EL CONTRATO: UNA ISLA PARA DOS PART II
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Re: EL CONTRATO: UNA ISLA PARA DOS PART II
—Bajo su propia responsabilidad —dijo el profesor Häusly—.Usted no es un ratón de laboratorio, sino la primera paciente a la que se va a administrar esta medicación.
—Lo sé —respondió Lena—. Ya se lo he firmado.
—Pues entonces vamos allá… —dijo el profesor Häusly,mientras le ponía una inyección—. Vamos a ver… —comentó y se fue. —Fíjate bien. A lo mejor me convierto en algo parecido a un ratón y me tienes que capturar. —Lena intentó hacer un chiste,pero ni ella misma se rió.
—Ya será un éxito si, por lo menos, consigues ir deprisa —respondí, pero tampoco pude mantener la broma durante mucho tiempo.
Aunque el profesor Häusly había avisado de que el tratamiento podía prolongarse durante varias semanas, nosotras ya esperábamos el milagro que, por desgracia, no llegó. Cuando aquella noche salí de la clínica, el estado de Lena no había
variado.
A la mañana siguiente, cuando me dirigía hacia la habitación, ya pude percibir la agitación que reinaba. Personas vestidas con bata blanca se movían con prisa de un lado a otro. Al entrar vi que había varias auxiliares alrededor de la cama de Lena.
Pregunté a una enfermera.
—Pulmonía —contestó, agitada—. Tiene pulmonía y su organismo carece por completo de defensas. —Se dirigió al laboratorio a toda prisa.
Pulmonía. Aquello no sonaba demasiado grave, aunque yo sabía que para un paciente de ELA podía significar la muerte.
El profesor Häusly llegó a la habitación de Lena.
—¡Doctor! —le llamé.
Negó con un gesto.
—Ahora la vamos a tratar para resolver lo de la pulmonía —dijo y se fue precipitadamente.
Los días siguientes fueron de verdadero sobresalto. Lena apenas se mantenía despierta, su estado empeoraba y el tratamiento contra la pulmonía no parecía surtir efecto. Apenas podía respirar y la conectaron a una máquina de respiración asistida que hacía el trabajo por ella. Me temí lo peor. Y no me la podía llevar a la isla para cumplir con su último deseo. Aquello fue terrible.
Todos los días hablaba por teléfono con mi madre, pero ella tampoco me podía consolar. Se limitaba a prepararme para lo inevitable.
—Tienes que aceptarlo —decía—. Aunque sea terrible.
Pero yo no podía aceptarlo.
—Está despierta y quiere verla a usted —dijo a mi lado una enfermera.
Salí disparada hacia la habitación de Lena.
Ella levantó la cabeza hacia mí.
—Yulia… —musitó—. Siempre estás aquí.
—Por supuesto —respondí—. ¿Dónde iba a estar si no?
—Yo… —Parecía querer decir algo que la tenía perpleja y sorprendida—. No puedo levantar el brazo.
Cerré los ojos. Las manifestaciones de la parálisis avanzaban a toda velocidad: primero las piernas, luego los brazos, la pulmonía…Puede vivir años, había dicho Stavros. Pero no en esas condiciones.
Cogí su mano entre las mías.
—¿Notas esto? —pregunté, conteniendo las lágrimas.
—No —respondió—. Apenas noto nada.
Entró el profesor Häusly.
—Ya que se ha vuelto a despertar, ¿cómo se encuentra? — interrogó.
—El brazo —respondió ella—. No puedo moverlo.
—¿Casi nada? —preguntó Häusly.
—Nada —aseguró Lena, con desánimo.
—Resulta sorprendente —dijo Häusly.
—Ahora la parálisis ya ha alcanzado los brazos —repuso Lena—. El medicamento contra la ELA no ha servido para nada.
—No lo creo —replicó, obstinado, el doctor—. Pero le vamos a hacer una TAC —dijo y se esfumó.
—Sigue teniendo fe en su método —dijo Lena con esfuerzo
—. Eso, al menos, ya es algo.
—¿Qué utilidad tiene, si no te puede ayudar en nada? —pregunté, enfurecida.
—No debes reprochárselo —respondió—. Ya nos lo había dicho desde un principio.
Poco después, ya le habían practicado la TAC.
—Lo que provoca la parálisis es un coágulo de sangre en el cerebro —dijo la joven doctora que subió con Lena—. Se produjo cuando se le paró la respiración y tuvimos que proceder a entubarla. Debemos operarla.
—¿En el cerebro? —pregunté, horrorizada. Siempre surgía algo más con lo que no se había contado y que me producía un espanto total. —No es para tanto —dijo la doctora—. Operaremos mañana mismo.
Poco a poco me fui acostumbrando a vivir en la clínica. Cuando la subieron del quirófano al día siguiente, Lena llevaba la cabeza envuelta con una sola venda de gasa, lo que le daba el aspecto de una hindú. Sólo habían usado anestesia local para acceder a su cerebro, por lo que estaba despierta y me pudo saludar.
—Pensaba que sería peor —me dijo—. No he sentido nada.
—¿Qué pasa con tu brazo? —pregunté.
Ella separó un dedo de la sábana.
—Parece que vuelve a funcionar —dijo, sorprendida. Eso era algo con lo que no había contado. Movió la manta que había a los pies de la cama.
—¿Has visto? —Frunció el entrecejo.
—Sí. —Yo también estaba asombrada—. ¿Puedes hacerlo otra vez?
Ella volvió a mover la manta.
—El pie. Siento el pie.
Me acerqué a la cama y retiré la manta. Lena movió los dedos de los pies. Era algo que no hacía desde que me la encontré en la isla.
—Es increíble —musité.
Ella utilizó el brazo, que le volvía a responder, para alcanzar el timbre de llamada. De inmediato apareció una enfermera.
—Puedo mover la pierna —dijo, con un tono de sorpresa en la voz. La enfermera miró con fijeza los pies que Lena tenía colocados sobre la cama y comprobó que era cierto.
—Voy a buscar al doctor —dijo y salió de forma atropellada.
Cuando llegó el profesor Häusly, Lena ya se había incorporado en la cama.
—¿Puede usted mover la pierna? —preguntó, estupefacto.
—Sí —respondió ella, mientras levantaba un poco la manta sirviéndose del pie.
Häusly volvió a estirar la manta y emitió una orden:
—Hágalo otra vez.
Lena atendió a su requerimiento.
—¡No puede ser! —exclamó el médico.
—Pues está claro que sus medicamentos han dado buenos resultados —dijo Lena, en cuyo rostro casi pude entrever una sonrisa, pero la reacción de Häusly impidió que la exhibiera totalmente.
—¡No puede ser! ¡Así no! —repitió él.
—¿Acaso había esperado que respondiera de otra forma al tratamiento? —pregunté.
—Le hemos retirado toda la medicación —respondió él.
—Pero… —No llegué a expresar mi protesta, porque se había ido. La joven doctora, que había subido con él, se acercó a la cama.
—Esto es magnífico —dijo con una sonrisa—. Pero lo que sucede es que el doctor no sabe lo que ha ocurrido y, desde luego,yo tampoco. Nos vamos a reunir ahora mismo para tratar de encontrar la causa.
—Es igual cómo haya ocurrido. Lo principal es que ella ha mejorado mucho —contesté.
La doctora pareció mostrarse escéptica.
—Pero las cosas podrían ir a peor si no averiguamos cómo ha sido para poder continuar por el camino adecuado —afirmó—. No se alegre demasiado pronto. Esto puede ser pasajero. —Hizo un gesto de saludo con la cabeza y se fue.
Más tarde regresó y nos explicó la forma en que se iba a proceder.
—Vamos a retirar todos los medicamentos y luego empezaremos a adminístrarselos uno tras otro de forma individual,para tratar de encontrar al eventual responsable de esta mejoría —dijo, mientras miraba a la enferma—. Puede ocurrir que vuelvan los
trastornos.
—¿Y qué es lo que tengo ahora? —preguntó Lena,encogiéndose de hombros—. Haga lo que estimen necesario. Si veo que mañana no puedo mover otra vez la pierna, estaremos ante una circunstancia que ya conozco de antes.
—Es usted muy valiente —dijo la doctora, mirándola casi con admiración.
—Soy realista —respondió Lena—. Verlo de otra forma sería una insensatez.
La doctora salió y Lena me miró.
—Reserva el vuelo —dijo—. Si me vuelvo a encontrar mal,llévame a la isla. ¿Lo harás?
—Sí —respondí en voz baja y tragué saliva.
—Lo sé —respondió Lena—. Ya se lo he firmado.
—Pues entonces vamos allá… —dijo el profesor Häusly,mientras le ponía una inyección—. Vamos a ver… —comentó y se fue. —Fíjate bien. A lo mejor me convierto en algo parecido a un ratón y me tienes que capturar. —Lena intentó hacer un chiste,pero ni ella misma se rió.
—Ya será un éxito si, por lo menos, consigues ir deprisa —respondí, pero tampoco pude mantener la broma durante mucho tiempo.
Aunque el profesor Häusly había avisado de que el tratamiento podía prolongarse durante varias semanas, nosotras ya esperábamos el milagro que, por desgracia, no llegó. Cuando aquella noche salí de la clínica, el estado de Lena no había
variado.
A la mañana siguiente, cuando me dirigía hacia la habitación, ya pude percibir la agitación que reinaba. Personas vestidas con bata blanca se movían con prisa de un lado a otro. Al entrar vi que había varias auxiliares alrededor de la cama de Lena.
Pregunté a una enfermera.
—Pulmonía —contestó, agitada—. Tiene pulmonía y su organismo carece por completo de defensas. —Se dirigió al laboratorio a toda prisa.
Pulmonía. Aquello no sonaba demasiado grave, aunque yo sabía que para un paciente de ELA podía significar la muerte.
El profesor Häusly llegó a la habitación de Lena.
—¡Doctor! —le llamé.
Negó con un gesto.
—Ahora la vamos a tratar para resolver lo de la pulmonía —dijo y se fue precipitadamente.
Los días siguientes fueron de verdadero sobresalto. Lena apenas se mantenía despierta, su estado empeoraba y el tratamiento contra la pulmonía no parecía surtir efecto. Apenas podía respirar y la conectaron a una máquina de respiración asistida que hacía el trabajo por ella. Me temí lo peor. Y no me la podía llevar a la isla para cumplir con su último deseo. Aquello fue terrible.
Todos los días hablaba por teléfono con mi madre, pero ella tampoco me podía consolar. Se limitaba a prepararme para lo inevitable.
—Tienes que aceptarlo —decía—. Aunque sea terrible.
Pero yo no podía aceptarlo.
—Está despierta y quiere verla a usted —dijo a mi lado una enfermera.
Salí disparada hacia la habitación de Lena.
Ella levantó la cabeza hacia mí.
—Yulia… —musitó—. Siempre estás aquí.
—Por supuesto —respondí—. ¿Dónde iba a estar si no?
—Yo… —Parecía querer decir algo que la tenía perpleja y sorprendida—. No puedo levantar el brazo.
Cerré los ojos. Las manifestaciones de la parálisis avanzaban a toda velocidad: primero las piernas, luego los brazos, la pulmonía…Puede vivir años, había dicho Stavros. Pero no en esas condiciones.
Cogí su mano entre las mías.
—¿Notas esto? —pregunté, conteniendo las lágrimas.
—No —respondió—. Apenas noto nada.
Entró el profesor Häusly.
—Ya que se ha vuelto a despertar, ¿cómo se encuentra? — interrogó.
—El brazo —respondió ella—. No puedo moverlo.
—¿Casi nada? —preguntó Häusly.
—Nada —aseguró Lena, con desánimo.
—Resulta sorprendente —dijo Häusly.
—Ahora la parálisis ya ha alcanzado los brazos —repuso Lena—. El medicamento contra la ELA no ha servido para nada.
—No lo creo —replicó, obstinado, el doctor—. Pero le vamos a hacer una TAC —dijo y se esfumó.
—Sigue teniendo fe en su método —dijo Lena con esfuerzo
—. Eso, al menos, ya es algo.
—¿Qué utilidad tiene, si no te puede ayudar en nada? —pregunté, enfurecida.
—No debes reprochárselo —respondió—. Ya nos lo había dicho desde un principio.
Poco después, ya le habían practicado la TAC.
—Lo que provoca la parálisis es un coágulo de sangre en el cerebro —dijo la joven doctora que subió con Lena—. Se produjo cuando se le paró la respiración y tuvimos que proceder a entubarla. Debemos operarla.
—¿En el cerebro? —pregunté, horrorizada. Siempre surgía algo más con lo que no se había contado y que me producía un espanto total. —No es para tanto —dijo la doctora—. Operaremos mañana mismo.
Poco a poco me fui acostumbrando a vivir en la clínica. Cuando la subieron del quirófano al día siguiente, Lena llevaba la cabeza envuelta con una sola venda de gasa, lo que le daba el aspecto de una hindú. Sólo habían usado anestesia local para acceder a su cerebro, por lo que estaba despierta y me pudo saludar.
—Pensaba que sería peor —me dijo—. No he sentido nada.
—¿Qué pasa con tu brazo? —pregunté.
Ella separó un dedo de la sábana.
—Parece que vuelve a funcionar —dijo, sorprendida. Eso era algo con lo que no había contado. Movió la manta que había a los pies de la cama.
—¿Has visto? —Frunció el entrecejo.
—Sí. —Yo también estaba asombrada—. ¿Puedes hacerlo otra vez?
Ella volvió a mover la manta.
—El pie. Siento el pie.
Me acerqué a la cama y retiré la manta. Lena movió los dedos de los pies. Era algo que no hacía desde que me la encontré en la isla.
—Es increíble —musité.
Ella utilizó el brazo, que le volvía a responder, para alcanzar el timbre de llamada. De inmediato apareció una enfermera.
—Puedo mover la pierna —dijo, con un tono de sorpresa en la voz. La enfermera miró con fijeza los pies que Lena tenía colocados sobre la cama y comprobó que era cierto.
—Voy a buscar al doctor —dijo y salió de forma atropellada.
Cuando llegó el profesor Häusly, Lena ya se había incorporado en la cama.
—¿Puede usted mover la pierna? —preguntó, estupefacto.
—Sí —respondió ella, mientras levantaba un poco la manta sirviéndose del pie.
Häusly volvió a estirar la manta y emitió una orden:
—Hágalo otra vez.
Lena atendió a su requerimiento.
—¡No puede ser! —exclamó el médico.
—Pues está claro que sus medicamentos han dado buenos resultados —dijo Lena, en cuyo rostro casi pude entrever una sonrisa, pero la reacción de Häusly impidió que la exhibiera totalmente.
—¡No puede ser! ¡Así no! —repitió él.
—¿Acaso había esperado que respondiera de otra forma al tratamiento? —pregunté.
—Le hemos retirado toda la medicación —respondió él.
—Pero… —No llegué a expresar mi protesta, porque se había ido. La joven doctora, que había subido con él, se acercó a la cama.
—Esto es magnífico —dijo con una sonrisa—. Pero lo que sucede es que el doctor no sabe lo que ha ocurrido y, desde luego,yo tampoco. Nos vamos a reunir ahora mismo para tratar de encontrar la causa.
—Es igual cómo haya ocurrido. Lo principal es que ella ha mejorado mucho —contesté.
La doctora pareció mostrarse escéptica.
—Pero las cosas podrían ir a peor si no averiguamos cómo ha sido para poder continuar por el camino adecuado —afirmó—. No se alegre demasiado pronto. Esto puede ser pasajero. —Hizo un gesto de saludo con la cabeza y se fue.
Más tarde regresó y nos explicó la forma en que se iba a proceder.
—Vamos a retirar todos los medicamentos y luego empezaremos a adminístrarselos uno tras otro de forma individual,para tratar de encontrar al eventual responsable de esta mejoría —dijo, mientras miraba a la enferma—. Puede ocurrir que vuelvan los
trastornos.
—¿Y qué es lo que tengo ahora? —preguntó Lena,encogiéndose de hombros—. Haga lo que estimen necesario. Si veo que mañana no puedo mover otra vez la pierna, estaremos ante una circunstancia que ya conozco de antes.
—Es usted muy valiente —dijo la doctora, mirándola casi con admiración.
—Soy realista —respondió Lena—. Verlo de otra forma sería una insensatez.
La doctora salió y Lena me miró.
—Reserva el vuelo —dijo—. Si me vuelvo a encontrar mal,llévame a la isla. ¿Lo harás?
—Sí —respondí en voz baja y tragué saliva.
VIVALENZ28- Mensajes : 921
Fecha de inscripción : 04/08/2014
Re: EL CONTRATO: UNA ISLA PARA DOS PART II
Siento a morir , Lena
Aleinads- Mensajes : 519
Fecha de inscripción : 14/05/2015
Edad : 35
Localización : Colombia
Re: EL CONTRATO: UNA ISLA PARA DOS PART II
—¡Usted me ha tomado el pelo! —tronó el profesor Häusly.
Lena levantó los ojos, extrañada, y yo pensé si no tendría que darle una patada en los huevos a aquel fulano.
—¡Usted no padece ELA! —vociferó.
Lena lo miró con fijeza, como si fuera un demonio que hubiera subido directo desde los infiernos.
—¿Qué…, qué pasa…, por favor? —tartamudeé.
—¡De ELA, nada! —repitió—. Es una malformación arteriovenosa, que conocemos como MAV. La hinchazón causada por los esteroides que le hemos dado contra la ELA ha remitido,pero puede volver de nuevo. Vístase. No se va a morir. Al menos no por ahora —murmuró, haciendo ondear su bata.
—No puede mostrar así toda la alegría que siente —dijo la doctora, que le había seguido hasta la habitación—. Y, además,está disgustado porque ha perdido un cobaya humano para sus investigaciones sobre la ELA. —Sonrió, con un poco de ironía.
—Yo… —Lena se incorporó—. ¿No tengo esa esclerosis?—Su tono de voz era escéptico y yo me sentía igual.
—Sabemos muy bien que la ELA es difícil de diagnosticar. Y todos los síntomas apuntaban a que lo era —dijo la doctora.
—Pero…, ¿cómo puede estar ahora tan segura de que no es ELA? —preguntó Lena, siempre escéptica.
—Cuente con que es verdad, no hay ELA —dijo, sonriente, la doctora—. Porque la causa de su parálisis ha sido una malformación arteriovenosa en la columna vertebral, una MAV.Apenas se pueden diferenciar los síntomas de las dos enfermedades. La MAV estaba ahí, pero no se podía comprobar en las exploraciones porque estaba oculta por la propia hinchazón.Si ahora retiramos los esteroides, la inflamación estará controlada y tratada, y desaparecerá, y sin inflamación dejará de haber parálisis—dijo y se rió con ganas.
—¿Así de sencillo? —pregunté yo.
—Así de sencillo —afirmó. Luego miró a Lena—. Mientras tanto, descanse, que lo necesita. Después le daremos el alta —dijo, y salió de la habitación.
Lena se dejó caer, hecha polvo, sobre los almohadones de la cama.
«Nada de ELA.» La información pasó del oído al cerebro con mucha lentitud.
—Nada de ELA —susurré y luego ya lo dije en voz alta—. ¡No tienes ELA! —De repente, mi corazón empezó a latir de nuevo.Lena no iba a morir, sobreviviría…, sería para mí…
—Nada de ELA —repitió Lena. Respiró profundamente—.¿Qué es, entonces, si es que se han equivocado? —No quería admitir su nueva situación, no fuera a ser que luego sufriera otra decepción. Eso yo lo entendía muy bien.
—Debe ser cierto, en vista de lo furioso que estaba Häusly —dije, sonriente—. Seguro que no ha echado para atrás su diagnóstico sin antes pensárselo mucho.
—Es verdad —dijo, meditabunda. El júbilo que surgía y se alzaba de mi interior parecía faltarle a ella—. He escapado de las garras de la muerte por un pelo —añadió.
—Ésa eres tú. —Me paseé, nerviosa, por la habitación—.¿Acaso no te alegras?
—Eso ya llegará —dijo Lena—. Más tarde. Lo primero de todo es entender lo que pasa. —Me miró fijamente.
—¡Lena, Lena, Lena! —exclamé. Luego me acerqué a ella y le di un rápido beso en la boca—. Vives. ¡Vas a sobrevivir! ¿Es tan difícil de entender?
—He vivido los dos últimos años con ese diagnóstico sobre mí—respondió—. Y no me ha resultado nada fácil. Ya hacía tiempo que había aceptado que iba a morir y ahora… estoy viva.
—Sí, vives. —La besé otra vez—. Vives, vives, vives… —casi lo dije como una canción.
—Veo que apenas puedes contener tu entusiasmo —dijo y comprobé que una leve sonrisa se deslizó hasta la comisura de sus labios.
—¿Te sorprende? —La miré, radiante.
—Un poquito —respondió—. No fui muy amable contigo antes de desaparecer.
—Ya hace tanto tiempo que me he olvidado de eso —dije, feliz.
—Era una forma de hacerte más fácil la separación. —Suspiró—. Supuse que, si te enfadabas conmigo porque te había ofendido,podrías soportar mejor el hecho de que yo ya no estuviera más allí.Eso en caso de que nunca volviera. Pensé que te sentirías contenta por haberte librado de mí.
—Tendrías que haber sabido que las cosas no iban a ser así. —La abracé—. Vamos a dejar de hablar de eso. Tú querías algo bueno para mí, aunque me resultara doloroso. Pero ahora todo eso ya ha pasado.
—Si lo ves de esa forma… —dijo. Sacó los pies de la cama—.¿Has reservado el vuelo?
Una sombra flotó por la habitación. Yo había hecho la reserva,pero en condiciones muy distintas a las de ahora.
—Sí, sí lo he hecho —respondí.
—Entonces nos podemos largar —dijo. Se apoyó un poco y pudo ponerse de pie junto a la cama. Aquello era algo asombroso.
Nunca hubiera pensado que lo vería de nuevo.
—¿No te encuentras un poco débil? —pregunté, al ver que se tambaleaba un poco—. La isla no se va a escapar de donde está.
—No quiero pasar ni un día más aquí, ni un día más de lo necesario —respondió.
Por supuesto, yo eso también lo entendía muy bien.
Lena levantó los ojos, extrañada, y yo pensé si no tendría que darle una patada en los huevos a aquel fulano.
—¡Usted no padece ELA! —vociferó.
Lena lo miró con fijeza, como si fuera un demonio que hubiera subido directo desde los infiernos.
—¿Qué…, qué pasa…, por favor? —tartamudeé.
—¡De ELA, nada! —repitió—. Es una malformación arteriovenosa, que conocemos como MAV. La hinchazón causada por los esteroides que le hemos dado contra la ELA ha remitido,pero puede volver de nuevo. Vístase. No se va a morir. Al menos no por ahora —murmuró, haciendo ondear su bata.
—No puede mostrar así toda la alegría que siente —dijo la doctora, que le había seguido hasta la habitación—. Y, además,está disgustado porque ha perdido un cobaya humano para sus investigaciones sobre la ELA. —Sonrió, con un poco de ironía.
—Yo… —Lena se incorporó—. ¿No tengo esa esclerosis?—Su tono de voz era escéptico y yo me sentía igual.
—Sabemos muy bien que la ELA es difícil de diagnosticar. Y todos los síntomas apuntaban a que lo era —dijo la doctora.
—Pero…, ¿cómo puede estar ahora tan segura de que no es ELA? —preguntó Lena, siempre escéptica.
—Cuente con que es verdad, no hay ELA —dijo, sonriente, la doctora—. Porque la causa de su parálisis ha sido una malformación arteriovenosa en la columna vertebral, una MAV.Apenas se pueden diferenciar los síntomas de las dos enfermedades. La MAV estaba ahí, pero no se podía comprobar en las exploraciones porque estaba oculta por la propia hinchazón.Si ahora retiramos los esteroides, la inflamación estará controlada y tratada, y desaparecerá, y sin inflamación dejará de haber parálisis—dijo y se rió con ganas.
—¿Así de sencillo? —pregunté yo.
—Así de sencillo —afirmó. Luego miró a Lena—. Mientras tanto, descanse, que lo necesita. Después le daremos el alta —dijo, y salió de la habitación.
Lena se dejó caer, hecha polvo, sobre los almohadones de la cama.
«Nada de ELA.» La información pasó del oído al cerebro con mucha lentitud.
—Nada de ELA —susurré y luego ya lo dije en voz alta—. ¡No tienes ELA! —De repente, mi corazón empezó a latir de nuevo.Lena no iba a morir, sobreviviría…, sería para mí…
—Nada de ELA —repitió Lena. Respiró profundamente—.¿Qué es, entonces, si es que se han equivocado? —No quería admitir su nueva situación, no fuera a ser que luego sufriera otra decepción. Eso yo lo entendía muy bien.
—Debe ser cierto, en vista de lo furioso que estaba Häusly —dije, sonriente—. Seguro que no ha echado para atrás su diagnóstico sin antes pensárselo mucho.
—Es verdad —dijo, meditabunda. El júbilo que surgía y se alzaba de mi interior parecía faltarle a ella—. He escapado de las garras de la muerte por un pelo —añadió.
—Ésa eres tú. —Me paseé, nerviosa, por la habitación—.¿Acaso no te alegras?
—Eso ya llegará —dijo Lena—. Más tarde. Lo primero de todo es entender lo que pasa. —Me miró fijamente.
—¡Lena, Lena, Lena! —exclamé. Luego me acerqué a ella y le di un rápido beso en la boca—. Vives. ¡Vas a sobrevivir! ¿Es tan difícil de entender?
—He vivido los dos últimos años con ese diagnóstico sobre mí—respondió—. Y no me ha resultado nada fácil. Ya hacía tiempo que había aceptado que iba a morir y ahora… estoy viva.
—Sí, vives. —La besé otra vez—. Vives, vives, vives… —casi lo dije como una canción.
—Veo que apenas puedes contener tu entusiasmo —dijo y comprobé que una leve sonrisa se deslizó hasta la comisura de sus labios.
—¿Te sorprende? —La miré, radiante.
—Un poquito —respondió—. No fui muy amable contigo antes de desaparecer.
—Ya hace tanto tiempo que me he olvidado de eso —dije, feliz.
—Era una forma de hacerte más fácil la separación. —Suspiró—. Supuse que, si te enfadabas conmigo porque te había ofendido,podrías soportar mejor el hecho de que yo ya no estuviera más allí.Eso en caso de que nunca volviera. Pensé que te sentirías contenta por haberte librado de mí.
—Tendrías que haber sabido que las cosas no iban a ser así. —La abracé—. Vamos a dejar de hablar de eso. Tú querías algo bueno para mí, aunque me resultara doloroso. Pero ahora todo eso ya ha pasado.
—Si lo ves de esa forma… —dijo. Sacó los pies de la cama—.¿Has reservado el vuelo?
Una sombra flotó por la habitación. Yo había hecho la reserva,pero en condiciones muy distintas a las de ahora.
—Sí, sí lo he hecho —respondí.
—Entonces nos podemos largar —dijo. Se apoyó un poco y pudo ponerse de pie junto a la cama. Aquello era algo asombroso.
Nunca hubiera pensado que lo vería de nuevo.
—¿No te encuentras un poco débil? —pregunté, al ver que se tambaleaba un poco—. La isla no se va a escapar de donde está.
—No quiero pasar ni un día más aquí, ni un día más de lo necesario —respondió.
Por supuesto, yo eso también lo entendía muy bien.
VIVALENZ28- Mensajes : 921
Fecha de inscripción : 04/08/2014
Re: EL CONTRATO: UNA ISLA PARA DOS PART II
Mi hermoso Dios, milagroooo!!! Que felicidad tan grande
Aleinads- Mensajes : 519
Fecha de inscripción : 14/05/2015
Edad : 35
Localización : Colombia
Re: EL CONTRATO: UNA ISLA PARA DOS PART II
Oh dios oh dios jajajajajajaja ya me algre me pase toda la tard leyendo xq estaba desactualizada y con cada cosa q leia aveces lloraba aveces reia otras me carcajee y ahorit suspire d alivio me tienes enganchada como siempre vivi jajajaja
flakita volkatina- Mensajes : 183
Fecha de inscripción : 07/06/2015
Edad : 30
Localización : Costa Rica
Re: EL CONTRATO: UNA ISLA PARA DOS PART II
—No debes hacerlo —dije—. Espera y te traeré el vaso. —Pasé al otro lado de Lena, que estaba echada en una tumbona, y le acerqué su whisky.
—Haces otra vez lo mismo que cuando yo estaba impedida —dijo, sonriente, mientras lo cogía en su mano—. Y ahora ya no lo estoy.
—Claro que no, gracias al cielo. —Me incliné hacia ella y la besé. —¿Qué significa eso? —Hizo un guiño con los ojos.
—Lo sabes muy bien —contesté—. Me siento satisfecha de que puedas andar de nuevo, de que te recuperes tan bien.
—¡Ah, ya…! —exclamó y tomó un trago de whisky, mientras me lanzaba una extraña mirada con el rabillo del ojo.
—Lena, eres imposible —afirmé—. Siempre piensas en lo mismo en lugar de darte por satisfecha de haber salido tan bien parada de todo esto…
—Estos dos últimos años no han sido nada agradables para mí.
—De repente se puso seria.
—Sí, perdona. Lo había olvidado de nuevo. Para mí el tiempo ha sido mucho más corto que para ti. —Fruncí el entrecejo,sintiéndome consciente de mi culpabilidad.
—Y era yo la que iba a morir, no tú —dijo Lena—. Con todo el dinero que hubieras heredado de mí, enseguida habrías encontrado una nueva amiguita…
—¡Lena! —Me dejé caer sobre ella y la tumbona se hizo añicos.
—Te estás cargando el mobiliario —dijo en un tono seco—. Y aquí resulta bastante difícil de reponer.
Miré hacia la casa. Todavía no parecía muy acogedora a primera vista, pero yo sabía que llegaría a serlo. De momento vivíamos en el yate, que tampoco era nada que se pudiera despreciar, pero Lena ya se había ocupado de que nos enviaran por barco
algunos muebles para que nos pudiéramos sentar, por lo menos en la arena y el jardín. Por el momento tampoco necesitábamos mucho más. El tiempo era cálido, el sol nos sonreía todos los días, el mar susurraba… Suspiré.
—¿En qué piensas? —preguntó Lena, que todavía estaba debajo de mí.
—En la casa —respondí—. Seguro que va a quedar magnífica cuando esté renovada y acondicionada.
Ella intentó volver la cabeza, pero no lo consiguió, porque se lo impedía mi cara.
—Espero —dijo—. Es lo que siempre he deseado. —Su voz era todo un susurro.
—Yo puedo hacer que se cumplan todos tus deseos —le dije al oído. Busqué sus labios y los besé con ternura.
—Uno de esos deseos se acaba de cumplir —replicó con dulzura. Me cogió entre sus brazos y me besó a su vez—. Estás conmigo y eso es algo que nunca me hubiera atrevido a soñar.Siempre he evitado pensarlo.
—Lo sé —dije—. Ha sido duro. —La miré—. Me siento muy satisfecha de que ahora ya no vaya a ser así nunca más.
—Y a mí me sabe mal que hayas tenido que aguantar todo lo que has aguantado —dijo Lena.
—Tú no querías que me comprometiera demasiado contigo para que no sufriera por tu causa, pero eso nunca hubiera terminado bien. —Pensé que no tenía ningún derecho —se interrumpió—. Eras tan joven que no quería que desperdiciaras tu vida con el recuerdo de una muerte.
—Yo no habría desperdiciado mi vida, pero tampoco me hubiera olvidado de ti. —Tragué saliva, mientras las lágrimas pugnaban por salir—. Pero ahora… —le mordí, juguetona, en la nariz— … tengo algo más que el recuerdo. Te tengo a ti.
—¿Que me tienes a mí? —Arqueó las cejas—. Creo que estás equivocada. —Se levantó de un salto y se abalanzó contra mí como un potro salvaje. Corrió por la arena y se deslizó en el agua.
—¡Eso es juego sucio, Lena! —protesté—. No sé nadar tan bien como tú.
—Pues no vas a tener más remedio que aprender —contestó—.Insisto en eso. —Nadó varios metros y luego se dio la vuelta y regresó.
Cuando llegó a la playa parecía la diosa Venus surgiendo de las olas, aquí, en su patria natal. Mientras venía hacia mí, se quitó el traje de baño; cuando nos separaban tres metros, estaba totalmente desnuda.
—Lena… —susurré. El culto a la diosa en los templos de la antigua Grecia no pudo plasmarse en una adoración mayor que la que yo experimenté por ella en aquellos momentos. Una diosa griega en una isla griega, desnuda y bella, y que me pertenecía por completo. Si lo hubiera dicho en voz alta Lena habría protestado, así que lo dije por lo bajo y para mi interior.
Me subió la camiseta hasta los hombros y me besó. Nos desplomamos sobre la arena, juntas.
Me coloqué sobre ella y, al acariciar sus pechos, noté que los duros pezones taladraban las palmas de mis manos. Ella suspiró. Era como si la tierra entera hubiera desaparecido para nosotras y nos encontráramos en el cielo, mejor dicho, en el Olimpo. Los labios de Lena sabían como la ambrosía, el alimento de los dioses, y su piel era suave al tacto, como la de los mismos dioses cuando se despojan de sus aterciopelados ropajes. Sus pezones eran como uvas, oscuras y dulces. Los chupé, los absorbí con mi boca, los dejé crecer en ella, intenté probar el dulzor de aquella
fruta.
Debajo de mí, Lena se retorció y gimió. Lamí uno de sus pezones y el gemido se hizo más sonoro.
—¡Sí! —exclamó.
Luego lamí el otro. Lena sufrió una especie de convulsión y levantó las caderas. Me deslicé suavemente hacia abajo, pellizqué su piel con suavidad y disfruté del aroma salobre de su pelo, antes de sumergirme en la gruta que se abría entre sus piernas y que, por lo húmeda que estaba, parecía haber acogido todo el mar.
Su perla se deslizó entre mis labios, como si los hubiera estado esperando. Lena se encabritó. Sus gemidos alcanzaron el cielo y llenaron el Olimpo, hasta que se desprendió de ella un grito que debió llegar a las estrellas.
Esperé a que se tranquilizara y luego la invadí de nuevo.
—¡Sí…, oh…, sí…, ah…, oh…, sí…, sí…, SÍ!
El segundo grito aventajó con mucho al primero.
Permanecí dentro de ella hasta que dejó de estremecerse; luego me deslicé otra vez hacia arriba y la besé.
—Eres mi diosa —susurré con voz tierna—. Mi amada diosa griega.
Ella arqueó las cejas, como casi siempre que yo le hacía un cumplido. Nunca dejaría de hacerlo.
—Para eso, lo primero que debería hacer es nacionalizarme aquí—apuntó con cierto sarcasmo.
Miré hacia abajo.
—Todavía me falta pedirte algo —dije.
Ella aún jadeaba.
—Enseguida. Déjame sólo un minuto.
—No es eso. —Me reí. Eso ocurriría de todos modos—. Se trata de otra cosa. Pero, acuérdate…, al principio… —Sentí miedo de mi propio valor—. Me tienes prohibido decirte algo determinado y concreto. Y siempre lo he cumplido.
En su rotro apareció una sombra.
—Me acuerdo —respondió.
—Quiero que levantes esa prohibición —dije—. Hace mucho tiempo que está de más y tú lo sabes.
Levantó la cabeza.
—No te olvidas de nada de lo que ocurrió, ¿verdad? —dijo en voz baja—. De nada de lo que te he exigido.
—No has exigido nada que yo no haya aceptado por mi propia voluntad —dije para su tranquilidad. Yo sabía que había algo que le resultaba abrumador y estaba relacionado con nosotras dos, aunque lo hubiera hecho para protegerme—. Pero esa prohibición
—continué— me la he tomado muy en serio. No he querido incumplirla, a pesar de que hace tan sólo cinco segundos he estado a punto de hacerlo. Tú dijiste en cierta ocasión que el amor es una ilusión y aquella prohibición no era más que la pura expresión de tus convicciones. Si ahora la suprimes, me dirás de ese modo que ha
cambiado tu forma de pensar. Eso es lo que quiero que hagas. —Inspiré con toda intensidad—. Sin embargo, si no ha cambiado nada, no hace falta que levantes la prohibición. La cumpliré a rajatabla.
—Yo… —Lena tragó saliva—. Me siento muy estúpida a causa de eso, y me avergüenzo de mí misma.
—¿Piensas que, en aquel entonces, tus ideas eran las adecuadas? ¿Y que siguen siéndolo hoy día? —pregunté.
—Me hubiera sentido satisfecha y agradecida si no me hubieras advertido una y otra vez de lo idiota que era —respondió, con aspecto desdichado—. Eso no lo voy a olvidar nunca.
—¿Quiere eso decir que levantas la prohibición? —pregunté, con una sonrisa. Ella también sonrió—. Limítate a decir que sí.
Cerró los ojos para eludir mi mirada. Cuando los volvió a abrir, brillaban con cierta humedad.
—Sí —susurró.
—Te amo —dije. Al final podía decirlo—. Te amo, Lena, y siempre te amaré. Eres el amor de mi vida.
No volvió la cabeza y se limitó a mirarme.
—Esta isla —dijo— sólo nos debe pertenecer a nosotras dos.Siempre tiene que ser nuestro refugio, el tuyo y el mío. No debe pisarla nadie más. Además… —Sonrió levemente—, a ti te pertenece la mitad. Ya hace algún tiempo que te he registrado
como copropietaria.
Agité la cabeza, pero tuve que sonreír.
—Una isla para dos —repuse—. No todo el mundo tiene algo tan romántico.
—De hecho casi nadie. —Me miró como si esperara algo de mí —. ¿Lo aceptas?
—¿La mitad de la isla? —observé su adorable rostro—. Sí, lo acepto —dije en voz baja. Fue como una respiración contenida lo que salió de su cuerpo. Yo no iba a escuchar de ella aquellas dos palabras, pero así era como las pronunciaba.
Esta isla para dos, ésa era su forma de decir: Te amo.
—Haces otra vez lo mismo que cuando yo estaba impedida —dijo, sonriente, mientras lo cogía en su mano—. Y ahora ya no lo estoy.
—Claro que no, gracias al cielo. —Me incliné hacia ella y la besé. —¿Qué significa eso? —Hizo un guiño con los ojos.
—Lo sabes muy bien —contesté—. Me siento satisfecha de que puedas andar de nuevo, de que te recuperes tan bien.
—¡Ah, ya…! —exclamó y tomó un trago de whisky, mientras me lanzaba una extraña mirada con el rabillo del ojo.
—Lena, eres imposible —afirmé—. Siempre piensas en lo mismo en lugar de darte por satisfecha de haber salido tan bien parada de todo esto…
—Estos dos últimos años no han sido nada agradables para mí.
—De repente se puso seria.
—Sí, perdona. Lo había olvidado de nuevo. Para mí el tiempo ha sido mucho más corto que para ti. —Fruncí el entrecejo,sintiéndome consciente de mi culpabilidad.
—Y era yo la que iba a morir, no tú —dijo Lena—. Con todo el dinero que hubieras heredado de mí, enseguida habrías encontrado una nueva amiguita…
—¡Lena! —Me dejé caer sobre ella y la tumbona se hizo añicos.
—Te estás cargando el mobiliario —dijo en un tono seco—. Y aquí resulta bastante difícil de reponer.
Miré hacia la casa. Todavía no parecía muy acogedora a primera vista, pero yo sabía que llegaría a serlo. De momento vivíamos en el yate, que tampoco era nada que se pudiera despreciar, pero Lena ya se había ocupado de que nos enviaran por barco
algunos muebles para que nos pudiéramos sentar, por lo menos en la arena y el jardín. Por el momento tampoco necesitábamos mucho más. El tiempo era cálido, el sol nos sonreía todos los días, el mar susurraba… Suspiré.
—¿En qué piensas? —preguntó Lena, que todavía estaba debajo de mí.
—En la casa —respondí—. Seguro que va a quedar magnífica cuando esté renovada y acondicionada.
Ella intentó volver la cabeza, pero no lo consiguió, porque se lo impedía mi cara.
—Espero —dijo—. Es lo que siempre he deseado. —Su voz era todo un susurro.
—Yo puedo hacer que se cumplan todos tus deseos —le dije al oído. Busqué sus labios y los besé con ternura.
—Uno de esos deseos se acaba de cumplir —replicó con dulzura. Me cogió entre sus brazos y me besó a su vez—. Estás conmigo y eso es algo que nunca me hubiera atrevido a soñar.Siempre he evitado pensarlo.
—Lo sé —dije—. Ha sido duro. —La miré—. Me siento muy satisfecha de que ahora ya no vaya a ser así nunca más.
—Y a mí me sabe mal que hayas tenido que aguantar todo lo que has aguantado —dijo Lena.
—Tú no querías que me comprometiera demasiado contigo para que no sufriera por tu causa, pero eso nunca hubiera terminado bien. —Pensé que no tenía ningún derecho —se interrumpió—. Eras tan joven que no quería que desperdiciaras tu vida con el recuerdo de una muerte.
—Yo no habría desperdiciado mi vida, pero tampoco me hubiera olvidado de ti. —Tragué saliva, mientras las lágrimas pugnaban por salir—. Pero ahora… —le mordí, juguetona, en la nariz— … tengo algo más que el recuerdo. Te tengo a ti.
—¿Que me tienes a mí? —Arqueó las cejas—. Creo que estás equivocada. —Se levantó de un salto y se abalanzó contra mí como un potro salvaje. Corrió por la arena y se deslizó en el agua.
—¡Eso es juego sucio, Lena! —protesté—. No sé nadar tan bien como tú.
—Pues no vas a tener más remedio que aprender —contestó—.Insisto en eso. —Nadó varios metros y luego se dio la vuelta y regresó.
Cuando llegó a la playa parecía la diosa Venus surgiendo de las olas, aquí, en su patria natal. Mientras venía hacia mí, se quitó el traje de baño; cuando nos separaban tres metros, estaba totalmente desnuda.
—Lena… —susurré. El culto a la diosa en los templos de la antigua Grecia no pudo plasmarse en una adoración mayor que la que yo experimenté por ella en aquellos momentos. Una diosa griega en una isla griega, desnuda y bella, y que me pertenecía por completo. Si lo hubiera dicho en voz alta Lena habría protestado, así que lo dije por lo bajo y para mi interior.
Me subió la camiseta hasta los hombros y me besó. Nos desplomamos sobre la arena, juntas.
Me coloqué sobre ella y, al acariciar sus pechos, noté que los duros pezones taladraban las palmas de mis manos. Ella suspiró. Era como si la tierra entera hubiera desaparecido para nosotras y nos encontráramos en el cielo, mejor dicho, en el Olimpo. Los labios de Lena sabían como la ambrosía, el alimento de los dioses, y su piel era suave al tacto, como la de los mismos dioses cuando se despojan de sus aterciopelados ropajes. Sus pezones eran como uvas, oscuras y dulces. Los chupé, los absorbí con mi boca, los dejé crecer en ella, intenté probar el dulzor de aquella
fruta.
Debajo de mí, Lena se retorció y gimió. Lamí uno de sus pezones y el gemido se hizo más sonoro.
—¡Sí! —exclamó.
Luego lamí el otro. Lena sufrió una especie de convulsión y levantó las caderas. Me deslicé suavemente hacia abajo, pellizqué su piel con suavidad y disfruté del aroma salobre de su pelo, antes de sumergirme en la gruta que se abría entre sus piernas y que, por lo húmeda que estaba, parecía haber acogido todo el mar.
Su perla se deslizó entre mis labios, como si los hubiera estado esperando. Lena se encabritó. Sus gemidos alcanzaron el cielo y llenaron el Olimpo, hasta que se desprendió de ella un grito que debió llegar a las estrellas.
Esperé a que se tranquilizara y luego la invadí de nuevo.
—¡Sí…, oh…, sí…, ah…, oh…, sí…, sí…, SÍ!
El segundo grito aventajó con mucho al primero.
Permanecí dentro de ella hasta que dejó de estremecerse; luego me deslicé otra vez hacia arriba y la besé.
—Eres mi diosa —susurré con voz tierna—. Mi amada diosa griega.
Ella arqueó las cejas, como casi siempre que yo le hacía un cumplido. Nunca dejaría de hacerlo.
—Para eso, lo primero que debería hacer es nacionalizarme aquí—apuntó con cierto sarcasmo.
Miré hacia abajo.
—Todavía me falta pedirte algo —dije.
Ella aún jadeaba.
—Enseguida. Déjame sólo un minuto.
—No es eso. —Me reí. Eso ocurriría de todos modos—. Se trata de otra cosa. Pero, acuérdate…, al principio… —Sentí miedo de mi propio valor—. Me tienes prohibido decirte algo determinado y concreto. Y siempre lo he cumplido.
En su rotro apareció una sombra.
—Me acuerdo —respondió.
—Quiero que levantes esa prohibición —dije—. Hace mucho tiempo que está de más y tú lo sabes.
Levantó la cabeza.
—No te olvidas de nada de lo que ocurrió, ¿verdad? —dijo en voz baja—. De nada de lo que te he exigido.
—No has exigido nada que yo no haya aceptado por mi propia voluntad —dije para su tranquilidad. Yo sabía que había algo que le resultaba abrumador y estaba relacionado con nosotras dos, aunque lo hubiera hecho para protegerme—. Pero esa prohibición
—continué— me la he tomado muy en serio. No he querido incumplirla, a pesar de que hace tan sólo cinco segundos he estado a punto de hacerlo. Tú dijiste en cierta ocasión que el amor es una ilusión y aquella prohibición no era más que la pura expresión de tus convicciones. Si ahora la suprimes, me dirás de ese modo que ha
cambiado tu forma de pensar. Eso es lo que quiero que hagas. —Inspiré con toda intensidad—. Sin embargo, si no ha cambiado nada, no hace falta que levantes la prohibición. La cumpliré a rajatabla.
—Yo… —Lena tragó saliva—. Me siento muy estúpida a causa de eso, y me avergüenzo de mí misma.
—¿Piensas que, en aquel entonces, tus ideas eran las adecuadas? ¿Y que siguen siéndolo hoy día? —pregunté.
—Me hubiera sentido satisfecha y agradecida si no me hubieras advertido una y otra vez de lo idiota que era —respondió, con aspecto desdichado—. Eso no lo voy a olvidar nunca.
—¿Quiere eso decir que levantas la prohibición? —pregunté, con una sonrisa. Ella también sonrió—. Limítate a decir que sí.
Cerró los ojos para eludir mi mirada. Cuando los volvió a abrir, brillaban con cierta humedad.
—Sí —susurró.
—Te amo —dije. Al final podía decirlo—. Te amo, Lena, y siempre te amaré. Eres el amor de mi vida.
No volvió la cabeza y se limitó a mirarme.
—Esta isla —dijo— sólo nos debe pertenecer a nosotras dos.Siempre tiene que ser nuestro refugio, el tuyo y el mío. No debe pisarla nadie más. Además… —Sonrió levemente—, a ti te pertenece la mitad. Ya hace algún tiempo que te he registrado
como copropietaria.
Agité la cabeza, pero tuve que sonreír.
—Una isla para dos —repuse—. No todo el mundo tiene algo tan romántico.
—De hecho casi nadie. —Me miró como si esperara algo de mí —. ¿Lo aceptas?
—¿La mitad de la isla? —observé su adorable rostro—. Sí, lo acepto —dije en voz baja. Fue como una respiración contenida lo que salió de su cuerpo. Yo no iba a escuchar de ella aquellas dos palabras, pero así era como las pronunciaba.
Esta isla para dos, ésa era su forma de decir: Te amo.
FIN
VIVALENZ28- Mensajes : 921
Fecha de inscripción : 04/08/2014
Re: EL CONTRATO: UNA ISLA PARA DOS PART II
Queeeee noooooo xq lo bueno llega a su fin... pero eh de decir q estuvo muy buena dsd inicio a fin
flakita volkatina- Mensajes : 183
Fecha de inscripción : 07/06/2015
Edad : 30
Localización : Costa Rica
Re: EL CONTRATO: UNA ISLA PARA DOS PART II
Magnifico, hermoso, muchas graciaaassssS ... Ojala haya un epilogo , quiero saber que sucede mas adelante y si Lena se atreve a decir las palabras que serán música para los oídos de Yulia.
Aleinads- Mensajes : 519
Fecha de inscripción : 14/05/2015
Edad : 35
Localización : Colombia
Re: EL CONTRATO: UNA ISLA PARA DOS PART II
Que bonito! Finalmente todo fue un susto
genial me encanto el fic
genial me encanto el fic
Grd- Mensajes : 50
Fecha de inscripción : 26/05/2015
Página 3 de 3. • 1, 2, 3
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