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LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU

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Mensaje por RAINBOW.XANDER 8/27/2023, 11:09 am

LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU  Psx_2011
Prólogo:
Elena, insegura e introvertida, espera en una estación de tren a Yulia; atractiva, intrigante y prometedora estudiante de arquitectura que desde la muerte de sus padres se ha sumido en un peligroso abismo. Lo que Elena no se imagina es que nada será igual. A pesar que en un principio parecen detestarse, una canción de amor hará que todo cambie en su vida.  




Esta es una ADAPTACIÓN de la gran escritora Lena Blau, así que todos los derechos y elogios para ella. 


Última edición por RAINBOW.XANDER el 8/27/2023, 1:30 pm, editado 1 vez
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LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU  Empty Re: LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU

Mensaje por LenaVolkova66 8/27/2023, 1:29 pm

Y cuándo pretendes sacar el primer capítulo??? Jajajajajaja... Es joda... 😘😘😘 Puedes tardar te todo lo que quieras, pero ya nos tienes ansiosas.... Al menos a mí si... Jajajajja.... 🤐🤐🤐
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LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU  Empty Re: LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU

Mensaje por RAINBOW.XANDER 8/27/2023, 4:07 pm

Ok chicas, aquí les dejo el primer capítulo de esta bonita historia 😌 espero la disfruten como las anteriores y sus comentarios siempre serán bien recibidos 💕💕


Encuentro I
 
Yulia:

El espejo retrovisor de mi coche reflejaba la lejana silueta de los edificios de Moscow. Sumida en aquel desesperante y monumental atasco de la A-6, no dejaba de preguntarme por qué demonios había cedido al chantaje de mi abuela. A mi alrededor, los demás conductores parecían fastidiados por la lentitud con la que nuestros vehículos se alejaban de la capital. Aunque ellos, con toda seguridad, se iban voluntariamente de escapada de fin de semana. Yo, en cambio, me hallaba atrapada en aquel denso tráfico, camino a un lugar al que no quería ir y sin perspectivas de regresar por el momento. Mi mal humor no se debía al simple hecho de que tan sólo avanzáramos unos metros antes de volver a detenernos de nuevo; tenía motivos mucho más preocupantes para estar jodida. Me veía obligada a mudarme a una casa con una familia que no conocía en absoluto. Ir de chica amable y gentil por la vida no era lo mío.

Y tampoco me veía interpretando el papel de huésped ejemplar.

Mi vida era gris y solitaria, una mierda probablemente, pero yo ya me había acostumbrado a ella. No sentía la necesidad del calor de un hogar, y tampoco quería tener que rendirle cuentas a nadie. Aquel experimento que mi abuela había preparado iba a ser un rotundo fracaso; no me cabía la menor duda. Pero, como no me iba a dejar en paz hasta que se lo demostrase, no me quedaba más alternativa que pasar por el aro. El tiempo me daría la razón y ella se daría cuenta de la idea tan estúpida que había tenido.

En vista de que el tráfico volvía a detenerse por completo, aproveché para introducir los datos de mi destino en el navegador: Estación de cercanías de Novosibirsk, Centro -Sur, Rusia.

Elena

El aparcamiento de la pequeña estación de Novosibirsk estaba prácticamente desierto, pero no me extrañaba en absoluto. Debido a la huelga de trenes que sufríamos desde hacía tres días, muy pocos utilizaban el ferrocarril para ir y venir de la ciudad. Aquello era una gran faena para la multitud de personas que trabajaban en la capital, quienes se veían obligados a conducir hasta Moscow soportando los larguísimos atascos.

La expansión inmobiliaria de los últimos años había ido atrayendo a nuestro pueblo a muchos moscovitas que buscaban vivir con algo más de paz. Treinta años atrás, Novosibirsk era tan sólo un pequeño y apacible pueblo ganadero situado a las faldas de la sierra del Centro - Sur del país. Sin embargo, desde la inauguración del inmenso campus de la universidad (que había traído consigo a multitud de estudiantes), sumado a la llegada de la autopista y el tren suburbano (que nos permitían llegar a la capital en menos de una hora), Novosibirsk se había convertido en lugar de residencia para aquellas familias que huían de los minúsculos departamentos de Moscow. Nuestro pueblo era un lugar ideal para criar a sus pequeños, así que nuestro número de habitantes no paraba de incrementarse.

Mi madre era una de esas moscovitas que había dejado la ciudad años atrás.

Aunque había crecido en el seno de una familia acomodada del barrio de Óblast, no le costó demasiado dejar el ajetreo de las calles de la capital por una vida más tranquila en el campo. La razón por la que ella se mudó a Novosibirsk fue porque aquél era el pueblo natal de mi padre, quien tras estudiar la carrera en Moscow y ejercer allí durante unos años su profesión de arquitecto en un prestigioso estudio, decidió regresar al lugar que lo vio nacer para fundar su propio negocio de arquitectura aprovechando los primeros brotes del auge inmobiliario.

La facilidad con la que mi madre encajó el cambio a una vida más rural y tranquila era sorprendente, pues no todo el mundo lo conseguía. Jamás hasta entonces había vivido rodeada de árboles y animales, no obstante, descubrió que le gustaba mucho más que la asfixiante atmósfera de la alta sociedad de Moscow, tan proclive a las habladurías superficiales. Y aunque no sabía nada del negocio de caballos que dirigía su suegro, enseguida se interesó por aprender todo sobre su cría y adiestramiento. Con la ayuda de mi abuelo, que entonces aún vivía, se fue convirtiendo en una entendida en el tema, hasta el punto de que ahora es ella la que se hace cargo de la finca que mi padre heredó.

Pero la persona que había ido a buscar aquella tarde no encajaba en ninguno de esos ejemplos: no era una joven soñadora y enamorada como mi madre. Tampoco era uno de esos padres de familia que buscan criar a su familia lejos del bullicio, y mucho menos se trataba de una estudiante que viniera voluntariamente a nuestra joven universidad. Yulia era una chica con problemas, y no venía a Novosibirsk por voluntad propia.

Una vez más, recordé que aquella idea no me terminaba de convencer, o mejor dicho, no me convencía en absoluto. La única persona con la que no me importaba compartir mi espacio era mi hermano, aunque él se había independizado recientemente, dejándome como dueña y señora del segundo piso de nuestra casa. Ahora tendría que compartir de nuevo mi reino; y lo peor de todo es que sería con una extraña.

Mis padres debían de estar algo locos si pensaban que una chica de veintitrés años se iba adaptar con facilidad a vivir con una familia que no había visto desde su niñez y que, además, residía en un lugar tan distinto al que ella estaba acostumbrada. Yulia venía de Moscow y nuestro pueblo, como ya he dicho, no tenía mucho que ver con la capital.

Llevaba un rato esperando en el interior de mi Toyota Rav4 y tenía que estirar las piernas, con lo que salí del coche. Me acerqué a la máquina de refrescos, situada junto a la puerta de entrada a la estación, y compré una lata de Coca-Cola Light bien fría. Aunque ya estábamos en septiembre, el calor apretaba; especialmente bajo el sol de media tarde. Tomé un ávido sorbo y encendí otro cigarro mientras esperaba a nuestra invitada (ya iban tres en menos de veinte minutos; ¡estaba superando mi record!).

Como el navegador de su coche no tenía registradas las serpenteantes carreteras secundarias que conducían a casas como la nuestra (totalmente perdidas entre zonas de bosques y prados), habíamos decidido que lo mejor sería encontrarnos en la estación, ya que hasta allí su inteligente coche sí podía llevarlo. Parece ser que aquel parking no era demasiado rural para los cartógrafos de mapas digitales y se habían dignado a incluirlo en el software del navegador.

Me dijo que vendría en un Audi negro para que así pudiera reconocerla a su llegada. Y allí me encontraba: expectante, curiosa y algo contrariada, porque mucho me temía que se trataba de una niñata de ciudad rica y mimada.

Mi madre había sido muy amiga de Larissa, la madre de nuestra inminente huésped. Ella y su marido habían fallecido tres años atrás en un terrible accidente de coche, dejando a su única hija huérfana a los veinte años. Magda, su abuela materna, la acogió de inmediato en su casa pues no quería que pasara sola por aquel duro trance. Sin embargo, a pesar de apoyarle en todo y de esmerarse al máximo para que ella fuera feliz, no hubo nada que ella pudiera hacer. Yulia había decidido rendirse; dejó de lado su faceta de estudiante de arquitectura para desgastar sin freno las noches de Moscow, perdiéndose en un túnel sin salida.

Esta situación se llevaba prolongando desde hacía tres años, durante los cuales mi madre había mantenido el contacto con Magda, por lo que estaba al tanto de su desesperación al respecto. Tantas preocupaciones le estaban pasando factura, y si ya antes del dramático accidente de coche su corazón no era el más fuerte, desde entonces había empeorado notablemente. Los médicos le habían recomendado que se trasladara a vivir a una cómoda residencia donde pudieran brindarle una atención médica constante. Todavía era joven para considerarse una anciana, ya que apenas sobrepasaba los setenta años. La idea de irse a un asilo no le hizo mucha gracia, pero sabía que no podría aguantar mucho más tiempo viviendo con la agonía de ver cómo su nieta se autodestruía. Con la excusa de la residencia médica, sometió a Yulia a un deliberado chantaje psicológico. Magda le dio un ultimátum: o se venía a vivir con nosotros y retomaba sus estudios de arquitectura en la universidad del Centro, bajo la tutela de mi padre, o ella no ingresaría en la residencia ni tomaría una pastilla más para el corazón.

Cuando mi madre me relató aquella enreversada historia, a mí me pareció de lo más surrealista. No entendía por qué mis padres tenían que involucrarse tanto. Mi madre consideraba que era una idea algo temeraria. No obstante, debido a lo desesperado de la situación, creía que merecía ser tomada en cuenta. Quería ofrecerle a Yulia la oportunidad de sentirse parte de una familia, brindándole su hospitalidad para que así despertara de la pesadilla en la que se había sumido. Era como si así hiciera un último favor a su amiga, de quien se había alejado porque sus vidas tomaron caminos diferentes, pero a la que siempre consideró su compinche de la adolescencia.

En una ocasión, ella nos hizo una visita con su hija. Yo era todavía muy pequeña cuando pasaron ese fin de semana de noviembre con nosotros. Mis recuerdos sobre aquel acontecimiento eran muy vagos, así que se podría decir que aquella chica con la que iba a verme obligada a convivir era una completa desconocida para mí.

Tras aquel fin de semana, mi madre y Larissa se distanciaron. A partir de entonces, su contacto se redujo a enviarse la una a la otra una cariñosa felicitación navideña cada año. Desde que Larissa se había casado con el apuesto padre de su hija, las vidas de ambas habían tomado caminos opuestos. Mi madre, casada con un bohemio y soñador arquitecto, no encajaba muy bien en la sofisticada y frenética vida social que su amiga había adoptado.

El padre de Yulia había sido un prestigioso abogado que pertenecía a una de esas rancias familias aristócratas que tan orgullosas están de sus privilegios y tradiciones. Ese tipo de gente (tan estirada y superficial) nunca ha sido santo de la devoción de mis padres. Aunque la amistad entre Larissa y mi madre se hubiera enfriado en el pasado, parecía que ahora ésta sentía que la recuperaba en cierto modo si acogía a su hija y la ayudaba a salir del pozo en el que se había dejado caer.

Mi padre se mostraba más escéptico con el plan que habían surgido entre Magda y mi madre, pero opinaba que no se perdía nada por intentarlo. Se decidió a echarles una mano, ayudando a que Yulia retomara su maltrecha carrera universitaria. Mantenía muchos contactos en la facultad de Arquitectura de la universidad del Centro, ya que él había impartido clases en la misma durante algunos años. Realizó varias llamadas y se aseguró de que Yulia fuera admitida en el segundo curso de la carrera. Mi padre consiguió que tuvieran en cuenta las brillantes calificaciones con que Yulia había terminado el primer año de facultad, cuando aún era una joven llena de motivación e ilusiones. Les explicó que las pésimas notas del siguiente año se debían a la desgracia que había recibido al quedarse huérfana de la noche a la mañana, tirando la toalla y renunciando a seguir con sus estudios.

Miré el reloj de la estación una vez más. Ya eran casi las seis, lo que suponía que Yulia se retrasaba bastante. Me imaginé que siendo viernes habría pillado un atasco monumental para salir de Moscow. Podía haberme llamado al móvil para avisarme del retraso y así ahorrarme aquella media hora bajo el sol. Empezaba a sentirme como un pollo al horno. ¡El calor de aquella tarde era sofocante!

Decidí entrar un momento a los baños de la estación para refrescarme la cara con agua fría y disfrutar del aire acondicionado por unos minutos. Rebusqué en mi bolso con la esperanza de encontrar algo con lo que recoger mi pelo. Entre la maraña de cosas que llevaba conmigo pude encontrar por fin una pinza. Me hice un improvisado recogido y salí de nuevo al vestíbulo de la estación sin ninguna prisa por regresar junto a mi coche. Allí, gracias a la climatización, se estaba mucho mejor.

Me entretuve observando a los pocos viajeros que, con mucha paciencia, esperaban al siguiente tren que cubriera los servicios mínimos. No tardaron en avisar por megafonía de la llegada de un tren que se dirigía a Moscow. La gente, que había estado esperando un largo rato en los bancos, comenzó a moverse hacia el andén con caras de alivio.

Enseguida hubo un incesante intercambio entre los viajeros que bajaban de los vagones y los que por fin se iban. Entre todo ese tumulto, me fijé en una chica que cruzaba el vestíbulo y se dirigía hacia la salida. Su caminar era ágil y desenfadado, y aquellos jeans vaqueros le sentaban como anillo al dedo. La sencilla camisa blanca parecía una prenda de pasarela sobre aquel cuerpo de perfectas proporciones. Su femenina forma de caminar me dejó hechizada. Era el tipo de chica que una disfruta viendo en una película, acostada en el sofá, mientras devoras un tarro entero de helado y suspiras como una adolescente ante tanta belleza.

Se detuvo justo antes de llegar a la puerta de cristal, girándose y observando a ambos lados mientras buscaba algo en el bolsillo de sus pantalones. Fue entonces cuando al fin vi su rostro. Su nariz, recta y de formas perfectas, destacaba sobre aquellos labios color coral. No era sólo guapa, sino realmente cautivadora. Algo en ella irradiaba un extraño magnetismo.

Tras rebuscar en sus bolsillos, comenzó a contar unas monedas y su gesto se torció. Volvió a mirar a su alrededor y entonces me divisó. Se dirigió hacia mí con ese característico y femenino caminar que antes me había llamado la atención. Cuando estuvo apenas a medio metro, se detuvo una vez más, pasando aquella mano de largos dedos por su pelo de color negro, como si estuviera aún decidiendo qué hacer. Finalmente, posó su penetrante mirada sobre mí.

—Perdona — se disculpó, dando un paso hacia donde yo estaba —, ¿sabes si hay alguna máquina de café por aquí? El bar está cerrado y me muero por un poco de cafeína.

—Mira, allí hay una, junto a la máquina de refrescos — le indiqué, señalando hacia mi derecha —, aunque te aviso de que yo ya he probado ese café varias veces y es para situaciones desesperadas. ¡Sabe a rayos!

—Más vale eso que nada — dijo, y su serio semblante no cambió ni un ápice.

—Te entiendo. Yo también soy algo adicta al café — respondí en un hilo de voz, intimidada por su aparente mal humor.

No solía hablar con desconocidos, y menos aún tratándose de una chica tan imponente y distante. La cercanía me permitió observarle mejor; su tez era más bien pálida y algo ojerosa, pero lejos de parecer demacrada, esto la hacía ver aún más sublime. Cuando la tuve frente a mí, descubrí que aquellos ojos de forma almendrada eran de un azul claro, transparentes. Había algo siniestro tras ellos.

—Perdona una vez más, pero... — me enseñó un billete de diez euros —, ¿no tendrás cambio?

Busqué mi cartera en el bolso y cuando por fin la encontré, miré en el monedero.

—No tengo cambio para el billete — me disculpé —, pero te invitó al café. Me temo que aún tengo que seguir esperando un rato y me vendrá bien tomar uno también.

—Muchas gracias, pero no tienes que invitarme.

—Tres euros menos en mi presupuesto no van a ningún lado — le convencí con una tímida sonrisan — ¿Acaso crees que esa máquina te da café gourmet recién traído de Colombia? No sería ético cobrar más por ese agua caliente de color marrón.

Una súbita carcajada salió de sus labios con mi comentario y su rostro cambió por completo por unos fugaces segundos. Sin embargo, en cuanto dejó de reír, aquella sombría expresión regresó a su mirada. ¿Qué hacía yo intentando ser simpática con una total desconocida?

El calor debía de estar alterando mis neuronas.

Nos dirigimos a la máquina que tenía la desfachatez de anunciarse como El auténtico café espresso. Tras adquirir cada el suyo, nos encaminamos a la salida. Nos detuvimos junto al enorme cenicero de pie que se hallaba situado en la acera. Una vez más, me peleé con mi bolso buscando el tabaco. Antes de que lo encontrara, aquella linda chica me estaba ofreciendo uno de su cajetilla.

—Déjame que te invite a un cigarro, así te devuelvo el favor — ofreció cortés.

—Gracias — dije aceptando su ofrecimiento. Me dio fuego y ambas dimos las primeras caladas en silencio.

A su lado me sentí minúscula, no por su estatura porque de hecho, yo le sacaba un par de centímetros, sino porque su presencia irradiaba una seguridad y un aplomo victorioso. No parecía incomodarle el silencio que se había creado entre nosotras; aparentaba disfrutar plenamente de su cigarro, mientras daba lentos sorbos del pequeño vaso de plástico con la mirada perdida en el infinito. Yo, en cambio, estaba algo incómoda, y no sabía hacia dónde mirar o qué hacer. De repente, me sentí muy poco agraciada, con mis vaqueros anchos y aquella camiseta de tirantes negra, simplona y ajada. Llevaba los tenis más viejos que tenía, y el moño mal hecho que me había plantado no ayudaba a mejorar mi aspecto. En ese momento, deseé con todas mis fuerzas ver aparecer el coche negro de Yulia para así poder largarme de allí y acabar con aquella situación tan incómoda.

Me fijé en el acceso al estacionamiento, pero ninguno de los vehículos que se aproximaban por la carretera era el modelo que yo esperaba, y tampoco giraban para entrar en el estacionamiento. Seguía haciendo calor, pero una nube pasajera parecía darnos una tregua y el sol ya no brillaba tan fuerte. Apagué el cigarro en el cenicero. Sin saber qué hacer entonces con mis manos, las guardé en los bolsillos de mis pantalones. Aquellos instantes se me hicieron eternos. No se me ocurría nada que decir para romper la tensión que flotaba en el aire. Fue ella quien pareció volver a la tierra y comenzó a hablar.

—Parece que he llegado algo tarde. La persona que me tenía que venir a buscar no está por aquí — comentó contrariada — Aunque quizá sea mejor así.

— ¿Y eso? — me atreví a preguntar.

—Creo que quizá sea una señal de que no debería estar aquí —masculló.

Parecía algo triste y molesta, con lo que supuse que se trataría de algún chico, alguien que probablemente le había hecho daño. Y ella interpretaba su ausencia como un signo irrefutable de que el destino no les deparaba un futuro juntos.

—Si te sirve de consuelo, yo he venido a buscar a alguien que ya lleva casi una hora de retraso —expliqué, con las manos escondidas aún en los bolsillos del pantalón—. Y tampoco sé muy bien si debería estar aquí...

La rabia se coló a través de mi voz.

—Su retraso probablemente se deba a los pocos trenes que circulan hoy — vaciló ella.

—Ya, pero es que no estoy esperando a nadie que venga en tren. Hemos quedado aquí como punto de encuentro porque ella no conoce Novosibirsk.

La expresión de su rostro cambió ligeramente, apareciendo en su mirada un brillo inusual que no supe cómo interpretar. — ¡La muy cretina ni siquiera me ha llamado para avisarme de que se retrasaba! —añadí furiosa—. Me habría ahorrado una hora de tediosa espera... ¡y encima con el calor que hace hoy!

—¿Y por qué no le llamas para ver si le falta mucho? —sugirió.

—Porque estará conduciendo y no quiero distraerla —le expliqué—. Supongo que ya tiene bastante con el problema que supone todo esto.

—¿Qué problema? —aquellos increíbles ojos mostraron un inusual interés.

—¡Uf!... déjalo, es demasiado largo para explicártelo —suspiré.

—Bueno, en vista de que nadie parece venir a recogerme, tengo tiempo de sobra. Te escucho.

—De verdad, es una historia algo triste y no creo que te interese —la desalenté.

—Puede incluso que se haya echado atrás. Al fin y al cabo, no le hará mucha gracia la idea. Más o menos como a mí.

Aquél fue más un pensamiento en alto que una declaración.

—Empiezo a estar harta —bufé de pronto—. Le voy a llamar y si en cinco minutos no está aquí, me voy y se acabó.

Saqué el teléfono del bolso y marqué su número. Justo en ese instante mi desconocida compañera de cigarro aprovechaba también para utilizar su móvil. Imaginé que estaría tratando de localizar al chico que la había dejado. Se alejó un poco, en lo que supuse era una búsqueda de algo de intimidad para hablar con su novio/amigo/ex...

Mi llamada no dio casi ni un tono. Enseguida contestó. Debía de llevar un manos libres instalado en el coche si había respondido tan rápido.

—¿Yulia?...

—Sí, soy yo —contestó, hablando algo bajo. Se debería al micrófono del coche.

—Soy Elena... ¿te has perdido? —intenté sonar amable, evitando mostrar el cabreo que había ido acumulando en la última hora.

—No, no me he perdido —respondió. Fue curioso, porque entonces la oí más cerca, como detrás de mí— Es que había mucho tráfico pero, de hecho, ya estoy aquí.

Estas últimas palabras no las escuché por el altavoz del móvil, sino que unos labios me lo susurraron al oído contrario. Un aroma embriagador, mezcla de piel recién duchada y de perfume femenino, me envolvió. Di un respingo para luego girarme sobresaltada.

Encontré, a tan sólo unos centímetros, el rostro de aquella individua a la que acababa de conocer.

—Incluso ya me he tomado un café contigo —añadió con una malévola sonrisa.

Sus pupilas azules brillaban con una expresión relajada. Primero me sentí sorprendida, luego algo avergonzada de que hubiera sido testigo de mi fastidio por su llegada, para finalmente percibir cómo la furia me invadía.

—Maldición... ¿Eres estúpida o qué te pasa? —bramé—. Hace rato que te has dado cuenta de quién era yo, ¿verdad?

—Sí, casi desde el principio —se sinceró, lo que hizo que mi furia empezara a ser descomunal. No me gustaba que la gente me ridiculizara y mucho menos una chica que me hacía sentir tan poca cosa—. Al llegar no te he visto en el coche, con lo que he aprovechado para ir al baño. Luego te he visto de reojo y he tenido la corazonada de que se trataba de ti. Cuando has mencionado que esperabas a alguien que no venía en tren, me he terminado de cerciorar de que tú eras Elena.

—¿Y tan difícil era preguntarme directamente si yo era la persona que buscabas? —le interrogué—. Porque este pasatiempos tuyo era innecesario, la verdad.

—Supongo que me apetecía hablar con la persona con la que voy a convivir sin que ella tuviera ninguna idea preconcebida sobre mí. A juzgar por tus palabras de antes, doy por sentado que tu madre ya te ha explicado toda la historia. Tal y como me temía, parece que no soy bienvenida. —La amargura de su voz tiñó sus ojos azules de un matiz todavía más claro, dibujando en su rostro una dureza sobrecogedora—. Siento que te haya molestado tanto el experimento.

—Más que experimento, llámalo niñería —le corregí.

En ese momento me percaté de que la carrocería de mi coche camuflaba un vehículo oscuro que estaba aparcado justo a su lado.

¡Ajá!... Allí estaba el famoso A3 de color negro.

—Pero dejémoslo estar. Como ya te he dicho, llevo aquí más de una hora y estoy cansada. Así que, si no te importa, vámonos a casa.

No esperaba en absoluto que nuestra invitada fuera a desarmarme de aquella forma. ¿Cómo iba a imaginar que la que se mudaba con nosotros parecía salida de un anuncio?

Esto iba a resultarme aún más duro de lo que cabía esperar. No me apetecía nada convivir con una chica que me haría sentir incómoda en mi propia casa. ¿A quién le gusta levantarse, desaliñada y atontada, para encontrarse cada mañana en la cocina con una idiota tan sumamente hermosa?

¡Ay Dios mío!... su presencia no le iba a sentar nada bien a mí ya de por sí dolorido e inseguro ego. Para colmo, parecía tener un sentido del humor algo rebuscado, a juzgar por cómo había decidido presentarse.

Nos dirigimos cada una a su vehículo, lo que fue un alivio. Me sentía incapaz de alargar la conversación por más tiempo. Había sido una idiota al no imaginarme que se trataba de nuestra huésped, revelándole abiertamente mi malestar por la llegada de una extraña. Desde que le había visto cruzar el vestíbulo de la estación, había dado por hecho que se trataba de una chica cualquiera que acababa de llegar en el tren.

Arranqué el coche y puse el aire acondicionado a tope. Tras aquel largo rato al sol, su interior hervía como una cacerola. Conecté el iPod a la toma auxiliar de música y elegí el último álbum de Coldplay para que me acompañara en el trayecto a casa. Viva la vida comenzó a sonar en los ocho altavoces de mi todoterreno. Sentí cómo me iba recobrando del shock que había sufrido al comprobar que aquella chica a la que me había lanzado a invitar a un café era, en realidad, mi nueva compañera de casa.

Mientras conducía por la carretera, observaba por el retrovisor el morro negro y desafiante de su flamante coche. Los faros de los Audi tienen esa fina línea de leds, siempre iluminada, para marcar la posición incluso de día. Eso me ayudaba a comprobar que el coche que me seguía era el suyo, y no el de algún otro que lo hubiera adelantado y se hubiera interpuesto entre mi Toyota y su precioso auto. Aunque a juzgar por cómo conducía, dudaba que fuese a adelantarle nadie. Me seguía muy de cerca y sus movimientos al volante parecían muy seguros y precisos. Me fijé en su rostro por el espejo retrovisor. Llevaba unas gafas de sol de estilo clubmaster que le quedaban de muerte y me deleité todo lo que quise observándola. Era innegable que la chica tenía un estilo innato. Esa visión, adornada por la música, le hacía parecer todavía más irreal si eso se pudiera.

Aquello no empezaba bien. A partir de ese momento iba a dormir a tan sólo una pared de distancia de una impresentable que no sólo me sacaba de mis casillas, sino que también conseguía distraer mi mirada de la carretera.

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LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU  Empty Re: LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU

Mensaje por Corderito_Agron 8/27/2023, 8:15 pm

Mw encanta cuando Yulia es más amarga que un limón.... Jajajajajaja.... En serio.... Puede ser peor que un grano en el orto y para mí eso es genial.... Gracias por subir capítulo y una historia nueva!!! La anterior estuvo genial y muy romántica I love you
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LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU  Empty Re: LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU

Mensaje por soy_yulia_volkova 8/27/2023, 8:30 pm

Siiiiii, nueva historia!!!! Yupiiiii y que emoción saber que Lenita tendrá que soportar el mal genio de la morena jajajaja. Bueno, veremos que pasa ahora cuando convivan juntas 💕💕
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Mensaje por Volkatin_420 8/27/2023, 9:51 pm

Nueva historia y una Yulia muy prepotente pero hermosa como siempre I love youI love youI love youI love you en espera de otro nuevo capítulo que disfrutar, baby I love youI love you
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LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU  Empty Re: LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU

Mensaje por Fati20 8/28/2023, 1:36 am

Cariño!!!!! Qué felicidad ya tenerte con una nueva historia que ya me ha encantado ese estilo único de Julia irresistible y esta lena molesta porque la encuentra endemoniadamente hermosa es un muy buen inicio, ya quiero leer más 🤩🤩🤩. Saludos cariño mio 😘😘😘
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LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU  Empty Re: LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU

Mensaje por RAINBOW.XANDER 8/28/2023, 8:04 pm

Siiiiii... Veo que les ha gustado por lo menos el primer capítulo 😃 y bueno, aunque Yulia sea un tanto arisca suponemos que caerá bajo los encantos de nuestra pelirroja favorita 😘😘 
Acá les dejo el segundo capítulo de hoy para que disfruten la noche!!



Encuentro II

Yulia:

Elena conducía deprisa.

No sabía si ese era su modo habitual de llevar el coche o se debía a que el enojo que se había cogido con mi actitud le había subido los niveles de adrenalina. Parecía una chica con mucho más carácter del que aparentaba a primera vista, ya que se veía inocente y sus expresivos y hermosos ojos verdes parecían totalmente inofensivos. Su atuendo informal y sencillo demostraba que no era el tipo de mujer que va por la vida intentando impresionar a nadie. Saltaba a la vista que era una persona auténtica, con los pies en la tierra, cualidades de las que muchas chicas a su edad carecen por completo. Muchas chicas a los veinte años tienen un pavo insoportable que prácticamente las incapacita para ser consideradas algo más que bocinas agudas; o por lo menos, yo había tenido la mala suerte de haberme topado con muchas chicas tontas que no se interesaban por mucho más que la moda y las redes sociales. Supongo que en Moscow, especialmente en el ambiente exclusivo en el que yo me había movido siempre, no era fácil encontrar gente que pasara de esas tonterías y se interesara por asuntos menos frívolos y con más sustancia.

Mientras seguía de cerca al pequeño todoterreno plateado me iba percatando de la belleza de aquellas tierras. Grandes prados verdes se extendían a ambos lados de la carretera comarcal y en el horizonte se divisaban las montañas de la sierra. Algunas vacas pastaban tranquilamente a sus anchas y, de vez en cuando, se vislumbraba algún que otro rebaño de ovejas.

Según nos aproximábamos al pueblo comencé a ver algunas casas. Pasamos varios cruces con carreteras secundarias que daban la impresión de dirigirse a las fincas que se adivinaban a lo lejos, escondidas entre los árboles. Aquella escena tan pintoresca contrastaba con la sugerente canción de Placebo que iba escuchando en el sistema de estéreo de mi coche.

English Summer Rain sonaba a todo volumen a mí alrededor:

English summer rain
Seems to last for ages
I'm in the Basement...

Yo también sentía que la lluvia duraba una eternidad, encerrada en un sótano cuya puerta parecía haberse atrancado, impidiéndome salir. Ese grupo era uno de mis favoritos por su originalidad, su fuerza y el matiz oscuro de su estilo. En los últimos años me había sumido en la oscuridad más profunda; me sentía reconfortada cuando la música que escuchaba parecía leerme el pensamiento, creada por gente que también sentía a veces que rozaba la locura. Los había visto ya varias veces en directo. Eran unos músicos impresionantes, ambiguos y excéntricos, dos cualidades que me atraían muchísimo.

El Toyota redujo la velocidad, pues la carretera se adentraba en el pueblo. Comenzamos a cruzar el pequeño centro de Novosibirk, que me pareció muy irrelevante y típico. Era como cualquier otro pueblo de los alrededores de Moscow; nada nuevo, la verdad.

Una punzada de angustia me golpeó en el estómago.

¿Qué carajos iba a hacer yo allí?...

Jamás había vivido en una ciudad que no contara con varios millones de habitantes, ni en Rusia, habiendo vivido en Moscow y en San Petersburgo con mis padres, ni en el extranjero, cuando aún estaba en el colegio y me había ido primero a Londres y luego a Chicago. Yo era una bestia urbana, y me gustaba. Nunca había querido cambiarlo. Jamás me habría imaginado mudándome a un pueblo para vivir entre árboles, animales y estiércol. Sin embargo, mi abuela me había puesto entre la espada y la pared, sin darme opción alguna. No podía permitir que no se fuera a aquella residencia médica situada en el apacible barrio de la ciudad.

Si algo le ocurriera a su corazón jamás me lo habría perdonado. Ya había perdido demasiado con la muerte de mis padres, mucho más de lo que podía soportar. Si la perdía a ella también, el único ápice de cordura que parecía quedarme se esfumaría.

Avanzábamos lentamente por la calle principal de Novosibirk, deteniéndonos en varias ocasiones debido a que los semáforos se ponían en rojo.

Por fin salimos del último semáforo del pueblo y nos alejamos del centro. Al comprobar que Elena volvía a acelerar, pisé el pedal a fondo. Escuché el ronroneo del potente motor de mi Audi S3, notando cómo la adrenalina iba subiendo a mi cabeza mezclada con la mala suerte de saber que mi maleta y mi guitarra se hallaban en el maletero de mi coche. Si no hubiese tenido que seguir al Toyota, en aquel preciso momento habría reducido a segunda y lo habría adelantado como una exhalación, aprovechando al máximo los doscientos sesenta caballos que tenía entre las manos para alejarme a toda velocidad por aquella sinuosa carretera, camino del infierno, donde me habría encontrado como en casa.

Recordé la discusión que había mantenido con mi abuela cuando ella me expuso su decisión sobre el curso que debía tomar mi futuro más inmediato. Me enfurecí sin medida al sentir que ella quería dirigir mi vida. Una vida que, aunque no era ni remotamente perfecta, al fin y al cabo era mía. El día que Magda me avisó de su plan de desterrarme a la finca de los Katin me enfurecí tanto que salí dando un portazo de su casa. No volví hasta el día siguiente, tras haber pasado toda la noche deambulando por Moscow, bebiendo como un embudo y experimentando algún que otro subidón gracias a la coca de primera que un conocido me proporcionaba. En noches muy jodidas como aquella, en las que el mundo era una montaña de mierda, la droga siempre terminaba siendo mi único consuelo.

Algo más calmada, al día siguiente me senté a dialogar con ella. No era justo lo que le había hecho pasar esa noche, como tantas otras, manteniéndola en vela hasta mi regreso.

Sabía que le estaba haciendo daño, pero al mismo tiempo me resultaba imposible detener aquel sin sentido. Se había convertido en un hábito: era la penosa rutina a la que me había acostumbrado a vivir. Me decidí a disculparme bajo la luz de media tarde que inundaba el elegante salón de su casa, desde el que se divisaban los frondosos árboles del parque del suburbio.

Traté de explicarle que mi sitio estaba en Moscow, junto a ella. Si era necesario que se mudara a esa residencia médica, yo podía ir a algún colegio mayor y retomar mis estudios en la universidad. Pero no sirvió de nada. Ella ya había tomado una decisión y era imposible convencerla de lo contrario. Estaba segura de que en Moscow no había nada bueno para mí. Quería que me alejara de mis malos hábitos y empezara de nuevo en otro lugar. Lo expuso de forma muy sencilla: si yo no aceptaba irme a la finca de la que había sido la mejor amiga de mi madre, ella no ingresaría en la residencia médica. No podía correr el riesgo de que su corazón siguiera empeorando; con lo que no me quedó más remedio que aceptar el trato que ella me proponía.

Y allí me encontraba, a punto de comenzar una nueva vida impuesta entre aquellos bosques que ahora surgían a ambos lados del asfalto. Habíamos empezando a ascender.

El terreno había dejado atrás los prados, que se extendían alrededor del centro del pueblo, para dar paso a unos frondosos pinos. Bajé la ventana del asiento del conductor, aspirando aquel aire tan puro y limpio.

Por primera vez desde que había salido esa tarde de Moscow, me sentí más relajada y, por un momento, no me pareció tan mal estar allí. Al fin y al cabo no tenía intención de quedarme mucho tiempo; sólo el suficiente hasta que a mi abuela se le pasara el capricho de enviarme a las tierras de "Heidi". Me lo tomaría como un paréntesis para reflexionar y centrarme un poco. Ya buscaría más adelante la manera de regresar a Moscow. Contaba con la posibilidad de que aquella familia no me aguantaría por mucho tiempo. No nos teníamos por qué llevar bien; puede que incluso fueran a ser ellos los que me pusieran en bandeja que me marchara. Ya había empezado mal con Elena. Si todos me cogían fastidio, podría estar de vuelta en la ciudad antes de lo que canta un gallo.

El intermitente derecho del Toyota empezó a parpadear al tiempo que aminoraba la velocidad. Trazó una última curva y abandonamos la carretera comarcal para adentrarnos en un camino mucho más estrecho que, aunque estaba asfaltado, contaba con algunos baches que nos obligaban a conducir despacio.

Atravesamos una verja de madera que tenía ambas puertas abiertas y comenzamos a descender, divisándose un pequeño valle a través de los pinos que flanqueaban la estrecha carretera. Algunos chopos salpicaban el ritmo de los anteriores con un toque de verde más claro, y sus frondosas ramas se reflejaban en el parabrisas de mi coche. Los rayos de sol se filtraban caprichosos por los espacios que quedaban libres entre las hojas, iluminando el camino con diferentes tonalidades de luz difusa. A ambos lados se podían ver unos extensos prados donde algunos grupos de caballos pastaban plácidamente, mientras otros trotaban en libertad. Lo cierto es que aquel lugar era increíble. No iba preparada para adentrarme en unos parajes tan magníficos, aislados del resto del mundo por los montes circundantes.

En cuanto pasamos por un cambio de rasante, la pendiente se acentuó y pude ver aquel cubo de madera y cristal que me maravilló al instante. No era una casa nada rústica ni anticuada; resultaba evidente que Sergey era un arquitecto vanguardista y dotado de gran talento.

A juzgar por lo que mis ojos estaban viendo, aquel tipo sabía lo que se hacía. Si había conseguido diseñar y construir aquella escultórica masa en aquel apartado lugar, por lo menos se trataría de un tipo interesante y peculiar.

Su hija, desde luego, no parecía muy típica. Y tampoco excesivamente simpática. Mi pequeño engaño le había sentado a cuerno quemado, subiéndose en su coche hecha una furia. La verdad es que, bien mirado, quizá me había comportado de manera algo presuntuosa al jugar así con ella. Mi tonto experimento me iba a pasar factura; de eso estaba segura.

Llegamos junto a la casa y aparcamos bajo un techado de madera, donde se encontraban aparcados otros tres vehículos. Me bajé del coche y miré a mí alrededor. Lo que contemplé me dejó perpleja: como ya había observado al descender por la estrecha calzada, nos hallábamos rodeadas por un exuberante ejemplo de naturaleza en estado salvaje. Tan sólo el perímetro más cercano a la vivienda contaba con un jardín diseñado por el hombre. El resto era todo campo abierto y bosques que no daban muestras de haber sido modificados en absoluto.

Elena me indicó que la siguiera, y así lo hice, sujetando la maleta con una mano y la funda de mi guitarra con la otra. El sonido de nuestras pisadas sobre los guijarros de piedra nos acompañó hasta llegar a los escalones que conducían a la puerta principal, que estaba realizada en acero envejecido. Ella giró la manilla sin necesidad de usar las llaves y la puerta se abrió. Supuse que aquí las cosas eran diferentes a Moscow; los ladrones no se molestan en conducir varios kilómetros por un camino particular para robar en un lugar tan recóndito y escondido.

Una vez dentro, me encontré en un vestíbulo de doble altura donde una moderna mesa circular se situaba en el centro, iluminada por una gran lámpara de acero que pendía varios metros desde el techo. Frente a mí había unas escaleras realizadas por completo en cristal, incluyendo los escalones, que ascendían hacia una pasarela que se adentraba en el segundo piso.

Elena me sugirió que dejara el equipaje en la entrada y, acto seguido, nos dirigimos hacia un patio cuadrado que contaba con un magnífico árbol de grandes ramas situado en el centro. A continuación, giramos a la derecha, adentrándonos en un amplio salón rectangular. Éste disponía de una moderna chimenea rematada en acero pulido, a cuyos lados se encontraban dos grandes puertas correderas de cristal que daban paso a un porche orientado hacia el oeste. La lámina enmarcada sobre la chimenea captó mi atención, pues era la copia de un boceto de Frank Lloyd Wright, ícono indiscutible de la arquitectura del siglo XX. Me percaté de que en los altavoces del salón sonaba la música de Enya, la que normalmente encontraba algo aburrida y cursi. Sin embargo, en aquel lugar parecía que esas melodías con reminiscencias celtas provinieran de los bosques de alrededor, encajando a la perfección con el espíritu de esa casa.

-¿Elena? - Una voz femenina procedente del porche me sacó de la perplejidad que me había causado aquel lugar, puesto que no era en absoluto lo que había esperado encontrar. Creía que me iba a vivir a una especie de rancho y, por el contrario, me hallaba en un acertado ejemplo de puro y perfecto diseño.

-Sí, mamá, somos nosotras - contestó su hija, avanzando a través del ventanal, abierto de par en par.

Salimos al amplio porche, desde el cual se divisaban las montañas, verdes y lejanas. El césped del jardín estaba perfectamente cuidado, y al fondo se veía a una piscina que se hundía en el terreno, delimitada por un entarimado de madera rojiza sobre el que descansaba una hilera de confortables tumbonas. Inessa se levantó de uno de los modernos sofás de mimbre para acercarse a mí y darme dos besos. Su caluroso saludo me pareció sincero. Madre e hija guardaban un gran parecido, sobre todo en el chispeante brillo de sus hermosos ojos verdes.

-Me ha extrañado no verlas al llegar - anunció con su dulce voz - Creí que estarían ya en casa.

-Es que Yulia se ha retrasado - le aclaró Elena con un ligero matiz irónico en su voz. Era evidente que seguía molesta; haberla embaucado a hablar conmigo sin develar mi identidad no había sido buena idea.

-Salir de Moscow ha sido un caos - le expliqué - Por lo visto, todo el mundo se iba a pasar el fin de semana fuera.

-Nosotros hemos ido a la firma a hacer unas gestiones y a la vuelta también hemos encontrado mucho tráfico - observó Inessa.

-Voy a ir a la cocina por algo de beber. Vengo muerta de sed, ¿quieres algo? - me ofreció Elena en un gesto de amabilidad que no esperaba, puesto que casi no me había dirigido la palabra desde que habíamos entrado en la casa.

-Un vaso de agua, por favor - acepté.

-En seguida vuelvo - dijo antes de dejarnos a solas a su madre y a mí. Nos sentamos en el confortable sofá y continuamos hablando.

-¿Cómo está Magda? ¿Se ha mudado ya a la residencia? - preguntó Inessa.

Ahora que la miraba más de cerca, recordé haberla visto en el funeral de mis padres. Hasta entonces no había podido asignar a su nombre un rostro en concreto, por mucho que mi abuela me dijera que me había saludado en aquella iglesia de la calle. Mis recuerdos de los días posteriores a la muerte de mis padres se me aparecían borrosos y desmenuzados en fragmentos incoherentes. En parte por la medicación a base de tranquilizantes a la que me habían sometido los médicos para que aguantara el tirón y, a su vez, por el dolor tan agudo que nublaba mi mente en aquellos desgarradores momentos.

-Sí, ayer la llevé -contesté apenada, recordando lo duro que había sido despedirme de ella - Parecía algo triste, aunque luego me llamó al móvil diciendo que ya había conocido a algunos residentes muy simpáticos, y se mostró mucho más animada.

- ¿Y tú, Yulia, cómo estás? - Inessa fue al grano, lo que agradecí. No me apetecía andarme con formalismos y tener que guardar las apariencias como si aquello fueran unas simples vacaciones.

-Pues jodida, la verdad -contesté, sin poder evitar ser tan sincera. Su rostro no mostró sorpresa, y tampoco pareció molesta por mi lenguaje - Este cambio tan repentino me tiene algo desconcertada. No te lo tomes a mal, pero es que yo ya no necesito una familia.

Antes de responderme, le dio un sorbo a un vaso de vino blanco que había sobre la mesa de centro.

-Estoy al tanto de que tu abuela no te ha dejado opción y te has visto obligada a mudarte aquí. Aunque ahora esto para ti sea un tormento y estés deseando coger el coche para largarte por donde has venido, espero y deseo que le des a una oportunidad a Novosibirk y a su universidad. Creo que pueden llegar a gustarte - Al percatarse de mi expresión escéptica, hizo una breve pausa - Sé que ahora mismo parece imposible. Éste es un pueblo pequeño que a primera vista no tiene mucho que ofrecer. Pero si eres paciente, verás que es mucho mejor de lo que crees. No debes impacientarte; danos una oportunidad. Nosotros no vamos a esperar que actúes como una hija, ni te vamos a poner reglas ni horarios, ni ninguna otra condición, porque ya no eres una niña. Tendrás total libertad para ir y venir a la hora que quieras. Sólo tenemos una petición: si nosotros te tratamos como una adulta y te respetamos, vamos a esperar exactamente lo mismo de ti. Ni más ni menos.

Aquella declaración de intenciones de Inessa apaciguó bastante mis nervios.

No había sabido muy bien qué podía esperar de aquella mujer antes de mi llegada. Sólo la había visto una vez cuando era niña y mi abuela tampoco se había entretenido mucho en describírmela.

Era obvio que aquella familia no era muy tradicional. A juzgar por cómo era su casa, parecían gente interesante, culta y poco conservadora.

-Si te digo la verdad, llevo todo el día angustiada - continué con la honestidad que ella había implantado desde el inicio - Agradezco tus buenas intenciones, pero la verdad es que no estoy segura de que vaya a durar mucho en un lugar como éste.

No dijo nada. Se inclinó para abrir la cajetilla de tabaco rubio que había sobre la mesa y dio otro sorbo a su copa de vino. A continuación, me ofreció un cigarro. Era evidente que había ido a parar a un hogar de fumadores lo que, aunque no es muy recomendable, a mí me venía bien. No poder fumar en aquella casa me habría hecho la vida imposible. Ya tenía bastantes problemas como para tener que dejar ese mal hábito en esos momentos. Quizá algún día lo hiciera, pero desde luego no ahora, cuando estaba experimentando tantos altibajos.

Mejor dicho, tantos bajos, porque hacía siglos que no tenía momentos altos.

-Yulia, no somos una familia muy tradicional; huimos siempre de los estereotipos y de las limitaciones. Tenemos unos lazos de unión muy fuertes, pero estos se han creado gracias al cariño y a la confianza, y no por la obligación de ser miembros de una misma familia - me explicó con una gran serenidad - Quizá esa sea la razón por la que en muchos hogares se crean tensiones. Se ciñen a unas normas de comportamiento establecidas, creándose expectativas irreales. Nosotros tratamos de que las cosas fluyan, evitando las imposiciones. Nuestro objetivo no es ejercer de padres adoptivos, sólo queremos ayudarte.

Lo que ella acababa de decir me dejó boquiabierta. Inessa acababa de poner el dedo en la llaga con una precisión y brevedad que me dejaron atónita. Daba la impresión de ser una persona muy observadora e intuitiva; con el transcurso del tiempo me demostraría que lo era hasta límites insospechados. Mi plan de ganarme su antipatía y obligarlos a que me invitaran a irme de allí lo antes posible, no iba a ser tan fácil si los demás me resultaban tan cálidos como ella.

Muchos de mis compañeros de batallas en Moscow, que andaban igual de perdidos que yo o incluso más, se evadían a través de fiestas interminables para escapar de unos padres demasiado exigentes e intolerantes. Muchos creían haber fracasado por no conseguir lo que se esperaba de ellos en la vida, y se sentían solos e incomprendidos. En mi caso, ya no había padres a los que rendir cuentas, pero cuando vivían se solían comportar de manera más manipuladora de lo que a mí me habría gustado. Mi padre siempre quiso que fuera abogada y heredase su prestigioso bufete. Cuando tomé la iniciativa de estudiar Arquitectura, él comenzó una guerra a muerte contra mi decisión.

Qué irónico... Ahora que él ya no estaba para machacarme y por fin era libre para luchar por mis metas, el dolor había hecho que lo tirara todo por la borda. Al final resultó que, desde su tumba, mi padre había ganado esa batalla. Tampoco me animó nunca a que cultivara mi afición por la música que, tras asistir a unas clases extraescolares de guitarra, se convirtió en una prioridad para mí. Él opinaba que aquello era una absurda distracción que no me aportaba nada, así que a escondidas conseguí que mi abuela me regalara una Epiphone electroacústica con la que pasaba horas practicando. Como mi padre pasaba muy poco tiempo en casa debido a su largo horario de trabajo y sus continuos viajes, mi madre fue mi cómplice y no develó mi secreto. Cuando conseguí un dominio suficiente de las cuerdas me aventuré a componer algunas piezas.

Poco tiempo después, junto con unos amigos del exclusivo y elitista colegio al que mis padres me habían enviado, formamos un grupo en el que yo era la guitarrista. Lo pasábamos genial cuando los fines de semana nos reuníamos en el garaje de la casa de Olga para ensayar. Nos bautizamos como Bipolar porque cada uno aportaba ideas diferentes, que tratábamos de mezclar para así crear nuestro propio estilo, influenciados por grupos indie-pop y música menos comercial y alternativa. Llegamos a tocar en algunos garitos de los populares sectores de la ciudad, grabando alguna que otra maqueta. Recuerdo ese par de años, en los que conseguí ocultarle a mi padre lo del grupo, como una de las épocas más felices de mi vida.

Lo malo es que mi padre se terminó enterando, y me prohibió terminantemente que me distrajera con aquello. Según él, ya había cedido bastante con dejarme estudiar una carrera que no entrelazaba con los planes que él había trazado, con lo que más me valía no distraerme y terminar ese primer curso con matrículas, o me obligaría a dejar la facultad de Arquitectura y entrar en Derecho.

La rabia hizo que me empeñara en demostrarle que no iba a conseguir su objetivo. Aquel primer año en la Universidad de artes de Moscow puse todo mi esfuerzo y conseguí, no sólo no suspender ninguna, sino una media de notas altísimas. Aquellos fueron los mejores meses que recuerdo con mi padre, quien por fin empezó a mostrar cierta admiración por mi trabajo. Tras unas navidades memorables, en las que por primera y única vez me sentí realmente en familia, los perdí a ambos de la noche a la mañana.

Me encontraba sumida en aquellos recuerdos, cuando Elena regresó con las bebidas seguida por una mujer de mediana edad, bajita y rechoncha, que traía una sonrisa de oreja a oreja y unos ojos castaños rebosantes de curiosidad.

-Yulia, te presento a Mariya - anunció Elena, antes de depositar los refrescos en la mesa. Acto seguido, le plantó un beso en la mejilla - Ella es el alma de esta casa, y sus postres, los mejores que hayas probado nunca.

Elena parecía más relajada que antes, y bastante más dispuesta a hacer que la situación no tomara tintes melodramáticos. Supuse que delante de su madre no iba a demostrarme su antipatía. Eso no le convenía, pues Inessa se mostraba muy esperanzada con mi llegada. Al fin y al cabo mi madre había sido su mejor amiga y mi presencia allí era su cruzada particular.

-Ay, pequeña, tú siempre tan empática -protestó Mariya - Seguro que en Moscow hay miles de sitios con una repostería buenísima, así que no alardees tanto de lo que yo cocino, que luego se llevará una decepción.

-Encantada de conocerte, Mariya - la saludé. Aquella mujer me había caído bien con sólo verla aparecer. Irradiaba una energía muy positiva.

-Igualmente - respondió sonriente, mostrándose genuinamente feliz - Debes de estar cansada después del viaje. Ya me ha dicho Elena que te has encontrado un buen tráfico.

-Sí, sí lo estoy - admití.

-Entonces será mejor que te enseñemos tu habitación - propuso Inessa - Te puedes echar un rato en la cama si quieres, o darte una ducha, que con este calor de hoy seguro que te sentará muy bien. Aún queda mucho rato para la cena, así que puedes descansar todo lo que quieras. Ya conocerás luego a mi marido y a mi hijo.

Dicho esto, me condujo al interior de la casa. Pasando primero por el vestíbulo para recoger mi equipaje, subimos por la escalera de cristal al segundo piso y me enseñaron la que sería mi habitación a partir de ahora.



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LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU  Empty Re: LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU

Mensaje por Fati20 8/28/2023, 9:49 pm

Me gustó mucho esta continuación qué julia se encontrará con lo contrario qué esperaba ha sido muy interesante y creo que va a quedar flechada por mas que ese lugar 😏😏. Saludos cariño mio espeero con ansias la más capítulos 😘😘😘😘
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LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU  Empty Re: LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU

Mensaje por psichobitch2 8/29/2023, 6:36 am

Ya tenemos historia nueva! Emocionante! Yulia cuando es así, es porque es demasiado tierna en el fondo así que vamos a esperar que sucede en el trascurso del camino 😃😃 en cuanto al segundo capítulo, pude imaginar cómo es la casa de Lena y me pareció que es como un palacio de cristal 💕
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LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU  Empty Re: LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU

Mensaje por LenaVolkova66 8/29/2023, 1:08 pm

Opino lo mismo que Psichobitch I love you me imaginé la casa completa, estrutura, todo... Cada detalle bien descrito y Lena sé que va a caer en los brazos de la morena, rápidamente 💕💕
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LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU  Empty Re: LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU

Mensaje por RAINBOW.XANDER 8/30/2023, 8:08 pm

Encuentro III



Elena:

Mariya había conseguido hacerme entrar en razón tras darme uno de sus discursos existenciales. No podía comportarme de forma agresiva con nuestra invitada.

Rechazarle abiertamente no iba a servir para que la convivencia fuera fácil y, como ella había apuntado, no le podía dar motivos para que se fuera de allí con la música a otra parte (nunca mejor dicho, a juzgar por la guitarra que llevaba consigo entre el escaso equipaje con el que había llegado). Me dije a mí misma que esa chica, por mucho que en apariencia fuera tan segura y decidida, tenía que encontrarse muy sola y desorientada. La vida le había dado un duro golpe y era evidente que no lo había encajado muy bien, porque si no su abuela no habría recurrido a tomar una decisión tan drástica.

Me hallaba en mi habitación, que era contigua a la que iba a ocupar ella a partir de entonces. En aquel segundo piso había tres dormitorios: el que había sido de mi hermano hasta hacía poco, pues ahora vivía con un amigo en un loft en el centro de Novosibirsk; el mío; y la habitación de invitados. Cada uno contaba con su propio baño, y los tres, dispuestos en línea, daban paso a una gran terraza orientada hacia el oeste, al igual que el salón y el porche del piso inferior. En aquella planta, en el lado opuesto a las habitaciones, había una gran sala de estar que siempre había sido nuestro lugar de pasatiempos. A pesar de llevarnos seis años, Iván y yo siempre habíamos congeniado. Compartir esa sala, que primero había sido de juegos y que luego con los años se transformó en el lugar para ver la tele, escuchar música, estudiar y charlar, nunca había supuesto un problema para ninguno de los dos. Era muy grande y ambos teníamos cabida entre sus paredes.

Mi madre dedicó mucho tiempo para conseguir que el impersonal dormitorio, que ahora ocuparía Yulia, dejara de parecer una simple habitación de invitados. Sometió aquella estancia a una considerable transformación, convirtiéndola en una habitación más moderna y confortable, afín a los gustos de una chica de veintitrés años. Como allí ya había una televisión, la dejamos donde estaba y trajimos un reproductor de DVD que se encontraba en desuso en el antiguo cuarto de mi hermano; de esa forma ella tendría la opción de ir un poco más a su aire.

A mí esa idea me gustaba. Con un poco de suerte Yulia no invadiría tan a menudo la sala que ahora era sólo para mí. Era un pensamiento algo tonto y egoísta de mi parte, pero siempre me ha gustado estar un poco a mi aire. Con mi hermano había sido diferente; teníamos una confianza tal que aunque yo tuviera uno de mis días bajos, de esos en los que no quería saber nada del mundo, su presencia no me molestaba. Él sabía mantenerse al margen, dejándome disfrutar de mi depre a solas.

Siempre, desde niña, he sido una persona con cambios de ánimo repentinos que me provocan pasar de la euforia a la miseria más profunda. Cuando estoy contenta soy capaz de sentir un entusiasmo y unas ganas de vivir tan grandes que disfruto de cada detalle de mi existencia: me enamoro de un libro, dejo que una canción se me meta en las venas hasta que la sangre me palpita al ritmo de la música, e incluso soy capaz de emocionarme mientras admiro en silencio la llegada del crepúsculo. Bajo la influencia ardiente de mi alegría, encuentro la belleza en cualquier nimiedad. En cambio, en los momentos de bajón, me siento tan poca cosa, tan insignificante, que me limito a acurrucarme en el sofá con el único objetivo de ver pasar las horas.

Hasta no hacía mucho, los episodios depresivos hacían acto de presencia tan a menudo que me resultaba imposible enfrentarme a la vida. Con suerte sólo duraban unos días, pero había veces que ese vacío podía llegar a durar semanas, despojándome de la capacidad de sentir nada y obligándome a seguir con mi rutina como un zombi. Una enorme bola de angustia se instalaba en mi estómago, arrebatándome el apetito y las ganas de vivir, con lo que me limitaba a deambular como un autómata, carente de ilusiones, cumpliendo con mis obligaciones de forma mecánica.

Mi vida, a ojos de cualquiera, era envidiable: mis padres me adoraban, vivía en un lugar de ensueño y tenía unas amigas inigualables. Muchas chicas, al ver mi cómoda y plácida vida, habrían querido ocupar mi lugar sin dudarlo. En cambio yo, en lugar de disfrutarlo, me ahogaba en mis absurdas lagunas. Me sentía como un juguete defectuoso, un juguete que no venía con un certificado de garantía, así que no había forma de cambiar las piezas que fallaban.

Siempre me había negado a que hurgasen en mi mente; me atemorizaba demasiado que descubrieran esa parte tan oscura de mi personalidad. Era mediocre y desagradecida; si no, ¿qué otra explicación podía haber?

No fue hasta un año antes, debido a un desagradable incidente, que me decidí por fin a visitar una psicóloga. Necesitaba ayuda urgentemente. Por primera vez me di cuenta de que ya no podía postergarlo más, me había adentrado en un túnel muy largo y sin salida. El agravante para que mi acostumbrado desanimo se convirtiera en una permanente oscuridad fue un desengaño amoroso, el único que me había permitido a mí misma experimentar. Dejando por fin mis complejos y dudas acerca de mi sexualidad a un lado, me aventuré a disfrutar de aquel romance que tanto me ilusionaba.

Logré superar mi fobia a dejarme seducir y me acerqué ingenua e inexperta a una chica que había conocido el pasado verano. Al principio, ella se mostró muy atenta y cariñosa, lo que me alentó a seguir adelante con aquel amor primerizo. Desgraciadamente, perdí mi virginidad en un episodio más tenso que romántico. Ella se mostró tan desilusionada con mi falta de experiencia que me miró con un absoluto desprecio, burlándose abiertamente de mi cuerpo aniñado. Toda la ternura que había mostrado para conquistarme se esfumó cuando no vio cumplidos sus objetivos.

Al percatarse de mi fragilidad, no vaciló a la hora de destrozarme con su cruel e inesperada reacción. Juré al cielo que jamás volverían a humillarme así; me sentí violada en lo más profundo del alma. Si ya era una persona insegura y volátil por naturaleza, no es difícil imaginar lo que provocó aquel desprecio: un absoluto caos interno. Las sesiones con Oksana, mi psicóloga, estaban acercándome poco a poco a la luz, pero las tinieblas siempre me acechaban a la vuelta de la esquina.

Quizá por eso, cuando mi madre me pidió que eligiera un par de láminas del desván para hacerlas enmarcar y así colgarlas en el dormitorio de Yulia como un último detalle para mejorar la decoración, me decidí por dos viejas litografías que habían pertenecido a mis abuelos y que encontré muy significativas. En la primera se mostraba un bosque en un día soleado, captando toda su luminosidad. El follaje de los árboles estaba representado con diversas tonalidades de verde y en el suelo arcilloso se apreciaban cada una de las sombras que proyectaban. Era una imagen muy primaveral y alegre. En la segunda lámina el mismo paisaje aparecía rodeado de un ambiente lluvioso y sombrío, convirtiendo la escena en una imagen gris y apagada, carente por completo de color. En el suelo se dibujaban con realismo los charcos acumulados por la lluvia y el reflejo de los árboles en el agua. Eran dos imágenes contrapuestas del mismo escenario, y me gustó el contraste tan fuerte que existía entre ambas: mostraban las distintas caras de una misma moneda. En la vida todo tiene dos lados, como yo misma, que pasaba del blanco al negro con tanta facilidad.

Las mujeres ya no formaban parte de mi mundo; me limitaba a observarlas desde lejos y evitaba cualquier coqueteo con ninguna. Mi única fuente de sentimientos románticos venía de los libros y películas que disfrutaba en mi confortable sala de estar, donde mi corazón estaba a salvo de ser apuñalado una vez más. Por eso, la presencia de Yulia me llenaba de miedo. Había pasado de ser una chica atractiva a la que admirar por unos instantes en un lugar público, a convertirse de pronto en mi vecina de cuarto en nuestra casa. Mantenerla lejos de mí no iba a ser sencillo, nada sencillo...

Andaba sumida en estos pensamientos cuando, desde mi cama, situada junto al ventanal que separaba mi dormitorio de la terraza, la observé. Estaba apoyada en la barandilla y su mirada se perdía en el infinito mientras fumaba un cigarro. Muy en contra de mis deseos, me quedé absorta admirándola; me resultaba una chica tan intrigante que mis ojos la contemplaban como si de un imán se tratara. El sol había desaparecido entre las montañas; tan sólo quedaba ya su intenso reflejo dorado. Una luz anaranjada teñía la atmósfera de una calidez especial. Los atardeceres de los que disfrutábamos en la finca eran increíbles, perfectos pare dejarse mecer por los pensamientos. Ella observaba la puesta de sol con expresión ausente, resultando evidente que su mente se hallaba muy lejos de allí; probablemente estaría pensando en todo lo que había tenido que dejar atrás.

Traté de imaginar lo que yo habría sentido si estuviera en su lugar, pero me resultó imposible.

No podía llegar a vislumbrar siquiera el dolor tan intenso que supone perder de repente a tus padres, así sin más, como si se hubieran esfumado. El sentimiento de absoluta impotencia y soledad que una tragedia de ese tipo significa para el corazón de un ser humano debía de ser infinitamente más intenso de lo que yo pudiera llegar a imaginar jamás. Sólo alguien que hubiera pasado por un trance similar podía alcanzar a comprender su agonía.

Ahora ella se veía obligada a dejar a la persona que más quería en el mundo, el único familiar que le quedaba, para ir a vivir con unos desconocidos. Sentí lástima por Yulia y, por un momento, experimenté el deseo de salir fuera y hacerle compañía, pero me retuve. Si me acercaba demasiado a aquella chica atormentada y sombría, cualidades muy magnéticas para chicas autodestructivas como yo, podría llegar a ser peligroso. Debía evitar cualquier tipo de conexión emocional, porque entonces me hallaría metida en un buen lío. Así que, inmóvil, me limité a contemplarle a través del cristal que me camuflaba.

Aquella noche la temperatura era muy suave, con lo que cenamos los cinco en el porche a la luz de las velas con música de Jazz de fondo. Mi madre quería recibir a Yulia con una velada en familia, en la que también estuvo presente Iván, mi único hermano. La cena transcurrió sin sobresaltos. Entre mi padre y mi hermano monopolizaron la conversación, explicándole a Yulia detalles de los proyectos en los que estaban trabajando en ese momento en el estudio de arquitectura que mi padre dirigía.

Iván había acabado la carrera en la universidad de la ciudad hacía poco más de dos años, graduándose como arquitecto y uniéndose al equipo de "Katin y Asociados, Arquitectura y Urbanismo". Yulia se interesó por las historias que éste le contó sobre el departamento de la universidad, preguntándole algunas dudas que albergaba sobre el programa de estudios de aquella facultad. Mi hermano tenía su paso por allí muy reciente, y tenía amigos que, algo atrasados, seguían en la carrera, así que era un buen aliado para nuestra invitada. De hecho, quedaron en ir juntos al campus; así Iván le mostraría el edificio donde Yulia iba a acudir durante el curso, y le ayudaría también con todo el papeleo administrativo que aún le quedaba por hacer. En silencio, agradecí a mi hermano que se ofreciera a hacer el papel de anfitrión, ya que si no mi madre me habría cargado la tarea a mí. Y yo prefería evitarla; no quería verme obligada a pasar gran parte de mi tiempo de la semana próxima enseñándole los alrededores. Esa cercanía entre nosotras era algo que estaba decidida a evitar a toda costa.

Permanecí la mayor parte de la velada en silencio, limitándome a observar a nuestra recién llegada. Se comportó de manera educada pero distante. Parecía interesada en la conversación que mi familia le brindaba, aunque no hizo demasiados esfuerzos por formar parte activa en ella. Prefirió escuchar lo que ellos tenían que contar. Traté de analizarla sin que resultara demasiado evidente; no quería que se percatara de que en el fondo sentía cierta curiosidad por ella. Su presencia iba a resultar un problema para mí, así que trataba de averiguar discretamente con qué tipo de persona iba a tener que compartir mi mundo. No fue posible sacar mucho en claro, porque lo que mis ojos me decían era que contemplaba a un ser hermético y distante. Su mirada, fría y enigmática, se cruzó con la mía en varios momentos, en los que yo apartaba la vista, incapaz de aguantar la intensidad de aquel azul claro e indescifrable.

Terminamos de cenar y Iván condujo a Yulia al piso superior para enseñarle no sé qué libros y unos CD. No habían tardado en ponerse a hablar de música, otra de las pasiones que tenían en común. Yo me quedé un rato más en compañía de mis padres hasta que me dio sueño. Les di las buenas noches y me dirigí hacia el piso superior. Antes de adentrarme en mi habitación, escuché unas voces que provenían de la sala de estar. No pude distinguir lo que decían, pero era evidente que mi hermano y nuestra invitada charlaban animadamente.

Me fui a la cama sintiéndome más ligera tras haber pasado el día entero con un nudo en el estómago ante la perspectiva de tener que comportarme como la anfitriona perfecta. Mi querido hermano parecía muy feliz de haber asumido ese papel y, por ahora, yo no tenía intención alguna de interponerme en su camino.

Por la mañana me desperté temprano, aunque estuve remoloneando en la cama hasta que la necesidad de tomar un café fue más fuerte que la pereza. Bajé en pijama a la cocina, convencida de que a esas horas yo sería el único ser vivo en deambular por allí. Pero me equivocaba; Yulia ya estaba allí desayunando, sentada en la mesa junto al ventanal que daba al porche. Casi había olvidado que teníamos una huésped. Sin embargo, en cuanto me encontré con aquellos enigmáticos ojos que me observaban con curiosidad, su presencia se volvió muy real.

¡Y yo con aquellas fachas!... Adormilada y con uno de mis pijamas más viejos.

-Buenos días - le saludé distraída, encaminándome como un zombi hacia la cafetera.

-Buenos días - se limitó a responder.

Me preparé un delicioso café espresso mientras trataba de ocultar mi repentino nerviosismo. De haber sabido que me iba a encontrar con ella, no habría bajado tan desarreglada y con cara de enferma. La verdad es que era una faena que, de repente, se instalase en mi casa una chica que parecía recién salida de algún reportaje publicitario. Me sentía como una extraña en mí propio hogar. Una extraña desaliñada y en pantuflas... ¡Lo que me faltaba!

Me senté en la mesa frente a ella y me percaté de que llevaba pantalones y botas de montar. Supuse que mi mamá le habría dado esa ropa, ya que dudaba que Yulia hubiera venido preparada de antemano. Una vez más, me sentí incómoda en su presencia.

Removí el café con la cucharilla, mientras ella leía el periódico en silencio. Tuve la tentación de irme con la taza a mi habitación, pero no lo hice; eso habría sido demasiado descortés y le habría revelado lo insegura que me hacía sentir.

- ¿Qué tal tu primera noche? - me aventuré a preguntar. Era mejor tratar de entablar una conversación que seguir con aquel incómodo silencio.

-Bien. He dormido como un bebé - respondió, levantando la vista del periódico. Su mirada azul me impactó una vez más. ¿De dónde habría sacado aquellos ojos tan bellos e irreales?

-Lo bueno de vivir en un lugar tan apartado es que no hay ningún ruido que pueda desvelarte - comenté, en un intento titánico de ser amable.

-Sí, eso es verdad - asintió con cierta amargura - Aunque estoy tan acostumbrada al murmullo del tráfico y de las bocinas que tanta tranquilidad me desconcierta.

-Ya te acostumbrarás - le animé.

-No, no lo creo - concluyó con cierto desprecio en su voz, antes de seguir hojeando las noticias del diario.

¡Menuda imbécil!... Si tanto menospreciaba nuestra forma de vida, podía irse por donde había venido. Estaba claro que aquella chica era demasiado "sofisticada" para apreciar la belleza de lo que nos rodeaba.

"En fin..." me dije. "Mejor así. Se largará antes de que cante un gallo y yo volveré a disfrutar de mi adorada soledad".

Mi hermano apareció unos segundos después, vestido también con su ropa de montar, lo que me terminó de asegurar que se disponían a salir a dar un paseo a caballo. Eso significaba que yo ya no lo haría. Solía salir con Iván a cabalgar siempre que podíamos, puesto que era mi compañero de equitación preferido. No obstante, si aquella soleada mañana teníamos que hacerlo en compañía de aquella individua, yo prefería abstenerme; no me apetecía salir a galopar con una novata de ciudad. Seguro que no sabía siquiera cuál era el aspecto de un caballo.

-Buenos días, hermanita - me saludó Iván de muy buen humor.

-Buenos días - respondí secamente.

-Le he propuesto a Yulia salir a dar una vuelta a caballo y enseñarle los alrededores. ¿Te apuntas?

-Gracias, pero no. Tengo otros planes.

- ¿Qué planes? - objetó mi hermano - Son apenas las nueve de la mañana, ¿qué tienes que hacer a estas horas un sábado?

-Ayer quedé con Nastya para ir juntas a buscar un regalo para Svetlana - mentí a medias. Había quedado con mi amiga, pero más tarde - Así que mucho me temo que no podré acompañarlos.

-No creo que hayan quedado ya mismo, ¿no? Y menos conociendo a Nastya, que ni loca se levanta un sábado antes de las once.

-Ya, pero anoche no salimos, así que el plan era quedar a desayunar y luego a comprar el regalo.

Me sentí ridícula mintiendo a mi hermano de aquella forma, pero quería evitar por todos los medios salir de paseo con Yulia, quien ahora me miraba fijamente. No sé cómo, pero parecía adivinar que aquello era una excusa para evitar su compañía.

Mi hermano debía de estar alucinando con mi actitud. Siempre que se quedaba a dormir solíamos aprovechar para montar juntos, siendo yo la primera en arrastrarle hasta las caballerizas. Y no es que aquella mañana no me apeteciera salir a caballo, es que no quería hacerlo en compañía de una extraña. El día anterior ya me había tocado a mí hacerme cargo de ella, y quería pasar el día a mi antojo, sin tener que ser amable ni rescatar a ninguna jinete primeriza. Cuando recordé su bromita de la estación y su ridículo gesto, susurrándome al oído lo que debía haber oído a través del altavoz del teléfono, todavía me apeteció menos acompañarles.

No iba a ser maleducada ni iba a causar roces con ella cuando, debido a la convivencia en la misma casa, resultara inevitable verla en las comidas, en la sala de estar o coincidir en cualquier lugar de la casa. Sin embargo, no iba a permitir que su presencia interfiriera en mi vida más de lo necesario. No me apetecía tener que compartir mi intimidad con ella. Debía encontrar la forma de mantenerme lo suficientemente alejada para seguir con mi rutina diaria sin que mi nueva compañera de piso afectara demasiado mi sistemática y pacífica vida.

Desde que había empezado con la terapia, intentaba llevar mi vida de forma ordenada y tranquila para evitar acelerones emocionales que me pusieran al borde del abismo una vez más. Mi carácter ya era bastante caótico y propenso al desorden mental como para dejar que mí día a día fuera improvisado. Me había esforzado durante meses por encontrar cierto equilibrio mediante una metódica dinámica, en la que trataba de enfrentarme a las obligaciones primero para luego disfrutar de mis principales aficiones: la equitación y la lectura. Gracias a los consejos de Oksana, y al orden que había establecido en mi vida, por fin estaba logrando salir de la inactividad y el hastío en los que me había sumido. No obstante, a pesar de mis esfuerzos, aún me tambaleaba. Cada nuevo día era un reto y no siempre conseguía superarlo, así que no iba a permitir que nada ni nadie me arrebatara la frágil estabilidad por la que estaba luchando.

-Tú te lo pierdes - dijo Iván desilusionado - Hace un día estupendo. Es una pena que no quieras venir con nosotros.

-Ya te he dicho que no es que no quiera, es que no puedo - repliqué exasperada.

-Bueno, si cambias de opinión, estaremos en las caballerizas. Siempre puedes llamar a Nastya y quedar más tarde con ella.

-Vale, vale - le apacigüé - Si decido retrasarlo, me acercaré por los establos.

Iván se tomó un café a toda prisa y poco después ambos se fueron, dejándome por fin a solas, desconcertada y contrariada. Lo cierto es que sí me apetecía salir a cabalgar. Yo también necesitaba galopar a toda velocidad; era la sensación más liberadora y relajante que conocía. Tal y como le sucedía a mi hermano, cuando llevaba unos días sin cabalgar por los bellos alrededores de nuestra casa sentía un "mono" enorme. Montar a caballo para nosotros es casi como respirar; lo necesitamos para poder sentirnos vivos. Al contrario de otras aficiones, no se trata sólo de uno mismo y sus habilidades, sino que la relación con tu caballo es una parte esencial del juego, y ese vínculo entre jinete y animal hace que se trate de algo más que de una simple diversión. Se trata más de una conexión espiritual que de un pasatiempo. La satisfacción de interactuar con tu caballo, logrando ese silencioso diálogo con él, contiene algo mágico e indescriptible. Soul y yo, cuando cabalgamos, somos como un solo ser; ambos sabemos exactamente lo que ocurre bajo la piel del otro.

Lo pensé mejor y decidí que no podía permitir que la presencia de Yulia comenzara a alterar cada una de mis actividades. Si permitía que nuestra invitada cambiara mis hábitos estaría dejando que algo externo influyera en mi preciado orden. Acostumbraba a salir de paseo con mi caballo casi todas las mañanas; ¿por qué tenía que cambiar eso por el simple hecho de que alguien se hubiera mudado a nuestra casa? Iba a tener que convivir con ella quisiera o no, así que más me valía irme acostumbrando a aquel imprevisto.

Regresé a mi habitación y me dirigí al cuarto de baño, metiéndome en la ducha para permitir que el agua caliente relajara mis músculos. Al salir me sequé el pelo y me vestí con mi ropa de montar. Pasé por el lavadero y limpié mis botas, que seguían llenas de barro después de mi última escapada. No tardé en salir caminando en dirección a los establos.

La verdad es que Iván tenía razón: hacía un sol espléndido. Era una mañana perfecta para salir de paseo. Soul debía de estar ansioso puesto que en los últimos dos días yo no había tenido tiempo de montar. Se trataba de un caballo muy enérgico, que necesitaba mucha actividad física para mantenerse en forma. Nació en nuestra finca y me enamoré de él en cuanto lo vi. Nos hicimos inseparables desde el primer momento. No obstante, no lo pude empezar a montar hasta que tuvo cuatro años, que fue cuando comenzó su adiestramiento. Por primera vez se me permitió formar parte de la educación de un potro, ya que hasta entonces había sido muy pequeña y mi madre temía por mi seguridad, pero en vista de mi apego a Soul, y que entonces yo ya tenía catorce años, permitió por fin que formara parte activa de su educación. Tras ese periodo de aprendizaje y adaptación, Soul y yo nos convertimos en uña y carne, galopando cada vez con más agilidad y saltando obstáculos cada vez más difíciles y complejos. Los paseos a lomos de mi caballo son la llave que me permite abrir ese mundo, un mundo solitario y feliz que sólo existe cuando me pierdo entre los árboles, galopando sin pensar en nada, pues lo único que importa es disfrutar de la naturaleza y su infinita belleza.

Cuando llegué a los establos, Yulia e Iván ya se encontraban allí, ensillando a Noble, el precioso caballo castaño de mi hermano, y a Rocko, un viejo y manso ejemplar cruzado de capa blanca que sería perfecto para nuestra invitada.

-Así que al final has entrado en razón - declaró Iván con júbilo.

-Sí, al final he decido retrasar mi cita con Nastya. He pensado que necesitarías mi ayuda.

-Lo cierto es que no nos vendrá mal - dijo mi hermano - Yulia hace mucho que no monta y entre los dos podremos guiarle mejor.

A nuestra huésped no pareció gustarle mucho aquel comentario. Me miró contrariada, mientras trataba de ensillar al que iba a ser su caballo. Seguramente, aquella apuesta chica no se sentía muy cómoda en una situación que no controlaba. Me daba la impresión de que estaba demasiada acostumbrada a ser independiente y decidida. Sin embargo, por mucho que le molestara, aquella mañana iba a necesitar de nuestra experiencia, y no parecía ser el tipo de persona a quien le complace admitir que necesita ayuda. Me alegré de haberme decidido a reunirme con ellos: ahora tendría la oportunidad de ver cómo se le bajaban los humos a la chica perfecta.

Me dirigí al box de Soul. La fina y alargada cabeza de mi caballo apareció para saludarme. Abrí la portezuela inferior y me abracé a su cuello. Soul olisqueó mi hombro, agitando su cabeza en señal de bienvenida. Le propiné una palmada en el lomo y le indiqué que me siguiera, dirigiéndome al exterior de la cuadra. Es un animal tan obediente y leal que ni siquiera tuve que agarrarle con un cabezal, pues me seguía dócilmente hasta el cobertizo donde se guardan las monturas y las riendas de los caballos. Su pelo, negro como el azabache, brillaba bajo el resplandeciente sol de aquella mañana. Salí con la silla y la coloqué sobre su grupa, ajustando la cincha y los estribos. A continuación le coloqué las riendas. Sus ojos, tan vivos y expresivos, me indicaron su alegría ante los evidentes indicios de que nos íbamos de paseo. Agitó su larga cola en señal de excitación, comenzando a mover sus largas y fuertes patas, impaciente por salir hacia el bosque.

Me percaté de la admiración en los ojos de Yulia, que lo observaba maravillada. Se trataba de un animal imponente, por lo que no me extrañó nada su reacción.

Cuando terminé de preparar mi montura, me acerqué de nuevo a ellos con Soul siguiéndome los talones. Me fijé en que la silla del caballo que Yulia iba a montar se encontraba algo floja.

Iván aún seguía preparando a Noble y no se había dado cuenta de este detalle que, aunque a primera vista parecía insignificante, podía ser causa de que el jinete terminara resbalando hacia un lado.

-Creo que tienes que apretar un poco más la cincha - observé, acercándome a Rocko.

-La he apretado al máximo - respondió molesta. No pareció hacerle mucha gracia que me metiera en sus asuntos.

-Tú verás - dije encogiéndome de hombros - Si luego ves que la silla va floja, no me digas que no te avisé.

Por mí que se cayera de bruces contra el suelo. Así se tragaría su altanería.

Con todo, lo pensé mejor y decidí ayudarle a pesar de su actitud. No era cuestión de que se rompiera el trasero en su primer día con nosotros. Me aproximé para acariciar a Rocko, que relinchó de alegría al reconocerme. Conseguí que se relajara, aprovechando así su despiste para apretar la cinta bien fuerte alrededor de su abdomen.

-Ya lo tienes, ahora la silla no se moverá de su sitio.

-Gracias - masculló entre dientes. No parecía gustarle nada que una chica menor que ella tuviera que salvarle el pellejo.

Aquellos ojos azules parecían atravesarme. Su voz sonó peligrosa a tan sólo unos centímetros de mi oído, ya que se había acercado a acariciar al caballo, pasando su brazo sobre mi hombro. El profundo olor a miel y vainilla de su perfume me envolvió, y dando un respingo, volví junto a Soul con una punzada de pánico en el estómago. Aquella chica me aturdía sin necesidad de hacer nada, le bastaba con acercarse a mí para desarmarme. De soslayo, observé cómo asomaba a su rostro una expresión de asombro e incredulidad. Debió de pensar que era una maleducada y una antipática al retirarme de su lado de forma tan brusca y repentina. Monté en mi caballo y comprobé las riendas y los estribos. Bajo mis piernas, Soul se agitaba nervioso, impaciente por salir hacia el bosque. Decidí utilizar aquella excusa para salir de allí cuanto antes.

-Voy a ir saliendo porque Soul está muy agitado y no quiero que eso afecte a Rocko - les avisé, mientras la cabeza de ébano de mi caballo se movía arriba y abajo con impaciencia.

-De acuerdo - dijo mi hermano. Menos mal que no se había empeñado en que los esperara... ¡Necesitaba alejarme de ellos con urgencia! - Nos veremos en el río en un rato. Nosotros saldremos enseguida. Podemos hacer la vuelta los tres juntos si Soul ya está más tranquilo.

-Sí, lo estará - le aseguré desde lo alto de mi montura - Los veré en el lago.

Yulia me observaba de pie junto a Rocko. Su semblante indicaba que no entendía mi extraña actitud, mirándome con cierto recelo.

Hice girar a Soul sobre sus flancos traseros y, hundiendo los tacones de mis botas en sus costados, mi caballo inició un suave trote que no tardó en convertirse en una frenética carrera que nos alejó de las caballerizas en tan sólo unos pocos segundos. Avanzábamos a toda velocidad colina arriba para terminar penetrando en el bosque de pinos que tanto me gustaba. El fresco olor a resina, mezclado con el familiar sonido de los pájaros, hizo que me relajara. Permití que el viento rozara mi cara, mientras los cascos de Soul golpeaban con fuerza la húmeda tierra de aquel camino que se abría paso entre los árboles.

Necesitaba despojarme de la inquietud que me provocaba aquella chica a quien detestaba, pero que al mismo tiempo conseguía alterarme por completo.



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LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU  Empty Re: LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU

Mensaje por Corderito_Agron 8/30/2023, 8:44 pm

Ohhh, Lena, Lenita, Lenoska... Te gusta Yulita, Yulia, así que no podrás resistirte toda la vida a esos ojazos azules 🤣🤣
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LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU  Empty Re: LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU

Mensaje por Fati20 8/30/2023, 9:59 pm

Lena también tiene sus problemas y sera lindo qué las 2 se den las oportunidad de sanarse y conocer la felicidad. Me encanto el capitulo y espero con ansias más. Nos debes el de ayer cariño mio 😘😘😘😘😘
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LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU  Empty Re: LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU

Mensaje por soy_yulia_volkova 8/31/2023, 9:55 am

Poco a poco Lenita, que ambas al parecer an pasado por situaciones extremas y vulnerables y todo va a fluir entre ambas. Lena debe tener paciencia y Yulia igual
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LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU  Empty Re: LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU

Mensaje por Volkatin_420 8/31/2023, 11:58 am

Comparto opinión con Fati20, nos debes jun capitulo 🤣🤣🤣🤣 y espero que lo pagues U.U.... bueno, a ver.... Está historia me gusta mucho por el simple hecho de que están YULIA y LENA así que eso ya es un plus.... Y bien, ambas tienen un pasado que superar... Tal vez el de yulia sea más grave por la perdida de sus padres aunque no sabemos quien pudo dañar tanto a Lena como para no creer más en el amo I love youI love youI love you todo se vale! Saludos
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LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU  Empty Re: LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU

Mensaje por RAINBOW.XANDER 8/31/2023, 2:51 pm

Música I

Yulia:

La acústica de aquel local no era muy buena, sin embargo, Cube sonaba bastante bien. Tocaban sus canciones sobre el pequeño escenario, ubicado al fondo del estrecho y alargado bar donde me había llevado Iván a ver el concierto que aquella noche ofrecían sus amigos. Los cuatro integrantes de aquel grupo, que a ratos me recordaban a bandas como Stereophonics, The Killers o Blue October, parecían claramente influenciados por las tendencias rock y alternativa del panorama musical internacional, pero sin dejar de tener un estilo propio, distinto a todo lo que conocía. Estaba harta de escuchar grupos de música en los bares de Moscow que resultaban ser más de lo mismo; para mi sorpresa, Cube poseía algo original y descarado.

Mientras bebía mi copa, apoyada sobre la pared de ladrillo de aquella especie de cueva donde nos encontrábamos, analizaba cada nota de sus instrumentos. El cantante, un tal Troy que era amigo tanto de Elena como de Iván, cantaba las letras de sus canciones en un inglés impecable. Su voz, grave y rasgada, enfatizaba el carácter intimista y sincero que aquellos chicos comunicaban a través del ritmo de sus guitarras; el lamento del bajo; la precisión de la batería; y el contenido de la letra. Me llamó la atención el hecho de que la gente les escuchara con tanta atención, tarareando todas las canciones. Nadie se mantenía al margen de lo que ocurría en el escenario. Estaban realmente inmersos en el concierto, con lo que era innecesario cuchichear o pasar olímpicamente del espectáculo, como a menudo había sucedido a nuestro alrededor cuando Bipolar tocaba en algún bar. Aunque era lógico: aquellos chicos eran muy buenos, bastante mejores de lo que lo fuimos nosotros.

Me hallaba absorta, escuchando con atención cada registro que surgía de los potentes altavoces instalados a cada lado del escenario. Su música proyectaba un torrente de emociones. Era sensible y refinada, pero también desprendía tanta fuerza que en absoluto caían en estereotipos empalagosos o afectados. La contundente sinceridad con la que hablaban a través de sus canciones hacía que fuera inevitable sentirse en sintonía con ellos. Lograban conectar con la gente porque no intentaban desesperadamente ser el centro de atención y, sin embargo, lo eran. No se podía permanecer indiferente a su talento. Además, su mensaje era auténtico. Les gustaba estar allí, se notaba. Habrían seguido tocando con la misma pasión aunque nadie los escuchara porque no lo hacían únicamente para el público, sino para sentirse vivos.

Di otro sorbo a mi copa y observé a Elena, que se hallaba unos metros más adelante acompañada de varios amigos. Me los había presentado al llegar al bar, pero no recordaba sus nombres. Todos se mostraban concentrados en lo que ocurría en el escenario, conocían cada una de los temas, siguiendo a Troy, quien lideraba el concierto desde el centro del escenario. Allí en Novosibirsk, aquel grupo contaba con muchos seguidores, y el local se encontraba abarrotado.

Aquella mañana, mientras me desperezaba, había recorrido con la vista mi nuevo dormitorio. He de admitir que se habían tomado la molestia de ofrecerme una amplia y confortable habitación, decorada con un gusto excepcional. Me percaté de que en la pared situada frente a mi cama había dos viejas láminas que reflejaban el mismo paisaje en dos momentos extremadamente opuestos. Una era muy colorida y la otra muy sombría: exactamente como termina siendo la vida. Dos personas pueden estar en el mismo lugar y contemplarlo de formas muy distintas; dependiendo de las circunstancias, la apreciación de la realidad puede ser muy diferente, y me gustaba aquel matiz. Quién hubiera elegido enmarcarlas para colocarlas en aquella pared había conectado conmigo sin saberlo. El fuerte contraste entre ambas me hizo sentir comprendida, como si no fuera la única que conocía lo que es pasar de la luz a las tinieblas.

La entretenida excursión a caballo me había pillado por sorpresa. No entraba en mis planes disfrutar de las actividades que aquella finca ofrecía, ya que mi intención era marcharme lo antes posible de allí. Por lo menos Elena contribuía a que no me sintiera del todo bienvenida. Era tan fría y altiva conmigo que su actitud contrarrestaba la amabilidad de los demás miembros de su familia. Aquella chica me intrigaba. Era evidente que no le caía bien, y mi comentario del desayuno había empeorado las cosas aún más. Pero, ¿qué esperaba?... No iba a mentirle diciendo que aquel lugar tan tranquilo y alejado de la civilización era lo que a mí me gustaba. Me había criado en una gran ciudad y no podía evitar echar de menos sus estridentes sonidos. ¿Tanto le molestaba a ella que así fuera? Pero había algo más, su actitud no podía deberse sólo a mi desafortunado comentario. Algo en ella, en su mirada oscura, me indicaba que la cosa iba más allá, que no se trataba de algo simple y fácil de describir. Mi intuición me avisaba de que a Elena la habían herido profundamente, algo o alguien. Se trataba de una persona que prefería mantenerse al margen de la mayoría de los humanos. En cambio Soul, aquel espléndido corcel negro, la transformaba; su semblante se iluminaba al hablarle a su caballo y rebosaba entusiasmo cuando galopaba sobre aquel magnífico animal.

Me daba la sensación de que, por mucho que lo intentara, no iba conseguir acercarme a ella en el tiempo que estuviera viviendo allí. Quizás sería mejor así, pues si me limitaba a sacar mi segundo año de Arquitectura adelante, sin estrechar lazos con nadie, podría volver a Moscow en unos meses y continuar en la Universidad de Artes. Aquel pueblo, a pesar de su moderna universidad, se me hacía excesivamente pequeño y rural. Mi objetivo estaba muy claro: debía regresar cuanto antes a la capital para poder estar cerca de mi abuela. Trataría de pasarlo lo mejor posible durante mi estancia en Novosibirsk puesto que, por el momento, eso era lo que me había tocado vivir. Pero a la mínima oportunidad de volver no lo dudaría: haría las maletas y me alejaría de aquellas montañas sin mirar atrás.

Cuando era niña mi madre me había apuntado a una escuela hípica a las afueras de Moscow y, afortunadamente, no había olvidado aquellas lecciones básicas de equitación.

Cuando crecí no continué con ello, quizás porque los estudios, la música y salir con mis amigos habían ganado terreno. Después del paseo matutino de aquel sábado, recordé lo mucho que me gustaba aquella actividad y no entendía muy bien por qué la había olvidado por completo. Haber ido a parar a la finca de los Katin me brindaba la oportunidad de retomar esa afición. Decidí que mientras me quedara con ellos iba a aprovecharlo. No es muy común vivir en un lugar de tan fácil acceso a unas caballerizas, con preciosos caballos esperando a que los lleves a galopar.

Y no por algún terreno reseco de las afueras, sino por bosques y caminos junto al río.

Había llamado a Magda esa tarde. Al contarle aquellas primeras experiencias con los Katin, se quedó muy satisfecha. Parecía más tranquila que en los días anteriores, y por el tono con el que habló, no le disgustaba la residencia donde ahora la cuidaban, lo que apaciguó mi preocupación. Quedamos en vernos pronto. Le aseguré que iría a verla en unos días.

El concierto tocaba a su fin. Cube se despedía con una última canción que, a mi juicio, resultó ser la mejor de todo el repertorio, dejándome con la boca abierta. Eran realmente buenos y sentí una punzada de envidia al ver cómo disfrutaban tocando. Hacía mucho tiempo que yo no compartía mi música con nadie. Mi guitarra se tenía que conformar con sonar en solitario, triste y teñida de angustia, pues desde la muerte de mis padres aquellas eran las únicas emociones que era capaz de evocar.

Terminaron de sonar los últimos acordes y el público aplaudió, excitado y eufórico. Pedían a gritos una canción más, pero los músicos, aunque agradecidos, empezaban a recoger ya sus instrumentos mientras una canción de Queen comenzaba a sonar por los altavoces del bar, confirmando que el concierto en directo ya había terminado. Ante la evidencia, el clamor se fue apagando y la gente se fue dispersando poco a poco.

Encendí un cigarro, observando una vez más al grupo de Elena y sus amigos.

Con sus pantalones de mezclilla entubados, sus tenis All Star negras y una camiseta gris que disimulaba su menudo cuerpo, parecía tratar de esconder su belleza natural, ajena a que lo que conseguía era producir el efecto contrario. Esa austeridad en su forma de vestir hacía que resultara encantadora, sencilla y auténtica, cediendo todo el protagonismo a su delicado rostro, sus mejillas sonrosadas por el sol y sin una gota de maquillaje sobre aquella piel. Se reía por algo que le había comentado una de sus amigas. Caí en la cuenta de que era tan sólo la segunda vez que la veía así: despreocupada y alegre. La primera había sido esa misma mañana a lomos de su caballo. No parecía ser una chica que se riera a menudo, por lo que era una agradable novedad ser testigo de sus carcajadas. Cuando se percató de mi presencia, sus insondables y brillantes ojos claros me saludaron en silencio, y su sonrisa se borró en el acto.

¿Pero qué diablos le pasaba conmigo?... Tampoco había hecho nada tan grave como para despertar ese abierto rechazo.

—Yulia, mira, te quiero presentar a Troy — distinguí la voz de Iván a mi izquierda, difuminada por el sonido de la música que pinchaban en el bar. Mi giré y tendí la mano al cantante.

—Hola.

—Hola, ¿Cómo te va? — preguntó sonriendo — Ya me ha contado Iván que hace apenas un día que llegaste.

—Sí, aún ando algo perdida, la verdad.

—Yo llevo toda la vida en Novosibirsk, como Iván, así que aquí estoy para lo que necesites, preciosa.

A juzgar por su expresión, aquel ofrecimiento era sincero y no un simple gesto de coquetería. Solía recelar de la amabilidad de la gente, pero en esta ocasión pensé que no tenía nada que perder. Todo era nuevo en aquel lugar y no podía ir cerrándome todas las puertas sistemáticamente. Además, su música me había impresionado tanto que ya estaba predispuesta a que aquel chico me cayera bien.

—Gracias — respondí — Me vendrá bien un poco de ayuda, la verdad.

—Pues mira, te invito a una copa y así te voy poniendo al día de lo que merece la pena en este pueblo — ofreció — Iván, ¿vienes?

—Sí, pero dame un minuto. He visto a un amigo de la universidad que quiero saludar. En seguida me uno con ustedes — Dicho esto, salió corriendo para interceptar a la persona de la que hablaba, y yo seguí a Troy hacia la barra.

Pedimos un par de cubalibres y nos quedamos allí charlando, intercambiando impresiones sobre el concierto mientras esperábamos a que Iván regresara. Le ofrecí un cigarro a aquel chico alto y desgarbado que tantos fans había reunido aquella noche en el RedWine, uno de los pocos bares de Novosibirsk que ofrecía música en directo todas las semanas, según me estaba relatando Troy.

—Me ha dicho Iván que tocas la guitarra — apuntó, dejando el vaso de tubo sobre la barra.

—Sí, toqué en un grupo en Moscow durante un tiempo.

—Y, ¿ahora? ¿Vas por libre?

—No... bueno, se podría decir que sí, cuando toco — dudé al contestar, ya que últimamente no le dedicaba mucho tiempo a la música — Lo tengo un poco apartado.

—Cuando uno es músico, nunca deja de serlo.

—Eso es cierto. Aunque la práctica es necesaria.

—Sí, ayuda a mantenerse ágil. Sin embargo, si no hay talento, no hay práctica que valga —observó él — En mi opinión esto es como todo: si vales, vales, y si te entusiasma no hay nada que lo perder, ¿no crees?

En eso le daba toda la razón. Yo ya no era miembro de ningún grupo, y no compartir mi pasión por la música con otros hacía que lo echara de menos. En todos aquellos años mi guitarra había pasado a un segundo plano, pero seguía acompañándome a todas partes, y su presencia allá donde me encontrara, aunque la tocara muy de vez en cuando, era imprescindible para no sentirme aún más sola. Prefería tocar en soledad a no hacerlo en absoluto.

—Supongo que una vez que te pica el bicho ya no hay antídoto — comenté — Puede estar adormecido, pero siempre está latente en algún rincón.

—Sí, nunca duerme del todo — dijo él, sacando de su bolsillo un teléfono móvil —Yulia, ¿Te interesaría despertarlo?

Aquella pregunta me pilló totalmente por sorpresa.

—¿A qué te refieres exactamente? — pregunté intrigada.

—Estamos buscando un guitarrista para el grupo. Fyodor, el que ha tocado esta noche, se va a Londres a trabajar, así que deja su puesto en el grupo — me aclaró — Hemos visto a algunos músicos, pero por ahora nadie nos ha encajado del todo. No te puedo asegurar que tú vayas a hacerlo, pero por tus observaciones sobre nuestra actuación de esta noche me da la impresión de que podrías entender esto. Si te apetece, podrías pasarte por nuestro local de ensayo y probar a tocar algo con nosotros. Fyodor se va en unas semanas y nos gustaría encontrar a alguien antes. No queremos tener que interrumpir los ensayos y, además, valoramos su opinión sobre quién lo va a sustituir.

No sabía qué decirle. No me había esperado en absoluto aquella propuesta ya que nos acabábamos de conocer. No estaba segura de si aquello era algo que me interesara.

Sonaba tentador, pero hacía siglos que no tocaba con otros músicos; temía haberme oxidado.

Además, yo tenía que cumplir una promesa: sacar aquel segundo año de Arquitectura adelante.

Ni siquiera había empezado el curso y ya tenía la tentación de dedicar mi tiempo a otra cosa. Si le fallaba a mi abuela no me lo perdonaría. Ya la había hecho muy desgraciada en los últimos tres años, con mis falsas promesas de que iba a volver a estudiar, un mes tras otro, sin llegar a hacerlo nunca, dedicándome única y exclusivamente a perder el tiempo, aferrándome a mil excusas para justificar mis excusas. También consideré que si quería marcharme pronto de allí, no sería buena idea involucrarme en algo que me pudiera atar a aquel lugar.

—No sé, te lo agradezco, pero no estoy segura de poder comprometerme al cien por cien.

—Nosotros no ensayamos todos los días ni nos dedicamos a esto como un trabajo — me explicó, intuyendo el motivo de mi indecisión — lo hacemos en nuestro tiempo libre y sin afán de hacernos famosos. Tampoco albergamos la esperanza de vivir de ello. No queremos eso porque nuestro grupo es nuestra válvula de escape. Amber y Fyodor acaban de licenciarse y están empezando a trabajar. Yuri y yo estamos con el proyecto de final de carrera, yo de Arquitectura y él de Ingeniería Industrial, así que ninguno está en el grupo buscando la gloria. Todos tenemos bastante lío con nuestros propios asuntos.

—Veo que me has entendido — suspiré aliviada — Yo tengo que retomar algo que he dejado de lado durante demasiado tiempo, y aún no sé si voy a ser capaz de hacerlo. Por eso lo de unirme a un grupo me parece algo precipitado.

—Te entiendo — aceptó sin insistir — pero como me temo que te vas a arrepentir de no intentarlo si quiera, a juzgar por la expresión de tu cara cuando lo he comentado, te voy a dejar mi número de móvil para que me llames si decides pasarte por uno de nuestros ensayos.

No me extrañaba que Troy fuera amigo de Iván, se apreciaba a simple vista que era un buen chico. Necesitaba tener aliados en aquel pueblo, ya que en la finca parecía haberme topado con la señorita más antipática del lugar.

—Lo pensaré, me ha gustado lo que he escuchado esta noche. Si me decido a hacer una prueba con tu grupo no será por devolverte el favor, sino porque su música me gusta.

—Llámame de todas formas. Necesitarás algo de diversión aparte de montar a caballo e ir al campus, ¿no?

—Sí, da por hecho que te llamaré — le aseguré, divisando a Elena una vez más, que ahora se acercaba a nosotros detrás de sus dos amigas.

Al llegar a nuestro lado se apoyó en la barra y, dándonos la espalda, esperó a que la atendiera el camarero. Ni siquiera nos saludó. Di un trago a mi copa con algo de rabia. Su comportamiento me enfurecía. ¿Por qué actuaba como si yo fuera una leprosa? Se había limitado a presentarme de pasada a sus amigos para no volver a dirigirme la palabra en toda la noche, evitándome descaradamente. Una de aquellas chicas, alta, de hermoso rostro y cuerpo de sirena, saludó a Troy y luego se dirigió a mí con curiosidad, saludándome risueña.

—Elena nos ha presentado antes, pero con el jolgorio del concierto creo que ni has oído mi nombre. Soy Svetlana.

—No, no lo había oído — admití — Me imagino que tú sabes mi nombre, ya que yo soy la nueva aquí.

—Sí, Yulia — dijo ella, sin dejar de sonreír — Oye Troy, ¿has visto a Yuri?

—Sí, ha salido un momento a llevar los instrumentos a su coche — respondió él — No creo que tarde en volver, quería tomarse una copa tranquilamente después de los nervios del concierto.

—En ese caso, me quedo aquí con ustedes. Así, mientras le espero, chismoseo un poco sobre nuestra nueva vecina. ¿Me pides un vodka con limón? — Sus ojos de súplica me hicieron reír.

—Que sean dos — ordenó otra voz femenina.

Una chica castaña se situó a nuestro lado, observándome con desparpajo y mucho interés.

—Hola Yulia, soy Nastya, amiga de todos estos impresentables, y casi hermana de aquella idiota con la que estás viviendo — se presentó, para a continuación señalar a Elena, que hablaba con el camarero a un par de metros de nosotros.

—Encantada de conocerte.

—Igualmente — repitió ella, dedicándome una encantadora sonrisa.

Troy regresó con las copas y los cuatro continuamos hablando. Yuri no tardó en unirse a nosotros, besando en los labios a Svetlana, lo que dejaba claro que estaban juntos.

Enseguida se nos unieron el resto de los componentes de Cube: Amber y Fyodor. Iván no se demoró en volver, y finalmente Elena se acercó también. Aunque seguía en su línea de no hacerme mucho caso, por lo menos se interesó por conocer mi opinión sobre el grupo y sus amigos. Le dije la verdad: que me habían parecido todos muy extrovertidos, al igual que su hermano, que había sido un gran anfitrión desde el primer momento, consiguiendo que enseguida me sintiera integrada en su círculo.

Tras nuestro breve intercambio de información, me dio la espalda y comenzó a hablar con Nastya. Me pregunté por qué, de entre todos ellos, me habría tocado convivir justo con la persona más grosera y difícil de aquel pueblo.



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LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU  Empty Re: LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU

Mensaje por LenaVolkova66 8/31/2023, 7:42 pm

Jajajaja... Que bueno que la presión funciona contigo!! 🤣🤣🤣🤣🤣 Ahora, en espera del capitulo de hoy, ya que la historia me atrapó
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LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU  Empty Re: LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU

Mensaje por RAINBOW.XANDER 8/31/2023, 9:01 pm

Música II



Elena:

Los días fueron transcurriendo y sin darme cuenta, llegó el momento de empezar con las clases. En apenas un par de días daría comienzo el año universitario y, como el anterior, había decidido seguir con mis prácticas en el periódico local. Estaba compuesto en su mayoría por estudiantes de Periodismo, a excepción de los directores de cada sección y el editor jefe, que eran periodistas veteranos y formaban parte del profesorado de la facultad. Me había decantado por escribir para la sección de cultura, redactando críticas sobre cine y literatura.

Durante el curso anterior me había pasado el día leyendo libros de distintos géneros, arrastrando a Nastya a Moscow para que me acompañara a ver las películas de cine independiente que, por norma general, no solían llegar a los cines de nuestro pueblo. Me había gustado la experiencia de analizar lo que leía para luego escribir un par de críticas quincenales. Elegía un libro y una película actuales que me parecieran interesantes, y luego daba mi opinión sobre los mismos en mi sección. Mucha gente me había agradecido personalmente haber recomendado tal o cual obra, acercándose a mí para compartir sus impresiones. Eso me llenaba de satisfacción. A pesar de ser una carga extra sobre mi calendario universitario, especialmente en época de exámenes, me gustaba demasiado colaborar en el periódico y aquel año quería continuar.

Para el primer número de octubre ya tenía en mente un libro de uno de mis escritores favoritos, un norteamericano llamado Paul Auster, cuya forma de escribir y sus complejos personajes encontraba sencillamente sublimes. Ya llevaba leído más de la mitad de uno de sus últimos libros: El palacio de la luna. No me arrepentía en absoluto de haber elegido aquel título para dar comienzo a la agenda de aquel año. En cambio, para la crítica sobre cine aún no me había decidido por ninguna película en especial. Tenía en mente dos o tres, y quizá tuviera que ir a Moscow en los próximos días para verlas y así poder inclinarme por una en concreto.

Aquella tarde tuve mi primera reunión de ese curso con los demás colaboradores del periódico, cuyas oficinas se habían instalado en la planta baja de la facultad de Periodismo.

No contábamos con demasiado espacio, pero tampoco importaba ya que, salvo los días que nos reuníamos para trazar las líneas del siguiente número a publicar, casi todos trabajábamos desde casa y llevábamos nuestro trabajo al director de sección para que lo revisara antes de entregarlo definitivamente a los chicos de maquetación.

Al terminar la reunión, avancé a paso ligero por el largo pasillo que se dirigía al vestíbulo de acceso al edificio mientras me iba poniendo mi gruesa chaqueta de cuero; aquella tarde de finales de septiembre era más fría de lo habitual. Nastya me esperaba en el centro del pueblo para tomar algo juntas, con lo que una vez crucé las altas puertas de cristal bajé a zancadas las escaleras que daban paso al aparcamiento de mi facultad. La reunión había durado algo más de lo esperado y si no me daba prisa iba a llegar muy tarde.

Subí a mi coche y conduje por las calles del campus en dirección a la carretera que, a través de las urbanizaciones, se dirigía al casco viejo de Novosibirsk. Tarareando una canción que sonaba en la radio, repasé mentalmente el transcurso de las dos últimas semanas.

Yulia parecía estar habituándose a su nueva vida sin problemas. No nos habíamos visto demasiado. Ella había aprovechado el tiempo que le quedaba libre antes de empezar las clases para refrescar en su memoria lo que había aprendido anteriormente en su paso por la Universidad de artes de Moscow. Mi padre la había invitado a hacerlo en su estudio, donde le facilitó una mesa. Ella aprovechó la oportunidad para no quedarse todo el día a solas en su habitación y así repasar sus libros en compañía de otros arquitectos a los que podía consultar dudas y pedir consejo.

Iván y ella habían entablado una estrecha relación desde el primer momento.

Tanto es así, que mi hermano parecía encantado de tener a una compinche, por muy bien que nos lleváramos, había cosas que no compartíamos. Yulia era como ese alguien con quien poder disfrutar de gustos afines, así que la había recibido con los brazos abiertos. Mi padre también parecía ir encariñándose con ella y, aunque estaba muy ocupado, trataba de sacar algo de tiempo para ir conociéndola mejor. Habían salido a cabalgar juntos en alguna ocasión, y un sábado se fueron ellos tres a jugar tenis, por lo que mi madre y yo aprovechamos para ver por enésima vez Los Puentes de Madison, acurrucadas en el sofá de la sala y rodeadas de paquetes de Kleenex. No importaba que hubiésemos visto esa película millones de veces: volvíamos a emocionarnos como si fuera la primera vez.

Mi relación con nuestra huésped se había limitado, deliberadamente por mi parte, a cruzarnos en el pasillo y charlar en familia durante las comidas. No habíamos estado lo que se dice a solas, por lo que para mí seguía siendo prácticamente una desconocida. Éramos como dos compañeras de piso que sólo coincidían a ratos en casa, así que mi plan de no encariñarme con ella me estaba resultando más fácil de lo esperado.

Me adentré en el pueblo. En cuanto divisé un espacio libre entre dos coches, me apresuré a aparcar mi pequeño todoterreno. Nastya ya debía de llevar un rato esperando en la cafetería de la plaza y no quería demorarme mucho más. Salí disparada calle abajo y atravesé uno de los antiguos pórticos de piedra que conducían a la plaza mayor de Novosibirsk. Las terrazas de los bares estaban montadas, pero nadie se sentaba fuera ya que había estado lloviendo y soplaba un viento frío que no invitaba a sentarse al aire libre.

Divisé a Nastya a través del ventanal del centenario café. Sentada en una de las viejas mesas de mármol, su vista se perdía en el viejo quiosco de música que se encontraba en el centro de la plaza. Al verme, salió de su ensimismamiento y me sonrió con un aparente alivio en su rostro angelical; ella odiaba que la hicieran esperar.

Entré en el local y me dirigí a la mesa.

—Lo siento — me disculpé con la respiración entrecortada. Había corrido aquellos últimos metros y me encontraba sin aliento — es que la reunión se ha alargado.

—Me lo he imaginado, no te preocupes.

—¿Has llegado hace mucho?

—No, hace tan sólo unos minutos.

Pedimos unos cafés, y ambas sacamos nuestras cajetillas de cigarrillo, adivinando de que durante nuestra merienda caería más de un cigarro. Cuando quedábamos muchas veces la cosa se alargaba, pitillo, tras café, tras pitillo, hasta la hora de cenar. Nos poníamos a charlar y no nos dábamos cuenta del paso de las horas. Cuando el camarero trajo las dos tazas humeantes, Nastya removió el suyo excitada y dio un sorbo. Encendió un cigarro, cerrando los ojos brevemente para saborear la mágica mezcla que se produce entre el fuerte sabor del café y el cigarro de sabores. Acto seguido, se dispuso a bombardearme entusiasmada.

—Dime, Lena... ¿cómo le va a la lindura con la que tienes la suerte de vivir? — Sus ojos verdes se abrieron de par en par, impaciente por saber de Yulia. Desde la noche del concierto se había quedado absolutamente anonadada con nuestra invitada, y quería saberlo todo sobre ella.

—La verdad es que no la he visto mucho — contesté indiferente — Es muy reservada, no puedo decir gran cosa.

—Chica, qué poco interés muestras... — objetó Nastya desilusionada por mi simple respuesta — Está viviendo en tu casa, algo más tendrás que contar, ¿no?

—No sé, parece que está contenta — decidí hacerle feliz y contarle lo poco que sabía — Está estudiando mucho para ponerse al día antes de empezar las clases, y como va al estudio de mi padre todos los días, apenas nos vemos. Además, Iván y ella se han hecho uña y carne en tan sólo unas semanas, así que mi hermano se ocupa de entretenerla. Cuando está en casa pasa mucho rato a solas en su habitación; no me cruzo mucho con ella.

A juzgar por su expresión, todavía no parecía haber saciado su gran curiosidad.

—Elena... ¡parece mentira que no tengas nada más que contarme!

—Yo no soy tan sociable como tú, ya me conoces. Además, Yulia es algo engreída. Siempre anda por ahí con ese aire de chica lista de ciudad que me enferma.

—Me parece que exageras. Quizá sea algo reservada, pero no encuentro que vaya con aires de superioridad. Creo que no te has molestado en conocerla y por eso tienes esa impresión. Seguro que yo he hablado más con ella que tú, y eso que viven en la misma casa.

—No necesito conocerla mejor, ya veo por donde va.

—Dale una oportunidad. A lo mejor estás siendo demasiado dura con ella — sugirió mi amiga — Elena, te conozco, así que doy por sentado que sientes que tu espacio ha sido invadido y eso te impide sentir simpatía alguna hacia ella.

—En efecto, así es — suspiré — Aunque apenas la veo, la amenaza de encontrármela en cualquier momento hace que sienta que he perdido gran parte de mi intimidad.

—O has ganado una compañera que está hecha una belleza... — insinuó — todo depende de cómo lo mires.

Nastya, al contrario que yo, siempre solía ver el lado positivo de cada situación.

Éramos como la noche y el día, y quizá por eso nos compenetrábamos tan bien.

—Sólo me faltaba coquetear con la invitada de mi madre... — resoplé.

—No digo que te enrolles con ella, sino que aproveches para conocerla mejor. Vamos, si yo estuviera en tu situación, te aseguro que le habría sacado mucho más jugo al asunto. Con lo misteriosa e intrigante que aparenta ser, yo me la pasaría genial tratando de descifrarla.

Su mirada picarona me hizo reír.

—Anastasya, ¡eres incorregible! Ya sabes que yo no soy tan enamoradiza como tú.

—Ya, no hace falta que lo jures — exclamó — De hecho, yo me paso, ¡me gustan todos y todas! Pero chica, es que tú te quedas muy, pero muy corta.

— ¡Nastya! — la regañé. Parecía mentira que mi mejor amiga olvidara lo traumatizada que me había dejado mi única y desastrosa relación — Sabes de sobra que ahora mismo no me interesa nada de eso...

—Sí, ya lo sé. Pero una cosa es ser cauta, y otra muy distinta tener fobia a las personas. No te digo que te lances a los brazos de cualquiera ni que te pongas en una situación comprometida con nadie, pero es que ni siquiera te gusta hablar de si está como para comérsela o esa otra es una pesada. Es como si para ti las mujeres no existieran. Y eso, querida amiga, no es sano.

—Necesito tiempo. Ahora mismo quiero centrarme en mis estudios — me excusé.

Una mirada de a-mí-no-me-vengas-con-cuentos me confirmó que Nastya no iba a darse por vencida tan fácilmente.

—Lena, no quiero presionarte ni traerte malos recuerdos, pero no puedes dejar que una única experiencia te marque para siempre. Te has olvidado de divertirte y de ser tú misma.

—Aún estoy tratando de averiguar quién soy realmente.

—Pues para hacerlo también tienes que abrirte a los demás. La terapia te ha ayudado a ser más fuerte y más equilibrada, y eso es fantástico. Pero mucho me temo que en el proceso te has dejado en el fondo del armario una parte vital de quien eres — Su tono serio me avisó de que no iba a permitir que la esquivara.

—Si me abro a los demás me vuelvo vulnerable...

—Tienes tanto miedo a que los demás te conozcan que no te das cuenta de que así lo que en realidad evitas es conocerte a ti misma. Creo que eres aún más vulnerable encerrándote en tu miedo.

—Oksana me dice que tengo que ser paciente, que es sólo cuestión de tiempo — me defendí, utilizando a mi psicóloga como escudo — Gracias a ella he recuperado la cordura. Necesito tiempo, Anastasya. Sólo estoy tratando de no volver a derrumbarme.

—Es verdad que te ha ayudado muchísimo. Cuando acudiste a ella necesitabas que un profesional te guiara; esa imbécil te había roto por dentro — recordó con amargura.

— ¿Ves?... Si vuelvo a arriesgarme a dar mi cariño podría volver a suceder — le expliqué.

—No todo el mundo es como aquella idiota — rebatió ella — Además, no te hablo sólo de relaciones amorosas, sino de la posibilidad de una amistad.

— ¿Una amistad con una chica que parece sacada de una revista? — inquirí boquiabierta — ¿Pero tú la has visto?... ¡Esa chica es una amenaza para el corazón de cualquier hombre, y en mi caso, para mí! ¡No se puede ser más increíblemente sexy!

Nastya me miraba satisfecha. Había conseguido lo que pretendía: que yo por fin admitiera en voz alta que Yulia era una obra de arte de Dios de primera clase.

— ¡Aleluya! — exclamó triunfante — Por lo menos has admitido lo evidente. Estás mejorando.

—Me alegro de que te diviertas — contesté riendo.

—No me divierto, me alegro de que aún quede ahí dentro algo de atracción por las vaginas — puntualizó con un gracioso mohín.

—Parece que algo queda — admití — Pero es tan débil que me resulta muy fácil dominarlo.

—Vale, pues llegados a este punto, en el que gracias a la terapia has mejorado bastante, creo que no deberías intentar dominarlo todo. Al fin y al cabo es tu vida, y eres tú la que tienes que ir abriendo alguna rendija a los sentidos. Elena, no te ofendas, pero últimamente pareces más un robot que una chica de veinte años. Tanta organización y perfeccionismo me parecen enfermizos. ¡Por Dios, date un respiro!

—Nastya... ¿qué hago si vuelvo a dejar que la euforia me arrastre y termino volviendo al punto de partida? — la interrogué, mostrándole mi temor.

—Eso es precisamente lo que tienes que aprender a dominar — señaló con vehemencia. En vez de controlarlo todo, concédete la oportunidad de sentir, de emocionarte, pero no dejes que te desborde ni que te afecte hasta el punto de volver a convertirte en un vegetal.

—¿Y cómo lo hago? — pregunté exasperada.

—Poco a poco. No lo vas a conseguir de la noche a la mañana. Vete paso a paso, concédete pequeñas vacaciones. Por ejemplo: rompe un día tu rutina habitual escapándote de compras, ¡que falta te hace! — dijo riendo — No puedes seguir vistiéndote con ropa dos tallas más grandes de la tuya. Una cosa es evitar ir de sex symbol por la vida, y otra muy distinta es parecer un saco de patatas a todas horas.

—Te estás pasando... — le advertí.

—¿Desde cuándo no te pones un top de tu talla?

—Vale, vale, lo admito — me rendí, alzando las manos — Prometo comprarme algo bonito y femenino pronto, ¿contenta?

—Sí, es más de lo que esperaba — respondió victoriosa — Lena, no quiero ser pesada, de verdad. Es sólo que me preocupa verte tan apagada y echo de menos a mi compañera de locuras. Sé que las cosas pasan y nos marcan, supongo que forma parte de ir madurando. Pero no podemos desperdiciar lo que somos, ni dejar de disfrutar; eso nunca.

—Mensaje captado, me rindo — contesté con un mohín.

—Elena, no tengas miedo — me rogó, cogiendo mis manos con firmeza entre las suyas — Si en algún momento crees que por dejarte llevar vas a caer de nuevo en el abismo, recuerda que aquí estoy. No te voy a dejar llegar al punto de hace un año. Además, ahora también tienes a Oksana, que sabrá ayudarte si notaras síntomas de que algo no va bien.

—Eso es verdad. Y tampoco tomaba las pastillas, que también me ayudan a tomarme las cosas de otra manera — reflexioné — Muchas gracias, Nastya.

Ella le quitó importancia al asunto con un gesto de su mano.

—Como había empezado a decir antes... — soltó una carcajada antes de seguir hablando — ¿me dejas ahora que te diga lo hermosa, encantadora y sexy que es esa increíble chica que duerme cada noche a tan sólo unos metros de tu cama?

El énfasis de sus palabras, y la manera en que se abanicaba con la mano tras describir los atributos de Yulia, consiguieron que me diera un ataque de risa tal que tuve que soltar la taza de mis manos por miedo a tirarlo todo por la mesa. Nastya siempre sabía cómo hacer que me relajara y viera las cosas de otro color. Era como un cristal a través del cual la vida parece más bonita, más brillante y sobre todo, mucho más divertida. Era como un caleidoscopio: sorprendente y siempre llena de color.

—Bueno, como veo que ya he conseguido que te pongas en modo somos unas veinteañeras y tenemos que divertirnos y pasárnosla bien, te voy a contar una primicia que nos va a dar mucho juego — dijo, apoyando los codos en la mesa para acercarse un poco más a mí. Continuó hablando algo más bajo —: el otro día fui al cine con Momo y después de la película nos fuimos a tomar unas copas. Se puso emborrachó un poco y me terminó confesando que tu hermano la tiene loquita.

—¿Momo te dijo que le gusta mi hermano?... — me había dejado de piedra.

Jamás me lo habría imaginado. Ella nunca había dado indicio alguno de que así fuera. Nastya había conseguido captar mi interés.

—Sí, le costó soltarlo, pero terminó hablando largo y tendido sobre el tema. ¿Tú sabes si tiene alguna posibilidad? — preguntó ansiosa.

—No tengo ni idea —respondí, aún asombrada por lo que Nastya me contaba — Desde que Iván no vive en casa, lo veo mucho menos, y si antes me contaba alguna cosa sobre sus amores, últimamente no ha dicho nada. Pasa muchísimo tiempo con Yulia, así que a lo mejor le deberías preguntar a ella. Quizá sepa más que yo.

—Si claro, voy y le pregunto abiertamente a una chica que casi no conozco que si a tu hermano le gusta Momo — exclamó, esbozando una cómica mueca —. ¡Elena soy celestina, pero no una entrometida!

Nos echamos a reír una vez más y me di cuenta de que hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto; volvíamos a ser nosotras y me gustaba. Ella continuó con la suculenta información sobre lo que le había confesado Momo, quien solía ser muy discreta y callada, así que me moría de curiosidad por saberlo todo. Hacía mucho tiempo que no parloteaba sobre cosas de chicas. A veces es necesario dejarse llevar por ese tipo de conversaciones algo tontas, pero tan necesarias para nosotras. Nastya me pidió mi opinión una vez más, ya que yo era una de las personas que mejor conocía a Iván.

—No sé, Momo podría ser su tipo. Puedo intentar averiguar algo. Eso sí, seré discreta porque me puede descubrir enseguida.

—Sí, trata de ser lo más discreta posible...

Su semblante pensativo me indicó que su cabecita giraba a mil revoluciones, maquinando algún plan infalible — Se me ocurre que hay una manera de averiguarlo sin meternos directamente ni delatar a Momo — continuó.

— ¿Cómo?

— ¡Muy fácil! Creando una situación que favorezca el contacto — comenzó a explicar, arrugando la frente pensativa — Déjame un segundo... ¡Ya lo tengo! Podríamos hacer una acampada e ir todos juntos a pasar el fin de semana en la montaña. Eso sería perfecto, y no se notaría nada que lo hacemos con otros fines aparte de pasarlo genial. Podemos decir que es para despedir a Fyodor antes de que se vaya a Inglaterra.

Nastya estaba convencidísima de que su idea era magistral.

—Es una buena idea — coincidí, empezando a contagiarme de su entusiasmo.

Momo me caía muy bien y la idea de que hubiera una posibilidad de que surgiera la chispa entre mi hermano y ella me ilusionó — No sería la primera vez que nos vamos todos de excursión, así que nadie sospecharía nada. Hay que hacerlo pronto, porque luego el frío será insoportable para dormir en las carpas.

—Intentaremos que estén juntos — planeaba Nastya en voz alta, aumentando la excitación en su voz — Haremos todo lo posible para que coincidan en la misma carpa, y si tenemos suerte, puede que incluso acaben en el mismo saco de dormir.

Su insinuación me arrancó una sonora carcajada.

Continuamos charlando mientras seguíamos pensando en cómo manipular las vidas de mi hermano y nuestra amiga, eso sí, con las mejores intenciones. Pedimos otra ronda de cafés y fuimos a la máquina de cigarrillos por más provisiones, ya que nuestra tarde no hacía más que comenzar.

Cuando llegué a casa aquella noche me sentía más ligera, incluso feliz. Hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto en compañía de Nastya. Nos habíamos reído como niñas y me sentía como si hubiese estado en un spa: con mis músculos relajados y la mente libre de preocupaciones.

No recordaba la última vez que me había encontrado así. Resultaba muy alentador comprobar que todavía era capaz de dejarme llevar por el entusiasmo de mi mejor amiga. Podía ser todavía la Elena despreocupada que temía haber enterrado para siempre.

Afortunadamente, no me había convertido en un ser completamente impermeable e inaccesible.

Ella había conseguido contagiarme parte de su alegría, y por primera vez desde hacía muchos meses había sentido un chispazo de ilusión por algo.

Planear con ella la acampada, aunque no fuese un asunto de gran relevancia para la historia de la humanidad, resultaba divertido y me había llenado de optimismo. Al fin y al cabo ambos llevaban solos mucho tiempo, y no perdíamos nada por intentar que se conocieran un poquito mejor. Ya que yo, debido a mi terror a sufrir, había asumido que no estaría con nadie y acabaría soltera y rodeada de animales, quería que por lo menos mi hermano se enamorase.

Momo me parecía una candidata perfecta, porque era amiga mía, y además, una chica que merecía mucho la pena. Si ellos vivían una historia de amor yo, a cierta distancia, disfrutaría viéndolos. Prefería ser espectadora que protagonista en ese tipo de historias, dado que a mí se me daban tan desastrosamente mal. Sólo había tenido una experiencia en mis veinte años de vida, y ya sabemos lo que había provocado. Había tomado la decisión de vivir ese fervor a través de los demás, bien fuera por mis allegados o por libros y películas. Mi amiga Svetlana mantenía una relación envidiable con Yuri. Me gustaba observarles cuando se miraban y se hacían cariñitos. Se podía decir que me había convertido en una espía del amor, observando cómo otros lo experimentaban, protegida de ello tras mi barrera. Era como estar en primera fila en una película.

Nastya me llamaba cobarde. Yo prefería definirlo como simple supervivencia emocional.



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LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU  Empty Re: LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU

Mensaje por Volkatin_420 8/31/2023, 9:45 pm

Nastya cariño tienes toda la razón como siempre. Lena debe dejar atrás el pasado y enfocarse en el presente. Que yulia sea prepotente eso se le quita con unos buenos besos
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LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU  Empty Re: LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU

Mensaje por Fati20 9/1/2023, 12:42 am

Pobre lenita tiene tantos miedos e inseguridades pero ya nuestra lobita seguro la va a curar de todo eso y esa acampada estoy segura q va ayudar mucho. Gracias cariño por ser siempre un amor y complacernos con los capítulos 😘😘😘😘
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LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU  Empty Re: LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU

Mensaje por Corderito_Agron 9/1/2023, 9:06 am

Veamos que pasa en ese viaje improvisado que van hacer... Capaz y adelanten algo o terminen odiandose
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LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU  Empty Re: LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU

Mensaje por RAINBOW.XANDER 9/1/2023, 3:10 pm

Música III



Yulia:

Siguiendo las indicaciones que Troy me había dado, no tardé en encontrar el viejo garaje donde su grupo ensayaba.

Había decido aceptar su propuesta. Tras pensarlo mucho, opté por volver a involucrarme con la música ya que aparte de las clases en la universidad no tenía mucho más que hacer en aquel pueblo. Como él ya me había dicho, no esperaban que me dedicase en cuerpo y alma al grupo, así que no tenía por qué interferir en mis estudios. Creía que más bien causaría el efecto contrario, brindándome la oportunidad de desconectar de la presión que seguro iba a sentir durante aquel curso.

Ahora que estaba allí, me alegré aún más de haberme reunido con ellos en su local de ensayo. Todos los miembros de Cube eran de mi generación, año arriba o abajo. Intuía que teníamos muchas cosas en común. La conexión fue inmediata; en cuanto empezamos a tocar me sentí en absoluta sintonía con el grupo.

Al principio, para romper el hielo, interpretamos un par de temas de grupos famosos que todos conocíamos, para después pasar a interpretar algunas de sus canciones.

Siguiendo las indicaciones de Fyodor, el guitarrista que los dejaba, conseguí integrarme en el conjunto de instrumentos sin que supusiera esfuerzo alguno. Como ya me había parecido el día que los escuché en concierto, estábamos en la misma onda, teníamos gustos muy parecidos y mi Epiphone parecía hecha a su medida. Mientras tocábamos en aquel viejo garaje de la zona industrial, volví a sentir la fascinación que te envuelve cuando tocas en compañía de otros músicos, provocando esa simbiosis que da vida a una buena canción. Afortunadamente, ellos también disfrutaron y me ofrecieron pasar a formar parte de su grupo a partir de ese momento.

No dudé en decirles que sí, porque durante el rato que estuvimos interpretando su peculiar estilo de música me sentí mejor que en los últimos tres años.

Cuando terminamos de tocar, Troy me propuso ir a tomar una cerveza a un pub Japonés que se encontraba en la zona del campus. Lo seguí de cerca con mi coche y en pocos minutos estuvimos allí. Nos sentamos en los taburetes junto a la barra y pedimos un par de cervezas.

Observé el local con una mirada de aprobación. Se habían esforzado en darle un aire auténtico, con el suelo y las paredes de madera, y no tenía nada que envidiar a los bares japoneses de la capital. Debido a su cercanía con las residencias de estudiantes, el lugar se hallaba muy animado a esas horas de la tarde.

—¿Qué tal va todo con los Katin? — me preguntó Troy.

—Bien, mejor de lo esperado – respondí — La verdad es que no son una familia muy típica, y lo digo en el buen sentido.

Los Katin no encajaban exactamente con la definición que yo, hasta entonces, había adjudicado a la palabra familia. Su manera de relacionarse era muy poco común, ya que ni Sergey ni Inessa imponían su criterio a toda costa. Cuando se encontraban todos reunidos, normalmente durante la hora de la cena, conversaban sobre infinidad de temas que resultaban siempre interesantes y entretenidos. Discutían abiertamente sobre cuestiones de lo más dispares: comenzando por algún acontecimiento sucedido en el pueblo, pasando a la arquitectura, política, literatura, arte o cine, hasta terminar con trivialidades como la liga de fútbol. Sobre la mesa fluía siempre un torrente de ideas y opiniones. Y lo que más me llamaba la atención: nunca se faltaban al respeto.

—Iván y Elena tienen mucha suerte. Sus padres son muy abiertos y siempre les han apoyado en todo. No es fácil encontrar una familia tan unida — comentó.

—No, no es fácil – admití — Mis padres siempre fueron bastante más estrictos.

—Te entiendo. Los míos son bastante más anticuados, por eso siempre me ha maravillado el ambiente que existe en esa casa.

—Sí, es sencillo estar a gusto con ellos. Aunque no puedo decir lo mismo de Elena, es muy escurridiza — apunté, recordando lo distante que seguía siendo conmigo aquella chica. Desde mi llegada no nos habíamos aproximado ni un poco.

—No te lo tomes como algo personal, es muy introvertida.

—Ya, pero es que apenas me habla.

—Dale tiempo, es muy reservada, pero terminará aceptándote — me aconsejó.

Mientras Troy se ausentaba unos minutos para saludar a un conocido, me quedé a solas con mi cerveza, pensando en lo diferente que era todo en la finca. En mi casa jamás fui testigo de tanta armonía. Nos llevábamos más o menos bien, aunque los conflictos estaban a la orden del día, puesto que ellos entendían que para aprender a desenvolverse en el círculo al que tan orgullosos pertenecían había que cumplir con una estricta etiqueta. En casa todo había estado orquestado de tal forma que nada se dejaba al azar. Cada acontecimiento, por muy rutinario que fuese, era producto de un estudiado y rígido protocolo. Mi madre había sido algo más flexible, y a veces se dejaba llevar por la improvisación. Mi padre, en cambio, se había comportado siempre como si estuviera en una reunión de negocios o en el club de golf, donde afianzaba alianzas con aquellos que podían acercarle más a sus objetivos. Ni siquiera en casa se relajaba.

Creo que nunca lo vi acurrucándose en el sofá y disfrutar realmente de su tiempo libre. Siempre fue muy ambicioso, y pretendía que mi madre y yo fuéramos sus cómplices, o mejor dicho, sus instrumentos. No quería un hogar: lo que deseaba era controlarnos para que no desbaratáramos ninguno de sus calculados planes.

En cambio, en la finca cada uno era libre de mantener su individualidad sin dejar de sentir la calidez de un hogar. Se querían sin fisuras, al mismo tiempo que eran muy independientes. No existían los horarios ni las normas, y no había que mostrarse distante con el servicio doméstico ni mantenerse alejado de los sofás porque si no se manchaban...

A pesar de mi reticencia a pasar a formar parte de su clan, era imposible no dejarse arrastrar por ellos. Libraba una continua lucha interna: deseaba fervientemente volver a Moscow, pero al mismo tiempo sabía que era un privilegiado por haber aterrizado en el seno de una familia tan original y entrañable. Cada día me sentía un poco más cómoda, lo que ayudaba a mitigar mi añoranza de Moscow. Salía a cabalgar a menudo, consiguiendo llegar a entablar una gran camaradería con el viejo Rocko, que se había ido acostumbrando a mí y ya no trataba de jugármela con ningún truco de los suyos.

El único miembro de aquella familia que no parecía simpatizar conmigo era Elena; ella seguía demostrando un total desinterés por mí. No era antipática, simplemente me ignoraba por completo. Hubiera preferido su desprecio, pues por lo menos habría podido defenderme. No parecía sentir curiosidad alguna por conocerme, y eso me irritaba profundamente. Sabía que le molestaba tener que compartir su mundo conmigo, pero ¿tan siniestra me encontraba como para no mostrar ni un ápice de interés por alguien que dormía al otro lado de su espacio? Mi personalidad era algo solitaria y gris, era consciente de ello, y aun así, ¿tanto me había adentrado en mi oscuridad para que ella no me mirara si quiera? Yo, en cambio, sí sentía cierta curiosidad por conocerla, a pesar de que su desinterés me enfureciera. Al mismo tiempo que detestaba su actitud, me moría por saber qué se escondía tras aquella resistente protección que la blindaba. Era muy dura de analizar, y eso me motivaba aún más.

Apostaba lo que fuera a que tenía mucho debajo de aquel impenetrable escudo que mostraba a todos, y quería descubrir lo que ella se esforzaba tanto en esconder. Antes o después lo conseguiría, aunque la tuviera que poner contra las cuerdas.

Troy se despidió de aquel tipo y regresó a la barra, volviendo a interesarse por cómo me iban las cosas.

—¿Qué tal van las clases? — preguntó.

—Bien, aunque cuesta volver a la rutina académica. Todavía ando algo despistada.

—Date tiempo, después de tres años sin estudiar es normal que al principio te cueste un poco. ¿Es muy diferente a tu universidad de Moscow?

—No, la verdad es que el plan de estudios es prácticamente idéntico, eso juega a mi favor. Casi terminé el segundo año antes de tirar la toalla, así que por lo menos eso me da algo de ventaja. Además, he ido varias veces al estudio de Sergey y allí me han ayudado a tomarle aprecio a la arquitectura.

—¿Y qué tal los demás alumnos? — siguió preguntando.
—Bien, aunque son todos unos niños — respondí riendo — Resulta un poco extraño ser mayor que ellos, aunque hay algún que otro estudiante atrasado que ronda mi edad.

—Mírame a mí. Empecé en la facultad con Iván y él ya está trabajando. En cambio, yo sigo con el proyecto final. Cada uno tiene su ritmo — dijo tan tranquilo — Además, no hay que amargarse por que el resto sean menores que tú.

—No, no me importa, tampoco busco hacer grandes amistades en la facultad. Mi objetivo es acabar este año con las mejores calificaciones posibles y de esa forma allanar mi camino para el próximo año volver a estudiar en Moscow. Ya tengo casi veinticuatro años, si quiero hacer algo con mi vida profesional más me vale dar todo mi empeño. Hay oportunidades que no se presentan de nuevo, tienen su lugar y su momento. Si no las aprovechas, ya no hay vuelta atrás.

—Sí, tampoco podemos seguir para siempre llevando una vida ociosa, ¿no? Llega un momento en el que debemos aceptar las responsabilidades.

—Sí, así es. Mi interés en el campus no guarda relación alguna con las fiestas universitarias. Ya he descubierto con creces la cantidad de alcohol y drogas que un universitario puede llegar a probar. Creo que mi educación en esa asignatura optativa ha sido demasiado intensiva. He jurado dar por terminado ese episodio de mi vida, el cual sólo me ha hundido más, arrastrando a mi abuela conmigo. Aunque a veces es difícil mantener intacta mi resolución.

—No eres la única — me confesó — Yo también tuve mi época de desenfreno. ¿Por qué crees que no me he licenciado todavía?...

Aquella confesión hizo que me sintiera aún más a gusto en su compañía. Troy no me juzgaba porque entendía perfectamente de lo que le hablaba. Sabía lo que era vivir con la constante tentación de volver a inhalar ese polvo blanco, con el que los miedos y los malos momentos se alejaban. ¿Pero luego qué? Por la mañana toda seguiría igual, o peor, y estaríamos un paso más lejos de lo que realmente importa.

—Sé que eres una chica que le va a todo, pero te parece atrevido si te invito a una partida de billar? — propuso Troy al ver que la mesa quedaba libre.

—No te preocupes, acepto, aunque hace tiempo que no juego.

—Aquí es toda una tradición, así que si quieres pasar el invierno sin aburrirte demasiado, más vale que te pongas a practicar cuanto antes — me avisó riendo — Novosibirsk no tiene tantas opciones de diversión como Moscow, así que tenemos que conformarnos con lo que hay.

Aquel comentario me provocó una punzada de angustia.

¿Sería capaz de aguantar el resto del semestre en aquel pueblo?

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Si, es corto pero luego subiré otro!
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LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU  Empty Re: LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU

Mensaje por RAINBOW.XANDER 9/1/2023, 8:30 pm

Música IV

Elena:

Tuve que dar varias vueltas a la manzana para encontrar un hueco donde dejar mi pequeño todoterreno. Parecía que el pub estaba muy animado aquella noche, a juzgar por la cantidad de vehículos que atestaban la calle. Aquél era uno de los sitios de reunión más populares entre los universitarios, puesto que se encontraba situado cerca del campus. Había quedado con mis amigas allí para tomar algo, y casi con seguridad nos encontraríamos también con los del grupo y con mi hermano. Mientras caminaba, me di cuenta de que alguien más también se nos uniría; bajo la luz de la farola, el flamante Audi negro se hallaba aparcado frente a la puerta. ¿Es que no podía librarme de su presencia ni siquiera cuando era mi momento de distracción? Ésa es la desventaja de vivir en una localidad tan pequeña; no hay muchos lugares donde salir y al final te terminas encontrando con todo el mundo. Yulia no sólo se había mudado a mi casa, sino que también se relacionaba con el mismo círculo de gente que yo, así que la tenía hasta en la sopa.

¡Qué fastidio, por Dios! Por mucho que tratara de mantener las distancias con aquella chica que tanto me abrumaba, me resultaba imposible huir de ella. En aquel instante deseé vivir en una gran ciudad donde no tuviera que tener que encontrármela en todas partes.

Exhalé un suspiro y me dispuse a entrar en el pub. Ya no iba a dar media vuelta, no tenía más remedio que toparme con ella. Trataría de ignorarla y disfrutar de la compañía de mis amigos. Lo malo fue que, una vez dentro, comprobé que no había llegado nadie aún. Sólo divisé a Troy y a Yulia jugando una partida de billar al fondo del local. Pedí una cerveza y, como no me iba a quedar bebiendo a solas en la barra, me acerqué a ellos. Yulia, inclinada sobre la mesa, se disponía a golpear la bola con el palo. Llevaba unos shorts blancos y una hombliguera sin mangas que le sentaban de miedo. ¿Cómo podía estar siempre lista para una sesión de fotos? ¿Es que aquella chica no tenía nunca un día malo, de esos en los que la gente normal está desfavorecida? Di un trago a mi cerveza. Sólo con verla sentía que se me secaba la garganta por completo. Me molestaba terriblemente la fascinación que me provocaba. La aborrecía, pero al mismo tiempo me dejaba sin aliento.

— ¡Hola Elena! — La simpática voz de Troy me sacó de mi aturdimiento.

—Hola — balbuceé, todavía aletargada ante la visión de su contrincante, quien daba un certero golpe a la bola. Después de esbozar una sonrisa de triunfo, aquellos ojos se dirigieron a los míos, fulminándome al instante.

Troy me salvó dándome un amistoso abrazo, al que yo correspondí gustosa. Era como mi segundo hermano y su presencia sirvió para amortiguar esa tensión que se creaba automáticamente cuando Yulia y yo estábamos en la misma habitación. Me propuse actuar de la forma más natural posible. No tenía más opción que quedarme con ellos hasta que fueran llegando los demás, así que más me valía que no se notase lo nerviosa que me ponía cuando ella estaba cerca.

— ¿Qué tal va la partida? — pregunté, esforzándome por sonar natural.

—Mal para mí, pero muy bien para Yulia — se quejó Troy — Me está dando una buena paliza, y eso que hace tiempo que no juega y es una chica, justo en mi hombría. Creo que la siguiente te la paso a ti. Tú le darás su merecido.

—No sé... En cuanto lleguen Nastya y las demás tenemos la firme intención de atrincherarnos en una mesa a divertirnos — dije, tratando de escabullirme. Lo último que necesitaba era quedarme allí con ellos más tiempo del necesario.

—Estamos a punto de terminar esta partida, así que creo que te dará tiempo a vengarme — dijo Troy con un guiño — Ya verás, Yulia, a Elena no le vas a ganar tan fácilmente. Es una crack con el billar.

"¡Ay Troy!" pensé, "En menudo lío me estás metiendo. Yo sólo quería tomarme unos tragos tranquila...". Mi amigo no se podía ni imaginar la escasa relación que existía entre Yulia y yo, y ni lo mucho que me descolocaba su presencia.

—Será un placer comprobar si eso es cierto — La ronca voz de Yulia sonó muy cerca, rodeándome mientras cruzaba hacia el otro lado de la mesa para coger su cerveza.

Se quedó allí de pie, bebiendo con sensualidad mientras observaba el siguiente tiro de Troy. Permanecí quieta, mirando por el rabillo del ojo lo increíblemente hermosa que era aquel ser abominable. ¿Por qué tenía que atraerme tanto alguien que me caía tan mal? Yulia era el prototipo de chica de ciudad, autosuficiente y altiva, que siempre había detestado. Sin embargo, por mucho que odiara admitirlo, cuando le tenía cerca sentía que me derretía. ¡Qué patética!

Decidí que la mejor manera de superar aquel sin sentido era aceptar el reto que Troy me ofrecía. Más me valía enfrentarme cara a cara con Yulia y demostrarme a mí misma que no era para tanto. Si le ganaba en billar me sentiría un poquito por encima de ella, y quizá así la fascinación daría paso a sentirme la reina del mambo. Una victoria le sentaría muy bien a mi pobre y maltrecho ego. Yulia sería la chica más atractiva e intrigante que jamás había conocido, pero yo iba a ser aquella tarde la que le bajara los humos al suelo.

—Muy bien Troy, acepto. Voy a vengar tu derrota — le avisé, con un tono tan melodramático que hizo que mi amigo se echara a reír.

— ¡Excelente! — declaró encantado — Me muero por ver ese duelo.

—Yo también — dijo Yulia — A ver si es verdad que eres tan buena como dicen...

Nuestras miradas se encontraron de nuevo, y si hubiéramos estado en una serie con efectos especiales, habrían saltado chispas, rayos x y algún que otro misil. Por lo menos estábamos de acuerdo en algo: la antipatía era mutua.
Esperé a que terminaran su partida, sintiendo que echaba humo por las orejas.

Aquel tono desafiante y seductor que había utilizado Yulia me había dejado como una cacerola hirviendo a todo gas. Iba a necesitar otra cerveza para aplacar mi ansiedad, así que me acerqué a la barra y me hice con una jarra bien fría. Enfrentarme a esos ojos de hielo sobre la mesa de billar iba a suponer un reto, y necesitaba relajarme.

Finalmente, terminaron su partida y Troy se ausentó. ¿Dónde estarían Nastya y las demás?... Si no llegaban pronto me vería condenada a permanecer demasiado cerca de aquella impresentable.

— ¿Preparada? — Su voz sonó justo detrás, demasiado próxima a mi oído. Su olor me envolvió, y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo.

—Sí — respondí, reponiéndome lo más rápido que pude de aquella inquietante sensación. Necesitaba todos mis reflejos para poder darle una paliza al billar. Mi orgullo no me permitía perder esa partida. Era absurdo. Se trataba únicamente de un juego, pero se había convertido en algo vital. Tenía que demostrarle que no siempre se puede ser la protagonista, y me daba la sensación de que estaba demasiado acostumbrada a que así fuera.

Cogí uno de los tacos que colgaban de la pared y preparé la punta con la tiza azul.

Colocamos las bolas en el triángulo y lo pusimos en el punto de partida.

—Tú empiezas — ofreció condescendiente.

—Gracias — me limité a responder.

Di un golpe maestro. El montón de bolas se dispersó y una de las rayadas se introdujo limpiamente en uno de los huecos de la esquina, lo que significaba que las lisas serían las suyas. Rodeé la mesa y busqué el ángulo más adecuado para intentar meter la siguiente. Me estaba concentrando en el tiro cuando ella se situó frente a mí, poniéndose de cuclillas, con lo que sus increíbles ojos quedaron a la altura de mi línea de visión. Aquella peligrosa mirada me robó la concentración, y fallé el tiro. ¡Qué tramposa! No era justo que con tan sólo mirarme me robara toda mi puntería.

—Tu turno — anuncié molesta.

—Gracias...

Estudió su siguiente golpe y consiguió introducir con facilidad una bola lisa en uno de los huecos. No podía dejar que me sacara mucha ventaja porque entonces mi victoria estaría en peligro. Yo también podía jugar al juego de la distracción, así que mientras Yulia se inclinaba sobre la mesa y preparaba su siguiente movimiento, me situé enfrente y le miré directamente a los ojos. Me observó durante unos breves instantes. Aquellos ojos de película me intimidaron y tuve que apartar la mirada, incapaz de sostenerla por más tiempo. Impulsó el taco, y el golpe, aunque decidido, no fue lo suficientemente preciso para introducir la bola, quedándose ésta justo al borde del agujero. ¡Genial! había conseguido desconcentrarla lo suficiente y ahora era mi turno. Dando un rodeo, me tomé mi tiempo para decidir cuál sería mi siguiente movimiento. Cuando decidí cómo proseguir, me dispuse a tirar. Estaba fijando el blanco cuando noté su cuerpo justo detrás, inclinado sobre el mío.

—Si me permites un consejo... — susurró con aquella melodiosa voz.

Me rodeó con sus brazos y me giró suavemente, colocando el taco algo más hacia la derecha. La cercanía de su cuerpo hizo que me estremeciera.

—Ahora sólo tienes que tirar al centro de la bola y, si no le das demasiado fuerte, entrará directa al agujero — explicó, con su pecho casi tocando mi espalda.

—¿Por qué me ayudas? Creo que me las puedo arreglar sola — exclamé furiosa.

No tanto por su repentino gesto de amabilidad como por la impotencia que me causaba sentirme tan abrumada.

—Porque, al contrario que tú, me gusta ser amable de vez en cuando — Su cálido aliento rozaba mi piel.

—No soy tan arisca como tú crees...

—No con los demás, pero parece que cuando te diriges a mí ya no te queda ni una gota de simpatía — me susurró.

—¿Vamos a seguir discutiendo sobre mi carácter o vas a dejar que siga jugando?

—Adelante — respondió, apartándose por fin de mi lado para permitir que prosiguiera. Inspiré profundamente, tratando de recobrar la compostura. ¿Por qué poseía esa facilidad para desconcentrarme? Cuando me hallé algo más tranquila, golpeé la bola tal y como ella me había indicado, y ésta entró limpiamente en el objetivo.

Continuamos con la partida entre miradas inquietantes. No volvió a acercarse de esa forma tan peligrosa y, para mi sorpresa, descubrí que me moría por que volviera a hacerlo.

No me gustaba nada la electrizante sensación que se estaba apoderando de mí. Aquella partida había comenzado con el objetivo de darle una lección y, sin embargo, era yo la que estaba descubriendo algo que no estaba preparada para admitir.

El combate de billar estaba muy igualado. A ambas nos quedaban tan sólo dos bolas sobre la mesa. Era mi turno de nuevo y me concentré al máximo para no fallar aquel tiro. La suerte estuvo de mi lado, y con un golpe certero introduje la última bola rayada en uno de los agujeros de las esquinas. ¡Bien! Ahora sólo tenía que meter la bola negra en el extremo opuesto y habría ganado. Me coloqué en la posición que encontré más adecuada y con un suave impulso conseguí dar un golpe en el punto exacto. La bola se introdujo en el agujero en cuestión, lo que significaba que le había ganado. Una sonrisa de completo regocijo se dibujó en mi cara.

—Buen tiro — me felicitó, observándome detenidamente con sus preciosos ojos entreabiertos.

—Gracias — musité, sintiendo una mezcla de satisfacción y de desconcierto, pues la forma en que me miraba me descolocaba por completo. Troy apareció en aquel preciso momento, salvándome de aquella incómoda situación.

— ¡Eres la mejor! — exclamó satisfecho al comprobar que había ganado la partida — Te has ganado una copa.

—Ya te he dicho que vengaría tu derrota — dije riendo — Nunca falto a mi palabra.

Yulia me miraba con una inquietante sonrisa en su rostro.

—Tenías razón — comenzó a decir dirigiéndose a Troy —, es muy buena en esto. No me ha dado opción.

—Tú también has sido una buena contrincante — tuve que admitir —. No me lo has puesto fácil.

—Voy a la barra a por unas copas para que brinden — nos avisó Troy — Ya va siendo hora de que dejen a un lado sus diferencias.

Dicho esto, se alejó dejándonos de nuevo a solas y la sensación de peligro regresó.

—¿Tan evidente resulta? — preguntó Yulia.

—¿Tan evidente resulta el qué?

—Que no nos llevamos demasiado bien.

—Supongo que sí...

—¿Crees que hay alguna forma de que podamos llegar a soportarnos? — inquirió entornando los ojos.

—No lo sé, dímelo tú — murmuré.

—Sinceramente, lo dudo. Y quizá sea mejor así. No soy la mejor de las compañías — me avisó con amargura.

—Yo tampoco soy muy buena haciendo amistades.
—Se me ocurre una solución...

— ¿Cuál, si puede saberse?

—Que nos demos una tregua. Tú no te metes en mi vida ni yo en la tuya, eso hará nuestra convivencia más fácil.

—Me parece bien — acepté.

—Entonces, ¿trato hecho? — propuso extendiendo su mano.

—Trato hecho — asentí, apretándola. Ambas nos miramos durante unos segundos mientras nuestras palmas se tocaban. La corriente de energía que recorrió mi piel debido a su contacto me obligó a soltarle rápidamente.

Troy regresó con las copas, seguido de mis amigas y del resto de los componentes de Cube. Me alegré de que por fin hubieran llegado; había sobrepasado con creces el límite de tensión que era capaz de aguantar.

—Bueno, bueno... — me susurró Nastya cuando estuvo junto a mí.

—Bueno, bueno, ¿qué? — pregunté mientras observaba cómo Yulia y Troy se alejaban de nosotras junto a sus compañeros del grupo. En su camino se cruzaron con un par de chicas despampanantes y se detuvieron a charlar con ellas. Troy siempre había sido un coqueto y le encantaba ser el centro de atención, y al parecer a Yulia ese juego también le gustaba. No era de extrañar que aquellos dos se hubiesen hecho amigos desde el primer momento. Parecían tener bastante en común.

—He visto que Yulia y tú jugaban amistosamente al billar — dijo Nastya con una mirada que delataba su esperanza de que yo hubiera enterrado el hacha de guerra — Parece que se llevan mejor, ¿no?

—Más que llevarnos bien, yo diría que simplemente nos toleramos — le aclaré antes de dar un ávido sorbo a la copa que mi mano sujetaba con fuerza. La rabia hervía en mis venas al ver cómo Yulia coqueteaba descaradamente con aquella muñeca "Barbie". Seguramente, ella era el tipo de chica que le gustaba: voluptuosa y con pinta de querer pasar un buen rato.

—Pues es una pena que sigas con esa actitud — insistió mi amiga — Creo que deberías poner un poco más de tu parte, de lo contrario te verás condenada a vivir el resto del semestre con una extraña.

A continuación, exhaló un melodramático y exagerado suspiro.

—¿Cómo puede ser tan hermosa? — preguntó al aire, para luego echarse a reír.

—Créeme, Anastasya, si fueras tú la que tuvieras que convivir con un ser tan arrogante, no la encontrarías tan maravillosa. ¡Me pone de los nervios!

—Ya, ya lo veo — dijo ahogando una carcajada — Es evidente que te altera bastante...

—¿Qué insinúas?

—Nada, nada — dijo alzando las manos en señal de rendición — Voy a por una copa, ¿me acompañas?

—Sí, yo también quiero otra — mascullé, echando un último vistazo a la animada conversación que Troy y Yulia mantenían con aquellas dos muñequitas de plástico.

¿Por qué tenía que importarme lo que ella hiciera al otro lado del bar?

Por mí como si quería ligarse a todas las chicas del pueblo, no era de mi incumbencia.

En poco más de una hora me bebí tres copas que, sumadas a las cervezas que había tomado al llegar, me provocaron una desagradable sensación de mareo.

—Elena, ¿estás bien? — Nastya me contemplaba consternada mientras yo trataba de mantenerme de pie.

—Creo que he bebido un poco más de la cuenta — balbuceé.

—¿Quieres que te lleve a casa?

—No, sólo necesito esperar un poco a que se me pase.

—Creo que más vale que la lleve yo — La voz ronca de Yulia se interpuso entre nosotras.

—No..., no hace falta — me esforcé en responder, arrastrando las palabras que surgían a trompicones de mi garganta.

—Sí, creo que es mejor que la lleves — opinó Nastya — Yo he venido con Svetlana, así que me quedaré con las llaves del Toyota y mañana se lo llevaré a casa.

¿Estaba loca? ¿Cómo podía obligarme a que fuera con ella a casa?

—No..., no me voy — insistí, sintiéndome cada vez más mareada.

—Elena, ¡no seas testaruda! — me amonestó mi amiga — Dame las llaves de tu coche.

Cada vez me encontraba peor. Me dolía la cabeza y sentía que mis piernas no me sostendrían por mucho más tiempo. Necesitaba irme de allí cuanto antes, así que me rendí y busqué el llavero en el bolsillo de mi chaqueta. Nastya me lo arrebató de las manos y, acto seguido, empecé a caminar como pude con Yulia escoltándome muy de cerca.

—¿Estás bien? — me preguntó al ver cómo me tambaleaba de camino a su coche.

—Sí..., muy bien — respondí con dificultad. ¡Dios! Estaba más borracha de lo que había creído.

—Yo diría que vas bastante ebria — observó divertida — ¿Quieres tomar un poco el aire antes de subir al coche?

—No — respondí tajante, tratando inútilmente de ocultar mi estado de embriaguez — Prefiero irme ya, estoy cansada.

—Como quieras, pero si te mareas en el camino no me digas que no te avisé — dijo visiblemente entretenida por mi empeño en parecer sobria.

—Descuida, no pienso protestar — declaré orgullosa.

Llegamos junto al Audi y ella me abrió la puerta del acompañante. En cuanto tomé asiento y cerré la puerta, tuve que apoyar mi cabeza en el cristal, ya que me sentía como si el mundo entero girara descontrolado a mí alrededor.

¿Cómo me había metido en aquel lío? ¿A quién se le ocurre beber como una loca cuando normalmente yo no tomaba más que una o dos copas en toda una noche? Era su culpa; me hacía sentir tan extraña y fuera de lugar que había necesitado litros de alcohol para calmar mi ansiedad. Para colmo de males, no sólo me había emborrachado como una idiota, sino que me hallaba sentada en su coche con una desagradable sensación de mareo. El suave balanceo del vehículo, que volaba sobre el asfalto, me fue acunando hasta quedarme dormida.

De repente, desperté atolondrada y desorientada, sintiendo cómo alguien me llevaba en brazos. Quise abrir los ojos, pero no pude; los párpados me pesaban demasiado.

Escuché el sonido de la gravilla al ser pisada, lo que me indicó que nos hallábamos en casa.

Percibí entonces el aroma del Channel n.5 de su perfume que me resultó ligeramente familiar. En medio de aquel aturdimiento que me invadía, reconocí por fin ese olor: me hallaba en los brazos de Yulia, quien ahora ascendía por las escaleras que conducían al segundo piso de nuestra casa.

Mi subconsciente tomó el control y sentí cómo se dibujaba una placentera sonrisa en mis labios.

Me sentía como una de esas damiselas medievales, rescatada por un apuesto caballero. Sin oponer resistencia, permití que me condujera hasta mi habitación. Una vez junto a mi cama, me depositó sobre ella con suavidad. Murmuré unas palabras inentendibles de agradecimiento mientras ella me arropaba con la colcha y, acto seguido, me sumí en un profundo y apacible sueño.

La resaca y la vergüenza que sentía por lo acontecido la noche anterior me obligaron a permanecer aislada en mi dormitorio la mayor parte del día siguiente. No quería encontrármela después de la escenita de ayer en el pub, y todavía me daba más apuro que hubiese sido precisamente ella quien me hubiera llevado a casa. Nastya me trajo el coche después de comer, permaneciendo un rato en mi cuarto mientras se moría de la risa ante mis represalias. La quería matar por haberme puesto en aquel aprieto. Lo que yo consideraba una auténtica humillación ella lo encontraba de lo más natural y lógico: "Es tu compañera de casa, ¿no?... ¿Quién mejor que ella para traerte de vuelta a tu dormitorio?" comentó, quitándole importancia. Cuando Svetlana vino a buscarla, ambas insistieron en que las acompañara al cine, pero yo me hallaba de un humor de perros y decliné su ofrecimiento. Cuando se marcharon, bajé a la cocina para picar algo, rezando al cielo no encontrarme con ella. Tuve suerte y Yulia no apareció. Debía de encontrarse en su cuarto, porque su coche estaba aparcado fuera.

Regresé a mi habitación y me di un largo baño. Cuando salí del baño, llevando un pijama limpio que despedía un agradable aroma a suavizante, ya era noche cerrada y mi dormitorio se hallaba sumido en la penumbra. Me acerqué a la ventana para abrirla y permitir que entrase algo de aire fresco. Al deslizar la puerta corrediza, el sonido de una guitarra me sorprendió. Me quedé allí, muy quieta, escuchando las notas que parecían proceder de la terraza.

Una ráfaga de aire se adentró en mi cuarto y respiré hondo. El sonido de la guitarra, mezclado con el hechizo de la noche, me envolvió. En la oscuridad de mi habitación apenas podía distinguir la silueta de la butaca que estaba situada junto a la ventana, así que, tanteando con mis manos, la descubrí y tomé asiento.

Poco a poco mis ojos se fueron acostumbrando a la oscuridad y, a través de las cortinas, la noche fue revelándose. El cielo, muy oscuro, brillaba salpicado por millones de lejanas estrellas y la luna iluminaba la terraza con su tenue luz espectral. Yulia, sentada sobre una silla, tocaba la guitarra con los ojos cerrados. Su hermoso rostro, perfilado por aquella pálida luz, adquiría un matiz irreal, como si fuera un fantasma surgido de entre las sombras. Sus dedos recorrían las cuerdas con una intensidad abrumadora, y la emoción de la música me provocó un escalofrío. Permanecí inmóvil, sin hacer ruido, dejando que aquel sonido me rodeara.

Cerré los ojos, inspirando profundamente, dejándome llevar por cada nota que surgía a mí alrededor. La tranquilidad que evocaban aquellos acordes me sumió en un estado de profundo bienestar. Ajena a mi presencia, ella parecía poseída por las cuerdas que sus dedos acariciaban. Tras unos minutos, sus manos se detuvieron y se hizo el silencio. Temí que me descubriera espiándola, pues ya no podía camuflarme tras el sonido del instrumento. Me quedé muy quieta, escuchando mi propia respiración, que entonces se me hizo demasiado evidente.

Yulia se inclinó, apoyando la guitarra negra sobre sus rodillas, y encendió un cigarro. Después de darle las primeras caladas, lo dejó suspendido entre sus labios entreabiertos para frotarse las manos a causa del frío.

Apoyé mis pies en el borde de la butaca, rodeando mis piernas con los brazos. La guitarra comenzó a sonar de nuevo, lenta y suave, invitándome a cerrar los ojos.

Sus manos dieron vida a un punteo que no tardé en reconocer: estaba interpretando Set down your glass, uno de mis temas preferidos de Snow Patrol. La sencilla y pausada melodía de aquella canción no precisaba más que de una guitarra para ser perfecta; no eran necesarios otros instrumentos que la acompañaran. Mi cuerpo vibraba con cada nota que Yulia, sin saberlo, me regalaba. Me sentí transportada, como si mi alma comenzara a volar entre los árboles que nos rodeaban, elevándome cada vez más mientras de mi garganta surgían aquellas palabras en inglés temblando ligeramente, y no por el frío que se colaba por la ventana entreabierta, sino por el significado de aquellas breves frases con las que se desenvolvía la canción. Canté en voz baja, sintiendo bajo mi piel cada sílaba que pronunciaba:

Just close your eyes

And count to five

Let's craft the only thing we know into surprise

Set down your glass

I painted this

To look like you and me forever as we're now

And I'm shaking then I'm still

When you're eyes meet mine I lose simple skills

Like to tell you all I want is now

You sing and I'm killed

I'm just not the same

As I was a year ago and each minute since then

My jumper tears

As we take it off

And you say you'll sew me good as new and I know you will

And I'm shaken then I'm still

When your eyes meet mine I lose simple skills

Like to tell you all I want is now

And I'm shaken then I'm still

When your eyes meet mine I lose simple skills

Like to tell you all I want is now.

El tintineo final remató la canción.

De pronto, el silencio me devolvió a la realidad. Una mezcla de vergüenza y nerviosismo me atraparon, fabricando un nudo en mi estómago. Acababa de ser testigo de la pureza y sensibilidad con la que nuestra huésped era capaz de comunicarse, sin palabras. Tan sólo con las cuerdas de una guitarra había dicho mucho más que en aquellas dos semanas desde su llegada.

Sigilosa, me alejé de la ventana. ¿Me habría escuchado cantar?

Unos pasos alteraron el ritmo de mi corazón y por unos instantes temí verla aparecer en mi dormitorio. Respiré aliviada cuando escuché cómo se alejaba. Su ventana se cerró y me desplomé sobre mi cama, exhalando un suspiro. Aquel episodio acababa de arrebatarme la serenidad que me había brindado el largo y placentero baño de espuma.

Desde su llegada, Yulia me había resultado una chica algo extraña. Ahora, tras aquella furtiva interpretación, el rechazo daba paso al más absoluto desconcierto: ¿cómo una chica como ella, tan seria y distante, podía hacer que su guitarra sonara tan dulce y cálida?

Cuando conseguí salir de mi ensoñación, me metí en la cama con la ingenua esperanza de conciliar el sueño. Fue imposible. Pasé prácticamente toda la noche en vela, acomodándome de un lado a otro. Yulia había conseguido desvelarme. Y, una vez más, me asustó la facilidad con la que me había desarmado.

Encendí de nuevo la luz de mi mesita de noche, tratando de leer. El esfuerzo fue en vano, ya que era incapaz de concentrarme en las páginas del libro de Paul Auster, un autor que en condiciones normales me abstraía por completo de todo lo que me rodeaba. Cerrando el libro, decidí escuchar un poco de música en el iPod y volví a apagar la luz.

Acompañada por las canciones de mi lista de favoritos, me sumí en un estado de insomnio total mientras soñaba despierta, inmersa en una extraña agitación que me atemorizaba y que al mismo tiempo me hacía sentir un inquietante cosquilleo en el estómago. Aquella sensación no me abandonó hasta bien entrada la madrugada, cuando por fin conseguí quedarme dormida.


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Nos leemos mañana, bellas 
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LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU  Empty Re: LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU

Mensaje por Fati20 9/2/2023, 12:49 am

Nuestra querida lena no va aguantar mucho más los irresistibles encantos de julia. Me gusta como van las cosas lentas pero reales y fuertes, gracias por los 2 capítulos cariño mio. Feliz viernes 😘😘😘
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LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU  Empty Re: LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU

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