Casi gritó de dolor a causa del hombro y se cortó las
manos con las conchas de la playa. Se levantó y se dirigió al acantilado, sin
perder de vista las enormes rocas tras las que podía esconderse.
Reinaba una oscuridad casi absoluta. El ruido de las olas que rompían
en la playa se atenuó cuando se acercó al acantilado. Había aminorado el
paso para recuperar el aliento cuando, de pronto, alguien la agarró y la
arrastró detrás de una piedra.
CONTINUARÁ...
IMPULSOS DE VIDA
Capítulo 22
—Doctora Katina, coronel Cunningham, por favor, abróchense los
cinturones —anunció el capitán—. Aterrizaremos en breve.
Lena llamó al auxiliar de vuelo y le dio indicaciones sobre la
descarga del equipaje. Se había puesto un mono de cuero negro y había
guardado otro equipo en un talego de lona negra.
Maggie, que la había estado observando, dijo:
—Me recuerdas a un animal enjaulado: un depredador agazapado,
esperando que el desventurado cuidador abra la jaula para darle de comer.
Y yo soy el cuidador.
Sonó el móvil de Maggie. Esta respondió, escuchó unos segundos y
dijo:
—Era Jess. Fueron a la oficina de Sokolsky, y Georgia y él han
desaparecido. Los están buscando. Clausuraron el lugar y mandaron a todo
el mundo a casa. ¿Seguro que no quieres refuerzos?
—No, pero volveré a llamar. —Intentó comunicar con Yulia, sin
conseguirlo. Luego se fijó en que tenía un mensaje.
Activó el buzón de voz y escuchó a la morena: «He recibido tus mensajes.
Gracias. Estoy deseando verte. Voy a dar una vuelta y después haré la cena.
Tendré cuidado. Cuídate tú también». Parecía feliz. Feliz de que Lena
fuese a verla. La pelirroja sintió una opresión en el corazón, que desapareció
cuando el avión descendió. Necesitaba centrarse.
Después de rodar por la pista una eternidad, el avión se detuvo y Lena
salió en cuanto abrieron la escotilla, para supervisar la descarga de una
motocicleta negra. Comprobó de nuevo el equipo que había guardado en el
vehículo y el casco extra que se hallaba colocado sobre el asiento, y luego
se dirigió a Maggie:
—¿Te ocuparás de coordinar esta parte con Jess?
—La llamaré enseguida. ¿Seguro que no quieres ayuda? Puedo llamar
a la policía local para que vayan a esperarte.
—No. Les tengo aprecio, pero me temo que no serían más que otra
fuente de preocupaciones. No puedo arriesgar más —dijo Lena muy seria
—. Llamaré a las amigas de Anya, Susan y Lisa, si necesito ayuda. Y
también está el señor Odo. Tal vez esa gente no haya encontrado a Yulia o
no les interese. Ojalá.
Se puso el casco, retirando los largos rizos, le hizo una seña al guardia
y empezó la gran carrera. Alzó la mano para despedirse de Maggie, cruzó
la verja y desapareció en el crepúsculo.
Yulia apoyó las manos en las picudas rocas que asomaban sobre ella y
se impulsó hasta el siguiente nivel.
—¿Dónde diablos estaba el sendero? Esto me pasa por no prestar
atención. Oh, está allí. Tendré que aprendérmelo de memoria.
Por fin llegó a la empinada senda y se detuvo a contemplar la vista.
Con los brazos en jarras, aspiró una profunda bocanada de aire marino.
—¡Yupi! —gritó con todas sus fuerzas. «Cualquiera pensaría que te
vuelve loca de alegría arruinar tu perfecta vida y estar a punto de que te
maten. Pues no.» Sonrió.
Trepó con cuidado por el camino que subía hasta la casa y se volvió a
contemplar de nuevo el mar y los reflejos anaranjados que formaba el sol
del crepúsculo en el agua. Mientras las gaviotas revoloteaban a su
alrededor, reanudó la marcha y su mente rememoró los acontecimientos de
las horas anteriores. Lo que había empezado siendo una mañana
deprimente se había convertido en una tarde llena de emociones y
expectativas. «La vida da muchas vueltas, ¿verdad?»
—¡Vaya! “Tropezó y se lastimó el muslo en una roca saliente.
«¡Presta atención! Al menos hasta que llegues arriba.»
Tendría que apresurarse para preparar la casa antes de que
oscureciese. Lena llegaba por la noche. Su mensaje sonaba urgente. «Hasta
que te vea, ten cuidado.»
¿Qué ocurría? Desde que Anya se había ido a París, los acontecimientos
se habían precipitado. El peligro se palpaba en el aire. Sólo quería que
La pelirroja llegase bien; el resto lo afrontarían juntas. Pero sabía qué era lo
primero que haría cuando viese a Lena. Bueno, tal vez lo segundo.
Primero, quería perderse entre sus brazos. Y, a continuación, debía
disculparse. Lena tenía razón: copiar
el disco duro de Vlad había sido un riesgo estúpido. Pero lo había
conseguido y Lena no tardaría en reunirse con ella. Estaba emocionada.
Yulia se animó en la parte final del recorrido. La ascensión era más
fácil Unos metros más y estaría en el borde de la finca. Cuando descendió a
la playa, le pareció un trayecto muy empinado y de gran dificultad. La
familiaridad y la mejora de su forma física convertían aquella experiencia
en un lejano recuerdo.
Estaba anocheciendo: era uno de sus momentos favoritos del día, por
el despliegue de actividad que se vivía en el jardín. Los pájaros visitaban
por última vez los comederos, para llenar sus minúsculos estómagos antes
de la noche, y a Yulia le encantaba verlos revolotear a su alrededor.
Se detuvo en medio de la parte de atrás del jardín. Ocurría algo raro.
Permaneció quieta y agudizó los sentidos, como le había enseñado el señor
Odo. «Céntrate.»
Todo parecía en orden. Tranquilo. Demasiado tranquilo. ¿Qué faltaba?
Los pájaros. ¿Dónde estaban?
La quietud envolvía el jardín. Ni gorjeos ni aleteos. Silencio. A la ojiazul
se le erizaron los pelos de la nuca. De pronto, se puso alerta. «Ten
cuidado.» Las palabras de Lena resonaron en su mente.
Recorrió el jardín con la vista, procurando no alterar la respiración
para poder escuchar. Gran parte del jardín se hallaba en sombras. Se dio
cuenta de que su silueta resultaba visible, porque el océano era el único
lugar en el que aún había luz. Si había alguien, Yulia no quería que se
notase que estaba en guardia, así que se movió hacia la izquierda, donde
había unos árboles y arbustos crecidos, y fingió que recogía cosas, como si
estuviese retirando las herramientas antes de que fuese de noche. En
realidad, estaba buscando un arma. Temblaba de arriba abajo. «¡Domínate,
Yulia! Cálmate y piensa. Puedes hacerlo.» Su cuerpo recordó la última vez
que había sufrido una amenaza... y quién la había amenazado.
En cuanto estuvo junto al denso follaje, se agachó. Si había alguien
mirando, en ese momento la perdería de vista. Se escabulló siguiendo el
perímetro del jardín, casi pegada al suelo, y se dirigió hacia la casa, donde
sólo estaba encendida la luz de la cocina. Las luces automáticas que se
encendían en el jardín y en la casa al anochecer no funcionaban.
Cuando llegó a la casa, se detuvo, para decidir qué debía hacer a
continuación. Entonces la oyó. Una pisada detrás de ella. Quiso correr,
pero alguien la sujetó por la espalda y la levantó, retorciéndole brutalmente
un brazo y rodeándole el cuello con una manaza, sin dejar de estrujarla.
Sus pies perdieron el contacto con el suelo, pero el hombre siguió
levantándola, y percibió su apestoso aliento junto al oído.
—Te dije que volveríamos a vernos, hija de puta. Esta vez voy a hacer
lo que me apetezca contigo. Y no hay nadie por aquí, ninguna maldita
amazona que te salve el pellejo.
La soltó lo justo para poder arrastrarla hasta la terraza de atrás, lejos
de la cocina, donde se movían varias sombras. Yulia sabía que no debía
entrar en la casa, porque no saldría viva. Luchó, pero sólo consiguió que el
hombre la estrujase más y que le retorciese de nuevo el brazo tras la
espalda. Estaba a punto de desmayarse.
Entonces vio una sombra blanquinegra en la barandilla de la terraza.
Tippy. Yulia se derrumbó en los brazos del hombre, convirtiéndose en un
peso muerto. El tipo profirió un taco y cedió un poco; ella inclinó la
cabeza
hacia delante y, en ese momento, Tippy saltó desde la barandilla y
aterrizó sobre los hombros del individuo, gruñendo y siseando.
El hombre gritó y la soltó para apartar al agresivo felino de su cara.
Yulia cayó al suelo y se escabulló gateando a toda prisa. Los siseos
continuaron unos segundos, hasta que oyó un pesado golpe, cuando el
sujeto arrojó a Tippy al suelo. Yulia apenas distinguió una forma que se
escurría entre la maleza y desaparecía.
La joven consiguió levantarse y esconderse en las sombras, mientras
el hombre maldecía y se palpaba el rostro. La puerta se abrió de golpe y
salieron otros dos hombres, que se movieron entre ella y el sendero de la
playa. El primer hombre gritaba algo sobre sus ojos y Yulia vio un chorro
oscuro que corría por sus manos y su cara.
A Yulia le dolían el brazo y el hombro. Se valió de la mano sana para
sostener el brazo lastimado contra el cuerpo, se deslizó por el jardín y, al
llegar junto a la casita, dudó y contempló el escenario unos segundos.
Habían llevado al hombre a la casa, pero sabía que no tardarían en salir a
buscarla. Dio unos pasos y tropezó con una pala de jardinería de apenas un
metro. La cogió y la levantó.
Yulia pensó en cruzar el jardín e ir hasta el sendero, puesto que los
hombres no lo conocían y ella sí. Tendría más oportunidades en la playa.
Se levantó y corrió. Cuando había recorrido diez pasos, la puerta se abrió
de golpe, salieron los hombres y empezaron a barrer el lugar con linternas.
Las luces aterrizaron sobre ella y oyó gritos, mientras sus perseguidores
corrían.
Yulia zigzagueó, saltó sobre el avispero y aceleró el paso. Cuando
llegó al borde del camino, sintió algo sobre la cabeza. Se detuvo, plantó los
pies en el suelo y se agachó. Un hombre voló sobre ella y aterrizó entre las
rocas, varios metros más abajo, jurando y gritando. El otro, que lo seguía y
había visto lo que acababa de ocurrir, aminoró la marcha, maldijo a Yulia
y empezó a pegar puñetazos al aire.
—¿Qué mierda? ¡Ay! ¡Eh! —No paraba de agitar los brazos, lo cual
azuzaba la agresividad de las avispas, pero seguía persiguiendo a La ojiazul.
Ésta se hizo a un lado cuando el hombre se acercó, le pegó con la pala en el
rostro y lo derribó. El hombre yacía inmóvil entre furiosos zumbidos de
avispas. Yulia corrió hacia el sendero y descendió a toda prisa.
Tras unos minutos, se detuvo a escuchar. El hombre que había caído
en las rocas seguía luchando por levantarse, pero no se oía nada del otro.
Yulia comprobó el brazo y el hombro. Le dolían, aunque no estaban rotos.
Necesitaba las dos manos para bajar hasta la playa. Intentó controlar la
respiración para que funcionasen mejor sus sentidos.
Se había adaptado a la oscuridad gracias a la luna creciente. La niebla
aún tardaría en bajar, así que tenía que moverse antes de que los hombres
se reagrupasen. Descendió en silencio y con cuidado, contenta de conocer
bien el terreno. Si chocaba con algo o tropezaba, no emitía el menor
sonido.
De repente, oyó gritos y vio ráfagas de linterna barriendo las rocas. Se
agachó detrás de un pedrusco, esperó y oyó una serie de chasquidos cerca
del sendero. Aceleró la marcha y movió algunas rocas para interrumpir el
paso de los hombres; cuando llegó al final del sendero, empezó a correr por
la playa. Estaba muy oscuro, tanto que daba miedo, pero no aminoró la
marcha, apremiada por los gritos y los silbidos que oía tras ella. Los
hombres se estaban acercando y parecían muy cabreados.
Intentó mantener la mente despejada. Estaba en la playa y se dirigía al
afloramiento rocoso sobre el que se asentaba la casa. El terror le oprimió el
pecho y empezó a extenderse por su cuerpo, desanimándola. Corría hacia
un callejón sin salida. Le había parecido una buena idea arriba, pero...
—¡Oh, Dios! ¿Dónde... dónde... dónde? —Aceleró el paso. «Supongo
que hace una buena noche para darse un baño.» Pero eso la llevaría a la
muerte. Era el océano Pacífico, sí, pero la parte norte, donde incluso los
surfistas utilizaban trajes de neopreno. A lo cual había que añadir las olas
que batían contra las rocas y visiones de tiburones que la devoraban.
Tropezó y cayó. Casi gritó de dolor a causa del hombro y se cortó las
manos con las conchas de la playa. Se levantó y se dirigió al acantilado, sin
perder de vista las enormes rocas tras las que podía esconderse.
Reinaba una oscuridad casi absoluta. El ruido de las olas que rompían
en la playa se atenuó cuando se acercó al acantilado. Había aminorado el
paso para recuperar el aliento cuando, de pronto, alguien la agarró y la
arrastró detrás de una piedra.
CONTINUARÁ...
Lesdrumm- Admin
- Mensajes : 516
Fecha de inscripción : 03/08/2014
Localización : Trapped in some parallel universe
Re: IMPULSOS DE VIDA...
IMPULSOS DE VIDA
Capítulo 23
El atacante de Yulia la tiró al suelo detrás de una roca. Cuando la joven iba
a gritar, una boca cubrió la suya, la de alguien que quería que se callase. Se
serenó y la presión aflojó; los labios se enternecieron y... se demoraron.
Luego se apartaron y le dijeron al oído:
—¡Chis! Soy Lena. No voy a hacerte daño. Te soltaré para que puedas
respirar. Respira contra mi camisa y mi cuello para no hacer ruido. Están
muy cerca.
Yulia permaneció así varios minutos, escuchando. Trató de respirar
en silencio, con la nariz y la boca hundidas en el pecho de Lena, pero el
olor de su piel y su leve perfume dispersaron sus pensamientos. «¿Qué
haces? ¿Estás a punto de morir y aún juegas a “adivina la fragancia”?
¡Contrólate!»
Los ruidos sonaban tan próximos que Yulia se quedó de piedra.
Luego, oyó gritar a alguien:
—¡Reagrupaos! Los perros están aquí. ¡Reagrupaos! —Los pasos se
alejaron.
Un minuto después Yulia se irguió y miró a Lena, que evitó el
contacto visual.
—Hum, siento el beso forzoso. No se me ocurrió otra forma de
hacerte callar.
Yulia siguió mirándola.
—No pasa nada. Tienes razón, iba a gritar. Creo que debo darte las
gracias... Ya sabes..., por... —Se aclaró la garganta sin hacer ruido—. Me
van a echar los perros. Y ahora también te seguirán a ti. Lena, tienes que
ocultarte y dejar que me vaya. Me quieren a mí. Si permanecemos juntas,
te harán daño. Yo los alejaré de aquí. No te muevas.
Intentó levantarse, pero Lena la sujetó bruscamente y la obligó a
retroceder. Yulia hizo un gesto de dolor y se agarró el hombro.
—No vas a ninguna parte. ¿Qué le pasa a tu hombro?
—Nada grave. El matón del restaurante trató de arrancarme el brazo,
pero Tippy aterrizó sobre él y lo fastidió bastante. Así me escabullí. Me
pondré bien.
Una leve sonrisa iluminó el rostro de Lena y, luego, contempló el
mar.
—¿Eres una nadadora resistente? ¿Cuánto tiempo aguantas sin
respirar?
Yulia siguió los ojos de Lena, que miraban la gélida ensenada.
—Me defiendo y aguanto un minuto si no estoy aterrada, que, por
cierto, sí que lo estoy. Me muero de miedo. Y, por otro lado, no me apetece
mucho. ¿Tienes un plan?
Yulia sintió el calor de las manos de Lena sobre los hombros y su
respiración se serenó. Incluso el hombro lastimado le dolía menos cuando
ella lo tocaba. La voz de Lena era tranquila, pero rotunda.
—Los perros seguirán nuestro olor vayamos donde vayamos, a menos
que nos metamos en el agua para despistarlos. Si nos capturan, no lo vamos
a pasar nada bien ninguna de las dos. Necesito que confíes en mí. Iremos a
la ensenada más protegida, al otro lado de las rocas. Nos metemos en el
agua por aquí, nadamos hacia fuera unos treinta metros y, luego,
avanzamos de forma paralela a la playa hasta que estemos en el otro lado.
A continuación, buceamos y tú me sigues. Tienes que remontar las olas y
la marea, y alejarte lo suficiente para poder nadar en paralelo sin que el
mar te arroje contra las rocas. ¿Puedes hacerlo? ¿Lo aguantará tu hombro?
En realidad, Yulia estaba pensando en lo mucho que le apetecía un
reconfortante fuego y un buen libro en aquel momento. Sus pensamientos
vagaron entre los encantadores matices graves de la voz de Lena, hasta que
la realidad de las palabras se le echó encima.
—¿Qué es lo que quieres que haga?
La pelirroja le puso un dedo sobre los labios. Segundos después, Yulia oyó
voces y ladridos, y aullidos de perros. El claro de luna iluminó el rostro de
Lena.—
Yulia, no pienso dejarte. Si no puedes hacerlo, encontraremos otra
forma, aunque no creo que la haya.
—De acuerdo, de acuerdo... Larguémonos de aquí. Pero no te
adelantes demasiado, por favor. No sé adonde vamos y no se ve nada.
Lena le dio la mano y se dirigieron al océano. La ojiazul sólo pensaba en
alejarse de los hombres que las perseguían. Sintió la arena mojada bajo los
pies. «¿Hay marea alta o marea baja? ¡Oh, Dios mío!»
Cuando se metió en el mar, el golpe del agua helada la dejó sin
respiración. La mano de Lena se soltó y Yulia se agitó cuando una ola la
zarandeó. Se le llenó la boca de agua y escupió, mientras el pánico que le
atenazaba el estómago subía hasta la garganta. Vio figuras en la playa y
ráfagas de luz parpadeando sobre las rocas y la arena antes de que otra ola
la sacudiese. De pronto, Lena apareció a su lado y la arrastró contra las
olas hasta un lugar de relativa calma, alejado de la costa.
Cuando Lena le dijo que se quitase los zapatos para nadar más lejos, a
Yulia se le ocurrió que podía ahogarse, pero enseguida descartó la idea y
empezó a moverse sin perder de vista la oscura figura de Lena, mientras
nadaban en paralelo a la playa, hasta el otro lado de la ensenada. El mar
estaba mucho más tranquilo en aquella zona, pero los acantilados surgían
del agua. «Genial. No me preguntó si se me daba bien escalar o si tenía
fobias, por ejemplo a las alturas. Estoy muerta.»
Lena flotó mientras trataba de orientarse. Yulia no entendía cómo era
posible orientarse de noche y mucho menos en medio del mar. A ella todo
le parecía igual. La pelirroja empezó a nadar de nuevo y se dirigió hacia los
acantilados. Yulia escupió agua salada, tomó aliento y la siguió. No sentía
nada, debido a la frialdad del agua. «Supongo que así debe ser.» Con la
adrenalina a tope, mantuvo el ritmo, aunque las brazadas de Lena eran
mucho más largas.
Cerca del acantilado, el mar estaba picado y resultaba difícil aguantar,
pero Yulia siguió nadando. A unos quince metros de las rocas, la morena nadó
con tanto vigor que estuvo a punto de superar a Lena, que la esperaba
flotando.
Lena puso una mano sobre el pecho de Yulia para impedir que
avanzase.
—Para. Escucha con atención. Dedicaremos un minuto a descansar y a
llenar de aire los pulmones y, luego, nos sumergiremos. Deja que te guíe.
No pierdas el contacto conmigo, con mi cinturón, un pie o el hombro. ¡No
te sueltes! Tienes que contener la respiración por lo menos cincuenta
segundos. Bajaremos, atravesaremos un corto túnel y después subiremos.
Cuando subas, podrás exhalar, pero manteniendo el control. ¿Preparada?
—¿Túnel? ¿Debajo del agua? Mierda.
Lena continuaba flotando.
—De acuerdo. Vamos allá.
Yulia dedicó un minuto a respirar a fondo para oxigenar el cuerpo;
luego agarró a la pelirroja por el brazo y le dio un apretón para indicar que
estaba lista y, por último, gritó:
—¡Ya!
Lena se sumergió y empezó a mover los pies en cuanto estuvo bajo el
agua. Yulia agarró el cinturón de Lena y se sumergió con ella en dirección
a las rocas. Lena buceó unos metros y, luego, se quedó quieta durante unos
segundos. Detuvo a Yulia y adelantó las manos como si buscase algo. Una
abertura. Por fin tiró del brazo de la ojiazul para que la siguiese. «Tampoco me
preguntó si tenía claustrofobia. Si sobrevivo a esto, tenemos que hablar.»
La abertura era estrecha; sólo podía entrar una persona con los brazos
estirados y las piernas rectas. A Yulia le ardían los pulmones y rozó los
lados del túnel. Exhaló; se moría de ganas de respirar. Estaba agotada; le
parecía que llevaba una eternidad bajo el agua. Entonces la abertura se
ensanchó y Lena empezó a ascender.
Yulia la siguió. La promesa de aire renovó su energía. De repente, el
ascenso se interrumpió; se le había prendido la camisa en algo. Intentó
liberarse, pero no tenía
fuerza en las piernas, no podía centrarse ni apartarse. La negrura del
agua se introdujo en todos los poros de su piel. Exhausta, dejó de luchar, y
se abandonó.
Cuando, finalmente, la desengancharon, ya no le importaba. Se dio
cuenta de que llegaba a la superficie y de que la arrastraban hacia algo
plano, le daban la vuelta y la ponían boca abajo. Tosió, escupió y expulsó
grandes cantidades de agua salada, mientras respiraba con mucho trabajo.
Estaba tendida en la oscuridad, jadeando, y le castañeteaban los
dientes. Oyó un chasquido y un siseo; luego, una espantosa luz verde
proyectó un pálido reflejo en las paredes de una cueva. Alguien le dio la
vuelta de nuevo y la puso boca arriba. Lena se erguía sobre ella, con una
expresión preocupada en su rostro etéreo, y empezó a desnudarla
rápidamente. «¿Qué diablos?» A Yulia le pareció muy divertido y se echó
a reír, pero sufrió un incontrolable ataque de tos. Estaba desnuda y notó el
contacto de algo suave y cálido.
Lena se levantó y se quitó la ropa mojada. También ella temblaba. Se
puso sobre Yulia y, luego, se acostó a su lado y la abrazó. Los cuerpos de
ambas encajaron y se envolvieron en una manta y en un saco de dormir.
—Es la forma más rápida de calentarse —susurró Lena—. Espero que
no te moleste.
«¿Molestarme? Cariño, no me molesta en absoluto. ¿Lo he dicho en
voz alta?» Pero Yulia se perdió en un lugar en el que no era posible
analizar nada.
La morena se movió. Tenía calor, estaba a salvo y se sentía feliz, abrazada
a su almohada favorita y... «Esto parece mucho mejor que una almohada.
¿Dónde estoy?»
Abrió un ojo, pero la oscuridad era total. «¿Cuánto tiempo he estado
durmiendo?» Le pareció que había otro cuerpo pegado al suyo y que tenía
la cabeza enterrada en el hombro de alguien. El otro cuerpo respiraba con
normalidad, pertenecía a una mujer y la abrazaba. Las dos estaban
desnudas. «Estupendo. ¿Estoy soñando?» Entonces su memoria consciente
empezó a registrar lo sucedido antes de dormirse.
«¿Es real? ¡No, tienes que dejar de ver esas malditas películas, Yulia!
Pero, ¿qué es esto? Si no te falla la memoria, estás en una cueva bajo el
mar, has huido de unos matones que iban armados y este cuerpo es el de
Lena, que apareció de pronto y te salvó el puñetero trasero. Muy teatral,
pero ¿real? No creo. Y, si sólo ha sido un sueño, ¿a qué viene todo esto?»
Decidió comprobar la realidad: se lamería la piel para ver si estaba
salada. Por desgracia, la piel que lamió fue la de Lena (salada), que
reaccionó inmediatamente y se incorporó de un salto. Otra desgracia,
porque estropeó el acogedor capullo que formaban los cuerpos de ambas.
El aire frío se coló entre ellas, y a Yulia se le puso la carne de gallina.
Lena estaba en guardia, con los músculos tensos y preparados.
Yulia le acarició el brazo.
—Lena, soy yo, Yulia. No pretendía lamerte. Sólo... quería saber si
mi piel estaba salada. Supongo que me equivoqué de cuerpo. —la ojiazul
agradecía la oscuridad que reinaba, porque seguramente en ese momento se
había puesto roja como la grana.
—Oh, ¿salada? ¿Por qué? —Lena la miró, aturdida.
Yulia iba a explicárselo, pero lo pensó mejor.
—¿Te importaría acostarte otra vez mientras hablamos? ¡Me muero
de frío!
Lena dudó un segundo antes de obedecer.
—¿Me abrazas otra vez? Necesito calentarme un poco antes de que
hablemos. Prometo no volver a lamerte.
«Brillante, muy brillante lo tuyo, idiota.»
La pelirroja soltó un suspiro y se acostó, con gesto divertido. El capullo
volvía a estar calentito y Yulia se pegó a ella.
Lena iba a hablar, pero Yulia la interrumpió.
—Lena, sé que lo tenemos crudo. Y también sé que podrías explicarme muy bien el porqué y el cómo. Quiero esa información en su
momento, pero tengo dos preguntas que me parecen más importantes.
¿Responderás con sinceridad?
El cuerpo de Lens se tensó de nuevo. Al fin, dijo:
—Depende de las preguntas.
Yulia no estaba dispuesta a aceptar más evasivas.
—Respuesta incorrecta. Debo saber si confías en mí lo suficiente
como para decir la verdad. Si confías en mí como yo confié en ti en la
playa. ¿Puedo preguntar? —Al desafío siguió el silencio.
—Sí.
Yulia percibió el nerviosismo en la voz de Lena, pero prosiguió.
—De acuerdo. Primera, ¿hay forma de salir de esta cueva sin volver
por donde hemos venido?
La morena se dio cuenta de que la pelirroja se relajaba mientras respondía:
—Sí, hay que trepar y arrastrarse un poco, pero podemos salir sin
nadar. ¿Y la segunda pregunta?
Yulia sintió alivio, aunque no le apetecía mucho trepar y arrastrarse.
Tomó aliento.
—¿Él beso de anoche era sincero? No la primera parte, sino la
segunda. Ya sabes a qué me refiero. —Yulia contuvo la respiración. «¿Qué
quieres que diga? La verdad.»
Se hizo un silencio abrumador.
Por fin Lena se movió y se puso encima de Yulia, se inclinó, y la besó
en los labios lentamente. Cuando se separaron, dijo:
—Espero que sea la respuesta que querías.
Yulia la abrazó por el cuello y le devolvió el beso, con una pasión que
nunca antes había sentido. Todas sus células participaron en aquel beso. Su
cuerpo reaccionó y, cuando se separaron, estaba sin aliento y... muda.
—¿Qué te parece? —Yulia esperó la respuesta.
Lena le susurró al oído, con voz tierna y grave:
—Me parece... ¡Caramba!
Permanecieron abrazadas mucho tiempo, sin hablar. Yulia no quería
que la realidad asomase su horrible cabeza, pero sabía que era inevitable.
Por fin se movió por pura desesperación.
—Hum, ¿Lena? ¿Esta cueva tiene baño?
Silencio. Luego el cuerpo de la pelirroja empezó a temblar. Al principio
Yulia se preocupó, porque los temblores iban a más. Luego oyó un sonido
ahogado y se dio cuenta de que Lena se estaba riendo. ¡Qué fuerte! Casi la
ofendió aquella evidente falta de respeto por su bienestar físico, pero tenía
cierta gracia. Yulia la pinchó con un dedo.
—¡Eh, deja de reírte!
Nada. Entonces la ojiazul también se echó a reír, sabiendo que le iba a dar
mucha vergüenza porque estaba desnuda y tenía que hacer pis ya. Se
incorporó y pasó por encima de Lena para dirigirse a la orilla del mar.
Lena le dio la mano y se alejaron del lugar en el que habían dormido.
—Aquí. Agáchate sobre el agua. Te sostendré para que no te caigas.
No te hagas la púdica conmigo. No te veo, y es el único baño que tenemos
hasta que salgamos de aquí.
Yulia agarró las manos de Lena y se agachó precariamente.
—Diablos, estoy más allá de todos los pudores. Menuda forma de
conocer a alguien rápidamente. Menos mal que no se ve nada. ¡Qué alivio!
—Oyó que Lena farfullaba algo sobre unas gafas de visión nocturna, pero
optó por ignorar el comentario.
Cuando Yulia acabó, volvió al saco de dormir guiada por la mano de
Lena. Ésta encendió una barra luminosa y la utilizó para buscar
provisiones: una linterna, ropa y barritas energéticas. Yulia observó sus
movimientos. Era rápida, eficiente y admirable, y no parecía notar que
estaba desnuda. A Yulia empezaron a castañetearle los dientes otra vez,
pero a Lena no le importaba el frío.
Cuando la pelirroja sacó una camiseta de manga larga, un jersey y unos
pantalones de lana del alijo de provisiones, la morena se esforzó por disimular
el frío, pero fue un esfuerzo inútil. Lena se arrodilló a su lado y la ayudó a
vestirse. Yulia tenía el hombro rígido y le costaba trabajo maniobrar, así
que agradeció la ayuda. Luego Lena se sentó en el saco de dormir, la ayudó
a ponerse unos calcetines gruesos y la tapó con el saco. A continuación
rebuscó debajo de una lona y sacó una linterna y algo de ropa. Mientras se
ponía una camiseta de tirantes por la cabeza, Yulia la contempló,
hipnotizada.
—¿Qué? —preguntó Lena.
—Estaba pensando en lo mucho que te debo y en que no tengo ni la
más remota idea de cómo agradecértelo.
Lena se revolvió con gesto incómodo.
—Escucha, sobre eso no tienes...
—También estaba pensando que eres la criatura más hermosa que he
visto en mi vida y que no puedo borrar ese beso de mi mente. Para colmo,
aunque sé que corremos peligro, las únicas palabras que se me ocurren son:
«¿Me besas otra vez, por favor?».
Lena, que se estaba poniendo unos vaqueros, interrumpió toda
actividad en la primera frase. Se quitó los pantalones y, vestida sólo con la
camiseta, se acercó al saco de dormir en el que estaba Yulia. Ésta sintió
que el corazón estaba a punto de estallarle y se quedó sin aliento.
Lena se arrodilló ante Yulia y la miró a los ojos durante largo rato;
luego le cogió la cara con las manos y los labios de ambas se fundieron en
un beso tan celestial que Yulia estuvo a punto de desmayarse.
Lena se apartó bruscamente, puso las manos en el regazo y bajó la
vista. En la penumbra, Yulia distinguió la profunda tristeza que reflejaba
su rostro. Se acercó a ella con la intención de consolarla, pero Lena retiró
la mano y la miró a los ojos.
—Cuando te lo haya explicado todo, tal vez no pienses lo mismo. No
debería haberte besado.
Yulia cogió las manos de Lena entre las suyas. La pelirroja estaba fría y
cansada, como si de repente se hubiese resignado a su destino. Yulia tomó
la iniciativa, la obligó a meterse en el saco de dormir y la abrazó,
envolviéndola con su cálido cuerpo. La besó en la frente y le acarició los
párpados con las pestañas antes de buscar sus labios.
—Escucha. No existe nada que pueda separarnos. —Cuando Lena iba
a protestar, Yulia la interrumpió—: No, Len. Siempre crees que tienes
que hacerlo todo sola, que no puedes confiar en nadie. Debes confiar en
alguien alguna vez. No me dejes al margen, Lena. Te sorprendería el
ingenio que puedo llegar a desplegar. De todas formas, sea lo que sea,
estoy metida en ello. No tienes elección. Así que afróntalo y supéralo.
Lena la miró, sorprendida, y a Yulia le dolió la inocencia y la
vulnerabilidad que reflejaban aquellos ojos. Se daba cuenta de que Lena
estaba tratando de decidir si podía arriesgar el corazón.
Yulia puso un dedo sobre los labios de Lena.
—¡Chis! No hace falta que hables. Ya tengo tu respuesta. Estaba en tu
beso. Descansemos un poco y, luego, ya pensaremos en lo que vendrá a
continuación.
CONTINUARÁ...
Capítulo 23
El atacante de Yulia la tiró al suelo detrás de una roca. Cuando la joven iba
a gritar, una boca cubrió la suya, la de alguien que quería que se callase. Se
serenó y la presión aflojó; los labios se enternecieron y... se demoraron.
Luego se apartaron y le dijeron al oído:
—¡Chis! Soy Lena. No voy a hacerte daño. Te soltaré para que puedas
respirar. Respira contra mi camisa y mi cuello para no hacer ruido. Están
muy cerca.
Yulia permaneció así varios minutos, escuchando. Trató de respirar
en silencio, con la nariz y la boca hundidas en el pecho de Lena, pero el
olor de su piel y su leve perfume dispersaron sus pensamientos. «¿Qué
haces? ¿Estás a punto de morir y aún juegas a “adivina la fragancia”?
¡Contrólate!»
Los ruidos sonaban tan próximos que Yulia se quedó de piedra.
Luego, oyó gritar a alguien:
—¡Reagrupaos! Los perros están aquí. ¡Reagrupaos! —Los pasos se
alejaron.
Un minuto después Yulia se irguió y miró a Lena, que evitó el
contacto visual.
—Hum, siento el beso forzoso. No se me ocurrió otra forma de
hacerte callar.
Yulia siguió mirándola.
—No pasa nada. Tienes razón, iba a gritar. Creo que debo darte las
gracias... Ya sabes..., por... —Se aclaró la garganta sin hacer ruido—. Me
van a echar los perros. Y ahora también te seguirán a ti. Lena, tienes que
ocultarte y dejar que me vaya. Me quieren a mí. Si permanecemos juntas,
te harán daño. Yo los alejaré de aquí. No te muevas.
Intentó levantarse, pero Lena la sujetó bruscamente y la obligó a
retroceder. Yulia hizo un gesto de dolor y se agarró el hombro.
—No vas a ninguna parte. ¿Qué le pasa a tu hombro?
—Nada grave. El matón del restaurante trató de arrancarme el brazo,
pero Tippy aterrizó sobre él y lo fastidió bastante. Así me escabullí. Me
pondré bien.
Una leve sonrisa iluminó el rostro de Lena y, luego, contempló el
mar.
—¿Eres una nadadora resistente? ¿Cuánto tiempo aguantas sin
respirar?
Yulia siguió los ojos de Lena, que miraban la gélida ensenada.
—Me defiendo y aguanto un minuto si no estoy aterrada, que, por
cierto, sí que lo estoy. Me muero de miedo. Y, por otro lado, no me apetece
mucho. ¿Tienes un plan?
Yulia sintió el calor de las manos de Lena sobre los hombros y su
respiración se serenó. Incluso el hombro lastimado le dolía menos cuando
ella lo tocaba. La voz de Lena era tranquila, pero rotunda.
—Los perros seguirán nuestro olor vayamos donde vayamos, a menos
que nos metamos en el agua para despistarlos. Si nos capturan, no lo vamos
a pasar nada bien ninguna de las dos. Necesito que confíes en mí. Iremos a
la ensenada más protegida, al otro lado de las rocas. Nos metemos en el
agua por aquí, nadamos hacia fuera unos treinta metros y, luego,
avanzamos de forma paralela a la playa hasta que estemos en el otro lado.
A continuación, buceamos y tú me sigues. Tienes que remontar las olas y
la marea, y alejarte lo suficiente para poder nadar en paralelo sin que el
mar te arroje contra las rocas. ¿Puedes hacerlo? ¿Lo aguantará tu hombro?
En realidad, Yulia estaba pensando en lo mucho que le apetecía un
reconfortante fuego y un buen libro en aquel momento. Sus pensamientos
vagaron entre los encantadores matices graves de la voz de Lena, hasta que
la realidad de las palabras se le echó encima.
—¿Qué es lo que quieres que haga?
La pelirroja le puso un dedo sobre los labios. Segundos después, Yulia oyó
voces y ladridos, y aullidos de perros. El claro de luna iluminó el rostro de
Lena.—
Yulia, no pienso dejarte. Si no puedes hacerlo, encontraremos otra
forma, aunque no creo que la haya.
—De acuerdo, de acuerdo... Larguémonos de aquí. Pero no te
adelantes demasiado, por favor. No sé adonde vamos y no se ve nada.
Lena le dio la mano y se dirigieron al océano. La ojiazul sólo pensaba en
alejarse de los hombres que las perseguían. Sintió la arena mojada bajo los
pies. «¿Hay marea alta o marea baja? ¡Oh, Dios mío!»
Cuando se metió en el mar, el golpe del agua helada la dejó sin
respiración. La mano de Lena se soltó y Yulia se agitó cuando una ola la
zarandeó. Se le llenó la boca de agua y escupió, mientras el pánico que le
atenazaba el estómago subía hasta la garganta. Vio figuras en la playa y
ráfagas de luz parpadeando sobre las rocas y la arena antes de que otra ola
la sacudiese. De pronto, Lena apareció a su lado y la arrastró contra las
olas hasta un lugar de relativa calma, alejado de la costa.
Cuando Lena le dijo que se quitase los zapatos para nadar más lejos, a
Yulia se le ocurrió que podía ahogarse, pero enseguida descartó la idea y
empezó a moverse sin perder de vista la oscura figura de Lena, mientras
nadaban en paralelo a la playa, hasta el otro lado de la ensenada. El mar
estaba mucho más tranquilo en aquella zona, pero los acantilados surgían
del agua. «Genial. No me preguntó si se me daba bien escalar o si tenía
fobias, por ejemplo a las alturas. Estoy muerta.»
Lena flotó mientras trataba de orientarse. Yulia no entendía cómo era
posible orientarse de noche y mucho menos en medio del mar. A ella todo
le parecía igual. La pelirroja empezó a nadar de nuevo y se dirigió hacia los
acantilados. Yulia escupió agua salada, tomó aliento y la siguió. No sentía
nada, debido a la frialdad del agua. «Supongo que así debe ser.» Con la
adrenalina a tope, mantuvo el ritmo, aunque las brazadas de Lena eran
mucho más largas.
Cerca del acantilado, el mar estaba picado y resultaba difícil aguantar,
pero Yulia siguió nadando. A unos quince metros de las rocas, la morena nadó
con tanto vigor que estuvo a punto de superar a Lena, que la esperaba
flotando.
Lena puso una mano sobre el pecho de Yulia para impedir que
avanzase.
—Para. Escucha con atención. Dedicaremos un minuto a descansar y a
llenar de aire los pulmones y, luego, nos sumergiremos. Deja que te guíe.
No pierdas el contacto conmigo, con mi cinturón, un pie o el hombro. ¡No
te sueltes! Tienes que contener la respiración por lo menos cincuenta
segundos. Bajaremos, atravesaremos un corto túnel y después subiremos.
Cuando subas, podrás exhalar, pero manteniendo el control. ¿Preparada?
—¿Túnel? ¿Debajo del agua? Mierda.
Lena continuaba flotando.
—De acuerdo. Vamos allá.
Yulia dedicó un minuto a respirar a fondo para oxigenar el cuerpo;
luego agarró a la pelirroja por el brazo y le dio un apretón para indicar que
estaba lista y, por último, gritó:
—¡Ya!
Lena se sumergió y empezó a mover los pies en cuanto estuvo bajo el
agua. Yulia agarró el cinturón de Lena y se sumergió con ella en dirección
a las rocas. Lena buceó unos metros y, luego, se quedó quieta durante unos
segundos. Detuvo a Yulia y adelantó las manos como si buscase algo. Una
abertura. Por fin tiró del brazo de la ojiazul para que la siguiese. «Tampoco me
preguntó si tenía claustrofobia. Si sobrevivo a esto, tenemos que hablar.»
La abertura era estrecha; sólo podía entrar una persona con los brazos
estirados y las piernas rectas. A Yulia le ardían los pulmones y rozó los
lados del túnel. Exhaló; se moría de ganas de respirar. Estaba agotada; le
parecía que llevaba una eternidad bajo el agua. Entonces la abertura se
ensanchó y Lena empezó a ascender.
Yulia la siguió. La promesa de aire renovó su energía. De repente, el
ascenso se interrumpió; se le había prendido la camisa en algo. Intentó
liberarse, pero no tenía
fuerza en las piernas, no podía centrarse ni apartarse. La negrura del
agua se introdujo en todos los poros de su piel. Exhausta, dejó de luchar, y
se abandonó.
Cuando, finalmente, la desengancharon, ya no le importaba. Se dio
cuenta de que llegaba a la superficie y de que la arrastraban hacia algo
plano, le daban la vuelta y la ponían boca abajo. Tosió, escupió y expulsó
grandes cantidades de agua salada, mientras respiraba con mucho trabajo.
Estaba tendida en la oscuridad, jadeando, y le castañeteaban los
dientes. Oyó un chasquido y un siseo; luego, una espantosa luz verde
proyectó un pálido reflejo en las paredes de una cueva. Alguien le dio la
vuelta de nuevo y la puso boca arriba. Lena se erguía sobre ella, con una
expresión preocupada en su rostro etéreo, y empezó a desnudarla
rápidamente. «¿Qué diablos?» A Yulia le pareció muy divertido y se echó
a reír, pero sufrió un incontrolable ataque de tos. Estaba desnuda y notó el
contacto de algo suave y cálido.
Lena se levantó y se quitó la ropa mojada. También ella temblaba. Se
puso sobre Yulia y, luego, se acostó a su lado y la abrazó. Los cuerpos de
ambas encajaron y se envolvieron en una manta y en un saco de dormir.
—Es la forma más rápida de calentarse —susurró Lena—. Espero que
no te moleste.
«¿Molestarme? Cariño, no me molesta en absoluto. ¿Lo he dicho en
voz alta?» Pero Yulia se perdió en un lugar en el que no era posible
analizar nada.
La morena se movió. Tenía calor, estaba a salvo y se sentía feliz, abrazada
a su almohada favorita y... «Esto parece mucho mejor que una almohada.
¿Dónde estoy?»
Abrió un ojo, pero la oscuridad era total. «¿Cuánto tiempo he estado
durmiendo?» Le pareció que había otro cuerpo pegado al suyo y que tenía
la cabeza enterrada en el hombro de alguien. El otro cuerpo respiraba con
normalidad, pertenecía a una mujer y la abrazaba. Las dos estaban
desnudas. «Estupendo. ¿Estoy soñando?» Entonces su memoria consciente
empezó a registrar lo sucedido antes de dormirse.
«¿Es real? ¡No, tienes que dejar de ver esas malditas películas, Yulia!
Pero, ¿qué es esto? Si no te falla la memoria, estás en una cueva bajo el
mar, has huido de unos matones que iban armados y este cuerpo es el de
Lena, que apareció de pronto y te salvó el puñetero trasero. Muy teatral,
pero ¿real? No creo. Y, si sólo ha sido un sueño, ¿a qué viene todo esto?»
Decidió comprobar la realidad: se lamería la piel para ver si estaba
salada. Por desgracia, la piel que lamió fue la de Lena (salada), que
reaccionó inmediatamente y se incorporó de un salto. Otra desgracia,
porque estropeó el acogedor capullo que formaban los cuerpos de ambas.
El aire frío se coló entre ellas, y a Yulia se le puso la carne de gallina.
Lena estaba en guardia, con los músculos tensos y preparados.
Yulia le acarició el brazo.
—Lena, soy yo, Yulia. No pretendía lamerte. Sólo... quería saber si
mi piel estaba salada. Supongo que me equivoqué de cuerpo. —la ojiazul
agradecía la oscuridad que reinaba, porque seguramente en ese momento se
había puesto roja como la grana.
—Oh, ¿salada? ¿Por qué? —Lena la miró, aturdida.
Yulia iba a explicárselo, pero lo pensó mejor.
—¿Te importaría acostarte otra vez mientras hablamos? ¡Me muero
de frío!
Lena dudó un segundo antes de obedecer.
—¿Me abrazas otra vez? Necesito calentarme un poco antes de que
hablemos. Prometo no volver a lamerte.
«Brillante, muy brillante lo tuyo, idiota.»
La pelirroja soltó un suspiro y se acostó, con gesto divertido. El capullo
volvía a estar calentito y Yulia se pegó a ella.
Lena iba a hablar, pero Yulia la interrumpió.
—Lena, sé que lo tenemos crudo. Y también sé que podrías explicarme muy bien el porqué y el cómo. Quiero esa información en su
momento, pero tengo dos preguntas que me parecen más importantes.
¿Responderás con sinceridad?
El cuerpo de Lens se tensó de nuevo. Al fin, dijo:
—Depende de las preguntas.
Yulia no estaba dispuesta a aceptar más evasivas.
—Respuesta incorrecta. Debo saber si confías en mí lo suficiente
como para decir la verdad. Si confías en mí como yo confié en ti en la
playa. ¿Puedo preguntar? —Al desafío siguió el silencio.
—Sí.
Yulia percibió el nerviosismo en la voz de Lena, pero prosiguió.
—De acuerdo. Primera, ¿hay forma de salir de esta cueva sin volver
por donde hemos venido?
La morena se dio cuenta de que la pelirroja se relajaba mientras respondía:
—Sí, hay que trepar y arrastrarse un poco, pero podemos salir sin
nadar. ¿Y la segunda pregunta?
Yulia sintió alivio, aunque no le apetecía mucho trepar y arrastrarse.
Tomó aliento.
—¿Él beso de anoche era sincero? No la primera parte, sino la
segunda. Ya sabes a qué me refiero. —Yulia contuvo la respiración. «¿Qué
quieres que diga? La verdad.»
Se hizo un silencio abrumador.
Por fin Lena se movió y se puso encima de Yulia, se inclinó, y la besó
en los labios lentamente. Cuando se separaron, dijo:
—Espero que sea la respuesta que querías.
Yulia la abrazó por el cuello y le devolvió el beso, con una pasión que
nunca antes había sentido. Todas sus células participaron en aquel beso. Su
cuerpo reaccionó y, cuando se separaron, estaba sin aliento y... muda.
—¿Qué te parece? —Yulia esperó la respuesta.
Lena le susurró al oído, con voz tierna y grave:
—Me parece... ¡Caramba!
Permanecieron abrazadas mucho tiempo, sin hablar. Yulia no quería
que la realidad asomase su horrible cabeza, pero sabía que era inevitable.
Por fin se movió por pura desesperación.
—Hum, ¿Lena? ¿Esta cueva tiene baño?
Silencio. Luego el cuerpo de la pelirroja empezó a temblar. Al principio
Yulia se preocupó, porque los temblores iban a más. Luego oyó un sonido
ahogado y se dio cuenta de que Lena se estaba riendo. ¡Qué fuerte! Casi la
ofendió aquella evidente falta de respeto por su bienestar físico, pero tenía
cierta gracia. Yulia la pinchó con un dedo.
—¡Eh, deja de reírte!
Nada. Entonces la ojiazul también se echó a reír, sabiendo que le iba a dar
mucha vergüenza porque estaba desnuda y tenía que hacer pis ya. Se
incorporó y pasó por encima de Lena para dirigirse a la orilla del mar.
Lena le dio la mano y se alejaron del lugar en el que habían dormido.
—Aquí. Agáchate sobre el agua. Te sostendré para que no te caigas.
No te hagas la púdica conmigo. No te veo, y es el único baño que tenemos
hasta que salgamos de aquí.
Yulia agarró las manos de Lena y se agachó precariamente.
—Diablos, estoy más allá de todos los pudores. Menuda forma de
conocer a alguien rápidamente. Menos mal que no se ve nada. ¡Qué alivio!
—Oyó que Lena farfullaba algo sobre unas gafas de visión nocturna, pero
optó por ignorar el comentario.
Cuando Yulia acabó, volvió al saco de dormir guiada por la mano de
Lena. Ésta encendió una barra luminosa y la utilizó para buscar
provisiones: una linterna, ropa y barritas energéticas. Yulia observó sus
movimientos. Era rápida, eficiente y admirable, y no parecía notar que
estaba desnuda. A Yulia empezaron a castañetearle los dientes otra vez,
pero a Lena no le importaba el frío.
Cuando la pelirroja sacó una camiseta de manga larga, un jersey y unos
pantalones de lana del alijo de provisiones, la morena se esforzó por disimular
el frío, pero fue un esfuerzo inútil. Lena se arrodilló a su lado y la ayudó a
vestirse. Yulia tenía el hombro rígido y le costaba trabajo maniobrar, así
que agradeció la ayuda. Luego Lena se sentó en el saco de dormir, la ayudó
a ponerse unos calcetines gruesos y la tapó con el saco. A continuación
rebuscó debajo de una lona y sacó una linterna y algo de ropa. Mientras se
ponía una camiseta de tirantes por la cabeza, Yulia la contempló,
hipnotizada.
—¿Qué? —preguntó Lena.
—Estaba pensando en lo mucho que te debo y en que no tengo ni la
más remota idea de cómo agradecértelo.
Lena se revolvió con gesto incómodo.
—Escucha, sobre eso no tienes...
—También estaba pensando que eres la criatura más hermosa que he
visto en mi vida y que no puedo borrar ese beso de mi mente. Para colmo,
aunque sé que corremos peligro, las únicas palabras que se me ocurren son:
«¿Me besas otra vez, por favor?».
Lena, que se estaba poniendo unos vaqueros, interrumpió toda
actividad en la primera frase. Se quitó los pantalones y, vestida sólo con la
camiseta, se acercó al saco de dormir en el que estaba Yulia. Ésta sintió
que el corazón estaba a punto de estallarle y se quedó sin aliento.
Lena se arrodilló ante Yulia y la miró a los ojos durante largo rato;
luego le cogió la cara con las manos y los labios de ambas se fundieron en
un beso tan celestial que Yulia estuvo a punto de desmayarse.
Lena se apartó bruscamente, puso las manos en el regazo y bajó la
vista. En la penumbra, Yulia distinguió la profunda tristeza que reflejaba
su rostro. Se acercó a ella con la intención de consolarla, pero Lena retiró
la mano y la miró a los ojos.
—Cuando te lo haya explicado todo, tal vez no pienses lo mismo. No
debería haberte besado.
Yulia cogió las manos de Lena entre las suyas. La pelirroja estaba fría y
cansada, como si de repente se hubiese resignado a su destino. Yulia tomó
la iniciativa, la obligó a meterse en el saco de dormir y la abrazó,
envolviéndola con su cálido cuerpo. La besó en la frente y le acarició los
párpados con las pestañas antes de buscar sus labios.
—Escucha. No existe nada que pueda separarnos. —Cuando Lena iba
a protestar, Yulia la interrumpió—: No, Len. Siempre crees que tienes
que hacerlo todo sola, que no puedes confiar en nadie. Debes confiar en
alguien alguna vez. No me dejes al margen, Lena. Te sorprendería el
ingenio que puedo llegar a desplegar. De todas formas, sea lo que sea,
estoy metida en ello. No tienes elección. Así que afróntalo y supéralo.
Lena la miró, sorprendida, y a Yulia le dolió la inocencia y la
vulnerabilidad que reflejaban aquellos ojos. Se daba cuenta de que Lena
estaba tratando de decidir si podía arriesgar el corazón.
Yulia puso un dedo sobre los labios de Lena.
—¡Chis! No hace falta que hables. Ya tengo tu respuesta. Estaba en tu
beso. Descansemos un poco y, luego, ya pensaremos en lo que vendrá a
continuación.
CONTINUARÁ...
Última edición por LenokVolk el 3/8/2015, 4:19 am, editado 1 vez
Lesdrumm- Admin
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Localización : Trapped in some parallel universe
Re: IMPULSOS DE VIDA...
IMPULSOS DE VIDA
Capítulo 24
Cuando Lena abrió los ojos, se encontró en brazos de Yulia, que la
apretaba contra sí. La pelirroja se culpabilizó por haber metido a La morena en aquel
mundo tan peligroso, incluso mortal. No importaba lo que dijese Yulia,
porque no tenía ni idea de lo que podía ocurrirle. Y, peor aún, Lena había
tenido la debilidad de sentirse atraída por ella. «Oh, es más que eso. Te
estás enamorando de ella.»
Era público y notorio que Lena estaba sola y sin compromiso, de
forma que no se podía utilizar a nadie para influir en ella. Incluso su
relación con Anya parecía lejana y distante.
Pero aquello... Tendría que afrontarlo, igual que todos los temas
emocionales. Encontraría la forma de que las dos salieran de aquel
embrollo y luego se marcharía.
Era la única manera de garantizar la seguridad de Yulia. Problema
resuelto. Fin del programa.
Pero el problema se movió, la rodeó con sus brazos y le dio un beso en
la cabeza, y luego otro. Después se estiró un poco y se acurrucó en el saco
de dormir, hasta que quedaron cara a cara. El pulso de Lena se aceleró
cuando el tejido de lana de la ropa de Yulia rozó las partes desnudas de su
cuerpo.
Tal vez resolver el problema no fuese tan fácil como había pensado.
El problema le susurró al oído:
—Buenos días, cielo. ¿Te apetecen unas tortitas con huevos, almíbar,
mermelada y café? Tú lo preparas y yo me lo como. ¡Corre, no hay tiempo
que perder! —Le dio un beso en la oreja, húmedo, rápido y sonoro.
Lena gritó ante aquel inesperado ataque a su oreja y movió
hábilmente a la culpable, encaramada encima de ella. Luego farfulló:
—Venga, nena, no querrás empezar algo que no vas a poder terminar,
¿verdad?
Yulia adoptó de pronto lo que a oídos de Lena sonó como una mala
imitación del acento sureño:
—Oh, no sé de qué me hablas. Me he limitado a exponer mis deseos y
ahí estás, a punto de devorarme. Porque estás a punto de devorarme, ¿no?
«Huy. Peligro.» Pero a Lena no le apetecía ser prudente.
—Señora, no hay suficientes barritas energéticas en la mochila para
que se recupere después de que la devore. Por tanto, no lo haré de
momento.
«¡Mierda!»
Se produjo un incómodo silencio.
Luego Yulia dijo, en tono seductor:
—Vaya, capitán, ¡qué cosas más raras dice! Estoy deseando recurrir a
esas barritas en un futuro próximo. Gracias. —A continuación, besó a Lena
apasionadamente.
Los besos excitaron a la pelirroja hasta el punto de que dejó de pensar en
salir de la cueva. La lengua de la ojiazul exploró su boca, hasta que por fin
pudo separarse de ella e incorporarse para tomar aliento.
—Yulia, nos encontramos en una situación peligrosa. Unos tipos
horribles nos persiguen y tenemos que escapar. Hay que registrar la casa y
conseguir algunas cosas y un medio de transporte. Es muy arriesgado,
Yulia. Quiero que te quedes aquí; vendré a buscarte cuando la zona sea
segura. Ese es el plan.
Yulia estaba molesta.
—¿El plan? ¿Y se supone que debo quedarme aquí, preguntándome
qué ocurre y si estás viva? ¿En la oscuridad?
Lena no lo había pensado.
Yulia continuó, en un tono inapelable:
—Lena, voy contigo. Si te ocurre algo, quedaré atrapada aquí abajo
como una condenada mujercita indefensa, ¡y no quiero! Se trata de mi
vida. Tengo que salir de esto por mis propios medios.
Lena, enmudecida por la sorpresa, se dedicó a ordenar las cosas, y
Yulia añadió:
—Otra cosa, Lena, una más. Será mejor que te acostumbres a esto,
porque no pienso dejarte.
Lena permaneció callada un buen rato, hasta que Yulia la besó en la
mejilla.
—Por fin has vuelto a mí vida y no pienso dejarte. Y ten por seguro
que tampoco permitiré... que me dejes.
La pelirroja asintió, consciente de que estaba a punto de perder el control de
la situación. Al cabo de un rato, acertó a decir:
—Sería mejor... que nos moviéramos. Hay mucho que hacer. —Había
tenido que realizar un gran esfuerzo de concentración para, recuperar el
aliento.
Lena terminó de vestirse y se puso unas ligeras botas de senderismo.
Cogió unas viejas zapatillas de deporte y se las lanzó a Yulia. Le quedaban
bastante bien, gracias a los gruesos calcetines y a los cordones apretados.
La ojiazul se estaba convirtiendo en una fuerza con la que había que contar y
tenía buenos argumentos.
Lena y Yulia bebieron agua embotellada y comieron barritas
energéticas rancias. Luego Lena cogió el cuchillo de buceo que había
utilizado la noche anterior, lo sujetó contra una pierna y le dio a Yulia una
navaja del ejército suizo.
—Lena, ¿cómo encontraste esta cueva e hiciste todo esto? Seguro que
tardaste bastante en reunir todas las cosas.
Lena sonrió al recordarlo.
—Sí. Algunas llevan años aquí. De niña se puede decir que era muy
curiosa. Nadaba en el mar, buceaba y escalaba. Cuando aprobé el examen
de submarinismo, me dediqué a explorar lo que había bajo el agua.
Encontré la cueva y la convertí en mi fortín. Con los años fui juntando
cosas, poco a poco. Supongo que siempre pensé que, en caso necesario,
tendría un refugio. Lo que empezó como la fantasía de una niña ha
resultado ser muy útil.
—¿La conoce alguien más? ¿Anya?
Lena se sentó en cuclillas.
—Creo que Anya sospechaba que yo tenía un lugar secreto, puesto que
parte de estas cosas estaban antes en su garaje. Pero nunca me preguntó.
Eres la única persona a la que he traído aquí.
Continuó guardando el equipo debajo de una lona que
había en un rincón de la cueva. Cuando acabó, apagó la linterna y
encendió otra más pequeña.
—Sígueme y no pierdas de vista la luz. Ya sabes lo que hay que hacer.
No te apartes de mí.
—¿Podré seguir haciéndolo cuando no me halle en peligro mortal?
Lena se adentró en la cueva y murmuró:
—Ten por seguro que sí.
Avanzaron de lado por una estrecha abertura, hasta el fondo,
arañándose la espalda contra la pared durante un breve trecho. Atravesaron
otros lugares angostos y tuvieron que agacharse e inclinándose varios
grados en algunas ocasiones. Entre los reflejos de luz, de vez en cuando
Yulia decía algo sobre las estrías y las formaciones de la cueva. Cualquier
cosa menos pensar dónde estaban y en lo reducido de aquel espacio. Por fin
se detuvieron.
—¿Y ahora hacia dónde?
—Necesito encontrar el túnel siguiente. Está por aquí. Es el último
antes de salir al exterior. Según mi reloj, está amaneciendo. —Lena se
agachó—. Por aquí, es por aquí abajo.
Yulia se dijo que era imposible que sólo hubiesen transcurrido unas
horas. Habían pasado demasiadas cosas. Se agachó, deseosa de salir de allí.
Y entonces vio que Lena avanzaba con dificultad por un túnel tan pequeño
que hasta a Tippy le hubiera costado trabajo moverse en él.
—Madre mía de mi vida.
Lena enfocó la luz en dirección a la morena.
—Es el único camino, Yulia. Al menos no estamos bajo el agua. Unos
pocos metros más y saldremos.
Vamos. Soy más corpulenta que tú y quepo. ¡Puedes hacerlo!
Lo dijo con un matiz de humor, incluso de desafío. Yulia resopló y
luego respiró a fondo. Contuvo el aliento como si estuviese buceando.
Metió la cabeza en el túnel y retrocedió. Entonces optó por adelantar los
brazos. Notó una leve punzada en el hombro, mientras seguía a la pelirroja. El
hombro le dolía. «Ahora sé cómo se sienten las serpientes. Las serpientes
heridas.» Reprimió las ganas de gritar.
El túnel parecía cada vez más estrecho y Yulia empezó a sudar, a
pesar del frío. Apenas quedaba sitio para avanzar. Aquello no tenía fin; en
un determinado punto se ensanchaba un poco y Yulia pudo estirar los
codos. Después de lo que se le antojó una eternidad, vio una luz delante,
más allá del cuerpo de Lena. Iba a gritar de alegría, cuando la pelirroja se lo
prohibió, en un siseo.
—¡Chis! No sabemos si están ahí. Saldré yo primero. Quédate aquí
hasta que venga a buscarte, por favor.
Yulia susurró:
—Venir a buscarme. Me gusta cómo suena.
Lena tropezó con una piedra y estuvo a punto de caer. Tras
recuperarse, echó un vistazo y saltó sobre la última roca que las separaba
del exterior.
Al cabo de unos instantes, durante los cuales Yulia imaginó a Lena
inconsciente después de recibir un garrotazo o muerta sin haber tenido
tiempo de defenderse, la pelirroja asomó la cabeza por la abertura.
—Yulia, sal sin hacer ruido. Ahora.
La ojiazul salió de la cueva, se estiró y aceptó la mano que le ofrecía Lena
hasta que llegó al exterior. Miró a su alrededor, pero apenas veía a medio
metro. Niebla. Niebla densa. Las ocultaría y también ocultaría a sus
perseguidores.
—Genial. El perro de los Baskerville. ¿Dónde estamos?
Una sonrisa se dibujó en la comisura de los labios de Lena.
—A unos noventa metros de la casa. No te separes de mí. Tenemos
que hacer un alto.
Yulia avanzó, escuchando con atención. Le daba la impresión de que
sólo ella hacía ruido al caminar. Era como si Lena no tocase el suelo. Tal
vez hiciese ruido, pero en su cabeza sólo resonaban sus propios pasos. De
pronto la niebla se disipó un poco y vieron una casita. Lena le indicó que
permaneciese inmóvil mientras ella se adelantaba.
En el jardín de la casita se distinguía una figura espectral, de
movimientos fluidos, ágiles, familiares. La pelirroja se acercó a ella por detrás y
la figura se quedó quieta; luego se dio la vuelta para mirar a Lena, y ambos
se saludaron con una inclinación de cabeza. El señor Odo.
Lena y el señor Odo hablaron en voz baja unos instantes. Cuando
Lena le indicó a la morena que se reuniese con ellos, la niebla se cerró de
nuevo y los hizo desaparecer. Yulia no se movió, momentáneamente
desorientada, en medio de una niebla tan espesa que casi perdió el
equilibrio. Segundos después Lena apareció a su lado y la cogió de la
mano. Yulia sufrió un sobresalto que enseguida se convirtió en gran alivio.
Abrazó a Lena estrechamente, procurando contener las lágrimas, y Lena la
sostuvo hasta que se tranquilizó.
Cuando llegaron hasta donde estaba el señor Odo, éste saludó a Yulia
con una inclinación de cabeza y los tres entraron en la casa. El señor Odo
preparó té, sacó unos bollos calientes del horno, Ies ofreció mermelada y
mantequilla, y las invitó a servirse. Yulia se dio cuenta de que debía de
haber puesto cara de sorpresa, porque el señor Odo se encogió de hombros.
—El té es tradicional. Pero llevo mucho tiempo en Estados Unidos, y
las panaderías de la zona son demasiado buenas como para no tomar unos
bollos por la mañana. Espero no haberos decepcionado.
—Estoy encantada y agradecida —dijo Yulia—. Muchísimas gracias.
La morena comió con hambre, contenta de que reinase un cordial silencio.
El señor Odo habló cuando desapareció el último bollito:
—¿En qué puedo ayudar a mis amigas?
—Anoche unos hombres persiguieron a Yulia. La encontré y la llevé a
un lugar seguro, pero necesitamos saber si siguen en la casa. Tenemos que
entrar y ver cómo está Tippy.
—Creo que el pequeño Tippy sabe cuidarse. —El señor Odo se
levantó y abrió una puerta que daba al interior de la casa, y Tippy asomó la
cabeza y corrió hacia Lena, maullando. Lena lo levantó en brazos y lo
apretó contra sí, mientras se le hacía un nudo en la garganta y reprimía las
lágrimas.
—Anoche lo encontré en la puerta, poco después de que te fueras.
Estaba triste y un poco asustado, pero se ha recuperado con atún y una
cama calentita.
Yulia se dirigió a Lena:
—¿Después de que te fueras anoche?
—Primero vine aquí. El señor Odo me contó que había notado mucho
movimiento en la playa, linternas y cosas así. Conozco otro camino de
descenso, que es el que elegí para llegar a tu lado antes que ellos.
El señor Odo asintió y Tippy saltó al suelo, corrió hacia Yulia y se
encaramó en su regazo. La ojiazul le acarició la cabeza y le rascó las orejas,
entre los ronroneos del gato. Miró a Lena y le pareció que sus ojos volvían
a brillar.
Mientras le rascaba las orejas a Tippy, Yulia dijo:
—Creo que anoche me salvó la vida. Saltó sobre el individuo que me
sujetaba, lo cual me permitió huir. Es mi héroe.
Como si le hubieran dado pie, Tippy empezó a maullar con ganas y
Lena se inclinó y le tiró de la cola.
—Gracias, Tippy. Te debo una.
En ese momento, Yulia se moría de ganas de besar a Lena, pero se
limitó a mirarla hasta que ésta se puso colorada, cosa que aumentó su
deseo. El señor Odo se aclaró la garganta. Sus ojos resplandecían de
emoción.
—Creo que debo ir yo primero en mi furgoneta. Si hay alguien,
representaré mi papel de «humilde jardinero» y veré cuál es la situación.
—Evidentemente, estaba capacitado para la gestión.
Lena apartó los ojos de Yulia.
—Gracias, querido Odo. Si la casa está vacía, tendré que ver si han
colocado dispositivos de escucha. Guardo mi equipo en el talego que dejé
aquí.
Veinte minutos después, el señor Odo dio marcha atrás en el camino
de acceso a su casa y condujo en dirección opuesta a la casa de Anya para dar
un rodeo. Su vieja furgoneta encajaba perfectamente con el papel de
jardinero. Yulia y Lena lo ayudaron a introducir en la parte posterior
fertilizante, rastrillos, palas y otras herramientas.
Si el lugar estaba despejado, pulsaría el botón de un sencillo artilugio
que la pelirroja había instalado debajo del salpicadero. Si no, se marcharía.
Un cuarto de hora después de su partida, el artilugio se activó. Lena
abrió camino con el talego al hombro, y le dijo a Yulia que se detuviese
antes de entrar en la finca. Se agacharon. Lena abrió la bolsa y sacó una
pistola y un artefacto que a Yulia le pareció un escáner.
Yulia no comentó nada cuando Lena se metió el arma en la cinturilla
con toda soltura y susurró:
—Vuelvo enseguida.
La morena se entristeció al ver que la pelirroja se perdía de nuevo en la niebla.
Intentó calmarse, pero los oídos le zumbaban debido a la descarga de
adrenalina y permaneció inmóvil. La pelirroja regresó tras lo que a la morena le
pareció una eternidad. Cuando Lena la cogió de la mano para animarla,
Yulia apenas podía sostenerse.
—Se han ido, pero han puesto dispositivos de rastreo en tu BMW y en
el Audi. Pensé que pincharían los teléfonos de la casa, pero no lo han
hecho. Seguramente se han dado cuenta de que no funcionarían, porque la
casa está muy bien protegida. Está claro que no han tenido tiempo de
localizar y desactivar el equipo de codificación.
Lena abrazó a Yulia y ambas permanecieron unos momentos unidas
antes de dirigirse a la casa, cogidas de la mano.
El señor Odo estaba comprobando los daños. Habían destrozado el
despacho. Faltaba el disco duro del ordenador y había varios aparatos rotos
en el suelo. Alguien los había cogido y los había arrojado contra la pared.
—Lena, tienen tu disco duro.
—No es tan grave. Mi portátil es seguro y el disco duro no contiene
mucha información; y, además, Ies costará obtenerla. —Tras un instante de
duda, Lena añadió—: Sin embargo, si rastrean las direcciones de correo
electrónico, no pararán hasta encontrarnos. Les hemos fastidiado la
operación.
A Yulia no le sorprendió y en aquel momento le daba igual. Lena la
llevó a la habitación de invitados que ella había ocupado. Estaba revuelta,
pero no destrozada. Aunque la pelirroja no dijo nada, sus ojos seguían
registrándolo todo.
—¿Qué ocurre? —Yulia se acercó al espejo de cuerpo entero y se
quedó sin habla. Estaba cubierta de polvo, con los pelos de punta, la ropa le
quedaba floja y llevaba unos zapatos de payaso.
—Oh..., Dios... mío. —Miró a Lena y se comparó con ella: sus largos
cabellos rizado rojizos estaban un poco despeinados, pero con un toque muy sexy,
y estaba algo sucia de polvo; sin embargo, su aspecto seguía siendo
deslumbrante. «Estupendo.»
Lena rebuscó en el armario y le lanzó una mochila vacía.
—Coge todo lo que necesites para pasar una semana, como mínimo.
Mételo en la mochila. Nos vamos a un lugar donde no puedan
encontrarnos. —Le guiñó un ojo y le dedicó una sonrisa provocativa. Yulia
se acaloró. De pronto, Lena susurró, en un tono apagado—: De prisa. —Y
se dirigió a su habitación.
Yulia, mientras pensaba en los numerosos significados de aquel «de
prisa», cerró la puerta, se desnudó y se duchó. Bajo el agua caliente, se
sintió de maravilla y procedió a retirar el salitre que cubría su piel y a
curarse los arañazos. Luego se secó y examinó el hombro ante el espejo.
Tenía un gran hematoma y en la muñeca se veían las marcas de los dedos
de su atacante.
—Estoy hasta las narices de ese hijo de puta.
Contempló el desorden de la habitación y recordó lo que la pelirroja había
dicho: «¿Todo lo necesario para pasar una semana en una mochila?»
Sacudió la cabeza y empezó a seleccionar ropa.
Poco después, cerró la mochila, se puso ropa interior, unos vaqueros,
calcetines gruesos, una camiseta y un jersey de cuello de cisne a juego con
sus ojos azules. Tras calzarse sus botas de senderismo, se levantó y recorrió la
habitación a grandes zancadas. Se miró al espejo con aire desafiante,
cruzando los brazos sobre el pecho, y gruñó:
—¿Quieres pelea? Pues la tendrás, cabrón.
Alguien tosió educadamente en la puerta; Yulia miró por encima del
hombro y vio a Lena apoyada en el dintel, vestida de cuero negro,
contemplándola con ojos chispeantes.
—Vamos a repartir leña, Xena.
CONTINUARÁ...
Solo quedan dos capítulos para el final de esta historia.
Capítulo 24
Cuando Lena abrió los ojos, se encontró en brazos de Yulia, que la
apretaba contra sí. La pelirroja se culpabilizó por haber metido a La morena en aquel
mundo tan peligroso, incluso mortal. No importaba lo que dijese Yulia,
porque no tenía ni idea de lo que podía ocurrirle. Y, peor aún, Lena había
tenido la debilidad de sentirse atraída por ella. «Oh, es más que eso. Te
estás enamorando de ella.»
Era público y notorio que Lena estaba sola y sin compromiso, de
forma que no se podía utilizar a nadie para influir en ella. Incluso su
relación con Anya parecía lejana y distante.
Pero aquello... Tendría que afrontarlo, igual que todos los temas
emocionales. Encontraría la forma de que las dos salieran de aquel
embrollo y luego se marcharía.
Era la única manera de garantizar la seguridad de Yulia. Problema
resuelto. Fin del programa.
Pero el problema se movió, la rodeó con sus brazos y le dio un beso en
la cabeza, y luego otro. Después se estiró un poco y se acurrucó en el saco
de dormir, hasta que quedaron cara a cara. El pulso de Lena se aceleró
cuando el tejido de lana de la ropa de Yulia rozó las partes desnudas de su
cuerpo.
Tal vez resolver el problema no fuese tan fácil como había pensado.
El problema le susurró al oído:
—Buenos días, cielo. ¿Te apetecen unas tortitas con huevos, almíbar,
mermelada y café? Tú lo preparas y yo me lo como. ¡Corre, no hay tiempo
que perder! —Le dio un beso en la oreja, húmedo, rápido y sonoro.
Lena gritó ante aquel inesperado ataque a su oreja y movió
hábilmente a la culpable, encaramada encima de ella. Luego farfulló:
—Venga, nena, no querrás empezar algo que no vas a poder terminar,
¿verdad?
Yulia adoptó de pronto lo que a oídos de Lena sonó como una mala
imitación del acento sureño:
—Oh, no sé de qué me hablas. Me he limitado a exponer mis deseos y
ahí estás, a punto de devorarme. Porque estás a punto de devorarme, ¿no?
«Huy. Peligro.» Pero a Lena no le apetecía ser prudente.
—Señora, no hay suficientes barritas energéticas en la mochila para
que se recupere después de que la devore. Por tanto, no lo haré de
momento.
«¡Mierda!»
Se produjo un incómodo silencio.
Luego Yulia dijo, en tono seductor:
—Vaya, capitán, ¡qué cosas más raras dice! Estoy deseando recurrir a
esas barritas en un futuro próximo. Gracias. —A continuación, besó a Lena
apasionadamente.
Los besos excitaron a la pelirroja hasta el punto de que dejó de pensar en
salir de la cueva. La lengua de la ojiazul exploró su boca, hasta que por fin
pudo separarse de ella e incorporarse para tomar aliento.
—Yulia, nos encontramos en una situación peligrosa. Unos tipos
horribles nos persiguen y tenemos que escapar. Hay que registrar la casa y
conseguir algunas cosas y un medio de transporte. Es muy arriesgado,
Yulia. Quiero que te quedes aquí; vendré a buscarte cuando la zona sea
segura. Ese es el plan.
Yulia estaba molesta.
—¿El plan? ¿Y se supone que debo quedarme aquí, preguntándome
qué ocurre y si estás viva? ¿En la oscuridad?
Lena no lo había pensado.
Yulia continuó, en un tono inapelable:
—Lena, voy contigo. Si te ocurre algo, quedaré atrapada aquí abajo
como una condenada mujercita indefensa, ¡y no quiero! Se trata de mi
vida. Tengo que salir de esto por mis propios medios.
Lena, enmudecida por la sorpresa, se dedicó a ordenar las cosas, y
Yulia añadió:
—Otra cosa, Lena, una más. Será mejor que te acostumbres a esto,
porque no pienso dejarte.
Lena permaneció callada un buen rato, hasta que Yulia la besó en la
mejilla.
—Por fin has vuelto a mí vida y no pienso dejarte. Y ten por seguro
que tampoco permitiré... que me dejes.
La pelirroja asintió, consciente de que estaba a punto de perder el control de
la situación. Al cabo de un rato, acertó a decir:
—Sería mejor... que nos moviéramos. Hay mucho que hacer. —Había
tenido que realizar un gran esfuerzo de concentración para, recuperar el
aliento.
Lena terminó de vestirse y se puso unas ligeras botas de senderismo.
Cogió unas viejas zapatillas de deporte y se las lanzó a Yulia. Le quedaban
bastante bien, gracias a los gruesos calcetines y a los cordones apretados.
La ojiazul se estaba convirtiendo en una fuerza con la que había que contar y
tenía buenos argumentos.
Lena y Yulia bebieron agua embotellada y comieron barritas
energéticas rancias. Luego Lena cogió el cuchillo de buceo que había
utilizado la noche anterior, lo sujetó contra una pierna y le dio a Yulia una
navaja del ejército suizo.
—Lena, ¿cómo encontraste esta cueva e hiciste todo esto? Seguro que
tardaste bastante en reunir todas las cosas.
Lena sonrió al recordarlo.
—Sí. Algunas llevan años aquí. De niña se puede decir que era muy
curiosa. Nadaba en el mar, buceaba y escalaba. Cuando aprobé el examen
de submarinismo, me dediqué a explorar lo que había bajo el agua.
Encontré la cueva y la convertí en mi fortín. Con los años fui juntando
cosas, poco a poco. Supongo que siempre pensé que, en caso necesario,
tendría un refugio. Lo que empezó como la fantasía de una niña ha
resultado ser muy útil.
—¿La conoce alguien más? ¿Anya?
Lena se sentó en cuclillas.
—Creo que Anya sospechaba que yo tenía un lugar secreto, puesto que
parte de estas cosas estaban antes en su garaje. Pero nunca me preguntó.
Eres la única persona a la que he traído aquí.
Continuó guardando el equipo debajo de una lona que
había en un rincón de la cueva. Cuando acabó, apagó la linterna y
encendió otra más pequeña.
—Sígueme y no pierdas de vista la luz. Ya sabes lo que hay que hacer.
No te apartes de mí.
—¿Podré seguir haciéndolo cuando no me halle en peligro mortal?
Lena se adentró en la cueva y murmuró:
—Ten por seguro que sí.
Avanzaron de lado por una estrecha abertura, hasta el fondo,
arañándose la espalda contra la pared durante un breve trecho. Atravesaron
otros lugares angostos y tuvieron que agacharse e inclinándose varios
grados en algunas ocasiones. Entre los reflejos de luz, de vez en cuando
Yulia decía algo sobre las estrías y las formaciones de la cueva. Cualquier
cosa menos pensar dónde estaban y en lo reducido de aquel espacio. Por fin
se detuvieron.
—¿Y ahora hacia dónde?
—Necesito encontrar el túnel siguiente. Está por aquí. Es el último
antes de salir al exterior. Según mi reloj, está amaneciendo. —Lena se
agachó—. Por aquí, es por aquí abajo.
Yulia se dijo que era imposible que sólo hubiesen transcurrido unas
horas. Habían pasado demasiadas cosas. Se agachó, deseosa de salir de allí.
Y entonces vio que Lena avanzaba con dificultad por un túnel tan pequeño
que hasta a Tippy le hubiera costado trabajo moverse en él.
—Madre mía de mi vida.
Lena enfocó la luz en dirección a la morena.
—Es el único camino, Yulia. Al menos no estamos bajo el agua. Unos
pocos metros más y saldremos.
Vamos. Soy más corpulenta que tú y quepo. ¡Puedes hacerlo!
Lo dijo con un matiz de humor, incluso de desafío. Yulia resopló y
luego respiró a fondo. Contuvo el aliento como si estuviese buceando.
Metió la cabeza en el túnel y retrocedió. Entonces optó por adelantar los
brazos. Notó una leve punzada en el hombro, mientras seguía a la pelirroja. El
hombro le dolía. «Ahora sé cómo se sienten las serpientes. Las serpientes
heridas.» Reprimió las ganas de gritar.
El túnel parecía cada vez más estrecho y Yulia empezó a sudar, a
pesar del frío. Apenas quedaba sitio para avanzar. Aquello no tenía fin; en
un determinado punto se ensanchaba un poco y Yulia pudo estirar los
codos. Después de lo que se le antojó una eternidad, vio una luz delante,
más allá del cuerpo de Lena. Iba a gritar de alegría, cuando la pelirroja se lo
prohibió, en un siseo.
—¡Chis! No sabemos si están ahí. Saldré yo primero. Quédate aquí
hasta que venga a buscarte, por favor.
Yulia susurró:
—Venir a buscarme. Me gusta cómo suena.
Lena tropezó con una piedra y estuvo a punto de caer. Tras
recuperarse, echó un vistazo y saltó sobre la última roca que las separaba
del exterior.
Al cabo de unos instantes, durante los cuales Yulia imaginó a Lena
inconsciente después de recibir un garrotazo o muerta sin haber tenido
tiempo de defenderse, la pelirroja asomó la cabeza por la abertura.
—Yulia, sal sin hacer ruido. Ahora.
La ojiazul salió de la cueva, se estiró y aceptó la mano que le ofrecía Lena
hasta que llegó al exterior. Miró a su alrededor, pero apenas veía a medio
metro. Niebla. Niebla densa. Las ocultaría y también ocultaría a sus
perseguidores.
—Genial. El perro de los Baskerville. ¿Dónde estamos?
Una sonrisa se dibujó en la comisura de los labios de Lena.
—A unos noventa metros de la casa. No te separes de mí. Tenemos
que hacer un alto.
Yulia avanzó, escuchando con atención. Le daba la impresión de que
sólo ella hacía ruido al caminar. Era como si Lena no tocase el suelo. Tal
vez hiciese ruido, pero en su cabeza sólo resonaban sus propios pasos. De
pronto la niebla se disipó un poco y vieron una casita. Lena le indicó que
permaneciese inmóvil mientras ella se adelantaba.
En el jardín de la casita se distinguía una figura espectral, de
movimientos fluidos, ágiles, familiares. La pelirroja se acercó a ella por detrás y
la figura se quedó quieta; luego se dio la vuelta para mirar a Lena, y ambos
se saludaron con una inclinación de cabeza. El señor Odo.
Lena y el señor Odo hablaron en voz baja unos instantes. Cuando
Lena le indicó a la morena que se reuniese con ellos, la niebla se cerró de
nuevo y los hizo desaparecer. Yulia no se movió, momentáneamente
desorientada, en medio de una niebla tan espesa que casi perdió el
equilibrio. Segundos después Lena apareció a su lado y la cogió de la
mano. Yulia sufrió un sobresalto que enseguida se convirtió en gran alivio.
Abrazó a Lena estrechamente, procurando contener las lágrimas, y Lena la
sostuvo hasta que se tranquilizó.
Cuando llegaron hasta donde estaba el señor Odo, éste saludó a Yulia
con una inclinación de cabeza y los tres entraron en la casa. El señor Odo
preparó té, sacó unos bollos calientes del horno, Ies ofreció mermelada y
mantequilla, y las invitó a servirse. Yulia se dio cuenta de que debía de
haber puesto cara de sorpresa, porque el señor Odo se encogió de hombros.
—El té es tradicional. Pero llevo mucho tiempo en Estados Unidos, y
las panaderías de la zona son demasiado buenas como para no tomar unos
bollos por la mañana. Espero no haberos decepcionado.
—Estoy encantada y agradecida —dijo Yulia—. Muchísimas gracias.
La morena comió con hambre, contenta de que reinase un cordial silencio.
El señor Odo habló cuando desapareció el último bollito:
—¿En qué puedo ayudar a mis amigas?
—Anoche unos hombres persiguieron a Yulia. La encontré y la llevé a
un lugar seguro, pero necesitamos saber si siguen en la casa. Tenemos que
entrar y ver cómo está Tippy.
—Creo que el pequeño Tippy sabe cuidarse. —El señor Odo se
levantó y abrió una puerta que daba al interior de la casa, y Tippy asomó la
cabeza y corrió hacia Lena, maullando. Lena lo levantó en brazos y lo
apretó contra sí, mientras se le hacía un nudo en la garganta y reprimía las
lágrimas.
—Anoche lo encontré en la puerta, poco después de que te fueras.
Estaba triste y un poco asustado, pero se ha recuperado con atún y una
cama calentita.
Yulia se dirigió a Lena:
—¿Después de que te fueras anoche?
—Primero vine aquí. El señor Odo me contó que había notado mucho
movimiento en la playa, linternas y cosas así. Conozco otro camino de
descenso, que es el que elegí para llegar a tu lado antes que ellos.
El señor Odo asintió y Tippy saltó al suelo, corrió hacia Yulia y se
encaramó en su regazo. La ojiazul le acarició la cabeza y le rascó las orejas,
entre los ronroneos del gato. Miró a Lena y le pareció que sus ojos volvían
a brillar.
Mientras le rascaba las orejas a Tippy, Yulia dijo:
—Creo que anoche me salvó la vida. Saltó sobre el individuo que me
sujetaba, lo cual me permitió huir. Es mi héroe.
Como si le hubieran dado pie, Tippy empezó a maullar con ganas y
Lena se inclinó y le tiró de la cola.
—Gracias, Tippy. Te debo una.
En ese momento, Yulia se moría de ganas de besar a Lena, pero se
limitó a mirarla hasta que ésta se puso colorada, cosa que aumentó su
deseo. El señor Odo se aclaró la garganta. Sus ojos resplandecían de
emoción.
—Creo que debo ir yo primero en mi furgoneta. Si hay alguien,
representaré mi papel de «humilde jardinero» y veré cuál es la situación.
—Evidentemente, estaba capacitado para la gestión.
Lena apartó los ojos de Yulia.
—Gracias, querido Odo. Si la casa está vacía, tendré que ver si han
colocado dispositivos de escucha. Guardo mi equipo en el talego que dejé
aquí.
Veinte minutos después, el señor Odo dio marcha atrás en el camino
de acceso a su casa y condujo en dirección opuesta a la casa de Anya para dar
un rodeo. Su vieja furgoneta encajaba perfectamente con el papel de
jardinero. Yulia y Lena lo ayudaron a introducir en la parte posterior
fertilizante, rastrillos, palas y otras herramientas.
Si el lugar estaba despejado, pulsaría el botón de un sencillo artilugio
que la pelirroja había instalado debajo del salpicadero. Si no, se marcharía.
Un cuarto de hora después de su partida, el artilugio se activó. Lena
abrió camino con el talego al hombro, y le dijo a Yulia que se detuviese
antes de entrar en la finca. Se agacharon. Lena abrió la bolsa y sacó una
pistola y un artefacto que a Yulia le pareció un escáner.
Yulia no comentó nada cuando Lena se metió el arma en la cinturilla
con toda soltura y susurró:
—Vuelvo enseguida.
La morena se entristeció al ver que la pelirroja se perdía de nuevo en la niebla.
Intentó calmarse, pero los oídos le zumbaban debido a la descarga de
adrenalina y permaneció inmóvil. La pelirroja regresó tras lo que a la morena le
pareció una eternidad. Cuando Lena la cogió de la mano para animarla,
Yulia apenas podía sostenerse.
—Se han ido, pero han puesto dispositivos de rastreo en tu BMW y en
el Audi. Pensé que pincharían los teléfonos de la casa, pero no lo han
hecho. Seguramente se han dado cuenta de que no funcionarían, porque la
casa está muy bien protegida. Está claro que no han tenido tiempo de
localizar y desactivar el equipo de codificación.
Lena abrazó a Yulia y ambas permanecieron unos momentos unidas
antes de dirigirse a la casa, cogidas de la mano.
El señor Odo estaba comprobando los daños. Habían destrozado el
despacho. Faltaba el disco duro del ordenador y había varios aparatos rotos
en el suelo. Alguien los había cogido y los había arrojado contra la pared.
—Lena, tienen tu disco duro.
—No es tan grave. Mi portátil es seguro y el disco duro no contiene
mucha información; y, además, Ies costará obtenerla. —Tras un instante de
duda, Lena añadió—: Sin embargo, si rastrean las direcciones de correo
electrónico, no pararán hasta encontrarnos. Les hemos fastidiado la
operación.
A Yulia no le sorprendió y en aquel momento le daba igual. Lena la
llevó a la habitación de invitados que ella había ocupado. Estaba revuelta,
pero no destrozada. Aunque la pelirroja no dijo nada, sus ojos seguían
registrándolo todo.
—¿Qué ocurre? —Yulia se acercó al espejo de cuerpo entero y se
quedó sin habla. Estaba cubierta de polvo, con los pelos de punta, la ropa le
quedaba floja y llevaba unos zapatos de payaso.
—Oh..., Dios... mío. —Miró a Lena y se comparó con ella: sus largos
cabellos rizado rojizos estaban un poco despeinados, pero con un toque muy sexy,
y estaba algo sucia de polvo; sin embargo, su aspecto seguía siendo
deslumbrante. «Estupendo.»
Lena rebuscó en el armario y le lanzó una mochila vacía.
—Coge todo lo que necesites para pasar una semana, como mínimo.
Mételo en la mochila. Nos vamos a un lugar donde no puedan
encontrarnos. —Le guiñó un ojo y le dedicó una sonrisa provocativa. Yulia
se acaloró. De pronto, Lena susurró, en un tono apagado—: De prisa. —Y
se dirigió a su habitación.
Yulia, mientras pensaba en los numerosos significados de aquel «de
prisa», cerró la puerta, se desnudó y se duchó. Bajo el agua caliente, se
sintió de maravilla y procedió a retirar el salitre que cubría su piel y a
curarse los arañazos. Luego se secó y examinó el hombro ante el espejo.
Tenía un gran hematoma y en la muñeca se veían las marcas de los dedos
de su atacante.
—Estoy hasta las narices de ese hijo de puta.
Contempló el desorden de la habitación y recordó lo que la pelirroja había
dicho: «¿Todo lo necesario para pasar una semana en una mochila?»
Sacudió la cabeza y empezó a seleccionar ropa.
Poco después, cerró la mochila, se puso ropa interior, unos vaqueros,
calcetines gruesos, una camiseta y un jersey de cuello de cisne a juego con
sus ojos azules. Tras calzarse sus botas de senderismo, se levantó y recorrió la
habitación a grandes zancadas. Se miró al espejo con aire desafiante,
cruzando los brazos sobre el pecho, y gruñó:
—¿Quieres pelea? Pues la tendrás, cabrón.
Alguien tosió educadamente en la puerta; Yulia miró por encima del
hombro y vio a Lena apoyada en el dintel, vestida de cuero negro,
contemplándola con ojos chispeantes.
—Vamos a repartir leña, Xena.
CONTINUARÁ...
Solo quedan dos capítulos para el final de esta historia.
Última edición por LenokVolk el 3/8/2015, 4:20 am, editado 1 vez
Lesdrumm- Admin
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Localización : Trapped in some parallel universe
Re: IMPULSOS DE VIDA...
Aquí tiene mas de esta historia, se que hace mucho no publico, pero eh tenido algunos contratiempos, les pido disculpas lectores. Y bueno les dejo con el penúltimo capítulo de este Fan Fic.
IMPULSOS DE VIDA
Capítulo 25
—Han instalado dispositivos de rastreo en los dos coches —explicó Lena
al señor Odo y a Yulia delante de la casa—. Yulia y yo utilizaremos un
vehículo alternativo mientras los coches hacen rutas para despistarlos.
Luego cogeremos el Audi. Necesito las llaves del BMW.
Yulia, que había encontrado su mochila debajo de una silla, estaba
buscando las llaves cuando la verja empezó a abrirse. Se agacharon y se
escondieron.
Entró un viejo jeep, que aparcó junto a la furgoneta del señor Odo, y
de él salió una mujer alta y atractiva, de la edad de Anya, vestida con unos
vaqueros y una camisa blanca. Tenía el pelo entrecano y muy corto, unos
bonitos ojos castaños y complexión atlética. Lena y el señor Odo salieron
de su escondite.
Cuando la mujer vio a la pelirroja, sonrió y la saludó con la mano. Luego
ambas se fundieron en un abrazo y se besaron. Yulia las contempló
tímidamente desde el interior de la casa.
A continuación, la mujer le estrechó la mano al señor Odo, y La morena
oyó que Lena la llamaba por el nombre.
—Gracias por venir, Susu.
Yulia se acercó a Lena y ésta la cogió de la mano.
—Susan Renfrow, te presento a Yulia Volkova. Yulia está... hum...
viviendo con Anya y es... amiga mía.
Lena se puso roja como un tomate. Yulia, confundida, miró a la
recién llegada, que en ese momento contemplaba a la pelirroja con una sonrisa
radiante. Luego la mujer le estrechó la mano.
—Hola. Encantada de conocerte. Anya me dijo que te ibas a trasladar
aquí. Bienvenida. —Tenía una mirada cálida y la mano firme. Miró de
nuevo a la pelirroja, sin dejar de sonreír—. Vaya, Lena, nunca me habías
presentado a tus amigas. ¿Todas son tan guapas?
Lena no sabía dónde meterse.
—Oh, no, es decir, yo no... En fin. —Se disculpó bruscamente,
farfullando algo sobre las llaves del Audi y sobre una gestión con su
oficina.
Susan se rió y le guiñó un ojo a Yulia mientras caminaban hacia la
casa.
—¿A qué viene eso?
Susan observó la figura de Lena.
—Sólo le estaba tomando el pelo. La conozco desde que visitó por
primera vez California y en todo este tiempo nunca ha traído a una amiga a
casa. Así que sabe que me doy cuenta de lo especial que eres.
Yulia sintió que le ardían las mejillas y ni siquiera trató de disimular
su alegría.
Cuando entraron en la casa, Susan se detuvo y examinó el lugar con
las manos metidas en los bolsillos de atrás del pantalón, balanceándose
sobre los talones, ya sin sonreír. Yulia siguió su mirada hasta la chimenea.
Alguien había destrozado la preciosa repisa con un hacha y el salón estaba
hecho un desastre.
¿Qué diablos significa esto? —exclamó Susan.
Yulia percibió la ira en los ojos de la mujer.
—Ocurrió anoche. Unos hombres intentaron... capturarme y... escapé
a la playa y...
Las palabras murieron en los labios de la ojiazul cuando la gravedad de la
situación la golpeó como si fuera un ladrillo. Se puso pálida y se le
doblaron las rodillas. Susan llamó a Lena, y enseguida unos brazos fuertes
la levantaron y la colocaron suavemente sobre el sofá. Yulia enterró la cara
en el cuello de la pelirroja y trató de serenarse, temiendo sufrir un mareo.
—Respira. Respira a fondo. Estoy contigo.
—Iba a contarme lo que pasó.
En aquel momento, lo único que quería Yulia era que todo el mundo
se fuese y la dejasen en paz. Los brazos familiares de Lena contribuyeron a
calmar su acelerado pulso. Trató de centrarse en la conversación, en vez de
recrear el terror de la noche anterior.
—Debe de haber sido una noche de aúpa. ¿En qué puedo ayudar?
La morena miró a Susan, que estaba valorando los daños, y se alegró de
que dirigiese su atención a otra cosa. Necesitaba un instante de intimidad.
—Nos vamos una temporada —explicó Lena—. ¿Podrías llamar a
Lisa y arreglar un poco la casa? Cuando Anya y Marina vuelvan, no quiero
que vean esto. Siento lo de la repisa. Sé que tardaste mucho en hacerla.
Puedes repararla o hacer una nueva. Dentro de poco vendrá una mujer que
se llama Jess con otras personas. Pídeles que se identifiquen y ya se
ocuparán ellos del despacho y de las cuestiones de seguridad.
Susan asintió, sin apartar los ojos de la repisa.
—Y ahora viene el gran favor. Quiero que cojas el BMW y que lo
lleves al sur, a San Luis o a un sitio parecido. Déjalo en un aparcamiento
de la Universidad de California y, para volver, alquila un coche o que te
traiga Lisa. El señor Odo se ocupará de que alguien lleve el Audi a un bar
de carretera y coloque el dispositivo de rastreo en un camión articulado
que se dirija al este. Eso confundirá a los espías durante un tiempo. ¿Te
parece bien?
—Perfecto. Lisa se lo pasará genial, y arreglaremos la casa cuando
volvamos. ¿Se encargará alguien de cuidar el BMW cuando yo lo deje? Si
quieres, podemos hacerlo nosotras. A ver quién fisgonea.
Susan tenía unos ojos vivaces y expresivos. Yulia se dio cuenta de que
no se ofrecía a la ligera.
—No. Ya se ocupará alguien de eso —dijo Lena—, Jess viene de
camino y te dará un número para comunicar el paradero del vehículo. Lo
más importante es arreglar la casa y cuidarla.
—¿Dónde está Anya?
—En París, con Marina. Afortunadamente, no se encontraba aquí.
Pero volverá dentro de unas semanas.
—No te preocupes, Lena. Lisa, yo y las demás dejaremos la casa
como nueva en un periquete. Estará lista cuando Anya regrese. Ah, cariño, si
necesitas algo, cualquier cosa, háznoslo saber.
La pelirroja asintió e hizo un gesto de agradecimiento.
Susan se acercó a Yulia.
—Debéis cuidar la una de la otra. Suerte. —A continuación, les dio
sendos besos en las mejillas, cogió las llaves de los coches y se reunió con
el señor Odo,
dejando a Lena y a Yulia solas. La chica de mirada azul se aproximó a la de mirada verdegrisacea; no quería
separarse de ella. Por fin, Lena dijo:
—Será mejor que nos vayamos. Según el señor Odo, se prepara una
tormenta para dentro de unas horas.
—Lena, lo que le has pedido a Susan puede ser peligroso. Sin
embargo, ella aceptó enseguida. ¿Por qué?
—Lisa y ella trabajaron en el cuerpo de policía de San Francisco.
Saben defenderse. Los que correrán peligro son los que se enfrenten a ellas.
—Lena se puso seria—. No soportan que se amenace a sus amigas.
—¿Quiénes son las otras a las que se refirió Susan?
—¿Te acuerdas de la foto que había en la repisa, en la que se veía a
Anya con un grupo de mujeres en un barco? Seguro que conociste a algunas
en el pueblo durante el fin de semana.
Yulia asintió.
—Son las otras. Forman un grupo de amigas muy unidas, algunas
lesbianas, otras heterosexuales, pero todas muy competentes. Son como
una piña. Dejarán la casa como estaba en un abrir y cerrar de ojos.
Lena contempló las manos de ambas, que estaban entrelazadas.
—He puesto al día a mis superiores y les he contado lo de la casa.
Mi... jefe me ha dado una mala noticia. Los federales cercaron la oficina de
Vladimir. Al principio no lo vieron y tampoco a Georgia Johnson. Pero cuando
entraron allí...
A Yulia no le gustó nada su tono de voz.
—¿Qué ocurre? Dímelo.
Lena la miró a los ojos y habló:
—Encontraron el cuerpo de Vladimir Sokolsky en el armario de su
despacho. Le pegaron un tiro.
—¿Ha... muerto?
—Sí. Lo siento.
—Oh, Dios mío. ¡Pobre Vlad
Permanecieron calladas unos instantes, mientras Yulia asimilaba la
información. De pronto, miró a Lena.
—¡Salgamos corriendo de aquí!
Lena la abrazó y la besó apasionadamente y, luego, se apartó.
—Vamos.
Yulia estaba ansiosa.
—Sí, vamos. —Lena se levantó y ayudó a la morena—. Tenemos que
hablar con el señor Odo y echar un vistazo a nuestro vehículo.
Había empezado a levantarse viento cuando llegaron. Mientras Yulia
buscaba a Tippy para despedirse, Lena se dirigió al garaje con las mochilas
y el talego. Abrió el talego, sacó un pequeño ordenador, lo encendió,
escribió una serie de instrucciones, lo cerró y cargó la moto.
Cinco minutos después encontró a Tippy sentado sobre el pecho de
Yulia en el sofá del salón. Ambos se comunicaban perfectamente. Yulia le
rascaba las orejas y le explicaba que regresarían y que toda la familia
volvería a reunirse muy pronto. A Lena se le empañaron los ojos. Familia.
Se aclaró la garganta para llamar la atención de la ojiazul y dijo:
—Tenemos que irnos. Nos espera un viaje de unas dos horas y la
tormenta no tardará en descargar. Llevo trajes impermeables, y podemos
parar a comer en el camino. ¿Lista?
Yulia se incorporó y le entregó el gato a Lena.
—Dame dos minutos —pidió. Luego entró en el baño y cerró la
puerta.
La pelirroja se dejó caer en una silla con los ojos cerrados. Estaba cansada y
preocupada. Tenía que velar por la seguridad de Yulia, y les esperaba un
largo trayecto.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó Lena cuando salió del baño.
Yulia se acercó, se arrodilló ante ella y la abrazó por el cuello. Con
voz firme dijo:
—Encontré aspirinas y he tomado tres. Me mata el dolor del hombro,
siento un miedo espantoso y tengo ganas de dormir una semana entera.
Pero estoy viva y contigo. Vamos, tigre, cuanto más lejos mejor. —Besó
los suaves labios de la pelirroja, primero con delicadeza y luego con pasión.
Se separaron, agotadas, y Yulia añadió:
—Corrijo, cuanto antes mejor.
Lena la cogió de la mano y, al abrir la puerta del garaje, dijo:
—Espero que disfrutes del viaje. —Después le cedió el paso.
La joven examinó el garaje; el único vehículo que había era una
motocicleta Ducati 758 negra.
—¿A que es preciosa?
Los ojos de Yulia se posaron primero en Lena, luego en la moto y de
nuevo en Lena, que no pudo reprimir una sonrisa.
—¿Es esto? ¿Vamos a ir en esto? Nunca he montado en una moto.
Bueno, Pat trabajó en una tienda y un día me hizo una demostración. ¿Lo
dices en serio?
—Totalmente. Tienes que llevar una mochila. He guardado el resto
del equipo. Toma el casco. Súbete la cremallera de la chaqueta y agárrate
fuerte. Te daré unos guantes especiales. Lo único que tienes que hacer es
permanecer detrás de mí, abrazarme por la cintura y dejar que yo me
encargue del resto. Ah, levanta los pies, ponlos en el reposapiés y no los
acerques a los tubos de escape. ¿Entendido?
Lena esperaba que la sonrisita que dibujaron los labios de Yulia
tuviese que ver con la petición de que la abrazase por la cintura, pero la
sonrisa desapareció enseguida.
Yulia suspiró y, resignadamente, se subió la cremallera de la chaqueta
y se arrebujó todo lo que pudo. Aceptó que Lena la ayudase a ponerse el
casco y a ajustarse la mochila.
La pelirroja sacó la moto del garaje, seguida por Yulia, encendió el contacto
y el potente motor rugió. Le hizo una seña para que Yulia se montase y
ésta, procuró equilibrarse.
—¡Si me ve mi madre, le da algo! —gritó Yulia sobre el ruido del
motor. Rodaron sobre la calzada de gravilla y salieron a la estrecha y
sinuosa carretera.
Cuando llegaron al pueblo, la ojiazul se dio cuenta de que necesitaba más
explicaciones si quería llegar entera a la costa. Estaba obsesionada con
hacer de contrapeso de Lena en las curvas por miedo a volcar. Seguro que
La pelirroja también lo notaba.
Lena se detuvo ante la cafetería y se apeó, tras decirle a Yulia que
esperase. La morena permaneció en el asiento de atrás, vigilante, y lo primero
que vio fue su reflejo en el escaparate del establecimiento. «¡Caramba! La
motera y su nena.» No pudo evitar reírse. Luego se fijó en las miradas de
admiración que los clientes sentados en las mesas de fuera dedicaban a
Lena. La pelirroja se había apeado de la moto con una elegancia felina y, tras
quitarse el casco, sacudió los rizos caoba. Metió los guantes dentro del
casco y lo puso en el asiento delantero, le guiñó un ojo a Yulia y entró en
el café. Todos observaron sus movimientos. Todos, menos uno: un
hombrecillo que parecía absorto en su periódico. Yulia se fijó en él, porque
fue el único que no devoró con los ojos a aquella despampanante mujer
cuando pasó por su lado. Le pareció raro. Se le encogió el estómago y
empezó a sudar.
Al poco rato Lena salió con una bolsa de papel de estraza y unas
botellas de agua. Le dio las botellas a Yulia y, cuando estaba guardando la
bolsa, reparó en que a la joven le temblaban las manos. La miró con gesto
interrogante.
—El tipo que está leyendo el periódico junto a la puerta —susurró
Yulia— creo que es uno de los de anoche. ¿Y si...?
Lena se levantó bruscamente y se puso los guantes. En un tono
normal dijo:
—De acuerdo, vámonos.
No demostró ninguna prisa cuando montó en la moto, arrancó y enfiló
hacia la carretera. Dos manzanas más allá, se ocultó tras un conjunto de
arbustos y secuoyas, y apagó el motor. Segundos después, divisaron un
coche de color verde conducido por un hombrecillo con gafas que movía la
cabeza de un lado a otro mientras hablaba por el móvil.
—¡Es él! - Yulia estaba segura.
Lena sacó su móvil del bolsillo de la chaqueta y efectuó una llamada.
Dió la descripción del hombre, del coche y del número de matrícula, junto
con instrucciones para interceptarlo, interrogarlo y retenerlo.
—Se ocuparán de él. Vamos a la costa. Si queremos llegar enteras,
tendrás que confiar en mí. ¿Confías en mí?
—De todo corazón, ya lo sabes.
—Bien. Quiero que te pegues a mi espalda como si fueras papel de
empapelar. Si me inclino, inclínate. Conviértete en parte de la máquina y
de mí. No pienses en nada más que en la carretera y en fundirte conmigo.
¿Entendido?
Yulia se alegró de que Lena entendiese su nerviosismo y le diese la
clave para superarlo.
—Fundirme contigo. Perfecto.
Lena le dio una palmadita en la mano, se puso el casco y se dirigieron
a la autopista 1. Conducía despacio para que Yulia se acostumbrase a
inclinarse con ella en las curvas. Al principio, la morena la estrujaba de tal
forma que Lena se sentía como un tubo de dentífrico, pero poco a poco se
fue relajando y empezó a seguir el ritmo del vehículo.
La pelirroja la puso a prueba zigzagueando de repente o acelerando y
aminorando la marcha sin avisar; luego pararon de nuevo y acordaron unas
señales para comunicarse. Si Lena le apretaba la mano una vez, significaba
«tranquila»; dos veces, «aguanta»; tres veces, «prepárate». Si Yulia
presionaba la cintura de Lena una vez, significaba «de acuerdo»; dos
veces, «más despacio»; y tres, «para».
Al poco tiempo Yulia ganó confianza. Las señales le daban cierta
ilusión de control y enseguida se dio cuenta de que Lena era tan
competente con la moto como con el Audi. En vez de agarrarse a ella
rígidamente, visualizó la palabra «fusión» y observó que su cuerpo se
fundía con el de la pelirroja. Una sensación muy agradable. Agradabilísima.
Cuando su mente se estaba deleitando con imágenes de bailes, sueños
y besos, aterrizó de repente en la realidad al virar la moto bruscamente
para evitar a una vaca que había irrumpido en la carretera. Las manos de
la ojiazul resbalaron, debido a la falta de atención, y saltó en el asiento. Lena
pudo contenerla gracias a su fuerza, pero Yulia se recriminó el despiste.
Circularon durante una hora sin más incidentes, hasta que una gota de
lluvia mojó la visera de la morena. Los oscuros nubarrones que habían visto de
lejos se cernían sobre ellas y Yulia anticipó lo que se avecinaba cuando se
levantó el viento. En el mar había crestas de espuma y las olas crecieron en
fuerza y tamaño.
Lena detuvo la moto en un apartadero, se apeó y buscó los
impermeables en la mochila de Yulia. Luego ayudó a la ojiazul a ponerse la
chaqueta y la mirada que intercambiaron casi derritió la cremallera de
plástico.
Tras ponerse a toda prisa chaquetas y pantalones ligeros, siguieron su
camino.
La lluvia y el viento eran cada vez más intensos y obligaron a Lena a
reducir la marcha. Media hora después se detuvieron en una gasolinera supermercado
de carretera para beber algo y comprar provisiones.
Yulia se fijó en que Lena cogía pan y queso, y le preguntó:
—Len, ¿adonde vamos exactamente?
La pelirroja cogió un paquete de café.
—Tengo una casa por aquí.
—¿A qué distancia?
—No muy lejos. —Dejó los víveres sobre el mostrador.
«No muy lejos», pensó Yulia con tristeza. Estaba cansada. El
dependiente, un adolescente, estuvo a punto de derribar un expositor
cuando intentaba ayudarlas y las invitó a quedarse mientras durase el mal
tiempo. Permanecieron dentro de la gasolinera. Engulleron los sándwiches
que Lena había comprado, y Yulia aprovechó para ir al cuarto de baño, que
resultó ser de lo más pintoresco, mientras la pelirroja pagaba y guardaba todas
las provisiones en el vehículo.
Cuando Lena oyó que se abría la puerta del baño, miró a Yulia, que
estaba muy pálida, aunque sonreía. Se acercó a ella inmediatamente y la
sujetó por el codo.
—¿Te encuentras bien?
—¿Hum? Sí. Sólo... necesito que me dé el viento y la lluvia en la cara.
Lena sonrió.
—Por eso no te preocupes.
IMPULSOS DE VIDA
Capítulo 25
—Han instalado dispositivos de rastreo en los dos coches —explicó Lena
al señor Odo y a Yulia delante de la casa—. Yulia y yo utilizaremos un
vehículo alternativo mientras los coches hacen rutas para despistarlos.
Luego cogeremos el Audi. Necesito las llaves del BMW.
Yulia, que había encontrado su mochila debajo de una silla, estaba
buscando las llaves cuando la verja empezó a abrirse. Se agacharon y se
escondieron.
Entró un viejo jeep, que aparcó junto a la furgoneta del señor Odo, y
de él salió una mujer alta y atractiva, de la edad de Anya, vestida con unos
vaqueros y una camisa blanca. Tenía el pelo entrecano y muy corto, unos
bonitos ojos castaños y complexión atlética. Lena y el señor Odo salieron
de su escondite.
Cuando la mujer vio a la pelirroja, sonrió y la saludó con la mano. Luego
ambas se fundieron en un abrazo y se besaron. Yulia las contempló
tímidamente desde el interior de la casa.
A continuación, la mujer le estrechó la mano al señor Odo, y La morena
oyó que Lena la llamaba por el nombre.
—Gracias por venir, Susu.
Yulia se acercó a Lena y ésta la cogió de la mano.
—Susan Renfrow, te presento a Yulia Volkova. Yulia está... hum...
viviendo con Anya y es... amiga mía.
Lena se puso roja como un tomate. Yulia, confundida, miró a la
recién llegada, que en ese momento contemplaba a la pelirroja con una sonrisa
radiante. Luego la mujer le estrechó la mano.
—Hola. Encantada de conocerte. Anya me dijo que te ibas a trasladar
aquí. Bienvenida. —Tenía una mirada cálida y la mano firme. Miró de
nuevo a la pelirroja, sin dejar de sonreír—. Vaya, Lena, nunca me habías
presentado a tus amigas. ¿Todas son tan guapas?
Lena no sabía dónde meterse.
—Oh, no, es decir, yo no... En fin. —Se disculpó bruscamente,
farfullando algo sobre las llaves del Audi y sobre una gestión con su
oficina.
Susan se rió y le guiñó un ojo a Yulia mientras caminaban hacia la
casa.
—¿A qué viene eso?
Susan observó la figura de Lena.
—Sólo le estaba tomando el pelo. La conozco desde que visitó por
primera vez California y en todo este tiempo nunca ha traído a una amiga a
casa. Así que sabe que me doy cuenta de lo especial que eres.
Yulia sintió que le ardían las mejillas y ni siquiera trató de disimular
su alegría.
Cuando entraron en la casa, Susan se detuvo y examinó el lugar con
las manos metidas en los bolsillos de atrás del pantalón, balanceándose
sobre los talones, ya sin sonreír. Yulia siguió su mirada hasta la chimenea.
Alguien había destrozado la preciosa repisa con un hacha y el salón estaba
hecho un desastre.
¿Qué diablos significa esto? —exclamó Susan.
Yulia percibió la ira en los ojos de la mujer.
—Ocurrió anoche. Unos hombres intentaron... capturarme y... escapé
a la playa y...
Las palabras murieron en los labios de la ojiazul cuando la gravedad de la
situación la golpeó como si fuera un ladrillo. Se puso pálida y se le
doblaron las rodillas. Susan llamó a Lena, y enseguida unos brazos fuertes
la levantaron y la colocaron suavemente sobre el sofá. Yulia enterró la cara
en el cuello de la pelirroja y trató de serenarse, temiendo sufrir un mareo.
—Respira. Respira a fondo. Estoy contigo.
—Iba a contarme lo que pasó.
En aquel momento, lo único que quería Yulia era que todo el mundo
se fuese y la dejasen en paz. Los brazos familiares de Lena contribuyeron a
calmar su acelerado pulso. Trató de centrarse en la conversación, en vez de
recrear el terror de la noche anterior.
—Debe de haber sido una noche de aúpa. ¿En qué puedo ayudar?
La morena miró a Susan, que estaba valorando los daños, y se alegró de
que dirigiese su atención a otra cosa. Necesitaba un instante de intimidad.
—Nos vamos una temporada —explicó Lena—. ¿Podrías llamar a
Lisa y arreglar un poco la casa? Cuando Anya y Marina vuelvan, no quiero
que vean esto. Siento lo de la repisa. Sé que tardaste mucho en hacerla.
Puedes repararla o hacer una nueva. Dentro de poco vendrá una mujer que
se llama Jess con otras personas. Pídeles que se identifiquen y ya se
ocuparán ellos del despacho y de las cuestiones de seguridad.
Susan asintió, sin apartar los ojos de la repisa.
—Y ahora viene el gran favor. Quiero que cojas el BMW y que lo
lleves al sur, a San Luis o a un sitio parecido. Déjalo en un aparcamiento
de la Universidad de California y, para volver, alquila un coche o que te
traiga Lisa. El señor Odo se ocupará de que alguien lleve el Audi a un bar
de carretera y coloque el dispositivo de rastreo en un camión articulado
que se dirija al este. Eso confundirá a los espías durante un tiempo. ¿Te
parece bien?
—Perfecto. Lisa se lo pasará genial, y arreglaremos la casa cuando
volvamos. ¿Se encargará alguien de cuidar el BMW cuando yo lo deje? Si
quieres, podemos hacerlo nosotras. A ver quién fisgonea.
Susan tenía unos ojos vivaces y expresivos. Yulia se dio cuenta de que
no se ofrecía a la ligera.
—No. Ya se ocupará alguien de eso —dijo Lena—, Jess viene de
camino y te dará un número para comunicar el paradero del vehículo. Lo
más importante es arreglar la casa y cuidarla.
—¿Dónde está Anya?
—En París, con Marina. Afortunadamente, no se encontraba aquí.
Pero volverá dentro de unas semanas.
—No te preocupes, Lena. Lisa, yo y las demás dejaremos la casa
como nueva en un periquete. Estará lista cuando Anya regrese. Ah, cariño, si
necesitas algo, cualquier cosa, háznoslo saber.
La pelirroja asintió e hizo un gesto de agradecimiento.
Susan se acercó a Yulia.
—Debéis cuidar la una de la otra. Suerte. —A continuación, les dio
sendos besos en las mejillas, cogió las llaves de los coches y se reunió con
el señor Odo,
dejando a Lena y a Yulia solas. La chica de mirada azul se aproximó a la de mirada verdegrisacea; no quería
separarse de ella. Por fin, Lena dijo:
—Será mejor que nos vayamos. Según el señor Odo, se prepara una
tormenta para dentro de unas horas.
—Lena, lo que le has pedido a Susan puede ser peligroso. Sin
embargo, ella aceptó enseguida. ¿Por qué?
—Lisa y ella trabajaron en el cuerpo de policía de San Francisco.
Saben defenderse. Los que correrán peligro son los que se enfrenten a ellas.
—Lena se puso seria—. No soportan que se amenace a sus amigas.
—¿Quiénes son las otras a las que se refirió Susan?
—¿Te acuerdas de la foto que había en la repisa, en la que se veía a
Anya con un grupo de mujeres en un barco? Seguro que conociste a algunas
en el pueblo durante el fin de semana.
Yulia asintió.
—Son las otras. Forman un grupo de amigas muy unidas, algunas
lesbianas, otras heterosexuales, pero todas muy competentes. Son como
una piña. Dejarán la casa como estaba en un abrir y cerrar de ojos.
Lena contempló las manos de ambas, que estaban entrelazadas.
—He puesto al día a mis superiores y les he contado lo de la casa.
Mi... jefe me ha dado una mala noticia. Los federales cercaron la oficina de
Vladimir. Al principio no lo vieron y tampoco a Georgia Johnson. Pero cuando
entraron allí...
A Yulia no le gustó nada su tono de voz.
—¿Qué ocurre? Dímelo.
Lena la miró a los ojos y habló:
—Encontraron el cuerpo de Vladimir Sokolsky en el armario de su
despacho. Le pegaron un tiro.
—¿Ha... muerto?
—Sí. Lo siento.
—Oh, Dios mío. ¡Pobre Vlad
Permanecieron calladas unos instantes, mientras Yulia asimilaba la
información. De pronto, miró a Lena.
—¡Salgamos corriendo de aquí!
Lena la abrazó y la besó apasionadamente y, luego, se apartó.
—Vamos.
Yulia estaba ansiosa.
—Sí, vamos. —Lena se levantó y ayudó a la morena—. Tenemos que
hablar con el señor Odo y echar un vistazo a nuestro vehículo.
Había empezado a levantarse viento cuando llegaron. Mientras Yulia
buscaba a Tippy para despedirse, Lena se dirigió al garaje con las mochilas
y el talego. Abrió el talego, sacó un pequeño ordenador, lo encendió,
escribió una serie de instrucciones, lo cerró y cargó la moto.
Cinco minutos después encontró a Tippy sentado sobre el pecho de
Yulia en el sofá del salón. Ambos se comunicaban perfectamente. Yulia le
rascaba las orejas y le explicaba que regresarían y que toda la familia
volvería a reunirse muy pronto. A Lena se le empañaron los ojos. Familia.
Se aclaró la garganta para llamar la atención de la ojiazul y dijo:
—Tenemos que irnos. Nos espera un viaje de unas dos horas y la
tormenta no tardará en descargar. Llevo trajes impermeables, y podemos
parar a comer en el camino. ¿Lista?
Yulia se incorporó y le entregó el gato a Lena.
—Dame dos minutos —pidió. Luego entró en el baño y cerró la
puerta.
La pelirroja se dejó caer en una silla con los ojos cerrados. Estaba cansada y
preocupada. Tenía que velar por la seguridad de Yulia, y les esperaba un
largo trayecto.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó Lena cuando salió del baño.
Yulia se acercó, se arrodilló ante ella y la abrazó por el cuello. Con
voz firme dijo:
—Encontré aspirinas y he tomado tres. Me mata el dolor del hombro,
siento un miedo espantoso y tengo ganas de dormir una semana entera.
Pero estoy viva y contigo. Vamos, tigre, cuanto más lejos mejor. —Besó
los suaves labios de la pelirroja, primero con delicadeza y luego con pasión.
Se separaron, agotadas, y Yulia añadió:
—Corrijo, cuanto antes mejor.
Lena la cogió de la mano y, al abrir la puerta del garaje, dijo:
—Espero que disfrutes del viaje. —Después le cedió el paso.
La joven examinó el garaje; el único vehículo que había era una
motocicleta Ducati 758 negra.
—¿A que es preciosa?
Los ojos de Yulia se posaron primero en Lena, luego en la moto y de
nuevo en Lena, que no pudo reprimir una sonrisa.
—¿Es esto? ¿Vamos a ir en esto? Nunca he montado en una moto.
Bueno, Pat trabajó en una tienda y un día me hizo una demostración. ¿Lo
dices en serio?
—Totalmente. Tienes que llevar una mochila. He guardado el resto
del equipo. Toma el casco. Súbete la cremallera de la chaqueta y agárrate
fuerte. Te daré unos guantes especiales. Lo único que tienes que hacer es
permanecer detrás de mí, abrazarme por la cintura y dejar que yo me
encargue del resto. Ah, levanta los pies, ponlos en el reposapiés y no los
acerques a los tubos de escape. ¿Entendido?
Lena esperaba que la sonrisita que dibujaron los labios de Yulia
tuviese que ver con la petición de que la abrazase por la cintura, pero la
sonrisa desapareció enseguida.
Yulia suspiró y, resignadamente, se subió la cremallera de la chaqueta
y se arrebujó todo lo que pudo. Aceptó que Lena la ayudase a ponerse el
casco y a ajustarse la mochila.
La pelirroja sacó la moto del garaje, seguida por Yulia, encendió el contacto
y el potente motor rugió. Le hizo una seña para que Yulia se montase y
ésta, procuró equilibrarse.
—¡Si me ve mi madre, le da algo! —gritó Yulia sobre el ruido del
motor. Rodaron sobre la calzada de gravilla y salieron a la estrecha y
sinuosa carretera.
Cuando llegaron al pueblo, la ojiazul se dio cuenta de que necesitaba más
explicaciones si quería llegar entera a la costa. Estaba obsesionada con
hacer de contrapeso de Lena en las curvas por miedo a volcar. Seguro que
La pelirroja también lo notaba.
Lena se detuvo ante la cafetería y se apeó, tras decirle a Yulia que
esperase. La morena permaneció en el asiento de atrás, vigilante, y lo primero
que vio fue su reflejo en el escaparate del establecimiento. «¡Caramba! La
motera y su nena.» No pudo evitar reírse. Luego se fijó en las miradas de
admiración que los clientes sentados en las mesas de fuera dedicaban a
Lena. La pelirroja se había apeado de la moto con una elegancia felina y, tras
quitarse el casco, sacudió los rizos caoba. Metió los guantes dentro del
casco y lo puso en el asiento delantero, le guiñó un ojo a Yulia y entró en
el café. Todos observaron sus movimientos. Todos, menos uno: un
hombrecillo que parecía absorto en su periódico. Yulia se fijó en él, porque
fue el único que no devoró con los ojos a aquella despampanante mujer
cuando pasó por su lado. Le pareció raro. Se le encogió el estómago y
empezó a sudar.
Al poco rato Lena salió con una bolsa de papel de estraza y unas
botellas de agua. Le dio las botellas a Yulia y, cuando estaba guardando la
bolsa, reparó en que a la joven le temblaban las manos. La miró con gesto
interrogante.
—El tipo que está leyendo el periódico junto a la puerta —susurró
Yulia— creo que es uno de los de anoche. ¿Y si...?
Lena se levantó bruscamente y se puso los guantes. En un tono
normal dijo:
—De acuerdo, vámonos.
No demostró ninguna prisa cuando montó en la moto, arrancó y enfiló
hacia la carretera. Dos manzanas más allá, se ocultó tras un conjunto de
arbustos y secuoyas, y apagó el motor. Segundos después, divisaron un
coche de color verde conducido por un hombrecillo con gafas que movía la
cabeza de un lado a otro mientras hablaba por el móvil.
—¡Es él! - Yulia estaba segura.
Lena sacó su móvil del bolsillo de la chaqueta y efectuó una llamada.
Dió la descripción del hombre, del coche y del número de matrícula, junto
con instrucciones para interceptarlo, interrogarlo y retenerlo.
—Se ocuparán de él. Vamos a la costa. Si queremos llegar enteras,
tendrás que confiar en mí. ¿Confías en mí?
—De todo corazón, ya lo sabes.
—Bien. Quiero que te pegues a mi espalda como si fueras papel de
empapelar. Si me inclino, inclínate. Conviértete en parte de la máquina y
de mí. No pienses en nada más que en la carretera y en fundirte conmigo.
¿Entendido?
Yulia se alegró de que Lena entendiese su nerviosismo y le diese la
clave para superarlo.
—Fundirme contigo. Perfecto.
Lena le dio una palmadita en la mano, se puso el casco y se dirigieron
a la autopista 1. Conducía despacio para que Yulia se acostumbrase a
inclinarse con ella en las curvas. Al principio, la morena la estrujaba de tal
forma que Lena se sentía como un tubo de dentífrico, pero poco a poco se
fue relajando y empezó a seguir el ritmo del vehículo.
La pelirroja la puso a prueba zigzagueando de repente o acelerando y
aminorando la marcha sin avisar; luego pararon de nuevo y acordaron unas
señales para comunicarse. Si Lena le apretaba la mano una vez, significaba
«tranquila»; dos veces, «aguanta»; tres veces, «prepárate». Si Yulia
presionaba la cintura de Lena una vez, significaba «de acuerdo»; dos
veces, «más despacio»; y tres, «para».
Al poco tiempo Yulia ganó confianza. Las señales le daban cierta
ilusión de control y enseguida se dio cuenta de que Lena era tan
competente con la moto como con el Audi. En vez de agarrarse a ella
rígidamente, visualizó la palabra «fusión» y observó que su cuerpo se
fundía con el de la pelirroja. Una sensación muy agradable. Agradabilísima.
Cuando su mente se estaba deleitando con imágenes de bailes, sueños
y besos, aterrizó de repente en la realidad al virar la moto bruscamente
para evitar a una vaca que había irrumpido en la carretera. Las manos de
la ojiazul resbalaron, debido a la falta de atención, y saltó en el asiento. Lena
pudo contenerla gracias a su fuerza, pero Yulia se recriminó el despiste.
Circularon durante una hora sin más incidentes, hasta que una gota de
lluvia mojó la visera de la morena. Los oscuros nubarrones que habían visto de
lejos se cernían sobre ellas y Yulia anticipó lo que se avecinaba cuando se
levantó el viento. En el mar había crestas de espuma y las olas crecieron en
fuerza y tamaño.
Lena detuvo la moto en un apartadero, se apeó y buscó los
impermeables en la mochila de Yulia. Luego ayudó a la ojiazul a ponerse la
chaqueta y la mirada que intercambiaron casi derritió la cremallera de
plástico.
Tras ponerse a toda prisa chaquetas y pantalones ligeros, siguieron su
camino.
La lluvia y el viento eran cada vez más intensos y obligaron a Lena a
reducir la marcha. Media hora después se detuvieron en una gasolinera supermercado
de carretera para beber algo y comprar provisiones.
Yulia se fijó en que Lena cogía pan y queso, y le preguntó:
—Len, ¿adonde vamos exactamente?
La pelirroja cogió un paquete de café.
—Tengo una casa por aquí.
—¿A qué distancia?
—No muy lejos. —Dejó los víveres sobre el mostrador.
«No muy lejos», pensó Yulia con tristeza. Estaba cansada. El
dependiente, un adolescente, estuvo a punto de derribar un expositor
cuando intentaba ayudarlas y las invitó a quedarse mientras durase el mal
tiempo. Permanecieron dentro de la gasolinera. Engulleron los sándwiches
que Lena había comprado, y Yulia aprovechó para ir al cuarto de baño, que
resultó ser de lo más pintoresco, mientras la pelirroja pagaba y guardaba todas
las provisiones en el vehículo.
Cuando Lena oyó que se abría la puerta del baño, miró a Yulia, que
estaba muy pálida, aunque sonreía. Se acercó a ella inmediatamente y la
sujetó por el codo.
—¿Te encuentras bien?
—¿Hum? Sí. Sólo... necesito que me dé el viento y la lluvia en la cara.
Lena sonrió.
—Por eso no te preocupes.
Última edición por LenokVolk el 3/8/2015, 4:17 am, editado 1 vez
Lesdrumm- Admin
- Mensajes : 516
Fecha de inscripción : 03/08/2014
Localización : Trapped in some parallel universe
Re: IMPULSOS DE VIDA...
Tres kilómetros más adelante empezó a llover de verdad. Lena apretó
la mano de Yulia, recibió una respuesta y se concentró en la carretera. La
furgoneta que las seguía estaba reduciendo distancia, así que Lena aceleró.
No era fácil conducir. Aunque la lluvia amainase, las carreteras eran
estrechas y resbaladizas, y hacía viento; además, iban subiendo. En algunas
zonas la niebla casi se las tragaba, y la pelirroja procuró no hacer un mal movimiento.
Conocía muy bien las rocas y el mar de la escarpada costa del
norte de California.
La furgoneta que las seguía aceleró y tomó algunas curvas a una
velocidad que a Lena le pareció imprudente. Se le encogió el estómago y
centró la atención al máximo. Apretó la mano de Yulia tres veces y la joven se pegó a ella.
Cuando Lena abordó un tramo especialmente peligroso de la
carretera, con pronunciadas curvas de defectuoso peralte, ya no le cabía
ninguna duda de que la furgoneta las perseguía. En lo alto de la colina, tras
doblar otra curva cerrada y perder momentáneamente de vista al otro
vehículo, aminoró la marcha para atravesar una resbaladiza rampa metálica
para el ganado y giró de pronto a la derecha, hacia una carretera que se
alejaba del mar; a continuación, aceleró a fondo para subir otra colina y
desaparecer antes de que la furgoneta tomase la curva.
Cubrieron los cien metros en un tiempo récord e incluso saltaron por
el aire un segundo, cuando, tras subir por la cuesta, iniciaron un lento y
curvilíneo descenso. La potente motocicleta se afirmó en el terreno
cubierto de fango y gravilla antes de detenerse con tal brusquedad que a
punto estuvo de volcar. Lena consiguió controlar el vehículo y, sin
apearse, lo empujó hasta un bosquecillo próximo y apagó el motor.
Puso el soporte de las ruedas, se desprendió de los brazos de Yulia y
se apeó de un salto para recoger las provisiones que se habían caído al
suelo. Luego volvió a montar en la moto y se preparó para ponerse en
marcha si las encontraban. Esperaron. Pasaron cinco minutos. Nada. Poco
después oyeron el rugido de un motor. Se trataba de una furgoneta
plateada.
—Nos persiguen, ¿verdad? —preguntó Yulia sin aliento. Observaron
cómo el vehículo tomaba una curva y Lena se quedó mirando el rastro que
dejaba.
Se apartó de la morena, tiró las provisiones que llevaban, se apeó otra vez
de la moto, cogió la piedra más grande que encontró y la utilizó para
romper la luz trasera del vehículo.
Yulia la miró, asombrada.
—¿Qué estás...?
Lena arrojó la piedra y volvió a la moto. Cuando la Ducati se
encendió, le gritó a Yulia que se agarrase y regresaron a la carretera en el
preciso instante en que la furgoneta doblaba la curva, volviendo por donde
había ido antes. La lluvia y la niebla se intensificaron mientras
Lena mantenía la distancia con la furgoneta, hasta que llegaron a la
carretera principal y se dirigieron al norte.
La morena estaba pegada a la pelirroja, mientras ésta inclinada hacia delante,
conducía por la serpenteante y resbaladiza carretera, la carretera que
conocía desde la niñez.
La furgoneta se apostó detrás de ellas varias veces; habían tenido que
aminorar la marcha a causa de las cerradas curvas. Estaban ascendiendo de
nuevo y Lena se fijó en que la niebla era cada vez más densa. De repente,
oyó un estallido y el casco de Yulia chocó contra el suyo, lo que la obligó a
desviar los ojos de la carretera durante un segundo. La moto cabeceó y
resbaló, pero se enderezó, y Yulia aguantó firme.
Lena se adentró en la niebla, frenando todo lo que podía, y por pura
memoria e instinto se inclinó hacia la derecha. Se desviaron; luego se
recuperaron y doblaron la pronunciada curva casi por casualidad. Lena
trató de reducir la velocidad, pero no lo hizo a tiempo, y la moto rugió en
un terraplén y empezó a derrapar.
—¡Vamos! —gritó Lena y soltó el manillar, dejando que la fuerza
centrífuga las hiciese caer del vehículo. Yulia se soltó y fue a parar al
suelo, y Lena aterrizó a su lado. Oyó cómo la moto caía y el motor se
apagaba y, luego, el ruido de la furgoneta. Como la moto no tenía luces de
freno que denotasen su presencia, Lena rezó.
El motor aceleró al acercarse y los neumáticos chirriaron cuando la
furgoneta se deslizó hacia el precipicio. La niebla se disipó
momentáneamente, y Lena vio que el conductor intentaba controlar el
vehículo a toda costa, pero patinó y volcó en la carretera, y se perdió de
vista en cuanto la niebla se cerró de nuevo.
Durante un segundo reinó el silencio. Luego Lena oyó un lejano
estampido, procedente del fondo del precipicio, y se derrumbó, jadeando.
«Gracias.» Poco después se arrodilló y llamó:
—¿Yulia? ¡Yulia! ¿Dónde éstas? —No veía nada y estaba palpando el
terreno cuando se lastimó la mano contra un objeto. Se quitó el casco y se
agachó junto al cuerpo inerte de Yulia.
—¡Yulia! ¡Dios mío! ¡Háblame, cariño! ¡Di algo, por favor!
Yulia había perdido el casco. Lena le tocó con ansiedad las piernas,
los brazos y el torso con cautela, buscando torceduras o sustancias
pegajosas. Por último, le cogió la mano y se sentó en cuclillas.
—¿Yulia? Despierta, por favor. No me dejes. Te quiero. ¡Te quiero
muchísimo! —Acarició la mano inmóvil de la morena—. ¡Por favor!
La niebla se aclaró un poco y mejoró la visibilidad.
—Yo también te quiero.
Lena miró a Yulia a la cara.
—¿Qué?
La única respuesta que recibió fue una ligera presión en la mano.
—¿Estoy muerta?
—¿Yulia? ¿Puedes abrir los ojos?
—Sí. —Segundos después la ojiazul parpadeó y miró a Lena con una
sonrisa.
—¿Logramos huir?
Lena, con los ojos empañados, acertó a decir:
—Sí, pero a la furgoneta no le fue tan bien como a nosotras en la
última curva. Está en el fondo del precipicio.
—Me alegro. —Yulia intentó comprender las cosas y aclarar la
cabeza.
—¿Yul? ¿Puedes mover los pies? Un poco. Ahora mueve la otra
mano. Aprieta. La cabeza, despacio. ¿Notas algo entumecido?
—No. —Yulia hizo ademán de incorporarse, apoyándose en Lena.
—¿Dónde está la moto?
La pelirroja señaló el vehículo, que se hallaba tirado en el arcén de la
carretera.
—Estás hecha un desastre. —Yulia observó a Lena—. ¿Te encuentras
bien?
—Ahora sí. A ver si podemos salvar algo. Quédate aquí.
—Claro. —Yulia se apoyó en los codos y contempló cómo Lena
descendía hasta la moto. «Me ama. Y yo la amo. Se lo he dicho y hablaba
con el corazón.» Echó un vistazo a su alrededor, vio la mochila a varios
metros de distancia y el casco un poco más allá. Se arrastró hasta allí y
examinó los objetos.
Cuando oyó que Lena levantaba la moto, volvió el rostro hacia ella.
Iba a comentar algo sobre su fuerza, pero en ese momento vio una enorme
figura entre la bruma, que atravesaba la carretera en dirección a Lena.
Yulia gritó:
—¡Detrás de ti! —Y la niebla se cerró ante ella—. ¡Lena! ¡Lena!
Oyó ruidos de lucha y se arrastró colina abajo. Rodó hasta el lugar de
la refriega y vio a la pelirroja y al hombre de la furgoneta en actitud amenazante.
El hombre arremetió contra Lena y ésta le dio una patada en el estómago y
lo derribó. El individuo se levantó y le asestó un golpe en un lado de la
cabeza. Lena cayó y se quedó inmóvil, y Yulia se acercó a ella
inmediatamente.
Alzó la vista y gritó:
—¡Cabrón!
El hombre le sonrió.
—Vaya, vaya, por fin solos.
Yulia se levantó y retrocedió, seguida por el individuo. Tenía que
apartarlo de Lena y ganar tiempo. La joven interpuso la moto entre los dos
y se movió de un lado a otro para esquivar los golpes.
Por la cara y el pecho del hombre corría la sangre que manaba de un
corte en la cabeza, pero sólo tenía ojos para Yulia.
—Te hice... una promesa..Ven.
El hombre se acercó a ella y la sujetó por la muñeca. Yulia trató de
soltarse, pero él sonreía, sin apartar los ojos de su presa. La joven lo
abofeteó con todas sus fuerzas y, luego, lo golpeó en la herida que tenía en
la cabeza. El hombre aulló, pero la agarró con más violencia. De repente,
cedió, sorprendido. Aflojó la mano y Yulia se soltó. Luego, el tipo abrió la
boca, dio un paso atrás, se tambaleó y se derrumbó sobre la moto.
Tenía un cuchillo de submarinismo clavado entre los hombros y
hundido hasta la empuñadura. Lena estaba detrás de él, de rodillas,
mirándolo.
Yulia corrió hacia ella para ayudarla a levantarse, pero tropezó con el
cuerpo.
—¿Te encuentras bien? —preguntaron las dos al mismo tiempo.
Lena se limpió la cara y se levantó, apoyándose en el brazo de Yulia.
—Creo que está muerto. —A Yulia le daba miedo tocarlo.
Lena la cogió de la mano, fue hacia la moto y giró la cabeza del
hombre, mientras Yulia contemplaba los ojos inertes.
—Sí, está muerto. Ayúdame a apartarlo de la moto —le pidió Lena.
Lo ladearon y lo arrastraron hasta una zanja situada a escasos metros. La pelirroja
extrajo el cuchillo del cuerpo y lo limpió contra su ropa.
—¿Dónde están tus cosas? —preguntó, casi sin respiración. Hay
que comunicar esto.
—¿Y tu móvil?
—No sé si tiene amigos. Tenemos que salir de aquí.
Yulia cogió lo que encontró en la ladera y regresó junto a Lena,
completamente aliviada.
—¿Cómo está el casco?
La ojiazul lo levantó y le enseñó el fragmento que faltaba.
—Tiene un impacto de bala, por eso tu cabeza chocó contra la mía.
Yulia lo miró, atónita.
—Me salvó la vida. —Y, dirigiéndose a la pelirroja, dijo—: Me has salvado
la vida.
—Lena la contempló en silencio y, luego, precisó:
—No, tú me has salvado la vida. Vamos.
Lena subió a la moto, cruzó los dedos y los levantó para que los viese
Yulia. —Esperemos que arranque. —La encendió varias veces, sin éxito.
Tras hacer varios ajustes, sonrió astutamente—. Las motos nuevas tienen
encendido eléctrico. El problema es que, si se apaga, se acabó. A ésta le
puse un motor de arranque como medida de seguridad. Y, de ese modo, si
la nena se estropea, puedo ponerla en marcha. Hay que prevenir. —Se
irguió y arrancó con el pedal a la primera.
Yulia se situó detrás de Lena y, cuando se pusieron en marcha, miró
por encima del hombro la zanja en la que habían arrojado el cuerpo.
Continuaron por la carretera de dos carriles durante otros veinte
minutos. Los árboles y los campos en los que pacía el ganado, con el mar
de fondo, componían una vista espectacular, pero Lena supuso que Yulia
dedicaba toda su concentración a aguantar sobre la moto. Cuando se
alejaron del mar y tomaron una estrecha carretera entre árboles, observó
que de nuevo se cernían las nubes, pero se alegró de no ver ningún otro
coche. La morena estaba callada y medio encogida cuando la pelirroja aminoró la
marcha y enfiló por un camino asfaltado. Lena apretó el botón de un
mando a distancia que llevaba en la chaqueta y la puerta del garaje se
abrió; entró con la moto y apagó el motor. La puerta se cerró
inmediatamente y la luz automática proyectó una iluminación espectral a
su alrededor.
Lena se apeó y encendió la luz del garaje. Abrió la puerta de atrás, se
acercó al vestíbulo y comprobó el cuadro eléctrico que había en una pared.
Marcó una serie de números y se oyó el zumbido de los aparatos al ponerse
en funcionamiento.
Regresó al garaje, dejó el casco y los guantes sobre un banco de
madera pegado a la pared y se fijó en que Yulia hacía esfuerzos por no caer
de la moto.
—¡Eh! Calma. Te ayudaré.
La ojiazul casi se derrumbó en sus brazos.
Tras quitarle los guantes y el maltrecho casco, Lena la ayudó a
apearse. La sujetó por la cintura y la guió hasta el banco, donde Yulia se
apoyó mientras Lena le quitaba la mochila empapada. A continuación,
ambas se despojaron de los impermeables, que se hallaban rotos y
manchados de barro, y los dejaron en el suelo.
Lena volvió a sujetar a Yulia por la cintura y la llevó al interior de la
casa, en la que hacía calor, pues Lena había encendido la calefacción, el
calentador y varios electrodomésticos por medio del ordenador, desde la
casa del señor Odo. Pasaron ante una lavadora y una secadora, subieron
unas escaleras y entraron en una pequeña cocina.
Lena sentó a Yulia en una silla y, luego, le quitó las botas y los
calcetines. Había cogido una toalla al pasar por el lavadero y frotó con ella
los pies de Yulia.
—Tenemos que dejar de vernos en estas circunstancias —murmuró
la morena.—
Coincido contigo. Siéntate derecha. Apóyate en la mesa si hace
falta. —Lena puso la tetera al fuego y desapareció por otra puerta.
La pelirroja intentó mantener a Yulia despierta mientras rebuscaba cosas en
el cuarto de baño, pero, cuando volvió a la cocina, la ojiazul apenas se
mantenía en pie.
Yulia suspiró.
—He intentado levantarme para ayudar, pero no puedo. Soy un pelele.
—Le castañeteaban los dientes.
—Yulia, has sufrido mucho. Y has aguantado. Ahora estamos a salvo.
La tetera empezó a silbar, y Lena cogió unas bolsitas de té y un par de
tazas y vertió el agua en su interior. Llevó las tazas a la mesa y se sentó al
lado de Yulia.
—El baño casi está listo. Necesitas un remojón y ponerte ropa seca o
nunca entrarás en calor. Bebe un poco de té y te ayudo. Buscaré algo seco
para vestirte. ¿Puedes andar?
—¿Llamaste? —Lena sabía que Yulia estaba preocupada por el
cuerpo que había quedado en el lugar del accidente.
—Sí. Di parte del... incidente. Ya se encargarán de él.
Yulia se levantó, temblando, y Lena la ayudó a cruzar una sala hasta
un dormitorio y un gran cuarto de baño, con ventanas que daban al bosque
y al mar. Junto a una ventana había una bañera llena de agua humeante.
Yulia preguntó:
—¿Es una bañera de hidromasaje?
—Un jacuzzi japonés. Curará todos tus males, créeme.
Yulia olisqueó el aire con placer.
—¿Lavanda?
Lena asintió, con gesto tímido y retraído.
—Voy a encender la chimenea y te dejaré un poco de intimidad. El
baño está listo. Baja esos escalones y siéntate en el banco que está dentro
de la bañera. ¿Puedes hacerlo?
—Sí. Gracias, Lena, muchas gracias. —Yulia no parecía muy
convencida, pero la pelirroja no pensaba quedarse. Sería mejor que le explicase
la situación a Yulia antes de profundizar en su relación. Tenía derecho a
saberlo todo.
Lena salió del baño, pero no cerró la puerta, pues no estaba segura de
que Yuli pudiese arreglárselas sola. Vio cómo se quitaba el jersey con
gran trabajo y lo tiraba al suelo. Lena se hallaba ante un dilema: su
conciencia le decía que se mantuviese al margen, pero se le hacía un nudo
en el estómago al ver cómo se esforzaba Yulia por no pedir ayuda. La morena
intentó quitarse la camisa húmeda, pero le temblaban demasiado las
manos. Tiró de los vaqueros sin conseguir que el tejido mojado se moviese,
y acabó sollozando de frustración.
Lena no aguantó más y entró en el cuarto de baño.
—Hay que quitarte la ropa para que te metas en la bañera. Sin
discusiones.
Procuró mostrarse eficiente y disimular su propio nerviosismo
mientras le quitaba la camisa a Yulia. Luego se arrodilló y le bajó los
pantalones. Cuando tiró de ellos, arrastró también la braga. La pelirroja se
levantó de repente y se ocupó del jacuzzi, para que Yulia no viese que se
había puesto colorada. «No es momento de desearla. Está agotada.»
—Lena, necesito que me ayudes —dijo Yulia con voz débil, y a Lena
se le ocurrió que podía taparla con mantas y abrazarla como en la cueva,
pero se dio cuenta de que no serviría, pues la ojiazul tenía demasiado frío.
La ayudó a despojarse de la camiseta y la sujetó mientras bajaba los
peldaños, pero Yulia estaba muy torpe y parecía a punto de echarse a
llorar. Lena optó entonces por cogerla en brazos e introducirla en el
jacuzzi lentamente. El gemido de placer y gratitud que emitió Yulia
cuando el calor la envolvió excitó a Lena de arriba abajo.
La pelirroja tropezó con la ropa mojada al salir de la bañera. Cuando salió
del cuarto de baño, oyó que Yulia murmuraba:
—Y yo que pensé que la caballerosidad había muerto. ¡Qué lástima!
Yulia hizo otros ruiditos placenteros y se acomodó en la bañera. Los
ruidos enervaron a Lena. Se apartó de la pared en la que se había apoyado,
al otro lado del baño. Era hora de ponerse a trabajar o la «caballerosidad»
moriría de lujuria.
Lena fue a buscar leña y encendió la chimenea de la sala, cogió las
cosas de la moto, se quitó el traje de cuero y llenó la lavadora de ropa.
Luego cogió unos pantalones para Yulia y se cambió. Activó el sistema de
seguridad, comprobó el contenido del congelador y de las alacenas y, por
último, se quedó en medio de la cocina, buscando desesperadamente algo
que hacer para ocupar la mente. «Rubia natural. Oh, sí, claro que te has
fijado. Tranquila, sé buena. Estás hecha polvo.»
Estaba tan distraída que tardó un poco en darse cuenta de que no se
oía nada en el baño. Llamó a la puerta y, al no obtener respuesta, la abrió y
vio a Yulia dormida casi bajo el agua. Se acercó a la aturdida joven y le
habló. La morena abrió los ojos, sobresaltada, y en cuanto reconoció a Lena la
abrazó por el cuello. La pelirroja le correspondió, disfrutando del contacto.
Cuando Yulia la soltó finalmente, dijo:
—Eres maravillosa. ¿Me das una toalla?
Lena sonrió, aliviada. Yulia se encontraba bien. Cogió una toalla
blanca de un armario y la ayudó a salir del jacuzzi.
Yulia se sentía calentita y cómoda, acurrucada en el sofá delante del
fuego, con unos pantalones y unos gruesos calcetines blancos que habían
salido de alguna parte. «Debo de tener una pinta horrible, pero ¡qué a gusto
estoy!»
Oyó a Lena en la cocina y pensó en ayudarla, pero, antes de que
hiciese acopio de energía, apareció la pelirroja, un poco nerviosa, con una
bandeja en la que había un par de cuencos de sopa y algo parecido a unos
sándwiches congelados. Dejó la bandeja en la mesita que Yulia tenía
delante y retrocedió; contempló la comida y se frotó las manos en los
pantalones.
La ojiazul contempló primero la comida, luego a Lena, y otra vez la
comida.
—¿Va a explotar?
—¿Qué...? Oh, no. No..., bueno..., hace bastante que no cocino.
Yulia estudió la bandeja.
—Hum, ¿qué clase de...?
—Tenía sopa, atún y pan congelado, así que he hecho... esto.
«¿Qué tenía de malo?»
Estaba pasado, frío y con demasiada mayonesa. Yulia le dedicó a
Lena una brillante sonrisa e hincó el diente en el pan, alegrándose de estar
tan hambrienta. «Tal vez con la sopa mejore.» Sabía que la pelirroja no le
quitaba ojo de encima, así que se llevó una cucharada de sopa tibia a la
boca. Olía a sopa de pollo con fideos, pero estaba bastante fría y sabía a
lata. Tomó otra cucharada y la dejó.
—¿Qué tal está?
—Oh, muy buena, es...
Lena se sentó de repente, le quitó el tazón de sopa, lo puso en la
bandeja y cogió las manos de Yulia, mirándola a los ojos.
—Recuerda que nunca me has mentido.
Yulia respiró a fondo.
—Cierto. ¿Sabes una cosa? Me encuentro mucho mejor y creo que
puedo arreglar esto. ¿Te parece bien?
Lena suspiró.
—Perfecto.
La morena se levantó y cogió la bandeja, alentada por los dos bocados de
aquella misteriosa comida.
—Aviva el fuego y relájate. Comeremos enseguida.
Lema se dedicó a cumplir con su parte del trato, mientras Yulia iba a
la cocina.
Cuando volvió, la sopa humeaba y los sándwiches eran comestibles.
—¡Qué maravilla! ¿Qué has hecho para que todo sepa tan rico?
Yulia sonrió.
—Calenté la sopa un poco más, tosté el pan y añadí más atún. —Le
encantaba el entusiasmo de Lena, aunque se dio cuenta de que
seguramente obedecía a que siempre comía fuera o vivía a base de
cereales.
La pelirroja se apartó de la mesa y suspiró, satisfecha, mientras tomaba un
sorbo de manzanilla y contemplaba a su invitada. Tras avivar el fuego,
había puesto la mesa, utilizando unas velas de emergencia para darle un
aspecto más bonito, y Yulia estaba preciosa en la penumbra. En sus ojos
había matices índigo, y los ángulos de
sus mejillas, labios y mandíbula proyectaban sombras que resaltaban
aquel efecto. Aunque estaba exhausta, Yulia seguía siendo deslumbrante.
Lena se sentía feliz compartiendo el mismo espacio con ella. El
mundo exterior se le antojaba muy lejano.
Yulia permanecía callada, sentada en el suelo, con la cabeza apoyada
en una mano mientras removía la sopa con la cuchara.
—Eh, creo que estás en la inopia. Espabila. —Cuando cogió a la morena
de la mano y se dirigieron al dormitorio, Yulia protestó. Se quejó de que
no podía dormir si no se lavaba antes los dientes, así que Lena la llevó al
cuarto de baño.
—En cuanto estés lista para acostarte, métete ahí. —Señaló la cama
de matrimonio que había en el dormitorio principal. Yulia le dedicó una
mirada que la intimidó y se apresuró a añadir—: Voy a limpiar la cocina y,
luego, me acostaré en el sofá.
La ojiazul iba a quejarse, pero la pelirroja levantó la mano.
—Sea lo que sea lo que hay entre nosotras, quedará para mañana.
Tenemos que hablar, porque debes saber quién soy. Si llegamos a algo
juntas, quiero que lo hagas con los ojos abiertos y no por la puerta de atrás.
Lávate los dientes, nena.
Le alborotó el pelo y se marchó, tras empujarla hacia el lavabo.
Yulia llenó de nuevo el jacuzzi japonés con agua caliente mientras se
cepillaba los dientes. «Así. Muy bien.» Luego rebuscó en los cajones hasta
que encontró lo que buscaba.
Cuando asomó la cabeza por la puerta del baño, vio a Lena sentada en
el sofá, contemplando el fuego. «Es maravillosa.» El fuego arrancaba
destellos rojos y dorados a los largos bucles rojizos, llenándolos de vida.
Los ojos de Lena reflejaban el cansancio del día, pero no había miedo en
ellos. «Encantadora.»
Yulia tosió y se aclaró la garganta para arrancar a Lena de su
ensimismamiento. Le sonrió y le hizo una seña con el dedo, y Lena se
levantó y fue hacia ella.
—¿Necesitas algo?
A Yulia le llegó al alma la franqueza que transmitía su mirada. La
cogió de la mano y la condujo hasta el baño. Las luces eran tenues y el
agua de la bañera humeaba.
—Ahora te toca a ti. En la bañera. He encontrado lo que supongo que
te pones para dormir. Está colgado detrás de la puerta. Cuando acabes,
acuéstate en tu cama. Si no lo haces, me acostaré en el sofá contigo. Y no
discutas. Hazlo.
—De acuerdo. Hum, ¿te importaría apagar el termostato? Está en el
pasillo, a la derecha.
Cuando Yulia salió, oyó que Lena chapoteaba en la bañera y gemía de
placer. Veinte minutos después, la pelirroja vació la bañera.
Yulia sonrió cuando Lena dijo:
—Debo de ser un libro abierto.
«Acaba de ver la camiseta colgada en la puerta.»
Lena apagó la luz, se dirigió de puntillas a la cama y se acostó en
silencio.
—Ven. —Yulia se movió para hacerle sitio en la parte caliente de la
cama, se acurrucó contra el cuerpo de la pelirroja y suspiró.
La ojiazul bostezó y se agitó un poco; luego cogió la mano de Lena y la
puso bajo su pecho, encima del corazón, cubriéndola con su propia mano.
—Que duermas bien.
CONTINUARÁ...
En esta semana que viene publico el final de esta historia.
la mano de Yulia, recibió una respuesta y se concentró en la carretera. La
furgoneta que las seguía estaba reduciendo distancia, así que Lena aceleró.
No era fácil conducir. Aunque la lluvia amainase, las carreteras eran
estrechas y resbaladizas, y hacía viento; además, iban subiendo. En algunas
zonas la niebla casi se las tragaba, y la pelirroja procuró no hacer un mal movimiento.
Conocía muy bien las rocas y el mar de la escarpada costa del
norte de California.
La furgoneta que las seguía aceleró y tomó algunas curvas a una
velocidad que a Lena le pareció imprudente. Se le encogió el estómago y
centró la atención al máximo. Apretó la mano de Yulia tres veces y la joven se pegó a ella.
Cuando Lena abordó un tramo especialmente peligroso de la
carretera, con pronunciadas curvas de defectuoso peralte, ya no le cabía
ninguna duda de que la furgoneta las perseguía. En lo alto de la colina, tras
doblar otra curva cerrada y perder momentáneamente de vista al otro
vehículo, aminoró la marcha para atravesar una resbaladiza rampa metálica
para el ganado y giró de pronto a la derecha, hacia una carretera que se
alejaba del mar; a continuación, aceleró a fondo para subir otra colina y
desaparecer antes de que la furgoneta tomase la curva.
Cubrieron los cien metros en un tiempo récord e incluso saltaron por
el aire un segundo, cuando, tras subir por la cuesta, iniciaron un lento y
curvilíneo descenso. La potente motocicleta se afirmó en el terreno
cubierto de fango y gravilla antes de detenerse con tal brusquedad que a
punto estuvo de volcar. Lena consiguió controlar el vehículo y, sin
apearse, lo empujó hasta un bosquecillo próximo y apagó el motor.
Puso el soporte de las ruedas, se desprendió de los brazos de Yulia y
se apeó de un salto para recoger las provisiones que se habían caído al
suelo. Luego volvió a montar en la moto y se preparó para ponerse en
marcha si las encontraban. Esperaron. Pasaron cinco minutos. Nada. Poco
después oyeron el rugido de un motor. Se trataba de una furgoneta
plateada.
—Nos persiguen, ¿verdad? —preguntó Yulia sin aliento. Observaron
cómo el vehículo tomaba una curva y Lena se quedó mirando el rastro que
dejaba.
Se apartó de la morena, tiró las provisiones que llevaban, se apeó otra vez
de la moto, cogió la piedra más grande que encontró y la utilizó para
romper la luz trasera del vehículo.
Yulia la miró, asombrada.
—¿Qué estás...?
Lena arrojó la piedra y volvió a la moto. Cuando la Ducati se
encendió, le gritó a Yulia que se agarrase y regresaron a la carretera en el
preciso instante en que la furgoneta doblaba la curva, volviendo por donde
había ido antes. La lluvia y la niebla se intensificaron mientras
Lena mantenía la distancia con la furgoneta, hasta que llegaron a la
carretera principal y se dirigieron al norte.
La morena estaba pegada a la pelirroja, mientras ésta inclinada hacia delante,
conducía por la serpenteante y resbaladiza carretera, la carretera que
conocía desde la niñez.
La furgoneta se apostó detrás de ellas varias veces; habían tenido que
aminorar la marcha a causa de las cerradas curvas. Estaban ascendiendo de
nuevo y Lena se fijó en que la niebla era cada vez más densa. De repente,
oyó un estallido y el casco de Yulia chocó contra el suyo, lo que la obligó a
desviar los ojos de la carretera durante un segundo. La moto cabeceó y
resbaló, pero se enderezó, y Yulia aguantó firme.
Lena se adentró en la niebla, frenando todo lo que podía, y por pura
memoria e instinto se inclinó hacia la derecha. Se desviaron; luego se
recuperaron y doblaron la pronunciada curva casi por casualidad. Lena
trató de reducir la velocidad, pero no lo hizo a tiempo, y la moto rugió en
un terraplén y empezó a derrapar.
—¡Vamos! —gritó Lena y soltó el manillar, dejando que la fuerza
centrífuga las hiciese caer del vehículo. Yulia se soltó y fue a parar al
suelo, y Lena aterrizó a su lado. Oyó cómo la moto caía y el motor se
apagaba y, luego, el ruido de la furgoneta. Como la moto no tenía luces de
freno que denotasen su presencia, Lena rezó.
El motor aceleró al acercarse y los neumáticos chirriaron cuando la
furgoneta se deslizó hacia el precipicio. La niebla se disipó
momentáneamente, y Lena vio que el conductor intentaba controlar el
vehículo a toda costa, pero patinó y volcó en la carretera, y se perdió de
vista en cuanto la niebla se cerró de nuevo.
Durante un segundo reinó el silencio. Luego Lena oyó un lejano
estampido, procedente del fondo del precipicio, y se derrumbó, jadeando.
«Gracias.» Poco después se arrodilló y llamó:
—¿Yulia? ¡Yulia! ¿Dónde éstas? —No veía nada y estaba palpando el
terreno cuando se lastimó la mano contra un objeto. Se quitó el casco y se
agachó junto al cuerpo inerte de Yulia.
—¡Yulia! ¡Dios mío! ¡Háblame, cariño! ¡Di algo, por favor!
Yulia había perdido el casco. Lena le tocó con ansiedad las piernas,
los brazos y el torso con cautela, buscando torceduras o sustancias
pegajosas. Por último, le cogió la mano y se sentó en cuclillas.
—¿Yulia? Despierta, por favor. No me dejes. Te quiero. ¡Te quiero
muchísimo! —Acarició la mano inmóvil de la morena—. ¡Por favor!
La niebla se aclaró un poco y mejoró la visibilidad.
—Yo también te quiero.
Lena miró a Yulia a la cara.
—¿Qué?
La única respuesta que recibió fue una ligera presión en la mano.
—¿Estoy muerta?
—¿Yulia? ¿Puedes abrir los ojos?
—Sí. —Segundos después la ojiazul parpadeó y miró a Lena con una
sonrisa.
—¿Logramos huir?
Lena, con los ojos empañados, acertó a decir:
—Sí, pero a la furgoneta no le fue tan bien como a nosotras en la
última curva. Está en el fondo del precipicio.
—Me alegro. —Yulia intentó comprender las cosas y aclarar la
cabeza.
—¿Yul? ¿Puedes mover los pies? Un poco. Ahora mueve la otra
mano. Aprieta. La cabeza, despacio. ¿Notas algo entumecido?
—No. —Yulia hizo ademán de incorporarse, apoyándose en Lena.
—¿Dónde está la moto?
La pelirroja señaló el vehículo, que se hallaba tirado en el arcén de la
carretera.
—Estás hecha un desastre. —Yulia observó a Lena—. ¿Te encuentras
bien?
—Ahora sí. A ver si podemos salvar algo. Quédate aquí.
—Claro. —Yulia se apoyó en los codos y contempló cómo Lena
descendía hasta la moto. «Me ama. Y yo la amo. Se lo he dicho y hablaba
con el corazón.» Echó un vistazo a su alrededor, vio la mochila a varios
metros de distancia y el casco un poco más allá. Se arrastró hasta allí y
examinó los objetos.
Cuando oyó que Lena levantaba la moto, volvió el rostro hacia ella.
Iba a comentar algo sobre su fuerza, pero en ese momento vio una enorme
figura entre la bruma, que atravesaba la carretera en dirección a Lena.
Yulia gritó:
—¡Detrás de ti! —Y la niebla se cerró ante ella—. ¡Lena! ¡Lena!
Oyó ruidos de lucha y se arrastró colina abajo. Rodó hasta el lugar de
la refriega y vio a la pelirroja y al hombre de la furgoneta en actitud amenazante.
El hombre arremetió contra Lena y ésta le dio una patada en el estómago y
lo derribó. El individuo se levantó y le asestó un golpe en un lado de la
cabeza. Lena cayó y se quedó inmóvil, y Yulia se acercó a ella
inmediatamente.
Alzó la vista y gritó:
—¡Cabrón!
El hombre le sonrió.
—Vaya, vaya, por fin solos.
Yulia se levantó y retrocedió, seguida por el individuo. Tenía que
apartarlo de Lena y ganar tiempo. La joven interpuso la moto entre los dos
y se movió de un lado a otro para esquivar los golpes.
Por la cara y el pecho del hombre corría la sangre que manaba de un
corte en la cabeza, pero sólo tenía ojos para Yulia.
—Te hice... una promesa..Ven.
El hombre se acercó a ella y la sujetó por la muñeca. Yulia trató de
soltarse, pero él sonreía, sin apartar los ojos de su presa. La joven lo
abofeteó con todas sus fuerzas y, luego, lo golpeó en la herida que tenía en
la cabeza. El hombre aulló, pero la agarró con más violencia. De repente,
cedió, sorprendido. Aflojó la mano y Yulia se soltó. Luego, el tipo abrió la
boca, dio un paso atrás, se tambaleó y se derrumbó sobre la moto.
Tenía un cuchillo de submarinismo clavado entre los hombros y
hundido hasta la empuñadura. Lena estaba detrás de él, de rodillas,
mirándolo.
Yulia corrió hacia ella para ayudarla a levantarse, pero tropezó con el
cuerpo.
—¿Te encuentras bien? —preguntaron las dos al mismo tiempo.
Lena se limpió la cara y se levantó, apoyándose en el brazo de Yulia.
—Creo que está muerto. —A Yulia le daba miedo tocarlo.
Lena la cogió de la mano, fue hacia la moto y giró la cabeza del
hombre, mientras Yulia contemplaba los ojos inertes.
—Sí, está muerto. Ayúdame a apartarlo de la moto —le pidió Lena.
Lo ladearon y lo arrastraron hasta una zanja situada a escasos metros. La pelirroja
extrajo el cuchillo del cuerpo y lo limpió contra su ropa.
—¿Dónde están tus cosas? —preguntó, casi sin respiración. Hay
que comunicar esto.
—¿Y tu móvil?
—No sé si tiene amigos. Tenemos que salir de aquí.
Yulia cogió lo que encontró en la ladera y regresó junto a Lena,
completamente aliviada.
—¿Cómo está el casco?
La ojiazul lo levantó y le enseñó el fragmento que faltaba.
—Tiene un impacto de bala, por eso tu cabeza chocó contra la mía.
Yulia lo miró, atónita.
—Me salvó la vida. —Y, dirigiéndose a la pelirroja, dijo—: Me has salvado
la vida.
—Lena la contempló en silencio y, luego, precisó:
—No, tú me has salvado la vida. Vamos.
Lena subió a la moto, cruzó los dedos y los levantó para que los viese
Yulia. —Esperemos que arranque. —La encendió varias veces, sin éxito.
Tras hacer varios ajustes, sonrió astutamente—. Las motos nuevas tienen
encendido eléctrico. El problema es que, si se apaga, se acabó. A ésta le
puse un motor de arranque como medida de seguridad. Y, de ese modo, si
la nena se estropea, puedo ponerla en marcha. Hay que prevenir. —Se
irguió y arrancó con el pedal a la primera.
Yulia se situó detrás de Lena y, cuando se pusieron en marcha, miró
por encima del hombro la zanja en la que habían arrojado el cuerpo.
Continuaron por la carretera de dos carriles durante otros veinte
minutos. Los árboles y los campos en los que pacía el ganado, con el mar
de fondo, componían una vista espectacular, pero Lena supuso que Yulia
dedicaba toda su concentración a aguantar sobre la moto. Cuando se
alejaron del mar y tomaron una estrecha carretera entre árboles, observó
que de nuevo se cernían las nubes, pero se alegró de no ver ningún otro
coche. La morena estaba callada y medio encogida cuando la pelirroja aminoró la
marcha y enfiló por un camino asfaltado. Lena apretó el botón de un
mando a distancia que llevaba en la chaqueta y la puerta del garaje se
abrió; entró con la moto y apagó el motor. La puerta se cerró
inmediatamente y la luz automática proyectó una iluminación espectral a
su alrededor.
Lena se apeó y encendió la luz del garaje. Abrió la puerta de atrás, se
acercó al vestíbulo y comprobó el cuadro eléctrico que había en una pared.
Marcó una serie de números y se oyó el zumbido de los aparatos al ponerse
en funcionamiento.
Regresó al garaje, dejó el casco y los guantes sobre un banco de
madera pegado a la pared y se fijó en que Yulia hacía esfuerzos por no caer
de la moto.
—¡Eh! Calma. Te ayudaré.
La ojiazul casi se derrumbó en sus brazos.
Tras quitarle los guantes y el maltrecho casco, Lena la ayudó a
apearse. La sujetó por la cintura y la guió hasta el banco, donde Yulia se
apoyó mientras Lena le quitaba la mochila empapada. A continuación,
ambas se despojaron de los impermeables, que se hallaban rotos y
manchados de barro, y los dejaron en el suelo.
Lena volvió a sujetar a Yulia por la cintura y la llevó al interior de la
casa, en la que hacía calor, pues Lena había encendido la calefacción, el
calentador y varios electrodomésticos por medio del ordenador, desde la
casa del señor Odo. Pasaron ante una lavadora y una secadora, subieron
unas escaleras y entraron en una pequeña cocina.
Lena sentó a Yulia en una silla y, luego, le quitó las botas y los
calcetines. Había cogido una toalla al pasar por el lavadero y frotó con ella
los pies de Yulia.
—Tenemos que dejar de vernos en estas circunstancias —murmuró
la morena.—
Coincido contigo. Siéntate derecha. Apóyate en la mesa si hace
falta. —Lena puso la tetera al fuego y desapareció por otra puerta.
La pelirroja intentó mantener a Yulia despierta mientras rebuscaba cosas en
el cuarto de baño, pero, cuando volvió a la cocina, la ojiazul apenas se
mantenía en pie.
Yulia suspiró.
—He intentado levantarme para ayudar, pero no puedo. Soy un pelele.
—Le castañeteaban los dientes.
—Yulia, has sufrido mucho. Y has aguantado. Ahora estamos a salvo.
La tetera empezó a silbar, y Lena cogió unas bolsitas de té y un par de
tazas y vertió el agua en su interior. Llevó las tazas a la mesa y se sentó al
lado de Yulia.
—El baño casi está listo. Necesitas un remojón y ponerte ropa seca o
nunca entrarás en calor. Bebe un poco de té y te ayudo. Buscaré algo seco
para vestirte. ¿Puedes andar?
—¿Llamaste? —Lena sabía que Yulia estaba preocupada por el
cuerpo que había quedado en el lugar del accidente.
—Sí. Di parte del... incidente. Ya se encargarán de él.
Yulia se levantó, temblando, y Lena la ayudó a cruzar una sala hasta
un dormitorio y un gran cuarto de baño, con ventanas que daban al bosque
y al mar. Junto a una ventana había una bañera llena de agua humeante.
Yulia preguntó:
—¿Es una bañera de hidromasaje?
—Un jacuzzi japonés. Curará todos tus males, créeme.
Yulia olisqueó el aire con placer.
—¿Lavanda?
Lena asintió, con gesto tímido y retraído.
—Voy a encender la chimenea y te dejaré un poco de intimidad. El
baño está listo. Baja esos escalones y siéntate en el banco que está dentro
de la bañera. ¿Puedes hacerlo?
—Sí. Gracias, Lena, muchas gracias. —Yulia no parecía muy
convencida, pero la pelirroja no pensaba quedarse. Sería mejor que le explicase
la situación a Yulia antes de profundizar en su relación. Tenía derecho a
saberlo todo.
Lena salió del baño, pero no cerró la puerta, pues no estaba segura de
que Yuli pudiese arreglárselas sola. Vio cómo se quitaba el jersey con
gran trabajo y lo tiraba al suelo. Lena se hallaba ante un dilema: su
conciencia le decía que se mantuviese al margen, pero se le hacía un nudo
en el estómago al ver cómo se esforzaba Yulia por no pedir ayuda. La morena
intentó quitarse la camisa húmeda, pero le temblaban demasiado las
manos. Tiró de los vaqueros sin conseguir que el tejido mojado se moviese,
y acabó sollozando de frustración.
Lena no aguantó más y entró en el cuarto de baño.
—Hay que quitarte la ropa para que te metas en la bañera. Sin
discusiones.
Procuró mostrarse eficiente y disimular su propio nerviosismo
mientras le quitaba la camisa a Yulia. Luego se arrodilló y le bajó los
pantalones. Cuando tiró de ellos, arrastró también la braga. La pelirroja se
levantó de repente y se ocupó del jacuzzi, para que Yulia no viese que se
había puesto colorada. «No es momento de desearla. Está agotada.»
—Lena, necesito que me ayudes —dijo Yulia con voz débil, y a Lena
se le ocurrió que podía taparla con mantas y abrazarla como en la cueva,
pero se dio cuenta de que no serviría, pues la ojiazul tenía demasiado frío.
La ayudó a despojarse de la camiseta y la sujetó mientras bajaba los
peldaños, pero Yulia estaba muy torpe y parecía a punto de echarse a
llorar. Lena optó entonces por cogerla en brazos e introducirla en el
jacuzzi lentamente. El gemido de placer y gratitud que emitió Yulia
cuando el calor la envolvió excitó a Lena de arriba abajo.
La pelirroja tropezó con la ropa mojada al salir de la bañera. Cuando salió
del cuarto de baño, oyó que Yulia murmuraba:
—Y yo que pensé que la caballerosidad había muerto. ¡Qué lástima!
Yulia hizo otros ruiditos placenteros y se acomodó en la bañera. Los
ruidos enervaron a Lena. Se apartó de la pared en la que se había apoyado,
al otro lado del baño. Era hora de ponerse a trabajar o la «caballerosidad»
moriría de lujuria.
Lena fue a buscar leña y encendió la chimenea de la sala, cogió las
cosas de la moto, se quitó el traje de cuero y llenó la lavadora de ropa.
Luego cogió unos pantalones para Yulia y se cambió. Activó el sistema de
seguridad, comprobó el contenido del congelador y de las alacenas y, por
último, se quedó en medio de la cocina, buscando desesperadamente algo
que hacer para ocupar la mente. «Rubia natural. Oh, sí, claro que te has
fijado. Tranquila, sé buena. Estás hecha polvo.»
Estaba tan distraída que tardó un poco en darse cuenta de que no se
oía nada en el baño. Llamó a la puerta y, al no obtener respuesta, la abrió y
vio a Yulia dormida casi bajo el agua. Se acercó a la aturdida joven y le
habló. La morena abrió los ojos, sobresaltada, y en cuanto reconoció a Lena la
abrazó por el cuello. La pelirroja le correspondió, disfrutando del contacto.
Cuando Yulia la soltó finalmente, dijo:
—Eres maravillosa. ¿Me das una toalla?
Lena sonrió, aliviada. Yulia se encontraba bien. Cogió una toalla
blanca de un armario y la ayudó a salir del jacuzzi.
Yulia se sentía calentita y cómoda, acurrucada en el sofá delante del
fuego, con unos pantalones y unos gruesos calcetines blancos que habían
salido de alguna parte. «Debo de tener una pinta horrible, pero ¡qué a gusto
estoy!»
Oyó a Lena en la cocina y pensó en ayudarla, pero, antes de que
hiciese acopio de energía, apareció la pelirroja, un poco nerviosa, con una
bandeja en la que había un par de cuencos de sopa y algo parecido a unos
sándwiches congelados. Dejó la bandeja en la mesita que Yulia tenía
delante y retrocedió; contempló la comida y se frotó las manos en los
pantalones.
La ojiazul contempló primero la comida, luego a Lena, y otra vez la
comida.
—¿Va a explotar?
—¿Qué...? Oh, no. No..., bueno..., hace bastante que no cocino.
Yulia estudió la bandeja.
—Hum, ¿qué clase de...?
—Tenía sopa, atún y pan congelado, así que he hecho... esto.
«¿Qué tenía de malo?»
Estaba pasado, frío y con demasiada mayonesa. Yulia le dedicó a
Lena una brillante sonrisa e hincó el diente en el pan, alegrándose de estar
tan hambrienta. «Tal vez con la sopa mejore.» Sabía que la pelirroja no le
quitaba ojo de encima, así que se llevó una cucharada de sopa tibia a la
boca. Olía a sopa de pollo con fideos, pero estaba bastante fría y sabía a
lata. Tomó otra cucharada y la dejó.
—¿Qué tal está?
—Oh, muy buena, es...
Lena se sentó de repente, le quitó el tazón de sopa, lo puso en la
bandeja y cogió las manos de Yulia, mirándola a los ojos.
—Recuerda que nunca me has mentido.
Yulia respiró a fondo.
—Cierto. ¿Sabes una cosa? Me encuentro mucho mejor y creo que
puedo arreglar esto. ¿Te parece bien?
Lena suspiró.
—Perfecto.
La morena se levantó y cogió la bandeja, alentada por los dos bocados de
aquella misteriosa comida.
—Aviva el fuego y relájate. Comeremos enseguida.
Lema se dedicó a cumplir con su parte del trato, mientras Yulia iba a
la cocina.
Cuando volvió, la sopa humeaba y los sándwiches eran comestibles.
—¡Qué maravilla! ¿Qué has hecho para que todo sepa tan rico?
Yulia sonrió.
—Calenté la sopa un poco más, tosté el pan y añadí más atún. —Le
encantaba el entusiasmo de Lena, aunque se dio cuenta de que
seguramente obedecía a que siempre comía fuera o vivía a base de
cereales.
La pelirroja se apartó de la mesa y suspiró, satisfecha, mientras tomaba un
sorbo de manzanilla y contemplaba a su invitada. Tras avivar el fuego,
había puesto la mesa, utilizando unas velas de emergencia para darle un
aspecto más bonito, y Yulia estaba preciosa en la penumbra. En sus ojos
había matices índigo, y los ángulos de
sus mejillas, labios y mandíbula proyectaban sombras que resaltaban
aquel efecto. Aunque estaba exhausta, Yulia seguía siendo deslumbrante.
Lena se sentía feliz compartiendo el mismo espacio con ella. El
mundo exterior se le antojaba muy lejano.
Yulia permanecía callada, sentada en el suelo, con la cabeza apoyada
en una mano mientras removía la sopa con la cuchara.
—Eh, creo que estás en la inopia. Espabila. —Cuando cogió a la morena
de la mano y se dirigieron al dormitorio, Yulia protestó. Se quejó de que
no podía dormir si no se lavaba antes los dientes, así que Lena la llevó al
cuarto de baño.
—En cuanto estés lista para acostarte, métete ahí. —Señaló la cama
de matrimonio que había en el dormitorio principal. Yulia le dedicó una
mirada que la intimidó y se apresuró a añadir—: Voy a limpiar la cocina y,
luego, me acostaré en el sofá.
La ojiazul iba a quejarse, pero la pelirroja levantó la mano.
—Sea lo que sea lo que hay entre nosotras, quedará para mañana.
Tenemos que hablar, porque debes saber quién soy. Si llegamos a algo
juntas, quiero que lo hagas con los ojos abiertos y no por la puerta de atrás.
Lávate los dientes, nena.
Le alborotó el pelo y se marchó, tras empujarla hacia el lavabo.
Yulia llenó de nuevo el jacuzzi japonés con agua caliente mientras se
cepillaba los dientes. «Así. Muy bien.» Luego rebuscó en los cajones hasta
que encontró lo que buscaba.
Cuando asomó la cabeza por la puerta del baño, vio a Lena sentada en
el sofá, contemplando el fuego. «Es maravillosa.» El fuego arrancaba
destellos rojos y dorados a los largos bucles rojizos, llenándolos de vida.
Los ojos de Lena reflejaban el cansancio del día, pero no había miedo en
ellos. «Encantadora.»
Yulia tosió y se aclaró la garganta para arrancar a Lena de su
ensimismamiento. Le sonrió y le hizo una seña con el dedo, y Lena se
levantó y fue hacia ella.
—¿Necesitas algo?
A Yulia le llegó al alma la franqueza que transmitía su mirada. La
cogió de la mano y la condujo hasta el baño. Las luces eran tenues y el
agua de la bañera humeaba.
—Ahora te toca a ti. En la bañera. He encontrado lo que supongo que
te pones para dormir. Está colgado detrás de la puerta. Cuando acabes,
acuéstate en tu cama. Si no lo haces, me acostaré en el sofá contigo. Y no
discutas. Hazlo.
—De acuerdo. Hum, ¿te importaría apagar el termostato? Está en el
pasillo, a la derecha.
Cuando Yulia salió, oyó que Lena chapoteaba en la bañera y gemía de
placer. Veinte minutos después, la pelirroja vació la bañera.
Yulia sonrió cuando Lena dijo:
—Debo de ser un libro abierto.
«Acaba de ver la camiseta colgada en la puerta.»
Lena apagó la luz, se dirigió de puntillas a la cama y se acostó en
silencio.
—Ven. —Yulia se movió para hacerle sitio en la parte caliente de la
cama, se acurrucó contra el cuerpo de la pelirroja y suspiró.
La ojiazul bostezó y se agitó un poco; luego cogió la mano de Lena y la
puso bajo su pecho, encima del corazón, cubriéndola con su propia mano.
—Que duermas bien.
CONTINUARÁ...
En esta semana que viene publico el final de esta historia.
Lesdrumm- Admin
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Fecha de inscripción : 03/08/2014
Localización : Trapped in some parallel universe
Re: IMPULSOS DE VIDA...
Aquí les dejo el final de este Fan Fic.
IMPULSOS DE VIDA
Capítulo 26
Lena abrió los ojos y permaneció inmóvil, tratando de orientarse. ¿Dónde
estaba? En su casa de Gualala. Sí. En su cama. Lo comprobó. Aún no había
amanecido. En efecto. Una hermosa mujer encima de ella.
—Debo de estar soñando,
Al oír su propia voz se espabiló. Un leve ronquido sonó muy cerca, un
brazo se posó sobre su vientre y una pierna se enredó entre las suyas. Lena
siguió quieta, mientras cada molécula de su ser percibía el contacto con el
otro cuerpo. Algodón sobre algodón. Piel sobre Piel.
Durante la noche Yulia debía de haberse bajado los pantalones,
porque Lena percibió un calor que le indicó
que la morena no llevaba nada. Notó un cosquilleo, una sensación cálida y
húmeda.
Al darse cuenta, una especie de alarma contra incendios la sacudió.
Trató de dormir de nuevo, pero le resultó imposible. Quería abandonarse y
devorar a aquella maravillosa criatura. «Muy bien, Lena. Vaya momento
para ponerte poética y aprovecharte de ella, justo cuando es más vulnerable
y se siente en deuda contigo. Muy honrado, muy leal. Durará. ¡Una mierda!
¿Quieres que dure? ¿En qué estás pensando?»
En una fracción de segundo la pelirroja bajó por una resbaladiza cuesta y
llegó a una sorprendente conclusión. Deseaba que durase. Quería a Yulia
de todas las maneras. Estaba quebrantando todas sus reglas. Tenía que
abandonar la cama ya.
Apartó a la ojiazul con mucho cuidado y la tapó con las mantas,
procurando no tocarla con los dedos sudorosos. Luego se levantó en
silencio, dolorida y reprimiendo una queja. Cogió un forro polar del
armario, se calzó unas zapatillas y fue a encender el calentador y la
chimenea. Puso la tetera al fuego, preparó té y se sentó en el sofá, frente a
la chimenea. El sol se sumergía en el mar. Habían dormido mucho.
Retiró el cargador del móvil, pulsó un número rápido y una voz
familiar respondió al segundo timbrazo.
—Hola, Maggie. Llamo para informarme. ¿Hay novedades?
—Enviamos gente al lugar del incidente. La furgoneta estaba
destrozada. El señor Hatch saltó a tiempo, pero no contaba contigo y con tu
cuchillo. Estaba donde lo dejaste. El equipo cree que no había pasado nadie
por allí. ¿Se encuentra bien la señorita Volkova?
—Sí. Está durmiendo. ¿Y Dieter y la Johnson? ¿Los habéis
encontrado?
—Según nuestros informes, huyeron a Canadá antes de que
pudiésemos detenerlos. No creo que vuelvan, pero hay muchos como ellos
por ahí.
Lena suspiró.
—¿Crees que se han librado?
—Eso parece, pero nunca se sabe. El chiringuito de las acciones ha
cerrado y la gente que lo llevaba, al menos en Estados Unidos, ha muerto o
ha desaparecido. Podéis volver, pero será mejor que mantengáis la guardia
durante un tiempo, porque cabe la posibilidad de que no hayamos
identificado a todos los jugadores.
Lena contemplaba el fuego mientras escuchaba a Maggie. «Tal vez
sea mejor así.» De pronto oyó una tosecilla y vio que Yulia estaba apoyada
en la puerta, con los brazos cruzados sobre el pecho, observándola. Los
ojos de Lena recorrieron su cuerpo. Llevaba los pantalones puestos.
«Seguro que lo he soñado.»
La pelirroja se preguntó qué habría oído Yulia y sintió la necesidad
irracional de ocultarle el hecho de que podían marcharse. Sin embargo,
tenía que decírselo.
—Te volveré a llamar para concretar planes. Gracias por la
información, Maggie. —Cerró el teléfono y permaneció sentada, con los
brazos apoyados en los muslos y las manos entrelazadas. Yulia se acercó a
ella y se sentó a su lado, y Lena percibió el aroma de las sales de baño que
había puesto en la bañera la noche anterior, el aroma del que había
disfrutado durante toda la noche.
—Buenas noticias —dijo Lena sin mucho entusiasmo, contemplando
el fuego—. Han arreglado lo del... accidente; parece que no lo vio nadie
más. Creen que Dieter y Georgia cruzaron la frontera de Canadá. Podemos
regresar.
Yulia se quedó callada unos instantes.
—No.
Lena giró la cabeza bruscamente.
—¿Qué?
—No.
—¿Por qué no?
—Me prometiste unos días libres. Solas.
—¿De veras?
La ojiazul contempló la habitación en penumbra.
—¿Qué hora es? Parece tarde.
Lena señaló un reloj de pared con gesto ausente.
—Ahí. Son casi las cinco.
Yulia se levantó y cogió la taza de Lena.
—Voy a preparar té. Mientras llama a tu amiga para decirle que
volvemos dentro de unos días. Luego hablamos de nuestras vacaciones.
La espalda de la mujer que se dirigía a la cocina era tan subyugante
como su rostro. Lena se dio cuenta de que estaba sonriendo con cara de
boba, pero no pudo evitarlo. Llamó canturreando, y Maggie la sacó del
atolladero enseguida.
Yulia preparó té y tostadas. Con aire ausente, untó las tostadas con
mantequilla y luego, llevó la bandeja a la sala y la dejó ante la chimenea.
Se sentó al lado de Lena y preguntó:
—¿Has llamado?
—Sí.
—Estupendo. ¿Y qué hacemos estos días? —Yulia se daba palmaditas
en el muslo.
Lens la miró un momento, se acercó a ella y le sujetó la mano que
tenía ocupada.
—Yul, mírame, por favor. —La morena obedeció y le sostuvo la mirada
—. Antes de que hagamos planes, debes escucharme. —Yulia permaneció
en silencio.
Lena tomó aliento.
—Cuando descubriste la mierda de tu... de la empresa de Vladimir
Sokolsky, te dieron una paliza. Y eso fue por la ética que demostraste, por tu
honradez y por estar en el lugar equivocado en el momento equivocado.
Yulia asintió, preguntándose adonde iría a parar todo aquello. Los
ojos de Lena la traspasaban y le suplicaban que la escuchase y la
comprendiese.
—Pero cuando entraste en relación conmigo, por lo del disco y el
intento de pescar a esos tipos, había demasiado en juego. Creo que
descubrieron lo que habías hecho y quién era yo. Entonces, o bien te
mataban o bien te controlaban para utilizarte como baza. En realidad, ese
grupo es mucho más poderoso que Vladimir, Georgia o el propio Dieter. Sólo
piensan en el negocio. —No dejó intervenir a Yulia—. Lo sé porque
trabajo para las personas que quieren detenerlos.
La morena, confundida, acertó a decir:
—Pero tienes una gran empresa. Trabajas para ti.
—Y también para varias agencias del gobierno. Me pagaron la carrera
y me ayudaron a montar la empresa. Y por eso he desarrollado los
programas de seguridad y los programas forenses que utiliza el gobierno.
Las versiones que se venden al público no son nada en comparación con las
que tienen las agencias.
Yulia le apretó la mano.
—Sí, claro. Todo el mundo sabe que tienes contratos con el gobierno.
Y ahora ya entiendo por qué esa gente está nerviosa.
Lena se inclinó hacia Yulia.
—Eso no es todo. No me he dedicado sólo al desarrollo de software.
He participado... en operaciones encubiertas. Estoy entrenada y trabajo
como... agente, Yulia. He hecho cosas que ni en sueños se te ocurrirían y
de
las que no me enorgullezco. Casi nadie lo sabe, pero si los que
trabajan para Dieter están entre los pocos enterados y me han
identificado... —Posó los ojos en la mano que retenía la ojiazul.
Yulia resopló y se quedó callada durante unos segundos.
—Entonces, ¿me tendiste una trampa? ¿Cómo? ¿El hombre que entró
en mi apartamento trabajaba para ti?
—¡Claro que no!
Yulia percibió el daño que habían provocado sus palabras y acarició
la mano de Lena para animarla a seguir. Estaba confusa y, sobre todo, le
aterrorizaba que su amor por la pelirroja se basase en una mentira.
—La verdad es que hacía tiempo que tu ex novio se hallaba en el
punto de mira —explicó Lena—. El dinero que Anya invirtió en su empresa
procedía del Departamento del Tesoro. No coincidimos contigo en aquel
restaurante por casualidad. Yo lo planeé todo. Al principio, la amistad que
Anya entabló contigo estaba planificada. Te captamos y te utilizamos,
aunque sabíamos que podía ser peligroso. Me he dado contra la pared
millones de veces por haberte metido en esto, pero creía en la misión. ¿Qué
importaba una víctima si capturábamos a los malos? Soy tan mala como
ellos. Ahora ya lo sabes. —Lena se recostó en el sofá. Parecía derrotada.
Yulia, que había retirado la mano varias frases antes, contempló el
fuego durante un buen rato. De pronto todo cobraba sentido. No era lo que
Yulia quería escuchar, pero sí lo que necesitaba escuchar. Era algo real.
Tan real como su reacción al oírlo. Sabía que tenía que elegir. No como la chica chiflada por una mujer misteriosa e inalcanzable, sino como una
mujer que tenía que coger las riendas de su destino. Podía levantarse e irse.
Con toda certeza, sus padres le aconsejarían que se alejase de Lena Katina lo máximo posible.
Se trataba de su vida, y Yulia sabía, sin duda, que Lena era su futuro.
Pero Lena tenía que responder más preguntas. Yulia no iba a arriesgarlo
todo por una aventura. Nunca había sido ni sería partidaria de las
relaciones superficiales. Y mucho menos con la pelirroja.
—Entonces, ¿Anya sólo fingió que yo le caía bien para convencerme de
que trabajase para ti? —Aquello le dolió mucho.
Lena sacudió la cabeza enérgicamente.
—¡Rotundamente no! Sí, tenía que ganarse tu amistad, pero casi desde
el principio pensó que no debíamos inmiscuirte. La invitación para vivir en
nuestra casa no formaba parte del plan y no era necesaria. Y mis...
sentimientos por ti no estaban previstos. —La última frase fue casi un
susurro.
Aunque le dio un vuelco el corazón al oír las palabras de Lena, Yulia
tenía que saberlo todo.
—¿Sigues siendo agente? Tal y como lo has explicado, sonaba a cosa
del pasado.
Lena dudó.
—Hace tiempo que pienso en renunciar a mi personalidad encubierta.
En realidad, soy demasiado reconocible. Antes podía evitar la publicidad,
pero la presión de las entrevistas, de los discursos y todo lo demás ha
aumentado con el tamaño de la empresa.
—Comprendo el motivo. La mayoría de los directores ejecutivos son
hombres blancos y rechonchos. Y tú no encajas en esa categoría. Los
medios de comunicación deben de adorarte.
Una sonrisa irónica iluminó los labios de Lena, que se frotó las sienes
con los dedos, como si le doliese la cabeza.
—No sé si todos estarán de acuerdo. No he colaborado mucho con
ellos.
—¿Es la única razón para que lo dejes?
Los ojos de Lena se posaron en Yulia.
La morena se acercó más a ella y exigió:
—Dime la verdad. Deja que decida yo.
Lena casi se encogió, y Yulia vio miedo y dolor en su mirada.
—Estoy cansada de... esa vida. En realidad, no me di cuenta de que
había tomado la decisión hasta que me preguntaste. Pero, cuando te conocí,
algo cambió. Y cada vez que pienso que podría haberte perdido..., que aún
podría perderte por culpa de esto...
Enmudeció y a Lena la sorprendieron sus propias lágrimas. Yulia
borró una con el dedo y, luego, se lo llevó a los labios.
—Lena, la noche que nos conocimos, cuando me salvaste, si no
hubieras estado allí, no sé qué habría pasado. Y en tu casa, con aquellos
hombres horribles, te expusiste por mí. Ahora estoy aquí y me encuentro
bien gracias a ti. —Yulia se inclinó y rozó suavemente con sus labios los
de la mujer que había conquistado su corazón.
Lena trató de resistir.
—No lo entiendes. ¡Podrías haber muerto por mi culpa!
—Pero no ha ocurrido.
—¡No quiero que estés conmigo por gratitud! Eso sería...
Yulia, cuyo corazón sufría por Lena, puso un dedo sobre sus labios y
la hizo callar.
—Algo que yo no haría. Deseo estar contigo. Deseo conocerte. No
puedo explicarlo mejor. Sólo estoy segura de una cosa: sé lo que quiero. Lo
he querido casi desde el mismo momento en que te conocí. Y te aseguro
que la gratitud es una parte muy pequeña de todo ello. Por favor.
—Yulia, ¿has estado alguna vez con una mujer? ¿Eres lesbiana?
—Siempre viví como querían mis padres. Intenté que formases parte
de mis fantasías.
AI advertir la confusión de Lena, Yulia explicó:
—Estaba tan entusiasmada con nuestro baile, con el beso y con la
noche que pasamos juntas, sin tocarnos, que basé la decisión en obligarte a
desempeñar tu papel, con consecuencias casi catastróficas. Te debo una
disculpa.
La pelirroja iba a decir algo, pero la morena sacudió la cabeza. Debía rematar
aquello mientras conservaba todos sus sentidos, porque, a diferencia de la
postura extremadamente ética de Lena, no tenía intención de perder un
segundo si la ojiverde la aceptaba.
—Por culpa de mis meteduras de pata, te viste obligada a rescatarme,
y la situación se repitió. Pero huimos juntas, comimos barras de cereales
rancios juntas y nos enfrentamos a ese tipo juntas. Aprendí a confiar en ti.
Y, sobre todo, a confiar en mí.
Se llevó la mano de Lena a los labios, la besó, y se miraron.
—Me has preguntado si estuve alguna vez con una mujer y si soy
lesbiana. Las respuestas son no y no lo sé. Nunca lo había pensado. Por
favor, conténtate con eso. Jamás sentí por nadie lo que siento por ti. Y no
quiero dejar de sentirlo. Si eso significa que soy lesbiana, pues lo soy. A
mi madre le va a dar un ataque.
Lena se quedó callada unos instantes, luego resopló y se echó a reír.
Yulia la imitó, y ambas se rieron a carcajadas hasta quedarse sin aliento;
cuando se calmaron, se apoyaron la una en la otra.
—Bueno, ¿qué te gustaría hacer hoy..., mejor dicho..., esta noche?
—A mí... Eh, a todo esto, ¿dónde diablos estamos?
—En Gualala. —Había un matiz de burla en los ojos de Lena.
—¿Dónde?
—Gua... No muy lejos de Mendocino. ¿Has estado allí?
—No. Pero, ¿no es el pueblo donde rodaron Se ha escrito un crimen?
Allí vivía la protagonista, Cabot algo. Siempre quise visitarlo. Recuerdo
ver la serie de televisión de niña y oír a mis padres quejarse de que se
rodara en un pueblo de California, en vez de rodarla en el pueblo de
pescadores de Cape Cod. Cuando llegué aquí, nunca pasé de Los Angeles.
Espero que no se parezcan en nada.
—No. Se parece más a Bolinas, pero con unos restaurantes estupendos
y unas tiendas maravillosas, y no ha perdido su toque bohemio. Es la
capital de la marihuana del norte de California. ¿Te apetece ir?
Compraremos comida a la vuelta.
—¿Quieres saber qué me apetece realmente? —La voz de Yulia
transmitía sus deseos, y Lena tragó saliva y abrió bien los ojos.
—Sí, claro.
—Me apetece quedarme aquí contigo. Eso es lo que más me apetece.
—¿Quieres... comer algo?
—Acabamos de comer.
Yulia se sentó en el regazo de Lena a horcajadas, se inclinó y le dio
un beso tan tierno y sensual que ambas se quedaron sin aliento.
La morena se levantó y preguntó:
—¿Hay vino? —Y salió de la habitación. La pelirroja permaneció sentada un
poco más, con el cuerpo encendido. Luego se levantó, llevó los platos a la
cocina como una autómata y los dejó en el fregadero. Cogió una botella de
vino, la abrió y se quedó mirando por la ventana de la cocina, mientras su
mente no dejaba de dar vueltas. «Tal vez no debería...»
A Lena la rescataron de sus dilemas éticos unos brazos cálidos que la
rodearon por la cintura. Se volvió y recibió un beso apasionado, al que
correspondió. Yulia llevaba una vieja camiseta de Lena, unos calcetines
gruesos y, a simple vista, nada más.
—Vamos, he preparado el jacuzzi. —La ojiazul cogió las copas de vino y
se dirigió al baño, moviendo las caderas con un aire que la invitó a
seguirla.
Lena tiró el paño de cocina por encima del hombro, sin preocuparse
de dónde caía, cogió la botella y siguió a Yulia.
Cuando entró en el baño, la estaba esperando, rodeada de velas
encendidas que pertenecían al equipo de emergencia de Lena.
Yulia cerró la puerta y la miró.
—Desnúdate.
—No estoy muy...
—Ahora.
Lena trató de bajar la cremallera del forro polar con manos
temblorosas. Como no lo consiguió, intentó quitarse los pantalones.
«¿Cómo es posible que ni siquiera pueda quitarme los pantalones? ¡A ver
si de una vez por todas!» De pronto, otro par de manos la ayudaron, y Lena
admiró la habilidad de Yulia para las tareas motrices más sencillas. El
forro se desprendió. Luego dejó que la morena le quitase la camisa de manga
larga por la cabeza.
—Levanta los brazos.
Observó con alivio que Yulia temblaba mientras intentaba quitarle la
camiseta, sin éxito. Lena le sujetó las manos para serenarla y la miró a los
ojos, de un intenso azul con un toque gris como también lo tenían los verdes de ella.
—¿Estás segura? —preguntó, con la voz ronca de deseo.
Yulia sostuvo la mirada y retrocedió unos pasos, y Lena dejó de
respirar. Se quitó con elegancia los calcetines y la camiseta, que cayó al
suelo. La pelirroja estaba aturdida. Contempló el cuerpo de Yulia con los ojos de
una amante y le pareció increíble. Moreno, esbelto, piernas bien torneadas, cintura
estrecha y unos preciosos pechos que cortaban la respiración. Todo
proporcionado. Vio cómo Yulia se acercaba a la bañera y se metía dentro.
Tras acomodarse, llenó las copas de vino.
—Estoy segura.
Lena se despojó de la camiseta y la tiró al suelo. Se quitó rápidamente
los pantalones de chándal y percibió el frío de las baldosas bajo los pies
mientras se dirigía a la bañera, consciente de que la ojiazul no se perdía ni uno
solo de sus movimientos.
—Dios —gimió Yulia—. Tu cuerpo es fuerte y, a la vez,
absolutamente femenino. Y tú no te das cuenta. He soñado con verte, con
recrear mis ojos en ti desde aquella noche en mi apartamento. La noche
que me llevaste al baño cubierta sólo con una toalla.
—No tenía ni idea.
Cuando se sentaron en la bañera y bebieron vino, Lena casi no se lo
creía. Estaba desnuda, con aquella mujer que llenaba sus pensamientos y
sus sueños.
—Quiero que sepas cuánto... Quiero decir que no he... —Lena bajó la
vista—. «Maldita sea. No había tenido tanto miedo ni cuando me
dispararon. ¡Qué difícil es esto!»
Yulia contempló a aquella magnífica mujer, que, de pronto, parecía
tan abierta y vulnerable. Con una vulnerabilidad que reflejaba la suya
propia. Dejó a un lado la copa, se acercó a ella y la abrazó por el cuello.
—Lena, eres la persona más maravillosa que conozco —susurró—.
No puedo dejar de pensar en ti. Ocupas mis primeros pensamientos por la
mañana y los últimos por la noche. El mero roce de tu mano me provoca
reacciones que jamás creí que existieran. No he estado con ninguna mujer
antes, pero eso no significa que no haya pensado en lo que quiero hacer
contigo. ¿Te sirve de algo?
Lena la miró a los ojos y algo se agitó en su interior. Su sonrisa le
indicó a Yulia que no tardarían en convertirse en amantes y se le aceleró el
corazón.
—Creo que me lees la mente, pero debo advertirte una cosa.
Yulia frunció el entrecejo.
—Lo que pretendía decirte antes, sin éxito, era que nunca había
sentido lo mismo por nadie. No quiero que nos precipitemos. Si sólo
deseas besarme, lo haremos así. No quiero asustarte. —Lena estaba
colorada—. Quiero que tú...
—¿Acaso me estás diciendo que te da miedo tu propia pasión?
—Supongo que sí. Me he pasado la vida controlándolo todo, pero
contigo no funciona. No sé qué sucederá.
Yulia se acercó a Lena, le colocó un rizo suelto
detrás de la oreja y susurró:
—Averigüémoslo.
Se besaron con dulzura, explorándose mutuamente los labios y la
boca. Pero las semanas de separación y el
deseo que sentían disiparon sus temores y encauzaron la pasión. Lena
se levantó y la abrazó con fuerza, y por primera vez disfrutaron del
contacto de sus cuerpos desnudos.
—Dios mío, Len —dijo Yulia—, ¡qué suave eres! —Gimió al sentir
cómo se deslizaba el muslo de Lena entre sus piernas y se apretó contra
ella. La pelirroja la sostuvo con firmeza y la besó en la mejilla y en el cuello,
chupando y mordisqueando de vez en cuando.
El agua caliente se agitó a su alrededor y la sensación increíblemente
erótica de los cuerpos tocándose empujó a la morena a rodear la cintura de
Lena con las piernas.
—Quiero que cada parte de mí esté en contacto contigo. Nunca me
parecerá suficiente.
Tras unos momentos, Lena jadeó.
—No creo que aguante mucho más. ¿Estás limpia? —Las últimas
palabras apenas se oyeron.
—Sí. Me parece que no puedo moverme. Ven. —Yulia se levantó y la
besó apasionadamente, un beso que no acabó hasta que tuvieron que
separarse para respirar.
Lena sonrió, casi sin aliento.
—Si no salimos de esta bañera pronto, acabaremos ahogándonos.
Aguanta un minuto, por favor. Tengo que recuperarme.
Yulia se apartó, pero deseaba regresar a los brazos de Lena
desesperadamente. Ambas permanecieron en silencio unos diez segundos.
—De acuerdo. Salgamos de aquí. —Yulia, que estaba más cerca de
los escalones, salió, cogió una toalla y se dedicó a secar a la pelirroja en cuanto
abandonó la bañera. Lena agarró la otra toalla y envolvió con ella los
hombros de la ojiazul. Yulia estaba tan excitada que la operación de secado
fue muy torpe. Arrojó la toalla al suelo y se acercó a Lena.
—No puedo hacerlo.
Lena, aunque afectada, acertó a decir:
—Bien, de acuerdo. No tienes que hacer nada que te moleste. No ha
sido buena idea. Disculpa.
Yulia la miró, tratando de adivinar a qué se refería.
—¡No! Lema, en mi vida había estado tan segura de algo. Es que no
puedo esperar mientras nos secamos. Quiero que estés a mi lado, en la
cama, ahora mismo. ¡Vamos! —La cogió de la mano y corrieron al
dormitorio, compitiendo para ver quién llegaba antes.
Se tendieron en la cama riendo, jugando y tirándose almohadas. Luego
permanecieron la una junto a la otra, contemplando las estrellas a través de
la claraboya. Lena se colocó de lado y apoyó la cabeza en la mano; y Yulia
sintió tanto frío que se le puso la carne de gallina y los pezones de punta.
La pelirroja se apresuró a subir las mantas y a rodear a la morena con sus brazos
para darle calor. Permanecieron así unos minutos. Yulia acurrucó la cabeza
bajo el mentón de Lena, y sólo se oían los latidos de sus corazones. La ojiazul
percibió el ritmo del pulso de la ojiverde y se sumergió en su desnudez.
Sin pensar, Yulia posó los labios en el cuello de Lena y besó la piel
bajo la que vibraban los latidos. Oyó un profundo suspiro y lamió el mismo
lugar, atreviéndose a cubrir con la mano el pecho de la pelirroja. El pezón se
endureció inmediatamente mientras sus dedos lo acariciaban. Su cuerpo
también se acaloró y los besos descendieron hasta reclamar el otro pezón
con los labios; luego lo rodeó con la lengua y saboreó la excitación de su
amante.
—Sí —susurró Lena.
Yulia continuó la exploración de aquella maravillosa mujer que yacía
a su lado. Con un movimiento repentino,
Lena cambió de postura, y Yulia se sumergió en aquellos ojos
insondables.
—Déjame, por favor. Déjame —murmuró Lena y cubrió a Yulia con
su cuerpo, provocando gemidos de placer.
—Eres maravillosa, Lena. Maravillosa.
Instintivamente los cuerpos de ambas buscaron los puntos de placer
mutuos; los besos se volvieron más encendidos, y Lena metió de nuevo el
muslo en el lugar que había excitado a Yulia en la bañera.
A la morena la abrumaba cada nuevo roce y casi no podía respirar.
—Más, Len, dame más.
Lena se puso de lado y capturó un pezón con la lengua; lo lamió y lo
chupó. Con una mano frotó el abdomen liso de Yulia, que gimió y se
arqueó. Apartó el muslo para introducir los dedos y gimió al percibir la
fluida humedad de la morena.
—He soñado muchas veces con acariciarte —declaró Lena.
Yulia intentó controlarse o, al menos, registrarlo todo mientras Lena
le frotaba el clítoris con fuerza, presionando, y luego lo acariciaba, primero
suavemente y después con más urgencia, manteniendo el muslo entre sus
piernas.
—Lena, sí, más fuerte, por favor. Por Dios, Len, más fuerte.
La pelirroja aumentó la presión y la velocidad, y Yulia se elevó cada vez
más. No tenía sentido del tiempo; sólo quería que aquello no acabase
nunca. De pronto, Yulia se puso tensa y dejó de moverse, mientras se
dispersaban por su cuerpo sensaciones nuevas para ella. Se desprendió de
la pierna de Lena y se tendió en la cama, abriéndose completamente a la
mano de su amante. Lena aumentó la presión de las caricias, se puso a
horcajadas sobre una pierna de Yulia y se movió contra ella.
La morena casi no podía respirar. Su cuerpo y su mente explotaron en una
cascada de placeres tan salvajes y primarios que no los reconoció. Su
garganta emitió un gemido mientras se estremecía y, luego, se sacudió,
buscando a la pelirroja. Lena se mantuvo firme, mientras continuaba acariciando
el centro de Yulia y se deslizaba en su interior para acrecentar la respuesta
de su amante. Las oleadas de placer agitaban a Yulia, que respondía a todo
lo que Lena hacía. Poco a poco se calmó, y la pelirroja permaneció dentro de
ella, siguiendo sus propias instrucciones, hasta que Yulia se quedó
exhausta.
Lena empezó a salir lentamente y la ojiazul lanzó un largo suspiro.
—No. Aún no. —Continuaron una al lado de la otra.
La mano de Yulia se demoró sobre el bellísimo cuerpo que estaba a su
lado, y Lena suspiró. Siguió tocándola muy despacio hasta que encontró el
tesoro que buscaba entre sus piernas, húmedo, hinchado y vibrante.
—Eres divina —murmuró Yulia—. Deslumbrante, —Besó a Lena y
comenzó a explorar los pliegues con los dedos, traduciendo la pasión que
sentía por su amante en movimientos que condujeron a Lena a un fuerte
clímax en cuestión de minutos. Yulia se sorprendió cuando estuvo a punto
de compartir el desahogo con ella. «¡Dios, que mujer!»
—lo siento. —Lena jadeaba— Quería prolongarlo, pero no he
podido. Resultas muy excitante cuando exiges lo que quieres. He hecho
todo lo posible por retenerlo y llegar las dos juntas, pero, en cuanto me has
tocado, he sentido que iba a explotar.
— .Te está disculpando? Eres maravillosa. Casi... hum, he disfrutado
cada instante. Créeme.
Lena deslizó la mano de nuevo.
—estas mojada. —su voz sonó ronca.
Yulia, aún muy sensible, jadeo cuando la pelirroja la toco y, luego, se
abandonó a sus caricias.
—Debes de creer que soy adicta al sexo o algo por el estilo. Nunca me
había ocurrido nada igual. Yo... —antes de continuar, un intenso beso
cubrio su boca, lo cual contribuyó a acentuar su excitación.
— !Chis! —le susurró Lena al oído— Disfruta. Quiero saborearte.
Eres extraordinaria. —se deslizó sobre el cuerpo de la morena, lamiédolo y
chupádolo, prestando especial atención a los lugares que le hacían
arrancar gemidos. Yulia no pudo contenerse; ni siquiera reconoció su
propia voz.
Lena le introdujo los dedos y acomodo el cuerpo entre las piernas de
Yulia, cubriédola con la boca; luego, su lengua localizó el aterciopelado
tejido hinchado por el deseo. Saboreó lamió rozó con los dientes el
clítoris de Yulia y, a continuación, lo estimulo con la lengua hasta que
Yulia creyó que moriría de pasión antes de alcanzar el orgasmo. Lena
percibio el ritmo de Yulia y se ajustó a él perfectamente. Cuando Yulia se
corrió gritó el nombre de Lena, que siguió lamiéndola, chupando y
presionando hasta que Yulia le suplico que la abrazase.
Sólo que la abrazase.
Cuando recupero fuerzas suficientes para hablar, dijo:
— !Dios mío! ¿Ocurre esto cada vez que una mujer hace el amor con
otra?
—no lo se nunca me había sucedido antes.
—entonces..., ¿somos nosotras?
—Sí
—Me Apuntó.
Se acurrucaron bajo las mantas, y Yulia estaba medio dormida cuando
oyó que Lena susurraba:
—Te amo.
Esperó unos momentos y, luego, dijo:
—Yo también te amo. —Le pareció que en sus labios se dibujaba una
sonrisa, pero se le cerraron los ojos.
Permanecieron abrazadas mucho tiempo, saboreando el sudor, la sal y
la pasión mutuas. Cuando una se dormía, el roce de la otra las unía de
nuevo.
El amanecer las sorprendió enredadas bajo un montón de sábanas y
mantas. Yulia, a escasos milímetros de Lena, observó cómo despertaba
lentamente.
Lena la beso en los labios.
—Te amo, Yulia. Pero tal vez no te convenga.
Yulia se sintió furiosa bajo la luz gris de la mañana.
—No vuelvas a decir eso, Lena. Lo que no me conviene es estar sin ti.
Pase lo que pase, quiero que lo afrontemos juntas. Y, ahora, cierra los ojos.
La expresión de pura alegría y paz que iluminó el rostro de Lena antes
de que sus párpados se cerrasen se grabó para siempre en el corazón de la ojiazul. Yulia tiro de las sabanas y las mantas para tapar los cuerpos de
ambas; luego se acercó a la pelirroja y acaricio sus rizos rojizos hasta que sintió que el cuerpo de Lena se abandonaba al sueño.
Mientras Yulia contemplaba a su amante dormida, el destiño de
vibrantes colores que nunca antes había visto. Lena había dicho que
seguramente seguían en peligro y que debían tener mucho cuidado, pero
Yulia estaba convencida de que eran más fuertes juntas que separadas. E,
indiscutiblemente, estaba enamorada de Lena Katina. Haría lo que fuese
por proteger aquel amor.
Lena se movió puso a Yulia sobre ella, la beso en el cuello y murmuró
—Te amo. Duerme.
Yulia se acurrucó bajo el hombro de Lena y cerró los ojos, al fin en casa.
FIN..........................................................................................................................................
Bueno y así esta historia llega a su fin. Fue la historia que mas me gusto adaptar y publicar. Espero a ustedes también les haya gustado. La autora de la historia original es "JLEE MAYER." Gracias por tomarse el tiempo de leerla. Nos Leemos pronto. Saludos. Bye
IMPULSOS DE VIDA
Capítulo 26
Lena abrió los ojos y permaneció inmóvil, tratando de orientarse. ¿Dónde
estaba? En su casa de Gualala. Sí. En su cama. Lo comprobó. Aún no había
amanecido. En efecto. Una hermosa mujer encima de ella.
—Debo de estar soñando,
Al oír su propia voz se espabiló. Un leve ronquido sonó muy cerca, un
brazo se posó sobre su vientre y una pierna se enredó entre las suyas. Lena
siguió quieta, mientras cada molécula de su ser percibía el contacto con el
otro cuerpo. Algodón sobre algodón. Piel sobre Piel.
Durante la noche Yulia debía de haberse bajado los pantalones,
porque Lena percibió un calor que le indicó
que la morena no llevaba nada. Notó un cosquilleo, una sensación cálida y
húmeda.
Al darse cuenta, una especie de alarma contra incendios la sacudió.
Trató de dormir de nuevo, pero le resultó imposible. Quería abandonarse y
devorar a aquella maravillosa criatura. «Muy bien, Lena. Vaya momento
para ponerte poética y aprovecharte de ella, justo cuando es más vulnerable
y se siente en deuda contigo. Muy honrado, muy leal. Durará. ¡Una mierda!
¿Quieres que dure? ¿En qué estás pensando?»
En una fracción de segundo la pelirroja bajó por una resbaladiza cuesta y
llegó a una sorprendente conclusión. Deseaba que durase. Quería a Yulia
de todas las maneras. Estaba quebrantando todas sus reglas. Tenía que
abandonar la cama ya.
Apartó a la ojiazul con mucho cuidado y la tapó con las mantas,
procurando no tocarla con los dedos sudorosos. Luego se levantó en
silencio, dolorida y reprimiendo una queja. Cogió un forro polar del
armario, se calzó unas zapatillas y fue a encender el calentador y la
chimenea. Puso la tetera al fuego, preparó té y se sentó en el sofá, frente a
la chimenea. El sol se sumergía en el mar. Habían dormido mucho.
Retiró el cargador del móvil, pulsó un número rápido y una voz
familiar respondió al segundo timbrazo.
—Hola, Maggie. Llamo para informarme. ¿Hay novedades?
—Enviamos gente al lugar del incidente. La furgoneta estaba
destrozada. El señor Hatch saltó a tiempo, pero no contaba contigo y con tu
cuchillo. Estaba donde lo dejaste. El equipo cree que no había pasado nadie
por allí. ¿Se encuentra bien la señorita Volkova?
—Sí. Está durmiendo. ¿Y Dieter y la Johnson? ¿Los habéis
encontrado?
—Según nuestros informes, huyeron a Canadá antes de que
pudiésemos detenerlos. No creo que vuelvan, pero hay muchos como ellos
por ahí.
Lena suspiró.
—¿Crees que se han librado?
—Eso parece, pero nunca se sabe. El chiringuito de las acciones ha
cerrado y la gente que lo llevaba, al menos en Estados Unidos, ha muerto o
ha desaparecido. Podéis volver, pero será mejor que mantengáis la guardia
durante un tiempo, porque cabe la posibilidad de que no hayamos
identificado a todos los jugadores.
Lena contemplaba el fuego mientras escuchaba a Maggie. «Tal vez
sea mejor así.» De pronto oyó una tosecilla y vio que Yulia estaba apoyada
en la puerta, con los brazos cruzados sobre el pecho, observándola. Los
ojos de Lena recorrieron su cuerpo. Llevaba los pantalones puestos.
«Seguro que lo he soñado.»
La pelirroja se preguntó qué habría oído Yulia y sintió la necesidad
irracional de ocultarle el hecho de que podían marcharse. Sin embargo,
tenía que decírselo.
—Te volveré a llamar para concretar planes. Gracias por la
información, Maggie. —Cerró el teléfono y permaneció sentada, con los
brazos apoyados en los muslos y las manos entrelazadas. Yulia se acercó a
ella y se sentó a su lado, y Lena percibió el aroma de las sales de baño que
había puesto en la bañera la noche anterior, el aroma del que había
disfrutado durante toda la noche.
—Buenas noticias —dijo Lena sin mucho entusiasmo, contemplando
el fuego—. Han arreglado lo del... accidente; parece que no lo vio nadie
más. Creen que Dieter y Georgia cruzaron la frontera de Canadá. Podemos
regresar.
Yulia se quedó callada unos instantes.
—No.
Lena giró la cabeza bruscamente.
—¿Qué?
—No.
—¿Por qué no?
—Me prometiste unos días libres. Solas.
—¿De veras?
La ojiazul contempló la habitación en penumbra.
—¿Qué hora es? Parece tarde.
Lena señaló un reloj de pared con gesto ausente.
—Ahí. Son casi las cinco.
Yulia se levantó y cogió la taza de Lena.
—Voy a preparar té. Mientras llama a tu amiga para decirle que
volvemos dentro de unos días. Luego hablamos de nuestras vacaciones.
La espalda de la mujer que se dirigía a la cocina era tan subyugante
como su rostro. Lena se dio cuenta de que estaba sonriendo con cara de
boba, pero no pudo evitarlo. Llamó canturreando, y Maggie la sacó del
atolladero enseguida.
Yulia preparó té y tostadas. Con aire ausente, untó las tostadas con
mantequilla y luego, llevó la bandeja a la sala y la dejó ante la chimenea.
Se sentó al lado de Lena y preguntó:
—¿Has llamado?
—Sí.
—Estupendo. ¿Y qué hacemos estos días? —Yulia se daba palmaditas
en el muslo.
Lens la miró un momento, se acercó a ella y le sujetó la mano que
tenía ocupada.
—Yul, mírame, por favor. —La morena obedeció y le sostuvo la mirada
—. Antes de que hagamos planes, debes escucharme. —Yulia permaneció
en silencio.
Lena tomó aliento.
—Cuando descubriste la mierda de tu... de la empresa de Vladimir
Sokolsky, te dieron una paliza. Y eso fue por la ética que demostraste, por tu
honradez y por estar en el lugar equivocado en el momento equivocado.
Yulia asintió, preguntándose adonde iría a parar todo aquello. Los
ojos de Lena la traspasaban y le suplicaban que la escuchase y la
comprendiese.
—Pero cuando entraste en relación conmigo, por lo del disco y el
intento de pescar a esos tipos, había demasiado en juego. Creo que
descubrieron lo que habías hecho y quién era yo. Entonces, o bien te
mataban o bien te controlaban para utilizarte como baza. En realidad, ese
grupo es mucho más poderoso que Vladimir, Georgia o el propio Dieter. Sólo
piensan en el negocio. —No dejó intervenir a Yulia—. Lo sé porque
trabajo para las personas que quieren detenerlos.
La morena, confundida, acertó a decir:
—Pero tienes una gran empresa. Trabajas para ti.
—Y también para varias agencias del gobierno. Me pagaron la carrera
y me ayudaron a montar la empresa. Y por eso he desarrollado los
programas de seguridad y los programas forenses que utiliza el gobierno.
Las versiones que se venden al público no son nada en comparación con las
que tienen las agencias.
Yulia le apretó la mano.
—Sí, claro. Todo el mundo sabe que tienes contratos con el gobierno.
Y ahora ya entiendo por qué esa gente está nerviosa.
Lena se inclinó hacia Yulia.
—Eso no es todo. No me he dedicado sólo al desarrollo de software.
He participado... en operaciones encubiertas. Estoy entrenada y trabajo
como... agente, Yulia. He hecho cosas que ni en sueños se te ocurrirían y
de
las que no me enorgullezco. Casi nadie lo sabe, pero si los que
trabajan para Dieter están entre los pocos enterados y me han
identificado... —Posó los ojos en la mano que retenía la ojiazul.
Yulia resopló y se quedó callada durante unos segundos.
—Entonces, ¿me tendiste una trampa? ¿Cómo? ¿El hombre que entró
en mi apartamento trabajaba para ti?
—¡Claro que no!
Yulia percibió el daño que habían provocado sus palabras y acarició
la mano de Lena para animarla a seguir. Estaba confusa y, sobre todo, le
aterrorizaba que su amor por la pelirroja se basase en una mentira.
—La verdad es que hacía tiempo que tu ex novio se hallaba en el
punto de mira —explicó Lena—. El dinero que Anya invirtió en su empresa
procedía del Departamento del Tesoro. No coincidimos contigo en aquel
restaurante por casualidad. Yo lo planeé todo. Al principio, la amistad que
Anya entabló contigo estaba planificada. Te captamos y te utilizamos,
aunque sabíamos que podía ser peligroso. Me he dado contra la pared
millones de veces por haberte metido en esto, pero creía en la misión. ¿Qué
importaba una víctima si capturábamos a los malos? Soy tan mala como
ellos. Ahora ya lo sabes. —Lena se recostó en el sofá. Parecía derrotada.
Yulia, que había retirado la mano varias frases antes, contempló el
fuego durante un buen rato. De pronto todo cobraba sentido. No era lo que
Yulia quería escuchar, pero sí lo que necesitaba escuchar. Era algo real.
Tan real como su reacción al oírlo. Sabía que tenía que elegir. No como la chica chiflada por una mujer misteriosa e inalcanzable, sino como una
mujer que tenía que coger las riendas de su destino. Podía levantarse e irse.
Con toda certeza, sus padres le aconsejarían que se alejase de Lena Katina lo máximo posible.
Se trataba de su vida, y Yulia sabía, sin duda, que Lena era su futuro.
Pero Lena tenía que responder más preguntas. Yulia no iba a arriesgarlo
todo por una aventura. Nunca había sido ni sería partidaria de las
relaciones superficiales. Y mucho menos con la pelirroja.
—Entonces, ¿Anya sólo fingió que yo le caía bien para convencerme de
que trabajase para ti? —Aquello le dolió mucho.
Lena sacudió la cabeza enérgicamente.
—¡Rotundamente no! Sí, tenía que ganarse tu amistad, pero casi desde
el principio pensó que no debíamos inmiscuirte. La invitación para vivir en
nuestra casa no formaba parte del plan y no era necesaria. Y mis...
sentimientos por ti no estaban previstos. —La última frase fue casi un
susurro.
Aunque le dio un vuelco el corazón al oír las palabras de Lena, Yulia
tenía que saberlo todo.
—¿Sigues siendo agente? Tal y como lo has explicado, sonaba a cosa
del pasado.
Lena dudó.
—Hace tiempo que pienso en renunciar a mi personalidad encubierta.
En realidad, soy demasiado reconocible. Antes podía evitar la publicidad,
pero la presión de las entrevistas, de los discursos y todo lo demás ha
aumentado con el tamaño de la empresa.
—Comprendo el motivo. La mayoría de los directores ejecutivos son
hombres blancos y rechonchos. Y tú no encajas en esa categoría. Los
medios de comunicación deben de adorarte.
Una sonrisa irónica iluminó los labios de Lena, que se frotó las sienes
con los dedos, como si le doliese la cabeza.
—No sé si todos estarán de acuerdo. No he colaborado mucho con
ellos.
—¿Es la única razón para que lo dejes?
Los ojos de Lena se posaron en Yulia.
La morena se acercó más a ella y exigió:
—Dime la verdad. Deja que decida yo.
Lena casi se encogió, y Yulia vio miedo y dolor en su mirada.
—Estoy cansada de... esa vida. En realidad, no me di cuenta de que
había tomado la decisión hasta que me preguntaste. Pero, cuando te conocí,
algo cambió. Y cada vez que pienso que podría haberte perdido..., que aún
podría perderte por culpa de esto...
Enmudeció y a Lena la sorprendieron sus propias lágrimas. Yulia
borró una con el dedo y, luego, se lo llevó a los labios.
—Lena, la noche que nos conocimos, cuando me salvaste, si no
hubieras estado allí, no sé qué habría pasado. Y en tu casa, con aquellos
hombres horribles, te expusiste por mí. Ahora estoy aquí y me encuentro
bien gracias a ti. —Yulia se inclinó y rozó suavemente con sus labios los
de la mujer que había conquistado su corazón.
Lena trató de resistir.
—No lo entiendes. ¡Podrías haber muerto por mi culpa!
—Pero no ha ocurrido.
—¡No quiero que estés conmigo por gratitud! Eso sería...
Yulia, cuyo corazón sufría por Lena, puso un dedo sobre sus labios y
la hizo callar.
—Algo que yo no haría. Deseo estar contigo. Deseo conocerte. No
puedo explicarlo mejor. Sólo estoy segura de una cosa: sé lo que quiero. Lo
he querido casi desde el mismo momento en que te conocí. Y te aseguro
que la gratitud es una parte muy pequeña de todo ello. Por favor.
—Yulia, ¿has estado alguna vez con una mujer? ¿Eres lesbiana?
—Siempre viví como querían mis padres. Intenté que formases parte
de mis fantasías.
AI advertir la confusión de Lena, Yulia explicó:
—Estaba tan entusiasmada con nuestro baile, con el beso y con la
noche que pasamos juntas, sin tocarnos, que basé la decisión en obligarte a
desempeñar tu papel, con consecuencias casi catastróficas. Te debo una
disculpa.
La pelirroja iba a decir algo, pero la morena sacudió la cabeza. Debía rematar
aquello mientras conservaba todos sus sentidos, porque, a diferencia de la
postura extremadamente ética de Lena, no tenía intención de perder un
segundo si la ojiverde la aceptaba.
—Por culpa de mis meteduras de pata, te viste obligada a rescatarme,
y la situación se repitió. Pero huimos juntas, comimos barras de cereales
rancios juntas y nos enfrentamos a ese tipo juntas. Aprendí a confiar en ti.
Y, sobre todo, a confiar en mí.
Se llevó la mano de Lena a los labios, la besó, y se miraron.
—Me has preguntado si estuve alguna vez con una mujer y si soy
lesbiana. Las respuestas son no y no lo sé. Nunca lo había pensado. Por
favor, conténtate con eso. Jamás sentí por nadie lo que siento por ti. Y no
quiero dejar de sentirlo. Si eso significa que soy lesbiana, pues lo soy. A
mi madre le va a dar un ataque.
Lena se quedó callada unos instantes, luego resopló y se echó a reír.
Yulia la imitó, y ambas se rieron a carcajadas hasta quedarse sin aliento;
cuando se calmaron, se apoyaron la una en la otra.
—Bueno, ¿qué te gustaría hacer hoy..., mejor dicho..., esta noche?
—A mí... Eh, a todo esto, ¿dónde diablos estamos?
—En Gualala. —Había un matiz de burla en los ojos de Lena.
—¿Dónde?
—Gua... No muy lejos de Mendocino. ¿Has estado allí?
—No. Pero, ¿no es el pueblo donde rodaron Se ha escrito un crimen?
Allí vivía la protagonista, Cabot algo. Siempre quise visitarlo. Recuerdo
ver la serie de televisión de niña y oír a mis padres quejarse de que se
rodara en un pueblo de California, en vez de rodarla en el pueblo de
pescadores de Cape Cod. Cuando llegué aquí, nunca pasé de Los Angeles.
Espero que no se parezcan en nada.
—No. Se parece más a Bolinas, pero con unos restaurantes estupendos
y unas tiendas maravillosas, y no ha perdido su toque bohemio. Es la
capital de la marihuana del norte de California. ¿Te apetece ir?
Compraremos comida a la vuelta.
—¿Quieres saber qué me apetece realmente? —La voz de Yulia
transmitía sus deseos, y Lena tragó saliva y abrió bien los ojos.
—Sí, claro.
—Me apetece quedarme aquí contigo. Eso es lo que más me apetece.
—¿Quieres... comer algo?
—Acabamos de comer.
Yulia se sentó en el regazo de Lena a horcajadas, se inclinó y le dio
un beso tan tierno y sensual que ambas se quedaron sin aliento.
La morena se levantó y preguntó:
—¿Hay vino? —Y salió de la habitación. La pelirroja permaneció sentada un
poco más, con el cuerpo encendido. Luego se levantó, llevó los platos a la
cocina como una autómata y los dejó en el fregadero. Cogió una botella de
vino, la abrió y se quedó mirando por la ventana de la cocina, mientras su
mente no dejaba de dar vueltas. «Tal vez no debería...»
A Lena la rescataron de sus dilemas éticos unos brazos cálidos que la
rodearon por la cintura. Se volvió y recibió un beso apasionado, al que
correspondió. Yulia llevaba una vieja camiseta de Lena, unos calcetines
gruesos y, a simple vista, nada más.
—Vamos, he preparado el jacuzzi. —La ojiazul cogió las copas de vino y
se dirigió al baño, moviendo las caderas con un aire que la invitó a
seguirla.
Lena tiró el paño de cocina por encima del hombro, sin preocuparse
de dónde caía, cogió la botella y siguió a Yulia.
Cuando entró en el baño, la estaba esperando, rodeada de velas
encendidas que pertenecían al equipo de emergencia de Lena.
Yulia cerró la puerta y la miró.
—Desnúdate.
—No estoy muy...
—Ahora.
Lena trató de bajar la cremallera del forro polar con manos
temblorosas. Como no lo consiguió, intentó quitarse los pantalones.
«¿Cómo es posible que ni siquiera pueda quitarme los pantalones? ¡A ver
si de una vez por todas!» De pronto, otro par de manos la ayudaron, y Lena
admiró la habilidad de Yulia para las tareas motrices más sencillas. El
forro se desprendió. Luego dejó que la morena le quitase la camisa de manga
larga por la cabeza.
—Levanta los brazos.
Observó con alivio que Yulia temblaba mientras intentaba quitarle la
camiseta, sin éxito. Lena le sujetó las manos para serenarla y la miró a los
ojos, de un intenso azul con un toque gris como también lo tenían los verdes de ella.
—¿Estás segura? —preguntó, con la voz ronca de deseo.
Yulia sostuvo la mirada y retrocedió unos pasos, y Lena dejó de
respirar. Se quitó con elegancia los calcetines y la camiseta, que cayó al
suelo. La pelirroja estaba aturdida. Contempló el cuerpo de Yulia con los ojos de
una amante y le pareció increíble. Moreno, esbelto, piernas bien torneadas, cintura
estrecha y unos preciosos pechos que cortaban la respiración. Todo
proporcionado. Vio cómo Yulia se acercaba a la bañera y se metía dentro.
Tras acomodarse, llenó las copas de vino.
—Estoy segura.
Lena se despojó de la camiseta y la tiró al suelo. Se quitó rápidamente
los pantalones de chándal y percibió el frío de las baldosas bajo los pies
mientras se dirigía a la bañera, consciente de que la ojiazul no se perdía ni uno
solo de sus movimientos.
—Dios —gimió Yulia—. Tu cuerpo es fuerte y, a la vez,
absolutamente femenino. Y tú no te das cuenta. He soñado con verte, con
recrear mis ojos en ti desde aquella noche en mi apartamento. La noche
que me llevaste al baño cubierta sólo con una toalla.
—No tenía ni idea.
Cuando se sentaron en la bañera y bebieron vino, Lena casi no se lo
creía. Estaba desnuda, con aquella mujer que llenaba sus pensamientos y
sus sueños.
—Quiero que sepas cuánto... Quiero decir que no he... —Lena bajó la
vista—. «Maldita sea. No había tenido tanto miedo ni cuando me
dispararon. ¡Qué difícil es esto!»
Yulia contempló a aquella magnífica mujer, que, de pronto, parecía
tan abierta y vulnerable. Con una vulnerabilidad que reflejaba la suya
propia. Dejó a un lado la copa, se acercó a ella y la abrazó por el cuello.
—Lena, eres la persona más maravillosa que conozco —susurró—.
No puedo dejar de pensar en ti. Ocupas mis primeros pensamientos por la
mañana y los últimos por la noche. El mero roce de tu mano me provoca
reacciones que jamás creí que existieran. No he estado con ninguna mujer
antes, pero eso no significa que no haya pensado en lo que quiero hacer
contigo. ¿Te sirve de algo?
Lena la miró a los ojos y algo se agitó en su interior. Su sonrisa le
indicó a Yulia que no tardarían en convertirse en amantes y se le aceleró el
corazón.
—Creo que me lees la mente, pero debo advertirte una cosa.
Yulia frunció el entrecejo.
—Lo que pretendía decirte antes, sin éxito, era que nunca había
sentido lo mismo por nadie. No quiero que nos precipitemos. Si sólo
deseas besarme, lo haremos así. No quiero asustarte. —Lena estaba
colorada—. Quiero que tú...
—¿Acaso me estás diciendo que te da miedo tu propia pasión?
—Supongo que sí. Me he pasado la vida controlándolo todo, pero
contigo no funciona. No sé qué sucederá.
Yulia se acercó a Lena, le colocó un rizo suelto
detrás de la oreja y susurró:
—Averigüémoslo.
Se besaron con dulzura, explorándose mutuamente los labios y la
boca. Pero las semanas de separación y el
deseo que sentían disiparon sus temores y encauzaron la pasión. Lena
se levantó y la abrazó con fuerza, y por primera vez disfrutaron del
contacto de sus cuerpos desnudos.
—Dios mío, Len —dijo Yulia—, ¡qué suave eres! —Gimió al sentir
cómo se deslizaba el muslo de Lena entre sus piernas y se apretó contra
ella. La pelirroja la sostuvo con firmeza y la besó en la mejilla y en el cuello,
chupando y mordisqueando de vez en cuando.
El agua caliente se agitó a su alrededor y la sensación increíblemente
erótica de los cuerpos tocándose empujó a la morena a rodear la cintura de
Lena con las piernas.
—Quiero que cada parte de mí esté en contacto contigo. Nunca me
parecerá suficiente.
Tras unos momentos, Lena jadeó.
—No creo que aguante mucho más. ¿Estás limpia? —Las últimas
palabras apenas se oyeron.
—Sí. Me parece que no puedo moverme. Ven. —Yulia se levantó y la
besó apasionadamente, un beso que no acabó hasta que tuvieron que
separarse para respirar.
Lena sonrió, casi sin aliento.
—Si no salimos de esta bañera pronto, acabaremos ahogándonos.
Aguanta un minuto, por favor. Tengo que recuperarme.
Yulia se apartó, pero deseaba regresar a los brazos de Lena
desesperadamente. Ambas permanecieron en silencio unos diez segundos.
—De acuerdo. Salgamos de aquí. —Yulia, que estaba más cerca de
los escalones, salió, cogió una toalla y se dedicó a secar a la pelirroja en cuanto
abandonó la bañera. Lena agarró la otra toalla y envolvió con ella los
hombros de la ojiazul. Yulia estaba tan excitada que la operación de secado
fue muy torpe. Arrojó la toalla al suelo y se acercó a Lena.
—No puedo hacerlo.
Lena, aunque afectada, acertó a decir:
—Bien, de acuerdo. No tienes que hacer nada que te moleste. No ha
sido buena idea. Disculpa.
Yulia la miró, tratando de adivinar a qué se refería.
—¡No! Lema, en mi vida había estado tan segura de algo. Es que no
puedo esperar mientras nos secamos. Quiero que estés a mi lado, en la
cama, ahora mismo. ¡Vamos! —La cogió de la mano y corrieron al
dormitorio, compitiendo para ver quién llegaba antes.
Se tendieron en la cama riendo, jugando y tirándose almohadas. Luego
permanecieron la una junto a la otra, contemplando las estrellas a través de
la claraboya. Lena se colocó de lado y apoyó la cabeza en la mano; y Yulia
sintió tanto frío que se le puso la carne de gallina y los pezones de punta.
La pelirroja se apresuró a subir las mantas y a rodear a la morena con sus brazos
para darle calor. Permanecieron así unos minutos. Yulia acurrucó la cabeza
bajo el mentón de Lena, y sólo se oían los latidos de sus corazones. La ojiazul
percibió el ritmo del pulso de la ojiverde y se sumergió en su desnudez.
Sin pensar, Yulia posó los labios en el cuello de Lena y besó la piel
bajo la que vibraban los latidos. Oyó un profundo suspiro y lamió el mismo
lugar, atreviéndose a cubrir con la mano el pecho de la pelirroja. El pezón se
endureció inmediatamente mientras sus dedos lo acariciaban. Su cuerpo
también se acaloró y los besos descendieron hasta reclamar el otro pezón
con los labios; luego lo rodeó con la lengua y saboreó la excitación de su
amante.
—Sí —susurró Lena.
Yulia continuó la exploración de aquella maravillosa mujer que yacía
a su lado. Con un movimiento repentino,
Lena cambió de postura, y Yulia se sumergió en aquellos ojos
insondables.
—Déjame, por favor. Déjame —murmuró Lena y cubrió a Yulia con
su cuerpo, provocando gemidos de placer.
—Eres maravillosa, Lena. Maravillosa.
Instintivamente los cuerpos de ambas buscaron los puntos de placer
mutuos; los besos se volvieron más encendidos, y Lena metió de nuevo el
muslo en el lugar que había excitado a Yulia en la bañera.
A la morena la abrumaba cada nuevo roce y casi no podía respirar.
—Más, Len, dame más.
Lena se puso de lado y capturó un pezón con la lengua; lo lamió y lo
chupó. Con una mano frotó el abdomen liso de Yulia, que gimió y se
arqueó. Apartó el muslo para introducir los dedos y gimió al percibir la
fluida humedad de la morena.
—He soñado muchas veces con acariciarte —declaró Lena.
Yulia intentó controlarse o, al menos, registrarlo todo mientras Lena
le frotaba el clítoris con fuerza, presionando, y luego lo acariciaba, primero
suavemente y después con más urgencia, manteniendo el muslo entre sus
piernas.
—Lena, sí, más fuerte, por favor. Por Dios, Len, más fuerte.
La pelirroja aumentó la presión y la velocidad, y Yulia se elevó cada vez
más. No tenía sentido del tiempo; sólo quería que aquello no acabase
nunca. De pronto, Yulia se puso tensa y dejó de moverse, mientras se
dispersaban por su cuerpo sensaciones nuevas para ella. Se desprendió de
la pierna de Lena y se tendió en la cama, abriéndose completamente a la
mano de su amante. Lena aumentó la presión de las caricias, se puso a
horcajadas sobre una pierna de Yulia y se movió contra ella.
La morena casi no podía respirar. Su cuerpo y su mente explotaron en una
cascada de placeres tan salvajes y primarios que no los reconoció. Su
garganta emitió un gemido mientras se estremecía y, luego, se sacudió,
buscando a la pelirroja. Lena se mantuvo firme, mientras continuaba acariciando
el centro de Yulia y se deslizaba en su interior para acrecentar la respuesta
de su amante. Las oleadas de placer agitaban a Yulia, que respondía a todo
lo que Lena hacía. Poco a poco se calmó, y la pelirroja permaneció dentro de
ella, siguiendo sus propias instrucciones, hasta que Yulia se quedó
exhausta.
Lena empezó a salir lentamente y la ojiazul lanzó un largo suspiro.
—No. Aún no. —Continuaron una al lado de la otra.
La mano de Yulia se demoró sobre el bellísimo cuerpo que estaba a su
lado, y Lena suspiró. Siguió tocándola muy despacio hasta que encontró el
tesoro que buscaba entre sus piernas, húmedo, hinchado y vibrante.
—Eres divina —murmuró Yulia—. Deslumbrante, —Besó a Lena y
comenzó a explorar los pliegues con los dedos, traduciendo la pasión que
sentía por su amante en movimientos que condujeron a Lena a un fuerte
clímax en cuestión de minutos. Yulia se sorprendió cuando estuvo a punto
de compartir el desahogo con ella. «¡Dios, que mujer!»
—lo siento. —Lena jadeaba— Quería prolongarlo, pero no he
podido. Resultas muy excitante cuando exiges lo que quieres. He hecho
todo lo posible por retenerlo y llegar las dos juntas, pero, en cuanto me has
tocado, he sentido que iba a explotar.
— .Te está disculpando? Eres maravillosa. Casi... hum, he disfrutado
cada instante. Créeme.
Lena deslizó la mano de nuevo.
—estas mojada. —su voz sonó ronca.
Yulia, aún muy sensible, jadeo cuando la pelirroja la toco y, luego, se
abandonó a sus caricias.
—Debes de creer que soy adicta al sexo o algo por el estilo. Nunca me
había ocurrido nada igual. Yo... —antes de continuar, un intenso beso
cubrio su boca, lo cual contribuyó a acentuar su excitación.
— !Chis! —le susurró Lena al oído— Disfruta. Quiero saborearte.
Eres extraordinaria. —se deslizó sobre el cuerpo de la morena, lamiédolo y
chupádolo, prestando especial atención a los lugares que le hacían
arrancar gemidos. Yulia no pudo contenerse; ni siquiera reconoció su
propia voz.
Lena le introdujo los dedos y acomodo el cuerpo entre las piernas de
Yulia, cubriédola con la boca; luego, su lengua localizó el aterciopelado
tejido hinchado por el deseo. Saboreó lamió rozó con los dientes el
clítoris de Yulia y, a continuación, lo estimulo con la lengua hasta que
Yulia creyó que moriría de pasión antes de alcanzar el orgasmo. Lena
percibio el ritmo de Yulia y se ajustó a él perfectamente. Cuando Yulia se
corrió gritó el nombre de Lena, que siguió lamiéndola, chupando y
presionando hasta que Yulia le suplico que la abrazase.
Sólo que la abrazase.
Cuando recupero fuerzas suficientes para hablar, dijo:
— !Dios mío! ¿Ocurre esto cada vez que una mujer hace el amor con
otra?
—no lo se nunca me había sucedido antes.
—entonces..., ¿somos nosotras?
—Sí
—Me Apuntó.
Se acurrucaron bajo las mantas, y Yulia estaba medio dormida cuando
oyó que Lena susurraba:
—Te amo.
Esperó unos momentos y, luego, dijo:
—Yo también te amo. —Le pareció que en sus labios se dibujaba una
sonrisa, pero se le cerraron los ojos.
Permanecieron abrazadas mucho tiempo, saboreando el sudor, la sal y
la pasión mutuas. Cuando una se dormía, el roce de la otra las unía de
nuevo.
El amanecer las sorprendió enredadas bajo un montón de sábanas y
mantas. Yulia, a escasos milímetros de Lena, observó cómo despertaba
lentamente.
Lena la beso en los labios.
—Te amo, Yulia. Pero tal vez no te convenga.
Yulia se sintió furiosa bajo la luz gris de la mañana.
—No vuelvas a decir eso, Lena. Lo que no me conviene es estar sin ti.
Pase lo que pase, quiero que lo afrontemos juntas. Y, ahora, cierra los ojos.
La expresión de pura alegría y paz que iluminó el rostro de Lena antes
de que sus párpados se cerrasen se grabó para siempre en el corazón de la ojiazul. Yulia tiro de las sabanas y las mantas para tapar los cuerpos de
ambas; luego se acercó a la pelirroja y acaricio sus rizos rojizos hasta que sintió que el cuerpo de Lena se abandonaba al sueño.
Mientras Yulia contemplaba a su amante dormida, el destiño de
vibrantes colores que nunca antes había visto. Lena había dicho que
seguramente seguían en peligro y que debían tener mucho cuidado, pero
Yulia estaba convencida de que eran más fuertes juntas que separadas. E,
indiscutiblemente, estaba enamorada de Lena Katina. Haría lo que fuese
por proteger aquel amor.
Lena se movió puso a Yulia sobre ella, la beso en el cuello y murmuró
—Te amo. Duerme.
Yulia se acurrucó bajo el hombro de Lena y cerró los ojos, al fin en casa.
FIN..........................................................................................................................................
Bueno y así esta historia llega a su fin. Fue la historia que mas me gusto adaptar y publicar. Espero a ustedes también les haya gustado. La autora de la historia original es "JLEE MAYER." Gracias por tomarse el tiempo de leerla. Nos Leemos pronto. Saludos. Bye
Lesdrumm- Admin
- Mensajes : 516
Fecha de inscripción : 03/08/2014
Localización : Trapped in some parallel universe
Re: IMPULSOS DE VIDA...
Dios cada adaptacion tuya me hace admirarte mas.. apreciar lo q haces y enamorarme cada vez mas d tus adaptaciones en especial d esta
flakita volkatina- Mensajes : 183
Fecha de inscripción : 07/06/2015
Edad : 30
Localización : Costa Rica
Re: IMPULSOS DE VIDA...
Te eh d confezar q no queria q llegaras al fin
flakita volkatina- Mensajes : 183
Fecha de inscripción : 07/06/2015
Edad : 30
Localización : Costa Rica
Re: IMPULSOS DE VIDA...
flakita volkatina escribió:Te eh d confezar q no queria q llegaras al fin
Sabes te tengo una noticia, sabes esta historia tiene una segunda parte que espero poder publicarla muy pronto aquí, estoy segura te gustará, asi que estate atenta cuando menos lo esperes estaré publicandola. Gracias de nuevo por los elogios, se hace lo que se puede, gracias por comentar. Saludos.
Lesdrumm- Admin
- Mensajes : 516
Fecha de inscripción : 03/08/2014
Localización : Trapped in some parallel universe
Re: IMPULSOS DE VIDA...
Ohhhh genial genial genial estare muy al pendiente ojala sea pronto.. tenia la esperanza de q me dijeras eso x como quedo el final... por eso estare ansiosa.. gracias cuidat saludos (si puedes avisar seria aun mejor)
flakita volkatina- Mensajes : 183
Fecha de inscripción : 07/06/2015
Edad : 30
Localización : Costa Rica
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