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LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU

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LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU  - Página 2 Empty Re: LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU

Mensaje por LenaVolkova66 9/2/2023, 7:13 am

Por dios yulia!!!!! 🥵🥵🥵🥵 No te pongas a susurrarle tanto a Lena que vas a derretir la! 🤣🤣🤣🤣🤣 Quiero leer más!
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LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU  - Página 2 Empty Re: LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU

Mensaje por soy_yulia_volkova 9/2/2023, 2:05 pm

Amo cuando estás dos niñas se odian pero la chispa se las está comiendo vivas haciendo que cuando se encuentren n una situación más sensual, estallen! I love youI love youI love you
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LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU  - Página 2 Empty Re: LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU

Mensaje por RAINBOW.XANDER 9/2/2023, 2:28 pm

Música V

Yulia:

Hablaba a menudo con mi abuela por teléfono, y parecía estar contenta en la residencia. La había visitado un par de veces durante aquel primer mes que había transcurrido desde mi llegada. Lo cierto era que aquel lugar donde ahora vivía no parecía, ni por asomo, una clínica geriátrica. Ubicada en lo que en otro tiempo había sido una gran mansión, en su rehabilitación habían puesto sumo cuidado para darle un aire alegre y confortable, asemejándose más a un pequeño hotel familiar que a un asilo. Contaba en su parte trasera con un pequeño y bello jardín donde los residentes podían salir en los días soleados a dar un paseo o simplemente sentarse a charlar. Se encontraba en un tranquilo barrio residencial en pleno centro de la ciudad, por lo que mi abuela contaba con la libertad de ir y venir a su antojo.

Magda seguía acudiendo a las reuniones con sus amigas y de vez en cuando iba de compras al distrito de la ciudad. La única diferencia con su anterior rutina diaria, aparte de que ya no vivíamos juntas, era que un equipo de médicos y enfermeras vigilaban constantemente su corazón, asegurándose de que siguiera al pie de la letra todas sus recomendaciones.

En mi última visita me enseñó su apartamento, que incluía un saloncito, un dormitorio y un cuarto de baño de generosas dimensiones. Las tres estancias, bañadas por una gran cantidad de luz natural, se encontraban ubicadas en el último piso del edificio, con lo que no tenían ningún obstáculo delante que impidiera que el sol penetrara. Desde allí se veía el jardín, y a lo lejos se divisaban las torres del distrito financiero, incluyendo el nuevo complejo de altísimos rascacielos. Era como si su habitación mirase al futuro, a una nueva esperanza. Verla tan cómoda y satisfecha en su nuevo hogar apaciguó la preocupación que me había acompañado a Novosibirk. Ella era lo mejor que me quedaba en la vida, y su bienestar era vital para mí.

—Cuéntame, Yul, ¿cómo va todo? —me interrogó desde el sofá. Yo, que seguía admirado las vistas desde su ventana, me giré para responderle.

—Bien, mejor de lo que esperaba. Los Katin son personas muy amables, y la universidad me gusta.

— ¿Ves? Te lo dije, no ha sido un cambio tan malo — Su tono de triunfo delató la satisfacción que la invadía.

—No te confundas — le corregí — Pienso regresar a Moscow antes de lo que crees. He aceptado tu chantaje, pero no para siempre.

—¿Chantaje? Me entristece que lo veas así... Todo esto lo he hecho por tu bien.

—Abuela, ya lo sé, no te estoy criticando. Sólo tienes que entender que mi sitio está aquí, donde pueda estar cerca para cuidarte.

—Yo me cuido muy bien sola — declaró orgullosa. No le gustaba nada el papel de abuelita; era muy independiente y se jactaba de llevar toda la vida haciéndose cargo de sus propios asuntos — Bastante tengo con tener que vivir entre ancianos, y con un equipo médico pegado a mí todo el día, como para que tú también te pongas protectora conmigo.

—No es sólo que te quiera proteger, necesito tenerte cerca.

—Necesitas aún más encontrarte a ti misma. Eso aquí en Moscow no sucederá, así que debes permanecer en Novosibirk más tiempo.

—¿Es que no me vas a dejar regresar nunca? — pregunté molesta.

—No puedo impedírtelo, sólo te estoy aconsejando. Creo que por lo menos debes quedarte durante este semestre.

Qué lista era. No era una orden; sin embargo ella sabía que yo no me opondría para no herirla. Jugaba con ventaja. Le debía mucho y la respetaba por encima de todo. Ella lo sabía muy bien, y lo utilizaba a su favor.

—Permaneceré allí durante los próximos meses — acepté — Después ya veré qué hago. De todas formas, tienes que prometerme algo.

—¿El qué, si puede saberse?

—Yo estoy cumpliendo con mi parte del trato y mantendré mi promesa. Pero quiero que cuando yo considere que ha llegado el momento de volver a Moscow respetes mi decisión. Si tanto deseas que rehaga mi vida, tienes que concederme el derecho de ser adulta. Debes confiar en mí.

—Me parece justo — aceptó — Es positivo que tomes las riendas de tu vida. Yo te he obligado a subir al caballo. No obstante, en algún momento tendrás que decidir adónde te diriges con su ayuda.

—Esa es una metáfora muy acertada —observé riendo — Sobre todo teniendo en cuenta que ahora vivo rodeada de esos animales.

Ella me imitó soltando una carcajada.

—¡Qué curioso! Lo he dicho sin pensar — exclamó sin dejar de reír — Por cierto, ¿estás aprovechando para volver a montar?

—Sí. De hecho, me han asignado un caballo y cabalgo casi todos los días.

—Debe de ser una delicia vivir en plena naturaleza...

—Sí, aunque es bastante diferente a esto — admití — No me disgusta del todo, pero echo mucho de menos el bullicio al que estaba acostumbrada.

—Es lógico, jamás habías vivido en un sitio que no estuviera asfaltado — bromeó.

—Sí, lo más cerca que había estado de un bosque era el Kiev Forest — observé, riendo de nuevo.

—Entonces, debes aprovechar esta oportunidad para disfrutar de esa otra forma de vida. Muchos se quedan atrapados en las ciudades, y ni siquiera son conscientes de que más allá existen otros universos. Me da pena ver cómo muchos jóvenes no han visto jamás un animal en libertad, ni conocen el silencio del campo.

—Ese silencio del que hablas, tan lleno de matices, quizá sea lo que más me gusta de Novosibirk.

—Sé a qué te refieres. Recuerdo que cuando era niña pasábamos el verano en una casita en Kiev — comenzó a relatar, sumiéndose en la nostalgia — Era tan diferente a Moscow que allí me transformaba en otra persona: mis días transcurrían buscando moras, jugando con los niños del pueblo, andando en bici por los alrededores y correteando por los bosques vestida con pantalones, algo que al terminar las vacaciones me tenían terminantemente prohibido. Allí podía mancharme sin reprimendas. En Moscow en cambio, me vestían como un repollo y siempre debía comportarme como toda una señorita. En el campo no había reglas. Sin embargo, aquí todo estaba cronometrado.

—Creo que Inessa se siente exactamente así — cavilé en voz alta — Por lo que hemos hablado, deduzco que prefiere mil veces la libertad que le ofrece el campo y la cría de caballos a tener que cumplir un horario en una oficina y vestir como una ejecutiva.

—Siempre fue un espíritu libre. Desde pequeña se comportaba de manera distinta a sus compañeras de colegio — explicó mi abuela — Desde que la conocí, cuando tenía tan sólo cinco años, supe que ella estaba hecha de otra pasta.

—¿Y mamá? Ella no buscaba algo distinto también. Si eran tan amigas, ¿cómo es que siguieron caminos tan diferentes?

—Cada una siguió el sendero que creyó más adecuado, lo que no quiere decir que fuera el que realmente desearan — respondió enigmática. Era evidente que Inessa sí era feliz con su decisión, con lo que aquel último comentario se refería a su hija.

—¿A qué te refieres? — inquirí intrigada.

—Yulia, no todo el mundo tiene derecho a elegir. Hay veces que la vida elige por ti.

—No te entiendo.

—Tu madre se casó con alguien que era muy distinto a ella. Eso la obligó a dejar algunos de sus sueños a un lado.

—Podía haber intentado compaginarlos con su matrimonio, ¿no crees?

—Sí, pero no tuvo el coraje de imponerse a tu padre — contestó apenada — En fin, eso ya no importa. Tienes que centrarte en ti. Tienes que luchar para que la vida te conduzca hacia tus sueños, y no que te aleje de ellos. piensa dos veces muy bien cada decisión que tomes porque, aunque no lo sepas aún, cada elección que tomamos, por muy insignificante que parezca, te conducirá irrevocablemente a tu futuro.

Su pequeño discurso me dejó algo desconcertada; no parecía sólo un consejo, sino una lección aprendida tras muchos errores cometidos. ¿Qué le habría hecho advertirme sobre aquello con tanto énfasis?

Una vez en mi coche conduje hasta la ciudad. Cuando me adentré en la gran avenida de Moscow, enseguida me encontré atrapada en un hormiguero de vehículos repleto de rostros contrariados. Era hora pico en Moscow; el tráfico era muy pesado y sumamente lento.

Aquellos atascos monumentales eran algo que no añoraba en absoluto. Ponían a prueba mi poca paciencia y me incitaban a fumar un cigarro detrás de otro. Busqué en la memoria de la radio de mi coche algo que escuchar. Exploré su contenido por orden alfabético. Al llegar a la "S" me detuve en Snow Patrol. Presioné la tecla "enter" y aparecieron los nombres de sus diferentes álbumes en la pantalla digital. A Hundred Million Suns fue el elegido. La canción número siete de aquel CD era la que Elena y yo habíamos compartido, a nuestra manera, bajo la luna llena. El recuerdo de su voz se coló en mi mente, opacando a la voz masculina que sonaba en los altavoces de mi coche. Olvidé el denso tráfico y me relajé.

Let's craft the only thing we know into surprise...

And you say you'll sew me good as new and

I know you will...

You sing and I'm killed...

Recordé el delicado susurro que había surgido del interior de su cuarto, acercándose a mí entre las sombras de la terraza, llegando a mis oídos casi imperceptible por la distancia que nos separaba. Aun así, era tal la intensidad del sentimiento con el que ella se expresaba, que su voz de melocotón, aterciopelada y suave, me puso la piel de gallina. Aquella chica poseía ese cualidad, tímida e indescriptible, que la hacía única. Parecía mentira que su fría y dura fachada ocultara tanta dulzura. No podía dejar de recordar aquellos minutos en los que habíamos estado conectadas por aquella canción que, sin ella saberlo, nos había convertido en una sola persona por unos segundos. Ella no estaba al tanto de que me había percatado de su presencia, escondida tras las cortinas de su dormitorio. Me alegraba de haberla escuchado. Sólo alguien extremadamente sensible y apasionado sería capaz de mejorar Set down your glass, ya de por sí increíble.

La noche que la llevé en mis brazos a su habitación se quedó dormida nada más depositarla en su cama. A pesar de la evidente competencia que sentíamos la una por la otra, no pude evitar permanecer junto a ella, observando embelesada como el sueño dulcificaba su rostro. ¿Por qué no podía desprender esa ternura cuando estaba despierta? Desde entonces, aunque me había agradecido tímidamente que la hubiera llevado a casa, su actitud conmigo no había cambiado en absoluto. Se limitaba a respetar nuestro trato escrupulosamente. No se enzarzaba en ninguna discusión conmigo, pero tampoco me prestaba demasiada atención.

Al llegar a la finca subí directo a la sala de estar. Encontré a Elena acurrucada en uno de los sofás leyendo un libro. Levantó la mirada, y la sorpresa en sus ojos la delató; mi inesperada llegada le perturbaba. Una vez más la intrusa interrumpía su plácida existencia.

—Hola — me saludó.

—Hola — respondí, tomando asiento en el otro extremo del confortable sofá.

Desde mi llegada acostumbraba a refugiarme en mi dormitorio, pero comenzaba a cansarme de pasar tanto tiempo a solas. Lo cierto es que necesitaba la compañía de otro ser humano, aunque se tratase de alguien tan inaccesible como Elena.

—Has ido a ver a tu abuela, ¿verdad? — preguntó, esforzándose por ser amable.

Ese era el problema: que se esforzaba. Su interés no era genuino. Sabía a ciencia cierta que si por ella fuera yo jamás habría sido invitada a compartir su casa. Aun así, agradecí su intento.

—Sí, acabo de llegar de Moscow.

—¿Qué tal está ella?

Otra pregunta; aquello sí que era una novedad... No solía dirigirme más de dos palabras seguidas.

—Bien, mejor de lo que esperaba.

—Me alegro — comentó cortés, para luego abrir el libro de nuevo y continuar con su lectura. Por unos instantes había tratado de ser amable y mostrar cierto interés por algo que tuviera que ver conmigo. No obstante, no tardó en trazar aquella molesta línea que nos separaba una vez más. El silencio regresó de nuevo a aquella sala de estar. Era insoportable.

—¿Te importa si enciendo la tele? — pregunté.

—No, no me importa — contestó sin dejar de leer.

Encendí el televisor y navegué por los canales hasta encontrar algo que me interesara. Cuando por fin di con una serie cómica, me recosté contra el respaldo. No tardé en comenzar a reírme como una tonta con las tonterías que los actores protagonizaban en la pantalla.

Elena no se unió a las carcajadas, sino que se levantó, disponiéndose a dejarme a solas con el programa.

—¿Te vas? — inquirí.

—Sí, es que estoy muy metida en este libro y prefiero ir a mi cuarto para leer en silencio — se excusó — Pero no te preocupes, quédate disfrutando de la serie. Es evidente que lo estás pasando genial.

—No era mi intención molestarte.

—Descuida, no pasa nada. Luego te veo.

—Adiós.

Salió de la habitación y me quedé sola una vez más. ¿Por qué era tan difícil mantener una simple y normal conversación con aquella chica? Cada vez que coincidía con ella en algún lugar de la casa, salía huyendo como si yo fuera la peor compañía imaginable. No me gustaba ese rechazo, y es más, lo único que conseguía con ello es que cada vez me picara más la curiosidad. En cuanto tuviera la oportunidad encontraría la manera de acercarme a ella.

No quería seguir conviviendo con una completa desconocida.

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Nos leemos luego! 
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LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU  - Página 2 Empty Re: LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU

Mensaje por RAINBOW.XANDER 9/2/2023, 8:50 pm

Enigmas I

Elena:

Nastya no había probado bocado. La comida en su plato ya debía estar más que fría. Cierto es que los menús de la cafetería de su facultad no eran como para pertenecer a una guía gastronómica, pero eran pasables. Eran ya las tres y media de la tarde y me costaba creer que ella no tuviera apetito a esas horas. Su semblante extraño evidenciaba que se encontraba algo ausente. La conocía muy bien: se esforzaba en aparentar normalidad. Sin embargo, yo sabía que estaba muy triste. A pesar de esa aparente jovialidad con la que solía mostrarse, en los últimos meses Nastya lo había pasado muy mal. Su padre se había ido de casa sin previo aviso. Una tarde, al regresar de la universidad, se encontró con que él ya no vivía allí. Había hecho las maletas y se había trasladado a Moscow con una mujer poco mayor que nosotras.

Sus padres habían pasado por altibajos, como muchos matrimonios. No obstante, ni su madre ni ella se esperaban una sorpresa así. Por lo visto, su padre llevaba saliendo con aquella joven casi un año, demostrando lo buen actor que podía ser, ya que nadie había sospechado nada. De la noche a la mañana, Nastya se quedó sin figura paterna pues, desde su marcha, no había vuelto a dejarse ver por Novosibirk. Estaba furiosa y no se había molestado en ir a verlo, a pesar de que él le había rogado miles de veces que fuera a Moscow a visitarlo. Ella siempre me decía: "Si me quiere ver, que mueva el culo, no voy a ser yo la que tome la iniciativa, porque no soy yo la que ha abandonado a su familia. Yo sigo aquí, donde siempre he estado".

Había tratado de apoyarla en aquella compleja y dolorosa situación. Entendía su rabia, lo abandonada y desconcertada que se sentía, y le había aconsejado que hablara con su padre cara a cara. Por muy duro que fuera enfrentarse a ello, era mejor coger el toro por los cuernos. Nastya tenía derecho a pedirle una explicación, y él no podría eludir su deber de dársela.

Seguramente la respuesta no la iba a satisfacer, tampoco le iba a alegrar, pero por lo menos actuaría como un catalizador para que comenzase a asimilar lo ocurrido. Casi me mató de un susto cuando, al escuchar mi sugerencia, me llamó loca a gritos, en un ataque de descontrolada histeria que acabó en un océano de lágrimas, con lo que decidí no volver sacar el tema a menos que ella lo hiciera.

Nastya bloqueó el asunto y lo desterró al fondo de su mente. No volvió a decir nada al respecto, como si no hubiera sucedido nunca. Era como si su padre no existiera, desterrándolo de todas las conversaciones e historias. Si contaba alguna anécdota de su niñez, lo excluía por completo, incluyendo sólo a su madre. Para ella ya no existía el plural en lo que a su familia se refería. Había borrado los recuerdos de su padre. Eso me preocupaba, ya que antes o después le pasaría factura. Regresaría a ella como una bestia descontrolada que ha sido acorralada durante demasiado tiempo. No podía asegurar que esa fuera la razón que le quitaba el apetito; no obstante, mi intuición me señalaba que así era. Fuera lo que fuese, tenía que averiguarlo porque no soportaba más verla tan abatida.

—Anastasya, ¿qué ocurre? — me decidí a preguntar. Sus ojos, que carecían de su acostumbrado brillo, me miraron incapaces de ocultar su angustia a pesar de que ella tratara de restarle importancia.

—Nada, uno de esos días con el pie izquierdo — Se encogió de hombros.

No me lo tragaba; había algo más que un mal día oculto bajo aquel semblante.

—No disimules. No me lo cuentes si no quieres, pero quiero que sepas que no me convences.

—Elena, mira por la ventana: hace un día de perros, las clases de hoy han sido aburridísimas y todavía tengo que ir a una conferencia que promete ser tediosa — dijo con un profundo suspiro — Yo también tengo derecho a sentirme desgraciada de vez en cuando.

—De acuerdo, me rindo — concluí — De todas formas, ya sabes dónde estoy si necesitas desahogarte.

—Gracias — Se esforzó por sonreír, sin mucho éxito.

No quise presionarla y abandoné el interrogatorio. No me conformaba con sus evasivas, pero no quería insistir más. Ella terminaría contándomelo si se trataba de algo que iba más allá de un mal día. Con Nastya había que ser paciente. Era muy alegre y positiva en apariencia, sin embargo, le costaba expresar sus preocupaciones y tendía a ocultarlas.

Perseguirla para que te lo contara solía ser mala idea, ya que se empeñaba aún más en ocultarlo. La mejor táctica para sonsacarle información sobre lo que la carcomía por dentro era dejarla respirar, para volver a la carga cuando menos se lo esperaba. Era necesario insistir hasta que la pillabas con la guardia baja y terminaba por sincerarse.

Un rato después nos despedimos, no sin antes hacerle prometer que me llamaría si necesitaba conversar. Ella permaneció en aquel edificio, donde cursaba sus estudios de Derecho. Yo atravesé el campus, camino de mi facultad, sintiéndome como un animal que se dirige al matadero. Mi siguiente clase era Información en Radio y Televisión. Se trataba de una asignatura obligatoria de la que no me podía librar, por mucho que asistir fuera un auténtico suplicio para mí. Siempre había odiado hablar en público; ser el centro de atención de todas las miradas me provocaba náuseas. En las pocas semanas que llevábamos de curso aún no habíamos comenzado con las prácticas, que consistían en aprender a comunicar una noticia con soltura. Hasta el momento el profesor se había centrado en la teoría. Aquella iba a ser la primera clase en la que tendríamos que comenzar a poner en práctica lo aprendido hasta el momento.

Sólo con pensarlo me invadía una enorme angustia; ¿cómo iba a ponerme, micrófono en mano, delante de una cámara en un lugar lleno de gente, cuando no era capaz siquiera de hablar en alto en las reuniones del periódico?

Se prestaba suma atención a la postura y a la expresión corporal, ya que eran cualidades imprescindibles para ser un buen comunicador. Por mucho que el profesor repitiera que no debíamos inquietarnos, que con el tiempo terminaríamos adquiriendo el aplomo y la seguridad necesarios, a mí no me servían de nada sus alentadoras palabras de ánimo. Tenía muy claro que hablar en público no era lo mío. Si me había inclinado por estudiar Periodismo, no era porque persiguiera un futuro en la tele o en la radio, sino porque mi interés se centraba en la prensa escrita. Mi convencimiento de que mi destino se hallaba en la redacción de algún periódico no me eximía de aquella tortura. Si me quería licenciar como periodista, tenía que pasar por el aro, no había más vuelta de hoja.

Una vez en el ascensor, camino del segundo piso, rogué al cielo que la clase se hubiera suspendido. Por favor, que el profesor haya cogido una gripe monumental, imploré en silencio. No hubo suerte; al entrar en el aula allí estaba él, con su semblante afable, escribiendo algo en su agenda mientras esperaba a que terminasen de llegar el resto de los alumnos. Tomé asiento en una silla de las últimas filas buscando pasar lo más desapercibida posible.

En unos minutos comenzó la clase. Sentí cómo la angustia crecía en mis entrañas. El profesor repartió unas hojas con diferentes noticias, y nos indicó que eligiéramos el tema que más nos interesara antes de sentarnos ante una de las cámaras que se encontraban repartidas por la gran estancia. Nuestra exposición quedaría grabada, lo que nos permitiría analizar su contenido para comprobar nuestros errores y de esa forma señalar lo que era necesario que mejorar como reporteros.

Hice todo lo posible por apaciguar mi nerviosismo. Leí los diferentes comunicados, y me decidí por uno que hablaba de la concesión del último premio nóbel.

Pensé que si se trataba de un tema afín a mis gustos me sería más sencillo hablar sobre ello. Leí la noticia varias veces, tratando de memorizarla, así no tendría que recurrir al papel constantemente y quizá me podría expresar de forma más natural. Esperé mi turno para sentarme ante la cámara de vídeo. A medida que se acercaba el momento, sentía cómo mis músculos se tensaban, mi garganta se secaba y el temblor incontrolado de mi pulso resbalaba el micrófono en mis manos. Cuando me hallé sentada frente aquel amenazador objetivo, carraspeé e inhalé una bocanada de aire. Las palmas de mis manos comenzaron a sudar, y noté cómo el frío invadía mis huesos. Aquello debía de ser lo que los actores describen como miedo escénico... En mi caso no era miedo: ¡era terror!

—¿Lista? — preguntó el compañero que se situaba tras aquel horrible aparato.

—Sí — mentí en un hilo de voz.

—Muy bien — anunció aquel chico — Tres, dos, uno...

Una luz roja se encendió, indicándome que la cámara de video comenzaba a grabar cada uno de mis movimientos. Todo lo que hiciera y dijera quedaría plasmado en su memoria digital. El nudo de mi garganta creció.

—Hoy... hemos sabido... — escuché mi propia voz, tensa y entrecortada.

Aquello no comenzaba nada bien y enmudecí sin remedio. Volví a carraspear y miré el papel de reojo.

—Tranquila. Vuelve a empezar — me alentó el de la cámara.

—De acuerdo...ya voy — asentí casi sin voz.

La angustia me paralizaba. Sabía que era irracional sentirme así, ya que todos en aquella habitación se enfrentaban por primera vez a ser el centro absoluto de atención. Era un simple ejercicio, no me jugaba nada. Pero daba igual, no lo podía controlar. Unas repentinas lágrimas me nublaron la vista. No iba a ser capaz de hacerlo.

—Que pase el siguiente — balbuceé — Yo no puedo... lo siento.

Me levanté de la silla súbitamente. Los rostros desconcertados de todos los que me rodeaban me miraban con cautela. Huí apresurada hacia donde había dejado mi bolsa y los cuadernos. Los cogí, sumida entonces en un desconsolado llanto. Corriendo, abandoné la clase en busca de las escaleras que conducían al vestíbulo principal de la facultad de Ciencias de la Información. El pánico que se había apoderado de mí era absurdo, lo sabía, pero era víctima de una fobia que me obligaba a huir. No sabía cómo iba a superarlo; me hallaba absolutamente indefensa ante mi cobardía. No tendría que volver a asistir a esa clase hasta la semana siguiente.

Contaba con varios días para intentar serenarme y volver a intentarlo. Confiaba en ser capaz de hacerlo en mi próxima oportunidad, pero albergaba serias dudas de que fuera a conseguirlo.

Algo más calmada y ya sin lágrimas en los ojos, llegué hasta mi coche. Había sido un día de mierda. Primero, la extraña actitud de Nastya, y luego, mi incapacidad para decir cuatro simples frases delante de una cámara. Decidí ir a casa y correr a las caballerizas para refugiarme, a lomos de Soul, en los bosques que se dirigían al Monte de la Luna.

Ese sábado necesitaba ir a Moscow, pero mi madre había cogido mi coche prestado y los trenes volvían a estar de huelga.

—¿Y cómo vas a ir entonces? — me preguntó Mariya, mientras pelaba unas patatas en la encimera de la cocina.

—La verdad, no tengo ni idea — respondí contrariada al tiempo que removía el café con la cucharilla.

Podía pedírselo a Nastya, pero ella ya me había acompañado en muchas ocasiones a la ciudad, y no quería obligarla a conducir en un día tan lluvioso y gris. Además, la noche anterior habíamos salido a dar una vuelta y cuando yo me fui a casa ella se encontraba en la pista bailando como una loca en compañía de Momo. A juzgar por sus eufóricos bailes, me apostaba el cuello a que no se habían ido de allí hasta la madrugada. Sería una faena llamarla tan pronto y despertarla en plena resaca.

—Me temo que tendré que posponer mi excursión a Moscow. No tengo forma alguna de ir hoy — declaré tras estudiar las opciones.

Unos pasos sonaron detrás de mí y me giré. Yulia entraba en la cocina y se dirigía directo a la cafetera. Llevaba esos vaqueros que le sentaban tan bien y un croptop tejido que resaltaba su plano y tonificado abdomen. Su cabello negro y aquellos mechones mojados que cubrían parte de su frente, parecía salida de una página de la revista Vogue.

—Buenos días — nos saludó de muy buen humor. Esos ojos azules brillaron con una mezcla de malicia y picardía — Elena, ¿tienes que ir a Moscow? — preguntó, mientras esperaba a que la taza se llenara del espumoso café espresso.

—Sí. Quería ir a ver una película que sólo proyectan en los cines Renoir de la calle Blastov — respondí intimidada — pero mi madre se ha llevado mi coche. Tengo que escribir una crítica, y no me queda mucho tiempo.

—¿Por qué no vienes conmigo? — ofreció de buen semblante, tomando asiento a mi lado — Necesito ir a buscar algunas cosas a casa de mi abuela. Pensaba salir en unos quince minutos, pero si necesitas más tiempo, te espero.

Su amabilidad me cogió totalmente desprevenida, por lo que me demoré en responder. Desde nuestro encuentro en la sala de estar unos días atrás, apenas habíamos intercambiado unas palabras, por lo que su generoso gesto me desconcertó por completo. Era la primera vez que se mostraba tan agradable conmigo.

—¿En serio no te importa? — dije al fin.

—No, no me importa en absoluto.

Aquel ofrecimiento me inquietaba. Ambas sabíamos que no terminábamos de encajar, así que no comprendía muy bien su repentino ataque de amabilidad, aunque sin duda era la solución perfecta. Lo malo es que eso nos obligaría a pasar el día juntas.

—El primer pase de la película no es hasta las cuatro y media, quizá tú quieras volver antes. ¿No tienes ensayo con el grupo?

Había recordado que Cube solía reunirse los sábados y, ahora que Yulia se les había unido, no los podía dejar tirados.

—Descuida, hoy no ensayaremos. Lo hemos dejado para mañana porque ni yo ni Troy podíamos hoy. Si te soy sincera, no me importa nada esperar a que empiece la película. Un poco de cine de autor no me vendrá nada mal — añadió divertida — No hay nada más que decir; te vienes conmigo. Sólo te voy a pedir que a cambio me ayudes con algunas cajas que tendré que meter en mi coche.

Era obvio que no me dejaba alternativa, por lo que no discutí. Terminé mi café y subí a cambiarme, ya que todavía estaba en pijama. Me duché a toda prisa y me planté delante del armario después de haberme secado el pelo en un tiempo récord. Por primera vez en muchos meses me encontré analizando mi ropa. ¿Qué podía ponerme? Rebusqué entre las perchas apresuradamente. No había nada que se me pareciera bonito. Había descuidado tanto mi aspecto que ahora, cuando quería vestirme con algo que resultara sofisticado a la par que informal, no veía nada que me pareciera adecuado entre aquellas prendas aburridas y grandes.

No quería parecer una simple chica de pueblo junto a una de las mujeres con más estilo que había conocido nunca. Yulia, llevara lo que llevara, siempre estaba irresistible. Nastya tenía razón, iba a tener que ir de compras con urgencia. No podía seguir vistiéndome simplemente para cubrir mi delgado cuerpo. La moda no tenía nada de malo y yo había huido de ella como si de una plaga se tratase.

Seguía allí parada, vestida tan sólo con mi ropa interior, incapaz de saber qué ponerme. Elena, tranquila, vamos por partes me dije a mí misma, tratando de apaciguar mi ansiedad.

Lo primero que hice fue elegir unos vaqueros, los más estrechos que tenía. Una cosa menos. En uno de los cajones vi una sencilla camisa blanca que era más pequeña que las demás. Me la puse. No era lo más sexy del mundo, pero no me sentaba mal. Bien, sólo quedaba elegir algo de abrigo. Recordé que mi madre me había regalado hace poco una cazadora de cuero gris que ni siquiera me había probado. ¿Dónde la había puesto?... ¡Ah, sí, en el armario de la izquierda! Lo abrí y allí estaba, colocada en una percha con la etiqueta aún colgando. La saqué y, al observar su forma entallada, agradecí de veras que mi madre hubiera elegido algo tan adecuado. ¡Era perfecta! y me quedaba como anillo al dedo. Arranqué la etiqueta, me calcé mis botas de antes, busqué una bufanda que combinara con el conjunto y agarré mi bolso, saliendo por fin de mi habitación.

Yulia me esperaba en la cocina mientras charlaba con Mariya, que me miró sorprendida al verme aparecer vestida con más cuidado que de costumbre. Disimuló su asombro y siguió con sus quehaceres sin decir nada al respecto.

—Ya estoy lista — anuncié nerviosa.

Nos despedimos de Mariya y salimos al jardín por la puerta de la cocina, camino hacia su coche. Había dejado de llover y entre las nubes empezaban a colarse unos tímidos rayos de sol. Subimos al vehículo y Yulia arrancó el potente motor, que ronroneaba al avanzar por la estrecha calzada que se dirigía a la carretera comarcal. Sus dedos jugaron con los botones de la moderna radio y eligió algo de música para que nos hiciera el trayecto más cómodo.

Un grupo extranjero que desconocía comenzó a sonar en los magníficos altavoces de aquel coche. Me removí nerviosa en mi asiento, sin saber muy bien qué hacer mientras ella conducía deprisa y con gran destreza, por la serpenteante carretera que nos llevaría a la autopista. Resultaba sumamente extraño encontrarme allí sentada junto a ella, en el interior de aquel coche que siempre observaba con recelo desde mi habitación. Todo en Yulia era un misterio y eso me asustaba. Aunque llevara un tiempo viviendo con nosotros, la verdad es que no la conocía en absoluto. En aquel instante me pregunté por qué demonios había aceptado su ofrecimiento... Ahora ya no tenía escapatoria: me había metido en la boca del lobo casi sin darme cuenta.

Una vez pasamos el peaje, el coche aceleró hasta alcanzar una velocidad que superaba con creces el límite establecido. Yulia conducía con una decisión tal que su coche parecía volar, pero sin hacer movimientos bruscos ni peligrosos. Me relajé y decidí disfrutar del trayecto. La velocidad nunca me ha asustado y aquella rápida música pedía algo de adrenalina.

—¿Quiénes son? — pregunté.

—Kings of Leon — respondió, sin apartar la mirada de la carretera.

—Son distintos — observé — No parecen copiar a nadie, y eso me gusta.

—Sí, yo pienso lo mismo — asintió sin apartar los ojos de la carretera — Cuesta trabajo encontrar grupos genuinos.

—¿Cómo se llama esta canción? — quise saber.

—Be Somebody.

La sensual voz del cantante nos rodeaba:

Given a chance, I'm gonna be somebody
If for one dance, I'm gonna be somebody
Open the door, it's gonna make y ou love me
Facing the floor, I'm gonna be somebody.

Continuamos disfrutando de aquel disco en silencio. Los kilómetros volaban y llegamos a la M30 en un tiempo record. Tomamos la salida y Yulia condujo en dirección al Kiev Forest. El incesante trajín mañanero de aquel distrito animaba las calles con un vertiginoso ir y venir de peatones.

Rodeamos el río Han y tomamos la calle Blastov. La suerte estuvo de nuestro lado y Yulia pudo aparcar en un hueco cerca de su antigua casa.

—Por eso quería venir pronto. Si no, no hay donde aparcar — señaló mientras cerraba su coche.

El portal estaba a tan sólo unos metros, justo en frente de una de las entradas al parque. Observé la fachada de piedra, provista de elegantes y variados elementos decorativos. El ritmo de antiguos balcones acristalados, que sobresalían sobre la acera, convertía el edificio en un gigante cuya piel aparentaba moverse.

Yulia abrió el enorme portal y nos adentramos en un fastuoso vestíbulo de mármol de altos techos curvados. Una ancha y corta escalinata conducía al viejo ascensor de madera y cristal. Montamos dentro y comenzamos a subir. La fabulosa escalera ascendía a nuestro alrededor, exhibiendo unos sinuosos escalones de madera muy brillantes y pulidos. Los intrincados motivos vegetales que conformaban la barandilla de hierro negro nos perseguían, dando la sensación de que se iban a adentrar en la cabina. Aquel espectacular interior era un magnífico ejemplo de la arquitectura de la Belle Epoque. Llegamos al séptimo y último piso, y el ascensor se detuvo. Me percaté de que en aquel rellano sólo había una elegante puerta de madera de caoba.

El piso de Magda ocupaba la planta entera, y desde todas las habitaciones se divisaban los árboles del conocido parque de la capital. La casa era muy elegante, exhibiendo una decoración discreta y clásica. Con aquellos techos tan altos, y unas estancias de dimensiones tan generosas, no era necesario recurrir a excentricidades. Aunque aquel piso se hubiera encontrado vacío no habría perdido ni un ápice de su encantadora personalidad.

Yulia fue a buscar más cajas al desván para meter las cosas que quería llevarse, y yo deambulé por el recibidor hasta llegar al hueco de las enormes puertas corredizas de caoba que daba paso al salón. Una vez allí, encontré dos sofás gemelos, uno frente al otro, que se situaban a ambos lados de una soberbia chimenea de mármol blanco. Sobre ella, un magnífico cuadro de Ogata Korin presidía el conjunto. Me acerqué fascinada hasta él. Lo observé con detenimiento: cada pincelada... cada detalle... Estaba segura de que era auténtico, pues era demasiado bello para que fuera una imitación. Bajo el encantamiento de aquel lienzo, seguí recorriendo la sala con mayor curiosidad. A mi derecha encontré una biblioteca, también de caoba, que se elevaba hasta el techo. La cantidad de libros allí almacenados era inmensa; imposible leer todos en una sola vida.

Sobre algunas de esas estanterías había varias fotografías, muchas de ellas en blanco y negro, retratando a personas de otra época que casi con total seguridad ya no vivían.

Aquel sombrío pensamiento me provocó una oleada de tristeza. Cuando nos hacemos viejos lo que nos queda se encuentra más en el pasado que en el presente. Yulia, todavía tan joven, había estado viviendo en una casa donde todo parecía ser de otro tiempo; un lugar donde prevalecían los recuerdos. Aquella era una atmósfera natural para una señora que iba camino de los ochenta, con una larga vida a sus espaldas, pero en absoluto el sitio más idóneo para alguien de nuestra edad, cuando el número de recuerdos son todavía muy inferiores a los sueños que nos quedan por realizar.

Entre los marcos de fotos, al fin divisé una estampa en color. Una pareja de recién casados sonreía con falsedad, carentes de felicidad. Se mostraban incómodos, como si desearan terminar de aguantar la postura que el fotógrafo les había sugerido que adoptaran.

Adiviné que eran los padres de Yulia, pues aquella joven se le parecía tanto que resultaba evidente que ella le había traído a este mundo. Su padre, serio y elegante, se me figuró un ser gris y sin vida.

Continué observando las demás fotografías, deteniéndome en una que mostraba a una niña que sonreía de oreja a oreja sobre un triciclo, mientras sujetaba un enorme helado de fresa que se derretía sin remedio en sus manos. Aquellos ojos eran inconfundibles: se trataba de Yulia cuando tendría tan sólo tres o cuatro años. ¿Quién le habría dicho a aquella alegre niña que, años después, esa inocente sonrisa se borraría para siempre? La vida le había robado sin piedad su juventud, despojándole de sus sueños y congelando su futuro. Seguramente, ella había vivido en esa casa pensando que, como a su abuela, sólo le quedaban los recuerdos, olvidando por completo que su camino no hacía más que empezar.

Permanecí tanto tiempo absorta en aquellas consideraciones que, cuando fui a buscarle para ofrecerle ayuda, ya tenía casi todo empaquetado en las cajas.

—Lo siento, me he quedado como una boba admirando los objetos del salón — me disculpé.

—Tranquila, era mejor que lo hiciera yo porque tenía que decidir qué llevar y qué no.

Miró a su alrededor con nostalgia. Me percaté de que debía de haber sido una tarea difícil: aquel espacioso cuarto se hallaba repleto de estanterías sin fin, con lujos por todas partes e infinidad de libros y revistas. Sobre el escritorio de roble había aún más objetos y recuerdos.

—Me imagino que no es fácil hacer la lista de qué llevarte — observé, conmovida. Toda una vida que había que empacar; difícil, muy difícil.

—Es bastante caótico — suspiró — Si pudiera me lo llevaría todo, pero he de elegir. No quiero asustar a tu madre llegando con una furgoneta de alquiler llena hasta reventar. Tengo que engañarla poco a poco. No quiero llenar a la primera de cambio esa habitación tan cómoda que me han preparado.

—Sí, haces bien. A ella le daría un soponcio si de repente la encontrara llena de discos, libros y pósters de rock por todas las paredes.

—Sí, supongo que le daría un susto de muerte si alrededor de esa pareja de láminas tan sugerentes que colocó yo comenzara a colocar mis viejos pósters de Led Zeppelin.

Ambas reímos al imaginar la cara que pondría mi madre si se llegara a encontrar alguna vez semejante mezcla. Con lo perfeccionista y meticulosa que era se desmayaría en el acto. Su comentario sobre las láminas no me pasó desapercibido, pero me abstuve de mencionar el hecho de que había sido yo la que las había elegido.

—En serio, no pretendo llevarme todo esto. Algún día volveré... — dijo esperanzada.

—¿Volverías a esta casa? — inquirí sorprendida. A mi entender, no era una buena idea, aquellas paredes encerraban demasiado dolor.

—Ni loca — sentenció tajante — Ella ya no vive aquí, y no volverá. Sin Magda esta casa no tiene ningún sentido para mí. Me refería a regresar a Moscow, no a este piso.

Le ayudé con las cajas, que eran muchas. Fueron necesarios tres viajes en el lento ascensor, tras los que estuvimos listas para meter todo en el maletero. El sol había ganado la batalla y ya no quedaban más que unas dispersas nubes que flotaban sobre nosotras, alejándose hacia el este. Era pronto para ir a comer, por lo que decidimos cruzar la calle y adentrarnos en el parque.

Paseamos por la gran avenida peatonal, enmarcada por frondosos arbustos.

Yulia no se calló ni un segundo, deleitándome con historias muy divertidas de su niñez. A juzgar por sus relatos, había sido una niña muy traviesa, lo que le había llevado a meterse en más de un apuro. Se describía así misma como una inquieta y aventurera chiquilla que quería explorar cada rincón de aquel extenso pulmón vegetal. Tenía una larga lista de travesuras; desde ahogar a los pobres patos del estanque hasta quedarse encerrada toda una noche en el Palacio de Cristal, matando a su madre de angustia hasta la mañana siguiente. No me costaba imaginarle haciendo aquellas travesuras, porque aún hoy emanaba ese aire de rebelde incomprendida. Trataba de enderezar su vida y volver a ser como antes. Aún así, yo intuía que ella no era como los demás. Podría llegar a centrar su vida, pero nunca sería una persona convencional. Saltaba a la vista que era apasionada y enérgica, así que no corría peligro de convertirse en alguien corriente.

El sol calentaba a pesar de estar a finales de octubre. Las terrazas de los bares que rodeaban el estanque se hallaban repletas de gente que disfrutaba de aquella luminosa mañana. Al ver que una de las mesas quedaba libre, nos apresuramos a sentarnos antes de que nos la robaran. Era muy tentador permanecer un rato bajo el sol, contemplando a aquellos que remaban en las barcas.

—Esto es algo que sí echo mucho de menos — Yulia se quitó el abrigo gris que había traído consigo. La imité, dejando la cazadora sobre la tercera silla — Moscow en otoño es inigualable.

—Es muy agradable, no te lo voy a negar — asentí, estirando mis piernas hacia el suelo de tierra — No obstante, la sierra en esta época está preciosa, con todos los árboles cambiando de color.

—No lo niego — continuó ella, su mirada me avisó de que iba a ponérmelo difícil — pero lo que no he visto en la sierra es millones de personas paseando, bares repletos a la hora del almuerzo, festivales de Jazz que quitan el hipo, tantas exposiciones que no sabes a cuál ir, obras de teatro todos los días de la semana, conciertos que se llenan y te tienes que decidir, la noche en blanco...

— ¡Vale, vale!... ¡Para ya! — le interrumpí — Ya sé que Moscow es una ciudad fascinante. Eso no lo discuto, sino ¿a que vendría yo hoy aquí? Es evidente que en Novosibirk no puedo encontrar todo ese abanico cultural.

Su semblante triunfante me hizo reír.

—¿Ves? — agitó sus brazos, señalando a su alrededor — esta ciudad lo tiene todo.

—Hay que saber distinguir. Una cosa es el frenesí que aquí se respira y otra muy distinta la belleza de los bosques de la sierra, donde puedes perderte a caballo durante kilómetros y olvidarte del mundo. Cada cosa tiene su momento. Hoy toca disfrutar del caos y la alegría de esta ciudad.

—¿Y mañana?, ¿qué toca? — preguntó, alzando una ceja. Su expresión enigmática me confundió — ¿Quizá cantar Set down your glass?

Por unos instantes me quedé paralizada. Por supuesto que sabía a lo que se refería: estaba claro que aquella noche, mientras ella tocaba aquella canción en la terraza, se había percatado de mi presencia tras la ventana. Me miraba con aquellos ojos felinos que, iluminados por la intensa luz de mediodía, adquirían un brillo casi sobrehumano.

—¿Me escuchaste cantar? — conseguí preguntar finalmente.

—Sí, y déjame decirte que tienes una voz preciosa — aquel cumplido me ruborizó. Su voz suave e intensa silenció todos los demás sonidos que nos rodeaban.

—No sabía que te hubieras dado cuenta de que estaba allí... — conseguí decir al fin, a pesar de mi turbación — No pude evitar cantarla, siempre me ha parecido una canción muy especial.

—Es modesta y sincera. Eso la convierte en extraordinaria, ¿no crees?

—Sí, es perfecta — asentí, totalmente de acuerdo con su descripción — Fue una sorpresa muy agradable llegar a casa y encontrarme con el sonido de tu guitarra.

—No sé quién se sorprendió más, si tú o yo — hizo una pausa para dar un sorbo a su cerveza — No tenía ni idea de que te gustara cantar.

—La verdad es que hay muchas cosas que no sabes de mí...

—Ya, es evidente que desde que llegué no he sido santa de tu devoción. Ni tú ni yo nos hemos dado la oportunidad de conocernos.

Así que quería llevar la conversación por aquellos caminos. Comenzaba a comprender por qué me encontraba allí con ella. En ese caso yo no iba a ser menos, también tenía derecho a preguntar.

—¿Por qué te has ofrecido a traerme?

—No era ninguna molestia, iba a venir de todas formas. No me caes tan mal como para no soportar tu presencia en mi coche. Además, empiezo a estar harta de vivir con una total desconocida. Quería ver si es posible mantener contigo una conversación de más de cinco minutos.

—Como puedes ver, no muerdo.

—Hoy no, pero normalmente sí. Sé que no soportas mi presencia en tu casa.

—Estás equivocada — le corregí — Lo que ocurre es que me cuesta trabajo adaptarme a los cambios. Digamos que soy algo complicada y las novedades me aturden. No es fácil compartir mi universo con una completa desconocida.

Sus hermosos labios dibujaron una sonrisa antes de hablar y aquellos ojos azules se iluminaron.

—Supongo que has intentado seguir con tu vida tratando de ignorar que una extraña se haya instalado en la habitación de al lado. No puedo reprocharte que intentes preservar tu mundo. Al fin y al cabo, tú no decidiste que yo me mudara con ustedes, igual que yo no quería hacerlo. En eso estamos empatadas. — Su gestó se torció — Si yo estuviese en tu lugar quizá hubiera actuado de la misma manera.

—Eso suena muy comprensivo por tu parte, pero no me exculpa. Estoy al tanto de lo mucho que has sufrido y aún así no te lo he puesto nada fácil.

Encaré la verdad por fin, pues jamás lo habíamos hablado. Esa especie de mutuo acuerdo de no mencionar su pasado sólo servía para enrarecer aún más la situación. Ella no se mostró molesta ante mi declaración, así que me sentí libre para continuar.

—Yulia, sé todo lo que ocurrió y no quiero compadecerte por ello, porque me imagino que eso sólo haría que te sintieras peor. Supongo que lo que quieres es que los demás te tratemos como a una chica igual y no como a un ser desamparado, ya que pareces muy capaz de salir adelante. Sin embargo, yo no tenía derecho a ponértelo aún más difícil ignorándote siempre, y en ocasiones, incluso mostrándome descortés. Por eso te pido perdón. Por favor, acepta mis disculpas; me sentiré mucho mejor si lo haces.

—En ese caso, de acuerdo, las acepto — Sonreía, visiblemente complacida con mi discurso — ¿Sabes una cosa?

—¿Qué?

—Eres la primera persona que me habla con tanta franqueza desde que llegué. Todo el mundo ha sido muy amable conmigo, incluso demasiado.

Se aproximó al borde de la silla, acercándose más, casi rozándome.

—No me malinterpretes, no me importa en absoluto que intenten hacerme todo más fácil. De hecho, es muy agradable. Pero agradezco que te hayas acercado a mí cuando realmente has querido, sin forzarte, sin tratar de interpretar el papel de chica encantadora que me quiere hacer sentir como si llevara toda la vida en tu casa, porque eso no es la verdad. Tanto tú como yo tenemos que adaptarnos a esta nueva situación. No es sencillo para ninguna de las dos.

—No, no lo es — admití.

—Así que aunque a veces me hayas enojado con tu actitud algo áspera, la prefiero, porque era sincera.

—Demasiado sincera quizá — añadí, ligeramente arrepentida, recordando mi empeño en evitarla — En esta vida hay que saber ser diplomáticos, y a mí eso no se me da muy bien.

—Sí, hay que ser diplomática en ocasiones, aunque en esta situación yo prefiero la honestidad. Por ejemplo, debido a tu actitud conmigo desde que llegué, sé que si hoy has venido conmigo es porque en el fondo no te caigo tan mal. No sé qué hice para conseguir tu atención aquella noche, pero sea lo que sea, tengo la absoluta certeza de que por primera vez te sentiste a gusto con la idea de tenerme a tu alrededor.

Tenía razón, comenzaba a estar a gusto, quizás demasiado. Cada segundo que transcurría me apetecía aún más que aquella improvisada tregua no se acabara. Habría permanecido en aquel precioso parque, con su cuerpo tan cerca del mío, mil horas más.

—No te apropies tú solita todo el mérito — dije bromeando — Fueron tu guitarra y esa canción las que me incitaron a cantar.

Una cálida risa surgió de su garganta y me miró con picardía. La expresión en su cara me resultó dolorosamente encantadora y sexy, despertando una señal de alarma en mi estómago. Desde su llegada, Yulia me había parecido una chica más bien callada y algo oscura, así que aquella encantadora faceta de su carácter me cogía absolutamente desprevenida; ahora ya no era sólo una chica con un físico imponente.

Me estaba comportando de manera muy relajada con ella. Yo misma me asombraba ante mi naturalidad. Normalmente con las chicas me mostraba muy introvertida. No solía seguirles el juego y, ni mucho menos, pasaba un día entero con ellos así como así.

Desde que habíamos salido de Novosibirk, su presencia, lejos de agobiarme, estaba surtiendo un efecto balsámico. Mis habituales miedos e inseguridades parecían haberse disipado a lo largo de aquella mañana. Su compañía me envolvía con un manto de confianza, bajo el cual me sentía protegida y relajada.

—¿Me prometes una cosa? — preguntó.

—¿Qué?

—Volver a cantar conmigo alguna vez.

—Aunque quisiera, no podría.

—¿Por qué no?

—Porque si sé que alguien me está escuchando soy incapaz de hacerlo.

Me ocurría como en clase: si sabía que me observaban era absolutamente incapaz de pronunciar una sílaba. La tensión y el miedo a hacer el ridículo tensaban cada músculo de mi garganta.

—No debería ser así — susurró — Tienes la voz de un ángel. Deberías estar orgullosa y disfrutar de ella, sin importar quién esté a tu alrededor.

—No sé si mi voz es la de un ángel, o la de un demonio. Sólo sé que cuando canto me siento libre. Pero nunca he conseguido dejarme llevar en presencia de otros, no lo consigo superar, la vergüenza es superior a mí.

—Pues es una pena. No deberías avergonzarte de tener ese don.

La dulzura con la que pronunció aquellas palabras encendió de nuevo esa alarma dentro de mí. Tenía que cambiar de tema urgentemente o sus cumplidos iban a conseguir que me sonrojara sin remedio.

—Oye, cambiando de tema, tengo mucha hambre. ¿Qué te parece si vamos a comer algo? — propuse, consiguiendo al fin que Yulia dejara el asunto de mi voz.

Fuimos a almorzar a un restaurante mexicano. Yo no estaba muy familiarizada con los platos, por lo que dejé que me aconsejara porque ella conocía a la perfección las especialidades de aquel exótico local. Se lo pasó en grande contemplando mis muecas al probar cosas como el guacamole o el mole. La carcajada definitiva le sobrevino cuando yo, en mi ignorancia sobre la gastronomía mexicana, metí alegremente un trozo de habanero en mi boca. Creí que mi nariz se iba a despegar de mi cara al notar el intenso picor que ascendió por mi garganta y que terminó explotando en mis fosas nasales. Jamás en mi vida había experimentado nada igual: ¡era como tragar fuego! Yulia se disculpó por no haberme avisado de que sólo tenía que haber puesto un granito de aquella pasta amarilla sobre el taco, en lugar de comérmelo como si se tratase de un simple trozo de puré. Aquel episodio no me acobardó y me animé a probar el molcajete, que resultó ser absolutamente inofensivo y delicioso. Para terminar, compartimos una bola de helado de aguacate, lo que ayudó a mitigar el picor que, aunque menos intenso, seguía molestándome todavía.

Habíamos dejado su coche aparcado en una calle cercana. Como sería imposible volver a tener tanta suerte un sábado por la tarde, decidimos no arriesgarnos y caminamos hasta el cine. Nos llevó más de media hora, aunque no nos importó porque no teníamos prisa. Llegamos con tiempo suficiente para comprar las entradas y tomar un café antes de entrar a la sala.

La película me emocionó tanto que, en silencio, dejé caer unas lágrimas. No quería que Yulia me viera llorando como una magdalena, así que fui discreta. Enjuagaba mis lágrimas con la manga de mi jersey, simulando que me picaba un ojo bajo mis gafas.

Juntos, nada más era una película francesa dirigida por Claude Berri y protagonizada por la misma actriz que interpretó a Amelie.

Encontré muy paradójica la historia. Relataba la llegada de una solitaria joven llamada Camille a un espacioso y destartalado piso en el que ya viven dos jóvenes: Phillibert (excéntrico y de origen aristocrático) y Frank (maleducado y mujeriego). Más tarde se les unirá Paulette (la abuela de Frank), una anciana necesitada de cariño. Entre ellos cuatro tendrán que enfrentarse a nuevas situaciones como la convivencia, la amistad o el amor. Yulia y yo nos habíamos visto inmersas en una situación similar al convertirnos en compañeras de casa. Quizá por eso abandonamos el cine inmersas en un estado reflexivo y ausente, absorbidas por la historia que nos acababan de describir. Existían muchas similitudes entre el argumento de la película y nuestras propias vidas. Aquella coincidencia nos dejó algo descolocadas; más cuando había sido el destino el que había hecho que Yulia me acompañara al cine aquella tarde.

En nuestro camino de regreso al coche nos detuvimos en una repostería situada en el centro de la plaza de Blastov. No podíamos dejar incompleto nuestro día en la ciudad: teníamos que comernos unos deliciosos peperos antes de volver a casa. Sentadas en una pequeña mesa redonda junto a un ventanal, degustábamos pensativas el espeso chocolate caliente.

—Es irónico, ¿verdad? — irrumpió Yulia, dejando de mirar por la ventana para clavar sus ojos en los míos — Esa película parecía describirnos a nosotras en cierta forma...

—Sí, tienes razón. Esos personajes se ven forzados a compartir un hogar, y tienen que aprender a convivir, dejando sus diferencias a un lado — estaba describiendo lo que ocurría en la película y, sin embargo, parecía referirme a nosotras — Es muy paradójico, la verdad.

—A lo mejor la elegiste por eso — sugirió — Al leer la crítica quizá intuiste que, en cierta forma, te podía ayudar a comprender la situación que ambas nos hemos visto obligadas a vivir.

—No lo había visto así... — respondí pensativa —, pero ahora que lo dices, es posible que esa fuera la razón por la cual me decidí por esa película y no por otra de las muchas que tenía en mente.

—Es curioso cómo a veces el destino nos guía, ¿no crees?

—¿A qué te refieres exactamente?

—A que tú no tuvieras tu coche hoy, yo te haya traído a Moscow, y hayamos visto esa película juntas. Es como si la suerte me hubiera arrastrado a encontrarme con Frank, un chico que huye de las responsabilidades y no tiene a nadie más en el mundo que a su abuela Paulette. Suena familiar, ¿no?

Asentí en silencio.

—A su vida llega Camille, prudente y solitaria, traída de la mano de Phillibert, un personaje amable, soñador e ingenuo, que es tan puro y auténtico como el destino — reflexionó ella.

—Phillibert es la razón por la cual ellos dos terminan enamorándose; gracias a él ambos aprenden a abrirse a sus sentimientos — añadí, comprendiendo la analogía que trataba de exponerme Yulia.

Me miró con una intensidad tal que sentí como un nudo se iba formando en mi estómago.

—Exacto, Phillibert representa a ese niño que todos tenemos; a esos sueños que ocultamos; a la capacidad de amar sin condiciones; a la valentía de aceptarnos como somos...

—Y tú... ¿me ves como a Camille? — tanteé.

—Sí, en cierta forma así es.

—¿Por qué? — me atreví a preguntar.

—Porque tanto ella como tú guardan su maravilloso mundo para ustedes mismas. Los demás queremos descubrirlo, pero no nos lo permiten.

—¿Quién te dice a ti que mi mundo interior sea maravilloso?

Esbozó una media sonrisa irresistible, demorando unos segundos su respuesta.

—El hecho de que me hayas llevado a ver una película tan sutil y conmovedora — afirmó tajanten— Eso me dice mucho de ti...

Era muy intuitiva: se había dado cuenta de que yo me había sentido muy identificada con la protagonista, y tratar de negárselo iba a ser una causa perdida. Tenía que tener cuidado con ella: si le dejaba leer entre líneas me tendría acorralada sin darme cuenta. Y ya se estaba acercando demasiado.

—Y tú, ¿te has visto reflejada en Frank? — decidí preguntar.

—No en todo, pero sí en lo perdido que está en un principio, y en cómo culpa a los demás de sus desgracias. Eso me resulta demasiado familiar. Yo solía hacerlo a menudo.

—¿Y ahora?...

—Ahora empiezo a darme cuenta de muchas cosas...— suspiró — He perdido mucho tiempo sintiendo que la vida no merecía la pena, y ha llegado el momento de pensar positivo.

—Me alegra escuchar eso.

—Gracias. Si supieras cómo he desaprovechado mi vida en los últimos tres años... — añadió con amargura.

—No pienses en eso. Lo hecho, hecho está. El pasado es el arma que tenemos para aprender. Gracias a nuestras equivocaciones sabemos mejor qué es lo que queremos realmente.

—Visto así, se podría decir que todos mis errores al final han sido aciertos — comentó echándose a reír.

—No, no te equivoques. No fueron aciertos; fueron decisiones erróneas. Sin embargo, si sabes aprovechar lo que te enseñaron, entonces sí te ayudarán a encontrar el camino — le expliqué — Creo que el primer paso ya lo has dado. No todo el mundo admite sus errores.

—Sería una necia si no los admitiera — sentenció.

—Ya, pero es que no todo el mundo es tan valiente como tú.

—Yo no soy valiente, sólo trato de sobrevivir — El énfasis de aquella declaración me entristeció. Su sufrimiento era más que evidente — No sé si podré ser tan fuerte como para no volver a dejarme llevar por la amargura. No tengo a nadie más en este mundo que a mi abuela, y ella no estará siempre.

En aquel momento deseé decirle que me tenía a mí, que yo la apoyaría. Pero me contuve, no podía ofrecer algo que temía tanto sólo por el hecho de que las últimas horas a su lado estuvieran resultando ser una auténtica sorpresa. Al fin y al cabo, seguíamos siendo dos extrañas.

—Entonces debes crear tu propio universo rodeándote de gente que te brinde su amistad y su cariño — le aconsejé — Los buenos amigos también pueden ser tu familia.

—Dime: ¿qué ocurre cuándo esas personas a las que te quieres acercar no muestran el mismo interés hacia ti?

Su intencionada pregunta me cogió totalmente desprevenida. Me miraba fijamente. Aquellos inteligentes ojos adivinaban con demasiada facilidad lo que los míos querían esconder.

—Entonces debes seguir buscando — contesté con brusquedad.

—Y, ¿qué haces cuándo sabes que una persona no se deja conocer porque tiene miedo?

—Respetar su intimidad — respondí a la defensiva — Nadie puede ser forzado a dar su amistad, eso tiene que ocurrir de forma natural.

—Elena, lo que no es natural es que sea el miedo quien elija por ti.

Sus ojos no permitieron que los esquivara. Una vez más me miraba desafiante, muy de cerca. Comencé a ponerme nerviosa, me estaba acorralando.

La maldije para mis adentros.

¿Cómo se atrevía a cuestionar mi actitud? ¿Qué diablos sabría ella sobre mí? ¡Qué estúpida! No debía haber pasado el día con ella. Ahora ya se sentía con derecho a darme consejos.

Me levanté de la mesa con la excusa de ir al baño y así poder cortar de raíz aquella incómoda escena en la que yo, indudablemente, me sentía absolutamente perdida. ¿Cómo podía haberme adivinado con tanta facilidad tras unas pocas horas juntas?

Cuando regresé, ella ya había pagado la cuenta, por lo que abandonamos la cafetería y nos dirigimos en silencio a su coche.

Yulia no parecía enfadada ante mi actitud malhumorada. Caminaba con una irritante sonrisa que indicaba que no se arrepentía en absoluto de haberme puesto contra las cuerdas. En esos instantes, la odié por ello. Mientras caminábamos nos convertimos de nuevo en dos desconocidas.

Una vez en el Audi, traté de olvidar la conversación y me esforcé en relajarme mientras Yulia conducía por la autovía a toda velocidad. Los potentes altavoces reproducían de forma aleatoria la música que la radio tenía almacenada. Cuando le tocó el turno a una canción que me encantaba, Warning de Great Northern, partículas de magia comenzaron a flotar en el espacio; la electricidad parecía quemarnos. Mi malhumor dejó paso a una sensación desconocida y alarmante, mucho más incómoda que la anterior. Resultaba más sencillo estar enfadada que lidiar con aquel temor a que ella descubriera quién era yo realmente. Y como decía la letra de la canción: aquello era una llamada de atención.

When you whisper
I can hear
What you are thinking,
Thinking my dear
This is a warning calling...

(Cuando suspiras
Puedo oír
Lo que estás pensando
Lo que estás pensando, querida
Esto es una llamada de atención...)

Clavé mi mirada en el asfalto, tan sólo iluminado por los faros del vehículo.

Murmuré la letra en mi mente, sin atreverme a cantarla en alto. El miedo se iba apoderando de mí, trepando por mi piel al ritmo de aquella poderosa canción. Algo comenzaba a cambiar, lento pero inevitable. Y dudaba que fuera a ser capaz de detenerlo.

Un nuevo y desconocido planeta se adentraba en mi universo. Tras mucho esfuerzo, había conseguido crear mi propio orden y cada uno de mis astros seguía la órbita que les correspondía. No podía dejar que un nuevo elemento descolocara el perfecto sistema que había logrado constituir. Tenía que marcar las distancias con ella o estaría perdida.

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LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU  - Página 2 Empty Re: LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU

Mensaje por Fati20 9/2/2023, 11:23 pm

Oh pobre lena ya las defensas están mostrando grietas y se está colando julia por ellas pero ya verá que es lo mejor que le puede pasar. Muy buenos capítulos cariño mio feliz fin de semana 😘😘😘
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LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU  - Página 2 Empty Re: LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU

Mensaje por LenaVolkova66 9/3/2023, 12:41 am

Awwwww ya se están haciendo más cercanas I love youI love you ayy que ternurita 💕💕
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LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU  - Página 2 Empty Re: LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU

Mensaje por RAINBOW.XANDER 9/3/2023, 7:21 pm

Enigmas II

Yulia:

Me moría de curiosidad por saber lo que Elena había escrito en su sección del periódico local sobre esa película, a raíz de la cual habíamos terminado hablando sobre nuestra peculiar situación. Estaba claro que al darle mi opinión sobre su esquiva actitud no se había sentido muy cómoda. Mi intromisión en su mundo privado la había disgustado, y más aún que cuestionase la forma en que sus miedos dirigían su vida. Lo que había intuido sobre ella desde el principio se confirmó aquella tarde en Moscow al mostrarse tan molesta con mis preguntas. Me había aproximado a la razón por la que ella era tan hermética conmigo. Aquel día me había dado una tregua. Sin embargo, en cuanto me acerqué demasiado, su barrera protectora se alzó para mantenerme a raya. Le aterraba exponerse en extremo, convencida de que eso le hacía vulnerable.

De lo que no se daba cuenta era de que, a través de lo que escribía en el periódico, yo había ido descubriendo mucho más sobre su personalidad de lo que ella me quería revelar en nuestras escasas conversaciones. Describía libros y películas que le apasionaban, y con sus comentarios dejaba entrever cuáles eran las cosas importantes de la vida para ella. Sus críticas dibujaban a una Elena dulce, sensible e inteligente que sabía apreciar cada pequeño matiz de aquellas historias. Y al describirlas en palabras, en cierta forma también se describía a ella misma.

Con la copia del último número del diario de Novosibirk en la mano, cerré el coche y me dirigí a la pequeña cafetería de barrio que había descubierto en una de las tranquilas calles de la urbanización que rodeaba el campus. Se trataba de un pequeño local con sillones y mesitas bajas donde acudían muchos estudiantes. Era un lugar tranquilo y acogedor, perfecto para ir a leer un rato. Siempre sonaba una suave música de jazz de fondo y los clientes solían permanecer en silencio, pues la mayoría estaba inmersa en la pantalla del portátil o en las hojas de algún libro.

Me hice con una taza de café y me senté en una esquina junto al ventanal.

Impaciente, abrí el periódico por la sección de cultura y entretenimiento. Busqué con la mirada la columna que me interesaba. Allí estaba el artículo. Di un sorbo al café y me dispuse a leer:

Juntos, nada más; cuatro supervivientes de la vida.

Es imposible no recomendar esta película, ya que todos podemos vernos reflejados de una u otra manera en los personajes que conforman la historia. Cada uno de los protagonistas ha sido golpeado por la vida, y los cuatro se enfrentan a ello de formas distintas: unos lo hacen con optimismo; otros con rabia; y todos con miedo y soledad. La clave está en que al verse obligados a vivir juntos en un piso en ruinas de Paris, tan bello como decadente, tendrán que aprender a convivir, compartiendo sus diferentes formas de encarar los problemas.

Aprenderán que nadie tiene la respuesta a todas las preguntas, y que cuando nos abrimos a los demás, aceptando sus idiosincrasias sin juicios de valor, nos llenamos de color y somos seres más completos, llegando a conocernos mejor a nosotros mismos. Cuando nos aislamos nos perdemos, naufragando en el mar de nuestro mundo interior. Sin embargo, al dejar que otros nos muestren el suyo, permitimos que nos rescaten.

Es una película perfecta para ir al cine en compañía de alguien interesante. Una persona con quien puedas disfrutar hablando sobre la historia mientras toman un chocolate caliente. La película es sensible y sincera, y está tan llena de matices que seguro conseguirá que la charla sea interminable.

¿Me consideraba alguien interesante?... Eso era un avance. Ella jamás me lo habría dicho, estaba segura. No obstante, así lo mencionaba en el artículo. Seguramente, no se imaginaba que me había vuelto una adicta a su sección y que había leído fielmente todas sus críticas desde el primer número de aquel otoño.

Me parecía irónico el hecho de que ella hablara con tanta facilidad de que al abrirnos a los demás nos enriquecemos, impidiendo así perdernos en nuestro propio mundo.

Ella hacía justo lo contrario.

Era muy buena con la teoría, en cambio la práctica se le daba fatal. Elena estaba llena de contradicciones, lo que le hacía aún más sugerente. Su mundo interior era sacudido por miles de temores: de eso no me cabía la menor duda. Lo que me mantenía en vilo era descubrir la razón exacta de ese desasosiego.

En ese mismo instante la observé, entrando por la puerta de la cafetería para dirigirse rápidamente a la barra y pedir un café, por lo que no me vio. Aquella coincidencia me pareció muy oportuna. No quedaba ni un sitio libre, así que me levanté con la intención de invitarla a sentarse en el sillón que había libre en mi rincón. Me acerqué por detrás, mientras ella buscaba unas monedas en su billetera.

—Hola — le susurré al oído.

Se giró sobresaltada.

—¡Yulia! — exclamó con cara de sorpresa — ¡qué susto me has dado!

—Lo siento, parece que siempre te pillo desprevenida...

—Sí, eres una experta en eso — asintió con una sonrisa. Parecía que en aquella ocasión no le había sentado tan mal como el día que nos conocimos.

—Estoy sentada en la mesa de la esquina — dije señalando hacia el rincón donde me había acomodado al llegar — Esto está a tope, así que quería avisarte de que tengo un sillón estupendo para ti.

—Muchas gracias.

Le robé la pesada bolsa que llevaba colgando del hombro para que ella pudiera llevar en sus manos el café y el trozo de pudín hasta la mesa. Agradeció el gesto con una sonrisa y me siguió sin protestar. Estaba de suerte; me había topado con ella en uno de sus días buenos.

—¿Sueles venir mucho por aquí? — me preguntó, sentándose junto al ventanal.

—Sí, la verdad es que sí. Lo descubrí hace unas semanas y me gusta mucho. Me recuerda a los coffee shops de Londres; tiene ese aire íntimo y sofisticado.

—Yo también suelo venir a menudo. Es un lugar perfecto para desconectar después de clase, y suelo quedarme horas leyendo y tomando café. Muchas veces me da pereza irme derecho a casa y aquí me encuentro muy a gusto.

—Te entiendo, a mí me ocurre igual — asentí.

Elena se percató del periódico, que estaba abierto sobre la mesa por la página donde ella publicaba su columna.

—¿Lo has leído? — preguntó perpleja.

—Por supuesto, siempre lo hago.

—¿Siempre?...

—Sí, me gusta saber qué recomiendas. Desde que descubrí el periódico suelo echarle un ojo a tu sección. Me gusta tu criterio y cómo describes las películas y los libros sobre los que opinas.

—No tenía ni idea de que te interesara, nunca me habías comentado nada — Se mostraba realmente sorprendida, incluso algo ruborizada. Había escrito aquel artículo libremente, sin sospechar que yo llegaría a leerlo. Probablemente en aquel instante se estaba arrepintiendo de haberme descrito como alguien interesante.

—Tampoco pasamos tanto tiempo juntas como para que se diera la ocasión. Además, supongo que soy sólo una más entre tus millones de fans.

—¡No seas exagerada! — me regañó amistosamente. Al parecer su sorpresa había dejado paso al buen humor. Aquello sí que era una novedad — Ese periódico únicamente lo leen los cuatro intelectuales de la universidad. La mayoría de la gente lo usa para envolver las botellas de cerveza que esconden en sus mochilas.

Se echó a reír. ¡Parecía tan diferente cuando estaba alegre!

—Bueno, pues yo debo de ser una de esas ingenuas a las que les interesa el arte y la cultura — declaré, satisfecha al ver que ella parecía muy receptiva aquella tarde.

—Es un alivio saber que hay gente que sí se interesa por lo que hacemos en el periódico. Supone mucho esfuerzo, y sería una pena que lo que escribimos con tanta dedicación se lo llevara el viento.

—Tranquila, tus palabras no se las lleva el viento, por lo menos no en mi caso.

—Gracias — se limitó a decir.

Sus mejillas se sonrojaron. Mi declaración la había hecho enmudecer. Los cumplidos le hacían sentirse incómoda. Decidí cambiar de tema para que su repentino ataque de timidez se desvaneciera.

—Elena... — comencé a decir, buscando las palabras adecuadas para hablar de nuestra última conversación — el otro día en Moscow te disgustaste con mis comentarios, ¿verdad?

—No me disgusté — me corrigió — sentí que me juzgabas, y eso me agobió.

—¿Juzgarte?...

—Me dio la impresión de que me llamabas cobarde por ser introvertida. Era como si me obligaras a ser tu amiga, y la amistad surge, no se hace.

—Siento que lo vieras así — me disculpé — Lo que yo quería no era obligarte a ser mi amiga, sino ofrecerte mi amistad.

—¿No es lo mismo?

—No, no lo es. Tú no tienes que contarme cosas que no quieras, ni ser mi amiga de la noche a la mañana — le expliqué — A lo que yo me refiero es que sepas que tienes a alguien en la habitación de al lado para lo que necesites. No sé, como una hermana o una compañera de piso, por ejemplo. Ya que vivimos juntas, ¿por qué no recurrir a mí si hay algo en lo que yo te pueda ser de ayuda?

Ella esbozó una sonrisa y pareció aliviada con mi explicación.

—Así suena mucho mejor — declaró.

—Entonces, ¿aclarado?

—Sí, aclarado.

Comenzó a comer el pudín de chocolate y me dio envidia. Me di cuenta de que tenía hambre.

—¿Quieres un poco? — me ofreció, desprendiendo un trozo del bizcocho sin esperar mi respuesta. Lo acepté de su mano, que rozó la mía al darme el trocito de pudín.

Nuestros dedos se demoraron unos segundos en separarse.

—Gracias. La verdad es que tengo hambre — admití — Voy a ir a por otro y lo compartimos. ¿De qué lo quieres?

—De canela — Aquellos ojos profundos y  verdes me mareaban, tenía una mirada tan intensa y femenina que me costaba dejar de contemplarla.

—En seguida vuelvo — dije, saliendo de mi aturdimiento — Déjame un poco del de chocolate, ¡eh!

No tardé en regresar con más bizcochos, aparte del de canela había decidido comprar también unos rellenos de manzana que prometían estar exquisitos.

—¡Yulia! — exclamó riendo — ¡Has traído pudines para varios días!

—Es que estoy muerta de hambre...

—¡Ja, ja, ja!.... ¡Ya veo!

—Además, los estudiantes necesitamos mucho azúcar, tenemos un gran desgaste intelectual.

—Sobre todo tú, que tienes que poner en marcha de nuevo ese cerebro después de tanto tiempo de inactividad — bromeó.

—Sí, lo cierto es que no lo he usado mucho en los últimos años — contesté con amargura. Su broma había despertado uno de mis miedos más profundos — Pero no es necesario que me lo restriegues en la cara.

De repente, su comentario me recordó lo mucho que había malgastado mí tiempo. Y sentí que ella, la perfecta y ejemplar estudiante, me juzgaba por mis errores.

—Yulia... lo siento — se disculpó — No lo he dicho con mala intención. Era sólo una broma.

—Hay mejores cosas con las que bromear — mascullé con rabia.

—No pensé que fuera a molestarte tanto — dijo apenada — Tan sólo quería desdramatizar un poco la situación.

—Elena, apenas me conoces, así que no trates de jugar a la psicología inversa conmigo — gruñí.

—No trato de jugar a nada — bufó malhumorada.

—Tengo que irme — anuncié de pronto.

Ya no me apetecía seguir allí más tiempo, ni compartir aquellos bizcochos con ella. Una vez más, la magia que a veces surgía entre nosotras se había desvanecido. Me miró perpleja, sin entender mi súbito cambio de humor.

—Siento haber dicho eso — se disculpó una vez más.

—Da igual... sé de sobra que tiré mi vida por la borda. Y quizá esté perdiendo el tiempo tratando de recuperarla.

No le di la oportunidad de replicar. Cogí mi abrigo y salí de allí como un rayo, sintiendo unas ganas enormes de conducir hasta Moscow y llamar a alguno de mis antiguos colegas. Por primera vez desde mi llegada, la necesidad de drogarme parecía ser más fuerte que yo.

Una punzada de miedo a fracasar me sacudió: ¿quién me garantizaba que fuese a ser capaz de sacar mis estudios adelante? Por mucho que me estuviera esforzando, era consciente de que mi cerebro no se ponía al día con la velocidad que me habría gustado. Mi capacidad de concentración no era la misma que antes y ella me lo había recordado. Y lo que más me molestaba de todo aquello era pensar que Elena pudiera verme como una chica patética que trataba por todos los medios de no terminar de hundirse.

Elena:

Oksana me escuchaba atentamente, sentada frente a mí en aquel sillón azul en el que acostumbraba a prestarme toda su atención. Cuando comencé con la terapia me citaba cada semana. Según pasaron los meses y fui mejorando, nuestros encuentros se fueron distanciando.

Ahora nos veíamos una vez cada dos meses, a no ser que yo necesitara verla antes.

Tenía que ser duro ser psicólogo; no podía imaginar cómo se pueden asimilar las desgracias de tanta gente y no volverse locos. Su jornada laboral transcurría entre conversaciones con gente que, como yo, de alguna u otra manera había perdido el norte. Debía de tener un espíritu de hierro para no derrumbarse al final del día, tras haber estado tantas horas siendo testigo de nuestros problemas. Imagino que cuando sus pacientes progresaban e iban saliendo del agujero sería muy gratificante para ella. Su trabajo era ayudar a las personas a ser felices de nuevo, o por lo menos intentarlo. Visto bajo esa perspectiva, Oksana era como una guía espiritual, un talismán para nosotros, almas atormentadas que buscaban la luz en la oscuridad.

No le hablé de Yulia porque desde nuestro encuentro en la cafetería era evidente que nuestra amistad era una utopía. Cuando parecía que comenzábamos a intimar, algo hacía que volviéramos a distanciarnos. Éramos dos chicas demasiado complejas como para llegar a entendernos. Yo había metido la pata hasta el fondo con mi desafortunado comentario: resultaba evidente que ella tenía muchos demonios contra los que luchar. Además, yo también temía demasiado que los míos salieran a la luz. Así que tras una breve tregua, volvíamos a ser las mismas silenciosas compañeras de casa de antes. Tan sólo había una diferencia: me había cansado de rehuirle. No la buscaba, pero si coincidía con ella en algún lugar de nuestra casa, trataba de ser amable e incluso me interesaba por cómo le había ido en el día. Ella se mostraba receptiva, pero parecía haber olvidado su intención de ser mi amiga. Seguramente había llegado a la misma conclusión que yo: éramos como el agua y el aceite, imposible de mezclarnos. Nos comportábamos como dos compañeras de piso que mantenían una relación cordial, pero que nunca iba más allá de esa barrera protectora que ambas habíamos trazado. Eso en el fondo me tranquilizaba.

Después de la electrizante sensación que me había invadido la noche que regresábamos en su coche, me sentía más a salvo con esa comedida convivencia. Además, una mujer como ella jamás se fijaría en mí, por lo que era mejor que cualquier mirada de atracción de mi parte quedara sepultada por esa distancia que nos separaba. No quería que Oksana indagara en aquel tema. Y sabía a ciencia cierta que si le comentaba mi extraña relación con nuestra invitada ella me obligaría a sacar conclusiones sobre ello.

Le relaté a Oksana el episodio acontecido en el aula de Información, y cómo había tratado de enmendar mi error unos días después, sin éxito alguno. Me había vuelto a bloquear, incapaz de decir ni una palabra ante la dichosa cámara.

—No sé qué voy a hacer — le dije en un quejido — ¡Es desesperante!

—Lo primero, convencerte de que no es el fin del mundo — respondió con la serenidad que le caracterizaba.

—¿Y lo segundo?

—Aceptar que sufres de miedo escénico, lo que no me sorprende, ya que es una consecuencia de tu tendencia a llenarte de ansiedad ante algo que no dominas. Elena, el miedo es la respuesta psicofísica de temor, que surge por efecto de pensamientos anticipatorios sobre posibles consecuencias negativas, en situaciones reales o imaginarias, en las cuales se habla en público — Detuvo su explicación unos segundos, pensativa — Se me ocurre una forma de que empieces a enfrentarte a ello, y no sólo estarás luchando contra el miedo a hablar en público, sino a las inseguridades que te siguen limitando.

—¿Qué tienes en mente?

—Teatro.

—¡¿Teatro?! — exclamé incrédula, debía de haberse vuelto loca.

Se echó a reír y abandonó su sillón para sentarse en el sofá junto a mí. Cogió mis manos y me miró con dulzura. Eso es lo que le hacía diferente: trataba a sus pacientes con cercanía y cariño, consiguiendo que te abrieras a ella sin reservas.

—No hablo de que te lances a un escenario mañana mismo — me aclaró — sino de que te unas a un taller de teatro que un colega mío va a organizar en el centro cultural. Está orientado a gente que necesita superar diferentes trastornos. Allí nadie va a ser actor, todos van a partir de la misma base. Se trata de aprender a dominar ese miedo que te atenaza, acompañada de otras personas que pasan por lo mismo de una u otra manera. El objetivo del curso es que, mediante una actividad que a todos les resulte divertida e interesante, aprendan a aparcar su yo para meterse en la piel del personaje y de esa forma logren superar ese terror a ser juzgados. Un profesor de arte dramático los guiara en la interpretación, paso a paso, sin presiones.

—En teoría, suena bien — admití. Tal y como ella lo exponía parecía un reto interesante, pero no me veía a mí misma encarándolo — Aunque jamás se me había pasado por la cabeza actuar sobre un escenario, no sé si yo podría hacerlo... ¡Vamos, ni de lejos!

—Sé que te he dejado atónita. No tengo ninguna duda de que es un shock para ti. Aún así, piénsalo, tienes tiempo. Hasta pasada la Navidad no empezarán con las reuniones.

Eso me tranquilizó, ya que me concedía un margen suficiente para reflexionar sobre lo que Oksana me proponía. Le prometí considerarlo, y me fui de su consulta con la sensación de haberme despojado de la mochila de angustia que venía cargando desde mi primer encuentro con la maldita cámara digital.

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LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU  - Página 2 Empty Re: LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU

Mensaje por Volkatin_420 9/3/2023, 9:16 pm

Estas dos no van a dar su brazo a torcer ni que venga la rosa de Guadalupe 🥲🥲
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LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU  - Página 2 Empty Re: LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU

Mensaje por Corderito_Agron 9/4/2023, 8:00 am

Ninguna va a dar su brazo a torcer por lo que veo 😭😭
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Mensaje por RAINBOW.XANDER 9/4/2023, 8:12 pm

La llave I

Yulia:

La hoguera que habíamos encendido ardía con fuerza y nos calentaba con su anaranjado fuego. Era el primer fin de semana de noviembre y hacía frío, sobre todo por la noche. Ir de acampada era divertido, pero quizás habíamos esperado demasiado a realizar aquella escapada, que era algo más propio de los meses cálidos. Los demás no parecían tan molestos con la baja temperatura. Ellos ya debían de estar acostumbrados al clima de la sierra, no como yo.

Durante el día el sol nos había acompañado en nuestra caminata hasta aquel claro. Recorriendo varios kilómetros a través de los bosques, el paseo había resultado muy agradable, e incluso caluroso, pues íbamos muy abrigados. Ahora que nos habíamos detenido, si te alejabas del fuego te congelabas. El cielo estaba completamente despejado, sin una sola nube, lo que garantizaba que no llovería. La oscuridad que reinaba en el monte permitía que las millones de estrellas situadas sobre nuestras cabezas destacaran con una intensidad abrumadora.

La excursión se había fijado para ese fin de semana debido a que aquella noche se esperaba una lluvia de estrellas. Todos coincidimos en que merecía la pena admirarla desde allí, donde imperaba la oscuridad y la paz. Aquel sepulcral silencio sólo se veía interrumpido por el ulular de algún búho y el soplo del apacible viento, que mecía las ramas de los pinos esparciendo su fresca fragancia.

Si tan sólo unos meses atrás, mientras me envenenaba a copas en un local de moda de Moscow, me hubieran dicho que iba a disfrutar como una enana de un plan tan saludable e inocente como ir de acampada con mis nuevos amigos, me habría muerto de risa, puesto que un suceso tan increíble me habría parecido imposible. Es curioso cómo la vida te puede sorprender, dando un giro de trescientos sesenta grados a todo tu mundo en poco más de dos meses.

Hasta no hacía mucho, en mi vida únicamente había existido un inmenso abismo del que, noche tras noche, había tratado de huir anestesiándome. Entonces nada ni nadie me importaban. Tan sólo cuando me encontraba bajo el efecto de los narcóticos era capaz de sentir esa artificial euforia que lograba despertar mi interés por los demás durante apenas unas horas.

Unas horas en las que no distinguía con claridad la realidad de la ficción. Al despertar hecha un trapo a la mañana siguiente, siempre me invadía la misma dolorosa sensación: cuán fracasada y absurda era mi vida.

Aquella gente que me acompañaba junto a aquella fogata era bien distinta a mis amigos de fiestas en Moscow, chicos problemáticos con los que me había juntado tras el fatídico accidente. Al morir mis padres me distancié de los únicos amigos verdaderos que había tenido: mis compañeros del colegio. Buenos chicos con los que más me habría valido no romper los lazos, pero lo hice y ya no había vuelta atrás. No había querido nada cerca de mí que me recordara a mi vida anterior. Había evitado sistemáticamente cualquier persona o lugar que evocara recuerdos de mi infancia y adolescencia, porque resultaba demasiado doloroso recordar lo que había sido mi vida antes de perderlos.

La única excepción a la regla fue Magda, a la que sí permití seguir a mí alrededor, aunque a mi manera. Mi abuela en un principio había seguido mi juego para no agobiarme, convencida de que era sólo cuestión de tiempo que la antigua Yulia regresara a la superficie, pero no lo hizo. Cada día que transcurría mi nueva "yo" echaba más tierra sobre su lápida, enterrándola más y más, hasta llegar a un punto en el que creía haberla hecho desaparecer por completo.

No fue hasta llegar a Novosibirk e ir conociendo a mis nuevos amigos, que el corazón de la otra Yulia, esa a la que yo había enterrado, reanudó su pálpito. Prácticamente inaudible al principio, aún convaleciente y débil, pero fortaleciéndose día a día gracias al calor de la gente, al reto que suponían las clases y la ilusión por pertenecer al grupo. El miedo me seguía persiguiendo, pero empezaba a controlarlo. La tarde que abandoné a Elena en la cafetería fue clave en aquella lucha: a punto estuve de tirarlo todo y regresar a Moscow. No sé de dónde saqué las fuerzas, pero al final conseguí dar la vuelta y dirigir mi coche a la finca en lugar de tomar el acceso a la autovía. Aunque en aquel momento no fuera capaz de admitirlo, creo que lo que me hizo cambiar de opinión era el temor de que Elena estuviera en lo cierto. Ella me había dejado entrever con su comentario que en el fondo pensaba que desde la muerte de mis padres sólo había cometido equivocaciones, y probablemente ella dudaba de que yo fuera a ser capaz de superar aquel reto. No podía permitir que su opinión me hiciera desconfiar sobre mi capacidad para conseguir mis propósitos.

Comenzaba a comprender el empeño de mi abuela en enviarme allí; aquel milagro no habría sido posible sin un cambio de escenario y, sobre todo, de personajes. En Moscow sólo me rodeaba el desconsuelo. En cambio, en aquel pueblo todo era nuevo, como un lienzo en blanco sobre el que se me daba la oportunidad de pintar lo que yo deseara.

Cada una de las personas que había conocido desde mi llegada tenían algo en común: no se evadían de la realidad, sino que se enfrentaban a ella. Tenían problemas y preocupaciones como cualquiera. Eran tan vulnerables como yo. La diferencia era que encaraban la vida con optimismo, sin recurrir a vías de escape transitorias que sólo les aliviarían por unas horas. Salían, se divertían, bebían y fumaban algún que otro porro, pero no perseguían experimentar sensaciones artificiales a toda costa. Se alimentaban de sus sueños, de la amistad y de aquellos bosques, que eran el mejor lugar para mutar hacia otro estado de ánimo.

Los humanos nos jactamos del progreso, de lo mucho que hemos avanzado tecnológicamente. Sin embargo, en aquel preciso momento en el que la naturaleza jugaba con mis cinco sentidos, no podía dejar de pensar lo equivocados que estamos al ignorarla. Inmersos en nuestras vidas urbanas, muchos olvidamos que más allá del ruido y los edificios hay lugares como aquél, donde nada ha sido alterado. ¿Hasta qué punto lo que tanto nos maravilla es en realidad una trampa mortal, de la que quizá ya no podamos salir? Si realmente estamos logrando una mejor calidad de vida, inventando cada día nuevos artilugios que nos facilitan las cosas, ¿por qué me sentía mejor que nunca aquella noche, sentada sobre la mullida hierba, mientras esperaba a que comenzara la lluvia de estrellas?

Ni el más sofisticado y carísimo invento podría proporcionar la sensación tan singular y placentera que me invadía. Sólo la naturaleza podía provocar aquella arrebatadora quietud.

Habíamos cenado formalmente, aprovechando el calor del fuego para asar unas chuletas muy sabrosas. Ahora, que ya habíamos terminado de comer, el vino tinto y la cerveza habían dejado paso a los licores. Bebíamos entre risas, al calor del fuego y arropados por mantas.

Iván trajo una nevera portátil repleta de hielo que, en contra de mis predicciones, se había conservado intacto, así que ahora tenía en mis manos un ron con cola mejor que el de cualquier bar. Era un lujo beberse una copa mientras no se divisa ni rastro de luz eléctrica a tu alrededor.

Elena se mostraba despreocupada y feliz entre sus amigas, en parte debido a la alegría con la que bebían la botella de tequila que se pasaban de unas a otras mientras reían a carcajada limpia. Estaban sentadas al otro lado de la hoguera, algo alejadas de nosotros, por lo que me era imposible distinguir su conversación.

Mientras la observaba, me di cuenta de que seguía siendo un enigma. No encajaba en absoluto con mi opinión general de las mujeres a mi gusto, acostumbrada a las niñas bien que, en su mayoría, eran insulsas y predecibles. La humildad e inteligencia de Elena me descolocaban. No era guapa en el sentido estricto de la palabra, su inusual belleza surgía de la profundidad de esa enigmática mirada. Lo que me atraía de ella no era lo que veía a simple vista, sino todo lo que subyacía bajo aquellos grandes ojos de color verde.

Todo lo que no decía, cada sentimiento oculto, eran los que me mantenían en vilo, ávida por descubrir sus secretos. Pero mi curiosidad no podía ser satisfecha. Era imposible.

No podíamos ser amigas; ya lo habíamos intentado y no funcionaba. Cuando parecía que empezábamos a entendernos, alguna de las dos hacía una observación que provocaba el recelo de la otra. Tan sólo podíamos tratar de convivir en aquella casa de la forma más civilizada posible para que durante mi estancia no saltaran chispas. Sabía que mi paso por Novosibirk me estaba ayudando a encontrar el norte, así que permanecería allí un poco más, disfrutando de tocar en el grupo y tratando de avanzar con mis estudios. No obstante, llegado el momento regresaría a casa.

Tenía pensado aprovechar las vacaciones de Navidad para trasladar mi expediente a mi antigua universidad. Si esperaba al siguiente curso quizá terminase viéndome atrapada en aquel pueblo.

Tenía que evitar por todos los medios que eso sucediera.


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LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU  - Página 2 Empty Re: LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU

Mensaje por Fati20 9/5/2023, 12:15 am

Estas mujeres son bien tercas y resistentes pero esta salida acampar, lena bebiendo tequila me da muy buena espina qué la cosa se va a poner muy buena 😏. Saludos cariño 😘😘😘
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Mensaje por LenaVolkova66 9/5/2023, 8:43 am

Me intriga lo que le pasa a Nastya... Espero que le comente algo más a Lenita en este viaje. En verdad que estas dos niñas me dan amsiedad jajajaja
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Mensaje por RAINBOW.XANDER 9/5/2023, 9:04 pm

La llave II

Elena:

Iván no dejó de hablar con Momo en toda la noche. Nosotras, a cierta distancia, disfrutábamos como niñas observando el evidente flirteo que se producía entre ellos.

Nastya, con su magnífico y discreto plan, había conseguido que mi hermano y ella no tuvieran ojos para nadie más, y celebraba su éxito bebiendo tequila como un barril sin fondo. Algo me decía que su motivo para beber más de la cuenta no se debía sólo a su triunfo como alcahueta, sino que estaba huyendo de algo. Continuaba con aquella expresión abatida en su rostro y, como no quería que yo la interrogase, seguía mostrándose esquiva conmigo. Ella vería; no iba a perseguirla como un perrito faldero. Ya éramos mayorcitas como para andarnos con juegos. Sabía de sobra que yo estaba allí para lo que hiciera falta, así que cuando estuviese lista para confiar en mí sólo tenía que decírmelo.

Por la mañana desperté con un considerable dolor de cabeza, pues yo también había bebido más de lo acostumbrado. Fui la última en ir a desayunar, así que temí que no me hubieran dejado más que las migajas. El frío hizo que me frotara los brazos y mirando al cielo, oscuro y gris, observé que amenazaba lluvia.

—Ya era hora, dormilona — me saludó mi hermano — Pensábamos que tendríamos que desmontar la tienda contigo dentro.

Era evidente que se encontraba de muy buen humor, y yo conocía el motivo. En cambio, yo me había levantado algo triste y con la sombra de mis angustias revoloteando a mí alrededor.

—No puedo creer que haya sido la última en despertarme — respondí, desperezándome — Por favor, dime que aún queda café...

—No somos tan crueles como para dejarte sin tu droga — bromeó Troy, al tiempo que llenaba una taza de plástico con un humeante chorro oscuro que brotaba de una rudimentaria cafetera metálica.

—Gracias — dije al coger el vaso.

Bebí distraída, mientras el líquido caliente me ayudaba a entrar en calor. El día era mucho más frío y húmedo que el anterior.

—¿Cuál es el plan para hoy? — pregunté, ya que obviamente no podíamos quedarnos mucho más tiempo a la intemperie. No cabía duda de que terminaría lloviendo.

—Hemos pensado en ir a comer a un refugio que no queda lejos de aquí — me explicó Yulia, que estaba sentada a tan sólo unos metros — Dicen que allí estaremos más calientes y resguardados.

—Creo que sé dónde queda. Nunca he estado dentro, pero sí lo he visto — recordé.

—Deberíamos irnos ya — opinó Yuri — No creo que tarde en empezar a llover.

Siguiendo su consejo, recogimos las tiendas y las mochilas y nos pusimos en marcha. El camino se nos hizo muy pesado, pues era estrecho y colina arriba. Tuvimos que esquivar infinidad de obstáculos, y había tramos en los que el sendero se veía interrumpido.

Aquellos parajes no eran muy transitados en invierno y la vegetación crecía muy rápido, ocultando el camino.

Cuando por fin llegamos al refugio, estábamos exhaustos y mojados, pues en el último tramo había empezado a llover con fuerza. Se trataba de un pequeño edificio construido en piedra, con la cubierta realizada en madera. Dentro había una única habitación de generosas dimensiones, con una chimenea y una vieja mesa arrinconada en una pared. Este tipo de modestas casitas habían sido construidas para que los viajeros que antiguamente cruzaban aquellos montes pudieran hacer un alto en su camino y descansar, cobijados de las inclemencias del tiempo. Lo primero que hicimos fue coger algunos troncos del montón que se apilaba en el porche de entrada. Encendimos la chimenea y nos agrupamos a su alrededor para entrar en calor, mientras comíamos los bocadillos que habíamos traído en nuestras mochilas. No pude terminar el mío; ese incómodo nudo en el estómago que me visitaba de vez en cuando me había quitado el apetito. Los demás no paraban de charlar y de reír, sin embargo yo no podía participar de sus bromas. Era uno de esos días en los que hubiera preferido estar sola, sin nadie a mí alrededor. Me sentía triste, y no sabía exactamente por qué.

Al terminar de comer decidieron jugar una partida de UNO. A mí no me apetecía unirme a ellos. Prefería estar un rato a solas en el desvencijado porche. En mi camino hacia la puerta me fijé en Momo y en mi hermano: una vez más, se habían separado del grupo y conversaban ajenos por completo a lo que sucedía a su alrededor. Parecía mentira que todo estuviese saliendo tan bien. No fue necesario darles el más mínimo empujón; se habían pegado el uno al otro como dos imanes.

Yuri y Svetlana también habían encontrado su rincón privado en el refugio. Ella se había tumbado apoyando la cabeza en el regazo de su novio, mientras él le acariciaba el pelo con ternura y escuchaba atentamente lo que su novia le decía, sonriendo satisfecho. Lo cierto es que cuando veía a otros protagonizar episodios románticos sentía una punzada de envidia: ¿por qué yo no podía disfrutar de ese privilegio? ¿Tan poca cosa resultaba a los demás?

Seguía lloviendo, pero con menor intensidad. Me senté en un banco de piedra bajo el techado y apoyé mi espalda en la dura fachada. El grueso gabán de plumas me protegía del frío así que, a pesar del viento que soplaba desde el oeste, me encontraba a gusto allí fuera. Por fin estaba a solas, por lo que pude soltar ese largo suspiro que llevaba reprimiendo desde que me había levantado. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan abatida.

Busqué consuelo en la música de mi iPod, pero no sirvió de mucho porque la canción de James Blunt que empezó a sonar en mis tímpanos me trajo un doloroso recuerdo: mi madre y yo volvíamos en su coche, bañadas en lágrimas, mientras la lluvia caía sin cesar sobre el parabrisas. En la emisora de radio sonaba Tears and Rain, como si nos hubieran leído la mente.

Ninguna de las dos era capaz de decir una palabra. Veníamos de dejar a nuestro perro en el veterinario. Tan sólo unos minutos atrás nos habíamos visto obligadas a despedirnos de Prince para siempre. Debido a su edad, y al fallo que se había producido en sus riñones en los últimos meses, había sido inevitable que tuviéramos que sacrificarlo. Cuando lo tendimos en aquella fría camilla de metal, con sus ojitos bondadosos mirándome fijamente, creí que me iba a desmayar de dolor.

Sabía que era lo mejor para él. Aquel pobre animal estaba sufriendo más de lo necesario y no había esperanza alguna de que se recuperara. Ya tenía dieciséis años, muchos para un perro, y posponer su muerte únicamente habría servido para que su agonía se alargara. Sin embargo, por mucho que fuera lo mejor para nuestro fiel amigo, lo abandonaba en aquella fría sala para que lo sacrificaran. Lo estaba matando. Me había criado con aquel enorme y peludo perro, siempre pegado a mis talones, fiel y cariñoso sin medida. Despedirme de él para siempre había sido horrible, insoportable.

Absorta en mis recuerdos y con la música aislándome de lo que me rodeaba, no me había percatado de la presencia de Yulia a unos metros de mí. Permanecía inmóvil, observándome sin querer entrometerse. Aparté los auriculares de mis oídos y me sequé las mejillas con las mangas de mi jersey. Se aproximó, sentándose en el banco junto a mí.

—¿Estás bien? — me preguntó con dulzura.

—Sí… no es nada — respondí temblorosa, ahogada por el llanto.

Su mano alzó mi mentón con delicadeza. Me encontré con sus ojos, que me miraban llenos de preocupación.

—Si estás llorando, sea lo que sea, no será ninguna tontería.

—Después de lo que has pasado tú, esto te va a parecer absurdo — le avisé, convencida de que iba a encontrar irracional que casi tres años después la muerte de mi perro me siguiera afectando.

—No creas que porque yo perdiera a mis padres me he vuelto insensible — Sus manos rozaron mi pelo con delicadeza — ¿Por qué no me lo cuentas? Quizá pueda ayudarte.

Aquella proximidad de nuestros cuerpos y su cariñoso gesto me asustaron.

Decidí levantarme, acercándome a uno de los agrietados pilares de madera que soportaban el tejado del porche. Ella se quedó sentada, respetando la distancia que yo había marcado.

—Ha sido un momento de nostalgia — comencé a explicarle, mirándola de nuevo — Una canción me ha recordado un episodio triste que ocurrió hace unos años — La imagen de Prince en sus últimos momentos de vida volvió a mi mente y las lágrimas brotaron de nuevo.

Yulia se acercó a mí, deteniéndose a escasos centímetros. No me tocó, pero su mirada me lo dijo todo: quería consolarme. Aquellos ojos atormentados no se apartaban de mí, acariciándome con la mirada. Extendió lentamente su mano, como si fuera a tocarme. Sin embargo, ésta cambió de trayectoria en el último momento y sus dedos desaparecieron bajo un mechón de su pelo, desordenado por el viento. Parecía temerosa de mi reacción. Seguramente pensaba que me molestaría su contacto, ya que cuando ella me había rozado la cara con sus dedos yo me había levantado tomando distancia. Se limitaba a brindarme su apoyo permaneciendo muy cerca. Tanto, que el escaso espacio entre nuestros cuerpos estaba cargado de una especie de electricidad que hacía que los músculos de mis piernas flojearan.

—Ven, vamos a sentarnos — susurró, escoltándome de nuevo al banco. Más tranquila, busqué un Kleenex en el bolsillo de mi gabán.

—Siento el numerito — me disculpé, sonándome la nariz.

—Yo no he visto ningún numerito. Si acaso, a una persona que sufría. Sólo te estabas desahogando, como todos necesitamos hacer de vez en cuando.

—Ya, eso es cierto… Todos lloramos alguna vez.

—Sí, todos lo hacemos, no debes avergonzarte de ello. Quizá, si me cuentas qué es exactamente lo que te entristece tanto, consigas descargar parte del dolor.

Después de lo atenta que se había mostrado al verme llorar, lo menos que podía hacer era explicarle qué me ocurría. Necesitaba contárselo, a ver si de esa forma desaparecía el nudo de mi estómago.

—Estaba escuchando música y una canción me ha traído un recuerdo triste — comencé a explicarle con la voz más calmada — Teníamos un perro que se llamaba Prince. Era ya muy mayor y tenía una enfermedad terminal, así que el veterinario sugirió que lo mejor era sacrificarlo para que no sufriera más.

Tomé aire, contárselo a Yulia me consolaba. Al mismo tiempo, dolía, dolía mucho.

—Sé que era sólo un animal, pero lo quise más que a mucha gente. Suena a locura, pero es así.

—No es una locura. En muchas ocasiones los animales son mejores que las personas. A mí mis padres nunca me dejaron tener una mascota, a pesar de que siempre me han gustado — me confesó, visiblemente apenada — Me prohibieron tantas cosas…

Una vez más su rostro cambió de sorpresa, tornándose frío y tenso. Sus ojos se enfriaron mirando al infinito. La sombra de sus recuerdos aparecía de nuevo. Su mente se alejó a miles de kilómetros de allí, retrocediendo en el tiempo. Un tiempo en el que éramos unas completas desconocidas y todo lo sucedido le pertenecía sólo a ella. Yo no podía acceder a esa memoria que en aquellos instantes devoraba su alma.

—Los echas mucho de menos, ¿verdad? — me aventuré a preguntar.

—Sí, más de lo que imaginas — asintió — Ya no lloro cuando pienso en ellos, me es imposible. A veces el dolor es aún tan intenso que creo que no lo voy a poder resistir, pero no puedo derramar una sola lágrima. Me ayudaría, pero no puedo.

Su sufrimiento era tan palpable, tan real, que arrinconé el mío, surgiendo en mis entrañas un infinito sentimiento protector. Seguía tan atormentada por todo lo ocurrido que me transmitió el deseo de suavizar su pena. Deseé poder terminar con su agonía. Si con sólo anhelar algo esto se hiciese realidad, en aquel preciso instante sus padres seguirían con vida, borrando todo el dolor de los últimos tres años. Quería cogerle la mano, apretarla para que sintiera mi calor, pero me contuve. Me daba demasiado miedo tocarla. Permanecimos en silencio, sentadas una junto a la otra, casi rozándonos, contemplando la lluvia y el caprichoso baile de las ramas de los árboles.

Me di cuenta de que al preocuparme por ella había calmado mi propio dolor.

Últimamente no solía afligirme por causas ajenas; mi miedo a sentir había bloqueado esa necesidad. Yulia comenzaba a abrir una puerta blindada que había estado cerrada mucho tiempo, tanto, que sus múltiples cerrojos no cedían con facilidad. Sin embargo, ella parecía poseer la llave que yo había perdido.

—Será mejor que entremos — Yulia habló de repente, como si hubiera vuelto de otro mundo — Aquí afuera hace mucho frío.

Asentí con la cabeza y nos dirigimos al interior del refugio, donde los demás seguían jugando a las cartas totalmente ajenos al intenso episodio que nosotras habíamos vivido.

Aquellos ojos azules desordenaban mi mente. Debía ser cauta, de lo contrario me encontraría antes o después al borde del precipicio, y no me podía permitir el lujo de sentir atracción alguna por ella. Eso sería mi ruina. Decidí que a partir de ese momento debía mantenerme aún más alejada de su lado.

Y así lo hice. Me refugié en mis clases, en escribir para el periódico y trataba de pasar el menor tiempo en la finca. En lugar de irme a casa a estudiar o escribir, tras finalizar las clases me escondía en la biblioteca y dejaba pasar el tiempo hasta que llegaba la hora de cenar.

Así evitaba cualquier conversación que me pudiera atrapar de nuevo.

Yulia:

Sin apenas darme cuenta, me hallé inmersa en una gran actividad que no me dejaba casi tiempo libre. Entre seguir el ritmo de las clases, que cada vez era más intenso, y los ensayos con el grupo, llegaba a casa exhausta. Tan sólo tenía tiempo de cenar algo a toda prisa, para luego darme una ducha antes de sentarme en mi mesa de estudio a trabajar en el edificio que estaba diseñando para mi clase de Proyectos. Pasaba horas dibujando bocetos hasta que el sueño me vencía y caía rendida en la cama. Poco después, el agudo pitido del despertador me aguaba la fiesta, anunciando que otro día de locos daba comienzo.

Era excitante volver a estar centrada en cosas que me ilusionaban. Tanto la carrera como tocar con el grupo me hacían sentir que volvía a estar viva, que tenía una razón para seguir viviendo. Eran tan adictivos como las drogas, que había consumido en exceso en los últimos años, pero mucho más gratificantes que éstas. Por fin conseguía poner mis energías en algo que merecía la pena. No todo estaba perdido; poco a poco estaba retomando el control.

Hacía días que no me cruzaba en casa con Elena y, para mi sorpresa, la echaba de menos. Desde la excursión ambas parecíamos estar demasiado atareadas y apenas nos veíamos. Con un poco de suerte cruzábamos un par de frases antes de ir a dormir, pero eso era todo. Me estaba impacientando, así que debía encontrar una buena excusa para acercarme a ella porque tenía la leve impresión de que me rehuía más de lo habitual; siempre se escabullía astutamente de mi lado en los escasos momentos en los que coincidíamos. Quizá fueran imaginaciones mías, pero desde nuestra conversación en el porche del refugio se mostraba algo tensa cuando me veía, y no entendía muy bien por qué, ya que yo sólo había tratado de escucharla y ser amable con ella. Últimamente habíamos conseguido llegar a llevarnos relativamente bien, pero ahora un muro invisible parecía volver a separarnos.

Una tarde que no tenía que ir a ensayar con Cube decidí ir a las caballerizas para salir a cabalgar. El día era espléndido, a pesar de encontrarnos ya en noviembre, y quería aprovechar la oportunidad para dar un paseo con Rocko. Encontré a Elena ensillando a Soul, lo que indicaba que también se disponía a salir a caballo. Se me ocurrió que era una buena oportunidad para no ir sola. Prefería hacerlo en compañía.

—Hola — la saludé.

Ella se giró y me saludó con la cabeza sin demasiado entusiasmo. ¿Qué mosca le habría picado? La expresión de su cara me recordó a la Elena del principio, la que parecía detestarme con toda su alma.

—Hola, Yulia — dijo al fin sin mucho interés.

—Veo que vas a salir con Soul — observé, con la esperanza de que su actitud fuera cambiando a medida que habláramos.

—Sí, hace mucho que no lo hago y lo necesito — respondió en un suspiro.

—¿Un mal día?

—Más o menos… — se limitó a responder. Era evidente que se encontraba contrariada por algo.

—Yo también estoy que echo humo — resoplé — Necesito un poco de adrenalina, las clases me tienen hasta el cansancio.

—Supongo que te están apretando las tuercas — observó mientras ajustaba las riendas a su caballo — La facultad de Arquitectura no es precisamente la más fácil.

—No, no lo es — coincidí, soltando una irónica carcajada — ¿Qué te parece si te acompaño? Soul y tú siempre me ponen el listón muy alto, y eso me gusta.

—Yulia… No te ofendas, pero… — su semblante me indicó que iba a rechazar mi oferta —, prefiero ir sola. Necesito estar a mi aire.

Sí me ofendía, y mucho, pero no quería que se diera cuenta, así que disimulé y le quité importancia.

—No te preocupes, lo entiendo. Hay veces que uno necesita estar sola.

—Sí, hoy es uno de esos días. No soy una buena compañía en estos momentos. Otro día, quizá...

¿Por qué volvía a comportarse así? Esta chica era imprevisible. Y en aquel momento me pareció también muy irritante. Comenzaba a comprender que con Elena nunca podías dar nada por sentado, era como un idioma imposible de hablar.

—Sí…, otro día, quizá — dije entre dientes, incapaz de ocultar mi fastidio.

Se subió de un saltó sobre la silla de su caballo y se dispuso a alejarse de las caballerizas galopando, dejándome allí plantada y sintiéndome como una completa idiota. Fui a buscar a Rocko a pesar de que salir a cabalgar ya no me parecía una idea tan atractiva. De todas formas tampoco podía dejar que su rechazo me arruinara la tarde y dar una vuelta por los alrededores no me sentaría mal.

Las cosas siguieron igual en los siguientes días. Elena parecía escabullirse cada vez que coincidíamos en alguna estancia de la casa y, aunque no comprendía aquella actitud, decidí no presionarla. Me negaba a perseguirla como una obsesa para conseguir su atención. Ya tenía bastante con mantenerme al día con las clases y el grupo, así que en vista de que a ella no le interesaba mi compañía, concluí que lo mejor era dejarlo pasar.

Una tarde decidí ir al café que tanto me gustaba. Debía leer un libro para mi clase de Urbanismo; tenía que terminarlo pronto o no me daría tiempo de escribir el trabajo que se entregaba en unos días. Aparqué el coche frente a la puerta y me dirigí corriendo al interior, puesto que llovía con fuerza. Los largos y soleados días en el campus se habían desvanecido, dando paso a un tiempo más frío e invernal. En los últimos días no había cesado de llover, así que el plan de sentarme en uno de los mullidos sillones de aquel acogedor local, mientras bebía un café y tomaba notas de aquel libro, no parecía tan mala idea; no había mucho más que hacer en esas tardes tan grises.

En cuanto me acerqué al mostrador mi apacible plan se vio alterado. Allí estaba ella, sentada en un rincón, muy concentrada en lo que escribía en el teclado de su Mac. No se había dado cuenta de mi presencia, así que yo seguí en lo mío. Pedí el café y busqué el rincón más alejado de aquella esquina, donde ella seguía absorta en la pantalla de su ordenador. A pesar de estar en el extremo opuesto del local, nada impedía que pudiera observarla. No existía obstáculo alguno que bloqueara la visión. Se trataba de un lugar muy estrecho, sin columnas o paredes que compartimentaran el espacio.

Estaba condenada a verla, quisiera o no.

Traté de centrarme en lo mío y abrí el libro por la página donde lo había dejado la noche anterior. Comencé a subrayar lo que merecía ser destacado, esforzándome por olvidar que Elena estaba sentada a unos pocos metros de allí. En los altavoces del café sonaba el último disco de Snow Patrol, lo que no me ayudaba en absoluto, pues había una canción en concreto que me recordaba demasiado a ella.

"En fin…" me dije, "tú a lo tuyo".

Llevaba leídas varias páginas cuando me percaté de que no me había enterado de nada en absoluto. Mis ojos recorrían las frases escritas, pero mi mente se entretenía dándole vueltas a la cabeza, preguntándome por qué demonios ella tenía que ser tan distante conmigo.

Cerré el libró de golpe y encendí un cigarro. Volví a observarla mientras terminaba de beber el café. Ahora ya no escribía en el ordenador, sino que revisaba unas notas en un cuaderno. La contemplé a mi antojo, mientras ella leía y jugaba distraída con un mechón de su rojiza melena. Se levantó del sillón para acercarse al mostrador y regresó a su asiento poco después, con una taza en la mano. No me vio. Tomó un sorbo de la taza; encendió un cigarro; miró pensativa unos segundos por la ventana observando la lluvia; y continuó leyendo el contenido de su cuaderno.

Las canciones habían ido sonando una por una hasta llegar a la séptima del disco.

Las notas de la guitarra la sacaron de su inmersión en la lectura, y miró de nuevo por la ventana entornando sus ojos hasta cerrarlos. Su esbelto cuerpo se meció muy lento, acunado por la melodía de Set down your glass, al tiempo que una leve sonrisa se dibujaba en sus labios. De repente, pareció muy feliz.

"Así que no soy la única que ha quedado marcada por esta canción" pensé, mientras continuaba con mis ojos fijos en ella. ¿Por qué entonces era tan inaccesible? ¿Por qué se empeñaba en alejarse de mí?

Tenía que tratar de resolver aquel misterio. Si había algo de mí que le molestaba iba a tener que decírmelo. Estaba harta de especular sobre qué era lo que le hacía alejarse como si yo tuviese alguna enfermedad contagiosa.

Me levanté de mi asiento y me dirigí con paso decidido hacia ella. No tardó en verme, pues justo en ese momento alzaba la cabeza y miraba distraída en aquella dirección. La sorpresa en sus ojos confirmó que no se había hecho la tonta durante aquel rato; realmente no se había dado cuenta hasta entonces de que yo me encontraba en el café.

—¿Estudiando? — le pregunté al llegar a su cómodo refugio.

—Mmmm…, algo parecido — murmuró ella — Escribiendo para el periódico.

—¿Sobre alguna película?

—No, es sobre un libro de poesía. Y ¿tú?

—Estoy tratando de terminar de leer un libro para un trabajo, pero me está siendo imposible, alguien no deja que me concentre…

—No sé por qué dices eso. No veo que estés con nadie — comentó, observando el rincón vacío en la esquina opuesta.

—No he dicho que ese alguien estuviese sentada conmigo…

—Entonces, no veo cómo puede molestarte.

—No he dicho que me moleste — puntualicé —, sino que me distrae, lo que no es necesariamente algo desagradable.

Parecía algo incómoda con el giro que estaba tomando la conversación.

—Si lo dices por mí, no te preocupes: me disponía a marcharme — declaró, cerrando la tapa de su portátil para luego levantarse del asiento.

—¿En serio te ibas ya?

—Sí, tengo algo que hacer.

No le creí; una vez más volvía a escabullirse.

—¿Por qué te empeñas en esquivarme? — Fui al grano, no quería dar más vueltas al asunto.

—Yulia, no te esquivo. Tengo muchas cosas que hacer.

—Me parece curioso que últimamente no cruces ni media palabra conmigo. ¿He hecho algo que te haya molestado?

—No has hecho nada. Ando muy ocupada, eso es todo — No sabía mentir. Su nerviosismo era notable. Y era evidente que no le apetecía en lo más mínimo charlar conmigo.

—Muy bien, si no quieres decirme qué te pasa, no hay nada que yo pueda hacer — me rendí; sabía que no iba a conseguir que se quedara. A ella no le pasó desapercibida mi irritación y se apresuró a recoger sus cosas.

—Me tengo que ir — se disculpó, dando un paso hacia la salida — Te veo luego en casa.

—Hasta luego — me limité a decir.

—Adiós.

Se fue del café dejándome totalmente desconcertada; ¿Qué demonios le ocurría?

Comenzaba a estar muy cansada de aquellos cambios de humor que la caracterizaban. A partir de ese momento, no haría ni un solo esfuerzo más por acercarme a ella. Mi objetivo estaba muy claro: tenía que olvidarme de Novosibirk y volver a ganarme la confianza de mi abuela. Y cuanto antes mejor, así podría regresar de nuevo a Moscow de una vez por todas.

Los amigos que había hecho desde mi llegada eran un regalo que me esforzaría en mantener. Quizá podría vivir en Moscow y conducir hasta Novosibirk para ensayar con el grupo. Pero no estaba dispuesta a seguir conviviendo con una chica que, evidentemente, no estaba interesada en darme la más mínima oportunidad. No iba a rebajarme a mendigar la amistad de una persona que se empeñaba en vivir protegida tras una coraza de acero blindado.

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LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU  - Página 2 Empty Re: LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU

Mensaje por Fati20 9/6/2023, 12:57 am

De verdad que Lena se pasa y ya Julia no puede seguir allí atrás intentando sin avanzar nada. Espero que lena reaccione y las cosas mejoren entre ellas. Saludos cariño mio 😘😘😘
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LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU  - Página 2 Empty Re: LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU

Mensaje por psichobitch2 9/6/2023, 8:24 am

Por Dios Lena, déjate querer!!!!! Me das ansiedad 😭
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LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU  - Página 2 Empty Re: LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU

Mensaje por LenaVolkova66 9/6/2023, 8:05 pm

Lena esta hasiendo que mi paciencia se vaya por un caño 🤬🤬
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LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU  - Página 2 Empty Re: LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU

Mensaje por RAINBOW.XANDER 9/6/2023, 8:23 pm

La llave III

Elena:

Mi móvil vibró sobre la mesa una sola vez, anunciando que había recibido un mensaje de texto. En clase lo silenciaba para no molestar.

¿Pdms vrns cdo akbs? ... s urgnt!

El mensaje era de Nastya, a quien le encantaba abreviar las frases cuando enviaba algún SMS. Tecleé una rápida respuesta:

¿En veinte minutos en el muelle del lago?

No tardé en recibir otro mensaje:

Ok, gracias!

En cuanto terminó la clase de Relaciones Internacionales, salí disparada hacia los jardines del campus. Me apetecía muchísimo disfrutar de aquel sol que parecía más propio de un día de primavera. Después de varios días de lluvia, por fin teníamos un día agradable. He de admitir que se trataba de un campus perfecto, con grandes espacios verdes entre los edificios de las diferentes facultades. En el centro de estos jardines contábamos con un precioso lago que hacía las delicias de los estudiantes cuando el tiempo permitía sentarse en la hierba o tomar algo en la pequeña cafetería acristalada, situada sobre el muelle de madera que avanzaba sobre el agua.

Llegué antes que mi amiga y me senté en una de las mesas al aire libre. La cálida temperatura de aquel día permitía disfrutar de la terraza del quiosco sin necesidad de llevar el abrigo puesto; un fino jersey bastaba.

Si Nastya quería verme con tanta urgencia es que algo grave ocurría. La conocía muy bien: sabía que estaba relacionado con su extraña actitud de las últimas semanas. Seguro que por fin me iba a contar qué era exactamente lo que la tenía tan abatida. Pedí una Coca-Cola al camarero y encendí un cigarro, recostándome en la silla. Cerré los ojos, y dejé que el calor del sol tostara mi cara. Mientras esperaba a mi amiga, puse la mente en blanco, sintiendo tan sólo un apacible bienestar. Últimamente me hallaba permanentemente alerta, tratando de huir de mis sentimientos y esquivando a la chica que los provocaba. Cada vez que me encontraba con Yulia tenía que inventarme una excusa para salir huyendo. Su sola presencia me ponía nerviosa, y empezaba a temer que terminara dándose cuenta de por qué la evitaba constantemente.

—Gracias por venir — La voz de Nastya me sobresaltó. No la había oído llegar.

—Hola, fea — la saludé entornando los ojos. El sol me cegaba — ¿Has visto qué día? Es maravilloso.

—Sí, aquí se está de lujo — asintió, tomando asiento — No como en mi casa...

—Cuéntame, ¿qué ocurre?

Un largo suspiro precedió a su respuesta.

—Mi madre está hecha una mierda y de un humor de perros. Y si no está de mal humor, está llorando... ¡Es desesperante!

—Es por lo de tu padre, ¿no?

—Sí, todo es por su culpa —bramó ella — Ahora se le ha ocurrido la feliz idea de pedirle el divorcio.

—¡Si tan sólo hace unos meses que se fue! — observé desconcertada — ¿Seguro que es eso lo que quiere?

—Sí, lo dijo muy claro. Cuando la llamó hace unas semanas le dijo que quería el divorcio porque necesita empezar una nueva vida. Ya no hay esperanza de que vuelva.

—Lo siento mucho... no debe de ser fácil para ninguna de las dos — la consolé, cogiendo su mano — Por eso has estado tan triste últimamente, ¿verdad?

Nastya agradeció mis palabras con un amago de sonrisa.

—Sí, por eso y porque esto se está complicando cada vez más. No sólo quiere el divorcio, sino también vender nuestra casa y repartir el dinero de la venta. Dice que necesita liquidez para comenzar su nueva vida... ¡Será desgraciado!

—No les puede hacer eso... —dije atónita —, ¡es su hogar!

—He crecido en esa casa y no me quiero ir.

—¿Tu madre ya tiene abogado?

—No, y no la veo con fuerzas de buscar uno. Está en un estado de shock que no le permite pensar con claridad. Lleva varios días sin ir a trabajar y me preocupa que tenga problemas con su jefe.

—Bueno, siempre puede pedir la baja por depresión, porque es evidente que no está en el mejor de sus momentos — sugerí.

—Va a tener que hacer algo antes de que la despidan. Si no tiene la baja y sigue sin ir a trabajar, la van a despedir, y con toda la razón. Lo malo es que no es capaz ni de pedir cita con el médico.

—Pues pídela tú — opiné — Vas a tener que tirar de la cuerda si no quieres que se hunda aún más. Yo te ayudaré en lo que haga falta, no te preocupes. Lo primero que tienes que hacer es encontrar un abogado. Tu madre tiene derecho a luchar por lo suyo, y lo mejor es que le asesore alguien que conozca bien el terreno.

Nastya comenzó a sollozar, incapaz de seguir reteniendo las lágrimas. La abracé y dejé que se desahogara.

—Elena... ¿por qué nos está haciendo esto? — consiguió preguntar entre gemidos.

—No lo sé, Anastasya. Supongo que no es consciente del daño que les causa. Se ha encaprichado con la idea de comenzar de nuevo. Muchos hombres maduros de repente sienten la necesidad de vivir una segunda juventud y dejan todo atrás, sin pensar en las consecuencias.

—Y, ¿qué pasa con nosotros? —preguntó exasperada — Mi madre, mi hermano y yo no somos objetos que se tiran a la basura, de los que te olvidas y ya está. En su empeño de rehacer su vida está afectando las nuestras también, ¡joder!... ¿No se da cuenta de que está poniendo nuestro mundo patas arriba?

—Supongo que no quiere afrontarlo. Estará tan centrado en conseguir lo que quiere que prefiere no tenerlas en cuenta, porque si lo hace, no sería capaz de dejarlas atrás tan fácilmente — dije, tratando de entender el comportamiento de su padre — Le resulta más fácil engañarse pensando que tiene derecho a ser feliz y que ustedes son el único obstáculo que se lo impide.

—¿Cómo puedes ser tan buena analizando el comportamiento de los demás?

—La terapia me ha enseñado que todos construimos nuestras propias mentiras para justificarnos — respondí. Yo tenía ya una sólida muralla de excusas para protegerme, por eso creía conocer las respuestas a sus preguntas.

—Gracias Lena, haces que me sienta menos perdida.

—De nada, tonta — Le planté un beso en sus sonrojadas mejillas, el sol comenzaba a causar estragos en su pálida y suave piel — Le preguntaré a mi madre si conoce a algún abogado en casos de división de bienes. Tiene un par de amigas que han pasado por algo parecido y seguro que se puede enterar de quién las ayudó a ellas.

—Gracias de nuevo — Nastya parecía más tranquila — Tienes razón, tenemos que dar con un profesional que nos asesore. Aunque no sé cómo lo vamos a pagar si mi madre pierde su trabajo...

—Entonces, lo primero y más importante es que vaya al médico y le den la baja —le recordé — Tú ocúpate de eso, y yo prometo encontrarte al mejor abogado, ¿vale?

Ella asintió con una renovada fuerza en sus ojos. Me alegré de que nuestra charla le hubiera ayudado.

—Y ahora... ¿Por qué no nos vamos de compras? —le sugerí — Hace poco cobré un dinero por mis prácticas en el periódico y, tal y como te prometí, voy a comprarme algo sexy.

—¿Lo dices en serio? — Sus ojos se abrieron como platos, incrédula ante mi propuesta — Acabas de conseguir que se me pase el mal rollo por completo, ¡qué divertido! Hace siglos que no vamos juntas de compras. Necesito una dosis de agobio en los probadores para animarme.

Pasamos la tarde en el centro comercial y como éste no era un complejo cerrado, sino una avenida peatonal repleta de establecimientos, continuamos disfrutando del buen tiempo entre tienda y tienda. En nuestra excursión comercial encontramos varias prendas a las que no nos pudimos resistir. Nastya disfrutaba como una enana ejerciendo de consejera, feliz de ver cómo yo volvía a ilusionarme por estar atractiva y me traía montañas de ropa al probador.

Para finalizar aquella divertida tarde decidimos tomar un enorme helado antes de que oscureciera. Después, entramos en los cines para ver una comedia romántica y así poder asegurar que habíamos pasado unas horas de típico ensueño femenino.

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LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU  - Página 2 Empty Re: LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU

Mensaje por Fati20 9/7/2023, 12:39 am

Pobre Nastya es una situación bastante compleja pero que bueno q tiene a su amiga qué la ayude. Y bueno estuvo un poquitin corto esperemos mañana más. Muchos saludos cariño mio 😘😘😘
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LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU  - Página 2 Empty Re: LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU

Mensaje por Corderito_Agron 9/7/2023, 10:16 am

Oh, uy corto este capítulo, bro. Pero estuvo bien ya que sabemos lo que está sucediendo con Nastya y su cabroncito padre. Es lamentable pero tiene a Lenita de apoyo. Vale, esperamos por otro capítulo
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LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU  - Página 2 Empty Re: LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU

Mensaje por soy_yulia_volkova 9/7/2023, 11:56 am

Que triste lo de Nastya y su padre. Espero todo se solucione y pueda estar feliz con su hermano y madre. Porqué tan cortito?? Crying or Very sadCrying or Very sad
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LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU  - Página 2 Empty Re: LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU

Mensaje por RAINBOW.XANDER 9/7/2023, 9:29 pm

La llave IV

Yulia:

Mi guitarra parecía flotar entre mis manos. Tenía la impresión de que me hallaba muy lejos del suelo, pues no sentía mis pies sobre el escenario. El acelerado ritmo de aquella canción me obligaba a moverme con extrema rapidez. Mis manos volaban sobre las cuerdas... arriba y abajo. Las notas cambiaban a la velocidad de la luz, sin darme casi tiempo a respirar. Troy me seguía de cerca, acompañándome con su guitarra en aquel largo preámbulo en el que todavía no cantaba. Era una parte básicamente instrumental. El sonido del bajo de Yuri enseguida entró en juego, marcando el ritmo con un nuevo matiz más grave y acompasado que nuestras agudas y rápidas guitarras eléctricas.

Unos segundos después la batería hizo su aparición y el clamor del público fue ensordecedor: aquella pieza era de sobra conocida por todos. Tal y como a mí me había parecido la primera vez que la escuché, era sencillamente sublime. Su vertiginoso ritmo, el color de sus acordes, la forma en la que los instrumentos iban despertándose para unirse a la solitaria guitarra con la que había comenzado, creaban una sensación de suspenso que terminaba explotando cuando todos los instrumentos se juntaban y Troy finalmente comenzaba a cantar.

Mi pie derecho golpeaba el suelo, ayudándome a sentir cada nota, cada cambio, y mis ojos cerrados me permitían disfrutar del eco de la música que, como una droga, trepaba por mis venas llevando mis niveles de adrenalina al límite. Aquel éxtasis era mejor que nada en el mundo, sólo comparable a la sonrisa que me dedicó Elena desde la primera fila cuando abrí los ojos y la vi gritando junto a Nastya; como dos locas, disfrutaban de la canción tanto como nosotros. El estribillo se repetía una vez más y vi cómo Elena movía sus labios, pronunciando cada una de las palabras con un frenesí enloquecedor. Imaginé que estaría cantando a todo pulmón, sin avergonzarse de su preciosa voz, pues ésta se diluía entre la música que sonaba a todo volumen en los potentes altavoces, con lo que nadie podía distinguirla entre el gentío. No pude evitar detener mi mirada sobre ella. Su rostro estaba iluminado por una expresión de completo gozo; se me pareció más bonita que nunca. En contra de lo habitual, no apartó la mirada. Me observaba desafiante, incluso coqueta, sonriéndome de una forma que hizo que continuara tocando mi guitarra absorta, sintiendo que tocaba el cielo, presa de un completo delirio. La música parecía haber calmado a la fiera; se mostraba muy distinta a la chica inaccesible de las últimas semanas. Ahora me observaba alegre y me regalaba con sus ojos toda su calidez.

Por enésima vez, me pregunté cómo podía ser tan voluble.

Los últimos acordes de aquella canción me hicieron volver a la tierra. Miré en el folio que tenía a mis pies cuál era el siguiente tema que habíamos decidido interpretar. Pisé el pedal del delay: necesitaba jugar con ciertos efectos acústicos para así conseguir que el sonido de mi guitarra se adaptara mejor a la suave y surrealista cadencia de aquella melodía. Era un tema algo futurista, y Troy lo interpretaba con tanto acierto que parecía un vagabundo del espacio. Mi ritmo cardíaco se ralentizó, apaciguándome, disfrutando de las lentas transiciones en las notas, más regulares y pausadas. La púa en mis dedos pulsaba las cuerdas de abajo arriba, arrancándoles un sosegado sonido y envolviendo al público en un apacible trance.

Volví a mirarla. Se balanceaba suavemente, sin levantar los pies del suelo, mecida por nuestros instrumentos. Su larga y cobriza melena caía como una cascada sobre ese escote que por primera vez lucía sin tapujos. Nunca la había visto llevar una camiseta tan ceñida y sensual. Los huesos de sus clavículas se dibujaban desde la base de su garganta y recorrían su fina piel en direcciones opuestas hasta llegar a sus delgados hombros. Elena aquella noche me quitaba la respiración... Llevaba unos grandes aros plateados que colgaban de los lóbulos de sus orejas, meciéndose al ritmo que marcaba su cuello. No la había visto nunca llevar pendientes o cualquier otro adorno, y le favorecían muchísimo. Pero seguía siendo ella, natural y auténtica, enigmática y sensual. Aquel sutil cambio de look acentuaba su belleza, pero sin dejar de ser ella misma.

Me obligué a dejar de mirarla. No podía permitir que su caprichoso cambio de actitud y su encantador aspecto me distrajeran. Temía terminar metiendo la pata con alguna nota o tropezando con los cables que me rodeaban. Si eso sucedía, los demás miembros de Cube simplemente me matarían. Era mi primer concierto con ellos, y no lo quería arruinar. Necesitaba que me dejaran seguir tocando tanto como un indigente necesita un techo para refugiarse.

Me concentré en las dos últimas canciones sin mirar hacia el público, clavando mis ojos en el suelo, sólo atenta a la música y a mis compañeros.

Cuando el concierto terminó me sentía agotada y sudorosa. Sin embargo, estaba más satisfecha que un niño con un juguete nuevo. Había disfrutado tanto que podría haber continuado tocando toda la noche.

—Chica, ¡has estado genial! — me felicitó Troy mientras recogíamos el lío del escenario.

—Gracias, pero ha sido cosa de todos.

—No te quites méritos, Yulia. Eres una guitarrista maravillosa — añadió Amber, la baterista.



—Gracias, de verdad. ¡Ha sido increíble! — dije exultante — ¡Me muero por repetir!

—No creo que tardemos en volver a tocar. Hay un festival de grupos independientes en un pueblo vecino en unas semanas, y Yuri ha estado hablando con los que lo organizan para ver si podemos meternos — me explicó Troy.

—Eso sería genial — dije.

—Sí, si entramos va a ser la bomba. Nunca hemos estado en un festival y sería fantástico formar parte de uno — me explicó Amber — A ver si hay suerte...

—Esperemos que sí —suplicó Troy — Pero ahora nos hemos ganado una copa, ¿no?

Los demás asentimos. Necesitábamos beber algo después de tanto ajetreo en el escenario: estábamos secos. Terminamos de recoger y nos dirigimos a la barra. Aquel local era bastante más grande que el RedWine, y estaba más cerca de ser una discoteca que un bar de copas.

Media universidad debía de estar allí aquella noche, a juzgar por lo lleno que se encontraba. El Midnight no estaba lejos del campus, con lo que se trataba de un sitio muy accesible para los que vivían en las residencias. La pista ya se encontraba repleta de gente bailando al ritmo de la música dance, y las luces de colores cambiaban rápidamente siguiendo el ritmo, lanzando cegadores destellos. Busqué a Elena con la mirada, pero no la encontré, y tampoco a ninguna de sus amigas. Habrían ido al baño todas en grupo.

Disfruté de la copa mientras charlábamos junto a la barra, pasando de meternos en el amasijo de cuerpos que se agolpaban en la pista y sus alrededores. Ya habíamos sudado suficiente por aquella noche. Algunos se nos acercaban para felicitarnos, y Troy atendió a más de una fan que se le acercaba babeando. Era muy cómico ver cómo les seguía el juego, encantado de ser el centro de atención.

Un tipo grandullón y algo sospechoso se me acercó, parándose a mi lado y mirándome como un tigre a su presa. No le presté atención hasta que me di cuenta de que me enseñaba con disimulo algo que tenía en su mano. Reconocí el familiar y diminuto envoltorio al instante: aquel maldito me ofrecía cocaína.

Rechacé la oferta con un rotundo movimiento de mi cabeza. El tipo insistió, convencido de que terminaría aceptando. Éste era uno de esos estúpidos que creía que por ser artista me rebajaba a probarla. Pero eso no era así; yo ya no quería saber nada de esa mierda, y no era la única.

Ninguno de mis compañeros de Cube estaban en ese rollo. Ellos también habían coqueteado con las drogas, pero llevaban tiempo limpios y no tenían ninguna intención de volver a caer.

—Si consigues más clientes, te hago una gran rebaja, preciosa — susurró el tipo en mi oído.

—No, no me interesa — respondí cortante.

—¿Qué pasa, ya vienen servidos de casa? — insinuó aquel pesado.

—¿Y a ti qué te importa?

—Vale chica, yo sólo te quería ofrecer algo de primera — Se encogió de hombros — Ya veo que pasas. Así que nada, me voy.

Se alejó por donde había venido y me quedé allí malhumorada. Aunque tenía el firme propósito de no volverla a probar, había sentido como mis pupilas se dilataban al ver la papelina en sus manos. Por un microsegundo estuve tentada de consumir un poco. Después del subidón de aquella noche tenía que ser acojonante darse un viaje. Ese pensamiento era peligroso; muy peligroso.

Pedí otra copa, la necesitaba.

Mi vida ahora comenzaba a tener sentido. Estaba logrando retomar mis estudios con mayor facilidad de la que habría cabido esperar después de tantos años haciendo la imbécil.

Además, había ido a dar con un grupo de gente que merecía mucho la pena, con gustos afines a los míos y con metas reales en la vida. Vivía con una familia que me dejaba toda la libertad del mundo y al mismo tiempo me arropaba. Y mi abuela... No, no le podía fallar, ¿cómo iba ahora a joder todo eso con la coca? El solo hecho de que se me hubiera pasado por la cabeza me enfurecía. No podía caer en aquella basura nunca más. Debía grabármelo a fuego en el cerebro.

Cuando tuve la segunda copa de la noche en mis manos, encendí un cigarro, y volví a mirar a mí alrededor para ver si divisaba a Elena. Tenía que hablar con ella. Me tenía que explicar aquel juego de miradas que me había dedicado mientras yo estaba en el escenario.

No iba a permitir que me tomase el pelo, siendo una grosera durante días para contemplarme con tanta dulzura después. Tenía la firme intención de cortar aquel juego estúpido. Iba a ser testigo de mi lado más oscuro y se le iban a quitar las ganas de seguir confundiéndome. No iba a permitir que me arruinara el poco tiempo que me quedaba allí, así que le iba a dejar muy claro que la quería muy lejos de mi vista. Decidí dar una vuelta por la discoteca para ver si la encontraba.

Fui sorteando grupos de gente, mientras la buscaba, tarea algo difícil pues cada vez había más personas a mí alrededor. Según me iba aproximando a la pista me tuve que ir abriendo paso a codazos, porque si no era imposible avanzar entre aquella multitud. Ni rastro de las chicas...

¿Dónde se habrían metido? Daría una vuelta completa y, si no tenía éxito, le preguntaría a Yuri.

Svetlana estaba con ellas, y él debía saber dónde estaba su novia.

Estaba a punto de retroceder y regresar a la barra junto a mis amigos cuando reconocí al tipo de antes de espaldas a mí, ligeramente encorvado, apoyando una de sus manos en la pared que tenía ante sí. De repente, a unos metros de donde él se encontraba, divisé a Nastya bailando descontrolada en compañía de Momo.

Pero, ¿dónde estaba Elena?

En el mismo instante que me hacía esa pregunta, el tipo cambió el peso de su cuerpo hacia la derecha y distinguí una mata de pelo entre su torso y la pared.

"Un momento" pensé. Ese aro plateado era igual a aquellos pendientes que había admirado desde el escenario... En cuanto vi la sexy camiseta supe que era ella.

"¡Maldito!" murmuré para mis adentros. Aquel tipo me estaba sacando de mis cabales en una sola noche. Avancé hasta allí, dejando la copa en una mesa que apareció en mi camino. Necesitaba tener ambas manos libres por si acaso.

Me planté junto a ellos y, al ver la expresión de fastidio en el rostro de Elena, no dudé en meterme en medio.

—Te he dicho que me dejes en paz... — la escuché decir angustiada.

Aparté de un empujón a aquel cretino que se agazapaba sobre ella como un depredador. Al pillarle por sorpresa, él dio un traspié y a punto estuvo de caerse.

—Oye, mocosa — gritó furibundo — ¿Quién mierda te ha mandado meterte donde no te llaman?

—¿Donde no me llaman?... — respondí totalmente fuera de mí — Mira pedazo de Imbécil... — Las ganas de darle una paliza me quemaban los puños, que apretaba con fuerza, notando los nudillos de mis manos en tensión. Aquel gorila de mierda estaba sacando a la luz lo peor de mí.

Miré a Elena, quien me contemplaba aliviada, aunque al mismo tiempo parecía preocupada por que empezara una pelea con aquel tipo con pinta de matón de carretera.

—Estabas encima de mi novia — declaré, agarrando a Elena por la cintura para marcar el terreno y que aquel cerdo se alejara. Si le hacía creer que era mi novia, él no discutiría.

Entornó una leve sonrisa y me miraba con odio.

—Lo siento. No sabía que eran unas asquerosas lesbianas de mierda — se excusó — Pues más les vale no venir vestidas como putas porque estoy seguro que más de uno se las querrá follar a las dos, a ver qué tal les va con el pene.

La furia que me provocó semejante comentario se concentró en mi puño derecho, que salió disparado a su mandíbula. Noté un "crac" en mi mano y, acto seguido, el tipo estaba en el suelo. Había llegado el momento de sacarla de allí, antes de que esa bestia me matara de un empujón. La cogí de la mano y noté cómo temblaba.

—Vámonos de aquí ahora mismo — le ordené, tirando de ella sin detenerme.

Había que dejar aquel antro lo antes posible.

Me seguía sin soltar mi mano, con la cara desencajada y ausente. Avanzábamos entre los cuerpos pegajosos de la gente que bailaba sin parar, haciéndome muy difícil no perderla en el camino. En cuanto se abrió un hueco más despejado por la derecha, tomé esa dirección, acelerando el paso hasta que llegamos a la salida. Una vez fuera, me detuve y la miré.

Tiritaba de frío. Me quité la gabardina y se la puse por los hombros. Ya no importaba lo que había pensado decirle, ya no quería alejarla de mí; tan sólo deseaba protegerla.

—¿Estás bien?

—Sí..., sí, estoy bien — respondió aturdida —  Yulia... por favor... sácame de aquí. Necesito alejarme de este lugar.

Parecía asfixiada y a punto de ponerse a llorar.

—Nos vamos ahora mismo, tranquila.

Volví a tirar de su mano, caminando en dirección al aparcamiento. Mi coche estaba unos metros más adelante. Cuando nos acercamos lo suficiente, lo abrí con el mando a distancia. Ayudé a Elena a sentarse en el asiento del acompañante y cerré su puerta. Corrí a la del conductor para saltar rápidamente al volante y arrancar el vehículo. Puse la calefacción al máximo para que ella entrara en calor y salí de allí lo más deprisa posible. Temía que alguien hubiera llamado a la policía al ver el fuerte golpe que le había dado a aquel imbécil, dejándolo atontado en el suelo.

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LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU  - Página 2 Empty Re: LA CANCIÓN NÚMERO 7// LENA BLAU

Mensaje por Fati20 9/8/2023, 12:10 am

Lenita parece un caso muy real de bipolaridad. Hay esta mi Jul defendiendo a su mujer 😍😍😍 espero que este acercamiento si concluya bien. Muchos saludos cariño 😘😘😘
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Mensaje por soy_yulia_volkova 9/8/2023, 7:43 am

Así es mi Yulita siempre empoderada hahaha. Que bien que no cayó en la tentación de drogarse. Bravo Yuli
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Mensaje por Volkatin_420 9/8/2023, 2:00 pm

Oh yulia como vas a pelear con un mastodonte siendo tu tan pequeña jaja bueno, me alegro que haya defendido a Lenita y ahora a dónde se la llevará?
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Mensaje por RAINBOW.XANDER 9/8/2023, 9:12 pm

La llave V

Elena:

Yulia conducía a una velocidad de vértigo, aún más deprisa que de costumbre.

Su semblante, serio y furioso, me tenía perpleja. Se había enfadado de tal forma al ver a aquel hombre acosándome que irradiaba una inmensa rabia que jamás había mostrado hasta ahora. Me daba igual que el coche avanzara como si se tratase de una carrera: el alivio por haber salido de allí impedía que me atemorizara la velocidad. Me habría tirado de un puente si hubiese sido necesario para zafarme de aquella imbécil que me había traído tantos malos recuerdos.

Aquel tipo se había abalanzado sobre mí nada más verme, empeñado en conseguir que me acostara con él. Había paseado su asqueroso dedo por mi escote, haciéndome sentir una repulsión indescriptible. Si no era capaz de meterme con nadie por voluntad propia, no podía ni imaginar cómo me habría sentido en manos de ese asqueroso si Yulia no hubiese aparecido en escena.

—¿Cómo estás? ¿Más tranquila? — me preguntó, tratando de sonar calmada.

Aunque era evidente que la furia le consumía.

—Sí, gracias... — murmuré — Gracias por todo: por quitármelo de encima, por pegarle y por sacarme de allí.

—No me las des, ha sido un placer darle su merecido — masculló entre dientes — ¿Tienes frío?

—No, ahora no, ya estoy mejor — contesté, arropada por su cálida gabardina — Yulia...

—Dime.

—¿Conocías a ese tipo? — pregunté. Me daba la impresión de que así era.

—No, no realmente. Unos minutos antes de verle acechándote me había estado acosando.

Seguía contrariada. Sus ojos, muy fijos en la carretera, parecían casi negros, con sus pupilas dilatadas y oscuras. El azul al que me tenían acostumbrada apenas se distinguía.

Aquella aparente irritación parecía habérsela tragado. Conducía con una sola mano, agarrando el volante de cuero con fuerza mientras miraba fijamente a la oscura carretera. Se hizo el silencio otra vez. Tan sólo se escuchaba el murmullo del potente motor.

—Siento que te hayas visto envuelta en una situación tan desagradable — se disculpó — No era mi intención pegarle, pero es que cuando ha dicho ese comentario tan machista he perdido la razón. La verdad, hay veces que los hombres son unos cerdos...

—No es tu culpa, ha sido mía por vestirme así.

—Elena, por favor, no digas tonterías — me regañó — No vas vestida de ninguna forma extravagante. Y, aunque así fuera, eso no da derecho a nadie a tratar a una mujer como una puta.

—Lo cierto es que un poco provocativa sí que voy ...

—¡Dios mío! — exclamó incrédula — ¿De dónde sacas esa idea tan estúpida? Me parece que estás un poco confundida con qué es demasiado provocador para un hombre — añadió en un tono maternal, mostrándose algo más relajada.

No era raro que yo pensara de esa forma teniendo en cuenta que llevaba meses tapándome como una monja. Aquella era la primera noche que me arreglaba un poco más y ¡zas!: sin comerlo ni beberlo se me tiraba un plasta encima.

—Y tú, ¿estás mejor? — le pregunté — Estabas muy alterada hace un momento. No es necesario que te lo tomes tan a pecho. Al fin y al cabo ha sido problema mío.

—No estoy así sólo porque te haya acosado aquel imbécil...

—Entonces, ¿qué ha pasado?

—Es algo un poco embarazoso, no sé si debería contártelo.

—Oye, soy inocente, pero no tonta. Ese hombre es uno de los vendedores de drogas del pueblo. Lo sé porque Troy solía comprarle coca — le informé — Gracias a Dios ya no lo hace. Hacía mucho que no veía a ese tipo por Novosibirk.

—Veo que estás más enterada que yo de a quién hay que evitar — dijo, esbozando una amarga sonrisa.

—Llevo aquí toda mi vida y, aunque no soy muy de fiestas, sé muy bien qué es lo que se cuece a mí alrededor.

—Ya lo veo. Eres una caja de sorpresas.

—¿No me vas a decir qué te ha pasado con ese tipo? — insistí.

—¿Por qué eres tan curiosa?

—¿Por qué te cuesta tanto admitir que te ha molestado que te quisiera vender droga?

El semblante de Yulia se tornó muy serio de nuevo. Había metido la pata al ser tan directa. Continuó conduciendo, callada, y yo me hundí en el asiento arrepentida de haber sido tan entrometida. Siempre terminaba diciendo algo que le molestaba y la tensión volvía a surgir.

—Elena... — comenzó a decir, interrumpiendo por fin aquel incómodo silencio —, no creo que después de ignorarme durante tanto tiempo tengas derecho a interrogarme.

—Lo siento. No quería presionarte, sólo quería que te liberases de tu ansiedad — me disculpé.

—Gracias, pero no necesito que ahora te intereses por mí — masculló entre dientes — Además, no creo que puedas llegar a entender por todo lo que he pasado. Afortunadamente, tú nunca te has enfrentado a algo así.

—Estás muy equivocada... yo también tengo mis propios demonios.

—¿Tú? — inquirió incrédula.

—Sí, yo.

—¿Y cuáles son los demonios de una chica con tanta suerte?

Parecía dudar realmente de que alguien como yo pudiera tener problemas. Ella sólo conocía toda la belleza que me rodeaba: el calor de mi familia, la bondad de mis amigos y la majestuosidad de los parajes donde se ubicaba nuestra preciosa casa. Una vida envidiable a ojos de cualquiera. No podía ni imaginarse los fantasmas y tormentos que vivían en mi interior; me había esforzado al máximo para que no los adivinara.

—Mis demonios son intangibles y escurridizos. Es muy difícil luchar contra ellos — respondí enigmática.

—También es muy difícil llegar hasta ti — observó — No creo que encerrándote siempre en tu guarida vayas a conseguir derrotarlos.

—¿Acaso crees que por el simple hecho de confiarte mis secretos vas a conseguir que desparezcan?

—No lo sé, pero si no lo intentas nunca lo sabremos.

—Muy bien: ¿conoces el remedio para recuperar las ganas de vivir?

Se quedó sin palabras. No esperaba que fuera a confiarle algo tan oscuro. Ya no parecía enfadada, sino sinceramente preocupada por mí.

—¿Cómo una chica tan joven puede perder las ganas de vivir? — preguntó atónita.

—No lo sé exactamente. Ése es el problema. Hay veces que, sin ninguna razón aparente, me derrumbo sin más.

—Desde que te conozco no he dejado de admirarte. No te he visto nunca perder el norte, siempre tan valiente y decidida.

—Eso es lo que aparento, pero no es la realidad — me sinceré — Últimamente he mejorado, parece que voy encontrando el rumbo, pero nunca sé si estoy a salvo del todo.

Me miró, intrigada por mis palabras, pero no preguntó nada más. Pareció conformarse con mi respuesta que, aunque breve, había sido absolutamente sincera. Yo misma me sorprendí ante mi franqueza. La llave había dado otra vuelta a la cerradura, y parecía que la puerta iba cediendo. Chirriaba, puesto que llevaba demasiado tiempo trancada, pero luchaba por abrirse.

Llegamos a casa y aparcó su coche junto al mío. Yo no había conducido aquella noche pues había ido al concierto con Nastya. De repente recordé que, en medio de la conmoción, me había largado del Midnight sin despedirme de mis amigas; debían de estar preocupadas.

—¿Me puedes prestar tu móvil? — le pregunté al comprobar que el mío se había quedado sin batería.

—Por supuesto, toma.

Me tendió su teléfono.

—Voy a mandarle un mensaje a Nastya. Nos hemos ido tan rápido que ni siquiera les he dicho nada a ninguna. Deben de estar preocupadas.

—Envía los mensajes que quieras. Es todo tuyo.

Sin salir del coche, tecleé rápidamente un SMS avisando a mi amiga de que me había ido con Yulia.

Una vez fuera, caminamos lentamente hacia la casa. Ambas parecíamos retrasar la llegada a la puerta principal, dando pasos lentos y pensativos. No hacía demasiado frío y la luz de la luna volvía a iluminar la noche, tal y como lo hizo la velada en la que la oí tocar en la terraza del segundo piso. Esa noche, al verla sobre el escenario entregada por completo a la música, me había quedado maravillada. Era el complemento perfecto para el grupo. Su guitarra sonaba de miedo y se le veía muy compenetrada con el resto de instrumentos. Casi me dio un infarto cuando ella, sin dejar de tocar, me había mirado fijamente al mismo tiempo que sus dedos volaban por las cuerdas. Entre los mechones de su azabache cabello, alborotado por el incesante movimiento, sus ojos azules habían buscado los míos, provocando auténticos escalofríos en mi cuerpo.

No quería que aquella noche se acabase aún. Lo último que me apetecía era meterme en la cama y borrar el asco que me había producido la insistencia de aquel corpulento chico que se había otorgado la licencia de tocar mi piel. Sólo con recordar la escena volvía a sentir náuseas. De repente se me ocurrió una idea.

—¿Te apetece probar algo nuevo? — le pregunté. La expresión de desconcierto en su cara me indicó que creía que me refería a alguna clase de narcótico — No es nada perjudicial para la salud, te lo juro. Ni tiene efectos secundarios.

—¿De qué se trata entonces?

—Agarremos los abrigos y verás.

Abrí la puerta y entramos en el vestíbulo. El amplio armario ropero se encontraba allí mismo. Nos hicimos cada una con un anorak y le indiqué que me siguiera.

Volvimos al jardín, y eché a andar hacia las caballerizas. Ella me seguía intrigada, pero sin oponer resistencia. Fui directa a la cuadra de Soul, que se mostró encantado de verme a esas horas de la madrugada.

—Elena... ¿qué estamos haciendo aquí? — preguntó Yulia desconcertada.

—Hace días te prometí que cabalgaríamos juntas. Nos vamos de paseo, así que ensilla a Rocko. ¡Date prisa!

—Es de noche — dudób— Los caballos se pueden desorientar...

—¿Quieres dejar de comportarte como una niña y hacerme caso? — le regañé — Confía de mí.

Se paró como un militar para luego alejarse con una carcajada hacia el box de Rocko. No tenía motivos para inquietarse: la luna iluminaría el bosque lo suficiente para no perdernos y nos permitiría ver los obstáculos que se nos presentaran. Además, aquellos caballos conocían el terreno mejor que nadie y no se despistaban con facilidad. Yo había salido a cabalgar de noche en muchas ocasiones y era algo increíble. Fue una de esas veces cuando descubrí lo que yo llamaba el Monte de la Luna. Una noche, bajo el influjo de aquel blanquecino satélite, el raudo galope de Soul me condujo hasta aquel claro en lo alto de una escarpada colina. Así fue como descubrí una de las mejores vistas de la sierra. Quería mostrárselo a Yulia.

Era mi rincón privado y esa noche era perfecta para compartirlo con ella. Además, para mi sorpresa, no me apetecía seguir luchando por guardar las distancias.

—¿Estás lista? — le pregunté cuando tuve todo preparado.

—Sí — asintió expectante.

Subimos a nuestras monturas y salimos de las caballerizas. Trotando en paralelo, nos dirigimos hacia el bosque a través del prado.

—Confía en tu caballo — le indiqué — Sabe lo que hace. Si la oscuridad del bosque no te deja ver lo que hay delante de ti, no te asustes. Deja que él decida el camino, sabrá por dónde llevarte. Además yo iré delante. Rocko seguirá los pasos de Soul.

Comenzando a galopar, me situé delante de ella. No tardamos en alcanzar un intenso ritmo y el gélido viento helaba mi rostro. No me molestaba, muy al contrario, despertaba cada poro de mi piel. Una vez en la penumbra del bosque, la humedad del suelo se hizo notar, fresca y aromática. Las fuertes y ágiles patas de Soul se perdían entre los helechos, para volver a surgir una y otra vez, tan rápido que parecíamos volar sobre aquel manto oscuro. Yulia me seguía de cerca. Podía escuchar el sonido de los cascos tras de mí y la fuerte respiración de ambos caballos. Yulia se había convertido en una experimentada jinete en muy poco tiempo, por eso me había aventurado a llevarla conmigo. Sabía que estaba sobradamente capacitada para aquella escapada nocturna.

Nos adentrábamos en el corazón de aquella arboleda, que se espesaba cada vez más, impidiendo que la luz de la luna se adentrara entre sus tupidas ramas. La oscuridad entonces fue total. Apenas distinguíamos lo que teníamos ante nosotras, pues se trataba tan sólo de manchas oscuras y borrosas. Fueron los caballos los que nos guiaron a partir de entonces. Sentía los poderosos músculos de Soul bajo la silla, contrayéndose una y otra vez. Me incliné, apoyando mi cabeza junto a su espesa crin. El suave pelo negro me acariciaba las mejillas.

Cerré los ojos y lo dejé tomar el control; sólo quería disfrutar de la velocidad y de la mezcla de olores que me rodeaban: a pinos y a tierra, al aroma de la naturaleza.

La luz de la luna volvió a iluminar nuestro camino al ir abandonando la espesura del bosque, resurgiendo redonda y mágica en nuestro galope a campo abierto. Cruzamos veloces el río, salpicándonos con el agua helada. No llevábamos las botas, así que nuestros vaqueros se mojaron. Pero daba igual, sólo importaba seguir avanzando colina arriba, en dirección a aquel magnífico lago que tanto me gustaba.

Soul sudaba debido al esfuerzo de galopar por aquel empinado camino, pero no redujo su velocidad, volando sobre el terreno. Rocko, más viejo y tranquilo, estaba haciendo un gran trabajo. Nos seguía de cerca y parecía darlo todo para no alejarse de nosotros, contagiado por el entusiasmo de su joven compañera. Por fin el terreno se aplanó, dejando paso a un suave manto de hierba. En aquel último tramo del recorrido la luna nos iluminaba por completo. Ya no había árboles ni arbustos que la impidieran lucir con toda su intensidad. Se trataba de una explanada abierta que se dirigía hacia el montículo de rocas donde tantas horas había pasado observando las lejanas luces de Moscow .

Llegados a ese punto, los caballos corrían tan veloces que el aire revolvía mi pelo en un auténtico remolino de mechones que me hacía cosquillas. Detrás de mí, un grito de júbilo rompió el sepulcral silencio de aquellos parajes: era la voz de Yulia, que se hallaba absolutamente maravillada.

Finalmente nos detuvimos. Habíamos llegado al espectacular paraje que quería mostrarle. El sonido del viento era lo único que se escuchaba. Yulia observaba absorta las recortadas siluetas de las nuevas torres de la ciudad, perfectamente visibles desde allí, a más de sesenta kilómetros de Moscow . Los puntitos de luz que se adivinaban correspondían a las miles de ventanas que tenían aquellos altos rascacielos, que de noche lucían como las blancas bombillas de un árbol de navidad.

—Allí la tienes — le mostré, señalando con mi mano hacia el horizonte — En realidad, no está tan lejos...

Sus ojos, que de nuevo eran transparentes, me miraron con agradecimiento.

—¡Ha sido increíble! — consiguió decir, aún dominada por la excitación de la galopada nocturna — Muchas gracias.

—De nada — dije riendo satisfecha ante su cara de éxtasis — Quería demostrarte que no sólo se puede ir directo al cielo desde Moscow .

—Elena, desde aquí no se va al cielo... Esto es el cielo — afirmó vehemente.

Una expresión de total incredulidad asomaba a sus ojos.

—Ya sabes entonces dónde venir cuando algún drogadicto te tiente con su mierda.

—No lo dudaré ni un segundo.

—Vengo aquí a menudo. Me ayuda a pensar — le expliqué — Lo he bautizado como el Monte de la Luna, y se ha convertido en mi paraíso privado. Eres la primera a quien se lo enseño.

Mi afirmación hizo que girara su rostro y me mirara conmocionada.

—¿Por qué yo? — preguntó, entornando sus increíbles ojos azules.

—Porque quiero que tengas un lugar donde refugiarte cuando lo necesites. Es la mejor forma que tengo de darte las gracias por lo que has hecho esta noche por mí.

Aquella sonrisa encantadora, a la que no terminaba de acostumbrarme, asomó a su cara.

—Gracias por ofrecerme tu secreto. Ten por seguro que volveré por aquí cuando necesite un poco de calma. Esto es impresionante — declaró mirando a su alrededor.

Desmontamos de los caballos y los dejamos pastar a sus anchas, sentándonos sobre las grandes rocas que sobresalían de entre la hierba. Sin duda, aquel momento merecía un cigarro. Saqué mi cajetilla del bolsillo del anorak, ofreciéndole uno a ella.

—No debería seguir con este vicio — comentó, aceptando mi ofrecimiento — Supongo que algún día lo dejaré.

—Yo también debería hacerlo, pero cada cosa a su tiempo. Antes debes olvidarte por completo de otras sustancias más peligrosas — le recordé — Así que ahora disfruta del tabaco, no es momento de dejarlo todavía.

—Tienes razón, por ahora ya tengo bastante con lo que lidiar.

Había sido muy buena idea arrastrarla conmigo allí. Ambas teníamos malos recuerdos a los que enfrentarnos aquella noche. El episodio en la discoteca había desenterrado mi aversión al contacto físico. La mirada lasciva con la que aquel asqueroso me devoraba, sus palabras pegajosas y el roce de su mano en mi escote me habían provocado una repugnancia insoportable. Mis amigas, que bailaban desatadas a cierta distancia, no se habían percatado del acoso al que me había visto sometida. En el momento exacto en el que mi salvadora hizo acto de presencia, aquel tipo se abalanzaba sobre mí para tratar de besarme. No quería ni imaginar las consecuencias si Yulia no me hubiera liberado de aquel enorme chico... Habría sido muy difícil oponer resistencia puesto que era el doble de grande que yo.

Me había empeñado inútilmente en huir de Yulia. Ahora que me encontraba allí a su lado, me daba cuenta de lo tonta que había sido al intentar alejarme de alguien que se preocupaba tanto por mí, tal y como había demostrado esa noche.

—Siento haber estado algo ausente últimamente — me disculpé.

—Lo cierto es que me has ignorado por completo...

—Lo siento. Supongo que soy algo difícil — admití, tragándome mi orgullo — Cuando necesito estar sola me encierro en mí misma y me vuelvo algo arisca.

—Sí, ya me he percatado de tus cambios de humor — apuntó con una sonrisa conciliadora — Eres algo volátil, así que voy a intentar no tomármelo como algo personal a partir de ahora.

No le saqué de su error. ¡Por supuesto que debía tomárselo como algo personal!

Mi actitud distante había tenido un único motivo: alejarme del peligro que suponía pasar demasiado tiempo a solas con ella. Yulia no era consciente del efecto que producía en mí, y tampoco sabía lo mucho que me atemorizaba que así fuera. Lo cierto era que comenzaba a comprender que aunque pasara siglos sin verla ya no había vuelta atrás. Lo que ella me hacía sentir no iba a esfumarse por mucho que tratara de esquivarla.

—Yulia, no sé qué habría hecho si no me salvas de ese cretino — le agradecí de nuevo — No podría haber vuelto a enfrentarme a algo así.

Me miró alarmada.

—¿A qué te refieres? ¿Es que acaso en el pasado?... —No se atrevió a decir la palabra.

—No, tranquila. Nunca me han violado, gracias a Dios —respondí — Al menos no de esa forma.

—Si no te molesta, ¿puedo saber qué te ocurrió? — se atrevió a preguntar.

—No, no me molesta. Sin embargo, me cuesta mucho hablar de ello. Prefiero no tocar ese tema ahora mismo. Sólo puedo decirte que me topé con una idiota mucho mayor, ella sabía de mis debilidades y como tenía a su favor mi platónico enamoramiento hacia ella, cuando tuvo la oportunidad no desaprovechó para hacerme sentir como una montaña de basura.

—Lo siento — se limitó a decir, sin tratar de indagar nada más, y yo agradecí que no insistiera.

Aparté el recuerdo de la noche en que perdí mi virginidad cambiando repentinamente de tema.

—Has estado muy bien sobre el escenario —observé — Cube ha sonado mejor que nunca.

—¿En serio? — inquirió gratamente sorprendida.

—Sí. Aunque Fyodor era muy bueno, en mi opinión el grupo ha salido ganando con el cambio. Tu forma de tocar la guitarra es más apasionada, cómo describirlo... — me detuve, tratando de encontrar las palabras exactas —, interpretas su música con más sentimiento.

—Es que Yuri y Troy son unos excelentes compositores.

—Sí, lo son. Y tú pareces entender sus canciones como si fueran tuyas. Esta noche he observado cómo introducías pequeñas variaciones, casi imperceptibles, que mejoraban el sentimiento de cada tema.

—Trato de adaptar las canciones a mi estilo, hacerlas un poco más mías sin deformar su estructura — me explicó, mostrándose satisfecha con mis observaciones.

—Imagino que todo artista necesita sentir que lo que hace es algo suyo, ¿verdad? — reflexioné — Es como cuando yo escribo mis críticas; yo no he creado ni los libros ni las películas, pero al hablar sobre ellos trato de aportar mi punto de vista sin variar la esencia de la historia. Intento evocar las sensaciones que a mí me han producido al disfrutarlos.

—¡Exactamente! Tú lo has dicho, tenemos que transmitir lo que nos hacen sentir. Eso describe muy bien lo que trataba de explicarte. Es lo que persigo cuando toco la guitarra, aunque yo no haya compuesto la canción.

—Créeme, lo consigues con creces — le aseguré — Esta noche he descubierto nuevos rasgos en su música gracias a ti. ¡He disfrutado mucho!

—Me alegra escuchar eso — declaró sonriendo. Qué diferente parecía ahora, relajada y sin un ápice de aquella rabia que tanto me había sorprendido en el coche — Hace poco terminé de leer El palacio de la Luna, el libro que recomendaste unas semanas atrás en el periódico.

—¿Leíste mi crítica?

—Sí, ya te dije que las he leído todas. Aunque ésta me llamó la atención en especial, así que después de leer tus entusiastas palabras sobre la novela y tus innumerables halagos sobre el autor, me fui derecho a la librería del centro comercial. No me arrepiento en absoluto: es simplemente extraordinario.

—Los libros también enganchan, ¿verdad?

—Sí, y más si están escritos con tanto acierto. Paul Auster es un genio. Nunca había leído nada suyo, y gracias a ti ha pasado a uno de los primeros puestos de mi lista. ¿Qué otros libros suyos me sugieres que lea? — preguntó sinceramente interesada.

—A ver... Todos los que he leído son buenos, pero si tuviera que destacar alguno en concreto creo que esos serían Brooklyn Follies y Oracle Night. No sé cómo los han titulado en ruso porque yo los leí en inglés.

—Eso no es problema, yo trato de leer todo lo que puedo en inglés, así no me oxido.

—Entonces puedes cogerlos prestados cuando quieras, los tengo en la librería de mi habitación.

—Gracias. Seguramente te robe uno mañana mismo — me avisó.

—Cuando quieras, para eso están.

Prefería que alguien los cogiera prestados a que estuvieran en la estantería acumulando polvo. Los libros son como almas dormidas que sólo cobran vida cuando alguien los disfruta. No son adornos para hacernos parecer más cultos, son espíritus que necesitan de nuestra atención para no caer en el olvido.

—¿Cómo vas con las clases? — le pregunté.

—Cada vez mejor — respondió satisfecha — Creía que me iba a costar más regresar a la dinámica después de tanto tiempo sin dar palo al agua, pero con la ayuda de tu padre y lo mucho que me gusta la Arquitectura no está resultando tan difícil. Y por cierto, eso me recuerda que no debí enfadarme tanto contigo el día que bromeaste sobre cómo debía poner de nuevo en marcha mi cerebro. Reaccioné de forma exagerada, y lo siento. Pero es que en aquel momento dudaba seriamente sobre mi capacidad para sacar este curso adelante.

—Yulia, no hace falta que te disculpes — respondí — Hice un comentario sin malicia alguna, pero muy desafortunado. Bromeé con algo que tú temías, y debí darme cuenta antes de decirlo. Me alegra escuchar que ya no tienes ese miedo a fracasar.

—¿Sabes qué es lo que más me ayuda?

—¿Qué?

—Imaginar que algún día construiré algo que la gente podrá disfrutar. Entonces todos los obstáculos se difuminan.

—Eso es lo bonito de esa profesión. Crean obras de arte que al mismo tiempo cumplen con una función práctica. Y perduran en el tiempo, siendo muy reales y tangibles — observé, pensando en los numerosos proyectos que mi padre había visto completados, llenándole de una inigualable satisfacción.

—Ésa es precisamente la belleza de la Arquitectura. Es evidente que eres hija de Sergey; comprendes su trabajo mejor que la mayoría — observó, complacida de hablar con una persona que, aunque ajena a las nociones técnicas de aquella complicada profesión, compartía su percepción de la misma.

—¿Y tú? ¿Cómo van tus asignaturas de Periodismo? — me preguntó. Estaba sentada muy próxima a mí, pero no me tocaba. Después de mi rechazo a su contacto la tarde del refugio resultaba obvio que era muy cuidadosa, más de lo que yo quería. Me daba miedo sentir su contacto, pero al mismo tiempo lo anhelaba con todo mi ser.

—Bien, en general llevo todas al día — respondí, recordando mi pequeño problema con la clase de Información —, excepto una que me cuesta mucho trabajo seguir.

—¿Es muy difícil?

—No, para la mayoría no lo es. Sin embargo para mí es una tortura.

—¿Por qué?

—Porque todo se resume en coger un micrófono y aprender a dar una noticia — Ni siquiera me había molestado en ir a las últimas dos clases. ¿Para qué? ¡Si no iba conseguir decir ni una sílaba ante la cámara! Soy incapaz de hacerlo, me bloqueo y mi voz no consigue pasar más allá de mi garganta.

—Eso es miedo escénico, mucha gente lo padece — me avisó — La primera vez que toqué ante un grupo de gente sentí algo parecido.

—¿Cómo conseguiste superarlo? — pregunté, ávida porque me diera una pista para librarme de aquella fobia.

—No fue difícil, sólo me olvidé de todas aquellas miradas y me centré en la música. Traté de olvidar su presencia, dándome cuenta de que me importaba un comino que me juzgaran. Yo estaba allí tocando mi guitarra porque es una de las cosas que más me gustan en el mundo. ¿Qué más daba si hacía el ridículo?... De repente, lo que opinara el público me dio igual.

—Lo que ocurre es que contar una noticia no es ni la mitad de excitante, así que no puedo olvidar la cámara con tanta facilidad — le expliqué.

—Se me ocurre que quizá haya una forma de practicar...

—¿Cómo?

—Cantando conmigo alguna vez — respondió con su sensual y ronca voz — Ese puede ser el primer paso para que vayas superando el miedo a que los demás te juzguemos.

—Puede ser, pero es que... — Cantar ante ella podía ser una buena forma de practicar. Daría un paso de gigante si conseguía dejar mi timidez a un lado ante la persona que más me turbaba en este mundo.

—Elena, no te agobies. Hazlo cuando tú quieras. Sólo tienes que avisarme y yo te ayudaré con la guitarra. A solas, tú y yo — me susurró al oído, acariciando con sus labios mi piel.

A solas, ella y yo... ¡Qué peligro! Todas y cada una de las alarmas de mi cuerpo se dispararon. Estaba tan cerca de mí que podía oler su perfume. Casi podía tocar su piel, sentía su aliento junto a mi cuello, tan cerca, tan cálido...

Me giré suavemente y su rostro quedó a tan sólo unos centímetros del mío.

Durante unos interminables segundos nos miramos en silencio. El aire nocturno soplaba a nuestro alrededor y el ulular de un búho se escuchó a lo lejos. Podía sentir el fuerte magnetismo entre nuestros cuerpos; nos atraíamos como dos imanes. Nos aproximábamos la una a la otra, milímetro a milímetro. Sus labios estaban cada vez más cerca de los míos. El terror ante lo inminente me sacudió de repente. Me separé de su lado, mirando hacia el cielo plagado de estrellas.

—Lo tendré en cuenta. Si algún día me armo de valor, te lo pediré — dije, volviendo a nuestra conversación, disimulando mi turbación lo mejor que pude. Nerviosa, busqué apresurada unas palabras con las que continuar hablando, en un intento de olvidar lo que había estado a punto de suceder — Me han recomendado que me apunte a un taller de teatro. Es una especie de terapia de choque para gente que, como yo, tiene fobia a ser el centro de atención.

—Puede ser otra manera de superarlo — opinó — ¿Te apetece?

—Me aterra. Pero sí, sí me apetece. Ya sabes que soy una enamorada de la literatura y, aunque lo que más leo son novelas, la poesía y el teatro también me gustan. Imagino que si la obra que eligen es alguna de las muchas que me fascinan, sería muy interesante dar vida a uno de los personajes.

—Entonces deberías intentarlo — me animó.

—Tengo que informarme primero en qué consiste exactamente el curso. Si me convence el planteamiento, intentaré dejar mi miedo a un lado y me apuntaré.

—No pierdes nada con intentarlo, y seguramente así consigas superar esa aversión a la cámara que tantos dolores de cabeza te está causando.

—Tienes razón, debería intentarlo al menos.

—Y no lo olvides: mi guitarra y yo estaríamos encantadas de ayudarte — me recordó, guiñando uno de sus cristalinos ojos, que bajo el influjo de la luna parecían los de un ángel.

¡Peligro de nuevo! Decidí seguir indagando sobre su pasado para así evitar que el silencio nos volviera a envolver.

—¿Ya tocabas antes en un grupo?

—Sí, cuando estaba en el colegio — respondió al tiempo que sus dedos jugaban con un puñado de hierba —, pero se terminó disolviendo.

—¿Acabaron peleados?

—No, claro que no. Fue porque mi padre me prohibió seguir tocando con ellos — me explicó con amargura — Y otro de mis compañeros tampoco pudo seguir, así que, simplemente, Bipolar se extinguió.

—¿Por qué se opuso tu padre a que tocaras?

—Porque para él eso era una pérdida de tiempo.

—¿Cómo va a ser la música una pérdida de tiempo?

—Quería que me centrara única y exclusivamente en estudiar. No entendía que en la vida hay pasiones que te mantienen viva. Era una persona muy cuadriculada y no veía la necesidad de alimentar el espíritu.

—Pero, Yulia, sin espíritu no tenemos vida. ¿Cómo podía no comprender tu necesidad de expresarte? — inquirí atónita.

—Elena, mi padre no era alguien que comprendiese muy bien los asuntos del alma. Él se movía por otras motivaciones.

—¿Cómo cuáles?

—El dinero, el éxito profesional, el estatus social... En definitiva: le movía la ambición.

—Todo ser humano tiene una parte dentro de sí mismo que necesita conectar en algún momento con lo espiritual, con algo más grande que todo lo mundano y material.

—Eso es obvio para gente como nosotras. Sin embargo, hay personas que entierran esa parte de sí mismos — me explicó serena. Parecía haber aceptado hacía mucho tiempo la forma de ser del que había sido su padre.

—Me cuesta imaginar que eso suceda — declaré incrédula.

—Elena, tú has crecido en un ambiente donde el arte y los sentimientos son lo más importante. Tus padres son personas muy creativas y despojadas de convencionalismos — me recordó — Mi familia no era así. Se movían en un círculo social donde lo importante era destacar y ser el protagonista. Los sentimientos no estaban en los primeros puestos de su lista de prioridades. No eran malas personas, lo que ocurre es que sus circunstancias eran diferentes.

La miraba sorprendida. Me costaba imaginar un ambiente así, tan ajeno a lo que yo estaba acostumbrada. Permanecí pensativa durante unos segundos, durante los cuales, ella pareció disfrutar contemplándome.

—Y tu madre, ¿también se oponía? — pregunté al fin.

—No, ella trataba de ayudarme. Eso sí, siempre a espaldas de mi padre.

—¿Tan mal carácter tenía él?

—No, tan poco era para tanto, simplemente ella prefería evitar las discusiones. Le conocía muy bien y sabía que con ciertas cosas era muy intransigente, por lo que no trataba de convencerle. Se lo ocultaba y listo. Así era más sencillo para ella.

—Es una forma curiosa de encontrar la libertad.

—Es la única forma que ella encontró para no terminar de perderse en el mundo que les rodeaba — recordó con tristeza — Ella era mucho más abierta y emocional que mi padre. Siempre sospeché que no terminaba de encajar en aquel ambiente estirado y aparente en el que se movían. Eran muy distintos, pero parecían haber encontrado un cierto equilibrio en su matrimonio, y se respetaban por encima de todo.

Me encontraba estupefacta porque no terminaba de comprender el tipo de relación que describía. Estaba tan acostumbrada a la armonía que reinaba en el matrimonio de mis padres que lo que me estaba contando sobre los suyos me parecía insuficiente. Ella no había nombrado el amor en aquel discurso, y no pude evitar percatarme de ese detalle.

—¿Estás bien? — pregunté alarmada, sacándola de sus pensamientos. Como tantas veces, se había quedado en silencio mirando al infinito.

—Sí, tranquila, estoy bien. Es sólo que al hablar de ellos me han venido muchos recuerdos a la mente.

—Siento que la conversación haya terminado entristeciéndote — me disculpé.

—No es tu culpa, es inevitable que ocurra. Además, prefiero poder hablar de ellos con alguien. Si ni siquiera les menciono por miedo a los recuerdos, entonces sí los estaría enterrando definitivamente.

—Eso es verdad. Si hablar sobre ellos te ayuda a mantener vivo su recuerdo, yo soy toda oídos — le ofrecí de corazón.

—A pesar de lo que te he dicho, quiero dejar claro que eran unas grandes personas y que siempre se desvivieron por hacer que yo fuera feliz — Parecía necesitar puntualizar aquello, no quería que yo pensara que habían sido unos malos padres.

—No era necesario. En ningún momento los he juzgado. ¿Quién soy yo para opinar sobre dos personas a las que echas tan terriblemente de menos?

Su semblante adquirió una expresión de absoluta paz. Por primera vez desde su llegada parecíamos haber encontrado algo de armonía.

—¿Te has dado cuenta de que llevamos un buen rato hablando y todavía no nos hemos peleado? — observó, esbozando una leve e inquietante sonrisa.

—Sí, es cierto. Parece que este lugar nos calma. Además, hoy me has sacado de un apuro. Te mereces una tregua.

—Entonces estaré alerta para volver a rescatarte cuando sea necesario. Me gusta ir de salvadora, hace que te conviertas en una chica encantadora.

Si no hubiera sido una cobarde la abría abrazado por ser eso, mi salvadora, mi ángel de la guarda, rescatándome del peligro en aquella abarrotada discoteca y devolviéndome sana y salva a casa. Me moría por hundir mi rostro en su cuello y sentir el calor de su cuerpo. No obstante, aquello no pasó de ser una escena en mi mente. Era incapaz de ser tan impulsiva. No me moví ni un centímetro. Ella parecía poseer la llave que giraba la cerradura de esa puerta tras la que me había encerrado durante tanto tiempo. Sin embargo, una vez que ésta se abriera del todo, ¿qué ocurriría con todos los trastos viejos y empolvados que habían permanecido tanto tiempo escondidos?

Todavía no había hablado con mi madre sobre lo del abogado para Nastya; no había encontrado el momento adecuado. Una tarde, cuando regresé de la universidad, comprobé que estábamos solas en casa. Así que después de comer, mientras leíamos cada una un libro en la sala de estar, me pareció oportuno mencionárselo.

—Mamá, ¿conoces algún abogado de familia? — le pregunté de repente. Me miró muy sorprendida.

—¿Para qué quieres tú un abogado? — inquirió, enarcando una ceja.

—No es para mí, es para la madre de Nastya — le expliqué — La cosa se está poniendo fea y Krystal va a necesitar ayuda. Su marido quiere divorciarse y vender la casa.

Mi madre cerró el libro que estaba leyendo y me dedicó toda su atención.

—No conozco a ninguno directamente. Gracias a Dios no lo he necesitado nunca, pero podría preguntarle a Irina.

Mencionó el nombre de la mujer que había conocido en las clases de fotografía.

Se habían hecho muy buenas amigas y era una de las personas que yo tenía en mente para que nos aconsejara, ya que ella había pasado por un complicado y largo proceso de divorcio.

—Eso era en lo que yo había pensado — admití aliviada — Sé que ella tuvo que pasar por ese trance y, si a ti no te incomoda preguntárselo, Nastya te estaría muy agradecida. No tienen ni idea de a quién recurrir, y tampoco mucho dinero.

—Irina contrató a una abogada de Moscow que la ayudó muchísimo. Consiguió un buen trato para ella y sus hijos. En aquel momento también pasaba por apuros económicos, así que no creo que le cobrara unos honorarios desorbitados — supuso ella.

—¿Crees que le importará darte sus datos?

—No, no lo creo. Hace tiempo que superó todo eso, por eso no me incomoda acudir a ella, al revés, sé que le gustará la idea de ayudar a otra mujer. Quizá incluso pueda a hablar con Irina y aconsejarla.

Esa idea no me pareció muy factible.

—Mamá, por lo que me ha contado Nastya, su madre no está aceptando muy bien la situación. No sé si estará dispuesta a confiar en una desconocida.

—En ese caso, por ahora me limitaré a preguntar los datos de la abogada. Justo he quedado mañana con ella para salir a cenar, aprovecharé para contárselo.

—Gracias mamá — dije dando un salto para abrazarla.

—De nada, mi amor — dijo devolviéndome el abrazo — Nastya es como una hija para mí, haré lo que esté en mi mano para ayudarla.

Volví a mi cómodo hueco en el sofá, abriendo de nuevo el libro que estaba leyendo por la página donde lo había dejado. Mi madre me imitó. Permanecimos en silencio, ambas enfrascadas en la lectura. Afuera volvía a hacer frío y no paraba de llover. No tardé en percibir cómo se me caían los párpados, con lo que cerré el libro. Me arropé con la suave manta de lana que tenía a mis pies y me sumí en un apacible sueño.

Me desperté lentamente, luchando por continuar soñando, pero algo húmedo rozaba mi nariz. Abrí los párpados despacio, confundida. Unos grandes ojos caninos me miraban con curiosidad apenas unos centímetros de mi cara. Debía de seguir soñando... pero el lametazo en la nariz me pareció muy húmedo y real. Sacudí mi cabeza y abrí los ojos por completo. ¡No daba crédito a lo que mis ojos contemplaban! Delante de mí había un enorme perro que movía su cola sin cesar y me miraba con expectación. Llevaba un gran lazo rojo alrededor de su cuello. ¿Era un regalo?

Me impulsé para sentarme, quedando mis rodillas justo delante del animal. Él apoyó su enorme cabeza color canela sobre mis piernas, alzando los ojos para mirarme.

Entonces estuve perdida: aquella mirada tan bondadosa y necesitada de cariño me enterneció.

Mis manos cogieron su cabeza por las largas y peludas orejas y lo acaricié, provocándole una gran alegría.

—¿Quién eres tú? — le pregunté a aquel animal, aún conmovida por la sorpresa.

—Se llama Hani — La voz de Yulia respondió aquella pregunta y me hizo dar un respingo. Levanté la vista y la encontré apoyada sobre el marco de la puerta, observando detenidamente la escena.

Entonces lo entendí: aquella perrita la había traído ella. Y a juzgar por el lazo rojo que rodeaba su cuello, era para mí.

—Hola, Hani. Así que eres una chica — la saludé, sin dejar de acariciar su cabeza. Ella pareció reconocer su nombre, ladrando de alegría.

Volví a mirar a Yulia. ¿Por qué se habría molestado en traer a aquel animal?

¿Tanto interés tenía en agradarme? Nuestra relación había mejorado notablemente desde la noche que pasamos juntas charlando en el Monte de la Luna, pero no esperaba un detalle así por su parte. Fuera lo que fuese se lo agradecía en el alma; era evidente que esa perra se moría por encontrar amigos.

Se acercó a nosotras, más hermosa que nunca, con una radiante sonrisa en su rostro. Se arrodilló y comenzó a acariciarla, por lo que ella se volvió loca de alegría, subiéndose por sus piernas y lamiéndole la cara en agradecimiento mientras su cola se agitaba a toda velocidad.

—¿No es increíble? — preguntó, mirando a la canina con dulzura.

—Sí, parece muy cariñosa — admití, sin salir aún de mi asombro — ¿De dónde la has sacado?

—De un refugio de animales — respondió, mirándome entonces directamente a los ojos — Desde que te vi llorar en el porche no he podido quitarme la idea de la cabeza...

¡Dios! ¿Se podía ser más tierna?

Sus ojos azules me dejaron paralizada. Me miraba con tanta dulzura que tuve que dominarme para no lanzarme a sus brazos llena de agradecimiento. Era uno de los gestos más bonitos que nadie había tenido nunca conmigo.

—Así que Yulia te ha salvado, ¿eh? — le dije a Hani, acariciando su pancita — Qué suerte has tenido, preciosa, porque ya no vas a volver al refugio: te quedas con nosotros.

Yulia suspiró aliviada.

—Entonces no te molesta que la haya traído, ¿verdad? — preguntó al fin.

—¿Cómo me va a molestar? — exclamé feliz — ¡Si es una belleza!

—Temía que pensaras que me entrometía en tu vida — me confesó — Después de lo que pasaste con Prince no estaba segura de que te fuera a gustar la idea, pero tenía que intentarlo.

—Muchas gracias por arriesgarte. ¡Es la mejor sorpresa que he tenido nunca!

—Tengo que confesarte que mi gesto no es totalmente desinteresado. Yo también quería un perro hace tiempo — admitió con una pícara sonrisa.

—Entonces es nuestra perra — dictaminé. La idea de compartir a Hani con ella me provocó una oleada de felicidad. A juzgar por cómo me miraba, era evidente que a ella también le agradaba mi respuesta — ¿Cuánto tiempo tiene?

—Dos años. La rescataron de una casa donde la apaleaban y estuvo convaleciente mucho tiempo — me explicó apenada. Cogiendo la cabeza peluda de Hani, me enseñó una gran cicatriz en el cuello del animal — Mira, esos desalmados le hicieron esto.

—Gracias por traerla — No pude reprimirme más y la abracé sin contemplaciones.

Ella se quedó quieta unos segundos, rígida, como si no supiera cómo reaccionar ante mi súbita demostración de afecto. Cuando me disponía a retirarme, rodeó mi cuello con sus brazos, aferrándome a ella. Sentí mi estómago encogido por la emoción. Notaba su cálida respiración en mi pelo y mi corazón se aceleraba. Era tan agradable sentirle así de cerca...

—Cuidaremos de ella —susurró — No volverá a sufrir.

Se refería a la perra, sin embargo yo también me di por aludida. Ella cuidaba cada vez más de mí y se estaba convirtiendo en mi protectora. Nadie había conseguido despertar jamás las sensaciones que ella me provocaba.

—Cuidaremos de ella juntas — añadí — Nada ni nadie volverá a hacerle daño.

Mi respuesta provocó que ella estrechara el abrazo y yo le correspondí, notando cómo mi estómago se estremecía aún más.

En aquel instante me pregunté si no hubiera sido mejor seguir siendo dos extrañas. ¿Me habría equivocado de pleno acercándome a ella la noche que fuimos al monte a caballo? Desde entonces, Yulia se había quitado la última parte que quedaba de su máscara de chica distante y esquiva, revelando a una parte de sí misma que no estaba preparada para descubrir.

La chica que estaba empezando a conocer me asustaba todavía más que la anterior; esta Yulia me estaba conquistando sin que yo pudiera hacer nada para frenarla. Me había dejado sin excusas para evitarla. Y eso me situaba en una posición muy peligrosa.

Unos pasos acercándose a la sala nos sorprendieron. Nos separamos al instante, como si fueran a pillarnos haciendo alguna travesura. Mi madre entró en la sala, rompiendo el hechizo que nos había rodeado mientras nos abrazábamos.

—¿Cómo está esa preciosa perra? — preguntó, acercándose a Hani con un juguete en forma de hueso.

Esta vez mi madre me había salvado de aquella extraña sensación. Pero de ahora en adelante, ¿cómo me las iba a arreglar para evitar esa cercanía con ella?

Mientras llevábamos a la perra al jardín, mi madre y Yulia hablaban alegremente, absolutamente ajenas al torbellino de emociones que me mareaban. Una pregunta aún más preocupante me acechó:

¿Sería yo la única que se sentía tan abrumada? ¿Acaso Yulia me veía como algo más que una hermana adoptiva a la que proteger y cuidar?

Me estaba metiendo en un terreno muy escurridizo. Mientras ellas jugaban con la perra, que corría por el mojado jardín llena de energía, me pregunté una vez más cómo iba a hacer para no acabar perdidamente enamorada de ella.

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