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BESOS DE MURCIÉLAGO // Silvia Hervás

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BESOS DE MURCIÉLAGO // Silvia Hervás - Página 4 Empty Re: BESOS DE MURCIÉLAGO // Silvia Hervás

Mensaje por RAINBOW.XANDER 1/28/2024, 2:50 pm

20.Las ranas nunca se han convertido en princesas

Los párpados de Sam se agitaron nerviosos. Abrió los ojos poco después, preguntándose por qué Yulia estaba durmiendo plácidamente entre sus brazos. Entonces recordó lo ocurrido la noche anterior y no pudo evitar sonreír tímidamente.

Contempló los rojizos labios entreabiertos de Yulia, el cabello desordenado, que se desparramaba por la almohada, las graciosas pecas que recorrían el contorno de su nariz… Era realmente adorable.

Alzó una mano, dispuesta a hundir los dedos entre las ondulaciones de su pelo, pero la dejó suspendida en el aire cuando advirtió que alguien acababa de abrir la puerta. Frunció el entrecejo, molesta por la interrupción.

—¡Buenos días, parejita! — gritó Leo.

El mendigo llevaba una bandeja de plástico, repleta de diferentes alimentos, que dejó sobre la mesita de noche de Yulia. Ella, aturdida, se giró hacia su hermano.

—¿Qué haces, Leo? — le preguntó.

—Os he traído el desayuno — Se encogió de hombros — Para desearos una vida próspera, feliz y… Bueno, todo eso.

Sam se sentó sobre la cama. Solo entonces se dio cuenta de que había dormido con la misma ropa que llevaba la noche anterior y ahogó un gemido.

—¡Dios mío! — Agitó el cuerpo de Yulia — ¡Levantate de una vez, estas sábanas están llenas de gérmenes!

Descubrió que ella también llevaba todavía los vaqueros ajustados y la camiseta marrón. Era asqueroso; después de haberse juntado con toda la chusma y haber entrado en una discoteca repleta de humo, sudor y demás porquerías. Leo arrugó la nariz.

—Oye, seguís vestidas — farfulló — Así que anoche ni siquiera hubo marcha.

—Leo, ¡por favor!, desaparece.

El hippie se marchó cabizbajo, quizá algo dolido por el recibimiento de las otras dos. Sam se levantó de la cama y, tras calzarse los zapatos, tiró a Yulia del brazo con tanta fuerza que acabó en el suelo.

—¡Au! — Se quejó, frotándose el codo — Pero ¿qué haces, estúpida?

—Salvarte de una muerte segura — respondió y, acto seguido, comenzó a quitar las sábanas de la cama, hizo una bola con ellas y las lanzó a un rincón de la habitación. Una vez el colchón se quedó desnudo, se miró las manos y su rostro se contrajo en una mueca de asco — Perdona, pero ahora tengo que ir al baño a lavarme — le dijo, al tiempo que salía de la habitación.

Yulia se quedó allí, sentada en el suelo de su cuarto, con la vista clavada en el colchón de la cama. Se preguntó si aquello sería un despertar normal para Sam. Probablemente sí. Respiró hondo, procurando encontrar la calma perdida. A nadie le gusta que rompan sus sueños tirándole de la cama.

Sam regresó cinco minutos más tarde.

—¿Todavía sigues ahí, Yulia?

Le dirigió una mirada de reproche antes de sacar del armario un juego limpio de sábanas y hacer de nuevo la cama — previa inspección del colchón, por si quedaba algún resto bacteriano — Cuando terminó, la ojiazul había logrado levantarse y situarse a su lado.

—¿No crees que es un poco exagerada? — le preguntó.

—¿No crees que tú eres un poco… sucia? — contraatacó.

Yulia se quedó con la boca abierta y le dio un manotazo en el hombro.

—¡Acabas de llamarme guarra!

—No pretendía ofenderte — Le sonrió como si ella tuviese tres años —; pero a veces es bueno que otros nos señalen nuestros defectos para que podamos advertirlos y, seguidamente, solucionarlos.

Yulia negó con la cabeza, cabreada, y se dirigió a paso rápido hacia la cocina dispuesta a desayunar algo antes de enfrentarse nuevamente a Sam.

Pensó que quizá ella podría cambiar, creyó que Sam se convertiría mágicamente en un chica normal y corriente después de aquel beso —como las ranas que terminan siendo príncipes en los cuentos de hadas—, pero, obviamente, se había equivocado. Sam no dijo nada mientras untaba dos tostadas con mantequilla y ella removía su café con parsimonia.

—¿Y bien…? — comentó la castaña, cuando ambas terminaron de desayunar.

—Y bien, ¿qué?

—¿Ni siquiera piensas hablar sobre lo que pasó ayer? — le preguntó — Por si no lo recuerdas, me pediste que durmiese contigo.

Yulia rió, nerviosa.

—Por si a ti también te falla la memoria, antes de que eso ocurriera, tú me besaste.

Sam la acuchilló con la mirada. Iba a decirle cualquier barbaridad que se le pasara por la cabeza cuando Leo apareció en la cocina, cargado de nuevo con la bandeja del desayuno intacta que había dejado sobre la mesita de Yulia.

—¡Ni siquiera os habéis dignado probarlo! — se quejó — Y me ha costado mucho averiguar cómo funcionaba el exprimidor de naranjas.

—Lo siento, Leo — contestó su hermana — Pero ahora estamos ocupadas, ¿hablamos luego?

El hippie frunció los labios.

—Así que, como sois parejita, me margináis.

—Oh, no, no es eso…

—Ya, claro — Les miró dolido — Esperaré en el salón, con Whisky, mientras encuentras una buena excusa.

Y acto seguido volvió a desaparecer. Sam intentó contener la risa, y Yulia le dirigió una mirada punzante y amenazadora. Ella tosió y consiguió mantenerse seria.

—Entonces… — balbució — tú y yo ahora… ¿qué somos?

—Personas — contestó Yulia. No se atrevía a dar una respuesta sobre lo que realmente Sam pretendía averiguar.

—Idiota, me refería a nuestra situación tras los acontecimientos de la pasada noche.

—Deja de llamarme idiota — se quejó Yulia.

—Deja de parecerlo, entonces.

Yulia suspiró, dejó el vaso sobre la pila de la cocina y se apoyó en ella. Sam también se levantó para llevar su plato, y permaneció cerca de Yulia, estudiando sus movimientos. Respiraba agitada, así que supuso que estaba nerviosa. Eso le gustó.

—¿Te gusto? — le preguntó la morens.

Y Sam tembló ante aquella complicada cuestión.

—¿Te gusto yo a ti?

—¿Quieres dejar de contestarme con otra pregunta? ¡Sam, esto no es una competición!

Sam iba a responder que sí, que sí le gustaba, pero justo en ese instante sonó el teléfono y Yulia le apartó a un lado para poder descolgarlo.

—¿Diga?

—¡Cariño, soy mamá! — exclamó la señora Volkova al otro lado de la línea. Yulia suspiró — ¡Ya me he enterado de la noticia! ¡Y no sabes cuánto me alegro!

Yulia frunció el entrecejo, y Sam la observó contrariada, intentando adivinar con quién hablaba.

—¿De qué noticia estás hablando?

—¡Sam es fantastica, una buena chica! — Prosiguió su madre, omitiendo su pregunta pero dándole a entender la respuesta — Hacéis una pareja perfecta. Tú padre y yo llegaremos a casa esta tarde.

—¡Por favor, mamá! — Yulia sintió ganas de llorar, pero logró contenerse — ¿Se puede saber quién te ha dicho eso?

—Bueno, cielo, papá me está esperando fuera del hotel, vamos a visitar el museo de la ciudad — dijo, hablando atropelladamente — Nos vemos en apenas unas horas. Cuídate, Yulia, ¡y ten cuidado, cariño, pórtense bien!

Acto seguido la señora Volkova abandonó la línea, y Yulia se quedó atontada con el teléfono pegado a la oreja. Sam la sacudió por los hombros.

—¿Qué te pasa?

—Nada — le dedicó una sonrisa forzada y después cogió mucho aire antes de gritar con todas sus fuerzas — ¡LEO, VEN AQUÍ AHORA MISMO!

Como era de esperar, Leo no apareció.

Yulia cerró con fuerza los ojos y volvió a abrirlos de golpe; después le explicó a Sam, sin entrar en detalles, la conversación que acababa de mantener con su madre. Ella sonrió con fanfarronería cuando repitió la frase «Es un chica fantástica y una buena chica».

—Qué lista es tu madre — musitó.

La joven negó con la cabeza, incrédula.

—Pero ¿es que ni siquiera te preocupa lo que mis padres puedan pensar? ¡Por Dios, mi madre me ha pedido que me cuide! ¡Somos mujeres! — Yulia agitó los brazos. Cuando sus padres llegaran no se atrevería a mirarles a la cara.

Sam se encogió de hombros.

—¿Y…? Está claro que tienes que usar protección — dijo — No tienes idea de la cantidad de enfermedades venéreas que hay hoy en día. Te sorprenderías, en serio.

La morena abrió mucho la boca y se quedó así un buen rato, medio atontada, hasta que terminó propinándole a Sam el segundo manotazo del día. Se lo merecía de veras. La thaí rió como una chiquilla y salió corriendo de la cocina, pero Yulia logró alcanzarla y, cogiéndole por el cuello de la camisa — cosa que molestó mucho a Sam — le pidió que la acompañase para hablar seriamente con Leo.

Su hermano se encontraba tumbado en la cama de su habitación, y una pequeña sonrisita curvaba sus labios, por lo cual Yulia supuso que estaba al tanto de la llamada y que, cuando ella había gritado su nombre, había permanecido callado a propósito. Sam se quedó rezagada en la entrada de la habitación, mirando con aire desdeñoso a su alrededor, como si aquello fuese un criadero de cerdos, mientras que Yulia se adentró hasta situarse al lado de su hermano.

—¿Algún problema, hermanita? — preguntó el hippie, haciéndose el gracioso.

—¿Por qué has tenido que decirle algo así a mamá?

—Si no hubieseis ignorado mi desayuno quizá habría sido más solidario.

—No te lo perdono, Leo — contestó Yulia y le apuntó con un dedo acusador. Sam rió a sus espaldas — ¿Y a ti qué te hace tanta gracia, tonta?

—Sigo disfrutando cada vez que te cabreas.

Yulia salió de la habitación a paso rápido y entró en la suya. Sam la siguió sin pensárselo demasiado. Ella se sentó en la cama y se llevó las manos a la cabeza; la thaí permaneció muy quieta, a su lado, convirtiéndose en una estatua.

—Tampoco es para tanto — comentó Sam, al cabo de un buen rato — Además, tu madre me ama. Me ama casi más de lo que te ama a ti.

Yulia suspiró hondo y le dirigió una punzante mirada.

—Vale, retiro lo último — rectificó ella, alzando las manos en son de paz.

—Sam, es que… no te lo tomes a mal, pero… — Se esforzó por no apartar la mirada de sus ojos marrones mientras procuraba dar con las palabras correctas — pero… tú eres rara. Esto es raro. La situación es rara.

—Tú también eres rara para mí.

—El problema es que yo… no sé cómo podría terminar todo esto — explicó, gesticulando en exceso con las manos; cuando se dio cuenta de ello, las dejó caer sobre su regazo — Es probable que dentro de unas horas intentemos matarnos la una a la otra.

Ella sonrió y se encogió de hombros.

—Bueno, tampoco sería una novedad.

—Ya, pero no es lo normal.

—¿Tú quieres algo normal?, ¿es eso? — Encontró atisbos de valor escondidos en algún lugar remoto y logró mirarle a la cara.

Yulia pareció dudar; entreabrió los labios, pero no logró contestar a las preguntas de Sam. Ella se perdió en el mar de sus ojos y se preguntó si realmente sería posible que estuviesen juntas. Juntas, como esas parejas que paseaban por el parque mientras degustaban un helado. Negó con la cabeza, absorta en sus pensamientos. Lo cierto era que a ella no le agradaba la idea de compartir su comida con nadie…

Volvió a mirarla. Se olvidó del helado, del parque y del resto de las parejas felices. Yulia alzó despacio una mano, trémula, y terminó posándola sobre la mejilla de Sam; ella, sorprendentemente, agradeció el calor de su piel y se le antojó reconfortante. Sonrió y se acercó hacia su rostro regalándole un tímido beso en la comisura de los labios.

—Hagamos algo juntas — le dijo.

Yulia correspondió su sonrisa, y Sam se relajó un poco. Advirtió que llevaba media hora sentada en la cama con todos los músculos del cuerpo en tensión y la mandíbula ligeramente apretada.

—¿Te apetece ir a la feria? — preguntó Yulia, alegre.

La castaña tragó saliva despacio antes de asentir, temiéndose lo peor.


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Mensaje por Fati20 1/29/2024, 3:07 am

Ya no hay vuelta atrás Sam esta bien enamorada de Julia pero quien puede culparla con esa paciencia infinita qué le tiene a sus excéntricidades, siento que esa salida a la feria va a estar muy divertida. Muchos saludos cariño mio 😘😘😘I love youI love youI love you
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Mensaje por Corderito_Agron 1/29/2024, 8:35 pm

Ya se besaron y no pueden hacer nada más hahaha además Sam dónde vas a conseguir a una belleza como yulia en Tailandia ? Perdón por Mon pero yulia te gana en belleza!
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Mensaje por RAINBOW.XANDER 1/30/2024, 7:27 pm

21.Sam se supera a sí misma

A pesar de que apenas eran las seis de la tarde, ya había caído la noche y las estrellas temblaban en la oscura bóveda del cielo. Sam respiró hondo y se colocó bien los guantes de lana. Hacía mucho frío.

—¿Por qué tarda tanto en llegar nuestro taxi? — preguntó, anclada en la acera frente a la casa de Yulia.

Ella terminó de atarse los cordones de las zapatillas antes de mirarle consternada.

—Sam, cielo, no vamos a ir en taxi — le explicó — Estamos esperando a… la limusina o, tal como lo llamamos el resto de los mortales, el autobús.

Sam le dedicó una mueca de asco y dio un paso atrás hasta apoyar la espalda contra la valla de los vecinos.

—¡No pienso montar en otra de esas cosas salidas del infierno! — Chilló, mientras negaba con la cabeza para darle más énfasis a sus palabras — Y no vuelvas a llamarme «cielo».

—Oh, lo he dicho sin pensar. ¡Lo siento, Alteza!

—Pues piensa, Yulia, piensa — concluyó ella, tocándole la cabeza con la punta de uno de sus largos dedos.

Ella tragó saliva despacio, nerviosa, y se preguntó por qué demonios le había dicho a Sam aquella palabra. «Cielo»… Sam podía llegar a ser muchas cosas, pero desde luego no un pedacito de cielo. La palabra «cielo» connotaba un significado angelical o adjetivo como bondad, ternura o humildad. Y todos esos adjetivos eran antónimos de la verdadera personalidad de Sam.

Pasados unos confusos instantes, Yulia empezó a sentirse idiota, ¿qué narices hacía meditando sobre posibles motes cariñosos que utilizar con Sam? Se dijo que aquello era demasiado y se prometió mentalmente no pensar en más tonterías del estilo.

—¿Llamamos a ese taxi hoy o esperamos a que amanezca?

El tono irónico de Sam la devolvió al cruel mundo real. Se cruzó de brazos a la defensiva mientras la tailandesa la miraba atentamente, esperando que ella tomase las riendas de la situación.

—¿No te he dicho ya que vamos a coger el autobús?

—Sí — Sonrió falsamente — ¿Y yo no te he dicho ya que no pienso poner un pie en otra de esas limusinas cutres?

—Sam en serio, ¿por qué no te propones cerrar esa maravillosa bocaza que tienes y divertirte un rato?

—Ya sé que es maravillosa — contestó — Y sí, pienso divertirme, pero antes dame el número de un taxi, yo misma llamaré si hace falta.

—Oh, increíble, ¡piensas marcar un número de teléfono con tus propios dedos! Felicidades — comentó la ojiazul, malhumorada y buscando su propio móvil para darle el número del taxi.

Como era de esperar, Sam llamó y exigió que les recogiesen allí mismo. Fue una suerte que el coche no tardara demasiado en aparecer, pues empezaban a helarse de frío en medio de la calle, y el silencio que les acompañaba era un tanto incómodo para las dos.

Una vez se encontraron dentro del confortable taxi, Yulia le indicó al simpático conductor adónde querían ir y se pusieron en marcha. La morena ladeó la cabeza y observó de reojo el rostro de Sam. Era adorable, especialmente cuando mantenía la boca bien cerrada. Tenía los labios bonitos… Yulia dio un respingo en su asiento ante la gélida mirada que Sam le dirigió de pronto, descubriendo que ella le observaba.
—¿Qué miras?

Yulia se preguntó si en una relación normal entre dos personas la otra persona haría esa misma pregunta cuando pillase a su enamorada contemplándole bajo el silencio de la noche. Seguramente no. Lo más probable era que el otro ser viviente se girase y le dirigiese una tímida sonrisa avergonzada antes de que sus mejillas comenzasen a tornarse ligeramente rojizos. Pero no era el caso: Sam parecía más bien enfadada.

—No te estaba mirando — mintió Yulia finalmente.

—¿Me tomas por tonta o qué?

—Bueno, ¿tanto importa si te miraba o no?

El conductor del taxi les sonrió al tiempo que observaba la discusión a través del espejo.

—Chica, deja que te mire — le sugirió el conductor a Sam.

—¿Por qué no se dedica usted a mirar la carretera, ya que para eso le pagamos? — le reprochó la castaña.

—¡Sam! — Yulia le regaló el tercer manotazo del día.

La tailandesa suspiró hondo antes de girarse y apoyar la frente sobre la ventanilla del taxi. Se sentía terriblemente nerviosa, como nunca lo había estado. Le temblaban las piernas, y se preguntó si realmente conseguiría caminar cuando el taxi les dejase en la feria. Salir con Yulia, a solas, después de haberla besado y dormir con ella, era todo un reto. No estaba segura de estar a la altura. Por primera vez, tenía miedo de no ser la mejor en algo.

Así que, cuando llegaron al recinto ferial, dejó que Yulia bajase en primer lugar y ella se quedó algo rezagada mientras pagaba al taxista. Luego salió, y el coche se alejó y se perdió en la oscuridad de la noche. Ambas se miraron en silencio ancladas frente a la puerta principal.

—¿Entramos? — sugirió Yulia, alzando una ceja.

—Sí — Sam tragó saliva despacio — O no, más bien no.

La ojiazul cerró los ojos con fuerza. Después, tras tomarse unos segundos para ordenar sus ideas, volvió a mirarle.

—¿Qué te ocurre ahora?

Sam balbució algo incomprensible por lo bajo y se acercó hasta ella, torpemente. Yulia sonrió por su nueva faceta patosa y rodeó con los brazos su espalda.

Le estaba abrazando. A Sam le costó un buen rato asimilarlo. Cuando finalmente lo hizo, descubrió que se estaba muy bien ahí, con el rostro camuflado entre su alborotada mata de pelo y el cuerpo pegado al suyo, infundiéndole calor. Se acercó poco a poco hasta su oído, rozando su piel.

—No sé si estoy preparada…

—Sam, por favor, solo es una feria, ¿nunca has ido a una simple feria?

—No.

Yulia respiró hondo.

—Pero he visto ferias en las películas — añadió él rápidamente, como si aquello explicase lo normal que era su vida.

La morena acunó el rostro de Sam entre sus manos y la miró fijamente. Los ojos de ella, cafés y brillantes, siempre le habían parecido extrañamente fríos, pero en aquel momento advirtió en ellos atisbos de temor.

—No te pasará nada — le aseguró — De verdad, no es un lugar peligroso.

—Pero hay gente — recalcó ella con la vista fija en el interior del recinto — Mucha gente…

—La finalidad de la feria es que la gente la visite. Por eso están aquí.

Sam ahogó un quejido. De haber sabido los planes de Yulia con un poco más de antelación, seguramente habría hecho algún chanchullo para alquilar el recinto ferial durante un día entero. Y así habrían podido estar solas allí.

—Además, si en algún momento crees que estás a punto de sufrir un infarto, puedes decírmelo, en serio — le animó Yulia.

—Ah, vale. Eso lo cambia todo — dijo intentando sonreír.

Yulia la cogió de la mano y, sin más preámbulos, le arrastró hacia la puerta y se internaron en el lugar. Todo estaba repleto de luces de colores que parpadeaban aquí y allá, confundiendo a Sam, que nunca había visto algo parecido. Mirase donde mirase encontraba grupos de gente, colas infinitas, puestos de comida… ¡en plena calle!, y desde luego su apariencia no era nada higiénica. Los chiquillos chillaban a su antojo y corrían a lo loco, así que ella tenía que intentar esquivarlos como si aquello fuese una dura prueba que superar.

—Te dije que no era para tanto — le comentó Yulia.

Sam prefirió no añadir nada al respecto, pues no estaba segura de poder decir algo positivo. Alzó la vista y descubrió la enorme noria que parecía elevarse hasta el cielo al son de una rítmica melodía navideña.

—¿Te apetece subir? — le propuso Yulia, señalando la noria.

—¿Qué?, ¿te has vuelto loca? — La miró con los ojos desorbitados — Yulia, ahí arriba la gente muere.

—Sam, nadie muere en la noria. Es totalmente segura.

—Creo que estás un poco desinformada — le aseguró — Yo he ojeado numerosas estadísticas al respecto y te aseguro que en ese cartel donde pone «Ven a la noria y disfruta», debería poner más bien «Ven a la noria a suicidarte».

Yulia se quedó un poco atontada tras la respuesta de Sam y le costó procesarla. Teniendo en cuenta que la noria era una de las atracciones más calmadas, se preguntó en cuál podrían subir. Seguramente en ninguna. Dedujo que pasarían el rato criticando las atracciones y, como punto extra, más tarde elaborarían en casa algún informe que tratase sobre la inseguridad de los recintos feriales. Ese sería el plan perfecto para su acompañante.

—Pero, bueno, pensándolo bien… — Sam se pasó una mano por la frente y se apartó los mechones de cabello hacia atrás — de algo tenemos que morir, ¿no? Así que, en fin, supongo que puedo montar en la noria del suicidio.

Yulia sonrió ampliamente y echó a andar directa hacia la rueda que giraba en medio de la noche. Sam la siguió satisfecha. En realidad había oído muchas veces aquella frase salir de los labios de Leo; especialmente cuando se liaba las «hierbas medicinales» acostumbraba añadir: «De algo hay que morir, ¿no?». Sam decidió que plagiaría alguna más de sus creaciones.

Dejó que ella comprara dos tickets para la atracción, y mientras esperaban a que el turno anterior terminase, ojeó con desconfianza al tipo que vendía las entradas dentro de un pequeño puesto de cristal. Finalmente, decidió acercarse.

—Hola —le saludó.

—¿Cuántos tickets quieres? — preguntó el otro con tono monótono.

—No, ya hemos comprado.

—Ah, pues no hacemos devoluciones, lo siento.

—En realidad lo que quería era saber si usted podría enseñarme el contrato del seguro de la atracción — dijo al fin.

Yulia, a su lado, deseó que la tierra se la tragase.

—¿El contrato de qué…?

—El contrato del seguro —repitió Sam.

—Digamos que no lo tenemos aquí ahora mismo — contestó el hombre rascándose el mentón — Pero confíe en mí: la atracción está en orden.

—Me gustaría comprobar ese orden por escrito.

—Ya le he dicho que no tenemos los papeles aquí — dijo, y, por el tono de su voz, Sam dedujo que empezaba a enfadarse.

Yulia advirtió que el turno anterior había terminado y, cogiendo a Sam de la chaqueta, la arrastró hasta la noria. Le costó que subiese, ya que sus pies parecían haberse pegado al suelo.

—Vamos, Sam, ya hemos pagado los tickets.

Con un brusco empujón logró meterla en la especie de carruaje donde debían acomodarse. Antes de que la noria se pusiera en movimiento, Sam estudió los tornillos y los engranajes que encontraba a su alrededor, como si fuese un inspector de seguridad; Yulia, cansada, le permitió que hiciese lo que le viniera en gana y se dedicó a contemplar a la gente que iba y venía por el recinto.

— ¿Todo en orden, inspectora? — le preguntó, cuando la thaí volvió a sentarse.

—No estoy segura —Suspiró apesadumbrada — Uno de los tornillos está un poco oxidado.

Yulia rió con ganas.

—A mí no me hace gracia.

— ¡Pero de algo hay que morir, Sam! — exclamó ella, repitiendo sus mismas palabras y riendo todavía más.

La castaña frunció el ceño con desagrado y se cruzó de brazos, ante lo cual Yulia contestó inclinándose y dándole un pequeño beso. El carruaje se balanceó por el movimiento y Sam tembló.

—Ven aquí — le pidió ella — siéntate a mi lado, yo te protegeré — añadió, tras proferir una sonora carcajada.

—¿Crees que soy una cobarde, verdad? — inquirió ella, entrecerrando los ojos y mirándola con odio.

—No, claro que no — le aseguró — Lo que ocurre es que es normal que tengas miedo, teniendo en cuenta que el máximo riesgo que has corrido en tu vida ha sido coger una rosa que podía pincharte.

—Ni eso — Sonrió con aire de suficiencia — Tenemos varios jardineros.

¡Era tan… repelente! Yulia suspiró y se levantó para sentarse a su lado. Le rodeó con un brazo con ademán protector y la atrajo hacia sí, pegando su cuerpo al suyo. Cuando sonó una especie de bocina que indicaba que la atracción iba a empezar, Sam estuvo a punto de levantarse y marcharse, pero Yulia la retuvo entre los brazos mientras reía divertida.

Su carruaje comenzó a ascender lentamente. El viento frío provocaba que su cabina se balancease un poco, dándole una sensación de inestabilidad. Sam cerró los ojos y agradeció que Yulia la abrazara de lado. Probablemente, aquella era la mayor locura que había cometido en toda su vida.

—Abre los ojos — le pidió Yulia, al cabo de un minuto largo.

—Ni de coña.

—Vamos, Sam las vistas son muy bonitas desde aquí.

—Descríbemelas, que yo te escucho y me lo puedo imaginar.

Ella jugueteó un poco con su cabello largo, enrollando algunos mechones suaves entre sus dedos.

—Mira, si abres los ojos, te prometo que ordenaré mi armario — le dijo al fin.

Y entonces ella los abrió y sonrió. Clavó la vista en el suelo.

—¿En serio?

—Claro que sí.

—Está bien — Respiró hondo antes de alzar la cabeza y perderse en la vista de la enorme ciudad que se dibujaba a grandes trazos ante sus ojos. Era realmente asombroso y le gustó la lejanía de las luces del centro, tintineando en el horizonte.

—¿No te parece bonito? — pregunto Yulia, emocionada.

—Lo justo y necesario.

Realmente sí, sí le parecía bonito, pero reconocerlo ante ella podría haberse considerado un delito contra la ley, así que se contuvo. Echó la cabeza hacia atrás, mientras Yulia enrollaba mechones de su pelo en sus pequeños dedos, y sonrió, notando la calma que se apoderaba nuevamente de ella.

Todavía se preguntaba de dónde demonios había sacado el valor suficiente para besarla, en la discoteca Buterffly. Es más, seguía preguntándose cómo era posible que se encontrase allí con Yulia, en la feria, dejando que ella le acariciara el pelo. No tenía intención de apartarla, y eso, en parte, asustó.

Cuando la atracción finalizó y bajaron de la noria, Yulia corrió directo hacia los coches de choque, y a Sam le faltó tiempo para seguirla a toda prisa. La joven señaló animadamente los coches.

—¡Qué ganas tenía de montar en esta! — exclamó emocionada.

Sam frunció el ceño.

—¿El juego consiste en chocar contra los demás?

—Exacto, ¿a qué es divertido?

—Oh, claro, ¿por qué visitar museos o bibliotecas si podemos chocar los unos contra los otros?

—Sam, no empieces — le regañó ella.

—En serio, golpearse voluntariamente es una práctica poco productiva — Miró alrededor, asustada — Retrocedemos en el tiempo y nos convertimos en neandertales; de verdad, ya ni me sorprendería que los americanos vistiesen con taparrabos de piel y llevasen palos de madera ardiendo en las manos…

—Como no te calles, la que acabará ardiendo a causa de los golpes que pienso darte serás tú —le amenazó— Y ahora junta esos bonitos labios que tienes y concéntrate en mantenerlos bien cerrados. Yo iré a comprar las entradas.


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BESOS DE MURCIÉLAGO // Silvia Hervás - Página 4 Empty Re: BESOS DE MURCIÉLAGO // Silvia Hervás

Mensaje por Corderito_Agron 1/31/2024, 1:41 pm

Listo, ya Sam cayó en las redes del amor 😍
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BESOS DE MURCIÉLAGO // Silvia Hervás - Página 4 Empty Re: BESOS DE MURCIÉLAGO // Silvia Hervás

Mensaje por LeaAgronsky 1/31/2024, 7:57 pm

Amo la paciencia de yulia I love you
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BESOS DE MURCIÉLAGO // Silvia Hervás - Página 4 Empty Re: BESOS DE MURCIÉLAGO // Silvia Hervás

Mensaje por Fati20 1/31/2024, 8:32 pm

Sam enamorada es muy linda y bueno sus quejas y excéntricidades son parte de su encanto. Me recuerda a la verdadera Freen q no le gustan ninguna de esas "actividades extremas" ella es más de ir a comer a la playa y Becky siempre la quiere llevar a nadar con tiburones o tirarse del bungee 🤣🤣🤣. Saludos cariño de mi corazón, feliz noche 😘😘😘I love youI love you
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BESOS DE MURCIÉLAGO // Silvia Hervás - Página 4 Empty Re: BESOS DE MURCIÉLAGO // Silvia Hervás

Mensaje por LenaVolkova66 2/1/2024, 5:38 am

Tal vez yulia no se había dado cuenta pero estuvo siempre enamorada de Sam y está de ella 😍
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BESOS DE MURCIÉLAGO // Silvia Hervás - Página 4 Empty Re: BESOS DE MURCIÉLAGO // Silvia Hervás

Mensaje por RAINBOW.XANDER 2/2/2024, 8:14 pm

22.Todo el mundo tiene un pasado

Sam se empeñó en montar en el mismo coche que Yulia. No quería estar sola cuando la guerra empezara. Se sentó —como buenamente pudo, dado el escaso espacio— en el asiento del copiloto mientras la morena asía con fuerza el volante del cochecito. Sam respiró hondo y ojeó a sus contrincantes, que se encontraban en el perímetro de la pista. En realidad la mayoría eran críos, aunque algunos iban acompañados por sus fornidos padres.

—No sé si podremos superarlo — dijo.
—Sam, no hay nada que superar —aseguró Yulia — Lo único que pasará es que te darán unos cuantos golpecitos.

La castaña se cruzó de brazos y la miró cabreada.

—¿Te parece poco?, ¿estamos locas o qué? —Siguió, alzando el tono de voz— ¡He pagado para que me peguen!

—¡Chist!, ya empieza.

Sonó un pitido que se extendió por la pista e inundó sus oídos. El coche empezó a moverse. Sam se cogió del brazo de Yulia y del otro extremo de la supuesta puerta. Se miró el torso y advirtió un pequeño detalle que se le había pasado por alto.

—¡Madre mía, pero si no hay cinturones! —exclamó, consternada.

—No son necesarios —concluyó Yulia, y cuando Sam alzó la vista descubrió que estaban a punto de chocar contra un coche que llevaba un niño de unos seis años.

El impacto fue brutal, o al menos eso le pareció a ella. Sam meditó sobre si aquel juego afectaría en exceso a su delicada columna vertebral. Sin embargo, cuando vio el rostro enfurruñado del niño, se alegró de haberle dado ese golpe.

—¡Cómete esa! —Le gritó y después miró a la chica — Muy bien, Yulia, veo que vas aprendiendo…

—Pero si tú no tienes ni idea, ¿por qué me dices eso? — Dio un volantazo y Sam arqueó el cuerpo hacia el lado contrario con la intención de no caer. No es que la velocidad fuese demasiado elevada, pero siempre era mejor prevenir que curar.

—¡Venga, va, déjate de historias y machaca a la niña de allá! — le ordenó, señalando un coche azul.

Yulia entornó los ojos, pero sonrió y se dirigió hacia la niña. Hasta en los coches de choque Sam necesitaba dar órdenes y sugerencias. Esta vez, a sabiendas de lo que le esperaba, se cogió bien antes del impacto y rió malévola ante la decepcionada expresión que surcó el rostro de la cría.

Sin embargo, su risa se apagó cuando otro coche les dio a ellas por detrás. Era el vehículo de un niño pelirrojo acompañado de su padre, un fortachón entrado en la cuarentena. Sam se giró cabreada y alzó un puño amenazador al que el señor respondió con una suave carcajada. A Sam no le gustaba perder, ni siquiera en los coches de choque.

—Yulia, vamos, ese viejo es nuestro próximo objetivo. Tenemos que ganar.

—Cariño, cuando te emocionas así, me recuerdas a Voldemort.

Sam arrugó la nariz, molesta. ¿Por qué le llamaba «cariño»?, eso sonaba demasiado… formal. ¿Tenían una relación formal? No estaba segura. Lo curioso era que por alguna extraña razón las palabras cariñosas que Yulia le dedicaba sonaban bien. Quizá porque no las pensaba antes y se le escapaban solas, naturales, sin formar parte de frases forzadas. De todos modos, Sam continuó en sus trece.

—Deja de llamarme cariño, cielo o Voldemort. Gracias.

Como toda respuesta, Yulia estampó el coche contra una esquina, adrede, lo que le pilló de improviso. Ella respiró hondo, mientras la morena daba la vuelta.

—¿Quieres romperme el cuello o qué? — se quejó, frotándose el hombro derecho.

—No sé, deja que me lo piense —contestó la ojiazul, decidida — Aún tengo dudas.

Chocaron contra algunos coches más antes de que la bocina sonase y se acabase su turno. Salieron de la atracción, Sam algo mareada, y la morena con la adrenalina recorriendo todo su cuerpo. Señaló un puesto de maquinitas repleto de ositos de peluche.

—¡Qué monada! ¡Yo quiero uno de esos!

Sam la siguió hasta la máquina. En el extremo superior había una especie de pinza que al parecer servía para agarrar los pulgosos osos. Pagando, claro.

—¿Y para qué quieres más peluches? Tienes toda la cama llena —le recordó, como si ella no lo supiese perfectamente — Además, está demostrado que estos artilugios son dañinos para la salud.

Yulia rió.

—¿Los peluches son malos para la salud?

—Claro. El polvo se acumula en ellos.

—Sam, me da igual —Le hizo a un lado sin miramientos — Aparta, quiero conseguir uno de esos.

—Pareces una cría — concluyó la thaí. Era verdad, aunque también era cierto que todavía no sabía si esa característica suya le gustaba o no. Tenía serias dudas al respecto — Bueno, déjame a mí.

Se hizo un hueco, y, tras echar una moneda en la ranura correspondiente, cogió con fuerza los mandos de la máquina. Parecía fácil, pero no lo era. La pinza apenas tenía fuerza, y, aunque conseguía coger el maldito peluche del oso que le miraba sonriente, después este caía inerte y volvía a mezclarse con el montón que reposaba al fondo.

—¡Es un timo, Yulia!

—Da igual. Quiero el oso — dijo enfurruñada, y metió otra moneda.

Sam nunca se iba sin terminar de hacer lo que se había propuesto. Así que, casi veinte minutos después, le tendió a Yulia el oso que había conseguido, y comenzaron a caminar por el recinto de la feria con dieciocho euros menos en los bolsillos. La castaña se planteó que, por ese precio, habría podido comprarle tres o cuatro peluches en una tienda normal, pero prefirió no comentárselo.

—Y ahora, ¿qué hacemos? — preguntó, mirándola de reojo con cierta inseguridad.

Yulia abrazó el peluche con una mano y deslizó la otra hacia ella, entrelazando sus dedos con los de Sam. La thaí tenía la piel fría, pero muy suave. Siguieron andando en silencio.

A Sam le molestaba un poco caminar al lado de Yulia, cogidas de la mano, porque ella se paraba cada dos por tres a ver cosas poco interesantes y le arrastraba allá donde iba. Sin embargo, la calidez de su mano le reconfortaba y hacía soportable la situación. Torció el gesto cuando la morena le soltó para acariciar a un perro que pasaba por allí. El animal se restregó felizmente por sus piernas y le azotó el pantalón con la cola, que se movía frenética de un lado a otro.

Ella bostezó. Afortunadamente, a su derecha, descubrió un puesto donde hacían algodones de azúcar. Le encantaba el algodón de azúcar. Supuso que no sería tan delicioso como el que su cocinero solía elaborar, pero aún así quiso comprar uno. Contempló detalladamente cómo lo hacía, asegurándose de que la chica del puesto no lo tocase con las manos o echase algo raro en su preciado algodón. Al parecer todo estaba en orden. Pagó y regresó al lado de Yulia.

Aquel algodón de azúcar estaba bastante bueno. Lo degustó y dejó que se deshiciera en su boca lentamente. Algo —o alguien; mejor dicho, alguien— interrumpió su aperitivo. Yulia alzó sin miramientos una mano y le quitó un trozo de algodón.

—¿Se puede saber qué narices haces? — Sam la miró, sorprendida.

—Coger un poco, ¿acaso es solo para ti? — Ella rió, tras metérselo en la boca.

¡Qué pregunta más tonta! Lo cierto era que sí. Era solo para ella.

—Claro —Suspiró— ¿Por qué no te compras tú otro?

—Este es muy grande, podemos compartirlo.

—¿Compartir? —Ladeó la cabeza— Acabas de acariciar a un sucio perro.

—Ya, ¿y…?

—No te ofendas, pero no quiero que metas tus manos en mi comida.

Yulia permaneció callada, observándole fijamente. Al parecer hablaba en serio. Al principio pensó que se trataba de una de sus tantas bromas. Pero no era así.

—Ah, vale, lo siento —Le dedicó una mueca desagradable — ¡Cómetelo tú todo! ¡Ojalá te atragantes!

Sam negó con la cabeza y le tendió el algodón de azúcar. Yulia lo cogió con la mano, cada vez más confundida.

—¿Lo compartes? — le preguntó.

—No —Sam apretó los labios con asco— Lo has tocado, así que ya no puedo comérmelo. Gracias por estropearme la merienda.

Y comenzó a caminar de nuevo calle abajo, esquivando a los niños que correteaban descontrolados por el interior del recinto. Yulia siguió sus pasos, tras darle otro bocado al algodón de azúcar, que ahora le pertenecía. Sonrió tontamente. Qué delicada era Sam.

—¿Quieres que compremos otro? —le preguntó, con ternura.

—No — La castaña contempló el enorme algodón rosa — Yo quería ese —añadió, señalándolo.

—Todos son iguales.

—Te equivocas, este era más redondeado que el resto. Lo he notado incluso antes de que la chica terminara de hacerlo.

—¿Importa realmente que sea más o menos redondeado? — Yulia rió.

—Por supuesto — Se cruzó de brazos— A mayor redondez, mayor perfección. No sé cómo no conoces esa regla.

Yulia arqueó las cejas.

—¿Porque no existe, quizá…?

Sam respiró hondo. Tenía ganas de besarla. No quería seguir discutiendo ni tampoco deseaba explicarle el funcionamiento de «la regla de la redondez y la perfección», porque dudaba que fuese a entenderla. Y a ella no le gustaba perder su valioso tiempo en vano. Contempló los labios de Yulia; ¿tenía permiso permanente para besarla cuando le viniese en gana? Se sentía insegura al respecto. Después el algodón volvió a captar su atención, al ver que ella se lo seguía comiendo.

—Vale, terminemos con este asunto —le dijo — Tira el algodón a la basura. Si no lo puedo tener yo, tú tampoco.

—¿Qué? Pero ¿cómo puedes ser tan egoísta? — protestó la ojiazul.

—No es egoísmo, es justicia.

—¿Tanto te molesta que me lo coma yo?

—Claro que sí.

La pelinegra bufó y siguió su camino, dándole otro mordisco a la enorme nube rosa; no estaba dispuesta a tirar la comida por una rabieta de Sam. La tailandesa insistió.

—He dicho que te deshagas de él.

—No.

—Lo haré yo, entonces.

Sam intentó arrebatarle el maldito algodón de azúcar y Yulia se preguntó qué pensaría la gente de la feria que les miraba. Dos jóvenes discutiendo por su merienda. Yulia no se iba a quedar atrás. Le mordió la mano, y ella soltó el palo de madera, gritando dolorida, pero luego no tuvo miramientos cuando le clavó las uñas en el brazo.

—¡SUÉLTALO! —le exigió— Además, lo he pagado yo, es mío.

—¡Me lo has regalado! Así que ahora me pertenece —contestó, en medio del forcejeo.

Una pareja de ancianos, acompañados por sus nietos, les miraban entretenidos por el espectáculo gratuito.

Sam logró arrebatarle el algodón rosa, y Yulia sin rendirse y llena de rabia, le hizo cosquillas. Ella se retorció como loca. Había encontrado uno de sus puntos débiles. Desgraciadamente, a causa de las cosquillas Sam dejó caer el algodón al suelo, marcando su final definitivo.

—¡Para, para, Yulia, te lo ruego! — Sam giró sobre sí misma, intentando deshacerse de ella.

—¡Te lo mereces!

La tailandesa logró cogerla del brazo y, con un rápido movimiento, la estampó contra la parte trasera de una caseta de metal donde hacían perritos calientes. Yulia abrió mucho la boca, sorprendida. Se miraron agitadas, respirando entrecortadamente tras la pelea. Los abuelos, al otro lado, les seguían mirando sonrientes, como si de algún modo pudiesen entender su extraña relación, el enigmático modo en que se decían «Me gustas» sin palabras. Sam sonrió un poco, cuando recuperó el aliento.

—¿Me das un beso?

Alzó la cabeza. La voz de Yulia le hizo estremecer. Dio un paso al frente y ella le rodeó con los brazos, como si intentase abarcar todo su cuerpo con sus pequeñas manos. Sam se inclinó y la besó despacio. Ella cerró los ojos y se pegó a ella todo lo que pudo, intentando que nada se interpusiera entre las dos. Sonrió. Le dio otro beso, y otro más… y se preguntó si era posible vivir solo a base de besos. A ella le hubiese gustado que existiese esa posibilidad. Yulia rió cuando los labios de la castaña ascendieron lentamente por su rostro y rozaron su nariz delicadamente, luego sus párpados y las mejillas. Infinitos escalofríos se adueñaron de sus sentidos. Y después un beso fugaz, en los labios, antes de que ella apoyase su frente contra la de ella y se quedase ahí, quieta, respirando nerviosa y mirándola fijamente. La frialdad de sus ojos café se esfumó unos instantes.

—Si quieres te compro otro algodón de azúcar —le propuso, hablándole en susurros.

Yulia se estremeció al sentir su aliento cálido tan cerca de ella.

—Olvídalo.

Y mientras la observaba casi sin pestañear, Sam reflexionó sobre cómo habían llegado a esa situación. Apenas dos semanas atrás, ambas se odiaban. Ahora se besaban. Un cambio algo brusco. Habían pasado demasiadas horas juntas, quizá. Respiró hondo al tiempo que le retiraba algunos mechones de cabello que enmarcaban su aniñado rostro.

—¿Sabes una cosa? — Curvó los labios con ternura — En el fondo, a veces, incluso pareces una chica dulce. Actúas muy bien.

—Y tú. A ratos llego a pensar que eres humana — Rió tímidamente — ¿De qué planeta te caíste, Sam?

Ella también rió y le dio un último beso antes de separarse un poco de ella y rodear su cintura con el brazo. Suspiró y miró alrededor, perdiéndose en las luces intermitentes que se agitaban por todos lados.

—¿Volvemos a casa? — preguntó Yulia.

—Mejor aún, si quieres nos acercamos al centro y cenamos — propuso la thaí.

Yulia asintió. Anduvieron en silencio, sin soltarse, hasta la salida del recinto. Cada vez hacía más frío. Yulia decidió llamar a un taxi —para variar—, dado que sus piernas, contrariamente a las del resto de los mortales, al parecer no habían sido creadas para caminar. Una vez dejaron atrás los gritos histéricos de la multitud y los villancicos navideños, se acomodaron en un banco de madera, esperando el taxi.

La pelinegra tiritó y agradeció que las mangas de la sudadera le fuesen grandes, así podía cobijar las manos en su interior. Miró a Sam, sentada rígida, con la espalda recta sobre el banco, y se inclinó un poco, para luego comenzar a escalar por sus rodillas.

—¿Qué haces? — Estudió sus movimientos con desconcierto.

Ah, vale, ahora lo entendía. Yulia acababa de sentarse sobre sus piernas, de lado. Luego se dejó caer y apoyó la cabeza sobre su pecho. Bostezó. Sam sonrió sin siquiera darse cuenta y la abrazó. Le frotó la espalda, calentándola.

El silencio no era incómodo, era tranquilizador.

—¿Sabes algo de Elena? — le preguntó Sam, pasado un rato, al recordar el espectáculo que había montado delante de ella en la discoteca durante el cumpleaños de Leo.

Yulia negó con la cabeza, frotándose de lado a lado en su cuello. Entonces, dejando atrás la calma que se había apoderado de ella, abrió los ojos de golpe. Recordó la conversación de algunos días atrás respecto a las experiencias que habían tenido en sus relaciones. Hacía tiempo que deseaba retomar el tema, pues pensaba demasiado en ello, como una cría. Cogió mucho aire de golpe, antes de hablar.

—Sam, ¿con quién fue tu primera vez?, ¿estuviste mucho tiempo saliendo con ella?

La castaña la miró extrañada y algo molesta. ¿Por qué Yulia siempre tenía que romper todos los buenos momentos que compartían?, ¿por qué tenía que ser tan complicada y retorcida?, ¿no le bastaba tenerla ahí, para ella, ya sin ningún tipo de duda?

—¿Por qué me preguntas eso?

—Quiero saberlo —Yulia se incorporó levemente hasta que sus rostros quedaron el uno frente al otro — Va, dímelo.

Sam resopló antes de contestar.

—No estuvimos saliendo mucho tiempo, porque me dejó — Evitó su mirada y se entretuvo observando el movimiento de las hojas de un árbol que se encontraba a su derecha — Se llamaba Mon. Era una amiga, íbamos al mismo instituto.

—¿Y por qué te dejó?

La pregunta maldita. A Sam le costó unos segundos volver a mirar a Yulia y perderse en el mar de sus ojos. Y luego las palabras se escaparon solas de sus labios, sin que pudiese hacer nada por detenerlas.

—Yo… — balbució, confundida — Yulia, la engañé. Me acosté con otra.

El momento tierno se quebró bruscamente, como una elegante copa repleta de champán que se derrama por el suelo tras el tintineo que produce el cristal cuando se rompe. Yulia la miró, cuestionándose si la chica tailandesa de mirada café que se encontraba a escasos centímetros de ella era Sam, su Sam. Intentó sumergirse en sus palabras y encontrar entre ellas a la joven siempre correcta e inocente a la que creía haber conocido.

Pero allí, en el fondo de su mirada, no había nada. Solo un vacío infinito que se extendía hasta su propio corazón.

La curiosidad la empujó a hacerse una pregunta: ¿hasta qué punto conocía ella a la verdadera Sam?

Apenas sabía nada de su pasado y todavía no entendía el entorno en el que había crecido… pero sí sabía una cosa de Sam: era humana. Porque, al fin y al cabo, solo un humano puede ser tan cabrona como para engañar a su pareja.

Yulia se levantó de las piernas de Sam y comenzó a caminar calle abajo, dejando atrás el lugar donde el taxi debía recogerlas; con las manos en la boca, soplándoselas en el vano intento de entrar en calor. Sabía que Sam seguía sus pasos, pero poco le importaba. Se encontraba absorta en sus pensamientos. Imaginaba a Sam engañando y traicionando… Esa no era la niña grande que a ella tanto le gustaba.

Sam la alcanzó y, cogiéndola de la barbilla, la obligó a mirarle. Las pupilas café de ella parecían temblar en medio de la oscuridad.

—Yulia…

La morena oyó su voz lejana, perdida en la noche, pero no quiso dejar de mirarle.

—¿Quién demonios eres, Sam?

La thaí se acobardó ante su pregunta. ¿Quién era?, ni siquiera sabía responderse a sí misma. Quizá era un poco de todo. Acababa de decepcionarla. Sam había deseado mentirle y asegurarle que aquella primera novia le dejó injustamente, pero no había sido capaz de engañarla. No a ella, al menos. Yulia, siempre tan natural, clara y transparente, siempre tan… ella. Así que optó por decir la verdad. Y ahora empezaba a dudar de si realmente había hecho lo correcto.

—Tal vez soy más normal de lo que piensas.

Yulia sintió unas ganas terribles de llorar.

—¿Normal?, ¿de verdad crees que por hacer lo que hiciste eres más normal?

—No, no es eso.

Sam se mordió el labio inferior, indecisa. Se sentía acorralada, se sentía extraña. Toda su seguridad deslizándose lentamente hasta terminar en el suelo de una calle cualquiera, todo su orgullo escondido en algún lugar remoto que no lograba encontrar.

Yulia ya no estaba mirándole. Ahora lo hacía una niña; la niña que Yulia había sido y que probablemente muy en el fondo seguía siendo. Un alma limpia a la que acaban de confesarle que no existe Papá Noel ni el Hada de los dientes, una espectadora ilusionada que contempla cómo su ídolo cae lentamente del pedestal que ella misma había alzado. Y, por alguna extraña razón, Sam tenía unas ganas increíbles de decirle: «¿Ahora te das cuenta de que Peter Pan no existe?, ¿ahora descubres que los príncipes solo viven cobijados en los cuentos? Te sorprende mi pasado, te asustas de la realidad, de algo que está a la orden del día, ¿y era yo quien vivía en un mundo aparte?».

Pero no dijo nada, porque la inocencia dibujada en su rostro le aturdió de golpe y sus ideas se volvieron densas, como hilos enmarañados que se le enredaban en los labios, impidiéndole hablar.

Un taxi aparcó en el otro extremo de la calle, al lado del banco donde minutos atrás lo habían estado esperando. Sam permaneció quieta como una escultura griega mientras contemplaba cómo Yulia se marchaba, caminando con paso decidido. La vio entrar en el taxi y cerrar la puerta con brusquedad. Instantes después las luces del coche se tornaron más pequeñas y difusas hasta terminar desapareciendo cuando giró por una esquina.

«Tu primera cita con Yulia; esta vez te has lucido, idiota», se dijo a sí misma. Regresó al banco de madera y se sentó allí. Echó en falta el cuerpo de Yulia sentada sobre el suyo. Contempló durante un buen rato el vaho que emanaban sus labios y pensó que quizá se trataba de su propia alma, que se escapaba de su cuerpo y se unía con sigilo a la noche.

Sam aún recordaba la tarde que le confesó a Mon lo que había ocurrido. Ella lloró, tras intentar abofetearle, y ella se marchó del parque donde se encontraban sin siquiera decirle adiós. A día de hoy, todavía seguía preguntándose por qué la había engañado. Quizá fuese porque le gustaba más la otra —una chica a la que conoció en la fiesta del cumpleaños de Adam y cuyo nombre ni siquiera recordaba—, quizá también porque no estaba realmente enamorada de Mon, o porque cuando la miraba no sentía lo mismo que cuando miraba a… Yulia.

Suspiró. Sacó el teléfono del bolsillo de su chaqueta y buscó el número que le habían dado apenas un día antes, cuando se tomaban una cerveza sentadas en los taburetes de la discoteca y mientras Yulia bailaba. Finalmente, tras pensárselo un momento, hizo algo que jamás habría imaginado: presionó el botón de color verde.

—¿Diga? —respondió una voz tranquila al otro lado de la línea.

Sam tosió antes de hablar.

—Gorth, soy Sam—dijo— ¿Estás ocupado?

— ¡Ah, hola! No, la verdad es que no —contestó—. ¿Te ocurre algo…?

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Mensaje por soy_yulia_volkova 2/2/2024, 8:41 pm

Hay no Sam cómo vas a engañar a Mon así 🤪 y luego soltarselo de una a la pobre yulia que te quiere? Te costará una fortuna retenerla ahora
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Mensaje por Corderito_Agron 2/3/2024, 5:31 am

No eres tan perfecta entonces como quieres aparentar, Sam 💅 pero al memos no le fuiste falsa a yulia y le dijiste la verdad y ahora, te toca contentarla. Tu puedes, Sam, yulia te quiere
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Mensaje por LeaAgronsky 2/3/2024, 5:34 am

Ay no es mi yulis jajaja porque si Sam le pegó el cuerno a Mon, que es el amor de su vida jajaja que quedará para vos? Mejor ve y busca a Lenita que se muere por vos
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Mensaje por Fati20 2/3/2024, 9:45 am

Quizás julia sea demasiado ingenua y buena porque yo creo q es muy bueno la sinceridad de Sam y que un error no la convierte en otra persona. Ahora mi encantadora Mon resultó una cachua q no querían 💔💔💔💔. Muchos saludos cariño mio I love youI love you😘😘
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Mensaje por RAINBOW.XANDER 2/3/2024, 7:34 pm

23.Las piedras del camino

Tras la llamada, casi media hora después, un coche negro apareció frente a su banco y subió en el asiento del copiloto sin mediar palabra. Se colocó bien el cinturón de seguridad y, una vez hubo revisado dos veces el enganche, se dignó mirar al conductor.

—¿Qué es exactamente lo que ha pasado? — preguntó Gorth, mientras conducía calle abajo y terminaba dirigiéndose hacia la avenida principal.

Sam resopló molesta. Ahora no sabía si había sido una buena idea llamarle. Pero la noche del cumpleaños de Leo advirtió que Yulia le tenía bastante cariño al Chico Arma, ya que no dejaba de defenderle. Y teniendo en cuenta que era, al parecer, la única persona mínimamente inteligente de todas cuantas había conocido durante aquellos días… acudir a él había sido su única opción.

Pese a sentirse ligeramente culpable, le había molestado la reacción de Yulia. ¿Por qué había salido corriendo? ¡A ella no la había engañado, así que no le parecía justo que se comportase así! Después del descarado abandono, no se sentía con fuerzas para regresar y presentarse en la casa de los Volkov. Todavía le quedaba algo de orgullo.

—Hemos hablado de mi pasado — le confesó, hablando en voz baja — Solo le he contado que engañé con otra a mi primera novia. Y se ha enfadado.

—¿Ha gritado mucho? — Gorth le miró de reojo, sin dejar de conducir.

—No, nada — suspiró — Lo único que me ha dicho ha sido: «¿Quién demonios eres, Sam?» — repitió con retintín, intentando imitar la voz de Yulia.

—Entiendo. Eso significa que el cabreo es grande.

—Ah — exclamó sorprendida — ¿Yulia tiene un lenguaje especial respecto a sus enfados? Me ayudaría mucho aprendérmelo de memoria, la verdad.

Gorth rió ante sus palabras.

—No exactamente — Chasqueó los dedos — Pero esas cosas se saben con el paso del tiempo, cuando conoces a una persona.

Gorth aparcó el coche frente a una acogedora cafetería y poco después ambos entraron en ella. Se acomodaron en la mesa que Sam eligió —tras evaluar detenidamente la suciedad camuflada en su superficie— y pidió un zumo de naranja natural, contrariamente a Gorth, que optó por un buen tazón de café con leche.

—Vale, a ver si consigo aclararme —El Chico Arma se llevó las manos a la frente, apartándose algunos mechones de pelo — Todo iba perfecto, hasta que le has confesado que tiempo atrás engañaste a una chica, ¿cierto?

Sam asintió con la cabeza.

—Deberías haber supuesto que Yulia, en realidad, es bastante… inocente. No sé si sabes a qué me refiero.

—Sí.

Ladeó la cabeza y observó la ropa de su compañero. No le gustaba la calavera que colgaba de su cuello ni tampoco aquella gabardina negra y larga que le recordaba a la capa de La Muerte. Continuaba pintándose los ojos, y Sam se preguntaba si las profundas ojeras eran naturales o también fruto de un estrafalario maquillaje.

—¿Tú quieres estar con ella?

La cuestión le pilló desprevenida. Alzó la cabeza y miró fijamente a Gorth, algo confusa. Habría sido más fácil charlar sobre lo ocurrido en la feria que enfrentarse a esa peligrosa pregunta. Porque ella no quería pensar en ello. Claro, se sentía bien a su lado. Demasiado bien, incluso. Pero ¿qué ocurriría cuando tuviese que regresar a Tailandia?, ¿Qué pasaría con ellas? Quizá ya era tarde para reflexionar sobre todo aquello. Sam no había advertido exactamente en qué momento sus sentimientos hacia Yulia cambiaron. Probablemente porque se trató de un proceso lento y progresivo, casi imperceptible hasta para ella misma.

—Sí.

—Vale — Gorth sonrió — esa era la respuesta que estaba esperando.

—Y ahora, ¿qué? —Insistió— ¿qué se supone que debo hacer?

Gorth se encogió de hombros, sin dejar de sonreír.

—Tú sabrás. No es asunto mío.

Sam parpadeó en exceso, molesta.

—¿Para qué demonios me molesto en llamarte si ni siquiera me ayudas?

—Quizá a veces sea bueno tener un poco de compañía —contestó Gorth, ahora más serio.

—No necesito compañía, no necesito a nadie, ¿entiendes? —Le señaló con un dedo acusador, cabreada sin saber muy bien por qué — Puedo valerme por mí misma, siempre lo he hecho.

—Entonces, ¿por qué has acudido a mí?

Sam frunció los labios, y un tenso silencio se instaló entre ellos. Gorth la miró con cariño, tras darle tranquilamente un sorbo a su café con leche.

—¿Necesitas un lugar donde pasar la noche? Puedes quedarte en mi casa, si quieres — le ofreció.

Sam respiró hondo, recobrando la compostura y calmándose de nuevo. En realidad no tenía ninguna razón para enfadarse con Gorth. Bastante había hecho el Chico Arma acudiendo a su encuentro aún cuando apenas le conocía.

—No, pero te agradecería que me llevaras a casa de Yulia.

—Eso está hecho.

Terminaron de tomarse sus bebidas mientras charlaban sobre temas que nada tenían que ver con la joven que se apoderaba de la mente de Sam. Hablaron sobre el cambio climático, sobre asuntos de política, y luego Gorth contó dos chistes que, sorprendentemente, le hicieron reír. Más tarde, y cuando Sam se hubo sentido algo más segura, la llevó a casa y paró el coche frente al hogar de los Volkov. La thaí se quitó el cinturón de seguridad.

—Espero que todo vaya bien —le dijo Gorth.

—Yo también —Le sonrió tímidamente— Y… gracias.

Salió rápidamente del vehículo y cerró la puerta con brusquedad internándose en el caminito que conducía a la entrada. Tomó aire cuando el coche de Gorth desapareció de su vista. ¿Qué le estaba pasando? Aquello era muy fuerte. Ella nunca decía esa palabra… maldita. La palabra «Gracias» había sido desterrada de su vocabulario y, si alguna vez hacía uso de ella, ocurría sin que se diese cuenta, por pura costumbre. Pero en esa ocasión había sido consciente de ello mientras la pronunciaba, mientras la palpaba entre sus labios… Oh, sí, definitivamente se estaba volviendo loca. Sintió unas ganas tremendas de golpearse la cabeza contra los ladrillos de la pared de la casa, pero no lo hizo; estaba ocupada llamando al timbre a la espera de que alguien le abriera. Si es que pensaban hacerlo, claro.
+++++
Yulia se sonó los mocos y dejó el papel doblado sobre la mesita junto al sofá. Después, tambaleándose, se dirigió hacia la puerta. Llevaba horas esperándola. Había estado muy preocupada y se había sentido idiota e infantil por dejarla tirada en medio de una calle que Sam desconocía completamente. Respiró hondo y abrió la puerta.

Allí estaba ella. Tenía las manos metidas en los bolsillos del pantalón y la cabeza ligeramente agachada, con la vista fija en el suelo. Pasaron unos instantes eternos, hasta que tuvo el valor de buscar su mirada. Yulia tembló, pero presionó la mandíbula intentando no demostrar su nerviosismo.

—¿Dónde has estado? —le preguntó.

—Por ahí — la castaña se encogió de hombros — ¿Puedo pasar?

Yulia se hizo a un lado y ella entró. Le vio subir las escaleras y poco después oyó el brusco sonido de la puerta de su habitación al cerrarse. Genial, así que ni siquiera pensaba pedirle disculpas o hablar sobre el tema. La relación le recordaba a la de un matrimonio de dos cuarentones en crisis.

Volvió al comedor y se tumbó sobre el sofá, secándose con el pañuelo usado una nueva tanda de lágrimas. ¿Por qué tenía que ser tan… melancólica? Se ahogaba en un palmo de agua. Cualquier desgracia se le antojaba inmensa y le costaba horrores escapar de la oscuridad en la que se sumergía.

No solo se había enfadado con Sam, sino también con su madre. Larissa le había preguntado por la thaí cuando la vio llegar sofocada a casa. Y cuando le confesó que la había dejado tirada porque, textualmente, «era una cerda egoísta», la señora Volkova, sin entender la situación, pilló un enfado de mil demonios. Le ordenó que fuese a buscarla con su padre antes de irse a la cama, pero Yulia no lo hizo —aunque bien poco le había faltado— y prefirió esperarle.

Afortunadamente, por una vez, Sam había usado la cabeza y su «magnífico» sentido común le había instado a regresar. Yulia volvió a sonarse los mocos y se tapó bien con la manta, acurrucada entre los cojines.

Fijó la vista en el televisor. Emitían una película llamada Breve encuentro. Yulia sollozó todavía más. La había visto muchas veces, desde pequeña, y se sabía el guión de memoria. Se incorporó sobre el sofá y alzó una mano, sujetando el pañuelo arrugado, mientras interpretaba el diálogo al ritmo de los propios personajes.

—« ¿Cuántas veces tomaste la resolución de no volver a verme?» —Gimoteó, imitando a Alec — «Varias veces al día» — añadió, cambiando el tono de voz para interpretar a Laura— «Yo también». «¡Oh, Alec!» —Dramatizando en exceso, se llevó una mano al corazón — «Te quiero. Me encantan tus ojos sorprendidos, la forma en que sonríes, tu timidez, el modo en que ríes mis bromas…»

Una pausa incómoda y después Laura mirando suplicante al caballeroso Alec. Yulia se enjugó las lágrimas, antes de proseguir.

—« ¡Por favor, no, Alec!» —Exclamó, y luego se metió en la piel del admirable chico— « ¡Te quiero!, ¡te quiero! Y tú me quieres, es inútil pretender que no ha pasado nada, porque sí ha pasado.»

—Sí, la verdad es que es inútil pretender que no ha pasado nada, él tiene razón — musitó Sam, apoyada sobre el marco de la puerta de entrada al comedor y señalando el televisor.

Yulia agachó la cabeza, avergonzada. Lloró más y se secó las lágrimas de nuevo. Ese pañuelo ya estaba muy gastado, así que sacó otro del envoltorio.

Fantástico, ahora ella la había descubierto como a una vieja solterona que termina interpretando los guiones de los falsos amores de Hollywood.

—No quiero hablar contigo —le dijo.

Sam, con la bata puesta, le dirigió una mirada suplicante, pero ella le ignoró y siguió viendo la película.

—¿Puedo sentarme a tu lado?

Yulia no contestó; Sam quiso suponer que su respuesta en realidad era un rotundo sí. Se sentó junto a ella sin más miramientos, manteniendo una distancia prudencial. La película era terriblemente aburrida y se alegró cuando llegaron los anuncios e hicieron una pausa especial para dar las noticias más importantes del día. Escuchó con atención al presentador del telediario de medianoche.

—Noticia de última hora. El juicio contra la empresa Khun, la mayor multinacional de la venta de sistemas operativos informáticos, se adelanta a causa de las declaraciones del jefe de la base Khun — El presentador desapareció de la pantalla para dar paso a un hombre arreglado y elegante, de unos cuarenta años de edad, bien conocido por ser el dueño de todas las empresas Khun. Este empezó a hablar — Desde aquí queremos tranquilizar a los usuarios y asegurarles que ya se han arreglado los errores del último sistema operativo que salió a la venta; por ello hemos decidido acelerar los trámites de las denuncias recibidas para zanjar cuanto antes este desafortunado asunto.

El presentador del telediario volvió a cobrar protagonismo y siguió comentando la noticia de un oso panda que había nacido en China.

—¡Menudo farsante! — gritó Yulia, refiriéndose al dueño de las acaudaladas empresas Khun.

Sam bostezó. Luego la miró algo molesta y frunció el ceño.

—Oye, deja de opinar sobre asuntos que desconoces.

—Ah, claro, usted perdone, mi Reina. —nSe cruzó de brazos — Supongo que como tú conoces tan bien a todos los Khun, a diferencia de mí, que solo soy una pobre ignorante, sí puedes despotricar a tu antojo — recalcó con ironía.

Khun volvió a bostezar por segunda vez consecutiva.

—Pues claro que sí, tonta —farfulló— Khun es mi padre.


🔜

Sorry. He estado un tanto ocupado y por eso no he podido subir tantos capítulos 😔 quizás mañana pueda recompensarlas con dos o tres... Besos
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Mensaje por soy_yulia_volkova 2/4/2024, 5:22 am

Sam es.mejor que te quedes calladita que te vez mas bonita y no sigas buscando las cinco patas del gato con yulia porque se va a molestar más jajaja
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Mensaje por Corderito_Agron 2/4/2024, 9:25 pm

Te entendemos Bros que también tienes tu vida a parte jajaja y vas a casarte jajaja
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Mensaje por RAINBOW.XANDER 2/5/2024, 8:00 pm

25.Excursión al trozo de hielo

Tanto Leo como Yulia habían desaparecido de la comida navideña cuando Sam volvió a sentarse a la mesa. Al parecer, ambos se habían refugiado en sus respectivas habitaciones. Sam soportó durante más de una hora ciertos comentarios verdes que le dedicaba la abuela de Yulia, como:

«Puedes pasarte por mi casa a visitarme cuando quieras» o «Sami, tú sí que eres una moza como Dios». La tailandesa asintió ante todas sus palabras. Ya no tenía fuerzas para hacer bromas. Se había quedado sin inspiración.

Ahora no solo le odiaba Yulia, sino también Leo. Miró de lado a la señora Volkova rogando en silencio que ella todavía no le hubiese dado de lado. Afortunadamente, Larissa le sonrió con cariño, y ella se sintió reconfortada bajo el brillo de sus amables ojos.

El señor Oleg se sirvió un vaso de licor, aprovechando la ocasión navideña y seguramente deseando olvidar su propia vida. Así pues, cuando los familiares de Yulia se marcharon al fin, Sam lo agradeció con creces. Se disculpó después ante Larissa, indicándole que necesitaba descansar un rato.

Acababa de entrar en su habitación cuando sonó su teléfono. Lo buscó en el bolsillo de la chaqueta colgada tras la puerta, donde se le había olvidado, y contestó:

—¿Cómo está mi pequeña coliflor?

Era su madre. Se sentó en la cama, mareada, e intentó sonreír, aunque sabía que ella no podía verle.

—Bien —Suspiró— Feliz Navidad, mamá.

—Igualmente, cariño —Se oyeron algunas risitas de fondo— Lo hemos celebrado en el restaurante italiano que tanto te gusta. Aquí ya es de noche, supongo que tú acabarás de comer.

—Sí, hace un rato.

—Aja —musitó— Bueno, ricura, se pone tu padre al teléfono, que quiere hablar contigo.

Sam notó que su estómago daba un vuelco súbito y se llevó una mano a la barriga. Qué ganas tenía de hablar con su padre. Casi le temblaron las manos cuando escuchó su voz ronca y segura. El señor Khun siempre hablaba con una firmeza arrolladora y era extremadamente persuasivo.

—¿Cómo te va, hija?

—Digamos que… quizá no sea tan malo como pude pensar al principio —Sam presionó el teléfono contra su oreja— ¿Mucho trabajo por ahí?

—Sí, demasiado —contestó— De todos modos, ya falta poco para que regreses, así que no te preocupes si no lo pasas tan bien como desearías. Tu madre y yo tenemos ganas de verte y de que estés en casa.

Sam parloteó algo más con su padre sobre temas de negocios antes de colgar. Tenía la boca seca. Casi no había pensado en ello, pero acababa de darse cuenta de que le quedaba poco tiempo y de que en apenas en unos días volvería a Bangkok. Lo suyo con Yulia era imposible. De un modo u otro, siempre estarían separadas, ya fuese por sus discusiones, por la diferencia de sus mundos o porque, sencillamente, vivían en dos continentes diferentes.

Se levantó de golpe cuando Yulia abrió la puerta de la habitación y le miró de arriba abajo con desdén.

—Prepara una mochila con provisiones para dos días —le ordenó.

—¿Qué?

—Nos vamos de acampada.

Sam la miró como si estuviese loca de remate, pero a Yulia no le importó. Cerró la puerta de golpe y regresó a su habitación. Tenía la seguridad de que los dos días siguientes serían los peores de su vida.

Todos los años, el grupo de amigos al completo organizaba una acampada por navidad. Bordeaban el bosque de la reserva hasta llegar a un lago que se congelaba en aquellas fiestas y por el cual todos solían resbalar y caer; les divertía deslizarse por el hielo.

Le había preguntado a su madre si podía dejar a Sam en casa, pero ella había respondido a su amable cuestión con un rotundo no. Yulia no quería imaginar cómo sería convivir con Sam… en plena naturaleza. Ya era duro soportarle entre cuatro paredes.

Yulia respiró hondo antes de abrir su armario y comenzar a llenar la mochila con todo lo que encontraba mínimamente útil. Distinguió el regalo de Sam al fondo, entre montones de ropa, bien escondido. Sintió ganas de quemarlo, pero se contuvo a tiempo. ¿Cómo podía haberse encariñado de una persona tan sumamente egoísta? Era cierto que tenía algunos toques dulces y tiernos, pero no eran suficientes para equilibrar la inmensa balanza, que terminaba hundiéndose a causa de sus incontables defectos.

Tapó el regalo de Sam con una sudadera y se olvidó de él. Sacó un enorme anorak y toda la ropa de abrigo que pudo. Tres pares de calcetines de lana, una bufanda, guantes, un gorro blanco de nieve, camisetas interiores…

Los tímidos rayos del sol acunaban el despertar del día, semejando oro líquido que se derramaba sobre las agitadas hojas de los árboles. El azul cielo estaba ligeramente adornado con hermosas pinceladas rojizas y anaranjadas que indicaban el final del amanecer. El viento que soplaba era plácido, sutil y delicado

Numerosos jóvenes se encontraban sentados en la cuneta de una carretera comarcal, al lado del inicio del bosque de la reserva. Habían dejado atrás el terreno cerrado de la urbanización donde vivían. Sam agradeció no haber despertado del todo todavía, así la situación se le antojaba menos dolorosa, puesto que aún no era consciente al cien por cien de lo que estaba ocurriendo.

Apenas a unos metros de distancia, su Sister, Charles, lanzaba una pequeña navaja y la clavaba en la corteza del tronco de un árbol. La cogía de nuevo y volvía a lanzarla. De buena mañana, a las seis. A Sam ya casi nada le parecía alarmante. Por otra parte, Amy (la visión de su pelo fucsia empeoraba de buena mañana), Oksana, Olga y la Chica Cabeza Rapada permanecían adormiladas sentadas sobre sus propias mochilas. Yulia se había alejado de él a propósito y charlaba sin demasiadas ganas con Gorth. Leo se encontraba ocupado escribiendo sobre la tierra seca su propio nombre con un palito de madera; parecía triste.


—Están tardando demasiado —se quejó hyuna.
Por una vez, Sam estaba de acuerdo con ella. No era justo que ya llevasen allí casi veinte minutos esperando al enorme Evan, más conocido como Golpes y Sangre, ni mucho menos ala estúpida de Elena.
Afortunadamente, no tardaron mucho más en aparecer caminando carretera arriba. Todos portaban una mochila colgada a la espalda. Desgraciadamente, a Sam no le cabía en una mochila todo lo necesario para subsistir en medio del bosque, así que él llevaba dos, más una bolsa de tela en la mano derecha. Esperaba que el camino no fuese demasiado largo.


—Sentimos la tardanza —dijo Elena, respirando con dificultad tras la carrera.
—No pasa nada. —Charles se guardó la navaja en el bolsillo del desgastado pantalón vaquero y Sam agradeció el gesto en silencio—. Pero será mejor que nos marchemos ya, así llegaremos al claro a media tarde y podremos montar las tiendas cuando todavía haya luz.


—Pues, ¡venga, adelante! —rugió Golpes y Sangre.
Formaron una inestable fila y empezaron a internarse en las profundidades del bosque. Sam se sentía extenuado, pues apenas había dormido la noche anterior. Preparar la mochila no era algo que hiciese así como así. Pasó la tarde meditando qué llevarse. Aparte de la ropa, se había decantado por un botiquín de emergencia, entre otras cosas, como anti mosquitos, cinco paquetes de pañuelos, tres linternas —había que ser precavido—, dos cepillos de dientes nuevos con sus respectivos envases de pasta dentífrica, una almohada plegable de viaje… y numerosos artilugios más que creyó convenientes para la ocasión, incluido un juego de sábanas por estrenar.


Verdaderamente, no sabía muy bien qué hacía allí en aquel instante: apretujado entre numerosas personas —odiaba las multitudes a muerte—, con Yulia a su lado —también creía odiarla— y Elena a un metro de distancia —sobre el odio hacia esta no abrigaba duda alguna—, caminando por el bosque —como si de un indígena se tratase—, con ganas de traspasarlo para llegar a un lago congelado — ¿qué tenía de interesante ese enorme trozo de hielo?


Durante la primera media hora de caminata se dedicó a observar y analizar a los presentes. Sven, su Sister, parecía haberse proclamado el líder del grupo, seguramente porque al no tener ningún tipo de escrúpulos lograba intimidar al resto; se movía con soltura entre los árboles y partía las ramas cuando alguna se enganchaba en su chaqueta de cuero. Amy le miraba con admiración y sacudía de vez en cuando sus coloridos cabellos, que resaltaban frente a los demás. Olga y Oksana avanzaban cogidas del brazo, como las mujeres mayores, posición bastante incómoda a la hora de sortear las piedras o gruesas raíces que aparecían en medio del sendero. Leo parecía evitar la presencia de Sam y tenía la vista fija en el suelo, probablemente incluso estuviese pensando, aunque muy en el fondo a Sam le costó creérselo. Se giró hacia Yulia, que estaba tras ella y había pasado todo el trayecto hablando con Elena.

Trascurridos unos veinte minutos más, descubrió que las conversaciones de Elena eran más aburridas que pasar una semana en un desierto. Solo. Sin agua. Hubiese aguantado más tiempo viva en ese estado que haciendo el esfuerzo de escucharle. En su mente comenzó una ardua investigación científica: « ¿Cómo lograba Yulia no dormirse de pie mientras esa voz parloteaba estupideces de fondo?». Incógnita de complicada resolución.

—Así que esos son mis planes para el futuro —proseguía Elena—, en cuanto termine mi segunda novela…

Sam le miró de reojo, molesta.

— ¿No puedes caminar en silencio? Me estás mareando —se quejó.

—Qué delicada nos ha salido el tailandesa —respondió Elena con cierto retintín.

—No es necesario ser delicada para odiar tus monótonas conversaciones.

Yulia suspiró, y justo en ese momento Elena preguntó sobre la hora del almuerzo. Quienes iban a la cabeza de la fila comentaron que también ellos tenían hambre y finalmente lograron ponerse de acuerdo para hacer una corta parada. Se situaron en una explanada, sentados en círculo sobre el suelo, mojándose levemente por la humedad de la hierba. Sam fue la única que sacó de su mochila una pequeña toalla de baño y se sentó sobre ella, ante lo que Elena rió por lo bajo.

—¿Es gracioso el hecho de que no tenga ganas de mojarme el culo? —preguntó, clavándole sus gélidos ojos cafés.

—No. Lo gracioso es que estemos en el campo, de excursión, pero no seas capaz de mantener un mínimo contacto físico con la naturaleza; algo verdaderamente hermoso, por cierto —dijo la pelirroja con media sonrisa en los labios.

—¿A qué te refieres con la expresión «contacto físico»? ¿Tengo que tragarme una mosca para estar en contacto físico con la naturaleza o acaso debo sentarme sobre un montón de mierda para aprender a disfrutarla mejor? —atacó. Su limitada paciencia se agotaba por momentos. Total, ¿qué más podía perder? Yulia le odiaba, Leo al parecer también… y apenas faltaban unos días para que se marchase de nuevo a Bangkok.

Elena iba a contestar sus palabras, pero Amy se le adelantó e interrumpió la conversación. Seguramente todos estaban al tanto de la tensión entre las otras dos, dado que Sam había besado a Yulia delante del grupo al completo a sabiendas de lo que Elena sentía por ella.

—Basta, chicos. Que no se siente en el suelo no significa que no ame la naturaleza. A todos aquí nos encanta, por eso hacemos esta excusión cada año —aclaró, mostrando sus blanquísimos dientes.

—Sí. Yo la amo mucho —siseó Sam. Probablemente solo Yulia y Elena encontraron la ironía que escondían sus palabras.

La odiaba. Sam odiaba a muerte la naturaleza. ¡La de cantidad de gérmenes que se encontraban viviendo en ella! Aquello era como un hotel para las enfermedades. Bacterias, virus, resfriados, picaduras, infecciones… ¡Pensarlo se le antojaba doloroso! Odiaba los bichos, desde los gusanos hasta las tarántulas, detestaba aquella forma tan enclenque que tenían de caminar, de desplazarse. Las avispas le sacaban de quicio, y eso por no hablar de que además era terriblemente alérgica a sus picaduras. Pero lo que más odiaba de todo lo que habitaba en el campo eran los piojos. Pensar que unos diminutos seres podrían vivir en su cabeza, en su pelo, alimentándose de su valiosa sangre… le removía el intestino. Tener piojos era para ella casi peor que un cáncer. Era la más temida de las maldiciones. ¡Por todo ello odiaba la naturaleza! Sin contar, por supuesto, con la presencia del resto de los animales que podían llegar a rondar por el bosque… prefirió no ahondar en aquel último aspecto.

Sacó de la mochila el bocadillo vegetal que le había preparado la señora Volkova e intentó disfrutar de la comida. Yulia le observaba con atención. Y ella, por más que lo desease, no era capaz de probar bocado. Lo había sacado al aire libre, allí donde múltiples gérmenes ya se habrían instalado agradablemente sobre el pan, sobre sus deliciosas olivas… invadiéndolo todo. Por ello, cuando todos habían terminado de almorzar, ella solo había dado tres pequeños mordiscos al bocadillo.

—¡Vamos, come de una vez! —le ordenó Golpes y Sangre, y la dura mirada de este pareció surtir efecto, pues Sam comenzó a devorar su almuerzo con más ganas.

La excursión prosiguió sin pausa. Sam estaba agotada. Y para colmo la única que hablaba era la pesada de Elena, el resto del grupo caminaba en silencio. Las horas se tornaron eternas, y los minutos, infinitos. La tensión acumulada en el ambiente provocaba que se sintiera vulnerable e intimidada. Leo no le había dirigido la palabra ni una sola vez durante todo el trayecto, aspecto que comenzaba a preocuparle de veras. Por otra parte, Yulia le dejaba de lado y centraba toda su atención en Elena.

Sam intentó hacerse un hueco entre las dos.

—Yulia, ¿dónde dormiremos nosotras? — le preguntó— No he traído tienda de campaña.

—La lleva Leo — respondió ella secamente.

—Entonces… ¿eso significa… que dormimos con Leo?

—Felicidades, has acertado.

La ojiazul le sonrió falsamente. Sam tembló. Dormir con ambos hermanos sería francamente… peligroso.

—Y, Yulia, si estáis muy apretados, en mi tienda cabes —añadió Elena.

Sam sintió unas ganas tremendas de matarle. Entornó los ojos e intentó no desesperarse.

—Sí, puede que sea una buena opción —le respondió ella, palmeándole la espalda.

Sam cerró los puños con fuerza e intentó seguir los pasos de la fila. Algo extraño comenzaba a bullir en su interior. Estaba cansada de tanta tontería. El enfado de Yulia había ido demasiado lejos. Se inclinó hasta rozar la oreja de la chica con sus labios.

—¿Podemos hablar un momentito? —le susurró.

—No, ahora no — le espetó la morena, y se sacudió la melena hacia atrás — Quizá luego, cuando acampemos.

—Me estás sacando de quicio —le avisó Sam.

—Paciencia…

La voz de Yulia denotaba cierta diversión ante la situación, cosa que a Sam no le hacía ninguna gracia.

—«Paciencia» es una palabra que en mi vocabulario se encuentra en peligro de extinción.

—Como sigas así la que va a estar en peligro de extinción eres tú —concluyó la morena.

Montar las tiendas de campaña no fue tarea fácil. Era la primera vez que Sam hacía una excursión de aquel tipo y le sorprendió la soltura del grupo a la hora de organizarse. Charles llevaba la voz cantante y daba algunas órdenes de vez en cuando, mientras que Golpes y Sangre podía hundir las piquetas en la dura tierra sin la necesidad de tener un martillo, aspecto bastante útil. El único que le sonreía de vez en cuando era Gorth. A Sam le tranquilizaba su presencia.

Una vez su tienda estuvo bien montada, Sam entró en ella. Lo primero que pensó fue que sería complicado que consiguiese dormir bajo la dudosa seguridad de tres capas de tela fina. La segunda idea que acudió a su mente fue que definitivamente no deseaba que Yulia terminase compartiendo la tienda con Elena, pues el aspecto de su interior se le antojaba extrañamente… íntimo.

Se puso nerviosa cuando Leo entró. En aquel reducido espacio no podía evitar su mirada sin que se notase en exceso, así que pensó que había llegado la hora de enfrentarse a él y pagar por sus actos.

—Leo… —comenzó a decir, nerviosoa — Lo que dijo tu hermana era verdad.

—Eso ya lo sé —contestó el otro, mientras guardaba su paquete de tabaco de liar en un bolsillo del extremo de la tienda.

—Lo que quiero decir es que… lo siento —admitió— Puede que seamos muy diferentes, pero nos compenetramos bien. El problema es que no pensaba lo mismo al principio, no te conocía lo suficiente.

Un silencio tenso se adueñó de la tienda. Sam tosió, incómoda. Leo sonrió lentamente y poco después la asfixió entre sus brazos. Las rastas de Leo le arañaban la piel de las mejillas, pero permaneció muy quieta aceptando el abrazo del Mendigo.

—¡Te perdono, tía! — exclamó el hippie, la mar de feliz. La soltó poco después, dejándole exhausto— ¡Y ahora celebremos nuestra amistad con un porrete!

Sam rió, cosa que le extrañó hasta a sí misma y esperó mientras Leo liaba con maestría aquel cigarro de hierbas medicinales. Ambos permanecieron en el interior de la tienda mientras escuchaban el ajetreo que el resto armaba fuera. Sam no fumó, pero la humareda que le envolvía comenzó a marearle. Suspiró, colocando su almohada plegable sobre el suelo y extendiendo las sábanas nuevas.

—¿Sabes? Tu hermana pretende dormir con Elena —le informó a Leo.

Leo abrió mucho los ojos, sorprendido, al parecer.

—¡Ni de broma! Yo no quiero cambiar de cuñada —se quejó, como un niño pequeño— Le pediré a Elena que deje dormir a Amy en su tienda y así Yulia tendrá que dormir aquí, y yo con Gorth para vigilar a la pelirroja ¿no crees, chavala?

Sam sonrió traviesa. Por supuesto que lo creía. Probablemente aquella era una de las mejores ideas que Leo había tenido en toda su vida.

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Mensaje por soy_yulia_volkova 2/5/2024, 10:05 pm

Oh mi lena te tocará la fastidiosa de Olga mientras Sam hace el delicioso con yulia
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Mensaje por Fati20 2/5/2024, 10:44 pm

En que momento me perdí qué Leo se enterara lo q Sam pensaba de él 🤔🤔🤔. Yo creo que julia exagera demasiado todo no veo razón por la cual estar molesta con Sam q ha sido muy sincera 🤔🤔🤔. Por otra parte necesito a julia y lena juntas otra vez 🫠🫠🫠🫠 por más q me encante Sam la cual amo con Mon o unirlas como FreenBecky. Extraño mucho leerlas a nuestras chicas como Julena 💔 sería lindo tener una historia qué estén ambas parejas cada quien con quien va. Igual la historia muy buena. Ahhh y otra cosa quede en shock con ese comentario ocupado porque se va a casar 😱😱😱
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BESOS DE MURCIÉLAGO // Silvia Hervás - Página 4 Empty Re: BESOS DE MURCIÉLAGO // Silvia Hervás

Mensaje por Volkatin_420 2/7/2024, 6:50 pm

Concuerdo con Fati20 de ver a nuestras chicas juntas de nuevo y freenbecky también aparte. Aunque la historia esta muy buena e imaginar a las dos también pero no sé, es la costumbre. Besos
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Mensaje por Fati20 2/7/2024, 7:03 pm

Volkatin_420 escribió:Concuerdo con Fati20 de ver a nuestras chicas juntas de nuevo y freenbecky también aparte. Aunque la historia esta muy buena e imaginar a las dos también pero no sé, es la costumbre. Besos


Verdad qué aunque la historia es buena y todo uno siente como qué apoyarlas es traicionarlas como pareja a las q corresponden🫠🫠🫠 es raro pero así se siente
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Mensaje por RAINBOW.XANDER 2/7/2024, 7:06 pm

26.La hermandad marihuanera

—Tío… pedazo submarino —comentó Sven mientras entraba en la tienda y procuraba divisar entre la humareda los rostros de los otros dos — Se sale, chaval.

—Ya te digo — Leo le dio otra calada al porro — ¿Quieres?

Sam negó con la cabeza.

—Estoy ocupada ahora mismo… intentando no ahogarme.

—Ja, ja, ¡es la hostia esta tailandesa! — Exclamó Sven, antes de que Leo le pasase el canuto — Joder, qué calor, dejadme espacio que voy a quitarme la chupa.

—¿La chupa? — preguntó Sam.

—Sí, Sister, la chaqueta.

—Ah, entiendo.

El humo era denso. El olor a marihuana impregnaba sus fosas nasales, dejándole exhausta. Se sentía mareada. A pesar de no haberle dado ni una sola calada al porro, le empezó a entrar la risa tonta. Leo ya se estaba liando el segundo.

—Me encantan estas excusiones —comentó — Todos aquí, con la naturaleza…

—… con la naturaleza en los pulmones. — Sven soltó una brusca carcajada.

—Suena todo muy… místico — opinó Sam.

—Ya ves, tía — Sven se acomodó más, cruzando las piernas al estilo indio — Esto es espiritual.

Sam no estaba segura de sí hacer un submarino de marihuana en una tienda de campaña era una hazaña espiritual, pero tampoco le importaba demasiado. Leo le había perdonado. Era un primer paso importante. Observó cómo el mendigo se encendía el segundo canuto.

—¿Sabes lo que ha pasado, colega? Que la idiota de Elena quiere quitarle la novia a mi cuñada.

—Sí, va, ¿qué me cuentas, tía?, ¿en serio?

Sam escuchó con atención la conversación de los otros dos.

—Sí, solo porque se han peleado ya le ha dicho a Yulia que duerma con ella.

—¡Será mamona! — Sven alzó un puño— Eh, Sister, si quieres yo le pego dos hostias.

Sam consideró la oferta. No estaba segura de que enviar a un matón fuese su mejor opción si quería que Yulia le perdonase. Así que negó con la cabeza repetidamente.

—¿No? — Sven le miró decepcionado— Joder, ¡con las ganas que le tengo a esa nenaza!

Su Sister parecía triste por no haber obtenido permiso de Sam para descargar su furia sobre otra persona. Se mostró pensativo unos instantes y luego se echó a reír.

—Esta noche podríamos darle un buen susto a Olga, que seguro que se muere de miedo —apuntó — Y a Katya…

—Oye, a Katya no me la toques — le interrumpió Leo.

Un silencio incómodo invadió la tienda. Se oía a lo lejos la brutal voz de Golpes y Sangre; era aterrador aún a distancia. Entonces Sam, en medio de la confusión que generaba aquel submarino, reparó en algo. Se giró hacia Leo.

—¿Te gusta Katya?

—Un poquitín — Rió como un chiquillo.

Sven le dio una palmada en la espalda como buen camarada que era y, emocionado, le dijo:

—Joder, brother, nos hacemos mayores… Qué bonito es todo esto.

Sam sonrió abiertamente. Ya sabía cómo agradecerle a Leo su innata solidaridad. Hablaría con Katya en cuanto tuviese la mínima oportunidad. Sintió un pequeño escalofrío al imaginarse a los dos juntos, pero no le costó demasiado pensar en otra cosa y olvidar la imagen que había trazado en su cabeza. Era complicado fantasear con la idea de que Leo tenía novia.

—Eh, entonces, ¿qué coño hacemos al final con la nenaza? — insistió Sven, que al parecer tenía unas ganas incontrolables de hacer el mal contra Elena.

—Alejarle de Yulia — musitó Sam, y casi le sorprendió su propia determinación.

—Vale. Yo me pegaré a mi hermana como una lapa —Leo rió de nuevo — Y tú, Sven, intenta molestar un poco a Elena.

—Tranquilo —Sonrió malévolo; a Sam casi le daba miedo — Esa es… mi especialidad.

Cuando salieron de la tienda, Sam se tambaleó y estuvo a punto de tropezar con dos piquetas. El aire puro le pilló de improviso; se sentía como si llevase varias semanas viviendo bajo tierra. Se frotó la cara con desgana y luego buscó a Yulia con la mirada. Le agradó descubrir que se encontraba junto a Amy, hablando tranquilamente.

—¿Y dónde está la nena? — preguntó Sven, refiriéndose a Elena.

Sam observó cómo su Sister acariciaba sobre la tela la navaja que guardaba en el bolsillo. Tragó saliva despacio. Se convenció de que no era posible que estuviera tan sumamente loco.

Gorth se acercó hasta ellos mientras devoraba con calma una chocolatina. Les sonrió. Siempre parecía extremadamente tranquilo, y eso a Sam le gustaba.

—¿Cómo va eso, chicos?

—Aquí estamos —Sven se encogió de hombros—, vamos a hundir a Elena, ¿te unes a nuestra hermandad?

—¿Qué? — Gorth les miró sin comprender. Fue una pena que se despistase, porque, justo en ese instante de profunda ignorancia, Leo le quitó un buen trozo de la chocolatina y se marchó corriendo con el botín hasta donde se encontraba su hermana, se sentó a su lado y se pegó a ella cual mejillón, tal como había prometido.

—¡Será…! ¡Leo, esta te la guardo! —le gritó, girándose. Pero era tarde, no había nada que hacer. Leo se había metido todo el chocolate en la boca de una sola vez. Sam temió que terminara atragantándose y asfixiándose — Bueno, ¿qué narices decíais sobre la hermandad de no sé qué?

— ¡Es verdad, colega, aún no nos hemos puesto nombre! —Sven alzó una mano, consternado— Vale, ya lo tengo, seremos la Hermandad Marihuanera, en honor al momento de la creación del grupo.

Sam le miró fijamente. ¿Lo decía en serio? Ella, Sam Khun, una de los líderes fundadores de…la Hermandad Marihuanera. Intentó no reír. Su Sister parecía emocionado con la idea del nombre.

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BESOS DE MURCIÉLAGO // Silvia Hervás - Página 4 Empty Re: BESOS DE MURCIÉLAGO // Silvia Hervás

Mensaje por Corderito_Agron 2/7/2024, 7:44 pm

En realidad no veo nada malo en que sean Sammy Yulia, es intentar algo nuevo y hasta ahora las e imaginado juntas al leer y si, el carácter de ambas hacen un buen choque
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BESOS DE MURCIÉLAGO // Silvia Hervás - Página 4 Empty Re: BESOS DE MURCIÉLAGO // Silvia Hervás

Mensaje por psichobitch2 2/7/2024, 8:23 pm

He visto las series de estas dos chicas tailandesas y me parecen que tienen muy buena química, la inglesa y la thaí tienen lo suyo y combinar a Sam con Yulia es divertido y algo nuevo, aunque para mí si todo es LGTB, es genial
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BESOS DE MURCIÉLAGO // Silvia Hervás - Página 4 Empty Re: BESOS DE MURCIÉLAGO // Silvia Hervás

Mensaje por Fati20 2/8/2024, 12:57 am

Pobre Sam media drogada pero con eso ya se conecta bien con la naturaleza y se relaja un poco. Espero que su sister no me le haga nada malo a Lenita vale y bueno vamos a ver que pasara espero que ya jul deje de ser tan dura. Corderito porque juegas soltando esas bombas así de que se nos casa cuando todavía no, aquí aun no estamos preparadas. Saludos cariño mio espero que tengas una muy linda noche 😘😘😘😊😊
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BESOS DE MURCIÉLAGO // Silvia Hervás - Página 4 Empty Re: BESOS DE MURCIÉLAGO // Silvia Hervás

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