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UNA NUEVA OPORTUNIDAD

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Mensaje por Lesdrumm 4/1/2015, 4:38 am

Hola a todos, les dejo una nueva historia, Fan Fic adaptado que espero les guste.  Very Happy



UNA NUEVA OPORTUNIDAD


PROLOGO


"Lena Katina, una arquitecta de gran talento, insatisfecha con su vida personal y profesional, es rescatada en medio de un temporal de nieve por Yulia Volkova, célebre pintora, que acaba de perder al gran amor de su vida, Sharla. Este encuentro marcará la vida de ambas, obligandolas a cuestionarse sus mas intimas convicciones." 
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Mensaje por Lesdrumm 4/1/2015, 4:39 am

UNA NUEVA OPORTUNIDAD


Capítulo 1


Una tormenta de invierno anunciaba nieve para el día de Acción de Gracias. 
A Yulia, la idea de dar las gracias le resultaba irónica. Tenía poco de lo que sentirse agradecida. Una nueva ráfaga de viento sacudió los cristales de las ventanas del tejado a dos aguas del desván, y Volky, con un gemido, apoyó todo su peso contra la parte posterior de las piernas de Yulia. 
—Ya lo sé, muchacha —dijo con aire ausente. 
Le dio unas palmadas sobre el pelaje espeso y blanco. De algún modo, Volky siempre sabía cuando empezaban a escasear las provisiones. Si Yulia no iba al pueblo y volvía antes de la tormenta, iban a tener que comer judías en lata el día de Acción de Gracias y varios días más. 
A Yulia le apetecía quedarse incomunicada por la nieve. Si la Madre Naturaleza la apartaba del mundo durante unos cuantos días, el aislamiento no habría sido por propia elección. Era su segunda Acción de Gracias sin Sharla. Se preguntó cuándo dejaría de contar. 
—Vamos, muchacha —dijo. Se puso la parka a cuadros y las botas de nieve. Cuanto antes saliera, menos posibilidades tenía de que a la vuelta se viera obligada a poner las cadenas. 
Volky no necesitó que le insistieran. Salió de la casa adelantándose a Yulia y, cuando la puerta de la camioneta se abrió, introdujo de un salto sus cuarenta y dos kilos de husky de Alaska y se sentó en el asiento del acompañante. Cuando Yulia cerró la puerta tras ella, Volky ladró una vez. 
—Vale, vale, ya me doy prisa. 
La ida a Bishop no fue dificil: la camioneta era lo suficientemente pesada para resistir un poco de viento. Pero cuando salió del mercado, caían pequeñas ráfagas de nieve. Puso rápidamente las bolsas de papel en el suelo, debajo de Volky, que jadeó y se relamió. 
—Como se te ocurra mordisquear ese pavo, no verás ni un solo muslo. 
Yulia no sabía por qué había comprado el pavo; lo único que se le ocurría era que estaba a muy buen precio. Conservaba esa especie de tacañería en las pequeñas cosas, propia de su educación religiosa, independientemente del estado de su cuenta corriente. En el fondo de su mente, tenía pensado poner la mesa con una silla vacía para Sharla. A lo mejor el espíritu de ésta la visitaba y al fin la dejaba sentirse entera otra vez, en lugar de seguir vagando como un fantasma, como si fuera ella la que se hubiera ahogado. 
Se detuvo rápidamente en la oficina de correos. Había dos cartas y un paquete que recogió en la ventanilla. Una carta era de su madre. Yulia no sabía si leerla. La otra era de Maureen y Valentina, amigas insistentes que seguían escribiendo a pesar de que Yulia no contestaba. 
La dirección del remitente en el paquete hizo que Yulia contuviera el aliento. Se frotó los ojos con la manga de la parka. ¿Por qué no había cancelado los pedidos a la tienda de artículos de arte? Cada vez que llegaba una de esas cajas, era como si le clavaran un puñal en el pecho. 
Las ráfagas arreciaban cada vez más. Tuvo que inclinarse ante el viento para que la nieve no le azotara la cara mientras regresaba a la camioneta. ¿Por qué todo le costaba tanto? Golpeó el volante con los puños. El estallido de rabia se desvaneció con la misma rapidez que había aparecido, y Yulia cerró los ojos con un cansancio indescriptible. 
Volky gimió y le mordisqueó la manga de la parka. Ella la apartó el intentó calmarse. La nieve caía con una absurda y constante firmeza... no tenía tiempo de darse el lujo de sufrir. 




CONTINUARÁ...


Última edición por LenokVolk el 4/1/2015, 4:50 am, editado 1 vez
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Mensaje por Lesdrumm 4/1/2015, 4:49 am

UNA NUEVA OPORTUNIDAD


Capítulo 2


Lena se inclinó hacia delante y miró con ansiedad por el parabrisas. Puso las luces largas, pero el reflejo en la cortina de lluvia y aguanieve deslumbró aún más sus ojos ya cansados. Con todo, no podía ver más allá 
de la distancia que ocuparía otro coche; quizá dos. Con una mueca, volvió a poner las cortas y rezó para que las rayas de la carretera siguieran visibles a pesar de la lluvia que inundaba el asfalto. El cruce que conducía a Bishop apareció en medio de la oscuridad y Lena giró lentamente a la izquierda. Redujo la velocidad del MG al tomar una curva y después la carretera se convirtió en lo que parecía una subida donde la lluvia empezaba a helarse. Siguiente parada: mil ochocientos metros de altura. 
Lo único que podía hacer era seguir adelante y maldecir a todas personas responsables de su situación. Era evidente que esto no podía ser culpa de ella, pensó. Ah no, tú no eres la que está conduciendo un viejo coche deportivo con este tiempo. No, la culpa era de su madre por haberla convencido de que tenía la obligación de ir a pasar el día de Acción de Gracias con su familiar más cercano: una tía que Lena no había visto desde que era niña. También era culpa de Parker por haberle aconsejado que se comprara un MG deportivo de segunda mano cuando en realidad lo que ella quería era un cuatro por cuatro. También era culpa de su jefe por haberla retenido tres horas en el momento en que ella se marchaba de la oficina. Nunca fallaba; cada vez que Lena le decía que tenía que irse a una hora determinada, siempre surgía trabajo que terminar en una fecha limite y ella se sentía culpable, y, cuando por fin se iba, se sentía acosada y maltratada. Después, Mannings aludía a su marcha precipitada durante varias semanas. «Si te hubieras quedado una hora más, sabrías por qué se modificó el proyecto...» 
La habría obligado a quedarse hasta las doce de la noche si ella no le hubiera lanzado La Mirada. La Mirada le dijo a Mannings que ya estaba harta de cambiar las especificaciones del CAD una por una y que, no, no pensaba hacer un nuevo juego de doce pruebas en color para tal cliente antes de irse. La Mirada le dijo que estaba harta de diseñar edificios en forma de cajas de cartón, de Mannings y de los trabajos urgentes de última hora que cada vez la retrasaban más, encima que hacía un tiempo espantoso. 
Sólo dijo que lo haría el lunes. De pronto él se volvió de lo más atento y expresó su preocupación por el largo viaje que le esperaba y el tiempo 
que hacía. «Una tía tiene que ser muy valiente —dijo—, para conducir durante seis horas por esas montañas tan altas.» Lena apretó los dientes. Mannings siempre hacía una pausa antes de decir «tía», y ella sabía que en realidad quería decir «chica,> a pesar de que ya estaban en el siglo 21. Le volvió a lanzar La Mirada y le dijo que no, que no creía que debía salir al día siguiente por la mañana. 
Apretó el volante y se maldijo por haber sido demasiado 
cobarde y no haberle dicho que si se hubiera marchado a la hora prevista no habría tenido ningún problema. Pasó junto a una señal de altitud, mil quinientos metros, y siguió ascendiendo. Estaba segura de que se había perdido. Alargó la mano para subir la calefacción pero se detuvo, pues ya estaba a tope. El aguanieve se pegaba a los limpiaparabrisas. Una nueva ráfaga de aire gélido se filtró por la capota y Lena buscó en la guantera los finos guantes que Parker le había regalado. No estaban forrados, pero eran mejor que nada. 
Frenó en la cima de la cuesta y le alivió ver señales de civilización a través de la nieve medio derretida del parabrisas. Aceleró hasta encontrar una señal que indicaba que había llegado a Bishop. Era un pueblo pequeño y lo atravesó en pocos minutos. No había gente a la vista y todas las casas por las que pasó parecían acurrucadas a la espera de la tormenta. Condujo con cuidado por la carretera y reprimió un temblor de miedo. Su tía le había dicho que desde allí sólo faltaban diez minutos de camino. Decidió que podría llegar hasta la casa. 
Su tía, naturalmente, no sabía que iba a nevar. No había luces en la calle. «Bicho de ciudad —se reprendió—, te has ablandado.» El MG no estaba preparado para ese tiempo, lo sabía, pero no tenía otra elección más que seguir adelante. La nieve amainó cuando subió lentamente otra cuesta. Mientras el cuentakilómetros avanzaba, se dio cuenta de que a ese ritmo el cálculo de su tía de diez minutos podía convertirse en media hora. 
El temor y las dudas volvieron con redomada fuerza cuando llegó a lo alto de la primera cuesta. No se había dado cuenta de que la ladera la había estado résguardando del viento y la nieve. El MG se sacudió cuando lo golpeó la primera ráfaga de viento del Ártico y la nieve cubrió el cristal. 
Lena renunció al calor en los pies y dirigió toda la calefacción al parabrisas. Al menos, sirvió de algo. Redujo la velocidad y condujo el coche fijándose en los mojones de la carretera, agradecida de poder ver el borde. 
Pasaban los minutos mientras el paisaje parecía permanecer inmóvil. Lena empezaba a sentirse como si fuera a acabar en el quinto pino. La nieve ya había cubierto cualquier señal que le hubiera permitido orientarse. Hacía al menos media hora que había pasado Bishop, y casi ocho horas que se había marchado de San Francisco. Tenía calambres por la concentración y los temblores. Su necesidad de ir al lavabo empezaba a ser apremiante, lo cual no la ayudaba para nada a mantener la calma. En momentos como ése, envidiaba el artilugio tan práctico que tenía Parker. 
La tía Eliza estaría desesperada. Habían hablado brevemente por la mañana y ésta le había dicho que se preparara para «un poco de lluvia». No se imaginaba que Lena conduciría un coche deportivo en medio de una tormenta del polar. 
Los limpiaparabrisas se movían inútilmente; «vuelve, vuelve», parecían decir. ¿Por qué no se lo habían dicho una hora antes? Ni siquiera sabía si podría dar la vuelta sin salirse de la carretera. ¿Y adónde iba a ir? La única luz que había era la de los faros. Los copos de nieve eran como los de Boston en febrero: de los que se te meten en las botas por muy fuertes que las ates y enseguida se derriten. La clase de nieve que hace que los neumáticos patinen. 
Como una señal, el MG derrapó hacia un lado cuando Lena giró lentamente por una curva. «Fantástico —pensó mientras enderezaba el coche— Yo quería comprarme algo práctico, algo que pudiera llevarme a una obra si hacía falta. Pero no. Parker dijo que el MG estaría muy bien. Que sería divertido tener un deportivo para ir a la playa. Siempre había querido un descapotable.» En los últimos nueve meses habían ido a la playa exactamente una vez. 
La tía Eliza le había dicho que si seguía por la carretera llegaría a un cruce a la derecha. Después tenía que seguir todo recto hasta la segunda verja, y ahí coger un camino de gravilla y tierra. Si había gravilla y tierra significaba que también habría barro. El MG no estaba preparado para el barro. 
Tampoco estaba preparado para el asfalto ni la nieve. Cada pocos metros los neumáticos patinaban sobre la nieve derretida y después, cuando el coche se abría paso por los montículos de nieve, se sacudía. El ritmo impredecible de los resbalones le atenazaba el estómago. Debería volver a Bishop y buscar una habitación en un motel. O bien seguir conduciendo hacia el norte hasta el lago Tahoe. «Claro, Lena, como si fuera tan fácil llegar a Tahoe con este tiempo.» 
«Soy una idiota», se maldijo. Redujo la velocidad y escuchó el tranquilo golpeteo de la nieve que caía sobre el descapotable. No podía hacer nada. La subida de la cuesta que acababa de descender era muy larga, y probablemente tardaría otros cuarenta minutos en regresar a Bishop, pero, por otro lado, dudaba de que pudiera ver una verja o una carretera con semejante tiempo y se moriría de frío si el motor se calaba. Tenía que regresar. 
Empezó a dar la vuelta. Si aparecía un coche, la embestiría. Tampoco tenía suficiente visibilidad como para saber si había girado los ciento ochenta grados. «Dónde está la señal que acabo de pasar?» El aguanieve la volvía casi invisible.., allí estaba. 
Soltó el embrague y el MG se estremeció al subir otra vez la colina. En la cima, Lena torció lentamente hacia la izquierda. Tardó unos segundos en darse cuenta de que el MG se dirigía hacia la derecha. Giró el volante en vano, apretó el freno suavemente, después con desesperación, mientras el coche seguía derrapando lentamente hacia un lado de la carretera. Las ruedas del lado derecho cayeron del arcén y el coche cogió velocidad mientras se salía completamente de la carretera y empezaba a descender. 
Lena tuvo una milésima de segundo para decidir si debía desabrocharse el cinturón e intentar saltar del coche o si debía quedarse y esperar que el cinturón de algún modo evitaba que se hiciera daño. Pero 
en ese momento el coche disminuyó la velocidad, y, con una ligera sacudida, se paró. 
Lena abrió los ojos. Se había detenido junto a una fila de gruesos pinos a sólo un metro de la carretera. Podía haber sido peor, mucho peor. 
Debajo los árboles no nevaba tanto; pero cuando Lena decidió quedarse donde estaba, el motor del MG hizo un chisporroteo espasmódico y se paró. Intentó arrancarlo con cuidado, probó maldiciendo. Ninguna de las dos cosas funcionó, seguramente porque el coche estaba inclinado y la gasolina no llegaba al motor. Pensó con amargura en el Trooper de segunda mano que había querido comprarse, en su sistema de inyección, calefacción, frenos antibloqueo y tracción en las cuatro ruedas. 
La temperatura dentro del coche descendió rápidamente. Intentó calentarse los manos expeliendo el aliento sobre ellas. Finalmente decidió que iba a tener que salir y ponerse a caminar. El movimiento le ayudaría a conservar el calor, algo vital, y sabía que la casa de su tía estaba más adelante. ignoraba cuánto tardaría, pero llegaría. 
La siguiente cosa importante era mantener los pies secos. Llevaba unas botas de cuero muy gruesas... no eran borceguíes de montaña ni mucho menos, pero eran abrigadas e impermeables. Habían sobrevivido a un invierno en Boston. Consiguió sacar con dificultad la maleta de detrás del asiento trasero. Se puso otros pantalones vaqueros encima de los que llevaba 
—los que había traído para ponerse después de la comida de Acción de Gracias— y dos jerseys gruesos encima del que tenía. Volvió a ponerse como pudo la chaqueta; parecía otra superviviente de Boston. 
Se metió unas bragas y unos calcetines en los bolsillos de la chaqueta, para envolverse las manos si hacía falta, y se maldijo por no haber cogido una bufanda de lana o un par de guantes de verdad. La chaqueta no tenía capucha y ella necesitaba conservar todo el calor corporal posible. El cabello suelto y rizado ayudaría, pero no tenía horquillas. Se la puso alrededor de la cabeza y la envolvió con un chaleco de lana como si fueran gafas de 
esquiar. Lo sujetó más o menos con un pañuelo de seda. Los calcetines más gruesos que tenía se convirtieron en mitones y se los puso encima de los guantes de conducir. Nunca se había sentido tan agradecida por usar una riñonera en lugar de un bolso. Se la abroché alrededor de la cintura y se le ocurrió la idea morbosa de que si se moría de frío su carnet de conducir identificaría el cadáver. Como decía el carnet que llevaba en el monedero, la embajada rusa más cercana enseguida encontraría a su padre. 
Se movía con dificultad debido a las capas de ropa, pero cuando salió del coche el frío no la penetró de inmediato. Buena señal, pensó. Mirando por una de las sisas del chaleco, subió como pudo la colina mojada y resbaladiza. Cuando llegó a la carretera, sus manos y rodillas estaban empapadas. 
A pie tenía bastantes posibilidades de ver una verja, así que descendió la cuesta hacia donde pensaba que estaría la casa de su tía. Seguramente la estarían buscando... o quizá pensaban que tenía suficiente sentido común y se había detenido cuando el tiempo había empeorado. «No te asustes —se dijo—. Esto no es peor que cuando nos quedamos atrapadas con mamá en la cima de una pista de esquí en Banif. Tampoco es peor que esas vacaciones en las que nos enseñaban técnicas de supervivencia a las que papá nos arrastraba.» En cuanto volviera a casa pensaba escribirle para darle las gracias por haber insistido en que aprendiera lo esencial. 
Cuando llegó a la cima de la siguiente cuesta, tenía la nariz y las orejas entumecidas y sudaba profusamente bajo los jerseys. Le dolían los pulmones por el frío y la falta de oxígeno. Seguro que habría casas al pie de la colina. Tenía que haber. Ante la sola idea de subir otra colina.., se le cayó el alma a los pies. Se detuvo un momento y oyó un ligero chirrido detrás de ella. 
En un rapto de esperanza, se apartó de la carretera, pese a que se dio cuenta de que el vehículo avanzaba lentamente. Al fin aparecieron los faros. Lena avanzó hacia la luz y empezó a agitar los brazos con desesperación. 
Era una camioneta, bastante grande. De las que llevan esos bestias que salen en las series de televisión. Seguro que tenía un soporte para las escopetas. Cuando se detuvo, un perro blanco enorme se abalanzó sobre la ventana del pasajero, enseñando los dientes. Lena se echó atrás de un salto. 
La puerta del pasajero se abrió. Una voz ronca le ordenó al perro que no se moviera y después le dijo a ella con aspereza: 
—¿Qué pretendes? ¿Qué te maten? 
Lena no supo qué contestar. ¿Cómo iban a matarla? ¿De frío? ¿De rabia? ¿Atropellada por un palurdo antipático? De pronto recordó todo lo que le habían enseñado sobre las consecuencias de meterse en un coche con un extraño. «Ahora es el momento de aplicar las tácticas de supervivencia urbana», se dijo, y de pronto se dio cuenta de que estaba al borde de un ataque de nervios. 
—Mi coche se salió de la carretera. Si pudiera llamar a mi... 
—Haz el favor de entrar antes de que nos congelemos. 
—No necesito que me lleve... 
—Como quieras. 
La puerta empezó a cerrase. 
—¡No, espere! 
Lena cogió la puerta y sin preocuparse por el perro, se subió al estribo. Se sacó el chaleco de la cabeza y descubriendo su roja cabellera rizada, mientras observaba a su acompañante con ansiedad. Sólo distinguió una gruesa chaqueta de franela, de las que llevan los cazadores. Pero no vio la menor señal de un soporte para escopetas. 
—Si pudiera llamar a mi tía... 
—No tengo teléfono móvil —repuso su acompañante con sarcasmo inclinándose hacia Lena. Cuando las luces iluminaron el pelo corto, 
oscuro y los rasgos finos y sobrios, Lena se dio cuenta de que su acompañante era una mujer. Casi se desmayó del alivio. 
—Haz el favor de subir. Volky no muerde y yo tampoco 
—dijo la desconocida. 

 

CONTINUARÁ...




En unos días subo mas de esta historia. Bye.  Cool Smile
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Mensaje por Lesdrumm 4/7/2015, 2:55 am

Hola aquí tiene la conti de esta historia.  Very Happy 


UNA NUEVA OPORTUNIDAD


Capítulo 3



¿Qué había hecho ella para merecer esto? Yulia aceleró y no se sorprendió cuando Volky se le acercó sigilosamente. Esa idiota estaba empapando toda la camioneta. Las bolsas de papel de la compra iban a mojarse y las dos acabarían persiguiendo guisantes por todo el camino de entrada. 

Que Dios la librara de la gente que piensa que se puede razonar con el tiempo. Lo que más enfurecía a la Madre Naturaleza era que se diera por sentado lo que haría. Volver al pueblo era imposible. Había derrapado dos veces en la última cuesta, y su casa sólo estaba a un kilómetro. Le fastidiaba poner cadenas estando tan cerca de su casa. Iba a tener lo que menos le apetecía el día de Acción de Gracias: una visita. 
Se detuvo delante de la entrada e hizo ademán de abrir la puerta, pero la mujer dijo: 
—Deja, ya lo hago yo —y se bajó de la camioneta. 
«Bueno, al fin y al cabo a lo mejor sí tiene un poco de sentido común a pesar de que con esas pecas y el cabello rizado rojo parece una adolescente.» Yulia la observó mientras avanzaba a trompicones por la nieve... « Anda... fíjate que botas lleva! ¿Adónde se pensaba que iba la idiota? ¿Al Club Méditeranée?» 
La mujer logró abrir la verja y esperó a que Yulia pasara. Ésta, por el retrovisor, vio que volvía a cerrarla con el pasador como era debido y después desaparecía mientras se acercaba a trompicones. Cuando subió otra vez a la camioneta, estaba cubierta de nieve medio derretida. Volky le hizo sitio y se subió a medias al regazo de Yulia. 
Pero la mujer no dijo nada. 
—Sujétate —murmuró Yulia. 
Inició el descenso por uno de los caminos de entrada más empinados de los alrededores de los lagos Mammoth. Servía para disuadir a los visitantes ocasionales, lo que a Yulia ya le iba bien. La nieve empezaba a apilarse junto a la puerta del garaje, así que descartó meter la camioneta. Se detuvo en el llano intermedio, un poco más arriba de la casa. 
—Tendremos que bajar a pie —dijo—. Coge todo lo que puedas; a lo mejor nos evitamos hacer dos viajes. 
Tal como Yulia supuso, las bolsas de papel se rompieron cuando las cogieron. La mujer se quitó la chaqueta y la usó como bolsa para transportar los comestibles sin decir nada, después descendió la colina cargada hasta los topes. Al llegar al final, tropezó y se deslizó varios metros sobre el trasero, hasta que se detuvo junto al montículo de nieve que se acumulaba ante el garaje. Al ver la expresión tan cómica que puso, entre apenada y enfadada, a Yulia casi le entraron ganas de reír; algo que hacía mucho tiempo que no hacía. Pero no pudo menos que admirar su valor: la mujer se levantó sin decir nada ni pedir ayuda y subió la escalera con dificultad. 
—Mira Volky, confio en ti para que lleves esto —le dijo Yulia—. Tienes que portarte bien. Tenemos visita. 
Tendió el asa de plástico de la bolsa de malla que contenía 
el pavo hacia Volky. Volky apretó con solemnidad el asa con los dientes delanteros y arrastró obedientemente el pavo envuelto en plástico por la cuesta cubierta de nieve hasta la casa.
Utilizando la chaqueta igual que la otra mujer, Yulia consiguió cargar el resto de la compra. Había perdido la caja con los materiales de pintura por el camino, pero eso no le preocupaba en absoluto, pensó, mientras tiraba el fardo sin miramientos en el suelo de la cocina. Se dio cuenta de que Volky estaba observando el pavo con ansiedad, así que lo puso a salvo en el fregadero del porche trasero. 
—Aviva el fuego —dijo por encima del hombro. 
Cuando regresó, la invitada estaba acurrucada junto a la cocina. A su lado, empezaba a amontonarse una pila de ropa mojada a medida que Lena se quitaba primero un jersey, después otro y los iba tirando al suelo. 
—Ne... necesito ropa —dijo—. Estoy calada hasta los huesos. 
Yulia entró en la habitación de invitados. Bajo las capas de ropa, había una mujer de huesos pequeños pero bien proporcionada. La ropa de Sharla le irá mejor, decidió. Sus jerseys eran demasiado estrechos de hombros y caderas. Se llevó a la cara un jersey de lana de Nueva Zelanda, mientras recordaba su tacto cuando cubría el cuerpo suave y exquisito de Sharla. Se estremeció con violencia cuando la añoranza de Sharla le recorrió la espalda. Sabía que no podía seguir así. 
Se tomó un momento para recobrar la compostura, y volvió a la cocina. 
La mujer aceptó el jersey, la ropa interior y los pantalones de pana sin decir nada, y después preguntó dónde estaba el cuarto de baño. Yulia se lo señaló y la mujer se fue rápidamente. 
Vaya, nunca se había encontrado en una situación tan incómoda, pensó Lena. Atrapada en una cabaña de invierno con una montañesa arisca casi tan sociable como su perro. «Aviva el fuego.» Como si Lena pudiera juguetear con una cocina de leña sin que nadie le explicara nada. 
Sé amable, se dijo a sí misma. Esta mujer te ha salvado de morirte de frío. Se estremeció mientras se vestía y se palpó el pelo, preguntándose si 
debía pasar una toalla a los rizos para que se le secaran mas rápido. No, así ya estaba bien. Volvió a la cocina, mientras pensaba en el calor que emitía el fogón. 
—Me siento casi humana. Gracias —dijo al entrar. Su salvadora alzó la vista mientras atizaba el fuego y enseguida la apartó. Lena comprobó la cremallera del pantalón furtivamente... estaba subida. Era como si la Mujer Montaña no pudiera soportar su presencia—. Siento mucho imponerme de esta manera. ¿Sabes a qué distancia estamos de la casa de los Carson? 
—A unos dos kilómetros. 
—Ah, pensaba que a lo mejor podía ir caminando. 
«Ella me salvó —se recordó Lena—. Podía haberme muerto». 
—No seas imbécil. 
«Yo también estoy encantada de conocerte —pensó la pelirroja—. ¡Al menos podría mirarme!» 
—Ya sé que ahora es imposible. Salí tarde. Tenía que haber llegado hace varias horas. Mi jefe me retuvo en San Francisco. 
Se dio cuenta de que estaba parloteando sin ton ni son. Una experiencia casi mortal no era precisamente apaciguadora. 
—El teléfono está en la pared. Puede que todavía funcione. 
—Ah, gracias. 
«De acuerdo, nos limitaremos a intercambiar frases cortas.» Sus familiares podían venir a buscarla por la mañana. Sacó la rifionera de debajo del montón de ropa mojada y encontró el número de teléfono de su tía. Se oyeron crujidos 
en la línea y después la señal de llamada. 
Su tía, que sin duda esperaba que las líneas se cortaran en cualquier momento, se lanzó a hablar en cuanto oyó la voz de Lena. 
—He estado preocupadísima. El parte meteorológico no dijo que la tormenta sería tan fuerte. Es terrible. Si te pasa algo, tu madre me mata. ¿Dónde estás? 
—Estoy en casa de una vecina tuya. Mi coche se salió de la carretera. —La tía contuvo el aliento del susto—. No, estoy bien, ni un solo cardenal. —Salvo en el trasero, pero eso fue cuando se cayó con la compra. Se volvió hacia su salvadora que metía astillas y pequeños trozos de leña en el fogón—. ¿Dónde estoy? 
—En la vieja casa de los McCormick. 
Repitió la información a su tía que soltó un grito ahogado. 
—Ay, Lena, a lo mejor Hank puede ir a buscarte... no, me dice que no. Pero me horroriza saber que estás allí. 
Lena percibió el énfasis en la última palabra. ¿Había caído en casa de una contrabandista de ginebra? ¿O de una moderna Lizzie Borden, la que había matado a hachazos a sus padres? Era evidente que a su tía no le gustaba esa mujer. 
—Estoy bien, de veras. Mi anfitriona ha sido muy amable. 
—Ya me lo imagino —dijo su tía—. Cuídate. Hank irá a buscarte en cuanto amaine la tormenta. Seguramente mañana por la mañana a... 
Se cortó la comunicación. 
Lena intentó volver a llamar, pero como no había línea, 
—Mi tío vendrá a buscarme en cuanto pase la tormenta, señora McCormick. 
La mujer sonrió.., ligeramente. 
—Me llamo Yulia Volkova. La cabaña es mía, pero siempre será la casa de los McCormick. 
—Lo siento. Bueno, no sé cómo decirte cuánto me alegro de que hayas aparecido. No era mi intención andar por ahí con este tiempo y en un coche deportivo. —Yulia puso los ojos en blanco. Lena se sintió idiota y se defendió. —Es culpa de mi novio. Yo quería comprar algo un poco más práctico que un MG. 
—¿Y tú cómo te llamas? 
Yulia tapó la cocina y se volvió hacia ella como si tuviera que hacer un gran esfuerzo para mirarla. Lena se preguntó si Yulia le tenía miedo. 
—Ay, lo siento. Lena Katina. 
—¿Algún parentesco? 
Lena pestañeó. No mucha gente relacionaba su nombre con el de su madre. 
—¿Con quién? 
—Con la escultora. 
Lena volvió a parpadear. ¿Esa mujer antipática y excéntrica conocía la obra de su madre? 
—Sí, es mi madre. 
Yulia hizo una mueca y después se puso a recoger la compra. Lena se inclinó para ayudarla. 
—Déjalo —dijo Yulia—, yo puedo hacerlo. 
—Ya sé que puedes, pero tengo que hacer algo para ganarme el sustento. 
—Ocúpate de tu ropa. Hay pinzas en el cajón de al lado de la cocina. Enseguida se secará. 
Lena dedujo que tenía que colgarla en el alambre detrás de la cocina de leña. Lo examinó, descubrió que tenía un sistema de polea muy práctico, y colgó toda la ropa, incluidas las bragas empapadas que sacó del 
bolsillo de los vaqueros. El calor de la cocina era feroz, pero... Tan reconfortante! Al final, hasta lo sentía en el lóbulo de las orejas. 
—¿Has cenado? 
—Sólo un Big Mac hace unas cinco horas —repuso Lena—. Me comí uno cuando pasé por Vacaville. 
—Pensaba calentar las sobras de un estofado. 
—Me parece fantástico. —Como si hubiera sido una señal, 
le crujió el estómago; Volky dio un respingo y volvió la cabeza hacia ella—. Qué perrita más mona —dijo. 
Nunca se le habían dado bien los animales; el trabajo de su padre siempre los había llevado de un lugar al otro y no les había permitido tener animales domésticos. 
—Si la llamas perrita te morderá —dijo Yulia. Se volvió, pero Lena advirtió el amago de sonrisa. 
—¿Por qué se llama Volky si es una perra? 
Yulia siguió dándole la espalda. 
—Porque siempre se hace la dura como un lobo, pero cuando le acaricias la barriga, parece una gatita. 
Su voz transmitía una mezcla de risa y de dolor. 
«Qué nombre tan extraño», pensó Lena mientras estiraba los dedos. Al cabo de un rato, Volky se dignó en olfatearlos y después los empujó suavemente con el hocico. Lena la acarició y se sintió recompensada cuando Volky empezó a agacharse poco a poco hasta tumbarse en el suelo. La pelirroja le acarició el costado y Volky se dio la vuelta con un suspiro. Cerró los ojos cuando Lena le rascó la barriga. 
—Ya entiendo. 
Yulia puso una cacerola sobre el fogón y se dedicó a ordenar la compra como si Lena no estuviera. Al cabo de unos minutos, Lena oyó el 
borboteo del estofado y se levantó a removerlo. Yulia hizo sentir su presencia lo suficiente para indicarle dónde estaban los cuencos y las cucharas, y le dio una barra de pan y un tenedor largo. «Ja —pensó Lena—, seguro que piensa que no sé lo que es un tenedor para tostar pan. No conoce a papá ni sabe lo mucho que le gustan las vacaciones en plena naturaleza.» 
Yulia no hizo ningún comentario sobre el pan agradablemente tostado que Lena sacó de la cocina de leña. Había pensado ponerle mantequilla y después dejarla chisporrotear unos segundos sobre la tapa del fogón, pero pensó que sería una fanfarronería. El estofado estaba sorprendentemente bueno y acabó con los últimos vestigios de su experiencia en la nieve. 
Se preguntó de qué demonios podía hablar con Yulia. Resultaba difícil mantener una conversación con una persona tan taciturna. Empezaba a creer que Volky era la mejor conversadora de las dos. 
Yulia se puso la parka y las botas y dejó a Lena con los platos sucios después de que ésta insistiera en lavarlos. De pronto, las luces parpadearon. Lena se lo comentó a Yulia cuando ésta volvió a la casa. 
—Sucede siempre que se enciende el generador. Seguro que esta noche se cortará la electricidad. El depósito de propano está lleno: tenemos para un par de semanas. —Golpeó los pies en el suelo, sacudiéndose el hielo y la nieve, y después se sacó las botas de una patada—. ¿Te gusta la música clásica? 
—Barroca, rococó o romántica? 
—Todas. 
Esta vez Yulia sonrió abiertamente. Lena se sorprendió y le gustó. Poco a poco, la chica pelinegra y de ojos azules parecía volverse más cálida. 
La pelirroja lavó los platos rápidamente; había pocos. Buscó a Yulia, que estaba programando un par de compacts en el equipo de música. Una hermosa suite de Bach sonó por los altavoces. 
—Muy civilizado -dijo Lena. 
—Eso parece. —Yulia se inclinó para atizar la salamandra— Enseguida se calentará. 
Lena se frotó los brazos. 
—Es increíble que aquí haga tanto frío cuando en la cocina hace tanto calor. 
El techo era alto, a dos aguas, con claraboyas a ambos lados. Una buhardilla ocupaba la parte posterior del techo. En invierno, Lena estaba segura de que era muy cálida y en verano las claraboyas abiertas dejarían entrar una brisa. 
Yulia  se aclaró la garganta. 
—Mira, eh... sólo hay una cama y está en la buhardilla. Se calienta con el tiro de la cocina. No me importa compartirla... es muy grande. 
Lena se dio cuenta de que la idea molestaba mucho...
—Puedo arreglármelas aquí en el sofá. Ya empieza a hacer calor. 
—A las tres de la mañana en este salón hará diez grados bajo cero. 
—Estoy segura de que con muchas mantas estaré bien. 
Yulia se encogió de hombros. 
—Como quieras. Tengo un saco de dormir de plumas y colgaré un par de mantas en la cuerda de tender. Cógelas cuando te vayas a dormir. 
Lena miró el salón. Estaba acabado con pino barnizado y comprendía la zona principal de la cabaña, con la buhardilla encima, la puerta de la cocina a un lado y un pequeño pasillo que daba al baño por el otro. Si sólo había un dormitorio, arriba en la buhardilla, ¿adónde daba la puerta que 
estaba enfrente del baño? Dos trasteros eran demasiado. Se acercó a la estantería, que estaban atiborrada de libros. 
—Coge lo que te apetezca —dijo Yulia. Cerró la salamandra y se puso de pie. 
—Veo que eres aficionada a las novelas policiacas. 
Todos los detectives que conocía estaban presentes en la colección, junto a otros nombres que no reconoció. 
—No tanto. 
Lena sabía cuando alguien no quería hablar de algo. Había heredado de su padre cierto sentido de la diplomacia. Su madre habría indagado y al final se habría enterado de toda la vida de Yulia; y ésta ni siquiera se habría molestado. Cambió de tema. 
—¿Qué había colgado ahí? 
Sobre la madera, entre las estanterías, había una ligera marca rectangular descolorida. 
—Un cuadro —dijo Yulia. Cogió la tetera que estaba encima de la salamandra y se dirigió a la cocina. 
—Ah —murmuró Lena. Era tan taciturna como su madre cuando trabajaba en una obra nueva. Se acomodó con una novela policiaca reciente de Brother Cadfael. Si lo que quería su anfitriona era silencio, silencio tendría. 
Mientras Yulia llenaba la tetera, Volky se frotó la cabeza contra sus pies. Miró a la perra con rabia. «Traidora 
—pensó——. Te vendes a un par de buenas manos y una cara bonita.» 
No sabía qué decirle a Lena. No era la adolescente descerebrada que había pensado al principio; sin duda se acercaba más a los treinta que a los veinte años. Quería preguntarle cosas sobre Inessa Katina, una de las pocas mujeres en el mundo artístico que admiraba de veras, pero eso 
significaba explicarle quién era ella. Y no quería hablar de sí misma ni de arte; era demasiado doloroso. 
Volvió a la habitación de invitados —Sharla la llamaba el vestidor—, donde guardaba la ropa y la ropa de cama, y cogió el saco de dormir y dos mantas, un pijama de franela de Sharla y calcetines gruesos de algodón. Puso las mantas en la cuerda encima de la ropa tendida. No quería que Lena pasara frío; no le apetecía compartir su cama con otra mujer. Sobre todo con una mujer que iba a llevar puesta la ropa de Sharla. 
Alegó estar cansada y dejó a Lena para que disfrutara con Volky y el libro en el que estaba absorta. Se puso el pijama y subió la escalera hasta la buhardilla. Para su sorpresa, el sonido de la música y del pasar de las páginas le resultó reconfortante... eran sonidos de vida. Tardó mucho en conciliar el sueño, pero no tanto como temía. 
Algo la despertó. No era Volky que andaba por ahí... esos ruidos los conocía. Era otra cosa. Abajo estaba todo a oscuras, pero la llama parpadeante detrás del vidrio de la salamandra emitía un poco de luz. Se sentó, vio que alguien se movía, y se acordó de su invitada. Al parecer, se había levantado para 
coger otra manta detrás de la estufa. Todo quedó de nuevo en silencio y Yulia se durmió otra vez. 
Volvió a despertarse y le llegó olor a comida. Olisqueó. ¿Sopa? ¿Qué estaría haciendo Sharla? Se dio la vuelta y parpadeó ante la tenue luz que entraba por la claraboya. ¿En medio de la noche? 
—Sabes que no te gusta la zanahoria, así que para de pedirla —oyó que decía una voz. 
Se le heló la sangre. Una punzada de dolor le atravesó el pecho con tanta fuerza que volvió a desplomarse en la cama casi sin aliento. 
¡Está muerta! 
Lo deseaba tan desesperadamente que era muy fácil olvidar. Deseaba fingir que la mujer que estaba en la cocina era Sharla. Pero no lo era. 
Durante un instante muy largo y amargo Yulia deseó haber dejado a Lena Katina morirse de frío en la nieve. 
—Si te doy esto lo lamentarás. No te gusta la cebolla, y lo sabes. 
Un aroma delicioso llegó a la buhardilla. 
Yulia se frotó los ojos y miró el reloj. Las ocho pasadas... no estaba acostumbrada a levantarse tan temprano. En invierno se acostaba pronto y se despertaba tarde. No tenía ninguna razón para levantarse. No era como cuando quería pintar. 
Aquel día, sin embargo, tuvo que levantarse para averiguar qué estaba haciendo esa extraña en la cocina. Se obligó a salir de la cama y se puso una bata. Se sorprendió al ver que el fuego del salón estaba encendido. Por el calor procedente de la cocina, dedujo que Lena Katina había descubierto cómo se encendía la cocina de leña. 
Se dirigió al cuarto de baño sin decir nada. Después de ducharse se miró al espejo, consciente de que parecía tener al menos cinco años más de los treinta y siete que ya había cumplido. Empezó a ponerse unos vaqueros y su camisa de franela de siempre; suspiró al encontrar un pantalón negro limpio y un jersey. Tenía una visita. 
Cuando por fin entró en la cocina, vio que Volky observaba todos los movimientos de Lena totalmente embelesada. Una cacerola encima de la cocina era la razón del olor a sopa. El pavo estaba en una fuente. Lena echaba apio y cebolla picados en un gran cuenco. 
—Buenos días —dijo Lena. Para gran alivio de Yulia, había vuelto a ponerse su ropa—. Iba a hacer café, pero no sabía cómo te gusta... el café 
de la mañana es algo tan personal. He visto que tienes distintas variedades de granos. 
Yulia sonrió ligeramente y puso manos a la obra con la cafetera. Por la mañana le gustaba una mezcla de café torrefacto francés con alguno aromático. Esa mañana le apetecía una pizca de moca. Por suerte, podía comprarlo en Peet’s por correo. 
—Por cierto —dijo Lena al cabo de un minuto—, feliz día de Acción de Gracias. He puesto los menudillos y el cuello a hervir con un poco de apio, zanahoria y cebolla. He picado un poco de apio y de cebolla para el relleno, pero cuando vi que habías comprado manzanas y nueces pensé que a lo mejor pensabas ponerlos en el relleno. 
Yulia se la quedó mirando. Qué torbellino de actividad. 
—El pavo era para hoy, ¿no? 
—Sí, lo siento. Has trabajado mucho. Eh... yo prefiero el relleno sin manzanas, a menos que tú... 
—No, tampoco me gusta. 
Yulia se rió sin querer. 
—A mí tampoco. Me gustan los rellenos sencillos con apio, cebolla y unas cuantas hierbas. Las manzanas y las nueces son para comer aparte. 
—Mi madre asistió a un curso de cocina hindú, y una vez nos hizo un relleno con manzana y curry. Y encima pasas. Nunca más. 
Mientras hablaba, Lena abrió la bolsa de miga de pan y la mezcló con la verdura picada. Añadió mantequilla derretida y un poco más de caldo. A Yulia le crujió el estómago. Había olvidado que la comida del día de Acción de Gracias olía tan bien que hacía meses que no recordaba haber tenido tanta hambre. 
—Tampoco es que no me guste la comida hindú 
—prosiguió Lena—. Me encanta. Por un buen curry, chapati y chutney, soy capaz de ir adónde sea. —Acabó de remover la mezcla y empezó a 
meter el relleno en el pavo—. En realidad, el relleno hindú es muy bueno si esperas encontrártelo en el pavo. Pero si no es así, es bastante asqueroso. 
—Comprendo. 
Yulia observó a Lena que frotaba el pavo con las manos untadas de mantequilla. 
- Te importa si hago el ave a mi manera? Saldrá bien 
—dijo la pelirroja. Se lavó las manos y cubrió el pavo con papel de plata—. Es maravilloso tener toda una cocina a mi disposición. En mi estudio no hay horno y sólo tengo dos fogones. 
—¿No está demasiado caliente el horno? 
Los dos reguladores de tiro estaban totalmente abiertos. 
—Veinticinco minutos a ciento cincuenta o doscientos grados y después habrá que bajarlo a unos cien grados. Así se le dorará la piel. Yulia se precipitó a abrir la puerta cuando Lena levantó la fuente para meterla en el horno. 
—Bueno, tú ya te has ocupado de la comida, ahora déjame que yo me encargue del desayuno. ¿Tienes hambre? 
—Estoy famélica. 
Consciente de que su invitada podía ser exigente con la comida, la ojiazul preparó con cuidado los huevos y las patatas doradas. Lena comió con gusto y agradecimiento. Sharla siempre estaba a dieta. Yulia sacudió la cabeza para hacer desaparecer la imagen de Sharla. 
—La línea sigue cortada. ¿Crees que mi tío vendrá hoy? 
Yulia miró por la ventana: seguía nevando. 
—Lo dudo. Hay muy mala visibilidad, y es probable que en el valle haya dos metros de nieve. Sería una tontería. No vendrán a quitar la nieve 
hasta que pare de nevar y habrá que esperar a que despejen antes las carreteras principales. 
—¿Cuánto durará? 
Yulia se encogió de hombros. 
—Yo diría que todo el día. Lo siento. 
—No, soy yo la que lo siente. No esperabas una visita, y menos que fuera a quedarse varios días. 
Yulia se sorprendió al ver que sonreía. 
—No importa. Mis talentos sociales empezaban a oxidarse. 
—Oye, hay una cosa que me tiene muy intrigada —dijo Lena. Recogió los platos del desayuno y se dirigió al fregadero—. ¿Cómo es que conoces la obra de mi madre y por qué había una caja de materiales de pintura muy caros fuera, en medio de la nieve? Por cierto, la puse en el porche de detrás. 
Yulia se mordió el labio inferior. Iba a pasar todo el día con esa mujer, y el tiempo no estaba como para que se fuera a dar un largo paseo. 
—Soy artista. 
—Ah, eso lo explica todo. 
Lena empezó a enjuagar los platos y Yulia se sintió un poco decepcionada. De pronto se dio cuenta de que probablemente Lena conocía a muchos artistas y aspirantes a artista. Se había concedido un momento de vanidad creyendo que la hija de Inessa Katina reconocería su nombre. 
Pero Lena se le había adelantado. 
—Yulia Volkova. Yul Volk. ¿Fragmentos rojos? ¿El esplendor del rojo y el negro? ¿Tú eres Yul Volk? 
Yulia asintió. Observó que el rostro pecoso de Lena se iluminaba... Y formaba una sonrisa que delataba dos hoyuelos bajo los pómulos.
«Un rostro interesante —pensó Yulia—. No es tan bonita, pero sí muy interesante.» Y la voluminosa melena rizada, rojiza que le llegaba un poco mas por debajo por de los hombros era hermosa en contraste con el blanco del jersey, a pesar de que estaba un poco arrugado porque había dormido con él. 
Se dio cuenta de que Lena se estaría acordando de todo lo que sabía sobre Yul Volk. Los grandes ojos verdes con toques grises se abrieron... Seguramente recordaba que Yulia había rechazado la subvención del Fondó Nacional de las Artes. Unas pestañas castañas rojizas parpadearon ante algo que no era exactamente miedo, sino sorpresa. «Fantástico —pensó Yulia—, se acaba de acordar de que soy lesbiana.» 
Después, como era de esperar, Lena apartó la mirada. «Acaba de recordar la muerte de Sharla. La hermosa Sharla, el amor de mi vida. Va a decir...» 
—Lo siento —dijo Lena. 
—¿Por qué? 
—Creo que no querías que lo supiera —Se volvió hacia los platos—. Veo que te trae recuerdos dolorosos. 
—Puedo soportarlo. 
—Por eso dejaste el material de pintura fuera. 
Yulia se dio cuenta de que Lena pensaba que era demasiado autocompasiva. 
—¿Y tú qué demonios sabes? —dijo herida. 
Lena se dio la vuelta. 
—No estás trabajando, ¿verdad? 
Yulia se levantó de la silla. Cómo era posible que esa mujer fuera tan insensible! 
—Mi negligencia me hizo perder a la mujer que amaba. Discúlpame por llorar su muerte. Pero tú no sabes nada de todo eso. 
—Lo siento. Tienes razón, no sé nada —repuso Lena. Se volvió otra vez hacia el fregadero—. ¿Tengo que controlar el gasto de agua caliente? 
Yulia se quedó un momento boquiabierta. «Qué fresca, encima cambia de tema.» 
—El depósito de propano está prácticamente lleno, así que no hay problema con el calentador de agua. 
—Ah, muy bien —replicó Lena. Abrió el grifo de agua caliente un poco más. 
Volky se acercó a los muslos de Lena y la empujó suavemente. «Traidora», pensó Yulia con tristeza. 
La pelirroja miró a Volky por encima del hombro. 
—¿Quieres más? Pero si ya te he dado de comer? Sabes, no es a mí a quien se lo tienes que pedir. 
Volky gimió e intentó tocarle los dedos. Yulia pensó en dejarla morir de hambre. 
—¿Qué ha comido? 
—Mordisqueó un trozo de zanahoria, después lo apartó a cambio del resto de la lata de Science Diet que había en el porche de detrás. La dejé salir unos minutos y cuando volvió saqué del caldo un pedazo de carne de pavo hervido y cuando se enfrió pareció gustarle mucho. 
—No me extraña. Muchacha, ha llegado la hora del pienso. 
Yulia se fue al porche trasero y sirvió una buena ración de pienso. Volky era una perra grande. Decidió que había llegado el momento de barrer el 
porche; en algunos lugares el polvo se estaba amontonando. ¿Qué más daba si había una tormenta de nieve? Prefería estar allí fuera que dedicarse a charlotear. Lena no entendía el sufrimiento, eso estaba bien claro; en lo que se refería al dolor, era una tabla rasa. 
Pasó la escoba por todos los rincones, removiendo el polvo depositado allí desde que Sharla y ella habían comprado la cabaña, ocho años atrás. Lena Katina no sabía de qué hablaba. Sólo habían pasado veinticinco meses. Una no se recuperaba tan rápido de la pérdida de una persona, al menos de una persona a la que había querido tanto como a Sharla. Podía cerrar los ojos y ver a Sharla avanzando hacia ella por la nieve. Sharla con toda su elegancia, con el pelo del color de las hojas de arce a principios del otoño. 
Yulia respiró hondo y se balanceó. Una piel casi traslúcida, una piel que se amorataba con los besos de Yulia en los momentos más salvajes cuando hacían el amor. Dios mío, el sexo... Sharla había sido la primera y única amante de Yulia, pero sabía que habían tenido unas relaciones sexuales de primerísima clase. Un sexo demasiado vívido como para darle color, demasiado tierno como para darle forma. 
Yulia se estremeció y abrió los ojos. La nieve se arremolinaba junto a la puerta del porche trasero. Apenas se veía el árbol más cercano y mucho menos el prado en el que Sharla bailaba y cantaba. ¿Demasiado autocompasiva? ¿Acaso añorarla, desearla, recordarla era auto compasión? 
El ruido de una cacerola en el suelo seguido de una palabrota en voz baja hizo que Yulia volviera a lo suyo. Miró el pequeño montón de polvo. Demasiado prosaico para el humor en el que estaba. Lo recogió con la pala, lo tiró a la basura y fue a ver si podía echarle una mano a Lena. 



CONTINUARÁ...
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Mensaje por Lesdrumm 4/13/2015, 3:00 am

Hola les traigo la conti de esta historia, espero les este gustando y me gustaría saber sus opiniones respecto al Fic.  Smile



UNA NUEVA OPORTUNIDAD


Capítulo 4 


Lena se echó una generosa ración de salsa sobre el relleno. Después de este festín iba a necesitar una siesta, pero, si tenía que reconocerlo ante sí misma, la comida había quedado fantástica. 
—No te creas que todo era glamour —dijo Lena, en respuesta a la pregunta de Yulia —. Mis padres me mantuvieron apartada del candelero. En realidad, yo sólo era una cría más en el cuerpo diplomático. No iba a las cenas elegantes ni me presentaban a los jefes de estado. Bueno, conocí y le hice una reverencia a la reina Isabel cuando tenía once años. 
—Pero, ¿qué clase de vida tenías? ¿Dónde vivíás? 
Yulia repartía su atención entre el pavo y los boniatos al horno. 
—Dependía del país; vivíamos en la ciudad o en la embajada. A mi madre le gustaba mucho más vivir en la ciudad. Estuvimos en Oslo y La Haya, y en Madrid. Pero más al sur vivíamos en las embajadas. No llegué a conocer demasiado los países africanos o de Oriente Medio. Mi madre salía más que yo. Y a partir de los doce años fui a un internado. 
—¿Pero para ti dónde está tu casa? 
Lena tragó un bocado delicioso de pavo y salsa. 
—En San Francisco. Siempre quise vivir allí. Tengo doble nacionalidad rusa y estadounidense, así que supongo que si no me encantara La Bahía de San Francisco, iría a San Petersburgo o Novosibirsk. Cuando sea arquitecta colegiada, dependerá del sitio en el que esté mi trabajo. Al menos el trabajo que quiero hacer —concluyó con una mueca. 
—Deduzco que en el sitio que estás ahora no eres muy feliz. 
—Si no me reprimiera, acabaría odiándolo. Pero no puedo culpar a nadie salvo a mí misma. Por lo del coche, al menos puedo culpar a Parker. 
Sonrió con amargura. 
Yulia dejó de cortar otro trozo de pavo. 
—A ver si entiendo bien lo del coche. ¿Los dos decidisteis que lo mejor era que tú te compraras un coche para ir a verlo a él, y entonces él lo eligió? 
—No fue exactamente así —repuso la pelirroja. Dicho así, parecía que Parker era un machista o algo por el estilo. En realidad, él siempre se había mostrado muy sensible a los problemas de las mujeres y ella quiso defenderlo—. Lo que pasó fue que nos pusimos a mirar coches y encontramos el MG... 
—Pero no era el coche que querías y tú eras la que lo iba a pagar y conducir, ¿no? 
Lena asintió. 
—Ahá —dijo la ojiazul. 
Lena dejó que el silencio se hiciera más profundo. Supuso que no podía esperar que Yulia entendiera su relación con Parker. Hizo caso omiso de la vocecita que le recordó que había aceptado pasar el día de Acción de Gracias con su tía para romper con la rutina de ver a Parker todos los fines de semana. 
—¿Y por qué no va a verte él? 
—Su coche apenas puede llevarlo a su despacho y traerlo de vuelta. Y trabaja muchas horas. 
—¿Más que tú? 
Lena asintió. 
—Normalmente trabajo los sábados hasta el mediodía, y él más o menos hasta las cuatro. No tiene horario fijo, puede entrar y salir cuando quiera, pero tiene un programa de producción muy rígido. La programación de software es muy complicada. 
Yulia resopló. 
—¿Más que diseñar las características de un bloque de apartamentos? 
Lena sonrió. 
—Vale, la arquitectura también lo es. 
Yulia tragó unas cuantas judías verdes. 
—Bueno, me alegra ver que él te apoya en tu carrera. 
Lena decidió que lo más diplomático era no tomárselo como un sarcasmo. 
—Así es, pero me gustaría que también me apoyara a la hora de elegir un coche. 
Yulia esbozó una sonrisa. 
—Vale, me voy a bajar un rato del caballo feminista. 
Lena frunció la nariz. 
—Para ser sincera, te diré que me fastidia, y, teniendo en cuenta que podía haberme muerto de frío, me fastidia bastante. Nuestra relación no es perfecta, pero llevo tres años con él. 
—Creí que te habías mudado a San Francisco el año pasado 
Lena se dio cuenta de que se había sonrojado ligeramente. Ojalá que Yulia pensara que se debía al vapor que desprendían los boniatos al horno. 
—Así es, pero nos conocimos en Boston, cuando yo acababa de terminar la carrera y preparaba mi proyecto para sacar el título. Hace falta un mínimo de dos años de prácticas con un arquitecto que ya esté establecido. 
—Ah —dijo Yulia con otro bocado de relleno y salsa en la boca. 
—Parker trabajaba para Lotus cuando le ofrecieron ser asesor en Silicon Valley. 
La morena tragó. 
—¿Y pudiste trasladarte durante las prácticas? 
Lena hizo una mueca. 
—Sí, pero tuve que renunciar a los créditos correspondientes a un par de meses. En California, los requisitos para los créditos de las prácticas son un poco diferentes. Y el estudio en el que estoy ahora no está tan... interesado en lo que quiero hacer. Su fuerte son los grandes edificios comerciales. Fue todo un cambio. 
—¿Con respecto a qué? 
—Con respecto a la universidad. Estudié en Taliesin. 
Lena se dio cuenta de que volvía a sonrojarse. Sabía lo que iba a decir Yulia; exactamente lo mismo que le había dicho su madre, lo mismo que le había dicho su padre, aunque éste se había mostrado más diplomático. 
—A ver si lo entiendo. —Yulia se echó hacia delante apoyándose en el codo y señaló a Lena con el tenedor—. Fuiste a la facultad de arquitectura Frank Lloyd Wright. Tienen, digamos, ¿setenta y cinco, cien alumnos al año? 
—Lena asintió—. ¿Y sólo porque ese tío quiso aceptar un trabajo en la otra punta del país abandonaste las prácticas en el estudio que te asignaron? 
Lena asintió. 
—¿Y él no podía esperar y coger otro trabajo hasta que tú acabaras? 
En realidad, nunca se habían planteado la posibilidad de que Parker no aceptara el trabajo y Lena no estaba dispuesta a reconocerlo ante Yulia. 
—No quería separarme de él. 
—¿No lo lamentas? 
—Je ne rcgrette ríen —repuso Lena—. No lo lamento. 
Pero ni ella se lo creyó. 
La morena apartó el plato. 
—No puedo más. Necesito dar un paseo. 
—Sigue nevando —replicó Lena—. Pero ha amainado un poco. 
—Gracias por esta comida tan maravillosa —dijo Yulia. Se había relamido con la salsa. Había comido como una cerda y se sentía… fenomenal. 
—Gracias por rescatarme de la nieve. —Lena sonrió y Yulia no pudo evitar devolverle la sonrisa—. ¿Por qué no recogemos y limpiamos todo este caos que he dejado? 
—Falta una última cosa —dijo Yulia. Miró a Volky que no se había apartado de su lado durante toda la comida—. No te acostumbres, muchacha —dijo mientras ponía su plato en el suelo. 
Volky tardó cinco segundos en limpiarlo, con un poco de boniato incluido, y levantó la mirada esperando que le dieran más. 
Lena se rió y puso su plato en el suelo. Tras limpiar el plato de la pelirroja, Volky adivinó que ya no le caería nada más, así que se marchó al salón. 
Yulia secaba los platos a medida que Lena se los iba pasando. Estaban a punto de terminar cuando la ojiazul vio por la ventana de la cocina una luz que brillaba. 
—¿Qué es eso? 
Levantó la persiana para mirar. 
—La luna —dijo Lena sin aliento—. Parece que ha despejado. 
Se pusieron las chaquetas y salieron al porche de delante. Volky, con un ladrido de entusiasmo, se precipitó por la cuesta y desapareció de la vista al hundirse en la nieve blanda. Salió de un salto del agujero que había hecho, aulló, se metió en otro y así siguió subiendo la colina. 
Lena fue tras Volky y Yulia la siguió. Al cabo de unos minutos estarían empapadas, pero después de haber pasado todo el día encerradas, el frío tonificante les resultó agradable, al menos durante unos minutos. 
Lena, riendo, se tiró de espaldas sobre la nieve. 
—¡Ay! ¡Qué maravilla! ¡Es igual que las plumas! ¡Es un polvo perfecto! —Se volvió a levantar, con la cara y el pelo cubiertos de copos de nieve. Se tiró otra vez hacia el otro lado—. ¡Dios mío! Eh pasado demasiado tiempo encerrada en oficinas. Este aire es igual que el vino. 
Se rió encantada y se revolcó en la nieve como una niña. 
Yulia se quedó inmóvil, sentía un hormigueo en los dedos. Le ardía la cabeza. La luna estaba baja en el cielo, proyectando un azul suave sobre la nieve, por todo el suelo, en las copas de los pinos oscuros. Lena parecía un grabado azul oscuro. Los rizos rojizos se agitaba a la luz de la luna y el rostro reflejaba el resplandor plateado. Las mejillas estaban espolvoreadas de azul celeste, y el mentón era una mancha borrosa mientras ella se tiraba sobre otro montón de nieve azul plateada. 
Yulia se dio la vuelta, regresó a la casa a trompicones y se dirigió al estudio, Apartó unos lienzos en blanco y cogió carbonilla y un bloc de dibujo. Corrió hacia el porche, salió a la nieve y se puso de rodillas. 
Lena interrumpió su ataque juguetón sobre la nieve y miró a Yulia preocupada. 
—Sigue jugando —le indicó ésta—. No me hagas caso. 
Lena iba a decir algo, pero se limitó a sonreír. Con otro grito de alegría, se abalanzó una vez más sobre un montículo de nieve. 
La pelirroja era un mosaico de azules y blancos. La piel tenía un borde plateado; el brillo amatista de la chaqueta enmarcaba los planos y las curvas de su figura. 
Jugó unos minutos más tirándole bolas de nieve a Volky, 
que ladraba e intentaba cogerlas al vuelo hasta que desistió del empeño de seguir saltando. Ambas se hundieron en la nieve, sin resuello. De pronto la luna desapareció. 
—Se acabó. —La voz de Lena flotó hasta Yulia sobre el susurro de la brisa—. Empieza a nevar otra vez. 
En efecto, pequeños copos de nieve descendían como pañuelos minúsculos. La morena se levantó mareada. Le dolían las rodillas del frío. 
—¿Estás bien? 
—Creo que estaba demasiado concentrada. Sí, estoy bien. 
—Déjame ayudarte —dijo Lena, mientras le tendía la mano para cogerla del brazo. 
Volky emergió de la nieve de un salto y con todo su peso tiró al suelo a Lena y Yulia, mientras el bloc y los lápices salían disparados. El primero aterrizó cerca de Lena y ésta lo cogió rápidamente para que no se mojara. 
Lena miró el primer dibujo. 
—No le ha pasado nada. —Lo acercó con cuidado a la luz del porche—. Es hermoso. —Yulia intentó coger el bloc, pero la pelirroja no la dejó. Miró el dibujo y después la colina—. Sí, es así de verdad. La luz de la luna es cálida y fría a la vez. 
Volky se sacudió y las salpicó con bolas de nieve medio derretida. 
—Maldito chucho —maldijo Yulia. Le molestó profundamente que alguien viese el primer dibujo que hacía en dos años—. Seguro que está bien calentita con todo ese pelo. Vamos, muchacha, fuera de aquí. Venga! —Le dio un rodillazo en el costado, pero Volky no se movió. Yulia la fulminó con la mirada—. ¿Qué tal quedarías como abrigo de pieles? 
—Vamos, Volky —dijo Lena y fue la primera en entrar en la casa. 
Volky la siguió, con la lengua colgando. 
Yulia puso los ojos en blanco y entró tras ella en el cálido interior de la casa. 
Lena, con un bostezo, se acomodó bajo las capas de mantas para pasar su segunda noche. Volky se acurrucó delante del sofá. La luz del fuego de 
la salamandra se proyectaba sobre la pared desnuda en la que alguna vez había colgado un cuadro. 
Por encima del crepitar amortiguado del fuego, Lena apenas oía el ruido de alguien que se movía en la habitación al final del pasillo. Yulia se había retirado hacía varias horas, tras una explicación titubeante de que quería acabar los bocetos, y desde entonces lo único que se oía era el crujido del papel. Lena se había entretenido con la novela policiaca que había empezado la noche anterior. Intentó volver a llamar para comprobar si el teléfono funcionaba, pero la línea seguía muerta. Se puso el pijama y se metió en el saco de dormir con la detective V.I. Warshawsky. Volky se había conformado con un hueso y se había dormido tras su riña con la nieve. 
El breve ejercicio había agotado a Lena. Era cierto que pasaba demasiado tiempo en la oficina o en el coche. Se prometió a sí misma que volvería a hacer gimnasia lo antes posible. 
Oyó el ruido de una hoja de papel arrancada de un bloc. Yulia Volkova, alias Yul Volk..., qué personaje extraño. Lena sabía más de la obra de Yulia por sus propios estudios que por lo que le había contado su madre, aunque recordaba la admiración y satisfacción de ésta cuando Yulia le había dicho al Fondo Nacional de las Artes que no aceptaría el premio si no se comprometían a acabar con la censura artística. De lo contrario, podían metérselo donde les cupiera. 
Al pensar en su madre recordó que ésta le había asegurado a Lena que si renunciaba al estudio en el que hacía prácticas en Boston arruinaría su vida. Hizo una mueca. «Soy demasiado joven para empezar a reconocer que mi madre tenía razón en algo.» La verdad era que odiaba su trabajo. Casi no soportaba diseñar esos espacios cuadriculados y repetitivos, en los que la gente tenía que vivir y trabajar, edificios hechos en serie que cientos de miles de personas verían y olvidarían diariamente. 
Ese programa de prácticas era una fábrica de especificaciones y planos, en la que tenía muy poca experiencia directa con los clientes y raras oportunidades de crear algo desde cero. 
Era demasiado parecida a su padre para engañarse sobre sus habilidades; evidentemente no era Frank Lloyd Wright, pero el estudio Ledcor & Bidwell estaba triturando toda su creatividad. Tal como su madre le había dicho. 
Intentó apartar los pensamientos de ese camino tan inútil. Últimamente lo había recorrido demasiado. Procuró pensar en cómo podía hacer más ejercicio. A lo mejor convencía a Parker de que fueran a bailar; hacía tiempo que no iban y a ella le encantaba. Pero a Parker no le gustaba mucho y se quejaba de que ella bailaba mejor que él, cosa que no le divertía en absoluto. 
Sólo había un pequeño paso mental que separaba la caja en la que guardaba su deseo no correspondido de ir a bailar y el contenedor en el que estaba su resentimiento cada vez mayor hacia su trabajo... y hacia Parker. Se daba cuenta de que la amargura por su frustración profesional recaía sobre Parker. Le molestaba que él tuviera éxito. Le molestaba que él ganara cinco veces más que ella, que después de trasladarse a la otra punta del país tuvieran que vivir en ciudades diferentes y que sólo se vieran los fines de semanas, y únicamente cuando ella iba a San José. Tenía que ir a verlo en un coche que en San Francisco le costaba una fortuna aparcar, y además debía dejarlo a una manzana de su casa, un estudio minúsculo y oscuro en un tercer piso sin ascensor. Le molestaba que el apartamento de él, con dos dormitorios y una cocina moderna, estuviera en un edificio con piscina, jacuzzi y aparcamiento gratis; todo eso le costaba menos que el alquiler de ella. Mientras la cuenta corriente de Parker aumentaba, ella casi no había ahorrado nada. Él sí que hubiese podido comprarse un coche sin necesidad de pensárselo dos veces. 
Lena se parecía lo suficiente a su madre como para decirse con firmeza que se había hecho la cama y ahora no sólo tenía que acostarse en ella, sino además dormir bien. Se acurrucó junto a los cojines del sofá y pensó en ir a buscar una de las mantas. 
Seguramente no estaría tan resentida si él la echara de menos en su ausencia, pero tenía la sensación de que si de pronto no se veían un fin de semana, a él le daba igual. Tampoco le había importado que ella se 
marchara aquel fin de semana largo. Lena se había sentido culpable de preguntár— selo, pero de todos modos él se había mostrado indiferente. Y sin duda, hacía tiempo que no se divertía tanto: preparar esa comilona y tener alguien que la apreciara. Había olvidado cuánto añoraba cocinar. A su compañera de cuarto de Boston también le gustaba comer, igual que a Yulia. 
Era curioso, pero hacía mucho que no pensaba en Kelly. Se preguntó qué tal le iría, dónde trabajaría. Lamentaba que Kelly y ella se hubieran distanciado; Kelly y Parker eran como el agua y el aceite. Cuando ella se fue a vivir con Parker, Kelly sencillamente desapareció. 
Parker. No quería pasar lista a todas las cosas a las que había renunciado por su relación con él. Las prácticas en Boston, la amistad con Kelly, parte del respeto de sus padres por su sentido común. Si tenía que ser honesta consigo misma, debía reconocer que, en parte, había dejado de respetarse. Y todo por una rutina que la estaba volviendo loca. 
Apartó el libro a punto de echarse a llorar. Era inevitable hacer un balance de la situación. Lo había estado eludiendo, pero ahora era demasiado tarde para echarse atrás. Su madre no había tenido que insistir demasiado para que fuera a casa de su tía a pasar el día de Acción de Gracias; y ella estaba ansiosa por marcharse, tomarse unas vacaciones de su apartamento lúgubre y de Parker. Hacía años que no iban juntos a ningún lado. 
Cada fin de semana era exactamente igual al anterior. Los sábados ella salía del trabajo, se metía en el coche con su bolsa de viaje ya preparada. Se paraba a echar gasolina —que pagaba 
ella—, compraba las cosas que sabía que él habría olvidado, incluidos los condones, que también pagaba ella. A eso de las tres, llegaba a la casa y esperaba a Parker. Salían a cenar y pagaban a medias. A veces iban al cine, que también pagaban a escote. Volvían a casa, hacían el amor y antes de las once ya estaban dormidos, al menos él. 
Los últimos cuatro fines de semana no había podido dormir, así que había bajado al jacuzzi. Había entablado conversación con una enfermera 
que iba a esa hora a desentu— mecerse las pantorrillas después de su guardia. Si tenía que ser sincera consigo misma, reconocería que le apetecía más hablar de libros, cine y política en el jacuzzi que ver a Parker, que prácticamente sólo hablaba de software y de sus compañeros de trabajo. 
Una tabla de madera crujió en la otra punta de la sala y Volky y ella dieron un respingo. 
—Lo siento —se disculpó Yulia—. Intentaba no hacer ruido. Pensaba que dormías. 
Lena tuvo que aclararse la garganta para que no le temblara la voz. 
—Estaba pensando. 
—Ah. —Yulia encendió la luz de la cocina—. ¿Te apetece un chocolate caliente? 
—Sí. 
Lena se sentó. Cualquier cosa con tal de no seguir pensando. Yulia sí que tenía habilidades sociales, pensó con una ligera sonrisa irónica. Se puso la bata de felpilla que la morena le había prestado y se dirigió a la cocina calzada con unos calcetines gruesos. 
—¿Te puedo preguntar algo? 
—Dime —repuso Yulia. Vertió leche en una cacerola y la miró a la expectativa. 
—¿De quién es esta ropa? Es demasiado grande para ti. 
Lena estiró la parte delantera del pijama que ni siquiera ella llenaba del todo. 
—De Sharla. 
Lena vio un muro que cubría los ojos de Yulia. 
—Lo supuse. Gracias por dejármela. 
—La necesidad es la madre de la... o cómo se diga. —Yulia midió con atención la cantidad de cacao—. Con la educación que recibí, sería incapaz de tirar ropa buena. 
—¿De dónde eres? 
Lena se sentó en la mesa de la cocina y apoyó los pies en la silla. Los envolvió con la bata. 
—Nací en Moscú, Rusia pero cuando tenia tres años mis padres decidieron venir a América en busca de nuevas oportunidades. Y así nos instalamos en el condado de Lancaster, Pensilvania. La tierra de los menonitas. 
—¿Los amish? 
—Son amish que usan maquinaria. En esa zona los coches sólo pueden ser negros y también pintan de negro los cromados, para que no sean demasiado llamativos. 
Yulia sonrió con pesar. 
Lena pensó en los lienzos pintados al temple y con metales semipreciosos que había visto en las revistas de arte. 
—Tus primeros cuadros fueron una reacción a todo eso, ¿verdad? 
Yulia se rió; Lena no se lo podía creer; era una risa 
—¿Acaso pretendes psicoanalizarme? 
—No, sólo adivino. Al fin y al cabo, en El esplendor del rojo y el negro, pintaste todo de negro sobre plateado, salvo los bordes. Sólo soy la típica estudiante de arte. 
—Ya conozco las bobadas que enseñan en las escuelas de arte. 
—Mi madre también se horroriza. Dice que el programa de estudios ha decaído un veinte por ciento y que es una vergüenza que no se enseñe el arte de civilizaciones no occidentales. 
—Tiene razón. Cuanto más cosas sé de tu madre, más me gusta. ¿Te apetece un poco de licor en el chocolate? 
Lena asintió y Yulia sirvió chocolate hirviendo en dos tazas, les añadió licor de una botella y las acercó a la mesa. 
—Es una buena madre, muy enrollada además —comentó Lena. Sorbió el chocolate, el calor balsámico le invadió la garganta. El licor añadió un ligero ardor y sintió un cosquilleo en la nariz—. Es dificil explicarlo. Siempre sabía cuándo ser mi madre, cuándo ser una adulta de la que yo pudiera alardear delante de mis amigos, y cuándo ser mi amiga. Pero fue idea de mi padre ponerme el nombre de Elena Sergéyevna para conservar mis raíces rusas.
Los labios de Yulia esbozaron lo más cercano a una auténtica sonrisa que Lena había visto hasta ese momento. 
—Tus padres deben de ser personajes de lo más fascinantes. 
—Lo son. Mi padre es un hombre ingenioso y encantador. Me enseñó a bailar y a caminar en tina recepción sin sentirme como un robot. Y si mi madre no hubiese sido artista, habría sido una terapeuta excelente. A medida que me hago mayor, cada vez me doy más cuenta de que se esforzaron por brindarme un hogar en el que me sintiera segura, incluso en lugares muy conflictivos. 
—¿Habéis estado alguna vez en peligro? 
Lena negó con la cabeza. 
—Que yo sepa no. Cuando trasladaron a mi padre a Egipto, a principios de los noventa, me enviaron a un internado. Yo estaba muy preocupada por ellos, sobre todo por mi madre. No le gustaba estar encerrada en una embajada; solía irse a los mercados locales a hacer bocetos, o a estudiar idiomas. Y le encanta cocinar y preparar platos exóticos. 
—Eso explica muchas cosas. —Yulia se incorporó en la silla con interés—. Me intrigaba el ritmo de su trabajo, no es estrictamente occidental. Y la forma de las figuras y la elección de las piedras con las que esculpe se deben a que lleva dentro los diferentes países en los que vivió. 
—No podía evitarlo. Incluso en Estados Unidos va a los rastros, a cualquier sitio en los que se compra y se vende. Dice que allí es donde la gente es más real. 
—Y esa serie llamada Wall Street. Es Literalmente escalofriante, me estremecí cuando la vi. 
Lena sorbió su chocolate que empezaba sonrió con ternura. 
—Precisamente, para hacerla se pasó una Bolsa. ¿Has visto la serie de Las tejedora? 
Yulia sacudió la cabeza. 
—No estoy muy al día. 
—Hizo tres figuras basadas en el mercado de textiles. Todas femeninas. Las formas son un poco indefinidas, pero las manos y los hilos están increíblemente detallados. Todo lo que ésta tiene de cálida, Wall Street lo tiene de fría. 
La morena se quedó pensativa. 
—Supongo que debería salir de este encierro, pero... ahora mismo no. Eh.... oye, ¿te molesta si te hago un dibujo con esta luz? Me servirá para los detalles de los demás dibujos; bueno, si decido pasarlos al lienzo. 
Lena parpadeó. 
—No, en absoluto. 
Había posado muchas veces. A su madre le gustaba enseñar a dibujar a niños y a menudo le pedía a Lena que posara para ellos. Su madre insistía en que el arte era un lenguaje universal. 
Yulia regresó con un lápiz y un bloc. 
—Sigue hablando. Puedes moverte, pero no te apartes de la luz. 
La pelirroja sorbió el chocolate. El licor le produjo una sensación interior agradable y le dio ganas de sonreír. Parker se desvaneció en los oscuros recovecos de su mente. 
—Si continua nevando tan poco como ahora, ¿crees que mañana podrán venir a buscarme? 
Yulia se encogió de hombros mientras el lápiz recorría el papel. 
-No lo creo. Aquí no vendrán a quitar la nieve hasta que despejado la autopista, y no empezarán hasta mañana; eso si deja de nevar.
Paró de hablar y la miró fijamente. 
—Qué bien. —Lena se inclinó hacia atrás y cruzó las piernas. La penetrante mirada de la ojiazul fija en ella la ponía nerviosa—. Eso significa que podré jugar en la nieve y tener un verdadero día de descanso en lugar de hacerme la simpática con unos familiares que no veo desde que era una niña. 
—¿Por qué has venido a visitarlos? Vuélvete un poco hacia la izquierda. 
—Mi madre me obligó. —Lena se rió—. Ya lo sé, ya soy mayor para esas cosas, pero cuando se lo propone, sabe como hacer que te sientas culpable. Mi visita la libra de tener obligaciones con ellos durante los próximos diez años. En realidad no se llevan muy bien. Para ellos mi madre es demasiado extravagante. 
La otra razón, que quería descansar un poco de Parker, se la calló. 
—Jamás hubiera dicho que Inessa Katina era extravagante, aunque sí que está en el límite. 
—Depende por donde lo mires. Para su familia, lleva una vida totalmente estrambótica. Para los demás artistas, supongo que parece conservadora. 
—Levanta el mentón. —Yulia se acercó a ella, mientras el lápiz se movía por el papel a gran velocidad—. Para mis padres, era una forma de vida. 
Cualquier tipo de aspiración, de creatividad o de amor que no iba dirigida a la salvación era pecado. Sin condiciones ni excepciones. Mi padre era miembro del consejo de la iglesia. 
—¿Cuándo te marchaste de casa? 
—A los dieciocho años. Era evidente que tenía talento artístico y me enviaron a una universidad cristiana en el quinto pino, en Nuevo México, para que aprendiera a ser una buena artista cristiana. Allí conocí a Sharla. 
Lena se dio cuenta de que Yulia pronunciaba el nombre de Sharla de una manera especial: vibraba. Igual que vibraba «Inessa» cuando lo decía su padre. 
—¿Fue amor a primera vista? 
Yulia sacudió la cabeza. 
—Tardamos un poco. Pero ella era una persona fuerte, muy resuelta, y había decidido no volver más a su casa. Sharlotte Kinsey, de Norman, Oklahoma. ¿Te imaginas ser de un lugar tan perdido que lo único que se ve a kilómetros a la redonda es un yacimiento petrolífero? El condado de Lancaster es pequeño pero hermoso, está lleno de vida. La primavera es tan verde que hasta hiere los ojos... —El lápiz de Yulia se detuvo un momento y le brilló la mirada. Después sacudió la cabeza y el lápiz empezó a moverse otra vez—. Al cabo de un tiempo, decidió que yo tampoco volvería a casa. Así que no lo hice. ¿Puedes echarte un poco hacia delante? Apoya los codos sobre la mesa. 
—Debe haber sido difícil —dijo Lena mientras obedecía a Yulia. Ésta acercó su silla y observó las pestañas y la frente de Lena, que bajó los ojos, incapaz de devolverle la mirada. 
Yulia se quedó en silencio durante un buen rato. Se inclinó hacia delante, mientras borraba con la goma del lápiz la línea que la risa marcaba en la comisura izquierda de la boca. Lena reprimió un temblor. Yulia entreabrió ligeramente la boca y Lena sintió que su mirada le quemaba los labios. 
De pronto la morena se echo atrás, añadió un último trazo a su dibujo y cerró el bloc. 
—No —dijo en voz baja—. No fue nada difícil. Ella hacía que todo resultara fácil. Durante trece años todo fue muy fácil. Sólo los últimos años han sido espantosos. —Yulia se levantó bruscamente y llevó la taza al fregadero—. Creo que me voy a retirar. ¿Seguro qúe no tienes frío? 
Lena alzó la taza para despedirla. Se sintió profundamente agradecida de que la sesión de dibujo hubiera acabado. 
—Estoy bien, gracias. El licor estaba muy bueno. 
A decir verdad, sudaba ligeramente. Cogió una manta caliente de la cuerda de tender y se metió en el saco de dormir. 
Yulia subió la escalera y desapareció. Al cabo de unos minutos, reinaba el silencio. 
A excepción de los rápidos latidos del corazón de Lena. 






CONTINUARÁ....  Smile
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Mensaje por Lesdrumm 4/24/2015, 7:28 am

Hola, Aquí les dejo mas de este fan fic, espero les guste.



"UNA NUEVA OPORTUNIDAD"




Capítulo 5


Nevó suavemente hasta el mediodía del sábado. Lena intentó ganarse el sustento retirando con una pala el gran montículo que se había acumulado junto a la puerta del garaje. Volky la acompañó. El parte meteorológico dijo que continuaría nevando en las zonas de mayor altitud —se preguntó si había zonas más altas que ésa— durante todo el día, pero que al día siguiente saldría el sol. Al atardecer creyó oír el ligero eco de un quitanieves, pero parecía estar a una o dos montañas más lejos. 
Yulia la ayudó a espalar durante un rato, pero Lena insistió en que volviera a sus dibujos y pareció agradecer el bocadillo de pavo que ésta le obligó a comer a primera hora de la tarde. Lena, agradablemente agotada por el trabajo físico, se dedicó a despellejar la carcasa del pavo y a 
hacer caldo; en todo ese tiempo no pensó en Parker. Después preparó la sopa y galletas con levadura. La puerta del estudio de Yulia permaneció cerrada. 
Mucho después de la puesta de sol, Lena por fin llamó y entró con un cuenco humeante de sopa y unas cuantas galletas. Yulia estaba despeinada y cansada, y murmuró algo distraída, de esa forma que Lena conocía demasiado por los ataques de pasión artística de su madre. Atizó el fuego de la estufa que calentaba el estudio y volvió a marcharse, sin saber siquiera con certeza si la ojiazul había advertido su presencia. 
Al cabo de una hora apareció Yulia, con los platos sucios. Tendió el cuenco como un Oliver Twist adulto. 
—¿Me da un poco más, señor? 
Lena apartó la mirada de su novela y señaló con la cabeza la cacerola que estaba en un rincón de la cocina de leña. 
—Todavía está caliente. Las galletas están en la panera, envueltas en un paño. 
Se enderezó y estiró la columna. Las sillas de la cocina no eran muy cómodas, pero el calor que desprendía la cocina era demasiado agradable para marcharse. 
—No tenía la menor idea de que podían salir cosas tan buenas de mi cocina. Las galletas están deliciosas. 
—Encontré varias especias en el fondo del armario—señaló Lena—. También había otras cosas en estado de putrefacción que tiré a la basura. 
Yulia se encogió de hombros mientras se sentaba a la mesa. 
—Espero que Parker sepa apreciarte. —Hundió un trozo de galleta en la sopa—. A estas alturas, cualquier cosa cocinada por otra persona me parece maná, pero aun así, está todo buenísimo. 
—La clave para una buena comida de Acción de Gracias está en aprovecharlo todo. Tienes varios litros de caldo de pavo. Por cierto, Volky dice que le gusta que le echen un poco de caldo caliente en el pienso cuando está frío. 
Yulia resopló burlona. 
—Sí, claro. —Volky ni siquiera levantó la cabeza. Se la veía agotada, satisfecha—. Seguro que ha dicho que tendría que darle pavo todos los días. 
Lena se rió. 
—No es tan glotona. Con una vez por semana, basta. 
Yulia se levantó para coger otra galleta. 
—No me has dicho si Parker te valora —le dijo de espaldas—. ¿Aprecia tus habilidades culinarias? ¿Todo lo que haces por él? 
Lena tardó en contestar. En aquel momento le pareció importante ser honesta. 
—La relación no es perfecta, pero le tengo mucho cariño. Le cuesta hablar de sus sentimientos. 
Se dio cuenta, sobresaltada, de que no estaba segura si Parker tenía sentimientos de los que hablar. 
Yulia sacudió la cabeza mientras se volvía a sentar. 
—¿Cariño? No vale la pena perder el tiempo por el cariño. Cuando una de verdad quiere a alguien, invade cada faceta de su vida. —Cerró los ojos y revolvió la sopa con aire ausente—. No es algo que se pueda describir, sencillamente sucede. Cada aliento forma parte de tu amor. No tiene ningún color pero al mismo tiempo contiene todos los colores. 
—Estás describiendo una obsesión. 
Yulia apartó el cuenco como si hubiera perdido el apetito. 
—¿Quién puede decir en qué momento se traspasa la frontera? El amor es una obsesión. Todo lo que tenga que ver con la persona es hermoso, hasta las cosas que no soportas. Quieres conocer sus pensamientos y qué 
hace cuando no está contigo. Y ella lo comparte contigo porque se siente igual que tú. Eso no es una obsesión, no cuando te corresponden; no cuando la otra persona también está obsesionada contigo. 
Yulia no le hablaba a Lena, le hablaba a la pared desnuda en la que estaba la mancha del lienzo. Lena no coincidía con la definición del amor de Yulia... no tenía nada que ver con lo que sentía por Parker. 
—La gente no quiere reconocer ese tipo de amor. Porque si una es capaz de sentirlo, también puede sentir dolor, el tipo de dolor capaz de paralizarte el alma. —Yulia se mordió el labio inferior—. Ojalá... 
Bajo la luz dorada de las lámparas de la cocina, Lena vio el brillo de unas lágrimas en los ojos de la morena, y, con una parte de sí misma que no tenía nada que ver con los ojos, también vio el aura negra que rodeaba a Yulia, una mortaja de tristeza y desesperanza. Sintió un escalofrío que se le puso la carne de gallina. 
Sin saber por qué, le instó a que prosiguiera. 
—¿Ojalá? 
—Ojalá hubiese comprobado los cabos en lugar de dejarlo en manos de los encargados del alquiler del barco. El parte meteorológico dijo que hacía buen tiempo para navegar, pero de pronto se levantó viento. Ojalá en ese momento hubiese dado media vuelta. Ojalá hubiese verificado que Sharla se había puesto bien el chaleco salvavidas. Se partió el mástil —dijo Yulia con un jadeo—, como un palillo de dientes. Y volcamos. Vi que Sharla al caer por la borda se golpeaba la cabeza contra el pasamano. No pude cogerla; simplemente se me escurrió entre los dedos. 
Una lágrima cayó y brilló como un diamante en la mejilla hundida de Yulia. 
—Fue como ver una hoja arrastrada por un río desbordado. Su cara, después el pelo, y finalmente sólo la punta de los dedos. Se le salió el chaleco salvavidas y desapareció. 
—Tras pronunciar la última palabra, Yulia se quedó sin aliento. Lena vio que se esforzaba por respirar. Cuando por fin lo consiguió, un sollozo largo y desgarrador hizo que Lena se levantara y se acercara a ella. 
Abrazó a Yulia sin vacilar, acunándole la cabeza contra los pechos. Yulia se resistió un momento, después cedió. 
—Su cadáver apareció en la bahía de San Pablo al cabo de dos días. Su familia lo reclamó. No me dejaron ir al entierro; se llevaron el cuerpo y nunca pude decirle adiós. 
—No debieron hacerlo —dijo la pelirroja. El cuerpo de Yulia 
la apartó. 
—¿Dónde coño estaba su caridad cristiana? —Apretó los brazos de Lena con sus manos fuertes y la miró fijamente con ojos que parecían hierros al rojo vivo—. Si Dios es amor y Jesús es su amigo, entonces, ¿por qué no quisieron decirme dónde se celebraba el funeral? ¿Por qué no quisieron decirme dónde la enterraron? 
Lena hizo una mueca de dolor cuando la ojiazul le apretó los brazos. 
—No lo sé, Yulia. Se portaron mal. 
Esta la empujó y se levantó de la silla. Subió la escalera sin mirar atrás, mientras Lena se frotaba los brazos magullados y miraba la buhardilla a oscuras. 
Tenía un nudo en la garganta. Si algo le ocurriera a Parker, ¿sentiría tanta angustia y dolor? ¿Al cabo de más de dos años? No, se dijo a sí misma. La respuesta era no. Y era una tonta si seguía pensando lo contrario y sacrificándose por la relación. No sentía por él, ni él por ella, lo que sus padres sentían el uno por el otro. No sentía lo que era obvio que Yulia había sentido por Sharla. 
El hecho de que fueran lesbianas no le importaba. Sus padres le habían enseñado que la vida privada de los demás era asunto suyo y que ella no era nadie para juzgarlos. En lo que a ella se refería, las mujeres no le 
atraían, pero eso no significaba que lo que sentían entre ellas fuera menos real. Lo entendía desde un punto de vista intelectual. Apartó ese pensamiento de su mente, porque de algún modo le molestaba, y no precisamente en el plano intelectual. No deseaba pensar en Yulia con Sharla. 
Mientras atizaba el fuego con desgana en la estufa de la sala, se puso a pensar en Parker. Hasta que Yulia no le preguntó si Parker la valoraba no se había dado cuenta de lo que su madre intentaba decirle con sus comentarios mordaces. 
Parker no la valoraba tanto como ella a él. No se había dado cuenta de lo complaciente que había sido para proteger la relación. 
Cuanto más pensaba en el coche, más se enfadaba. Sólo porque Parker ganaba más no significaba que su tiempo de ocio fuera más valioso que el de ella. ¿Por qué tenía que ser siempre ella la que iba a verlo? Y como la que viajaba era ella, apenas había tenido tiempo de conocer San Francisco. Nunca había ido a los Muir Redwoods, por ejemplo, que sólo estaban a treinta minutos. Tampoco había ido a Wine Country en verano, ni a Monterey en otoño; y ninguno de los dos sitios estaba a más de tres horas de San Francisco. 
Empezó a peinar sus rizos lentamente desenredando los nudos, mientras se preguntaba qué recibía a cambio de su entrega, su sacrificio y su constancia. ¿Qué daba él de sí mismo por el bien de la relación? Entre la gasolina, la compra, el cine, la cena, y las propinas, cada fin de semana que iba a verlo le costaba casi la mitad de su sueldo neto semanal. Tampoco pretendía ponerle precio al hecho de ir a verlo... Ay, a lo mejor sí que se lo ponía. Sólo que pensaba que no valía la pena; no recibía nada a cambio. 
No podía pensar en nada, absolutamente en nada. El fin de semana anterior, Marge, la enfermera que había conocido en el jacuzzi, había traído un par de galletas de más por si se encontraba con Lena. Ese gesto tan amable era más de lo que Parker jamás había hecho por ella. Ya ni 
siquiera se preocupaba de que no faltara su bebida favorita en la casa. Si ella la quería, tenía que traérsela, y pagársela. 
Se durmió sin querer y al cabo de un rato se despertó helada. El fuego del salón se había apagado. Era culpa de ella: no se había acordado de alimentarlo antes de dormirse. 
Se calentó junto a la cocina de leña, pero no consiguió entrar en calor, ni siquiera envuelta en una manta. Y no podía dormir en el suelo de la cocina, terminaría congelada. 
Miró la escalera que llevaba a la buhardilla y tembló violentamente de frío. A lo mejor a Yulia no le gustaba, pero tenía que dormir allí. La pelinegra  le había dicho que la cama era muy grande, podía acostarse sin molestarla. 
Subió la escalera intentando no hacer ruido, lo cual no le fue fácil porque temblaba de la cabeza a los pies. Oyó la respiración regular de Yulia. La temperatura de la buhardilla era casi soportable. En medio de la oscuridad, logró ver que Yulia estaba de ese lado de la cama, así que con cuidado rodeó la cama para ir al otro lado. 
Al ver el tenue brillo de la luz de una manta eléctrica, se quitó el pijama quedándose sólo en camiseta y bragas, y se deslizó entre las sábanas. La respiración de la ojiazul seguía siendo regular y profunda. El calor le calmó el temblor casi de inmediato, y una calma sensual se extendió por los dedos de las manos y los pies. Al cabo de unos minutos, se durmió. 
************ 
Yulia soñaba algo hermoso y no deseaba que acabara. Bajo su mano había un estómago suave. Se movió lentamente intentando no romper el hechizo. Debajo de los dedos había unas costillas finas. 
Hacía tanto tiempo que sus dedos no se sentían tan vivos. 
Acarició la piel aterciopelada y oyó en sueños un suave suspiro y el frufrú de las sábanas. Ahora el cuerpo estaba más cerca de ella. Podía acariciar la espalda suave. 
No era la espalda de Sharla, que era lo que habría esperado encontrar en un sueño, pues ésta era diferente. «Sigo amándote, mi amor.» Pero se permitiría este sueño porque era tan agradable... 
Sintió la firmeza y la fuerza de su propio cuerpo mientras acariciaba a la mujer del sueño. Estaba un poco mareada porque los dedos le enviaban mensajes tan reales, tan táctiles. Se acercó lentamente, temiendo despertarse. Finalmente, a través de una melena rizada tupida —demasiado pelo para ser Sharla—, vio la columna sensual de un cuello. Apartó los rizos rojizos, sedosos, y apretó los labios contra la garganta. 
El fuego en sus muslos se inflamó al máximo. Besó la garganta, después los hombros, una y otra vez, y, aunque sabía que se despertaría, no podía parar porque su deseo aumentaba con cada beso. 
De pronto, la mujer del sueño suspiró: pronunció un «ay» en voz baja y respiró hondo. Se dejó abrazar por Yulia y ésta no pudo contenerse. Sus manos acariciaron los pechos suaves, después acercó uno de ellos a su boca. La mujer del sueño se estremeció entre sus brazos y arqueó la espalda, ofreciéndose. 
Gimieron juntas. 
Yulia se apartó bruscamente justo cuando Lena se enderezó y jadeó. 
—No —exclamó. 
—Lo siento —repuso Yulia. Bajo la tenue luz, vio que Lena se bajaba la camiseta frenéticamente, se tapaba hasta los hombros con la manta, interponiendo barreras entre las dos—. No sabía lo que hacía. Creí que eras un sueño —dijo Yulia más sosegada. 
—No importa, lo entiendo —respondió Lena—. Tenía que haberme quedado abajo, pero se apagó el fuego. Lo siento. No quería... 
—Claro que no, yo tampoco. 
—Me sorprendió, nada más. 
—No te preocupes, yo he sido la que empezó. Creí que eras Sharla. Estaba soñando. 
Era una mentira, Yulia lo sabía. 
—No importa. Me sorprendió, nada más —repitió la pelirroja. 
(Y lo disfrutaste —pensó Yulia)—. Antes de que te dieras cuenta del todo de que era yo, estuviste receptiva. Bah, déjalo.» Enfadada, se dijo que aunque en el fondo todos éramos animales sexuales, eso no significaba que Lena estuviera a punto de convertirse en lesbiana. «Seguramente estaba soñando con su novio y cualquiera confunde un par de manos. Tarde o temprano acabaría echando en falta esa cosa tan importante que tienen los hombres.» 
—Te prometo que no me moveré de mi lado —dijo en voz alta—. No sabía que estabas allí. No volveré a hacerlo. 
—Confio en ti —repuso Lena en voz baja en medio de la oscuridad—. No pasa nada. Vamos a dormir. 
Yulia se acurrucó inmóvil. Se sentía fatal; se dijo a sí misma que era por haber traicionado el recuerdo de Sharla. Pensó que podía dormir, pese a la inútil sensación que le recordaba que era una mujer viva con una líbido real y despierta, y que Sharla —su amada y compasiva Sharla— la habría entendido. 
Lena salió de la ducha envuelta en la bata de felpilla de Sharla. El pelo le caía sobre la espalda como una cortina, y los dedos de Yulia temblaron cuando recordó con toda nitidez lo ocurrido la noche anterior. Se dio cuenta de que Lena no iba a mirarla a los ojos. También se dio cuenta de lo mucho que había deseado ese cuerpo —no el de Sharla, no el de ninguna otra mujer, sino el de Les. Por mucho que se recordara a sí misma que la pelirroja  tenía un novio que la esperaba, el temblor de los dedos no desapareció. 
—Haré unos huevos para descansar de las sobras del pavo 
—se limitó a decir. 
—Me parece estupendo. 
Yulia sacó los ingredientes de la nevera, con la mirada fija en la huevera para evitar que se cruzara con la de Lena. 
Cuando los puso en la encimera, Lena dijo en tono vacilante: 
—Antes de que empieces a cocinar, necesito aclarar algo sobre lo de anoche. 
—No te preocupes —repuso Yulia—. Realmente no sé por qué me excedí de ese modo. 
—Yo tampoco sé por qué lo hice —dijo Lena. 
Lo dijo en voz baja y Yulia la oyó tragar saliva. Se volvió hacia ella, para observar ese rostro que temblaba de emoción. Lo pintaría de gris de incertidumbre, violeta de determinación, amarillo de miedo. 
—Tengo que ser sincera contigo —prosiguió Lena—. Yo... yo nunca había deseado a una mujer. Pero anoche sabía que... eras una mujer. Ya sé que te dije que pararas, pero lo más sorprendente es que no quería que pararas. Y ahora...—Se llevó una mano a la garganta y volvió a tragar saliva—. No sé qué hacer. 
Yulia sacudió la cabeza, lamentando profundamente haber metido a las dos en semejante lío. Al margen de que deseara su cuerpo, debía mostrarse firme. 
—No... no tengo la costumbre de... ayudar a las hetero a satisfacer su curiosidad. Tendrás que buscarte a otra. 
Yulia se dio cuenta de que ella también tragó saliva. Estaba sin aliento. 
—No es eso; lo siento, no me di cuenta de lo que te pedía. Lo que... ay, mierda. —Lena se había sonrojado, y la piel que asomaba por encima de la bata era rosa orquídea—. Olvídate de lo que te dije. He provocado una situación incómoda. 
—Si te estás cuestionando... 
—Nolo sé! —Lena se miró los pies—. No entiendo lo que siente mi cuerpo. Lo siento extraño, diferente. Pero tienes razón, no te puedo pedir que me ayudes a resolverlo. Tengo que hacerlo yo sola. 
Yulia advirtió que, en efecto, respiraba hondo. Sin darse cuenta, también se había acercado a Lena. 
—Lena, no es que yo no... 
«... no te desee.» La deseaba. La pelirroja había llegado a esa casa y disipado el fantasma de Sharla. Deseaba aferrarse a ese cuerpo hermoso, cálido y vivo todo el tiempo que pudiera. 
Lena tenía la mirada perdida, la boca ligeramente entreabierta, y Yulia no pudo evitar contemplar esos labios. La noche anterior los había observado demasiado tiempo, había deseado tocarlos con todas sus fuerzas. Los tenía aún más gruesos, y brillaban. Devoró el resto de ese rostro que había dibujado durante horas. Se sonrojó con la piel ligeramente húmeda. 
Tiró suave y lentamente de la solapa de la bata de Lena y el nudo alrededor de la cintura se aflojó. Era la bata de Sharla, pero en su interior estaba el cuerpo de Lena. 
Vio los pezones que sobresalían bajo la felpilla, que subían y bajaban con el jadeo. Yulia soltó la bata y el nudo se deshizo. La mirada de la ojiazul recorrió la ondulación suave y flexible del vientre de Lena y, más abajo, la rojiza mata de vello. 
Oyó la voz de Lena como si proviniese de un lugar remoto. 
—Dios mío, Yulia, no sé qué hacer. Pero lo deseo. 
Deslizó las manos alrededor de la cintura de Lena. Se introdujo en el círculo cada vez más amplio que formaban los brazos de ésta. Los labios de Lena estaban ansiosos y acogieron a los de Yulia cuando ésta la besó. 
Con un gemido, apretó el cuerpo de Yulia contra el suyo. Yulia no la habría empujado contra la encimera, pero Lena la apretaba cada vez más 
y la besaba en la boca con una ansiedad dolorosa. Lanzó suaves gemidos de placer e invitó a Yulia a que explorara su boca con un roce jadeante. 
Yulia se deleitó con el placer que la esperaba. Estaba sedienta de más. Sus manos sujetaron las costillas de Lena y, después, con más brutalidad de lo que pretendía, cogió los pechos de la pelirroja, que interrumpió el hambre dolorosa del beso. 
—Lo siento —jadeó Yulia—. No quería hacerte daño. 
—Tengo miedo —suspiró Lena—. Estoy muerta de miedo. 
Le temblaban los labios. Se llevó las manos de Yulia a sus pechos y se estremeció cuando la morena los acarició. Estaba sin aliento y le temblaban los brazos cuando los pasó por el cuello de Yulia. Mientras la ojiazul exploraba la plenitud de sus pechos, Lena acercó su rostro para volver a besarla. 
El tiempo pasó en oleadas desiguales hasta que Yulia levantó la cabeza al oír un ruido extraño. Era la bocina de un coche. 
Lena se enderezó. Volvió a sonar la bocina y se oyó el grito de un hombre procedente de la carretera. Lena lanzó un grito de frustración y Yulia se dio cuenta de que Lena estaba a punto de llorar. 
—Debe de ser tu tío —consiguió decir la morena. 
En la breve pausa oyeron una puerta que se cerraba y el sonido de la verja que se abría. 
Lena asintió en silencio. Yulia observó los planos y los ángulos tratando de recomponerlos en el orden en que los había dibujado el día anterior, pero los labios de Lena habían sido demasiado besados, el rostro estaba demasiado afligido. 
En ese momento se dio cuenta de que Lena se marchaba. ¡Se marchaba! La verja se cerró y el ruido fue como un puñetazo en el estómago. 
—Te vas con ellos —murmuró. 
«¿Qué voy a hacer? —pensó con desesperación—. No puedo pedirle que se quede. No puede marcharse. ¡No es posible!» 
—No quiero irme —dijo Lena—. Todavía no. 
—Quieres saber lo que te pierdes —dijo Yulia con amargura—. ¿Quieres saberlo? 
Lena se quedó mirándola, pero no se resistió cuando Yulia la cogió entre sus brazos para darle un beso brusco, anhelante. 
—Esto es lo que te pierdes —le susurró al oído. Sus dedos se deslizaron entre los muslos de Lena. La pelirroja se apartó ligeramente, después las piernas se abrieron. Yulia casi gritó al descubrir esa humedad sedosa y le metió los dedos mojados. 
—Ay, Dios mío —jadeó Lena. Echó la cabeza hacia atrás mientras gemía—. Sí. 
—Esto es lo que te pierdes —susurró Yulia con ferocidad, mientras observaba la cara de Lena—. Así es como se lo hacen las mujeres. Se llama follar, Lena. —Lena gimió, con la boca abierta, los ojos entrecerrados—. Y hay más, mucho más. 
Se oyeron pasos fuera, en el camino. Yulia apartó a Lena y se volvió hacia el fregadero. 
—Cuando estés con él, te imaginarás mi boca junto a la tuya y te preguntarás cómo habría sido. 
Lena dejó escapar una especie de sollozo y se fue corriendo de la cocina. Yulia puso las manos bajo el grifo para limpiarse los rastros de la entrega de Lena. El tío de la pelirroja llamó a la puerta y ella le abrió. 
Se las arregló para saludarlo civilizadamente. Se habían visto unas cuantas veces en la oficina de correos, en el mercado y paseando por el bosque, y él siempre se había mostrado muy correcto. La pelinegra le invitó a sentarse junto al fuego para entrar en calor, pues se suponía que Lena acababa de ducharse. Le preguntó por la altura de la nieve y fingió escuchar la detallada respuesta así como la explicación sobre cómo habían 
sacado el coche de Lena y lo habían puesto en la carretera. Cuando apareció la pelirroja, vestida con su ropa, Yulia pensó que nunca había visto una expresión tan tranquila y sosegada en su rostro. Azul glaciar. Yulia sintió el conocido muro de frío entumecedor que se ceñía a su alrededor. 
Le ofreció a Lena un par de guantes y ésta insistió en que Yulia le apuntara su dirección para devolvérselos. 
Se dieron la mano; la de Lena era como el hielo, pero tembló al estrechársela. 
Yulia la observó caminar a trompicones hasta la camioneta de su tío, después apartó a Volky del quicio y cerró la puerta a la imagen de Lena que se alejaba de su vida antes de que hubiera terminado de entrar. 
Había sido cruel, nunca se lo perdonaría. 
Sentía un dolor casi imposible de soportar. 
Volky empezó a ladrar sin parar. Yulia huyó al estudio y contempló los bocetos del rostro que el día anterior creía conocer tan bien. 
Cogió un bloc nuevo. En aquel momento le servía cualquier carbonilla, cualquier color. El rostro de ese día se reveló lentamente sobre el papel como una foto que absorbe la luz. Lena deseándola. 
Arrancó la hoja y la tiró al suelo. 
Lena diciendo que sí. 
Ahora los colores. 
El azul y el plateado de Lena diciendo que sí. 




CONTINUARÁ...
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Mensaje por Lesdrumm 4/24/2015, 7:38 am

"UNA NUEVA OPORTUNIDAD"




Capítulo 6


—Si no te conociera mejor, diría que tienes gripe. —Mary Nguyen, apoyada contra la pared del cubículo de Lena, la observaba con un ligero asomo de preocupación en los ojos habitualmente tranquilos. 
A la pelirroja le costaba sostener la profunda mirada castaña de Mary. Le resultaba difícil observar a las mujeres de frente desde el último fin de semana. 
—¿Cómo sabes que no tengo gripe? 
—Porque no habrías venido a trabajar, como cualquier persona sensata. —Se mordisqueó el labio inferior—. Cambiaría una buena gripe por una semana de trabajo de esclava para Mannings. 
—Ten cuidado con lo que deseas... —sonrió Lena ligeramente. 
Mary se encogió de hombros. 
—Ya lo sé, me puede caer un paquete. ¿Cuándo crees que acabará el gran consejo? 
Esta vez le tocó a Lena encogerse de hombros. Los socios principales de Ledcor & Bidwell estaban reunidos con los representantes de una promotora inmobiliaria sin fines lucrativos, pequeña pero importante. 
—No sé por qué les interesa tanto este proyecto. Es demasiado pequeño para ellos. 
—Por razones políticas. Aunque sea de reducidas dimensiones, todos los funcionarios de la ciudad conocerán el nombre de los arquitectos que lo realizaron. Es un proyecto modelo de viviendas de protección oficial, no muy caro, que, con suerte, se va a difundir por todo el país. Toda esa publicidad gratis es un chollo. 
Lena asintió. Todo eso ya lo sabía. Le habían pedido una serie de proyectos para que los socios los estudiaran, pero no habían sido seleccionados para la presentación final al cliente. No le extrañó. El 
concepto general que se le había ocurrido era un pequeño edificio de líneas clásicas, integrado en el próspero barrio para que no resaltara entre los demás. Su esfuerzo creativo se había centrado en el interior. Lena creía que la gente que iba a vivir allí no querría que el edificio llamara la atención, que todo el mundo lo señalara y dijera: <<Allí vive gente con pocos ingresos>>También pensó que a los habitantes más prósperos de la calle no les gustaría el trasiego que crearía una «obra de exhibición». Tenía la certeza de que ya estaban bastante molestos con la idea de que se instalara en el barrio gente de renta baja. 
Bueno, ¿y ella qué sabía? El proyecto que se presentaba en aquel momento había sido seleccionado por el socio principal y tenía una fachada art-decó posmoderno. 
—¿Por qué estás tan triste entonces? Llevas toda la semana así. 
Lena se dio cuenta de que se había quedado absorta en medio de la conversación. Le ocurría a menudo desde que se 
había marchado de la casa de Yulia, de los brazos de la ojiazul. «Se llama follar, Lena.» Se estremeció de pies a cabeza. Pese a sus esfuerzos por no pensar en Yulia, constantemente oía su voz susurrándole al oído. 
—¿Estás segura de que no estás enferma? 
La mirada de Mary reflejaba una preocupación bondadosa. 
De pronto, Lena advirtió el pelo corto, cortísimo, de Mary, la trenza fina y el pendiente de oro, discreto pero aun así perceptible. «Para —se dijo—. En San Francisco hay muchas mujeres así y no puede ser que todas sean lesbianas.» Se dio cuenta de que no le había contestado a Mary. 
—A lo mejor sí. Últimamente me siento muy... muy rara. 
Una nueva voz intervino en la conversación. 
—Siento interrumpiros, chicas. —Mannings se asomó en el cubículo de Lena—. ¿Puedes coger tus dibujos para el proyecto AH y acompañarme? 
Extrañada, Lena obedeció y siguió a Mannings a la sala de reuniones. 
—Me temo que los dibujos que les hemos mostrado no les han gustado y han insinuado que querían algo menos espectacular. 
Lena dejó que el sarcasmo asomara en su voz. 
—Así que has pensado en mí. 
Mannings esbozó su sonrisa de serpiente. 
—A mí me gustaron tus dibujos pero no podía contradecir a Randall, ¿no te parece? 
Mientras Lena se arreglaba la chaqueta sintió una oleada familiar de desagrado hacia Mannings y L&B en general, atenuada porque era consciente de que su malhumor se debía a que ella, y sólo ella, había elegido estar allí. Al menos no pensaba en Yulia, no demasiado. Todavía no le había devuelto los guantes porque no sabía qué poner en la nota. «Gracias por haber puesto mis vida patas arriba...» «Gracias por hacer que te deseara...» 
—Le presento a Lena Katina, una de nuestras colaboradoras —anunció Randall con una inclinación de cabeza para saludarla. Lena se dio cuenta de que el socio principal no iba a decir que era una arquitecta en prácticas—. Lena fue una de las primeras de su promoción en Taliesin, una escuela de arquitectura muy exclusiva. ¿Has traído los dibujos del proyecto que hemos preparado juntos, Lena? —preguntó con una sonrisa benevolente. 
Lena hizo todo lo posible por disimular su incredulidad. ¿Los dibujos del proyecto que hemos preparado juntos?, quiso repetir. Se tragó la incredulidad y con paciencia extendió los dibujos sobre la mesa, delante de la hilera de representantes del cliente, y desenrolló los planos preliminares. 
Una mujer negra, alta y majestuosa cogió enseguida uno de los bocetos de la fachada. 
—Sí, esto se parece mucho más a lo que habíamos pensado. El proyecto se integra en el entorno. —Miró a Lea con aprobación—. Soy B.J. Taylor, ¿puede repetirme su nombre? 
Agradecida, Lena se lo dijo y procedió a explicar el presupuesto con más detalle. Se dio cuenta de que a la señora Taylor y los demás les gustaba el esfuerzo que había hecho en el diseño interior para que a la larga se redujeran los gastos de mantenimiento. También se dio cuenta de que Randall se alegraba de que los clientes preguntaran en tantos detalles. 
Al cabo de unos cuarenta y cinco minutos el grupo se levantó para marcharse. 

—Estoy muy impresionada —se dirigió la señora Taylor directamente a Lena—. Sinceramente, sólo hemos visto un proyecto como éste de otro estudio. Han conseguido que las dimensiones interiores sean originales pero muy funcionales. El hecho de que el exterior esté integrado en el paisaje no significa que el interior tenga que ser aburrido. Decidiremos entre este proyecto y el que vimos esta mañana.
Los demás asintieron. Lena le dio las gracias y se levantó para estrecharle la mano. 
—Espero no ser demasiado indiscreto si le pregunto cuál es el otro estudio —dijo Mannings. 
—Diseño y Estética de Barrio. 
Lena se dio cuenta de que Randall y Mannings disimularon sendas muecas de desagrado. Era evidente que ninguno de los dos consideraba que Diseño y Estética formaba parte de la liga de L&B. 
La pelirroja se quedó aturdida mientras Randali acompañaba a los clientes a la puerta y volvía totalmente acaramelado. 
—Creo que en cuanto vean la experiencia que puede ofrecerles L&B, DEB no tendrá la menor oportunidad. 
Agitó unas monedas en el bolsillo mientras Mannings asentía. 
Lena recuperó la voz e hizo un gran esfuerzo por hablar con sensatez y firmeza, igual que hacía su padre cuando le ponían a prueba la paciencia. 
—Me preocupa la idea que tienen los clientes: creen que ya he terminado las prácticas y estoy colegiada. 
—Mientras el proyecto lleve mi firma no hay ningún problema —repuso Randall. Lena se dio cuenta de que él no veía nada malo en ello. Se preguntó si era lo habitual—. Por supuesto habrá que hacer algunos cambios, que me ocuparé de efectuar junto con el cliente. 
—Quiero estar segura de que entiendo este arreglo —dijo Lena lentamente. Su voz estaba a punto de quebrarse—. A partir de ahora ustedes se van a quedar con mi proyecto y yo no trabajaré con el cliente. 
—El cliente espera trabajar con un socio —intervino Mannings—. Y trabajar con Randail les demostrará que aunque sea un proyecto pequeño nos lo tomamos muy en serio. 
Lena le dirigió La Mirada. Sabía que su trabajo pertenecía a L&B y que podían hacer lo que quisieran con él. No le importaba que no le atribuyeran el mérito, pero no permitirle participar en el proyecto a medida que se iba gestando, para ella era como que a una cocinera no le dejaran probar su comida. 
—De todos modos me gustaría participar. El cliente nunca sabrá que el proyecto es mío —dijo. 
A pesar de que intentaba aparentar tranquilidad, su tono era beligerante. 
—Estás haciendo prácticas. Si quieres que se te reconozca el tiempo... 
La frase de Randall se quedó significativamente inconclusa. Lena enderezó la espalda. Era verdad, se estaba cuestionando todos los demás aspectos de su vida: sexo, amor, compromiso, todo. Pero sabía lo que valía en el trabajo; no era extraordinaria, pero sí muy buena. No podían arrebatarle la seguridad en sí misma. 
—¿De modo que no tiene que importarme que ni siquiera pueda participar? 
Randall le dio la espalda. 
—Me temo que en Taliesin no saben preparar a los estudiantes para el mundo real —le dijo a Mannings. 
Lena tragó saliva; tenía un nudo en el estómago. 
—Perdón, creo que tengo gripe. Últimamente no me he sentido muy bien. 
Dio media vuelta y se fue, intentando mostrarse tan digna como la vez que su madre se había marchado de una exposición de arte que le había desagradado. Se detuvo ante su mesa el tiempo suficiente para coger la riñonera, la cartera y el abrigo. 
Mientras bajaba en el ascensor se dio cuenta de que lo más probable era que la despidieran, lo que significaba volver a empezar con otro arquitecto. Hasta era posible que Mannings ni siquiera le firmara el certificado de prácticas. 
Tembló durante casi todo el trayecto en autobús hasta su estudio. En casa de su tía, había logrado mostrarse alegre, y la vuelta a la suya la recordaba como en una nebulosa. Llevaba toda la semana con ganas de llorar y las lágrimas le asomaron por el rabillo de los ojos. Como no tenía pañuelos de papel, se las enjugó con la manga. Se arremangó un momento y observó 
los morados que Yulia le había hecho en los brazos al llorar por Sharla. Empezaban a desaparecer, pero era lo único que se borraba de aquel fin de semana. 
Se detuvo en la panadería de la esquina y se compró el bollo de canela más grande y apetitoso. Después subió los tres pisos hasta su estudio en el ático. Lo único bueno de esa casa era que no tenía vecinos en el mismo rellano. Tras cerrar la puerta con llave, se permitió llorar, llena de autocompasión. 
Cuando las lágrimas cesaron se lavó la cara, se tomó una aspirina y se comió el bollo de canela. El azúcar la hizo sentirse mejor. Una taza cremosa de su mezcla favorita de café descafeinado —vainilla tostada— la ayudó a recobrar el ánimo. 
Ya se encontraba en la fase de reprenderse a sí misma por haberse comportado como una niña, cuando sonó el teléfono. Dudó y al final decidió atender. Si era Mannings la oiría sorberse la nariz y se convencería de que era verdad que estaba enferma. 
La voz de su madre invadió la línea y Lena enseguida se sintió mejor. Pero de pronto se alarmó. 
—¿Por qué llamas? ¿Papá está bien? 
—Sí, va todo bien, aunque tienes voz de resfriada. ¿Por eso estás en casa? Te acabo de llamar al despacho y me han dicho que te habías ido. 
—No, sólo me estoy recuperando de una llantina. ¿Qué hay de nuevo? 
—No, no, tú primero —replicó su madre—. Elena, ¿qué te pasa? Sabía que tenía que llamarte, lo sabía. 
La voz parecía muy cercana, no daba la impresión de que procediese de la otra punta del planeta, y calmó los nervios crispados de la pelirroja. 
—Me he peleado con el socio principal. Creo que me van a despedir. 
Le contó a su madre todos los detalles y se sintió agradecida por su indignación solidaria y sincera. No quería contarle—todavía no— lo otro. La voz de Yulia que murmuraba: <<Así es como se lo hacen las mujeres...» 
—Querida, creo que la mejor manera de evitar que te echen es buscar otro trabajo. 
—¿Pero por dónde empiezo? —Lena se tumbó en el sofá cama. 
—¿Cómo quieres que lo sepa? Siempre puedes buscar en las Páginas Amarillas. 
—¡Espera, ya lo sé! Empezaré por el estudio que mencionó la clienta, Diseño y Estética de Barrio. Allí hay alguien que piensa igual que yo. 
—Es un nombre prometedor para premio al mejor proyecto del barrio, ¿te acuerdas? 
—Sí, gracias por recordarme, Lena volvía a sonreír. 
—¿Ya estás mejor? 
—Sí, gracias, mamá. Tu intuición sigue siendo sorprendente. 
—Eso se consigue con un día de trabajo, Len. 
—¿Y por qué me has llamado? 
—Estaré en Dallas a principios de enero. ¿Crees que podrás venir a pasar un fin de semana? Me ocuparé de tu billete. Así te compenso por no poder verte en Navidad; no sabes cuánto lo siento. 
—No te sientas culpable por eso, comprendo que papá tiene compromisos. Pero me encantaría verte en enero, sería maravilloso. El vuelo desde aquí dura unas tres horas, así que podré ir aunque esté muy ocupada. Claro que, si no estoy trabajando, dispondré de todo el tiempo del mundo. 
Algo en su corazón se apaciguó cuando supo que iba ver a su madre cara a cara, que iba a poder hablarle de Yulia. 
—Mira, haz la reserva de tu billete en cuanto tomes una decisión. Apunta el número de mi American Express y carga el billete en mi tarjeta. —Lena lo anotó—. Te llamaré el jueves para saber lo que vas a hacer. 
Hablaron unos cuantos minutos más y Lena se sintió mucho mejor después de colgar. La nariz se le había despejado casi por completo y el dolor de cabeza había desaparecido. Desde el fin de semana, desde lo de Yulia, que no se sentía tan bien. 
Gimió y se dio la vuelta sobre el sofá. ¿Por qué seguía recordando? Le horrorizaba volver a ver a Parker; temía que cuando él la tocara le diera por pensar en Yulia. Y si no en Yulia, en otras mujeres. Sabía que no era el hombre de su vida, que él nunca iba a satisfacer su deseo sexual porque ni siquiera lo había intentado. «Imaginarás mi boca junto a la tuya y te preguntarás cómo habría sido.» 
Se lo preguntaba, ay, claro que se nunca se lo hubiera preguntado antes. ¿Cómo podía saber que deseaba algo que jamás había hecho? Y no sólo lo deseaba, sino que deseaba hacerlo. La cabeza se le llenaba constantemente de imágenes de la cocina de Yulia. Esta vez era la pelinegra de espaldas a la encimera, Yulia abriéndose de piernas... 
Se cubrió la cabeza con una almohada. Maldición, pensó. Si sólo hubiera sido darse cuenta de que tenía que romper con Parker, no habría sido tan grave; no habría sido ni la mitad de difícil que darse cuenta de que tenía que volver a plantearse todas sus ideas sobre la pasión, sobre el sexo, sobre lo que le encendía el líbido. 
Intentó cerrar los ojos para no pensar en las sensaciones que le despertaba Yulia, pero no funcionó. Había sido una ola de pasión enorme, algo que no le había ocurrido nunca. La emoción al diseñar un proyecto nuevo, al esquiar por la nieve en polvo de una pista difícil, al volar en helicóptero, todo eso se volvía insignificante cuando lo comparaba con lo que había sentido cuando la poseyeron los dedos de Yulia. 
Se había dado cuenta demasiado tarde de que tenía que haberse quedado con la ojiazul, olvidando su trabajo, su familia; que tenía que haberse quedado y hecho el amor. «Imaginarás mi boca junto a la tuya.» 
Cuando podía pensar en algo más que la pasión, sentía el tirón del bienestar. Se había sentido bien en compañía de una mujer. No había gozado de esa tranquilidad desde la universidad. Durante tres años había compartido la habitación con Kelly Baines. Ninguna de las dos había salido con muchos chicos; los estudios no les dejaban ni tiempo ni energías. Habían estudiado juntas, trabajado juntas en la cocina comunitaria de Taliesin y las dos decían que la otra era su mejor amiga. ¿O había habido algo más? Ninguna de las dos se había atrevido a tender la mano para vencer el espacio que separaba sus camas en invierno y sus catres en verano. 
Kelly y ella habían hecho las prácticas en Boston, pero en estudios diferentes. Lena había tenido la posibilidad de elegir otro sitio, pero la única opción que había tenido en cuenta había sido la de ir a Boston con Kelly. Cuando empezó a salir con Parker, Kelly se distanció. Nunca se 
habían peleado, pero el resentimiento silencioso y a punto de estallar de Kelly hacia Parker había impulsado a Lena a acceder a irse a vivir con él. El día que quedó con Kelly para tomar un café y decirle que se iba a California, Kelly hizo ver que no le importaba, aunque en realidad estaba furiosa. 
Lena lanzó la almohada al otro lado de la habitación y se sentó. Este repaso sin fin de toda su vida no la llevaba a ningún lado. Le empezaba a doler la cabeza otra vez. Cogió la guía de teléfono y buscó el número de Diseño y Estética de Barrio. Eran más de las seis, pero si se ajustaba al horario habitual de todos los estudios de arquitectura, todavía habría gente trabajando. Al menos podría averiguar quién era el socio principal para enviar al día siguiente un currículum dirigido a la persona adecuada. 
Una mujer con voz enérgica cogió el teléfono y Lena le preguntó el nombre del socio principal. 
—Angela Martine. 
La voz no fue exactamente brusca, pero Lena se dio cuenta de que quienquiera que estuviera al teléfono tenía mejores cosas que hacer que responder a esa clase de preguntas. 
—¿Por casualidad no sabe si ella u otro socio necesita un arquitecto en prácticas? 
—¿Estás buscando trabajo? Porque se nos acaba de ir una persona. 
—Sí. En estos momentos estoy en otro estudio, pero creo que tengo que buscar un nuevo empleo. —Lena se contuvo para no contar todo lo ocurrido—. Lo siento, no quiero hacerle perder tiempo. 
—¿Estás en el primero o en el segundo año de prácticas? 
—En el segundo, si aceptan ustedes las que he hecho hasta ahora. Estudié en Taliesin. 
Hubo una pausa y de pronto la mujer dijo: 
—Ven a verme mañana a primera hora. ¿Qué te parece a las siete y media? 
Parecía que ya se había arrepentido de su impulso. 
—Allí estaré. 
Lena intentó disimular su ansiedad, sin conseguirlo. 
—¿Cómo te llamas? 
—Lena Katina. ¿Por quién tengo que preguntar? 
—Por mí, Angela Martine. 
Lena dio las gracias entre balbuceos y colgó. Se pasó una hora preparando la carpeta con ansiedad, lo que le elevó un poco su autoestima. La cerró y después salió con la intención de pasear hasta quedar agotada. Tenía que mostrarse serena y segura de sí misma y para ello necesitaba dormir mejor que las últimas noches. 
Durmió, pero sólo después de revivir los intensos momentos en la cocina de Yulia, la manera en que ésta había sabido tocarle los pechos, la manera en que los dedos habían sabido... 
«Imaginarás mi boca junto a la tuya...» 
******** 
Angela Martine tenía más de cincuenta años, el pelo negro y espeso y sienes plateadas que enmarcaban una nariz aguileña. 
Hablaba con un ligero acento. «¿Mexicano quizá?», pensó Lena. La invitó a pasar su despacho y Lena sintió que parte de su seguridad se desvanecía nada más sentarse ante la mesa abarrotada de Angela y toparse con su mirada franca. Azteca, eso era. El perfil de Angela era idéntico al de las estatuas aztecas. 
—Antes de mirar tu carpeta, quizá deberías contarme por qué quieres cambiar de trabajo. 
Angela se reclinó en la silla con el rostro impasible. 
—Pues, por razones que ahora no vienen al caso, me equivoqué al aceptar trabajar en Ledcor y Bidwell. Tenía que haberme quedado en el estudio que Taliesin me había asignado, Ellis y Ellis de Boston. En estos momentos mi situación en L&B es la siguiente: acabo de hacer una serie de dibujos para un pequeño proyecto y el cliente los aceptó. Están firmados por el socio principal y no me deja seguir en el proyecto a pesar de que en la presentación creo haber entablado una buena relación con el cliente, que por su puesto ignora que estoy en prácticas y se quedó con la impresión de que yo sería su contacto. Una imagen falsa, en mi opinión. —Lena no sabía si Angela estaba escandalizada o si no entendía por qué Lena se había enfadado—. Habría podido pasar por el aro y acabar las prácticas pero... pero cometí otro error. 
Lena hizo una pausa para tomar aliento y Angela la interrumpió. 
—Permitiste que se notara que te había molestado. 
Lena asintió. 
—Tienes toda la razón cuando dices que te equivocaste cuando aceptaste trabajar en L&B. Aquí ya tenemos cuatro refugiados de L&B. —Se encogió de hombros con desdén—. Es un estudio grande. Si les sigues el juego llegarás a ser alguien. Trabajan mucho. Nosotros nos movemos en otro circuito. 
Lena volvió a asentir. 
—En cualquier caso, pensé que si quería retomar otra vez 
el control de mi carrera, tenía que buscar un estudio que... se ajustara más a mis ideales. 
—¿Por qué nosotros? 
Angela volvía a mostrarse impasible, mientras observaba a Lena con una mirada de mármol negro. 
—El nombre del estudio me intrigó. Cuando llamé anoche, quería pedir información... 
—Para saber quiénes éramos... 
—Básicamente. No deseo volver a cometer el mismo error. 
—Déjame ver tu currículum. —Angela tendió una mano imperiosa. 
Lena se lo dio, y, mientras la mujer lo leía, se dedicó a observan las fotos de los proyectos colgadas en la pared del despacho. A sus ojos de arquitecta formada en Taliesin le gustó lo que vio: viviendas residenciales pequeñas, muchas casas de protección oficial, restauraciones de pequeños edificios de apartamentos y hostales. Daba la impresión de que DEB hacía proyectos para toda la zona de la Bahía de San Francisco y abarcaba casi todos los barrios. Lena memorizó la ubicación de varios de ellos para ir a verlos después. 
—¿Cómo le va al doctor Joe? 
La pelirroja se sorprendió y después sonrió. 
—Muy bien. —Su sonrisa se dilató cuando recordó al profesor más antiguo de Taliesin y al mejor narrador de cuentos—. Es un hombre increíble. 
Una sonrisa asomó al rostro de Angela a modo de respuesta. 
—Hace quince años que no le veo, desde que hice una investigación en una obra. —Angela volvió a concentrarse en el currículum y al cabo de un rato volvió a tender la mano—. Tu carpeta. 
Lena cruzó los dedos mientras Angela hojeaba la carpeta. El estudio de Boston le había permitido llevarse copias de los proyectos en los que había participado y, en su humilde opinión, algunos eran bastante buenos. Su proyecto de licenciatura había sido muy alabado. La última página era una nota escrita a mano por el doctor Joe que decía que sus proyectos habían recibido una mención honorífica en un concurso organizado por una escuela de diseño japonesa. De algún modo, L&B había hecho que se avergonzara de haber ido a una escuela tan poco práctica como Taliesin, cuando, de hecho, era algo de lo que se enorgullecía. 
Angela farfulló algo mientras leía la nota y después cerró la carpeta. Durante los siguiente veinte minutos acribilló a Lena a preguntas sobre algunos proyectos, poniendo a prueba sus conocimientos y comprensión 
de la conservación de edificios y las medidas para prevenir terremotos. Lena, a medida que respondía, recuperaba la calma. Dominaba esos temas. Puede que no tuviera la imaginación necesaria para diseñar un puente futurista, pero sus ideas sobre los conceptos básicos del diseño y la construcción eran creativas y tenía sólidas nociones de ingeniería. Nunca había cometido el error de diseñar un edificio sin muros de carga, cosa que Kelly había hecho en dos ocasiones. 
Cuando acabó el interrogatorio, Angela tamborileó sobre la mesa y observó a Lena. 
—Sé que L&B no paga a sus colaboradores en prácticas mucho más que los gastos de transporte —dijo——. Nosotros te daríamos un poco más, pero si sigues aquí, si apruebas los exámenes y te pedimos que te quedes con nosotros, tu sueldo no será mucho mayor. El tipo de trabajo que hacemos no es muy lucrativo y el estilo de vida de los que estamos aquí, incluido el mío, no se parece en nada al de la mayoría de los arquitectos. 
A Lena se le aceleró el corazón. 
—Tras ver de cerca el estilo de vida de la mayoría de los arquitectos, puedo decir sin reparos que no tengo la menor intención de adoptarlo. Y después de haber vivido en una tienda de campaña durante tres veranos en Taliesin, me he acostumbrado a vivir con sencillez. 
Angela sonrió. 
—¿Puedes quedarte otra media hora? 
Lena asintió. Llegaría tarde al trabajo, pero le daba igual. 
—Espera un momento. 
Angela salió con paso enérgico y regresó pocos minutos después para acompañar a la pelirroja a otro despacho. 
—Diane, te presento a Lena Katina. Lena, Diane Donahue. Es la jefa del equipo que tiene la vacante. Os dejo para que habléis. 
Lena estrechó la mano de la castaña Diane e intercambiaron cumplidos. Diane miró la carpeta y el currículum pero no la sondeó tanto 
como Angela. Comentó con ironía que seguramente ya la habían interrogado bastante por aquel día. 
—Ya que has pasado la inquisición de Angela, no te haré lo mismo ¿Cuándo puedes empezar? 
Lena tragó saliva. 
—¿Quieres decir...? Eh... pues..., ¿cuándo te parecería bien? 
—Ayer, pero sé que tendrás que comunicárselo a L&B. 
Diane hizo el mismo gesto de desdén con los hombros que Angela. Seguramente se lo había pegado. Era evidente que a Diane le importado un bledo que tuviera que comunicárselo a L&B. 
—¿Me das un día para pensármelo? ¿Es posible? —Su instinto le decía que aceptara de inmediato, pero, aún así, sabía que debía investigar un poco el historial de DEB—. Si acepto no podré empezar hasta dentro de dos semanas. 
Diane sonrió. 
—Fantástico, pero si tienes que tomarte una semana más, no te preocupes. Espero que aceptes. 
—Te diré algo mañana a primera hora —repuso Lena—. Ah, supongo que deberíamos hablar de dinero antes de que tome una decisión. 
—Qué idea tan original —exclamó Diane con sarcasmo—. Lo siento. Tenía que haber sacado el tema; creía que Angela ya te lo había dicho. 
—Me dijo que seguramente será más de lo que me pagan en L&B, pero no especificó nada. 
Diane mencionó una cifra que dejó a Lena con una sonrisa de satisfacción. Diane arqueó una ceja y añadió: 
—Ya puedes ir acostumbrándote a ese sueldo. Si te quedas aquí no te lo subirán hasta dentro de bastante tiempo. Angela es muy justa a la hora de repartir bonificaciones cuando tenemos un buen año, aunque los últimos dos no han sido muy buenos. Pero aquí estamos todos en el mismo barco. 
—Eso es alentador —replicó Lena—. Estoy casi segura de que aceptaré, pero te lo diré en cuanto lo haya meditado; no más tarde de mañana por la mañana. 
Volvieron a estrecharse las manos y Lena se marchó como si flotara en el aire. Segura de sí misma y esperanzada, decidió arriesgarse a llegar un poco más tarde al trabajo e ir a comprobar la situación de DEB en el Colegio de Arquitectos. 
Cuando salió de la oficina del Colegio estaba como en una nube. Tanto Angela Martine como Diane Donahue eran miembros que gozaban de una buena posición, DEB había pagado su cotización y participaba voluntariamente en la asesoría e inspección de proyectos. Se hallaban bien situados en el Consejo de Arquitectos de California. No le quedó el menor atisbo de duda sobre si debía aceptar el trabajo y se detuvo en el teléfono público del vestíbulo para llamar a Diane Donahue y decírselo. Fue hasta el metro y luego subió los tres pisos del edificio de L&B como si flotara. 
Mannings estuvo muy desagradable cuando Lena le dijo que se iba, pero reconoció que Randall había expresado ciertas dudas sobre el futuro de Lena en L&B. Estuvo claramente grosero cuando le dijo qué se iba a DEB, y le recordó explícita y detalladamente el principio ético de llevarse a otro estudio el trabajo que había hecho en L&B. Ella le aseguró que conocía el código deontológico tan bien como cualquier otro en L&B y que no tenía intenciones de hablar en DEB del proyecto de viviendas subvencionadas que había hecho. Al final acordaron 
que se quedara hasta que terminara las especificaciones CAD para el proyecto y se fijó que su último día sería el siguiente viernes. 
Mary Nguyen la felicitó pero al mismo tiempo se quedó desanimada. 
—Me alegro mucho por ti, pero, vaya, te voy a echar mucho de menos. Seré la única mujer en prácticas. 
—Lo siento, Mary, de veras. 
Mary ladeó la cabeza. 
—No, no es verdad. ¿Por qué fingir? Te deseo lo mejor, 
Lena se rió y le prometió que el último día irían a cenar juntas. Incluso cuando el recuerdo de Yulia la importunó, se dio cuenta de que lo disfrutaba en lugar de temerlo. 
Empezaba otra vez de cero. Si esto era lo peor, podía soportarlo. 
Se sintió bien hasta que se recordó que aquel fin de semana iba a ver a Parker. No le apetecía nada. 




CONTINUARÁ...  Smile
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Mensaje por wendra222 4/29/2015, 7:24 pm

Muy bueno no demores

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Mensaje por Lesdrumm 5/18/2015, 4:16 am

Hola despues de un tiempo sin publicar capítulos de esta historia, vengo de nuevo con mas. Espero les guste.


UNA NUEVA OPORTUNIDAD




Capítulo 7 




Yulia  apartó a Volky y abrió la puerta. Supo que alguien se acercaba por el camino de entrada al oír los ladridos de Volky. Por un momento se permitió imaginar que era Lena, pero alejó la idea de su mente. Lena no volvería, y ella tampoco sabía si lo deseaba. Sólo había sido una historia intrascendente. 
—Anda, la gran Yulia Volkova abre su propia puerta —dijo una voz musical y burlona. 
—¡Constance! 
Yulia parpadeó de estupor y retrocedió para dejarla entrar. 
—Y ésta es la casa. Pintoresca y acogedora. —Constance se quitó los guantes y se limpió las suelas en el felpudo sobre el que estaban las gruesas botas de invierno de Yulia. Largos rizos de pelo rubio cayeron 
sobre sus hombros cuando se quitó el gorro de esquiar—. No me extraña que nunca me hayas invitado; no podrías echarme. Aunque tu casa de Hayward tampoco está mal. 
Yulia cerró la puerta y miró a Constance con el ceño fruncido. 
—¿Qué haces por aquí? 
—¿Ni siquiera te alegras de verme? 
Constance acercó la mano al rostro de Yulia y le dio un largo beso, del tipo que siempre había molestado a Sharla a pesar de que la ojiazul nunca había mostrado el menor interés por los considerables encantos de Constance. Yulia, por primera vez, se dio cuenta de que ahora tenía la posibilidad de decidir si iba a responderle. Como no sabía qué hacer, retrocedió. 
Constance se rió. 
—La misma Yul de siempre. Pasaba por aquí, querida, y se me ocurrió ir a ver qué hacía mi artista favorita. 
Yulia la condujo a la cocina. 
—No esperarás que me lo crea, ¿no? 
—Pero sí es verdad, cariño. He venido a pasar un par de días en Kirkwood y hoy sopla demasiado viento para esquiar. Así que pensé en pasar a verte. Quería averiguar si seguías viva. Me he perdido dos veces. 
—Quieres decir que querías averiguar si te puedo hacer ganar más comisiones. 
Constance pareció herida durante un momento y Yulia se arrepintió enseguida de su tono burlón. En lugar de las bromas habituales, Constance acarició la mejilla de la pelinegra. 
—He estado preocupada por ti. 
La tibieza de la mano de Constance le llegó a Yulia hasta el estómago. De pronto se dio cuenta de que a Constance no le sería muy dificil seducirla. Había estado más que dispuesta a acostarse con Lena, que era 
hetero, por el amor de Dios, y aquí tenía a Constance que nunca había ocultado su deseo por ella. 
—Ya lo sé —dijo por fin. Se apartó de Constance y la oyó suspirar—. ¿Te apetece un café? 
—Si todavía estás enganchada a las mezclas sibaritas, me encantaría. —Había recuperado su tono optimista—. Bueno, ¿y qué me cuentas? ¿Has estado trabajando? 
—Empecé hace poco. Debes tener telepatía, porque pensaba mandarte unas fotos dentro de unas semanas. 
—Yul, no me digas. Me alegro tanto por ti. Sé que lo has pasado muy mal. ¿Puedo verlo? 
Yulia sonrió con indulgencia y la condujo al estudio. Se sentía tan bien con su trabajo que no le daba ningún reparo en enseñárselo a Constance, que tenía buen ojo para el arte y, lo más importante, para predecir la opinión de los críticos y saber lo que se podía vender; dos cosas que a veces no coincidían, y Yulia quería las dos. 
—La serie se llama Luna pintada —le dijo al abrir la puerta—. Tuve una invitada el fin de semana de Acción de Gracias... 
—¿Una invitada? ¿Y no era yo? —Constance entró en el estudio detrás de Yulia y la cogió de la mano. Tenía el cuerpo alto y delgado rígido de indignación. Miró a la ojiazul  fijamente y preguntó—: ¿Quién era? 
—Una mujer que se perdió en la tormenta el día de Acción de Gracias. —Agitó una mano como restándole importancia, ocultando el hecho de que recordar a Lena seguía haciéndole latir el corazón desacompasadamente. Sus dedos todavía recordaban la sensación de la humedad de la pelirroja, los oídos aún oían el gemido, el ferviente «sí»—. En fin, por la noche salió la luna de un color azul estremecedor, como si la nieve la hubiera pintado, y me dio como un furor creativo. 
—¿Y no te entraron ganas de nada más? —Constance se volvió, evidentemente no esperaba una respuesta a su burla. 
—Siempre estás pensando en lo mismo —observó Yulia. 
—Contigo tampoco me ha servido de gran cosa. Eres la única artista que conozco que no está dispuesta a meterse en la cama con... —La frase quedó en el aire cuando Yulia descubrió el primer lienzo—. Yul, Dios mío. 
—Es una serie de ocho cuadros. Éste es Pinos de luna 
Constance se arrodilló para ver la parte inferior del cuadro donde rayas plateadas se mezclaban con gruesas espirales de pintura de estaño. 
—Es exquisito. Ay, querida, es hermoso. —Se quedó sin aliento, fascinada. 
Yulia se hinchó de placer y las lágrimas asomaron a sus ojos. Se fiaba de la opinión de Constance y se conmovió al ver que ésta había perdido su habitual dureza. 
—¡Cómo trabajas la plata! Tenías que haber sido metalúrgica. 
—Es aluminio mezclado con plata. Todavía tengo que soldar y darle los últimos toques. 
—Hay algo en el color. Las mujeres se volverán locas con estos colores. Antes sólo usabas los primarios... La nieve... Cómo... —Constance empezó a sacudir la cabeza—. Muéstrame los demás. 
Yulia le concedió a Constance todo el tiempo que quiso para mirar cada lienzo. Eran todos de la misma altura que la pelinegra, y Constance observó cada centímetro. 
—Si tuviera que elegir algo para la galería, cogería éste. Se nota que has trabajo mucho, te aseguro que con estos cuadros haremos una fortuna. 
Yulia suspiró. 
—Siempre me ha dado pena venderlos, pero así es la vida. 
Constance se apartó de Después de la luna 
—A mí también me dará pena. Pero como has dicho... —Su mirada divisó el caballete cubierto—. ¿Y ahora qué estás haciendo? 
Yulia fingió indiferencia. 
—Sólo es un experimento. No estoy lista para enseñarlo. 
No quería que Constance viera el cuadro. Ni siquiera sabía si deseaba que lo viera nadie, sobre todo, Lena. 
Por un momento pareció que Constance iba a protestar, pero de pronto sonrió con indulgencia. 
—Si la sorpresa es igual de buena que lo que acabo de ver, 
puedo esperar. —Se llevó las manos a la cadera y contempló a Yuli con una franca mirada de admiración—. Estás más guapa que nunca, cariño. 
Yulia se sorprendió respondiendo a la franqueza de Constance. 
—Gracias. Tú también. 
Constance lanzó una exclamación de incredulidad. 
—¿Es un cumplido? ¿Es que la reticente y difícil de definir Yul Volkova está haciéndole cumplidos a una pobre desgraciada como yo? 
—Si te molesta tanto, no lo volveré a hacer —repuso Yulia riéndose. 
—No te preocupes, creo que podré soportarlo. En fin, ¿me invitas a cenar? 
—Si te quedas hasta tan tarde, también podrías pasar aquí la noche —dijo Yulia lentamente. 
Tragó saliva mientras Constance irradiaba felicidad. Parecía estar encantada con la idea. Nunca había visto a la sofisticada y elegante Constance manifestar sus sentimientos tan abiertamente. Aunque, por otro lado, hacía dos años que no la veía. 
—Querida, ahora ya no hay manera de que me eches. 
Se sentaron ante la salamandra después de una cena sencilla de espaguetis y pan. Constance no paraba de contar los últimos chismes: 
quién había recibido subvenciones y quién no, quién ligaba y quién no, quién había hecho furor en las exposiciones de otoño y quién no. Constance conocía a todo el mundo y estaba al corriente de todo lo que ocurría en el mundo del arte. La galería Reardon era una de las más importantes de San Francisco, y Constance había descubierto a un montón de artistas de fama mundial, entre otros, Yulka Volkova. 
 Yulia sacó el tema de Inessa Katina como quien no quiere la cosa, aunque lo más probable era que Constance ni siquiera supiera que Inessa tenía una hija. 
—Este año le van a dar el Premio Fulvia por la serie Tejedoras. Creo que la ceremonia será el fin de semana que viene. 
Era la serie mencionada por Lena. 
—¿Dónde se exhibe? 
—Ahora está de gira, creo que en Londres. Me parece que en marzo la expondrán en el MOMA. ¿Desde cuándo eres admiradora de Inessa? 
—Mi invitada inesperada era su hija —reconoció Yulia. 
—Si se parece a su madre... ay, Dios. Cuando conocí a Inessa por poco me dio un ataque. Es guapísima; tiene algo de Eleanor Roosevelt. Siempre me pregunté por qué sus alumnos hablaban de ella con tanto... no era temor exactamente, sino respeto, admiración y... cariño. Una mujer definitivamente guapa. —Constance hizo una mueca—. Está felizmente casada con un embajador ruso de una buena familia de Moscú. Es una lástima. Cada vez que alguien me dice que no le gusta su obra intento averiguar por qué y, no falla, pura envidia. 
—Lena no se parece en absoluto a Eleanor Roosevelt 
—dijo Yulia con una sonrisa—. Es demasiado... es difícil explicarlo. Tiene unos rasgos de lo más corrientes, pero unos ojos expresivos. Verdes con una mezcla de gris. No encajan muy bien con el resto de la cara, pero son 
agradables. Quizá la boca sea un poco grande y tenga demasiadas pecas. Le hice un dibujo e intenté reflejarlo. 
Constance la observó con cautela. 
—Estás esforzándote demasiado en hacer ver que no te importa, pero te impresionó, ¿no es así? 
Yulia asintió. 
—Ya sé que no puedo mentirte. Sí, me impresionó. Pero, de tal palo, tal astilla. Es hetero y tiene novio. 
Le iba a crecer la nariz por mentirosa, pensó. Nadie que hubiera dicho «sí» como Lena podía estar satisfecha con su pareja. 
—Pues me parece muy bien —repuso Constance, mirando a Yulia fijamente a los ojos—. A lo mejor ahora hay sitio para 
Yulia se sonrojó. 
—Empiezo a sentir que yo soy un ciervo y tú la cazadora. 
—No te definiría como una mujer indefensa, querida. Y contigo no voy a hacerme la remilgada. Te deseo demasiado. 
—La voz de Constance se quebró, como si la sinceridad de lo que acababa de decir la hubiera sorprendido. 
Yulia no sabía muy bien qué contestar. 
—Sabes, nunca me he planteado tener una historia contigo. 
Constance se rió con un asomo de amargura. 
—Siempre estaba Sharla. Ay, cómo querías a esa mujer. Me volvía loca. Nunca hubo sitio para nadie más. Siempre he creído que ni siquiera te permitías desearme. 
La mención de Sharla no provocó la acostumbrada punzada de dolor. Yulia suspiró. Desde que Lena había aparecido y desaparecido de su vida, ya no le pasaba. 
—No voy a disculparme por querer a Sharla. 
Constance se volvió bruscamente hacia Yulia. 
—No lo hagas; si lo hicieras, me decepcionarías. Tú tienes que seguir con tu vida. Te estoy ofreciendo... —Tendió la mano y Yulia la cogió lentamente.—. Al menos, déjame ser tu amiga. 
—Quieres algo más que eso. 
—Sí, pero para empezar, quiero una amistad. Es más de lo que he tenido hasta ahora. 
Yulia observó la mano fina y delicada que sostenía. Constance tenía los dedos largos y delgados, las uñas recortadas y pintadas, la palma lisa y suave. 
—No puedo ofrecerte nada más —dijo lentamente. 
<<Es una estupidez seguir pensando en Lena —se dijo—, es una estupidez seguir deseándola.» 
—¿Al menos esta noche puedes ofrecerme tu cama? 
—preguntó Constance con voz trémula. A Yulia le sorprendió e incluso le intimidó la emoción de Constance—. Nada de ataduras. Comprendo. 
Apretó la mano de la pelinegra. Como respuesta, Yulia besó lentamente la palma de Constance. Sintió que Constance se estremecía y en su cuerpo se produjo un hormigueo cuando tomó conciencia de su sensualidad. 
—Vamos arriba —dijo en voz baja. 
Constance aflojó la tensión cuando llegó al pie de la escalera de mano. 
—¿Para ti esto es una escalera? Yulia se rió. 
—Lo siento. ¿crees que podrás subir? 
Constance sonrió con picardía. 
—Si vale la pena el esfuerzo... 
—Ya me lo dirás mañana —contestó Yulia riéndose mientras empezaba a subir. 
Se alegraba de que el clima se hubiera distendido. Cuando apartó la ropa de cama y encendió la manta eléctrica, se sintió invadida por la duda. No era justo hacerle esto a Constance. 
De pronto, Constance se hundió en la cama y arrastró a Yulia consigo. 
—Bésame. 
No le fue difícil obedecer la orden ronca. 
Constance respondió a su beso con avidez, apresando y sujetando la cara de la ojiazul. 
—Me imaginaba que sabrías así —dijo Constance—. Muy bien. 
Yulia se sentó a horcajadas sobre las caderas de Constance y se dejó explorar. Las manos de Constance recorrieron las costillas de Yulia, después se deslizaron hacia la espalda y le sacaron el jersey negro de los vaqueros. Yulia sintió una sacudida de pasión cuando los dedos de Constance rozaron su espalda desnuda y gimió. Volvió a acercar su boca a la de Constance. 
Un profundo suspiro puso en tensión el cuerpo de Constance. Yulia se arrodilló sobre ella, sintió frío cuando Constance le quitó el jersey y la camiseta y volvió a poner sus manos cálidas sobre los hombros de Yulia. Miró a Yulia desde abajo con el rostro enmarcado por el negro azabache de su pelo. Se mordió el labio inferior cuando sus manos descendieron y cogieron con suavidad los pechos de Yulia. 
Cada uno de los nervios del cuerpo de Yulia se erizó. Sentía los pechos hinchados y los acercó a las manos de Constance. 
Constance se relamió y respiró hondo. Sus manos se dirigieron hacia los botones de los vaqueros de Yulia que consiguió desabrochar uno por uno con torpeza. Luego se deslizaron por debajo de la cintura y le quitaron el pantalón. Se incorporó empujando a Yulia hacia atrás hasta poder 
sentarse y bajó la mano certeramente hacia el centro de la pasión de Yulia. 
Ésta se estremeció, y acercó sus pechos a la boca de Constance. Estaba preparada para esto desde lo de Lena,…Era injusto, injusto, se recordó a sí misma. «Ésta es Constance, la primera mujer que te toca desde Sharla. La única mujer que te ha tocado a excepción de Sharla.» 
Constance. Yulia se entregó por completo. Con ligeras ondulaciones de caderas instó a Constance a que la penetrara. Retuvo la boca de Constance junto a sus pechos, alentando tiernos mordiscos. 
Constance la abrazaba con fuerza, los dedos acariciaban la necesidad urgente de Yulia. 
—Córrete —susurró ferozmente apretada contra los pechos de Yulia—. Córrete. 
La pelinegra estaba rígida: demasiadas sensaciones, demasiado placer. Una nueva caricia en su interior, otra más, y su cuerpo dio una sacudida, respondiendo a la petición de Constance. Un amarillo punzante danzó tras sus párpados cerrados, mezclado con olas de carmesí y jacinto. Gritó cuando se hundió en los brazos acogedores de Constance y gimió: <<¡Ay, Dios!» sobre su hombro. 
—Tranquila, tranquila —le susurró Constance al oído—. Siento haber ido demasiado rápido. 
—No, no lo sientas —jadeó Yulia. Volvió a estremecerse y consiguió dominar sus emociones—. Me había olvidado de lo bueno que era. 
—Hace mucho tiempo que no... —dijo Constance en tono apaciguador—. Vamos a ponernos cómodas y a ir más .lentas. 
Yulia sacudió la cabeza. 
—No quiero que vayamos más lentas. 
Se echó a un lado y bajó la cremallera de los pantalones de Constance. Ésta tenía unas piernas hermosas: duras y ligeramente bronceadas. Un 
lunar adornaba la curva interior de uno de sus muslos, echando a perder la perfección y volviéndolos mucho más atractivos. 
Constance separó las piernas y Yulia se puso en medio. Mordisqueó con suavidad las finas líneas donde la cadera se juntaba con el muslo. 
—No me provoques —gimoteó de pronto Constance—. Yul, hace tanto que te espero. 
Constance sabía a ámbar, a topacio, un sabor de almizcle, embriagador y ligeramente oscuro sin llegar ser dulce. Leal) la penetró con la lengua, buscando la esencia de Constance en su interior y sintió unas manos que la empujaban hacia dentro. Luchó contra la presión y al final alzó la cabeza para respirar, para volver a zambullirse enseguida en las profundidades de la pasión de Constance. El placer de amar a Constance era cada vez más intenso, hasta alcanzar el negro azabache. El roce del vello de Constance sobre su frente era suave como el visón. 
Cuando por fin Constance la apartó, Yulia sólo podía pensar en lo distinta que era de Sharla, que sabía a carmín, púrpura y granate. Sin querer y todavía empapada del aroma de Constance, se preguntó a qué sabría Lena. Entonces se reprendió por pensar en una mujer a la que nunca más volvería a ver. 
Constance se acercó a ella, con la boca sedienta, y Yulia renunció a pensar en Sharla y en Lena. Mañana podía seguir pensando en ellas, pero esa noche pertenecía a Constance. 
Mañana se sentiría culpable por haberla utilizado, pero eso sería mañana... 
Y se entregó a la atención amorosa de Constance. 



Yulia despertó al oír que Constance refunfuñaba en voz alta: «vaya mierda», mientras bajaba por la escalerilla. 
—Una se acostumbra rápido —gritó Yulia con voz ronca. 
—Menos mal que no me estoy meando, porque entre la escalera y el frío que hace aquí abajo no llegaría nunca.
Los pies tocaron el suelo pesadamente y Volky ladró. 
Yulia se incorporó. Eran más de las doce y no había dado de comer a Volky la primera vez que se había despertado, más temprano. A decir verdad, la casa estaba fría, pero en aquel momento sólo había pensado en ir rápidamente al cuarto de baño, lavarse los dientes y volver a la cama con Constance. 
Un dique se había roto en su interior, y supo que la amarga desesperación causada por la pérdida de Sharla empezaba a desaparecer. Todavía podía cerrar los ojos y añorar a Sharia, oír su voz, imaginar su olor. Pero los recuerdos de su amor se estaban convirtiendo en una manta reconfortante que podía abrigarla cuando necesitaba calor. Todavía sentía el pesar y la culpa por la muerte de Sharla; quizá nunca lograría deshacerse de eso. Pero Lena la había encaminado hacia su futuro, y Constance había hecho que Yulia dejara de arrastrarse y empezara a volar. 
Volky expresó sus sentimientos de un modo muy explícito cuando Yulia le sirvió la comida y le puso el plato en el suelo. La mirada herida y acusadora de sus expresivos ojos azules hizo que Yulia descongelara un poco del caldo de pavo de Lena y lo echara sobre el pienso. Volky engulló la comida y se tumbó delante de la estufa con el hocico levantado. Yulia atizó el fuego y recibió su recompensa cuando por fin oyó que el rabo de Volky golpeaba el suelo. 
Comprobó la estufa del salón y entró en el cuarto de baño cuando salió Constance, con la piel rosada por la ducha y envuelta en la bata de Yulia. 
Se duchó rápidamente y se puso un chándal limpio. Vio al pasar su imagen en el espejo empañado. Limpió el vaho con la mano y se miró fijamente. Sus labios tenían más color, sus ojos se veían cálidos, el azul zafiro parecía celeste cielo. 
Ya no se parecía a la muerte. «iSharla, ay amor mío!» Reprimió el inicio de unas lágrimas y vio que sus labios esbozaban una suave sonrisa. 
Constance estaba acurrucada en el sofá. 
—¿Cuánto tarda esto en calentarse? 
—Muy poco —respondió Yulia—. Estoy muerta de hambre. Creo que es hora de comer. 
—Yo también —dijo Constance—. Después de tanta actividad —añadió con una sonrisa. 
Yulia se rió. 
—Sabes, estoy segura de que en Kirkwood sigue soplando mucho viento. 
Constance bajó la mirada con recato. 
—Quizá tengas razón. Sería una pérdida de tiempo ir allí a comprobarlo. 
—¿Por qué no te quedas otra noche? 
—Quizá tengas razón —contestó Constance. La bata se entreabrió enseñando el atractivo escote de Constance, que miró a Yulia a través de sus pestañas castañas—. Supongo que tú nunca te aprovecharías de una pobre doncella, ¿no es cierto? 
Yulia se rió con malicia. 
—Eso es exactamente lo que pensaba hacer. 
—Pues muy bien —contestó Constance. Se reclinó en el sofá y dejó que se le abriera la bata—. Pero tienes que calentar esto, o taparme con algo. Preferiblemente contigo. 
No le fue muy dificil coger a una Constance medio desnuda en sus brazos. Durante un rato jugaron a que Yulia sólo pretendía proteger los pechos de Constance del frío, y después a que Yulia sólo quería calentarse 
las manos entre los muslos de Constance. Pero al cabo de un rato dejaron de jugar.



CONTINUARÁ...



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Mensaje por wendra222 5/18/2015, 4:50 am

Muy bueno no demores en la conti

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Mensaje por Aleinads 5/26/2015, 1:39 am

Me encanta , y la Contii...???? Sad
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Mensaje por cedul_volkov 5/27/2015, 5:06 pm

quiero más
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Mensaje por Lesdrumm 5/28/2015, 5:52 am

Hola de Nuevo yo después de mas de una semana sin publicar les traigo 3 capítulos para leer, espero les gusten y comenten. Smile


Una Nueva Oportunidad


Capítulo 8

Un día soleado de invierno en la Bahía de San Francisco significaba que la temperatura llegaría a quince grados y que podría bajar la capota del MG. El aire fresco le aclararía las ideas y Lena necesitaba estar lúcida para hablarle a Parker con franqueza sobre su relación. Se sentía mareada porque la noche anterior había salido con Mary y se había excedido un poco con el vino, la cena y el postre.
Mannings, tras acordar que sólo tenía que trabajar hasta el viernes de la semana siguiente, le había dado tanto que hacer que se había visto obligada a anular el fin de semana anterior con Parker. No le importó demasiado; sabía que también necesitaba tiempo para entender el significado de sus sentimientos hacia Yulia. Él había aceptado su llamada con una resignación apática y su aprobación la había perturbado aún más. Después de colgar, se dio cuenta de que él ni le había preguntado por qué estaba tan ocupada.
Cada vez que enviaba un plano del CAD a la impresora, mientras esperaba que la pantalla se volviera a componer, se pasaba unos minutos pensando intensamente en Yulia, y también en el sexo, en Parker y en los compromisos.
Había llegado a la conclusión de que cualquiera que se encerrara con una persona en una cabaña acabaría por pensar que esa persona le atraía. Todos teníamos impulsos sexuales. Sí, estaba casi segura de que esos momentos con Yulia habían sido pura casualidad.
Se habría sentido mejor de no haber sido por ese «casi».
En todo caso, lo que pudo haber sentido por Yulia o lo que podía sentir por otras mujeres en el futuro no tenía nada que ver con sus sentimientos hacia Parker. Ahora ya sabía con certeza que Parker no sabía valorarla y estaba segura de que sus sentimientos hacia él no eran tan intensos para durar toda la vida. El ejemplo de sus padres le había enseñado a no esperar menos. No tenía idea de lo que implicaba todo eso, pero lo que sí sabía era que había algo entre Parker y ella que tenía que cambiar. O bien la relación se fortalecía y consolidaba, lo que parecía poco probable, o se separaban del todo... y esa idea la asustaba.
Dedicó su energía a disfrutar de la belleza del día. La autopista Junípero Serra era una de las más hermosas de la región; hacía que la ida a San José fuera soportable. El dorado apagado de las colinas cubiertas de hierba y las hojas verdes grisáceas de los eucaliptos resplandecían bajo la luz brillante del sol. El cielo estaba dolorosamente azul. De pronto se preguntó qué haría Yulia con esa luz y esos colores.
Intentó enfadarse consigo misma por volver a pensar en un tema que había decidido dar por zanjado, pero su corazón no se lo permitió. Por lo tanto, se obligó a pensar en Parker.
¿Qué iba a decirle? Se reprendió al ver que perdía toda su determinación. ¿Quería o no acabar con él?
En definitiva, ¿qué quería?
Paró en la tienda y compró refrescos y bollos. Se detuvo un momento delante de los condones y metió un paquete en la cesta a desgana. Reconoció que se estaba armando de valor ante la perspectiva de acostarse con Parker. A lo mejor si lo hacía las cosas se arreglaban y todo volvía a la normalidad.
Frente a los zumos se dio cuenta de lo que acababa de decirse: que se sentía anormal. Había distorsionado sus impulsos hasta tal punto que hacer el amor con Parker sin ganas le parecía normal, mientras que meterse tranquila y fácilmente en la cama de Yulia le parecía mal.
Pagó y se sentó en el coche aturdida. De no haber sido por Yulia, ¿cuándo se habría dado cuenta de sus inclinaciones sexuales? ¿Después de casarse? ¿Debía alegrarse de no haber llegado a eso? ¿De no tener que dejar a alguien porque básicamente se había equivocado de pareja? ¿Después de tener hijos? Hijos... sí, quería ser madre, una madre tan buena como la que tenía ella. El mundo necesitaba buenos padres.
Las distintas piezas de su vida empezaron a encajar y, al fin, surgió un conjunto que tenía sentido. Si quería hijos, debía tener relaciones sexuales con hombres; ésa había sido la falsa teoría que la había obligado a ignorar lo que podía haber pasado con Kelly y a mirar hacia Parker para su futuro.
Pasó media hora y después casi otra hora mientras asimilaba el secreto que acababa de descubrir. Le dio vueltas a la idea por todos los lados y siguió igual. Era una respuesta demasiado fácil, desconfiaba de ella. Pero tenía sentido. Explicaba las decisiones que había tomado de un modo que las demás no lo hacían. No se había trasladado a la otra punta del país por amor, sino para poder tener una familia.
Idiota. Se sentía tan idiota. Recordó una valla publicitaria que había visto en San Francisco en la que se veían dos mujeres, una con la mano encima de la barriga hinchada de la otra, y decía algo sobre los valores de la familia. Le había parecido un anuncio típico de San Francisco, enrollado, pero por dentro se había sentido confusa y triste, y ahora sabía por qué. Habían descubierto algo que ella ignoraba. Las lesbianas estaban en todas partes, mujeres con niños, bancos de esperma, anuncios para grupos de apoyo a padres y madres gays; lo había visto todo y sin embargo no se había dado cuenta de lo que podía significar para ella.
Pues bien, ahora ya lo sabía, y, desde luego, había tardado lo suyo en enterarse.
*******
Dejó la compra en el coche y entró al apartamento de Parker con una llave que ya había retirado del llavero. Él todavía no había llegado. Sólo tardaría unos minutos en recoger las cosas que había ido dejando en su
casa y meterlas en unas bolsas de plástico. Al marcharse de Boston, habían tenido que amueblar las dos casas, por lo tanto ya se lo habían repartido todo. Ahora podía mirar hacia atrás y ver que aquello había sido el principio del fin.
Llevó las bolsas al coche y regresó al apartamento para esperar a Parker. Intentó pensar en lo que iba a decirle, pero no se le ocurrió nada brillante.
Al oír la llave en la cerradura el corazón le dio un vuelco. La breve sonrisa desde el otro extremo de la habitación, la conmocionó. No había pensado en lo que sentiría al verlo. Se preguntó si alguna vez lo había amado profundamente. No, ya no necesitaba preguntárselo, sabía que no.
Pero no había pensado que se sentiría así. Cuando Parker cruzó la habitación, Lena se acordó de su risa contagiosa, y vio, una vez más, que era un hombre esbelto y atractivo con un estilo intelectualoide y aburrido. Se acordó de los momentos buenos y divertidos, los museos que habían recorrido juntos, los picnics y las excursiones, los momentos de pasión
en los que ella se había sentido satisfecha entre sus brazos.
Se obligó a pensar en Yulia. «Así es como se lo hacen las mujeres...» El temblor en el estómago la obligó a ser objetiva respecto a lo que sentía por Parker. No quería hacerle daño, pero se había acabado.
—Hola, forastera. —La besó cariñosamente en la mejilla y tiró la cartera y las llaves en el sofá. Se apartó el pelo rubio de los ojos. Ella abrió la boca para reprenderlo porque lo tenía demasiado largo, pero se contuvo. Vio que estaba pálido y parecía cansado; antes también lo reñía cuando no dormía lo suficiente o no comía bien—. ¿Cómo estás?
Una pregunta aparentemente sencilla. «Di algo —se dijo a sí misma—, estás atontada.»
—Muy rara —consiguió al fin articular. Abordar el tema con suavidad no iba a facilitarle las cosas a Parker—. Me han pasado muchas cosas.
Él asintió distraído, pero Lena advirtió que evitaba su mirada a propósito.
Por primera vez se le ocurrió que, quizá no era ella la única insatisfecha con la relación. Por un momento se sintió algo así como celosa y la traicionada.
—Tengo un trabajo nuevo.
Entonces sí que la miró.
—¿Ah, sí? ¿Qué ha pasado?
Se acomodó en el sofá, pero no se le veía relajado.
Lena se sentó en la butaca y se lo explicó brevemente. Parker la felicitó, aparentemente atento a lo que ella le contaba, aunque con la mirada en cualquier otra parte menos en ella. Cuando acabó su relato, él divagó un rato sobre su proyecto informático, pero de un modo deshilvanado, como si le costara concentrarse. Hablaba como si no quisiera explicar demasiado para que ella no se interesara demasiado, igual que ella. De pronto, Lena pensó que ninguno de los dos iba a echar leña a un fuego que ambos sabían que estaba apagado.
Se quedaron un momento en silencio y Lena intentó luchar contra un incontenible sentimiento de tristeza que le atenazaba la boca del estómago. De pronto, Parker se incorporó y empezó a hablarle directamente a ella en lugar de hacerlo a la pared.
—He estado meditando. —Se apoyó lentamente sobre un codo en el brazo del sofá—. ¿Últimamente has pensado hacia dónde vamos? Me refiero a nosotros.
Un año atrás, Lena, quizá, hubiera sospechado que Parker iniciaba una propuesta de matrimonio.
—Sí, lo he hecho. —Le contempló los dedos recordando su tacto cuando la tocaban. ¿Debía sentir asco? No lo sentía; sólo reconoció que él no la transportaba a las alturas que ahora sospechaba que existían—. Da la impresión de que ya no nos queda nada de... chispa —dijo al fin.
Parker suspiró aliviado. Lena pensó que tampoco era necesario ser tan sincero.
—Entiendo lo que quieres decir —repuso.
Ella enderezó la espalda y respiró hondo.
—No sigamos arrastrando esto, ¿de acuerdo? Asumo mi parte de responsabilidad.
Parker miró fijamente la mesilla y Lena advirtió que las pestañas inferiores se le humedecían.
—Lo siento —dijo él.
Ella estiró las manos y cogió las de Parker.
—No lo sientas. Creo que podemos decir que es una decisión conjunta. Lo... lo había decidido antes de venir y ya he recogido mis cosas. También lo siento.
—¿Hay alguien más?
«Así es cómo se lo hacen las mujeres...» El corazón le dio un vuelco cuando respondió.
—Nadie en particular. Pero...
—Yo sí tengo a alguien. Me sabe mal... Salimos por primera vez el fin de semana pasado, sucedió algo y no podría mentirte. Vales demasiado y no puedo hacerte algo así. Pero no puedo... no puedo volver a estar contigo. Quiero estar con
El arrepentimiento se abrió paso con fuerza. Lena se dio cuenta de que él le contaba la verdad aunque no tuviera por qué hacerlo y se alegró de su sinceridad. Significaba que ella tenía que responderle del mismo modo.
—No te preocupes. Creo... —Lena tragó saliva y prosiguió—. Creo que los dos sabíamos que se estaba acabando y eso nos abrió los ojos para ver nuevas posibilidades. Espero que ella te dé todo lo que necesitas.
—Yo también espero que encuentres la felicidad. —Le estrechó las manos.
Lena se dio cuenta de que no estaba obligada a contarle que le gustaban las mujeres; podía desaparecer de su vida y él nunca lo sabría. Pero, ¿y si enteraba después? ¿Pensaría alguna tontería, como que se había vuelto gay por su culpa? Y finalmente, era posible que no le importara lo que él supiera y lo que no supiera, pero sí le preocupaba cómo se sentía consigo misma. Él había sido honesto con ella. Además, si no podía decírselo a Parker, quizá tendría problemas para decírselo a los demás.
Ni se le ocurrió la posibilidad de no contárselo a nadie.
—Creo que hay algo que debo decirte. —Le soltó las manos y se reclinó en la butaca—. Quiero que sepas toda la verdad. Creo que… que prefiero a las mujeres. Creo que soy lesbiana.
Él la miró un buen rato como si no la hubiese entendido y apartó las manos. Parpadeó y sacudió la cabeza. Palideció y después la frente y las mejillas se le arrebolaron.
—¿Qué?
—Creo que soy lesbiana. —Lo repitió sin el menor temblor.
—¿Dices que crees que eres...que crees que te gusta acostarte con mujeres? ¿Lo has... lo has...? Ya sabes.
Ella sacudió la cabeza.
—No, pero he estado lo suficientemente cerca para darme cuenta de que no he sido consciente de unos sentimientos que siempre he tenido.
—¿Tan malo era yo en la cama? —Parecía perdido y dolido.
—No. Sabía que pensarías eso —repuso, en un tono cada vez más áspero—. No tiene nada que ver contigo. Tiene que ver con lo que siento. Contigo me lo pasaba bien en la cama.
Era una mentira piadosa porque no siempre que él quería hacer el amor a ella le apetecía. Se prometió a sí misma que fingir pasión iría a parar al mismo sitio que los condones.
—Entonces, ¿por qué? No lo entiendo.
Ése era el Parker de los últimos tiempos. Hacía pucheros cada vez que estaba convencido de que ella se había portado mal con él. La última vez que habían ido al cine y ella le había sugerido que no se arruinaría si pagaba las entradas, había tenido exactamente la misma reacción. Pero, no, siempre pagaban a medias, había dicho él, eran una pareja que funcionaba en términos de igualdad.
—¿Y tú por qué te has enamorado de otra persona? ¿Por qué una persona prefiere hacer el amor así como lo hace? Hay miles de maneras de hacerlo, y miles de maneras que ni siquiera se me han pasado por la cabeza. Lo único que sé es que cuando busque a una persona para compartir mi vida buscaré a una mujer. —Le volvió a dar unas palmadas en las manos pero él las apartó—. Espero... espero que a pesar de esto me desees felicidad.
La boca de Parker se retorció y esbozó una mueca desagradable.
—Espero que entres en razón.
—No seas imbécil —repuso ella con aspereza—. Yo sí que deseo que seas feliz.
—Lo seré. Al fin y al cabo, lo mío es normal.
Lena abrió la boca para replicar, pero volvió a cerrarla enseguida. No sabía qué decir. No estaba preparada para defender las virtudes de un estilo de vida que ni siquiera conocía. Le
Lanzó “La Mirada”, de momento era lo mejor que podía hacer. La nuez de Adán de Parker subió y bajó
—No nos vamos a pelear por eso. Lena suspiró.
—Quiero que sepas que no te dejo por otra mujer. Los dos lo dejamos. Y el que está con otra eres tú.
Se quedó mirándola con dureza durante un rato, y al fin dijo:
—Entonces, ha llegado el momento de decirnos adiós.
A Lena, su propio adiós se le atragantó en la garganta, lastimándola.
Salió de la autopista en Palo Alto, bajó la capota y volvió a casa por el camino más largo. La puesta de sol en grana y bronce sobre los acantilados de Pacifica auguraban que al día siguiente el cielo estaría despejado.
**********


La luz en la cabaña era deficiente, hacía frío, se tardaba demasiado en ir al pueblo para hacer la compra. El disolvente para limpiar los pinceles dejaba un olor desagradable por toda la casa, sobre todo en la buhardilla. Alimentar las estufas era agotador. Había intentado hacer galletas pero se le habían quemado tanto que hasta había tenido que tirar las fuentes.
Incluso le había escrito a sus padres, aunque no les dijo gran cosa a excepción de la altura de la nieve y que sola estaba bien. Sus padres habían expresado claramente que desaprobaban a Sharla, pero, al contrario que los padres de ésta, no le habían dicho que para ellos estaba muerta; simplemente no podían verla a menos que se reformara. Cuando escribió para comunicarles la muerte de Sharla, su madre le respondió con un himno religioso de la hermandad perfectamente copiado, acompañado de un amable pésame. Hasta le dijo que comprendía su dolor. A partir de entonces, escribirse con sus padres le resultaba más fácil. No se exigían nada. Después de todos aquellos años de frialdad, pudo desearles una feliz Navidad.
El día de Navidad lo pasó mortalmente aburrida y echó de menos el bullicio de una gran comida y alguien con quien compartirla. Los días en los que era sincera consigo misma reconocía que echaba de menos a Lena. Por primera vez desde la muerte de Sharla, Yulia se sentía encerrada en la cabaña, encerrada e irritable. Hasta el ruido metálico del collar de Volky la ponía nerviosa.
Dejó los troncos de leña junto a la cocina de leña con gesto cansado. Su mirada apática divisó el teléfono. Buscó impulsiva-mente el número de Maureen y lo marcó sin pensárselo dos veces.
—La casa está perfecta —le dijo Maureen con tono tranquilizador—. El servicio de mantenimiento de casas se ha portado muy bien. No han robado nada. Por mi parte, no he tocado el jardín como me dijiste, pero, en serio, creo que tienes que hacer algo antes de la primavera. Valentina conoce a un jardinero fantástico.
Maureen tenía una voz arrulladora y sensual, de la que no era en absoluto consciente. Más de una mujer había disfrutado escuchándola, incluida Yulia.
—Creo que voy a volver pronto —dijo Yulia—. Quiero volver.., será una buena terapia.
—Estoy de acuerdo y tengo muchas ganas de verte. Val y yo hemos estado muy preocupadas.
—Estoy mejor. Todavía me siento... no estoy del todo recuperada. Pero, bueno, de todos modos, voy a volver. Vuelvo a casa.
—Me muero de ganas de verte, Yul. Llámame en cuanto llegues. Me apetece muchísimo.
Maureen suspiró con fuerza por el teléfono. Lo hizo con una sinceridad tan inocente que Yulia sonrió. Se había pasado dos años alejada de sus amigas. ¿Por qué se había apartado de las personas que Sharla y ella querían?
La perspectiva de volver a su tarde solitaria la obligó a buscar otro tema de conversación.
—¿Qué tal estuvo el baile del sida?
—No fui, pero me han dicho que estuvo muy bien
—respondió.
Le resumió cuánto se había ganado y cuánto se había gastado. Soltó nombres y noticias de diferentes secciones: recaudación de pasta gansa, gente nueva del ambiente, lesbianas importantes, amigas íntimas de lesbianas importantes y primas donas. Maureen era voluntaria el ciento por ciento del tiempo que no pasaba en su trabajo de gerenta intermedia de una gran compañía de seguros. Se sabía al dedillo los nombres de centenares de personas que recaudaban dinero para el sida, el cáncer de pecho, la violencia doméstica, el teatro experimental y proyectos artísticos de lesbianas y gays. Yulia se había hecho amiga de Maureen después de que ésta la convenciera de formar parte del jurado en una exposición de arte lésbico.
—Así que si vuelves cuento contigo, ¿de acuerdo?
—Perdona, pero ¿dónde dices que es?
—No has escuchado nada, ¿verdad? Te estoy hablando de la cena de la Fundación Antisida.
—¿Sólo hay eso? —Yulia sonrió para sus adentros.
—Claro que no. Te invitaré por lo menos a un acontecimiento al mes. Hay que volver a ponerte en circulación.
—No sé si quiero volver a la circulación —repuso la pelinegra. Le costaría ir a cenas y bailes sola. Tampoco sabía qué representaba Constance en su vida.
—Claro que lo sabes —chasqueó Maureen—. Me encargaré de presentarte amigas divertidas para conversar y, si quieres algo más que conversar, tendrás que apañártelas sola.
El tono de Maureen se volvió claramente provocador.
Yulia entornó los ojos.
—Para eso no estoy en circulación en absoluto. Todavía no.
—No puedes pasarte toda la vida viviendo como una monja.
—Por lo que sé, hay monjas de lo más cachondas que no se privan de nada. A ver... ¿quién fue la que me lo dijo? —se preguntó en tono imperturbable.
Maureen rió con malicia.
—Bueno, creo que sé un par de cosas sobre monjas y sexo, teniendo en cuenta que llevo seis años presenciando los éxtasis de Valentina.
Al colgar, una hora después, Maureen había conseguido que se comprometiese a asistir a varios acontecimientos y le había arrancado la firme promesa de que iría a cenar a su casa para que Valentina pudiera prepararle sus últimas recetas.
Chasqueó los dedos y Volky abandonó su lugar junto a la estufa para acariciar las piernas de Yulia con el hocico.
—¿Quieres volver a casa, muchacha?
A Volky se le iluminaron los ojos y el movimiento de su rabo dibujó un sí en el aire.
—¿Sí? Pues yo también.


CONTINUARÁ...


Última edición por LenokVolk el 5/28/2015, 6:09 am, editado 1 vez
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Mensaje por Lesdrumm 5/28/2015, 5:59 am

UNA NUEVA OPORTUNIDAD


Capítulo 9

1-900-CULO-CALIENTE.

Lena soltó el periódico como si le quemara los dedos. Se sonrojó y volvió a cogerlo, ordenando las páginas con cuidado para no volver a ver la foto explícita de un trasero masculino y un número de teléfono.

Leyó la crítica de una obra en el teatro Rhino y decidió que necesitaba otro café con leche. Se abrió paso por el patio abarrotado de gente y lo pidió. De modo que así eran las tardes de domingo en Noe Valley.

Su estudio estaba en Glen Park, una zona que no estaba tan de moda, pero desde allí era fácil llegar a Noe Valley, el barrio de lesbianas. Se había enterado por las revistas alternativas semanales de que los hombres iban a los bares de Castro y las mujeres, a las cafeterías en Noe Valley. Al menos eso era lo que daban a entender los anuncios. Y ahora, que por fin conocía el ambiente de una cafetería de Noe Valley, Lena se preguntó qué esperaba encontrar.

Armada con su café, volvió a la silla y se puso a leer otra vez el periódico semanal gay que había cogido en la puerta. La agenda detallaba los diversos acontecimientos para gays y lesbianas, incluido un concierto de El Mesías con el Coro de Gays y el Coro de Lesbianas de San Francisco que parecía interesante. En Nochebuena había un baile sólo para mujeres para evitar la depre de las fiestas, y un grupo de empresarias organizaba para el día de Navidad una cena con intercambio de pequeños regalos en un buen restaurante.

La comunidad gay y lesbiana parecía decidida a proporcionar una actividad a todo el mundo durante las vacaciones. Dado que Lena no iba a poder pasarlas con sus padres, agradeció la variedad. Se dio cuenta de que seguramente habría muchas personas cuyas familias no las acogerían si intentaban volver a casa. Sintió un escalofrío: ¿y si sus padres reaccionaban como tantos otros?

Luchó para hacer desaparecer la aprensión. No, siempre se había apoyado con firmeza en el amor de sus padres hacia ella. Era un amor de hormigón antisísmico. Quizá la seguridad del apoyo incondicional de ellos

le facilitaba este cambio en su vida. Bueno, al menos se lo hacía un poco más fácil, porque fácil del todo no era: pensaba demasiado en el asunto.

El periódico informaba de casos de pérdida de la custodia de los hijos, sobre legislación local, sobre lo que hacían los fundamentalistas para restringir los derechos civiles de los homosexuales. El último artículo le pareció el más espeluznante que había leído últimamente. ¿Esa gente no tenía nada mejor que hacer que preocuparse de con quiénes se acostaban sus vecinos?

Pasó otra página y apareció otro trasero; santo cielo, le estaba viendo más a ese modelo que lo que le había visto a Parker. El encabezamiento de un anuncio personal le llamó la atención: «Tío cachas con buen paquete quiere una mamada».

Hizo una mueca. No es que fuera ninguna mojigata—bueno, a lo mejor sí— pero no creía que por unos pocos instantes en los que cada nervio de su cuerpo había anhelado intensamente que otra mujer la tocase, significara que su vida entera estaba supeditada al sexo. ¿Y... el afecto? ¿La confianza? ¿O la gran palabra... amor?

Su madre siempre había dicho que cuando los críticos iban a por uno, había que hacerles frente con coraje. A lo mejor esos anuncios tenían que ver con eso. Eran un contraste interesante; a la derecha había sexo desenfrenado, y a la izquierda se veía una foto de un fundamentalista que tiraba ácido a unos manifestantes a favor de los derechos de gays y lesbianas.

La interrumpió su sentido común. «Ya sabes, Lena, tienes un trabajo nuevo y estás muy estresada y nerviosa. Es inútil intentar entenderlo todo en un sólo día. ¿Por qué no te vas a casa, reservas plaza para alguna cena de Navidad y te limitas a concentrarte en tu trabajo durante un tiempo?

Volvió a fruncir el ceño. La razón por la que estaba sentada en esa cafetería era que los fines de semana no sabía qué hacer en su estudio. No lo consideraba su hogar, y ahora se daba cuenta de que parte del vacío que había experimentado con Parker era porque no compartían casa. Sus

raíces no estaban en ese apartamento donde se sentía como si fuese a la deriva.

Para matar el tiempo, se había pasado todo el día anterior redactando una nota de dos líneas que pensaba enviarle a Yulia con los guantes. Al menos eso ya estaba hecho. Y ahora el apartamento le parecía viejo y oscuro. Era demasiado pronto para sentirse sola, pero si se dejaba llevar, acabaría compadeciéndose de sí misma.

No estaba preparada para Noe Valley —sonrió ante esa idea—, y mucho menos para los bares de Castro. Con sus veintisiete años, era evidente que pertenecía al «grupo de las mayores» y una de las pocas que llevaba el pelo de un solo color. Los tejanos negros estaban bien, pero el jersey Shetland no acababa de encajar en el lugar. Se preguntó si el Colegio de Arquitectos de la ciudad tendría una página gay y lesbiana en Internet. Volvió a sonreír. Vaya, era una buena idea.

—¡No sabía que vivías por aquí!

Lena, sorprendida, alzó la vista y vio a Mary Nguyen sonriendo.

—Y yo creía que tú vivías en el Sunset —repuso dirigiéndose a su interlocutora, después de comentar que era una casualidad encontrarse con ella en aquel sitio.

—Es verdad, pero tengo una cita. ¿Por qué no te sientas con nosotras? —la invitó Mary con sinceridad, mientras le señalaba a una filipina delgada de unos veinticinco años, que saludó a la pelirroja con una inclinación de cabeza y le lanzó una mirada, con la que le dejó claro que ni se le ocurriera.

Lena sonrió para sus adentros. En San Francisco había muchas más lesbianas de las que se había imaginado.

—Te lo agradezco, pero, no, gracias. Ya me he tomado dos cafés y tengo que volver a casa. —Lena se puso de pie.

—¿Me dejas hacerte una pregunta estúpida?

—Adelante. —Lena tenía el presentimiento de que sabía lo que se avecinaba.

—¿Dónde está el... cómo se llama?

Lena se mordisqueó el labio inferior y se dio cuenta de que no se sentía acomplejada.

—Ya no hay ningún cómo-se-llame, y creo que ya no habrá más. Mary arqueó las cejas.

—¡Vaya! Me... me lo pregunté cuando nos conocimos. Pero, por otro lado, siempre me lo pregunto cuando conozco a una mujer. —Soltó una risa contagiosa—.

—Todavía no se puede decir que haya cruzado la frontera, pero, desde luego, estoy en el puente —explicó Lena—. Desde que rompí con Parker me encuentro muy bien, muy feliz.

Mary la miró fijamente y, de pronto, sonrió.

—Tenemos que quedar para cenar otra vez, ¿vale?

Lena, algo aturdida, le devolvió la sonrisa.

—Sí, me encantaría. De acuerdo, pero esta vez sin las máscaras del trabajo. ¿Todavía tienes el teléfono del estudio?

—Claro. Bueno, te llamaré mañana.

Lena cogió la revista, se despidió y se dirigió a la parada de autobús. Un futuro incierto se abría ante ella, pero estaba decidida a ir a su encuentro con los ojos bien abiertos y algún que otro parpadeo.

**********


En cuanto Yulia abrió con la llave, Volky empujó la puerta con el hocico. Correteó ladrando por la planta baja y olfateó todos los rincones hasta familiarizarse de nuevo con los muebles. Subió por la escalera al primer

piso y volvió a bajarla a toda prisa. Empezó a gemir junto a la puerta trasera porque quería salir.

La ojiazul se rió, le abrió la puerta y siguió a Volky por el jardín. Hizo una mueca. Maureen tenía razón. El jardín estaba lleno de maleza, descuidado. A Sharla le habría disgustado.

Aun así, una brillante hilera de azafranes de primavera violetas y blancos se alineaban junto al sendero y, detrás, los narcisos empezaban a asomar. En la montaña eso era impensa— Volky estaba atareada olfateando los dos árboles.

Seguramente se metería entre los arbustos del seto y después volvería para que Yulia la cepillara y le quitara las espinas. La pelinegra suspiró con cierta satisfacción. Sharla ya no estaba, pero algunas cosas —como la afición de la perrita a ensuciarse— no cambiaban.

Volvió a la casa y se alegró al ver que estaba limpia y presentable. No quería perder tiempo con tareas domésticas, especialmente ahora que tenía todas esas ideas que habían estado reprimidas durante los dos últimos años, deseando aflorar por las yemas de los dedos. Empezaba una nueva vida el día de año nuevo.

Metió las maletas, las cajas y por último los lienzos. Los llevó uno por uno al taller del fondo y enseguida se sintió cómoda en ese ambiente ordenado. Vio que tenía varios vecinos nuevos: el barrio parecía más próspero desde que se había marchado para recluirse en la cabaña durante dos años. Frunció la nariz. Los suburbios comenzaban a alcanzarla.

Hayward no era una zona de moda, pero era una de las más baratas de la Bahía con una buena vista y espacio para la intimidad. Su casa estaba al borde de un profundo cañón lleno de pinos y eucaliptos. En verano el aire era fresco y limpio y se veía la niebla sobre Berkeley, más hacia el norte. A lo lejos, San Francisco resplandecía bajo la brillante luz del sol, pero no se podía decir que tuviera vistas de la ciudad y por eso los precios eran más bajos. Mientras tomaba nota de los BMW y Volvos aparcados a la entrada

de las casas, se dio cuenta de que no era la única que había descubierto el lugar; otros también lo habían hecho.

La escuela de equitación al final de la calle seguía funcionando. Como siempre, la verja estaba abierta y recién pintada de blanco. Se detuvo un momento y escuchó. Unos niños jugaban en los alrededores. Un caballo trotaba en el picadero y los cascos producían un golpeteo rítmico y firme sobre la tierra apisonada. Las glicinas susurraban con la brisa. Una abeja pasó zumbando ociosamente junto a su oído.

Sólo echaba en falta el ruido que hacía Sharla, mientras trajinaba en la cocina o hablaba por teléfono con los galeristas para solicitarles el pago de un adelanto sobre las comisiones, concertar una exposición, o hacer reservas. Había sido una representante incansable, con buen criterio comercial. Había insistido en comprar la casa como inversión y después se había empeñado en construir el estudio ideal para una artista en el amplio jardín del fondo.

Yulia sabía por qué tenía miedo de volver a la casa: era su hogar, el lugar donde más iba a añorar a Sharla. Un sitio que pedía a gritos que lo llenaran dos personas. Nunca en su vida había vivido sola, salvo los dos años en la cabaña, pero era pequeña y le había resultado fácil llenar el espacio.

Volky le ladró desde la puerta del estudio. Por suerte para la ojiazul, parecía acordarse de que no podía entrar.

—No estás ni la mitad de sucia de lo que me esperaba —le

La perra volvió a ladrar y desapareció otra vez por la colina. En fin, al menos ella parecía encantada de volver a casa.

Yulia estaba descargando el último lienzo cuando un Ford Thunderbird del cincuenta y siete de color melocotón y blanco se detuvo suavemente junto a la acera. El coche era el orgullo y la alegría de Constance, después de su colección de cuadros.

—Me alegro de verte —le gritó Yulia, y lo dijo en serio.

Constance, de resplandeciente buen humor, abrió el maletero y sacó una cesta de picnic.

—Sabía que no ibas a tener tiempo de ir de compras, así que paré un momento para traerte tu plato favorito.

—Compré algunas cosas —dijo la pelinegra—. Sobre todo, comida para Volky. Se pone insoportable cuando tiene hambre.

—Como si a ti no te pasara lo mismo! —rió Constance y entró en la casa.

Yulia llevó el último lienzo al estudio. Oyó a Constance en la cocina y la vio sacar hamburguesas, patatas fritas y aros de cebolla de la cesta, junto con unos refrescos.

Yulia se rió.

—Eres encantadora, ¿lo sabes? ¡Hacía años que no tomaba comida rápida!

—Sólo intento volverme indispensable.

Constance picó unas patatas y se instalaron en la mesa del austero comedor.

—Traigo buenas noticias —dijo Constance.

—Cuenta.

Yulia desenvolvió una hamburguesa y le dio un mordisco. Deliciosa. Desde el primer bocado sintió una oleada de placer en todas las arterias.

—Bueno, para ti son buenas noticias y para Henry Eli son malas. Se rompió un brazo esquiando y no podrá tener la exposición lista para marzo. Así que, si las quieres, puedes quedarte con las tres semanas. Ya tienes casi terminada la serie Luna pintada, ¿no?

Yulia tragó saliva.

—Sí... casi. Me salió muy rápido. Me falta trabajar un poco más el metal, pero no tardaré mucho. Tengo bastantes ganas de empezar el otro proyecto.

—Cuándo podré verlo? Lo llevas tan en secreto.

—Todavía no. Es muy distinto. Todavía no me siento muy segura.

—De acuerdo, pero me muero de curiosidad.

Yulia se comió otro aro de cebolla.

—Gracias por traer todo esto. Gracias... por estar aquí.

—Cuando quieras. —Constance apoyó una mano en el brazo de Yulia—. Estoy aquí contigo para todo lo que te haga falta.

A Yulia le costó tragar.

—No estuvieron tan mal, ¿verdad?, los días que pasamos en la cabaña.

—Fueron fabulosos.

Constance se echó hacia atrás y miró a la ojiazul  con tristeza.

—Entonces, ¿por qué pareces a punto de llorar?

—No creo que... —Yulia parpadeó—. Te quiero mucho como amiga. Pero no creo que pueda quererte como a ti te gustaría. Te estaría engañando.

—¿Y si no me importara?

—Pero te importa.

Constance bajó la vista ocultando una sonrisa.

—Siempre me olvido de cómo eres. Esa educación religiosa. Querida, no te propongo un compromiso para toda la vida. No puedo darte lo que ella te dio, simplemente estoy aquí para ser tu amiga, y, si quieres, para compartir tu cama. Yo sin duda estoy dispuesta. —Soltó una especie de risa, en parte triste, en parte divertida—. No soy una mujer de una sola

mujer, pero soy muy selectiva con mis aventuras. Tengo una relación con una mujer desde hace quince años. Nos vemos una vez al año.

Yulia no supo qué pensar.

—¿Así que yo sería parte del harén? —dijo intentando hacer una broma.

Constance se volvió a reír, pero esta vez con exasperación.

—No lo entiendes. Nada de ataduras, nada de normas, nada de exclusividades. Tampoco digo que haya cientos de mujeres. Sólo me gustan unas pocas: como tú. No sé decirlo de otra manera.

Yulia contempló a Constance y preguntó en voz baja:

—¿Tienes cuidado? Quiero decir... cuando estuvimos juntas no practicamos sexo seguro... tenía que haberte preguntado...

—Tuve un susto hará unos seis años y desde entonces voy con cuidado. Sé que estoy bien y desde luego sabía que tú estabas retirada del tema del sexo. Además, ninguna de las dos nos picamos, ni mucho menos compartimos agujas. Por eso no tomé ninguna precaución. No te preocupes. —Cruzó las piernas y miró fijamente la mesa—. Creo que no funcionará. Como ya te he dicho, siempre me olvido cómo eres. Sólo veo tus manos; tienes unas manos fabulosas, querida. En fin—prosiguió en tono filosófico—, conservo un recuerdo muy agradable. Espero que tú también.

Yulia consiguió esbozar una ligera sonrisa.

—Claro que sí. No me arrepiento.

—Bueno, ya es algo. —Constance parpadeó varias veces—. Tengo que irme; esta noche voy a una fiesta. Ah, ¿te gustaría acompañarme a la exposición de la Fundación de Mujeres? Ya tengo las entradas y no me apetece invitar a nadie más. Es el viernes que viene. No me digas que estás ocupada. Ponte esa chaqueta violeta. Querida... —Constance estiró la mano para darle unas palmadas—. De todos modos quiero seguir siendo tu amiga. Espero que no se haya estropeado nuestra amistad.

—No, no se ha echado a perder —contestó Yulia con sinceridad—. No lamento lo ocurrido, si tú tampoco lo lamentas. Y sí, iré el viernes.

Saludó con la mano al coche mientras Constance arrancaba y se alejaba. Se alegró de que reanudaran la relación anterior. Durante todo ese tiempo había creído que Constance quería sentar cabeza y una pareja estable... «Vaya ego que tienes», se reprendió. Más que amantes, necesitaba amigas, y, con Constance y Maureen estaría lo suficientemente ocupada para no echar tanto de menos a Sharla. Además, también podía abstraerse con su trabajo.

Al regresar al estudio, destapó el único lienzo que no había querido enseñar a Constance y lo puso en el caballete. El azul y el plateado de Lena diciendo que sí.

***********

—No puedo creer lo que me ha pasado. Todas las personas con las que trabajo me caen bien y esperan que trabaje con los clientes y que tenga iniciativas. Me piden mi opinión y me escuchan. Y no salen con que soy tonta cuando digo algo muy obvio. Y se nota que Diane, mi jefa, disfruta explicando las cosas. Le encantan las preguntas. Y los proyectos son interesantes. Me está saliendo todo bien.

Lena se dio cuenta de que había estado parloteando, pero a su madre no le molestaba

Al llegar a Dallas, la noche anterior, se encontró con un ramo de flores silvestres en la habitación y una nota que decía:

«¡Mañana pide el desayuno al servicio de habitaciones para que podamos charlar! Llámame a las ocho y media. Besos, mamá.» Había sido una idea espléndida. La primera exigencia de su madre fue que le contara todo sobre su nuevo trabajo.

Inessa Katina apartó la mirada del bollo que estaba untando de mantequilla.

—Me alegro tanto de que te valoren y de que estés aprendiendo. En el otro lugar parecía que sólo querían enseñarte a utilizar el ordenador. Bébete la leche —añadió, haciendo uno de sus habituales cambios relámpago de mentora a madre. Lena sonrió y sorbió un buen trago.

—¿Qué dice Parker del gran cambio en tu vida?

Lena se limpió el bigote de leche.

—En realidad no dijo nada. Se perdió en la confusión de nuestra ruptura.

—¡Elena! —Su madre depositó el bollo sobre la bandeja—. ¿Por qué no me has llamado? Ay, Dios, he metido la pata, ¿verdad? ¿Cuándo ocurrió?

—No sabía cómo sacar el tema, así que me alegro de que me lo hayas preguntado. Rompimos antes de Navidad. Yo ya lo había decidido y él también intentaba decirme que había conocido a otra persona. No fue muy desagradable.

Los ojos verdes claros de su madre se oscurecieron, como si el sol se hubiera ocultado tras las nubes.

—Lo siento mucho. Has renunciado a tantas cosas por él.

Lena le dirigió a su madre una mirada sardónica.

—Pues si me prometes que no dejarás que se te suba a la cabeza, te diré que tenías razón en lo que decías de él, y en lo de mudarme y aceptar el trabajo en L&B.

La mirada fija de su madre estaba teñida de tristeza.

—Me hubiera gustado equivocarme, ¿sabes?.

—Lo sé. Pero te aseguro que me siento de fábula. No me he sentido tan bien desde que estuve en la universidad.

—Pero hay algo que no me has contado. Presiento que hay un secreto por ahí. —Mordió el bollo y observó a la pelirroja.

Lena se quedó boquiabierta.

—Lees los pensamientos. No es justo.

—No puedo leer todos los pensamientos, sólo los tuyos. Y los de tu padre.

—Lo sabía. Sí, hay algo más.

Lena no sabía cómo empezar y en la larga pausa, Inessa dijo:

—Ya sabes que puedes contármelo todo.

—Bueno, ¿te acuerdas que te conté que el fin de semana de Acción de Gracias estuve con Yulia Volkova?

Su madre asintió con rostro impasible, casi como si adivinara lo que se avecinaba.

—Ocurrió algo. —Lena cerró un momento los ojos—. No fue gran cosa, pero lo suficiente para darme cuenta de que prefiero a las mujeres. —Contempló el rostro impertérrito de su madre y contuvo el aliento.

—¿Estás segura, chérie? —Lena percibía la intensidad de la mirada de su madre—. ¿Crees que puedes elegir?

Lena se mordisqueó el labio inferior y suspiró.

—Ay, no lo sé. Claro que puedo elegir, claro que puedo decidir no responder a mis impulsos. Pero lo que no puedo hacer es controlar esos impulsos, ni sentirme como me siento cuando pienso en ella. No elegí desear a una mujer como lo hago. —Se tapó un momento los ojos con las manos y miró a su madre—. No lo elegí, pero puedo elegir cómo reaccionar ante esto.

—Y... ¿cómo lo harás?

—Quiero... quiero probar el fruto prohibido. —Sonrió arrepentida cuando se dio cuenta de que hablaba como una victoriana—. Es probable que lo adopte como régimen habitual.

Su madre suspiró con cierta tristeza.

—Y deduzco que estás bastante segura de que no te va a dar urticaria. —Una sonrisa asomó por la comisura de la boca.

Lena empezó a contestar, contuvo el aliento, se dio cuenta de que se le calentaban las mejillas sólo con recordar.

—No me lo digas, está escrito en tu cara. Fue fabuloso—dijo su madre.

—Creo que habría sido fabuloso si realmente hubiera pasado algo. —Lena se rió con sarcasmo—. Si no con Yulia, entonces con otra... mujer. Esa es la cuestión. Que a partir de ahora las mujeres formarán parte de mi vida. Te dije que fui a una cena de Navidad y dejé que pensaras que había ido con Parker; lo siento, no quise mentirte, pero prefería decírtelo cara a cara.

—Lo entiendo, no te preocupes.

—Es verdad que fui a una cena, pero de lesbianas. Nos divertimos muchísimo y conocí chicas nuevas.

—¿Y qué pasa con Yulia Volkova?

—No creo que vuelva a verla —repuso Lena—. Yo estaba asustada y ella sigue llorando la muerte de su amante.

Su madre asintió.

—Ah, es verdad. Me había olvidado de que su amiga había muerto. Bueno, obviamente era algo más que una amiga. Fue su amor, su representante, su administradora. Ella nunca hizo demasiado hincapié en su sexualidad. La mayoría de la gente lo olvida, supongo.

—De todos modos —prosiguió Lena—,dijo que no estaba preparada.

—¿Seguro?

Lena miró a su madre avergonzada.

—Mamá, sí que estaba preparada. Y sigo estándolo. Nunca he estado tan preparada.

Su madre le sonrió con afecto. El sol volvió a asomar a sus ojos.

—Querida, no voy a mentirte diciéndote que no me sorprende. Tu padre tendrá que acostumbrarse a la idea, pero no quiero que tengas la menor duda: te quiero y tu padre también. Y me alegra que estés viva y despierta, y que seas consciente de lo que eliges. Incluso aunque no la vuelvas a ver, habrás despertado. Sabía que te faltaba algo, querida. —A Inessa se le quebró la voz—. No sabía cómo ayudarte a encontrarlo. Y deseaba tanto que lo hicieras.

—¡Vaya! —exclamó Lena—, me vas a hacer llorar. —Se enjugó los ojos con una servilleta.

Su madre se aclaró la garganta y añadió:

—Recuerdo que la primera vez que me enamoré me sentí igual que tú. No podía elegir, sentía lo que sentía. Quería a ese hombre y punto. Y fue la aventura más apasionada y desvergonzada que he tenido nunca.

—¿Y qué pasó? —Lena se secó los ojos por última vez y se concentró en su madre.

Inessa sonrió y se echó hacia delante en actitud confidencial.

—Pues mis amigos me dijeron que ese hombre sería mi ruina, que aplastaría todos mis impulsos artísticos y me daría una vida de lo más aburrida. Y sus amigos le dijeron que yo sería su ruina, que por mi culpa lo acusarían de izquierdista y no progresaría en su carrera. —Sacudió la cabeza con tristeza—. Al final...

—¿Qué? ¿Qué pasó? —Lena quería  saberlo todo sobre ese capítulo de la vida de su madre.

—Pues, ¿qué podía hacer? Como has dicho, no podía elegir no sentir lo que sentía, pero sí podía decidir si responder o no a esos sentimientos. Así que me casé con él.

Lena se echó hacia atrás en la silla.

—Estás hablando de papá —dijo, arrugando la nariz—. No es justo. Todo el mundo sabe que tu matrimonio es perfecto.

—Te equivocas si piensas que siempre ha sido perfecto. O que la perfección es fácil. Nos costó mucho, créeme. Por suerte puedo trabajar en cualquier sitio, lo que me ha permitido acompañarlo a todas partes. —Se inclinó hacia delante para acariciar la mano de Lena—. Pero mira qué obra de arte tan maravillosa hemos creado.

Lena se sonrojó y las lágrimas volvieron a asomar a sus ojos.

—Gracias.

—Espero que seas feliz, querida. Siempre lo he deseado.

—Se echó hacia atrás y agitó una mano con displicencia—. Y Parker no iba a hacerte feliz.

No era la primera vez que Lena envidiaba el don de su madre: expresar mil palabras con un simple gesto.

A partir de ese momento, su madre pareció conformarse con saborear el desayuno y charlar sobre su vida en Lisboa. Lena terminó el bollo y se comió unas fresas.

—Bueno —dijo su madre enérgicamente—, ¿qué piensas hacer mientras me paso el día yendo de galería en galería y mientras me agasajan en cada esquina?

—No lo sé. Me gustaría dar un paseo en coche por los alrededores para conocer la región. El cielo es tan grande. Y no esperaba ver tantos árboles.

—Alquila un coche por el fin de semana, yo invito. Ya sé que me has dicho que no me preocupara por lo de Navidad, pero no puedo evitarlo. Busca un sitio divertido para que podamos ir mañana, cuando haya acabado con mis compromisos. Me encantaría escuchar un poco de jazz, lo echo de menos. ¿Cuándo te marchas?

—El lunes por la noche. Angela dijo que podía cogerme el día libre, aunque sólo llevo en el estudio un par de semanas. Es una verdadera leona, pero nos entendemos.

—A lo mejor puedo conocerla cuando vaya en febrero.

—¿Vas a ir a San Francisco? —Lena saltó de alegría.

—¿No te lo había dicho? Ah, claro que no. Tampoco te he contado que van a exponer Las tejedoras en el Museo de Arte Moderno y quieren que haga una gala de beneficencia. Acepté sobre todo para pasar unos días contigo, y pienso quedarme al menos una semana.

—Mi estudio es minúsculo, pero hago un café buenísimo.

—Tonterías, querida, iré a un hotel. Si quieres puedes instalarte conmigo y hacer como que estás de vacaciones. No me apetecía ver a Parker; mejor así. —Su madre calló y después soltó a bocajarro—: Me alegro de que ya no estés con él.

—Yo también —dijo Lena con una sonrisa.

—De todos modos —prosiguió Inessa con su tono enérgico—, si estás... si estás saliendo con alguien, quiero conocerla, sabes. Eso no cambiará nunca.

—Estoy con alguien, pero sólo somos amigas. Me está enseñando de qué va todo, por decirlo de alguna manera. —Su madre se rió—. Ay, me alegro tanto de que vengas a verme. Será fantástico.

—Ahora vete, cariño, que tengo que maquillarme. Pásatelo bien. Nos vemos a eso de las siete, antes del banquete, ¿de acuerdo?

—De acuerdo. Y no necesitas maquillarte. —Contempló con afecto los ojos verdes y el pelo cano de su madre—. Sólo espero llegar a los cincuenta y tres años tan guapa como tú..

—Fuera —ordenó su madre.



CONTINUARÁ...
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Mensaje por Lesdrumm 5/28/2015, 6:07 am

UNA NUEVA OPORTUNIDAD


Capítulo 10

Lena alquiló un coche en recepción, donde también le dieron unos mapas. Con unas mallas blancas, unas zapatillas Reeboks y un jersey grueso y abrigado, estaba lista para salir a explorar.

Recogió el coche y se alegró al ver que era un deportivo pequeño. En el mapa, las autopistas de Dallas parecían rectas y llanas. No conducía rápido de verdad desde la última vez que había estado en Alemania. El empleado de la agencia de alquiler de coches le dijo que la policía de tráfico de Tejas no se preocupaba por velocidades inferiores a ciento veinte en autopista, al contrario que en California, donde la paranoia empezaba a ciento diez. Podría sacudirse las telarañas y pasear por el campo. ¿Adónde iba? ¿Hacia Lubbock por el oeste? Empezó a recordar canciones country. ¿Hacia Oklahoma City por el norte?

Un pueblo llamado Norman le llamó la atención. Norman, Oklahoma. ¿Dónde había oído ese nombre? Se concentró un momento y recordó la voz de Yulia. «Sharlotte Kinsey, de Norman, Oklahoma. ¿Te imaginas ser de un lugar tan apartado que lo único que se ve en kilómetros a la redonda son yacimientos petrolíferos?»

Sin querer ponerle nombre a lo que la impulsaba, Yulia partió hacia Norman, Oklahoma, con su máquina de fotos y un mapa. Tardaría casi todo el día en ir y volver, pero le encantaba explorar en coche; ver las flores silvestres, cómo la gente construía sus casas en diferentes terrenos. Sería un buen descanso.

La tierra era llana y estaba anegada por la lluvia. No había cultivos que interrumpieran la vasta extensión de arcilla ocre oscura. Las nubes grises que flotaban en lo alto, sobre el tenue horizonte de carbón, hacían que Lena se sintiera muy pequeña y se preguntara por los pueblos nativos que habían errado bajo el amplio cielo. Qué fácil hubiera sido imaginar que eso era el mundo entero.

Entró a formar parte de una caravana de coches y camiones que iban a ciento treinta por hora. En comparación con Alemania, no circulaban muy rápido, pero era emocionante. En la radio ponían sobre todo música country, pero no le importaba. Cantaba cuando conocía las letras mientras asimilaba el paisaje rojo y gris. Imaginó que allí construiría casas bajas con líneas suaves y redondeadas para que se mezclaran con el duro horizonte.

Al cabo de unas tres horas se detuvo en un bar en la calle principal de Norman. El pueblo no era tan pequeño como había imaginado, pero quizá había crecido desde que Sharla vivía allí. Se sorprendió preguntándole a la camarera por los cementerios. Se enteró de que había dos y volvió a marcharse.

El primer cementerio, lleno de maleza, parecía abandonado, no había signos de que lo utilizaran. Se paseó durante un rato y vio que las muertes más recientes databan de los años

treinta. Un viento helado traspasaba su jersey y se alegró de volver al coche.

Evidentemente el otro cementerio era el que utilizaban. Su tamaño la intimidó. En aquel momento había un entierro en el cuartel de la derecha, así que aparcó a cierta distancia y echó a andar con la esperanza de que fuera la zona que se utilizaba últimamente. Algún paisajista había diseñado pequeñas elevaciones en el terreno. Varios robles de mediana edad resguardaban el cementerio del viento.

Se paseó un rato y encontró tumbas de los años ochenta, pero ninguna reciente. El entierro había terminado y la gente empezaba a marcharse. Esperó hasta que sólo quedaron los empleados de la funeraria y les pidió ayuda.

Los hombres, con sus tiesos trajes negros, la miraron de arriba abajo. Lena supuso que tenía un aspecto un poco extraño para un cementerio. Bueno, probablemente también fuera un poco extraño para Oklahoma en general. Se inventó que buscaba a una amiga de las colonias de verano de la parroquia, y los hombres le indicaron una zona en la que quizá encontrara la sepultura.

Las tumbas que le habían indicado junto al sendero correspondían a la fecha que buscaba. «Amada hija.» «Amada esposa.» <<Amado padre.» «James, desaparecido demasiado pronto.» «Carolyn, nuestra amada hermana.»

De pronto se dio cuenta de que se hallaba ante el nombre que buscaba.

Sharlotte Jean Kinsey. Una cruz sencilla y grande en relieve. En el extremo inferior: «Señor ten piedad de mí, pecadora.» Miró la lápida unos minutos cerrando y abriendo los puños. Estaba acalorada de rabia, una rabia profunda y vehemente que nunca había sentido.

Descansar para siempre bajo semejantes palabras... Lena no sabía qué pensar. La impresionó ver esa condena labrada en la piedra. Durante toda su vida sus padres no habían hecho más que quererla. No tenía enemigos. Volvió a impresionarse cuando se dio cuenta de que esa gente pensaría lo mismo de ella, y ni siquiera la conocían. Tenía un nudo en la garganta. Nunca nadie la había odiado.

Recordó lo que le había dicho su madre acerca de hacer elecciones. Bueno, al elegir el amor también elegía que la odiaran.

Regresó a la entrada del cementerio y se dirigió a la florista de la esquina que se ganaba la vida con los deudos. No podía sacarle una foto a la lápida sin algo que mostrara que Sharla había sido amada, profunda y sinceramente amada.

¿Rosas? No. ¿Claveles? No, Gladiolos, mejor. Gladiolos rojos y unos cuantos lirios violetas. Mucho, mucho mejor, pensó. Compró un ramo enorme con las flores más coloridas y un jarrón alto. Rechazó la cruz complementaria para colgarla del ramo y regresó al cementerio.

Los colores brillantes ocultaban casi toda la inscripción y la cruz. Ojalá pudiera borrar las palabras crueles y añadir «amada esposa de Yulia» en la piedra. Como había dicho ésta:

¿Dónde estaba la caridad de esos cristianos? ¿Cómo podía tener algo de malo el amor? Sobre todo un amor tan auténtico como el de Sharla y Yulia.

Sacó varias fotos y se quedó un momento preguntándose si no quería decir algo. De pronto se sintió tonta. No creía que Sharla siguiera allí. Todavía no sabía si creía en la vida después de la muerte, pero su padre le había enseñado a adoptar una actitud abierta frente a todas las culturas e ideas. Suspiró, contempló el cielo y pensó que fuera cual fuese el lugar donde estuviera Sharla, tenía que estar más cerca de Yulia que de ese cementerio.

Sacudió la cabeza, sacó una última foto, arrancó un pétalo de cada flor para metérselos en los bolsillos y regresó al coche. Durante el camino de vuelta, imaginó una y otra vez la nota que iba a enviar a Yulia junto con las fotos. Decidió incluir los pétalos para que ésta pudiera ver los colores. No había hecho ese viaje como una excusa para ponerse en contacto con ella, pero esperaba que Yulia la llamara y volver a verla.

Cuando llegó al hotel, sorprendió a su madre con un largo y sincero abrazo y entradas para un club de jazz que tenía muy buena fama.

**********



—¿Qué querías enseñarnos, Yul? —Valentina probó otro bocado de su pastel de queso con amaretto e hizo delicados chasquidos como si estuviera catando vino—. ¿Crees que habría que echarle menos amaretto?

—Querida, está perfecto —repuso Maureen—. No me parece que una cucharadilla más o menos de lo que sea pueda cambiar nada.

Valentina miró a su compañera con desdén.

—No tienes paladar para apreciarlo.

—Pues a mí me gusta el sabor que tienes tú —dijo Maureen.

—¡Chicas! —Yulia miró a sus amigas—. No hablemos de sexo.

Valentina señaló a la pelinegra con el tenedor,

—El celibato es un rollo. Créeme, lo conocí a fondo hasta que apareció ésta. —Agitó el tenedor en dirección a Maureen.

Yulia se rió.

—No está tan mal, a menos que tus amigas presuman delante de ti.

—Lo siento —dijo Maureen—. Tendré más cuidado.

—Abrió sus grandes ojos castaños con expresión inocente—. Bueno, ¿qué pasa con esas fotos que dijiste que teníamos que ver?

—Un poco menos de amaretto —protestó Yulia a Valentina.

La amonestada asintió.

—¿Crees que se podría servir esto con amaretto o es muy empalagoso? —preguntó apartándose un mechón de pelo negro de la cara.

—Yulia... —La voz de Maureen tenía un ligero tono quejumbroso

—No, es demasiado dulce. No sé con qué puedes servirlo, quizá con algo seco y fuerte.

—¡Yul! —Maureen se inclinó hacia delante y estiró la mano con un gesto imperioso—. Enséñame las fotos.

Yulia sonrió a Maureen con indulgencia y le dio el paquete de fotos que Lena le había enviado junto con una nota. Valentina se levantó para mirar por encima del hombro de Maureen.

Las dos mujeres contuvieron el aliento y suspiraron. Valentina se santiguó y miró a Yulia, con los ojos azules llenos de lágrimas.

—¿Al final tuviste el valor de ir a buscarla? ¿O la familia cedió y te dijo dónde estaba?

—No, me las mandó una amiga.

¿Una amiga? ¿Podía decir que Lena era sólo una amiga? El detalle de tomar esas fotos la convertía en algo más que eso.

—En realidad, es una conocida —añadió.

Les contó por encima la estancia de la pelirroja durante el fin de semana de Acción de Gracias, omitiendo los momentos electrizantes del último día en la cocina. No pudo evitar pensar en el instante en que sus dedos se deslizaron por la humedad de Lena. Se le hizo un nudo en el estómago.

—¡Qué detalle! —Maureen contempló las fotos—. Y las flores…a Sharla le habrían encantado.

Yulia puso suavemente los pétalos sobre la mesa. Se habían marchitado, pero aún conservaban algo del vibrante color que permitía imaginar cómo era el ramo original.

—Ay, Yul —dijo Valentina en voz baja—. Lena debe ser una persona maravillosa.

Yulia asintió y cerró un momento los ojos. Se le volvió a hacer un nudo en la garganta. La composición de las fotos era hermosa. Lena le había indicado dónde estaba la tumba de Sharla; quizá fuera algún día... pero no era necesario. Ya no.

—Esos cabrones —dijo Maureen con enfado tras leer la nota de Lena—. ¿Cómo han podido poner eso en la lápida?

—Es la misma historia de siempre —comentó Valentina—. No la ven en quince años y de pronto la ley les da derecho a disponer de su cuerpo, de su dinero y de su coche. Por suerte, pusiste las dos casas a tu nombre, Yul. También se las habrían quedado. ¿Cómo pueden considerarse cristianos...? —Alzó la mirada hacia el cielo un momento y rápidamente se volvió a santiguar—. Hasta dan ganas de desearles lo peor, de veras.

Yulia se encogió de hombros.

—No tenía que haberles dicho que se había muerto. Lo hice porque era lo que correspondía a una «cristiana». Y ya ves a dónde me ha llevado.

—Qué ironía, ¿verdad? —Valentina volvió a su silla y tomó otro bocado de tarta de queso.

—Tendríais que haber hecho testamento —intervino Maureen—. Y un buen poder notarial. Val y yo los hicimos después de que te arrebataran a Sharla.

—Los testamentos siempre se puede recurrir —replicó Yulia—. La familia de Raymond Burr paralizó indefinidamente la sucesión, y seguro que Raymond estaba bien asesorado.

—Es mejor que nada —replicó Maureen.

Yulia cogió su foto preferida. Tomada desde abajo, las flores encuadraban en primer plano el nombre de Sharla. Por encima de la lápida, unas ramas verdes y borrosas se confundían con la luz gris. Lena había heredado el ojo de su madre para el equilibrio.

—Tienes razón —dijo Yulia aclarándose la garganta—. ¿Queréis alguna foto?

—Sí, si no te importa —repuso Maureen—. Sharla era una buena amiga.

—¿Qué te parece si sirvo Oporto con la tarta? —preguntó Valentina mientras se comía otro bocado. Maureen le tiró la servilleta.

Yulia volvió a meter con cuidado los pétalos en el sobre y juntó las fotos.

—Tendría que probarlo —contestó.

—Qué buena idea. —A Valentina se le iluminaron los ojos y desapareció en la cocina.

*********

—Una cosa más —dijo Angela—. Tengo dos entradas para una inauguración en una galería de arte a beneficio del Centro de Recursos de Mujeres con Cáncer. Es este viernes y no puedo ir. ¿Alguien las quiere?

Lena abrió la boca para decir que sí, pero pensó que debía dejar que los demás se pronunciaran antes.

—Yo quiero una —dijo Diane—. Mark no querrá ir, así que alguien puede quedarse con la otra.

—A mí me encantaría ir —dijo Lena tras ver que los demás no decían nada—. Muchas gracias.

Le pasaron la entrada por la mesa de conferencias y se la guardó en la agenda.

—No sabía que te gustaba el arte —dijo Diane cuando se marchaban de la sala de reuniones.

—Me chifla, aunque no puedo darme el lujo de comprar nada.

No mencionó que tenía una pequeña escultura original de Inessa Katina en su apartamento. Su madre se la había regalado al acabar la universidad diciéndole, con su más práctico estilo maternal, que podía sacarla de un apuro si algún día necesitaba dinero.

—Ya somos dos. ¿Por qué no coges el dossier de Dearborn y repasamos las especificaciones de los planos que nos acaban de enviar y buscamos algún lugar para comer antes de ir a la galería?

Lena fue a buscar el dossier a su diminuto despacho, más o menos del mismo tamaño que su cubículo de L&B, pero al menos con paredes y una puerta, y se dirigió a la oficina de Diane.

—Estaba pensando —dijo Diane—, que a lo mejor querías llevar a alguien a la galería. Puedes quedarte con mi entrada, no me importa.

—No, por favor —protestó Lena—. En estos momentos estoy soltera y sin compromiso.

Pensó en Yulia y reprimió el dolor que le causaba no haber sabido nada de ella después de enviarle las fotos. Esperaba que no se hubieran perdido en el correo.

—¿De veras? —Diane la observó con la cabeza inclinada—. Pues conozco a una persona que trabaja en un banco en la ciudad. Creo que os llevaríais muy bien. A lo mejor debería darle mi entrada...

—No es necesario —repuso Lena. Se dio cuenta de que se sonrojaba—. Soy... Quiero decir que me gustaría conocer a gente nueva, pero... —Se miró los pies. Diane era agradable y seguro que conocía gente interesante—. Esa persona... ¿Es hombre o mujer?

—Una mujer —contestó Diane—. Ay, Dios mío, ¿me he equivocado? —Bajó la voz—. También conozco a hombres muy agradables. Por ejemplo, al hermano de Mark, que es encantador. Incluso es más simpático que Mark, pero no tan divertido.

Lena se rió aliviada.

—No, no te has equivocado. Ignoraba que lo supieses. En realidad, tampoco hace tanto tiempo que lo sé. Frunció el ceño—. Pero, ¿cómo te enteraste?

Diane se encogió de hombros.

—No lo... Ah, sí, ahora me acuerdo. Una amiga me dijo que había conocido en un baile a alguien cuyo nombre no recordaba, y ese alguien trabajaba aquí desde hacía poco. Por su descripción, supuse que eras tú. Y como ella es lesbiana, pensé que tú también lo eras. Dice que bailas muy bien.

Esta vez fue Lena la que parpadeó.

—Ah, ahora lo entiendo. Fui a un par de bailes de mujeres, pero no es fácil oír los nombres con la música tan alta, y menos aún recordarlos.

—En fin —dijo Diane—, puedo darle mi entrada a mi amiga y decirle que no puedo ir y que irá una persona de mi trabajo. Podéis hablar de arte, y, si no os gustáis, no pasa nada, de todos modos no es una cita. ¿Qué me dices? —Alzó las cejas como animándola.

—Me va bien ir contigo —contestó Lena. Diane siguió haciendo muecas para animarla hasta que al final Lena se rió—. Pero si de verdad tu amiga es tan simpática, supongo que podré soportar que vaya en tu lugar.

Lo que desde luego no iba a hacer era pasarse las noches en casa esperando la mítica llamada de Yulia que nunca iba a llegar.

—Esta mañana la llamaré para decírselo —dijo Diane con una sonrisa—. Ahora volvamos al trabajo. Los Dearborn han revisado de nuevo toda la concepción del comedor. Esto tiene pinta de convertirse en la renovación de una posada más larga de la historia. Así que adivina lo que quiero que hagas.

Lena tendió la mano para coger la hoja de especificaciones.

—Planos y alzados de todo el proyecto. Dalo por hecho.

************



—Sólo tenemos que quedarnos unos minutos y después nos podemos ir a bailar —dijo Constance.

—A lo mejor esta inauguración no es tan aburrida como la última —dijo Yulia—. A veces son divertidas. Estuve en un par que lo fueron. Bueno, al menos en una.

—La inauguración de Luna pintada causará sensación, querida. Estoy intentando publicar un artículo a doble página en el dominical.

—Puedo montarla cuando quieras.

Yulia le abrió la puerta a Constance, que pasó junto a ella con un repiqueteo de tacones y dejando una estela de Chanel 19. Llevaba lo que siempre se ponía para las inauguraciones: un vestido tubo ceñido que hacía juego con el color de su piel, con lentejuelas bordadas en los lugares estratégicos, una estola de piel falsa muy elegante sobre el hombro, y unos pendientes color ámbar.

Yulia la siguió con unos pantalones negros más discretos y una chaqueta violeta oscura: su traje oficial de vestir. Cuando se acercaron a la

propietaria de la galería para el obligado apretón de manos y expresar los mejores deseos, murmuró al oído de Constance:

—No podemos ir a bailar con ese vestido que llevas. Se te romperá una costura.

Constance frunció la nariz.

—Creo que tienes razón. Siempre podemos pasar por mi casa y me puedo cambiar. O a lo mejor no... — Le lanzó una sonrisa malévola por encima del hombro.

—Connie —empezó a decir la ojiazul  en tono cansado, pero se calló para sonreír y desearle suerte a la galerista.

A pésar de que habían acordado ser sólo amigas, Constance seguía coqueteando y a Yulia le molestaban los mensajes contradictorios. Pasaron junto al grupo de recepción y entraron en la sala principal en la que había sobre todo esculturas.

Algunas obras enseguida le llamaron la atención. Constance ya estaba en medio de la sala y se dirigía directamente hacia una fotógrafa a la que Yul recordaba vagamente de una exposición de hacía varios años. Constance debió de ver algo que le gustó; Yulia reconoció las señales. Algún día, en su galería también se expondrían fotos.

La pelinegra se acercó a las piezas que le interesaban. La galería se estaba llenando de gente... Definitivamente era todo un éxito. Constance empezó a alternar con la concurrencia, algo que se le daba muy bien. Yulia, entre pieza y pieza, la observaba.

Encontró una escultura de Inessa Katina que no conocía. Era tan hermosa que sintió un hormigueo en los dedos. Una obra de hierro forjado pintado de blanco, con una base de unos diez centímetros de diámetro, unos quince de altura y unos siete de ancho. En la parte superior, el hierro se curvaba hacia arriba para volver a caer. La pendiente hacia abajo parecía una réplica de una pieza de encaje fino. De hecho, se parecía a la larga cola de un vestido de novia al revés. El encaje tenía un

aspecto muy delicado, pero la pieza en sí, pensó Yulia, tenía que ver con la fuerza que ocultaba.

Retrocedió para admirarla mejor y le pisó el pie a alguien, que lanzó un chillido. Yulia se volvió para disculparse.

—Lo siento mucho...

Se encontró cara a cara con Lena.

La expresión de enfado de la pelirroja se convirtió en sorpresa. Las dos se quedaron mirándose.

Yulia no había olvidado el exótico verdigris de los ojos de Lena. No había olvidado la forma de sus labios, ni como se separaban cuando se quedaba sin aliento.

Lena se había quedado sin aliento.

Yulia se dio cuenta de que a ella le había ocurrido lo mismo. Le bastó una mirada para volver a la cocina de la cabaña y que su cuerpo experimentase idénticas sensaciones a las de entonces: el tacto de la piel de Lena, el sabor de sus labios.

—Veo que ya os conocéis -dijo una voz.

Yulia parpadeó. Lena respiró hondo igual que una nadadora cuando emerge para respirar. Apartó la mirada y vio a una mujer pequeña, con traje de chaqueta.

—Eh... Yulia, ésta es Laurel, una amiga de una amiga. Laurel, te presento a Yulia Volkova, la artista.

—Encantada —murmuró Laurel. Una sonrisa se dibujó en su rostro—. Ah, ahí veo una obra que me gustaría estudiar, así que ya nos veremos, Lena. Si no nos encontramos, saluda a Diane de mi parte, ¿de acuerdo?

Lena abrió la boca como si quisiera pedirle a Laurel que se quedara, pero sólo atinó a asentir. Laurel se perdió entre la gente, no sin antes volverse para mirarlas arqueando las cejas con una sonrisa cómplice.

—Recibí las fotos —dijo Yulia—. No sé cómo darte las gracias. Todos los días cogía el teléfono pero... no sabía qué decir.

—No fue nada.

—Fue mucho.

—Quiero decir que fue un placer poder hacerlo. Y de nada.

Lena miraba el suelo, y Yulia no lo pudo soportar.

—Mírame.

Lena alzó la vista y sus ojos se volvieron a encontrar. Tenía los labios ligeramente abiertos y temblaban. Yulia contempló la blusa de seda turquesa y la falda corta negra. Ésta era la Lena habitual, no la mujer que se había quedado bloqueada en su cabaña vestida con la ropa de Sharla. La Lena de todos los días la hacía estremecer aún más que la Lena atrapada por la nieve. Yulia no creía que algo así fuera posible.

La intensidad de su mirada quedó interrumpida cuando alguien empujó a Yulia contra Lena. La pelinegra sintió sobre su cuerpo la tibieza de los pechos cubiertos de seda de la pelirroja y todos sus nervios se inflamaron.

—Aquí hay demasiada gente -dijo en voz baja—. A lo mejor encontramos algún sitio para hablar.

—Hablar —repitió Lena.

Yulia la cogió del brazo y la llevó hacia la parte de atrás de la galería. Tenía que haber algún lugar donde pudieran charlar con un mínimo de intimidad. Encontró una puerta abierta al final de una sala lateral y metió a Lena en un cuarto. Los cajones y el material de embalaje dejaban poco espacio, así que se quedaron justo detrás de la puerta cerrada.

Yulia se volvió hacia Lena para mirarla a la cara y perdió toda la determinación. Quería estar a solas con la pelirroja y ahora lo estaba. La visión de la cara de Lena mirándola... esos labios temblorosos…parecía tan vulnerable que le daba miedo tocarla. Si lo hacía, no sabía si podría detenerse.

Fue Lena la que lentamente levantó una mano. Deslizó un dedo bajo la solapa de la chaqueta de Yulia.

—Qué chaqueta tan bonita —dijo con voz débil, como si quisiera entablar una conversación normal pero le faltara la compostura.

Los dedos se deslizaron hacia abajo y soltaron la chaqueta de la ojiazul. Ésta le cogió la mano, y, en el anhelado momento en que los brazos se enroscaron y los cuerpos se arquearon, desapareció la distancia que las separaba. La seda que cubría la espalda de Lena era cálida y realzaba la suavidad de su piel. Los rizos pesaban en las manos de Yulia. Sería tan fácil apartar la blusa y deleitarse con el calor de los hombros de Lena. Le besó la curva expuesta de la garganta. La respiración de Lena se había convertido en un silbido contenido seguido de un temblor en el cuerpo, cuando ésta empujó la cabeza de Yulia hacia abajo.

Yulia se aferró a ella con desesperación, decidida a acabar lo que habían empezado en la cocina. Retrocedieron medio paso y los hombros de Lena se apoyaron contra la puerta. La pelirroja gimió con los labios cerrados, acercando los pechos redondos a Yulia, dejó caer los brazos hasta su cintura y comenzó a deslizarlos por el interior de la chaqueta.

Las manos de Yulia estaban debajo de la falda de Lena, acariciando la suavidad de las caderas a través las medias. La besó; su lengua exploró la boca acogedora de Lena mientras invitaba a ser explorada.

Las rodillas de la ojiverde se doblaron y sólo la presión de Yulia junto a ella evitó que cayera al suelo. Yulia deslizó la pierna entre las de Lena, cuando de pronto se dio cuenta de que estaba llegando a un punto sin retorno en un lugar semipúblico.

Interrumpió el beso y dejó a Lena jadeante.

—Quiero estar contigo —le susurró al oído—. De veras. Pero aquí no.

Lena volvió la cabeza.

—Lo sé. Yo también. —Apenas se le oía—. No quiero que pares, pero tengo la sensación de que me voy a desmayar. Quiero que me hagas el amor.

Apoyó la frente en el hombro de Yulia.

La pelinegra la sostuvo hasta que Lena pudo mantenerse de pie sola y levantar la cabeza.

—Es increíble —susurró—. No me importa nada.

—Lo sé —dijo Yulia mientras le sonreía y le pasaba el pulgar por la comisura de los labios.

—No lo sabes —dijo Lena con repentina vehemencia—. Todavía sigues de pie. Estás... intacta.

Yulia la besó sobre una ceja.

—No me siento intacta.

—Pero lo estás —dijo Lena—. Yo estoy desmoronada.

—Respiró hondo—. No soy... no soy una persona débil. Soy una persona independiente.

—Lo sé —dijo Yulia con otra sonrisa.

Lena sacudió ligeramente la cabeza.

—Ahora mismo haría lo que me pidieras. Nunca me he sentido así. —Bajó la voz de modo que Yulia tuvo que esforzarse por escucharla—. Nunca me he dejado llevar de este modo. Si me dijeras que me tengo que quedar aquí mientras tú... mientras tú me haces el amor, encontraría la manera de hacerlo. Haría cualquier cosa que me pidieras. Es como si ya no pudiera elegir.

Yulia se estremeció. De pronto la asustó el poder que Lena le estaba cediendo.

—No te pediré nada que no me puedas dar.

Una lágrima se escapó y recorrió lentamente la curva de la mejilla de Lena.

—No quiero estar así, depender y aferrarme a ti. Pero no lo puedo evitar. Yo tampoco quiero hacerlo aquí, pero no te puedo soltar. —Se

agarró a Yulia con más fuerza y le tembló la voz—. No puedo soltarte. Si lo hago me muero.

—Yo te sostengo —repuso Yulia—. No te dejaré escapar.

Siguieron un rato abrazadas, hasta que Lena al fin respiró hondo y volvió en sí.

—Ya se me ha pasado el mareo.

—¿Quieres que nos vayamos? La pelirroja asintió.

Nadie las vio salir de la habitación, probablemente porque la galería estaba más abarrotada de gente que antes. Yulia cogió a Lena del brazo, consciente de que Lena se pegaba a ella. Se sentía como un salmón nadando río arriba. Cuando entraron en la sala principal de la galería, de pronto pareció como si todo el mundo conociera a Yulia y quisiera hablar con ella.

La pelirroja apenas dijo nada y Yulia se dio cuenta de palabra que pronunciaba le suponía un esfuerzo Habían recorrido dos tercios del camino cuando Constance.

—¿Yul? —Apoyó la mano en el brazo de Yul y miró a Lena—. ¿Qué pasa, cariño?

Yulia advirtió el retraimiento de Lena y, tras apretarle el brazo, le dijo a Constance:

—Tengo que irme, ¿vale?

Constance volvió a mirar a Lena, escudriñándola con atención.

—Creía que teníamos una cita.

—Lo sé. Lo siento. No quiero dejarte colgada, pero...

—Pero lo harás igual. Muchas gracias, cariño —dijo Constance. Su sonrisa no iba más allá de su boca. Se inclinó sobre Yulia—. ¿Quieres presentarme a la mujer por la que me abandonas?

Lena resucitó y dijo en voz baja:

—Soy Lena Katina. Conocí a Yulia el fin de semana de

Acción de Gracias.

—Lena —repitió Constance. Miró a Yulia y ésta advirtió el enfado que empezaba a asomar en los ojos de Constance.

—Fui sincera contigo, Connie.

—¿Crees que eso importa ahora? Hablando de sinceridad, creí que era hetero.

Yulia no supo qué decir; se había olvidado de Parker.

La voz de Lena rompió el silencio.

—Ya no. Soy lesbiana.

Constance retrocedió, tan sorprendida como Yulia, y la sonrió con amargura.

—Te felicito por haberla convertido a la fe, querida.

—Bajó la voz—. Lo siento, no pretendo ser mala, Yul, pero creo que no necesitas una novata que te complique la vida. Acabas de salir del agujero.

—Sé lo que quiero —repuso la ojiazul. Constance la miró fijamente.

—Siempre lo has sabido, ¿verdad?

Yulia se dio la vuelta y se marchó.


CONTINUARÁ...


Espero les haya gustado estos tres capítulos.  Very Happy
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Mensaje por Aleinads 5/28/2015, 6:43 pm

Me encantaron, por fis contii..!!! bounce cheers Smile Very Happy
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Mensaje por RosarioCst 5/28/2015, 11:44 pm

Me encanta esta Historia *.* Conti rapido Very Happy

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Mensaje por wendra222 5/29/2015, 3:23 pm

Muy buena la historia me encanta, no demores en la conti

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Mensaje por Raque 5/30/2015, 11:29 pm

Más por favor... Esta buenisima..!!!

Raque

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Mensaje por Lamg1912 6/6/2015, 11:30 pm

Esta genial...cintiii!!!

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Mensaje por Lamg1912 6/6/2015, 11:30 pm

contiii!!

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Mensaje por Lesdrumm 6/10/2015, 11:35 pm

Hola a todos, aquí les traigo mas de esta historia. Gracias a todos los que comentaron en ella Rosario Cst, wendra222, Raque, Lamg1912 y a los que no comentaron pero leen la historia también, me alegra que les guste este Fan Fic. Y bueno disfruten de la historia.


UNA NUEVA OPORTUNIDAD


Capítulo 11

Lena se sentía como si caminara bajo el agua. No le dio su dirección al taxista hasta que Yulia se lo indicó. Estaba sentada a oscuras, consciente del calor que emitía el cuerpo de la pelinegra, del olor de su champú y del ligero aroma a tintorería que desprendía su chaqueta.

Tenía los sentidos saturados. Oía el ritmo regular de la respiración de Yulia, el ronroneo del motor del coche y los latidos de su corazón.

La ojiazul le cogió la mano y el latido de su pulso acalló los demás sonidos. Sus ojos apenas veían las luces de las calles por las que pasaban.

—¿Es aquí? —La voz de Yulia parecía venir de muy lejos. La pelirroja miró la casa y al final respondió con voz ronca:

—Sí, es aquí.

En el portal le dio las llaves a Yulia, que subió detrás de Lena los arduos tres pisos hasta el apartamento. Al llegar al rellano, Lena le señaló la llave para que abriera y entró la primera, deteniéndose en el umbral con las piernas temblorosas.

Yulia cerró la puerta y la habitación se sumió en la penumbra.

Lena cerró los ojos con sensación de vértigo. Estaba sin aliento. Se dijo a sí misma con toda la severidad posible que no podía llorar.

—Lena, ¿qué te pasa? —Yulia le dio la vuelta suavemente en medio de la oscuridad y la estrechó entre sus brazos.

—Tengo miedo —contestó la pelirroja—. Te deseo tanto que me da miedo.

Yulia la besó con suavidad.

—No quiero asustarte -dijo jadeando—. No te haré daño. No podría.

—No tengo miedo de ti —susurró Lena. Tenía miedo de sí misma, quiso añadir, pero no le salieron las palabras. Creía estar preparada, pero se dio cuenta de que quizá al día siguiente no iba a reconocerse.

Había sido todo tan racional, tan intelectual incluso. Pero no lo era, su deseo no tenía nada de racional. La idea de la posibilidad de elección la había abandonado en cuanto volvió a ver los ojos azules de Yulia.

Deslizó las manos debajo de su chaqueta y se la quitó. Después buscó a tientas el primer botón de la camisa, pero al no poder desabrocharlo, gimió de frustración.

Yulia le cogió los dedos.

—¿Por qué no te sientas en la cama? —le dijo en voz baja. Lena asintió y se dirigió a la cama sin soltarle la mano.

Sus ojos se adaptaron a la oscuridad y vio la amable expresión de la pelinegra.

Se sentó y la miró. Los dedos volvieron a dirigirse a los botones de la camisa, pero no tuvo mayor éxito. Estaba aturdida. Apoyó la frente en el estómago de Yulia y reprimió el llanto.

Yulia le levantó la cabeza, se arrodilló delante de ella y la besó suavemente.

—Ayúdame por favor —suplicó Lena. Le pesaban demasiado los brazos para moverlos, le dolían las piernas.

Los dedos de Yulia fueron más certeros con los botones de Lena. Le abrió la blusa de seda lentamente y le desabrochó el sostén con cuidado.

Lena se quitó la blusa y el sostén con impaciencia.

—Cuidado, te vas a enredar —empezó a decir la ojiazul, pero la pelirroja le empujó la cabeza hacia atrás para acercar los pechos a su boca.

—iDios mío! —murmuró Lena.

Se echó hacia atrás en la cama y la boca de Yulia la persiguió sedienta, mientras se arrodillaba sobre ella y se deleitaba con sus pechos, a pesar de que le aplastaba la boca contra su cuerpo.

Lena envolvió con sus piernas una de las de Yulia y se apretó con fuerza contra su cadera. La pasión que sentía le daba miedo. No podía parar de pensar si Yulia sentía la misma necesidad desesperada. Temía que su deseo generara rechazo, pero no podía detenerse. Su mente le decía que no sabía lo que había que hacer, pero su cuerpo lo sabía instintivamente.

Sus manos volvieron a dirigirse a la camisa de Yulia, y, al ver que no podía desabrochar los botones, los arrancó de un tirón.

La pelinegra gimió y su boca abandonó los pechos de Lena. Se puso de pie un momento, se quitó la camisa rota y los pantalones, y volvió a arrodillarse sobre Lena.

Le dio la vuelta para desabrocharle la falda y bajarle la cremallera, y la volvió a poner boca arriba. Lena estaba mareada. Le daba igual; se limitó a alzar la cadera para que Yulia pudiera quitarle la falda. Oyó que se le rasgaban las medias y que su ropa caía al suelo. Se abrió de piernas y cogió la mano de Yulia para guiarla hasta el ardiente calor.

Su gemido ahogó el de Yulia; nunca había estado tan mojada ni tan preparada.

—Enséñame -dijo con voz ronca—, enséñame cómo se lo hacen las mujeres.

Tenía el cuerpo rígido de placer; sólo sus caderas parecían líquidas con el movimiento ondulante que respondía a la fuerza de los dedos de Yulia, que murmuró algo incoherente cuando Lena levantó las caderas hacia ella. Su cuerpo era una masa dolorosa calmada por los dedos de Yulia en su interior, que se movían cada vez más rápido, cada vez con más fuerza.

Algo iba a estallar, no sabía qué. No podía soportar tanto placer; era casi una agonía. Se contorsionó para acercarse a la pelinegra, oyó que ésta murmuraba algo en medio de su pasión y entonces lo supo: estalló con gemidos profundos y desgarradores, terriblemente primitivos, sonidos que nunca había emitido. Su cuerpo se contrajo, los pulmones estaban a punto de explotar.

Llegó a una cima que ni siquiera había sospechado que pudiera ser tan increíblemente alta. Se hundió en la cama con un sollozo y sin aliento, mientras los dedos de Yulia seguían penetrándola. Sintió, con un temblor que le hizo doler los músculos, la lengua de Yulia dentro de ella.

Todo su cuerpo se había vuelto líquido. La lengua de la pelinegra la recorrió y la penetró. Lena gimoteó cuando los dedos de Yulia la abandonaron, y

suspiró mientras ésta le estrechaba la cadera entre sus brazos, aproximándose su humedad a la boca. Lena se derritió en la cama, su cuerpo era un río de sensaciones en busca del equilibrio. Tuvo un momento de paz, hasta que Yulia empezó a acariciarle con la lengua los sensibilizados nervios de la entrepierna. Lena volvió a iniciar la larga escalada hacia el éxtasis, sin saber si podría llegar tan lejos como antes; le parecía imposible. Pero la boca de Yulia la llevó a un punto todavía más elevado, transportándola a una nueva cumbre.

Le faltaba aire, la cabeza le daba vueltas, pero la lengua de Yulia la anclaba en la realidad. Le cogió las manos y se las

apretó con fuerza al tiempo que buscaba su boca. Se corrió en un momento de perfecta quietud, con los músculos en equilibrio con los de la pelinegra, mientras veía fuegos artificiales morados con los ojos cerrados. Yulia se apartó y Lena echó la cabeza hacia atrás. Apoyó las piernas lánguidamente en los hombros de Yulia y descansó, sintiendo de un modo sublime el aire que le llenaba los pulmones y la suavidad del pelo de Yulia junto a su muslo.

**********

La ojiazul tembló mientras se enfriaba la fina capa de sudor que le cubría la espalda. Sharla nunca la había necesitado de ese modo. Constance había sido exigente, pero siempre controlada. Y, hasta ahora, no había conocido a nadie más. Hasta que Lena la puso casi al borde de las lágrimas.

Quería concentrarse en la pelirroja, pero el recuerdo de Sharla se interponía. ¿Cómo podía evitar pensar en ella? ¿Hacía mal en compararlas? Sharla y ella habían ido construyendo la comunicación sexual poco a poco, buscando la una en la otra las necesidades que configuraban su pasión. Tardaron varios años en conseguir una vida sexual asombrosamente poderosa, pero muy diferente de lo que sentía en ese momento, con los dedos y la cara cubiertos del aroma de Lena. Temía haber ido demasiado lejos y demasiado rápido, pero la pelirroja la había sorprendido con las

tremendas contracciones de su cuerpo, obligándola a meterse en ella, pidiéndole cada vez más hasta hacerla dudar de poder seguirla.

Estaba agotada y se habría dormido, dejando el momento de perfección de poseer a Lena tal como estaba, pero su cuerpo le recordó sus propias necesidades y las reprimió, pues no sabía lo que Lena estaba dispuesta a hacer. Parecía dormida.

De pronto la pelirroja se movió y exhaló un suspiro largo y profundo.

—Gracias —dijo; su voz llegaba lentamente a los oídos de Yulia—. Así que esto es lo que me perdía.

—Lamento haber sido tan cruel aquel día...

—¡No lo lamentes! Ay, Dios, no lo hagas.

Yulia quiso decirle que no era una amante muy experta y que tenía unas sensaciones totalmente nuevas. Y que estaba asustada. ¿Debía decirle a Lena que deseaba hundir otra vez el rostro entre sus muslos y quedarse allí, que deseaba como una loca que los dedos de Lena la penetraran, que estaba dispuesta a cederle todo el poder del mismo modo que Lena se lo había cedido a ella? Es demasiado pronto, era un salto demasiado largo.

El temor la obligó a ser cauta e intentó hacer una broma.

—¿Ya se te ha ido el gusanillo que tenías dentro?

Lena se quedó callada y buscó la mano mojada de Yulia para acercársela a la boca. Le recorrió lentamente la palma y el índice con la lengua, y le apoyó la mano sobre el pecho.

—Quiero que se quede dentro toda la vida.

Yulia tembló mientras las caderas de Lena empezaban a trazar pequeños círculos, al compás de la mano de Yulia que le acariciaba el pecho. Cerró los ojos y aspiró el aroma de la pelirroja, que se incorporó y la puso de espaldas.

Cogió a Yulia entre sus brazos con un beso largo y sensual. Le acarició los pechos. Sus labios abandonaron la boca para juguetear con los pequeños pezones erectos. Yulia sentía las caricias en cada uno de sus nervios, olvidándose de todas las demás sensaciones. Casi no oyó a Lena que le preguntaba con un susurro:

—¿Te gusta así?

—Sí, mucho —murmuró Yulia. Miró abajo y sintió una oleada de pasión al ver la boca de Lena sobre sus pechos.

La pelirrojo levantó la cabeza ligeramente.

—Me lo dirás, ¿verdad? Si te hago algo que no te guste. Yulia asintió, incapaz de articular palabra, y cabeza de Lena a sus pechos. Cerró los ojos y arqueo la espalda mientras dejaba que el exquisito jugueteo aplicara una capa tras otra de pasión sobre su cuerpo tembloroso. La boca de Lena se volvió exigente, sus caricias, frenéticas, y las caderas de Yulia respondieron con una sacudida.

La pelirroja volvió a levantar la cabeza y la ojiazul contempló su mirada ardiente.

—¿Está bien así? —Se relamió los labios—. ¿Puedo... puedo...? Quiero... —Su mirada recorrió el cuerpo de Yulia.

Esta se apoyó sobre el codo y le acarició el pelo, recorriendo las ondulaciones donde empezaba la trenza. Posó la mano sobre la garganta de Lena cuando ésta le besó el muslo. Le empujó suavemente la cabeza, intentando expresar sin palabras que quería que la pelirroja la saboreara.

Lena asintió ligeramente con los ojos cerrados. Yulia vio que acercaba la boca a su sexo y oyó un gruñido hambriento. Se deleitó ante la imagen del hermoso cuerpo de Lena curvándose sobre el suyo, el pálido color crema de su garganta junto al tono más oscuro de sus propios muslos. Los brazos de la pelinegra se rindieron, se echó hacia atrás y sintió qué Lena la estrechaba con más fuerza entre sus brazos.

Lena empezó despacio, pero cada vez con mayor seguridad. Cambió de posición y mantuvo las piernas de Yulia separadas, mientras exploraba con la lengua pliegues y ondulaciones hasta hundirse en la fuente de la

humedad. Insistió hasta que Yulia levantó las caderas y gimió; entonces le metió la lengua más profundamente, sujetándola con una fuerza aplastante. Yulia dio un respingo y reprimió el grito que embargaba su pecho. Lena movía las caderas a medida que el cuerpo de la pelinegra se tensaba una vez, dos... y la tercera con suficiente fuerza para soltarse del abrazo de Lena y pintar sus párpados con un relámpago carmesí.

No estaba preparada para sentir los dedos de la pelirroja deslizarse dentro de ella. Gimió.

—No puedo.

—Quiero volver a saborearte mientras te hago esto—susurró Lena.

Sus dedos se movieron lentamente y la lengua se convirtió en la más suave de las caricias.

—No creo que pueda. Es que... normalmente con uno ya me basta... —Yulia intentó echarse a un lado, pero Lena retuvo sus piernas temblorosas y débiles con facilidad. Yulia cedió; estaba demasiado débil para luchar y tampoco quería de fraudarla.

—Iré despacio -dijo Lena. Su lengua volvió a acariciar a Yulia mientras los dedos se movían lánguidamente—. Sólo quiero saborearte y sentirte.

La pelinegra se enderezó para mirar a Lena, que tenía los ojos cerrados, al aparecer con toda su concentración dedicada a la sensación de los dedos al tocarla y en el sabor de Yulia en la lengua. Tenía una expresión extasiada, hambrienta, y la ojiazul volvió a inflamarse de deseo. Y vio que la pelirroja se detenía, consciente de la bienvenida húmeda que le daba Yulia.

Lena sonrió por su éxito sensual y sus caricias se volvieron más firmes.

Yulia se entregó a las suaves exigencias de Lena y vio, para su sorpresa, que respondía otra vez, no con tanta vehemencia, sino con una conciencia absoluta de todo lo que le hacía la pelirroja y de su inconfundible placer.

*********


Lena tapó a las dos con las sábanas, o mejor dicho con lo que encontró, pues la cama estaba totalmente deshecha.

—¿Estás bien?

Su propia voz le sonó diferente; menos entrecortada y un poco más grave. Adulta.

Yulia acercó las caderas hacia ella.

—Muy bien. Muy cómoda.

Lena apoyó el brazo sobre las costillas de la ojiazul y le besó suavemente la espalda.

—Yo también.

Cayó en un sueño ligero en el que pudo dirigir sus pensamientos hacia las últimas horas, para que los momentos intensos y la calma de la satisfacción volvieran a filtrarse por su cuerpo. Estaba plenamente satisfecha, y, al mismo tiempo, llena de energía. Pese al cansancio, tenía la sensación de que podía correr una maratón con los músculos y la resistencia intactos. Era como si por fin hubiera descubierto la fuerza de su cuerpo y lo que ella era capaz de sentir y de dar.

«Es sorprendente», pensó mientras se dormía. Era la fuerza de amar a una mujer. Hundió una sonrisa en el hombro mullido de Yulia. ¿Era el amor o la mujer?, se preguntó. ¿O las dos cosas?.


CONTINUARÁ...
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Mensaje por Lesdrumm 6/10/2015, 11:43 pm

UNA NUEVA OPORTUNIDAD


Capítulo 12

—¿Cuál es el color que más te gusta? —Yulia tiró suavemente del lóbulo de la oreja de Lena y memorizó el tono rosa pálido.

la pelirroja se desperezó bajo la luz del sol matinal y se volvió para mirar a Yulia.

—El lavanda de las violetas africanas. Y el rojo del lirio.

—Sonrió con picardía—. ¿Y a ti cuál es el libro que más te gusta?

—Naturaleza, de Emerson. ¿Cuál es tu plato favorito?

—Natillas con moras. ¿Y cuál es la música que más te gusta?

—El jazz, en directo.

—¿Ah, sí? —Lena ahuecó la almohada y sonrió—. A mí también.

Intercambiaron opiniones sobre sus respectivos gustos mientras Yulia pensaba en la mezcla de colores con la que pintaría el tono de los ojos de la pelirroja. No bastaría sólo con el verde y el gris, también habría que añadir un poco de negro y una buena dosis de amarillo.

Después de charlar y reír durante una hora, la ojiazul se sintió más a gusto con Lena que en la cabaña.

El ruido de un portazo en el piso de abajo rompió la cómoda burbuja en la que estaban. Yulia no quería admitir que el tiempo pasaba, pero era inevitable. Se enderezó y le crujió el estómago.

—Me temo que ha sido una indirecta —dijo Lena—. Si quieres, puedo hacer café y tostadas. —Se envolvió con una sábana y se dirigió a la cocina—. Y encenderé la calefacción.

—Me encantaría.

Yulia contempló los abundantes rizos que se balanceaban sobre la sábana blanca mientras Lena se alejaba. Observó el pequeño apartamento con placer y tristeza. Las sábanas y el edredón estaban revueltos, en contraste con el orden de las estanterías, la mesa baja, sobre la que había una escultura que tenía que ser de Inessa Katina y las líneas brillantes y claras de un grabado de Jasper Johns. La ropa de las dos estaba desparramada por el suelo desde la puerta hasta la cama. Vio su camisa con los botones rotos y un cosquilleo de deseo la estremeció. No le costaría demasiado volver a estar lista para las caricias y los besos de Lena.

Cerró los ojos y vio, inesperadamente, la cara fantasmagórica de Sharla encendida de pasión, susurrándole que ella era su diosa, que nunca habría nadie más. Se habían jurado confianza y fidelidad para siempre. Volvió a temblar, esta vez con un escalofrío en la boca del estómago.

Se envolvió con una manta y fue al cuarto de baño. En la ducha puso el agua lo más caliente que pudo y se frotó con fuerza, intentando ahogar el recuerdo de Sharla.

Nunca habían hablado de qué querían que hiciera la sobreviviente si una de las dos moría. Sabía que Sharla no habría querido que se quedara sola. Era —había sido— generosa. Así que, ¿por qué se sentía desleal ahora si con Constance no le había pasado?

—No quiero menos a Sharla. Y nunca lo haré —le dijo a la botella de champú. Sintió una punzada en el estómago. ¿Era posible querer a alguien tanto como ella había querido a Sharla y encontrar un lugar en su corazón para Lena de un modo tan profundo y con un sentimiento tan fuerte? ¿Realmente se merecía un amor como ése dos veces en la vida? Lo más probable era que echara de menos la vida en pareja. Lo que había tenido con Sharla había sido duradero y auténtico, y no deseaba dar ni recibir menos que eso. Así era ella.

Se preguntó si podía ofrecerle a Lena un corazón intacto.

Sí, probablemente. Pero no estaba enamorada. Enamorarse de Lena sería egoísta de su parte. La pelirroja tenía unos nueve años menos que ella, y como lesbiana, era aún más joven. A fin de cuentas, se trataba de una

chica atractiva, divertida, inteligente y cariñosa y podía elegir a quien quisiera, mientras que ella ya había tenido el amor de su vida con Sharla. Resultaba evidente que Lena necesitaba sexo, pero eso sólo había sido el final de lo que habían empezado aquel fin de semana de Acción de gracias.

Lena, sin duda, estaba preparada para tantear el terreno y ver lo que San Francisco ofrecía a las lesbianas. No iba a interponerse en su camino.

Se peinó y se repitió su decisión. No exigiría nada. No estaba enamorada.

Cuando vio a Lena sentada en la cama, desenredándose los rizos, con la sábana que descubría la delicada curva de su espalda, sintió una punzada de deseo.

Lena alzó la mirada, sonrió y se sujetó la sábana con recato mientras entraba en el cuarto de baño.

Yulia se sirvió café y escuchó el repiqueteo de la ducha y el ruido del secador de pelo. Cuando Lena abrió la puerta del baño llevaba una bata blanca y se secaba el pelo con un secador.

—Tardaré unos diez minutos —explicó—. A veces me entran ganas de cortármelo.

—No lo hagas —le dijo Yulia—. Es demasiado hermoso.

—Es pesado y difícil de cuidar los rizos —objetó Lena, subiéndoselo para secarse el cuero cabelludo—. Aveces tengo que amarrarlos para que no se me enreden.

—Aun así, es hermoso —insistió Yulia sonriéndole. Lena le devolvió la sonrisa y Yulia se dirigió a la cama mientras se preguntaba si vestirse o no. Debía hacerlo. No podría dejar las cosas claras con Lena si se pasaba todo el día con ella y... otra noche. Los pechos se le endurecieron con un dolor repentino.

Sorbió el café y se tranquilizó, o al menos intentó calmarse. Se concentró en lo prosaico y cogió su camisa rota. Detrás de ella, el secador de pelo se detuvo.

—Lo siento —se disculpó Lena—. Era una tela buena.

La ojiazul le sonrió.

—No lo sientas.

—No se desabrochaban los botones y no podía esperar

—dijo la pelirroja con timidez. Se sentó en la cama—. Sabía que no llevabas sostén... estoy... Nunca había tenido tanta prisa.

—En realidad no necesito sostén. No como tú.

La garganta de Lena había adquirido un suave color rosado.

—Eres... Para mí es bastante para disfrutar.

Deslizó las manos lentamente bajo la manta y acarició los pechos de la ojiazul, que la oyó contener el aliento, quizá sorprendida de encontrarla tan excitada.

—Me encanta tu cuerpo —dijo Lena. El color de su rostro se volvió más intenso—. Y me encanta lo que le hacé sentir al mío.

Yulia se estremeció y el café caliente se derramó sobre la cama. Maldijo en voz baja y se levantó, secando la mancha con la manta.

—No te preocupes, se ha manchado muy poco —la tranquilizó la chica de mirada verdigris—. Deja la taza.

La pelinegra la miró; sabía que si soltaba la taza toda su determinación se iría al traste.

—Déjala —repitió Lena, con voz más imperativa—. Vuelve a la cama.

Se arrodilló y se desató la bata, dejando que se deslizara por su cuerpo. Los pechos, de un color rosa vivo, asomaban por debajo de los gruesos rizos de su pelo suelto. Agitó el cabello con impaciencia y Yulia vaciló al

recordar el sabor de los senos de Lena cuando se excitaban, como la noche anterior.

El deseo apremiante anulaba su sentido común. Se dijo a sí misma que Lena necesitaba libertad porque si no era libre siempre iba a preguntarse cómo sería lo que no había explorado. La pelirroja ya se había quitado el gusanillo y estaba preparada para conocer otras mujeres que pudieran ofrecerle frescura y un corazón intacto. Y Sharla, ¿que?, se preguntó. Necesitaba pensar en ello. Sabía que era capaz de prescindir de sus acuciantes necesidades; Dios..., ¿alguna vez había deseado tanto a Sharla? Sí, pero en aquel momento parecía imposible. Se sonrojó y vaciló con una mezcla de culpabilidad y pasión.

—¿Te pasa algo? —Lena se volvió a poner la bata y se bajó de la cama. Abrazó a Yulia por la cintura—. ¿En qué piensas?

—En Sharla. —Se calló. Podía haberse mordido la lengua.

Lena palideció y permaneció un momento inmóvil, después se arrebujó en la bata.

—Lo siento. Lo había olvidado.

Se fue a la cocina y se sirvió café con gestos enérgicos.

Yulia se sintió fatal. «Idiota —se maldijo—. Eres una maldita idiota.»

—Me temo que tendré que pedirte una camiseta —dijo la pelinegra antes de que se le atenazara la garganta.

¿Por qué había mencionado a Sharla? ¿Cómo había sido tan cruel? ¿Qué esperaba que hiciera Lena? Todo se había vuelto de un color gris desagradable y anodino. Los contrastes habían desaparecido. Nada de luz, nada de sombras. Cerró un momento los ojos y no vio nada.

Cuando los abrió, la pelirroja era la viva imagen de la compostura. Había encontrado una camiseta para Yulia y cuando se la dio, un mechón de pelo rojo suave y rizado le rozó la muñeca. Era pesado, como la seda para coser. Yulia quería sentir esa cabellera sobre su cuerpo, deleitarse con el placer

sensual de tocarla. Se imaginó de espaldas, con el pelo de Lena como una cascada sobre sus muslos y la boca de esta sobre ella.

Lena no dijo nada; lo mejor que podía hacer. Yulia tampoco hubiese podido, salvo para rogarle a Lena que se la llevara a la cama. Pero ya era tarde para rogar y la ojiazul era demasiado orgullosa. Le había suplicado a Dios que le devolviera a Sharla y Dios no le había respondido. Sharla seguía muerta. Sharla...

Cogió su ropa y se vistió temblorosa en el cuarto de baño. La pelirroja le dijo que había llamado un taxi. Yulia se tomó la despedida con calma; ella misma se lo había buscado. Prometió llamarla.

Más tarde, se asombró de que las piernas la hubieran sostenido cuando bajó los tres pisos.

***********

Si se arrodillaba sobre el tocador, Lena podía ver la calle. Esperó a que el taxi llegara y se fuera, y entonces se desplomó sobre el ovillo de sábanas y dejó que las lágrimas brotaran de sus ojos cerrados con fuerza.

Lloró como nunca había llorado. Intentó calmarse, recordándose que su vida no se había acabado, que había montones de mujeres que no estaban recuperándose de la muerte de su único amor. Quería odiar a Sharla por haber impedido que Yulia pudiera entregarse a otra persona, pero Sharla no era la

que le había hecho daño, sino la ojiazul.

Quizá sólo había sido una de esas cosas... una simple llamarada de pasión que se había apagado para las dos. Pero era mentira, al menos para ella. Había deseado desesperadamente acostarse con Yulia, se había entregado y la habían rechazado. ¿Había sido demasiado atrevida? Jamás había dado el primer paso; siempre era Parker el que empezaba, igual que

su primer novio. Pero quería que Yulia supiera cómo se sentía, que supiera que deseaba pasar el día con ella, hablar, salir, iniciar una nueva vida juntas. Durante una breve hora se había sentido invencible, segura de la fuerza de su amor por las mujeres, por esa mujer.

Estaba acalorada de llorar y de recordar su osadía de la noche anterior cuando le dijo a Yulia lo que quería hacer. Había creído adivinar lo que la pelinegra deseaba. Se sonrojó al recordar cómo la provocaba y la hacía esperar, pero Yulia había respondido. Era imposible que Lena hubiera malinterpretado las señales. Había tenido tan pocos amantes que... ¿la había encontrado inexperta? O peor aún, ¿había sido sólo una novedad? ¿Una manera de olvidar a Sharla?

Pensar algo así de Yulia no era justo... ¿pero qué sabía? ¿Y quién era esa mujer de la galería? ¿Otra a la que utilizaba para superar lo de Sharla?

Bueno, sí, le había dicho Yulia que seguía deseándola, y ella la había rechazado. Muy bien. Se incorporó y se secó la cara. Lo soportaría. Había montones de mujeres en San Francisco. Sabía lo que era la vida; no había nacido ayer. Necesitaba algo más que una Yulia Volkova para hundirse.

Se lavó la cara, cambió las sábanas de la cama, puso una lavadora, fue a la tienda de ultramarinos, compró bollos, queso y helado de chocolate negro. Se dijo a sí misma durante todo el día que lo estaba haciendo muy bien y que se las arreglaría sin Yulia. Su maquinaria de animación trabajó horas extra.

Una vez en casa, miró el programa de actividades. Había un baile organizado por el grupo de mujeres profesionales dentro de dos sábados. En el trabajo tenía que entregar varias cosas y terminar unos proyectos bastante difíciles, de modo que la perspectiva de un baile le daría energía. Y a lo mejor conocía a alguna mujer que la hacía olvidar a Yulia Volkova, y quizá se la llevara a casa.

**********



Yulia recogió su coche delante de la casa de Constance; sabía que debía entrar a disculparse por haberla dejado sola la noche anterior, pero se sentía incapaz de hablar. Casi no podía ni conducir.

Al llegar a casa sintió esa clase de dolor que había experimentado tantas veces. Volky gimió pidiendo comida, y se la sirvió automáticamente. Después entró en el dormitorio, cogió la colcha, la arrastró hasta el ropero, apagó la luz y cerró la puerta. Se acurrucó en un rincón, se envolvió en la manta y apartó la cara de la pequeña rendija de luz que entraba por la puerta del ropero.

Cerró los ojos hasta que no vio ningún color. Sólo una oscuridad que la hundió en la desdicha. Ya no podía ni llorar: Sharla, inconsciente, hundiéndose en el agua. El color naranja irrumpió en su imaginación cuando el chaleco salvavidas reapareció, vacío. Gritó y oyó que su voz desaparecía entre la ropa colgada sobre su cabeza.

Volvía a perder a Sharla. Oleadas de culpa le atravesaron los pulmones y la sumieron en una tierra baldía verde y salobre. Estaba enamorada de Lena. Lo sabía. Amaba a Sharla... la había amado.

¿De veras podía decirlo en el pasado? ¿Era eso lo que le provocaba tanta angustia? Había amado a Sharla. Su mente le planteaba preguntas imposibles de responder. Si hubiese conocido a Lena cuando Sharla vivía, ¿se habría enamorado? Si Sharla resucitaba, ¿a quién escogería?

«No tienes que escoger —se dijo a sí misma—. Puedes seguir queriendo a Sharla siempre.» Todos los recuerdos, la pasión, la risa. Empezar cada día con tanta alegría. Pero ahora le parecía que tenía que perder un poco a Sharla para querer a Lena sin reservas.

El azul y el plateado bailaron en su imaginación y los músculos doloridos de los hombros se relajaron. Se concentró en la respiración durante unos minutos.

Sonrió más tranquila en medio de la oscuridad y trazó la imagen mental de Lena esa mañana, con la sábana cubriéndole la espalda.

Tensó la nuca mientras el rostro de la pelirroja se oscurecía. Apartaba esa cara de curiosidad con que le había hecho la pregunta y se echaba atrás ante la mención de Sharla. La había herido en lo más hondo. Aunque Lena no correspondiera a su amor con la misma intensidad, habían compartido una noche increíble. Quería retirar lo dicho, pero se había acabado. Estaba segura de que la pelirroja había acabado con ella para siempre.

Yulia le había enseñado cómo se lo hacían las mujeres y ahora Lena era libre para explorar el mundo con su espíritu aventurero y su alegre receptividad a la vida. No esperaba nada de su encuentro con Lena y eso era exactamente lo que había sucedido. ¿Por qué estaba tan triste entonces?.Unas vetas azules y plateadas se mezclaron con las lágrimas que al fin brotaron.

*********


Lena pagó la entrada y se abrió paso junto a la barra para poder estar más cerca de la pista. Habían puesto My Giri y se atenuaron las luces mientras las parejas bailaban un lento. Cuando se acabó la canción y se volvieron a encender las luces, pusieron Rockin’ Robín y la pelirroja miró a su alrededor buscando alguna cara conocida.

—Vaya, estaba segura de que vendrías —le dijo alguien al oído.

Lena se volvió y le sonrió a Stella, una de sus parejas de baile favoritas, que la cogió de la mano y la llevó a la pista. Stella era alta, gruesa y sabía llevar muy bien a su pareja de baile, sobre todo temas de swing. Lena se entregó a la música y al baile olvidándose de Yulia

—Adelante, chica —gritó StelIa mientras hacía dar dos vueltas a la ojiverde.

Cuando acabó la pieza se abrazaron y aplaudieron. La discjockey puso ABC y Stella la hizo girar y hacer otro paso de swing.

Al cabo de varias canciones, Stella la sacó de la pista y la llevó al rincón más tranquilo del bar. Su novia, Bonnie, hablaba con una mujer que Lena había visto alguna vez anteriormente. Stella besó a Bonnie en la frente y preguntó:

—¿Hay sitio para mí?

Bonnie sentó a Stella en el brazo de su silla de ruedas y saludó a Lena con una sonrisa.

—Eres una buena influencia para ella: nunca hace tanto ejercicio.

—Y viceversa. —la pelirroja se abanicó y saludó a Ina con la cabeza.

Ina le devolvió el saludo con una sonrisa traviesa.

—¿Te apetece una cerveza? ¿O prefieres bailar?—preguntó señalando la pista de baile con la cabeza rubia cortada al cepillo.

——-Las dos cosas —respondió la pelirroja de inmediato. Stella le había dicho, en un tono muy maternal, que Ina trabajaba con rapidez. A lo mejor eso era lo que necesitaba—. ¿Bailamos primero?.

Ina la siguió hasta la pista de baile donde la disc-jockey había puesto Surfin’ USA. Lena le enseñó a Ina a hacer el gesto de nadar, incluso en estilo espalda; Ina le acarició la oreja con la nariz cuando bailaron un lento, Dock of the Bay. Lena reprimió la vergüenza y de pronto no supo qué hacer. Quizá la manera de olvidar a Yulia no fuera con otra mujer; al menos, no tan pronto.

Para gran alivio de la pelirroja, la disc-jockey anunció un baile colectivo de música country y la pista se despejó para dejar espacio.

—¿Dónde lo has aprendido? —preguntó Ina mientras observaba los pasos que hacía Lena.

—En España. Cuando era pequeña estaban todos locos por el soul. Puedes hacerlo, es fácil.

Ina aprendió rápido, y cuando se acabó la canción salieron de la pista cogidas por la cintura.

La cerveza estaba fría y Lena se sintió un poco más atrevida. Mientras Ina coqueteaba con ella, comía palomitas de maíz. Después volvieron a la pista para bailar un lento muy largo, Me and Mrs Jones.

Ina volvió a acariciarle la oreja con la nariz y Lena se obligó a sí misma a relajarse. El beso no estuvo tan mal—incluso fue agradable— y Lena intentó una vez más convencerse de que estaba haciendo lo correcto. «Maldita seas, Yulia Volkova», pensó.

Volvieron a sentarse y la pelirroja se pasó casi todo el rato hablando con Bonnie, una mina de información sobre todo lo relativo a las lesbianas de San Francisco. Conocía todos los libros, las obras de teatro, las exposiciones, los cotilleos. Ina intervino un par de veces, pero dijo que la política y la militancia no eran su fuerte, ni tampoco los libros y el teatro. Le gustaba bailar. Su mirada, al recorrer el cuerpo de Lena, dijo que también le gustaban otras cosas.

«No tendré nada de qué hablar con ella», pensó Lena. Yulia y ella no habían dispuesto de mucho tiempo para charlar, pero no había surgido ningún tema que no les hubiera interesado a las dos. «Sin embargo, esta noche sólo se trata de sexo», se dijo. Para quitarse a Yulia de la cabeza. Era evidente que lna no esperaba nada más.

Incluso mientras hablaba con Bonnie, Lena no paraba de preguntarse qué debía hacer. Sólo porque su sexualidad hubiera sufrido una conmoción, ¿también tenían que cambiar sus costumbres sexuales? Cuando iba con hombres, nunca le habían interesado los ligues ocasionales, ¿por qué le iban a interesar ahora? Probablemente era más seguro y ya no tenía que preocuparse del tema de la anticoncepción. Pero que fuera algo más seguro no significaba que fuera satisfactorio. Y lo más importante: el concepto que tenía de sí misma. Estaba enfadada con Yulia Volkova, e Ina no tenía nada que ver con el asunto.

Suspiró. La imagen que se había forjado de sí misma ya había sufrido demasiados cambios. Así que aunque su cuerpo estuviera interesado en

acostarse con Ina —lo que no parecía el caso— a su mente no le pasaba lo mismo. Al contrario que con Yulia, con Ina podía elegir.

Al pensar en Yulia, sintió un cosquilleo en el cuerpo y se mareó. Estaba preparada para las caricias de la pelinegra, pero para las de nadie más. Además, la herida también seguía allí.

—¿Estás bien? —Bonnie le sacudió el brazo con suavidad.

Lena dio un respingo, y después miró a Ina. Una excusa tan buena como cualquier otra, pensó.

—No, no muy bien. De pronto me ha entrado como una flojera.

—¿Quieres que te lleve a casa? —se ofreció lna.

Lena se levantó temblorosa, maldiciéndose. Sólo la idea de acostarse con Yulia la dejaba exhausta. No era justo.

—No, no te preocupes. He tenido una semana muy larga en el trabajo y he dormido poco. Supongo que ahora me ha venido todo el cansancio de golpe. —Sonrió para aplacar la evidente preocupación de Bonnie—. Es mejor que me vaya.

Ina pareció resignarse y se puso a estudiar la pista en busca de otra pareja. Lena se despidió y se fue al coche. El fuerte viento le despejé la mente, y, mientras ponía el coche en marcha, se comió los puños de rabia. ¡Menuda seductora y menuda seducida!

«Maldita seas, Yulia Volkova, y maldita la tormenta de nieve en la que apareciste.»

CONTINUARÁ...


Espero en unos días publicar un poco mas de esta historia. Smile



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Mensaje por Aleinads 6/11/2015, 12:42 am

Muchassssssss Gracias!! Al fiiin, la espera me tenia impaciente. Laughing Very Happy
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Mensaje por RosarioCst 6/11/2015, 9:23 pm

Me encanta conti conti Very Happy

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