ADAPTACION : CUARTA FASE
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Re: ADAPTACION : CUARTA FASE
Esa julia es super fuerte!!!! Tiene más vidas que un gato espero pronto leerás a las 2 juntas otra vez. Me alegro que regresaras con la historia espero ansiosa el próximo saludos
Fati20- Mensajes : 1370
Fecha de inscripción : 25/03/2018
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Re: ADAPTACION : CUARTA FASE
CAPITULO 12
DESESPERACION
ELENA POV
DESESPERACION
ELENA POV
La voz de la desconocida tiene un doble efecto en mí: el primero me paraliza, me deja descolocada e incluso desorientada, y el segundo me infunde esperanza. Una esperanza que ni siquiera me había permitido conservar. Ese tipo de esperanza que es real, no es solo una idea que te haces para sobre- llevar las cosas de la mejor manera posible. Corro hacia la radio y pulso el botón para poder hablar con Leah, esa persona que desde ahora es mi nueva mejor amiga.
—¿Hola? Soy Elena, amiga de Yulia. Dios mío. ¿Cómo está? ¿Dónde está? ¿Quién eres? Frunzo el ceño al hacer esa última pregunta notando cómo un nudo en el pecho se instala ahí y me comienza a presionar. ¿Y si son mala gente? ¿Y si no son de fiar? ¿Y si a cambio de decirme dónde está o simplemente de dejarme ir a por ella piden armas o víveres? ¿Y si es una trampa?
—Leah Rohde. Te contaría mi vida, pero desgraciadamente no tengo ni tiempo ni la suficiente batería. ¿Tú eres la Elena por la que Yulia no deja de preguntar y de decir que tiene que ir a por ti? Una sonrisa se forma en mi rostro. Estará malherida, habrá perdido mucha sangre y me faltan todos los datos necesarios para saber cómo ha sobrevivido al apocalipsis zombi que se estaba desatando en el instituto. ¿Leah la ayudaría?
—¿Puedo hablar con ella? Hay un par de segundos de silencio frío y algo tenso, lo cual me hace ponerme a la defensiva.
—Está sedada, lo siento.
—¿Sedada? —pregunto y el corazón me da un vuelco.
—Amanda tuvo que sedarla. No paraba de intentar levantarse y salir corriendo. Pero está estable, aunque ha perdido mucha sangre.
—¿Quién es Amanda? —pregunto y una punzada me sacude el cerebro.
—Nuestra doctora —contesta y al fondo se oyen unas voces. Hasta este momento no me había dado cuenta de que Erik está a mi lado, con una mano apoyada en mi hombro
—. Tengo que dejarte.
—¡No! Espera un segundo —le pido y me pellizco el puente de la nariz intentando pensar algo bueno y que no requiera hacerle perder mucho tiempo a esta desconocida conocida
—. Dime al menos dónde estan. Tengo que ir por ella. Hay otro silencio sepulcral al otro lado y el nudo que antes se había instalado en mi pecho me sube por la garganta.
—¿Cómo sé que son de fiar? —pregunta con algo de cautela.
—Puedo hacerte la misma pregunta—. Por favor —suplico—. Solo dime dónde encontrarla. Iré yo sola si es necesario.
Más silencio. Aunque dura aún más. Supongo que Leah debe de estar consultando con alguien si darme esa valiosa información o no. Lo cierto es que poniéndome en su piel, creo que tampoco daría mi confianza así como así, y menos en los tiempos que corren. Podría ser cualquier persona, podríamos ser asesinos. Todo podría ser una trampa. Ni siquiera sabe cuántos somos nosotros ni si tenemos armas. No va a ser tan fácil como pensaba.
—¿Cómo se llama? —me pregunta de repente Erik cortando de tajo el silencio desesperante.
—Leah… algo —respondo y miro a la radio esperando que ella aparezca y le dé solución a mis problemas.
—¿Rohde? —pregunta mirándome a los ojos y veo un brillo en ellos poco característico.
—Sí —afirmo y espero con todo mi ser que arroje esa luz que sus ojos parece que quieren lanzarme—. ¿La conoces?
—Si es quien creo que es, lo hice en otra vida. —Se encoge de hombros—. Es Lena, Lena Rohde. Déjame intentarlo a mí ahora.
Asiento. No porque esté de acuerdo, no porque me guste la idea, simplemente lo hago porque a mí se me agotan las ideas y, aunque esto de la reencarnación es casi imposible de creer, me aferro a ello como un clavo ardiendo.
—El líder de mi grupo irá hasta donde se encuentran y, si lo ve favorable, te guiará hasta donde estamos —dice Leah al otro lado y niego con la cabeza.
—No puedes pedirme que te diga nuestra posición si tú no me das la tuya. ¿Cómo sé que ustedes sí son de fiar?
—Porque no te queda otra. Yo tengo a su amiga postrada en una cama, creo que eso debe servir para que confíes un poco en mi palabra. La hemos salvado a fin de cuentas.
—Leah —la llama Erik de repente, con los ojos cerrados—. ¿Recuerdas a Erik Erik¬sson?
Por el silencio que de repente vuelve a inundar la habitación diría que sí, y lo cierto es que no me equivoco.
—¿Erik? ¿Eres tú?
—El mismo. Me alegra saber que sigues con vida y que recuerdas —dice mi amigo y cierro la boca. Supongo que no es conveniente que entre en la conversación.
—Dios mío —susurra Leah al otro lado.
—Escucha, esta gente es de fiar. De hecho estoy con Frey, Tyra y Bjorn. Ellos no recuerdan nada.
—Me alegra tanto oír tu voz. Pero no puedo dejarlos entrar así como así. Tenemos normas y que les diga que se fíen de ustedes porque hace cientos de años nos conocimos en otra vida no creo que sea conveniente.
—Lo entiendo —susurra Erik y su mirada se pierde en la lejanía
—. ¿Qué podemos hacer?
—Aceptar el trato que les he propuesto. Amanda irá con algunos de nuestros hombres para hablar con su líder y llegaran a un acuerdo.
—Genial —suelto—. Tenéis a nuestra líder con ustedes —digo entre dientes. —Pues quien sea que esté al mando ahora, eso me da igual. Ahora dime dónde están, porque te juro que este cacharro puede quedarse sin batería de un momento a otro. Erik le da todas las indicaciones que Leah necesita y yo salgo de la trastienda para respirar hondo y pensar las cosas con más claridad. Al menos sé que ella está con vida y pienso, sea como sea, llegar hasta ella.
Abro una lata de cerveza que tenía pensado regalársela a Rick, pero hay otras dos que ya se repartirán como sea. Está caliente y es asquerosa, pero aun así me la bebo de un trago prácticamente. También me termino la bolsa de snacks que había abierto antes y, justo cuando me estoy chupando los dedos, Erik sale y se acerca a mí.
—Vendrán en dos horas. Tenemos que hablar con los demás. Nada de armas a la vista y cero tonterías. Una cosa es hablar con Leah y otra cosa es hacerlo con esa tal Amanda.
Rick y Bill se niegan. Cuando les contamos el plan las quejas no tardan en extenderse por todo el grupo como si de un virus se tratase. No se fían. Y es muy normal porque ni siquiera yo misma confío en ellos, pero si tienen a Yulia, haré todo lo posible para conseguir llegar hasta ella. Es Erik el que comienza a tranquilizarlos y a explicarles que conoce a la chica con la que hemos hablado, aunque se salta la parte de la reencarnación, claro.
—No pienso estar desarmado —advierte Bill.
—Así es como nos pones en peligro —digo yo cruzándome de brazos. —Nos llevamos el Jeep detrás de la gasolinera, y todos menos Erik y Lena se quedan fuera .—propone Tom.
—Estoy de acuerdo —dice Erik.
—No suena un plan convincente sin armas —replica Bill y pongo los ojos en blanco. Me pregunto si sería tan cabezota en esa otra vida. Me apuesto lo que sea a que sí.
—A mí no me convence dejar a mi hermana sola frente a Dios sabe cuántas personas —dice Kathya poniéndose a mi lado.
—Y a mí no me convence dejar al mío comiéndose las uñas hasta la raíz. Queremos armas. —Malia apoya a Bill.
—Bueno, pues yo apoyo a Lena —dice Vlad encogiéndose de hombros
—. Les recuerdo que es de Yulia de quien hablamos. Está viva y nos necesita; motivos suficientes para ir hasta donde sea o llegar a un pacto con esos extraños, que, ¡oh, por cierto!, la han salvado.
Asiento repetidas veces y enarco una ceja mirando hacia los hermanos. Malia mira a Bill, pero este sacude la cabeza. Resoplo y me doy la vuelta para empezar a caminar de un lado a otro. Me están poniendo de los nervios.
—De todos modos, ya saben dónde estamos —oigo a Olivia hablar—. Así que por mucho que lleven armas y todo eso, ellos ya están preparados. No quiero iniciar otra guerra. Ya hemos salido bastante mal parados de la última que tuvimos, ¿no creen?
—Al Jeep, nos vamos.
Me giro hacia Bill y gracias a que Erik me ve las intenciones me coge a tiempo, pero si nadie llega a pararme, ahora mismo estaría pegándole puñetazos a ese cretino. Supongo que si mi mirada pudiera asesinar, Bill estaría muerto. Malia me mira a los ojos y veo en los suyos una chispa que de repente se enciende al mismo tiempo que Erik me deja en el suelo y me sacudo el polvo inexistente que en teoría me ha dejado al tocarme.
—Puedes irte a pie, Bill —dice tajantemente Malia y da unos pasos hasta posicionarse al lado de Tom—. Sin armas, con armas o lo que sea, pero nadie se mueve de aquí con el Jeep. Ahora estamos con ellos, así que vamos a ayudarles.
—¿Pero qué mosca te ha picado? —Levanto las cejas porque a Bill ese último comentario tan contradictorio parece haberle molestado realmente—. Hace un segundo esto te parecía una idea de mierda.
—Yulia fue quien nos sacó de ese infierno, no podemos dejarla sola ahora. Nos necesita.
—Y dale con Yulia —se queja Bill entre dientes—. Cuando pase algo no digan que no avisé.
—Bien. —Doy unos pasos al frente y asiento hacia Malia cuando nuestras miradas se encuentran—. Nada de armas ni planes alternativos. Vamos a hacer esto bien.
Media hora después, tres coches oscuros llegan a la zona y se detienen en la entrada de la gasolinera. Todos estamos dentro. Incluso Bill que, aunque no para de resoplar y refunfuñar desde la sala de la radio, no le ha quedado más remedio que aguantarse con lo que hay. El Jeep está detrás de la gasolinera, con todas las armas dentro y lo que hemos recogido allí.
Entrecierro los ojos cuando veo a una mujer de unos cuarenta años bajar del primer coche, seguida de otros hombres que van armados. Algunos llevan pistolas o cuchillos, pero también veo escopetas y rifles. Trago saliva y, mientras avanzan hacia nosotros, me pregunto si no nos hemos equivocado y si en realidad estamos atrapados como en una ratonera.
—Aila —susurra Erik a mi lado y me fijo mejor en la mujer que supuestamente es la líder de ese grupo.
—¿La conoces? —le pregunto y él asiente lentamente sin quitarle los ojos de encima. Entran primero dos hombres mientras otros cuatro rodean la gasolinera. A la mierda el plan B de salir huyendo en caso de catástrofe. Amanda entra en la gasolinera. Sus ojos claros enseguida se posan sobre mí y me recorre el cuerpo de arriba abajo. Hace una señal a sus hombres con la cabeza indicando que yo debo de ser la líder en funciones.
—¿Eres Elena? —me pregunta y asiento con la cabeza. Me tiemblan hasta las piernas
—. Quedan dos horas para que se ponga el sol. En marcha. —Iremos dos de nosotros —anuncio—. Erik y yo. Amanda mira a Erik y asiente en señal de aprobación.
—Dos de mis hombres se quedarán aquí hasta que volvamos. Me gustaría que nadie se moviera de aquí —dice y sale de la gasolinera.
—Ya la han oído —digo en voz alta y me concentro especialmente en Bill—. Intenta no hacer ninguna locura.
—Yo me encargaré de que todo salga bien —dice mi hermana y luego nos fundimos en un abrazo rápido
—. Ten mucho cuidado, Len —me pide. —Confío en ti, Kat. Te quiero.
El viaje en coche es algo incómodo. No hablamos absolutamente nada durante los diez primeros minutos y muevo la pierna rápidamente de arriba abajo con mucho nerviosismo. Erik me pone la mano encima de la rodilla para detenerme y cuando lo miro a los ojos una pequeña oleada de tranquilidad me inunda. Seguimos otros diez minutos en la parte trasera del coche mientras Amanda mira por la ventanilla y el hombre que conduce tamborilea el volante.
—¿De dónde vienen? —pregunta Amanda sin mirarnos y noto que Erik quiere dejarme paso para responder la pregunta.
—Phoenix —contesto.
—Estan lejos de casa —observa la líder y asiento.
—Ha sido un viaje largo —admito.
—¿Por qué no hay adultos en tu grupo?
—Nos separamos. Cuando Yulia se recupere buscaremos a mi madre y los demás.
—Interesante. Seguro que se preguntaran si voy a pedirles algo a cambio por haber salvado a su amiga. —Ahora nos mira por encima de su hombro
—. No quiero nada. Soy de las que opinan que si queda algo de humanidad con vida, debemos ayudarnos los unos a los otros. Suelto de golpe el aire que estaba reteniendo y Erik también suspira a mi lado. Dejo de mover la pierna automáticamente y el nudo que tengo en el pecho desaparece poco a poco. Veo una pequeña sonrisa formarse en los labios de Amanda, pero enseguida es sustituida por una de preocupación.
—Mierda —masculla el conductor, cuyo nombre creo que es Jeff, y afloja la velocidad del coche. Miro hacia el frente y veo dos vehículos apostados en la carreta, frente a nosotros. Hay hombres y mujeres a ambos lados del camino. Todos llevan armas y están vestidos como si fueran militares, pero se ve claramente que están lejos de serlo.
—Ada, ¿cuándo aprenderás a no meterte con nosotros? —pregunta Amanda para sí misma—. Jeff, detén el coche.
—Puedo dar marcha atrás e ir por otra carretera —propone él, pero la líder niega con la cabeza.
—No podemos seguir posponiendo esto durante más tiempo. Si no es hoy, será mañana. Y si no, dentro de una semana. Voy a hablar con ella. Llama a Leah y que cierren todas las puertas del hospital.
—¿Qué pasa? —pregunta Erik sujetándose al reposacabezas del conductor.
—Problemas. Quedanse aquí —nos ordena y sale.
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Los últimos rayos de sol iluminan los edificios que nos rodean. Los cristales, aquellos que no se han roto, los reflejan. Me fijo en el otro grupo. No hay niños por ninguna parte. Todos son de mediana edad y no hay una sola persona que no lleve armas. Los otros dos coches que iban detrás del nuestro paran también y los hombres de Amanda bajan de los vehículos y la acompañan. Una mujer de rasgos indios con el pelo corto se acerca a ella. Comienzan a dialogar, pero en pocos minutos la cosa comienza a ponerse tensa.
—Jeff. —A través de la radio, la voz de Leah invade el coche
—. Van refuerzos. Aguanten.
—Leah, esas no eran las órdenes —se queja el conductor—. Amanda está ahí fuera hablando con Ada.
—Pues que vuelva al coche, Jeff. Cuatro coches se acercan al hospital. No creo que Ada quiera llegar a un pacto, creo que está ganando tiempo. —No podremos combatirlos desde fuera. Tenemos pocos hombres. —Haremos lo que podamos desde dentro. Dense prisa.
—¿Qué está pasando? —pregunto y la poca tranquilidad que tenía se esfuma—. ¿De qué va todo esto?
—Ada —señala a la mujer india— se cree que todo esto es suyo. Se cree que nuestras armas, nuestra comida, los coches, la gasolina y hasta el hospital son suyos. Quiere que le devuelvan lo que es suyo. Y le da igual si tiene que matar.
—Mierda —dice Erik rascándose la nuca—. ¿Cómo podemos ayudar? Jeff se vuelve hacia nosotros y nos mira a los ojos, preocupado.
—¿Sabéis luchar? —Ambos asentimos con la cabeza—. No son caminantes, chicos. Son humanos y piensan como vosotros.
—Acabamos de salir de otra pelea con otro grupo. Podemos luchar —aseguro—. Todos nosotros. Noto que los ojos de Erik se clavan en los míos. Y mi mirada se desvía hacia la radio.
—Sí —afirma él—. Nuestro grupo. Nosotros lucharemos desde fuera.
—Llama a la gasolinera —le pido al hombre y él asiente con la cabeza. Tras unos intensos minutos buscando la frecuencia apropiada, la voz de Bill llega a mis oídos y por una vez me alegro de oírla. Le explicamos rápidamente todo lo que sabemos y es el primero dispuesto a ayudar. Jeff nos aporta el dato que nos faltaba y es la localización del hospital. Bill asegura que se prepararán e irán con el Jeep hacia allí. Esperarán en una de las calles colindantes a que alguno de nosotros les dé una indicación para atacar.
—Yul, ya voy —musito mientras Erik me pasa un brazo por los hombros.
—Vamos a conseguirlo —me promete. Jeff toca el claxon del coche y saca el brazo por la ventanilla, indicándole a los demás que vuelvan a los vehículos. Veo que Ada levanta los brazos en señal de que nadie dispare, pero por los gestos de su rostro puedo casi afirmar que le está advirtiendo a Amanda que no cometa ninguna locura. Sin embargo, nuestros nuevos aliados corren hacia los coches y, en cuando la mujer entra, Jeff arranca.
—Dice que o le entregamos todo antes de medianoche o quemará el hospital. Tiene a su gente rodeándolo —informa tratando de recuperar el aliento
—. No tenemos los suficientes hombres para hacerles frente.
—¿Y si tuvieras ocho más de tu lado? —le pregunto y sus ojos se iluminan.
—Gracias. —La veo sonreír por primera vez y pestañeo repetidas veces. Es como si su mirada, su sonrisa, esos gestos de repente me parecieran familiares.
—Es lo mínimo que podemos hacer —dice Erik—. Vámonos antes de que esa tal Ada cambie de opinión. Cincuenta minutos después, tengo un arma en las manos y corro entre las sombras hacia la calle que le había dicho a Bill. Todos me apuntan en cuanto aparezco en escena y tengo que poner las manos en alto para que se den cuenta de que no soy el enemigo. Mi hermana me abraza y Olivia me sonríe en cuanto me ve. Vlad se me acerca y me da un bate de metal.
—Lo encontré en la tienda de la gasolinera. —Se encoge de hombros y asiento, dándole las gracias.
—Tienen el hospital rodeado. No sabemos cuánta gente hay, pero debe de haber bastantes hombres. Y tienen armas —les explico—. Hemos establecido cuatro grupos. Nosotros somos el último. Amanda está atrayendo un grupo de zombis que hay en el centro de la ciudad. —Veo rostros sorprendidos y alguno que otro de satisfacción—. Debemos jugar con el factor sorpresa. Bill me enseña que han fabricado varios cócteles molotov durante el trayecto y levanto un pulgar en señal de aprobación. Cargan todas las armas y se aseguran de repartirlas equitativamente. También les digo que no todos los grupos atacaremos a la misma vez. Primero lo hará el grupo de Amanda en el ala norte, después el ala oeste, luego el este y por último nosotros.
—¿Cómo sabemos que ha llegado nuestro momento? —pregunta Malia. Justo en ese preciso instante los primeros gritos y disparos resquebrajan el silencio de la noche. Sonrío y miro hacia atrás, hacia el hospital. Veo que desde la azotea y desde algunas ventanas hay hombres que disparan hacia el suelo.
—Hay un intervalo de diez minutos entre cada grupo. Eso nos debe dar el tiempo necesario para avanzar hasta encontrar las posiciones idóneas para atacar. Soy la primera que sale corriendo puesto que sé hacia dónde ir. Erik ya debe de estar combatiendo con el segundo grupo. Los disparos y las voces no dejan de oírse en ningún momento. He de suponer que si no cesan es por dos motivos: uno, porque no hemos terminado, y dos, porque no han acabado con nosotros. Me escondo tras un coche a unos veinte metros de la decena de hombres y mujeres que hablan entre sí y se preguntan si deben ir a ayudar a sus compañeros o no. Veo que una chica saca un wa-lkie y contacta con alguien. Chasqueo la lengua. Si piden refuerzos y no estamos atentos, será muy fácil derrotarnos.
Bill se coloca detrás de mí y les indica a los demás que se repartan por los coches que hay. Me asomo por la ventana del coche para ver mejor lo que tenemos enfrente, pero mis ojos se encuentran con el cuerpo de una mujer metido dentro. Su pelo cae por los hombros, tiene la cabeza ladeada y la piel está macerada. Debe de llevar descomponiéndose mucho tiempo. Apoyo una mano en el cristal para darme mayor estabilidad y el ruido que provoco hace que esa mujer muerta abra los ojos, unos ojos carentes de vida, que me atraviesan el alma. Su mandíbula se abre al mismo tiempo que sus manos impactan al otro lado del cristal con la clara intención de morderme. Bill se da cuenta de lo que está pasando y, aunque no han transcurrido ni tres segundos, sus manos consiguen taparme la boca para reprimir el grito de horror que me sale del fondo de la gar-ganta.
Me agacha junto a él y no me suelta hasta que me he tranquilizado. Los demás nos observan. Me estremezco. Debería estar acostumbrada a que estas cosas pasen. Bill se pone el dedo índice en los labios y asiento, entornando los ojos.
—Lanzo un cóctel hacia ellos y comenzamos a disparar —susurra.
—No todos a la vez —le advierto—. Primero unos y luego otros, que no se hagan una idea de cuántos somos.
—Está bien. Bill se desliza por el suelo hacia la izquierda para decirle a su hermana lo que hemos planeado y le da otro cóctel molotov. Vuelve conmigo y hace rodar la otra botella por toda la calle hasta que llega a Vlad, quien la coge y prepara el mechero. Le indico con las manos que esperen a mi señal. Cierro los ojos y respiro hondo. Esto tiene que salir bien.
—¡Ahora! —grito y tres cócteles vuelan. No es necesario que le den a los blancos, lo que queremos es crear confusión—. Vamos —apremio a Bill y los dos nos asomamos al mismo tiempo y comenzamos a disparar. El grupo enemigo entra en pánico y arremete contra nosotros. Volvemos a refugiarnos y Malia grita antes de comenzar a disparar. Seguidamente, Kathya y Vlad salen de su escondite y disparan también. Los hombres de Amanda, esos que se quedaron en la gasolinera, tiran otro cóctel y, por los gritos de dolor de alguien, juraría que han dado justo en el blanco.
—Recarguen las armas —ordeno y me muevo para disparar desde el capó del coche. Una bala silba al lado de mi oído y ruedo hacia el otro lado para que no me den. Bill enseguida sale para cubrirme la espalda y tira de mí para que vuelva a refugiarme a su lado, pero quien sea es más rápido y le da una patada en el brazo. Levanto el arma y disparo dos veces sin acertar. El hombre se me tira encima y me da un puñetazo en la cara, haciendo que enseguida todo lo vea borroso.
Oigo a Nadia gritar mientras otro golpe llega, pero de un disparo mi hermana me quita de encima al enemigo. Toso y gateo hasta llegar a Bill, quien se sujeta el brazo con una mueca que no me indica nada bueno. Su pistola está en el suelo y comprendo enseguida que no podrá seguir usándola. Me paso una mano temblorosa por el pelo. Perlas de sudor me recorren la frente. Los demás siguen disparando, pero nos ganan terreno.
Me levanto y comienzo a apretar el gatillo de nuevo hasta que vacío el cargador. Me agacho de nuevo. No estamos lejos de ganar, pero ellos también han encontrado dónde protegerse y perderá quien antes se quede sin balas. Un último cóctel siembra el pánico y aprovecho el momento para armarme de valor y sujetar el bate con las manos.
—No lo hagas, es un suicidio —me dice Bill.
—Tengo que hacerlo. Es lo que Yul haría.
—Pero tú no eres ella. —Sacude la cabeza y luego la apoya contra la puerta metálica del coche—. No eres ni la mitad de fuerte ni la mitad de rápida ni tienes tantas agallas como ella. Sus palabras me sientan como un cubo de agua helada. Y puede que tenga razón. Sin embargo, los últimos acontecimientos me han hecho perder parte del miedo que tenía y, además, el entrenamiento en La Granja me ha hecho estar mejor preparada para luchar. Y tengo que hacerlo por ella, por Yulia , porque si no lo intento, no tendremos posibilidades. Si no lo intento, siento que le habré fallado.
—¿Sabes? Tenía que haber tenido el coraje de haber vuelto al instituto y haberla sacado de allí. No lo tuve, pero no pienso dejarla dos veces —digo con convicción. Me mira a los ojos y su mirada de repente parece más serena, más calmada. Estoy a punto de volver a levantarme, pero me sujeta por el tobillo.
—Dame un arma —me pide—. Aún puedo disparar con la izquierda. Asiento y le doy mi pistola, a la que solo le queda un cartucho—. Te cubro.
Salgo corriendo. Los demás no tardan en salir a la vez de sus posiciones y disparar para cubrirme. Bateo a la primera persona que se me cruza. Cae al suelo y de una patada le quito la pistola. Kathya no tarda en llegar hasta mí y espalda contra espalda nos protegemos mutuamente.
—Es el peor plan de la historia —me dice ella riéndose.
—No está tan mal, hermana. Quedan dos.
—¿Y ese mar que viene de frente? —me pregunta y la sangre se me congela.
Giro la cabeza y veo una enorme oleada de caminantes corriendo hacia nosotros. Han debido de atraerles los disparos y el fuego.
—¡Alto! —grita una de las últimas mujeres del grupo enemigo
—. Joder, ¿qué mierda es eso?
—Sálvese quien pueda —digo y no doy más tregua al tiempo. Recojo la pistola y tiro de mi hermana para que corra—. ¡Vamos! No podemos hacerle frente a eso. Jamás había visto semejante grupo de caminantes juntos. Ni siquiera en Nuevo México. Todos, amigos, aliados y enemigos salimos corriendo como alma que lleva el diablo. Pronto nos encontramos con el grupo del ala este. Gritamos que corran, que lo que viene detrás es mucho peor, y todos, absolutamente todos, dejamos el arte de la guerra para abrazar el arte de la huida. No sé dónde ir. Lo único que se me ocurre es seguir avanzando y entrar en el hospital.
Me rodean tantas personas que dejo de distinguir a quién conozco y a quién no. Me separo de Nadia, es lo único que puedo afirmar, ya que alguien cae al suelo justo delante de mí y tropiezo, cayendo tambien. Ruedo hacia un lado para no ser pisoteada y me levanto cuando estoy fuera de peligro para seguir corriendo. Hay fuego unos metros más adelante. Veo más personas, pero también más caminantes. Me paro en seco y miro hacia atrás. Estamos rodeados.
—No, no, no —repito una y otra vez al mismo tiempo que mi cabeza va de derecha a izquierda. Me meto la pistola entre el pantalón y las bragas y agarro el bate con fuerza. Sigo avanzando hacia delante. La gente no para de gritar y de empujarse los unos a los otros. Si no nos calmamos y nos unimos para combatir a esta fuerza mayor, me temo que caeremos. Sin embargo, quedan todas esas calles que dan al hospital y que por ahora no están infestadas de zombis.
Así que me subo a un coche y empiezo a dejarme la voz avisándoles de que no deben ir hacia delante, sino repartirse por las calles hasta estar a salvo. Algunos me oyen, pero el pánico les hace seguir corriendo, otros me miran y después miran hacia las vías para terminar desviándose y así salvar la vida. Lo doy por imposible al oír disparos en ambos frentes y me integro entre la muchedumbre para buscar a mi hermana. La realidad me golpea en forma de patada en la boca del estómago, miro hacia arriba y veo una cara desconocida.
El hombre aprieta los dientes y vuelve a pegarme. Caigo al suelo gritando del dolor y otra patada en las costillas me hace revolverme en el asfalto.
—Voy a matarte, hija de perra —me informa el hombre colocándose sobre mí. Abro los ojos y veo sus ojos llenos de odio, pero también de miedo. Cuando levanta el puño para propinarme un golpe en la cara, aparto la cabeza a un lado y sus nudillos impactan contra el suelo. Pone una mueca de dolor y aprovecho el momento de distracción para darle un cabezazo en la nariz y quitármelo de encima. Me levanto a trompicones y sigo corriendo, sujetándome el estómago, haciendo presión para calmar el dolor.
Miro a mi alrededor buscando a mi hermana y no la veo. Comienzo a desesperarme a medida que avanzo hacia los zombis, sabiendo que por detrás tampoco hay salida. Entonces oigo los gritos de mi hermana y corro con más fuerza torciendo hacia la izquierda, de donde proviene su voz.
Veo que un grupo enemigo ha conseguido salir de la trampa mortal y llevan a rastras tanto a Olivia como a Vlad como a Kathya, quien no deja de patalear y lanzar los brazos y las piernas al aire para soltarse. Bate en mano me dirijo hacia ellos. Diviso a Ada al frente del grupo, recolocándose la ropa y asegurándose de que está bien y no ha sufrido mucho daño. Entrecierro los ojos y levanto el bate para coger más impulso. Bateo al primer hombre que veo, el más retrasado, que cae como un peso muerto al suelo. Los demás comienzan a girarse, pero sigo avanzando hasta que llego al hombre que tiene a Nadia y trato de derribarlo, pero una de las chicas es más rápida y se abalanza sobre mí.
La esquivo y me preparo para golpear a otro que viene directo a mí.
—¡Suetenlos! —les ordeno y vuelvo a cargar contra otro hombre. Uno de ellos consigue agarrar el bate y tira de él haciendo que pierda el equilibrio mientras la mujer a la que había esquivado antes me da con la culata de su pistola en la cabeza. Caigo de rodillas. Me quitan el bate y la cabeza empieza a darme vueltas. Otro hombre me tira del pelo hacia atrás y la muchacha me da un puñetazo en la mejilla. El hombre me suelta y aprieto las manos contra el suelo. La grava se me clava en las palmas. Me concentro en recuperar la respiración y cierro los ojos para que la calle deje de verse doble.
—¿De dónde salen estos niños? —oigo una voz desconocida y más tarde unos pasos que se me acercan
—. ¿Y cómo es posible que unos niños hayan causado todo el daño? ¿Es que no sirven ni para retenerlos? La mujer está muy enfadada. Se oyen susurros y ella enseguida los acalla a todos con una voz. Agacho aún más la cabeza y despego los labios para respirar mejor por la boca. Dos lágrimas de frustración se me escapan de los ojos.
Yulia puede estar debatiéndose entre la vida y la muerte mientras unos desconocidos nos retienen, mientras no sé qué está pasando con el resto del grupo, mientras unos caminantes hambrientos cercan todo el perímetro.
—Son todos unos inútiles —sigue la mujer. Debe de ser Ada, la líder. No creo que haya otra persona que les hable con tanto desprecio como ella, además iba al frente del grupo. Tiene que ser ella
—. ¿Y quién es esta enclenque que se cree una heroína? —pregunta justo en mi oído. Noto su respiración en el cuello—. ¿Te crees tan valiente como para meterte con unos hombres curtidos tú sola con un bate? —La siguiente carcajada me deja sorda.
—¿Me vas a dar ejemplo de valentía cuando te estás llevando a niños a rastras y ni siquiera puedes con ellos? —escupo. Me llevo otra patada en las costillas, pero tenso todos los músculos para no caer. Demasiado vergonzoso está siendo, postrada frente a una mujer que se cree la dueña de toda una ciudad.
—¿Quién te crees? —susurra y se levanta. Se coloca enfrente de mí—. Te he hecho una pregunta —dice y se hace el silencio—. ¡Respóndeme! —me exige. Levanto la cabeza y mis ojos verdes se clavan en sus ojos oscuros. Si bien su expresión al principio denota odio y superioridad, en cuanto me ve la cara, la boca se le abre de asombro. La veo caer al suelo, hincando las rodillas. En un primer momento entiendo que alguien ha debido de darle un golpe por la espalda, sin embargo, agacha la cabeza y me doy cuenta de que es una reverencia. Se está inclinando ante mí.
—Utshima —murmura. Ladeo la cabeza. La confusión se extiende tanto por mis amigos como por el grupo enemigo. Se miran entre sí y luego me miran a mí, como si yo supiera lo que está pasando. La mujer y el hombre que me sujetan enseguida me sueltan. Ada me mira de reojo y veo lágrimas en ellos. Se acerca a mí lentamente y su mano temblorosa se posa con suavidad en mi mejilla. Entrecierro los ojos esperando que me dé una bofetada, pero más bien está rozándome como si fuera de cristal. ¿Qué diablos está pasando?
—Estás viva —musita—. Sueltenlos —ordena y sus hombres le hacen caso—. Lo siento.
—No lo entiendo —digo—. ¿Qué está pasando? —pregunto confusa.
—¿No me recuerdas? —Sacudo la cabeza, pero no tardo en recordar todas las palabras de Erik acerca de la reencarnación y suspiro. Tuvimos que conocernos en otra vida—. Soy Tala, Lynae. Juré protegerte y servirte hace mucho tiempo, y ni la muerte puede romper esa promesa.
Inclina la cabeza otra vez hacia mí y luego se levanta, tendiéndome una mano. Con desconfianza la acepto y me incorporo. Me apoyo contra la pared y observo la peculiar estampa. Kathya, Vlad y Olivia me miran como si fuera una extraña, mientras que Ada, o Tala, me mira con devoción y los demás desconocidos esperan a que su líder dé una explicación. Miro hacia el hospital. Quiero descubrir quién soy para Yulia. Quiero empezar a responder todas esas preguntas que se agolpan en mi mente. Quiero saber qué es lo que está pasando exactamente. Quién es Tala, quién es Kaira, quién es Lena, quién es Aila. Quiénes son todas esas personas que de repente se han tropezado en mi camino y parecen ser fantasmas de un pasado que no recuerdo.
—¿Cuáles son las órdenes, Ada? —pregunta una mujer.
—Utshima —me llama y la miro a los ojos. Me devuelve el bate y asiente con la cabeza
—. ¿Qué podemos hacer por ti? La miro y luego a mi grupo, y mi mirada se desvía hacia la calle principal donde la gente lucha y muere, donde los caminantes devoran carne fresca, donde los humanos vuelan sesos podridos. Levanto el bate y cada una de las miradas se dirigen hacia allí. Sonrío porque hace dos segundos parecía no haber salida y ahora me he convertido en una especie de líder.
Y, no sé bien por qué, eso me gusta.
—Despejar el camino, salvar a los supervivientes y entrar en el hospital —digo. Miro a Ada a los ojos
—. El grupo de Amanda es mi aliado, no quiero que sufran más daños, ¿entendido? Ella asiente y sus hombres hacen exactamente lo mismo. Una fuerza interior se despierta en mí. Siento el poder recorrer mis venas. Siento una influencia en los demás que nunca antes había sentido. De repente el término Utshima me resulta familiar, y Lynae, como ya me han llamado antes, tiene sentido. Lynae no es solo un nombre cualquiera. Es un nombre con poder. Es un nombre que me lleva a pensar en Yul. Es un nombre que me hace sentirme viva.
Viva de verdad.
Ekaryl- Mensajes : 17
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Re: ADAPTACION : CUARTA FASE
Espero con ansias que se reencuentren julia y lena
Fati20- Mensajes : 1370
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Edad : 32
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Re: ADAPTACION : CUARTA FASE
Hola a tod@s! que pena esta demora en subir nuevos capitulos pero tuve un problema con mi computador. Ya al final puedo conectarme de nuevo asi que de hoy a mañana subirè todos los que pueda, gracias por seguir la historia.
Ekaryl- Mensajes : 17
Fecha de inscripción : 22/06/2020
A Fati20 le gusta esta publicaciòn
Re: ADAPTACION : CUARTA FASE
.Ekaryl escribió:Hola a tod@s! que pena esta demora en subir nuevos capitulos pero tuve un problema con mi computador. Ya al final puedo conectarme de nuevo asi que de hoy a mañana subirè todos los que pueda, gracias por seguir la historia.
Ya me parecía muy raro que no actualizaras me alegra mucho que ya regresaste y publicaras
Fati20- Mensajes : 1370
Fecha de inscripción : 25/03/2018
Edad : 32
Localización : Venezuela
Re: ADAPTACION : CUARTA FASE
GRACIAS: Fati20 por seguir la historia y estar pendiente.
Aca les subo el capitulon numero 13, espero lo disfruten igual que yo!
Cierro los ojos con fuerza. Malia, Bill, Tom y Erik están ahí. Puede que los hayan mordido a estas alturas o que estén viendo su muerte acercarse con cada segundo que pasa. Siento de repente la culpabilidad azotarme de lleno. Es mi culpa que estén aquí. Yo los he metido en todo esto. Fui yo quien decidió ayudar a Amanda.
—Hay que desviarlos —me susurra Ada—. Haremos mucho ruido.
—¿Cómo pretendes hacer tanto ruido para que vengan a por nosotros? —pregunto echando la cabeza hacia atrás y mirando hacia el cielo estrellado.
—Tengo dos cargas de C4, ¿te vale eso?
La miro a los ojos y asiento. No puedo creer que de verdad tenga eso y me lo ofrezca, aunque si quería quemar el hospital, no veo mejor manera que hacerlo volar en pedazos. Nos retiramos unos metros para trazar un plan. Ada y yo nos quedaremos con algunos de sus hombres en esta calle para colocar el C4 mientras los demás recorren las otras calles y se posicionan para luchar. Suponemos que la explosión desviará a la gran mayoría, pero el resto de caminantes que están al otro lado deberemos combatirlos.
Ada nos proporciona armas y munición y me asegura que no le pasará nada a Vlad, Olivia y Kathya.
—Pondremos la bomba y esperaremos cinco minutos antes de hacerla explotar, ¿entendido? —Ada hace un barrido con los ojos por el grupo—. Cuando la bomba explosione deben esperar a que los caminantes empiecen a retroceder, entonces rompen el círculo que tienen montado y disparan. Reuerden que el único enemigo son los muertos.
Ellos salen corriendo. Nos quedamos cuatro. Dos hombres de Ada, ella y yo. Los hombres de Ada, Porter y Dawson, colocan el C4 en un coche mientras nosotras nos alejamos lentamente. Ella no deja de mirarme de reojo. Me siento algo incómoda. Erik aún me debe un par de charlas sobre esto, y esta mujer, que parece conocerme al detalle y me respeta, deberá contestar también a unas cuantas preguntas.
—Utshima, siento que te hayan golpeado —me confiesa cuando nos hemos puesto a cubierto.
—No importa. Lo entiendo. —Me encojo de hombros—. Yo también siento haber hecho daño a tus hombres.
Ada sacude la cabeza y le quita el seguro a la pistola.
—Pensaba que no iba a encontrarte jamás —susurra. Su mirada está varada en algún punto en la lejanía
—. Desde que recordé he recorrido Canadá y todos los estados buscándote. —De repente se ríe—. Y cuando lo hago casi ordeno que te maten.
—Eres consciente de que todo eso me suena a chino, ¿no? —Asiente, sonriendo, y me pone una mano en el hombro.
—Supongo que no todos son capaces de recordar sus otras vidas. Algunos, como yo, lo hacen con el tiempo. Yo te recordé cuando perdí a mi hija —dice—Sucedió al poco de comenzar toda esta locura. No sé cómo pasó, solo lo recordé todo.
Me quedo pensativa un momento. Erik no sabe quién soy yo en esa otra vida, pero ella sí que lo sabe. Ella sí que me recuerda. ¿Sabrá también quién es Kaira Lod¬brok? ¿Reconocerá a Yulia si la ve?
—Me gustaría saber quién fui.
—Alguien muy importante. Marcaste nuestra historia —asegura.
—¿Y qué más? ¿Qué hice? —Me giro hacia ella, esperando que arroje algo de luz sobre todas las incógnitas que poco a poco se van depositando en el fondo de mi mente.
—Todo a su tiempo, Lynae. Cuando no estemos en pleno combate te daré esas respuestas.
—No me llamo Lynae —me quejo.
En realidad no me importa que me llame así, pero me ha molestado que deje para otro momento algo que podría decirme ahora mismo.
—En realidad sí, solo que aún no lo sabes. Pongo los ojos en blanco. Justo cuando me propongo insistirle, un fuerte ruido seguido de una inmensa llamarada que me deslumbra me hace taparme los oídos y apretarme contra la pared. Los hombres de Ada aparecen corriendo y se detienen unos metros más adelante de nosotras para tomar aire.
—Bien hecho —les felicita su líder—. Ahora vamos con los demás.
Ellos salen corriendo, pero yo me doy la vuelta y asomo la cabeza por la esquina para comprobar, efectivamente, que el plan ha dado buenos resultados. Los caminantes entran a trompicones en la calle, empujándose los unos a los otros, abriendo sus fauces con ansias de llevarse un bocado a la boca. La explosión ha hecho que otros coches empiecen a quemarse y el humo negro pronto ascenderá al cielo. El resultado será que estos también acabarán explotando y atraerán a muchos más. Algunos zombis ya han llegado al fuego y comienzan a consumirse, aunque siguen avanzando, como si no les importara estar envueltos en llamas. Salgo flechada hacia mis nuevos aliados y corremos juntos hasta llegar a la otra calle. Mi hermana y los demás se abren paso entre los pocos zombis que cierran el círculo en torno a los demás supervivientes. Los casquillos de las balas empiezan a caer y rodar por el suelo simultáneamente. Corro más deprisa y elevo el bate para golpear con el recio metal cualquier cosa no viva que se me presente delante.
Ada y yo llegamos las primeras. Ella vacía rápidamente el cargador de una de sus dos 9 mm mientras yo bateo con éxito a tres caminantes en la cabeza. Seguimos avanzando. Veo por el rabillo del ojo a Vlad ayudando a una Malia que estaba tirada en el suelo intentando librarse de un bocado mortal. Rick la ha emprendido a golpes unos metros más adelante contra un zombi. Lo tumba en el suelo de un empujón y le da puñetazos en el cráneo hasta que literalmente lo revienta. También veo, mucho más a la izquierda, a Tom, machete en mano, rebanando sesos. Me concentro en lo que tengo delante y sigo bateando nucas y frentes.
—Eh, vuelven a reagruparse —me dice Kathya llegando hasta mí. Nos ponemos espalda contra espalda para protegernos—. La idea del C4 era buena, pero tenemos que seguir, Len. Tenemos que llegar al hospital o volverán a cerrar el círculo con nosotros dentro.
Asiento. Tiene razón. Giro la cabeza y veo que salen caminantes de todas partes y se dirigen hacia nosotros. El ruido ha tenido un efecto inmediato, pero eso se ha acabado. Ahora vuelven a poner la atención en nosotros.
—Corre la voz. Voy a decírselo a Ada. —Le paso mi pistola y nos miramos a los ojos una vez más—. Todo va a salir bien.
Pero en realidad no sale tan bien como espero. Al llegar junto a Ada, la cubro mientras ella recarga sus pistolas, entonces me coge del brazo y tira de mí mientras con la otra mano dispara a los blancos sin fallar ni una vez. Kathya está haciendo su trabajo y todos comprenden poco a poco que de nada sirve quedarse en el mismo lugar esperando a que el enemigo se acerque. Así que la líder india alza la voz y empieza a dar órdenes. Todos sus hombres enseguida corren a la retaguardia para luchar desde ahí mientras mi grupo y los supervivientes del de Amanda nos mantenemos a la cabeza. Pasan uno, dos, cinco, diez minutos, puede que veinte, pero conseguimos llegar a la calle de la entrada del hospital. Aquí también hay zombis. Por lo que puedo ver mientras esquivo caminantes para ponerme en una buena posición, Amanda y el grupo de Ada han firmado un pacto verbal temporal para enfrentar al enemigo que todos tenemos en común.
Y allí está la líder, subida en el techo de un coche con una escopeta volando cabezas. Corro hacia ella y me tiende la mano para subir.
—Menuda nochecita, ¿verdad? —me pregunta apretando el gatillo y cierro los ojos en un acto reflejo.
—Tenemos que entrar, Amanda. No hay manera de matarlos a todos. Vienen muchos más.
—Nos estaríamos encerrando en una ratonera —contesta colocando un par de balas en el cargador y luego mira al frente—. Veo que las dos hemos hecho amigos.
—No quedaba más remedio —me disculpo, pues no sé si realmente le ha podido molestar o no
—. Escucha, entremos y tracemos un plan. Estoy segura de que debes de tener más armas y munición y se nos ocurrirá algo mejor.
Vuelve a disparar y se señala la pierna justo antes de volver a vaciar la escopeta.
—Coge la pistola y ponte a disparar —me ordena. Me agacho y le quito el revólver, cuando me vuelvo a levantar, está sonriendo
—. ¿Tu plan es meter a esa gentuza dentro de mi hospital?
Pongo los ojos en blanco y me cargo a un par de caminantes antes de darle el gusto de responder a su pregunta.
—No estaríamos aquí sin sayuda, además, los vas a necesitar, y si los dejas morir aquí se convertirán y serán más problemas que erradicar.
—Tú no los conoces. —Sacude la cabeza y entonces se dirige directamente a mí por primera vez en toda la noche—. No puedo dejar que se hagan con el control.
—No lo harán. Mi grupo se encargará de eso. Déjales entrar y pídeles las armas, si se niegan, échalos. Dales una oportunidad, Amanda.
—Tengo gente enferma ahí dentro y pocos soldados. No puedo arriesgarme.
Resoplo y me doy la vuelta para darle una patada a un zombi que estaba escalando para subirse al coche. Esta mujer es más tozuda de lo que hubiese jurado en un primer momento. Miro hacia el hospital y veo que hay ventanas de las que emana luz. Abro la boca asombrada. Tienen electricidad. Tienen un generador. Me permito durante dos segundos fantasear con lo que podría significar entrar ahí dentro.
—¿Vas a dejar que todos los tuyos mueran? Si no entras en ese hospital, morirás. No vas a poder con todo lo que viene. Es una avalancha, Amanda. Y morirás tú, y yo, y toda nuestra gente, incluyendo a Ada y los suyos, y más tarde, tu gente de ahí dentro. —Levanto el brazo y señalo el hospital—. Empezarán a morir también. Primero porque no estarás para cuidarles y segundo porque nunca lograrán salir de ahí con vida. ¿Entiendes lo que quiero decir?
La miro justo a tiempo para ver cómo desvía la mirada hacia el suelo, pensando en todo lo que le acabo de decir. Se pasa una mano por el pelo y carga la escopeta. Sin mediar más palabras se baja del coche y luego me mira desde el suelo. La determinación en sus ojos podría quemarme ahora mismo. Y sonrío. Sonrío porque he dado justo en el clavo.
—Avisa a tu gente. Formaremos una cuadrilla y llegaremos hasta dentro. Salto y bateo a otro zombi. Me detengo para observar dónde están los demás y el corazón se me para. Erik está contra una columna del edificio de enfrente y tiene a un podrido encima de él. Salgo corriendo hacia allí y saco la navaja, abriendo la hoja y gritando en el último momento para desviar la atención del muerto. Le clavo el cuchillo en la sien y noto cómo al instante deja de tener fuerza. Erik le da un empujón y luego se desploma.
—Eh, Erik, está bien. Todo está bien —le digo y lo abrazo—. Venga, vamos, tenemos que entrar al hospital. Cuando lo miro a los ojos no me doy cuenta de que su mirada está vacía y ha perdido la vida con la que esta misma mañana me miraba. No me doy cuenta de que se tapa el brazo con demasiada fuerza, que la sangre se desparrama entre sus dedos. No me doy cuenta de que le cuesta respirar y de que parece que está a punto de echarse a llorar. Tampoco le hago caso cuando lo agarro por la cintura para ayudarle a que se levante y me dice que lo deje donde está. Y tampoco me percato de que no es que le cueste andar, sino que realmente no quiere dar un paso, y aun así tiro de él.
—Quédate aquí —le digo mientras lo dejo apoyado en un coche—. Tengo que avisar a los demás, pero enseguida vuelvo.
—Dile que la quiero, Elena —susurra y frunzo el ceño—. Dile a Kaira que sigue siendo mi mejor amiga.
Voy a contestarle que él mismo puede hacerlo cuando estemos dentro del hospital, pero un grito desgarrador me distrae y observo a Malia disparando al aire a lo loco. Miro a Erik a los ojos y me muerdo el labio, pero salgo corriendo hacia ella, quitando de en medio a los tres zombis que la estaban acorralando y luego le bajo el arma. La tranquilizo y le pido que reúna a su hermano y a Rick en la entrada mientras yo voy a por los míos. Sin embargo, un caminante sin piernas y al que no había visto ni oído, se me engancha en la bota y me tira al suelo de bruces. Se me escapa el bate de entre las manos y la navaja vuela unos metros más adelante. Me golpeo la cara contra el asfalto y aprieto los dientes. Mientras me recupero del golpe, el caminante se arrastra hasta llegar hasta mí y abre y cierra la mandíbula cerca de mi pierna. Ruedo hacia el lado contrario y le propino una patada en la cara, luego gateo hasta la navaja, pero otro caminante se me echa encima, aplastándome con su pecho y gruñendo en mi oreja.
Escucho la voz de la muerte en forma de dientes contra dientes. Me cae baba pegajosa y maloliente por la mejilla y creo que es el fin. Me va a devorar, me va arrancar la cara y luego seguirá comiendo mi carne hasta que no quede nada de mí. Cierro los ojos y chillo, pues es la única defensa que me queda, pero de repente un pitido se me clava en los oídos y acto seguido dejo de sentir la presión sobre el cuerpo y el asqueroso aliento del muerto en mi cuello. Alguien me zarandea y llega hasta mí un olor a pólvora muy cercano.
—¡Utshima! —consigo escuchar la voz de Ada como si se tratase de un eco lejano y despego los párpados. Me ha salvado. Me incorporo, pero me mareo y ella me sujeta. Luego me ayuda a levantarme lentamente y consigo distinguir a dos o tres de sus hombres protegiéndonos. Parece que se toma en serio el juramento. Me agacho y coloco las manos en las rodillas para regular la respiración y ella me pasa la navaja y el bate.
—Luz verde —jadeo y poco a poco voy recuperando el oído—. Podemos entrar en el hospital, pero tenemos que entregar las armas. Ya sé que no te gusta la idea pero…
—Lo haremos —me asegura Ada—. Yo hablaré con mis hombres.
Me ayuda a caminar, pues en el momento en el que apoyo el pie para andar, me doy cuenta de que me he hecho daño en un tobillo. Sus hombres nos rodean y no permiten que se nos acerque nada. Entonces me acuerdo de Erik y le pido a Ada que me lleve hasta donde está. Lo veo sentado en el suelo, llorando, y se me cae el alma a los pies. Hinco las rodillas a su lado y entonces sí que me doy cuenta de lo que tiene en el hombro.
—Erik… Le han mordido.
—La historia se repite —musita—. Dile a Kaira que la quiero, Lena. Dile que quería encontrarla y protegerla, pero que… —No puede seguir. Rompe a llorar y yo no puedo hacer nada más que abrazarlo con fuerza y dejar que se desahogue.
—Lo siento —le digo y noto que se me empañan los ojos
—. Tenía que haber llegado antes.
—No podías hacer nada.
Ada me pone una mano en el hombro y tira de mí para que me separe. Supongo que cree que puede convertirse de un momento a otro. Miro hacia arriba y veo que sus ojos están clavados en él.
—¿Has dicho Kaira? —pregunta la mujer y Erik asiente
—. ¿Kaira Lod¬brok?
—¿La conoce? —pregunta Erik abriendo mucho los ojos
—. ¿Usted recuerda?
—Sí, recuerdo. ¿Ella está aquí? ¿Está viva? —pregunta y Erik vuelve a asentir
—. Tenemos que irnos ya. Me sacudo para que Ada retire la mano de mi hombro y vuelvo a abrazar a Erik. Él solloza en mi oído y me acaricia el pelo. Finalmente yo cedo y comienzo a llorar. Escucho a Ada quejarse en un idioma que no entiendo y luego me separo.
—Prométeme que la protegerás —me pide Erik con lágrimas en los ojos—. Prométeme que lo harás por mí. Le doy la mano y asiento.
—Te lo prometo.
—Ahora hazlo. —Frunzo el ceño y miro hacia donde él está mirando. Hacia la pistola que tiene Ada en las manos
—. Mátame.
—¿Qué? —me escandalizo
—. No puedo.
—Si no lo haces me convertiré en uno de ellos. Por favor, no dejes que eso pase, por favor.
Sé que nunca voy a olvidar la última vez que he visto a Erik vivo. Nunca voy a olvidar sus ojos claros escrutando los míos pidiéndome ayuda. Jamás voy a olvidar el momento en que la vida que había en ellos se ha apagado para siempre y cómo luego se han puesto blancos y sus labios se han despegado para no volver a cerrarse. Su mano ha dejado de apretar la mía. Su cuerpo se ha hundido hacia dentro y he podido escuchar la última exhalación de su pecho.
Parpadeo varias veces y noto horrorizada cómo la sangre del que se había convertido en mi amigo me ha salpicado toda la cara. Mis ojos suben hasta su frente donde encuentro un agujero de bala y me caigo de culo sollozando. Ada ha sido la ejecutora. Me levantan del suelo y soy incapaz de despegar la vista del cuerpo inerte de Erik. Soy incapaz de moverme una vez estamos dentro del hospital. Me llevan medio a rastras por el recinto. No veo cómo entregan las armas ni cómo cierran las puertas para impedir que nadie entre ni salga. No veo quién lo ha conseguido y quién no. Me llevan a una habitación y me encierran allí. A las horas, cuando ya he dado demasiadas vueltas en esa habitación y he registrado cada cajón y cada armario y me he dado los suficientes golpes en la cabeza contra la pared, aporreo la puerta y grito que me dejen salir.
Nadie responde.
Intento abrirla desde dentro, pero es imposible. Me siento en el suelo y espero. Pero nada cambia. Me frustro y vuelvo a golpear la puerta y me quedo así durante minutos, pero viendo que nadie me hace caso, me dejo caer de nuevo. Se me duermen las piernas y decido levantarme y volver a dar vueltas sobre mí misma. Analizo todo lo que ha pasado en las últimas horas y comienzo a llorar. Es entonces cuando me tumbo en la camilla y me quedo dormida.
—Utshima, Lynae —eso es lo primero que oigo cuando abro los ojos. Me incorporo. A mi lado está sentada en una silla Ada, mirando la hoja de un cuchillo de caza que me gustaría saber de dónde ha sacado. Y el mundo se me cae encima al pensar que quizá el grupo de Ada se haya hecho con el control del hospital y por eso tenga el arma. ¿Y si Amanda tenía razón? Entonces todo esto sería mi culpa.
—¿Qué has hecho? Teníamos un trato.
—¿De qué hablas? —pregunta Ada dejando de darle vueltas al cuchillo, frunciendo el ceño.
—Eso —escupo—, el arma. ¿De dónde lo has sacado?
—A Amanda no le importó que la llevara encima. —Se encoge de hombros.
—No te creo. —Entrecierro los ojos.
—Todos hemos entregado las armas de fuego, Lynae. Se levanta y deja el cuchillo sobre la mesa que hay al lado de la cama del hospital. Luego se da un paseo y comienza a abrir y cerrar cajones, justo como yo.
—¿Cuánto tiempo llevo dormida? —pregunto.
—Unas horas. Es medio día. Servirán la comida en un rato, ¿quieres que te la traiga aquí?
—Quiero respuestas —exijo, esperando que esta vez no me ponga pegas.
—No estás preparada.
Lo sabía.
—Yo decidiré eso. Quiero que me digas quién fui, Ada. Y no me des respuestas que no llevan a ninguna parte.
—Fuiste Lynae, jefa de la tribu más grande que nuestra época pudo contemplar. La primera Utshima extranjera. Tu madre y su pueblo llegaron a nuestras costas y después de un tiempo, nuestro Utshima, que significa jefe, te concibió a ti con ella. Fuiste una líder excepcional. Pensabas antes de hacer las cosas y nunca dabas un paso en falso. Eras implacable y tenías una filosofía de vida que muchos admirarían. Nadie podía derrotarte en combate, ni el mejor de los guerreros. Eras fría y dura, pero eso te hacía incluso mejor.
Lo dice con tanta devoción que creo que podría desmayarse de un momento a otro. Me llevo las manos a las sienes y las masajeo.
—¿Quién es Kaira Lod¬brok? —De repente su semblante cambia y aprieta la mandíbula.
—Una princesa escandinava —responde.
—¿Y qué más?
—Pertenecía al mismo reino que tu madre —contesta—. El Pueblo Bárbaro. Llegaron en barcos y creímos que querrían arrebatarnos lo que teníamos, pero ella era distinta, al igual que tú. Le ofreciste un pacto y aceptó.
—¿Por qué siento que hay algo más detrás de todo esto?
—Nos traicionaron —masculla—. Y ella acabó con tu vida.
—¿Qué? —se me cae el alma a los pies—. ¿Kaira me mató?
—No ella. —Mira hacia un lado con desprecio—. Pero fue su culpa, Utshima. Ella fue la causa de tu muerte.
—¿Cómo morí? —me atrevo a preguntar.
—De un flechazo. —Se acerca a mí y hace presión en mi abdomen—. Justo aquí.
Trago saliva y me estremezco. No puede ser. Pero entonces recuerdo las palabras de Yulia mientras estaba con fiebre. Y la veo de nuevo poniéndose entre la bala que iba a acertarme hace unos días y yo.
Ella me salvó.
¿Se acordaba entonces de todo y quiso enmendar el pasado? ¿Cómo puedo siquiera confiar en lo que Ada me diga? Y abro los ojos como platos. La aparto y me levanto la camiseta, descubriendo mi abdomen y la marca de nacimiento que tengo justo en el punto que ella me ha señalado. Entonces es cierto. Lo que dice es cierto.
—Kaira no es de fiar —sentencia—. Si no lo fue en el pasado, no lo será ahora.
—No la recuerdo —comienzo—, pero lo que sé de ella ahora es que haría cualquier cosa por mí. Ada se ríe y sacude la cabeza. Me coloca una mano en la mejilla y la acaricia con el pulgar.
—Lynae, ella nunca te quiso de la misma manera en la que tú la quisiste. No dejes que vuelva a repetirse. Te mentía. Y te mentirá ahora para conseguir lo que quiere. Esa respuesta me deja en blanco. ¿Qué quiere decir con que ella no me quiso de la manera en la que yo la quise? ¿Por qué suena como si hubiese estado enamorada de ella? Pero eso es imposible. A no ser que la orientación sexual cambie según las distintas vidas. Puede que la amara en otra vida, pero definitivamente no lo hago en esta y dudo que ella sienta algo por mí hasta ese nivel.
—¿La amaba? —le pregunto con un nudo en la garganta y se me pasa por una fracción de segundo la idea de que he podido besarla.
—Eso ya no importa. Vamos a comer.
Han convertido una enorme sala de espera en el comedor, arrancando los bancos de madera y sustituyendo todo lo que había por mesas y sillas de plástico que, según me explica Amanda, sacaron de un almacén a las afueras de la ciudad. Han establecido dos turnos, uno en el que comemos mi grupo y el grupo de Ada, aunque no veo a mi hermana ni a los demás por ninguna parte, y después de nosotros comerán los trabajadores del hospital y la gente de la líder. Intento concentrarme en llevarme a la boca pequeños trozos de patata cocida y de sardina en lata, el menú de hoy, pero la voz ronroneante de Amanda quejándose de todo lo que le va a costar el que estemos aquí no me deja comer tranquila y encima aumenta mi dolor de cabeza. Entierro la cara en los brazos, apartando la bandeja. Hay muchos heridos. Han distribuido a los supervivientes por las distintas plantas según la gravedad.
Hay gente con meras contusiones, otros con heridas más profundas, heridas de bala, cortes que han necesitado puntos, personas con quemaduras graves debido a los cócteles que lanzamos. También huesos rotos que han tenido que entablillar e incluso un hombre que puede que pierda la mano. Y, claro, todo eso conlleva un precio. Conlleva unas provisiones extra que Amanda tenía reservadas para el invierno, conlleva antibióticos para detener las infecciones, vendas, gasas, algodón, agua oxigenada y otras tantas cosas que pierdo la cuenta.
—Tienes que resolver esto pronto —me dice—. Pensar en cómo vas a sacar a tu gente y a despejar el camino, porque no podré manteneros mucho tiempo. Me pregunto por qué se dirige solamente a mí. Ada está sentada a mi lado, comiendo como si no escuchara a la otra líder. Pongo los ojos en blanco y me masajeo las sienes. Solo quiero que se calle y me deje en paz.
—Dame al menos unas cuantas horas antes de volver al campo de batalla —le pido y luego suelto un largo suspiro—. Mira, cuando salgamos de aquí y todo haya acabado, iremos a farmacias y a centros comerciales y les devolveremos el favor —le ofrezco.
—Sí. —Miro a Ada de reojo, que deja el tenedor de plástico encima de su bandeja y se limpia las comisuras de los labios con una servilleta
—. Nosotros haremos lo mismo, Amanda. Es hora de firmar una tregua.
—Vaya —arquea las cejas la líder blanca en señal de sorpresa—, al fin y al cabo salvar a Yulia va a traer su recompensa.
—¿Cómo está? —me intereso.
—Estable —comenta—. Pero aún le quedan unos días para recuperarse del todo.
—¿Puedo ir a verla? —pregunto. Amanda se levanta de la silla y eleva la mano. Sigo la trayectoria que hace su dedo índice hasta topar con una muchacha de mi misma edad, morena y con el pelo recogido en una coleta, que lleva una singular chaqueta azul.
—Debo ir a atender a los pacientes, pero Leah te ayudará con lo que necesites —me dice y pone la mano sobre la mía
—. Para tu dolor de cabeza. —Me guiña un ojo y luego se va. Me coloco el analgésico que me ha dado en la lengua y le doy un buen trago al vaso de agua para tomármelo. Al mismo tiempo, Leah se sienta enfrente de mí y me dedica una sonrisa.
—Dichosos los ojos. —Intercambio una mirada con Ada y ella la desvía de nuevo a su plato
—. Debes de ser Elena. —Asiento. Parece que poco a poco voy cogiendo fama—. Encantada, yo soy la tía con la que hablaste por radio. Siento que las cosas se hayan torcido tanto, pero, bueno, aquí estás. ¿Quieres ver a tu amiga?
—Sí —contesto—, pero antes me gustaría ver a mi hermana y a mis amigos.
—Por supuesto —sonríe—, sígueme.
—Utshima —nos interrumpe Ada y puedo ver cómo la expresión traviesa y divertida de la joven morena pasa a una de casi pánico, como si tuviera fantasmas enfrente en lugar de personas—, te acompaño.
—No, está bien. Ve a descansar. Luego nos veremos. —Me la quito de encima, porque realmente quiero hacer esto sola y no necesito ningún guardaespaldas a mi lado.
Leah me lleva por los pasillos del hospital. Debe de haber estado mucho tiempo aquí, porque se sabe el plano de maravilla. Subimos las escaleras en total silencio. Un silencio que yo considero incómodo. Llevo unos minutos pensando en cómo hacer las cosas. Cómo preguntarle lo que sabe. Sé que ella recuerda por la conversación que mantuvo con Erik, y hasta él mismo me dijo que ella era alguien del pasado. Supongo que me conoce, y creo que gracias a la reacción que ha tenido cuando Ada me ha llamado Utshima, sabe perfectamente quiénes somos las dos. Pero no hace ni un solo amago de entablar conversación conmigo y menos de temas así.
—¿Me recuerdas? —le pregunto y ella me mira alarmada.
—¿A qué te refieres?
—No te hagas la tonta, Leah. Erik me dijo que te conocía y que recordabas.
Sacude la cabeza, pero entonces de una de las habitaciones sale alguien y noto cómo se queda petrificada en el sitio. Levanto la vista y veo a Tom sonriendo, con el brazo vendado. Viene hasta mí y me abraza y yo le correspondo el abrazo. Al fin y al cabo, estas semanas juntos nos han hecho cercanos.
—Cuánto me alegra verte —me dice—. Todos estamos bien. Siento un alivio inmenso apoderándose de mí hasta que recuerdo la mirada inerte de Erik y el alivio se convierte en una punzada de dolor.
—No todos —susurro y agacho la cabeza—. Mordieron a Erik. Volvemos a abrazarnos y luego se disculpa para ir a comer.
—¿Erik ha muerto? —me pregunta Leah y asiento. Ella baja la mirada al suelo
—. Una pena. Tu hermana está ahí. —Señala una habitación—. Toma el tiempo que necesites. Estaré aquí fuera. Cuando entro, todos me reciben con abrazos y Kathya me da con la almohada en la cara y me regaña diciendo que estaba preocupada porque no me veía por ninguna parte y que se pasó la noche entera recorriendo el hospital en mi busca. Están todos: Malia, con algunos cortes poco profundos en el rostro y brazos; Bill, que recibió un disparo en la pierna y está sobre una de las tres camas de la habitación, aunque igualmente se lo toma con humor y hasta me sonríe; Rick, que se ha partido dos dedos de una mano y la otra la tiene completamente vendada; Olivia, que duerme como un lirón y que es la única que no tiene heridas importantes; y Vlad, al que le han tenido que poner puntos por todas partes y tiene una costilla rota.
Hablamos de todo un poco mientras inspecciono los daños que tiene cada uno y luego les cuento lo que ha pasado con Erik.
—Era lo mejor —suelta Bill—, que le dispararan. Mejor morir a convertirse en uno de esos. Asiento apenada, pero sé que en realidad tiene razón.
—No sé si podremos salir ahí fuera y luchar en un par de días. —Fuerzo una sonrisa y veo que todos niegan—. Pero cuando salgamos de aquí, tendremos que devolverle las provisiones a esta gente —explico—. Es lo justo.
—Pensaremos en eso cuando seamos capaces de andar todos —dice Malia—. No quiero volver a coger un arma. Todos ríen, incluida yo, y me acerco para abrazarla.
—Mamá debe de estar volviéndose loca —comenta Kat pasando de una mano a la otra un rollo de venda—. No sé si a estas alturas los encontraremos.
—Lo haremos —asegura Rick—. Primero cogeremos fuerzas y luego trazaremos un buen plan.
—Siento haberos metido en esto —me disculpo—. Es culpa mía.
—No es culpa de nadie —niega Cade—. Hemos vuelto a por nuestra amiga. Quiero pensar que habríais hecho lo mismo por mí.
—Pues claro que sí. —Le sonrío—. Lo haríamos por todos.
—Qué cursis. —Ríe Bill—. Mi nueva familia es pastelosa.
Todos volvemos a reírnos y despertamos a Olivia, que casi se cae corriendo para venir a abrazarme.
—Me alegra ver que Bill al fin reconoce algo bueno —dice Malia dándole un golpe en el brazo a su hermano—. Y ahora ve a ver cómo está la mamá del grupo —me dice a mí.
—Portense bien —les pido con sarcasmo y salgo de la habitación. Leah me conduce hasta la quinta planta, pero, antes de comenzar a recorrer el pasillo, me coge del brazo y me para. Mira hacia todos los lados para asegurarse de que no hay nadie y me mira a los ojos.
—¿Sabes lo de la reencarnación? —Asiento y ella deja escapar un pequeño suspiro
—. ¿Recuerdas quién eres?
—No. Pero me hago una idea. Lynae, ¿no? Utshima, algo de una tribu y unos barcos.
—Sí, aunque estaría bien que recordaras del todo. ¿Sabes quién es realmente Evolet? Aunque Ada ha arrojado algo de luz, realmente no sé bien quién es.
—¿Quien causó mi muerte? —pregunto indecisa.
—Mmm… —Se lo piensa un par de veces antes de responder—. Ella no disparó el arco, pero no por ello dejó de sentirse culpable. Kaira tuvo que sacrificar muchas cosas en el pasado. Amigos, amor, familia.
—¿Y me sacrificó a mí?
—No porque ella lo quisiera. —Se vuelve a quedar pensativa—. Más bien le fuiste arrebatada de su lado.
—Tengo la sensación que no éramos solo aliadas —me atrevo a decir y ella niega mientras se le escapa una pequeña sonrisa.
—Amantes, o algo así. Realmente en tiempos de guerra no sé cómo llamar a una relación, pero se querìan de un modo inusual.
—¿Me amaba? —pregunto y desvío la mirada hacia el pasillo mientras el corazón comienza a latirme con fuerza.
—Creo que fuiste su único amor verdadero. —Vuelvo a mirarla a los ojos y frunzo el ceño—. Aunque empezasteis siendo enemigas, pronto afloraron sentimientos entre ustedes y se ayudaron mutuamente. Fue difícil, había muchas vidas en juego.
—No lo entiendo —susurro—. Soy heterosexual, ¿cómo es posible todo eso? Leah se ríe.
—Peor es creer en la reencarnación, ¿no crees? Elena, quizá el amor verdadero no solo sea una cuestión de orientación sexual. El amor no entiende ni de sexo ni de edad ni de raza ni tan siquiera de época. El amor es como el tiempo, siempre está ahí y a todos nos llega la hora. Y a lo mejor nos llega con quien menos lo esperamos.
—Pero no lo recuerdo. —Sacudo la cabeza—. Ni siquiera sé si ella recuerda todo esto. La morena se encoge de hombros.
—Es algo que tienen que averiguar. Puede que esos sentimientos vuelvan a nacer o que no lo hagan, pero, sea lo que sea, no te niegues. Yo no lo haría.
—¿Por qué no? —le pregunto y su sonrisa se ensancha.
—Porque yo lo recuerdo todo. Recuerdo quiénes fuimos y qué hicimos. Recuerdo lo que sentía. Cuando perdí a mi novio pensé que el mundo se acabaría, y puedo decir que una parte de mí murió con él, pero ahora la vida, por muy difícil que sea, me ha dado otra oportunidad de hacer lo que no hice en el pasado, y pienso aprovechar eso. Tú deberías hacer lo mismo. —Me pone una mano en la espalda y seguimos caminando.
Me abre la puerta de la habitación de Yulia y me explica que sigue dormida. Me habla también sobre cómo la sacaron de allí, matando a todos esos zombis y casi muriendo por el humo del incendio. Luego la trajeron aquí y Amanda estuvo un buen rato con ella. Le hicieron una transfusión de sangre y, cuando se recuperó, comenzó a amenazar a todo el mundo y a exigir que la dejaran salir porque tenía que buscarnos. Así que empezaron a sedarla. Suspiro antes de entrar.
Ella está bocarriba en una camilla. Tiene una vía conectada al brazo derecho y un camisón puesto. Está relajada, dormida. Parece como si estuviera teniendo un sueño apacible. A medida que me acerco a ella, se me forma un nudo en la garganta y se me acumulan las lágrimas en los ojos.
Me arrepiento por haberla dejado atrás y termino llorando en silencio pensando que podría haberla perdido de verdad. Me limpio las lágrimas y alcanzo su mano, que tomo entre las mías. No se inmuta, pero me quedo largo rato mirando sus facciones. Me concentro en recordarla. Quiero saber qué es lo que sentía hace tanto tiempo, quiero recordar lo que tuvimos y lo que significó para mí. Pero no lo consigo. Aun así, siento algo por ella ahora. Admiración, cariño e incluso la necesidad de tenerla en mi vida. No pienso en nada romántico, pero sollozo cada vez que pienso en perderla.
—Lo siento —musito, esperando que me oiga—. No volveré a dejarte nunca más, Yul. Estoy contigo —le prometo. Entonces la puerta se abre y me da tiempo de girarme y ver que Ada tiene entre las manos una pistola. Suelto la mano de Yulia y me encaro a ella. ¿Qué coño está haciendo? La miro a los ojos, pero ella observa atentamente a una Yulia completamente indefensa.
—¿Qué estás haciendo? —le pregunto. Comienzan a temblarme las manos. Ada avanza hacia nosotras con la pistola por encima del pecho y yo extiendo los brazos para abarcar más espacio
—. Para —le ordeno—. ¡Detente!
—No voy a permitir que vuelva a matarte —masculla y luego lanza un escupitajo al suelo—. Lo hago por ti, Utshima.
—Suelta ahora mismo esa arma —digo con toda la tranquilidad que puedo. Noto que mis nervios están a flor de piel.
—En paz marcha —sentencia en voz alta y un chispazo me recorre el cerebro de arriba abajo. Aprieto los dientes y me lanzo contra ella, impidiendo que pulse el maldito gatillo. Le doy un rodillazo en el estómago, lo que hace que suelte la pistola y profiera un quejido de dolor, y luego la empujo con todas mis fuerzas contra una pared y le estampo el antebrazo en el pecho para inmovilizarla. Mi mirada la fulmina y ella jadea dolorosamente. Lo que pasa a continuación no tiene ningún sentido, pero hace que Ada caiga al suelo derrotada finalmente; como si fuera otra persona la que hablara por mí, abro la boca para decirle en otro idioma: —Por encima de mi cadáver.
Continuarà..
Uuu Elena esta on fire!
Aca les subo el capitulon numero 13, espero lo disfruten igual que yo!
Capitulo 13
Por encima de mi cadáver
Elena POV
Cuando volvemos a la calle principal las cosas se han puesto mucho peor. Los zombis han rodeado la zona por completo y los supervivientes se encuentran encerrados en un círculo, que se reduce al tiempo que los caminantes siguen avanzando, hambrientos. Chasqueo la lengua y me pego de nuevo a la pared, procurando no hacer ruido para que los podridos no se desvíen. Niego con la cabeza cuando Ada me mira. No podemos meternos en el círculo, sería una muerte segura, y por mucho que ataquemos desde aquí, no conseguiremos apenas nada. Por encima de mi cadáver
Elena POV
Cierro los ojos con fuerza. Malia, Bill, Tom y Erik están ahí. Puede que los hayan mordido a estas alturas o que estén viendo su muerte acercarse con cada segundo que pasa. Siento de repente la culpabilidad azotarme de lleno. Es mi culpa que estén aquí. Yo los he metido en todo esto. Fui yo quien decidió ayudar a Amanda.
—Hay que desviarlos —me susurra Ada—. Haremos mucho ruido.
—¿Cómo pretendes hacer tanto ruido para que vengan a por nosotros? —pregunto echando la cabeza hacia atrás y mirando hacia el cielo estrellado.
—Tengo dos cargas de C4, ¿te vale eso?
La miro a los ojos y asiento. No puedo creer que de verdad tenga eso y me lo ofrezca, aunque si quería quemar el hospital, no veo mejor manera que hacerlo volar en pedazos. Nos retiramos unos metros para trazar un plan. Ada y yo nos quedaremos con algunos de sus hombres en esta calle para colocar el C4 mientras los demás recorren las otras calles y se posicionan para luchar. Suponemos que la explosión desviará a la gran mayoría, pero el resto de caminantes que están al otro lado deberemos combatirlos.
Ada nos proporciona armas y munición y me asegura que no le pasará nada a Vlad, Olivia y Kathya.
—Pondremos la bomba y esperaremos cinco minutos antes de hacerla explotar, ¿entendido? —Ada hace un barrido con los ojos por el grupo—. Cuando la bomba explosione deben esperar a que los caminantes empiecen a retroceder, entonces rompen el círculo que tienen montado y disparan. Reuerden que el único enemigo son los muertos.
Ellos salen corriendo. Nos quedamos cuatro. Dos hombres de Ada, ella y yo. Los hombres de Ada, Porter y Dawson, colocan el C4 en un coche mientras nosotras nos alejamos lentamente. Ella no deja de mirarme de reojo. Me siento algo incómoda. Erik aún me debe un par de charlas sobre esto, y esta mujer, que parece conocerme al detalle y me respeta, deberá contestar también a unas cuantas preguntas.
—Utshima, siento que te hayan golpeado —me confiesa cuando nos hemos puesto a cubierto.
—No importa. Lo entiendo. —Me encojo de hombros—. Yo también siento haber hecho daño a tus hombres.
Ada sacude la cabeza y le quita el seguro a la pistola.
—Pensaba que no iba a encontrarte jamás —susurra. Su mirada está varada en algún punto en la lejanía
—. Desde que recordé he recorrido Canadá y todos los estados buscándote. —De repente se ríe—. Y cuando lo hago casi ordeno que te maten.
—Eres consciente de que todo eso me suena a chino, ¿no? —Asiente, sonriendo, y me pone una mano en el hombro.
—Supongo que no todos son capaces de recordar sus otras vidas. Algunos, como yo, lo hacen con el tiempo. Yo te recordé cuando perdí a mi hija —dice—Sucedió al poco de comenzar toda esta locura. No sé cómo pasó, solo lo recordé todo.
Me quedo pensativa un momento. Erik no sabe quién soy yo en esa otra vida, pero ella sí que lo sabe. Ella sí que me recuerda. ¿Sabrá también quién es Kaira Lod¬brok? ¿Reconocerá a Yulia si la ve?
—Me gustaría saber quién fui.
—Alguien muy importante. Marcaste nuestra historia —asegura.
—¿Y qué más? ¿Qué hice? —Me giro hacia ella, esperando que arroje algo de luz sobre todas las incógnitas que poco a poco se van depositando en el fondo de mi mente.
—Todo a su tiempo, Lynae. Cuando no estemos en pleno combate te daré esas respuestas.
—No me llamo Lynae —me quejo.
En realidad no me importa que me llame así, pero me ha molestado que deje para otro momento algo que podría decirme ahora mismo.
—En realidad sí, solo que aún no lo sabes. Pongo los ojos en blanco. Justo cuando me propongo insistirle, un fuerte ruido seguido de una inmensa llamarada que me deslumbra me hace taparme los oídos y apretarme contra la pared. Los hombres de Ada aparecen corriendo y se detienen unos metros más adelante de nosotras para tomar aire.
—Bien hecho —les felicita su líder—. Ahora vamos con los demás.
Ellos salen corriendo, pero yo me doy la vuelta y asomo la cabeza por la esquina para comprobar, efectivamente, que el plan ha dado buenos resultados. Los caminantes entran a trompicones en la calle, empujándose los unos a los otros, abriendo sus fauces con ansias de llevarse un bocado a la boca. La explosión ha hecho que otros coches empiecen a quemarse y el humo negro pronto ascenderá al cielo. El resultado será que estos también acabarán explotando y atraerán a muchos más. Algunos zombis ya han llegado al fuego y comienzan a consumirse, aunque siguen avanzando, como si no les importara estar envueltos en llamas. Salgo flechada hacia mis nuevos aliados y corremos juntos hasta llegar a la otra calle. Mi hermana y los demás se abren paso entre los pocos zombis que cierran el círculo en torno a los demás supervivientes. Los casquillos de las balas empiezan a caer y rodar por el suelo simultáneamente. Corro más deprisa y elevo el bate para golpear con el recio metal cualquier cosa no viva que se me presente delante.
Ada y yo llegamos las primeras. Ella vacía rápidamente el cargador de una de sus dos 9 mm mientras yo bateo con éxito a tres caminantes en la cabeza. Seguimos avanzando. Veo por el rabillo del ojo a Vlad ayudando a una Malia que estaba tirada en el suelo intentando librarse de un bocado mortal. Rick la ha emprendido a golpes unos metros más adelante contra un zombi. Lo tumba en el suelo de un empujón y le da puñetazos en el cráneo hasta que literalmente lo revienta. También veo, mucho más a la izquierda, a Tom, machete en mano, rebanando sesos. Me concentro en lo que tengo delante y sigo bateando nucas y frentes.
—Eh, vuelven a reagruparse —me dice Kathya llegando hasta mí. Nos ponemos espalda contra espalda para protegernos—. La idea del C4 era buena, pero tenemos que seguir, Len. Tenemos que llegar al hospital o volverán a cerrar el círculo con nosotros dentro.
Asiento. Tiene razón. Giro la cabeza y veo que salen caminantes de todas partes y se dirigen hacia nosotros. El ruido ha tenido un efecto inmediato, pero eso se ha acabado. Ahora vuelven a poner la atención en nosotros.
—Corre la voz. Voy a decírselo a Ada. —Le paso mi pistola y nos miramos a los ojos una vez más—. Todo va a salir bien.
Pero en realidad no sale tan bien como espero. Al llegar junto a Ada, la cubro mientras ella recarga sus pistolas, entonces me coge del brazo y tira de mí mientras con la otra mano dispara a los blancos sin fallar ni una vez. Kathya está haciendo su trabajo y todos comprenden poco a poco que de nada sirve quedarse en el mismo lugar esperando a que el enemigo se acerque. Así que la líder india alza la voz y empieza a dar órdenes. Todos sus hombres enseguida corren a la retaguardia para luchar desde ahí mientras mi grupo y los supervivientes del de Amanda nos mantenemos a la cabeza. Pasan uno, dos, cinco, diez minutos, puede que veinte, pero conseguimos llegar a la calle de la entrada del hospital. Aquí también hay zombis. Por lo que puedo ver mientras esquivo caminantes para ponerme en una buena posición, Amanda y el grupo de Ada han firmado un pacto verbal temporal para enfrentar al enemigo que todos tenemos en común.
Y allí está la líder, subida en el techo de un coche con una escopeta volando cabezas. Corro hacia ella y me tiende la mano para subir.
—Menuda nochecita, ¿verdad? —me pregunta apretando el gatillo y cierro los ojos en un acto reflejo.
—Tenemos que entrar, Amanda. No hay manera de matarlos a todos. Vienen muchos más.
—Nos estaríamos encerrando en una ratonera —contesta colocando un par de balas en el cargador y luego mira al frente—. Veo que las dos hemos hecho amigos.
—No quedaba más remedio —me disculpo, pues no sé si realmente le ha podido molestar o no
—. Escucha, entremos y tracemos un plan. Estoy segura de que debes de tener más armas y munición y se nos ocurrirá algo mejor.
Vuelve a disparar y se señala la pierna justo antes de volver a vaciar la escopeta.
—Coge la pistola y ponte a disparar —me ordena. Me agacho y le quito el revólver, cuando me vuelvo a levantar, está sonriendo
—. ¿Tu plan es meter a esa gentuza dentro de mi hospital?
Pongo los ojos en blanco y me cargo a un par de caminantes antes de darle el gusto de responder a su pregunta.
—No estaríamos aquí sin sayuda, además, los vas a necesitar, y si los dejas morir aquí se convertirán y serán más problemas que erradicar.
—Tú no los conoces. —Sacude la cabeza y entonces se dirige directamente a mí por primera vez en toda la noche—. No puedo dejar que se hagan con el control.
—No lo harán. Mi grupo se encargará de eso. Déjales entrar y pídeles las armas, si se niegan, échalos. Dales una oportunidad, Amanda.
—Tengo gente enferma ahí dentro y pocos soldados. No puedo arriesgarme.
Resoplo y me doy la vuelta para darle una patada a un zombi que estaba escalando para subirse al coche. Esta mujer es más tozuda de lo que hubiese jurado en un primer momento. Miro hacia el hospital y veo que hay ventanas de las que emana luz. Abro la boca asombrada. Tienen electricidad. Tienen un generador. Me permito durante dos segundos fantasear con lo que podría significar entrar ahí dentro.
—¿Vas a dejar que todos los tuyos mueran? Si no entras en ese hospital, morirás. No vas a poder con todo lo que viene. Es una avalancha, Amanda. Y morirás tú, y yo, y toda nuestra gente, incluyendo a Ada y los suyos, y más tarde, tu gente de ahí dentro. —Levanto el brazo y señalo el hospital—. Empezarán a morir también. Primero porque no estarás para cuidarles y segundo porque nunca lograrán salir de ahí con vida. ¿Entiendes lo que quiero decir?
La miro justo a tiempo para ver cómo desvía la mirada hacia el suelo, pensando en todo lo que le acabo de decir. Se pasa una mano por el pelo y carga la escopeta. Sin mediar más palabras se baja del coche y luego me mira desde el suelo. La determinación en sus ojos podría quemarme ahora mismo. Y sonrío. Sonrío porque he dado justo en el clavo.
—Avisa a tu gente. Formaremos una cuadrilla y llegaremos hasta dentro. Salto y bateo a otro zombi. Me detengo para observar dónde están los demás y el corazón se me para. Erik está contra una columna del edificio de enfrente y tiene a un podrido encima de él. Salgo corriendo hacia allí y saco la navaja, abriendo la hoja y gritando en el último momento para desviar la atención del muerto. Le clavo el cuchillo en la sien y noto cómo al instante deja de tener fuerza. Erik le da un empujón y luego se desploma.
—Eh, Erik, está bien. Todo está bien —le digo y lo abrazo—. Venga, vamos, tenemos que entrar al hospital. Cuando lo miro a los ojos no me doy cuenta de que su mirada está vacía y ha perdido la vida con la que esta misma mañana me miraba. No me doy cuenta de que se tapa el brazo con demasiada fuerza, que la sangre se desparrama entre sus dedos. No me doy cuenta de que le cuesta respirar y de que parece que está a punto de echarse a llorar. Tampoco le hago caso cuando lo agarro por la cintura para ayudarle a que se levante y me dice que lo deje donde está. Y tampoco me percato de que no es que le cueste andar, sino que realmente no quiere dar un paso, y aun así tiro de él.
—Quédate aquí —le digo mientras lo dejo apoyado en un coche—. Tengo que avisar a los demás, pero enseguida vuelvo.
—Dile que la quiero, Elena —susurra y frunzo el ceño—. Dile a Kaira que sigue siendo mi mejor amiga.
Voy a contestarle que él mismo puede hacerlo cuando estemos dentro del hospital, pero un grito desgarrador me distrae y observo a Malia disparando al aire a lo loco. Miro a Erik a los ojos y me muerdo el labio, pero salgo corriendo hacia ella, quitando de en medio a los tres zombis que la estaban acorralando y luego le bajo el arma. La tranquilizo y le pido que reúna a su hermano y a Rick en la entrada mientras yo voy a por los míos. Sin embargo, un caminante sin piernas y al que no había visto ni oído, se me engancha en la bota y me tira al suelo de bruces. Se me escapa el bate de entre las manos y la navaja vuela unos metros más adelante. Me golpeo la cara contra el asfalto y aprieto los dientes. Mientras me recupero del golpe, el caminante se arrastra hasta llegar hasta mí y abre y cierra la mandíbula cerca de mi pierna. Ruedo hacia el lado contrario y le propino una patada en la cara, luego gateo hasta la navaja, pero otro caminante se me echa encima, aplastándome con su pecho y gruñendo en mi oreja.
Escucho la voz de la muerte en forma de dientes contra dientes. Me cae baba pegajosa y maloliente por la mejilla y creo que es el fin. Me va a devorar, me va arrancar la cara y luego seguirá comiendo mi carne hasta que no quede nada de mí. Cierro los ojos y chillo, pues es la única defensa que me queda, pero de repente un pitido se me clava en los oídos y acto seguido dejo de sentir la presión sobre el cuerpo y el asqueroso aliento del muerto en mi cuello. Alguien me zarandea y llega hasta mí un olor a pólvora muy cercano.
—¡Utshima! —consigo escuchar la voz de Ada como si se tratase de un eco lejano y despego los párpados. Me ha salvado. Me incorporo, pero me mareo y ella me sujeta. Luego me ayuda a levantarme lentamente y consigo distinguir a dos o tres de sus hombres protegiéndonos. Parece que se toma en serio el juramento. Me agacho y coloco las manos en las rodillas para regular la respiración y ella me pasa la navaja y el bate.
—Luz verde —jadeo y poco a poco voy recuperando el oído—. Podemos entrar en el hospital, pero tenemos que entregar las armas. Ya sé que no te gusta la idea pero…
—Lo haremos —me asegura Ada—. Yo hablaré con mis hombres.
Me ayuda a caminar, pues en el momento en el que apoyo el pie para andar, me doy cuenta de que me he hecho daño en un tobillo. Sus hombres nos rodean y no permiten que se nos acerque nada. Entonces me acuerdo de Erik y le pido a Ada que me lleve hasta donde está. Lo veo sentado en el suelo, llorando, y se me cae el alma a los pies. Hinco las rodillas a su lado y entonces sí que me doy cuenta de lo que tiene en el hombro.
—Erik… Le han mordido.
—La historia se repite —musita—. Dile a Kaira que la quiero, Lena. Dile que quería encontrarla y protegerla, pero que… —No puede seguir. Rompe a llorar y yo no puedo hacer nada más que abrazarlo con fuerza y dejar que se desahogue.
—Lo siento —le digo y noto que se me empañan los ojos
—. Tenía que haber llegado antes.
—No podías hacer nada.
Ada me pone una mano en el hombro y tira de mí para que me separe. Supongo que cree que puede convertirse de un momento a otro. Miro hacia arriba y veo que sus ojos están clavados en él.
—¿Has dicho Kaira? —pregunta la mujer y Erik asiente
—. ¿Kaira Lod¬brok?
—¿La conoce? —pregunta Erik abriendo mucho los ojos
—. ¿Usted recuerda?
—Sí, recuerdo. ¿Ella está aquí? ¿Está viva? —pregunta y Erik vuelve a asentir
—. Tenemos que irnos ya. Me sacudo para que Ada retire la mano de mi hombro y vuelvo a abrazar a Erik. Él solloza en mi oído y me acaricia el pelo. Finalmente yo cedo y comienzo a llorar. Escucho a Ada quejarse en un idioma que no entiendo y luego me separo.
—Prométeme que la protegerás —me pide Erik con lágrimas en los ojos—. Prométeme que lo harás por mí. Le doy la mano y asiento.
—Te lo prometo.
—Ahora hazlo. —Frunzo el ceño y miro hacia donde él está mirando. Hacia la pistola que tiene Ada en las manos
—. Mátame.
—¿Qué? —me escandalizo
—. No puedo.
—Si no lo haces me convertiré en uno de ellos. Por favor, no dejes que eso pase, por favor.
Sé que nunca voy a olvidar la última vez que he visto a Erik vivo. Nunca voy a olvidar sus ojos claros escrutando los míos pidiéndome ayuda. Jamás voy a olvidar el momento en que la vida que había en ellos se ha apagado para siempre y cómo luego se han puesto blancos y sus labios se han despegado para no volver a cerrarse. Su mano ha dejado de apretar la mía. Su cuerpo se ha hundido hacia dentro y he podido escuchar la última exhalación de su pecho.
Parpadeo varias veces y noto horrorizada cómo la sangre del que se había convertido en mi amigo me ha salpicado toda la cara. Mis ojos suben hasta su frente donde encuentro un agujero de bala y me caigo de culo sollozando. Ada ha sido la ejecutora. Me levantan del suelo y soy incapaz de despegar la vista del cuerpo inerte de Erik. Soy incapaz de moverme una vez estamos dentro del hospital. Me llevan medio a rastras por el recinto. No veo cómo entregan las armas ni cómo cierran las puertas para impedir que nadie entre ni salga. No veo quién lo ha conseguido y quién no. Me llevan a una habitación y me encierran allí. A las horas, cuando ya he dado demasiadas vueltas en esa habitación y he registrado cada cajón y cada armario y me he dado los suficientes golpes en la cabeza contra la pared, aporreo la puerta y grito que me dejen salir.
Nadie responde.
Intento abrirla desde dentro, pero es imposible. Me siento en el suelo y espero. Pero nada cambia. Me frustro y vuelvo a golpear la puerta y me quedo así durante minutos, pero viendo que nadie me hace caso, me dejo caer de nuevo. Se me duermen las piernas y decido levantarme y volver a dar vueltas sobre mí misma. Analizo todo lo que ha pasado en las últimas horas y comienzo a llorar. Es entonces cuando me tumbo en la camilla y me quedo dormida.
—Utshima, Lynae —eso es lo primero que oigo cuando abro los ojos. Me incorporo. A mi lado está sentada en una silla Ada, mirando la hoja de un cuchillo de caza que me gustaría saber de dónde ha sacado. Y el mundo se me cae encima al pensar que quizá el grupo de Ada se haya hecho con el control del hospital y por eso tenga el arma. ¿Y si Amanda tenía razón? Entonces todo esto sería mi culpa.
—¿Qué has hecho? Teníamos un trato.
—¿De qué hablas? —pregunta Ada dejando de darle vueltas al cuchillo, frunciendo el ceño.
—Eso —escupo—, el arma. ¿De dónde lo has sacado?
—A Amanda no le importó que la llevara encima. —Se encoge de hombros.
—No te creo. —Entrecierro los ojos.
—Todos hemos entregado las armas de fuego, Lynae. Se levanta y deja el cuchillo sobre la mesa que hay al lado de la cama del hospital. Luego se da un paseo y comienza a abrir y cerrar cajones, justo como yo.
—¿Cuánto tiempo llevo dormida? —pregunto.
—Unas horas. Es medio día. Servirán la comida en un rato, ¿quieres que te la traiga aquí?
—Quiero respuestas —exijo, esperando que esta vez no me ponga pegas.
—No estás preparada.
Lo sabía.
—Yo decidiré eso. Quiero que me digas quién fui, Ada. Y no me des respuestas que no llevan a ninguna parte.
—Fuiste Lynae, jefa de la tribu más grande que nuestra época pudo contemplar. La primera Utshima extranjera. Tu madre y su pueblo llegaron a nuestras costas y después de un tiempo, nuestro Utshima, que significa jefe, te concibió a ti con ella. Fuiste una líder excepcional. Pensabas antes de hacer las cosas y nunca dabas un paso en falso. Eras implacable y tenías una filosofía de vida que muchos admirarían. Nadie podía derrotarte en combate, ni el mejor de los guerreros. Eras fría y dura, pero eso te hacía incluso mejor.
Lo dice con tanta devoción que creo que podría desmayarse de un momento a otro. Me llevo las manos a las sienes y las masajeo.
—¿Quién es Kaira Lod¬brok? —De repente su semblante cambia y aprieta la mandíbula.
—Una princesa escandinava —responde.
—¿Y qué más?
—Pertenecía al mismo reino que tu madre —contesta—. El Pueblo Bárbaro. Llegaron en barcos y creímos que querrían arrebatarnos lo que teníamos, pero ella era distinta, al igual que tú. Le ofreciste un pacto y aceptó.
—¿Por qué siento que hay algo más detrás de todo esto?
—Nos traicionaron —masculla—. Y ella acabó con tu vida.
—¿Qué? —se me cae el alma a los pies—. ¿Kaira me mató?
—No ella. —Mira hacia un lado con desprecio—. Pero fue su culpa, Utshima. Ella fue la causa de tu muerte.
—¿Cómo morí? —me atrevo a preguntar.
—De un flechazo. —Se acerca a mí y hace presión en mi abdomen—. Justo aquí.
Trago saliva y me estremezco. No puede ser. Pero entonces recuerdo las palabras de Yulia mientras estaba con fiebre. Y la veo de nuevo poniéndose entre la bala que iba a acertarme hace unos días y yo.
Ella me salvó.
¿Se acordaba entonces de todo y quiso enmendar el pasado? ¿Cómo puedo siquiera confiar en lo que Ada me diga? Y abro los ojos como platos. La aparto y me levanto la camiseta, descubriendo mi abdomen y la marca de nacimiento que tengo justo en el punto que ella me ha señalado. Entonces es cierto. Lo que dice es cierto.
—Kaira no es de fiar —sentencia—. Si no lo fue en el pasado, no lo será ahora.
—No la recuerdo —comienzo—, pero lo que sé de ella ahora es que haría cualquier cosa por mí. Ada se ríe y sacude la cabeza. Me coloca una mano en la mejilla y la acaricia con el pulgar.
—Lynae, ella nunca te quiso de la misma manera en la que tú la quisiste. No dejes que vuelva a repetirse. Te mentía. Y te mentirá ahora para conseguir lo que quiere. Esa respuesta me deja en blanco. ¿Qué quiere decir con que ella no me quiso de la manera en la que yo la quise? ¿Por qué suena como si hubiese estado enamorada de ella? Pero eso es imposible. A no ser que la orientación sexual cambie según las distintas vidas. Puede que la amara en otra vida, pero definitivamente no lo hago en esta y dudo que ella sienta algo por mí hasta ese nivel.
—¿La amaba? —le pregunto con un nudo en la garganta y se me pasa por una fracción de segundo la idea de que he podido besarla.
—Eso ya no importa. Vamos a comer.
Han convertido una enorme sala de espera en el comedor, arrancando los bancos de madera y sustituyendo todo lo que había por mesas y sillas de plástico que, según me explica Amanda, sacaron de un almacén a las afueras de la ciudad. Han establecido dos turnos, uno en el que comemos mi grupo y el grupo de Ada, aunque no veo a mi hermana ni a los demás por ninguna parte, y después de nosotros comerán los trabajadores del hospital y la gente de la líder. Intento concentrarme en llevarme a la boca pequeños trozos de patata cocida y de sardina en lata, el menú de hoy, pero la voz ronroneante de Amanda quejándose de todo lo que le va a costar el que estemos aquí no me deja comer tranquila y encima aumenta mi dolor de cabeza. Entierro la cara en los brazos, apartando la bandeja. Hay muchos heridos. Han distribuido a los supervivientes por las distintas plantas según la gravedad.
Hay gente con meras contusiones, otros con heridas más profundas, heridas de bala, cortes que han necesitado puntos, personas con quemaduras graves debido a los cócteles que lanzamos. También huesos rotos que han tenido que entablillar e incluso un hombre que puede que pierda la mano. Y, claro, todo eso conlleva un precio. Conlleva unas provisiones extra que Amanda tenía reservadas para el invierno, conlleva antibióticos para detener las infecciones, vendas, gasas, algodón, agua oxigenada y otras tantas cosas que pierdo la cuenta.
—Tienes que resolver esto pronto —me dice—. Pensar en cómo vas a sacar a tu gente y a despejar el camino, porque no podré manteneros mucho tiempo. Me pregunto por qué se dirige solamente a mí. Ada está sentada a mi lado, comiendo como si no escuchara a la otra líder. Pongo los ojos en blanco y me masajeo las sienes. Solo quiero que se calle y me deje en paz.
—Dame al menos unas cuantas horas antes de volver al campo de batalla —le pido y luego suelto un largo suspiro—. Mira, cuando salgamos de aquí y todo haya acabado, iremos a farmacias y a centros comerciales y les devolveremos el favor —le ofrezco.
—Sí. —Miro a Ada de reojo, que deja el tenedor de plástico encima de su bandeja y se limpia las comisuras de los labios con una servilleta
—. Nosotros haremos lo mismo, Amanda. Es hora de firmar una tregua.
—Vaya —arquea las cejas la líder blanca en señal de sorpresa—, al fin y al cabo salvar a Yulia va a traer su recompensa.
—¿Cómo está? —me intereso.
—Estable —comenta—. Pero aún le quedan unos días para recuperarse del todo.
—¿Puedo ir a verla? —pregunto. Amanda se levanta de la silla y eleva la mano. Sigo la trayectoria que hace su dedo índice hasta topar con una muchacha de mi misma edad, morena y con el pelo recogido en una coleta, que lleva una singular chaqueta azul.
—Debo ir a atender a los pacientes, pero Leah te ayudará con lo que necesites —me dice y pone la mano sobre la mía
—. Para tu dolor de cabeza. —Me guiña un ojo y luego se va. Me coloco el analgésico que me ha dado en la lengua y le doy un buen trago al vaso de agua para tomármelo. Al mismo tiempo, Leah se sienta enfrente de mí y me dedica una sonrisa.
—Dichosos los ojos. —Intercambio una mirada con Ada y ella la desvía de nuevo a su plato
—. Debes de ser Elena. —Asiento. Parece que poco a poco voy cogiendo fama—. Encantada, yo soy la tía con la que hablaste por radio. Siento que las cosas se hayan torcido tanto, pero, bueno, aquí estás. ¿Quieres ver a tu amiga?
—Sí —contesto—, pero antes me gustaría ver a mi hermana y a mis amigos.
—Por supuesto —sonríe—, sígueme.
—Utshima —nos interrumpe Ada y puedo ver cómo la expresión traviesa y divertida de la joven morena pasa a una de casi pánico, como si tuviera fantasmas enfrente en lugar de personas—, te acompaño.
—No, está bien. Ve a descansar. Luego nos veremos. —Me la quito de encima, porque realmente quiero hacer esto sola y no necesito ningún guardaespaldas a mi lado.
Leah me lleva por los pasillos del hospital. Debe de haber estado mucho tiempo aquí, porque se sabe el plano de maravilla. Subimos las escaleras en total silencio. Un silencio que yo considero incómodo. Llevo unos minutos pensando en cómo hacer las cosas. Cómo preguntarle lo que sabe. Sé que ella recuerda por la conversación que mantuvo con Erik, y hasta él mismo me dijo que ella era alguien del pasado. Supongo que me conoce, y creo que gracias a la reacción que ha tenido cuando Ada me ha llamado Utshima, sabe perfectamente quiénes somos las dos. Pero no hace ni un solo amago de entablar conversación conmigo y menos de temas así.
—¿Me recuerdas? —le pregunto y ella me mira alarmada.
—¿A qué te refieres?
—No te hagas la tonta, Leah. Erik me dijo que te conocía y que recordabas.
Sacude la cabeza, pero entonces de una de las habitaciones sale alguien y noto cómo se queda petrificada en el sitio. Levanto la vista y veo a Tom sonriendo, con el brazo vendado. Viene hasta mí y me abraza y yo le correspondo el abrazo. Al fin y al cabo, estas semanas juntos nos han hecho cercanos.
—Cuánto me alegra verte —me dice—. Todos estamos bien. Siento un alivio inmenso apoderándose de mí hasta que recuerdo la mirada inerte de Erik y el alivio se convierte en una punzada de dolor.
—No todos —susurro y agacho la cabeza—. Mordieron a Erik. Volvemos a abrazarnos y luego se disculpa para ir a comer.
—¿Erik ha muerto? —me pregunta Leah y asiento. Ella baja la mirada al suelo
—. Una pena. Tu hermana está ahí. —Señala una habitación—. Toma el tiempo que necesites. Estaré aquí fuera. Cuando entro, todos me reciben con abrazos y Kathya me da con la almohada en la cara y me regaña diciendo que estaba preocupada porque no me veía por ninguna parte y que se pasó la noche entera recorriendo el hospital en mi busca. Están todos: Malia, con algunos cortes poco profundos en el rostro y brazos; Bill, que recibió un disparo en la pierna y está sobre una de las tres camas de la habitación, aunque igualmente se lo toma con humor y hasta me sonríe; Rick, que se ha partido dos dedos de una mano y la otra la tiene completamente vendada; Olivia, que duerme como un lirón y que es la única que no tiene heridas importantes; y Vlad, al que le han tenido que poner puntos por todas partes y tiene una costilla rota.
Hablamos de todo un poco mientras inspecciono los daños que tiene cada uno y luego les cuento lo que ha pasado con Erik.
—Era lo mejor —suelta Bill—, que le dispararan. Mejor morir a convertirse en uno de esos. Asiento apenada, pero sé que en realidad tiene razón.
—No sé si podremos salir ahí fuera y luchar en un par de días. —Fuerzo una sonrisa y veo que todos niegan—. Pero cuando salgamos de aquí, tendremos que devolverle las provisiones a esta gente —explico—. Es lo justo.
—Pensaremos en eso cuando seamos capaces de andar todos —dice Malia—. No quiero volver a coger un arma. Todos ríen, incluida yo, y me acerco para abrazarla.
—Mamá debe de estar volviéndose loca —comenta Kat pasando de una mano a la otra un rollo de venda—. No sé si a estas alturas los encontraremos.
—Lo haremos —asegura Rick—. Primero cogeremos fuerzas y luego trazaremos un buen plan.
—Siento haberos metido en esto —me disculpo—. Es culpa mía.
—No es culpa de nadie —niega Cade—. Hemos vuelto a por nuestra amiga. Quiero pensar que habríais hecho lo mismo por mí.
—Pues claro que sí. —Le sonrío—. Lo haríamos por todos.
—Qué cursis. —Ríe Bill—. Mi nueva familia es pastelosa.
Todos volvemos a reírnos y despertamos a Olivia, que casi se cae corriendo para venir a abrazarme.
—Me alegra ver que Bill al fin reconoce algo bueno —dice Malia dándole un golpe en el brazo a su hermano—. Y ahora ve a ver cómo está la mamá del grupo —me dice a mí.
—Portense bien —les pido con sarcasmo y salgo de la habitación. Leah me conduce hasta la quinta planta, pero, antes de comenzar a recorrer el pasillo, me coge del brazo y me para. Mira hacia todos los lados para asegurarse de que no hay nadie y me mira a los ojos.
—¿Sabes lo de la reencarnación? —Asiento y ella deja escapar un pequeño suspiro
—. ¿Recuerdas quién eres?
—No. Pero me hago una idea. Lynae, ¿no? Utshima, algo de una tribu y unos barcos.
—Sí, aunque estaría bien que recordaras del todo. ¿Sabes quién es realmente Evolet? Aunque Ada ha arrojado algo de luz, realmente no sé bien quién es.
—¿Quien causó mi muerte? —pregunto indecisa.
—Mmm… —Se lo piensa un par de veces antes de responder—. Ella no disparó el arco, pero no por ello dejó de sentirse culpable. Kaira tuvo que sacrificar muchas cosas en el pasado. Amigos, amor, familia.
—¿Y me sacrificó a mí?
—No porque ella lo quisiera. —Se vuelve a quedar pensativa—. Más bien le fuiste arrebatada de su lado.
—Tengo la sensación que no éramos solo aliadas —me atrevo a decir y ella niega mientras se le escapa una pequeña sonrisa.
—Amantes, o algo así. Realmente en tiempos de guerra no sé cómo llamar a una relación, pero se querìan de un modo inusual.
—¿Me amaba? —pregunto y desvío la mirada hacia el pasillo mientras el corazón comienza a latirme con fuerza.
—Creo que fuiste su único amor verdadero. —Vuelvo a mirarla a los ojos y frunzo el ceño—. Aunque empezasteis siendo enemigas, pronto afloraron sentimientos entre ustedes y se ayudaron mutuamente. Fue difícil, había muchas vidas en juego.
—No lo entiendo —susurro—. Soy heterosexual, ¿cómo es posible todo eso? Leah se ríe.
—Peor es creer en la reencarnación, ¿no crees? Elena, quizá el amor verdadero no solo sea una cuestión de orientación sexual. El amor no entiende ni de sexo ni de edad ni de raza ni tan siquiera de época. El amor es como el tiempo, siempre está ahí y a todos nos llega la hora. Y a lo mejor nos llega con quien menos lo esperamos.
—Pero no lo recuerdo. —Sacudo la cabeza—. Ni siquiera sé si ella recuerda todo esto. La morena se encoge de hombros.
—Es algo que tienen que averiguar. Puede que esos sentimientos vuelvan a nacer o que no lo hagan, pero, sea lo que sea, no te niegues. Yo no lo haría.
—¿Por qué no? —le pregunto y su sonrisa se ensancha.
—Porque yo lo recuerdo todo. Recuerdo quiénes fuimos y qué hicimos. Recuerdo lo que sentía. Cuando perdí a mi novio pensé que el mundo se acabaría, y puedo decir que una parte de mí murió con él, pero ahora la vida, por muy difícil que sea, me ha dado otra oportunidad de hacer lo que no hice en el pasado, y pienso aprovechar eso. Tú deberías hacer lo mismo. —Me pone una mano en la espalda y seguimos caminando.
Me abre la puerta de la habitación de Yulia y me explica que sigue dormida. Me habla también sobre cómo la sacaron de allí, matando a todos esos zombis y casi muriendo por el humo del incendio. Luego la trajeron aquí y Amanda estuvo un buen rato con ella. Le hicieron una transfusión de sangre y, cuando se recuperó, comenzó a amenazar a todo el mundo y a exigir que la dejaran salir porque tenía que buscarnos. Así que empezaron a sedarla. Suspiro antes de entrar.
Ella está bocarriba en una camilla. Tiene una vía conectada al brazo derecho y un camisón puesto. Está relajada, dormida. Parece como si estuviera teniendo un sueño apacible. A medida que me acerco a ella, se me forma un nudo en la garganta y se me acumulan las lágrimas en los ojos.
Me arrepiento por haberla dejado atrás y termino llorando en silencio pensando que podría haberla perdido de verdad. Me limpio las lágrimas y alcanzo su mano, que tomo entre las mías. No se inmuta, pero me quedo largo rato mirando sus facciones. Me concentro en recordarla. Quiero saber qué es lo que sentía hace tanto tiempo, quiero recordar lo que tuvimos y lo que significó para mí. Pero no lo consigo. Aun así, siento algo por ella ahora. Admiración, cariño e incluso la necesidad de tenerla en mi vida. No pienso en nada romántico, pero sollozo cada vez que pienso en perderla.
—Lo siento —musito, esperando que me oiga—. No volveré a dejarte nunca más, Yul. Estoy contigo —le prometo. Entonces la puerta se abre y me da tiempo de girarme y ver que Ada tiene entre las manos una pistola. Suelto la mano de Yulia y me encaro a ella. ¿Qué coño está haciendo? La miro a los ojos, pero ella observa atentamente a una Yulia completamente indefensa.
—¿Qué estás haciendo? —le pregunto. Comienzan a temblarme las manos. Ada avanza hacia nosotras con la pistola por encima del pecho y yo extiendo los brazos para abarcar más espacio
—. Para —le ordeno—. ¡Detente!
—No voy a permitir que vuelva a matarte —masculla y luego lanza un escupitajo al suelo—. Lo hago por ti, Utshima.
—Suelta ahora mismo esa arma —digo con toda la tranquilidad que puedo. Noto que mis nervios están a flor de piel.
—En paz marcha —sentencia en voz alta y un chispazo me recorre el cerebro de arriba abajo. Aprieto los dientes y me lanzo contra ella, impidiendo que pulse el maldito gatillo. Le doy un rodillazo en el estómago, lo que hace que suelte la pistola y profiera un quejido de dolor, y luego la empujo con todas mis fuerzas contra una pared y le estampo el antebrazo en el pecho para inmovilizarla. Mi mirada la fulmina y ella jadea dolorosamente. Lo que pasa a continuación no tiene ningún sentido, pero hace que Ada caiga al suelo derrotada finalmente; como si fuera otra persona la que hablara por mí, abro la boca para decirle en otro idioma: —Por encima de mi cadáver.
Continuarà..
Uuu Elena esta on fire!
Ekaryl- Mensajes : 17
Fecha de inscripción : 22/06/2020
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Re: ADAPTACION : CUARTA FASE
Me alegro mucho que regresaras!! El capitulo como todos llenos de mucha acción y ansiedad de los maten, me alegra que por fin están juntas de nuevo y Elena cuide así de julia. Será muy emocionante cuando julia despierte y se vean otra vez. No tardes en subir el próximo... Saludos
Fati20- Mensajes : 1370
Fecha de inscripción : 25/03/2018
Edad : 32
Localización : Venezuela
Re: ADAPTACION : CUARTA FASE
Hola a todos!! acà les dejo otro cap lleno de emociones....
Esperemos Lena comience a recordar...
Gracias a todos los que leen y millones de gracias a los que dejan su comentario!!
Disfruten
[center]Capitulo XIV
Calma después de la tormenta
Elena POV[/center]
—¿Cómo está? —me pregunta Kathya cuando vuelvo a la habitación común donde están todos.
—No he podido hablar con ella. Está durmiendo. —Me encojo de hombros—. Necesito que alguien me ayude a montar guardia.
—¿Por qué? —pregunta Vlad incorporándose.
—Porque hay gente de la que no me fío —respondo y hago un barrido visual esperando voluntarios.
Kathya da un paso adelante y después Rick y Malia.
—. Gracias.
—Yo iría —dice Bill—, pero desgraciadamente tengo que quedarme postrado en esta cama hasta que los médicos me den el alta. —Ríe y pongo los ojos en blanco.
—Vendré a verte —le dice su hermana y luego coge un par de cosas que son de ella. Salimos los cuatro de allí y los conduzco por las escaleras hasta la habitación de Yul. Leah está dentro, esperando a que llegara, porque le pedí que se quedara después de echar casi a puntapiés a Ada de la habitación. Compruebo por encima del hombro de la muchacha morena que Yulia sigue durmiendo y suspiro mentalmente, ya que está bien y no parece que nadie vaya a venir a hacerle daño.
Los ojos de Leah se clavan en Malia, pero esta no la reconoce y sigue avanzando. Y después Leah los enfoca en la alta y musculosa figura de Rick, que tampoco parece mostrar evidencias de que la conoce.
Sin embargo, ella me empuja fuera y Kathya mira hacia atrás, buscando una explicación, pero niego con la cabeza y luego señalo con el mentón la habitación para que termine de entrar.
—¿Qué pasa? —le pregunto y pone un dedo en sus labios. Luego sigue tirando de mi brazo hasta que desaparecemos del campo de visión de los demás.
—¿Cómo los llamas?
—¿A quién? —pregunto desconcertada. Leah señala la habitación.
—A la chica de ojos azules y al chico —contesta.
—Malia y Rick, ¿los conoces?
—Antes. —Asiente—. Ella iba con Kaira y conmigo en el barco. Se llamaba Tyra. Y él era un guerrero de tu tribu, Kenai. Fueron pareja. ¿Quién es la otra?
—Mi hermana.
—Pues no tenías hermanos en tu otra vida, Lynae —me informa y me encojo de hombros
—. Toma esto. —Se saca de atrás una pistola y me la tiende
—. Por si tienes que defenderte en algún momento. Si alguien te pregunta, di que yo te he dado permiso.
—Gracias —le digo cogiéndola y me la guardo.
—Mandaré a los guardias a vigilar a Ada y los suyos. Voy a asegurarme de que nadie suba aquí, ¿vale?
—Asiento en forma de agradecimiento
—. Y haré que les traigan la comida.
—Leah, dile a Amanda que en cuanto mi grupo esté preparado, despejaremos la zona y le traeremos lo que le prometí —le pido y ella sonríe frotándome el brazo.
—No te preocupes. Tomense el tiempo que necesiten. Aunque —mira por encima de mi hombro y me agarra por los dos brazos, acercándose a mí; la miro a los ojos frunciendo el ceño, sin comprender ni sus cambios de actitud ni su repentina confianza— debes saber algo. Amanda era la madre de Kaira. —Abro los ojos como platos—. No quiere decir que ahora estén emparentadas, pero si Yulia recuerda, no puede actuar como si fuera su madre.
—Supongo que si fueran familia, tanto una como la otra se hubiesen reconocido al verse —apunto y ella lo piensa un par de segundos antes de asentir no muy convencida.
—Puede que tengas razón. Lo sabremos con el tiempo. Ahora debo irme.
Pasamos la tarde hablando entre nosotros de todo y nada a la vez. Descubro que Malia y su hermano son huérfanos y que él siempre tuvo que cuidar de ella y eso lo hace ser tan sobreprotector. Bill quería alistarse al ejército el año que viene, pero con todo lo que ha pasado eso ya no es posible y ahora lo único que le importa es poner a su hermana a salvo y combatir al enemigo. Y Malia, por otro lado, quería empezar la universidad y se iba a pasar todo el verano trabajando para ahorrar.
Ya nada de eso tiene valor.
Ni la universidad ni el trabajo ni los estudios ni el dinero. Ahora tiene más valor el vivir día a día, la comida y el agua potable, las armas, y sobrevivir tanto como puedas. Y Rick estaba a punto de acabar la carrera y pensaba tomarse un año sabático en alguna parte de África, seguramente ayudando a los más desfavorecidos.
—¿Creen que acabará algún día? —pregunta Malia mirando a través de los cristales llenos de polvo
—. ¿Piensan que volveremos a tener una vida normal? —Prefiero esto —dice Nadia y se acerca a ella, escudriñando a los caminantes ahí abajo—. Antes no tenía nada por lo que luchar, pero ahora sí. Antes no era nadie, y ahora soy alguien.
—A veces echo de menos ciertas cosas —dice Rick, que está en el suelo, sentado contra la pared—, como el café recién hecho o poder dormir del tirón una noche, pero ahora no tenemos esas preocupaciones que teníamos antes.
—Sí, solo nos tenemos que preocupar de que no nos maten cada segundo del día —me burlo y me levanto—. Yo quiero volver atrás. Tenía amigos, iba a hacer muchas cosas con mi vida y, bueno, echo de menos a ciertas personas. —Agacho la mirada pensando en toda esa gente que ha muerto—. Pero no creo que veamos cómo las cosas vuelven a la normalidad, si es que algún día pasa. Quizá nuestros hijos o nietos.
—Eh, Lena, piensa en que somos la primera generación de un nuevo mundo —me dice mi hermana y sonríe—. Tenemos tantas cosas que hacer que es lo que me motiva a seguir adelante.
De repente mi mirada se desvía hacia Yul, que se ha movido un poco y ahora está de lado, con la boca medio abierta. —Deberíamos ir a por colchones y sábanas para pasar la noche aquí —propongo y Malia accede a acompañarme mientras ellos se quedan en la habitación. Le doy la pistola a Rick, confiando en que la usará con cabeza si llega el momento.
Malia y yo subimos una planta más. Está completamente a oscuras debido a que esta parte y el resto del hospital no lo usan. Aprieto los puños algo asustada y Malia se engancha a mi brazo. Andamos lentamente por el largo pasillo. A la derecha nos encontramos una oficina y ella salta por el mostrador diciendo que quizá haya algo que nos sirva.
—Peinaron la zona, no creo que haya nada —le digo abriendo los cajones de uno de los escritorios. Encuentro papeles y más papeles. Algún que otro bolígrafo, aunque me meto uno de ellos en el bolsillo de la chaqueta solo por si acaso, grapas, una grapadora grande, un paquete de pañuelos que decido llevarme, pegatinas que le dan a los usuarios cuando tienen una consulta, una foto de una mujer rubia vestida con una bata blanca, separadores de colores, un subrayador amarillo, más papeles, algunos en blanco y otros escritos, y una caja por la mitad de aspirinas, que también pongo sobre el mostrador para llevármela. Sigo rebuscando por todas partes, pero básicamente encuentro lo mismo. Hay una chaqueta y una bata colgadas de un perchero clavado en la pared. Cojo la
chaqueta pensando en mi hermana y debajo veo un bolso. Lo cojo y saco todo lo que hay dentro, que se resume en una batería externa, pañuelos de papel, un pintalabios marrón oscuro, varias tarjetas y una botella de agua vacía.
Dejo la batería y la botella de agua y añado el resto a lo que había encontrado.
—¡Sí! —oigo decir a Malia y cuando miro hacia atrás me ilumina la cara con una linterna. Entre- cierro los ojos y me los cubro con las manos
—. ¿Ves cómo hay que mirar las cosas un par de veces? Dejamos la oficina, y nos movemos más rápido con la linterna, sintiéndonos más seguras. Vemos que hay manchas de sangre seca en el suelo y por las paredes. Suponemos que había infectados cuando llegaron y que tuvieron que matarlos y sacarlos de aquí. No tendrían tiempo para limpiar después. Nos metemos en una habitación, le doy al interruptor de la luz y se enciende. Hay un par de colchones que sacamos. Por suerte son finos y apenas pesan, así que no tendremos que hacer dos viajes. Seguimos mirando cajones y conseguimos un par de rollos de venda empezados y un paquete de gasas cerrado.
Después entro en un cuarto que supongo que es de curas, pues hay armarios por todas partes y otro escritorio. Parece que de aquí sí se lo han llevado casi todo, no obstante, recupero algo de algodón, un bote pequeño de desinfectante, un tarro de analgésicos que abro y veo que solo contiene media docena de cápsulas, y cuatro o cinco tiritas que estaban desperdigadas por un estante. Lo meto todo en el bolso y salgo . Malia a su vez sale de otra habitación y me enseña unas tijeras de acero. Asiento y abro el bolso para que las eche. Bajamos arrastrando los colchones y, al entrar en la habitación de Yulia, nos encontramos a Tom dentro, hablando con los chicos.
Le tiro la chaqueta a mi hermana y luego disponemos los colchones al final. Malia encontró un par de sábanas limpias, así que las ponemos sobre ellos y luego escondo el bolso en la ducha del baño de la habitación, tirándole una de las toallas encima. Algo me dice que en un momento a otro vamos a necesitar todo lo que hemos encontrado.
—Len —me llama Rick—, voy a acompañar a Tom a por nuestra cena. Volveré enseguida.
—Está bien —le digo y me devuelve la pistola.
—Miren lo que nos ha traído el amigo —dice mi hermana con una sonrisa picarona en los labios y saca de uno de los cajones de la mesita al lado de la camilla de Yul una botella de whisky por la mitad—. Iba a ser uno de los cócteles molotov, pero…
—¡Venga ya! —Ríe Malia acercándose y se la arrebata de las manos.
—¿En serio estamos pensando en beber? —me quejo y ellos dos niegan sonriendo.
—Cuando Yulia despierte lo celebraremos —añade mi hermana y pongo los ojos en blanco. No tiene remedio—. No seas aguafiestas, hermanita. ¿Hace cuánto que no te permites divertirte?
—Digamos que no estoy por la labor de divertirme —le digo y me siento sobre la butaca que hay al lado de la camilla
—. No podemos bajar la guardia. Refunfuñan las dos y se ponen a hablar animadamente mientras me concentro en el rostro de mi amiga. Tiene algunas viejas cicatrices apenas perceptibles, pero encuentro belleza en ellas. Tiene un lado de la mandíbula magullado, un corte sobre la ceja al que le han puesto puntos de papel, y el puente de la nariz rojo y algo amoratado. También tiene una pequeña costra en el labio inferior y llevo los dedos hasta allí, rozando con las yemas por unos instantes la suave piel de estos.
Entonces su respiración tranquila se vuelve algo más agitada y comienza a moverse. Me aparto, mirándola de arriba abajo, y entonces aprieta los dientes y saca las manos de debajo de las sábanas, agitándolas. Me levanto y se las cojo para que no se haga daño.
Entonces abre los ojos y veo su mirada desorientada buscando algo de un lado a otro.
— Yul, Yul —la llamo hasta que nuestros ojos se encuentran e inmediatamente se calma y su cuerpo se relaja. No puedo evitar sonreír—. Tranquila, estás bien. Estoy aquí.
Me mira asustada al principio. Su pecho sube y baja rápidamente. Nadia y Malia se acercan poco a poco, dejando un espacio de seguridad para que no se ponga nerviosa. Yulia me observa con cuidado, fijándose en cada detalle de mi rostro y entonces su sonrisa se ensancha y los ojos se le llenan de lágrimas. Le pongo mi mano en la mejilla y la acaricio con el pulgar.
—¿Cómo…? —comienza a preguntar con la voz ronca—. Agua.
Nadia corre a por una botella de agua.
—Hemos vuelto por ti —le contesto y vuelve a sonreír—. Echábamos de menos tus órdenes y tu cabezonería.
—No podíamos dejarte atrás —añade Malia—. Eres nuestra líder. Nadia vuelve con el agua y le da pequeños sorbos.
Después entra Amanda, avisada por mi hermana. Le toma la tensión, le ausculta el pecho y la espalda y le cambia el vendaje asegurándose de que la herida de bala está curándose bien. Luego le da una papilla en un vaso y le pide que se lo tome poco a poco, explicándole que le dará energías.
—Estás mejor —determina—. Un par de días más y podrás moverte con libertad. Eres fuerte. Ella asiente, sin quitarle el ojo de encima, y comienza a tomar la cena cuando ella se va. Al mismo tiempo Rick y Tom aparecen con cuatro bandejas y el joven se excusa diciendo que él comerá abajo con el resto. Eso nos deja a nosotros cuatro y a Yul, ya incorporada. No habla, así que no le hacemos preguntas. Empezamos a comer lentamente. Toca un guiso de ternera precocinada con guisantes y puré de patatas. De postre tenemos un zumo cada uno.
—He oído que hay duchas libres en la planta 7 —dice Rick—. Algunos van allí para tener intimidad.
—¿Tienen agua corriente? —pregunta Kathya sorprendida y Rick asiente.
—El generador tiene suficiente corriente, aunque hay unas horas determinadas. Y tienen un tanque con agua que rellenan cada semana. Amanda estaba dando instrucciones para acortar el tiempo y el uso del agua debido a que ahora no pueden salir —explica.
—Entonces no podremos bañarnos —pienso.
—Ahí arriba nadie va a enterarse —dice Kathya y mira a Rick—, ¿verdad?
—Creo que no. Al menos por la noche. Todos duermen o andan ocupados montando guardia en las plantas inferiores —responde—. ¿Te apuntas?
—Por supuesto. Si sigo más tiempo sin ver el agua creo que voy a convertirme en un saco de mierda —bromea.
—Da miedo —dice Malia—. No hay luz.
Asiento conforme, pero ellos se ríen.
—Vaya cagadas. ¿Pueden enfrentarse a unos zombis, pero no a un poco de oscuridad? —dice mi hermana y levanto el tenedor de plástico, amenazándola con pincharle si no se calla—. Iremos con linternas. Ustedes no se muevan de aquí.
—¿Pero van a ir ahora? —pregunta Malia mientras ellos se levantan.
—Así les da tiempo para pensarselo —dice Rick y ambos se marchan por la puerta.
—Hacen bien —dice Yul desde su cama—. Yo iría si pudiera. Apesto a leguas.
—Podemos llevarte entre las dos —sugiere Malia y me mira de reojo—. Te vendrá bien andar un poco. Ella solo me mira y asiento. ¿Por qué no? Pero entonces me doy cuenta de que la tendríamos que ayudar y eso puede implicar verla desnuda. Sacudo la cabeza, apartando la bandeja a un lado, y me acerco a ella. No se ha terminado del todo la papilla, pero al menos lo ha intentado. Le acerco la botella de agua para que beba un poco más y solo habla conmigo cuando Malia recoge las bandejas y dice que las lleva a la cocina.
—Pensaba que iba a morir —dice y agacho la mirada—. Pero de repente, apareció Leah. Y me sacaron de allí. Luego me trajeron a este hospital y me desmayé en el momento que Amanda iba a intervenirme. Cuando desperté y fui un poco más consciente de lo que pasaba a mi alrededor, me puse histérica porque no sabía dónde estaba ni con quién. Entonces Leah dio con ustedes por la radio y… aquí estan.
—Hemos tenido problemas por el camino —le digo y me siento en la butaca—. Digamos que el hospital está rodeado de caminantes por nuestra culpa. Ella mira al techo y chasquea la lengua. Luego se pone a jugar con los dedos, como si estuviera nerviosa. Me pregunto si de algún modo ha olvidado lo que recordó o si evita hablar del tema.
No ha hecho mención de ello, así que decido guardar silencio sobre lo que sé hasta que esté preparada. De todos modos, no sé bien qué podría decirle, porque no recuerdo absolutamente nada y me cuesta horrores creer lo de la reencarnación. Y ella seguramente esté experimentando una serie de cambios que no sea capaz ni de explicar.
—Me alegra verte de nuevo —susurra y nuestros ojos vuelven a conectar. Sonrío y mis manos instintivamente buscan las suyas.
—Lo mismo digo —le respondo—. Pero quiero pedirte perdón. No debimos irnos. No debí dejarte atrás.
—Eh. —Me mira con más intensidad y niega con la cabeza—. Hiciste lo correcto. Ahora estás aquí, es lo que importa.
—No volverá a pasar. No me pienso separar de ti nunca —le prometo y ella sonríe.
—Algo me dice que así será. —Me guiña un ojo y, sin venir a cuento, siento cosquillas en el estómago. Agacho la cabeza avergonzada
—. Gracias. Levanto la mirada y veo que, de nuevo, tiene lágrimas en los ojos. Me sorprende y hasta podría decir que me asusta, porque jamás la había visto de esta manera. Ella siempre es fría y calculadora y aunque la tumben a golpes siempre encuentra la manera para levantarse y seguir luchando, cueste lo que cueste. No la había visto llorar ni mostrarse débil, así que no sé bien cómo actuar.
—¿Por qué? —le pregunto sintiendo un nudo en la garganta.
—Por haber vuelto. —Me mira a los ojos y veo que le tiembla el labio—. Nadie nunca ha vuelto por mí. Siempre he estado sola.
—Pues ahora nos tienes a nosotros —dice Kathya desde el marco de la puerta. Cuando me giro están Rick y Malia también, observando la escena
—. Ducha libre. ¿Qué tal si vais las tres y nosotros bajamos para ver cómo está el resto? Levantamos a Yul entre las dos y ella se apoya sobre nuestros hombros con demasiada fuerza, ya que cuando sus pies descalzos tocan el suelo siente pinchazos en las plantas. La ayudamos a que camine paso a paso hasta que dejan de dolerle los pies y se sujeta por nuestras cinturas, pero nota que los puntos se le van a saltar y entonces se apoya en mi hombro con un brazo mientras con la otra mano se aprieta el abdomen; Malia la coge por la cintura y la empuja poco a poco.
Subir las escaleras es toda una odisea. Cada peldaño se le hace más complicado y más doloroso. Llega un momento en que gime por el dolor y le digo que volvamos y que lo intentemos cuando esté mejor, pero sacude la cabeza y dice que sigamos. Al final, después de un largo rato, lo conseguimos. Como esperaba, todo el pasillo está oscuro. Tenemos linternas, pero la luz que emiten forma sombras casi fantasmagóricas. Hay pequeños charcos de agua por el suelo, así que ilumino el suelo siguiendo el rastro hasta el fondo, de donde supongo que han salido los chicos y lo han dejado todo perdido. Entramos y descubrimos toallas limpias apiladas en una esquina y varias pastillas de
jabón.
—Puedo hacerlo sola —dice Yulia yendo a trompicones y se apoya en la pared de azulejos. Malia se encoge de hombros, se echa una toalla al hombro y se lleva una pastilla de jabón para dirigirse al final. Abre el agua y da un pequeño chillido porque está congelada, lo que hace que me ría y coja un par de toallas y dos pastillas de jabón. Me acerco a Yul, que se está quitando la camiseta.
Tiene todo el abdomen vendado. Masculla un par de palabras intentando encontrar el esparadrapo y no puedo evitar taparme la boca para no reír. Me acerco y le dejo a un lado la toalla.
—¿Necesitas ayuda? —le pregunto y se tapa el pecho, lo cual hace que me ría
—. Lo tienes vendado, no puedo ver nada.
—No puedo quitármela —dice molesta.
Me acerco y ella se da la vuelta, comienzo a quitársela y me doy cuenta de que tiene varios tatuajes. Mis ojos le recorren la espalda y los brazos, y entonces mi mirada se clava en el que le rodea el brazo derecho a la altura del bíceps. Ahogo un gemido. Juraría que he visto antes esas extrañas figuras geométricas. Mis dedos van hasta ellas y las recorro con suavidad. ¿Por qué me siento tan familiarizada con esto?
—¿Te gusta? —pregunta y yo asiento mientras mis dedos siguen el contorno de la línea negra, hipnotizada
—. Es el último que me hice.
—Es bonito —le digo fascinada y me retiro a un lado. No quiero que piense cosas que no son
—. Si necesitas ayuda, estaré en la ducha de al lado.
—Quédate —me pide—. Quizá necesite ayuda ahora.
—Está bien —digo nerviosa y le doy la pastilla de jabón
—. ¿Quieres que me duche aquí?
—Así tardaremos menos. —Ríe y espera a que me quite la ropa. Ella se pone de espaldas, sin mirarme. No sé si quiere mantener las distancias o no hacerme sentir incómoda, pero se lo agradezco. Cojo la otra pastilla de jabón y me froto el cuerpo con ella.
Yul va mucho más despacio, quizá disfrutando del agua mientras le cae por la cabeza hasta los pies. Sin poder remediarlo me paso todo el rato mirándola de reojo, fijándome en su figura que, gracias a la escasa luz, me lo deja casi todo a merced de mi imaginación
—. ¿Puedes darme en la espalda? Me acerco y cojo su pastilla de jabón. Empiezo a restregarla con suavidad por la piel, y mis ojos, algo pervertidos esta noche, se pasean de vez en cuando por su trasero. ¿Qué me está pasando? ¿Me gusta acaso? ¿Por qué me siento atraída por su anatomia? Sacudo la cabeza y la pastilla se me resbala de las manos y da vueltas sobre sí misma al ritmo del torbellino de agua que se ha formado en el sumidero.
Me muerdo el labio inferior y con las manos termino de enjabonarle la espalda. Se estremece cuando mis dedos le rozan el costado y sonrío cuando vuelvo a trazar el tatuaje del brazo. Después me pongo debajo del agua hasta que estoy completamente limpia y me cubro con la toalla. Me acerco de nuevo a ella con la suya y la abro para extenderla. Ella se da la vuelta, así que no puedo ver nada, pero me dedica una sonrisa de medio lado que hace que una oleada de calor se me suba a las mejillas.
Me gustaría saber qué es lo que está pasando conmigo. Cuando hemos terminado de secarnos, le vuelvo a vendar el abdomen desde la espalda para no verla por delante, nos vestimos y las tres volvemos a la planta 5. Bajar las escaleras se le da mucho mejor que subirlas, pero aun así se apoya en nosotras. Rick y mi hermana están tumbados en los colchones hablando, y de repente de la cama de Yulia un bulto negro salta y corre hacia ella.
—¡Shima! —exclama al tiempo que el mapache salta a sus brazos y me quedo petrificada. ¿No se parece a cómo Ada me llama? ¿Utshima? ¿No es ese el cargo que tenía en otra vida? ¿Por qué llama a su mapache así? ¿Es que recordaba entonces?
—No sabemos cómo lo ha hecho, pero lo ha conseguido. La dejamos en la camioneta a la entrada del hospital. Bajamos una de las ventanillas para que pudiese respirar, pero… —empieza a decir Kathya y Yul solo se ríe mientras se asegura de que su mascota está bien.
—Es fuerte y lista. Seguiría su olor hasta aquí y como es rápida ninguno de esos podridos ha podido cogerla —explica sentándose en el borde de su cama—. Ahora sí estamos todos.
—Bueno, ¿qué hay de esa botella y esa celebración? —pregunta Malia relamiéndose los labios y dando una palmada en el aire.
—No me encuentro bien —niega Yul y un largo «oh» llena la habitación—. Quizá más adelante. Quiero descansar. Dejamos que se duerma. Entonces empiezan las guardias. Yo hago la primera mientras Kat se sienta con Shima en la butaca y Rick y Malia duermen.
Pasadas dos horas decido que puedo aguantar un poco más, así que salgo fuera de la habitación y me quedo en el pasillo, intentando enlazar unas cosas con otras y averiguar qué es lo que me está pasando con respecto a mi amiga. Entonces siento un toque en la espalda y Rick me avisa de que me va a sustituir.
Kat ya no está en la butaca, sino en el colchón que ha dejado Rick libre. Alguien ha tapado a Malia con la chaqueta que traje y Shima duerme plácidamente a los pies de la cama de Yulia. Bebo un poco de agua, pues siento la cabeza embotada y pesada, y entonces ella se despierta y aprieta los dientes mientras se sujeta el abdomen.
—¿Te duele? —pregunto y enseguida me siento estúpida porque es evidente. Pero me acuerdo de los analgésicos que Malia y yo conseguimos en la planta 6 y voy al baño para coger un par de pastillaslas y dárselas
—. Toma, con un poco de agua —le digo sujetándole la cabeza hasta inclinarla un poco y le doy de beber—. Pronto estarás mejor —le aseguro.
—Gracias —musita cerrando los ojos en una mueca de dolor y me siento fatal.
—Esa bala debería haberme dado a mí —le digo, pero ella niega con la cabeza rápidamente.
—No me arrepiento —me dice y me mira a los ojos—. Volvería a hacerlo otra vez. Por ti.
Me quedo muda. Su mirada es intensa. Me siento a su lado, en la butaca, y la arrastro con los pies para quedar más cerca de ella. Su cabeza está algo elevada gracias a las dos almohadas que tiene debajo. Tiene una de las manos por fuera de la sábana, encima del abdomen. Se la agarro con la mía. Está fría, así que la aprieto un poco y la acaricio con el pulgar. Apoyo la cabeza en el colchón al cabo de un rato.
Yulia cerró los ojos e intentó relajarse hará unos diez minutos, y aunque su respiración no es pausada y rítmica, creo que se ha vuelto a quedar dormida. Justo cuando estoy entrando en los primeros microsueños, oigo su voz. Está susurrando mi nombre, pero no Elena, sino Lynae.
Levanto la cabeza y veo sus labios entreabiertos. Tiene el ceño fruncido y su respiración empieza a agitarse. Seguramente sea una pesadilla, así que la muevo levemente y la llamo para que se despierte.
—Tranquila —le susurro al oído—. Solo es un mal sueño. Empieza a calmarse poco a poco. Me separo para mirarla a los ojos. Tiene la mirada perdida. Le acaricio con suavidad la mejilla y cierra los párpados. ¿Por qué la siento más cercana a mí cuando es vulnerable? La observo respirar hasta que su respiración vuelve a ser tranquila. Me fijo en el perfil de su nariz, en sus pómulos, en su cabello negro, en sus pestañas rizadas. Sus labios son donde más me centro….¿Los besé? ¿Deseé besarlos alguna vez?
Estoy tan concentrada en ella que pierdo la noción del tiempo. Incluso cuando cierra los ojos sigo observándola, memorizándola, intentando recordarla. No lo consigo, pero siento cosas que nunca había sentido. Hay algo que ha cambiado. Siento la urgente necesidad de abrazarla y asegurarme de que va a estar bien. De repente me inunda un miedo atroz al pensar que podemos volver a separarnos o que puedo perderla. Incluso los ojos se me llenan de lágrimas pensando que algo malo pudiera pasarle.
—Te quiero —susurro de manera casi imperceptible. Ni siquiera sé por qué lo he dicho. ¿Es una afirmación? ¿O un interrogante? Pero no me deja tiempo para poder pensar en ello.
—Yo también te quiero —responde mirándome directamente a los ojos.
Esperemos Lena comience a recordar...
Gracias a todos los que leen y millones de gracias a los que dejan su comentario!!
Disfruten
[center]Capitulo XIV
Calma después de la tormenta
Elena POV[/center]
—¿Cómo está? —me pregunta Kathya cuando vuelvo a la habitación común donde están todos.
—No he podido hablar con ella. Está durmiendo. —Me encojo de hombros—. Necesito que alguien me ayude a montar guardia.
—¿Por qué? —pregunta Vlad incorporándose.
—Porque hay gente de la que no me fío —respondo y hago un barrido visual esperando voluntarios.
Kathya da un paso adelante y después Rick y Malia.
—. Gracias.
—Yo iría —dice Bill—, pero desgraciadamente tengo que quedarme postrado en esta cama hasta que los médicos me den el alta. —Ríe y pongo los ojos en blanco.
—Vendré a verte —le dice su hermana y luego coge un par de cosas que son de ella. Salimos los cuatro de allí y los conduzco por las escaleras hasta la habitación de Yul. Leah está dentro, esperando a que llegara, porque le pedí que se quedara después de echar casi a puntapiés a Ada de la habitación. Compruebo por encima del hombro de la muchacha morena que Yulia sigue durmiendo y suspiro mentalmente, ya que está bien y no parece que nadie vaya a venir a hacerle daño.
Los ojos de Leah se clavan en Malia, pero esta no la reconoce y sigue avanzando. Y después Leah los enfoca en la alta y musculosa figura de Rick, que tampoco parece mostrar evidencias de que la conoce.
Sin embargo, ella me empuja fuera y Kathya mira hacia atrás, buscando una explicación, pero niego con la cabeza y luego señalo con el mentón la habitación para que termine de entrar.
—¿Qué pasa? —le pregunto y pone un dedo en sus labios. Luego sigue tirando de mi brazo hasta que desaparecemos del campo de visión de los demás.
—¿Cómo los llamas?
—¿A quién? —pregunto desconcertada. Leah señala la habitación.
—A la chica de ojos azules y al chico —contesta.
—Malia y Rick, ¿los conoces?
—Antes. —Asiente—. Ella iba con Kaira y conmigo en el barco. Se llamaba Tyra. Y él era un guerrero de tu tribu, Kenai. Fueron pareja. ¿Quién es la otra?
—Mi hermana.
—Pues no tenías hermanos en tu otra vida, Lynae —me informa y me encojo de hombros
—. Toma esto. —Se saca de atrás una pistola y me la tiende
—. Por si tienes que defenderte en algún momento. Si alguien te pregunta, di que yo te he dado permiso.
—Gracias —le digo cogiéndola y me la guardo.
—Mandaré a los guardias a vigilar a Ada y los suyos. Voy a asegurarme de que nadie suba aquí, ¿vale?
—Asiento en forma de agradecimiento
—. Y haré que les traigan la comida.
—Leah, dile a Amanda que en cuanto mi grupo esté preparado, despejaremos la zona y le traeremos lo que le prometí —le pido y ella sonríe frotándome el brazo.
—No te preocupes. Tomense el tiempo que necesiten. Aunque —mira por encima de mi hombro y me agarra por los dos brazos, acercándose a mí; la miro a los ojos frunciendo el ceño, sin comprender ni sus cambios de actitud ni su repentina confianza— debes saber algo. Amanda era la madre de Kaira. —Abro los ojos como platos—. No quiere decir que ahora estén emparentadas, pero si Yulia recuerda, no puede actuar como si fuera su madre.
—Supongo que si fueran familia, tanto una como la otra se hubiesen reconocido al verse —apunto y ella lo piensa un par de segundos antes de asentir no muy convencida.
—Puede que tengas razón. Lo sabremos con el tiempo. Ahora debo irme.
Pasamos la tarde hablando entre nosotros de todo y nada a la vez. Descubro que Malia y su hermano son huérfanos y que él siempre tuvo que cuidar de ella y eso lo hace ser tan sobreprotector. Bill quería alistarse al ejército el año que viene, pero con todo lo que ha pasado eso ya no es posible y ahora lo único que le importa es poner a su hermana a salvo y combatir al enemigo. Y Malia, por otro lado, quería empezar la universidad y se iba a pasar todo el verano trabajando para ahorrar.
Ya nada de eso tiene valor.
Ni la universidad ni el trabajo ni los estudios ni el dinero. Ahora tiene más valor el vivir día a día, la comida y el agua potable, las armas, y sobrevivir tanto como puedas. Y Rick estaba a punto de acabar la carrera y pensaba tomarse un año sabático en alguna parte de África, seguramente ayudando a los más desfavorecidos.
—¿Creen que acabará algún día? —pregunta Malia mirando a través de los cristales llenos de polvo
—. ¿Piensan que volveremos a tener una vida normal? —Prefiero esto —dice Nadia y se acerca a ella, escudriñando a los caminantes ahí abajo—. Antes no tenía nada por lo que luchar, pero ahora sí. Antes no era nadie, y ahora soy alguien.
—A veces echo de menos ciertas cosas —dice Rick, que está en el suelo, sentado contra la pared—, como el café recién hecho o poder dormir del tirón una noche, pero ahora no tenemos esas preocupaciones que teníamos antes.
—Sí, solo nos tenemos que preocupar de que no nos maten cada segundo del día —me burlo y me levanto—. Yo quiero volver atrás. Tenía amigos, iba a hacer muchas cosas con mi vida y, bueno, echo de menos a ciertas personas. —Agacho la mirada pensando en toda esa gente que ha muerto—. Pero no creo que veamos cómo las cosas vuelven a la normalidad, si es que algún día pasa. Quizá nuestros hijos o nietos.
—Eh, Lena, piensa en que somos la primera generación de un nuevo mundo —me dice mi hermana y sonríe—. Tenemos tantas cosas que hacer que es lo que me motiva a seguir adelante.
De repente mi mirada se desvía hacia Yul, que se ha movido un poco y ahora está de lado, con la boca medio abierta. —Deberíamos ir a por colchones y sábanas para pasar la noche aquí —propongo y Malia accede a acompañarme mientras ellos se quedan en la habitación. Le doy la pistola a Rick, confiando en que la usará con cabeza si llega el momento.
Malia y yo subimos una planta más. Está completamente a oscuras debido a que esta parte y el resto del hospital no lo usan. Aprieto los puños algo asustada y Malia se engancha a mi brazo. Andamos lentamente por el largo pasillo. A la derecha nos encontramos una oficina y ella salta por el mostrador diciendo que quizá haya algo que nos sirva.
—Peinaron la zona, no creo que haya nada —le digo abriendo los cajones de uno de los escritorios. Encuentro papeles y más papeles. Algún que otro bolígrafo, aunque me meto uno de ellos en el bolsillo de la chaqueta solo por si acaso, grapas, una grapadora grande, un paquete de pañuelos que decido llevarme, pegatinas que le dan a los usuarios cuando tienen una consulta, una foto de una mujer rubia vestida con una bata blanca, separadores de colores, un subrayador amarillo, más papeles, algunos en blanco y otros escritos, y una caja por la mitad de aspirinas, que también pongo sobre el mostrador para llevármela. Sigo rebuscando por todas partes, pero básicamente encuentro lo mismo. Hay una chaqueta y una bata colgadas de un perchero clavado en la pared. Cojo la
chaqueta pensando en mi hermana y debajo veo un bolso. Lo cojo y saco todo lo que hay dentro, que se resume en una batería externa, pañuelos de papel, un pintalabios marrón oscuro, varias tarjetas y una botella de agua vacía.
Dejo la batería y la botella de agua y añado el resto a lo que había encontrado.
—¡Sí! —oigo decir a Malia y cuando miro hacia atrás me ilumina la cara con una linterna. Entre- cierro los ojos y me los cubro con las manos
—. ¿Ves cómo hay que mirar las cosas un par de veces? Dejamos la oficina, y nos movemos más rápido con la linterna, sintiéndonos más seguras. Vemos que hay manchas de sangre seca en el suelo y por las paredes. Suponemos que había infectados cuando llegaron y que tuvieron que matarlos y sacarlos de aquí. No tendrían tiempo para limpiar después. Nos metemos en una habitación, le doy al interruptor de la luz y se enciende. Hay un par de colchones que sacamos. Por suerte son finos y apenas pesan, así que no tendremos que hacer dos viajes. Seguimos mirando cajones y conseguimos un par de rollos de venda empezados y un paquete de gasas cerrado.
Después entro en un cuarto que supongo que es de curas, pues hay armarios por todas partes y otro escritorio. Parece que de aquí sí se lo han llevado casi todo, no obstante, recupero algo de algodón, un bote pequeño de desinfectante, un tarro de analgésicos que abro y veo que solo contiene media docena de cápsulas, y cuatro o cinco tiritas que estaban desperdigadas por un estante. Lo meto todo en el bolso y salgo . Malia a su vez sale de otra habitación y me enseña unas tijeras de acero. Asiento y abro el bolso para que las eche. Bajamos arrastrando los colchones y, al entrar en la habitación de Yulia, nos encontramos a Tom dentro, hablando con los chicos.
Le tiro la chaqueta a mi hermana y luego disponemos los colchones al final. Malia encontró un par de sábanas limpias, así que las ponemos sobre ellos y luego escondo el bolso en la ducha del baño de la habitación, tirándole una de las toallas encima. Algo me dice que en un momento a otro vamos a necesitar todo lo que hemos encontrado.
—Len —me llama Rick—, voy a acompañar a Tom a por nuestra cena. Volveré enseguida.
—Está bien —le digo y me devuelve la pistola.
—Miren lo que nos ha traído el amigo —dice mi hermana con una sonrisa picarona en los labios y saca de uno de los cajones de la mesita al lado de la camilla de Yul una botella de whisky por la mitad—. Iba a ser uno de los cócteles molotov, pero…
—¡Venga ya! —Ríe Malia acercándose y se la arrebata de las manos.
—¿En serio estamos pensando en beber? —me quejo y ellos dos niegan sonriendo.
—Cuando Yulia despierte lo celebraremos —añade mi hermana y pongo los ojos en blanco. No tiene remedio—. No seas aguafiestas, hermanita. ¿Hace cuánto que no te permites divertirte?
—Digamos que no estoy por la labor de divertirme —le digo y me siento sobre la butaca que hay al lado de la camilla
—. No podemos bajar la guardia. Refunfuñan las dos y se ponen a hablar animadamente mientras me concentro en el rostro de mi amiga. Tiene algunas viejas cicatrices apenas perceptibles, pero encuentro belleza en ellas. Tiene un lado de la mandíbula magullado, un corte sobre la ceja al que le han puesto puntos de papel, y el puente de la nariz rojo y algo amoratado. También tiene una pequeña costra en el labio inferior y llevo los dedos hasta allí, rozando con las yemas por unos instantes la suave piel de estos.
Entonces su respiración tranquila se vuelve algo más agitada y comienza a moverse. Me aparto, mirándola de arriba abajo, y entonces aprieta los dientes y saca las manos de debajo de las sábanas, agitándolas. Me levanto y se las cojo para que no se haga daño.
Entonces abre los ojos y veo su mirada desorientada buscando algo de un lado a otro.
— Yul, Yul —la llamo hasta que nuestros ojos se encuentran e inmediatamente se calma y su cuerpo se relaja. No puedo evitar sonreír—. Tranquila, estás bien. Estoy aquí.
Me mira asustada al principio. Su pecho sube y baja rápidamente. Nadia y Malia se acercan poco a poco, dejando un espacio de seguridad para que no se ponga nerviosa. Yulia me observa con cuidado, fijándose en cada detalle de mi rostro y entonces su sonrisa se ensancha y los ojos se le llenan de lágrimas. Le pongo mi mano en la mejilla y la acaricio con el pulgar.
—¿Cómo…? —comienza a preguntar con la voz ronca—. Agua.
Nadia corre a por una botella de agua.
—Hemos vuelto por ti —le contesto y vuelve a sonreír—. Echábamos de menos tus órdenes y tu cabezonería.
—No podíamos dejarte atrás —añade Malia—. Eres nuestra líder. Nadia vuelve con el agua y le da pequeños sorbos.
Después entra Amanda, avisada por mi hermana. Le toma la tensión, le ausculta el pecho y la espalda y le cambia el vendaje asegurándose de que la herida de bala está curándose bien. Luego le da una papilla en un vaso y le pide que se lo tome poco a poco, explicándole que le dará energías.
—Estás mejor —determina—. Un par de días más y podrás moverte con libertad. Eres fuerte. Ella asiente, sin quitarle el ojo de encima, y comienza a tomar la cena cuando ella se va. Al mismo tiempo Rick y Tom aparecen con cuatro bandejas y el joven se excusa diciendo que él comerá abajo con el resto. Eso nos deja a nosotros cuatro y a Yul, ya incorporada. No habla, así que no le hacemos preguntas. Empezamos a comer lentamente. Toca un guiso de ternera precocinada con guisantes y puré de patatas. De postre tenemos un zumo cada uno.
—He oído que hay duchas libres en la planta 7 —dice Rick—. Algunos van allí para tener intimidad.
—¿Tienen agua corriente? —pregunta Kathya sorprendida y Rick asiente.
—El generador tiene suficiente corriente, aunque hay unas horas determinadas. Y tienen un tanque con agua que rellenan cada semana. Amanda estaba dando instrucciones para acortar el tiempo y el uso del agua debido a que ahora no pueden salir —explica.
—Entonces no podremos bañarnos —pienso.
—Ahí arriba nadie va a enterarse —dice Kathya y mira a Rick—, ¿verdad?
—Creo que no. Al menos por la noche. Todos duermen o andan ocupados montando guardia en las plantas inferiores —responde—. ¿Te apuntas?
—Por supuesto. Si sigo más tiempo sin ver el agua creo que voy a convertirme en un saco de mierda —bromea.
—Da miedo —dice Malia—. No hay luz.
Asiento conforme, pero ellos se ríen.
—Vaya cagadas. ¿Pueden enfrentarse a unos zombis, pero no a un poco de oscuridad? —dice mi hermana y levanto el tenedor de plástico, amenazándola con pincharle si no se calla—. Iremos con linternas. Ustedes no se muevan de aquí.
—¿Pero van a ir ahora? —pregunta Malia mientras ellos se levantan.
—Así les da tiempo para pensarselo —dice Rick y ambos se marchan por la puerta.
—Hacen bien —dice Yul desde su cama—. Yo iría si pudiera. Apesto a leguas.
—Podemos llevarte entre las dos —sugiere Malia y me mira de reojo—. Te vendrá bien andar un poco. Ella solo me mira y asiento. ¿Por qué no? Pero entonces me doy cuenta de que la tendríamos que ayudar y eso puede implicar verla desnuda. Sacudo la cabeza, apartando la bandeja a un lado, y me acerco a ella. No se ha terminado del todo la papilla, pero al menos lo ha intentado. Le acerco la botella de agua para que beba un poco más y solo habla conmigo cuando Malia recoge las bandejas y dice que las lleva a la cocina.
—Pensaba que iba a morir —dice y agacho la mirada—. Pero de repente, apareció Leah. Y me sacaron de allí. Luego me trajeron a este hospital y me desmayé en el momento que Amanda iba a intervenirme. Cuando desperté y fui un poco más consciente de lo que pasaba a mi alrededor, me puse histérica porque no sabía dónde estaba ni con quién. Entonces Leah dio con ustedes por la radio y… aquí estan.
—Hemos tenido problemas por el camino —le digo y me siento en la butaca—. Digamos que el hospital está rodeado de caminantes por nuestra culpa. Ella mira al techo y chasquea la lengua. Luego se pone a jugar con los dedos, como si estuviera nerviosa. Me pregunto si de algún modo ha olvidado lo que recordó o si evita hablar del tema.
No ha hecho mención de ello, así que decido guardar silencio sobre lo que sé hasta que esté preparada. De todos modos, no sé bien qué podría decirle, porque no recuerdo absolutamente nada y me cuesta horrores creer lo de la reencarnación. Y ella seguramente esté experimentando una serie de cambios que no sea capaz ni de explicar.
—Me alegra verte de nuevo —susurra y nuestros ojos vuelven a conectar. Sonrío y mis manos instintivamente buscan las suyas.
—Lo mismo digo —le respondo—. Pero quiero pedirte perdón. No debimos irnos. No debí dejarte atrás.
—Eh. —Me mira con más intensidad y niega con la cabeza—. Hiciste lo correcto. Ahora estás aquí, es lo que importa.
—No volverá a pasar. No me pienso separar de ti nunca —le prometo y ella sonríe.
—Algo me dice que así será. —Me guiña un ojo y, sin venir a cuento, siento cosquillas en el estómago. Agacho la cabeza avergonzada
—. Gracias. Levanto la mirada y veo que, de nuevo, tiene lágrimas en los ojos. Me sorprende y hasta podría decir que me asusta, porque jamás la había visto de esta manera. Ella siempre es fría y calculadora y aunque la tumben a golpes siempre encuentra la manera para levantarse y seguir luchando, cueste lo que cueste. No la había visto llorar ni mostrarse débil, así que no sé bien cómo actuar.
—¿Por qué? —le pregunto sintiendo un nudo en la garganta.
—Por haber vuelto. —Me mira a los ojos y veo que le tiembla el labio—. Nadie nunca ha vuelto por mí. Siempre he estado sola.
—Pues ahora nos tienes a nosotros —dice Kathya desde el marco de la puerta. Cuando me giro están Rick y Malia también, observando la escena
—. Ducha libre. ¿Qué tal si vais las tres y nosotros bajamos para ver cómo está el resto? Levantamos a Yul entre las dos y ella se apoya sobre nuestros hombros con demasiada fuerza, ya que cuando sus pies descalzos tocan el suelo siente pinchazos en las plantas. La ayudamos a que camine paso a paso hasta que dejan de dolerle los pies y se sujeta por nuestras cinturas, pero nota que los puntos se le van a saltar y entonces se apoya en mi hombro con un brazo mientras con la otra mano se aprieta el abdomen; Malia la coge por la cintura y la empuja poco a poco.
Subir las escaleras es toda una odisea. Cada peldaño se le hace más complicado y más doloroso. Llega un momento en que gime por el dolor y le digo que volvamos y que lo intentemos cuando esté mejor, pero sacude la cabeza y dice que sigamos. Al final, después de un largo rato, lo conseguimos. Como esperaba, todo el pasillo está oscuro. Tenemos linternas, pero la luz que emiten forma sombras casi fantasmagóricas. Hay pequeños charcos de agua por el suelo, así que ilumino el suelo siguiendo el rastro hasta el fondo, de donde supongo que han salido los chicos y lo han dejado todo perdido. Entramos y descubrimos toallas limpias apiladas en una esquina y varias pastillas de
jabón.
—Puedo hacerlo sola —dice Yulia yendo a trompicones y se apoya en la pared de azulejos. Malia se encoge de hombros, se echa una toalla al hombro y se lleva una pastilla de jabón para dirigirse al final. Abre el agua y da un pequeño chillido porque está congelada, lo que hace que me ría y coja un par de toallas y dos pastillas de jabón. Me acerco a Yul, que se está quitando la camiseta.
Tiene todo el abdomen vendado. Masculla un par de palabras intentando encontrar el esparadrapo y no puedo evitar taparme la boca para no reír. Me acerco y le dejo a un lado la toalla.
—¿Necesitas ayuda? —le pregunto y se tapa el pecho, lo cual hace que me ría
—. Lo tienes vendado, no puedo ver nada.
—No puedo quitármela —dice molesta.
Me acerco y ella se da la vuelta, comienzo a quitársela y me doy cuenta de que tiene varios tatuajes. Mis ojos le recorren la espalda y los brazos, y entonces mi mirada se clava en el que le rodea el brazo derecho a la altura del bíceps. Ahogo un gemido. Juraría que he visto antes esas extrañas figuras geométricas. Mis dedos van hasta ellas y las recorro con suavidad. ¿Por qué me siento tan familiarizada con esto?
—¿Te gusta? —pregunta y yo asiento mientras mis dedos siguen el contorno de la línea negra, hipnotizada
—. Es el último que me hice.
—Es bonito —le digo fascinada y me retiro a un lado. No quiero que piense cosas que no son
—. Si necesitas ayuda, estaré en la ducha de al lado.
—Quédate —me pide—. Quizá necesite ayuda ahora.
—Está bien —digo nerviosa y le doy la pastilla de jabón
—. ¿Quieres que me duche aquí?
—Así tardaremos menos. —Ríe y espera a que me quite la ropa. Ella se pone de espaldas, sin mirarme. No sé si quiere mantener las distancias o no hacerme sentir incómoda, pero se lo agradezco. Cojo la otra pastilla de jabón y me froto el cuerpo con ella.
Yul va mucho más despacio, quizá disfrutando del agua mientras le cae por la cabeza hasta los pies. Sin poder remediarlo me paso todo el rato mirándola de reojo, fijándome en su figura que, gracias a la escasa luz, me lo deja casi todo a merced de mi imaginación
—. ¿Puedes darme en la espalda? Me acerco y cojo su pastilla de jabón. Empiezo a restregarla con suavidad por la piel, y mis ojos, algo pervertidos esta noche, se pasean de vez en cuando por su trasero. ¿Qué me está pasando? ¿Me gusta acaso? ¿Por qué me siento atraída por su anatomia? Sacudo la cabeza y la pastilla se me resbala de las manos y da vueltas sobre sí misma al ritmo del torbellino de agua que se ha formado en el sumidero.
Me muerdo el labio inferior y con las manos termino de enjabonarle la espalda. Se estremece cuando mis dedos le rozan el costado y sonrío cuando vuelvo a trazar el tatuaje del brazo. Después me pongo debajo del agua hasta que estoy completamente limpia y me cubro con la toalla. Me acerco de nuevo a ella con la suya y la abro para extenderla. Ella se da la vuelta, así que no puedo ver nada, pero me dedica una sonrisa de medio lado que hace que una oleada de calor se me suba a las mejillas.
Me gustaría saber qué es lo que está pasando conmigo. Cuando hemos terminado de secarnos, le vuelvo a vendar el abdomen desde la espalda para no verla por delante, nos vestimos y las tres volvemos a la planta 5. Bajar las escaleras se le da mucho mejor que subirlas, pero aun así se apoya en nosotras. Rick y mi hermana están tumbados en los colchones hablando, y de repente de la cama de Yulia un bulto negro salta y corre hacia ella.
—¡Shima! —exclama al tiempo que el mapache salta a sus brazos y me quedo petrificada. ¿No se parece a cómo Ada me llama? ¿Utshima? ¿No es ese el cargo que tenía en otra vida? ¿Por qué llama a su mapache así? ¿Es que recordaba entonces?
—No sabemos cómo lo ha hecho, pero lo ha conseguido. La dejamos en la camioneta a la entrada del hospital. Bajamos una de las ventanillas para que pudiese respirar, pero… —empieza a decir Kathya y Yul solo se ríe mientras se asegura de que su mascota está bien.
—Es fuerte y lista. Seguiría su olor hasta aquí y como es rápida ninguno de esos podridos ha podido cogerla —explica sentándose en el borde de su cama—. Ahora sí estamos todos.
—Bueno, ¿qué hay de esa botella y esa celebración? —pregunta Malia relamiéndose los labios y dando una palmada en el aire.
—No me encuentro bien —niega Yul y un largo «oh» llena la habitación—. Quizá más adelante. Quiero descansar. Dejamos que se duerma. Entonces empiezan las guardias. Yo hago la primera mientras Kat se sienta con Shima en la butaca y Rick y Malia duermen.
Pasadas dos horas decido que puedo aguantar un poco más, así que salgo fuera de la habitación y me quedo en el pasillo, intentando enlazar unas cosas con otras y averiguar qué es lo que me está pasando con respecto a mi amiga. Entonces siento un toque en la espalda y Rick me avisa de que me va a sustituir.
Kat ya no está en la butaca, sino en el colchón que ha dejado Rick libre. Alguien ha tapado a Malia con la chaqueta que traje y Shima duerme plácidamente a los pies de la cama de Yulia. Bebo un poco de agua, pues siento la cabeza embotada y pesada, y entonces ella se despierta y aprieta los dientes mientras se sujeta el abdomen.
—¿Te duele? —pregunto y enseguida me siento estúpida porque es evidente. Pero me acuerdo de los analgésicos que Malia y yo conseguimos en la planta 6 y voy al baño para coger un par de pastillaslas y dárselas
—. Toma, con un poco de agua —le digo sujetándole la cabeza hasta inclinarla un poco y le doy de beber—. Pronto estarás mejor —le aseguro.
—Gracias —musita cerrando los ojos en una mueca de dolor y me siento fatal.
—Esa bala debería haberme dado a mí —le digo, pero ella niega con la cabeza rápidamente.
—No me arrepiento —me dice y me mira a los ojos—. Volvería a hacerlo otra vez. Por ti.
Me quedo muda. Su mirada es intensa. Me siento a su lado, en la butaca, y la arrastro con los pies para quedar más cerca de ella. Su cabeza está algo elevada gracias a las dos almohadas que tiene debajo. Tiene una de las manos por fuera de la sábana, encima del abdomen. Se la agarro con la mía. Está fría, así que la aprieto un poco y la acaricio con el pulgar. Apoyo la cabeza en el colchón al cabo de un rato.
Yulia cerró los ojos e intentó relajarse hará unos diez minutos, y aunque su respiración no es pausada y rítmica, creo que se ha vuelto a quedar dormida. Justo cuando estoy entrando en los primeros microsueños, oigo su voz. Está susurrando mi nombre, pero no Elena, sino Lynae.
Levanto la cabeza y veo sus labios entreabiertos. Tiene el ceño fruncido y su respiración empieza a agitarse. Seguramente sea una pesadilla, así que la muevo levemente y la llamo para que se despierte.
—Tranquila —le susurro al oído—. Solo es un mal sueño. Empieza a calmarse poco a poco. Me separo para mirarla a los ojos. Tiene la mirada perdida. Le acaricio con suavidad la mejilla y cierra los párpados. ¿Por qué la siento más cercana a mí cuando es vulnerable? La observo respirar hasta que su respiración vuelve a ser tranquila. Me fijo en el perfil de su nariz, en sus pómulos, en su cabello negro, en sus pestañas rizadas. Sus labios son donde más me centro….¿Los besé? ¿Deseé besarlos alguna vez?
Estoy tan concentrada en ella que pierdo la noción del tiempo. Incluso cuando cierra los ojos sigo observándola, memorizándola, intentando recordarla. No lo consigo, pero siento cosas que nunca había sentido. Hay algo que ha cambiado. Siento la urgente necesidad de abrazarla y asegurarme de que va a estar bien. De repente me inunda un miedo atroz al pensar que podemos volver a separarnos o que puedo perderla. Incluso los ojos se me llenan de lágrimas pensando que algo malo pudiera pasarle.
—Te quiero —susurro de manera casi imperceptible. Ni siquiera sé por qué lo he dicho. ¿Es una afirmación? ¿O un interrogante? Pero no me deja tiempo para poder pensar en ello.
—Yo también te quiero —responde mirándome directamente a los ojos.
Ekaryl- Mensajes : 17
Fecha de inscripción : 22/06/2020
Re: ADAPTACION : CUARTA FASE
Hay q lindas se empieza a poner buena la historia de amor, espero actualices pronto. Saludos
Fati20- Mensajes : 1370
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