ADAPTACION : CUARTA FASE
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ADAPTACION : CUARTA FASE
Les dejo con mucho cariño y expectativa el pròlo de esta historia llena de enojos, luchas, zombies y mucho amor, quedo muy atenta a sus comentarios para continuar esta historia. Haganmelo saber. Gracias!
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PROLOGO
Una gran tormenta se avecinaba. Lejos, al norte, las oscuras nubes presagiaban una travesía de angustia y dolor. Pareciera que los Dioses se hubiesen confabulado y conspirado contra los valientes hombres y las valientes muje- res que, armándose de valor, habían decidido abandonar sus hogares y zarpar rumbo a lo desconocido, siguiendo en parte su instinto y en parte las antiguas y viejas leyendas que aseguraban que muy al oeste se hallaba una tierra llena de riquezas cuyo valor era incalculable, cuya extensión de tierra abarcaba allí donde la vista alcanzaba y, según las malas lenguas, donde habitaban criaturas nunca antes vistas y civilizaciones desconocidas. Fueron muchos años los que aquellos hombres y mujeres escandinavos emplearon en la fabricación y prepa- ración de armas y barcos que pudieran llevarlos a través del mar hasta aquel lugar del que nada en realidad se sabía. Confiaban, a pesar de que las fuentes no eran fiables, que existía de verdad. No era un simple mito; ellos lo veían como una realidad.
Y zarparon con seis drakkars y tres snekkars con veinte hombres cada uno, dos barcos dragón con ciento veinte personas a bordo y un knarr —donde transportaban víveres, enseres y ganado—, todos ellos necesarios para acometer tal aventura. Los mascarones de proa eran figuras talladas de cabezas de serpientes y dragones, y, gracias a los últimos avances, aquellos vikingos fueron de los primeros en emplear velas en sus embarcaciones. Ellos no supieron calcular el tiempo que pasaron en altamar. Pudieron pasar muchos meses, algunos juraban que años.
Para cuando avistaron tierra, la mitad de ellos habían perecido, algunos por causas naturales, otros por una mala nutrición, heridas mal curadas y, la causa más común: ahogamientos. Muchos hombres y mujeres cayeron al agua en esa primera tormenta que les dificultó el viaje poco después de dejar Escandinavia y, más tarde, los temporales se repitieron durante la travesía, cobrándose la vida de otros tantos.
Leif Erik¬sson el Afortunado, hijo de Erik el Rojo, fue el primer explorador vikingo en llegar a aquella tierra desconocida a la que llamó Vinlandia, la que mucho tiempo después otros exploradores creerían descubrir por primera vez y que llegaría a ser conocida como América. Pero fue su hermano, Thorvald Erik¬sson, el primer escandinavo en tener contacto con los nativos de aquella zona.
Leif y Thorvald se separaron cuando sus pies tocaron tierra firme, cada uno con su propio séquito de hombres y mujeres, para explorar lo que creyeron que era una isla. Entraron por el norte, más concretamente por la actual Terranova.
Leif se quedó allí, aguantando algunos años las inclemencias del tiempo y los continuos ataques de los nativos, hasta que decidió volver al este. Pero Thorvald, intrigado por la belleza del paraje y también por la gente que allí vivía, siguió avanzando hasta adentrarse en la actual Quebec.
Allí, el hijo del célebre vikingo tuvo la oportunidad de conocer a uno de los jefes de las dieciocho tribus innus que por aquella zona habitaban. Y, tras muchos intentos de dialogar y mediar un acuerdo, el jefe permitió que tanto él como todo su pueblo moraran algún tiempo con ellos. Por supuesto, otras tribus no estaban de acuerdo y, de igual modo, hubo conflictos internos y alguna que otra pequeña batalla donde murieron hombres de ambos bandos.
Los vikingos eran demasiado brutos para los innus y, al final, estos acabaron expulsándolos. Thorvald murió a manos del jefe de la tribu después de haber asesinado a sangre fría a la mujer de este. Pocos vikingos quedaron en pie y los que sobrevivieron huyeron, aunque tiempo después acabaron muriendo en el nuevo continente.
Solo una mujer, Ingrid, se quedó en el poblado nativo. Ella estaba enamorada del jefe de la tribu y él la tomó como su esposa. Nueve meses después nació Lynae, una pequeña niña de ojos verdes como piedras preciosas y cabello rojo, que se convertiría a la mayoría de edad en una líder guerrera.
Si Lena nació una noche despejada, Kaira, hija de un rey vikingo, de ojos azules, piel blanca como la leche y cabello negro como la noche, nació al mismo tiempo, pero al alba, en Escandinavia.
El destino, los Dioses, la fortuna quizá fueron los que eligieron y decidieron el futuro de estas dos niñas nada más nacer. A los veinte años de su nacimiento, Lynae y Kira se conocerían.
A pesar de pertenecer a pueblos distintos, serían capaces de encontrar una brecha por la cual unir a sus dos pueblos en uno solo. Y, lo más importante, estas dos jóvenes serían las protagonistas de un amor que, lejos de quedarse reducido a cenizas con el final de sus vidas, sobreviviría a la muerte.
Lynae y Kira están destinadas a volver a verse; no importa las veces que mue- ran o se separen, en cada generación sus almas han sido capaces de encon- trarse de nuevo. El amor, para ellas, no tiene fin, es eterno.
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YULIA
Nunca me han gustado las normas. Jamás de los jamases. Mi odio hacia las leyes siempre ha sido manifiesto. Cuando alguien me decía que no hiciera algo, hacía precisamente eso que me habían prohibido. No me importaba meterme en problemas. Nunca me ha importado quebrantar la ley e ir a mis anchas. En mi casa, aunque trataba de controlarme dentro de unos límites, había veces que sacaba a mis padres de quicio. Ellos me odiaban. O me odian. No sé en qué estado se encuentran, y la verdad es que tampoco me importa.
Remover el pasado ahora mismo me parece una gran estupidez, así que para qué aburriros abriendo viejas heridas que ya prácticamente han sanado. Han pasado 388 días desde que la rabia, como a mí particu¬larmente me gusta llamarlo, se extendió por todo el mundo causando estragos a diestro y siniestro, aniquilando a casi todo ser humano, llevándose el agua corriente, la electricidad, los automóviles, el teléfono, internet, la comida fresca y, ahora viene la mejor parte, las clases, el control y las normas.
Supongo que la mayoría de los supervivientes, considerando como creo que los hay por ahí repartidos, aunque no muchos, si me oyeran, me matarían ellos mismos. Pero, voy a ser sincera, para mí este apocalipsis zombi me ha dado la vida. Me ha hecho libre. Me ha separado de todos aquellos que me oprimían y me hacían daño. Me ha dado la oportunidad de ir a mi ritmo haciendo lo que me da la gana en un mundo donde nada es como antes.
Por supuesto, no me gusta tener que dormir con un ojo abierto y estar preo cupada por mi supervivencia. Antes había cosas que eran mucho más fáciles y que tenía al alcance de la mano con tan solo el esfuerzo de pestañear, pero, por otro lado, gozar de sentir que puedo ser yo misma, sin ataduras, sin nada que me corte las alas o me prive de lo que sea, merece la pena.
Hace 38 días me encontraba en una celda. Me habían pillado robando en una gasolinera y, sumando que ya tenía varias denuncias por lo mismo y por otras cosas, me dejaron allí esa noche. Prácticamente eso me salvó la vida. Mientras el mundo comenzaba a agonizar ahí fuera, yo estaba metida entre tres paredes y unas rejas preguntándome cuándo me soltarían. Supuse que mi madre me dejaría salir de allí de inmediato, pero me había encontrado en la misma situación unas tres veces antes de aquella, y esta vez quiso darme una ección dejándome una noche en las dependencias policiales. Como iba diciendo, el caos se desató. La comisaría se revolucionó. Yo me puse nerviosa. Intuía que algo malo estaba pasando, y las dudas y el miedo me invadieron. Ahora sé que no hubiese sobrevivido si no hubiera estado encerrada.
Mi espíritu salvaje y aventurero me habría conducido a la desgracia. Me habrían devorado o convertido. Unos caminantes entraron en la comisaría. Hubo disparos. Gritos. El hedor del terror inundó el aire. Vi a uno de esos caminantes, con los ojos rojos y desorbitados, arrancarle la carne del cuello a uno de los policías de un solo bo- cado. Aquello me hizo temblar y pegarme a la pared del fondo de mi pequeña celda. Sabía que estaba mal. Que esa persona no era normal. La expresión ida de sus ojos, los dientes llenos de sangre y esa fuerza brutal que demostraba tener. No podía ser verdad. Pero lo era. Y gracias al cielo lo comprendí al momento. No era una persona desquiciada, era un zombi. Era una persona que se había contagiado de un virus que la hacía despojarse de su naturaleza humana. Como la rabia, pero a niveles más grandes. Lo entendí al instante. Sé que ha habido supervivientes que se negaban a ver la realidad, que se inventaban cualquier historia que en sus cerebros cerrados entrara mejor que los hechos pero yo no, Cuando lo vi matando a ese policía y después caminando hacia mí, supe lo que ocurría. Mi madre llegó unas horas más tarde. El idiota del caminante tenía los brazos metidos entre las rejas tratando de alcanzarme. Yo hacía rato que me había aburrido y me paseaba de un lado a otro tratando de molestarle. Mi madre le disparó, dándole en el tórax. El caminante ni se inmutó. Sacudí la cabeza cuando una segunda bala le dio en el hombro.
—A la cabeza. Dale a la cabeza —le dije a mi madre apuntándole con el dedo.
Doblemente muerto.
Mi madre me sacó de allí. Aún lle-vaba el uniforme de policía con el que me metió la noche anterior en la celda —sí, ¡sorpresa! Mi madre era poli— y casi me arrastró hasta el coche. —¿Qué está pasando? ¿Y papá? ¿Dónde iremos? ¿Te has asegurado de coger armas? Y balas, muchas balas.
Continuarà...
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Re: ADAPTACION : CUARTA FASE
+Fati20 : muchas gracias por leer y dejar tu comentario! espero la historia siga siendo de tu agrado!
Lo que vino después es la parte aburrida. Nos reunimos con mi padre y los tres juntitos nos echamos a la carretera con alguna que otra arma y algo de provisiones. Decían que había campos de refugiados, pero cuando llegamos al primero no había nadie con vida. El segundo andaba bien lejos, así que lo descartamos y nos hicimos a la idea de que debíamos encontrar algo mejor. Pasamos meses recluidos en una mansión a las afueras de la ciudad. Cuando las peleas fueron insoportables y la comida se terminó, volvimos a la carretera.
Ahora viene una parte algo más entretenida. Nos encontramos con un grupo de supervivientes. Yo me negué rotundamente cuando nos dijeron de unirnos a ellos, pero, claro, yo no estaba al mando. No me relacioné con nadie. No hice amigos. Prácticamente no salía de la zona que nos habían asignado. Me limitaba a releer todos los libros que había traído conmigo, a mirar al cielo y a tratar de que mi mascota no se metiera en problemas. La gente normalmente tiene de mascota un gato, un perro, un hámster o un pez. Pero yo tengo un mapache. Soy de Canadá y allí estos animales están hasta por las calles. A Shima la rescaté cuando era una cría y la conexión que se creó entre ambas fue instantánea.
Un mapache es un animal realmente inteligente. Le puedes enseñar prácticamente todo, incluso abrir puertas. Y con la cantidad inmensa de tiempo que he dedicado a enseñar a este bichito cosas…
Un dia, todo cambiò un grupo de caminantes apareció durante la madrugada en el campamento. Murió mucha gente. Puede que todo el grupo. Ese día yo había tenido una fuerte pelea con mis padres. Yo estaba cansada y harta. No podía más. Estaba despierta cuando llegaron. Maté a un par de caminantes, cogí mi mochila y metí a Shima dentro de ella. No me olvidé de la Magnum de mi madre ni de la M4A1. Después hice lo que mejor se me da: robar. Robé una Harley negra que tantas veces había querido conducir y simplemente me largué. Si mis padres sobrevivieron es un misterio, pero estoy lejos de allí ahora mismo. Y no tengo intención alguna de volver. Desde entonces he pasado meses sola.
De Alberta a Phoenix. Vivo en una casa residencial, con piscina y todo. Es sarcasmo… Tengo la despensa llena hasta la bandera, utensilios de primeros auxilios para llenar un banco, agua embotellada que me ocupa casi una habitación, un generador de electricidad, velas, gasolina, la moto, una camioneta que le cogí prestada probablemente a alguien que ya nunca la va a necesitar y armas. —Me pregunto si la población habrá muerto. Imagina que soy la única hu- mana sobre la faz de la Tierra. Es triste que el mundo acabe conmigo. A menudo hablo en voz alta. O le hablo a Shima.
—¿Qué coño? —Dejo de mirar el reflejo de mis ojos azules en el espejo del baño.
Cierro la boca después de escuchar ese motor. Un motor de coche. Ahí fuera. En mi calle. Y no soy yo. Cojo la Magnum y salgo fuera. Lo primero que veo es a una muchacha dándole patadas al parachoques de un coche azul. Le-vanto una ceja y me cruzo de brazos. —Sabes que así no va a ir mejor, ¿verdad?
Veo la expresión de pánico en su rostro y casi tengo que taparme la boca para no estallar en carcajadas, luego se agacha para esconderse detrás del coche. Me acerco a ella cautelosa. Sé que no es un caminante, pero podría estar infectada, o directamente ser peligrosa.
—¿Es que no vas a saludar? Estás en mi reino. —¿Quién eres? —me pregunta con la voz temblorosa. Veo el sudor acumulado en su piel y el color blanco que tiene. Busco rápidamente alguna mordedura o herida. —¿Tienes la rabia? ¿Estás infectada? ¿Te han mordido? Niega con la cabeza y se levanta. —No… yo solo… necesito medicamentos. Necesito… —Droga —susurro y no me responde—. Alcohol. Síndrome de abstinencia —observo. Ella asiente—. Puedo ayudarte. Tengo de todo, y en grandes cantidades.
Parece que por un momento su rostro se ilumina, pero está muy débil. Me acerco lentamente y le paso un brazo por la cintura. La llevo hasta mi casa y luego busco entre todo lo que tengo lo que la joven me pide. Una vez se lo doy y se medica, me tiende la mano. —Kathya. —Yulia —le contesto—. ¿De dónde sales? Se encoge de hombros. —Yo… todo esto es confuso. Esos… mi familia. No sé… —¿Estás con más gente? —Un grupo pequeño. No deben de estar lejos. Salí a buscar medicamentos. Me mojo los labios.
Un maldito grupo de supervivientes. Llevo medio año viviendo sola y yendo de un sitio a otro, y cuando ya me he asentado por completo me entero de que hay más gente. De repente siento un ardiente deseo de saber más cosas, de conocerlos. Pero enseguida me viene a la mente lo que eso conllevaría y desecho la idea. Estoy mejor siendo una loba solitaria. —Eh, Yulia, antes me has preguntado que si tengo la rabia, ¿es eso lo que tienen? —Ah, no. Es mucho más que eso, pero es como me gusta llamarlo. La rabia. Es algo que siempre ha dominado al ser humano. La rabia es lo que lleva a la venganza, lo que lleva al asesinato. La rabia es lo que nos consume y nos hace tomar malas decisiones. Y cuando se enciende, no hay forma de apagarla.
¿No es irónico que la rabia sea lo que acabe con la humanidad? Es como si cuando morimos y volvemos a la vida en ese estado, toda la rabia que teníamos dentro sale a la luz y nos convierte en monstruos. —Es una teoría interesante. Me río y le ofrezco un chicle. Ella lo acepta y se recuesta en el sofá. —Deberías descansar. Tienes que coger fuerzas. No sé por qué confío en la chica, pero no debería.
Cuando amanece, ella ya está despierta y, por lo que puedo observar a simple vista, está mucho mejor. Seguramente ya se haya llenado el organismo de al- cohol. —¿Dónde está tu gente? —le pregunto. —A unas millas de aquí. Se están quedando en un edificio antiguo de momento, hasta que decidamos a dónde ir. —¿Cuántos son? —Unos cuantos. Los suficientes.
—¿Tienes hambre? —Me muero de hambre. —Sonríe y sus ojos verdes miran los míos. Me doy la vuelta para dirigirme a la cocina. Shima bufa desde algún lugar de la habitación y giro la cabeza para ver qué ocurre. De repente escucho un «lo siento» y algo frío impacta contra el lateral de mi cabeza. Caigo al suelo mien- tras todo me da vueltas. Qué hija de puta. Quiero levantarme, correr a por ella y matarla a puñetazos. Pero poco a poco voy perdiendo visión y noto que un líquido espeso y caliente me recorre la nuca. Después, aunque trato en vano de moverme, aunque todo dentro de mí quiere levantarse y cargársela, esa rabia queda apagada cuando finalmente todo se nubla. Y, un segundo más tarde, todo se vuelve negro.
Continuara....
Tratè de adptar todo lo que pude este cap para hacerlo un poco màs largo...
Ekaryl- Mensajes : 17
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Vera Rivero- Mensajes : 35
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Fati20: Gracias por continuar esta historia jajajaja si, ya se viene el gran encuentro.
Vera Rivero: De acuerdo contigo , esperemos a ver las consecuencias de esta confianza mal dada de Yulia.
SECUESTRO VOLUNTARIO
YULIA POV
—¿Está muerta? —No parece que esté podrida. —Deberíamos comprobarlo metiéndole un tiro en la cabeza. —Pero ¿y si está viva? Oigo un tumulto de voces a mi alrededor cuando mi mente comienza a aclararse. Intento tragar saliva y luego abrir los ojos, pero me cuesta demasiado. Solo soy capaz de distinguir las voces de tres personas diferentes. Una es de una mujer y las otras deben de ser de un chico y de un hombre. Así que después de todo no estaba sola. —Y si lo está, ¿qué queréis hacer? ¿Nos la llevamos? ¿La dejamos aquí? ¿Se la damos a los caminantes?
Joder. ¿Pero qué clase de personas son? ¿Cuántos seres humanos en nuestras plenas facultades y sin la rabia podemos quedar? ¿Un millón? ¿Miles? ¿Centenas? ¿Decenas? En lugar de pensar en matarme, deberían estar pensando en ayudarme. Podría servirles de ayuda, proporcionarle algo a su comunidad o grupo. Podría ser útil. Pero si los únicos humanos que quedamos nos dedicamos a ir matándonos entre nosotros, además de tener que estar preocupados día y noche de que esos bastardos del infierno no nos devoren, ¿qué somos? ¿Para qué sobrevivir? —Creo que Kathya ha estado aquí. —Esta vez es la mujer la que habla, y puedo distinguir que está más alejada que antes. Al escuchar ese nombre, hay un clic en mi mente, algo que me dice que tengo que levantarme y salir corriendo detrás de ella. Esa tía moribunda, después de proporcionarle ayuda, va y tiene las pelotas de agredirme. Seguro que me ha robado. Me apuesto lo que sea
—. Mira, hay tabletas vacías. Ha tenido que estar aquí —sigue la mujer y todo lo que quiero hacer es asentir y decirle que sea quien sea, espero que la encuentre antes que yo si quiere verla con vida. —Si ha estado aquí, puede que ella sepa algo. ¿Crees que le ha hecho esto? —Hay un momento de silencio. Supongo que la mujer se lo está pensando, incluso puede que haya asentido estando de acuerdo.
Es una alcohólica.
Ellos la conocen mucho mejor que yo. Quizá ya se haya metido en problemas antes y esto no debe de resultarles extraño—. Entonces habrá que esperar a que se despierte, puede que nos diga algo valioso. Pasan unos minutos más. Cada vez me siento mejor y el dolor de cabeza va remitiendo lentamente. Escucho pasos de un lado a otro, cajones abrirse y cerrarse, sonidos de plásticos y latas. Me están saqueando. Y lo entiendo. Puede que estén hambrientos, que lleven días sin comer, buscando desesperados algo que llevarse a la boca, y entrar en una casa con una chica tirada en el suelo inconsciente y armarios llenos de comida, medicinas y utensilios varios para la supervivencia… sí, es toda una tentación que no puede resistirse.
—¿Qué coño es eso? —Vlad, aléjate ahora mismo, vamos. Shima bufa. Dios. Me había olvidado de ella. Seguramente ha permanecido escondida, asustada por la invasión de estos intrusos, pero ahora que están robando creo que ha perdido el miedo.
Abro los ojos por fin. Una mujer muy blanca con una pistola entre el pantalón trata de proteger a un muchacho de unos 20 años de piel sòlo un poco màs oscura que denota cierto toque de bronceado, y luego veo a un hombre, corpulento, de mediana estatura, de piel oscura y algo mayor. —No la toquen —digo débilmente—. Solo está defendiendo lo que es suyo. Los tres se dan la vuelta. Me miran con expresiones entre pánico y preocupación. Aprieto la mandíbula tratando de incorporarme. No me gusta. Esto no me gusta nada. Estoy peor de lo que pensaba que estaría y eso significa que en caso de tener que defenderme, voy a hacerlo como una mierda. —¿Quién eres? —me pregunta el hombre. Lleva una maldita escopeta entre las manos. —Yulia, todo un placer. Soy capaz de sentarme, pero la cabeza empieza a darme vueltas y el mareo vuelve. Aún sigo sangrando, así que llevo los dedos al nacimiento del líquido espeso.
—¿Qué es eso? —me pregunta el chico, Vlad, señalando con la cabeza a Shima, que tiene el lomo erizado y de vez en cuando enseña los dientes. —Es un mapache; mi mascota. —¿Has visto a una chica de tez blanca, con el pelo rojizo y…? —empieza a preguntarme la mujer morena.
—¿Kathya? —La miro desde el suelo y ella asiente—. Me ha golpeado. Vino, le di los medicamentos que me pidió y esta mañana decidió devolverme el favor dejándome tendida en el suelo. —Joder —exclama ella—. ¿Sabes adónde ha ido? ¿Dónde puede estar? Sacudo la cabeza. Ni me dijo nada acerca de sus planes de futuro ni pude ver por dónde se marchó. —¿Su coche sigue fuera? —pregunto y ella asiente—. Probablemente esté cerca de aquí. Sabe dónde hay un suministro de alcohol y pastillas, además de comida. Supongo que habrá cogido lo necesario y se habrá escondido.
—¿Por qué iba a esconderse? —me pregunta el hombre. —Porque no me ha matado. Porque si vuelve y me he recuperado, sabe que la estaré esperando. Y no va a jugársela hasta que vea que no hay peligro. Pero ¿para qué seguir corriendo cuando lo tienes todo al alcance de tu mano? Lo inteligente es esconderse y esperar. —Nos lo llevamos todo —anuncia la mujer—. Dejamos una nota y nos llevamos todo. Si quiere más tendrá que volver.
Se me cae la mandíbula al suelo. ¿Perdón? Llevo semanas entrando y saliendo de grandes almacenes, supermercados, tiendas y farmacias. Incluso casas particulares. Llevo horas y horas trabajando en mi supervivencia, asegurándome de que no me faltara nada para cuando llegue el invierno, armándome hasta los dientes por si una horda de zombis aparece, recogiendo gasolina en cántaras por si fuese necesario salir corriendo de este barrio, ¿todo eso para que ahora lleguen unos desconocidos y me lo quiten todo en un rato? —¿Qué? El hombre me mira directamente a los ojos y un escalofrío me recorre la espalda. Shima vuelve a bufar desde su posición al final de la sala de estar. —¿Algún problema, niña? —Todo lo que hay en esta casa es mío. —Ahora ya no —dice el hombre y la rabia me invade cada célula—Te dejaré con vida si haces el favor de cerrar el pico y no molestarnos. Cierro los ojos y respiro profundamente. Las mismas palabras de mi madre, pero en boca de un ladrón desconocido.
Otra vez alguien que se cree superior a mí y con el derecho a dirigirme. Otra vez esa sensación de impotencia recorriéndome como un mar enfurecido el cuerpo. —Denzel, sòlo es una chica. Tendrá la edad de mi hija, y tiene razón, todo esto es suyo. —Necesitamos víveres, Inessa. Nos vamos a morir si no nos llevamos lo que hay aquí. —¿Cuántos son? —me atrevo a preguntar ignorando el persistente dolor de cabeza y el latido martilleante de la herida. —Ocho, contando a Kathya.
Siempre me han considerado como la mala. Como la oveja negra de la familia. Como un grano en el culo. Nadie nunca me ha tomado en cuenta ni ha creído o confiado en mí. He tenido que vivir a la sombra de la Yulia que la gente creía conocer, pero no lo hacían en absoluto. Y puede que haya hecho cosas malas, puede que me haya metido en muchos problemas, puede que no sea una santa. La vida me hizo así, mis padres me hicieron así, toda la gente que me ha hecho daño me ha hecho ser como soy y quien soy. Pero aún queda mi esencia. Lo que verdaderamente me caracteriza sigue ahí, enterrado bajo capas y capas de años de lucha y sufrimiento.
—Les daré la mitad de los medicamentos y tres cuartas partes de la comida. También pueden llevarse agua embotellada, pero el resto es mío. Y no quiero volver a saber de vosotros. Lo discuten entre ellos. El chico y la mujer parecen estar de acuerdo, pero el hombre no entra en razón. Su opinión es volver a dejarme inconsciente, sacarme de aquí y dejarme tirada en donde sea y llevarse cada cosa que ven sus ojos. Me cae mal.
—¿Qué pasa si vuelve Kathya? —me pregunta la mujer. Pero no soy capaz de responder puesto que en una fracción de segundo caigo desplomada al suelo otra vez.
Cuando vuelvo a despertar, ya no estoy en mi salón. No veo esas tres caras familiares, ni siquiera sé dónde estoy. Trato de incorporarme, pero el mareo vuelve y decido que es mejor descansar antes de intentar cualquier tontería. Lo bueno es que estoy sobre un colchón y que tengo una bola de pelo al lado de las piernas, así que sé que Shima está bien y conmigo.
—Te dio un buen golpe —me dice la mujer a la que llaman Inessa entrando en la habitación desconocida en la que me encuentro. —No hace falta que lo jure —le respondo con una mueca de dolor. —Te he curado y vendado. Tuve que detener la hemorragia porque no parabas de perder sangre. ¿Cómo te encuentras? —Como si un camión me hubiese pasado por encima. —Me río. —Me llamo Inessa —se presenta y me tiende la mano. La acepto y la estrecho con la mía. —¿Dónde estamos, Inessa? —En un edificio. Es donde nos estamos refugiando. Te hemos traído con nosotros. —¿Me han secuestrado? Ella se encoge de hombros y me da un analgésico con un vaso de agua que me tomo muy agradecida. —Nos has ofrecido tu ayuda y ahora te estoy devolviendo el favor. Pero puedes irte cuando estés mejor. No es un secuestro forzado. —Me guiña un ojo. —¿Así de fácil? —Bueno, cuando encontremos a Kathya, no quiero que se maten. —¿Y si no la encuentran? —Lo haremos —me dice—. Descansa, mañana hablaremos. —¿No vas a vigilarme? Puedo escapar. Inessa se ríe. —No vas a estar sola me dice.
Levanto una ceja mientras observo cómo deja la habitación. No pasan ni un par de minutos cuando otra persona entra.
Cuando la veo, hay algo dentro de mí que se enciende, aunque no comprendo qué es. Es algo más alta que yo, con el pelo de un color rojizo mas hermoso que el sol al esconderse en un dìa de verano, los ojos verdes de un color indescriptible y una mirada de odio hacia mí que me resulta muy familiar. Me mira de arriba abajo y luego se acerca a mí. —Tú eres la que ha ayudado a mi hermana a escapar y la que ahora me quita mi habitación. Me quedo sorprendida por un segundo, pero enseguida lanzo el contrataque. —Tú eres la hermana de aquella que trató matarme y la que ahora no va a quitarme un ojo de encima. Resopla y mira la cama. No sé si está buscando un hueco en el que tumbarse o la manera de tirarme del colchón sin hacer mucho esfuerzo.
Vuelve a resoplar y se cruza de brazos. Supongo que si esta es su habitación, esta debe de ser su cama. Y yo estoy invadiendo su espacio personal. Genial. —¿Sabes? Un consejo. Si no quieres problemas de verdad, trata de buscarte la vida y dejarme en paz. Sale de la habitación y vuelve unos minutos después arrastrando un colchón. Lo tira a un lado de la habitación, lo más alejado posible, y luego viene directa a mí de nuevo. Sin mediar palabra, me quita la manta que me estaba cubriendo y vuelve a su improvisada cama para taparse y darme la espalda. Shima bufa y ella se gira para mirarnos al mapache y a mí y negar con la cabeza. —Y ¿cómo te llamas? —le pregunto. —Ni te molestes en preocuparte por mí. No vamos a ser amigas —me responde. —Yo Yulia Volkova, encantada —digo entre dientes.
Veo que se incorpora y mira a la pared de enfrente con gesto contrariado y luego sacude la cabeza. —Lena. Elena Katina. Frunzo el ceño mirando hacia la pared, tratando de concentrarme en un punto. Mi mente encierra algo, como cuando tratas de acordarte de una cosa que sabes, pero que tienes en la punta de la lengua, incapaz de decirlo en el momento, pero deseando con todas tus fuerzas soltarlo.
La mitad de la noche la paso fatal. El dolor no remite y tengo algo de frío. Shima se tumba al lado de mi espalda tratando de infundirme algo de calor o, por el contrario, de hacerse con el mío. De vez en cuando, mientras doy vueltas y vueltas sobre la cama tratando de encontrar una buena postura para dormir, me fijo en ella, en Elena. Sigue dándome la espalda, pero algo me dice que no está dormida.
Al final, cansada y aburrida de enfrentarme al dolor y al frío, me duermo. Por la mañana, cuando aún es demasiado temprano, me despierto. No tengo frío, de hecho, me encuentro bastante cómoda y calentita. Vuelvo a estar cubierta con una manta. Sonrío al darme cuenta de que anoche, mientras trataba de conciliar el sueño, Elena seguía despierta, esperando a que yo me durmiera para taparme. La miro. Ahora está de cara a mí, pero duerme. Sus facciones relajadas, un par de mechones cayéndole por su delicado rostro y la boca entreabierta hacen que mi sonrisa se ensanche aún más. Sacudo la cabeza tratando de espantar la sonrisa. ¿Pero en qué estoy pensando? Se supone que ella es algo cercano al enemigo. La hermana de aquella que me ha agredido, que casi me mata. Y ¡sorpresa!, me odia. Aunque no me hubiese tapado siquiera si así fuera, ¿no? Da igual. En cuanto tenga las fuerzas suficientes me iré. Me iré en la
dirección contraria y volveré a empezar de cero.
El mundo y yo. Yo y el mundo. Pero cuando vuelvo a fijarme en ella, esa idea desaparece de mi mente.
Continuarà....
Ekaryl- Mensajes : 17
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Re: ADAPTACION : CUARTA FASE
Fati20- Mensajes : 1370
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Re: ADAPTACION : CUARTA FASE
No me gusta esperar para leer solo un poco pero lamentablemente así es en los fics y aún no entiendo porqué o según quién se estableció esa costumbre
Pd. La historia me gusta y agradezco la publicación pero tendré que dejarla hasta que haya más capítulos y retomarla más adelante. Saludos
Vera Rivero- Mensajes : 35
Fecha de inscripción : 18/09/2019
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Re: ADAPTACION : CUARTA FASE
Gracias y a leeer!!!
CAPITULO III
LA CHICA PELIGROSA
YULIA POV
Después de pasar dos días en cama, me incorporo y le echo un rápido vistazo a la habitación. Elena está sentada en una silla con un libro entre las manos y con Shima entre las piernas. Frunzo el ceño rápidamente. Ese animal solo me hace caso a mí y, lo que es más importante, solo se acerca a mí. Con el resto del mundo, el mapache se muestra reacio a su compañía, les bufa o se le eriza el pelo del lomo. No entiendo cómo, sin conocer de nada a esta persona, ha decidido tener la confianza suficiente como para dormir encima de ella.
Shima —la llamo y levanta la cabeza—, ven aquí. Me hace caso de inmediato y se sube a la cama. La cojo entre mis brazos y le rasco detrás de las orejas como sé que le encanta. Miro a Elena, la cual me está mirando mientras se ríe entre dientes. Me encojo de hombros y la miro enarcando una ceja. ¿Qué mierda le pasa? —¿Hay algo en particular que te haga tanta gracia? Señala al mapache y se levanta de la silla, dejando el libro en el escritorio. —¿Se llama Shima? —Asiento y vuelvo a encogerme de hombros. ¿Por qué el nombre de mi mascota le resulta tan gracioso?—.
Cuando era pequeña me encontré a una gata en la calle. Era de color naranja y tan solo una cachorrita La llevé a mi casa y la escondí en mi cuarto porque sabía que si mi madre la veía no me dejaría quedármela. La llamé Utshima. No sé de dónde saqué la idea, pero cuando la miré a sus ojos azules se me vino ese nombre a la cabeza. —Utshima —repito—. Shima. Utshima. —Curioso —dice y me señala a mí—.
¿Te encuentras mejor? —Sí, mucho mejor. De hecho ayer ya estaba más que perfecta. —Bien, porque es hora de que saques tu culo de mi cama y te vayas por donde has venido. —Buenos días a ti también —le contesto resoplando y le doy una patada a las sábanas—. ¿Va a dejarme tu madre irme de una vez? —Sí. Supongo. —Lo piensa por un momento y luego sacude la cabeza—. Es tu culpa. —¿Qué? —le pregunto abriendo los ojos como platos. —Kathya, mi hermana. Es tu culpa. —¿Es mi culpa que una yonqui que apareció en mi casa haya desaparecido?
De repente, Elena viene corriendo hacia mí y me coge por el cuello de la camiseta. Sus mejillas se han encendido por la cólera y la ira, y sus ojos miran fijamente los míos. Nada me asusta a estas alturas, así que en vez de acobardarme, la empujo con todas mis fuerzas y cae al suelo.
—Mira, Elena, no me culpes por cosas que no he hecho y mucho menos te enfrentes a mí. No sabes con quién te estás metiendo. Ella se levanta y me mira con asco. Se da la vuelta y se apoya con ambos brazos en el escritorio. De repente empieza a temblar. Sus hombros se agitan y su pecho asciende y desciende con rapidez. Está llorando. Y, aunque pueda parecer una locura, verla así hace que algo se cuele en mi corazón de piedra. —Vete —me ordena tratando de disimular su desconsolado llanto.
Sacudo la cabeza y, tras ponerme las zapatillas, me dirijo a la puerta. Pero en el último momento la miro. Se ve frágil. Demasiado frágil para este mundo en el cual vivimos. Parece rota. Que su hermana se haya ido solo habrá hecho explosionar la cantidad de cosas que debe de llevar guardadas. Habrá perdido a gente, a familia y amigos. Habrá tenido que enfrentarse a esos monstruos de ahí fuera y quién sabe si a lo mejor ha tenido que acabar con una vida humana por necesidad. Habrá pasado hambre, frío y miedo. Habrá perdido su casa, sus pertenencias, sus planes de futuro y su vida entera. A mí este apocalipsis me dio la vida, pero a veces se me olvida que para el resto de la humanidad el efecto ha sido el contrario. Para el resto de personas su vida ha terminado, lo han perdido todo, y ahora, o tienen la espe- ranza de empezar a construir un nuevo futuro o tienen la idea de que quizá mañana sea su último día.
—¿Por qué? —le pregunto. Elena ni siquiera me mira. Sigue tratando de controlar las lágrimas y de calmarse. Vuelvo a acercarme a ella y le pongo una mano en el hombro, pero enseguida me la retira dándome un manotazo. —La seguíamos desde hacía días. Nuestra idea era acorralarla. Ya teníamos un plan trazado. Su coche se rompió enfrente de tu casa y tú saliste ahí fuera. Si no lo hubieses hecho, nosotros habríamos ido a por ella. No nos atrevimos a entrar porque pensábamos que habría más gente dentro y no queríamos arriesgarnos, así que por la noche yo volví aquí para llamar a Denzel. Pero cuando ellos entraron en tu casa, ella ya no estaba.
Estabas tú. Una estúpida niña. Nadie más.
Podíamos haber entrado por la noche, podíamos haberla llevado a casa. —¿Por qué se fue? —pregunto justo después de morderme la cara interna de mi mejila para no soltarle una bordería por haberme llamado estúpida y niña. Ella suspira y se limpia las lágrimas. Trata de respirar un par de veces antes de intentar contestarme, pero vuelve a derrumbarse. —Encontré alcohol y se lo tiré. No podía consentir que siguiera emborrachándose. No en este mundo. Se enfadó y luego simplemente se fue. Le dije cosas horribles y ella me las dijo a mí. Si le pasa algo no voy a perdonármelo nunca.
Me ahorro el «entonces es tu culpa y no la mía» que estoy deseando soltar. No conozco a esta chica para nada y mucho menos a su hermana, pero le duele. Tampoco sé lo que significa tener un hermano. A veces pienso que ni siquiera sé lo que significa amar, y puede que sea por eso que las pérdidas no me afectan como a los demás, aunque otras veces pienso que quizá en otra vida perdí a tanta gente que amaba que ya no me quedan fuerzas para volver a hacerlo. —Si Kathya no quiere ser encontrada, entonces no la encontraràn —le digo y, sin mediar más palabra, dejo la habitación.
Recojo todas mis cosas. Inessa incluso me devuelve algunas de las armas que cogió de mi casa. Me dice que puedo irme siempre y cuando me aleje de ellos y vaya en la dirección opuesta. Me han quitado la comida, munición y prácticamente todo lo que tenía de medicinas y material de primeros auxilios. Así que, cómo no, tengo que empezar de nuevo. Acepto, no porque quiera y esté de acuerdo, sino porque no me queda otra opción. Sin embargo, no cumplo el trato. Me lleva horas y horas rodear el edificio donde se están quedando y volver por otro camino a mi casa.
Aunque me encuentro con infectados por el camino, no son de esos que corren. No uso balas para no atraer a más y para que ellos no descubran mi posición. Así que cuchillo en mano me voy cargando a cada caminante que aparece en mi camino. Llego a la urbanización y me cercioro de que no hay nadie dando vueltas para encontrar a la chica. Después entro en la casa. Todo mi paciencia se ha desvanecido y le pego un suave puñetazo a la pared. La rabia humana está empezando a comerse cada célula de mi ser hasta que escucho una botella rompiéndose en la lejanía. —Ajá —suspiro y dejo la bolsa donde está Shima en el suelo—. Quédate aquí. Voy a visitar a una amiguita. Salgo de la casa con una 9 mm entre las manos.
Ya ha anochecido, así que esto puede ser tanto una ventaja como una desventaja. Ventaja frente a Kathya, desventaja frente a los caminantes. Pero dudo mucho que los caminantes anduvieran por aquí después de semanas de trabajo limpiando la zona. No podría creer que en un par de días todo ese trabajo se fuera a la mierda. Me niego. Camino y camino por la carretera mirando hacia todas partes tratando de encontrar algún rastro que me lleve hasta la chica, hasta que veo una botella de cerveza estampada en el bordillo de la acera. Sonrío y me acerco. Debe de haberse cortado puesto que hay restos de sangre entre los cristales. Bien. Ahora tengo algo que me va a ser de mucha ayuda. En el suelo, en forma de pequeñas gotas oscuras, hay más sangre.
El rastro se dirige hacia el patio trasero de una de las casas. Bueno, supongo que no puede haber ido muy lejos. La verdad es que tampoco sé qué voy a hacer exactamente cuando la vea. No voy a matarla, porque si lo hago y esta gente encuentra su cuerpo, tendré a un puñado de personas persiguiéndome hasta darme caza y no me apetece tener que correr día y noche.
Tampoco pienso dejarla ilesa. Me ha hecho daño, así que si se resiste un poquito, tendré que devolverle el golpe que me propinó. Y luego supongo que la llevaré a su familia. Cuando llego al patio trasero no encuentro nada. Chasqueo la lengua y comienzo a buscar mas pistas que me lleven a un nuevo destino. Tengo tiempo, así que no me importa pasarme toda la noche así. Pero entonces alguien rasga el silencio con un grito. Y no es Kathya.
—Elena —digo y salgo corriendo.
El grito ha venido de dentro de la casa. Pateo la puerta trasera un par de veces hasta que la cerradura cede y entro dentro, con la pistola por delante de mí. Elena sigue gritando y se oyen cosas caer en el piso de arriba. Subo corriendo las escaleras y veo más sangre en el suelo. Sigo la sangre hasta una de las habitaciones y la veo forcejeando con un caminante. Apunto a la cabeza del ya no humano y, tras contener la respiración, aprieto el gatillo. Elena cae al suelo y se arrastra para dejar atrás el cadáver. Gracias a la luz de la luna veo su rostro pálido y asustado. Me fijo en sus manos y, efectivamente, están cubiertas de sangre. Entonces lo entiendo. No estaba siguiendo el rastro de Kathya, sino el de ella.
No ha sido Nadia quien ha roto esa botella en la calle, sino ella. —¿Qué diablos estás haciendo aquí? —le pregunto. No sé por qué, pero de repente siento tal rabia dentro de mí que me gustaría darle patadas a cada mueble de la habitación. Podría haber muerto. Si yo no llego a estar aquí o no hubiese decidido ir tras su hermana, ella estaría siendo devorada por un caminante ahora mismo. Y, aunque no llego a entenderlo, eso me pudre por dentro.
—¿En qué mierda estabas pensando? —sigo, ahora ya gritando. —¡Estoy buscando a mi hermana! ¿Qué es lo que estás haciendo tú aquí? —Salvarte la vida, como ves. Se levanta, temblando, y corro hacia ella para sujetarla antes de que vuelva a caerse de culo al suelo. Niego con la cabeza mirándola a los ojos y la siento sobre la cama. —Respira —le ordeno—. Lena, respira. Ahora mírame. ¿Te ha mordido? —No —susurra—. Estoy bien. —Te has cortado en el brazo —le recuerdo y comienzo a rasgar mi camiseta—. Tienes que volver y curarte. No puedes dejar que se infecte. No en este mundo. Una infección puede matarte. Ella asiente y pierde la mirada en algún punto de la moqueta del suelo.
Me muerdo el labio y la obligo a mirarme cogiéndola por el mentón. —Te ayudaré a encontrar a tu hermana, ¿vale? Pero prométeme que volverás con tu gente. Ahora. —No puedo —me dice con las lágrimas aflorando en sus ojos—. Es de noche. No podré hacerlo. Me muerdo la lengua tratando de contener el inminente enfado y asiento repetidas veces. Está bien. Ella no es yo. Si siempre ha ido con su familia de un lado hacia otro nunca habrá tenido que pasar las noches que yo he te- nido que pasar fuera, completamente sola. —Entonces vamos a mi casa —le digo y la ayudo a levantarse. Una vez en ella la acompaño a mi habitación. No sé si dejaron algo que pueda servirme para curarla, pero aun así voy al baño para mirar. Afortunadamente hay un bote medio vacío de desinfectante y un par de gasas sueltas.
Vuelvo a la habitación y me siento a su lado en la cama. La luz de las llamas de las velas le hacen las facciones aún más dulces y el color de sus ojos casi hipnotizante. —Te limpiaré la herida con esto y volveré a vendarte el brazo con un trozo de tela —le digo—. Mañana que te curen bien, ¿vale? Sòlo asiente y procedo a quitarle trozos de cristal clavados en el antebrazo. No se queja en ningún momento, ni siquiera cuando doy pequeños toques en los cortes con las gasas empapadas en desinfectante. Y entonces pasa algo extraño. El principio de una serie de sucesos, de extraños recuerdos, de visiones apagadas, de algo que no puedo explicar.
Cuando estoy cubriéndole el antebrazo con el trozo de tela, me vienen a la mente una serie de imágenes en forma de fotografías. En ellas aparece Elena, con otra vestimenta, en otro lugar. Pero también hay velas. Y tiene un tatuaje en un brazo, un anillo de formas geométricas que le rodea el bíceps. Yo tengo uno igual. Sacudo la cabeza y esas imágenes se difuminan hasta desaparecer.
La miro a los ojos y frunzo el ceño. ¿Quién es? ¿Qué es lo que trato de recordar con todas mis fuerzas? —¿Estás bien? —me pregunta. —Sí. He tenido… —No sé cómo continuar, así que me callo—. No es nada. Buenas noches. —Buenas noches —me responde—. Gracias. Niego con la cabeza y salgo de la habitación. Me paro en la pared y me apoyo contra ella. ¿Por qué siento que la conozco, que esta no es la primera vez que la veo?
Paso toda la noche sin dormir. Salgo de la casa a medianoche y sigo buscando a Kathya hasta el alba. Hay restos de cajas de pastillas y de comida y bebida por todo el vecindario, pero no hay rastro de ella. No creo que ande muy lejos. Su estado debe de ser bastante lamentable y supongo que el hambre ya la estará atacando. Sin fuerzas y sin armas ni medios, no puede haberse ido sin más. Estoy a punto de darme la vuelta y volver a mi casa para llevar a Elena con su familia cuando veo una figura haciendo eses a lo lejos. Por un segundo me da por pensar que es un caminante, pero entonces se le cae algo de los pantalones y se agacha para recogerlo. Eso no lo hace un infectado. Salgo corriendo hacia la silueta y me doy más prisa todavía cuando un par de podridos salen de la nada y comienzan a perseguirla.
No puedo disparar. Eso solo atraería a más y entonces sí que sería imposible, así que corro con más fuerza aún y me abalanzo sobre uno de ellos. Le clavo la navaja en la sien y le doy una patada en las piernas al otro caminante que ya se está acercando a mí. Lo derribo y corro a ponerme encima para meterle la hoja de metal por el ojo. Oigo a otro acercándose y me levanto. No es solo uno más, sino cinco de ellos. —¿Los has atraído tú? —le pregunto a Kathya mirando por encima de mi hombro y gruño volviendo a fijarme en el enemigo—. Ahora vas a contemplar por qué no debiste golpearme en la cabeza, idiota. Me cargo al siguiente de la misma manera. Navaja clavada en la cabeza, patada en el vientre para derribarlo y adiós. El cuarto viene a por mí mordiendo con intensidad el aire, así que me echo a un lado y empujo al siguiente que está más próximo antes de atravesarle la mandíbula. Uno se me acerca por la espalda y le doy en el cráneo con la culata de la pistola hasta que oigo cómo cruje y lo empujo con el hombro para que caiga.
Siguen viniendo más y más, y yo sigo matándolos uno a uno, tratando de contenerlos para luego clavarles el cuchillo. —Eh, Kathya, hazme un favor y vuelve a mi casa, ¿sí? —¿Por qué iba a hacer eso? —me pregunta. —Porque… —cierro la boca cuando mato a un caminante que me salpica sangre en la cara— si no lo haces tú, patearé tu trasero yo misma. ¿Lo entiendes? —¿Vas a matarme? —No. Voy a llevarte de vuelta con tu familia. —De eso nada. —¿De eso nada? —Entonces me aparto del pelotón que se está formando y me dirijo hacia ella—. «De eso nada» vamos a verlo, guapa.
Silbo y empiezo a gritar para atraerlos, después, salgo corriendo hacia mi casa. Ella, sin pensarlo dos veces, sale disparada y me adelanta. Como sé que ya es tarde para intentar cualquier otra cosa, comienzo a disparar ma- tando a unos cuantos caminantes en el proceso. Corre derecha hacia mi casa y se mete dentro, pero, para mi mala suerte, cierra la puerta y no me permite pasar. —No jodas —chillo—. ¡Abre la puta puerta! Pero no lo hace. Se me escapa un grito de frustración. Mierda. El primer zombi llega a mí y le clavo el puñal en la frente. Lo mismo con el siguiente y con el siguiente. Pero cada vez son más y vienen en grupos más grandes, así que tengo que volver a echar a correr rodeando toda la casa. Vacío el cargador disparando a todas las cabezas que veo. Quedan unos ocho, pero son rápidos y parecen demasiado hambrientos, además, me doy cuenta de que en la lejanía empiezan a aparecer más figuras. No lo conseguiré. —¡Hija de puta, pienso matarte con mis propias manos!
Entonces veo un trozo de valla en el suelo y está astillado. Lo cojo y me enfrento a los caminantes restantes con eso. Puedo empujarlos y quedarme con el tiempo suficiente para clavarles la navaja. Pero el último atraviesa la madera con el abdomen y, como si eso no acabara de pasar, llega a mí empujándome y haciéndome caer. La navaja se me cae al suelo. Fantástico. He estado en situaciones parecidas, así que forcejeo con el maldito zombi. Pero apenas me quedan fuerzas.
No puedo respirar bien y pesa bastante como para poder con él. Sus mandíbulas entrechocan cuando está cerca de mi cuello. Trato de quitármelo de encima una y otra vez, pero el proceso me está llevando demasiado tiempo y las pocas fuerzas que me quedan se me están agotando. Escucho a más podridos acercarse. Voy a morir. Si no consigo levantarme y correr para ponerme a salvo, voy a morir.
Y me niego a morir. No aquí. No ahora. No así.
Abro los ojos y veo la mirada vacía del caminante que quiere comerme viva. No es más que un montón de carne podrida y huesos rotos. No tiene alma ni corazón. No siente siquiera dolor físico. No puedo dejar que este monstruo me mate. Le doy un cabezazo, y otro, y otro más, y otro. Lo único bueno de todo esto es que se pudren. Cada día que pasa siguen descomponiéndose más y más.
Llega un punto en que la descomposición es tal que no tienes que ejercer apenas fuerza para reventarles el crá neo. Así que le doy cabezazos una y otra vez. Empieza a ejercer menos fuerza, y en un último impulso lo empujo y consigo levantarme. Le aplasto la cabeza con el pie y miro lo que se me viene encima. Una buena horda. Al menos una veintena. Me limpio la frente y corro al garaje. Ahí está mi moto. Y también una barra de hierro. Me monto en la moto con la barra de hierro en la mano derecha y la arranco. Conduzco directamente hacia ellos y, cuando los paso, me paro unos metros más adelante para que den la vuelta. Cuando empiezan a acercarse lo suficiente, les golpeo la cabeza con la barra. Uno a uno, me los voy cargando a todos, entonces vuelvo a arrancar la moto y la dejo tirada en el césped de la casa. —¡Abre la puta puerta o la echo abajo! Pero no hay respuesta. Muy bien. Pues será por las malas.
Me dirijo hacia el lateral de la casa y empiezo a escalar por los tubos de la pared. En menos de cinco minutos ya estoy sobre el tejado y me descuelgo hasta pisar el alfeizar que da a la ventana del baño, la abro y entro dentro. Empiezo a buscar por todas las habitaciones de la planta de arriba, pero no encuentro ni a Elena ni a esa imbécil. Bajo las escaleras corriendo y las veo a las dos, en el salón. Elena con un bate de béisbol entre las manos y Kathya detrás de ella, pálida y asustada. Aprieto la mandíbula y sigo caminando con fuerza hacia ellas. Estoy demasiado cabreada. —Por favor, no te acerques más —me pide Elena levantando el bate. —Me he cargado a más de treinta zombis yo sola ahí fuera, ¿de verdad te esperas que un maldito bate de béisbol va a pararme? —Por favor, no quiero hacerte daño. —Entonces quítate de en medio. —No puedo. Es mi hermana. Tengo que protegerla. —Y yo tengo que matarla —digo soltando una carcajada—. Apártate. Por favor. —No.
Doy un paso más hacia ellas y Alison me roza con el bate el brazo. Levanto una ceja, sorprendida de que de verdad se haya atrevido a atacarme. Shima bufa desde algún lugar detrás de mí. Doy otro paso más, sin vacilar. Esquivo el siguiente golpe. Los ojos de Elena están fijos en mí y, aunque tiene miedo, no va a dudar en noquearme sea como sea. Doy otro paso más y vuelve a lanzar el bate contra mí, pero lo esquivo de nuevo. Retrocede un paso y agarra el bate solo con una mano mientras que con la otra intenta empujar más lejos a su hermana—Vete —le vuelvo a decir—. Vamos. Cuando vuelvo a dar un par de pasos hacia ellas, Elena me golpea con el bate y esta vez no soy capaz de esquivarlo. Me da de lleno en el brazo y el dolor que me produce hace que me pare enseguida, apretando la mandíbula con mucha más fuerza.
Gruño y la miro con odio, pero otro golpe me llega y me da directamente en el estómago. Hinco una rodilla en el suelo y se me escapa un grito de dolor. —Para, por favor —vuelve a pedirme y sacudo la cabeza—. No me hagas hacerte esto, por favor—. Vuelvo a levantarme, con la mano en el vientre, presionándolo, tratando de contener el dolor. Intenta asestarme otro golpe, pero consigo retener el bate con ambas vamos. Los ojos de Elena se abren como platos y el labio inferior comienza a temblarle—. No lo hagas, por favor —susurra—. Kaira.
Paro en seco. ¿Kaira? La miro a los ojos y ella me mira a mí, pero en lugar de hacer cualquier otra cosa, sube el bate y vuelve a darme, pero esta vez en la cabeza. Caigo al suelo. Ahora ni siquiera tardo en verlo todo doble. Pierdo la visión y me hundo en ese mar negro de dolor e incertidumbre.
Ekaryl- Mensajes : 17
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Re: ADAPTACION : CUARTA FASE
Fati20- Mensajes : 1370
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Re: ADAPTACION : CUARTA FASE
MORDAZAS Y CADENAS
POV YULIA
No quiero abrir los ojos. Eso significaría enfrentarme a lo que sea que me tienen preparado. Y dudo que vaya a gustarme. Es la segunda vez en menos de una semana que me tumban propinándome un golpe en la cabeza. Creo sinceramente que alguien debe enseñarles que eso se hace con el cráneo de los zombis, no con el de los humanos. Aunque, sí, está bien, fue en defensa propia. Esta última vez fue para proteger a alguien. ¿Quién no lo hubiese hecho en la posición de Alison? Incluso yo, si tuviera a alguien que me importara un mínimo, haría lo que fuera necesario.
—Sé que estás consciente —afirma una voz desconocida. —Me reservo el derecho a guardar silencio —respondo después de un minuto callada. —Tenemos todo el tiempo del mundo. Abro los ojos lentamente. Me doy cuenta de que estoy sentada en una silla. Atada a ella con una cuerda: las piernas a las patas y los brazos por detrás del respaldo. Pestañeo varias veces. La cabeza me duele, ahora incluso más que cuando Kathya me golpeó. Noto un líquido caliente resbalando desde la sien hasta la mandíbula lentamente. El hombre que tengo enfrente es nuevo o, al menos, no lo había visto hasta ahora. Su tez es morena y tiene una mirada serena y tranquila. Está sentando en otra silla, pero, claro está, sin ningún tipo de ataduras. Se lleva la mano al mentón y me mira fijamente.
—Lena tuvo que reducirte. ¿Querías matar a Kathya? Asiento con la cabeza, pero rápidamente corrijo y niego. Me remuevo en la silla tratando de soltarme, pero es imposible. El roce de las cuerdas en mis muñecas me está produciendo quemaduras, así que paro. Muevo los pies de un lado a otro y hacia arriba y hacia abajo, pero nada. Me han atado con demasiada fuerza. Bien hecho. —Trevor, déjala. Veo a Lena entrar en el cuarto donde estamos. Aprovecho para mirar alrededor. No hay nada más que estas dos sillas y una mesa bastante alejada.
La luz es tenue y el ambiente se nota cargado. Luego miro a Elena.
Cuando nuestros ojos se encuentran retira la mirada con rapidez. Resoplo con fuerza para que se dé cuenta de lo poco que me gusta esto. —Denzel quiere matarla —dice el hombre—. ¿Quieres que eso ocurra? Elena me mira de reojo. Veo en su mirada preocupación y puede que arrepentimiento. Levanto las cejas y asiento con la cabeza, desafiándola. —No. No quiero que muera —contesta ella. —Deberías —le digo. —Yulia, ¿verdad? —me pregunta Trevor y pierdo el contacto visual con ella. —La misma. —¿Tienes idea de la cantidad de humanos que quedamos? —Niego con la cabeza. Es algo que muchas veces me he preguntado, pero jamás podría llegar a acertar—. Muy pocos. Demasiado pocos. Ellos son más que nosotros.
Ese es el único motivo por el que sigues con vida. —No necesito que nadie elija mi destino por un puñado de muertos vivientes —le digo—. Si quiere matarme, hágalo. No tengo ningún inconveniente en dejar este mundo. —¿Y tu familia? —Me encojo de hombros—. ¿Estás completamente sola? —Asiento y entrecierro los ojos. Trevor abre la boca para decir algo más, pero de repente se ve interrumpido cuando alguien entra por la puerta. Elena se hace a un lado y veo a Denzel, ese hombre de unos cincuenta años que quería matarme y que, probablemente, ahora vaya a acabar lo que no le dejaron empezar.
—Salvas a una chica, pero tratas de matar a la otra —observa acercándose a mí. —Una no me golpeó ni me robó ni me dejó a merced de una horda de caminantes —me defiendo. —Entiendo entonces que, ahora que ella te golpeó con un bate, tienes algo contra Lena. Miro a Elena, está en silencio, apretando los labios, mirando al suelo con los brazos cruzados en el pecho. Trevor, por otro lado, se lleva la mano a la nuca y nos mira a Denzel y a mí sacudiendo la cabeza. —No. —Dame una sola razón por la que no matarte ahora mismo.
—Entran en mi barrio, me roban, arrasan con todo lo que tengo, me dejan sin armas y sin munición, me golpean, me obligan a quedarme postrada en una cama, me cierran la puerta de mi casa en las narices con una veintena de zombis pisándome los talones, me atan a una silla y me tratan como si fuera una asesina en serie cuando no le he hecho daño a nadie y encima le salvo la vida a una de los suyos, puede que a dos, ¿y de verdad tengo que darte una explicación?
Denzel se acerca más a mí. En su mirada veo reflejada la ira y la desconfianza. Este hombre tiene pinta de tener cero escrúpulos, de haber estado en situaciones similares con diferentes personas. No tiene miedo, pero intenta infundírmelo a mí. Quiere hacerme su presa, pero lo que no sabe es que no se puede cazar a un lobo. —Solo dame un motivo, niña. Le escupo. Con todas mis ganas en la cara. Puedo ver de cerca cómo su expresión serena y firme cambia radicalmente. Su rostro se tiñe de rojo y sus ojos escrutan los míos con rabia. No debería haberlo hecho. Estoy en la peor posición como para ponerme chulita y desafiante. Pero soy así. Llevo toda la vida en contra del mundo y no va a cambiar por estar atada a una silla.
Me llevo un puñetazo en la cara. Varios mechones de pelo acaban cayendo por mi rostro. Vuelvo a mirarlo y sonrío. Desde este preciso momento, Denzel sabe que soy como un corcel indomable, como un león en una jaula, fiero y listo para atacar en cuanto sea liberado. —¿Es todo lo que tienes? —le pregunto enarcando una ceja. Vuelve a pegarme, ahora con más fuerza. Otro puñetazo más. Esta vez escupo sangre al suelo, pero de nuevo giro la cabeza y le sonrío. No le tengo miedo. No le tengo miedo a nada. Denzel levanta el brazo y lo lleva hacia atrás.
Escucho la voz de Elena le pide que pare. Aprieto la mandíbula y cierro los ojos esperando otro golpe certero, pero no llega. Oigo el sonido de los nudillos impactando en la carne, sin embargo, mis terminaciones nerviosas no le transmiten dolor al cerebro. Cuando miro, la veo delante de mí, a ella, a Elena con la mano cubriéndose la mejilla. —He dicho que pares —susurra. —No te metas en medio, apártate —le ordena. Pero ella no se mueve del sitio.
Trevor agarra del brazo a Denzel y lo aparta. Comienzan a discutir entre ellos. Yo mientras me dedico a seguir escupiendo sangre a un lado. Eleba sigue con la mano en la mejilla y me mira de reojo. Me gustaría saber qué es lo que piensa, por qué se ha puesto en medio. Pero por más que intento profundizar en esos ojos verdes enigmaticos , más me pierdo en el intento.
Lleva una mano a mi frente. Me aparta el pelo con cuidado y muy levemente me recorre la que creo que es la herida que me ha dejado el bate. Se muerde el labio inferior y veo cómo los ojos se le llenan de lágrimas. Frunzo el ceño. ¿Por qué? ¿Por qué iba a importarle si estoy herida o no? —Tenemos un problema, papá. Vlad entra en la habitación. Comprendo al instante que Trevor es su padre. Los dos hombres dejan de discutir y le prestan atención. El chico parece estar nervioso. Su frente está sudorosa y, por los movimientos que hace con las manos, sé que algo gordo se cuece. Lo que llega a mis oídos evidencia mis sospechas.
Caminantes. Muchos caminantes por todas partes, rodeando el edificio.
Habla de una tal Olivia. Algo le pasó de camino y por eso todos esos zombis están aquí ahora. Esta es una de las razones más obvias por las que no estoy en un grupo. Es un desastre convivir con más personas en un mundo así. No puedes controlar todos los factores, no puedes controlar las acciones de otros. Y eso es un pro- blema. Prefiero saber qué hago y cómo lo hago, ser responsable de mis actos y decisiones y no tener que preocu- parme por otras cosas. —Hay que salir. Si no lo hacemos, nos quedaremos atrapados —apunta Denzel—. Harán ruido y vendrán más y más. Será imposible marcharnos y, cuando escaseen las provisiones, no sé qué será de nosotros. —Avisa a Inessa. cojan todo lo que puedan y carguen las armas —dice Trevor.
—¿Y qué pasa conmigo? —pregunto yo. Los dos hombres se miran. Supongo que hay una disputa entre ellos. Uno quiere dejarme con vida y el otro quiere matarme. Puede que con algo de tiempo y sin un ejército de caminantes rodeando el edificio, el hombre más joven ganara y pudiera marcharme en libertad, pero dadas las circunstancias dudo mucho que vayan a arries- garse y soltarme. Yo no lo haría, aunque eso significara la muerte de esa persona. Elena parece llegar a la misma conclusión que yo; que voy a quedarme sentada en esta silla y que acabaré pereciendo por falta de comida y agua.
Camina hacia sus compañeros de supervivencia. —No podemos dejarla aquí. —Podría hacernos daño. Me río. Como si no tuviera otra cosa mejor que hacer que hacerles daño. Es de estúpidos. Aunque quisiera, que no quiero, no a la mayoría al menos, no emplearía las pocas fuerzas y tiempo que me quedan en intentar hacerles daño. No tengo armas, ni siquiera sé cuántos son realmente. Sería imbécil si aprovechara mi libertad para meterme en problemas que desconozco. No soy tan estúpida. —Es buena. La he visto luchar contra zombis. Sabe hacerlo mejor que nosotros,es fuerte.
Ha estado sola todo este tiempo y ha sobrevivido —dice ella en un intento de lo que creo que es defenderme. —No, Lena. No podemos correr ese riesgo —dice Trevor, apoyando a Denzel. —¡Venga ya! ¿En serio vais a dejarme aquí como si fuera un perro? ¡Eh! —Vlad se marcha, ella me mira y se muerde el labio. Los dos hombres vuelven a mirarse entre sí—. Sueltenme mierda, no voy a hacerles daño, voy a salir corriendo y a ponerme a salvo. Denzel empieza a moverse. Cierro la boca pensando que va a seguir dándome puñetazos hasta que pierda el conocimiento y, por tanto, podrán irse sin mayores remordimientos y despertaré cuando sea demasiado tarde, pero en vez de eso se dirige a la mesa y coge un rollo del cajón. Cuando se acerca a mí veo que es cinta americana y comienzo a negar con la cabeza.
No. Va a taparme la boca. Qué hijo de perra.
—Estoy harto de escucharte, niña. Denzel corta un trozo de cinta negra con la boca y, aunque intento resistirme, acaba poniéndomela. Al segundo ya estoy quejándome, no obstante, y sin decir nada más, sale de la habitación empujando a Elena al pasar por su lado. Trevor tiene un momento de duda, pero finalmente opta por lo fácil y seguro y desaparece también.
Ya solo queda ella en la habitación. Sacudo la cabeza. Ella parece entender lo que le quiero decir, que no se meta, que da igual, que vaya con su familia y, tras mirarme una última vez a los ojos, se marcha. Oigo muchas voces. Algunas dan órdenes, otros las reciben y salen corriendo de un lado a otro. En el proceso se caen cosas al suelo. Puede que ellos mismos las tiren. Pisadas y más pisadas. Más voces, cada vez más desesperadas. Igual que la desesperación que por momentos me invade el cuerpo. Tengo que conseguir soltarme. Tarde o temprano la cuerda tendrá que ceder. Pero las rozaduras que yo misma me estoy provocando me hacen dudar de ello.
—¡Están entrando! —grita alguien y abro los ojos como platos. Mierda. Joder, mierda,encima tengo la maldita puerta abierta de par en par, lo que se traduce en que, imaginando que para mañana pudiera conseguir soltarme, no podría siquiera llegar a hacerlo porque antes sería devoada. Intento gritar a pleno pulmón, pero la cinta me lo impide y los ojos empiezan a escocerme de la impotencia que tengo ahora mismo. Los voy a matar. Los voy a matar a todos. —¡Vamos, vamos, vamos! Por la parte trasera —creo que esta vez es Trevor el que está dando las órdenes—. No se entretengan. Veo a varias personas correr delante de mis narices. Ni una se para a ver cómo estoy, ni una mira de reojo. Nadie lo hace. Veo a Kathya, Elena y a Inessa. Veo a una mujer joven. A Denzel y a otro hombre de aspecto laino.
Después pasa Vlad y acto seguido Trevor. Pero él sí se para en la puerta. Veo un rayo de luz y esperanza, por un momento creo que va a soltarme y que podré salir de esta, pero me equivoco. Del bolsillo trasero de su panalón saca una pequeña navaja la abre y me la tira pero falla y acaba demasiado lejos de mí.
Gimoteo y me remuevo en la silla, pero él sigue su camino. Después se hace el silencio. Un silencio, por supuesto, que poco dura, a lo lejos se empiezan a oír los sonidos guturales de los caminantes. Si pudiera gritaría, pero todo lo que sale por mi garganta se queda entre mis labios y la cinta americana. Vuelvo a tratar de soltarme. Ya me da igual el dolor en las muñecas; empleo toda la fuerza que tengo pero es otro intento fallido, así que paso al plan B.
Me balanceo de un lado a otro. Una, dos, tres, cuatro, cinco. Y pum, al suelo. Cierro los ojos por el dolor que me produce el golpe, pero de inmediato, con silla incluida comienzo a arrastrarme inútilmente intentando alcanzar la navaja. El sonido de los pasos y los ruidos de los caminantes me ponen más nerviosa. Se acercan, no va a darme tiempo y voy a morir. Voy a morir atada a una silla, tirada en el suelo, con una mordaza en la boca que ni siquiera va a permitirme gritar de dolor cuando comiencen a desgarrarme con sus dientes putrefactos. Qué manera más heroica de dejar el mundo. Estoy a punto de resignarme y rendirme cuando oigo otros pasos muy distintos a los de los zombis. Alguien viene hacia aquí. Corriendo. Corriendo muy deprisa. Quien sea entra en la habitación. Le estoy dando casi pletamente la espalda a la puerta, así que no puedo ver de quién se trata. —Dios, lo siento —dice Elena con la respiración entrecortada—. No podía dejarte aquí sabiendo que ibas a morir. —Me retira la cinta americana y aprieto la mandíbula al sentir que se lleva parte de la piel de mis labios consigo.
Me gustaría decirle que se diera prisa porque esos caminantes deben de estar a la vuelta de la esquina, pero, de hecho, no me hace ni falta. El primero aparece justo cuando ese pensamiento se desvanece de mi mente. Elena suelta un pequeño grito y comienza a cortar la cuerda. Se da toda la prisa que puede, pero el caminante llega antes de que la cuerda termine de romperse y ella se aparta de mí súbitamente y grita cuando el caminante se le echa encima. Yo, mientras tanto, sabiendo ahora más que nunca que el tiempo apremia, termino de romper la cuerda. Alcanzo la navaja que Trevor me lanzó y corto rápidamente las cuerdas de una de mis piernas. Entonces me levanto como puedo, tropezándome varias veces, y arrastro la silla hasta que empujo al zombi que estaba intentado matar a Elena, me agacho y termino de liberarme.
—Ponte detrás de mí —le digo y, sin protestar, lo hace—. Dame la otra navaja. Ya hay tres en la habitación. Me cargo a uno sin mayores problemas y al segundo de la misma manera. Elena se mantiene pegada a mí, respirando con dificultad. Al tercero lo empujo contra el cuarto y el quinto que intentan entrar. —Sal y corre —le digo —. Yo los mantendré a raya. Sigo empujando al caminante haciendo de contrafuerte para que el resto no pueda pasar y, a su vez, impida el paso al resto que llega.
Elena se cuela por el pequeño espacio que queda entre mi cuerpo y el cuerpo del zombi y, en cuanto la veo por el rabillo del ojo corriendo por el pasillo, le clavo la navaja en la sien al podrido y salgo corriendo tras ella. Ella me guía por el edificio. Giramos a la izquierda y luego a la derecha. Abre una puerta de emergencia y bajamos los tramos de escaleras casi a trompicones. Le devuelvo su navaja por si la necesitara y después de bajar tres plantas salimos por unas grandes compuertas, Justo enfrente de nosotras hay una camioneta. Veo a Trevor y a Vlad en ella, salimos corriendo a ambos lados de la carretera ya hay algunos caminantes avanzando. Elena salta al maletero y yo hago exactamente igual. La camioneta arranca y en menos de dos minutos ya hemos salido a la carretera principal. Los demás van en otros dos coches.
Dejamos la ciudad y miro al horizonte comprendiendo que desde este momento estoy dejando atrás mi hogar durante estos últimos meses, eso que tanto me había costado construir, y todo lo que tenía allí. Estaba segura, cómoda, sin problemas. Pero tuve que decidir ayudar. Tuve que salir ahí fuera. Si no lo hubiese hecho, la familia de Kathya la hubiese recogido y asunto resuelto.
—Denzel va a matarme —le digo a Elena sin mirarla. Siento sus ojos clavados en mí y tengo un pequeño amago de mirarla, de observarla, de preguntarle, quizá, por qué ha decidido volver y arriesgar su vida para salvar la mía, pero me estoy quieta. —No lo permitiré —me dice después de un rato en silencio y no volvemos a dirigirnos la palabra hasta que se detienen en la carretera. Pronto anochecerá, así que Denzel y Trevor discuten si quedarse y acampar esta noche, descansar y reponer las pilas, y decidir por la mañana qué hacer y dónde ir. Estamos en la entrada del desierto, aún queda alguna que otra pequeña zona de árboles y arbustos,se adentran campo a través con los vehículos y los aparcan de manera que hagan una pequeña barrera. Parece una zona segura. No se ven caminantes y, aunque no hay protección alguna, creo que podremos resistir una noche.
—¿Qué coño está haciendo aquí? —es lo primero que oigo decir a Denzel en cuanto poso un pie en el suelo. —Yo también me alegro de verle, jefe —le respondo con una sonrisa y me estiro—. ¿Sabe? Me encanta estar al aire libre, sin cadenas, con la capacidad de poder hablar cuando me dé la gana y, sobre todo, huir cuando sea necesario. —Voy a matarte.
Me río. No me corto soltando una carcajada detrás de otra. Pero lo estoy volviendo a provocar y corre hacia mí con toda la intención de derribarme. Aunque sigo algo débil y me duele prácticamente todo, lo esquivo.
El hombre corpulento está a nada de caer de bruces al suelo. Cuando vuelve a mirarme, le sonrío con suficiencia. Trata ahora de pegarme en la cara, pero de igual manera lo evito. El siguiente golpe que lanza al aire lo paro con mis propias manos y me echo a un lado. —¿No se da cuenta de que no quiero hacerle daño? —le pregunto—. Estando atada usted y cualquier persona tiene una posibilidad frente a mí, pero así… Le agarro por el brazo, le doy un rodillazo en el hueco poplíteo haciendo que su rodilla falle y luego tiro del brazo hacia atrás. El hombre empieza a quejarse y los demás nos rodean. Alguien carga una pistola y miro hacia atrás, nessa me está apuntando,pongo los ojos en blanco y suelto el agarre que le estaba haciendo a Denzel.,me aparto de él y pongo las manos en alto en señal de que no voy a hacerle nada a nadie. —No voy a hacerles nada —les aseguro—, pero no me hagan daño a mí. —Entiende que por el momento tengamos que mantener algunas precauciones —me dice la mujer—Vamos a atarte esta noche. Asiento. No me queda otra que aceptarlo, más ahora que ni siquiera tengo mi moto y, por supuesto, no van a darme ningún arma,Ni comida,Ni agua,Y va a hacerse de noche en pocas horas. Pongo las manos por delante del cuerpo y es Denzel quien me las ata con otro trozo de cuerda. Obviamente, emplea toda la fuerza que puede mientras aprieto los dientes. Encienden una pequeña hoguera y establecen turnos para hacer vigilancia,yo me quedo lo más alejada que puedo,nadie se interesa por mí,nadie viene a preguntarme nada,de vez en cuando los veo mirándome desde la distancia y hablando entre ellos, pero nada más, cuando es medianoche, Elena se acerca. —Siento todo esto —me dice. —No te preocupes, he estado en peores situaciones. —¿Tienes hambre? La miro con recelo. Obvio que tengo hambre, no me acuerdo de cuándo fue la última vez que probé bocado, pero, como siempre, mi ego es más grande y niego con la cabeza, se sento a mi lado y deja la lata que había traído para mí en el suelo. Trago saliva. —¿Tienes frío? —Sacudo la cabeza otra vez, pero la verdad es que está empezando a refrescar bastante y, a diferencia de ellos, no me llega el calor de las llamas—. ¿Te duelen las muñecas? —No —miento. —¿Y la cabeza? —No. —¿Vas a dejar que te ayude? —No necesito que me ayudes. —Bien.
Sin hacerme caso, saca del bolsillo de su chaqueta una pequeña botella de alcohol y unas vendas. Al principio, cuando se acerca, giro la cabeza hacia el otro lado, pero ella se pone enfrente de mí y me obliga a mantenerla recta. Echa un poco del contenido de la botella sobre la herida que ella misma me hizo y cierro los ojos por el dolor,cuando vuelvo a abrirlos la veo mirándome intensamente y colocándome un mechón de pelo detrás de la oreja. La sigo con la mirada cuando me coge las manos y afloja el nudo,enseguida me siento mejor sin la presión de la cuerda en las heridas de las muñecas,hace lo mismo con las rozaduras y luego retira las cuerdas hacia arriba para que pueda ponerme las vendas la miro a los ojos y ella se pierde en mi mirada, después, se quita la chaqueta y me la echa por los hombros. Cuando abro la boca para negarme, ella me pone el dedo índice en los labios y niega medio sonriendo,lo siguiente que hace es ponerme entre las manos la lata de comida y, antes de levantarse, me mete en el bolsillo del pantalón una pequeña navaja multiusos.
—Por si la necesitas —me susurra—. De nada.
La veo alejarse. Las llamas proyectan su sombra irregular por el terreno desértico, Me fijo en los mechones sueltos de pelo que le caen por los hombros, el tono rojizo mas fuerte que adquieren gracias al fuego, su cuerpo delgado alejándose de mí, pero, en el último momento, antes de sentarse al lado de su hermana, gira la cabeza para mirarme otra vez. Muevo la cabeza y miro al frente, al vacío oscuro de la noche, y luego vuelvo a mirar hacia ella, pero ya está metida de lleno en una conversación con su grupo. Miro al cielo,de repente siento nostalgia,una nostalgia que nunca antes había sentido,echo de menos algo,u sentimiento de culpabilidad y tristeza me cruza el pecho y cierro los ojos.
Siento la brisa fresca acariciándome la piel,mis párpados vuelven a dejarme ver el firmamento y veo una estrella caer, una estrella fugaz, reluciente. Abro mucho los ojos,es la primera vez que veo una estrella fugaz, y no me da tiempo de pedir un deseo,pero inmediatamente después de verla, miro a Elena de nuevo y, al igual que yo, la observo mirar el cielo, señalar lo que seguramente ha sido el fenómeno que yo también he visto. Los demás elevan su cabeza, pero ya no está. Una estrella fugaz.
Tan lejos y tan cerca a la vez. Como ellos y yo. Como ella y yo.
Ekaryl- Mensajes : 17
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Re: ADAPTACION : CUARTA FASE
Fati20- Mensajes : 1370
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Re: ADAPTACION : CUARTA FASE
Gracias a tod@s los que leen por su apoyo y recuerden dejar comentarios sobre como les parece la historia o si desean que haya mas cambios.
Fati20: Gracias por seguir fiel cada capitulo!! esperemos y mas adelante tengan mas momentos juntas.
Aca dejo el cap de hoy, y estare dejando otro cap mañana por la demora.
Carretera al infierno
YULIA POV
—¿No solo te traes al enemigo, sino que también traes a su bicho? Abro los ojos. Los primeros rayos de sol comienzan a apreciarse, a calentar la superficie terrestre, a alumbrar cada rincón. Entorno los ojos y abro y cierro la boca varias veces; tengo sed. Tardo unos segundos en darme cuenta de dónde estoy y tardo aún un poco más en recordar lo que ha pasado durante los últimos días. Mis manos están semiatadas. Mi cuerpo está medio apoyado en el tronco de un árbol, medio estirado en el suelo. Una lata vacía de albóndigas en salsa de guisantes reposa a un lado. Me cubre una chaqueta blanca y negra. Y apesto a alcohol.
—¿Por qué siempre tienes que hacerlo todo como si fuera tu problema? Me incorporo. En la distancia, a unos treinta metros lejos de mí, enfrente de las ascuas de la fogata, Elena y Denzel parecen discutir. Se me desencaja la mandíbula cuando distingo el bulto que la chica tiene entre sus brazos: mi mapache.
—¡Shima! —es lo primero que mi voz ronca chilla. Las pequeñas orejas del animal me apuntan. Empieza a removerse en los brazos de Elena y salta al suelo para iniciar una carrera hacia mí. Trepa por mi cuerpo y me lame cada centímetro del rostro con su suave lengua rosa. Con todos los golpes que llevo en la cabeza, los últimos hechos y haber estado apresada en un sitio o en otro, ni siquiera había pensado en mi pequeña mascota.
—Eh, eh, tranquila. ¿Cómo has llegado hasta aquí?
—La cogí al darte con el bate. La llevé al edificio y cuando los caminantes entraron la llevé al coche. Kathya ha cuidado de ella —me explica Elena mientras se acerca poco a poco a mí.
—¿Kathya? —me sorprendo.
—Es un poco cabezota —la voz de la muchacha me llega desde el lado contrario. Giro la cabeza
—. Me ha mordido. —Me muestra la mano y veo los dientes de Shima clavados en el dorso.
—Lo siento. —Me muerdo el labio, pero Kathya se encoge de hombros y se acerca a mí.
—¿Quieres agua? —me pregunta Elena y asiento. Me tiende una botella que cojo con ambas manos.
—Oye —comienza Kathya—, es mi culpa que estemos aquí. Me encojo de hombros desenroscando el tapón de la botella.
—¿Crees en el destino? Hay gente que piensa que si algo debe pasar, las fuerzas del universo se unen y de una u otra manera acaba sucediendo.
—Así que, ¿algo hace mucho tiempo decidió que esto debía pasar así? —pregunta Elena.
—Quizá no así, pero sí que nos hubiésemos encontrado. Nada es casualidad, dicen. Si esto del virus no hubiese pasado, puede que estuviéramos de vacaciones en el mismo lugar y a la misma hora y cualquier factor nos hubiese hecho tropezarnos —explicò.
—¿Y te crees esa mierda? —pregunta Kathya. Le doy un buen trago a la botella y me vuelvo a encoger de hombros.
—¿Hace unos meses hubieses creído en un apocalipsis zombi? Yo tampoco, pero aquí estamos; los últimos de nosotros. Todo es posible.
—Incluso la reencarnación —susurra Elena y tanto su hermana como yo dirigimos nuestra atención hacia ella, pero sacude la cabeza como para restarle importancia y mira hacia atrás
—. Creo que estamos a punto de decidir qué vamos a hacer. —¿Habéis pensado algo? —pregunto. Elena asiente y se cruza de brazos.
—Anoche hablaban de seguir avanzando. Al este. Puede que las cosas estén mejor allí.
—Bueno, vamos a votar, hermanita —dice Kathya y pasa por delante de mí. Le pone la mano en la espalda a su hermana cuando se da la vuelta y se dirigen hacia el grupo, que ya está reunido. Me ayudo a levantarme con el árbol. Si voy a seguir con esta gente hasta que tenga la oportunidad de tomar un camino diferente o quedarme en algún lugar que considere medianamente seguro, tengo todo el derecho a aportar ideas y decidir también.
Shima se coloca entre mi espalda y mis hombros. Me clava las uñas en la carne, pero es un dolor al que estoy acostumbrada. Por supuesto, a medida que me acerco, cada par de ojos se posa en mí y comienzan los cuchicheos. Denzel no tarda ni dos segundos en apartarse y venir a toda prisa para encararse conmigo.
—Vuelve donde estabas —me escupe.
—Nuevo México —digo sin más cavilaciones y miro por encima del hombro del hombre que tanto odio me profesa.
—. Cuando estaba en mi antiguo campamento hablaban de que en Alburquerque hay un asentamiento. Fortificaron un barrio grande e hicieron un sistema de defensa. Tienen tiradores, constructores, cazadores, agricultores… Si tienen habilidades que aportar, ellos los acogeràn . Es seguro y una nueva forma de empezar el mundo.
—Si tan bueno es, ¿por qué no fuiste con ellos? —pregunta Inessa.
—Mi grupo quería hacer lo mismo. En el norte. No solo Nuevo México tiene algo así. Al parecer hay varios grupos en diferentes estados. No obstante, mi gente no tuvo tanta suerte. Yo sobreviví. Sinceramente —dejo a un lado a Denzel para que no me estorbe más. Shima bufa cuando paso por su lado y le enseña su blanca y afilada dentadura—, yo nunca he creído en algo así, hasta que los he conocido. Puede que sea cierto, que haya más supervivientes y se estén organizando.
—Es una idea estúpida —se queja Denzel y pongo los ojos en blanco—. ¿Cómo llegamos hasta allí?
—¿En coche? —replico. El hombre negro aprieta la mandíbula y cierra los puños. Oops. Lo estoy enfadando.
—Es una distancia considerable —dice Trevor revisando su mapa—. Más de cuatrocientas millas. Tardaríamos al menos medio día. Y eso sin descansar —añade.
—Contando con que las carreteras principales no estén cortadas, llenas de coches dejados de la mano de Dios o caminantes por todas partes —piensa Vlad.
—En ese caso utilizaríamos carreteras secundarias —defiende Inessa—. Y si la gasolina es un problema, pararemos y cogeremos de otros coches. Tenemos comida y agua suficiente.
—¿Y luego qué? —vuelve a empezar a quejarse Denzel—. ¿Nos presentamos allí? ¿Decimos hola y nos dejan pasar?
—¿Por qué siempre desconfías de la gente? Podrías ayudar por una vez en la vida y dejar de poner pegas a cada plan —suelta Elena un tanto irritada.
— Lena —la regaña su madre y la chica se encoge de hombros.
—Creo que es un buen plan —comienza Kathya—. Está lejos, sí, pero podemos hacerlo. Descansaremos, haremos turnos. Podemos emplear cuanto tiempo queramos en llegar.
—Y la idea de vivir de nuevo en una sociedad me hace tener esperanza. No podemos pasarnos toda la vida de casa en casa o de edificio en edificio. Siento que no puedo soportarlo más —aporta la tal Olivia, la chica mulata, sobrina, por cierto, de Denzel, que se trajo consigo a todos esos zombis que hicieron salir de su zona de confort a esta gente.
Asiento a todo lo que dicen. No porque esté completamente de acuerdo, porque no lo estoy, pero sí porque le llevan la contraria a Denzel y ahora mismo mi propósito en la vida es hacer todo aquello que moleste a ese hombre. Como era de esperar, todos empiezan a hablar a la vez. Unos ponen pegas, otros ponen pegas a las pegas y otros apoyan la idea. Me mantengo al margen. He soltado la bomba y ahora ellos han de elegir.
Me cruzo de brazos y doy un paso hacia atrás. Cinco minutos más tarde algunos se rinden y otros siguen empeñados en defender sus ideas y pensamientos.
—¿Estás segura de que ese asentamiento sigue ahí? —pregunta Trevor. Me encojo de hombros. Han pasado muchos meses. Puede haber caído o puede que se haya hecho más fuerte y ahora sea una gran comunidad.
—No puedo saberlo —admito—. Pero no creo que tengan mejores planes.
—No sabes nada, niña —replica Denzel y llevo los ojos hacia él.
—Huir no es la respuesta —comienzo—. O se asientan en un buen sitio y comienzan a construir una comunidad que resista las hordas de caminantes, establecen un sistema que los haga prosperar y consiguen todo lo necesario para sobrevivir, o se pasan el resto de sus cortas vidas de un lado a otro hasta que vayan cayendo uno a uno.
—Pero tú estás sola —apunta Elena—. No has podido construir una comunidad. Sonrío de medio lado y la miro.
—Sé sobrevivir. No necesito un grupo o una comunidad. Inessa mira a las casi apagadas ascuas y se lleva los dedos al mentón. Kathya me mira de reojo y Trevor parece emplear varios segundos observando a cada individuo. Es entonces cuando el hombre latino, llamado Samuel y que no había hablado hasta ahora, despega los labios:
—Podemos ir. No tenemos nada que perder. Podrían salvarnos y podríamos empezar bien de una vez por todas.
—¿Por qué no votamos? —propone Kathya—. Ir a Nuevo México o buscar alternativas.
—Está bien —concede Trevor—. Manos arriba a favor de ir a Nuevo México.
Elena me mira una vez más y luego, dirigiendo la vista a su hermana, levanta la mano. Kathya también lo hace, e Inessa, tras un momento de duda, acaba haciendo lo mismo. Vlad no tarda en elevar el brazo tímidamente y le sigue Olivia, que rechaza la mirada de desaprobación de su tío.
Finalmente, Samuel se une a la votación. Trevor pasa el brazo por los hombros de su hijo y levanta la otra mano.
—Nos vas a condenar a todos —dice entre dientes Denzel y estoy a un milisegundo de estallar en carcajadas.
—Decidido —dice Inessa—. ¿Vendrás con nosotros? —me pregunta.
Tengo un pequeño momento de duda. Ir significaría unirme a ellos, aunque solo sea algo temporal. Durante el trayecto podría ocurrir cualquier cosa y debido a eso podría deberles algo. Y odio profundamente deberle algo a la gente, porque siempre hago lo que esté en mi mano por devolverles el favor. No obstante, no tengo otra opción, así que asiento.
—Los llevaré allí y luego seguiré mi camino.
—¿Por qué te empeñas en estar sola? —me pregunta Elena.
—Me gusta la soledad —supongo.
Cuando estoy diciendo esas palabras, Trevor se acerca a mí y me coge las muñecas. Mi primer acto reflejo es apartarme, pero es rápido y corta las cuerdas antes de que pueda alejarme. Le miro a los ojos ladeando la cabeza.
—No me defraudes —me advierte y sacude la cabeza—. Vendrás conmigo y con Vlad en la camioneta. Iremos de primeros —se da la vuelta para seguir dando instrucciones al resto del grupo—, Inessa, Lena y Kat en el coche detrás de mí, y luego Denzel, Samuel y Olivia en la retaguardia. Cada cuatro horas pararemos y cambiaremos de conductor. Asegurense de llevar agua a mano. Salimos en una hora. En ese tiempo tengo la oportunidad de estirar las piernas y hacer mis necesidades humanas detrás de una roca.
Luego subo una pequeña colina y veo que al otro lado hay caminantes. Los saludo con la mano; no me gusta ser maleducada. Vuelvo al campamento improvisado y desayuno dándole parte de la comida al mapache. Ellos se reparten el agua y más alimentos, así como armas y balas. Obviamente a mí no me dan nada, pero meto la mano en el bolsillo del pantalón y toco la navaja que anoche Elena me proporcionó. Algo es algo.
Deben de ser las 08:00 a. m. Los coches ya están preparados y el grupo está listo para partir. Salto a la parte trasera de la camioneta, justo donde vine con Elena. Shima baja al suelo metálico y arruga la trufa cuando huele algo que no le gusta. Me río y le acaricio el lomo. A veces me resulta curioso todo el viaje que este animal y yo llevamos recorrido. El cómo nos las hemos apañado para sobrevivir las dos solas, y cómo, aunque haya habido más que motivos y circunstancias suficientes, nada ha podido separarnos. Partimos.
Lo bueno de salir temprano es que podremos aprovechar muchas horas de sol. La carreta que escogen no presenta ningún problema. No hay caminantes ni muertos ni coches que dificulten el camino. Todo va de lujo y, por un momento, me permito soñar con que no vamos a tener problemas. De hecho, cuando llevamos cerca de dos horas de camino, empiezo a tararear. Me acomodo, cierro los ojos, disfruto de la cálida brisa y me relajo. Pero no me dura tanto como hubiese deseado. La camioneta pasa por encima de un bache. Me zarandea y me aferro a los bordes del maletero. Cuando me asomo, la mandíbula se me cae al suelo.
—Mierda —suelto y miro alrededor. Hay caminantes. Caminantes por todas partes. Me pregunto por qué coño no estamos avanzando, ya que ellos sí que lo hacen. Me vuelvo y le doy golpecitos a la ventanilla para que me la abran.
—. ¿Qué pasa?
—Creo que hemos pinchado —dice Trevor. El corazón se me acelera y miro hacia el frente. De todos modos, no podemos seguir adelante. A pocos metros una fila de coches se extiende hasta donde la vista me alcanza y será imposible pasar con los vehículos por ahí. Hay que buscar una alternativa. Miro hacia la derecha. A este lado hay menos caminantes, podemos ir campo a través hasta que encontremos otra carreta y po¬damos pensar otra ruta, pero no podemos quedarnos quietos.
—Solucionaremos lo de la rueda después, porque no creo que quieras cambiarla ahora cuando nos están piando los talones. Mira —señalo el campo abierto—, por ahí. Llegaremos a la carreta secundaria detrás de esos árboles. —Hazle señas a los demás —me pide y asiento.
Me arrastro por la parte trasera de la camioneta y les grito que vamos a cambiar de dirección. Kathya saca la mano por la ventanilla y avisa al tercer coche. Trevor vuelve a poner en marcha el motor. Efectivamente, una de las ruedas se ha pinchado, aun así seguimos adelante esperando que aguante un poco más. Al llegar a la carretera secundaria, suspiramos de alivio porque está despejada. Nos bajamos los tres y ayudo al hombre a cambiar la rueda.
Después, decidimos cambiar todos los coches de conductor y me sorprende que él me elija a mí. La nueva ruta es menos aburrida. Hay algún que otro coche y algún que otro caminante. Nos detenemos un par de veces para sacar la gasolina de los vehículos que están abandonados. Yo me dedico a ir limpiando las zonas con la navaja y Vlad me ayuda con ello.
—Así no —le digo—, coge el cuchillo como yo. —Le enseño cómo se hace—. Así puedes tener más precisión y evitar que la hoja se quede atascada en el cráneo —explico. El muchacho asiente y, con los nuevos conocimientos adquiridos, mata a un caminante.
—¿Quién te ha enseñado todo esto? —me pregunta casi con admiración.
—La mayoría de las cosas las he aprendido sola, otras las he visto hacer y alguna que otra me la enseñó mi madre.
—¿La echas de menos? —Sacudo la cabeza y le clavo la navaja en el ojo a un podrido.
—. ¿Por qué no?
—Nunca me quiso —respondo encogiéndome de hombros.
—¿Y tú a ella? —Lo miro. Parece entristecido, entonces se me ocurre pensar que su madre puede haber muerto.
—Puede. Antes de todo esto. ¿Y tu madre?
—Murió cuando era niño —me cuenta y le pongo la mano en el hombro.
—El dolor disminuirá cada día, Vlad. Nunca la olvidarás, pero no dolerá.
—Gracias —me dice.
—¿Por qué? —le pregunto levantando una ceja.
—Porque eres la única de aquí que puede entenderme. Trago saliva. Estoy segura de que la muerte de su madre significa mucho más para él de lo que para mí podría significar la muerte de mis dos progenitores, sin embargo, noto algo de alivio en su mirada y no puedo arruinar eso, así que asiento y le sonrío. Cuando volvemos a los coches, ya que con la tontería de ir limpiando el camino nos habíamos alejado, veo a Elena mirarnos, pero cuando nuestros ojos se encuentran, ella aparta la mirada.
—¿Son familia? —le pregunto a Vlad y él la mira.
—Sí, soy su primo.
—¿Y Denzel y Olivia? —me intereso.
—Los conocimos cuando se desató esto. Fue todo casualidad, pero desde entonces no nos hemos separado. Denzel es un poco sobreprotector y desconfiado, pero a veces eso nos ha salvado la vida.
—¿Qué hay de Samuel? El chico se lleva una mano a la nuca y lo observa con cautela.
—Nos rescató. Quería llevarnos con él al norte. Sabe muchas cosas. Sobre el virus, sobre lo que ha pasado realmente. Quería llevarnos a un sitio —me explica, pero sé que hay más.
—¿A dónde?
—A una especie de hospital controlado por los militares. Ellos querían controlarlo y empezar de cero. Construir ciudades y limitar la población. Controlar a los supervivientes.
—Seguro que ellos soltaron el virus —lo digo sin pensar, porque todo lo que represente a la autoridad me cae mal, pero lo que dice Vlad a continuación no me lo esperaba.
—Eso es lo que dice Samuel.
—¿Qué? —No doy crédito. Vlad me sigue contando las cosas que dice Samuel, no sé si creérmelas, pero la verdad es que no me sorprendería que estuviera en lo cierto. Enarco una ceja. Así que si los militares soltaron el virus, posiblemente todos los gobiernos y farmacéuticas estaban al corriente. Tiene sentido, y no es la primera vez que pasa algo así. Una guerra biológica. Inteligente, sutil y eficaz. ¿Qué mejor manera hay de reducir la población que con un virus altamente contagioso? En lugar de usar armas nucleares que podrían destruir el planeta, una pandemia silenciosa sería más efectiva. Supongo que se les fue de las manos.
—No sabían que después de morir volvían a la vida. Creyeron que el virus se propagaría matando a mucha gente, pero no a este nivel. Las bases militares cayeron. Ellos son más que nosotros, y supongo que no está- bamos preparados. —Asiento, estoy de acuerdo en eso.
—. Así que ahora somos pocos y no tenemos a nadie que nos defienda.
—Una pena por los muertos —digo—, pero a mí me gusta este nuevo mundo —admito.
—¿En serio? —me pregunta frunciendo el ceño.
—Sí. Yo pongo mis propias normas. Nadie me controla. Puedo hacer lo que quiera. Nada me ata a ninguna parte. Elena me escucha. Me mira de reojo y sacude la cabeza. Enarco una ceja. ¿Le molesta acaso que piense así?
—Parece que te va bien. Pero ¿no te aburre estar sola? Me río. Sí, sí que me aburre. Pero es uno de los precios que decidí pagar.
—A veces —confieso—, pero es un secreto. Le guiño un ojo y luego miro a Elena, la cual se cruza de brazos y se mete en el coche.
No sé qué mosca le habrá picado, pero igualmente vuelvo subirme a la camioneta y seguimos el viaje. No tenemos más problemas. Todo parece estar bastante bien durante el tramo que hemos elegido, sin embargo, nos está tomando más tiempo del que pensábamos. Aun así han decidido no descansar hasta llegar; no quieren arriesgarse. Apruebo la idea: cuanto antes lleguemos, mejor. Me caen bien. La mayoría al menos. Les faltan pelotas, pero si han sobrevivido hasta el momento es por algo. Pero me quito de la cabeza la idea de quedarme con ellos. No me gustan los grupos. No me gusta la gente. Me va bien sola, con Shima solamente. No necesito nada más. Horas y horas después, tras descansos más o menos prolongados, quejas de Denzel y miradas asesinas hacia mi persona y tras una Elena algo distante conmigo, un Vlad que empieza a confiar en mí, una Kathya que me pide que le deje jugar con el mapache y una Inessa que me pregunta sobre qué fue de mi vida en el campamento en el que estaba y cómo llegué a las afueras de Phoenix, llegamos a Alburquerque.
Es plena madrugada, las 03:00 a. m. aproximadamente. Reducimos la velocidad cuando entramos en las calles de la ciudad. Hay algunos caminantes, pocos, pero no queremos traer un regalo de bienvenida no deseado.
—Mira —dice Vlad señalando un cartel—. Estamos cerca. Observo el cartel de pasada. «La Nueva Ciudad» está a unos trescientos metros en línea recta y luego a la derecha. No sé por qué, pero tengo un mal presentimiento. De repente pienso si esto ha sido la mejor idea. ¿Y si todo era falso? ¿Y si no hay nada? Si pasa algo malo, yo seré la principal responsable por haberlos traído aquí. Ante nosotros aparece un campo de hierba y, detrás de él, una valla gigante. Hay una puerta enorme en el centro y torres vigía a ambos lados, pero no se ve a nadie. No hay luces tampoco por ninguna parte, no se ven coches, tampoco caminantes. Quizá hemos llegado demasiado tarde. O demasiado temprano, depende de cómo lo mires.
Aparcamos los coches en mitad de la pradera y cogemos las armas. No me dan nada de nada. Pongo los ojos en blanco. Avanzamos lentamente. Todos tenemos un nudo en el corazón que no sabemos por qué está ahí. Es como si el instinto más primitivo nos advirtiera de que algo malo pasa. Dirijo los ojos hacia las vacías torres. Parecen abandonadas. Y no debería ser así. Cuando estamos cerca de la puerta, comienza a oírse un murmullo dentro de la ciudad fortificada. Voy detrás de Samuel, Denzel y Trevor. Cuando me doy cuenta de lo que está sonando detrás de esos muros, abro la boca para decirles que se alejen de ahí, sin embargo, Trevor es más rápido y empuja la verja. Está abierta y es justo en ese momento en el que sé que todo está absolutamente jodido.
—¡Corran! —grito apresurándome al llegar a la verja para cerrarla de nuevo, pero los caminantes ya están saliendo de dentro. Saco la navaja y me cargo al primero. La salida de los podridos hace que la valla se vaya abriendo más y más. Trago saliva cuando llevo cuatro muertos. Hay muchos, demasiados, y la escasa luz de la noche me impide contar el número aproximado. Denzel dispara. Lleva una escopeta. Es rápido y tiene una puntería de escándalo. Acu- chillo a otro caminante y empujo al siguiente con toda la fuerza que tengo para derribar a todos los que sea posible.
—Al menos tienes buena puntería —lo felicito y lo oigo quejarse mientras apunta a la cabeza a otro muerto viviente. Samuel se nos une con un machete y empieza a rebanar cabezas. Trevor, por otro lado, dispara con una pistola a todo lo que se mueve. Las balas dan en todas partes. Es un desperdicio de munición, de mi munición. Eso me da el coraje y la rabia suficientes como para emplear más fuerza y atacar más rápido. Los estamos conteniendo bien, pero sé que pronto nos cansaremos y ellos ganarán ventaja.
—Tenemos que retroceder —les advierto. Trevor es el primero en dar unos pasos hacia atrás, pero sin dejar de disparar, Denzel hace lo mismo y me hace una señal con la cabeza para que me mueva también, sin embargo, veo algo. Un destello. Viene de una de las casas que están dentro de la fortificación. El segundo que me distraigo es suficiente para que un caminante ponga sus sucias manos encima de mí. Samuel es rápido y me lo quita de encima. Resoplo y miro de nuevo hacia la ventana. Ahí está otra vez, una luz.
—¡Hay alguien vivo! —chillo, viendo cada vez más luz, más destellos. Sin pensarlo dos veces, comienzo a empujar a uno de los caminantes. Quiero abrirme paso. Si hay alguien con vida, no podemos dejarlo ahí para que acabe muriendo y convirtiéndose en un monstruo. Oigo a Denzel preguntar que si estoy loca, sin embargo, sigue disparando y Samuel comienza a matar a más caminantes para dejarme vía libre.
—Vamos, Yulia —me sorprende oír nítidamente la voz de Kathya a mi lado. No solo ella se me une, sino que al girar la cabeza veo a Vlad y a Inessa ayudando de igual modo. Mis músculos ya empiezan a quejarse, pero es entonces cuando más me empeño en seguir matando. Al cabo de otros cinco minutos de incesantes disparos y navajazos, limpiamos la entrada. Kathya es la primera que me acompaña. Señalo al suelo. Hay muertos, personas que han sido devoradas por los zombis. Algo gordo tuvo que pasar aquí dentro. Hay personas tiradas por la acera con heridas de bala en todas partes.
—Yulia —me llama Vlad cuando estoy llegando a la puerta donde he visto la luz—, toma. —Me ofrece la pistola que tiene y la cojo asintiendo.
—Retenedlos y buscad cualquier signo de vida. Vlad se va corriendo a informar a su padre de lo que he dicho. Estoy casi por sonreír cuando algo me congela la sangre. Elena está avanzando deprisa. Lleva el bate entre sus manos. Golpea a un zombi, luego a otro. Los dos caen al suelo, pero está sola. Los demás están demasiado atrás y hay demasiados caminantes como para que pueda sola. Aparto a Kathya y salgo corriendo hacia ella.
—¿Qué estás haciendo? —No te metas —me escupe y abro los ojos como platos.
—No puedes tú sola —le advierto.
—No me digas lo que puedo o no hacer.
Me paro en seco. Dejo que siga avanzando. Pronto sus brazos comienzan a temblar y no es capaz de sostener el bate en alto como para golpear con la fuerza necesaria a todos esos muertos. Me muerdo el labio. Entonces un caminante la empuja y cae al suelo y, obviamente, el podrido cae con ella. Elena trata de deshacerse de él, pero ya hay otros dos más en camino. Y no va a poder hacerlo sola. Cargo el arma al mismo tiempo que ella gime tratando de quitarse de en medio. Disparo. Uno. Dos. Tres. Cuatro veces. No fallo ni una sola vez, entonces me acerco a ella y la levanto del suelo, empujándola hacia su grupo.
—No vuelvas a hacer tonterías —le espeto y paso por su lado como un huracán, golpeando su hombro con el mío. Vuelvo a la casa en la cual quería entrar en un principio y miro a Kathya de tal forma que cuando trata de decirme algo cierra la boca. Le meto una patada a la puerta y apunto al frente. La decepción llega a mi cuerpo cuando descubro que no hay nadie vivo en la casa. Hay una luz, sí; una vela. Y enfrente de la vela hay un cuerpo ahorcado.
El movimiento que el cuerpo hace, ese pequeño balanceo, provoca que la luz de la vela, ya casi consumida por completo, quede eclipsada por momentos.
—Lo siento —susurra Kathya a mi espalda y la miro por encima del hombro. Mi mirada y mi cuerpo se relajan cuando veo a Elena entrar en la casa.
—Los demás no encuentran nada y no dejan de aparecer más caminantes —comenta sin poder mirarme a los ojos y la veo frotarse el hombro, justo donde antes le he dado. Se me hace un nudo en la garganta pensando que quizá le he hecho daño. El ahorcado de repente vuelve a la vida. Me olvido de lo demás y me acerco a él.
Es evidente que por la vela y por el hecho de que acabe de despertar, hace poco que se ha suicidado. Disparo al hombre y sacudo la cabeza cuando deja de moverse. Elena camina lentamente y en total silencio hacia la mesa. Recoge una nota, probablemente la última que este hombre colgado ha escrito, y se aclara la voz para leer. Justo antes de empezar, me mira los ojos.
Su mirada verde refleja la llama de la vela y frunzo el ceño al sentir un pinchazo agudo en el pecho, pero el dolor se va tal como viene.
Me llamo Albert Morgan. He sido presidente de La Nueva Ciudad durante nueve meses. Todo iba bien. Estábamos consiguiendo construir una comunidad. Teníamos un sistema de recogida de agua, un huerto, una estrategia de defensa y ataque, cazadores y una jerarquía. Pero hace dos semanas los niños empezaron a enfermar. Y se convirtieron tras morir. Hicimos lo posible para detener la enfermedad, pero poco a poco todos fueron cayendo. Se formó un ambiente hostil entre nosotros mismos. Nadie podía toser sin que le apuntaran a la cabeza. Nos volvimos los unos contra los otros y nos hemos matado entre nosotros. La raza humana ha muerto. Ya no somos humanos. No somos más que muertos que siguen respirando, esperando la llamada final.
El capitán es el último en abandonar el barco. Soy el último que queda. Y ya no hay barco que salvar. Pido que si alguien algún día encuentra esta nota, si aún queda alguien vivo, entienda que la Tierra ha muerto. Ya no nos pertenece a nosotros. La naturaleza se ha hecho con todo lo que nosotros pusimos encima de ella.
El apocalipsis que tanto temíamos ha llegado. Antes temíamos morir porque no queríamos ir al infierno.
Hoy vivimos en él. Ahora preferimos morir, porque sea lo que sea que haya más allá será mejor que el mundo en el que vivimos.....
Ekaryl- Mensajes : 17
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Re: ADAPTACION : CUARTA FASE
Fati20- Mensajes : 1370
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Re: ADAPTACION : CUARTA FASE
Tratare de postearla màs ràdpido ya que es un poco larga..
A leer!
ELLOS NO LLORAN
YULIA POV
Rodeo la mesa y le quito bruscamente la nota a Elena de las manos. Releo una y otra vez la caligrafía irregular del papel. Siento cómo los ojos comienzan a querer llenarse de lágrimas. Finas perlas de impotencia que recorrerán mis mejillas, pero no pienso permitir que eso suceda. Llevo años sin llorar, y no voy a hacerlo ahora y mucho menos enfrente de estas personas. Me niego. Me niego rotundamente, así que hago una bola con la nota y la lanzo con furia al suelo. Luego comienzo a patear la mesa, tirando la vela y vertiendo la cera líquida sobre el suelo.
—Unas horas antes —digo—, unas horas antes y este hombre podría estar vivo.
—Yulia… —intenta consolarme Kathya, pero en cuanto su mano me toca la espalda, me doy la vuelta y la empujo contra una pared, aplastándola contra ella e impidiendo que respire, pues mi brazo le está presionando el cuello. Cuando su mirada asustada se encuentra con la mía, me doy cuenta de lo que estoy haciendo y me aparto. Debería pedirle perdón, pero no lo hago. Elena enseguida corre en su ayuda y me mira con algo parecido al desprecio. Me encojo de hombros. Tengo serios problemas de autocontrol.
Odio que la gente me toque, sobre todo si son desconocidos de un apocalipsis que me han golpeado en la cabeza varias veces, que me han robado y que me han arruinado la maravillosa vida que había construido día a día con mis propias manos. Salgo de esa maldita casa. Vlad estaba a punto de entrar, pero lo arrollo y sigo mi camino. Estoy enfadada. Cabreada porque ese hombre de ahí podría haber salvado la vida. Frustrada al darme cuenta de que sus palabras son ciertas; la humanidad ha muerto. Se ha acabado. Somos muertos esperando. Estamos esperando a que o bien alguien nos mate o a que esas mierdas que ahora mismo tienen el asentamiento invadido nos devoren.
Cansada de encontrarme siempre lo mismo. Angustiada porque solo huelo a muerte allí donde pongo un pie. Por el rabillo del ojo observo que el resto del grupo sigue luchando contra esos monstruos. Esos seres que antes eran humanos, como nosotros. Me siento impotente.
¿Cuántas personas podrían haberse salvado de haber llegado antes? ¿Podríamos haber hecho algo por ayudar? Sacudo la cabeza y salgo de allí. Algunos caminantes han salido del recinto vallado y ahora recorren todos los metros que sus podridas y flácidas piernas les permiten. Cuchillo en mano voy clavándoles la hoja por la nuca a aquellos que me encuentro.
¿Qué sentido tiene matarlos? ¿Qué importa cuántos nos carguemos? Siempre van a aparecer más. Siempre van a ser más que nosotros. Me monto en la camioneta. Shima está dentro de la cabina, inquieta. No para de bufar en cuanto me siento y apoyo la cabeza en el volante. Seguramente esté enfadada porque la he dejado aquí sola, o asustada, pues sé que, aunque no lo parezca, se da cuenta de las cosas que pasan a su alrededor, o quizá tan solo quiere marcharse de una vez y me está pidiendo que arranque el motor. Y podría hacerlo, podría irme. Ya tendría algunos víveres y armas para aguantar al menos un par de días. Podría olvidarme de los últimos sucesos y empezar de nuevo. Al fin y al cabo, es lo que hago. Dejo atrás algo, me olvido de ello y de los posibles sentimientos que me provoque y continúo mi camino.
Levanto la mirada. No pueden con ellos. Se oyen disparos, gritos y armas blancas golpeando contra los cráneos de los cadáveres. Arranco el coche. Algunos miran hacia atrás, desde aquí no puedo distinguir sus expresiones, pero los gritos se intensifican. Me agito. ¿Qué sentido tiene salvarlos? Enciendo las luces. Los veo correr, hacia mí. Están asustados, perdidos.
Elena es la última. Se la ve cansada, como si le faltara el aire. Kathya se da cuenta y retrocede. Suspiro. Shima me mira con curiosidad.
—¿Cuál es la diferencia entre los muertos y nosotros? —le pregunto sabiendo que jamás obtendré su res- puesta. Sin embargo, yo sí que la sé. Y esa pregunta es algo que siempre me hago, es algo que cuando contesto mentalmente me ayuda a seguir avanzando.
Piso el acelerador. El grupo se para en seco y empiezan a apartarse. Me llevo por delante a una horda de unos diez caminantes y paro el coche. Bajo la ventanilla. Maggie se apresura a correr hacia la camioneta, pero antes de que llegue, comienzo a dar instrucciones.
—¡Volved a los coches, deprisa! Trevor y Vlad suben de un salto a la camioneta y comienzo a dar marcha atrás. Los caminantes siguen saliendo como si se tratara de un rebaño de ovejas locas. Y toco el claxon de la camioneta. Ruido. Es un clásico en este nuevo mundo. Si quieres atraer a los zombis, haz ruido. Piso el pedal del acelerador de nuevo, pero esta vez giro en un sentido distinto, y no dejo de tocar el claxon en ningún momento. Prácticamente todos los caminantes cambian de rumbo y se dirigen hacia nosotros. Sonrío. Adoro cuando las cosas que apenas planeo salen a la perfección.
Mientras yo me encargo de alejar a los zombis, los otros ya se están montando en los vehículos. Doy un giro brusco y piso aún más el acelerador. Por mucho que los podridos quieran correr, sé que no podrán y sé que tarde o temprano los dejaremos muy atrás. Paso por delante del coche de Inessa y del de Denzel. Ellos parecen captar el mensaje y comienzan a seguirme. No sé a dónde vamos. O, mejor dicho, no sé a dónde debemos ir. Trevor da unos golpecitos en la ventanilla que conecta el maletero con la cabina y la abro sin apartar la vista de la carretera.
—¿Ahora qué? —me pregunta y me encojo de hombros.
—Kansas —decido—. Vamos al noreste.
Tras unas cinco horas de viaje sin descanso porque no me da la gana de parar, la camioneta de repente empieza a ralentizarse y, cuando me fijo en el marcador del depósito de gasolina, me doy cuenta de que está vacío. Solo entonces es cuando decido estacionar en mitad de la carretera. Trevor y Vlad no tardan en bajar, agradecidos de poder pisar tierra firme. Yo también bajo. Denzel se estira y los demás, con un aire agotado y con cara de cansancio, empiezan a agruparse.
—Se los dije —dice Denzel y pongo los ojos en blanco.
—Os dije que no era una buena idea.
—Había que intentarlo —defiende Samuel.
—Al menos podemos descartar otro sitio —añade Kathya.
—Yulia —me llama de repente Inessa y la miro cruzándome de brazos.
—Acércate.
Shima trepa por mi pierna y se coloca en mi hombro. Me reconforta sentir sus garras clavadas en la piel y su peso sobre mí. Miro al grupo. Quizá otra persona sintiera vergüenza al haberse equivocado con el plan, pero, lejos de sentir eso, procuro mirarlos por encima del hombro. Suelo hacerlo cuando creo que me van a echar la bronca, que van a acusarme de algo o que van a echarme cosas en cara. Es como mi escudo contra lo negativo.
—Gracias —me dice Inessa y mis ojos se abren como platos por el asombro.
—¿Por qué? —pregunto sin entenderlo.
—Porque podrías habernos dejado allí, pero los ahuyentaste —termina por decir Elena mirándose las zapatillas.
—Podría —asiento—, pero se los debía.
—¿Qué nos debías? —me pregunta Trevor.
—Yo los llevé allí. Mi responsabilidad era sacarlos a todos. Con vida.
—Un movimiento inteligente —dice Denzel colocándose la mano en la boca—, el ruido. El querer cerrar la verja. Cómo los matas. Eres buena. Me siento halagada. Que un tipo como él, que parece no dejarse doblegar y que jamás permitiría que nadie estuviese por encima de él, diga cosas como estas debe de ser muy difícil. Asiento y lo miro a los ojos, pero ya no es una mirada desafiante. Ya no los miro por encima del hombro. No me echan nada en cara, ni siquiera que hayan podido morir por mi culpa, sino que me agradecen haberme quedado y haberlos salvado.
—¿Por qué quieres ir a Kansas? —esta vez es Vlad el que habla.
—No lo sé. Quizá el este sea mejor que el oeste. Estoy cansada de ver siempre lo mismo en todas partes.
—Podríamos ir a Canadá —dice Samuel—. A Quebec, es donde os iba a llevar desde un primer momento. Allí hay una base militar, que en realidad es un hospital, que no ha caído, se lo aseguro, y, además, hay un laboratorio donde sé que intentan desarrollar la cura del virus.
—¿Y cómo sabes eso? —pregunto.
—Tengo un amigo allí, antes de cortarse las comunicaciones me contó lo que estaban haciendo. Es como una base militar, un fortín, pero con científicos dentro. Es nuestra única esperanza. ¿Crees que querría atravesar el país para nada?
—Son muchas millas —se queja Denzel.
—¿Tienes algo mejor que hacer que recorrer el país? —pregunta Kathya. No. Supongo que nadie tiene nada mejor que hacer que eso.
Esta vez, todos están de acuerdo cuando Inessa pregunta si quieren que yo vaya con ellos. No hay quejas ni malas caras, ni siquiera por parte de Denzel. Y esta vez tampoco le doy muchas vueltas al tema. Si antes de ir a Nuevo México ya estaba perdida, ahora es peor aún.
Estamos en mitad de una interestatal, el desierto nos rodea y sigo en las mismas de antes; no tengo nada.
—Curiosa historia —determino cuando Elena acaba de contarme sus extensas aventuras desde que el fin del mundo llegó. Su hermana ahora está con Trevor y tanto Shima como yo nos hemos mudado al coche que Inessa conduce. Tomamos un largo descanso después de decidir qué ruta seguir. Horas después nos pusimos en camino y llevo como una hora en la parte trasera del vehículo hablando con ella sin parar.
Me ha contado, con lágrimas en los ojos, cómo no pudo despedirse de su novio. Me cuenta que estuvieron semanas, ella y su familia, en una facultad que el ejército amuralló y vigiló hasta que salieron de allí en busca de Kathya, que había escapado y huido. Después me cuenta cómo acabaron en el viejo y destartalado edificio donde yo los conocí.
—¿Cuál es la tuya? —me pregunta y sonrío, recostándome en el asiento.
—Mucha manta y carretera, unos padres idiotas que intentaban tenerme bajo control incluso durante el apocalipsis, un campamento mal organizado que cayó mientras yo me limitaba a salir de allí. Ese es el resumen.
—¿Y qué más? La miro. Ella ya me está mirando y, por primera vez en demasiado tiempo, me siento incómoda y retiro la mirada para perderme en la lejanía del desierto, que dentro de pocas millas dará paso a algo de vegetación verde.
—No hay nada más —le contesto.
—Solo me has hablado de lo que te pasó cuando estalló esto, pero no sé nada de tu otra vida.
—Era una mierda —suelto—. Una buena mierda. La tuya era bonita. Novio, clases, notas altas y tu mayor preocupación era no bajar la media para acudir a la mejor universidad.
—No te he pedido que compares nada. La miro por encima del hombro. Ahora puedo ver algo de dolor en su mirada, como si la hubiera ofendido. Suele pasarme. Soltar cualquier comentario borde que arruine las buenas vibraciones que se estaban formando.
Resoplo y me encojo de hombros. No me gusta hablar de mí o de mi vida, y menos de mi vida anterior al paraíso en el que ahora vivimos.
—Dejé el instituto al cumplir los dieciocho. Antes de eso me expulsaron varias veces y tuve que cambiar de centro. Los veranos me los pasaba haciendo servicios a la comunidad por todos los delitos menores que cometía cuando me saltaba las clases. Estaba en una banda de imbéciles colgados. Robábamos, bebíamos hasta perder el conocimiento, vendíamos droga y, por supuesto, fumábamos hasta que el mundo parecía desaparecer.
—Veo a Inessa mirarme con cuidado por el espejo retrovisor y me llevo una mano a los labios.
La peor parte es la impresión que causo en la gente cuando decido abrir el pico, aunque, claro, tampoco es que me haya cosechado una reputación de santa monja.
—Una vez estuve en un juicio. Por la muerte de un amigo. No hice nada, pero sí que estuve en la escena del crimen y quisieron cargarme el muerto encima. Mis padres me odiaban —hago una pausa para suspirar y tomar aire—, nunca fui lo que ellos esperaban que fuera, ¿sabes? Jamás. No sigo hablando. Obviamente hay mucho más que decir, mucho más que contar, pero simplemente no quiero. Yo sola me metí en todos esos problemas, puede que mis padres con su odio natural hicieran que me metiera de lleno en esa mierda, pero yo tomé la decisión de arruinarme la vida.
—Creo que ahora estarían orgullosos de ti —dice Inessa rompiendo el silencio y me sorprendo por sus palabras.
—Nos has salvado. A todos. No eres tan mala como te pintas.
En otro momento me reiría. Soltaría cualquier bordería que se me pasara por la mente y seguiría mirando al horizonte esperando que nadie me volviera a molestar en un rato, no obstante, me quedo callada y me muerdo la cara interna del labio. Sé que ellos jamás podrían sentirse orgullosos de mí, por muchas vidas que salvara o por muchos caminantes que matara, eso no cambiaría lo que soy y, por tanto, no cambiaría el odio que me profesaban.
La mano de Elena aterriza sobre la mía. Mis ojos viajan a la velocidad de la luz desde la extensa pradera de trigo que se extiende ahí fuera hasta su suave y ardiente mano sobre mi piel. Después, mi mirada se eleva hasta encontrarse con sus intensos y verdes ojos.
—Quédate con lo bueno —musita—. Aunque fuera una mierda tu vida, eso te ha preparado para esto. —Se ríe y retira cuidadosamente la mano—. Mis matrículas de honor en trigonometría e historia no me ayudan a la hora
de matar zombis. Las comisuras de mis labios se curvan hacia arriba en un intento de sonreír. Asiento con la cabeza y luego mis ojos vuelven a la carretera.
«¿Cuál es la diferencia entre los muertos y nosotros?».
Después de otras dos intensas horas de viaje, se comienzan a apreciar muchos más tramos de carreteras y bifurcaciones. Decidimos continuar atravesando un camino bordeado de árboles que se adentra en un pequeño bosque. Abro la ventanilla cerrando los ojos y dejando que mis pulmones se llenen del oxígeno limpio de la zona. Hasta que aparecen los problemas.
—¿Qué cojones es eso? —escucho a Inessa preguntar y el coche se detiene. Abro los ojos y el piloto automático de peligro inminente se enciende en algún lugar de mi mente. Asomo la cabeza y veo una gran pila de troncos perfectamente cortados y apilados impidiendo el paso. Mierda. Obviamente algo así, de esas proporciones y tan bien colocado, no ha podido ser obra de la madre naturaleza. Alguien ha puesto eso ahí. E intuyo que no lo ha hecho con buenas intenciones.
—Quizá alguien ha querido cortarle el paso a los caminantes —dice Elena como leyéndome la mente, pero niego con la cabeza.
—¿Has visto algún zombi durante los últimos treinta minutos? La zona está limpia. No es por ellos. Es por nosotros. Trevor se baja del coche. Cuando abro la puerta para salir yo también, Inessa me da un revólver. Bueno, al menos está comprobado que confían en mí. Denzel también sale de su vehículo y le sigue Samuel.
Todos tenemos las armas cargadas y listas para atacar. Nos acercamos a la muralla que los troncos forman y pido que todos guarden silencio. Enseguida el lugar se colma de los sonidos que no éramos capaces de captar. Contengo el aliento.
Caminantes. Muchos caminantes. Antes de que nadie pueda protestar, ya estoy escalando la pila de troncos. Lo que veo al otro lado hace que trague saliva con dificultad. Si no había un solo zombi en la carretera ni en los alrededores, detrás de esta valla natural se encuentran al menos una centena de ellos. Me doy la vuelta, dispuesta a gritar que se metan en los coches y que den marcha atrás antes de que sea demasiado tarde, pero la mandíbula se me desencaja cuando veo un Jeep dirigiéndose hacia nosotros a toda velocidad.
Y, de repente, me veo a mí misma agachándome y cubriéndome la cabeza. Desde los árboles y setos que rodean este tramo de carretera varias personas provistas de distintos tipos de armas de fuego comienzan a disparar contra nosotros. Trato de cubrirme con los troncos y de buscar una posición idónea para apuntarles, pero todos los tiros que lanzo acaban perdiéndose en la nada.
Me doy cuenta de que el Jeep se ha detenido a unos metros y que ahora está girando, dispuesto a irse por donde ha venido en cuanto le den la orden precisa. En cuanto a nuestros nuevos enemigos, no nos disparan directamente a nosotros, sino a los coches. Las ruedas de todos los vehículos quedan hechas trizas. Los hombres de mi grupo tratan de defenderse, pero apuntan a ciegas; su posición es demasiado mala.
—¡Bajen las putas armas! —grita un hombre. Por su voz reconozco que debe de ser joven, pero con un temperamento severo. Al principio nadie hace caso. Samuel y Denzel tratan de bordear la camioneta donde Vlad y Kathya se refugian asustados, pero las balas que impactan contra el asfalto les hacen retroceder.
A mí nadie me dispara. Nadie se preocupa por la chica curiosa que se subió a los árboles caídos para ver qué había más allá. Y deberían. Deberían preocuparse por mí. Levanto la cabeza y entrecierro los ojos. Una leve sonrisa se apodera de mis labios y apunto con el revólver a la cabeza de un hombre al que claramente puedo ver desde donde me encuentro. El hombre no debe de tener más de treinta años, cargado con un fusil variable, está demasiado concentrado en mis nuevos amigos como para darse cuenta de mi existencia. Pongo el dedo en el gatillo y contengo la respiración, pero en el último momento desvío el cañón de la pistola y disparo. Le doy en un hombro; si lo hubiese matado, los demás hombres, cuyo número desconozco, habrían disparado sin remedio contra nosotros y estaríamos muertos. Los gritos del hombre herido enseguida llenan el aire. Las balas cesan y eso le da tiempo a Trevor y compañía para posicionarse y apuntar contra los árboles.
Yo me quedo donde estoy, segura de que mi posición tiene más valía ahora mismo que cualquier otra cosa. Cuando otro hombre, del grupo enemigo, se acerca al herido, otra bala de mi revólver se escapa de su cámara y acaba impactando contra su pierna. Más gritos de dolor se añaden a los primeros.
Lo siguiente que ocurre es un poco caótico. Los disparos vuelven, pero esta vez son los míos los que se oyen primero. Inessa y Elena están cubriéndose con las puertas del coche, pero apuntando a los árboles en ambas direcciones. Kathya y Vlad hacen exactamente igual.
Yo espero a que más gente aparezca en mi campo de visión para poder herirlos, pero se ve que han aprendido la lección y nadie más acude en su ayuda. Me frustro un poco, pero cuando escucho a los caminantes y sus gritos guturales mucho más cerca y mucho más alto que antes, se me encoge el corazón. Me da por volver a escalar y asomar la cabeza y se me congela la sangre. Los ruidos de los disparos solo están provocando que se acerquen más y que desesperadamente encuentren la forma de pasar a este lado.
—¡Pelinegra! —grita la misma voz que antes nos ha ordenado que bajáramos las armas. Me doy la vuelta y escruto con cautela el bosque, apuntando a cada árbol, pero no veo absolutamente nada.
—Diles a tus amigos qué es lo que hay tras esos troncos. Trevor me mira. Inessa y Elena hacen lo mismo. Vlad espera a que hable, y Denzel, aunque aún está apuntando a los árboles, sé que solo tiene oídos para mí. Cierro los ojos y sacudo la cabeza con fuerza. Esto es lo que querían. Nos tienen completamente acorralados. No podemos avanzar por culpa de los troncos y de los infectados al otro lado, no podemos dar marcha atrás por el Jeep y porque nos han jodido las ruedas, y tampoco podemos escalar esos trozos de tierra que hay a ambos lados de la carretera y seguir caminando a través del bosque porque están ellos, armados hasta los dientes.
—Caminantes —digo al fin y el semblante de mis compañeros de aventuras cambia poco a poco.
—Diles ahora qué es lo que deben hacer —me ordena el hijo de perra.
—¿Qué quieren de nosotros? —pregunto mirando hacia donde creo que se encuentra. Pasan unos largos segundos antes de que se digne a contestarme.
—Vuestras armas. Vuestros coches. Todo lo que tengáis.
—¿Y luego qué? —pregunta Denzel.
—Luego vendréis con nosotros. No tenéis otra opción. Es esto que os propongo o morir.
Tiene razón. Sé que la tiene. Por muy poco que me guste la idea, sea quien sea va muy en serio. Puede que los demás no entiendan aún el concepto de lo que son los distintos tipos de bandas y el poder que cada una puede tener, pero yo he estado en ese mundo y sé por experiencia que ahora mismo nuestra opción es hacerles caso. Así que bajo de los troncos apilados. Pongo el arma en el suelo y, mientras avanzo, tiro de igual manera la navaja que Elena me dio aquella noche. Luego pongo las manos por detrás de la cabeza.
—¿Qué haces? —me pregunta Trevor
—. No te rindas, Yulia.
—¿Quién ha dicho que vaya a rendirme? Pasan diez minutos más. Nadie se me une. Comienzo a impacientarme. Los otros no han dicho nada. No se oyen más que los alaridos ahora medio ahogados de los dos hombres a los que he conseguido herir y los ruidos incesantes de los caminantes tratando de llegar hasta aquí. Al cabo de otros dos minutos, sea quien sea abre la boca y pide una vez más, amablemente, que los demás sigan mi ejemplo y no opongan resistencia. Denzel es el primero en caer. Me sorprende, pero algo me dice que muy en el fondo sabe que no tiene más remedio. Se acerca a mí y me susurra algo al oído:
—Prométeme que cuidarás de mi sobrina —me pide. —Denzel, con todo el respeto, yo no soy ninguna niñer…
—Promételo, niña. Sin embargo, no me da tiempo a prometer nada. En cuanto la última arma toca el suelo, uno a uno esos misteriosos hombres comienzan a salir de todas partes. Hemos hecho bien, jamás hubiésemos podido contra un grupo así. Todos son altos y corpulentos, de distintas edades, pero la mayoría son jóvenes, todos van vestidos de negro y están rapados. Sea quien sea aparece en escena con unas gafas de sol tipo aviador y un cigarrillo encendido entre los labios.
—Bien hecho. Ahora, que el resto salga de los coches, por favor —dice. Les hacen caso. Kat y Vlad se ponen junto a Trevor, Olivia junto a su tío, y Elena y su madre caminan lentamente cogidas de la mano. Nos cachean uno por uno. Le doy un cabezazo a un asqueroso de mierda cuando manosea uno de mis senos. El hombre está a punto de darme un puñetazo, pero otro lo detiene a tiempo y se agita contrariado. Yo le sonrío con aire de suficiencia sabiendo que tarde o temprano recibiré algún que otro golpe.
—¡Joder! Cuando giro la cabeza en dirección al grito de dolor que alguien suelta, el corazón se me acelera al ver a Shima enganchada como un gato furioso en la cara de otro imbécil vestido de negro. El mapache clava las uñas sobre la carne del joven. Llega otro y se la quita de encima, no sin hacerle daño al primero. En otras circunstancias sé que me reiría a más no poder.
—¿De quién es esta cosa? —inquiere el hombre que la ha cogido y que ahora lucha para que no se enfrente con él.
—Mía —digo y noto varios pares de ojos sobre mí.
—La voy a matar —dice el hombre que la sujeta y se me revuelve el estómago.
—No —dice el jefe, el tío de las gafas de sol y el cigarrillo
—. Se viene con nosotros. Métela en un saco. Con suerte Rick podrá cocinarla. Me abalanzo sobre él. En dos segundos ya he llegado a su cara y le he arrancado las gafas de un solo golpe. Pero no me da tiempo a hacer nada más. Varios hombres se me echan encima como buitres y me apartan de él, tirándome con demasiada brusquedad al suelo. Aprieto la mandíbula. Mis manos están ahora raspadas y con grava en las palmas haciéndome pequeñas heridas. Me apuntan a la cabeza y resoplo.
—Parece que tenemos a toda una luchadora —comenta el jefazo volviéndose a poner las gafas. Pero uno de los cristales se cae de la montura y no puedo evitar que se me escape una carcajada
—. Tú y yo vamos a pasarlo bien. —La sonrisa enseguida se me va del rostro. Es entonces cuando mi mirada se encuentra con los ojos preocupados de Elena, pero sacudo la cabeza
—. Les diré lo que va a pasar. Los adolescentes se vienen conmigo, y los mayores se van con Jack. —Señala a un hombre de tez oscura y con un tatuaje de una serpiente en el cuello.
—¿Por qué separarnos? —lo miro a los ojos desafiándolo, como de costumbre.
—No van a volver a verse —me espeta y veo que le asiente a alguien, pero cuando giro la cabeza para ver de quién se trata, una vez más, y ya es demasiado frustrante, alguien me golpea en la base de la cabeza y pierdo el conocimiento.
Decir que veo el universo, con los miles de millones de estrellas que existen, con todos esos planetas descubiertos y aún por descubrir, más todos esos agujeros negros que se tragan la materia, los cometas y meteoritos que surcan el espacio, e incluso el polvo estelar, se queda pequeño. No sé a estas alturas qué golpe en la maldita cabeza me ha dolido más hasta la fecha, pero definitivamente creo que necesito colocarme un casco o algo por el estilo, porque se ve que llevo un cartel en la espalda que dice: «¡Atención! A Yulia Lexter le encanta desmayarse. Propinar hostia en la cabeza».
—Despierta. Yulia, por favor. La voz de Elena me despierta. Me encuentro con sus ojos verdes en un primer momento y pongo una mueca de dolor cuando trato de levantarme. Me ayuda a hacerlo poco a poco para no marearme demasiado. Hay luz. Luz de verdad. Luz artificial, de esa que no veía hace al menos un centenar de siglos. Me llevo los dedos a la nuca. Al menos esta vez no hay sangre.
—¿Qué carajo ha pasado? —pregunto y carraspeo para despejarme la voz.
—Nos vendaron los ojos. Nos trajeron a… Lo llaman La Granja. Solo hay adolescentes. La preocupación invade su rostro. Miro a nuestro alrededor. Me desconcierta lo que veo. Estamos en una gran habitación, con catres y literas. Todas tienen sábanas blancas y una manta verde.
Kathya, Vlad y Olivia están tumbados cada uno en una cama diferente. Al fondo veo que hay caras no conocidas. Por la forma en la que me miran sé que algo no anda especialmente bien. Hay un chico. Es alto y parece fuerte. El pelo rizado le cae por la frente haciendo sus facciones serias algo más dulces. A su lado, medio abrazada a él, hay una chica con unos ojos claros impresionantes. Enfrente de ellos hay otro joven, con el pelo largo y los ojos color miel. Parece asustado. En- cima de la cama de este hay otro chico pelirrojo que tiene la mirada clavada en nosotros. Hay más personas.
El resto son tan solo niños y niñas que tiemblan y lloran.
—No nos han explicado nada. Cuando preguntamos, la única respuesta que recibimos son golpes y amenazas. Nos dijeron que nos mantuviésemos callados. Que no molestáramos.
—¿Y los demás? —pregunto, pero niega derrotada con la cabeza. Los ojos de Elena se empañan.
—Estamos muertos, Yulia.
—No lo estamos.
—Pero lo estaremos —añade Kat, acercándose a nosotras mientras mira a la pareja que se está medio abrazando sin despegar los ojos de nosotros.
—Algún día —le digo
—. Pero ahora estamos vivos. Y mientras estemos vivos podemos luchar. Parece que he hablado demasiado alto, pues el joven que parece ser fuerte se levanta de la cama y camina hacia nosotros con los brazos cruzados por el pecho. Mueve la cabeza hacia un lado para apartar los mechones de pelo castaño.
—¿Luchar? —me pregunta directamente a mí, pues sus ojos grises no dejan de escrutar los míos
—. Aquí hay unas normas. No voy a permitir que nadie llegue y arruine lo que he conseguido.
—¿Y qué has conseguido? —le pregunto levantando una ceja.
—Tengo ciertos privilegios. —Miro hacia la chica que estaba abrazando. La veo temblar mientras se pega a la pared y mira fijamente al suelo. Está muy asustada.
—¿Tu novia? —pregunto señalándola con la cabeza. El chico niega.
—Mi hermana. —Muy bien, hermano de la chica de la esquina que está cagada, como el resto de niños que hay aquí dentro, me llamo Yulia Volkova y ni tú ni un puñado de idiotas vestidos de negro vais a decirme qué hacer o qué decir.
—Me levanto de la cama, pero Elena me agarra la mano.
—Yulia, no hagas tonterías —me repite las mismas palabras que yo le dije en Alburquerque. Relajo los músculos y me calmo un poco. Pero entonces el estúpido del flequillo rizado sonríe.
—¿A ella sí le haces caso? ¿Eres débil ante una niña de mierda? No hace falta que diga nada más, me suelto del agarre de elena y me abalanzo contra él. El tipo cae al suelo y, en cuanto estoy sobre él, mis manos van a parar a su cara. Entonces viene corriendo una figura oscura, levanto la mirada y me encuentro con el chico pelirrojo, que me aparta de un empujón.
Me levanto de un salto y me pongo en posición de ataque. He tenido muchas peleas como esta en distintos escenarios. Da igual el sexo. Da igual el número. Da igual todo. Me enfrento a los dos y, aunque consigo dar unos cuantos golpes certeros, enseguida me tienen contra uno de los catres, propinándome puñetazos en el abdomen.
—Dejenla en paz —oigo chillar a Elena detrás de ellos. Me gustaría decirle que no se meta, pero la voz no me sale de la garganta. Siento que me estoy rindiendo, que mi cuerpo cede ante el dolor, que mi rabia queda sustituida por rendición, pero entonces la pregunta me viene a la mente. Eso que siempre me digo para seguir adelante, para darme algo de energía y de valor. Como si fuera gasolina para mi cerebro y, por ende, para mi cuerpo.
—¿Cuál es la diferencia entre los muertos y nosotros? —mascullo entre dientes y grito. Y con ese grito mi fuerza vuelve, esquivo uno de los golpes que iba a mi cara y aprovecho el dolor que el chico pelirrojo siente ahora en los nudillos para darle un rodillazo en la entrepierna. Cae al suelo y, en cuanto tomo aire, me tiro a por el otro. Le araño la cara, el cuello y la espalda. Me engancho a él como lo haría Shima e incluso le clavo los dientes en un hombro. El chico grita y retrocede buscando la pared para estamparme contra ella, pero me suelto rápidamente y me preparo para seguir peleando, sin embargo, las puertas de la habitación se abren y varios hombres armados y vestidos de negro entran dentro, apuntando a todo el mundo, haciendo que los niños se lleven las manos a la cabeza y que se aplasten contra sus camas.
Yo me sacudo la ropa y los enfrento a todos con la mirada, lejos de acobardarme. Entonces abren un pasillo y entra mi querido amigo: el tío de las gafas de sol.
—Mira por dónde, mi chica guerrera —dice.
—¿Tu qué?
—Me gusta que tengas carácter, pero, chica, eres todo un desafío, un caballo salvaje. Y adoro profundamente domesticar a las fieras. —Le enseño los dientes en respuesta y aprieto los puños
—. ¿Qué se supone que vas a hacerme? ¿Me vas a atacar como a estos dos idiotas? ¿Y cómo lo has hecho? ¿Tú sola contra dos tíos?
—Dame una puta pistola y acabaré con todos tus hombres antes de que puedas pronunciar mi nombre —le desafío.
—Nada me gustaría más que verte disparar, muchacha, pero no contra mis hombres. Me gustas —dice, encendiéndose un cigarro y caminando hacia mí. Dos de sus hombres me apuntan
—eres fuerte, valiente, astuta y tienes algo de picardía. Serás un buen soldado. —Cuando llega a mí me echa todo el humo en la cara.
—¿Eso es lo que hacéis aquí? ¿Formar un ejército?
—Chica lista. —Tira las cenizas al suelo, muy cerca de mis pies, y luego me mira a los ojos
—Te lo explicaré pronto todo, lo prometo. Lástima que seas una mujer. Aunque contigo podría hacer una excepción.
—¿Qué les pasa a las mujeres? —me intereso de repente. Su mirada va desde Olivia hasta Elena y sonríe. Sonríe de una forma por la que sé que tarde o temprano mi puño acabará impactando contra su mandíbula. Veo cómo sus ojos se deleitan con la figura de Elena, cómo escruta su trasero y cómo su mirada se detiene por mucho tiempo en sus pechos.
—Alguien tiene que darnos hijos, y apuesto lo que sea a que con ella —señala a Elena y veo cómo a ella le recorre un escalofrío— voy a engendrar a unos niños preciosos.
Es suficiente. Antes de que pueda pensar, mi puño está en su cara. La punta del pie en su entrepierna. El otro puño contra su estómago. Le agarro del brazo, justo como hice con Denzel, y tiro con fuerza hacia atrás para cubrirme con su cuerpo.
Sus hombres ya buscan la forma de dispararme. Pero él se ríe. Ríe a carcajadas y tira el cigarro al suelo. Estoy a punto de hacer una locura cuando la radio que tiene enganchada a los pantalones comienza a emitir sonido, cuando la señal se vuelve clara, la voz de Trevor suena al otro lado.
—Estamos bien. Hemos conseguido dejarlos atrás, pero no podemos volver. Es peligroso y hay demasiados hombres. Sé que puedes sacarlos de donde sea que los hayan metido, EvoYulia. Sé que puedes oírme. Ve al lugar donde íbamos. Tráelos con vida. Eres la única que puede hacerlo.
—Volveremos a encontrarnos —musito sin pensar, aun sabiendo que nunca podrá oírme.
El mensaje es suficiente para que a varios hombres les dé tiempo de engancharse a mí. Antes de que pueda volver a pestañear estoy en el suelo, reducida, con demasiados golpes en el cuerpo. Me levantan y a arrastras me sacan de la habitación. Veo cómo Elena intenta correr detrás de mí, pero Kathya se lo impide abrazándola.
Escucho su voz gritando mi nombre y eso es lo que me rompe. Es lo que me desgarra por dentro. Me dejo llevar a donde sea que me estén conduciendo mientras una diminuta lágrima me recorre la mejilla.
«¿Cuál es la diferencia entre los muertos y nosotros?».
—Ellos no lloran.
Continuara...
Ekaryl- Mensajes : 17
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Re: ADAPTACION : CUARTA FASE
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Re: ADAPTACION : CUARTA FASE
YULIA POV
Pasamos buena parte de la noche entrenando. Muchos hacen lo mismo que yo con las tablas de madera de las camas, y con ayuda de las pocas navajas robadas comienzan a afilar los trozos. Por supuesto, con eso solamente no vamos a hacer nada contra las armas de fuego, las cuales tendremos que conseguir de algún modo.
Ahora mismo estoy demasiado cansada como para pensar cómo lo vamos a hacer. Porque habrá que matar, y para matar tendremos que conseguir armas, y para conseguir armas necesitaremos una llave, y para conseguir esa llave tendré que colarme en la oficina donde la guarden y…
—¿Yul?
Escucho la voz de Lena en el diminutivo que comenzamos a usar a los dìas de estar en este infiero sacàndome de mis pensamientos. Miro hacia arriba y me encuentro con su mirada. Ella se agacha y se apoya en mis rodillas. Quizá si fuera otra persona le hubiese bufado o me hubiese apartado con brusquedad o le hubiera advertido que no volviera a tocarme. Pero con ella es diferente. No me importa que entre en contacto físico conmigo, de hecho, adoro sentir su suave y cálida piel sobre la mía, y eso que apenas hemos llegado a tener algún que otro roce.
—¿Estás bien? —le pregunto, pues parece triste. Me fijo entonces en sus heridas. En sus cortes. En sus moretones. No da muestras de que nada le duela, pero al mismo tiempo parece que va a echarse a llorar en cualquier momento. Entonces abro los ojos como platos. Malia Black, la chica de ojos azules, a ella todos los días… Pero no. Es imposible—. Lena, ¿ellos te han…?
Me mira a los ojos. Veo en ellos un brillo apagado. De repente las lágrimas se agolpan en su mirada verde y dejo de respirar. ¿Lo han hecho? ¿La han violado? Juro por todos los dioses que han existido, existen o van a existir que si le han tocado un solo cabello, voy a hacerlos tragar el polvo de mis botas hasta que mueran. Pero ella niega levemente con la cabeza y toda la impotencia y rabia que se estaban acumulando en el fondo de mi ser desaparecen.
—Estoy bien —me afirma—. Es solo que todo esto… Mi hermana, Vlad, Olivia. Esta gente. Mi madre. No sabemos nada de ellos, ¿y si no logramos salir de aquí? ¿Y si nos matan? ¿Y si…?
—No dejaré que nada de eso pase —la corto—. Mientras yo siga respirando no permitiré que nos ganen, ¿está bien?
Asiente repetidas veces y una fina lágrima le recorre la mejilla derecha. Llevo las manos hasta su rostro y se la limpio con el pulgar. Lena cierra los ojos ante el delicado roce que marco sobre su piel y, cuando acabo el recorrido, abre los párpados y sonríe. Ladeo la cabeza. ¿Por qué está sonriendo?
—Tus mejillas se han encendido cuando me has preguntado si me habían violado —me susurra.
Trago saliva sonoramente, lo cual lo empeora todo, ya que Lena se tapa la boca con las manos para que sus carcajadas no sean audibles. Mis mejillas vuelven a tornarse de ese últimamente habitual tono rojizo. Y ella me mira con tanta intensidad que podría encender una bombilla con tan solo tocarla.
—Yo…
—Vaya, ¿Yulia Volkova tiene un punto débil?
—No —niego rápidamente y ella vuelve a sonreír.
—No sé por qué te digo esto, pero sigo siendo… virgen. Y me gustaría seguir siéndolo, así que date prisa por sacarnos de aquí.
Y así, tal cual, se levanta y me deja con la boca abierta, incapaz de creer que la chica con una vida perfecta y un novio perfecto en una vida anterior siga conservando la «virginidad»… si es que eso existe.
Hoy también vuelven a dejarme aislada. Después del desayuno, todos marchan al campo de entrenamiento. A mí me dirigen de nuevo a las habitaciones, pero pido expresamente ver al jefe del recinto. Los dos guardias uniformados se miran entre sí y se encogen de hombros. Algo me dice que nunca nadie les había hecho una propuesta como la que yo acabo de hacer. Al final acceden, no sin antes consultarlo vía walkie-talkie.
—Un gusto verte por aquí, Yulia —dice Ronan mirándome por encima de sus lentes oscuras e indicándome
con la mano que me siente enfrente del escritorio.
—Ya veo que no entrenas con los chicos —observo tomando asiento y cruzando las piernas, aunque poniendo una mueca ante tal gesto, pues los moretones de los muslos me arden.
—Ya han entendido el concepto de formar parte de La Granja. Tú lo hubieses hecho, pero eres rebelde.
—¿Qué va a pasar conmigo? —me atrevo a preguntar sabiendo inmediatamente que no es una buena idea.
De repente oigo un largo e intenso bufido, seguido de unas garras que impactan contra el metal. Me levanto sabiendo perfectamente quién está provocando todo ese alboroto y descubro, no sin antes asombrarme, a Shima encerrada en una jaula para conejos. El corazón empieza a irme más rápido y trago saliva. Está viva. Mi mapache sigue de una sola pieza y estos hijos de perra la tienen encerrada como un animal de circo.
—Es tuya, ¿no? —me pregunta Ronan y yo asiento, volviendo a posar mi culo en esa silla—. ¿Te hace caso?
—Sí —afirmo con convicción mirándole a los ojos.
—Tienes buena mano con los animales. O al menos eso parece. Quiero decir, has entrenado a un animal salvaje —apunta y se quita las gafas. Por fin puedo ver con claridad esos ojos rasgados casi negros que me escrutan con suficiencia, creo que es indio—. Si mis hombres te enseñan a entrenar caballos, ¿aceptarías un puesto?
Me llevo la mano al mentón y miro al techo. Parece que no le interesa que entrene, quizá porque sabe que puedo defenderme perfectamente y porque aguanto el dolor bien y, por otro lado, parece que obvia el hecho de que sea una mujer y pueda darle hijos, así que es una ventaja bastante importante. Y de repente se me enciende una bombilla. Hacerme amiga de este hombre, o al menos hacer que crea que soy su amiga, podrá darme ciertos privilegios que luego podré usar a mi favor.
—Sí —acepto—. Pero con una condición. —Las cejas de Ronan se elevan y se cruza de brazos, asintiendo—. Ni tú ni tus hombres podréis tocarle un pelo a Elena, a Kathya o a Olivia.
—Está bien —accede y suelto un gran suspiro—. ¿Algo más?
—Shima. —Señalo con la cabeza al mapache—. Suéltala.
—Como desees.
Se levanta y camina hasta la caja de metal donde mi mapache, que no deja de bufar, está encerrado. Cuando se agacha y empieza a hablarle al animal, tengo el tiempo justo y necesario para coger uno de los manojos de llaves. Me las meto en el bolsillo de atrás del pantalón sin hacer ningún ruido y rezando para que algunas de esas llaves nos sean de utilidad a la hora de salir de aquí.
—Señor, hay un problema en el campo de entrenamiento.
Entra uno de los soldados de Ronan por la puerta sin haber llamado previamente y provocándome un infarto al corazón que hace que me siente de golpe de nuevo en la silla. Cuando me fijo en su rostro veo que varias perlas de sudor le recorren la frente y que sus mejillas están sonrojadas. Ronan, por su parte, no termina de abrir la jaula y se da la vuelta, mirándome a mí primero y luego a su cabo.
—¿Qué pasa ahora?
—Bill y Kathya —al escuchar sus nombres giro rápidamente la cabeza y me muerdo la cara interna de la mejilla—. Se han golpeado entre ellos en plena carrera y, cuando hemos intentado separarlos, han arremetido contra nosotros.
—Aislamiento —sentencia el hombre de ojos negros llevándose un cigarro a la boca—. Tres días. Sin comida y sin agua. Tal vez tenga el mismo efecto que en nuestra amiga. —Me señala con el dedo—. Ahora vuelve a los cuartos. Hablaremos más tarde.
No me molesto en rechistar. Había venido para conseguir de algún modo las llaves, y sí, es bueno saber que Shima sigue con vida y, sobre todo, dónde está, pero tendré el tiempo suficiente para recuperarla antes de salir por patas de aquí. Me escoltan en total silencio a la habitación y, en cuanto llego y cierran las puertas, escondo el manojo de llaves en la funda de la almohada. Se me ocurre echarles un vistazo antes. No tengo las llaves de la armería ni tampoco de aislamiento, pero sí que tengo las de todas las puertas de La Granja, así que al menos ya tenemos la vía de escape asegurada.
—¿Qué? —exclamo y Lena corre a taparme la boca.
Algunos de los niños sentados en las mesas adyacentes nos miran y sacuden la cabeza. Rick, que reparte las bandejas de comida, nos echa un rápido vistazo, pero al no ver nada raro sigue con su labor. Nadie más parece hacernos caso o interesarse por nosotras, así que me tomo un tiempo para mirar con incredulidad a una Alison que no deja de observar cautelosamente a los soldados de negro. Vlad, que está a mi derecha, me da un codazo, y Olivia, que se sienta enfrente de mí, se lleva el dedo índice a los labios para indicar que me mantenga en silencio.
—Fingieron una pelea para ir a aislamiento. De esta manera podrán conseguir las armas que los soldados de ahí abajo tengan —me vuelve a explicar Lena.
—¿Estáis locos? ¿Cómo coño pretendéis hacer algo así? ¿A quién se le ha ocurrido esa brillante idea?
—A mí —esta vez es la voz de Tom la que llega a mis oídos. El chico de cabellos largos y ojos color miel se sienta al lado de Olivia y yo enarco una ceja—. Esta noche —baja la voz—, tanto Bill como Kathya harán todo lo posible para que abran las puertas de sus celdas, noquearán a los soldados, les quitarán las armas y las llaves y saldrán de allí. Irán con cautela y, si pueden, robarán más armas. Mientras nosotros tenemos que salir de aquí, ¿tienes esas llaves? —Asiento con la cabeza pellizcándome el puente de la nariz.
—No saben qué hora es, no se tiene consciencia del tiempo ahí abajo. Tu plan es un plan de mierda —mascullo, pero el chico sonríe.
—Bill tiene un reloj.
—Que le habrán quitado nada más entrar —le digo y entierro mi cara entre las manos.
—Por eso se lo ha escondido en la zapatilla —dice Olivia—, dijiste que es lo único que no te revisaron.
Los miro y suspiro. Vale, voy a creer que esta estúpida idea va a salir bien. Digamos que Kathya y Bill salen de ahí con armas y vienen a por nosotros.
—¿A qué hora? —pregunto.
—A las ocho en punto, justo cuando nos dejan en los catres —dice Vlad—. Ahí tenemos las linternas, las navajas y las tablas de madera afiladas. Lo necesitamos todo.
—Y, además, Malia nos ha conseguido algo hoy —añade Elena mirando a la chica de ojos azules que está sentada en la última mesa—. Engatusó a uno de los hombres de Ronan y se lo llevó a la armería. Tiene un par de bombas de humo.
Se me desencaja la mandíbula. Sacudo la cabeza y luego asiento repetidas veces. Está bien, está bien. Odio cuando las cosas se hacen de manera improvisada o cuando no he hecho ni la mitad del plan o cuando me entero de las cosas cuando están por pasar. Pero lo acepto. Lo acepto porque no me queda otra.
—Lo cogemos todo y salimos de la habitación. ¿Qué más?
—Los coches —dice Tom—. Si somos rápidos y sigilosos quizá podamos, con suerte, pasar desapercibidos y llegar hasta los coches, una vez allí podremos cogerlos y largarnos.
—Nos seguirán —me quejo—. Nos verán. Nos dispararán.
—Iremos por las puertas traseras —me explica Vlad—, según Bill, apenas montan guardia por ahí y ellos cenan a las ocho. No estarán por los pasillos porque para ellos nosotros estaremos encerrados y nos será imposible salir de ahí. Solo tendrán a los vigías en las torres y a los solados en aislamiento, pero ellos ya estarán inconscientes.
—¿Han calculado el tiempo que tendremos para hacer toda esa mierda antes de que estallen las alarmas? —cuestiono, pero después de unos segundos mirándose entre sí, todos niegan—. ¿Han pensando lo que ocurrirá si hieren a alguno de nosotros? ¿Han pensado cómo traspasar la valla? Y, por último, ¿han pensado lo que nos pasará a todos si una simple cosa de este maravilloso plan vuestro fracasa?
Como ya lo suponía todos se quedan mudos. Este es el problema. Este es el problema de no escucharme a tiempo. De no hacerme caso. Quieren salir huyendo como cuando a un perro le sueltas la cadena y se escapa. No han pensado en todo. No han pensado bien. Porque el éxito no reside en huir, sino que reside en avanzar.
—Yulia —empieza Olivia, pero no pienso darle una tregua a la muchacha para que me explique algo que no quiero oír y que va a cabrearme.
—Porque Bill y kathya están ahí abajo y van a llevar el plan acabo yo estoy dentro de esta mierda. Pero que sea la última vez que hacéis algo sin consultarme, porque está claro que no pensáis con la cabeza.
Me levanto, cogiendo mi bandeja de comida intacta y tirándola a la basura, luego intento pasar por al lado de los guardias, pero estos me impiden el paso. Me frustro y estoy a punto de pegarle una patada a la pared, pero me estoy quieta recordando que ahora soy una chica buena y doblegada que he accedido a ayudarles. Entonces me acuerdo de Shima. ¿Dónde entra mi mapache en este absurdo plan?
—Yulia, me estoy replanteando aislarte de verdad —dice Ronan mientras apura uno de sus cigarrillos y tira las cenizas a la hierba.
—Tengo problemas de autocontrol —musito.
—Eso ya lo sé. Tirar ese carro de comida que Rick había estado preparando toda la mañana, luego pegarle puñetazos a los bancos de madera donde se sientan, y más tarde agredir a uno de los hombres que intentaba que no te hicieras daño —enumera incluso contando con los dedos todo lo que he hecho al perder el control en el comedor hace una hora—. ¿Qué voy a hacer contigo?
—Le diría que se uniera a la cola, pero quizá ya no haya ninguna cola. Todo el mundo que me conocía se hacía esa pregunta.
Es entonces cuando me ofrece un cigarro de su propio paquete. Abro los ojos como platos y lo miro, pero él asiente y, en vista de que no me atrevo a coger ninguno, él mismo se lleva a la boca otro más. Supongo que eso me indica que no están envenenados y cojo uno. Me lo enciende y comienza a caminar, así que lo sigo.
—Yo era igual. Mi madre estaba cansada de mí. Tanto que me echó de mi casa. Decía que era un tormento y un constante sufrimiento. Puede que fuera verdad. —Le da una buena calada a su cigarro—. Lo que me ayudaba era dar largos paseos y, sobre todo, esto. —Se saca el cigarro de entre los labios y me lo enseña—. Por eso fumo tanto, para controlarme.
—Lo entiendo —le digo dando otra calada y expulsando el humo—. Ahora eres líder.
—No es fácil. Hay muchas decisiones que no me gusta tomar, pero adoro tener el control. ¿No es irónico? No tener autocontrol, pero necesitar controlar cada detalle de cada aspecto.
—Me suena de algo —digo refiriéndome a mí misma y después de eso ambos nos echamos a reír.
—En otra vida quizá fuimos amigos —susurra y lo miro. Sus ojos negros escrutan algo en el horizonte.
—Aliados —le corrijo—. No creo que podamos ser amigos, ni en esta vida, ni en pasadas y mucho menos en futuras. Es el destino.
—¿Crees en eso? —Me quedo callada y me encojo de hombros—. Yo sí. Una vez soñé que dirigía un ejército. Era como el rey de todo un pueblo. Nuestras ropas eran de pieles blancas y grises. Los hombres y las mujeres eran guerreros, y éramos imparables.
—Larga vida al rey Ronan —me burlo y parece hacerle gracia, así que se ríe tirando la colilla al suelo—. Parece que has cumplido parte de ese sueño.
—En parte. Si estuviéramos dentro de ese sueño, esta noche celebraría un gran banquete con música, mujeres y puede que algún combate a muerte.
Enarco una ceja y le doy otra calada al cigarrillo. ¿Qué ha querido decir?
—¿Por qué?
—Porque es mi cumpleaños. —Me mira y me sonríe—. Habrá un banquete, pero de la asquerosa comida que Rick hace, y toda una sala llena de hombres mientras todos vosotros estáis encerrados y llorando en una habitación. Te diría que vinieses, pero no creo que aguantaras dos minutos ahí dentro.
—Quiero ir —le digo—. Quiero estar presente.
Quizá fuese la Yulia Volkova impulsiva y poco precavida la que decidiera acompañar a Ronan y sus hombres esta noche en la cena que van a celebrar por su cumpleaños. Quizá fuera el enfado, la impotencia y la rabia juntas formando un bucle que necesitaba romper de algún modo. O quizá tan solo fuera parte de un plan mayor que mi mente ha estado elaborando.
Cuando le digo a Lena dónde y con quién cenaré esta noche, abre la boca con incredulidad y me escruta.
—Cogen las llaves y salen de aquí. Casi todos sus hombres estarán fumando, bebiendo y divirtiéndose sin parar, lo cual va a darnos la oportunidad de oro. Yo estaré ahí para supervisar que todo sale bien, y en cualquier momento me escabulliré, me reuniré con ustedes y saldremos de este infierno.
—Sí, claro, ¿cómo vas a irte de ahí sin que nadie te siga?
—Tengo mis métodos. —Le guiño un ojo y me doy la vuelta—. Nos vemos en la salida trasera, Elena.
Mis métodos, obviamente, no son los más ortodoxos. La verdad es que a veces resultan hasta sucios, pero es la única lengua que conozco de memoria y que de tantos aprietos me ha sacado siempre. Supongo que lo bueno de seducir a un hombre es que, en cuanto lo haces, comerá de tu mano. No me gusta hacerlo, porque bueno, no me gustan los hombres en general, pero en tiempos de guerra todo es válido.
La cena marcha de maravilla. Incluso Rick se toma un descanso y se sienta en una de las mesas a comer. Yo estoy sentada al lado de Ronan. Procuro no beber demasiado y me niego a fumar la mierda que se están metiendo. He de recordarme varias veces que no estoy aquí para pasármelo bien, sino para sacar a una veintena de niños de este lugar. Lo irónico es que sé que encajaría a la perfección. Sé que estos hombres acabarían tratándome como un igual y que la relación con Ronan sería un típico amor-odio.
—Vaya, menudo reloj. —Señalo la muñeca de uno de los hombres de Ronan. Un joven de la misma edad que yo, rubio con los ojos azules.
—Se lo quité a uno de tu grupo —dice y hace que por dentro se me revuelvan las tripas, pero finjo una sonrisa y me pego más a Ronan.
—¿Saben algo de ellos? —pregunto y se miran todos entre sí.
—No merecía la pena ir detrás de ellos. Los adultos no nos importan, así que los dejamos marchar —es Ronan el que habla, clavando los codos sobre la madera.
Lo miro de reojo. Aún no sé si se fía de mí o no, pero tengo que hacer que lo haga. Mi mano aterriza sobre su musculoso brazo y nuestros ojos conectan. Una tímida sonrisa aparece en mis labios. Su mirada baja a mi pronunciado escote y, aunque esto haga que quiera pegarle un rodillazo en la entrepierna, me aguanto y le acaricio la piel.
—¿Qué le han traído por su cumpleaños, alteza? —mi voz es un tono más grave ahora que de costumbre, lo que hace que suene sexy.
Ronan mira a sus hombres y todos empiezan a reír. Su mirada oscura vuelve a conectar con la mía y esta vez se pasa la lengua por los labios. Fantástico, ya tengo medio trabajo hecho.
—Todos los presentes afirman haberme regalado algo, pero los regalos no se dan hasta el final.
—Lo siento, majestad, pero el mío no puede esperar.
Me acerco a él con brusquedad. Algo me dice que le van las emociones fuertes y, de todos modos, nunca me sale ser cuidadosa con los hombres. En un abrir y cerrar de ojos mis labios impactan contra los suyos y mi lengua se hace un camino para entrar en su boca. Su tensado cuerpo de repente se relaja y sus manos comienzan a recorrerme la espalda, atrayéndome más a él y profundizando el beso. Sus hombres empiezan a silbar, gritar y hasta reír. Cuando me separo, sus pupilas están dilatadas y veo la sed de querer seguir con esto toda la noche. Afortunadamente, no va a pasar. Como si nada, mi mano se desliza por la tela de su pantalón hasta quedar cerca de su entrepierna. Esto los vuelve locos.
—¿Podrías decirme la hora? —le pregunto al chico rubio cuya mirada está fija en mi canalillo.
—Casi las ocho. —Asiento y le sonrío.
Ahora viene la parte difícil. Tengo unos minutos para salir de aquí y correr hacia la salida. Pero antes tengo que recuperar a Shima y no tengo las llaves de la oficina, así que tendré que forzar la cerradura. De todos modos, vuelvo a besar a Ronan. Esta vez es un beso corto y sin nada de pasión, lo que hace que mi enemigo gruña.
—¿Te importa si voy al baño? Volveré en unos segundos.
—Tengo una idea mejor. —Se levanta y pega un silbido. Todos los hombres se callan al momento—. Hermanos, disfruten de la comida y la bebida, yo me voy a celebrar mis treinta años con esta señorita.
Mierda.
A veces se me olvida lo que puede conllevar hacer tonterías como esta. Se me olvida que los hombres son primitivos y cuando el instinto llama harán lo que sea para cumplir sus deseos. Se me olvida que salir de estas situaciones es muy complicado.
Ronan me conduce por todo el comedor y salimos de allí con prisa. Entonces me doy cuenta de que ellos deben de estar saliendo y que es posible que nos los crucemos. Es justo entonces cuando por el rabillo del ojo veo a dos sombras negras que enseguida reconozco como Kathya y Bill. Empotro a Ronan contra la pared y comienzo a besarlo mientras les hago señas con la mano para que sigan avanzando.
—A la mierda —masculla el hombre y sus grandes y rasposas manos me agarran el culo y me coge en brazos.
—A tu oficina —le pido entre jadeos mientras no dejo de besarlo. El hombre me obedece.
Una vez dentro, mi pequeño mapache comienza a agitarse dentro de su jaula y la miro pretendiéndole decir que en unos segundos la salvaré. Pero me encuentro con un problema mayor. Ronan me empuja contra su escritorio, tirando por el camino todo lo que hay encima, y sus manos comienzan a tocarme todo el cuerpo sin ningún tipo de cuidado. Me remuevo y trato de decirle que vaya más lento, pero el hombre tiene unas necesidades que cubrir y no oye nada de lo que le digo. Me rasga parte de la camiseta negra y comienzo a empujarlo con las piernas, pero pesa demasiado y tiene el doble de fuerza que yo.
Desesperada, mientras sus labios, sus dientes y su lengua recorren toda la piel que hay expuesta, mis manos encuentran un objeto lo bastante pesado como para hacerle el daño suficiente. Y así lo hago. Le golpeo la cabeza y enseguida dejo de notar su cuerpo sobre el mío. Se aparta llevándose las manos a la cabeza y descubre un pequeño hilo de sangre. Yo me abalanzo sobre la jaula con ese objeto que resulta ser un cuadrado de piedra pulida y golpeo la cerradura hasta tres veces antes de que ceda. Me gustaría abrir la puerta, coger a Shima y salir corriendo, pero Ronan ya se ha recuperado y me tira del pelo desde atrás haciendo que pierda el contacto con la caja metálica. Se sienta sobre mí y sus dedos buscan desesperadamente desabrocharme el pantalón. Cuando intento resistirme, su puño golpea mi mejilla. Me da más golpes por todo el cuerpo. Hace más presión sobre mí. Noto su respiración agitada en el cuello. Su miembro queriendo saciar su sed.
Y de repente, dejo de sentirlo todo. Cuando abro los ojos veo a Elena con una barra de metal en las manos y a Ronan en el suelo. Se agacha a mi lado y me coge la cara entre sus manos. Su mirada preocupada me escruta de arriba abajo y luego me ayuda a levantarme. Abro la puerta de la jaula y Shima sale y se me sube rápidamente por la pierna hasta llegar a su hueco en los hombros y me pasa el arma que Ronan llevaba encima.
—Vamos, hemos tenido problemas. Había soldados tras la puerta trasera y Kathya no dejó inconsciente al guardia, así que han saltado las alarmas.
Salimos corriendo de allí. Mi pulso todavía está acelerado por todo lo que acaba de pasar y mi cerebro aún intenta procesarlo. Sigo a Lena por los pasillos. Algunas sombras negras comienzan a emerger de distintas habitaciones. Se oyen pisadas y más pisadas en todas las direcciones, y gritos. No nos topamos con nadie hasta que estamos fuera. En cuanto pongo un pie en la tierra mis brazos instintivamente se elevan y observo el entorno con rapidez.
—¡Agáchate!
Una de las balas acaba en el pecho de uno de esos soldados de uniforme negro que enseguida cae al suelo. Corro hacia él para quitarle el arma, vuelvo con Elena y le doy la pistola. Veo el miedo en sus ojos cuando toca el frío metal, sin embargo, la agarro de la muñeca y tiro de ella. Pronto, al doblar la esquina, vemos adolescentes contra hombres usando tanto armas de fuego como armas blancas. Intuyo que estamos tratando de llegar a los coches.
—¿Tienes una bomba de humo? —le pregunto, asiente y la saca del bolsillo de su chaqueta, que misteriosamente ha recuperado—. Voy a dispararles, cuando te avise, lánzala hacia ellos y corre con Bill y los demás.
—Entendido —dice ella y se prepara.
Lanzo mis disparos a diestro y siniestro contra los soldados. Algunas balas dan en los objetivos y otras simplemente se pierden en la lejanía, pero sirven para asustarlos y que dejen de disparar al grupo de niños. Veo por el rabillo del ojo que nosotros comenzamos a movilizarnos mientras unos cuantos se quedan para cubrirles las espaldas.
—¡Ahora! —le grito y lanza la bomba de humo hacia ellos. Salimos corriendo tapándonos la boca y los pasamos rápidamente.
La operación continúa, pero, como era previsible, no sale como esperaban. Desde una de las torres vigía comienzan a disparar contra nosotros. Algunos niños caen y el resto se quedan paralizados por el miedo. Si queremos coger algunos coches, tendremos que matar al hombre que está en las alturas o será imposible. Aprieto la mandíbula con fuerza al echar la vista atrás y ver que nos pisan los talones.
—Bill y Lena, dirijan el grupo a los coches, los mejores tiradores que me cubran la espalda y disparen con lo que tengan a todo lo que se les acerque. No hay más de cuarenta metros; podemos lograrlo. —Le paso el arma que llevo a Vlad—. Yo me encargo de ese hijo de perra.
No espero más. Salgo corriendo. Mis nuevos aliados entretienen al hombre que está en la torreta mientras sigo avanzando metros. Cuando estoy a unos cinco metros, alguien comienza a dispararme desde la derecha. Me tiro al suelo y me arrastro por la húmeda hierba. Cuando llego a la torreta, subo rápidamente las escaleras y tengo el tiempo justo para desear con todas mis fuerzas que, por favor, la puerta no esté cerrada con llave. Y no lo está. No tengo armas de fuego ni armas blancas, pero tengo el factor sorpresa y un arma letal.
En cuanto la abro, el hombre deja su quehacer y se da la vuelta. Puedo ver sus ojos abiertos más de lo normal y sus cejas hacia arriba. Me permito sonreír antes de ordenar la ejecución.
—Ataca —susurro con voz firme y el pequeño mapache salta de mi espalda al suelo, corre con suma velocidad hacia el enemigo y trepa por su pierna hasta que llega al rostro y comienza a arañarle y morderle.
Entro yo también y le doy un rodillazo al hombre, que entre gritos cae al suelo. Dejo que Shima siga con su trabajo mientras cojo el fusil con el que nos estaba disparando y ahora arremeto contra sus compañeros. Sin embargo, lo que veo desde aquí no me gusta nada. Hay demasiados hombres, niños que han sido dejados atrás y que ahora cogen y se llevan a La Granja. El resto que queda ileso sigue corriendo hacia los coches. Entonces veo algo un poco más lejos que me acelera el corazón. La Harley. Oh, Dios mío. Tengo que ir a por ella.
Cojo todas las armas que veo en la torre y salgo de allí con una Shima angustiada y agarrada a mi espalda. Corro sin detenerme un solo segundo y al poco tiempo alcanzo al grupo. Lo primero que hago es darle una patada en el hueco de las rodillas a un hombre que intentaba llevarse a rastras a Olivia, después comienzo a disparar a otros tantos. Pero son demasiados. Nos están cazando uno a uno. Levanto a Olivia del suelo y tiro de ella. Corremos las dos juntas, olvidando a esos niños que lloran y nos piden sin consuelo que los salvemos.
Trago saliva.
No puedo dejar que los sentimientos se interpongan.
—¡A la camioneta! —vocifero con todas mis fuerzas y señalo un vehículo con la mano libre.
No me molesto en contar cuántos estamos presentes. Les doy las armas a cualquiera que veo y me guardo para mí misma un revólver. Pregunto si alguien sabe hacer un puente para arrancarlo mientras meto a Shima dentro y Tom se ofrece voluntario.
—Salgan de aquí. Yo los alcanzaré —les informo y salgo corriendo lejos de aquí. Pero no estoy sola.
—¿Qué estás haciendo? —oigo la voz de Elena medio sofocada detrás de mí y vuelvo la cabeza.
—¡Ve con ellos! —le ordeno, pero es tarde. Han debido de arrancar la camioneta, ya que oigo un motor. Suelto un par de maldiciones y freno la marcha para que pueda seguir mi ritmo—. Vamos.
Llegamos al lugar donde está la Harley. Si tuviera tiempo, estoy segura de que me pararía un rato a inspeccionarla y sacarle brillo, pero desgraciadamente no puedo hacer eso. Tiene las llaves puestas, así que le doy gracias a lo que sea que haya ahí fuera que esté cumpliendo mis sueños. Me monto y espero a que ella haga lo mismo. Veo cómo varios hombres corren a sus respectivos coches y otros tantos vienen a por nosotras.
—Coge el revólver —le pido y siento las yemas de sus fríos dedos sobre la piel de la espalda—. Dispara a todo aquel que se mueva.
Arranco la moto y salimos por el agujero que la camioneta ha dejado a su paso. No puedo decir específicamente cuántos hombres ha matado o herido Elena, pero sé que sin ella cubriéndome quizá no hubiese sido capaz de conseguirlo. El problema ahora está en que nos seguirán. Acelero y la chica de ojos verdes se pega a mi cuerpo. Sus manos me abrazan la cintura con fuerza y esconde la cara entre mis omóplatos. Siento un pequeño cosquilleo al notarla tan cerca de mí.
Alcanzamos la camioneta y la pasamos. Conduzco los siguientes veinte minutos a toda velocidad y cambiando continuamente de dirección. Cuando veo un claro y después una pequeña zona de bosque, detengo la marcha gradualmente y me bajo de la Harley, aunque no pienso separarme de ella, la llevaré arrastrando conmigo si es necesario. Hablo con Bill y le digo que es buena idea dejar el coche por aquí y seguir a pie ya que les será más difícil seguirnos el rastro. El chico acepta, y él y todos los supervivientes nos dirigimos, trotando, hacia el lugar donde creo que estaremos mejor. Por suerte no hay apenas caminantes. Nos metemos en la arboleda y, cuando llevamos cerca de una hora andando, decido parar.
—Está bien. No creo que sepan dónde estamos. Llevamos tiempo sin oír sus coches. —Me apoyo contra un árbol, exhausta.
Todos aceptan. Me detengo un momento para ver cuántos lo hemos conseguido. Erik Lindberg. Los hermanos Black. Tom. Olivia, Vlad, Kathya y Elena. Dos niñas de unos doce años. Y tres niños de unos ocho o nueve. Estoy segura de que podríamos haber conseguido salir muchos más si no hubiesen tenido un plan tan estúpido como este.
Vuelvo a sujetar la moto y camino tirando de ella mientras Shima corretea por el suelo hasta ponerse a mi lado. Enseguida se dan cuenta de que me estoy yendo y vienen en masa a impedírmelo.
—¿Qué estás haciendo? —me pregunta Bill.
—Me voy —les digo.
—¿Qué? ¿A dónde? —pregunta Erik.
—Me da igual, a algún lugar —mascullo.
—¿Y nosotros qué? —pregunta Tom poniéndose en mitad del camino para que no pueda seguir avanzando.
—No soy su criada. Pueden hacer las cosas sin mí. Les dije que los sacaría y aquí estamos. Ahora dejen que siga mi camino.
—¿Estás huyendo? —esta vez es Olivia la que habla. La miro.
—Yo nunca huyo. Yo avanzo —le escupo.
—Entonces avanza con nosotros —me ruega Vlad cogiéndome por el brazo y mirándome a los ojos—. Por favor, sin ti no podremos ir a ninguna parte.
—Además, por tu culpa acabamos aquí —dice Kathya poniéndose al otro lado, enfrente de su primo.
—No intentes culparme de nada.
—No lo hacemos —interviene Vlad otra vez—. Ayúdanos.
—Sí, ayúdanos —me pide Malia.
Comienzo a discutir con ellos. No quiero seguir con un grupo de críos que apenas saben luchar y que toman las decisiones sin consultar a nadie y de una manera en la que no acabamos bien. Les digo que mi trato ha acabado y que a partir de ahora que cada uno haga lo que le dé la gana. Sin embargo, insisten en que los guíe, ya que no saben dónde ir ni cómo hacerlo. Me piden que me quede, que les lleve a un lugar seguro. Pero yo me niego. Intento seguir avanzando, pero se echan encima de mí a cada paso que doy. Comienzo a cabrearme de verdad y a elevar la voz cuando veo por el rabillo del ojo que Elena, la cual no había abierto la boca, se marcha corriendo.
Sin pensarlo suelto la Harley y empujo a quien sea que se me pone en medio y echo a correr detrás de ella. A los dos minutos la alcanzo y me coloco delante, cogiéndola por los brazos para que pare. Ella intenta seguir, pero finalmente deja de luchar y, para mi grata sorpresa, me abraza. Yo no correspondo el abrazo, no porque no quiera, sino porque no lo esperaba para nada. No obstante, se separa con brusquedad y, de repente, su mano impacta contra mi mejilla. Me llevo la mano al lugar afectado y la miro a los ojos sin comprender.
—¿En serio te vas a ir? ¿Nos dejas a todos tirados cuando más te necesitamos? ¿Cuando más te necesito?
Empieza a llorar, y eso junto con sus palabras me hacen romperme por dentro. La abrazo con fuerza, aunque ella intenta zafarse del agarre haciéndome daño en el proceso. Dejo que se desahogue hasta que se queda sin fuerzas. Tengo que entenderlo. Ha perdido a su familia, ha estado encerrada en un sitio que le ha hecho dormirse con miedo todas las noches y estar agotada físicamente cada día. Acaba de disparar contra humanos para salvar la vida y la de sus amigos y después ha emprendido una larga carrera hasta llegar aquí.
—Lo siento —me disculpo—. No me iré. ¿Vale?
Ella se separa y me mira a los ojos. Gracias a la luz de la luna puedo verlos con ese reflejo místico que le otorga.
—¿De verdad? —me pregunta y le seco con el pulgar una de sus lágrimas, asintiendo.
—Los llevaré a un lugar seguro. Los ayudaré a encontrar a tu familia. Supongo que se los debo, pero después iré por mi camino.
—¿Por qué eres tan cabezota? —me pregunta y la seriedad de su voz me da hasta algo de terror—. ¿Qué te ha hecho el mundo para querer alejarte de todos?
—Pregúntale a mis anteriores vidas —le contesto sin pensarlo.
—Espero que cambies de opinión, Yul —susurra.
—¿Por qué? —pregunto con curiosidad.
—Porque tú haces que quiera luchar. Porque haces que tenga valor. Porque haces que la vida merezca la pena.
Me río.
—La vida no merece la pena, Len, si consiste solo en luchar.
Ella se queda pensativa un momento. De repente cierra los ojos con fuerza y se tambalea un poco. La agarro y la pongo derecha, preocupada. ¿Se está mareando? Pero abre los ojos y veo en ellos un brillo que podría iluminar todo este bosque.
—La vida no debería ser solo luchar —me dice mirándome a los ojos y, por un fugaz momento, siento que mi cuerpo también se tambalea de un lado a otro—. ¿No crees que nos merecemos algo más?
Sus palabras comienzan a rondarme por la cabeza. Se crea algo dentro de mi mente que me lleva lejos. Se crea algo dentro de mí que no soy capaz de calificar, pero la cabeza comienza a dolerme al instante y cierro los ojos. Varios flashes me vienen, pero no logro distinguir nada nítidamente. Cuando me recupero, me tiene entre sus brazos.
—Gracias —musito—. Por salvarme antes. —Ella se encoge de hombros y suspira.
—Nada que tú no hubieses hecho por mí.
Me despego de ella y la miro a los ojos. Me encantaría poder besarla. Me encantaría poder decirle que hay algo superior a mis fuerzas que me atrae hacia ella, aunque me niegue constantemente. Me encantaría decirle que pienso protegerla a toda costa. Me encantaría que ella se sintiera de la misma manera. Pero el momento y mis pensamientos quedan relegados a otro nivel. Un disparo atraviesa el silencio de la noche y las dos abrimos los ojos más que preocupadas. De repente se oyen gritos y más disparos. Corremos instintivamente de vuelta y lo que vemos me congela el alma.
Nos han encontrado.
Un hombre apunta a Lena con su arma. De repente mi mente se activa y me trae una imagen que hace que el corazón me vaya a la velocidad de la luz. Veo a Elena recibiendo un flechazo en el abdomen. Sangre comienza a emanar de la herida y sé que voy a perderla. Sin embargo, al volver a la realidad, mi cuerpo se inclina para empujarla y apartarla del camino de la bala y, como consecuencia, soy yo la que cae al suelo.
La he salvado.
Estoy herida, pero la he salvado.
Continuarà...
Ekaryl- Mensajes : 17
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Re: ADAPTACION : CUARTA FASE
Fati20- Mensajes : 1370
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Re: ADAPTACION : CUARTA FASE
Aca les dejo otro capitulo de esta historia la cual espero la esten disfrutando.
Entre lamentos
YULIA POV
La tierra se mete entre mis uñas cuando hundo los dedos en ella. Me retuerzo en el suelo intentando no gritar, pero los alaridos finalmente salen despedidos rasgándome la garganta. Mi mente me dice que me levante y comience a contratacar, que es imposible librarnos de esta si no cojo un arma y me pongo a reventar cabezas a diestro y siniestro, sin embargo, mi cuerpo se niega rotundamente a ponerse en pie.
—¡Yul! —es la voz de Lena.
Abro los ojos y pestañeo varias veces para despejar las lágrimas que se estaban agolpando. Tiene las manos bañadas en sangre y una navaja en la derecha. Me mira a los ojos y luego al abdomen, donde está la dichosa bala que ha ido a parar dentro de mí.
De repente la chica de ojos verdes se acerca mucho más a mí y usa todas sus fuerzas para intentar levantarme, pero ambas caemos al suelo, ya que mis rodillas ceden.
—Vamos, tienes que levantarte —me insta—. Por favor, no podemos hacer esto sin ti. Te necesito.
Cuando vuelvo a mirarla a los ojos una fuerza superior a mí se apodera de mi entero ser y asiento. Ella vuelve a cargar conmigo y esta vez soy capaz de levantarme. El panorama que tengo enfrente hace que quiera volver a la seguridad del suelo. Hay hombres vestidos de negro por todas partes. Nosotros intentamos luchar con lo poco que tenemos contra ellos, sin mucho éxito. Los niños son los primeros que caen o bien en sus manos o bien muertos.
Entonces lo veo. Es Ronan. A unos veinte metros. Me apunta con la mano y con los dedos hace el gesto de dispararme y luego sopla las puntas del índice y el dedo corazón. Mascullo un «mierda» y miro en todas las direcciones. Necesito un arma de fuego con urgencia si quiero tener una posibilidad de contribuir. Veo a un hombre en el suelo, sujetándose un tobillo y con la cara manchada de sangre. Lo señalo y corremos hacia allí.
—No huyas, panterita. Por mucho que corras te acabaré encontrando. Y acabaré contigo. No sabes lo mucho que odio que mis amigos me traicionen —dice Ronan y luego se pone a silbar caminando lentamente y sin ninguna prisa hacia nosotras.
—Pégale una patada en la cara —le digo a Lena cuando llegamos donde está el hombre y, aunque en un primer momento veo temor en su mirada, acaba haciéndolo—. Coge el arma y ayúdame a llegar a ese árbol. —Lo señalo con la mano y ella asiente.
Una vez apoyada en el árbol me tomo un par de segundos para recuperar el aliento. Ya estoy perdiendo demasiada sangre y no puedo desperdiciarla corriendo de un lado hacia otro, así que tendré que pelear desde aquí. Lena se queda a mi lado dispuesta a defenderme si es necesario. Su hermana tiene una pistola entre las manos y trata de apuntar al enemigo; Vlad es bastante bueno en la lucha cuerpo a cuerpo; Malia parece haber perdido el miedo y lucha codo a codo con su hermano con un machete; Erik está herido, pero sigue peleando; y, más lejos, Tom se enfrenta a dos hombres él solo.
Levanto el arma y comienzo a disparar. Los cinco primeros disparos son fallidos. No puedo estabilizarme bien, el pulso me tiembla y el dolor me desconcentra. Lena parece darse cuenta de que no estoy en mis plenas facultades y me sujeta los brazos, levantándolos. Me mira y asiente.
—Puedes hacerlo —me susurra—. Confío en ti.
Apoyo la culata del fusil en mi hombro y miro a través de la mirilla. Respiro hondo varias veces y aprieto el gatillo; al instante, un hombre cae. Tres hombres después, bajo el arma exhaus¬ta. Ronan parece haberse evaporado de la faz de la tierra y Lena me está defendiendo bastante bien. En el campo de batalla hemos perdido a todos los niños, pero los más adultos seguimos vivos. Entonces oigo un grito ahogado y miro a mi derecha. Lena ya no está donde estaba hace tan solo unos segundos. Ahora está más alejada, con las puntas de los pies rozando el suelo y su boca tapada por las grandes manos de Ronan. Él sonríe y luego escupe al suelo.
—¿Lesbiana? —lanza la pregunta al aire, acusándome. Trago saliva—. Debí suponerlo.
No sabría explicar exactamente la expresión de Elena, pero por un momento deja atrás el miedo y se convierte en asombro. Bueno, supongo que si salimos de esta, me tocará responder un par de preguntas y seguro que Lena la hetero me odiará por ser una lesbiana que se fijó en su torso desnudo aquel día en las duchas.
—Déjala ir. Me quieres a mí, no a ella.
—¿Te importa? —Saca una pequeña navaja de la nada y la coloca sobre su garganta, justo encima de la yugular.
—No lo hagas —le pido y tiro el arma al suelo para luego levantar las manos.
—Has matado a algunos de mis hombres. Te has escapado con esta panda de imbéciles. Me usaste para llevar a cabo este absurdo plan. Creí que éramos amigos.
—Te lo dije. —Ahora soy yo la que sonríe—. Te dije que nunca podríamos ser amigos, solo aliados. No sabías que me estabas ayudando, esa es la diferencia.
Ronan ejerce más fuerza con la navaja y veo un hilo de sangre descender por el cuello de Elena. Los ojos negros del hombre me escrutan con sumo cuidado. Ella cierra los ojos con fuerza mientras su pecho baja y sube rápidamente. Me llevo la mano al abdomen, donde la bala sigue incrustada en mí y procuro respirar con normalidad. Pero no se me ocurre nada. No hay nada que pueda hacer desde esta posición.
—¿Qué quieres? —le pregunto a Ronan.
El hombre abre la boca para contestarme, pero se oye un disparo cercano y observo que tanto él como Lena caen al suelo. Veo entonces a Bill con una pistola en la mano apuntando al jefe del ejército. Ronan permanece inmóvil, pero ella se remueve bajo su cuerpo para alejarse. Camino hacia ella intentando correr mientras me aprieto el abdomen con fuerza y me arrodillo junto a ella para examinarle la herida. No ha sido un corte profundo, así que suspiro de alivio. Ella me sostiene cuando me tambaleo hacia un lado y me ayuda a levantarme.
—Tenemos que sacarte de aquí —dice ella sujetándome por la cintura.
—Las cubriré —dice Bill cogiéndome de la cintura también y salimos corriendo. O algo parecido a correr.
El chico de pelo castaño dispara a los hombres que intentan acercarse a nosotros. No dispara a matar, pero los hiere de manera que no puedan seguir luchando. Por lo que veo parece que estamos conteniendo al grupo uniformado, pero se nos ve cansados y algo angustiados. Kathya viene corriendo hacia nosotras con una mueca de pánico en el rostro que hace que el corazón me vaya a mil por hora. Entonces veo que de entre los arbustos aparece un Jeep y se detiene enfrente de nosotros.
—Lo que faltaba —musito y cierro los ojos con fuerza, pues siento que no puedo mantenerme en pie por más tiempo.
Del Jeep sale la persona que menos me esperaba ver. Es Rick, el cocinero. Con un rifle empieza a disparar a sus propios compañeros. Cuando Bill le apunta con su arma le digo que no lo haga; nos está ayudando. Veo que recoge a Malia del suelo y le propina un puñetazo en la cara al hombre que intentaba matarla, después viene hacia nosotros y Lena levanta el brazo con la navaja en la mano dispuesta a abalanzarse contra él en cualquier momento.
—Subid al Jeep —nos dice—. Os sacaré de aquí.
—¿Por qué haces esto? —le pregunta Bill sin dejar de apuntarle con el arma.
—Porque no soy como ellos.
Rick se aleja de nosotros trotando hacia sus ahora enemigos y disparando contra ellos. Nosotros corremos al Jeep y nos metemos dentro. Lena se sienta a mi lado y me hace presión en el costado mientras me mira a los ojos con tal preocupación que si pudiera me sanaría ella misma. Bill y Nadia vuelven al campo de batalla a por los demás y en menos de cinco minutos todos estamos dentro. Rick se sube y echa marcha atrás para luego salir disparado por una carretera secundaria.
—Len —la llamo cuando llevamos unos minutos conduciendo.
Ella me mira inmediatamente y se forma una pequeña sonrisa en mis labios. Sus dedos cubiertos de mi propia sangre se dirigen hacia mi mejilla, pero cuando ve el líquido espeso en su piel, el labio inferior comienza a temblarle y su mano vuelve a mi abdomen para ejercer más presión.
—Estarás bien —susurra—. Vamos a salvarte. —Entonces se da la vuelta—. Date prisa o la perderemos.
Rick me mira por el espejo y pisa el acelerador. Bill es el copiloto y parece estar sumido en sus pensamientos, contando sin parar las balas que le quedan. Malia está al lado de Lena mirando por la ventanilla, y Olivia, Kathya, Vlad Erik y Tom están en la parte trasera con todas las armas que han podido recoger.
—Hazle presión con un trozo de tela. Hay un pueblo cerca de aquí. Pararemos allí y le echaré un vistazo.
Elena se despega de mí un segundo para rasgar su propia camiseta y con el trozo de tela me cubre la herida y me aprieta con mucha fuerza, echando todo su peso sobre mí. Cierro los ojos y aprieto los dientes debido al dolor.
—¿No eras cocinero? —pregunta Malia y veo a Rick sonriendo a través del espejo.
—En realidad estudiante de Medicina antes de que el mundo se acabara. Iba a graduarme este año.
Así que tenemos un médico a bordo. Fantástico.
Unos veinte minutos después, se empiezan a apreciar las siluetas de los edificios abandonados. Rick acelera de nuevo y entramos en el pueblo desierto. Pasa unos cinco minutos recorriendo las calles en busca de una farmacia, pero en vista de que no encuentra ni siquiera una indicación de dónde podría estar, acepta la proposición de Kathya de ir al instituto del pueblo y usar la enfermería.
Yo cada vez estoy peor. Me cuesta respirar, no paro de sangrar y comienzo a marearme por momentos. El Jeep atraviesa una valla de tela metálica y Rick se detiene enfrente de la puerta. Me sacan entre Kathya, Vlad, Bill y Erik, y después de que Tom fuerce la cerradura de la entrada, las chicas corren en busca de la enfermería. Es Malia la que grita a pleno pulmón indicando dónde se encuentra. Me transportan hasta allí y me tumban en la camilla.
—Busquen alguna linterna o algún foco de luz para que pueda operar bien —pide Rick y oigo varias personas saliendo de la enfermería—. Malia, coge esos instrumentos y esterilízalos con alcohol. Tú, haz presión mientras busco todo lo que necesito.
Es Lena otra vez la que se acerca a mí y coloca las manos sobre mi abdomen. Abro los ojos para contemplarla. Lo cierto es que si voy a morir, me encantaría tener como último recuerdo su imagen. Sus profundos y maravillosos ojos verdes, su tez, su nariz, sus cejas, el cabello cayéndole por la cara, sus rosados y jugosos labios…
—Eh, no me mires como si fuera lo último que vas a ver —me regaña y me saca de mis pensamientos.
—Eso es como si me dijeras que no contemplara las pirámides de Giza. O los jardines colgantes. O la Muralla China. No puedes pedirme que no contemple a una de las maravillas del mundo.
A tomar por culo. Normalmente me da igual lanzar piropos a las mujeres que me gustan, pero una cosa es hacerlo en un bar a las tantas de la noche o por la calle cuando no voy a volver a ver a esa persona en la vida o, simplemente, a cualquiera que no me importe, y otra muy distinta, decirle a Lena lo preciosa que es y no tener ni cuidado ni medida con mis palabras.
Estoy a punto de disculparme por el atrevimiento, pero veo que ella sonríe y sus labios se acercan a mi frente para tomarme la temperatura. Bueno, gracias al cielo que la herida de bala va a ser mi justificante esta vez.
—Tienes fiebre —me informa y asiento—. No te preocupes, vas a ponerte bien.
—Tienes mucha fe.
—Eres dura, Yul. La persona más fuerte y cabezota que he visto en mi vida. Si quieres vivir, vivirás.
—¿Qué razones tengo para querer salir de esta? —le pregunto y noto que los ojos se me llenan de lágrimas.
—La promesa que me hiciste —susurra y sus ojos de repente se pierden en la lejanía.
—¿Qué promesa?
Cierro los ojos. Una descarga eléctrica me sacude el cerebro. De repente ya no estoy en esa enfermería de ese instituto de algún pueblo de Texas. Ahora estoy en un lugar totalmente distinto.
Es una playa bastante amplia. Delante de mí hay un chico que no deja de hablar. Mi boca se mueve sin que yo le dé permiso. No entiendo bien qué es lo que estoy diciendo o lo que el chico me responde, pero, más allá de él, veo a un grupo de gente acercándose a nosotros. Y de pronto siento miedo. Sé que por algún motivo se me agota el tiempo. Miro a mi izquierda y dejo de respirar. Es Elena. Vestida con un atuendo que me recuerda al de una guerrera y pintura blanca y azul en el rostro enmarcando sus ojos y haciendo parecer que son fieros. Me dice algo y giro la cabeza para ver que detrás de mí hay varios barcos de madera en el agua listos para zarpar.
El chico, que ahora me resulta vagamente familiar, corre hacia la orilla y se pone enfrente, como si no quisiera que avanzáramos. Entonces Elena se mueve rápido, corre hacia él y le da un puñetazo, dejando la vía libre. Sin embargo, veo a todas esas personas correr hacia nosotras. El corazón me late deprisa. Lena se acerca a mí y después de mirarme parece querer salir corriendo para enfrentarse a todos esos hombres. Sin comprender el porqué, el sonido vuelve y soy capaz de oírme hablar.
—No, Lynae —le digo y nuestras miradas se cruzan. Siento algo en el pecho que me oprime. Siento la necesidad de atraerla hacia mí. Siento la necesidad de protegerla. De besarla. De abrazarla. De sacarla de aquí o, por el contrario, de quedarme con ella para siempre. Sin embargo, no puedo hacer nada de eso. Sus ojos queman los míos. Su mirada me transmite tantas cosas que siento que voy a desfallecer. El brillo en sus ojos verdes me
transmite tranquilidad, me dice que me ama, me dice adiós. Es la última vez que la voy a ver. Es la última vez que voy a ver esos maravillosos ojos. La última vez que mis manos estarán en contacto con las suyas. La última vez que estemos juntas—. Te amo.
Ella no me contesta con otro te amo. No necesita decirme que me quiere puesto que lo siento. Y sentir que una persona te ama solo a través de su mirada es suficiente.
—Mi alma te protegerá siempre.
Nuestras manos se separan y la veo correr, sacando sus armas para pelear. Para protegerme. Para dar su vida por mí.
Te encontraré de nuevo. No volveré a perderte, Lynae. Volveremos a encontrarnos y te protegeré. No dejaré que te pase nada malo en la próxima vida. No dejaré que vuelvas a morir. No te veré morir otra vez. Yo estaré ahí, para ti. Para siempre.
Vuelvo a la vida real casi asfixiándome. Lena tiene que sujetarme contra la camilla hasta tranquilizarme. Cierro los ojos y respiro hondo unas cuantas veces antes de que mi pulso vuelva a estabilizarse.
—¡Date prisa! —grita la chica de ojos verdes a un Rick que está perdido en los prospectos de las medicinas—. Joder, está perdiendo mucha sangre.
—Estabas ahí —digo—. Tú estabas ahí.
—¿Yul? —Sus ojos se pueblan de preocupación y me pasa el dorso de la mano por la mejilla—. Eh, tranquila. Mírame. Vas a ponerte bien.
—Te vi. Te vi por última vez —sigo.
—Rick, creo que empieza a tener alucinaciones.
—Es por la pérdida de sangre. Sigue presionando —contesta el hombre.
—Yuli, escucha, respira. Solo respira, ¿vale? Nosotros haremos el resto.
—Lo siento —le pido disculpas—. Voy a faltar a la promesa.
—No. —niega Lena—. Vas a venir conmigo y vas a encontrar a mi madre.
—Lo siento —vuelvo a repetir—. Tuve que haberme ido contigo.
Frunce el ceño y despega los labios para preguntarme algo, pero antes de que tenga oportunidad de hacerlo, Vlad entra en la enfermería con una capa de sudor en la frente.
—Caminantes —dice jadeando—. Están dentro del instituto.
Rick me mira, luego mira al chico y se saca del pantalón una pistola que entrega al crío. Luego se levanta con un bote en las manos y se acerca a mí. Abro la boca instintivamente para tomarme las pastillas que tiene entre los dedos y me las trago con dificultad.
—Malia, ve con él. Elena y yo extraeremos la bala, suturaremos la herida y os ayudaremos. Contengan a los zombis y no dejen que lleguen hasta aquí.
Trago saliva y cierro los ojos. Llevo largo rato tratando de contener las lágrimas, pero ya no puedo más. Comienzo a llorar por la desesperación. Me estoy muriendo lentamente, desangrada. He de decir que es una muerte dulce. La herida duele, sí, pero poco a poco tu cuerpo se va anestesiando. Poco a poco dejas de tener fuerzas y el sueño se apodera de tu mente. Me siento embotada. Abro los ojos y veo puntitos negros donde sé que no debería haberlos.
—Yul —me llama y la miro por enésima vez—. Estoy contigo. No me dejes, ¿vale?
—Voy a sacarle la bala. Necesito que la sujetes con fuerza. Lo más seguro es que acabe desmayándose.
Asiento. No hace falta que Rick me jure que voy a terminar inconsciente. Sé que estoy a punto de sumirme en un sueño profundo. Sé que el dolor que está a punto de recorrerme va a ser una tortura que hará que me desmaye. Lo siento. Lo noto. Sé que pasará. Y me da miedo. Me da miedo cerrar los ojos y no volver a abrirlos nunca más. Me da miedo dejar este mundo. Pensaba que no le tenía miedo a la muerte, y es cierto, no le tengo miedo a la muerte, pero sí que le tengo miedo a morir.
—Nos volveremos a encontrar —musito, notando cómo mis pulmones cada vez retienen peor el aire.
Elena acerca el rostro al mío y me da un beso en la mejilla. Cierro los ojos al notar el contacto de sus labios suaves sobre la piel y enseguida me relajo. Ella se echa sobre mí para que no me mueva cuando Rick me quite el metal del abdomen, y la chica me susurra al oído que estará ahí cuando despierte. Entonces noto algo frío introducirse dentro de mí y hurgar en mis entrañas. Grito a causa del dolor mientras todos mis músculos se tensan y a
los pocos segundos acabo desmayándome.
Muchos flashes atraviesan mi mente, surcando el vacío negro que tengo por consciencia, dejándome más aturdida de lo que ya estaba cuando entré en este vasto universo oscuro. Algunos de esos flashes están borrosos. Es como si hiciera un viaje por el tiempo retrospectivamente, pero no soy capaz de asimilar ni de entender nada. Hasta que las imágenes se vuelven nítidas.
—Tú eres la que arribó a mis costas sin permiso y arrasó mis poblados.
Es Elena otra vez. Sentada en un trono de madera. Vuelve a llevar un estilo de ropa que me recuerda al de un guerrero indio. Es como si estuviera dentro de una película. También tiene la cara pintada como en la otra visión.
Le contesto algo que no llego a entender y la conversación parece fluir entre las dos con demasiada tensión. Hay más gente en el lugar. Personas que, a juzgar por sus posiciones y la forma en la que me miran, están dispuestas a rebanarme el cuello en cualquier momento. Una de esas personas, ataviada con un atuendo que no corresponde a la época en la que vivimos, comienza a decir cosas y ella le contesta. No parece estar muy contenta. Ahora me doy cuenta: todas esas personas tienen rasgos indios. Todas menos Elena.
Aquí no me siento segura. Tengo miedo. Miedo de estas personas. Miedo de la chica que se ha levantado y que ahora está enfrente de mí. Me pide algo y sé por lo que puedo sentir que es algo que no me gusta un pelo.
Entonces paso a otro plano totalmente distinto. Estoy yendo por un camino de tierra. Delante tengo lo que parece ser un ejército. No hay luz artificial, sino antorchas por todas partes. A mi lado tengo a Tom, que porta una enorme espada.
—¡Utshima, queremos justicia! —oigo decir.
Tengo a Elena enfrente, así es como la llaman. Su mirada ahora no me transmite tanto odio. Pero en un abrir y cerrar de ojos, Tom arroja la espada al suelo, se saca una estaca del tobillo y se abalanza sobre ella. Gritos de guerra resuenan por todas partes, a la par que una estampida de hombres se dirigen a por nosotros. Entonces me veo a mí misma recoger la espada del suelo y atravesar a Tom por la espalda poco antes de que llegue a ella y pueda matarla.
Saco la espada hacia atrás y Tom cae al suelo. Me duele el corazón por lo que acabo de hacer, y me arrodillo junto a él, con lágrimas en los ojos. Aún le restan segundos de vida, así que me acerco a su rostro y lo beso.
—Corazón de Hielo —son sus palabras antes de que exhale su último aliento.
Atrás se oyen gritos. El ejército corre hacia mí, seguramente creyendo que soy una amenaza. Sin embargo, Elena levanta la mano y les indica que se detengan. Supongo que me ha salvado la vida. Supongo que es la primera vez que me salva la vida.
Abro los ojos con dificultad. Hay una linterna encendida tirada en el suelo. No hay nadie conmigo. Descubro que intentar incorporarme es algo cercano al suicidio, así que no se me vuelve a ocurrir intentarlo. De todos modos, me palpo la zona y descubro que me han vendado el abdomen por completo. Bajo las sábanas, noto algo y lo agarro con las manos. Es una botella de agua. Me doy cuenta de la sed que tengo y le doy un largo trago. Hay más cosas debajo de las sábanas. Como una navaja.
Intento recordar los últimos acontecimientos. Lena y Rick estaban conmigo, tratando de salvarme la vida. Han tenido éxito. Antes de eso Malia se fue. Con Vlad Porque…
Abro los ojos como platos. Caminantes. En el instituto. Seguramente todos están luchando contra ellos. Mientras yo estoy aquí postrada en una cama. ¿Y si necesitan mi ayuda? ¿Y si no pueden ellos solos? Pero de todos modos, en mi estado actual en vez de ayudar sería un completo estorbo. Sin embargo, no puedo estarme quieta.
Paso los siguientes minutos buscando la manera de incorporarme o tirarme al suelo para moverme, aunque sea a gatas si es necesario. Pero el dolor y el mareo me lo impiden. Comienzo a desesperarme con cada segundo que pasa, sintiéndome impotente porque no soy capaz de hacer nada. Mascullo unas cuantas palabrotas e insultos y me callo en cuanto oigo unos gritos en el pasillo. No reconozco todas las voces, pero sé que deben de ser los míos y que deben de estar luchando. ¿Cuánto tiempo puede haber pasado desde que me desmayé hasta ahora? ¿Minutos? ¿Horas? ¿Y cuánto tiempo llevan ellos matando a caminantes? ¿Tantos hay?
Es la voz de Elena pidiendo ayuda lo que hace que me dé un subidón de adrenalina capaz de hacer que me levante de la camilla y abra la navaja. Se me escapa un grito ahogado cuando siento la quemazón en el abdomen, y me tengo que sujetar contra la pared para no caerme cuando la habitación me da vueltas. Sacudo la cabeza y con la mano libre hago presión en la herida, aliviando así un poco el dolor. Cojo la linterna y abro la puerta de la enfermería con cuidado. Premio. Un zombi estaba casualmente dando un paseo enfrente de la puerta que me protegía y, en cuanto oye el clic, gira y usa su fuerza para entrar. No puedo volver a cerrarla y me doy cuenta de lo débil que estoy, sin embargo, le clavo la navaja en el ojo y cae al suelo. Salgo de la enfermería. Debo ser sigilosa.
Mato a un par de caminantes hundiéndoles la hoja de metal en la nuca. Camino lento y me guío por las voces de mis nuevos amigos. Intento correr cuando los gritos se intensifican, pero cada paso me duele más que el anterior y decido caminar lo más rápido que puedo. Al girar a la izquierda, veo un pequeño grupo de unos seis podridos y detrás de ellos a Olivia y Elena. Los ojos de Elena advierten mi presencia y puedo notar cómo deja de respirar inmediatamente.
—¡Vuelve a la enfermería! —me grita.
Sin embargo, no le hago caso. Sigo avanzando y me cargo al primero. Uno de los caminantes se da cuenta de mi proximidad y se acerca a mí emitiendo esos asquerosos ruidos guturales. Sus manos llegan a mis hombros y retrocedo involuntariamente hasta tropezar con una pared. Siento su mandíbula demasiado cerca del cuello. Intento apartarlo, pero en estos instantes hasta una mosca tendría más fuerza que yo. Para colmo, se me cae la navaja al suelo.
Veo el reflejo de algo pasar al lado de mi cabeza e inmediatamente la sangre me salpica en toda la cara. El podrido cae al suelo y recojo la navaja respirando por la boca. Lena me coge por el brazo con brusquedad y tira de mí por el pasillo. Olivia se queda algo rezagada para acabar con los caminantes restantes. Es entonces cuando entramos en el gimnasio del instituto. En cuanto la muchacha cruza la puerta, Erik y Bill la cierran y colocan un tablón de madera astillada entre las manivelas para impedir el paso.
Rick viene corriendo hacia mí y me coge en brazos para luego colocarme en un montón de colchonetas que no huelen precisamente bien. Me mira la herida y suspira aliviado porque no se me han saltado los puntos. Me fijo en el panorama. Todos estamos aquí sin excepción alguna. La mayoría tienen sus camisetas bañadas en sangre, no sabría decir si la de ellos, la de los caminantes o la de los hombres de negro que dejamos atrás. La mayoría están sentados en el suelo, tratando de recuperar las fuerzas, mientras otros inspeccionan el lugar y se aseguran de sellar todas las puertas.
—El lugar está lleno de infectados —me informa Rick—. Descansaremos esta noche aquí y mañana buscaremos la forma de volver al Jeep y seguir por la carretera.
—¿Y a dónde piensan ir? —le pregunto y me lío a toser como si me estuviera dando un ataque de asma. Rick me incorpora para que pueda respirar mejor y luego me coloca de lado.
—Indiana —me responde—. Tu grupo se dirigía allí la última vez que los vieron.
Asiento. Debe de haber más de seiscientas millas de camino, pero supongo que ya da igual la distancia. Mientras podamos conseguir gasolina y algo de víveres, podremos llegar. Aunque no me siento como para ponerme en carretera tantas horas. Comienzo a temblar. De repente una ola de frío me golpea como si estuviera en mitad de una corriente de aire. Rick me agarra el rostro entre las manos y me apunta a los ojos con una linterna. Chasquea la lengua y se va.
Al rato aparece Elena con un par de libros y una radio que ha debido de encontrar por ahí.
—¿Vas a ponerme música o a leerme un libro? —susurro débilmente y ella sonríe.
—La radio quizá pueda servirnos.
Deja las cosas en el suelo y se quita su chaqueta para ponérmela sobre los hombros. Se sienta a mi lado y empieza a frotarme la espalda y el brazo. Mira al suelo mientras lo hace y cada vez que se oye un ruido fuera del gimnasio levanta la cabeza y contiene la respiración. Pasan unos cuantos minutos que se me antojan milenios antes de que vuelva a hablar.
—¿Cómo te encuentras?
—Como si acabaran de dispararme. —Me río.
—Tu corazón se paró —musita y sus ojos se encuentran con los míos. No hay brillo en ellos cuando me habla, estàn tristes—. Rick te estaba cosiendo la herida y dejaste de respirar. Tu corazón ya no latía.
Sus dedos me recorren la mejilla y suspira. Me mira a los ojos y siento algo nuevo en ellos. Me mira de una forma que hasta ahora no había sido así. Existe todavía la preocupación, pero hay algo más. Algo parecido al miedo.
—Al parecer he vuelto de entre los muertos —bromeo, pero ella no se ríe.
—Casi no vuelves. Rick no conseguía reanimarte. Me dijo que habías muerto cuando de repente volviste a la vida. Ni siquiera él se explica cómo.
—Supongo que no podía dejar este mundo sin cumplir esa promesa.
Mi mano temblorosa acaricia la suya y nuestros ojos vuelven a encontrarse. Lena me recorre la piel hasta los labios y luego se recuesta a mi lado, abrazándome por la espalda. El corazón comienza a latirme rápidamente por este repentino gesto y dejo de respirar cuando sus brazos me rodean la cintura y me atrae hacia ella.
—Tienes que mantener el calor corporal —me explica—. Descansa un poco, lo necesitas.
Tiene razón. Cierro los ojos y comienzo a respirar regularmente mientras siento cómo su calor envuelve mi cuerpo. Siento que estoy en los brazos correctos. Siento que no podría estar en un lugar más seguro que este y me acabo durmiendo.
Pero a las pocas horas un estruendo me despierta. Me incorporo con demasiada brusquedad, con la respiración entrecortada y los ojos abiertos como platos lo que ocasiona que ella también se incorpore y me coloca su mano sobre el hombro. La miro y ella parece estar relajada.
—Tranquila, estás a salvo.
De nuevo los flashes me sacuden la mente. Cierro los ojos sintiendo un pinchazo en el cerebro y cuando los vuelvo a abrir, estoy en mitad de un bosque corriendo como si me fuera la vida en ello. Voy detrás de Elena. Levanto el brazo y grito que cambiemos de dirección.
Cuando vuelvo la vista atrás me doy cuenta de que huimos de una manada de lobos hambrientos que enseñan los dientes. ella saca un hacha y yo levanto el enorme escudo que llevo conmigo, listas para luchar. Sin embargo, cuando comprobamos que son demasiados, salimos huyendo. Pero los problemas solo acaban de comenzar. No hay más camino por el que seguir. Un barranco impide el paso, y es saltar y caer los metros que hay hasta el cauce poco caudaloso de un río o dejar que nos maten los lobos. Así que salto. Mis pies aterrizan bien en el suelo pedregoso y sigo corriendo. Pero oigo los quejidos de Elena y cuando echo la vista atrás la veo tendida entre dos rocas mientras el agua le empapa las piernas. Corro hacia ella fijándome en que se ha hecho daño en un tobillo y la ayudo a seguir avanzando, al tiempo que un lobo salta al río. Cuando se acerca a nosotras me veo en la obligación de usar la espada y cortarle la cabeza. Después, observo como la mayoría de los lobos desaparece y los demás no se atreven a saltar.
—Allí. —Me indica señalando una cueva.
Ella va coja, medio saltando, medio apoyando el pie, y de vez en cuando aprieta los dientes por el dolor. Conseguimos llegar a la cueva y dejo de sujetarla para que se siente sobre una roca.
—No creo que vuelvan, cortarle la cabeza a ese lobo ha sido buena idea, aunque no tanto saltar ese barranco.
—Supongo que lo siento, aunque eso te ha salvado la vida, ¿no crees? Mi gente me lo habría agradecido.
¿Por qué parece que hago una separación entre ella y yo? Como si estuviéramos en grupos diferentes o algo por el estilo. ¿Por qué Elena no deja de aparecer en estos flashes con esa ropa que no corresponde a nuestro siglo? ¿Dónde estamos exactamente?
—Quizá era mi hora de partir, Kaira.
Giro la cabeza para enfrentarme a ella. Pero, un segundo, ¿me ha llamado Kaira?
—¿Y dejar que esos lobos te devoraran? No voy a permitir que te maten.
Ella se acerca a mí, mirándome a los ojos.
—No eres tan débil como pensaba, pero tu mayor debilidad son los demás.
—Te necesito viva —lo digo con resentimiento, incapaz de mirarla a los ojos, y vuelvo a girar la cabeza.
—Tú no necesitas a nadie, Kaira —dice con algo de ira—. Tu ego no te lo permite.
Me vuelvo a dar la vuelta hacia ella, esta vez con brusquedad. Creo que o bien estoy cabreada o bien me siento muy impotente.
—¿Sabes por qué te he salvado, Lynae? —le pregunto y noto con cada palabra cómo la ira quiere comerme. Ella pestañea y traga saliva—. Porque sin ti mi pueblo está perdido. Si mueres, ¿a quién crees que van a culpar de tu muerte? Te necesito viva.
Sonríe. No sé si lo que he dicho lo ha tomado como un cumplido. Pero sonríe, y es algo que en cierto modo me desconcierta. A todo esto, ¿por qué insiste en llamarme Kaira? Y ¿por qué yo la he llamado Lynae? Recuerdo que en el primer flash también la llamé así.
—Tranquila —me contesta y noto que su mirada ya no me transmite tanta desconfianza—, la muerte no es el final. Incluso si muero, mi alma te protegería.
—¿Tu alma? —le pregunto confusa.
—Al morir, nuestras almas protegen a las personas que nos importan.
Me encuentro a mí misma demasiado confundida. Preguntándome cómo es posible que nuestras creencias sean tan distintas. Ella cree en espíritus, en el alma, pero mi pueblo solo conoce la muerte y dos lugares a los que se puede ir tras ella. No sé cómo lo sé, solo sé que lo sé… esos lugares: Valhalla y el Reino de Hel.
Aunque hay algo de más importancia. ¿Acaso he entendido que le importo hasta el punto de que su alma me protegería?
Siento su mirada quemándome los labios y, justo cuando va a responder, escuchamos en la lejanía una manada de lobos que comienza a aullar. Yo me pongo nerviosa creyendo que esperarán a que salgamos de la cueva para matarnos.
No obstante, al cabo del tiempo dejamos de oír los aullidos y comprendemos que se han marchado. Antes de la puesta de sol, salgo de la cueva para comprobar que estamos solas y recoger algunos troncos para hacer una hoguera y mantener el calor corporal. Me recuesto entre las rocas con Lena/Lynae enfrente. Algo me dice que no dormirá en toda la noche.
Despierto cuando apenas ha amanecido, un ruido en la lejanía me sobresalta. Es ella misma la que me calma, la que me dice la misma frase que ya he oído antes:
—Tranquila, estás a salvo.
—¡Yul! —Abro los ojos y me encuentro con ese mar verde que ha llegado a atraparme posado sobre ellos.
Sacudo la cabeza y me aparto de ella. He percibido con nitidez lo que pensaba y lo que sentía en esas visiones, pero no el porqué. Aún no sé quién era mi pueblo, pero voy teniendo una idea… Estos flashes… Las sensaciones que tengo desde que Lena y yo nos encontramos. Esos pinchazos cada vez que pasa algo o me dice algo y mi mente trata de advertirme. O de hacerme recordar.
—Eso es —musito llevándome los dedos a las sienes. Lena se acerca a mí y me coloca las manos en los hombros. La miro a los ojos y sonrío—. ¡Son recuerdos!
—Yulia, ¿de qué hablas? —pregunta preocupada.
—No me llamo Yulia… —digo sin perder la sonrisa—. Me llamo Kaira. Kaira Lod-brok.
Continuara...
Ekaryl- Mensajes : 17
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Re: ADAPTACION : CUARTA FASE
Fati20- Mensajes : 1370
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Re: ADAPTACION : CUARTA FASE
Disfruten.
HERIDAS DEL PASADO
YULIA POV
—Yul, creo que te ha subido la fiebre. —Su mano se posa en mi frente, pero yo sacudo la cabeza y me aparto
—. Déjame, estoy bien.
—Deliras —dice con convicción y pongo los ojos en blanco. La verdad es que podría tener razón. Podría estar delirando y que todos estos «recuerdos» fuesen meras alucinaciones. Podría ser. Sin embargo, siento con todo mi corazón que estoy en lo cierto. Que he recordado una vida pasada, que todos estos flashes, estas sensaciones que tengo a su lado, no es solo mi imaginación. Mi mirada baja hasta llegar a su brazo. Su muñeca ya no está cubierta por ningún paño o venda. Ahora puedo ver la cicatriz que se ha formado tras aquel corte que se hizo con un trozo de botella cuando trataba de encontrar a su hermana. Entonces los flashes vuelven. Esta vez con menos intensidad, entremezclados unos con otros.
Me encuentro en mitad de una explanada verde. Enfrente de mí está ella, Lynae, como solía llamarse en otro tiempo, luchando contra otra guerrera. Hay mucha gente alrededor, hombres, mujeres y niños que pelean los unos con los otros. Aunque al principio me siento nerviosa, pronto comprendo que se trata de un entrenamiento; pero un entrenamiento demasiado intenso. Cada vez que ella parece fallar o que la otra guerrera va a asestarle un golpe certero, mi corazón se precipita en una carrera sin freno y tengo que resistir el impulso de ir a por ella y sacarla de allí. Entonces su contrincante la doblega, ejerce toda su fuerza con el hacha con la que lucha, pero Alison no se rinde. De pronto se deja caer al suelo, arrastrando con ella a su oponente, que pierde el equilibrio. Entonces gira sobre sí misma para escapar de debajo de su cuerpo. Se corta con el hacha de refilón en el antebrazo, pero se levanta de un salto y, antes de que se pueda incorporar del todo, tira a la guerrera propinándole una patada en las piernas. De aquí salto a otro momento.
Es de noche. Parece que estoy enfrente de una cabaña. Hay velas por todas partes. Cuando abro la puerta veo a Elena llevando un atuendo que me quita la respiración. Entro para echarle un vistazo a sus heridas. Mientras hablamos le vendo el antebrazo. El mismo que ahora, en el presente, posee una cicatriz de una herida reciente. Nos sonreímos de una manera en la que puedo decir que ella me ama. Deseo besarla. Es el recuerdo de querer estar con ella, de querer tenerla entre mis brazos para siempre. No obstante, hay algo más detrás de todo esto y no lo hago. Me excuso para retirarme a mi campamento y me marcho, arrepintiéndome al momento.
—Yulia…—Vuelvo al mundo real para encontrarme con los ojos preocupados de Rick. -Debes descansar. La fiebre te está subiendo. Asiento y me vuelvo a recostar. Lena se queda a mi lado, cubriéndome con su chaqueta. Cierro los ojos. ¿Quiénes éramos? ¿Dónde estábamos? ¿Qué ocurrió? De repente comienzo a marearme. Cierro los ojos con fuerza y aprieto los puños. Sé que estoy a punto de sumergirme en una oleada de nuevos recuerdos.
Me encuentro en una gran cabaña de madera. Estoy de pie en mitad de un círculo formado por gente. Por personas cuyos rostros desconozco. Excepto uno. Lena está entre ellos y me mira fijamente. Yo trago saliva y cruzo los brazos, observándola por encima del hombro. Aunque intento hacerme la dura, el corazón me late deprisa y siento un nudo en el pecho, así como unas inmensas ganas de llorar. De repente empiezan a hablar entre ellos en un idioma que no entiendo. Ella escucha atentamente todo lo que le dicen sin apartar la vista de mí y, sin mediar palabra alguna, alza la mano y todos guardan silencio.
—Mis hombres quieren que los expulsemos —me anuncia y yo aprieto los dientes—. Son una amenaza. Si su hombre no hubiese intentado asesinarme, podría ser diferente. Y sé que el dolor que siento es por haber asesinado a Tom o, como se llamaba entonces, Frey.
—Desobedeció mis órdenes. No íbamos a atacarlos. Queríamos negociar.
—Y sin embargo tuviste que matarlo a él.
—Estoy dispuesta a hacer lo mismo con cualquiera que viole el pacto —contesto—. Te he salvado la vida. Lena asiente y entonces se dirige hacia sus hombres y mujeres. Parecen discutir, pero finalmente ella vuelve a hablarme.
—Has demostrado tener coraje. Les daremos una oportunidad. Pueden quedarse entre nosotros hasta reponer fuerzas y continuar su viaje.
—Gracias. —Suspiro. Pero su mirada sigue siendo fría.
—Sin embargo, cualquiera que incumpla las normas será castigado con la muerte. Yo asiento, conforme.
Así que ambas éramos importantes, pero en distintos bandos. Ella elegía por su gente y yo decidía por la mía. Sin embargo, sé que ella tenía mucho más poder que yo. Quizá más armas, soldados o lo que fuera. Hablamos de una tregua, una tregua que solo se podría llevar a cabo después del entierro de Frey/Tom. La siguiente escena es distinta. A mi lado caminan más personas. Hay una chica a la que no reconozco, con el pelo oscuro y la piel bronceada. Por cómo me mira no debo de caerle muy bien. Para mi sorpresa reconozco a Rick y a Malia, pero la mejor parte es cuando me descubro a mí misma caminando al lado de Bill. Así que todas estas personas y yo fuimos gente que nos conocíamos en otra vida. Lena va delante junto a Tala, la guerrera que siempre la acompaña a un lado, y Tadan, el hombre con la cara tatuada, al otro. Se paran frente a un gran poblado antes de llegar a una playa y hacen que todos les entreguemos nuestras armas de guerra.
¿En qué clase de mundo vivíamos? Me doy cuenta a medida que avanzo con ellos de que hablan en otro idioma. No entiendo ni una palabra de lo que dicen, sin embargo, con cada flash que me viene a la mente, todo me resulta más familiar.
—Ellos los atenderán —me dice Lena mirándome de reojo—. Tendran agua y comida suficiente durante unos días. Después pueden marcharse al sur, tal como quieren.
—No les daremos problemas. Hemos venido de muy lejos no para hacer la guerra, sino para explorar estas tierras. Ella asiente.
—El Consejo de Sabios ha decidido formalizar nuestra alianza con un banquete esta noche. Estan invitados. Entonces uno de sus guerreros se acerca a ella y le indica algo en su propio idioma. Lo miro y me doy cuenta de que es Rick con media cara pintada de blanco.
—Mis exploradores han avistado más barcos viniendo hacia nuestras costas.
—¿Qué? —exclamo ante su mirada acusadora—. No son mis hombres ni mis barcos.
—Pues llevan su bandera.
Me quedo pensativa, mirando hacia el suelo. Entonces siento una mano sobre el hombro y cuando elevo la vista, me encuentro con la profunda mirada de Lynae/Elena
—Ya tendremos tiempo de resolverlo, ahora acompáñame. Quiero enseñarte cómo funciona mi cultura.
Delante de mí hay un grupo de niños y niñas que portan pequeñas lanzas de madera y juegan entre ellos rie do. La observo en silencio , los mira correr hasta que se pierden en el bosque. Es entonces cuando ella sigue caminando y yo me pongo a su lado, sin decir nada.
—Este es el campo de entrenamiento —me dice al llegar a una explanada llana y verde. A lo lejos distingo una cabaña de madera de donde salen varios hombres con el torso descubierto. Parece que llevan diversas armas en las manos
—. No tenemos un ejército numeroso, pero sí letal y muy bien adiestrado.
—Mi ejército es grande y salvaje. Ella asiente y se cruza de brazos.
—Supongo que también algo desobediente.
Aprieto los puños mientras una imagen del rostro de Tom acude a mi mente.
—Él tenía sus propios intereses —mascullo.
—Y si eras su líder, ¿por qué te desobedeció? Respiro profundamente y la descubro mirándome con intensidad.
—Porque éramos algo más que compañeros de combate —confieso y por un segundo sus ojos se agrandan.
—Así que era importante para ti. Un par de lágrimas amenazan con escaparse de mis ojos, pero los cierro con fuerza para evitar empezar a llorar. No pienso hacerlo delante de ella.
—Sí, lo era. Pero a veces el deber tiene más peso que el amor. Entonces sonríe débilmente y eso me desconcierta.
—Lo entiendo perfectamente.
—¿Tienes a alguien que te importe? Su mirada se vuelve sombría y agacha la cabeza.
—Lo tuve hace un tiempo. Pero murió. Ella fue muy importante para mí.
—Ahora la sorprendida soy yo. ¿He oído bien? ¿Una chica?—. Casi lo pierdo todo por su amor, porque estaba cegada. Sufrí demasiado y decidí que los sentimientos personales jamás volverían a ponerse por encima de mi pueblo. —Vuelve a levantar la vista y me doy cuenta de que sus ojos están brillantes
—. No lo olvides nunca, Kaira, el amor no es cosa de líderes. Los sentimientos por otras personas nos hacen débiles. Nos miramos una vez más, de manera intensa. Sin evitarlo, mis ojos viajan desde los suyos hasta sus labios. Con esa idea en mente, Lynae me deja donde estoy, y me doy cuenta de que, aunque esta fuera una vida pasada, esa lección se grabaría en mi mente hasta el día de hoy.
Un alboroto me despierta.
Ya no estoy en ningún poblado en mitad del bosque.
Ahora estoy en un gimnasio de un instituto de Texas.
A mi alrededor veo a algunas de las mismas personas que he visto en mis recuerdos. Esas personas que seguramente fueron importantes para mí y ahora son tan solo desconocidos que no recuerdan absolutamente nada.
—¿Qué ocurre? —pregunto mientras me incorporo, pero me mareo.
—Son demasiado fuertes —me dice Lena mientras me sujeta la cabeza
—. Las puertas van a acabar cediendo. Esto es una trampa mortal. Me gustaría que mi mente estuviera en sus plenas facultades para idear un buen plan. Pero siento la cabeza completamente embotada y el cuerpo apenas puedo controlarlo. Seguramente la infección esté avanzando a pasos agigantados.
—Hay que salir de aquí. Llama a Bill. Nos pasamos al menos diez minutos dando ideas, pero ninguna parece que vaya a funcionar. No tenemos armas suficientes. No tenemos ayuda exterior. No tenemos forma de conseguir que las puertas aguanten y, aunque sí hubiera medios, no podemos quedarnos eternamente aquí. Entonces se me ocurre la única opción viable. Pido que busquen los aseos del gimnasio y que me lleven hasta allí. Me encuentro tan mal que no puedo ni dar un paso por mí misma.
—Hay tres grandes ventanales. Podemos salir por ahí. Luego rodearemos el instituto hasta el Jeep y saldremos corriendo —digo.
—¿Cómo quieres que subamos hasta ahí? —me pregunta Bill cruzándose de brazos.
—Usen cualquier cosa que vean. Pueden amontonar las colchonetas o usar lo que sea que sirva para llegar hasta arriba. Que bajen primero un par de personas y que luego ayuden al resto.
—¿Y tú cómo bajarás? —pregunta Lena, la cual está apoyada en el marco de la puerta de entrada. Me encojo de hombros. No puedo trepar ni saltar ni correr.
—Eso ya lo pensaremos, lo importante es ponerse manos a la obra. Me quedo en el baño mientras los demás empiezan a buscar materiales. Me cuesta respirar y ni qué decir de mantenerme en pie, así que me dejo deslizar por la pared hasta terminar en el suelo y cierro los ojos. El sudor ya me cubre la frente y la espalda. Prueban trayendo las colchonetas, pero son insuficientes. Hacen un intento con los bancos de madera, pero determinan que nadie podría subir y que aquello no aguantará, así que vuel¬ven a irse. Cierro los ojos tiritando del
frío que tengo, pero los vuelvo a abrir cuando siento en mi mano algo húmedo.
Es mi mapache. Salta a mis brazos y se acurruca sobre mí, dándome algo de calor.
—Shima —susurro y su nombre me provoca un latigazo en el cerebro. Utshima. Así es como llamaban a Elena en esa otra vida. Así es como se referían a ella. ¿Y si siempre he sabido inconscientemente quién soy en realidad? Si llamé a mi mapache así, era por algo.
—Hemos encontrado una escalera —anuncia Lena entrando e intento formar una sonrisa
—. ¿Cómo te encuentras?
—¿Quieres la verdad o la mentira? —Me incorporo un poco mientras ella avanza hacia mí.
—Lo siento —dice de repente y frunzo el ceño
—. Esa bala iba directa a mí. Recuerdo el flechazo que la hirió en otra vida y me agito.
—No iba a dejar que pasara.
—Te prometo que te pondrás bien. —Se agacha junto a mí. Los ojos se le humedecen.
—La muerte no es el final, Len —cito lo que un día me dijo, pero ella sacude la cabeza.
—Si de algo estoy segura, es de que la muerte es el final. No pienso dejarte, Yul. Cierro los ojos con fuerza, viendo miles de puntos blancos como fogonazos tras los párpados. Aquí vamos otra vez.
—Mañana podremos seguir avanzando hacia el sur —anuncio orgullosa ante hombres y mujeres que portan espadas y escudos. Ellos empiezan a vitorear y chocar sus armas sonriendo en un acto de alegría y aprobación. Sin embargo, va-rios chillidos nos alarman y, al poco tiempo, Lynae aparece con sus propios guerreros, armados solo con hachas.
—Kaira, Corazón de Hielo.
—Utshima —respondo. ¿Por qué siempre que hay gente cerca me dirijo a ella por su cargo y no por su nombre?
—Solicito hablar contigo en privado.
—Acompáñame —le digo y me sigue. Entramos en una cabaña. No hay nadie con nosotras y eso se traduce en que Alison se acerca más de lo que siempre establece. Me cuenta lo que ha pasado: una tripulación vikinga contraria a la mía está rodeando tierras indias.
—No es mi ejército. En Escandinavia hay muchos pueblos. Han debido de seguirnos, ya te lo dije cuando tus hombres los avistaron.
—Van a atacarnos. Mi gente no entiende de divisiones entre un mismo pueblo. Aquí todos somos la misma tribu. Los acusarán y querrán justicia. Ella mira a otro lado y se da la vuelta, como si no quisiera enfrentarse a mí.
—¿Qué es lo que quieres que hagamos entonces? —le pregunto.
—Tienes que irte. Comanda tu ejército y vete.
—¿Y tú? —Arqueo una ceja.
—Los primeros poblados en caer serán los del noroeste. Mientras ustedes huyen, mi deber es proteger al resto de poblados. Me dará tiempo de avisar a todos los guerreros innus del sur.
—No podemos dejar que personas inocentes mueran.
—Kaira, a veces es necesario hacer sacrificios. —Señores y señoras esto es lo que siempre me digo. Ya sé de quién lo aprendí.
—No. —Muevo la cabeza repetidas veces buscando alguna idea dentro de mi mente
—. Podemos luchar juntas. Convence a tu pueblo. —Pone los ojos en blanco y mira hacia el techo. —No has visto su ejército. Te superan en número. —Si unimos tu ejército y el mío podremos con ellos —digo al borde de la desesperación. Pero ella sigue negando.
—No hay tiempo. Ya deben de estar saqueando los primeros poblados. Se da la vuelta para marcharse. Está claro que nada de lo que diga va a servir. Se hará lo que ella quiera.
—Espera. —Corro hacia ella y la cojo del brazo haciendo que se dé la vuelta.
La he cagado. Sus ojos me escrutan como nunca antes y se acerca a mí lentamente, pero con firmeza. Algo me dice que no debería haberla tocado. Se acerca tanto que tengo que dar un paso atrás.
—No podemos hacer nada. — juro que nadie podría decirle que no si le mirara así—. He tomado una decisión. Estas son mis tierras, este es mi pueblo. Tú y tu ejército os marcharan. Cogeran sus embarcaciones y volveran a su hogar.
—Querías que me salvara —digo al volver a la vida real. Lena frunce el ceño sin comprender qué pasa y lleva las yemas de los dedos a mi frente.
—¿De qué hablas? Sin duda soy una bocazas. Ella no recuerda absolutamente nada y cuando empiezo a decir cosas de este estilo se asusta. ¿Qué me pasa? Ni siquiera sé si todo esto es real. Puede que solo sean delirios causados por la fiebre. Puede que solo sea mi imaginación. Al fin y al cabo estoy colocando en todos esos flashes a las personas que están conmigo aquí. Sí, hay otras a las que no he visto en mi vida, pero ¿quién sabe? Rick y Bill entran cargando una escalera y la dejan apoyada en la pared. Se aseguran de que está firme y de que resistirá y vuelven a por los demás. Llevo un rato escuchando todas esas sacudidas que los podridos arremeten contra las puertas del gimnasio y calculo que quedan algunos minutos antes de que cedan.
—Fuera hay zombis —anuncia Vlad abriendo uno de los ventanales.
—Usen la munición que queda con cabeza. Podéis matarlos con los cuchillos y… —Me quedo callada cuando mis ojos se encuentran con una botella de vodka medio llena detrás de uno de los lavabos—. No jodas.
—¿Qué pasa? —pregunta Olivia.
—¿Tienen un mechero? —pregunto mientras me arrastro por el suelo mugriento hasta mi objetivo.
—Sí —me dice Rick y se saca uno del bolsillo trasero del pantalón.
—Un trozo de tela —pido. Se miran entre ellos, puede que piensen que finalmente se me ha ido la cabeza, pero es Kathya quien, desde la entrada del baño, se raja su propia camiseta y me tira el trozo de tela. Meto el tejido en la botella y me aseguro de que se impregne bien, luego enseño el arma a mis amigos.
—Un cóctel molotov —dice Erik sorprendido.
—Lo usaremos en caso de emergencia —aviso—. Si estamos trepando por la escalera y los caminantes entran al gimnasio, usaremos esto para retrasarlos.
—Recordadme la próxima vez que mire bien en los lavabos de los institutos —se queja Nadia echándose las manos a la cabeza y, por primera vez en el día, sonrío.
—Está bien. ¿Cómo lo haremos? —pregunta Malia.
—¿Cómo está la situación ahí fuera? —pregunto mientras me levanto como puedo. Vlad vuelve a escalar y echa un vistazo. Saca un poco más el cuerpo para ver más allá y chasquea la lengua.
—Hay dos caminantes cerca. Quien caiga va a topárselos al instante. A unos veinte metros hay otros cinco o seis.
—Entonces alguien rápido debe bajar primero. Se los carga y que le pasen las armas, luego bajará el siguiente. Entre los dos van bajando uno a uno y se posicionaran de manera que cuando los demás se acerquen esten listos para atacar —planeo.
—¿Y tú qué? —vuelve a preguntar Elena acercándose a mí. Me mira de la misma forma en la que Lynae me miraba aquel día, cuando iban a atacarnos. Es una de esas miradas que te dicen que no vas a salirte con la tuya, pero ahora estamos en una situación muy distinta. No puedo subir por las escaleras. No puedo tirarme al suelo. No puedo correr.
—Me quedaré la penúltima. Tom me ayudará a subir y los alcanzaremos —miento mirando a Tom mientras él asiente—. Estaré bien —le digo y ella parece conformarse.
—Yo iré primero —dice Bill.
—Yo bajaré el segundo —dice Rick.
—Bien, dense prisa. Esos bichos tienen hambre —apremio.
—Yull… —Lena se agacha junto a mí—. Voy a sacarte de aquí y te voy a llevar a un sitio donde puedas recuperarte. Le sonrío y luego asiento.
—Quédate con Shima mientras salgo —le pido cogiendo al mapache y tendiéndoselo—. Creo que eres tú quien debe cuidarla.
—Te veré al otro lado —me dice y me da un beso en la frente.
—Volveremos a encontrarnos —susurro cuando se da la vuelta y sube por las escaleras, no sin antes mirar hacia atrás y clavar su mirada verde en mí. Cierro los ojos con otra oleada de dolor.
Vuelvo a estar en una tienda. Supongo que debe de ser la de Lynae. La tengo a unos metros. Por la expresión de su rostro se nota que está enfadada.
—Te di órdenes muy precisas —grita.
—No puedes ordenar todo lo que te dé la gana —le escupo mientras me acerco a ella.
—Sí puedo —me contesta y eso crea un incendio dentro de mí. Se aleja, pero yo la sigo. Esta vez no voy a acobardarme.
—Lucharemos por ti. Derrotaremos a ese ejército y luego nos iremos. Lynae, no eres diferente a nosotros. Me doy la vuelta para dejar de hacerle frente y me alejo, sin embargo, es ahora ella la que viene detrás y se coloca enfrente de mí.
—¿A qué te refieres? De repente sus ojos dejan de escrutar los míos y viajan al suelo. Creo que es la primera vez que no puede aguantar mi mirada.
—Tu nombre tiene origen escandinavo. Mis antepasados viajaron a estas costas y nunca regresaron. Sé que eres parte de mi pueblo. Te importan, Utshima. ¿No es por eso por lo que has estado dispuesta a perdonarnos la vida? —Sacude la cabeza y cierra los ojos—. No dejas que tus sentimientos personales interfieran en tu pueblo, pero he visto cuánto te importamos. —Me acerco a ella y se ve en la obligación de apartarse a un lado. Pero la persigo—. Ya no sabes quién es tu verdadero pueblo. Quieres salvarlos a todos. Tu mente está con los tuyos, pero tu corazón está con los míos. Por eso no quieres arriesgar nuestras vidas. ¿Me equivoco? Me mira con fiereza a los ojos y es justo en este momento en el que me doy cuenta de que no solo tengo razón, sino que yo la hago débil. He hecho que retroceda. Cada palabra que ha salido despedida de mi boca le ha impactado como si de una flecha se tratase, justo en el corazón.
—Vete —dice entre dientes y por un solo segundo me dan ganas de sonreír, porque lo he conseguido. La he dejado sin palabras y sin argumentos.
—Déjame ayudarte. Quizá algunos mueran, pero merecerá la pena si la mayoría, vikingos e innus, sobreviven. Traga saliva y despega los labios. Su mirada recorre mis ojos y comienza a humedecerse. Me sorprendo de verla así. He debido de tocarle la fibra sensible.
—No lo entiendes. —Suspira—. No quiero salvarlos a todos. Solo quiero salvarte a ti.
Esto me descoloca. Su fachada de chica ruda acaba de caer por los suelos y me ha salpicado de lleno. Aunque sé que le duele perder a tantas personas, lo que de verdad la aterra es perderme a mí. Porque le importo. Se preocupa por mí. Me alejo de ella, sintiéndome vulnerable ante su mirada de cachorrito abandonado que no deja de surcar mis ojos. Abro la boca queriendo decir algo, pero las palabras tardan en salir.
—Si tanto te importo, entonces déjame luchar por ti. Se lo piensa. Parece que hay una batalla interna dentro de sí misma.
—No, y si sigues insistiendo, tendré que desterrarte y llevarte yo misma de vuelta a tus barcos —me dice y se me clava como un puñal. No pienso seguir discutiendo, así que la miro una última vez y salgo de su tienda. El corazón me palpita con fuerza y jadeo una vez estoy fuera debido a la tensión acumulada, sin embargo, miro hacia atrás, esperando que ella salga y me pida disculpas o algo parecido. Pero no lo hace.
—Yulia, ¡despierta! —Noto cómo alguien me zarandea y abro los ojos. Es Tom—. Vamos, tenemos que irnos de aquí.
—No, Tom. Yo no iré a ninguna parte.
—Pero…
—Ve. No puedo levantarme. Ellos van a entrar de un momento a otro. Si no te vas ahora, acabarás muriendo.
—No puedo dejarte aquí para que mueras sola.
—¡Vete! —le grito—. Ahora.
—Volveremos a por ti —dice después de morderse el labio y lo veo desaparecer por la ventana. Tuve que matarlo en una vida anterior por el bien de mi pueblo. Ahora he evitado que tenga una muerte desgarradora, aunque debo ir haciéndome a la idea de que eso es lo que me espera a mí.
De hecho, justo cuando trago saliva, oigo la puerta ceder. Ya están entrando. Me arrastro por el suelo de nuevo, botella en mano, y me doy cuen ta de que llevo puesta la chaqueta de Elena. Cierro los ojos con fuerza. Va a odiarme el resto de su vida por esto, pero es imposible que salga con vida de aquí.
Cuando llego al marco de la puerta de entrada a los baños, me sujeto a él y me levanto con las pocas fuerzas que me quedan. Tengo una navaja y el cóctel molotov. No van a impedir mi muerte, pero al menos podré llevarme a unos cuantos de ellos conmigo. La herida del abdomen tampoco es que vaya a ayudarme en el proceso. Espero a que los dos primeros caminantes vengan para asestarles una puñalada mortal en el cráneo. Sin embargo, los demás vienen en grupo. Soy capaz de contar una veintena entrando. Me río. Me río porque sé que con una pistola y estando en mis plenas facultades, lograría salir de esta.
Abandono la seguridad del baño y mato al primer caminante que está más cerca. Su cuerpo cae inerte al suelo y me alejo, volviendo a entrar en el improvisado refugio. Entonces lanzo el cóctel molotov al cuerpo y enseguida empieza a arder, haciendo que los que vienen detrás se empiecen a quemar y a su vez los que tienen detrás. Yo cierro la puerta y vuelvo a deslizarme por la pared con la navaja en la mano. El olor del humo y muerte llega a mis fosas nasales en poco tiempo. Dudo que muera devorada por un no vivo; lo haré por el fuego.
Empiezo a marearme por el olor nauseabundo y, al rato, echo todo lo poco que tenía en el estómago. Cada vez el aire se llena más de humo. Quizá ni siquiera muera quemada viva, quizá muera por intoxicación. Cierro los ojos de nuevo, sintiendo que la cabeza me va a estallar y que el dolor del abdomen es imposible de soportar. Puede que jamás vuelva a abrir los ojos. Puede que este sea mi final. Y odio que este sea mi final, medio tirada en el suelo de los baños masculinos de un instituto al que ni siquiera acudí.
Herida de un balazo que no era para mí, aunque no me arrepiento de haberme puesto en medio. Sin embargo, nunca pensé que este sería mi final. He vivido poco en estos cortos años de mi vida. No he viajado apenas, como en un primer momento, cuando era niña, soñé. No he estudiado lo que me gustaría. Solo he sido un dolor constante de cabeza para mis padres, he sido toda una rompecorazones y, debido a mi actitud, no he sido capaz de conservar a esas pocas personas que querían quedarse en mi vida. Digamos que he sido un completo desastre. No he sabido vivir, solo he sobrevivido. Y con esa idea en la cabeza, vuelvo a viajar al pasado.
Entro en la misma tienda en la que estábamos en el anterior recuerdo, es algún momento después de esa conversación, o más bien discusión, que tuve con Lynae. Ahora parezco más calmada, pero sigo teniendo un nudo en el pecho. Ella está revisando algunas cosas en su mesa.
—Lo siento. No debería cuestionar tus decisiones —me disculpo mientras me acerco a ella, que me mira por encima del hombro.
—Soy yo la que te debe una disculpa —me asegura y se da la vuelta—. Lucha por mi pueblo, Kaira, si eso es lo que deseas, convenceré a los míos de que son de fiar y de que nos defenderan. —Agacha la cabeza, incapaz de sostener mi mirada. Enseguida me siento aliviada. Decido romper la barrera invisible que hay entre nosotras y me acerco más a ella, mirándola a los ojos, aunque ella no lo haga.
—Me preocupo por tu pueblo. Sé que para ustedes es difícil confiar en la palabra de un extraño, pero puedes hacerlo conmigo. Entonces me mira. Su mirada es intensa y profunda, como si quisiera leerme la mente a través de sus ojos.
—Crees saber cómo es mi pueblo, pero te equivocas. No son extraños para nosotros, ya han estado aquí antes. Y por eso desconfiamos —me explica—. Sobrevivimos a un primer ataque y lo volveremos a hacer ahora. Se nos da bien luchar. Sé que dentro de ella hay una batalla interna. Una voz le dice que su pueblo nos verá como el enemigo y que podría tomar represalias, que no podrá protegerme; y otra le dice que si la ayudamos, su pueblo tendrá más posibilidades de defenderse.
—Es cierto, se les da bien luchar, a nosotros también —digo con pesar—, pero la vida no debería ser solo «luchar», ¿no crees que nos merecemos algo más? Pasan unos cuantos segundos en silencio. Me gustaría hacerle ver lo que quiero decirle. Me gustaría poder explicarle por qué lo siento así. Pero no me da tiempo a volver a hablar.
—Puede que sí —musita y mis ojos vuelven a los suyos, sin embargo, su mirada sigue descansando en mis labios. Me doy cuenta del nerviosismo que por un instante se apodera de ella. Entonces se acerca más a mí, rompiendo la barrera que había construido para alejarnos, lleva la mano derecha a mi rostro y, sin previo aviso, sus labios chocan contra los míos de manera suave. Cierro los ojos, al igual que ella, y dejo que ambas nos fundamos en ese beso que, lo reconozca o no, quería darle desde hace tiempo.
Parece que aún me quedan unos minutos de vida. Cuando vuelvo al presente, siento que todo lo que me faltaba ahora está conmigo. Lo recuerdo todo. Elena era Lynae, la líder de las dieciocho tribus innus. Yo era Kaira, la hija de Aila Lod-brok, nacida en Escandinavia y enviada a una tierra desconocida en una misión para explorar lo que creíamos leyenda. Lynae y yo éramos distintas, pero a la vez iguales. Líderes y perdidas. Nos encontramos al enamorarnos. Supimos lo que era el amor verdadero cuando decidimos dejar que nuestros sentimientos saliesen a la luz.
Duró poco. Me la arrebataron. Me quitaron al amor de mi vida demasiado pronto y tuve que vivir el resto de mis días con ese pesar. Y todas las noches me recordaba que en otra vida la protegería, me recordaba que si existía la reencarnación y ella y yo coincidíamos en el mismo espacio-tiempo, sería capaz de recordarla y estaría a su lado hasta el día de mi muerte.
Así que no me voy en vano. Me voy cumpliendo aquella promesa que un día me hice: que volvería a enconrarla. —Volveremos a encontrarnos, Lynae. En paz marcho.
Unos ruidos llegan a mis oídos. Lejanos. Muy lejanos. No es el ruido de los zombis. No es el ruido de la madera rompiéndose por el fuego. Son voces humanas. Abro levemente los ojos. No tengo ya fuerzas para seguir aguan- tando. De repente la puerta se abre. No veo quién hay detrás de ella. No veo ni el color de su ropa, ni los rasgos de sus facciones, ni si lleva armas o no. Pero sí que reconozco su voz. Un eco del pasado.
—Tú.
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Re: ADAPTACION : CUARTA FASE
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Re: ADAPTACION : CUARTA FASE
Desvelando secretos
ELENA POV
En cuanto mis pies tocan el suelo sé que algo va mal. No me refiero a los caminantes. Hay algo que no me gusta. Hay algo de lo que me doy cuenta en cuanto Shima bufa y trata de saltar de mis brazos al suelo para volver con su dueña. A mi alrededor todos luchan con lo que tienen, sin abrir fuego. Poco a poco los zombis se van acercando a nosotros, atraídos por los ruidos de los navajazos y otros de sus congéneres, que emiten ruidos guturales mientras tratan de alcanzarnos.
Cuando Tom salta desde la ventana de los baños masculinos del gimnasio, mis ojos se mueven rápidamente buscando a Yulia, pues ella debía ir antes que él. Sin embargo, descubro que mi nueva amiga no está por ninguna parte y enseguida el corazón se me encoge. Shima sigue revolviéndose entre mis brazos, supongo que ella también sabe qué es lo que está pasando.
—¿Dónde está? —vocifero llegando a Tom.
—Lo siento —es lo primero que sale de sus labios y juro que quiero darle un puñetazo.
—. Está muy débil. Me dijo que no lo conseguiría y…
—¿Y le has hecho caso? —Mis ojos se empañan de lágrimas. Es imposible que Yul suba sola la escalera y salte aquí abajo. Y es aún más imposible que consiga llegar al Jeep. Pero no puedo permitirlo. No puedo dejar que la chica que nos ha salvado a todos muera ahí dentro. Si está herida, desangrándose y con una infección de caballo, es por mi culpa.
—No hay nada que hacer —me dice Bill y me pone una mano en el hombro, mirando a Tom y asintiendo
—. Tenemos que irnos.
—No podemos dejarla ahí —se queja entonces Olivia. Rick, sin embargo, sacude la cabeza.
—Tienen razón. No podemos volver a entrar y ella no puede saltar. La hemos perdido.
Esas tres últimas palabras se me clavan una por una en el corazón. Dos finas lágrimas me atraviesan sin piedad las mejillas. No. No podemos perderla. No así. No obstante, todos parecen comprender que, aunque duela y no queramos dejarla atrás, no nos queda otra. Comienzan a movilizarse y a organizarse para seguir avanzando. Miro una vez más a la ventana, esperando, tal vez, que la joven con agallas tenga la suficiente fuerza como para hacerlo, pero no hay nada. Es Kathya quien viene por mí.
—Lenita, no quiero darte falsas esperanzas, pero la conocemos. Saldrá de esta y algún día la encontraremos subida a una moto con unas gafas de sol y una chupa de cuero negra. Seguro que preguntará algo así como: «¿Me han echado de menos?». Su comentario me hace algo de gracia y con una simple carcajada otras dos lágrimas saltan de mis ojos. Y quizá tenga razón. Quizá Yulia halle el modo de salvarse. Aunque mi mente me dice que no es posible, sin un médico y una atención adecuada no sobrevivirá.
Cuando mi hermana y yo llegamos, medio asfixiadas, al Jeep, nos encontramos con algo inusual. Kathya suelta un par de improperios mientras se acerca a los cinco coches que no estaban ahí cuando llegamos nosotros.
—Otro grupo —observa Erik
—. Han debido de entrar mientras nosotros salíamos.
—En ese caso, buena suerte —dice Vlad haciendo el saludo militar hacia el instituto y saltando al Jeep
—. Vámonos antes de que descubran que es una trampa mortal. No quiero más encontronazos.
Salimos de aquí con Rick conduciendo a toda velocidad. El miedo comienza a propagarse cuando Malia insinúa que quizá sean aliados de los solados o los mismos soldados dando caza. Rick trata de decirnos que ellos no tenían esos coches y que, aunque los hubieran cogido de camino allí para despistar, su modus operandi hubiese sido rajar las ruedas del Jeep para que no pudiésemos escapar. Tras media hora conduciendo, observamos desde la lejanía que una torre de humo negro asciende al cielo. Cierro los ojos en una mueca de dolor cuando todos nos damos cuenta de que el fuego ha tenido que originarse en el instituto. Trato de no pensar que ella usó aquel cóctel molotov para llevarse consigo a todos los caminantes que hubiera con ella, pero, conociéndola, lo más seguro es que para ella esa fuera la muerte más heroica que podía tener. La siguiente hora en coche me la paso llorando. Al principio lo hago en silencio, mirando por la ventanilla, viendo todas esas calles desiertas pasar sin novedades. Luego el llanto viene y apoyo la cabeza contra el cristal. No debí haberme ido. Tenía que haberme quedado y haberme asegurado de que ella saliera antes que yo. Sé que tiene una debilidad por mí.
Sé que le importo más que cualquiera de nosotros. Podía haber usado ese factor, podría haberle dicho que si ella no se movía, yo tampoco lo haría.
—Lena, cielo, escucha, quizá está bien —comienza a decir Olivia, pero levanto la mano indicando que quiero que se calle.
—No lo sabemos. Ya has visto el humo. Seguramente ahora mismo solo sea un puñado de cenizas —suelto por la boca y mis propias palabras me hacen volver a llorar.
Me quedo dormida después del agotamiento físico y mental. Noto que el coche se detiene y cuan- do abro los ojos solo veo oscuridad. Rick me lleva en sus brazos, así que yo solo me limito a ente- rrar la cara en su cuello y sorber por la nariz. Bill abre la puerta de una casa de una patada y los chicos entran primero en busca de zombis. Cuando se cercioran de que estamos a salvo, entramos dentro. Yo me quedo sentada contra la pared, intentando no volver a echarme a llorar. Los demás procuran bajar los colchones y mantas que ven para colocarlos por todo el salón. Supongo que preferimos permanecer en la misma habitación pegados los unos a los otros a estar separados.
—Cada dos horas cambiaremos el turno de guardia. Empiezo yo —dice Bill—, luego Rick, Erik, Tom y Vlad. ¿De acuerdo? —Los chicos asienten y yo niego con la cabeza desde mi posición. Yul lo hubiese hecho de dos en dos, y nosotras también podríamos participar
—. Ellas que hagan la comida con lo que tenemos y que descansen. Me quejaría, pero no tengo fuerzas. Olivia no me deja siquiera hacer la pasta que encuentra en uno de los armarios de la cocina de la casa. No hay salsa ni nada con lo que podamos hacer una. Así que serán los macarrones con sal más sabrosos que haya probado en meses. Hay algunas latas de conserva y, como somos tantos, deciden abrir algunas y guardar el resto para mañana. Yo me quedo tumbada con los ojos cerrados en un colchón que pega a la pared. De repente siento frío. Voy en busca de mi chaqueta, la cual suelo llevar atada a la cintura, y descubro que no está. Me llevo la palma de la mano a la frente cuando recuerdo que se la di a Yul.
No me importa haber perdido la chaqueta. Lo que me pesa es haberla perdido a ella.
Para colmo, Shima viene y se acuesta entre mis piernas, justo como lo hace con ella. Sus orejas agachadas parecen querer decir que está triste. No sé si un animal puede sentir o no, aunque mi opinión es que sí que lo hacen, y tampoco puedo decir hasta qué grado nos comprenden, pero la actitud del mapache indica que sabe perfectamente qué es lo que ha pasado. Le acaricio el lomo hasta que se queda dormida y siento unas inmensas ganas de llorar.
—Lena —me llama mi hermana y cuando abro los ojos la veo con una sonrisa forzada en los labios y un plato de pasta en las manos
—, tienes que comer.
—No tengo hambre —digo y me doy la vuelta.
—Sabía que dirías eso, pero me da igual. Tienes que comer.
—No eres mamá. No tengo por qué hacerte caso.
—Soy tu hermana mayor, así que algo de autoridad tengo.
Me doy la vuelta bruscamente y mi mirada verdosa se centra en sus ojos marrones. Traga saliva sabiendo que el último comentario se lo tenía que haber ahorrado y aunque seguramente ya esté formulando algún tipo de disculpa o broma al respecto, decido descargar toda mi impotencia sobre ella.
—¿Autoridad para qué, Kathya? ¿Para robarle a mamá dinero y gastártelo en alcohol y en mierda que luego te metías con tus amigos? ¿Para dejarnos preocupadas y que durante años esperáramos una llamada anunciando que te habían encontrado muerta? ¿Esa es tu autoridad? ¿Poner tu vida en peligro constantemente?
—Abre la boca —me ordena.
—¡Contéstame!
—Lo siento, Elena. Siento haberte hecho sufrir, siento haber hecho sufrir a mamá. Pero ahora todo es distinto. Ahora tengo que cuidar de mí para poder cuidar de ti. ¿No entiendes que todo lo hago por ti?
—Pero…
—Come. Coge fuerzas. Mañana será otro día. Sí, hemos perdido a alguien importante, pero ¿quién no lo ha hecho a estas alturas? Tenemos que buscar a mamá y al tío Trevor, Lena. La vida sigue, hermanita.
—Gracias por tu extrema sensibilidad—le contesto con ironía cogiendo el plato de macarrones
—. A veces parece que tienes el corazón de hielo.
—¿Corazón de hielo? —me pregunta extrañada. El tenedor se me cae de entre los dedos, aunque no entiendo bien la relación que hace mi cerebro. ¿Por qué he dicho eso? Mis ojos buscan los de Kathya, pero encuentro su mirada confusa.
Sacudo la cabeza. No eran esos ojos los que esperaba ver. Esperaba perderme en un mar azulado. Esperaba… ver a Kaira. ¿Kaira? Dejo el plato en el colchón y miro a mi hermana a los ojos.
—¿Te suena de algo Kaira Lod¬brok? —le pregunto y ella enseguida niega. Chasqueo la lengua.
—A mí sí —responde de repente Erik. Mis ojos vuelan al chico pelirrojo, cuya mirada queda iluminada por la luz de las velas que hemos encendido.
—¿La conoces? —le pregunto.
—Fue una vieja amiga hace mucho tiempo —confiesa y se lleva la mano a la nuca
—. No acabamos bien. Frunzo el ceño.
—¿Cuándo fue la última vez que la viste? Erik traga saliva. Parece que por momentos comienza a ponerse nervioso. De repente su actitud me intriga demasiado. Me inclino para verlo mejor, pero él retira la mirada de mí.
—Hace mucho tiempo —susurra y sube las escaleras para perderse de mi vista.
—¿Qué te pasa ahora? —me pregunta Kathya cuando vuelvo a la realidad
—. ¿Quién es Kaira Lod¬brok?
—No lo sé. Pero siento que lo he olvidado.
—¿Que has olvidado el qué? —Sus manos acaban en mis hombros y sus ojos escrutan los míos.
Un latigazo de dolor me traspasa el cerebro y me llevo los dedos a las sienes.
—Todo, Nadia. Lo he olvidado todo.
Me despierto en mitad de la madrugada con una capa de sudor cubriéndome la frente. Las sábanas se me han pegado al cuerpo y tengo la respiración agitada y el corazón latiendo como un caballo desbocado. En mis pesadillas de esta noche, Yulia y yo éramos perseguidas por una manada de lobos. Después de eso, soñé que un ejército venía directo hacia donde nos encontrábamos nosotras y teníamos que huir de allí a toda velocidad.
—¿Un mal sueño? —me pregunta Malia, que al final se ha quedado a dormir conmigo en el mismo colchón mientras me abrazaba para que parara de llorar antes de quedarme dormida.
—Lo siento, ¿te he despertado? —le pregunto preocupada.
—No, tranquila. Aún no he conseguido conciliar el sueño.
—¿Quieres hablar? Ahora me siento algo mejor que antes, con fuerzas para escuchar algo que no sean mis gimoteos. Además, la chica de ojos claros parece necesitar hablar con alguien, y puede que aún seamos desconocidas, pero todo lo que hemos pasado juntas en las últimas semanas hace que nos tengamos la una a la otra.
—Hace mucho tiempo que no duermo bien —admite—. Me paso las noches en vela esperando que en algún momento algo me despierte de la horrible pesadilla que estamos viviendo, pero no su- cede. Es como si estuviera atrapada. No siento que el presente sea el presente ni que el pasado sea el pasado, ¿lo entiendes?
—Creo que me hago una idea de lo que quieres decir.
—He estado pensando. —Se da la vuelta para poder mirarme a la cara—. El grupo de antes, en el instituto, no creo que fueran los soldados. Demasiada molestia seguirnos tantas millas después de todo, y Rick tiene razón, hubiesen destrozado el Jeep y hasta puede que hubiesen dejado fuera gente esperando. Pero no había nadie.
—¿Y qué sugieres? —pregunto con curiosidad.
—Que quizá era un grupo de gente buena que puede que nos quisieran ayudar o tal vez que al igual que nosotros necesitaran ayuda o refugio.
—Es posible, Malia, pero no sé si quedan personas buenas en el mundo.
—¡Claro que las hay! —Se tapa la boca con ambas manos y mira alrededor para ver si alguien se ha despertado, pero nadie mueve un músculo, ni siquiera Tom, que está de guardia
—. Tú eres buena, toda tu gente lo es. Pensábamos que no lo erais al principio, pero estábamos equivocados. Y nosotros también somos buenas personas, aunque me apuesto lo que quieras a que tardaron en confiar en nuestra palabra —dice y asiento, encogiéndome de hombros.
—Pero a veces la supervivencia hace que hagamos cosas que en realidad no haríamos.
—A Yulia, ¿cómo la conociste? Por lo poco que sé, no estaba en tu grupo desde el principio.
—Ella es distinta —la defiendo—. Puede que algo bruta y cabezota, y sarcástica y violenta, pero la vida la ha hecho así.
—Y no por eso nos ha matado —apunta y entonces comprendo lo que quiere decirme.
—¿Entonces crees que todos tenemos un lado bueno pese a las circunstancias que hayamos podido pasar o estemos pasando?
—No y sí. Solo sé que las personas que son buenas de corazón, por muchas cosas malas que pasen, siguen siéndolo en el fondo.
—Es entonces cuando su mirada se desvía hasta encontrarse con las facciones relajadas de un Rick que duerme sobre una manta.
—¿Rick? —me asombro y ella asiente, sonriendo.
—Él siempre fue distinto. —Entonces baja la voz aún más—. ¿Recuerdas que mi hermano dijo que todos los días me violaban? Bueno, en parte no es cierto. Al principio los hombres se turnaban. Lo pasaba fatal. No comía, no dormía. Solo lloraba. Bill intentaba en vano hacer algo, pero no lo consiguió. Un día se enfrentó a uno de ellos que estaba haciendo un comentario sobre mis pechos y acabó en aislamiento, entonces esa tarde cambió todo. Ronan vino a decirme que a partir de ese día, solo un hombre tendría derecho a acostarse conmigo, porque así él lo había pedido y se lo había concedido. Era Rick.
—¿Así que lo que me quieres decir es que es bueno en la cama? —Se me escapa una risotada y Malia corre a taparme la boca mientras niega con la cabeza.
—Nunca llegamos a hacerlo. Yo me desvestí como hacía con todos los hombres. Sin embargo, él me pidió que me pusiera la ropa. No quería hacerlo conmigo y yo no lo entendía. Luego me explicó que odiaba verme de esa forma y que le sentaba mal saber cómo me trataban, así que pidió un favor. Me dijo que fingiríamos que lo habíamos hecho, pero que nunca me pondría una mano encima si yo no quería. —Hace una pausa para volver a mirarlo—. No le dije nada a Bill porque necesitaba que su ira fuera creciendo día a día, eso era lo único que lo alejaba de convertirse en uno de ellos. Rick empezó a contarme historias, a leerme libros, a hacerme sentir mejor cuando en realidad debería estar torturándome, y luego siempre me daba comida de más en el comedor. Cuidó de mí porque es buena persona.
Lo obligaron a hacer cosas malas, pero ahora está con nosotros y nos está prote-giendo. Se me viene a la mente Yul. No sé mucho de su pasado, pero por lo poco que sé no tuvo que ser fácil. Ella siempre, desde que la conocí, se mostró como una persona ruda y fría, sin escrúpulos. Mi gente no confiaba en ella, yo, de hecho, muchas veces tampoco lo hice. Pero siempre tuvo esos pequeños detalles por los que me daba cuenta de que no era mala persona. Nos ayudó, aun después de haberle quitado todo lo que tenía, haberla atado a una silla y haberle arrebatado la libertad, mi Yul… siempre estuvo a nuestro lado…. Mi yul?
—¿Piensas en ella? —me pregunta Malia sacándome de mis pensamientos.
—La echo de menos —confieso.
—Creo que yo también. Era distinta a todas las personas que he conocido hasta ahora.
—Sí —digo apenada y agacho la cabeza—. A veces decía cosas que no tenían sentido, pero siempre te ayudaba a sentirte mejor.
—Kaira Lod¬brok —dice de repente y la miro a los ojos. Está frunciendo el ceño
—. ¿Puedes creerte que cuando has dicho ese nombre, se me ha venido una imagen a la cabeza? Me acerco más a ella, totalmente intrigada, y miro a Erik, que duerme junto a Bill. Él conoció a una tal Kaira Lod¬brok, aunque claramente ha rehusado contarme más cuando he querido indagar en el tema. No sé por qué siento que todo lo referente a ese nombre es un misterio que encierra algo importante en él.
—¿Qué imagen? —pregunto con algo de miedo a que Malia se asuste y me deje sin saber la res- puesta.
—No te lo vas a creer. —Se ríe.
—Inténtalo —la apremio.
—Viajábamos en una especie de embarcación vikinga. Había mucha gente. Todo el mundo hablaba de una tal Kaira Lod¬brok. Ha sido como un sueño—. Se queda pensativa y se pellizca el puente de la nariz cerrando los ojos
—. ¿Te suena de algo Vinlandia? Sacudo la cabeza.
—¿Qué es?
—No lo sé —se encoge de hombros—, pero esa tal Kaira Lod¬brok quería ir allí.
Me paso el resto del tiempo que queda hasta que todos se levantan sin poder volver a conciliar el sueño. Lo que Malia me ha dicho horas atrás me ha dejado pensando un buen rato. Hay algo que no logro comprender. Yo siento que ese nombre es importante, Erik sabe algo que me oculta, Malia ha tenido una especie de sueño al escucharlo. Y ahora tengo un dato más que parece estar conectado: Vinlandia.
—Deberíamos seguir avanzando —dice Bill bostezando
—. No es bueno quedarse aquí.
—Y nosotros tenemos que buscar a nuestra familia —dice Vlad.
—¿Y todos tenemos que ir por el mismo camino? —inquiere Bill.
Bien, ya vienen los conflictos.
—Tú puedes irte por donde quieras, pero nosotros tenemos un grupo que alcanzar —defiende mi hermana.
—No lo conseguiréis sin nuestra ayuda —interviene Tom mirando a Bill.
—No hemos pedido vuestra ayuda —dice Vlad. Bill se echa a reír mientras todos los demás nos acercamos.
—Entonces que os vaya bien —contesta Bill—, pero nos llevamos el Jeep.
—De eso nada —dice Kathya apretando los puños. —Rick lo conduce y vendrá con nosotros.
—¿Porque lo digas tú, Bill? —dice entonces el aludido y el silencio reina en la sala. La mirada que Bill le echa a Rick podría congelar medio mundo.
—¿Lo dices en serio? —Necesitan ayuda, no veo por qué no dársela. Podemos ir todos juntos, ¿o acaso tienes otra parte a la que ir?
—No —niega Bill a regañadientes—. Pero paso de fiarme de más gente —escupe.
—¿Te fías de nosotros? —pregunta Olivia cruzándose de brazos—. Porque llevamos semanas juntos y nos hemos ayudado mutuamente todo este tiempo, así que si confías en nosotros, puedes confiar en nuestro grupo.
—¿Yulia confiaba en ellos? —pregunta de repente Malia, quien se había quedado callada todo el tiempo. Yo asiento, confirmando que así era
—. Entonces yo iré con ustedes.
—¿Qué? —El timbre de voz de Bill sube una octava—. ¿Si ella confiaba en ellos, tú también?
—Porque ella nos ha salvado la vida, Bill. Voy a confiar en ella, aunque ahora esté muerta.
Un nudo en el pecho se acopla dentro de mí cuando enlazo la muerte con Yul. Llevo negando desde ayer que le haya podido pasar algo malo. De hecho, aún espero abrir la puerta de la casa y encontrarla con su sonrisa impecable al otro lado.
—Yo también —se apunta Erik y me mira por unos segundos antes de volver a mirar a otro lado.
—Supongo que me uno —dice Tom enlazando las manos detrás de la nuca y esperando a que Bill acepte de una vez.
—Bueno, que así sea —dice por fin y todos suspiramos inconscientemente.
Veinte minutos después, con algo de ropa de abrigo, las pocas latas en conserva que quedaban y un par de botellas de agua, más todas las armas y munición, nos echamos a la carretera de nuevo. Rick nos informa de que pronto debemos parar en algún sitio y buscar gasolina, así como víveres. Seguimos el plan inicial que llevábamos y que Evolet había trazado. Cada vez que la recuerdo, siento unas ganas de llorar inmensas, de volver al instituto para asegurarme de que no se quedó allí dentro o de ponerme a buscarla por todos los rincones de la ciudad hasta encontrarla sana y salva. Una vez en las afueras, nuestro soldado estaciona cerca de una gasolinera y formamos grupos. Por suerte o por desgracia me toca con Erik, así que ahora no se librará tan fácilmente del interrogatorio que llevo planeando hacerle desde anoche.
—Voy a ir al grano, amigo —le digo y le miro a los ojos. Él retira la mirada
—. ¿Quién es Kaira Lod¬brok?
—Ya te lo dije ayer, una vieja amiga —contesta.
—Mientes.
—No. Es alguien de mi pasado. ¿Por qué te importa tanto?
—¿Por qué no me dices toda la verdad? Respira hondo y cierra los ojos. Cuando vuelve a abrirlos, veo lágrimas en ellos.
—¿Crees en la reencarnación? —me pregunta y sigue caminado hacia una gasolinera.
—Es la segunda vez en poco tiempo que me hacen esa pregunta —susurro—. No lo sé.
—Entonces nunca me creerías. —Se encoge de hombros y abre la puerta de la gasolinera. Un caminante, con el uniforme de la tienda, corre a por nosotros en cuanto oye el ruido. Soy yo la que me acerco con un machete y le atravieso la cabeza. Los siguientes diez minutos los pasamos en silencio. Yo no me atrevo a preguntarle nada más y él no tiene nada que añadir por el momento. Metemos comida en las mochilas y abro una lata de refresco. Le ofrezco y es entonces cuando veo una oportunidad más para indagar en el tema.
—Necesito que me lo digas —le suplico.
—¿Por qué tanto interés, Elena? —No me creerías —musito y su sonrisa se ensancha.
—¿Tanto como tú a mí? Refunfuño y eso le hace reír. Quizá si yo hablo primero, él lo haga también.
—Yul —comienzo— me dijo que no se llamaba así. Me dijo que se llamaba Kaira Lod¬brok.
No me esperaba su reacción. Casi se atraganta con el refresco. Le doy unas palmaditas en la espalda hasta que se le pasa. Luego empieza a reírse y a dar vueltas por todo el local. Me limito a verle ir de un lado a otro y hasta me permito abrir una bolsa de snacks. Después él desaparece detrás de una puerta. Dejo las cosas en el suelo y lo sigo.
—¿Podrías no desaparecer? —le pido y enciendo la linterna.
—No estaba loco. —Sigue riéndose y eso me hace dudar de sus palabras—. No estaba loco, joder. Tenía razón.
—Creo que me he perdido, Erik. ¿Puedes explicarme algo?
—No si no crees en la reencarnación. —Ríe.
—¡Venga ya! —Empiezo a desesperarme.
—¿Quieres saber quién es Kaira Lod¬brok? —Asiento repetidas veces
—. Bueno, ella misma te lo dijo. Enarco una ceja y él sigue riéndose. Bueno, esto ya está empezando a cabrearme.
—Mira, Erik, si quieres reírte de mí… —Pero levanta la mano y de repente se pone serio.
—No me río de ti —dice rápidamente—. Yulia es la reencarnación de Kaira. Ahora soy yo la que se empieza a reír. Me llevo las manos a la cabeza y me dejo caer en una silla.
Erik se coloca frente a mí y pone una mano sobre la mesa, indicando que le dé la mía. Lo hago. No sé por qué, ahora perfectamente podría esperarme que me lea el futuro o algo. Erik me coge la mano entre las suyas y suspira.
—¿Puedo contarte algo?
—¿Voy a asustarme?
—Posiblemente, pero siempre te lo puedes tomar como un cuento.
—Sorpréndeme.
—No sé si hay personas que nacen recordando quiénes fueron en vidas pasadas, o si otras lo recuerdan a lo largo de su vida o nunca lo llegan a hacer. Solo sé que yo empecé a recordar en cuanto conocí a Malia y Bill: soy Erik Erik-sson, uno de los hijos de Erik el Rojo, quien fue un famoso explorador vikingo en su época. Formé parte de una exploración en la cual casi trescientos vikingos partimos en busca de una tierra prometida en leyendas: la actual América. Kaira era parte de la tripulación.
—¿Llegasteis en barcos?
—Se llamaban drakkars, ¿por qué? .
Me quedo un momento pensativa. Lo que anoche Malia me dijo empieza a cobrar sentido. Me inclino hacia Erik y miro a la puerta para comprobar que no viene nadie. No creo que sea bueno que alguien escuche una conversación de locos.
—¿Vinlandia? Sus ojos se iluminan y me aprieta la mano.
—¿Te acuerdas? Era como llamamos al continente.
—No. Yo no. Malia ayer me preguntó si me sonaba de algo.
—Tyra… —Sonríe—. Puede que empiece a recordar.
—¿Ella también? —pregunto y me pellizco el puente de la nariz. Empieza a dolerme la cabeza considerablemente.
—Y su hermano, él es Bjorn. Tom es Frey. Creo que estaba coladito por Kaira. Una punzada de celos me recorre el vientre. Yulia pudo tener miles de novios en el pasado y… Abro los ojos como platos. ¿Y qué, Elena? ¿Eso qué te importa a ti? Sacudo la cabeza. Es la primera vez en toda mi vida que he sentido celos por una chica.
—¿Y qué pinto yo en todo esto? —le pregunto con algo de enojo en la voz.
—No te recuerdo, Elena. —Parece que intenta concentrarse—. No eras parte de la tripulación. Puede que fueses de las tribus inuus.
—¿Tribus qué?
—Al llegar descubrimos que había personas allí, nativos de la zona. Yo morí antes de que pudiésemos siquiera hablar con ellos, pero supongo que acabamos haciéndolo.
—¿Y crees que Yul lo recuerda?
—Puede que esté empezando. ¿Te dijo algo más?
Me quedo un rato pensativa. Pensaba que estaba delirando por la fiebre, así que no le presté mucha atención.
—Decía cosas que no parecían tener sentido. Algo como que yo estaba allí, no lo recuerdo bien. Erik sonríe y asiente. Supongo que yo misma me contesto. Si Yulia recordó su verdadero nombre y dijo que yo estaba allí, debo de tener un yo pasado. Puede que desde que nos encontramos haya tenido pequeñas visiones o recuerdos, aunque, por lo que sé, empezó a recordar y a admitir que estaba recordando después del disparo. ¿Tendrá algo que ver ese hecho?
—Elena, de un modo u otro, volveréis a encontraros.
—Levanto la cabeza. Yul me dijo eso.
—Ella sabía que había algo después de la muerte—. Volveremos a verla.
Agacho la cabeza y los ojos se me empañan. No quiero un mundo sin ella. No quiero un mundo sin Yulia Volkova. No me siento segura ni a salvo, no me siento con fuerzas. Ella representaba una faceta de mí que no había salido a la luz hasta ese momento. La necesito, y haberla perdido por mi culpa me está matando, pero sé que tengo que sacar fuerzas de donde no las hay, por ella, por todo lo que ha hecho por mí y me ha enseñado. Erik me abraza cuando empiezo a llorar.
—¿Tengo que morir y esperar a que el destino nos junte otra vez en otra vida? —Sollozo.
—No está muerta, Len —me susurra al oído y un escalofrío me recorre la espalda. Lo miro a los ojos y me seca las lágrimas con el pulgar. Sonríe.
—¿Cómo lo sabes? De repente me coge delicadamente la mano y la lleva a su pecho. Me pide que cierre los ojos y que me tranquilice. Noto su corazón bombeando con fuerza.
—Lo sé. Simplemente lo noto. Llevo sintiendo que está viva desde el día que recordé. La sigo sintiendo, así que debe de estar viva.
—Cada vez entiendo menos. —Me quedo desconcertada y él se ríe.
—Cuando recuerdes, lo entenderás todo.
—¿Y cómo recuerdo? —Me acomodo en la silla y entierro la cabeza entre los brazos.
—Creo que cuando conectas con la persona a la que estabas conectada en el pasado, comienzas a recordar.
Abro los ojos como platos. Me levanto y Erik me mira con el ceño fruncido. Ella empezó a recordar gracias a mí. Empezó a recodarme a mí también. ¿Eso quiere decir que ella estaba conectada a mí? Explicaría por qué siempre me ha protegido más que a nadie, por qué siempre se ha preocupado por mí, por qué siempre que se lo he pedido se ha quedado. Yulia siente una debilidad por mí que podría residir en el pasado. Me pregunto si será lo mismo en mi caso.
—¿Qué les queda? —pregunta a gritos un Bill con ganas de seguir avanzando.
—Vamos, ya tenemos todo lo que necesitamos —me dice Erik y, cuando está a punto de salir por la puerta, el reflejo de la linterna hace que el corazón me dé un vuelco.
—¡Espera! —le pido y se acerca. Le quito la linterna de las manos y alumbro una de las estanterías
—. Una radio —musito. Erik corre hasta ella y la toquetea hasta que consigue encenderla. Nuestras sonrisas aparecen a la vez.
—Funciona. —Ríe.
—Pruébala —le pido con un nudo en el pecho.
—Podemos contactar con alguien que no sea de nuestro agrado, Elena. Podríamos tener problemas o…
—¿Qué te dice tu corazón ahora, Erik? —Él mira hacia el aparato.
—Que debemos intentarlo.
—Entonces adelante —le apremio. Intenta establecer contacto con alguien un par de veces. No funciona. Vuelve a probar a los tres minutos, pero no hay suerte. La alegría del pecho se va desinflando a medida que pasan los minutos y los intentos no dan resultado. Bill vuelve a gritarnos por la puerta que nos demos prisa, que salimos en diez minutos. No quiero rendirme, pero parece que no hay esperanzas.
—Lo hemos intentado —dice Erik mirando al suelo y negando con la cabeza.
—No importa, era de esperar —digo con la voz apagada
—. Volvamos al Jeep. Erik me pone una mano en la espalda y me aferro a su cuerpo.
Dejo que las lágrimas vuelvan a recorrerme las mejillas llevándose con ellas algo del dolor que siento. Una voz dentro de mí me decía que Yul estaría al otro lado, pero me he equivocado. Cuando ponemos un pie fuera y accedemos a la tienda de la gasolinera, la radio empieza a emitir un ruido. Los dos nos damos la vuelta inmediatamente y nos quedamos mirando el piloto rojo de la máquina expectantes.
—Al habla Leah; su amiga Yulia me ha amenazado de muerte si no respondía al llamado. —Ríe la chica desconocida al otro lado de la línea—. Está malherida y con un pie fuera de este mundo, pero está viva. .....
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