UNA NUEVA OPORTUNIDAD
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cedul_volkov
Aleinads
wendra222
Lesdrumm
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Re: UNA NUEVA OPORTUNIDAD
Hola, les traigo la conti de esta historia, gracias por sus comentarios, ya se acerca el final.
UNA NUEVA OPORTUNIDAD
13
A lo lejos, Yulia oyó el teléfono que volvía a sonar, pero siguió ignorándolo. Necesitaba toda su energía para acabar los cinco lienzos en los que estaba trabajando simultáneamente.
Hoy tocaba rojo para dar profundidad y transparencia a la figura rosa clara que pintaría encima. Le espalda la estaba matando, pero siguió inclinada junto al primer lienzo, trabajando laboriosamente con un pincel grueso. Ahí iría una rodilla y la curva interna del muslo. En otro lienzo que tenía justo a la derecha, ya estaba el esbozo de la misma pierna bien torneada, pero más pequeña, coronada por unas caderas redondas, voluptuosas. Caderas que parecían capaces de moverse como las de una bailarina.
En el tercer lienzo puso más rojo en el lugar en el que iba a emerger un pecho, junto con el brazo, el hombro y el estómago de la misma mujer, una mujer que ahora podía pintar de memoria miles de veces. Unos largos rizos colgaban de la curva abierta del cuerpo.
En el cuarto lienzo, dominaba una larga línea con la forma de las mismas caderas turgentes de antes, la curva descendente hacia la cintura, y una línea ascendente de lo que serían las costillas y la delicada curva de la axila que terminaba en el hombro. Los rizos ocuparían otra vez un lugar prominente, enrollados a la altura de la cintura con la cinta desatada y un poco sueltos, para sugerir pérdida de compostura y de autocontrol. Probablemente éste iba a ser su lienzo favorito; el favorito de los que dejaría exhibir.
El quinto era de ella y sólo de ella. Había puesto su corazón en cada pincelada. Sería lo único que iba a quedarle. La cara de Lena, sus ojos, sus labios, ligeramente entreabiertos. La pelirroja diciendo sí era el consuelo de Yulia. El verde y gris de los ojos, los tonos rojos del pelo, el rosa dulce y pálido de los labios.
Al día siguiente trabajó con un gris azulado para esbozar las figuras y pintó el interior de un gris rojizo. Se dio cuenta de que había calculado la cantidad adecuada de rojo para la base, por lo que el color de la piel adquiría un matiz más cálido en las zonas adecuadas. La carne parecía transparente, con la idea de animar al espectador a concentrarse e intentar ver a través del cuadro a la mujer.
Día tras día prosiguió con los nuevos matices, cada capa daba forma al cuerpo y sugería los lugares en los que éste era más cálido. Pasó varios días trabajando sólo en los fondos, pintando blanco sobre blanco hasta que le pareció que cuando la pintura estuviera seca, podría tocar las sábanas de algodón.
Tardó casi una semana en hacer cada rizo de manera que quedaran perfectos. No escuchó los mensajes en el contestador y sólo cuando acabó, cuando los rizos colgaban de los lienzos y estos habían recibido la última capa de tapaporos, sintió que podía descansar. Al entrar en la cocina, Yulia encontró a Volky sentada junto a su plato vacío con una mirada significativa. El contestador parpadeaba frenéticamente.
Se dio el gusto de preparar bistecs para las dos, y añadió media botella de vino para ella. Escuchó los mensajes y vio que Valentina había llamado cinco veces dejando largos ruegos de que la llamara. Una televendedora pretendía que volviera a financiar la hipoteca de su casa. Los mensajes de Constance pasaban de «En realidad no me hablo contigo, pero tienes que llamarme enseguida» a <<Si no me llamas, te pondré un pleito». Maureen había llamado una vez para decirle algo sobre una función para recaudar fondos y Lena no había llamado ninguna. En fin, Yulia había prometido llamarla. Se preguntó qué estaría haciendo, a quién habría conocido.
Una vez saciado su apetito, se dedicó a cepillarle el pelo a Volky concienzudamente y la sacó a pasear por un sendero que llegaba hasta la escuela de equitación. Volky jadeaba feliz cuando regresaron a casa y se acercó ladrando a la mujer que se bajó del Thunderbird en cuanto las vio.
—¿No has recibido mis mensajes? ¿Tienes idea de lo del domingo? —Constance estaba tan agitada que se puso de puntillas—. El fotógrafo del
dominical del Chronicle va a hacer unas fotos que se publicarán a doble página, Y tú ni siquiera has empezado a instalar los cuadros!
La ojiazul se quedó paralizada y miró fijamente a Constance.
—Dios mío. Lo había olvidado por completo. Lo siento mucho…
—¡Hace días que intento hablar contigo! Podrías haberme llamado. No me importa si tienes una nueva amante, pero ha sido muy irresponsable de tu parte...
—No tengo ninguna amante. ¿De dónde has sacado...?
—Jamás permito que mis sentimientos interfieran con el trabajo y te aseguro que...
—¿Puedes callarte un momento? —exigió Yulia—. Si vamos a gritarnos, al menos podemos hacerlo en casa.
Se dio la vuelta y se dirigió a la casa, sin esperar a ver si Constance la seguía. Le ardían las mejillas y esperaba que no las hubiera visto ningún vecino.
Los tacones de Constance resonaron en el pasillo mientras se dirigía a la cocina detrás de la pelinegra. Ésta le ofreció un café y recibió una mirada gélida como respuesta.
—Lo siento, tenía que haberte llamado. Estaba trabajando y sin Sharla que me imponga un horario me olvidé de todo, hasta de comer. De todos modos, podías haber dicho para qué llamabas.
No le dijo a Constance que acababa de escuchar los mensajes.
Constance se miraba los zapatos, los tacones de dos colores que hacían que las pantorrillas parecieran todavía más largas y torneadas. Yulia se preguntó por qué no podía aceptar el placer pasajero que Constance le ofrecía.
—Lo siento mucho —repitió.
—¿Y ella dónde está? —Constance levantó la cabeza y miró a Yulia con tristeza.
—No lo sé. No la veo.
—Habría jurado que... en fin. Creo que tendría que haberte dejado un mensaje más claro —reconoció Constance—. Hace un par de días estuve a punto de venir... Estaba celosa, y envidiosa. Sé que no te ofrecí amor eterno, pero quería algo más que una historia de un solo día.
—Lamento no poder darte más.
Se produjo un largo silencio hasta que Constance volvió en sí.
—¿Has estado trabajando? Espero que hayas acabado Luna pintada.
—La acabé pocos días después de la última vez que estuviste aquí. He estado trabajando en otra cosa durante los últimos... —Miró el calendario.— Dios mío, durante el último mes. Me gustaría exponerlos junto con los demás, pero tendrían que estar en otra sala. Con esta serie, todo el mundo verá que he vuelto de verdad.
—Quiero verlos —dijo Constance, y esbozó la sonrisa típica de la Constance que Yulia conocía—. Me muero por verlos.
Yulia resopló y la llevó al taller.
Los lienzos estaban, dispuestos en círculo y brillaban porque el tapaporos todavía no se había secado. Yulia se apartó para dejar pasar a Constance y esperó su reacción. A ella le gustaban, pero la opinión de Constance era muy importante.
Constance giró lentamente y cuando llegó al último cuadro, el único en el que se veía claramente que era Lena, cerró los puños. Dio otra vuelta al círculo y después se volvió hacia Yulia con la mirada encendida.
—Son hermosos, diferentes a todo lo que has hecho hasta ahora —exclamó con voz ronca—, pero no pienso exponer ni uno solo —añadió con vehemencia—. Te aconsejo de todo corazón y con toda mi experiencia que no los muestres nunca al público. Jamás.
Yulia se quedó boquiabierta.
—¿Qué? ¿Por qué lo dices?
Constance parpadeó y sacudió la cabeza ligeramente.
—No lo ves, ¿verdad? No te das cuenta.
—¿Ver qué? Son desnudos. Ése de ahí no lo expondré
—dijo Yulia, señalando el que enseñaba la cara de Lena—.
Pero los demás son...
—Lésbicos. Son lésbicos.
—A ver, explícame eso —dijo Yulia—. Todo el mundo sabe que soy lesbiana.
—Sí, pero nunca lo has reflejado en tu obra.
—Lo que soy está en todo lo que hago. —la pelinegra levantó la voz.
—Pero no de un modo explícito. Estos son desnudos, son cuadros pintados por una mujer que está enamorada de otra mujer. —Constance también subió la voz para ponerse a la altura de la de Yulia.
—Hablas como si estuviera mal. Nunca lo he ocultado y no empezaré a hacerlo ahora.
—No puedo exponerlos. No quiero que etiqueten mi galería y tampoco permitiré que te etiqueten a ti.
—¡Pero todo el mundo lo sabe! —Yulia casi gritaba.
—En el mundo del arte es degradante que te etiqueten. ¡Lo sabes tan bien como yo! Una «mujer» artista, un artista «negro>>, un artista «sin hogar»... cualquier cosa menos un simple «artista» con mayúsculas. Así son las cosas y siempre han sido así.
—No puedo creer que estés hablando así. Has expuesto a los artistas más osados del país.
—Pero nunca en un contexto de gueto. Si dejo que expongas uno solo de estos cuadros, dejarás de ser Yulia Volkova, «la artista norteamericana»,
para convertirte en Yulia Volkova, «la artista lesbiana». Y a partir de ese momento dará igual lo que hagas, siempre te definirán como lesbiana.
Yulia apuntó con el dedo a Constance.
—¿Te das cuenta de lo homofóbico que es lo que dices?
—Soy realista y creo que el arte debe trascender las etiquetas.
—¿Y qué hay de las etiquetas esclarecedoras?
—¿Quieres ser otra Mapplethorpe?
—Me sentiría muy orgullosa de serlo. Y no hay nada explícito en estos cuadros. Si ves un contenido explícitamente lésbico, es porque quieres verlo.
Constance, enfadada, respiró hondo.
—Y así lo verá todo el mundo. Como has dicho, todo el mundo sabe que eres lesbiana. Si no lo fueras, estos cuadros pasarían como una exploración del cuerpo femenino, pero como ése no es el caso, son...
—Una exploración del cuerpo femenino...
—Una glorificación del amor femenino. —Constance dio una patada al suelo—. ¿No lo entiendes? Vas a perder la posición que ocupas como una de las mejores pintoras norteamericanas.
—Lo que tú temes es que la galería pierda su posición. No quieres ensuciar tus paredes con obras de lesbianas. Sólo tus sábanas.
Constance temblaba de rabia.
—Sabes que he promocionado a docenas de gays y lesbianas en mi galería.
—¡No te hagas la luchadora! Es evidente que has promocionado a los artistas que se conformaban con ser invisibles.—Señaló los cuadros—. Creo que estos son los mejores cuadros que he pintado, ¿y me estás diciendo que no los vas a exponer?
Constance respiró hondo, obviamente esforzándose por dominarse.
—¿No podemos hablar de esto después de la inauguración de Luna pintada?
—No —replicó Yulia con terquedad—. Quiero exponer esta serie. Se llama “Sí”. Para mí es muy importante.
Constance se mordió el labio inferior mientras cerraba y abría los puños.
—¿Por qué me haces esto?
—Quizá haya llegado el momento de que las dos renunciemos a ser invisibles. De que dejemos de huir de la etiqueta, y de que la utilicemos para impedir que la conviertan en un insulto.
—A veces eres tan ingenua.
Yulia contempló la expresión inflexible de Constance. Hasta ese momento, siempre había confiado en la opinión de Constance sin ponerla en duda. De pronto su enfado se desvaneció. Volvió a mirar los cuadros y se dio cuenta de cómo los veía Constance, y de cómo los vería la gente.
Eran sensuales, eróticos incluso. No exploraban el cuerpo femenino, sino que lo adoraban. Los había hecho una mujer enamorada, con deseo, en el ardor de la pasión hacia otra mujer. ¿Acaso alguien que no fuera mujer sabría que la parte inferior de la espalda era ligeramente más oscura, ligeramente más cálida que los hombros? ¿Que las caderas eran más frías y los muslos más suaves?
La ojiazul suspiró y sintió un gran cansancio.
—Tienes razón. No estoy preparada para las secuelas.
La idea de tener que crearse de nuevo una reputación era insostenible; no podía volver a empezar.
—Por fin hablas con un poco de sentido común.
—Déjame pensarlo —dijo Yulia lentamente—. Necesito pensarlo bien.
—Pero pondrás los cuadros de Luna pintada antes de que llegue el fotógrafo, ¿verdad?
Yulia asintió.
Constance salió del círculo de cuadros y se acercó a Yulia.
—Lamento haberme enfadado. A lo mejor es un tributo a tu obra. Estos cuadros serían una provocación. No sabía... no sabía que me importara tanto.
—Yo no sé lo que siento. —Miró los cuadros con tristeza—. Creía que ya había salido del armario.
Constance le acarició la mejilla.
—¿Por qué no quedamos mañana a la una en la galería?
La pelinegra asintió.
—¿Te importa si no te acompaño a la puerta?
—Claro que no.
Escuchó el ruido del motor del Thunderbird y se sentó en el suelo a mirar su obra. Cuando empezó a oscurecer, se levantó con el cuerpo rígido. Tapó los lienzos y entró en la casa a oscuras. Ojalá Sharla estuviera allí para decirle lo que tenía que hacer. Deseaba llamar a Lena, pero el poco coraje que le quedaba la abandonó por completo.
*********
Has caído muy bajo-se dijo Lena-. Tenías que haber quedado con alguien. Sólo quieres llamarla porque es sábado por la noche y no tienes nada que hacer.»
Había pasado un mes de sábados por la noche sin nada que hacer. Cuando no se esforzaba por salir y distraerse, se quedaba en casa pensando en Yulia. Cada vez odiaba más la cocina minúscula y la oscuridad de su apartamento. Por suerte tenía su trabajo, que era absorbente y gratificante, pero las noches se las pasaba rumiando.
Si esa noche no hacía algo, perdería el respeto hacia sí misma. Recordó que había acusado a Yulia de estar obsesionada con Sharla; ahora entendía un poco más la obsesión y el amor. A pesar de que la ojiazul la había
rechazado, no podía evitar tener esperanzas. Debía intentarlo una vez más.
«Analiza tus motivaciones —se dijo—. Tu madre llega a finales de la semana próxima. ¿No será que quieres presentarle a Yulia, la artista, y a Yulia, tu amante?» Castillos en el aire. ¿Por qué no podía conformarse con enseñarle a su madre los primeros proyectos que había hecho sola para un cliente que le habían asignado? Unos dibujos que hasta Angela había admirado.
«Hazlo o calla de una vez», se riñó.
Le temblaron los dedos al marcar el número. Respiró hondo dos veces y escuchó la señal de llamada. Respondió un clic y el sonido familiar de una voz grabada.
Recobró la compostura y esperó el pitido.
—Hola, Yulia, soy Lena. Eh... Lena Katina. Espero que te acuer... claro que sí. Sólo llamaba, eh... —se reprendió por parecer tan idiota—. Llamaba porque...
De pronto cogieron el auricular.
—Estoy aquí.
Lena tragó saliva y enmudeció.
—¿Sigues ahí? —preguntó Yulia.
—Sí. Eh... bueno, he pensado que... la manera en que nos despedimos... Creo que tenemos que hablar. Al menos yo lo necesito.
Hubo un largo silencio hasta que Yulia dijo:
—Yo también lo creo. ¿Quieres venir a mi casa?
—Me encantaría —aceptó Lena—. ¿Estás ocupada? Estoy tan... tampoco es urgente sólo que... Bueno, me gustaría aclarar las cosas.
—Esta noche sería fantástico.
Yulia le indicó cómo llegar a la casa. Lena se ofreció a comprar algo para cenar y garabateó las indicaciones que le dio la pelinegra de cómo llegar a un tailandés que había cerca de su casa.
Se puso algo cómodo y, mientras se dirigía al coche, se dio cuenta de que había elegido una ropa que la favorecía y que era fácil de quitar. Se quedó un rato sentada en el coche hasta que tomó una decisión: intentaría seducir a Yulia. La llevaría a la cama y haría todo lo posible para que Yulia quisiera que ella se quedara. Sabía que competía con el recuerdo de Sharla. Si tenía la más remota posibilidad de significar algo para la ojiazul, quería aprovecharla. Podía con la idea de ocupar un segundo puesto en el corazón de Yulia Volkova.
Esperaba aparentar más seguridad de la que sentía. Parte de la tensión desapareció cuando oyó los ladridos histéricos de Volky y las reprimendas de Yulia cuando abrió la puerta. Yulia cogió la comida y Volky se puso a dar vueltas alrededor de Lena hasta que ésta acabó en el suelo esquivando los saludos alegres y babosos de la perra. Ojalá Yulia le demostrara el mismo afecto, pensó.
Al final Volky la soltó y la siguió a la cocina.
Yulia sonrió y señaló el fregadero.
—Allí hay jabón.
La pelirroja se rió y se lavó la cara.
—Supongo que Volky me echó de menos —dijo mientras se secaba.
—Volky no es la única —dijo Yulia en voz baja.
A Lena el corazón le dio un salto cuando su mirada se cruzó con la de Yulia. Tembló, consciente de que su pasión no había disminuido. No se sentía tan desvalida como en la galeríade arte, tan dependiente de las indicaciones de Yulia. Pero la deseaba con la misma intensidad y ansiedad, de un modo que excluía la posibilidad de desear o amar a cualquier otra mujer.
—Me alegro de saberlo —respondió, e intentó dejar que los ojos hablaran por ella.
La pelinegra apartó la mirada y fue a buscar los platos y los cubiertos. Compartieron fideos tailandeses y satay de pollo con arroz de jazmín en la barra de la espaciosa cocina. Comieron rápidamente y hablaron poco. Lena quería ver el resto de la casa para comprobar si tenía el mismo estilo austero que la cocina, pero prefirió pasar a cosas más importantes. Podía conocer la casa en cualquier otro momento. Y estaba empeñada en ver el dormitorio antes de que acabara la noche.
Yulia ya había hecho café y salieron al jardín del fondo para disfrutar de la cálida noche.
A Lena le encantó el jardín, aunque le hacía falta un poco de cuidado. Un seto alto y dos hermosos robles le daban una sensación de intimidad. Lena advirtió que el jardín daba a una pendiente muy empinada y pensó que un muro de contención frenaría la erosión y estabilizaría el terreno. En un extremo había una construcción con una forma demasiado extraña para ser un garaje.
—¿Qué es eso?
—Mi estudio —respondió Yulia, señalando la pequeña casa. La ojiverde siguió a la ojiazul por el jardín hacia la pequeña glorieta.
—¿Estás trabajando en algo?
—Acabo de terminarlo. No sé cuándo, ni si se expondrá.
—No entró en detalles—. Me he pasado toda la tarde llevando la serie Luna pintada a una galería de San Francisco. La exposición se inaugura el viernes por la noche. Tengo que acabar de montarla antes de mañana a las dos. Para un fotógrafo.
Se sentó en un banco. Lena vaciló un momento y se sentó a horcajadas para poder mirar a Yulia.
—Qué rapidez —comentó Lena.
—En realidad la exposición no estaba planeada. Conociste a la dueña, Constance... la mujer con la que hablé en la galería, cuando nos íbamos.
—Ah —asintió Lena. Esperaba que en la oscuridad no se notara que se había sonrojado—. No me lucí mucho con ella.
—Yo no diría lo mismo —objetó Yulia, casi a desgana, en tono de broma.
A Lena le ardía la cara.
—Yulia, yo...
—No te preocupes —la interrumpió la ojiazul rápidamente—. No es necesario que digas nada.
—De acuerdo, no diré nada —dijo Lena. Dejó la taza sobre la barandilla. La ojiazul la miró sorprendida cuando le cogió la taza y la puso junto a la suya.
La pelirroja respiró hondo e intentó sacar fuerzas de su flaqueza. Su voz se convirtió en un susurro.
—Entonces deja que te lo demuestre.
Una ligera brisa agitó los robles y la luz de la luna iluminó el rostro de Yulia, Lena tembló, consciente de que nunca había hecho algo así, pero sabiendo que la forma y el contenido de todo su futuro dependía de su capacidad de transmitir lo que sentía. Tenía que conseguir que Yulia los entendiera.
Lentamente se levantó el borde del jersey y se lo quitó. El sostén tenía el broche por delante y se lo desabrochó. Quedó expuesta a la luz de la luna.
—Lena… —Yulia tragó con dificultad—, tú no quieres...
Lena le tapó los labios con los dedos.
—Sí quiero. —Se bajó del banco y se puso de rodillas. Miró a Yulia y dijo con vehemencia—: Deja que te lo demuestre.
La ojiazul separó las piernas y Lena se deslizó entre ellas, apretando los pechos desnudos contra la cintura de Yulia. Esta vez dominó los botones de la camisa de la pelinegra sin titubear y su lengua se abrió paso por la llanura del pecho de Yulia y jugueteó con los pezones endurecidos.
Sintió que las manos de Yulia le acariciaban los pechos.
Animada, prosiguió con la lenta adoración del cuerpo de la ojiazul, explorando las costillas y el estómago con la lengua y besándola hasta la cintura. Se sentía en paz consigo misma y en armonía con el cuerpo de Yulia.
Notó el aumento gradual de la temperatura en la piel de la pelinegra, al mismo tiempo que la carne de gallina que le recorría la espalda cuando le llegaba el aire fresco de la noche. Percibía los más ligeros cambios en su respiración, una especie de inicio de gemidos. La luz de la luna trazaba claroscuros en los pechos de Yulia. La boca de Lena buscó los pezones oscuros con más ímpetu, en respuesta al temblor que agitaba el cuerpo de su compañera.
Apretó la palma contra la costura de los vaqueros de Yulia, y ésta levantó las caderas buscando el calor de la mano. Lena sonrió para sus adentros, satisfecha de ver que al menos la excitaba, y atrajo hacia sí la cabeza de Yulia para darle un beso prolongado que acabó con la lengua demorándose suavemente sobre la comisura de la boca. Yulia apretó con más fuerza las caderas contra la palma de Lena.
La pelirroja se levantó y ofreció sus pechos desnudos a la boca de Yulia. De repente, mientras ésta le hacía el amor a los senos con la boca, se quitó el elástico que le sujetaba los rizos y dejó caer su cabellera sobre la cabeza y los hombros de Yulia.
La pelinegra gimió, alzó el rostro y sentó a Lena en su regazo, hundiendo la cara en la mata de pelo. Lo besó y volvió a los pechos de Lena con una ansiedad devoradora.
La pelirroja se puso de pie con dificultad.
—Enséñame tu cama —le pidió en voz baja.
Yulia la miró como si le hubiera pedido que la llevara a la luna. Sus ojos azules volvieron a posarse sobre los pechos de la pelirroja y se inclinó para besarlos.
—Vamos a la cama, Yulia—insistió Lena, apartándose. Cogió las manos de Yulia y tiró de ella para que se levantara.
La pelinegra se tambaleó y se quedó inmóvil, hasta que al fin llevó a Lena por el jardín hasta la casa. Apartó el cubrecama y le bajó a Lena febrilmente las mallas, que ésta terminó de quitarse de una patada. La tumbó de espaldas y se arrodilló para volver a besarle los pechos.
La pelirroja se estremeció de placer, disfrutando del tacto áspero de los vaqueros de Yulia sobre sus muslos. Yulia abandonó los pechos y se arrodilló entre las piernas de Lena hundiendo la boca dentro de ésta con un profundo gemido.
Lena levantó las caderas y sintió una contracción terriblemente poderosa que dio lugar a las primeras oleadas del orgasmo. Aunque no lo esperaba tan pronto, cogió la cabeza de Yulia, la abrazó y no intentó contener la marea creciente. Gimió y se dejó llevar por la ola hasta alcanzar la cresta de la pasión. Deseaba permanecer en ese estado de éxtasis para siempre y al mismo tiempo renunciaba a él para estrechar a Yulia entre sus brazos, besarla con pasión y probar su propio sabor en la boca y en la cara de Yulia. Le desabrochó los vaqueros, le bajó la cremallera y deslizó la mano en su interior.
Su cuerpo vibraba como una cuerda tensada. Con dedos temblorosos sintió la humedad palpitante de la ojiazul y la premió con las embestidas provocadoras que a ella tanto le gustaban. Yulia tenía que darse cuenta de que Lena la quería, de que disfrutaba haciéndole lo que le hacía.
Yulia respondió levantando las caderas para hacerle sitio.
—Por favor, Len, por favor.
Sentía cada espasmo de los músculos de la ojiazul que suspiró de placer. La pelirroja intentó ir lo más despacio posible. Sin embargo, su boca estaba sedienta de Yulia, e, incapaz de contenerse, dejó que su lengua buscara la deliciosa carne. Yulia gimió y se cubrió el vientre con el pelo de Lena.
Lena sólo era consciente de las sensaciones que le transmitían la lengua y los dedos: la sensualidad del cuerpo de la pelinegra, tan mojado, tan flexible y fuerte al mismo tiempo; el sabor intenso de Yulia llenándole la boca. Se entregó a la belleza de la respuesta de Yulia y al estallido de su pasión.
Al igual que cuando se encendía una radio vieja, los gemidos fueron llegando gradualmente a oídos de Lena por encima de los latidos de su corazón. Primero oyó la respiración irregular, después un sollozo ahogado.
Abrazó a Yulia y la dejó llorar preguntándose si debía estar satisfecha o preocupada. Le acarició el pelo, la consoló y esperó.
Yulia buscó algo junto a la cama hasta que encontró un Kleenex. Se sonó la nariz y murmuró:
—Lo siento.
—No te preocupes. —Lena intentó hacer una broma y rascándose la entrepierna dijo con la mayor seriedad posible— Siempre hago llorar a las mujeres.
Yulia se rió un poco.
—No me cabe la menor duda.
—Tú eres la única, y lo sabes —añadió sin
La sonrisa de Yulia se desvaneció pero Abrazó a Lena y se acurrucaron en la cama.
~Éste es el momento de decírselo —pensó la pelirroja—. Dile que la quieres.» Las palabras tomaron forma, pero Yulia se movió ligeramente y tapó a ambas con la manta.
—Duérmete —susurró la ojiazul.
Para su sorpresa, Lena se durmió
CONTINUARÁ...
UNA NUEVA OPORTUNIDAD
13
A lo lejos, Yulia oyó el teléfono que volvía a sonar, pero siguió ignorándolo. Necesitaba toda su energía para acabar los cinco lienzos en los que estaba trabajando simultáneamente.
Hoy tocaba rojo para dar profundidad y transparencia a la figura rosa clara que pintaría encima. Le espalda la estaba matando, pero siguió inclinada junto al primer lienzo, trabajando laboriosamente con un pincel grueso. Ahí iría una rodilla y la curva interna del muslo. En otro lienzo que tenía justo a la derecha, ya estaba el esbozo de la misma pierna bien torneada, pero más pequeña, coronada por unas caderas redondas, voluptuosas. Caderas que parecían capaces de moverse como las de una bailarina.
En el tercer lienzo puso más rojo en el lugar en el que iba a emerger un pecho, junto con el brazo, el hombro y el estómago de la misma mujer, una mujer que ahora podía pintar de memoria miles de veces. Unos largos rizos colgaban de la curva abierta del cuerpo.
En el cuarto lienzo, dominaba una larga línea con la forma de las mismas caderas turgentes de antes, la curva descendente hacia la cintura, y una línea ascendente de lo que serían las costillas y la delicada curva de la axila que terminaba en el hombro. Los rizos ocuparían otra vez un lugar prominente, enrollados a la altura de la cintura con la cinta desatada y un poco sueltos, para sugerir pérdida de compostura y de autocontrol. Probablemente éste iba a ser su lienzo favorito; el favorito de los que dejaría exhibir.
El quinto era de ella y sólo de ella. Había puesto su corazón en cada pincelada. Sería lo único que iba a quedarle. La cara de Lena, sus ojos, sus labios, ligeramente entreabiertos. La pelirroja diciendo sí era el consuelo de Yulia. El verde y gris de los ojos, los tonos rojos del pelo, el rosa dulce y pálido de los labios.
Al día siguiente trabajó con un gris azulado para esbozar las figuras y pintó el interior de un gris rojizo. Se dio cuenta de que había calculado la cantidad adecuada de rojo para la base, por lo que el color de la piel adquiría un matiz más cálido en las zonas adecuadas. La carne parecía transparente, con la idea de animar al espectador a concentrarse e intentar ver a través del cuadro a la mujer.
Día tras día prosiguió con los nuevos matices, cada capa daba forma al cuerpo y sugería los lugares en los que éste era más cálido. Pasó varios días trabajando sólo en los fondos, pintando blanco sobre blanco hasta que le pareció que cuando la pintura estuviera seca, podría tocar las sábanas de algodón.
Tardó casi una semana en hacer cada rizo de manera que quedaran perfectos. No escuchó los mensajes en el contestador y sólo cuando acabó, cuando los rizos colgaban de los lienzos y estos habían recibido la última capa de tapaporos, sintió que podía descansar. Al entrar en la cocina, Yulia encontró a Volky sentada junto a su plato vacío con una mirada significativa. El contestador parpadeaba frenéticamente.
Se dio el gusto de preparar bistecs para las dos, y añadió media botella de vino para ella. Escuchó los mensajes y vio que Valentina había llamado cinco veces dejando largos ruegos de que la llamara. Una televendedora pretendía que volviera a financiar la hipoteca de su casa. Los mensajes de Constance pasaban de «En realidad no me hablo contigo, pero tienes que llamarme enseguida» a <<Si no me llamas, te pondré un pleito». Maureen había llamado una vez para decirle algo sobre una función para recaudar fondos y Lena no había llamado ninguna. En fin, Yulia había prometido llamarla. Se preguntó qué estaría haciendo, a quién habría conocido.
Una vez saciado su apetito, se dedicó a cepillarle el pelo a Volky concienzudamente y la sacó a pasear por un sendero que llegaba hasta la escuela de equitación. Volky jadeaba feliz cuando regresaron a casa y se acercó ladrando a la mujer que se bajó del Thunderbird en cuanto las vio.
—¿No has recibido mis mensajes? ¿Tienes idea de lo del domingo? —Constance estaba tan agitada que se puso de puntillas—. El fotógrafo del
dominical del Chronicle va a hacer unas fotos que se publicarán a doble página, Y tú ni siquiera has empezado a instalar los cuadros!
La ojiazul se quedó paralizada y miró fijamente a Constance.
—Dios mío. Lo había olvidado por completo. Lo siento mucho…
—¡Hace días que intento hablar contigo! Podrías haberme llamado. No me importa si tienes una nueva amante, pero ha sido muy irresponsable de tu parte...
—No tengo ninguna amante. ¿De dónde has sacado...?
—Jamás permito que mis sentimientos interfieran con el trabajo y te aseguro que...
—¿Puedes callarte un momento? —exigió Yulia—. Si vamos a gritarnos, al menos podemos hacerlo en casa.
Se dio la vuelta y se dirigió a la casa, sin esperar a ver si Constance la seguía. Le ardían las mejillas y esperaba que no las hubiera visto ningún vecino.
Los tacones de Constance resonaron en el pasillo mientras se dirigía a la cocina detrás de la pelinegra. Ésta le ofreció un café y recibió una mirada gélida como respuesta.
—Lo siento, tenía que haberte llamado. Estaba trabajando y sin Sharla que me imponga un horario me olvidé de todo, hasta de comer. De todos modos, podías haber dicho para qué llamabas.
No le dijo a Constance que acababa de escuchar los mensajes.
Constance se miraba los zapatos, los tacones de dos colores que hacían que las pantorrillas parecieran todavía más largas y torneadas. Yulia se preguntó por qué no podía aceptar el placer pasajero que Constance le ofrecía.
—Lo siento mucho —repitió.
—¿Y ella dónde está? —Constance levantó la cabeza y miró a Yulia con tristeza.
—No lo sé. No la veo.
—Habría jurado que... en fin. Creo que tendría que haberte dejado un mensaje más claro —reconoció Constance—. Hace un par de días estuve a punto de venir... Estaba celosa, y envidiosa. Sé que no te ofrecí amor eterno, pero quería algo más que una historia de un solo día.
—Lamento no poder darte más.
Se produjo un largo silencio hasta que Constance volvió en sí.
—¿Has estado trabajando? Espero que hayas acabado Luna pintada.
—La acabé pocos días después de la última vez que estuviste aquí. He estado trabajando en otra cosa durante los últimos... —Miró el calendario.— Dios mío, durante el último mes. Me gustaría exponerlos junto con los demás, pero tendrían que estar en otra sala. Con esta serie, todo el mundo verá que he vuelto de verdad.
—Quiero verlos —dijo Constance, y esbozó la sonrisa típica de la Constance que Yulia conocía—. Me muero por verlos.
Yulia resopló y la llevó al taller.
Los lienzos estaban, dispuestos en círculo y brillaban porque el tapaporos todavía no se había secado. Yulia se apartó para dejar pasar a Constance y esperó su reacción. A ella le gustaban, pero la opinión de Constance era muy importante.
Constance giró lentamente y cuando llegó al último cuadro, el único en el que se veía claramente que era Lena, cerró los puños. Dio otra vuelta al círculo y después se volvió hacia Yulia con la mirada encendida.
—Son hermosos, diferentes a todo lo que has hecho hasta ahora —exclamó con voz ronca—, pero no pienso exponer ni uno solo —añadió con vehemencia—. Te aconsejo de todo corazón y con toda mi experiencia que no los muestres nunca al público. Jamás.
Yulia se quedó boquiabierta.
—¿Qué? ¿Por qué lo dices?
Constance parpadeó y sacudió la cabeza ligeramente.
—No lo ves, ¿verdad? No te das cuenta.
—¿Ver qué? Son desnudos. Ése de ahí no lo expondré
—dijo Yulia, señalando el que enseñaba la cara de Lena—.
Pero los demás son...
—Lésbicos. Son lésbicos.
—A ver, explícame eso —dijo Yulia—. Todo el mundo sabe que soy lesbiana.
—Sí, pero nunca lo has reflejado en tu obra.
—Lo que soy está en todo lo que hago. —la pelinegra levantó la voz.
—Pero no de un modo explícito. Estos son desnudos, son cuadros pintados por una mujer que está enamorada de otra mujer. —Constance también subió la voz para ponerse a la altura de la de Yulia.
—Hablas como si estuviera mal. Nunca lo he ocultado y no empezaré a hacerlo ahora.
—No puedo exponerlos. No quiero que etiqueten mi galería y tampoco permitiré que te etiqueten a ti.
—¡Pero todo el mundo lo sabe! —Yulia casi gritaba.
—En el mundo del arte es degradante que te etiqueten. ¡Lo sabes tan bien como yo! Una «mujer» artista, un artista «negro>>, un artista «sin hogar»... cualquier cosa menos un simple «artista» con mayúsculas. Así son las cosas y siempre han sido así.
—No puedo creer que estés hablando así. Has expuesto a los artistas más osados del país.
—Pero nunca en un contexto de gueto. Si dejo que expongas uno solo de estos cuadros, dejarás de ser Yulia Volkova, «la artista norteamericana»,
para convertirte en Yulia Volkova, «la artista lesbiana». Y a partir de ese momento dará igual lo que hagas, siempre te definirán como lesbiana.
Yulia apuntó con el dedo a Constance.
—¿Te das cuenta de lo homofóbico que es lo que dices?
—Soy realista y creo que el arte debe trascender las etiquetas.
—¿Y qué hay de las etiquetas esclarecedoras?
—¿Quieres ser otra Mapplethorpe?
—Me sentiría muy orgullosa de serlo. Y no hay nada explícito en estos cuadros. Si ves un contenido explícitamente lésbico, es porque quieres verlo.
Constance, enfadada, respiró hondo.
—Y así lo verá todo el mundo. Como has dicho, todo el mundo sabe que eres lesbiana. Si no lo fueras, estos cuadros pasarían como una exploración del cuerpo femenino, pero como ése no es el caso, son...
—Una exploración del cuerpo femenino...
—Una glorificación del amor femenino. —Constance dio una patada al suelo—. ¿No lo entiendes? Vas a perder la posición que ocupas como una de las mejores pintoras norteamericanas.
—Lo que tú temes es que la galería pierda su posición. No quieres ensuciar tus paredes con obras de lesbianas. Sólo tus sábanas.
Constance temblaba de rabia.
—Sabes que he promocionado a docenas de gays y lesbianas en mi galería.
—¡No te hagas la luchadora! Es evidente que has promocionado a los artistas que se conformaban con ser invisibles.—Señaló los cuadros—. Creo que estos son los mejores cuadros que he pintado, ¿y me estás diciendo que no los vas a exponer?
Constance respiró hondo, obviamente esforzándose por dominarse.
—¿No podemos hablar de esto después de la inauguración de Luna pintada?
—No —replicó Yulia con terquedad—. Quiero exponer esta serie. Se llama “Sí”. Para mí es muy importante.
Constance se mordió el labio inferior mientras cerraba y abría los puños.
—¿Por qué me haces esto?
—Quizá haya llegado el momento de que las dos renunciemos a ser invisibles. De que dejemos de huir de la etiqueta, y de que la utilicemos para impedir que la conviertan en un insulto.
—A veces eres tan ingenua.
Yulia contempló la expresión inflexible de Constance. Hasta ese momento, siempre había confiado en la opinión de Constance sin ponerla en duda. De pronto su enfado se desvaneció. Volvió a mirar los cuadros y se dio cuenta de cómo los veía Constance, y de cómo los vería la gente.
Eran sensuales, eróticos incluso. No exploraban el cuerpo femenino, sino que lo adoraban. Los había hecho una mujer enamorada, con deseo, en el ardor de la pasión hacia otra mujer. ¿Acaso alguien que no fuera mujer sabría que la parte inferior de la espalda era ligeramente más oscura, ligeramente más cálida que los hombros? ¿Que las caderas eran más frías y los muslos más suaves?
La ojiazul suspiró y sintió un gran cansancio.
—Tienes razón. No estoy preparada para las secuelas.
La idea de tener que crearse de nuevo una reputación era insostenible; no podía volver a empezar.
—Por fin hablas con un poco de sentido común.
—Déjame pensarlo —dijo Yulia lentamente—. Necesito pensarlo bien.
—Pero pondrás los cuadros de Luna pintada antes de que llegue el fotógrafo, ¿verdad?
Yulia asintió.
Constance salió del círculo de cuadros y se acercó a Yulia.
—Lamento haberme enfadado. A lo mejor es un tributo a tu obra. Estos cuadros serían una provocación. No sabía... no sabía que me importara tanto.
—Yo no sé lo que siento. —Miró los cuadros con tristeza—. Creía que ya había salido del armario.
Constance le acarició la mejilla.
—¿Por qué no quedamos mañana a la una en la galería?
La pelinegra asintió.
—¿Te importa si no te acompaño a la puerta?
—Claro que no.
Escuchó el ruido del motor del Thunderbird y se sentó en el suelo a mirar su obra. Cuando empezó a oscurecer, se levantó con el cuerpo rígido. Tapó los lienzos y entró en la casa a oscuras. Ojalá Sharla estuviera allí para decirle lo que tenía que hacer. Deseaba llamar a Lena, pero el poco coraje que le quedaba la abandonó por completo.
*********
Has caído muy bajo-se dijo Lena-. Tenías que haber quedado con alguien. Sólo quieres llamarla porque es sábado por la noche y no tienes nada que hacer.»
Había pasado un mes de sábados por la noche sin nada que hacer. Cuando no se esforzaba por salir y distraerse, se quedaba en casa pensando en Yulia. Cada vez odiaba más la cocina minúscula y la oscuridad de su apartamento. Por suerte tenía su trabajo, que era absorbente y gratificante, pero las noches se las pasaba rumiando.
Si esa noche no hacía algo, perdería el respeto hacia sí misma. Recordó que había acusado a Yulia de estar obsesionada con Sharla; ahora entendía un poco más la obsesión y el amor. A pesar de que la ojiazul la había
rechazado, no podía evitar tener esperanzas. Debía intentarlo una vez más.
«Analiza tus motivaciones —se dijo—. Tu madre llega a finales de la semana próxima. ¿No será que quieres presentarle a Yulia, la artista, y a Yulia, tu amante?» Castillos en el aire. ¿Por qué no podía conformarse con enseñarle a su madre los primeros proyectos que había hecho sola para un cliente que le habían asignado? Unos dibujos que hasta Angela había admirado.
«Hazlo o calla de una vez», se riñó.
Le temblaron los dedos al marcar el número. Respiró hondo dos veces y escuchó la señal de llamada. Respondió un clic y el sonido familiar de una voz grabada.
Recobró la compostura y esperó el pitido.
—Hola, Yulia, soy Lena. Eh... Lena Katina. Espero que te acuer... claro que sí. Sólo llamaba, eh... —se reprendió por parecer tan idiota—. Llamaba porque...
De pronto cogieron el auricular.
—Estoy aquí.
Lena tragó saliva y enmudeció.
—¿Sigues ahí? —preguntó Yulia.
—Sí. Eh... bueno, he pensado que... la manera en que nos despedimos... Creo que tenemos que hablar. Al menos yo lo necesito.
Hubo un largo silencio hasta que Yulia dijo:
—Yo también lo creo. ¿Quieres venir a mi casa?
—Me encantaría —aceptó Lena—. ¿Estás ocupada? Estoy tan... tampoco es urgente sólo que... Bueno, me gustaría aclarar las cosas.
—Esta noche sería fantástico.
Yulia le indicó cómo llegar a la casa. Lena se ofreció a comprar algo para cenar y garabateó las indicaciones que le dio la pelinegra de cómo llegar a un tailandés que había cerca de su casa.
Se puso algo cómodo y, mientras se dirigía al coche, se dio cuenta de que había elegido una ropa que la favorecía y que era fácil de quitar. Se quedó un rato sentada en el coche hasta que tomó una decisión: intentaría seducir a Yulia. La llevaría a la cama y haría todo lo posible para que Yulia quisiera que ella se quedara. Sabía que competía con el recuerdo de Sharla. Si tenía la más remota posibilidad de significar algo para la ojiazul, quería aprovecharla. Podía con la idea de ocupar un segundo puesto en el corazón de Yulia Volkova.
Esperaba aparentar más seguridad de la que sentía. Parte de la tensión desapareció cuando oyó los ladridos histéricos de Volky y las reprimendas de Yulia cuando abrió la puerta. Yulia cogió la comida y Volky se puso a dar vueltas alrededor de Lena hasta que ésta acabó en el suelo esquivando los saludos alegres y babosos de la perra. Ojalá Yulia le demostrara el mismo afecto, pensó.
Al final Volky la soltó y la siguió a la cocina.
Yulia sonrió y señaló el fregadero.
—Allí hay jabón.
La pelirroja se rió y se lavó la cara.
—Supongo que Volky me echó de menos —dijo mientras se secaba.
—Volky no es la única —dijo Yulia en voz baja.
A Lena el corazón le dio un salto cuando su mirada se cruzó con la de Yulia. Tembló, consciente de que su pasión no había disminuido. No se sentía tan desvalida como en la galeríade arte, tan dependiente de las indicaciones de Yulia. Pero la deseaba con la misma intensidad y ansiedad, de un modo que excluía la posibilidad de desear o amar a cualquier otra mujer.
—Me alegro de saberlo —respondió, e intentó dejar que los ojos hablaran por ella.
La pelinegra apartó la mirada y fue a buscar los platos y los cubiertos. Compartieron fideos tailandeses y satay de pollo con arroz de jazmín en la barra de la espaciosa cocina. Comieron rápidamente y hablaron poco. Lena quería ver el resto de la casa para comprobar si tenía el mismo estilo austero que la cocina, pero prefirió pasar a cosas más importantes. Podía conocer la casa en cualquier otro momento. Y estaba empeñada en ver el dormitorio antes de que acabara la noche.
Yulia ya había hecho café y salieron al jardín del fondo para disfrutar de la cálida noche.
A Lena le encantó el jardín, aunque le hacía falta un poco de cuidado. Un seto alto y dos hermosos robles le daban una sensación de intimidad. Lena advirtió que el jardín daba a una pendiente muy empinada y pensó que un muro de contención frenaría la erosión y estabilizaría el terreno. En un extremo había una construcción con una forma demasiado extraña para ser un garaje.
—¿Qué es eso?
—Mi estudio —respondió Yulia, señalando la pequeña casa. La ojiverde siguió a la ojiazul por el jardín hacia la pequeña glorieta.
—¿Estás trabajando en algo?
—Acabo de terminarlo. No sé cuándo, ni si se expondrá.
—No entró en detalles—. Me he pasado toda la tarde llevando la serie Luna pintada a una galería de San Francisco. La exposición se inaugura el viernes por la noche. Tengo que acabar de montarla antes de mañana a las dos. Para un fotógrafo.
Se sentó en un banco. Lena vaciló un momento y se sentó a horcajadas para poder mirar a Yulia.
—Qué rapidez —comentó Lena.
—En realidad la exposición no estaba planeada. Conociste a la dueña, Constance... la mujer con la que hablé en la galería, cuando nos íbamos.
—Ah —asintió Lena. Esperaba que en la oscuridad no se notara que se había sonrojado—. No me lucí mucho con ella.
—Yo no diría lo mismo —objetó Yulia, casi a desgana, en tono de broma.
A Lena le ardía la cara.
—Yulia, yo...
—No te preocupes —la interrumpió la ojiazul rápidamente—. No es necesario que digas nada.
—De acuerdo, no diré nada —dijo Lena. Dejó la taza sobre la barandilla. La ojiazul la miró sorprendida cuando le cogió la taza y la puso junto a la suya.
La pelirroja respiró hondo e intentó sacar fuerzas de su flaqueza. Su voz se convirtió en un susurro.
—Entonces deja que te lo demuestre.
Una ligera brisa agitó los robles y la luz de la luna iluminó el rostro de Yulia, Lena tembló, consciente de que nunca había hecho algo así, pero sabiendo que la forma y el contenido de todo su futuro dependía de su capacidad de transmitir lo que sentía. Tenía que conseguir que Yulia los entendiera.
Lentamente se levantó el borde del jersey y se lo quitó. El sostén tenía el broche por delante y se lo desabrochó. Quedó expuesta a la luz de la luna.
—Lena… —Yulia tragó con dificultad—, tú no quieres...
Lena le tapó los labios con los dedos.
—Sí quiero. —Se bajó del banco y se puso de rodillas. Miró a Yulia y dijo con vehemencia—: Deja que te lo demuestre.
La ojiazul separó las piernas y Lena se deslizó entre ellas, apretando los pechos desnudos contra la cintura de Yulia. Esta vez dominó los botones de la camisa de la pelinegra sin titubear y su lengua se abrió paso por la llanura del pecho de Yulia y jugueteó con los pezones endurecidos.
Sintió que las manos de Yulia le acariciaban los pechos.
Animada, prosiguió con la lenta adoración del cuerpo de la ojiazul, explorando las costillas y el estómago con la lengua y besándola hasta la cintura. Se sentía en paz consigo misma y en armonía con el cuerpo de Yulia.
Notó el aumento gradual de la temperatura en la piel de la pelinegra, al mismo tiempo que la carne de gallina que le recorría la espalda cuando le llegaba el aire fresco de la noche. Percibía los más ligeros cambios en su respiración, una especie de inicio de gemidos. La luz de la luna trazaba claroscuros en los pechos de Yulia. La boca de Lena buscó los pezones oscuros con más ímpetu, en respuesta al temblor que agitaba el cuerpo de su compañera.
Apretó la palma contra la costura de los vaqueros de Yulia, y ésta levantó las caderas buscando el calor de la mano. Lena sonrió para sus adentros, satisfecha de ver que al menos la excitaba, y atrajo hacia sí la cabeza de Yulia para darle un beso prolongado que acabó con la lengua demorándose suavemente sobre la comisura de la boca. Yulia apretó con más fuerza las caderas contra la palma de Lena.
La pelirroja se levantó y ofreció sus pechos desnudos a la boca de Yulia. De repente, mientras ésta le hacía el amor a los senos con la boca, se quitó el elástico que le sujetaba los rizos y dejó caer su cabellera sobre la cabeza y los hombros de Yulia.
La pelinegra gimió, alzó el rostro y sentó a Lena en su regazo, hundiendo la cara en la mata de pelo. Lo besó y volvió a los pechos de Lena con una ansiedad devoradora.
La pelirroja se puso de pie con dificultad.
—Enséñame tu cama —le pidió en voz baja.
Yulia la miró como si le hubiera pedido que la llevara a la luna. Sus ojos azules volvieron a posarse sobre los pechos de la pelirroja y se inclinó para besarlos.
—Vamos a la cama, Yulia—insistió Lena, apartándose. Cogió las manos de Yulia y tiró de ella para que se levantara.
La pelinegra se tambaleó y se quedó inmóvil, hasta que al fin llevó a Lena por el jardín hasta la casa. Apartó el cubrecama y le bajó a Lena febrilmente las mallas, que ésta terminó de quitarse de una patada. La tumbó de espaldas y se arrodilló para volver a besarle los pechos.
La pelirroja se estremeció de placer, disfrutando del tacto áspero de los vaqueros de Yulia sobre sus muslos. Yulia abandonó los pechos y se arrodilló entre las piernas de Lena hundiendo la boca dentro de ésta con un profundo gemido.
Lena levantó las caderas y sintió una contracción terriblemente poderosa que dio lugar a las primeras oleadas del orgasmo. Aunque no lo esperaba tan pronto, cogió la cabeza de Yulia, la abrazó y no intentó contener la marea creciente. Gimió y se dejó llevar por la ola hasta alcanzar la cresta de la pasión. Deseaba permanecer en ese estado de éxtasis para siempre y al mismo tiempo renunciaba a él para estrechar a Yulia entre sus brazos, besarla con pasión y probar su propio sabor en la boca y en la cara de Yulia. Le desabrochó los vaqueros, le bajó la cremallera y deslizó la mano en su interior.
Su cuerpo vibraba como una cuerda tensada. Con dedos temblorosos sintió la humedad palpitante de la ojiazul y la premió con las embestidas provocadoras que a ella tanto le gustaban. Yulia tenía que darse cuenta de que Lena la quería, de que disfrutaba haciéndole lo que le hacía.
Yulia respondió levantando las caderas para hacerle sitio.
—Por favor, Len, por favor.
Sentía cada espasmo de los músculos de la ojiazul que suspiró de placer. La pelirroja intentó ir lo más despacio posible. Sin embargo, su boca estaba sedienta de Yulia, e, incapaz de contenerse, dejó que su lengua buscara la deliciosa carne. Yulia gimió y se cubrió el vientre con el pelo de Lena.
Lena sólo era consciente de las sensaciones que le transmitían la lengua y los dedos: la sensualidad del cuerpo de la pelinegra, tan mojado, tan flexible y fuerte al mismo tiempo; el sabor intenso de Yulia llenándole la boca. Se entregó a la belleza de la respuesta de Yulia y al estallido de su pasión.
Al igual que cuando se encendía una radio vieja, los gemidos fueron llegando gradualmente a oídos de Lena por encima de los latidos de su corazón. Primero oyó la respiración irregular, después un sollozo ahogado.
Abrazó a Yulia y la dejó llorar preguntándose si debía estar satisfecha o preocupada. Le acarició el pelo, la consoló y esperó.
Yulia buscó algo junto a la cama hasta que encontró un Kleenex. Se sonó la nariz y murmuró:
—Lo siento.
—No te preocupes. —Lena intentó hacer una broma y rascándose la entrepierna dijo con la mayor seriedad posible— Siempre hago llorar a las mujeres.
Yulia se rió un poco.
—No me cabe la menor duda.
—Tú eres la única, y lo sabes —añadió sin
La sonrisa de Yulia se desvaneció pero Abrazó a Lena y se acurrucaron en la cama.
~Éste es el momento de decírselo —pensó la pelirroja—. Dile que la quieres.» Las palabras tomaron forma, pero Yulia se movió ligeramente y tapó a ambas con la manta.
—Duérmete —susurró la ojiazul.
Para su sorpresa, Lena se durmió
CONTINUARÁ...
Lesdrumm- Admin
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Re: UNA NUEVA OPORTUNIDAD
Diosssssss que emoción, que bueno estuvo .. Contiiiiiii
Aleinads- Mensajes : 519
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Re: UNA NUEVA OPORTUNIDAD
UNA NUEVA OPORTUNIDAD
Capítulo 14
Yulia se despertó al oír una voz y el ladrido de Volky.
—Ya sabes que no te gusta el zumo de naranja, lo sabes muy bien.
Era Lena, sonrió al recordar la cabaña. Se oía el canto de los pájaros y el sol se filtraba por las cortinas. Parecía un día hermoso.
Fue al cuarto de baño y después a la cocina envuelta en su albornoz. Observó a Lena durante un momento: la luz del sol le cubría los hombros, los rizos parecían vidrio de obsidiana. Llevaba una camiseta de Yulia del Centro Nacional de Derechos de las Lesbianas y nada más.
La pelirroja le sonrió.
—Te has puesto colorada —le dijo.
—No, no es verdad —contestó Yulia débilmente—. Tengo calor.
Lena se rió y, para alivio de Yulia, no insistió.
—¿Sabes que no tienes nada para comer? Volky está muy disgustada con la situación alimenticia general.
Volky golpeó enérgicamente el suelo con la cola, sin hacer caso de la mirada iracunda de Yulia.
—Me muero de hambre —dijo Lena, metiendo la cabeza en la nevera—. ¡Ah! Bueno, algo es algo. —Sacó un paquete de zanahorias peladas.
Comieron felices en silencio, compartiendo el zumo de naranja, hasta que la pelinegra se dio cuenta de que se estaban sonriendo la una a la otra como un par de idiotas.
—En cuanto a anoche... —dijo Yulia, y se calló.
—¿Qué pasa?
Yulia se dio cuenta de que volvía a sonrojarse.
—No sé qué decir.
Lena frunció los labios con una sonrisita.
—Pues yo sí. Para empezar fue fantástico.
—Sí, bueno, supongo que se podría definir así.
Yulia se quedó mirando la zanahoria fijamente.
—Yul, mírame.
Yulia obedeció y vio el pelo rizado rojizo, la piel blanca traslúcida e intentó ver a la mujer que había debajo.
—Volvamos a la cama —dijo Lena en voz baja—. Tengo muchas ganas.
—Tengo que darle de comer a Volky —contestó Yulia.
—Pues hazlo —dijo Lena riéndose.
Yulia se movió por la cocina, observada por dos pares de ojos, ambos igual de hambrientos. Volky se concentró en el plato en cuanto éste tocó el suelo; pero la mirada de Lena siguió fija en ella. Se lavó las manos, pasó un trapo por el fregadero, se secó las manos, limpió la encimera y al final se puso a retorcer el trapo hasta hacer un nudo. Sabía lo que quería. Lo deseaba tanto que era incapaz de expresarlo.
Los labios de Lena le rozaron la nuca. La respuesta de su cuerpo fue inmediata e inquietante. Sintió un sudor frío y le temblaron las rodillas, Las manos de La pelirroja la cogieron con suavidad por la cintura y la punta de su lengua le cosquilleó una oreja. A la ojiazul se le cortó la respiración y Lena le abrió el albornoz y le acarició los pechos con ternura.
—Te apetece, ¿verdad? —La voz de Lena era una súplica, a pesar de que Yulia, cuando sintió ese dolor en los pechos, pensó que la respuesta era obvia—. Di que sí. —A Lena le temblaba la voz—. Por favor, di que sí.
Como respuesta, Yulia se volvió para besarla. Cerró los ojos y se sintió como si se estuviera deslizando por un gran tobogán acuático hacia un volcán.
Las manos de Lena al fin soltaron a Yulia el tiempo suficiente para que tomara aliento. Agotada, se desperezó en la cama.
—Para ser una principiante —dijo-—-, sabes muy bien por dónde vas.
La pelirroja respondió con una sonrisa de satisfacción.
—¿Cómo lo sabes?
Lena enarcó las cejas y se volvió.
—¿Cómo sé qué?
—Lo que quiero. Si ni yo lo sé.
La expresión de Lena se había vuelto claramente petulante.
—Me lo dice tu cuerpo. —Volvió a sonreír de oreja a oreja.
Yulia intentaba recordar por qué había querido darle libertad a Lena y ninguna de las razones tenía sentido. No quería que la pelirroja encontrara a otra persona; quería estar siempre con ella.
La pelinegra la miró. <<El amor... —pensó—. Estoy enamorada... de esta mujer, y si ella no quiere estar conmigo, ya no tendré otra oportunidad.» No sabía qué decir ni qué hacer. Estaba un poco aturdida. Tampoco quería espantar a Lena.
—Tengo que estar en el centro a las dos —le explicó Yulia—. El fotógrafo.
—En ese caso todavía nos sobra tiempo —contestó Lena. Sin abrir los ojos pasó las yemas de los dedos por las costillas de Yulia.
—Ah, ni se te ocurra —protestó Yulia, apartando la mano—. No podría, otra vez no.
Lena sonrió.
—Eso lo que dijiste la última vez.
—Esta vez estoy segura —insistió Yulia—. Además, me muero de hambre. Vamos a comer.
Lena se echó a un lado y se apoyó en un codo. Es una Venus, pensó Yulia. Una Venus por la que iría hasta Milos. Era realmente impresionante.
—¿De qué te ríes? —la pelirroja arqueó una ceja.
Yulia sacudió la cabeza.
—Podemos duchamos juntas si me prometes que no harás trampa.
Tenía que poner un poco de distancia. La cabeza le daba vueltas y no confiaba en sus instintos.
Lena se lo prometió con falsa sinceridad mientras cruzaba los dedos, pero al cabo de media hora las dos estaban vestidas y salían por la puerta. Lena siguió a Yulia a un restaurante de San Leandro especializado en desayunos ingleses. Comieron con apetito y hablaron de todo menos de cuándo volverían a verse.
**********
«¿Por qué no me pide que la acompañe a la galería? —se preguntó Lena—. ¿Por qué no me pregunta cuándo volveremos a vernos?»
Llegó la cuenta y Yulia la cogió.
—Tú pagaste la cena, ¿recuerdas? Enseguida vuelvo.
Lena observó a Yulia caminar hasta la caja. Parecía tan segura de sí misma. No sabía si había conseguido hacer mella en su vida. ¿Yulia la echaría de menos aquella noche? A lo mejor no sabía que Lena quería seguir con ella. ¿Qué más podía haber hecho?
Podía haberle dicho <<te amo». El mayor riesgo. «Dilo», se dijo. Pero no podía porque sabía la respuesta: Sharla. ¿Para qué pedir? ¿para qué esperar algo imposible?
Se había dicho a sí misma que se contentaría con ser la segunda y se preguntó cuántas veces se había mentido.
Yulia regresó y dejó la propina en la mesa.
—¿Lista?
Lena la siguió hasta el aparcamiento y se apoyó en la camioneta.
—¿Cuándo saldrá el dominical?
—La semana que viene, para que coincida con la inauguración. Parece que el texto ya está listo. La imprenta está esperando las fotos ahora mismo, mientras hablamos.
—Bueno, no te retendré —dijo Lena. Se tragó el nudo que tenía en la garganta, su orgullo, seguramente, y añadió— ¿Cuándo volveré a verte?
—¿Cuándo quieres que nos veamos? —contestó la ojiazul tras una pausa.
«Esta noche —pensó Lena—. Mañana por la mañana. Todas las noches.»
—No sé cómo se hacen estas cosas entre lesbianas—respondió procurando aparentar indiferencia.
—Eres libre de hacer lo que te apetezca —dijo Yulia. Tenía la mirada baja, ocultando la expresión.
La pelirroja suspiró. Era evidente que Yulia no quería verla, que no deseaba a Lena en su vida.
—Me parece bien —repuso con un ataque de rabia—. Necesito mucho espacio. Tantas mujeres y tan poco tiempo...
—Comprendo —asintió Yulia.
—Bueno —dijo Lena parpadeando—, te espera el fotógrafo. Tengo muchas ganas de ver la exposición.
—Entonces a lo mejor te veo allí.
Lena no se atrevió a hablar. Hizo ver que se marchaba rápidamente como si también tuviera algo importante que hacer. Se pasó el resto del día dando portazos a los armarios y preguntándose que tenía en lugar de un cerebro.
*********
Yulia observó a Lena marcharse en el coche y dijo al espejo retrovisor:
—En fin, las cosas no han salido como esperaba.
Ahora, por supuesto, no tenía ningún problema con las cuerdas vocales, pero unos minutos antes no le funcionaban, y el cerebro tampoco.
Aquel instante junto a la camioneta había sido como si hubiera estado al borde de un precipicio sabiendo que la mejor parte de su vida estaba en el fondo. Lo único que tenía que hacer era dejarse caer. ¿Por qué no le dijo que podía pasar por su casa cuando terminara con el fotógrafo? ¿Por qué no le dijo que estaba enamorada de ella?
A Sharla le había resultado muy fácil decirle que la quería... con ella nunca había tenido problemas con las palabras. Cuando se hicieron novias, la amistad ya había allanado el terreno para facilitar la comunicación. Con Lena había tenido varias oportunidades de hacerlo, pero al final siempre lo jodía. Se sentía incapaz de pronunciar esas palabras porque no sabía si Lena deseaba oírlas o creerlas.
Volvió a casa lo más rápido que pudo y fue directamente al estudio. Metió con cuidado los cuatro lienzos de la serie Sí en la camioneta.
Una vez en la autopista se justificó a sí misma. No quería empezar de nuevo a labrarse una reputación como artista. Pero esos cuadros eran los mejores que había hecho. No le gustaba levantar polémicas, pero la buena pintura abría la mente de la gente. No quería exponer los cuadros sin que Lena los viera antes, pero al mismo tiempo creía que la única manera de demostrarle lo que sentía era
diciéndoselo al mundo. Se preguntó cómo reaccionaría la pelirroja. Era más que evidente que le gustaba acostarse con ella, pero ¿y si no quería nada más?
Todo era muy complicado. Sensiblero, incoherente, gris.
Llegó a la galería temprano. Constance todavía no había llegado. Cuando terminó de entrar el último lienzo, oyó los rápidos pasos de Constance detrás de ella. Yulia se volvió para mirarla; estaba asustada y desafiante como una adolescente a la que pillan volviendo a casa más tarde de lo permitido.
—Estás loca —exclamó Constance.
—Sí, creo tienes razón. Pero debo hacerlo.
—¿Por qué? ¿Por qué ahora? —Constance se acercó bajando la voz.
—Porque sí... Porque quiero volver a empezar. Porque ya no soy la que era, ni siquiera la que era cuando hice Luna pintada. He cambiado de la noche a la mañana. Me he vuelto a enamorar.
—Querida, no lo entiendo.
—Creo que... tenías razón cuando dijiste que en mi obra no había un contenido lésbico. Estaba fuera del armario, pero no del todo. —Se mordió el labio inferior—. Estoy enamorada. No creo que ella me corresponda, pero no sé de qué otra manera se lo puedo demostrar. Y necesito demostrármelo a mí misma. Tengo miedo.., tengo miedo de que si escondo esta obra me olvide de que puedo amar a alguien de nuevo. Y vuelva a la montaña y me esconda... —Se ahogó y Constance le pasó el brazo por los hombros.
—Estás chiflada, pero por eso te quiero.
—No puedo seguir escondiéndome, quiero volver a salir a la luz. Donde Lena pueda verme, donde Sharla querría verme. Así que...
—Estás cogiendo al toro por los cuernos y pidiéndole a gritos al mundo que te vea bien, completamente, entera. ¡En mi galería! —Le dio un apretón y la soltó—. Vaya.
***********
Lena se detuvo en el umbral de la puerta y su mirada se cruzó con la de su madre. La saludó con la mano y Inessa le guiñó el ojo. Hablaba con un hombre de voz chillona y tos de fumador que no parecía tener muchas ganas de dejarla. La pelirroja decidió esperar unos minutos antes de rescatar a su madre ella no lograba zafarse de él. Inessa debía de estar cansa había llegado esa misma tarde y había ido directamente museo.
Lea aprovechó los minutos libres para volver a mirar obra de su madre. La había visto por última vez en Londres donde se había reunido con sus padres para la inauguración. Se quedó en el fondo de la sala y observó a la gente que si arremolinaba alrededor de la escultura, frotándose las mano! como si estuviera junto a un fuego. En efecto, Las tejedoras era una obra cálida, atractiva, reconfortante. Las tres figuras habrían podido ser la abuela de cualquier persona. De la yema de sus dedos caían hebras multicolores. Lena admiró la exacitud con la que su madre había medido la caída del hilo esculpirlo.
El hombre seguía hablando, así que Lena cruzó la sala dijo en tono preocupado:
—¿No llegaremos tarde?
—Ah, ¿vais a la inauguración de la Reardon? Nunca me las pierdo. —preguntó el hombre.
—No creo —contestó Inessa.
—Es una de las galerías de arte más importantes del país. Esta noche se inaugura una exposición. Estoy seguro de que no tendréis ningún problema para entrar.
—A lo mejor vamos —intervino Lena—, pero ahora mismo llegamos tarde a una cena.
El hombre de voz chillona por fin se alejó y Inessa le dio a su hija un abrazo prolongado.
—Me alegro tanto de verte. Toma, este abrazo es de parte de tu padre. Me ha exigido un informe completo sobre el estado de tu felicidad. Te sienta bien el color turquesa. —Se separó de Lena y le observó la cara—. Y lo que exijo yo es cenar. ¿Adónde vamos?
La pelirroja se rió.
—A Nob Hill. Es un lugar tranquilo y podremos charlar todo el tiempo que queramos.
—Empezaremos por tu vida amorosa. Estás preocupada.
Lena frunció la nariz.
—No es justo que siempre me adivines el pensamiento.
—Es el privilegio de ser madre.
Se marcharon de la galería cogidas del brazo, después de ser interceptadas por galeristas, estudiantes de arte, el comisario de la exposición y un ayudante del alcalde. Este les dio entradas para la inauguración de la Reardon y dijo que quería una artista de talla internacional como Inessa Katina supiera que San Francisco era caldo de cultivo de nuevos valores.
—Parece que va ir todo el mundo —comentó Inessa cuando se metieron en el taxi.
Lena dio la vuelta a las entradas y leyó el nombre de la galería. No puede ser, pensó, el mundo no es tan pequeño. Pero Yulia le había dicho que su exposición se inauguraba esa misma noche, en la galería <<de Constance». Y la gran inauguración iba a celebrarse en la galería Constance Reardon.
—Quizá deberíamos ir —sugirió Lena—. Pero antes te pondré al corriente de mi vida amorosa. Tiene algo que ver.
Mason era un restaurante elegante y tranquilo, y servía un suflé de chocolate de morirse recomendado por Angela.
Durante el aperitivo y mientras comían la especialidad de la casa, solomillo de ternera, Lena contó a su madre toda la historia. Le costó explicarle el final; las razones por las que de pronto se apartó de Yulia y después volvió a seducirla le parecieron poco sólidas y las pruebas de que Yulia no se había recuperado de Sharla, poco convincentes.
—Tengo la impresión de que huyes de la verdad.
—No huyo de nada. —La pelirroja se quedó mirando la punta del tenedor.
—Pero tú crees que mereces que te amen, ¿verdad?
—Claro que sí, ¿por qué no lo voy a merecer?
—He estado leyendo alguna cosa. —Su madre bebió agua sin mirar a Lena—. Los investigadores sugieren que algunos... homosexuales sabotean sus relaciones inconscientemente. Creen que no merecen ser felices porque viven en pecado.
—Qué absurdo —exclamó Lena—. Yo no..es ridículo.
—Tenía que preguntártelo. No te has comportando de una manera muy lógica.
—Pero mamá —objetó Lena—, estoy segura de que sé lo que quiere Yulia. Ella no me ha dicho absolutamente nada. E intenté darle la oportunidad de decirme si quería volver a verme. —Soltó el tenedor y miró acongojada a su madre—. Y, bueno, ahora ya no puedo decirle lo que siento porque es inútil. Sólo conseguiría que se sintiera culpable y dejaría de verme por mi bien. Bueno, para el caso ahora tampoco nos vemos, pero ya me entiendes.
Su madre entornó los ojos y se comió el último bocado de solomillo. -
—Si tú lo dices, cariño. Pero acabarás diciéndoselo, te conozco.
—Es posible, pero para entonces a lo mejor ella me quiere aunque sólo sea un poco. A lo mejor quiere que nos veamos de vez en cuando.
Ladeó la cabeza. «No, pensó, no puedo vivir así. No puedo fundar la familia que quiero en esos términos.»
—Petite chérie —dijo su madre en tono de admonición.
Lena asintió y dobló la servilleta.
—Retiro lo dicho. No podía vivir de las sobras. —Suspiró, miró un momento el techo, y, cuando volvió a mirar a su madre, sonrió con amargura—. No te olvides de decirle a papá que estoy enamorada y que soy inmensamente feliz —añadió.
La camarera se acercó para llevarse los platos y preguntar si querían algo de postre.
—Mi hija y yo queremos un suflé de chocolate con doble ración de nata.
Lena se rió.
—El chocolate lo cura todo, ¿verdad?
—Y te dará la energía necesaria para entrar en esa galería. Para saludar y decir que todo es muy bonito y hacer ver que no estás enamorada... para eso necesitarás una buena dosis de chocolate. —Su madre inclinó la cabeza en actitud filosófica—. Bon appetit.
*********
—Que alguien coja un hacha y me parta por la mitad —le murmuró Yulia a Constance, que le lanzó una mirada del estilo «ya te lo dije» mientras la ojiazul seguía caminando. Se había pasado casi toda la noche yendo de un lado a otro por las dos salas. Acababa de hablar con un crítico sobre Luna pintada, cuando varios VIPs le pidieron hablar con ella sobre Sí Para gran satisfacción de Constance, ya se habían vendido tres lienzos de Luna pintada y uno de la serie “Sí”.
Al responder al crítico de Los Angeles Times, dijo que no, que no creía que “Sí” fuera un indicio de su futuro trabajo, como tampoco lo era Luna pintada. Le repitió lo mismo al periodista de The Advocate. Una breve
mirada a su historial revelaría que raramente se basaba en una serie anterior para hacer la siguiente.
Maureen y Valentina habían estado fantásticas; la besaron, la abrazaron y alabaron con sinceridad y sencillez. Se habían mezclado entre la gente cuando Associated Press le pidió su opinión, como artista lesbiana, sobre la censura.
Las preguntas parecían no acabar nunca. Sí, estaba contenta con las dos series. Sí, era lesbiana. Sí, se había basado en una modelo real. No, no iba a decir quién era. No, no se consideraba una militante gay. Sí, creía en los derechos civiles de los gays y las lesbianas. Sí, se consideraba feminista. Sí, suponía que si Luna pintada era un canto al invierno —lo que tampoco sabía si era cierto—, “Sí” era un canto a las mujeres.
Varias veces quiso decir: «Qué pregunta tan estúpida», y «¿Por qué antes nunca me preguntaban por mi sexualidad?» y «¿Cuándo me va por preguntar por mi trabajo, y no por mi lesbianismo?»
Constance tenía razón. Tenía toda la razón del mundo.
—Querida, acaba de llegar Inessa Katina. —El susurro de Constance estaba cargado de excitación—. Está mirando Pinos de luna. Se nota que le gusta, que le gusta mucho.
Yulia se sintió como si Constance le acabara de tirar un jarro de agua fría.
—¿Ha venido sola?
Constance frunció el ceño.
—Está con Lena.
—¿Y le gusta? ¿Estás segura?
—Compruébalo tú misma —contestó Constance—. Vamos, mujer, demuestra que tienes temple.
Yulia asomó la cabeza por la puerta que separaba la sala de Luna pintada de la de “Sí”. El rostro de Lena, con ese delicado color blanco porcelana y las pecas adornándolo, reflejaba entusiasmo mientras señalaba los lienzos. Una mujer de pelo cano la escuchaba a su lado. «Ésa debe de ser Inessa», pensó.
Un crítico de arte las abordó, pero al cabo de un minuto Inessa cogió a Lena del brazo y se acercaron al último lienzo. Iban a ver “Sí” en cualquier momento.
**********
—Lo recuerdo todo tan claramente —dijo Lena—. Te habría encantado el polvo de nieve. Y la tranquilidad.
El hombre que estaba a su lado se aclaró la garganta.
—¿Dirían ustedes que esto es una metáfora del invierno?
Lena lo miró con el ceño fruncido. Era un pesado; iba con un atuendo grunge-beatnik que quedaba ridículo en un hombre de más de cincuenta años.
—Es dificil que sea una metáfora cuando el tema es tan obvio —respondió su madre secamente.
—A lo mejor es una metáfora meteorológica —dijo Lena abriendo los ojos con expresión inocente.
Su madre se sacudió aguantándose la risa.
—Ah, comprendo lo que dice —comentó el hombre—. Me interesa mucho conocer su opinión sobre la otra serie.
La pelirroja se lo quedó mirando sin entender.
—En la sala de al lado. Es muy diferente. Cuesta creer que la haya hecho la misma artista. Cuando uno ve esta serie, jamás sospecharía... bueno, como ya he dicho, me interesa su reacción.
Lena buscó subrepticiamente a Yulia mientras seguía a su madre a la otra sala. En ésta los cuadros estaban dispuestos de tal modo que debían contemplarse individualmente.
Inessa se paró en seco delante del primero. Lena cerró un momento los ojos y volvió a mirarlo. Como dijo su madre, era sorprendente. El ángulo de la rodilla junto a la turgencia del muslo, la línea curva de la cadera. Era sensual. Al principio no entendió por qué, hasta que al final lo vio. Era el ángulo; hasta hacía poco Lena no se habría dado cuenta. El cuadro captaba lo que vería una persona si estuviera mirando el cuerpo de una mujer desde abajo, con la mejilla a pocos centímetros del estómago. Había visto a Yulia desde ese ángulo. Sus dedos habían provocado a Yulia. Las caderas de la Yulia se habían movido...
Las mejillas se le encendieron con el recuerdo y el corazón le empezó a palpitar con fuerza. Yulia había captado un momento de intimidad absoluta sin mostrar ninguna parte del cuerpo de un modo explícito, y sin embargo, la mujer irradiaba sexo. Era evidente que la obra había sido creada con pasión.
Al contemplar el cuadro, Lena entendió mejor por qué Yulia seguía pensando en Sharla. Hasta entonces, Sharla tan sólo había sido una imagen vaga en su mente.
—Me muero de ganas de ver el resto —dijo su madre.
Lena tenía miedo de ver el siguiente cuadro; el corazón se iba rompiendo lentamente.
Al llegar al tercer lienzo, Lena soltó un grito ahogado y retrocedió unos pasos, atónita al ver los rizos rojizos en la tela. Su madre miró el cuadro, después el pelo de Lena y otra vez el cuadro.
Lena saltó de un estado emocional a otro; estaba tan estupefacta que no sabía cómo reaccionar. Ese movimiento sensual del hombro y de las
costillas y ese codo tan delicado; ¡no podía ser que Yulia la viera de ese modo! Ella no era así. Por lo tanto...
El hombre, que había estado pisándoles los talones, dijo:
—Usted no será por casualidad la modelo, ¿verdad?
Yulia oyó la pregunta y gruñó para sus adentros. ¡Cómo no lo había pensado! Todo el mundo iba a ver el pelo rizado rojo de Lena y saber que era la modelo. Lena estaba colorada y Inessa parecía a punto de matar a alguien. Se encontró con Constance y le dijo:
—Yo me marcho.
—No puedes —dijo Constance entre dientes.
—Si me quedo se armará un escándalo y me parece que no es eso lo que quieres.
Sin esperar la respuesta de Connie, Yulia se marchó de la sala. Creyó que iba a demostrarle a Lena lo mucho que la quería, y, en cambio, le había dado sobrados motivos para que la odiara.
Lena tragó ruidosamente y decidió hacer caso omiso de la pregunta. Avanzó para ver el último cuadro. La gente le hacía sitio y la observaba. Todo el mundo sabía que era ella. Todos sabían —o tenían motivos para sospechar— que había tenido una aventura con Yulia Volkova.
Todos sabían que era lesbiana. De pronto, recordó la lápida de Sharla, la palabra pecadora, y se sintió desnuda. Observó el último lienzo: el pelo rizado desarreglado, el pecho, el hombro.
Cerró los puños y la vergüenza estalló hasta convertirse en rabia. Buscaría a Yulia Volkova y... cuando acabara no quedaría nada.
Lena se dio media vuelta y abandonó la sala.
—Petite chérie —gritó su madre. La pelirroja se detuvo y esperó a su madre—. ¿Qué significa esto?
—No lo sé —contestó Lena—. No puedo... necesito tiempo. —Estaba tan enfadada que creyó que iba a romper a llorar.
—Puedo volver sola al hotel —dijo su madre, con una mirada comprensiva en los ojos—. ¿Me llamarás mañana por la mañana?
Lena asintió. Se refugió en la noche y caminó como Montada por Market Street, sin darse cuenta siquiera de que tenía que andar ocho manzanas. Bajó como una autómata a la estación Muni y estuvo veinte minutos esperando el metro. Recorrió las tres manzanas desde la parada como en una nebulosa y cuando por fin se sentó en su apartamento oscuro, ni recordaba haber subido la escalera.
CONTINUARÁ...
Capítulo 14
Yulia se despertó al oír una voz y el ladrido de Volky.
—Ya sabes que no te gusta el zumo de naranja, lo sabes muy bien.
Era Lena, sonrió al recordar la cabaña. Se oía el canto de los pájaros y el sol se filtraba por las cortinas. Parecía un día hermoso.
Fue al cuarto de baño y después a la cocina envuelta en su albornoz. Observó a Lena durante un momento: la luz del sol le cubría los hombros, los rizos parecían vidrio de obsidiana. Llevaba una camiseta de Yulia del Centro Nacional de Derechos de las Lesbianas y nada más.
La pelirroja le sonrió.
—Te has puesto colorada —le dijo.
—No, no es verdad —contestó Yulia débilmente—. Tengo calor.
Lena se rió y, para alivio de Yulia, no insistió.
—¿Sabes que no tienes nada para comer? Volky está muy disgustada con la situación alimenticia general.
Volky golpeó enérgicamente el suelo con la cola, sin hacer caso de la mirada iracunda de Yulia.
—Me muero de hambre —dijo Lena, metiendo la cabeza en la nevera—. ¡Ah! Bueno, algo es algo. —Sacó un paquete de zanahorias peladas.
Comieron felices en silencio, compartiendo el zumo de naranja, hasta que la pelinegra se dio cuenta de que se estaban sonriendo la una a la otra como un par de idiotas.
—En cuanto a anoche... —dijo Yulia, y se calló.
—¿Qué pasa?
Yulia se dio cuenta de que volvía a sonrojarse.
—No sé qué decir.
Lena frunció los labios con una sonrisita.
—Pues yo sí. Para empezar fue fantástico.
—Sí, bueno, supongo que se podría definir así.
Yulia se quedó mirando la zanahoria fijamente.
—Yul, mírame.
Yulia obedeció y vio el pelo rizado rojizo, la piel blanca traslúcida e intentó ver a la mujer que había debajo.
—Volvamos a la cama —dijo Lena en voz baja—. Tengo muchas ganas.
—Tengo que darle de comer a Volky —contestó Yulia.
—Pues hazlo —dijo Lena riéndose.
Yulia se movió por la cocina, observada por dos pares de ojos, ambos igual de hambrientos. Volky se concentró en el plato en cuanto éste tocó el suelo; pero la mirada de Lena siguió fija en ella. Se lavó las manos, pasó un trapo por el fregadero, se secó las manos, limpió la encimera y al final se puso a retorcer el trapo hasta hacer un nudo. Sabía lo que quería. Lo deseaba tanto que era incapaz de expresarlo.
Los labios de Lena le rozaron la nuca. La respuesta de su cuerpo fue inmediata e inquietante. Sintió un sudor frío y le temblaron las rodillas, Las manos de La pelirroja la cogieron con suavidad por la cintura y la punta de su lengua le cosquilleó una oreja. A la ojiazul se le cortó la respiración y Lena le abrió el albornoz y le acarició los pechos con ternura.
—Te apetece, ¿verdad? —La voz de Lena era una súplica, a pesar de que Yulia, cuando sintió ese dolor en los pechos, pensó que la respuesta era obvia—. Di que sí. —A Lena le temblaba la voz—. Por favor, di que sí.
Como respuesta, Yulia se volvió para besarla. Cerró los ojos y se sintió como si se estuviera deslizando por un gran tobogán acuático hacia un volcán.
Las manos de Lena al fin soltaron a Yulia el tiempo suficiente para que tomara aliento. Agotada, se desperezó en la cama.
—Para ser una principiante —dijo-—-, sabes muy bien por dónde vas.
La pelirroja respondió con una sonrisa de satisfacción.
—¿Cómo lo sabes?
Lena enarcó las cejas y se volvió.
—¿Cómo sé qué?
—Lo que quiero. Si ni yo lo sé.
La expresión de Lena se había vuelto claramente petulante.
—Me lo dice tu cuerpo. —Volvió a sonreír de oreja a oreja.
Yulia intentaba recordar por qué había querido darle libertad a Lena y ninguna de las razones tenía sentido. No quería que la pelirroja encontrara a otra persona; quería estar siempre con ella.
La pelinegra la miró. <<El amor... —pensó—. Estoy enamorada... de esta mujer, y si ella no quiere estar conmigo, ya no tendré otra oportunidad.» No sabía qué decir ni qué hacer. Estaba un poco aturdida. Tampoco quería espantar a Lena.
—Tengo que estar en el centro a las dos —le explicó Yulia—. El fotógrafo.
—En ese caso todavía nos sobra tiempo —contestó Lena. Sin abrir los ojos pasó las yemas de los dedos por las costillas de Yulia.
—Ah, ni se te ocurra —protestó Yulia, apartando la mano—. No podría, otra vez no.
Lena sonrió.
—Eso lo que dijiste la última vez.
—Esta vez estoy segura —insistió Yulia—. Además, me muero de hambre. Vamos a comer.
Lena se echó a un lado y se apoyó en un codo. Es una Venus, pensó Yulia. Una Venus por la que iría hasta Milos. Era realmente impresionante.
—¿De qué te ríes? —la pelirroja arqueó una ceja.
Yulia sacudió la cabeza.
—Podemos duchamos juntas si me prometes que no harás trampa.
Tenía que poner un poco de distancia. La cabeza le daba vueltas y no confiaba en sus instintos.
Lena se lo prometió con falsa sinceridad mientras cruzaba los dedos, pero al cabo de media hora las dos estaban vestidas y salían por la puerta. Lena siguió a Yulia a un restaurante de San Leandro especializado en desayunos ingleses. Comieron con apetito y hablaron de todo menos de cuándo volverían a verse.
**********
«¿Por qué no me pide que la acompañe a la galería? —se preguntó Lena—. ¿Por qué no me pregunta cuándo volveremos a vernos?»
Llegó la cuenta y Yulia la cogió.
—Tú pagaste la cena, ¿recuerdas? Enseguida vuelvo.
Lena observó a Yulia caminar hasta la caja. Parecía tan segura de sí misma. No sabía si había conseguido hacer mella en su vida. ¿Yulia la echaría de menos aquella noche? A lo mejor no sabía que Lena quería seguir con ella. ¿Qué más podía haber hecho?
Podía haberle dicho <<te amo». El mayor riesgo. «Dilo», se dijo. Pero no podía porque sabía la respuesta: Sharla. ¿Para qué pedir? ¿para qué esperar algo imposible?
Se había dicho a sí misma que se contentaría con ser la segunda y se preguntó cuántas veces se había mentido.
Yulia regresó y dejó la propina en la mesa.
—¿Lista?
Lena la siguió hasta el aparcamiento y se apoyó en la camioneta.
—¿Cuándo saldrá el dominical?
—La semana que viene, para que coincida con la inauguración. Parece que el texto ya está listo. La imprenta está esperando las fotos ahora mismo, mientras hablamos.
—Bueno, no te retendré —dijo Lena. Se tragó el nudo que tenía en la garganta, su orgullo, seguramente, y añadió— ¿Cuándo volveré a verte?
—¿Cuándo quieres que nos veamos? —contestó la ojiazul tras una pausa.
«Esta noche —pensó Lena—. Mañana por la mañana. Todas las noches.»
—No sé cómo se hacen estas cosas entre lesbianas—respondió procurando aparentar indiferencia.
—Eres libre de hacer lo que te apetezca —dijo Yulia. Tenía la mirada baja, ocultando la expresión.
La pelirroja suspiró. Era evidente que Yulia no quería verla, que no deseaba a Lena en su vida.
—Me parece bien —repuso con un ataque de rabia—. Necesito mucho espacio. Tantas mujeres y tan poco tiempo...
—Comprendo —asintió Yulia.
—Bueno —dijo Lena parpadeando—, te espera el fotógrafo. Tengo muchas ganas de ver la exposición.
—Entonces a lo mejor te veo allí.
Lena no se atrevió a hablar. Hizo ver que se marchaba rápidamente como si también tuviera algo importante que hacer. Se pasó el resto del día dando portazos a los armarios y preguntándose que tenía en lugar de un cerebro.
*********
Yulia observó a Lena marcharse en el coche y dijo al espejo retrovisor:
—En fin, las cosas no han salido como esperaba.
Ahora, por supuesto, no tenía ningún problema con las cuerdas vocales, pero unos minutos antes no le funcionaban, y el cerebro tampoco.
Aquel instante junto a la camioneta había sido como si hubiera estado al borde de un precipicio sabiendo que la mejor parte de su vida estaba en el fondo. Lo único que tenía que hacer era dejarse caer. ¿Por qué no le dijo que podía pasar por su casa cuando terminara con el fotógrafo? ¿Por qué no le dijo que estaba enamorada de ella?
A Sharla le había resultado muy fácil decirle que la quería... con ella nunca había tenido problemas con las palabras. Cuando se hicieron novias, la amistad ya había allanado el terreno para facilitar la comunicación. Con Lena había tenido varias oportunidades de hacerlo, pero al final siempre lo jodía. Se sentía incapaz de pronunciar esas palabras porque no sabía si Lena deseaba oírlas o creerlas.
Volvió a casa lo más rápido que pudo y fue directamente al estudio. Metió con cuidado los cuatro lienzos de la serie Sí en la camioneta.
Una vez en la autopista se justificó a sí misma. No quería empezar de nuevo a labrarse una reputación como artista. Pero esos cuadros eran los mejores que había hecho. No le gustaba levantar polémicas, pero la buena pintura abría la mente de la gente. No quería exponer los cuadros sin que Lena los viera antes, pero al mismo tiempo creía que la única manera de demostrarle lo que sentía era
diciéndoselo al mundo. Se preguntó cómo reaccionaría la pelirroja. Era más que evidente que le gustaba acostarse con ella, pero ¿y si no quería nada más?
Todo era muy complicado. Sensiblero, incoherente, gris.
Llegó a la galería temprano. Constance todavía no había llegado. Cuando terminó de entrar el último lienzo, oyó los rápidos pasos de Constance detrás de ella. Yulia se volvió para mirarla; estaba asustada y desafiante como una adolescente a la que pillan volviendo a casa más tarde de lo permitido.
—Estás loca —exclamó Constance.
—Sí, creo tienes razón. Pero debo hacerlo.
—¿Por qué? ¿Por qué ahora? —Constance se acercó bajando la voz.
—Porque sí... Porque quiero volver a empezar. Porque ya no soy la que era, ni siquiera la que era cuando hice Luna pintada. He cambiado de la noche a la mañana. Me he vuelto a enamorar.
—Querida, no lo entiendo.
—Creo que... tenías razón cuando dijiste que en mi obra no había un contenido lésbico. Estaba fuera del armario, pero no del todo. —Se mordió el labio inferior—. Estoy enamorada. No creo que ella me corresponda, pero no sé de qué otra manera se lo puedo demostrar. Y necesito demostrármelo a mí misma. Tengo miedo.., tengo miedo de que si escondo esta obra me olvide de que puedo amar a alguien de nuevo. Y vuelva a la montaña y me esconda... —Se ahogó y Constance le pasó el brazo por los hombros.
—Estás chiflada, pero por eso te quiero.
—No puedo seguir escondiéndome, quiero volver a salir a la luz. Donde Lena pueda verme, donde Sharla querría verme. Así que...
—Estás cogiendo al toro por los cuernos y pidiéndole a gritos al mundo que te vea bien, completamente, entera. ¡En mi galería! —Le dio un apretón y la soltó—. Vaya.
***********
Lena se detuvo en el umbral de la puerta y su mirada se cruzó con la de su madre. La saludó con la mano y Inessa le guiñó el ojo. Hablaba con un hombre de voz chillona y tos de fumador que no parecía tener muchas ganas de dejarla. La pelirroja decidió esperar unos minutos antes de rescatar a su madre ella no lograba zafarse de él. Inessa debía de estar cansa había llegado esa misma tarde y había ido directamente museo.
Lea aprovechó los minutos libres para volver a mirar obra de su madre. La había visto por última vez en Londres donde se había reunido con sus padres para la inauguración. Se quedó en el fondo de la sala y observó a la gente que si arremolinaba alrededor de la escultura, frotándose las mano! como si estuviera junto a un fuego. En efecto, Las tejedoras era una obra cálida, atractiva, reconfortante. Las tres figuras habrían podido ser la abuela de cualquier persona. De la yema de sus dedos caían hebras multicolores. Lena admiró la exacitud con la que su madre había medido la caída del hilo esculpirlo.
El hombre seguía hablando, así que Lena cruzó la sala dijo en tono preocupado:
—¿No llegaremos tarde?
—Ah, ¿vais a la inauguración de la Reardon? Nunca me las pierdo. —preguntó el hombre.
—No creo —contestó Inessa.
—Es una de las galerías de arte más importantes del país. Esta noche se inaugura una exposición. Estoy seguro de que no tendréis ningún problema para entrar.
—A lo mejor vamos —intervino Lena—, pero ahora mismo llegamos tarde a una cena.
El hombre de voz chillona por fin se alejó y Inessa le dio a su hija un abrazo prolongado.
—Me alegro tanto de verte. Toma, este abrazo es de parte de tu padre. Me ha exigido un informe completo sobre el estado de tu felicidad. Te sienta bien el color turquesa. —Se separó de Lena y le observó la cara—. Y lo que exijo yo es cenar. ¿Adónde vamos?
La pelirroja se rió.
—A Nob Hill. Es un lugar tranquilo y podremos charlar todo el tiempo que queramos.
—Empezaremos por tu vida amorosa. Estás preocupada.
Lena frunció la nariz.
—No es justo que siempre me adivines el pensamiento.
—Es el privilegio de ser madre.
Se marcharon de la galería cogidas del brazo, después de ser interceptadas por galeristas, estudiantes de arte, el comisario de la exposición y un ayudante del alcalde. Este les dio entradas para la inauguración de la Reardon y dijo que quería una artista de talla internacional como Inessa Katina supiera que San Francisco era caldo de cultivo de nuevos valores.
—Parece que va ir todo el mundo —comentó Inessa cuando se metieron en el taxi.
Lena dio la vuelta a las entradas y leyó el nombre de la galería. No puede ser, pensó, el mundo no es tan pequeño. Pero Yulia le había dicho que su exposición se inauguraba esa misma noche, en la galería <<de Constance». Y la gran inauguración iba a celebrarse en la galería Constance Reardon.
—Quizá deberíamos ir —sugirió Lena—. Pero antes te pondré al corriente de mi vida amorosa. Tiene algo que ver.
Mason era un restaurante elegante y tranquilo, y servía un suflé de chocolate de morirse recomendado por Angela.
Durante el aperitivo y mientras comían la especialidad de la casa, solomillo de ternera, Lena contó a su madre toda la historia. Le costó explicarle el final; las razones por las que de pronto se apartó de Yulia y después volvió a seducirla le parecieron poco sólidas y las pruebas de que Yulia no se había recuperado de Sharla, poco convincentes.
—Tengo la impresión de que huyes de la verdad.
—No huyo de nada. —La pelirroja se quedó mirando la punta del tenedor.
—Pero tú crees que mereces que te amen, ¿verdad?
—Claro que sí, ¿por qué no lo voy a merecer?
—He estado leyendo alguna cosa. —Su madre bebió agua sin mirar a Lena—. Los investigadores sugieren que algunos... homosexuales sabotean sus relaciones inconscientemente. Creen que no merecen ser felices porque viven en pecado.
—Qué absurdo —exclamó Lena—. Yo no..es ridículo.
—Tenía que preguntártelo. No te has comportando de una manera muy lógica.
—Pero mamá —objetó Lena—, estoy segura de que sé lo que quiere Yulia. Ella no me ha dicho absolutamente nada. E intenté darle la oportunidad de decirme si quería volver a verme. —Soltó el tenedor y miró acongojada a su madre—. Y, bueno, ahora ya no puedo decirle lo que siento porque es inútil. Sólo conseguiría que se sintiera culpable y dejaría de verme por mi bien. Bueno, para el caso ahora tampoco nos vemos, pero ya me entiendes.
Su madre entornó los ojos y se comió el último bocado de solomillo. -
—Si tú lo dices, cariño. Pero acabarás diciéndoselo, te conozco.
—Es posible, pero para entonces a lo mejor ella me quiere aunque sólo sea un poco. A lo mejor quiere que nos veamos de vez en cuando.
Ladeó la cabeza. «No, pensó, no puedo vivir así. No puedo fundar la familia que quiero en esos términos.»
—Petite chérie —dijo su madre en tono de admonición.
Lena asintió y dobló la servilleta.
—Retiro lo dicho. No podía vivir de las sobras. —Suspiró, miró un momento el techo, y, cuando volvió a mirar a su madre, sonrió con amargura—. No te olvides de decirle a papá que estoy enamorada y que soy inmensamente feliz —añadió.
La camarera se acercó para llevarse los platos y preguntar si querían algo de postre.
—Mi hija y yo queremos un suflé de chocolate con doble ración de nata.
Lena se rió.
—El chocolate lo cura todo, ¿verdad?
—Y te dará la energía necesaria para entrar en esa galería. Para saludar y decir que todo es muy bonito y hacer ver que no estás enamorada... para eso necesitarás una buena dosis de chocolate. —Su madre inclinó la cabeza en actitud filosófica—. Bon appetit.
*********
—Que alguien coja un hacha y me parta por la mitad —le murmuró Yulia a Constance, que le lanzó una mirada del estilo «ya te lo dije» mientras la ojiazul seguía caminando. Se había pasado casi toda la noche yendo de un lado a otro por las dos salas. Acababa de hablar con un crítico sobre Luna pintada, cuando varios VIPs le pidieron hablar con ella sobre Sí Para gran satisfacción de Constance, ya se habían vendido tres lienzos de Luna pintada y uno de la serie “Sí”.
Al responder al crítico de Los Angeles Times, dijo que no, que no creía que “Sí” fuera un indicio de su futuro trabajo, como tampoco lo era Luna pintada. Le repitió lo mismo al periodista de The Advocate. Una breve
mirada a su historial revelaría que raramente se basaba en una serie anterior para hacer la siguiente.
Maureen y Valentina habían estado fantásticas; la besaron, la abrazaron y alabaron con sinceridad y sencillez. Se habían mezclado entre la gente cuando Associated Press le pidió su opinión, como artista lesbiana, sobre la censura.
Las preguntas parecían no acabar nunca. Sí, estaba contenta con las dos series. Sí, era lesbiana. Sí, se había basado en una modelo real. No, no iba a decir quién era. No, no se consideraba una militante gay. Sí, creía en los derechos civiles de los gays y las lesbianas. Sí, se consideraba feminista. Sí, suponía que si Luna pintada era un canto al invierno —lo que tampoco sabía si era cierto—, “Sí” era un canto a las mujeres.
Varias veces quiso decir: «Qué pregunta tan estúpida», y «¿Por qué antes nunca me preguntaban por mi sexualidad?» y «¿Cuándo me va por preguntar por mi trabajo, y no por mi lesbianismo?»
Constance tenía razón. Tenía toda la razón del mundo.
—Querida, acaba de llegar Inessa Katina. —El susurro de Constance estaba cargado de excitación—. Está mirando Pinos de luna. Se nota que le gusta, que le gusta mucho.
Yulia se sintió como si Constance le acabara de tirar un jarro de agua fría.
—¿Ha venido sola?
Constance frunció el ceño.
—Está con Lena.
—¿Y le gusta? ¿Estás segura?
—Compruébalo tú misma —contestó Constance—. Vamos, mujer, demuestra que tienes temple.
Yulia asomó la cabeza por la puerta que separaba la sala de Luna pintada de la de “Sí”. El rostro de Lena, con ese delicado color blanco porcelana y las pecas adornándolo, reflejaba entusiasmo mientras señalaba los lienzos. Una mujer de pelo cano la escuchaba a su lado. «Ésa debe de ser Inessa», pensó.
Un crítico de arte las abordó, pero al cabo de un minuto Inessa cogió a Lena del brazo y se acercaron al último lienzo. Iban a ver “Sí” en cualquier momento.
**********
—Lo recuerdo todo tan claramente —dijo Lena—. Te habría encantado el polvo de nieve. Y la tranquilidad.
El hombre que estaba a su lado se aclaró la garganta.
—¿Dirían ustedes que esto es una metáfora del invierno?
Lena lo miró con el ceño fruncido. Era un pesado; iba con un atuendo grunge-beatnik que quedaba ridículo en un hombre de más de cincuenta años.
—Es dificil que sea una metáfora cuando el tema es tan obvio —respondió su madre secamente.
—A lo mejor es una metáfora meteorológica —dijo Lena abriendo los ojos con expresión inocente.
Su madre se sacudió aguantándose la risa.
—Ah, comprendo lo que dice —comentó el hombre—. Me interesa mucho conocer su opinión sobre la otra serie.
La pelirroja se lo quedó mirando sin entender.
—En la sala de al lado. Es muy diferente. Cuesta creer que la haya hecho la misma artista. Cuando uno ve esta serie, jamás sospecharía... bueno, como ya he dicho, me interesa su reacción.
Lena buscó subrepticiamente a Yulia mientras seguía a su madre a la otra sala. En ésta los cuadros estaban dispuestos de tal modo que debían contemplarse individualmente.
Inessa se paró en seco delante del primero. Lena cerró un momento los ojos y volvió a mirarlo. Como dijo su madre, era sorprendente. El ángulo de la rodilla junto a la turgencia del muslo, la línea curva de la cadera. Era sensual. Al principio no entendió por qué, hasta que al final lo vio. Era el ángulo; hasta hacía poco Lena no se habría dado cuenta. El cuadro captaba lo que vería una persona si estuviera mirando el cuerpo de una mujer desde abajo, con la mejilla a pocos centímetros del estómago. Había visto a Yulia desde ese ángulo. Sus dedos habían provocado a Yulia. Las caderas de la Yulia se habían movido...
Las mejillas se le encendieron con el recuerdo y el corazón le empezó a palpitar con fuerza. Yulia había captado un momento de intimidad absoluta sin mostrar ninguna parte del cuerpo de un modo explícito, y sin embargo, la mujer irradiaba sexo. Era evidente que la obra había sido creada con pasión.
Al contemplar el cuadro, Lena entendió mejor por qué Yulia seguía pensando en Sharla. Hasta entonces, Sharla tan sólo había sido una imagen vaga en su mente.
—Me muero de ganas de ver el resto —dijo su madre.
Lena tenía miedo de ver el siguiente cuadro; el corazón se iba rompiendo lentamente.
Al llegar al tercer lienzo, Lena soltó un grito ahogado y retrocedió unos pasos, atónita al ver los rizos rojizos en la tela. Su madre miró el cuadro, después el pelo de Lena y otra vez el cuadro.
Lena saltó de un estado emocional a otro; estaba tan estupefacta que no sabía cómo reaccionar. Ese movimiento sensual del hombro y de las
costillas y ese codo tan delicado; ¡no podía ser que Yulia la viera de ese modo! Ella no era así. Por lo tanto...
El hombre, que había estado pisándoles los talones, dijo:
—Usted no será por casualidad la modelo, ¿verdad?
Yulia oyó la pregunta y gruñó para sus adentros. ¡Cómo no lo había pensado! Todo el mundo iba a ver el pelo rizado rojo de Lena y saber que era la modelo. Lena estaba colorada y Inessa parecía a punto de matar a alguien. Se encontró con Constance y le dijo:
—Yo me marcho.
—No puedes —dijo Constance entre dientes.
—Si me quedo se armará un escándalo y me parece que no es eso lo que quieres.
Sin esperar la respuesta de Connie, Yulia se marchó de la sala. Creyó que iba a demostrarle a Lena lo mucho que la quería, y, en cambio, le había dado sobrados motivos para que la odiara.
Lena tragó ruidosamente y decidió hacer caso omiso de la pregunta. Avanzó para ver el último cuadro. La gente le hacía sitio y la observaba. Todo el mundo sabía que era ella. Todos sabían —o tenían motivos para sospechar— que había tenido una aventura con Yulia Volkova.
Todos sabían que era lesbiana. De pronto, recordó la lápida de Sharla, la palabra pecadora, y se sintió desnuda. Observó el último lienzo: el pelo rizado desarreglado, el pecho, el hombro.
Cerró los puños y la vergüenza estalló hasta convertirse en rabia. Buscaría a Yulia Volkova y... cuando acabara no quedaría nada.
Lena se dio media vuelta y abandonó la sala.
—Petite chérie —gritó su madre. La pelirroja se detuvo y esperó a su madre—. ¿Qué significa esto?
—No lo sé —contestó Lena—. No puedo... necesito tiempo. —Estaba tan enfadada que creyó que iba a romper a llorar.
—Puedo volver sola al hotel —dijo su madre, con una mirada comprensiva en los ojos—. ¿Me llamarás mañana por la mañana?
Lena asintió. Se refugió en la noche y caminó como Montada por Market Street, sin darse cuenta siquiera de que tenía que andar ocho manzanas. Bajó como una autómata a la estación Muni y estuvo veinte minutos esperando el metro. Recorrió las tres manzanas desde la parada como en una nebulosa y cuando por fin se sentó en su apartamento oscuro, ni recordaba haber subido la escalera.
CONTINUARÁ...
Última edición por Nichya el 7/7/2015, 1:15 am, editado 1 vez
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Re: UNA NUEVA OPORTUNIDAD
UNA NUEVA OPORTUNIDAD
Capítulo 15
Yulia abrió la puerta asustada. Si hubiera tenido que hacerle un retrato a Inessa Katina en ese momento, le habría bastado con dibujar un glaciar. Un glaciar de acero.
—¿Cómo me ha encontrado?
Yulia enseguida se dio cuenta de que se había delatado con su pregunta, pues daba a entender que Inessa tenía derecho a buscarla.
—La dueña de la galería no quería darme tu dirección, pero yo insistí y el taxista tenía un mapa.
Yulia no podía culpar a Constance. Le daba la sensación de que pocas personas se resistían cuando Inessa Katina insistía en algo.
—Ya que estoy aquí, me gustaría pasar —dijo Inessa.
Yulia se apartó y le ordenó a Volky que saliera. Volky, después de olfatear con desacostumbrada docilidad a la visita, obedeció.
Yulia apenas había tenido tiempo de tranquilizarse y asimilar lo que le había hecho a Lena al exponer “Sí”. Se metió las manos en los bolsillos de la chaqueta y se enfrentó a Inessa en el salón.
Esta se la quedó mirando fijamente.
—Pensé que intentaría hablar contigo de artista a artista—dijo— Pero ahora veo que hablar de ética artística en este momento es lo de menos. Le has hecho daño a mi hija y no se lo merecía.
—Lo sé —respondió Yulia con tristeza—. No pretendía hacerle daño, era lo último que deseaba en el mundo.
Inessa prosiguió como si Yulia no hubiera hablado.
—¿Cómo te atreves a jugar con Lena de ese modo? ¿Te gusta torturar? ¿Estás orgullosa de haberla humillado en público?
Inessa levantó la voz y Yulia se encogió. Quería arrastrarse hasta la cabaña y pudrirse allí.
—Lo siento, lo siento mucho. Quería demostrarle lo que sentía.
—Y lo has hecho. Se lo has demostrado a todo el mundo. Ojalá pudiera decir que los cuadros son terribles, pero realmente son geniales. De no haber sido por lo de Lena, habría sido la primera en alabarlos. —A Inessa le temblaba la voz—. Al menos podías haberle avisado. ¿Tan poco significaba para ti? No es que su sexualidad me escandalice o me preocupe, pero ahora el mundo entero lo sabe y ella no estaba preparada. Man Dieu! ¿Cómo puede ser que pintes así y que seas tan insensible?
Yulia se llevó la mano a la boca y se desplomó en la silla más cercana.
—¿O sea que usted no lo ha entendido? Dios mío, y ella tampoco.
Se le llenaron los ojos de lágrimas pero las ignoró.
—Te lo advierto como madre: arrástrate, ruega, haz lo que sea para ayudarla a recuperarse de esto, o haré lo que sea para que tu vida se convierta en un infierno.
Yulia la creyó, pero sintió una chispa de resentimiento.
—Le he dicho que lo sentía. Me quedé atónita cuando vi lo que pasaba. Pensé que sería diferente, pero... me equivoqué. Quería transmitir algo muy sencillo y ella no lo entendió. Y usted tampoco.
Yulia parpadeó para contener las lágrimas y respondió a la mirada profunda de Inessa alzando el mentón con orgullo.
—Quiero a Lena. Estoy enamorada de ella. No sabía cómo decírselo; pensaba que no me creería a menos que se lo demostrara.
Inessa se la quedó mirando y después sacudió la cabeza.
—El amor debe ir acompañado de respeto y confianza. ¿Por qué no la has respetado lo suficiente como para enseñarle la serie antes de que los demás la vieran? ¿Por qué no te aseguraste de que lo entendía? Puedes pintar lo que quieras, pero tienes una manera muy extraña de demostrar tu amor.
—Sí, ahora lo veo. Aunque eso tampoco me disculpa.
—Yulia bajó la vista—. No lo entiendo. Mientras los hacía sólo pensaba en ella. Cada color, cada pincelada, cada tela... —De pronto se acordó de algo y se lamentó—. ¡Soy una imbécil! Guardé uno de los cuadros porque no quería que se viera que era ella. —Se rió con amargura—. Fracasé, fracasé por completo.
Salió corriendo por la puerta trasera y entró en el estudio. Levantó la tela que protegía “Lena diciendo que sí! y lo miró.
Inessa tenía toda la razón. Los otros cuatro lienzos sólo enseñaban el cuerpo. Éste mostraba la cara de Lena, sus ojos. Este lienzo completaba a la persona y los cinco lienzos juntos completaban el mensaje.
Lo llevó a la casa, lo puso en el suelo y se volvió hacia Inessa.
—Espero que cuando vea éste entieda…
*********
CONTINUARÁ...
Capítulo 15
Yulia abrió la puerta asustada. Si hubiera tenido que hacerle un retrato a Inessa Katina en ese momento, le habría bastado con dibujar un glaciar. Un glaciar de acero.
—¿Cómo me ha encontrado?
Yulia enseguida se dio cuenta de que se había delatado con su pregunta, pues daba a entender que Inessa tenía derecho a buscarla.
—La dueña de la galería no quería darme tu dirección, pero yo insistí y el taxista tenía un mapa.
Yulia no podía culpar a Constance. Le daba la sensación de que pocas personas se resistían cuando Inessa Katina insistía en algo.
—Ya que estoy aquí, me gustaría pasar —dijo Inessa.
Yulia se apartó y le ordenó a Volky que saliera. Volky, después de olfatear con desacostumbrada docilidad a la visita, obedeció.
Yulia apenas había tenido tiempo de tranquilizarse y asimilar lo que le había hecho a Lena al exponer “Sí”. Se metió las manos en los bolsillos de la chaqueta y se enfrentó a Inessa en el salón.
Esta se la quedó mirando fijamente.
—Pensé que intentaría hablar contigo de artista a artista—dijo— Pero ahora veo que hablar de ética artística en este momento es lo de menos. Le has hecho daño a mi hija y no se lo merecía.
—Lo sé —respondió Yulia con tristeza—. No pretendía hacerle daño, era lo último que deseaba en el mundo.
Inessa prosiguió como si Yulia no hubiera hablado.
—¿Cómo te atreves a jugar con Lena de ese modo? ¿Te gusta torturar? ¿Estás orgullosa de haberla humillado en público?
Inessa levantó la voz y Yulia se encogió. Quería arrastrarse hasta la cabaña y pudrirse allí.
—Lo siento, lo siento mucho. Quería demostrarle lo que sentía.
—Y lo has hecho. Se lo has demostrado a todo el mundo. Ojalá pudiera decir que los cuadros son terribles, pero realmente son geniales. De no haber sido por lo de Lena, habría sido la primera en alabarlos. —A Inessa le temblaba la voz—. Al menos podías haberle avisado. ¿Tan poco significaba para ti? No es que su sexualidad me escandalice o me preocupe, pero ahora el mundo entero lo sabe y ella no estaba preparada. Man Dieu! ¿Cómo puede ser que pintes así y que seas tan insensible?
Yulia se llevó la mano a la boca y se desplomó en la silla más cercana.
—¿O sea que usted no lo ha entendido? Dios mío, y ella tampoco.
Se le llenaron los ojos de lágrimas pero las ignoró.
—Te lo advierto como madre: arrástrate, ruega, haz lo que sea para ayudarla a recuperarse de esto, o haré lo que sea para que tu vida se convierta en un infierno.
Yulia la creyó, pero sintió una chispa de resentimiento.
—Le he dicho que lo sentía. Me quedé atónita cuando vi lo que pasaba. Pensé que sería diferente, pero... me equivoqué. Quería transmitir algo muy sencillo y ella no lo entendió. Y usted tampoco.
Yulia parpadeó para contener las lágrimas y respondió a la mirada profunda de Inessa alzando el mentón con orgullo.
—Quiero a Lena. Estoy enamorada de ella. No sabía cómo decírselo; pensaba que no me creería a menos que se lo demostrara.
Inessa se la quedó mirando y después sacudió la cabeza.
—El amor debe ir acompañado de respeto y confianza. ¿Por qué no la has respetado lo suficiente como para enseñarle la serie antes de que los demás la vieran? ¿Por qué no te aseguraste de que lo entendía? Puedes pintar lo que quieras, pero tienes una manera muy extraña de demostrar tu amor.
—Sí, ahora lo veo. Aunque eso tampoco me disculpa.
—Yulia bajó la vista—. No lo entiendo. Mientras los hacía sólo pensaba en ella. Cada color, cada pincelada, cada tela... —De pronto se acordó de algo y se lamentó—. ¡Soy una imbécil! Guardé uno de los cuadros porque no quería que se viera que era ella. —Se rió con amargura—. Fracasé, fracasé por completo.
Salió corriendo por la puerta trasera y entró en el estudio. Levantó la tela que protegía “Lena diciendo que sí! y lo miró.
Inessa tenía toda la razón. Los otros cuatro lienzos sólo enseñaban el cuerpo. Éste mostraba la cara de Lena, sus ojos. Este lienzo completaba a la persona y los cinco lienzos juntos completaban el mensaje.
Lo llevó a la casa, lo puso en el suelo y se volvió hacia Inessa.
—Espero que cuando vea éste entieda…
*********
CONTINUARÁ...
Última edición por Nichya el 7/7/2015, 1:18 am, editado 2 veces
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Re: UNA NUEVA OPORTUNIDAD
UNA NUEVA OPORTUNIDAD
Capítulo 16 - Final
Lena estaba de pie junto a su madre y su expresión decía que no entendía ni quería entender nada.
—Me lo tenías que haber dicho. Tenías que haberme avisado y me los tenías que haber enseñado. —Lena cruzó los brazos sobre el pecho—. Me sentí como una idiota. Como si todo el mundo se burlara de mí porque supiera que sólo querías hacer una investigación en la cama mientras que yo creía que había algo más.
Se le notaba que la presencia de su madre la avergonzaba.
Inessa se había acercado al cuadro que Yulia había apoyado contra una silla. La ojiazul oyó que Inessa contenía el aliento, pero Lena ni la miró.
—Lena, lo siento mucho —se disculpó Yulia en voz baja—. Sólo quería... Estoy intentando... ¡Maldita sea...! —Se tapó los ojos con las manos—. Parezco una cría de dos años. ¡Ni siquiera sé hablar!
—Creo que voy a buscar un vaso de agua —dijo Inessa.
—No sé por qué me cuesta tanto. —Yulia se aclaró la garganta—. Con Sharla no me pasaba.
—¿Lo haces a propósito?
—¿Qué?
—Lo de Sharla. Hablar de ella. —Los ojos verdigrises de Lena estaban rabiosamente oscuros. Yulia percibía su furia.
—No puedo evitarlo. Ha sido una parte importante de mi vida.
—Ya lo sé. —Lena cerró un momento los ojos y los volvió a abrir. Los tenía llenos de lágrimas—. ¿No te das cuenta de que lo sé? Ella no tiene por qué ser menos importante, pero quería un sitio para mí.
—Y lo tienes —contestó Yulia.
Lena lanzó una mirada al lienzo.
—Allí no,
—¿Y aquí? —Yulia se llevó la mano al corazón—. Nunca quise hacerte daño. Tenía que haberte avisado, pero no sabía cómo decírtelo. Pensaba que creerías que no había tenido tiempo de enamorarme de ti. Quería demostrártelo. Yo... —Le fallaron las palabras. Sabía que lo que decía no tenía sentido. Señaló el cuadro con impotencia.
Lena no miró el cuadro. Se acercó y dijo con un amago de sonrisa.
—¿Crees que mereces ser feliz?
—No —repuso Yulia—. No lo merezco. No te merezco.
—Extendió las manos—. He tenido el amor de mi vida. Sigo queriéndola. Eso no se va sólo porque ella ya no esté aquí.
—¿Y tienes un sitio para mí? —preguntó Lena en voz baja.
—Todo el sitio del mundo —sonrió Yulia—. Sharla dejó mucho espacio vacío, y yo he hecho un poco más. Y tú los llenas todos.
A Lena le tembló el labio inferior y alzó el mentón.
—Creí... Creí que podía ser la segunda en tu corazón. Pero no puedo.
—No lo eres. Eres la primera. Pero tengo que ser sincera. Ella siempre estará conmigo.
—Lo sé y no me importa si me hablas de ella. No pretendo que elijas entre el pasado y el futuro. Aquí y ahora te...
—Te amo.
—...Te amo.
Se sonrieron y se abrazaron con ternura.
—Ya he visto la cocina bastante —interrumpió una voz—. ¿Puedo deducir que se ha arreglado todo felizmente?
Lena se apartó de Yulia y se aclaró la garganta.
—Hemos llegado a un acuerdo.
—Muy bien. Quiero irme al hotel. Ha sido un día muy largo y tenía que llamar a Eliza en cuanto llegara.
Lena metió la mano en el bolsillo y sacó las llaves.
—El coche es tuyo.
Inessa se volvió hacia Yulia con una sonrisa irónica.
—Mucho gusto, ¿cómo estás? Hacía años que quería conocerte. No sé por qué nos hemos saltado esa parte. —Se rió, y Yulia reconoció la alegría de vivir que Inessa le había transmitido a Lena.
—Hace años que sigo su trabajo —dijo Yulia con la mayor sobriedad posible—. Para mí es un honor conocerla, por fin.
—¿Os apetece que cenemos juntas mañana? Para celebrar vuestro… ay, Dios. ¿Se podría decir que esto es un... compromiso?
—Mamá...
—Sí —contestó Yulia—. Lo hicimos bastante mal como novias, así que creo que debemos pasar a la siguiente etapa y esforzarnos un poco más.
—Muy bien. Entonces podemos hablar del juego de vajilla.
—iMamá!
Inessa se rió.
—Es una broma. —Le tendió una mano a Yulia, que se la estrechó con firmeza—. Hablaremos de tu nueva carrera de artista lesbiana. Te van a encasillar, lo sabes.
—Lo sé —dijo Yulia y, por dentro, se sintió preparada para el reto.
Cuando se alejó el coche de Lena, volvieron al salón abrazadas. Volky entró correteando y se instaló en su cama con un suspiro de satisfacción.
Yulia le apretó el brazo a Lena.
—Mira el cuadro ahora. Si quieres, iré a buscar los demás y los quemaré.
—No seas tonta. —Lena soltó a Yulia y se arrodilló delante del lienzo. Al cabo de un minuto volvió a levantarse—. No soy yo. Yo no soy así.
—Sí que lo eres.
—No, no soy tan... No soy tan atractiva. Y en los cuadros de la galería, tampoco soy yo.
—Yo te veo así. —Yulia le pasó los brazos sobre los hombros.
—Licencia artística.
—No. —Yulia sacudió a Lena con suavidad—. Yo te veo así. Si no lo crees, entonces tampoco crees que te amo.
Lena levantó la vista con los ojos brillantes.
********
—Señoras, tienen que estar serias, muy serias.
—No puedo estar seria —objetó Lena—. El correo de hoy me ha dado la noticia de que ya soy una arquitecta colegiada en el Estado de California.
Yulia le apretó el hombro y le susurró:
—¿Qué crees que haría si le clavara esta horca?
Lena soltó una risita.
—¡Señoras! Pónganse serias, piensen en cosas horribles.
Lena frunció el ceño y Yulia pensó que estaba preciosa.
—¡Quietas! —El fotógrafo disparó varias fotos entusiasmado—. Muy bien. Siga frunciendo el ceño. Hacienda le acaba de hacer una inspección.
Ah, perfecto. Muy bien. Ahora vamos a hacer unas fotos más convencionales en el salón.
Yulia, aliviada, dejó la horca y ayudó a Lena a desatarse el delantal. Le había gustado la idea —sugerida por el fotógrafo— de posar delante del taller en la misma pose y el mismo aspecto que el adusto matrimonio del cuadro Gótico americano de Grant Wood, pero estar inmóvil con la horca en la mano y la luz en los ojos había sido un suplicio, igual que la inagotable alegría del fotógrafo.
—Vamos, chica de la portada —dijo la pelirroja, tirando de la ojiazul.
Se sentaron en el sofá y Lena apoyó la cabeza en el hombro de Yulia.
—Echen la cabeza hacia atrás. Ahora, señoras, prepárense para sonreír.
—Se me acaba de ocurrir algo. —Lena miró a Yulia y después a la máquina de fotos—. Millones de personas nos verán abrazadas en esta foto. ¿Crees que la verán los padres de Sharla? ¿Crees que podrá hacerles cambiar de opinión?
—Quiero ver grandes sonrisas, sonrisas de neón. ¿Señoras? ¡Sonrían!
Yulia se rió.
—Estoy prácticamente segura de que no compran Vanity Fair. Y no cambiarán nunca. Pero a lo mejor lo hace otra persona. Me lo digo a mí misma cada vez que un crítico se demora en mi <<estilo de vida» más que en mi obra.
Lena se rió como si no pudiera aguantarse. Yulia rápidamente bajó la cabeza y la besó, y las dos se enfrentaron otra vez al fotógrafo.
—¡Muy bien! ¡Están preciosas!.
FIN.........................................................................................................................................................................
Bueno esta historia llegó a su fin, espero les haya gustado y haya sido de su agrado. Su autora original es Karin Kallmar, y bueno aquí su servidora lo adaptó. Gracias y hasta pronto.
Capítulo 16 - Final
Lena estaba de pie junto a su madre y su expresión decía que no entendía ni quería entender nada.
—Me lo tenías que haber dicho. Tenías que haberme avisado y me los tenías que haber enseñado. —Lena cruzó los brazos sobre el pecho—. Me sentí como una idiota. Como si todo el mundo se burlara de mí porque supiera que sólo querías hacer una investigación en la cama mientras que yo creía que había algo más.
Se le notaba que la presencia de su madre la avergonzaba.
Inessa se había acercado al cuadro que Yulia había apoyado contra una silla. La ojiazul oyó que Inessa contenía el aliento, pero Lena ni la miró.
—Lena, lo siento mucho —se disculpó Yulia en voz baja—. Sólo quería... Estoy intentando... ¡Maldita sea...! —Se tapó los ojos con las manos—. Parezco una cría de dos años. ¡Ni siquiera sé hablar!
—Creo que voy a buscar un vaso de agua —dijo Inessa.
—No sé por qué me cuesta tanto. —Yulia se aclaró la garganta—. Con Sharla no me pasaba.
—¿Lo haces a propósito?
—¿Qué?
—Lo de Sharla. Hablar de ella. —Los ojos verdigrises de Lena estaban rabiosamente oscuros. Yulia percibía su furia.
—No puedo evitarlo. Ha sido una parte importante de mi vida.
—Ya lo sé. —Lena cerró un momento los ojos y los volvió a abrir. Los tenía llenos de lágrimas—. ¿No te das cuenta de que lo sé? Ella no tiene por qué ser menos importante, pero quería un sitio para mí.
—Y lo tienes —contestó Yulia.
Lena lanzó una mirada al lienzo.
—Allí no,
—¿Y aquí? —Yulia se llevó la mano al corazón—. Nunca quise hacerte daño. Tenía que haberte avisado, pero no sabía cómo decírtelo. Pensaba que creerías que no había tenido tiempo de enamorarme de ti. Quería demostrártelo. Yo... —Le fallaron las palabras. Sabía que lo que decía no tenía sentido. Señaló el cuadro con impotencia.
Lena no miró el cuadro. Se acercó y dijo con un amago de sonrisa.
—¿Crees que mereces ser feliz?
—No —repuso Yulia—. No lo merezco. No te merezco.
—Extendió las manos—. He tenido el amor de mi vida. Sigo queriéndola. Eso no se va sólo porque ella ya no esté aquí.
—¿Y tienes un sitio para mí? —preguntó Lena en voz baja.
—Todo el sitio del mundo —sonrió Yulia—. Sharla dejó mucho espacio vacío, y yo he hecho un poco más. Y tú los llenas todos.
A Lena le tembló el labio inferior y alzó el mentón.
—Creí... Creí que podía ser la segunda en tu corazón. Pero no puedo.
—No lo eres. Eres la primera. Pero tengo que ser sincera. Ella siempre estará conmigo.
—Lo sé y no me importa si me hablas de ella. No pretendo que elijas entre el pasado y el futuro. Aquí y ahora te...
—Te amo.
—...Te amo.
Se sonrieron y se abrazaron con ternura.
—Ya he visto la cocina bastante —interrumpió una voz—. ¿Puedo deducir que se ha arreglado todo felizmente?
Lena se apartó de Yulia y se aclaró la garganta.
—Hemos llegado a un acuerdo.
—Muy bien. Quiero irme al hotel. Ha sido un día muy largo y tenía que llamar a Eliza en cuanto llegara.
Lena metió la mano en el bolsillo y sacó las llaves.
—El coche es tuyo.
Inessa se volvió hacia Yulia con una sonrisa irónica.
—Mucho gusto, ¿cómo estás? Hacía años que quería conocerte. No sé por qué nos hemos saltado esa parte. —Se rió, y Yulia reconoció la alegría de vivir que Inessa le había transmitido a Lena.
—Hace años que sigo su trabajo —dijo Yulia con la mayor sobriedad posible—. Para mí es un honor conocerla, por fin.
—¿Os apetece que cenemos juntas mañana? Para celebrar vuestro… ay, Dios. ¿Se podría decir que esto es un... compromiso?
—Mamá...
—Sí —contestó Yulia—. Lo hicimos bastante mal como novias, así que creo que debemos pasar a la siguiente etapa y esforzarnos un poco más.
—Muy bien. Entonces podemos hablar del juego de vajilla.
—iMamá!
Inessa se rió.
—Es una broma. —Le tendió una mano a Yulia, que se la estrechó con firmeza—. Hablaremos de tu nueva carrera de artista lesbiana. Te van a encasillar, lo sabes.
—Lo sé —dijo Yulia y, por dentro, se sintió preparada para el reto.
Cuando se alejó el coche de Lena, volvieron al salón abrazadas. Volky entró correteando y se instaló en su cama con un suspiro de satisfacción.
Yulia le apretó el brazo a Lena.
—Mira el cuadro ahora. Si quieres, iré a buscar los demás y los quemaré.
—No seas tonta. —Lena soltó a Yulia y se arrodilló delante del lienzo. Al cabo de un minuto volvió a levantarse—. No soy yo. Yo no soy así.
—Sí que lo eres.
—No, no soy tan... No soy tan atractiva. Y en los cuadros de la galería, tampoco soy yo.
—Yo te veo así. —Yulia le pasó los brazos sobre los hombros.
—Licencia artística.
—No. —Yulia sacudió a Lena con suavidad—. Yo te veo así. Si no lo crees, entonces tampoco crees que te amo.
Lena levantó la vista con los ojos brillantes.
********
—Señoras, tienen que estar serias, muy serias.
—No puedo estar seria —objetó Lena—. El correo de hoy me ha dado la noticia de que ya soy una arquitecta colegiada en el Estado de California.
Yulia le apretó el hombro y le susurró:
—¿Qué crees que haría si le clavara esta horca?
Lena soltó una risita.
—¡Señoras! Pónganse serias, piensen en cosas horribles.
Lena frunció el ceño y Yulia pensó que estaba preciosa.
—¡Quietas! —El fotógrafo disparó varias fotos entusiasmado—. Muy bien. Siga frunciendo el ceño. Hacienda le acaba de hacer una inspección.
Ah, perfecto. Muy bien. Ahora vamos a hacer unas fotos más convencionales en el salón.
Yulia, aliviada, dejó la horca y ayudó a Lena a desatarse el delantal. Le había gustado la idea —sugerida por el fotógrafo— de posar delante del taller en la misma pose y el mismo aspecto que el adusto matrimonio del cuadro Gótico americano de Grant Wood, pero estar inmóvil con la horca en la mano y la luz en los ojos había sido un suplicio, igual que la inagotable alegría del fotógrafo.
—Vamos, chica de la portada —dijo la pelirroja, tirando de la ojiazul.
Se sentaron en el sofá y Lena apoyó la cabeza en el hombro de Yulia.
—Echen la cabeza hacia atrás. Ahora, señoras, prepárense para sonreír.
—Se me acaba de ocurrir algo. —Lena miró a Yulia y después a la máquina de fotos—. Millones de personas nos verán abrazadas en esta foto. ¿Crees que la verán los padres de Sharla? ¿Crees que podrá hacerles cambiar de opinión?
—Quiero ver grandes sonrisas, sonrisas de neón. ¿Señoras? ¡Sonrían!
Yulia se rió.
—Estoy prácticamente segura de que no compran Vanity Fair. Y no cambiarán nunca. Pero a lo mejor lo hace otra persona. Me lo digo a mí misma cada vez que un crítico se demora en mi <<estilo de vida» más que en mi obra.
Lena se rió como si no pudiera aguantarse. Yulia rápidamente bajó la cabeza y la besó, y las dos se enfrentaron otra vez al fotógrafo.
—¡Muy bien! ¡Están preciosas!.
FIN.........................................................................................................................................................................
Bueno esta historia llegó a su fin, espero les haya gustado y haya sido de su agrado. Su autora original es Karin Kallmar, y bueno aquí su servidora lo adaptó. Gracias y hasta pronto.
Lesdrumm- Admin
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Re: UNA NUEVA OPORTUNIDAD
Muchas gracias por esta adaptación. Fue hermoso *-*
Aleinads- Mensajes : 519
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Re: UNA NUEVA OPORTUNIDAD
Ya t e dicho cierto lo bueno q lo haces y t lo vuelvo a decir eres increible
flakita volkatina- Mensajes : 183
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Edad : 30
Localización : Costa Rica
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