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Una canción para Julia

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Mensaje por Anonymus 9/26/2014, 7:36 am

Capítulo 1



Julia Volkova avanzó hacia su asiento en la tribuna de prensa. El Melbourne Concert Hall estaba lleno hasta los topes y los aplausos eran ensordecedores. La banda telonera, un grupo de blues compuesto de mujeres, acababa de terminar su actuación y estaba saliendo. Parecía que había dejado al público preparado para el acontecimiento principal. La tribuna recorría todo un lado del escenario. Julia vio que el fotógrafo que le habían asignado estaba en el otro extremo y lo saludó con la mano. Cuando se sentó en su butaca, el aplauso se apagó para dar paso al clamor entusiasta de miles de voces. Se encendieron las luces de la sala y Julia miró a su alrededor. Los espectadores se agitaban en los asientos, llamaban a sus amigos, reían y hablaban en voz alta. La expectación electrizaba el ambiente. No se sorprendió al ver que casi la totalidad del público era femenino; todo el mundo sabía que la mujer a la que habían ido a ver aquella noche era lesbiana.
Era sábado por la noche y se celebraba el primer concierto de la gira por la costa este de Australia de la famosísima cantante de rock estadounidense Elena Katina. Las luces se empezaron a atenuar y en el auditorio se hizo el silencio. Cuando la iluminación desapareció por completo, el escenario se fue tiñendo de rosa lentamente. Unos haces de luz de un azul intenso bañaron el telón de fondo, trazando rayas en el rosa, y el humo artificial le dio un aire brumoso al ambiente. A los lados de la luz tenue, Julia podía ver a los músicos, la batería, los teclados y las guitarras relucientes. De repente, un potente foco iluminó el centro del escenario y apareció Elena Katina. La multitud se volvió loca; las mujeres saltaron de sus asientos, gritando y vitoreando. Elena abrió los brazos y se quedó quieta, sonriendo, durante un par de minutos, como si estuviera esperando a que se calmaran. Julia había visto fotos que retrataban a Elena Katina como una mujer atractiva, pero estaba claro que ninguna le había hecho justicia. Tenía el pelo rojo, con unos rizos hermosos, que caían a su hombros, su piel parecía radiante. Llevaba unos pantalones negros ceñidos, de viscosa brillante, y una chaqueta suelta a juego, arremangada de manera informal. La chaqueta estaba abierta y dejaba ver la parte superior de un bikini de color fucsia. Tenía un cuerpo espectacular, y Julia llegó a la conclusión de que era una mujer muy sexy.

—Hola a todos. Me alegro mucho de estar aquí —dijo Elena, y el público grito más aún.

Tenía una voz grave y seductoramente ronca, con un leve y aterciopelado acento sureño. Unos segundos después, el grupo hizo sonar la introducción de Take a Chance, su último éxito, y empezó el espectáculo. A medida que se desarrollaba el concierto, Julia se iba quedando cada vez más embelesada. Elena tenía una voz potente y cargada de pasión. La actuación, enérgica, emocional y con un desenfado sexual subyacente, estaba perfectamente equilibrada por su calidez y su sentido del humor. Había momentos en los que Elena tocaba la guitarra mientras cantaba, y otros, cuando cantaba una balada, en los que se paseaba por el escenario y parecía cantar exclusivamente para alguna de las mujeres que la adoraban. Tenía un carisma enorme, y a Julia no le pareció sorprendente que hubiera mujeres que se levantaban para acercarse al escenario. Algunas bailaban en los pasillos y el personal de seguridad se afanaba en bajar del escenario y contener a un grupo de admiradoras demasiado entusiastas. Parecía que Elena se estaba divirtiendo, y el concierto duró media hora más de lo previsto. Las oficinas de la revista The Entertainer, donde trabajaba Julia, se hallaban en el céntrico barrio de negocios donde se agrupaban todos los periódicos importantes y otras publicaciones. El lunes, a primera hora de la mañana, Julia se reunió con Adele Winters, la directora de la revista, para presentarle su crítica de Elena Katina. El número de aquel mes estaba listo para entrar en imprenta y habían reservado un hueco para el artículo de Julia. Adele tenía cerca de cincuenta años, y llevaba el pelo, de color negro, estilo paje. Tenía canas, pero eran mechas de peluquería, sutiles y colocadas con mucho cuidado. Sus oscuros ojos brillaban como el azabache, lo que hacía imposible mirarla fijamente.
Cuando termino de leer la crítica de Julia, se echó hacia atrás en la silla, llamó a su secretaria por el interfono para pedirle que les llevara café y le dio una calada al cigarrillo. Estaba prohibido fumar en el edificio. Julia recordó cierta ocasión en la que, en su presencia, un representante del departamento de administración con pinta de solicito, aunque algo tembloroso, había intentado recordarle las normas a Adele. «Oh, vete a la mierda —había soltado ella, haciendo un gesto desdeñoso con la mano—, ¡y deja de hacerme perder el puto tiempo! Y, por el amor de Dios, diles a esos gilipollas grises y aburridos de arriba que se busquen la vida.» Adele miró a Julia a través del humo.
—Bueno, parece que te ha dejado una impresión de la hostia —dijo-. ¿Es que esa mujer no hace nada mal?

Julia sonrió ante el tono lacónico de su jefa.

—No. Tengo que decir que el concierto fue espectacular y que Elena Katina es una de las mejores intérpretes que he visto en mi vida. —En aquel momento llegó el café, y vio como Adele se ponía tres cucharadas cargadas de azúcar en la taza. Suponía que aquello era lo que mantenía con vida a su jefa, porque nunca la había visto comer nada, y estaba tan delgada que daba pena. Julia bebió un trago antes de seguir—. Su agente se ha puesto en contacto contigo para conseguir algo de publicidad local, ¿verdad? Me gustaría entrevistar a Elena para el número del mes que viene.
— ¡Qué bien! —exclamó Adele, con los ojos brillantes por un interés repentino—. Quería ver tu crítica antes de comprometernos. He visto a muchos artistas extranjeros famosos que vienen aquí e, inesperadamente, quedan como el culo ante el público australiano, pero, a juzgar por tu opinión, parece que la popularidad de esta chica va en aumento.
—Y no soy la única que se ha quedado pasmada. ¿Has visto las críticas que han publicado The Weekend Australian y The Age esta mañana? Adele soltó un resoplido despectivo.
—Ya, pero muchas de esas reseñas no me las tomo en serio. A la mitad de esos gacetilleros les encanta lamerles el culo a los famosos. —Julia puso los ojos en blanco y río entre dientes. Adele tomó un poco de café y se quedó pensativa—. Puedo convertirla en la chica de la portada del mes que viene. Llamaré a su agente para concertar una entrevista. Sé que se quedan en Melbourne hasta el jueves. —Con una floritura y un clic de su costoso encendedor de oro, se encendió otro cigarrillo-. Quizá puedas sacar algo interesante desde la perspectiva lesbiana; algo sobre lo que todavía no se haya hablado, claro.

Julia cogió la cucharilla y removió el café con aire distraído, mientras pensaba en la actuación del sábado por noche. Recordó algunas de las canciones de Elena, apasionadas letras, lo arrebatadora que estaba y la sutil pero inconfundible sexualidad que proyectaba al público. Había revolucionado a miles de mujeres.
—Si —murmuró—, eso podría ser interesante.
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Mensaje por Anonymus 9/26/2014, 7:37 am

Capítulo 2



El martes a la diez de la mañana, Elena estaba tumbada en la cama de la habitación del hotel, apoyada en un codo y con The Entertainer abierto al lado. Estaba comiéndose una tostada y tenía una bandeja con los restos del desayuno a los pies de la cama. Su grupo había actuado el domingo y el lunes por la noche, con lo que había concluido la etapa de Melbourne en su gira, y se estaban tomando un descanso de un par de días para hacer un poco de turismo antes de partir el jueves hacia Sydney. Danny Goldman, su agente, caminaba de un lado a otro de la habitación.
—Es un comienzo genial —dijo-. Sencillamente Esa es la revista de tirada nacional que marca el paso de todas las demás publicaciones: todo el mundo se toma en serio lo que tenga que decir sobre cualquier espectáculo importante. —Llevaba un traje liviano, de color oscuro y bien confeccionado, y una camisa carmesí con el cuello abierto. Mientras caminaba, mantenía una mano en el bolsillo y, con frecuencia, se pasaba la otra por el pelo negro y perfectamente alisado con gomina—. Esta crítica tan buena nos allana el camino para el resto de la gira, y hemos tenido la suerte de que el número de este mes haya coincidido con los primeros conciertos. —Le lanzó una mirada—. ¡Gracias a eso, el disco se venderá por aquí como churros, Len! Lo digo en serio.
Elena terminó la tostada y se desperezó lánguidamente. —Sí, Danny, es fantástico, pero cálmate, cielo, que me estas mareando de tanto ir de un lado para otro.

Su agente resopló, exasperado, y Elena rió entre dientes. Siempre estaba inquieto como un siluro colgando de una caña, y ella siempre le decía: «Cálmate, cielo».

—Bien, no olvides que esta tarde a las cuatro y media tienes una entrevista con Julia Volkova. Es la que escribió esa crítica tan elogiosa, y tengo entendido que es un peso pesado: una de las redactoras estrella de la revista. Se dice que una reseña suya puede suponer el éxito o la ruina para un espectáculo, así que más te vale ser rematadamente encantadora con ella. Elena sonrió y le hizo ojitos.
—Oh, no te preocupes por eso, cielo. Seré muy amable con ella.

Danny volvió a suspirar y se pasó la mano por el pelo, en un gesto nervioso. Elena se echó a reír. Le gustaba burlarse de él, porque nunca sabía cuando estaba bromeando. Danny sacudió la cabeza con desconcierto y se marchó. A las cuatro y media en punto, Julia llamó a la puerta de la habitación del hotel. Cuando Elena abrió, pareció levemente impresionada, como si se sorprendiera de verla. Julia sonrió.
—Me esperabas, ¿verdad? Soy Julia Volkova.

Entonces Elena le dedico una amplísima sonrisa.

—Por supuesto que te esperaba. Adelante, Julia. Es un placer conocerte.

Se estrecharon las manos y, mientras la periodista se sentaba en el sofá, sacaba la libreta y dejaba la grabadora sobre la mesita, Elena llenó un vaso de agua y se sirvió un bourbon con hielo. Elena se había puesto unos vaqueros negros y una camiseta blanca de tirantes. No llevaba nada de maquillaje, salvo un poco de rímel para oscurecerse las pestañas, y estaba aún más atractiva que en el escenario. Tenía esa tez radiante que poseen las pelirrojas. Julia observó que, mientras llevaba bebidas, se movía con suavidad y pausadamente, con leve balanceo de caderas, algo que contrastaba mucho la agilidad y la energía que había mostrado sobre el escenario.
Elena le dio el agua y se sentó en el sofá de enfrente. Le dirigió una sonrisa cálida, la miro directamente a los ojos y le sostuvo la mirada, mientras decía, con su voz aterciopelada y melódica:
—Cuando quieras podemos empezar, reina.

Los ojos de Elena eran de un verde-grisaceo. Aunque estaban llenos de afecto y simpatía, Julia se sentía incomoda ante aquella mirada cautivadora. Con torpeza, intentó tomar notas y se le cayó el bolígrafo al suelo.

—Parece que esta tarde estoy un poco patosa —dijo.
—No pasa nada, cielo —replicó Elena con dulzura—. No hay prisa.

Julia empezó con las preguntas. Se había escrito mucho sobre la cantante y sabía que repasaría mucho terreno trillado, pero la dejó hablar, a la espera de ese momento especial, el momento en que surgiera algo de donde pudiera sacar un artículo. Elena tenía 34 años, y había nacido y crecido en Atlanta, Georgia. Sus padres habían muerto en un accidente de tráfico hada casi diez años y tenía una hermana que vivía en Chicago, con su marido y sus tres hijos, a la que veía de vez en cuando. Después de terminar secundaria, había estudiado música a tiempo parcial en la universidad del estado de Georgia, al tiempo que empezaba a profesionalizarse. Durante siete años había trabajado en bares y discotecas con diversos grupos, por lo general haciendo coros, hasta que le surgió una oportunidad con una banda de blues que en aquella época era muy famosa en Atlanta.

—Me contrataron como solista y, a partir de entonces, empezaron a ir bien las cosas. También
fue allí donde conocí a Ruby, hace ocho años. Tiene mucho talento, ¿sabes? En los créditos de mis discos verás que trabajamos juntas en los arreglos de muchas de mis canciones. En esa banda de blues tocaba los teclados y la guitarra, y hacia coros, igual que ahora conmigo. —Los cubitos de hielo tintinearon cuando bebió un trago de bourbon—. Nos caímos bien de entrada y desde entonces ha sido mi mejor amiga.
—Y, a partir de ahí, ¿cómo seguiste?
—Bueno, ya sabes, empecé a conocer a la gente correcta en las discográficas, grabé coros para varios discos y, al cabo de cierto tiempo, monte mi propio grupo. Fue proceso de ensayo y error, hasta que conseguí dar con un sonido característico, y tuve un par de grupos antes de sentirme satisfecha con lo que estaba haciendo.
— ¿Fue entonces cuando empezaste a interpretar tus propias canciones?
—Sí. Hace unos cinco años me hice notar con el rock “bluseado» que hago ahora. Cuando conseguí el primer contrato de grabación tenía a Ruby a bordo y, a partir de ahí, todo salió rodado.

Julia estaba impresionada por la actitud relajada y modesta con la que hablaba de su trayectoria profesional, y por la poca importancia que daba a su enorme fama y éxito. El primer disco de Elena había salido a la venta tres años antes y había alcanzado inmediatamente los primeros puestos de la lista de éxitos en Estados Unidos. Hacía seis meses que había sacado su tercer disco y había pasado tres meses de gira por su país antes de llegar a Australia para su primera gira internacional.
— ¿Y sigues viviendo en Atlanta? —pregunto Julia.

La expresión de los ojos de Elena se tornó ausente, y sonrió.

—Oh, no, reina, vivo en Savannah.

A Julia se le aceleró el pulso. «Savannah.» Era un lugar sobre el que había leído y del que le habían hablado unos cuantos amigos que habían estado allí, y en su mente era un lugar mágico, hermoso y excéntrico, que deseaba visitar algún día. Había estado un par de veces en la costa oeste, en breves viajes de trabajo, pero no había llegado tan al sur. En el acto imaginó a Elena escribiendo sus canciones en una de aquellas maravillosas casas antiguas que había visto en las películas, inspirándose en el paisaje y en los coloridos personajes que, imaginaba, vivían allí. Le habría gustado hacerle la pregunta antes; era una de esas cosas en las que podía basar un artículo: la vida de Elena en aquel lugar fascinante y húmedo, rodeado por los pantanos y el mar.
Echó un vistazo al reloj y se sorprendió al ver que eran cerca de las seis y media. Habían estado hablando durante casi dos horas y se imaginaba que Elena no quería seguir con la entrevista durante mucho tiempo más. Elena se puso en pie, se acercó al minibar, volvió la cabeza y dijo con naturalidad:

—No me has preguntado por mi vida sexual. Es lo que suelen hacer los periodistas. —Estaba sonriendo, de buen humor—. ¿Te apetece tomar algo más?
—Oh, no, gracias. Julia se asomó a la ventana. Estaban en mayo, faltaba poco para el invierno y ya empezaba a anochecer. Las luces de los edificios de la ciudad brillaban en el ocaso y, a lo lejos, podía ver la bahía Port Philip, un destello plateado bajo aquella luz. —De día debes de tener unas vistas geniales —comentó.
—Sí, son espectaculares.

Julia oyó el tintineo de los cubitos de hielo y se giró hacia Elena, que estaba tomando su bebida y mirándola. Vio que, de manera casi imperceptible, desviaba la vista de sus piernas y su cuerpo y la fijaba en sus ojos.

—Si quieres que te sea sincera —dijo-, tenía intención de preguntarte sobre esa parte de tu vida, pero después de conocerte me parece irrelevante. Quiero decir, ¿qué te podría preguntar? ¿Si ser lesbiana te supone un problema en el trabajo? Es evidente que no. Tampoco creo que tenga importancia cuando te dieras cuenta, ¿verdad? —Sonrió-. Desde luego, si tienes algún amor en tu vida del que quieras hablarme, me serviría para el artículo.

Elena sonrió y sacudió la cabeza.

—Me temo que no, cielo. Con eso no te puedo ayudar.

Julia empezó a recoger sus cosas.

—Si tuviéramos más tiempo, me gustaría mucho hablar contigo de tu vida en Savannah. Es un lugar que siempre me ha intrigado.
— ¿Por qué no cenamos juntas? —se apresuró a decir Elena . Julia se sorprendió y vaciló un instante—. Te diré todo lo que quieras saber sobre Savannah —añadió, con una sonrisa cautivadora.

Julia se echó a reír.

—Bueno, ¿cómo podría rechazar semejante oferta? ¿Adónde te gustaría ir?
—A algún lugar muy tranquilo y relajado. Llevo tanto tiempo lejos de casa que estoy harta de los restaurantes ruidosos. En realidad, podríamos quedarnos aquí y pedir algo al servicio de habitaciones. La comida es bastante buena.
Julia lo pensó un momento.

—Si de verdad quieres un lugar tranquilo y relajado, podrías venir a mi casa. Está a solo diez minutos de aquí, en East Melbourne, y es mucho más acogedora que esta habitación. Pensaba prepararme algo sencillo. Si te apetece, estas invitada. —Sonrió—. Aunque me temo que no será alta cocina.

Elena parecía encantada con la idea.

—Si no tienes inconveniente, me parece fantástico. No he estado en una casa desde hace meses. Me encantaría.

Julia le apuntó su dirección.

—Ven sobre las ocho. Te estaré esperando.

Cuando cerró la puerta detrás de Julia, Elena se preguntó por qué estaba haciendo aquello. La había visto guardar las notas y la grabadora y, de pronto, había tenido la abrumadora sensación de que no quería que se fuera. Sin pensarlo, le había propuesto cenar juntas, y se alegraba muchísimo de que hubiera aceptado. Sin duda, Julia sería una compañía encantadora e inteligente, y no le molestaba en absoluto hablarle de Savannah. Sin embargo, tenía que reconocer que el verdadero motivo por el que le había propuesto la cena era porque le parecía muy mona y sexy.
Al abrirle la puerta, se había encontrado frente a los ojos más bonitos que había visto nunca. Durante la entrevista había estado buscando la palabra exacta para describir su color. Azul cielo, azul mar. Esperaba que Julia no hubiera notado como la miraba. Mientras hurgaba en el ropero en busca de un jersey para aquella noche, se dijo que en realidad tampoco sería tan terrible que se hubiera dado cuenta. Le había parecido que Julia estaba incomoda al principio, pero enseguida se había relajado. La recordó sentada, con aquellas espectaculares piernas cruzadas, bebiendo y mirándola atentamente mientras respondía las preguntas. En más de una ocasión había tenido que apartar la vista para no perder la concentración. Estaba casi segura de que era hetero. De todos modos, fuera lo que fuera, después de aquella noche no la volvería a ver. Por todos los santos, ni siquiera tenía importancia. Solo iba a cenar con una mujer agradable que compartía su pasión por Savannah. Abrió un paquete de nueces de Macadamia que encontró en el minibar y encendió el televisor para ver el telediario, pero, durante todo ese tiempo, en el fondo de su mente solo veía a Julia con su elegante traje de chaqueta hecho a medida y sus tacones, caminando hacia la ventana. Tenía un andar muy seguro y elegante. La falda era corta; las piernas, largas. Y, cuando se había vuelto hacia ella con un movimiento de su pelo negro, a Elena se le había parado el corazón
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Mensaje por xlaudik 9/28/2014, 1:57 am

Se ve buenísimo :-D
Contiii!!!! xD
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Mensaje por Anonymus 11/1/2014, 10:40 pm


Capítulo 3



Elena pagó al taxista y miró la enorme casa victoriana de dos plantas. Echó un vistazo a la calle y vio que todas las casas eran parecidas y estaban igual de cuidadas. Al otro lado de la calle había un parque con muchos árboles. Abrió la puerta de hierro de color verde oscuro y subió la escalera de piedra gris azulada hasta la amplia galería de hierro forjado. Julia abrió la puerta con una sonrisa radiante y la invitó a pasar al vestíbulo. La casa era acogedora, y se oía la música de Jevetta Steele de fondo. Julia tenía una copa de vino tinto en la mano y parecía relajada. Se había puesto unos vaqueros gastados, un jersey color crema de lana fina y cuello de pico, y unos calcetines de lana, y aun así se las apañaba para estar elegante. Tenía una estatura por encima de la media, pero sin los tacones no era mucho más alta que Elena. De repente, un gato de manchas blancas y negras cruzó el vestíbulo y empezó a restregarse contra las piernas de Elena.

—Te presento a Magpie —dijo Julia, mientras Elena se agachaba para acariciar la cabeza del animal—. Le encantan las visitas.

Elena echó un vistazo a su alrededor. El pasillo que tenían delante era largo, con puertas a ambos lados y suelo de madera oscura encerada, con una alfombra oriental que lo recorría a lo largo. Delante de ellas, a la derecha del vestíbulo, había una escalera de madera tallada.
—Es una casa preciosa —dijo.
—Gracias, te enseñaré el resto. Arriba no hay mucho que ver: solo tres dormitorios y los baños.
El despacho de la derecha tenía estanterías empotradas a lado y lado de una chimenea de mármol negro. Debajo de una ventana con vistas al jardín y al parque había una gran mesa de despacho antigua, de roble, con un ordenador. Elena vio la foto de una pareja de mediana edad en la repisa de la chimenea. La mujer era guapa y se parecía a Julia.
— ¿Son tus padres? —preguntó.
—Sí. Viven en el sur de Australia. Cuando mi padre se jubiló se mudaron allí y compraron un pequeño viñedo. —Julia rio entre dientes—. Siempre fue su sueño, pero creo que mi padre ha descubierto que exige mucho más esfuerzo de lo que esperaba. Aun así, no les va mal por allí, y es un sitio fantástico para ir de visita.
— ¿Tienes hermanos?
—No, soy hija única.

El salón estaba al otro lado del pasillo, amueblado con un sofá rosa oscuro y dos sillones de respaldo alto a juego. Un precioso armario japonés, de estilo clásico, dominaba una pared, y había un jarrón japonés enorme a cada lado de la chimenea. La última puerta del pasillo daba al comedor. En el centro de la estancia había una mesa de cerezo para diez personas y las sillas estaban tapizadas con la misma tela rosa que el sofá del salón. Contra una pared había una chaise-longue cubierta de cojines. Elena echó un vistazo a la recargada araña de cristal y pensó que no combinaba con el resto de la decoración. Julia se echó a reír.

—Es un poco exagerada, lo sé. Estaba aquí cuando compré la casa y pensaba tirarla, pero, cuando termine de decorar esta habitación, me había acostumbrado a verla. Imagino que alguno de los dueños anteriores, tal vez durante la década de 1940, la eligió con mucho cariño y tuvo muchos problemas para colgarla. Probablemente era muy cara y le parecía una preciosidad. —Se encogió de hombros—. En realidad es bastante bonita, pero está en un lugar inadecuado. Puede que sea eso lo que me gusta. En cualquier caso, ahora tiene un atenuador y, en las cenas, cuando está muy bajo, emite unos destellos mágicos. —Sonrió-. Bueno, después de un par de copas también parece mágica.

Elena sonrió.

—Me parece estupenda. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?

Julia la guió por el pasillo y giró a la izquierda para entrar en la cocina. Estaba bien diseñada y era funcional, con encimeras de caliza grisácea y electrodomésticos de acero inoxidable.

—Cinco años —contestó—. Tuve que hacer muchos arreglos en la casa. Cuando la compré estaba hecha un desastre, pero, gracias a Dios, ya he terminado. La compré justo después de divorciarme. Quería instalarme cómodamente por mi cuenta, porque imagino que seguiré soltera: es lo que me va. ¿Qué quieres tomar?
—Bueno... Me tomaría un bourbon, si tienes, pero si no, un vino me parece bien.

Julia sacudió la cabeza, agitándose el pelo.

—Te he comprado bourbon por el camino. Sabía que te apetecería.
—Que amable. —Elena sonrió-. Gracias.

Mientras Julia sacaba el hielo y le servía la bebida, Elena no pudo evitar fijarse en cómo se le ceñían los vaqueros a las caderas y en cómo el fino jersey que llevaba le realzaba el pecho, bastante abundante. Se preguntaba por qué aquella mujer tan atractiva se imaginaba soltera toda su vida.
— ¿Así que ahora mismo no tienes ninguna relación? —le pregunto.
—Bueno, sí, supongo que sí, con un tal Ben, pero lo nuestro es bastante informal. Él viaja mucho y yo viajo bastante a menudo, así que no siempre nos vemos, lo cual está bien. —Bebió un poco de vino—. Debería empezar a cocinar. Espero que te guste el cordero. Voy a freír unos filetes y los serviré con patatas cocidas y ensalada.
—Me parece genial. ¿Te puedo ayudar con algo? Aunque no soy muy ducha en la cocina —reconoció Elena , encogiéndose de hombros.
—No, no tardaré nada.

Julia puso los filetes en una pequeña sartén de hierro colado y los roció con un poco de aceite de oliva, un chorro de limón, ajo picado y orégano fresco. Pronto, la cocina se llenó de aromas deliciosos y de un sonido chisporroteante. Julia lo hacía todo de manera organizada y relajada.
Elena bebió un trago de bourbon. Era agradable estar allí, apoyada en la encimera, mirándola. Julia la hacía sentirse como en casa, de modo que no tenía la impresión de ser una intrusa en absoluto.
Julia echó un vistazo a las patatas, se volvió hacia Elena y bebió un trago de vino.
—Mañana es tu último día en Melbourne. ¿Qué planes tienes?
—Ruby y yo iremos de compras. Los otros están planeando una excursión a Apollo Bay por la carretera Great Ocean. Se llama así, ¿verdad?
—Sí. Es una pena que no vayáis con ellos. Es un lugar precioso. Figura en algún registro como uno de los recorridos más pintorescos del mundo.
—Ya. —Elena frunció el entrecejo—. Pero nos han dicho que Melbourne es un buen sitio para ir de compras y Ruby me matará si no voy con ella mañana. Esa mujer es adicta a las compras.
Julia rió entre dientes.
—Bueno, antes de irte recuérdame que te de una lista de las mejores zonas. No vale la pena que te molestes en ir a los grandes almacenes; las tiendas más interesantes y los mejores restaurantes están escondidos en los barrios residenciales. Puede que te parezca bastante diferente. Melbourne no les pone las cosas fáciles a los turistas; hay que saber adónde ir.
—Estaría muy bien —dijo Elena con una sonrisa—. Ruby estará encantada.

En aquel momento se terminó la música y Elena se ofreció a poner algo más. Julia la guió hasta el salón, moderno y despejado, que estaba junto a la cocina. El suelo también era de madera encerada, con grandes alfombras orientales. Había tres sofás, que parecían muy cómodos, y una mesita baja. La habitación tenía una pared de puertas ventana que daban a un pequeño jardín arbolado y con suelo de baldosas.

—Los discos están aquí —dijo Julia mientras abría un gran aparador victoriano, donde había una colección muy amplia, cuidadosamente catalogada. Al ver la cara de sorpresa de Elena, se encogió de hombros y explicó—: Tengo que estar al día con todo lo que se edita. La gente me envía cosas, y gran parte de lo que hay ahí es una mierda. Será mejor que vuelva a la cocina.
Elena vio que encima del aparador había un montón de números de The Entertainer.
— ¿Te importa si les echo una ojeada? —preguntó.
—En absoluto. Siéntate y ponte cómoda. La cena estará enseguida.

Julia volvió a la cocina. Elena eligió unas sonatas para piano de Beethoven y se sentó en el sofá con unas cuantas revistas. Magpie saltó a su regazo y se acurrucó.
Al cabo de un cuarto de hora, Julia volvió con una ensaladera, platos y cubiertos.

—He pensado que será mejor que comamos aquí; el comedor es espantosamente formal para dos personas —dijo, con una sonrisa—. Debo confesar que estoy bastante sorprendida por tu elección musical.
—Oh, bueno, la vida no es solo rock-and-roll, cielo.
Julia se echó a reír y Elena notó como le brillaban los ojos. Parecía que se le iluminaba toda la cara.
—Veo que Magpie te ha cogido especial simpatía. —Julia se agachó junto a ella y frotó la frente contra la cabeza de la gata—. Eres una caradura. —El pelo le llegaba por debajo de los hombros y un mechón rozó la mano de Elena —. Da por sentado que todo el mundo la va a adorar y va a querer que le llene la ropa de pelos.

El perfume de Julia era suave y seductor, y su proximidad hacia que Elena sintiera un hormigueo.

—Tienes los ojos más bonitos que he visto en mi vida.

Apenas pronuncio aquellas palabras, Elena se arrepintió. Como si se hubiera quedado atónita, Julia sostuvo la mirada durante un instante; luego apartó la vista y se puso en pie.

—Gracias —dijo en un tono neutro—. Voy a buscar el resto de la comida.

Y se fue a la cocina. «Mierda», pensó Elena . Probablemente, Julia creía estaba tratando de ligársela o algo así. Avergonzada, se levantó, y la siguió.

— ¿Te ayudo?
—Gracias. Puedes abrir el vino y llevar las copas.

Elena se sintió aliviada al ver que Julia no parecía alterada. Observó cómo cortaba la carne en pequeñas rodajas y luego las ponía en un plato.

—Eso tiene muy buena pinta —comentó.

Volvieron al salón y se sentaron en sofás enfrentados, los platos en el regazo. Julia bebió un trago de vino y miró a Elena con una sonrisa en los labios.
—Bueno, Savannah —dijo-. Supongo que habrás leído Medianoche en el jardín del bien y del mal. ¿De verdad es un lugar tan fantástico?
—Oh, sí, ese libro es muy bueno. John Berendt supo captar muy bien el espíritu de Savannah. Está lleno de personajes pintorescos. —Sonrió—. Pero el inconveniente que le encontramos algunos es que, desde que salió el libro, ha aumentado el turismo. Los fines de semana se llena. —Se interrumpió; de repente echaba de menos su casa y a sus amigos. Se preguntaba que habrían estado haciendo y que habría cambiado durante su ausencia—. Recuerdo vagamente haber estado de paso, de pequeña, pero no volví hasta hace seis años. Donna y Candice, unas amigas, se mudaron allí, y me pregunté por qué diablos querrían vivir en una ciudad tan pequeña. Pero, cuando fui a visitarlas, me enamoré del lugar, y hace tres años y medio me compré una casa.
A Julia le brillaban los ojos, mientras la miraba atentamente. Se echó el pelo hacia atrás y dijo:
—Háblame de tu casa.
—En la ciudad hay un barrio histórico, con montones de mansiones antiguas y maravillosas, completamente restauradas. Hay edificios de los siglos dieciocho y diecinueve. Mi casa está justo en la frontera de esa zona, cerca del río Savannah. También estoy cerca del muelle. En otra época fue un puerto importante, desde donde se exportaba algodón; actualmente, los antiguos almacenes se han convertido en galerías de arte, restaurantes y comercios. Mi casa es del típico estilo victoriano de Savannah: está pintada de blanco y es bastante grande. De hecho, es demasiado grande para mi sola, pero no me pude contener cuando vi la amplia escalera que sube en espiral desde el centro del vestíbulo. Domina toda la casa y es absolutamente espectacular.
—Dioses —suspiro Julia—, ¿tiene contraventanas?

Elena sonrió ante la expresión soñadora de Julia.

—Por supuesto, reina. La verdad es que todavía le hacen falta algunos arreglos y una redecoración. He reformado la cocina y los baños, y he remodelado el jardín, pero no he tenido ocasión de ocuparme de muchas otras cosas. En realidad, debería pedirte consejo, porque has hecho un trabajo fantástico con esta casa.

Julia alzó la vista al techo.

—Trabajar en una casa como esa sería como estar en el paraíso —dijo. Rellenó las copas con el vino que quedaba en la botella—. ¿Y qué hay de la gente? Siempre he imaginado que tendría la típica actitud pueblerina que podía incomodar a una estrella del rock, sobre todo si es lesbiana.
—Es un sitio incomparable. En algunos aspectos tiene ese rollo pueblerino, pero también tiene aires de elegancia y sofisticación. Da la impresión de que todo el mundo quiere estar informado de lo que hacen los demás, pero sin juzgar. —Elena rio entre dientes al recordar a Doris y a Walter—. Mis vecinos son una pareja de ancianos que se pasan por casa algunas tardes a tomar una copa. Siempre tienen cotilleos de todo el mundo y estoy segura de que, en cuanto se van, repiten todo lo que les he contado. Pero no critican; ni ellos ni nadie. Todo lo contrario: parecen alegrarse de todas las cosas que hace la gente de la zona, aunque solo sea porque los mantiene entretenidos.

Elena sonrió, y le vino a la mente una imagen de Doris y Walter, una agradable tarde de domingo, paseando lentamente por la ciudad en su Rolls Royce descapotable de 1972, saludando a todos los que veían y gritando: «Bonito día, ¿verdad?». Julia se echó hacia delante para coger su copa y Elena alcanzó a ver un canalillo muy tentador.

—Hace un año estuve enrollada con una chica de la ciudad—continuó—. Y yo creía que éramos extremadamente discretas, pero resultó que todo el mundo lo sabía desde el principio. —Se encogió de hombros—. Y todos estaban encantados.

Se echaron a reír. Julia se levantó a cambiar la música: conciertos para piano de Mozart.

—Voy a buscar otra botella de vino —anunció, mientras se llevaba los platos a la cocina.
Elena trató de no pensar en el cuerpo espectacular que tenía y en lo sexy que era su forma de andar. Julia sirvió mas vino, se sentó y la miró, esbozando una sonrisa.
— ¿Y qué pasó con ella? ¿No funcionó?

Una vez más, Elena se encontró mirándola embelesada, como una idiota. Los ojos de Julia estaban enmarcados por unas pestanas largas y tupidas, y tenía una manera de mirarla recatada y provocativa a la vez. Claro que Julia no tenía la culpa; no podía evitar tener unos ojos tan seductores.

—No, desde luego que no funcionó —contestó, sacudiendo la cabeza con desdén. Lo último que le apetecía era hablar de Elizabeth—. De todos modos, ya basta de hablar de mí. En una de esas revistas he visto unas fotos y un reportaje sobre una entrega de premios de periodismo, y parece que has ganado unos cuantos. Estoy impresionada. ¿Cuánto hace que escribes para The Entertainer?
—Unos ocho

El timbre del teléfono la interrumpió. El contestador saltó directamente y Julia espero a oír quien llamaba.

—Hola, cariño —dijo una voz de hombre—. Acabo de volver de Perth... Parece que no estás en casa... Te llamare mañana. Te quiero.

Elena se sorprendió al ver que Julia no cogía el teléfono. Tenía el entrecejo levemente fruncido cuando cogió la copa y bebió un trago.
—Supongo que ese era Ben —dijo—. ¿No te apetecía hablar con él?

Julia se echó el pelo hacia atrás y se recostó en el sofá.

—Puedo llamarlo mañana.

Elena sabía que no debía seguir con las preguntas personales, pero no se podía resistir. Estaba fascinada por aquella mujer.

—Dices que vuestra relación es informal, pero me ha parecido que él va en serio. Ha dicho que te quería.

Julia suspiró.

—Sí, creo que probablemente me quiere. Pero yo no siento lo mismo. Aunque, a decir verdad, nunca siento lo mismo.
— ¿A qué te refieres? —La curiosidad de Elena iba en aumento.

Julia bebió un trago y se quedó pensativa. Las preguntas no parecían importarle.

—Antes me molestaba, pero últimamente no pienso mucho en ello. Parece que mis relaciones nunca funcionan. Creo que sería genial tener una relación en la que me sintiera realmente cerca... No sé, tener verdadera confianza con un tío, sentir que tengo una pareja con la que compartirlo todo. Mis amigas parecen capaces de conseguirlo... hasta cierto punto. —Rió con suavidad—. En realidad, creo que a menudo se tragan un montón de mierda, pero aun así parecen más felices que yo. —Miró a Elena a los ojos, con una expresión ligeramente angustiada, y añadió—. Los hombres siempre parecen estar en otra longitud de onda y, cada vez que trato de hablar de mis sentimientos y aspiraciones, se quedan desconcertados, se vuelven competitivos o se sienten amenazados. Eso hace que me retraiga emocionalmente. No se cómo lidian con eso las otras mujeres. —Se acurrucó el sofá.
—Sí, yo tampoco sé cómo los entienden las mujeres —dijo Elena con una sonrisa—. En lo que a mí respecta, son de otro planeta.

Julia se echó a reír.

—Sí, bueno. Y me casé hace diez años, cuando apenas tenía veintitrés. Era un buen tipo y le tenía mucho cariño pero no estaba enamorada de él. No había pasión; para mí era más bien un amigo. No me extraña que solo durase cinco años y que la mayor parte de la relación fuera difícil. Con Ben es lo mismo, solo que ahora sé que no debo esperar demasiado. He decidido conformarme con un arreglo cómodo: vivo mi vida y, cuando es posible tengo un amante con el que pasar un buen rato. —Se encogió de hombros—. Ben es un tipo genial, pero cuando paso demasiado tiempo con él, a menudo tengo ganas de salir corriendo. Eso suena fatal, ¿verdad? —preguntó, con una sonrisa.

Mientras la escuchaba, Elena observó la expresión de pena y desilusión que transmitían los ojos de Julia y notó que algo se agitaba en su interior. La atracción que sentía por ella cobraba otra dimensión. Ya no era simple admiración por su belleza: experimentaba un poderoso deseo por aquella mujer. Sabía que no era procedente y no quería sentirse así, pero no podía evitarlo. Tragó saliva y sonrió con timidez.

— ¿No te has enamorado nunca?

Julia la miró a los ojos con franqueza y sacudió la cabeza.

—Supongo que no doy la talla.

«Oh, cielo, no cabe duda de que das la talla.» Elena sintió la repentina necesidad de tenerla entre sus brazos. La idea le tensó el cuerpo de deseo. Tomó un trago de vino.

—Será que todavía no has conocido a la persona adecuada.
—Puede que no —dijo Julia, sin darle importancia—. ¿Te apetece un café?
—Sí, estaría bien. —Elena se alegró de que cambiaran de tema y la acompañó a la cocina—. Hace un rato se me ha ocurrido una cosa que me gustaría preguntarte. Es sobre la posibilidad de que hagas un reportaje sobre mi grupo.

Julia puso a hervir agua para el café.

—Suena interesante.
—Bueno, cuando estaba hojeando las revistas he visto un reportaje tuyo sobre una banda de blues inglesa. Es maravillosa la manera en que escribiste sobre ellos, sus aspiraciones, su estilo musical y todo eso. La personalidad de los miembros se traslucía de verdad. Estaba pensando que podrías cubrir el resto de nuestra gira. Ya sabes: viajar con nosotros y escribir sobre nosotros y los conciertos. En fin, esas cosas.

Julia se pasó una mano por el pelo.

— ¿Cuánto dura el resto de la gira?
—Eran dos semanas en total, así que quedan diez días. Tenemos tres conciertos en Sydney y otros tres en Brisbane, con unos días libres en medio, para pasear un poco. Hicimos una gira tan agotadora en Estados Unidos que quería que esta fuera tranquila y agradable, para que todos tuviéramos un pequeño respiro. —Sonrió—. No estarías todo el día de aquí para allá; tendrías mucho tiempo para hablar con todos y divertirte.

Julia sirvió el café y volvió al salón con las tazas.

—Pues las fechas son perfectas para que salga en el próximo número, que es cuando se iba a publicar la entrevista que te he hecho hoy.

Elena sonrió.

—Eso sería mucho mejor que esta entrevista.

Julia asintió, entusiasmada.

—El calendario iría un poco ajustado, pero creo que estaría muy bien. En las próximas dos semanas no hay ningún acontecimiento importante que tenga que cubrir por aquí, y estoy segura de que mi jefa no se opondría a que hiciera un reportaje sobre Elena Katina. —Le dedicó una amplia sonrisa—. Eres el gran éxito del momento. Pero ¿no tendrías que hablarlo con tu agente?
—Oh, no tenemos que preocuparnos por Danny. Le parecerá una idea fantástica. Nada le gusta tanto corno la publicidad.
—Te referirás a la publicidad positiva.
—Bueno, prefiere la positiva, pero, si no hubiera más remedio, se conformaría con la negativa. Siempre me dice: «Tienes que conseguir que sigan hablando de ti, Len. Cuando dejen de hablar estarás muerta. Lo digo en serio. ¡Acabada!».

Se echaron a reír.

—De acuerdo —dijo Julia—. Hablare con mi jefa mañana por la mañana y ya te diré algo.

La conversación siguió otros derroteros durante casi una hora. Cuando Elena miró el reloj eran poco más de las doce de la noche.

—Será mejor que me vaya. Muchas gracias por lo de esta noche. Me lo he pasado muy bien.
—Yo también —afirmó Julia—. Te pediré un taxi y te haré esa lista de tiendas que te he comentado.
— ¡Qué bien! Ruby va a saltar de alegría. Ahora que lo pienso, te apuntaré mi dirección de Savannah. En caso de que no puedas venir a la gira, llámame cuando estés en mi lado del mundo.
—Oh, no te quepa duda. Gracias.

Intercambiaron notas, y Elena oyó el claxon del taxi mientras Julia la acompañaba hasta la
puerta.

—Buenas noches, Elena. Te llamo mañana.

Cuando Julia la besó en la mejilla, Elena volvió a sentir que se derretía. Habría sido muy fácil pasarle el brazo por la cintura y besar aquella boca de aspecto delicioso. Sonrió.

—Buenas noches, y gracias de nuevo.

En el viaje de vuelta al hotel, Elena pensó, preocupada, en las sensaciones que le despertaba Julia. No podía permitirse el lujo de sentir aquella atracción. Era ridículo. No obstante, tenía que reconocer que era el motivo principal por el que le había propuesto que viajara con ellos e hiciera el reportaje. Sabía que sería bueno para el grupo, porque Julia era una periodista importante y trabaja para una reputada revista, pero sobre todo era una excusa para pasar más tiempo con ella.
Pensó que, gracias a Dios, Julia era heterosexual. De lo contrario, si hubiera demostrado algún interés por ella, las cosas se habrían complicado. No podía involucrarse en una relación que acabaría en diez días, y menos con una mujer como Julia. Recordó la manera en que la había mirado en algunos momentos y como la había hecho dudar. No, Julia era heterosexual, y más le valía que siguiera sin enterarse de la atracción que sentía por ella. Cuando el taxi paró en la puerta del hotel, suspiró. Le encantaba la costumbre que tenía Julia de echarse el pelo hacia atrás; aquel movimiento despreocupado de la cabeza era muy sexy. «Dioses —pensó—, como se descuide, una mujer podría ahogarse en esos ojos.»
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Mensaje por Anonymus 11/1/2014, 10:41 pm


Capítulo 4




Julia recogió la cocina y se preparó para irse a la cama. Elena le caía muy bien, aunque había un plano de interés distinto al de otras mujeres que le caían bien. La miraba de una forma sutil, que le resultaba halagadora, e incluso había cierto deje sexual en sus reacciones, pero era algo afectuoso y reconfortante, que no se parecía en a nada a las miradas y reacciones de los hombres, las cuales la hacían sentir incómoda. Era toda una mujer, todas las cualidades que a Julia le gustaban de las mujeres. Por lo general eran más cálidas, reflexivas, sensibles y, según su experiencia, hasta más divertidas que los hombres. Pensó que resultaba interesante que siempre hubiera preferido la compañía de mujeres. Aunque acababa de conocerla, se había sentido muy cómoda hablando con ella de sus relaciones de pareja. Elena parecía sinceramente interesada en lo que ella le había contado, como si le importaran sus sentimientos. Tenía una forma encantadora de hacerla sentirse la persona más importante del universo. Julia imaginaba que debía de ser igual con todo el mundo; formaría parte de su encanto y su carisma. Se metió en la cama y se quedó pensando en sus mejores amigas. Ni siquiera con ellas había hablado de lo que sentía por los hombres de la manera en que se había sincerado con Elena. Sus amigas siempre le tomaban el pelo y le decían que no tenía relaciones serias y estables porque era demasiado exigente. Era más fácil reírse y darles la razón que tratar de explicarles cosas que había que no entenderían. Eran cuatro mujeres, a dos de las cuales las había conocido en la universidad. Comían juntas con bastante frecuencia y, a veces, iban a cenar o a ver algún espectáculo, cuando sus parejas estaban ocupadas o de viaje. Su compañía le resultaba entretenida, y tenían trabajos exigentes, como ella, pero su prioridad eran sus maridos y amantes, y Julia no se identificaba ni física ni emocionalmente con lo que sentían por los hombres. Era la única que no se había enamorado loca y apasionadamente en ningún momento de su vida. Pensó que tenía sentido que Elena la entendiera mejor que sus amigas. Sonrió al recordarla con el pelo rojo cayéndole por los hombros. Le encantaba su costumbre de juguetear con un mechón entre los dedos, con aire distraído. Decidió que llamaría a Adele a primera hora de la mañana y quedaría para desayunar con ella y hablar del reportaje. Esperaba poder ir a la gira; sería muy divertido, e imaginaba que Elena y ella se convertirían en grandes amigas. A la mañana siguiente, a las ocho y media, Julia y Adele estaban sentadas en un bar, a una calle de su trabajo. Julia se estaba comiendo una tortilla de queso y tomate con guarnición de champiñones, y pan tostado con mantequilla. Adele se terminó su café solo y encendió otro cigarrillo. A todas luces, la visión del desayuno de Julia le daba escalofríos.

—Dioses, ¿cómo puedes comer tanto a estas horas?
—Porque tengo hambre —contestó con una sonrisa—. ¿Tú no comes nunca?
—Si puedo evitarlo, ni de coña. Ahora cuéntame lo del reportaje.

Julia le explicó que a Elena se le había ocurrido la idea después de echar un vistazo a unos números anteriores de la revista, y que parecía muy entusiasmada.

—Y bien, ¿qué opinas? —concluyó.
—La verdad es que no me puedo creer que hayamos tenido tanta suerte. Debes de haberla impresionado mucho. No tiene ningún problema para conseguir toda la publicidad que quiera. Hay publicaciones importantes de todas partes del mundo que desearían un reportaje como este. Puede elegir.

Julia se terminó el café y la miró, con una sonrisa pícara.

—Pues es exigente y quiere lo mejor. Y no será nada malo para las ventas de su disco en Australia.

Adele llamó al camarero y pidió más café para las dos.

—Ya, bueno, sea cual sea el motivo, la directora de publicidad quedará en deuda conmigo después de esto. Se va a pasar todo el mes fichando anunciantes gordos que querrán aparecer en nuestras páginas. —Dio una larga calada a su cigarrillo y tosió -Tenía reservada media página para tú entrevista, pero ahora tendré que dejar al menos cuatro páginas completas, teniendo en cuenta que habrá muchas fotos.
— ¿Así que tengo el visto bueno para irme mañana con ellos?
—Tengo que hablar con su agente, por si pretende poner alguna condición —dijo Adele—. Pero, por lo demás, por mi está bien.

Julia dejó a un lado el plato vacío y bebió un trago de café.

—Como es lógico, necesitaré llevar a un fotógrafo, y esta mañana pensaba en Kerry Oliver.
—Kerry es una novata, y creo que este trabajo le queda demasiado grande. Sería mejor alguien con más experiencia. Por casualidad, ¿no habrás pensado en ella porque es bollera?
—He trabajado con ella lo suficiente como para saber que sería perfecta para este trabajo. Ilumina bien y me gusta la mirada que tiene de las cosas. Y el hecho de que sea bollera y muy probablemente una gran admiradora de Elena tampoco viene mal, ¿verdad?
Adele parecía tener sus dudas.
—Hay fotógrafos con más antigüedad que me matarían si le encomendase a Kerry un trabajo como este.
—La quiero a ella, Adele. —Julia la miró a los ojos. Sabía que su jefa podía ser una persona difícil, pero, si era suficientemente firme con ella, conseguiría lo que quería.
Adele se encendió otro cigarrillo y pareció ocultarse tras el humo.
—Veré que puedo hacer —dijo—. Dentro de un par de días tendrás que informarme de tus planes para el reportaje: que temas vas a cubrir y esa clase de cosas, para que podamos planificar el espacio y Miranda pueda captar a los anunciantes adecuados. —Miró a lo lejos un instante y añadió— ¿Tendrán un convenio o
algo así con alguna compañía aérea? Los de publicidad deberían llamar a su agencia de prensa y averiguarlo.

Julia se echó a reír y sacudió la cabeza con exasperación.

—Dioses, Adele, no tengo ni idea. Pero puedo decirte una cosa: veo un artículo muy de mujer..., femenino, supongo. Esta banda tiene una líder, carece de cualquier influencia masculina, y la música de Elena está dirigida a las mujeres. Quiero captar a la Elena Katina por excelencia. Así que no me pidas que meta con embudo cosas del tipo «El grupo de Elena Katina vuela con Quantas Airlines» ni ninguna mierda de ese estilo ¿de acuerdo?
Adele no parecía impresionada. Se encogió de hombros.
—No pasaría nada por meter algo así —dijo, con una sonrisa—. Sobre todo si Miranda puede sacar una buena tajada que pueda compartir con nosotras.

Julia era muy consciente de que Adele era una buena redactora jefe. Sabía reconocer una buena historia cuando la veía, pero raras veces se sentía inspirada de antemano. Siempre tenía en la cabeza la visión más amplia del éxito económico de la revista y no le importaba compartir los cohechos, que se consideraban algo habitual y más o menos legítimo entre los publicistas. A menudo presionaba para que se incluyeran mensajes comerciales en los artículos: publicidad encubierta.

—Aquí no, Adele —Julia sacudió la cabeza—. Este reportaje va a ser bueno, lo presiento, y no voy a hacer una chapuza con los de publicidad.

Su jefa clavó en ella sus ojos negros durante un instante, como si tratara de someterla a base de miradas penetrantes. Julia sabía que pretendía y se limitó a sonreír. Adele resopló, firmó el recibo de la tarjeta de crédito y se dirigieron a la oficina. Julia cerró la puerta de su despacho y pensó que tenía que llamar a Ben. Se sentía culpable por no haberlo llamado a primera hora de la mañana. A fin de cuentas, había estado de viaje de negocios durante tres semanas. Se le ocurrió, como en más de una ocasión, que no estaba siendo muy justa con él. Ben se hallaba casi al final de su lista de prioridades. Durante sus frecuentes ausencias, había momentos en los que Julia creía necesitarlo y esperaba impaciente a que volviera; pero hacía mucho tiempo que se había acostumbrado a sentir una inexplicable desilusión cuando se reencontraban. Seguía sintiéndose desesperadamente sola cuando estaba entre sus brazos.
Aquella mañana, al despertarse, no había pensado en él, sino en el proyecto que había planeado con Elena. Llamaron a la puerta y, cuando levantó la vista, entró Ben.

—Hola, preciosa —dijo el, con una sonrisa radiante.
—Estaba a punto de llamarte. —Julia se le acercó; Ben la rodeó con los brazos y la apretó con fuerza.
—Te he echado de menos —declaró. La besó con desesperación, igual que siempre, como si estuviera buscando algo de ella que no podía encontrar.

Sonó el teléfono y Julia fue a contestar, pero el la retuvo.

—Olvídate del teléfono —murmuró y empezó a besarla de nuevo. Ella notó la erección contra el cuerpo y se separó un poco. Le parecía un fastidio que no pudiera abrazarla afectuosamente sin excitarse. En aquel momento sonó el interfono y Tracy, su secretaria, anunció:
—Julia, tienes a Elena Katina en la línea uno. Julia se apartó de Ben rápidamente y cogió el teléfono.
—Hola, Elena, ¿cómo estás?
—Bien, cielo. Parece que mañana vienes con nosotros. —Sonó una risita gutural—. Danny acaba de darme la noticia. Tu jefa ha hablado con el antes de que yo tuviera la oportunidad de informarle de nuestros planes. ¡Tendrías que haberlo oído! —Volvió a reír.
—Lo siento. ¿Está de acuerdo con todo?
—Oh, sí. Le encanta la idea. Oye, ¿por qué no volvemos a cenar juntas esta noche? Me gustaría llevarte a algún lugar bonito, para compensar tú hospitalidad.
—No es necesario.
—Me apetece. Podríamos hablar de tus planes para el artículo. Si estas libre, claro. Un restaurante chino sería genial. Si te gusta la comida china, claro.

Julia también se echó a reír. El encanto de Elena era muy persuasivo.

—Me gusta y conozco el lugar perfecto. Reservaré una mesa.
—Genial. Ven al hotel hacia las siete y media, y te los presentaré a todos. Estaremos tomando algo en la habitación de Danny. Es la 303. Adiós, cielo.

Julia se giró hacia Ben, que parecía un tanto abatido.

—Debía de ser una llamada muy importante —dijo en tono cansino.
—Sí. Perdón, pero ya sabes cómo es esto. El trabajo es el trabajo. —Julia sonrió tan tiernamente como podía. Esto no le va a gustar»-. He quedado para cenar con Elena. Es importante que hablemos de un reportaje que estoy escribiendo sobre ella.
—Sabías que estaría en casa. ¿Por qué has organizado una cena de trabajo para esta noche? —Ben parecía enfadado. Julia sintió otra punzada de culpa. No era estrictamente necesario que cenara con Elena aquella noche; más adelante tendrían tiempo de sobra para hablar del artículo. Pero estaba emocionada por la gira, y le convenía conocer a Danny Goldman y a los miembros del grupo antes de irse de viaje con ellos.
—Lo siento, Ben, pero hasta ayer no sabía nada de esto. Las cosas han salido así, y ya sé que ha sido en el peor momento, pero que se le va a hacer. Y eso no es todo: mañana me voy de gira con Elena y su grupo, a Sydney y Brisbane. Estaré fuera unos diez días. —Parecía que Ben se estaba preparando para iniciar una discusión. Julia pensó que él no permitía que nada se interpusiera en sus propias obligaciones y oportunidades laborales, pero siempre se ponía de mal humor cuando ella hacia lo mismo-. Tal vez, cuando termine mi trabajo, podríamos pasar unos días juntos en Noosa Heads o en Port Douglas. Estaría bien, ¿no? —Sonrió, con la esperanza de que se hubiera calmado.

Ben se encogió de hombros, derrotado.

—Supongo que sí. A ver si puedo tomarme unos días libres. —Avanzó hacia ella y la volvió a abrazar—. Elena Katina. Es bollera, ¿verdad? Más le vale que no te meta mano. —Rio entre dientes—. Tendrás que andar con pies de plomo, mi amor.

Julia se puso furiosa.

—Es una mujer, no un hombre —dijo, consciente de que había respondido en un tono seco—. Teniendo a varios millones de lesbianas que la adoran en todo el mundo, dudo que se tome la molestia de magrear a heteros, ¿no crees?
—Vale, vale, era una broma. Estaría realmente preocupado si viajaras con un guaperas.
Julia no se calmó. Se preguntaba si lo que la ofendía era su actitud posesiva o la insinuación de que solo la amenaza potencial de un hombre merecería ser tomada en serio. Probablemente, a Ben le parecía que la alternativa era una especie de chiste. Ocultó su malestar con una sonrisa.
—Tengo mucho que hacer, Ben. Me voy por la mañana. Te enviare mi itinerario por fax y hablaremos dentro de un par de días, ¿vale?

Volvió a besarla y le prometió que la llamaría. Luego se despidieron. Cuando el salió del despacho, sonó el teléfono. Era Adele.

—Ya está todo organizado. Te vas de gira. Danny Goldman parece encantado con la idea. Te he asignado a Kerry, como querías, pero ten en cuenta que varios fotógrafos con más experiencia querrán despellejarme viva por esto. ¡Tiene que hacer unas fotos fantásticas! Danny me ha enviado un fax con el itinerario y le he mandado una copia a Tracy. Asegúrate de que te esté haciendo todas las reservas. —Como siempre, Adele iba a un millón de kilómetros por hora.
—Vale, voy a planificar unas cosas para el reportaje y pasaré a verte más tarde.

Julia se fue del trabajo un poco más temprano, para poder recoger a Magpie y llevarla a su refugio habitual. Como su dueña viajaba con frecuencia, Gum Nut era un segundo hogar para Magpie, y era un consuelo saber que la pareja que dirigía el albergue la malcriaba, porque siempre volvía relajada y feliz. Después se fue corriendo a casa para ducharse y cambiarse antes de ir al hotel de Elena, situado en Southbank, junto al río Yarra, en el centro de la ciudad.
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Mensaje por Anonymus 11/1/2014, 10:44 pm

Capítulo 5


Julia llamó a la puerta de la habitación de Danny Goldman. Tenía una clara sensación de excitación nerviosa, aunque no sabía muy bien por qué. Un momento después se abrió la puerta, y se encontró frente a los ojos verdes de Elena. La manera de mirarla, como si llegara directamente a su interior, la había desconcertado el día anterior, pero ya no.
—Hola —dijo Julia, con una sonrisa—. ¿No me invitas a pasar?

Elena soltó una risita gutural y la beso en la mejilla.

—Hola, Julia, entra a conocerlos a todos.

Elena llevaba unos pantalones de cuero negro a juego con un chaleco entallado, que le llegaba por la cintura, con una cremallera en la parte delantera. Saltaba a la vista que el conjunto estaba maravillosamente confeccionado con cuero muy liso, de gran calidad. Ella tenía el cuerpo perfecto para usarlo y estaba impresionante.

—Os presento a Julia Volkova —anuncio Elena—. Julia, Danny Goldman.

Danny le dio la mano afectuosamente y se pasó la otra mano por el pelo engominado.

—Esto va a ser fabuloso, Julia —afirmo, radiante—. Sencillamente fabuloso.
—Este es Don, nuestro batería —dijo Elena. Don era alto. Llevaba el pelo decolorado y cortado al uno, y su sonrisa era afable—. Y aquí tenemos a Louis, nuestro bajista, y a Jenny, que hace los solos de guitarra y los acompañamientos.

Louis y Jenny se habían estado mirando con adoración hasta que los presentaron, y se soltaron el tiempo justo para estrecharle la mano a Julia. Louis tenía el pelo negro y muy corto, con un intrincado dibujo afeitado; Jenny lucía una melena castaña, con mechas rubias, que le llegaba por debajo de la cintura. Los dos llevaban numerosos pendientes en las orejas y pequeñas argollas relucientes en las cejas. Elena le presentó a Ruby, una mujer atractiva, de piel oscura y tersa, que le dio la mano a Julia y la miró a los ojos con una franqueza que desarmaba. Le dedicó una sonrisa encantadora y sus ojos parecieron iluminarse con picardía. Su larga melena negra, alisada, brillaba con sutiles reflejos de color castaño rojizo. Iba vestida con varias capas de colores vivos: un chaleco de algodón amarillo sobre una camiseta roja y, encima, una chaqueta holgada de algodón verde oscuro y azul. Las docenas de pulseras y esclavas que llevaba en los brazos creaban una sinfonía cuando se movía.

—Bienvenida a bordo, cielo —dijo, con un acento más fuerte que el de Elena; luego le besó las dos mejillas.

Lisa, de Big Gig International, la promotora de la gira, era alta y corpulenta, pero no estaba gorda. Su pelo oscuro y corto mostraba algunas canas en la sienes, y cuando sonreía se le formaban unas atractivas líneas en el contorno de los ojos, azules y brillantes. Cuando le estrechó la mano a Julia, se situó entre Elena y ella, obligando a la cantante a apartarse. Tenía las manos grandes y fuertes, y miraba a Julia fijamente. Julia notó que Elena lanzaba una mirada hostil al perfil indiferente de Lisa, seguida de un intercambio de miradas con Ruby. Con un gesto de incredulidad, Ruby estalló en carcajadas guturales.

—Huy, huy, esto va a ser divertido —farfulló con su acento sureño.
—Es un placer —dijo Lisa—. Hace mucho que admiro tú trabajo y estoy deseando charlar un rato contigo durante la gira.
—Gracias —contesto Julia—. Estoy segura de que será muy interesante.
—Pero, ahora mismo —intervino Elena con una sonrisa chispeante—, Julia y yo hemos quedado para cenar, así que, Lisa, si nos disculpas...

Acto seguido cogió a Julia del brazo y la llevó hacia la puerta. Se puso un tres cuartos de lino color crema y se acercó más a ella. Julia sintió su perfume, sutil y especiado.

—Estas lista para salir, ¿verdad?

Era una afirmación, no una pregunta, y se marcharon. Cuando salieron del hotel, Elena preguntó:

—Y bien, ¿adónde te llevo?
—El restaurante donde he hecho la reserva queda a cinco minutos en taxi, pero, si te apetece, podemos ir andando. Hace una noche agradable.

Un montón de mujeres, probablemente unas cien, a las que Julia había visto al llegar, se animaron de repente y corrieron hacia la entrada, llamando a Elena . Ella sonrió y las saludó con la mano.

—Creo que no iremos andando, cielo. —Abrió la puerta del taxi más próximo y le hizo una señal a Julia para que entrara—. Dese prisa —le ordeno al conductor, y se alejaron a toda velocidad.
—Yo creía que eran un grupo de turistas —dijo Julia. Elena sonrió.
—Siempre averiguan donde estamos en cinco minutos. Están esperando en la puerta del hotel desde que llegamos. Es muy de agradecer, pero no siempre puedo pararme a hablar. Reconozco varias caras: les he firmado autógrafos esta mañana.

El restaurante estaba en Chinatown, en el centro de la ciudad. Tenía una fama excelente por la comida y el servicio, y a Julia le gustaba porque ofrecía cocina de varias provincias chinas.

—Es una placer verla de nuevo, señorita Volkova —dijo el maître. Miró a Elena y sonrió, encantado, al reconocerla—. Buenas noches.

El hombre les mostró una bonita mesa esquinada para dos, sacudió con una floritura las servilletas blancas almidonadas y se las tendió. Una música china sonaba de fondo, discreta, y los camareros se movían en silencio y con eficacia. Las paredes estaban decoradas con gruesos biombos chinos, lacados y muy elaborados, y la iluminación era cálida e íntima.

— ¿Te parece bien este Marsanne de Victoria? —preguntó Elena, mirando la carta de vinos.
Julia arqueó las cejas, sorprendida.
—Sí, es muy bueno. No conozco mucha gente a la que le guste el Marsanne.

Elena esbozó una media sonrisa.

—Oh, me gustan muchas cosas, cielo.
—Todos los de tú grupo parecen muy majos, incluido Danny. Creo que me va a caer especialmente bien Ruby. Parece que tiene un gran sentido del humor. Elena se echó a reír
—Oh, es fantástica. No me cabe duda de que os llevareis muy bien.

Julia recordó la franqueza y la calidez con que la había mirado Ruby, y la interacción entre Ruby, Elena y Lisa. Lisa se había mostrado ligeramente insinuante.

— ¿Ruby es lesbiana?
—Oh, sí, reina, claro que sí. Y Lisa también.
—Igual que la fotógrafa que me acompaña —dijo Julia, sonriendo.

Elena rio entre dientes.

—Pues vas a estar rodeada de bolleras, cielo. Espero que puedas lidiar con nosotras.
—Oh, creo que me las apañare —murmuró Julia, y tomó un trago de vino.

Elena la estaba mirando otra vez con aquella intensidad especial. Sus ojos reflejaban inteligencia y parecían estar tratando de interpretarla. Se estaba mordisqueando el labio inferior; no llevaba pintalabios, pero sus labios carnosos y perfectamente delineados tenían un tono rosa claro de aspecto saludable. Julia pensó que era como si estuviera mordisqueando un melocotón jugoso.

—Aparte de Ruby —añadió-, ¿los otros miembros del grupo llevan mucho tiempo contigo? Parecen muy jóvenes.
—Hará un año —dijo Elena, asintiendo—. Todos son músicos muy buenos, y eso que solo tienen veintipocos años. Si todo va bien, es bueno tener un grupo estable; pero los músicos suelen ser muy suyos: van y vienen. Dudo que de aquí a un año sigan todos conmigo, aunque tampoco es tan grave. Los buenos músicos se adaptan rápidamente cuando se unen a un grupo. —Hizo una pausa—. Louis y Jenny se enamoraron cuando empezó la gira por Estados Unidos. Mientras eso dure, imagino que no habrá ningún problema. Pero no querría quedarme sin Ruby jamás.

En aquel momento les llevaron los entrantes: codorniz Sung Choi Bao, buñuelos de Shanghai y vieiras del oeste de Australia con jengibre. La camarera, una joven atractiva vestida con camisa blanca, fajín, pajarita y pantalones negros, le dedicó una sonrisa arrebatadora a Elena mientras servía la comida.

—Esto tiene una pinta fantástica —dijo Elena. Julia probó una vieira
—Humm. La comida de aquí siempre esta buenísima. —Bebió un poco de vino—. He tenido unas cuantas ideas para nuestro reportaje.

Elena asintió mientras se quitaba el tres cuartos, que la camarera se llevó rápidamente. Julia admiró los músculos firmes y torneados de sus brazos.

—Quiero escribir todo desde tu perspectiva. He pensado en conseguir datos sobre los antecedentes de los demás y después escribir sobre sus cometidos, lo que incluiría aspectos relevantes e interesantes de su historial, pero desde tu punto de vista. Así podre concretar mejor tus expectativas, tus planes, tu estilo y la dirección que seguirás.

Elena volvió a asentir.

—Suena muy bien.
—Obviamente, los que te rodean te influyen en más de un sentido y quiero que expliques esa influencia. Tiene que ser un reportaje de Elena Katina al completo.
—Pero no restarás importancia a la contribución de Ruby en nuestro sonido, o a lo bueno que es Danny en la organización, ¿verdad?
Elena cogió comida con los palillos Llevaba las uñas sin pintar, cortas y perfectamente cuidadas. Julia sonrió.
—El reportaje ira sobre ti, así que dejaré claro lo importantes que son ellos para el éxito de tu grupo. Mientras tanto, captaré tus reacciones frente a los fans y en los lugares de actuación, e incluiré aspectos del viaje, para transmitir la sensación de movimiento.

La expresión de Elena indicaba que le gustaba la idea. Estaba escuchando muy concentrada, jugueteando con un mechón de pelo entre los dedos. A veces se quedaba un rato mirando la boca de Julia.

—Y también trabajaré sobre tu proceso de composición de las canciones: que te inspira; e intercalaré las ideas de las canciones y una selección de letras. —Se detuvo para beber un trago vino—. Desde luego, en esas partes me gustaría incluir atisbos de Savannah y de la sida que llevas allí.
—Veo que eres muy ingeniosa.

A Elena le brillaban los ojos y Julia volvió a notar que tenía una sonrisa preciosa. Era verdaderamente cautivadora.

—Me alegro de que pienses eso —dijo, sin apartar la vista.

En aquel momento llegó la camarera con el pato pequinés. La observaron mientras colocaba con rapidez y delicadeza las finas tiras de cebolleta y pepino en las pequeñas crepes, añadía el pato dorado y crujiente, y la salsa, y las enrollaba cuidadosamente. Pidieron otra botella de vino, y la conversación giró hacia otros asuntos. Más tarde, a Julia le costaba conciliar el sueño. Seguía pensando en Elena y en sus desconcertantes reacciones hacia ella. Cuando volvieron al hotel, las admiradoras parecían haber desaparecido momentáneamente. Julia le tocó el brazo a Elena y se acercó para besarla en la mejilla; la cantante había querido hacer lo mismo, pero calculó mal y se rozaron los labios. Elena contuvo la respiración y Julia no dijo nada. Elena acertó a esbozar una sonrisa divertida y, acto seguido, se despidieron.
Julia se había fijado en todos los detalles, hasta en cómo se tocaba el pelo. Recordaba perfectamente sus manos, los anillos que llevaba, la bonita forma de sus hombros, los músculos de sus brazos y su voz, grave y ronca. A veces, cuando hablaba en voz baja, le evocaba la sensación de la seda en contacto con la piel. Además de su habitual sonrisa afable, Elena tenía otra: una media sonrisa que esbozaba lentamente mientras le sostenía la mirada. Era una sonrisa reservada, intima e indudablemente sexy, y Julia tenía que reconocer que le gustaba. Se preguntaba por qué miraba así a Elena. Siempre había visto cosas atractivas en las mujeres y las admiraba, pero no de aquella manera: era consciente de su atractivo sexual. Tal vez se debiera solo a que era la primera lesbiana de la que se había hecho amiga, por lo que le estaba despertando una mayor consciencia de la sensualidad femenina. Lo único malo de aquel razonamiento era que también había conocido hombres durante toda su vida y, a decir verdad, no los había mirado nunca de la manera en que miraba a Elena. Aunque eran muchos los que se habían mostrado interesados por ella, solo había tenido cuatro amantes. Si era sincera, tenía que reconocer que era porque no les encontraba suficiente atractivo sexual como para fijarse en ellos. Otras mujeres sí se lo encontraban. Los amantes que había elegido se habían acercado a ella lenta y cuidadosamente, con una perseverancia nada agresiva. De repente se dio cuenta de que sus amantes siempre habían tornado la iniciativa en el terreno sexual y que su placer solo procedía de que la tocaran de
la manera en que pedía ser tocada. Su satisfacción, que era limitada, solo provenía de tomar lo que necesitaba. Su corazón empezó a palpitar con ansiedad. Se preguntaba por que siempre había ocurrido aquello. Incluso con Ben, a quien apreciaba de verdad. Sabía que la quería y que siempre trataba de hacerla sentirse bien, pero el sexo seguía siendo todavía una experiencia unidimensional. Se tranquilizó pensando que Elena tampoco la excitaba. Solo se había fijado en detalles, nada más, y se sentía bien con ella. Por Dios, tenía treinta y tres años; si tuviera inclinaciones lésbicas, sin duda tendría que haberse dado cuenta mucho antes. —Obviamente no eres una persona muy sexual —se dijo. Se dio la vuelta y empezó a dejarse llevar por el sueño, aunque no podía quitarse de la cabeza la imagen persistente del roce de los labios de Elena contra los suyos, la forma en que la otra mujer había contenido el aliento y el sorprendente cosquilleo que había sentido en el cuerpo.

* * *

Elena pasó por delante de la habitación de Ruby y, al ver que asomaba luz por debajo de la puerta, decidió pasar a verla. Ruby abrió, vestida con una camiseta que le quedaba grande.
—! Len! ¿Qué tal la cena?
—Muy bien. —Elena se dejó caer sobre la cama—. Demasiado bien. Julia es demasiado guapa.

Ruby apagó el televisor y la miró con una sonrisa.

—Tan guapa que corta el hipo. ¿Quieres un bourbon?

Elena asintió y Ruby sirvió dos vasos.

—Se me han desatado todas las alarmas en la cabeza, Ruby. No dejo de recordar la última vez en que me enamoré de una hetero.

Ruby le dio la bebida y sacudió la cabeza con incredulidad.

—Oh, no puedes comparar a Julia con esa tarada. Por el amor de Dios, esa chica solo estaba tonteando. —Ruby se acercó al armario, sacó un recipiente pequeño de una maleta, se sentó al lado de Elena con las piernas cruzadas y empezó a liar un canuto. Elena se bebió la copa de un trago y se tumbó con las
manos detrás de la cabeza—. Nunca entenderé que viste en Elizabeth. Una mujer casada de Savannah; una puta choni de la alta sociedad, con el cartel de «más hetero que la misma mierda» grabado en la frente. —Encendió el canuto, le dio un par de caladas antes de pasárselo a Elena y rio entre dientes—. ¿Te acuerdas de esa fiesta suya a la que me llevaste?
—Oh, no me lo recuerdes. —Elena gruñó—. Esa fiesta me abrió los ojos de verdad. Ahí fue cuando empecé a darme cuenta de que yo era su penúltima distracción, su forma de echar una cana al aire. —Le dio una intensa calada al canuto—. La verdad es que no sé qué me pasó
—Bueno, creo recordar que el verano pasado fue particularmente caluroso. Creo que debió de darte un golpe de calor, cielo. 0 tal vez estabas despechada por lo de Mandy. —Elena la miró confundida—. Bueno, después de un año y medio creías que teníais futuro, y te sentó fatal que de repente volviera con su ex de Virginia.

Elena sacudió la cabeza, desconcertada.

—Pero eso fue un año antes de lo de Elizabeth.

Ruby puso los ojos en blanco.

—Estoy buscando excusas para tú absoluta falta de criterio, Len.
—Me quedo con el golpe de calor. —Sonrió y se encogió de hombros.
—Bien. En cualquier caso, recuerdo haber entrado en esa fiesta, haber echado un vistazo a esos idiotas pretenciosos y haber pensado: «¿Que le ha pasado a Len? ¡Esta chica se ha vuelto loca!». —Elena se echó a reír y Ruby dio otra calada a su cigarrillo—. Les parecías muy estimulante, cariño: toda una bollera famosa. Vi que el marido de Elizabeth se pasaba todo el rato tratando de manosear a las criadas, y me pregunte como le hacía sentirse que su mujer se estuviera tirando a Elena Katina. Debía de saberlo; todos los demás lo sabían. —Ruby rió y dió otro par de caladas—. Aunque a mí no me encontraron tan emocionante. Todos me dedicaban su mejor y más falsa sonrisa, pero todo el tiempo me miraban por encima de su distinguido hombro, sin dejar de preguntarse qué hacia esa negrita fuera de la cocina.

Las dos estallaron en carcajadas.

—¿Te acuerdas de aquel abogado famoso que te tiraba los tejos?

A Ruby se le iluminaron los ojos de diversión al recordarlo.

—Sí, no paraba de darle calabazas y alejarme de él, pero no captaba la indirecta. Era el carbón más pegajoso que he conocido en mi vida. Me siguió a la piscina, se acercó por detrás y me dijo en voy muy baja, tratando de ser seductor: «¿Te apetecería tomar otra copa de champan, cariño?». —Elena empezó a revolcarse por encima de la cama, desternillada de risa. Le encantaba aquella anécdota—. Y yo le dije: «Oh, ¿eso era? Y yo, tonta de mí, preguntándome como habían hecho para meter estas burbujitas tan pequeñas en este meado de gato». —Elena temblaba de risa mientras se enjugaba las lágrimas. Ruby la miró con expresión seria—. Lo siento, cielo, pero, con toda la pasta que tiene Elizabeth, sirvió un champan de lo más barato. Se le nota a la legua que es una nueva rica. —Dio una larga calada y le pasó el canuto a Elena—. Total, que el maldito cabrón me dedicó una sonrisa empalagosa y me puso una mano en el culo. Así que le volqué la copa de champan de mierda en la entrepierna de su inmaculado Armani y dije: «Vaya, cielo, ¿no te han enseñado a usar el cajón?». Se me quedó mirando; entonces añadí: «¿Esa de la melena rubia y el culo estupendo es tú hija? Es mucho más de mi estilo, cielo». Acto seguido, tiré la copa vacía a la piscina de Elizabeth y me marché, toda digna.

Elena se recuperó lentamente. Le dolía el estómago de tanto reírse.

—Lo preocupante, Ruby, es que me deje engañar. Creía que significaba algo para Elizabeth. Me da miedo pensar que estoy haciendo lo mismo con Julia, viendo cosas que no existen.
Ruby se tumbó a su lado, apoyada en un codo. Los ojos le brillaban con interés.
—¿Por ejemplo?

Elena miró al techo.

—Me mira de una manera que parece sexual. Me siento muy atraída por ella, y es difícil de soportar. Estoy segura de que no es consciente del efecto que tiene en mí, pero, si no estuviera escaldada, pensaría que... No sé, que también le gusto.
—¿Por qué estás tan segura de que no le gustas? Calculo que en los diez minutos que la he visto te ha estado mirando durante nueve. Hasta cuando Lisa se le ha echado encima te miraba a ti.

Elena se puso roja de rabia al recordar como la había apartado Lisa de un empujón.

—¿Te lo puedes creer? ¡Por Dios! Parecía que estaba a punto de comerse a Julia.

Ruby sonrió y dijo, en tono de broma:

—Y esta misma mañana me estabas comentando lo contenta que estas con la forma en que Lisa se está ocupando de todo.
—Ya, en fin... Es buena en su trabajo.
—No quieres ni pensar en que se ocupe de Julia, ¿verdad?

Elena sacudio la cabeza con desdén.

—Julia no entiende.

Ruby se echó a reír.

—La he observado y creo que sí. Tiene esa vibración, cielo. Estoy segura de que Lisa diría lo mismo.

Elena suspiró con impaciencia.

—Tiene un puto novio.

Ruby se sentó y la miro, estupefacta.

—¿Y qué? Yo también tuve un bicho de esos antes de abrir los ojos y puedo decirte que follar con tíos es una costumbre muy desagradable, a la que es extremadamente fácil renunciar. —Sonrió—. Lo único que pasa es que Julia aún no se ha dado cuenta y, ahora que has entrado en su vida, está empezando a ver la luz. — Elena apartó la vista de Ruby y volvió a mirar al techo. No era algo que quisiera oír—. Solo hace dos días que te conoce, cielo, y puede que todavía no sepa que está haciendo exactamente al mirarte de esa manera, pero estoy segura de que está empezando a descubrirlo. No me ha dado la impresión de que esa mujer tenga problemas de aprendizaje.

Elena se levantó de la cama.

—Bueno, debo reconocer que el bollorradar empezó a sonar en cuanto la vi por primera vez. —Avanzó hacia la puerta—. Me tengo que ir a dormir. Y más nos vale que nuestro instinto se equivoque, porque, de lo contrario, tendré un grave problema.
—¿Por qué tiene que ser un problema, cielo?

Elena vaciló durante unos instantes y trató de poner en orden sus sentimientos, mientras se pasaba una mano por el pelo, distraída.

—Julia es... Dioses, no se... Es tan diferente, tan especial... —Cerró los ojos durante un segundo y para sus adentros—. No he conocido en mi puta vida a una mujer más sexy que ella. Solo estaremos diez días aquí, pero tengo la sensación de que, si Julia me diera la menor esperanza..., me colgaría de ella a lo bestia. Suena a desastre en potencia, ¿no te parece? Creer que no entiende y que esta fuera de mi alcance me mantiene a salvo.
—A mí me suena más bien a amor a primera vista —dijo Ruby, y suspiró-. Siempre te complicas la vida, Len.
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Mensaje por Anonymus 11/1/2014, 10:46 pm

Capítulo 6



—Apártense, por favor. Dejen el pasillo libre.

La voz del agente de seguridad se elevaba por encima los gritos y alaridos de las admiradoras de Elena. Cerca de mil mujeres esperaban en el aeropuerto de Melbourne para tratar de verla, o tal vez de tocarla, antes que se fuera a Sídney. Elena sonrió y saludó con la mano, mientras avanzaba por el pasillo acordonado que llevaba a la sala de embarque VIP. Saludó a tantas mujeres como pudo cuando paso junto a ellas y soportó que muchas le tiraran de la ropa. Dos la sujetaron y trataron de besarla, y se alegró de tener a su lado a Lisa, que le abría paso tan deprisa como era posible. Una periodista bastante joven le planto el micrófono la cara. Estaba muy mona, toda ruborizada.

—¿Podría hacerte unas preguntas, Elena?

Ella sonrió.

—Lo siento. No tengo tiempo de parar, cielo, pero me gustaría decir que me lo he pasado muy bien en tú preciosa ciudad y que espero volver muy pronto. —A su alrededor, los fotógrafos disparaban flashes cegadores. Se detuvo a firmar unos autógrafos, y un cámara de televisión avanzo hacia ella.
—Solo un par de preguntas, Elena —grito otro periodista.

Ella sonrió, saludó con la mano y se alegró de ver que ya estaban frente a la puerta de la sala de embarque. Lisa la abrió y la guio rápidamente hacia el interior. Había conseguido meter a los otros antes, y estaban todos sentados alrededor de una mesa, tomando café. Elena se sentó junto a Ruby, aliviada.

—Espero que en Sídney sean igual de entusiastas —dijo Ruby.
—Si —contesto Elena, distraída, mientras se preguntaba donde estaría Julia—. Por casualidad, ¿habéis visto a Julia fuera? Salimos en quince minutos; espero que no pierda el avión.

Ruby rió entre dientes.

—¿No puedes pensar en nada más que en ella?

Elena estaba a punto de justificarse cuando, de repente, la multitud que acechaba fuera volvió a estallar en vítores y silbidos. Fue hasta la puerta y echo un vistazo por el ventanuco, y vio a Julia avanzando por el pasillo. A su lado había una mujer que llevaba una cámara y varias fundas; una minibollo que no debía de tener más de veinte años. Saltaba a la vista que formaban parte de la comitiva de Elena y aquello era suficiente para hacer que la multitud se animara de nuevo.
Julia estaba arrebatadora, con unos pantalones ceñidos de piel de melocotón, una camisa azul claro con el cuello abierto y un chaleco negro y largo, abierto y de aspecto sedoso. Llevaba las manos metidas en los bolsillos de la gabardina, de estilo clásico, y caminaba con aplomo y elegancia, aparentemente ajena a los gritos y alaridos de las mujeres que se amontonaban a los lados. Elena pensó que era como una modelo en la pasarela. Les abrió la puerta y se apresuraron a entrar. Julia se echó el pelo hacia atrás y suspiro.

—Joder, esa caminata se me ha hecho kilométrica. Menos mal que ya hemos dejado atrás a la multitud.

De pronto parecía un poco alterada y Elena le pasó un brazo por los hombros.

—Tranquila. Ahí fuera no se te notaba el nerviosismo. Parecía que habías nacido para esto.

Julia sonrió.

—Tu estas acostumbrada, pero yo me he sentido indefensa.

Elena la miró a los ojos y contuvo el repentino deseo de besarla; tenía su boca tentadoramente cerca y podía sentir el calor de su cuerpo. Apartó el brazo y notó que la joven que iba con Julia dejaba los trastos en el suelo.

—¿Así que esta es nuestra fotógrafa?
—Sí. Te presento a Kerry Oliver.

Kerry se quedó mirando a la cantante y, lentamente, el rubor le fue subiendo desde el cuello hasta la cara. Elena sonrió y le cogió la mano.

—Es fantástico tenerte con nosotros, cielo. —La beso mejilla—. Ven, te presentare a los demás.

El vuelo a Sídney tardo cerca de una hora, y en el aeropuerto se encontraron con una cantidad parecida de fans que Julia consideró particularmente escandalosa. Lisa y unos cuantos ayudantes de BGI los llevaron rápidamente por una puerta trasera hasta las limusinas que los esperaban, y pronto los dejaron en el hotel, en el céntrico barrio residencial de Elizabeth Bay, con vistas al puerto. En la recepción, Julia pidió que le enviaran todas las mañanas un ejemplar del The Sydney Morning Herald Al día siguiente saldría algún artículo sobre Elena como introducción para el primer concierto y estaba impaciente por verlo. Se instaló en su habitación, colgó la ropa, llevó los cosméticos al baño, se sentó junto a una mesa, cerca de la ventana, y encendió el portátil. Era la una y media, y pensaba pedir algo de comer al servicio de habitaciones y empezar a trabajar cuando sonó el teléfono.

—Espero que no estés trabajando. —La voz aterciopelada de Elena tenía un tono bromista—. Lisa, Danny y yo estamos en el comedor. ¿Por qué no bajas a comer con nosotros?
—Estaba pensando en trabajar un poco esta tarde.
—Pero si acabamos de llegar. Ven a comer y después puedes acompañarnos al Opera House. Vamos a asegurarnos de que hayan llegado todas nuestras cosas y también quiero hacer una prueba de luces para mañana.
—Vale, nos vemos en unos minutos. —Julia sonrió-. ¿Por qué me resultas siempre tan persuasiva? —oyó la risa, suave y gutural, de Elena .
—Pues, cielo, la verdad es que no lo sé.

Como hacia bastante calor, Julia se quitó el chaleco y la camisa, y se puso una camiseta roja sin mangas, pero no se cambió de pantalones. Se retocó el pintalabios, cogió una chaqueta ligera y bajó. El comedor estaba atestado de gente y Elena no apartaba la vista de la puerta mientras esperaba a Julia, impaciente. Cuando apareció, echo un vistazo a su alrededor y vio que Elena le hacía señas desde el otro extremo del salón. El rostro de Julia se iluminó con una de sus sonrisas, y se abrió paso. Elena no podía quitarle los ojos de encima. Se dio cuenta de que Julia atraía la atención de casi todos los presentes mientras avanzaba entre las mesas. Con un gesto inusitado en él, Danny se puso de pie para recibirla. Para mayor fastidio de Elena, Lisa también se levantó y le apartó la silla que tenía al lado. Pidieron un menú sencillo: sándwiches dobles y unas cervezas.

—Lisa, tengo que felicitarte por la forma en que has organizado las cosas en el aeropuerto —dijo Julia—. Todo estaba calculado con precisión militar.

Lisa la miro, complacida, y se inclinó hacia ella.

—Bueno, no me gusta dejar nada al azar. Es bueno tener a los fans ahí, por la publicidad, y además añade emoción a los próximos conciertos, pero me gusta sacar a mi gente con rapidez. Tengo un equipo que recoge el equipaje, lo entrega y se encarga del transporte. Cuantas menos complicaciones haya con esas cosas, más felices estaremos el grupo y yo.
—La multitud de aquí parecía mucho más agresiva y ruidosa que la de Melbourne.

Lisa le dedicó una sonrisa. A Elena le pareció una sonrisita insinuante.

—Bueno, ya sabes cómo es Sídney. Esta es mi ciudad , y las mujeres de Sídney no nos reprimimos.

Elena puso los ojos en blanco. Julia y Lisa tenían varios conocidos en común, y entretuvieron a Elena y a Danny con sus anécdotas sobre los músicos famosos con los que habían tratado y sobre las giras que habían cubierto. Elena sabía que era una tontería, pero, a medida que avanzaba la comida, le resultaba cada vez más molesto el monopolio que tenía Lisa de la atención de Julia, sobre todo cuando veía que Lisa le tocaba constantemente el brazo o la mano. Julia miraba a menudo a Elena y le dedicaba sonrisas especiales y privadas, o al menos lo parecían, y cada vez que eso ocurría Elena experimentaba un escalofrío delicioso. Cuando terminaron de comer, Julia llamó a Kerry para que llevara la cámara y se uniera a ellos, y sobre las tres de la tarde salieron hacia el Opera House.

—Esos focos azules y dorados tienen que entrar lentamente... Ya sabes, un fundido lento cuando empiezo con esta canción, vale? —Elena estaba gritando las instrucciones al director de iluminación. Mientras ella comprobaba que estuviera siguiendo los pies del guión técnico de cada canción, Lisa y Danny estaban ocupados con el personal de la sala. Entraban y salían del escenario, y se aseguraban de que los instrumentos y el equipo estuvieran allí y funcionaran perfectamente. Julia estaba sentada en una de las mejores butacas de la sala y Kerry estaba dando vueltas por allí con su cámara, cambiando lentes y probando encuadres. Aparte de unos pocos miembros del equipo, eran las únicas que observaban los preparativos. Julia estaba embelesada con Elena. Incluso sin el estímulo de un público que creara ambiente, sin el vestuario, el maquillaje ni el fantástico sonido de su grupo, Elena emanaba un aire estelar impresionante. Cuando se movía por el escenario, concentrada en su trabajo, parecía rodeada por un halo de luz. Se paseaba con tanta confianza como si estuviera en el salón de su casa. Al parecer, el director de iluminación no acababa de entender que esperaban de él, y Julia percibía cambios leves en Elena. Mientras iba de un lado a otro del escenario, su paso relajado se iba volviendo más rápido y enérgico, y había una ligera tensión en su voz. —Vale — gritó Elena —, sé que las entradas de esta canción son un poco complicadas. Sigue el guion mientras te la canto.

Le apagaron las luces de la sala y unos reflejos de luz azul y dorada iluminaron mágicamente el pelo y la cara de Elena. Llevaba ropa muy sencilla: unos vaqueros gastados y una camiseta negra, y al verla allí, sola en medio del escenario, Julia pensó que estaba absolutamente preciosa. Elena empezó a cantar una balada suave, con una voz sonora, limpia y cargada de emoción. Había algo conmovedor en aquella interpretación improvisada y a Julia se le hizo un nudo en la garganta. A medida que avanzaba la canción, el telón de fondo pasaba del negro al morado intenso y, luego, lentamente, viraba al rojo. Varios focos blancos convergieron desde distintas direcciones para capturar a Elena en un círculo de luz. El efecto general era cautivador. Julia notó que se le aceleraba la respiración y le hormigueaba todo el cuerpo. Se sentía como si acabara de despertarse sobresaltada de un sueño. Se dio cuenta de que los últimos días había estado paseando con Elena, feliz pero ignorante, por territorio desconocido, observando y sintiendo cosas que no sabía o no quería reconocer. La canción estaba llegando a su fin y se sintió renacer. Era innegable: se sentía atraída por Elena. De repente se imaginó abrazándola y besando su preciosa boca, sus labios de melocotón, y sintió una oleada de deseo abrumadora. Jamás había experimentado nada parecido. Nunca. Se le empezaron a llenar los ojos de lágrimas, y estaba a punto de hiperventilar. Quería salir rápidamente al aire fresco; quería salir al mundo que conocía, con gente que se empujaba por la acera, coches que avanzaban rápidamente por la calzada, barcos que navegaban por el puerto... Cosas normales y comprensibles. La canción terminó y, excepto por el runrún y los chasquidos de la cámara de Kerry, reinó el silencio. Durante unos instantes, todos parecían paralizados; después estallaron en aplausos.


—¡Ha estado genial! —le gritó Elena al encargado de la iluminación. Sonreía, satisfecha. Se encendieron las luces de la sala y miro a Julia—. ¿A ti que te ha parecido?

Julia estaba tratando de recuperar la compostura. Tragó saliva y dijo:

—Ha sido perfecto.
—¿Habéis oído eso? Para mí es suficiente. Me largo de aquí. Vamos a algún sitio a tomar algo fresco.


Lisa fue a pasar la noche a su casa y Danny regresó al hotel. Julia, Elena y Kerry encontraron una mesa en un restaurante al aire libre, junto al Opera House, con vistas a la zona del puerto en la que estaban amarrados los barcos y los yates. Eran las seis y media, y los bares y cafés cercanos se estaban llenando rápidamente de gente que había terminado la jornada laboral. Pidieron las bebidas, y Kerry partió en busca del baño. Había sido un día cálido y veraniego, pero se acababa de levantar una brisa fresca desde el agua, y Elena se puso la chaqueta de algodón que había llevado. Estaba emocionada. La visita a la sala de conciertos la había tranquilizado: al día siguiente tendrían un ensayo vespertino y estaba segura de que los conciertos serían fantásticos. Bebió un trago de bourbon y miró a Julia. Sus ojos eran como zafiros en la penumbra; parecía tranquila mientras bebía vino y contemplaba los barcos que llegaban. De repente se giró y la miró de una manera que le hizo contener la respiración. Había algo diferente en su expresión. Elena pensó que tal vez fueran imaginaciones suyas, porque aquellos ojos sensuales podían confundir a cualquiera, pero parecía haber algo más abiertamente erótico en Julia. Le miró la boca y después, de nuevo, los ojos, provocándola casi deliberadamente. Aunque no se lo quería creer, la expresión de Julia se había vuelto más íntima. Elena sintió una repentina ráfaga de deseo y tuvo que apartar la vista. Se quedó mirando el agua que relucía bajo los últimos rayos del sol del atardecer. Kerry se dejó caer en la silla, al lado de Elena.


—He sacado varias fotos realmente buenas en la sala: primeros planos con el teleobjetivo. Sin falsa modestia, creo que algunas servirían hasta para hacer carteles.

A Elena le gustaban el estilo práctico y el entusiasmo vivaz de Kerry. Imaginaba que se llevarían bien durante el resto de la gira. Sonrió y dijo:

—¡Qué bien! Si lo tuyo no es falsa modestia, deben de buenas. ¿Alguna de vosotras tiene hambre? Yo estoy hambrienta.
—Tengo que volver al hotel —contesto Kerry—. He quedado con Ruby para ir a un local de ambiente del que nos habló Lisa, y no sé a qué hora querrá ir.
—No estarás dejando que esa mala mujer te pervierta, ¿verdad, cielo?

Kerry puso los ojos en blanco y suspiro.

—Ay, qué más quisiera.
—Pues tendréis que cenar antes. Llamaré a Ruby y le diré que venga. Podéis ir a ese local después de la cena —Se sacó el móvil de la chaqueta para llamar al hotel.
—También podríamos ir todas.
—Es un local de lesbianas —dijo Kerry. Parecía un poco sorprendida de que Julia quisiera ir.
—Ya lo sé —contestó ella, con naturalidad.

Kerry se encogió de hombros con indiferencia, miró hacia el puerto e hizo girar su vaso sobre la mesa. A Elena se le aceleró el corazón. Normalmente no lo habría pensado, pero en aquellas circunstancias intuía que el interés de Julia por ir al local de ambiente tenía cierta relevancia. Se había producido un cambio en ella. Cuando Ruby contestó se pasó un par de minutos explicándole donde estaban. Después dejó el teléfono a un lado y vio que Julia estaba mirando a la mesa, acariciando lentamente las gotas de condensación de su copa. Elena sospechaba que lo que Julia tenía en mente podía no ser una noche divertida, sino una curiosidad que formaba parte de algún despertar sexual; algo que, con absoluta sinceridad, no sería una gran sorpresa. Su corazón empezó a latir con fuerza. Se sentía atrapada entre la emoción y el terror. Si sus sospechas eran ciertas, no quería estar allí y convertirse en parte de ello. No podía involucrarse afectivamente con Julia. Tal vez fuera mejor que le propusiera ir al cine o algo así. De repente, Julia la miró fijamente, con la misma intensidad en los ojos. Se echó el pelo hacia atrás y Elena se derritió. Sonrió y dijo:

—Claro que sí, iremos todas. Sera divertido.

Pidieron otra ronda y hablaron de otros asuntos, mientras contemplaban la puesta de sol en el puerto y esperaban a Ruby, que llegó al cabo de una media hora.

—Vaya, cielo, allí están.

Se volvieron al oír la voz de Ruby, que ahogó la mayoría de las conversaciones del restaurante. Ruby le dió una palmadita amistosa en el brazo al abrumado camarero y avanzó hacia ellas. El murmullo se acalló y todos los clientes se quedaron mirándola mientras pasaba majestuosamente entre las mesas, con un sonido de joyas armonioso, nubes de perfume exquisito y una profusión de color. Saludó a cada una con un beso en la boca, lo que atrajo más miradas de los otros clientes.

—¿Por qué no me dejáis pedir? —propuso Julia—. He estado un montón de veces en este local. Podemos pedir una selección de platos para compartir, y tienen una pasta con marisco increíble, que esta para morirse.

Las otras se mostraron de acuerdo en que aquello sonaba muy bien, y pronto estuvieron disfrutando de la cena.

—Por cierto, Ruby —dijo Elena—, esta noche vamos todas al bar.

Ruby la miró con una sonrisa sutil de «te lo dije»; luego se echó hacia delante y besó a Julia en la mejilla.

—¡Qué bien, Julia, cielo! Te va a encantar. Por lo que dicen, es un local fabuloso.
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Mensaje por Anonymus 11/1/2014, 11:16 pm

Capitulo 7

El local estaba en un hotel imponente, construido en la década de 1930. Decidieron entrar por parejas, con la esperanza de que Elena y Ruby llamaran menos la atención. Después de comprar las entradas en el vestíbulo, Julia y Elena se adelantaron. El local tenía una iluminación tenue y había pequeñas mesas con manteles rosas y velas en candelabros de cristal. En un extremo había un escenario, donde un grupo integrado por mujeres estaba tocando sensuales canciones de Sergio Mendes y Brazil 66. Elena vio una mesa para cuatro y guió a Julia hasta ella. Era agradable sentir la presión de su mano en la cintura y Julia lamentó que la apartara. Al cabo de minutos vieron entrar a Ruby y Kerry, y les hicieron señas para que se acercaran. Una mujer vestida con unos pantalones negros diminutos a juego con un top muy corto se acercó a tomarles el pedido. El grupo estaba tocando Más que nada y la pista estaba llena de mujeres que bailaban abrazadas. Julia observó que algunas llevaban traje de chaqueta y otras, vestido de coctel. Se tranquilizó al ver que también había muchas con vaqueros y una camiseta informal, aunque sentía no haberse puesto algo especial para ir a aquel lugar fabuloso. Se acomodó en la silla y bebió un trago de su Campari con soda. En la mesa de al lado, una mujer morena de pelo corto, vestida con un traje de chaqueta con pajarita, le sonreía provocativamente. Llevaba los labios pintados de rojo y estaba fumando un puro. A Julia le pareció atractiva, y le devolvió la sonrisa. La mujer la miró de arriba abajo lentamente, de modo insinuante. Ella siguió sonriendo y se sorprendió por lo mucho que estaba disfrutando de su atención. Siempre que un hombre la miraba así apartaba la vista para desanimarlo. En otra mesa había dos mujeres que se besaban apasionadamente, y la escena le pareció muy erótica. Volvió a imaginarse besando a Elena; experimentó una oleada de deseo y cerró los ojos un segundo. Cuando los abrió de nuevo, la mujer de la pajarita seguía mirándola y sonriendo. Elena estaba sentada junto a ella y estaba claro que aquello le parecía divertido.

—Creo que le gustas. —Su voz aterciopelada fue como una caricia. «No tanto como tú a mí.»
Una mujer con una bandeja de puros se acercó a la mesa.
—Ay, sí, cielo, ¡cogeré uno de estos!
—¡Estupendo! ¡Yo también!

Ruby y Kerry encendieron sus cigarros y exhalaron alegremente una nube de humo aromático. La mujer de la mesa de al lado seguía mirando a Julia, que volvió a sonreír, embargada por una deliciosa sensación de felicidad. Aunque no se había visto nunca en una situación como aquella, tenía la sensación de que todo lo que ocurría estaba bien y, en cierto modo, aquello le transmitía una sensación placenteramente familiar. Oyó la risa sexy de Elena y se volvió a mirarla.

—Cielo, creo que como no te invite a bailar, la doña me ganará por la mano.

El grupo empezaba a tocar música de Serge Gainsbourg: jazz lento y sensual de la década de 1950. Elena cogió a Julia de la mano para llevarla a la pista, la miró a los ojos, la rodeó con sus brazos y empezaron a bailar. Era un placer sentir los brazos de Elena alrededor de su cuerpo, los músculos tensos de su espalda bajo las manos y la presión del pecho contra el pecho. Julia apoyó la cara en su mejilla y sintió su perfume especiado. Notó que la respiración de Elena se aceleraba y le pareció oírla murmurar: «Oh, Dios». El deseo que la había estado asaltando en oleadas se hizo más fuerte, y empezó a temblar. Pasó las manos por los hombros de Elena y esta entrelazó los dedos por detrás de su cintura. Se abrazaron. No era como abrazarse con un hombre; Julia no había sentido nunca nada parecido con un cuerpo masculino. Elena tenía un cuerpo de curvas elegantes, fuerte pero femenino, terso y flexible, y la piel de sus brazos y de su rostro era suave como la seda. Julia se imaginó metiéndole las manos por debajo de la camiseta para acariciarle la espalda, y sintió un repentino torrente de deseo casi doloroso. Deslizó el muslo entre sus piernas y se unieron como un solo cuerpo. Elena bajó las manos lentamente, le acarició las caderas y la besó en el cuello. Julia contuvo la respiración; el beso se le grabó a fuego y encendió una llama entre sus muslos. Elena tenia las pupilas dilatadas y una expresión de puro deseo se reflejaba en sus ojos. Sentirla temblar hacia que Julia se estremeciera aún más. Sus bocas estaban cerca; casi se rozaban los labios. Bésame.

— ¡Disculpa! —Julia tardó en reaccionar ante la voz de la intrusa—. ¿No eres Elena Katina?

Alguien estaba tirando del brazo de Elena. El mundo exquisito, sensual y privado que se había generado entre ambas se evaporó de repente. Elena parecía desorientada, y se volvió hacia el grupo de mujeres como si estuviera mareada. Cuando Julia se apartó de sus brazos, la miró con cara de pena y le apretó la mano.

—Vuelvo a la mesa.

En un abrir y cerrar de ojos, Elena quedó rodeada por una docena de mujeres. Julia se dirigió al cuarto de baño; necesitaba un momento para recomponerse. Se echó agua fría en la cara y se miró al espejo. Se sentía tan diferente, tan cambiada, que casi se sorprendió de ver que tenía el aspecto de siempre. Se pasó las manos por el pelo, se retocó con el pintalabios que llevaba en el bolsillo, respiró profundamente y volvió a la mesa. Ruby seguía fumándose el puro y Kerry estaba apurando una jarra de cerveza.

—Han reconocido a Len, ¿verdad, cielo? —dijo Ruby. Julia asintió. Aun sentía un dolor erótico y sordo, y no se encontraba repuesta del todo—. Era inevitable. Te pediré otro Campari. —Julia la miró y, repentina e inexplicablemente, sintió que iba a echarse a llorar. Ruby sonrió con dulzura, le besó la mejilla y susurró—: No pasa nada, cielo.

Kerry la miraba, asombrada. Era evidente que había presenciado su sensual baile con Elena y debía de estar pensando que era un comportamiento extraño en su jefa, supuestamente heterosexual. A Julia le daba igual, pero por el rabillo del ojo vio que Ruby le daba un codazo.
Elena regresó al cabo de unos minutos. Se sentó al lado de Julia, le apretó la mano un instante por debajo de la mesa y le sonrió como por obligación. El momento especial había pasado y Elena había vuelto a ser la de siempre. No transcurrió mucho tiempo antes de que apareciera otro grupo de fans a la caza de un autógrafo, de modo que se apresuraron a terminarse las copas. De vuelta en el hotel, de camino a los ascensores, Elena se detuvo en la puerta del bar.

—Te invito a un café, Julia.

Se despidieron de las demás y buscaron una mesa. El local era exclusivo para los huéspedes del hotel, por lo que había muy poca gente. El ambiente era íntimo y acogedor; las luces estaban bajas y, de fondo, sonaba una música desangelada. Pidieron café y se sentaron en silencio. Elena la miró a los ojos durante un largo instante y Julia percibió su perplejidad antes de que bajara la vista a la mesa y se pusiera a jugar con la carta de bebidas. La luz de la lámpara le hacía brillar el pelo y le arrancaba un precioso juego de sombras en el rostro. Se estaba mordisqueando el labio y Julia se moría por besarla. Mientras le miraba las manos, deseó poder volver a sentirlas sobre su piel. El camarero les llevó los cafés. Julia no sabía cómo expresarse. El deseo que sentía era tan intenso que no podía pensar con claridad. Se sentía totalmente perdida y quería que Elena se hiciera cargo de la situación.

—No sé qué me pasa exactamente —dijo. Elena se puso azúcar en el café y lo revolvió.
—Está bien, estas cosas pasan. Es culpa mía. Me he sentido muy atraída por ti desde el primer momento.

Julia no quería que se echara atrás. Quería que al menos la ayudara a entender sus sentimientos, porque imaginaba que sabría que hacer en una situación como aquella.

—Esta noche te he deseado como no he deseado a nadie en mi vida —confesó. Elena se puso una mano en la frente, como tapándose los ojos—. Y todavía te deseo.

Elena pareció estremecerse y Julia se dio cuenta de que tragaba saliva.

—Joder, tú sí que eres directa, cielo.

Julia sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas. Todo estaba ocurriendo muy deprisa. Echó un vistazo a su alrededor con la mirada perdida y se concentró en sus esfuerzos por no llorar.
Elena la tomó de la mano y Julia sintió que una descarga eléctrica le subía por el brazo y le recorría el cuerpo. Mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas, vio que a Elena también le brillaban los ojos por el llanto contenido.

—Cariño... —La palabra fue como un beso, y Julia se mareó-. Podría hacer lo que me pide el cuerpo y llevarte a la cama. —Su voz era poco más que un susurro. Julia se estremeció y Elena le apretó la mano con más fuerza—. Pero sé que te sientes confusa y que es un error tremendo meterse en el dormitorio cuando no se tienen las cosas claras. —Julia se enjugó las lágrimas—. Puede que para ti esto sea un arrebato, cielo, pero, si no lo es, enrollarnos solo complicaría las cosas. Me voy a casa en diez días, y no tiene sentido empezar algo que no va a llegar a ninguna parte. —Hizo una pausa y parpadeo para disipar las lágrimas—. Creo que deberíamos concentrarnos en ser buenas amigas. No quiero perder eso. — Aparto el café que no había probado y añadió—: Creo que deberíamos irnos a dormir, ¿no te parece? Mañana nos espera un gran día: noche de estreno.
—Me quedare aquí unos minutos más.

Elena se puso en pie. Se la veía alterada; seguía teniendo las pupilas dilatadas y los ojos encendidos de pasión.

—Buenas noches, Julia —dijo, antes de marcharse.

A Julia le costó conciliar el sueño y, a la mañana siguiente, se levantó pensando de nuevo en Elena. Al recordar el momento, durante la prueba de luces, en que había reconocido que la deseaba, y la sensación de los brazos de Elena alrededor de su cuerpo, sintió un torrente de pasión y su corazón empezó a palpitar con inquietud. En la realidad luminosa y soleada de aquel viernes, lo que había pasado parecía irreal. De no haber sido por el deseo que persistía en su cuerpo, no se habría creído que había ocurrido de verdad. El timbre del teléfono la sobresaltó. Era Ben, que la llamaba para decirle que la echaba de menos, que parecía que podía tomarse unos días libres para reunirse con ella en algún sitio del norte de Queensland cuando terminara el trabajo y que le hacía mucha ilusión. Julia se sintió aliviada al oír su voz y las imágenes eróticas de Elena desaparecieron rápidamente de su cabeza. Hablaron durante un rato sobre cosas reconfortantes y familiares: asuntos cotidianos, cosas formaban parte de la vida organizada que se había montado. Se duchó y, cuando le llevaron el desayuno y el periódico, se sentó a la mesa, encendió el ordenador y revisó el correo. Había un mensaje del director artístico, que quería tratar con ella unas ideas relacionadas con la maquetación del reportaje. Ya se pondría en contacto con el más adelante. Se tomó el café y trató de pensar en cuanto le gustaría volver a ver a Ben. Hacía tiempo que no pasaban unos días juntos y tenían mucho de qué hablar. Hojeó el periódico para ver si decía algo sobre la llegada de Elena a la ciudad o sobre el concierto de aquella noche. Había un artículo de media página con una foto tomada en el aeropuerto. De repente se le apareció una imagen de Elena mirándola a los ojos y el impacto la dejó sin aliento. Alargó la mano, vacilante, para coger la taza de café, pero la volcó.
Mientras limpiaba la mesa, trató de poner sus sentimientos en algún tipo de perspectiva. Pensó que todo aquello no era más que una tontería que se le había ido de las manos. Por supuesto que se lo había pasado bien en el bar la noche anterior. Solo había mujeres; era lógico que se hubiera sentido como en casa. No era nada terrible y, tal como había dicho Elena, lo que le había ocurrido había sido un arrebato. Se había dejado llevar, nada más. Menos mal que Elena era sensata y se había dado cuenta. En aquel momento recordó el rostro de Elena, con los ojos llenos de lágrimas, susurrando: “Cariño…”. Debilitada por un nuevo estremecimiento, se desplomó en una silla y se sirvió otro café con manos temblorosas. Debería alegrarse de que, de alguna manera, Elena le hubiera provocado reacciones sexuales que nunca se hubiera creído capaz de experimentar. Evidentemente, en su interior había permanecido latente una profunda pasión y quizás, a partir de entonces, pudiera esperar más de sus relaciones. Quizás había llegado el momento de seguir adelante y dejar a Ben, porque nunca podría hacerle sentir nada parecido. Tal como había dicho Elena, su único problema era que aún no había conocido a la persona adecuada. Tenía que quitarse aquel asunto de la cabeza y concentrarse en su plan de trabajo para aquel día. Había quedado en reunirse con Louis, Jenny y Don a las nueve en la piscina, antes de que se fueran al ensayo, y tenía previsto comer con Danny para recopilar información de trasfondo sobre los miembros del grupo. Aquella noche iba a ir al concierto y estaba impaciente por ver cómo reaccionaría el público de Sídney. Tenía tiempo para darse un chapuzón antes de que los otros llegaran a la piscina. Se puso un bañador y un albornoz, cogió una toalla, la libreta y la grabadora, y bajó al jardín. Aquel día, más tarde, Julia estaba sentada a la mesa de su habitación, tomando notas de las conversaciones que había grabado antes para ordenarlas con arreglo a algún criterio. Sonrió mientras escuchaba la voz de Danny en la cinta. Había sido una comida agradable. Le contó que hacía más de veinte años había entrado en el negocio de la música, como guitarrista de un grupo relativamente famoso, aunque, en palabras del propio Danny, carecía del talento necesario para llegar a ser realmente bueno, de modo que se pasó a la parte administrativa del negocio. Al principio, Elena solo era una más entre los artistas a los que representaba, pero abandonó a los demás clientes en cuanto aumentó la popularidad de la cantante. Era indudable que lo emocionaba mucho formar parte de la fama y el éxito de Elena; le brillaban los ojos y se revolvía, emocionado, en el asiento cuando describía conciertos memorables y agotadoras negociaciones de contratos. Le había proporcionado varios detalles fascinantes sobre el funcionamiento del negocio de la música en general, y había resultado muy ameno. Julia hizo una pausa, se echó hacia atrás en la silla y bebió un trago de agua mineral, mientras echaba un vistazo al fax que le había enviado Adele, que incluía copias de las críticas que había recibido Elena durante su gira por Estados Unidos, por si le servían para el artículo. Miró el reloj. Eran las cinco y media, y pensó que ya iba siendo hora de dejar el trabajo y prepararse para el concierto. A las siete había quedado con Kerry en el restaurante del hotel, para cenar antes de ir al Opera House. Recogió sus notas, fue al cuarto de bario y se duchó. Mientras se maquillaba, se dio cuenta de que estaba cada vez más tensa. Había estado muy ocupada durante todo el día, había pasado gran parte del tiempo acompañada y había sido capaz de dejar de lado la preocupación por lo que sentía por Elena. Sin embargo, la idea de verla más tarde en el escenario le hacía sentir un hormigueo de expectación y ansiedad.
Se puso unos pantalones negros y una chaqueta entallada de raso, de color crema, una cadena y unos pendientes de oro sencillos, y un poco de perfume. De pronto recordó los brazos de Elena rodeándola, las manos bajando por sus caderas, y se estremeció. Respiro profundamente y se pintó los labios de un rosa oscuro. «No seas ridícula —se reprendió—. Compórtate como una profesional.» Cogió el bolso y bajó a reunirse con Kerry. El público estaba gritando y aplaudiendo. El auditorio del Opera House estaba repleto y el ambiente era electrizante. Elena salió al escenario y se situó bajo los focos.


—Vamos allá —dijo con su voz grave, y el público gritó más

Llevaba un frac blanco, sin camisa debajo, de forma que la chaqueta revelaba buena parte de su escote, y en el cuello se había puesto una pajarita fucsia. Desde su asiento en la tribuna de prensa, cerca del escenario, Julia podía verla claramente: su piel lucía un blanco radiante y llevaba los labios pintados de color rosa. «Sexy», pensó, y su mente vibró una vez más con los recuerdos eróticos de la noche anterior. Cerró los ojos en un intento de acallar el deseo que la dominaba. No entendía por que no podía controlar aquellos sentimientos. Miró las caras embelesadas a su alrededor y se preguntó cuantas de aquellas mujeres se sentían como ella, cuantas fantaseaban con Elena y, cuantas veces, en cuantas ciudades, Elena había abrazado a una mujer como la había abrazado a ella la noche anterior. Quizá fuera el amor propio lo que le hacía pensar que la atracción que sentía Elena por ella era especial, o quizá fuera su falta de experiencia con el verdadero deseo. Volvió su atención al escenario. Tenía que dejar de pensar en sí misma y juzgar objetivamente la actuación. La puesta en escena era excelente, y Elena y los demás estaban en plena forma. Una vez más le maravilló la voz de la cantante. Si la vida de Elena hubiera seguido otros derroteros, podría haber cantado opera en aquel famoso auditorio perfectamente. Habría sido una gran mezzosoprano. La iluminación y el ritmo de la música cambiaron y, de repente, Elena quedó bañada por luces azules y doradas. A Julia se le puso la carne de gallina cuando empezó a cantar la balada que tanto la había conmovido el día anterior; se mordió el labio y se obligó a contener las lágrimas. Al final de la primera estrofa, Elena la miró y Julia empezó a temblar, azotada por una ola de deseo. «Dioses.» Era inútil que
tratara de dejar de pensar en sus sentimientos; su reacción sexual ante la mera visión de Elena le impedía pensar con claridad. Decidió que lo mejor que podía hacer era mantenerse alejada de ella durante un par de días, como mínimo durante el fin de semana. El martes volaban a Brisbane y, con suerte, en ese paréntesis conseguiría poner las cosas en perspectiva.
Antes de que terminara el concierto se escabulló discretamente y volvió al hotel.

El sábado por la mañana, Julia estaba sentada a la mesa de su habitación, cerca de la ventana, tomándose un café con tostadas. El cielo era de un azul perfecto, con unas pocas nubes altas, como bolas de algodón, y la brisa cálida y suave prometía una jornada calurosa. Igual que el día anterior, se había despertado pensando en Elena. Temblaba cada vez que pensaba en ella y sabía que aquella atracción se estaba convirtiendo en un deseo desesperado. Se preguntaba si aquello sería la famosa pasión y el deseo que siempre había anhelado. Era difícil de asumir que hubiera hecho falta una mujer para ponerlo de manifiesto, y no entendía por que hasta entonces no había sentido lo mismo por ninguna otra. Creía conocerse muy bien. A fin de cuentas, tenía claras las relaciones. Le había costado casi un decenio saber quién era y forjarse un espacio cómodo y próspero. Hacía años que había dejado de preocuparse porque no se enamoraba perdidamente, como sus amigas. Había ensayado las conversaciones, tenía todas las explicaciones y excusas, y soportaba con aplomo que sus padres y sus amigos le preguntaran con frecuencia cuando iba a sentar la cabeza, cuando iba a casarse y formar una familia. Aquellas cosas ya no le molestaban. Se sentía cómoda, por no decir completamente feliz. Le parecía increíble que a Elena Katina hubieran bastado cinco días para poner del revés su mundo cómodo y acogedor. Suspiró y alejó el plato. Le convenía avanzar un poco con el trabajo. Cogió el periódico, buscó la reseña de la noche del estreno de Elena y puso los ojos en blanco al ver el titular: «Que noche! Elena Katina sacude el Opera House». La crítica era tan favorable como esperaba. Encendió el portátil y, concentrada solo parcialmente en el trabajo, de manera mecánica, estableció el formato de los títulos de sección para empezar a escribir su reportaje, y volvió a mirar al puerto por la ventana. Sabía que mantenía las relaciones emocionales más estrechas con sus amigas, y era consciente de que para ella significaban más que para las otras. Aun así, algo le impedía abrirse con ellas por completo. Era completamente distinto con Ruby, Lisa, Kerry y Elena, sobre todo con Elena. Con ellas se sentía como en casa. Recordó la noche del jueves en el bar y a la mujer de la pajarita que había coqueteado con ella. Le había seguido el juego y le había encantado. Se concentró en la pantalla del ordenador y empezó a escribir:
‘’Las luces cambian, y Elena se queda mirándonos completamente inmóvil. Percibimos su tensión y nos ponemos tensos. La lenta cadencia del bajo despierta una ansiedad primitiva y misteriosa en nuestro interior. Elena está cubierta de sudor y clava la vista en una mujer, en todas las mujeres..., en mí, con una desesperación y una pasión persuasiva y aterradoramente seductora. La guitarra empieza a sonar con acordes lentos y el ritmo se acelera al compás de nuestros corazones. Los labios de Elena casi tocan el micrófono. Toma aire, y su respiración es deliberadamente sexy. Contenemos el aliento..., esperando. Empieza a cantar con voz sensual; se está conteniendo, pero sabemos que pronto va a estallar. «Te he estado mirando, nena. / He visto tus sonrisas. / Te he cogido la mano, / pero se que todo el tiempo...» La acusación de su voz nos atrapa y sabemos que Elena puede ver nuestro interior: sabe que estamos pensando. Vuelve a respirar lentamente y nos hace estremecer.’’

Julia decidió que no iría al concierto de aquel día. De haber estado en Melbourne, podría haber pasado la noche en casa de algún amigo. Quizá Jane y Robert hubieran organizado una de sus maravillosas cenas. Asistirían Helena y Don, Vicki y Adrian, y Justine, que en aquel momento no tenía pareja, y la conversación sería polémica y divertida. Julia iría con Ben, que la miraría constantemente y a menudo le cogería la mano y la besaría con dulzura, mirándola a los ojos. Ben esperaría pasar la noche juntos, y ella pensaría: «¿Por qué no? Hace tiempo que no lo hacemos». Y se irían a casa, se acostarían juntos y estaría bien, y a la mañana siguiente, después de tomar café en el jardín, empezaría a desear que se fuera. «Puedes sentir que soplan nuevos vientos, / vas a querer arriesgar, / se que querrás tocar el fuego, / desearás verme bailar...» Ahora, Elena canta a pleno pulmón. Se mueve por el escenario, inquieta, con la frustración de desear algo o a alguien que esta fuera de su alcance... Y se que me habla a mí. Quiero conocerla como no he querido conocer nunca a nadie... Quiero ser ella y que ella sea yo.
Y si su voz resuena furiosa en mi cuerpo, y si sus palabras me atraviesan, su respiración orgásmica me hace estremecer. Sonó el teléfono. Era Kerry, que llamaba para preguntarle si quería comer con ellos. A Julia le pareció curioso que no la hubiera llamado Elena.

—Gracias, pero creo que aprovechare el fin de semana para avanzar con el reportaje. No iré al concierto de esta noche, aunque tampoco es que me necesitéis ahí. Os las arreglareis sin mí.

Cuando colgó, se preguntó si Elena estaría pesando en ella, si sentiría el mismo deseo y si sería ese el motivo por el que no la había llamado aquel día ni el anterior. No le cabía duda de que tendría otras cosas en que pensar, pero tal vez estuviera molesta con ella Quizá pensara que solo había estado coqueteando, tonteando. La idea le resultaba aterradora. No podía soportar que Elena pensara algo así de ella. Dejó el trabajo a un lado. De repente se sentía cansada y falta de inspiración, y se tumbó en la cama al calor de la tarde. Se imaginó en su casa, sentada en su cómoda cama, leyendo un libro rodeada de cojines. Tendría un café en la mesilla y Magpie estaría durmiendo a su lado, acurrucada. La luz del sol entraría por los ventanales, ya se habrían caído la mitad de las hojas del roble del jardín y entre las ramas se vería el parque, al otro lado de la calle. Arrullada por aquella imagen reconfortante, durmió durante el resto de la tarde. Aquella noche pidió que le llevaran la cena a la habitación y, liberada por la decisión de mantenerse alejada del concierto, se instaló cómodamente a ver una película.
El domingo, Julia sacó las anotaciones que había hecho el viernes sobre Danny y los demás, y trató de concentrarse en el reportaje, pero su mente seguía divagando. Tenía la sensación de que la imagen que tenia de sí misma se estaba desdibujando y, cuanto más se esforzaba por retenerla, mas imprecisa se volvía. Dejar de ver a Elena y de hablar con ella no había aplacado su deseo en absoluto y, por si fuera poco, echaba de menos su compañía. A última hora de la mañana se sentó ante el ordenador, abrió el documento que había empezado a escribir el día anterior y lo leyó.

— ¿Por todos los dioses, despierta! —dijo entre dientes—. ¿Qué crees que es una lesbiana?

Suspiro. Desde que había conocido a Elena había cambiado. Había cambiado por dentro. No se le ocurría como iba a conciliar aquel cambio con la vida que tenía establecida, pero no podía pensar tan a largo plazo. Lo único de lo que estaba segura era de su deseo por Elena, y sabía que, tras haberlo reconocido, tenía que seguir el dictado de su corazón. Las reticencias de Elena eran comprensibles. A Julia se le ponían los pelos de punta cada vez que recordaba que se iba a marchar una semana después, pero, si sentía lo mismo que ella, encontrarían una solución. En aquel momento, su mayor preocupación era saber que sentía Elena. Decidió que tampoco iría al concierto de aquella noche y que la llamarla al día siguiente para quedar con ella. Con suerte, Elena se alegraría de saber que había reflexionado mucho antes de llegar a aquellas conclusiones. Entonces se daría cuenta de que ya no estaba confundida y de que no bromeaba con lo de mantener una relación. Seleccionó todo el texto de la pantalla y pulsó la tecla de borrado. Tenía que concentrarse en el trabajo y empezar a escribir algo que pudiesen leer otras personas. Pero, antes de ver a Elena, tenía que hacer algo muy importante, y le daba pánico. Tenía que llamar a Ben para decirle que lo suyo se había acabado.
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Una canción para Julia Empty Re: Una canción para Julia

Mensaje por xlaudik 11/2/2014, 11:13 pm

No tardes xfa xD
Me encanta!!!
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Una canción para Julia Empty Re: Una canción para Julia

Mensaje por Anonymus 11/4/2014, 6:36 am

Capítulo 8


El lunes a última hora de la mañana, Julia ya había escrito un borrador del reportaje, aunque todavía quedaban muchos detalles por añadir, y necesitaba seguir hablando con Elena para completar el cuadro. Se alegraba, porque, si la cantante se había enfadado con ella, eso le daría una excusa para verla. Adele había llamado más temprano para preguntarle cómo iban las cosas y para pedirle que le enviara el borrador y las fotos que se hubieran hecho hasta el momento, para poder distribuir el espacio en la revista. Ya habían revelado las fotos que había tomado Kerry en el Opera House durante la prueba de luces, y a Julia le parecían extraordinarias. Le envió el archivo a Adele por correo electrónico y llamo a Kerry para que mandara los negativos con un servicio de mensajería urgente. Después de haber pasado dos días recluida en su habitación, le apetecía tomar el aire y hacer un poco de ejercicio, y decidió ir a nadar. Cuando volviera, llamaría a Elena. Era el día de descanso del grupo y quería invitarla a cenar.
Cuando volvió a su habitación, media hora después, estaba sonando el teléfono.

—Cielo, creo que has estado trabajando demasiado y ya va siendo hora de que salgas a divertirte.

Julia se estremeció al oír la voz sensual de Elena. Se le había secado la boca por el deseo que la embargaba y le costaba hablar. Trago saliva.

—Estaba pensando lo mismo. De hecho, estaba a punto de llamarte.
Elena rio entre dientes, con aquella risa sorda y gutural que tanto le gustaba a Julia.
—Vaya, me alegro de oír eso. Ruby, Lisa y yo queríamos salir a pasear por King's Cross y a buscar un sitio para comer. ¿Te apuntas?

A Julia se le levantó el ánimo. Por lo menos, Elena no estaba enfadada con ella.

—Suena muy bien. Nos vemos abajo en veinte minutos.

Como fuera hacía calor, se puso una camiseta de tirantes de color turquesa y se la metió por dentro de los vaqueros. Se secó el pelo, se maquilló un poco, se echó una pizca de perfume y se dirigió a la planta baja. Elena estaba esperando en el vestíbulo con Lisa y Ruby, cerca de los ascensores. Se volvió al oír que se abría la puerta y se estremeció de deseo al ver a Julia. Llevaba aquellos vaqueros desgastados que se ceñían a cuerpo a la perfección y una camiseta que permitía apreciar cada centímetro de su preciosa figura. Julia se echó el pelo hacia atrás y esbozó una de sus arrebatadoras sonrisas antes de besarla en la mejilla, envolviéndola con un perfume seductor. Elena se sintió aliviada al ver que la trataba con el mismo cariño que siempre; estaba preocupada por la posibilidad de que lamentara lo que había ocurrido y estuviera enfadada con ella. Aunque, durante el fin de semana, más de una vez había tenido ganas de llamarla, era obvio que Julia la había estado evitando y había decidido dejar que se tomara su tiempo. Elena sonrió y le acarició la mano.

—Te he echado de menos, cielo. Todos te echábamos de menos.
—Sí, chica, ¿qué has estado escribiendo? ¿Guerra y paz? —Ruby le dio un abrazo, y las cuatro salieron al sol de la tarde.

Casi inmediatamente, Lisa le pasó un brazo por los hombros a Julia y se las ingenió para dejar atrás a Ruby y Elena.

— ¿Cómo va el reportaje? —preguntó.

Elena estaba indignada por lo avasalladora que podía llegar a ser Lisa.

— ¿Lisa? ¿Qué le parece a Ángela que mañana te vengas a Brisbane con nosotros? —Ángela era la novia de Lisa— ¿Te echa de menos cuando viajas? —Esperaba que su voz no revelara su inquietud.

Lisa se volvió hacia ella.

—Como bien sabes, tenemos una relación abierta y muy relajada. Ángela hace su vida; no creemos en la monogamia. No somos posesivas —subrayó, en un tono cortante.

Elena esbozo una sonrisita de satisfacción cuando Lisa le quito el brazo de encima a Julia. Ruby le dio codazo y sonrió ampliamente.

—Tus dardos no han hecho mella, cielo, pero hay que reconocer que la versión bollo de Otelo te ha quedado bordada.

Dieron una vuelta por el barrio y pasaron por delante de bares de mala muerte, locales de estriptis y unas cuantas tiendas y restaurantes de moda. Los trabajadores del sexo desfilaban por la calle. «Parece que todas las ciudades tienen una zona de este estilo», pensó Elena. Era como estar en medio de una película cutre. Eligieron un café y se sentaron en una mesa de la terraza; pidieron bocadillos y capuchinos, y se dedicaron a ver pasar a los turistas y las putas mientras comían. Ruby se echó la larga melena hacia atrás, haciendo tintinear las pulseras y esclavas.

—No te debe de faltar mucho para terminar el reportaje, Julia. ¿Ya has escrito la parte en la que se habla de mí? —pregunto, con un brillo en los ojos. Julia se echó a reír.
—Se habla mucho de ti en muchas partes, pero todavía no he terminado. —Se volvió hacia Lisa—. En algún momento me gustaría hablar contigo de todo lo relacionado con la promoción.

Lisa parecía encantada y Elena pensó que la sonrisa que le dedicaba a Julia era prácticamente lasciva.

—Sí, cuando quieras. Podemos quedar algún día en Brisbane. Puedo contarte montones de anécdotas y darte mucha información.

A Elena aquello le sentó fatal. «Ya, y me conozco el resto.»

—También necesito hablar más contigo, Elena. Necesito tú punto de vista sobre los antecedentes que he estado recopilando.

La mirada de Julia era tan directa y encantadora que, durante unos segundos, Elena se sintió hipnotizada. La expresión de sus ojos tensa un atisbo de complicidad mezclado con una promesa tentadora. Y, cuando se sacudió el pelo, Elena sintió que el calor latente de su cuerpo se convertía en una llama. Se alegraba de que Julia no estuviera enfadada con ella, pero esperaba fervientemente que ya se le hubiera enfriado la pasión; no sabía si podría volver a resistirse. Trago saliva y sonrió.

—Si, por supuesto.
—Pues más te vale que sea pronto —dijo Ruby—, porque nos vamos en seis días. El tiempo pasa volando, ¿verdad?

Elena se apresuró a mirar a Julia y esta apartó la vista y empezó a hacer dibujos con las migas que había en la mesa. Parecía tan afectada por el recordatorio de Ruby como ella.

— ¿Hay alguien que te esté esperando en Savannah? —preguntó Lisa a Elena, en un tono insidioso.
—Bueno, mis amigas Donna y Candice viven cerca y le echan un ojo a mi casa cuando estoy de viaje. Y Tom y Mike, que viven en la otra punta de la ciudad y se ocupan de mimarme. Me muero de ganas de verlos.
—Me refería a si te esperaba alguna amante.

Julia se puso visiblemente tensa.

—No —dijo Elena.

Lisa rio con sequedad, sin el menor sentido del humor.

—Es algo que me resulta difícil de creer. Las chicas se te echan encima todo el tiempo.

Elena estaba empezando a enfadarse; era obvio que Lisa estaba jugando aquellas cartas para granjearse los favores de Julia. Sabía que había empezado ella y que era mejor cambiar de tema, pero no podía.

—Lo creas o no, Lisa, no conozco a muchas mujeres con las que de verdad quiera meterme en la cama. No todas vamos por la vida en plan «aquí te pillo, aquí te mato».

Lisa se ruborizó ligeramente. No cabía duda de que estaba a punto de salir con otro comentario ingenioso cuando, afortunadamente, Ruby la interrumpió.

—Pues yo sí. Soy terrible, ¿verdad, Len? —Le hizo ojitos, y Elena se alegró de que Julia se echara a reír—. Creo que deberíamos volver. Quiero acostarme temprano. Estoy molida.

Se levantaron para irse y, de repente, Lisa dijo:

—Julia, ¿por qué no cenamos juntas esta noche y así aprovechas para preguntarme lo que sea para el reportaje?
—Lo siento, Lisa —espetó Elena —, pero ya ha quedado para cenar conmigo.

Julia le dedico una de sus sonrisas y Elena sintió un temblor peligroso. No tenía ni idea de cómo iba a hacer para resistirse a aquella sonrisa y a aquellos ojos durante toda la cena, pero tenía que verla. La echaba de menos. Cuando Lisa volvió a adelantarse con Julia, Ruby dijo entre dientes:

—Por el amor de Dios, Len, ¿qué mosca te ha picado? Nunca te había visto así. Te estas comportando como una colegiala celosa.
—Lisa me pone de los nervios. No parece dispuesta a dejarla en paz, y lo último que necesita Julia es que le tiren los tejos de esa manera.
—Julia sabe cuidarse sola. No me da la impresión de que le moleste mucho. — Elena frunció el entrecejo. Sabía que su comportamiento resultaba ridículo, pero estaba loca por Julia—. Mira, creo que Lisa y tú tenéis que acabar con esto de una vez por todas —prosiguió Ruby—. ¿Por qué no os buscáis una calle tranquila y polvorienta en algún sitio y mantenéis un duelo al amanecer?

A Elena no le hizo mucha gracia la idea y puso cara de tedio. Al parecer, su reacción solo sirvió para divertir más a Ruby, que se pasó todo el camino de regreso riendo e incordiando.
Lisa se despidió de ellas en la puerta del hotel antes de volver a su despacho de BGI. Mientras Ruby avanzaba hacia los ascensores, Julia le tocó el brazo a Elena.

—Nos vemos aquí a las ocho, ¿vale? Reservare mesa en algún sitio. ¿Te gusta la comida tailandesa?

Elena tembló al sentir el contacto y al pensar que estaría a solas con ella.

—Sí, cielo, me parece perfecto.


De vuelta en su habitación, Julia reservó mesa en un restaurante que le gustaba y que quedaba al otro lado del puerto. Era un sitio tranquilo e íntimo, donde podría charlar con Elena.
Mientras se arreglaba, las ideas se agolpaban en su cabeza. Aún no se podía creer que Elena quisiera pasar un rato con ella. Se preguntaba por qué daba muestras de sentir celos por la atención que le dedicaba Lisa. No tenía claro si el interés que le demostraba Lisa era sincero o fingido, pero le daba igual, y Elena no tenía por qué preocuparse. Decidió ir a la cena preparada para hablar del reportaje. Si Elena se iba a tomar las cosas con calma, ella estaba segura de poder soportar una conversación sobre trivialidades. Se puso un traje rojo de tela fina. Era entallado, falda corta y chaqueta por la cintura, con hombreras escote redondo, abotonado hasta el cuello. Elena también había tenido un par de días para reflexionar y quizá no estuviera dispuesta a permitir que volviera a surgir ninguna intimidad entre ellas. Julia esperaba desesperadamente que fuera todo lo contrario. Se puso los pendientes de oro pequeños y brillo rojo en los labios. Esperaba que Elena estuviera tan consumida por el deseo como ella. Se echó un poco de perfume. Quería hacer el amor con Elena aquella noche. La idea la hacía estremecerse de deseo, pero también la ponía nerviosa. Significaba dar un paso definitivo e irreversible hacia un futuro nuevo, y no se podía quitar de la cabeza su falta de experiencia. Le aterraba pensar que podía decepcionar a Elena. « ¿Y si no se me da bien?»
Con los hombres no se había preocupado nunca por ser una buena amante. De hecho, sabía que no lo era, pero peor para ellos. En aquella ocasión, sin embargo, le importaba muchísimo. Cada nervio de su cuerpo parecía impulsado por una nueva sensualidad y le parecía muy importante hacer feliz a Elena. Mientras el camarero les servía el vino, Julia miró a Elena, sentada enfrente de ella. Llevaba un traje de chaqueta y pantalón holgado, de lino gris claro, con rayas finas de color granate, una camisa blanca con el cuello abierto y arremangada con desenfado, y una fina cadena de oro que le llegaba justo al escote. La cantante apuró lo que le quedaba de bourbon y le dijo al camarero:

—Creo que me tomare otro antes de pasarme al vino. —Miró a Julia y sonrió—. Esta noche estas preciosa.
—Gracias. Tu también. —A Elena se le dilataron las pupilas, y tragó saliva. Julia se estremeció. Era un momento incómodo. Elena apartó la vista y empezó a mordisquearse el labio—. He traído unas cuantas notas y la grabadora. He pensado que podría contarte lo que he conseguido del historial de los otros para que me hagas comentarios. Después podemos hablar de tus canciones y de que las inspira. Elena sonrió con alegría, visiblemente aliviada.
—Vale. —Se bebió de un trago el bourbon que le acababan de servir.


Les llevaron los entrantes: diminutos rollitos de primavera con salsa agridulce y una ensalada templada de ternera, sazonada con zumo de lima, cilantro y chile. Julia encendió la grabadora y, mientras comían, hablaron de la música de Elena y de los miembros del grupo. Elena se animó con la conversación: cuando hablaba de sus canciones y de los arreglos musicales con Ruby, le brillaban los ojos y una sonrisa espectacular iluminaba su rostro. Julia pensó que debía de ser la mujer más sexy del mundo. No era de extrañar que la adoraran tantas chicas. La comida estaba buena, pero Julia descubrió que la desazón y los nervios le habían quitado el apetito. Elena también estaba comiendo con desgana. El plato principal, pollo al curry rojo con espárragos y guarnición de arroz, llegó con otra botella de vino y un tercer bourbon para la cantante.
Julia apagó la grabadora. Len no se lo estaba poniendo fácil, pero tenía cosas importantes que contarle.

—Quería decirte que he roto con Ben.

Elena tomó un trago de bourbon.

—Bien. No eras feliz y mereces algo mejor.
—No es solo eso —replicó Julia. Elena la miró los ojos durante un largo instante, bajó la vista y se puso a juguetear con un mechón de pelo—. Se han acabado los hombres. He comprendido que no encontraba al adecuado porque no es lo que me va.
— ¿Qué quieres decir? — Elena la miraba muy seria.
— ¿A ti que te parece? —Sonrió—. ¿Tengo que decirlo con todas las letras para demostrar que soy sincera? — Elena no se inmutó, pero le sostuvo la mirada—Vale, soy lesbiana. ¿He aprobado?
Elena se bebió el resto del bourbon de un trago.

—Me pediré otro. —Tenía la voz ronca.
— ¿De verdad necesitas otro, cariño?

« ¡Virgen Santa! Cariño.» Se le había escapado. Elena parecía afectada: de repente se le llenaron los ojos de lágrimas y se quedó mirando la boca de Julia. Esta sintió que le temblaban las piernas.

—No, no necesito otro bourbon —contestó Elena con una voz que era poco más que un susurro.
—Tienes que saber que has provocado un gran impacto en mí..., en mi vida. Lo que siento por ti me ha hecho pensar en cosas que me confundían desde hace años. Lo de la otra noche no fue un arrebato; fue el detonante para que me aclarara.

Elena tragó saliva e inspiró entrecortadamente.

—Has dado un paso muy importante, pero la verdad es que no me sorprende. Aunque algunas cosas puedan resultarte difíciles durante un tiempo, estoy segura de que serás muy feliz. —Se le quebró la voz y se tapó los ojos con la mano, como si tratara de controlar sus emociones—. Sin embargo, la otra noche hicimos lo correcto. No tiene sentido que empecemos nada. —Levantó la vista—. Lo entiendes, ¿verdad?

Julia le sostuvo la mirada. Quería decirle que no estaba de acuerdo, pero no quería presionarla más. Ya parecía bastante alterada: tenía los ojos llenos de lágrimas y la propia Julia tuvo que parpadear para no llorar. No quería molestarla y, aunque se moría por hacerlo, no podía abrazarla y consolarla en el restaurante. Optó por cambiar de tema.

—Esta mañana nos han dado los contactos de las fotos. Son fantásticas. Kerry ha hecho un trabajo excelente.

Elena pareció animarse un poco y, durante el resto de la velada, la conversación se limitó a los conciertos y a hacer conjeturas sobre la reacción del público de Brisbane. Ninguna de las dos comió mucho del segundo plato, pero la cantante parecía más relajada. Julia no sabía si era por el alcohol o porque había digerido lo que le había dicho, pero, al final de la cena, no le cabía duda de que Elena la seguía deseando. Salieron del restaurante y cruzaron a la parada de taxis.

— ¿Te apetece ver las fotos? Podríamos tomar un café mi habitación.

Elena vaciló un instante antes de dedicarle una de sus medias sonrisas tan sexys.

—Claro que me gustaría verlas, cielo.

Durante una fracción de segundo, Julia creyó que se iba desmayar. Cuando llegaron al hotel, Julia encendió una lámpara y miró a Elena. Esta se quitó la chaqueta y la lanzó a un extremo del sofá. Le encantaban aquellos gestos tan naturales y lánguidos. La imaginó avanzando hacia ella, estrechándola entre sus brazos y besándola apasionadamente. Elena se arremangó la camisa, se metió las manos en los bolsillos y se quedó mirándola. Julia se estremeció, envuelta en una ola de deseo. Los ojos de Elena adquirieron una expresión más intensa; empezó a mordisquearse el labio y terminó por apartar la vista.

—Creo que pasare del café y me tomare un bourbon

Mientras servía las copas, Julia sintió que Elena la observaba atentamente y se le aceleró el corazón. Se sirvió un brandy, dejó los vasos en la mesita, se sentó el sofá y señaló la carpeta que contenía los contactos.

—Ahí están las fotos que quería enseñarte.

Elena se sentó a su lado, cogió su vaso y se bebió la mitad de un trago. Julia se echó hacia atrás en el sofá y tomó un poco de brandy, sin quitarle los ojos de encima. Cruzó las piernas lentamente y notó cómo se las miraba. Elena apuró el resto del bourbon antes de sacar las fotos de la carpeta.

—Todas son muy buenas —dijo Julia. Se acercó un poco más, le cogió las fotos con delicadeza y le mostro sus favoritas—. Pero estas son impresionantes.

Elena las miró sin hacer comentarios. Parecía que estaba pensando en otra cosa. Julia inspiró su encantador perfume y se preguntó, angustiada, porque no la tocaba. Sabía que la deseaba. Elena cerró los ojos y respiró profundamente. Julia ya no pudo aguantar más. Se moría por un beso.

— Elena... —murmuró

Elena se levantó repentinamente y se dirigió al otro extremo de la habitación, dándole la espalda.

—Lo siento, no puedo con esto. —Le temblaba la voz. Cogió la chaqueta y avanzó hacia la puerta. Julia se puso en pie, se le acercó y estiró la mano para tocarle el brazo, pero ella se apartó—. No, cielo —murmuró con los ojos llenos de lágrimas.
—Quiero que te quedes conmigo esta noche.

Elena parecía abatida cuando sacudió la cabeza.

—Me voy a casa el domingo y no puedo empezar contigo algo que habrá terminado en menos de una semana. —Apartó la vista con expresión de impotencia y se mordió el labio—. Me importas mucho. —Se tapó los ojos y trató de serenarse—. Puede que a ti te de igual, pero para mí sería terrible. —Abrió la puerta y le lanzó una última mirada apasionada—. Lo siento, cariño —dijo, y se marchó.

Julia no se lo podía creer. La había tenido allí, deseándola, y había dejado que se fuera. Se había quedado mirándola, muriéndose de ganas de abrazarla, pero no había hecho nada. Podría haberla besado cuando estaban sentadas en el sofá, pero se había contenido, esperando a que Elena diera el primer paso. Se echó a llorar, frustrada, al darse cuenta de que durante toda su vida había esperado a que los demás tomaran la iniciativa. Elena estaba dejando que sus temores sobre el futuro ensombrecieran la enorme atracción que sentían, mientras que, para ella, lo único que importaba eran los sentimientos. Ya tendrían tiempo de ocuparse de los problemas que pudieran surgir a largo plazo; en aquel momento eran lo de menos. Por muy inteligente que fuera Elena, estaba claro que no siempre tenía la razón. Se metió en la cama y trató de hacer caso omiso de aquel dolor que no la abandonaba. No estaba dispuesta a renunciar a Elena; la deseaba demasiado y era evidente que tendría que mostrarse más firme y enérgica hasta entonces. «La próxima vez será diferente.» Cerró los ojos y se vio seduciéndola. La imaginó entre sus brazos y su deseo se intensificó. Deslizó una mano por su cuerpo desnudo. Estaba sudando. Se acarició, temblando de placer. Estaba muy mojada. Fantaseó con Elena: se imaginó abrazándola y besándola, hasta que al fin gimió, se estremeció y se quedó tendida, conteniendo la respiración y con el corazón latiendo con fuerza. «La próxima vez no dejaré que Elena me rechace», pensó.

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Mensaje por Anonymus 11/4/2014, 6:37 am

Capítulo 9


El martes por la mañana, Julia salió del hotel con Kerry más temprano que los demás. Quería que sacara una serie de fotos que mostraran a Elena abriéndose paso entre la ruidosa multitud de fans, mientras avanzaba hacia la sala de embarque para tomar el vuelo a Brisbane. Había estado hablando de la maquetación con el director de arte, y pensaban poner en cada página del reportaje una tira de fotos en vertical, como si fueran tramos de película. En Brisbane también sacarían fotografías, sobre todo el domingo, cuando Elena se fuera a casa. A Julia le asaltaba el pánico cada vez que recordaba que Elena se marcharía el domingo a las once de la mañana. Le parecía inconcebible que dejaran las cosas como estaban y se despidieran sin más, como pretendía Elena, aparentemente. Se preguntaba que podía hacer para vencer su obstinación y encontrar una oportunidad para hablar con ella, para estar con ella. No le cabía ninguna duda de que era muy terca y de que estaba acostumbrada a que las cosas se hicieran a su manera.
Cuando Kerry y ella llegaron al aeropuerto, ya había varios centenares de mujeres, varios equipos de televisión y un montón de personal de seguridad esperando a Elena. A Julia le sonó el móvil y entró en la sala de embarque para contestar. Era Adele, que llamaba para decir que le habían encantado el borrador y las fotos. De repente estalló una ovación fuera, señal de que había llegado el grupo. La puerta se abrió de golpe y entraron todos menos Elena.

—Hola, cielo —gritó Ruby, mientras un ayudante de Lisa los escoltaba hasta el avión.
Julia siguió hablando con Adele, pero su corazón empezó a acelerarse ante la inminente llegada de Elena.

Al cabo de unos minutos, la cantante entró en la sala seguida de Lisa, echo un vistazo rápido a su alrededor y, al verla, se paró en seco. Julia sintió un escalofrío en todo el cuerpo cuando notó la intensidad y la complicidad con que la miraba y, de repente, le resultó imposible concentrarse en lo que le estaba diciendo Adele. Le sostuvo la mirada y vio que su expresión se transformaba en una sonrisa afable, antes de marcharse con Lisa para subir al avión. Terminó de hablar por teléfono y se quedó esperando a Kerry. Al cabo de diez minutos, Julia avanzaba a duras penas entre los asientos, seguida por Kerry, cuando reparó en que Elena ya estaba sentada junto al pasillo, unas filas más adelante. Esperaba que levantara la vista, pero no fue así, y cuando pasó por su lado vio que tenía una revista abierta en el regazo. Parecía que estaba leyendo muy concentrada, pero solo se trataba de una foto a toda página de un avión de una compañía australiana que volaba por un cielo despejado, y no pudo evitar sonreírse. Se hallaban a unos centímetros de distancia y Julia estaba segura de que Elena también sentía la electricidad que había entre ellas. Se moría de ganas de tocarle el pelo, rojo y brillante. Don estaba en el asiento de al lado y Julia lo saludó con una sonrisa antes de seguir adelante. Se sentó con Kerry y se ajustó el cinturón mientras el avión empezaba a despegar.

— ¿Crees que seguirá haciendo calor en Brisbane? —pregunto la fotógrafa.
—Sí, más que en Sídney, desde luego.

Lisa estaba en la fila de atrás y se apoyó en sus respaldos.

—No olvidéis que esta noche tenemos una cena en el hotel con todos los jefazos de BGI. Es importante. —Julia gruñó para sus adentros. Se le había pasado por completo. Era bastante improbable que pudiera hablar en privado con Elena aquella noche—. Mi jefe está deseando conocerte, Julia.
—Que bien —dijo. Esperaba que su sonrisa resultara convincente, porque lo último que le apetecía aquella noche era reunirse con un ejecutivo de BGI.


Aterrizaron en Brisbane a las dos, después de una hora de vuelo. Hacía calor, cerca de veintisiete grados, y había bastante humedad. En cuanto llegaron al hotel, Kerry se fue con los otros a ver el Lyric Theater, la sala donde darían los conciertos. Julia declinó la invitación de Ruby para que los acompañara; habría sido una situación tensa porque Elena seguía muy distante. Pidió en la recepción del hotel que le llevaran todas las mañanas The Courier Mail, el periódico local, para mantenerse al día con todo lo que se pudiera publicar sobre Elena, y se dirigió a su habitación. Cuando cerró la puerta, suspiró, aliviada, y salió a la terraza para contemplar las vistas de la ciudad y del río Brisbane. Estaba cansada, porque no estaba durmiendo bien, y decidió descansar un rato. Se quitó los vaqueros y la camisa, y se tumbó en la cama, mientras una brisa suave le refrescaba la piel. Recobró el conocimiento lentamente, cuando tomó conciencia de que el teléfono no paraba de sonar. Desorientada, echó un vistazo al reloj de la mesilla y vio que eran las cinco y media. Había dormido tres horas.

—Hola —dijo Lisa—. Quería avisarte de que la cena es a las siete y media en el salón Globe, en la planta baja.
—Vale, gracias —farfulló Julia medio dormida.
—Tu habitación me queda de camino. Pasaré a recogerte.


Lisa cortó antes de que pudiera protestar. A Julia no le interesaba ir a la cena con ella. En realidad, no le interesaba la cena en general. Pero al menos podría ver a Elena y, con un poco de suerte, tal vez no se pasaría la noche tratando de eludirla. Cuando salió de la ducha se sentía radiante y recuperada por la siesta, y llena de optimismo en relación a Elena. No podía dejar de tener pensamientos eróticos mientras se ponía la ropa de gala. Era un vestido negro de corte clásico, con tirantes finos, escotado, corto pero no demasiado, entallado y con cremallera en la espalda. Le parecía sexy y elegante, y esperaba que Elena opinara lo mismo. Se ajustó un collar de oro con esmeraldas diminutas y unos pendientes a juego, y se echó perfume. Acababa de pintarse los labios de rosa cuando oyó que Lisa llamaba a la puerta. Se puso unos zapatos de tacón de color negro, cogió el bolso y fue a abrir.

—Hola —dijo, y empezó a avanzar hacia el pasillo, pero Lisa le puso una mano en el brazo y la detuvo.
—Eh, no hay prisa —dijo, con una sonrisa—. ¿No vamos a tomar algo antes?

Julia se apartó, reticente, mientras Lisa entraba en la habitación y cerraba la puerta.

—Son las siete y media. ¿No deberíamos bajar? Ya habrá llegado todo el mundo.
—Estarán tomando copas y hablando durante horas. Tenemos tiempo.

Julia estaba impaciente por ver a Elena, pero Lisa la había puesto en un compromiso y no quería ponerse borde con ella, porque le caía bien. Con la esperanza de ocultar su impaciencia, sonrió y se acercó al minibar.

— ¿Que te apetece?
—Una cerveza.

Julia sentía como la miraba mientras sacaba la bebida y se servía un vaso de agua mineral. Cogió una copa para servir la cerveza, pero Lisa no la quiso.

—Beberé de la botella. —Destapó la cerveza y declaró—: Me gusta tú vestido.
—Gracias. —Julia tomó un trago de su Perrier. La mirada de Lisa era turbadora—. Deberíamos darnos prisa. Tu jefe te estará buscando.

Lisa le miró el escote.

— ¿Te pongo nerviosa?
—No, claro que no —le aseguró, y la miró directamente con lo que esperaba que fuera una sonrisa normal y afable. Lisa se estaba mostrando más insinuante que de costumbre, y no pudo evitar pensar que, si se hubiera encontrado en la misma situación con un hombre, a solas en una habitación de hotel, se habría sentido extremadamente nerviosa e incómoda. Sin embargo, el interés Lisa le resultaba halagador, aunque no fuera correspondido. Lisa bebió un trago de cerveza y dejó la botella en mesita. Se acercó a Julia, que seguía de pie junto al mini-bar, y le acarició el brazo con un dedo.
—Me gustas mucho. Puede que lo hayas notado.

Julia se alegró de haber dejado el vaso en la encimera, porque, de lo contrario, se le habría caído al suelo. No esperaba que Lisa fuera tan directa con ella. Tragó saliva.

—Gracias, Lisa, pero...
—Pero te interesa otra persona, ¿es eso?

Julia asintió, cogió el vaso y tomó un trago de agua. Lisa esbozó una especie de sonrisa de resignación.

—Me pregunto quién será —dijo con cierta ironía. Julia no supo que contestar, de modo que se encogió de hombros. Lisa siguió tan cálida y amable como siempre—. Bueno, no sé si debería preocuparme mucho. A fin de cuentas, no está aquí, ¿verdad? —Julia se quedó mirando el vaso. Le habría gustado que Elena estuviera allí y que fuera a la cena con ella—. En fin, será mejor que nos vayamos —añadió Lisa, avanzando hacia la puerta.


Mientras Julia cogía el bolso para salir pensó en cuanto más agradables eran las mujeres con aquellas cosas. En su experiencia, los hombres siempre se tomaban mal los rechazos y se volvían fríos, malhumorados o algo peor. También notó que Lisa la consideraba lesbiana, y aquello era algo que la complacía enormemente. Elena estaba rodeada de un grupo de mujeres efusivas en exceso: las esposas y las novias de los ejecutivos de BGI, hombres en su mayoría. Hacia lo posible por entretenerlas, pero estaba nerviosa esperando a Julia. Aquella tarde, al llegar al hotel, habían intercambiado una mirada y la evidente pasión que reflejaban los ojos de Julia la había estremecido. Después, Julia se había dirigido a su habitación y no la había vuelto a ver. Le preocupaba que estuviera dolida o enfadada por lo de la noche anterior. Sabía que tenía que dejar las cosas como estaban, pero su deseo se hallaba en guerra continua con su sentido común. De repente se abrió la puerta, y Elena se interrumpió en mitad de una frase cuando vio que Julia entraba en el salón. Estaba despampanante. Lisa entró detrás de ella y, poniéndole una mano en la espalda, se la presentó a un ejecutivo de BGI. Julia se echó el pelo hacia atrás, esbozó una sonrisa encantadora y le estrechó la mano. Elena se estremeció al recordar el roce de aquel pelo suave y perfumado contra su rostro, la única vez que se había permitido tenerla entre los brazos. Le parecía que había pasado una eternidad. El hombre se marchó y Lisa se acercó más a Julia para susurrarle algo al oído. Elena no lo pudo soportar.

—Lo siento —les dijo a las mujeres que la acompañaban—. Tendréis que disculparme un momento.

Atravesó rápidamente el salón para acercarse a Julia cuando, por fortuna, Lisa se apartó de su lado. Se sentía cohibida y hechizada por su visión. Parecía tan tranquila y segura de sí misma que resultaba inquietante. No decía nada y Elena se puso muy nerviosa. Su corazón se aceleró y, en un intento de ponerse a salvo, bajó la vista y se topó con el canalillo de Julia, lo que la perturbó más aún. Tragó saliva y se atrevió a mirar directamente aquellos ojos brillantes de color azules.

—No estas enfadada conmigo, ¿verdad?

Julia se echó el pelo hacia atrás, con un movimiento muy sexy.

—No, enfadada no estoy —contestó con la voz ronca, sin aliento.

Lo único en lo que podía pensar Elena era en estrecharla entre sus brazos y en besarla allí mismo. El resto del salón era una mancha borrosa.

—Hola, Elena —dijo Lisa, provocándole un sobresalto. Volvió a ponerle la mano en la espalda a Julia y la empezó a alejar—. Están sirviendo la cena. Creo que deberíamos ir a sentarnos.

Elena se quedó en el lugar, impotente, mientras Julia se despedía con una mirada seductora y se dejaba llevar.

—Aquí, Len —gritó Ruby indicándole una silla, a su lado.

Se estaban sirviendo platos, maravillosamente presentados, de bogavante, gambas, ostras, ensaladas, cangrejos con salsa de chile y pasta especiada, y los camareros se afanaban llenando las copas de vino. Elena se sentó, pero no dejó de mirar a Julia, que estaba en el extremo opuesto de la mesa. Julia estaba guapísima. Sonreía y hablaba con todos. Manejaba a aquellos ejecutivos a su antojo. Lisa apoyó un brazo en el respaldo de la silla de Julia y se le estaba acercando. Elena sintió una punzada de celos y le dijo a Ruby, entre dientes:

—Por el amor de Dios, fíjate en Lisa. Está todo el tiempo encima de Julia. Es patético.
Ruby miró a Lisa y se echó a reír, mientras se servía bogavante.
—Está haciendo lo que te gustaría estar haciendo a ti, cielo. Nada más.

Elena estaba sufriendo una lucha interna. Había tomado una decisión. Si no estaba dispuesta a tener una relación con Julia, lo que Julia hiciera con otras personas no era asunto suyo. Pero le resultaba difícil reprimir el impulso de levantarse para llevársela de allí, lejos de Lisa, a un lugar donde pudieran estar solas. Bebió un trago de vino y se sirvió una ración de cangrejos con chile.

—Bueno, Lisa puede tratar de ligársela todo lo que quiera, pero está perdiendo el tiempo. Julia no se la va a tirar.
—No mientras estés cerca, cielo. Esta loca por ti. —Ruby miro a Lisa con especial atención. Sumida en sus pensamientos, pareció olvidar donde estaba y, con su tono estridente de costumbre, dijo en voz alta—: Pero, si se me presentara la ocasión, creo que yo sí que me la tiraría si ella me lo propusiera. Me da que es contundente y directa. —Aquellas palabras retumbaron en todo el salón.
—Por Dios, Ruby —musitó Elena mientras bajaba la vista, muerta de vergüenza. Notó que a su alrededor se habían quedado todos mudos y oyó que Kerry reía entre dientes al otro lado de la mesa.

Levantó la cabeza lentamente y se encontró frente a los ojos azules y asustados de una jovencita rubia. Estaba sosteniendo un tenedor lleno de pasta con la mano temblorosa y llevaba un anillo de compromiso, con un diamante enorme y resplandeciente.
— ¿Todo va bien? — Elena esperaba que su sonrisa pareciera cálida y tranquilizadora—. ¿Te estas divirtiendo? —La mujer asintió levemente y apartó la vista
—Huy —murmuro Ruby, y las dos estallaron en carcajadas. Se serenó y tomó un poco de agua—. Tienes que dejar de torturarte, Len. Cuando Julia salga del armario las chicas pedirán turno para estar con ella, cielo. Es muy guapa, y no puedes enfadarte con Lisa por tratar de ligársela. Dentro de unos días estarás en el otro lado del mundo y no te enterarás de nada. —Bebió un trago de vino—. Por supuesto, las cosas podrían ser diferentes si no fueras tan cabezota.

Elena alejó su plato. Se le había quitado el apetito.

—Es imposible.
—Imperfecto, cielo.
—Imposible.

Ruby rió entre dientes.

—Para ti es lo mismo, ¿verdad?


El resto de la cena se le hizo cuesta arriba. Elena habló de trivialidades y se sintió aliviada cuando por fin empezaron a recoger y todo el mundo se levantó a charlar y a tomar el café y los licores en el salón. Observó que Julia entablaba conversación con una persona tras otra, y que Lisa no se despegaba de ella en ningún momento. Kerry, Ruby y los otros miembros del grupo decidieron ir a una discoteca, pero Elena no estaba de humor para acompañarlos. Aunque deseaba desesperadamente hablar con Julia, sabía que sería inútil tratar de mantener una conversación amistosa e intrascendente. El mero hecho de estar allí observándola le resultaba doloroso. De vez en cuando veía que la miraba, y se derretía por la pasión que había en sus ojos. Y cada vez que veía que Lisa la tocaba, apretaba los puños, angustiada.
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Mensaje por xlaudik 11/4/2014, 6:56 am

Gracias x actualizar, la giatoria está gnial xD
Contiiiiiii!!! :-P
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Mensaje por Anonymus 11/7/2014, 2:26 am

Capítulo 10



Apenas eran las once, y Elena no estaba en disposición de poder dormir. Se sentía tensa y abatida, y no sabía que hacer, salvo servirse un vaso enorme de bourbon. Cogió una novela que había empezado a leer, pero no se podía concentrar. De repente se le ocurrió que podía meterse en una bañera llena de espuma. En el baño había un televisor, y podría relajarse un rato y ver una película. Cinco minutos después de que se hubiera metido en el agua, con el vaso de bourbon en una mano y el mando a distancia en la otra, llamaron a la puerta.

—Por todos los dioses —gruñó, mientras salía y se envolvía en una toalla. Si era Danny, le pediría que volviera más tarde—. ¿Quién es?
—Julia. —A Elena se le paró el corazón al oír su voz, y no dudó en abrir la puerta. El corazón le dio un vuelco cuando la vio allí, con aquel vestido arrebatador, los ojos brillantes y una expresión decidida. Julia la recorrió con la mirada muy despacio y, con un movimiento de cabeza muy seguro, dijo—: ¿No me invitas a entrar?


Elena sintió que se le hacía un nudo en la garganta y se echó a un lado sin decir una palabra. Julia no hizo ademan de sentarse, sino que se quedó de pie junto a la puerta, mirándola.
Elena recupero la voz con dificultad.

—Voy a vestirme.

Cuando se giró para dirigirse al baño, Julia estiró la mano y cogió la toalla. Elena contuvo la respiración y sostuvo la toalla firmemente contra su pecho, pero Julia no la soltó y se quitó los tacones. Incapaz de oponer resistencia, Elena se estremeció de deseo; cerró los ojos, y la toalla cayó al suelo. De repente, Julia estaba entre sus brazos, besándola apasionadamente y acariciándole la piel húmeda. Elena estaba en llamas. Julia deslizó las manos desde sus caderas hasta la parte delantera de los muslos y, cuando le acercó la boca a los pechos y le pasó la lengua por los pezones, Elena creyó que iba a desmayarse. La sujetó por las muñecas y, mientras la abrazaba, le bajó la cremallera y le dejó el vestido a la altura de las caderas. «Oh, Dios.» El diminuto sujetador de media copa, de encaje negro, ofrecía una tentadora visión de sus pezones, tensos y rosados, y era tan sexy que mareaba. Julia estaba temblando. Mientras le besaba los hombros perfumados, Elena pensó que debería ir más despacio; era la primera vez para Julia. Le besó el cuello y le recorrió el canalillo con la lengua. Julia contuvo la respiración. Elena deslizó los dedos por un pecho y le pellizcó suavemente un pezón. Julia se estremeció y murmuró algo incomprensible. Dios. No podía ir más despacio. Julia notó que la cama se hundía cuando se tumbó de espaldas, con Elena encima, y devorándole la boca. Len se apartó para quitarle la ropa y, acto seguido, se dedicó a sus pechos: le pasó la lengua por el borde del sujetador y le mordisqueó los pezones hinchados por encima del encaje. Mientras su deseo se intensificaba, Julia se aferró a los hombros de su amante. Elena le recorrió la cara interior del muslo con la yema de los dedos, dejando una estela febril a su paso, y luego la acarició, solo una vez, entre las piernas. Julia soltó un grito ahogado y, cuando sintió que le introducía los dedos, gimió, cerró los ojos y arqueó la espalda. Elena empujó la mano un poco más. Julia se quedó en blanco y sintió un calor abrasador en todo el cuerpo. No podía dejar de jadear. Se estiró para tocar la mano de Elena, los dedos húmedos que empujaban hacia su interior, retrocedían un poco y se tensaban para aplicarle presión, y el pulgar que estaba fuera, acariciándola. Sintió que alcanzaba un máximo de tensión electrizante, pero lo sobrepasaba una y otra vez. Era como si estuviera en la oscuridad de la noche, volando a una velocidad increíble hacia un lugar donde no había estado nunca. Abrió los ojos lentamente y vio que Elena la estaba mirando, con los músculos de la cara tensos y los ojos llenos de pasión y empañados por las lágrimas.

—Sí, cariño —murmuró Len.

Julia volvió a cerrar los ojos; en vez de oscuridad, vio luces cegadoras. Sintió que su cuerpo se rendía y que una humedad increíble fluía de ella. Se aferró de nuevo a los hombros de Elena, sacudida por espasmos de placer. Mientras los temblores se apaciguaban poco a poco vio como Elena le besaba los pechos. Le hundió los dedos en el pelo y notó que se estremecía contra su cuerpo. Se sentía tan llena de gozo y de dulce melancolía que no pudo evitar que las lágrimas surcaran sus mejillas. Se quedaron tumbadas, abrazándose, durante un rato. Elena le seco las lágrimas a besos. Julia le acarició la espalda y, al sentir como le latía el corazón, tomó su cara entre las manos y la besó. Quería acariciarle y besarle todo el cuerpo, pero se sentía insegura; no sabía que esperaba Len. Deslizó los dedos por sus pechos y le acarició un pezón, rosa claro. Elena se estremeció. En un arrebato de pasión, Julia la hizo tumbarse boca arriba y, cuando la oyó suspirar, dispuesta a dejarle hacer lo que quisiera, se le aceleró el corazón. Le habría gustado saber qué hacer. Empezó por besarle el cuello, los hombros y los pechos. La piel parecía de raso bajo su lengua. Se situó entre las piernas de Elena y sintió la humedad contra el estómago. Bajó lentamente, trazando una línea de besos, hasta que se detuvo al llegar a las caderas. Quería seguir, tener la relación más íntima posible; quería besar a Elena entre los muslos, acariciarla con la lengua. Pero tenía miedo. Aunque daba por sentado que le iba a gustar que lo hiciera, no sabía por dónde empezar y no quería decepcionarla. Elena empezó a respirar entrecortadamente y cada exhalación era un leve gemido. Le acarició la cara y el pelo, y su contacto fue tranquilizador. Julia le pasó la lengua por la piel sensible del nacimiento de los muslos. Las caderas de Elena se sacudieron y soltó un quejido de placer. Fue el estímulo que necesitaba Julia. Acercó la boca, se dejó embriagar por el olor acre del sexo y, fascinada con su sabor salado e indescriptible, la acarició tímidamente con la lengua. Elena gimió. Abrumada por la pasión, Julia se estremeció mientras apretaba la boca contra la cálida humedad del deseo de su amante. Los dedos de Elena, entrelazados en su pelo, le sujetaban la cabeza y la guiaban, hasta que Julia encontró el ritmo y se lanzó a devorarla. La línea divisoria entre el dar y el recibir se había desdibujado. Darle placer a Elena era casi un gesto de egoísmo. Julia gimió al pensarlo, mientras se llenaba la boca con la pasión de Elena. Su preocupación previa sobre su capacidad para satisfacerla había desaparecido y tuvo la sensación de que había estado toda la vida esperando aquel momento. Se abrazó a las caderas de Elena, notó como se le tensaba el cuerpo y se estremeció con un torrente de deseo al sentir las primeras contracciones palpitantes contra la boca. Cuando Elena gimió y arqueó las caderas, Julia se sintió atravesada por sus espasmos de placer y supo que estaba enamorada de ella.


A la mañana siguiente, Elena estaba dormida a su lado. El deseo se reavivó y Julia se sintió dominada por una deliciosa languidez. Se sentía absolutamente feliz. Miró el reloj de la mesilla y se sobresaltó al ver que ya eran las ocho y media. Elena tenía un ensayo a las diez y ella también tenía un día ajetreado. Elena parecía tan relajada que le daba pena despertarla. Se levantó sin hacer ruido y sonrió al ver el estado en que había quedado la cama. Las sabanas estaban revueltas, y las mantas y las almohadas se habían caído al suelo. Elena solo estaba tapada con una esquina de la sabana y estaba durmiendo sin almohada. Julia se puso un albornoz del hotel, llamó al servicio de habitaciones y pidió el desayuno. Tapó a Elena con el resto de la sabana, procurando no despertarla. Mientras esperaba a que llegara el desayuno se sentó en la terraza a mirar los barcos que cruzaban el rio. En cuanto llevaron el desayuno, pidió que lo sirvieran en la mesa de la terraza. Elena se desperezó justo cuando el camarero estaba saliendo de la habitación. El chico las miró y se ruborizó. Julia sonrió mientras se despedía de él y cerraba la puerta. Acto seguido se acercó a Elena, la estrechó entre sus brazos y la besó. Elena gimió, adormilada, le devolvió el beso apasionadamente y empezó a atraerla de nuevo hacia la cama. A regañadientes, Julia dijo:

—Tenemos que levantarnos, cariño. Es tarde. Ya he pedido el desayuno.

Elena la soltó con un gruñido de desilusión, se restregó los ojos, se puso una bata y la siguió hasta la terraza. En la mesa había un plato con rodajas de papaya, mango y pina, una bandeja de cruasanes calientes y una jarra de café. Elena se sentó y se quedó en silencio, mirando a Julia, con su sonrisa tan sexy y especial, y los ojos llenos de una intimidad tan erótica que le hacía sentir cosquillas en la piel. Julia sirvió el café y desayunaron en un silencio cómodo. Elena le cogió las piernas, se las puso en el regazo y se las acaricio, mientras bebía café y la miraba. Julia sintió que el deseo palpitaba en su interior. Le costó reprimirlo, pero por fin se puso en pie y la besó en la mejilla.

—Son las nueve y cuarto, cariño. Será mejor que me vista y me vaya a mi habitación, y tú deberías ducharte.
—Ahora mismo, preciosa.

Elena la atrajo hacia su regazo y empezó a besarla. Deslizó una mano bajo el albornoz y le pasó los dedos por el muslo, provocándola. Luego soltó el cinturón y le hundió la cara en el canalillo.

—Hueles a sexo y a Chanel —murmuró—. Menuda combinación.

Julia no pudo seguir resistiéndose al deseo y se sentó a horcajadas en las rodillas de Elena. Su corazón latía a toda velocidad y le faltaba el aire. Cuando un instante después sintió los dedos en el centro de su ser, contuvo la respiración, apoyó la cabeza en el hombro de Elena y empezó a moverse. La pasión que la consumía se intensificó rápida y ferozmente, hasta que sintió que se le derretía todo el cuerpo y empezó a temblar. Sus espasmos sujetaban con fuerza y firmeza a Elena en su interior. Cuando abrió los ojos, la luz del sol reemplazó lentamente a las luces cegadoras que se proyectaban detrás de sus parpados. Elena le estaba mordiendo el hombro. Julia suspiró y trató de deslizar la mano bajo su bata, pero ella se la retuvo y se la besó.

—No tenemos tiempo, cielo. Tengo que irme.

Julia se lavó la cara y se arregló el pelo con el peine de Elena. Cogió el vestido arrugado que había caído el suelo y, mientras se lo ponía, se echó a reír.

—Espero no cruzarme con nadie en el camino. Es muy evidente lo que estuve haciendo anoche.

Elena también rio, pero, cuando la abrazó y la besó para despedirse, Julia vio que tenía los ojos llorosos. Preocupada, le preguntó que ocurría, Len sacudió la cabeza y se mordió el labio.
Pensó que entendía aquellas lágrimas. Ella también estaba tan abrumada por las emociones que a menudo sentía que estaba a punto de llorar.

-Iré al concierto. Nos vemos aquí cuando vuelvas. En mi habitación, ¿vale?
Elena la abrazó con fuerza y la besó una vez más y Julia sintió las lágrimas en su rostro.

-Adiós, cielo- murmuró.
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Una canción para Julia Empty Re: Una canción para Julia

Mensaje por Anonymus 11/7/2014, 2:29 am

Capítulo 11



—Por Dios, Louis, ¿no puedes tocar bien esa introducción? Los acordes del bajo tienen que ser perfectos para que pueda seguir el ritmo cuando entro. — Elena se apartó el pelo de la frente con impaciencia. Louis la miraba, perplejo, y ella le gritó—: ¿Cuantas veces vamos a tener que repetir esta mierda?
— ¡ Elena! —Ruby sonó cortante—. Lo ha hecho bien las dos últimas veces. ¡Eres tú la que lo ha hecho mal! Entras medio compas antes de tiempo.
— ¡0h, vaya! Así que ahora no sé cómo cantar mis putas canciones. —En aquel lugar hacia un calor sofocante. Elena se quitó el jersey y lo arrojó a un lado del escenario—. ¡Olvidaos de esta mierda! ¿Dónde está Danny? Él tuvo la estúpida idea de hacer esto. —Sabía que estaba en alguna parte, hablando con el ingeniero de sonido—. ¡Danny! —gritó.
Danny salió de la oscuridad y se colocó al pie del escenario.
— ¿Si?
—No interpretaremos la otra canción. Es peor que un grano en el culo. Estamos perdiendo el tiempo.
— ¡Que dices! Es la oportunidad perfecta para presentar otra canción del nuevo disco; las del anterior empiezan a oler. Sabes que estoy tratando de aprovechar el momento de meter algo más en la lista de éxitos. ¿Qué te pasa?

Elena sintió que se le hacía un nudo en la garganta y se le llenaban los ojos de lágrimas. Tenía la cabeza hecha un lio y se sentía descontrolada ante aquella mezcla de emociones tan confusa que experimentaba. Se mordió el labio y se encogió de hombros.

—El problema es que necesitamos tomarnos un descanso para comer —dijo Ruby con la voz tensa.

Danny se acarició el pelo engominado con movimientos rápidos y nerviosos.

— ¿Y a mí que me contáis? ¡Tomaos el maldito descanso, coño! ¿Algo más?
—No, cielo, nada más. La canción saldrá bien.

Danny sacudió la cabeza y volvió a desaparecer en la oscuridad, farfullando para sí. Ruby la miraba, enfadada, y Elena se dejó caer sobre una caja, a un lado del escenario, desde donde vio como Louis, Don y Jenny desconectaban sus instrumentos y se iban.

—Nos vemos aquí en una hora —les dijo Ruby, mientras se acercaba a Elena. Se situó delante de ella y se cruzó de brazos. Las pulseras repicaron como campanas de alarma—. ¿A ti que coño te pasa? Te estas comportando como una verdadera zorra.

Elena no pudo seguir conteniéndose, se tapó la cara con las manos y se echó a llorar. Ruby se sentó a su lado y la rodeó con el brazo.

—Estoy enamorada, Ruby. He pasado la noche con ella, y ahora estoy coladita... Sabía que esto iba a pasar. —Se enjugo las lágrimas, impaciente—. Estoy tan confundida... No sé qué hacer.
Para su asombro, Ruby se echó a reír.
—Oh, vaya, eso sí que es una sorpresa. —Volvió a reír entre dientes—. Bueno, cielo, lo que hace la mayoría de la gente cuando se enamora es ponerse contenta, hacer planes emocionantes y cosas así.
— ¿Qué? ¿Ser feliz hasta el domingo? ¿Cuatro putos días? ¿No te das cuenta de que no podemos hacer planes? ¡Me he enamorado de la mujer más guapa y maravillosa del mundo, y tengo que renunciar a ella! —Se puso en pie y empezó a dar vueltas por el escenario.
—No tienes por qué.

Elena sentía que iba a estallar de frustración.

—Ya, claro, puedo quedarme a vivir aquí, ¿verdad? voy a la embajada esta misma tarde y asunto resuelto—La fulminó con la mirada, pero Ruby no parecía impresionada.
—Si estáis enamoradas, encontrareis una solución. Tendréis que transigir un poco, cielo.
— ¿Transigir? ¿En qué? ¿En vernos unas pocas semanas un par de veces al año? ¿Crees que no lo he pensado? —Se mordió el labio, amenazando con echarse llorar otra vez—. ¡Esto no es un lio más! Jamás he querido tanto a nadie. Sufriría cada día que no estuviera ella. —Le dio una patada al cable de un amplificador que estaba en el suelo.
—De modo que, como siempre, es todo o nada.

Elena sacudió la cabeza, exasperada.

— ¡Es imposible! No soportaría tener una relación a medias con ella. No puedo transigir.
—Por supuesto que no —dijo Ruby con sequedad— Vayamos a comer algo.


Al atardecer, Julia y Kerry estaban cenando en el asador de enfrente del hotel, al otro lado del rio. Estaban sentadas en la terraza con vistas al agua. Era una tarde cálida, y Julia tenía plena conciencia de la brisa que le acariciaba la piel. El rio era una fusión compleja de verdes y azules, con luces y sombras cambiantes que no había observado hasta entonces, y los primeros rayos de aquella puesta de sol, que se ocultaba tras las escasas nubes, tenían tonos anaranjados y rojos intensos. Terminó el plato de ñoquis con ensalada, sorprendida por lo bien que le sabia la comida. Desvió la vista hacia el hotel y pensó que Elena ya debía de haber vuelto. Imaginó que estaría tomando un tentempié y que luego se vestiría para el concierto. Se preguntaba que estaría comiendo y que llevaría puesto. Sintió que la recorría un temblor, como al agua agitada por la brisa. Suspiró con satisfacción y bebió un trago de vino. Kerry estaba tomando cerveza y mirando el agua. El resplandor del sol del atardecer en el vaso proyectaba una luz ambarina en la cara de la fotógrafa. Le brillaban las puntas del pelo, cortísimo, y la luz exponía la piel rosada y vulnerable de la sien. Llevaba una camisa de raso rojo y Julia pensó que era todo un cambio en comparación con las camisas de cuadros de colores apagados que solía ponerse.

—Me gusta tu camisa. —Sonrió.

El rostro de Kerry se iluminó.

—Me la regaló Ruby un día que fuimos de compras por Sídney. Era muy cara, y traté de negarme, pero me dijo: «No seas tonta, cielo, y llévate la puta camisa. Te queda bien». —Se echaron a reír por la imitación que había hecho del acento de Ruby.
— ¿Hay algo entre vosotras?

Kerry suspiró.

—Me temo que no. A mí me parece guapísima y muy legal, pero me tiene de mascota. —Empezó a hacer dibujos con las gotas de agua que se habían formado en el exterior del vaso—. ¿Y tú? —Le dirigió una mirada tímida—. Esto..., no pude evitar fijarme en Elena y en ti la semana pasada... Ya sabes, cuando estuvisteis bailando y todo eso.

Julia sonrió alegremente.

—Sí. No cabe duda de que hay algo entre nosotras.
— ¡Hostia! Yo creía que eras hetero.
—Supongo que yo también, pero me preguntaba por no se me daban bien las relaciones.

Kerry sacudió la cabeza con incredulidad, visiblemente impresionada.

— ¡No me lo puedo creer! ¡Elena Katina! Es la mujer más guapa del mundo.

Julia se echó a reír

—Eso no te lo discuto.
— ¿Y qué pasará cuando regrese a casa?

Julia se terminó el vino.

—Aún no lo hemos pensado. Tenemos mucho de qué hablar, pero ya encontraremos la manera de arreglar las cosas. Estoy segura. —Miró el reloj—. Dioses, son las siete y cuarto. Será mejor que volvamos y nos preparemos para el concierto.


De vuelta en el hotel, Julia llamó al servicio de habitaciones y pidió que le subieran una botella de Moet Chandon y dos copas a última hora de la noche. Mientras se duchaba y se vestía no dejaba de pensar en el concierto. La última vez que había visto a Elena en escena le había dedicado miradas furtivas e inexpresivas, pero aquella noche sería diferente. Cuando Elena la mirara, transmitiría la intimidad emocionante y seductora de una amante. Julia tenía intención de decirle que estaba enamorada de ella aquella misma noche. Tal vez fuera demasiado pronto para revelar algo así, pero no había tiempo para andarse con remilgos. Nunca le había dicho aquellas palabras a nadie, y esperaba que Elena sintiera lo mismo; el instinto le decía que era así. Luego, después de hacer el amor, hablarían del futuro. Se puso un vestido entallado de seda, de color verde esmeralda, a juego con una chaqueta holgada, unos pendientes de oro y tacones. Luego se echó perfume. Acababa de pintarse los labios de color marrón claro cuando llamaron a la puerta. Se sorprendió cuando un mozo le entregó una caja de flores enorme.


—Más tarde vendrá el encargado a ponérselas en un jarrón, señorita —dijo con una sonrisa, mientras recibía la propina.

Julia cerró la puerta y abrió la caja. Estaba llena de los lirios más preciosos que había visto en su vida. Eran de un azul perfecto e imponente, y por lo menos había cuatro docenas. Encima había un sobre cerrado, y lo abrió con ansiedad. No daba crédito a sus ojos y creyó que se iba a desmayar. El corazón amenazaba con salírsele del pecho y se le hizo un nudo en el estómago que parecía de plomo. Se desplomó en una silla y leyó la carta una y otra vez. Las lágrimas que resbalaban por sus mejillas acababan en el papel que tenía en la mano; la tinta se emborronaba y la cabeza le daba vueltas. Aquello no era posible. El timbre del teléfono la sobresaltó.
Mareada y desorientada, se levantó lentamente para contestar.

—Llevo diez minutos esperándote en el vestíbulo. Si no nos vamos ya, llegaremos tarde. —La voz de Kerry sonaba distante y amortiguada por los latidos ensordecedores que retumbaban en su cabeza.
—Esto... No puedo ir. Vete sin mí.
—Estas rara. ¿Qué pasa?
—Nada. Vete, ¿vale?

Julia sacó una botella de vino de la nevera. Cuando se sirvió la primera copa, le temblaba la mano. Se la bebió de un trago, se sirvió otra copa y se volvió a sentar para releer la carta.

Querida Julia:

No sé de qué otra manera hacer esto. Espero que lo entiendas. Desearía de todo corazón que las cosas no tuvieran que ser así, pero nuestras vidas están en sitios diferentes y muy lejanos. No tenemos futuro. Me va a resultar muy duro subirme a ese avión el domingo, dejarte, pero, si paso estos últimos días contigo, será insoportable. Creo que es mejor que no volvamos a vernos a solas: eso sólo complicaría más las cosas. Tengo que seguir con mi vida, y tú con la tuya. Prefiero decirte adiós ahora. Eres la mujer más hermosa que conozco, y sé que pronto encontrarás a una mujer que te haga tan feliz como te mereces. Espero que en el futuro podamos ser amigas.

Nunca te olvidare,

Elena



Entre bastidores, Elena estaba histérica y se sirvió el cuarto bourbon de la noche. Cada vez le dolía más el pecho, y la bebida no la estaba ayudando. Estaba maquillada, lista para salir a escena, pero, por mucho que lo intentara, no podía contener las lágrimas y tenía que secarse los ojos con un pañuelo para evitar que se deslizaran por su rostro. Tenía tal nudo en la garganta que no sabía cómo iba a hacer para cantar.

—No te bebas eso, cielo. Salimos en diez minutos.

Elena oyó que los teloneros empezaban a tocar la última canción. Le daba pavor salir a actuar aquella noche. No dejaba de imaginar a Julia leyendo su carta y sentía nauseas al pensar en lo herida que estaría. Cuando había decidido acabar así sabía que sería difícil, pero no dejaba de repetirse que era para evitar un dolor posterior aún mayor. «Por Dios, ¿cómo podría ser peor que esto?»

— ¿Crees que lo entenderá, Ruby? —pregunto. Ruby seguía atónita por lo que Elena acababa de contarle y sacudió la cabeza con incredulidad.
— ¡No me puedo creer que la hayas dejado! ¡A Julia¡ —Suspiró—. Y no, no creo que lo entienda. Estoy segura de que no.

Aquella respuesta no hacía que Elena se sintiera mejor.

—¿Habría sido mejor esperar a que estuviéramos en el puto aeropuerto para decir: «Hasta luego, cielo. Nos vemos dentro de seis meses o un año. No te olvides de escribir»? ¿Eso habría sido más fácil? ¿Después de haber tenido más tiempo para conocernos mejor y para que me enamorase todavía más?

Ruby se encogió de hombros con tristeza.

— No lo sé.
— ¿Ves? ¡No había más remedio! No podía permitir que las cosas siguieran su curso. Si no se tiene cierto control de la propia vida, todo se va al garete.
—Sí, ya veo. Tus técnicas de control de daños me tienen alucinada.

Elena suspiró con impaciencia. No tenía sentido tratar de hacérselo entender a Ruby.

— ¿Puedes llamarla cuando volvamos al hotel? Habla con ella e intenta explicárselo, para que se sienta mejor.
—No es conmigo con quien querrá hablar. —Se oyeron los aplausos del público cuando el grupo telonero terminó de actuar—. Vamos, arréglate la cara. Tenemos que entrar.
— ¿Hablarás con ella, Ruby?
—Vale, cielo, la llamare. —La tomó del brazo—. Ven aquí. Por Dios santo, mira la pinta que tienes. —Cogió maquillaje de la mesa, le puso más base en la cara y le quitó los restos de rímel que tenía debajo de los ojos—. Píntate los labios. En las últimas filas hay mujeres con putos prismáticos.

Danny irrumpió en el camerino con una sonrisa radiante.

—Venga, salid y dejadlos boquiabiertos.

Un instante después, Elena estaba en el escenario, la multitud aplaudía calurosamente y gritaba, desaforada, y empezó el espectáculo. Julia se había tomado toda la botella de vino. Aturdida, se levantó para abrir la puerta y, al darse cuenta de que había estado sentada a oscuras, encendió una lámpara. Las flores, que una camarera había puesto en un jarrón, quedaron iluminadas de repente. Se apresuró a apartar la vista, afectada por la imagen. El servicio de habitaciones había llegado con el champan. La botella estaba en una cubitera de plata, rodeada de hielo picado y flanqueada por dos elegantes copas. El camarero dejó la bandeja sobre la mesa y sonrió. Estaba a punto de irse cuando Julia lo detuvo.

—Por favor, ¿podrías abrirla y servir las copas?

El echó un vistazo rápido y sutil a la habitación, como si estuviera buscando al acompañante de Julia, y volvió a sonreír.

—Por supuesto, señorita. —Llenó las dos copas y se marchó. Julia se las llevó a la mesilla, junto al sofá.

Mientras bebía su copa se preguntó como se podía haber equivocado hasta aquel punto. Menos mal que no le había dicho a Elena que la quería. Elena era una mujer hermosa, con talento, adorada, literalmente, por millones de mujeres. « ¿Cuantas veces se le habrán declarado?»
Se tomó la copa de Elena y decidió que sabía cuál era su problema: era una novata en el juego amoroso. Había pensado de verdad que su amor era correspondido. Se sirvió otra copa. En realidad, estaba segura de que Elena la quería. Sencillamente, lo sabía y no podía entender por qué se negaba a hablar con ella de la situación. Tal vez estuviera preocupada por la posibilidad de que le exigiera demasiado. Apuró el champan y pensó angustiada, que probablemente no andaba tan errada. Estaba enamorada de ella y lo quería todo. Cuando se terminó la botella se sintió más tranquila. Estaba algo embotada y decidió que necesitaba salir de la habitación; se estaba asfixiando. Se lavó la cara y se retocó el maquillaje. No tenía ni idea de adonde ir, pero no quería estar allí cuando volviera Elena, probablemente no mucho más tarde. Se dirigió a la planta baja y, sin pensarlo, entró en el pequeño y tranquilo bar del hotel. Solo había un par de parejas hablando en privado, y la luz tenue y la música clásica eran relajantes. Se pidió un brandy y se lamentó de no tener a nadie que pudiera decirle que todo saldría bien. No conocía a nadie que pudiera entender su amor por Elena y el dolor que la atenazaba. Quería hablar con Elena, solo con ella, pero estaba claro que Elena no quería. Se terminó el segundo brandy y miró el reloj. Tuvo que parpadear para enfocar y la cabeza le daba vueltas. Eran las diez y media, y Elena no tardaría en volver. Tenía que pensar adónde podía ir. Hizo girar la copa vacía y miró el reflejo que la lámpara arrancaba al cristal. De repente se puso furiosa. Tenía que plantar cara a Elena y exigirle que le explicara como podía actuar así, como podía alejarse sin más, pero sabía que, cuando la viera, sería incapaz de reaccionar; le faltaría valor. Seria patética. Probablemente se echaría a sus pies, llorando desconsolada, y le diría que la quería y la adorada.

—¿Puedo invitarte a otra ronda?

Julia se sobresaltó al ver a Lisa y sintió pánico.

— ¿El concierto ha terminado? ¿Ya habéis vuelto? —Era consciente de que tenía lágrimas en los ojos.
—No, me he ido antes. —Lisa pidió otro brandy y un whisky; luego le quitó la copa vacía a
Julia, la cogió de la mano y le acarició el dorso con el pulgar. Era una caricia cálida y reconfortante—. Has estado llorando. ¿Es por Elena?

Julia había estado reprimiendo las lágrimas, pero el tono amable de Lisa la desarmó, y se sintió abrumada. Cuando la hizo ponerse en pie, sintió que todo le daba vueltas. Lisa la sostuvo mientras la sacaba del bar y la llevó a su habitación.

—Tranquila —dijo Lisa en voz baja. Julia había dejado de llorar y se sentó en un sillón, agradecida. Tomó el vaso de agua fría que le dio Lisa y se sintió un poco menos mareada. Pensó que ya podía volver a su habitación, que ya sería capaz de dormir. Apoyó la cabeza en el respaldo del sillón. No le había contado nada a Lisa. No podía decirle que estaba enamorada de Elena. Imaginaba que se reiría y diría: «Tu y todas las bolleras del mundo!». Pensó que Elena era tan encantadora y seductora que tal vez hubiera malinterpretado sus sentimientos. Afortunadamente, Lisa no le pedía explicaciones. De hecho, estaba siendo muy comprensiva.
Lisa volvió del baño con una toalla humedecida en agua fría, se arrodilló junto al sillón y empezó a refrescarle la cara manchada de lágrimas. Julia suspiró y cerró los ojos. Era una sensación agradable. Sintió una caricia en la mejilla y volvió a suspirar. Un beso leve en la mejilla, otro en el cuello, y sintió que se le despertaba el cuerpo. Lisa la besó en la boca; Julia gimió y su cabeza se llenó de imágenes eróticas. Se imaginó a Elena tumbada, mirándola con sus ojos cargados de intensidad, mientras ella le recorría el cuerpo con besos cálidos y prolongados. En su mente la oía jadear cuando la tocaba. Cuando Lisa la volvió a besar, apasionadamente, Julia sintió un torrente de deseo. Le echó los brazos al cuello y murmuró
—No te vayas.

La habitación volvió a girar mientras Lisa la sostenía y la desvestía. Julia tenía calor y quería librarse de la ropa cuanto antes. Tenía prisa. Fue un alivio sentir la sabana fría contra la piel. No tenía nada en mente, salvo una necesidad desesperada. Sentía los pechos hinchados y sus pezones pedían a gritos caricias cálidas y húmedas, que no tardaron en llegar cuando Lisa se los besó. Julia imaginó el precioso rostro de Elena con tanta claridad que casi podía tocarlo.
Sintió que le separaban las piernas. Lisa la estaba acariciando y le hacía sentir descargas eróticas en todo el cuerpo. Julia se agarró a la sabana y se dejó llevar fuera de control. Y cuando Lisa le introdujo los dedos, gimió y se estremeció a medida que la tensión se incrementaba en su interior. Sintió una caricia cálida entre las piernas e imaginó que era el sedoso pelo de Elena, que le rozaba la piel. El orgasmo la asaltó inesperadamente, y se quedó tendida, temblando y jadeando. Estaba aturdida. Oyó un leve gemido y pensó que debía de haber sido ella misma, hasta que, horrorizada, se dio cuenta de que había sido Lisa, que se desplomó a su lado, empapada de sudor y temblando. Lisa la abrazó y le acarició la mejilla, pero Julia no podía ni devolverle la mirada. Volvió la cara hacia otro lado y, mientras su cuerpo vibraba con una odiosa sensación de placer, las lágrimas rodaban por sus mejillas. Pronto se sumió en un sueño profundo.


— ¡Por Dios, Ruby, son las dos de la madrugada! ¿Dónde coño se habrá metido?

Elena estaba dando vueltas por la habitación de su amiga. Ruby había telefoneado insistentemente a Julia durante casi dos horas y había ido varias veces a llamar a la puerta de su habitaci6n. En recepción le habían confirmado que Julia había recibido las flores cerca de las ocho menos cuarto y que no había entregado la llave de la habitación.

—Como te he dicho, cielo, sencillamente habrá ido a algún lado y se habrá olvidado de dejar la llave.
—¿Pero adónde va a ir? — Elena se sirvió otro bourbon. —No es de las que desaparecen sin dejarle un mensaje a nadie. Esto no tiene sentido. —Se tomó la bebida de un trago.
—¿Que esperabas que hiciera? ¿Leer tu carta y sentarse cómodamente a ver una película? —Ruby se encogió de hombros—. Tal vez se haya registrado en otro hotel para pasar la noche y esquivarte.

Elena tenía taquicardia y estaba mareada por la preocupación. Se le empezaron a saltar las lágrimas.

—Solo quiero saber que está bien. No puedo quedarme cruzada de brazos sin saber cómo esta, si le ha pasado algo. —Ruby la rodeo con los brazos y Elena se derrumbó.
—Estará bien, cielo. No te preocupes.
—No esperaba que hiciera ninguna locura. Sabía que estarla dolida, igual que yo, pero creía que entendería que lo que le he dicho tiene sentido.
—Es posible. Pero puede que también este enfadada.

Ruby le dio unas palmaditas en la espalda para consolarla y Elena se enjugo las lágrimas.

—No podría soportar que me odiara por esto. Esperaba que el domingo pudiéramos despedirnos como amigas.
—¡Joder! No pretendes nada, chica.

Elena se alejó de Ruby y se sirvió otra copa. De repente pensó en el rostro de Julia y sintió que se le desgarraba el corazón. Deseaba desesperadamente volver a tenerla entre sus brazos.

—Tal vez no debería haber mandado esa carta. —Se volvió hacia Ruby, con un estremecimiento—. Tal vez debería haber permitido que las cosas se resolvieran solas.

Ruby abrió los ojos desmesuradamente, fingiendo que estaba horrorizada.

—¿Que dices? ¿Dejar que las cosas siguieran su curso? En ese caso tendrías que haber hablado de esto con la mujer a la que amas y deberías haberle permitido tomar parte en las decisiones, pero eso es impensable, ¿verdad, cielo?

Elena se mordió el labio tratando de contener el llanto. Su cabeza era un amasijo de inseguridades y convicciones enfrentadas. Ruby le quitó el vaso de la mano.

—Todo tendrá mejor aspecto por la mañana —dijo con ternura—. Probablemente Julia estará durmiendo en algún hotel del centro y volverá mañana. —La acompañó hasta la puerta y la besó en la mesilla—. Ve a dormir un poco, cielo; esta noche no puedes hacer nada salvo volverte loca.

Según el reloj de la mesilla eran las tres. A Julia le dolía la cabeza y tenía la boca seca. Las puertas de la terraza estaban abiertas y entraba una brisa fría que la hacía tiritar. Lisa estaba dormida a su lado y respiraba lenta y profundamente. Julia se desesperó al recordar lo que había pasado aquella noche. Con cuidado, se quitó de encima el brazo y la pierna de Lisa para poder levantarse. Lisa se agitó y se dio la vuelta sin despertarse. Julia cogió su ropa, se vistió rápidamente en la oscuridad y se marchó de puntillas.
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Mensaje por xlaudik 11/7/2014, 7:59 am

Contiiiii!!!
Q pasará con las chicas ahora!!!
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Mensaje por Anonymus 11/7/2014, 7:12 pm

Capítulo 12


Los lirios azules se erguían majestuosos en un florero de cristal, en la mesa que estaba bajo la ventana. Julia sintió un retortijón en el estómago y, por un instante, se quedó helada, paralizada por su belleza y por el horror que representaban. Se le escaparon las lágrimas. Mareada, abrió una botella de agua mineral, se sirvió un vaso y se sentó a tomarlo sin poder parar de llorar. Echó un vistazo desganado a su alrededor, buscando la carta de Elena, pero no estaba. La camarera debía de haberla tirado. Mejor. No necesitaba leerla de nuevo. Se la había aprendido de memoria y sospechaba que jamás se le olvidaría. Parecía que el mundo entero se había vuelto del revés y que nada tenía sentido. Por primera vez en su vida se había enamorado, no un poco, sino desesperada y apasionadamente, de una mujer; una mujer tan adorada podía tener a quien quisiera. Una mujer que vivía en Estados Unidos. Tenía que despejarse, por lo que se dirigió al cuarto de baño para tomar una ducha. Pensó que, en una noche, la mujer a la que amaba le había roto el corazón. El dolor que sentía en el pecho era tan fuerte como el dolor lujurioso que sentía entre las piernas, aquel dolor erótico que, a pesar de todo lo que había ocurrido, no desaparecía. El agua caliente en la piel resultaba relajante. Tenía la impresión de que todo su ser se había vuelto líquido, de que ya no tenía sustancia. Estaba húmeda de deseo todo el tiempo y no podía parar de llorar. Se pasó la toalla por el cuerpo y empezó a secarse e! pelo con movimientos mecánicos y distraídos. Parecía que su cerebro también se había vuelto líquido. No tenía ningún sentido que, estando tan enamorada de Elena, se hubiera acostado con Lisa y la hubiera deseado físicamente. No, pensó, no la había deseado; su cuerpo la había necesitado, nada más. Su mente y su cuerpo habían discrepado y, evidentemente, el cuerpo había tornado el mando. No se fiaba de su propio comportamiento. Tenía que salir de allí cuanto antes. Tenía que alejarse de Elena. Se maquilló y se puso los vaqueros y una camiseta de tirantes de color verde oscuro. Aún era de noche, pero más tarde haría calor, y mucho más en el sitio al que iba. Se puso el reloj; eran las cuatro y media. Recogió cuidadosamente sus anotaciones y sus carpetas, y las metió en el maletín. Fue metódica y se tomó su tiempo; a aquellas horas no había prisa. Sacó la ropa del armario y de los cajones, la guardó en las maletas y retiró sus cosméticos del baño. Después de hacer el equipaje, llamó al servicio de habitaciones y pidió un desayuno ligero. Después del café y la tostada se sentía mejor. Había dejado de llorar y estaba decidida. Como solo eran las cinco y media y era demasiado temprano para llamar a la agencia de viajes con la que trabajaba normalmente, llamó a Qantas Airlines y reservó un billete en clase preferente para el siguiente vuelo disponible a Bali.

A las seis y cuarto llegó el botones para bajarle el equipaje y Julia echó un último vistazo a la habitación. Cuando vio las flores, sintió que la garganta se le obstruía y los ojos se le volvían a llenar de lágrimas. Una furia repentina le invadió el pecho. Sacó las flores del jarrón impulsivamente, las llevó a la terraza y las tiró. Temblando, vio como aterrizaban en el jardín y sintió que le habían clavado un puñal en el corazón.
A las ocho y media, Julia ya había facturado el equipaje y había pasado por la aduana. Llamó a Kerry al hotel por el móvil.


—Julia, ¿dónde estas? Ruby me acaba de decir que te has ido del hotel esta mañana. Dice que se ha pasado media noche buscándote.
—Dile que lo siento si se ha preocupado, pero no voy a volver, Kerry. Me ha surgido un imprevisto y he tenido que irme. Si te llama Adele, dile que luego la llamo. No te olvides de las fotos que nos faltan. Tú ya sabes lo que hay que hacer.
—Sí, por supuesto, pero...
—El lunes, cuando vuelvas a la oficina, no estaré para ver las pruebas, así que quiero que tú misma elijas las mejores fotos, ¿de acuerdo? Sabes que quiero. No dejes que las elija Adele.
— ¿Y qué les digo a los de aquí?
—Despídete de mi parte y diles que siento haber tenido que irme tan repentinamente.
— ¿Y a Elena? ¿A ella que le digo?

Julia sintió que se le hacía un nudo en el estómago. Le ardían los ojos a causa de las lágrimas. Trago saliva.

—Que gracias por las flores.

Se despidió de Kerry y llamó a Gum Nut para prolongar la estancia de Magpie durante un par de semanas. Después apagó el teléfono, lo guardó en el maletín y subió al avión.
Julia bajó por la escalerilla del avión y avanzó por la pista de aterrizaje hacia el edificio de la terminal de Denpasar, la capital de la isla indonesia. El aire húmedo y perfumado la envolvió y la llenó de una sensación de paz. Echó un vistazo al reloj y vio que marcaba las dos menos cuarto de la tarde. Seguía con la hora australiana. Allí ya eran las cuatro menos cuarto.
No había reservado alojamiento, pero no había empezado la temporada alta y estaba segura de que conseguiría una habitación en su hotel favorito. Se subió a un taxi y emprendió el viaje de una hora hacia las montañas, en dirección a Ubud, el pueblo artístico. Se relajó en el asiento y contempló como las calles de la ciudad daban paso a los verdes campos y a los arrozales. A medida que subían por las montañas, las laderas se convertían en bancales con arroz y otros cultivos. Vio a mujeres que caminaban por el arcén y llevaban en la cabeza canastas de plátanos, cocos, aguacates y rambutanes de un rojo intenso. Entre la vegetación tropical alcanzó a ver varios muros cubiertos de buganvillas que rodeaban las urbanizaciones. Un joven con un sarong a la cintura y flores rojas en el pelo guiaba a unos gansos muy ruidosos por la carretera. Había patos de vivos colores nadando en los arrozales que brillaban al sol. Llegaron a Ubud y pasaron por el concurrido mercado de la calle principal. Al cabo de unos minutos, el taxi giró por el camino de grava que llevaba al hotel: un grupo de pequeñas cabañas situadas en una ladera. La frondosa vegetación de plumerías, hibiscos y buganvillas estaba atravesada por estrechos senderos que llevaban a las cabañas privadas y al comedor, un techo de paja sobre pilares de madera. Como había muchas cabañas libres, Julia eligió una que quedaba cerca de la piscina de agua de manantial, en una de las terrazas ajardinadas que daban al río. Acalorada y cansada, se sentó en una silla de mimbre, en el porche, y miró el antiguo templo hindú, situado al otro lado del río. Oyó un tintineo de campanas y los acordes de unos instrumentos musicales evocadores e inquietantes, y alcanzó a ver el movimiento de gente detrás de los muros de piedra. Pensó que debían de estar preparándose para alguna fiesta. Dejó el vaso de agua helada en una mesilla cercana, donde, encima de un lecho de hojas, había una ofrenda religiosa, a base de arroz y flores, para alejar a los espíritus malignos. Por incongruente que pareciera, junto a la ofrenda había un teléfono. Con un suspiro melancólico, Julia devolvió sus pensamientos a la realidad y a sus responsabilidades. Tenía que llamar a Adele para darle una explicación. Había conseguido dejar de pensar en Elena durante unas horas, pero, de repente, se agolparon docenas de imágenes suyas en la cabeza: recuerdos maravillosos de su cara, de la sensación que tenía al besarla y de sus manos acariciándola se mezclaban con imágenes horribles de las flores y la carta. Mientras se estremecía de deseo, derramaba lágrimas de angustia y dolor. Se preguntaba durante cuánto tiempo se sentiría así y cuanto más podría soportarlo. Aunque la temperatura era más fría en las montañas que en la costa de Denpasar, el clima tropical aumentaba la humedad y el calor resultaba más sofocante. Entró en la cabaña oscura y relativamente fresca, se quitó la ropa pegajosa y se puso el bikini. Bajó hasta la piscina por un tramo corto de escaleras de piedra, oculto tras una mata de hibisco. No había nadie cerca cuando se zambulló en el agua


—No aguanto más, Ruby. He perdido el control. ¡Mira como estoy! No puedo actuar esta noche. Es así de sencillo: no puedo. — Elena tenía los ojos hinchados y llorosos.
—Venga, cielo, puedes sobrellevar el concierto de esta noche. Mañana tenemos el día libre y podrás angustiarte a gusto.

Llamaron a la puerta de Elena y Ruby abrió. Era Danny.

— ¿Qué tal? —dijo, radiante—. Las críticas locales del concierto de anoche son fantásticas. Simplemente fantásticas. —Se metió una mano en el bolsillo y empezó a ir de un lado a otro, acariciándose el pelo--. Un concierto más el sábado por la noche y después nos vamos a casita.

Elena apartó cansinamente la vista de la terraza para mirar a Danny y bebió un trago. No estaba de humor para compartir la euforia de su agente.

—Por todos los dioses, cielo, cálmate.

El se paró en seco.

— ¡Joder! ¿Y a ti qué coño te pasa?

Elena se mordió el labio y se quedó mirando el vaso.

—Está hecha polvo por lo de Julia —contestó Ruby.
—Ah, sí, cierto. Es una pena que se fuera de esa manera. —Danny empezó a caminar de nuevo y le lanzó una mirada avergonzada—. No sabía que... ella y —Carraspeó---. No sabía que significara tanto para ti. A nivel personal, digo.
—Pues sí —dijo Elena en voz baja.
—Ya, bueno, tengo una noticia excelente que te va a animar. Acabo de cerrar un trato fantástico para dar un concierto en Atlanta dentro de dos semanas. Los promotores lo llaman «Elena Katina viene a casa». Será un solo concierto, y las entradas salen a la venta mañana mismo.

Elena apuró el resto del bourbon y miró por los ventanales de la terraza. No quería que le recordaran de nuevo que se iba en pocos días, cuando aún no sabía dónde se había metido Julia.

—Sera un éxito de taquilla, por supuesto. ¡Están pensando en diez mil localidades!
—Es fantástico, Danny, pero mejor lo hablamos en otro momento, cuando Len este un poco más animada, ¿vale? —Ruby abrió la puerta para que se fuera.
—Vale, vale. —Danny se detuvo en el umbral, con la misma vitalidad de siempre—. Estoy negociando con Adele el uso como cartel publicitario de una de las fotos que me enseñó Kerry. Ha sacado varias muy buenas, realmente buenas.
—¡Qué bien, cielo! Hasta luego. —Ruby le cerró la puerta en las narices y sacudió la cabeza, exasperada—. ¡Dios! A veces este tipo es insoportable.

Se sentó en el sofá al lado de Elena y la rodeó con brazo.

—No esperaba que se lo tomara tan mal, Ruby. ¿Crees que me odia por haberle enviado esa carta?
—Bueno, creo que, si te odiara, no se habría largado de esa manera; se habría quedado esperando a que volvieras. Yo en su lugar me habría quedado, para poder tirarte las flores a la cara y decirte que te las metieras por el culo. Eso es lo que habría hecho, cielo. — Elena esbozó una sonrisa entre las lágrimas—. Estoy segura de que no te odia; yo diría que más bien es todo lo contrario. Ahora ponte las pilas, chica. Salimos a escena en una hora y media. —Ruby avanzó hacia la puerta.


La noche caía suavemente sobre las montañas, como un velo de seda negro, y las criaturas nocturnas tropicales empezaban a emitir sus gritos nostálgicos. Julia estaba sentada en el porche de su cabaña, todavía en bikini, tomando una copa de vino helado. Había lamparillas titilando tras los muros del templo y los acordes de la música eran más nítidos. Era un sonido misterioso y melancólico. Mientras sentía la caricia de la brisa aromática en la piel, cerró los ojos y, durante unos segundos, fue capaz de vaciar su mente de problemas y pudo escuchar los ritmos del templo y los insectos nocturnos. Entonces, en algún lugar no muy alejado, se oyó el grito de unos monos y aquello la devolvió a la realidad. Eran las ocho y media en la costa este de Australia. Cogió el teléfono y llamó a casa de Adele. Le oyó dar una larga calada al cigarrillo.

—Dime que andas tras una exclusiva que va a ser la mayor primicia de la historia del periodismo de espectáculos. —Aquellas palabras estuvieron seguidas por una tos perruna y otra calada a fondo.
—Me temo que no. Solo tenía prisa por irme. Era un asunto personal.
—Por cierto, ¿dónde coño estas?
—En Bali, pero no quiero que se entere nadie. He dado instrucciones a Kerry para que haga las fotos de cierre que necesitamos, y terminaré el reportaje en un par de días. Si me puedo conectar, te lo envío por correo electrónico, o por fax o...
—¡Por Dios, Julia! No estoy preocupada por nada de eso. ¿Qué te pasa? ¿Cuando tienes previsto volver? Nos están llegando temas importantes... Te necesito aquí.
—No lo sé. En este momento estoy muy confundida. Ni siquiera sé si quiero volver a la revista. Lo siento... Es que no lo sé.

Julia hizo un esfuerzo para contener las lágrimas que amenazaban con traicionarla. Oyó el clic del mechero de oro de Adele y otra inhalación profunda.

—¿Has tenido alguna discusión con Elena Katina? Hoy me ha llamado dos veces para preguntarme dónde estabas.

Julia apartó la cara del auricular, se enjugó las lágrimas, tragó saliva y trató de reponerse. Después, impulsivamente, decidió decirle la verdad a Adele. Más tarde o más temprano todo el mundo se enteraría de que había cambiado, de que se había hecho lesbiana. No era algo que se limitara a su relación con Elena. Era preferible que Adele se enterara por ella. Respiró a fondo.

—Me enrollé con ella. La cosa no funcionó y estoy tratando de superarlo.
—¡Joder! —Al ataque de tos lo siguieron unos momentos de silencio, roto solo por el sonido de unas frenéticas caladas—. Mira, no quiero oír nada sobre tu posible dimisión. Tómate todo el tiempo que necesites para resolver..., bueno, lo que sea que tengas que resolver. Tal vez solo necesites un cambio de aires, un nuevo reto.

«¡Por Dios! Creo que ya tengo bastantes cambios es mi vida.» Hubo otra larga pausa.

—Siempre estoy comprando artículos procedentes del extranjero y pagando una verdadera fortuna por ellos —añadió Adele—. Tal vez te gustaría trabajar en otro lugar durante un tiempo. Si fuese así, a la revista le vendría bien.
—No lo sé, Adele, pero gracias. Me lo pensaré

Julia le prometió que se mantendría en contacto con ella, y se despidieron. Julia entró en la cabaña, se puso una camiseta y unos vaqueros, y dio un paseo por el sinuoso sendero de piedra, iluminado por farolillos, hasta llegar al comedor. No tenía hambre y estuvo jugueteando con el arroz con pollo y especias que le habían servido. Las risas y la conversación de los otros huéspedes quedó en segundo plano mientras se imaginaba a Elena en escena aquella noche. Podía adivinar cada expresión de su precioso rostro, podía oír cada matiz de su voz sensual, y por encima de todo deseaba estar con ella. Se preguntaba si Elena se sentiría mal, si también la echaría de menos, o si solo se sentiría culpable. Pensó con amargura que tal vez la hubiera estado buscando solo para convencerla de su punto de vista. En la carta había dicho que quería que siguieran siendo amigas, pero Julia había decidido que eso era imposible.
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Mensaje por Anonymus 11/7/2014, 7:13 pm

Capítulo 13



El sábado a última hora de la mañana, Elena estaba en su cuarto, viendo la televisión sin ningún interés, cuando llamaron a la puerta. Eran Ruby y Lisa.

—Ven a comer con nosotras, cielo. No puedes volver a quedarte aquí encerrada todo el día.
Elena se metió las manos en los bolsillos del albornoz y se dejó caer pesadamente en el sofá.
—No, no me apetece.

Ruby se sentó en la silla de enfrente y apoyó los pies en la mesilla.

—Si llama Julia, dejará un mensaje.

Elena sacudió la cabeza.

—Ayer por la mañana hablé con Adele. Me dijo que Julia ha salido del país y que no quiere que la llamen. Prácticamente le supliqué que me dijera donde estaba, pero se negó. Sé que Julia no va a llamar ahora, pero quiero estar aquí, por si acaso.

Elena miró a Lisa, que estaba de pie junto a la puerta, examinando muy concentrada el botón del puño de su camisa.

—¡Necesitas tomar un poco el aire, chica! Ayer te pasaste el día y la noche metida aquí, sola. Nos lo pasamos muy bien en Gold Coast. Me habría gustado que vinieras, cielo. —Ruby bostezó y se desperezó; las pulseras tintinearon alegremente—. Nos quedamos allí hasta las tantas. Encontramos un local de ambiente muy interesante y nos lo pasamos en grande, ¿verdad, Lisa?
—Sí.

Lisa había pasado a dedicarle todo su interés a su reloj. Estaba cambiando la configuración y los pitidos estaban sacando de quicio a Elena.

—Vamos, cielo. Vístete y sal con nosotras.

Elena la escuchaba a medias. Se dio cuenta de que no había visto a Lisa desde el miércoles por la noche, justo antes de que empezara el concierto. Todos sabían que estaba muerta de preocupación por la desaparición de Julia pero, Lisa era la única que no le había preguntado nada sobre aquel asunto. De repente, Lisa la miró con expresión asustada, como un conejo iluminado por un foco de luz.

—¿Por casualidad viste el miércoles a Julia, Lisa?

Lisa se metió las manos en los bolsillos y apartó la vista. A Elena se le empezó a acelerar el corazón. Lisa volvió a mirarla y enderezó los hombros.

—Pues sí, la vi.
—¿Donde?
—En el bar de abajo, a eso de las diez y media —contestó, desafiante.

Elena sintió que se le hacía un nudo en el estómago.

—¿Fuiste la última que la vió y no has dicho nada? ¿Cómo estaba? ¿Qué dijo?

Ruby se levantó de la silla lentamente y se situó junto a Elena. Los ojos de Lisa pasaron de una a la otra.

—No dijo nada. Estaba borracha y llorando. —A Elena se le llenaron los ojos de lágrimas y sintió nauseas—. La llevé a mi habitación y la cuidé.

A Elena le daba vueltas la cabeza y creyó que se iba a desmayar. Sintió que se le erizaba el cuero cabelludo cuando dijo, sin alzar la voz:

—¿La cuidaste? ¿Cómo?

Lisa vaciló; luego se encogió de hombros y sonrió con suficiencia.

—Por el amor de Dios, Elena, pasó la noche conmigo, ¿vale? Cuando me desperté se había ido. ¿De verdad quieres todos los detalles?

Elena se estremeció, cegada por la ira. Apretó los puños y arremetió contra Lisa. Ruby la cogió de las muñecas y la sujetó con fuerza, y Lisa la esquivó, horrorizada.

—¡Zorra de mierda! —gritó Len—. ¿Cómo fuiste capaz? ¡Te voy a matar, hija de puta!
—¡No fui yo quien la hizo llorar! —replicó Lisa, indignada—. No sé qué hiciste que la alteró tanto, pero no se fue por mi culpa.

Elena no podía contener las lágrimas y creyó que iba a estallar. Forcejeó con Ruby para que la soltara.

—¡Te mato!
—¡Vete de aquí, Lisa! —dijo Ruby.

Lisa les dirigió mirada y se marchó, dando un portazo. Cuando Ruby la soltó Elena corrió a dar un puñetazo en la puerta.

—¡La voy a matar! —Asaltó el bar y se sirvió un bourbon, que apuró de un trago, temblando, antes de servirse otro. Caminó por la habitación con pisadas fuertes y apenas notó que Ruby le quitaba el vaso de la mano cuando pasó junto a ella—. ¿Cómo pudo hacer algo así? —Sacudió la cabeza—. No entiendo cómo se puede ser tan cruel.
—Aprovechó la oportunidad. Lisa es así.

Ruby estaba llamando por teléfono. Elena se dio cuenta de que no tenía bebida y se sirvió otra copa. Cuando se desplomó en el sofá, la cabeza le daba vueltas. No dejaba de imaginar a Julia con Lisa, y sentía un dolor desgarrador e insoportable en el pecho. Tomó un buen trago de bourbon. No podía soportar que mientras ellas se habían pasado la noche buscándola desesperadamente. Julia hubiera estado con Lisa, echando un polvo. Se puso a llorar. Ruby colgó el teléfono y se acercó a abrazarla.

—¿Por qué haría eso Julia?

Ruby le habló con ternura.

—Porque estaba angustiada, confundida, desconsolada, furiosa: todo eso a la vez. —Suspiró— La pobrecita debía de estar muy mal, cielo.
—Dios mío, ¿qué he hecho?
—Bueno, chica, si quieres que sea sincera, creo que la has cagado hasta el fondo. Te has roto el corazón y se lo has roto a ella.
—No esperaba que doliera tanto. No esperaba que reaccionara de esta manera. Creía que estaba siendo racional.
—Ya, es un auténtico incordio que la gente no siga los putos guiones que le escribimos, ¿verdad, cielo? —Ruby sacudió la cabeza—. ¡Los demás van por ahí haciendo y diciendo cosas que no habíamos planeado en absoluto!
—0jala no lo hubiera hecho. —Se le caían las lágrimas sin parar y se sentía deshecha. Quiso apurar el bourbon de un trago, pero Ruby le quitó el vaso de la mano—. Dame eso, Ruby.
—De ninguna manera. —Se puso en pie y lo vació en el lavabo—. He pedido ensalada y zumo de frutas. Si no comes, te pondrás enferma.

Elena se sonó la nariz.

—¿Que voy a hacer?

Ruby se sentó enfrente de ella.

—Len, crees que puedes hacer y deshacer en tu vida con la misma facilidad con que haces y deshaces en tus canciones. Estas enamorada de ella y no puedes evitarlo solo porque te venga mal.
—Ojala supiera donde esta Julia. Quiero decirle que estoy enamorada de ella. — Elena suspiró, frustrada, y se apartó el pelo de la frente—. No puedo soportar esta situación.
—Pues, cielo, eliges un mal momento. Puede que hayas perdido tu oportunidad.

Llamaron a la puerta. Ruby se levantó para abrir al servicio de habitaciones y sirvió la comida en la mesa de la terraza.

—Ven a comer, Len. Esta noche tenemos un concierto y tienes que hacer una buena función.

Elena miró con nostalgia hacia el minibar, se sentó a la mesa y, bajo la mirada severa de Ruby, se obligó a comer.


Los aplausos eran atronadores y el público estaba de pie pidiendo otro bis. Las fans arrojaban ramos de flores y otros regalos al escenario. Un potente foco iluminó una vez más el centro y Elena entró corriendo, mientras el grupo empezaba a tocar la introducción del tema nuevo de su disco. Sentía que tenía al público en el bolsillo. Aquella noche le había resultado muy dura y se alegraba de que al parecer, nadie hubiera notado que su actuación no había sido como debería. Dedicó a los asistentes su sonrisa más cariñosa, mientras seguían los aplausos. Sabía que Julia no iba a llamar. Volvía a Savannah al día siguiente y se sentía tan abatida que anhelaba las comodidades del hogar y el consuelo de los amigos.

—Gracias. Lo hemos pasado muy bien esta noche.

Empezó a cantar, segura de que el público no se daría cuenta de que se le partía el corazón.
El domingo por la mañana, cuando la limusina aparcó a la puerta del hotel, Elena y los demás estaban reunidos en el vestíbulo. Lisa, que desde su altercado se había mantenido lejos de Elena, se había encargado de que llevaran todas las maletas y el equipo al aeropuerto.
Mientras el grupo avanzaba hacia la limusina, una multitud de fans y miembros de la prensa local se abalanzó sobre Elena. Ella sonrió, habló con tantos seguidores como pudo y firmó varios autógrafos, aunque en realidad no estaba de humor para todo aquello después de haber pasado otra noche de insomnio pensando en Julia.
Una hora y media después se instaló en su asiento y esperó a que despegara el avión. Se alegraba de volver a casa, aunque también era consciente de que aquello significaba la despedida definitiva del mundo de Julia y, al parecer, de Julia.


Julia estaba sentada en el comedor del hotel, sola. Ya hacía calor y una brisa cálida recorría el pabellón. Las flores de una mata cercana caían dentro y rodaban por el suelo. Unas flores perfumadas, de color fucsia, aterrizaron en la mesa de Julia, que se armó de valor y bebió un trago de su café balinés, de fuerte sabor, mientras trataba de relajar la creciente tensión de los hombros. Quería olvidarse de la hora, no dejaba de mirar continuamente el reloj, que seguía con el horario del este de Australia, donde era dos horas más temprano. Tenía grabada en la mente la hora exacta de la partida de Elena y cada nervio de su cuerpo estaba concentrado en aquel momento. Cuando, por fin, el reloj marcó las once, Julia cerró los ojos y contuvo las lágrimas. Se estremeció y respiró profundamente. «Ya está. Se ha terminado.» Tal vez a partir de ese momento pudiera tratar de recomponerse. Desde que había llegado, el jueves por la tarde, no había hecho nada salvo tumbarse cerca de la piscina, o en la cama, llorando y compadeciéndose de sí misma. Pensó que se había estado ocultando como un animal herido y que había llegado el momento de cambiar de actitud. Cuando volvió a su cabaña se dejó los vaqueros y se cambió el sujetador del bikini por una camiseta turquesa. Se situó delante del espejo del baño, se cepilló el pelo y se puso un poco de rímel y pintalabios. Era la primera vez que se molestaba en maquillarse desde que había llegado. Se puso las gafas de sol, cogió la cartera y avanzó por el sinuoso sendero de piedra hasta la calle principal, en dirección al mercadillo. La plaza del mercado estaba atiborrada de gente. La mayoría de los presentes eran lugareños, pero también había unos cuantos turistas. Pasó por delante de exposiciones de cuadros, mesas desvencijadas con tallas de madera de vivos colores y tiendas llenas de rollos de batik. Pensó que tenía que comprar un par de sarongs. La encargada del local, una mujer atractiva de mediana edad, la miró con una sonrisa.

—Adelante —le dijo.

Julia obedeció y al cabo de un rato salió con seis sarongs. Sonrió mientras seguía andando por la calle. Si echaba un vistazo a la ropa que tenía en su casa, probablemente se encontraría con que, a lo largo de los años había comprado un centenar de sarongs. Se le acercó un adolescente para ofrecerle una flauta de madera con una talla muy intrincada. Julia sonrió y sacudió la cabeza. También tenía dos flautas como aquellas en casa. El chico le tocó el brazo para que se detuviera y empezó a tocar una melodía dulce y sencilla. La miró con ojos límpidos y sonrió. Julia se echó a reír, le dio el dinero y se quedó con la flauta. Decidió dejar el mercado y subir más por la montaña para ir a comer a un restaurante que conocía. Cogió la carretera que atravesaba el bosque de los monos, donde la sombra de los arboles permitía escapar del calor del sol. Oyó un crujido encima de su cabeza, levantó la vista y vio tres monos pequeños saltando de rama en rama. Le gritaron y, de repente, apareció otro corriendo que le golpeó la bolsa de las compras. Ya se sentía mejor. La gente superaba los desengaños amorosos y ella superaría lo que sentía por Elena. Tenía que tratar de aprovechar aquella experiencia. En dos semanas había descubierto la pasión, el amor verdadero y el desengaño. Se podía decir que había recuperado el tiempo perdido. No quería estar enamorada de Elena con un amor unidireccional; el deseo no era ni la mitad de dulce cuando no era correspondido.
De pronto se imaginó besando a Elena y sintió un escalofrío que la derritió. Se dio cuenta de que pasaría mucho tiempo antes de que dejara de desearla. Salió de la sombra del bosque a un camino abierto. El restaurante estaba en la cima de una colina, justo delante de ella. Se sentó a una mesa junto a los ventanales con vistas panorámicas. Podía ver un barranco profundo, cubierto de selva tropical, con el río serpenteante corriendo debajo. Por las ventanas entraba una ligera brisa y en lo alto se movían silenciosamente los ventiladores de ratán. El dulce perfume de las flores tropicales se mezclaba con los apetitosos aromas del arroz nasi goreng y los satais que se asaban en la parrilla abierta. Mientras oía el canto de los pájaros, Julia pidió un zumo de guayaba y satai de polio. Era difícil imaginarse de nuevo en casa, viviendo una vida que no se parecía en nada a la anterior. Elena había salido de su existencia, pero la había cambiado Para siempre. Le había descubierto una profunda pasión en su interior y una capacidad para amar que no sabía que tenía enterrada, y en aquel momento miraba la vida con otros ojos. De repente sintió miedo. Al principio no había pensado en el futuro, pero, cuando se enamoró de Samantha, dio por sentado que su amor era correspondido, y no había nada más que le importara. Empezar una vida completamente nueva como lesbiana sin tener a su lado a la mujer a la que amaba se le haría cuesta arriba. «Mierda.» Tal vez no debería haberle contado a Adele de su aventura. En la revista, todo el mundo la trataría un modo diferente, y ya sabía cómo iban a reaccionar sus amigos de toda la vida. Se bebió el zumo frío de un trago y pidió otro. Imaginaba que sus amigos de verdad se acostumbrarían a la idea. Además, con el tiempo tendría nuevas amigas, otras lesbianas, si conseguía enterarse de donde estaban. Se preguntaba si alguna vez se sentiría atraída por otra mujer, y recordó a Lisa. «Joder, ¿por qué lo hice?» Supuso que se había sentido atraída por ella de alguna forma, lo que demostraba que era posible. Suspiró. Aun así, le iba a resultar imposible desear seriamente a otra mujer mientras siguiera enamorada de Elena. El camarero le llevó el plato y Julia trató de disfrutar de la comida mientras volvía su atención al paisaje. Tal vez pudiera trabajar por su cuenta como cronista de viajes, así nunca tendría que pasar mucho tiempo casa. Podría eludir a todos sus conocidos y sus preguntas, y dedicarse a viajar por el mundo. O quizá podría alquilar una casa en aquellas montañas y ocultarse eternamente en aquel lugar tranquilo. Si vendía todas sus pertenencias, podría vivir en Bali durante varios años. La idea era reconfortante, y durante un rato se dejó llevar e imaginó como sería su casa balinesa. Pensó que plantaría un montón de buganvillas moradas, plumerías, aguacates, mangos y cocoteros. Terminó de comer. Era la primera vez en varios días que se terminaba un plato, por lo que se sintió más tranquila. Pidió un café y observó a una pareja de turistas de mediana edad que acababa de entrar y estaban sentándose. Amontonaron las bolsas llenas de regalos en el suelo, junto a la mesa, y sacaron las cámaras. La mujer la miró y sonrió.

—Aquí arriba se está estupendamente, ¿verdad?

Julia sintió que un escalofrió le recorría la espalda. La mujer tenía un acento igual que el de Elena. Asintió y le dedicó una sonrisa escueta.
—¿Hablas inglés, cielo?

Julia tragó saliva.

—Sí. —Se le quebró la voz.
—Somos estadounidenses, de Atlanta. ¿Tú de dónde eres?
—De Melbourne.
—¿Y eso donde queda, cielo?
—En Australia. —La mujer parecía muy amable, pero Julia no podía soportar escuchar su acento suave y cantarín. La estaba mareando, y necesitaba salir de allí. Se apresuró a dejar el importe de la comida encima de la mesa—. Encantada de conoceros. Que lo paséis bien.

Cogió el bolso y se marchó. De camino a la puerta oyó que el hombre comentaba en voz baja:

—Tenía entendido que los australianos eran simpáticos...

Julia bajó por la ladera hasta su hotel. Pensó que no había hecho falta mucho para alterarla. «Por Dios, ¿cuándo acabara esto?» Aquella tarde llamó a su casa para ver si tenía mensajes en el contestador. Había uno de Ben: le pedía que lo llamara con urgencia y le decía que estaba cometiendo un gran error. También había un par de mensajes de amigos que pretendían invitarla a cenar. Pero no había nada de Elena. Colgó el auricular, furiosa consigo misma. Desde luego, Elena sabía que no estaba en casa y era lógico que no llamara allí. Pero Julia había albergado la estúpida esperanza de que pudiera haberle dejado algún mensaje. Se recordó que, de todas maneras, Elena no iba a dejar el mensaje que ella quería oír. No le serviría de nada oírle decir que aquello era lo mejor para las dos, y se prometió a sí misma que no volvería a comprobar los mensajes.
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Mensaje por xlaudik 11/7/2014, 8:38 pm

Contiii!!! :-P
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Mensaje por Anonymus 11/8/2014, 6:38 pm


Capítulo 14


Para Elena y para todo su equipo fue un vuelo largo y agotador. Volaron de Sídney a Los Ángeles, y allí se separaron. Los tres miembros más jóvenes del grupo Vivian en Los Ángeles; Danny tomó un vuelo a Nueva York; Ruby y Elena hicieron conexión con un vuelo a Atlanta, donde vivía Ruby, y Elena tuvo que coger otro avión a Savannah. Cuando por fin aterrizó en el aeropuerto de Savannah, el domingo, era tarde y hacia una noche calurosa y húmeda.

—¡Eh, guapa, estamos aquí!

Elena se volvió hacia aquella voz que le resultaba conocida. Tom y Mike la aguardaban en la sala de espera del aeropuerto. Fue un gran alivio verlos, y los abrazó, agradecida.

—Gracias por venir. No deberíais haberos molestado. Es muy tarde.

Se le llenaron los ojos de lágrimas. Le gustaba viajar, pero, cuando pasaba mucho tiempo lejos, siempre se emocionaba cuando llegaba a su ciudad.

—No seas tonta, tesoro. No podíamos dejar que, después de semejante viaje, tuvieras que ir sola a una casa vacía —dijo Tom, mientras le daba un abrazo.

Ella no pudo evitar pensar que, si las cosas hubieran sido diferentes, tal vez no habría vuelto sola. Mike fue a recoger el equipaje y Tom se quedó con ella. Le dijo que parecía muy cansada y que necesitaba un poco de comida casera, después de haber pasado tantos meses comiendo en restaurantes. Mike metió las maletas en el coche.

—Debes de tener toneladas de noticias, Len. Hemos leído lo bien que te recibieron en Australia. ¿Viste canguros y koalas?

Elena se echó a reír y se frotó los ojos, mientras emprendían la vuelta a casa.

—Puede que te sorprenda saber que en realidad no hay canguros saltando por las calles. Pero vimos unos cuantos en el zoológico de Melbourne.

Dos días antes de que conociera a Julia.

—Más importante que eso: ¿qué tal con las mujeres de allí? —dijo Tom—. ¿Algún ligue que merezca la pena contar?

A ella se le hizo un nudo en la garganta.

—Uno.
—¿Y bien?

Elena se mordió el labio para contener las lágrimas.

—Ahora mismo no me apetece hablar de ella. Ya os lo contare en otro momento.

Respiró profundamente y les relató unas cuantas anécdotas de la gira. Cuando aparcaron frente a la casa, se encendieron las luces automáticas de la entrada y del jardín. La antigua mansión parecía muy acogedora y la iluminación permitió que Elena viera que el jardinero había trabajado a fondo durante su ausencia. Mike abrió la puerta con su propia llave y llevó las maletas arriba.

—Las chicas han venido hoy para prepararte unas cosas —dijo Tom.

Elena fue de habitación en habitación, feliz de estar de nuevo en su casa. Había flores frescas por toda la casa y comida en la nevera, además de una botella de champan con una tarjeta de Donna y Candice, en la que se leía: «Bienvenida a casa, Len. No la abras hasta que lleguemos mañana. Estamos deseando verte. Recuerdos y besos». El jardín trasero estaba verde y exuberante, y la piscina se veía reluciente. Arriba, Elena encontró su cama con sabanas limpias, y toallas suaves en el cuarto de baño. Estaba tan cansada, y angustiada por Julia, que aquel despliegue de afecto y generosidad por parte de sus amigos fue demasiado para ella, y se echó a llorar.

—Oh, tesoro, ¿qué te pasa? —preguntó Tom, mientras la rodeaba con un brazo.
—No lo sé. Creo que es por la falta de sueño y porque todo es tan bonito... Estaré bien después de dormir durante un mes.

Les volvió a dar las gracias antes de despedirse. Luego se sirvió un bourbon y decidió darse un baño caliente para relajar la tensión muscular. En la bañera, mientras disfrutaba de su bebida, pensó en lo agradable que era estar de vuelta en su preciosa casa. La había echado de menos. Pensó que tendría que terminar de una vez con las reformas. Había mucho que hacer para restaurar las elaboradas molduras de las techos, pulir los suelos de madera y arreglar las barandas decorativas de las galerías. “Julia sabría que hacer exactamente’’, pensó. Sabría de qué color pintar las habitaciones y que muebles y antigüedades comprar. Cerró los ojos e imaginó lo maravilloso que sería vivir allí con ella. Sabía que a Julia le encantaría la casa. Se divertirían mucho arreglándola. Si hubiera sido posible, habrían tenido una vida maravillosa juntas. Se terminó la copa y salió de la bañera. Una vez más se preguntó donde estaría Julia y que estaría haciendo. Imaginó, acongojada, que no tardaría en conocer a otra mujer y en empezar a olvidarla. Apartó las mantas de su cama antigua de bronce y se tumbó, desnuda, sobre las frescas sabanas de algodón. Había empezado a lloviznar y oyó el suave golpeteo de la lluvia sobre las hojas al otro lado de la ventana. El sonido era casi un susurro y por las ventanas abiertas se filtraba un aroma fresco y dulce, de madreselva y tierra húmeda.
Miró el reloj de la mesilla. Era la una y media; las tres y media de la tarde en Melbourne. Decidió llamar a Julia antes de dormir. Probablemente sería una pérdida de tiempo, pero tal vez estuviera en casa o comprobara los mensajes. El corazón le latía con fuerza mientras oía sonar el teléfono en casa de Julia. Por extraño que pareciera, oír los timbrazos era como estar en contacto con ella. Saltó el contestador y, una vez más, se le llenaron los ojos de lágrimas cuando oyó la cálida voz de Julia en el mensaje grabado. Habló con dificultad, tratando de controlar la emoción en su voz.

—Julia, espero que estés bien. Sé que estarás enfadada conmigo, pero necesito que me llames. Estoy muy preocupada por ti. Te echo de menos. No sé qué hacer, pero... Quiero que sepas que te quiero. Por favor, llámame.

Se reclinó sobre las almohadas y dejó que las lágrimas corrieran por su rostro. Una vez más, imaginó a Julia entre sus brazos, y haciendo el amor con ella. Se estremeció de deseo. Pensó que, si supiera donde estaba, se subiría corriendo a un avión e iría a verla. Al cabo de un largo rato se durmió, agotada.

El lunes por la noche, Elena fue a cenar a casa de Tom y Mike. Donna y Candice también fueron, y le pareció maravilloso volver a estar con ellos. Se sentía más tranquila y feliz de lo que se había sentido en los últimos días.
Hacia una noche cálida, y estaban sentados fuera, bajo una pérgola de la que caían cascadas de jazmines de agradable fragancia. Elena había llevado el champan que le habían dejado Donna y Candice en la nevera, y se lo tomaron, mientras la ponían al día de los cotilleos y las noticias locales. El jardín estaba lleno de palmeras, helechos y flores, y el agua de una pequeña fuente caía por un jardín de roca cubierto de musgo, hasta un estanque de peces de colores. Elena siempre había admirado aquel jardín. Mike era paisajista y también había diseñado el jardín de la cantante.

—He pensado que debías de echar de menos algo hogareño, tesoro —dijo Tom cuando llevó la cena a la mesa—. Así que te he preparado una cena tradicional, casera y sana.

Elena miró los platos repletos de pollo frito, patatas fritas y buñuelos de maíz, y se preguntó donde estaría lo sano. No recordaba cuando había comido por ultima vez algo que contuviera tanta grasa, pero Tom era un buen cocinero, y la cena tenía un aspecto sabroso.

—Me encanta, Tom. Gracias —dijo, con una sonrisa afectuosa.
S
e sirvieron mientras Mike llenaba las copas de vino.

—Ahora, antes de que nos lo cuentes absolutamente todo sobre la gira —dijo Donna—, queremos información sobre esa mujer tan especial que dicen los chicos que mencionaste anoche.

La cabeza de Elena se llenó en el acto de imágenes de Julia. Todo habría sido perfecto, completo, si Julia hubiera estado sentada a su lado. Les explicó como se habían conocido, la atracción que había sentido por ella: todo había ido evolucionando tan rápidamente que había escapado de su control y se había convertido en una pasión compartida, que la había dejado perdidamente enamorada de Julia.

—Soy tan idiota que de verdad creí que sería mejor que lo dejáramos antes de que alguna de las dos saliera lastimada --explicó Elena—. Pero estaba muy equivocada. Parece que la he herido enormemente; estoy segura de que, como mínimo, está furiosa conmigo, y siento que no soy capaz de vivir sin ella. Todavía no sé cómo podría funcionar una relación cuando vivimos tan lejos, pero sé que sería más feliz si supiera que me quiere y que es mía.
—Pues sería difícil de cojones mantener una relación en esas circunstancias —dijo Mike.
—¿No tienes tres meses de vacaciones dentro de poco, Len? —preguntó Donna—. Por lo menos podrías pasar ese tiempo allí con ella. Aunque te echaríamos muchísimo de menos —añadió, con una sonrisa.

Candice la miró con los ojos empañados.

—Te llamará, cielo. Es que aún no ha oído tu mensaje. Tienes que darle la oportunidad de poner en orden su cabeza y volver a casa.

Elena tomó un trago de vino y sintió que la tristeza se cernía sobre ella como una sombra. Pensó en su jardín soleado, donde se había pasado la tarde sentada fantaseando con Julia. La penumbra del atardecer había avanzado por el césped devorando la luz dorada, centímetro a centímetro, y ella había experimentado una súbita sensación de soledad. La sombra, agradable y tranquila, de las palmeras se había vuelto lúgubre e inquietante, y los vivos colores de las flores parecían apagados y sin brillo. A pesar del calor, Elena se había estremecido y se había preguntado si la vida sin Julia sería siempre así.

—Me preocupa que poner en orden su cabeza signifique pasar de mí. Le deseo lo mejor, pero soy tan egoísta que no quiero que conozca a otra. Y, creedme, no tardará mucho.
—Por el amor de Dios, cielo —dijo Candice—. Eres la primera mujer de su vida. Y, por la forma en que lo has contado, suena a que estaba enamorada de ti. Yo diría que durante un buen tiempo no va a mirar a otra.

Elena sintió que se le subía el corazón a la garganta cuando recordó, con una claridad abrumadora, el momento en el que se enteró de que Julia había pasado aquella noche terrible con Lisa. Tembló de celos y se preguntó si los demás lo habrían notado. Le parecía increíble que Candice no hubiera oído hablar de las aventuras por despecho, pero no estaba en condiciones de mencionar el tema.

—Ten paciencia, Len —dijo Donna con delicadeza.

Tom se echó a reír.

—¿Paciencia? ¿ Elena?


Los demás también rieron, y la hicieron sonreír. Se alegró de que, a partir de aquel momento, la conversación se centrara en su gira por Australia, y se relajó, decidida a disfrutar de la velada.
Durante el resto de la semana, Elena estuvo más tranquila y, a pesar de la ansiedad y de lo mucho que echaba de menos a Julia, disfrutó de sus momentos de soledad en la casa. Llamaba a Julia todos los días, pero ella no contestaba ni le devolvía las llamadas. Si oía los mensajes del contestador, era evidente que su declaración de amor no había servido para nada. Pero tal vez no los hubiera oído. Elena no dejaba de torturarse pensando en ello. No estaba acostumbrada a ese tipo de situaciones, al hecho de no poder controlar las cosas, y eso era algo que la frustraba de una manera terrible. Irónicamente, Julia tenía el control de la situación y daba la sensación de que la vida y la felicidad de Elena estaban en sus manos.
Elena repasó mentalmente lo sucedido una y otra vez, tratando de imaginar que podía estar pensando Julia. No estaba segura de sí su reacción era fruto de la ira y el orgullo, o si se sentía profundamente herida. Por encima de todo, Elena estaba enfadada consigo misma. Cuando le envió la carta, contaba con que Julia no estaba enamorada de ella. Había actuado así para protegerse. En cambio, en aquel momento esperaba, desesperada, que Julia estuviera enamorada de ella y que la perdonara. Ninguna mujer le había llegado tan adentro; estaba obsesionada con ella.
Nadaba en su piscina y, a menudo, en las tardes calurosas y húmedas, se sentaba en el jardín a leer a la sombra de los plataneros. Se había perdido la floración de los magnolios, que ya estaban cargados de hojas verdes y densas, y las últimas flores primaverales del jazmín se estaban mustiando con el calor del sol.
El martes de la semana siguiente, tres días antes del concierto de Atlanta, Elena se pasó el día en el estudio, trabajando en una canción a la que le había estado dando vueltas en la cabeza durante días.
Era su habitación favorita de la casa. En otra época se había usado como salón de baile y tenía las proporciones perfectas. Como en el resto de la casa, el suelo era de madera noble. El techo, de cuatro metros y medio de altura, estaba adornado con las molduras de yeso originales, y era imposible no mirar la soberbia ventana ornamentada de manera espectacular que daba al jardín delantero. A un lado había un equipo de grabación digital, una mesa de mezclas, un par de guitarras y un teclado. En un extremo había dos sofás muy cómodos y una mesita; y cerca de la zona de la ventana, su valioso piano de cola Steinway.
Era un día muy agradable y tranquilo, y el sol de la tarde se colaba por las contraventanas entreabiertas y proyectaba rayos dorados en el suelo, mientras Elena estaba al piano. Cuando terminó de escribir una balada sencilla, grabó la melodía y le mandó a Ruby el archivo de sonido por correo electrónico. Ruby tendría tiempo suficiente para pulirle los arreglos antes del ensayo del viernes con el grupo. Elena pensaba interpretar aquella canción en Atlanta el viernes por la noche.
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Mensaje por Anonymus 11/8/2014, 6:39 pm

Capítulo 15


Julia fue nadando hasta la escalera de piedra y salió de la piscina. Había sido otro día caluroso y húmedo, y aún estaban a treinta y dos grados. Sin tomarse la molestia de envolverse en una toalla, avanzó en bikini por el camino de regreso a su cabaña. Sobre su piel brillaban unas refrescantes gotitas de agua. Eran cerca de las diez de la noche del miércoles y no le apetecía irse a dormir. Se sentó en la galería y se sirvió una copa de vino de la botella que tenía en una cubitera, sobre la mesa. Notó que estaba muy bronceada, a pesar de que usaba constantemente protector solar. Mientras bebía un trago de vino pensó que, después de dos semanas de no hacer nada más que nadar, tumbarse junto a la piscina y pasear por el mercado del pueblo, era inevitable alcanzar aquel tono bronceado. Se sentía mucho más relajada que cuando había llegado, en estado de conmoción, buscando un lugar donde esconderse. El calor, la paz y la tranquilidad la habían serenado. Se sentía más fuerte y ya no era propensa a derramar lágrimas inesperadas. Pensó que había llegada el momento de seguir adelante con su vida. Miró las polillas que se reunían para dar vueltas alrededor de la lámpara de la pared. Aunque estaba más centrada, seguía echando de menos a Elena. No podía evitar calcular que hora era en Savannah y no dejaba de preguntarse que estaría haciendo, como se sentiría y con quien estaría.
Las noches eran lo peor, cuando estaba tumbada en cama bajo el mosquitero sin más compañía que los extraños e inquietantes sonidos de la noche tropical. En aquellos momentos, sin otras distracciones, no hacía más que pensar en Elena. Cada noche se dormía ardiendo de deseo por ella y cada mañana se despertaba habiendo soñado con ella. Se dio cuenta de que, a pesar de todo, el dolor que le había provocado aquella carta y su rechazo, se había desvanecido, mientras que su amor era cada vez más intenso.
De repente se le aceleró el coraz6n y lo vio todo claro. En realidad, lo único que quería en el mundo era estar con Elena. Las ideas vagas que había tenido sobre los cambios de profesión y estilo de vida eran irrelevantes. Lo que quería era a Elena.
Se puso en pie, agitada, y volvió a la piscina. Miró el resplandor de la luna en el agua y observó a las salamanquesas que se perseguían alrededor de las rocas, soltando sus extraños gritos claqueantes.
Estaba enamorada de Elena y se negaba a renunciar a ella tan fácilmente. Estaba segura de que Elena la deseaba y necesitaba saber si su amor era correspondido.
Elena tenía que quererla, estaba segura. Normalmente, su instinto no se equivocaba. Tal vez se tratara únicamente de que, a pesar de su fortaleza general, Elena carecía del valor suficiente para lidiar con los problemas que pudieran surgir de su relación. Pero ella si tenía el valor.
Tomó una decisión: se iría a Savannah a ver a Elena. No la llamaría antes; no era algo que pudiera resolver en una conversación telefónica. Se marcharía al día siguiente. Después de dos semanas de sentirse confusa e impotente, de pronto estaba llena de energía y determinación. Llegar y presentarse sin avisar suponía un gran paso, pero tenía que saber si su futuro incluía a Elena o no. Necesitaba poner punto final a la espera.
Aquella noche, mientras se preparaba para ir a la cama, imaginó a Elena dándole vueltas a la decisión de poner fin a su aventura. La geografía, el océano que las separaba, era un motivo ridículo. Julia sonrió al recordar la oferta de Adele. Podía escribir para The Entertainer desde Estados Unidos. La revista siempre compraba artículos de allí. Pensó que, si la distancia era el único problema que veía Elena, no había ningún problema. Si Elena la quería, se iría a vivir con ella en el acto. Desde luego, tendría que llevarse a Magpie, pero eso eran cosas que se podían resolver.
Estaba impaciente y deseosa de llegar a Savannah. Se imaginaba abrazando a Elena, besándola y diciéndole que todo saldría bien. Con aquella maravillosa imagen en su mente, pensó que Elena parecía tener una veta negativa, de la que tendría que encargarse más adelante. Suspiró, satisfecha, y se quedó dormida.


* * *

El miércoles por la noche, Elena había invitado a Donna y a Candice a una barbacoa y había montado la mesa junto a la piscina. Abrió una botella de Chablis para sus amigas y puso los filetes en la parrilla mientras bebía su bourbon.

—Joder, que calor —dijo Donna—. Me voy a meter un rato en la piscina.

Como el jardín amurallado era seguro y privado, se quitó casi toda la ropa y se tiró al agua en bragas.

—¿Len? —gritó Candice desde la cocina, que daba al jardín—. ¿Dónde están las cosas para aderezar la ensalada?

Elena sonrió. Cada vez que sus amigas iban a cenar a su casa se metían en la cocina, porque la consideraban una incompetente en lo que se refería a la preparación de la comida. Elena sabía que no era buena cocinera, pero se le daban bien las barbacoas, y cualquier idiota sabía preparar una ensalada.

—En la puerta de la nevera, cielo —contestó.

Al cabo de un momento, Candice salió al patio con cara de angustia y sosteniendo la botella de aderezo de marca a tanta distancia como le era posible, como si contuviera estricnina.

—¡Len! No me refería a esta mierda. ¡Te he enseñado a preparar una vinagreta de verdad!
—Ya, pero se me ha olvidado. Lo siento. — Elena trató de parecer tan arrepentida como correspondía. Donna reía entre dientes—. Esas botellas de cosas que me compraste están por ahí.
—¿Tienes ajo y limones?

Elena dio la vuelta a los filetes.

—Esto... Ajo no, pero hay un limón verde en el árbol. ¿Servirá?

Cogió el limón y se lo dio a Candice, que se mostró razonablemente satisfecha y desapareció de nuevo en la cocina. Elena cogió su vaso de bourbon y se acercó a la piscina. Llevaba unos vaqueros cortos viejos y una camiseta de tirantes. Se sentó en el borde y metió las piernas en el agua. Donna emergió después de bucear un poco.

—No has mencionado a Julia. Imagino que eso significa que no te ha llamado, ¿verdad?

Elena sacudió la cabeza lentamente.

—No. Y no puedo soportar la espera mucho más.
—Probablemente no ha oído tus mensajes. Es la única explicación posible.
—0 me odia, o ha conocido a otra persona...
—Len, cielo, tienes que ponerte en su lugar. Se da cuenta de que entiende, se enamora y la dejan plantada en el acto. Ni siquiera tiene un grupo de amigos homosexuales a los que recurrir. Debe de sentirse fatal.


Elena sintió que se le hacía un nudo en la garganta. La idea de que Julia se sintiera sola y abandonada la había estado atormentando, y estaba muy preocupada. Sabía por qué Julia había terminado entre los brazos de Lisa aquella noche: porque no había podido contar con nadie más. La aterraba pensar que, si se sentía tan mal como ella, habría una larga lista de Lisas hasta que Julia consiguiera sentirse afianzada en su nueva vida. Se bebió el bourbon de un trago. Estaba furiosa consigo misma.


—Dime, Donna, ¿por qué coño no me imaginé que pasaría esto cuando escribí esa maldita carta?
—Puede que no quisieras darte cuenta. Tal vez estabas demasiado ocupada buscando una forma de evitar un compromiso difícil.

Elena la miró, perpleja.

—¿Qué quieres decir?

Donna nadó hasta el borde de la piscina, cogió su copa de vino y bebió un trago.

—Veamos tus antecedentes. Mandy es el ejemplo reciente. Parecía que estabais muy bien juntas, pero después de un año y medio seguías sin llegar a nada serio con ella.

Elena se encogió de hombros.

—No veía que tuviera ningún sentido vivir juntas, eso es todo. Habría sido una estupidez que se viniera aquí, lejos de sus amigos y de su trabajo en Atlanta, cuando yo me paso la vida viajando. Y ni loca pensaba irme de aquí para vivir en Atlanta.

Donna puso los ojos en blanco.

—¿Ves? ¡A eso me refería! —Apuró su copa de vino y la sostuvo en alto para que se la rellenara.
—Supongo que piensas que Elizabeth entra en la misma categoría.

Elena cogió la botella y le sirvió.

—Eso era una tontería. —Donna sacudió la cabeza con un gesto de desprecio—. Esa no tenía intención de dejar a su marido y estoy segura de que no la querías de verdad.
—Ya —farfulló Elena. «Es cierto», pensó, mientras se terminaba el bourbon y echaba unos cubitos de hielo al vaso. Se desplomó en una tumbona, junto a la piscina. No le había supuesto ningún problema poner fin a su breve aventura con Elizabeth y, aunque estaba dolida por haber perdido a Mandy y lo lamentaba, no se parecía en nada a lo que sentía ante la posibilidad de perder a Julia—. El caso es que no lo vi antes o que, como tú dices, no quería darme cuenta. Pero ahora sé que necesito a Julia y que quiero que me necesite. Nunca había sentido nada parecido por nadie. Y no puedo dejar de preocuparme por ella. Me está matando no saber dónde está ni que piensa. — Elena sintió que un puño le atenazaba la garganta y, de repente, se le llenaron los ojos de lágrimas.
—¿Y qué vas a hacer?
—¡Len! —gritó Candice desde el patio—. ¡Se está empezando a quemar la carne!
—¡Mierda!

Elena corrió a sacar los filetes de la parrilla. Afortunadamente, estaban bien. Los llevó a la mesa cuando Candice apareció con la ensalada. Donna se puso la camiseta y se sentó.

—Bueno, Len, ¿qué vas a hacer?

Elena se sirvió un vaso de agua fría de la jarra y tomó un trago mientras pensaba. Tenía que hacer algo. No podía seguir así. Miró el reloj. Eran las ocho en punto; serían las diez de la mañana del jueves en Melbourne.

—Voy a llamar a su jefa y a conseguir que me diga donde esta Julia. Le voy a decir que es un caso de vida o muerte, porque de hecho lo es. —Respiró a fondo—. Y después voy a volver a llamar a Julia.


A Candice y a Donna les pareció muy buena idea, si podía conseguir la información. Y mientras la conversación tomaba otros derroteros, Elena se sintió mejor con solo pensar que, si tenía suerte, oiría la voz de Julia aquella misma noche. De momento, no se permitió pensar demasiado en la posibilidad de que la acogieran con cajas destempladas.
El jueves a las siete de la mañana, Julia llamó a su agencia de viajes en Melbourne. Allí eran las nueve y, al cabo de un par de horas, le devolvieron la llamada para facilitarle los datos del vuelo. Tenía que hacer escala en Sydney para coger desde allí el vuelo internacional. Como la mayoría de los aviones que salían de Bali estaban completos, el primero que podía tomar despegaba a las once y media de la noche. Tendría que pasar la noche en Sydney y salir rumbo a Los Ángeles el viernes por la tarde.
Estaba impaciente por partir y no podía soportar la idea de quedarse vagando por el hotel como un alma en pena. Decidió irse en aquel momento y pasar el día en Denpasar. Hizo una llamada a Gum Nut para prolongar la estancia de Magpie otra semana como mínimo, se apresuró a guardar sus cosas en la maleta, pagó la factura del hotel y, a las diez y media, metió su equipaje en un taxi y emprendió el viaje hacia la costa.
A las once y media, después de que Donna y Candice se fueran a casa, Elena se sentó junto al teléfono con un vaso de bourbon en la mano y llamó a Adele Winters.


—¿Cómo estas, Elena? Me alegro de que hayas llamado. Te gustará saber que el reportaje es fabuloso. Creo que es uno de los mejores trabajos de Julia.

Prácticamente se había olvidado del reportaje y la idea de que Julia hubiera estado escribiendo sobre ella en algún lugar del mundo la hizo temblar.

—¡Qué bien! —Tenía palpitaciones. Hizo una pausa, tragó saliva y oyó que Adele encendía un cigarrillo—. ¿Has tenido noticias de Julia?
—No, nada. Pero le dije que se tomara su tiempo.

Elena se dio cuenta de que se había enrollado el cable del teléfono alrededor de los dedos y se le estaban poniendo blancos.

—¿No estas preocupada por ella?
—No, seguro que está bien.

Elena se indignó. Adele no tenía ni idea de lo que estaba sufriendo Julia. «¿Cómo coño puede decir que está bien?»

—Pues yo estoy muy preocupada y quiero hablar con ella.

Sabía que su tono era cortante. Oyó que Adele daba una calada y hubo un silencio incómodo antes de que contestara.

—Antes que nada, le debo lealtad a Julia y me ha pedido que respete su intimidad.

Adele también sonaba muy cortante. Elena respiró profundamente. Tenía que esforzarse para no gritarle, pero era capaz de coger un avión e ir a estrangularla si no le decía donde estaba Julia. Las yemas de los dedos se le estaban quedando heladas y desenrolló el cable para recuperar la circulación

— Por favor, Adele, tienes que decirme cómo ponerme en contacto con ella. —Sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas—. Es personal y muy importante.

Hubo otro silencio desesperante.

—Julia me contó algo sobre lo que ocurrió entre vosotras.
—¿Te lo contó? — Elena sintió cierto alivio. No había querido darle tanta información personal a la jefa de Julia. En aquel momento se dio cuenta de que, si Julia se lo había mencionado a Adele, debía de ser porque lo que sentía por ella era muy serio—. Entonces, me entiendes.

Oyó que Adele suspiraba.

—Espera. Voy a ver si puedo hablar con Julia por la otra línea. Le diré que quieres ponerte en contacto con ella.

Elena oyó un clic y escuchó con impaciencia el hilo musical, mientras apuraba su vaso de bourbon. Se preguntaba por qué Adele no le daba directamente los datos para localizarla. Julia podía negarse a hablar con ella y la llamada no habría servido para nada. Oyó otro clic.

—Estaba en Bali, pero, lo creas o no, ha dejado el hotel hace una hora. Eso tiene que haber sido sobre las diez y media de allí. Dicen que ha cogido un taxi al aeropuerto.

El corazón de Elena empezó a latir desenfrenadamente. «¡Joder! Por qué no abre llamado más temprano”

—¿Y cuándo crees que llegará a casa? —preguntó sin aliento.
—No saben a qué hora salía su avión, pero ese aeropuerto tiene mucho tráfico aéreo, así que debería estar de vuelta a lo largo del día. Son seis horas de vuelo más o menos.
—Gracias, Adele.


Después de cortar la comunicación, Elena se rindió ante las lágrimas que había estado conteniendo. Julia había estado en Bali aquellas dos últimas semanas. Imaginaba que debía de haberse sentido muy sola. Probablemente no había comprobado los mensajes mientras estaba fuera y tal vez la llamara nada más regresar a casa.
Se sirvió otra copa y se dijo que tenía que tratar de dormir un poco. Julia tardaría seis horas como mínimo en llegar a Australia. Pero, después de tantos días de espera insoportable, el hecho de saber que solo faltaban unas horas para que pudiera hablar con ella la ponía demasiado nerviosa y le impedía dormir. Se llevó la copa al estudio y tocó un poco el piano, tratando de distraerse.
Medianoche; las dos de la tarde en Melbourne. Julia no llegaría a casa hasta las siete como muy temprano. Elena fue a la cocina para prepararse un café y se lo llevó al porche trasero. Seguía haciendo calor y estaba lloviznando. Miró las hojas del platanero, relucientes bajo las luces del jardín. Estaban dobladas por el peso de las gotas de lluvia, que caían lentamente por los bordes, como si la planta estuviera llorando.
Se terminó el café y volvió adentro. Se sirvió otro bourbon y deambuló, inquieta, por las habitaciones. Imaginó a Julia llegando a casa y trató de recordar detalles del lugar. Le habría gustado ver la primera planta, porque así tendría más recuerdos. Seguramente haría frío; Julia encendería la calefacción y su gata correría de un lado a otro, feliz de tenerla de nuevo en casa. Probablemente habría parado en el camino para comprar algo de cena. Julia sabía preparar vinagretas.
Subió a la habitación, espaciosa y aireada, de la parte delantera de la casa. Como tantas otras, Elena no la usaba nunca. Solo había un sofá antiguo de la década de 1930 y dos sillones a juego, que habían
pertenecido a sus padres. Tenían las líneas sólidas y elegantemente redondeadas propias de la época y solo necesitaban un tapizado. La habitación ofrecía una vista de la calle, tranquila y arbolada, y entre los jardines frondosos se podían ver las preciosas casas de enfrente. Pensó que era el lugar perfecto para ubicar el despacho de Julia. Su enorme mesa de roble quedaría muy bien junto a los ventanales con contraventanas que tanto le gustarían.
Miró hacia su dormitorio. Sería el dormitorio de ellas. Tal vez Julia quisiera colocar su preciosa chaise-longue entre las dos ventanas. De repente la invadieron recuerdos eróticos, mientras se imaginaba haciendo el amor con Julia en aquella cama. Se tomó el resto de la bebida de un trago y trató de aplacar los temblores. Con aquellas fantasías solo se ponía las cosas más difíciles. «Soy una estúpida. He sido una estúpida todo este tiempo.»
Bajó a la cocina. Sabía que Julia era especial desde el momento en que la vio por primera vez. Al cabo de un día ya se había dado cuenta de que podía enamorarse de ella y había notado instintivamente que existía la posibilidad de que Julia la deseara. Probablemente, como había dicho Ruby, había sido amor a primera vista. Se había quedado fascinada en una especie de mareo narcisista mientras era testigo y parte involucrada del creciente deseo que sentía Julia por ella. Podría haber aprovechado aquella oportunidad para intentar ser felices y haberse dedicado a tratar de planear un futuro con Julia, en vez de concentrarse en el dolor y la desilusión que podía depararles el futuro.
Le estaba empezando a doler la cabeza. Pensó que necesitaba dormir un poco. Fue al baño y se duchó ante de meterse en la cama. Echó un vistazo al despertador de la mesilla antes de apagar la luz. Era la una de la madrugada; como mínimo, cuatro horas más de espera. Se sumió en un sueño ligero e inquieto.
Elena miró los números iluminados del despertador. Estaba medio dormida y, durante unos instantes se sintió desorientada, hasta que procesó la hora. Eran las cuatro de la madrugada; las seis de la tarde en Melbourne. Le iba a estallar la cabeza y cerró los ojos.
Estaba caminando por una calle con mucho movimiento cuando veía a Julia a cierta distancia, por delante. La llamaba, pero, no conseguía hacer que se volviera. Empezaba a correr tras ella, pero, por muy deprisa que corriera, no conseguía acercarse. De repente, la calle concurrida se convertía en un tramo largo de playa de arena blanca, y no había nadie más cerca. Seguía persiguiéndola y llamándola a gritos, y notaba que Julia no dejaba huellas en la arena. Entonces, Julia se detenía y ella corría a su encuentro, jadeando. Julia estaba mirando algo a sus espaldas y parecía que no la veía. Le empezaba a gritar desesperadamente, pero no podía oírla. Se estiraba para tocarla, y Julia desaparecía.
Elena se despertó sobresaltada. Estaba sudando y tenía el corazón acelerado. Eran las cinco de la madrugada. Julia ya tenía que estar en casa.
Se dirigió a la planta baja y puso agua a hervir para preparar un café. La luz matinal todavía era escasa, pero hacía calor y persistía la humedad tras la lluvia de la noche. Mientras esperaba a que hirviera el agua decidió darse un chapuzón. Cogió una toalla del respaldo de una tumbona que había en el patio y se metió en la piscina, desnuda. El agua fría la despejó y borró de su cabeza los sueños angustiosos. Trató de sentirse optimista. Miró las vetas del cielo, de color rosa claro y amarillo, y oyó el canto de los pájaros. Las copas de los arboles ya estaban bañadas por la luz del sol y supo que sería otro día caluroso.
Julia se pasó la tarde paseando por Denpasar, tratando de dominar la impaciencia que sentía por empezar el viaje. A última hora de la tarde entró en una cafetería y, agradecida por el aire acondicionado que aliviaba el calor pegajoso de las calles, se sentó a tomar un café con hielo. Calculó que en Savannah serían las cinco de la madrugada del jueves y que Elena estaría durmiendo. Esperaba que estuviera bien y que no tuviera ningún problema, pero también deseaba, desesperadamente, que la echara de menos. Se sentía feliz porque por fin estaba haciendo algo, pero la rondaban sombras de duda. Quizá Elena no se alegrara de verla tanto como esperaba. Tenía que combatir aquellas dudas o perdería el valor. Se dijo que era una oportunidad que tenía que aprovechar. En solo dos días ya conocería su futuro.

* * *

Envuelta en la toalla, Elena entró en la casa y preparó el café. Se llevó la taza afuera y se sentó en una tumbona con el teléfono al lado. El reloj de pared de la cocina marcaba las seis y media; las ocho y media de la tarde en Melbourne. Marcó el número de Julia. Saltó el contestador y dejó otro mensaje. Después subió a la primera planta, se duchó y se vistió.
Las ocho de la mañana; las diez de la noche en Melbourne. Elena volvió a llamar a Julia y, cuando saltó el contestador, colgó de golpe.

—¡Tienes que estar en casa! — gritó furiosa—. Deja de castigarme. Ya basta.

Cuando afloró la tensión, Elena se derrumbó y se echó a llorar con amargura. Julia tenía que estar en casa, y era evidente que no quería hablar con ella. No iba a llamar. Si había pensado que no saber que sentía Julia por ella era doloroso, saber que no la quería era un martirio.
Al día siguiente era viernes, y Elena llegó a Atlanta a última hora de la mañana. Danny y los otros miembros del grupo tenían previsto llegar después de comer y reunirse en la sala de conciertos para realizar una prueba de luces y sonido, más un ensayo. Vio a Ruby en la sala de espera del aeropuerto y se abrazaron afectuosamente.

—Vayamos a comer algo —dijo Ruby, mientras iban a recoger el equipaje de Elena. Se le agrandaron los ojos cuando la vio sacar dos maletas grandes de la cinta transportadora—. Por todos los dioses, creía que solo te ibas a quedar una noche en mi casa, cielo. No sabía que te venias a vivir.
Elena se echó a reír.

—No te asustes; solo me quedaré esta noche contigo. Me voy a Australia mañana a primera hora. —Ruby parecía anonadada—. Vamos, te lo contaré mientras comemos. Quiero saber que has estado haciendo durante los últimos diez días.

Se sentaron en su restaurante favorito y pidieron unas hamburguesas.

—¿En qué andas, chica?

Parecía que Ruby estaba a punto de reventar de curiosidad. Se echó el pelo hacia atrás con un gesto nervioso, acompañado por un sonido metálico más cacofónico que de costumbre. Elena la puso al corriente de su llamada a Adele el miércoles por la noche, y luego dijo:

—Ayer me pasé la mayor parte del día desesperada. No había estado tan deprimida en toda mi vida. Pero anoche tomé una decisión: no puedo dejar las cosas así — Elena estaba jugando con la pajita de su vaso, doblándola y estirándola—. Sabía que me pasaría el resto de mi vida llamando a Julia por teléfono y que entablaría una relación con su maldito contestador. —I-lizo una pausa para tomar un trago de refresco, pero antes quitó la pajita del vaso—. Me estaba volviendo loca, Ruby; tanto es así que me organizaba los días en función de las llamadas a Julia. De modo que decidí que tenía que ir a verla.

Ruby sacudió la cabeza como si no hubiera oído bien.

—Me acabas de decir que Julia lleva por lo menos un día y medio en su casa, que evidentemente ha oído los mensajes que le has dejado a diario durante diez días y que no te ha llamado. ¿Y quieres ir hasta allí para verla? Es un viaje demasiado largo para que te den con la puerta en las narices, cielo.

Elena se puso a juguetear con un mechón de pelo y trató de mantener la confianza.

—No hará nada de eso cuando me vea.
—Sé que eres guapa y encantadora, pero puede que necesites algo mas —dijo Ruby con una sonrisa.

A Elena se le hizo un nudo en la garganta y se le llenaron los ojos de lágrimas. Se mordió el labio para controlarse. De repente, Ruby parecía preocupada y le acarició el brazo.

—Lo siento, cielo —añadió--. Era una broma.

Elena tragó saliva.

—Lo sé, pero tienes razón. Sigo teniendo unas dudas horribles. ¿Quién coño me creo que soy? ¿Qué me hace pensar que me sigue queriendo después de lo que hice, o incluso que me quería antes? Julia podría conseguir a cualquiera. —Miró a Ruby a través de las lágrimas—. No dejo de imaginarla echándose a mis brazos, pero ¿por qué lo va a hacer?
—Porque eres maravillosa, generosa y sincera —dijo Ruby con dulzura—, y estaría loca si no se echara a tus brazos. Pero solo quiero que estés preparada en caso de que este loca y diga que no.
—Me aferro a la creencia de que en tan poco tiempo no puede haber dejado de sentir lo que sentía por mí. Quiero creer que está siendo muy orgullosa, o muy terca, y que bastará con que le diga que lo siento y que estoy segura de que todo saldrá bien. —Hizo una pausa y respiró profundamente—. Si me equivoco, que me lo diga a la cara. Eso me resultaría extremadamente difícil de soportar, pero así sabría que tengo que dejarla en paz.
—¿Te parece buena idea viajar hasta allí por tu cuenta? ¿Y si la prensa te da el coñazo?

Elena suspiró con impaciencia. Lo último de lo que quería preocuparse era de las cuestiones prácticas. Se había metido en aquel embrollo por ser demasiado racional.

—Si no hay ningún despliegue publicitario, nadie se enterará de que estoy viajando por mi cuenta. No te preocupes.
—En mi opinión, sería mejor esperar a que se calmen las cosas, cielo, pero te conozco y, si no lo haces, nunca te quedarás tranquila. — Elena asintió y sintió otra punzada de angustia—. Por cierto, me gusta la canción —añadió Ruby con una sonrisa—. He compuesto una melodía muy bonita para introducir después de las estrofas, para hacer que todo suene distante y etéreo.
—Tiene buena pinta. — Elena sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas una vez más.
—Venga, cielo, cuéntame que has estado haciendo con tus colegas de Savannah.


Elena se alegró de cambiar de tema y sintió que se tranquilizaba mientras hablaban de otras cosas, antes de irse a ensayar con el grupo.
Julia aterrizó en Los Ángeles el viernes a media mañana. Estaba cansada por el vuelo, pero la perspectiva de ver a Elena era como una inyección de adrenalina. Faltaban dos horas para que saliera el avión a Atlanta. Usó las instalaciones del aeropuerto para ducharse y ponerse la ropa limpia que había dejado en el equipaje de mano. Se puso unos pantalones negros de lino, entallados, y una camiseta sin mangas, de seda blanca; se secó el pelo, se maquilló y decidió que casi se sentía humana de nuevo.
Paso el resto del tiempo tomando café y tratando de leer alguno de los libros que había comprado en la tienda del aeropuerto. Había momentos en que su cabeza se llenaba de dudas y se sentía dominada por un miedo enfermizo. Pero no dejaba de recordarse que tenía que adoptar una actitud positiva y confiar en su instinto.
Cuando el avión aterrizó en Atlanta aquella noche, Julia estaba indudablemente nerviosa. Aquella era la parte del mundo de Elena y se acercaba el momento de la verdad. Sólo quedaba un tramo de aquel largo viaje; el vuelo a Savannah salía aquella noche. Cogió un puñado de folletos del mostrador de la oficina de turismo y les echó una ojeada. Buscaba un hotel. Pensó que podría reservar una habitación para pasar la noche y, al día siguiente, cuando se sintiera renovada después de una noche de sueño reparador y, como cabía esperar, estuviera con todos los sentidos despiertos, cogería un taxi para ir a casa de Elena.
Estaba sentada en el bar tomando más café cuando, de repente, se sintió presa del pánico. Se le ocurrió que quizás el viaje hubiera sido una pérdida de tiempo y que tendría que haber llamado antes por teléfono. Sabía que el grupo tenía previsto un descanso prolongado después de la gira por Australia, pero no sabía que le había hecho pensar que Elena estaría en casa. Podía estar en cualquier parte.
Sintió que se le cortaba la respiración y se le hacía un nudo en el estómago. Lo peor no sería que Elena no estuviera en casa, sino que no estuviera sola. Tal vez hubiera conocido a alguien. Julia se pasó las manos
por el pelo, respiró profundamente y se dijo que estaba demasiado cansada. Por supuesto que Elena no había conocido a nadie más en aquellas dos semanas. Tenía que creer que la quería, o no estaría allí.
Echó un vistazo a su alrededor para distraerse.


—Por el amor de Dios, contrólate —farfulló para sí misma.

Vio un quiosco, cogió un periódico y empezó a hojearlo lentamente, tratando de interesarse por las noticias locales. De repente casi se desmaya por la impresión. Miró con incredulidad una foto de Elena a toda página. Era una de las que había sacado Kerry en el Opera House, en aquellos días en los que la vida de Julia había cambiado para siempre. Anunciaba el concierto que daba aquella noche en Atlanta. Le temblaban las manos. Miró el reloj. En aquel momento debía de ir por la segunda mitad.


—Es fantástica, ¿verdad? —Julia se sobresaltó. Una mujer que se levantaba de la mesa de al lado estaba mirando el anuncio—. Quería ir al concierto, pero no conseguí entrada.
—¿En serio? —dijo Julia, distraída.

La cabeza le daba vueltas, estaba cansada y se sentía hecha un lío. Tenía que llegar al concierto. Cogió el bolso y corrió al mostrador de la compañía aérea.

—Tengo que cancelar mi vuelo —espetó, sacando el billete.

El empleado lo miró y empezó a teclear en el ordenador. Julia estaba temblando y el corazón le latía con fuerza. Se preguntaba cuanto tardaría en llegar a la sala de conciertos con un taxi.

—Pues su equipaje ya está a bordo del avión, señorita, y no podemos descargar...
—Olvídelo —Julia salió corriendo y cogió el primer taxi de la fila.


SE VIENE EL FINAL
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Mensaje por xlaudik 11/8/2014, 9:02 pm

Espero ansiosa el final!!! :-D
Ojala puedan encontrarse, se necesitan :-P
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Mensaje por Anonymus 11/10/2014, 6:22 am

Capitulo 16



Mientras el taxi se alejaba del estadio, Julia se quedó unos minutos en la entrada, escuchando los gritos y aplausos apagados. Pensó que Elena estaba allí, tan cerca, pero el gigantesco edificio y lo que sonaba como una multitud enorme eran una barrera imponente que inhibía a cualquiera. Miró a un grupo de mujeres que estaban cerca.


—Llegamos demasiado tarde —le dijo una—. Tenían entradas de última hora, pero se han acabado. Diez mil localidades vendidas.

«Dioses» pensó Julia. El siguiente problema era conseguir entrar. Cogió el bolso, hinchó los pulmones y avanzó hacia el interior del estadio. Inmediatamente oyó los compases de aquella música que conocía tan bien. Pasó por delante de la taquilla cerrada y se acercó a los dos celadores que estaban de pie junto a una puerta de entrada. Les dedicó una sonrisa confiada y sacó su pase de prensa australiano.


—No os podéis ni imaginar lo difícil que ha sido llegar. Creía que no lo conseguiría nunca.

Uno de los jóvenes miro su identificación.

—¿Me deja ver la entrada?

Julia pensó con rapidez. Tenía prisa por entrar, y probablemente, la forma más fácil de conseguirlo consistía en apelar al ego masculino. Se echó el pelo hacia atrás, esbozó lo que esperaba que fuera una sonrisa dulce y encantadora, y le hizo ojitos, porque sabía que eso funcionaba.

—Mira, me da una vergüenza terrible, pero no encuentro la entrada. Con las prisas por salir de Australia y llegar a tiempo, creo que me la he dejado en casa. —Los dos hombres vacilaron; ella sonrió y les dedicó otra caída de ojos—. Acabo de cruzar el planeta para estar aquí.

De fondo, la música se detuvo y estalló un aplauso ensordecedor.

—Ya no tiene mucho sentido que se preocupe, señorita. Solo va a pillar los bises.

A Julia se le aceleró el corazón.

—Está bien. —Cogió el bolso. Los hombres se echaron a un lado y le abrieron la puerta.

Julia entró en la oscuridad del auditorio y se quedó embelesada cuando miró al escenario. El grupo esperaba a media luz; Elena se hallaba fuera de escena y el público estaba de pie, pidiendo que volviera con una ovación. Julia bajó por la escalera que llevaba a la tribuna de prensa. Como era de esperar, no había butacas libres, de modo que se apoyó en la pared al final de una fila que recorría el lateral del escenario. El sutil telón de fondo, de un negro azulado, cambió lentamente al morado con reflejos fucsia. De repente, cuatro reflectores iluminaron el centro del escenario, formando un estanque de luz. El humo que flotaba bajo las
potentes luces creaba un efecto surrealista Desde la izquierda, Elena avanzó hasta la luz y los aplausos se redoblaron.
A Julia se le llenaron los ojos de lágrimas cuando la vio. Estaba preciosa, impresionante. Llevaba el mismo conjunto que la noche en que la vio por primera vez. La multitud se tranquilizó y se sentó. Elena rió con su risa seductora y gutural, y Julia creyó que se iba a derretir.

—Gracias. Habéis sido un público maravilloso. Es genial estar en casa, y esta noche nos lo hemos pasado muy bien tocando para vosotros. —La gente vitoreó y aplaudió. Elena esperó a que se hiciera el silencio, pegó la boca al micrófono y, con voz grave y sensual, dijo—: Dioses, que calor hace aquí, ¿verdad?

Se quitó la chaqueta lentamente, la lanzó a un lado y se quedó con sus pantalones negros, ceñidos y brillantes, y con la parte superior de un bikini, de color rosa brillante. Diez mil fans se volvieron locos. Julia la miró embelesada. Le parecía increíble que Elena y ella hubieran sido amantes. El recuerdo de las caricias de aquella mujer espectacular y de lo que le habían hecho sus manos y su boca exquisita le parecía una fantasía erótica inmejorable.

—¡Una canción de nuestro último disco!

El grupo tocó una famosa canción de rock y las mujeres de las primeras filas se levantaron a bailar. Elena se movía por el escenario con elegancia y agilidad; el sudor le brillaba en la piel, y Julia recordó aquel sabor entre dulce y salado. Estaba tan radiante y feliz que era difícil imaginar que la hubiera echado de menos. La canción terminó y, al cabo de unos segundo, cesaron los aplausos.

—Antes de que nos vayamos, tengo una canción especial que no hemos tocado nunca y que me gustaría cantar. Significa mucho para mí, y espero que os guste.

Mientras la iluminación de fondo pasaba lentamente a tonos esmeralda y azul intenso, Ruby empezó a tocar la introducción en los teclados. Un efecto de iluminación creó un mar de luces titilantes, que se movían constantemente por el escenario, como si fueran un millar de estrellas diminutas. El público estaba en silencio y la expectación electrizaba el ambiente. Julia tenía el corazón henchido de amor por Elena, pero jamás se había sentido tan lejos de ella. Elena parecía lejana e intocable. Jenny entró con la guitarra y Louis con el bajo. Elena volvió a hablar, con su voz grave y ronca:

—Esta es una canción para Julia.

A Julia le dio vueltas la cabeza y creyó que se iba a desmayar. Con una voz clara, potente y aterciopelada, Elena empezó a cantar.


Creía que el fuego y el agua no se podían mezclar,
pero supe que no era cierto el día en que te conocí.
Me ahogaba en el mar de tus ojos
mientras ardía de deseo por ti.
Creía que el océano era demasiado amplio
y demasiado altas las olas de pasión.
No tenía fuerzas para navegar
por el mar esmeralda de tus ojos.
Te abandoné mi amor,
salté del barco para salvarme.
Pero me he estrellado contra las rocas
y lo he perdido todo.

Ruby, Jenny y Louis hacían los coros, y Don se sumó con la percusión en el estribillo. Julia no podía dejar de llorar.

Ahora la tristeza inunda mi corazón.
Pero, cariño, he pagado mi falta.
He llorado un mar de lágrimas y he aprendido a nadar.

El haz de un foco recorría lentamente la zona del público. Mientras cantaba, Elena seguía la luz y dedicaba su actuación a cada una de las mujeres que iluminaba.

La verdad me atravesó como un cuchillo,
tu sinceridad fue brutal.
Pero te llevo en la sangre, cielo,
y te deseo cada día más.
Te abandoné mi amor,
salté del barco para salvarme.
Pero me he estrellado contra las rocas
y lo he perdido todo.
Perdóname por dejarte, cariño.
Este fuego esta fuera de control.
Déjame volver, cielo,
mi corazón es tuyo y te ofrezco mi alma.
Te necesito, preciosa
Me dejaré llevar por la corriente.
La única verdad está en tus ojos.
Solo tu amor puede alcanzarme.
Todo lo demás es mentira.

Julia no daba crédito a sus oídos. Aquellas palabras expresaban el amor que sentía Elena de una manera mucho más convincente de lo que podría haber soñado.
La luz recorrió lentamente el lateral del escenario y avanzó por la tribuna de prensa, hasta posarse en Julia.

—«Te abandone...»

Elena soltó un grito ahogado. Se quedó inmóvil y, por un instante, se olvidó por completo de donde estaba. No daba crédito a sus ojos. Julia era como una visión salida de un sueño. El corazón estaba a punto de estallarle. Se quedó pasmada, mientras el grupo tocaba sin ella.
De pronto, el foco dejó de iluminar a Julia, y Elena, totalmente desconcertada, se volvió y miró a Ruby, que estaba cantando el estribillo con los otros. Esta sonrió y asintió, para indicarle que también había visto a Julia. Se acercaba una repetición del estribillo y, sin dejar de mirar a Ruby, Elena sacudió la cabeza con un gesto de impotencia. No podía contener las lágrimas y sentía que estaba a punto de perder el control.
Ruby se hizo cargo de los solos de voz y Elena se volvió hacia el público. Se tapó los ojos con la mano y trató desesperadamente de recuperarse, mientras Ruby cantaba.

—Lo siento —dijo, haciéndose oír sobre el grupo.

El público estalló en una ovación estrepitosa, conmovido por su emoción. El ingeniero de sonido bajó el volumen de la música cuando Elena volvió a hablar.

—Lo siento mucho. No puedo seguir. —La gente aplaudió y gritó con más fuerza. Las mujeres de las primeras filas arrojaron flores al escenario—. Gracias. Buenas noches.

Julia se apresuró a pasar por delante de los asientos de su fila, mientras la gente la miraba. Subió corriendo las escaleras y salió por la puerta principal. Estaba mirando a su alrededor, preguntándose como llegar a los camerinos, cuando se le acercó una mujer con una larga melena castaña. Llevaba unos vaqueros y una camiseta, en la que se leía: «Elena Katina viene a casa».

—Tú debes de ser Julia —dijo con una sonrisa—. Soy Paula. Len me ha enviado a buscarte. —Fueron hasta una puerta que se hallaba cerrada con llave. Paula la abrió y Julia la siguió por varias escaleras y pasillos estrechos. Encima de ellas, el grupo estaba tocando uno de sus viejos éxitos, con Ruby de solista. Llegaron a otra puerta—. Esta aquí. Hasta luego. —Paula se alejó por el pasillo.

Julia se quedó mirando la puerta, temblando. Casi no se podía creer que Elena estuviera al otro lado. Abrió, y Len se volvió a mirarla. Julia creyó que le iban a fallar las piernas.
Elena la estrechó entre sus brazos; después la hizo entrar y cerró la puerta. A Julia se le caían las lágrimas y no podía hablar. Elena la miró durante unos segundos, con cara de asombro, la empujó suavemente contra la puerta y la besó con una pasión que encendió la llama del deseo. Julia le pasó las manos por la espalda y los hombros, y sintió la fuerza de los latidos de su corazón contra el pecho. Elena la miró con lágrimas en los ojos.

—No me puedo creer que estés aquí. Me estaba muriendo sin ti —Volvió a besarla—. Lo siento tanto, cariño... Ha sido el peor error que he cometido en mi vida. Te prometo que nunca volveré a dejarte.

Julia se estaba derritiendo entre los brazos de Elena, y le murmuró contra la boca:

—Prométeme que no volverás a enviarme lirios.

Elena esbozó una sonrisa entre las lágrimas.

—No me importa lo que haga falta ni lo que tenga que hacer. —Se besaron—. Tenemos que estar juntas. —Se volvieron a besar—. Encontraremos la forma, ¿verdad?
—Sí, cariño, no te preocupes. Ya la he encontrado.

Julia estaba mareada. Lo único que quería era hacer el amor con Elena. Era vagamente consciente de que la música había dejado de sonar en el escenario y el público estaba aplaudiendo.

—Venga, cariño, vámonos de aquí. — Elena se puso la chaqueta y cogió un bolso que había en el suelo—. Paula nos está esperando con un coche en la puerta trasera. — Le agarró la mano y abrió la puerta. Julia la miró, apabullada—. Tenemos que coger un avión, cariño. Tengo una casa enorme con contraventanas que quiero enseñarte. —Esbozó una de sus medias sonrisas tan sexys—. Te llevo a Savannah.
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Mensaje por Anonymus 11/10/2014, 6:23 am

Capítulo 17



El taxi aparcó en la entrada de la casa de Elena cerca de la una de la madrugada. Habían recuperado el equipaje de Julia en el aeropuerto de Savannah. Mientras el taxista llevaba las maletas al porche, Elena vio que Julia avanzaba lentamente hacia la casa, vacilante, y se detenía para mirar el edificio, perfilándose contra la luz. Pagó el viaje y el taxi se marchó.
Durante la media hora que había durado el vuelo desde Atlanta no se habían soltado la mano, mientras Elena escuchaba embelesada el relato de Julia sobre Bali y su viaje por medio mundo para llegar hasta ella. Entre el bronceado que acentuaba el increíble color de sus ojos y los reflejos dorados de su pelo castaño, por pasar tanto tiempo al sol, Julia estaba más guapa que nunca. Y, cada vez que hacia una pausa y la miraba de manera seductora a los ojos, Elena se quedaba sin aliento por el deseo. Cuando Julia le contó lo de la oferta de la revista y se dio cuenta de que se podía quedar, de que podrían vivir juntas, fue incapaz de contener las lágrimas. Casi no se podía creer lo que estaba pasando y se sentía más feliz que en toda su vida.
Julia no había dicho nada, y Elena empezó a inquietarse. Trató de ver la casa desde la perspectiva de Julia, preocupada por la posibilidad de que no le gustara. No quería que se sintiera decepcionada; quería que todo fuera perfecto para ella. Se acercó y la cogió de la mano.

—Vamos a entrar, cielo.

Julia sonrió.

—La casa es preciosa.
—No pasa nada si no te gusta. Podemos comprar otra, cualquier casa que quieras.

Julia la besó en la mejilla cuando Elena abrió la puerta.

—Dioses —murmuró Julia, mientras entraba en el amplio vestíbulo. Parecía paralizada por la espléndida escalera—. Es aún más bonita de lo que había imaginado.

Elena suspiró aliviada. Julia estaba incluso más sexy de lo que la recordaba y se moría por estrecharla entre sus brazos y llevarla directamente a la cama, pero se dijo que tenía que dejarle echar un vistazo al lugar y acostumbrarse a su nueva situación. Se acercó por detrás, le pasó los brazos alrededor de la cintura y hundió el rostro en su pelo.

—¿Quieres una copa o algo, cielo? —sintió cómo se estremecía.

Julia se dio la vuelta entre los brazos de Elena, la miró a los ojos, se echó el pelo hacia atrás y susurró:

—Quiero algo.

Tenía una expresión decidida y cargada de deseo, y un temblor recorrió el cuerpo de Elena. Julia le bajó la cremallera de la chaqueta, se la quitó por los hombros para dejar a la vista el sujetador, de color rosa, y le pasó los dedos por los pezones. Elena se estremeció mientras sentía un repentino calor en todo el cuerpo y la besó apasionadamente.

—¿No te gustaría ver antes la primera planta? —murmuró.

La habitación estaba iluminada por la luna: unas vetas de luz cruzaban la cama. El cuerpo bronceado de Julia era una silueta imprecisa contra la sábana blanca; las zonas de piel más clara, con forma de bikini diminuto, ofrecían una guía erótica para la boca de Elena. Tenía los brazos estirados y los ojos nublados de deseo, y respiraba entrecortadamente. Con las piernas separadas y una rodilla flexionada, todo su cuerpo parecía llamarla.
En un arrebato de pasión, Elena la besó, saboreando su boca deliciosa. Julia le devolvió el beso con avidez y se arqueó para apretarse contra ella. Elena bajó la cabeza hasta los senos de Julia, sintió su perfume exquisito, se metió un pezón en la boca y succionó suavemente. Cuando la oyó jadear, no pudo esperar más y se situó entre sus piernas. Le puso las manos bajo las caderas, las empujó contra su boca y le pasó la lengua entre los muslos. Julia gimió de placer. Estaba empapada. La boca y las mejillas de Elena se llenaron de flujo mientras la acariciaba y le introducía la lengua, y gimió al darse cuenta de lo mucho que había echado de menos el sabor de aquella mujer a la que amaba. Julia tensó el cuerpo y Elena se estremeció con sus propios espasmos, dominada por la fuerza del deseo. Entonces Julia le puso las manos en la cabeza y arqueó la espalda para empujarse contra su boca.

—Dios —gimió, sacudida por fuertes temblores.

Elena la abrazó. Julia estaba temblando, con el corazón acelerado, y se besaron. Mientras le lamía las lágrimas, Len pensó que se iba a derretir de amor. Julia suspiró y le acarició la espalda y las caderas, haciéndole sentir una descarga eléctrica en todo el cuerpo. Elena le besó con ternura el cuello y los hombros.

—Ahora deberías dormir, cielo —susurró—. Debes de estar agotada.

Julia sonrió y sacudió la cabeza. Le pasó los dedos por la espalda y el estómago, y se estiró para introducírselos en la húmeda suavidad de su sexo. Elena contuvo la respiración y Julia se estremeció con un torrente de deseo renovado al sentir la contracción en los dedos.

—Túmbate, cariño —dijo, en voz baja—. Voy a hacer lo que he estado soñando estas dos últimas semanas.

Con un gemido, Elena se acostó boca arriba. La miró a los ojos y le regaló una de sus sonrisas arrebatadoras.

—¿Por qué me resultas siempre tan persuasiva?

Julia volvió a sonreír antes de pasarle la punta de la lengua por los pezones. Elena se estremeció y lanzó un gemido. Julia se echó el pelo hacia atrás e, imitando lo mejor que pudo el acento sureño, dijo:

—Pues, cielo, la verdad es que no lo sé.



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Una canción para Julia Empty Re: Una canción para Julia

Mensaje por xlaudik 11/10/2014, 6:41 am

Estuvo excelente la historia, gracias x compartirla :-D
Espero leerte pronto :-P
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Una canción para Julia Empty Re: Una canción para Julia

Mensaje por flakita volkatina 10/16/2015, 1:00 am

Es una historia llena d sentimientos y muy bonita
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