PROHIBIDO ENAMORARSE DE JULIA VOLKOVA // LIA BELIKOV
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Re: PROHIBIDO ENAMORARSE DE JULIA VOLKOVA // LIA BELIKOV
Capítulo 15
Tómame o Déjame
Finalmente (y después de dos horas) logré convencer a papá de que no estaba, bajo ningún concepto, embarazada. Me costó que me creyera, él era un viejo terco y obstinado que no dejaba de apuntar la escopeta de Mason en el rostro de Julia; también le hizo dos hoyos al techo del restaurante cuando disparó al aire, y me tocaba a mí dar parte de mis liquidaciones para pagar por los daños ocasionados.
¿Ya mencioné que me dieron "tiempo libre" en el trabajo? Mi tío Victor dijo que técnicamente no lo tomara como un despido sino más bien como un receso a mis actividades (otra forma bonita de decir que mejor no regresara).
Me sentía herida y totalmente enojada por eso. Cuando Julia se enteró de que me iba del departamento de Marie, me aseguró que siempre tendría un lugar junto a él, en su cama. Pero tuvo el descaro de mencionarlo frente a mi padre (lo que provocó que él lo amenazara de nuevo con la escopeta) así que me quedaría temporalmente en casa de papá.
Mamá iba a estar furiosa cuando le dijera. Ella sentía que la traicionaba cada vez que me quedaba con él. Y más ahora que supiera que lo de mi embarazo era falso; ella no paraba de decirme lo mucho que deseaba tener nietos corriendo por el patio trasero de la casa.
Pffft.
—En serio, Lena. Perdóname —suplicó Mason, no dejaba de seguirme mientras yo limpiaba mi casillero y acomodaba mis cosas en una caja. Cliff lo quería vacío al final del día—. Lo que pasó conmigo y tu prima fue un desliz que nunca se volverá a repetir.
—¿Es eso lo único que lamentas? —pregunté deteniéndome de mi tarea.
Mason era un tonto.
¡Le había dado una escopeta a mi padre, el hombre que no podía manejar un martillo sin golpearse el dedo!
—Sé que quieres que diga que lamento el que tu padre le haya apuntado con un arma a... esa... tipa, pero no diré algo que no siento.
—¿Qué ganabas contándole lo del supuesto embarazo? —le reclamé.
—No sabía que era una mentira —Mason tuvo el descaro de lucir avergonzado cuando dijo eso—. Los únicos hijos que quiero ver en ti, serán los nuestros, no los de esa “mujer”
¿De verdad...? ¿Qué...? ¿Él acababa de decir eso? ¿Seriamente?
Lo fulminé con la mirada.
—Mason —arrugué la nariz—, no voy a tener a tus hijos. Entiéndelo de una vez: ¡no quiero nada contigo! ¿Cómo pudiste acostarte con mi prima sabiendo lo venenosa que es?
—¡¿Yo?! ¿Cómo puedes reclamarme eso cuando sales con la esclava sexual de ella? Yo solo me acosté con tu prima una vez... Bueno, dos —hizo una pausa y no despegó la vista del suelo—. Tal vez tres o cuatro veces, pero...
—Asco. Basta, no quiero seguir escuchando eso.
—¡Oye, deberías estar preguntándote cuántas veces lo ha hecho esa tipa! ¿Tal vez unas cincuenta, cien?
—¿Ciento cincuenta?
—¿Qué? No creo que sea humanamente posible pero...
Cerré mi casillero de golpe y lo enfrenté.
—Tal vez tú y yo tuvimos un pasado, pero te aseguro que no hay ningún futuro. Todavía no puedo creer que le contaras a mi padre y le dieras una escopeta para venir a cazar a Julia.
—Lo siento. Es que tú me vuelves un idiota...
—Corrección —se entrometió Julia que venía caminando en mi dirección, a paso lento y con las manos metidas en los bolsillos delanteros del pantalón—, ya eres un idiota sin necesidad de la ayuda de Lena.
Julia se colocó a mi lado y sacó una de sus manos y la metió directo en el bolsillo trasero de mis jeans.
Di un pequeño brinco por la sorpresa.
Él prácticamente me estaba tocando el trasero.
Para Mason el gesto no pasó desapercibido. Sus ojos no dejaban de fulminar hacia la mano dentro de mi bolsillo. Ni a mí se me pasaba por alto tampoco; mi rostro se puso caliente en cuestión de segundos… hasta mi trasero se sentía caliente con esto.
—El asunto es entre Lena y yo —gruñó Mason—, no con la esclava.
—Cualquier asunto que quieras tratar con Lena, también lo tratas conmigo, lame vacas —le replicó ella.
La mano que metió en mi bolsillo trasero se curvó y me pellizcó un poco fuerte.
—¡Julia! —chillé en voz baja. Mason no quitaba la vista de mi retaguardia.
—Y vete olvidando de mi chica, no lograrás meterte en sus pantalones ni para probártelos —Julia hablaba en su modo de me-creo-la-dueña-del-mundo; o: me-creo-la-dueña-de-Lena.
—Lena fue mía muchísimo antes de ser tuya —habló Mason. La vena de su cuello saltaba con furia y parecía como si quisiera traspasarle la piel.
—¿De verdad crees que fue tuya? —Julia le dedicó una sonrisa arrogante, de esas que siempre ponía cuando me le quedaba viendo embobada por mucho tiempo, o cuando mi cuerpo se delataba con el efecto Bambi.
—Siempre fue mía... —y antes de que Mason pudiera terminar esa frase, Julia ya se estaba abalanzando. Pero no hacia él, hacia mí.
Retiró la mano de mi bolsillo y la puso esta vez en mi glúteo.
Abrí los ojos en sorpresa pero ni siquiera llegué a formar palabras coherentes porque su boca ya estaba sobre la mía. Reclamando y devorando todo a su paso.
Su mano se deslizó más abajo y, de un tirón, me levantó lo suficiente como para encajar mis caderas con las suyas.
Jadeé inevitablemente en medio de nuestro beso.
—¡No puedo creer esto! —escuché que se quejaba Mason, pero mi mente estaba en otra cosa diferente y lejana a él.
Los labios de Julia eran perfectos... y muy conocedores. Una chica como ella definitivamente sabía besar y hacer uso de su lengua.
Sus caderas se mecían levemente contra las mías y se sintió casi como tocar el cielo con las manos.
—¿Pueden parar ya con la demostración pública? —volvió a hablar Mason, esta vez Julia separó lentamente su boca de la mía y lamió mis labios.
¡Los lamió frente a mi ex novio!
—¿Quedó claro quién es la maestra aquí, niño? —Noté que a Julia le faltaba la respiración mientras decía esas palabras. Debería sentirme enojada porque se pelearan por saber a quién pertenecía, pero en su lugar me sentía atontada y deseosa de más. En esos momentos yo era como Bambi recién nacido: no sabía cómo caminar, no pensaba con claridad, tenía la mirada desenfocada y quería gritar por mi mami.
Definitivamente mi cerebro nadaba en morfina, y se había dado vacaciones a Nueva Inglaterra.
—Claro. Si yo también me hubiera acostado con Marie unas ciento cincuenta veces, tendría la misma o más experiencia de la que tienes —respondió Mason.
Lo último que supe fue que él de repente acabó en el suelo con el labio partido y con sangre escurriéndole de la boca.
Mi cerebro regresó de viaje instantáneamente.
Julia me puso detrás de él, y por encima de su hombro fui capaz de ver a Mason ponerse de pie lentamente y limpiar la sangre con su dedo pulgar.
Su mandíbula se desencajó mientras le regresaba el golpe a Julia.
Chillé y me alejé de ambos.
—¡Deténganse! —grité pero ellos se preparaban para lanzar más golpes.
Debido a mis gritos de protesta, Nastya se acercó corriendo hacia nosotros... también Mirna, Gustavo, y prácticamente todos los empleados del restaurante.
Julia seguía moliendo a golpes a Mason, y Mason derribaba a Julia y la empujaba contra los casilleros siempre que podía.
—¡Pero qué romántico! —chilló Mirna— ¡Se están peleando por ti, Lena!
—¡Mirna! —grité. Este no era momento para ponerse a decir tonterías.
—¿Qué? Yo solo digo la verdad. Eres una chica afortunada.
Yo estaba intentando hacer todo lo posible por separarlos pero ambos estaban ciegos de ira.
Julia golpeaba con fuerza la mandíbula de Mason; el sonido del puño al chocar contra los músculos era desagradable.
Gustavo se tuvo que interponer entre los dos para detenerlos.
—Míralos, parecen perros peleándose por un hueso de mala calidad —susurró Marie en mi oído. Se había logrado colar también entre la gente.
Me giré para encararla. Tenía una mirada maliciosa en los ojos.
Todavía no había visto el desorden que causó en el departamento pero estaba segura de que mis cosas fueron las más afectadas de las dos.
Traté de ignorarla porque definitivamente ella tenía un problema mental, pero no le importó y continuó susurrando cosas en mi oído mientras Julia y Mason se agarraban a golpes y Gustavo intentaba separarlos.
—Creo que tú no sabes la gravedad del asunto en cuanto a retener a Julia; ella no es tu tipo.
—Pero sí que es el tuyo, ¿verdad?
—Por supuesto. No te imaginas ni siquiera con quién estás tratando.
Los chicos no detuvieron la pelea, en su lugar involucraron también a Gustavo y el pobre recibió dos golpes en el hombro y la nuca.
—¿Y con quién estoy tratando según tú? —le pregunté.
—Estás tratando con una chica que es una bandida.
Y seguía con lo mismo.
Rodé los ojos.
—Ya sé que estabas mintiéndome. Julia no es una ladrona.
—¿Confías demasiado en ella como para creerle?
Nastya logró sacar a Gustavo lejos de la pelea. Julia tenía un corte en la ceja y no dejaba esa sonrisa arrogante. Tenía que detenerla tarde o temprano.
—Marie…
—Oh, ya veo. Ni siquiera la conoces lo suficiente como…
—¡Ya deja de envenenarle la mente a Lena! —Ambas nos sorprendimos cuando Dulce se entrometió entre las dos.
—Lena, es obvio que tu prima está celosa de ti y por eso trata de arruinar tu relación a como dé lugar —se giró entonces en dirección a Marie—, y tú, está más que claro que no tomas muy bien el que una chica te haya botado. ¡Cielos! Supéralo de una buena vez. ¿No has oído que hay más peces en el agua?
—¿Y quién es esta emo? —preguntó Marie, su rostro se puso casi tan rojo como su pelo.
—¿Emo? Pffftt. Ninguna emo, cariño. Soy una gótica, y eso es algo muuuuy distinto.
—De todas formas, ¿quién crees que eres como para entrometerte?
—Soy una amiga de Lena.
—Y una empleada de mi padre, así que no te…
—¿Eres hija de Cliff? —preguntó Dulce—. Jum, ya sabía que te había visto en alguna parte.
Traté de no reírme al hacer la comparación entre Cliff y Marie, pero era imposible no hacerlo. A Marie claro que no le pareció divertido.
—¿Te parezco hija de esa bola de grasa andante? —preguntó, ella estaba a punto de perder el control.
Dulce la observó de pies a cabeza. Su boca cubierta de labial negro se frunció mientras la repasaba con la vista.
—No hay dudas, son como dos gotas de agua… Hasta tienes la misma barbilla con forma de papa que tiene él.
Marie se acercó más a Dulce para intimidarla, pero Dulce no demostraba sentirse para nada de esa manera.
—Mira, emo —habló Marie—, si vuelves a decir otra cosa como esa, prometo que para mañana estarás haciéndole compañía a Lena en la calle de desempleados.
—Y si tú vuelves a decirme emo otra vez, prometo que te va a doler cuando te golpee.
—Oh.Por.Dios. Esto es emocionante —murmuró Mirna—, dos chicos se pelean por ti y ahora dos chicas, bueno en realidad un chico y tres chicas!!. ¿Cómo lo haces?! ¿Es algo que tomas? Porque si es así yo también quiero, y una dosis enorme.
—Es algo que mi madre prepara —le susurré en broma.
—Consíguemelo —me pasó una cantidad de dinero y la depositó en el bolsillo de mi pantalón.
—Hecho.
—¡Lena, ven y controla a estos dementes! —gritó Gustavo. Mason lo agarró de la camisa y lo empujó contra Nastya.
Julia sostuvo a Nastya de un brazo para evitar que ella se cayera, y Mason aprovechó para patearlo en las costillas.
Jadeé al verlo.
—¡Mason detente! —chillé.
No podían pasarse toda la hora peleando, pero tampoco quería entrometerme porque la última vez que lo hice terminé con la nariz hinchada.
—¡¿Cómo me llamaste?! —gritaba Dulce por el otro lado de la habitación—. Ahora sí, te voy a golpear, perra.
Dulce se abalanzó contra Marie y le jaló el pelo.
Marie chilló e hizo garras con sus manos; era lo primero que hacía en una pelea: aruñar a la gente.
—No puedo encargarme de todos —dije a Mirna.
—Ocúpate de la guapa y sexy de allá, y yo me encargo de que Dulce le dé unas buenas cachetadas a la zorrilla de este lado.
Mirna se puso en camino y se limpió las manos en su delantal azul.
Dulce seguía jaloneando el pelo de Marie y ella no dejaba de gritar groserías.
—Parece que ocupas ayuda por aquí —dijo alguien a mis espaldas. Era… ¿Key?
—¿Qué haces aquí?
Key lucía guapo. Usaba una camisa a cuadros de color verde, y llevaba una hebilla con forma de cascabel en la cintura.
—Julia dejó a Dolly en mi casa ayer —respondió. Dolly era la motocicleta—. Me pidió que la llevara a verte en la madrugada. Oh, también lamento de nuevo haberte dado el apresurado regalo de bebé.
—Asunto olvidado —le dije—. Oye, podrías… —señalé en dirección a Julia y Mason. En serio, juro que parecían hacer pasos de baile en vez de estar luchando.
¿Acababa de ver a Mason hacer pasos del Gangnam Style, y a Julia hacer los de una danza escocesa?
—Claro, yo me encargo —Key rodó los ojos y se movilizó para detenerlos.
—¿Quién es ese? —preguntó Mirna regresando a mi lado. Dulce seguía gritando y peleando con Marie que cada vez lucía más despeinada.
—Es amigo de Julia. Se llama Key.
Key agarró a Mason de un brazo y lo alejó de Julia. Julia lo palmeó en el hombro y lo saludó como si minutos antes no hubiera estado agarrándose y tirándose del pelo con Mason.
Noté que Nastya se quedó viendo embobada a Key, así como yo me quedaba por ocasiones viendo embobada a Julia.
Ahora entendía lo que todos miraban en Julia y yo.
Hmmm.
—Apuesto cien a que Nastya termina enamorada de él de aquí a la próxima semana —me susurró Mirna.
Tomé el dinero que ella me había depositado anteriormente en el bolsillo y se lo puse en la palma de la mano.
—Trato hecho.
—Me uno también —dijo Gustavo poniendo una cantidad similar a la mía en la mano de Mirna.
—Anótenme a mí con lo mismo —gruñó Dulce desde el otro lado, ella era otra que parecía hacer pasos de baile con Marie, solo que Marie se miraba como aplastando cucarachas.
—Oh, esto se va a poner divertido —dijo Mirna.
De repente apareció Cliff por la entrada. Cuando vio el desorden que habíamos causado sus ojos se abrieron enormemente.
—¿Qué es todo…?
—Toma —Julia lanzó un pequeño fajo de billetes que muy hábilmente Cliff atrapó—. Tú no has visto nada.
Cliff inmediatamente se fue por donde regresó.
Tuve que rodar los ojos y ver sospechosamente a Julia.
—¿Qué te dije? —gritó Marie mientras Dulce la sujetaba del pelo—, es un ladrona.
Todos los presentes se quedaron callados y detuvieron las peleas, con miles de preguntas en sus ojos.
Julia corrió a mi lado.
—Pregúntale —escupía Marie—, pregúntale de dónde saca el dinero.
Tragué saliva, incómoda por toda la atención que estaba recibiendo por parte de los demás.
—Anda, pregúntale —insistía ella—. Mejor aún, por qué no revisas la parte trasera de su espalda. Apuesto a que encontrarás sorpresas por ahí.
—¿Qué? —si se refería al tatuaje con su supuesto nombre la iba a golpear hasta el amanecer.
—Marie —Julia la fulminó con la mirada—. Cállate.
—Vamos Lena, sin miedo —dijo ella—. Claro, si es que te deja que revises.
Miré a Julia, completamente confundida.
—Apuesto diez grandes a que es una sexy estafadora, ¿quién más se anota? —Esa era Mirna. El dinero llegó rápidamente a su mano.
—¿De qué está hablando Marie? —le pregunté a ella, ignorando a los demás.
Julia suspiró y me tomó del brazo para sacarme de la habitación.
—¿Qué estás haciendo? —chillé mientras me arrastraba hacia la oficina de Cliff. Él se encontraba sentado en su silla de cuero, viendo fijamente el retrato de Frida Kahlo y comiendo una hamburguesa llena de mayonesa.
Al vernos se puso de pie y dejó su hamburguesa a medio comer en el escritorio.
—¿Quién les autorizó a meterse así en mi oficina? Suficiente con hacerme el tonto una vez…
Julia le lanzó billetes y él los recogió todos.
—Solo quiero quince minutos con Lena, a solas —dijo con prisa.
—Oh.
No entendía qué estaba pasando. ¿Qué rayos ocultaba ahora?
Cliff salió corriendo, llevándose su hamburguesa consigo; nos dejó solas.
Me crucé de brazos y puse distancia entre Julia y yo.
Este era el momento en saber si el tatuaje era acerca de Marie o no.
—¿Qué es lo que necesitas decirme que tiene que ser a solas?
Él se pasó las manos por su espeso cabello negro.
Me miró a los ojos y vi el dolor en ellos.
—No te vayas a asustar —dijo.
Instantáneamente me asusté.
Llevó las manos a su espalda y… se sacó una pistola del pantalón.
Retrocedí tres pasos.
—¿Qué haces con eso?
—Es mía.
Parpadeé varias veces antes de hablar de nuevo.
—¿Para qué la quieres? —Retrocedí dos pasos más, pero él se adelantó hasta igualarme y quedar frente a mi rostro.
—¿Para qué apuntó tu padre una escopeta en mi cabeza? —preguntó tranquilamente.
—Para… ¿asesinarte? —estaba tartamudeando. Esta Julia realmente me asustaba mucho.
—¿Entonces para qué crees que la llevo?
Retrocedí un paso más.
Ella avanzó también lo mismo.
—¿Vas a dispararle a alguien con esa cosa? —tenía miedo de preguntar.
—Sí, Lena. Quiero dispararle a alguien con esta “cosa”.
Volví a retroceder hasta que choqué contra la pared. Ya no tenía escapatoria.
—¿A quién? ¿Por qué quieres hacerlo?
—¿Sonaría malo si te dijera que quiero matar a mi hermano?
—Una muerte nunca es justificable. Sin importar el mal que te haya hecho esa persona.
—¿No importa si dicha persona salió libre de una institución mental?
—¿Tu hermano salió?
Él asintió con la cabeza.
—Y ahora me está buscando… y no dejaré que termine lo que comenzó años atrás…
Mierda. Esto no iba a ser nada bueno.
Nada.
Julia seguía admirando la pistola en su mano. Yo no sabía nada acerca de esas cosas así que no tenía ni idea de qué marca o cuán vieja era. De lo que sí estaba segura era de que no quería verlo con una.
¿Matar a su hermano? ¿En serio? ¿Y salió libre de una institución mental?
No tenía idea de que pudiera hacer eso. ¿De verdad se podía, aun si el paciente no estaba del todo curado?
Tenía miedo que las cosas se le fueran a salir de las manos.
—Julia... la venganza no es la solución. Matar a alguien es… —ni siquiera podía pensarlo. Cierto, había gente que se merecía la muerte, pero por más que odiara a una persona no sería capaz de arrebatarle la vida. Peor si era a un hermano—. Tienes que recordar que tu hermano está mal mentalmente. No sé mucho de la esquizofrenia pero…
—Basta Lena. No sigas hablando.
—¿Que no siga hablando? ¡Pero si piensas matar a tu hermano! Tengo que hacerte ver lo equivocada de esa idea... —él puso dos de sus dedos sobre mi boca. Su frente se pegaba contra la mía.
—Ya sé lo arriesgado que es eso.
Tragué fuerte.
—¿Entonces qué haces siquiera pensándolo? Sabes que si pudiera, cambiaría las cosas.
Julia acarició mi mejilla y bajó su mano hasta mi mandíbula.
—¿De verdad las cambiarías?
Asentí con la cabeza, sin romper contacto con sus ojos verdes. Un morete se le estaba formando cerca de la boca y de su pómulo.
Quería darle besitos para confortarla.
—¿Confías en mí? —me preguntó repentinamente después de un minuto de silencio.
Volví a asentir.
—Confió en ti —le dije, pero no confiaba en sus malas decisiones.
Justo iba a decirle eso cuando ella puso el arma en medio de los dos.
Mi pulso salió disparado.
—¿Qué estás haciendo?
—Shhh —susurró contra mi boca—. Confía en mí.
¿Qué?
Subió el arma hasta que quedó frente a mi rostro, apuntando hacia el techo.
Dejé de respirar.
—¿Qué vas a hacer? Baja el arma, por favor. Con eso no se juega.
Julia puso su dedo sobre el gatillo.
Si él disparaba, de alguna forma nos iba a lastimar a ambos.
Traté de alejarme, pero Julia me sujetó de la cintura, reteniéndome para que no me moviera.
—Solo te pido que confíes en mí —dijo.
¿Confiar en qué? ¿En que quería probar el arma primero en mí?
Empecé a dudar en la cordura de Julia.
Oh por... ¡¿Y si ella fuera la esquizofrénica y no su hermano?! ¿Y si en verdad estaba con el hermano equivocado en vez de la original Julia Volkova? ¿Y si...?
No tuve tiempo de seguir con el hilo de pensamientos porque Julia jaló el gatillo.
Cerré los ojos y solo pude esperar a que ninguno de los dos saliera lastimado.
Pero después de varios segundos de esperar, no había escuchado aún el sonido del disparo.
Abrí los ojos lentamente. Sentí que algo se estaba enredando en mi cabello y me hacía cosquillas en la frente.
Eran… eran…
Lo golpeé en el hombro y me aparté de él.
—¡¿Estás loca?! —Lo juro. Esta mujer me quería enloquecer. ¿Un arma de burbujas?
¡¡¡Aaaaagggg!!!
¿En serio? La pistola soltaba burbujas que golpeaban levemente mi rostro y explotaban al hacer contacto con mi pelo.
—¡JULIA VOLKOVA! —chillé—. ¿Sabes que casi se me sale el corazón al pensar que era un arma real?
Lo escuché reír pero yo estaba demasiado furiosa como para acompañarlo a reír también.
—Lo siento, nena —dijo él intentando alcanzarme por la cintura. Me alejé antes de que pudiera atraparme—. Lena… lo siento. Lo sé, fue una mala broma pero es que… Quería enseñarle a Marie que no fuera una metida.
Fruncí el ceño.
—¿A Marie? ¿Qué tiene ella que ver con esto?
Julia me señaló la puerta, estaba medio abierta.
—Marie nos estuvo escuchando en un principio. No sé cómo supo que tenía un arma guardada en la espalda pero…
—Eres una estúpida.
—Yo solo quería enseñarle una lección.
Resoplé.
—Ah, ¿sí? ¿Cuál es esa lección?
—A no ponerme en contra de mi chica. Quería comprobar que la próxima vez que Marie te estuviera diciendo idioteces, tú no le creerías con tanta facilidad. Vi cómo empezabas a caer de nuevo en sus mentiras, solo quería asegurarme de que confiabas en mí.
—Pues habían… —lo golpeé en el hombro—… otros… —le di un golpe en el pecho—… métodos. ¡Me asustaste mucho! Pensé que de verdad matarías a tu hermano.
—A pesar de que él cometió varios crímenes nunca me hubiera atrevido a matarlo —me dijo. Sus palabras sonaban sinceras—. Y no, él no está libre. Sigue encerrado y yo sigo negándome a verlo; no quiero que lastime a mi sobrina de nuevo.
Me crucé de brazos y expulsé todo el aire que contuve desde que sacó a Cliff de la oficina para hablar.
—Ahora, esos son problemas en los que sí te puedo ayudar.
Él alzó una ceja.
—Si quieres… te acompaño a verlo —ofrecí.
Julia empezó a caminar alrededor de la pequeña oficina hasta que se detuvo frente al escritorio de Cliff y apoyó su cadera en una esquina.
—No quiero verlo. Hago suficiente pagándole una gran cantidad de dinero a la clínica. Dinero que, por cierto, no gano haciendo nada ilícito. Lo único ilícito que he hecho en mi vida es follar en un escritorio de madera.
Me estremecí al oírlo.
—¿Por qué me cuentas eso?
—Porque escuché lo que te decía Marie. ¿Quieres saber de dónde saco el dinero?
Me sentía tonta por quererlo saber. Me mordí el labio y evité verlo a los ojos.
—Key dijo que trabajabas; yo en verdad no quiero entrometerme más.
—Lena, mis padres tenían bastante dinero. Al morir, ese dinero pasó a mi hermano mayor, pero como él no estaba en condiciones para recibirlo, fue a parar a mis manos. Sé que tal vez piensas que soy alguna narcotraficante, o terrorista, o estafadora. Pero no. Soy solo yo; no tengo ni un pelo de misterioso en mi vida. Tal vez sea una idiota, sí, lo reconozco; tal vez sea una arrogante hija de puta que salió con la chica equivocada durante cinco meses, pero cada fibra de esta inútil chica grita por no alejarse de ti. Me gustas. Mucho. Quiero que confíes en mí. Quiero que confíes en ti, en las dos. ¿No quieres que haya secretos entre nosotras? Bien, te contaré hasta las veces que codicié la bicicleta que tenía el vecino cuando éramos niños. Este soy yo. Tómame o déjame.
Mis ojos se estaban nublando levemente.
Le sonreí sin mostrar dientes.
—Ya tengo el título perfecto para tu libro —dije después de un rato.
Él me sonrió de regreso.
—¿Ah sí? ¿Cuál es?
—La Idiota encantadora ataca de nuevo.
Se acercó hasta mí para sostenerme de la cintura. Esta vez se lo permití.
—¿Solo encantadora? Cariño, tengo el paquete completo: cara, cuerpo y personalidad. Eso no se resume en un título.
Bufé y pegué mi rostro a su pecho.
Olía delicioso. Como a esas lociones de marca desconocida que sólo se vendían en Siberia o en París.
Ella me sostuvo así por un momento hasta que subió mi rostro para besarme en los labios.
Cierto, ningún título podría resumir todo lo que era ella.
—Oye, ¿si Marie estuvo espiando hace rato, no crees que vaya a…? —No terminé lo que iba a decir ya que la puerta de la oficina de Cliff se abrió con un golpe.
Mi papá, el tío Victor, la tía Charlotte, Marie y varios de los empleados estaban al otro lado de esa puerta, viéndonos con horror. Mi padre se aventuró a entrar y apuntó con la escopeta a Julia.
No de nuevo.
—¡Papá, ¿qué haces?! —Me solté de Julia y me puse frente a él.
—Lena, muévete. Esta tipa tiene que ir a la cárcel. Tu prima lo vio con un arma en la cintura y lo escuchó hablando de matar a alguien. Ahora, yo sé que a las chicas de hoy les resulta erótico asociarse con un mafioso, y culpo a todas esas series de vampiros que miras, pero no voy a permitir que mi hija se enamore de una.
—¡Papá! La pistola de Julia es de…
—¡Ahí está! Yo se la vi mientras estaba peleando con Mason. Creo que hasta lo pudo haber matado —gritó Marie apuntando hacia Julia con un dedo.
Eso me enfureció.
—Julia, pásame la pistola —le dije entre dientes. Le estaba dando la espalda pero ella me pasó el arma de juguete sin rechistar.
La elevé y la apunté directo en la cabeza de Marie.
—¡Santo cielo, Lena! —mi papá chilló y me miró en estado de shock.
A Marie se le había abierto la boca y se quedó inmóvil por un rato.
—Estoy apuntando justo a tu cabeza —le dije a mi prima aun con el arma en la mano—, si no quieres que jale el gatillo vas a tener que cerrar esa boca que tienes.
Wow. Un arma sí que me daba cierta sensación de control. Esto era emocionante. Aún cuando era una de burbujas.
—¿Qué mierda? Lena, aleja esa cosa de mi cara —rugió Marie. Se puso pálida como un papel.
—No. Me has provocado demasiado y es hora de que pagues.
Escuché la risita de Julia que provenía detrás de mí.
—Para empezar, papá, baja esa escopeta. Ya hablé con Mason y me dijo que te acabaste las balas. —Papá tragó haciendo temblar su manzana de Adán. Bajó la escopeta al suelo y se quitó los lentes para limpiarles el sudor.
—Debí suponer que ibas a hacer algo así —dijo él—. Desde el momento en que tu madre te convenció para que vieras esas películas de vampiros que se enamoran, supe que desviarías tus buenos pasos. Los vampiros enamorándose, es algo antinatural, hija. —Papá se volvió a colocar sus gafas de marco grueso.
Rodé los ojos.
—No estoy influenciada por películas de vampiros —respondí solemnemente.
—¿Qué familiar, en su sano juicio, se lanzaría a comerte después de ver que te hiciste una herida con papel de regalo? —reclamó, citando una de las partes de la película.
—Se nota que no las has visto, papá —dije sarcásticamente.
—Susan me hizo alquilarla. Ese fue dinero desperdiciado.
Suspiré, cansada de las divagaciones de mi padre, y regresé a mi labor de torturar por un rato a Marie:
—Bien. Ahora habla. Di, aquí frente a tus padres, con quién te has estado acostando estas últimas semanas.
Marie lució confundida por un momento.
—¿Qué…?
—No me mientas. Tus minutos están contados. Vamos, diles la verdad, cuéntales lo promiscua que eres.
Ella miró primero a mi papá y luego más atrás a sus padres.
En el fondo se encontraban Nastya, Dulce, Mirna y Key. Mirna no dejaba de ver entre Julia o Key, creo que se sentía indecisa sobre cuál de los dos elegir.
—Lena… —Marie torció la mandíbula—. No sé qué es lo que tratas de hacer pero te juro que…
—¿Qué, no es obvio? Me cansé de cubrirte y de que me eches todo el tiempo a mí la culpa. Empieza a confesar ahora antes de que se me vaya la paciencia.
Julia seguía con las risitas.
—Deberías contar hasta tres —sugirió.
—Buena idea. Uno…
—¡Está bien! Mamá, papá: me he acostado con Eder desde que lo conocí. Listo. ¿Eso querías que dijera? —Me miró como si ella hubiera ganado la guerra.
—Dos… —alcé una ceja. Qué bien se sentía hacerla pasar por un mal rato.
Creo que ya entendía a Julia y el por qué no aclaraba nada de mi supuesto embarazo: era gracioso ver a otros sudar.
—Y… —puse el arma en su cabeza, rogando para que no fuera a notar que era de plástico. Aunque dudaba que supiera distinguir una de la otra.
—¡Está bien, está bien! —chilló ella, levantó las manos al aire. La derecha le temblaba más que la izquierda—, también me he acostado con otros chicos. Pero deberían entenderme. Yo necesito más… mucho más de lo que un solo chico me ofrece; yo ya me acostumbré a la idea y será mejor que ustedes también se acostumbren.
Escuché a la tía Charlotte jadear.
—¿Contenta? —dijo Marie dándome una mirada asesina.
Sonreí abiertamente.
—Sí —jalé el gatillo de la pistola e inmediatamente una lluvia de burbujas salió disparada hacia el rostro con pelos de zanahoria de mi prima.
Julia comenzó a reír más fuerte. Marie chilló escandalosamente.
—Eres una manipuladora —me dijo.
Le saqué la lengua y le regresé la pistola de juguete a Julia.
Todos parecieron disfrutar de la broma y comenzaron a reír. Papá relajó su postura y me dio una mirada que me prometía muchos regaños para un futuro inmediato.
Key entró en la pequeña oficina, se quedó ido viendo por un momento el enorme cuadro de Frida Kahlo colgado en la pared, y luego caminó hacia nosotros.
—La ceja de esa mujer me está mirando —dijo él. No podía apartar la mirada del retrato—. Siento escalofríos.
—Oye, amigo —dijo Julia—, aquí la tienes.
Key se deshipnotizó del cuadro y miró a Julia.
Ella le entregó la inofensiva arma y se dieron palmadas en la espalda.
—Me alegra que se hayan divertido —dijo lanzando burbujas al aire.
—Oh, sí. Fue una experiencia educativa —respondió ella.
Por el rabillo del ojo pude ver a Marie acercándose hacia mí. Su rostro estaba rojo de la cólera.
—Se me olvidó decir otra cosa más —dijo, su voz sonaba terriblemente dulce y encantadora. Eso no era nada bueno. Julia y Key detuvieron su plática y se quedaron observándola atentamente—. Julia fue uno de los chicas con los que más follé. Lo hicimos en la alfombra del departamento, en el baño, en mi cuarto, en la sala, en la mesa del comedor y… hasta en tu habitación Lena. Cerca de esos libros para mayores de edad que guardas en un gabinete —sonrió con malicia—. Lo hicimos en los baños de este restaurante, en esta oficina —Cliff, quien recientemente se había añadido en la reunión, jadeó y soltó un chillido horrorizado—. Lo hicimos en todas las posiciones y en todos los lugares posibles… no te sientas tan especial, querida. A esa chica yo lo entrené primero. Y tú, ¿qué le has dado a estas alturas? ¿Lo haces reír? Bien, pues continúa siendo su payaso mientras yo me convierto en su mujer.
Sencillamente no lo soporté.
No pude.
Me quebré como una ramita de hojas secas.
Ni siquiera pude arremeter contra Marie; mi cuerpo se sentía hecho de plomo. Solo quería alejarme de ella… de todos.
Y eso hice.
Salí disparada en la dirección a la que mis pies dictaban. No podía apartar las cientos de imágenes que se precipitaban por mi cerebro.
Ella tenía razón.
Marie estaba en lo cierto.
Mis pies dormidos me llevaron hacia los baños. Una vez dentro me metí en el cubículo más cercano y me deslicé en el suelo.
No podía dejar de preguntarme en qué lugar del baño ellos habían… follado. Tal vez en el baño de hombres, tal vez justo en donde estaba sentada, llorando.
¡Hasta lo hicieron en mi cuarto!
No podía creerlo. Cierto, eso ya era parte del pasado de Julia y no podía cambiarlo aunque quisiera, pero dolía.
Sin importar lo que muchas de esas frases genéricas dijeran acerca de olvidar y perdonar, dolía demasiado como para hacerlo en este momento.
Escuché la puerta del baño ser abierta y me apresuré a silenciar mis sollozos y me senté sobre la tapadera del retrete, alzando mis pies para que no fueran a verme.
—Lena, soy yo —era Nastya—. Lena, sé que estás aquí porque te vi meterte en el baño.
Estiré de nuevo mis pies sobre el suelo y pronto ella los notó.
La oí acercarse hacia la puerta del cubículo en el que estaba, y sentí que se apoyaba para hablarme.
—Marie es una basura que no merece ni el más mínimo reconocimiento —comenzó a decir. Yo no dije nada. No podía; mi garganta estaba siendo atravesada por mi saliva y por mis sollozos—. Lo mejor que pudo haberte pasado es que te echara del departamento; con ella solo te ibas a envenenar rápido.
Escuché la puerta abrirse de nuevo.
Vi unos zapatos de hombre acercarse a las zapatillas azules de Nastya
—¿Está ahí? —Se me crisparon los vellos de los brazos. Era Julia.
Encogí mis pies y abracé mis rodillas.
—Sí —respondió Nastya—. No quiere hablar.
—Yo me encargo. —Las zapatillas de Nastya quedaron fuera de foco mientras la escuchaba salir del baño—. Lena, por favor no te vayas a enojar. Hace un momento te dije que deberías confiar más en mí, y al parecer solo estoy demostrando lo mucho que no deberías hacerlo. Lo siento.
Sollocé involuntariamente.
—Lo siento —volvió a repetir Julia—. No quería que escucharas esas cosas viniendo de Marie.
No quería escuchar esas cosas y punto.
—¿Vas a hablarme de nuevo? —preguntó después de varios minutos de silencio.
—Tal vez —mi voz sonaba rota. Era una tonta. Obviamente Julia tuvo un pasado movido con mi prima pero no quería saber absolutamente nada de lo que ellos una vez hicieron.
Era mejor vivir en la ignorancia de la mentira que abrir los ojos ante el conocimiento de la verdad.
—Primer secreto —dijo Julia, su cuerpo se deslizó hasta quedarse sentado frente a la puerta. Lo único que se miraba a través de la ranura era una parte de su camiseta gris—. Cuando tenía diez años me enamoré perdidamente de la aseadora que mamá había contratado para un evento de gala. En ese entonces creía que un lunar peludo cerca de la boca era símbolo de sensualidad y elegancia… —No pude evitarlo y me reí/sollocé al mismo tiempo—. Ella me llevaba como treinta años de diferencia y yo caí rendida por las galletas de coco que siempre me daba por las tardes…
Me mordí los labios.
Julia tenía algo que me hacía amarla con facilidad. Había escuchado antes esa frase: Eres fácil de amar. Pero nunca había entendido su significado.
Con Julia todo tenía sentido para mí ahora: ella era fácil de amar. Imposible de no adorar, e irresistible de no querer.
Aunque ella siguiera derramando sus secretos yo ya había tomado mi decisión desde que lo vi aparecer por esa puerta; iba a olvidar cada palabra de Marie. Estaba con Julia en este momento, y aunque me dolía saber que estuvo con otras antes que yo, ahora estaba conmigo, en tiempo presente.
¿Qué me había dicho ella antes? ¿Tómame o déjame? Pues yo lo tomaba.
Aun cuando viniera con cada pequeño secreto por defecto de fábrica.
Yo la quería. No, yo la amaba.
Amaba a Julia Volkova fuera o no un chica misteriosa. Con todas y cada una de las advertencias que tuviera puestas.
Ella era mía.
Nota #1:
Chica de ojos color tormenta
Ojos grises.
No eran como esos ojos de gato, todos fríos y que parecían adentrarse a mi alma. No, sus ojos eran grises como el grafito. Como el cielo cuando empieza a formarse una tormenta.
Mierda. Me sentía indigno de ser visto por esos ojos.
La chica tenía la boca entre abierta justo lo suficiente como para que mi mente cochina deseara poder deslizar mi lengua y saborearla.
Ella se miraba confundida, y aun así atractiva.
Me preguntó qué había pasado, y yo, como la idiota mentirosa que era, le señalé un letrero de más de dos metros de altura con el que dije se había golpeado.
A decir verdad el imbécil de Key estaba jugando con mi nuevo balón de fútbol americano y lanzó un pase largo que no fui capaz de detener a tiempo, y que cayó en su cabeza lanzándola al suelo... y lanzando su paquete de condones también.
No había cosa más sexy que ver a una chica con varios de ellos. Lo que me hizo sentirme celosa del hijo de perra que se iba a deslizar en esos... en ella.
¡Basta! ¡No vayas ahí, Volkova!
Ayudé a la chica ojos de color tormenta a ponerse de pie y bromeé un poco con ella y con su camiseta.
Se ruborizó rápidamente.
La dejé ir cuando una atractiva pelirroja a su lado inmediatamente se presentó a sí misma. Creo que dijo que se llamaba Marti, o Marla o Marsie.
Y sí, ella acababa de confirmarme que la chica de ojos grises tenía a alguien que se encargara de rellenar esos condones.
Bien. Yo no era un desarma relaciones así que ojos grises no estaba permitida para mí. Pero al menos tenía un buen reemplazo en camino.
Le sonreí a la pelirroja y me presenté como la chica despreocupada que aparentaba con todas, como si no estuviera jodido y destruido por dentro, como si me importara un comino lo que ella llegara a pensar de mí... Como si realmente la fuera a ver más adelante:
Julia Volkova.
Esa se supone que era yo.
[/size]
Tómame o Déjame
Finalmente (y después de dos horas) logré convencer a papá de que no estaba, bajo ningún concepto, embarazada. Me costó que me creyera, él era un viejo terco y obstinado que no dejaba de apuntar la escopeta de Mason en el rostro de Julia; también le hizo dos hoyos al techo del restaurante cuando disparó al aire, y me tocaba a mí dar parte de mis liquidaciones para pagar por los daños ocasionados.
¿Ya mencioné que me dieron "tiempo libre" en el trabajo? Mi tío Victor dijo que técnicamente no lo tomara como un despido sino más bien como un receso a mis actividades (otra forma bonita de decir que mejor no regresara).
Me sentía herida y totalmente enojada por eso. Cuando Julia se enteró de que me iba del departamento de Marie, me aseguró que siempre tendría un lugar junto a él, en su cama. Pero tuvo el descaro de mencionarlo frente a mi padre (lo que provocó que él lo amenazara de nuevo con la escopeta) así que me quedaría temporalmente en casa de papá.
Mamá iba a estar furiosa cuando le dijera. Ella sentía que la traicionaba cada vez que me quedaba con él. Y más ahora que supiera que lo de mi embarazo era falso; ella no paraba de decirme lo mucho que deseaba tener nietos corriendo por el patio trasero de la casa.
Pffft.
—En serio, Lena. Perdóname —suplicó Mason, no dejaba de seguirme mientras yo limpiaba mi casillero y acomodaba mis cosas en una caja. Cliff lo quería vacío al final del día—. Lo que pasó conmigo y tu prima fue un desliz que nunca se volverá a repetir.
—¿Es eso lo único que lamentas? —pregunté deteniéndome de mi tarea.
Mason era un tonto.
¡Le había dado una escopeta a mi padre, el hombre que no podía manejar un martillo sin golpearse el dedo!
—Sé que quieres que diga que lamento el que tu padre le haya apuntado con un arma a... esa... tipa, pero no diré algo que no siento.
—¿Qué ganabas contándole lo del supuesto embarazo? —le reclamé.
—No sabía que era una mentira —Mason tuvo el descaro de lucir avergonzado cuando dijo eso—. Los únicos hijos que quiero ver en ti, serán los nuestros, no los de esa “mujer”
¿De verdad...? ¿Qué...? ¿Él acababa de decir eso? ¿Seriamente?
Lo fulminé con la mirada.
—Mason —arrugué la nariz—, no voy a tener a tus hijos. Entiéndelo de una vez: ¡no quiero nada contigo! ¿Cómo pudiste acostarte con mi prima sabiendo lo venenosa que es?
—¡¿Yo?! ¿Cómo puedes reclamarme eso cuando sales con la esclava sexual de ella? Yo solo me acosté con tu prima una vez... Bueno, dos —hizo una pausa y no despegó la vista del suelo—. Tal vez tres o cuatro veces, pero...
—Asco. Basta, no quiero seguir escuchando eso.
—¡Oye, deberías estar preguntándote cuántas veces lo ha hecho esa tipa! ¿Tal vez unas cincuenta, cien?
—¿Ciento cincuenta?
—¿Qué? No creo que sea humanamente posible pero...
Cerré mi casillero de golpe y lo enfrenté.
—Tal vez tú y yo tuvimos un pasado, pero te aseguro que no hay ningún futuro. Todavía no puedo creer que le contaras a mi padre y le dieras una escopeta para venir a cazar a Julia.
—Lo siento. Es que tú me vuelves un idiota...
—Corrección —se entrometió Julia que venía caminando en mi dirección, a paso lento y con las manos metidas en los bolsillos delanteros del pantalón—, ya eres un idiota sin necesidad de la ayuda de Lena.
Julia se colocó a mi lado y sacó una de sus manos y la metió directo en el bolsillo trasero de mis jeans.
Di un pequeño brinco por la sorpresa.
Él prácticamente me estaba tocando el trasero.
Para Mason el gesto no pasó desapercibido. Sus ojos no dejaban de fulminar hacia la mano dentro de mi bolsillo. Ni a mí se me pasaba por alto tampoco; mi rostro se puso caliente en cuestión de segundos… hasta mi trasero se sentía caliente con esto.
—El asunto es entre Lena y yo —gruñó Mason—, no con la esclava.
—Cualquier asunto que quieras tratar con Lena, también lo tratas conmigo, lame vacas —le replicó ella.
La mano que metió en mi bolsillo trasero se curvó y me pellizcó un poco fuerte.
—¡Julia! —chillé en voz baja. Mason no quitaba la vista de mi retaguardia.
—Y vete olvidando de mi chica, no lograrás meterte en sus pantalones ni para probártelos —Julia hablaba en su modo de me-creo-la-dueña-del-mundo; o: me-creo-la-dueña-de-Lena.
—Lena fue mía muchísimo antes de ser tuya —habló Mason. La vena de su cuello saltaba con furia y parecía como si quisiera traspasarle la piel.
—¿De verdad crees que fue tuya? —Julia le dedicó una sonrisa arrogante, de esas que siempre ponía cuando me le quedaba viendo embobada por mucho tiempo, o cuando mi cuerpo se delataba con el efecto Bambi.
—Siempre fue mía... —y antes de que Mason pudiera terminar esa frase, Julia ya se estaba abalanzando. Pero no hacia él, hacia mí.
Retiró la mano de mi bolsillo y la puso esta vez en mi glúteo.
Abrí los ojos en sorpresa pero ni siquiera llegué a formar palabras coherentes porque su boca ya estaba sobre la mía. Reclamando y devorando todo a su paso.
Su mano se deslizó más abajo y, de un tirón, me levantó lo suficiente como para encajar mis caderas con las suyas.
Jadeé inevitablemente en medio de nuestro beso.
—¡No puedo creer esto! —escuché que se quejaba Mason, pero mi mente estaba en otra cosa diferente y lejana a él.
Los labios de Julia eran perfectos... y muy conocedores. Una chica como ella definitivamente sabía besar y hacer uso de su lengua.
Sus caderas se mecían levemente contra las mías y se sintió casi como tocar el cielo con las manos.
—¿Pueden parar ya con la demostración pública? —volvió a hablar Mason, esta vez Julia separó lentamente su boca de la mía y lamió mis labios.
¡Los lamió frente a mi ex novio!
—¿Quedó claro quién es la maestra aquí, niño? —Noté que a Julia le faltaba la respiración mientras decía esas palabras. Debería sentirme enojada porque se pelearan por saber a quién pertenecía, pero en su lugar me sentía atontada y deseosa de más. En esos momentos yo era como Bambi recién nacido: no sabía cómo caminar, no pensaba con claridad, tenía la mirada desenfocada y quería gritar por mi mami.
Definitivamente mi cerebro nadaba en morfina, y se había dado vacaciones a Nueva Inglaterra.
—Claro. Si yo también me hubiera acostado con Marie unas ciento cincuenta veces, tendría la misma o más experiencia de la que tienes —respondió Mason.
Lo último que supe fue que él de repente acabó en el suelo con el labio partido y con sangre escurriéndole de la boca.
Mi cerebro regresó de viaje instantáneamente.
Julia me puso detrás de él, y por encima de su hombro fui capaz de ver a Mason ponerse de pie lentamente y limpiar la sangre con su dedo pulgar.
Su mandíbula se desencajó mientras le regresaba el golpe a Julia.
Chillé y me alejé de ambos.
—¡Deténganse! —grité pero ellos se preparaban para lanzar más golpes.
Debido a mis gritos de protesta, Nastya se acercó corriendo hacia nosotros... también Mirna, Gustavo, y prácticamente todos los empleados del restaurante.
Julia seguía moliendo a golpes a Mason, y Mason derribaba a Julia y la empujaba contra los casilleros siempre que podía.
—¡Pero qué romántico! —chilló Mirna— ¡Se están peleando por ti, Lena!
—¡Mirna! —grité. Este no era momento para ponerse a decir tonterías.
—¿Qué? Yo solo digo la verdad. Eres una chica afortunada.
Yo estaba intentando hacer todo lo posible por separarlos pero ambos estaban ciegos de ira.
Julia golpeaba con fuerza la mandíbula de Mason; el sonido del puño al chocar contra los músculos era desagradable.
Gustavo se tuvo que interponer entre los dos para detenerlos.
—Míralos, parecen perros peleándose por un hueso de mala calidad —susurró Marie en mi oído. Se había logrado colar también entre la gente.
Me giré para encararla. Tenía una mirada maliciosa en los ojos.
Todavía no había visto el desorden que causó en el departamento pero estaba segura de que mis cosas fueron las más afectadas de las dos.
Traté de ignorarla porque definitivamente ella tenía un problema mental, pero no le importó y continuó susurrando cosas en mi oído mientras Julia y Mason se agarraban a golpes y Gustavo intentaba separarlos.
—Creo que tú no sabes la gravedad del asunto en cuanto a retener a Julia; ella no es tu tipo.
—Pero sí que es el tuyo, ¿verdad?
—Por supuesto. No te imaginas ni siquiera con quién estás tratando.
Los chicos no detuvieron la pelea, en su lugar involucraron también a Gustavo y el pobre recibió dos golpes en el hombro y la nuca.
—¿Y con quién estoy tratando según tú? —le pregunté.
—Estás tratando con una chica que es una bandida.
Y seguía con lo mismo.
Rodé los ojos.
—Ya sé que estabas mintiéndome. Julia no es una ladrona.
—¿Confías demasiado en ella como para creerle?
Nastya logró sacar a Gustavo lejos de la pelea. Julia tenía un corte en la ceja y no dejaba esa sonrisa arrogante. Tenía que detenerla tarde o temprano.
—Marie…
—Oh, ya veo. Ni siquiera la conoces lo suficiente como…
—¡Ya deja de envenenarle la mente a Lena! —Ambas nos sorprendimos cuando Dulce se entrometió entre las dos.
—Lena, es obvio que tu prima está celosa de ti y por eso trata de arruinar tu relación a como dé lugar —se giró entonces en dirección a Marie—, y tú, está más que claro que no tomas muy bien el que una chica te haya botado. ¡Cielos! Supéralo de una buena vez. ¿No has oído que hay más peces en el agua?
—¿Y quién es esta emo? —preguntó Marie, su rostro se puso casi tan rojo como su pelo.
—¿Emo? Pffftt. Ninguna emo, cariño. Soy una gótica, y eso es algo muuuuy distinto.
—De todas formas, ¿quién crees que eres como para entrometerte?
—Soy una amiga de Lena.
—Y una empleada de mi padre, así que no te…
—¿Eres hija de Cliff? —preguntó Dulce—. Jum, ya sabía que te había visto en alguna parte.
Traté de no reírme al hacer la comparación entre Cliff y Marie, pero era imposible no hacerlo. A Marie claro que no le pareció divertido.
—¿Te parezco hija de esa bola de grasa andante? —preguntó, ella estaba a punto de perder el control.
Dulce la observó de pies a cabeza. Su boca cubierta de labial negro se frunció mientras la repasaba con la vista.
—No hay dudas, son como dos gotas de agua… Hasta tienes la misma barbilla con forma de papa que tiene él.
Marie se acercó más a Dulce para intimidarla, pero Dulce no demostraba sentirse para nada de esa manera.
—Mira, emo —habló Marie—, si vuelves a decir otra cosa como esa, prometo que para mañana estarás haciéndole compañía a Lena en la calle de desempleados.
—Y si tú vuelves a decirme emo otra vez, prometo que te va a doler cuando te golpee.
—Oh.Por.Dios. Esto es emocionante —murmuró Mirna—, dos chicos se pelean por ti y ahora dos chicas, bueno en realidad un chico y tres chicas!!. ¿Cómo lo haces?! ¿Es algo que tomas? Porque si es así yo también quiero, y una dosis enorme.
—Es algo que mi madre prepara —le susurré en broma.
—Consíguemelo —me pasó una cantidad de dinero y la depositó en el bolsillo de mi pantalón.
—Hecho.
—¡Lena, ven y controla a estos dementes! —gritó Gustavo. Mason lo agarró de la camisa y lo empujó contra Nastya.
Julia sostuvo a Nastya de un brazo para evitar que ella se cayera, y Mason aprovechó para patearlo en las costillas.
Jadeé al verlo.
—¡Mason detente! —chillé.
No podían pasarse toda la hora peleando, pero tampoco quería entrometerme porque la última vez que lo hice terminé con la nariz hinchada.
—¡¿Cómo me llamaste?! —gritaba Dulce por el otro lado de la habitación—. Ahora sí, te voy a golpear, perra.
Dulce se abalanzó contra Marie y le jaló el pelo.
Marie chilló e hizo garras con sus manos; era lo primero que hacía en una pelea: aruñar a la gente.
—No puedo encargarme de todos —dije a Mirna.
—Ocúpate de la guapa y sexy de allá, y yo me encargo de que Dulce le dé unas buenas cachetadas a la zorrilla de este lado.
Mirna se puso en camino y se limpió las manos en su delantal azul.
Dulce seguía jaloneando el pelo de Marie y ella no dejaba de gritar groserías.
—Parece que ocupas ayuda por aquí —dijo alguien a mis espaldas. Era… ¿Key?
—¿Qué haces aquí?
Key lucía guapo. Usaba una camisa a cuadros de color verde, y llevaba una hebilla con forma de cascabel en la cintura.
—Julia dejó a Dolly en mi casa ayer —respondió. Dolly era la motocicleta—. Me pidió que la llevara a verte en la madrugada. Oh, también lamento de nuevo haberte dado el apresurado regalo de bebé.
—Asunto olvidado —le dije—. Oye, podrías… —señalé en dirección a Julia y Mason. En serio, juro que parecían hacer pasos de baile en vez de estar luchando.
¿Acababa de ver a Mason hacer pasos del Gangnam Style, y a Julia hacer los de una danza escocesa?
—Claro, yo me encargo —Key rodó los ojos y se movilizó para detenerlos.
—¿Quién es ese? —preguntó Mirna regresando a mi lado. Dulce seguía gritando y peleando con Marie que cada vez lucía más despeinada.
—Es amigo de Julia. Se llama Key.
Key agarró a Mason de un brazo y lo alejó de Julia. Julia lo palmeó en el hombro y lo saludó como si minutos antes no hubiera estado agarrándose y tirándose del pelo con Mason.
Noté que Nastya se quedó viendo embobada a Key, así como yo me quedaba por ocasiones viendo embobada a Julia.
Ahora entendía lo que todos miraban en Julia y yo.
Hmmm.
—Apuesto cien a que Nastya termina enamorada de él de aquí a la próxima semana —me susurró Mirna.
Tomé el dinero que ella me había depositado anteriormente en el bolsillo y se lo puse en la palma de la mano.
—Trato hecho.
—Me uno también —dijo Gustavo poniendo una cantidad similar a la mía en la mano de Mirna.
—Anótenme a mí con lo mismo —gruñó Dulce desde el otro lado, ella era otra que parecía hacer pasos de baile con Marie, solo que Marie se miraba como aplastando cucarachas.
—Oh, esto se va a poner divertido —dijo Mirna.
De repente apareció Cliff por la entrada. Cuando vio el desorden que habíamos causado sus ojos se abrieron enormemente.
—¿Qué es todo…?
—Toma —Julia lanzó un pequeño fajo de billetes que muy hábilmente Cliff atrapó—. Tú no has visto nada.
Cliff inmediatamente se fue por donde regresó.
Tuve que rodar los ojos y ver sospechosamente a Julia.
—¿Qué te dije? —gritó Marie mientras Dulce la sujetaba del pelo—, es un ladrona.
Todos los presentes se quedaron callados y detuvieron las peleas, con miles de preguntas en sus ojos.
Julia corrió a mi lado.
—Pregúntale —escupía Marie—, pregúntale de dónde saca el dinero.
Tragué saliva, incómoda por toda la atención que estaba recibiendo por parte de los demás.
—Anda, pregúntale —insistía ella—. Mejor aún, por qué no revisas la parte trasera de su espalda. Apuesto a que encontrarás sorpresas por ahí.
—¿Qué? —si se refería al tatuaje con su supuesto nombre la iba a golpear hasta el amanecer.
—Marie —Julia la fulminó con la mirada—. Cállate.
—Vamos Lena, sin miedo —dijo ella—. Claro, si es que te deja que revises.
Miré a Julia, completamente confundida.
—Apuesto diez grandes a que es una sexy estafadora, ¿quién más se anota? —Esa era Mirna. El dinero llegó rápidamente a su mano.
—¿De qué está hablando Marie? —le pregunté a ella, ignorando a los demás.
Julia suspiró y me tomó del brazo para sacarme de la habitación.
—¿Qué estás haciendo? —chillé mientras me arrastraba hacia la oficina de Cliff. Él se encontraba sentado en su silla de cuero, viendo fijamente el retrato de Frida Kahlo y comiendo una hamburguesa llena de mayonesa.
Al vernos se puso de pie y dejó su hamburguesa a medio comer en el escritorio.
—¿Quién les autorizó a meterse así en mi oficina? Suficiente con hacerme el tonto una vez…
Julia le lanzó billetes y él los recogió todos.
—Solo quiero quince minutos con Lena, a solas —dijo con prisa.
—Oh.
No entendía qué estaba pasando. ¿Qué rayos ocultaba ahora?
Cliff salió corriendo, llevándose su hamburguesa consigo; nos dejó solas.
Me crucé de brazos y puse distancia entre Julia y yo.
Este era el momento en saber si el tatuaje era acerca de Marie o no.
—¿Qué es lo que necesitas decirme que tiene que ser a solas?
Él se pasó las manos por su espeso cabello negro.
Me miró a los ojos y vi el dolor en ellos.
—No te vayas a asustar —dijo.
Instantáneamente me asusté.
Llevó las manos a su espalda y… se sacó una pistola del pantalón.
Retrocedí tres pasos.
—¿Qué haces con eso?
—Es mía.
Parpadeé varias veces antes de hablar de nuevo.
—¿Para qué la quieres? —Retrocedí dos pasos más, pero él se adelantó hasta igualarme y quedar frente a mi rostro.
—¿Para qué apuntó tu padre una escopeta en mi cabeza? —preguntó tranquilamente.
—Para… ¿asesinarte? —estaba tartamudeando. Esta Julia realmente me asustaba mucho.
—¿Entonces para qué crees que la llevo?
Retrocedí un paso más.
Ella avanzó también lo mismo.
—¿Vas a dispararle a alguien con esa cosa? —tenía miedo de preguntar.
—Sí, Lena. Quiero dispararle a alguien con esta “cosa”.
Volví a retroceder hasta que choqué contra la pared. Ya no tenía escapatoria.
—¿A quién? ¿Por qué quieres hacerlo?
—¿Sonaría malo si te dijera que quiero matar a mi hermano?
—Una muerte nunca es justificable. Sin importar el mal que te haya hecho esa persona.
—¿No importa si dicha persona salió libre de una institución mental?
—¿Tu hermano salió?
Él asintió con la cabeza.
—Y ahora me está buscando… y no dejaré que termine lo que comenzó años atrás…
Mierda. Esto no iba a ser nada bueno.
Nada.
Julia seguía admirando la pistola en su mano. Yo no sabía nada acerca de esas cosas así que no tenía ni idea de qué marca o cuán vieja era. De lo que sí estaba segura era de que no quería verlo con una.
¿Matar a su hermano? ¿En serio? ¿Y salió libre de una institución mental?
No tenía idea de que pudiera hacer eso. ¿De verdad se podía, aun si el paciente no estaba del todo curado?
Tenía miedo que las cosas se le fueran a salir de las manos.
—Julia... la venganza no es la solución. Matar a alguien es… —ni siquiera podía pensarlo. Cierto, había gente que se merecía la muerte, pero por más que odiara a una persona no sería capaz de arrebatarle la vida. Peor si era a un hermano—. Tienes que recordar que tu hermano está mal mentalmente. No sé mucho de la esquizofrenia pero…
—Basta Lena. No sigas hablando.
—¿Que no siga hablando? ¡Pero si piensas matar a tu hermano! Tengo que hacerte ver lo equivocada de esa idea... —él puso dos de sus dedos sobre mi boca. Su frente se pegaba contra la mía.
—Ya sé lo arriesgado que es eso.
Tragué fuerte.
—¿Entonces qué haces siquiera pensándolo? Sabes que si pudiera, cambiaría las cosas.
Julia acarició mi mejilla y bajó su mano hasta mi mandíbula.
—¿De verdad las cambiarías?
Asentí con la cabeza, sin romper contacto con sus ojos verdes. Un morete se le estaba formando cerca de la boca y de su pómulo.
Quería darle besitos para confortarla.
—¿Confías en mí? —me preguntó repentinamente después de un minuto de silencio.
Volví a asentir.
—Confió en ti —le dije, pero no confiaba en sus malas decisiones.
Justo iba a decirle eso cuando ella puso el arma en medio de los dos.
Mi pulso salió disparado.
—¿Qué estás haciendo?
—Shhh —susurró contra mi boca—. Confía en mí.
¿Qué?
Subió el arma hasta que quedó frente a mi rostro, apuntando hacia el techo.
Dejé de respirar.
—¿Qué vas a hacer? Baja el arma, por favor. Con eso no se juega.
Julia puso su dedo sobre el gatillo.
Si él disparaba, de alguna forma nos iba a lastimar a ambos.
Traté de alejarme, pero Julia me sujetó de la cintura, reteniéndome para que no me moviera.
—Solo te pido que confíes en mí —dijo.
¿Confiar en qué? ¿En que quería probar el arma primero en mí?
Empecé a dudar en la cordura de Julia.
Oh por... ¡¿Y si ella fuera la esquizofrénica y no su hermano?! ¿Y si en verdad estaba con el hermano equivocado en vez de la original Julia Volkova? ¿Y si...?
No tuve tiempo de seguir con el hilo de pensamientos porque Julia jaló el gatillo.
Cerré los ojos y solo pude esperar a que ninguno de los dos saliera lastimado.
Pero después de varios segundos de esperar, no había escuchado aún el sonido del disparo.
Abrí los ojos lentamente. Sentí que algo se estaba enredando en mi cabello y me hacía cosquillas en la frente.
Eran… eran…
Lo golpeé en el hombro y me aparté de él.
—¡¿Estás loca?! —Lo juro. Esta mujer me quería enloquecer. ¿Un arma de burbujas?
¡¡¡Aaaaagggg!!!
¿En serio? La pistola soltaba burbujas que golpeaban levemente mi rostro y explotaban al hacer contacto con mi pelo.
—¡JULIA VOLKOVA! —chillé—. ¿Sabes que casi se me sale el corazón al pensar que era un arma real?
Lo escuché reír pero yo estaba demasiado furiosa como para acompañarlo a reír también.
—Lo siento, nena —dijo él intentando alcanzarme por la cintura. Me alejé antes de que pudiera atraparme—. Lena… lo siento. Lo sé, fue una mala broma pero es que… Quería enseñarle a Marie que no fuera una metida.
Fruncí el ceño.
—¿A Marie? ¿Qué tiene ella que ver con esto?
Julia me señaló la puerta, estaba medio abierta.
—Marie nos estuvo escuchando en un principio. No sé cómo supo que tenía un arma guardada en la espalda pero…
—Eres una estúpida.
—Yo solo quería enseñarle una lección.
Resoplé.
—Ah, ¿sí? ¿Cuál es esa lección?
—A no ponerme en contra de mi chica. Quería comprobar que la próxima vez que Marie te estuviera diciendo idioteces, tú no le creerías con tanta facilidad. Vi cómo empezabas a caer de nuevo en sus mentiras, solo quería asegurarme de que confiabas en mí.
—Pues habían… —lo golpeé en el hombro—… otros… —le di un golpe en el pecho—… métodos. ¡Me asustaste mucho! Pensé que de verdad matarías a tu hermano.
—A pesar de que él cometió varios crímenes nunca me hubiera atrevido a matarlo —me dijo. Sus palabras sonaban sinceras—. Y no, él no está libre. Sigue encerrado y yo sigo negándome a verlo; no quiero que lastime a mi sobrina de nuevo.
Me crucé de brazos y expulsé todo el aire que contuve desde que sacó a Cliff de la oficina para hablar.
—Ahora, esos son problemas en los que sí te puedo ayudar.
Él alzó una ceja.
—Si quieres… te acompaño a verlo —ofrecí.
Julia empezó a caminar alrededor de la pequeña oficina hasta que se detuvo frente al escritorio de Cliff y apoyó su cadera en una esquina.
—No quiero verlo. Hago suficiente pagándole una gran cantidad de dinero a la clínica. Dinero que, por cierto, no gano haciendo nada ilícito. Lo único ilícito que he hecho en mi vida es follar en un escritorio de madera.
Me estremecí al oírlo.
—¿Por qué me cuentas eso?
—Porque escuché lo que te decía Marie. ¿Quieres saber de dónde saco el dinero?
Me sentía tonta por quererlo saber. Me mordí el labio y evité verlo a los ojos.
—Key dijo que trabajabas; yo en verdad no quiero entrometerme más.
—Lena, mis padres tenían bastante dinero. Al morir, ese dinero pasó a mi hermano mayor, pero como él no estaba en condiciones para recibirlo, fue a parar a mis manos. Sé que tal vez piensas que soy alguna narcotraficante, o terrorista, o estafadora. Pero no. Soy solo yo; no tengo ni un pelo de misterioso en mi vida. Tal vez sea una idiota, sí, lo reconozco; tal vez sea una arrogante hija de puta que salió con la chica equivocada durante cinco meses, pero cada fibra de esta inútil chica grita por no alejarse de ti. Me gustas. Mucho. Quiero que confíes en mí. Quiero que confíes en ti, en las dos. ¿No quieres que haya secretos entre nosotras? Bien, te contaré hasta las veces que codicié la bicicleta que tenía el vecino cuando éramos niños. Este soy yo. Tómame o déjame.
Mis ojos se estaban nublando levemente.
Le sonreí sin mostrar dientes.
—Ya tengo el título perfecto para tu libro —dije después de un rato.
Él me sonrió de regreso.
—¿Ah sí? ¿Cuál es?
—La Idiota encantadora ataca de nuevo.
Se acercó hasta mí para sostenerme de la cintura. Esta vez se lo permití.
—¿Solo encantadora? Cariño, tengo el paquete completo: cara, cuerpo y personalidad. Eso no se resume en un título.
Bufé y pegué mi rostro a su pecho.
Olía delicioso. Como a esas lociones de marca desconocida que sólo se vendían en Siberia o en París.
Ella me sostuvo así por un momento hasta que subió mi rostro para besarme en los labios.
Cierto, ningún título podría resumir todo lo que era ella.
—Oye, ¿si Marie estuvo espiando hace rato, no crees que vaya a…? —No terminé lo que iba a decir ya que la puerta de la oficina de Cliff se abrió con un golpe.
Mi papá, el tío Victor, la tía Charlotte, Marie y varios de los empleados estaban al otro lado de esa puerta, viéndonos con horror. Mi padre se aventuró a entrar y apuntó con la escopeta a Julia.
No de nuevo.
—¡Papá, ¿qué haces?! —Me solté de Julia y me puse frente a él.
—Lena, muévete. Esta tipa tiene que ir a la cárcel. Tu prima lo vio con un arma en la cintura y lo escuchó hablando de matar a alguien. Ahora, yo sé que a las chicas de hoy les resulta erótico asociarse con un mafioso, y culpo a todas esas series de vampiros que miras, pero no voy a permitir que mi hija se enamore de una.
—¡Papá! La pistola de Julia es de…
—¡Ahí está! Yo se la vi mientras estaba peleando con Mason. Creo que hasta lo pudo haber matado —gritó Marie apuntando hacia Julia con un dedo.
Eso me enfureció.
—Julia, pásame la pistola —le dije entre dientes. Le estaba dando la espalda pero ella me pasó el arma de juguete sin rechistar.
La elevé y la apunté directo en la cabeza de Marie.
—¡Santo cielo, Lena! —mi papá chilló y me miró en estado de shock.
A Marie se le había abierto la boca y se quedó inmóvil por un rato.
—Estoy apuntando justo a tu cabeza —le dije a mi prima aun con el arma en la mano—, si no quieres que jale el gatillo vas a tener que cerrar esa boca que tienes.
Wow. Un arma sí que me daba cierta sensación de control. Esto era emocionante. Aún cuando era una de burbujas.
—¿Qué mierda? Lena, aleja esa cosa de mi cara —rugió Marie. Se puso pálida como un papel.
—No. Me has provocado demasiado y es hora de que pagues.
Escuché la risita de Julia que provenía detrás de mí.
—Para empezar, papá, baja esa escopeta. Ya hablé con Mason y me dijo que te acabaste las balas. —Papá tragó haciendo temblar su manzana de Adán. Bajó la escopeta al suelo y se quitó los lentes para limpiarles el sudor.
—Debí suponer que ibas a hacer algo así —dijo él—. Desde el momento en que tu madre te convenció para que vieras esas películas de vampiros que se enamoran, supe que desviarías tus buenos pasos. Los vampiros enamorándose, es algo antinatural, hija. —Papá se volvió a colocar sus gafas de marco grueso.
Rodé los ojos.
—No estoy influenciada por películas de vampiros —respondí solemnemente.
—¿Qué familiar, en su sano juicio, se lanzaría a comerte después de ver que te hiciste una herida con papel de regalo? —reclamó, citando una de las partes de la película.
—Se nota que no las has visto, papá —dije sarcásticamente.
—Susan me hizo alquilarla. Ese fue dinero desperdiciado.
Suspiré, cansada de las divagaciones de mi padre, y regresé a mi labor de torturar por un rato a Marie:
—Bien. Ahora habla. Di, aquí frente a tus padres, con quién te has estado acostando estas últimas semanas.
Marie lució confundida por un momento.
—¿Qué…?
—No me mientas. Tus minutos están contados. Vamos, diles la verdad, cuéntales lo promiscua que eres.
Ella miró primero a mi papá y luego más atrás a sus padres.
En el fondo se encontraban Nastya, Dulce, Mirna y Key. Mirna no dejaba de ver entre Julia o Key, creo que se sentía indecisa sobre cuál de los dos elegir.
—Lena… —Marie torció la mandíbula—. No sé qué es lo que tratas de hacer pero te juro que…
—¿Qué, no es obvio? Me cansé de cubrirte y de que me eches todo el tiempo a mí la culpa. Empieza a confesar ahora antes de que se me vaya la paciencia.
Julia seguía con las risitas.
—Deberías contar hasta tres —sugirió.
—Buena idea. Uno…
—¡Está bien! Mamá, papá: me he acostado con Eder desde que lo conocí. Listo. ¿Eso querías que dijera? —Me miró como si ella hubiera ganado la guerra.
—Dos… —alcé una ceja. Qué bien se sentía hacerla pasar por un mal rato.
Creo que ya entendía a Julia y el por qué no aclaraba nada de mi supuesto embarazo: era gracioso ver a otros sudar.
—Y… —puse el arma en su cabeza, rogando para que no fuera a notar que era de plástico. Aunque dudaba que supiera distinguir una de la otra.
—¡Está bien, está bien! —chilló ella, levantó las manos al aire. La derecha le temblaba más que la izquierda—, también me he acostado con otros chicos. Pero deberían entenderme. Yo necesito más… mucho más de lo que un solo chico me ofrece; yo ya me acostumbré a la idea y será mejor que ustedes también se acostumbren.
Escuché a la tía Charlotte jadear.
—¿Contenta? —dijo Marie dándome una mirada asesina.
Sonreí abiertamente.
—Sí —jalé el gatillo de la pistola e inmediatamente una lluvia de burbujas salió disparada hacia el rostro con pelos de zanahoria de mi prima.
Julia comenzó a reír más fuerte. Marie chilló escandalosamente.
—Eres una manipuladora —me dijo.
Le saqué la lengua y le regresé la pistola de juguete a Julia.
Todos parecieron disfrutar de la broma y comenzaron a reír. Papá relajó su postura y me dio una mirada que me prometía muchos regaños para un futuro inmediato.
Key entró en la pequeña oficina, se quedó ido viendo por un momento el enorme cuadro de Frida Kahlo colgado en la pared, y luego caminó hacia nosotros.
—La ceja de esa mujer me está mirando —dijo él. No podía apartar la mirada del retrato—. Siento escalofríos.
—Oye, amigo —dijo Julia—, aquí la tienes.
Key se deshipnotizó del cuadro y miró a Julia.
Ella le entregó la inofensiva arma y se dieron palmadas en la espalda.
—Me alegra que se hayan divertido —dijo lanzando burbujas al aire.
—Oh, sí. Fue una experiencia educativa —respondió ella.
Por el rabillo del ojo pude ver a Marie acercándose hacia mí. Su rostro estaba rojo de la cólera.
—Se me olvidó decir otra cosa más —dijo, su voz sonaba terriblemente dulce y encantadora. Eso no era nada bueno. Julia y Key detuvieron su plática y se quedaron observándola atentamente—. Julia fue uno de los chicas con los que más follé. Lo hicimos en la alfombra del departamento, en el baño, en mi cuarto, en la sala, en la mesa del comedor y… hasta en tu habitación Lena. Cerca de esos libros para mayores de edad que guardas en un gabinete —sonrió con malicia—. Lo hicimos en los baños de este restaurante, en esta oficina —Cliff, quien recientemente se había añadido en la reunión, jadeó y soltó un chillido horrorizado—. Lo hicimos en todas las posiciones y en todos los lugares posibles… no te sientas tan especial, querida. A esa chica yo lo entrené primero. Y tú, ¿qué le has dado a estas alturas? ¿Lo haces reír? Bien, pues continúa siendo su payaso mientras yo me convierto en su mujer.
Sencillamente no lo soporté.
No pude.
Me quebré como una ramita de hojas secas.
Ni siquiera pude arremeter contra Marie; mi cuerpo se sentía hecho de plomo. Solo quería alejarme de ella… de todos.
Y eso hice.
Salí disparada en la dirección a la que mis pies dictaban. No podía apartar las cientos de imágenes que se precipitaban por mi cerebro.
Ella tenía razón.
Marie estaba en lo cierto.
Mis pies dormidos me llevaron hacia los baños. Una vez dentro me metí en el cubículo más cercano y me deslicé en el suelo.
No podía dejar de preguntarme en qué lugar del baño ellos habían… follado. Tal vez en el baño de hombres, tal vez justo en donde estaba sentada, llorando.
¡Hasta lo hicieron en mi cuarto!
No podía creerlo. Cierto, eso ya era parte del pasado de Julia y no podía cambiarlo aunque quisiera, pero dolía.
Sin importar lo que muchas de esas frases genéricas dijeran acerca de olvidar y perdonar, dolía demasiado como para hacerlo en este momento.
Escuché la puerta del baño ser abierta y me apresuré a silenciar mis sollozos y me senté sobre la tapadera del retrete, alzando mis pies para que no fueran a verme.
—Lena, soy yo —era Nastya—. Lena, sé que estás aquí porque te vi meterte en el baño.
Estiré de nuevo mis pies sobre el suelo y pronto ella los notó.
La oí acercarse hacia la puerta del cubículo en el que estaba, y sentí que se apoyaba para hablarme.
—Marie es una basura que no merece ni el más mínimo reconocimiento —comenzó a decir. Yo no dije nada. No podía; mi garganta estaba siendo atravesada por mi saliva y por mis sollozos—. Lo mejor que pudo haberte pasado es que te echara del departamento; con ella solo te ibas a envenenar rápido.
Escuché la puerta abrirse de nuevo.
Vi unos zapatos de hombre acercarse a las zapatillas azules de Nastya
—¿Está ahí? —Se me crisparon los vellos de los brazos. Era Julia.
Encogí mis pies y abracé mis rodillas.
—Sí —respondió Nastya—. No quiere hablar.
—Yo me encargo. —Las zapatillas de Nastya quedaron fuera de foco mientras la escuchaba salir del baño—. Lena, por favor no te vayas a enojar. Hace un momento te dije que deberías confiar más en mí, y al parecer solo estoy demostrando lo mucho que no deberías hacerlo. Lo siento.
Sollocé involuntariamente.
—Lo siento —volvió a repetir Julia—. No quería que escucharas esas cosas viniendo de Marie.
No quería escuchar esas cosas y punto.
—¿Vas a hablarme de nuevo? —preguntó después de varios minutos de silencio.
—Tal vez —mi voz sonaba rota. Era una tonta. Obviamente Julia tuvo un pasado movido con mi prima pero no quería saber absolutamente nada de lo que ellos una vez hicieron.
Era mejor vivir en la ignorancia de la mentira que abrir los ojos ante el conocimiento de la verdad.
—Primer secreto —dijo Julia, su cuerpo se deslizó hasta quedarse sentado frente a la puerta. Lo único que se miraba a través de la ranura era una parte de su camiseta gris—. Cuando tenía diez años me enamoré perdidamente de la aseadora que mamá había contratado para un evento de gala. En ese entonces creía que un lunar peludo cerca de la boca era símbolo de sensualidad y elegancia… —No pude evitarlo y me reí/sollocé al mismo tiempo—. Ella me llevaba como treinta años de diferencia y yo caí rendida por las galletas de coco que siempre me daba por las tardes…
Me mordí los labios.
Julia tenía algo que me hacía amarla con facilidad. Había escuchado antes esa frase: Eres fácil de amar. Pero nunca había entendido su significado.
Con Julia todo tenía sentido para mí ahora: ella era fácil de amar. Imposible de no adorar, e irresistible de no querer.
Aunque ella siguiera derramando sus secretos yo ya había tomado mi decisión desde que lo vi aparecer por esa puerta; iba a olvidar cada palabra de Marie. Estaba con Julia en este momento, y aunque me dolía saber que estuvo con otras antes que yo, ahora estaba conmigo, en tiempo presente.
¿Qué me había dicho ella antes? ¿Tómame o déjame? Pues yo lo tomaba.
Aun cuando viniera con cada pequeño secreto por defecto de fábrica.
Yo la quería. No, yo la amaba.
Amaba a Julia Volkova fuera o no un chica misteriosa. Con todas y cada una de las advertencias que tuviera puestas.
Ella era mía.
Nota #1:
Chica de ojos color tormenta
Ojos grises.
No eran como esos ojos de gato, todos fríos y que parecían adentrarse a mi alma. No, sus ojos eran grises como el grafito. Como el cielo cuando empieza a formarse una tormenta.
Mierda. Me sentía indigno de ser visto por esos ojos.
La chica tenía la boca entre abierta justo lo suficiente como para que mi mente cochina deseara poder deslizar mi lengua y saborearla.
Ella se miraba confundida, y aun así atractiva.
Me preguntó qué había pasado, y yo, como la idiota mentirosa que era, le señalé un letrero de más de dos metros de altura con el que dije se había golpeado.
A decir verdad el imbécil de Key estaba jugando con mi nuevo balón de fútbol americano y lanzó un pase largo que no fui capaz de detener a tiempo, y que cayó en su cabeza lanzándola al suelo... y lanzando su paquete de condones también.
No había cosa más sexy que ver a una chica con varios de ellos. Lo que me hizo sentirme celosa del hijo de perra que se iba a deslizar en esos... en ella.
¡Basta! ¡No vayas ahí, Volkova!
Ayudé a la chica ojos de color tormenta a ponerse de pie y bromeé un poco con ella y con su camiseta.
Se ruborizó rápidamente.
La dejé ir cuando una atractiva pelirroja a su lado inmediatamente se presentó a sí misma. Creo que dijo que se llamaba Marti, o Marla o Marsie.
Y sí, ella acababa de confirmarme que la chica de ojos grises tenía a alguien que se encargara de rellenar esos condones.
Bien. Yo no era un desarma relaciones así que ojos grises no estaba permitida para mí. Pero al menos tenía un buen reemplazo en camino.
Le sonreí a la pelirroja y me presenté como la chica despreocupada que aparentaba con todas, como si no estuviera jodido y destruido por dentro, como si me importara un comino lo que ella llegara a pensar de mí... Como si realmente la fuera a ver más adelante:
Julia Volkova.
Esa se supone que era yo.
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Re: PROHIBIDO ENAMORARSE DE JULIA VOLKOVA // LIA BELIKOV
Capítulo 16
Anastasia Isaeva, ¿cuándo pensabas decirme que ahora salías con el mejor amigo de Julia?
It's difficult to see from the surface
But everything goes in
And it stings like a spider
Hits you deep inside and...
—¿Vas a contestar eso? —preguntó papá durante el almuerzo.
Mi celular vibraba y timbraba en la mesa. Finalicé la llamada entrante y regresé a la comida en mi plato.
Susan había cocinado una olla de arroz con habichuelas y cáscaras de huevo. Ella era vegetariana (lo que le resultaba conveniente a mi papá ya que él no gastaba mucho dinero en comida... Peor en un corte de carne fresca).
Susan amaba hacer nuevas recetas combinando cáscaras, de lo que sea que encontrara, con leche hirviendo y papaya.
Probé un poco de las cáscaras hervidas y… ¡Por todo lo sagrado y maloliente de este mundo! Sabía asqueroso.
Me puse una servilleta en la boca y escupí lo que recién había comido.
It's difficult to see from the surface
But everything goes in
And it stings like a spider
Hits you deep inside and...
Mi celular volvió a sonar y esta vez lo apagué por completo.
—¿No le vas a contestar al chico? —preguntó Susan.
Para evitar responderle cogí otra cucharada de lo primero que tenía más cerca en mi plato.
Mierda, de nuevo cáscaras.
No pude escupirlas esta vez porque Susan me miraba fijamente.
Las mastiqué y escuché cómo dolorosamente se estrellaban contra mis dientes, gastando el esmalte y posiblemente ganándome una visita donde la buena doctora Thomas, mi dentista. Ella siempre contaba estos chistes secos y sin sentido que me obligaban a poner una sonrisa falsa en el rostro todo el tiempo.
—Lena… No le hagas eso a él, o a ti misma. Cuando los imagino juntos noto lo mucho que lo amas…
—¡Susan! —Mi papá le lanzó una mirada agria—, deja de darle ideas. Está mejor sin esa tipa. Tomaste una decisión sabia, hija.
No pude sonreírle. ¿Para qué? Tomar distancia de Julia había sido duro.
Llevaba una semana de haberle dicho que necesitaba un descanso para olvidar todo lo que Marie había causado en mi sistema. No le había hablado o lo había visto todavía. Por eso ignoraba sus llamadas y evitaba leer sus mensajes, necesitaba espacio. Espacio para pensar y serenarme; espacio para saber si ella me llegaría a necesitar después de este breve tiempo de separación.
Pero ahí estaba lo jodido del asunto: yo la amaba. La amaba y probablemente ella no sentía lo mismo por mí.
¿Que ella haya tenido sexo salvaje en mi habitación, con mi prima?
Sip, todavía dolía.
¿Que ella haya tenido sexo salvaje en mi habitación, con mi prima, sobre mis libros?
Dolía el doble.
De todas formas no me molesté en quemar todas las cosas que hubieran tenido contacto entre los dos, porque Marie ya se había encargado de destruirlas.
Justo cuando me disponía a largarme de su apartamento, vi el desastre que había hecho en todo el lugar: ropa mía (y de ella) hecha trizas sobre el suelo. La mayoría de mis libros habían sido cortados y se dispersaban como papelillo sobre la sala. Recortó todas las fotos y pinturas que guardaba con recelo en mi dormitorio; hasta rompió sus fotos, esas de cuando tenía nueve años y ganaba concursos de modelaje y sus padres le compraban ponys con cabello mejor cuidado que el mío.
Marie de verdad estaba loca. Dejó intacta únicamente la blusa turquesa que se me había acusado de robar hace tiempo atrás en aquella exclusiva tienda.
Hasta se tomó el costo de poner una nota escrita a mano en la que decía: "Para que recuerdes lo que eres: una ladrona. Siempre envidiando lo de otros."
Me eché a llorar y, en un arrebato, puse en la trituradora la prenda que no recordaba haber robado, y la vi desaparecer ante mis ojos.
Esa era la última vez que dejaría que alguien me tratara mal e intentara pisotearme. También fue el momento en el que decidí que necesitaba un tiempo lejos de Julia para pensar. Entonces vine y terminé con ella y me largué con los ojos llorosos a casa de papá.
No había hablado con Julia toda esta semana; la echaba de menos. Dije que la iba a aceptar con todo y su equipaje pesado pero me quebré en el último momento.
Me dolía recordar las palabras de Marie, de cómo ellas lo hacían como conejos en todas partes y en todas las posiciones.
Sabía que enamorarme de Julia traería estos problemas, lo sabía y aun así no le hice caso a la alarma en mi cerebro que gritaba peligro.
Ahora ella no dejaba de llamarme o enviarme mensajes con demasiadas letras en mayúscula y con tantos signos de admiración que terminaban cayendo en un segundo mensaje complementario.
—Pues a mí me agrada la chica—dijo Susan llevándose una cucharada de comida y regresándome al presente, sus dientes hacían el mismo sonido que los míos al masticar las cáscaras, solo que ella no hacía una mueca al tragarlas, como yo—. Dime de nuevo, ¿por qué se pelearon?
Susan aún no conocía a Julia, bueno, al menos no cara a cara; solo sabía de ella por las descripciones que le daba papá: una desalmada con estilo de mafioso y apariencia de asesino de abuelitas solitarias, o de secuestradora de gatos. Además de compararlo con un potencial criminal que tenía como meta en la vida embarazar a su única hija.
Tuve que desmentirlo antes de que ella creyera todo eso.
—Julia fue novia de mi prima desde hace un poco más de cinco meses atrás —expliqué—, ella solo se encargó de recordarme el por qué estuvieron juntos durante todo ese tiempo. Me dio detalles muy vívidos sobre su relación.
Aparté las picadas cáscaras de huevo de mi plato y escogí probar esta vez el arroz con habichuelas.
—Oh —Susan se quedó callada después de eso y masticó con esmero su comida.
Ella y papá aún no hablaban de matrimonio. Tampoco vivían juntos pero generalmente Susan cocinaba el almuerzo o la cena para él.
Definitivamente mi papá tendría que estar perdiendo peso porque no creía posible que un puré de brócoli o la ensalada de lechuga que le preparaba Susan lo fueran a engordar, pero aquí estaba, con una barriga que se le marcaba en la camisa y que no dejaba abotonarse correctamente a su quinto botón. Todavía no entendía cómo rayos consiguió a Susan.
—Voy a salir esta tarde —anuncié una vez que terminé con el arroz en mi plato.
Papá se acomodó los lentes mientras me miraba con recelo.
—¿A dónde? —preguntó cruzándose de brazos. Aún seguía enojado porque le apunté a Marie con un arma falsa y porque lo hice dudar por un momento de su credibilidad como padre al criarme (también porque acusó injustamente a su película favorita de vampiros de ser mala influencia).
—No me digas que a verte con esa motociclista de mala muerte, ¿verdad?
—Sip. Me va a llevar a que me hagan un tatuaje —bromeé—, justo aquí.
Señalé en dirección a mi trasero.
Él amplió los ojos y dejó de masticar la horrible comida vegetariana que había hecho Susan.
—Solo bromeo, papá. Relájate. Voy a conseguir un nuevo empleo —dije orgullosamente. No me iba a poner a llorar para que me devolvieran mi puesto en el restaurante; en su lugar me despedí de mis amigos y prometí reunirme con ellos la próxima noche para una ronda de karaoke. No quería nada que tuviera que ver con la familia de Marie.
Ayer estuve viendo los clasificados en el periódico, habían unos empleos interesantes... y otros demasiado raros para mi gusto; como ese anuncio que encontré, de alguien que se hacía llamar Pitágoras101 y publicó que buscaba sumisa de cabello negro para mantenerla atada a la pata de su cama.
O el otro en el que necesitaban chica de veinte años con su propio juego de grilletes y látigos.
Escalofriante.
—Creo que realmente deberías entrar a la universidad. —Esa era Susan.
Papá negó con la cabeza.
—Primero necesita independizarse —le dijo mientras se llevaba un bocado de comida a la boca—, ganar su propio dinero y después se tiene que pagar la universidad ella sola. O mejor aún, consigue un trabajo a medio tiempo y así puedes también estudiar.
No quería admitirlo pero igualmente estuve pensando en esa idea, hasta que me di cuenta que a él se le estaban acumulando las facturas de la luz, el agua, el teléfono, y su suscripción mensual de "Sexy, Varonil y Conservado a los Cuarenta" la revista que, según él, era indispensable ya que siempre daban consejos prácticos sobre cómo evitar la calvicie y cubrir canas a temprana edad.
Desde que salí de la secundaria me comprometí a ayudarlo a él y a mamá con algunas de las cuentas por pagar, pero en estos últimos meses las cosas se pusieron duras: papá renunció a su trabajo por seguir su sueño de tener un deshuesadero de autos chatarra, y mamá se volvió psíquica.
Nada de eso proporcionaba el dinero suficiente como para no endeudarse, así que decidí trabajar a tiempo completo para pagar sus cuentas; de todas formas no podía darme el lujo de ir a la universidad porque nunca podría dar dinero para la inscripción y mucho menos la mensualidad. Además que no me consideraba tan grandiosa como para clasificar para una beca.
—¿Sabes qué? —preguntó Susan—. Creo que tengo contacto en ciertas universidades y podrían hacerte un espacio en su programa. El nuevo semestre inicia el próximo mes, aun puedes anotarte. No me respondas ahora, solo piénsalo.
Asentí con la cabeza y me quedé viendo mi plato de comida.
No sabía qué pensar de su oferta. Necesitaba el dinero más de lo que necesitaba los estudios, pero en ciertas ocasiones ambas venían de la mano.
Suspiré y me concentré en las cáscaras.
—¿No te gustan? —preguntó Susan cuando notó que no las estaba comiendo.
—Oh no, es que las cáscaras de huevo son algo...
—¿De huevo? Pero si las cascaras de huevo no se comen. Estas son de naranja.
¿De naranja? Esto sabía a todo menos a naranja.
—Oh. Sí, deliciosas —y en contra de mi voluntad me llevé otra cucharada a la boca. Después tendría que hacerme algún lavado estomacal.
Las cáscaras rechinaron contra mis dientes y las mastiqué con cuidado para no quebrarme ninguno.
Susan sonrió satisfactoriamente.
Tenía mi celular tendido a mi lado, lo encendí nuevamente y casi al instante un mensaje de texto se posicionó en la pantalla; era de Julia.
Secreto# 121: Dormí con la luz encendida hasta que tuve doce años. Le tenía miedo a la oscuridad y pensaba que mi tía abuela Greta me saldría en la noche (ella realmente no era una mujer atractiva). Mi familia solía amenazarme a la hora de comer vegetales: "come, o tu tía/abuela Greta te saldrá en la noche y te va a comer... a menos que te tragues esos vegetales; ella los odiaba" entonces me los atragantaba todos...
No pude evitarlo y comencé a reírme, unas cuantas cáscaras se salieron de mi boca.
Julia continuaba enviándome mensajes con sus secretos numerados.
En cierto modo era lindo, pero me enfermaba del estómago recordar todo lo que había hecho con Marie. Me daba asco.
Yo solo quería saber si ella me llegaría a extrañar tanto como yo lao extrañaba justo ahora.
Mi celular vibró en mi mano, era otro mensaje de ella:
*Te extraño, nena. Por favor di que me perdonas y te prometo que dejaré de ser una idiota... Te prometo la luna... ¿Las estrellas? Aggg, no soy bueno tratando de ser romántica, tenerte en persona hace que mis palabras salgan espontáneamente.
PD: me estás matando!! Me estoy quemando a fuego lento!!!
*PD2: escribí el primer capítulo de mi auto biografía. Lo llamé: Chica de ojos color tormenta.
Despegué la vista del celular y eché un vistazo hacia papá y Susan, ellos seguían comiendo y hablando entre sí.
Rápidamente le texteé a Julia:
* Eso suena a alguna clase de nombre indio. ¿Quién es la chica?
* O.O me respondiste? Me devolviste el color al rostro!
* ¬¬ no seas tonta. Por cierto, estás escribiendo mal los PDs
* y una mierda si me importa cómo los escriba. Me estas respondiendo!!!!! Por favor habla conmigo! La chica eres tú, nena siempre serás tú…
Sonreí a la pantalla y volví a apagar el teléfono.
Julia Volkova ¿Qué iba a hacer contigo?
***
—No te entiendo Lena, ¿sabes que con esto estás dejando que Marie gane? —me reclamó Nastya. Ella tenía la tarde libre de trabajo y habíamos quedado en ir al cine a ver una película antes de que empezara con mi cacería de empleo; creo que Mirna también se nos iba a unir.
—¿Que gane el qué? —pregunté haciendo fila en la zona de comidas para pedir el Pop Corn y las bebidas.
—¡Ella logró frustrar tu relación con Julia!
—Ella simplemente me abrió los ojos.
—Pffftt. El otro día llegó Julia a buscarte a mi casa. Armó un escándalo pensando que estabas allí; ¡se metió en mi cuarto y me acusó de tenerte escondida! Le tuve que mentir y decirle que no sabía dónde carajo estabas. Ustedes dos deberían solucionar sus problemas y…
—Hola linda —de repente un muy guapo y bronceado Key se puso frente a Nastya y le dio un casto beso en la boca.
Abrí enormemente los ojos y la miré sospechosamente.
El rostro de Nastya se puso de todas las tonalidades de rojo que podrían existir en el mundo.
Key pareció darse cuenta de mi presencia, y cuando me vio, su rostro rojo empató con el de mi amiga.
—Anastasia Isaeva, ¿cuándo pensabas decirme que ahora salías con el mejor amigo de Julia?
—No… yo no estoy saliendo con él —se defendió ella.
—Lo que pasa… —ese era Key tratando de rascarse el cuello y evitando el contacto visual conmigo. ¿Qué le pasaba a estos dos? —. Yo saludo así a toda la gente. De donde vengo es normal. Creo que no te he saludado todavía, así que…
Key se inclinó frente a mí, me tomó de los hombros y presionó sus labios con los míos.
Fue rápido pero se sintió una eternidad.
—Hola Lena, guapa —me guiñó el ojo.
Mis ojos estaban más que abiertos ahora. ¿Qué fue todo eso?
—Oh, yo también, yo también —Mirna acababa de entrar al cine cuando presenció todo esto—; yo también acabo de llegar, lindo vaquero.
Key tragó saliva audiblemente y se inclinó frente a Mirna, de manera resignada pegó sus labios con los de ella, pero antes de que pudiera retirarse, Mirna lo tenía atrapado por el cuello.
—Suficiente, suficiente —Nastya lo ayudó a separarse.
Los labios de Key quedaron rojos gracias al lápiz de labios color escarlata que usaba Mirna.
—Creo que es nuestro turno —dijo Nastya señalándome hacia la fila que se supone estábamos haciendo—, pídeme una soda de uva y una bolsita de gomitas ácidas.
Asentí en modo automático y me escuché ordenar palomitas de maíz caramelizadas y refrescos para las tres.
Seguía preguntándome: ¿qué rayos fue todo eso?
—¿Viniste a ver una película? —finalmente le pregunté a Key, solo esperaba que no haya venido con Julia.
—Sí. Vine con a… alguien —él miró disimuladamente a Nastya.
Mmmm…
—¿No te vas a quedar con nosotras, vaquero? —Mirna se le pegó en el brazo y le hizo ojitos.
Key se separó rápidamente de ella y caminó en dirección a las salas de cine.
—Lastimosamente no. Pero tal vez nos veamos más adelante.
Se despidió de todas y observó por más tiempo a Nastya antes de desaparecer entre un pasillo.
Le lancé miradas acusadoras a ella pero decidió ignorarme.
—Oh, presiento que nos vamos a divertir todas juntas —chilló Mirna—. La última película que vine a ver fue Titanic, en el 97, y ni la vi bien. En ese entonces salía con Rodolfo, el sexy mesero de un bar a tres cuadras, y ambos aprovechamos la oscuridad de la sala para hacer otras cosas más entretenidas…
Y así comenzaba nuestra grandiosa salida: con Mirna contándonos sus aventuras sexuales.
***
—¿Esa de ahí es Julia? —levanté inmediatamente la vista. El dedo de Mirna señalaba hacia unos asientos más adelante del nuestro.
De espaldas sí parecía ser ella, pero no. No me iba a inmutar si la veía o no.
Puede que no sea ella y…
—Sí, es ella. Key está de su lado izquierdo —Nastya señaló a un chica con camisa a cuadros que sostenía una soda tamaño gigante.
Si esa era Julia, ¿entonces quién era la chica que estaba a su lado derecho?
No, no iba a sobre pensar las cosas. Además, se supone que estamos en receso, ella podía hacer lo que quisiera con quien quisiera durante este tiempo, ¿cierto?
Tuve que clavar las uñas en las palmas de las manos para creerme esa porquería.
—Yo realmente no sé por cuál de los dos decidirme —habló Mirna durante los avances—, por un lado está Julia: sexy, tomboy, chica mala. Y por el otro está el hermoso vaquero con voz de capataz que en cualquier momento me puede llevar al establo y hacerme cosas malas cuando quiera.
Arrugué la nariz y noté que Nastya hacía lo mismo.
Le lancé una mirada de: esta es la última vez que invitas a Mirna con nosotras.
Ella me dio la razón.
La película comenzó y desde ya se nos habían acabado las golosinas; yo seguía sin poder relajarme pensando en que esa era Julia el que estaba platicando con la chica a su lado.
Era increíble que en un momento atrás ella estuviera enviándome mensajes de texto suplicándome para que volvamos, y al siguiente segundo estaba con mi reemplazo. ¿Fue también así para Marie, cuando la reemplazó por mí?
Decidí ignorarlos el resto de la película.
…..
—Lena, tengo que hablar contigo —dijo Julia mientras le abría la puerta del departamento.
Volví la vista hacia atrás, en dirección a la que Eder y Marie mantenían una discusión acalorada. Después regresé mi atención hacia Julia.
—¿Qué ocurre?
—Es que... —Agachó la cabeza. Sus ojos se movían con preocupación y no dejaba de pasar sus manos por su cabello.
—¿Quieres pasar? —pregunté. No creía que fuera una buena idea pero ella se miraba nerviosa.
Le abrí más la puerta y dejé que entrara.
Marie lo fulminó con la mirada y Eder parecía confundido, después le restó importancia.
—Vamos a mi habitación —dije y comencé a jalonearlo de la mano pero ella no se dejó llevar por mí.
—¿Qué ocurre? Te vez nerviosa y...
—Tengo que darte una mala noticia —me interrumpió—. Juro que hasta ayer me enteré de todo.
—¿De qué hablas?
Todo ha estado bien entre Julia y yo estos últimos días, incluso anoche salimos a comer pizza en un pequeño local italiano. Ambas nos comimos todo el pan de ajo que quedó en la mesa y devoramos en cuestión de segundos la pizza.
—Lena... Lo siento pero... —no terminó de hablar y en su lugar volvió a pasar sus manos por su cabello.
La vi, y casi lo pude escuchar, tragar saliva.
Antes de que pudiera decir otra cosa, Eder ya estaba a la par mía, mirando furiosamente a Julia; gruñéndole como si quisiera arrancarle la cabeza.
—¡¿Fuiste tú la degenerada que dejó embarazada a mi novia?! —gritó él.
¿Qué?
—Oye, ella no se acostó solo conmigo. Es poco probable que yo sea el “papá” de esa criatura que lleva en el vientre —respondió Julia igual de molesta.
De nuevo, ¿qué?
Los miré a ambos, mis ojos ampliándose con la nueva información que se estaba registrando en mi cerebro.
Me giré en dirección a Marie y ella me sonreía inocentemente.
—¿Estás embarazada? —le reclamé.
Su sonrisa se extendió aún más.
—Tengo cinco semanas —dijo presionando una mano sobre su vientre.
—¿Cómo sabes que yo soy el “papá”? —preguntó Julia, se abrió paso entre Eder y yo y se paró frente a Marie. Lucía frustrada y no dejaba de agarrarse el cabello con ambas manos.
Sentía que un colapso estaba a punto de surgir de mi cerebro.
¿Marie estaba embarazada? ¿De verdad?
—Sé que es demasiado temprano para sacar conclusiones —habló ella— ¿pero es que no notas el parecido increíble entre los dos?
Una figura que no había notado antes salió de la puerta de la cocina; era un niño de cabello negro y ojos azules.
Corrió a los brazos de Marie y la abrazó con fuerza.
—Pequeño bebé, este es tu papá —le susurró al oído pero en cierto nivel pude escucharlo aun en la distancia a la que me encontraba.
Julia se quedó paralizada por un momento antes de echar sus brazos alrededor del niño.
En alguna parte Eder había desaparecido mientras yo continuaba viendo la dolorosa escena.
—Julia, te presento a Noah —dijo Marie, sus rizos naranja saltaron de lugar mientras ella aplaudía enérgicamente.
¿Le puso Noah a su hijo?
Se suponía que Julia y yo íbamos a nombrar así a...
—Me encanta el nombre. Adoro a nuestro hijo —contestó ella.
Los tres se dieron un enorme abrazo, y yo seguía parada como una idiota observándolos convertirse en una bonita familia en donde no había lugar para mí.
De repente Julia recordó mi existencia y me miró con lástima.
—Lo lamento, Lena. Pero es que siempre estuve destinado a pasar el resto de mi vida con Marie —dijo viéndome patéticamente.
Sus palabras hicieron eco en mi cabeza:
Siempre estuve destinado a pasar el resto de mi vida... Con Marie.
Siempre.
Destinado.
Con Marie.
Siempre... con Marie... Destino.
….
—¡Lena, despierta! —sentía que alguien gritaba en mi oído. Una mano agitó mi cuerpo e inmediatamente abrí los ojos.
Fue sólo una pesadilla. Solo una pesadilla.
Inhalé y exhalé repetidamente.
—¿Qué, qué ocurrió? —limpié las comisuras de mi boca y me erguí en mi asiento.
—Te quedaste dormida en medio de la película —me dijo Nastya
Observé a mí alrededor y sí, la sala de cine ya estaba vacía.
—Oh.
Nastya me ayudó a levantarme y juntas salimos por el lado más cercano.
Afuera nos esperaban Mirna y Key.
Volteé a ver a todos lados para saber si Julia se encontraría cerca, pero no la vi.
Esa pesadilla se había sentido demasiado real, tanto que hasta me dieron ganas de llorar.
No quería admitirlo pero… quería tener pequeños Noahs con Julia, y sólo con ella.
—Entonces… qué casualidad encontrarnos en la misma película —dijo Key. No me parecía una casualidad pero no dije nada. Nastya y él se miraban de una forma bastante extraña, como si quisieran desvestirse el uno al otro.
—Sí, una casualidad —dijo Nastya frunciendo la boca—. Oye, ¿Julia vino contigo?
Me tensé al oír su nombre.
—¿Julia? Sí. Vino con su hermana.
—¿Con su hermana? —Julia jamás me dijo que tenía una hermana.
—No, perdón. Con mi hermana.
—¿Con tú hermana? —Esta vez era Nastya la sorprendida.
—Ah, bueno… Elena no es mi hermana, es que estoy algo…
—¿Vino con Elena? —lo interrumpí.
—Ahh, mierda. No —Key no hallaba qué decir a estas alturas—, vino conmigo pero es que Elena… bueno, ella…
—Ella se nos pegó —respondió Julia a mis espaldas.
Me giré para verla. Tenía puesta una camiseta negra que acentuaba sus ojos azules-grisáceos.
Se me revolvió todo de la cintura para abajo; las mariposas en mi estómago despertaron de su largo sueño, y despertaron con un hambre voraz.
—Julia —lo saludó Mirna, se puso bastante coqueta.
—Mirna —asintió ella con la cabeza, nunca despegando su vista de la mía.
—Creo que es hora de irnos —habló Key.
—Sí, estos dos se están viendo como si quisieran desvestirse de forma salvaje —murmuró Mirna refiriéndose a Julia y a mí.
Hablando de ironías.
Despegué la vista de Julia.
—Bien, nos vemos entonces —Key se acercó a Nastya y por cuestión de inercia la besó en la boca… de nuevo.
Y, al igual que antes, él se dio cuenta que lo estaba haciendo frente a todos nosotros.
Se ruborizó y automáticamente se inclinó a mi lado.
—Así me despido también —dijo antes de pegar sus labios contra los míos.
Ambos ampliamos los ojos aun con nuestras bocas pegadas.
Sí, se desató la guerra en ese instante.
Una mano salió disparada hacia el cuello de la camisa de Key, y lo separó abruptamente de mí.
Me tambaleé mientras mi espalda buscaba soporte en una de las paredes; Julia empujó a Key y lo elevó a unos centímetros del suelo.
—Julia, no sigas —dije—. ¿No ha pasado una semana desde tu última pelea con Mason y ya quieres partirle la cara a tu mejor amigo?
Su rostro todavía mostraba algunos parches amarillentos cerca de su ojo y su boca.
—No te metas en esto, Lena —respondió, entre dientes—. Dime, Key, ¿cómo, en la vida, se te ocurre poner tus sucios labios en los de mi chica? ¿Quién te dio permiso? ¿Acaso no vez el enorme sello sobre su frente que dice que es mía?
Inmediatamente los ojos de todos se fueron a mi frente; hasta yo me llevé una mano para comprobar si era cierto.
Odiaba y amaba cuando se refería a mí como parte de su propiedad. No, odiaba que me tratara como a un objeto. De acuerdo… tal vez sí me gustaba un poco. No, definitivamente lo odiaba por ser posesiva y… Pero igual la amaba porque sentía que se preocupaba por mí... Aunque se suponía que no debía… aaaahhh.
A pesar de toda la tensión que los músculos de Julia estaban construyendo, Key no se miraba para nada intimidado. Es más, él era igual o un poco más bajo de estatura que Julia, lo que significaba que también daría una buena pelea si decidían irse a los golpes.
—Pienso que la “dueña” de Lena no se ha hecho muy presente que digamos —respondió Key. Genial. Ahora me sentía como un perro; o como esos pobres pececitos a los que olvidaban alimentar durante las vacaciones y después sus cuerpos sin vida acababan flotando en la superficie—. Además no creo que tengas los derechos exclusivos de ella. No te pertenece…
—Te juro que si no cierras esa boca, te la voy a partir, aunque seas mi amigo. Y no me has contestado, ¿cómo se te ocurre besar a mi chica? Y lo que es peor de todo, ¿cómo se te ocurre besarla frente a tu más nueva conquista?
Le eché un vistazo a Nastya y ella estaba roja. Parecía furiosa y a punto de echar humo por las orejas.
—¡Yo.no.estoy.saliendo.con.él! —dijo ella conteniendo la rabia.
Julia le frunció el ceño a su amigo. Pero Key no le dio importancia a lo que dijo Nastya y continuó hablando:
—¿Y quién te dice a ti que yo fui el que quiso besarla? ¿No te has puesto a pensar que es tal vez ella la que quiera que un auténtico besador la instruya por el camino correcto?
Julia apretó su agarre en el cuello de Key mientras yo me iba poniendo más y más furiosa con cada comentario que salía de la boca de estos dos.
De todas formas, ¿por qué Key le decía eso a Julia? ¡Él fue el de la locura con sus besos! Fingiendo que de esa forma saludaba cuando en realidad trataba de encubrir lo suyo con Nastya… era tan obvio.
¿Y por qué Nastya lo negaba todo?
—¿Pero qué...? —la voz aguda de una chica me hizo apartar la vista del golpe seguro que Julia estaba a punto de lanzarle a Key.
Elena dejó caer una barra de chocolate a medio comer que sostenía en la mano, y se apresuró hasta los chicos (o más bien gorilas) que se amenazaban con la promesa de sucios golpes.
—¡Julia! ¿qué estás haciendo? —chilló ella.
Había olvidado el buen cuerpo que tenía.
Oh, cierto. Estuve demasiado ocupada pensando en lo último que me dijo cuando la conocí: ¡ella también se había acostado con Julia!
—Lárgate de aquí Elena —espetó él.
—¿Qué le haces a Key?
—Se quiso pasar de listo con mi chica. Ella no necesita besar a nadie a menos que sea yo.
Me crucé de brazos y me puse en su línea de visión.
Los ojos verdes de Julia me atravesaron y se turnaban entre mirar hacia Key, hacia Elena, o mirar hacia mí.
—¿Ella no necesita besar a nadie a menos que seas tú? —dije enojada—. Para tu mayor información, no eres mi dueña.
Resoplé.
¿Quién se creía que era?
—Desde ahora te lo digo: yo puedo besar a quien quiera —le grité.
Lentamente Julia soltó a Key y se giró por completo hacia mí.
—¿Vas a besar a quien quieras? —estaba perplejo, no se lo podía creer.
—Sí. Y aun si besara al noventa por ciento de la población masculina de este país, no me alcanzaría para igualar tu puntaje de folladas con Marie.
Ella estrechó sus ojos y desencajó su mandíbula.
Elena rió hasta doblarse de la risa.
—¿Quieres vengarte por lo que Marie y yo hicimos en el pasado? —dijo, ignorando a la hiena que se reía de nuestra disfuncional y problemática relación; ella se acercó lentamente hacia mí— ¿Todo esto por la estupidez que tuve con tu prima? ¿Estupidez que no significó nada?
—Para ti puede que sea una estupidez, pero para mí es algo serio y doloroso de recodar. ¡Ustedes lo hicieron hasta en el restaurante! ¿Crees que eso no amerita que yo tenga el derecho de besuquearme con todos los tipos que quiera? —Me encontraba gritando ahora.
Ambos ignorábamos la gente a nuestro alrededor. Pero fue difícil concentrarse mientras más personas se paseaban por nuestro lado… y Elena que continuaba riendo con su risa parecida al ataque de asma, o parecido al sonido que hacen los gatos cuando están en celo.
Julia echó un vistazo sobre su hombro y dijo:
—Tú y yo no hemos terminado, Key.
Entonces me tomó del brazo y me llevó a una zona menos transitada para que habláramos solamente los dos.
Nos pusimos cara a cara en una esquina que nos mantenía ocultos de los ojos curiosos.
Yo todavía seguía enojada con ella.
—¿De verdad quieres besar a cualquiera para vengarte de mí? —preguntó.
Ella logró acorralarme contra la pared.
Odiaba cuando hacía eso. Yo era una presa fácil para esta depredadora con hambre.
Julia estiró los brazos y los llevó a un lado de mi cabeza, apoyándose de manera que formaba una pequeña prisión de la que no podía escapar.
Sentía su aliento en mi mejilla, olía a esos dulces de cereza y limón que vendían aquí en el cine.
Con mis ojos busqué alguna distracción a mí alrededor porque sabía que, si me concentraba mucho en Julia, el efecto Bambi conoce a Volkova, me dominaría por completo. Pero lo único a lo que tenía acceso era a un cartel de una película muy antigua de chicos bronceándose bajo el sol y a un David Hasselhoff en un diminuto traje de baño.
Estaba sola en esto. A menos que David contara como ayuda, o como el testigo silencioso de lo que sería una pelea épica con Julia.
—Probablemente tengas razón —dijo Julia de manera derrotada, me vi en la obligación de verlo a los ojos. Ni siquiera recordaba qué le había dicho—, anda entonces.
—¿Eh? —sip, el efecto Bambi +Volkova ya circulaba por mis venas tan solo con ver a Julia.
Sentía cómo mis ojos se iban cruzando entre sí y la baba quería salir de mi boca con urgencia.
Tenía que repetirle cientos de veces a mi lengua que el cuello de Julia no era un delicioso dulce para lamer.
—Ve a besarte con el que quieras —dijo trayéndome de regreso de Idiotilandia—. Tienes todo el derecho de hacerlo si quieres. Adelante.
Quitó uno de sus brazos y me dejó el camino libre para que saliera de su prisión.
Esto no me lo esperaba.
Me quedé congelada por un momento sin saber qué hacer.
Parpadeé varias veces hasta que reaccioné.
—¿Quieres que bese a otros chicos? —dije horrorizada ante la idea, pero se suponía que yo lo había sugerido.
—Sí. Besa a quien te dé la gana, incluso a Key. No me voy a oponer y haré el intento por no caerle a golpes después.
—¿Po... por qué? —tartamudeé.
—¿No es eso lo que quieres, vengarte por todo lo que Marie y yo hicimos en nuestra relación? Merezco recibir una dosis de mi propia medicina.
—Sí, te lo mereces —admití.
—Entonces esta es tu oportunidad. No solo de vengarte, sino también de ser inteligente y salvarte de un futuro conmigo. Pero antes de que te vayas, sólo quiero que sepas que Marie y yo dejamos de tener relaciones sexuales desde hace dos meses atrás.
Me quedé boquiabierta.
—¿Dos meses? Pero ustedes siempre pasaban metidos en su habitación... Y...
—Sí, emborrachándonos o viendo televisión. Pero las cosas ya no iban bien. Marie tuvo... tuvo un susto de muerte al pensar que tenía una de esas enfermedades de transmisión sexual y nos apartamos por seguridad. Yo estaba limpia, pero igual frenamos las cosas. Una vez que quitamos todo el sexo de la relación... no nos quedaba nada. Me di cuenta de que ella y yo no teníamos ni los más parecidos gustos en el helado. ¿Puedes creer que detesta el de sabor a cheesecake?
—Dice que es alérgica —recordé cómo de hinchada se le puso la nariz cuando probó un poco.
Julia resopló.
—De verdad lamento que lo que dijo Marie te haya herido. No puedo cambiar mi pasado. No puedo saltarme la línea del tiempo y borrar esa temporada en la que estuve con ella. Desde un principio siempre me llevé bien contigo, y créeme, nunca se me pasó desapercibido lo hermosa que eres —me sonrojé y Julia aprovechó para acercar su mano a mi rostro y acariciar mi mejilla—. Cuando te vi con ese idiota cubierto de chocolate se me revolvieron los celos, porque como ya habrás notado, soy una tipa celosa. Me gusta cuidar lo que es mío.
Rodé los ojos, deleitándome en sus palabras que me tenían tan embobada.
—Ese día pasé toda la noche sin dormir, y con una Marie con indigestión que no dejaba de decir entre sueños que nunca volvería a comer chocolate en su vida. Eso, y que descubrí que su ropa olía a chocolate derretido, me hizo darme cuenta que ella era la de la idea con ese tipo, no tú.
Abrí la boca para hacer preguntas pero me detuvo cuando puso un dedo sobre mis labios.
—Aún tengo más por decir —me silenció—. Sé que yo no soy la chica adecuada para ti... estoy lejos de ser la mejor en tu lista de prospectos pero, algo me pasa cuando estoy a tu alrededor, se me revuelve el estómago, comienzan a fallarme las piernas… y los celos, ah los celos son lo peor de todo. Esos son los que más duelen.
—¿Sí?
—Sip. Quiero sacarle los ojos a cualquier tipo que te mire demasiado, a cualquiera que intente ponerte una mano encima y definitivamente a cualquiera que te bese en frente de mí. Estúpido Key.
Me puse en puntillas y subí mis manos hasta rodear su cuello y acariciar su cabello.
Se suponía que tenía que seguir enojada con ella pero en estos momentos solo quería tenerla cerca. Ella colocó sus manos en mi cintura y me subió a sus pies para que estuviera más cómoda.
—Si hacer que beses a todos los hombres del mundo hará que me perdones… pues te dejaré hacerlo. —Hizo una mueca ante sus últimas palabras.
—Vaya, quién iba a decir que tuvieras un lado tan dulce como un osito de felpa —murmuré.
—No le digas a nadie —susurró.
—De acuerdo. Pero lo mencionaré en el libro.
Su nariz jugó con la mía por un segundo.
—Lena… —sus labios estaban tan cerca de los míos que, cuando ella se los lamió, parte de su lengua también me rozó—. De verdad preferiría que no besaras a ningún hombre ni a nadie más.
No podía pensar.
Estaba en blanco… Bueno, no exactamente en blanco. Estaba idiotizada y embobada, tal vez drogada de verlo.
Parpadeé demasiadas veces para tratar de enfocarme pero nada servía.
—Yo… —¿Yo qué? Hasta había olvidado lo que iba a decir. Mentalmente repasé las tablas de multiplicar; la del siete siempre me costaba más—… tengo una entrevista de trabajo a las cuatro. Mejor me voy.
¿En verdad dije eso?
—¿Entonces eso significa que sigues enojada conmigo? —comenzó a alejarse.
—No, no lo sé —¿podía seguir enojada con ella después de escucharlo decir que no había nada con Marie? Julia tenía razón en algo, ella no podía cambiar su pasado. Nadie podía. Pero todavía sentía una espina que me estaba molestando— ¿Por qué esperaste tanto tiempo?
Él me miró confundido.
—¿Esperar, a qué?
—¿Por qué tardaste en decirme cómo te sentías por mí?
—No estaba seguro de involucrarme contigo. Una vez que entras en mi vida, muy difícilmente puedo sacarte de allí, y en algún momento sé que vas a desear querer salir. Por eso te estoy dando una salida justo ahora. Yo soy la menos indicada para una relación; tengo mucho con lo que cargar y eso no me hace posible material de novia.
Julia me estaba dando una salida. Una salida de ella y todo lo que involucraba: su pasado con mi prima, con Elena y con tantas otras con las que estuvo. Su raro lado de ocultar a su sobrina, su sospechoso trabajo del que no sabía nada todavía, sus celos compulsivos (que en realidad sí eran algo lindos), sus traumas con su hermano, su locura, sus ingeniosas bromas, su arrogante sentido del humor y su orgullosa personalidad de bastarda y sus bolsillos llenos de dinero que malgastaba.
—No quiero salir —dije viendo cómo el tatuaje de su hombro intentaba escabullirse por la manga de su camiseta oscura—, me has dicho muchas veces lo tonta que es el que continúe queriendo una relación contigo… pero simplemente soy así de tonta.
El brazo de Julia regresó a mi cintura y me apretó con fuerza.
—Haré que valga la pena —murmuró antes de besar mi cuello.
Sus labios siguieron su camino por mi clavícula, y por mi mejilla. Luego me besó en la boca y casi pude sentir la pizca de posesión que estaba demandando en este beso.
Su lengua hizo camino a través de mis labios, y sus manos subían y bajaban por mi cintura y caderas.
Lento y sensual.
—Vamos —susurraba Julia entre besos.
—¿Dónde? —mi boca regresó a la suya y me vi en la tentación de morderle el labio inferior.
—A mi departamento… —logró decir después de otro beso.
No me opuse y prácticamente dejé que me llevara a rastras lejos de nuestra esquina oculta. No sabía qué me pasaba pero no podía despegarme de ella. No me quería mover de donde estábamos. Y eso pensaba decirle a Julia:
—No… —beso, beso, beso— me quiero… —beso con lengua, dedos acariciando mis caderas—… moverme de… —dedos jugando con las orillas de mis pantalones de mezclilla— aquiiiiiii.
Mis palabras salían distorsionadas; me sentía cavernícola pero sinceramente me gustaba la sensación.
—Vaya, vaya —dijo alguien lo suficientemente cerca de ambos como para darnos cuenta de que sus palabras iban dirigidas a nosotros—, show con espectáculo en vivo.
Me separé de la boca, de los dedos, de la lengua de Julia y miré avergonzada a nuestra interrupción.
Era una mujer de cabello canoso y de figura delgada.
Tenía los ojos de color verde pálido y su piel lucía una perfecta suavidad que se obtiene con años y años de cuidado.
—Oh, muchachos, no era mi intención distraerlos —dijo la señora dándome un guiño de complicidad y sonriéndome como si me conociera de toda la vida. Pero yo no tenía idea de quién era—, solo quería robarle un minuto de atención a esta hermosa chica de por acá.
Ella palmeó el brazo de Julia.
Miré en su dirección y me arrepentí de inmediato.
Ella lucía como si la catástrofe más grande se hubiera desatado, como si sufriera en gran dolor y no entendía por qué.
¿Quién era ella?
—¿Qué haces aquí? —dijo Julia, sus palabras salían retorcidas y furiosas.
Al menos Key no era el único en hacerlo enojar hoy.
—Relájate, solo vine con cierta personita a ver una película. Se moría de ganas por ver a James Franco en la pantalla grande —ella sonrió y volvió a guiñar un ojo—. ¿No me vas a presentar a tu novia? ¿Es tu novia, verdad? Es muy bonita.
Volvió a sonreírme.
Se miraba simpática, parecía bastante jovial para una señora de edad avanzada.
—Repito, ¿qué haces aquí? —gruñó Julia.
Lo tomé de la mano para intentar relajarla, se miraba estresada. Ella la presionó con fuerza.
—Nanny, ¿quién es ese hombre peludo del fondo? —una niña se acercó a la señora y la abrazó de la cintura, le señaló el cartel de David Hasselhoff que estaba pegado detrás de nosotros.
La niña tenía un cabello no tan oscuro como para ser café, pero tampoco tan claro como para ser rubio; era un color entre ambas tonalidades. Ella era hermosa.
—Ese, pequeña piraña, era el hombre de mis sueños hace treinta años. ¿No crees que se veía atractivo?
La niña arrugó la cara y la escuché decir algo más acerca de los extraños gustos de su abuela, pero no fui capaz de escuchar porque estaba conociendo justo ahora a la pequeña Nicole de la que tanto estuve celosa un tiempo atrás. Lo supe desde el momento en que vi las cicatrices y las quemaduras que tenía en la mitad de su rostro.
Julia, al verla, presionó aún más fuerte mi mano. Sentía que en cualquier momento me iba a quebrar algún hueso pero no me solté o le pedí que me soltara.
Pude verlo realmente furioso. Hulk personificado.
—¿Qué hacen ambas aquí? Abuela, ¿cómo te atreviste a…? —le falló la voz y a mí casi se me salía el aire debido al esfuerzo enorme que hacía al no gritar.
Pero aquí estaba finalmente ante mí, la sobrina de diez años de Julia.
La niña fijó sus ojos verde mar en los míos y me sonrió.
—¿Tu eres la novia de la tía Julia? —chilló.
Asentí algo incomoda por la sangre que dejaba de circular por mi mano.
Entonces ella hizo algo magnifico: corrió a abrazarme.
Entonces yo hice algo estúpido: grité como loca.
Anastasia Isaeva, ¿cuándo pensabas decirme que ahora salías con el mejor amigo de Julia?
It's difficult to see from the surface
But everything goes in
And it stings like a spider
Hits you deep inside and...
—¿Vas a contestar eso? —preguntó papá durante el almuerzo.
Mi celular vibraba y timbraba en la mesa. Finalicé la llamada entrante y regresé a la comida en mi plato.
Susan había cocinado una olla de arroz con habichuelas y cáscaras de huevo. Ella era vegetariana (lo que le resultaba conveniente a mi papá ya que él no gastaba mucho dinero en comida... Peor en un corte de carne fresca).
Susan amaba hacer nuevas recetas combinando cáscaras, de lo que sea que encontrara, con leche hirviendo y papaya.
Probé un poco de las cáscaras hervidas y… ¡Por todo lo sagrado y maloliente de este mundo! Sabía asqueroso.
Me puse una servilleta en la boca y escupí lo que recién había comido.
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Mi celular volvió a sonar y esta vez lo apagué por completo.
—¿No le vas a contestar al chico? —preguntó Susan.
Para evitar responderle cogí otra cucharada de lo primero que tenía más cerca en mi plato.
Mierda, de nuevo cáscaras.
No pude escupirlas esta vez porque Susan me miraba fijamente.
Las mastiqué y escuché cómo dolorosamente se estrellaban contra mis dientes, gastando el esmalte y posiblemente ganándome una visita donde la buena doctora Thomas, mi dentista. Ella siempre contaba estos chistes secos y sin sentido que me obligaban a poner una sonrisa falsa en el rostro todo el tiempo.
—Lena… No le hagas eso a él, o a ti misma. Cuando los imagino juntos noto lo mucho que lo amas…
—¡Susan! —Mi papá le lanzó una mirada agria—, deja de darle ideas. Está mejor sin esa tipa. Tomaste una decisión sabia, hija.
No pude sonreírle. ¿Para qué? Tomar distancia de Julia había sido duro.
Llevaba una semana de haberle dicho que necesitaba un descanso para olvidar todo lo que Marie había causado en mi sistema. No le había hablado o lo había visto todavía. Por eso ignoraba sus llamadas y evitaba leer sus mensajes, necesitaba espacio. Espacio para pensar y serenarme; espacio para saber si ella me llegaría a necesitar después de este breve tiempo de separación.
Pero ahí estaba lo jodido del asunto: yo la amaba. La amaba y probablemente ella no sentía lo mismo por mí.
¿Que ella haya tenido sexo salvaje en mi habitación, con mi prima?
Sip, todavía dolía.
¿Que ella haya tenido sexo salvaje en mi habitación, con mi prima, sobre mis libros?
Dolía el doble.
De todas formas no me molesté en quemar todas las cosas que hubieran tenido contacto entre los dos, porque Marie ya se había encargado de destruirlas.
Justo cuando me disponía a largarme de su apartamento, vi el desastre que había hecho en todo el lugar: ropa mía (y de ella) hecha trizas sobre el suelo. La mayoría de mis libros habían sido cortados y se dispersaban como papelillo sobre la sala. Recortó todas las fotos y pinturas que guardaba con recelo en mi dormitorio; hasta rompió sus fotos, esas de cuando tenía nueve años y ganaba concursos de modelaje y sus padres le compraban ponys con cabello mejor cuidado que el mío.
Marie de verdad estaba loca. Dejó intacta únicamente la blusa turquesa que se me había acusado de robar hace tiempo atrás en aquella exclusiva tienda.
Hasta se tomó el costo de poner una nota escrita a mano en la que decía: "Para que recuerdes lo que eres: una ladrona. Siempre envidiando lo de otros."
Me eché a llorar y, en un arrebato, puse en la trituradora la prenda que no recordaba haber robado, y la vi desaparecer ante mis ojos.
Esa era la última vez que dejaría que alguien me tratara mal e intentara pisotearme. También fue el momento en el que decidí que necesitaba un tiempo lejos de Julia para pensar. Entonces vine y terminé con ella y me largué con los ojos llorosos a casa de papá.
No había hablado con Julia toda esta semana; la echaba de menos. Dije que la iba a aceptar con todo y su equipaje pesado pero me quebré en el último momento.
Me dolía recordar las palabras de Marie, de cómo ellas lo hacían como conejos en todas partes y en todas las posiciones.
Sabía que enamorarme de Julia traería estos problemas, lo sabía y aun así no le hice caso a la alarma en mi cerebro que gritaba peligro.
Ahora ella no dejaba de llamarme o enviarme mensajes con demasiadas letras en mayúscula y con tantos signos de admiración que terminaban cayendo en un segundo mensaje complementario.
—Pues a mí me agrada la chica—dijo Susan llevándose una cucharada de comida y regresándome al presente, sus dientes hacían el mismo sonido que los míos al masticar las cáscaras, solo que ella no hacía una mueca al tragarlas, como yo—. Dime de nuevo, ¿por qué se pelearon?
Susan aún no conocía a Julia, bueno, al menos no cara a cara; solo sabía de ella por las descripciones que le daba papá: una desalmada con estilo de mafioso y apariencia de asesino de abuelitas solitarias, o de secuestradora de gatos. Además de compararlo con un potencial criminal que tenía como meta en la vida embarazar a su única hija.
Tuve que desmentirlo antes de que ella creyera todo eso.
—Julia fue novia de mi prima desde hace un poco más de cinco meses atrás —expliqué—, ella solo se encargó de recordarme el por qué estuvieron juntos durante todo ese tiempo. Me dio detalles muy vívidos sobre su relación.
Aparté las picadas cáscaras de huevo de mi plato y escogí probar esta vez el arroz con habichuelas.
—Oh —Susan se quedó callada después de eso y masticó con esmero su comida.
Ella y papá aún no hablaban de matrimonio. Tampoco vivían juntos pero generalmente Susan cocinaba el almuerzo o la cena para él.
Definitivamente mi papá tendría que estar perdiendo peso porque no creía posible que un puré de brócoli o la ensalada de lechuga que le preparaba Susan lo fueran a engordar, pero aquí estaba, con una barriga que se le marcaba en la camisa y que no dejaba abotonarse correctamente a su quinto botón. Todavía no entendía cómo rayos consiguió a Susan.
—Voy a salir esta tarde —anuncié una vez que terminé con el arroz en mi plato.
Papá se acomodó los lentes mientras me miraba con recelo.
—¿A dónde? —preguntó cruzándose de brazos. Aún seguía enojado porque le apunté a Marie con un arma falsa y porque lo hice dudar por un momento de su credibilidad como padre al criarme (también porque acusó injustamente a su película favorita de vampiros de ser mala influencia).
—No me digas que a verte con esa motociclista de mala muerte, ¿verdad?
—Sip. Me va a llevar a que me hagan un tatuaje —bromeé—, justo aquí.
Señalé en dirección a mi trasero.
Él amplió los ojos y dejó de masticar la horrible comida vegetariana que había hecho Susan.
—Solo bromeo, papá. Relájate. Voy a conseguir un nuevo empleo —dije orgullosamente. No me iba a poner a llorar para que me devolvieran mi puesto en el restaurante; en su lugar me despedí de mis amigos y prometí reunirme con ellos la próxima noche para una ronda de karaoke. No quería nada que tuviera que ver con la familia de Marie.
Ayer estuve viendo los clasificados en el periódico, habían unos empleos interesantes... y otros demasiado raros para mi gusto; como ese anuncio que encontré, de alguien que se hacía llamar Pitágoras101 y publicó que buscaba sumisa de cabello negro para mantenerla atada a la pata de su cama.
O el otro en el que necesitaban chica de veinte años con su propio juego de grilletes y látigos.
Escalofriante.
—Creo que realmente deberías entrar a la universidad. —Esa era Susan.
Papá negó con la cabeza.
—Primero necesita independizarse —le dijo mientras se llevaba un bocado de comida a la boca—, ganar su propio dinero y después se tiene que pagar la universidad ella sola. O mejor aún, consigue un trabajo a medio tiempo y así puedes también estudiar.
No quería admitirlo pero igualmente estuve pensando en esa idea, hasta que me di cuenta que a él se le estaban acumulando las facturas de la luz, el agua, el teléfono, y su suscripción mensual de "Sexy, Varonil y Conservado a los Cuarenta" la revista que, según él, era indispensable ya que siempre daban consejos prácticos sobre cómo evitar la calvicie y cubrir canas a temprana edad.
Desde que salí de la secundaria me comprometí a ayudarlo a él y a mamá con algunas de las cuentas por pagar, pero en estos últimos meses las cosas se pusieron duras: papá renunció a su trabajo por seguir su sueño de tener un deshuesadero de autos chatarra, y mamá se volvió psíquica.
Nada de eso proporcionaba el dinero suficiente como para no endeudarse, así que decidí trabajar a tiempo completo para pagar sus cuentas; de todas formas no podía darme el lujo de ir a la universidad porque nunca podría dar dinero para la inscripción y mucho menos la mensualidad. Además que no me consideraba tan grandiosa como para clasificar para una beca.
—¿Sabes qué? —preguntó Susan—. Creo que tengo contacto en ciertas universidades y podrían hacerte un espacio en su programa. El nuevo semestre inicia el próximo mes, aun puedes anotarte. No me respondas ahora, solo piénsalo.
Asentí con la cabeza y me quedé viendo mi plato de comida.
No sabía qué pensar de su oferta. Necesitaba el dinero más de lo que necesitaba los estudios, pero en ciertas ocasiones ambas venían de la mano.
Suspiré y me concentré en las cáscaras.
—¿No te gustan? —preguntó Susan cuando notó que no las estaba comiendo.
—Oh no, es que las cáscaras de huevo son algo...
—¿De huevo? Pero si las cascaras de huevo no se comen. Estas son de naranja.
¿De naranja? Esto sabía a todo menos a naranja.
—Oh. Sí, deliciosas —y en contra de mi voluntad me llevé otra cucharada a la boca. Después tendría que hacerme algún lavado estomacal.
Las cáscaras rechinaron contra mis dientes y las mastiqué con cuidado para no quebrarme ninguno.
Susan sonrió satisfactoriamente.
Tenía mi celular tendido a mi lado, lo encendí nuevamente y casi al instante un mensaje de texto se posicionó en la pantalla; era de Julia.
Secreto# 121: Dormí con la luz encendida hasta que tuve doce años. Le tenía miedo a la oscuridad y pensaba que mi tía abuela Greta me saldría en la noche (ella realmente no era una mujer atractiva). Mi familia solía amenazarme a la hora de comer vegetales: "come, o tu tía/abuela Greta te saldrá en la noche y te va a comer... a menos que te tragues esos vegetales; ella los odiaba" entonces me los atragantaba todos...
No pude evitarlo y comencé a reírme, unas cuantas cáscaras se salieron de mi boca.
Julia continuaba enviándome mensajes con sus secretos numerados.
En cierto modo era lindo, pero me enfermaba del estómago recordar todo lo que había hecho con Marie. Me daba asco.
Yo solo quería saber si ella me llegaría a extrañar tanto como yo lao extrañaba justo ahora.
Mi celular vibró en mi mano, era otro mensaje de ella:
*Te extraño, nena. Por favor di que me perdonas y te prometo que dejaré de ser una idiota... Te prometo la luna... ¿Las estrellas? Aggg, no soy bueno tratando de ser romántica, tenerte en persona hace que mis palabras salgan espontáneamente.
PD: me estás matando!! Me estoy quemando a fuego lento!!!
*PD2: escribí el primer capítulo de mi auto biografía. Lo llamé: Chica de ojos color tormenta.
Despegué la vista del celular y eché un vistazo hacia papá y Susan, ellos seguían comiendo y hablando entre sí.
Rápidamente le texteé a Julia:
* Eso suena a alguna clase de nombre indio. ¿Quién es la chica?
* O.O me respondiste? Me devolviste el color al rostro!
* ¬¬ no seas tonta. Por cierto, estás escribiendo mal los PDs
* y una mierda si me importa cómo los escriba. Me estas respondiendo!!!!! Por favor habla conmigo! La chica eres tú, nena siempre serás tú…
Sonreí a la pantalla y volví a apagar el teléfono.
Julia Volkova ¿Qué iba a hacer contigo?
***
—No te entiendo Lena, ¿sabes que con esto estás dejando que Marie gane? —me reclamó Nastya. Ella tenía la tarde libre de trabajo y habíamos quedado en ir al cine a ver una película antes de que empezara con mi cacería de empleo; creo que Mirna también se nos iba a unir.
—¿Que gane el qué? —pregunté haciendo fila en la zona de comidas para pedir el Pop Corn y las bebidas.
—¡Ella logró frustrar tu relación con Julia!
—Ella simplemente me abrió los ojos.
—Pffftt. El otro día llegó Julia a buscarte a mi casa. Armó un escándalo pensando que estabas allí; ¡se metió en mi cuarto y me acusó de tenerte escondida! Le tuve que mentir y decirle que no sabía dónde carajo estabas. Ustedes dos deberían solucionar sus problemas y…
—Hola linda —de repente un muy guapo y bronceado Key se puso frente a Nastya y le dio un casto beso en la boca.
Abrí enormemente los ojos y la miré sospechosamente.
El rostro de Nastya se puso de todas las tonalidades de rojo que podrían existir en el mundo.
Key pareció darse cuenta de mi presencia, y cuando me vio, su rostro rojo empató con el de mi amiga.
—Anastasia Isaeva, ¿cuándo pensabas decirme que ahora salías con el mejor amigo de Julia?
—No… yo no estoy saliendo con él —se defendió ella.
—Lo que pasa… —ese era Key tratando de rascarse el cuello y evitando el contacto visual conmigo. ¿Qué le pasaba a estos dos? —. Yo saludo así a toda la gente. De donde vengo es normal. Creo que no te he saludado todavía, así que…
Key se inclinó frente a mí, me tomó de los hombros y presionó sus labios con los míos.
Fue rápido pero se sintió una eternidad.
—Hola Lena, guapa —me guiñó el ojo.
Mis ojos estaban más que abiertos ahora. ¿Qué fue todo eso?
—Oh, yo también, yo también —Mirna acababa de entrar al cine cuando presenció todo esto—; yo también acabo de llegar, lindo vaquero.
Key tragó saliva audiblemente y se inclinó frente a Mirna, de manera resignada pegó sus labios con los de ella, pero antes de que pudiera retirarse, Mirna lo tenía atrapado por el cuello.
—Suficiente, suficiente —Nastya lo ayudó a separarse.
Los labios de Key quedaron rojos gracias al lápiz de labios color escarlata que usaba Mirna.
—Creo que es nuestro turno —dijo Nastya señalándome hacia la fila que se supone estábamos haciendo—, pídeme una soda de uva y una bolsita de gomitas ácidas.
Asentí en modo automático y me escuché ordenar palomitas de maíz caramelizadas y refrescos para las tres.
Seguía preguntándome: ¿qué rayos fue todo eso?
—¿Viniste a ver una película? —finalmente le pregunté a Key, solo esperaba que no haya venido con Julia.
—Sí. Vine con a… alguien —él miró disimuladamente a Nastya.
Mmmm…
—¿No te vas a quedar con nosotras, vaquero? —Mirna se le pegó en el brazo y le hizo ojitos.
Key se separó rápidamente de ella y caminó en dirección a las salas de cine.
—Lastimosamente no. Pero tal vez nos veamos más adelante.
Se despidió de todas y observó por más tiempo a Nastya antes de desaparecer entre un pasillo.
Le lancé miradas acusadoras a ella pero decidió ignorarme.
—Oh, presiento que nos vamos a divertir todas juntas —chilló Mirna—. La última película que vine a ver fue Titanic, en el 97, y ni la vi bien. En ese entonces salía con Rodolfo, el sexy mesero de un bar a tres cuadras, y ambos aprovechamos la oscuridad de la sala para hacer otras cosas más entretenidas…
Y así comenzaba nuestra grandiosa salida: con Mirna contándonos sus aventuras sexuales.
***
—¿Esa de ahí es Julia? —levanté inmediatamente la vista. El dedo de Mirna señalaba hacia unos asientos más adelante del nuestro.
De espaldas sí parecía ser ella, pero no. No me iba a inmutar si la veía o no.
Puede que no sea ella y…
—Sí, es ella. Key está de su lado izquierdo —Nastya señaló a un chica con camisa a cuadros que sostenía una soda tamaño gigante.
Si esa era Julia, ¿entonces quién era la chica que estaba a su lado derecho?
No, no iba a sobre pensar las cosas. Además, se supone que estamos en receso, ella podía hacer lo que quisiera con quien quisiera durante este tiempo, ¿cierto?
Tuve que clavar las uñas en las palmas de las manos para creerme esa porquería.
—Yo realmente no sé por cuál de los dos decidirme —habló Mirna durante los avances—, por un lado está Julia: sexy, tomboy, chica mala. Y por el otro está el hermoso vaquero con voz de capataz que en cualquier momento me puede llevar al establo y hacerme cosas malas cuando quiera.
Arrugué la nariz y noté que Nastya hacía lo mismo.
Le lancé una mirada de: esta es la última vez que invitas a Mirna con nosotras.
Ella me dio la razón.
La película comenzó y desde ya se nos habían acabado las golosinas; yo seguía sin poder relajarme pensando en que esa era Julia el que estaba platicando con la chica a su lado.
Era increíble que en un momento atrás ella estuviera enviándome mensajes de texto suplicándome para que volvamos, y al siguiente segundo estaba con mi reemplazo. ¿Fue también así para Marie, cuando la reemplazó por mí?
Decidí ignorarlos el resto de la película.
…..
—Lena, tengo que hablar contigo —dijo Julia mientras le abría la puerta del departamento.
Volví la vista hacia atrás, en dirección a la que Eder y Marie mantenían una discusión acalorada. Después regresé mi atención hacia Julia.
—¿Qué ocurre?
—Es que... —Agachó la cabeza. Sus ojos se movían con preocupación y no dejaba de pasar sus manos por su cabello.
—¿Quieres pasar? —pregunté. No creía que fuera una buena idea pero ella se miraba nerviosa.
Le abrí más la puerta y dejé que entrara.
Marie lo fulminó con la mirada y Eder parecía confundido, después le restó importancia.
—Vamos a mi habitación —dije y comencé a jalonearlo de la mano pero ella no se dejó llevar por mí.
—¿Qué ocurre? Te vez nerviosa y...
—Tengo que darte una mala noticia —me interrumpió—. Juro que hasta ayer me enteré de todo.
—¿De qué hablas?
Todo ha estado bien entre Julia y yo estos últimos días, incluso anoche salimos a comer pizza en un pequeño local italiano. Ambas nos comimos todo el pan de ajo que quedó en la mesa y devoramos en cuestión de segundos la pizza.
—Lena... Lo siento pero... —no terminó de hablar y en su lugar volvió a pasar sus manos por su cabello.
La vi, y casi lo pude escuchar, tragar saliva.
Antes de que pudiera decir otra cosa, Eder ya estaba a la par mía, mirando furiosamente a Julia; gruñéndole como si quisiera arrancarle la cabeza.
—¡¿Fuiste tú la degenerada que dejó embarazada a mi novia?! —gritó él.
¿Qué?
—Oye, ella no se acostó solo conmigo. Es poco probable que yo sea el “papá” de esa criatura que lleva en el vientre —respondió Julia igual de molesta.
De nuevo, ¿qué?
Los miré a ambos, mis ojos ampliándose con la nueva información que se estaba registrando en mi cerebro.
Me giré en dirección a Marie y ella me sonreía inocentemente.
—¿Estás embarazada? —le reclamé.
Su sonrisa se extendió aún más.
—Tengo cinco semanas —dijo presionando una mano sobre su vientre.
—¿Cómo sabes que yo soy el “papá”? —preguntó Julia, se abrió paso entre Eder y yo y se paró frente a Marie. Lucía frustrada y no dejaba de agarrarse el cabello con ambas manos.
Sentía que un colapso estaba a punto de surgir de mi cerebro.
¿Marie estaba embarazada? ¿De verdad?
—Sé que es demasiado temprano para sacar conclusiones —habló ella— ¿pero es que no notas el parecido increíble entre los dos?
Una figura que no había notado antes salió de la puerta de la cocina; era un niño de cabello negro y ojos azules.
Corrió a los brazos de Marie y la abrazó con fuerza.
—Pequeño bebé, este es tu papá —le susurró al oído pero en cierto nivel pude escucharlo aun en la distancia a la que me encontraba.
Julia se quedó paralizada por un momento antes de echar sus brazos alrededor del niño.
En alguna parte Eder había desaparecido mientras yo continuaba viendo la dolorosa escena.
—Julia, te presento a Noah —dijo Marie, sus rizos naranja saltaron de lugar mientras ella aplaudía enérgicamente.
¿Le puso Noah a su hijo?
Se suponía que Julia y yo íbamos a nombrar así a...
—Me encanta el nombre. Adoro a nuestro hijo —contestó ella.
Los tres se dieron un enorme abrazo, y yo seguía parada como una idiota observándolos convertirse en una bonita familia en donde no había lugar para mí.
De repente Julia recordó mi existencia y me miró con lástima.
—Lo lamento, Lena. Pero es que siempre estuve destinado a pasar el resto de mi vida con Marie —dijo viéndome patéticamente.
Sus palabras hicieron eco en mi cabeza:
Siempre estuve destinado a pasar el resto de mi vida... Con Marie.
Siempre.
Destinado.
Con Marie.
Siempre... con Marie... Destino.
….
—¡Lena, despierta! —sentía que alguien gritaba en mi oído. Una mano agitó mi cuerpo e inmediatamente abrí los ojos.
Fue sólo una pesadilla. Solo una pesadilla.
Inhalé y exhalé repetidamente.
—¿Qué, qué ocurrió? —limpié las comisuras de mi boca y me erguí en mi asiento.
—Te quedaste dormida en medio de la película —me dijo Nastya
Observé a mí alrededor y sí, la sala de cine ya estaba vacía.
—Oh.
Nastya me ayudó a levantarme y juntas salimos por el lado más cercano.
Afuera nos esperaban Mirna y Key.
Volteé a ver a todos lados para saber si Julia se encontraría cerca, pero no la vi.
Esa pesadilla se había sentido demasiado real, tanto que hasta me dieron ganas de llorar.
No quería admitirlo pero… quería tener pequeños Noahs con Julia, y sólo con ella.
—Entonces… qué casualidad encontrarnos en la misma película —dijo Key. No me parecía una casualidad pero no dije nada. Nastya y él se miraban de una forma bastante extraña, como si quisieran desvestirse el uno al otro.
—Sí, una casualidad —dijo Nastya frunciendo la boca—. Oye, ¿Julia vino contigo?
Me tensé al oír su nombre.
—¿Julia? Sí. Vino con su hermana.
—¿Con su hermana? —Julia jamás me dijo que tenía una hermana.
—No, perdón. Con mi hermana.
—¿Con tú hermana? —Esta vez era Nastya la sorprendida.
—Ah, bueno… Elena no es mi hermana, es que estoy algo…
—¿Vino con Elena? —lo interrumpí.
—Ahh, mierda. No —Key no hallaba qué decir a estas alturas—, vino conmigo pero es que Elena… bueno, ella…
—Ella se nos pegó —respondió Julia a mis espaldas.
Me giré para verla. Tenía puesta una camiseta negra que acentuaba sus ojos azules-grisáceos.
Se me revolvió todo de la cintura para abajo; las mariposas en mi estómago despertaron de su largo sueño, y despertaron con un hambre voraz.
—Julia —lo saludó Mirna, se puso bastante coqueta.
—Mirna —asintió ella con la cabeza, nunca despegando su vista de la mía.
—Creo que es hora de irnos —habló Key.
—Sí, estos dos se están viendo como si quisieran desvestirse de forma salvaje —murmuró Mirna refiriéndose a Julia y a mí.
Hablando de ironías.
Despegué la vista de Julia.
—Bien, nos vemos entonces —Key se acercó a Nastya y por cuestión de inercia la besó en la boca… de nuevo.
Y, al igual que antes, él se dio cuenta que lo estaba haciendo frente a todos nosotros.
Se ruborizó y automáticamente se inclinó a mi lado.
—Así me despido también —dijo antes de pegar sus labios contra los míos.
Ambos ampliamos los ojos aun con nuestras bocas pegadas.
Sí, se desató la guerra en ese instante.
Una mano salió disparada hacia el cuello de la camisa de Key, y lo separó abruptamente de mí.
Me tambaleé mientras mi espalda buscaba soporte en una de las paredes; Julia empujó a Key y lo elevó a unos centímetros del suelo.
—Julia, no sigas —dije—. ¿No ha pasado una semana desde tu última pelea con Mason y ya quieres partirle la cara a tu mejor amigo?
Su rostro todavía mostraba algunos parches amarillentos cerca de su ojo y su boca.
—No te metas en esto, Lena —respondió, entre dientes—. Dime, Key, ¿cómo, en la vida, se te ocurre poner tus sucios labios en los de mi chica? ¿Quién te dio permiso? ¿Acaso no vez el enorme sello sobre su frente que dice que es mía?
Inmediatamente los ojos de todos se fueron a mi frente; hasta yo me llevé una mano para comprobar si era cierto.
Odiaba y amaba cuando se refería a mí como parte de su propiedad. No, odiaba que me tratara como a un objeto. De acuerdo… tal vez sí me gustaba un poco. No, definitivamente lo odiaba por ser posesiva y… Pero igual la amaba porque sentía que se preocupaba por mí... Aunque se suponía que no debía… aaaahhh.
A pesar de toda la tensión que los músculos de Julia estaban construyendo, Key no se miraba para nada intimidado. Es más, él era igual o un poco más bajo de estatura que Julia, lo que significaba que también daría una buena pelea si decidían irse a los golpes.
—Pienso que la “dueña” de Lena no se ha hecho muy presente que digamos —respondió Key. Genial. Ahora me sentía como un perro; o como esos pobres pececitos a los que olvidaban alimentar durante las vacaciones y después sus cuerpos sin vida acababan flotando en la superficie—. Además no creo que tengas los derechos exclusivos de ella. No te pertenece…
—Te juro que si no cierras esa boca, te la voy a partir, aunque seas mi amigo. Y no me has contestado, ¿cómo se te ocurre besar a mi chica? Y lo que es peor de todo, ¿cómo se te ocurre besarla frente a tu más nueva conquista?
Le eché un vistazo a Nastya y ella estaba roja. Parecía furiosa y a punto de echar humo por las orejas.
—¡Yo.no.estoy.saliendo.con.él! —dijo ella conteniendo la rabia.
Julia le frunció el ceño a su amigo. Pero Key no le dio importancia a lo que dijo Nastya y continuó hablando:
—¿Y quién te dice a ti que yo fui el que quiso besarla? ¿No te has puesto a pensar que es tal vez ella la que quiera que un auténtico besador la instruya por el camino correcto?
Julia apretó su agarre en el cuello de Key mientras yo me iba poniendo más y más furiosa con cada comentario que salía de la boca de estos dos.
De todas formas, ¿por qué Key le decía eso a Julia? ¡Él fue el de la locura con sus besos! Fingiendo que de esa forma saludaba cuando en realidad trataba de encubrir lo suyo con Nastya… era tan obvio.
¿Y por qué Nastya lo negaba todo?
—¿Pero qué...? —la voz aguda de una chica me hizo apartar la vista del golpe seguro que Julia estaba a punto de lanzarle a Key.
Elena dejó caer una barra de chocolate a medio comer que sostenía en la mano, y se apresuró hasta los chicos (o más bien gorilas) que se amenazaban con la promesa de sucios golpes.
—¡Julia! ¿qué estás haciendo? —chilló ella.
Había olvidado el buen cuerpo que tenía.
Oh, cierto. Estuve demasiado ocupada pensando en lo último que me dijo cuando la conocí: ¡ella también se había acostado con Julia!
—Lárgate de aquí Elena —espetó él.
—¿Qué le haces a Key?
—Se quiso pasar de listo con mi chica. Ella no necesita besar a nadie a menos que sea yo.
Me crucé de brazos y me puse en su línea de visión.
Los ojos verdes de Julia me atravesaron y se turnaban entre mirar hacia Key, hacia Elena, o mirar hacia mí.
—¿Ella no necesita besar a nadie a menos que seas tú? —dije enojada—. Para tu mayor información, no eres mi dueña.
Resoplé.
¿Quién se creía que era?
—Desde ahora te lo digo: yo puedo besar a quien quiera —le grité.
Lentamente Julia soltó a Key y se giró por completo hacia mí.
—¿Vas a besar a quien quieras? —estaba perplejo, no se lo podía creer.
—Sí. Y aun si besara al noventa por ciento de la población masculina de este país, no me alcanzaría para igualar tu puntaje de folladas con Marie.
Ella estrechó sus ojos y desencajó su mandíbula.
Elena rió hasta doblarse de la risa.
—¿Quieres vengarte por lo que Marie y yo hicimos en el pasado? —dijo, ignorando a la hiena que se reía de nuestra disfuncional y problemática relación; ella se acercó lentamente hacia mí— ¿Todo esto por la estupidez que tuve con tu prima? ¿Estupidez que no significó nada?
—Para ti puede que sea una estupidez, pero para mí es algo serio y doloroso de recodar. ¡Ustedes lo hicieron hasta en el restaurante! ¿Crees que eso no amerita que yo tenga el derecho de besuquearme con todos los tipos que quiera? —Me encontraba gritando ahora.
Ambos ignorábamos la gente a nuestro alrededor. Pero fue difícil concentrarse mientras más personas se paseaban por nuestro lado… y Elena que continuaba riendo con su risa parecida al ataque de asma, o parecido al sonido que hacen los gatos cuando están en celo.
Julia echó un vistazo sobre su hombro y dijo:
—Tú y yo no hemos terminado, Key.
Entonces me tomó del brazo y me llevó a una zona menos transitada para que habláramos solamente los dos.
Nos pusimos cara a cara en una esquina que nos mantenía ocultos de los ojos curiosos.
Yo todavía seguía enojada con ella.
—¿De verdad quieres besar a cualquiera para vengarte de mí? —preguntó.
Ella logró acorralarme contra la pared.
Odiaba cuando hacía eso. Yo era una presa fácil para esta depredadora con hambre.
Julia estiró los brazos y los llevó a un lado de mi cabeza, apoyándose de manera que formaba una pequeña prisión de la que no podía escapar.
Sentía su aliento en mi mejilla, olía a esos dulces de cereza y limón que vendían aquí en el cine.
Con mis ojos busqué alguna distracción a mí alrededor porque sabía que, si me concentraba mucho en Julia, el efecto Bambi conoce a Volkova, me dominaría por completo. Pero lo único a lo que tenía acceso era a un cartel de una película muy antigua de chicos bronceándose bajo el sol y a un David Hasselhoff en un diminuto traje de baño.
Estaba sola en esto. A menos que David contara como ayuda, o como el testigo silencioso de lo que sería una pelea épica con Julia.
—Probablemente tengas razón —dijo Julia de manera derrotada, me vi en la obligación de verlo a los ojos. Ni siquiera recordaba qué le había dicho—, anda entonces.
—¿Eh? —sip, el efecto Bambi +Volkova ya circulaba por mis venas tan solo con ver a Julia.
Sentía cómo mis ojos se iban cruzando entre sí y la baba quería salir de mi boca con urgencia.
Tenía que repetirle cientos de veces a mi lengua que el cuello de Julia no era un delicioso dulce para lamer.
—Ve a besarte con el que quieras —dijo trayéndome de regreso de Idiotilandia—. Tienes todo el derecho de hacerlo si quieres. Adelante.
Quitó uno de sus brazos y me dejó el camino libre para que saliera de su prisión.
Esto no me lo esperaba.
Me quedé congelada por un momento sin saber qué hacer.
Parpadeé varias veces hasta que reaccioné.
—¿Quieres que bese a otros chicos? —dije horrorizada ante la idea, pero se suponía que yo lo había sugerido.
—Sí. Besa a quien te dé la gana, incluso a Key. No me voy a oponer y haré el intento por no caerle a golpes después.
—¿Po... por qué? —tartamudeé.
—¿No es eso lo que quieres, vengarte por todo lo que Marie y yo hicimos en nuestra relación? Merezco recibir una dosis de mi propia medicina.
—Sí, te lo mereces —admití.
—Entonces esta es tu oportunidad. No solo de vengarte, sino también de ser inteligente y salvarte de un futuro conmigo. Pero antes de que te vayas, sólo quiero que sepas que Marie y yo dejamos de tener relaciones sexuales desde hace dos meses atrás.
Me quedé boquiabierta.
—¿Dos meses? Pero ustedes siempre pasaban metidos en su habitación... Y...
—Sí, emborrachándonos o viendo televisión. Pero las cosas ya no iban bien. Marie tuvo... tuvo un susto de muerte al pensar que tenía una de esas enfermedades de transmisión sexual y nos apartamos por seguridad. Yo estaba limpia, pero igual frenamos las cosas. Una vez que quitamos todo el sexo de la relación... no nos quedaba nada. Me di cuenta de que ella y yo no teníamos ni los más parecidos gustos en el helado. ¿Puedes creer que detesta el de sabor a cheesecake?
—Dice que es alérgica —recordé cómo de hinchada se le puso la nariz cuando probó un poco.
Julia resopló.
—De verdad lamento que lo que dijo Marie te haya herido. No puedo cambiar mi pasado. No puedo saltarme la línea del tiempo y borrar esa temporada en la que estuve con ella. Desde un principio siempre me llevé bien contigo, y créeme, nunca se me pasó desapercibido lo hermosa que eres —me sonrojé y Julia aprovechó para acercar su mano a mi rostro y acariciar mi mejilla—. Cuando te vi con ese idiota cubierto de chocolate se me revolvieron los celos, porque como ya habrás notado, soy una tipa celosa. Me gusta cuidar lo que es mío.
Rodé los ojos, deleitándome en sus palabras que me tenían tan embobada.
—Ese día pasé toda la noche sin dormir, y con una Marie con indigestión que no dejaba de decir entre sueños que nunca volvería a comer chocolate en su vida. Eso, y que descubrí que su ropa olía a chocolate derretido, me hizo darme cuenta que ella era la de la idea con ese tipo, no tú.
Abrí la boca para hacer preguntas pero me detuvo cuando puso un dedo sobre mis labios.
—Aún tengo más por decir —me silenció—. Sé que yo no soy la chica adecuada para ti... estoy lejos de ser la mejor en tu lista de prospectos pero, algo me pasa cuando estoy a tu alrededor, se me revuelve el estómago, comienzan a fallarme las piernas… y los celos, ah los celos son lo peor de todo. Esos son los que más duelen.
—¿Sí?
—Sip. Quiero sacarle los ojos a cualquier tipo que te mire demasiado, a cualquiera que intente ponerte una mano encima y definitivamente a cualquiera que te bese en frente de mí. Estúpido Key.
Me puse en puntillas y subí mis manos hasta rodear su cuello y acariciar su cabello.
Se suponía que tenía que seguir enojada con ella pero en estos momentos solo quería tenerla cerca. Ella colocó sus manos en mi cintura y me subió a sus pies para que estuviera más cómoda.
—Si hacer que beses a todos los hombres del mundo hará que me perdones… pues te dejaré hacerlo. —Hizo una mueca ante sus últimas palabras.
—Vaya, quién iba a decir que tuvieras un lado tan dulce como un osito de felpa —murmuré.
—No le digas a nadie —susurró.
—De acuerdo. Pero lo mencionaré en el libro.
Su nariz jugó con la mía por un segundo.
—Lena… —sus labios estaban tan cerca de los míos que, cuando ella se los lamió, parte de su lengua también me rozó—. De verdad preferiría que no besaras a ningún hombre ni a nadie más.
No podía pensar.
Estaba en blanco… Bueno, no exactamente en blanco. Estaba idiotizada y embobada, tal vez drogada de verlo.
Parpadeé demasiadas veces para tratar de enfocarme pero nada servía.
—Yo… —¿Yo qué? Hasta había olvidado lo que iba a decir. Mentalmente repasé las tablas de multiplicar; la del siete siempre me costaba más—… tengo una entrevista de trabajo a las cuatro. Mejor me voy.
¿En verdad dije eso?
—¿Entonces eso significa que sigues enojada conmigo? —comenzó a alejarse.
—No, no lo sé —¿podía seguir enojada con ella después de escucharlo decir que no había nada con Marie? Julia tenía razón en algo, ella no podía cambiar su pasado. Nadie podía. Pero todavía sentía una espina que me estaba molestando— ¿Por qué esperaste tanto tiempo?
Él me miró confundido.
—¿Esperar, a qué?
—¿Por qué tardaste en decirme cómo te sentías por mí?
—No estaba seguro de involucrarme contigo. Una vez que entras en mi vida, muy difícilmente puedo sacarte de allí, y en algún momento sé que vas a desear querer salir. Por eso te estoy dando una salida justo ahora. Yo soy la menos indicada para una relación; tengo mucho con lo que cargar y eso no me hace posible material de novia.
Julia me estaba dando una salida. Una salida de ella y todo lo que involucraba: su pasado con mi prima, con Elena y con tantas otras con las que estuvo. Su raro lado de ocultar a su sobrina, su sospechoso trabajo del que no sabía nada todavía, sus celos compulsivos (que en realidad sí eran algo lindos), sus traumas con su hermano, su locura, sus ingeniosas bromas, su arrogante sentido del humor y su orgullosa personalidad de bastarda y sus bolsillos llenos de dinero que malgastaba.
—No quiero salir —dije viendo cómo el tatuaje de su hombro intentaba escabullirse por la manga de su camiseta oscura—, me has dicho muchas veces lo tonta que es el que continúe queriendo una relación contigo… pero simplemente soy así de tonta.
El brazo de Julia regresó a mi cintura y me apretó con fuerza.
—Haré que valga la pena —murmuró antes de besar mi cuello.
Sus labios siguieron su camino por mi clavícula, y por mi mejilla. Luego me besó en la boca y casi pude sentir la pizca de posesión que estaba demandando en este beso.
Su lengua hizo camino a través de mis labios, y sus manos subían y bajaban por mi cintura y caderas.
Lento y sensual.
—Vamos —susurraba Julia entre besos.
—¿Dónde? —mi boca regresó a la suya y me vi en la tentación de morderle el labio inferior.
—A mi departamento… —logró decir después de otro beso.
No me opuse y prácticamente dejé que me llevara a rastras lejos de nuestra esquina oculta. No sabía qué me pasaba pero no podía despegarme de ella. No me quería mover de donde estábamos. Y eso pensaba decirle a Julia:
—No… —beso, beso, beso— me quiero… —beso con lengua, dedos acariciando mis caderas—… moverme de… —dedos jugando con las orillas de mis pantalones de mezclilla— aquiiiiiii.
Mis palabras salían distorsionadas; me sentía cavernícola pero sinceramente me gustaba la sensación.
—Vaya, vaya —dijo alguien lo suficientemente cerca de ambos como para darnos cuenta de que sus palabras iban dirigidas a nosotros—, show con espectáculo en vivo.
Me separé de la boca, de los dedos, de la lengua de Julia y miré avergonzada a nuestra interrupción.
Era una mujer de cabello canoso y de figura delgada.
Tenía los ojos de color verde pálido y su piel lucía una perfecta suavidad que se obtiene con años y años de cuidado.
—Oh, muchachos, no era mi intención distraerlos —dijo la señora dándome un guiño de complicidad y sonriéndome como si me conociera de toda la vida. Pero yo no tenía idea de quién era—, solo quería robarle un minuto de atención a esta hermosa chica de por acá.
Ella palmeó el brazo de Julia.
Miré en su dirección y me arrepentí de inmediato.
Ella lucía como si la catástrofe más grande se hubiera desatado, como si sufriera en gran dolor y no entendía por qué.
¿Quién era ella?
—¿Qué haces aquí? —dijo Julia, sus palabras salían retorcidas y furiosas.
Al menos Key no era el único en hacerlo enojar hoy.
—Relájate, solo vine con cierta personita a ver una película. Se moría de ganas por ver a James Franco en la pantalla grande —ella sonrió y volvió a guiñar un ojo—. ¿No me vas a presentar a tu novia? ¿Es tu novia, verdad? Es muy bonita.
Volvió a sonreírme.
Se miraba simpática, parecía bastante jovial para una señora de edad avanzada.
—Repito, ¿qué haces aquí? —gruñó Julia.
Lo tomé de la mano para intentar relajarla, se miraba estresada. Ella la presionó con fuerza.
—Nanny, ¿quién es ese hombre peludo del fondo? —una niña se acercó a la señora y la abrazó de la cintura, le señaló el cartel de David Hasselhoff que estaba pegado detrás de nosotros.
La niña tenía un cabello no tan oscuro como para ser café, pero tampoco tan claro como para ser rubio; era un color entre ambas tonalidades. Ella era hermosa.
—Ese, pequeña piraña, era el hombre de mis sueños hace treinta años. ¿No crees que se veía atractivo?
La niña arrugó la cara y la escuché decir algo más acerca de los extraños gustos de su abuela, pero no fui capaz de escuchar porque estaba conociendo justo ahora a la pequeña Nicole de la que tanto estuve celosa un tiempo atrás. Lo supe desde el momento en que vi las cicatrices y las quemaduras que tenía en la mitad de su rostro.
Julia, al verla, presionó aún más fuerte mi mano. Sentía que en cualquier momento me iba a quebrar algún hueso pero no me solté o le pedí que me soltara.
Pude verlo realmente furioso. Hulk personificado.
—¿Qué hacen ambas aquí? Abuela, ¿cómo te atreviste a…? —le falló la voz y a mí casi se me salía el aire debido al esfuerzo enorme que hacía al no gritar.
Pero aquí estaba finalmente ante mí, la sobrina de diez años de Julia.
La niña fijó sus ojos verde mar en los míos y me sonrió.
—¿Tu eres la novia de la tía Julia? —chilló.
Asentí algo incomoda por la sangre que dejaba de circular por mi mano.
Entonces ella hizo algo magnifico: corrió a abrazarme.
Entonces yo hice algo estúpido: grité como loca.
Hunter- Mensajes : 103
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Re: PROHIBIDO ENAMORARSE DE JULIA VOLKOVA // LIA BELIKOV
Bien que valió la pena tanta espera, excelentes capítulos pero ese final... Lena te volviste loca???? #Diablos
Aleinads- Mensajes : 519
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Re: PROHIBIDO ENAMORARSE DE JULIA VOLKOVA // LIA BELIKOV
Capítulo 17
Galleta de la Fortuna
El departamento de Julia definitivamente carecía del toque femenino; sus paredes eran todas blancas o azules, y los muebles tenían puras tonalidades oscuras.
Lo vi ir y venir de su cocina, rebuscando algo en el refrigerador unas cientos de veces antes de salir con suficiente hielo en sus manos; hielo que aplicó inmediatamente sobre mi mano izquierda y masajeó hasta que finalmente se atrevió a verme a los ojos y me dedicó una sonrisa insegura.
—Lo siento tanto, nena —dijo agachando de nuevo la mirada y soplando delicadamente su aliento en mis dedos que horas antes estuvieron insensibilizados bajo su cruel y aplastante agarre.
—No tienes la culpa —dije suavemente.
Me sentía avergonzada al recordar cómo de amorosa se había portado su sobrina conmigo y yo de idiota me puse a gritar. Pero es que Julia de verdad iba a romperme algún hueso importante en ese momento si continuaba apretándome como lo había hecho, tuve que gritar del dolor y me aparté inmediatamente de ella.
—¡Julia me estás lastimando! —había gritado y estúpidas lágrimas salieron de mis ojos a borbotones.
No la culpaba, suponía que se había descontrolado al ver a su sobrina en público, en donde la gente se quedaba viéndola con demasiado interés de lo normal, cuando lo único que ella quería hacer era protegerla de las personas curiosas y entrometidas.
Me había asustado pensando que heriría los sentimientos de Nicole porque, justo en el momento en que ella me abrazó, yo había gritado del dolor. Pero en realidad la pequeña me dejó boquiabierta al acercárseme y susurrarme cosas tranquilizadoras en el oído (no sin antes fulminar con la mirada a Julia).
—¿Estás bien? —me preguntó—. ¿La tía Julia te lastimó? Ya, ya… el dolor va a pasar, no durará para siempre.
Esta niña era increíble. Teniéndola así de cerca pude ver las cicatrices y manchas que cubrían gran parte del lado derecho de su rostro; algunas manchas rosadas (en donde la piel sufrió un mayor daño) se le escabullían por la frente y se escapaban hacia el otro lado de su rostro. Sus cicatrices me recordaron algo que yo había visto con anterioridad, en los tatuajes de Julia. Estos seguían los mismos patrones que las cicatrices de Nicole. Julia se había tatuado el hombro con estas líneas que se formaban en el rostro de la pequeña niña.
Saberlo me hizo amarla un poquito más.
Le sonreí a Nicole en medio de mi cortina de lágrimas que me nublaban la visión.
—Ahora ya me siento mejor —dije sorbiendo mocos.
Noté que su pequeño cuerpo llevaba puesto una camiseta en la que se leía: I
Galleta de la Fortuna
El departamento de Julia definitivamente carecía del toque femenino; sus paredes eran todas blancas o azules, y los muebles tenían puras tonalidades oscuras.
Lo vi ir y venir de su cocina, rebuscando algo en el refrigerador unas cientos de veces antes de salir con suficiente hielo en sus manos; hielo que aplicó inmediatamente sobre mi mano izquierda y masajeó hasta que finalmente se atrevió a verme a los ojos y me dedicó una sonrisa insegura.
—Lo siento tanto, nena —dijo agachando de nuevo la mirada y soplando delicadamente su aliento en mis dedos que horas antes estuvieron insensibilizados bajo su cruel y aplastante agarre.
—No tienes la culpa —dije suavemente.
Me sentía avergonzada al recordar cómo de amorosa se había portado su sobrina conmigo y yo de idiota me puse a gritar. Pero es que Julia de verdad iba a romperme algún hueso importante en ese momento si continuaba apretándome como lo había hecho, tuve que gritar del dolor y me aparté inmediatamente de ella.
—¡Julia me estás lastimando! —había gritado y estúpidas lágrimas salieron de mis ojos a borbotones.
No la culpaba, suponía que se había descontrolado al ver a su sobrina en público, en donde la gente se quedaba viéndola con demasiado interés de lo normal, cuando lo único que ella quería hacer era protegerla de las personas curiosas y entrometidas.
Me había asustado pensando que heriría los sentimientos de Nicole porque, justo en el momento en que ella me abrazó, yo había gritado del dolor. Pero en realidad la pequeña me dejó boquiabierta al acercárseme y susurrarme cosas tranquilizadoras en el oído (no sin antes fulminar con la mirada a Julia).
—¿Estás bien? —me preguntó—. ¿La tía Julia te lastimó? Ya, ya… el dolor va a pasar, no durará para siempre.
Esta niña era increíble. Teniéndola así de cerca pude ver las cicatrices y manchas que cubrían gran parte del lado derecho de su rostro; algunas manchas rosadas (en donde la piel sufrió un mayor daño) se le escabullían por la frente y se escapaban hacia el otro lado de su rostro. Sus cicatrices me recordaron algo que yo había visto con anterioridad, en los tatuajes de Julia. Estos seguían los mismos patrones que las cicatrices de Nicole. Julia se había tatuado el hombro con estas líneas que se formaban en el rostro de la pequeña niña.
Saberlo me hizo amarla un poquito más.
Le sonreí a Nicole en medio de mi cortina de lágrimas que me nublaban la visión.
—Ahora ya me siento mejor —dije sorbiendo mocos.
Noté que su pequeño cuerpo llevaba puesto una camiseta en la que se leía: I
Hunter- Mensajes : 103
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Re: PROHIBIDO ENAMORARSE DE JULIA VOLKOVA // LIA BELIKOV
I 1D e inmediatamente pensé en Julia cantando borracha sus canciones.
Y hablando de Julia, ella se apresuró a mi lado y me sujetó de la cintura, se veía bastante afectado y a punto de colapsar.
—Voy a llevar a Lena a mi departamento para curarle la mano —anunció él a su abuela y a su sobrina—. Nikky, tú vienes conmigo.
La tomó de la mano y su abuela bufó en alto.
—Julia… deja de ser tan sobreprotectora, nosotras podemos quedarnos a ver la película —le dijo ella—. No voy a dejarla sola, va a estar todo bien.
Nicole le hizo pucheros a su tía y noté el enorme trabajo que hacía Julia para decirle que no.
—Tengo películas en mi habitación — ella trató de convencerla, pero la niña no cedía—. Además llevas tiempo sin visitar mi departamento… ¿no quieres saludar a Steve?
Inmediatamente me sentí curiosa por el mentado Steve. ¿Quién era?
Nicole dudó por un momento.
—También tengo helado de frambuesa —eso la convenció por completo
.
La niña aceptó y ahora estábamos las tres juntos en el departamento de Julia.
Su abuela se había quedado en el cine a ver la película, y le dejé un mensaje de texto a Nastya explicándole que me iba con Julia y que tenía que contarme lo que estaba sucediendo entre ella y Key, eso no se lo iba a pasar por alto.
Poco a poco la sangre volvió a circular por mi mano y mis dedos fueron saliendo de su estado de coma temporal; Julia colocó hielo y vendó mi palma con una tira de una de sus viejas camisetas. Se aseguró de que no hubiera ningún hueso roto y por suerte la situación no pasó a mayores.
—¿Mejor? —preguntó una vez que terminó con la venda.
Asentí con la cabeza.
Me encontraba sentada en el cómodo sillón de su sala mientras ella permanecía arrodillada frente a mí.
Nicole estaba en la habitación de Julia (que por cierto era demasiado grande para una sola persona) viendo películas de Harry Potter y besando la pantalla cada vez que Daniel Radcliffe salía en escena.
Estábamos solas… relativamente. Steve estaba recostado del otro lado de la habitación, viéndome atentamente como si supiera que le tenía miedo. Y era verdad, le tenía miedo.
Lo ignoré y regresé a ver el rostro afligido de Julia.
—¿Quieres decirme por qué te pusiste furiosa al ver a tu sobrina en el cine? —me aventuré a preguntar.
Ella hizo una mueca y se sentó en el suelo para verme directamente a la cara.
—¿Acaso no notaste cómo la gente se le quedaba viendo? Estúpidos curiosos.
Llevé mis manos hacia su cabello negro y la acaricié con ternura.
—Lo sé, pero te lo dije antes, no puedes encerrarla en una burbuja. Eso puede acomplejarla.
—Mi abuela, varios psicólogos y yo, nos encargamos que eso no sucediera —respondió—, simplemente no quiero que salga lastimada más de lo que la lastimaron hace tanto tiempo atrás. Ella aún no tiene idea que fue mi hermano quien comenzó el incendio a su propia casa.
—¿Ella no sabe?
Julia negó con la cabeza.
—Nunca lo supo y nosotros no quisimos decirle nada. Eso la destruiría. Ella cree que sus padres murieron juntos, tomados de la mano como una linda familia con finales felices. Así que sería grandioso que no le mencionaras nada de lo que sabes.
—No diré ni una palabra.
—Lamento haberte lastimado, nena. Me puse como loca al verla entrar y… Los doctores de mi hermano hablan conmigo regularmente y me dicen que él pide ver a su hija. Supo que quedó viva y jura que se arrepiente de lo que hizo pero yo sé que no lo hace. Solo quiere hacerle daño. No quiero que la vea, no quiero que eche a perder la perfecta mentira que he creado para ella.
»No debo exponerla ante nadie porque tampoco quiero que le informen a mi hermano sobre su paradero. Él tiene permitido escribir cartas y no necesito que sepa ni siquiera la dirección de la casa de muñecas de Nicole. No lo quiero cerca de ninguna de nosotras… y todo se vino abajo cuando la vi caminar en medio de todas esas personas.
Me senté en el suelo junto a ella y puse mi mano buena en su mejilla.
—Eres una gran tía —murmuré con suavidad.
—Ya era hora de que alguien lo notara —suspiró liberando un poco el estrés de sus hombros.
—Julia… ¿te das cuenta que en algún momento vas a tener que decirle a ella la verdad?
Ella cerró los ojos y cubrió mi mano con la suya.
—Pero no por ahora. No en un futuro cercano —llevó mi mano a sus labios y la besó.
Permanecimos recostadas una junto a la otra, sin decir nada por varios minutos.
A lo lejos podía ver a Steve moviéndose hacia la ventana de la cocina y atrapar algo de los últimos rayos del sol que poco a poco se escondían en el horizonte. Notó que yo lo estaba viendo con atención y se dio la vuelta azotando su cola contra el marco de la ventana.
Ver cómo el día se iba lentamente convirtiendo en noche me hizo recordar algo importante, me levanté con sobresalto.
—¡Olvidé que tenía una cita de trabajo hoy! —Mi mamá había logrado conseguirme una entrevista en una librería ubicada en el centro de la ciudad. La dueña ocupaba ayuda y me había reservado el primer puesto si me presentaba hoy.
Pero ya era muy tarde para hacer una rápida aparición.
—Ve mañana —suplicó Julia, levantó su mano para acariciar mi pantorrilla—, ya es tarde. Quédate esta noche.
—¿Quedarme… toda la noche? —mi corazón se aceleró y realmente le gustó la idea.
No. No podía, papá se iba a poner frenético si amanecía en casa de julia. Peor si dicho julia era la pesadilla de su vida.
—Me encargaré de la cena —insistió.
—¿Sabes cocinar?
—No, pero para eso existe el servicio a domicilio.
Resoplé.
—No creo que deba…
—¿Te vas tan pronto? —interrumpió Nicole recién saliendo de la habitación de Julia.
Me desgarró en el alma tener que decirle que me marchaba a esos ojos verdes tan inocentes pero a la vez experimentados de la vida.
Suspiré resignada.
—Me quedaré para la cena —afirmé.
Julia sonrió con suficiencia.
—Bien, ordenaré comida china. ¿Alguien se opone? —miró en dirección a su sobrina y ella negó con la cabeza, luego miró hacia mí y me encogí de hombros—. Entonces comida china será.
Julia se puso de pie y, en un arrebato, me tomó de la cintura y me besó muy fuerte en los labios.
Escuché a Nicole chillar y reír en voz alta.
Hice palanca con mis brazos y logré empujarla en su sitio. La regañé mentalmente.
—¡La besaste! ¿Eso significa que se van a casar pronto? —gritó Nicole.
Me ruboricé por completo, esperé por la respuesta de Julia y lo que obtuve fue:
—Serás la que lance las flores —le guiñó un ojo.
La golpeé en el pecho intentando sacarle el aire, pero mi golpe apenas y lo inmovilizó.
Por andar diciendo mentiras como esas es que terminó con una escopeta apuntándole en el rostro.
—Julia… —le advertí con mi tono de voz.
Ella huyó de mi lado y corrió hacia Nicole levantándola del suelo con una sola mano.
—Es hora de que regreses a ver otra película, piraña —caminó con ella en dirección a su dormitorio.
—¡Pero no, yo quiero quedarme a conocer a tu novia!
—Durante la cena le podrás preguntar todo lo que quieras. Ahora ella y yo tenemos que besuquearnos en el sofá.
Resoplé audiblemente.
Nicole comenzó a reírse y vi cómo logró salirse del apretado agarre de Julia. La envidié por eso, yo nunca podía zafarme con tanta facilidad aunque me retorciera mil veces.
—Quiero primos —dijo ella corriendo a mi lado—, muchos. Como para formar una banda de música.
Por mi rostro subió el calor de mi sangre.
No dije nada a eso.
—No presiones Nikky, por ahora intentaremos pedirle a la cigüeña que nos traiga uno. Ya tenemos el nombre —Ay no. Si lo decía en voz alta la iba a castrar. En serio la castraría. A ella y a su zorrillo.
¿Realmente… quién tenía un zorrillo como mascota? Solo alguien como Julia.
Steve alzó la cabeza desde su posición, como si supiera que estaba pensando en él, y regresó a su labor de buscar qué comer entre los muebles de la cocina.
—¿Por qué mejor no tienen cinco bebés y le ponen Harry, Liam, Niall, Louis y Zayn? —Interrumpió la pequeña—, y no creas que no sé de dónde vienen los bebés. Ya casi cumplo once y no creo en la cigüeña. Conozco el mecanismo, muchas gracias.
De ser posible mi rostro se calentó más.
¿Cómo? ¿Tan pronto y ya sabía? Yo a su edad todavía me creía Sailor Moon con mi tiara lunar combatiendo el mal y mis frases de “te castigaré en el nombre de la luna”.
Supe del sexo dos años después, cuando cruelmente la clase de Ciencias Naturales me abrió los ojos; había llegado a casa preguntándole a mamá y a papá si ellos me habían creado de esa forma. La única respuesta que obtuve fue un silencio incómodo y un sonrojo de parte de mi madre.
—La abuela la tiene muy aleccionada —contestó Julia a mi pregunta no dicha en voz alta—. El otro día tuvieron la plática.
Nicole asintió con la cabeza.
No podía creer que esta pequeña niña ya supiera todo el concepto básico para… dejar entrar a la anguila en la cueva.
—No es nada complicado —afirmó ella—, una chica y un chico se besan por treinta minutos y luego, ¡puuf! aparece un bebé en tu estómago. La bisabuela me lo explicó todo.
Uff… menos mal que ese era el concepto que sabía. Creo que su bisabuela olvidó muchos detalles de por medio. Detalles que gustosamente la señora E.L. James no había omitido en sus libros.
—¿Ustedes quieren que les dé treinta minutos? —preguntó Nicole. Nos miraba con una sonrisa cómplice.
De nuevo, me ruboricé.
—No, pequeña —comencé diciendo, me agaché para quedar a la altura de sus ojos, ella era realmente bajita—. Sólo me tomará dos segundos jalarle la oreja a tu tía y luego voy contigo para ver una película, ¿de acuerdo?
Ella asintió vigorosamente.
—Aunque sin embargo deberías intentar besarla por media hora —susurró Nicole en mi oído—, solo para ver si es verdad que el bebé va a aparecer en tu estómago.
Yo intenté hacerlo con uno de mis compañeros de la clase de recuperación pero la tía Julia me encontró y me dijo que no funcionaba a menos que yo tuviera veintisiete años. Así que estoy esperando cumplir eso para besarme con un chico por media hora y ver qué sucede…
Me reí al imaginarme a Julia siendo sobreprotectora con su sobrina.
No sé por qué pero se me hacía más irresistible.
—¿Qué están susurrando ustedes dos? —preguntó ella.
—Nada —respondimos Nicole y yo al mismo tiempo; luego nos reímos al darnos cuenta.
Julia nos miró sospechosamente pero se movilizó hacia la cocina.
Desde ahí nos gritó que iba a ordenar la comida.
—¿Tú tienes veintisiete años? —me preguntó Nicole una vez que Julia se fue.
Negué con la cabeza
—Solo tengo dieciocho. Cumplo diecinueve en dos meses.
La niña amplió los ojos.
—¿Vas a hacer una fiesta? Oh, por favor dime que la harás. Nunca he asistido a una… bueno, Nanny y Julia siempre me preparan fiestas sorpresas pero es aburrido tenerlos solo a ellas y a Steve o a Carlo.
Su rostro se afligió por un momento.
¿Es que Julia tampoco invitaba a sus amigos? ¿O era que ella no tenía amigos?
¿Asistirá a clases con los demás niños en una escuela?
Ni siquiera lo sabía.
—¿A qué escuela vas? —le pregunté tratando de enderezar la pequeña cadena con un dije de bigote negro que tenía en su cuello
—No voy a la escuela. Mis maestros vienen a casa, ¿por qué?
¿Julia la ocultaba también de niños de su edad?
Bueno, a veces los niños podían llegar a ser demasiado crueles cuando notan que alguien es diferente a los demás.
Una ola de compasión y tristeza me invadió por Nicole.
—Solo tenía curiosidad —respondí finalmente.
Ella bajó la mirada y con su pie comenzó a hacer círculos en el suelo.
—Sé que mi rostro no es muy atractivo de ver —confesó en voz baja—, muchos niños salen corriendo cuando me miran. Pero ellos no saben que, a pesar de mis marcas, yo me siento hermosa… o al menos eso dice la tía Julia. Así que gracias por no mirarme raro como todos los demás.
Me dio un breve abrazo y salió corriendo hacia la habitación de su tía.
Quedé en cuclillas, sin habla y con una sensación vertiginosa en mi estómago.
Estaba ante una niña muy valiente… en todos los sentidos.
Escuché la puerta del dormitorio de Julia ser abierta y rápidamente Nicole asomó la cabeza a través de la ranura:
—Puse la película El Diario de la Princesa y no me gustaría verla sola, ¿vienes?
Sonreí y me puse en pie, entrando al territorio más íntimo de Julia.
—No me la perdería por nada del mundo.
Para ser una chica, Julia “rebelde” era bastante pulcra en su habitación. Al menos no tenía ningún poster visible de alguna mujer en lencería atrevida, o una banda de rock pesado.
Sus paredes estaban desnudas de cuadros o pinturas y, al igual que el resto del departamento, los muebles eran de tonalidades oscuras con finos acabados.
Su cama era enorme y no pude evitar respirar hondo en sus sábanas de color azul marino; ni siquiera presté atención a la película que Nicole había puesto para que ambas pasáramos un rato juntas. Me sentía drogada y aturdida de solo pensar que Julia dormía en esa misma habitación, en esta misma cama y en este mismo lado en el que me encontraba recostada.
Incliné mi rostro una vez más y pegué mi nariz en las sábanas; aspiré como por vigésima vez el delicioso aroma de Julia que ella impregnó en sus almohadas.
Espectacular.
Rápidamente me separé, no quería que Nicole me fuera a ver actuando como la loca que olía las sábanas de su tía.
Después de veinte minutos entró Julia y nos anunció que la comida ya estaba lista.
Nicole y yo nos movilizamos hacia la sala y los tres comimos de las cajitas de cartón en donde los alimentos venían bien empaquetados desde el restaurante chino a tres cuadras del departamento.
Nos sentamos en el suelo de la sala, rodeando la mesita de centro e intentando sostener los fideos y el arroz con los palillos chinos, riéndonos cuando ninguno pudo realizar tal hazaña y en su lugar usamos tenedores.
Devoré todo con rapidez y disfruté de la mejor vista de todas: Julia en una camiseta sin mangas.
Realmente debería usar más como esas. Hacía que los músculos de sus brazos se lucieran de manera formidable.
—Cuando sea mayor me pintaré la piel como la tía Julia —anunció Nicole mientras metía un puñado de fideos a su boca.
—¿En qué edad quedamos que eso iba a suceder? —musitó Julia.
—¡A los treinta! —obedientemente respondió la niña.
Tuve que reírme de eso.
—Julia, tu ni siquiera tienes treinta y ya estás tatuada —le recordé.
—Maduré rápido.
Reí-resoplé a la vez.
—Entonces yo definitivamente estoy calificada para hacerme uno.
—Y yo estaría encantada de supervisar los lugares de tu cuerpo ideales para un tatuaje —me guiñó un ojo.
Mi rostro se calentó.
Aclaré mi garganta y continué con la cena.
—Terminé con mi comida, ¿puedo ahora ver mi galleta de la fortuna? —le pidió Nicole a Julia.
Ella acercó la cajita donde comía la niña y la observó, haciendo una mueca.
—No, no has terminado. Come tu brócoli.
—No me gusta el brócoli, lo sabes —ella hizo un puchero y se cruzó de brazos.
—Cómelo...
—Pero no quiero... Mira, Lena tampoco lo ha comido —me señaló y me tensé en mi lugar.
Julia se acercó e inspeccionó mi comida al igual que como había hecho con ella.
—Lena... —me advirtió ella.
—¿Julia?
—Come tu brócoli.
—Soy alérgica a los vegetales —dije encogiéndome de hombros y llevándome algo de pollo a la boca. Mastiqué lentamente a pesar de que quería devorar todo muy rápido; mi almuerzo había sido un fiasco preparado por Susan, merecía algo de comida decente.
—Además —continué— se le pueden dar a Steve así que no se desperdician.
Nicole asintió estando de acuerdo conmigo.
Steve apareció en ese momento como si lo hubieran requerido y olfateó en mi dirección.
¡Puaj! Me moví rápidamente hacia Julia hasta que nuestros brazos chocaron uno contra otro.
—¿Le tienes miedo a Steve y aun así quieres alimentarlo? —preguntó ella, divertido.
—Nadie, pero nadie, tiene un zorrillo como mascota —la fulminé con la mirada—, son apestosos y dejan su hedor por todos lados. Si querías un animal hubieras optado por un perro… o un gato al menos. Vaya, incluso pensaba que eras el tipo de chica con una serpiente como mascota.
Julia se rió y rodeó mi cintura con sus brazos, me movió de tal forma que quedé sentada entre sus piernas abiertas, mi espalda chocaba contra su pecho.
Justo en ese momento yo estaba teniendo una enorme dificultad para respirar normalmente; y no me lo puso fácil cuando sus largos dedos comenzaron a acariciar mi cabello.
—Tengo un perro —habló en mi oído causándome cosquillas—, solo que mi vecino del departamento de abajo lo cuida cuando yo no estoy en casa. Y en cuanto a Steve... bueno, era un invitado no deseado que se escondía en el dormitorio de Marie, yo solo lo rescaté antes de que ella llamara a control de animales y ellos lo dañaran.
—¿En el departamento de Marie? Me parece haberlo conocido antes —medité. Claro, era la misma mofeta que encontré en la cocina semanas atrás.
¿Cómo llegaría un zorrillo hasta el departamento? Ni idea.
Mientras Julia apoyaba su barbilla en mi cabeza, Nicole estaba entretenida dándole a Steve su brócoli, fingiendo que nadie miraba nada.
—Además, Steve no es apestoso —volvió a hablar en mi oído. Esta vez me dio un beso en el cuello—, cuando lo llevé al veterinario, me dijeron que alguien le había quitado las glándulas que producen el mal olor. Es un animal limpio en todo sentido.
Fruncí el ceño. ¿Cuándo lo llevó al veterinario?
—Es como un ratón gigante —le dije—. No deberías dejar que Nicole juegue con él, la puede morder.
—No va a estar mucho tiempo aquí; mi abuela quiere liberarlo en el bosque este fin de semana. ¿Eso te hace feliz?
—De acuerdo, me tranquiliza.
Julia volvió a darme otro beso en el cuello. Reprimí la urgencia que tenía de girarme y que esta vez besara mi boca, pero tenía que comportarme, Nicole estaba cerca y no me parecía lo correcto que mis hormonas revolotearan por todo el lugar.
—¡Terminé el brócoli! —gritó la niña cuando acabó de alimentar al apestoso animal (con o sin glándulas)—¿Puedo ahora agarrar una galleta?
—Bien —Julia extendió el plato que contenía las galletas e hizo que Nicole tomara una.
Ella se precipitó a agarrar la que más cerca tenía.
Antes de partirla y leer su mensaje, nos miró a ambas con ojos entrecerrados.
—¿No van a agarrar una también? Puede ser de mala suerte si no las abrimos al mismo tiempo —dijo la niña solemnemente.
Le sonreí y tomé la que se encontraba en el centro. El brazo de Julia se estiró sobre mi hombro para tomar la que quedaba.
—De acuerdo, a la cuenta de tres cada quien parte su galleta —instruyó Nicole.
Steve se rozó sobre su pierna y lo vi olisquear en su dirección. Yo llevé mis rodillas a la altura de mi pecho, y me pegué más a Julia.
—Uno —comenzó ella con entusiasmo—, dos… ¡tres!
Con mi dedo pulgar ejercí presión sobre la galleta y ésta se partió en tres pedazos pequeños. Saqué un papelito que venía apretadamente doblado y leí su contenido:
“Alguien te está mirando justo en este momento”
¿Alguien me está mirando? ¿En serio? ¿Qué clase de galleta de la fortuna era esta?
Pudieron haber puesto: Si estás leyendo esto es porque puedes leer.
Más obvios no pudieron ser.
Alcé la vista, curiosa por ver qué decían las demás galletas, tal vez tenían mensajes más interesantes que el mío.
Nicole fruncía el ceño y veía el papel confundida, miré a Julia que tenía casi la misma expresión que su sobrina. En realidad era algo tierno de ver. Ambas hacían las mismas muecas y de la misma forma.
—¿Qué les parece un cambio? —preguntó ella finalmente. Hizo de su papel una bolita y me lo pasó mientras que Nicole tomaba el mío y le entregaba el de ella a Julia.
—Oye no se vale cambiar. Es hacer trampa —le dije.
Pero ninguno de los dos me prestaba atención; impulsada por mi curiosidad decidí leer la bolita que me había pasado Julia. Decía:
“Intenta con otra galleta”
Bufé para mis adentros. Claro, intentó con otra galleta.
—Cambio —gritó Nicole después de un segundo.
Automáticamente Julia y ella volvieron a intercambiar papeles tomando de nuevo el mío.
Desenrollé el siguiente, que originalmente pertenecía a Nicole, y se leía:
“DJ Maxxime a tu disposición… para reservar presentaciones: 511-254098”
Tuve que reírme en voz alta. Luego Nicole se contagió, y por último Julia.
—Esas fueron las peores galletas de la fortuna que leído en mi vida —dije entre risas.
—Oye, salió algo bueno de todo esto —dijo Julia— tenemos el número de un DJ si llegamos a necesitarlo.
Me reí un poco más con eso.
—La próxima vez mejor trae helado —le dije.
***
Esa noche llegué tarde a casa.
Julia me había llevado en su motocicleta, y después se aseguraría de ver que su abuela y Nicole también llegaran seguras a su hogar. Ella me dijo que ellas no vivían en el departamento, solo iban casualmente y trataban de verse todos los fines de semana. Incluso me invitó para ver la liberación de Steve en el bosque.
Iba a rechazar su oferta pero la verdad era que quería pasar todo mi tiempo posible con ella, sin importar que eso incluyera a cierto zorrillo apestoso de por medio.
Una vez en la puerta de la casa de papá, Julia tuvo el descaro de besarme hasta que se me durmieron los dedos de los pies.
—Te extrañé —me decía entre besos—. No quiero que vuelvas a huir de mí, por favor. — Llevó mi mano, todavía vendada, a sus labios, y me besó con suavidad—. Me volví loca cuando no supe dónde encontrarte. Incluso fui a casa de tu madre para que me dijera dónde te escondías toda esta semana.
—Lo siento —dije en un hilo de voz—, me sentía insegura.
—¿Insegura de qué? —sus manos ahuecaron mi rostro y se inclinó más cerca de mí para pegar mi frente contra la suya.
—Insegura de si volverías a los brazos de Marie —dije, sintiéndome avergonzada.
No había vuelto a ver a Marie desde el incidente con la pistola de burbujas y el desastre que le hizo a mi ropa; por su culpa había tenido que saquear el armario de Nastya en busca de prendas temporales que me sirvieran mientras ahorraba para una compra rápida en tiendas de segunda mano. Nunca creí posible que llegara a odiar tanto a una persona… mucho menos que alguien me odiara a mí con esa intensidad con la que Marie me odiaba.
Julia jugueteó con mis labios, haciendo que mis pensamientos entraran en zonas más seguras.
—Yo no quiero volver con Marie —me aseguró—. Y definitivamente no quiero que vuelvas con el lame vacas.
Fruncí el ceño.
—¿Qué tiene que ver Mason en todo esto? Sabes que nunca volvería con él.
Pegó de forma casi violenta sus labios contra los míos, con sus manos tomó mi cabeza y la dirigió hasta conseguir la mejor posición para excavar dentro de nuestras bocas.
Su lengua se unió a nuestro beso y conquistó todo a su paso.
Solté un gemido cuando me agarró de la cintura con una mano y me acercó a su cuerpo; dejé de pensar, dejé incluso de respirar y me concentré por completo en lo que sus labios hacían con los míos, en el trabajo que realizaba su ávida lengua y lo que su cuerpo estaba sintiendo en ese momento debido a nuestra cercanía.
Nunca deseé llegar a más que solo besos con Mason, pero con Julia… tenía la enorme necesidad de arrancarle la ropa y que me demostrara sus habilidades en privado. Pero ella se separó justo cuando iba a sugerirle llevarlo a escondidas a mi habitación.
Respiró hondo y yo me acerqué en busca de un poco más de sus labios; antes de que pudiera acercarme, ella me tomó de los hombros y me separó del calor de su cuerpo.
Me escuché protestar y ella sonrió ante el sonido.
Yo estaba en un estado peor que el de Bambi… me encontraba en un estado cavernícola al cien por ciento.
—Me alegra que ya no te interese el lame vacas, porque él está sentado en tu porche, esperándote —dijo Julia viendo a alguien por encima de mi hombro.
Giré y encontré a Mason de pie, viendo de forma horrorizada en nuestra dirección.
¿Qué hacía él aquí?
Me crucé de brazos y me aseguré de que todas las luces en la casa de papá estuvieran apagadas.
Susan no se quedaba a dormir (al menos no se quedó mientras yo estuve toda esta semana) así que papá debería haberse dormido enfrente de la televisión viendo el canal de deportes. Al menos esperaba que estuviera dormido porque Julia y Mason eran capaces de armar toda una guerra, y era seguro que papá iba ponerse del lado de Mason sólo para ver lejos a mi novia tatuado y con motocicleta.
Vaya… sonaba a un cliché de chica mala. Pero Julia era todo menos un cliché; yo podía dar fe y legalidad a eso.
—¿Qué haces aquí Mason? —pregunté sigilosamente.
Él se acercó a paso lento y se detuvo cuando Julia se puso a mi lado.
El rostro de Mason tenía ciertos moretones y el lado derecho de su ceja estaba hinchado, eso fue de su pelea con Julia hace una semana, solo esperaba que no viniera a buscar más pelea todavía.
—Pensaba encontrarte en casa —respondió él— sola.
Miró a Julia cuando dijo esto último.
Suspiré.
¿Por qué no podía tener un día normal y tranquilo en mi vida?
—¿Querías algo? —traté de desviar la conversación a terrenos seguros.
—Sí. Quería hablarte de una cosa. En privado.
Julia bufó y envolvió uno de sus brazos en mi cintura.
—Nada está sucediendo en privado con mi chica —dijo él clavando sus dedos en mi cadera—, si quieres insistir en hacer de idiota y declarártele una vez más, te voy a hacer el favor de ahorrarte el ridículo. Escuchaste lo que ella dijo antes: nunca volverá contigo. Así que deja de insistir de una buena vez.
Mason entrecerró los ojos.
—No puedo creer que te enrollaras con una chica mucho mayor que tú —me acusó—, en serio, ¿cuántos años tienes, abuela?
Oh, oh. Mala pregunta.
Podía sentir la tensión en Julia irradiar por todos los músculos de su cuerpo.
Primero Key lo hacía enojar… ahora Mason.
Genial. Crearan a un monstruo de los celos.
—Si no quieres que te golpee en las pelotas, dejarás las bromas conmigo, niño.
—No sabía que te atraían las ancianas, Lena. O para el caso, las chicas con apariencia de delincuentes.
—Mason… guarda silencio —lo fulminé con la mirada.
Idiota, idiota, idiota.
Ella suspiró, tratando de calmarse.
—No vine a pelear —dijo alzando las manos—, solo quiero pedirte un favor, Lena. Quiero que le digas a mi madre que tú y yo somos novios todavía.
Lo que me faltaba…
Y hablando de Julia, ella se apresuró a mi lado y me sujetó de la cintura, se veía bastante afectado y a punto de colapsar.
—Voy a llevar a Lena a mi departamento para curarle la mano —anunció él a su abuela y a su sobrina—. Nikky, tú vienes conmigo.
La tomó de la mano y su abuela bufó en alto.
—Julia… deja de ser tan sobreprotectora, nosotras podemos quedarnos a ver la película —le dijo ella—. No voy a dejarla sola, va a estar todo bien.
Nicole le hizo pucheros a su tía y noté el enorme trabajo que hacía Julia para decirle que no.
—Tengo películas en mi habitación — ella trató de convencerla, pero la niña no cedía—. Además llevas tiempo sin visitar mi departamento… ¿no quieres saludar a Steve?
Inmediatamente me sentí curiosa por el mentado Steve. ¿Quién era?
Nicole dudó por un momento.
—También tengo helado de frambuesa —eso la convenció por completo
.
La niña aceptó y ahora estábamos las tres juntos en el departamento de Julia.
Su abuela se había quedado en el cine a ver la película, y le dejé un mensaje de texto a Nastya explicándole que me iba con Julia y que tenía que contarme lo que estaba sucediendo entre ella y Key, eso no se lo iba a pasar por alto.
Poco a poco la sangre volvió a circular por mi mano y mis dedos fueron saliendo de su estado de coma temporal; Julia colocó hielo y vendó mi palma con una tira de una de sus viejas camisetas. Se aseguró de que no hubiera ningún hueso roto y por suerte la situación no pasó a mayores.
—¿Mejor? —preguntó una vez que terminó con la venda.
Asentí con la cabeza.
Me encontraba sentada en el cómodo sillón de su sala mientras ella permanecía arrodillada frente a mí.
Nicole estaba en la habitación de Julia (que por cierto era demasiado grande para una sola persona) viendo películas de Harry Potter y besando la pantalla cada vez que Daniel Radcliffe salía en escena.
Estábamos solas… relativamente. Steve estaba recostado del otro lado de la habitación, viéndome atentamente como si supiera que le tenía miedo. Y era verdad, le tenía miedo.
Lo ignoré y regresé a ver el rostro afligido de Julia.
—¿Quieres decirme por qué te pusiste furiosa al ver a tu sobrina en el cine? —me aventuré a preguntar.
Ella hizo una mueca y se sentó en el suelo para verme directamente a la cara.
—¿Acaso no notaste cómo la gente se le quedaba viendo? Estúpidos curiosos.
Llevé mis manos hacia su cabello negro y la acaricié con ternura.
—Lo sé, pero te lo dije antes, no puedes encerrarla en una burbuja. Eso puede acomplejarla.
—Mi abuela, varios psicólogos y yo, nos encargamos que eso no sucediera —respondió—, simplemente no quiero que salga lastimada más de lo que la lastimaron hace tanto tiempo atrás. Ella aún no tiene idea que fue mi hermano quien comenzó el incendio a su propia casa.
—¿Ella no sabe?
Julia negó con la cabeza.
—Nunca lo supo y nosotros no quisimos decirle nada. Eso la destruiría. Ella cree que sus padres murieron juntos, tomados de la mano como una linda familia con finales felices. Así que sería grandioso que no le mencionaras nada de lo que sabes.
—No diré ni una palabra.
—Lamento haberte lastimado, nena. Me puse como loca al verla entrar y… Los doctores de mi hermano hablan conmigo regularmente y me dicen que él pide ver a su hija. Supo que quedó viva y jura que se arrepiente de lo que hizo pero yo sé que no lo hace. Solo quiere hacerle daño. No quiero que la vea, no quiero que eche a perder la perfecta mentira que he creado para ella.
»No debo exponerla ante nadie porque tampoco quiero que le informen a mi hermano sobre su paradero. Él tiene permitido escribir cartas y no necesito que sepa ni siquiera la dirección de la casa de muñecas de Nicole. No lo quiero cerca de ninguna de nosotras… y todo se vino abajo cuando la vi caminar en medio de todas esas personas.
Me senté en el suelo junto a ella y puse mi mano buena en su mejilla.
—Eres una gran tía —murmuré con suavidad.
—Ya era hora de que alguien lo notara —suspiró liberando un poco el estrés de sus hombros.
—Julia… ¿te das cuenta que en algún momento vas a tener que decirle a ella la verdad?
Ella cerró los ojos y cubrió mi mano con la suya.
—Pero no por ahora. No en un futuro cercano —llevó mi mano a sus labios y la besó.
Permanecimos recostadas una junto a la otra, sin decir nada por varios minutos.
A lo lejos podía ver a Steve moviéndose hacia la ventana de la cocina y atrapar algo de los últimos rayos del sol que poco a poco se escondían en el horizonte. Notó que yo lo estaba viendo con atención y se dio la vuelta azotando su cola contra el marco de la ventana.
Ver cómo el día se iba lentamente convirtiendo en noche me hizo recordar algo importante, me levanté con sobresalto.
—¡Olvidé que tenía una cita de trabajo hoy! —Mi mamá había logrado conseguirme una entrevista en una librería ubicada en el centro de la ciudad. La dueña ocupaba ayuda y me había reservado el primer puesto si me presentaba hoy.
Pero ya era muy tarde para hacer una rápida aparición.
—Ve mañana —suplicó Julia, levantó su mano para acariciar mi pantorrilla—, ya es tarde. Quédate esta noche.
—¿Quedarme… toda la noche? —mi corazón se aceleró y realmente le gustó la idea.
No. No podía, papá se iba a poner frenético si amanecía en casa de julia. Peor si dicho julia era la pesadilla de su vida.
—Me encargaré de la cena —insistió.
—¿Sabes cocinar?
—No, pero para eso existe el servicio a domicilio.
Resoplé.
—No creo que deba…
—¿Te vas tan pronto? —interrumpió Nicole recién saliendo de la habitación de Julia.
Me desgarró en el alma tener que decirle que me marchaba a esos ojos verdes tan inocentes pero a la vez experimentados de la vida.
Suspiré resignada.
—Me quedaré para la cena —afirmé.
Julia sonrió con suficiencia.
—Bien, ordenaré comida china. ¿Alguien se opone? —miró en dirección a su sobrina y ella negó con la cabeza, luego miró hacia mí y me encogí de hombros—. Entonces comida china será.
Julia se puso de pie y, en un arrebato, me tomó de la cintura y me besó muy fuerte en los labios.
Escuché a Nicole chillar y reír en voz alta.
Hice palanca con mis brazos y logré empujarla en su sitio. La regañé mentalmente.
—¡La besaste! ¿Eso significa que se van a casar pronto? —gritó Nicole.
Me ruboricé por completo, esperé por la respuesta de Julia y lo que obtuve fue:
—Serás la que lance las flores —le guiñó un ojo.
La golpeé en el pecho intentando sacarle el aire, pero mi golpe apenas y lo inmovilizó.
Por andar diciendo mentiras como esas es que terminó con una escopeta apuntándole en el rostro.
—Julia… —le advertí con mi tono de voz.
Ella huyó de mi lado y corrió hacia Nicole levantándola del suelo con una sola mano.
—Es hora de que regreses a ver otra película, piraña —caminó con ella en dirección a su dormitorio.
—¡Pero no, yo quiero quedarme a conocer a tu novia!
—Durante la cena le podrás preguntar todo lo que quieras. Ahora ella y yo tenemos que besuquearnos en el sofá.
Resoplé audiblemente.
Nicole comenzó a reírse y vi cómo logró salirse del apretado agarre de Julia. La envidié por eso, yo nunca podía zafarme con tanta facilidad aunque me retorciera mil veces.
—Quiero primos —dijo ella corriendo a mi lado—, muchos. Como para formar una banda de música.
Por mi rostro subió el calor de mi sangre.
No dije nada a eso.
—No presiones Nikky, por ahora intentaremos pedirle a la cigüeña que nos traiga uno. Ya tenemos el nombre —Ay no. Si lo decía en voz alta la iba a castrar. En serio la castraría. A ella y a su zorrillo.
¿Realmente… quién tenía un zorrillo como mascota? Solo alguien como Julia.
Steve alzó la cabeza desde su posición, como si supiera que estaba pensando en él, y regresó a su labor de buscar qué comer entre los muebles de la cocina.
—¿Por qué mejor no tienen cinco bebés y le ponen Harry, Liam, Niall, Louis y Zayn? —Interrumpió la pequeña—, y no creas que no sé de dónde vienen los bebés. Ya casi cumplo once y no creo en la cigüeña. Conozco el mecanismo, muchas gracias.
De ser posible mi rostro se calentó más.
¿Cómo? ¿Tan pronto y ya sabía? Yo a su edad todavía me creía Sailor Moon con mi tiara lunar combatiendo el mal y mis frases de “te castigaré en el nombre de la luna”.
Supe del sexo dos años después, cuando cruelmente la clase de Ciencias Naturales me abrió los ojos; había llegado a casa preguntándole a mamá y a papá si ellos me habían creado de esa forma. La única respuesta que obtuve fue un silencio incómodo y un sonrojo de parte de mi madre.
—La abuela la tiene muy aleccionada —contestó Julia a mi pregunta no dicha en voz alta—. El otro día tuvieron la plática.
Nicole asintió con la cabeza.
No podía creer que esta pequeña niña ya supiera todo el concepto básico para… dejar entrar a la anguila en la cueva.
—No es nada complicado —afirmó ella—, una chica y un chico se besan por treinta minutos y luego, ¡puuf! aparece un bebé en tu estómago. La bisabuela me lo explicó todo.
Uff… menos mal que ese era el concepto que sabía. Creo que su bisabuela olvidó muchos detalles de por medio. Detalles que gustosamente la señora E.L. James no había omitido en sus libros.
—¿Ustedes quieren que les dé treinta minutos? —preguntó Nicole. Nos miraba con una sonrisa cómplice.
De nuevo, me ruboricé.
—No, pequeña —comencé diciendo, me agaché para quedar a la altura de sus ojos, ella era realmente bajita—. Sólo me tomará dos segundos jalarle la oreja a tu tía y luego voy contigo para ver una película, ¿de acuerdo?
Ella asintió vigorosamente.
—Aunque sin embargo deberías intentar besarla por media hora —susurró Nicole en mi oído—, solo para ver si es verdad que el bebé va a aparecer en tu estómago.
Yo intenté hacerlo con uno de mis compañeros de la clase de recuperación pero la tía Julia me encontró y me dijo que no funcionaba a menos que yo tuviera veintisiete años. Así que estoy esperando cumplir eso para besarme con un chico por media hora y ver qué sucede…
Me reí al imaginarme a Julia siendo sobreprotectora con su sobrina.
No sé por qué pero se me hacía más irresistible.
—¿Qué están susurrando ustedes dos? —preguntó ella.
—Nada —respondimos Nicole y yo al mismo tiempo; luego nos reímos al darnos cuenta.
Julia nos miró sospechosamente pero se movilizó hacia la cocina.
Desde ahí nos gritó que iba a ordenar la comida.
—¿Tú tienes veintisiete años? —me preguntó Nicole una vez que Julia se fue.
Negué con la cabeza
—Solo tengo dieciocho. Cumplo diecinueve en dos meses.
La niña amplió los ojos.
—¿Vas a hacer una fiesta? Oh, por favor dime que la harás. Nunca he asistido a una… bueno, Nanny y Julia siempre me preparan fiestas sorpresas pero es aburrido tenerlos solo a ellas y a Steve o a Carlo.
Su rostro se afligió por un momento.
¿Es que Julia tampoco invitaba a sus amigos? ¿O era que ella no tenía amigos?
¿Asistirá a clases con los demás niños en una escuela?
Ni siquiera lo sabía.
—¿A qué escuela vas? —le pregunté tratando de enderezar la pequeña cadena con un dije de bigote negro que tenía en su cuello
—No voy a la escuela. Mis maestros vienen a casa, ¿por qué?
¿Julia la ocultaba también de niños de su edad?
Bueno, a veces los niños podían llegar a ser demasiado crueles cuando notan que alguien es diferente a los demás.
Una ola de compasión y tristeza me invadió por Nicole.
—Solo tenía curiosidad —respondí finalmente.
Ella bajó la mirada y con su pie comenzó a hacer círculos en el suelo.
—Sé que mi rostro no es muy atractivo de ver —confesó en voz baja—, muchos niños salen corriendo cuando me miran. Pero ellos no saben que, a pesar de mis marcas, yo me siento hermosa… o al menos eso dice la tía Julia. Así que gracias por no mirarme raro como todos los demás.
Me dio un breve abrazo y salió corriendo hacia la habitación de su tía.
Quedé en cuclillas, sin habla y con una sensación vertiginosa en mi estómago.
Estaba ante una niña muy valiente… en todos los sentidos.
Escuché la puerta del dormitorio de Julia ser abierta y rápidamente Nicole asomó la cabeza a través de la ranura:
—Puse la película El Diario de la Princesa y no me gustaría verla sola, ¿vienes?
Sonreí y me puse en pie, entrando al territorio más íntimo de Julia.
—No me la perdería por nada del mundo.
Para ser una chica, Julia “rebelde” era bastante pulcra en su habitación. Al menos no tenía ningún poster visible de alguna mujer en lencería atrevida, o una banda de rock pesado.
Sus paredes estaban desnudas de cuadros o pinturas y, al igual que el resto del departamento, los muebles eran de tonalidades oscuras con finos acabados.
Su cama era enorme y no pude evitar respirar hondo en sus sábanas de color azul marino; ni siquiera presté atención a la película que Nicole había puesto para que ambas pasáramos un rato juntas. Me sentía drogada y aturdida de solo pensar que Julia dormía en esa misma habitación, en esta misma cama y en este mismo lado en el que me encontraba recostada.
Incliné mi rostro una vez más y pegué mi nariz en las sábanas; aspiré como por vigésima vez el delicioso aroma de Julia que ella impregnó en sus almohadas.
Espectacular.
Rápidamente me separé, no quería que Nicole me fuera a ver actuando como la loca que olía las sábanas de su tía.
Después de veinte minutos entró Julia y nos anunció que la comida ya estaba lista.
Nicole y yo nos movilizamos hacia la sala y los tres comimos de las cajitas de cartón en donde los alimentos venían bien empaquetados desde el restaurante chino a tres cuadras del departamento.
Nos sentamos en el suelo de la sala, rodeando la mesita de centro e intentando sostener los fideos y el arroz con los palillos chinos, riéndonos cuando ninguno pudo realizar tal hazaña y en su lugar usamos tenedores.
Devoré todo con rapidez y disfruté de la mejor vista de todas: Julia en una camiseta sin mangas.
Realmente debería usar más como esas. Hacía que los músculos de sus brazos se lucieran de manera formidable.
—Cuando sea mayor me pintaré la piel como la tía Julia —anunció Nicole mientras metía un puñado de fideos a su boca.
—¿En qué edad quedamos que eso iba a suceder? —musitó Julia.
—¡A los treinta! —obedientemente respondió la niña.
Tuve que reírme de eso.
—Julia, tu ni siquiera tienes treinta y ya estás tatuada —le recordé.
—Maduré rápido.
Reí-resoplé a la vez.
—Entonces yo definitivamente estoy calificada para hacerme uno.
—Y yo estaría encantada de supervisar los lugares de tu cuerpo ideales para un tatuaje —me guiñó un ojo.
Mi rostro se calentó.
Aclaré mi garganta y continué con la cena.
—Terminé con mi comida, ¿puedo ahora ver mi galleta de la fortuna? —le pidió Nicole a Julia.
Ella acercó la cajita donde comía la niña y la observó, haciendo una mueca.
—No, no has terminado. Come tu brócoli.
—No me gusta el brócoli, lo sabes —ella hizo un puchero y se cruzó de brazos.
—Cómelo...
—Pero no quiero... Mira, Lena tampoco lo ha comido —me señaló y me tensé en mi lugar.
Julia se acercó e inspeccionó mi comida al igual que como había hecho con ella.
—Lena... —me advirtió ella.
—¿Julia?
—Come tu brócoli.
—Soy alérgica a los vegetales —dije encogiéndome de hombros y llevándome algo de pollo a la boca. Mastiqué lentamente a pesar de que quería devorar todo muy rápido; mi almuerzo había sido un fiasco preparado por Susan, merecía algo de comida decente.
—Además —continué— se le pueden dar a Steve así que no se desperdician.
Nicole asintió estando de acuerdo conmigo.
Steve apareció en ese momento como si lo hubieran requerido y olfateó en mi dirección.
¡Puaj! Me moví rápidamente hacia Julia hasta que nuestros brazos chocaron uno contra otro.
—¿Le tienes miedo a Steve y aun así quieres alimentarlo? —preguntó ella, divertido.
—Nadie, pero nadie, tiene un zorrillo como mascota —la fulminé con la mirada—, son apestosos y dejan su hedor por todos lados. Si querías un animal hubieras optado por un perro… o un gato al menos. Vaya, incluso pensaba que eras el tipo de chica con una serpiente como mascota.
Julia se rió y rodeó mi cintura con sus brazos, me movió de tal forma que quedé sentada entre sus piernas abiertas, mi espalda chocaba contra su pecho.
Justo en ese momento yo estaba teniendo una enorme dificultad para respirar normalmente; y no me lo puso fácil cuando sus largos dedos comenzaron a acariciar mi cabello.
—Tengo un perro —habló en mi oído causándome cosquillas—, solo que mi vecino del departamento de abajo lo cuida cuando yo no estoy en casa. Y en cuanto a Steve... bueno, era un invitado no deseado que se escondía en el dormitorio de Marie, yo solo lo rescaté antes de que ella llamara a control de animales y ellos lo dañaran.
—¿En el departamento de Marie? Me parece haberlo conocido antes —medité. Claro, era la misma mofeta que encontré en la cocina semanas atrás.
¿Cómo llegaría un zorrillo hasta el departamento? Ni idea.
Mientras Julia apoyaba su barbilla en mi cabeza, Nicole estaba entretenida dándole a Steve su brócoli, fingiendo que nadie miraba nada.
—Además, Steve no es apestoso —volvió a hablar en mi oído. Esta vez me dio un beso en el cuello—, cuando lo llevé al veterinario, me dijeron que alguien le había quitado las glándulas que producen el mal olor. Es un animal limpio en todo sentido.
Fruncí el ceño. ¿Cuándo lo llevó al veterinario?
—Es como un ratón gigante —le dije—. No deberías dejar que Nicole juegue con él, la puede morder.
—No va a estar mucho tiempo aquí; mi abuela quiere liberarlo en el bosque este fin de semana. ¿Eso te hace feliz?
—De acuerdo, me tranquiliza.
Julia volvió a darme otro beso en el cuello. Reprimí la urgencia que tenía de girarme y que esta vez besara mi boca, pero tenía que comportarme, Nicole estaba cerca y no me parecía lo correcto que mis hormonas revolotearan por todo el lugar.
—¡Terminé el brócoli! —gritó la niña cuando acabó de alimentar al apestoso animal (con o sin glándulas)—¿Puedo ahora agarrar una galleta?
—Bien —Julia extendió el plato que contenía las galletas e hizo que Nicole tomara una.
Ella se precipitó a agarrar la que más cerca tenía.
Antes de partirla y leer su mensaje, nos miró a ambas con ojos entrecerrados.
—¿No van a agarrar una también? Puede ser de mala suerte si no las abrimos al mismo tiempo —dijo la niña solemnemente.
Le sonreí y tomé la que se encontraba en el centro. El brazo de Julia se estiró sobre mi hombro para tomar la que quedaba.
—De acuerdo, a la cuenta de tres cada quien parte su galleta —instruyó Nicole.
Steve se rozó sobre su pierna y lo vi olisquear en su dirección. Yo llevé mis rodillas a la altura de mi pecho, y me pegué más a Julia.
—Uno —comenzó ella con entusiasmo—, dos… ¡tres!
Con mi dedo pulgar ejercí presión sobre la galleta y ésta se partió en tres pedazos pequeños. Saqué un papelito que venía apretadamente doblado y leí su contenido:
“Alguien te está mirando justo en este momento”
¿Alguien me está mirando? ¿En serio? ¿Qué clase de galleta de la fortuna era esta?
Pudieron haber puesto: Si estás leyendo esto es porque puedes leer.
Más obvios no pudieron ser.
Alcé la vista, curiosa por ver qué decían las demás galletas, tal vez tenían mensajes más interesantes que el mío.
Nicole fruncía el ceño y veía el papel confundida, miré a Julia que tenía casi la misma expresión que su sobrina. En realidad era algo tierno de ver. Ambas hacían las mismas muecas y de la misma forma.
—¿Qué les parece un cambio? —preguntó ella finalmente. Hizo de su papel una bolita y me lo pasó mientras que Nicole tomaba el mío y le entregaba el de ella a Julia.
—Oye no se vale cambiar. Es hacer trampa —le dije.
Pero ninguno de los dos me prestaba atención; impulsada por mi curiosidad decidí leer la bolita que me había pasado Julia. Decía:
“Intenta con otra galleta”
Bufé para mis adentros. Claro, intentó con otra galleta.
—Cambio —gritó Nicole después de un segundo.
Automáticamente Julia y ella volvieron a intercambiar papeles tomando de nuevo el mío.
Desenrollé el siguiente, que originalmente pertenecía a Nicole, y se leía:
“DJ Maxxime a tu disposición… para reservar presentaciones: 511-254098”
Tuve que reírme en voz alta. Luego Nicole se contagió, y por último Julia.
—Esas fueron las peores galletas de la fortuna que leído en mi vida —dije entre risas.
—Oye, salió algo bueno de todo esto —dijo Julia— tenemos el número de un DJ si llegamos a necesitarlo.
Me reí un poco más con eso.
—La próxima vez mejor trae helado —le dije.
***
Esa noche llegué tarde a casa.
Julia me había llevado en su motocicleta, y después se aseguraría de ver que su abuela y Nicole también llegaran seguras a su hogar. Ella me dijo que ellas no vivían en el departamento, solo iban casualmente y trataban de verse todos los fines de semana. Incluso me invitó para ver la liberación de Steve en el bosque.
Iba a rechazar su oferta pero la verdad era que quería pasar todo mi tiempo posible con ella, sin importar que eso incluyera a cierto zorrillo apestoso de por medio.
Una vez en la puerta de la casa de papá, Julia tuvo el descaro de besarme hasta que se me durmieron los dedos de los pies.
—Te extrañé —me decía entre besos—. No quiero que vuelvas a huir de mí, por favor. — Llevó mi mano, todavía vendada, a sus labios, y me besó con suavidad—. Me volví loca cuando no supe dónde encontrarte. Incluso fui a casa de tu madre para que me dijera dónde te escondías toda esta semana.
—Lo siento —dije en un hilo de voz—, me sentía insegura.
—¿Insegura de qué? —sus manos ahuecaron mi rostro y se inclinó más cerca de mí para pegar mi frente contra la suya.
—Insegura de si volverías a los brazos de Marie —dije, sintiéndome avergonzada.
No había vuelto a ver a Marie desde el incidente con la pistola de burbujas y el desastre que le hizo a mi ropa; por su culpa había tenido que saquear el armario de Nastya en busca de prendas temporales que me sirvieran mientras ahorraba para una compra rápida en tiendas de segunda mano. Nunca creí posible que llegara a odiar tanto a una persona… mucho menos que alguien me odiara a mí con esa intensidad con la que Marie me odiaba.
Julia jugueteó con mis labios, haciendo que mis pensamientos entraran en zonas más seguras.
—Yo no quiero volver con Marie —me aseguró—. Y definitivamente no quiero que vuelvas con el lame vacas.
Fruncí el ceño.
—¿Qué tiene que ver Mason en todo esto? Sabes que nunca volvería con él.
Pegó de forma casi violenta sus labios contra los míos, con sus manos tomó mi cabeza y la dirigió hasta conseguir la mejor posición para excavar dentro de nuestras bocas.
Su lengua se unió a nuestro beso y conquistó todo a su paso.
Solté un gemido cuando me agarró de la cintura con una mano y me acercó a su cuerpo; dejé de pensar, dejé incluso de respirar y me concentré por completo en lo que sus labios hacían con los míos, en el trabajo que realizaba su ávida lengua y lo que su cuerpo estaba sintiendo en ese momento debido a nuestra cercanía.
Nunca deseé llegar a más que solo besos con Mason, pero con Julia… tenía la enorme necesidad de arrancarle la ropa y que me demostrara sus habilidades en privado. Pero ella se separó justo cuando iba a sugerirle llevarlo a escondidas a mi habitación.
Respiró hondo y yo me acerqué en busca de un poco más de sus labios; antes de que pudiera acercarme, ella me tomó de los hombros y me separó del calor de su cuerpo.
Me escuché protestar y ella sonrió ante el sonido.
Yo estaba en un estado peor que el de Bambi… me encontraba en un estado cavernícola al cien por ciento.
—Me alegra que ya no te interese el lame vacas, porque él está sentado en tu porche, esperándote —dijo Julia viendo a alguien por encima de mi hombro.
Giré y encontré a Mason de pie, viendo de forma horrorizada en nuestra dirección.
¿Qué hacía él aquí?
Me crucé de brazos y me aseguré de que todas las luces en la casa de papá estuvieran apagadas.
Susan no se quedaba a dormir (al menos no se quedó mientras yo estuve toda esta semana) así que papá debería haberse dormido enfrente de la televisión viendo el canal de deportes. Al menos esperaba que estuviera dormido porque Julia y Mason eran capaces de armar toda una guerra, y era seguro que papá iba ponerse del lado de Mason sólo para ver lejos a mi novia tatuado y con motocicleta.
Vaya… sonaba a un cliché de chica mala. Pero Julia era todo menos un cliché; yo podía dar fe y legalidad a eso.
—¿Qué haces aquí Mason? —pregunté sigilosamente.
Él se acercó a paso lento y se detuvo cuando Julia se puso a mi lado.
El rostro de Mason tenía ciertos moretones y el lado derecho de su ceja estaba hinchado, eso fue de su pelea con Julia hace una semana, solo esperaba que no viniera a buscar más pelea todavía.
—Pensaba encontrarte en casa —respondió él— sola.
Miró a Julia cuando dijo esto último.
Suspiré.
¿Por qué no podía tener un día normal y tranquilo en mi vida?
—¿Querías algo? —traté de desviar la conversación a terrenos seguros.
—Sí. Quería hablarte de una cosa. En privado.
Julia bufó y envolvió uno de sus brazos en mi cintura.
—Nada está sucediendo en privado con mi chica —dijo él clavando sus dedos en mi cadera—, si quieres insistir en hacer de idiota y declarártele una vez más, te voy a hacer el favor de ahorrarte el ridículo. Escuchaste lo que ella dijo antes: nunca volverá contigo. Así que deja de insistir de una buena vez.
Mason entrecerró los ojos.
—No puedo creer que te enrollaras con una chica mucho mayor que tú —me acusó—, en serio, ¿cuántos años tienes, abuela?
Oh, oh. Mala pregunta.
Podía sentir la tensión en Julia irradiar por todos los músculos de su cuerpo.
Primero Key lo hacía enojar… ahora Mason.
Genial. Crearan a un monstruo de los celos.
—Si no quieres que te golpee en las pelotas, dejarás las bromas conmigo, niño.
—No sabía que te atraían las ancianas, Lena. O para el caso, las chicas con apariencia de delincuentes.
—Mason… guarda silencio —lo fulminé con la mirada.
Idiota, idiota, idiota.
Ella suspiró, tratando de calmarse.
—No vine a pelear —dijo alzando las manos—, solo quiero pedirte un favor, Lena. Quiero que le digas a mi madre que tú y yo somos novios todavía.
Lo que me faltaba…
Hunter- Mensajes : 103
Fecha de inscripción : 25/05/2015
Edad : 34
Localización : The Imperium
Re: PROHIBIDO ENAMORARSE DE JULIA VOLKOVA // LIA BELIKOV
Capítulo 18
Siendo una Lena embarazada
—¿Entonces ayer no fuiste a tu entrevista de trabajo? —preguntó mamá mientras ajustaba sus lentes de lectura.
Suspiré y me senté en el bulto de cojines que conformaban la sala.
—Nop. Se me olvidó y en ese momento estaba... ocupada.
Mis dedos se movieron alrededor de un hilo color magenta que se desprendía de uno de los cojines.
Mamá se encontraba en su máquina de coser, creando una colcha con pedazos de otras telas inservibles y con olor a moho que almacenaba en el sótano.
En serio, esta mujer iba a aparecer en uno de esos capítulos de acumuladores que pasaban en la televisión. Incluso creo que tenía guardada la ropa interior que usó el día de su boda. Ella conservaba todo lo que traía buenos recuerdos; si no pudo guardar mi cordón umbilical fue por puro milagro divino.
—Pastelito... —despegó la vista de su máquina y la fijó en mí; su boca color carmín hacía una mueca—, ¿estás manteniendo relaciones sexuales con la chica?
Mi rostro se puso más rojo que el color de las paredes de la casa.
—Aunque claro —continuó sin dejarme responder—, no te culparía. Si tu papá se hubiera visto así de buenote cuando tenía su edad, hasta yo me vería tentada por ella. Uff, te habría concebido a los quince de ser posible...
—¡Mamá! —chillé avergonzada—, basta. Ya me hablaste de eso hace años... No necesito saber acerca la vida amorosa que mantenían papá y tú.
—Yo solo digo que, si estás "metiendo al conejo en tu madriguera", deberías usar protección. Y asegúrate de que sea la indicada o después lo lamentaras —regresó a su trabajo de costura y murmuró—: claro, de haber sabido que tu papá resultaría todo un imbécil, me habría seguido manteniendo pura para Bruce Willis, como era mi plan original.
Resoplé y me puse de pie para inspeccionar los nuevos cuadros que ella había puesto en las paredes de lo que era ahora su centro de atención psíquica.
Frascos de todos los tamaños se apilaban en un estante de vidrio que colocó en la esquina, junto a los certificados que la aseguraban ser una profesional en la lectura de mano (ella misma los imprimió de una página en internet). La excentricidad era el tema principal de toda la casa.
—Susan me comentó algo el otro día —dije casualmente.
Siempre que mamá escuchaba que alguien hablaba de Susan, se ponía sensible y rencorosa.
—¿Ah, sí? ¿Qué te dijo la pequeña Miss zorra 2013?
Resoplé.
—No la llames así, y sólo me dijo que puede ayudarme a conseguir entrada en una de las universidades privadas de por aquí.
—¿Y tú quieres estudiar?
—Sí. Lo estuve pensando y es lo mejor para mí. No quiero pasar el resto de mi vida viviendo a punta de salario mínimo. Si no estudio no voy a poder mejorar mi sueldo en los trabajos.
—De acuerdo... ¿Entonces ya no irás a la entrevista de trabajo que te conseguí con la señora Olivier?
Lo pensé por un minuto.
—Sí iré, pero no creo que ella quiera contratarme sólo por medio tiempo mientras hago el intento de sacar un título.
Caminé lentamente, observando uno de los cuadros, más específicamente el que nombraba el "trasero de bebé más lindo" y, sin que mamá se diera cuenta, lo quité y me lo llevé detrás de la espalda.
—Me parece bien. Sabes que no me gusta meterme en tus decisiones; ya eres una chica grande. Te apoyaré en lo que decidas hacer.
—Bueno... quiero estudiar.
Había pensado en eso toda la noche; no quería ser camarera o trabajar en restaurantes de mala muerte por el resto de mi vida.
—Habla con la Señora Olivier, ella es comprensible. Podría darte horarios especiales para que puedas asistir a clases. Ahora, pasando a otro tema, ¿qué opinas de esta colcha? —levantó con las dos manos la peor colcha que haya visto en la vida— ¿hermosa? Ah que te deja sin palabras, ¿verdad?
—Se mira extraña —admití— ¿qué es eso de la esquina?
Ella entrecerró los ojos y buscó donde yo le señalaba.
Un gran pedazo de tela rosada con estampado de cebra cubría toda esa esquina, se me hacía bastante familiar.
—Oh, este el vestido que usaste a los cinco años en aquella fiesta de tu prima. Te veías adorable en cebra. ¿Por qué ya no usas estampados con animales? Te resaltarían el color de los ojos...
—No uso porque ahora no eres tú la que me viste —gracias al cielo—, y no puedes seguir guardando cosas como esta.
Saqué de mi espalda el título que se aseguraba de nombrar a mi trasero de bebé como el más lindo, y lo coloqué entre una pila de revistas Cosmo.
—Aww, pero si eso es adorable —hizo un puchero y se pegó la mal costurada colcha al cuerpo—. Tú solías amar cuando yo te vestía de vaquera y te tomaba fotos con Joey el oso con ojos de botón.
Mamá tenía una mirada nostálgica en el rostro; recordando las veces que se aprovechó cuando yo era ingenua y tenía cinco años de edad.
—Sí, también recuerdo que me llevabas a un maloliente bar a cantar estrellita dónde estás…
—Extraño esos días. Ya casi no pasas tiempo conmigo —Se levantó de su asiento, dejando la colcha sobre su máquina de coser—. ¿Qué te parece si tenemos un día de chicas? Puedes incluso invitar a Rita.
Ella se movió en mi dirección y noté que la colcha la seguía con cada paso que daba. Ahí me di cuenta de que accidentalmente se la había cosido a la tela de su largo y colorido vestido/túnica.
—Mamá, la colcha se te…
—Quiero nietos.
Me quedé muda momentáneamente.
—¿Qué?
—Dije que quiero nietos —hizo un puchero, me tomó del hombro y me dirigió a la cocina. Ahí me sentó en una de las sillas de su juego de mesa de los años treinta, que originalmente pertenecieron a su madre cuando estaba soltera.
—Te escuché la primera vez. Vuelvo a repetir: ¿qué?
Ella se encaminó hasta el refrigerador y llenó dos vasos con hielo.
—Bueno… cuando el cerdo, machista, calvo y con-posibilidades-de-quedar-ciego-cuando-cumpla-cincuenta de tu padre me dijo que estabas embarazada… como que me emocioné bastante. Me dieron ganas de tener a pequeños niños corriendo por toda la casa y dejándome vestirlos con telas de leopardo. No puedo creer que haya sido todo una mentira.
Llenó los vasos con limonada y me pasó uno.
Inmediatamente me lo llevé a la boca y tragué.
Sabía más ácido de lo normal.
—Déjame ver si entiendo esto: ¿me acabas de hablar para que use protección hace no menos de un minuto, y ahora quieres que te dé nietos? ¿No será más bien que lo que necesitas es volver a tener más hijos? Eres joven todavía…
—Ay pastelito de calabaza, aunque mi espíritu sea más joven que el de la mayoría, mi cuerpo no resistiría otro embarazo. En cambio tú…
Mi rostro se tornó rosa.
—No te ilusiones demasiado —la interrumpí.
Ella tomó asiento frente a mí y se quitó los lentes.
—Elena, no voy a vivir para siempre. Necesito conocer a mis nietos pronto. Además, creo que la linda bombón de tu novia sería una buena adición a la genética de la familia. ¡Sus niños serían tan bonitos! Todos ojos azules o grises… hay hasta una pequeña posibilidad que sean ojos azules-grisáceos. La única buena herencia que te regaló tu padre fueron esos ojos verde-grises… ¡aprovecha ahora que estás joven y con fuerzas!
—¡Ya detente! No pienso quedarme embarazada a los dieciocho. —Ninguna madre le aconsejaría eso a su hija. Corrijo: ninguna madre cuerda.
—Pues te doy mi consentimiento.
—¡Mamá!
—¿Qué? Todo lo que dije es cierto.
—Pues tendrás que esperar más tiempo.
—¡Me estoy volviendo más vieja!
—¡Deja de hablar como si tuvieras noventa y estuvieras al borde la muerte! Tienes cuarenta y tres, ni siquiera te han salido canas. Ya no discutas más el asunto.
Ella resopló y tomó un largo trago de limonada.
—Ya hasta había planeado un Baby Shower con temática de parque de diversiones —murmuró—. ¡Hasta le avisé a mis contactos más cercanos la buena noticia! Incluso me puse a tejer un pequeño suéter para mi nieto… ¡y sabes que no me gusta tejer!
Cerré los ojos y me masajeé las sienes.
—¿Por qué hiciste eso? Tú y papá definitivamente fueron hechos el uno para el otro…
—Julia me dijo que pensaban ponerle Noah. Esa chica es tan tierna… y adoro el nombre. Aunque si es niña me gustaría opinar que le pusieran algo como Lee Ann, o Annette, o Delvia… Oh, ¿todo este tiempo anduve con la colcha pegada a la ropa?
No. puedo. creerlo. Lo. voy. a. matar.
***
La librería de la señora Olivier era grande y bastante visitada.
Mientras entraba por la puerta principal, unas chicas con uniformes escolares corrieron agitadas hacia la sección de Jóvenes Adultos y chillaron emocionadas al ver uno de los libros que se exhibían en los estantes.
Varias sostuvieron en sus manos la copia de un libro cuya portada era una mariposa atrapada en un frasco de vidrio; comenzaron a chillar más fuerte y besaron el libro con devoción.
Me adentré más en la tienda y pregunté por la señora Olivier a la chica de cabello morado que atendía la caja. Ella tenía un piercing en el labio inferior y me señaló, aburrida, en dirección a una habitación escondida entre un estante de libros con temática paranormal.
Toqué suavemente la puerta y me deslicé dentro.
Era una oficina bastante impersonal; una mujer con el cabello rubio se encontraba hablando por teléfono, haciendo anotaciones en una agenda manchada con garabatos.
Me indicó que tomara asiento y así lo hice.
Mis piernas desnudas sintieron rápidamente el frío de la habitación; el aire acondicionado me daba justo en el rostro y me hacía más difícil la labor de tranquilizar mis nervios.
—Bien. Tú debes ser Lena, ¿cierto? —dijo la mujer una vez que colgó el teléfono—, soy Laura Olivier. Puedes llamarme simplemente Laura.
—Mucho gusto —extendí mi mano y tomé la suya.
—Pensé que te vería ayer. Pero igual es bueno verte hoy; como habrás visto, la tienda cada día más se encuentra llena de clientes. Necesito toda la ayuda extra que pueda conseguir, ¿estarías dispuesta a comenzar hoy?
Vaya, ella iba directo al punto.
—Claro —respondí. Me sentía ansiosa por comenzar en este nuevo empleo.
Me gustaba leer, y definitivamente me emocionaba estar cerca de los libros.
—Um. Aunque… —tenía que plantearle lo de mi posibilidad de trabajar por medio tiempo… y no sólo eso. Me había comprometido a ayudarle a Mason a fingir por dos días que sería su novia y comenzaba esta noche en la cena. Hey, su madre me caía bien. Ella no tenía la culpa de tener a un hijo tan tonto como él. Y por supuesto que Julia estaba furioso por eso.
Después de quince minutos de discutir horarios con Laura, finalmente llegó a un acuerdo conmigo y con mi idea de conseguir mi título.
Me sentía agradecida de que decidiera contratarme y además ser flexible con mi tiempo, no todos los jefes te harían ese favor. Al menos Cliff no lo hubiera hecho.
—Ahora ve con Mindy para que te dé un tour de cómo se manejan las cosas por aquí —me dijo ella mientras contestaba una nueva llamada.
Suponía que Mindy era la chica de cabello morado.
Salí de la diminuta oficina de Laura y me encontré a la misma chica aburrida de la vida detrás del mostrador ojeando una revista de mascotas.
—¿Tú eres Mindy? —le pregunté.
Ella alzó la vista y reventó una burbuja de goma de mascar en su boca. Parte del chicle se le pegó en el piercing tipo argolla ubicado en su labio.
Asintió con la cabeza y volvió a bajar la vista.
—¿Qué opinas de esto? —preguntó enseñándome la revista, era una foto de una iguana sobre una roca— intento adoptar una nueva mascota. Antes tenía un hámster pero mi recién comprada serpiente se lo comió.
De acuerdo. Mindy no se parecía en nada a la gente a la que estaba acostumbrada.
—Oh, yo soy una persona más de perros, gatos, tortugas…
—¡Tortugas! Cierto, no requieren mucha atención. Me gusta más esa idea —dijo dándose la vuelta; tomó su celular y comenzó a llamar a alguien.
Desde mi ángulo de vista podía observar que debajo de su cabello morado había otro tono de color: uno turquesa con mechones rosados.
Incluso vi un tatuaje en su brazo derecho de una paloma que deletreaba la palabra LIBERTAD con ramitas de olivo.
Mindy se quedó hablando un buen rato con esa persona del otro lado de la línea telefónica, y yo buscaba entre los alrededores a más empleados para que me asesoraran ya que ella discutía sobre su siguiente compra en el teléfono.
—Mindy está loca —dijo alguien a mis espaldas.
Me volteé para ver a una chica gordita que llevaba el nombre de la librería bordado en una orilla de la camiseta verde que usaba.
—Soy Rocio, pero todos mis amigos me dicen Shio. Tú debes ser la famosa Lena que Laura nos mencionó ayer, ¿verdad? Acabo de ver que saliste de su oficina.
—Sí, soy Lena. Laura me dijo que hablara con Mindy.
Shio rodó los ojos.
—Ven. Mindy no está en sus cabales como para hacerte una introducción al fascinante mundo de una librería.
Dejé que me tomara de la mano y me condujera hacia la zona cerca de las estanterías de libros de auto ayuda.
—Primero que nada… tienes que usar el uniforme todo el tiempo. Usamos las camisas verdes los lunes, miércoles y viernes, y luego la azul los martes y jueves. Fines de semana usamos morado.
Me condujo a través de una puerta ubicada en un costado de la tienda y nos quedamos paradas cerca de un desorden de cajas cargadas con libros aun sin desempacar. Era una bodega de gran tamaño; un chico asiático que se encontraba desenvolviendo cajas nos miró con recelo cuando pasamos a su lado.
—¿Quién es esta? —dijo malhumorado.
Shio rodó los ojos y puso una mano con manicura rosada sobre su hombro.
—Tranquilo Romeo, es la nueva. Le estoy enseñando todo el trámite.
—¿La embarazada? —miró fijamente mi barriga.
—Sí, ella —respondió Shio—aunque debo decir que no se te nota nada. Como vas a engordar en los próximos meses debes ir pidiéndole a Laura camisas de tamaños más grandes.
Mi rostro se puso rojo de la cólera.
¿Por qué todo el mundo pensaba que estaba embarazada?
—No estoy embarazada —dije entre dientes.
—Ah, ¿no? Laura nos dijo que tu madre le avisó recién hace una semana de tu embarazo.
Maldije por lo bajo.
—A mi mamá se le rayó el disco, está loca —dije—, en realidad no estoy embarazada.
Shio y el otro chico se miraron entre sí con preocupación.
—Pues entonces, cariño, te tocará fingirlo porque no existe otra razón en la tierra por la que Laura te haya contratado.
El chico asiático asintió con la cabeza.
—Laura es una perra malhumorada. Solo te aceptó porque se siente identificada contigo.
Fruncí el ceño.
—¿Cómo?
—Mira —el pálido chico tomó mi mano y me hizo sentarme en una de las cajas llenas de libros por desempacar—, Laura perdió a un bebé cuando era más joven. Ahora cree que puede redimirse con cada embarazada que mire; en especial si dicha embarazada tiene la edad que ella tenía cuando perdió a su bebé.
—No creas que es amable de nacimiento —dijo Shio sentándose a mi lado—, ella solo es así con los clientes que compran a grandes cantidades y con mujeres embarazadas.
Señaló a mi vientre plano, en donde definitivamente no estaba creciendo un bebé.
—Si le dices que no estás esperando traer a una personita a este mundo, te va a hacer comer mierda por el resto de tu vida. Créeme, ella es una pesadilla cuando se lo propone.
Ahora entendía por qué el trato preferencial que me dio.
No podía creerlo. ¿En qué me había metido ahora?
Tragué saliva.
—Será mejor que te asegures, para el final del día, quedar, de hecho, embarazada o al menos raptar un bebé en nueve meses. Porque Laura es rencorosa y no tienes ni idea de lo mal que te haría pasar si sabe que le estabas mintiendo.
Mierda. ¿Qué clase de trabajo me recomendó mamá?
Por el resto de la tarde los chicos lograron enseñarme el manejo de las cosas. Incluso me mostraron cómo tratar con jovencitas alocadas que buscaban cualquier material con respecto a Edward Cullen, y lo agresivas que podían llegar a ponerse cuando se les decía que todo estaba agotado.
Hasta me enseñaron cómo no mirar fijamente a las mujeres mayores de cincuenta que ponían pilas de libros eróticos a la hora de pagarlos. Aquí no se debía juzgar a nadie por sus preferencias con lo que compraban.
Me vi tentada a llevarle algo de lectura a Mirna; la echaba de menos junto con el resto de los chicos del trabajo.
Aun no había tenido la oportunidad de hablar con Nastya para que me diera una explicación en cuanto a su extraña relación con Key. Y ni siquiera había hablado con Julia desde que había aceptado jugar a la parejita feliz con Mason.
Pero cuando vi su motocicleta estacionada fuera de la librería cuando salí del trabajo, tuve la pequeña esperanza de que ya me haya perdonado.
La vi recostado contra la pared de ladrillos del local, tomando una bebida helada y poniendo una postura sexy que la hacía verse como si fuera la reina del mundo.
Llevaba puestas sus gafas oscuras y su chaqueta de cuero negra.
Se me hizo agua la boca.
Al verme, se despegó de la pared y caminó a mi encuentro.
—Linda camisa —dijo viendo el nuevo uniforme que me consiguió Shio—, aunque me gustaba más lo que te hacía usar Porky en el restaurante. En especial aquel traje de policía…
Se detuvo a pocos centímetros de mi rostro y me dedicó una sonrisa de lado.
—Oh, cállate —me puse en puntillas y pasé mis manos por detrás de su cuello.
Ella se las ingenió en apretar mi cintura sin siquiera tener que dejar su refresco.
La besé en la boca y me encantó sentir sus labios helados presionándose contra los míos.
Dejé que mi lengua la incitara un poco y luego, no sé si por la valentía que sentía en el momento (o la estupidez, dependiendo de cómo lo mires) le dije la cosa siguiente:
—Julia, quiero que me embaraces… por favor.
Definitivamente ella no se esperaba eso. Para ser sincera yo tampoco.
¿En serio le acababa de suplicar porque me embarace?
Su boca cayó abierta y su cerebro se desconectó como por dos minutos completos, podía ver toda clase de reacciones pasar por sus ojos.
—Mierda —respondió.
Lanzó el refresco al suelo y algunas gotitas salpicaron mis piernas.
No sabía si estaba procesando todavía mi idea o si estaba asustado por mi proposición.
La mayoría de chicos eran unos gallinas en cuanto les hablabas de bebés, matrimonio… Alto ahí, matrimonio no. No me quería casar a los dieciocho y sin duda no estaba capacitada para sentar cabeza y ser madre de familia.
Desestimé la idea del bebé rápidamente. Me arrepentí de lo que le dije a Julia, pero ya era muy tarde para retractarme.
¿Qué había hecho?
—De acuerdo, nena. Hagámoslo —dijo él después de pensarlo muy bien—. Traigamos a Noah a este mundo —susurró mientras me tomaba de la cintura y me pegaba a su cuerpo para darme un largo y prolongado beso.
Oh, oh. Yo estaba en problemas.
—¿Mi departamento? —murmuró después de despegarse de mi boca.
Como era de esperarse mis ojos quedaron bizcos después de ese beso borrador de conciencia y moral.
—Claro —me oí responder.
Lo siguiente que supe era que él me estaba llevando en brazos hacia su motocicleta estacionada en la acera y me colocó con cuidado en el asiento de cuero.
Ay Dios, ay Dios, ay Dios.
¿En qué lío me metí?
Yo no estaba pensando con la cabeza… ¡estaba pensando con las hormonas!
No podía tener un bebé de Julia… bueno… tal vez… ¡No!
¡Basta de pensar así, Lena!
Simplemente no entendía por qué rayos salieron de mi boca esas palabras.
—Julia, yo… —no me dejó terminar de hablar y comenzó a besarme nuevamente.
Iba a sufrir una combustión espontánea.
Mi cerebro era puro líquido en estos momentos. No podía recordar ni mi nombre, aunque, curiosamente, sí que podía recordar el suyo.
Enganché mis brazos detrás de su cuello y no me importó la cantidad de personas que pudieran estar viendo el espectáculo gratis que Julia y yo les estábamos regalando, quería devorarla como a un postre. Como una paleta helada.
Mmmm…
—Mejor nos ponemos en marcha —dijo cuando logró separarse de mis labios.
Protesté (en serio, protesté) y lo tomé de las solapas de la chaqueta para pegarlo una vez más contra mi boca.
Me importaba un carajo respirar, sólo quería comérmelo a besos…
—Lena… cierto que soy todo terreno pero… hay mucha gente viéndonos. Tal vez preguntándose si nosotros simplemente vamos a hacerlo sobre mi motocicleta, aquí, en el espacio público.
La niebla de deseo se disipó por unos instantes para permitirme ver el resto del estacionamiento, una señora le tapaba los ojos a su hija mientras corrían hacia su auto. Varios chicos de colegio se quedaron parados en medio de la acera solo para vernos; y parejas de distintas edades simplemente se reían de nuestra muestra pública de afecto.
Bien. Me había dejado llevar.
Grandioso.
Ahora iban a pensar que yo era una pervertida, porque definitivamente la imagen de pervertida ya la tenía: en algún momento abrí mis piernas y empujé a Julia entre ellas, lo tenía todavía agarrado de las solapas de la chaqueta y, en medio de nuestro majestuoso beso, logré desordenarle el cabello.
Sip, la gente debía verme como una pervertida.
Tratando de salvar lo poco que quedaba de mi dignidad, lo aparté suavemente y recompuse mi falda y mi propio cabello (que estaba igual de despeinado que el de Julia).
—Creo que es hora de irnos —dije con voz neutra. Me coloqué bien en el asiento y esperé a que Julia se subiera frente a mí.
Finalmente se subió y lo vi reacomodarse dos veces antes de poner en marcha el motor.
Iba a arrancar cuando le grité que parara.
—Se te olvidó el casco —le recordé.
—Oh, cierto —dijo con voz lejana. Se reacomodó nuevamente en el asiento y me pasó uno de los dos cascos que llevaba en la parte frontal de la motocicleta.
Me lo puse y arrancamos, no sin antes volverse a reacomodar.
¿Por qué rayos se reacomodaba tanto? Tal vez viajar conmigo era incómodo.
Le rodeé la cintura con los brazos y pegué mis muslos a su espalda… lo que no fue buena idea ya que eso provocó que nos saliéramos de la carretera.
—¡Julia! —grité.
—¡Es tu culpa! —me gritó de regreso.
—¡¿Mi culpa?!
—Solo… solo nada de contacto hasta que lleguemos al departamento.
—Bien —respondí de mala gana.
Quité mis manos de su espalda y me agarré al asiento; si me caía de la motocicleta y me partía el cráneo, iba a pesar en su conciencia.
Julia manejó relativamente despacio y con cuidado; en todo el camino estuve pensando en cómo decirle que ya no quería que me embarazara.
La vergüenza me carcomía por dentro.
Un bebé cambiaba las vidas de las personas… yo no estaba lista para tener uno.
Finalmente llegamos a su ostentoso edificio, y estacionó la motocicleta en el sótano.
Tomamos el elevador y en menos de un minuto nos encontrábamos justo fuera de la puerta de su departamento.
Me picaban los dedos de las manos y quería reprimir la urgencia de salir corriendo como cobarde.
Una vez dentro, me senté en el mismo sofá en el que un día atrás compartíamos bromas con su sobrina y nos reíamos de las peores galletas de la fortuna.
—¿Quieres algo de tomar? —me preguntó.
Negué con la cabeza.
Se podía sentir la tensión y la incomodidad en el aire; esperando cualquier momento para explotar.
Julia se sentó a mi lado; su brazo rosando el mío, su perfume invitándome a tener mi nariz pegada contra su piel todo el día… y fue como si la bomba estallara: ambos empezamos a besarnos con furia, como si nunca en la vida nos hubiéramos besado antes (o como si no pudiéramos pasar ni un solo segundo sin la boca del otro); de alguna manera logré quitarle la chaqueta y lanzarla contra el suelo. Las dos terminamos recostadas sobre el sofá, y mi cabeza descansaba sobre un suave cojín mientras Julia me embriagaba con sus besos.
Ella sostuvo mi mandíbula con su mano e inclinó mi cabeza en la mejor posición para hacer nuestro beso algo más hambriento y posesivo.
Nuestras lenguas se acariciaron y sentí el peso de Julia cambiar mientras llevaba una mano por debajo de mi camiseta.
De alguna forma reaccioné y logré separarme de sus labios.
—Julia… —no sabía cómo decir esto— lo estuve pensando y… —me quedé sin habla cuando él comenzó a levantar mi camisa a la vez que depositaba pequeños mordiscos en mi cuello.
—¿Sí? —preguntó aun torturándome.
—Lo que dije en el estacionamiento… —sus dedos acariciaban mi vientre y lentamente comenzaron a subir—, lo del bebé…
—Ajá... —sus dientes mordisqueaban mi cuello mientras yo rogaba para que no fuera a dejar marcas.
—Yo… —¿qué iba a decir? ¡¿Qué?! Ni siquiera podía recordarlo—, es que…
Sus dedos subieron hasta mi sujetador y me estremecí.
Su boca llegó a la mía en cuestión de momentos.
Cuando uno de sus dedos se coló entre mi sujetador y tocó la piel sensible de uno de mis senos, jadeé.
Mason siempre intentaba meter mano dentro de mi blusa pero yo no lo dejaba llegar más que a mi ombligo. Con Julia… bueno, quería romper todas las reglas con ella.
Entonces recordé la razón por la cual estábamos en su departamento: se me había zafado la cordura y le pedí que me embarazara.
Creo que me afectó hablar con mamá y oírla mencionar tanto la palabra embarazo.
Reaccioné y abrí enormemente los ojos. Hice el intento de sentarme pero lo único que provoqué fue chocar contra la frente de Julia.
Ambos protestamos al sentir el golpe y yo llevé mi mano a mi frente y eché de nuevo mi cabeza hacia atrás, hacia el cojín.
Los dedos invasores de Julia seguían debajo de mi camiseta pero ya no jugando dentro de mi sujetador.
—Lo siento, yo… es que no creo que esté lista para embarazarme y tener un bebé —dije con el rostro en llamas. Solo quería huir y meter mi cabeza en un hoyo—. Estuve pensando con claridad y no estoy calificada para hacer esto.
Julia rió y se apartó un poco de mi cuerpo para darme espacio.
—Lena, yo tampoco estoy lista para ser madre. No es el destino que Noah venga al mundo todavía. Solo quería ver cuánto tiempo te iba a tomar para que entraras en razón; pero créeme, nena, si tú dices ahora… pues lo hacemos ahora. Si me dices nunca… entonces tendré que esperar hasta hacerte cambiar de opinión.
Me mordí el labio y sonreí aun con mis mejillas calientes en vergüenza.
—Algún día —prometí.
—Estaré esperando ansiosa —se inclinó y besó mi boca… y continuó, y continuó besándome con avidez.
Llevé mis manos a su cuello y me perdí en ese beso.
Sus dedos apretaron el hueso de mi cadera y yo suspiré en sus labios.
—Espero que tomes en cuenta todo el sacrificio que estoy haciendo por no llevarte a mi cama justo en estos momentos —susurró contra mi oído—, me siento como una mártir.
Mejillas, no se sonrojen.
—Deberían hacer una estatua en mi honor. Hombre…
Pero los besos se detuvieron cuando mi celular comenzó a timbrar desde el bolsillo de mi falda.
Julia apartó su boca de la mía y me sonrió como la viva encarnación del pecado.
—Veamos en dónde está tu celular —dijo y comenzó a dirigir sus manos por los costados de mis caderas.
Me ahogué en mi propia saliva.
Julia iba a hacer que me diera un ataque cardiaco si seguía pasando sus dedos por todo mi cuerpo.
—Bolsillo derecho —alcancé a susurrar antes de quedar muda repentinamente cuando dejó su mano en mi muslo y comenzó a acariciar de arriba abajo, de arriba abajo mi pierna.
Esto iba a acabar conmigo en cualquier momento.
Finalmente alcanzó mi celular y vio el nombre de la persona que me llamaba.
Sus dedos se cerraron sobre mi carne.
—Lena está muy ocupada en estos momentos como para atender —respondió—. Habla su novio.
Se detuvo un momento para escuchar la contestación y me sonrió perversamente diciendo:
—Sí, señor. Estoy viendo a Lena justo en estos momentos, está jadeando, sudada y con los ojos para atrás… debajo de mí. ¿Algún problema con eso?
Salí de mi estupor al escucharla hablar con quien sea que me haya llamado.
—¡Julia! —la regañé y me erguí todo lo que pude debajo de su cuerpo.
Traté agarrar mi celular pero ella lo apartó y se lo pasó a la otra mano.
—De nuevo: Lena no puede atender ahora. Tiene las manos bien atadas en algo justo en este instante. ¿Quién iba a decir que le gustaban las esposas? Nunca se me hubiera ocurrido…
—¡Julia, ¿quién es?! —susurré ya enojada.
Él tapó el auricular del teléfono y me dijo:
—Es tu padre. No te preocupes, estoy manejando muy bien la situación, nena —me guiñó un ojo y continuó hablando como si nada.
—¿Mi padre? ¡Julia dame eso! —me moví para quitarle el celular pero ella se levantó y se apartó lo más lejos posible de mi lado.
Antes de que pudiera escapar hacia la cocina, me lancé contra su espalda y me sujeté de su cuello para evitar caer.
Subí mis piernas hasta su cintura y ahí intenté de nuevo quitarle el celular.
—¡Julia!
—Bien, parece que tengo que regresar a mi labor de complacer a una dama muy insaciable —volvió a decir.
—¡Que me lo des ya! —grité furiosa.
—Upss… tengo que colgar. Nuestra Lena es una pequeña cosa furiosa —murmuró él, caminando conmigo a cuestas sobre su espalda.
La golpeé en el estómago con mi pie pero lo único que provoqué fue que mi zapato cayera al suelo.
—¡Dámelo! —volví a gritar.
Julia me movió de su espalda para dejarme en un costado, sobre su cadera, y allí, ambos comenzamos a luchar por el control del celular.
—Soy una mujer con una misión… mejor cuelgo antes de que se desespere —le pegué en el brazo y eso hizo que el celular cayera lejos, estrellándose en el suelo.
Julia y yo dejamos de luchar para observarnos la una a la otra. Entonces, repentinamente, comencé a golpearle el hombro y el pecho.
—¡Cómo… te… atreves… a decirle eso… a mi papá…! —mis golpes parecían no surtirle efecto ya que ni siquiera lograban moverlo ni un centímetro de donde estaba parado.
—Lena… escúchame.
Me removí entre sus brazos y me acerqué para morderle el cuello.
—¡Lena! —me subió a una mesita de tocador y se quedó entre mis piernas, con su frente pegada a la mía, ambos sudorosos y respirando fuerte—. Escúchame, sólo un momento.
—Después de todo lo que acabas de decirle a mi papá no dudo que cuando llegue a casa me quiera enviar a un convento y me obligue a ser monja —chillé.
Ella comenzó a reír.
—¡No te rías! ¡¿Cómo pudiste?! —Pero incluso yo ya estaba riéndome.
—Nena, fue una broma. No era tu padre quien hablaba.
—¿Entonces quién…?
—Fue ese jodido lame bolas de toro.
—¿Quién?
Julia suspiró fuertemente.
—Tu ex novio. Quería recordarte que te espera en su casa a las siete porque su madre quiere verte para la cena.
—Oh.
—No entiendo por qué tienes que hacerte pasar por su novia. Es tan poco hombre que no puede conseguirse una propia.
—Oye, solo será por dos días. Su madre es una buena mujer, pero él es un asno. No lo hago por él, ya hablamos de esto —moví mis ojos hasta su clavícula y lo besé allí brevemente.
No se me había pasado por alto que tenía sus manos puestas a ambos lados de mis piernas y que mi falda estaba un poco más arriba de lo normal.
—Mordiste mi cuello —no era una pregunta, era una afirmación.
Asentí con la cabeza, viendo las pequeñas marcas de mis dientes justo sobre su hombro izquierdo.
—Bien, a mí me gusta aplicar la ley de la igualdad —dijo y con eso comenzó a mordisquear mi cuello también.
Iba a protestar pero esto se sentía tan bien que simplemente eché la cabeza a un lado para que su boca abarcara más territorio.
Sentí su sonrisa ganadora por mi cuello, y su lengua la acompañó con rítmicos golpecitos.
Había notado que a Julia le gustaba mucho besar mi cuello. Sonreí pensando que tal vez en su otra vida debió ser un vampiro.
Me acerqué para olfatear su camisa, respirando hondo cuando olí su deliciosa fragancia. Estaba tan perdida en sus atenciones y en la forma en la que comenzaba a reaccionar su cuerpo que, cuando escuché unos piececitos moverse hacia nosotras, no pude reaccionar a tiempo para retirarme de ella.
—¡Tía Julia, ¿qué le haces al cuello de Lena?! —gritó Nicole horrorizada.
Rápidamente ella se apartó de mí.
Yo todavía estaba sobre la mesa del tocador, respirando con dificultad, con mi falda levemente hacia arriba y con el cabello enredado y pegado sobre mi frente.
—¡Julia! —llamó su abuela. Su voz parecía provenir desde la cocina—. Espero que no te importe pero te trajimos algunas cosas del supermercado. Ayer noté que no tenías nada y… oh… —se quedó paralizada al verme en mi condición actual, y al ver a Julia todo sonrosada y sudorosa.
Mi rostro estaba demasiado lejos de ser llamado rojo, esta tenía que ser la tonalidad de la vergüenza en carne viva.
Hice un esfuerzo por bajarme de la mesita, y acomodé mi falda lo mejor que pude; evitando hacer contacto visual con la abuela de Julia y con la niña.
De solo pensar en las cosas que pudieron hallarnos haciendo si hubiéramos estado en ese sofá, se me ponía más rojo el rostro.
—Pero, hola ahí jovencita —dijo la señora de cabello canoso, su sonrisa de complicidad se extendió por todo su rostro—, eh… lamento haber interrumpido… por segunda vez esta semana. Lo siento mucho.
—No, no hay problemas. Yo… yo ya me iba —dije, busqué con la vista mi celular en el suelo y lo recogí aun con la cara ardiendo.
—¡No te vayas! —gritó Nicole—. Yo también quiero jugar a los vampiros contigo y la tia Julia. Porque, ¿eso estaban jugando, verdad?
Mi rostro se siguió calentando cada vez más.
—No, Nikky —dijo su abuela—; ese juego sólo los adultos lo juegan.
—Aiishh… ojalá tuviera veintisiete —la niña hizo un puchero encantador y se cruzó de brazos.
—¿Llevaste a Nicole al supermercado contigo, abuela? —preguntó Julia. Su voz se estaba llenando con un borde asesino.
Rodé los ojos ante la excesiva necesidad de proteger a su sobrina.
—No, no la llevé conmigo. La recogí en casa y utilicé la llave que me diste para entrar a tu departamento. Aunque creo que la próxima vez mejor llamo primero a la puerta.
Y ahí va de nuevo mi rostro a ponerse rojo.
—Bien —contestó ella—. Voy a llevar a Lena a su casa. Quédate todo el tiempo que quieras.
—Un placer verte de nuevo, Lena —dijo ella, acercándose para darle un beso a mi mejilla.
—Igual. Nos vemos luego Nicole —me despedí también de la niña y le sobé la cabeza.
Ella me retuvo un momento más y susurró:
—¿Besaste a la tía Julia por treinta minutos?
—Sí —respondí en voz bajita.
—¿Y…?
—No ocurrió nada —le aseguré.
—Oh, debe ser porque aun no tienes veintisiete.
Asentí con la cabeza, tratando de verme lo más seria posible.
—Yo creo lo mismo —susurré.
Una vez que me puse de pie (y encontré cerca de la sala el zapato que se me había caído) fui escoltada hacia la salida por Julia.
Ella agarró su chaqueta del suelo y me sonrió en complicidad al recordar la urgencia que ambas teníamos hace un momento por desaparecer nuestras ropas.
De nuevo… mi rostro cambió de tonalidades.
Me despedí de todos, incluso de Steve que estaba escondido detrás del sofá, y salimos de su apartamento en silencio.
—Será mejor que vaya directo a casa de Mason —le dije mientras caminábamos.
—De acuerdo. Dime dónde es y yo te llevo.
—Esa no me parece una buena idea. Creo que a la madre de Mason le daría un ataque si me ve bajando de una motocicleta con una tipa tatuada.
Julia enganchó mi mano con la suya y caminamos hacia el elevador con nuestros dedos entrelazados.
—Mientras use ropa nadie sabrá que soy una chica tatuada, a menos que quieras que me quite la camisa para que ella vea el espectáculo completo.
—No seas tonta. Mejor tomo un taxi hasta allá.
—No, nena. No discutas conmigo. Yo te llevo y me quedo contigo durante la cena.
Me detuve en seco.
—Julia… no vas a ir a la cena en casa de Mason.
Ella no me miró a la cara cuando dijo:
—Por supuesto que iré. Quién sabe lo que ese lame ubres de vacas haría si no estoy allí para ponerlo en orden.
—No te va a dejar quedarte… ¿qué le voy a decir a su madre cuando me vea aparecer contigo?
Se encogió de hombros.
—Dile que…
Siendo una Lena embarazada
—¿Entonces ayer no fuiste a tu entrevista de trabajo? —preguntó mamá mientras ajustaba sus lentes de lectura.
Suspiré y me senté en el bulto de cojines que conformaban la sala.
—Nop. Se me olvidó y en ese momento estaba... ocupada.
Mis dedos se movieron alrededor de un hilo color magenta que se desprendía de uno de los cojines.
Mamá se encontraba en su máquina de coser, creando una colcha con pedazos de otras telas inservibles y con olor a moho que almacenaba en el sótano.
En serio, esta mujer iba a aparecer en uno de esos capítulos de acumuladores que pasaban en la televisión. Incluso creo que tenía guardada la ropa interior que usó el día de su boda. Ella conservaba todo lo que traía buenos recuerdos; si no pudo guardar mi cordón umbilical fue por puro milagro divino.
—Pastelito... —despegó la vista de su máquina y la fijó en mí; su boca color carmín hacía una mueca—, ¿estás manteniendo relaciones sexuales con la chica?
Mi rostro se puso más rojo que el color de las paredes de la casa.
—Aunque claro —continuó sin dejarme responder—, no te culparía. Si tu papá se hubiera visto así de buenote cuando tenía su edad, hasta yo me vería tentada por ella. Uff, te habría concebido a los quince de ser posible...
—¡Mamá! —chillé avergonzada—, basta. Ya me hablaste de eso hace años... No necesito saber acerca la vida amorosa que mantenían papá y tú.
—Yo solo digo que, si estás "metiendo al conejo en tu madriguera", deberías usar protección. Y asegúrate de que sea la indicada o después lo lamentaras —regresó a su trabajo de costura y murmuró—: claro, de haber sabido que tu papá resultaría todo un imbécil, me habría seguido manteniendo pura para Bruce Willis, como era mi plan original.
Resoplé y me puse de pie para inspeccionar los nuevos cuadros que ella había puesto en las paredes de lo que era ahora su centro de atención psíquica.
Frascos de todos los tamaños se apilaban en un estante de vidrio que colocó en la esquina, junto a los certificados que la aseguraban ser una profesional en la lectura de mano (ella misma los imprimió de una página en internet). La excentricidad era el tema principal de toda la casa.
—Susan me comentó algo el otro día —dije casualmente.
Siempre que mamá escuchaba que alguien hablaba de Susan, se ponía sensible y rencorosa.
—¿Ah, sí? ¿Qué te dijo la pequeña Miss zorra 2013?
Resoplé.
—No la llames así, y sólo me dijo que puede ayudarme a conseguir entrada en una de las universidades privadas de por aquí.
—¿Y tú quieres estudiar?
—Sí. Lo estuve pensando y es lo mejor para mí. No quiero pasar el resto de mi vida viviendo a punta de salario mínimo. Si no estudio no voy a poder mejorar mi sueldo en los trabajos.
—De acuerdo... ¿Entonces ya no irás a la entrevista de trabajo que te conseguí con la señora Olivier?
Lo pensé por un minuto.
—Sí iré, pero no creo que ella quiera contratarme sólo por medio tiempo mientras hago el intento de sacar un título.
Caminé lentamente, observando uno de los cuadros, más específicamente el que nombraba el "trasero de bebé más lindo" y, sin que mamá se diera cuenta, lo quité y me lo llevé detrás de la espalda.
—Me parece bien. Sabes que no me gusta meterme en tus decisiones; ya eres una chica grande. Te apoyaré en lo que decidas hacer.
—Bueno... quiero estudiar.
Había pensado en eso toda la noche; no quería ser camarera o trabajar en restaurantes de mala muerte por el resto de mi vida.
—Habla con la Señora Olivier, ella es comprensible. Podría darte horarios especiales para que puedas asistir a clases. Ahora, pasando a otro tema, ¿qué opinas de esta colcha? —levantó con las dos manos la peor colcha que haya visto en la vida— ¿hermosa? Ah que te deja sin palabras, ¿verdad?
—Se mira extraña —admití— ¿qué es eso de la esquina?
Ella entrecerró los ojos y buscó donde yo le señalaba.
Un gran pedazo de tela rosada con estampado de cebra cubría toda esa esquina, se me hacía bastante familiar.
—Oh, este el vestido que usaste a los cinco años en aquella fiesta de tu prima. Te veías adorable en cebra. ¿Por qué ya no usas estampados con animales? Te resaltarían el color de los ojos...
—No uso porque ahora no eres tú la que me viste —gracias al cielo—, y no puedes seguir guardando cosas como esta.
Saqué de mi espalda el título que se aseguraba de nombrar a mi trasero de bebé como el más lindo, y lo coloqué entre una pila de revistas Cosmo.
—Aww, pero si eso es adorable —hizo un puchero y se pegó la mal costurada colcha al cuerpo—. Tú solías amar cuando yo te vestía de vaquera y te tomaba fotos con Joey el oso con ojos de botón.
Mamá tenía una mirada nostálgica en el rostro; recordando las veces que se aprovechó cuando yo era ingenua y tenía cinco años de edad.
—Sí, también recuerdo que me llevabas a un maloliente bar a cantar estrellita dónde estás…
—Extraño esos días. Ya casi no pasas tiempo conmigo —Se levantó de su asiento, dejando la colcha sobre su máquina de coser—. ¿Qué te parece si tenemos un día de chicas? Puedes incluso invitar a Rita.
Ella se movió en mi dirección y noté que la colcha la seguía con cada paso que daba. Ahí me di cuenta de que accidentalmente se la había cosido a la tela de su largo y colorido vestido/túnica.
—Mamá, la colcha se te…
—Quiero nietos.
Me quedé muda momentáneamente.
—¿Qué?
—Dije que quiero nietos —hizo un puchero, me tomó del hombro y me dirigió a la cocina. Ahí me sentó en una de las sillas de su juego de mesa de los años treinta, que originalmente pertenecieron a su madre cuando estaba soltera.
—Te escuché la primera vez. Vuelvo a repetir: ¿qué?
Ella se encaminó hasta el refrigerador y llenó dos vasos con hielo.
—Bueno… cuando el cerdo, machista, calvo y con-posibilidades-de-quedar-ciego-cuando-cumpla-cincuenta de tu padre me dijo que estabas embarazada… como que me emocioné bastante. Me dieron ganas de tener a pequeños niños corriendo por toda la casa y dejándome vestirlos con telas de leopardo. No puedo creer que haya sido todo una mentira.
Llenó los vasos con limonada y me pasó uno.
Inmediatamente me lo llevé a la boca y tragué.
Sabía más ácido de lo normal.
—Déjame ver si entiendo esto: ¿me acabas de hablar para que use protección hace no menos de un minuto, y ahora quieres que te dé nietos? ¿No será más bien que lo que necesitas es volver a tener más hijos? Eres joven todavía…
—Ay pastelito de calabaza, aunque mi espíritu sea más joven que el de la mayoría, mi cuerpo no resistiría otro embarazo. En cambio tú…
Mi rostro se tornó rosa.
—No te ilusiones demasiado —la interrumpí.
Ella tomó asiento frente a mí y se quitó los lentes.
—Elena, no voy a vivir para siempre. Necesito conocer a mis nietos pronto. Además, creo que la linda bombón de tu novia sería una buena adición a la genética de la familia. ¡Sus niños serían tan bonitos! Todos ojos azules o grises… hay hasta una pequeña posibilidad que sean ojos azules-grisáceos. La única buena herencia que te regaló tu padre fueron esos ojos verde-grises… ¡aprovecha ahora que estás joven y con fuerzas!
—¡Ya detente! No pienso quedarme embarazada a los dieciocho. —Ninguna madre le aconsejaría eso a su hija. Corrijo: ninguna madre cuerda.
—Pues te doy mi consentimiento.
—¡Mamá!
—¿Qué? Todo lo que dije es cierto.
—Pues tendrás que esperar más tiempo.
—¡Me estoy volviendo más vieja!
—¡Deja de hablar como si tuvieras noventa y estuvieras al borde la muerte! Tienes cuarenta y tres, ni siquiera te han salido canas. Ya no discutas más el asunto.
Ella resopló y tomó un largo trago de limonada.
—Ya hasta había planeado un Baby Shower con temática de parque de diversiones —murmuró—. ¡Hasta le avisé a mis contactos más cercanos la buena noticia! Incluso me puse a tejer un pequeño suéter para mi nieto… ¡y sabes que no me gusta tejer!
Cerré los ojos y me masajeé las sienes.
—¿Por qué hiciste eso? Tú y papá definitivamente fueron hechos el uno para el otro…
—Julia me dijo que pensaban ponerle Noah. Esa chica es tan tierna… y adoro el nombre. Aunque si es niña me gustaría opinar que le pusieran algo como Lee Ann, o Annette, o Delvia… Oh, ¿todo este tiempo anduve con la colcha pegada a la ropa?
No. puedo. creerlo. Lo. voy. a. matar.
***
La librería de la señora Olivier era grande y bastante visitada.
Mientras entraba por la puerta principal, unas chicas con uniformes escolares corrieron agitadas hacia la sección de Jóvenes Adultos y chillaron emocionadas al ver uno de los libros que se exhibían en los estantes.
Varias sostuvieron en sus manos la copia de un libro cuya portada era una mariposa atrapada en un frasco de vidrio; comenzaron a chillar más fuerte y besaron el libro con devoción.
Me adentré más en la tienda y pregunté por la señora Olivier a la chica de cabello morado que atendía la caja. Ella tenía un piercing en el labio inferior y me señaló, aburrida, en dirección a una habitación escondida entre un estante de libros con temática paranormal.
Toqué suavemente la puerta y me deslicé dentro.
Era una oficina bastante impersonal; una mujer con el cabello rubio se encontraba hablando por teléfono, haciendo anotaciones en una agenda manchada con garabatos.
Me indicó que tomara asiento y así lo hice.
Mis piernas desnudas sintieron rápidamente el frío de la habitación; el aire acondicionado me daba justo en el rostro y me hacía más difícil la labor de tranquilizar mis nervios.
—Bien. Tú debes ser Lena, ¿cierto? —dijo la mujer una vez que colgó el teléfono—, soy Laura Olivier. Puedes llamarme simplemente Laura.
—Mucho gusto —extendí mi mano y tomé la suya.
—Pensé que te vería ayer. Pero igual es bueno verte hoy; como habrás visto, la tienda cada día más se encuentra llena de clientes. Necesito toda la ayuda extra que pueda conseguir, ¿estarías dispuesta a comenzar hoy?
Vaya, ella iba directo al punto.
—Claro —respondí. Me sentía ansiosa por comenzar en este nuevo empleo.
Me gustaba leer, y definitivamente me emocionaba estar cerca de los libros.
—Um. Aunque… —tenía que plantearle lo de mi posibilidad de trabajar por medio tiempo… y no sólo eso. Me había comprometido a ayudarle a Mason a fingir por dos días que sería su novia y comenzaba esta noche en la cena. Hey, su madre me caía bien. Ella no tenía la culpa de tener a un hijo tan tonto como él. Y por supuesto que Julia estaba furioso por eso.
Después de quince minutos de discutir horarios con Laura, finalmente llegó a un acuerdo conmigo y con mi idea de conseguir mi título.
Me sentía agradecida de que decidiera contratarme y además ser flexible con mi tiempo, no todos los jefes te harían ese favor. Al menos Cliff no lo hubiera hecho.
—Ahora ve con Mindy para que te dé un tour de cómo se manejan las cosas por aquí —me dijo ella mientras contestaba una nueva llamada.
Suponía que Mindy era la chica de cabello morado.
Salí de la diminuta oficina de Laura y me encontré a la misma chica aburrida de la vida detrás del mostrador ojeando una revista de mascotas.
—¿Tú eres Mindy? —le pregunté.
Ella alzó la vista y reventó una burbuja de goma de mascar en su boca. Parte del chicle se le pegó en el piercing tipo argolla ubicado en su labio.
Asintió con la cabeza y volvió a bajar la vista.
—¿Qué opinas de esto? —preguntó enseñándome la revista, era una foto de una iguana sobre una roca— intento adoptar una nueva mascota. Antes tenía un hámster pero mi recién comprada serpiente se lo comió.
De acuerdo. Mindy no se parecía en nada a la gente a la que estaba acostumbrada.
—Oh, yo soy una persona más de perros, gatos, tortugas…
—¡Tortugas! Cierto, no requieren mucha atención. Me gusta más esa idea —dijo dándose la vuelta; tomó su celular y comenzó a llamar a alguien.
Desde mi ángulo de vista podía observar que debajo de su cabello morado había otro tono de color: uno turquesa con mechones rosados.
Incluso vi un tatuaje en su brazo derecho de una paloma que deletreaba la palabra LIBERTAD con ramitas de olivo.
Mindy se quedó hablando un buen rato con esa persona del otro lado de la línea telefónica, y yo buscaba entre los alrededores a más empleados para que me asesoraran ya que ella discutía sobre su siguiente compra en el teléfono.
—Mindy está loca —dijo alguien a mis espaldas.
Me volteé para ver a una chica gordita que llevaba el nombre de la librería bordado en una orilla de la camiseta verde que usaba.
—Soy Rocio, pero todos mis amigos me dicen Shio. Tú debes ser la famosa Lena que Laura nos mencionó ayer, ¿verdad? Acabo de ver que saliste de su oficina.
—Sí, soy Lena. Laura me dijo que hablara con Mindy.
Shio rodó los ojos.
—Ven. Mindy no está en sus cabales como para hacerte una introducción al fascinante mundo de una librería.
Dejé que me tomara de la mano y me condujera hacia la zona cerca de las estanterías de libros de auto ayuda.
—Primero que nada… tienes que usar el uniforme todo el tiempo. Usamos las camisas verdes los lunes, miércoles y viernes, y luego la azul los martes y jueves. Fines de semana usamos morado.
Me condujo a través de una puerta ubicada en un costado de la tienda y nos quedamos paradas cerca de un desorden de cajas cargadas con libros aun sin desempacar. Era una bodega de gran tamaño; un chico asiático que se encontraba desenvolviendo cajas nos miró con recelo cuando pasamos a su lado.
—¿Quién es esta? —dijo malhumorado.
Shio rodó los ojos y puso una mano con manicura rosada sobre su hombro.
—Tranquilo Romeo, es la nueva. Le estoy enseñando todo el trámite.
—¿La embarazada? —miró fijamente mi barriga.
—Sí, ella —respondió Shio—aunque debo decir que no se te nota nada. Como vas a engordar en los próximos meses debes ir pidiéndole a Laura camisas de tamaños más grandes.
Mi rostro se puso rojo de la cólera.
¿Por qué todo el mundo pensaba que estaba embarazada?
—No estoy embarazada —dije entre dientes.
—Ah, ¿no? Laura nos dijo que tu madre le avisó recién hace una semana de tu embarazo.
Maldije por lo bajo.
—A mi mamá se le rayó el disco, está loca —dije—, en realidad no estoy embarazada.
Shio y el otro chico se miraron entre sí con preocupación.
—Pues entonces, cariño, te tocará fingirlo porque no existe otra razón en la tierra por la que Laura te haya contratado.
El chico asiático asintió con la cabeza.
—Laura es una perra malhumorada. Solo te aceptó porque se siente identificada contigo.
Fruncí el ceño.
—¿Cómo?
—Mira —el pálido chico tomó mi mano y me hizo sentarme en una de las cajas llenas de libros por desempacar—, Laura perdió a un bebé cuando era más joven. Ahora cree que puede redimirse con cada embarazada que mire; en especial si dicha embarazada tiene la edad que ella tenía cuando perdió a su bebé.
—No creas que es amable de nacimiento —dijo Shio sentándose a mi lado—, ella solo es así con los clientes que compran a grandes cantidades y con mujeres embarazadas.
Señaló a mi vientre plano, en donde definitivamente no estaba creciendo un bebé.
—Si le dices que no estás esperando traer a una personita a este mundo, te va a hacer comer mierda por el resto de tu vida. Créeme, ella es una pesadilla cuando se lo propone.
Ahora entendía por qué el trato preferencial que me dio.
No podía creerlo. ¿En qué me había metido ahora?
Tragué saliva.
—Será mejor que te asegures, para el final del día, quedar, de hecho, embarazada o al menos raptar un bebé en nueve meses. Porque Laura es rencorosa y no tienes ni idea de lo mal que te haría pasar si sabe que le estabas mintiendo.
Mierda. ¿Qué clase de trabajo me recomendó mamá?
Por el resto de la tarde los chicos lograron enseñarme el manejo de las cosas. Incluso me mostraron cómo tratar con jovencitas alocadas que buscaban cualquier material con respecto a Edward Cullen, y lo agresivas que podían llegar a ponerse cuando se les decía que todo estaba agotado.
Hasta me enseñaron cómo no mirar fijamente a las mujeres mayores de cincuenta que ponían pilas de libros eróticos a la hora de pagarlos. Aquí no se debía juzgar a nadie por sus preferencias con lo que compraban.
Me vi tentada a llevarle algo de lectura a Mirna; la echaba de menos junto con el resto de los chicos del trabajo.
Aun no había tenido la oportunidad de hablar con Nastya para que me diera una explicación en cuanto a su extraña relación con Key. Y ni siquiera había hablado con Julia desde que había aceptado jugar a la parejita feliz con Mason.
Pero cuando vi su motocicleta estacionada fuera de la librería cuando salí del trabajo, tuve la pequeña esperanza de que ya me haya perdonado.
La vi recostado contra la pared de ladrillos del local, tomando una bebida helada y poniendo una postura sexy que la hacía verse como si fuera la reina del mundo.
Llevaba puestas sus gafas oscuras y su chaqueta de cuero negra.
Se me hizo agua la boca.
Al verme, se despegó de la pared y caminó a mi encuentro.
—Linda camisa —dijo viendo el nuevo uniforme que me consiguió Shio—, aunque me gustaba más lo que te hacía usar Porky en el restaurante. En especial aquel traje de policía…
Se detuvo a pocos centímetros de mi rostro y me dedicó una sonrisa de lado.
—Oh, cállate —me puse en puntillas y pasé mis manos por detrás de su cuello.
Ella se las ingenió en apretar mi cintura sin siquiera tener que dejar su refresco.
La besé en la boca y me encantó sentir sus labios helados presionándose contra los míos.
Dejé que mi lengua la incitara un poco y luego, no sé si por la valentía que sentía en el momento (o la estupidez, dependiendo de cómo lo mires) le dije la cosa siguiente:
—Julia, quiero que me embaraces… por favor.
Definitivamente ella no se esperaba eso. Para ser sincera yo tampoco.
¿En serio le acababa de suplicar porque me embarace?
Su boca cayó abierta y su cerebro se desconectó como por dos minutos completos, podía ver toda clase de reacciones pasar por sus ojos.
—Mierda —respondió.
Lanzó el refresco al suelo y algunas gotitas salpicaron mis piernas.
No sabía si estaba procesando todavía mi idea o si estaba asustado por mi proposición.
La mayoría de chicos eran unos gallinas en cuanto les hablabas de bebés, matrimonio… Alto ahí, matrimonio no. No me quería casar a los dieciocho y sin duda no estaba capacitada para sentar cabeza y ser madre de familia.
Desestimé la idea del bebé rápidamente. Me arrepentí de lo que le dije a Julia, pero ya era muy tarde para retractarme.
¿Qué había hecho?
—De acuerdo, nena. Hagámoslo —dijo él después de pensarlo muy bien—. Traigamos a Noah a este mundo —susurró mientras me tomaba de la cintura y me pegaba a su cuerpo para darme un largo y prolongado beso.
Oh, oh. Yo estaba en problemas.
—¿Mi departamento? —murmuró después de despegarse de mi boca.
Como era de esperarse mis ojos quedaron bizcos después de ese beso borrador de conciencia y moral.
—Claro —me oí responder.
Lo siguiente que supe era que él me estaba llevando en brazos hacia su motocicleta estacionada en la acera y me colocó con cuidado en el asiento de cuero.
Ay Dios, ay Dios, ay Dios.
¿En qué lío me metí?
Yo no estaba pensando con la cabeza… ¡estaba pensando con las hormonas!
No podía tener un bebé de Julia… bueno… tal vez… ¡No!
¡Basta de pensar así, Lena!
Simplemente no entendía por qué rayos salieron de mi boca esas palabras.
—Julia, yo… —no me dejó terminar de hablar y comenzó a besarme nuevamente.
Iba a sufrir una combustión espontánea.
Mi cerebro era puro líquido en estos momentos. No podía recordar ni mi nombre, aunque, curiosamente, sí que podía recordar el suyo.
Enganché mis brazos detrás de su cuello y no me importó la cantidad de personas que pudieran estar viendo el espectáculo gratis que Julia y yo les estábamos regalando, quería devorarla como a un postre. Como una paleta helada.
Mmmm…
—Mejor nos ponemos en marcha —dijo cuando logró separarse de mis labios.
Protesté (en serio, protesté) y lo tomé de las solapas de la chaqueta para pegarlo una vez más contra mi boca.
Me importaba un carajo respirar, sólo quería comérmelo a besos…
—Lena… cierto que soy todo terreno pero… hay mucha gente viéndonos. Tal vez preguntándose si nosotros simplemente vamos a hacerlo sobre mi motocicleta, aquí, en el espacio público.
La niebla de deseo se disipó por unos instantes para permitirme ver el resto del estacionamiento, una señora le tapaba los ojos a su hija mientras corrían hacia su auto. Varios chicos de colegio se quedaron parados en medio de la acera solo para vernos; y parejas de distintas edades simplemente se reían de nuestra muestra pública de afecto.
Bien. Me había dejado llevar.
Grandioso.
Ahora iban a pensar que yo era una pervertida, porque definitivamente la imagen de pervertida ya la tenía: en algún momento abrí mis piernas y empujé a Julia entre ellas, lo tenía todavía agarrado de las solapas de la chaqueta y, en medio de nuestro majestuoso beso, logré desordenarle el cabello.
Sip, la gente debía verme como una pervertida.
Tratando de salvar lo poco que quedaba de mi dignidad, lo aparté suavemente y recompuse mi falda y mi propio cabello (que estaba igual de despeinado que el de Julia).
—Creo que es hora de irnos —dije con voz neutra. Me coloqué bien en el asiento y esperé a que Julia se subiera frente a mí.
Finalmente se subió y lo vi reacomodarse dos veces antes de poner en marcha el motor.
Iba a arrancar cuando le grité que parara.
—Se te olvidó el casco —le recordé.
—Oh, cierto —dijo con voz lejana. Se reacomodó nuevamente en el asiento y me pasó uno de los dos cascos que llevaba en la parte frontal de la motocicleta.
Me lo puse y arrancamos, no sin antes volverse a reacomodar.
¿Por qué rayos se reacomodaba tanto? Tal vez viajar conmigo era incómodo.
Le rodeé la cintura con los brazos y pegué mis muslos a su espalda… lo que no fue buena idea ya que eso provocó que nos saliéramos de la carretera.
—¡Julia! —grité.
—¡Es tu culpa! —me gritó de regreso.
—¡¿Mi culpa?!
—Solo… solo nada de contacto hasta que lleguemos al departamento.
—Bien —respondí de mala gana.
Quité mis manos de su espalda y me agarré al asiento; si me caía de la motocicleta y me partía el cráneo, iba a pesar en su conciencia.
Julia manejó relativamente despacio y con cuidado; en todo el camino estuve pensando en cómo decirle que ya no quería que me embarazara.
La vergüenza me carcomía por dentro.
Un bebé cambiaba las vidas de las personas… yo no estaba lista para tener uno.
Finalmente llegamos a su ostentoso edificio, y estacionó la motocicleta en el sótano.
Tomamos el elevador y en menos de un minuto nos encontrábamos justo fuera de la puerta de su departamento.
Me picaban los dedos de las manos y quería reprimir la urgencia de salir corriendo como cobarde.
Una vez dentro, me senté en el mismo sofá en el que un día atrás compartíamos bromas con su sobrina y nos reíamos de las peores galletas de la fortuna.
—¿Quieres algo de tomar? —me preguntó.
Negué con la cabeza.
Se podía sentir la tensión y la incomodidad en el aire; esperando cualquier momento para explotar.
Julia se sentó a mi lado; su brazo rosando el mío, su perfume invitándome a tener mi nariz pegada contra su piel todo el día… y fue como si la bomba estallara: ambos empezamos a besarnos con furia, como si nunca en la vida nos hubiéramos besado antes (o como si no pudiéramos pasar ni un solo segundo sin la boca del otro); de alguna manera logré quitarle la chaqueta y lanzarla contra el suelo. Las dos terminamos recostadas sobre el sofá, y mi cabeza descansaba sobre un suave cojín mientras Julia me embriagaba con sus besos.
Ella sostuvo mi mandíbula con su mano e inclinó mi cabeza en la mejor posición para hacer nuestro beso algo más hambriento y posesivo.
Nuestras lenguas se acariciaron y sentí el peso de Julia cambiar mientras llevaba una mano por debajo de mi camiseta.
De alguna forma reaccioné y logré separarme de sus labios.
—Julia… —no sabía cómo decir esto— lo estuve pensando y… —me quedé sin habla cuando él comenzó a levantar mi camisa a la vez que depositaba pequeños mordiscos en mi cuello.
—¿Sí? —preguntó aun torturándome.
—Lo que dije en el estacionamiento… —sus dedos acariciaban mi vientre y lentamente comenzaron a subir—, lo del bebé…
—Ajá... —sus dientes mordisqueaban mi cuello mientras yo rogaba para que no fuera a dejar marcas.
—Yo… —¿qué iba a decir? ¡¿Qué?! Ni siquiera podía recordarlo—, es que…
Sus dedos subieron hasta mi sujetador y me estremecí.
Su boca llegó a la mía en cuestión de momentos.
Cuando uno de sus dedos se coló entre mi sujetador y tocó la piel sensible de uno de mis senos, jadeé.
Mason siempre intentaba meter mano dentro de mi blusa pero yo no lo dejaba llegar más que a mi ombligo. Con Julia… bueno, quería romper todas las reglas con ella.
Entonces recordé la razón por la cual estábamos en su departamento: se me había zafado la cordura y le pedí que me embarazara.
Creo que me afectó hablar con mamá y oírla mencionar tanto la palabra embarazo.
Reaccioné y abrí enormemente los ojos. Hice el intento de sentarme pero lo único que provoqué fue chocar contra la frente de Julia.
Ambos protestamos al sentir el golpe y yo llevé mi mano a mi frente y eché de nuevo mi cabeza hacia atrás, hacia el cojín.
Los dedos invasores de Julia seguían debajo de mi camiseta pero ya no jugando dentro de mi sujetador.
—Lo siento, yo… es que no creo que esté lista para embarazarme y tener un bebé —dije con el rostro en llamas. Solo quería huir y meter mi cabeza en un hoyo—. Estuve pensando con claridad y no estoy calificada para hacer esto.
Julia rió y se apartó un poco de mi cuerpo para darme espacio.
—Lena, yo tampoco estoy lista para ser madre. No es el destino que Noah venga al mundo todavía. Solo quería ver cuánto tiempo te iba a tomar para que entraras en razón; pero créeme, nena, si tú dices ahora… pues lo hacemos ahora. Si me dices nunca… entonces tendré que esperar hasta hacerte cambiar de opinión.
Me mordí el labio y sonreí aun con mis mejillas calientes en vergüenza.
—Algún día —prometí.
—Estaré esperando ansiosa —se inclinó y besó mi boca… y continuó, y continuó besándome con avidez.
Llevé mis manos a su cuello y me perdí en ese beso.
Sus dedos apretaron el hueso de mi cadera y yo suspiré en sus labios.
—Espero que tomes en cuenta todo el sacrificio que estoy haciendo por no llevarte a mi cama justo en estos momentos —susurró contra mi oído—, me siento como una mártir.
Mejillas, no se sonrojen.
—Deberían hacer una estatua en mi honor. Hombre…
Pero los besos se detuvieron cuando mi celular comenzó a timbrar desde el bolsillo de mi falda.
Julia apartó su boca de la mía y me sonrió como la viva encarnación del pecado.
—Veamos en dónde está tu celular —dijo y comenzó a dirigir sus manos por los costados de mis caderas.
Me ahogué en mi propia saliva.
Julia iba a hacer que me diera un ataque cardiaco si seguía pasando sus dedos por todo mi cuerpo.
—Bolsillo derecho —alcancé a susurrar antes de quedar muda repentinamente cuando dejó su mano en mi muslo y comenzó a acariciar de arriba abajo, de arriba abajo mi pierna.
Esto iba a acabar conmigo en cualquier momento.
Finalmente alcanzó mi celular y vio el nombre de la persona que me llamaba.
Sus dedos se cerraron sobre mi carne.
—Lena está muy ocupada en estos momentos como para atender —respondió—. Habla su novio.
Se detuvo un momento para escuchar la contestación y me sonrió perversamente diciendo:
—Sí, señor. Estoy viendo a Lena justo en estos momentos, está jadeando, sudada y con los ojos para atrás… debajo de mí. ¿Algún problema con eso?
Salí de mi estupor al escucharla hablar con quien sea que me haya llamado.
—¡Julia! —la regañé y me erguí todo lo que pude debajo de su cuerpo.
Traté agarrar mi celular pero ella lo apartó y se lo pasó a la otra mano.
—De nuevo: Lena no puede atender ahora. Tiene las manos bien atadas en algo justo en este instante. ¿Quién iba a decir que le gustaban las esposas? Nunca se me hubiera ocurrido…
—¡Julia, ¿quién es?! —susurré ya enojada.
Él tapó el auricular del teléfono y me dijo:
—Es tu padre. No te preocupes, estoy manejando muy bien la situación, nena —me guiñó un ojo y continuó hablando como si nada.
—¿Mi padre? ¡Julia dame eso! —me moví para quitarle el celular pero ella se levantó y se apartó lo más lejos posible de mi lado.
Antes de que pudiera escapar hacia la cocina, me lancé contra su espalda y me sujeté de su cuello para evitar caer.
Subí mis piernas hasta su cintura y ahí intenté de nuevo quitarle el celular.
—¡Julia!
—Bien, parece que tengo que regresar a mi labor de complacer a una dama muy insaciable —volvió a decir.
—¡Que me lo des ya! —grité furiosa.
—Upss… tengo que colgar. Nuestra Lena es una pequeña cosa furiosa —murmuró él, caminando conmigo a cuestas sobre su espalda.
La golpeé en el estómago con mi pie pero lo único que provoqué fue que mi zapato cayera al suelo.
—¡Dámelo! —volví a gritar.
Julia me movió de su espalda para dejarme en un costado, sobre su cadera, y allí, ambos comenzamos a luchar por el control del celular.
—Soy una mujer con una misión… mejor cuelgo antes de que se desespere —le pegué en el brazo y eso hizo que el celular cayera lejos, estrellándose en el suelo.
Julia y yo dejamos de luchar para observarnos la una a la otra. Entonces, repentinamente, comencé a golpearle el hombro y el pecho.
—¡Cómo… te… atreves… a decirle eso… a mi papá…! —mis golpes parecían no surtirle efecto ya que ni siquiera lograban moverlo ni un centímetro de donde estaba parado.
—Lena… escúchame.
Me removí entre sus brazos y me acerqué para morderle el cuello.
—¡Lena! —me subió a una mesita de tocador y se quedó entre mis piernas, con su frente pegada a la mía, ambos sudorosos y respirando fuerte—. Escúchame, sólo un momento.
—Después de todo lo que acabas de decirle a mi papá no dudo que cuando llegue a casa me quiera enviar a un convento y me obligue a ser monja —chillé.
Ella comenzó a reír.
—¡No te rías! ¡¿Cómo pudiste?! —Pero incluso yo ya estaba riéndome.
—Nena, fue una broma. No era tu padre quien hablaba.
—¿Entonces quién…?
—Fue ese jodido lame bolas de toro.
—¿Quién?
Julia suspiró fuertemente.
—Tu ex novio. Quería recordarte que te espera en su casa a las siete porque su madre quiere verte para la cena.
—Oh.
—No entiendo por qué tienes que hacerte pasar por su novia. Es tan poco hombre que no puede conseguirse una propia.
—Oye, solo será por dos días. Su madre es una buena mujer, pero él es un asno. No lo hago por él, ya hablamos de esto —moví mis ojos hasta su clavícula y lo besé allí brevemente.
No se me había pasado por alto que tenía sus manos puestas a ambos lados de mis piernas y que mi falda estaba un poco más arriba de lo normal.
—Mordiste mi cuello —no era una pregunta, era una afirmación.
Asentí con la cabeza, viendo las pequeñas marcas de mis dientes justo sobre su hombro izquierdo.
—Bien, a mí me gusta aplicar la ley de la igualdad —dijo y con eso comenzó a mordisquear mi cuello también.
Iba a protestar pero esto se sentía tan bien que simplemente eché la cabeza a un lado para que su boca abarcara más territorio.
Sentí su sonrisa ganadora por mi cuello, y su lengua la acompañó con rítmicos golpecitos.
Había notado que a Julia le gustaba mucho besar mi cuello. Sonreí pensando que tal vez en su otra vida debió ser un vampiro.
Me acerqué para olfatear su camisa, respirando hondo cuando olí su deliciosa fragancia. Estaba tan perdida en sus atenciones y en la forma en la que comenzaba a reaccionar su cuerpo que, cuando escuché unos piececitos moverse hacia nosotras, no pude reaccionar a tiempo para retirarme de ella.
—¡Tía Julia, ¿qué le haces al cuello de Lena?! —gritó Nicole horrorizada.
Rápidamente ella se apartó de mí.
Yo todavía estaba sobre la mesa del tocador, respirando con dificultad, con mi falda levemente hacia arriba y con el cabello enredado y pegado sobre mi frente.
—¡Julia! —llamó su abuela. Su voz parecía provenir desde la cocina—. Espero que no te importe pero te trajimos algunas cosas del supermercado. Ayer noté que no tenías nada y… oh… —se quedó paralizada al verme en mi condición actual, y al ver a Julia todo sonrosada y sudorosa.
Mi rostro estaba demasiado lejos de ser llamado rojo, esta tenía que ser la tonalidad de la vergüenza en carne viva.
Hice un esfuerzo por bajarme de la mesita, y acomodé mi falda lo mejor que pude; evitando hacer contacto visual con la abuela de Julia y con la niña.
De solo pensar en las cosas que pudieron hallarnos haciendo si hubiéramos estado en ese sofá, se me ponía más rojo el rostro.
—Pero, hola ahí jovencita —dijo la señora de cabello canoso, su sonrisa de complicidad se extendió por todo su rostro—, eh… lamento haber interrumpido… por segunda vez esta semana. Lo siento mucho.
—No, no hay problemas. Yo… yo ya me iba —dije, busqué con la vista mi celular en el suelo y lo recogí aun con la cara ardiendo.
—¡No te vayas! —gritó Nicole—. Yo también quiero jugar a los vampiros contigo y la tia Julia. Porque, ¿eso estaban jugando, verdad?
Mi rostro se siguió calentando cada vez más.
—No, Nikky —dijo su abuela—; ese juego sólo los adultos lo juegan.
—Aiishh… ojalá tuviera veintisiete —la niña hizo un puchero encantador y se cruzó de brazos.
—¿Llevaste a Nicole al supermercado contigo, abuela? —preguntó Julia. Su voz se estaba llenando con un borde asesino.
Rodé los ojos ante la excesiva necesidad de proteger a su sobrina.
—No, no la llevé conmigo. La recogí en casa y utilicé la llave que me diste para entrar a tu departamento. Aunque creo que la próxima vez mejor llamo primero a la puerta.
Y ahí va de nuevo mi rostro a ponerse rojo.
—Bien —contestó ella—. Voy a llevar a Lena a su casa. Quédate todo el tiempo que quieras.
—Un placer verte de nuevo, Lena —dijo ella, acercándose para darle un beso a mi mejilla.
—Igual. Nos vemos luego Nicole —me despedí también de la niña y le sobé la cabeza.
Ella me retuvo un momento más y susurró:
—¿Besaste a la tía Julia por treinta minutos?
—Sí —respondí en voz bajita.
—¿Y…?
—No ocurrió nada —le aseguré.
—Oh, debe ser porque aun no tienes veintisiete.
Asentí con la cabeza, tratando de verme lo más seria posible.
—Yo creo lo mismo —susurré.
Una vez que me puse de pie (y encontré cerca de la sala el zapato que se me había caído) fui escoltada hacia la salida por Julia.
Ella agarró su chaqueta del suelo y me sonrió en complicidad al recordar la urgencia que ambas teníamos hace un momento por desaparecer nuestras ropas.
De nuevo… mi rostro cambió de tonalidades.
Me despedí de todos, incluso de Steve que estaba escondido detrás del sofá, y salimos de su apartamento en silencio.
—Será mejor que vaya directo a casa de Mason —le dije mientras caminábamos.
—De acuerdo. Dime dónde es y yo te llevo.
—Esa no me parece una buena idea. Creo que a la madre de Mason le daría un ataque si me ve bajando de una motocicleta con una tipa tatuada.
Julia enganchó mi mano con la suya y caminamos hacia el elevador con nuestros dedos entrelazados.
—Mientras use ropa nadie sabrá que soy una chica tatuada, a menos que quieras que me quite la camisa para que ella vea el espectáculo completo.
—No seas tonta. Mejor tomo un taxi hasta allá.
—No, nena. No discutas conmigo. Yo te llevo y me quedo contigo durante la cena.
Me detuve en seco.
—Julia… no vas a ir a la cena en casa de Mason.
Ella no me miró a la cara cuando dijo:
—Por supuesto que iré. Quién sabe lo que ese lame ubres de vacas haría si no estoy allí para ponerlo en orden.
—No te va a dejar quedarte… ¿qué le voy a decir a su madre cuando me vea aparecer contigo?
Se encogió de hombros.
—Dile que…
Hunter- Mensajes : 103
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Re: PROHIBIDO ENAMORARSE DE JULIA VOLKOVA // LIA BELIKOV
Capítulo 19
Entre vampiros, entre lunáticos.
—Este es mi prima, Julia.
A la abuela de Mason se le desencajó la mandíbula al verlo. Y no solo a ella, también a la señora Henrietta, la madre de mi ahora novio falso.
Al parecer la cena fue hecha con la intensión de convertirse en una reunión familiar. Llegamos justo a tiempo para verlos sentados alrededor de una gigantesca mesa de madera que ubicaron bajo carpas al aire libre.
Todo el lugar estaba iluminado por antorchas y luces de navidad.
No sabía que Mason pudiera tener tantas primas, pero todas se encontraban babeando y dándole miradas no tan discretas a mi novia... eh, prima.
Sabía que sería una terrible cosa llevar a Julia y presentarla como mi prima, pero para empezar, fue su idea, no la mía.
Mason pegó el grito al cielo cuando nos vio llegar juntos. Julia lo amenazó con partirle la nariz si no dejaba que ella estuviera presente en cada cosa que hiciéramos.
Finalmente (y bajo serias amenazas más) Mason cedió y lo dejó quedarse.
La señora Henrietta inmediatamente se puso de pie cuando hice mi llegada, y me saludó con dos besos en ambas mejillas.
—¡Mi querida niña! —habló en mi oído mientras me envolvía en un fuerte abrazo—. Pero qué bueno verte nuevamente. La última vez que te vi estabas de este tamaño —Ella puso una mano sobre su hombro y comparó esa altura con mi estatura actual—. Y siempre tan bonita e interesada en mi Mason.
Jaló el brazo de Mason y lo pegó a mi costado.
Tuve que mostrarle una de mis sonrisas falsas para enmascarar la repulsión que me daba estar con él. Aún no había olvidado lo que hizo con Marie el muy sinvergüenza.
—Completamente enamorada como la primera vez —aseguró Mason pasando su brazo sobre mis hombros—. ¿Te acuerdas cuando nos conocimos? Yo estaba en el taller mecánico con papá y tú venías agarrando la falda de tu madre mientras ella entraba a su oficina para que le repararan una llanta.
Volví a darle otra sonrisa tensa y falsa, él presionó su agarre aún más fuerte sobre mi piel.
—Eras la niña más bella que haya visto —continuó diciendo—, tenías los ojos tan verde- grises y tan inusuales que caí enamorado desde esa vez.
Escuché a varias chicas suspirar y tuve que resistir la tentación de rodarle los ojos.
Sí claro, enamorado y acostándose con Marie para "obtener experiencia".
Volví a sonreír falsamente.
—Por cierto, no sabía que tenías primas tan hermosas como ella —me dijo la señora Henrietta, intentando coquetear con Julia—. Pero mira cuánto músculo bien formado. ¿Te gustaría posar desnuda para mí?
Me atraganté con mi propia saliva. La mamá de Mason era una artista y constantemente hacía esculturas en piedra para donarlas a plazas locales; no era sorpresa alguna que ella siempre trabajaba con desnudos, lo que sí era una sorpresa fue que se lo pidiera tan descaradamente a Julia.
—¡Mamá! —regañó Mason— ¿Podrías no hacer esto ahora?
—Oh, no es ningún problema —respondió Julia—, la cuestión es que tengo una novia muy celosa y no creo que le gustaría que alguien más, aparte de ella, me viera desnuda.
Lo miré de reojo.
Ella estaba de lo más divertido con esto.
—Pero ella no tiene por qué saberlo —le murmuró la señora Henrietta—. Además, si yo fuera ella, sería todo un honor poder ver el cuerpo de mi novia inmortalizado en piedra.
—No la conoce, probablemente me patearía en las partes privadas. Es un poco agresiva, siempre está golpeándome en el hombro u obligándome a conseguirle barras de chocolate blanco a las tres de la madrugada —la mentira salía con facilidad de los labios de Julia. ¡No era justo! Se estaba pintando como víctima—, y si no se lo llevo a tiempo, ella se enoja mucho… —tembló ligeramente.
¿Qué rayos…?
Disimuladamente acerqué mi pie al de Julia y le di una patadita en la espinilla para que se detuviera.
—Oh, pobre muchacha —la madre de Mason le hizo pucheros y lo tomó del brazo—, ¿quieres algo de té helado y comida hogareña para sentirte de buen humor?
Julia asintió, modesta, humilde.
¡¿A qué estás jugando, Julia Volkova?!
La madre de Mason salió disparada hacia la comida dispuesta a lo largo de la mesa de madera y empezó a rellenar un plato con todo lo que miraba a su alrededor.
Me separé de Mason y miré fijamente a Julia.
—Julia, ¿qué piensas que estás haciendo? —dije entre dientes.
Se encogió de hombros.
—Me estoy metiendo en el papel. Así tal vez alguien se trague esa mentira de que ambos están saliendo.
—Es cierto —estuvo de acuerdo Mason—, Anna tienes que ser más cariñosa conmigo.
—Oye, cuidado con lo que dices —espetó Julia.
—Solo digo que quizás podríamos tomarnos de la mano, o yo puedo darte un beso ocasional…
—Si veo que le pones una mano a Lena, en donde sea, te voy a patear hasta que veas doble. También será mejor que mantengas tu sucia boca lejos de los labios de mi chica.
—Enferma —murmuró Mason.
Tuve que ponerme en medio de los dos para que no se fueran a agarrar a golpes.
—Suficiente. Si siguen así, la situación se va a descontrolar —los miré a ambos a los ojos—. Tienen que comportarse, de ahora en adelante, si están a punto de perder los estribos por lo que diga o haga el otro, dirán una palabra de seguridad.
—Mmm… me gusta eso —mencionó Julia—, ¿qué tal si usamos la de esta tarde?
Abrí la boca y luego la cerré.
—¿De qué hablas? No hemos usado ninguna palabra de seguridad…
—Claro, tienes razón. Se me olvidaba que fuimos directo al grano y me pediste que te esposara contra la cabecera de la cama.
Mason gruñó.
Por mi rostro reptó el calor y la vergüenza.
¿Cómo se atrevía a decir eso frente a Mason? Lo que es, por cierto, una gran mentira.
—Deja de mentir —lo regañé. Me iba a volver una novia golpeadora si él continuaba provocándome de esta manera.
—¿Cuál es la palabra de seguridad? —dijo Mason, enojado y apretando su mandíbula con vigor.
—¿Qué tal: vampiro? —sugirió Julia. Entonces dirigió sus ojos azules-grises s a los míos y me guiñó el ojo, recordando tan bien como yo cuando su sobrina creyó que jugábamos a los vampiros, aunque en realidad ella estaba aniquilando mis nervios con sus pequeñas provocaciones a mi cuello.
—Bien —accedió Mason de mala gana—, vampiro, vampiro, vampiro.
Resoplé.
—Mase, no se supone que comiences a decirlo sino hasta que lo necesites. Cuando estés a punto de estallar.
—Oh, créeme Lena, lo necesito.
Él y Julia comenzaron a retarse con la mirada.
Rodé los ojos.
Hombre y mujer ambos posesivos. Tenían la estúpida necesidad de marcar territorio en cada poste de luz o hidrante que hubiera en su camino.
—¡Chicos, siéntese a comer antes de que se enfríe! —nos llamó la señora Henrietta.
Los tres avanzamos, y en el camino saludé a algunas de las primas de Mason que fueron compañeras mías en el colegio o durante la escuela.
El papá de Mason me reconoció con un asentimiento de cabeza y le sonreí a cambio. Él era bastante callado y tranquilo, quien hablaba más en la relación era su esposa. Ella recientemente se había ido de viaje por un largo tiempo, la trataron en algunos hospitales extranjeros debido a que fue una luchadora contra el cáncer de mama. Perdió un seno pero tiene una bien hecha cirugía que hace prácticamente imposible dejar ver la batalla con la que tuvo que tratar.
Parte de mi decisión de aceptar fingir las cosas con Mason fue por ella; porque sabía que no tendría las fuerzas para decirle que entre su hijo y yo las cosas no funcionaban. Pero eventualmente tendría que soltarle todo.
Debido a la quimioterapia que recibió, su cabello fue cayendo, provocando que el uso de pelucas fuera necesario. Ahora lucía una de color rubio, totalmente opuesto a su color natural que era tan parecido al de Mason.
Ella palmeó el asiento vacío a su lado y llamó a Julia para que sentara allí. Yo tomé el asiento a la par de Julia y Mason ahuyentó a su primo para sentarse junto a mí.
—Toma, querida —dijo ella pasándole un enorme plato de comida que contenía desde costillas de cerdo hasta bistec con papas y una selección de vegetales y comida digna para un carnívoro de primera categoría—, para que olvides a esa posesiva novia tuya.
—Usted si sabe cómo complacer —dijo Julia llevándose a las manos el primer trozo de carne jugosa que seguidamente metió en su boca—, delicioso.
Volví a rodar los ojos.
Parte de su labio inferior se llenó con salsa barbacoa, e inmediatamente más de cinco manos con servilletas quisieron limpiarlo.
Ella los rechazó amablemente y se quitó el exceso de salsa ella misma.
Mason también me pasó un plato y comenzamos a comer, olvidando momentáneamente la pelea de hace minutos atrás.
Julia involucraba a toda la familia de Mason a su plática, ella era el centro de atención y a nadie parecía molestarle… bueno, tal vez a Mason. Pero definitivamente Julia tenía comiendo de la palma de su mano a todos.
Ahora quería ser yo la posesiva cada vez que las tías, primas (e incluso la abuela de Mason) coqueteaban descaradamente con mi novia. Si no se detenían tendría que usar la palabra de seguridad rápidamente.
—Escuché que te despidieron del restaurante —mencionó Mason—. Lo lamento. Creo que en parte es mi culpa.
—La culpa fue de Marie —dije tranquilamente y en voz baja—, ¿la recuerdas? La chica con la que te acostaste en más de una ocasión y luego viniste arrepentido a mis brazos diciendo que querías recuperarme.
Él resopló y se echó para atrás en su asiento.
—Lena, si de culpables hablamos, por qué no mejor señalas a tu propia novia —respondió igual de bajo—, ¿cómo puedes perdonarle a ella una indiscreción mayor que la mía?
Iba a murmurar mi respuesta pero una mano que subió lentamente por mi pierna me detuvo.
Tragué saliva y miré disimuladamente a Julia. Ella seguía tranquilamente platicando con la señora Henrietta y con la familia a su alrededor.
—Mejor sigo comiendo —dije débilmente y acerqué una gran cucharada de puré de papas a mi plato.
Mason puso mala cara ante mi intento de cambiar de tema, y continuó devorando su comida.
—No puedo creerlo —musitó enfadado. Lo ignoré porque la insistente mano de Julia estaba subiendo demasiado arriba.
Tenía miedo que alguien la fuera a ver. ¡Se suponía que era mi prima! Se mirará tan mal si descubrieran cómo jugaba con la sensible piel de mi muslo.
Intenté apartar su mano, alejando mi pierna. Pero ella me sostuvo en mi lugar y continuó torturándome.
Le lancé miradas de reojo solo para encontrarla tranquila e imperturbable mientras llevaba a cabo una plática.
Me llevé a la boca un poco de puré y casi me atraganto al sentir sus dedos traviesos tocar el encaje de mi ropa interior.
Con un dedo estiró el elástico de mis bragas, y segundos después lo soltó para que regresara a su lugar haciendo que me sobresaltara cuando chocó contra mi piel.
¡Vampiro, vampiro, vampiro, vampiro!
A este paso me iba a quemar el rostro. Estaba demasiado acalorada como para pensar con claridad.
Aún tenía la cuchara con puré en mi boca, la retiré antes que alguien notara mi comportamiento extraño.
No había pasado ni un minuto cuando Julia volvió a repetir la misma acción, pero esta vez se demoró más tiempo desviando sus dedos por entre mis piernas.
Mierda.
Arrugué la servilleta de papel que tenía en la mano y doblé mis dedos hasta que mis nudillos se volvieron blancos.
—¿Te ocurre algo? —preguntó Mason al notar que me estaba apoyando contra la mesa, respirando como si hubiera corrido una maratón.
Intenté hablar pero simplemente las palabras no salieron de mi boca.
Negué con la cabeza, llevando mi temblorosa mano hacia un trozo de carne servido en mi plato, pretendiendo como si la mano de Julia no estuviera en medio de mis piernas, tocando más allá de lo que alguna vez le permití a alguien tocar.
Julia seguía con la exploración y yo tuve que morderme el labio con fuerza cuando sus dedos tocaron más y más piel.
Finalmente encontré mi voz para hablar en dirección a su oído:
—Julia… es mejor… antes que todos… porque… —balbuceaba sin poder formar oraciones completas— no quiero que… yo… yo…
Lo escuché soltar una risita y dejó su mano quieta por un momento.
Entonces volvió a atacar con fuerza.
Salté de mi asiento y al instante sentí su mano deslizarse fuera.
—¡Vampiro! —grité de manera desquiciada y cargada de adrenalina.
Todos los ojos se posaron en mí.
Mason me miró sospechosamente.
—¿Vampiro? —pronunció Henrietta, viendo en todas direcciones, como si de hecho estuviera buscando alguno—, ¿dónde?
Esperaba que más de una persona se riera pero todos me miraban, serios, incluso con un poco de temor.
—Eh… olvídenlo. Yo… solo… Tengo que ir al baño.
Intenté abrirme espacio entre la silla de Mason y la mía, pero él no quería cooperar.
—¿Viste un vampiro? —preguntó un chico desgarbado que en su plato tenía únicamente sobras y huesos de pollo.
Me giré en su dirección y negué con la cabeza.
—No, no es eso. Lo que pasa…
—El tío Blaz una vez vio una de esas criaturas —susurró una señora entrada en edad. Creo que era una de las tías de Mason. Ella señaló en dirección a un tipo con cabello negro que ocupaba la silla de enfrente—. Tuvieron que llevarlo a un psicólogo para tratar de tranquilizarlo y hacer que hablara nuevamente.
—¿Qué fue exactamente lo que viste? —preguntó el que creía era el tío Blaz.
—Yo… —tragué saliva. Miré a Mason para que me ayudara a inventar una buena excusa pero él no miraba en mi dirección, en su lugar, estaba enfocado en su teléfono—. Estoy segura de que era alguien intentando hacerles una broma.
Me mordí el labio.
Yo era pésima inventando excusas. ¿Por qué Julia tenía que hacerme eso justo en medio de una reunión familiar?
Vaya, hubiera aceptado que lo hiciera en su departamento… hasta en el baño, o al menos en un lugar con cuatro paredes y cero audiencia (no le pedía mucho a la vida). Pero no, ella elegía este momento para sacarme de mis cabales.
—¿Piensas que era alguien disfrazado? —volvió a hablar Blaz, noté irónicamente que él sí que parecía tener nombre de vampiro… hasta tenía la pinta de uno—. ¿Estás segura de lo que viste?
Increíble. Hablaban de este tema con una seriedad…
—Umm, sí.
—Bien. Tengo un arma cargada en mi maletero —gritó esta vez para todos—, ¿quién viene conmigo para atrapar a ese hijo de puta que nos quiere jugar una broma?
—¡Vamos a darle una lección! —gritó alguien.
Varios gritaron de regreso, en aprobación.
Entonces unos cinco hombres se levantaron de la mesa, y gruñendo se movilizaron por todo el patio trasero, rebuscando entre los arbustos por alguien que no existía.
—Todavía estoy sensible por lo que me pasó hace semanas como para que un cabrón venga y quiera asustarme —murmuró Blaz, su voz quebrándose en las últimas palabras—, pero esta vez estoy armado, ¿oíste? Esta vez no estoy solo…
Las voces de los hombres se perdieron cuando giraron en una esquina y se apresuraron hacia sus vehículos.
Bueeeeno, pobre de aquel que decidiera aparecerse por sorpresa frente a ellos.
Me sentía culpable por si algo llegara a pasarle.
Le lancé una sucia mirada a Julia y a Mason por no ayudarme, pero el primero estaba haciendo el mayor intento de su vida por no echarse al suelo y reír hasta llorar; y el segundo finalmente dejó su celular para prestarme atención.
—¿Dijiste que querías ir al baño? —preguntó ¡¿dónde estuvo su mente en los pasados cinco minutos, cuando lo necesitaba?! —Bien, vamos. Te enseñaré dónde es.
No sabría decir si realmente escuché o me imaginé a Julia reír como si le estuviera dando un ataque de asma. Pero me movilicé, le di una palmada en la cabeza y seguí a Mason hasta el interior de la casa.
Entramos por la cocina y luego pasamos la sala familiar; cruzamos un pasillo con vista a un hermoso y bien cuidado jardín, y finalmente Mason se detuvo en la penúltima puerta haciéndome un gesto con la mano para que entrara.
El baño tenía un tamaño ideal, no muy grande ni muy pequeño.
Toda la habitación estaba pintada de azul, y tenía unas baldosas en color gris que contrastaba perfectamente con el resto del baño.
Iba a cerrar la puerta, cuando, Mason se apresuró a entrar detrás de mí y terminó cerrando en mi lugar.
No entendía qué estaba haciendo y sentí un breve momento de pánico.
¿Qué me iba a hacer aquí en el baño?
¿Tal vez regañarme por jugar con los nervios de su tío?
—Mason… lárgate antes de que comience a gritar —lo amenacé.
Él me tomó del brazo y me empujó contra su pecho.
Estaba llenando mis pulmones de aire para así poder chillar con fuerza, pero su enorme mano tapó mi boca en un segundo y me pegó contra una pared.
Ahora sí empezó el miedo a circular por mis venas.
—No te vayas a asustar —me dijo—, no pienso hacerte nada. Sólo quería hablarte por un momento sin que la gorila que tienes por novia amenace con desfigurarme. Quiero darte algo.
Él registró los bolsillos delanteros de su pantalón, y sacó una pequeña cosa blanca que encerró en su mano.
—Voy a quitar mi mano de tu boca… pero no vayas a gritar. Te repito: no quiero hacerte daño.
Lentamente, uno a uno, sus dedos se escabulleron de mis labios sellados.
No grité pero sí lo golpeé en el estómago.
—¡Tonto!
—Auu —se dobló un poco—. Solo quería darte esto.
Me tendió un rectángulo, no más largo que tres centímetros, y lo depositó en mi palma.
—¿Qué es esto?
La pequeña cosa tenía tapadera. La abrí e inmediatamente la reconocí: era una memoria USB, un pendrive.
—¿Y esto para qué? —pregunté viéndolo a los ojos. Lo único que deseaba hacer era huir a un lugar más público y salir de este baño, no me gustaba estar encerrada con Mason.
Esta era la última vez que le hacía un favor.
—Solo mira los archivos que guardé dentro, ¿sí?
Lo miré con curiosidad. ¿Qué clase de cosas guardaba para mí?
—Te dejo sola —dijo, y antes de que pudiera preguntarle más, salió.
Ufff, necesitaba echarme agua en la cara.
Este fue un día muy largo.
***
—Lamento que no pudieran encontrar al tipo que intentó molestar —le dije al tío Blaz, quien se miraba derrotado después de una hora de búsqueda.
—No, gracias a ti por avisar lo que viste. En esta familia no nos tomamos muy bien esos temas.
Sí, ya lo notaba.
Julia, que estaba a mi lado, intentó no echarse a reír nuevamente.
Lo codeé para que se tranquilizara y aun no mencionara nada del tema.
Al final de la noche me despedí de todos los que pude; y escuché palabras de varios que me catalogaron como la mejor de las novias que Mason había tenido.
La señora Henrietta me llamó aparte y me envolvió en sus brazos; ella tenía un particular olor a mandarina con fresas.
—Fue bueno verte, muñeca —dijo cuándo nos apartamos del apretado abrazo—, mañana regreso a mi último chequeo con el médico y espero verte por aquí a la hora de despedirme.
Asentí con la cabeza y le sonreí.
—Vendré la otra semana y lo primero que haré será celebrar que estoy fuera de peligro —continuó hablando con su cálida y suave voz—; espero verte también por aquí. Y trae a la guapa y comestible Julia.
—Claro que lo haré. Espero que los resultados salgan bien.
Sería difícil admitirle a ella que su hijo y yo ya no andábamos juntos desde que salimos de la secundaria, pero no sabía cómo decirle toda la verdad sin que pensara que yo era una cabeza hueca superficial y rompe corazones.
Tendría que inventar una buena excusa para cuando ella volviera permanentemente a la ciudad y notara que Mason y yo no estábamos realmente juntos.
—No te preocupes por eso; preocúpate más bien en no dejar ir a ese chica —por un momento pensé que ella me estaba leyendo el pensamiento, hasta que recordé que lo último que le dije fue acerca de sus resultados.
Fruncí el ceño momentáneamente.
—¿A Mason? Claro, haremos que funcione hasta donde se pueda —respondí sin ninguna emoción en mi voz.
Henrietta sacudió la cabeza.
—No hablo de mi hijo, me refiero a Julia. No la dejes escapar de tu vida, es una buena muchacha.
Pero… ¿cómo lo sabía? ¿Qué…?
—A ambas se les nota —respondió a mi pregunta no dicha en voz alta—, en ningún momento ella dejó de verte en cada movimiento que hacías, escuchó atentamente las palabras que decías durante la cena y no se perdió de ver cuando un mechón de cabello caía por tu rostro. Tienes a una chica muy devota por ti, muy enamorada.
Me ruboricé brevemente.
—Sí, yo como que también estoy enamorada de ella. Lo siento, por lo de Mason.
Ella sonrió tranquilizadoramente.
—No te preocupes, fue un increíble gesto el que tuviste de fingir que aun estás interesada en él por mi bien. No soy frágil Lena, pude haber soportado la noticia si me la hubieran dicho. Mason dejó escapar una valiosa oportunidad contigo; él se lo pierde.
No sabía muy bien qué decir.
Ella ahora lo sabía todo.
—Julia no es mi prima —le confesé tal vez la única cosa que no sabía.
—Bueno… eso hace más fáciles las cosas. Pensé que tendrían un enorme problema por delante, con eso que serían familia y… Pero si tienen el camino libre, ¿qué estás esperando para aprovecharte de ese bombón?
Me reí un poco alto.
—Realmente no lo sé.
***
Me pasé toda la noche sin poder dormir, pensando en Julia y en lo que le hizo a mi sistema nervioso en medio de la reunión familiar de Mason. Algo dentro de mí había colapsado y simplemente no podía apartar de la cabeza esa necesidad de querer verlo todo el tiempo, de querer pasar mis manos por su cuerpo y de lamer su cuello.
Tenía que controlarme o acabaría corriendo hasta su departamento para arrancarle la ropa y atarla a la pata de la cama para aprovecharme de él.
Finalmente logré conciliar el sueño y fui a la deriva entre pesadillas que incluían vampiros y trajes con estampados de cebra.
Me desperté a la mañana siguiente con un fuerte olor a rancio inundando mis fosas nasales; mi papá no sabía cocinar nada así que me sorprendió escucharlo mover unas cuantas ollas y calderos en la cocina.
Me levanté de mala gana, notando cómo el cielo se iba pintando de gris lentamente, y cómo caían unas cuantas gotas de lluvia que golpeaban entre las ventanas.
Aun en mi pijama me dirigí hacia la cocina para descubrir que no era realmente mi papá quien cocinaba, sino Susan.
Ella estaba de espaldas, removiendo lo que sea que provocaba ese olor asqueroso por toda la casa, y con su largo cabello negro agitándose gracias al aire que entraba por la única ventana abierta.
—Buenas días —dijo sin voltearse—, estoy preparando té y mi receta favorita de pasto ahumado con un toque de pimienta gruesa. Es buena para la digestión, ya sabes, con tu problema de colon irritable pensé que te caería bien.
¿Qué?
Moví mi cabeza en varias direcciones, tratando de comprender si era conmigo con quien hablaba.
Solo estábamos ella y yo.
—Anoche perdiste mucha energía —continuó hablando—, ¿quieres que te dé un baño con mis burbujas especiales? Cuando Lena se vaya podemos llenar la bañera con... —Entonces quedó repentinamente en silencio cuando se giró y me vio de pie con la cara completamente horrorizada.
Ella pensaba que era papá quien había entrado en la cocina y no yo, obviamente notó su error y rápidamente un rubor se extendió por su rostro así como se extendió por el mío al darme cuenta que ella estaba vestida únicamente con una camisa de él.
La luz natural que provenía de la ventana hacía prácticamente transparente el pedazo de tela que tenía puesto, y fue suficiente para notar que no traía nada de nada por debajo. Nada de ropa interior.
Incómodo.
Súper incómodo.
Asqueroso, ¡ella dormía con mi papá!
Claro que lo daba por sentado cuando hubo noches en las que se quedaba y preparaba el desayuno, pero en mi mente ellos simplemente no hacían ese tipo de cosas.
¿Qué sé yo? ¿Tal vez jugaban ajedrez o monopolio hasta las horas de la madrugada? Todo menos eso.
Realmente lo que menos quería pensar en ese momento era en mi papá y Susan con menos ropa de la que usualmente tenían puesta.
Asco.
—Oh, perdón. Pensé que era tu padre... —Susan quería meterse en un hoyo, lo sabía porque yo quería hacer lo mismo.
—Hice panqueques de banana deshidratada para ti y para mí —me pasó un plato lleno de ellos y me puso un poco de jalea de fresa a la par.
—Creo que ya no tengo hambre —admití viendo hacia el refrigerador en donde un imán de un trébol sostenía la acumulación de facturas del mes.
Me iba retirar para darnos algo de espacio a Susan y a mí, pero ella me detuvo del brazo.
—No te vayas todavía —me suplicó—, sé que esto es incómodo pero quiero darte algo que conseguí para ti. Espera solo un segundo, ya vuelvo.
La vi dirigirse hacia la sala, y empezó a rebuscar en su bolso hasta que sacó unos papeles y cargó con ellos en sus manos.
—Toma.
Puso los papeles frente a mí, junto con un sobre amarillo.
—¿Y esto para qué?
Susan volvió a su labor de cocinar aquello que provocaba un espantoso olor y me miró por sobre su hombro.
—Son los papeles que tienes que llenar para tu admisión a la universidad —respondió con una sonrisa amable.
Inmediatamente empecé a hojearlos y a tomar nota de lo que tendría que conseguir para realizar el proceso adecuadamente.
—Esa es una buena universidad, tienen un grandioso programa de artes por si todavía estás interesada en seguir ese curso —habló ella al ver que yo me quedé sin palabras.
—Con una licenciatura me basta —admití. Aunque últimamente estaba pensando bastante en unirme a escritura creativa… pero tal vez escribir no era lo mío. Puede que esta vez le dé una oportunidad, eso sorprendería mucho a Julia.
Y de repente, pensando en ella, una idea se vino a la mente: ¿Julia asistía a la universidad? Jamás me lo dijo, aunque tampoco le pregunté al respecto. Pero tendría que asistir ya que tenía veintitrés años de edad; al menos eso es lo que pensaba debería estar haciendo… o trabajando. Pero tampoco mencionó cuál era en sí su trabajo.
Habló acerca del dinero que le dejaron sus padres al morir, y de cómo ayudaba a la banda de Key, Ósmosis, a la hora de dirigir las presentaciones y pagarles. Ella nunca mencionó otro empleo aparte, como Key me había mencionado.
¿Y qué hay de la vez que dijo que iba a enseñarme su lugar de trabajo porque quería compartir un pedazo de su vida conmigo? Nunca me enseñó nada de eso.
Regresaba de nuevo a pensar en ella como ciento cincuenta misterios de Volkova, en donde apenas un diez por ciento del misterio se había resulto, ¿qué pasaba con el otro noventa?
Seguía escondiéndomelo.
—¿Lena? —me llamó Susan—, lamento que tuvieras que verme usando la camisa de tu padre. Sé que es molesto y que no debí hacerlo, pero olvidé que ahora trabajas y te levantas temprano. Lo siento. A veces trabajar con niños hace que me olvide de cómo tratar a los jóvenes.
—No te preocupes, más allá de lo incómodo no fue. Hace años me mentalicé a tener padres por separado. Sigue siendo nuevo para mí, pero creo que ambos se merecen rehacer sus vidas en otro lado.
—Es muy maduro de tu parte —dijo ella mientras preparaba más pasto para el desayuno de papá.
Tenía que salir rápido de allí antes que me desmayara por el olor. Esto bien podía competir con el hedor de Steve el zorrillo.
Me dirigía a mi habitación cuando recordé algunos de los eventos de la otra noche. Me detuve y giré para preguntarle a Susan:
—Oye, ¿por casualidad tienes una computadora portátil?
Ella asintió y me indicó que buscara en su maletín, a la par del bolso.
Cargando los papeles de la universidad, me movilicé hacia la sala y tomé el maletín que Susan me indicó.
La única computadora a la que tenía acceso era a la que estaba en casa de mamá, en donde ella buscaba material para su papel de psíquica y el calendario mensual de bomberos en ropa interior; y no era una portátil sino más bien un computador de escritorio.
Papá veía innecesario el uso de uno así que él no tenía.
Me escabullí a mi habitación y allí conectaría la memoria USB que me había dado Mason.
No entendía por qué me la dio, pero si me pidió que revisara los archivos, pues los revisaría.
El fondo de pantalla que tenía Susan era de una rana descansando en una hoja.
Inserté el pendrive en uno de los accesos, e inmediatamente las palmas de las manos comenzaron a sudarme por la anticipación.
Algo raro estaba ocurriendo, ya no quería revisar lo que había dentro porque en cierta parte temía encontrarme con algo desagradable. Pero mi curiosidad pudo más y di click sobre la única carpeta de archivos que tenía la memoria.
Había alrededor de otros diez archivos dentro, y uno, el primero, era un video.
Opté por verlo, y comenzó a reproducirse en pantalla completa.
La cámara mostraba el dormitorio de Marie, más específicamente su cama con sábanas grises.
En los primeros cinco segundos no ocurría nada, hasta que finalmente Marie apareció en escena: ella estaba riendo histéricamente, y salió corriendo hasta la cama, saltando sobre el colchón e invitando a alguien para que le hiciera compañía.
Entonces Julia se acercó hacia ella y la tomó de la cintura para bajarla y soltarla en el suelo.
Ella le dio un enorme y duradero beso antes de que comenzara a quitarle la camiseta; claramente podía escuchar los gemidos de placer de Marie cuando Julia le besaba la clavícula y seguía un camino de besos por sus senos.
Me sentí enferma del estómago repentinamente.
Quería parar de ver porque sabía lo que seguiría después y no era algo que querría presenciar; pero mi morbosa curiosidad me mantenía firme y con los ojos abiertos.
Marie logró quitar la camisa de Julia sin ningún problema, y comenzó a lamer los tatuajes de su hombro. Los sonidos se volvían cada vez más fuertes y tuve que bajar una barra completa del volumen.
Vi la forma tan salvaje en la que Julia quitaba el sostén de mi prima y cómo… su boca llenaba cada trozo de piel que tenía al alcance.
Tal vez era un video de cuando ellos andaban juntos, pero dolía como nadie tenía idea.
Finalmente ambos quedaron desnudos y la siguiente cosa que quedó por hacer fue meterse en la cama.
Julia bajó con cuidado a Marie y tomó posición entre sus piernas, y antes de dejar que el video avanzara, llevándose lo poco de aire que quedaba en mí, puse pausa en el momento justo cuando la cámara captaba la espalda de Julia, en dónde en uno de sus tatuajes (el que estaba en su espalda baja) se leía claramente: Marie.
Parte II
Aprendiendo a ODIAR a la idiota.
“Si no te apartas lo suficiente de mí, entonces prometo que haré hasta lo imposible para que llegues a odiarme y así aprendas a mantener la distancia.”
Entre vampiros, entre lunáticos.
—Este es mi prima, Julia.
A la abuela de Mason se le desencajó la mandíbula al verlo. Y no solo a ella, también a la señora Henrietta, la madre de mi ahora novio falso.
Al parecer la cena fue hecha con la intensión de convertirse en una reunión familiar. Llegamos justo a tiempo para verlos sentados alrededor de una gigantesca mesa de madera que ubicaron bajo carpas al aire libre.
Todo el lugar estaba iluminado por antorchas y luces de navidad.
No sabía que Mason pudiera tener tantas primas, pero todas se encontraban babeando y dándole miradas no tan discretas a mi novia... eh, prima.
Sabía que sería una terrible cosa llevar a Julia y presentarla como mi prima, pero para empezar, fue su idea, no la mía.
Mason pegó el grito al cielo cuando nos vio llegar juntos. Julia lo amenazó con partirle la nariz si no dejaba que ella estuviera presente en cada cosa que hiciéramos.
Finalmente (y bajo serias amenazas más) Mason cedió y lo dejó quedarse.
La señora Henrietta inmediatamente se puso de pie cuando hice mi llegada, y me saludó con dos besos en ambas mejillas.
—¡Mi querida niña! —habló en mi oído mientras me envolvía en un fuerte abrazo—. Pero qué bueno verte nuevamente. La última vez que te vi estabas de este tamaño —Ella puso una mano sobre su hombro y comparó esa altura con mi estatura actual—. Y siempre tan bonita e interesada en mi Mason.
Jaló el brazo de Mason y lo pegó a mi costado.
Tuve que mostrarle una de mis sonrisas falsas para enmascarar la repulsión que me daba estar con él. Aún no había olvidado lo que hizo con Marie el muy sinvergüenza.
—Completamente enamorada como la primera vez —aseguró Mason pasando su brazo sobre mis hombros—. ¿Te acuerdas cuando nos conocimos? Yo estaba en el taller mecánico con papá y tú venías agarrando la falda de tu madre mientras ella entraba a su oficina para que le repararan una llanta.
Volví a darle otra sonrisa tensa y falsa, él presionó su agarre aún más fuerte sobre mi piel.
—Eras la niña más bella que haya visto —continuó diciendo—, tenías los ojos tan verde- grises y tan inusuales que caí enamorado desde esa vez.
Escuché a varias chicas suspirar y tuve que resistir la tentación de rodarle los ojos.
Sí claro, enamorado y acostándose con Marie para "obtener experiencia".
Volví a sonreír falsamente.
—Por cierto, no sabía que tenías primas tan hermosas como ella —me dijo la señora Henrietta, intentando coquetear con Julia—. Pero mira cuánto músculo bien formado. ¿Te gustaría posar desnuda para mí?
Me atraganté con mi propia saliva. La mamá de Mason era una artista y constantemente hacía esculturas en piedra para donarlas a plazas locales; no era sorpresa alguna que ella siempre trabajaba con desnudos, lo que sí era una sorpresa fue que se lo pidiera tan descaradamente a Julia.
—¡Mamá! —regañó Mason— ¿Podrías no hacer esto ahora?
—Oh, no es ningún problema —respondió Julia—, la cuestión es que tengo una novia muy celosa y no creo que le gustaría que alguien más, aparte de ella, me viera desnuda.
Lo miré de reojo.
Ella estaba de lo más divertido con esto.
—Pero ella no tiene por qué saberlo —le murmuró la señora Henrietta—. Además, si yo fuera ella, sería todo un honor poder ver el cuerpo de mi novia inmortalizado en piedra.
—No la conoce, probablemente me patearía en las partes privadas. Es un poco agresiva, siempre está golpeándome en el hombro u obligándome a conseguirle barras de chocolate blanco a las tres de la madrugada —la mentira salía con facilidad de los labios de Julia. ¡No era justo! Se estaba pintando como víctima—, y si no se lo llevo a tiempo, ella se enoja mucho… —tembló ligeramente.
¿Qué rayos…?
Disimuladamente acerqué mi pie al de Julia y le di una patadita en la espinilla para que se detuviera.
—Oh, pobre muchacha —la madre de Mason le hizo pucheros y lo tomó del brazo—, ¿quieres algo de té helado y comida hogareña para sentirte de buen humor?
Julia asintió, modesta, humilde.
¡¿A qué estás jugando, Julia Volkova?!
La madre de Mason salió disparada hacia la comida dispuesta a lo largo de la mesa de madera y empezó a rellenar un plato con todo lo que miraba a su alrededor.
Me separé de Mason y miré fijamente a Julia.
—Julia, ¿qué piensas que estás haciendo? —dije entre dientes.
Se encogió de hombros.
—Me estoy metiendo en el papel. Así tal vez alguien se trague esa mentira de que ambos están saliendo.
—Es cierto —estuvo de acuerdo Mason—, Anna tienes que ser más cariñosa conmigo.
—Oye, cuidado con lo que dices —espetó Julia.
—Solo digo que quizás podríamos tomarnos de la mano, o yo puedo darte un beso ocasional…
—Si veo que le pones una mano a Lena, en donde sea, te voy a patear hasta que veas doble. También será mejor que mantengas tu sucia boca lejos de los labios de mi chica.
—Enferma —murmuró Mason.
Tuve que ponerme en medio de los dos para que no se fueran a agarrar a golpes.
—Suficiente. Si siguen así, la situación se va a descontrolar —los miré a ambos a los ojos—. Tienen que comportarse, de ahora en adelante, si están a punto de perder los estribos por lo que diga o haga el otro, dirán una palabra de seguridad.
—Mmm… me gusta eso —mencionó Julia—, ¿qué tal si usamos la de esta tarde?
Abrí la boca y luego la cerré.
—¿De qué hablas? No hemos usado ninguna palabra de seguridad…
—Claro, tienes razón. Se me olvidaba que fuimos directo al grano y me pediste que te esposara contra la cabecera de la cama.
Mason gruñó.
Por mi rostro reptó el calor y la vergüenza.
¿Cómo se atrevía a decir eso frente a Mason? Lo que es, por cierto, una gran mentira.
—Deja de mentir —lo regañé. Me iba a volver una novia golpeadora si él continuaba provocándome de esta manera.
—¿Cuál es la palabra de seguridad? —dijo Mason, enojado y apretando su mandíbula con vigor.
—¿Qué tal: vampiro? —sugirió Julia. Entonces dirigió sus ojos azules-grises s a los míos y me guiñó el ojo, recordando tan bien como yo cuando su sobrina creyó que jugábamos a los vampiros, aunque en realidad ella estaba aniquilando mis nervios con sus pequeñas provocaciones a mi cuello.
—Bien —accedió Mason de mala gana—, vampiro, vampiro, vampiro.
Resoplé.
—Mase, no se supone que comiences a decirlo sino hasta que lo necesites. Cuando estés a punto de estallar.
—Oh, créeme Lena, lo necesito.
Él y Julia comenzaron a retarse con la mirada.
Rodé los ojos.
Hombre y mujer ambos posesivos. Tenían la estúpida necesidad de marcar territorio en cada poste de luz o hidrante que hubiera en su camino.
—¡Chicos, siéntese a comer antes de que se enfríe! —nos llamó la señora Henrietta.
Los tres avanzamos, y en el camino saludé a algunas de las primas de Mason que fueron compañeras mías en el colegio o durante la escuela.
El papá de Mason me reconoció con un asentimiento de cabeza y le sonreí a cambio. Él era bastante callado y tranquilo, quien hablaba más en la relación era su esposa. Ella recientemente se había ido de viaje por un largo tiempo, la trataron en algunos hospitales extranjeros debido a que fue una luchadora contra el cáncer de mama. Perdió un seno pero tiene una bien hecha cirugía que hace prácticamente imposible dejar ver la batalla con la que tuvo que tratar.
Parte de mi decisión de aceptar fingir las cosas con Mason fue por ella; porque sabía que no tendría las fuerzas para decirle que entre su hijo y yo las cosas no funcionaban. Pero eventualmente tendría que soltarle todo.
Debido a la quimioterapia que recibió, su cabello fue cayendo, provocando que el uso de pelucas fuera necesario. Ahora lucía una de color rubio, totalmente opuesto a su color natural que era tan parecido al de Mason.
Ella palmeó el asiento vacío a su lado y llamó a Julia para que sentara allí. Yo tomé el asiento a la par de Julia y Mason ahuyentó a su primo para sentarse junto a mí.
—Toma, querida —dijo ella pasándole un enorme plato de comida que contenía desde costillas de cerdo hasta bistec con papas y una selección de vegetales y comida digna para un carnívoro de primera categoría—, para que olvides a esa posesiva novia tuya.
—Usted si sabe cómo complacer —dijo Julia llevándose a las manos el primer trozo de carne jugosa que seguidamente metió en su boca—, delicioso.
Volví a rodar los ojos.
Parte de su labio inferior se llenó con salsa barbacoa, e inmediatamente más de cinco manos con servilletas quisieron limpiarlo.
Ella los rechazó amablemente y se quitó el exceso de salsa ella misma.
Mason también me pasó un plato y comenzamos a comer, olvidando momentáneamente la pelea de hace minutos atrás.
Julia involucraba a toda la familia de Mason a su plática, ella era el centro de atención y a nadie parecía molestarle… bueno, tal vez a Mason. Pero definitivamente Julia tenía comiendo de la palma de su mano a todos.
Ahora quería ser yo la posesiva cada vez que las tías, primas (e incluso la abuela de Mason) coqueteaban descaradamente con mi novia. Si no se detenían tendría que usar la palabra de seguridad rápidamente.
—Escuché que te despidieron del restaurante —mencionó Mason—. Lo lamento. Creo que en parte es mi culpa.
—La culpa fue de Marie —dije tranquilamente y en voz baja—, ¿la recuerdas? La chica con la que te acostaste en más de una ocasión y luego viniste arrepentido a mis brazos diciendo que querías recuperarme.
Él resopló y se echó para atrás en su asiento.
—Lena, si de culpables hablamos, por qué no mejor señalas a tu propia novia —respondió igual de bajo—, ¿cómo puedes perdonarle a ella una indiscreción mayor que la mía?
Iba a murmurar mi respuesta pero una mano que subió lentamente por mi pierna me detuvo.
Tragué saliva y miré disimuladamente a Julia. Ella seguía tranquilamente platicando con la señora Henrietta y con la familia a su alrededor.
—Mejor sigo comiendo —dije débilmente y acerqué una gran cucharada de puré de papas a mi plato.
Mason puso mala cara ante mi intento de cambiar de tema, y continuó devorando su comida.
—No puedo creerlo —musitó enfadado. Lo ignoré porque la insistente mano de Julia estaba subiendo demasiado arriba.
Tenía miedo que alguien la fuera a ver. ¡Se suponía que era mi prima! Se mirará tan mal si descubrieran cómo jugaba con la sensible piel de mi muslo.
Intenté apartar su mano, alejando mi pierna. Pero ella me sostuvo en mi lugar y continuó torturándome.
Le lancé miradas de reojo solo para encontrarla tranquila e imperturbable mientras llevaba a cabo una plática.
Me llevé a la boca un poco de puré y casi me atraganto al sentir sus dedos traviesos tocar el encaje de mi ropa interior.
Con un dedo estiró el elástico de mis bragas, y segundos después lo soltó para que regresara a su lugar haciendo que me sobresaltara cuando chocó contra mi piel.
¡Vampiro, vampiro, vampiro, vampiro!
A este paso me iba a quemar el rostro. Estaba demasiado acalorada como para pensar con claridad.
Aún tenía la cuchara con puré en mi boca, la retiré antes que alguien notara mi comportamiento extraño.
No había pasado ni un minuto cuando Julia volvió a repetir la misma acción, pero esta vez se demoró más tiempo desviando sus dedos por entre mis piernas.
Mierda.
Arrugué la servilleta de papel que tenía en la mano y doblé mis dedos hasta que mis nudillos se volvieron blancos.
—¿Te ocurre algo? —preguntó Mason al notar que me estaba apoyando contra la mesa, respirando como si hubiera corrido una maratón.
Intenté hablar pero simplemente las palabras no salieron de mi boca.
Negué con la cabeza, llevando mi temblorosa mano hacia un trozo de carne servido en mi plato, pretendiendo como si la mano de Julia no estuviera en medio de mis piernas, tocando más allá de lo que alguna vez le permití a alguien tocar.
Julia seguía con la exploración y yo tuve que morderme el labio con fuerza cuando sus dedos tocaron más y más piel.
Finalmente encontré mi voz para hablar en dirección a su oído:
—Julia… es mejor… antes que todos… porque… —balbuceaba sin poder formar oraciones completas— no quiero que… yo… yo…
Lo escuché soltar una risita y dejó su mano quieta por un momento.
Entonces volvió a atacar con fuerza.
Salté de mi asiento y al instante sentí su mano deslizarse fuera.
—¡Vampiro! —grité de manera desquiciada y cargada de adrenalina.
Todos los ojos se posaron en mí.
Mason me miró sospechosamente.
—¿Vampiro? —pronunció Henrietta, viendo en todas direcciones, como si de hecho estuviera buscando alguno—, ¿dónde?
Esperaba que más de una persona se riera pero todos me miraban, serios, incluso con un poco de temor.
—Eh… olvídenlo. Yo… solo… Tengo que ir al baño.
Intenté abrirme espacio entre la silla de Mason y la mía, pero él no quería cooperar.
—¿Viste un vampiro? —preguntó un chico desgarbado que en su plato tenía únicamente sobras y huesos de pollo.
Me giré en su dirección y negué con la cabeza.
—No, no es eso. Lo que pasa…
—El tío Blaz una vez vio una de esas criaturas —susurró una señora entrada en edad. Creo que era una de las tías de Mason. Ella señaló en dirección a un tipo con cabello negro que ocupaba la silla de enfrente—. Tuvieron que llevarlo a un psicólogo para tratar de tranquilizarlo y hacer que hablara nuevamente.
—¿Qué fue exactamente lo que viste? —preguntó el que creía era el tío Blaz.
—Yo… —tragué saliva. Miré a Mason para que me ayudara a inventar una buena excusa pero él no miraba en mi dirección, en su lugar, estaba enfocado en su teléfono—. Estoy segura de que era alguien intentando hacerles una broma.
Me mordí el labio.
Yo era pésima inventando excusas. ¿Por qué Julia tenía que hacerme eso justo en medio de una reunión familiar?
Vaya, hubiera aceptado que lo hiciera en su departamento… hasta en el baño, o al menos en un lugar con cuatro paredes y cero audiencia (no le pedía mucho a la vida). Pero no, ella elegía este momento para sacarme de mis cabales.
—¿Piensas que era alguien disfrazado? —volvió a hablar Blaz, noté irónicamente que él sí que parecía tener nombre de vampiro… hasta tenía la pinta de uno—. ¿Estás segura de lo que viste?
Increíble. Hablaban de este tema con una seriedad…
—Umm, sí.
—Bien. Tengo un arma cargada en mi maletero —gritó esta vez para todos—, ¿quién viene conmigo para atrapar a ese hijo de puta que nos quiere jugar una broma?
—¡Vamos a darle una lección! —gritó alguien.
Varios gritaron de regreso, en aprobación.
Entonces unos cinco hombres se levantaron de la mesa, y gruñendo se movilizaron por todo el patio trasero, rebuscando entre los arbustos por alguien que no existía.
—Todavía estoy sensible por lo que me pasó hace semanas como para que un cabrón venga y quiera asustarme —murmuró Blaz, su voz quebrándose en las últimas palabras—, pero esta vez estoy armado, ¿oíste? Esta vez no estoy solo…
Las voces de los hombres se perdieron cuando giraron en una esquina y se apresuraron hacia sus vehículos.
Bueeeeno, pobre de aquel que decidiera aparecerse por sorpresa frente a ellos.
Me sentía culpable por si algo llegara a pasarle.
Le lancé una sucia mirada a Julia y a Mason por no ayudarme, pero el primero estaba haciendo el mayor intento de su vida por no echarse al suelo y reír hasta llorar; y el segundo finalmente dejó su celular para prestarme atención.
—¿Dijiste que querías ir al baño? —preguntó ¡¿dónde estuvo su mente en los pasados cinco minutos, cuando lo necesitaba?! —Bien, vamos. Te enseñaré dónde es.
No sabría decir si realmente escuché o me imaginé a Julia reír como si le estuviera dando un ataque de asma. Pero me movilicé, le di una palmada en la cabeza y seguí a Mason hasta el interior de la casa.
Entramos por la cocina y luego pasamos la sala familiar; cruzamos un pasillo con vista a un hermoso y bien cuidado jardín, y finalmente Mason se detuvo en la penúltima puerta haciéndome un gesto con la mano para que entrara.
El baño tenía un tamaño ideal, no muy grande ni muy pequeño.
Toda la habitación estaba pintada de azul, y tenía unas baldosas en color gris que contrastaba perfectamente con el resto del baño.
Iba a cerrar la puerta, cuando, Mason se apresuró a entrar detrás de mí y terminó cerrando en mi lugar.
No entendía qué estaba haciendo y sentí un breve momento de pánico.
¿Qué me iba a hacer aquí en el baño?
¿Tal vez regañarme por jugar con los nervios de su tío?
—Mason… lárgate antes de que comience a gritar —lo amenacé.
Él me tomó del brazo y me empujó contra su pecho.
Estaba llenando mis pulmones de aire para así poder chillar con fuerza, pero su enorme mano tapó mi boca en un segundo y me pegó contra una pared.
Ahora sí empezó el miedo a circular por mis venas.
—No te vayas a asustar —me dijo—, no pienso hacerte nada. Sólo quería hablarte por un momento sin que la gorila que tienes por novia amenace con desfigurarme. Quiero darte algo.
Él registró los bolsillos delanteros de su pantalón, y sacó una pequeña cosa blanca que encerró en su mano.
—Voy a quitar mi mano de tu boca… pero no vayas a gritar. Te repito: no quiero hacerte daño.
Lentamente, uno a uno, sus dedos se escabulleron de mis labios sellados.
No grité pero sí lo golpeé en el estómago.
—¡Tonto!
—Auu —se dobló un poco—. Solo quería darte esto.
Me tendió un rectángulo, no más largo que tres centímetros, y lo depositó en mi palma.
—¿Qué es esto?
La pequeña cosa tenía tapadera. La abrí e inmediatamente la reconocí: era una memoria USB, un pendrive.
—¿Y esto para qué? —pregunté viéndolo a los ojos. Lo único que deseaba hacer era huir a un lugar más público y salir de este baño, no me gustaba estar encerrada con Mason.
Esta era la última vez que le hacía un favor.
—Solo mira los archivos que guardé dentro, ¿sí?
Lo miré con curiosidad. ¿Qué clase de cosas guardaba para mí?
—Te dejo sola —dijo, y antes de que pudiera preguntarle más, salió.
Ufff, necesitaba echarme agua en la cara.
Este fue un día muy largo.
***
—Lamento que no pudieran encontrar al tipo que intentó molestar —le dije al tío Blaz, quien se miraba derrotado después de una hora de búsqueda.
—No, gracias a ti por avisar lo que viste. En esta familia no nos tomamos muy bien esos temas.
Sí, ya lo notaba.
Julia, que estaba a mi lado, intentó no echarse a reír nuevamente.
Lo codeé para que se tranquilizara y aun no mencionara nada del tema.
Al final de la noche me despedí de todos los que pude; y escuché palabras de varios que me catalogaron como la mejor de las novias que Mason había tenido.
La señora Henrietta me llamó aparte y me envolvió en sus brazos; ella tenía un particular olor a mandarina con fresas.
—Fue bueno verte, muñeca —dijo cuándo nos apartamos del apretado abrazo—, mañana regreso a mi último chequeo con el médico y espero verte por aquí a la hora de despedirme.
Asentí con la cabeza y le sonreí.
—Vendré la otra semana y lo primero que haré será celebrar que estoy fuera de peligro —continuó hablando con su cálida y suave voz—; espero verte también por aquí. Y trae a la guapa y comestible Julia.
—Claro que lo haré. Espero que los resultados salgan bien.
Sería difícil admitirle a ella que su hijo y yo ya no andábamos juntos desde que salimos de la secundaria, pero no sabía cómo decirle toda la verdad sin que pensara que yo era una cabeza hueca superficial y rompe corazones.
Tendría que inventar una buena excusa para cuando ella volviera permanentemente a la ciudad y notara que Mason y yo no estábamos realmente juntos.
—No te preocupes por eso; preocúpate más bien en no dejar ir a ese chica —por un momento pensé que ella me estaba leyendo el pensamiento, hasta que recordé que lo último que le dije fue acerca de sus resultados.
Fruncí el ceño momentáneamente.
—¿A Mason? Claro, haremos que funcione hasta donde se pueda —respondí sin ninguna emoción en mi voz.
Henrietta sacudió la cabeza.
—No hablo de mi hijo, me refiero a Julia. No la dejes escapar de tu vida, es una buena muchacha.
Pero… ¿cómo lo sabía? ¿Qué…?
—A ambas se les nota —respondió a mi pregunta no dicha en voz alta—, en ningún momento ella dejó de verte en cada movimiento que hacías, escuchó atentamente las palabras que decías durante la cena y no se perdió de ver cuando un mechón de cabello caía por tu rostro. Tienes a una chica muy devota por ti, muy enamorada.
Me ruboricé brevemente.
—Sí, yo como que también estoy enamorada de ella. Lo siento, por lo de Mason.
Ella sonrió tranquilizadoramente.
—No te preocupes, fue un increíble gesto el que tuviste de fingir que aun estás interesada en él por mi bien. No soy frágil Lena, pude haber soportado la noticia si me la hubieran dicho. Mason dejó escapar una valiosa oportunidad contigo; él se lo pierde.
No sabía muy bien qué decir.
Ella ahora lo sabía todo.
—Julia no es mi prima —le confesé tal vez la única cosa que no sabía.
—Bueno… eso hace más fáciles las cosas. Pensé que tendrían un enorme problema por delante, con eso que serían familia y… Pero si tienen el camino libre, ¿qué estás esperando para aprovecharte de ese bombón?
Me reí un poco alto.
—Realmente no lo sé.
***
Me pasé toda la noche sin poder dormir, pensando en Julia y en lo que le hizo a mi sistema nervioso en medio de la reunión familiar de Mason. Algo dentro de mí había colapsado y simplemente no podía apartar de la cabeza esa necesidad de querer verlo todo el tiempo, de querer pasar mis manos por su cuerpo y de lamer su cuello.
Tenía que controlarme o acabaría corriendo hasta su departamento para arrancarle la ropa y atarla a la pata de la cama para aprovecharme de él.
Finalmente logré conciliar el sueño y fui a la deriva entre pesadillas que incluían vampiros y trajes con estampados de cebra.
Me desperté a la mañana siguiente con un fuerte olor a rancio inundando mis fosas nasales; mi papá no sabía cocinar nada así que me sorprendió escucharlo mover unas cuantas ollas y calderos en la cocina.
Me levanté de mala gana, notando cómo el cielo se iba pintando de gris lentamente, y cómo caían unas cuantas gotas de lluvia que golpeaban entre las ventanas.
Aun en mi pijama me dirigí hacia la cocina para descubrir que no era realmente mi papá quien cocinaba, sino Susan.
Ella estaba de espaldas, removiendo lo que sea que provocaba ese olor asqueroso por toda la casa, y con su largo cabello negro agitándose gracias al aire que entraba por la única ventana abierta.
—Buenas días —dijo sin voltearse—, estoy preparando té y mi receta favorita de pasto ahumado con un toque de pimienta gruesa. Es buena para la digestión, ya sabes, con tu problema de colon irritable pensé que te caería bien.
¿Qué?
Moví mi cabeza en varias direcciones, tratando de comprender si era conmigo con quien hablaba.
Solo estábamos ella y yo.
—Anoche perdiste mucha energía —continuó hablando—, ¿quieres que te dé un baño con mis burbujas especiales? Cuando Lena se vaya podemos llenar la bañera con... —Entonces quedó repentinamente en silencio cuando se giró y me vio de pie con la cara completamente horrorizada.
Ella pensaba que era papá quien había entrado en la cocina y no yo, obviamente notó su error y rápidamente un rubor se extendió por su rostro así como se extendió por el mío al darme cuenta que ella estaba vestida únicamente con una camisa de él.
La luz natural que provenía de la ventana hacía prácticamente transparente el pedazo de tela que tenía puesto, y fue suficiente para notar que no traía nada de nada por debajo. Nada de ropa interior.
Incómodo.
Súper incómodo.
Asqueroso, ¡ella dormía con mi papá!
Claro que lo daba por sentado cuando hubo noches en las que se quedaba y preparaba el desayuno, pero en mi mente ellos simplemente no hacían ese tipo de cosas.
¿Qué sé yo? ¿Tal vez jugaban ajedrez o monopolio hasta las horas de la madrugada? Todo menos eso.
Realmente lo que menos quería pensar en ese momento era en mi papá y Susan con menos ropa de la que usualmente tenían puesta.
Asco.
—Oh, perdón. Pensé que era tu padre... —Susan quería meterse en un hoyo, lo sabía porque yo quería hacer lo mismo.
—Hice panqueques de banana deshidratada para ti y para mí —me pasó un plato lleno de ellos y me puso un poco de jalea de fresa a la par.
—Creo que ya no tengo hambre —admití viendo hacia el refrigerador en donde un imán de un trébol sostenía la acumulación de facturas del mes.
Me iba retirar para darnos algo de espacio a Susan y a mí, pero ella me detuvo del brazo.
—No te vayas todavía —me suplicó—, sé que esto es incómodo pero quiero darte algo que conseguí para ti. Espera solo un segundo, ya vuelvo.
La vi dirigirse hacia la sala, y empezó a rebuscar en su bolso hasta que sacó unos papeles y cargó con ellos en sus manos.
—Toma.
Puso los papeles frente a mí, junto con un sobre amarillo.
—¿Y esto para qué?
Susan volvió a su labor de cocinar aquello que provocaba un espantoso olor y me miró por sobre su hombro.
—Son los papeles que tienes que llenar para tu admisión a la universidad —respondió con una sonrisa amable.
Inmediatamente empecé a hojearlos y a tomar nota de lo que tendría que conseguir para realizar el proceso adecuadamente.
—Esa es una buena universidad, tienen un grandioso programa de artes por si todavía estás interesada en seguir ese curso —habló ella al ver que yo me quedé sin palabras.
—Con una licenciatura me basta —admití. Aunque últimamente estaba pensando bastante en unirme a escritura creativa… pero tal vez escribir no era lo mío. Puede que esta vez le dé una oportunidad, eso sorprendería mucho a Julia.
Y de repente, pensando en ella, una idea se vino a la mente: ¿Julia asistía a la universidad? Jamás me lo dijo, aunque tampoco le pregunté al respecto. Pero tendría que asistir ya que tenía veintitrés años de edad; al menos eso es lo que pensaba debería estar haciendo… o trabajando. Pero tampoco mencionó cuál era en sí su trabajo.
Habló acerca del dinero que le dejaron sus padres al morir, y de cómo ayudaba a la banda de Key, Ósmosis, a la hora de dirigir las presentaciones y pagarles. Ella nunca mencionó otro empleo aparte, como Key me había mencionado.
¿Y qué hay de la vez que dijo que iba a enseñarme su lugar de trabajo porque quería compartir un pedazo de su vida conmigo? Nunca me enseñó nada de eso.
Regresaba de nuevo a pensar en ella como ciento cincuenta misterios de Volkova, en donde apenas un diez por ciento del misterio se había resulto, ¿qué pasaba con el otro noventa?
Seguía escondiéndomelo.
—¿Lena? —me llamó Susan—, lamento que tuvieras que verme usando la camisa de tu padre. Sé que es molesto y que no debí hacerlo, pero olvidé que ahora trabajas y te levantas temprano. Lo siento. A veces trabajar con niños hace que me olvide de cómo tratar a los jóvenes.
—No te preocupes, más allá de lo incómodo no fue. Hace años me mentalicé a tener padres por separado. Sigue siendo nuevo para mí, pero creo que ambos se merecen rehacer sus vidas en otro lado.
—Es muy maduro de tu parte —dijo ella mientras preparaba más pasto para el desayuno de papá.
Tenía que salir rápido de allí antes que me desmayara por el olor. Esto bien podía competir con el hedor de Steve el zorrillo.
Me dirigía a mi habitación cuando recordé algunos de los eventos de la otra noche. Me detuve y giré para preguntarle a Susan:
—Oye, ¿por casualidad tienes una computadora portátil?
Ella asintió y me indicó que buscara en su maletín, a la par del bolso.
Cargando los papeles de la universidad, me movilicé hacia la sala y tomé el maletín que Susan me indicó.
La única computadora a la que tenía acceso era a la que estaba en casa de mamá, en donde ella buscaba material para su papel de psíquica y el calendario mensual de bomberos en ropa interior; y no era una portátil sino más bien un computador de escritorio.
Papá veía innecesario el uso de uno así que él no tenía.
Me escabullí a mi habitación y allí conectaría la memoria USB que me había dado Mason.
No entendía por qué me la dio, pero si me pidió que revisara los archivos, pues los revisaría.
El fondo de pantalla que tenía Susan era de una rana descansando en una hoja.
Inserté el pendrive en uno de los accesos, e inmediatamente las palmas de las manos comenzaron a sudarme por la anticipación.
Algo raro estaba ocurriendo, ya no quería revisar lo que había dentro porque en cierta parte temía encontrarme con algo desagradable. Pero mi curiosidad pudo más y di click sobre la única carpeta de archivos que tenía la memoria.
Había alrededor de otros diez archivos dentro, y uno, el primero, era un video.
Opté por verlo, y comenzó a reproducirse en pantalla completa.
La cámara mostraba el dormitorio de Marie, más específicamente su cama con sábanas grises.
En los primeros cinco segundos no ocurría nada, hasta que finalmente Marie apareció en escena: ella estaba riendo histéricamente, y salió corriendo hasta la cama, saltando sobre el colchón e invitando a alguien para que le hiciera compañía.
Entonces Julia se acercó hacia ella y la tomó de la cintura para bajarla y soltarla en el suelo.
Ella le dio un enorme y duradero beso antes de que comenzara a quitarle la camiseta; claramente podía escuchar los gemidos de placer de Marie cuando Julia le besaba la clavícula y seguía un camino de besos por sus senos.
Me sentí enferma del estómago repentinamente.
Quería parar de ver porque sabía lo que seguiría después y no era algo que querría presenciar; pero mi morbosa curiosidad me mantenía firme y con los ojos abiertos.
Marie logró quitar la camisa de Julia sin ningún problema, y comenzó a lamer los tatuajes de su hombro. Los sonidos se volvían cada vez más fuertes y tuve que bajar una barra completa del volumen.
Vi la forma tan salvaje en la que Julia quitaba el sostén de mi prima y cómo… su boca llenaba cada trozo de piel que tenía al alcance.
Tal vez era un video de cuando ellos andaban juntos, pero dolía como nadie tenía idea.
Finalmente ambos quedaron desnudos y la siguiente cosa que quedó por hacer fue meterse en la cama.
Julia bajó con cuidado a Marie y tomó posición entre sus piernas, y antes de dejar que el video avanzara, llevándose lo poco de aire que quedaba en mí, puse pausa en el momento justo cuando la cámara captaba la espalda de Julia, en dónde en uno de sus tatuajes (el que estaba en su espalda baja) se leía claramente: Marie.
Parte II
Aprendiendo a ODIAR a la idiota.
“Si no te apartas lo suficiente de mí, entonces prometo que haré hasta lo imposible para que llegues a odiarme y así aprendas a mantener la distancia.”
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Re: PROHIBIDO ENAMORARSE DE JULIA VOLKOVA // LIA BELIKOV
Capítulo 20
Y aún así te encanto
No quería saber de ella por el resto de mi vida.
La detestaba.
No, ¡la odiaba!
¿Cómo pudo hacerme esto?
Traté de mantener la calma mientras caminaba en medio de la acera, estaba trastornada y furiosa luego de ver ese video.
¡La odiaba con todo mi ser!
Lo único que quería hacer era meterme en mi cama y llorar viendo alguna comedia romántica que presentaba bonitas y sencillas relaciones. ¿Por qué no podía tener algo como eso?
Todo en mi vida era complicado; desde mis padres hasta mi familia completa. Desde mi relación con Julia, hasta mi relación con Mason. ¡Incluso mis trabajos no podían ser monótonos y normales!
Apreté el paso mientras caminaba, tenía sólo una misión en mente en estos momentos antes de dirigirme hacia el trabajo.
El cielo gris de esta mañana le había dado paso a la lluvia y ahora pequeñas gotitas mojaban mi rostro.
Me sentía dolida y extremadamente vulnerable. Pero pensaba solucionar eso en ese mismo instante.
Cuando llegué hacia mi objetivo, me detuve y golpeé la puerta con un poco más de fuerza de la que se necesitaba.
No esperaba que una atractiva chica rubia me abriera, y mucho menos esperaba verla en diminutos shorts y camisas que dejaban ver su marcado escote.
—Eh, hola —saludé incómodamente—, ¿se encuentra...?
—Ya sé quién eres —interrumpió chica rubia—. Entra, yo lo llamo.
Mis manos picaban y se sacudían levemente, mi furia había alcanzado niveles máximos en esos momentos.
Me dirigí a la sala, y me paseé en la alfombra peluda de color borgoña que hacía juego con los muebles blancos de tamaño familiar.
Al poco tiempo, un chico con apariencia de recién levantado se unió conmigo en la sala.
Me lancé contra su pecho y lo golpeé en el hombro.
—Aauuu... duele. ¿Qué te pasa? —dijo sobándose el brazo.
Lo volví a golpear, duro.
—¡Eres el idiota más grande que he conocido en la vida! —le grité—, no quiero que vuelvas a verme jamás. No quiero que me llames o me escribas o hagas el intento de volver a ponerme en tu camino.
—Lena... oye, ¿qué?
Comencé a rebuscar en mi bolso hasta dar con la memoria USB de color blanco y se la lancé en la cabeza. Ojala el pendrive se hubiera convertido en una roca y no que fuera una simple pieza de plástico, pero a veces los "ojala" no se volvían realidad tan fácilmente.
—Eres un morboso —le dije, pronunciando lentamente cada palabra—. No vuelvas a buscarme ni a pedirme que te haga favores nunca más.
Mason dio un paso hacia mí y tomó el pendrive del suelo.
—Entonces eso significa que viste el video —dijo tranquilamente. No estaba sorprendido por mi reacción, parecía que se la esperaba.
—Sí, idiota. También vi las fotos.
En la carpeta, además del video, también había fotos de Marie con Julia juntos, riéndose y besándose. Pero por el peinado que llevaba Julia sabía que eran de hace mucho, mucho tiempo atrás.
—Solo no entiendo una cosa —dije—, ¿qué ganabas enseñándome eso? ¿Querías herirme? ¿Querías que llorara y sufriera por ver a Julia con Marie? ¿Qué querías? ¿Dañarme? —una lágrima se escapó por mi ojo y me la restregué antes de que llegara a mi barbilla—. Pues felicidades, lo lograste. Eres un imbécil, Mason.
Iba a retirarme y largarme para siempre de su vida, pero me agarró del brazo y me jaló a su lado.
—Lo siento Lena. Yo... Sólo quería que vieras en lo que te estás metiendo. Es un recordatorio para que sepas que ellos dos tenían una fuerte relación y en cualquier momento pueden regresar y lastimarte.
—¿Más de lo que tú me has lastimado? No lo creo. Explícame algo, ¿cómo ese video fue a caer en tus manos?
Mason se tensó e hizo el intento de alejarse de mí, pero lo retuve por el brazo.
—Dime —le exigí.
Él suspiró fuertemente y cepilló su cabello con una mano.
—Tu prima no es exactamente una genio de las contraseñas —dijo resoplando—, "pelirroja" no es clave más segura para una computadora si eres, de hecho, pelirroja. Un día me puse a curiosear en sus archivos y no podía pasar desapercibida la carpeta que decía JULIA. Sólo tomé ciertas cosas por si acaso te estaba costando entender que lo tuyo con esa tipa es temporal, y fueras a olvidarte.
Eso me puso furiosa. ¿Quién se creía que era?
—Lo que pase entre Julia y yo no es de tu incumbencia. ¿Sabes? En cierto modo me costó darme cuenta que ella, al igual que todos, tuvo un pasado. Uno que aunque me duela, solo fue una mancha en su historial. Así como tú eres la mancha en el mío.
Mason apretó la mandíbula y noté cómo los nudillos en sus manos se volvían blancos de tanto presionar sus puños cerrados.
—Y dime otra cosa —dije— ¿cómo pudiste saber que ibas a necesitar enseñarme esos videos acerca de Julia cuando en la temporada en la que salías con Marie ni siquiera yo lo conocía? A menos que aún te sigas viendo con ella. ¿Continúas haciéndolo? ¿Continúas viendo a mi prima?
—No, Lena. No continúo viéndola. Pero necesitaba que dejaras de engañarte con esa tipa; deja de llenarte la cabeza con ideas de que salir con ella es lo correcto.
—No, Mason. Tú deja de darme ideas que son innecesarias... —Repentinamente me tomó de las caderas y me empujó hacia la pared detrás de mí. No fue un toque para nada amable o gentil, fue brusco y salvaje, nada que ver con su estilo.
Lentamente algo en su mirada fue cambiando, volviéndose oscuro y tormentoso.
Se acercó a mi oído para hablar:
—Vi lo que ella te estaba haciendo en la cena de anoche —él continuaba tomándome de las caderas y presionando mi espalda contra la pared—. Dejaste que tranquilamente metiera su mano bajo tu falda, cuando a mí jamás me dejaste llegar a ponerte un dedo encima.
Me tensé automáticamente.
No podía creer que él hubiera visto a Julia... que él lo supiera todo el tiempo. No solo era vergonzoso, sino que era horroroso.
—No tenías por qué ver eso —tragué saliva y me relamí los labios, deseaba que dejara de agarrarme de esa manera. Este no se parecía en nada al buen Mason que creí conocer. Intenté deslizarme de sus brazos pero eso solo logró que él me presionara con más fuerza.
—¿Qué tal ahora? ¿Estarías dispuesta a dejar que hiciera lo mismo que él? ¿Me dejarías?
Pegó su frente contra la mía y sentí a sus manos moverse más abajo de mis caderas.
Mi cuerpo entró en pánico.
No conocía este nuevo lado de él.
—Quita tus manos de encima —lo amenacé moviéndome aún más para intentar apartarlo.
Sentí sus dedos abriéndose paso por las orillas de mi pantalón, y lo tomé de la muñeca antes de que avanzara más lejos.
—Suéltame o comienzo a gritar. No vas a querer que haga eso en tu propia casa, con tu madre y tu familia escuchando —lo amenacé.
Pensé que mi amenaza lo asustaría pero eso ni siquiera lo inmutó.
—Pues más te vale ser silenciosa —dijo, en un movimiento rápido pegó sus caderas contra las mías y solté un chillido horrorizado.
No tuve tiempo de reaccionar cuando la boca de Mason se estampó contra mis labios en un beso para nada amable y cariñoso.
Podía sentir cómo el bulto en sus pantalones iba en aumento y presionaba de forma desagradable.
Lo empujé con mis brazos pero él no se movía, su lengua entró de manera invasiva en mi boca mientras yo continuaba forcejeando por soltarme. En medio de nuestra lucha, logré morderle la lengua y hacer que retrocediera lo suficiente como para dejar de besarme.
—¡Suéltame, tú, loco asqueroso! —grité lo más fuerte que pude.
Estaba asustada y frenética. De alguna manera pensé que él podría llegar a esto cuando veía la desesperación por besarme y tocarme mientras salíamos juntos en el colegio, por eso lo había dejado, porque temía que fuera a convertirse en algo más por su forma tan desordenada al tocarme. No era en lo absoluto amable.
Pero era una estúpida por ofrecerme a hacerle favores una vez más, era un tonta.
¿Cómo pude llegar a pensar que alguna vez fue atractivo? Lo único que podía ver ahora era lo que intentaba hacerme, y en la clase de persona que lo convertía eso.
—Sólo te estoy pidiendo lo que te negaste a darme durante mucho tiempo —dijo él logrando capturar mis manos y llevarlas detrás de mi espalda para retenerme.
La preocupación estalló en olas dentro de mi cuerpo.
Sus labios nuevamente chocaron con los míos, y esta vez sus manos sostenían en un agarre firme a mis brazos.
Grité en medio del beso pero apenas y se escuchaba.
Mientras intentaba removerme o morder de nuevo su lengua, el chasquido de un arma, a poca distancia de la cabeza de Mason, logró sacarlo de su concentrada urgencia.
El tío Blaz se encontraba justo frente a nosotros, apuntando a Mason con su pistola y viéndolo despectivamente. Jamás estuve tan agradecida de volver a verlo.
—Así no se trata a una señorita—dijo—, si ella te dijo que la sueltes, tendrías que haberla soltado. Ahora, hijo, retrocede y deja en paz a la damisela.
Mason aflojó su agarre a mis brazos y retrocedió dos pasos para darme espacio y así poder huir de donde me tenía atrapada.
Mis ojos estaban intentando contener las lágrimas pero era difícil cuando mi cuerpo temblaba levemente.
—Lo siento mucho, Lena —dijo Mason. Ni siquiera quise verlo a los ojos.
—No me vuelvas a hablar en toda tu vida —le dije mientras sujetaba con fuerza mi bolso y hacía mi camino por la salida.
Me detuve únicamente para darle una mirada de agradecimiento al tío Blaz.
Antes de poder escapar del todo, la señora Henrietta se presentó en la sala y, al ver la escena que acababa de ocurrir, pegó un grito agudo.
—¡Blaz! ¿Qué estás haciendo?
Él aun tenía la pistola sobre la cabeza de Mason, y había hecho que levantara ambas manos en donde las pudiera ver.
—Lo siento hermanita, pero tenemos un pequeño degenerado en la familia —señaló a Mason, y él a su vez me vio de forma arrepentida a mí.
Su madre amplió mucho los ojos y la boca al verme, las lágrimas corrían libremente por mi rostro ahora, y me sentía pequeña como un ratón cobarde.
—Oh... Lena... —dijo ella, acercándose a mí para darme un apretado abrazo—. No puedo creer esto...
No quería estar ni un solo minuto más en esa casa.
Me salí del abrazo de Henrietta y le sonreí tristemente.
—Espero que todo salga bien hoy. No creo que pase más tarde por aquí como prometí —dije simplemente.
Ella asintió con la cabeza y, dándole un último abrazo, me escabullí hacia la puerta principal y prácticamente corrí todo mi camino hacia la librería.
Odiaba a Mason con todas mis fuerzas. Lo odiaba.
¡Pero quién me mandaba a ser tan tonta y confiar en él!
Ya no quería caer en los engaños de la gente, nunca más.
***
En la librería, aparte de Shio, Mindy y Romeo (en serio, ese era su nombre real), trabajaban dos chicos más. Uno de ellos se encargaba del área de bodega y el otro era tan tímido que aun no hablaba directamente conmigo. Pero era bastante bueno con los clientes, se conocía todos los tomos y las fechas de publicación de varios libros. No era muy apuesto pero se desenvolvía muy bien al brindar ayuda y al comentar acerca de temas como Harry Potter, la Saga de Canción de Hielo y Fuego, y su favorito: J.R.R. Tolkien.
Aunque el negocio de las librerías se estuviera viendo afectado por la compra en internet y los e-books, aquí siempre se mantenían a flote gracias a esas personas que encontraban confortable el sostener el libro y pasar sus dedos por las hojas reales y no por una pantalla.
Hoy el negocio estaba lleno, sin embargo, y no solo la sección de novelas estaba siendo invadida sino también la del área de cocina y la de arquitectura.
Mindy se encontraba como siempre detrás del recibidor, con goma de mascar en su boca, ojeando una revista de accesorios para boas.
—Encargué una tortuga de la tienda de mascotas —dijo ella mientras Shio y yo nos pusimos a su lado a la hora del almuerzo, cuando la librería comenzó finalmente a vaciarse y Laura nos permitió un descanso de media hora—. Su nombre será Pedro. Solo espero que Rody no se lo coma así como hizo con Lucius, mi hámster.
Shio rodó los ojos y dio una gran mordida a su sándwich de pollo.
Nos habíamos ido a almorzar a la cafetería que quedaba justo a la par de la librería; tenían un bonito estilo contemporáneo y preparaban los mejores sándwiches que haya comido. Las papas saladas me recordaron dolorosamente que tenía los labios partidos, y eso solo me trajo de vuelta a la situación con Mason esa mañana.
No estaba con ánimos de platicar, me sentía apagada y la pasé de mal humor básicamente todo el día.
Todavía seguía confundida por el video (que no vi completo para evitarme posibles traumas cerebrales) y por todo lo que vino después con Mason. Si lo conocía lo suficientemente bien, sabía que él estaría buscándome para tratar de disculparse; sólo que esta vez no quería verlo… ni hoy ni nunca.
—!Santa madre perla! ¡Pero qué hermoso espécimen! —gritó Shio viendo por sobre mi hombro.
Mindy levantó también la vista y se limitó simplemente a observar en silencio.
Me giré en mi asiento, buscando a quien ellas veían, y mis ojos se detuvieron de inmediato en la chica de camiseta oscura, caminando como si se creyera el centro del universo, avanzando por toda la acera con sus piernas largas y su cabello despeinado.
Tragué saliva y me hundí en mi asiento.
Esa era Julia, definitivamente hermosa como sólo ella podía serlo, con su actitud arrogante de querer comerse al mundo.
Pero justo en esos momentos no quería verla… ella podía leerme muy fácilmente cuando se lo proponía, y no estaba de ánimos para contarle lo del video… lo de Mason… ¡Oh, lo de Mason! Seguro que si le digo, va a salir corriendo para matarlo.
Quería paz por unos segundos.
—Oh, chica guapo está entrando en la librería —anunció Shio agarrando el hombro de Mindy quien continuaba callada observándolo todo.
Aproveché a echar un vistazo a mis espaldas y vi cuando Julia entraba al local y se perdía en el interior.
Al menos no se había dado cuenta de que lo estaba observando desde la cafetería. Pero sabía que eso no iba a durar para siempre, ella podría preguntar por mí y le dirían en dónde estaba.
Inmediatamente me puse de pie.
—¿A dónde vas? —me preguntó Shio.
—Al baño. Ya regreso.
—Ok, no te tardes. Quiero ver qué libro va a llevarse la dueña de ese perfecto trasero.
Me ruboricé, estando completamente de acuerdo con Shio en eso, ella tenía buen trasero... la cámara no miente. Así como Marie no mintió cuando me contó lo de su nombre tatuado en la espalda de Julia.
Dolía recordarlo.
Prácticamente salí corriendo en dirección al baño y, una vez dentro, me salpiqué la cara con agua.
Ya habíamos tenido esta plática con Julia; ella tenía un pasado que incluyó a mi prima, ya no puede cambiar esos hechos... solo puede pensar en el ahora, conmigo. Eso no significaba que no me dolía, porque, vaya que dolía como si me estuvieran clavando una daga en el pecho, una y otra vez. Con lentitud y precisión. Pero tenía que entenderlo, tenía que hablar del tema con él, no podía evadirlo y esconderme en casa de mi padre para siempre (así como había hecho la semana pasada).
De repente, sentí mi celular vibrar desde el bolsillo trasero de mis jeans.
Lo saqué con una mano y vi el nombre de Julia en la pantalla (como si mis pensamientos, de alguna manera, la hubieran estado llamando). Ella nos había tomado una foto, con su celular, en donde yo estaba besando su mejilla mientras ella sonreía todo radiante y bien compuesto. Julia había puesto la imagen en mi teléfono para que apareciera cada vez que me llamaba, y lo tenía como fondo de pantalla también.
Era adorable.
Si entrecerrabas los ojos podías ver que el efecto Bambi cubría mi cabeza como un aura mientras la miraba embobada y casi al punto de formar un río con mi saliva.
A estas alturas seguramente Julia ya estaba adentro de la cafetería, buscándome como loca.
Mi teléfono continuó vibrando y luego empezó a sonar con la canción que había elegido para ella: "Dangerous and Sweet" de Lenka.
Contesté su llamada.
—¿Aló?
—Lena, ¿dónde estás? Fui a la librería y me dijeron que te encontrabas en la cafetería de la par.
—Sí, allí estoy —respondí mientras miraba mi reflejo en el espejo. Hoy había puesto mi cabello pelirrojo en una cola alta, lo revolví en un intento de hacerlo parecer más interesante, y terminé por dejármelo suelto. A Julia le gustaba cuando lo llevaba así.
—No, no estás aquí. Yo sí que lo estoy y hay una chica de cabello morado que acaba de susurrarme que me veo completamente violable. ¿Debo preocuparme, nena?
Eché mi cabeza hacia atrás mientras reía, y por un momento olvidé todo el asunto del video. Esta era Julia, el que inconsciente (o conscientemente) pasaba recordándome las razones de por qué la amaba tanto. De por qué era fácil de amar. Mi humor mejoró considerablemente desde que salí de casa de Mason, y eso que sólo había escuchado su voz.
—Esa debe ser Mindy —le dije—, mi compañera de trabajo; aunque me esperaba esa actitud de Shio, no de ella.
—Repito: ¿debo preocuparme?
—No, son inofensivas. Estoy en el baño, ya vuelvo a la mesa. Hazme un favor, siéntate con ellas. Creo ambas estaban hiperventilando por conocerte.
—De acuerdo —respondió de mala gana. Me recordaba a una niña pequeña.
—Bien, ya salgo.
Colgué, y arreglé un poco mi camiseta, haciendo todo lo posible por verme más presentable.
Cuando llegué a la mesa donde estaban las chicas, Julia las tenía embobadas.
Shio sonreía como si ella fuera su sueño favorito hecho realidad.
A pesar del poco tiempo que tenía de trabajar con ellas, fue fácil amoldarse a su estilo y a su particular sentido del humor.
—¿Entonces, cuál es tu nombre completo? —alcancé a escuchar la pregunta de Shio— porque tienes un aire como Elian Gallardo.
—¿Quién es Elian Gallardo? —susurró Mindy. Aun no despegaba la vista de Julia.
—Oh, sólo el hombre más bello y delicioso sobre la faz de la tierra. Tienes que googlearlo, es simplemente maravilloso.
—Mi nombre es Julia —dijo. Entonces alzó los ojos al verme llegar.
—Justo como iba a nombrar a mi tortuga —habló Mindy, siempre con esa voz de tener sueño que la caracterizaba.
—Mira, Lena —dijo Shio extendiendo su brazo para señalar hacia Julia— ella es Julia. Dijo que entró en la librería porque tuvo una revelación.
Fruncí el ceño.
¿Una revelación? ¿Qué?
—Me acaba de confesar que anoche soñó que conocería a la mujer más bella y graciosa si se pasaba a esta hora, por este lugar.
—Ajá —dije cruzándome de brazos. Julia me compartió una sonrisa cómplice mientras Shio seguía relatando lo que ella le dijo.
Eso me hacía preguntarme, ¿cuánto tiempo estuve en ese baño? Para que Julia pudiera soltarle todo ese cuento a Shio debió tomarle unos buenos quince minutos.
—Sí —habló ella— soñé que una hermosa chica de ojos verde-grises caía en mi regazo.
Yo aún continuaba de pie, me alejé un poco, sólo en caso de que a Julia se le ocurriera lanzarme sobre sus piernas.
Elevó una ceja cuando vio que me sentaba al lado de Shio, frente a ella.
—¡Lena, tú tienes los ojos verde-grises! ¿Será ella la de tu sueño? —le preguntó ella a Julia.
—Mmm… la de mi sueño tenía unos labios con un sabor bastante peculiar. ¿Puedo…? —se estiró sobre la mesa y, en un rápido movimiento, me tomó de la barbilla llevando sus labios contra los míos.
Se retiró un poco, pero no soltó su mano de mi mentón.
—Aun no estoy segura… —musitó. Entonces de nuevo volvió a pegar su boca con la mía.
Apuesto a que estábamos haciendo todo un espectáculo para Shio y Mindy.
Para finalizar con su acto, Julia relamió mis labios, haciendo que las pequeñas e imperceptibles heridas que tenía me escocieran un poco.
—Definitivamente tienes que ser ella —dijo ella finalmente retirando el contacto con mi piel.
En serio, estaba a punto de subirme a esta mesa y gatear para sentarme en sus piernas.
—¿Puede ser mi turno ahora, por favor? —susurró Shio, sus ojos hacían una cosa graciosa de parpadear diez veces por segundo.
Mindy se quedó en shock.
—Después de ella sigo yo —murmuró.
Julia solamente se rió por lo bajo.
—Lo siento. Ya estoy apartada y mi novia es bastante celosa y posesiva—ella miró mi plato lleno de papas. Frunció el ceño por un momento y luego comenzó a comérselas. Esta vez no le discutí porque yo ya no las quería.
—¿Tienes novia? Pero si besaste a lena… —Shio hizo un puchero—. Ocurre algo raro aquí. ¿lena, tú ya lo conocías?
Asentí con la cabeza.
A ella se le ampliaron los ojos, pude ver cómo su mente trabajaba con una idea.
—¡Ella es tu novia! ¿O me equivoco?
—No, no te equivocas. Ella es mi chica —respondió ella encogiéndose de hombros.
—No puedo creerlo. Wow. ¿Dónde consigo uno igual a ti?
—Ya no se fabrican más como yo… aunque deberían.
Lo pateé por debajo de la mesa y le vocalicé la palabra: PRESUMIDA.
Ella me dio una sonrisa ladeada y vocalizó de regreso: Y-AÚN-ASÍ-TE-ENCANTO.
Me guiñó un ojo y continuó devorando mis papas.
Era cierto, aún así la amaba. Era imposible no hacerlo.
Quien llega a conocer a Julia Volkova tiende a enamorarse de ella, y eso no era del todo positivo cuando considerabas que su novia anterior todavía seguía enamorada.
***
Esa misma noche, cuando finalmente terminó mi jornada laboral, Nastya me había dejado un mensaje de voz en donde me pedía que nos reuniéramos más tarde.
Me sentía algo cansada y lo único que quería hacer era fundirme en mi cama, llorar, y sentirme patética conmigo misma. Pero cada vez que cerraba los ojos y, sin importar cuán duro los presionara, no podía apartar de mi mente la imagen de Julia tomando en brazos a Marie, desnudándola, besando su piel... sus labios, depositándola sobre la cama con una urgencia, como si se estuviera ahogando y necesitara de ella para respirar. Luego ver su tatuaje, y por último tener que saber que harían lo demás que implicaba tener relaciones sexuales.
Dolía y me abría una nueva herida en el pecho cada vez que dejaba llevar mi mente por ese camino.
Amaba a Julia y eso solo hacía el dolor aún más fuerte. La decepción se enterraba profundamente hasta tocar mis huesos y carcomerme.
Me regañé mentalmente por ser tan masoquista y pensar en cosas del pasado. Ella me había dicho, hace no mucho tiempo atrás, que consideraba a Marie únicamente como un cuerpo caliente con quien pasar la noche, pero la frase perdía su efecto cuando pensaba en el estúpido tatuaje grabado en su espalda. Ella no me podía negar que no sentía nada cuando se lo hizo. No te pasabas horas soportando a alguien perforando tu piel solo para después decir que no tenía ninguna importancia o significado.
¿Julia se lo había hecho porque desarrolló sentimientos por Marie, o existía otra razón?
No quería pensar en nada de eso, solo quería hacer de cuenta que este día jamás pasó. Era por eso que, en lugar de salir con Nastya, ella estaría viniendo conmigo para tener una larga noche solo de chicas. Necesitaba la distracción a como diera lugar.
Cuando finalmente llegué a casa, Susan estaba preparando la cena para papá y para mí.
Tendría la suerte de probar algo llamado "berenjena escalfada al horno", una receta de cocina que Susan se moría por hacer desde hace semanas cuando la vio en Top Chef (o al menos eso decía ella).
Mientras comíamos en un agradable silencio, Susan sacó de su bolso una carpeta de colores que contenía un sinfín de papeles rayados con dibujos y líneas estropeadas.
Los puso en la mesa y los comenzó a hojear, enseñándonos algunos.
—Esta mañana puse a los niños a hacer un ejercicio de arte —dijo ella a modo de explicación—. Se supone que debo calificar al mejor con cinco estrellas, pero soy tan blandengue que les doy las cinco estrellas a todos.
Sonreí un poco al recordar cuando, en segundo grado, ella nos sentaba en mesitas de grupo y trabajábamos haciendo dibujos que, en ese tiempo, considerábamos elaborados y que luego llevábamos a casa para presumir. Mis padres solían pegar mis múltiples garabatos de conejos y ratones abstractos en la nevera de la cocina; después comíamos helado y pasábamos las tardes viendo telenovelas (a las que mamá aún era adicta) y ese sería un día grandioso para mi impresionable y conformista mente de niña pequeña.
¿Cómo era que se complicaron tanto las cosas?
Ufff, desearía que todo fuera como antes, cuando la mayor catástrofe en ese entonces era que los niños nos contagiaran sus piojos o la peste. O en mi caso, cuando Rafael Enrique salía con Mariana Josefina, sin saber que ella era en realidad la gemela malvada, Hilda Graciela (fue un shock difícil de superar, especialmente cuando tenía apenas ocho años de edad).
Tanto pensar en hermanos gemelos malvados me hizo preguntarme si Julia no tendría una; tal vez sea su gemela la que tenía el tatuaje en la espalda… o alguna otra chica que se pareciera bastante a Julia. Pero eso era imposible, por no decir fantasioso. El video era claro: esa que se acostaba con mi prima, que tenía su nombre tatuado en la piel, era Julia.
No dejaba de repetirme una y otra vez la misma pregunta:
¿Y si el pasado de Julia era demasiado fuerte como para soportarlo?
¿Qué haría entonces? ¿Dejarla?
Ese simple pensamiento hizo doler mi corazón.
—¿Lena? —Esa era Susan, no dudaba que estuviera llamando mi nombre en más de una ocasión con esta—, ¿crees que puedes ayudarme?
Regresé del sitio oscuro y sombrío al que estaba dirigiendo mis pensamientos.
—¿Ayudarte con qué? —Revolví la berenjena en mi plato y me llevé un poco a la boca.
—Ayudarme a calificar los dibujos de mis alumnos. Tengo una asistente, Jade, que generalmente lo hace, pero ella está de viaje con su familia. ¿Podrías ayudarme tú? No te tomará mucho tiempo, lo prometo.
Le sonreí, imaginando qué clase de dibujos harían, y asentí con la cabeza.
—De acuerdo —dije y tomé uno de la pila de dibujos que ella tenía a su lado.
Este era uno de un chico de cabello azul tomado de la mano con una chica de cabello verde, un corazón deforme los rodeaba y otros más pequeños flotaban entre los dos. Le pintó un vestido rosado a ella, y él llevaba una corbata celeste que hacía juego con sus zapatos. El dibujo estaba pintado fuera de los márgenes pero se miraba adorable como para una criatura de cuatro años.
En lo más bajo de la hoja estaba puesta la firma de la niña que lo hizo. Se leía: Jade Allisen.
Sonreí traviesamente y se lo enseñé a Susan.
—¿Quién es Jade Allisen? Al parecer está enamorada de cierto niño del aula, creo que debes tener más cuidado, podrías estar a punto de presenciar un romance en clase de primaria —dije bromeando.
Susan soltó una risita loca y luego se detuvo.
—Jade es mi asistente, no es una de mis alumnas, ella tiene la misma edad que tú —volvió a lanzar otra risita y esta vez me reí con ella.
Menuda asistente la que tenía.
Estuvimos riendo y viendo más dibujos de montañas y casitas (esta vez sí eran dibujos de los niños), cuando el timbre de la puerta sonó.
—Esa debe ser Nastya—dije—. Ella pasará aquí la noche, espero que eso no sea un problema.
—No, para nada —respondió Susan—. Tengo comida de sobra, invítala a pasar.
Me levanté de mi asiento y corrí hacia la puerta justo cuando tocaban otra vez.
Abrí mientras dejaba salir una sonrisa fácil de mi rostro, pero no era Nastya quien estaba de pie frente a mí, era Julia.
Mi corazón comenzó a correr frenético.
—¿Qué haces aquí? —pregunté.
—¿Ni siquiera me vas a saludar primero? —dijo ella con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón—, estoy necesitado de afecto. Me has tenido descuidada todo el día. ¿Estás bien, nena?
Dio un paso hacia mí y rodeó mi cintura con sus manos, cuando vio que no protestaba, primero buscó mis ojos y después pegó sus labios contra los míos.
No lo voy a negar, fue un delicioso beso para provenir de una bastarda con el nombre de su ex novia tatuado en la espalda.
Cuando ella rompió el beso, acurruqué mi cabeza contra su pecho y respiré hondo.
Ahh, esto era vida. El olor y el calor de Julia se sentían como un pedacito de cielo… o una muy fina y cara colonia para hombre.
—Lena —susurró él mientras yo seguía olisqueando su pecho como un sabueso que olfatea droga desde diez metros de distancia—, soy completamente tuyo para que me huelas todo lo que quieras, pero ahora en verdad necesito saber por qué has estado actuando raro toda la mañana.
Me tensé automáticamente.
Este día había sido uno de los peores. Empezando por ver ese perturbador video y descubrir que Julia tenía tatuado el nombre de Marie, hasta... Mason y su arranque extraño de intentar forzarme a algo que no quería.
Después de la visita de Julia me había sentido mucho mejor, pero mi humor fue en picada cada vez que recordaba lo que había visto en ese video.
¿Qué clase de persona morbosa, además de Marie, grababa sus encuentros sexuales y los ordenaba en carpetas?
Julia había notado rápidamente que actué de forma extraña para encubrirlo, pero me sentía como un ratón cobarde cuando trataba de sacar a colación lo del tatuaje.
Tal vez no debería darle mucha importancia a algo que ya pasó o estaba lejos de mi control.
—Nena, ¿qué sucede? —tomó mi barbilla con sus dedos, y la alzó para que mis ojos encontraran a los suyos.
Puse un poco de distancia entre Julia y yo para que las hormonas Bambi despejaran mi cabeza. Me solté de su agarre, tragué duro y dije:
—Sé de tu tatuaje.
Listo. Tenía que preguntarle. Nada de rodeos.
—¿De mi tatuaje? ¿Cuál de todos?
—El que dice Marie en letra cursiva.
Se le abrieron los ojos en reconocimiento, y su postura decayó un poco.
—¿Cómo lo sabes? —resopló— Marie te lo dijo, ¿cierto?
—Sí... y también lo vi con mis propios ojos.
—¿Por eso estabas así de rara todo el día? —se acercó lentamente hacia mí pero yo retrocedí de su toque.
—Dime una cosa —le dije—, si yo tuviera un tatuaje escondido en un parte privada de mi cuerpo, con el nombre de alguno de mis ex, ¿estarías tranquila cuando te enteraras?
Ella pasó una mano por su rostro, maldijo por lo bajo y apretó su mandíbula con vigor.
—Estaría furiosa con el desgraciado, probablemente mandaría a que te hicieran cirugía láser para removerte el nombre del cabrón.
Me mordí el labio.
—Es exactamente lo mismo que yo estoy sintiendo.
—Lo siento nena. Yo también desearía para ti a alguien mejor que yo, pero es realmente difícil cuando soy la egoísta que soy y me niego a dejarte ir a pesar de que siempre lo arruino todo, aunque no sea mi intención hacerlo, aunque te cause dolor.
Sus ojos se nublaron por un momento pero regresaron a su verde natural al siguiente segundo.
—No lo voy a negar —continuó— porque sí, tenía un tatuaje que dice Marie. Y sí, hubo un tiempo en que la amé y tuve sentimientos por ella… pero es cosa del pasado. Es algo que dejé atrás. No soy perfecta, lena, cometo errores y meto la pata más veces de las que quisiera y ese tatuaje es prueba de lo humano que soy.
Mis propios ojos comenzaban a nublarse ahora, ¿ella la amó? ¿Cómo pudo haberlo hecho en tan poco tiempo?
—¿Si es cosa del pasado, por qué aun lo conservas?
—¿Qué? —preguntó atónito—, ¿qué te hace creer que aún lo tengo?
—¡Por favor, Julia! No lo niegues, la semana pasada todavía podía ver un parte cada vez que se te subía la camiseta.
Estaba gritando ahora. Frenética era mejor que llorosa o mocosa.
En medio de mi furia, ella hizo algo que me molestó aún más: ¡Julia se estaba riendo!
Arrrgg.
—¿Entonces has estado observándome? —preguntó divertido.
—¿Qué…? —mi voz sonaba desconcertada.
—¿Qué parte “observas” más? —dijo haciendo énfasis en o-b-s-e-r-v-a-r.
—¡No intentes cambiar de tema…!
—No lo hago. Es más, te permitiré que esta noche observes todo lo que quieras —me tomó de la mano y comenzó a dirigirse dentro de la casa, llevándome a su paso.
La detuve antes de que cruzara el comedor y papá fuera a verlo.
—¿Qué haces? —le susurré. Clavé mis pies en el suelo para intentar detenerlo pero ella solo se impulsaba hacia adelante sin parar.
—Voy a demostrar que te equivocas, de la mejor manera posible para que me creas de una vez por todas: sin nada de ropa.
Y aún así te encanto
No quería saber de ella por el resto de mi vida.
La detestaba.
No, ¡la odiaba!
¿Cómo pudo hacerme esto?
Traté de mantener la calma mientras caminaba en medio de la acera, estaba trastornada y furiosa luego de ver ese video.
¡La odiaba con todo mi ser!
Lo único que quería hacer era meterme en mi cama y llorar viendo alguna comedia romántica que presentaba bonitas y sencillas relaciones. ¿Por qué no podía tener algo como eso?
Todo en mi vida era complicado; desde mis padres hasta mi familia completa. Desde mi relación con Julia, hasta mi relación con Mason. ¡Incluso mis trabajos no podían ser monótonos y normales!
Apreté el paso mientras caminaba, tenía sólo una misión en mente en estos momentos antes de dirigirme hacia el trabajo.
El cielo gris de esta mañana le había dado paso a la lluvia y ahora pequeñas gotitas mojaban mi rostro.
Me sentía dolida y extremadamente vulnerable. Pero pensaba solucionar eso en ese mismo instante.
Cuando llegué hacia mi objetivo, me detuve y golpeé la puerta con un poco más de fuerza de la que se necesitaba.
No esperaba que una atractiva chica rubia me abriera, y mucho menos esperaba verla en diminutos shorts y camisas que dejaban ver su marcado escote.
—Eh, hola —saludé incómodamente—, ¿se encuentra...?
—Ya sé quién eres —interrumpió chica rubia—. Entra, yo lo llamo.
Mis manos picaban y se sacudían levemente, mi furia había alcanzado niveles máximos en esos momentos.
Me dirigí a la sala, y me paseé en la alfombra peluda de color borgoña que hacía juego con los muebles blancos de tamaño familiar.
Al poco tiempo, un chico con apariencia de recién levantado se unió conmigo en la sala.
Me lancé contra su pecho y lo golpeé en el hombro.
—Aauuu... duele. ¿Qué te pasa? —dijo sobándose el brazo.
Lo volví a golpear, duro.
—¡Eres el idiota más grande que he conocido en la vida! —le grité—, no quiero que vuelvas a verme jamás. No quiero que me llames o me escribas o hagas el intento de volver a ponerme en tu camino.
—Lena... oye, ¿qué?
Comencé a rebuscar en mi bolso hasta dar con la memoria USB de color blanco y se la lancé en la cabeza. Ojala el pendrive se hubiera convertido en una roca y no que fuera una simple pieza de plástico, pero a veces los "ojala" no se volvían realidad tan fácilmente.
—Eres un morboso —le dije, pronunciando lentamente cada palabra—. No vuelvas a buscarme ni a pedirme que te haga favores nunca más.
Mason dio un paso hacia mí y tomó el pendrive del suelo.
—Entonces eso significa que viste el video —dijo tranquilamente. No estaba sorprendido por mi reacción, parecía que se la esperaba.
—Sí, idiota. También vi las fotos.
En la carpeta, además del video, también había fotos de Marie con Julia juntos, riéndose y besándose. Pero por el peinado que llevaba Julia sabía que eran de hace mucho, mucho tiempo atrás.
—Solo no entiendo una cosa —dije—, ¿qué ganabas enseñándome eso? ¿Querías herirme? ¿Querías que llorara y sufriera por ver a Julia con Marie? ¿Qué querías? ¿Dañarme? —una lágrima se escapó por mi ojo y me la restregué antes de que llegara a mi barbilla—. Pues felicidades, lo lograste. Eres un imbécil, Mason.
Iba a retirarme y largarme para siempre de su vida, pero me agarró del brazo y me jaló a su lado.
—Lo siento Lena. Yo... Sólo quería que vieras en lo que te estás metiendo. Es un recordatorio para que sepas que ellos dos tenían una fuerte relación y en cualquier momento pueden regresar y lastimarte.
—¿Más de lo que tú me has lastimado? No lo creo. Explícame algo, ¿cómo ese video fue a caer en tus manos?
Mason se tensó e hizo el intento de alejarse de mí, pero lo retuve por el brazo.
—Dime —le exigí.
Él suspiró fuertemente y cepilló su cabello con una mano.
—Tu prima no es exactamente una genio de las contraseñas —dijo resoplando—, "pelirroja" no es clave más segura para una computadora si eres, de hecho, pelirroja. Un día me puse a curiosear en sus archivos y no podía pasar desapercibida la carpeta que decía JULIA. Sólo tomé ciertas cosas por si acaso te estaba costando entender que lo tuyo con esa tipa es temporal, y fueras a olvidarte.
Eso me puso furiosa. ¿Quién se creía que era?
—Lo que pase entre Julia y yo no es de tu incumbencia. ¿Sabes? En cierto modo me costó darme cuenta que ella, al igual que todos, tuvo un pasado. Uno que aunque me duela, solo fue una mancha en su historial. Así como tú eres la mancha en el mío.
Mason apretó la mandíbula y noté cómo los nudillos en sus manos se volvían blancos de tanto presionar sus puños cerrados.
—Y dime otra cosa —dije— ¿cómo pudiste saber que ibas a necesitar enseñarme esos videos acerca de Julia cuando en la temporada en la que salías con Marie ni siquiera yo lo conocía? A menos que aún te sigas viendo con ella. ¿Continúas haciéndolo? ¿Continúas viendo a mi prima?
—No, Lena. No continúo viéndola. Pero necesitaba que dejaras de engañarte con esa tipa; deja de llenarte la cabeza con ideas de que salir con ella es lo correcto.
—No, Mason. Tú deja de darme ideas que son innecesarias... —Repentinamente me tomó de las caderas y me empujó hacia la pared detrás de mí. No fue un toque para nada amable o gentil, fue brusco y salvaje, nada que ver con su estilo.
Lentamente algo en su mirada fue cambiando, volviéndose oscuro y tormentoso.
Se acercó a mi oído para hablar:
—Vi lo que ella te estaba haciendo en la cena de anoche —él continuaba tomándome de las caderas y presionando mi espalda contra la pared—. Dejaste que tranquilamente metiera su mano bajo tu falda, cuando a mí jamás me dejaste llegar a ponerte un dedo encima.
Me tensé automáticamente.
No podía creer que él hubiera visto a Julia... que él lo supiera todo el tiempo. No solo era vergonzoso, sino que era horroroso.
—No tenías por qué ver eso —tragué saliva y me relamí los labios, deseaba que dejara de agarrarme de esa manera. Este no se parecía en nada al buen Mason que creí conocer. Intenté deslizarme de sus brazos pero eso solo logró que él me presionara con más fuerza.
—¿Qué tal ahora? ¿Estarías dispuesta a dejar que hiciera lo mismo que él? ¿Me dejarías?
Pegó su frente contra la mía y sentí a sus manos moverse más abajo de mis caderas.
Mi cuerpo entró en pánico.
No conocía este nuevo lado de él.
—Quita tus manos de encima —lo amenacé moviéndome aún más para intentar apartarlo.
Sentí sus dedos abriéndose paso por las orillas de mi pantalón, y lo tomé de la muñeca antes de que avanzara más lejos.
—Suéltame o comienzo a gritar. No vas a querer que haga eso en tu propia casa, con tu madre y tu familia escuchando —lo amenacé.
Pensé que mi amenaza lo asustaría pero eso ni siquiera lo inmutó.
—Pues más te vale ser silenciosa —dijo, en un movimiento rápido pegó sus caderas contra las mías y solté un chillido horrorizado.
No tuve tiempo de reaccionar cuando la boca de Mason se estampó contra mis labios en un beso para nada amable y cariñoso.
Podía sentir cómo el bulto en sus pantalones iba en aumento y presionaba de forma desagradable.
Lo empujé con mis brazos pero él no se movía, su lengua entró de manera invasiva en mi boca mientras yo continuaba forcejeando por soltarme. En medio de nuestra lucha, logré morderle la lengua y hacer que retrocediera lo suficiente como para dejar de besarme.
—¡Suéltame, tú, loco asqueroso! —grité lo más fuerte que pude.
Estaba asustada y frenética. De alguna manera pensé que él podría llegar a esto cuando veía la desesperación por besarme y tocarme mientras salíamos juntos en el colegio, por eso lo había dejado, porque temía que fuera a convertirse en algo más por su forma tan desordenada al tocarme. No era en lo absoluto amable.
Pero era una estúpida por ofrecerme a hacerle favores una vez más, era un tonta.
¿Cómo pude llegar a pensar que alguna vez fue atractivo? Lo único que podía ver ahora era lo que intentaba hacerme, y en la clase de persona que lo convertía eso.
—Sólo te estoy pidiendo lo que te negaste a darme durante mucho tiempo —dijo él logrando capturar mis manos y llevarlas detrás de mi espalda para retenerme.
La preocupación estalló en olas dentro de mi cuerpo.
Sus labios nuevamente chocaron con los míos, y esta vez sus manos sostenían en un agarre firme a mis brazos.
Grité en medio del beso pero apenas y se escuchaba.
Mientras intentaba removerme o morder de nuevo su lengua, el chasquido de un arma, a poca distancia de la cabeza de Mason, logró sacarlo de su concentrada urgencia.
El tío Blaz se encontraba justo frente a nosotros, apuntando a Mason con su pistola y viéndolo despectivamente. Jamás estuve tan agradecida de volver a verlo.
—Así no se trata a una señorita—dijo—, si ella te dijo que la sueltes, tendrías que haberla soltado. Ahora, hijo, retrocede y deja en paz a la damisela.
Mason aflojó su agarre a mis brazos y retrocedió dos pasos para darme espacio y así poder huir de donde me tenía atrapada.
Mis ojos estaban intentando contener las lágrimas pero era difícil cuando mi cuerpo temblaba levemente.
—Lo siento mucho, Lena —dijo Mason. Ni siquiera quise verlo a los ojos.
—No me vuelvas a hablar en toda tu vida —le dije mientras sujetaba con fuerza mi bolso y hacía mi camino por la salida.
Me detuve únicamente para darle una mirada de agradecimiento al tío Blaz.
Antes de poder escapar del todo, la señora Henrietta se presentó en la sala y, al ver la escena que acababa de ocurrir, pegó un grito agudo.
—¡Blaz! ¿Qué estás haciendo?
Él aun tenía la pistola sobre la cabeza de Mason, y había hecho que levantara ambas manos en donde las pudiera ver.
—Lo siento hermanita, pero tenemos un pequeño degenerado en la familia —señaló a Mason, y él a su vez me vio de forma arrepentida a mí.
Su madre amplió mucho los ojos y la boca al verme, las lágrimas corrían libremente por mi rostro ahora, y me sentía pequeña como un ratón cobarde.
—Oh... Lena... —dijo ella, acercándose a mí para darme un apretado abrazo—. No puedo creer esto...
No quería estar ni un solo minuto más en esa casa.
Me salí del abrazo de Henrietta y le sonreí tristemente.
—Espero que todo salga bien hoy. No creo que pase más tarde por aquí como prometí —dije simplemente.
Ella asintió con la cabeza y, dándole un último abrazo, me escabullí hacia la puerta principal y prácticamente corrí todo mi camino hacia la librería.
Odiaba a Mason con todas mis fuerzas. Lo odiaba.
¡Pero quién me mandaba a ser tan tonta y confiar en él!
Ya no quería caer en los engaños de la gente, nunca más.
***
En la librería, aparte de Shio, Mindy y Romeo (en serio, ese era su nombre real), trabajaban dos chicos más. Uno de ellos se encargaba del área de bodega y el otro era tan tímido que aun no hablaba directamente conmigo. Pero era bastante bueno con los clientes, se conocía todos los tomos y las fechas de publicación de varios libros. No era muy apuesto pero se desenvolvía muy bien al brindar ayuda y al comentar acerca de temas como Harry Potter, la Saga de Canción de Hielo y Fuego, y su favorito: J.R.R. Tolkien.
Aunque el negocio de las librerías se estuviera viendo afectado por la compra en internet y los e-books, aquí siempre se mantenían a flote gracias a esas personas que encontraban confortable el sostener el libro y pasar sus dedos por las hojas reales y no por una pantalla.
Hoy el negocio estaba lleno, sin embargo, y no solo la sección de novelas estaba siendo invadida sino también la del área de cocina y la de arquitectura.
Mindy se encontraba como siempre detrás del recibidor, con goma de mascar en su boca, ojeando una revista de accesorios para boas.
—Encargué una tortuga de la tienda de mascotas —dijo ella mientras Shio y yo nos pusimos a su lado a la hora del almuerzo, cuando la librería comenzó finalmente a vaciarse y Laura nos permitió un descanso de media hora—. Su nombre será Pedro. Solo espero que Rody no se lo coma así como hizo con Lucius, mi hámster.
Shio rodó los ojos y dio una gran mordida a su sándwich de pollo.
Nos habíamos ido a almorzar a la cafetería que quedaba justo a la par de la librería; tenían un bonito estilo contemporáneo y preparaban los mejores sándwiches que haya comido. Las papas saladas me recordaron dolorosamente que tenía los labios partidos, y eso solo me trajo de vuelta a la situación con Mason esa mañana.
No estaba con ánimos de platicar, me sentía apagada y la pasé de mal humor básicamente todo el día.
Todavía seguía confundida por el video (que no vi completo para evitarme posibles traumas cerebrales) y por todo lo que vino después con Mason. Si lo conocía lo suficientemente bien, sabía que él estaría buscándome para tratar de disculparse; sólo que esta vez no quería verlo… ni hoy ni nunca.
—!Santa madre perla! ¡Pero qué hermoso espécimen! —gritó Shio viendo por sobre mi hombro.
Mindy levantó también la vista y se limitó simplemente a observar en silencio.
Me giré en mi asiento, buscando a quien ellas veían, y mis ojos se detuvieron de inmediato en la chica de camiseta oscura, caminando como si se creyera el centro del universo, avanzando por toda la acera con sus piernas largas y su cabello despeinado.
Tragué saliva y me hundí en mi asiento.
Esa era Julia, definitivamente hermosa como sólo ella podía serlo, con su actitud arrogante de querer comerse al mundo.
Pero justo en esos momentos no quería verla… ella podía leerme muy fácilmente cuando se lo proponía, y no estaba de ánimos para contarle lo del video… lo de Mason… ¡Oh, lo de Mason! Seguro que si le digo, va a salir corriendo para matarlo.
Quería paz por unos segundos.
—Oh, chica guapo está entrando en la librería —anunció Shio agarrando el hombro de Mindy quien continuaba callada observándolo todo.
Aproveché a echar un vistazo a mis espaldas y vi cuando Julia entraba al local y se perdía en el interior.
Al menos no se había dado cuenta de que lo estaba observando desde la cafetería. Pero sabía que eso no iba a durar para siempre, ella podría preguntar por mí y le dirían en dónde estaba.
Inmediatamente me puse de pie.
—¿A dónde vas? —me preguntó Shio.
—Al baño. Ya regreso.
—Ok, no te tardes. Quiero ver qué libro va a llevarse la dueña de ese perfecto trasero.
Me ruboricé, estando completamente de acuerdo con Shio en eso, ella tenía buen trasero... la cámara no miente. Así como Marie no mintió cuando me contó lo de su nombre tatuado en la espalda de Julia.
Dolía recordarlo.
Prácticamente salí corriendo en dirección al baño y, una vez dentro, me salpiqué la cara con agua.
Ya habíamos tenido esta plática con Julia; ella tenía un pasado que incluyó a mi prima, ya no puede cambiar esos hechos... solo puede pensar en el ahora, conmigo. Eso no significaba que no me dolía, porque, vaya que dolía como si me estuvieran clavando una daga en el pecho, una y otra vez. Con lentitud y precisión. Pero tenía que entenderlo, tenía que hablar del tema con él, no podía evadirlo y esconderme en casa de mi padre para siempre (así como había hecho la semana pasada).
De repente, sentí mi celular vibrar desde el bolsillo trasero de mis jeans.
Lo saqué con una mano y vi el nombre de Julia en la pantalla (como si mis pensamientos, de alguna manera, la hubieran estado llamando). Ella nos había tomado una foto, con su celular, en donde yo estaba besando su mejilla mientras ella sonreía todo radiante y bien compuesto. Julia había puesto la imagen en mi teléfono para que apareciera cada vez que me llamaba, y lo tenía como fondo de pantalla también.
Era adorable.
Si entrecerrabas los ojos podías ver que el efecto Bambi cubría mi cabeza como un aura mientras la miraba embobada y casi al punto de formar un río con mi saliva.
A estas alturas seguramente Julia ya estaba adentro de la cafetería, buscándome como loca.
Mi teléfono continuó vibrando y luego empezó a sonar con la canción que había elegido para ella: "Dangerous and Sweet" de Lenka.
Contesté su llamada.
—¿Aló?
—Lena, ¿dónde estás? Fui a la librería y me dijeron que te encontrabas en la cafetería de la par.
—Sí, allí estoy —respondí mientras miraba mi reflejo en el espejo. Hoy había puesto mi cabello pelirrojo en una cola alta, lo revolví en un intento de hacerlo parecer más interesante, y terminé por dejármelo suelto. A Julia le gustaba cuando lo llevaba así.
—No, no estás aquí. Yo sí que lo estoy y hay una chica de cabello morado que acaba de susurrarme que me veo completamente violable. ¿Debo preocuparme, nena?
Eché mi cabeza hacia atrás mientras reía, y por un momento olvidé todo el asunto del video. Esta era Julia, el que inconsciente (o conscientemente) pasaba recordándome las razones de por qué la amaba tanto. De por qué era fácil de amar. Mi humor mejoró considerablemente desde que salí de casa de Mason, y eso que sólo había escuchado su voz.
—Esa debe ser Mindy —le dije—, mi compañera de trabajo; aunque me esperaba esa actitud de Shio, no de ella.
—Repito: ¿debo preocuparme?
—No, son inofensivas. Estoy en el baño, ya vuelvo a la mesa. Hazme un favor, siéntate con ellas. Creo ambas estaban hiperventilando por conocerte.
—De acuerdo —respondió de mala gana. Me recordaba a una niña pequeña.
—Bien, ya salgo.
Colgué, y arreglé un poco mi camiseta, haciendo todo lo posible por verme más presentable.
Cuando llegué a la mesa donde estaban las chicas, Julia las tenía embobadas.
Shio sonreía como si ella fuera su sueño favorito hecho realidad.
A pesar del poco tiempo que tenía de trabajar con ellas, fue fácil amoldarse a su estilo y a su particular sentido del humor.
—¿Entonces, cuál es tu nombre completo? —alcancé a escuchar la pregunta de Shio— porque tienes un aire como Elian Gallardo.
—¿Quién es Elian Gallardo? —susurró Mindy. Aun no despegaba la vista de Julia.
—Oh, sólo el hombre más bello y delicioso sobre la faz de la tierra. Tienes que googlearlo, es simplemente maravilloso.
—Mi nombre es Julia —dijo. Entonces alzó los ojos al verme llegar.
—Justo como iba a nombrar a mi tortuga —habló Mindy, siempre con esa voz de tener sueño que la caracterizaba.
—Mira, Lena —dijo Shio extendiendo su brazo para señalar hacia Julia— ella es Julia. Dijo que entró en la librería porque tuvo una revelación.
Fruncí el ceño.
¿Una revelación? ¿Qué?
—Me acaba de confesar que anoche soñó que conocería a la mujer más bella y graciosa si se pasaba a esta hora, por este lugar.
—Ajá —dije cruzándome de brazos. Julia me compartió una sonrisa cómplice mientras Shio seguía relatando lo que ella le dijo.
Eso me hacía preguntarme, ¿cuánto tiempo estuve en ese baño? Para que Julia pudiera soltarle todo ese cuento a Shio debió tomarle unos buenos quince minutos.
—Sí —habló ella— soñé que una hermosa chica de ojos verde-grises caía en mi regazo.
Yo aún continuaba de pie, me alejé un poco, sólo en caso de que a Julia se le ocurriera lanzarme sobre sus piernas.
Elevó una ceja cuando vio que me sentaba al lado de Shio, frente a ella.
—¡Lena, tú tienes los ojos verde-grises! ¿Será ella la de tu sueño? —le preguntó ella a Julia.
—Mmm… la de mi sueño tenía unos labios con un sabor bastante peculiar. ¿Puedo…? —se estiró sobre la mesa y, en un rápido movimiento, me tomó de la barbilla llevando sus labios contra los míos.
Se retiró un poco, pero no soltó su mano de mi mentón.
—Aun no estoy segura… —musitó. Entonces de nuevo volvió a pegar su boca con la mía.
Apuesto a que estábamos haciendo todo un espectáculo para Shio y Mindy.
Para finalizar con su acto, Julia relamió mis labios, haciendo que las pequeñas e imperceptibles heridas que tenía me escocieran un poco.
—Definitivamente tienes que ser ella —dijo ella finalmente retirando el contacto con mi piel.
En serio, estaba a punto de subirme a esta mesa y gatear para sentarme en sus piernas.
—¿Puede ser mi turno ahora, por favor? —susurró Shio, sus ojos hacían una cosa graciosa de parpadear diez veces por segundo.
Mindy se quedó en shock.
—Después de ella sigo yo —murmuró.
Julia solamente se rió por lo bajo.
—Lo siento. Ya estoy apartada y mi novia es bastante celosa y posesiva—ella miró mi plato lleno de papas. Frunció el ceño por un momento y luego comenzó a comérselas. Esta vez no le discutí porque yo ya no las quería.
—¿Tienes novia? Pero si besaste a lena… —Shio hizo un puchero—. Ocurre algo raro aquí. ¿lena, tú ya lo conocías?
Asentí con la cabeza.
A ella se le ampliaron los ojos, pude ver cómo su mente trabajaba con una idea.
—¡Ella es tu novia! ¿O me equivoco?
—No, no te equivocas. Ella es mi chica —respondió ella encogiéndose de hombros.
—No puedo creerlo. Wow. ¿Dónde consigo uno igual a ti?
—Ya no se fabrican más como yo… aunque deberían.
Lo pateé por debajo de la mesa y le vocalicé la palabra: PRESUMIDA.
Ella me dio una sonrisa ladeada y vocalizó de regreso: Y-AÚN-ASÍ-TE-ENCANTO.
Me guiñó un ojo y continuó devorando mis papas.
Era cierto, aún así la amaba. Era imposible no hacerlo.
Quien llega a conocer a Julia Volkova tiende a enamorarse de ella, y eso no era del todo positivo cuando considerabas que su novia anterior todavía seguía enamorada.
***
Esa misma noche, cuando finalmente terminó mi jornada laboral, Nastya me había dejado un mensaje de voz en donde me pedía que nos reuniéramos más tarde.
Me sentía algo cansada y lo único que quería hacer era fundirme en mi cama, llorar, y sentirme patética conmigo misma. Pero cada vez que cerraba los ojos y, sin importar cuán duro los presionara, no podía apartar de mi mente la imagen de Julia tomando en brazos a Marie, desnudándola, besando su piel... sus labios, depositándola sobre la cama con una urgencia, como si se estuviera ahogando y necesitara de ella para respirar. Luego ver su tatuaje, y por último tener que saber que harían lo demás que implicaba tener relaciones sexuales.
Dolía y me abría una nueva herida en el pecho cada vez que dejaba llevar mi mente por ese camino.
Amaba a Julia y eso solo hacía el dolor aún más fuerte. La decepción se enterraba profundamente hasta tocar mis huesos y carcomerme.
Me regañé mentalmente por ser tan masoquista y pensar en cosas del pasado. Ella me había dicho, hace no mucho tiempo atrás, que consideraba a Marie únicamente como un cuerpo caliente con quien pasar la noche, pero la frase perdía su efecto cuando pensaba en el estúpido tatuaje grabado en su espalda. Ella no me podía negar que no sentía nada cuando se lo hizo. No te pasabas horas soportando a alguien perforando tu piel solo para después decir que no tenía ninguna importancia o significado.
¿Julia se lo había hecho porque desarrolló sentimientos por Marie, o existía otra razón?
No quería pensar en nada de eso, solo quería hacer de cuenta que este día jamás pasó. Era por eso que, en lugar de salir con Nastya, ella estaría viniendo conmigo para tener una larga noche solo de chicas. Necesitaba la distracción a como diera lugar.
Cuando finalmente llegué a casa, Susan estaba preparando la cena para papá y para mí.
Tendría la suerte de probar algo llamado "berenjena escalfada al horno", una receta de cocina que Susan se moría por hacer desde hace semanas cuando la vio en Top Chef (o al menos eso decía ella).
Mientras comíamos en un agradable silencio, Susan sacó de su bolso una carpeta de colores que contenía un sinfín de papeles rayados con dibujos y líneas estropeadas.
Los puso en la mesa y los comenzó a hojear, enseñándonos algunos.
—Esta mañana puse a los niños a hacer un ejercicio de arte —dijo ella a modo de explicación—. Se supone que debo calificar al mejor con cinco estrellas, pero soy tan blandengue que les doy las cinco estrellas a todos.
Sonreí un poco al recordar cuando, en segundo grado, ella nos sentaba en mesitas de grupo y trabajábamos haciendo dibujos que, en ese tiempo, considerábamos elaborados y que luego llevábamos a casa para presumir. Mis padres solían pegar mis múltiples garabatos de conejos y ratones abstractos en la nevera de la cocina; después comíamos helado y pasábamos las tardes viendo telenovelas (a las que mamá aún era adicta) y ese sería un día grandioso para mi impresionable y conformista mente de niña pequeña.
¿Cómo era que se complicaron tanto las cosas?
Ufff, desearía que todo fuera como antes, cuando la mayor catástrofe en ese entonces era que los niños nos contagiaran sus piojos o la peste. O en mi caso, cuando Rafael Enrique salía con Mariana Josefina, sin saber que ella era en realidad la gemela malvada, Hilda Graciela (fue un shock difícil de superar, especialmente cuando tenía apenas ocho años de edad).
Tanto pensar en hermanos gemelos malvados me hizo preguntarme si Julia no tendría una; tal vez sea su gemela la que tenía el tatuaje en la espalda… o alguna otra chica que se pareciera bastante a Julia. Pero eso era imposible, por no decir fantasioso. El video era claro: esa que se acostaba con mi prima, que tenía su nombre tatuado en la piel, era Julia.
No dejaba de repetirme una y otra vez la misma pregunta:
¿Y si el pasado de Julia era demasiado fuerte como para soportarlo?
¿Qué haría entonces? ¿Dejarla?
Ese simple pensamiento hizo doler mi corazón.
—¿Lena? —Esa era Susan, no dudaba que estuviera llamando mi nombre en más de una ocasión con esta—, ¿crees que puedes ayudarme?
Regresé del sitio oscuro y sombrío al que estaba dirigiendo mis pensamientos.
—¿Ayudarte con qué? —Revolví la berenjena en mi plato y me llevé un poco a la boca.
—Ayudarme a calificar los dibujos de mis alumnos. Tengo una asistente, Jade, que generalmente lo hace, pero ella está de viaje con su familia. ¿Podrías ayudarme tú? No te tomará mucho tiempo, lo prometo.
Le sonreí, imaginando qué clase de dibujos harían, y asentí con la cabeza.
—De acuerdo —dije y tomé uno de la pila de dibujos que ella tenía a su lado.
Este era uno de un chico de cabello azul tomado de la mano con una chica de cabello verde, un corazón deforme los rodeaba y otros más pequeños flotaban entre los dos. Le pintó un vestido rosado a ella, y él llevaba una corbata celeste que hacía juego con sus zapatos. El dibujo estaba pintado fuera de los márgenes pero se miraba adorable como para una criatura de cuatro años.
En lo más bajo de la hoja estaba puesta la firma de la niña que lo hizo. Se leía: Jade Allisen.
Sonreí traviesamente y se lo enseñé a Susan.
—¿Quién es Jade Allisen? Al parecer está enamorada de cierto niño del aula, creo que debes tener más cuidado, podrías estar a punto de presenciar un romance en clase de primaria —dije bromeando.
Susan soltó una risita loca y luego se detuvo.
—Jade es mi asistente, no es una de mis alumnas, ella tiene la misma edad que tú —volvió a lanzar otra risita y esta vez me reí con ella.
Menuda asistente la que tenía.
Estuvimos riendo y viendo más dibujos de montañas y casitas (esta vez sí eran dibujos de los niños), cuando el timbre de la puerta sonó.
—Esa debe ser Nastya—dije—. Ella pasará aquí la noche, espero que eso no sea un problema.
—No, para nada —respondió Susan—. Tengo comida de sobra, invítala a pasar.
Me levanté de mi asiento y corrí hacia la puerta justo cuando tocaban otra vez.
Abrí mientras dejaba salir una sonrisa fácil de mi rostro, pero no era Nastya quien estaba de pie frente a mí, era Julia.
Mi corazón comenzó a correr frenético.
—¿Qué haces aquí? —pregunté.
—¿Ni siquiera me vas a saludar primero? —dijo ella con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón—, estoy necesitado de afecto. Me has tenido descuidada todo el día. ¿Estás bien, nena?
Dio un paso hacia mí y rodeó mi cintura con sus manos, cuando vio que no protestaba, primero buscó mis ojos y después pegó sus labios contra los míos.
No lo voy a negar, fue un delicioso beso para provenir de una bastarda con el nombre de su ex novia tatuado en la espalda.
Cuando ella rompió el beso, acurruqué mi cabeza contra su pecho y respiré hondo.
Ahh, esto era vida. El olor y el calor de Julia se sentían como un pedacito de cielo… o una muy fina y cara colonia para hombre.
—Lena —susurró él mientras yo seguía olisqueando su pecho como un sabueso que olfatea droga desde diez metros de distancia—, soy completamente tuyo para que me huelas todo lo que quieras, pero ahora en verdad necesito saber por qué has estado actuando raro toda la mañana.
Me tensé automáticamente.
Este día había sido uno de los peores. Empezando por ver ese perturbador video y descubrir que Julia tenía tatuado el nombre de Marie, hasta... Mason y su arranque extraño de intentar forzarme a algo que no quería.
Después de la visita de Julia me había sentido mucho mejor, pero mi humor fue en picada cada vez que recordaba lo que había visto en ese video.
¿Qué clase de persona morbosa, además de Marie, grababa sus encuentros sexuales y los ordenaba en carpetas?
Julia había notado rápidamente que actué de forma extraña para encubrirlo, pero me sentía como un ratón cobarde cuando trataba de sacar a colación lo del tatuaje.
Tal vez no debería darle mucha importancia a algo que ya pasó o estaba lejos de mi control.
—Nena, ¿qué sucede? —tomó mi barbilla con sus dedos, y la alzó para que mis ojos encontraran a los suyos.
Puse un poco de distancia entre Julia y yo para que las hormonas Bambi despejaran mi cabeza. Me solté de su agarre, tragué duro y dije:
—Sé de tu tatuaje.
Listo. Tenía que preguntarle. Nada de rodeos.
—¿De mi tatuaje? ¿Cuál de todos?
—El que dice Marie en letra cursiva.
Se le abrieron los ojos en reconocimiento, y su postura decayó un poco.
—¿Cómo lo sabes? —resopló— Marie te lo dijo, ¿cierto?
—Sí... y también lo vi con mis propios ojos.
—¿Por eso estabas así de rara todo el día? —se acercó lentamente hacia mí pero yo retrocedí de su toque.
—Dime una cosa —le dije—, si yo tuviera un tatuaje escondido en un parte privada de mi cuerpo, con el nombre de alguno de mis ex, ¿estarías tranquila cuando te enteraras?
Ella pasó una mano por su rostro, maldijo por lo bajo y apretó su mandíbula con vigor.
—Estaría furiosa con el desgraciado, probablemente mandaría a que te hicieran cirugía láser para removerte el nombre del cabrón.
Me mordí el labio.
—Es exactamente lo mismo que yo estoy sintiendo.
—Lo siento nena. Yo también desearía para ti a alguien mejor que yo, pero es realmente difícil cuando soy la egoísta que soy y me niego a dejarte ir a pesar de que siempre lo arruino todo, aunque no sea mi intención hacerlo, aunque te cause dolor.
Sus ojos se nublaron por un momento pero regresaron a su verde natural al siguiente segundo.
—No lo voy a negar —continuó— porque sí, tenía un tatuaje que dice Marie. Y sí, hubo un tiempo en que la amé y tuve sentimientos por ella… pero es cosa del pasado. Es algo que dejé atrás. No soy perfecta, lena, cometo errores y meto la pata más veces de las que quisiera y ese tatuaje es prueba de lo humano que soy.
Mis propios ojos comenzaban a nublarse ahora, ¿ella la amó? ¿Cómo pudo haberlo hecho en tan poco tiempo?
—¿Si es cosa del pasado, por qué aun lo conservas?
—¿Qué? —preguntó atónito—, ¿qué te hace creer que aún lo tengo?
—¡Por favor, Julia! No lo niegues, la semana pasada todavía podía ver un parte cada vez que se te subía la camiseta.
Estaba gritando ahora. Frenética era mejor que llorosa o mocosa.
En medio de mi furia, ella hizo algo que me molestó aún más: ¡Julia se estaba riendo!
Arrrgg.
—¿Entonces has estado observándome? —preguntó divertido.
—¿Qué…? —mi voz sonaba desconcertada.
—¿Qué parte “observas” más? —dijo haciendo énfasis en o-b-s-e-r-v-a-r.
—¡No intentes cambiar de tema…!
—No lo hago. Es más, te permitiré que esta noche observes todo lo que quieras —me tomó de la mano y comenzó a dirigirse dentro de la casa, llevándome a su paso.
La detuve antes de que cruzara el comedor y papá fuera a verlo.
—¿Qué haces? —le susurré. Clavé mis pies en el suelo para intentar detenerlo pero ella solo se impulsaba hacia adelante sin parar.
—Voy a demostrar que te equivocas, de la mejor manera posible para que me creas de una vez por todas: sin nada de ropa.
Hunter- Mensajes : 103
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Re: PROHIBIDO ENAMORARSE DE JULIA VOLKOVA // LIA BELIKOV
Jajajaja por Dios, Yulia y sus ocurrencias xD
Aleinads- Mensajes : 519
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Re: PROHIBIDO ENAMORARSE DE JULIA VOLKOVA // LIA BELIKOV
Capítulo 21
La frase tonta de la semana.
Ya no puedo continuar con esto.
Esas fueron las primeras palabras que se me vinieron a la mente al describir toda mi situación con Julia.
Sencillamente ya no podía seguir aguantando las mentiras.
Me sentía insultada, traicionada, decepcionada y todas las otras palabras que terminaban en ada; primero ella me decía que no tuvo sentimientos por Marie, ¿y ahora me decía que hubo un tiempo en que la amó?
Estaba cansada de todo esto.
Agarré la mano de Julia justo antes que subiera a la segunda planta de la casa y se desnudara en mi habitación, y traté de llevarla de nuevo hacia afuera.
—¿Qué ocurre? —me preguntó— ¿Acaso ya no quieres verme desnuda?
La miré fijamente, negando con la cabeza.
—No, no quiero verte desnuda —eso era más o menos cierto—. Por favor hablemos en otro lado.
Julia me examinó con atención, como intentando descifrar lo que estaba a punto de decirle.
—¿Por qué presiento que vas a romperme el corazón? —preguntó en voz baja. Luego llevó su mano hacia mi mentón y levantó mi cabeza para que la mirara a los ojos.
Ojos azules-grisáceos mentirosos, ojos que ocultaban cosas, ojos que me miraban hasta el fondo.
—Por favor... —dejó que yo la tomara de la mano y la guiara hacia la puerta de entrada.
Antes de que pudiera salir por completo a la calle, apareció Susan cargando una pila de dibujos hechos por sus alumnos.
Nos miró y sonrió ampliamente.
—Pensé que habías dicho que Nastya era la que llamaba a la puerta —dijo haciendo contacto visual con Julia—, pero las visitas sorpresas siempre son lo mejor.
Me guiñó un ojo y se presentó con ella. Maniobró con una mano los dibujos, y con la otra estrechó la de Julia.
—Yo soy Susan, soy... uhmm, la madrastra de Lena —hizo una mueca ante la mención de la palabra madrastra.
Me tensé también al oírla. Nunca había asociado a las madrastras con personas buenas, o vegetarianas como Susan. Las imaginaba malvadas, come corazones y envidiosas.
—Soy Julia, la novia —dijo ella cautelosamente, midiendo mi reacción.
Yo miré hacia otro lado.
Susan asintió y abrió la boca para decir más, pero la llegada de papá a la habitación hizo que ella guardara silencio.
Mi padre aún masticaba la berenjena de la cena en su boca, arrugó la nariz al ver a Julia de pie, ensuciando el piso con sus botas negras.
—¿Qué hace ella aquí? —Escupió las palabras—, ¿con qué intenciones vienes a visitar a mi hija?
—Vengo a pedirle la mano de Lena —respondió Julia solemnemente.
—¿Qué?
Papá comenzó a ahogarse con la berenjena. Susan le tuvo que dar pequeños golpecitos en la espalda para que dejara de toser.
Le di un codazo a Julia y ella simplemente se encogió de hombros.
—Papá, Julia está bromeando —dije para tranquilizarlo—. Es más, ella ya se va ¿no es cierto, Julia?
Le lancé miradas asesinas, que ella, convenientemente decidió ignorar.
—No, señor. Me gusta ser seria sobre el asunto; quiero casarme con su hija, tener ocho hijos y vivir apartados de la civilización.
Julia tomó mi mano y la besó frente a papá.
A Susan se le abrieron los ojos y yo tuve que arrastrar a Julia para sacarla por la fuerza antes de que a mi padre le diera un ataque al corazón.
Finalmente ella cedió y salimos hacia el porche de la casa.
—¡No seas tonta! ¿Por qué le dijiste eso a mi padre? —le dije una vez que estábamos fuera.
—Tranquila nena. Yo sé que tu padre no me acepta, solo quería bromear un poco con él.
Resoplé.
—Deja de hacerlo. Para ti es gracioso. Para él significa una embolia o la planeación de un asesinato en la próxima semana.
Julia rió alto y claro.
—Está bien, por ti lo que sea, nena.
Eso me molestó.
¿Por mí lo que sea?
—Sencillamente no te entiendo —dije exasperada—. Vienes y eres capaz de decirme cosas bonitas, cosas que quiero escuchar, pero también te contradices tú sola. Ya no sé qué pensar de ti Julia.
—¿En qué me estoy contradiciendo? —se cruzó de brazos y apoyó su cadera contra la pared más cercana. Yo imité su gesto.
—Con todo, pero principalmente con Marie. Me dijiste que te acostabas con ella porque era sólo un cuerpo más entre el montón, ¿pero luego vienes y me dices que la amabas? ¿Qué por eso te tatuaste su nombre? Además, me estás escondiendo tantas cosas que ya perdí la cuenta.
—Lena...
Levanté un dedo para detenerlo.
—Si no quieres perderme será mejor que me digas todo.
—Te lo he dicho y dado todo...
—No, no lo has hecho. O al menos soy codiciosa y quiero más.
—Mmmm, me gusta la Lena codiciosa.
—Por favor Julia, detente. Si no querías lastimarme, lo estás haciendo ahora.
—¿Te estoy lastimando? ¿Cómo? Dime para darme patadas y no hacerlo nuevamente —me tomó de los hombros pero yo fui más rápida intuyendo su movimiento y me moví lejos de su alcance.
—Quiero que nos demos un tiempo —eso salió de mi boca.
Por primera vez, desde que conocí a Julia, se quedó sin palabras.
Su boca se abría y se cerraba pero no decía nada.
—¿Por qué? —fue lo único que preguntó.
Me removí incómoda en mi lugar.
—Porque estoy confundida, por eso.
Minutos de silencio pasaron hasta que finalmente habló:
—Está bien. Te voy a dejar en paz si al menos me das una buena razón —descruzó los brazos y no dejó de verme fijamente, esperando mi respuesta.
—¡Porque estoy harta que no me digas la verdad acerca de nada! Me costó un mundo hacer que me hablaras de Nicole, y te apuesto a que si Elena no hubiera sacado el tema el otro día en la playa, tú nunca, jamás, me hubieras contado sobre ella —estaba gritando ahora, histérica—. ¡Tienes demasiados misterios de los cuales no me has dicho absolutamente nada, cuando yo siempre he sido un libro abierto fácil de leer para ti! ¡No confías lo suficiente en mí! ¡Eres ciento cincuenta misterios de Volkova, en persona! Y tal vez, tal vez no quiera ser la protagonista de tu libro. Eres demasiado con lo que aguantar… y… —mi voz perdía intensidad ya para el final—… y no creo que haya una sola chica que pueda soportar subirse a esta montaña rusa o ser el plato de segunda mesa que dejó Marie. Yo solo quiero una relación normal con alguien que no esté tan jodido como tú o como Mason.
Después de decir todo lo que tenía que decir, Julia se quedó bastante callada, silenciosa. Me daba miedo verlo a los ojos para medir su reacción.
¿Tal vez me pasé de la raya?
—Me duele que no me digas la verdad —hablé cuando noté que el silencio continuaba espesándose entre nosotros—; esto no es acerca de un estúpido tatuaje, Julia. Esto es porque no estoy segura de si estamos en la misma página, o si voy a soportar tus mentiras por más tiempo. O porque probablemente tu y yo no seamos el uno para el otro.
Después de un minuto entero de contener la respiración, Julia finalmente habló… o más bien lo escuché tragando saliva.
—¿Quieres terminar conmigo? ¿De nuevo? —Sonaba herido. Cierto, le había dejado de hablar por una semana cuando Marie me había enumerado todos los lugares en los que lo hicieron como conejos. Nunca debí perdonarla de vuelta; sencillamente tuve que haber acabado con esto de una vez por todas.
Me obligué a decir las siguientes palabras:
—Quiero terminar contigo Julia. No puedo seguir con esto si tú no estás siendo completamente sincera conmigo… entiende que me vuelve insegura no saber lo que pasa. Te amo pero… —me detuve de hablar. ¿Le había dicho que lo amaba? Mierda. Ahora no iba a lograr sacarlo de mi casa por el resto del día.
—Espera… —dijo con cierta emoción en su voz—, ¿me amas? ¿Me amas pero me vas a dejar?
—Te amo pero creo que sigues siendo esclavo de lo que sientes por Marie. Siento que nunca voy a lograr erradicarla de nuestra relación y de nuestras vidas.
Empecé a dar pasos hacia el interior de la casa pero Julia me tomó del brazo y me trajo de vuelta a mi lugar.
—Alto ahí, Lena. Hazme un favor y deja de suponer cosas que no son ciertas más que en tu cabeza. YO NO AMO A MARIE, te dije que hubo un tiempo en que la amé… en pasado. Fue muchísimo antes de saber siquiera que andaba con Eder y que tenía todo un harén de hombres haciendo fila por ella. Yo era demasiado tonta en esa época, un completo asno que se dejó impresionar, nada más. Y sí, fue un cuerpo bonito con el que me acosté; y no te voy a negar que, el hecho de que no tuviéramos un compromiso serio, logró hacer que mi decisión de quedarme con ella fuera fácil. Sencilla. Soy un ser humano después de todo. ¿Y el jodido tatuaje? Ese lo hice cuando estaba ebrio, cuando aparecí por primera vez en el departamento de Marie embebida en alcohol y alucinando con hacerle cosas a su prima que no debería estar pensando en hacérselas. Y por si no te queda claro, me estoy refiriendo a ti.
»Como estúpido borracho que estaba, cometí el error de contarle a Marie que me gustaba la forma en la que andabas despreocupada con tu libro en la mano, usando piyamas ridículos, o con esas espantosas pantuflas de conejito que siempre llevabas por las noches. O cuando estabas sencillamente haciendo lo que sea que hacías, como respirar.
»Lo que hizo Marie fue aprovecharse y sugerirme lo del tatuaje para que no la olvidara. ¡Perdona si en ese momento me pareció la cosa más lógica de hacer! ¡Se supone que la amaba y que era mi “novia” y decidí que era buena idea complacerla! Lo sé, soy la idiota más grande que ha pisado este planeta pero los hay peores que yo.
Abrí mi boca para después cerrarla, pero era Julia quien esta vez no me dejaba hablar.
—¿Qué te estoy escondiendo, Lena? —continuó diciendo con fervor, con la sangre hirviendo dentro de su piel—. Te he dicho todo lo que hay que decir sobre mí… pero si no es suficiente para ti, entonces… comencemos por el principio —Tomó un largo respiro y empezó a hablar rápido—: Mi nombre completo es Julia Olegvona Volkova, lo sé es un segundo nombre de mierda pero es así… tengo un hermano loco con esquizofrenia llamado Aarón y que, en las pocas veces que lo he visto, todavía cree que lo intento envenenar hasta con el maldito vaso de agua. Tengo veintitrés años y me hago cargo de mi abuela, una señora de setenta años de edad con personalidad de diva, también tengo un perro Golden Retriever llamado Carlo que come por ocho personas, una mofeta sin glándulas con el que mi sobrina se encariñó, dicha niña de diez años que amo como si fuera mía. Una niña que tuvo una infancia difícil y que protejo con mi vida para evitar que la gente le haga daño o la miren como si fuera un bicho raro.
»¿Mi dinero? En realidad es el de mis padres, pasó a ser mío cuando murieron. ¿Mi trabajo? Simplemente ayudo a la banda de mi amigo a conseguir un poco de fama porque fui el primero en invertir dinero en ellos antes de que consiguieran un contrato con alguna disquera. Trabajé un tiempo vendiendo autos de lujo en una tienda donde el dueño conocía a mi padre… ¿y por qué pedí trabajo en ese lugar si se supone que yo no necesito el dinero? Simple: porque me enteré que mis padres tenían negocios ilícitos con gente que distribuía droga. Todo el dinero que poseo lo ganaron, o robando, o distribuyendo cocaína. ¿Por qué crees que quiero deshacerme de él tan rápido? ¿Por qué crees que le pagaba grandes sumas a Porky por cosas insignificantes que a la vez me acercaban a ti? Porque intenté donarlo a la caridad o algo por el estilo, pero se sentía incorrecto. Me sentía una completa hija de puta entregándoles dinero manchado con sangre… Al parecer mi hermano sabía de todo esto pero nadie pudo decirme cuando tenía la edad suficiente como para comprenderlo.
»No duermo pensando en si esa gente que mantenía negocios con mis padres intentará buscarme a mí y a mi familia de nuevo… porque lo hicieron, llegaron mientras mi sobrina estaba en la escuela y me amenazaron para que continuara con el legado de mis padres, no querían perder la zona por la que ellos se mataron tanto trabajando; por eso saqué a Nicole de la escuela y la mandé a ella y a mi abuela a vivir juntas en otro lado. Ahora entiendes por qué soy sobreprotector y reservado con ella… incluso contigo. No provengo de una buena familia con excelentes valores morales como siempre creí que lo hacía.
»Tampoco quiero que te hagan daño. Te lo dije Lena, siendo el egoísta que soy quise retenerte a mi lado aun sabiendo que podías correr peligro conmigo, siempre supe que lo mejor era no incluirte en mi jodida vida de mierda. Lo siento nena, mi intención jamás fue confundirte… eres libre de irte y zafarte de este asunto sin sentirte culpable. Es más, prometo no enojarme o intentar molerle la cara a golpes a cualquier otro tipo que vea colgando en tu brazo. Anda Lena, desaparece de mi vida antes que sea demasiado tarde y se te pase la oportunidad.
Me quedé atónita con todo lo que me dijo Julia.
Parpadeé varias veces intentando retener las lágrimas que se formaban en mis ojos.
¿Qué acababa de suceder?
—¿No crees que ya es demasiado tarde como para no estar involucrada? —fue lo único que mi garganta reseca me permitió decir—, te acabo de decir que te amo… y tú sólo buscas excusas.
—Lo sé. Pero también acabas de abrirme los ojos… ya no puedo vivir en un cuento de hadas contigo. No fue mi intención hacerte daño; quería ocultarte las partes feas de mi vida pero no sabía que eso era lo que más te estaba lastimando. Por favor no me ames más, echo a perder todo lo que está a mi alrededor. Y si no te apartas lo suficiente de mí, entonces prometo que haré hasta lo imposible para que llegues a odiarme y así aprendas a mantener la distancia. Como tú sugeriste: es mejor que nos demos un tiempo libre. No soy alguien con el que te conviene estar. Tenías razón después de todo: tal vez tú y yo no seamos lo que necesita el otro.
Yo continuaba estúpidamente en silencio. Por fin lograba abrirse conmigo y me decía todo esto. No sabía qué pensar.
Tragué el nudo que se formó en mi garganta.
Las lágrimas dejaron el orgullo de lado y corrieron por mi cara con facilidad.
Me dolía todo. Era… demasiado.
Se sentía como si me hubieran arrancado el corazón para después ponerlo en su lugar.
—¡Eres un tonta! —chillé. Corrí lo más cerca de Julia y comencé a golpearlo en el pecho repetidamente.
—¡Eres un grandísimo idiota! —seguí con los golpes—, me haces sentir confundida un momento y al siguiente me haces sentir como si fuera la peor persona en el mundo.
Ella no dijo nada, sólo dejó que lo golpeara en el pecho y que llorara con gruesas y grandes lágrimas.
—Lo siento mucho nena —dijo sobando mi pelo.
Me aparté inmediatamente y lo vi detrás de mis ojos nublados.
—No te creo nada. ¡Seguro estás mintiéndome como siempre lo haces! —tenía que ser eso. Esta vez no caería tan fácil.
—Entonces no me creas —dijo simplemente—. Es mejor de esa forma. Lamento que por mi culpa te sintieras insegura.
—¿Por qué me cuentas esto hasta ahora? —le reclamé histérica.
Ni siquiera podía entender por qué estaba tan furiosa y a la vez llorando. ¿De dónde venía toda esta ira?
—¿Marie sabía esto? ¡Dime! ¿Lo sabía? —continué gritando.
Por el rabillo del ojo noté a Susan tratando de contener a mi padre y regresándolo a la casa. No me importaba si ellos habían escuchado algo de lo que Julia me dijo.
—Creo que ella logró sacarme información en una de esas tantas veces que me emborraché. Yo jamás le dije nada, te lo juro. Al menos no cuando estaba consciente. Eres la única a la que se lo he contado todo.
—Bien, pues no creo que debas hacer un gran esfuerzo para que te odie, porque desde ya lo estás haciendo. ¡Eres una tonto, una completa idiota! Me caes mal Julia Volkova —grité—, será mejor que no te me acerques de nuevo. ¡Ya no sé qué creer de ti! ¿Es verdad lo que me dices? ¿Es mentira? Pienso que me estoy volviendo loca. Te amo y te odio por ocultarme tantas cosas, por… por… ¡nada de esto tiene sentido!
Julia agachó la cabeza y evitó el contacto visual conmigo.
—Lo siento —volvió a repetir—, si me hubiera alejado antes no tendrías que estar en este dilema en estos momentos. Pero todo lo que te he dicho es la verdad. Marie me acusó de ser una estafadora porque ella nunca supo de dónde venía mi dinero. Jamás le dije nada y puedes preguntarle lo que quieras, ella solo te va a decir las suposiciones que hacía de mí, y que tú muy fervientemente creías.
Me quedé en silencio nuevamente, procesando la jugosa información que me había dado.
De nuevo me sentía como la mala de la historia.
—¿Me estás dejando porque te dije que quería un tiempo lejos de ti? —pregunté después de unos minutos.
—Te estoy dejando porque te estoy haciendo mucho daño. Intenté retenerte lo más que pude pero al hacerlo solo estaba pensando en mí…
¿Por qué le estaba reclamando esto? Yo era la que quería espacio.
—Ves a lo que me refiero —murmuró él de repente—, solo te estoy causando más dolores de cabeza de los que necesitas. Debí apartarme desde hace tiempo atrás.
—Entonces vete. Vete porque me estoy volviendo loca —sorbí unos cuantos mocos y pasé la palma de mi mano por mis mejillas. Se sentían calientes y me ardían los labios—. Definitivamente no hay forma en que tú y yo podamos funcionar. Nunca. Yo no me merezco esto.
Por un momento nuestros ojos se sostuvieron y me sorprendió ver dolor en los suyos.
—Lamento arruinarte la noche —se limitó a decir.
Comenzó a acercarse a mí para enjugar mis lágrimas, pero yo me aparté de su camino.
—Vete de una buena vez, vete antes de que me hagas más daño —dije amenazadoramente.
Asintió con la cabeza y movió un pie tras otro hasta llegar a su motocicleta estacionada en la acera. Justo cuando estaba por subirse, se volteó una última vez y me sonrió con tristeza.
—Se me olvidaba darte algo —dijo y rebuscó en el bolsillo de su pantalón hasta que sacó una pequeñísima caja de color amarillo—, esto no te lo estoy dando de mi parte. Viene de Nicole; ella quiso que te lo diera porque no aguantaba las ganas de que lo vieras. No te sientas obligada a aparecerte en mi apartamento solo por eso.
Me lo entregó en la mano, envolviendo sus dedos en los míos, dándoles un apretón que envió escalofríos a mi cuerpo entero.
Se apartó rápidamente y se subió a su moto.
—Por cierto… —dijo antes de ponerse en marcha—, el tatuaje con el nombre de Marie lo cubrí con otro. Con un colibrí y con una de esas mierdas tribales que Key me sugirió que hiciera. Cometí una estupidez pero no pienso repetirla de nuevo. Lamento de verdad que todo terminara de esta manera, de haber sabido que te perdería, te hubiera besado con más fuerza esta mañana, habría hecho eterno cada beso.
No pude replicarle con nada porque en eso ella aceleró la motocicleta y la vi perderse en la distancia hasta que se hizo pequeño para mis ojos.
Me sentía entumecida, congelada, dolida y atónita con lo que acababa de suceder. En menos de veinte minutos todo terminó entre Julia y yo. Me parecía tan extraño, tanto, que costaba creérmelo. Todo sucedió tan rápido.
Repentinamente volví a la vida al sentir la diminuta caja entre mis manos.
La abrí en modo zombi ya que mis dedos seguían congelados, desenvolví una nota que venía pegada en la tapa.
Escrita con un crayón morado, en letra grande y curva se leía “Para las que no aguantamos llegar hasta los veintisiete y esperar a que las mejores cosas ocurran”.
Adjunto venía un collar con el número 27 en color plateado colgando de un pedazo de cinta de cuero negra.
Sonreí mientras dejaba que nuevas lágrimas cayeran por mi rostro.
Esa niña era alguien especial.
Pero era lo mejor, terminar con Julia era bueno para la salud; no podía seguir pasando por desapercibido esas pequeñas cosas que me indicaron que ella no era para mí. Adoraba ser parte de su mundo... Pero tal vez esto sea lo correcto de hacer.
Limpié mi cara de las lágrimas, pero parecía como que nunca pararían de salir.
Y así, llorando, fue como Nastya me encontró cuando se aproximaba a la casa. Ella cargaba un bolso abultado en donde seguramente traía su ropa de dormir para esta noche.
Pero de repente mis planes cambiaron, se vinieron abajo.
—¿Lena? ¿Qué te sucede? —dijo ella apresurándose a caminar a mi lado.
Examinó mi rostro, mis brazos y mi cuerpo entero.
—Estaba pensando en que no me vendría mal que saliéramos después de todo —sugerí con voz rota.
—¿Qué te ocurrió? ¿Te sientes mal? ¿Viste de nuevo Titanic tu sola? Porque si es así te voy a jalar las orejas por no esperarme para una dosis de DiCaprio.
Sonreí sin sentir realmente las ganas de hacerlo, continuaba entumecida y estática.
—Nop. Julia acaba de marcharse… para siempre. Y duele como nadie tiene idea…
—¿Julia se marchó? ¿Dónde?
Sollocé y solté un quejido.
—Ella y yo terminamos, Nastya.
—Oh.
—Sí.
—Supongo que necesitas una distracción urgentemente, ¿no?
—Eso creo...
—Bien, conozco el lugar perfecto para desahogar penas.
Nastya me tomó de la mano y me guió sin soltarme ni un segundo durante todo el recorrido hasta llegar a la heladería más cercana.
Ya no podía sentir mis pies, en mi interior todo era helado y frío, oscuro y vacío.
Las lágrimas se detuvieron momentáneamente, mi mente estaba en blanco. Me sentía sobrecargada por tantas cosas; había mucho que quería preguntarle a Julia pero ella se había ido, dejándome sola como se lo pedí.
—¿Vas a contarme qué sucedió o tengo que adivinar? —preguntó Nastya una vez que tomamos asiento en las butacas más cercanas a la puerta.
Me obligué a tragar saliva y a despegar la vista del papel tapiz con colores brillantes que ocupaba toda una pared del local.
—Yo... —me relamí los labios para hablar pero parecían estar sellados por completo.
Aclaré mi garganta y parpadeé varias veces para tratar de enfocar la vista. Mis esfuerzos parecían inútiles.
—De acuerdo —dijo Nastya en un suspiro—, puedes contármelo luego. ¿Quieres un helado? Eso siempre funciona con los corazones rotos. ¿Qué tal uno de pistacho? ¿O quieres menta con chocolate?
En medio de la gruesa capa de neblina que me envolvía, logré darle a Nastya un ceño fruncido.
—¿Menta con chocolate? —dije en un susurro—, solo a ti puede gustarte algo que sabe más a pasta de dientes que a un decente sabor de helado.
—Bien, para ti será el de pistacho entonces. Solo por hoy voy a permitir que insultes al chocolate con menta y lo compares con dentífrico.
Se levantó para pedir nuestras órdenes mientras yo repasaba toda la conversación con Julia una vez más.
“Si no te apartas lo suficiente de mí, entonces prometo que haré hasta lo imposible para que llegues a odiarme y así aprendas a mantener la distancia.”
¿De verdad iba a hacer que la odiara?
¿Y qué hay del negocio que mantenían sus padres? No podía creer que ella estuviera pasando por eso sin decirme nada.
Me sentía tan patética en estos momentos; lo que más quería hacer era consolarla y abrazarla. ¿Estaba mal que quisiera eso?
Repentinamente mis ojos comenzaron a nublarse y se dilataron mis pupilas.
Una lágrima salió disparada sin que yo se lo permitiera; me sentía enferma de solo pensar en todo lo que Julia me había dicho.
Antes de que más lágrimas salieran, me levanté de mi asiento y corrí directo al baño.
Aproveché que estaba vacío y sollocé con fuerza, apoyándome en el lavamanos mientras me doblaba y lloraba sin pudor; terminé encerrándome en un cubículo y sentándome en la tapadera del retrete. Subí las piernas hasta que mis rodillas alcanzaron mi mentón, y comencé a llorar horriblemente.
Cuando escuchaba que alguien abría la puerta del baño, me obligaba a callarme y a morderme el brazo para que mis sollozos no pudieran oírse por todo el interior.
Me sentía estúpida. ¡Yo había querido terminar con ella primero!
Nada de esto tenía sentido. Nada.
¿Era mi destruido orgullo el que lloraba o era mi corazón?
Pero de todas formas no importó, lloré hasta que mis hombros comenzaron a sacudirse violentamente y por mi nariz salía líquido; por más que intentaba morder mi brazo con fuerza para ocultar el hecho de que lloraba peor que una bebé, se volvía una tarea imposible cuando recordaba la mirada de dolor en los ojos de Julia.
—Este no es el fin del mundo, Lena. Te vas a recuperar —me dije a mi misma, pero mientras más lo pensaba, más ganas de llorar tenía.
¿En serio era tan patética por llorar sobre una relación que el único futuro que tenía era uno destructivo?
Sorbí mocos hasta que me creí lo suficientemente fuerte como para dejar de llorar, pero cuando accidentalmente llevé mi mano hacia mi cuello, y sentí el collar que Nicole me había regalado… bueno, fue como abrir un jodido dique que inundó todo mi sistema. Volví a llorar incontrolablemente de nuevo.
Afuera, la puerta se abrió una vez más y escuché a Nastya llamándome y chequeando los cubículos uno por uno hasta dar con el mío.
—¿Lena? Por favor no te encierres —suplicó, podía escuchar la preocupación en su voz.
No pude responderle. En su lugar me eché a llorar tratando de ser silenciosa y fallando con éxito.
—¿Lena? Ábreme la puerta, no te encierres —volvió a llamar Rita.
En un intento por lucir menos patética pasé la manga de mi camiseta por mis húmedas mejillas.
Le abrí a Nastya y, en vez de salir, dejé que ella entrara y cerrara la puerta del cubículo.
Apenas y había espacio para ambas pero le hice sitio en la tapadera del retrete para que se sentara y ocupara la mitad.
Ella cargaba dos copas de helado, ambas de color verdoso.
Me pasó la que tenía en su izquierda y me dio un medio abrazo mientras me la entregaba.
—Come el helado, te hará sentir mejor —susurró.
Negué con la cabeza, no quería comer nada.
—No entiendes —fue lo único que pude decirle, ella esperó pacientemente mientras yo terminaba la frase—, ya estoy lo suficientemente helada por dentro como para el resto de mi vida.
Se me quebró la voz al final y sollocé de nuevo.
Nastya llevó mi cabeza hacia su hombro y me dio suaves palmaditas en la espalda.
Eventualmente tendría que contarle todo, pero justo ahora solo quería sentirme rota y llorar.
—Deja de torturarte pensando en lo que pasó o no pasó… o pudo haber pasado. Piensa en otra cosa —me sugirió ella mientras se llevaba una cucharada de helado a la boca— ¿Qué te parece si te distraigo con algo vergonzoso que ocurrió el otro día?
Yo asentí vagamente con la cabeza.
Ella comenzó a hablar pero sentía mis oídos tapados, no escuchaba ni una sola palabra de lo que decía.
—Lena… ¡No me estás escuchando! —me regañó—, concéntrate. Escúchame por un momento, deja de pensar en lo que te está atormentando. ¿Sí? Te hará bien.
Asentí con la cabeza.
—De acuerdo —dije en un susurro.
—Bien. Hace un par de meses fui a una de esas citas relámpago que te arreglan por internet —comenzó a contar—, y terminé en un restaurante, a punto de entrevistarme con más de diez chicos por dos exactos minutos cada uno. Pero como no quería que supieran mi nombre real me inventé uno…
Cuando se detuvo de contar la historia, me aparté de su hombro y la miré fijamente para que continuara. Al menos su plan estaba funcionando y por un minuto entero dejé de pensar en Julia.
—El nombre que me puse fue Andrea Cipriano —dijo ella haciendo un puchero.
—¿Cipriano como Patch? —pregunté con una mueca similar a una sonrisa.
Ella asintió con la cabeza.
—Ya sabes que soy miembro honorario del foro “Violemos a Patch”. En ese momento me pareció una idea genial y divertida… y nadie parecía darse cuenta de que mi apellido era en honor a un personaje ficticio de un libro. Hasta que uno lo notó… tú lo conoces como Key, él se presentó conmigo como Heraldo. ¿Puedes creer ese nombre? Y eso que es su nombre real… hasta yo me lo cambiaría por uno más genial.
Parpadeé varias veces hasta llegar a dedicarle a Nastya una sonrisa verdadera.
—Bueno, como sea —continuó—, él y yo nos llevamos muy bien, conectamos rápido e incluso ocupó un par de minutos extra que a ningún otro chico de las citas le había dado. Salimos esa misma noche pero como llovió, y yo fui la ridícula que no llevó un paraguas, terminé cayéndome en el lodo y se me rompió el pantalón. Key me prestó su camiseta para que me tapara.
—Eso suena romántico —admití. Pensé en mis propios momentos románticos con Julia, supongo que ya nunca los volvería a repetir más que en mi memoria.
—Espera allí, se pone mejor: él me llevó a su casa (que en realidad es todo un complejo como de diez mil varas cuadradas) para que nos secáramos y para que pudiera prestarme más ropa. ¿Y a que no adivinas qué? ¡Él iba a besarme! Pero su madre entró justo en ese momento a su habitación y nos encontró en poca ropa y a punto de salivar en la boca del otro.
—¿Qué?
—Sip, le caí mal instantáneamente a la mujer. Desde ese día no volví a verlo, hasta que apareció con Julia la misma noche que te emborrachaste y vomitaste por todos lados. Oh, pero tenías que haber visto la mirada de preocupación de Julia. Llegó desesperada, empujando puertas y rebuscando en las habitaciones hasta que dio contigo en el baño… ¿y cuando te cargó? fue… fue tan íntimo y real que tuve que mirar para otro lado.
Los ojos se me nublaron de nuevo; agaché la vista hacia mi copa de helado y la revolví con la cuchara.
—Ay, perdón. Lo siento. Había olvidado que te debía distraer de pensar en Julia, no contribuir con el dolor. Lo siento.
—¿Entonces son novios? ¿Tú y Key son novios? —pregunté para cambiar de tema.
—Bueno… sí. Algo así. ¿Logré distraerte? —Noté que ella no había querido entrar en detalles, así que no la presioné con el tema y sólo asentí con la cabeza.
—Bien, vamos a terminar estos helados en otro lugar que no sea el baño de mujeres, por favor. Creo que es hasta insalubre.
Con eso se puso de pie y abrió la puerta para que saliéramos.
—Pensé que me llevarías a un bar para emborracharme, no a una heladería —dije mientras aprovechaba a ver mi cara en el espejo y comprobar que me miraba completamente desastrosa. Tenía los labios y los párpados hinchados. Mis mejillas estaban rojas y mi nariz lucía fosforescente.
—No, no, no. Nada de bares para ti. Desde que me sacaste el susto de mi vida aquella noche cuando me dijiste que estabas embarazada… mejor dejamos el alcohol de lado.
Sonreí y a la vez hice una mueca. Una vez más el mismo recuerdo para torturarme pensando en Julia, iba a tener muchos de esos momentos agridulces clavados en mi cabeza.
Traté de limpiar mi cara lo mejor que pude y finalmente terminé mi helado de pistacho sin derramar una sola lágrima más. Era bueno tener a Nastya a mi lado para afrontar la situación.
Ella era buena compañía, me distrajo toda la noche para que mi mente masoquista dejara el tema de Julia a un lado.
Vimos películas, aunque no recordaba de qué trataban; mis pensamientos estaban a kilómetros de distancia, en un lugar donde no existía el tiempo y el espacio; un lugar en donde me ahogaba y lo único que podía escuchar era:
De haber sabido que te perdería, te hubiera besado con más fuerza esta mañana, habría hecho eterno cada beso.
No dejaba de rememorar esa frase en específico, más porque yo hubiera hecho exactamente lo mismo.
Me encontraba ya en mi pijama, recostada boca arriba en la cama, viendo hacia la nada en la oscuridad. Lo único que podía escuchar eran los suaves ronquidos de Nastya, y un poco de la mezcla musical que provenía de su iPod.
La música de Adele no era precisamente de mucha ayuda con mi crisis de depresión; lágrimas continuaban saliendo de mis ojos... Solo deseaba que se apagaran pronto. Que todo se apagara lo más rápido posible para poder dejar de sentir lo que estaba sintiendo.
Esa noche apenas dormí, y las próximas cinco noches que le siguieron a esa tampoco fueron sencillas. Pero iba a superarlo, tenía que hacerlo.
A la larga iba a terminar haciéndome más daño si continuaba mi relación con Julia.
Tenía que aprender a ser la que una vez fui sin él.
Todo estaría bien... o al menos eso esperaba.
***
En los siguientes días Adele y yo nos habíamos vuelto íntimas amigas; siempre en la mañana me ponía mis audífonos, y mientras caminaba hacia la librería, escuchaba algunas de sus canciones. Ni siquiera escuchaba las letras, sus tristes melodías se iban directo a donde más me dolía.
Tenía la teoría de que, si podía volverme inmune a ella, lograría volverme inmune ante cualquier canción con un ritmo suave y que hablara de amor.
Todavía me sentía adolorida, especialmente cuando Mindy o Shio me pasaban interrogando por el hermoso "trasero de un millón de dólares" como ellas habían nombrado a Julia; finalmente en el séptimo día sin saber nada de ella, me hallé con el valor suficiente como para anunciarles que mi novia había dejado de serlo por problemas de coexistencia.
Ellas abandonaron el tema inmediatamente.
Hasta mamá dejó de llamarme y de tratar de arreglarme citas con los hijos de sus clientes; pasarían meses antes de que volviera a interesarme en alguien. Era mejor no enamorarse, se sufría menos.
En la librería, hacía todo de forma monótona. Sonreía falsamente y fingía que era la persona más normal en este mundo; comía poco o nada, me sentía como la mierda.
Pensaba que sería otro día como cualquier otro, el décimo sin ver o saber absolutamente nada de Julia, hasta que una particular visita interrumpió una tarde en el local.
Llevaba minifalda roja y botas de tacón que le llegaban al muslo. Su rizado cabello naranja estaba suelto y lucía salvaje.
No fui la única en notar su presencia, algunos de los clientes no disimularon al babear sobre su trasero y sobre su pronunciada blusa escotada. Detrás de ella venía Eder, usando sus camisetas tipo Polo, y sus pantalones color caqui.
Marie comenzó a buscar a alguien o algo entre las estanterías, y parte de mí ya se imaginaba a quién estaba tratando de encontrar.
—¿Puedes creer esto? Otro chico lindo entró en la librería —dijo Shio en mi oído, señalando a Eder con un dedo—, no hay muchos de esos por aquí. Por lo general o son chicas las que vienen, o señores casados con más de tres hijos. Tenemos suerte. Rápido, que Mindy no lo vea.
—Él es gay —le confesé a Shio.
—No, no creo. Al menos no lo parece.
—Él es gay —volví a repetir.
Esta vez Shio me tomó del brazo y me sacudió con fuerza.
—¿Estás bromeando? ¿Lo sabes o solo lo estás suponiendo?
Suspiré.
—Lo sé. Lo conozco.
—No, no, no, no. Me va a dar algo… ¡estás mintiendo!
Negué con la cabeza.
—Él mismo me lo dijo —hace mucho tiempo atrás él se había querido sincerar conmigo y me invitó a un restaurante elegante y poco conocido para decirme la verdad. Marie aún no lo sabía, Eder sólo quería consultarme en qué manera podría darle la noticia a ella sin que le fuera a dar un ataque. Entonces yo rebelé el secreto que Marie le había estado ocultando durante mucho tiempo y le conté a Eder sobre la relación que ella mantenía con Julia.
Al día siguiente la encontré succionando chocolate del cuello de Marcus, el otro miembro del harén de Marie.
Pensé que después de eso Eder la dejaría pero de igual forma él siempre continuó llegando al departamento, incluso cuando noches atrás había encontrado a Marcus escondido debajo de la mesa del comedor y fingió no haberlo visto.
Creo que Marie era una buena fachada para que sus padres no sospecharan acerca de sus gustos.
—No puedo creerlo —protestó Shio— pero tienes razón, las señales son claras, ningún chico podría combinar así de bien toda su ropa. A este paso me voy a quedar soltera para toda la vida.
Ella hizo un puchero adorable y continuó circulando entre los clientes.
Observé a Marie un rato más, esperando que no se fijara en mí y que no viniera a hacer un escándalo; el lugar no estaba muy lleno ya que a esta hora de la tarde ralentizaban las ventas.
Marie me vio finalmente y esbozó una sonrisa que lo único que podía significar era problemas.
No había vuelto a hablar con ella desde que me fui del departamento, y ni tenía pensado hablarle de aquí hasta Diciembre del año 2400.
—¡Lena! —saludó ella.
Fruncí el ceño. Hasta su voz me sonaba hipócrita.
—La tía Cecile le dijo a mi mamá que trabajabas aquí, no estaba segura —siguió diciendo—. Debe ser aburrido para ti, pobre. Lamento que perdieras tu otro empleo, pero bueno, así es la vida.
Me crucé de brazos y desvié la vista hacia la estantería de novelas clásicas.
Eder, quien aún no había hablado nada, me saludó con un gesto de mano y me sonrió con nerviosismo.
—¿Necesitas algo? —le pregunté a ella en tono monótono.
—¿No me vas a preguntar cómo estoy? ¿Qué ha sido de mi vida sin vivir contigo?
—Marie, deja las ridiculeces. ¿Destruyes mis cosas, haces que me despidan del trabajo y aun así crees que te preguntaré sobre cómo va todo en tu vida?
Resoplé.
Ella sonrió, divertida por mi comentario.
—Bien. Directo al grano entonces —ella metió la mano en su bolso de diseñador, y por un momento pensé que buscaría la revancha por todo lo que pasó con la pistola de burbujas y me apuntaría con una pistola real. Pero lo que sacó de su bolso fue una tarjeta blanca de tamaño mediano y me la entregó.
La tomé y la observé por un rato, dubitativa sobre qué hacer con esto.
Ella rodó los ojos y me explicó:
—Mi cumpleaños es la próxima semana, ¿recuerdas? Justo un mes antes que el tuyo. Este año decidí adelantarlo y hacer todo un evento especial. La temática será blanco y negro; los invitados tienen que usar solo ropa blanca o negra.
Wow, sí, Marie era toda una mente inteligente. ¡Que se la lleven los rusos por favor!
—¿Para qué me estás dando esto? —Si tendría que enumerar las razones de por qué no debería asistir a esa fiesta, no terminaría ni en mil años.
—Porque quiero que vayas, por eso. Ah, y casi lo olvido —rebuscó de nuevo en su bolso. Ésta vez seguro que era el arma—, traje una para tu novia. Julia.
Se me agitó el corazón de solo escuchar de nuevo su nombre.
No tomé la invitación y desvié la vista.
—¿Se la darías por mí? ¿Por qué no la tomas? —preguntó, su voz parecía sonar cada vez más maliciosa.
—Me temo que no seré capaz de ver a Julia justo ahora —me obligué a decir.
—Oh, supongo que los rumores son ciertos.
Clavé mis ojos en los suyos y me pregunté cómo rayos se había enterado.
—¿Qué es lo que sabes? —dije cautelosamente.
Ella se acercó un poco más a mí, susurrando su respuesta en mi oído.
—No es necesario que lo sepa. Sólo mirarte me lo dice todo: tienes ojeras asquerosas, el rostro sucio y los ojos tan hinchados que es obvio, para cualquiera, saber que has estado llorando. Te lo dije —susurró aun más suave—, Julia no es la clase de persona para ti. Apuesto a que ni siquiera perdiste la virginidad con ella. O con algún otro… todo tu cuerpo grita FRACASADA.
Marie puso algo de distancia y luego volvió a recomponer esa sonrisa fingida que tanto se le daba bien.
—Ya que tú no puedes dársela, entonces yo se la daré —me guiñó un ojo—. No te preocupes, le diré que estás muy bien y que ya tienes a otro.
Respiré hondo unas tres veces pero eso no parecía ser lo suficiente como para quitar los pensamientos homicidas que tenía sobre ella.
—¿Todo bien aquí? —dijo Laura repentinamente apareciendo frente a nosotras.
—Perfecto —respondió Marie—. Supongo que te veré en mi fiesta. Es el sábado, si no encuentras qué ponerte puedo prestarte algo de mi ropa… creo que lo necesitas.
Se despidió de manera alegre y salió muy de prisa por la puerta.
Estúpida Marie.
¿Qué le había hecho yo para que me odiara tanto?
—Lena, querida, recuerda que estás en horas laborales. No se aceptan visitas sociales en la librería —me recordó Laura.
Asentí con la cabeza y murmuré una disculpa. Laura desapareció, siguiendo a Mindy para regañarla por el mal uso del uniforme de trabajo.
Me quedé parada, con la invitación de la fiesta de Marie en mano.
Al menos ella haría algo que yo moría de ganas por hacer desde hace mucho: iba a ver a Julia.
¿Y si yo hablaba con ella? ¿Qué de malo podría pasar?
¿Y si me corría de su departamento? No, se supone que ella me amab… bueno, nunca dijo que me amaba, pero al menos supongo que me quería. Ella sería incapaz de botarme de su departamento solo porque estuviera enojada conmigo ¿verdad?
De repente me entró la urgencia de verla. Marie era capaz de inventarle demasiadas cosas si tenía la oportunidad.
Sí, hoy trataría de hablar con ella.
Cueste lo que cueste.
La frase tonta de la semana.
Ya no puedo continuar con esto.
Esas fueron las primeras palabras que se me vinieron a la mente al describir toda mi situación con Julia.
Sencillamente ya no podía seguir aguantando las mentiras.
Me sentía insultada, traicionada, decepcionada y todas las otras palabras que terminaban en ada; primero ella me decía que no tuvo sentimientos por Marie, ¿y ahora me decía que hubo un tiempo en que la amó?
Estaba cansada de todo esto.
Agarré la mano de Julia justo antes que subiera a la segunda planta de la casa y se desnudara en mi habitación, y traté de llevarla de nuevo hacia afuera.
—¿Qué ocurre? —me preguntó— ¿Acaso ya no quieres verme desnuda?
La miré fijamente, negando con la cabeza.
—No, no quiero verte desnuda —eso era más o menos cierto—. Por favor hablemos en otro lado.
Julia me examinó con atención, como intentando descifrar lo que estaba a punto de decirle.
—¿Por qué presiento que vas a romperme el corazón? —preguntó en voz baja. Luego llevó su mano hacia mi mentón y levantó mi cabeza para que la mirara a los ojos.
Ojos azules-grisáceos mentirosos, ojos que ocultaban cosas, ojos que me miraban hasta el fondo.
—Por favor... —dejó que yo la tomara de la mano y la guiara hacia la puerta de entrada.
Antes de que pudiera salir por completo a la calle, apareció Susan cargando una pila de dibujos hechos por sus alumnos.
Nos miró y sonrió ampliamente.
—Pensé que habías dicho que Nastya era la que llamaba a la puerta —dijo haciendo contacto visual con Julia—, pero las visitas sorpresas siempre son lo mejor.
Me guiñó un ojo y se presentó con ella. Maniobró con una mano los dibujos, y con la otra estrechó la de Julia.
—Yo soy Susan, soy... uhmm, la madrastra de Lena —hizo una mueca ante la mención de la palabra madrastra.
Me tensé también al oírla. Nunca había asociado a las madrastras con personas buenas, o vegetarianas como Susan. Las imaginaba malvadas, come corazones y envidiosas.
—Soy Julia, la novia —dijo ella cautelosamente, midiendo mi reacción.
Yo miré hacia otro lado.
Susan asintió y abrió la boca para decir más, pero la llegada de papá a la habitación hizo que ella guardara silencio.
Mi padre aún masticaba la berenjena de la cena en su boca, arrugó la nariz al ver a Julia de pie, ensuciando el piso con sus botas negras.
—¿Qué hace ella aquí? —Escupió las palabras—, ¿con qué intenciones vienes a visitar a mi hija?
—Vengo a pedirle la mano de Lena —respondió Julia solemnemente.
—¿Qué?
Papá comenzó a ahogarse con la berenjena. Susan le tuvo que dar pequeños golpecitos en la espalda para que dejara de toser.
Le di un codazo a Julia y ella simplemente se encogió de hombros.
—Papá, Julia está bromeando —dije para tranquilizarlo—. Es más, ella ya se va ¿no es cierto, Julia?
Le lancé miradas asesinas, que ella, convenientemente decidió ignorar.
—No, señor. Me gusta ser seria sobre el asunto; quiero casarme con su hija, tener ocho hijos y vivir apartados de la civilización.
Julia tomó mi mano y la besó frente a papá.
A Susan se le abrieron los ojos y yo tuve que arrastrar a Julia para sacarla por la fuerza antes de que a mi padre le diera un ataque al corazón.
Finalmente ella cedió y salimos hacia el porche de la casa.
—¡No seas tonta! ¿Por qué le dijiste eso a mi padre? —le dije una vez que estábamos fuera.
—Tranquila nena. Yo sé que tu padre no me acepta, solo quería bromear un poco con él.
Resoplé.
—Deja de hacerlo. Para ti es gracioso. Para él significa una embolia o la planeación de un asesinato en la próxima semana.
Julia rió alto y claro.
—Está bien, por ti lo que sea, nena.
Eso me molestó.
¿Por mí lo que sea?
—Sencillamente no te entiendo —dije exasperada—. Vienes y eres capaz de decirme cosas bonitas, cosas que quiero escuchar, pero también te contradices tú sola. Ya no sé qué pensar de ti Julia.
—¿En qué me estoy contradiciendo? —se cruzó de brazos y apoyó su cadera contra la pared más cercana. Yo imité su gesto.
—Con todo, pero principalmente con Marie. Me dijiste que te acostabas con ella porque era sólo un cuerpo más entre el montón, ¿pero luego vienes y me dices que la amabas? ¿Qué por eso te tatuaste su nombre? Además, me estás escondiendo tantas cosas que ya perdí la cuenta.
—Lena...
Levanté un dedo para detenerlo.
—Si no quieres perderme será mejor que me digas todo.
—Te lo he dicho y dado todo...
—No, no lo has hecho. O al menos soy codiciosa y quiero más.
—Mmmm, me gusta la Lena codiciosa.
—Por favor Julia, detente. Si no querías lastimarme, lo estás haciendo ahora.
—¿Te estoy lastimando? ¿Cómo? Dime para darme patadas y no hacerlo nuevamente —me tomó de los hombros pero yo fui más rápida intuyendo su movimiento y me moví lejos de su alcance.
—Quiero que nos demos un tiempo —eso salió de mi boca.
Por primera vez, desde que conocí a Julia, se quedó sin palabras.
Su boca se abría y se cerraba pero no decía nada.
—¿Por qué? —fue lo único que preguntó.
Me removí incómoda en mi lugar.
—Porque estoy confundida, por eso.
Minutos de silencio pasaron hasta que finalmente habló:
—Está bien. Te voy a dejar en paz si al menos me das una buena razón —descruzó los brazos y no dejó de verme fijamente, esperando mi respuesta.
—¡Porque estoy harta que no me digas la verdad acerca de nada! Me costó un mundo hacer que me hablaras de Nicole, y te apuesto a que si Elena no hubiera sacado el tema el otro día en la playa, tú nunca, jamás, me hubieras contado sobre ella —estaba gritando ahora, histérica—. ¡Tienes demasiados misterios de los cuales no me has dicho absolutamente nada, cuando yo siempre he sido un libro abierto fácil de leer para ti! ¡No confías lo suficiente en mí! ¡Eres ciento cincuenta misterios de Volkova, en persona! Y tal vez, tal vez no quiera ser la protagonista de tu libro. Eres demasiado con lo que aguantar… y… —mi voz perdía intensidad ya para el final—… y no creo que haya una sola chica que pueda soportar subirse a esta montaña rusa o ser el plato de segunda mesa que dejó Marie. Yo solo quiero una relación normal con alguien que no esté tan jodido como tú o como Mason.
Después de decir todo lo que tenía que decir, Julia se quedó bastante callada, silenciosa. Me daba miedo verlo a los ojos para medir su reacción.
¿Tal vez me pasé de la raya?
—Me duele que no me digas la verdad —hablé cuando noté que el silencio continuaba espesándose entre nosotros—; esto no es acerca de un estúpido tatuaje, Julia. Esto es porque no estoy segura de si estamos en la misma página, o si voy a soportar tus mentiras por más tiempo. O porque probablemente tu y yo no seamos el uno para el otro.
Después de un minuto entero de contener la respiración, Julia finalmente habló… o más bien lo escuché tragando saliva.
—¿Quieres terminar conmigo? ¿De nuevo? —Sonaba herido. Cierto, le había dejado de hablar por una semana cuando Marie me había enumerado todos los lugares en los que lo hicieron como conejos. Nunca debí perdonarla de vuelta; sencillamente tuve que haber acabado con esto de una vez por todas.
Me obligué a decir las siguientes palabras:
—Quiero terminar contigo Julia. No puedo seguir con esto si tú no estás siendo completamente sincera conmigo… entiende que me vuelve insegura no saber lo que pasa. Te amo pero… —me detuve de hablar. ¿Le había dicho que lo amaba? Mierda. Ahora no iba a lograr sacarlo de mi casa por el resto del día.
—Espera… —dijo con cierta emoción en su voz—, ¿me amas? ¿Me amas pero me vas a dejar?
—Te amo pero creo que sigues siendo esclavo de lo que sientes por Marie. Siento que nunca voy a lograr erradicarla de nuestra relación y de nuestras vidas.
Empecé a dar pasos hacia el interior de la casa pero Julia me tomó del brazo y me trajo de vuelta a mi lugar.
—Alto ahí, Lena. Hazme un favor y deja de suponer cosas que no son ciertas más que en tu cabeza. YO NO AMO A MARIE, te dije que hubo un tiempo en que la amé… en pasado. Fue muchísimo antes de saber siquiera que andaba con Eder y que tenía todo un harén de hombres haciendo fila por ella. Yo era demasiado tonta en esa época, un completo asno que se dejó impresionar, nada más. Y sí, fue un cuerpo bonito con el que me acosté; y no te voy a negar que, el hecho de que no tuviéramos un compromiso serio, logró hacer que mi decisión de quedarme con ella fuera fácil. Sencilla. Soy un ser humano después de todo. ¿Y el jodido tatuaje? Ese lo hice cuando estaba ebrio, cuando aparecí por primera vez en el departamento de Marie embebida en alcohol y alucinando con hacerle cosas a su prima que no debería estar pensando en hacérselas. Y por si no te queda claro, me estoy refiriendo a ti.
»Como estúpido borracho que estaba, cometí el error de contarle a Marie que me gustaba la forma en la que andabas despreocupada con tu libro en la mano, usando piyamas ridículos, o con esas espantosas pantuflas de conejito que siempre llevabas por las noches. O cuando estabas sencillamente haciendo lo que sea que hacías, como respirar.
»Lo que hizo Marie fue aprovecharse y sugerirme lo del tatuaje para que no la olvidara. ¡Perdona si en ese momento me pareció la cosa más lógica de hacer! ¡Se supone que la amaba y que era mi “novia” y decidí que era buena idea complacerla! Lo sé, soy la idiota más grande que ha pisado este planeta pero los hay peores que yo.
Abrí mi boca para después cerrarla, pero era Julia quien esta vez no me dejaba hablar.
—¿Qué te estoy escondiendo, Lena? —continuó diciendo con fervor, con la sangre hirviendo dentro de su piel—. Te he dicho todo lo que hay que decir sobre mí… pero si no es suficiente para ti, entonces… comencemos por el principio —Tomó un largo respiro y empezó a hablar rápido—: Mi nombre completo es Julia Olegvona Volkova, lo sé es un segundo nombre de mierda pero es así… tengo un hermano loco con esquizofrenia llamado Aarón y que, en las pocas veces que lo he visto, todavía cree que lo intento envenenar hasta con el maldito vaso de agua. Tengo veintitrés años y me hago cargo de mi abuela, una señora de setenta años de edad con personalidad de diva, también tengo un perro Golden Retriever llamado Carlo que come por ocho personas, una mofeta sin glándulas con el que mi sobrina se encariñó, dicha niña de diez años que amo como si fuera mía. Una niña que tuvo una infancia difícil y que protejo con mi vida para evitar que la gente le haga daño o la miren como si fuera un bicho raro.
»¿Mi dinero? En realidad es el de mis padres, pasó a ser mío cuando murieron. ¿Mi trabajo? Simplemente ayudo a la banda de mi amigo a conseguir un poco de fama porque fui el primero en invertir dinero en ellos antes de que consiguieran un contrato con alguna disquera. Trabajé un tiempo vendiendo autos de lujo en una tienda donde el dueño conocía a mi padre… ¿y por qué pedí trabajo en ese lugar si se supone que yo no necesito el dinero? Simple: porque me enteré que mis padres tenían negocios ilícitos con gente que distribuía droga. Todo el dinero que poseo lo ganaron, o robando, o distribuyendo cocaína. ¿Por qué crees que quiero deshacerme de él tan rápido? ¿Por qué crees que le pagaba grandes sumas a Porky por cosas insignificantes que a la vez me acercaban a ti? Porque intenté donarlo a la caridad o algo por el estilo, pero se sentía incorrecto. Me sentía una completa hija de puta entregándoles dinero manchado con sangre… Al parecer mi hermano sabía de todo esto pero nadie pudo decirme cuando tenía la edad suficiente como para comprenderlo.
»No duermo pensando en si esa gente que mantenía negocios con mis padres intentará buscarme a mí y a mi familia de nuevo… porque lo hicieron, llegaron mientras mi sobrina estaba en la escuela y me amenazaron para que continuara con el legado de mis padres, no querían perder la zona por la que ellos se mataron tanto trabajando; por eso saqué a Nicole de la escuela y la mandé a ella y a mi abuela a vivir juntas en otro lado. Ahora entiendes por qué soy sobreprotector y reservado con ella… incluso contigo. No provengo de una buena familia con excelentes valores morales como siempre creí que lo hacía.
»Tampoco quiero que te hagan daño. Te lo dije Lena, siendo el egoísta que soy quise retenerte a mi lado aun sabiendo que podías correr peligro conmigo, siempre supe que lo mejor era no incluirte en mi jodida vida de mierda. Lo siento nena, mi intención jamás fue confundirte… eres libre de irte y zafarte de este asunto sin sentirte culpable. Es más, prometo no enojarme o intentar molerle la cara a golpes a cualquier otro tipo que vea colgando en tu brazo. Anda Lena, desaparece de mi vida antes que sea demasiado tarde y se te pase la oportunidad.
Me quedé atónita con todo lo que me dijo Julia.
Parpadeé varias veces intentando retener las lágrimas que se formaban en mis ojos.
¿Qué acababa de suceder?
—¿No crees que ya es demasiado tarde como para no estar involucrada? —fue lo único que mi garganta reseca me permitió decir—, te acabo de decir que te amo… y tú sólo buscas excusas.
—Lo sé. Pero también acabas de abrirme los ojos… ya no puedo vivir en un cuento de hadas contigo. No fue mi intención hacerte daño; quería ocultarte las partes feas de mi vida pero no sabía que eso era lo que más te estaba lastimando. Por favor no me ames más, echo a perder todo lo que está a mi alrededor. Y si no te apartas lo suficiente de mí, entonces prometo que haré hasta lo imposible para que llegues a odiarme y así aprendas a mantener la distancia. Como tú sugeriste: es mejor que nos demos un tiempo libre. No soy alguien con el que te conviene estar. Tenías razón después de todo: tal vez tú y yo no seamos lo que necesita el otro.
Yo continuaba estúpidamente en silencio. Por fin lograba abrirse conmigo y me decía todo esto. No sabía qué pensar.
Tragué el nudo que se formó en mi garganta.
Las lágrimas dejaron el orgullo de lado y corrieron por mi cara con facilidad.
Me dolía todo. Era… demasiado.
Se sentía como si me hubieran arrancado el corazón para después ponerlo en su lugar.
—¡Eres un tonta! —chillé. Corrí lo más cerca de Julia y comencé a golpearlo en el pecho repetidamente.
—¡Eres un grandísimo idiota! —seguí con los golpes—, me haces sentir confundida un momento y al siguiente me haces sentir como si fuera la peor persona en el mundo.
Ella no dijo nada, sólo dejó que lo golpeara en el pecho y que llorara con gruesas y grandes lágrimas.
—Lo siento mucho nena —dijo sobando mi pelo.
Me aparté inmediatamente y lo vi detrás de mis ojos nublados.
—No te creo nada. ¡Seguro estás mintiéndome como siempre lo haces! —tenía que ser eso. Esta vez no caería tan fácil.
—Entonces no me creas —dijo simplemente—. Es mejor de esa forma. Lamento que por mi culpa te sintieras insegura.
—¿Por qué me cuentas esto hasta ahora? —le reclamé histérica.
Ni siquiera podía entender por qué estaba tan furiosa y a la vez llorando. ¿De dónde venía toda esta ira?
—¿Marie sabía esto? ¡Dime! ¿Lo sabía? —continué gritando.
Por el rabillo del ojo noté a Susan tratando de contener a mi padre y regresándolo a la casa. No me importaba si ellos habían escuchado algo de lo que Julia me dijo.
—Creo que ella logró sacarme información en una de esas tantas veces que me emborraché. Yo jamás le dije nada, te lo juro. Al menos no cuando estaba consciente. Eres la única a la que se lo he contado todo.
—Bien, pues no creo que debas hacer un gran esfuerzo para que te odie, porque desde ya lo estás haciendo. ¡Eres una tonto, una completa idiota! Me caes mal Julia Volkova —grité—, será mejor que no te me acerques de nuevo. ¡Ya no sé qué creer de ti! ¿Es verdad lo que me dices? ¿Es mentira? Pienso que me estoy volviendo loca. Te amo y te odio por ocultarme tantas cosas, por… por… ¡nada de esto tiene sentido!
Julia agachó la cabeza y evitó el contacto visual conmigo.
—Lo siento —volvió a repetir—, si me hubiera alejado antes no tendrías que estar en este dilema en estos momentos. Pero todo lo que te he dicho es la verdad. Marie me acusó de ser una estafadora porque ella nunca supo de dónde venía mi dinero. Jamás le dije nada y puedes preguntarle lo que quieras, ella solo te va a decir las suposiciones que hacía de mí, y que tú muy fervientemente creías.
Me quedé en silencio nuevamente, procesando la jugosa información que me había dado.
De nuevo me sentía como la mala de la historia.
—¿Me estás dejando porque te dije que quería un tiempo lejos de ti? —pregunté después de unos minutos.
—Te estoy dejando porque te estoy haciendo mucho daño. Intenté retenerte lo más que pude pero al hacerlo solo estaba pensando en mí…
¿Por qué le estaba reclamando esto? Yo era la que quería espacio.
—Ves a lo que me refiero —murmuró él de repente—, solo te estoy causando más dolores de cabeza de los que necesitas. Debí apartarme desde hace tiempo atrás.
—Entonces vete. Vete porque me estoy volviendo loca —sorbí unos cuantos mocos y pasé la palma de mi mano por mis mejillas. Se sentían calientes y me ardían los labios—. Definitivamente no hay forma en que tú y yo podamos funcionar. Nunca. Yo no me merezco esto.
Por un momento nuestros ojos se sostuvieron y me sorprendió ver dolor en los suyos.
—Lamento arruinarte la noche —se limitó a decir.
Comenzó a acercarse a mí para enjugar mis lágrimas, pero yo me aparté de su camino.
—Vete de una buena vez, vete antes de que me hagas más daño —dije amenazadoramente.
Asintió con la cabeza y movió un pie tras otro hasta llegar a su motocicleta estacionada en la acera. Justo cuando estaba por subirse, se volteó una última vez y me sonrió con tristeza.
—Se me olvidaba darte algo —dijo y rebuscó en el bolsillo de su pantalón hasta que sacó una pequeñísima caja de color amarillo—, esto no te lo estoy dando de mi parte. Viene de Nicole; ella quiso que te lo diera porque no aguantaba las ganas de que lo vieras. No te sientas obligada a aparecerte en mi apartamento solo por eso.
Me lo entregó en la mano, envolviendo sus dedos en los míos, dándoles un apretón que envió escalofríos a mi cuerpo entero.
Se apartó rápidamente y se subió a su moto.
—Por cierto… —dijo antes de ponerse en marcha—, el tatuaje con el nombre de Marie lo cubrí con otro. Con un colibrí y con una de esas mierdas tribales que Key me sugirió que hiciera. Cometí una estupidez pero no pienso repetirla de nuevo. Lamento de verdad que todo terminara de esta manera, de haber sabido que te perdería, te hubiera besado con más fuerza esta mañana, habría hecho eterno cada beso.
No pude replicarle con nada porque en eso ella aceleró la motocicleta y la vi perderse en la distancia hasta que se hizo pequeño para mis ojos.
Me sentía entumecida, congelada, dolida y atónita con lo que acababa de suceder. En menos de veinte minutos todo terminó entre Julia y yo. Me parecía tan extraño, tanto, que costaba creérmelo. Todo sucedió tan rápido.
Repentinamente volví a la vida al sentir la diminuta caja entre mis manos.
La abrí en modo zombi ya que mis dedos seguían congelados, desenvolví una nota que venía pegada en la tapa.
Escrita con un crayón morado, en letra grande y curva se leía “Para las que no aguantamos llegar hasta los veintisiete y esperar a que las mejores cosas ocurran”.
Adjunto venía un collar con el número 27 en color plateado colgando de un pedazo de cinta de cuero negra.
Sonreí mientras dejaba que nuevas lágrimas cayeran por mi rostro.
Esa niña era alguien especial.
Pero era lo mejor, terminar con Julia era bueno para la salud; no podía seguir pasando por desapercibido esas pequeñas cosas que me indicaron que ella no era para mí. Adoraba ser parte de su mundo... Pero tal vez esto sea lo correcto de hacer.
Limpié mi cara de las lágrimas, pero parecía como que nunca pararían de salir.
Y así, llorando, fue como Nastya me encontró cuando se aproximaba a la casa. Ella cargaba un bolso abultado en donde seguramente traía su ropa de dormir para esta noche.
Pero de repente mis planes cambiaron, se vinieron abajo.
—¿Lena? ¿Qué te sucede? —dijo ella apresurándose a caminar a mi lado.
Examinó mi rostro, mis brazos y mi cuerpo entero.
—Estaba pensando en que no me vendría mal que saliéramos después de todo —sugerí con voz rota.
—¿Qué te ocurrió? ¿Te sientes mal? ¿Viste de nuevo Titanic tu sola? Porque si es así te voy a jalar las orejas por no esperarme para una dosis de DiCaprio.
Sonreí sin sentir realmente las ganas de hacerlo, continuaba entumecida y estática.
—Nop. Julia acaba de marcharse… para siempre. Y duele como nadie tiene idea…
—¿Julia se marchó? ¿Dónde?
Sollocé y solté un quejido.
—Ella y yo terminamos, Nastya.
—Oh.
—Sí.
—Supongo que necesitas una distracción urgentemente, ¿no?
—Eso creo...
—Bien, conozco el lugar perfecto para desahogar penas.
Nastya me tomó de la mano y me guió sin soltarme ni un segundo durante todo el recorrido hasta llegar a la heladería más cercana.
Ya no podía sentir mis pies, en mi interior todo era helado y frío, oscuro y vacío.
Las lágrimas se detuvieron momentáneamente, mi mente estaba en blanco. Me sentía sobrecargada por tantas cosas; había mucho que quería preguntarle a Julia pero ella se había ido, dejándome sola como se lo pedí.
—¿Vas a contarme qué sucedió o tengo que adivinar? —preguntó Nastya una vez que tomamos asiento en las butacas más cercanas a la puerta.
Me obligué a tragar saliva y a despegar la vista del papel tapiz con colores brillantes que ocupaba toda una pared del local.
—Yo... —me relamí los labios para hablar pero parecían estar sellados por completo.
Aclaré mi garganta y parpadeé varias veces para tratar de enfocar la vista. Mis esfuerzos parecían inútiles.
—De acuerdo —dijo Nastya en un suspiro—, puedes contármelo luego. ¿Quieres un helado? Eso siempre funciona con los corazones rotos. ¿Qué tal uno de pistacho? ¿O quieres menta con chocolate?
En medio de la gruesa capa de neblina que me envolvía, logré darle a Nastya un ceño fruncido.
—¿Menta con chocolate? —dije en un susurro—, solo a ti puede gustarte algo que sabe más a pasta de dientes que a un decente sabor de helado.
—Bien, para ti será el de pistacho entonces. Solo por hoy voy a permitir que insultes al chocolate con menta y lo compares con dentífrico.
Se levantó para pedir nuestras órdenes mientras yo repasaba toda la conversación con Julia una vez más.
“Si no te apartas lo suficiente de mí, entonces prometo que haré hasta lo imposible para que llegues a odiarme y así aprendas a mantener la distancia.”
¿De verdad iba a hacer que la odiara?
¿Y qué hay del negocio que mantenían sus padres? No podía creer que ella estuviera pasando por eso sin decirme nada.
Me sentía tan patética en estos momentos; lo que más quería hacer era consolarla y abrazarla. ¿Estaba mal que quisiera eso?
Repentinamente mis ojos comenzaron a nublarse y se dilataron mis pupilas.
Una lágrima salió disparada sin que yo se lo permitiera; me sentía enferma de solo pensar en todo lo que Julia me había dicho.
Antes de que más lágrimas salieran, me levanté de mi asiento y corrí directo al baño.
Aproveché que estaba vacío y sollocé con fuerza, apoyándome en el lavamanos mientras me doblaba y lloraba sin pudor; terminé encerrándome en un cubículo y sentándome en la tapadera del retrete. Subí las piernas hasta que mis rodillas alcanzaron mi mentón, y comencé a llorar horriblemente.
Cuando escuchaba que alguien abría la puerta del baño, me obligaba a callarme y a morderme el brazo para que mis sollozos no pudieran oírse por todo el interior.
Me sentía estúpida. ¡Yo había querido terminar con ella primero!
Nada de esto tenía sentido. Nada.
¿Era mi destruido orgullo el que lloraba o era mi corazón?
Pero de todas formas no importó, lloré hasta que mis hombros comenzaron a sacudirse violentamente y por mi nariz salía líquido; por más que intentaba morder mi brazo con fuerza para ocultar el hecho de que lloraba peor que una bebé, se volvía una tarea imposible cuando recordaba la mirada de dolor en los ojos de Julia.
—Este no es el fin del mundo, Lena. Te vas a recuperar —me dije a mi misma, pero mientras más lo pensaba, más ganas de llorar tenía.
¿En serio era tan patética por llorar sobre una relación que el único futuro que tenía era uno destructivo?
Sorbí mocos hasta que me creí lo suficientemente fuerte como para dejar de llorar, pero cuando accidentalmente llevé mi mano hacia mi cuello, y sentí el collar que Nicole me había regalado… bueno, fue como abrir un jodido dique que inundó todo mi sistema. Volví a llorar incontrolablemente de nuevo.
Afuera, la puerta se abrió una vez más y escuché a Nastya llamándome y chequeando los cubículos uno por uno hasta dar con el mío.
—¿Lena? Por favor no te encierres —suplicó, podía escuchar la preocupación en su voz.
No pude responderle. En su lugar me eché a llorar tratando de ser silenciosa y fallando con éxito.
—¿Lena? Ábreme la puerta, no te encierres —volvió a llamar Rita.
En un intento por lucir menos patética pasé la manga de mi camiseta por mis húmedas mejillas.
Le abrí a Nastya y, en vez de salir, dejé que ella entrara y cerrara la puerta del cubículo.
Apenas y había espacio para ambas pero le hice sitio en la tapadera del retrete para que se sentara y ocupara la mitad.
Ella cargaba dos copas de helado, ambas de color verdoso.
Me pasó la que tenía en su izquierda y me dio un medio abrazo mientras me la entregaba.
—Come el helado, te hará sentir mejor —susurró.
Negué con la cabeza, no quería comer nada.
—No entiendes —fue lo único que pude decirle, ella esperó pacientemente mientras yo terminaba la frase—, ya estoy lo suficientemente helada por dentro como para el resto de mi vida.
Se me quebró la voz al final y sollocé de nuevo.
Nastya llevó mi cabeza hacia su hombro y me dio suaves palmaditas en la espalda.
Eventualmente tendría que contarle todo, pero justo ahora solo quería sentirme rota y llorar.
—Deja de torturarte pensando en lo que pasó o no pasó… o pudo haber pasado. Piensa en otra cosa —me sugirió ella mientras se llevaba una cucharada de helado a la boca— ¿Qué te parece si te distraigo con algo vergonzoso que ocurrió el otro día?
Yo asentí vagamente con la cabeza.
Ella comenzó a hablar pero sentía mis oídos tapados, no escuchaba ni una sola palabra de lo que decía.
—Lena… ¡No me estás escuchando! —me regañó—, concéntrate. Escúchame por un momento, deja de pensar en lo que te está atormentando. ¿Sí? Te hará bien.
Asentí con la cabeza.
—De acuerdo —dije en un susurro.
—Bien. Hace un par de meses fui a una de esas citas relámpago que te arreglan por internet —comenzó a contar—, y terminé en un restaurante, a punto de entrevistarme con más de diez chicos por dos exactos minutos cada uno. Pero como no quería que supieran mi nombre real me inventé uno…
Cuando se detuvo de contar la historia, me aparté de su hombro y la miré fijamente para que continuara. Al menos su plan estaba funcionando y por un minuto entero dejé de pensar en Julia.
—El nombre que me puse fue Andrea Cipriano —dijo ella haciendo un puchero.
—¿Cipriano como Patch? —pregunté con una mueca similar a una sonrisa.
Ella asintió con la cabeza.
—Ya sabes que soy miembro honorario del foro “Violemos a Patch”. En ese momento me pareció una idea genial y divertida… y nadie parecía darse cuenta de que mi apellido era en honor a un personaje ficticio de un libro. Hasta que uno lo notó… tú lo conoces como Key, él se presentó conmigo como Heraldo. ¿Puedes creer ese nombre? Y eso que es su nombre real… hasta yo me lo cambiaría por uno más genial.
Parpadeé varias veces hasta llegar a dedicarle a Nastya una sonrisa verdadera.
—Bueno, como sea —continuó—, él y yo nos llevamos muy bien, conectamos rápido e incluso ocupó un par de minutos extra que a ningún otro chico de las citas le había dado. Salimos esa misma noche pero como llovió, y yo fui la ridícula que no llevó un paraguas, terminé cayéndome en el lodo y se me rompió el pantalón. Key me prestó su camiseta para que me tapara.
—Eso suena romántico —admití. Pensé en mis propios momentos románticos con Julia, supongo que ya nunca los volvería a repetir más que en mi memoria.
—Espera allí, se pone mejor: él me llevó a su casa (que en realidad es todo un complejo como de diez mil varas cuadradas) para que nos secáramos y para que pudiera prestarme más ropa. ¿Y a que no adivinas qué? ¡Él iba a besarme! Pero su madre entró justo en ese momento a su habitación y nos encontró en poca ropa y a punto de salivar en la boca del otro.
—¿Qué?
—Sip, le caí mal instantáneamente a la mujer. Desde ese día no volví a verlo, hasta que apareció con Julia la misma noche que te emborrachaste y vomitaste por todos lados. Oh, pero tenías que haber visto la mirada de preocupación de Julia. Llegó desesperada, empujando puertas y rebuscando en las habitaciones hasta que dio contigo en el baño… ¿y cuando te cargó? fue… fue tan íntimo y real que tuve que mirar para otro lado.
Los ojos se me nublaron de nuevo; agaché la vista hacia mi copa de helado y la revolví con la cuchara.
—Ay, perdón. Lo siento. Había olvidado que te debía distraer de pensar en Julia, no contribuir con el dolor. Lo siento.
—¿Entonces son novios? ¿Tú y Key son novios? —pregunté para cambiar de tema.
—Bueno… sí. Algo así. ¿Logré distraerte? —Noté que ella no había querido entrar en detalles, así que no la presioné con el tema y sólo asentí con la cabeza.
—Bien, vamos a terminar estos helados en otro lugar que no sea el baño de mujeres, por favor. Creo que es hasta insalubre.
Con eso se puso de pie y abrió la puerta para que saliéramos.
—Pensé que me llevarías a un bar para emborracharme, no a una heladería —dije mientras aprovechaba a ver mi cara en el espejo y comprobar que me miraba completamente desastrosa. Tenía los labios y los párpados hinchados. Mis mejillas estaban rojas y mi nariz lucía fosforescente.
—No, no, no. Nada de bares para ti. Desde que me sacaste el susto de mi vida aquella noche cuando me dijiste que estabas embarazada… mejor dejamos el alcohol de lado.
Sonreí y a la vez hice una mueca. Una vez más el mismo recuerdo para torturarme pensando en Julia, iba a tener muchos de esos momentos agridulces clavados en mi cabeza.
Traté de limpiar mi cara lo mejor que pude y finalmente terminé mi helado de pistacho sin derramar una sola lágrima más. Era bueno tener a Nastya a mi lado para afrontar la situación.
Ella era buena compañía, me distrajo toda la noche para que mi mente masoquista dejara el tema de Julia a un lado.
Vimos películas, aunque no recordaba de qué trataban; mis pensamientos estaban a kilómetros de distancia, en un lugar donde no existía el tiempo y el espacio; un lugar en donde me ahogaba y lo único que podía escuchar era:
De haber sabido que te perdería, te hubiera besado con más fuerza esta mañana, habría hecho eterno cada beso.
No dejaba de rememorar esa frase en específico, más porque yo hubiera hecho exactamente lo mismo.
Me encontraba ya en mi pijama, recostada boca arriba en la cama, viendo hacia la nada en la oscuridad. Lo único que podía escuchar eran los suaves ronquidos de Nastya, y un poco de la mezcla musical que provenía de su iPod.
La música de Adele no era precisamente de mucha ayuda con mi crisis de depresión; lágrimas continuaban saliendo de mis ojos... Solo deseaba que se apagaran pronto. Que todo se apagara lo más rápido posible para poder dejar de sentir lo que estaba sintiendo.
Esa noche apenas dormí, y las próximas cinco noches que le siguieron a esa tampoco fueron sencillas. Pero iba a superarlo, tenía que hacerlo.
A la larga iba a terminar haciéndome más daño si continuaba mi relación con Julia.
Tenía que aprender a ser la que una vez fui sin él.
Todo estaría bien... o al menos eso esperaba.
***
En los siguientes días Adele y yo nos habíamos vuelto íntimas amigas; siempre en la mañana me ponía mis audífonos, y mientras caminaba hacia la librería, escuchaba algunas de sus canciones. Ni siquiera escuchaba las letras, sus tristes melodías se iban directo a donde más me dolía.
Tenía la teoría de que, si podía volverme inmune a ella, lograría volverme inmune ante cualquier canción con un ritmo suave y que hablara de amor.
Todavía me sentía adolorida, especialmente cuando Mindy o Shio me pasaban interrogando por el hermoso "trasero de un millón de dólares" como ellas habían nombrado a Julia; finalmente en el séptimo día sin saber nada de ella, me hallé con el valor suficiente como para anunciarles que mi novia había dejado de serlo por problemas de coexistencia.
Ellas abandonaron el tema inmediatamente.
Hasta mamá dejó de llamarme y de tratar de arreglarme citas con los hijos de sus clientes; pasarían meses antes de que volviera a interesarme en alguien. Era mejor no enamorarse, se sufría menos.
En la librería, hacía todo de forma monótona. Sonreía falsamente y fingía que era la persona más normal en este mundo; comía poco o nada, me sentía como la mierda.
Pensaba que sería otro día como cualquier otro, el décimo sin ver o saber absolutamente nada de Julia, hasta que una particular visita interrumpió una tarde en el local.
Llevaba minifalda roja y botas de tacón que le llegaban al muslo. Su rizado cabello naranja estaba suelto y lucía salvaje.
No fui la única en notar su presencia, algunos de los clientes no disimularon al babear sobre su trasero y sobre su pronunciada blusa escotada. Detrás de ella venía Eder, usando sus camisetas tipo Polo, y sus pantalones color caqui.
Marie comenzó a buscar a alguien o algo entre las estanterías, y parte de mí ya se imaginaba a quién estaba tratando de encontrar.
—¿Puedes creer esto? Otro chico lindo entró en la librería —dijo Shio en mi oído, señalando a Eder con un dedo—, no hay muchos de esos por aquí. Por lo general o son chicas las que vienen, o señores casados con más de tres hijos. Tenemos suerte. Rápido, que Mindy no lo vea.
—Él es gay —le confesé a Shio.
—No, no creo. Al menos no lo parece.
—Él es gay —volví a repetir.
Esta vez Shio me tomó del brazo y me sacudió con fuerza.
—¿Estás bromeando? ¿Lo sabes o solo lo estás suponiendo?
Suspiré.
—Lo sé. Lo conozco.
—No, no, no, no. Me va a dar algo… ¡estás mintiendo!
Negué con la cabeza.
—Él mismo me lo dijo —hace mucho tiempo atrás él se había querido sincerar conmigo y me invitó a un restaurante elegante y poco conocido para decirme la verdad. Marie aún no lo sabía, Eder sólo quería consultarme en qué manera podría darle la noticia a ella sin que le fuera a dar un ataque. Entonces yo rebelé el secreto que Marie le había estado ocultando durante mucho tiempo y le conté a Eder sobre la relación que ella mantenía con Julia.
Al día siguiente la encontré succionando chocolate del cuello de Marcus, el otro miembro del harén de Marie.
Pensé que después de eso Eder la dejaría pero de igual forma él siempre continuó llegando al departamento, incluso cuando noches atrás había encontrado a Marcus escondido debajo de la mesa del comedor y fingió no haberlo visto.
Creo que Marie era una buena fachada para que sus padres no sospecharan acerca de sus gustos.
—No puedo creerlo —protestó Shio— pero tienes razón, las señales son claras, ningún chico podría combinar así de bien toda su ropa. A este paso me voy a quedar soltera para toda la vida.
Ella hizo un puchero adorable y continuó circulando entre los clientes.
Observé a Marie un rato más, esperando que no se fijara en mí y que no viniera a hacer un escándalo; el lugar no estaba muy lleno ya que a esta hora de la tarde ralentizaban las ventas.
Marie me vio finalmente y esbozó una sonrisa que lo único que podía significar era problemas.
No había vuelto a hablar con ella desde que me fui del departamento, y ni tenía pensado hablarle de aquí hasta Diciembre del año 2400.
—¡Lena! —saludó ella.
Fruncí el ceño. Hasta su voz me sonaba hipócrita.
—La tía Cecile le dijo a mi mamá que trabajabas aquí, no estaba segura —siguió diciendo—. Debe ser aburrido para ti, pobre. Lamento que perdieras tu otro empleo, pero bueno, así es la vida.
Me crucé de brazos y desvié la vista hacia la estantería de novelas clásicas.
Eder, quien aún no había hablado nada, me saludó con un gesto de mano y me sonrió con nerviosismo.
—¿Necesitas algo? —le pregunté a ella en tono monótono.
—¿No me vas a preguntar cómo estoy? ¿Qué ha sido de mi vida sin vivir contigo?
—Marie, deja las ridiculeces. ¿Destruyes mis cosas, haces que me despidan del trabajo y aun así crees que te preguntaré sobre cómo va todo en tu vida?
Resoplé.
Ella sonrió, divertida por mi comentario.
—Bien. Directo al grano entonces —ella metió la mano en su bolso de diseñador, y por un momento pensé que buscaría la revancha por todo lo que pasó con la pistola de burbujas y me apuntaría con una pistola real. Pero lo que sacó de su bolso fue una tarjeta blanca de tamaño mediano y me la entregó.
La tomé y la observé por un rato, dubitativa sobre qué hacer con esto.
Ella rodó los ojos y me explicó:
—Mi cumpleaños es la próxima semana, ¿recuerdas? Justo un mes antes que el tuyo. Este año decidí adelantarlo y hacer todo un evento especial. La temática será blanco y negro; los invitados tienen que usar solo ropa blanca o negra.
Wow, sí, Marie era toda una mente inteligente. ¡Que se la lleven los rusos por favor!
—¿Para qué me estás dando esto? —Si tendría que enumerar las razones de por qué no debería asistir a esa fiesta, no terminaría ni en mil años.
—Porque quiero que vayas, por eso. Ah, y casi lo olvido —rebuscó de nuevo en su bolso. Ésta vez seguro que era el arma—, traje una para tu novia. Julia.
Se me agitó el corazón de solo escuchar de nuevo su nombre.
No tomé la invitación y desvié la vista.
—¿Se la darías por mí? ¿Por qué no la tomas? —preguntó, su voz parecía sonar cada vez más maliciosa.
—Me temo que no seré capaz de ver a Julia justo ahora —me obligué a decir.
—Oh, supongo que los rumores son ciertos.
Clavé mis ojos en los suyos y me pregunté cómo rayos se había enterado.
—¿Qué es lo que sabes? —dije cautelosamente.
Ella se acercó un poco más a mí, susurrando su respuesta en mi oído.
—No es necesario que lo sepa. Sólo mirarte me lo dice todo: tienes ojeras asquerosas, el rostro sucio y los ojos tan hinchados que es obvio, para cualquiera, saber que has estado llorando. Te lo dije —susurró aun más suave—, Julia no es la clase de persona para ti. Apuesto a que ni siquiera perdiste la virginidad con ella. O con algún otro… todo tu cuerpo grita FRACASADA.
Marie puso algo de distancia y luego volvió a recomponer esa sonrisa fingida que tanto se le daba bien.
—Ya que tú no puedes dársela, entonces yo se la daré —me guiñó un ojo—. No te preocupes, le diré que estás muy bien y que ya tienes a otro.
Respiré hondo unas tres veces pero eso no parecía ser lo suficiente como para quitar los pensamientos homicidas que tenía sobre ella.
—¿Todo bien aquí? —dijo Laura repentinamente apareciendo frente a nosotras.
—Perfecto —respondió Marie—. Supongo que te veré en mi fiesta. Es el sábado, si no encuentras qué ponerte puedo prestarte algo de mi ropa… creo que lo necesitas.
Se despidió de manera alegre y salió muy de prisa por la puerta.
Estúpida Marie.
¿Qué le había hecho yo para que me odiara tanto?
—Lena, querida, recuerda que estás en horas laborales. No se aceptan visitas sociales en la librería —me recordó Laura.
Asentí con la cabeza y murmuré una disculpa. Laura desapareció, siguiendo a Mindy para regañarla por el mal uso del uniforme de trabajo.
Me quedé parada, con la invitación de la fiesta de Marie en mano.
Al menos ella haría algo que yo moría de ganas por hacer desde hace mucho: iba a ver a Julia.
¿Y si yo hablaba con ella? ¿Qué de malo podría pasar?
¿Y si me corría de su departamento? No, se supone que ella me amab… bueno, nunca dijo que me amaba, pero al menos supongo que me quería. Ella sería incapaz de botarme de su departamento solo porque estuviera enojada conmigo ¿verdad?
De repente me entró la urgencia de verla. Marie era capaz de inventarle demasiadas cosas si tenía la oportunidad.
Sí, hoy trataría de hablar con ella.
Cueste lo que cueste.
Hunter- Mensajes : 103
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Re: PROHIBIDO ENAMORARSE DE JULIA VOLKOVA // LIA BELIKOV
Capítulo 22
Gente con colas
Yo era una gallina.
Una cobarde, inútil y tonta gallina que tenía más de una hora sentada en las afueras del edificio en el que vivía Julia, esperándolo como una de esas locas acosadoras que esperan a Justin Bieber fuera de la habitación de su hotel sólo para tener la oportunidad de verlo en ropa interior y soñar con ser la próxima madre de sus hijos.
No dejaba de torturarme con Julia, con la vista que tendría de su espectacular cuerpo y que probablemente ella ni siquiera se miraría así de mal como me veía yo, porque, vaya que yo tenía un aspecto de haber sido masticada, digerida y escupida por un lagarto.
¡Aaggh!
Con cada segundo que pasaba, más se acobardaban mis ideas y parecía inútil mi plan de hablar con ella. Había decidido no subir a buscarla a su apartamento porque eso, ciertamente, me haría lucir como una desesperada; además me sentía tonta ya que era yo la que corría detrás de ella en vez de ser al revés. Me desilusionó saber lo rápido que me había dejado marchar de su vida. Ni siquiera peleó por mí… por nosotros.
Definitivamente este era un mal plan.
Por quinta vez esta noche, me puse de pie y comencé a bajar las pocas gradas que me llevarían hacia la acera y después directo a la parada de buses más cercana para largarme a casa y continuar con la tortura desde la comodidad de mi dormitorio.
Estaba a punto de ponerme los audífonos y apagar a todo el mundo con un poco de Adele, cuando, una mano se posó en mi hombro y me obligó a darme la vuelta.
Era la abuela de Julia.
—¡Hola ahí! —dijo con voz eufórica. Me envolvió en un abrazo y me dio suaves y calmantes palmaditas en la espalda—. No sabía que vendrías hoy.
—Fue algo espontáneo —logré decir en medio del apretado abrazo.
Pude ver a Nicole justo por detrás de nosotras, sosteniendo un bolso morado. La niña sonrió enormemente al verme.
No esperaba encontrarme a ninguna de las dos esta noche, fue toda una sorpresa.
Una vez que su abuela deshizo el abrazo, la pequeña corrió para ocupar su lugar.
—¿Recibiste mi regalo? —preguntó inquieta, saltando de arriba abajo.
—Sí, lo recibí —le dije, dándole una de las pocas sonrisas verdaderas que había dado esta semana—. Aquí...
Le mostré el número veintisiete que colgaba de mi cuello.
Sus ojos se agrandaron y comenzó a dar saltitos rápidos.
—¡Lo tienes puesto! —chilló— ¡Yo también!
Ella me mostró un brazalete hecho con la misma cinta de cuero que mi collar, y con el mismo número colgando orgullosamente.
—¿Vienes a ver a la tía Julia? —preguntó la niña.
—¡Nicole! ¿Qué te he dicho sobre tus preguntas indiscretas? —la regañó su abuela—. Entonces… ¿vienes a ver a mi nieta?
—Yo… yo no…
—Tal vez Lena pueda curar a la tía Julia —interrumpió Nicole—. Lena, ella está enferma. Creo que le duele el corazón... ¡Ya no quiere cantar conmigo las canciones de Selena Gómez! Está grave, ¿sabes quién lo rompió?
Hice una mueca y me agaché para estar a su altura, llevé mi mano a su cabello marrón claro y acaricié su frente, deteniéndome brevemente en las cicatrices de su rostro.
No entendía cómo alguien pudo haberla lastimado de esa manera.
—¿Por qué piensas que está roto? —pregunté.
Ella tardó en dar su respuesta hasta que finalmente habló y dijo:
—Pues porque ya no es la mismo de siempre. Cuando uno de mis juguetes se rompe, deja de hacer lo que normalmente hacía; y la tía Julia actúa de esa forma: como un juguete roto —se calló y miró disimuladamente hacia su abuela, la niña me susurró lo siguiente—, o cuando boté accidentalmente el celular de Nanny al agua y la pantalla se puso negra y nadie pudo encenderlo de nuevo. Parece que la tía Julia está en modalidad apagada, ¿crees que tenga reparo? Porque el celular no lo tuvo.
Mis ojos se nublaron un poco y miré en otra dirección; tragué saliva y humedecí mis labios para responderle pero no sabía qué decir.
—Ya basta con el interrogatorio, deja a Lena en paz —intervino su abuela, salvándome de tener que responder a eso. Ella tomó a Nicole del brazo—. Lena, ¿quieres entrar al departamento? Pediremos pizza y veremos películas de mi época.
—Osea, películas aburridas en blanco y negro —bufó la niña para que sólo yo la escuchara.
—Oí eso, jovencita. Esta noche no hay postre para ti…
—Pero Lena me va a dar del suyo, ¿verdad?
—Ah… pues… —yo estaba balbuceando por completo—. Yo… yo estaba a punto de irme; no creo que pueda…
—¿Te vas? —interrumpió Nicole— ¿Por qué? Tienes que quedarte y ver el álbum de mariposas que hice ayer.
—Es que yo…
—¡Tonterías! —dijo su abuela y me tomó del brazo. Comenzó a caminar conmigo y con la niña hasta detenerse en la puerta de entrada del edificio.
Instantáneamente me empezaron a sudar las manos. ¡Iba a ver a Julia!
—De verdad, no creo que sea una buena idea… —continué diciendo pero ella me silenció con la mirada. Me callé.
—¿Entonces mi nieta y tú no han solucionado las cosas? —preguntó—. Puedo decir que ambas lucen destruidas, aunque Julia no me quiso decir qué era lo que le había pasado.
—No… yo… —un frío invisible se coló por mis huesos, haciendo que frotara mis brazos sin parar—. La verdad es que no he hablado con ella desde hace un tiempo. Creí que hoy sería el día pero aun no estoy lista para hacerlo.
Ella me tomó de los hombros y caminó conmigo hasta el interior del edificio.
Nicole se nos adelantó y corrió hacia el elevador, presionando el botón de llamada unas tres veces.
—Me parece que ambas deberían hablar. Ya son bastante mayorcitos para resolver las cosas como dos adultos responsables. Ven, entra para que veas cómo babea mi nieta al verte.
Me guiñó un ojo y me dio una sonrisa simpática.
Le sonreí de regreso.
Decir que estaba nerviosa era decir poco, tenía el estómago revuelto y la bilis subía y bajaba por mi garganta.
—No estés nerviosa —me susurró ella mientras íbamos en el elevador—. Y dime, ¿has visto alguna película de Cary Grant? Oh, lo vas a amar…
El ascensor se detuvo en el sexto piso y sus puertas se abrieron con un sonido agudo; me costaba tragar saliva a medida que caminábamos hacia el departamento, y pensaba que en cualquier momento me iba a desmayar y haría de mí una completa vergüenza andante.
—¿Entonces la tía Julia y tú están peleadas? —preguntó Nicole— ¿Por qué no hacen las paces? En Gossip Girl, la gente tiene una forma divertida de reconciliarse… creo que se duchan hasta que se les pasa el enojo.
—¿Se duchan? —pregunté. ¿Gossip Girl?
—Sí, eso pienso. Se mira cómo comienzan a quitarse la ropa y cae al suelo… hasta que la bisabuela cambia de canal y pone Bob Esponja. Nunca he podido ver en qué termina un solo capítulo de la serie; aunque yo creo que se besan como por… ¡diez minutos enteros!
Intenté no reírme.
Su abuela hizo un gesto de falsa indignación.
—¡No puedo creer lo que estás diciendo, Nicole! Nada de postre en una semana.
—¡No es justo! Sabes cuánto amo el dulce…
—Y es por eso que tienes los dientes picados y eres la piraña de la familia.
De repente, estábamos frente a la puerta de Julia, a sólo unos metros de distancia.
Los sonidos a mi alrededor se enmudecieron, y mis ojos comenzaron a verlo todo de manera borrosa. De nuevo la gallina en mí tomó el control y balbuceó:
—En serio tengo que irme… tal vez venga después…
—Cariño, respira hondo. Parece que te fuera a dar un ataque de pánico.
—No, yo no me siento preparada aún para… —la puerta se abrió de repente y mi corazón se detuvo por un segundo.
Era ella. Julia.
Quería derretirme y fundirme con el suelo. No quería que me viera y supiera lo débil que había sido al venir a buscarla, esto me hacía el doble de tonta que creí que era.
—¡Julia! Vinimos a hacerte una visita sorpresa. ¿Estás ocupada? —preguntó su abuela viendo incómodamente en dirección al departamento.
—Pasa —dijo ella simplemente.
Por un momento pensé que no me había notado allí, parada como una imbécil, con las palmas de mis manos sudadas, y con la repentina urgencia de ir al baño. Pero no tuve tanta suerte de pasar desapercibida, sus ojos azules-grisáceos fueron a dar directo a los míos. Mientras dejaba a su abuela entrar y ésta la saludaba con un beso en la mejilla, jamás apartó su mirada de mí.
Me quedé congelada y asustada por lo que fuera a decir.
¿Y si me corría de su departamento, frente a su abuela? ¿Qué si decía que yo debería largarme y que iba a poner una orden de restricción contra mí?
Negué con la cabeza, estaba siendo paranoica.
Nicole corrió a abrazarlo.
—¡Tía Julia! Mira a quién encontramos allá afuera —la niña me señaló. Mis mejillas comenzaron a arder—. La invitamos a comer pizza con nosotros, ¿no estás feliz?
—Mjmm —fue su única respuesta ante el asunto—. Ve con la abuela a pedir la comida.
Le revolvió un poco el cabello, y Nicole se fue en cuestión de segundos.
Solo quedábamos ella y yo.
Enfoqué la vista en mis zapatos, esta era definitivamente una mala idea, Julia no se miraba feliz de verme.
—Lena —dijo mi nombre como si le costara pronunciarlo.
Despegué mis ojos del suelo y me concentré en no dirigir mis dedos a su rostro. Vestía una camisa sencilla y pantalones de tela cómoda.
Abrí la boca para decir algo pero me silencié automáticamente cuando, por el rabillo del ojo, vi a una chica moviéndose con elegancia dentro del departamento.
—Creo que no debí venir —dije sintiéndome no bienvenida y extremadamente incómoda.
—Estoy de acuerdo con eso —dijo herméticamente. Se cruzó de brazos y me bloqueó el paso de la puerta.
El corazón se me encogía lentamente. Dolía.
Esta fue una estúpida idea, de todas formas, si alguno de los dos iba a dar el primer paso, ese tenía que ser ella, no yo.
Y era más que obvio que por el momento estaba ocupado con, nada más y nada menos que Elena.
Ella salió disparada hacia la puerta, encarando a Julia y dirigiéndome apenas una mirada de lástima.
—¿Quién es esa gente que acaba de entrar? —exigió molesta.
—Nadie que te importe —le respondió ella.
—¿Y esa niña de ahí? Me sacó el susto de mi vida. ¿Le viste la cara? No es alguien a quien quiera encontrarme en la oscuridad de la noche. Debería usar una máscara, seguro que vino con ella —me miró de frente y podía sentir los dardos que mentalmente lanzaba a mi cabeza—. ¿Qué clase de fenómeno trajiste? ¿Qué haces aquí? Tengo entendido que formas parte de las sobras de Julia. ¿No te da pena venir a buscarla? Igual a esa estúpida pelirroja que vino esta tarde...
Estaba congelada, aturdida por todo lo que había soltado Elena. No sólo me enojó lo que dijo sobre mí, sino lo que dijo sobre Nicole.
—¡Eres una hija de p...! —estuve a punto de agarrar del cuello y estrangularla, pero Julia se me adelantó y en un momento estuvo sobre ella, tomándola de los hombros y sosteniéndola contra el marco de la puerta.
—Ni siquiera te atrevas a decir una sola palabra más —siseó—. Esa niña que viste es mi sobrina, no te quiero ver a ti, o a tu lengua venenosa, ni siquiera a dos centímetros de distancia de ella, ¿entendiste? Y no vuelvas a aparecer en mi departamento otra vez, no quiero que digas quién puede o no puede entrar. La próxima vez, si tienes jodidas quejas sobre tu estúpida posición en la banda, habla con Key, yo ya no tengo ningún asunto que tratar contigo.
La soltó y ella se frotó los hombros.
Jamás había visto a Julia tan enojada. Hasta yo le tendría miedo, pero Elena se lo tenía bien merecido.
Arpía.
—¿Es... es tu sobrina? —balbuceó ella con temor—. No lo sabía, tampoco tienes que tratarme así; no puedes ser tan grosera con una de las tantas chicas con la que follaste.
Sentí como si una piedra enorme me hubiera golpeado directamente en el pecho.
Mis manos instantáneamente formaron puños apretados.
—Elena, lárgate —dijo Julia, la tomó del brazo y la sacó a trompicones del departamento—. Tengo mejores cosas que hacer que perder el tiempo contigo.
Ella tropezó conmigo, golpeando a propósito mi hombro.
—Y es así como vas a terminar en la vida de Julia Volkova —me dijo ella—. Primero comienzas a buscarla como una drogadicta que necesita sus drogas, y luego ella te patea fuera de su departamento.
—¡Lárgate, Elena! —gritó esta vez—. Estás agotando mi paciencia.
Ella desencajó su mandíbula y se arregló el cabello antes de darse la vuelta y marcharse.
Mis ojos instantáneamente buscaron los de Julia y nos miramos fijamente por unos cuantos segundos, minutos, horas; no sabría decirlo con exactitud.
—¿A qué viniste, Lena? —preguntó por fin.
Me relamí los labios e intenté formar palabras coherentes.
—Vine para que hablemos. Creo que me apresuré a...
—¿A qué? ¿A juzgarme? —suspiró, irritada. Se pasó una mano por el rostro—. Vi la mirada en tus ojos cuando apareció Elena. ¿De verdad me crees capaz de ser tan idiota y correr a los brazos de la primera mujer que se me ponga en frente? O peor aún, ¿en los brazos de Elena?
—Cuando terminaste con Marie esperaste apenas un par de días para salir con alguien más. Perdona si me he dejado llevar por la lógica y asumir que volverías a hacer lo mismo cuando me dejaras.
—Yo no te dejé. Ambos estuvimos de acuerdo en acabar con lo que sea que teníamos. Era lo mejor para ti; jamás hubiera funcionado esto entre nosotros, de todas formas, tú nunca confiarías lo suficiente en mí. Mi palabra ya no vale nada para ti. Solo admitámoslo: es mejor dejar las cosas así. No quiero seguir haciéndote daño. Y para tu información, no he estado con otra mujer, así que quita esa cara de venado atropellado porque, a diferencia de lo que creas de mí, no me acuesto con lo primero que me guiñe el ojo y tenga puesto una falda.
—Eres una tonta —dije furiosa—. Una idiota, una bastarda degenerada...
Rápidamente me tomó del brazo y me empujó cerca de su cuerpo. Me costó un momento recuperarme de la sorpresa.
—¿Has estado llorando, Lena? —pasó un dedo por debajo de mis ojos, sentí mi rostro arder en llamas— ¿Has comido algo? —esta vez sus manos se fueron directo a mi cintura y comenzaron a subir y bajar haciéndome difícil el simple trabajo de respirar—, te sientes más delgada.
Me ruboricé por completo. Claro que no había comido mucho los primeros días pero me avergonzaba decir que últimamente hasta estaba comiendo de más. Principalmente helado y comida china. Las costillitas agridulces eran mi parte favorita, y el pollo... Oh Dios mío, el pollo era simplemente espectacular para olvidar. Esas deliciosas partes jugosas y bien sazonadas... Retiré con un golpe las manos de Julia que aún seguían en mi cuerpo, y me aparté unos buenos centímetros de ella. Este no era momento para pensar en comida, o para dejarme aturdir por las hormonas que me hacían actuar como Bambi.
—No tienes que preocuparte por mí —respondí de mala gana—, solo déjame estar con tu sobrina esta noche y prometo no volver a molestarte jamás.
—Bien —estuvo de acuerdo—. Recuerda mantener tu palabra.
—Lo haré.
Antes de que se hiciera a un lado, y me dejara pasar, me tomó de la cintura abruptamente. Llevó una de sus manos detrás de mi nuca y pronto sus labios estuvieron sobre los míos. Poseyendo todo, devorando y conquistando nuevas tierras.
Estaba tan aturdida que no supe lo que pasaba hasta que sentí su lengua tratando de deslizarse sobre la mía.
Su boca ejerciendo presión en un beso tan salvaje que pensé por un momento que me ahogaría.
Me agarré a sus brazos y dejé que mis caderas chocaran contra las suyas por un breve instante. Eso fue suficiente para escucharlo gruñir desde el fondo de su garganta. Sus manos viajaron hasta mi trasero y me acomodó en la posición perfecta para que mi cuerpo sintiera el suyo a la perfección.
Me soltó con la misma rapidez con la que había comenzado el beso; se relamió los labios y me sonrió como sólo ella sabía hacerlo.
Bastardo. Había extrañado horriblemente besarlo.
—Alguien me contó que ya encontraste mi reemplazo —susurró tan cerca de mi boca—. Hablas de cómo fui muy cruel y todo un canalla que, en la misma semana que terminé con tu prima, ya me encontraba suplantándola contigo, cuando en realidad tú estás haciendo exactamente lo mismo conmigo en estos momentos.
—¿Y tú? Hablas de cómo tengo que confiar más en ti, pero ni siquiera estás confiando en mí. ¿De verdad crees en las cosas que dijo Marie? Porque ella te lo debe haber dicho, ¿cierto?
—¿Estás saliendo con alguien más, Lena?
—¿Estás celoso?
Estrelló su puño contra la puerta.
—¡Solo responde a la pregunta!
Aparté la vista de su rostro.
¿Por qué actuaba de esta forma?
En un momento se ponía receloso conmigo, prohibiéndome el paso a su departamento; y al siguiente minuto estaba besándome y devorándome como nunca lo había hecho.
Aggh, estaba rodeada de bipolares.
—Claro que estoy saliendo con alguien más —respondí—. Nastya y yo salimos todo el tiempo.
—Sabes que no es eso lo que estoy preguntando. ¿Estás saliendo con otro chico? ¿Sí o no?
—No. ¿Contento?
Toda la tensión que Julia estaba manteniendo, se esfumó.
—Marie me dejó una invitación para su fiesta —cambió de tema bruscamente—. ¿Quieres decirle que ni aunque estuviera loca iría con ella?
Resoplé.
—Pues vas a tener que darle las malas noticias tú sola. Ni en un millón de años pienso respirar su mismo aire, mucho menos ir a su fiesta.
Ella suspiró audiblemente.
Se apartó finalmente de la puerta y me dejó entrar a su departamento.
—Perfecto, entonces.
***
—¡Tienes que conocer a Carlo! —gritó Nicole cuando me senté junto a ella en el suelo de la sala—. Julia, sácalo de tu cuarto, deja que conozca a Lena.
Ella tenía en brazos al espantoso zorrillo de cola peluda. La niña acariciaba la franja blanca del animal con sus pequeños dedos con uñas pintadas de color rosa pálido.
Julia hizo exactamente como la pequeña le dijo, y se movilizó en dirección a su dormitorio. Ni siquiera me dio un segundo vistazo cuando entré.
Su abuela, desde la cocina, me había lanzado una mirada cómplice. Seguramente vio los rojos e hinchados que Julia y yo teníamos los labios.
La vergüenza me carcomió durante un minuto completo.
—Cuando sea grande seré veterinaria —dijo de repente Nicole.
—¿Quieres cuidar a los animales? —le pregunté mientras recogía del suelo una colilla de cigarro y la apartaba para que ella no fuera a verla.
No sabía que Julia fumaba. Si no era ella entonces tenía que ser la odiosa de Elena.
—Sí. Quiero cuidarlos a todos, hasta los más feos. Pienso que ellos lastiman menos que las personas, y aunque no hablan, su gratitud es más sincera que la de algunos humanos.
Dejé de esconder las colillas y me quedé viéndola fijamente mientras acariciaba el lomo del animal.
Mis ojos comenzaron a nublarse, ¿qué rayos pasaba conmigo y con todas esas estúpidas lágrimas? ¿Acaso no podían apagarse ni por un segundo?
—Lena... ¿a ti no te asusta verme? —dijo con una pequeña voz—. Porque escuché lo que dijo esa chica cuando salió de aquí, mencionó que yo debería usar una máscara. La tia Julia siempre me dice que no debo esconderme pero yo...
—Esa chica estaba loca —la interrumpí—. No la escuches jamás, no sabe lo que dice. Verás, aunque no lo creas, ella tiene una cola de pato que esconde muy bien debajo de la ropa.
Sus ojos verdes se alzaron para encontrarse con los míos.
—¿Una cola?
Asentí con la cabeza.
—Sí, nació con una cola enorme, es más, ni siquiera parece de pato; es como de dragón.
Ella me sonrió.
—Noté que sacaba mucho los cachetes —dijo señalando hacia su trasero— ¿era por eso?
Asentí seriamente.
—Oh, sí. Trata de esconderla dentro del pantalón, pero si te fijas bien, la vas a ver moviéndose.
—No sabía que existía gente con colas.
—Es que las colas le salen a las personas con mal corazón, como ella. También comienzan a escupir fuego...
—¡Escuché a la tía Julia mencionar que ella tenía una lengua venenosa! ¿Será que eso hace que el fuego salga de su boca?
—Definitivamente —le guiñé un ojo—. Y escucha una cosa: tú nunca tienes porqué esconderte. Los únicos que se esconden son la gente con vergonzosas colas... A menos que tengas una cola por ahí y no me hayas dicho, ¿tienes una?
—No, para nada —se rió.
—Bien. Recuerda que eres hermosa en más de un sentido; no dejes que la gente diga lo contrario. No te escondas.
Ella me sonrió, casi sonrosada.
—Gracias Lena, la tía Julia debería casarse contigo.
Ni siquiera pude responder a eso ya que, sin darme cuenta, a los pocos segundos, tenía a un enorme y peludo animal lamiéndome el rostro.
Supongo que este era Carlo, un Golden Retriever de pelo amarillo y blanco, con una corpulencia increíble.
Como estaba sentada, se abalanzó sobre mis piernas y se paró en dos patas para olisquear mi cabello. Era más alto que yo, pero si estuviera de pie probablemente me llegaría a la cintura.
—¡Carlo, detente! Tenemos visitas —chilló Nicole.
Carlo seguía revolviendo mi pelo con su hocico, su lengua repasaba mi frente una y otra vez. Yo gritaba con fuerza mientras pedía que alguien lo bajara de mis piernas.
Julia apareció detrás de ella y lo agarró de la correa que envolvía su cuello. Finalmente el perro dejó de lamerme y se interesó repentinamente en Steve, le empezó a gruñir y en menos de un minuto ya lo estaba persiguiendo por todo el departamento, zafándose del agarre de su dueña.
—¡Ahora entiendes porqué quería regalar a ese zorrillo! —le dijo ella a su abuela quien recién se nos unió en la sala.
—Ay, ya. No seas malhumorada. Los dos se llevan de maravilla —le respondió ella.
Julia solo resopló y fue detrás de Carlo.
Durante la cena, todo había ido remotamente bien. Julia no volvió a dirigirme la palabra desde que entré a su departamento, y no continuó haciéndome preguntas posesivas acerca de supuestos novios que Marie probablemente inventó que yo tenía.
Nicole me enseñó su álbum con imágenes de mariposas, y me regaló una de color dorado. Su abuela, la señora Gertrude (o Gerty, como me hacía llamarla) me contó historias vergonzosas de Julia cuando era bebé y en su familia la vestían con un trajecito de conejo (he ahí su miedo irracional por los conejos… En serio, Julia Volkova le tiene miedo a los conejos, creo que me lo confesó cuando se le ocurrió la idea de acosarme con mensajes de texto y escribir sus secretos. Si no me equivocaba era el secreto# 13).
—Y cuéntame Lena, ¿estudias? —me preguntó casualmente Gerty mientras continuábamos pasando fotos de un Julia más joven, con menos musculatura y con un claro indicio de sobre mordida.
—Empiezo clases este semestre en la universidad —anuncié alegremente. Susan ya había ingresado mis papeles y me ayudó a prepararme para el riguroso examen de admisión que debía tomar la otra semana.
—Te felicito, ¿qué piensas estudiar? —me entregó una foto de Julia cuando era niña, estaba abrazando a una hermosa mujer de cabello marrón y de ojos clarosl. El parecido era increíble. Debía ser su mamá.
De fondo tenían la playa y ambos sonreían para la cámara.
No entendía el por qué la señora Gertrude me estaba enseñando estas fotografías, Julia y yo claramente nos encontrábamos distanciados. Ella seguía evitándome y yo continuaba fingiendo que ver esa etapa en donde era niña no me afectaba horriblemente.
—Me integré al programa de Historia del Arte —dije, recordando la pregunta inicial que me había hecho.
Tomé la siguiente foto y vi a dos niños, uno más alto que el otro, peleando con espadas laser. Él debía ser el hermano de Julia, ambos eran idénticos, casi gemelos, con los mismos ojos azules-grisáceos y exactamente el mismo cabello negro.
Me quedé muda por un momento.
—¡Ese es mi papi! Míralo Lena —chilló Nicole detrás de mi hombro, pegué un brinco ante el susto que me dio cuando apareció tan repentinamente—. ¿Verdad que se parece mucho a la tía Julia? Él ya murió pero era así de apuesto.
Al otro lado de la habitación, Julia se tensó.
Lo vi levantarse e instantáneamente me quitó la foto y el álbum entero.
—¡Oye! —protestó su abuela—. Lo estábamos viend…
—Ya es tarde —interrumpió ella—, es hora de que Lena regrese a su casa.
—¿No se puede quedar a dormir solo por hoy? —rogó Nicole.
—No.
Ella me tomó del brazo con un poco de brusquedad, y me obligó a levantarme del sofá, haciendo que algunas de las fotos que mantenía en mi regazo cayeran dispersas al suelo.
—Lena, necesitas irte ahora —me arrastró unos cuantos pasos antes de que su sobrina tomara mi mano libre y me empujara de su lado.
—¡Espera! No te la lleves, quiero invitarla a venir este fin de semana… vamos a dejar a Steve con una familia que vive en el campo…
—Ella no puede ir —respondió Julia por mí.
—Ella tiene voz propia —dije, enojada y furiosa por cómo me estaba tratando.
—Ella no la usa muy a menudo, al menos no para pelear por las cosas correctas.
Fruncí el ceño.
—Ni ella ni yo sabemos de qué estás hablando —grité.
Ella volvió a su labor de arrastrarme por el departamento, haciendo que Nicole me soltara, pero en vez de dirigirme a la puerta como yo creía, me llevó en dirección a su habitación.
—Hablaré con Lena por unos momentos, que nadie nos moleste —dijo por sobre mi hombro.
Me metió en su dormitorio y cerró detrás de mí.
—¿Qué piensas que estás haciendo? —gruñí soltándome de su agarre.
—Ahorrándote un mundo de problemas. ¿Tienes cómo llegar a tu casa?
—Sí. Le pediré a uno de mis tantos novios que me lleve —respondí mordazmente.
Me giré hacia la puerta y estaba por tomar la manija, cuando Julia pasó su brazo sobre mi cintura, impidiendo que me alejara de ella, pegando mi espalda contra su pecho.
—Dijiste que viniste a hablar conmigo —susurró en mi oído— ¿qué querías decirme? Dilo.
Me puse nerviosa. Ni siquiera recordaba para qué había venido a verlo.
—Yo quería…
—Te escucho.
—Yo… solo vine porque quería saber cómo estabas.
—Destrozado —respondió fácilmente.
—Todo lo que me contaste ese día… lo de tus padres… yo…
—Por favor no sientas lástima por mí.
—No es lástima; es que me preocupo por ti.
—No lo hagas —lentamente me dio la vuelta para que nuestros rostros quedaran uno frente al otro—, te estoy haciendo un favor al alejarte de mí. Te dije, desde antes, que conmigo no hay finales felices.
—Y yo recuerdo decirte que los finales felices están sobrevalorados.
—¿Quién no querría un final feliz, Lena?
—Para empezar —le dije— nadie quiere un final.
Sus ojos se deslizaron por cada segmento de mi rostro, deteniéndose fijamente en mis labios.
Me los lamí, sintiéndolos secos tan de repente.
Después de eso ninguno de los dos habló, hasta que finalmente él dijo:
—Buenas noches Lena. Es mejor que te vayas antes de que sea muy tarde.
Pero ya era tarde. Cada onza de mi cuerpo sabía que ya había perdido a Julia. Estaba demasiado lejos de recuperarlo.
—Buenas noches Julia.
Me sentía herida mientras dejaba que ella me tomara de la mano y me dirigiera hacia la puerta de su dormitorio para poder despedirme de la niña y de su abuela.
No entendía por qué me trataba de esta forma. Tuve que haber hecho algo muy malo para que reaccionara así.
Lo detuve a solo unos pasos de abrir y lo forcé a bajar la mirada.
Mis ojos se fueron directamente hacia su boca.
—Solo una cosa más —susurré.
Me elevé sobre las puntas de mis pies y alcancé su mejilla con mi mano; le deposité un beso en los labios y luego acaricié su mandíbula.
Me separé rápidamente.
—¿Y eso por qué fue? —preguntó.
Su vista se alternaba entre mis labios y mis ojos.
—Eso fue… fue por todo —aunque no debería estar alimentando mi tortura, y sí, ella se había portado como un idiota por estar corriéndome de su departamento, pero más que todo lo hice para mi beneficio. Porque quería saborear su piel una última vez, porque quería besarlo sabiendo que este era nuestro beso de despedida. Porque simple y sencillamente lo echaba de menos.
Lentamente las manos de ella fueron a parar a mi cintura, sujetándome con la fuerza necesaria como para sostenerme en pie y al mismo tiempo comprobar que yo era real y no un producto de su imaginación… o al menos así se sintió para mí.
—Nena… —murmuró contra mi mejilla, no quedaba espacio desperdiciado entre los dos—, te estoy dejando ser libre y tú solo insistes en volver a entrar a la boca del lobo.
—¿Ya no vampiro entonces? ¿Ahora eres lobo? —dije bromeando para aligerar el ambiente.
—Ninguno. A veces me considero algo peor. No deberías ser tan amable conmigo al ver la forma en la que te trato, mereces a alguien mejor —con sus dedos acarició mi mejilla, mis labios.
—Entonces deja de tratarme así —sollocé sintiéndome cansada de todo esto—, deja de decir que no eres el indicado para mí y comienza a trabajar para serlo.
—No entiendes. Estoy demasiado quebrado hasta el punto donde no hay reparo. Temo hacerte daño o decepcionarte a ti también. Quiero protegerte pero siento que te me escapas de las manos, te quiero tanto que tengo miedo de echarlo a perder como todo lo que he echado a perder en la vida. No quiero esconderte nada pero debo, a la vez, esconderte todo.
Mis ojos se humedecieron ante sus palabras.
—¿Me quieres tanto como para apartarme? —eso no tenía lógica.
—Te quiero lo suficiente como para saber que yo no soy el indicado para ti.
—Estás loco —sollocé un poco más. No quería verme tan débil y afectada frente a ella así que me prometí silenciosamente no llorar—. Será mejor que me vaya entonces.
—De acuerdo —dijo pero no hizo el mínimo esfuerzo por separarse de mí.
—Pero antes… solo quiero…
—Lo que pidas. ¿Qué es?
—Quiero un último beso.
—Lena…
—Dijiste que lo harías eterno, ¿recuerdas? Ahora tienes la oportunidad de hacerlo. Hazlo.
Abrió su boca pero al instante la cerró, lamiéndose los labios y buscando en mis ojos alguna señal para detenerse. No le di ninguna.
No puse distancia cuando su frente se pegó contra la mía; tampoco me resistí cuando ella me atrajo lentamente a su cuerpo, o cuando me respiró en la boca, tan cerca de besarme pero a la vez tratando de ir lento para saborear el momento.
Sus labios descendieron a los míos y fue como si aquello que estuvo muriendo en mi interior durante toda la semana pasada, ahora volviera a la vida.
Su boca se movió con facilidad contra la mía, saludándose, reconociéndose, entregándose, amándose tan lenta y deliciosamente que casi me hace estallar la sensación.
Mis manos se enroscaron en su cuello, y los dedos de mis pies se retorcieron de la felicidad. Solo en ese momento me di cuenta que mis piernas estaban en el aire, sosteniéndome únicamente gracias al cuerpo de Julia.
Su boca seguía pegada a la mía, saboreando todo a su paso de una manera lenta y sensual.
—¿Estás segura de querer esto? —murmuró despegándose por un momento de mi boca.
Respondí devolviéndole el beso con fuerza; con un poco más de urgencia y de manera necesitada.
Lo sentí caminar conmigo a cuestas y supe que me estaba llevando a la cama detrás de nosotros. Nuestro beso pasó de inocente, a algo más ardiente.
Me acostó sin romper el beso, sus codos sosteniendo su peso, su cabello que tocaba mi frente, mientras continuábamos besándonos.
De pronto ella asomó su lengua, cepillando mi labio inferior; le concedí la entrada a mi boca y la sensación de calor aumentó dentro de mi piel.
Sentí su mano tocando mi mentón, moviendo mi cabeza en posiciones revertidas para que su lengua tocara los puntos perfectos de mi paladar. Me retorcí debajo de ella y jadeé de placer.
Rápidamente su mano continuó bajando hasta mi cuello, después se deslizó sobre mi clavícula, se detuvo en mis pechos y ahuecó uno con sus manos, sobre la tela de mi camiseta. Volví a retorcerme, apartándome de su boca para encontrar aire.
Su dedo pulgar frotó unas tres veces antes de que perdiera el control y jadeara fuertemente.
Su boca regresó a la mía, excavando más profundamente y repasando su lengua sobre mis labios.
Su mano no se quedó mucho tiempo en la parte superior, se movió con confianza y con agilidad sobre mi estómago (en donde mis mariposas se habían salido de control y hacían estragos con mis nervios sensibles), luego bajó a mi vientre, levantando mi camiseta sobre mi cabeza y quitándola. La lanzó al suelo y le dio una larga mirada a mi cuerpo antes de abalanzar de nuevo su boca sobre la mía, devorándome con renovadas ganas; sentía sus dedos sobre mi piel, apretando y amasando a su gusto.
Su boca se movió sobre mi vientre, sus manos sobre mis pechos, todo se mezclaba para crear esta armonía para la canción perfecta.
Regresó a mis labios y continuó besando, mordiendo juguetonamente; su mano bajó sobre mi estómago y pronto estuvo sobre la cima de mi pantalón. Sutilmente desabrochó el único botón y bajó el cierre con planeada lentitud.
Volví a gemir. Ni siquiera me reconocía a mí misma en ese momento, sonaba… necesitada.
Escuché a Julia gruñir y continuó bajando el cierre para después perder su mano dentro de mi pantalón.
Suspiré y arqueé la espalda.
Sus dedos no tardaron en moverse dentro de mi ropa interior. Me mordí el labio, dándome cuenta que Julia ya no estaba besándome sino que ahora su cabeza descansaba en el hueco de mi cuello, mordisqueando la piel en esa zona, bajando hacia mis pechos y depositando besos. Mis manos apretaban sus brazos y comencé a mover mis caderas al ritmo en el que ella estaba moviendo sus dedos dentro de mí.
Una capa de sudor se acumuló en mi cuerpo entero, me arqueé varias veces y en mi mente suplicaba que parara, y a la vez que fuera más rápido.
Mis sentidos estaban en conflicto.
Lentamente dejé de pensar y me concentré en los dedos de Julia haciendo círculos y yendo lento pero fuerte y decidida a la vez.
Algo empezó a comprimirse en mi interior, apretándose y tensándose, construyéndose sin poder evitarlo.
Toda la lujuria acumulándose para este momento.
Antes de poder gritar, Julia cubrió mi boca con la suya y ahogó mis gemidos sin sentido y una versión distorsionada de su nombre. Mi corazón se aceleró, mi espalda permaneció arqueada por unos segundos, y no podía sentir las piernas.
No sé cuánto tiempo pasó, ni siquiera sentí cuándo Julia retiró sus dedos. Solo supe que jadeaba menos que antes y que mi pecho subía y bajaba con intensidad.
Después de unos minutos de la inconsciencia, y de sentirme extremadamente liviana y lánguida, recordé dónde estaba y, lo que era más importante, quién estaba al otro lado de esta habitación, en la sala.
Me aparté de Julia y me senté de golpe. La vergüenza me invadió tornando mis mejillas al rojo vivo.
Yo… yo había… en el departamento de Julia… con su abuela y su sobrina a tan solo unos metros de distancia…
Me puse de pie rápidamente y, con la misma velocidad, me caí al suelo.
Julia se levantó detrás de mí y se sentó cerca de donde había caído. Se miraba diferente, como si ahora me mirara con nuevos ojos.
Qué vergüenza. Yo tenía un poco más de sentido común, pero al parecer éste se había quedado mudo hace un momento atrás, cuando más lo necesitaba, dejando que un “Aaaaaaaaddd…mmmmmm” ocupara su lugar.
Me aparté el pelo de la cara, y fingiendo dignidad me senté con las piernas cruzadas, mirando a Julia sin rehuir de sus ojos azules-grisáceos.
—Eso fue… —comenzó ella a decir— increíble.
La sangre en mis mejillas quemó con su rubor.
Pronto noté que mi camisa estaba tirada en alguna parte del suelo, me movilicé a buscarla pero no la pude encontrar. Me arrodillé e incluso miré debajo de la cama.
—¿Buscas esto? —preguntó Julia de forma divertida.
Ella tenía mi camiseta en sus manos.
—No es divertido —me puse de pie y limpié mis manos con la tela del pantalón. Me crucé de brazos, tratando de tapar mi breve desnudez —. Dámela.
—Ven aquí por ella —se movió unos cuantos pasos atrás y agitó la camisa frente a mí.
Tarada.
Me acerqué hacia ella, rodando mis ojos y suspirando teatralmente. Extendí mi mano para que me la diera pero rápidamente escondió la camiseta detrás de su espalda.
—Julia.dame.esa.camiseta.
¿Qué acaso no entendía que su familia estaba prácticamente al otro lado de esa puerta? Y con todo el ruido que hice… ¡Aggg! Yo era todo un caos.
Me acerqué una vez más a Julia, pero en vez de extender la mano, corrí para tirármele encima.
Lo golpeé unas pocas veces en el pecho y creo que le mordí la oreja.
—¡Lena! —gritaba él tratando de bajarme.
—¡Mi camiseta!
Finalmente la recuperé y di un grito de victoria.
Todavía estaba sobre Julia, pero de alguna forma terminé en su espalda, sujetando mis piernas alrededor de su cintura, con mi frente sudada por el esfuerzo, y con el cabello revuelto y pegado a los costados de mi cuello.
La puerta del dormitorio se abrió repentinamente. Al otro lado se encontraba Nicole, con los brazos en jarra y con un puchero que le sobresaltaba la boca.
Agrandé los ojos al verla, y caí de trasero al suelo cuando intenté separarme de su tía.
—Nicole… dije que nadie podía entrar a mi habitación.
Rápidamente me puse la camiseta. Nerviosa y con mayor vergüenza que antes.
Qué vergüenza. Qué vergüenza. Qué vergüenza.
Nicole dirigió sus ojitos verdes de uno hacia el otro. Mirándonos con picardía.
Me mordí el labio.
—Ya sé lo que ocurre aquí —dijo lentamente, examinando la escena a su alrededor.
—No es lo que crees —me apresuré a decir. Estaba nerviosa.
—Claro que sé qué pasa —reafirmó— ¡Ustedes se van a duchar! Eso significa que van a dejar de estar enojadas la una con la otra. ¡Tía Julia, ahora sí vas a continuar cantando conmigo las canciones de Selena!
—Nicole, ve a la cocina —le dijo Julia.
—Pero yo quiero ver qué pasa… la abuela no me deja ver qué sigue después de que la gente se quita la ropa para bañarse…
—¡Nicole Alexandra Volkova, ve a la cocina inmediatamente!
La niña agachó la cabeza y se dio media vuelta, caminando entristecida.
—Nunca me dejas jugar con ustedes —murmuró mientras se iba.
—No seas tan mala con ella —dije en su defensa.
Julia me dio una mirada extraña que me hizo guardar silencio.
Lentamente se acercó hacia mí, como un puma examinando a su presa.
Se puso por detrás de mi oreja y susurró con voz melosa:
—Te pusiste la camisa al revés.
Bajé la cabeza para comprobar si eran visibles las costuras, y sí, tenía la camisa al revés.
—Grandioso —me quejé.
—Y… tienes el cierre del pantalón todavía abajo.
Genial.
***
El fin de semana se acercaba peligrosamente, la fiesta de Marie estaba a un paso de hacerse.
Ella me hizo recordatorios extraños acerca de su cumpleaños durante todos estos días; como por ejemplo: me envió un vestido blanco con encaje. Un día después mandó los zapatos y hoy recibí un paquete frente a la puerta de mi casa, era una máscara elaborada que cubría la mitad del rostro, de color blanco y con los mismos detalles de encaje que el vestido.
No entendía muy bien para qué los mandaba pero si por un momento ella pensó que iría a su fiesta, estaba equivocada.
Simplemente almacené en mi habitación lo que ella me enviaba mientras buscaba la forma de devolvérselo.
Cada día era un nuevo reto para mí, en especial cuando echaba de menos a la bastarda arrogante que me enojó la otra noche. No me había llamado durante los siguientes tres días desde que fui a su departamento, y yo no volví a buscarla como idiota para suplicarle por más.
Pero prometí dejarlo en paz y no volver a buscarla, así que eso era lo que había estado haciendo. Evitándola.
Solo esperaba que el dolor se pasara rápido. Ojala existieran pastillas para acelerar el proceso, pero mientras no las hubieran, tendría que conformarme pensando en que el tiempo lo curaría todo.
Empezaba a odiar a Julia.
—La jefa quiere hablar contigo en su oficina —fue lo primero que me dijo Mindy cuando entré por la puerta de la librería a la mañana siguiente de mi tercer día de agonía.
—¿Sabes para qué es?
Ella me miró con la boca abierta durante unos segundos, y entonces respondió:
—Ni idea.
Masticó algo que parecía ser goma de mascar, e hizo estallar una burbuja rosada que se pegó en el piercing tipo argolla en su labio.
Intentó limpiar el desastre con su lengua, dejando saliva en su barbilla.
—Oye, ¿estás interesada en comprar una tortuga? —me preguntó una vez que retiró el chicle pegajoso y volvió a llevárselo a la boca. Su voz misma era capaz de inducir sueño, hablaba como si estuviera aburrida y a punto de dormirse—, es que creo que soy alérgica a la mía.
—¿Se puede ser alérgico a las tortugas? —pregunté, incrédula.
Ella se encogió de hombros.
—Tengo comezón en los brazos cuando está cerca... así que sí, creo que soy alérgica a ella.
—Lo tendré que pensar. Ni si quiera tengo un lugar propio para llevarla a vivir conmigo.
—Oh. Mi compañera de cuarto se va a mudar la próxima semana, me va a dejar abandonada así que hay una vacante en mi departamento por si quieres unirte.
—¿En serio? Eso sería grandioso. ¿Cuánto tendría que pagar?
—No lo sé, nos dividimos los gastos entre tres porque también hay otra chica alquilando la habitación de al lado. Ella es rara pero puede agradarte. Te doy después la dirección para que te des una vuelta por ahí y me dices si estás interesada.
—Gracias —respondí. Ella se despidió con la mano y se dirigió al escaparate en donde Shio y Romeo decoraban para presentar los nuevos libros del mes. Colocaban plumas azules y colgaban pequeños dibujos simulando alas de ángel.
Shio me dio un saludo alegre con la mano y Romeo asintió en mi dirección. Ya me estaba acostumbrando a verlos como miembros adicionales de mi familia.
Y esa extraña chica de pelo morado/turquesa/rosado me había dado una solución a un problema que tenía pendiente: conseguir un lugar donde vivir para finalmente dejar la casa de papá, porque las paredes eran demasiado delgadas y cuando Susan se quedaba toda la noche, ni ella o papá dormían... tenía que cubrirme con una almohada y llenarme los oídos con música para contrarrestar los sonidos de ballena que salían de su dormitorio.
Era desagradable tener que lidiar con eso, ningún hijo debería ser capaz de escuchar la "llamada de apareamiento" de sus padres. Era asqueroso y vergonzoso.
—¿Lena? Te necesito aquí, ¡rápido! —gritó Laura asomando su cabeza desde su oficina.
Me apresuré a llegar a su lado.
Desde que le admití hace unos días que lo de mi embarazo era mentira, ella dejó de darme el trato preferencial y comenzó a utilizarme como a los demás. Juraría que algunas veces me trataba peor.
—Siéntate —me ordenó.
Rápida y silenciosamente me senté.
Ella estaba pasando las páginas de una revista con vestidos de novia. Varias imágenes se encontraban marcadas con asteriscos de color naranja y breves comentarios escritos en rojo.
Laura levantó la vista una vez que me acomodé, y se apresuró a cerrar la revista.
—Quiero que te tomes todo el día de hoy para que me hagas un favor —comenzó—. El hijo de mi prometido vino ayer a la ciudad y quiero que lo lleves a pasear. Su nombre es Giulio y no conoce a nadie, yo no puedo sacarlo porque tengo una junta pendiente con una casa editorial y no la puedo posponer. Los gastos corren por mi cuenta.
Parpadeé sorprendida.
—Claro. ¿Puedo hacer una pregunta?
—Ya estás haciendo una.
Fruncí el ceño.
—¿Por qué yo? Creo que Shio es más divertida, debe conocer lugares más interesantes que yo. O Mindy. Creo que con ella no se aburriría.
—Mmmm, no. Pienso que tú serás más del agrado de Giulio. Él tiene gustos específicos en cuanto a sus chicas.
Parpadeé de nuevo.
¿Sus chicas?
—Él viene a la librería como a las dos de la tarde. Mientras tanto, ve a generar dinero para mí.
Asentí con la cabeza y me levanté de mi asiento sin decir una palabra.
—Ah, y una última cosa, lena. Giulio es italiano así que no lo vayas a llevar a comer pasta. Busca sitios más originales. Y… no vayas a usar el uniforme frente a él. Ponte algo de ropa bonita.
—Pero para eso tendría que ir a mi casa y…
—¿Sigues aquí? Hay gente que atender allá afuera, muévete. Ayuda a los chicos a terminar de decorar la vitrina con los nuevos productos del mes.
—Claro…
—¡Para ahora!
Salí de su oficina como conejito asustado.
¿De verdad me acaba de pedir que saliera en una cita con su hijastro?
Qué cosa tan rara.
Gente con colas
Yo era una gallina.
Una cobarde, inútil y tonta gallina que tenía más de una hora sentada en las afueras del edificio en el que vivía Julia, esperándolo como una de esas locas acosadoras que esperan a Justin Bieber fuera de la habitación de su hotel sólo para tener la oportunidad de verlo en ropa interior y soñar con ser la próxima madre de sus hijos.
No dejaba de torturarme con Julia, con la vista que tendría de su espectacular cuerpo y que probablemente ella ni siquiera se miraría así de mal como me veía yo, porque, vaya que yo tenía un aspecto de haber sido masticada, digerida y escupida por un lagarto.
¡Aaggh!
Con cada segundo que pasaba, más se acobardaban mis ideas y parecía inútil mi plan de hablar con ella. Había decidido no subir a buscarla a su apartamento porque eso, ciertamente, me haría lucir como una desesperada; además me sentía tonta ya que era yo la que corría detrás de ella en vez de ser al revés. Me desilusionó saber lo rápido que me había dejado marchar de su vida. Ni siquiera peleó por mí… por nosotros.
Definitivamente este era un mal plan.
Por quinta vez esta noche, me puse de pie y comencé a bajar las pocas gradas que me llevarían hacia la acera y después directo a la parada de buses más cercana para largarme a casa y continuar con la tortura desde la comodidad de mi dormitorio.
Estaba a punto de ponerme los audífonos y apagar a todo el mundo con un poco de Adele, cuando, una mano se posó en mi hombro y me obligó a darme la vuelta.
Era la abuela de Julia.
—¡Hola ahí! —dijo con voz eufórica. Me envolvió en un abrazo y me dio suaves y calmantes palmaditas en la espalda—. No sabía que vendrías hoy.
—Fue algo espontáneo —logré decir en medio del apretado abrazo.
Pude ver a Nicole justo por detrás de nosotras, sosteniendo un bolso morado. La niña sonrió enormemente al verme.
No esperaba encontrarme a ninguna de las dos esta noche, fue toda una sorpresa.
Una vez que su abuela deshizo el abrazo, la pequeña corrió para ocupar su lugar.
—¿Recibiste mi regalo? —preguntó inquieta, saltando de arriba abajo.
—Sí, lo recibí —le dije, dándole una de las pocas sonrisas verdaderas que había dado esta semana—. Aquí...
Le mostré el número veintisiete que colgaba de mi cuello.
Sus ojos se agrandaron y comenzó a dar saltitos rápidos.
—¡Lo tienes puesto! —chilló— ¡Yo también!
Ella me mostró un brazalete hecho con la misma cinta de cuero que mi collar, y con el mismo número colgando orgullosamente.
—¿Vienes a ver a la tía Julia? —preguntó la niña.
—¡Nicole! ¿Qué te he dicho sobre tus preguntas indiscretas? —la regañó su abuela—. Entonces… ¿vienes a ver a mi nieta?
—Yo… yo no…
—Tal vez Lena pueda curar a la tía Julia —interrumpió Nicole—. Lena, ella está enferma. Creo que le duele el corazón... ¡Ya no quiere cantar conmigo las canciones de Selena Gómez! Está grave, ¿sabes quién lo rompió?
Hice una mueca y me agaché para estar a su altura, llevé mi mano a su cabello marrón claro y acaricié su frente, deteniéndome brevemente en las cicatrices de su rostro.
No entendía cómo alguien pudo haberla lastimado de esa manera.
—¿Por qué piensas que está roto? —pregunté.
Ella tardó en dar su respuesta hasta que finalmente habló y dijo:
—Pues porque ya no es la mismo de siempre. Cuando uno de mis juguetes se rompe, deja de hacer lo que normalmente hacía; y la tía Julia actúa de esa forma: como un juguete roto —se calló y miró disimuladamente hacia su abuela, la niña me susurró lo siguiente—, o cuando boté accidentalmente el celular de Nanny al agua y la pantalla se puso negra y nadie pudo encenderlo de nuevo. Parece que la tía Julia está en modalidad apagada, ¿crees que tenga reparo? Porque el celular no lo tuvo.
Mis ojos se nublaron un poco y miré en otra dirección; tragué saliva y humedecí mis labios para responderle pero no sabía qué decir.
—Ya basta con el interrogatorio, deja a Lena en paz —intervino su abuela, salvándome de tener que responder a eso. Ella tomó a Nicole del brazo—. Lena, ¿quieres entrar al departamento? Pediremos pizza y veremos películas de mi época.
—Osea, películas aburridas en blanco y negro —bufó la niña para que sólo yo la escuchara.
—Oí eso, jovencita. Esta noche no hay postre para ti…
—Pero Lena me va a dar del suyo, ¿verdad?
—Ah… pues… —yo estaba balbuceando por completo—. Yo… yo estaba a punto de irme; no creo que pueda…
—¿Te vas? —interrumpió Nicole— ¿Por qué? Tienes que quedarte y ver el álbum de mariposas que hice ayer.
—Es que yo…
—¡Tonterías! —dijo su abuela y me tomó del brazo. Comenzó a caminar conmigo y con la niña hasta detenerse en la puerta de entrada del edificio.
Instantáneamente me empezaron a sudar las manos. ¡Iba a ver a Julia!
—De verdad, no creo que sea una buena idea… —continué diciendo pero ella me silenció con la mirada. Me callé.
—¿Entonces mi nieta y tú no han solucionado las cosas? —preguntó—. Puedo decir que ambas lucen destruidas, aunque Julia no me quiso decir qué era lo que le había pasado.
—No… yo… —un frío invisible se coló por mis huesos, haciendo que frotara mis brazos sin parar—. La verdad es que no he hablado con ella desde hace un tiempo. Creí que hoy sería el día pero aun no estoy lista para hacerlo.
Ella me tomó de los hombros y caminó conmigo hasta el interior del edificio.
Nicole se nos adelantó y corrió hacia el elevador, presionando el botón de llamada unas tres veces.
—Me parece que ambas deberían hablar. Ya son bastante mayorcitos para resolver las cosas como dos adultos responsables. Ven, entra para que veas cómo babea mi nieta al verte.
Me guiñó un ojo y me dio una sonrisa simpática.
Le sonreí de regreso.
Decir que estaba nerviosa era decir poco, tenía el estómago revuelto y la bilis subía y bajaba por mi garganta.
—No estés nerviosa —me susurró ella mientras íbamos en el elevador—. Y dime, ¿has visto alguna película de Cary Grant? Oh, lo vas a amar…
El ascensor se detuvo en el sexto piso y sus puertas se abrieron con un sonido agudo; me costaba tragar saliva a medida que caminábamos hacia el departamento, y pensaba que en cualquier momento me iba a desmayar y haría de mí una completa vergüenza andante.
—¿Entonces la tía Julia y tú están peleadas? —preguntó Nicole— ¿Por qué no hacen las paces? En Gossip Girl, la gente tiene una forma divertida de reconciliarse… creo que se duchan hasta que se les pasa el enojo.
—¿Se duchan? —pregunté. ¿Gossip Girl?
—Sí, eso pienso. Se mira cómo comienzan a quitarse la ropa y cae al suelo… hasta que la bisabuela cambia de canal y pone Bob Esponja. Nunca he podido ver en qué termina un solo capítulo de la serie; aunque yo creo que se besan como por… ¡diez minutos enteros!
Intenté no reírme.
Su abuela hizo un gesto de falsa indignación.
—¡No puedo creer lo que estás diciendo, Nicole! Nada de postre en una semana.
—¡No es justo! Sabes cuánto amo el dulce…
—Y es por eso que tienes los dientes picados y eres la piraña de la familia.
De repente, estábamos frente a la puerta de Julia, a sólo unos metros de distancia.
Los sonidos a mi alrededor se enmudecieron, y mis ojos comenzaron a verlo todo de manera borrosa. De nuevo la gallina en mí tomó el control y balbuceó:
—En serio tengo que irme… tal vez venga después…
—Cariño, respira hondo. Parece que te fuera a dar un ataque de pánico.
—No, yo no me siento preparada aún para… —la puerta se abrió de repente y mi corazón se detuvo por un segundo.
Era ella. Julia.
Quería derretirme y fundirme con el suelo. No quería que me viera y supiera lo débil que había sido al venir a buscarla, esto me hacía el doble de tonta que creí que era.
—¡Julia! Vinimos a hacerte una visita sorpresa. ¿Estás ocupada? —preguntó su abuela viendo incómodamente en dirección al departamento.
—Pasa —dijo ella simplemente.
Por un momento pensé que no me había notado allí, parada como una imbécil, con las palmas de mis manos sudadas, y con la repentina urgencia de ir al baño. Pero no tuve tanta suerte de pasar desapercibida, sus ojos azules-grisáceos fueron a dar directo a los míos. Mientras dejaba a su abuela entrar y ésta la saludaba con un beso en la mejilla, jamás apartó su mirada de mí.
Me quedé congelada y asustada por lo que fuera a decir.
¿Y si me corría de su departamento, frente a su abuela? ¿Qué si decía que yo debería largarme y que iba a poner una orden de restricción contra mí?
Negué con la cabeza, estaba siendo paranoica.
Nicole corrió a abrazarlo.
—¡Tía Julia! Mira a quién encontramos allá afuera —la niña me señaló. Mis mejillas comenzaron a arder—. La invitamos a comer pizza con nosotros, ¿no estás feliz?
—Mjmm —fue su única respuesta ante el asunto—. Ve con la abuela a pedir la comida.
Le revolvió un poco el cabello, y Nicole se fue en cuestión de segundos.
Solo quedábamos ella y yo.
Enfoqué la vista en mis zapatos, esta era definitivamente una mala idea, Julia no se miraba feliz de verme.
—Lena —dijo mi nombre como si le costara pronunciarlo.
Despegué mis ojos del suelo y me concentré en no dirigir mis dedos a su rostro. Vestía una camisa sencilla y pantalones de tela cómoda.
Abrí la boca para decir algo pero me silencié automáticamente cuando, por el rabillo del ojo, vi a una chica moviéndose con elegancia dentro del departamento.
—Creo que no debí venir —dije sintiéndome no bienvenida y extremadamente incómoda.
—Estoy de acuerdo con eso —dijo herméticamente. Se cruzó de brazos y me bloqueó el paso de la puerta.
El corazón se me encogía lentamente. Dolía.
Esta fue una estúpida idea, de todas formas, si alguno de los dos iba a dar el primer paso, ese tenía que ser ella, no yo.
Y era más que obvio que por el momento estaba ocupado con, nada más y nada menos que Elena.
Ella salió disparada hacia la puerta, encarando a Julia y dirigiéndome apenas una mirada de lástima.
—¿Quién es esa gente que acaba de entrar? —exigió molesta.
—Nadie que te importe —le respondió ella.
—¿Y esa niña de ahí? Me sacó el susto de mi vida. ¿Le viste la cara? No es alguien a quien quiera encontrarme en la oscuridad de la noche. Debería usar una máscara, seguro que vino con ella —me miró de frente y podía sentir los dardos que mentalmente lanzaba a mi cabeza—. ¿Qué clase de fenómeno trajiste? ¿Qué haces aquí? Tengo entendido que formas parte de las sobras de Julia. ¿No te da pena venir a buscarla? Igual a esa estúpida pelirroja que vino esta tarde...
Estaba congelada, aturdida por todo lo que había soltado Elena. No sólo me enojó lo que dijo sobre mí, sino lo que dijo sobre Nicole.
—¡Eres una hija de p...! —estuve a punto de agarrar del cuello y estrangularla, pero Julia se me adelantó y en un momento estuvo sobre ella, tomándola de los hombros y sosteniéndola contra el marco de la puerta.
—Ni siquiera te atrevas a decir una sola palabra más —siseó—. Esa niña que viste es mi sobrina, no te quiero ver a ti, o a tu lengua venenosa, ni siquiera a dos centímetros de distancia de ella, ¿entendiste? Y no vuelvas a aparecer en mi departamento otra vez, no quiero que digas quién puede o no puede entrar. La próxima vez, si tienes jodidas quejas sobre tu estúpida posición en la banda, habla con Key, yo ya no tengo ningún asunto que tratar contigo.
La soltó y ella se frotó los hombros.
Jamás había visto a Julia tan enojada. Hasta yo le tendría miedo, pero Elena se lo tenía bien merecido.
Arpía.
—¿Es... es tu sobrina? —balbuceó ella con temor—. No lo sabía, tampoco tienes que tratarme así; no puedes ser tan grosera con una de las tantas chicas con la que follaste.
Sentí como si una piedra enorme me hubiera golpeado directamente en el pecho.
Mis manos instantáneamente formaron puños apretados.
—Elena, lárgate —dijo Julia, la tomó del brazo y la sacó a trompicones del departamento—. Tengo mejores cosas que hacer que perder el tiempo contigo.
Ella tropezó conmigo, golpeando a propósito mi hombro.
—Y es así como vas a terminar en la vida de Julia Volkova —me dijo ella—. Primero comienzas a buscarla como una drogadicta que necesita sus drogas, y luego ella te patea fuera de su departamento.
—¡Lárgate, Elena! —gritó esta vez—. Estás agotando mi paciencia.
Ella desencajó su mandíbula y se arregló el cabello antes de darse la vuelta y marcharse.
Mis ojos instantáneamente buscaron los de Julia y nos miramos fijamente por unos cuantos segundos, minutos, horas; no sabría decirlo con exactitud.
—¿A qué viniste, Lena? —preguntó por fin.
Me relamí los labios e intenté formar palabras coherentes.
—Vine para que hablemos. Creo que me apresuré a...
—¿A qué? ¿A juzgarme? —suspiró, irritada. Se pasó una mano por el rostro—. Vi la mirada en tus ojos cuando apareció Elena. ¿De verdad me crees capaz de ser tan idiota y correr a los brazos de la primera mujer que se me ponga en frente? O peor aún, ¿en los brazos de Elena?
—Cuando terminaste con Marie esperaste apenas un par de días para salir con alguien más. Perdona si me he dejado llevar por la lógica y asumir que volverías a hacer lo mismo cuando me dejaras.
—Yo no te dejé. Ambos estuvimos de acuerdo en acabar con lo que sea que teníamos. Era lo mejor para ti; jamás hubiera funcionado esto entre nosotros, de todas formas, tú nunca confiarías lo suficiente en mí. Mi palabra ya no vale nada para ti. Solo admitámoslo: es mejor dejar las cosas así. No quiero seguir haciéndote daño. Y para tu información, no he estado con otra mujer, así que quita esa cara de venado atropellado porque, a diferencia de lo que creas de mí, no me acuesto con lo primero que me guiñe el ojo y tenga puesto una falda.
—Eres una tonta —dije furiosa—. Una idiota, una bastarda degenerada...
Rápidamente me tomó del brazo y me empujó cerca de su cuerpo. Me costó un momento recuperarme de la sorpresa.
—¿Has estado llorando, Lena? —pasó un dedo por debajo de mis ojos, sentí mi rostro arder en llamas— ¿Has comido algo? —esta vez sus manos se fueron directo a mi cintura y comenzaron a subir y bajar haciéndome difícil el simple trabajo de respirar—, te sientes más delgada.
Me ruboricé por completo. Claro que no había comido mucho los primeros días pero me avergonzaba decir que últimamente hasta estaba comiendo de más. Principalmente helado y comida china. Las costillitas agridulces eran mi parte favorita, y el pollo... Oh Dios mío, el pollo era simplemente espectacular para olvidar. Esas deliciosas partes jugosas y bien sazonadas... Retiré con un golpe las manos de Julia que aún seguían en mi cuerpo, y me aparté unos buenos centímetros de ella. Este no era momento para pensar en comida, o para dejarme aturdir por las hormonas que me hacían actuar como Bambi.
—No tienes que preocuparte por mí —respondí de mala gana—, solo déjame estar con tu sobrina esta noche y prometo no volver a molestarte jamás.
—Bien —estuvo de acuerdo—. Recuerda mantener tu palabra.
—Lo haré.
Antes de que se hiciera a un lado, y me dejara pasar, me tomó de la cintura abruptamente. Llevó una de sus manos detrás de mi nuca y pronto sus labios estuvieron sobre los míos. Poseyendo todo, devorando y conquistando nuevas tierras.
Estaba tan aturdida que no supe lo que pasaba hasta que sentí su lengua tratando de deslizarse sobre la mía.
Su boca ejerciendo presión en un beso tan salvaje que pensé por un momento que me ahogaría.
Me agarré a sus brazos y dejé que mis caderas chocaran contra las suyas por un breve instante. Eso fue suficiente para escucharlo gruñir desde el fondo de su garganta. Sus manos viajaron hasta mi trasero y me acomodó en la posición perfecta para que mi cuerpo sintiera el suyo a la perfección.
Me soltó con la misma rapidez con la que había comenzado el beso; se relamió los labios y me sonrió como sólo ella sabía hacerlo.
Bastardo. Había extrañado horriblemente besarlo.
—Alguien me contó que ya encontraste mi reemplazo —susurró tan cerca de mi boca—. Hablas de cómo fui muy cruel y todo un canalla que, en la misma semana que terminé con tu prima, ya me encontraba suplantándola contigo, cuando en realidad tú estás haciendo exactamente lo mismo conmigo en estos momentos.
—¿Y tú? Hablas de cómo tengo que confiar más en ti, pero ni siquiera estás confiando en mí. ¿De verdad crees en las cosas que dijo Marie? Porque ella te lo debe haber dicho, ¿cierto?
—¿Estás saliendo con alguien más, Lena?
—¿Estás celoso?
Estrelló su puño contra la puerta.
—¡Solo responde a la pregunta!
Aparté la vista de su rostro.
¿Por qué actuaba de esta forma?
En un momento se ponía receloso conmigo, prohibiéndome el paso a su departamento; y al siguiente minuto estaba besándome y devorándome como nunca lo había hecho.
Aggh, estaba rodeada de bipolares.
—Claro que estoy saliendo con alguien más —respondí—. Nastya y yo salimos todo el tiempo.
—Sabes que no es eso lo que estoy preguntando. ¿Estás saliendo con otro chico? ¿Sí o no?
—No. ¿Contento?
Toda la tensión que Julia estaba manteniendo, se esfumó.
—Marie me dejó una invitación para su fiesta —cambió de tema bruscamente—. ¿Quieres decirle que ni aunque estuviera loca iría con ella?
Resoplé.
—Pues vas a tener que darle las malas noticias tú sola. Ni en un millón de años pienso respirar su mismo aire, mucho menos ir a su fiesta.
Ella suspiró audiblemente.
Se apartó finalmente de la puerta y me dejó entrar a su departamento.
—Perfecto, entonces.
***
—¡Tienes que conocer a Carlo! —gritó Nicole cuando me senté junto a ella en el suelo de la sala—. Julia, sácalo de tu cuarto, deja que conozca a Lena.
Ella tenía en brazos al espantoso zorrillo de cola peluda. La niña acariciaba la franja blanca del animal con sus pequeños dedos con uñas pintadas de color rosa pálido.
Julia hizo exactamente como la pequeña le dijo, y se movilizó en dirección a su dormitorio. Ni siquiera me dio un segundo vistazo cuando entré.
Su abuela, desde la cocina, me había lanzado una mirada cómplice. Seguramente vio los rojos e hinchados que Julia y yo teníamos los labios.
La vergüenza me carcomió durante un minuto completo.
—Cuando sea grande seré veterinaria —dijo de repente Nicole.
—¿Quieres cuidar a los animales? —le pregunté mientras recogía del suelo una colilla de cigarro y la apartaba para que ella no fuera a verla.
No sabía que Julia fumaba. Si no era ella entonces tenía que ser la odiosa de Elena.
—Sí. Quiero cuidarlos a todos, hasta los más feos. Pienso que ellos lastiman menos que las personas, y aunque no hablan, su gratitud es más sincera que la de algunos humanos.
Dejé de esconder las colillas y me quedé viéndola fijamente mientras acariciaba el lomo del animal.
Mis ojos comenzaron a nublarse, ¿qué rayos pasaba conmigo y con todas esas estúpidas lágrimas? ¿Acaso no podían apagarse ni por un segundo?
—Lena... ¿a ti no te asusta verme? —dijo con una pequeña voz—. Porque escuché lo que dijo esa chica cuando salió de aquí, mencionó que yo debería usar una máscara. La tia Julia siempre me dice que no debo esconderme pero yo...
—Esa chica estaba loca —la interrumpí—. No la escuches jamás, no sabe lo que dice. Verás, aunque no lo creas, ella tiene una cola de pato que esconde muy bien debajo de la ropa.
Sus ojos verdes se alzaron para encontrarse con los míos.
—¿Una cola?
Asentí con la cabeza.
—Sí, nació con una cola enorme, es más, ni siquiera parece de pato; es como de dragón.
Ella me sonrió.
—Noté que sacaba mucho los cachetes —dijo señalando hacia su trasero— ¿era por eso?
Asentí seriamente.
—Oh, sí. Trata de esconderla dentro del pantalón, pero si te fijas bien, la vas a ver moviéndose.
—No sabía que existía gente con colas.
—Es que las colas le salen a las personas con mal corazón, como ella. También comienzan a escupir fuego...
—¡Escuché a la tía Julia mencionar que ella tenía una lengua venenosa! ¿Será que eso hace que el fuego salga de su boca?
—Definitivamente —le guiñé un ojo—. Y escucha una cosa: tú nunca tienes porqué esconderte. Los únicos que se esconden son la gente con vergonzosas colas... A menos que tengas una cola por ahí y no me hayas dicho, ¿tienes una?
—No, para nada —se rió.
—Bien. Recuerda que eres hermosa en más de un sentido; no dejes que la gente diga lo contrario. No te escondas.
Ella me sonrió, casi sonrosada.
—Gracias Lena, la tía Julia debería casarse contigo.
Ni siquiera pude responder a eso ya que, sin darme cuenta, a los pocos segundos, tenía a un enorme y peludo animal lamiéndome el rostro.
Supongo que este era Carlo, un Golden Retriever de pelo amarillo y blanco, con una corpulencia increíble.
Como estaba sentada, se abalanzó sobre mis piernas y se paró en dos patas para olisquear mi cabello. Era más alto que yo, pero si estuviera de pie probablemente me llegaría a la cintura.
—¡Carlo, detente! Tenemos visitas —chilló Nicole.
Carlo seguía revolviendo mi pelo con su hocico, su lengua repasaba mi frente una y otra vez. Yo gritaba con fuerza mientras pedía que alguien lo bajara de mis piernas.
Julia apareció detrás de ella y lo agarró de la correa que envolvía su cuello. Finalmente el perro dejó de lamerme y se interesó repentinamente en Steve, le empezó a gruñir y en menos de un minuto ya lo estaba persiguiendo por todo el departamento, zafándose del agarre de su dueña.
—¡Ahora entiendes porqué quería regalar a ese zorrillo! —le dijo ella a su abuela quien recién se nos unió en la sala.
—Ay, ya. No seas malhumorada. Los dos se llevan de maravilla —le respondió ella.
Julia solo resopló y fue detrás de Carlo.
Durante la cena, todo había ido remotamente bien. Julia no volvió a dirigirme la palabra desde que entré a su departamento, y no continuó haciéndome preguntas posesivas acerca de supuestos novios que Marie probablemente inventó que yo tenía.
Nicole me enseñó su álbum con imágenes de mariposas, y me regaló una de color dorado. Su abuela, la señora Gertrude (o Gerty, como me hacía llamarla) me contó historias vergonzosas de Julia cuando era bebé y en su familia la vestían con un trajecito de conejo (he ahí su miedo irracional por los conejos… En serio, Julia Volkova le tiene miedo a los conejos, creo que me lo confesó cuando se le ocurrió la idea de acosarme con mensajes de texto y escribir sus secretos. Si no me equivocaba era el secreto# 13).
—Y cuéntame Lena, ¿estudias? —me preguntó casualmente Gerty mientras continuábamos pasando fotos de un Julia más joven, con menos musculatura y con un claro indicio de sobre mordida.
—Empiezo clases este semestre en la universidad —anuncié alegremente. Susan ya había ingresado mis papeles y me ayudó a prepararme para el riguroso examen de admisión que debía tomar la otra semana.
—Te felicito, ¿qué piensas estudiar? —me entregó una foto de Julia cuando era niña, estaba abrazando a una hermosa mujer de cabello marrón y de ojos clarosl. El parecido era increíble. Debía ser su mamá.
De fondo tenían la playa y ambos sonreían para la cámara.
No entendía el por qué la señora Gertrude me estaba enseñando estas fotografías, Julia y yo claramente nos encontrábamos distanciados. Ella seguía evitándome y yo continuaba fingiendo que ver esa etapa en donde era niña no me afectaba horriblemente.
—Me integré al programa de Historia del Arte —dije, recordando la pregunta inicial que me había hecho.
Tomé la siguiente foto y vi a dos niños, uno más alto que el otro, peleando con espadas laser. Él debía ser el hermano de Julia, ambos eran idénticos, casi gemelos, con los mismos ojos azules-grisáceos y exactamente el mismo cabello negro.
Me quedé muda por un momento.
—¡Ese es mi papi! Míralo Lena —chilló Nicole detrás de mi hombro, pegué un brinco ante el susto que me dio cuando apareció tan repentinamente—. ¿Verdad que se parece mucho a la tía Julia? Él ya murió pero era así de apuesto.
Al otro lado de la habitación, Julia se tensó.
Lo vi levantarse e instantáneamente me quitó la foto y el álbum entero.
—¡Oye! —protestó su abuela—. Lo estábamos viend…
—Ya es tarde —interrumpió ella—, es hora de que Lena regrese a su casa.
—¿No se puede quedar a dormir solo por hoy? —rogó Nicole.
—No.
Ella me tomó del brazo con un poco de brusquedad, y me obligó a levantarme del sofá, haciendo que algunas de las fotos que mantenía en mi regazo cayeran dispersas al suelo.
—Lena, necesitas irte ahora —me arrastró unos cuantos pasos antes de que su sobrina tomara mi mano libre y me empujara de su lado.
—¡Espera! No te la lleves, quiero invitarla a venir este fin de semana… vamos a dejar a Steve con una familia que vive en el campo…
—Ella no puede ir —respondió Julia por mí.
—Ella tiene voz propia —dije, enojada y furiosa por cómo me estaba tratando.
—Ella no la usa muy a menudo, al menos no para pelear por las cosas correctas.
Fruncí el ceño.
—Ni ella ni yo sabemos de qué estás hablando —grité.
Ella volvió a su labor de arrastrarme por el departamento, haciendo que Nicole me soltara, pero en vez de dirigirme a la puerta como yo creía, me llevó en dirección a su habitación.
—Hablaré con Lena por unos momentos, que nadie nos moleste —dijo por sobre mi hombro.
Me metió en su dormitorio y cerró detrás de mí.
—¿Qué piensas que estás haciendo? —gruñí soltándome de su agarre.
—Ahorrándote un mundo de problemas. ¿Tienes cómo llegar a tu casa?
—Sí. Le pediré a uno de mis tantos novios que me lleve —respondí mordazmente.
Me giré hacia la puerta y estaba por tomar la manija, cuando Julia pasó su brazo sobre mi cintura, impidiendo que me alejara de ella, pegando mi espalda contra su pecho.
—Dijiste que viniste a hablar conmigo —susurró en mi oído— ¿qué querías decirme? Dilo.
Me puse nerviosa. Ni siquiera recordaba para qué había venido a verlo.
—Yo quería…
—Te escucho.
—Yo… solo vine porque quería saber cómo estabas.
—Destrozado —respondió fácilmente.
—Todo lo que me contaste ese día… lo de tus padres… yo…
—Por favor no sientas lástima por mí.
—No es lástima; es que me preocupo por ti.
—No lo hagas —lentamente me dio la vuelta para que nuestros rostros quedaran uno frente al otro—, te estoy haciendo un favor al alejarte de mí. Te dije, desde antes, que conmigo no hay finales felices.
—Y yo recuerdo decirte que los finales felices están sobrevalorados.
—¿Quién no querría un final feliz, Lena?
—Para empezar —le dije— nadie quiere un final.
Sus ojos se deslizaron por cada segmento de mi rostro, deteniéndose fijamente en mis labios.
Me los lamí, sintiéndolos secos tan de repente.
Después de eso ninguno de los dos habló, hasta que finalmente él dijo:
—Buenas noches Lena. Es mejor que te vayas antes de que sea muy tarde.
Pero ya era tarde. Cada onza de mi cuerpo sabía que ya había perdido a Julia. Estaba demasiado lejos de recuperarlo.
—Buenas noches Julia.
Me sentía herida mientras dejaba que ella me tomara de la mano y me dirigiera hacia la puerta de su dormitorio para poder despedirme de la niña y de su abuela.
No entendía por qué me trataba de esta forma. Tuve que haber hecho algo muy malo para que reaccionara así.
Lo detuve a solo unos pasos de abrir y lo forcé a bajar la mirada.
Mis ojos se fueron directamente hacia su boca.
—Solo una cosa más —susurré.
Me elevé sobre las puntas de mis pies y alcancé su mejilla con mi mano; le deposité un beso en los labios y luego acaricié su mandíbula.
Me separé rápidamente.
—¿Y eso por qué fue? —preguntó.
Su vista se alternaba entre mis labios y mis ojos.
—Eso fue… fue por todo —aunque no debería estar alimentando mi tortura, y sí, ella se había portado como un idiota por estar corriéndome de su departamento, pero más que todo lo hice para mi beneficio. Porque quería saborear su piel una última vez, porque quería besarlo sabiendo que este era nuestro beso de despedida. Porque simple y sencillamente lo echaba de menos.
Lentamente las manos de ella fueron a parar a mi cintura, sujetándome con la fuerza necesaria como para sostenerme en pie y al mismo tiempo comprobar que yo era real y no un producto de su imaginación… o al menos así se sintió para mí.
—Nena… —murmuró contra mi mejilla, no quedaba espacio desperdiciado entre los dos—, te estoy dejando ser libre y tú solo insistes en volver a entrar a la boca del lobo.
—¿Ya no vampiro entonces? ¿Ahora eres lobo? —dije bromeando para aligerar el ambiente.
—Ninguno. A veces me considero algo peor. No deberías ser tan amable conmigo al ver la forma en la que te trato, mereces a alguien mejor —con sus dedos acarició mi mejilla, mis labios.
—Entonces deja de tratarme así —sollocé sintiéndome cansada de todo esto—, deja de decir que no eres el indicado para mí y comienza a trabajar para serlo.
—No entiendes. Estoy demasiado quebrado hasta el punto donde no hay reparo. Temo hacerte daño o decepcionarte a ti también. Quiero protegerte pero siento que te me escapas de las manos, te quiero tanto que tengo miedo de echarlo a perder como todo lo que he echado a perder en la vida. No quiero esconderte nada pero debo, a la vez, esconderte todo.
Mis ojos se humedecieron ante sus palabras.
—¿Me quieres tanto como para apartarme? —eso no tenía lógica.
—Te quiero lo suficiente como para saber que yo no soy el indicado para ti.
—Estás loco —sollocé un poco más. No quería verme tan débil y afectada frente a ella así que me prometí silenciosamente no llorar—. Será mejor que me vaya entonces.
—De acuerdo —dijo pero no hizo el mínimo esfuerzo por separarse de mí.
—Pero antes… solo quiero…
—Lo que pidas. ¿Qué es?
—Quiero un último beso.
—Lena…
—Dijiste que lo harías eterno, ¿recuerdas? Ahora tienes la oportunidad de hacerlo. Hazlo.
Abrió su boca pero al instante la cerró, lamiéndose los labios y buscando en mis ojos alguna señal para detenerse. No le di ninguna.
No puse distancia cuando su frente se pegó contra la mía; tampoco me resistí cuando ella me atrajo lentamente a su cuerpo, o cuando me respiró en la boca, tan cerca de besarme pero a la vez tratando de ir lento para saborear el momento.
Sus labios descendieron a los míos y fue como si aquello que estuvo muriendo en mi interior durante toda la semana pasada, ahora volviera a la vida.
Su boca se movió con facilidad contra la mía, saludándose, reconociéndose, entregándose, amándose tan lenta y deliciosamente que casi me hace estallar la sensación.
Mis manos se enroscaron en su cuello, y los dedos de mis pies se retorcieron de la felicidad. Solo en ese momento me di cuenta que mis piernas estaban en el aire, sosteniéndome únicamente gracias al cuerpo de Julia.
Su boca seguía pegada a la mía, saboreando todo a su paso de una manera lenta y sensual.
—¿Estás segura de querer esto? —murmuró despegándose por un momento de mi boca.
Respondí devolviéndole el beso con fuerza; con un poco más de urgencia y de manera necesitada.
Lo sentí caminar conmigo a cuestas y supe que me estaba llevando a la cama detrás de nosotros. Nuestro beso pasó de inocente, a algo más ardiente.
Me acostó sin romper el beso, sus codos sosteniendo su peso, su cabello que tocaba mi frente, mientras continuábamos besándonos.
De pronto ella asomó su lengua, cepillando mi labio inferior; le concedí la entrada a mi boca y la sensación de calor aumentó dentro de mi piel.
Sentí su mano tocando mi mentón, moviendo mi cabeza en posiciones revertidas para que su lengua tocara los puntos perfectos de mi paladar. Me retorcí debajo de ella y jadeé de placer.
Rápidamente su mano continuó bajando hasta mi cuello, después se deslizó sobre mi clavícula, se detuvo en mis pechos y ahuecó uno con sus manos, sobre la tela de mi camiseta. Volví a retorcerme, apartándome de su boca para encontrar aire.
Su dedo pulgar frotó unas tres veces antes de que perdiera el control y jadeara fuertemente.
Su boca regresó a la mía, excavando más profundamente y repasando su lengua sobre mis labios.
Su mano no se quedó mucho tiempo en la parte superior, se movió con confianza y con agilidad sobre mi estómago (en donde mis mariposas se habían salido de control y hacían estragos con mis nervios sensibles), luego bajó a mi vientre, levantando mi camiseta sobre mi cabeza y quitándola. La lanzó al suelo y le dio una larga mirada a mi cuerpo antes de abalanzar de nuevo su boca sobre la mía, devorándome con renovadas ganas; sentía sus dedos sobre mi piel, apretando y amasando a su gusto.
Su boca se movió sobre mi vientre, sus manos sobre mis pechos, todo se mezclaba para crear esta armonía para la canción perfecta.
Regresó a mis labios y continuó besando, mordiendo juguetonamente; su mano bajó sobre mi estómago y pronto estuvo sobre la cima de mi pantalón. Sutilmente desabrochó el único botón y bajó el cierre con planeada lentitud.
Volví a gemir. Ni siquiera me reconocía a mí misma en ese momento, sonaba… necesitada.
Escuché a Julia gruñir y continuó bajando el cierre para después perder su mano dentro de mi pantalón.
Suspiré y arqueé la espalda.
Sus dedos no tardaron en moverse dentro de mi ropa interior. Me mordí el labio, dándome cuenta que Julia ya no estaba besándome sino que ahora su cabeza descansaba en el hueco de mi cuello, mordisqueando la piel en esa zona, bajando hacia mis pechos y depositando besos. Mis manos apretaban sus brazos y comencé a mover mis caderas al ritmo en el que ella estaba moviendo sus dedos dentro de mí.
Una capa de sudor se acumuló en mi cuerpo entero, me arqueé varias veces y en mi mente suplicaba que parara, y a la vez que fuera más rápido.
Mis sentidos estaban en conflicto.
Lentamente dejé de pensar y me concentré en los dedos de Julia haciendo círculos y yendo lento pero fuerte y decidida a la vez.
Algo empezó a comprimirse en mi interior, apretándose y tensándose, construyéndose sin poder evitarlo.
Toda la lujuria acumulándose para este momento.
Antes de poder gritar, Julia cubrió mi boca con la suya y ahogó mis gemidos sin sentido y una versión distorsionada de su nombre. Mi corazón se aceleró, mi espalda permaneció arqueada por unos segundos, y no podía sentir las piernas.
No sé cuánto tiempo pasó, ni siquiera sentí cuándo Julia retiró sus dedos. Solo supe que jadeaba menos que antes y que mi pecho subía y bajaba con intensidad.
Después de unos minutos de la inconsciencia, y de sentirme extremadamente liviana y lánguida, recordé dónde estaba y, lo que era más importante, quién estaba al otro lado de esta habitación, en la sala.
Me aparté de Julia y me senté de golpe. La vergüenza me invadió tornando mis mejillas al rojo vivo.
Yo… yo había… en el departamento de Julia… con su abuela y su sobrina a tan solo unos metros de distancia…
Me puse de pie rápidamente y, con la misma velocidad, me caí al suelo.
Julia se levantó detrás de mí y se sentó cerca de donde había caído. Se miraba diferente, como si ahora me mirara con nuevos ojos.
Qué vergüenza. Yo tenía un poco más de sentido común, pero al parecer éste se había quedado mudo hace un momento atrás, cuando más lo necesitaba, dejando que un “Aaaaaaaaddd…mmmmmm” ocupara su lugar.
Me aparté el pelo de la cara, y fingiendo dignidad me senté con las piernas cruzadas, mirando a Julia sin rehuir de sus ojos azules-grisáceos.
—Eso fue… —comenzó ella a decir— increíble.
La sangre en mis mejillas quemó con su rubor.
Pronto noté que mi camisa estaba tirada en alguna parte del suelo, me movilicé a buscarla pero no la pude encontrar. Me arrodillé e incluso miré debajo de la cama.
—¿Buscas esto? —preguntó Julia de forma divertida.
Ella tenía mi camiseta en sus manos.
—No es divertido —me puse de pie y limpié mis manos con la tela del pantalón. Me crucé de brazos, tratando de tapar mi breve desnudez —. Dámela.
—Ven aquí por ella —se movió unos cuantos pasos atrás y agitó la camisa frente a mí.
Tarada.
Me acerqué hacia ella, rodando mis ojos y suspirando teatralmente. Extendí mi mano para que me la diera pero rápidamente escondió la camiseta detrás de su espalda.
—Julia.dame.esa.camiseta.
¿Qué acaso no entendía que su familia estaba prácticamente al otro lado de esa puerta? Y con todo el ruido que hice… ¡Aggg! Yo era todo un caos.
Me acerqué una vez más a Julia, pero en vez de extender la mano, corrí para tirármele encima.
Lo golpeé unas pocas veces en el pecho y creo que le mordí la oreja.
—¡Lena! —gritaba él tratando de bajarme.
—¡Mi camiseta!
Finalmente la recuperé y di un grito de victoria.
Todavía estaba sobre Julia, pero de alguna forma terminé en su espalda, sujetando mis piernas alrededor de su cintura, con mi frente sudada por el esfuerzo, y con el cabello revuelto y pegado a los costados de mi cuello.
La puerta del dormitorio se abrió repentinamente. Al otro lado se encontraba Nicole, con los brazos en jarra y con un puchero que le sobresaltaba la boca.
Agrandé los ojos al verla, y caí de trasero al suelo cuando intenté separarme de su tía.
—Nicole… dije que nadie podía entrar a mi habitación.
Rápidamente me puse la camiseta. Nerviosa y con mayor vergüenza que antes.
Qué vergüenza. Qué vergüenza. Qué vergüenza.
Nicole dirigió sus ojitos verdes de uno hacia el otro. Mirándonos con picardía.
Me mordí el labio.
—Ya sé lo que ocurre aquí —dijo lentamente, examinando la escena a su alrededor.
—No es lo que crees —me apresuré a decir. Estaba nerviosa.
—Claro que sé qué pasa —reafirmó— ¡Ustedes se van a duchar! Eso significa que van a dejar de estar enojadas la una con la otra. ¡Tía Julia, ahora sí vas a continuar cantando conmigo las canciones de Selena!
—Nicole, ve a la cocina —le dijo Julia.
—Pero yo quiero ver qué pasa… la abuela no me deja ver qué sigue después de que la gente se quita la ropa para bañarse…
—¡Nicole Alexandra Volkova, ve a la cocina inmediatamente!
La niña agachó la cabeza y se dio media vuelta, caminando entristecida.
—Nunca me dejas jugar con ustedes —murmuró mientras se iba.
—No seas tan mala con ella —dije en su defensa.
Julia me dio una mirada extraña que me hizo guardar silencio.
Lentamente se acercó hacia mí, como un puma examinando a su presa.
Se puso por detrás de mi oreja y susurró con voz melosa:
—Te pusiste la camisa al revés.
Bajé la cabeza para comprobar si eran visibles las costuras, y sí, tenía la camisa al revés.
—Grandioso —me quejé.
—Y… tienes el cierre del pantalón todavía abajo.
Genial.
***
El fin de semana se acercaba peligrosamente, la fiesta de Marie estaba a un paso de hacerse.
Ella me hizo recordatorios extraños acerca de su cumpleaños durante todos estos días; como por ejemplo: me envió un vestido blanco con encaje. Un día después mandó los zapatos y hoy recibí un paquete frente a la puerta de mi casa, era una máscara elaborada que cubría la mitad del rostro, de color blanco y con los mismos detalles de encaje que el vestido.
No entendía muy bien para qué los mandaba pero si por un momento ella pensó que iría a su fiesta, estaba equivocada.
Simplemente almacené en mi habitación lo que ella me enviaba mientras buscaba la forma de devolvérselo.
Cada día era un nuevo reto para mí, en especial cuando echaba de menos a la bastarda arrogante que me enojó la otra noche. No me había llamado durante los siguientes tres días desde que fui a su departamento, y yo no volví a buscarla como idiota para suplicarle por más.
Pero prometí dejarlo en paz y no volver a buscarla, así que eso era lo que había estado haciendo. Evitándola.
Solo esperaba que el dolor se pasara rápido. Ojala existieran pastillas para acelerar el proceso, pero mientras no las hubieran, tendría que conformarme pensando en que el tiempo lo curaría todo.
Empezaba a odiar a Julia.
—La jefa quiere hablar contigo en su oficina —fue lo primero que me dijo Mindy cuando entré por la puerta de la librería a la mañana siguiente de mi tercer día de agonía.
—¿Sabes para qué es?
Ella me miró con la boca abierta durante unos segundos, y entonces respondió:
—Ni idea.
Masticó algo que parecía ser goma de mascar, e hizo estallar una burbuja rosada que se pegó en el piercing tipo argolla en su labio.
Intentó limpiar el desastre con su lengua, dejando saliva en su barbilla.
—Oye, ¿estás interesada en comprar una tortuga? —me preguntó una vez que retiró el chicle pegajoso y volvió a llevárselo a la boca. Su voz misma era capaz de inducir sueño, hablaba como si estuviera aburrida y a punto de dormirse—, es que creo que soy alérgica a la mía.
—¿Se puede ser alérgico a las tortugas? —pregunté, incrédula.
Ella se encogió de hombros.
—Tengo comezón en los brazos cuando está cerca... así que sí, creo que soy alérgica a ella.
—Lo tendré que pensar. Ni si quiera tengo un lugar propio para llevarla a vivir conmigo.
—Oh. Mi compañera de cuarto se va a mudar la próxima semana, me va a dejar abandonada así que hay una vacante en mi departamento por si quieres unirte.
—¿En serio? Eso sería grandioso. ¿Cuánto tendría que pagar?
—No lo sé, nos dividimos los gastos entre tres porque también hay otra chica alquilando la habitación de al lado. Ella es rara pero puede agradarte. Te doy después la dirección para que te des una vuelta por ahí y me dices si estás interesada.
—Gracias —respondí. Ella se despidió con la mano y se dirigió al escaparate en donde Shio y Romeo decoraban para presentar los nuevos libros del mes. Colocaban plumas azules y colgaban pequeños dibujos simulando alas de ángel.
Shio me dio un saludo alegre con la mano y Romeo asintió en mi dirección. Ya me estaba acostumbrando a verlos como miembros adicionales de mi familia.
Y esa extraña chica de pelo morado/turquesa/rosado me había dado una solución a un problema que tenía pendiente: conseguir un lugar donde vivir para finalmente dejar la casa de papá, porque las paredes eran demasiado delgadas y cuando Susan se quedaba toda la noche, ni ella o papá dormían... tenía que cubrirme con una almohada y llenarme los oídos con música para contrarrestar los sonidos de ballena que salían de su dormitorio.
Era desagradable tener que lidiar con eso, ningún hijo debería ser capaz de escuchar la "llamada de apareamiento" de sus padres. Era asqueroso y vergonzoso.
—¿Lena? Te necesito aquí, ¡rápido! —gritó Laura asomando su cabeza desde su oficina.
Me apresuré a llegar a su lado.
Desde que le admití hace unos días que lo de mi embarazo era mentira, ella dejó de darme el trato preferencial y comenzó a utilizarme como a los demás. Juraría que algunas veces me trataba peor.
—Siéntate —me ordenó.
Rápida y silenciosamente me senté.
Ella estaba pasando las páginas de una revista con vestidos de novia. Varias imágenes se encontraban marcadas con asteriscos de color naranja y breves comentarios escritos en rojo.
Laura levantó la vista una vez que me acomodé, y se apresuró a cerrar la revista.
—Quiero que te tomes todo el día de hoy para que me hagas un favor —comenzó—. El hijo de mi prometido vino ayer a la ciudad y quiero que lo lleves a pasear. Su nombre es Giulio y no conoce a nadie, yo no puedo sacarlo porque tengo una junta pendiente con una casa editorial y no la puedo posponer. Los gastos corren por mi cuenta.
Parpadeé sorprendida.
—Claro. ¿Puedo hacer una pregunta?
—Ya estás haciendo una.
Fruncí el ceño.
—¿Por qué yo? Creo que Shio es más divertida, debe conocer lugares más interesantes que yo. O Mindy. Creo que con ella no se aburriría.
—Mmmm, no. Pienso que tú serás más del agrado de Giulio. Él tiene gustos específicos en cuanto a sus chicas.
Parpadeé de nuevo.
¿Sus chicas?
—Él viene a la librería como a las dos de la tarde. Mientras tanto, ve a generar dinero para mí.
Asentí con la cabeza y me levanté de mi asiento sin decir una palabra.
—Ah, y una última cosa, lena. Giulio es italiano así que no lo vayas a llevar a comer pasta. Busca sitios más originales. Y… no vayas a usar el uniforme frente a él. Ponte algo de ropa bonita.
—Pero para eso tendría que ir a mi casa y…
—¿Sigues aquí? Hay gente que atender allá afuera, muévete. Ayuda a los chicos a terminar de decorar la vitrina con los nuevos productos del mes.
—Claro…
—¡Para ahora!
Salí de su oficina como conejito asustado.
¿De verdad me acaba de pedir que saliera en una cita con su hijastro?
Qué cosa tan rara.
Hunter- Mensajes : 103
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Re: PROHIBIDO ENAMORARSE DE JULIA VOLKOVA // LIA BELIKOV
Capítulo 23
Líbranos del mal, líbranos de Marie
Llevaba varias semanas sin usar faldas (o algo que mostrara mis piernas), aproximadamente desde que dejé de trabajar en el restaurante en donde Cliff nos hacía usar ropa escotada y ceñida al cuerpo.
Me sentía ridícula esperando a Giulio en el café del hotel en donde se hospedaba. El lugar era bastante cálido y confortable; las paredes estaban empapeladas con fotos de alimentos de fina repostería y con bebidas calientes que invitaban a pedir una.
Revisé el reloj con forma de taza, ubicado en el centro del local, al menos unas diez veces. Tenía la esperanza de que en cualquier momento apareciera Giulio, el hijo del prometido de mi jefa, y así podríamos marcharnos a otro lugar.
Aquí la gente comenzaba a verme de forma extraña, como si mi pantalón estuviera prendiéndose en fuego... Bueno, no mi pantalón porque no llevaba puesto uno, más bien mi falda.
Varias veces revisé mi apariencia en cada superficie que me reflejara, pero no veía nada anormal: blusa blanca, chaleco de mezclilla, cabello suelto y peinado, falda color rosa ahumado y, a petición de Laura, zapatos altos bastante provocativos con los que me era imposible caminar sin soltar un quejido.
Cuando Shio se enteró de mi salida, pegó el grito al cielo y aplaudió así como Nicole lo hacía cuando estaba emocionada. Shio me maquilló y me dio ánimos para vivir la aventura romántica con la que cada chica siempre soñaba (palabras de ella, no mías): salir con un italiano.
Me puse nerviosa durante todo el trayecto hacia el hotel y, tal vez, el que Laura hubiera doblado la cintura de mi falda para que se viera más corta no ayudaba a que me sintiera cómoda, normal y menos nerviosa. Todo lo contrario, tenía la urgente necesidad de jalar el dobladillo hacia abajo en un inútil intento por cubrir mis piernas. Pero no estaba teniendo éxito ya que mis muslos quedaban expuestos con mayor rapidez.
Solo esperaba que el tal italiano no se retrasara más de lo que ya estaba, llevaba media hora esperándolo.
El café que había pedido cuando entré ya estaba helado y sin su típico olor fuerte.
Para distraerme había comenzado a vaciar casi todas las bolsitas de azúcar en mi taza llena hasta la mitad; también ojeé un par de veces mi celular en busca de algún mensaje de Julia, pero parecía que la tierra se la hubiera tragado. Todavía no sabía nada de ella y eso me desesperaba y me desilusionaba.
Pero había prometido no volver a buscarla y así lo haría. Era el turno de ella en dar el siguiente paso… si es que quería. De solo pensar en lo que pasó el otro día, en su dormitorio, se me ponía la piel de gallina y me temblaban las rodillas. Quería más.
Suspiré en derrota y me dediqué a escuchar la canción que sonaba de fondo por todo el local, pronto me encontré moviendo el pie al ritmo de la música, tarareando las partes que me sabía e inventándome las partes que no.
Así pasaron otros cinco minutos, y nada del italiano.
Iba a llamar a Laura para que me sacara de esta situación, pero, la chica que me había atendido amablemente cuando entré, estaba de pie frente a mí y me miraba con cierta expectativa.
—Disculpa —dijo ella con una sonrisa en el rostro— pero el chico que se sienta del otro del local te manda esto.
Ella depositó en la mesa una rebanada de postre de mousse de chocolate cubierto con trocitos de fresas frescas.
Me quedé estupefacta por un segundo, entonces reaccioné.
—¿Quién lo manda? —pregunté dando vistazos hacia el otro extremo del lugar, pero los únicos chicos que vi por allí eran del doble de mi edad.
Arrugué la nariz y tomé el plato con el postre.
—Dile que lo siento pero no puedo aceptarlo.
—Oh no, él es insistente. Me dijo que si no te lo comes te pedirá otro y otro hasta que lo aceptes.
Fruncí el ceño.
Repasé con la vista a todas las personas que se encontraban en el local. En total éramos doce: cinco chicas, dos ancianos, tres hombres mayores fumando habanos en la sección para fumadores, y dos mujeres hablando ruidosamente por teléfono.
No había nadie más. La cafetería no tenía mesas y sillas en el exterior, tampoco contaba con otras secciones aparte de lo que se podía mirar. ¿Entonces quién me había enviado el postre? ¿Alguno de los camareros, tal vez?
—Me dijo que, por cada postre que rechazaras, te trajera dos más —continuaba explicándose la chica.
La miré boquiabierta. Ella se encogió de hombros a modo de disculpa.
—¿Quién es el chico misterioso? —volví a preguntar. De nuevo busqué con la vista para ver quién era el famoso sujeto que me envió el postre, pero no lograba ubicarlo.
—Lo siento pero no puedo decírtelo. Por favor acepta la rebanada.
Asentí con la cabeza y le dije que la dejara.
La chica se retiró y yo me quedé estupefacta viendo en dirección al pedazo de pastel.
La verdad era que se miraba apetitoso, pero no iba a ser tan idiota como para aceptar un postre viniendo de un extraño.
Lo aparté y volví a mi ansiedad inicial al ver que Giulio se estaba demorando demasiado.
Cuando pasaron tres minutos completos, la chica que me atendía volvió a aparecer; esta vez cargaba dos platitos con rebanadas de otros postres en cada uno.
—Cheesecake y Red Velvet —musitó ella y los dejó sobre la mesa junto al mousse de chocolate con fresas.
La miré sorprendida.
—¿Qué...?
—Él dijo que estabas rechazando este —señaló el mousse— me pidió que te llevara más hasta que probaras alguno.
—¿No me vas a decir ni siquiera quién es? ¿Al menos una pista?
Ella se mordió el labio inferior y negó con la cabeza.
—Lo siento. Me pidió confidencialidad ante todo.
Resoplé.
—Dile que no pienso aceptar postres de extraños.
Ella asintió con la cabeza y se retiró.
Mmm. Cheesecake.
Me estaba tentando, pero, si el tipo misterioso resultaba ser uno de los hombres que estaba fumando puros, no quería darle falsas esperanzas.
Dejé los deliciosos postres sin probar. Una vez más apareció la chica de cabello marrón claro y me trajo cuatro platillos más. Dos de ellos eran pasteles, y los otros dos eran brownies con helado.
—Oye, no me pienso comer todo esto. ¿No puedes decirle que dé la cara y que deje de mandarme más postres?
La chica, cuyo nombre (según la etiqueta de su uniforme) al parecer era Melissa, se encogió de hombros una vez más y me repitió que si no probaba alguno iba a seguir trayéndome más hasta que hallara el que me gustara.
De mala gana agarré una cuchara y la planté en el Cheesecake para después llevármela a la boca.
Sabía celestial.
—Listo. Ya lo probé. Ahora dile que deje de molestarme —dije mientras me relamía los labios en busca de migajas.
Melissa sonrió y se retiró hacia otra de las mesas que atendía.
Me encontré siguiéndola con la vista para ver si lograba tener una mínima idea de quién podía haberme enviado todo esto.
Cuando regresé mis ojos hacia la mesa, me sorprendí al encontrar a alguien parado frente a mí.
Lo primero que vi fue su pecho cubierto por una camiseta informal, subí la vista para ver su rostro: cabello color chocolate, ojos oscuros y con pestañas largas, labios gruesos y rosados, nariz recta y un perfil como de dios griego.
Laura no se había equivocado cuando dijo que él era alto; tenía que estirar mi cuello para poder verlo a los ojos.
Giulio medía cerca del metro noventa, hasta ahora no había conocido a nadie así de alto y bien proporcionado como lo era él.
—¿Eres tú Elena Katina? —Preguntó con un fuerte y marcado acento italiano. Pronunció mi apellido como Katina, en vez de Kátina como la mayoría suele hacer.
Parpadeé momentáneamente.
—Soy Lena —dije levantándome y ofreciendo mi mano para que la tocara.
Me dio una sonrisa de lado y, tomando mi mano, la llevó hasta su boca para darle un beso.
Jamás habían besado mi mano.
—Encantado —murmuró retirando sus labios—. Giulio Molinari. Lamento el retraso, tuve problemas en levantarme. Mis horas están atravesadas todavía, pienso recompensártelo.
Tragué saliva.
Noté que me observaba descaradamente de pies a cabeza. Se detuvo un largo rato apreciando mis piernas y recorriendo cada parte de mi cuerpo con sus ojos.
Me ruboricé y aparté la mirada.
—¿Con hambre? —preguntó al ver todos los postres que estaban en mi mesa.
Mi cara se puso de nuevo como tomate.
Antes de que pudiera responder algo, la camarera, Melissa, apareció ante mí con una nueva carga de postres.
—Estos están recién hechos —dijo ella depositando rebanadas de artísticos y detallados pasteles de varios sabores. La mesa estaba llena y ya no cabía ningún otro plato más.
—¿Les gustaría trasladarse a otra mesa? —nos preguntó ella—. Todavía falta traer varios.
Giulio alzó ambas cejas y yo miré horrorizada en dirección a los camareros que venían detrás de ella: eran tres, y todos tenían bandejas llenas con la repostería del lugar.
Mierda.
—Wow, a eso llamo yo tener un grande appetito. Me siento impresionado —murmuró; un hermoso hoyuelo se le formó en la comisura del labio cuando sonrió para mí.
Me temblaron las rodillas.
No se podía negar que los chicos guapos siempre me causaban esta impresión.
—¿Y esta vez por qué me traen más? —le pregunté disimuladamente a Melissa.
—Dice que con una sola cucharada no basta —respondió ella.
De nuevo me encontré buscando entre la gente al posible acosador en potencia que me estaba enviando todo eso, pero nadie parecía un posible candidato (o al menos no uno guapo).
Miré a Giulio, que acababa de sentarse en la mesa, y comenzó a devorar el brownie con helado. Lamió la cuchara con avidez y la saboreó con delicadeza y lentitud.
—¿No vas a comer? —dijo él cuando notó que lo yo no lo acompañaba.
Me senté en la silla de enfrente, y les hice un gesto a los camareros para que dejaran los platos en otra mesa. Ellos obedecieron inmediatamente.
—Laura me dijo que eres el hijo de su prometido, no sabía que ella se iba a casar —confesé mientras miraba los postres de una forma dudosa. Finalmente me comí un trozo de pan de banana que se encontraba casi al borde de la pequeña mesa redonda.
—Ujum —dijo Giulio, él comía con gusto, como si estuviera famélico y no hubiera comido en días—. Ella se comprometió con mi padre hace seis meses; la adoro completamente. Es una de las pocas mujeres que conoce bien mis gustos.
Cuando terminó de decir eso, me miró con intensidad y concentración.
Se relamió la boca y se mordió los labios.
Desvió la vista y continuó comiendo como si nada.
—¿Qué te dijo ella de mí? —preguntó de repente.
—Me dijo que no conocías la ciudad y que más me valía no llevarte a ningún sitio donde vendan pastas —bromeé, la voz me temblaba—. Hablando de a dónde ir, ¿tienes algún lugar en mente que quieras visitar?
Él hizo de nuevo ese gesto de quedarse por más tiempo con la cuchara entre los labios.
—Giardini
—¿Giardini? ¿Quieres visitar a giardini?
Él asintió con la cabeza.
¿Qué o quién era giardini?
Para no quedar como tonta sólo asentí y le sonreí; mientras él seguía comiendo, aproveché y me conecté a Google desde mi celular. Me fui directo al traductor.
—Oh, ¡jardines! —dije triunfalmente—, ¿quieres visitar los jardines?
Giulio se relamió los labios y comenzó a reír.
De repente me miró como si yo fuera la cosa más divertida que haya visto.
—¿Visitarlos? —volvió a reír—. Lo que tengo pensado no es una visita.
—¿Ah, no?
—No. Vamos, acompáñame. Andiamo!
Se levantó de su asiento y estiró su mano para tomar la mía.
Me puse de pie y le permití sacarme del café.
Antes de poder salir directo a la calle, Melissa, se plantó frente a nosotros y me detuvo al instante.
—¡Espera!
—No más postres —gruñí, cansada.
—No, no. No es eso —Ella metió la mano dentro de su delantal blanco y sacó una servilleta que llevaba doblada dentro del bolsillo. Me la entregó—. Él te manda esto.
Dicho eso, ella se retiró, no sin antes recorrer con la vista el cuerpo de Giulio.
Miré la servilleta en mi mano y la desenvolví.
Espero haberte endulzado la mañana. Lástima que ya estabas acompañada y que no era yo quien tuvo el honor de mirar tus labios en cada postre.
Te veré pronto, Anna. Llevarás el vestido blanco que te compré.
Terminé de leer la nota y parpadeé varias veces.
¿Quién la había enviado?
Alcé la vista para encontrar a Giulio recostado contra la puerta principal, mirándome atentamente y esperando por mí.
—¿Vamos? —preguntó.
Asentí y caminé hacia él.
—Pide un taxi —le dije, aun estaba sorprendida por la nota. ¿Vestido blanco? Pensaba que Marie me lo había enviado para jugarme una mala pasada, pero al parecer no fue así.
Giulio hizo como le pedí, y antes de entrar al vehículo, volteé hacia atrás esperando encontrar alguna pista de quién podía ser el chico misterioso, y, cuando pensaba que no vería a nadie o nada importante, mis ojos se detuvieron en los ojos de alguien que me miraba atentamente.
Estaba parado frente a la puerta de vidrio del hotel, tenía las manos metidas en los bolsillos de su pantalón, y cuando sonrió al ver que yo lo había notado, un escalofrío me recorrió el cuerpo.
Estaba segura que había sido él el chico misterioso. Aunque ya no era tan misterioso después de todo.
Me quedé boquiabierta por un momento y rápidamente recuperé la compostura. No me acerqué a él y, en su lugar, me di la vuelta para entrar al taxi.
Tragué saliva y le di un vistazo por última vez antes de que el auto se pusiera en marcha. Mason seguía sonriendo, su apariencia era la de un lobo amenazador a punto de tener a su presa entre sus afilados dientes, acorralada, y justo donde la quería.
No había ni una sola gota de duda en mi mente para saber que la presa era yo.
Me sentía congelada, aterrorizada como jamás estuve en la vida. Pensé que Mason me dejaría en paz, que no se atrevería a acercarse a mí después de que su tío le apuntara con una escopeta, pero al parecer, y como siempre hacía, me había equivocado.
—¿Estás bien? —preguntó Giulio a mi lado. Parpadeé confundida.
—Mmm… sí, todo bien —me obligué a decir. El color se fue de mi rostro, mi corazón latía fuertemente contra mi pecho. ¿Qué hacía Mason allí, en el hotel? ¿Estaba siguiéndome?
Bueno, era obvio que lo estaba haciendo. Nunca imaginé que Mason resultaría un acosador de primera.
Repentinamente me sentí enferma y con ganas de vomitar.
—No te miras bien. ¿Quieres que nos detengamos?
Negué con la cabeza y tragué el nudo que se estaba enrollando en mi garganta.
—Vamos a los jardines —dije mientras limpiaba el sudor helado que recorría mi frente.
El taxista estuvo batallando con Giulio durante todo el camino. No había muchas ubicaciones de jardines por la zona, así que ni el hombre, ni yo, entendíamos a dónde quería ir.
Finalmente quedamos en pasar por una plaza localizada en el centro de la ciudad, según Giulio eso también serviría. ¿Para qué? No sé.
—¿Algún admirador del que deba preocuparme? —habló el italiano en mi oído después de unos minutos. Me sorprendí al tenerlo tan cerca.
—¿Por qué piensas eso? —Puse algo de distancia entre los dos.
Él bajó la vista hacia mis manos, en donde aún tenía enrollado entre mis dedos la servilleta que me hizo llegar Mason a través de la camarera.
Rápidamente la solté y fue a parar a mis pies, en donde la observé con temor.
Las palabras, llevarás el vestido blanco que te compré, eran las únicas visibles ya que el papel se dobló.
Cuando alcé la vista para ver si Giulio había leído algo de eso, me sobresalté al notar que sus ojos estaban fijos en mis muslos descubiertos, y que no estaba disimulando la lujuria que cruzó su mirada.
Me ruboricé y traté de bajar la escasa tela para cubrirme las piernas pero no servía de nada.
Giulio se dio cuenta de lo que hacía y carraspeó su garganta.
—¿Entonces? ¿Es admirador o no? —su acento parecía un concentrado fuerte y abrumador para mis oídos. Lo vi relamerse los labios.
—No es un admirador —dije, Mason es un jodido acosador.
—Si estás segura…
Asentí y continué viendo a través de la ventana, ignorando la forma en la que Giulio estaba comiéndome con la vista. Me hacía sentir incómoda.
Mientras mis pensamientos se dirigían al caos que era pensar en Mason, mi celular sonó, avisándome que tenía un nuevo mensaje de texto:
« Recuerda que hoy en la noche hay reunión familiar en casa de tu tía. Llevo amuletos de la buena suerte porque los necesitaremos. Besos. Mamá »
Iba a responder cuando otro mensaje llegó aproximadamente dos segundos después.
« PD: Un hombre extremadamente guapo vino a pedirme que le leyera la mano. Lo invité la cena de esta noche, tal vez a tu padre le den celos y lo haga pagar por todos los años que robó de mi juventud y que me separaron de mi verdadera alma gemela… cruza los dedos por mí, linda ;D »
Rechiné los dientes. Había olvidado las famosas cenas familiares que hacíamos una vez al mes.
Estaba tan cansada de fingir que me divertía jugando a la casita feliz ante la tía Charlotte o el tío Victor. Ellos eran aburridos y estaban cegados por lo que creían de Marie, su hija perfecta. Incluso cuando ella les dijo que era una ninfómana sin remedio, ellos me culparon, alegando que yo la había obligado a decir todo lo que dijo aquel día cuando la amenacé con un arma de burbujas.
De pronto me entraron ganas de llorar.
Me merecía una fiesta de lágrimas y autocompasión. Primero, porque estaba sin Julia, luego viene el acosador de Mason, también está Marie y su completa hipocresía conmigo. Estaba harta.
Sin darme cuenta comencé a sollozar mientras mis ojos seguían fijos hacia nada en concreto.
Quería empaquetar a esos tres en un solo combo y mandarlos lejos, tal vez a Madagascar.
—¿Estás bien, Elena? —Giulio me tomó de los hombros al notar que la que hacía ruidos de foca era yo. Me giró para que lo viera a la cara.
Sollocé aun más fuerte. Tenía tantas ganas de llorar que, me parecía imposible no hacerlo.
—¿Elena? —se podía oír la preocupación en su voz.
Yo no podía dejar de llorar y de hipar como si estuviera padeciendo algún tipo de dolor físico. Estaba haciendo el ridículo pero por alguna razón no podía parar.
Giulio me tomó de la cintura y llevó un brazo bajo mis rodillas, levantándome con facilidad y poniéndome sobre su regazo.
Metió mi cabeza en su cuello y comenzó a dar besitos en mi nuca mientras yo me deshacía en lágrimas que terminaron empapando su camiseta.
Lo escuché murmurar algo al taxista y después sentí su cálido aliento susurrándome palabras en italiano.
Me recuperé lo suficiente como notar que el taxi se había detenido y que ahora estábamos esperando a que el semáforo cambiara a verde.
Me retiré del cuello de Giulio y me limpié las lágrimas derramadas. Rápidamente noté que una de sus manos estaba acariciando desde mi rodilla, subiendo hasta mi muslo, y entrando por unos centímetros bajo mi falda. Me erguí rápidamente.
—Giulio yo... —iba a decirle que no se llevara una idea equivocada de mí, y que por favor quitara sus manos de mi cuerpo, pero él puso uno de sus dedos en mi boca y me obligó a callar.
—Tienes una piel tan suave y cremosa, provoca tocarla todo el día —susurró con una voz caliente, sedosa e hipnótica; se remojó los labios con la punta de la lengua.
Mi boca se abrió ante sus palabras, no sabía muy bien qué iba a decirle pero sí sabía que tenía que bajarme de sus piernas y aclararle la situación.
—Mira, no sé qué te haya dicho Laura de mí, pero… —Giulio me sujetó de la barbilla y acercó mi rostro al suyo. Como si fuera una escena en cámara lenta, pude ver cuando él sacó su lengua y lamió mi labio inferior.
Intenté echarme para atrás pero me retuvo sin ningún problema, y terminó por pegar sus labios con los míos. Su mano seguía subiendo por mi muslo pero rápidamente la tomé y la detuve de subir más arriba. Su boca intentó separar la mía para darle entrada a su lengua, pero no cedí. Esto se sentía tan mal y equivocado.
Pronto escuché al taxista murmurar algo, pero un movimiento brusco lo detuvo.
El taxi comenzó a moverse y repentinamente alguien estaba abriendo la puerta del lado en donde Giulio se encontraba.
Lo único que sentí fue un jalón increíblemente fuerte. Pensé que me iban a arrancar la mano.
Un minuto atrás yo estaba sentada en las piernas de Giulio, besándolo en el interior del taxi. Y ahora estaba afuera, con los pies en el suelo, en medio de una calle llena de autos que esperaban a que el semáforo cambiara.
Todo sucedió tan rápido que me mareé y perdí el control de los altísimos zapatos que llevaba. Mis rodillas tocaron el pavimento.
—¿Entonces sí eres tú, Lena? —escuché que preguntaron.
Ese mismo alguien me impulsó hacia arriba, a su lado.
Lo primero que vi fue… Bueno, no lo vi, lo olí. Y era tan delicioso que se me hizo agua la boca.
—¿Quién es este imbécil al que estabas besando? —exigió la misma voz de antes.
Yo continuaba desorientada y al borde de vomitar todo lo que comí en la mañana.
No podía ser. No podía ser ella.
Me estaba acosando, sin duda.
—¿Disculpa? —Giulio salió del taxi hecho una furia.
Los autos detrás de nosotros comenzaron a sonar sus bocinas.
—Julia… —tartamudeé—. No es lo que tú crees…
—¿No es lo que yo creo? —respondió ella, enojada. La vena de su cuello parecía que iba a explotar en cualquier segundo. No entendía qué era lo que hacía aquí.
—¿Qué haces aquí de todos modos? —le pregunté, tratando de alejar su mano de la mía. Ella sólo la apretó más fuerte para que no huyera de su lado.
—¿Que qué hago aquí? —gritó—. Venía hablando con Key en el auto —señaló a un Key tímido que trataba de estacionar su camioneta blanca en la acera para que los demás autos pudieran pasar—, de repente me dice que mire la escena que está haciendo la pareja metida en el taxi, ¿y qué descubro? Que la chica, a la que prácticamente están desnudando en la vía pública, eres tú. Ahora explícame quién es este imbécil para que no tenga que partirle la cara a un completo desconocido sino a uno cuyo nombre sé.
—¿Quién es ella, Elena? —Giulio se paró a mi lado para enfrentar a Julia.
—Yo, soy la novia de lena, semejante pedazo de mierd…
—¡Julia! Baja tu tono y suéltame. Deja pasar a los demás —chillé.
Los conductores no dejaban de gritarnos groserías y de enseñarnos su tercer dedo, todo porque nosotros ocupábamos la mitad de la calle.
—¿Por qué lo estabas besando? —Julia ignoró lo que le dije—. Y eso que me dijiste hace unos días que no estabas saliendo con nadie. ¿Él es nadie?
—Oye, maleducada —dijo Giulio—, la señorita está conmigo. Ahora suéltala.
—Oh, vaya. ¡Hasta italiano nos salió el hombre! Explícame una cosa: ¿quién te dio el derecho de besar así a mi mujer?
Abrí mucho los ojos y volví a resbalarme en el suelo gracias a los zapatos.
—¿Tú mujer? —Giulio gritaba ahora—. Figlio di puttana!
Eso no se escuchó para nada bueno.
Tragué saliva y me puse de pie lentamente.
—¿Me acabas de llamar hija de puta? Oh no, no lo hiciste. —Julia se preparaba para lanzar un golpe pero me puse frente a él. ¡Este era el hijastro de Laura al que quería golpear! Si le pasaba algo a su bello rostro seguro y me echaban la culpa a mí. ¡Ella era capaz de despedirme!
—¡Julia, detente!
—¿Por qué, siquiera, sales con este idiota, Lena? —me preguntó ella a mí.
—Apenas lo acabo de conocer —por alguna razón quería justificarme ante Julia. Pero fue un error haberle dicho aquellas palabras; su mandíbula se apretó y su respiración se aceleró de un momento a otro.
—¿Acabas de conocerlo y dejas que te… repase en el asiento trasero de un taxi? ¡Ni siquiera tiene vehículo propio!
—¡Yo no dejé que me repasara! —grité enojada—, de todas formas, ¿por qué te importa lo que yo haga o deje de hacer? No eres nada mío y definitivamente yo no soy tuya.
Giulio rió en voz alta.
Yo lo fulminé con la mirada y me fui a parar frente a él.
—Tampoco soy nada de ti. No sé qué te dijo Laura, pero yo no soy ninguna clase de acompañante sexual o dama de noche. Ella me pidió que te mostrara la ciudad porque se supone que no la conocías; nada más. No tenías por qué haberme besado o sobrepasarte de la manera en que lo hiciste. Y si ustedes dos ya terminaron de pelear como dos perros que necesitan marcar su territorio, yo me largo de aquí.
Comencé a caminar pero era obvio que no iban a dejarme en paz; Julia se apresuró a tomarme del brazo e intentó meterme en el coche de Key.
—Tú te vienes conmigo —gruñó ella— con esa falda cardiaca puedes provocar demasiados accidentes de tránsito.
Me arrastró unos cuantos pasos antes de que me zafara de su agarre.
—No quiero irme contigo. Si nos disculpas, Giulio y yo tenemos un lugar al que ir.
Seee, yo era obstinada.
Estaba por tomar la mano de Giulio, cuando Julia me tomó de la cintura, y un segundo después ya me tenía subida a su hombro derecho.
—Cuando yo digo algo, quiero que obedezcas.
—Baja a la señorita—dijo Giulio de forma calmada.
Julia se dio la vuelta para enfrentarlo cara a cara.
Sentí sus músculos tensarse y, de repente, me bajó al suelo en donde me tambaleé.
—¡¿Le estabas viendo el trasero a mi novia?! —gruñó ella, como animal salvaje.
—No hay ley que me diga que no puedo hacerlo —fue la simple respuesta de Giulio. Oh, a él le encantaba provocarlo—. Además, tiene uno muy bonito, y por lo que pude tocar… también suave.
¿Es que acaso Giulio quería morir?
¿Y por qué Julia se ponía celoso si, en resumen de lo que me dijo en su departamento, ella ya no quiere tener nada conmigo?
—Tal vez tú no lo sepas —le respondió ella a Giulio, su voz sonaba calmada y pausada— pero hay una razón por la que soy tan posesivo con ella, y es porque lleva a mi hijo en su vientre.
Ay no, comenzábamos de nuevo con eso.
—¿Por qué será que no te creo? —dijo Giulio cruzándose de brazos.
—Que me creas o no, no es mi problema —y diciendo eso, Julia me agarró de la cintura, y en vez de llevarme en su hombro, me cargo en brazos hacia el vehículo de Key. Dejando a Giulio atrás.
—¡Ve directo al hotel! —le grité. Si él se perdía iba a ser mi culpa.
Él sonrió de lado.
—Sea donde sea que él te lleve —respondió Giulio— te seguiré.
Julia detuvo su paso y lo fulminó con la mirada.
—Mira, cabrón, si te atreves a volver a mirar así a mi novia, voy a tener que mandar tus pelotas de vuelta a Italia. Ni siquiera se te ocurra hablarle por el resto de lo que te quede de vida, o vuelves a casa estéril.
Giulio no volvió a discutir con él.
***
—¿Me vas a bajar ya? —pregunté por enésima vez.
Julia suspiró y le subió el volumen a la canción de 30 Seconds to Mars que Key tenía en modo de repetición.
—No.
Para confirmar sus palabras, empujó mi espalda contra su pecho, lo hacía como si intentara fusionar nuestros cuerpos.
Me puse nerviosa y miré disimuladamente a Key que continuaba ignorándonos desde que Julia me subió a su camioneta.
—Dejé a Giulio solo. Mi jefa me va a despedir.
—No si la denuncio primero. ¿Qué clase de jefa te obliga a besuquearte con un desconocido?
Ahora era mi turno de exhalar con fuerza.
—Ella no me obligó a besarlo. Lo hice voluntariamente.
—Lrna, por favor no sigas diciendo cosas como esa. Me duelen.
Key silbó parte de la canción e intentó mirar a todas partes menos a nosotros. Él manejaba hacia una dirección que yo no conocía. Las casas de esa zona eran realmente grandes y lujosas.
Me removí en mi lugar (que era en las piernas de Julia) y sentí cómo ella se tensaba debido al movimiento.
Llevábamos quince minutos de camino, pero en ningún momento me quiso bajar de su regazo.
Yo, por mi parte, estaba furiosa.
—Me parece perfecto que te duelan —dije de mal humor—. A mí me dolió cuando me corriste de tu casa. O cuando dejaste muy en claro que no querías nada conmigo. O cuando no supe nada de ti durante semanas, o cuando…
—Está bien. Soy una idiota. Anda, dilo.
—Eres un idiota —dijimos Key y yo al mismo tiempo.
Le sonreí con simpatía al guapo amigo de Julia.
—Key, si no estuvieras con Nastya, tú y yo podríamos perfectamente salir —dije hablando totalmente en serio.
Key se tensó.
Julia se tensó.
Yo sonreí.
—¿Hablas en serio? —dijo Julia—, ¿no quieres regresar conmigo?
—No, Julia. No quiero regresar contigo.
—Bien. Key, detén el auto. Dejemos que Lena se baje en la próxima cuadra.
—¿Qué? ¿Estás seguro? —preguntó Key.
Torcí la mandíbula y me tragué mi orgullo. Julia de nuevo volvía a correrme de otro lugar.
Perfecto… si eso era lo que quería, bien.
—Déjame aquí —ordené.
Key maniobró el vehículo para poder acercarse hacia la acera de la calle.
Cuando se detuvo, Julia abrió la puerta y me bajó con cuidado de su regazo, colocándome en el asiento de la par.
—Toma un taxi. Te doy el dinero —comenzó a meter la mano en su bolsillo, pero lo detuve.
—No lo quiero.
Me bajé del vehículo y, una vez de pie, alisé las arrugas de mi falda.
—Julia, no creo que deberíamos dejarla… —empezó a decir Key.
Ella alzó un dedo y Key cerró la boca.
—Voy a estar bien —quise tranquilizarlo. Pero la realidad era que quería echarme a llorar y golpear repetidamente la cara de Julia.
Era una tonta.
¿Y la peor parte? Estaba demasiado enamorada de ella.
—Aun así yo creo…
—Vamos a llegar tarde —dijo Julia.
Cerró la puerta del auto y esperó a que Key se pusiera en marcha.
Con la mirada traté de decirle que estaba bien. Que no importaba, que no me estaba destruyendo por dentro aunque la realidad fuera otra.
Después de unos minutos él asintió con la cabeza, y comencé a ver cómo se marchaban sin mí.
Cuando ya no pude verlos en la distancia, el terror me invadió por completo.
¡Una Burra!
Eso era Julia: un asno bastardo, insensible, descuidado.
¡Me dejó sola en medio de una calle que no conocía! Ni siquiera pude decirle sobre lo que Mason estaba haciendo, que seguramente él andaba por ahí libre, tal vez siguiéndome en estos momentos; y yo aquí, en mi falda ultra corta y con zapatos en los que apenas podía caminar.
Tragué el nudo de mi garganta y me obligué a dar unos dolorosos pasos más para intentar ubicarme y encontrar algún medio de transporte.
Si hubiera sabido que Julia me dejaría botada, me habría asegurado de quedarme con Giulio, a pesar de que me pareció completamente inapropiado lo que hizo. Pero era mejor que esto.
De verdad que comenzaba a odiar a Julia.
Si se quería asegurar de que me apartara de ella, pues no se hubiera preocupado tanto, porque de mi parte, yo no volvería a acercármele jamás.
Maldita arrogante.
Mientras caminaba, un escalofrío me recorrió el cuerpo. Algo andaba mal, eso, o ya empezaba a sentirme paranoica en cuanto a Mason.
Casi no había gente caminando por la calle. La mayoría pasaba en su propio vehículo con vidrios polarizados y a máxima velocidad.
Giulio dijo que me seguiría, puede que no le haya tenido miedo a la absurda amenaza de Julia y ahora venía, como todo príncipe azul, a mi rescate.
Iba a buscar mi teléfono para hablarle a quien sea que pudiera venir a recogerme, cuando me fijé que no tenía conmigo mi celular. Ni siquiera tenía mi cartera. Lo que a su vez significaba que no tenía nada de dinero.
¿Dónde pude haberla dejado? ¿En el taxi?
Ahora sí que el terror se instaló en mi cuerpo. Pero había varias soluciones para mi problema, podía pedir un taxi, ir a casa de mamá y suplicarle que me lo pague.
Sí, eso haría. Después me pondría a llorar por la pérdida de mi teléfono.
Estaba a punto de doblar en una esquina, cuando gruesas gotas de lluvia comenzaron a caer del cielo.
Parecía como si la naturaleza estuviera conspirando en mi contra. Solo faltaba la música de fondo para acompañarme en mi melancólico viaje… o que Marie se apareciera flotando en el aire, con una cola y dos cuernos, diciéndome que me va a torturar. Esa sería la cereza del postre.
Me dieron escalofríos de solo imaginarme que tendría que verla esta noche.
Líbranos del mal, Señor. O mejor, líbranos de Marie, porque ella era capaz de hacer mi vida un infierno si la dejaba hacerlo.
Como la lluvia continuó aún más fuerte, me refugié bajo el alero de una tienda que vendía ropa para bebés, desde la vitrina se podían ver varios trajecitos, uno de ellos se parecía al que Key me había regalado cuando pensó que estaba embarazada.
“Si piensas que soy lindo, deberías ver a mi mamá”.
En medio de todo este caos, sonreí para mis adentros.
Los truenos no tardaron en aparecer y temblé ligeramente ante la perspectiva de quedarme por más tiempo sola y abandonada como un perro callejero.
Cuando pensaba en tener que caminar bajo la lluvia, un Audi Q3 de color gris se detuvo en la acera frente a mí. Sonó la bocina tres veces y luego bajó la ventanilla.
Mi corazón se aceleró al ver de quién se trataba.
—Lena, sube aquí, rápido —habló Julia, tuvo que gritarlo porque apenas y se podía escuchar en medio de la tormenta.
En primer lugar: arma un show de celos con Giulio, y en segundo, me deja botada en medio de un sitio completamente desconocido para mí.
La sangre de mis venas se sobrecalentó.
Me crucé de brazos y decidí ignorarlo.
Ya sé que debería dejar de ser orgullosa y subirme al estúpido auto pero, no podía. Lo odiaba en estos momentos. Las razones salían sobrando.
—¡Te vas a congelar! ¡Sube ahora! —volvió a gritar.
Le di la espalda y comencé a caminar bajo la lluvia.
Escuché la puerta del auto ser abierta y cerrada con rapidez.
A los segundos, una mano estaba tomándome del brazo y me hizo detenerme.
—Entra al auto conmigo —exigió ella.
Ni siquiera protesté, el agua ya se estaba colando en mi ropa interior y probablemente estaría discutiendo con Julia todo el día, así que lo dejé guiarme hacia el vehículo.
Ella se aseguró de meterme en el interior, y no se preocupó de que mojara sus asientos, porque estos estaban tapizados en cuero.
Lo vi dar la vuelta para subir al lado del conductor, y se metió con facilidad.
No le dije nada. No quería hablarle.
Ella, por su parte, se quedó con las manos puestas en el volante, viendo hacia el frente, sin poner en marcha el vehículo.
—Lo siento, Lena —dijo después de varios segundos en silencio.
—¿Por qué lo sientes? ¿Por ponerte verde de los celos con Giulio? ¿Por bajarme del auto de Key para dejarme botada en medio de un lugar que no conozco para nada? ¿Por ser una completa idiota con cara de foca?
—Lo siento por todo —suspiró audiblemente. Pronto puso el coche en movimiento y nos llevó hacia la carretera, siguiendo la misma calle por la que lo vi perderse con Key hace unos minutos atrás.
—¿Por qué viniste por mí? —pregunté curiosa—. ¿Y de quién es este coche? ¿Cómo hiciste para venir a buscarme en tan corto tiempo?
Ella me miró de lado y luego encendió la radio.
La suave y cremosa voz de una mujer comenzó a envolver el aire dentro del vehículo.
—Este es el bebé de Key, lo usa para eventos especiales. Tuve que prometer que le donaría un riñón a cambio de prestármelo —respondió con calma—. Fui una cobarde y una hija de puta por dejarte sin compañía, con esa falda —miró la falda en cuestión— bajo la lluvia y con esas hermosas lágrimas que querías detener de tus ojos. Pero es que me puse celosa por el comentario que hiciste de Key. ¿De verdad desearías salir con él y no conmigo?
Me encogí de hombros.
—Sé con seguridad que él nunca me dejaría con un psicópata suelto.
—¿Qué?
—Mira, olvida lo que dije. Ahora entiendo. Me costó darme cuenta pero ahora lo sé.
—¿De qué hablas? —me preguntó.
—Hablo de que por fin entendí que me debo apartar de ti. Me lo estuviste diciendo tantas veces pero hasta hoy logro reaccionar. Prometí no volver a buscarte así que espero de ti la misma cortesía.
Julia estacionó repentinamente frente a una casa que parecía mansión. Tenía cientos y cientos de metros con césped del mejor cuidado.
—Lena, por favor… perdóname. De todo lo que he echado a perder en mi vida, lo nuestro es lo único a lo que le veo salvación. Regresé por ti porque sé que soy una idiota, y no te tuve que dejar en ningún momento sola. Te quiero demasiado como para no sentir la necesidad de protegerte. ¿Qué quieres que haga para que entiendas que por ti haría lo que sea?
Sopesé sus palabras.
¿Se fue porque estaba celoso de Key?
Suspiré de manera dolorosa.
Ella dijo que me vio a punto de llorar, ¿y aún así me abandonó a mi suerte?
—Dime algo, por favor. Dime que me odias, dime que soy una idiota perdedor, pero por favor dime lo que sea.
Tragué saliva antes de responder.
—Ya no tiene caso que te sigas disculpando, Julia. Solo… —me callé para evitar soltar un quejido— solo llévame a casa. No tengo ánimos de seguir con esto.
—Primero entremos a casa de Key —señaló hacia la mansión en donde nos detuvimos—. Para que te seques y tal vez la hermana de él tenga ropa que te quede y pueda prestarte. Luego te llevo a donde quieras.
Asentí porque no quería discutir con ella.
Entramos con el auto hacia el interior de la casa, alguien nos abrió el portón para dejarnos pasar, y pronto Julia estacionó frente a la enorme y moderna mansión.
No había otra palabra para describirla. Era… lujosa.
—¿Por qué Key toca en una banda si perfectamente puede comprarse una? —pregunté anonadada.
—Porque quiere triunfar por sus propios medios. Lo entiendo.
Volví a dirigir mis ojos hacia el espectacular diseño del lugar; era increíble.
—Entremos —dijo Julia.
Salimos del coche sin decir una palabra más; corrimos bajo la lluvia para refugiarnos en el interior, y Julia me abrió la puerta principal.
Lo primero que veías al entrar, era un juego de escaleras de… ¿vidrio? Sí, vidrio, empotradas en la pared. Los suelos eran de madera, y varias alfombras con colores cálidos y diseños intrincados le daban vida al lugar; por lo general este tipo de casas eran frías e impersonales, pero todo aquí gritaba acogedor y bien decorado.
Había fotos en blanco y negro de Key con toda su familia. Eran tomas perfectas y bien enfocadas.
—¿Te gusta? —me susurró Julia. Noté que ella no dejaba de verme de pies a cabeza.
Me hubiera sonrojado si no recordara que estaba enojada con ella.
Fue cierto todo lo que le dije en ese vehículo. No lo iba a molestar jamás.
Y en caso de querer algo conmigo, iba a tener que ser ella quien me buscara a mí, no al revés.
Ya nada volvería a ser como antes. Jamás.
Asentí con la cabeza. Ella no dijo nada y se limitó a guiarme por la escalera de vidrio, subí emocionada por lo que iba a encontrarme más arriba. Me condujo hacia una sala familiar con vista a una terraza, y de allí nos trasladamos a un amplio pasillo en donde pasamos unas tres puertas hasta que nos detuvimos en la última y la abrió para mí.
—¿Esta es toda la casa? —no pude evitar preguntar.
—No. Son dos alas, esta es la primera, aquí duermen Key y sus hermanos. En la otra sus padres.
Wow.
—Puedes cambiarte aquí —dijo ella dándome paso hacia la habitación.
Era enorme, así como todo el lugar, lujoso y minimalista. Una cama ocupaba la mayoría del espacio, y un ventanal, de piso a techo, estaba ubicado casi a la par.
—Dame tu ropa, la llevaré a secar.
—¿Qué? ¿Quieres que me la quite frente a ti? —respondí sarcásticamente. Como mis zapatos me estaban aniquilando, me quité uno y después el otro.
Julia no dejó de verme en todo ese tiempo. Me acerqué a la ventana, esperando a que se marchara y me permitiera cambiarme en paz.
—Nena, no voy a ningún lado —dijo con voz ronca. Me giré para verlo justa cuando se quitaba su camisa empapada. Me quedé sin aliento—. Además, creo que has estado exhibiéndote toda la mañana con esa cosa que te pusiste.
Se refería a mi falda.
Bajé la vista para verme. La tela ya se había pegado a mi piel, revelando el contorno de mi ropa interior con encaje; hasta mi blusa de color blanco ya parecía una segunda piel, el chaleco me tapaba lo necesario pero de ahí era poco lo que se dejaba a la imaginación. Fue un verdadero milagro el que Mason no me haya seguido porque me vería en serios problemas.
—No quiero que te la vuelvas a poner —me exigió.
Inhalé bruscamente, indignada.
—Pues te aviso que no tienes ningún derecho sobre mí. Los perdiste todos hace mucho tiempo.
—¿Sabes cómo te miraba ese imbécil con mal acento italiano? Te miraba como si le pertenecieras a él. Y aún no me explicas por qué lo besaste. No me gustó para nada.
Resoplé.
—¿Eres bipolar? Dímelo ahora porque te juro que no te entiendo —me quejé—, primero actúas todo posesivo conmigo, después me tratas con frialdad, ¿y ahora vuelves a ponerte celoso y a querer darme órdenes? Tengo una sola palabra para ti: JO-DE-TE.
Después de decirle eso me sentí tan atrevida que, sin importar que ella todavía estuviera ahí, me quité el chaleco de mezclilla, luego la blusa y la lancé contra el suelo, quedándome en mi sujetador color beige.
Julia recorrió cada trozo, cada poro de mi piel.
Se pasó la mano por el cabello, se lo jaló y por último dio un grito exasperado.
—La única razón por la que te pedí bajarte del auto fue porque no soportaba verte congeniando con Key. Odio, repito, ODIO verte con otro que no sea yo. ¿Si soy posesiva? Me importa un carajo si lo soy o no. Te pertenezco, Lena. Creo que no has captado lo mucho que te deseo desde que te conocí. Deseo morder cada pulgada de tu cuerpo, hacerte mía y tenerte en lo más profundo de mi ser. Me vuelves loca. Quiero golpear al idiota malnacido que besó los labios que sólo yo tengo permitido besar… pero trato tan fuerte de contenerme que, simplemente no sé por cuánto tiempo más voy a aguantar. Ahora, lo que más deseo en medio de este descontrolado mundo, es darte un beso que no te deje respirar y darle buen uso a esa cama detrás de ti.
Tragué saliva.
Volví a tragar con fuerzas.
Me relamí los labios y finalmente dije:
—Entonces hazlo. Te estoy dando mi autorización para que lo hagas. Llévame a la cama, Julia.
Líbranos del mal, líbranos de Marie
Llevaba varias semanas sin usar faldas (o algo que mostrara mis piernas), aproximadamente desde que dejé de trabajar en el restaurante en donde Cliff nos hacía usar ropa escotada y ceñida al cuerpo.
Me sentía ridícula esperando a Giulio en el café del hotel en donde se hospedaba. El lugar era bastante cálido y confortable; las paredes estaban empapeladas con fotos de alimentos de fina repostería y con bebidas calientes que invitaban a pedir una.
Revisé el reloj con forma de taza, ubicado en el centro del local, al menos unas diez veces. Tenía la esperanza de que en cualquier momento apareciera Giulio, el hijo del prometido de mi jefa, y así podríamos marcharnos a otro lugar.
Aquí la gente comenzaba a verme de forma extraña, como si mi pantalón estuviera prendiéndose en fuego... Bueno, no mi pantalón porque no llevaba puesto uno, más bien mi falda.
Varias veces revisé mi apariencia en cada superficie que me reflejara, pero no veía nada anormal: blusa blanca, chaleco de mezclilla, cabello suelto y peinado, falda color rosa ahumado y, a petición de Laura, zapatos altos bastante provocativos con los que me era imposible caminar sin soltar un quejido.
Cuando Shio se enteró de mi salida, pegó el grito al cielo y aplaudió así como Nicole lo hacía cuando estaba emocionada. Shio me maquilló y me dio ánimos para vivir la aventura romántica con la que cada chica siempre soñaba (palabras de ella, no mías): salir con un italiano.
Me puse nerviosa durante todo el trayecto hacia el hotel y, tal vez, el que Laura hubiera doblado la cintura de mi falda para que se viera más corta no ayudaba a que me sintiera cómoda, normal y menos nerviosa. Todo lo contrario, tenía la urgente necesidad de jalar el dobladillo hacia abajo en un inútil intento por cubrir mis piernas. Pero no estaba teniendo éxito ya que mis muslos quedaban expuestos con mayor rapidez.
Solo esperaba que el tal italiano no se retrasara más de lo que ya estaba, llevaba media hora esperándolo.
El café que había pedido cuando entré ya estaba helado y sin su típico olor fuerte.
Para distraerme había comenzado a vaciar casi todas las bolsitas de azúcar en mi taza llena hasta la mitad; también ojeé un par de veces mi celular en busca de algún mensaje de Julia, pero parecía que la tierra se la hubiera tragado. Todavía no sabía nada de ella y eso me desesperaba y me desilusionaba.
Pero había prometido no volver a buscarla y así lo haría. Era el turno de ella en dar el siguiente paso… si es que quería. De solo pensar en lo que pasó el otro día, en su dormitorio, se me ponía la piel de gallina y me temblaban las rodillas. Quería más.
Suspiré en derrota y me dediqué a escuchar la canción que sonaba de fondo por todo el local, pronto me encontré moviendo el pie al ritmo de la música, tarareando las partes que me sabía e inventándome las partes que no.
Así pasaron otros cinco minutos, y nada del italiano.
Iba a llamar a Laura para que me sacara de esta situación, pero, la chica que me había atendido amablemente cuando entré, estaba de pie frente a mí y me miraba con cierta expectativa.
—Disculpa —dijo ella con una sonrisa en el rostro— pero el chico que se sienta del otro del local te manda esto.
Ella depositó en la mesa una rebanada de postre de mousse de chocolate cubierto con trocitos de fresas frescas.
Me quedé estupefacta por un segundo, entonces reaccioné.
—¿Quién lo manda? —pregunté dando vistazos hacia el otro extremo del lugar, pero los únicos chicos que vi por allí eran del doble de mi edad.
Arrugué la nariz y tomé el plato con el postre.
—Dile que lo siento pero no puedo aceptarlo.
—Oh no, él es insistente. Me dijo que si no te lo comes te pedirá otro y otro hasta que lo aceptes.
Fruncí el ceño.
Repasé con la vista a todas las personas que se encontraban en el local. En total éramos doce: cinco chicas, dos ancianos, tres hombres mayores fumando habanos en la sección para fumadores, y dos mujeres hablando ruidosamente por teléfono.
No había nadie más. La cafetería no tenía mesas y sillas en el exterior, tampoco contaba con otras secciones aparte de lo que se podía mirar. ¿Entonces quién me había enviado el postre? ¿Alguno de los camareros, tal vez?
—Me dijo que, por cada postre que rechazaras, te trajera dos más —continuaba explicándose la chica.
La miré boquiabierta. Ella se encogió de hombros a modo de disculpa.
—¿Quién es el chico misterioso? —volví a preguntar. De nuevo busqué con la vista para ver quién era el famoso sujeto que me envió el postre, pero no lograba ubicarlo.
—Lo siento pero no puedo decírtelo. Por favor acepta la rebanada.
Asentí con la cabeza y le dije que la dejara.
La chica se retiró y yo me quedé estupefacta viendo en dirección al pedazo de pastel.
La verdad era que se miraba apetitoso, pero no iba a ser tan idiota como para aceptar un postre viniendo de un extraño.
Lo aparté y volví a mi ansiedad inicial al ver que Giulio se estaba demorando demasiado.
Cuando pasaron tres minutos completos, la chica que me atendía volvió a aparecer; esta vez cargaba dos platitos con rebanadas de otros postres en cada uno.
—Cheesecake y Red Velvet —musitó ella y los dejó sobre la mesa junto al mousse de chocolate con fresas.
La miré sorprendida.
—¿Qué...?
—Él dijo que estabas rechazando este —señaló el mousse— me pidió que te llevara más hasta que probaras alguno.
—¿No me vas a decir ni siquiera quién es? ¿Al menos una pista?
Ella se mordió el labio inferior y negó con la cabeza.
—Lo siento. Me pidió confidencialidad ante todo.
Resoplé.
—Dile que no pienso aceptar postres de extraños.
Ella asintió con la cabeza y se retiró.
Mmm. Cheesecake.
Me estaba tentando, pero, si el tipo misterioso resultaba ser uno de los hombres que estaba fumando puros, no quería darle falsas esperanzas.
Dejé los deliciosos postres sin probar. Una vez más apareció la chica de cabello marrón claro y me trajo cuatro platillos más. Dos de ellos eran pasteles, y los otros dos eran brownies con helado.
—Oye, no me pienso comer todo esto. ¿No puedes decirle que dé la cara y que deje de mandarme más postres?
La chica, cuyo nombre (según la etiqueta de su uniforme) al parecer era Melissa, se encogió de hombros una vez más y me repitió que si no probaba alguno iba a seguir trayéndome más hasta que hallara el que me gustara.
De mala gana agarré una cuchara y la planté en el Cheesecake para después llevármela a la boca.
Sabía celestial.
—Listo. Ya lo probé. Ahora dile que deje de molestarme —dije mientras me relamía los labios en busca de migajas.
Melissa sonrió y se retiró hacia otra de las mesas que atendía.
Me encontré siguiéndola con la vista para ver si lograba tener una mínima idea de quién podía haberme enviado todo esto.
Cuando regresé mis ojos hacia la mesa, me sorprendí al encontrar a alguien parado frente a mí.
Lo primero que vi fue su pecho cubierto por una camiseta informal, subí la vista para ver su rostro: cabello color chocolate, ojos oscuros y con pestañas largas, labios gruesos y rosados, nariz recta y un perfil como de dios griego.
Laura no se había equivocado cuando dijo que él era alto; tenía que estirar mi cuello para poder verlo a los ojos.
Giulio medía cerca del metro noventa, hasta ahora no había conocido a nadie así de alto y bien proporcionado como lo era él.
—¿Eres tú Elena Katina? —Preguntó con un fuerte y marcado acento italiano. Pronunció mi apellido como Katina, en vez de Kátina como la mayoría suele hacer.
Parpadeé momentáneamente.
—Soy Lena —dije levantándome y ofreciendo mi mano para que la tocara.
Me dio una sonrisa de lado y, tomando mi mano, la llevó hasta su boca para darle un beso.
Jamás habían besado mi mano.
—Encantado —murmuró retirando sus labios—. Giulio Molinari. Lamento el retraso, tuve problemas en levantarme. Mis horas están atravesadas todavía, pienso recompensártelo.
Tragué saliva.
Noté que me observaba descaradamente de pies a cabeza. Se detuvo un largo rato apreciando mis piernas y recorriendo cada parte de mi cuerpo con sus ojos.
Me ruboricé y aparté la mirada.
—¿Con hambre? —preguntó al ver todos los postres que estaban en mi mesa.
Mi cara se puso de nuevo como tomate.
Antes de que pudiera responder algo, la camarera, Melissa, apareció ante mí con una nueva carga de postres.
—Estos están recién hechos —dijo ella depositando rebanadas de artísticos y detallados pasteles de varios sabores. La mesa estaba llena y ya no cabía ningún otro plato más.
—¿Les gustaría trasladarse a otra mesa? —nos preguntó ella—. Todavía falta traer varios.
Giulio alzó ambas cejas y yo miré horrorizada en dirección a los camareros que venían detrás de ella: eran tres, y todos tenían bandejas llenas con la repostería del lugar.
Mierda.
—Wow, a eso llamo yo tener un grande appetito. Me siento impresionado —murmuró; un hermoso hoyuelo se le formó en la comisura del labio cuando sonrió para mí.
Me temblaron las rodillas.
No se podía negar que los chicos guapos siempre me causaban esta impresión.
—¿Y esta vez por qué me traen más? —le pregunté disimuladamente a Melissa.
—Dice que con una sola cucharada no basta —respondió ella.
De nuevo me encontré buscando entre la gente al posible acosador en potencia que me estaba enviando todo eso, pero nadie parecía un posible candidato (o al menos no uno guapo).
Miré a Giulio, que acababa de sentarse en la mesa, y comenzó a devorar el brownie con helado. Lamió la cuchara con avidez y la saboreó con delicadeza y lentitud.
—¿No vas a comer? —dijo él cuando notó que lo yo no lo acompañaba.
Me senté en la silla de enfrente, y les hice un gesto a los camareros para que dejaran los platos en otra mesa. Ellos obedecieron inmediatamente.
—Laura me dijo que eres el hijo de su prometido, no sabía que ella se iba a casar —confesé mientras miraba los postres de una forma dudosa. Finalmente me comí un trozo de pan de banana que se encontraba casi al borde de la pequeña mesa redonda.
—Ujum —dijo Giulio, él comía con gusto, como si estuviera famélico y no hubiera comido en días—. Ella se comprometió con mi padre hace seis meses; la adoro completamente. Es una de las pocas mujeres que conoce bien mis gustos.
Cuando terminó de decir eso, me miró con intensidad y concentración.
Se relamió la boca y se mordió los labios.
Desvió la vista y continuó comiendo como si nada.
—¿Qué te dijo ella de mí? —preguntó de repente.
—Me dijo que no conocías la ciudad y que más me valía no llevarte a ningún sitio donde vendan pastas —bromeé, la voz me temblaba—. Hablando de a dónde ir, ¿tienes algún lugar en mente que quieras visitar?
Él hizo de nuevo ese gesto de quedarse por más tiempo con la cuchara entre los labios.
—Giardini
—¿Giardini? ¿Quieres visitar a giardini?
Él asintió con la cabeza.
¿Qué o quién era giardini?
Para no quedar como tonta sólo asentí y le sonreí; mientras él seguía comiendo, aproveché y me conecté a Google desde mi celular. Me fui directo al traductor.
—Oh, ¡jardines! —dije triunfalmente—, ¿quieres visitar los jardines?
Giulio se relamió los labios y comenzó a reír.
De repente me miró como si yo fuera la cosa más divertida que haya visto.
—¿Visitarlos? —volvió a reír—. Lo que tengo pensado no es una visita.
—¿Ah, no?
—No. Vamos, acompáñame. Andiamo!
Se levantó de su asiento y estiró su mano para tomar la mía.
Me puse de pie y le permití sacarme del café.
Antes de poder salir directo a la calle, Melissa, se plantó frente a nosotros y me detuvo al instante.
—¡Espera!
—No más postres —gruñí, cansada.
—No, no. No es eso —Ella metió la mano dentro de su delantal blanco y sacó una servilleta que llevaba doblada dentro del bolsillo. Me la entregó—. Él te manda esto.
Dicho eso, ella se retiró, no sin antes recorrer con la vista el cuerpo de Giulio.
Miré la servilleta en mi mano y la desenvolví.
Espero haberte endulzado la mañana. Lástima que ya estabas acompañada y que no era yo quien tuvo el honor de mirar tus labios en cada postre.
Te veré pronto, Anna. Llevarás el vestido blanco que te compré.
Terminé de leer la nota y parpadeé varias veces.
¿Quién la había enviado?
Alcé la vista para encontrar a Giulio recostado contra la puerta principal, mirándome atentamente y esperando por mí.
—¿Vamos? —preguntó.
Asentí y caminé hacia él.
—Pide un taxi —le dije, aun estaba sorprendida por la nota. ¿Vestido blanco? Pensaba que Marie me lo había enviado para jugarme una mala pasada, pero al parecer no fue así.
Giulio hizo como le pedí, y antes de entrar al vehículo, volteé hacia atrás esperando encontrar alguna pista de quién podía ser el chico misterioso, y, cuando pensaba que no vería a nadie o nada importante, mis ojos se detuvieron en los ojos de alguien que me miraba atentamente.
Estaba parado frente a la puerta de vidrio del hotel, tenía las manos metidas en los bolsillos de su pantalón, y cuando sonrió al ver que yo lo había notado, un escalofrío me recorrió el cuerpo.
Estaba segura que había sido él el chico misterioso. Aunque ya no era tan misterioso después de todo.
Me quedé boquiabierta por un momento y rápidamente recuperé la compostura. No me acerqué a él y, en su lugar, me di la vuelta para entrar al taxi.
Tragué saliva y le di un vistazo por última vez antes de que el auto se pusiera en marcha. Mason seguía sonriendo, su apariencia era la de un lobo amenazador a punto de tener a su presa entre sus afilados dientes, acorralada, y justo donde la quería.
No había ni una sola gota de duda en mi mente para saber que la presa era yo.
Me sentía congelada, aterrorizada como jamás estuve en la vida. Pensé que Mason me dejaría en paz, que no se atrevería a acercarse a mí después de que su tío le apuntara con una escopeta, pero al parecer, y como siempre hacía, me había equivocado.
—¿Estás bien? —preguntó Giulio a mi lado. Parpadeé confundida.
—Mmm… sí, todo bien —me obligué a decir. El color se fue de mi rostro, mi corazón latía fuertemente contra mi pecho. ¿Qué hacía Mason allí, en el hotel? ¿Estaba siguiéndome?
Bueno, era obvio que lo estaba haciendo. Nunca imaginé que Mason resultaría un acosador de primera.
Repentinamente me sentí enferma y con ganas de vomitar.
—No te miras bien. ¿Quieres que nos detengamos?
Negué con la cabeza y tragué el nudo que se estaba enrollando en mi garganta.
—Vamos a los jardines —dije mientras limpiaba el sudor helado que recorría mi frente.
El taxista estuvo batallando con Giulio durante todo el camino. No había muchas ubicaciones de jardines por la zona, así que ni el hombre, ni yo, entendíamos a dónde quería ir.
Finalmente quedamos en pasar por una plaza localizada en el centro de la ciudad, según Giulio eso también serviría. ¿Para qué? No sé.
—¿Algún admirador del que deba preocuparme? —habló el italiano en mi oído después de unos minutos. Me sorprendí al tenerlo tan cerca.
—¿Por qué piensas eso? —Puse algo de distancia entre los dos.
Él bajó la vista hacia mis manos, en donde aún tenía enrollado entre mis dedos la servilleta que me hizo llegar Mason a través de la camarera.
Rápidamente la solté y fue a parar a mis pies, en donde la observé con temor.
Las palabras, llevarás el vestido blanco que te compré, eran las únicas visibles ya que el papel se dobló.
Cuando alcé la vista para ver si Giulio había leído algo de eso, me sobresalté al notar que sus ojos estaban fijos en mis muslos descubiertos, y que no estaba disimulando la lujuria que cruzó su mirada.
Me ruboricé y traté de bajar la escasa tela para cubrirme las piernas pero no servía de nada.
Giulio se dio cuenta de lo que hacía y carraspeó su garganta.
—¿Entonces? ¿Es admirador o no? —su acento parecía un concentrado fuerte y abrumador para mis oídos. Lo vi relamerse los labios.
—No es un admirador —dije, Mason es un jodido acosador.
—Si estás segura…
Asentí y continué viendo a través de la ventana, ignorando la forma en la que Giulio estaba comiéndome con la vista. Me hacía sentir incómoda.
Mientras mis pensamientos se dirigían al caos que era pensar en Mason, mi celular sonó, avisándome que tenía un nuevo mensaje de texto:
« Recuerda que hoy en la noche hay reunión familiar en casa de tu tía. Llevo amuletos de la buena suerte porque los necesitaremos. Besos. Mamá »
Iba a responder cuando otro mensaje llegó aproximadamente dos segundos después.
« PD: Un hombre extremadamente guapo vino a pedirme que le leyera la mano. Lo invité la cena de esta noche, tal vez a tu padre le den celos y lo haga pagar por todos los años que robó de mi juventud y que me separaron de mi verdadera alma gemela… cruza los dedos por mí, linda ;D »
Rechiné los dientes. Había olvidado las famosas cenas familiares que hacíamos una vez al mes.
Estaba tan cansada de fingir que me divertía jugando a la casita feliz ante la tía Charlotte o el tío Victor. Ellos eran aburridos y estaban cegados por lo que creían de Marie, su hija perfecta. Incluso cuando ella les dijo que era una ninfómana sin remedio, ellos me culparon, alegando que yo la había obligado a decir todo lo que dijo aquel día cuando la amenacé con un arma de burbujas.
De pronto me entraron ganas de llorar.
Me merecía una fiesta de lágrimas y autocompasión. Primero, porque estaba sin Julia, luego viene el acosador de Mason, también está Marie y su completa hipocresía conmigo. Estaba harta.
Sin darme cuenta comencé a sollozar mientras mis ojos seguían fijos hacia nada en concreto.
Quería empaquetar a esos tres en un solo combo y mandarlos lejos, tal vez a Madagascar.
—¿Estás bien, Elena? —Giulio me tomó de los hombros al notar que la que hacía ruidos de foca era yo. Me giró para que lo viera a la cara.
Sollocé aun más fuerte. Tenía tantas ganas de llorar que, me parecía imposible no hacerlo.
—¿Elena? —se podía oír la preocupación en su voz.
Yo no podía dejar de llorar y de hipar como si estuviera padeciendo algún tipo de dolor físico. Estaba haciendo el ridículo pero por alguna razón no podía parar.
Giulio me tomó de la cintura y llevó un brazo bajo mis rodillas, levantándome con facilidad y poniéndome sobre su regazo.
Metió mi cabeza en su cuello y comenzó a dar besitos en mi nuca mientras yo me deshacía en lágrimas que terminaron empapando su camiseta.
Lo escuché murmurar algo al taxista y después sentí su cálido aliento susurrándome palabras en italiano.
Me recuperé lo suficiente como notar que el taxi se había detenido y que ahora estábamos esperando a que el semáforo cambiara a verde.
Me retiré del cuello de Giulio y me limpié las lágrimas derramadas. Rápidamente noté que una de sus manos estaba acariciando desde mi rodilla, subiendo hasta mi muslo, y entrando por unos centímetros bajo mi falda. Me erguí rápidamente.
—Giulio yo... —iba a decirle que no se llevara una idea equivocada de mí, y que por favor quitara sus manos de mi cuerpo, pero él puso uno de sus dedos en mi boca y me obligó a callar.
—Tienes una piel tan suave y cremosa, provoca tocarla todo el día —susurró con una voz caliente, sedosa e hipnótica; se remojó los labios con la punta de la lengua.
Mi boca se abrió ante sus palabras, no sabía muy bien qué iba a decirle pero sí sabía que tenía que bajarme de sus piernas y aclararle la situación.
—Mira, no sé qué te haya dicho Laura de mí, pero… —Giulio me sujetó de la barbilla y acercó mi rostro al suyo. Como si fuera una escena en cámara lenta, pude ver cuando él sacó su lengua y lamió mi labio inferior.
Intenté echarme para atrás pero me retuvo sin ningún problema, y terminó por pegar sus labios con los míos. Su mano seguía subiendo por mi muslo pero rápidamente la tomé y la detuve de subir más arriba. Su boca intentó separar la mía para darle entrada a su lengua, pero no cedí. Esto se sentía tan mal y equivocado.
Pronto escuché al taxista murmurar algo, pero un movimiento brusco lo detuvo.
El taxi comenzó a moverse y repentinamente alguien estaba abriendo la puerta del lado en donde Giulio se encontraba.
Lo único que sentí fue un jalón increíblemente fuerte. Pensé que me iban a arrancar la mano.
Un minuto atrás yo estaba sentada en las piernas de Giulio, besándolo en el interior del taxi. Y ahora estaba afuera, con los pies en el suelo, en medio de una calle llena de autos que esperaban a que el semáforo cambiara.
Todo sucedió tan rápido que me mareé y perdí el control de los altísimos zapatos que llevaba. Mis rodillas tocaron el pavimento.
—¿Entonces sí eres tú, Lena? —escuché que preguntaron.
Ese mismo alguien me impulsó hacia arriba, a su lado.
Lo primero que vi fue… Bueno, no lo vi, lo olí. Y era tan delicioso que se me hizo agua la boca.
—¿Quién es este imbécil al que estabas besando? —exigió la misma voz de antes.
Yo continuaba desorientada y al borde de vomitar todo lo que comí en la mañana.
No podía ser. No podía ser ella.
Me estaba acosando, sin duda.
—¿Disculpa? —Giulio salió del taxi hecho una furia.
Los autos detrás de nosotros comenzaron a sonar sus bocinas.
—Julia… —tartamudeé—. No es lo que tú crees…
—¿No es lo que yo creo? —respondió ella, enojada. La vena de su cuello parecía que iba a explotar en cualquier segundo. No entendía qué era lo que hacía aquí.
—¿Qué haces aquí de todos modos? —le pregunté, tratando de alejar su mano de la mía. Ella sólo la apretó más fuerte para que no huyera de su lado.
—¿Que qué hago aquí? —gritó—. Venía hablando con Key en el auto —señaló a un Key tímido que trataba de estacionar su camioneta blanca en la acera para que los demás autos pudieran pasar—, de repente me dice que mire la escena que está haciendo la pareja metida en el taxi, ¿y qué descubro? Que la chica, a la que prácticamente están desnudando en la vía pública, eres tú. Ahora explícame quién es este imbécil para que no tenga que partirle la cara a un completo desconocido sino a uno cuyo nombre sé.
—¿Quién es ella, Elena? —Giulio se paró a mi lado para enfrentar a Julia.
—Yo, soy la novia de lena, semejante pedazo de mierd…
—¡Julia! Baja tu tono y suéltame. Deja pasar a los demás —chillé.
Los conductores no dejaban de gritarnos groserías y de enseñarnos su tercer dedo, todo porque nosotros ocupábamos la mitad de la calle.
—¿Por qué lo estabas besando? —Julia ignoró lo que le dije—. Y eso que me dijiste hace unos días que no estabas saliendo con nadie. ¿Él es nadie?
—Oye, maleducada —dijo Giulio—, la señorita está conmigo. Ahora suéltala.
—Oh, vaya. ¡Hasta italiano nos salió el hombre! Explícame una cosa: ¿quién te dio el derecho de besar así a mi mujer?
Abrí mucho los ojos y volví a resbalarme en el suelo gracias a los zapatos.
—¿Tú mujer? —Giulio gritaba ahora—. Figlio di puttana!
Eso no se escuchó para nada bueno.
Tragué saliva y me puse de pie lentamente.
—¿Me acabas de llamar hija de puta? Oh no, no lo hiciste. —Julia se preparaba para lanzar un golpe pero me puse frente a él. ¡Este era el hijastro de Laura al que quería golpear! Si le pasaba algo a su bello rostro seguro y me echaban la culpa a mí. ¡Ella era capaz de despedirme!
—¡Julia, detente!
—¿Por qué, siquiera, sales con este idiota, Lena? —me preguntó ella a mí.
—Apenas lo acabo de conocer —por alguna razón quería justificarme ante Julia. Pero fue un error haberle dicho aquellas palabras; su mandíbula se apretó y su respiración se aceleró de un momento a otro.
—¿Acabas de conocerlo y dejas que te… repase en el asiento trasero de un taxi? ¡Ni siquiera tiene vehículo propio!
—¡Yo no dejé que me repasara! —grité enojada—, de todas formas, ¿por qué te importa lo que yo haga o deje de hacer? No eres nada mío y definitivamente yo no soy tuya.
Giulio rió en voz alta.
Yo lo fulminé con la mirada y me fui a parar frente a él.
—Tampoco soy nada de ti. No sé qué te dijo Laura, pero yo no soy ninguna clase de acompañante sexual o dama de noche. Ella me pidió que te mostrara la ciudad porque se supone que no la conocías; nada más. No tenías por qué haberme besado o sobrepasarte de la manera en que lo hiciste. Y si ustedes dos ya terminaron de pelear como dos perros que necesitan marcar su territorio, yo me largo de aquí.
Comencé a caminar pero era obvio que no iban a dejarme en paz; Julia se apresuró a tomarme del brazo e intentó meterme en el coche de Key.
—Tú te vienes conmigo —gruñó ella— con esa falda cardiaca puedes provocar demasiados accidentes de tránsito.
Me arrastró unos cuantos pasos antes de que me zafara de su agarre.
—No quiero irme contigo. Si nos disculpas, Giulio y yo tenemos un lugar al que ir.
Seee, yo era obstinada.
Estaba por tomar la mano de Giulio, cuando Julia me tomó de la cintura, y un segundo después ya me tenía subida a su hombro derecho.
—Cuando yo digo algo, quiero que obedezcas.
—Baja a la señorita—dijo Giulio de forma calmada.
Julia se dio la vuelta para enfrentarlo cara a cara.
Sentí sus músculos tensarse y, de repente, me bajó al suelo en donde me tambaleé.
—¡¿Le estabas viendo el trasero a mi novia?! —gruñó ella, como animal salvaje.
—No hay ley que me diga que no puedo hacerlo —fue la simple respuesta de Giulio. Oh, a él le encantaba provocarlo—. Además, tiene uno muy bonito, y por lo que pude tocar… también suave.
¿Es que acaso Giulio quería morir?
¿Y por qué Julia se ponía celoso si, en resumen de lo que me dijo en su departamento, ella ya no quiere tener nada conmigo?
—Tal vez tú no lo sepas —le respondió ella a Giulio, su voz sonaba calmada y pausada— pero hay una razón por la que soy tan posesivo con ella, y es porque lleva a mi hijo en su vientre.
Ay no, comenzábamos de nuevo con eso.
—¿Por qué será que no te creo? —dijo Giulio cruzándose de brazos.
—Que me creas o no, no es mi problema —y diciendo eso, Julia me agarró de la cintura, y en vez de llevarme en su hombro, me cargo en brazos hacia el vehículo de Key. Dejando a Giulio atrás.
—¡Ve directo al hotel! —le grité. Si él se perdía iba a ser mi culpa.
Él sonrió de lado.
—Sea donde sea que él te lleve —respondió Giulio— te seguiré.
Julia detuvo su paso y lo fulminó con la mirada.
—Mira, cabrón, si te atreves a volver a mirar así a mi novia, voy a tener que mandar tus pelotas de vuelta a Italia. Ni siquiera se te ocurra hablarle por el resto de lo que te quede de vida, o vuelves a casa estéril.
Giulio no volvió a discutir con él.
***
—¿Me vas a bajar ya? —pregunté por enésima vez.
Julia suspiró y le subió el volumen a la canción de 30 Seconds to Mars que Key tenía en modo de repetición.
—No.
Para confirmar sus palabras, empujó mi espalda contra su pecho, lo hacía como si intentara fusionar nuestros cuerpos.
Me puse nerviosa y miré disimuladamente a Key que continuaba ignorándonos desde que Julia me subió a su camioneta.
—Dejé a Giulio solo. Mi jefa me va a despedir.
—No si la denuncio primero. ¿Qué clase de jefa te obliga a besuquearte con un desconocido?
Ahora era mi turno de exhalar con fuerza.
—Ella no me obligó a besarlo. Lo hice voluntariamente.
—Lrna, por favor no sigas diciendo cosas como esa. Me duelen.
Key silbó parte de la canción e intentó mirar a todas partes menos a nosotros. Él manejaba hacia una dirección que yo no conocía. Las casas de esa zona eran realmente grandes y lujosas.
Me removí en mi lugar (que era en las piernas de Julia) y sentí cómo ella se tensaba debido al movimiento.
Llevábamos quince minutos de camino, pero en ningún momento me quiso bajar de su regazo.
Yo, por mi parte, estaba furiosa.
—Me parece perfecto que te duelan —dije de mal humor—. A mí me dolió cuando me corriste de tu casa. O cuando dejaste muy en claro que no querías nada conmigo. O cuando no supe nada de ti durante semanas, o cuando…
—Está bien. Soy una idiota. Anda, dilo.
—Eres un idiota —dijimos Key y yo al mismo tiempo.
Le sonreí con simpatía al guapo amigo de Julia.
—Key, si no estuvieras con Nastya, tú y yo podríamos perfectamente salir —dije hablando totalmente en serio.
Key se tensó.
Julia se tensó.
Yo sonreí.
—¿Hablas en serio? —dijo Julia—, ¿no quieres regresar conmigo?
—No, Julia. No quiero regresar contigo.
—Bien. Key, detén el auto. Dejemos que Lena se baje en la próxima cuadra.
—¿Qué? ¿Estás seguro? —preguntó Key.
Torcí la mandíbula y me tragué mi orgullo. Julia de nuevo volvía a correrme de otro lugar.
Perfecto… si eso era lo que quería, bien.
—Déjame aquí —ordené.
Key maniobró el vehículo para poder acercarse hacia la acera de la calle.
Cuando se detuvo, Julia abrió la puerta y me bajó con cuidado de su regazo, colocándome en el asiento de la par.
—Toma un taxi. Te doy el dinero —comenzó a meter la mano en su bolsillo, pero lo detuve.
—No lo quiero.
Me bajé del vehículo y, una vez de pie, alisé las arrugas de mi falda.
—Julia, no creo que deberíamos dejarla… —empezó a decir Key.
Ella alzó un dedo y Key cerró la boca.
—Voy a estar bien —quise tranquilizarlo. Pero la realidad era que quería echarme a llorar y golpear repetidamente la cara de Julia.
Era una tonta.
¿Y la peor parte? Estaba demasiado enamorada de ella.
—Aun así yo creo…
—Vamos a llegar tarde —dijo Julia.
Cerró la puerta del auto y esperó a que Key se pusiera en marcha.
Con la mirada traté de decirle que estaba bien. Que no importaba, que no me estaba destruyendo por dentro aunque la realidad fuera otra.
Después de unos minutos él asintió con la cabeza, y comencé a ver cómo se marchaban sin mí.
Cuando ya no pude verlos en la distancia, el terror me invadió por completo.
¡Una Burra!
Eso era Julia: un asno bastardo, insensible, descuidado.
¡Me dejó sola en medio de una calle que no conocía! Ni siquiera pude decirle sobre lo que Mason estaba haciendo, que seguramente él andaba por ahí libre, tal vez siguiéndome en estos momentos; y yo aquí, en mi falda ultra corta y con zapatos en los que apenas podía caminar.
Tragué el nudo de mi garganta y me obligué a dar unos dolorosos pasos más para intentar ubicarme y encontrar algún medio de transporte.
Si hubiera sabido que Julia me dejaría botada, me habría asegurado de quedarme con Giulio, a pesar de que me pareció completamente inapropiado lo que hizo. Pero era mejor que esto.
De verdad que comenzaba a odiar a Julia.
Si se quería asegurar de que me apartara de ella, pues no se hubiera preocupado tanto, porque de mi parte, yo no volvería a acercármele jamás.
Maldita arrogante.
Mientras caminaba, un escalofrío me recorrió el cuerpo. Algo andaba mal, eso, o ya empezaba a sentirme paranoica en cuanto a Mason.
Casi no había gente caminando por la calle. La mayoría pasaba en su propio vehículo con vidrios polarizados y a máxima velocidad.
Giulio dijo que me seguiría, puede que no le haya tenido miedo a la absurda amenaza de Julia y ahora venía, como todo príncipe azul, a mi rescate.
Iba a buscar mi teléfono para hablarle a quien sea que pudiera venir a recogerme, cuando me fijé que no tenía conmigo mi celular. Ni siquiera tenía mi cartera. Lo que a su vez significaba que no tenía nada de dinero.
¿Dónde pude haberla dejado? ¿En el taxi?
Ahora sí que el terror se instaló en mi cuerpo. Pero había varias soluciones para mi problema, podía pedir un taxi, ir a casa de mamá y suplicarle que me lo pague.
Sí, eso haría. Después me pondría a llorar por la pérdida de mi teléfono.
Estaba a punto de doblar en una esquina, cuando gruesas gotas de lluvia comenzaron a caer del cielo.
Parecía como si la naturaleza estuviera conspirando en mi contra. Solo faltaba la música de fondo para acompañarme en mi melancólico viaje… o que Marie se apareciera flotando en el aire, con una cola y dos cuernos, diciéndome que me va a torturar. Esa sería la cereza del postre.
Me dieron escalofríos de solo imaginarme que tendría que verla esta noche.
Líbranos del mal, Señor. O mejor, líbranos de Marie, porque ella era capaz de hacer mi vida un infierno si la dejaba hacerlo.
Como la lluvia continuó aún más fuerte, me refugié bajo el alero de una tienda que vendía ropa para bebés, desde la vitrina se podían ver varios trajecitos, uno de ellos se parecía al que Key me había regalado cuando pensó que estaba embarazada.
“Si piensas que soy lindo, deberías ver a mi mamá”.
En medio de todo este caos, sonreí para mis adentros.
Los truenos no tardaron en aparecer y temblé ligeramente ante la perspectiva de quedarme por más tiempo sola y abandonada como un perro callejero.
Cuando pensaba en tener que caminar bajo la lluvia, un Audi Q3 de color gris se detuvo en la acera frente a mí. Sonó la bocina tres veces y luego bajó la ventanilla.
Mi corazón se aceleró al ver de quién se trataba.
—Lena, sube aquí, rápido —habló Julia, tuvo que gritarlo porque apenas y se podía escuchar en medio de la tormenta.
En primer lugar: arma un show de celos con Giulio, y en segundo, me deja botada en medio de un sitio completamente desconocido para mí.
La sangre de mis venas se sobrecalentó.
Me crucé de brazos y decidí ignorarlo.
Ya sé que debería dejar de ser orgullosa y subirme al estúpido auto pero, no podía. Lo odiaba en estos momentos. Las razones salían sobrando.
—¡Te vas a congelar! ¡Sube ahora! —volvió a gritar.
Le di la espalda y comencé a caminar bajo la lluvia.
Escuché la puerta del auto ser abierta y cerrada con rapidez.
A los segundos, una mano estaba tomándome del brazo y me hizo detenerme.
—Entra al auto conmigo —exigió ella.
Ni siquiera protesté, el agua ya se estaba colando en mi ropa interior y probablemente estaría discutiendo con Julia todo el día, así que lo dejé guiarme hacia el vehículo.
Ella se aseguró de meterme en el interior, y no se preocupó de que mojara sus asientos, porque estos estaban tapizados en cuero.
Lo vi dar la vuelta para subir al lado del conductor, y se metió con facilidad.
No le dije nada. No quería hablarle.
Ella, por su parte, se quedó con las manos puestas en el volante, viendo hacia el frente, sin poner en marcha el vehículo.
—Lo siento, Lena —dijo después de varios segundos en silencio.
—¿Por qué lo sientes? ¿Por ponerte verde de los celos con Giulio? ¿Por bajarme del auto de Key para dejarme botada en medio de un lugar que no conozco para nada? ¿Por ser una completa idiota con cara de foca?
—Lo siento por todo —suspiró audiblemente. Pronto puso el coche en movimiento y nos llevó hacia la carretera, siguiendo la misma calle por la que lo vi perderse con Key hace unos minutos atrás.
—¿Por qué viniste por mí? —pregunté curiosa—. ¿Y de quién es este coche? ¿Cómo hiciste para venir a buscarme en tan corto tiempo?
Ella me miró de lado y luego encendió la radio.
La suave y cremosa voz de una mujer comenzó a envolver el aire dentro del vehículo.
—Este es el bebé de Key, lo usa para eventos especiales. Tuve que prometer que le donaría un riñón a cambio de prestármelo —respondió con calma—. Fui una cobarde y una hija de puta por dejarte sin compañía, con esa falda —miró la falda en cuestión— bajo la lluvia y con esas hermosas lágrimas que querías detener de tus ojos. Pero es que me puse celosa por el comentario que hiciste de Key. ¿De verdad desearías salir con él y no conmigo?
Me encogí de hombros.
—Sé con seguridad que él nunca me dejaría con un psicópata suelto.
—¿Qué?
—Mira, olvida lo que dije. Ahora entiendo. Me costó darme cuenta pero ahora lo sé.
—¿De qué hablas? —me preguntó.
—Hablo de que por fin entendí que me debo apartar de ti. Me lo estuviste diciendo tantas veces pero hasta hoy logro reaccionar. Prometí no volver a buscarte así que espero de ti la misma cortesía.
Julia estacionó repentinamente frente a una casa que parecía mansión. Tenía cientos y cientos de metros con césped del mejor cuidado.
—Lena, por favor… perdóname. De todo lo que he echado a perder en mi vida, lo nuestro es lo único a lo que le veo salvación. Regresé por ti porque sé que soy una idiota, y no te tuve que dejar en ningún momento sola. Te quiero demasiado como para no sentir la necesidad de protegerte. ¿Qué quieres que haga para que entiendas que por ti haría lo que sea?
Sopesé sus palabras.
¿Se fue porque estaba celoso de Key?
Suspiré de manera dolorosa.
Ella dijo que me vio a punto de llorar, ¿y aún así me abandonó a mi suerte?
—Dime algo, por favor. Dime que me odias, dime que soy una idiota perdedor, pero por favor dime lo que sea.
Tragué saliva antes de responder.
—Ya no tiene caso que te sigas disculpando, Julia. Solo… —me callé para evitar soltar un quejido— solo llévame a casa. No tengo ánimos de seguir con esto.
—Primero entremos a casa de Key —señaló hacia la mansión en donde nos detuvimos—. Para que te seques y tal vez la hermana de él tenga ropa que te quede y pueda prestarte. Luego te llevo a donde quieras.
Asentí porque no quería discutir con ella.
Entramos con el auto hacia el interior de la casa, alguien nos abrió el portón para dejarnos pasar, y pronto Julia estacionó frente a la enorme y moderna mansión.
No había otra palabra para describirla. Era… lujosa.
—¿Por qué Key toca en una banda si perfectamente puede comprarse una? —pregunté anonadada.
—Porque quiere triunfar por sus propios medios. Lo entiendo.
Volví a dirigir mis ojos hacia el espectacular diseño del lugar; era increíble.
—Entremos —dijo Julia.
Salimos del coche sin decir una palabra más; corrimos bajo la lluvia para refugiarnos en el interior, y Julia me abrió la puerta principal.
Lo primero que veías al entrar, era un juego de escaleras de… ¿vidrio? Sí, vidrio, empotradas en la pared. Los suelos eran de madera, y varias alfombras con colores cálidos y diseños intrincados le daban vida al lugar; por lo general este tipo de casas eran frías e impersonales, pero todo aquí gritaba acogedor y bien decorado.
Había fotos en blanco y negro de Key con toda su familia. Eran tomas perfectas y bien enfocadas.
—¿Te gusta? —me susurró Julia. Noté que ella no dejaba de verme de pies a cabeza.
Me hubiera sonrojado si no recordara que estaba enojada con ella.
Fue cierto todo lo que le dije en ese vehículo. No lo iba a molestar jamás.
Y en caso de querer algo conmigo, iba a tener que ser ella quien me buscara a mí, no al revés.
Ya nada volvería a ser como antes. Jamás.
Asentí con la cabeza. Ella no dijo nada y se limitó a guiarme por la escalera de vidrio, subí emocionada por lo que iba a encontrarme más arriba. Me condujo hacia una sala familiar con vista a una terraza, y de allí nos trasladamos a un amplio pasillo en donde pasamos unas tres puertas hasta que nos detuvimos en la última y la abrió para mí.
—¿Esta es toda la casa? —no pude evitar preguntar.
—No. Son dos alas, esta es la primera, aquí duermen Key y sus hermanos. En la otra sus padres.
Wow.
—Puedes cambiarte aquí —dijo ella dándome paso hacia la habitación.
Era enorme, así como todo el lugar, lujoso y minimalista. Una cama ocupaba la mayoría del espacio, y un ventanal, de piso a techo, estaba ubicado casi a la par.
—Dame tu ropa, la llevaré a secar.
—¿Qué? ¿Quieres que me la quite frente a ti? —respondí sarcásticamente. Como mis zapatos me estaban aniquilando, me quité uno y después el otro.
Julia no dejó de verme en todo ese tiempo. Me acerqué a la ventana, esperando a que se marchara y me permitiera cambiarme en paz.
—Nena, no voy a ningún lado —dijo con voz ronca. Me giré para verlo justa cuando se quitaba su camisa empapada. Me quedé sin aliento—. Además, creo que has estado exhibiéndote toda la mañana con esa cosa que te pusiste.
Se refería a mi falda.
Bajé la vista para verme. La tela ya se había pegado a mi piel, revelando el contorno de mi ropa interior con encaje; hasta mi blusa de color blanco ya parecía una segunda piel, el chaleco me tapaba lo necesario pero de ahí era poco lo que se dejaba a la imaginación. Fue un verdadero milagro el que Mason no me haya seguido porque me vería en serios problemas.
—No quiero que te la vuelvas a poner —me exigió.
Inhalé bruscamente, indignada.
—Pues te aviso que no tienes ningún derecho sobre mí. Los perdiste todos hace mucho tiempo.
—¿Sabes cómo te miraba ese imbécil con mal acento italiano? Te miraba como si le pertenecieras a él. Y aún no me explicas por qué lo besaste. No me gustó para nada.
Resoplé.
—¿Eres bipolar? Dímelo ahora porque te juro que no te entiendo —me quejé—, primero actúas todo posesivo conmigo, después me tratas con frialdad, ¿y ahora vuelves a ponerte celoso y a querer darme órdenes? Tengo una sola palabra para ti: JO-DE-TE.
Después de decirle eso me sentí tan atrevida que, sin importar que ella todavía estuviera ahí, me quité el chaleco de mezclilla, luego la blusa y la lancé contra el suelo, quedándome en mi sujetador color beige.
Julia recorrió cada trozo, cada poro de mi piel.
Se pasó la mano por el cabello, se lo jaló y por último dio un grito exasperado.
—La única razón por la que te pedí bajarte del auto fue porque no soportaba verte congeniando con Key. Odio, repito, ODIO verte con otro que no sea yo. ¿Si soy posesiva? Me importa un carajo si lo soy o no. Te pertenezco, Lena. Creo que no has captado lo mucho que te deseo desde que te conocí. Deseo morder cada pulgada de tu cuerpo, hacerte mía y tenerte en lo más profundo de mi ser. Me vuelves loca. Quiero golpear al idiota malnacido que besó los labios que sólo yo tengo permitido besar… pero trato tan fuerte de contenerme que, simplemente no sé por cuánto tiempo más voy a aguantar. Ahora, lo que más deseo en medio de este descontrolado mundo, es darte un beso que no te deje respirar y darle buen uso a esa cama detrás de ti.
Tragué saliva.
Volví a tragar con fuerzas.
Me relamí los labios y finalmente dije:
—Entonces hazlo. Te estoy dando mi autorización para que lo hagas. Llévame a la cama, Julia.
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Re: PROHIBIDO ENAMORARSE DE JULIA VOLKOVA // LIA BELIKOV
Capítulo 24
Contando lunares
Madre... mía.
¿Ella acababa de...? ¿Ella dijo...?
Oh, no tenía que repetirlo dos veces.
Me abalancé sobre su cuerpo, tomándola de las caderas y amando cada segundo en el que su piel caliente tocó la mía.
Mi boca se presionó en la suya en busca de un beso por el que era capaz de matar, un beso tan ardiente por el que armaría guerras y destruiría naciones enteras con tal de obtener.
Asomé la lengua y lamí sus labios posesivamente, recordándole quien era yo y obligándola a nunca olvidarme, dejando mi huella impresa por el interior de su boca. La besé tan duro para que, de ahora en adelante, no tuviera dudas de que ella era mía y solo mía.
El solo pensamiento de compartir a mi Lena, me hirvió la sangre.
Creo que le apreté más fuerte las caderas porque la escuché jadear/ronronear en mi boca.
Me separé para dejar que tomáramos aire, y pegué mi frente contra la suya.
—Entonces... —dije, tratando de recuperar el aliento, pero hombre, era una tarea titánica teniendo en cuenta que ella se encontraba semi desnuda, y que sus bonitos y redondos senos se pegaban a mi pecho descubierto cada vez que respiraba, era como si estuvieran tentándome a agarrarlos y chuparlos— ¿Aun estás dispuesta a conocer todos los usos que se le pueden dar a una cama?
Ella parpadeó y soltó lentamente el aliento, mientras yo pensaba en las mil maneras de arrancarle el sostén y la maldita falda que parecía un minúsculo retazo de tela que cubría únicamente las líneas donde comenzaban sus bragas.
Gruñí para mis adentros.
Fue exasperante ver cuando un jodido imbécil estuvo besándola como si le perteneciera.
Herví ante la imagen mental de recordarlos a los dos metidos en ese taxi. Key tuvo que convencerme de no matar al estúpido miserable.
Dirigí mi boca al cuello de Lena, queriendo impartir castigo, queriendo imponerme; y ser posesiva era la única forma que tenía de demostrar lo demasiado que me importaba.
Amaba su cuello, aunque ella tal vez no se hubiera dado cuenta todavía, y la razón era sencilla: podía sentir cómo su pulso se aceleraba cada vez que la mordisqueaba o cuando mis dedos decidían hacer exploración por su piel.
—¿Cuántos usos se le pueden dar a la cama? —preguntó ella de forma aturdida, su voz se escuchaba sedosa y fina como un hilo de seda.
Tembló ligeramente cuando mi mano bajó hasta su muslo, y le levanté una pierna a la altura de mis caderas.
Su falda estaba tan apretada y pegada al cuerpo debido a la lluvia. Yo era una semejante idiota por haberla abandonado, pero por suerte tenía al bastardo de Key para hacerme entrar en razón y recordarme lo inmadura y ridícula que me estaba comportando.
Olí el cuello de Lena, sin disimular mi erección.
—No me tientes a demostrarte las miles de cosas que podemos hacer en esa cama —susurré con voz caliente y anhelante.
—Quiero... —ella se relamió los labios, echó la cabeza hacia atrás cuando comencé a dejar besos húmedos en su clavícula—, quiero que me las muestres.
Gruñí, exasperada.
¿Por qué tenía que decirme esto justo ahora, cuando estábamos en casa de Key, encerradas en la que una vez fue mi habitación cada vez que me quedaba de visita?
—¿Estás segura de que quieres esto? —pregunté.
Mordió su labio inferior y asintió con seguridad.
—¿Quieres que vuelva a repetir lo que te dije antes? —susurró ella—. Llévame a la cama, Julia.
Me estremecí como cada vez lo hacía cuando mencionaba mi nombre con ese tono sexy y caliente… necesitado.
Si ella tan solo supiera la clase de persona de mierda que me sentía, que únicamente estando a su lado me permitía tener la esperanza de llegar a ser alguien mejor.
Devoré sus lindos y rosados labios y actué por instinto: rasgué el pedazo de tela que ella consideraba falda, dejándola caer al suelo, y llevé a Lena hacia la cama, acostándome y estirándome encima de su cuerpo. Alineé nuestras caderas y enredé mis dedos con los suyos y levanté sus brazos para que quedaran sobre su cabeza.
—Uso número uno —murmuré contra su boca—, hacer el amor hasta el cansancio.
Me perdí de nuevo en sus labios, luego besé su cuello y seguí deslizándome por sus senos, en donde su sostén me pedía a gritos que lo arrancara de forma primitiva.
—Creo… que… —jadeó cuando vio la atención que estaban recibiendo sus pechos—el primer uso… de la… cama… es dormir.
Negué con la cabeza.
—Oh no, nena. Si la gente pudiera elegir entre dormir y sexo, al menos el noventa por cierto de la población masculina estaría de acuerdo conmigo y preferirían la segunda opción como uso número uno para una cama.
Aunque en realidad, cualquier superficie servía, pero no le dije eso.
Llevé mis dedos a la parte frontal de su sujetador, y tanteé el material para probar su resistencia. Luego, con ayuda de mis dientes, lo rompí y dejé que un par de hermosuras rosadas me saludaran.
—¿Julia? —la escuché decir en medio de la bruma de deseo que me poseía—. ¿Y si alguien entra? No cerraste la puerta.
Sonreí contra su piel.
—¿Eso no lo hace más excitante, nena?
—¡Julia!
—La cerré en cuanto pusimos un pie en esta habitación —dije para su tranquilidad. Y era cierto, nos encerré a ambas, arriesgándome a enojarla con tal de recuperarla. Estos días sin ella habían sido un infierno, pero era lo mejor. Lena tendría que entender que alguien como yo solo era capaz de provocarle dolor. Estaba en mis genes, era normal sufrir para nosotros.
—Vas a tener que comprarme ropa nueva después de esto —se quejó de forma divertida—. Me debes una nueva falda y un nuevo sostén.
No la dejé continuar porque mi boca se ocupó de abarcar uno de senos. Lo lamí una vez y no necesitó de nada más para erguirse.
Volví a lamerlo y chuparlo.
Ella gimió.
Por los sonidos que hacía, era obvio que nadie nunca le había hecho algo como esto; y me gustó ser la primera. Y quizás, si mi suerte no era tan jodida, la última.
Le presté atención también al otro seno, amando la forma en que su pezón se afirmaba para mí. Como todavía sostenía sus manos sobre su cabeza, pude sentir cuando comenzó a enterrar las uñas en mis dedos y en parte de la sábana.
—Admite que adoras mi cara de asno —la provoqué un poco. Lamí varias veces sus pezones rosados.
Mmm… los sonidos que hacía para mí eran increíbles. Si pudiera grabarlos, lo haría, y los escucharía todo el tiempo.
Dejé besos húmedos por todo su cuerpo. Limpiando las gotas de lluvia que lograron traspasar su boca.
De pronto mi pantalón se sintió demasiado apretado. Me separé del cuerpo de Lena, y me quité cualquier estorbo entre su piel y la mía.
Cuando estuve totalmente desnuda, y ella me vio, enrojeció.
Pero había un problema. Ella todavía tenía puestas sus bragas.
Me puse en horcajadas, llevé mis pulgares a los extremos de la delicada tela, y antes de jalar para romperlas le dije a Lena:
—Nena, vas a tener que añadir a la lista un par nuevo de bragas.
Entonces las rompí.
Ella se quedó boquiabierta. Sonrosada y a la vez excitada.
Separándome ligeramente de su cuerpo, absorbí cada parte de su hermosa silueta desnuda. Era como si Lena estuviera moldeada solo para mí.
Respiré hondo mientras la miraba atentamente.
—No me mires así —logró decir ella después de unos segundos.
—¿Así cómo?
—Como si nunca hubieras visto a una mujer desnuda en toda tu vida.
—Es que no estoy viendo a una mujer, estoy viendo a una diosa.
De ser posible se sonrojó aun más fuerte.
—Deja de decir cosas como esa. Seguro que muchas chicas ya han escuchado esa frase; además, sé que no soy ni un tercio de lo hermosa que han sido tus otras acompañantes.
Oírla decir eso me enojó.
Cierto que yo tuve mis romances locos y desatados, pero ninguno me dobló sobre mis rodillas como Lena lo había hecho.
—Puede que no te hayas dado cuenta todavía —dije con voz firme para que le quedara claro— pero tú tienes el control absoluto y completo de todo lo que soy. Nunca fui una chica celosa, hasta que te conocí. Nunca le conté a nadie sobre mi familia, pero contigo rompí el silencio. Y jamás necesité a alguien como te necesito a cada momento. ¿Qué más quieres que te diga para lograr convencerte? Metete en la cabeza que eres mía y que yo te pertenezco de igual forma. No soy de nadie más, nunca lo fui; te adueñaste de mí por completo.
Desaparecí el espacio que había creado entre ella y yo, y de forma furiosa la tomé de la cintura para levantarla y quedarnos de rodillas sobre la cama, viéndonos a los ojos. Aproveché la posición para devorarle los labios y lamérselos como tanto deseaba hacer días atrás. El calor de su piel le dio la bienvenida a la mía.
Mis manos fueron a su espalda para sostenerla y para acariciarla. Pronto una de mis manos estuvo sobre su muslo y comencé a abrirle lentamente las piernas.
Cuidadosamente me senté sobre mis rodillas y pasé de besar su boca a besar sus senos.
Lamiendo, chupando y mordisqueando a mi antojo.
Ella echó la cabeza hacia atrás, y de sus labios se escapó el sonido más sensual del mundo.
No perdí tiempo y la tomé de sus rodillas, motivándola para que se acercase a mí.
Abrí un poco las piernas mientras separaba las de ella, y sujetando su hermoso trasero la subí directamente a mi miembro firme y erecto.
Ella me tomó de los hombros mientras respiraba fuertemente y dejaba que yo la hundiera con lentitud y cuidado sobre mí.
Separé sus piernas con las mías, y cuando estuvo completamente hasta el fondo, porque ya no se podía avanzar más, la escuché gemir entre el placer y el dolor. Aunque un poco más este segundo.
Traté de tranquilizar mi respiración mientras ella metía su cara en el hueco de mi cuello y su sudor se mezclaba con el sudor de mi piel.
—Lena —susurré. Ella seguía gimoteando—, nena… ¿te dolió?
Ella negó con la cabeza aún sobre mi cuello.
La tomé de la mandíbula y la obligué a que me viera a los ojos.
—Lena, por favor sé sincera —dije con voz amortiguada. Ella se sentía realmente bien.
Abrió la boca pero no salía ningún sonido claro.
Finalmente pudo decir:
—Julia… yo...
—¿Estás bien? ¿Quieres que continúe? ¿Te dolió? Sólo dime que me detenga y yo lo hago.
Se mordió el labio y vi directo a sus ojos grises.
—Dolió un poco —mentira. Podía decirlo por lo mucho que se le dilataban las pupilas cada vez que lo hacía, además de que podía sentir su centro palpitar a un ritmo salvaje—. Lo que pasa es que… no creo que te lo haya dicho pero… —se acercó a mi oído, para susurrar—: soy virgen. Bueno, lo era. Creo.
Solté un quejido.
Mis dedos rodearon su cintura aún más fuerte de lo que ya lo estaban haciendo.
—Me está matando escuchar eso —dije entre jadeos—. Me encanta escuchar que voy a ser la primera en donde nadie más lo ha sido. Pero, nena, dime si en algún momento estoy lastimándote o haciendo algo que no quieras.
Asintió con la cabeza, mordiéndose el labio con vigor.
Su cabello castaño caía libre sobre sus pechos. Se miraba hermosa. Como toda una diosa.
—Quiero que sigas —dijo ella una vez que dejamos el tema de su virginidad atrás.
Debo ser la hija de puta más suertuda del mundo por tenerla.
Lo soy. E iba a hacer que valiera la pena cada segundo que pasara conmigo. Ya no más Julia idiota.
—No tienes que decir más. Recuerda que si quieres detener algo de esto solo di…
—¿Vampiro? —preguntó en broma.
Negué con la cabeza.
—Solo di mi nombre.
Entonces comencé a moverme lentamente. Primero una vez para tantear la situación, la tomé de las caderas y, con ayuda del impulso de mi propio cuerpo, la subí para luego dejar que se deslizara a lo largo de mi miembro.
Ella gimió. Yo gruñí del gusto.
Se sentía tan increíblemente bien.
Hice esto un par de veces más; escuchando cómo contenía la respiración y volvía su cabeza a mi hombro.
A la tercera vez, sus caderas ya empezaban a seguir el ritmo de las mías.
Su respiración aumentaba.
—Respira tranquila —dije en su oído. Ella gimió en acuerdo y, para cuando ambas empezábamos a disfrutar de lo que hacíamos, la sentí morder mi hombro.
Eso me excitó más allá del punto de retorno.
Me movía con ella, arriba, abajo y luego arriba una vez más.
Su piel resbalando con la mía, el único sonido de la habitación era el de la lluvia, y el que hacían nuestros cuerpos al chocar.
Justo comenzaba a dejarme llevar, cuando recordé algo.
La tomé de la cintura y la obligué a verme, quitando su cabeza de mi hombro.
Sus mirada estaba desubicada y atontada. En otra ocasión hubiera sonreído, pero no ahora, no tenía ganas de bromear.
—¿Por qué te detienes? —preguntó con voz ronca.
Tragué saliva y con cuidado comencé a salir de su interior. Doliéndonos a ambos la separación repentina de nuestros cuerpos, gemimos ante la ausencia del otro.
—Lena… ¡mierda! —gruñí. Ella me vio muy asustada, como si hubiera hecho algo malo. Intenté aclararle antes de que creyera otra cosa— ¡Olvidé ponerme un condón!
Ante mis palabras sus ojos grises se abrieron en alerta.
—¿Qué? —Ella bajó la mirada a mi aún firme y erecto miembro, luego regresó a mis ojos—. Julia yo… yo no tomo nada. Y ciertamente no sabía que justo hoy nos encontraríamos haciendo esto… —hizo un gesto con su mano abarcándonos a las dos y la gran cama bajo nosotros.
—Lo siento, nena. Tu seguridad y protección debió de ser lo primero. No quiero que Noah se adelante todavía.
—De acuerdo —asintió—, estoy segura de que algo se puede hacer. Pero, por favor, no te detengas ahora.
Joder.
Tragué duro y me moví rápidamente por la habitación.
Recogí mi pantalón, tomando la billetera en donde guardaba un condón. Hice memoria del tiempo que lo estuve llevando allí, no quería uno de estos defectuoso.
—Espera un segundo —le dije a Lena. Me movilicé hacia la puerta del baño, y rebusqué en varios cajones hasta dar con el correcto. Key mantenía condones aquí solo por si acaso. Tomé uno de los muchos que tenía, y volví a la habitación.
Me detuve abruptamente al ver a Lena todavía sentada sobre sus muslos, con su espalda pegada a la cabecera de la cama y con el pelo ocultando por poco sus duros pezones rosados.
—Si tan solo supieras lo comestible que luces en este momento —murmuré trayendo conmigo el nuevo condón.
Ella se ruborizó y agachó la cabeza.
Me subí a la cama, alzando su barbilla y devorando sus labios.
—Acuéstate —le dije— será menos doloroso para ti.
—Pero me gustaba como estábamos antes.
Sonreí de forma traviesa.
—No puedo creerlo, he creado un monstruo.
Ella tomó una de las almohadas de la cama y me la lanzó.
Seguidamente me subí a la cama con ella y, antes de volver a conectar nuestros cuerpos, me puse el condón muy lentamente para provocarla y hacerla ruborizar de nuevo.
Podía ver lo apenada que estaba, pero en ningún momento hizo algo para desviar la vista.
Noté el cambio inmediato en su rostro, de divertida a lujuriosa en un instante.
—Acostada vas a estar más cómoda —murmuré.
Ella negó con la cabeza.
—Lo haremos después de esa forma. Ahora… por donde nos quedamos.
Sí, había creado un monstruo.
La subí nuevamente a mi regazo, sosteniéndome en mis rodillas y con ella tomándome de los hombros.
—Respira hondo —dije al mismo tiempo que separa sus piernas y abría camino entre su sexo para dejarme entrar.
Ella hizo como le ordené y echó la cabeza hacia atrás para jadear cuando finalmente llegué al tope de nuestros cuerpos.
Me quedé quieto por un momento. Absorbiendo la situación, oliendo su pelo y el sudor de su cuello.
La besé, duro. Y comencé a moverme lentamente una vez más.
Impulsándome hacia arriba con las caderas. Sujetando las suyas para que me siguieran.
Ella gimió y gimió.
Pronto mantuvimos el ritmo y continué con cada deliciosa estocada. Nos movíamos dentro del cuerpo de la otra, sintiendo nuestros pulsos y escuchando nuestra respiración frenética, sintiendo el sudor descender de nuestros poros hasta mezclarse para ser uno solo.
Entonces hubo un segundo de silencio antes de que estalláramos a pedazos al mismo tiempo.
Lena se durmió después de la segunda vez que hicimos el amor (quería mostrarle las bondades de tener sexo acostados), y ahora estaba lánguida sobre la cama, envuelta en las sábanas y mostrando la piel de su espalda y de sus piernas.
No quería levantarme para que luego ella despertara y no me encontrara en la cama, pero tenía que reportarme con Key y buscarle algo de ropa a Lena. Nos íbamos a ir directo a mi departamento para seguir con lo que estábamos haciendo.
Me levanté del colchón sin hacer mucho ruido, y me puse el pantalón y sostén, dejando de lado mis bóxers y la camisa.
Abrí la puerta y la cerré detrás de mí.
Como no había nadie en este lado de la casa, bajé las escaleras y me fui directo a la cocina.
La madre de Key (y toda su familia) ya me conocían y me trataban como un miembro más de su familia; me podía mover libremente por la casa.
Encontré a Key en la cocina, sentado en una de las bancas del desayunador de vidrio templado, comiendo Froot Loops y viendo unas hojas de partituras. Tocando las notas sobre el mostrador, usando los dedos de su mano izquierda.
—Oye —saludé.
Él me dio un asentimiento de cabeza y una sonrisa de bastardo.
—Por la cara que traes, deduzco que todo se arregló con Lena, ¿verdad?
Asalté su refrigeradora y tomé un gran vaso con agua.
—Eso creo —murmuré.
—¿No deberías agradecerme por patear tu culo para que la fueras a buscar?
—Si serás imbécil —dije bebiendo más agua—. Gracias por patear mi culo para que fuera tras ella.
—Bien. De nada.
Key fue quien me abrió los ojos para que me diera cuenta que con mi actitud de perra embravecida, iba a terminar perdiéndola.
De hecho, no estábamos tan lejos de donde le había pedido que se bajara. No me tomó mucho tiempo reaccionar de la estupidez que había cometido, y correr a buscarla. Iba a llevar mi moto, que estaba estacionada en el garaje con los demás autos de la familia de Key, pero comenzó a llover y tuve que hacer el ridículo para Key me prestara su auto.
—Soy una malnacida y la amo —solté de repente.
Key se detuvo de comer y me miró seriamente.
—Lo sé. Creo que hasta un bebé de cinco días lo echaría de ver.
—Hablando de bebés… —hice una mueca. Claro que me encantaría tener un pequeño ser humano con la mitad mía y de Lena, pero todo era a su tiempo— yo como que olvidé el condón al principio y… espero, de verdad espero no haber jodido esta oportunidad con Lena.
—Oh mierda. ¿Tus hijitos salieron? Porque si no salieron de su empaque original creo que no hay mucha probabilidad de que nada suceda.
—Mierda. Nunca pensé estar hablando esto contigo pero, no lo sé.
—¿No me lo contarías si te pasara con alguien más? Me siento ofendido.
Bufé.
—Te estás portando como una señorita, Key.
—Y tú te oyes como una mujer dominada y cien por ciento enamorada —sonrió y continuó comiendo el cereal.
Lo salpiqué con unas gotas del agua que estaba bebiendo.
Volví a asaltar la nevera y tomé un par de manzanas y la jarra de agua para llevarle a Lena para cuando despertara.
—Hmmm… ¿sabes si Pamdora dejó algo de ropa antes de irse de viaje? —pregunté. Pamdora, o Pam, era la hermana mayor de Key. Se fue hace tres semanas a Francia para estudiar fotografía. Ella tenía una complexión similar a la de Lena, con excepción de que Pam era más bajita. Pero que no te engañe su apariencia, ella era terriblemente intimidante y gruñona.
—Sí, puede ser. Revisa su armario; dile a Lena que use lo que quiera y no importa si no lo devuelve, Pam tiene demasiada ropa, como para vestir a toda una pequeña ciudad.
Comencé a moverme gradas arriba, en medio camino escuché a Key decir:
—¡Y deja de destrozar todo lo que tenga puesto Lena!
Sonreí sabiendo que justo en esos momentos ella no tenía nada más que las sábanas para cubrirla.
Una vez que fui al cuarto de Pam y le conseguí algo de ropa a Lena, me fui al dormitorio y la encontré despierta y algo asustada.
—¿Qué sucede? —pregunté con preocupación genuina—¿Qué es?
Fui a su lado y la envolví en mis brazos.
—Yo… —se puso roja repentinamente—, creo que manché las sábanas.
Agachó la cabeza, avergonzada y apenada por habérmelo dicho.
Sus manos se aferraban a la tela así que hice que las soltara para poder ver.
Estaban manchadas con su sangre. Si no supiera que era normal que ocurriera, ya estaría llevándola al médico como una loca preocupada.
Pero igual no podía dejar de preocuparme.
—Tranquila —susurré, me acerqué a su frente y la besé— te traje pastillas por si dolía. Y algo de comida.
Deposité en su palma unos analgésicos y la atraje hacia mi regazo.
Ella dejó que la tomara entre mis brazos, y pegó su cabeza en mi hombro.
—Come —le susurré.
Ella aún parecía preocupada por las sábanas.
—Prometo limpiarlas. Relájate.
Ella suspiró audiblemente.
—Está bien.
Le dio un mordisco a la manzana que le ofrecí, y dejé que mis ojos se perdieran en lo mucho que enseñaba de su cuerpo. Creo que no se daba cuenta que tenía un pecho descubierto pero no iba a hacer que se tapara.
Lo miré con anhelo y apreciación.
—Creo que me dormí por horas —musitó viendo hacia mi rostro. Su cuerpo descansaba sobre el mío, ambas recostadas contra la cabecera de la cama.
—Dormiste poco —dije dándole una mordida a mi propia manzana. Estaba hambrienta pero no de comida.
Dios bendito, yo era todo una animal insaciable.
—¿Tú lograste descansar?
Negué con la cabeza.
—¿Qué hiciste mientras dormía? —preguntó.
—¿Sinceramente? —dije encogiéndome de hombros—, me puse a contar tus lunares.
Ella miró con esos ojos grises ahumados, y me sonrió divertida.
—¿Ah, sí? ¿Y cuántos tengo?
—Veintitrés. Tres en la espalda, dos en el brazo izquierdo, uno en tu mejilla derecha, dos en las piernas, uno en tu seno izquierdo cerca del corazón, uno en tu espalda y otro en tu nalga izquierda, y por último un pequeñito lunar en uno de los dedos del pie.
Se ruborizó y mentalmente la vi contar los números que le mencioné.
—No sabes sumar —dijo frunciendo el ceño—, esos son doce, no veintitrés.
Negué con la cabeza, sabiendo que ella me diría algo como eso.
—Son veintitrés —afirmé—. Doce de tu parte y once de los míos. Porque nena, cuando estábamos pegados, cadera contra cadera, te sentí como una parte vital de mi cuerpo. Es imposible que vuelva a sentirme como una sola unidad nunca más, así como es imposible que vuelva a funcionar sin ti.
Ella me miró de una manera íntima y tierna.
Llevó su mano hacia mi mentón para acariciarlo. Se estiró en mi regazo para poder darme un beso en la boca, beso que profundicé sin ningún problema.
Su lengua y mi lengua jugaban entre ellas. El sabor de la manzana recién fresco en nuestra boca.
Noté que poco a poco la sábana se le iba deslizando del cuerpo, dejando al descubierto sus dos pechos.
Ella se pegó a mí mientras yo hacía lo que tanto quise hacer desde que entré a la habitación: lamí sus senos y presioné su cintura.
La sábana pronto dejó todo su cuerpo al descubierto, hasta que finalmente y de alguna forma, volví a estar dentro de ella.
—¿Entonces no vas a ir a mi apartamento? —pregunté exasperado— ¿Pero por qué?
—Ya te dije, hoy tengo una cena familiar. Mi tía está empeñada en que la realicemos una vez al mes.
—¿Y no puedes faltar? —mi voz se oía miserable. La quería en mi apartamento, no necesariamente para repetir lo que estuvimos haciendo las horas pasadas (aunque eso sería ideal); sino viendo por lo menos una película, o comiendo comida chatarra, o simplemente estando juntas. Desnudas. La necesitaba demasiado.
Lena se giró para verme mientras terminaba de arreglarse el cabello.
La ropa de Pam le quedaba bien, aunque esa falda estaba algo corta para mi gusto.
—No, no puedo faltar —me tomó de los hombros y se impulsó sobre sus pies para darme un corto beso en los labios—. Y deja de poner esa cara, tú me conseguiste la ropa, ahora no te enojes por cómo me queda.
Antes de que se retirara, la abracé por la cintura y no la dejé separarse de mí tan fácilmente.
—¿Y no puedo...?
—No, no puedes venir conmigo o esa cena se va a convertir en una guerra nuclear. Recuerda que estarán Marie y sus padres, además creo que invitaron a la abuela Rose y, para ella, yo no soy la persona favorita del mundo.
Esta vez gruñí enojada.
No sé qué me pasaba, solo sabía que quería estar pegado a Lena como si mi vida dependiera de ello.
La besé una vez más, fuerte y duro. Chocando nuestros dientes e involucrando nuestras lenguas.
—Se me hace tarde —se quejó contra mi boca.
No me importó. Puse mis manos en sus bonitas nalgas y la subí para que nuestras caderas quedaran a la misma altura. Ella suspiró y gemí mordiendo su oreja.
La besé de nuevo, devorando su boca y moviendo ligeramente mis caderas para que pudiera sentirme hasta el fondo.
—Julia... es tarde, llévame a casa... —dijo en un susurro. Lamí y mordí una última vez sus labios hinchados, y disfruté de ver la mirada perdida que había en sus ojos.
—Está bien. Pero mañana eres toda mía y no te comparto con nadie —accedí.
Ella asintió y sonrió.
—Ahora dilo —exigí suavemente. Quería escucharla diciendo exactamente esas palabras.
—¿Que diga el qué?
—Que eres toda mía y que no te comparto con nadie.
Necesitaba oírla decir eso. Nunca tuve una relación exclusiva; jamás me importó lo que hacían mis novias anteriores, me daba igual con quién salían o a qué se dedicaban. Pero con Lena era demasiado sobreprotector. Sólo con mi sobrina era de esa forma, y con Carlo, mi perro. Pero ambos pertenecieron una vez a mi hermano mayor. Ahora yo era quien cuidaba de ellos.
Muchas veces sentía que nada de lo que tenía me pertenecía, incluida Lena. Tal vez ella no lo sabía, pero necesitaba desesperadamente escucharla decir que era sólo mía, al menos por ahora.
—Julia —dijo ella aún en mis brazos—, debes estar ciega para no darte cuenta de que soy toda tuya y que nunca dejaría que me compartieras con nadie. ¿Estás feliz ahora, mujer de las cavernas?
Sonreí satisfactoriamente y volví a besarla.
Después de unos minutos de besuqueos, bajamos a la primera planta y salimos de la casa sin encontrarnos con Key.
Me costó sacar a Lena porque se negaba a dejar las sábanas sucias y tuvo que lavarlas en la bañera (bañera que, dicho sea de paso, no pudimos usar debido al tiempo). Además, ella no quería bajar porque le daba vergüenza que alguien la haya podido escuchar en el momento más íntimo. Pero sabía que era raro que pasaran por esa ala de la casa, por lo general los hermanos de Key siempre estaban viajando y sus padres jamás se encontraban.
Continuaba lloviendo cuando salimos. En un arrebato tomé la cintura de Lena y la cargué hacia el vehículo, oyéndola chillar y reír.
—Llámame cuando termines —le dije una vez que ambas nos subimos al auto. Puse la calefacción porque el frío empezaba a hacerse presente, y dejé que ella manipulara la radio a su antojo.
—No creo que pueda hacerlo —me informó después de encontrar la estación que quería, dejó sonando una canción de Bruno Mars—. Perdí mi teléfono. Es probable que se haya quedado en el taxi junto con mi bolso.
Fruncí el ceño.
—¿No lo tendrá el infeliz que te estaba manoseando en el coche?
Ella suspiró.
—¿Giulio? No lo creo. Él seguramente está hablando pestes de mí frente a mi jefa. Me va a tocar buscar un nuevo empleo.
—¿Quieres trabajar conmigo? —pregunté con diversión. Sabía que ella se frustraba demasiado queriendo desentrañar “mi lado misterioso”, aunque yo tenía otro nombre para eso: “mi lado de mierda”. Población invitada: cero. Era por eso que no quería arrastrar a Lena o a nadie conmigo.
—¿Trabajar contigo? —preguntó sospechosamente— ¿en qué?
—Bueno, en mi puesto de limpia parabrisas en los semáforos, también se necesita la ayuda de alguien que haga un pulido rápido.
Me golpeó en el brazo.
—Deja de jugar conmigo y ponte en marcha. Mi mamá debe estar desesperada llamándome porque no le gusta llegar de primero a esas cosas familiares.
—De acuerdo, de acuerdo. Lo que mi nena pida, eso obtiene —le guiñé un ojo.
La vi sonrojarse y jugar con su cinturón de seguridad.
No habíamos vuelto a tocar el tema de la falta de condón y las probabilidades de que ese breve momento la pudiera haber dejado embarazada. Ella lucía nerviosa y presentía que era por algo más que haber tenido relaciones sexuales sin protección conmigo.
—¿Te ocurre algo? —pregunté mientras manejaba en la dirección que ella me indicaba—. ¿Estás bien? ¿No… no te lastimé, o sí?
—No, para nada. No es eso.
—¿Estás adolorida?
Su rostro se puso rojo. Era todo un placer verla sonrojarse.
Tomé una de sus manos y entrelacé sus dedos con los míos.
—Es un dolor que puedo soportar. Deja de preguntarme eso, es algo penoso —respondió con vergüenza.
—No lo es. Me preocupo por ti. No quiero que salgas lastimada por mi culpa, y te juro nena, que si Noah se nos adelanta, yo me haré cargo de los dos sin ningún problema.
Resopló. Al parecer lo que le dije no la tranquilizó.
—Julia, ya te dije que no estoy lista para tener un hijo. La próxima vez solo hay que ser más cuidadosos.
Sonreí, engreído.
—¿La próxima?
—Oh sí, muchas más. Eso fue… un experimento interesante —vi lo mucho que le costaba admitirlo. Su rostro se volvió rojo y desvió la mirada.
—Bien, ¿entonces qué es lo que tienes? ¿Qué ocurre?
—Es que… hoy pasó algo que me puso nerviosa… —admitió.
—¿Te refieres a nosotras dos, teniendo sexo?
Volvió a sonrojarse.
Sonreí sabiendo exactamente su reacción.
—Julia, deja de repetir que tú y yo lo hicimos.
—¿Hicimos qué? —la provoqué.
—Hicimos… eso.
—¿Eso? No entiendo —Sí lo entendía.
Ella resopló fuertemente, estaba más roja que antes. Pero solo imaginármela desnuda en esa cama, su piel sudada y los magníficos gemidos que salían de su boca, o cuando mordía mi hombro para evitar gritar… fue sexy. Ella era de naturaleza provocativa, no creía que lo supiera todavía.
Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para dejar de pensar en sus pezones rosados, y me concentré en el camino.
—Bien sabes de qué hablo. Deja de repetirlo, eres capaz de decirle a mi padre, pero te lo advierto Julia Olevogna Volkova, que si él se da cuenta, tú vas a tener que pagarle la hospitalización y el trasplante de corazón abierto. Además de eso, vas a tener que pagar tu propia hospitalización cuando acabe contigo.
Me reí en alto. Luego llevé nuestros dedos entrelazados juntas y los besé.
—No soy tan estúpida como para decirle a tu padre que su niña dejó de tener la virtud intacta gracias a una delincuente con el cuerpo tatuado. Ahora continúa con lo que estabas a punto de decirme.
—Oh, sí. Lo que pasó antes fue que me encontré con Mason —su voz subió unas octavas cuando mencionó el nombre del lame vacas. Lo llamaba lame vacas porque su boca se fruncía de una forma graciosa, hacia adelante, como si se estuviera preparando para lamer una polla. Su apodo original era lame pollas, pero Lena jamás me hubiera permitido decir eso frente a ella o frente a alguien más. En un arrebato lo llamé lame vacas.
—¿Por qué te encontraste a ese idiota? —pregunté de repente furiosa. Había algo incorrecto en ese tipo; algo sucio debajo de toda esa mierda limpia y pulcra que trataba de aparentar. Era como Eder, el novio de Marie, siempre con sus camisas polo y con sus pantalones bien planchados.
Ningún pelo fuera de lugar. Eso me decía que debajo de ese sujeto demasiado sincronizado y ordenado, se escondía su verdadera personalidad. Un día, mientras me escondía en la habitación de Lena, lo vi sentado en el sofá de la sala, analizando detenidamente la imagen de un hombre montado a caballo, anunciando algún tipo de cigarrillo en una revista.
Apostaría lo que fuera a que Eder era gay, ningún chico normal se ponía una capa de esmalte en las uñas. Sí, las noté.
A mi lado, Lena se puso muy nerviosa.
Su pie comenzó a moverse de arriba abajo.
—Es que él… él…
—¿Qué hizo ese lame bolas? —Mmm, lame bolas era un apodo tan bueno como lame pollas.
Soy una jodida genia.
—Creo que él me ha estado siguiendo.
—¿Por qué crees que te ha estado siguiendo?
No me gustaba cómo se escuchaba esto.
—Hace unos días me mandó un vestido blanco y otras cosas. Hoy fui a buscar a Giulio a su hotel y...
—Espera, espera —¿Había oído bien?—¿Fuiste a buscar a ese tipo a su hotel? ¿Acaso no eres consciente del peligro que corres? Él pudo tranquilamente haberte encerrado en su habitación y retenerte hasta que le diera la gana.
—Julia, déjame terminar. Para ya de regañarme. Fui por Giulio porque Laura me pidió el favor de mostrarle la ciudad, él es italiano y es el hijastro de ella. Yo solo...
—¿Y tu jefa le pide a su empleada, una completa desconocida para su hijastro, mostrarle la ciudad? Si quería conocerla solo tenía que contratar algún paquete de turismo. Esa mujer no me agrada y pienso decírselo.
—Por favor no te pongas así. Y no vayas a decirle cualquier cosa a mi jefa. Pronto comienzo la universidad y ella es la única que aceptaría que trabajara medio tiempo con mi sueldo completo.
Suspiré y fundí mis dedos con el volante, hasta hacerlos uno.
—De acuerdo, déjame ver si entiendo: el imbécil lame po... vacas, te está acosando. ¿Mientras tanto el italiano manos largas te estaba repasando con su lengua en un taxi?
Por esto era que no quería caer enamorada de nadie, los celos, ¡los jodidos celos! Dominaban mi cuerpo entero, me hacían parecer un perro territorial, solo me faltaba hacer un círculo de orina a su alrededor para indicarles al resto de perros que ella era mía.
—Solo recuerda una cosa, Lena —le advertí— antes de ir a besarte con cualquiera: soy una loca de los celos. La locura viene de familia, podría cometer cualquier delito solo por dejarle saber a los demás que eres mi chica, no de ellos.
Ella suspiró, entonces enarcó una ceja y me sonrió divertida.
—Tranquila, tigre, si no te relajas, tu piel comenzara a ponerse verde y pronto estarás rugiendo y destrozando la ciudad.
—Y aun así te seguiría causando mariposas en el estómago.
—¿Mariposas? Nop. Lo que tú provocas no son mariposas, son terremotos de alto grado que causan daño a mi sistema nervioso —dijo, con sus ojos puestos en la ventana del auto.
Detuve repentinamente el vehículo, estacionándome en la orilla de la calle. Ella miró a su alrededor, seguramente pensando en que había parado porque llegamos a la dirección que me dio. Pero no, lo cierto era que quería hacer otra cosa.
—¿Qué pasa? —me preguntó, sus ojos grises lucían temerosos— ¿Por qué nos detenemos? ¿Dije algo malo? ¿Vas a echarme de nuevo?
Detuve mi mano de avanzar hacia su mentón.
Era eso. Ella tenía miedo de que la volviera a sacar de la forma en la que lo había hecho antes.
Yo era una estúpida.
—No, nena, no es eso —tragué saliva— soy una hija de perra, ¿verdad? Me porté como una idiota contigo. Lo siento.
Llevé su mano a mi boca y la besé suavemente.
—Si no es eso, ¿qué ocurre entonces? —preguntó.
Suspiré.
—Solo quería devorar tu boca —admití sinceramente— te ves deliciosamente comestible en cada segundo del día. Estar a tu alrededor es como permanecer en estado de calentura constante; y siendo como soy, lo estoy echando todo a perder.
—Y siendo como eres, también sabes cómo arreglarlo —me tranquilizó ella.
—Ahora, dejando mis celos atrás, cuéntame más de lo que te está haciendo ese idiota.
Ya conocía la dirección de su casa, le daría una paliza que nunca iba a olvidar.
¡Por favor! Yo peleaba todo el tiempo con mi hermano cuando éramos niños, sé cómo dejar a un sujeto doblado en el piso.
—No sé qué le ocurre a Mason, él no era así. Él nunca intentó sobrepasarse conmigo cuando fuimos novios... Bueno, siempre se sobrepasaba pero jamás intentó obtener algo a la fuerza...
—¿Qué? —la interrumpí. Sentí que mis dientes se apretaban con fuerza—¿Qué es lo que acabas de decirme?
Respiré ruidosamente.
—¿Qué te ocurre? —me preguntó ella, entrando en pánico.
Puse el motor del auto en marcha, y aceleré a pesar de que no quería dejar tan pronto a Lena con los lobos de su familia.
—¡Julia! —chilló, sujetándose del asiento cuando notó que la velocidad aumentaba.
—Voy a matar a ese jodido lame vacas. Lo voy a desmembrar y haré que se coma sus propias bolas. Una por una, si es que ese imbécil las tiene.
—¿De qué hablas? Digo, de verdad no te estoy deteniendo de darle una paliza, pero por favor, si le causas algún daño permanente, la perjudicada vas a ser tú, puedes terminar en la cárcel.
—No me importa. Dime qué intentó hacer contigo. ¿Te forzó a algo?
—Pues...
—Lena —la miré mientras intentaba ver el camino a través de la lluvia— no me mientas y no lo protejas.
—Sí, intentó propasarse conmigo, pero su tío lo descubrió a tiempo antes de que las cosas se salieran de control —dijo finalmente ella.
—¿Cuándo ocurrió esto, y por qué cojones no me dijiste nada?
—No te lo dije porque pasó el mismo día que terminamos.
Un nudo se formó en mi garganta al recordar ese día.
Le dije que haría todo lo que estuviera a mi alcance para que me odiara. Tal vez, después de todo, debí de seguir con el plan original. Ella estaría mejor sin mí.
—Aun así, hubieras venido a mí y yo te hubiera ayudado.
La vi fruncir el ceño y morderse el labio, pensativa.
—Tú ni siquiera me querías en tu apartamento, ¿cómo hubiera podido contarte todo lo que te estoy contando ahora si ni siquiera me dejabas atravesar la puerta?
—Soy una estúpida. No te merezco y probablemente nunca lo haga, pero nena, el error que cometí al dejarte fue la mayor estupidez que he cometido —le dije.
—Por favor deja de decir cosas como esa.
—¿No quieres que vuelva a disculparme?
—No me refería a eso. Deja de decir que no me mereces.
Oh, mi dulce, inocente y hermosa Lena. Me regaló su virginidad y yo ni siquiera era la persona que ella creía.
Si tan solo supiera la clase de persona en la que me había convertido, ella jamás se me hubiera acercado, me evitaría a toda costa. Una vez le dije que yo era peor que un virus ébola, ahora me consideraba a mi mismo peor que la lepra.
—Lamento decírtelo pero es cierto. Si supieras quien es Julia Volkova no estarías tan tranquila, sentada a mi lado.
—Sé quién es Julia Volkova. Es la persona tierna y amorosa que me hizo el amor lenta y deliciosamente hace unas horas. Es la chica de celos adorables y actitud protectora que detuvo sus impulsos solo para ponerse un condón. Eres esa Julia que mataría al que mirara mal a tu sobrina, y que amas incondicionalmente a tu abuela. ¿Qué Julia crees que eres en realidad? Porque yo veo una diferente al que tú ves, yo veo a la real.
—¿Sabes? Podría besarte justo ahora —le dije, ella se ganaba un pedazo de mi corazón cada vez que decía esas cosas. No, olvida eso, ella era la dueña absoluta y completa, le pertenecía todo lo que yo era, no solo mi corazón.
Ella sonrió y se lamió los labios.
—Pero en serio, Julia, ¿podrías explicarme de una vez por todas el por qué no te merezco?
Evité su mirada y traté en vano de escuchar la música que sonaba a un nivel más bajo.
—Julia —Lena puso su mano sobre la mía— ¿acaso no confías en mí?
—Confío en ti con mi vida.
—¿Entonces por qué no quieres ser sincero conmigo?
—Porque me avergüenza que lo sepas.
Ella frunció el ceño.
—Oh, por favor, no me digas que eres casada y que tienes una familia secreta.
—No.
—Tampoco me digas que sigues una de esas religiones polígamas y que me quieres convertir en tu sexta esposa.
Reí un poco.
—No. Nena, deja de especular.
—Es que si nunca me vas a decir la razón, al menos tengo que adivinar de alguna manera.
Detuve el auto frente al complejo donde vivían los padres de Marie, pero Lena ni siquiera se dio cuenta de que ya habíamos llegado. Estaba pensativa y sus ojos se entrecerraban mientras intentaba averiguar qué rayos le estaba escondiendo.
—¿Eres bailarina exótica de noche, y de día practicas ballet? —siguió diciendo— ¿no? Bueno, entonces ¿no me digas que tienes la extraña obsesión de coleccionar uñas y hacer esculturas con ellas?
—No estás ni siquiera cerca —me desabroché el cinturón de seguridad y me acerqué a ella para darle un beso en la frente— ya llegamos.
—¿Y me vas a dejar así? ¿Con la curiosidad encendida?
—De acuerdo, de acuerdo. ¿Qué te parece si paso a recogerte más tarde y te cuento todo?
—¿Toda la verdad?
—Absolutamente, pero pasarás la noche conmigo —sabía que este día llegaría. Si después de lo que iba a decirle ella quería dejarme, yo no iba a retenerla, se merecía a alguien menos complicado que yo.
—Está bien. Pero tendría que decirle a mi papá que estaré en casa de Nastya.
—Bien, pequeña mentirosa. Ve adentro y, hazme un favor, patea el trasero de Marie si intenta ponerse demasiado ruda contigo.
Sin dejarla decir otra cosa más, atraje su cara a la mía y la besé de forma hambrienta.
Metí mi lengua dentro de su boca, lamiendo sus labios y jugando con su lengua. Saboreando el sabor de la última manzana que comimos antes de irnos de casa de Key.
En mis ansias, desabroché su cinturón y la tomé de su bello trasero para subirla a mis piernas, sin romper el beso.
Como su falda era demasiado ceñida y pegada al cuerpo, se me dificultó tenerla a horcajadas. Lentamente le subí la tela hasta la cintura y dejé que apoyara las rodillas en el asiento, regalándome así la vista de las bragas color rojo que le había conseguido.
Me puse a lamer su cuello, dejando besitos y bajando poco a poco la manga de su blusa con los dientes, besando, lamiendo y mordiendo su piel sensible.
De pronto sentí su pelvis buscando la mía, gruñí con gusto, encendiéndome más de lo que ya estaba.
—Estamos empañando los vidrios —le dije con orgullo, siempre quise empañar los vidrios con alguien importante.
Lena abrió los ojos y vio a su alrededor, como recordando que estábamos aun dentro del auto. Detuvo su pelvis y puso sus manos en mis hombros, separándose un poco para verme a la cara. Tenía una mirada graciosa.
—Los vidrios están polarizados —dijo examinándolos detenidamente.
Pasó una mano por uno de ellos, deslizándola hasta abajo.
—Sí nena. ¿Quieres continuar empañándolos?
Dibujó una cara feliz en el vidrio y sonrió al notar que yo esperaba su respuesta lo más seriamente posible.
—Será mejor que me vaya. Voy demasiado atrasada para la cena; seguramente me perdí la famosa ensalada con almendras que hace mi tía —rodó los ojos.
Me dio un último beso en la boca, y se bajó de mi regazo, acomodando todo lo posible su falda.
—Te llamo desde el celular de mi mamá cuando salga. Te quiero.
Salió en un abrir y cerrar de ojos. Ni siquiera pude despedirme apropiadamente, y tampoco pude gritarle lo mucho que la amaba.
En serio, yo amaba a esa mujer.
La vi correr bajo la lluvia, protegiéndose el cabello con las manos. ¿Por qué todas las mujeres hacían eso? Al menos yo no y nunca vi a un hombre resoplar porque se mojara el pelo.
Lena estaba a punto de ponerse frente a la puerta, pero aparté mis ojos de ella cuando una llamada entró a mi celular.
Conocía el número, mi identificador de llamadas la tenía etiquetada como Nancy, y sabiendo lo terca que era, nunca dejaría de llamar hasta que le contestara.
—¿Sí?
—¿Julia? ¡Por fin me recibes las llamadas! He tratado de localizarte todo el día.
—¿Qué quieres, Nancy?
—Es tu hermano. Hoy mordió a tres enfermeros que intentaron sujetarle las manos, y no ha querido tomar sus medicinas hasta que no vengas a verlo. Nos dice que quiere hablar contigo. Estoy algo desesperada por aquí.
Nancy era la enfermera de Aarón, mi hermano, llevaba toda la semana fastidiando para que fuera a visitarlo.
Pero ni ella ni nadie entendían mis razones para evitar verlo el mayor tiempo posible.
—Ustedes son gente capacitada, ¿cómo es que entre todos no pueden darle una pastilla?
La oí resoplar.
—¿Una? Él toma más de tres diarias. Está insoportable, incomoda a los otros pacientes y sabes que puede ser sancionado y lo enviaremos a otro centro de rehabilitación. Lejos, donde no te conviene. Por favor ven lo más pronto posible, si puedes, pasa por aquí mañana.
Suspiré con disgusto.
Desvié mis ojos en donde segundos atrás vi a Lena correr. Ya había entrado y solo la lluvia era visible en este punto.
—Está bien, estaré ahí mañana. Llevaré a alguien conmigo así que dame un pase para ella también.
—¿Es una ella? Mjmm, nuestra pequeña Julia está sentando cabeza.
—Nancy…
—Bien, dame sus datos y yo la registro como visitante.
Y así hice, platiqué un poco más con Nancy y me contó acerca del raro gesto que tuvo su esposo el otro día cuando le dio un ramo con flores de papel. Traté de oírla atentamente mientras me marchaba para ver a la abuela y a Nicole.
Nancy era de las personas que si las dejabas, podrían hablarte por horas y nunca cansarse.
La dejé continuar, contándole también un poco sobre Lena y lo tonta que me había portado últimamente.
—¿La abandonaste en la calle? —me gritó cuando llegué a la parte de hace unas horas—. Tienes que hacer más que fabricarle flores de papel, ¡tienes que comprarle flores verdaderas! Muchas. Y nada de esas comunes rosas rojas, ella merece algo exótico, que te haya hecho sudar el culo para conseguirle solo lo mejor.
—Wow, cuida tu lenguaje, nadie quiere una enfermera bocona.
Ella se puso a gruñirme y a darme consejos sobre cómo hacer que una chica me perdonara, y todas sus ideas incluían flores.
Finalmente colgó, justo a tiempo cuando llegué a la casa que alquilaba para la abuela. Estaba a veinte minutos de la ciudad. Escondida y anónima, oculta de los ojos curiosos.
Cuando bajé del auto, el primero en saludarme fue Carlo, lo traía para que pasara los fines de semana y luego lo llevaba devuelta a mi apartamento. No podía dejarlo a vivir permanentemente aquí porque la abuela no era muy amante de los animales como lo éramos mi sobrina y yo.
—¡Tía Julia! —la niña salió en mi encuentro y yo la tomé de la cintura para cargarla y darle vueltas.
—Sobrina piraña —le di besitos en el cachete con las cicatrices—. ¿Cómo estuvo tu día?
—Bien —respondió ella, divertida— ¿Y Lena? ¿No viene contigo?
Se puso a rebuscar por sobre mi hombro.
—No, pero ella vendrá después. ¿Ya comiste?
Asintió con la cabeza.
—Le tenía un regalo a tu novia —hizo un puchero y se puso a rebuscar algo en el bolsillo de sus shorts.
—Hoy aprendí a hacer éstas —sacó un puñado de estrellas hechas de papel—. Las hice yo solita. La abuela me compró papel de colores y marcadores para decorarlas.
—Que bueno. ¿Qué te parece si las ponemos en una botella y las guardas para dárselas a Lena cuando la veas?
—De acuerdo —intentó bajarse de mis brazos, y corrió hacia el interior de la casa—. ¡Ven tía Julia, hoy quiero que te aprendas una canción para que la cantes conmigo!
Rodé los ojos mientras ella no se daba cuenta, otra canción más e iba a sufrir una muerte por música pop.
Pero adoraba hacer feliz a la piraña y sabía que ella amaba cantar canciones en karaoke, la había aislado del resto del mundo para que nadie con malas intensiones le fuera a hacer daño, pero era en momentos como éste, en los que notaba la falta que le hacía no tener amigos de su edad.
Pasé cantando con Nicole hasta aprenderme la nueva canción que pensaba, definitivamente, cantársela a Lena hasta que se riera y perdonara toda mi estupidez. Así que cuando un número desconocido me llamó unas horas más tarde, supuse que sería ella con el celular de su madre. Lo primero que dije, o más bien canté, fue:
—Ups I did it again, I played with your heart…—me reí en el teléfono— ¿Qué opinas de la nueva canción que me sé?
Del otro lado de la línea había silencio.
—Mmm, ¿Julia? —Oh mierda. No era Lena. Pero sí era la voz de su madre.
—¿Sí? —me puse más serio y me aclaré la garganta.
—¿Tú estabas cantando?
—Pues…
—No me lo digas. Solo te llamaba para preguntarte si Lena estaba contigo.
—¿Lena? No. La dejé hace unas horas frente a la casa de su tía. ¿Por qué? ¿Qué ocurre?
—¿Estás segura que la dejaste allí?
—Completamente segura. Me estoy preocupando, ¿qué sucede?
—Querida, ella nunca se presentó en la cena.
Contando lunares
Madre... mía.
¿Ella acababa de...? ¿Ella dijo...?
Oh, no tenía que repetirlo dos veces.
Me abalancé sobre su cuerpo, tomándola de las caderas y amando cada segundo en el que su piel caliente tocó la mía.
Mi boca se presionó en la suya en busca de un beso por el que era capaz de matar, un beso tan ardiente por el que armaría guerras y destruiría naciones enteras con tal de obtener.
Asomé la lengua y lamí sus labios posesivamente, recordándole quien era yo y obligándola a nunca olvidarme, dejando mi huella impresa por el interior de su boca. La besé tan duro para que, de ahora en adelante, no tuviera dudas de que ella era mía y solo mía.
El solo pensamiento de compartir a mi Lena, me hirvió la sangre.
Creo que le apreté más fuerte las caderas porque la escuché jadear/ronronear en mi boca.
Me separé para dejar que tomáramos aire, y pegué mi frente contra la suya.
—Entonces... —dije, tratando de recuperar el aliento, pero hombre, era una tarea titánica teniendo en cuenta que ella se encontraba semi desnuda, y que sus bonitos y redondos senos se pegaban a mi pecho descubierto cada vez que respiraba, era como si estuvieran tentándome a agarrarlos y chuparlos— ¿Aun estás dispuesta a conocer todos los usos que se le pueden dar a una cama?
Ella parpadeó y soltó lentamente el aliento, mientras yo pensaba en las mil maneras de arrancarle el sostén y la maldita falda que parecía un minúsculo retazo de tela que cubría únicamente las líneas donde comenzaban sus bragas.
Gruñí para mis adentros.
Fue exasperante ver cuando un jodido imbécil estuvo besándola como si le perteneciera.
Herví ante la imagen mental de recordarlos a los dos metidos en ese taxi. Key tuvo que convencerme de no matar al estúpido miserable.
Dirigí mi boca al cuello de Lena, queriendo impartir castigo, queriendo imponerme; y ser posesiva era la única forma que tenía de demostrar lo demasiado que me importaba.
Amaba su cuello, aunque ella tal vez no se hubiera dado cuenta todavía, y la razón era sencilla: podía sentir cómo su pulso se aceleraba cada vez que la mordisqueaba o cuando mis dedos decidían hacer exploración por su piel.
—¿Cuántos usos se le pueden dar a la cama? —preguntó ella de forma aturdida, su voz se escuchaba sedosa y fina como un hilo de seda.
Tembló ligeramente cuando mi mano bajó hasta su muslo, y le levanté una pierna a la altura de mis caderas.
Su falda estaba tan apretada y pegada al cuerpo debido a la lluvia. Yo era una semejante idiota por haberla abandonado, pero por suerte tenía al bastardo de Key para hacerme entrar en razón y recordarme lo inmadura y ridícula que me estaba comportando.
Olí el cuello de Lena, sin disimular mi erección.
—No me tientes a demostrarte las miles de cosas que podemos hacer en esa cama —susurré con voz caliente y anhelante.
—Quiero... —ella se relamió los labios, echó la cabeza hacia atrás cuando comencé a dejar besos húmedos en su clavícula—, quiero que me las muestres.
Gruñí, exasperada.
¿Por qué tenía que decirme esto justo ahora, cuando estábamos en casa de Key, encerradas en la que una vez fue mi habitación cada vez que me quedaba de visita?
—¿Estás segura de que quieres esto? —pregunté.
Mordió su labio inferior y asintió con seguridad.
—¿Quieres que vuelva a repetir lo que te dije antes? —susurró ella—. Llévame a la cama, Julia.
Me estremecí como cada vez lo hacía cuando mencionaba mi nombre con ese tono sexy y caliente… necesitado.
Si ella tan solo supiera la clase de persona de mierda que me sentía, que únicamente estando a su lado me permitía tener la esperanza de llegar a ser alguien mejor.
Devoré sus lindos y rosados labios y actué por instinto: rasgué el pedazo de tela que ella consideraba falda, dejándola caer al suelo, y llevé a Lena hacia la cama, acostándome y estirándome encima de su cuerpo. Alineé nuestras caderas y enredé mis dedos con los suyos y levanté sus brazos para que quedaran sobre su cabeza.
—Uso número uno —murmuré contra su boca—, hacer el amor hasta el cansancio.
Me perdí de nuevo en sus labios, luego besé su cuello y seguí deslizándome por sus senos, en donde su sostén me pedía a gritos que lo arrancara de forma primitiva.
—Creo… que… —jadeó cuando vio la atención que estaban recibiendo sus pechos—el primer uso… de la… cama… es dormir.
Negué con la cabeza.
—Oh no, nena. Si la gente pudiera elegir entre dormir y sexo, al menos el noventa por cierto de la población masculina estaría de acuerdo conmigo y preferirían la segunda opción como uso número uno para una cama.
Aunque en realidad, cualquier superficie servía, pero no le dije eso.
Llevé mis dedos a la parte frontal de su sujetador, y tanteé el material para probar su resistencia. Luego, con ayuda de mis dientes, lo rompí y dejé que un par de hermosuras rosadas me saludaran.
—¿Julia? —la escuché decir en medio de la bruma de deseo que me poseía—. ¿Y si alguien entra? No cerraste la puerta.
Sonreí contra su piel.
—¿Eso no lo hace más excitante, nena?
—¡Julia!
—La cerré en cuanto pusimos un pie en esta habitación —dije para su tranquilidad. Y era cierto, nos encerré a ambas, arriesgándome a enojarla con tal de recuperarla. Estos días sin ella habían sido un infierno, pero era lo mejor. Lena tendría que entender que alguien como yo solo era capaz de provocarle dolor. Estaba en mis genes, era normal sufrir para nosotros.
—Vas a tener que comprarme ropa nueva después de esto —se quejó de forma divertida—. Me debes una nueva falda y un nuevo sostén.
No la dejé continuar porque mi boca se ocupó de abarcar uno de senos. Lo lamí una vez y no necesitó de nada más para erguirse.
Volví a lamerlo y chuparlo.
Ella gimió.
Por los sonidos que hacía, era obvio que nadie nunca le había hecho algo como esto; y me gustó ser la primera. Y quizás, si mi suerte no era tan jodida, la última.
Le presté atención también al otro seno, amando la forma en que su pezón se afirmaba para mí. Como todavía sostenía sus manos sobre su cabeza, pude sentir cuando comenzó a enterrar las uñas en mis dedos y en parte de la sábana.
—Admite que adoras mi cara de asno —la provoqué un poco. Lamí varias veces sus pezones rosados.
Mmm… los sonidos que hacía para mí eran increíbles. Si pudiera grabarlos, lo haría, y los escucharía todo el tiempo.
Dejé besos húmedos por todo su cuerpo. Limpiando las gotas de lluvia que lograron traspasar su boca.
De pronto mi pantalón se sintió demasiado apretado. Me separé del cuerpo de Lena, y me quité cualquier estorbo entre su piel y la mía.
Cuando estuve totalmente desnuda, y ella me vio, enrojeció.
Pero había un problema. Ella todavía tenía puestas sus bragas.
Me puse en horcajadas, llevé mis pulgares a los extremos de la delicada tela, y antes de jalar para romperlas le dije a Lena:
—Nena, vas a tener que añadir a la lista un par nuevo de bragas.
Entonces las rompí.
Ella se quedó boquiabierta. Sonrosada y a la vez excitada.
Separándome ligeramente de su cuerpo, absorbí cada parte de su hermosa silueta desnuda. Era como si Lena estuviera moldeada solo para mí.
Respiré hondo mientras la miraba atentamente.
—No me mires así —logró decir ella después de unos segundos.
—¿Así cómo?
—Como si nunca hubieras visto a una mujer desnuda en toda tu vida.
—Es que no estoy viendo a una mujer, estoy viendo a una diosa.
De ser posible se sonrojó aun más fuerte.
—Deja de decir cosas como esa. Seguro que muchas chicas ya han escuchado esa frase; además, sé que no soy ni un tercio de lo hermosa que han sido tus otras acompañantes.
Oírla decir eso me enojó.
Cierto que yo tuve mis romances locos y desatados, pero ninguno me dobló sobre mis rodillas como Lena lo había hecho.
—Puede que no te hayas dado cuenta todavía —dije con voz firme para que le quedara claro— pero tú tienes el control absoluto y completo de todo lo que soy. Nunca fui una chica celosa, hasta que te conocí. Nunca le conté a nadie sobre mi familia, pero contigo rompí el silencio. Y jamás necesité a alguien como te necesito a cada momento. ¿Qué más quieres que te diga para lograr convencerte? Metete en la cabeza que eres mía y que yo te pertenezco de igual forma. No soy de nadie más, nunca lo fui; te adueñaste de mí por completo.
Desaparecí el espacio que había creado entre ella y yo, y de forma furiosa la tomé de la cintura para levantarla y quedarnos de rodillas sobre la cama, viéndonos a los ojos. Aproveché la posición para devorarle los labios y lamérselos como tanto deseaba hacer días atrás. El calor de su piel le dio la bienvenida a la mía.
Mis manos fueron a su espalda para sostenerla y para acariciarla. Pronto una de mis manos estuvo sobre su muslo y comencé a abrirle lentamente las piernas.
Cuidadosamente me senté sobre mis rodillas y pasé de besar su boca a besar sus senos.
Lamiendo, chupando y mordisqueando a mi antojo.
Ella echó la cabeza hacia atrás, y de sus labios se escapó el sonido más sensual del mundo.
No perdí tiempo y la tomé de sus rodillas, motivándola para que se acercase a mí.
Abrí un poco las piernas mientras separaba las de ella, y sujetando su hermoso trasero la subí directamente a mi miembro firme y erecto.
Ella me tomó de los hombros mientras respiraba fuertemente y dejaba que yo la hundiera con lentitud y cuidado sobre mí.
Separé sus piernas con las mías, y cuando estuvo completamente hasta el fondo, porque ya no se podía avanzar más, la escuché gemir entre el placer y el dolor. Aunque un poco más este segundo.
Traté de tranquilizar mi respiración mientras ella metía su cara en el hueco de mi cuello y su sudor se mezclaba con el sudor de mi piel.
—Lena —susurré. Ella seguía gimoteando—, nena… ¿te dolió?
Ella negó con la cabeza aún sobre mi cuello.
La tomé de la mandíbula y la obligué a que me viera a los ojos.
—Lena, por favor sé sincera —dije con voz amortiguada. Ella se sentía realmente bien.
Abrió la boca pero no salía ningún sonido claro.
Finalmente pudo decir:
—Julia… yo...
—¿Estás bien? ¿Quieres que continúe? ¿Te dolió? Sólo dime que me detenga y yo lo hago.
Se mordió el labio y vi directo a sus ojos grises.
—Dolió un poco —mentira. Podía decirlo por lo mucho que se le dilataban las pupilas cada vez que lo hacía, además de que podía sentir su centro palpitar a un ritmo salvaje—. Lo que pasa es que… no creo que te lo haya dicho pero… —se acercó a mi oído, para susurrar—: soy virgen. Bueno, lo era. Creo.
Solté un quejido.
Mis dedos rodearon su cintura aún más fuerte de lo que ya lo estaban haciendo.
—Me está matando escuchar eso —dije entre jadeos—. Me encanta escuchar que voy a ser la primera en donde nadie más lo ha sido. Pero, nena, dime si en algún momento estoy lastimándote o haciendo algo que no quieras.
Asintió con la cabeza, mordiéndose el labio con vigor.
Su cabello castaño caía libre sobre sus pechos. Se miraba hermosa. Como toda una diosa.
—Quiero que sigas —dijo ella una vez que dejamos el tema de su virginidad atrás.
Debo ser la hija de puta más suertuda del mundo por tenerla.
Lo soy. E iba a hacer que valiera la pena cada segundo que pasara conmigo. Ya no más Julia idiota.
—No tienes que decir más. Recuerda que si quieres detener algo de esto solo di…
—¿Vampiro? —preguntó en broma.
Negué con la cabeza.
—Solo di mi nombre.
Entonces comencé a moverme lentamente. Primero una vez para tantear la situación, la tomé de las caderas y, con ayuda del impulso de mi propio cuerpo, la subí para luego dejar que se deslizara a lo largo de mi miembro.
Ella gimió. Yo gruñí del gusto.
Se sentía tan increíblemente bien.
Hice esto un par de veces más; escuchando cómo contenía la respiración y volvía su cabeza a mi hombro.
A la tercera vez, sus caderas ya empezaban a seguir el ritmo de las mías.
Su respiración aumentaba.
—Respira tranquila —dije en su oído. Ella gimió en acuerdo y, para cuando ambas empezábamos a disfrutar de lo que hacíamos, la sentí morder mi hombro.
Eso me excitó más allá del punto de retorno.
Me movía con ella, arriba, abajo y luego arriba una vez más.
Su piel resbalando con la mía, el único sonido de la habitación era el de la lluvia, y el que hacían nuestros cuerpos al chocar.
Justo comenzaba a dejarme llevar, cuando recordé algo.
La tomé de la cintura y la obligué a verme, quitando su cabeza de mi hombro.
Sus mirada estaba desubicada y atontada. En otra ocasión hubiera sonreído, pero no ahora, no tenía ganas de bromear.
—¿Por qué te detienes? —preguntó con voz ronca.
Tragué saliva y con cuidado comencé a salir de su interior. Doliéndonos a ambos la separación repentina de nuestros cuerpos, gemimos ante la ausencia del otro.
—Lena… ¡mierda! —gruñí. Ella me vio muy asustada, como si hubiera hecho algo malo. Intenté aclararle antes de que creyera otra cosa— ¡Olvidé ponerme un condón!
Ante mis palabras sus ojos grises se abrieron en alerta.
—¿Qué? —Ella bajó la mirada a mi aún firme y erecto miembro, luego regresó a mis ojos—. Julia yo… yo no tomo nada. Y ciertamente no sabía que justo hoy nos encontraríamos haciendo esto… —hizo un gesto con su mano abarcándonos a las dos y la gran cama bajo nosotros.
—Lo siento, nena. Tu seguridad y protección debió de ser lo primero. No quiero que Noah se adelante todavía.
—De acuerdo —asintió—, estoy segura de que algo se puede hacer. Pero, por favor, no te detengas ahora.
Joder.
Tragué duro y me moví rápidamente por la habitación.
Recogí mi pantalón, tomando la billetera en donde guardaba un condón. Hice memoria del tiempo que lo estuve llevando allí, no quería uno de estos defectuoso.
—Espera un segundo —le dije a Lena. Me movilicé hacia la puerta del baño, y rebusqué en varios cajones hasta dar con el correcto. Key mantenía condones aquí solo por si acaso. Tomé uno de los muchos que tenía, y volví a la habitación.
Me detuve abruptamente al ver a Lena todavía sentada sobre sus muslos, con su espalda pegada a la cabecera de la cama y con el pelo ocultando por poco sus duros pezones rosados.
—Si tan solo supieras lo comestible que luces en este momento —murmuré trayendo conmigo el nuevo condón.
Ella se ruborizó y agachó la cabeza.
Me subí a la cama, alzando su barbilla y devorando sus labios.
—Acuéstate —le dije— será menos doloroso para ti.
—Pero me gustaba como estábamos antes.
Sonreí de forma traviesa.
—No puedo creerlo, he creado un monstruo.
Ella tomó una de las almohadas de la cama y me la lanzó.
Seguidamente me subí a la cama con ella y, antes de volver a conectar nuestros cuerpos, me puse el condón muy lentamente para provocarla y hacerla ruborizar de nuevo.
Podía ver lo apenada que estaba, pero en ningún momento hizo algo para desviar la vista.
Noté el cambio inmediato en su rostro, de divertida a lujuriosa en un instante.
—Acostada vas a estar más cómoda —murmuré.
Ella negó con la cabeza.
—Lo haremos después de esa forma. Ahora… por donde nos quedamos.
Sí, había creado un monstruo.
La subí nuevamente a mi regazo, sosteniéndome en mis rodillas y con ella tomándome de los hombros.
—Respira hondo —dije al mismo tiempo que separa sus piernas y abría camino entre su sexo para dejarme entrar.
Ella hizo como le ordené y echó la cabeza hacia atrás para jadear cuando finalmente llegué al tope de nuestros cuerpos.
Me quedé quieto por un momento. Absorbiendo la situación, oliendo su pelo y el sudor de su cuello.
La besé, duro. Y comencé a moverme lentamente una vez más.
Impulsándome hacia arriba con las caderas. Sujetando las suyas para que me siguieran.
Ella gimió y gimió.
Pronto mantuvimos el ritmo y continué con cada deliciosa estocada. Nos movíamos dentro del cuerpo de la otra, sintiendo nuestros pulsos y escuchando nuestra respiración frenética, sintiendo el sudor descender de nuestros poros hasta mezclarse para ser uno solo.
Entonces hubo un segundo de silencio antes de que estalláramos a pedazos al mismo tiempo.
Lena se durmió después de la segunda vez que hicimos el amor (quería mostrarle las bondades de tener sexo acostados), y ahora estaba lánguida sobre la cama, envuelta en las sábanas y mostrando la piel de su espalda y de sus piernas.
No quería levantarme para que luego ella despertara y no me encontrara en la cama, pero tenía que reportarme con Key y buscarle algo de ropa a Lena. Nos íbamos a ir directo a mi departamento para seguir con lo que estábamos haciendo.
Me levanté del colchón sin hacer mucho ruido, y me puse el pantalón y sostén, dejando de lado mis bóxers y la camisa.
Abrí la puerta y la cerré detrás de mí.
Como no había nadie en este lado de la casa, bajé las escaleras y me fui directo a la cocina.
La madre de Key (y toda su familia) ya me conocían y me trataban como un miembro más de su familia; me podía mover libremente por la casa.
Encontré a Key en la cocina, sentado en una de las bancas del desayunador de vidrio templado, comiendo Froot Loops y viendo unas hojas de partituras. Tocando las notas sobre el mostrador, usando los dedos de su mano izquierda.
—Oye —saludé.
Él me dio un asentimiento de cabeza y una sonrisa de bastardo.
—Por la cara que traes, deduzco que todo se arregló con Lena, ¿verdad?
Asalté su refrigeradora y tomé un gran vaso con agua.
—Eso creo —murmuré.
—¿No deberías agradecerme por patear tu culo para que la fueras a buscar?
—Si serás imbécil —dije bebiendo más agua—. Gracias por patear mi culo para que fuera tras ella.
—Bien. De nada.
Key fue quien me abrió los ojos para que me diera cuenta que con mi actitud de perra embravecida, iba a terminar perdiéndola.
De hecho, no estábamos tan lejos de donde le había pedido que se bajara. No me tomó mucho tiempo reaccionar de la estupidez que había cometido, y correr a buscarla. Iba a llevar mi moto, que estaba estacionada en el garaje con los demás autos de la familia de Key, pero comenzó a llover y tuve que hacer el ridículo para Key me prestara su auto.
—Soy una malnacida y la amo —solté de repente.
Key se detuvo de comer y me miró seriamente.
—Lo sé. Creo que hasta un bebé de cinco días lo echaría de ver.
—Hablando de bebés… —hice una mueca. Claro que me encantaría tener un pequeño ser humano con la mitad mía y de Lena, pero todo era a su tiempo— yo como que olvidé el condón al principio y… espero, de verdad espero no haber jodido esta oportunidad con Lena.
—Oh mierda. ¿Tus hijitos salieron? Porque si no salieron de su empaque original creo que no hay mucha probabilidad de que nada suceda.
—Mierda. Nunca pensé estar hablando esto contigo pero, no lo sé.
—¿No me lo contarías si te pasara con alguien más? Me siento ofendido.
Bufé.
—Te estás portando como una señorita, Key.
—Y tú te oyes como una mujer dominada y cien por ciento enamorada —sonrió y continuó comiendo el cereal.
Lo salpiqué con unas gotas del agua que estaba bebiendo.
Volví a asaltar la nevera y tomé un par de manzanas y la jarra de agua para llevarle a Lena para cuando despertara.
—Hmmm… ¿sabes si Pamdora dejó algo de ropa antes de irse de viaje? —pregunté. Pamdora, o Pam, era la hermana mayor de Key. Se fue hace tres semanas a Francia para estudiar fotografía. Ella tenía una complexión similar a la de Lena, con excepción de que Pam era más bajita. Pero que no te engañe su apariencia, ella era terriblemente intimidante y gruñona.
—Sí, puede ser. Revisa su armario; dile a Lena que use lo que quiera y no importa si no lo devuelve, Pam tiene demasiada ropa, como para vestir a toda una pequeña ciudad.
Comencé a moverme gradas arriba, en medio camino escuché a Key decir:
—¡Y deja de destrozar todo lo que tenga puesto Lena!
Sonreí sabiendo que justo en esos momentos ella no tenía nada más que las sábanas para cubrirla.
Una vez que fui al cuarto de Pam y le conseguí algo de ropa a Lena, me fui al dormitorio y la encontré despierta y algo asustada.
—¿Qué sucede? —pregunté con preocupación genuina—¿Qué es?
Fui a su lado y la envolví en mis brazos.
—Yo… —se puso roja repentinamente—, creo que manché las sábanas.
Agachó la cabeza, avergonzada y apenada por habérmelo dicho.
Sus manos se aferraban a la tela así que hice que las soltara para poder ver.
Estaban manchadas con su sangre. Si no supiera que era normal que ocurriera, ya estaría llevándola al médico como una loca preocupada.
Pero igual no podía dejar de preocuparme.
—Tranquila —susurré, me acerqué a su frente y la besé— te traje pastillas por si dolía. Y algo de comida.
Deposité en su palma unos analgésicos y la atraje hacia mi regazo.
Ella dejó que la tomara entre mis brazos, y pegó su cabeza en mi hombro.
—Come —le susurré.
Ella aún parecía preocupada por las sábanas.
—Prometo limpiarlas. Relájate.
Ella suspiró audiblemente.
—Está bien.
Le dio un mordisco a la manzana que le ofrecí, y dejé que mis ojos se perdieran en lo mucho que enseñaba de su cuerpo. Creo que no se daba cuenta que tenía un pecho descubierto pero no iba a hacer que se tapara.
Lo miré con anhelo y apreciación.
—Creo que me dormí por horas —musitó viendo hacia mi rostro. Su cuerpo descansaba sobre el mío, ambas recostadas contra la cabecera de la cama.
—Dormiste poco —dije dándole una mordida a mi propia manzana. Estaba hambrienta pero no de comida.
Dios bendito, yo era todo una animal insaciable.
—¿Tú lograste descansar?
Negué con la cabeza.
—¿Qué hiciste mientras dormía? —preguntó.
—¿Sinceramente? —dije encogiéndome de hombros—, me puse a contar tus lunares.
Ella miró con esos ojos grises ahumados, y me sonrió divertida.
—¿Ah, sí? ¿Y cuántos tengo?
—Veintitrés. Tres en la espalda, dos en el brazo izquierdo, uno en tu mejilla derecha, dos en las piernas, uno en tu seno izquierdo cerca del corazón, uno en tu espalda y otro en tu nalga izquierda, y por último un pequeñito lunar en uno de los dedos del pie.
Se ruborizó y mentalmente la vi contar los números que le mencioné.
—No sabes sumar —dijo frunciendo el ceño—, esos son doce, no veintitrés.
Negué con la cabeza, sabiendo que ella me diría algo como eso.
—Son veintitrés —afirmé—. Doce de tu parte y once de los míos. Porque nena, cuando estábamos pegados, cadera contra cadera, te sentí como una parte vital de mi cuerpo. Es imposible que vuelva a sentirme como una sola unidad nunca más, así como es imposible que vuelva a funcionar sin ti.
Ella me miró de una manera íntima y tierna.
Llevó su mano hacia mi mentón para acariciarlo. Se estiró en mi regazo para poder darme un beso en la boca, beso que profundicé sin ningún problema.
Su lengua y mi lengua jugaban entre ellas. El sabor de la manzana recién fresco en nuestra boca.
Noté que poco a poco la sábana se le iba deslizando del cuerpo, dejando al descubierto sus dos pechos.
Ella se pegó a mí mientras yo hacía lo que tanto quise hacer desde que entré a la habitación: lamí sus senos y presioné su cintura.
La sábana pronto dejó todo su cuerpo al descubierto, hasta que finalmente y de alguna forma, volví a estar dentro de ella.
—¿Entonces no vas a ir a mi apartamento? —pregunté exasperado— ¿Pero por qué?
—Ya te dije, hoy tengo una cena familiar. Mi tía está empeñada en que la realicemos una vez al mes.
—¿Y no puedes faltar? —mi voz se oía miserable. La quería en mi apartamento, no necesariamente para repetir lo que estuvimos haciendo las horas pasadas (aunque eso sería ideal); sino viendo por lo menos una película, o comiendo comida chatarra, o simplemente estando juntas. Desnudas. La necesitaba demasiado.
Lena se giró para verme mientras terminaba de arreglarse el cabello.
La ropa de Pam le quedaba bien, aunque esa falda estaba algo corta para mi gusto.
—No, no puedo faltar —me tomó de los hombros y se impulsó sobre sus pies para darme un corto beso en los labios—. Y deja de poner esa cara, tú me conseguiste la ropa, ahora no te enojes por cómo me queda.
Antes de que se retirara, la abracé por la cintura y no la dejé separarse de mí tan fácilmente.
—¿Y no puedo...?
—No, no puedes venir conmigo o esa cena se va a convertir en una guerra nuclear. Recuerda que estarán Marie y sus padres, además creo que invitaron a la abuela Rose y, para ella, yo no soy la persona favorita del mundo.
Esta vez gruñí enojada.
No sé qué me pasaba, solo sabía que quería estar pegado a Lena como si mi vida dependiera de ello.
La besé una vez más, fuerte y duro. Chocando nuestros dientes e involucrando nuestras lenguas.
—Se me hace tarde —se quejó contra mi boca.
No me importó. Puse mis manos en sus bonitas nalgas y la subí para que nuestras caderas quedaran a la misma altura. Ella suspiró y gemí mordiendo su oreja.
La besé de nuevo, devorando su boca y moviendo ligeramente mis caderas para que pudiera sentirme hasta el fondo.
—Julia... es tarde, llévame a casa... —dijo en un susurro. Lamí y mordí una última vez sus labios hinchados, y disfruté de ver la mirada perdida que había en sus ojos.
—Está bien. Pero mañana eres toda mía y no te comparto con nadie —accedí.
Ella asintió y sonrió.
—Ahora dilo —exigí suavemente. Quería escucharla diciendo exactamente esas palabras.
—¿Que diga el qué?
—Que eres toda mía y que no te comparto con nadie.
Necesitaba oírla decir eso. Nunca tuve una relación exclusiva; jamás me importó lo que hacían mis novias anteriores, me daba igual con quién salían o a qué se dedicaban. Pero con Lena era demasiado sobreprotector. Sólo con mi sobrina era de esa forma, y con Carlo, mi perro. Pero ambos pertenecieron una vez a mi hermano mayor. Ahora yo era quien cuidaba de ellos.
Muchas veces sentía que nada de lo que tenía me pertenecía, incluida Lena. Tal vez ella no lo sabía, pero necesitaba desesperadamente escucharla decir que era sólo mía, al menos por ahora.
—Julia —dijo ella aún en mis brazos—, debes estar ciega para no darte cuenta de que soy toda tuya y que nunca dejaría que me compartieras con nadie. ¿Estás feliz ahora, mujer de las cavernas?
Sonreí satisfactoriamente y volví a besarla.
Después de unos minutos de besuqueos, bajamos a la primera planta y salimos de la casa sin encontrarnos con Key.
Me costó sacar a Lena porque se negaba a dejar las sábanas sucias y tuvo que lavarlas en la bañera (bañera que, dicho sea de paso, no pudimos usar debido al tiempo). Además, ella no quería bajar porque le daba vergüenza que alguien la haya podido escuchar en el momento más íntimo. Pero sabía que era raro que pasaran por esa ala de la casa, por lo general los hermanos de Key siempre estaban viajando y sus padres jamás se encontraban.
Continuaba lloviendo cuando salimos. En un arrebato tomé la cintura de Lena y la cargué hacia el vehículo, oyéndola chillar y reír.
—Llámame cuando termines —le dije una vez que ambas nos subimos al auto. Puse la calefacción porque el frío empezaba a hacerse presente, y dejé que ella manipulara la radio a su antojo.
—No creo que pueda hacerlo —me informó después de encontrar la estación que quería, dejó sonando una canción de Bruno Mars—. Perdí mi teléfono. Es probable que se haya quedado en el taxi junto con mi bolso.
Fruncí el ceño.
—¿No lo tendrá el infeliz que te estaba manoseando en el coche?
Ella suspiró.
—¿Giulio? No lo creo. Él seguramente está hablando pestes de mí frente a mi jefa. Me va a tocar buscar un nuevo empleo.
—¿Quieres trabajar conmigo? —pregunté con diversión. Sabía que ella se frustraba demasiado queriendo desentrañar “mi lado misterioso”, aunque yo tenía otro nombre para eso: “mi lado de mierda”. Población invitada: cero. Era por eso que no quería arrastrar a Lena o a nadie conmigo.
—¿Trabajar contigo? —preguntó sospechosamente— ¿en qué?
—Bueno, en mi puesto de limpia parabrisas en los semáforos, también se necesita la ayuda de alguien que haga un pulido rápido.
Me golpeó en el brazo.
—Deja de jugar conmigo y ponte en marcha. Mi mamá debe estar desesperada llamándome porque no le gusta llegar de primero a esas cosas familiares.
—De acuerdo, de acuerdo. Lo que mi nena pida, eso obtiene —le guiñé un ojo.
La vi sonrojarse y jugar con su cinturón de seguridad.
No habíamos vuelto a tocar el tema de la falta de condón y las probabilidades de que ese breve momento la pudiera haber dejado embarazada. Ella lucía nerviosa y presentía que era por algo más que haber tenido relaciones sexuales sin protección conmigo.
—¿Te ocurre algo? —pregunté mientras manejaba en la dirección que ella me indicaba—. ¿Estás bien? ¿No… no te lastimé, o sí?
—No, para nada. No es eso.
—¿Estás adolorida?
Su rostro se puso rojo. Era todo un placer verla sonrojarse.
Tomé una de sus manos y entrelacé sus dedos con los míos.
—Es un dolor que puedo soportar. Deja de preguntarme eso, es algo penoso —respondió con vergüenza.
—No lo es. Me preocupo por ti. No quiero que salgas lastimada por mi culpa, y te juro nena, que si Noah se nos adelanta, yo me haré cargo de los dos sin ningún problema.
Resopló. Al parecer lo que le dije no la tranquilizó.
—Julia, ya te dije que no estoy lista para tener un hijo. La próxima vez solo hay que ser más cuidadosos.
Sonreí, engreído.
—¿La próxima?
—Oh sí, muchas más. Eso fue… un experimento interesante —vi lo mucho que le costaba admitirlo. Su rostro se volvió rojo y desvió la mirada.
—Bien, ¿entonces qué es lo que tienes? ¿Qué ocurre?
—Es que… hoy pasó algo que me puso nerviosa… —admitió.
—¿Te refieres a nosotras dos, teniendo sexo?
Volvió a sonrojarse.
Sonreí sabiendo exactamente su reacción.
—Julia, deja de repetir que tú y yo lo hicimos.
—¿Hicimos qué? —la provoqué.
—Hicimos… eso.
—¿Eso? No entiendo —Sí lo entendía.
Ella resopló fuertemente, estaba más roja que antes. Pero solo imaginármela desnuda en esa cama, su piel sudada y los magníficos gemidos que salían de su boca, o cuando mordía mi hombro para evitar gritar… fue sexy. Ella era de naturaleza provocativa, no creía que lo supiera todavía.
Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para dejar de pensar en sus pezones rosados, y me concentré en el camino.
—Bien sabes de qué hablo. Deja de repetirlo, eres capaz de decirle a mi padre, pero te lo advierto Julia Olevogna Volkova, que si él se da cuenta, tú vas a tener que pagarle la hospitalización y el trasplante de corazón abierto. Además de eso, vas a tener que pagar tu propia hospitalización cuando acabe contigo.
Me reí en alto. Luego llevé nuestros dedos entrelazados juntas y los besé.
—No soy tan estúpida como para decirle a tu padre que su niña dejó de tener la virtud intacta gracias a una delincuente con el cuerpo tatuado. Ahora continúa con lo que estabas a punto de decirme.
—Oh, sí. Lo que pasó antes fue que me encontré con Mason —su voz subió unas octavas cuando mencionó el nombre del lame vacas. Lo llamaba lame vacas porque su boca se fruncía de una forma graciosa, hacia adelante, como si se estuviera preparando para lamer una polla. Su apodo original era lame pollas, pero Lena jamás me hubiera permitido decir eso frente a ella o frente a alguien más. En un arrebato lo llamé lame vacas.
—¿Por qué te encontraste a ese idiota? —pregunté de repente furiosa. Había algo incorrecto en ese tipo; algo sucio debajo de toda esa mierda limpia y pulcra que trataba de aparentar. Era como Eder, el novio de Marie, siempre con sus camisas polo y con sus pantalones bien planchados.
Ningún pelo fuera de lugar. Eso me decía que debajo de ese sujeto demasiado sincronizado y ordenado, se escondía su verdadera personalidad. Un día, mientras me escondía en la habitación de Lena, lo vi sentado en el sofá de la sala, analizando detenidamente la imagen de un hombre montado a caballo, anunciando algún tipo de cigarrillo en una revista.
Apostaría lo que fuera a que Eder era gay, ningún chico normal se ponía una capa de esmalte en las uñas. Sí, las noté.
A mi lado, Lena se puso muy nerviosa.
Su pie comenzó a moverse de arriba abajo.
—Es que él… él…
—¿Qué hizo ese lame bolas? —Mmm, lame bolas era un apodo tan bueno como lame pollas.
Soy una jodida genia.
—Creo que él me ha estado siguiendo.
—¿Por qué crees que te ha estado siguiendo?
No me gustaba cómo se escuchaba esto.
—Hace unos días me mandó un vestido blanco y otras cosas. Hoy fui a buscar a Giulio a su hotel y...
—Espera, espera —¿Había oído bien?—¿Fuiste a buscar a ese tipo a su hotel? ¿Acaso no eres consciente del peligro que corres? Él pudo tranquilamente haberte encerrado en su habitación y retenerte hasta que le diera la gana.
—Julia, déjame terminar. Para ya de regañarme. Fui por Giulio porque Laura me pidió el favor de mostrarle la ciudad, él es italiano y es el hijastro de ella. Yo solo...
—¿Y tu jefa le pide a su empleada, una completa desconocida para su hijastro, mostrarle la ciudad? Si quería conocerla solo tenía que contratar algún paquete de turismo. Esa mujer no me agrada y pienso decírselo.
—Por favor no te pongas así. Y no vayas a decirle cualquier cosa a mi jefa. Pronto comienzo la universidad y ella es la única que aceptaría que trabajara medio tiempo con mi sueldo completo.
Suspiré y fundí mis dedos con el volante, hasta hacerlos uno.
—De acuerdo, déjame ver si entiendo: el imbécil lame po... vacas, te está acosando. ¿Mientras tanto el italiano manos largas te estaba repasando con su lengua en un taxi?
Por esto era que no quería caer enamorada de nadie, los celos, ¡los jodidos celos! Dominaban mi cuerpo entero, me hacían parecer un perro territorial, solo me faltaba hacer un círculo de orina a su alrededor para indicarles al resto de perros que ella era mía.
—Solo recuerda una cosa, Lena —le advertí— antes de ir a besarte con cualquiera: soy una loca de los celos. La locura viene de familia, podría cometer cualquier delito solo por dejarle saber a los demás que eres mi chica, no de ellos.
Ella suspiró, entonces enarcó una ceja y me sonrió divertida.
—Tranquila, tigre, si no te relajas, tu piel comenzara a ponerse verde y pronto estarás rugiendo y destrozando la ciudad.
—Y aun así te seguiría causando mariposas en el estómago.
—¿Mariposas? Nop. Lo que tú provocas no son mariposas, son terremotos de alto grado que causan daño a mi sistema nervioso —dijo, con sus ojos puestos en la ventana del auto.
Detuve repentinamente el vehículo, estacionándome en la orilla de la calle. Ella miró a su alrededor, seguramente pensando en que había parado porque llegamos a la dirección que me dio. Pero no, lo cierto era que quería hacer otra cosa.
—¿Qué pasa? —me preguntó, sus ojos grises lucían temerosos— ¿Por qué nos detenemos? ¿Dije algo malo? ¿Vas a echarme de nuevo?
Detuve mi mano de avanzar hacia su mentón.
Era eso. Ella tenía miedo de que la volviera a sacar de la forma en la que lo había hecho antes.
Yo era una estúpida.
—No, nena, no es eso —tragué saliva— soy una hija de perra, ¿verdad? Me porté como una idiota contigo. Lo siento.
Llevé su mano a mi boca y la besé suavemente.
—Si no es eso, ¿qué ocurre entonces? —preguntó.
Suspiré.
—Solo quería devorar tu boca —admití sinceramente— te ves deliciosamente comestible en cada segundo del día. Estar a tu alrededor es como permanecer en estado de calentura constante; y siendo como soy, lo estoy echando todo a perder.
—Y siendo como eres, también sabes cómo arreglarlo —me tranquilizó ella.
—Ahora, dejando mis celos atrás, cuéntame más de lo que te está haciendo ese idiota.
Ya conocía la dirección de su casa, le daría una paliza que nunca iba a olvidar.
¡Por favor! Yo peleaba todo el tiempo con mi hermano cuando éramos niños, sé cómo dejar a un sujeto doblado en el piso.
—No sé qué le ocurre a Mason, él no era así. Él nunca intentó sobrepasarse conmigo cuando fuimos novios... Bueno, siempre se sobrepasaba pero jamás intentó obtener algo a la fuerza...
—¿Qué? —la interrumpí. Sentí que mis dientes se apretaban con fuerza—¿Qué es lo que acabas de decirme?
Respiré ruidosamente.
—¿Qué te ocurre? —me preguntó ella, entrando en pánico.
Puse el motor del auto en marcha, y aceleré a pesar de que no quería dejar tan pronto a Lena con los lobos de su familia.
—¡Julia! —chilló, sujetándose del asiento cuando notó que la velocidad aumentaba.
—Voy a matar a ese jodido lame vacas. Lo voy a desmembrar y haré que se coma sus propias bolas. Una por una, si es que ese imbécil las tiene.
—¿De qué hablas? Digo, de verdad no te estoy deteniendo de darle una paliza, pero por favor, si le causas algún daño permanente, la perjudicada vas a ser tú, puedes terminar en la cárcel.
—No me importa. Dime qué intentó hacer contigo. ¿Te forzó a algo?
—Pues...
—Lena —la miré mientras intentaba ver el camino a través de la lluvia— no me mientas y no lo protejas.
—Sí, intentó propasarse conmigo, pero su tío lo descubrió a tiempo antes de que las cosas se salieran de control —dijo finalmente ella.
—¿Cuándo ocurrió esto, y por qué cojones no me dijiste nada?
—No te lo dije porque pasó el mismo día que terminamos.
Un nudo se formó en mi garganta al recordar ese día.
Le dije que haría todo lo que estuviera a mi alcance para que me odiara. Tal vez, después de todo, debí de seguir con el plan original. Ella estaría mejor sin mí.
—Aun así, hubieras venido a mí y yo te hubiera ayudado.
La vi fruncir el ceño y morderse el labio, pensativa.
—Tú ni siquiera me querías en tu apartamento, ¿cómo hubiera podido contarte todo lo que te estoy contando ahora si ni siquiera me dejabas atravesar la puerta?
—Soy una estúpida. No te merezco y probablemente nunca lo haga, pero nena, el error que cometí al dejarte fue la mayor estupidez que he cometido —le dije.
—Por favor deja de decir cosas como esa.
—¿No quieres que vuelva a disculparme?
—No me refería a eso. Deja de decir que no me mereces.
Oh, mi dulce, inocente y hermosa Lena. Me regaló su virginidad y yo ni siquiera era la persona que ella creía.
Si tan solo supiera la clase de persona en la que me había convertido, ella jamás se me hubiera acercado, me evitaría a toda costa. Una vez le dije que yo era peor que un virus ébola, ahora me consideraba a mi mismo peor que la lepra.
—Lamento decírtelo pero es cierto. Si supieras quien es Julia Volkova no estarías tan tranquila, sentada a mi lado.
—Sé quién es Julia Volkova. Es la persona tierna y amorosa que me hizo el amor lenta y deliciosamente hace unas horas. Es la chica de celos adorables y actitud protectora que detuvo sus impulsos solo para ponerse un condón. Eres esa Julia que mataría al que mirara mal a tu sobrina, y que amas incondicionalmente a tu abuela. ¿Qué Julia crees que eres en realidad? Porque yo veo una diferente al que tú ves, yo veo a la real.
—¿Sabes? Podría besarte justo ahora —le dije, ella se ganaba un pedazo de mi corazón cada vez que decía esas cosas. No, olvida eso, ella era la dueña absoluta y completa, le pertenecía todo lo que yo era, no solo mi corazón.
Ella sonrió y se lamió los labios.
—Pero en serio, Julia, ¿podrías explicarme de una vez por todas el por qué no te merezco?
Evité su mirada y traté en vano de escuchar la música que sonaba a un nivel más bajo.
—Julia —Lena puso su mano sobre la mía— ¿acaso no confías en mí?
—Confío en ti con mi vida.
—¿Entonces por qué no quieres ser sincero conmigo?
—Porque me avergüenza que lo sepas.
Ella frunció el ceño.
—Oh, por favor, no me digas que eres casada y que tienes una familia secreta.
—No.
—Tampoco me digas que sigues una de esas religiones polígamas y que me quieres convertir en tu sexta esposa.
Reí un poco.
—No. Nena, deja de especular.
—Es que si nunca me vas a decir la razón, al menos tengo que adivinar de alguna manera.
Detuve el auto frente al complejo donde vivían los padres de Marie, pero Lena ni siquiera se dio cuenta de que ya habíamos llegado. Estaba pensativa y sus ojos se entrecerraban mientras intentaba averiguar qué rayos le estaba escondiendo.
—¿Eres bailarina exótica de noche, y de día practicas ballet? —siguió diciendo— ¿no? Bueno, entonces ¿no me digas que tienes la extraña obsesión de coleccionar uñas y hacer esculturas con ellas?
—No estás ni siquiera cerca —me desabroché el cinturón de seguridad y me acerqué a ella para darle un beso en la frente— ya llegamos.
—¿Y me vas a dejar así? ¿Con la curiosidad encendida?
—De acuerdo, de acuerdo. ¿Qué te parece si paso a recogerte más tarde y te cuento todo?
—¿Toda la verdad?
—Absolutamente, pero pasarás la noche conmigo —sabía que este día llegaría. Si después de lo que iba a decirle ella quería dejarme, yo no iba a retenerla, se merecía a alguien menos complicado que yo.
—Está bien. Pero tendría que decirle a mi papá que estaré en casa de Nastya.
—Bien, pequeña mentirosa. Ve adentro y, hazme un favor, patea el trasero de Marie si intenta ponerse demasiado ruda contigo.
Sin dejarla decir otra cosa más, atraje su cara a la mía y la besé de forma hambrienta.
Metí mi lengua dentro de su boca, lamiendo sus labios y jugando con su lengua. Saboreando el sabor de la última manzana que comimos antes de irnos de casa de Key.
En mis ansias, desabroché su cinturón y la tomé de su bello trasero para subirla a mis piernas, sin romper el beso.
Como su falda era demasiado ceñida y pegada al cuerpo, se me dificultó tenerla a horcajadas. Lentamente le subí la tela hasta la cintura y dejé que apoyara las rodillas en el asiento, regalándome así la vista de las bragas color rojo que le había conseguido.
Me puse a lamer su cuello, dejando besitos y bajando poco a poco la manga de su blusa con los dientes, besando, lamiendo y mordiendo su piel sensible.
De pronto sentí su pelvis buscando la mía, gruñí con gusto, encendiéndome más de lo que ya estaba.
—Estamos empañando los vidrios —le dije con orgullo, siempre quise empañar los vidrios con alguien importante.
Lena abrió los ojos y vio a su alrededor, como recordando que estábamos aun dentro del auto. Detuvo su pelvis y puso sus manos en mis hombros, separándose un poco para verme a la cara. Tenía una mirada graciosa.
—Los vidrios están polarizados —dijo examinándolos detenidamente.
Pasó una mano por uno de ellos, deslizándola hasta abajo.
—Sí nena. ¿Quieres continuar empañándolos?
Dibujó una cara feliz en el vidrio y sonrió al notar que yo esperaba su respuesta lo más seriamente posible.
—Será mejor que me vaya. Voy demasiado atrasada para la cena; seguramente me perdí la famosa ensalada con almendras que hace mi tía —rodó los ojos.
Me dio un último beso en la boca, y se bajó de mi regazo, acomodando todo lo posible su falda.
—Te llamo desde el celular de mi mamá cuando salga. Te quiero.
Salió en un abrir y cerrar de ojos. Ni siquiera pude despedirme apropiadamente, y tampoco pude gritarle lo mucho que la amaba.
En serio, yo amaba a esa mujer.
La vi correr bajo la lluvia, protegiéndose el cabello con las manos. ¿Por qué todas las mujeres hacían eso? Al menos yo no y nunca vi a un hombre resoplar porque se mojara el pelo.
Lena estaba a punto de ponerse frente a la puerta, pero aparté mis ojos de ella cuando una llamada entró a mi celular.
Conocía el número, mi identificador de llamadas la tenía etiquetada como Nancy, y sabiendo lo terca que era, nunca dejaría de llamar hasta que le contestara.
—¿Sí?
—¿Julia? ¡Por fin me recibes las llamadas! He tratado de localizarte todo el día.
—¿Qué quieres, Nancy?
—Es tu hermano. Hoy mordió a tres enfermeros que intentaron sujetarle las manos, y no ha querido tomar sus medicinas hasta que no vengas a verlo. Nos dice que quiere hablar contigo. Estoy algo desesperada por aquí.
Nancy era la enfermera de Aarón, mi hermano, llevaba toda la semana fastidiando para que fuera a visitarlo.
Pero ni ella ni nadie entendían mis razones para evitar verlo el mayor tiempo posible.
—Ustedes son gente capacitada, ¿cómo es que entre todos no pueden darle una pastilla?
La oí resoplar.
—¿Una? Él toma más de tres diarias. Está insoportable, incomoda a los otros pacientes y sabes que puede ser sancionado y lo enviaremos a otro centro de rehabilitación. Lejos, donde no te conviene. Por favor ven lo más pronto posible, si puedes, pasa por aquí mañana.
Suspiré con disgusto.
Desvié mis ojos en donde segundos atrás vi a Lena correr. Ya había entrado y solo la lluvia era visible en este punto.
—Está bien, estaré ahí mañana. Llevaré a alguien conmigo así que dame un pase para ella también.
—¿Es una ella? Mjmm, nuestra pequeña Julia está sentando cabeza.
—Nancy…
—Bien, dame sus datos y yo la registro como visitante.
Y así hice, platiqué un poco más con Nancy y me contó acerca del raro gesto que tuvo su esposo el otro día cuando le dio un ramo con flores de papel. Traté de oírla atentamente mientras me marchaba para ver a la abuela y a Nicole.
Nancy era de las personas que si las dejabas, podrían hablarte por horas y nunca cansarse.
La dejé continuar, contándole también un poco sobre Lena y lo tonta que me había portado últimamente.
—¿La abandonaste en la calle? —me gritó cuando llegué a la parte de hace unas horas—. Tienes que hacer más que fabricarle flores de papel, ¡tienes que comprarle flores verdaderas! Muchas. Y nada de esas comunes rosas rojas, ella merece algo exótico, que te haya hecho sudar el culo para conseguirle solo lo mejor.
—Wow, cuida tu lenguaje, nadie quiere una enfermera bocona.
Ella se puso a gruñirme y a darme consejos sobre cómo hacer que una chica me perdonara, y todas sus ideas incluían flores.
Finalmente colgó, justo a tiempo cuando llegué a la casa que alquilaba para la abuela. Estaba a veinte minutos de la ciudad. Escondida y anónima, oculta de los ojos curiosos.
Cuando bajé del auto, el primero en saludarme fue Carlo, lo traía para que pasara los fines de semana y luego lo llevaba devuelta a mi apartamento. No podía dejarlo a vivir permanentemente aquí porque la abuela no era muy amante de los animales como lo éramos mi sobrina y yo.
—¡Tía Julia! —la niña salió en mi encuentro y yo la tomé de la cintura para cargarla y darle vueltas.
—Sobrina piraña —le di besitos en el cachete con las cicatrices—. ¿Cómo estuvo tu día?
—Bien —respondió ella, divertida— ¿Y Lena? ¿No viene contigo?
Se puso a rebuscar por sobre mi hombro.
—No, pero ella vendrá después. ¿Ya comiste?
Asintió con la cabeza.
—Le tenía un regalo a tu novia —hizo un puchero y se puso a rebuscar algo en el bolsillo de sus shorts.
—Hoy aprendí a hacer éstas —sacó un puñado de estrellas hechas de papel—. Las hice yo solita. La abuela me compró papel de colores y marcadores para decorarlas.
—Que bueno. ¿Qué te parece si las ponemos en una botella y las guardas para dárselas a Lena cuando la veas?
—De acuerdo —intentó bajarse de mis brazos, y corrió hacia el interior de la casa—. ¡Ven tía Julia, hoy quiero que te aprendas una canción para que la cantes conmigo!
Rodé los ojos mientras ella no se daba cuenta, otra canción más e iba a sufrir una muerte por música pop.
Pero adoraba hacer feliz a la piraña y sabía que ella amaba cantar canciones en karaoke, la había aislado del resto del mundo para que nadie con malas intensiones le fuera a hacer daño, pero era en momentos como éste, en los que notaba la falta que le hacía no tener amigos de su edad.
Pasé cantando con Nicole hasta aprenderme la nueva canción que pensaba, definitivamente, cantársela a Lena hasta que se riera y perdonara toda mi estupidez. Así que cuando un número desconocido me llamó unas horas más tarde, supuse que sería ella con el celular de su madre. Lo primero que dije, o más bien canté, fue:
—Ups I did it again, I played with your heart…—me reí en el teléfono— ¿Qué opinas de la nueva canción que me sé?
Del otro lado de la línea había silencio.
—Mmm, ¿Julia? —Oh mierda. No era Lena. Pero sí era la voz de su madre.
—¿Sí? —me puse más serio y me aclaré la garganta.
—¿Tú estabas cantando?
—Pues…
—No me lo digas. Solo te llamaba para preguntarte si Lena estaba contigo.
—¿Lena? No. La dejé hace unas horas frente a la casa de su tía. ¿Por qué? ¿Qué ocurre?
—¿Estás segura que la dejaste allí?
—Completamente segura. Me estoy preocupando, ¿qué sucede?
—Querida, ella nunca se presentó en la cena.
Hunter- Mensajes : 103
Fecha de inscripción : 25/05/2015
Edad : 34
Localización : The Imperium
Re: PROHIBIDO ENAMORARSE DE JULIA VOLKOVA // LIA BELIKOV
Hola
minimo quien secuestro a Lena fue Manson ese tipo esta loco
ojala Julia lo encuentre y le de una paliza
siguela pronto
minimo quien secuestro a Lena fue Manson ese tipo esta loco
ojala Julia lo encuentre y le de una paliza
siguela pronto
andyvolkatin- Mensajes : 576
Fecha de inscripción : 27/05/2015
Re: PROHIBIDO ENAMORARSE DE JULIA VOLKOVA // LIA BELIKOV
:O Waaaa... Lena? de seguro fue el lame vacas xD oh pobre :c
Aleinads- Mensajes : 519
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Edad : 35
Localización : Colombia
Re: PROHIBIDO ENAMORARSE DE JULIA VOLKOVA // LIA BELIKOV
Capítulo 25
Juguemos a perseguir al ratón
Había cientos de hormigas caminando por mi brazo derecho.
Las podía sentir a todas mientras subían y bajaban sin piedad; algunas incluso llegaban a morder mi piel. Entonces se volvió demasiado difícil seguir durmiendo y tuve que abrir los ojos.
Lo primero que noté fue que mi cara estaba hundida contra un suave colchón, enterrada entre sábanas de color celeste.
Lo segundo en que me fijé fue que las famosas hormigas que sentí durante mi sueño, eran pequeños calambres que me perforaban el brazo ya que había caído dormida sobre él. Me dolía todo el cuerpo, especialmente el vientre y mi zona íntima.
También me dolían los músculos de las piernas y de los brazos, era como si hubiera estado haciendo una mini maratón de ejercicio todo el día.
Me estiré un poco en la cama, haciendo que la sábana se arrugara y se pegara contra mi muslo, fue allí cuando noté la gran mancha roja que tenía ésta.
Me erguí en mi lugar, recordando repentinamente todo lo sucedido en las horas pasadas.
Julia. Yo. Juntas en la cama.
Miré con vergüenza la mancha que difícilmente saldría si no corría a lavarla pronto.
En ese momento, Julia decidió hacer acto de presencia.
Llevaba dos manzanas en la mano, junto con un jarro de cristal lleno de agua.
—¿Qué sucede? —Preguntó alarmada al verme despierta— ¿Qué es?
La vergüenza me carcomía lentamente.
Intenté tapar lo mejor que pude las sábanas, pero tarde o temprano se iba a dar cuenta. Mejor decirle yo misma.
—Yo… creo que manché las sábanas.
Que se abra un hoyo en el suelo y me trague. O mejor, que se abra un portal a otra dimensión y me absorba.
—Tranquila —susurró ella, se acercó hacia mí y me besó en la frente no sin antes envolverme en sus brazos— te traje pastillas por si dolía. Y algo de comida.
Más vergüenza. No sé por qué la pena, digo, la acababa de ver desnuda y ella también me vio desnuda a mí, hasta hace poco terminó de moverse dentro de mí, pero aquí estaba yo, avergonzada al máximo y sin saber qué decir.
—Come —me presionó con la manzana.
La tomé y le di una buena mordida. Pero yo seguía viendo la mancha que era un recordatorio de mi virginidad perdida.
—Prometo limpiarlas. Relájate —me dijo ella. Finalmente asentí y estuve de acuerdo.
Ambas nos envolvimos en un abrazo y dejé que su piel se pusiera en contacto con la mía.
Me sentía tan maravillosamente adolorida.
Definitivamente iba a repetir esto con ella… Y media hora después lo estábamos repitiendo.
Lo disfruté un poco más esta vez, pero aún le costaba a mi cuerpo acostumbrarse. Con algo de práctica lo iba a superar rápido.
—Nena —murmuró Julia en mi oído, aún seguíamos unidos por las caderas y ella continuaba moviéndose de arriba a abajo. Mi pelvis también se encontraba con la suya en cada embestida.
Bajó su ritmo para seguir hablándome al oído:
—Ya conté bien los lunares —dijo con dificultad. Tenía aprisionadas mis manos, sujetas más allá de mi cabeza. Mi espalda comenzaba a arquearse y gotas de sudor se deslizaban entre nuestros cuerpos—. No son veintitrés como te había dicho.
—¿Ah?
Continuó con el torturador ritmo lento.
—Son veintidós. Uno era una mancha de chocolate.
Bajó su cabeza hacia donde estaba mi corazón y lamió mi piel.
Yo gemí de gusto.
—Creo que la próxima vez sería bueno involucrarlo —continuó—. Al chocolate, me refiero.
Una de sus manos, que retenía a las mías, se deslizó por el costado de mi cuerpo, bajando por mi pecho en donde se quedó masajeando uno de mis senos, luego continuó con el recorrido hasta llegar a mi trasero y lo apretó con fuerza, moviéndolo a su antojo. Sentí cómo encajaban nuestras partes juntas.
—Aquí, así se sentirá mejor —pronunció ella apretando mi trasero a su ritmo.
Detuve mis movimientos, me agarré a la sábana y arqueé imposiblemente la espalda.
Mi boca se abrió pero yo estaba perdida. Eché hacia atrás la cabeza y dejé que Julia se encargara de la situación.
—¿Duele? —preguntó después de unos segundos. En su frente se formó una capa de sudor.
Oh sí, dolía. Pero era esa clase de dolor que venía acompañado por una recompensa. Casi ni podías sentirlo en medio de ese mar de sensaciones que abrumaban por todas partes.
—Delicioso —logré murmurar finalmente. Apenas y podía comunicarme en monosílabos o vocales, así que fue todo un logro gruñir una palabra completa.
Su mano seguía moviendo mi trasero en círculos, sentía que iba a explotar repentinamente.
Me aferré aún más a la sábana y gemí sin ningún control o filtro de lo que saliera de mi boca.
Jodidamente delicioso.
Después de varios minutos logramos separarnos; estaba cansada, con hambre y me sentía gruñona porque no pudimos seguir así por más tiempo gracias a la estúpida cena a la que tenía que ir puntual. Lo hacía únicamente por mi mamá.
Me levanté de la cama, envolviendo la sábana alrededor de mi cuerpo y haciendo todo lo posible por tapar la mancha de sangre. Julia se sentó en la orilla, viéndome con diversión y algo de lujuria en sus ojos azules-grisáceos. Abrió las piernas y apoyó sus manos sobre la cama.
—Ven aquí —me dijo. Se rió de mi intento por cubrirme los pechos. La sábana siempre se deslizaba—. No te cubras, te ves hermosa vestida pero me encanta cuando no tienes nada puesto.
Me ruboricé y avancé lentamente hacia ella. Encontré sitio entre sus piernas abiertas, y él rápidamente no perdió tiempo quitándome la sábana. Me di cuenta que no solo la sábana estaba manchada de sangre, también lo estaba Julia, y obviamente tenía que estarlo yo.
Me encontraba bastante avergonzada como para pensar en otra cosa.
—Hey, mírame —me tomó del mentón y me obligó a mirarlo a los ojos—. Basta de sentir vergüenza.
Asentí débilmente con la cabeza, ella llevó sus labios a los míos y pronto estuve sentada sobre sus piernas.
Su lengua le daba atrevidas caricias a la mía, su mano subía y bajaba tocando todo mi cuerpo. Fue un beso que me encendió increíblemente rápido. Pero no había tiempo para más, de verdad tenía que irme.
Logré separarme un poco de su boca y disfruté oír el gruñido irritado que dio cuando en su lugar buscó mi cuello.
—Julia, ya se me hace tarde. Me voy a duchar y espero que me lleves a casa de mi tía.
—Mmm sí, es buena idea. Ducha —se levantó aun cargando conmigo y yo chillé sujetándome a su cuello.
—¡No seas tonta! Me voy a bañar sola, si entras conmigo ninguna de las dos va a querer salir después.
Ella detuvo las atenciones que seguía dándole a mi cuello, y me miró con sus ojos confundidos.
—¿No nos vamos a bañar juntas?
Negué con la cabeza.
Me mordí el labio, era como estar viendo a un niña pequeña cuando le dices que no puede tener lo que quiere. Se miraba perdida.
Me bajé de sus brazos y le di un último beso, me encerré en el baño y pronto recordé las sábanas. Abrí un poco la puerta sólo para encontrar a Julia, desnuda, viendo hacia donde yo me encontraba.
—¿Cambiaste de opinión? —su mirada era esperanzadora cuando me lo preguntó.
Negué con la cabeza.
—Pásame la sábana —dije sin ruborizarme esta vez.
Ella rodó los ojos pero hizo como le pedí.
Finalmente bajamos y nos fuimos de casa de Key. Me iba a morir de la pena si tenía que verlo después de lo que habíamos hecho en uno de los cuartos de su casa, pero al final todo salió bien.
Mientras bajaba del auto, después de nuestro viaje de media hora en el que sucedió de todo, me puse feliz. Finalmente Julia se abriría a mí y me contaría lo que tanto parecía atormentarla desde hace años. Pero lo entendía, Christian Grey se tardó quinientas páginas para decirle a Anastasia que su madre consumía crack, y tomó cerca de dos libros contarle la razón del por qué le gustaban las morenas y no las rubias.
Le daría un poco más de tiempo a Julia, aunque no entendía muy bien qué era lo que quería explicarme si, con todo y sus complicaciones, nunca cambiaría ni una sola cosa de ella.
En mi cara había una gran y enorme sonrisa que parecía no caber dentro de mi rostro. Pensé que la sonrisa no se borraría con nada de lo que sucediera esta noche en la cena, en casa de mi tía. Pero estaba equivocada.
Mi sonrisa murió cuando lo vi a él, escondido detrás de una pared falsa que ocultaba a toda una plantación de margaritas.
No puede ser. No puede ser. No puede ser.
Revisé dos veces para ver si mis ojos no me estaban jugando una mala pasada.
No.
Estaban bien. De verdad había un chico de cabello marrón y ojos café esperándome cerca de la puerta de entrada. No pude verlo desde el auto de Julia ya que se estaba escondiendo, pero cuando me acerqué lo suficiente, pude distinguirlo a la perfección.
Se encontraba ahí, bajo la lluvia, esperándome.
Sabía que era yo a quien buscaba porque sus ojos se agrandaron con placer no disimulado al verme.
—¿Qué haces aquí? —dejé escapar. Quería girarme para ver si el auto de Julia seguía en el mismo lugar. Desde ya estaba arrepentida por haberme ido de la seguridad y confort que me ofrecieron sus brazos.
—Vine a buscarte.
—¿Cómo sabes que me iba a encontrar aquí? —pregunté algo nerviosa.
Giulio se encogió de hombros y se retiró el flequillo de la frente con una mano.
—Dejaste esto en el taxi —Levantó mi teléfono celular y lo sacudió un poco para probar su punto—. Tu madre te ha llamado treinta y cinco veces y te ha dejado cerca de veinte mensajes de texto ordenándote aparecer en esta dirección. Yo solo vine para devolvértelo.
Me acerqué, uniéndome a él detrás de la pared.
—Gracias. Oye, lamento lo de esta tarde. De verdad estoy muy avergonzada por todo lo que...
—No, no. Olvídalo. No hay problema —me sonrió, mostrando sus hoyuelos y restándole importancia al asunto—. Veo que todo salió bien al final.
Con sus ojos me repasó de los pies a la cabeza.
Un escalofrío me recorrió el cuerpo cuando noté que él se quedaba viendo fijamente entre mis piernas. Por un momento me alarmé, pensando que podía adivinar qué estuve haciendo las horas pasadas, pero rápidamente habló:
—Traes ropa diferente. Te ves hermosa con lo que sea que te pongas.
Se me secó la boca intentando hablar.
—Mira, Giulio, yo no sé qué te haya dicho Laura de mí pero no soy quien crees. Yo tengo novia. Ella puede ser exasperante algunas veces, y algo cabezota en otras ocasiones pero...
Giulio me dedicó una pequeña sonrisa, encontrándome divertida repentinamente.
—Lo entiendo. Aunque no te voy a pedir disculpas por la forma en la que te besé, lo disfruté mucho. En cambio sí pido disculpas por no disimular la atracción que siento por ti.
Me tomó por sorpresa lo que dijo.
—Te ruborizas de manera adorable, ragazza.
Agaché la cabeza y fruncí el ceño.
—Bien. Será mejor que vuelva —me disculpé antes de que el asunto se pusiera más extraño—. Voy tarde para la cena y necesito estar allí.
—De acuerdo, de acuerdo. Toma tu teléfono.
Extendió su mano y me lo entregó con delicadeza.
—Gracias. ¿No viste de casualidad mi bolso?
Él negó con la cabeza, desviando la vista hacia mis labios.
Esto era muy incómodo, jamás alguien había tenido el descaro de desnudarme con la vista como lo había hecho él... o Cliff, mi antiguo jefe. O Julia en más de una ocasión, pero con ella era distinto.
—¿Me haces un favor? —preguntó Giulio.
—Claro.
—¿Puedes darle la dirección de mi hotel al taxista? Está esperándome en la siguiente calle y yo olvidé completamente dónde me estoy quedando.
Sonreí y asentí alegremente. Comencé a seguirlo cuando caminó por el lateral de la casa de mi tía y nos resguardamos de la lluvia bajo el alero del techo.
—Tengo una pregunta —hablé mientras caminábamos por el patio, todas las ventanas que pasábamos estaban cubiertas por las cortinas, pero fui capaz de escuchar la voz de mi madre provenir cerca de la cocina. Ella estaba discutiendo algo sobre mi papá.
—¿Qué quieres preguntarme? —dijo Giulio.
Regresé mi atención a él y recordé lo que segundos antes iba a decirle.
—Quería saber por qué estás quedándote en un hotel y no en casa de Laura.
—¿Quién?
—Tú. ¿En casa de Laura?
—Oh, sí. Es que no quería incomodarla. Además, me siento mejor atendido en los hoteles.
—Oh.
—Oye, ¿quieres ir a tomar algo conmigo? Pasé por un bonito bar de camino aquí. ¿Qué dices? ¿Me acompañas?
—Es que no puedo —me excuse—. De verdad tengo que estar en esa cena esta noche o mi madre es capaz de atormentarme hasta en mis sueños.
—Por favor. Prometo no morder… mucho.
Tragué saliva.
—Yo creo que lo mejor será que lo dejemos para otra ocasión. Lo siento.
—Es una lástima. Si hubieras dicho que sí, no me vería en esta situación.
—¿En cuál situación? —Nos detuvimos en el patio trasero, la lluvia ya no molestaba tanto como antes y habíamos dejado un poco atrás la casa.
Un viento frío se coló por mis huesos.
Giulio se paró demasiado cerca de mí, rompiendo mi espacio personal.
Yo retrocedí pero él fue rápido en tomarme de la cintura para evitar que me fuera.
—En esta situación —habló él en mi oído. Entonces pasó su lengua a lo largo de mi mejilla.
—¡Giulio! —grité intentando zafarme de sus brazos, logré separarme lo suficiente como para limpiarme la mejilla— ¡Yo no soy esa clase de chica que piensas! Tengo novia. ¿Qué crees que haces?
—¿Sabes qué? Estoy cansado que me llames Giulio. Ese no es mi nombre.
—¿Qué?
En algún lugar de mi subconsciente había una personita gritándome que corriera y huyera de él. Pero entré en pánico y me paralicé.
—Que.mi.nombre.no.es.Giulio. —me tomó del brazo y comenzó a arrastrarme hacia la bodega abandonada que había en casa de mi tía. Ni siquiera supe cómo reaccionar porque en un momento estaba frente al NO Giulio, y al siguiente estaba Mason esperándonos en la puerta de la bodega.
Ay no, ay no ay no, ay no.
—Me llamo Dante.
—¿Cómo es posible que conozcas a Laura? —de todas las preguntas, hice la más estúpida en una situación así.
Debería estar gritando, corriendo y huyendo de este par, pero continuaba en shock.
Mason me sonrió una vez que estuve a su alcance.
—Lo siento por lo que sea que te haya dicho este idiota —dijo él, señaló a Giulio… Dante—. Pero es que es muy difícil llamar tu atención, preciosa.
Para cuando mis piernas funcionaban, era demasiado tarde. Una mano se deslizó por mi rostro y me tapó la boca.
Pronto sentí a alguien empujándome hacia la bodega, cerraron la puerta detrás de mí, dejándome en completa oscuridad, pero duró aproximadamente unos segundos ya que la luz se encendió iluminándolo todo. Como a Marie que estaba parada cerca del interruptor.
Había caído en el suelo así que lentamente me puse de pie, mirando fijamente a mi prima con su cabello naranja, sonriéndome como si conociera un secreto que yo no.
—¿Qué están haciendo los tres juntos? —tartamudeé.
Ellos hicieron un semicírculo a mí alrededor.
Miré a Mason, a Giulio (o como sea que se llame) y a Marie.
Pero fue esta última quien respondió por todos:
—Nosotros solo queremos jugar este juego que se llama persigue al ratón.
Mis pies automáticamente retrocedieron un poco.
—¿Y adivina qué? —pronunció Marie—. Tú eres el ratón.
—¿Estás bromeando? No es divertido. Me voy de aquí.
—No es una broma. Mason te tiene ganas desde hace mucho tiempo —continuó diciendo ella—, ¿le vas a negar al hombre una follada?
Mis rodillas temblaron un poco.
Disimuladamente busqué la manera de poder salir pero Giulio tapaba la única puerta de entrada y salida.
Recordé que todavía tenía mi teléfono en la mano, bajé la vista para intentar una llamada rápida. Antes de poder terminar de formular mi idea, Mason ya estaba arrebatándome el celular y lo lanzó contra la pared, haciendo que la pantalla se pusiera negra.
—Nada de llamadas. No queremos gente entrometida —me dijo—. Ahora, si no les molesta, no quiero público aquí.
Marie se rió en voz alta.
—Mason, si te dejamos solo con Lena, ella es capaz de patearte en las bolas antes de que llegues a quitarte los pantalones. Deja que Dante se encargué, él tiene experiencia atando y amordazando de buena manera.
Ella le guiñó un ojo y le dio una palmadita en el trasero.
Oh Dios, Marie salía con él. Era más que obvio.
Mi corazón palpitó más rápido de lo que ya estaba palpitando.
Tenía miedo.
Verdaderamente estaba muy asustada. Ellos eran tres, y yo sólo era… yo.
—No entiendo —balbuceé de manera nerviosa—, ¿cómo se conocen?
—Yo conocí a Dante en navidad —respondió Marie—. Él vino esta semana al país y le pedí el favor de hacerse pasar por el hijo de tu jefa mientras Mason distraía al Giulio real.
—¿Cómo sabías que mi jefa me pidió ver a su hijastro? —aun no le encontraba lógica.
—Mason te vigila como un halcón. El tipo está realmente obsesionado contigo, y fue él quien se enteró gracias a una chica regordeta que trabaja contigo. Sé que no debería estar diciéndote esto pero, aun cuando Mason estaba en la cama conmigo, decía tu nombre en voz alta cada vez que culminaba.
Retrocedí asustada hasta dar con una pared. Cuando quise moverme, alguien me retuvo de los brazos. Fue ahí cuando supe que no era contra una pared que había chocado, era contra el italiano que se hizo pasar por el verdadero Giulio.
—¡Mierda! Marie cierra la boca —gritó Mason.
—Ups, supongo que esto es mucho para los oídos virginales de Lena.
—Ni tanto —respondió él en tono acusador. Yo solo podía quedarme parada como una idiota mientras los veía intercambiar comentarios.
—¿Qué hiciste esas tres horas en esa casa lujosa a la que Julia te llevó? —me reclamó él de repente—. ¿Y en su auto? Cuando pasé hace unos minutos atrás, tenían los vidrios empañados.
Mieeeeeeeeeeeeeerda.
Mason se acercó hacia mí y yo no pude retroceder o moverme ya que Dante me tenía agarrada y sujeta en mi lugar. Cuando Mason estuvo delante de mí, me tomó de las caderas y las pegó contra las suyas.
—Responde Lena.
—Uuuu —se burló Marie, ella se había sentado en una gran mesa de madera que estaba en el centro de la bodega—. Con que Mason salió un amante celoso. Y Lena, ¿verdad que Julia es todo una semental en la cama? Oh, pero como fue tu primera vez seguro dolió mucho para disfrutarlo.
Mi rostro se puso de color escarlata.
Me sentía furiosa con ellos, no tenían derecho a tratarme de esta forma.
—¿De verdad le diste a esa tipa tu primera relación sexual? —preguntó abiertamente Mason. Yo seguía muda y ahora me temblaban las comisuras de los labios.
Detrás de mí, Giulio/Dante me retuvo más fuerte de los brazos mientras sentía bajar su boca por mi cuello y aspirar una buena bocanada de aire.
—Ella huele a sexo —dijo él. Cerré los ojos y presioné muy fuerte mi mandíbula. Respiré de manera agitada cuando Mason se acercó para oler mi cuello también.
—Por favor no hagas esto —susurré entre dientes. Odiaba sentirme de esta manera.
—Dante —dijo Mason— sostenla solo de los brazos, detrás de su espalda.
Él hizo como se le pidió, y Mason aprovechó mi confusión para llevar una mano detrás de mi nuca y presionar de manera desenfrenada nuestros labios juntos.
Sus dientes chocaron con los míos, su lengua se metió a la fuerza por mi boca y sus manos tocaron mis muslos, levantando mi falda poco a poco.
Cuando se me presentó la oportunidad, le mordí la lengua, saboreando instantáneamente pequeñas líneas de su sangre.
Eso provocó que él se separara rápidamente de mí. Lo vi tantear su lengua con dos de sus dedos, y después me miró encolerizado.
—Lena, ¿qué acabas de hacer?
Él alzó su mano y cayó sobre mi mejilla con un sonido pesado.
Mason acababa de golpearme, me dio una cachetada que logró que mi rostro girara unos cuantos grados.
Pude sentir cómo se hinchaba parte de mi labio inferior.
—Auch, eso debió doler —dijo Marie riendo—. Ten cuidado con un chico obsesionado, esa es la regla número uno. Creo que se te olvidó recordarlo.
Miré con horror hacia Mason, las lágrimas corrían libremente por mi cara.
—Lo siento mucho, Lena —comenzó a disculparse con genuino arrepentimiento—. Oh, preciosa. Lo lamento.
Corrió a tomarme el rostro y pasó su dedo índice por mi labio roto.
—Eres un degenerado, aléjate de mí —hablé entre dientes. Tenía que dejar de llorar. Estaba furiosa y con miedo pero definitivamente no iba a permitir que el abuso continuara—. Si querías conquistarme esta no era la forma.
—Tienes razón —respondió él—. Y como la oportunidad nunca se me iba a presentar, lo estoy haciendo suceder. Dante, por favor lleva a la señorita Lena a la mesa que está por allá y átale las manos juntas.
Señaló en donde Marie estaba sentada de piernas cruzadas.
Ella se bajó de la mesa y pasó la palma de su mano por la superficie, quitándole el polvo y algunos clavos oxidados que se fueron acumulando con el pasar de los años.
Tragué duro y miré a Mason con incredulidad.
¿De verdad iba a hacer esto?
Dante me llevó a rastras hacia la mesa. Me tomó de la cintura y me lanzó contra la dura madera.
—¡No lo hagas, por favor! —grité.
Comencé a golpearle el pecho, queriendo apartarlo de mi camino pero no parecía tener ningún efecto en él. Era tan sólido como una roca.
Protesté y pateé todo lo que estaba a mi alcance pero al final él logró recostarme en la mesa, arrancándome algunos botones de la blusa durante el proceso.
—Marie, ayúdame —le dijo a mi prima. Ella se acercó a mi cabeza y Dante le pasó mis manos mientras él subía a la mesa y se sentaba a horcajadas sobre mi estómago, haciendo que instantáneamente se me dificultara respirar porque todo su peso estaba concentrándose en mi costado.
—Tengo una idea: pon tus rodillas en sus brazos. Es una buena manera para evitar que se mueva —le ofreció Marie—. Esto va a ser muy divertido.
Dante pareció pensárselo por un rato.
—Oye, Mason —dijo finalmente— creo que podrías compartirme a tu chica después. Cuando termines quiero meterme también entre sus piernas. Tiene una bonita piel, tengo curiosidad por saber cómo sería tocarla en todas partes.
Temblé al oír sus palabras, imaginándome lo horrible que sería.
Marie se echó a reír como hiena; ella ejercía una gran presión en mis muñecas para tratar de retenerlas. Me moví para zafarme pero mis esfuerzos eran en vano.
Más lágrimas salieron de mis ojos.
—¡Suéltenme! —chillé— ¡Ayuda! ¡Por favor, ayúdenme!
Mason se apresuró a tapar mi boca y les dio miradas sucias a Dante y a Marie.
—¡Quítate de encima de Lena! —gruñó él hacia el primero— ¿No te das cuenta que la estás dejando sin aire? ¡Bájate!
—¿Si me bajo ahora no crees que va a intentar huir? Me necesitas, admítelo.
—Yo pienso que con un poco de cinta adhesiva se solucionarán nuestros problemas —sugirió Marie—. Mason, toma sus manos, voy a entrar a la casa y buscar un poco. Además se supone que tengo que estar en esa horrible cena; por cierto, Lena, tu madre está haciendo el show de su vida besuqueándose con un hombre mayor. Supongo que el exhibicionismo se hereda.
Mason soltó mi boca y yo aproveché para gritar:
—¡Eres una malagradecida! —escupí, literalmente, a Marie en la cara—. ¡Suéltame! ¡No te he hecho nada para que me trates de esta forma!
Ella se limpió el rostro con una mano, cerrando los ojos y presionando su mandíbula de muy mala gana; luego comenzó a reír sin humor y con fuerza cuando escuchó que volví a repetirle lo que dije anteriormente.
—¿Que no has hecho nada? —rió de nuevo—. lena, ¿de verdad no sabes lo que me has hecho? Eres una grandísima idiota.
Ella soltó mis manos para ponerse frente a mí y verme a la cara. Dante seguía sobre mi estómago y me costaba respirar o pronunciar bien las palabras porque me quedaba sin aire.
Luché para quitarlo de encima, pero no fue necesario hacer grandes esfuerzos porque Mason lo agarró de la camisa y lo empujó al suelo.
Respiré de manera agitada.
—En serio, no entiendo lo que te hice —dije tratando de recuperar el aliento.
—¿Quieres que te lo explique, tú, perra egoísta? ¡Naciste! Eso fue lo que hiciste. Siempre fuiste el centro de atención de esta familia, hasta mis padres te prefieren mil veces antes que a mí.
Resoplé tratando de reír pero me dolía el estómago por cargar con el peso del falso Giulio.
—¿Estás loca? Espera, no respondas a eso. Tú les dices a tus padres que la luna es azul y ellos te lo creen y matarían a todo el que piense lo contrario ¿y estás celosa de mí?
Me recompuse y logré arrastrarme hasta llegar a orillas de la mesa. Mason tenía agarrado a Giulio por el cuello de su camiseta, los dos estaban discutiendo por algo. Aproveché para sentarme y luego ponerme en pie.
Me tambaleé un poco cuando toqué el suelo, e inmediatamente me agarré a la mesa. Esta era mi oportunidad para salir y escapar.
—Mis padres no me creen —dijo Marie, sus ojos se empezaron a volver acuosos—. Aparentamos ser la familia perfecta frente a los demás pero la realidad es otra cosa. Ellos me castigan horriblemente, tú no tienes idea de lo que hacen, tengo toda la espalda llena de cicatrices. Mi mamá siempre ha sabido que yo he tenido más de un novio, ella fue la que me enseñó a encubrirlo todo. Claro que tú no sabes lo que es, te tocaron los mejores padres del mundo. De niñas, siempre te dejaban jugar, ensuciarte, divertirte y hacer lo que querías mientras yo estaba en las odiosas clases de piano.
—¿Y tienes que comportarte de esta manera? ¿Ser una perra sin corazón ante las personas que sí lograron obtener lo que tú no?
Marie pasó de estar melancólica a estar realmente cabreada conmigo.
Yo apenas y podía mantenerme erguida, me dolía el costado izquierdo y eso no me permitía estar totalmente de pie.
—Creo, prima, que en estos momentos deberías escoger bien tus palabras —dijo ella con voz amenazante.
—¿Qué es lo que quieres de mí? —pregunté—. ¿Vengarte porque yo tuve una niñez normal? Desearía entenderte pero no lo hago. ¿Por qué estás siquiera ayudando a Mason?
—Porque por muy patético que suene, lo entiendo. Entiendo esa desesperación porque alguien te ame de la misma forma en la que tú lo amas. Hasta yo hice todo lo que pude por retener a Julia pero soy capaz de reconocer cuando doy por perdida la situación. Sé que él está enamorado de ti, se le echa de ver hasta en los poros...
—¿Y qué? ¿Eso te molesta tanto como para hacerme esto?
Ella se quedó pensativa por un momento y llevó ambas manos a su cadera.
—Me molesta lo suficiente como para ayudar a ese psicópata de Mason —respondió en voz baja—. Además, estaba cansada de verte obtener lo que yo quería. Esta vez va a ser muy diferente; ¿no has oído que por cada gota de felicidad viene un litro de desdicha? Considera esto como los litros que has venido acumulando a lo largo de los años. Estaremos a mano.
Antes de poder responderle con algo amargo, una mano se deslizó por mi boca y mi abdomen, presionándome con fuerza.
Mi cuerpo entró en lucha y se tensaron mis músculos; sentí una respiración en mi nuca y unos dedos que se metían lentamente dentro de mi blusa.
—Ya arreglé todo con Mason —dijo Giulio/Dante. Su lengua se metió dentro de mi oído y yo protesté pero lo único que salía de mi boca eran palabras mal pronunciadas—. Yo te follaré primero y luego sigue él. Piénsalo de esta manera: yo le caliento el lugar mientras espera su turno.
Gruesas lágrimas llenaron mis ojos y me nublaron la visión.
—Ahora a lo que vamos —siguió diciendo él—. Te quiero muy calladita y obediente cuando te ponga en la mesa de nuevo. Nada de bajarse o moverse demasiado, te puedes hacer daño, linda.
Siempre tapando mi boca, me llevó a la mesa en el centro de la bodega; me subió y rápidamente vi a Mason sujetar mis manos inquietas sobre mi cabeza, poniendo sus codos en mi antebrazo y entrelazando sus dedos con los míos.
—Marie, consigue algo para que aquí Elena no nos delate cuando grite.
Marie sonrió y salió por la puerta.
Me removí en mi lugar pero rápidamente Dante se subió a mi lado. Esta vez no se montó encima de mí sino que esperó sentado.
Las lágrimas bajaban hasta introducirse en mis oídos y cerré los ojos para evitar ver a Mason.
No podía creer lo que iban a hacerme, los dos. Me sentía herida, furiosa, lastimada y asustada.
Mientras esperaban por Marie ninguno dijo nada, hasta que ella apareció y cruzó la habitación para entregarle a Dante un pañuelo negro.
Él la quedó viendo con escepticismo.
—¿Qué es esto? —exigió.
—¿Qué? ¿Crees que en mi casa abunda la cinta adhesiva que usan los violadores para callar a sus víctimas? Pues te aclaro que esas cosas son caras y no hay ningún rollo en todo el lugar. Confórmate con una bufanda.
Dante resopló y procedió a retirar su mano de mi boca para, rápidamente, enrollarme la tela alrededor de la cabeza.
Me moví tratando de apartarme pero fracasé en el intento. Lo único que provoqué fue que una de las esquinas angulosas del reloj de muñeca que usaba Dante se prendara en mi labio inferior y me lo perforara. Saboreé un poco de sangre antes de que la venda lo cubriera todo y apretara.
Después de eso, se movió hasta quedar cerca de mis piernas; las agarró e intentó abrirlas pero yo mantuve mis rodillas pegadas una contra la otra.
—Bebé, no te resistas —dijo Dante con una sonrisa odiosa en el rostro.
Él llevó sus manos hasta mis rodillas pero antes de que llegara más lejos, lo pateé y lo empujé.
Moví los pies, que eran los únicos miembros de mi cuerpo que estaban libres y podía utilizar, pero Dante fue rápido en agarrarme de la pantorrilla y retenerme.
—Deja de luchar, preciosa —susurró Mason en mi oído.
Cerré los ojos y luego los apreté, deseando desaparecer por arte de magia y huir de los tres. Sollocé con fuerza cuando sentí que mis piernas se cansaban y Dante aprovechó mi breve momento de debilidad para tomarme de los pies y quitarme los zapatos, lanzándolos al suelo.
Finalmente abrió mis piernas y separó mis rodillas, posicionándose cada vez más entre mis muslos.
—Prometo que no va a doler —me dijo mientras sus manos subían poco a poco mi falda.
Quería gritar y suplicarle que no hiciera eso. Que me soltara.
Deseé con todas mis fuerzas que alguien me encontrara a tiempo y me evitaran este mal recuerdo que me duraría para siempre.
Las manos de Dante se pasearon por mi cintura y debajo de mi blusa. Tocó mi vientre y llevó uno de sus dedos a mi ombligo, rodeando y acariciando la sensible piel. Luego se movió por la cintura de mi falda y deslizó su mano hacia abajo, casi rozando mi zona íntima.
Marie miraba todo con humor desde la distancia, se cruzó de brazos y se apoyó contra una pared.
En este punto yo anhelaba desmayarme y así no tener ningún recuerdo de lo que iba a suceder.
—Pronto va a acabar —dijo Mason con voz ligera.
Lo odiaba, se merecía una muerte lenta y dolorosa.
¿Cómo podía hacerme esto? ¿No se supone que me amaba?
¿Cuándo el amor se convirtió en obsesión, y la obsesión en abuso?
Rogué en silencio porque mi sistema se apagara al menos por lo que quedaba de este día. No quería recordar la manera en que Dante estaba tocándome ahora, moviendo mis caderas en círculos y separando mis rodillas. Me sentía tan impotente y desolada.
Me iba a sentir sucia por el resto de la vida.
Por favor Lena, desmáyate. Desmáyate y olvida todo. Por favor...
Pero antes de seguir con mis patéticos ruegos, escuché a Dante reír. Marie también reía y se sostenía el estómago como si le doliera tanta risa.
Pronto, y sorpresivamente, Dante se quitó de entre mis piernas y se bajó de la mesa.
Mason quitó sus codos y se apartó también.
No esperé ni un segundo más y me senté, mirando cómo Marie se reía.
—¡Mira su cara! —gritó señalándome.
Me bajé de un salto de la mesa e inmediatamente me mareé cayendo al suelo.
Mason corrió a mi lado para sostenerme de la cintura pero yo lo aparté.
No entendía qué estaba sucediendo. Tal vez los milagros sí ocurrían e iban a dejarme ir.
—Déjame ayudarte —me ofreció Mason, evitando verme a los ojos. Acercó su mano a la venda de mi boca y deshizo el nudo que me habían hecho.
Lentamente me puse de pie, pegándome a la pared más cercana. Los miré uno a uno.
Lágrimas salían apresuradas de mis ojos y marcaban el camino por el que transitaban las siguientes.
—¡Caíste! —chilló Marie riendo con ganas—. Oh, esto no tiene precio. Deberías haber visto tu cara, Lena.
—¿Qué? —logré articular con voz rota.
—¿Recuerdas cuando me apuntaste con un arma de burbujas y me hiciste confesar delante de mis padres que me acostaba con quien sea? Pues esto es mi forma de devolverte una cucharada de tu propia medicina.
—¿Qué? —volví a repetir, incrédula.
—¿Ella es de lento entendimiento o qué? —preguntó Dante.
—Lena, los tres nos unimos para hacerte creer que ibas a ser violada. Aunque debo decir que a Mason se le pasó un poco la mano con lo de la cachetada. Pero igual fue perfecto.
Sus palabras entraron lentamente por mis oídos, a mi cerebro le costó cierto trabajo digerirlo.
—¿Te tomaste tantas molestias solo por vengarte de mí? —dije con los dientes apretados. Me sentía demasiado cansada, herida y enojada.
—Claro. Soy tan buena actriz. ¿De verdad creías que envidié tu vida? Naaa, para nada. Tampoco es verdad lo de mis padres; ellos siguen creyendo que su hija adorada es una flor inocente.
—Eso fue divertido —murmuró el italiano.
Noté que Mason no decía nada y no se rió junto con ellos. ¿Entonces tampoco fue real el que me acosara?
No quería estar ni un segundo más en esa bodega con ellos.
Tomé mis zapatos y mi pobre teléfono destartalado, y moví mis pies en dirección a la salida.
Antes de salir por completo me giré para encarar a Marie.
—Eres una perra —dije fríamente—. Te mereces todo lo malo que te pase, y tú —señalé al italiano—. Púdrete, idiota.
En un arrebato me acerqué a él y le di una cachetada; luego avancé hacia Marie y, en lugar de prepararme para clavarle el tacón de mi zapato, me paré frente a ella y la miré fijamente.
—Vaya, no te tomas a bien una pequeña broma —dijo encogiéndose de hombros.
—Eres una estúpida. Con eso no se bromea.
Parpadeé las nuevas lágrimas que acudían a mis ojos. No dije nada más y salí apresurada de ese espantoso lugar. No sabía si estar feliz de que solo se tratara de una broma, o asustada por lo rápido que ella podría haber dejado que todo pasara a otro nivel más peligroso.
Cuando salí, fui a dar directamente con la lluvia y, en vez de contarle a todos lo que hizo la sanguijuela de Marie, corrí con una dirección plasmada en la mente.
Decidí irme a pie, quería que la lluvia lavara todas esas veces que el falso Giulio me tocó y me lamió.
Quería borrar todo lo que sentí cuando pensé que me iban a violar entre él y Mason. Pero en medio de toda esta estúpida situación, había algo de verdad en el asunto: Mason jamás se rió. Para él nunca fue una broma, se lo estaba tomando demasiado en serio.
Corrí con mayor velocidad, queriendo escapar de todos. Pronto fui bajando el ritmo y me derrumbé a mitad de camino.
Caí sobre mis rodillas y me acurruqué contra la pared de un local abandonado. Comencé a llorar y a gemir; mi cuerpo temblaba exageradamente y dolía. Me senté bajo la lluvia, escondiendo mi rostro y abrazando mis piernas.
Lloré hasta cansarme, lloré reviviendo cada cosa que me hicieron y que pudo haber llegado más lejos.
Y justo cuando creí que ya no tendría más lágrimas, mis ojos me sorprendían generando nuevas.
Creo que me quedé dormida o me desmayé, pero cuando volví a abrir los ojos ya no estaba lloviendo y las calles estaban oscuras.
Me levanté sintiendo hinchados los ojos y con ganas de vomitar.
Caminé lo suficiente como para darme cuenta que tenía la blusa abierta, mostrando mi sujetador de encaje.
Mi teléfono no servía, lo comprobé varias veces, y necesitaba más que nunca de Julia. Era por eso que continué caminando en dirección a su departamento. Esperaba que se encontrara, no quería permanecer sola por más tiempo.
Sollozaba perdidamente. La gente que pasaba a mi lado me miraban de pies a cabeza y sacudían la cabeza. Ninguno me preguntó si necesitaba ayuda, y yo no la pedí. Me dolía el labio y traté de repasarlo con suavidad pero mis dedos temblaban.
—Lena…
Me detuve en seco. Faltaba poco para llegar al edificio donde vivía Julia. Estaba tal vez en la siguiente cuadra.
Tragué saliva y me giré con lentitud solo para ver a Mason, con sus manos en los bolsillos y con su cabello empapado.
—Aléjate de mí —Mi garganta ardía y mis ojos volvieron a humedecerse.
—Por favor, déjame que te explique todo.
—Dime una cosa —lo interrumpí—, para ti no fue solo una broma, ¿verdad? Tú de verdad pensabas hacerme todas esas cosas. Me das asco.
—Lena, cálmate. Yo jamás te compartiría con nadie en primer lugar.
—Pero sí me tendrías atada en una mesa si llego a resistirme, ¿cierto?
Él sacó sus manos de los bolsillos y las elevó hasta la altura de su pecho.
—Es que no sabes lo mucho que te quiero. Lo hago por amor.
—¿Ibas a violarme por amor? ¿Qué clase de amor es ese? Aléjate de mí Mason. No vuelvas a buscarme, no quiero verte nunca y si sigues así te denunciaré como acosador.
—El vestido blanco que te di, ¿aún lo tienes?
No respondí y, en su lugar, caminé en retroceso. Quería tomar distancia de él, todavía estaba asustada de lo que podía hacer.
—Lena, el vestido —él se acercó rápidamente y me tomó de los hombros, pegándome contra una verja de color verde.
Miré en varias direcciones, pero a la gente no parecía importarle lo que a una sucia chica pudiera pasarle; al parecer todavía no salía de esto.
—¿Qué quieres con el vestido? —pregunté rompiéndome de nuevo y echando a llorar.
—Quiero que lo uses mañana. En la fiesta de Marie.
—No pienso ir, y mucho menos iré contigo.
—Pues lástima porque si no apareces tendré que obligarte. No seas maleducada conmigo, preciosa —sus dedos apretaron mis hombros, hundiéndolos en mi carne hasta de seguro dejar marcas en mi piel.
—No voy a ir contigo degenerado.
Abrió la boca para responder, pero algo, o alguien, lo tomó del brazo y se lo dobló detrás de la espalda, dejándolo en una posición incómoda.
Ese alguien era Julia. Lucía muy furiosa y desquiciada.
—¿Qué mierda sucede contigo? —le gritó ella a Mason. Me dio un rápido escaneo visual, deteniéndose en mi blusa rota, en mis pies descalzos (ya que había lanzado mis zapatos para correr cómodamente), y en mi labio roto.
Me miró directo a los ojos y vi cómo los suyos se dilataban.
Su pecho subía y bajaba de manera salvaje, y su puño se apretó en el brazo por el que tenía agarrado a Mason.
Sin decir más palabras, lo lanzó contra la verja y comenzó a golpearlo repetidamente.
Chillé y me aparté de un salto.
Julia golpeó la cara, la nariz, el estómago de Mason. Lo sacudió tanto que pronto no pudo mantenerse en pie y Julia continuó el ataque en el suelo.
Sangre comenzó a manchar el pavimento, y la cara de Mason parecía una masa irreconocible hinchada y roja.
—¡Julia! —grité—¡Detente!
Con cuidado lo tomé del brazo antes de que lanzara su puño una vez más contra Mason.
—¡¿Quieres que me detenga?! ¿Tienes idea alguna de cómo te ves? ¿Fue este tipo? ¿Qué te hizo Lena? Porque te juro que si se sobrepasó lo voy a matar y no va a pesar en mi conciencia.
Lloré ruidosamente.
Eso le dio más motivación a mi chica para atacar a Mason quien apenas pudo defenderse.
—¡Detente por favor! —chillé de nuevo.
—No me pidas eso. No ahora.
—Si lo matas te van a llevar a la cárcel. Por favor déjalo.
A ella le costó mucho soltarlo. Lo bajó lentamente y lo dejó en el suelo.
Mason se quejaba del dolor y gritaba groserías y maldiciones.
Yo corrí al lado de Julia y la abracé de la cintura. Ella me rodeó con sus brazos y me pegó a su pecho.
Pronto la gente comenzó a notarnos en la calle, mirándonos como si estuviéramos locos y apartándose del camino cuando veían a Mason tirado en el piso.
Me separé lo suficiente de Julia como para verlo a los ojos, y dejé que me tomara en brazos y me llevara hasta su edificio.
Lloré en su pecho durante todo el camino.
Juguemos a perseguir al ratón
Había cientos de hormigas caminando por mi brazo derecho.
Las podía sentir a todas mientras subían y bajaban sin piedad; algunas incluso llegaban a morder mi piel. Entonces se volvió demasiado difícil seguir durmiendo y tuve que abrir los ojos.
Lo primero que noté fue que mi cara estaba hundida contra un suave colchón, enterrada entre sábanas de color celeste.
Lo segundo en que me fijé fue que las famosas hormigas que sentí durante mi sueño, eran pequeños calambres que me perforaban el brazo ya que había caído dormida sobre él. Me dolía todo el cuerpo, especialmente el vientre y mi zona íntima.
También me dolían los músculos de las piernas y de los brazos, era como si hubiera estado haciendo una mini maratón de ejercicio todo el día.
Me estiré un poco en la cama, haciendo que la sábana se arrugara y se pegara contra mi muslo, fue allí cuando noté la gran mancha roja que tenía ésta.
Me erguí en mi lugar, recordando repentinamente todo lo sucedido en las horas pasadas.
Julia. Yo. Juntas en la cama.
Miré con vergüenza la mancha que difícilmente saldría si no corría a lavarla pronto.
En ese momento, Julia decidió hacer acto de presencia.
Llevaba dos manzanas en la mano, junto con un jarro de cristal lleno de agua.
—¿Qué sucede? —Preguntó alarmada al verme despierta— ¿Qué es?
La vergüenza me carcomía lentamente.
Intenté tapar lo mejor que pude las sábanas, pero tarde o temprano se iba a dar cuenta. Mejor decirle yo misma.
—Yo… creo que manché las sábanas.
Que se abra un hoyo en el suelo y me trague. O mejor, que se abra un portal a otra dimensión y me absorba.
—Tranquila —susurró ella, se acercó hacia mí y me besó en la frente no sin antes envolverme en sus brazos— te traje pastillas por si dolía. Y algo de comida.
Más vergüenza. No sé por qué la pena, digo, la acababa de ver desnuda y ella también me vio desnuda a mí, hasta hace poco terminó de moverse dentro de mí, pero aquí estaba yo, avergonzada al máximo y sin saber qué decir.
—Come —me presionó con la manzana.
La tomé y le di una buena mordida. Pero yo seguía viendo la mancha que era un recordatorio de mi virginidad perdida.
—Prometo limpiarlas. Relájate —me dijo ella. Finalmente asentí y estuve de acuerdo.
Ambas nos envolvimos en un abrazo y dejé que su piel se pusiera en contacto con la mía.
Me sentía tan maravillosamente adolorida.
Definitivamente iba a repetir esto con ella… Y media hora después lo estábamos repitiendo.
Lo disfruté un poco más esta vez, pero aún le costaba a mi cuerpo acostumbrarse. Con algo de práctica lo iba a superar rápido.
—Nena —murmuró Julia en mi oído, aún seguíamos unidos por las caderas y ella continuaba moviéndose de arriba a abajo. Mi pelvis también se encontraba con la suya en cada embestida.
Bajó su ritmo para seguir hablándome al oído:
—Ya conté bien los lunares —dijo con dificultad. Tenía aprisionadas mis manos, sujetas más allá de mi cabeza. Mi espalda comenzaba a arquearse y gotas de sudor se deslizaban entre nuestros cuerpos—. No son veintitrés como te había dicho.
—¿Ah?
Continuó con el torturador ritmo lento.
—Son veintidós. Uno era una mancha de chocolate.
Bajó su cabeza hacia donde estaba mi corazón y lamió mi piel.
Yo gemí de gusto.
—Creo que la próxima vez sería bueno involucrarlo —continuó—. Al chocolate, me refiero.
Una de sus manos, que retenía a las mías, se deslizó por el costado de mi cuerpo, bajando por mi pecho en donde se quedó masajeando uno de mis senos, luego continuó con el recorrido hasta llegar a mi trasero y lo apretó con fuerza, moviéndolo a su antojo. Sentí cómo encajaban nuestras partes juntas.
—Aquí, así se sentirá mejor —pronunció ella apretando mi trasero a su ritmo.
Detuve mis movimientos, me agarré a la sábana y arqueé imposiblemente la espalda.
Mi boca se abrió pero yo estaba perdida. Eché hacia atrás la cabeza y dejé que Julia se encargara de la situación.
—¿Duele? —preguntó después de unos segundos. En su frente se formó una capa de sudor.
Oh sí, dolía. Pero era esa clase de dolor que venía acompañado por una recompensa. Casi ni podías sentirlo en medio de ese mar de sensaciones que abrumaban por todas partes.
—Delicioso —logré murmurar finalmente. Apenas y podía comunicarme en monosílabos o vocales, así que fue todo un logro gruñir una palabra completa.
Su mano seguía moviendo mi trasero en círculos, sentía que iba a explotar repentinamente.
Me aferré aún más a la sábana y gemí sin ningún control o filtro de lo que saliera de mi boca.
Jodidamente delicioso.
Después de varios minutos logramos separarnos; estaba cansada, con hambre y me sentía gruñona porque no pudimos seguir así por más tiempo gracias a la estúpida cena a la que tenía que ir puntual. Lo hacía únicamente por mi mamá.
Me levanté de la cama, envolviendo la sábana alrededor de mi cuerpo y haciendo todo lo posible por tapar la mancha de sangre. Julia se sentó en la orilla, viéndome con diversión y algo de lujuria en sus ojos azules-grisáceos. Abrió las piernas y apoyó sus manos sobre la cama.
—Ven aquí —me dijo. Se rió de mi intento por cubrirme los pechos. La sábana siempre se deslizaba—. No te cubras, te ves hermosa vestida pero me encanta cuando no tienes nada puesto.
Me ruboricé y avancé lentamente hacia ella. Encontré sitio entre sus piernas abiertas, y él rápidamente no perdió tiempo quitándome la sábana. Me di cuenta que no solo la sábana estaba manchada de sangre, también lo estaba Julia, y obviamente tenía que estarlo yo.
Me encontraba bastante avergonzada como para pensar en otra cosa.
—Hey, mírame —me tomó del mentón y me obligó a mirarlo a los ojos—. Basta de sentir vergüenza.
Asentí débilmente con la cabeza, ella llevó sus labios a los míos y pronto estuve sentada sobre sus piernas.
Su lengua le daba atrevidas caricias a la mía, su mano subía y bajaba tocando todo mi cuerpo. Fue un beso que me encendió increíblemente rápido. Pero no había tiempo para más, de verdad tenía que irme.
Logré separarme un poco de su boca y disfruté oír el gruñido irritado que dio cuando en su lugar buscó mi cuello.
—Julia, ya se me hace tarde. Me voy a duchar y espero que me lleves a casa de mi tía.
—Mmm sí, es buena idea. Ducha —se levantó aun cargando conmigo y yo chillé sujetándome a su cuello.
—¡No seas tonta! Me voy a bañar sola, si entras conmigo ninguna de las dos va a querer salir después.
Ella detuvo las atenciones que seguía dándole a mi cuello, y me miró con sus ojos confundidos.
—¿No nos vamos a bañar juntas?
Negué con la cabeza.
Me mordí el labio, era como estar viendo a un niña pequeña cuando le dices que no puede tener lo que quiere. Se miraba perdida.
Me bajé de sus brazos y le di un último beso, me encerré en el baño y pronto recordé las sábanas. Abrí un poco la puerta sólo para encontrar a Julia, desnuda, viendo hacia donde yo me encontraba.
—¿Cambiaste de opinión? —su mirada era esperanzadora cuando me lo preguntó.
Negué con la cabeza.
—Pásame la sábana —dije sin ruborizarme esta vez.
Ella rodó los ojos pero hizo como le pedí.
Finalmente bajamos y nos fuimos de casa de Key. Me iba a morir de la pena si tenía que verlo después de lo que habíamos hecho en uno de los cuartos de su casa, pero al final todo salió bien.
Mientras bajaba del auto, después de nuestro viaje de media hora en el que sucedió de todo, me puse feliz. Finalmente Julia se abriría a mí y me contaría lo que tanto parecía atormentarla desde hace años. Pero lo entendía, Christian Grey se tardó quinientas páginas para decirle a Anastasia que su madre consumía crack, y tomó cerca de dos libros contarle la razón del por qué le gustaban las morenas y no las rubias.
Le daría un poco más de tiempo a Julia, aunque no entendía muy bien qué era lo que quería explicarme si, con todo y sus complicaciones, nunca cambiaría ni una sola cosa de ella.
En mi cara había una gran y enorme sonrisa que parecía no caber dentro de mi rostro. Pensé que la sonrisa no se borraría con nada de lo que sucediera esta noche en la cena, en casa de mi tía. Pero estaba equivocada.
Mi sonrisa murió cuando lo vi a él, escondido detrás de una pared falsa que ocultaba a toda una plantación de margaritas.
No puede ser. No puede ser. No puede ser.
Revisé dos veces para ver si mis ojos no me estaban jugando una mala pasada.
No.
Estaban bien. De verdad había un chico de cabello marrón y ojos café esperándome cerca de la puerta de entrada. No pude verlo desde el auto de Julia ya que se estaba escondiendo, pero cuando me acerqué lo suficiente, pude distinguirlo a la perfección.
Se encontraba ahí, bajo la lluvia, esperándome.
Sabía que era yo a quien buscaba porque sus ojos se agrandaron con placer no disimulado al verme.
—¿Qué haces aquí? —dejé escapar. Quería girarme para ver si el auto de Julia seguía en el mismo lugar. Desde ya estaba arrepentida por haberme ido de la seguridad y confort que me ofrecieron sus brazos.
—Vine a buscarte.
—¿Cómo sabes que me iba a encontrar aquí? —pregunté algo nerviosa.
Giulio se encogió de hombros y se retiró el flequillo de la frente con una mano.
—Dejaste esto en el taxi —Levantó mi teléfono celular y lo sacudió un poco para probar su punto—. Tu madre te ha llamado treinta y cinco veces y te ha dejado cerca de veinte mensajes de texto ordenándote aparecer en esta dirección. Yo solo vine para devolvértelo.
Me acerqué, uniéndome a él detrás de la pared.
—Gracias. Oye, lamento lo de esta tarde. De verdad estoy muy avergonzada por todo lo que...
—No, no. Olvídalo. No hay problema —me sonrió, mostrando sus hoyuelos y restándole importancia al asunto—. Veo que todo salió bien al final.
Con sus ojos me repasó de los pies a la cabeza.
Un escalofrío me recorrió el cuerpo cuando noté que él se quedaba viendo fijamente entre mis piernas. Por un momento me alarmé, pensando que podía adivinar qué estuve haciendo las horas pasadas, pero rápidamente habló:
—Traes ropa diferente. Te ves hermosa con lo que sea que te pongas.
Se me secó la boca intentando hablar.
—Mira, Giulio, yo no sé qué te haya dicho Laura de mí pero no soy quien crees. Yo tengo novia. Ella puede ser exasperante algunas veces, y algo cabezota en otras ocasiones pero...
Giulio me dedicó una pequeña sonrisa, encontrándome divertida repentinamente.
—Lo entiendo. Aunque no te voy a pedir disculpas por la forma en la que te besé, lo disfruté mucho. En cambio sí pido disculpas por no disimular la atracción que siento por ti.
Me tomó por sorpresa lo que dijo.
—Te ruborizas de manera adorable, ragazza.
Agaché la cabeza y fruncí el ceño.
—Bien. Será mejor que vuelva —me disculpé antes de que el asunto se pusiera más extraño—. Voy tarde para la cena y necesito estar allí.
—De acuerdo, de acuerdo. Toma tu teléfono.
Extendió su mano y me lo entregó con delicadeza.
—Gracias. ¿No viste de casualidad mi bolso?
Él negó con la cabeza, desviando la vista hacia mis labios.
Esto era muy incómodo, jamás alguien había tenido el descaro de desnudarme con la vista como lo había hecho él... o Cliff, mi antiguo jefe. O Julia en más de una ocasión, pero con ella era distinto.
—¿Me haces un favor? —preguntó Giulio.
—Claro.
—¿Puedes darle la dirección de mi hotel al taxista? Está esperándome en la siguiente calle y yo olvidé completamente dónde me estoy quedando.
Sonreí y asentí alegremente. Comencé a seguirlo cuando caminó por el lateral de la casa de mi tía y nos resguardamos de la lluvia bajo el alero del techo.
—Tengo una pregunta —hablé mientras caminábamos por el patio, todas las ventanas que pasábamos estaban cubiertas por las cortinas, pero fui capaz de escuchar la voz de mi madre provenir cerca de la cocina. Ella estaba discutiendo algo sobre mi papá.
—¿Qué quieres preguntarme? —dijo Giulio.
Regresé mi atención a él y recordé lo que segundos antes iba a decirle.
—Quería saber por qué estás quedándote en un hotel y no en casa de Laura.
—¿Quién?
—Tú. ¿En casa de Laura?
—Oh, sí. Es que no quería incomodarla. Además, me siento mejor atendido en los hoteles.
—Oh.
—Oye, ¿quieres ir a tomar algo conmigo? Pasé por un bonito bar de camino aquí. ¿Qué dices? ¿Me acompañas?
—Es que no puedo —me excuse—. De verdad tengo que estar en esa cena esta noche o mi madre es capaz de atormentarme hasta en mis sueños.
—Por favor. Prometo no morder… mucho.
Tragué saliva.
—Yo creo que lo mejor será que lo dejemos para otra ocasión. Lo siento.
—Es una lástima. Si hubieras dicho que sí, no me vería en esta situación.
—¿En cuál situación? —Nos detuvimos en el patio trasero, la lluvia ya no molestaba tanto como antes y habíamos dejado un poco atrás la casa.
Un viento frío se coló por mis huesos.
Giulio se paró demasiado cerca de mí, rompiendo mi espacio personal.
Yo retrocedí pero él fue rápido en tomarme de la cintura para evitar que me fuera.
—En esta situación —habló él en mi oído. Entonces pasó su lengua a lo largo de mi mejilla.
—¡Giulio! —grité intentando zafarme de sus brazos, logré separarme lo suficiente como para limpiarme la mejilla— ¡Yo no soy esa clase de chica que piensas! Tengo novia. ¿Qué crees que haces?
—¿Sabes qué? Estoy cansado que me llames Giulio. Ese no es mi nombre.
—¿Qué?
En algún lugar de mi subconsciente había una personita gritándome que corriera y huyera de él. Pero entré en pánico y me paralicé.
—Que.mi.nombre.no.es.Giulio. —me tomó del brazo y comenzó a arrastrarme hacia la bodega abandonada que había en casa de mi tía. Ni siquiera supe cómo reaccionar porque en un momento estaba frente al NO Giulio, y al siguiente estaba Mason esperándonos en la puerta de la bodega.
Ay no, ay no ay no, ay no.
—Me llamo Dante.
—¿Cómo es posible que conozcas a Laura? —de todas las preguntas, hice la más estúpida en una situación así.
Debería estar gritando, corriendo y huyendo de este par, pero continuaba en shock.
Mason me sonrió una vez que estuve a su alcance.
—Lo siento por lo que sea que te haya dicho este idiota —dijo él, señaló a Giulio… Dante—. Pero es que es muy difícil llamar tu atención, preciosa.
Para cuando mis piernas funcionaban, era demasiado tarde. Una mano se deslizó por mi rostro y me tapó la boca.
Pronto sentí a alguien empujándome hacia la bodega, cerraron la puerta detrás de mí, dejándome en completa oscuridad, pero duró aproximadamente unos segundos ya que la luz se encendió iluminándolo todo. Como a Marie que estaba parada cerca del interruptor.
Había caído en el suelo así que lentamente me puse de pie, mirando fijamente a mi prima con su cabello naranja, sonriéndome como si conociera un secreto que yo no.
—¿Qué están haciendo los tres juntos? —tartamudeé.
Ellos hicieron un semicírculo a mí alrededor.
Miré a Mason, a Giulio (o como sea que se llame) y a Marie.
Pero fue esta última quien respondió por todos:
—Nosotros solo queremos jugar este juego que se llama persigue al ratón.
Mis pies automáticamente retrocedieron un poco.
—¿Y adivina qué? —pronunció Marie—. Tú eres el ratón.
—¿Estás bromeando? No es divertido. Me voy de aquí.
—No es una broma. Mason te tiene ganas desde hace mucho tiempo —continuó diciendo ella—, ¿le vas a negar al hombre una follada?
Mis rodillas temblaron un poco.
Disimuladamente busqué la manera de poder salir pero Giulio tapaba la única puerta de entrada y salida.
Recordé que todavía tenía mi teléfono en la mano, bajé la vista para intentar una llamada rápida. Antes de poder terminar de formular mi idea, Mason ya estaba arrebatándome el celular y lo lanzó contra la pared, haciendo que la pantalla se pusiera negra.
—Nada de llamadas. No queremos gente entrometida —me dijo—. Ahora, si no les molesta, no quiero público aquí.
Marie se rió en voz alta.
—Mason, si te dejamos solo con Lena, ella es capaz de patearte en las bolas antes de que llegues a quitarte los pantalones. Deja que Dante se encargué, él tiene experiencia atando y amordazando de buena manera.
Ella le guiñó un ojo y le dio una palmadita en el trasero.
Oh Dios, Marie salía con él. Era más que obvio.
Mi corazón palpitó más rápido de lo que ya estaba palpitando.
Tenía miedo.
Verdaderamente estaba muy asustada. Ellos eran tres, y yo sólo era… yo.
—No entiendo —balbuceé de manera nerviosa—, ¿cómo se conocen?
—Yo conocí a Dante en navidad —respondió Marie—. Él vino esta semana al país y le pedí el favor de hacerse pasar por el hijo de tu jefa mientras Mason distraía al Giulio real.
—¿Cómo sabías que mi jefa me pidió ver a su hijastro? —aun no le encontraba lógica.
—Mason te vigila como un halcón. El tipo está realmente obsesionado contigo, y fue él quien se enteró gracias a una chica regordeta que trabaja contigo. Sé que no debería estar diciéndote esto pero, aun cuando Mason estaba en la cama conmigo, decía tu nombre en voz alta cada vez que culminaba.
Retrocedí asustada hasta dar con una pared. Cuando quise moverme, alguien me retuvo de los brazos. Fue ahí cuando supe que no era contra una pared que había chocado, era contra el italiano que se hizo pasar por el verdadero Giulio.
—¡Mierda! Marie cierra la boca —gritó Mason.
—Ups, supongo que esto es mucho para los oídos virginales de Lena.
—Ni tanto —respondió él en tono acusador. Yo solo podía quedarme parada como una idiota mientras los veía intercambiar comentarios.
—¿Qué hiciste esas tres horas en esa casa lujosa a la que Julia te llevó? —me reclamó él de repente—. ¿Y en su auto? Cuando pasé hace unos minutos atrás, tenían los vidrios empañados.
Mieeeeeeeeeeeeeerda.
Mason se acercó hacia mí y yo no pude retroceder o moverme ya que Dante me tenía agarrada y sujeta en mi lugar. Cuando Mason estuvo delante de mí, me tomó de las caderas y las pegó contra las suyas.
—Responde Lena.
—Uuuu —se burló Marie, ella se había sentado en una gran mesa de madera que estaba en el centro de la bodega—. Con que Mason salió un amante celoso. Y Lena, ¿verdad que Julia es todo una semental en la cama? Oh, pero como fue tu primera vez seguro dolió mucho para disfrutarlo.
Mi rostro se puso de color escarlata.
Me sentía furiosa con ellos, no tenían derecho a tratarme de esta forma.
—¿De verdad le diste a esa tipa tu primera relación sexual? —preguntó abiertamente Mason. Yo seguía muda y ahora me temblaban las comisuras de los labios.
Detrás de mí, Giulio/Dante me retuvo más fuerte de los brazos mientras sentía bajar su boca por mi cuello y aspirar una buena bocanada de aire.
—Ella huele a sexo —dijo él. Cerré los ojos y presioné muy fuerte mi mandíbula. Respiré de manera agitada cuando Mason se acercó para oler mi cuello también.
—Por favor no hagas esto —susurré entre dientes. Odiaba sentirme de esta manera.
—Dante —dijo Mason— sostenla solo de los brazos, detrás de su espalda.
Él hizo como se le pidió, y Mason aprovechó mi confusión para llevar una mano detrás de mi nuca y presionar de manera desenfrenada nuestros labios juntos.
Sus dientes chocaron con los míos, su lengua se metió a la fuerza por mi boca y sus manos tocaron mis muslos, levantando mi falda poco a poco.
Cuando se me presentó la oportunidad, le mordí la lengua, saboreando instantáneamente pequeñas líneas de su sangre.
Eso provocó que él se separara rápidamente de mí. Lo vi tantear su lengua con dos de sus dedos, y después me miró encolerizado.
—Lena, ¿qué acabas de hacer?
Él alzó su mano y cayó sobre mi mejilla con un sonido pesado.
Mason acababa de golpearme, me dio una cachetada que logró que mi rostro girara unos cuantos grados.
Pude sentir cómo se hinchaba parte de mi labio inferior.
—Auch, eso debió doler —dijo Marie riendo—. Ten cuidado con un chico obsesionado, esa es la regla número uno. Creo que se te olvidó recordarlo.
Miré con horror hacia Mason, las lágrimas corrían libremente por mi cara.
—Lo siento mucho, Lena —comenzó a disculparse con genuino arrepentimiento—. Oh, preciosa. Lo lamento.
Corrió a tomarme el rostro y pasó su dedo índice por mi labio roto.
—Eres un degenerado, aléjate de mí —hablé entre dientes. Tenía que dejar de llorar. Estaba furiosa y con miedo pero definitivamente no iba a permitir que el abuso continuara—. Si querías conquistarme esta no era la forma.
—Tienes razón —respondió él—. Y como la oportunidad nunca se me iba a presentar, lo estoy haciendo suceder. Dante, por favor lleva a la señorita Lena a la mesa que está por allá y átale las manos juntas.
Señaló en donde Marie estaba sentada de piernas cruzadas.
Ella se bajó de la mesa y pasó la palma de su mano por la superficie, quitándole el polvo y algunos clavos oxidados que se fueron acumulando con el pasar de los años.
Tragué duro y miré a Mason con incredulidad.
¿De verdad iba a hacer esto?
Dante me llevó a rastras hacia la mesa. Me tomó de la cintura y me lanzó contra la dura madera.
—¡No lo hagas, por favor! —grité.
Comencé a golpearle el pecho, queriendo apartarlo de mi camino pero no parecía tener ningún efecto en él. Era tan sólido como una roca.
Protesté y pateé todo lo que estaba a mi alcance pero al final él logró recostarme en la mesa, arrancándome algunos botones de la blusa durante el proceso.
—Marie, ayúdame —le dijo a mi prima. Ella se acercó a mi cabeza y Dante le pasó mis manos mientras él subía a la mesa y se sentaba a horcajadas sobre mi estómago, haciendo que instantáneamente se me dificultara respirar porque todo su peso estaba concentrándose en mi costado.
—Tengo una idea: pon tus rodillas en sus brazos. Es una buena manera para evitar que se mueva —le ofreció Marie—. Esto va a ser muy divertido.
Dante pareció pensárselo por un rato.
—Oye, Mason —dijo finalmente— creo que podrías compartirme a tu chica después. Cuando termines quiero meterme también entre sus piernas. Tiene una bonita piel, tengo curiosidad por saber cómo sería tocarla en todas partes.
Temblé al oír sus palabras, imaginándome lo horrible que sería.
Marie se echó a reír como hiena; ella ejercía una gran presión en mis muñecas para tratar de retenerlas. Me moví para zafarme pero mis esfuerzos eran en vano.
Más lágrimas salieron de mis ojos.
—¡Suéltenme! —chillé— ¡Ayuda! ¡Por favor, ayúdenme!
Mason se apresuró a tapar mi boca y les dio miradas sucias a Dante y a Marie.
—¡Quítate de encima de Lena! —gruñó él hacia el primero— ¿No te das cuenta que la estás dejando sin aire? ¡Bájate!
—¿Si me bajo ahora no crees que va a intentar huir? Me necesitas, admítelo.
—Yo pienso que con un poco de cinta adhesiva se solucionarán nuestros problemas —sugirió Marie—. Mason, toma sus manos, voy a entrar a la casa y buscar un poco. Además se supone que tengo que estar en esa horrible cena; por cierto, Lena, tu madre está haciendo el show de su vida besuqueándose con un hombre mayor. Supongo que el exhibicionismo se hereda.
Mason soltó mi boca y yo aproveché para gritar:
—¡Eres una malagradecida! —escupí, literalmente, a Marie en la cara—. ¡Suéltame! ¡No te he hecho nada para que me trates de esta forma!
Ella se limpió el rostro con una mano, cerrando los ojos y presionando su mandíbula de muy mala gana; luego comenzó a reír sin humor y con fuerza cuando escuchó que volví a repetirle lo que dije anteriormente.
—¿Que no has hecho nada? —rió de nuevo—. lena, ¿de verdad no sabes lo que me has hecho? Eres una grandísima idiota.
Ella soltó mis manos para ponerse frente a mí y verme a la cara. Dante seguía sobre mi estómago y me costaba respirar o pronunciar bien las palabras porque me quedaba sin aire.
Luché para quitarlo de encima, pero no fue necesario hacer grandes esfuerzos porque Mason lo agarró de la camisa y lo empujó al suelo.
Respiré de manera agitada.
—En serio, no entiendo lo que te hice —dije tratando de recuperar el aliento.
—¿Quieres que te lo explique, tú, perra egoísta? ¡Naciste! Eso fue lo que hiciste. Siempre fuiste el centro de atención de esta familia, hasta mis padres te prefieren mil veces antes que a mí.
Resoplé tratando de reír pero me dolía el estómago por cargar con el peso del falso Giulio.
—¿Estás loca? Espera, no respondas a eso. Tú les dices a tus padres que la luna es azul y ellos te lo creen y matarían a todo el que piense lo contrario ¿y estás celosa de mí?
Me recompuse y logré arrastrarme hasta llegar a orillas de la mesa. Mason tenía agarrado a Giulio por el cuello de su camiseta, los dos estaban discutiendo por algo. Aproveché para sentarme y luego ponerme en pie.
Me tambaleé un poco cuando toqué el suelo, e inmediatamente me agarré a la mesa. Esta era mi oportunidad para salir y escapar.
—Mis padres no me creen —dijo Marie, sus ojos se empezaron a volver acuosos—. Aparentamos ser la familia perfecta frente a los demás pero la realidad es otra cosa. Ellos me castigan horriblemente, tú no tienes idea de lo que hacen, tengo toda la espalda llena de cicatrices. Mi mamá siempre ha sabido que yo he tenido más de un novio, ella fue la que me enseñó a encubrirlo todo. Claro que tú no sabes lo que es, te tocaron los mejores padres del mundo. De niñas, siempre te dejaban jugar, ensuciarte, divertirte y hacer lo que querías mientras yo estaba en las odiosas clases de piano.
—¿Y tienes que comportarte de esta manera? ¿Ser una perra sin corazón ante las personas que sí lograron obtener lo que tú no?
Marie pasó de estar melancólica a estar realmente cabreada conmigo.
Yo apenas y podía mantenerme erguida, me dolía el costado izquierdo y eso no me permitía estar totalmente de pie.
—Creo, prima, que en estos momentos deberías escoger bien tus palabras —dijo ella con voz amenazante.
—¿Qué es lo que quieres de mí? —pregunté—. ¿Vengarte porque yo tuve una niñez normal? Desearía entenderte pero no lo hago. ¿Por qué estás siquiera ayudando a Mason?
—Porque por muy patético que suene, lo entiendo. Entiendo esa desesperación porque alguien te ame de la misma forma en la que tú lo amas. Hasta yo hice todo lo que pude por retener a Julia pero soy capaz de reconocer cuando doy por perdida la situación. Sé que él está enamorado de ti, se le echa de ver hasta en los poros...
—¿Y qué? ¿Eso te molesta tanto como para hacerme esto?
Ella se quedó pensativa por un momento y llevó ambas manos a su cadera.
—Me molesta lo suficiente como para ayudar a ese psicópata de Mason —respondió en voz baja—. Además, estaba cansada de verte obtener lo que yo quería. Esta vez va a ser muy diferente; ¿no has oído que por cada gota de felicidad viene un litro de desdicha? Considera esto como los litros que has venido acumulando a lo largo de los años. Estaremos a mano.
Antes de poder responderle con algo amargo, una mano se deslizó por mi boca y mi abdomen, presionándome con fuerza.
Mi cuerpo entró en lucha y se tensaron mis músculos; sentí una respiración en mi nuca y unos dedos que se metían lentamente dentro de mi blusa.
—Ya arreglé todo con Mason —dijo Giulio/Dante. Su lengua se metió dentro de mi oído y yo protesté pero lo único que salía de mi boca eran palabras mal pronunciadas—. Yo te follaré primero y luego sigue él. Piénsalo de esta manera: yo le caliento el lugar mientras espera su turno.
Gruesas lágrimas llenaron mis ojos y me nublaron la visión.
—Ahora a lo que vamos —siguió diciendo él—. Te quiero muy calladita y obediente cuando te ponga en la mesa de nuevo. Nada de bajarse o moverse demasiado, te puedes hacer daño, linda.
Siempre tapando mi boca, me llevó a la mesa en el centro de la bodega; me subió y rápidamente vi a Mason sujetar mis manos inquietas sobre mi cabeza, poniendo sus codos en mi antebrazo y entrelazando sus dedos con los míos.
—Marie, consigue algo para que aquí Elena no nos delate cuando grite.
Marie sonrió y salió por la puerta.
Me removí en mi lugar pero rápidamente Dante se subió a mi lado. Esta vez no se montó encima de mí sino que esperó sentado.
Las lágrimas bajaban hasta introducirse en mis oídos y cerré los ojos para evitar ver a Mason.
No podía creer lo que iban a hacerme, los dos. Me sentía herida, furiosa, lastimada y asustada.
Mientras esperaban por Marie ninguno dijo nada, hasta que ella apareció y cruzó la habitación para entregarle a Dante un pañuelo negro.
Él la quedó viendo con escepticismo.
—¿Qué es esto? —exigió.
—¿Qué? ¿Crees que en mi casa abunda la cinta adhesiva que usan los violadores para callar a sus víctimas? Pues te aclaro que esas cosas son caras y no hay ningún rollo en todo el lugar. Confórmate con una bufanda.
Dante resopló y procedió a retirar su mano de mi boca para, rápidamente, enrollarme la tela alrededor de la cabeza.
Me moví tratando de apartarme pero fracasé en el intento. Lo único que provoqué fue que una de las esquinas angulosas del reloj de muñeca que usaba Dante se prendara en mi labio inferior y me lo perforara. Saboreé un poco de sangre antes de que la venda lo cubriera todo y apretara.
Después de eso, se movió hasta quedar cerca de mis piernas; las agarró e intentó abrirlas pero yo mantuve mis rodillas pegadas una contra la otra.
—Bebé, no te resistas —dijo Dante con una sonrisa odiosa en el rostro.
Él llevó sus manos hasta mis rodillas pero antes de que llegara más lejos, lo pateé y lo empujé.
Moví los pies, que eran los únicos miembros de mi cuerpo que estaban libres y podía utilizar, pero Dante fue rápido en agarrarme de la pantorrilla y retenerme.
—Deja de luchar, preciosa —susurró Mason en mi oído.
Cerré los ojos y luego los apreté, deseando desaparecer por arte de magia y huir de los tres. Sollocé con fuerza cuando sentí que mis piernas se cansaban y Dante aprovechó mi breve momento de debilidad para tomarme de los pies y quitarme los zapatos, lanzándolos al suelo.
Finalmente abrió mis piernas y separó mis rodillas, posicionándose cada vez más entre mis muslos.
—Prometo que no va a doler —me dijo mientras sus manos subían poco a poco mi falda.
Quería gritar y suplicarle que no hiciera eso. Que me soltara.
Deseé con todas mis fuerzas que alguien me encontrara a tiempo y me evitaran este mal recuerdo que me duraría para siempre.
Las manos de Dante se pasearon por mi cintura y debajo de mi blusa. Tocó mi vientre y llevó uno de sus dedos a mi ombligo, rodeando y acariciando la sensible piel. Luego se movió por la cintura de mi falda y deslizó su mano hacia abajo, casi rozando mi zona íntima.
Marie miraba todo con humor desde la distancia, se cruzó de brazos y se apoyó contra una pared.
En este punto yo anhelaba desmayarme y así no tener ningún recuerdo de lo que iba a suceder.
—Pronto va a acabar —dijo Mason con voz ligera.
Lo odiaba, se merecía una muerte lenta y dolorosa.
¿Cómo podía hacerme esto? ¿No se supone que me amaba?
¿Cuándo el amor se convirtió en obsesión, y la obsesión en abuso?
Rogué en silencio porque mi sistema se apagara al menos por lo que quedaba de este día. No quería recordar la manera en que Dante estaba tocándome ahora, moviendo mis caderas en círculos y separando mis rodillas. Me sentía tan impotente y desolada.
Me iba a sentir sucia por el resto de la vida.
Por favor Lena, desmáyate. Desmáyate y olvida todo. Por favor...
Pero antes de seguir con mis patéticos ruegos, escuché a Dante reír. Marie también reía y se sostenía el estómago como si le doliera tanta risa.
Pronto, y sorpresivamente, Dante se quitó de entre mis piernas y se bajó de la mesa.
Mason quitó sus codos y se apartó también.
No esperé ni un segundo más y me senté, mirando cómo Marie se reía.
—¡Mira su cara! —gritó señalándome.
Me bajé de un salto de la mesa e inmediatamente me mareé cayendo al suelo.
Mason corrió a mi lado para sostenerme de la cintura pero yo lo aparté.
No entendía qué estaba sucediendo. Tal vez los milagros sí ocurrían e iban a dejarme ir.
—Déjame ayudarte —me ofreció Mason, evitando verme a los ojos. Acercó su mano a la venda de mi boca y deshizo el nudo que me habían hecho.
Lentamente me puse de pie, pegándome a la pared más cercana. Los miré uno a uno.
Lágrimas salían apresuradas de mis ojos y marcaban el camino por el que transitaban las siguientes.
—¡Caíste! —chilló Marie riendo con ganas—. Oh, esto no tiene precio. Deberías haber visto tu cara, Lena.
—¿Qué? —logré articular con voz rota.
—¿Recuerdas cuando me apuntaste con un arma de burbujas y me hiciste confesar delante de mis padres que me acostaba con quien sea? Pues esto es mi forma de devolverte una cucharada de tu propia medicina.
—¿Qué? —volví a repetir, incrédula.
—¿Ella es de lento entendimiento o qué? —preguntó Dante.
—Lena, los tres nos unimos para hacerte creer que ibas a ser violada. Aunque debo decir que a Mason se le pasó un poco la mano con lo de la cachetada. Pero igual fue perfecto.
Sus palabras entraron lentamente por mis oídos, a mi cerebro le costó cierto trabajo digerirlo.
—¿Te tomaste tantas molestias solo por vengarte de mí? —dije con los dientes apretados. Me sentía demasiado cansada, herida y enojada.
—Claro. Soy tan buena actriz. ¿De verdad creías que envidié tu vida? Naaa, para nada. Tampoco es verdad lo de mis padres; ellos siguen creyendo que su hija adorada es una flor inocente.
—Eso fue divertido —murmuró el italiano.
Noté que Mason no decía nada y no se rió junto con ellos. ¿Entonces tampoco fue real el que me acosara?
No quería estar ni un segundo más en esa bodega con ellos.
Tomé mis zapatos y mi pobre teléfono destartalado, y moví mis pies en dirección a la salida.
Antes de salir por completo me giré para encarar a Marie.
—Eres una perra —dije fríamente—. Te mereces todo lo malo que te pase, y tú —señalé al italiano—. Púdrete, idiota.
En un arrebato me acerqué a él y le di una cachetada; luego avancé hacia Marie y, en lugar de prepararme para clavarle el tacón de mi zapato, me paré frente a ella y la miré fijamente.
—Vaya, no te tomas a bien una pequeña broma —dijo encogiéndose de hombros.
—Eres una estúpida. Con eso no se bromea.
Parpadeé las nuevas lágrimas que acudían a mis ojos. No dije nada más y salí apresurada de ese espantoso lugar. No sabía si estar feliz de que solo se tratara de una broma, o asustada por lo rápido que ella podría haber dejado que todo pasara a otro nivel más peligroso.
Cuando salí, fui a dar directamente con la lluvia y, en vez de contarle a todos lo que hizo la sanguijuela de Marie, corrí con una dirección plasmada en la mente.
Decidí irme a pie, quería que la lluvia lavara todas esas veces que el falso Giulio me tocó y me lamió.
Quería borrar todo lo que sentí cuando pensé que me iban a violar entre él y Mason. Pero en medio de toda esta estúpida situación, había algo de verdad en el asunto: Mason jamás se rió. Para él nunca fue una broma, se lo estaba tomando demasiado en serio.
Corrí con mayor velocidad, queriendo escapar de todos. Pronto fui bajando el ritmo y me derrumbé a mitad de camino.
Caí sobre mis rodillas y me acurruqué contra la pared de un local abandonado. Comencé a llorar y a gemir; mi cuerpo temblaba exageradamente y dolía. Me senté bajo la lluvia, escondiendo mi rostro y abrazando mis piernas.
Lloré hasta cansarme, lloré reviviendo cada cosa que me hicieron y que pudo haber llegado más lejos.
Y justo cuando creí que ya no tendría más lágrimas, mis ojos me sorprendían generando nuevas.
Creo que me quedé dormida o me desmayé, pero cuando volví a abrir los ojos ya no estaba lloviendo y las calles estaban oscuras.
Me levanté sintiendo hinchados los ojos y con ganas de vomitar.
Caminé lo suficiente como para darme cuenta que tenía la blusa abierta, mostrando mi sujetador de encaje.
Mi teléfono no servía, lo comprobé varias veces, y necesitaba más que nunca de Julia. Era por eso que continué caminando en dirección a su departamento. Esperaba que se encontrara, no quería permanecer sola por más tiempo.
Sollozaba perdidamente. La gente que pasaba a mi lado me miraban de pies a cabeza y sacudían la cabeza. Ninguno me preguntó si necesitaba ayuda, y yo no la pedí. Me dolía el labio y traté de repasarlo con suavidad pero mis dedos temblaban.
—Lena…
Me detuve en seco. Faltaba poco para llegar al edificio donde vivía Julia. Estaba tal vez en la siguiente cuadra.
Tragué saliva y me giré con lentitud solo para ver a Mason, con sus manos en los bolsillos y con su cabello empapado.
—Aléjate de mí —Mi garganta ardía y mis ojos volvieron a humedecerse.
—Por favor, déjame que te explique todo.
—Dime una cosa —lo interrumpí—, para ti no fue solo una broma, ¿verdad? Tú de verdad pensabas hacerme todas esas cosas. Me das asco.
—Lena, cálmate. Yo jamás te compartiría con nadie en primer lugar.
—Pero sí me tendrías atada en una mesa si llego a resistirme, ¿cierto?
Él sacó sus manos de los bolsillos y las elevó hasta la altura de su pecho.
—Es que no sabes lo mucho que te quiero. Lo hago por amor.
—¿Ibas a violarme por amor? ¿Qué clase de amor es ese? Aléjate de mí Mason. No vuelvas a buscarme, no quiero verte nunca y si sigues así te denunciaré como acosador.
—El vestido blanco que te di, ¿aún lo tienes?
No respondí y, en su lugar, caminé en retroceso. Quería tomar distancia de él, todavía estaba asustada de lo que podía hacer.
—Lena, el vestido —él se acercó rápidamente y me tomó de los hombros, pegándome contra una verja de color verde.
Miré en varias direcciones, pero a la gente no parecía importarle lo que a una sucia chica pudiera pasarle; al parecer todavía no salía de esto.
—¿Qué quieres con el vestido? —pregunté rompiéndome de nuevo y echando a llorar.
—Quiero que lo uses mañana. En la fiesta de Marie.
—No pienso ir, y mucho menos iré contigo.
—Pues lástima porque si no apareces tendré que obligarte. No seas maleducada conmigo, preciosa —sus dedos apretaron mis hombros, hundiéndolos en mi carne hasta de seguro dejar marcas en mi piel.
—No voy a ir contigo degenerado.
Abrió la boca para responder, pero algo, o alguien, lo tomó del brazo y se lo dobló detrás de la espalda, dejándolo en una posición incómoda.
Ese alguien era Julia. Lucía muy furiosa y desquiciada.
—¿Qué mierda sucede contigo? —le gritó ella a Mason. Me dio un rápido escaneo visual, deteniéndose en mi blusa rota, en mis pies descalzos (ya que había lanzado mis zapatos para correr cómodamente), y en mi labio roto.
Me miró directo a los ojos y vi cómo los suyos se dilataban.
Su pecho subía y bajaba de manera salvaje, y su puño se apretó en el brazo por el que tenía agarrado a Mason.
Sin decir más palabras, lo lanzó contra la verja y comenzó a golpearlo repetidamente.
Chillé y me aparté de un salto.
Julia golpeó la cara, la nariz, el estómago de Mason. Lo sacudió tanto que pronto no pudo mantenerse en pie y Julia continuó el ataque en el suelo.
Sangre comenzó a manchar el pavimento, y la cara de Mason parecía una masa irreconocible hinchada y roja.
—¡Julia! —grité—¡Detente!
Con cuidado lo tomé del brazo antes de que lanzara su puño una vez más contra Mason.
—¡¿Quieres que me detenga?! ¿Tienes idea alguna de cómo te ves? ¿Fue este tipo? ¿Qué te hizo Lena? Porque te juro que si se sobrepasó lo voy a matar y no va a pesar en mi conciencia.
Lloré ruidosamente.
Eso le dio más motivación a mi chica para atacar a Mason quien apenas pudo defenderse.
—¡Detente por favor! —chillé de nuevo.
—No me pidas eso. No ahora.
—Si lo matas te van a llevar a la cárcel. Por favor déjalo.
A ella le costó mucho soltarlo. Lo bajó lentamente y lo dejó en el suelo.
Mason se quejaba del dolor y gritaba groserías y maldiciones.
Yo corrí al lado de Julia y la abracé de la cintura. Ella me rodeó con sus brazos y me pegó a su pecho.
Pronto la gente comenzó a notarnos en la calle, mirándonos como si estuviéramos locos y apartándose del camino cuando veían a Mason tirado en el piso.
Me separé lo suficiente de Julia como para verlo a los ojos, y dejé que me tomara en brazos y me llevara hasta su edificio.
Lloré en su pecho durante todo el camino.
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Re: PROHIBIDO ENAMORARSE DE JULIA VOLKOVA // LIA BELIKOV
Capítulo 26
¿Y hasta ahora se te ocurre decirme esto?
—La próxima vez que lo vea, no solo le voy a partir la cara, sino que le voy a arrancar las pelotas y haré que se las coma y luego las vomite. Mejor que ni respire en tu dirección porque lo moleré a golpes. A ese lame pollas hay que denunciarlo, no se puede quedar así como así.
Julia estaba agresiva. Lanzaba puñetazos contra la pared y pateaba el colchón de su cama.
Desde que me trajo a su departamento no había dicho palabra alguna, sólo me quedé mirando el suelo, jugueteando con un hilo suelto de la colcha que había puesto sobre mis hombros para calentarme. Sentía la boca reseca y me ardían los ojos por seguir llorando; aun me temblaban las manos y no podía sujetar bien la taza de chocolate que Julia había puesto entre mis dedos.
—Lena —ella se arrodilló para estar a la altura de mis ojos, me tomó de los hombros y me acercó un poco a su cuerpo—. Dime qué pasó. Me estoy muriendo lentamente imaginando todo tipo de cosas; nena, habla conmigo.
Rehuí su mirada y me concentré en el líquido marrón de mi bebida. Acerqué la taza a mi boca y lentamente tomé un sorbo de chocolate para armarme de valor.
—No pasó nada —dije rotundamente. No sabía por qué pero no estaba de ánimos para hablar con Julia de esto. No quería que supiera lo débil que actué, lo impotente y torpe que me sentí cuando, entre Mason y el no Giulio, me sujetaron con habilidad.
—Necesito que me lo digas. Si tú no me lo dices soy capaz de buscar a ese idiota y terminar lo que empecé. Te juro que lo haré.
Esta vez dejé que mis ojos tuvieran contacto visual con los suyos. Llevé mi mano a su mejilla y acaricié su pómulo con mi dedo pulgar.
—No fue solo Mason —logré decir a pesar del nudo en mi garganta.
Los músculos de Julia se tensaron, uno por uno. Sus ojos adquirieron un brillo salvaje y mortal que nunca había visto en ella.
—¡Hijo de puta! —gritó poniéndose de pie. Se paseó de un lado a otro, y finalmente lanzó su puño contra el espejo empotrado en la pared de su habitación, provocando que cientos de quiebres y rutas se le dibujaran a éste.
Vi cómo sus nudillos se inflamaban en cuestión de segundos, me levanté deprisa para estar a su lado.
—Tranquilízate —dejé la taza de chocolate sobre la mesita a la par de la cama, y corrí para tomarle la mano antes de que se le ocurriera golpear otra cosa de nuevo—. Déjame explicarte todo. Ninguno de ellos llegó a… violarme, lo que sucedió fue distinto.
—Explícame ahora antes de que cometa un delito mayor —dijo con la mandíbula apretada.
Y así le conté todo. Desde ver a Giulio (cuyo nombre real era Dante) hasta la sorpresa de tener a Marie entre los involucrados. Aun seguía temblando y las ganas de llorar eran demasiado fuertes.
Me sentía cansada y me dolía todo el cuerpo; aunque no quería recordar nada de lo sucedido hace unas pocas horas, la imagen mental de Giulio abriendo mis piernas no se iba a ir de mi cabeza en mucho tiempo.
—Sabía que ese imbécil no era de fiar —dijo Julia cuando terminé de contarle. Cepilló su cabello negro con su mano y soltó un largo suspiro—. No sé si te lo dije antes pero nena, mataría por ti. Y justo ahora no es bueno recordar eso porque estoy a un segundo de salir corriendo y agarrar a esos tres hijos de puta e hincarlos en el suelo para que te pidan disculpas. ¿Una jodida broma? ¿En serio? Mi puño va a acabar en sus caras, a ver si eso les parece una broma.
Se jaló el cabello con una mano y luego me tomó de la cintura, pegando su frente con la mía.
—Cuando tu mamá me dijo que nunca habías llegado a esa cena, yo... —Julia tragó saliva y cerró los ojos, me presionó más fuerte— pensé todo tipo de cosas. Tú me dijiste, me contaste sobre ese hijo de perra y yo no lo detuve a tiempo. Si tan solo te hubiera prestado más atención, nada de esto ocurriría. Me volví loca buscándote, y lo peor de todo es que no tenía mi moto cerca, tuve que subir el coche de Key por las aceras.
Sonreí a medias.
—En primer lugar, no intentes echarte la culpa porque no la tienes —con mis manos le acaricié el rostro—. La culpa la tengo yo por tener unos instintos muertos, nunca me imaginé que Mason haría nada de esto, o que Marie me odiaría de esa forma como para armar todo un plan, soy tan tonta que caí así de rápido en la trampa. Y en segundo, recuerda que le debes tu riñón a Key por ese auto.
Ahora quien sonreía a medias era ella.
—No eres tonta. Eres demasiado inocente, eso es todo. Y nada le pasó al Audi, mi riñón está a salvo. —Ella se precipitó a lamer mi labio inferior, inmediatamente sentí un ardor que me recordó el estado en el que me encontraba físicamente. Ella notó la mueca que dejé escapar, y se retiró unos buenos centímetros de mi cuerpo.
—Olvidé que aun estás herida y empapada —murmuró—. Vamos, quítate la ropa para que te puedas meter a la ducha y después te reviso esas heridas.
—Solo mi labio está herido —le dije, aunque en el interior tenía daños más graves.
—Lena, desde aquí puedo verte los brazos, las muñecas, y hasta las piernas llenas de moretones. Quiero inspeccionar qué más hicieron esos infelices. Quítate la ropa y la dejas por allí.
Me sentí cohibida de repente.
—Te dejaré sola —prometió alzando las dos manos— mientras te duchas le hablaré a tu mamá. Ella estaba preocupada. También Nastya, la llamé más temprano para ver si ella sabía algo de ti.
—De acuerdo —asentí—. Y por favor, no les vayas a decir nada de lo que te conté, me daría vergüenza si se enteran.
Julia frunció el ceño.
—¿No quieres que le diga a tu familia lo que los psicópatas de Marie y Mason te hicieron pasar? —sonaba perpleja—. Lo siento Lena, pero con esto no se juega. No me voy a quedar de brazos cruzados.
—Pero…
—Conseguiré comida. Báñate y duerme un poco. Hoy te quedas conmigo, y voy a ser muy clara con tu papá de que mejor no intente llevarte de mi lado porque en estos momentos estoy tan enojada que no me va a importar decirle que dormirás usando una de mis camisas… y solo eso.
—¿Estás loca? Él es capaz de rastrearte y colgar tu trasero en un gancho para carnes.
—Pues será el trasero mejor colgado de la ciudad. Vuelvo enseguida nena, no me tardo.
Plantó un beso en mi frente y salió de la habitación llevándose su celular.
Suspiré y traté de bajar el ritmo de los latidos de mi corazón, me sentía nerviosa y algo traumada; parecía como si en cualquier momento alguien saldría detrás de la puerta del armario para asustarme y llevarme lejos.
Esa noche me bañé, me vestí con una de las camisetas de Julia, y me dormí al instante de poner mi cabeza en la almohada. Me dolía todo el cuerpo, desde los párpados hasta los dedos de mis pies. El analgésico que me tomé horas antes ya estaba cumpliendo su función y mis músculos comenzaron a relajarse. Tuve pesadillas de chicos con máscaras que intentaban acorralarme en un pasillo lleno de gente; en el sueño, ellos me doblaban las piernas y se reían cuando me rasgaban la ropa. Uno se acercó a mí e hizo movimientos obscenos con las manos. Justo cuando me tenía en la posición ideal para humillarme, todo se volvía negro y empezaba lentamente a despertarme.
***
—¿Hola? ¿Nastya? —dije soltando un chillido cuando por fin me contestó.
—¿Lena? Oh por Dios, mujer, ¡qué susto nos diste! —oí la emoción en su voz, pronto comenzó a sollozar, sorprendiéndome.
—¿Estás llorando? —pregunté mientras intentaba meterme en los pantalones deportivos de Julia, aunque siempre se me resbalaban.
—¡Sí! Pensé que te habían secuestrado o algo. Tu novia estuvo muy nerviosa cuando me contó que Mason te acosaba, ¿por qué no me dijiste nada? ¿Cómo estás? ¿Estás bien? ¿Qué sucedió contigo? Apuesto a que Mason tiene algo que ver. ¡Ay, Lena! ¡Pensé lo peor! ¿Dónde estás?
—Tranquila. Estoy bien, algo adolorida pero bien. Quería preguntarte una cosa —me quité el celular del oído para pasar mis manos a través de las mangas de la camiseta de Ósmosis que guardaba Julia en su armario—. ¿De casualidad has visto a Julia?
Anoche, mientras me removía en mis pesadillas, noté que ella nunca llegó al departamento después de salir. Me dormí demasiado rápido como para notarlo, pero cuando me levanté de su cama para tomar un vaso con agua, ella no estaba. No durmió a mi lado.
—¿Julia? —Preguntó Nastya, sacándome de mis pensamientos—. No, ¿por qué? Había quedado en llamarme si lograban encontrarte y quedé esperando que me informara.
Eso me puso más nerviosa.
—Es que... Ayer le dio una paliza a Mason y lo dejó tan mal que tengo miedo que él haya querido vengarse.
Me apresuré a remangarme la camiseta y a anudar mi pelo en una cola.
Había logrado arreglar mi celular y cuando lo encendí, tenía cerca de cuarenta llamadas perdidas, la mayoría eran de mamá, de Julia, de Nastya e incluso de mi jefa Laura. Seguramente me iba a reclamar el que nunca fui en busca de su hijastro, porque yo me había ido con el equivocado.
—¿Qué sucedió, Lena? Quiero la versión extendida —dijo Nastya a través del teléfono.
—Estoy en el departamento de Julia, anoche... Es que ella nunca llegó después de salir. Me dijo que vendría pronto y ya pasaron diez horas desde que no la veo. Estoy preocupada.
—¿Ya llamaste a tu mamá? Tal vez ella sepa algo, no sé... —de repente escuché un ruido que provenía de la sala.
Me movilicé, aun con el teléfono presionado contra mi oreja, y cuando salí de la habitación de Julia, la vi a ella atravesando la puerta de entrada.
Inmediatamente corrí y me le colgué del cuello, sentí sus brazos sujetándome de la cintura y sus labios besaron mi cuello.
—¿Me extrañaste? —preguntó mordisqueando mi nuca.
Dejé mi celular a un lado, después llamaría a Nastya.
Me abracé tanto a Julia que terminé cerrando los ojos y presionándolos con fuerza. Pensé que me echaría a llorar pero me detuve cuando escuché más voces a nuestro alrededor. Lentamente abrí los ojos y a quien vi primero fue a mi mamá, vestida con sus típicas túnicas largas de varios colores. Le seguía papá y luego Susan.
Me separé de Julia y los observé uno por uno.
—¿Qué hacen todos acá? —pregunté algo temerosa. Papá no se miraba feliz, y en cambio mamá lucía radiante.
—Julia ya nos contó la noticia —dijo ella, me dio una sonrisa aterradora y me envolvió en sus brazos—. Te ves destrozada, mi pobre bebé. Debí imaginarme, mi sentido de madre me lo advirtió.
—No entiendo —dije buscando los ojos de Julia para que me explicara lo que estaba sucediendo.
Ella rehuyó mi mirada.
—Primero nos contó lo que sucedió anoche, hubiera deseado que me lo dijeras —me regañó ella—. Hablé con mi hermana, ella dice que Marie lo único que estaba haciendo era una simple broma. Oh, mi pequeño calabacín, debió ser difícil para ti. No te preocupes que me encargué de corregir de una buena forma a esa niña malcriada de Marie.
—¿Qué hiciste? —mi papá, quien observaba cada rincón del departamento de Julia con minuciosa atención, carraspeó cuando vio que ella se pegaba a mi costado. Rápidamente Julia tomó distancia.
—Eso no importa ahora, pero escúchame, esa segunda noticia lo opacó todo.
—¿Cuál segunda noticia?
—¡Julia nos pidió tu mano en matrimonio! ¿No te parece tan Orgullo y Prejuicio? —chilló emocionada. En cambio yo estaba paralizada, viéndola con la boca abierta.
—Esa boda se va a realizar sobre mi cadáver —dijo papá apretando la mano de Susan—. Me parece una reverenda estupidez, ¡Lena, apenas tienes quince años! Ella es una pederasta. Me oíste, dejas a mi hija en paz y te largas a cometer delitos en otra parte.
Yo seguía en un trance completo.
—¿Matrimonio? —dije algo aturdida.
Miré a Julia mientras ella me daba una sonrisa ladeada, de esas que te dejan sin aliento. Se encogió de hombros mientras me decía:
—Quiero que te vengas a vivir al departamento, pero tu papá no me deja. Dice que primero tenemos que estar casadas. Ahora, solo hay dos habitaciones y una es de la pequeña mequetrefe, así que dormirías conmigo, en mi cama.
—¡Ya quisieras, delincuente, ya quisieras! —gritó mi padre, se separó de Susan y se puso frente a Julia—. Lena, dime que todo lo que nos contó esta infeliz es mentira. Mason sería incapaz de hacer algo como eso. Me lo creería de ella, pero no de Mason, es un buen chico. Lo conozco desde que era un niño. Cuéntanos la verdad. ¿Esta tipa te está extorsionando para que mientas? Parpadea dos veces si necesitas ayuda y yo te saco de aquí. ¿Fue ella la que te tenía secuestrada? ¿Fue ella?
—¡Basta ya! —grité. Estaba realmente frustrada—. No fue Julia. Fueron Mason, Marie y un chico italiano que la ayudó a ella. Ya no quiero seguir hablando de esto, estoy cansada, me duele todo el cuerpo y tengo que reportarme en mi trabajo antes de que mi jefa me despida.
—Nena…
—Lena…
Mi padre y Julia se dieron largas miradas antes de decidir quién de los dos hablaría primero.
Luego ocurrió la cosa más impensable de todas: me mareé repentinamente, y lo último que supe era que mi mundo se sumía en la oscuridad. Sentí que alguien me agarraba de los brazos… y de pronto, nada.
—Para la boda tengo pensado que Lena no use el típico vestido blanco. Creo que el marfil/rosado está de moda, y le quedaría bien un estilo de sirena...
A lo lejos podía escuchar la voz de mamá. Sentía los párpados pesados y me costaba concentrarme en lo que decía.
—Estás loca —ese era papá, sonaba irritado y a punto de golpear a alguien, probablemente a Julia—. Nuestra hija es apenas un bebé y ya quieres arruinarle la vida casándose con una delincuente tatuada. Y cuéntame muchacha, ¿cómo es que tus padres dejaron que profanaras tu cuerpo con esos tatuajes?
Yo continuaba con los ojos cerrados. Vagamente descubrí que estaba sobre una cama con sábanas suaves y olor peculiar, la cama de Julia.
—Mis padres murieron hace seis años, así que supongo que no pusieron objeción en cuanto a lo que sea que hiciera con mi cuerpo.
Un incómodo silencio se hizo presente en la habitación.
Tosí de repente, sintiendo cómo me ahogaba con mi propia saliva. Continuaba sin poder abrir los ojos.
—Creo que Lena se está despertando —murmuró mamá. Escuché pies arrastrándose por el suelo y el calor de una mano tocando la mía.
—Oh mi pequeña calabaza. Quisiera poder sacarle los ojos a todo el que le haya hecho daño alguno —mamá se puso a sollozar y oí las palabras de consuelo que trataba de darle Susan.
Quería decirle que estaba bien, relativamente, pero mi lengua se sentía pastosa y mis labios no querían cooperar conmigo para abrirse.
—¿Funcionará esa medicina rara que le diste? —interrumpió mi papá cuando mamá se puso a llorar más fuerte.
—¡Claro que funciona! Es medicina natural. Mi pobre calabaza estuvo metida en una situación bajo mucho estrés y mucha presión. ¡Imagina que alguien intente violarte y luego te digan que es una broma! Pero claro, ¿quién va a querer a violar a un hombre de mediana edad, de cabeza calva y con alto grado de miopía? ¡Nadie! Así que no sabes lo que se siente.
Mamá logró decir esa oración completa sin dejar de sollozar y chillar de manera descontrolada.
—Creo que deberíamos llevarla mejor a un médico. No es normal que se desmaye de esa forma —la voz de papá sonaba preocupada.
—Tal vez la noticia de la boda la alteró...
—Por supuesto que sí. Lena todavía es una niña en crecimiento. ¿Cómo se te ocurre casarla con apenas trece años de edad?
—¿Y dices que soy yo la loca? Lena tiene dieciocho, va a cumplir diecinueve el próximo mes. Ya va a entrar en la universidad esta semana, ¿y sigues creyendo que tiene trece? —mamá se echó a reír—. Esa es otra desventaja de volverse viejo a tu edad. Susan, todavía estás a tiempo de conseguirte algo mejor...
—¿Pueden guardar silencio? —me quejé, finalmente me encontré en condiciones de poder hablar—. Me duele la cabeza. Tengo calor.
—¡Nena! —Julia se colocó inmediatamente a mi lado. Lentamente abrí los ojos, me dolía todo el cuerpo. To-do.
—¿Dónde estuviste anoche? —solté repentinamente, incapaz de no preguntarle. Sonaba demasiado infantil, pero no me dio tiempo de preguntarle antes.
—Me surgió un problema mientras intentaba conseguirte comida, tuve que atender una emergencia.
Ella sonaba reacia a decirme más. Seguramente porque estaban mamá y papá presente.
—¿Cuándo fue la última vez que comiste? —me preguntó mamá, desviando la conversación hacia otros temas.
Pensé por un momento qué fue lo último que comí: una manzana, después de... haberle entregado mi virginidad a Julia. Y antes de eso, los postres que Mason me envió y que el falso Giulio y yo comimos.
Todos me miraron en completo silencio, probablemente esperando mi respuesta.
—¿Qué? —pregunté cuando vi que la vena de papá casi se salía de su frente.
Él miró con desprecio hacia Julia, parecía que le iba a salir espuma por la boca.
—Mejor ve corriendo hija de perra, antes de que te alcance —le dijo papá, hablaba con los dientes bien apretados y los puños cerrados.
Su voz sonaba al borde de un colapso.
—¿Qué ocurre? —pregunté cuando vi el rostro de Julia ponerse al rojo vivo. Entonces salió corriendo como poseída y papá la siguió al segundo después, gritándole groserías y acusándola de ser una infeliz desgraciada.
—¿Qué... ?
—¿Le entregaste tu virginidad a Julia? —preguntó mamá de lo más resuelta.
Me congelé donde estaba.
¿Acaso ella podía leer mentes ahora?
—No, no puedo leerte la mente. Pero no es difícil enterarse cuando lo estás diciendo en voz alta, ¿sabes?
Me llevé ambas manos a la boca. Me reincorporé de un salto y me senté en la orilla de la cama. A lo lejos escuché a papá acusando a Julia de ser una hijo de p... Eso hizo que mi cara se pusiera más roja.
—Yo... Yo... ¿Lo dije en voz alta?
No podía creerlo.
Noooooooo. Qué vergüenza.
—Yo, como que me lo imaginaba —dijo mamá algo cautelosa—, pero hubiera deseado que esperaras más. ¿Pensabas contarme algo de esto?
Lo único que pude hacer fue enterrar la cara en la almohada. Ya no oía a papá o a Julia así que asumí que habían salido del departamento.
Mierda.
—Deberías comer —dijo Susan, borrando el silencio que permanecía pesado como plomo, infectando el aire—. Probablemente eso fue lo que te provocó el desmayo, además de que estás algo pálida.
Asentí y me quité la almohada de la cabeza, no tenía el valor de ver a mamá a los ojos así que la evité.
Me levanté sin mucho esfuerzo, y al instante ya sentía que me iba de nuevo para el suelo. Susan llegó a tiempo para agarrarme de los hombros.
—Creo que mejor te traigo algo de la cocina —habló ella y nos dejó solas a mamá y a mí en la habitación.
Por favor que no esté enojada conmigo, que no esté enojada conmigo, que...
—No estoy enojada contigo —aseguró con el ceño fruncido.
—¿Lo dije en voz alta? ¿De nuevo?
Ella asintió con la cabeza.
Genial.
—Debe ser la medicina que te di. No estaba segura de si era demasiado fuerte para ti. Pero es que nos diste un susto de muerte.
Se sentó a mi lado y me abrazó repentinamente.
—Creo que tengo el mismo problema que tu papá —dijo ella, con sus ojos humedeciéndose lentamente—. Todavía te veo como mi niña pequeña que se emocionaba cuando la vestía con estampados de cebra y cuando le ponía vestidos de princesas para que tomáramos el té juntas. Pero reconozco que estás creciendo, mírate, toda independiente y tratando de sobrellevar los problemas que tienes con tu prima, cuando yo nunca pude solucionar los míos con mi hermana.
Una lágrima brotó de su ojo y se deslizó por la comisura de sus labios.
—Siento que te fallé como madre —admitió bajando la cabeza—. Tuve que haberte cuidado mejor, como el tesoro irremplazable que eres.
—Me cuidaste bien —dije con un nudo en la garganta. Jamás me había sincerado tanto con mamá. Ninguna de las dos dejábamos entrar a la otra.
—No fue suficiente. Has pasado por mucho en tan corta edad. Pero de ahora en adelante prometo hacer las cosas bien.
—Ya las haces bien.
—No. He estado haciendo algo muy mal desde hace años. Creo que dejaré lo de ser psíquica y buscaré un trabajo real.
Abrí bastante la boca y luego la cerré.
—¿Qué? ¿Pero si siempre has querido hacer algo divertido de tu vida.
—Ya no más. Eso no me estaba generando ganancias, solo gastos...
—¿Ocupas dinero? —pregunté tímidamente—. Sabes que yo puedo dártelo. Si todavía no me despiden del trabajo te puedo dar mi paga del mes.
Ella se apresuró a negar con la cabeza.
—No, ni se te ocurra. Me he portado como un parasito todos estos años. Guarda el dinero para ti misma, así tu novia no se ve en la necesidad de pedirte matrimonio solo para que te quedes a vivir con ella porque no tienes un lugar propio en el que quedarte.
Sonreí para mis adentros.
A estas alturas papá ya debe haberla golpeado en al menos dos lugares del cuerpo.
—De todas formas no iba a aceptar una propuesta tan descabellada. Julia está loca —le dije. Sonreí de nuevo.
—Es una loca enamorado. Y me parece bien que esperes, hija, pero aquí entre nos, déjame decirte que hay una rebaja de vestidos de novias en aquella tienda bonita del centro comercial...
—Mamá...
—Está bien. Yo solo decía. Toda chica debería tener guardado su vestido de novia para cuando llegue el momento de la gran pregunta. Mujer precavida vale por dos.
Rodé los ojos.
Pronto Susan entró en la habitación con una bandeja de cereal Lucky Charms y un vaso de limonada.
—Esto fue lo único que pude encontrar —dijo encogiéndose de hombros y llevándome la comida a la cama.
Le agradecí y empecé a devorar lo más rápido que pude. Al parecer sí me había desmayado del hambre. Pronto me sentí mejor.
Pasaron unos minutos hasta que mi celular empezó a sonar con la canción que identificaba a Julia: Dangerous and Sweet.
—¿Hola? —dije cuando contesté.
—¡Nena! —la voz de Julia sonaba agitada, parecía que estaba corriendo—. Tu papá no deja de perseguirme. Para tener cincuenta años está en un muy buen estado físico.
Jadeó, cansada.
—¿Dónde estás?
—Mira, si no llego con vida a eso de las seis, ten por seguro una cosa —rodé los ojos aun cuando sabía que Julia no podía verme. Estaba siendo exagerada.
—¿Qué es?
Ella jadeó más fuerte y se podía escuchar que corría con mayor velocidad.
—Que te amo.
Me paralicé por unos segundos.
—¿Lena? ¿Estás ahí? Nena, creo que no fue buena cosa que dijeras en voz alta que me entregaste tu virginidad. Al menos no frente a tus padres, que creen que soy una ladrona porque piensan que te forcé. O eso opina tu papá.
Pronto me regresó el color a la cara y resoplé.
El solo hecho de pensar que mi papá había escuchado cuando confesé algo como eso… sip, no era nada bueno.
—Regresa pronto al departamento, créeme, él se va a cansar dentro de poco —logré decir cuando estuve más calmada.
—No está muy contento. Te hablo más tarde.
Vaya, Julia me había dicho que me amaba. Esta era la primera vez que lo decía y se sintió muy bien oírlo.
Sonreí y regresé a la labor de devorarme el cereal.
Esa misma noche caí en un sueño profundo, de nuevo tuve pesadillas acerca de chicos persiguiéndome por un camino que no tenía salida ni final, intentando arrancarme la ropa y tomándome del pelo para golpearme contra una pared cada vez que titubeaba y corría a menor velocidad.
Desperté agitada y sudada, dejando que la pesadilla se deslizara fuera de mi sistema.
Ya no estaba en casa de Julia así que reconocí las paredes de mi habitación. Mi papá se había puesto histérico y fue la primera vez, en muchos años, que me gritó de la manera en que lo hizo frente a Julia, Susan y mamá. Me sentí fatal y avergonzada. Al final terminé en su casa, en la misma habitación que venía ocupando desde hace semanas.
Mamá aseguró que denunciarían a Mason; ella y mi padre se reunieron con la madre de él, la señora Henrietta, y ella estaba sumamente apenada.
A estas alturas todo el mundo se enteró del intento de violación que hicieron Marie, Giulio y Mason, y lo pesada que resultó la broma.
Para mi sorpresa, la fiesta que mi prima planeó desde hace mucho tiempo atrás, fue cancelada. Ahora ella seguramente tendrá una razón más para odiarme.
Todavía asustada por la reciente pesadilla, me senté en una posición vertical en la cama y llevé mis manos a mi pecho para intentar nivelar mi respiración. Toda la habitación estaba a oscuras y la luz de la luna se filtraba a través de la fina tela de las cortinas.
Aun agitada, me deshice de las sábanas que me envolvían como momia, y trepé fuera de la cama para buscar un poco de agua en la cocina.
No terminé de dar ni cinco pasos por la habitación cuando una mano se deslizó por mi cintura, y otra mano fue a parar a mi boca. El pánico se presentó de manera instantánea.
Me agité, nerviosa, y comencé a gritar, pero el sonido era amortiguado por esa mano. Lo único que se me ocurrió pensar era que Mason, de alguna forma, logró entrar a mi habitación y ahora venía a terminar con lo que comenzó.
—Shhh —susurró detrás de mi oído. Su mano acariciaba mi vientre y me sujetaba contra su pecho—, nena soy yo, Julia. No entres en pánico.
Mi cuerpo se relajó instantáneamente.
Julia retiró su mano de mi boca, pero continuó con la otra en mi cintura.
—¡Julia, me asustaste! —grité lo más bajo que se podía gritar. Mi papá estaba furioso con ella, me prohibió verla y amenazó con dispararle si la veía cerca de mí—. Si mi papá se entera que estás aquí nos va a sepultar a los dos.
Ella me dio un beso en la nuca y acercó su nariz para oler mi cuello.
—Si no te has dado cuenta, no soy una chica que sigue las reglas —mordió mi oreja y luego hizo un recorrido de besos por mi pelo. Fue a parar a mi hombro y, con los dientes, retiró el delgado tirante de mi camiseta de dormir.
—¿Cómo sigue tu mejilla? —le pregunté llevando mis manos hacia las suyas que ahora me tocaban las caderas.
—Tu papá da bueno golpes, pero yo me muevo rápido —besó mi hombro y lo mordisqueó— ¿Cómo sigues? Desearía que me hubieras dejado matar a ese animal depravado lamedor de pollas de vacas.
—Pues Ya te lo dije, podías meterte en problemas —Me pausé por un momento—. ¿Las vacas tienen pollas?
—Pues lo que sea que tengan, nadie que se considere hombre le haría algo así a una mujer, así que es un lamedor de pollas de vacas. Y no me cambies de tema, ¿cómo estás?
Julia bajó el tirante de mi blusa con sus expertos dedos largos, dejando al descubierto más piel a su paso.
—Ya mejor. Aunque me duele todo el cuerpo.
—Mmm, desearía darle un tratamiento intensivo con mi lengua a cada parte adolorida.
Bajó todavía más el tirante hasta que lo deslizó por mi mano y dejó mi seno derecho expuesto. Inmediatamente su mano lo cubrió y masajeó.
Eché mi cabeza hacia atrás, sin poder evitarlo, y gemí silenciosamente.
—¿Por dónde comenzamos? —preguntó en un susurró ronco— ¿Te duele aquí? —continuó masajeando mi seno—. ¿O tal vez aquí?
Su mano se deslizó por la franja que de piel que quedaba expuesta sin la camiseta.
—¿Aquí? —bajó aun más, llegando a mis caderas y metiendo sus dedos dentro del short de mi pijama. Lo bajó solo un poco.
—Veamos, ¿a dónde más? La doctora Julia solo quiere asegurarse de que estés bien.
Sonreí inevitablemente.
—¿La doctora Julia? ¿Siquiera estudiaste alguna carrera en la universidad? —pregunté mientras sus dedos se deslizaban un poco más abajo.
—Estudié mecatrónica por dos años. Puedo armar y desarmar lo que sea que se me ponga en frente.
No pude seguir concentrándome en sus palabras porque, por un momento, mientras cerraba los ojos y dejaba que sus dedos se perdieran entre mi ropa interior, los malos recuerdos me atacaron… y atacaron con fuerza.
Los dedos de Julia se convirtieron en los de Giulio, Mason, y de nuevo estaba sobre esa mesa sucia de madera, dejando que el no Giulio me abriera las piernas y sintiéndome tan impotente y asustada.
Me aparté inmediatamente de Julia. Ella notó el cambio en mí ya que comencé a respirar agitadamente mientras me cubría y colocaba el tirante en su lugar. Sentía que me faltaba el aire y pegué mi espalda contra la pared más cercana. Me doblé por la cintura y traté de sacar esas imágenes en mi cabeza.
—Prometo que no va a doler.
—Bebé, no te resistas.
—Deja de luchar, preciosa.
Sus palabras volvieron a mi cabeza.
Pronto sentí que alguien me sacudía de los hombros y me llamaba por mi nombre.
Yo seguía sin poder respirar, era como si se hubiera acabado el oxígeno de todo el mundo; jadeé en busca de aire pero me ahogaba lentamente.
Empecé a golpear el pecho de Julia para gritarle por ayuda pero no podía hablar.
—¡Lena! RESPIRA —escuché que gritó—. Relájate, vamos, respira hondo. Respira conmigo, vamos. Es solo un ataque de pánico, tienes que respirar.
De alguna manera terminé sobre mi cama, con mi cabeza en las piernas de Julia mientras ella trataba de gritarme instrucciones para coger aire y no ahogarme.
Mis pulmones dolían por respirar, por un momento me asusté y pensé que este sería el final para mí. Julia parecía leer mis pensamientos porque rápidamente me repitió que dejara de pensar y simplemente me concentrara en dar pequeñas tomadas de aire.
Mi papá irrumpió en la habitación justo en ese momento, encendiendo las luces y golpeando la puerta contra la pared, cargaba un bate de béisbol en la mano y Susan venía detrás de él.
Lágrimas salieron de mis ojos mientras lo miraba por la que sería la última vez.
—¡¿Qué le estás haciendo?! ¡Aléjate de Lena! ¿Qué le haces? —gritó al verme jadeando y ahogándome. Logré tragar un nudo que se formó en mi garganta, pero hizo que me doliera más.
Esto era horrible.
—¡Le está dando un ataque de pánico! ¡Tiene que respirar!
Cerré los ojos, adolorida. Pronto Julia me colocó sobre su regazo y me obligó a respirar con ella, tomándome de la cintura y moviéndome exageradamente para que dejara entrar algo de aire a mis pulmones.
Funcionó porque pronto comencé a sentir que me relajaba y mi sistema volvió a la normalidad.
—Bien. Así —susurró Julia. Finalmente respiré hondo una última vez, agradecida por no haberme desmayado, y me limpié las lágrimas que se habían escapado de mis ojos.
Papá seguía parado cerca de la puerta, viendo la escena y apretando su mandíbula con fuerza.
Susan irrumpió en la habitación y me alcanzó un vaso con agua que, gustosamente, me tomé enseguida.
—¿Ya estás mejor? ¿Qué sucedió? —me preguntó sobando mi cabeza.
—Solo… solo… Todo pasó. Lo siento, no quería despertarlos.
—No te preocupes linda, nos asustamos mucho.
—Vete de mi casa —gritó papá. Los tres nos removimos incómodos.
—¿Qué…? —abrí la boca y luego la cerré. ¿Iba a correr a Julia? ¿Es que nunca iba a aceptar que la quería y que era imposible deshacerme de ella?
—Lena, vete de mi casa —repitió con voz más tranquila. Dejó el bate a un lado y se cruzó de brazos.
Boqueé como un pez.
¡¿Me estaba echando a mí?!
Él suspiró, cansado, y se acercó hacia nosotros a paso lento.
—Te estoy dando permiso para que te vayas con ella —señaló a Julia—. Reconozco que se preocupa por ti, y cualquier padre sería un tonto por ignorar eso.
No podía creerlo, ¿quería que me fuera con Julia? ¿La chica de la que se estuvo quejando todo el día? ¿La delincuente tatuada de la que me prohibía acercarme?
—¿Quieres que me vaya con Julia? —Seguía en shock. Probablemente morí y ahora estaba viviendo en mi utopía de ensueño—. ¿Y hasta ahora se te ocurre decirme esto?
—Quiero que persigas lo que te haga feliz —Se encogió de hombros.
Julia me apretó y me sostuvo entre sus brazos.
—Oye, dije que podía ir, pero al menos espero que no repases a mi hija frente a mis narices. Aleja tus manos, aléjalas. Eso es, ahora quiero verte a diez pasos de distancia de ella.
Sentí el peso de Julia desparecer de la cama, y la vi levantarse hasta apoyarse en el pequeño armario de fondo.
—¿Sabes qué? Ya me estoy arrepintiendo, esto es una mala idea. Mira, te daré permiso de salir con mi hija pero ya no te la lleves, es mucha tentación para una sola noche.
—¡Papá!
—¿Qué? ¿Dejarías a un lobo dormir con una oveja y le harías prometer que no la toque? Inevitablemente habrá sangre en las sábanas al día siguiente, y la oveja no va a estar por ningún lado —se dirigió a Julia—. No señor, visitas a mi hija en horas viables, cuando esté yo en casa. Cualquier lugar que quieras ir con ella tendré que autorizarlo yo primero. Y veré si las acompaño o no.
—Cariño —Susan lo tomó del brazo—, ¿para qué le dijiste a Lena que se fuera con ella entonces? Tu solito te contradices.
—Fue por la emoción del momento —le respondió en voz baja, pero la verdad era que todos pudimos escucharlo—. Lena, tú te quedas aquí. Que te visite mañana, y que no interfiera en tu trabajo.
Iba a decir algo pero papá volvió a hablar, cambiando de idea rápidamente.
—Y nada de verse a solas… por cierto, ¿cómo entraste en la habitación de mi hija? —miró a Julia con rabia, entrecerrando los ojos y agarrando de nuevo el bate que había dejado a un lado—. No hay duda de que tus mañas de delincuente todavía te siguen. ¿Entraste por la ventana?
Observé a Julia, esperando que no provocara a mi padre, pero ella estaba seria, incluso se podría decir que lucía asustado, y presentía que no era papá quien lo puso así.
Nuestros ojos se encontraron, se miraron por largos y eternos segundos hasta que papá se puso frente a mí, quebrando la preciosa concentración que teníamos Julia y yo.
—¡Dejen de verse de esa manera! —se giró para encarar a Julia— ¡Deja de verla como si fuera un postre! Puedo ver tus colmillos debajo de todo ese rostro bonito.
La Julia seria me miró por última vez antes de dejar salir a la Julia relajada y segura de sí misma.
—¿Acaba de decir que tengo un rostro bonito, señor? —elevó sus cejas e hizo una mueca para evitar sonreír ante la situación.
Papá se puso a discutir con ella por otros quince minutos más; entre los dos lograron acabar con la delgada relación que apenas se acababa de formar.
Pero yo no tenía puesta la cabeza en eso, yo sólo me limitaba a intentar interpretar esa rara mirada de “no te merezco” que me dio Julia hace unos momentos. Podía presentir que ella estaba asustada, asustada de que yo haya quedado marcada por el recuerdo de las manos de Giulio para siempre. Y admitiendo la verdad, yo también lo estaba.
¿Y hasta ahora se te ocurre decirme esto?
—La próxima vez que lo vea, no solo le voy a partir la cara, sino que le voy a arrancar las pelotas y haré que se las coma y luego las vomite. Mejor que ni respire en tu dirección porque lo moleré a golpes. A ese lame pollas hay que denunciarlo, no se puede quedar así como así.
Julia estaba agresiva. Lanzaba puñetazos contra la pared y pateaba el colchón de su cama.
Desde que me trajo a su departamento no había dicho palabra alguna, sólo me quedé mirando el suelo, jugueteando con un hilo suelto de la colcha que había puesto sobre mis hombros para calentarme. Sentía la boca reseca y me ardían los ojos por seguir llorando; aun me temblaban las manos y no podía sujetar bien la taza de chocolate que Julia había puesto entre mis dedos.
—Lena —ella se arrodilló para estar a la altura de mis ojos, me tomó de los hombros y me acercó un poco a su cuerpo—. Dime qué pasó. Me estoy muriendo lentamente imaginando todo tipo de cosas; nena, habla conmigo.
Rehuí su mirada y me concentré en el líquido marrón de mi bebida. Acerqué la taza a mi boca y lentamente tomé un sorbo de chocolate para armarme de valor.
—No pasó nada —dije rotundamente. No sabía por qué pero no estaba de ánimos para hablar con Julia de esto. No quería que supiera lo débil que actué, lo impotente y torpe que me sentí cuando, entre Mason y el no Giulio, me sujetaron con habilidad.
—Necesito que me lo digas. Si tú no me lo dices soy capaz de buscar a ese idiota y terminar lo que empecé. Te juro que lo haré.
Esta vez dejé que mis ojos tuvieran contacto visual con los suyos. Llevé mi mano a su mejilla y acaricié su pómulo con mi dedo pulgar.
—No fue solo Mason —logré decir a pesar del nudo en mi garganta.
Los músculos de Julia se tensaron, uno por uno. Sus ojos adquirieron un brillo salvaje y mortal que nunca había visto en ella.
—¡Hijo de puta! —gritó poniéndose de pie. Se paseó de un lado a otro, y finalmente lanzó su puño contra el espejo empotrado en la pared de su habitación, provocando que cientos de quiebres y rutas se le dibujaran a éste.
Vi cómo sus nudillos se inflamaban en cuestión de segundos, me levanté deprisa para estar a su lado.
—Tranquilízate —dejé la taza de chocolate sobre la mesita a la par de la cama, y corrí para tomarle la mano antes de que se le ocurriera golpear otra cosa de nuevo—. Déjame explicarte todo. Ninguno de ellos llegó a… violarme, lo que sucedió fue distinto.
—Explícame ahora antes de que cometa un delito mayor —dijo con la mandíbula apretada.
Y así le conté todo. Desde ver a Giulio (cuyo nombre real era Dante) hasta la sorpresa de tener a Marie entre los involucrados. Aun seguía temblando y las ganas de llorar eran demasiado fuertes.
Me sentía cansada y me dolía todo el cuerpo; aunque no quería recordar nada de lo sucedido hace unas pocas horas, la imagen mental de Giulio abriendo mis piernas no se iba a ir de mi cabeza en mucho tiempo.
—Sabía que ese imbécil no era de fiar —dijo Julia cuando terminé de contarle. Cepilló su cabello negro con su mano y soltó un largo suspiro—. No sé si te lo dije antes pero nena, mataría por ti. Y justo ahora no es bueno recordar eso porque estoy a un segundo de salir corriendo y agarrar a esos tres hijos de puta e hincarlos en el suelo para que te pidan disculpas. ¿Una jodida broma? ¿En serio? Mi puño va a acabar en sus caras, a ver si eso les parece una broma.
Se jaló el cabello con una mano y luego me tomó de la cintura, pegando su frente con la mía.
—Cuando tu mamá me dijo que nunca habías llegado a esa cena, yo... —Julia tragó saliva y cerró los ojos, me presionó más fuerte— pensé todo tipo de cosas. Tú me dijiste, me contaste sobre ese hijo de perra y yo no lo detuve a tiempo. Si tan solo te hubiera prestado más atención, nada de esto ocurriría. Me volví loca buscándote, y lo peor de todo es que no tenía mi moto cerca, tuve que subir el coche de Key por las aceras.
Sonreí a medias.
—En primer lugar, no intentes echarte la culpa porque no la tienes —con mis manos le acaricié el rostro—. La culpa la tengo yo por tener unos instintos muertos, nunca me imaginé que Mason haría nada de esto, o que Marie me odiaría de esa forma como para armar todo un plan, soy tan tonta que caí así de rápido en la trampa. Y en segundo, recuerda que le debes tu riñón a Key por ese auto.
Ahora quien sonreía a medias era ella.
—No eres tonta. Eres demasiado inocente, eso es todo. Y nada le pasó al Audi, mi riñón está a salvo. —Ella se precipitó a lamer mi labio inferior, inmediatamente sentí un ardor que me recordó el estado en el que me encontraba físicamente. Ella notó la mueca que dejé escapar, y se retiró unos buenos centímetros de mi cuerpo.
—Olvidé que aun estás herida y empapada —murmuró—. Vamos, quítate la ropa para que te puedas meter a la ducha y después te reviso esas heridas.
—Solo mi labio está herido —le dije, aunque en el interior tenía daños más graves.
—Lena, desde aquí puedo verte los brazos, las muñecas, y hasta las piernas llenas de moretones. Quiero inspeccionar qué más hicieron esos infelices. Quítate la ropa y la dejas por allí.
Me sentí cohibida de repente.
—Te dejaré sola —prometió alzando las dos manos— mientras te duchas le hablaré a tu mamá. Ella estaba preocupada. También Nastya, la llamé más temprano para ver si ella sabía algo de ti.
—De acuerdo —asentí—. Y por favor, no les vayas a decir nada de lo que te conté, me daría vergüenza si se enteran.
Julia frunció el ceño.
—¿No quieres que le diga a tu familia lo que los psicópatas de Marie y Mason te hicieron pasar? —sonaba perpleja—. Lo siento Lena, pero con esto no se juega. No me voy a quedar de brazos cruzados.
—Pero…
—Conseguiré comida. Báñate y duerme un poco. Hoy te quedas conmigo, y voy a ser muy clara con tu papá de que mejor no intente llevarte de mi lado porque en estos momentos estoy tan enojada que no me va a importar decirle que dormirás usando una de mis camisas… y solo eso.
—¿Estás loca? Él es capaz de rastrearte y colgar tu trasero en un gancho para carnes.
—Pues será el trasero mejor colgado de la ciudad. Vuelvo enseguida nena, no me tardo.
Plantó un beso en mi frente y salió de la habitación llevándose su celular.
Suspiré y traté de bajar el ritmo de los latidos de mi corazón, me sentía nerviosa y algo traumada; parecía como si en cualquier momento alguien saldría detrás de la puerta del armario para asustarme y llevarme lejos.
Esa noche me bañé, me vestí con una de las camisetas de Julia, y me dormí al instante de poner mi cabeza en la almohada. Me dolía todo el cuerpo, desde los párpados hasta los dedos de mis pies. El analgésico que me tomé horas antes ya estaba cumpliendo su función y mis músculos comenzaron a relajarse. Tuve pesadillas de chicos con máscaras que intentaban acorralarme en un pasillo lleno de gente; en el sueño, ellos me doblaban las piernas y se reían cuando me rasgaban la ropa. Uno se acercó a mí e hizo movimientos obscenos con las manos. Justo cuando me tenía en la posición ideal para humillarme, todo se volvía negro y empezaba lentamente a despertarme.
***
—¿Hola? ¿Nastya? —dije soltando un chillido cuando por fin me contestó.
—¿Lena? Oh por Dios, mujer, ¡qué susto nos diste! —oí la emoción en su voz, pronto comenzó a sollozar, sorprendiéndome.
—¿Estás llorando? —pregunté mientras intentaba meterme en los pantalones deportivos de Julia, aunque siempre se me resbalaban.
—¡Sí! Pensé que te habían secuestrado o algo. Tu novia estuvo muy nerviosa cuando me contó que Mason te acosaba, ¿por qué no me dijiste nada? ¿Cómo estás? ¿Estás bien? ¿Qué sucedió contigo? Apuesto a que Mason tiene algo que ver. ¡Ay, Lena! ¡Pensé lo peor! ¿Dónde estás?
—Tranquila. Estoy bien, algo adolorida pero bien. Quería preguntarte una cosa —me quité el celular del oído para pasar mis manos a través de las mangas de la camiseta de Ósmosis que guardaba Julia en su armario—. ¿De casualidad has visto a Julia?
Anoche, mientras me removía en mis pesadillas, noté que ella nunca llegó al departamento después de salir. Me dormí demasiado rápido como para notarlo, pero cuando me levanté de su cama para tomar un vaso con agua, ella no estaba. No durmió a mi lado.
—¿Julia? —Preguntó Nastya, sacándome de mis pensamientos—. No, ¿por qué? Había quedado en llamarme si lograban encontrarte y quedé esperando que me informara.
Eso me puso más nerviosa.
—Es que... Ayer le dio una paliza a Mason y lo dejó tan mal que tengo miedo que él haya querido vengarse.
Me apresuré a remangarme la camiseta y a anudar mi pelo en una cola.
Había logrado arreglar mi celular y cuando lo encendí, tenía cerca de cuarenta llamadas perdidas, la mayoría eran de mamá, de Julia, de Nastya e incluso de mi jefa Laura. Seguramente me iba a reclamar el que nunca fui en busca de su hijastro, porque yo me había ido con el equivocado.
—¿Qué sucedió, Lena? Quiero la versión extendida —dijo Nastya a través del teléfono.
—Estoy en el departamento de Julia, anoche... Es que ella nunca llegó después de salir. Me dijo que vendría pronto y ya pasaron diez horas desde que no la veo. Estoy preocupada.
—¿Ya llamaste a tu mamá? Tal vez ella sepa algo, no sé... —de repente escuché un ruido que provenía de la sala.
Me movilicé, aun con el teléfono presionado contra mi oreja, y cuando salí de la habitación de Julia, la vi a ella atravesando la puerta de entrada.
Inmediatamente corrí y me le colgué del cuello, sentí sus brazos sujetándome de la cintura y sus labios besaron mi cuello.
—¿Me extrañaste? —preguntó mordisqueando mi nuca.
Dejé mi celular a un lado, después llamaría a Nastya.
Me abracé tanto a Julia que terminé cerrando los ojos y presionándolos con fuerza. Pensé que me echaría a llorar pero me detuve cuando escuché más voces a nuestro alrededor. Lentamente abrí los ojos y a quien vi primero fue a mi mamá, vestida con sus típicas túnicas largas de varios colores. Le seguía papá y luego Susan.
Me separé de Julia y los observé uno por uno.
—¿Qué hacen todos acá? —pregunté algo temerosa. Papá no se miraba feliz, y en cambio mamá lucía radiante.
—Julia ya nos contó la noticia —dijo ella, me dio una sonrisa aterradora y me envolvió en sus brazos—. Te ves destrozada, mi pobre bebé. Debí imaginarme, mi sentido de madre me lo advirtió.
—No entiendo —dije buscando los ojos de Julia para que me explicara lo que estaba sucediendo.
Ella rehuyó mi mirada.
—Primero nos contó lo que sucedió anoche, hubiera deseado que me lo dijeras —me regañó ella—. Hablé con mi hermana, ella dice que Marie lo único que estaba haciendo era una simple broma. Oh, mi pequeño calabacín, debió ser difícil para ti. No te preocupes que me encargué de corregir de una buena forma a esa niña malcriada de Marie.
—¿Qué hiciste? —mi papá, quien observaba cada rincón del departamento de Julia con minuciosa atención, carraspeó cuando vio que ella se pegaba a mi costado. Rápidamente Julia tomó distancia.
—Eso no importa ahora, pero escúchame, esa segunda noticia lo opacó todo.
—¿Cuál segunda noticia?
—¡Julia nos pidió tu mano en matrimonio! ¿No te parece tan Orgullo y Prejuicio? —chilló emocionada. En cambio yo estaba paralizada, viéndola con la boca abierta.
—Esa boda se va a realizar sobre mi cadáver —dijo papá apretando la mano de Susan—. Me parece una reverenda estupidez, ¡Lena, apenas tienes quince años! Ella es una pederasta. Me oíste, dejas a mi hija en paz y te largas a cometer delitos en otra parte.
Yo seguía en un trance completo.
—¿Matrimonio? —dije algo aturdida.
Miré a Julia mientras ella me daba una sonrisa ladeada, de esas que te dejan sin aliento. Se encogió de hombros mientras me decía:
—Quiero que te vengas a vivir al departamento, pero tu papá no me deja. Dice que primero tenemos que estar casadas. Ahora, solo hay dos habitaciones y una es de la pequeña mequetrefe, así que dormirías conmigo, en mi cama.
—¡Ya quisieras, delincuente, ya quisieras! —gritó mi padre, se separó de Susan y se puso frente a Julia—. Lena, dime que todo lo que nos contó esta infeliz es mentira. Mason sería incapaz de hacer algo como eso. Me lo creería de ella, pero no de Mason, es un buen chico. Lo conozco desde que era un niño. Cuéntanos la verdad. ¿Esta tipa te está extorsionando para que mientas? Parpadea dos veces si necesitas ayuda y yo te saco de aquí. ¿Fue ella la que te tenía secuestrada? ¿Fue ella?
—¡Basta ya! —grité. Estaba realmente frustrada—. No fue Julia. Fueron Mason, Marie y un chico italiano que la ayudó a ella. Ya no quiero seguir hablando de esto, estoy cansada, me duele todo el cuerpo y tengo que reportarme en mi trabajo antes de que mi jefa me despida.
—Nena…
—Lena…
Mi padre y Julia se dieron largas miradas antes de decidir quién de los dos hablaría primero.
Luego ocurrió la cosa más impensable de todas: me mareé repentinamente, y lo último que supe era que mi mundo se sumía en la oscuridad. Sentí que alguien me agarraba de los brazos… y de pronto, nada.
—Para la boda tengo pensado que Lena no use el típico vestido blanco. Creo que el marfil/rosado está de moda, y le quedaría bien un estilo de sirena...
A lo lejos podía escuchar la voz de mamá. Sentía los párpados pesados y me costaba concentrarme en lo que decía.
—Estás loca —ese era papá, sonaba irritado y a punto de golpear a alguien, probablemente a Julia—. Nuestra hija es apenas un bebé y ya quieres arruinarle la vida casándose con una delincuente tatuada. Y cuéntame muchacha, ¿cómo es que tus padres dejaron que profanaras tu cuerpo con esos tatuajes?
Yo continuaba con los ojos cerrados. Vagamente descubrí que estaba sobre una cama con sábanas suaves y olor peculiar, la cama de Julia.
—Mis padres murieron hace seis años, así que supongo que no pusieron objeción en cuanto a lo que sea que hiciera con mi cuerpo.
Un incómodo silencio se hizo presente en la habitación.
Tosí de repente, sintiendo cómo me ahogaba con mi propia saliva. Continuaba sin poder abrir los ojos.
—Creo que Lena se está despertando —murmuró mamá. Escuché pies arrastrándose por el suelo y el calor de una mano tocando la mía.
—Oh mi pequeña calabaza. Quisiera poder sacarle los ojos a todo el que le haya hecho daño alguno —mamá se puso a sollozar y oí las palabras de consuelo que trataba de darle Susan.
Quería decirle que estaba bien, relativamente, pero mi lengua se sentía pastosa y mis labios no querían cooperar conmigo para abrirse.
—¿Funcionará esa medicina rara que le diste? —interrumpió mi papá cuando mamá se puso a llorar más fuerte.
—¡Claro que funciona! Es medicina natural. Mi pobre calabaza estuvo metida en una situación bajo mucho estrés y mucha presión. ¡Imagina que alguien intente violarte y luego te digan que es una broma! Pero claro, ¿quién va a querer a violar a un hombre de mediana edad, de cabeza calva y con alto grado de miopía? ¡Nadie! Así que no sabes lo que se siente.
Mamá logró decir esa oración completa sin dejar de sollozar y chillar de manera descontrolada.
—Creo que deberíamos llevarla mejor a un médico. No es normal que se desmaye de esa forma —la voz de papá sonaba preocupada.
—Tal vez la noticia de la boda la alteró...
—Por supuesto que sí. Lena todavía es una niña en crecimiento. ¿Cómo se te ocurre casarla con apenas trece años de edad?
—¿Y dices que soy yo la loca? Lena tiene dieciocho, va a cumplir diecinueve el próximo mes. Ya va a entrar en la universidad esta semana, ¿y sigues creyendo que tiene trece? —mamá se echó a reír—. Esa es otra desventaja de volverse viejo a tu edad. Susan, todavía estás a tiempo de conseguirte algo mejor...
—¿Pueden guardar silencio? —me quejé, finalmente me encontré en condiciones de poder hablar—. Me duele la cabeza. Tengo calor.
—¡Nena! —Julia se colocó inmediatamente a mi lado. Lentamente abrí los ojos, me dolía todo el cuerpo. To-do.
—¿Dónde estuviste anoche? —solté repentinamente, incapaz de no preguntarle. Sonaba demasiado infantil, pero no me dio tiempo de preguntarle antes.
—Me surgió un problema mientras intentaba conseguirte comida, tuve que atender una emergencia.
Ella sonaba reacia a decirme más. Seguramente porque estaban mamá y papá presente.
—¿Cuándo fue la última vez que comiste? —me preguntó mamá, desviando la conversación hacia otros temas.
Pensé por un momento qué fue lo último que comí: una manzana, después de... haberle entregado mi virginidad a Julia. Y antes de eso, los postres que Mason me envió y que el falso Giulio y yo comimos.
Todos me miraron en completo silencio, probablemente esperando mi respuesta.
—¿Qué? —pregunté cuando vi que la vena de papá casi se salía de su frente.
Él miró con desprecio hacia Julia, parecía que le iba a salir espuma por la boca.
—Mejor ve corriendo hija de perra, antes de que te alcance —le dijo papá, hablaba con los dientes bien apretados y los puños cerrados.
Su voz sonaba al borde de un colapso.
—¿Qué ocurre? —pregunté cuando vi el rostro de Julia ponerse al rojo vivo. Entonces salió corriendo como poseída y papá la siguió al segundo después, gritándole groserías y acusándola de ser una infeliz desgraciada.
—¿Qué... ?
—¿Le entregaste tu virginidad a Julia? —preguntó mamá de lo más resuelta.
Me congelé donde estaba.
¿Acaso ella podía leer mentes ahora?
—No, no puedo leerte la mente. Pero no es difícil enterarse cuando lo estás diciendo en voz alta, ¿sabes?
Me llevé ambas manos a la boca. Me reincorporé de un salto y me senté en la orilla de la cama. A lo lejos escuché a papá acusando a Julia de ser una hijo de p... Eso hizo que mi cara se pusiera más roja.
—Yo... Yo... ¿Lo dije en voz alta?
No podía creerlo.
Noooooooo. Qué vergüenza.
—Yo, como que me lo imaginaba —dijo mamá algo cautelosa—, pero hubiera deseado que esperaras más. ¿Pensabas contarme algo de esto?
Lo único que pude hacer fue enterrar la cara en la almohada. Ya no oía a papá o a Julia así que asumí que habían salido del departamento.
Mierda.
—Deberías comer —dijo Susan, borrando el silencio que permanecía pesado como plomo, infectando el aire—. Probablemente eso fue lo que te provocó el desmayo, además de que estás algo pálida.
Asentí y me quité la almohada de la cabeza, no tenía el valor de ver a mamá a los ojos así que la evité.
Me levanté sin mucho esfuerzo, y al instante ya sentía que me iba de nuevo para el suelo. Susan llegó a tiempo para agarrarme de los hombros.
—Creo que mejor te traigo algo de la cocina —habló ella y nos dejó solas a mamá y a mí en la habitación.
Por favor que no esté enojada conmigo, que no esté enojada conmigo, que...
—No estoy enojada contigo —aseguró con el ceño fruncido.
—¿Lo dije en voz alta? ¿De nuevo?
Ella asintió con la cabeza.
Genial.
—Debe ser la medicina que te di. No estaba segura de si era demasiado fuerte para ti. Pero es que nos diste un susto de muerte.
Se sentó a mi lado y me abrazó repentinamente.
—Creo que tengo el mismo problema que tu papá —dijo ella, con sus ojos humedeciéndose lentamente—. Todavía te veo como mi niña pequeña que se emocionaba cuando la vestía con estampados de cebra y cuando le ponía vestidos de princesas para que tomáramos el té juntas. Pero reconozco que estás creciendo, mírate, toda independiente y tratando de sobrellevar los problemas que tienes con tu prima, cuando yo nunca pude solucionar los míos con mi hermana.
Una lágrima brotó de su ojo y se deslizó por la comisura de sus labios.
—Siento que te fallé como madre —admitió bajando la cabeza—. Tuve que haberte cuidado mejor, como el tesoro irremplazable que eres.
—Me cuidaste bien —dije con un nudo en la garganta. Jamás me había sincerado tanto con mamá. Ninguna de las dos dejábamos entrar a la otra.
—No fue suficiente. Has pasado por mucho en tan corta edad. Pero de ahora en adelante prometo hacer las cosas bien.
—Ya las haces bien.
—No. He estado haciendo algo muy mal desde hace años. Creo que dejaré lo de ser psíquica y buscaré un trabajo real.
Abrí bastante la boca y luego la cerré.
—¿Qué? ¿Pero si siempre has querido hacer algo divertido de tu vida.
—Ya no más. Eso no me estaba generando ganancias, solo gastos...
—¿Ocupas dinero? —pregunté tímidamente—. Sabes que yo puedo dártelo. Si todavía no me despiden del trabajo te puedo dar mi paga del mes.
Ella se apresuró a negar con la cabeza.
—No, ni se te ocurra. Me he portado como un parasito todos estos años. Guarda el dinero para ti misma, así tu novia no se ve en la necesidad de pedirte matrimonio solo para que te quedes a vivir con ella porque no tienes un lugar propio en el que quedarte.
Sonreí para mis adentros.
A estas alturas papá ya debe haberla golpeado en al menos dos lugares del cuerpo.
—De todas formas no iba a aceptar una propuesta tan descabellada. Julia está loca —le dije. Sonreí de nuevo.
—Es una loca enamorado. Y me parece bien que esperes, hija, pero aquí entre nos, déjame decirte que hay una rebaja de vestidos de novias en aquella tienda bonita del centro comercial...
—Mamá...
—Está bien. Yo solo decía. Toda chica debería tener guardado su vestido de novia para cuando llegue el momento de la gran pregunta. Mujer precavida vale por dos.
Rodé los ojos.
Pronto Susan entró en la habitación con una bandeja de cereal Lucky Charms y un vaso de limonada.
—Esto fue lo único que pude encontrar —dijo encogiéndose de hombros y llevándome la comida a la cama.
Le agradecí y empecé a devorar lo más rápido que pude. Al parecer sí me había desmayado del hambre. Pronto me sentí mejor.
Pasaron unos minutos hasta que mi celular empezó a sonar con la canción que identificaba a Julia: Dangerous and Sweet.
—¿Hola? —dije cuando contesté.
—¡Nena! —la voz de Julia sonaba agitada, parecía que estaba corriendo—. Tu papá no deja de perseguirme. Para tener cincuenta años está en un muy buen estado físico.
Jadeó, cansada.
—¿Dónde estás?
—Mira, si no llego con vida a eso de las seis, ten por seguro una cosa —rodé los ojos aun cuando sabía que Julia no podía verme. Estaba siendo exagerada.
—¿Qué es?
Ella jadeó más fuerte y se podía escuchar que corría con mayor velocidad.
—Que te amo.
Me paralicé por unos segundos.
—¿Lena? ¿Estás ahí? Nena, creo que no fue buena cosa que dijeras en voz alta que me entregaste tu virginidad. Al menos no frente a tus padres, que creen que soy una ladrona porque piensan que te forcé. O eso opina tu papá.
Pronto me regresó el color a la cara y resoplé.
El solo hecho de pensar que mi papá había escuchado cuando confesé algo como eso… sip, no era nada bueno.
—Regresa pronto al departamento, créeme, él se va a cansar dentro de poco —logré decir cuando estuve más calmada.
—No está muy contento. Te hablo más tarde.
Vaya, Julia me había dicho que me amaba. Esta era la primera vez que lo decía y se sintió muy bien oírlo.
Sonreí y regresé a la labor de devorarme el cereal.
Esa misma noche caí en un sueño profundo, de nuevo tuve pesadillas acerca de chicos persiguiéndome por un camino que no tenía salida ni final, intentando arrancarme la ropa y tomándome del pelo para golpearme contra una pared cada vez que titubeaba y corría a menor velocidad.
Desperté agitada y sudada, dejando que la pesadilla se deslizara fuera de mi sistema.
Ya no estaba en casa de Julia así que reconocí las paredes de mi habitación. Mi papá se había puesto histérico y fue la primera vez, en muchos años, que me gritó de la manera en que lo hizo frente a Julia, Susan y mamá. Me sentí fatal y avergonzada. Al final terminé en su casa, en la misma habitación que venía ocupando desde hace semanas.
Mamá aseguró que denunciarían a Mason; ella y mi padre se reunieron con la madre de él, la señora Henrietta, y ella estaba sumamente apenada.
A estas alturas todo el mundo se enteró del intento de violación que hicieron Marie, Giulio y Mason, y lo pesada que resultó la broma.
Para mi sorpresa, la fiesta que mi prima planeó desde hace mucho tiempo atrás, fue cancelada. Ahora ella seguramente tendrá una razón más para odiarme.
Todavía asustada por la reciente pesadilla, me senté en una posición vertical en la cama y llevé mis manos a mi pecho para intentar nivelar mi respiración. Toda la habitación estaba a oscuras y la luz de la luna se filtraba a través de la fina tela de las cortinas.
Aun agitada, me deshice de las sábanas que me envolvían como momia, y trepé fuera de la cama para buscar un poco de agua en la cocina.
No terminé de dar ni cinco pasos por la habitación cuando una mano se deslizó por mi cintura, y otra mano fue a parar a mi boca. El pánico se presentó de manera instantánea.
Me agité, nerviosa, y comencé a gritar, pero el sonido era amortiguado por esa mano. Lo único que se me ocurrió pensar era que Mason, de alguna forma, logró entrar a mi habitación y ahora venía a terminar con lo que comenzó.
—Shhh —susurró detrás de mi oído. Su mano acariciaba mi vientre y me sujetaba contra su pecho—, nena soy yo, Julia. No entres en pánico.
Mi cuerpo se relajó instantáneamente.
Julia retiró su mano de mi boca, pero continuó con la otra en mi cintura.
—¡Julia, me asustaste! —grité lo más bajo que se podía gritar. Mi papá estaba furioso con ella, me prohibió verla y amenazó con dispararle si la veía cerca de mí—. Si mi papá se entera que estás aquí nos va a sepultar a los dos.
Ella me dio un beso en la nuca y acercó su nariz para oler mi cuello.
—Si no te has dado cuenta, no soy una chica que sigue las reglas —mordió mi oreja y luego hizo un recorrido de besos por mi pelo. Fue a parar a mi hombro y, con los dientes, retiró el delgado tirante de mi camiseta de dormir.
—¿Cómo sigue tu mejilla? —le pregunté llevando mis manos hacia las suyas que ahora me tocaban las caderas.
—Tu papá da bueno golpes, pero yo me muevo rápido —besó mi hombro y lo mordisqueó— ¿Cómo sigues? Desearía que me hubieras dejado matar a ese animal depravado lamedor de pollas de vacas.
—Pues Ya te lo dije, podías meterte en problemas —Me pausé por un momento—. ¿Las vacas tienen pollas?
—Pues lo que sea que tengan, nadie que se considere hombre le haría algo así a una mujer, así que es un lamedor de pollas de vacas. Y no me cambies de tema, ¿cómo estás?
Julia bajó el tirante de mi blusa con sus expertos dedos largos, dejando al descubierto más piel a su paso.
—Ya mejor. Aunque me duele todo el cuerpo.
—Mmm, desearía darle un tratamiento intensivo con mi lengua a cada parte adolorida.
Bajó todavía más el tirante hasta que lo deslizó por mi mano y dejó mi seno derecho expuesto. Inmediatamente su mano lo cubrió y masajeó.
Eché mi cabeza hacia atrás, sin poder evitarlo, y gemí silenciosamente.
—¿Por dónde comenzamos? —preguntó en un susurró ronco— ¿Te duele aquí? —continuó masajeando mi seno—. ¿O tal vez aquí?
Su mano se deslizó por la franja que de piel que quedaba expuesta sin la camiseta.
—¿Aquí? —bajó aun más, llegando a mis caderas y metiendo sus dedos dentro del short de mi pijama. Lo bajó solo un poco.
—Veamos, ¿a dónde más? La doctora Julia solo quiere asegurarse de que estés bien.
Sonreí inevitablemente.
—¿La doctora Julia? ¿Siquiera estudiaste alguna carrera en la universidad? —pregunté mientras sus dedos se deslizaban un poco más abajo.
—Estudié mecatrónica por dos años. Puedo armar y desarmar lo que sea que se me ponga en frente.
No pude seguir concentrándome en sus palabras porque, por un momento, mientras cerraba los ojos y dejaba que sus dedos se perdieran entre mi ropa interior, los malos recuerdos me atacaron… y atacaron con fuerza.
Los dedos de Julia se convirtieron en los de Giulio, Mason, y de nuevo estaba sobre esa mesa sucia de madera, dejando que el no Giulio me abriera las piernas y sintiéndome tan impotente y asustada.
Me aparté inmediatamente de Julia. Ella notó el cambio en mí ya que comencé a respirar agitadamente mientras me cubría y colocaba el tirante en su lugar. Sentía que me faltaba el aire y pegué mi espalda contra la pared más cercana. Me doblé por la cintura y traté de sacar esas imágenes en mi cabeza.
—Prometo que no va a doler.
—Bebé, no te resistas.
—Deja de luchar, preciosa.
Sus palabras volvieron a mi cabeza.
Pronto sentí que alguien me sacudía de los hombros y me llamaba por mi nombre.
Yo seguía sin poder respirar, era como si se hubiera acabado el oxígeno de todo el mundo; jadeé en busca de aire pero me ahogaba lentamente.
Empecé a golpear el pecho de Julia para gritarle por ayuda pero no podía hablar.
—¡Lena! RESPIRA —escuché que gritó—. Relájate, vamos, respira hondo. Respira conmigo, vamos. Es solo un ataque de pánico, tienes que respirar.
De alguna manera terminé sobre mi cama, con mi cabeza en las piernas de Julia mientras ella trataba de gritarme instrucciones para coger aire y no ahogarme.
Mis pulmones dolían por respirar, por un momento me asusté y pensé que este sería el final para mí. Julia parecía leer mis pensamientos porque rápidamente me repitió que dejara de pensar y simplemente me concentrara en dar pequeñas tomadas de aire.
Mi papá irrumpió en la habitación justo en ese momento, encendiendo las luces y golpeando la puerta contra la pared, cargaba un bate de béisbol en la mano y Susan venía detrás de él.
Lágrimas salieron de mis ojos mientras lo miraba por la que sería la última vez.
—¡¿Qué le estás haciendo?! ¡Aléjate de Lena! ¿Qué le haces? —gritó al verme jadeando y ahogándome. Logré tragar un nudo que se formó en mi garganta, pero hizo que me doliera más.
Esto era horrible.
—¡Le está dando un ataque de pánico! ¡Tiene que respirar!
Cerré los ojos, adolorida. Pronto Julia me colocó sobre su regazo y me obligó a respirar con ella, tomándome de la cintura y moviéndome exageradamente para que dejara entrar algo de aire a mis pulmones.
Funcionó porque pronto comencé a sentir que me relajaba y mi sistema volvió a la normalidad.
—Bien. Así —susurró Julia. Finalmente respiré hondo una última vez, agradecida por no haberme desmayado, y me limpié las lágrimas que se habían escapado de mis ojos.
Papá seguía parado cerca de la puerta, viendo la escena y apretando su mandíbula con fuerza.
Susan irrumpió en la habitación y me alcanzó un vaso con agua que, gustosamente, me tomé enseguida.
—¿Ya estás mejor? ¿Qué sucedió? —me preguntó sobando mi cabeza.
—Solo… solo… Todo pasó. Lo siento, no quería despertarlos.
—No te preocupes linda, nos asustamos mucho.
—Vete de mi casa —gritó papá. Los tres nos removimos incómodos.
—¿Qué…? —abrí la boca y luego la cerré. ¿Iba a correr a Julia? ¿Es que nunca iba a aceptar que la quería y que era imposible deshacerme de ella?
—Lena, vete de mi casa —repitió con voz más tranquila. Dejó el bate a un lado y se cruzó de brazos.
Boqueé como un pez.
¡¿Me estaba echando a mí?!
Él suspiró, cansado, y se acercó hacia nosotros a paso lento.
—Te estoy dando permiso para que te vayas con ella —señaló a Julia—. Reconozco que se preocupa por ti, y cualquier padre sería un tonto por ignorar eso.
No podía creerlo, ¿quería que me fuera con Julia? ¿La chica de la que se estuvo quejando todo el día? ¿La delincuente tatuada de la que me prohibía acercarme?
—¿Quieres que me vaya con Julia? —Seguía en shock. Probablemente morí y ahora estaba viviendo en mi utopía de ensueño—. ¿Y hasta ahora se te ocurre decirme esto?
—Quiero que persigas lo que te haga feliz —Se encogió de hombros.
Julia me apretó y me sostuvo entre sus brazos.
—Oye, dije que podía ir, pero al menos espero que no repases a mi hija frente a mis narices. Aleja tus manos, aléjalas. Eso es, ahora quiero verte a diez pasos de distancia de ella.
Sentí el peso de Julia desparecer de la cama, y la vi levantarse hasta apoyarse en el pequeño armario de fondo.
—¿Sabes qué? Ya me estoy arrepintiendo, esto es una mala idea. Mira, te daré permiso de salir con mi hija pero ya no te la lleves, es mucha tentación para una sola noche.
—¡Papá!
—¿Qué? ¿Dejarías a un lobo dormir con una oveja y le harías prometer que no la toque? Inevitablemente habrá sangre en las sábanas al día siguiente, y la oveja no va a estar por ningún lado —se dirigió a Julia—. No señor, visitas a mi hija en horas viables, cuando esté yo en casa. Cualquier lugar que quieras ir con ella tendré que autorizarlo yo primero. Y veré si las acompaño o no.
—Cariño —Susan lo tomó del brazo—, ¿para qué le dijiste a Lena que se fuera con ella entonces? Tu solito te contradices.
—Fue por la emoción del momento —le respondió en voz baja, pero la verdad era que todos pudimos escucharlo—. Lena, tú te quedas aquí. Que te visite mañana, y que no interfiera en tu trabajo.
Iba a decir algo pero papá volvió a hablar, cambiando de idea rápidamente.
—Y nada de verse a solas… por cierto, ¿cómo entraste en la habitación de mi hija? —miró a Julia con rabia, entrecerrando los ojos y agarrando de nuevo el bate que había dejado a un lado—. No hay duda de que tus mañas de delincuente todavía te siguen. ¿Entraste por la ventana?
Observé a Julia, esperando que no provocara a mi padre, pero ella estaba seria, incluso se podría decir que lucía asustado, y presentía que no era papá quien lo puso así.
Nuestros ojos se encontraron, se miraron por largos y eternos segundos hasta que papá se puso frente a mí, quebrando la preciosa concentración que teníamos Julia y yo.
—¡Dejen de verse de esa manera! —se giró para encarar a Julia— ¡Deja de verla como si fuera un postre! Puedo ver tus colmillos debajo de todo ese rostro bonito.
La Julia seria me miró por última vez antes de dejar salir a la Julia relajada y segura de sí misma.
—¿Acaba de decir que tengo un rostro bonito, señor? —elevó sus cejas e hizo una mueca para evitar sonreír ante la situación.
Papá se puso a discutir con ella por otros quince minutos más; entre los dos lograron acabar con la delgada relación que apenas se acababa de formar.
Pero yo no tenía puesta la cabeza en eso, yo sólo me limitaba a intentar interpretar esa rara mirada de “no te merezco” que me dio Julia hace unos momentos. Podía presentir que ella estaba asustada, asustada de que yo haya quedado marcada por el recuerdo de las manos de Giulio para siempre. Y admitiendo la verdad, yo también lo estaba.
Hunter- Mensajes : 103
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Edad : 34
Localización : The Imperium
Re: PROHIBIDO ENAMORARSE DE JULIA VOLKOVA // LIA BELIKOV
Uf... esto se complica cada vez más.
Saludos!!
Saludos!!
Monyk- Mensajes : 188
Fecha de inscripción : 25/05/2015
Re: PROHIBIDO ENAMORARSE DE JULIA VOLKOVA // LIA BELIKOV
Pero QUE Broma Tan pesada >.< Te odio Marie y Lena ya quedaste traumada D: pobre Yul, lo que se les viene no pinta bonito :c
Aleinads- Mensajes : 519
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Edad : 35
Localización : Colombia
Re: PROHIBIDO ENAMORARSE DE JULIA VOLKOVA // LIA BELIKOV
Antes que nada quiero darle las gracias a la adm por permitirme ayudarle en esta hermosa historia y a todos uds que la leen... ademas, lamento informarles que esta historia pronto llegará a su fin... sin mas les comparto lo que sigue..
Capítulo 27
No te vayas, no me dejes, no me sueltes.
—¿Estás bien? —Shio se acercó detrás de mí mientras yo ordenaba un estante de libros en la sección de paranormal.
Le di una vaga sonrisa y me dediqué a continuar con mi labor.
—Sí, bien.
—No me engañas, detrás de todo un “bien” se esconde un: “me siento como la mierda”. Anda, cuéntame qué te pasa. Prometo guardar el secreto, soy muy buena en eso. Si no, pregúntale a Romeo, que él es testigo de lo sigilosa que fui cuando me contó lo de su incómoda comezón en… Ah, olvídalo.
Sonreí genuinamente en esta ocasión.
—En serio, todo va bien —le aseguré.
—Que te hayan asaltado puede ser traumatizante —dijo pegando la espalda contra el estante que cuidadosamente ordenaba.
Tuve que mentirle a mi jefa (y a todo el personal de la librería), y le dije que nunca había podido reunirme con su hijastro porque me asaltaron en el camino. Ella se puso melosa y simpática conmigo, y yo prometí hacerlo mejor la próxima vez.
—No, no con ese labio roto. Le pediré a Mindy que lo acompañe —me había dicho ella despegando la vista de la pila de papeles que le llenaban el escritorio.
Hice una mueca y me llevé una mano a mi labio hinchado.
—No pienses que lo hago por ser mezquina —se justificó—. Te había pedido que tú lo acompañaras porque eres bonita, y él es fotógrafo. Ocupaba una modelo para sus fotos. Pero con ese labio…
¿Él era fotógrafo? ¿Y Laura me recomendó para que me fotografiara a mí?
—Eres exactamente su tipo. Él fotografía a chicas con el mismo perfil que tú, por eso se me ocurrió enviarte.
Asentí una sola vez y decidí irme de su oficina. Laura no me había despedido, y se portó muy bien conmigo después de la enorme mentira que le solté. No quería andar gritando a los cuatro vientos que casi me violaban así que me inventé una nueva historia.
Regresé al presente y me di cuenta que Shio continuaba hablando:
—Una vez me asaltaron en un autobús. Fue horrible, el sujeto llevaba traje y corbata y nos sorprendió a todos cuando sacó una pistola del chaleco. Tuve que entregarle el anillo de plata que mi novio me había regalado en ese entonces. Definitivamente caras vemos…
Hizo un puchero y me ayudó a terminar de arreglar los estantes.
—Siendo sincera, no dejo de pensar en eso —admití. La otra noche me había dado un ataque de pánico. Jamás en la vida había tenido uno. Fue horrible.
Desde ese entonces Julia se portaba distante conmigo. Me hablaba poco o nada, y no se aparecía por casa de papá. Llevábamos así tres días.
¿Acaso yo había hecho algo malo?
Ella me dijo que me amaba, aunque pronto me estuve cuestionando si no fui yo quien lo imaginó todo.
—Te recuperarás —me aseguró Shio—. Aunque ahora parezca que no vas a poder soportarlo, lo harás. Estarás bien.
Sonreí, esperando que fuera verdad lo que decía. No quería quedar marcada de por vida.
—Oh, mira quién ha entrado por esa puerta —Shio cambió de tema, tomándome del brazo y obligándome a ver.
Por un momento se me salió el corazón al pensar que podía ser Julia, pero no era ella, sino un chico de cabello rubio con un atuendo poco destacable, más sin embargo, llamativo.
Usaba lentes y una boina marrón claro que resaltaba sus ojos color miel.
Saludó tímidamente a una Mindy aburrida que masticaba su fiel goma de mascar color rosa.
Supe quién era él desde el momento en que abrió la boca y pronunció palabras con un marcado acento italiano.
¡Él tenía que ser el verdadero Giulio!
—Busco a Laura… la dueña de la tienda —dijo en un tono jovial. No parecía ser mayor que yo, tal vez compartíamos la misma edad.
Mindy señaló con su dedo hacia la puerta de la oficina de Laura, y luego regresó a su labor de tararear la canción que sonaba de fondo en la librería.
El chico caminó a paso lento hasta quedar frente a la puerta. Vio a todos lados antes de tocar primero y luego entrar.
—Ese debe ser el hijastro de la condesa vampiro —susurró Shio en mi oído—. Se mira tan tierno y adorable… dan ganas de lamerlo como a una paleta helada, y morder su centro para saber si tiene un relleno igual de delicioso.
—¡Qué morbosa eres! —me reí con ella ante su descripción.
—Yo solo digo la verdad. Oye, me contó Mindy que te ofreció la habitación que queda disponible en su casa.
Asentí con la cabeza.
Saqué una pila de libros cuya portada era de una margarita tirada en el suelo, y los comencé a ordenar en la sección de “Libros que te cambian la vida”.
—¿Y piensas aceptar? Porque si dices que sí, entonces déjame decirte que las tres seremos compañeras de habitación —chilló emocionada.
—Pues…
—Anda, di que sí. El precio es razonable y los servicios públicos están enteros… Bueno, casi. Tienes que jalar la cadena del baño al menos unas tres veces seguidas para que no salga expulsada el agua hacia arriba pero, eso es todo. Lo juro.
—¿Qué pasa si solo la jalo una vez?
—Créeme, no quieres saberlo. Mindy y yo lo descubrimos de la peor manera posible. Gracias a Dios solo había hecho del uno porque sino… ¡chocolate marrón por toda la cara!
—Ugh, demasiados detalles.
—¿Entonces?
—Mindy me había dicho que tenía una compañera de dormitorio algo loca. Nunca me dijo que eras tú.
—¡¿Te dijo que yo era la loca?! Jum.
—lena, ven aquí un momento —me llamó Laura desde el otro lado del local, asomando la cabeza por la puerta de su oficina.
Rápidamente le di una mirada aterrada a Shio, y me movilicé hacia mi jefa.
—¿Qué ocurre? —pregunté una vez que cerré la puerta tras de mí. Vi disimuladamente al chico sentado a la izquierda de su escritorio.
—Te quiero presentar a Giulio, el hijo de mi prometido.
Giulio se puso de pie y me examinó de abajo hacia arriba, y a diferencia de la copia barata llamada Dante que conocí el otro día, él me miraba no con morbosidad sino que con curiosidad.
Me dio un asentimiento de cabeza y se enfocó en mi labio hinchado y de color púrpura que aun me recordaba mi experiencia traumática.
—Muy linda —me dijo, apenas y pude entenderle por lo pesado de su acento italiano. Me sonrió en aprobación y volvió a su asiento.
—Giulio necesita una modelo para sus fotografías, acompáñalo —ordenó Laura.
—¿Qué… qué ocurrió con Mindy? —pregunté tartamudeando.
—Me dijo que le dolía la cabeza. Ella se pone delicada cuando tiene algún síntoma de malestar.
—Bien —acepté agachando la mirada.
No estaba preparada para irme yo sola con un chico que apenas conocía, peor si era para tomarme fotos. No me sentía cómoda con eso. Había aprendido la lección.
—Perfetto, grazie mille —escuché que exclamó él. Entonces se movió para darme un beso en ambas mejillas.
Laura me miró de reojo y enarcó una ceja cuando notó cómo me ruborizaba lentamente.
Cuando salí de su oficina, Shio me alcanzó y me llevó hacia donde antes nos encontrábamos.
—¿Y? ¿Qué quería la víbora de dos cabezas? —preguntó, inquieta.
Me encogí de hombros.
—Me dijo que acompañara a Giulio.
Shio comenzó a dar saltitos.
—Tienes una suerte de oro. Ya quisiera conocer los chicos que tú conoces. ¿Será que vivimos entre dos mundos paralelos y a ti te tocó la mejor parte? Porque amiga, a mi sólo se me acercan tipos feos o ancianos. Estoy cansada de ahuyentar a los sujetos casados.
Me reí un poco.
Luego fijé la vista en el estante de “Libros que te cambian la vida” y noté que Shio había colocado algunos para mayores de edad y otros que deberían estar en el aparador de paranormales.
—¡Shio! Esos no deben ir ahí.
Ella dirigió su mirada hacia donde le indicaba, y sacó uno de los libros para enseñármelo.
—¿Qué? ¿Cómeme con Chocolate no debería estar en esta sección? ¿Por qué? A mí me cambió la vida. Cuando Fiona entra en el despacho de Liam —comenzó a contar parte de la historia— y él, literalmente hablando, se come las bragas de ella… simplemente no pude soportarlo. Jamás volveré a ver las bragas de la misma forma. Merece estar en esta sección.
No discutí con ella por eso.
—¿Ya pensaste si te mudarás con nosotras? —volvió a preguntarme después de un segundo de silencio.
—Hoy en la noche te doy mi respuesta.
Aunque probablemente terminaría aceptando.
—Bien, vas a ver que nos vamos a divertir juntas. ¡Cero supervisiones paternales! Aunque tenemos por norma general dormirnos temprano, Mindy deja que Rody, su serpiente, ande libre por la noche así que para evitar toparse con esa cosa en la oscuridad, cada quien corre a su habitación.
Vivir con ellas definitivamente sería algo diferente. Tendría que comentar esto con Julia, si es que volvía a hablarme de nuevo.
Fue una tarde calurosa y larga, Giulio era un chico entusiasta y con gran carisma. Tomó bellas fotos del paisaje, e incluso enmarcó preciosas perspectivas de los edificios que íbamos viendo a nuestro paso.
También fotografió a una pareja de novios tomados de la mano, ofreciéndose una bebida energética mientras compartían una sonrisa secreta.
Como a eso de las tres, nos dio hambre y nos detuvimos a comprar bocadillos en una panadería llamada, irónicamente, Noah y Lila.
Giulio tomó fotos de las sillas de madera del local, y pidió té helado mientras compartíamos una rosquilla glaseada.
—Me encanta todo —dijo viendo en varias direcciones y enfocando su lente a lo que le parecía interesante.
Sonreí ante su entusiasmo.
De pronto, mientras me llevaba el vaso de té a la boca, vi que el nuevo punto de enfoque de la cámara era yo. Levanté la vista justo cuando me tomaba la foto.
—¿Por qué tienes el labio morado? —me preguntó, examinando la imagen que acababa de tomarme con su cámara.
Aparté los ojos y me fijé en un pequeño cartel anunciando los sándwiches del día.
—Me caí —mentí. Dejé que mis dedos recorrieran el material del mantel a cuadros que cubría nuestra mesa y toqué la tela sintética con minuciosa atención—. Fui a dar directo al borde la bañera, fue hace tres días.
Él arrugó la cara.
—Che Spavento! Debió ser doloroso.
—Demasiado.
No sabía el por qué, pero no pude ser sincera y decirle la verdad. No me gustaba llamar la atención sobre mí misma, y no quería que fuera a enojarse pensando que hubo alguien que intentó usurpar su lugar.
—¿Esa caída también provocó la marca de dedos en tu brazo? —preguntó viendo mi ahora descubierto brazo. La manga de mi camiseta se había levantado ligeramente dando un buen vistazo de cuando Mason me sujetó en una de las tantas veces que me forzó a permanecer quieta.
Me lo cubrí inmediatamente.
—Eso fue otra caída. Soy muy torpe, suelo caerme mucho. De repente se me antojó uno de esos sándwiches de pollo, ¿quieres uno? —rápidamente cambié de tema.
—Claro —dijo encogiéndose de hombros y cediendo en cuanto a lo de mi brazo.
Me levanté de prisa, y me dirigí a la barra de madera en donde una mujer de mediana edad me atendió con amabilidad y una enorme sonrisa.
—¿Qué puedo hacer por ti, cielo? —preguntó ella.
Yo le pedí cualquier clase de sándwich en el que pudieran demorarse unos minutos de más; no quería regresar a la mesa con Giulio porque quería evadir la verdad.
Ella me guiñó un ojo y dirigió hacia un tipo musculoso y de huesos anchos para repetirle mi orden.
Él sonrió y le dio un beso en la boca, para mi asombro.
—Oh, él es mi marido: Noah, el dueño del restaurante —dijo una vez que regresó frente a mí.
—Supongo entonces que debes ser Lila.
—Sí, supones bien. No te había visto antes por aquí. Toma, esto es de parte de la casa —me pasó un pedacito de pan color café y, al olerlo, pude sentir el chocolate impregnado en la masa.
Sonreí y lo acepté con gusto. Le di una mordida y me encantó el sabor. Curiosamente mi salida con éste Giulio me recordó a mi salida con el otro.
El pánico me entró repentinamente y giré la cabeza para ver si Mason no me estaba espiando por alguna parte. El cómodo local se encontraba relativamente lleno y, pasando superficialmente la vista sobre los clientes, noté que no había señales de mi acosador. Pero eso no hizo mucho por tranquilizarme.
Marie me había dicho que supo sobre Giulio porque Mason me estuvo siguiendo, no sabía si en estos momentos estaba siendo observada también.
Repentinamente mi celular comenzó a vibrar en mi bolsillo. Lo cogí y vi que era un mensaje de Julia.
Lo abrí, dedicándole una sonrisa en el rostro, pero esta se borró al leerlo.
«Tenemos que hablar. Te espero esta noche en mi lugar. »
Por alguna razón eso me preocupó más de lo que ver a Mason me preocuparía. Julia jamás había sido así de seria en un mensaje.
Le envié una carita feliz, aunque realmente algo dentro de mí me decía que esto no era nada bueno.
Giulio notó inmediatamente el cambio que tuve al llegar a la mesa con mi sándwich de pollo.
—¿Qué está mal? —preguntó.
Negué con la cabeza. Ni siquiera yo lo sabía.
Tragué saliva y me obligué a sonreír para no preocuparlo.
—Nada. Creo que ya va siendo hora de regresar a la librería.
Comí en modo automático y me tomé todo mi té helado de un sorbo.
Giulio aprovechó para tomarme otra foto.
—¿Qué te parece si nos vamos caminando? —propuso—. Con esta luz las cosas se miran realmente maravillosas
Acepté y traté de olvidar el por qué le era tan necesario a Julia hablar conmigo después de ignorarme durante tres días.
Mientras avanzábamos por la acera, Giulio me pidió que posara junto a un letrero con globos y luego que mirara hacia otro lado menos a la cámara. También me tomó varias fotos mientras yo no posaba y simplemente me relajaba con el ambiente tan tranquilo en esta parte de la ciudad. Estábamos a unos minutos de la playa en donde Julia me presentó a sus amigos, y en donde conocí a la insoportable de Elena. Sonreí al recordar cuando le pregunté a ella si era una ladrona.
Después nos movimos de allí y nos tomamos unos refrescos para atenuar el calor que siempre venía a finales de Marzo.
La verdad es que me divertí mucho, me caía bien este Giulio y su acento me parecía adorable. Él miraba todo como si nunca en la vida conociera nada igual.
Su cabello rubio parecía brillar bajo la luz del sol. Se ajustaba los lentes siempre que iba a tomar una nueva foto con su cámara Polaroid, y una vez que la fotografía instantánea salía, él la observaba con admiración y la guardaba en el bolsillo de su chaqueta.
Nos tardamos en regresar a la librería, por lo menos una hora.
En el camino nos detuvimos para fotografiar a un vendedor de frutos secos y a un chico vestido como Mickey Mouse.
En general la pasamos bien. Hasta que recordé que ese mismo día tenía que ver a Julia y preguntarle por qué me estaba ignorando tanto.
—¿Qué te sucede? —Me preguntó Giulio cuando vio lo nerviosa que estaba. Justo nos encontrábamos a un paso de entrar en la librería.
—¿Por qué piensas que me ocurre algo?
—Porque te guste o no, reconozco y veo los síntomas de alguien que ha sido maltratado.
Negué con la cabeza, ese era un tema del que no quería hablar en esos momentos.
—¿Fue tu novio? —preguntó él, abriéndome la puerta de entrada del local—, ¿o algún familiar?
—Mira… —Antes de que pudiera ponerme a protestar, él me hizo una seña para que no dijera nada.
—No tienes por qué contarme. Solo quiero que sepas que puedes recibir ayuda. Cuenta con las personas que tienes alrededor; cuenta conmigo.
Asentí y guardé silencio.
Si tan solo supiera…
Él extendió su mano y depositó un papel en mi palma. Me hizo una pequeña reverencia con su boina antes de perderse dentro de la librería.
Mientras lo veía alejarse, inspeccioné lo que había puesto en mi mano: era una de las fotografías que me tomó, de cuando estábamos con los globos y uno de ellos, el de color turquesa, se pegó en mi cabeza y creó estática con mi cabello.
En la imagen me miraba feliz y contenta.
Me preguntaba hasta cuándo me iba a durar esa felicidad.
Esa noche me dirigí al departamento de Julia, estaba nerviosa y no paraba de comerme las uñas. ¿Para qué quería verme?
Tenía un mal, mal presentimiento.
De alguna manera llegué hasta la puerta de su edificio, y como pude, saludé al portero y caminé hacia el elevador. Una música brasileña me acompañó en mi corta subida hasta el sexto piso.
De ahí, mis pies caminaron en automático y el puño de mi mano tocó la dura superficie de la puerta de Julia de igual forma: como si mi cuerpo se manejara solo y a su antojo.
Me mordí el interior de mi mejilla mientras esperaba a que abriera, y pasé mi lengua por mis dientes, repasándolos de uno a uno y familiarizándome con sus formas.
Finalmente ella abrió y me miró de pies a cabeza.
—Viniste…
—¿No me pediste que viniera?
—Sí, pero pensé que estarías enojada conmigo por no haberte llamado en todo este tiempo. Creí que me dejarías plantada. Merecía que me dejaras plantada.
—¿Qué pasa?
Entonces vi algo que jamás había visto en su rostro. Sus ojos se miraban cansados y parecían haber llorado mares.
Aunque intenté mantener mis manos alejadas de ella, me fue imposible no llevarlas a su rostro y tocar sus párpados o sus mejillas.
—¿Estuviste llorando? —pregunté, temerosa—. ¿Te desvelaste, tal vez?
—Entra, hay algo que debo contarte.
—¿Está todo bien?
Ella murmuró algo que no logré entender, y me insistió para que entrara a su departamento.
Me resigné a que no me dijera nada y me dirigí hasta la sala. Antes de sentarme en el sofá, ella me tomó suavemente por el codo y negó con la cabeza.
—No aquí, nena. Hablemos allá —señaló la puerta de su dormitorio.
Asentí y nos trasladamos de nuevo.
Mientras pasábamos, vi a Steve, el zorrillo, esconderse debajo del sofá.
Zorrillo con suerte, al menos podía huir de la situación. Pensé enseguida.
Una vez dentro de su habitación, Julia me tomó de la cintura e inmediatamente atrajo su boca a la mía.
Como no entendía muy bien qué pasaba, dejé mis ojos abiertos durante unos segundos y luego los cerré. Su boca sometía a la mía, sus labios no dejaban de provocarme. Hasta que sus manos fueron a parar a mi trasero y tuve que separarme un poco para saber qué estaba pasando con ella.
—Lamento haber desaparecido estos últimos días —comenzó a decir, no dejó que yo le preguntara primero—. Pero tenía asuntos que resolver.
—¿Me vas a decir qué pasó?
Julia suspiró sin muchas ganas de querer abrirse para mí.
—Después. Ahora todo se trata de ti, ¿entiendes? —empezó a acariciar mi cabello y besó mi frente.
—N... No entiendo...
Ella inclinó su cabeza para que sus ojos y mis ojos quedaran viéndose desde la misma altura. Puso sus manos en mis mejillas y comenzó a trazar círculos con sus pulgares.
—Lena, quiero saber si estás bien. Lo que pasó el otro día...
Abrí la boca y la cerré.
—No —lo detuve antes de que siguiera hablando—. No quiero hablar de lo que pasó ese día.
—Pero nena...
—Julia, por favor no insistas. Estoy bien. Te lo puedo asegurar.
Vi sus ojos azules-grisáceos oscurecerse y se apartó abruptamente de mí.
—No, no estás bien. ¡Un ataque de pánico no es síntoma de encontrarse en buenas condiciones!
—¡¿Y cómo sabías tú que era un ataque de pánico?! —grité de vuelta. Estaba haciéndome enojar muy rápido.
—Porque yo los tuve a los quince años.
Oír eso me ablandó un poco.
Me crucé de brazos y me senté a orillas de la cama. Miré en dirección a la pared con un enorme ventanal de vidrio dándome una vista de varios edificios y casas pequeñas iluminadas de noche, y luego regresé a los ojos de Julia.
—Yo… —comencé a decir—, ya estoy mejor, tienes que confiar en mí.
—Lena, sé que toda esta experiencia fue traumática para ti. Broma o no, las sensaciones siempre se quedan contigo. ¡Intentaron violarte, privarte de una decisión importante! Por supuesto que tienes que estar molesta.
Agaché la cabeza, queriendo ocultar mis ojos de los suyos.
—Por favor Julia, no insistas. ¿Estás tratando de desviar el tema? Porque aún no me has dicho qué pasó contigo en estos días.
La comisura de mis labios tembló ligeramente. No podía hacerle frente a la posible realidad de que tal vez yo estuviera traumada por mucho tiempo.
Julia pasó una mano por su cabello oscuro, dando un suspiro exagerado.
—Se trata de mi hermano. Él no ha respondido muy bien a la terapia de electrochoque que le han impuesto últimamente. Quería llevarte conmigo para que lo conocieras, pero no creo que estés preparada para él.
Fruncí el ceño.
—¿Qué te hace pensar que no lo estoy... ?
—Porque él es un violador, Lena. Por eso —respondió de manera seca.
Mi boca quedó abierta.
—¿Cómo te has sentido estos últimos días? —siguió hablando, ignorando por completo mi reacción de puro asombro—. ¿Con miedo? ¿Pánico? ¿Descontrolada? Pues bien, mi hermano disfrutaba esa sensación, y más si dichas chicas estaban completamente expuestas y a su voluntad. ¿Quieres saber cómo sé todo esto?
Julia estaba exaltada, y yo no sabía qué decir.
Negué con la cabeza.
—Porque él violó a mi primera novia. La sedó y luego me hizo ver todo lo que le hizo. Yo tenía trece años.
Abrí más la boca. Parpadeé intentando registrar en mi cerebro lo ocurrido.
—¿Te imaginas que edad tenía ella? Doce.
Tragué hondo y algo en mi pecho se removió incómodamente.
—¡Nadie puede culparme por odiarlo! y ahora, ese infeliz se está muriendo. ¡Se está muriendo, Lena! —para mi sorpresa sus ojos se pusieron acuosos y empezó a reír sin humor. Su cara estaba roja, y ella no dejaba de pasearse de un lado a otro de la habitación—¿Quieres saber lo peor de todo? Que yo no hice nada al respecto, solo me quedé parada como una observadora más. Una mera espectadora en una violación de una niña.
Lágrimas brotaron de sus ojos.
Me puse de pie para acercarme a su lado, pero ella se alejó y me despachó a mi sitio con un gesto de mano.
—Julia...
—Ahórratelo —me cortó. Se pasó agresivamente la palma de la mano por sus mejillas para deshacerse de las lágrimas—. No lo merezco. Soy la peor clase de tipa en este mundo: una perfecta pasiva que no hizo nada cuando su hermano mayor violaba una y otra vez a su novia inconsciente. Solo fui una observadora silenciosa que vio cómo él se introducía una y otra vez en el cuerpo de una pequeña niña. Aún recuerdo que cuando terminó, la dejó en el suelo del baño como si fuera un sucio trapo del que se tenía que deshacer.
Mis ojos también comenzaron a nublarse, y ahogué un sollozo.
—Su nombre era Emilia —continuó diciendo. Ya no quería seguir escuchándolo. Me sentía mal por ella, pero tampoco sabía qué hacer—. Cuando se despertó, ya no era la misma. Y creo que ella también lo notó porque ese día se fue inmediatamente de mi casa y evitó todo contacto conmigo. Mi hermano se encargó de no dejar huella de la sangre en donde la pequeña dejó su virginidad pero estoy segura que ella tuvo que saberlo.
Me estremecí.
Quería taparme los oídos, huir y no seguir escuchándolo.
—Dijiste... —me aclaré la garganta y me obligué a hacer la pregunta— dijiste que se llamaba Emilia. ¿Por qué en tiempo pasado?
—Un año después se suicidó. Ella sabía que algo le había pasado, pero nunca dijo nada. Se quedó callada, pensando que seguramente fui yo quien la violó. Yo tampoco dije nada. Me quedé callada como una idiota cobarde. Pude haberle dicho a mis padres, o tal vez a los padres de ella, pero no. No hice absolutamente nada por ayudarla.
Lloré silenciosamente por la niña cuya vida había sido quitada. Aparté la vista de una Julia que todavía lloraba sin pudor y que ahora estaba sentada en el suelo.
Con las manos se jalaba el cabello y continuaba atormentándose con el recuerdo de su pasado.
—¿Sabes qué? —continuó hablando, su voz rota y lastimera—. Yo admiraba a mi hermano. Lo tenía en un pedestal. Jamás me imaginé que él haría eso; lo quería. Así que te imaginaras que la decepción fue enorme.
Mis rodillas temblaban así que me senté también en el suelo, al lado de ella, apoyándome en una pared.
—A los pocos días de haberme enterado que Emilia se suicidó, le conté a Aarón lo sucedido y él simplemente me preguntó "¿Quién es Emilia?". Ese mismo año él se comprometió con su novia, Clarissa, la madre de Nicole. Estuve de pie en su boda, aplaudiéndole al hombre que violó a una niña, pero curiosamente, sentía que entre los dos, el mayor daño lo causé yo. Lo que más me duele —hizo una pausa y tragó el nudo en su garganta— es que yo la quería. Pero mi silencio la mató. Ahora entiendes el por qué yo no merezco a nadie, y mucho menos a alguien como tú.
Giré mi rostro para verla. Me encontraba llorando como desquiciada, observando las lágrimas que caían también por su rostro.
—Te dije que soy una plaga —dijo viéndome a los ojos—. Y alguien como yo no puede estar con alguien como tú. Lo siento Lena, pero estoy tan jodido que hubiera deseado que nunca te enamoraras de mí. Cuando vi que entrabas en ataque de pánico el otro día... Yo, yo no pude soportarlo. Tú mereces a alguien mejor, y yo nunca podré ser ese alguien.
—¿Qué? —sentí que una roca de gran tamaño me caía en la cabeza, aplastándome con el conocimiento de las cosas.
—Encuentra la felicidad en otra persona, alguien que no esté tan dañado como yo.
—Julia... por favor no me alejes.
—Mi hermano se está muriendo y no sé si sentirme aliviado o infeliz por él, ¿en qué clase de persona me convierte eso? —ignoró por completo lo que le dije—. Será mejor que me marche. Siéntete libre de quedarte todo el tiempo que quieras. Por tu bienestar, aléjate de mí. No lo valgo.
Se puso de pie, tambaleando un poco al levantarse.
Inmediatamente lo tomé de la camisa para retenerlo y que no se fuera a ir.
—No te vayas —supliqué—. No me dejes. No me sueltes algo como eso y luego huyas.
Pero ella simplemente retiró mi mano y caminó como si no hubiera escuchado nada. Dejándome sola y hecha pedazos.
No podía dejar de pensar en las cosas que me dijo. Lo escuché golpear la puerta principal cuando salió, y hasta ese momento reaccioné y me puse de pie para seguirla Me detuve antes de llegar a la sala, pensando que tal vez lo mejor era dejarla sola por un momento. Ella necesitaba lidiar con esto de alguna manera, y yo también necesitaba poner en orden mi cabeza.
Me senté en uno de los taburetes de la cocina, y me quedé viendo a la nada. Consumida por las sensaciones de lo que Julia me dijo.
Alrededor de dos horas después, escuché el sonido de llaves en la puerta.
Enjugué las pocas lágrimas que todavía seguía derramando, y me puse de pie para recibir a Julia.
Ella abrió con dificultad y casi se cae cuando empujó la puerta con un poco más de fuerza.
Vi que se tambaleaba y que lanzaba sus llaves al suelo.
Estaba ebria.
Me acerqué para ayudarlo pero ella me ignoró o no me vio.
Fui a pararme frente a ella, y entonces me prestó atención.
—¿Qué haces todavía... aquí? —apenas y lograba entenderle.
—Tome una decisión, por las dos.
Ella continuó moviéndose, esta vez quitando su camiseta mientras caminaba en dirección a su dormitorio, ignorándome a su paso.
—Vete Lena. No quiero verte justo ahora.
Me planté de nuevo frente a ella y me crucé de brazos.
—Escúchame, no sé por qué todavía te sigues culpando por algo que pasó hace tantos años. Sé que es un asunto muy delicado pero...
Julia se acercó rápidamente hacia mí. En un acto reflejo yo retrocedí y me pegué contra la pared. Sus brazos no tardaron en viajar a los costados de mi cabeza.
Sentí algo de pánico flotar por el borde de mi subconsciente, pero me lo tragué repitiendo una y otra vez que esta era Julia, y ella era incapaz de lastimarme... al menos no físicamente.
—Lena... —arrastró las palabras. Pude oler el alcohol en su aliento—, soy la culpable por haber matado a una persona. Emilia murió por mi culpa. Le robé la infancia a una niña. Claro que no hay día que pase sin que piense en mis actos de cobardía. Mi vida no ha sido fácil, y trato con todas mis fuerzas que Nicole no tenga que pasar por tantas cosas dolorosas; por eso y más es que evito que mi hermano la vea. ¿Te imaginas si él llega a... ? Si él... No podría aguantarlo.
Julia continuaba apretándome contra la pared, sujetando mis hombros y poniéndose demasiado cerca.
Su cuerpo apestaba a cigarrillo y alcohol fuerte. Parecía como si se hubiera bebido todo el licor de un bar.
—¿Por qué nunca me contaste nada de esto? —pregunté suavemente. Llorando sin saber que lo hacía.
—Porque me da vergüenza —susurró igual de suave contra mi oído—. Porque seguramente ahora te debo dar asco.
Negué con la cabeza. ¿Cómo podía pensar eso?
—Yo jamás creería algo así —le dije—. Jamás me darías asco.
—Entonces pruébalo.
—¿Cómo?
—Duerme conmigo.
Al oírlo, todos los vellos de mi cuerpo se erizaron simultáneamente.
Ella llevó sus dedos a mis labios para acariciarlo lentamente.
Luego su boca se apretó contra la mía para fundirnos en un beso doloroso; un beso que no fue para nada tierno y suave.
Su boca se abría más, y por ende, la mía también lo hacía.
Su lengua se deslizó por mis labios con facilidad y pronto estuvo dentro de mi boca. Besándome con habilidad.
Podía saborear el alcohol de su propia lengua.
Se separó de mí.
—Vamos a la cama —susurró con voz caliente; sus ojos azules-grisáceos perforando los míos.
Tragué hondo y asentí con la cabeza.
Dejé que ella tomara mi mano y me llevara a su habitación.
Comenzó a quitar mi ropa, lanzándola con furia contra el suelo.
Me besó de nuevo mientras intentaba deshacerse de mis pantalones.
Yo estaba demasiado ocupada tratando de bajarle el cierre a los suyos, que no sentí cuando me recostó sobre la cama y llevó mis manos sobre mi cabeza. Sujetándolas con una mano, mientras que con la otra hacía la maniobra de deslizar mi ropa interior fuera de mis piernas.
Ni siquiera se quitó el pantalón cuando lo sentí moverse contra mí.
Jadeé de dolor cuando finalmente conectó nuestras caderas con un golpe seco y duro.
Se quedó quieta por unos minutos, esperando a que me recuperara, reposando su cabeza en mi cuello y dejando caer todo el peso de su cuerpo sobre el mío.
Pasaron largos minutos hasta que comenzó a moverse lentamente, entrando y saliendo de la parte baja de mi cuerpo.
Gemí y jadeé en varias ocasiones. Siempre encontrándome con su pelvis y mirándolo a los ojos mientras tomaba todo de mí. En cierto punto, y cuando yo estaba perdiendo la cabeza, se sentó y me llevó en la misma posición con ella.
Todo el acto en sí, pasó de un borrón.
Cuando terminamos, nuestros cuerpos estaban sudados y calurosos.
Julia ya no parecía tan borracha como en un principio, y rápidamente se retiró y se movió a orillas de la cama.
Ni siquiera me molesté en ponerme una sábana encima de mi cuerpo desnudo cuando me senté a su lado. Doblé las rodillas hasta hacer que toparan con mi mentón, y apoyé la cabeza para mirarla.
—¿Ya estás mejor? —pregunté.
Ella no respondió nada. Parecía molesto.
—Lo siento —dijo simplemente.
—¿Por qué?
Se pasó una mano por el pelo, jalándoselo y gruñendo a la vez.
—Puedes dormir en esta habitación si así lo deseas —comenzó a ponerse de pie, subiendo la cremallera de su pantalón—. Ya es tarde y no quisiera que te fueras a esta hora. Yo dormiré en el cuarto que le preparo a Nicole.
—Julia...
—Por la mañana te pediré un taxi para que te lleve a casa, pero si quieres irte ahora entonces lo llamo en un segundo. Tú me dices qué prefieres.
Me puse también de pie, furiosa y con ganas de golpearla.
—¿Eso es todo? —grité— ¿Vas a dejar que simplemente salga de tu vida así como así?
Ella me miró por un momento, pero rápidamente sus ojos se deslizaron por todo mi cuerpo desnudo. Acariciándolo con la mirada.
—Lo lamento —se disculpó—. Pero es mejor que me aleje de ti. La mala suerte parece que me sigue a donde sea que yo vaya. Te amo, pero tengo que dejarte ir.
Oír sus palabras alimentó aún más mi furia.
—Si me amaras me dejarías ser parte de tu vida a pesar de los tropiezos.
Me giré hacia la cama desordenada en donde sólo hace unos minutos ambas nos habíamos entregado.
Tomé la sábana, envolviendo mi cuerpo en ella.
Comencé a buscar mi ropa en el suelo, encontrando mi sostén tirado cerca de mi camisa rota.
—Pide un taxi, ¡ahora! —dije enojada.
La oí suspirar pero no me detuve de buscar mi ropa y hacer el intento de ponérmela.
Cuando estaba completamente vestida, noté que me hacían falta los zapatos.
Me agaché en el suelo y los busqué debajo de la cama.
Julia permanecía silenciosa detrás de mí.
Cuando encontré mis zapatos, me giré para encararla.
—¿Ya llamaste un taxi? Me quiero ir.
Ella negó con la cabeza y no dejaba de ver en dirección a mis pechos, en donde mi camiseta estaba rota y dejaba ver la piel entre mis senos.
Me tapé intentando estirar la tela, pero ésta no cooperaba conmigo.
—Toma una de las mías —dijo sin apartar la vista de mi rostro. Llevó su mano a uno de los cajones del mueble en el que se apoyaba, y automáticamente sacó una camiseta de algodón, blanca.
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Me la pasó de inmediato, sin dejar de verme.
Recibí la camisa y, sin importar que me viera, me quité la que andaba para colocarme la de ella.
—Ahora sí —le exigí— pide un taxi.
—Llamaré al portero —habló sin fuerzas, arrastrando los pies mientras salía del dormitorio y me dejaba sola.
Quería echarme a llorar pero me reservaría la fiesta de lágrimas para cuando estuviera sola, en mi habitación.
Poniendo un pie frente al otro, caminé hacia la puerta principal y estaba a punto de salir cuando la voz de Julia me detuvo.
—Déjame acompañarte al lobby.
Le lancé una mirada asesina y dije:
—Puedo ir sola, ya conozco el camino —y antes de salir por completo, continué— y para tu mayor información, se te olvidó ponerte un condón. Pero no te preocupes que desde hace dos días que estoy tomando anticonceptivos.
Y con esto salí, dando un portazo y moviéndome con rapidez para alcanzar el elevador, en donde el
muro que contenía mis lágrimas se vino abajo y lloré sin vergüenza.
***
Lo que más apestaba de las rupturas era que dolían siempre con mayor intensidad. Cada recuerdo, cada canción, cada imagen dolía. Y no era un dolor pasajero, como cuando te cortas con papel y la herida sólo arde.
Este era un dolor que dejaba hoyos negros que consumían todo a su alrededor.
Esos hoyos negros se estaban llevando un poquito de mi alma cada vez más triste.
No quería ver a nadie, no quería hablar con nadie. Pero se me dificultaba cuando al siguiente día tenía que presentarme a trabajar y verme obligada a motivar a la gente y decirle que compraran libros con bonitas y perfectas historias de amor, aunque estas pertenecían única y exclusivamente ahí, a los libros.
Definitivamente preferiría a un novio literal, hacía que las rupturas fueran menos dolorosas y prácticamente inexistentes.
Pero en medio de todo, me tomó dos días reconocer que me porté como una idiota con Julia (aunque ella también colaboró con eso), y que tenía que hablar con ella. No podía simplemente ignorar lo que me había dicho. No estaba lista para dejar zanjada nuestra relación.
Yo la quería demasiado para mi propio bien; no podía simplemente dejarla solo en un momento difícil, aunque yo misma estuviera pasando por eso también.
Ese día decidí buscarla y al menos intentar hablar de lo pasó. Necesitaba verla, saber que estaba bien y que no cometió una locura.
Como tenía el día libre en el trabajo, ya que era mi comienzo de clases en la universidad, me moví hacia el edificio de Julia y me quedé sopesando la idea en sí debería subir o no a su departamento.
Justo cuando entraba y me armaba de valor, el viejo portero que estaba de turno y que ya me conocía, me detuvo antes de que avanzara hacia el elevador.
—Lo siento —dijo él agarrando aire después del pequeño trecho que tuvo que correr para alcanzarme—, la Señorita Volkova me ordenó específicamente que no la dejara subir.
Algo se encogió dentro de mí al oír sus palabras.
—¿Cómo? —mi voz sonaba incrédula—. ¿Ella dio la orden?
El hombre asintió y me miró con una cara de pena.
—Lo lamento pero ella ha estado pasando su fotografía entre los empleados para prohibirle el acceso al edificio.
De nuevo se encogió algo en mi interior.
Yo no salía de mi asombro y de mi dolor.
—¿Señorita? —dijo uno de los encargados de seguridad que siempre se mantenían al margen, fuera del edificio—. Acompáñeme afuera, por favor.
El tipo se paró al lado del portero (cuyo nombre, según su etiqueta, era Phillip) y me miró de forma intimidante.
—Pero es que yo... Sólo quiero verla. Si le avisan que estoy aquí...
—Desde que la vi acercarse yo la llamé —dijo Phillip—. Ella me reiteró que por ningún motivo dejara que subiera. Lo siento mucho.
Abrí la boca y luego la cerré.
Hace unos días estaba proponiéndome matrimonio, y ahora me ignoraba y huía de mí.
Quería llorar tan fuerte, pero me contuve y seguí al musculoso hombre de seguridad mientras me guiaba de nuevo afuera.
—Oh, espere —gritó Phillip antes de que pusiera un pie en la acera—. Ella le dejó un sobre. Ya se lo traigo.
Fue a su escritorio por el sobre, y luego me lo entregó.
Me dio una sonrisa llena de condescendencia, y me dejó continuar por mi camino.
Una vez afuera, abrí el sobre y saqué una pequeña tarjeta.
Decía:
Lo siento, tenía que hacerlo. Por cierto, no te preocupes por Mason. Ya me encargué de él.
Doblé la tarjeta y la guardé.
En este punto de nuestra relación, sabía que no habría retorno.
Ella no quería saber nada de mí; y yo estaba demasiado indignada como para comprender qué hacer para demostrarle que quería estar a su lado a pesar de lo que haya hecho en el pasado.
Esa fue una semana larga, en donde turnaba mi tiempo entre trabajar, asistir a clases y merodear el edificio de Julia con tal de verla por al menos dos segundos.
Pero después de ser sacada a la fuerza por al menos cientos de veces, comprendí que la relación con Julia estaba rota lejos de cualquier punto del reparo.
Simplemente llegó a su fin.
Capítulo 27
No te vayas, no me dejes, no me sueltes.
—¿Estás bien? —Shio se acercó detrás de mí mientras yo ordenaba un estante de libros en la sección de paranormal.
Le di una vaga sonrisa y me dediqué a continuar con mi labor.
—Sí, bien.
—No me engañas, detrás de todo un “bien” se esconde un: “me siento como la mierda”. Anda, cuéntame qué te pasa. Prometo guardar el secreto, soy muy buena en eso. Si no, pregúntale a Romeo, que él es testigo de lo sigilosa que fui cuando me contó lo de su incómoda comezón en… Ah, olvídalo.
Sonreí genuinamente en esta ocasión.
—En serio, todo va bien —le aseguré.
—Que te hayan asaltado puede ser traumatizante —dijo pegando la espalda contra el estante que cuidadosamente ordenaba.
Tuve que mentirle a mi jefa (y a todo el personal de la librería), y le dije que nunca había podido reunirme con su hijastro porque me asaltaron en el camino. Ella se puso melosa y simpática conmigo, y yo prometí hacerlo mejor la próxima vez.
—No, no con ese labio roto. Le pediré a Mindy que lo acompañe —me había dicho ella despegando la vista de la pila de papeles que le llenaban el escritorio.
Hice una mueca y me llevé una mano a mi labio hinchado.
—No pienses que lo hago por ser mezquina —se justificó—. Te había pedido que tú lo acompañaras porque eres bonita, y él es fotógrafo. Ocupaba una modelo para sus fotos. Pero con ese labio…
¿Él era fotógrafo? ¿Y Laura me recomendó para que me fotografiara a mí?
—Eres exactamente su tipo. Él fotografía a chicas con el mismo perfil que tú, por eso se me ocurrió enviarte.
Asentí una sola vez y decidí irme de su oficina. Laura no me había despedido, y se portó muy bien conmigo después de la enorme mentira que le solté. No quería andar gritando a los cuatro vientos que casi me violaban así que me inventé una nueva historia.
Regresé al presente y me di cuenta que Shio continuaba hablando:
—Una vez me asaltaron en un autobús. Fue horrible, el sujeto llevaba traje y corbata y nos sorprendió a todos cuando sacó una pistola del chaleco. Tuve que entregarle el anillo de plata que mi novio me había regalado en ese entonces. Definitivamente caras vemos…
Hizo un puchero y me ayudó a terminar de arreglar los estantes.
—Siendo sincera, no dejo de pensar en eso —admití. La otra noche me había dado un ataque de pánico. Jamás en la vida había tenido uno. Fue horrible.
Desde ese entonces Julia se portaba distante conmigo. Me hablaba poco o nada, y no se aparecía por casa de papá. Llevábamos así tres días.
¿Acaso yo había hecho algo malo?
Ella me dijo que me amaba, aunque pronto me estuve cuestionando si no fui yo quien lo imaginó todo.
—Te recuperarás —me aseguró Shio—. Aunque ahora parezca que no vas a poder soportarlo, lo harás. Estarás bien.
Sonreí, esperando que fuera verdad lo que decía. No quería quedar marcada de por vida.
—Oh, mira quién ha entrado por esa puerta —Shio cambió de tema, tomándome del brazo y obligándome a ver.
Por un momento se me salió el corazón al pensar que podía ser Julia, pero no era ella, sino un chico de cabello rubio con un atuendo poco destacable, más sin embargo, llamativo.
Usaba lentes y una boina marrón claro que resaltaba sus ojos color miel.
Saludó tímidamente a una Mindy aburrida que masticaba su fiel goma de mascar color rosa.
Supe quién era él desde el momento en que abrió la boca y pronunció palabras con un marcado acento italiano.
¡Él tenía que ser el verdadero Giulio!
—Busco a Laura… la dueña de la tienda —dijo en un tono jovial. No parecía ser mayor que yo, tal vez compartíamos la misma edad.
Mindy señaló con su dedo hacia la puerta de la oficina de Laura, y luego regresó a su labor de tararear la canción que sonaba de fondo en la librería.
El chico caminó a paso lento hasta quedar frente a la puerta. Vio a todos lados antes de tocar primero y luego entrar.
—Ese debe ser el hijastro de la condesa vampiro —susurró Shio en mi oído—. Se mira tan tierno y adorable… dan ganas de lamerlo como a una paleta helada, y morder su centro para saber si tiene un relleno igual de delicioso.
—¡Qué morbosa eres! —me reí con ella ante su descripción.
—Yo solo digo la verdad. Oye, me contó Mindy que te ofreció la habitación que queda disponible en su casa.
Asentí con la cabeza.
Saqué una pila de libros cuya portada era de una margarita tirada en el suelo, y los comencé a ordenar en la sección de “Libros que te cambian la vida”.
—¿Y piensas aceptar? Porque si dices que sí, entonces déjame decirte que las tres seremos compañeras de habitación —chilló emocionada.
—Pues…
—Anda, di que sí. El precio es razonable y los servicios públicos están enteros… Bueno, casi. Tienes que jalar la cadena del baño al menos unas tres veces seguidas para que no salga expulsada el agua hacia arriba pero, eso es todo. Lo juro.
—¿Qué pasa si solo la jalo una vez?
—Créeme, no quieres saberlo. Mindy y yo lo descubrimos de la peor manera posible. Gracias a Dios solo había hecho del uno porque sino… ¡chocolate marrón por toda la cara!
—Ugh, demasiados detalles.
—¿Entonces?
—Mindy me había dicho que tenía una compañera de dormitorio algo loca. Nunca me dijo que eras tú.
—¡¿Te dijo que yo era la loca?! Jum.
—lena, ven aquí un momento —me llamó Laura desde el otro lado del local, asomando la cabeza por la puerta de su oficina.
Rápidamente le di una mirada aterrada a Shio, y me movilicé hacia mi jefa.
—¿Qué ocurre? —pregunté una vez que cerré la puerta tras de mí. Vi disimuladamente al chico sentado a la izquierda de su escritorio.
—Te quiero presentar a Giulio, el hijo de mi prometido.
Giulio se puso de pie y me examinó de abajo hacia arriba, y a diferencia de la copia barata llamada Dante que conocí el otro día, él me miraba no con morbosidad sino que con curiosidad.
Me dio un asentimiento de cabeza y se enfocó en mi labio hinchado y de color púrpura que aun me recordaba mi experiencia traumática.
—Muy linda —me dijo, apenas y pude entenderle por lo pesado de su acento italiano. Me sonrió en aprobación y volvió a su asiento.
—Giulio necesita una modelo para sus fotografías, acompáñalo —ordenó Laura.
—¿Qué… qué ocurrió con Mindy? —pregunté tartamudeando.
—Me dijo que le dolía la cabeza. Ella se pone delicada cuando tiene algún síntoma de malestar.
—Bien —acepté agachando la mirada.
No estaba preparada para irme yo sola con un chico que apenas conocía, peor si era para tomarme fotos. No me sentía cómoda con eso. Había aprendido la lección.
—Perfetto, grazie mille —escuché que exclamó él. Entonces se movió para darme un beso en ambas mejillas.
Laura me miró de reojo y enarcó una ceja cuando notó cómo me ruborizaba lentamente.
Cuando salí de su oficina, Shio me alcanzó y me llevó hacia donde antes nos encontrábamos.
—¿Y? ¿Qué quería la víbora de dos cabezas? —preguntó, inquieta.
Me encogí de hombros.
—Me dijo que acompañara a Giulio.
Shio comenzó a dar saltitos.
—Tienes una suerte de oro. Ya quisiera conocer los chicos que tú conoces. ¿Será que vivimos entre dos mundos paralelos y a ti te tocó la mejor parte? Porque amiga, a mi sólo se me acercan tipos feos o ancianos. Estoy cansada de ahuyentar a los sujetos casados.
Me reí un poco.
Luego fijé la vista en el estante de “Libros que te cambian la vida” y noté que Shio había colocado algunos para mayores de edad y otros que deberían estar en el aparador de paranormales.
—¡Shio! Esos no deben ir ahí.
Ella dirigió su mirada hacia donde le indicaba, y sacó uno de los libros para enseñármelo.
—¿Qué? ¿Cómeme con Chocolate no debería estar en esta sección? ¿Por qué? A mí me cambió la vida. Cuando Fiona entra en el despacho de Liam —comenzó a contar parte de la historia— y él, literalmente hablando, se come las bragas de ella… simplemente no pude soportarlo. Jamás volveré a ver las bragas de la misma forma. Merece estar en esta sección.
No discutí con ella por eso.
—¿Ya pensaste si te mudarás con nosotras? —volvió a preguntarme después de un segundo de silencio.
—Hoy en la noche te doy mi respuesta.
Aunque probablemente terminaría aceptando.
—Bien, vas a ver que nos vamos a divertir juntas. ¡Cero supervisiones paternales! Aunque tenemos por norma general dormirnos temprano, Mindy deja que Rody, su serpiente, ande libre por la noche así que para evitar toparse con esa cosa en la oscuridad, cada quien corre a su habitación.
Vivir con ellas definitivamente sería algo diferente. Tendría que comentar esto con Julia, si es que volvía a hablarme de nuevo.
Fue una tarde calurosa y larga, Giulio era un chico entusiasta y con gran carisma. Tomó bellas fotos del paisaje, e incluso enmarcó preciosas perspectivas de los edificios que íbamos viendo a nuestro paso.
También fotografió a una pareja de novios tomados de la mano, ofreciéndose una bebida energética mientras compartían una sonrisa secreta.
Como a eso de las tres, nos dio hambre y nos detuvimos a comprar bocadillos en una panadería llamada, irónicamente, Noah y Lila.
Giulio tomó fotos de las sillas de madera del local, y pidió té helado mientras compartíamos una rosquilla glaseada.
—Me encanta todo —dijo viendo en varias direcciones y enfocando su lente a lo que le parecía interesante.
Sonreí ante su entusiasmo.
De pronto, mientras me llevaba el vaso de té a la boca, vi que el nuevo punto de enfoque de la cámara era yo. Levanté la vista justo cuando me tomaba la foto.
—¿Por qué tienes el labio morado? —me preguntó, examinando la imagen que acababa de tomarme con su cámara.
Aparté los ojos y me fijé en un pequeño cartel anunciando los sándwiches del día.
—Me caí —mentí. Dejé que mis dedos recorrieran el material del mantel a cuadros que cubría nuestra mesa y toqué la tela sintética con minuciosa atención—. Fui a dar directo al borde la bañera, fue hace tres días.
Él arrugó la cara.
—Che Spavento! Debió ser doloroso.
—Demasiado.
No sabía el por qué, pero no pude ser sincera y decirle la verdad. No me gustaba llamar la atención sobre mí misma, y no quería que fuera a enojarse pensando que hubo alguien que intentó usurpar su lugar.
—¿Esa caída también provocó la marca de dedos en tu brazo? —preguntó viendo mi ahora descubierto brazo. La manga de mi camiseta se había levantado ligeramente dando un buen vistazo de cuando Mason me sujetó en una de las tantas veces que me forzó a permanecer quieta.
Me lo cubrí inmediatamente.
—Eso fue otra caída. Soy muy torpe, suelo caerme mucho. De repente se me antojó uno de esos sándwiches de pollo, ¿quieres uno? —rápidamente cambié de tema.
—Claro —dijo encogiéndose de hombros y cediendo en cuanto a lo de mi brazo.
Me levanté de prisa, y me dirigí a la barra de madera en donde una mujer de mediana edad me atendió con amabilidad y una enorme sonrisa.
—¿Qué puedo hacer por ti, cielo? —preguntó ella.
Yo le pedí cualquier clase de sándwich en el que pudieran demorarse unos minutos de más; no quería regresar a la mesa con Giulio porque quería evadir la verdad.
Ella me guiñó un ojo y dirigió hacia un tipo musculoso y de huesos anchos para repetirle mi orden.
Él sonrió y le dio un beso en la boca, para mi asombro.
—Oh, él es mi marido: Noah, el dueño del restaurante —dijo una vez que regresó frente a mí.
—Supongo entonces que debes ser Lila.
—Sí, supones bien. No te había visto antes por aquí. Toma, esto es de parte de la casa —me pasó un pedacito de pan color café y, al olerlo, pude sentir el chocolate impregnado en la masa.
Sonreí y lo acepté con gusto. Le di una mordida y me encantó el sabor. Curiosamente mi salida con éste Giulio me recordó a mi salida con el otro.
El pánico me entró repentinamente y giré la cabeza para ver si Mason no me estaba espiando por alguna parte. El cómodo local se encontraba relativamente lleno y, pasando superficialmente la vista sobre los clientes, noté que no había señales de mi acosador. Pero eso no hizo mucho por tranquilizarme.
Marie me había dicho que supo sobre Giulio porque Mason me estuvo siguiendo, no sabía si en estos momentos estaba siendo observada también.
Repentinamente mi celular comenzó a vibrar en mi bolsillo. Lo cogí y vi que era un mensaje de Julia.
Lo abrí, dedicándole una sonrisa en el rostro, pero esta se borró al leerlo.
«Tenemos que hablar. Te espero esta noche en mi lugar. »
Por alguna razón eso me preocupó más de lo que ver a Mason me preocuparía. Julia jamás había sido así de seria en un mensaje.
Le envié una carita feliz, aunque realmente algo dentro de mí me decía que esto no era nada bueno.
Giulio notó inmediatamente el cambio que tuve al llegar a la mesa con mi sándwich de pollo.
—¿Qué está mal? —preguntó.
Negué con la cabeza. Ni siquiera yo lo sabía.
Tragué saliva y me obligué a sonreír para no preocuparlo.
—Nada. Creo que ya va siendo hora de regresar a la librería.
Comí en modo automático y me tomé todo mi té helado de un sorbo.
Giulio aprovechó para tomarme otra foto.
—¿Qué te parece si nos vamos caminando? —propuso—. Con esta luz las cosas se miran realmente maravillosas
Acepté y traté de olvidar el por qué le era tan necesario a Julia hablar conmigo después de ignorarme durante tres días.
Mientras avanzábamos por la acera, Giulio me pidió que posara junto a un letrero con globos y luego que mirara hacia otro lado menos a la cámara. También me tomó varias fotos mientras yo no posaba y simplemente me relajaba con el ambiente tan tranquilo en esta parte de la ciudad. Estábamos a unos minutos de la playa en donde Julia me presentó a sus amigos, y en donde conocí a la insoportable de Elena. Sonreí al recordar cuando le pregunté a ella si era una ladrona.
Después nos movimos de allí y nos tomamos unos refrescos para atenuar el calor que siempre venía a finales de Marzo.
La verdad es que me divertí mucho, me caía bien este Giulio y su acento me parecía adorable. Él miraba todo como si nunca en la vida conociera nada igual.
Su cabello rubio parecía brillar bajo la luz del sol. Se ajustaba los lentes siempre que iba a tomar una nueva foto con su cámara Polaroid, y una vez que la fotografía instantánea salía, él la observaba con admiración y la guardaba en el bolsillo de su chaqueta.
Nos tardamos en regresar a la librería, por lo menos una hora.
En el camino nos detuvimos para fotografiar a un vendedor de frutos secos y a un chico vestido como Mickey Mouse.
En general la pasamos bien. Hasta que recordé que ese mismo día tenía que ver a Julia y preguntarle por qué me estaba ignorando tanto.
—¿Qué te sucede? —Me preguntó Giulio cuando vio lo nerviosa que estaba. Justo nos encontrábamos a un paso de entrar en la librería.
—¿Por qué piensas que me ocurre algo?
—Porque te guste o no, reconozco y veo los síntomas de alguien que ha sido maltratado.
Negué con la cabeza, ese era un tema del que no quería hablar en esos momentos.
—¿Fue tu novio? —preguntó él, abriéndome la puerta de entrada del local—, ¿o algún familiar?
—Mira… —Antes de que pudiera ponerme a protestar, él me hizo una seña para que no dijera nada.
—No tienes por qué contarme. Solo quiero que sepas que puedes recibir ayuda. Cuenta con las personas que tienes alrededor; cuenta conmigo.
Asentí y guardé silencio.
Si tan solo supiera…
Él extendió su mano y depositó un papel en mi palma. Me hizo una pequeña reverencia con su boina antes de perderse dentro de la librería.
Mientras lo veía alejarse, inspeccioné lo que había puesto en mi mano: era una de las fotografías que me tomó, de cuando estábamos con los globos y uno de ellos, el de color turquesa, se pegó en mi cabeza y creó estática con mi cabello.
En la imagen me miraba feliz y contenta.
Me preguntaba hasta cuándo me iba a durar esa felicidad.
Esa noche me dirigí al departamento de Julia, estaba nerviosa y no paraba de comerme las uñas. ¿Para qué quería verme?
Tenía un mal, mal presentimiento.
De alguna manera llegué hasta la puerta de su edificio, y como pude, saludé al portero y caminé hacia el elevador. Una música brasileña me acompañó en mi corta subida hasta el sexto piso.
De ahí, mis pies caminaron en automático y el puño de mi mano tocó la dura superficie de la puerta de Julia de igual forma: como si mi cuerpo se manejara solo y a su antojo.
Me mordí el interior de mi mejilla mientras esperaba a que abriera, y pasé mi lengua por mis dientes, repasándolos de uno a uno y familiarizándome con sus formas.
Finalmente ella abrió y me miró de pies a cabeza.
—Viniste…
—¿No me pediste que viniera?
—Sí, pero pensé que estarías enojada conmigo por no haberte llamado en todo este tiempo. Creí que me dejarías plantada. Merecía que me dejaras plantada.
—¿Qué pasa?
Entonces vi algo que jamás había visto en su rostro. Sus ojos se miraban cansados y parecían haber llorado mares.
Aunque intenté mantener mis manos alejadas de ella, me fue imposible no llevarlas a su rostro y tocar sus párpados o sus mejillas.
—¿Estuviste llorando? —pregunté, temerosa—. ¿Te desvelaste, tal vez?
—Entra, hay algo que debo contarte.
—¿Está todo bien?
Ella murmuró algo que no logré entender, y me insistió para que entrara a su departamento.
Me resigné a que no me dijera nada y me dirigí hasta la sala. Antes de sentarme en el sofá, ella me tomó suavemente por el codo y negó con la cabeza.
—No aquí, nena. Hablemos allá —señaló la puerta de su dormitorio.
Asentí y nos trasladamos de nuevo.
Mientras pasábamos, vi a Steve, el zorrillo, esconderse debajo del sofá.
Zorrillo con suerte, al menos podía huir de la situación. Pensé enseguida.
Una vez dentro de su habitación, Julia me tomó de la cintura e inmediatamente atrajo su boca a la mía.
Como no entendía muy bien qué pasaba, dejé mis ojos abiertos durante unos segundos y luego los cerré. Su boca sometía a la mía, sus labios no dejaban de provocarme. Hasta que sus manos fueron a parar a mi trasero y tuve que separarme un poco para saber qué estaba pasando con ella.
—Lamento haber desaparecido estos últimos días —comenzó a decir, no dejó que yo le preguntara primero—. Pero tenía asuntos que resolver.
—¿Me vas a decir qué pasó?
Julia suspiró sin muchas ganas de querer abrirse para mí.
—Después. Ahora todo se trata de ti, ¿entiendes? —empezó a acariciar mi cabello y besó mi frente.
—N... No entiendo...
Ella inclinó su cabeza para que sus ojos y mis ojos quedaran viéndose desde la misma altura. Puso sus manos en mis mejillas y comenzó a trazar círculos con sus pulgares.
—Lena, quiero saber si estás bien. Lo que pasó el otro día...
Abrí la boca y la cerré.
—No —lo detuve antes de que siguiera hablando—. No quiero hablar de lo que pasó ese día.
—Pero nena...
—Julia, por favor no insistas. Estoy bien. Te lo puedo asegurar.
Vi sus ojos azules-grisáceos oscurecerse y se apartó abruptamente de mí.
—No, no estás bien. ¡Un ataque de pánico no es síntoma de encontrarse en buenas condiciones!
—¡¿Y cómo sabías tú que era un ataque de pánico?! —grité de vuelta. Estaba haciéndome enojar muy rápido.
—Porque yo los tuve a los quince años.
Oír eso me ablandó un poco.
Me crucé de brazos y me senté a orillas de la cama. Miré en dirección a la pared con un enorme ventanal de vidrio dándome una vista de varios edificios y casas pequeñas iluminadas de noche, y luego regresé a los ojos de Julia.
—Yo… —comencé a decir—, ya estoy mejor, tienes que confiar en mí.
—Lena, sé que toda esta experiencia fue traumática para ti. Broma o no, las sensaciones siempre se quedan contigo. ¡Intentaron violarte, privarte de una decisión importante! Por supuesto que tienes que estar molesta.
Agaché la cabeza, queriendo ocultar mis ojos de los suyos.
—Por favor Julia, no insistas. ¿Estás tratando de desviar el tema? Porque aún no me has dicho qué pasó contigo en estos días.
La comisura de mis labios tembló ligeramente. No podía hacerle frente a la posible realidad de que tal vez yo estuviera traumada por mucho tiempo.
Julia pasó una mano por su cabello oscuro, dando un suspiro exagerado.
—Se trata de mi hermano. Él no ha respondido muy bien a la terapia de electrochoque que le han impuesto últimamente. Quería llevarte conmigo para que lo conocieras, pero no creo que estés preparada para él.
Fruncí el ceño.
—¿Qué te hace pensar que no lo estoy... ?
—Porque él es un violador, Lena. Por eso —respondió de manera seca.
Mi boca quedó abierta.
—¿Cómo te has sentido estos últimos días? —siguió hablando, ignorando por completo mi reacción de puro asombro—. ¿Con miedo? ¿Pánico? ¿Descontrolada? Pues bien, mi hermano disfrutaba esa sensación, y más si dichas chicas estaban completamente expuestas y a su voluntad. ¿Quieres saber cómo sé todo esto?
Julia estaba exaltada, y yo no sabía qué decir.
Negué con la cabeza.
—Porque él violó a mi primera novia. La sedó y luego me hizo ver todo lo que le hizo. Yo tenía trece años.
Abrí más la boca. Parpadeé intentando registrar en mi cerebro lo ocurrido.
—¿Te imaginas que edad tenía ella? Doce.
Tragué hondo y algo en mi pecho se removió incómodamente.
—¡Nadie puede culparme por odiarlo! y ahora, ese infeliz se está muriendo. ¡Se está muriendo, Lena! —para mi sorpresa sus ojos se pusieron acuosos y empezó a reír sin humor. Su cara estaba roja, y ella no dejaba de pasearse de un lado a otro de la habitación—¿Quieres saber lo peor de todo? Que yo no hice nada al respecto, solo me quedé parada como una observadora más. Una mera espectadora en una violación de una niña.
Lágrimas brotaron de sus ojos.
Me puse de pie para acercarme a su lado, pero ella se alejó y me despachó a mi sitio con un gesto de mano.
—Julia...
—Ahórratelo —me cortó. Se pasó agresivamente la palma de la mano por sus mejillas para deshacerse de las lágrimas—. No lo merezco. Soy la peor clase de tipa en este mundo: una perfecta pasiva que no hizo nada cuando su hermano mayor violaba una y otra vez a su novia inconsciente. Solo fui una observadora silenciosa que vio cómo él se introducía una y otra vez en el cuerpo de una pequeña niña. Aún recuerdo que cuando terminó, la dejó en el suelo del baño como si fuera un sucio trapo del que se tenía que deshacer.
Mis ojos también comenzaron a nublarse, y ahogué un sollozo.
—Su nombre era Emilia —continuó diciendo. Ya no quería seguir escuchándolo. Me sentía mal por ella, pero tampoco sabía qué hacer—. Cuando se despertó, ya no era la misma. Y creo que ella también lo notó porque ese día se fue inmediatamente de mi casa y evitó todo contacto conmigo. Mi hermano se encargó de no dejar huella de la sangre en donde la pequeña dejó su virginidad pero estoy segura que ella tuvo que saberlo.
Me estremecí.
Quería taparme los oídos, huir y no seguir escuchándolo.
—Dijiste... —me aclaré la garganta y me obligué a hacer la pregunta— dijiste que se llamaba Emilia. ¿Por qué en tiempo pasado?
—Un año después se suicidó. Ella sabía que algo le había pasado, pero nunca dijo nada. Se quedó callada, pensando que seguramente fui yo quien la violó. Yo tampoco dije nada. Me quedé callada como una idiota cobarde. Pude haberle dicho a mis padres, o tal vez a los padres de ella, pero no. No hice absolutamente nada por ayudarla.
Lloré silenciosamente por la niña cuya vida había sido quitada. Aparté la vista de una Julia que todavía lloraba sin pudor y que ahora estaba sentada en el suelo.
Con las manos se jalaba el cabello y continuaba atormentándose con el recuerdo de su pasado.
—¿Sabes qué? —continuó hablando, su voz rota y lastimera—. Yo admiraba a mi hermano. Lo tenía en un pedestal. Jamás me imaginé que él haría eso; lo quería. Así que te imaginaras que la decepción fue enorme.
Mis rodillas temblaban así que me senté también en el suelo, al lado de ella, apoyándome en una pared.
—A los pocos días de haberme enterado que Emilia se suicidó, le conté a Aarón lo sucedido y él simplemente me preguntó "¿Quién es Emilia?". Ese mismo año él se comprometió con su novia, Clarissa, la madre de Nicole. Estuve de pie en su boda, aplaudiéndole al hombre que violó a una niña, pero curiosamente, sentía que entre los dos, el mayor daño lo causé yo. Lo que más me duele —hizo una pausa y tragó el nudo en su garganta— es que yo la quería. Pero mi silencio la mató. Ahora entiendes el por qué yo no merezco a nadie, y mucho menos a alguien como tú.
Giré mi rostro para verla. Me encontraba llorando como desquiciada, observando las lágrimas que caían también por su rostro.
—Te dije que soy una plaga —dijo viéndome a los ojos—. Y alguien como yo no puede estar con alguien como tú. Lo siento Lena, pero estoy tan jodido que hubiera deseado que nunca te enamoraras de mí. Cuando vi que entrabas en ataque de pánico el otro día... Yo, yo no pude soportarlo. Tú mereces a alguien mejor, y yo nunca podré ser ese alguien.
—¿Qué? —sentí que una roca de gran tamaño me caía en la cabeza, aplastándome con el conocimiento de las cosas.
—Encuentra la felicidad en otra persona, alguien que no esté tan dañado como yo.
—Julia... por favor no me alejes.
—Mi hermano se está muriendo y no sé si sentirme aliviado o infeliz por él, ¿en qué clase de persona me convierte eso? —ignoró por completo lo que le dije—. Será mejor que me marche. Siéntete libre de quedarte todo el tiempo que quieras. Por tu bienestar, aléjate de mí. No lo valgo.
Se puso de pie, tambaleando un poco al levantarse.
Inmediatamente lo tomé de la camisa para retenerlo y que no se fuera a ir.
—No te vayas —supliqué—. No me dejes. No me sueltes algo como eso y luego huyas.
Pero ella simplemente retiró mi mano y caminó como si no hubiera escuchado nada. Dejándome sola y hecha pedazos.
No podía dejar de pensar en las cosas que me dijo. Lo escuché golpear la puerta principal cuando salió, y hasta ese momento reaccioné y me puse de pie para seguirla Me detuve antes de llegar a la sala, pensando que tal vez lo mejor era dejarla sola por un momento. Ella necesitaba lidiar con esto de alguna manera, y yo también necesitaba poner en orden mi cabeza.
Me senté en uno de los taburetes de la cocina, y me quedé viendo a la nada. Consumida por las sensaciones de lo que Julia me dijo.
Alrededor de dos horas después, escuché el sonido de llaves en la puerta.
Enjugué las pocas lágrimas que todavía seguía derramando, y me puse de pie para recibir a Julia.
Ella abrió con dificultad y casi se cae cuando empujó la puerta con un poco más de fuerza.
Vi que se tambaleaba y que lanzaba sus llaves al suelo.
Estaba ebria.
Me acerqué para ayudarlo pero ella me ignoró o no me vio.
Fui a pararme frente a ella, y entonces me prestó atención.
—¿Qué haces todavía... aquí? —apenas y lograba entenderle.
—Tome una decisión, por las dos.
Ella continuó moviéndose, esta vez quitando su camiseta mientras caminaba en dirección a su dormitorio, ignorándome a su paso.
—Vete Lena. No quiero verte justo ahora.
Me planté de nuevo frente a ella y me crucé de brazos.
—Escúchame, no sé por qué todavía te sigues culpando por algo que pasó hace tantos años. Sé que es un asunto muy delicado pero...
Julia se acercó rápidamente hacia mí. En un acto reflejo yo retrocedí y me pegué contra la pared. Sus brazos no tardaron en viajar a los costados de mi cabeza.
Sentí algo de pánico flotar por el borde de mi subconsciente, pero me lo tragué repitiendo una y otra vez que esta era Julia, y ella era incapaz de lastimarme... al menos no físicamente.
—Lena... —arrastró las palabras. Pude oler el alcohol en su aliento—, soy la culpable por haber matado a una persona. Emilia murió por mi culpa. Le robé la infancia a una niña. Claro que no hay día que pase sin que piense en mis actos de cobardía. Mi vida no ha sido fácil, y trato con todas mis fuerzas que Nicole no tenga que pasar por tantas cosas dolorosas; por eso y más es que evito que mi hermano la vea. ¿Te imaginas si él llega a... ? Si él... No podría aguantarlo.
Julia continuaba apretándome contra la pared, sujetando mis hombros y poniéndose demasiado cerca.
Su cuerpo apestaba a cigarrillo y alcohol fuerte. Parecía como si se hubiera bebido todo el licor de un bar.
—¿Por qué nunca me contaste nada de esto? —pregunté suavemente. Llorando sin saber que lo hacía.
—Porque me da vergüenza —susurró igual de suave contra mi oído—. Porque seguramente ahora te debo dar asco.
Negué con la cabeza. ¿Cómo podía pensar eso?
—Yo jamás creería algo así —le dije—. Jamás me darías asco.
—Entonces pruébalo.
—¿Cómo?
—Duerme conmigo.
Al oírlo, todos los vellos de mi cuerpo se erizaron simultáneamente.
Ella llevó sus dedos a mis labios para acariciarlo lentamente.
Luego su boca se apretó contra la mía para fundirnos en un beso doloroso; un beso que no fue para nada tierno y suave.
Su boca se abría más, y por ende, la mía también lo hacía.
Su lengua se deslizó por mis labios con facilidad y pronto estuvo dentro de mi boca. Besándome con habilidad.
Podía saborear el alcohol de su propia lengua.
Se separó de mí.
—Vamos a la cama —susurró con voz caliente; sus ojos azules-grisáceos perforando los míos.
Tragué hondo y asentí con la cabeza.
Dejé que ella tomara mi mano y me llevara a su habitación.
Comenzó a quitar mi ropa, lanzándola con furia contra el suelo.
Me besó de nuevo mientras intentaba deshacerse de mis pantalones.
Yo estaba demasiado ocupada tratando de bajarle el cierre a los suyos, que no sentí cuando me recostó sobre la cama y llevó mis manos sobre mi cabeza. Sujetándolas con una mano, mientras que con la otra hacía la maniobra de deslizar mi ropa interior fuera de mis piernas.
Ni siquiera se quitó el pantalón cuando lo sentí moverse contra mí.
Jadeé de dolor cuando finalmente conectó nuestras caderas con un golpe seco y duro.
Se quedó quieta por unos minutos, esperando a que me recuperara, reposando su cabeza en mi cuello y dejando caer todo el peso de su cuerpo sobre el mío.
Pasaron largos minutos hasta que comenzó a moverse lentamente, entrando y saliendo de la parte baja de mi cuerpo.
Gemí y jadeé en varias ocasiones. Siempre encontrándome con su pelvis y mirándolo a los ojos mientras tomaba todo de mí. En cierto punto, y cuando yo estaba perdiendo la cabeza, se sentó y me llevó en la misma posición con ella.
Todo el acto en sí, pasó de un borrón.
Cuando terminamos, nuestros cuerpos estaban sudados y calurosos.
Julia ya no parecía tan borracha como en un principio, y rápidamente se retiró y se movió a orillas de la cama.
Ni siquiera me molesté en ponerme una sábana encima de mi cuerpo desnudo cuando me senté a su lado. Doblé las rodillas hasta hacer que toparan con mi mentón, y apoyé la cabeza para mirarla.
—¿Ya estás mejor? —pregunté.
Ella no respondió nada. Parecía molesto.
—Lo siento —dijo simplemente.
—¿Por qué?
Se pasó una mano por el pelo, jalándoselo y gruñendo a la vez.
—Puedes dormir en esta habitación si así lo deseas —comenzó a ponerse de pie, subiendo la cremallera de su pantalón—. Ya es tarde y no quisiera que te fueras a esta hora. Yo dormiré en el cuarto que le preparo a Nicole.
—Julia...
—Por la mañana te pediré un taxi para que te lleve a casa, pero si quieres irte ahora entonces lo llamo en un segundo. Tú me dices qué prefieres.
Me puse también de pie, furiosa y con ganas de golpearla.
—¿Eso es todo? —grité— ¿Vas a dejar que simplemente salga de tu vida así como así?
Ella me miró por un momento, pero rápidamente sus ojos se deslizaron por todo mi cuerpo desnudo. Acariciándolo con la mirada.
—Lo lamento —se disculpó—. Pero es mejor que me aleje de ti. La mala suerte parece que me sigue a donde sea que yo vaya. Te amo, pero tengo que dejarte ir.
Oír sus palabras alimentó aún más mi furia.
—Si me amaras me dejarías ser parte de tu vida a pesar de los tropiezos.
Me giré hacia la cama desordenada en donde sólo hace unos minutos ambas nos habíamos entregado.
Tomé la sábana, envolviendo mi cuerpo en ella.
Comencé a buscar mi ropa en el suelo, encontrando mi sostén tirado cerca de mi camisa rota.
—Pide un taxi, ¡ahora! —dije enojada.
La oí suspirar pero no me detuve de buscar mi ropa y hacer el intento de ponérmela.
Cuando estaba completamente vestida, noté que me hacían falta los zapatos.
Me agaché en el suelo y los busqué debajo de la cama.
Julia permanecía silenciosa detrás de mí.
Cuando encontré mis zapatos, me giré para encararla.
—¿Ya llamaste un taxi? Me quiero ir.
Ella negó con la cabeza y no dejaba de ver en dirección a mis pechos, en donde mi camiseta estaba rota y dejaba ver la piel entre mis senos.
Me tapé intentando estirar la tela, pero ésta no cooperaba conmigo.
—Toma una de las mías —dijo sin apartar la vista de mi rostro. Llevó su mano a uno de los cajones del mueble en el que se apoyaba, y automáticamente sacó una camiseta de algodón, blanca.
https://www.youtube.com/watch?v=UOtSOOfjAfE
Me la pasó de inmediato, sin dejar de verme.
Recibí la camisa y, sin importar que me viera, me quité la que andaba para colocarme la de ella.
—Ahora sí —le exigí— pide un taxi.
—Llamaré al portero —habló sin fuerzas, arrastrando los pies mientras salía del dormitorio y me dejaba sola.
Quería echarme a llorar pero me reservaría la fiesta de lágrimas para cuando estuviera sola, en mi habitación.
Poniendo un pie frente al otro, caminé hacia la puerta principal y estaba a punto de salir cuando la voz de Julia me detuvo.
—Déjame acompañarte al lobby.
Le lancé una mirada asesina y dije:
—Puedo ir sola, ya conozco el camino —y antes de salir por completo, continué— y para tu mayor información, se te olvidó ponerte un condón. Pero no te preocupes que desde hace dos días que estoy tomando anticonceptivos.
Y con esto salí, dando un portazo y moviéndome con rapidez para alcanzar el elevador, en donde el
muro que contenía mis lágrimas se vino abajo y lloré sin vergüenza.
***
Lo que más apestaba de las rupturas era que dolían siempre con mayor intensidad. Cada recuerdo, cada canción, cada imagen dolía. Y no era un dolor pasajero, como cuando te cortas con papel y la herida sólo arde.
Este era un dolor que dejaba hoyos negros que consumían todo a su alrededor.
Esos hoyos negros se estaban llevando un poquito de mi alma cada vez más triste.
No quería ver a nadie, no quería hablar con nadie. Pero se me dificultaba cuando al siguiente día tenía que presentarme a trabajar y verme obligada a motivar a la gente y decirle que compraran libros con bonitas y perfectas historias de amor, aunque estas pertenecían única y exclusivamente ahí, a los libros.
Definitivamente preferiría a un novio literal, hacía que las rupturas fueran menos dolorosas y prácticamente inexistentes.
Pero en medio de todo, me tomó dos días reconocer que me porté como una idiota con Julia (aunque ella también colaboró con eso), y que tenía que hablar con ella. No podía simplemente ignorar lo que me había dicho. No estaba lista para dejar zanjada nuestra relación.
Yo la quería demasiado para mi propio bien; no podía simplemente dejarla solo en un momento difícil, aunque yo misma estuviera pasando por eso también.
Ese día decidí buscarla y al menos intentar hablar de lo pasó. Necesitaba verla, saber que estaba bien y que no cometió una locura.
Como tenía el día libre en el trabajo, ya que era mi comienzo de clases en la universidad, me moví hacia el edificio de Julia y me quedé sopesando la idea en sí debería subir o no a su departamento.
Justo cuando entraba y me armaba de valor, el viejo portero que estaba de turno y que ya me conocía, me detuvo antes de que avanzara hacia el elevador.
—Lo siento —dijo él agarrando aire después del pequeño trecho que tuvo que correr para alcanzarme—, la Señorita Volkova me ordenó específicamente que no la dejara subir.
Algo se encogió dentro de mí al oír sus palabras.
—¿Cómo? —mi voz sonaba incrédula—. ¿Ella dio la orden?
El hombre asintió y me miró con una cara de pena.
—Lo lamento pero ella ha estado pasando su fotografía entre los empleados para prohibirle el acceso al edificio.
De nuevo se encogió algo en mi interior.
Yo no salía de mi asombro y de mi dolor.
—¿Señorita? —dijo uno de los encargados de seguridad que siempre se mantenían al margen, fuera del edificio—. Acompáñeme afuera, por favor.
El tipo se paró al lado del portero (cuyo nombre, según su etiqueta, era Phillip) y me miró de forma intimidante.
—Pero es que yo... Sólo quiero verla. Si le avisan que estoy aquí...
—Desde que la vi acercarse yo la llamé —dijo Phillip—. Ella me reiteró que por ningún motivo dejara que subiera. Lo siento mucho.
Abrí la boca y luego la cerré.
Hace unos días estaba proponiéndome matrimonio, y ahora me ignoraba y huía de mí.
Quería llorar tan fuerte, pero me contuve y seguí al musculoso hombre de seguridad mientras me guiaba de nuevo afuera.
—Oh, espere —gritó Phillip antes de que pusiera un pie en la acera—. Ella le dejó un sobre. Ya se lo traigo.
Fue a su escritorio por el sobre, y luego me lo entregó.
Me dio una sonrisa llena de condescendencia, y me dejó continuar por mi camino.
Una vez afuera, abrí el sobre y saqué una pequeña tarjeta.
Decía:
Lo siento, tenía que hacerlo. Por cierto, no te preocupes por Mason. Ya me encargué de él.
Doblé la tarjeta y la guardé.
En este punto de nuestra relación, sabía que no habría retorno.
Ella no quería saber nada de mí; y yo estaba demasiado indignada como para comprender qué hacer para demostrarle que quería estar a su lado a pesar de lo que haya hecho en el pasado.
Esa fue una semana larga, en donde turnaba mi tiempo entre trabajar, asistir a clases y merodear el edificio de Julia con tal de verla por al menos dos segundos.
Pero después de ser sacada a la fuerza por al menos cientos de veces, comprendí que la relación con Julia estaba rota lejos de cualquier punto del reparo.
Simplemente llegó a su fin.
Hunter- Mensajes : 103
Fecha de inscripción : 25/05/2015
Edad : 34
Localización : The Imperium
Re: PROHIBIDO ENAMORARSE DE JULIA VOLKOVA // LIA BELIKOV
Como puede tanto dolor causar este final tan desgarrador?
Aleinads- Mensajes : 519
Fecha de inscripción : 14/05/2015
Edad : 35
Localización : Colombia
Re: PROHIBIDO ENAMORARSE DE JULIA VOLKOVA // LIA BELIKOV
Capítulo 28
Eso sólo puede significar una cosa
https://www.youtube.com/watch?v=eKiJR8QxdqM
Me sentía muy rara. Como si estuviera enferma y mi cuerpo me avisara que se avecinaban cambios.
Me dolía el estómago y mi boca se sentía amarga.
Traté de incorporarme de la cama, apoyando mi peso en la mesita de noche de mi habitación.
Revisé el reloj digital a mi lado, faltaba una hora para mi clase de Apreciación del Arte.
Todavía no me acostumbraba a la universidad o a dedicarme a los estudios; una vez que te tomabas un año sabático para descansar, muy difícilmente regresas con ánimos de estudiar.
Pero este primer periodo estaba yendo bastante bien.
Conocí más gente de la que pensé conocer, y me sentí mejor estando rodeada de personas. Eso evitaba que el hoyo negro que me consumía en silencio se hiciera presente.
Pronto un retorcijón en mi estómago me sacó de mis pensamientos. Un líquido amargo subió por mi garganta, amenazando con salir disparado de mi boca.
Prácticamente salté de la cama y esperé a que las náuseas pasaran. Pero regresaron dos segundos después y esta vez no iba a poder contener las ganas de vomitar.
Salí corriendo en dirección al baño, y una vez allí, volqué todo el contenido de mi estómago en el retrete.
Cuando terminé me apoyé en la pared y miré mi pálido reflejo en el espejo. Estaba sudada y boqueaba como un pez bajo el agua.
Decidí en ese momento darme una ducha y probablemente llorar por Julia como siempre hacía desde hace seis semanas. Se había convertido en una rutina diaria para mí.
No había vuelto a verla desde entonces y ya la echaba de menos, con fuerza, como si mi cuerpo la
necesitara para poder vivir.
Hace un tiempo me mantuve constantemente vagando por su edificio, pero ni los tipos de seguridad, ni Phillip, el portero, me dejaron llegar más lejos del elevador.
Incluso esperé a que Julia saliera para poder hablar con ella y tal vez darle una que otra cachetada, pero siempre se las arreglaba para no salir cuando yo me encontraba vigilándola.
Le dejé notas con Phillip, e incluso le lancé un ultimátum. Pero Julia Volkova se había encerrado en ella misma, cargando con la muerte de Emilia, una niña que sufrió a tan corta edad.
Tampoco miré a Nicole o a su abuela en todo este tiempo; me sentía furiosa, indignada y dolida. Pero lo que más me importaba era hablar con ella y decirle que la amaba y que no quería dejarla sola con esa gran carga pesada que llevaba a cuestas. Eso fue hasta la semana pasada, de ahí me vine abajo cuando uno de los guardias me dijo que "la Señora Volkova" se había mudado el día anterior.
Había un hoyo sangrante en donde antes palpitaba mi corazón; no podía creer que ella me haya sacado con tanta facilidad de su vida.
La amaba. Pero ya no podía seguir esperándola.
A fin de cuentas era mentira lo que decían acerca del amor: no podía superarlo todo. En especial cuando se trataba de traumas surgidos desde la niñez.
Lágrimas se agrupaban en mis ojos, soltándose sin mi permiso y con facilidad.
Por eso era malo enamorarse de forma tan profunda, uno siempre termina lastimado y con las alas rotas.
Acurrucándome en el suelo del baño lloré silenciosamente, hundiéndome en mi dolor hasta que nuevas náuseas me invadieron y tuve que vomitar otra vez.
***
—¡Chicas! Traje a alguien que quiero que conozcan.
Me encontraba preparando un sándwich en la cocina cuando la voz de Mindy interrumpió mi concentrado debate entre si debía ponerle jamón o salami.
Terminé eligiendo ambos.
Después de vomitar y retener poca comida durante esta mañana, me entró un hambre voraz por la tarde.
Shio, quien aún se encontraba usando pijama (a pesar de que eran cerca de las cuatro), bajó las escaleras y se encontró conmigo. Mordió una rodaja de salami que guardé en un contenedor plástico, y luego la dejó aparte, haciendo muecas en el proceso.
Mindy se reunió con nosotras. Su cabello, ahora de tonalidad fucsia, era como una llama de color en medio de tantos utensilios cromados.
—Apuesto que no adivinan a quién me encontré en una tienda —su voz sonaba animada. Eso era lo más despierta que la había escuchado desde que la conocí. Mindy siempre hablaba como si se estuviera muriendo de sueño.
—¿A quién encontraste? —preguntó Shio sirviéndose un tazón de cereal de chocolate—. No me digas que finalmente se cumplió tu sueño de conocer al chico que sale en las portadas de Obsidian.
Ella negó con la cabeza.
—Mejor. Me encontré con Ricky Martin.
Sonrió, satisfecha consigo misma.
—¿Viste a Ricky Martin en una tienda? —pregunté escéptica.
—¡Síííí! No me pude resistir y lo traje a casa conmigo —sacó sus manos de la espalda y nos mostró a un pequeño pero regordete hámster.
—Ese es un conejillo de indias, no Ricky Martin —se quejó Shio sorbiendo la leche del cereal con su cuchara.
—¿Que acaso no ven que tiene cara de llamarse Ricky Martin?
Ella dejó al hámster sobre la barra, en donde estaba preparando mi sándwich.
Miré al animal por un rato: peludo, de color café claro, y realmente gordito.
Lucía adorable.
—A mi me parece que tiene cara de llamarse Lucas —dije.
Shio ladeó la cabeza y observó al hámster con determinado interés.
—Estoy de acuerdo con Lena —dijo después de un rato—. Lucas le queda mejor.
—Pues ni modo. Ya lo bauticé con el nombre de Ricky Martin. ¡Oh, Ricky no muerdas ese salami! —ella agarró a Ricky y lo cargó en sus manos—. Tu debes comer solo semillas o concentrado para hámster. Por eso estás gordo.
Acarició su pelaje y dejó que el animal se acurrucara entre sus dedos.
—Le compré una jaula realmente bonita y le puse un cubo de calcio para que lo lama. También una rueda para que se ejercite.
—Sinceramente Mindy, te vendieron el hámster más gordo de la tienda —dijo Shio, apuntándola con su cuchara—. Ricky Martin está muy pasado de peso.
—Pues para que sepas, lo pienso poner a dieta, él comerá sólo vegetales de ahora en adelante.
Shio adoraba discutir con Mindy. Por lo general esta chica de pelo multicolor siempre traía a casa un nuevo animal. La semana pasada fue un pez dorado a quien llamó Estefano. Y la anterior a esa fue un lagarto bebé que se coló en mi bañera mientras la estaba usando.
Hice que se deshiciera de él inmediatamente.
—Mindy —dijo Shio— deberías dejar de traer animales a la casa. Pronto esto se va a convertir en un refugio de mascotas.
—Lo que pasa es que no te gusta Ricky Martin. ¡Lo odias! Por eso quieres que lo deje abandonado. No la escuches Ricky.
Shio rodó los ojos y me miró en busca de ayuda. Yo me encogí de hombros y me dispuse a morder mi sándwich.
—No odio a Ricky Martin. Sí, tiene ojos saltones y probablemente pese lo que un pavo debería de pesar, pero recuerda lo que le pasó a tu último hámster, Lucius. Rody se lo comió. Allá tú si quieres el mismo destino para Ricky Martin. Por cierto, ¿siempre vamos a tener que llamarlo por el nombre completo o qué?
Mindy resopló.
—Te dejaré llamarlo Ricky a cambio de algo.
—¿De qué?
—De que no te enojes porque le compré compañía.
Mindy fue corriendo a la sala y trajo consigo una cajita con varios orificios de la que sacó otro hámster. Este era de color blanco.
—Les presento a Shakira.
Shio rodó los ojos y empezaron otra discusión.
—¡Si Shakira y Ricky Martin comienzan a aparearse en mi cama, se los voy a dar a Rody de almuerzo! —gritó Shio, histérica.
—¿Cómo sabes que Shakira es hembra? Puede ser un macho.
—¡Estás advertida! Vas a tenerlos en jaulas y me niego a darles de comer.
Sonreí al verlas. Ambas eran grandes compañeras de habitación. Ellas siempre peleaban por los animales que traía Mindy a casa, pero en general esas dos eran buenas amigas (si obviábamos el hecho de que cada una nombraba sus pertenencias en el refrigerador. Ahora la salsa de tomate decía Mindy, y la salsa soya decía Shio).
La casa en la que vivíamos era de la difunta abuela de Mindy, y desde hace un par de semanas que me mudé con ellas.
Me dieron la bienvenida con un pastelito de fresa, e hicieron un recorrido por el perímetro de la propiedad.
Si Julia era capaz de mudarse y no decirme nada, entonces yo haría lo mismo. Los únicos que sabían de mi decisión eran mis padres y Nastya.
—¡Lena! ¿Lena? —Shio se puso frente a mí y me chasqueó los dedos. Presentía que ésta no era la primera vez que me llamaba.
—¿Sí? ¿qué? —regresé al presente y me obligué a no llorar frente a ellas al recordar lo mucho que me dolió enterarme que Julia me había alejado de su lado, como si yo fuera una extraña.
—Te preguntaba si al fin Seth se animó a invitarte a salir.
Le sonreí incómodamente en respuesta.
Seth fue el gran amor de mi vida cuando estaba en sexto grado. Tuvimos una cita y hacíamos pareja en las tareas de la escuela. Volví a verlo en mi clase de historia universal, y él y yo nos mantenemos en contacto.
—Aun no me invita —dije finalmente.
Nastya también me aconsejaba que de una vez por todas olvidara a Julia.
Cuando le conté sobre Seth, ella me dijo que era la oportunidad perfecta para dejar sanar mi corazón.
Para mí todavía era demasiado reciente lo que pasé con ella. Mis heridas seguían frescas, y el dolor era tan insoportable que algunas veces costaba demasiado respirar, o caminar, o parpadear.
Sinceramente Julia salió huyendo como una cobarde; actuó sin sentido. Aún no entendía por qué me alejó tan abruptamente de su vida, cuando lo único que yo quería hacer era amarla.
—Pues creo que Seth está a punto de invitarte —dijo Mindy, viendo fijamente por la ventana de la cocina—. Acaba de estacionar su auto enfrente.
Estaba a punto de darle otra mordida a mi sándwich, pero escuchar a Mindy detuvo mi mano en el aire.
Shio y yo nos comunicamos con los ojos y luego salimos corriendo para ponernos a la par de la pelirrosa.
Efectivamente, el auto de Seth estaba estacionado en nuestra acera. Y un muy guapo chico de cabello color rubio cenizo salió de un vehículo Honda.
Sabía a ciencia cierta que sus ojos eran azules y que olía a colonia varonil y pecaminosa.
Pero a pesar de lo guapo que era, todavía tenía sentimientos demasiado fuertes por una chica totalmente opuesta a Seth. Una chica que resultó ser una bastarda que me dejó botada y que me apartó de su vida.
Después de ver cómo Seth se acercaba a la puerta principal y tocaba el timbre, noté que mi ropa era totalmente inadecuada para verlo. Llevaba un short diminuto y desteñido, junto con una camiseta de tirantes. Últimamente pasaba sofocándome del calor y trataba de mantenerme usando ropa cómoda.
Si quería tratar de darle un mensaje a él de que sólo éramos amigos, esta ropa diría lo contrario.
El timbre sonó de nuevo.
—¿Qué estás esperando? —dijo Shio palmeándome en el hombro—. Ve a abrirle a tu semental.
La fulminé con la mirada.
—Él no es mi semental; y no le abro porque tengo que ponerme otra cosa para usar.
—¿Qué tiene de malo lo que llevas puesto?
—¿Qué tiene de malo? —repetí—, pues que si quiero conservar a Seth como amigo, no puedo pasearme frente a él enseñándole mi ombligo.
Señalé la parte de mi vientre que quedaba descubierta gracias a la corta camiseta.
—Luces perfecta, créeme, ese tipo te va a soñar despierto toda su vida.
Shio me empujó en dirección a la puerta, y luego la abrió dejando que me las arreglara sola.
Seth sonrió ampliamente al verme. Sus ojos azules me recorrieron de los pies a la cabeza, y vi que tragaba saliva en más de una ocasión.
Pasó una eternidad antes de que se aclarara la garganta y me mirara de nuevo a los ojos.
—Hola —saludó tímidamente.
—Hola Seth. Pasa —me hice a un lado y dejé espacio para que entrara.
—Hola Shio, Mindy —las saludó también y ellas se sonrojaron.
Luego su atención estuvo de nuevo en mí.
—Lena, ¿cómo estás? Vine para ver si tenías el día libre, quería invitarte a dar un paseo conmigo.
Miré a Shio y a Mindy que aún permanecían viéndonos desde la cocina. Shio asintió enérgicamente con la cabeza.
—¿Sabes qué? —le dije a Seth— claro que acepto. De hecho, hoy no tuve que trabajar porque mi jefa está haciendo algunas remodelaciones en el local. Reabrimos la otra semana.
—Perfecto. Entonces salgamos juntos.
—De acuerdo, ¿si sabías que podías habérmelo preguntado por teléfono, verdad?
Él me dio una sonrisa de campeonato.
—No hubiera sido tan divertido como venir en persona. Además, así puedo convencerte más rápido en caso de que digas que no.
Le sonreí también.
—Solo tengo que ponerme otra ropa y ya salgo —le aseguré.
Lo dejé en compañía de mis dos compañeras de habitación.
Mientras subía de dos en dos las escaleras, un mareo me sacudió con sorpresa. Me agarré al barandal y me quedé quieta por un momento esperando a que la casa dejara de dar vueltas.
Cuando me recuperé, me aseguré de ir más lento esta vez.
Me cambié de ropa, aunque no quería ponerme jeans porque me sudaban las piernas. El clima era demasiado caliente así que decidí conservar los shorts pero me cambié la blusa y me puse una que me cubriera más piel.
Peiné mi cabello pelirrojo y usé un poco de mascara para resaltar el color verde- gris de mis ojos.
Seguiría el consejo de mis amigas y me olvidaría de una vez por todas de Julia, aunque intentar salir adelante significara dejar que una gran parte de mi corazón saltara de un precipicio.
Seth y yo caminamos desde la casa hasta un parque recreacional que existía cerca de la zona.
Me sorprendió que no quisiera llevar su auto, y cuando le pregunté el por qué, me dijo que era parte de su complicada estrategia para que pasáramos más tiempo juntos.
Esta vez no sentí la necesidad de recalcarle que éramos simplemente amigos.
—Oye, ¿has oído las noticias que se dicen de Mason? ¿Si recuerdas quién es Mason? —me preguntó mientras caminábamos y comíamos paletas heladas.
Lo miré boquiabierta sin saber qué decir. Seth conocía a Mason porque también llevó clases con él cuando éramos niños, pero recientemente no tenía ni idea de qué había sido de ese pervertido.
—Sí, lo recuerdo, ¿qué dicen de él?
—Se rumorea que intentó violar a la novia de una tipa ruda —me atraganté con el helado y comencé a toser—. ¿Estás bien?
Seth empezó a darme palmaditas en la espalda.
Asentí con la cabeza y le indiqué que continuara contándome qué pasó.
—Bueeeno. Dicen que la tipa se enteró y le dio una paliza enorme que le dejó la nariz torcida, pero eso no fue lo único.
—¿No fue lo único que le hizo?
—Nop. Ahora Mason tiene tatuado en la frente: lame pollas.
Él comenzó a reír pero para mí no fue tan gracioso. Esto era obra de Julia, no había duda de eso.
—Imagínate —continuó Seth—, se lo tatuaron tan cerca de las cejas que es prácticamente imposible ocultarlo con una gorra o un sombrero. Tendría que dejarse crecer el cabello y hacerse un peinado femenino para poder taparlo.
—¿Y desde cuando sabes esto?
—Sucedió hace más de un mes. Pero si te soy sincero, él se lo merecía. Perdona que te lo diga, ya que ustedes fueron novios y eso, pero él nunca me inspiró confianza. Qué bueno que no te haya pasado a ti. Lo que Mason le hizo a esa chica tuvo que ser algo horrible porque supuestamente hasta la fecha de hoy, él no recuerda cómo terminó atado a una mesa en un bar gay fuera de la ciudad, con el tatuaje recién hecho.
—¿En un bar gay? —de pronto algo de la historia se me hizo familiar.
—Sí, es uno de esos lugares en los que se permiten los juegos sexuales. Esa noche había una temática de “mundo esclavo” o algo por el estilo. Así que, como él estaba atado, pensaron que era parte de la función. Lo peor de todo es que tenía tatuada la frente con un mensaje para nada favorable… ya te imaginaras lo que estuvieron haciendo con él toda la noche; pusieron en práctica, literalmente, lo que decía su tatuaje. Pobre…
—Ay… Dios… mío…
—Sí, pero bueno. A quien mal da, mal recibe.
—No puedo creerlo —murmuré todavía en shock—. ¿Y sabes dónde está él actualmente?
—Creo que ahora vive con un tío que tiene un serio trauma con los vampiros. No le ha ido muy bien. Ni tampoco al italiano que lo acompañaba esa noche.
—¿Al italiano? ¿Qué?
—Sí, mi amigo Pedro dice que conoce al tatuador, y que hubo dos chicos a los que tatuó en la frente esa noche. Pero como te dije, son rumores. Habría que ver a Mason para saber si es verdad lo que dicen.
—Yo creo que es totalmente cierto.
Miré por un momento a mi paleta que se estaba derritiendo, y sin poder evitarlo, comencé a reír con fuerza.
Seth me miró de reojo, pero no tardó mucho en echarse a reír también.
Dejé caer mi paleta y me sujeté a una pared porque mi risa loca no paraba.
Después de un rato logré detenerme.
—Sinceramente no lo lamento —dije con una enorme sonrisa que estuvo ausente durante semanas.
—Mucho menos yo. Me alegra que no estuvieras con ese loco cuando pasó.
No quise decirle la verdad. Sentía que nos pertenecía a Julia y a mí, pero claro que podía divertirme a sus expensas.
—Y… hablando de novios… ¿tú tienes uno actualmente?
Negué con la cabeza.
—No. Soy una mujer libre.
—¿Entonces no voy a ofender a ningún ex novio celoso si hago esto?
Sorpresivamente, Seth se acercó a mi cara, inclinó su cuello, y pronto sus labios estuvieron sobre los míos.
No hice el intento de apartarlo. Sólo cerré los ojos y permití que me besara dulcemente, pero para ser realistas: él no era Julia. Y aunque la extrañara mucho, me obligué a olvidarme de ella, y le puse empeño a este beso.
Si mi historia con Julia se cerraba, entonces era momento de comenzar una nueva por mi cuenta.
Le daría a Seth la oportunidad de armar el rompecabezas en el que ahora se había convertido mi corazón.
***
Despertar a la mañana siguiente no fue fácil.
El olor a desinfectante para pisos que usaba Shio era demasiado fuerte y se metía por mis fosas nasales. Y eso, combinado con la lata de atún que comía Mindy en ese momento, no fueron las mejores combinaciones de olores.
Mi estómago se revolvió pero logré mantener su contenido adentro.
—Te preparé tostadas —dijo ella enseñándome un plato lleno—, y le agregué huevos revueltos que tanto te gustan.
Hice una mueca ante la comida.
—La verdad es que no tengo mucha hambre, ¿y si la dejamos para después?
—Oh, ustedes los delgados no aprecian un buen plato de comida —dijo Shio una vez que terminó de limpiar los pisos—. Yo le perdí el miedo a los carbohidratos hace mucho tiempo, dámelos. Los comeré por Lena.
—Creo que me estoy enfermando —dije, llevé mi cabeza a la barra de la cocina y pegué mi frente contra la fría cerámica.
—Eso es por no comer. Mindy, deberías hacerle a Lena algo de tocino. Oh, y también algo de ese salmón que quedó de ayer.
Llevé una mano a mi estómago y lo apreté como si de esa forma fuera a evitar el vómito inminente que sentía venir.
—Todavía hay algo de pastel de chocolate por tu cumpleaños —habló Mindy desde la refrigeradora—. Lleva dos semanas pero nunca es demasiado tarde para comer algo de chocolate.
Eso fue suficiente, mi mano viajó automáticamente a mi boca y el familiar líquido espeso y amargo subió por mi garganta.
Corrí al baño más cercano y vomité con asco. No paraba de pensar en toda la comida que mencionaron Shio y Mindy sin que se me revolviera el estómago.
Sentí a las chicas venir detrás de mí y pararse a escasos centímetros de la puerta.
Una vez que terminé, descargué dos veces el servicio (así como ellas me habían enseñado a hacer) y luego me negué a ver cómo se perdía toda esa masa de color rosa por el inodoro.
No pude mantenerme de pie así que me senté en el suelo del baño.
—Oh por Dios… ¿sabes lo que es eso? —dijo Shio viendo con horror hacia mí.
Negué con la cabeza, tratando de recordar cualquier alimento que pudiera haber comido en esta semana y que me hiciera daño.
—¿Has tenido mareos? ¿Vómitos? ¿Náuseas y retorcijones en el estómago?
—Sí.
—Pues eso sólo puede significar una cosa.
—¿El qué?
—Lena… es obvio, hasta para un niño de cinco años, saber que lo que tú tienes es gripe estomacal.
—¿Tú crees?
—Definitivamente. ¿Qué otra cosa sería sino?
***
—¿Vómitos? ¿Fiebre? ¿Mareos?
Miré el rostro de Nastya: cabello marrón, lacio, labios proporcionados, y bonitos ojos color verde. A ella se le formaban hoyuelos en las mejillas, y su mandíbula era un poco ovalada.
—Sí, Nastya—dije en un instante. Shio la había llamado para averiguar qué era lo que me tenía mal. Aunque también llamó a mamá y ella prometió traer sopa de pollo; ante la sola mención de la sopa, mi estómago protestó y comenzó a revolverse. Parecía tener vida propia.
—Mmm... Eso significa una sola cosa.
Nastya se quedó pensativa, viéndome desde una distancia segura en caso de que mis ganas de vomitar fueran tan fuertes que no pudiera llegar a tiempo al baño y tuviera que hacerlo en el suelo.
—¿Qué? ¿Verdad que es gripe estomacal? —preguntó Shio.
—No, yo creo que tiene algo ahí adentro. Hay vida creciendo en ese estómago —ella se acercó para acariciar mi vientre y luego se alejó lentamente dándome una sonrisa ladeada—. Sin dudas, Lena, lo que tienes es un problema de lombrices.
Shio rodó los ojos.
Mindy abucheó mientras seguía acariciando a Ricky Martin y a Shakira, y Nastya asentía sin parar.
—¿Estás diciendo que Lena tiene lombrices? —preguntó Shio, impaciente.
—Sí, y una muy grande.
Entonces ella rodó los ojos.
—¡Por favor! Lo de la gripe estomacal es algo más lógico, pero ¿lombrices?
—Sí, puede ser una lombriz solitaria.
—¿Lombriz solitaria? ¿Te estás escuchando?
—Según Google —dijo Mindy con su Smart Phone en la mano— dice que la lombriz solitaria puede ser ingerida si se beben o se comen alimentos que incluyan materia fecal. ¿Has comido algo que nosotras no sepamos, Lena?
Arrugué la nariz, asqueada y con náuseas de nuevo.
Ahora la que se acercó fue Shio, con algo de vehemencia se puso a acariciar mi estómago y comenzó a hablar en chiquito:
—Hola señor lombriz. ¿Podría hacernos el favor y salir de la pancita de Lena para esta tarde? La mantiene enfermita.
—¡Shio! —grité—. No tengo lombrices. La única comida que he ingerido es la que se hace aquí.
—Oh, Mindy es la cocinera. ¿Mindy, te lavas las manos antes de preparar los alimentos? —preguntó discretamente.
—¿Qué estás…?
—Oh, sí las tiene —interrumpió Nastya antes de que Mindy armara una gran pelea por algo pequeño.
—No tengo lombrices. Busquen qué hacer —gruñí, frustrada.
—¿Comiste carne descompuesta en estos días?
—Ayer probó salami. Y no es por nada, pero el salami me da asco —habló Shio.
—Lo mejor sería llevarla al doctor.
Ellas se pusieron a discutir en voz baja, y después de unos minutos se callaron y yo comencé a sentirme mejor.
Me relajé y por ende mi estómago también.
Las chicas hablaban entre sí, pasándose información sobre mi cita con Seth. Él me había invitado esta tarde al cine y yo le dije que sí.
Por una parte sentía que salía con él porque me gustaba, pero la otra parte me decía que sólo lo estaba haciendo por querer vengarme de Julia, aunque sonaba estúpido sin la susodicha presente.
—¿Lena? —esa fue Shio la que me llamó.
Yo me encontraba con los ojos cerrados y con la cabeza puesta en la almohada de mi cama.
—¿Qué? —arrastré las palabras.
—¿Ya sabes qué nombre le pondremos a tu lombriz?
—¡No es una lombriz!
—Tiene personalidad fuerte, como la de un Marco.
—Dejen de ponerle nombre a mi lombriz inexistente.
—¿Qué otra razón le encuentras a esos síntomas?
—¿Y por qué no los buscamos por internet? —sugirió Mindy.
Las tres estuvieron de acuerdo y usaron el teléfono de ella.
—Veamos: vómitos, mareos, dolor de estómago. ¿Cansancio? ¿Tienes cansancio, Lena? —me preguntó ella.
Ahora que lo mencionaba, sí. Me sentía algo cansada, pero se lo retribuía al esfuerzo que me llevaba correr y vomitar en el baño.
—Listo. Según la página de Dr. Casero punto net, dice que puedes tener: Anemia, envenenamiento químico, envenenamiento por habas, posible exposición a la… Aiiish, esto no sirve de nada.
—Ya me siento bien —les dije para que dejaran de inventar enfermedades.
—¿Segura? Siempre es bueno darle una visita al médico —mencionó Nastya.
—En especial si dicho médico es atractivo. Pero yo no tengo esa suerte —comentó Shio—. A mí sólo me coquetean los ancianos de doble moral…
Todas rodamos los ojos ante sus palabras.
—Bien, noto que todas están gruñonas. Me voy. Ah, y Lena, tu mamá ya viene en camino.
Finalmente me dejaron sola y logré descansar unos minutos antes de que la llamativa presencia de mi madre entrara por esa puerta.
Ya no se dedicaba a estafar a la gente diciéndoles que era psíquica, pero siempre le gustaba vestirse llamativamente con colores brillantes y fuertes.
Ella se acostó a mi lado, en la cama, y comenzó sobar mi cabeza.
—Muy bien, pastelito de calabaza, dime qué te agobia.
—No era necesario que vinieras, ya me encuentro mejor. Mis compañeras son algo exageradas.
Me senté en la cama, abrazando mi almohada y apoyando la barbilla en su suave superficie.
—¿No has sabido nada de Julia? —me preguntó ella.
Desvié mis ojos hacia la pared, tratando de que no se me echara de ver lo mucho que me dolía hablar de ella.
—No. ¿Y tú? —dije finalmente.
Mamá negó con la cabeza.
—Nada. ¿Al fin me vas a contar qué ocurrió entre ustedes dos? Una relación tan sólida como la suya era difícil de romper.
—Aún no estoy lista para hablar de eso —dije suavemente.
Mis ojos comenzaron a nublarse y tuve que aclarar mi garganta para que mi voz no sonara extraña al hablar.
—Todavía no puedo creer que ella se haya ido de esa forma. Creí que te amaba —insistió ella.
—Mamá, ya no quiero hablar de Julia. Por favor déjalo ir.
Pero a pesar de haberle dicho que lo olvidara, yo aún no podía seguir adelante. La verdad era que nunca la podría dejar de amar.
¿Era posible que existiera esta clase de amor, así de intenso?
Sin siquiera notarlo, lágrimas caían de mis ojos, haciendo borrosa mi visión y empañando la habitación a mi alrededor.
Todo sería distinto si tan solo tuviera a Julia a mí lado.
—Oh, ¡calabaza! —chilló mamá, se acercó para abrazarme y sujetarme—. Deja de pensar en ella. Mejor cuéntame si te hago alguna bebida especial para que te sientas mejor.
Sonreí y sollocé al mismo tiempo.
—¿Vas a prepararme algo que me haga decir la verdad otra vez? Nunca me dijiste qué fue lo que me diste esa vez.
Ella sonrió, besando la coronilla de mi cabeza.
—¿Sabes qué? No recuerdo muy bien qué le puse. Pero de lo que sí estoy segura, es que llevaba licor. Mucho, mucho licor.
Me reí con ella por un momento, hasta que las lágrimas de nuevo salieron de mis ojos. Les ordené que cesaran, pero nunca me obedecían, salían sin control.
Sollocé con fuerza, presionándome contra el hombro de mamá. Por mi nariz salía únicamente líquido. Probé la sal de mis lágrimas mientras éstas se deslizaban a través de la comisura de mi boca.
Mis hombros se movieron bruscamente y gemí involuntariamente en el cuello de mamá.
Ella me apretó más fuerte, siempre sobando mi cabeza.
—¿Puedes...? —mi voz comenzó a temblar— ¿Puedes hacer algo... algo que haga desaparecer el dolor? ¿Algo que evite que vuelva a enamorarme?
—Cariño, me temo que enamorarse es tan natural e inevitable como respirar. Es imposible no hacerlo.
Sollocé nuevamente.
—La odio. ¿Por qué me dejó? ¿Acaso yo no soy suficiente? —me alejé un poco del cuerpo de ella—. Dime, ¿soy tan poca cosa como para que me haya dejado ir de esta forma? Porque en estos momentos me siento como si fuera nada. Supongo que yo no valgo el esfuerzo.
—No, no, no. Lena, deja de decir esas cosas. Cualquier chico estaría agradecido de tener a alguien como tú.
Negué con la cabeza.
—Lo dices porque eres mi mamá. Está en tu código genético decirlo.
Llevé una mano a mi mejilla y limpié los rastros de lágrimas que surcaban mi rostro. Pero no podía detenerme. Sencillamente dejé de luchar con el sentimiento.
—Basta de esto —me regañó ella—. Ahora mismo dejarás de pensar en ella. Ni siquiera mencionaremos su nombre.
—Yo la amaba… todavía lo hago —admití, avergonzada por sentirme de esa manera—. Por favor has que deje de doler.
Me acurruqué contra el cuello de mi madre, y ella continuó con el suave toque a mi cabeza.
Se mantuvo susurrando palabras tranquilizadoras que lo único que hicieron fue aumentar el hoyo negro que me consumía lentamente.
Muy pronto la escuché cantando This Never Happened Before, de Paul McCartney, una de sus canciones favoritas.
Eso hizo que llorara más fuerte.
¿Acaso ella no sabía que cuando consuelas a alguien no tienes por qué cantarle algo triste?
Finalmente dejó de cantar, y por lo tanto mis sollozos se hicieron más pasables.
Últimamente sólo me dedicaba a llorar como víctima y a acurrucarme en los rincones.
Odiaba sentirme de esa manera.
—Deja de atormentarte —ordenó mamá al ver que concentraba mi mirada y apretaba la mandíbula en señal de molestia—. Mejor cuéntame, ¿qué era lo que te estaba incomodando esta mañana? Tus amigas me dijeron que estabas vomitando y que te dolía el estómago.
—No fue nada grave. Ya me siento mejor.
—Mmm...
—Mmmm, ¿qué?
Mamá suspiró levemente.
—Déjame preguntarte una cosa, y no te vayas a enojar: ¿cuándo fue la última vez que menstruaste?
De pronto su pregunta llamó mi atención, abrió algo en mi interior.
Me quedé boquiabierta por un segundo.
—¿Qué? —logré decir al fin.
—Lena... hay un pequeñísima posibilidad de que estés...
Me aparté de su hombro inmediatamente.
—No, imposible. Cuando... —dudé. No quería decirle a mi mamá acerca de mi última relación sexual con Julia—. Yo me estaba protegiendo, tomaba pastillas anticonceptivas.
—¿Cuánto tiempo tenías de tomarlas?
—Como... —hice una mueca tratando de recordar— dos días.
—¿Dos días? —dijo ella de manera sobresaltada.
Asentí, poniéndome de repente nerviosa por su reacción.
—¿Por qué?
—Calabaza, durante el primer mes que las tomas no hacen mucho efecto. En ese tiempo tienes que protegerte de otra forma a parte de esa.
—No, no, no, no...
Me levanté de la cama, paseando de un lado a otro, recordando esa fatídica noche.
Julia no usó condón, y yo, al parecer, estaba tomando pastillas que tardarían en hacer efecto.
Cepillé mi cara con mis manos.
—No... —quería llorar—. Yo no puedo estar... No. Apenas acabo de cumplir diecinueve años... Empecé hasta hace poco tiempo a asistir a la universidad... Imposible.
—Cariño no te estreses. Iré hoy mismo a comprar una prueba de embarazo.
¡Y dijo la palabra con E!
Pero no, yo no podía estar... embarazada de una tipa al que no le importé nada.
Me negaba a creerlo.
No.
—Por favor, ve a comprarla, te lo ruego. Yo no… Mamá —mis ojos se humedecieron nuevamente—. No puedo estar embarazada en este momento. No puedo…
Ella se levantó de la cama con un movimiento grácil, y corrió a mi lado para abrazarme.
—Tranquila. Voy ahora y vuelvo en un parpadeo.
Me dio un último apretón, y salió corriendo fuera del cuarto.
Estaba a punto de echarme a llorar nuevamente cuando la cabeza de Shio se asomó por la puerta.
—Lo siento —dijo bajando la vista—. Queríamos ver si tu mamá lograba ponerte de mejor humor y venimos justo cuando decía que podías estar… Lo siento, escuchamos todo. Lo siento.
Detrás de ella aparecieron Nastya y Mindy. Las tres me miraban con compasión.
No sabía si sentirme molesta con ellas o simplemente llorar en sus hombros.
No elegí ninguna de las dos opciones y simplemente me senté a orillas de la cama. Ni siquiera me había cambiado la ropa de dormir porque el día, aparentemente, recién comenzaba. Y vaya que comenzaba de una pésima manera.
—Nunca se nos ocurrió eso —admitió finalmente—. Pero quiero que sepas que si estás… ya sabes, embarazada, tu bebé tendrá a las dos mejores tías de todo el mundo. También tendrá a Mindy.
—¡Oye! —se quejó ella— ¿Por qué me excluyes de esa manera?
Nastya la pellizcó con fuerza, y pronto las tres se callaron, evitando verme y haciendo ese momento más incómodo de lo que ya era.
Mamá apareció después de media hora, alegando que el taxista que la llevó a la farmacia era lento para conducir; finalmente extendió una bolsa plástica en mi dirección y me dijo que fuera al baño para orinar en la prueba.
Yo me encontraba nerviosa y extremadamente estresada.
Las manos me temblaban mientras sostenía la cajita en la que venía la respuesta a un gran enigma que cambiaría para siempre mi futuro.
Mis amigas se quedaron a mi lado y decidieron esperarme mientras yo corría al baño y rogaba porque la prueba fuera negativa.
Según la caja: si me marcaba una rayita, era negativo, pero si salían dos, era positivo.
Finalmente y después de cinco minutos, oriné en el palito plástico y esperé el resultado.
Estaba nerviosa. No podía creer que, de todas las personas, esto podía pasarme a mí.
Si tan solo hubiera sido un poco más responsable.
Llevé mis manos a mi vientre.
—Por favor, pequeño Noah, no te adelantes todavía —¿Pero qué estaba haciendo? ¿Hablándole como si en realidad estuviera en mi vientre? Me corregí inmediatamente—. ¡Estoy hablando con la lombriz!
Genial. Ahora estaba loca.
Suspiré y decidí sentarme en la tapadera del inodoro para esperar el tiempo suficiente.
Llevé mis rodillas hasta mi mentón, y luego apoyé la cabeza, decidida a no llorar fuera cual fuera el resultado.
Luego de diez minutos, las chicas (y mi mamá) no pudieron aguantar más las ganas de saber qué ocurría, y empezaron a tocar la puerta, distrayéndome de mis pensamientos.
—¡¿Lena?! ¿Cómo salió la prueba? ¿Es positivo o negativo? —gritaron desde el otro lado de la puerta.
Me encogí de hombros y pegué aún más mi cabeza a mis rodillas.
Pronto comencé a entonar la canción que cantaba mamá hace un rato.
No quería salir por esa puerta todavía, no quería ver lo que marcaba esa estúpida paleta de plástico.
¿Una rayita? ¿Dos rayitas? Era absurdo.
Y más absurdo sería terminar embarazada y sin Julia a mi lado para sobrellevar la situación.
Siguieron tocando la puerta pero yo me quedé echa una bola sobre la tapadera del sanitario.
—¿Lena?
Finalmente después de otros diez minutos decidí que era hora de afrontar la realidad. Este era el momento, tenía que hacerlo.
Mi vida estaba a punto de cambiar dentro de unos segundos más.
Lentamente tomé la prueba de embarazo desde donde la tenía localizada, sobre el mueble donde ponía las toallas.
Cerré los ojos y me afiancé a ese objeto como si fuera un salvavidas.
Abrí un ojo, después el otro. Entonces lo vi, vi la prueba y lo que mostraba.
Al principio no entendí qué significaba pero luego reaccioné y tomé la caja en la que venía para ver el significado de las rayitas.
Una raya: negativo.
Dos rayas: positivo.
El mundo quedó en silencio a mí alrededor.
Mi boca quedó abierta por varios segundos, sentí que mi alma dejaba mi cuerpo y solo quedaba el cascarón vacío.
De nuevo los golpes en la puerta me trajeron a la realidad y me levanté para abrir y dejarlas ver lo mismo que yo había visto.
No sentía mis pies, no sentía que parpadeaba lo suficiente.
Les mostré la prueba y ellas jadearon al unísono.
Nastya arrugó la frente.
—¿Qué significa eso? —dijo tomando con cuidado la prueba.
—¿Y la caja? ¿Lena qué la hiciste? ¿O nos dirás qué significa esa línea roja?
Mi voz sonó ronca cuando hablé y dije:
—Dio negativo.
Eso sólo puede significar una cosa
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Me sentía muy rara. Como si estuviera enferma y mi cuerpo me avisara que se avecinaban cambios.
Me dolía el estómago y mi boca se sentía amarga.
Traté de incorporarme de la cama, apoyando mi peso en la mesita de noche de mi habitación.
Revisé el reloj digital a mi lado, faltaba una hora para mi clase de Apreciación del Arte.
Todavía no me acostumbraba a la universidad o a dedicarme a los estudios; una vez que te tomabas un año sabático para descansar, muy difícilmente regresas con ánimos de estudiar.
Pero este primer periodo estaba yendo bastante bien.
Conocí más gente de la que pensé conocer, y me sentí mejor estando rodeada de personas. Eso evitaba que el hoyo negro que me consumía en silencio se hiciera presente.
Pronto un retorcijón en mi estómago me sacó de mis pensamientos. Un líquido amargo subió por mi garganta, amenazando con salir disparado de mi boca.
Prácticamente salté de la cama y esperé a que las náuseas pasaran. Pero regresaron dos segundos después y esta vez no iba a poder contener las ganas de vomitar.
Salí corriendo en dirección al baño, y una vez allí, volqué todo el contenido de mi estómago en el retrete.
Cuando terminé me apoyé en la pared y miré mi pálido reflejo en el espejo. Estaba sudada y boqueaba como un pez bajo el agua.
Decidí en ese momento darme una ducha y probablemente llorar por Julia como siempre hacía desde hace seis semanas. Se había convertido en una rutina diaria para mí.
No había vuelto a verla desde entonces y ya la echaba de menos, con fuerza, como si mi cuerpo la
necesitara para poder vivir.
Hace un tiempo me mantuve constantemente vagando por su edificio, pero ni los tipos de seguridad, ni Phillip, el portero, me dejaron llegar más lejos del elevador.
Incluso esperé a que Julia saliera para poder hablar con ella y tal vez darle una que otra cachetada, pero siempre se las arreglaba para no salir cuando yo me encontraba vigilándola.
Le dejé notas con Phillip, e incluso le lancé un ultimátum. Pero Julia Volkova se había encerrado en ella misma, cargando con la muerte de Emilia, una niña que sufrió a tan corta edad.
Tampoco miré a Nicole o a su abuela en todo este tiempo; me sentía furiosa, indignada y dolida. Pero lo que más me importaba era hablar con ella y decirle que la amaba y que no quería dejarla sola con esa gran carga pesada que llevaba a cuestas. Eso fue hasta la semana pasada, de ahí me vine abajo cuando uno de los guardias me dijo que "la Señora Volkova" se había mudado el día anterior.
Había un hoyo sangrante en donde antes palpitaba mi corazón; no podía creer que ella me haya sacado con tanta facilidad de su vida.
La amaba. Pero ya no podía seguir esperándola.
A fin de cuentas era mentira lo que decían acerca del amor: no podía superarlo todo. En especial cuando se trataba de traumas surgidos desde la niñez.
Lágrimas se agrupaban en mis ojos, soltándose sin mi permiso y con facilidad.
Por eso era malo enamorarse de forma tan profunda, uno siempre termina lastimado y con las alas rotas.
Acurrucándome en el suelo del baño lloré silenciosamente, hundiéndome en mi dolor hasta que nuevas náuseas me invadieron y tuve que vomitar otra vez.
***
—¡Chicas! Traje a alguien que quiero que conozcan.
Me encontraba preparando un sándwich en la cocina cuando la voz de Mindy interrumpió mi concentrado debate entre si debía ponerle jamón o salami.
Terminé eligiendo ambos.
Después de vomitar y retener poca comida durante esta mañana, me entró un hambre voraz por la tarde.
Shio, quien aún se encontraba usando pijama (a pesar de que eran cerca de las cuatro), bajó las escaleras y se encontró conmigo. Mordió una rodaja de salami que guardé en un contenedor plástico, y luego la dejó aparte, haciendo muecas en el proceso.
Mindy se reunió con nosotras. Su cabello, ahora de tonalidad fucsia, era como una llama de color en medio de tantos utensilios cromados.
—Apuesto que no adivinan a quién me encontré en una tienda —su voz sonaba animada. Eso era lo más despierta que la había escuchado desde que la conocí. Mindy siempre hablaba como si se estuviera muriendo de sueño.
—¿A quién encontraste? —preguntó Shio sirviéndose un tazón de cereal de chocolate—. No me digas que finalmente se cumplió tu sueño de conocer al chico que sale en las portadas de Obsidian.
Ella negó con la cabeza.
—Mejor. Me encontré con Ricky Martin.
Sonrió, satisfecha consigo misma.
—¿Viste a Ricky Martin en una tienda? —pregunté escéptica.
—¡Síííí! No me pude resistir y lo traje a casa conmigo —sacó sus manos de la espalda y nos mostró a un pequeño pero regordete hámster.
—Ese es un conejillo de indias, no Ricky Martin —se quejó Shio sorbiendo la leche del cereal con su cuchara.
—¿Que acaso no ven que tiene cara de llamarse Ricky Martin?
Ella dejó al hámster sobre la barra, en donde estaba preparando mi sándwich.
Miré al animal por un rato: peludo, de color café claro, y realmente gordito.
Lucía adorable.
—A mi me parece que tiene cara de llamarse Lucas —dije.
Shio ladeó la cabeza y observó al hámster con determinado interés.
—Estoy de acuerdo con Lena —dijo después de un rato—. Lucas le queda mejor.
—Pues ni modo. Ya lo bauticé con el nombre de Ricky Martin. ¡Oh, Ricky no muerdas ese salami! —ella agarró a Ricky y lo cargó en sus manos—. Tu debes comer solo semillas o concentrado para hámster. Por eso estás gordo.
Acarició su pelaje y dejó que el animal se acurrucara entre sus dedos.
—Le compré una jaula realmente bonita y le puse un cubo de calcio para que lo lama. También una rueda para que se ejercite.
—Sinceramente Mindy, te vendieron el hámster más gordo de la tienda —dijo Shio, apuntándola con su cuchara—. Ricky Martin está muy pasado de peso.
—Pues para que sepas, lo pienso poner a dieta, él comerá sólo vegetales de ahora en adelante.
Shio adoraba discutir con Mindy. Por lo general esta chica de pelo multicolor siempre traía a casa un nuevo animal. La semana pasada fue un pez dorado a quien llamó Estefano. Y la anterior a esa fue un lagarto bebé que se coló en mi bañera mientras la estaba usando.
Hice que se deshiciera de él inmediatamente.
—Mindy —dijo Shio— deberías dejar de traer animales a la casa. Pronto esto se va a convertir en un refugio de mascotas.
—Lo que pasa es que no te gusta Ricky Martin. ¡Lo odias! Por eso quieres que lo deje abandonado. No la escuches Ricky.
Shio rodó los ojos y me miró en busca de ayuda. Yo me encogí de hombros y me dispuse a morder mi sándwich.
—No odio a Ricky Martin. Sí, tiene ojos saltones y probablemente pese lo que un pavo debería de pesar, pero recuerda lo que le pasó a tu último hámster, Lucius. Rody se lo comió. Allá tú si quieres el mismo destino para Ricky Martin. Por cierto, ¿siempre vamos a tener que llamarlo por el nombre completo o qué?
Mindy resopló.
—Te dejaré llamarlo Ricky a cambio de algo.
—¿De qué?
—De que no te enojes porque le compré compañía.
Mindy fue corriendo a la sala y trajo consigo una cajita con varios orificios de la que sacó otro hámster. Este era de color blanco.
—Les presento a Shakira.
Shio rodó los ojos y empezaron otra discusión.
—¡Si Shakira y Ricky Martin comienzan a aparearse en mi cama, se los voy a dar a Rody de almuerzo! —gritó Shio, histérica.
—¿Cómo sabes que Shakira es hembra? Puede ser un macho.
—¡Estás advertida! Vas a tenerlos en jaulas y me niego a darles de comer.
Sonreí al verlas. Ambas eran grandes compañeras de habitación. Ellas siempre peleaban por los animales que traía Mindy a casa, pero en general esas dos eran buenas amigas (si obviábamos el hecho de que cada una nombraba sus pertenencias en el refrigerador. Ahora la salsa de tomate decía Mindy, y la salsa soya decía Shio).
La casa en la que vivíamos era de la difunta abuela de Mindy, y desde hace un par de semanas que me mudé con ellas.
Me dieron la bienvenida con un pastelito de fresa, e hicieron un recorrido por el perímetro de la propiedad.
Si Julia era capaz de mudarse y no decirme nada, entonces yo haría lo mismo. Los únicos que sabían de mi decisión eran mis padres y Nastya.
—¡Lena! ¿Lena? —Shio se puso frente a mí y me chasqueó los dedos. Presentía que ésta no era la primera vez que me llamaba.
—¿Sí? ¿qué? —regresé al presente y me obligué a no llorar frente a ellas al recordar lo mucho que me dolió enterarme que Julia me había alejado de su lado, como si yo fuera una extraña.
—Te preguntaba si al fin Seth se animó a invitarte a salir.
Le sonreí incómodamente en respuesta.
Seth fue el gran amor de mi vida cuando estaba en sexto grado. Tuvimos una cita y hacíamos pareja en las tareas de la escuela. Volví a verlo en mi clase de historia universal, y él y yo nos mantenemos en contacto.
—Aun no me invita —dije finalmente.
Nastya también me aconsejaba que de una vez por todas olvidara a Julia.
Cuando le conté sobre Seth, ella me dijo que era la oportunidad perfecta para dejar sanar mi corazón.
Para mí todavía era demasiado reciente lo que pasé con ella. Mis heridas seguían frescas, y el dolor era tan insoportable que algunas veces costaba demasiado respirar, o caminar, o parpadear.
Sinceramente Julia salió huyendo como una cobarde; actuó sin sentido. Aún no entendía por qué me alejó tan abruptamente de su vida, cuando lo único que yo quería hacer era amarla.
—Pues creo que Seth está a punto de invitarte —dijo Mindy, viendo fijamente por la ventana de la cocina—. Acaba de estacionar su auto enfrente.
Estaba a punto de darle otra mordida a mi sándwich, pero escuchar a Mindy detuvo mi mano en el aire.
Shio y yo nos comunicamos con los ojos y luego salimos corriendo para ponernos a la par de la pelirrosa.
Efectivamente, el auto de Seth estaba estacionado en nuestra acera. Y un muy guapo chico de cabello color rubio cenizo salió de un vehículo Honda.
Sabía a ciencia cierta que sus ojos eran azules y que olía a colonia varonil y pecaminosa.
Pero a pesar de lo guapo que era, todavía tenía sentimientos demasiado fuertes por una chica totalmente opuesta a Seth. Una chica que resultó ser una bastarda que me dejó botada y que me apartó de su vida.
Después de ver cómo Seth se acercaba a la puerta principal y tocaba el timbre, noté que mi ropa era totalmente inadecuada para verlo. Llevaba un short diminuto y desteñido, junto con una camiseta de tirantes. Últimamente pasaba sofocándome del calor y trataba de mantenerme usando ropa cómoda.
Si quería tratar de darle un mensaje a él de que sólo éramos amigos, esta ropa diría lo contrario.
El timbre sonó de nuevo.
—¿Qué estás esperando? —dijo Shio palmeándome en el hombro—. Ve a abrirle a tu semental.
La fulminé con la mirada.
—Él no es mi semental; y no le abro porque tengo que ponerme otra cosa para usar.
—¿Qué tiene de malo lo que llevas puesto?
—¿Qué tiene de malo? —repetí—, pues que si quiero conservar a Seth como amigo, no puedo pasearme frente a él enseñándole mi ombligo.
Señalé la parte de mi vientre que quedaba descubierta gracias a la corta camiseta.
—Luces perfecta, créeme, ese tipo te va a soñar despierto toda su vida.
Shio me empujó en dirección a la puerta, y luego la abrió dejando que me las arreglara sola.
Seth sonrió ampliamente al verme. Sus ojos azules me recorrieron de los pies a la cabeza, y vi que tragaba saliva en más de una ocasión.
Pasó una eternidad antes de que se aclarara la garganta y me mirara de nuevo a los ojos.
—Hola —saludó tímidamente.
—Hola Seth. Pasa —me hice a un lado y dejé espacio para que entrara.
—Hola Shio, Mindy —las saludó también y ellas se sonrojaron.
Luego su atención estuvo de nuevo en mí.
—Lena, ¿cómo estás? Vine para ver si tenías el día libre, quería invitarte a dar un paseo conmigo.
Miré a Shio y a Mindy que aún permanecían viéndonos desde la cocina. Shio asintió enérgicamente con la cabeza.
—¿Sabes qué? —le dije a Seth— claro que acepto. De hecho, hoy no tuve que trabajar porque mi jefa está haciendo algunas remodelaciones en el local. Reabrimos la otra semana.
—Perfecto. Entonces salgamos juntos.
—De acuerdo, ¿si sabías que podías habérmelo preguntado por teléfono, verdad?
Él me dio una sonrisa de campeonato.
—No hubiera sido tan divertido como venir en persona. Además, así puedo convencerte más rápido en caso de que digas que no.
Le sonreí también.
—Solo tengo que ponerme otra ropa y ya salgo —le aseguré.
Lo dejé en compañía de mis dos compañeras de habitación.
Mientras subía de dos en dos las escaleras, un mareo me sacudió con sorpresa. Me agarré al barandal y me quedé quieta por un momento esperando a que la casa dejara de dar vueltas.
Cuando me recuperé, me aseguré de ir más lento esta vez.
Me cambié de ropa, aunque no quería ponerme jeans porque me sudaban las piernas. El clima era demasiado caliente así que decidí conservar los shorts pero me cambié la blusa y me puse una que me cubriera más piel.
Peiné mi cabello pelirrojo y usé un poco de mascara para resaltar el color verde- gris de mis ojos.
Seguiría el consejo de mis amigas y me olvidaría de una vez por todas de Julia, aunque intentar salir adelante significara dejar que una gran parte de mi corazón saltara de un precipicio.
Seth y yo caminamos desde la casa hasta un parque recreacional que existía cerca de la zona.
Me sorprendió que no quisiera llevar su auto, y cuando le pregunté el por qué, me dijo que era parte de su complicada estrategia para que pasáramos más tiempo juntos.
Esta vez no sentí la necesidad de recalcarle que éramos simplemente amigos.
—Oye, ¿has oído las noticias que se dicen de Mason? ¿Si recuerdas quién es Mason? —me preguntó mientras caminábamos y comíamos paletas heladas.
Lo miré boquiabierta sin saber qué decir. Seth conocía a Mason porque también llevó clases con él cuando éramos niños, pero recientemente no tenía ni idea de qué había sido de ese pervertido.
—Sí, lo recuerdo, ¿qué dicen de él?
—Se rumorea que intentó violar a la novia de una tipa ruda —me atraganté con el helado y comencé a toser—. ¿Estás bien?
Seth empezó a darme palmaditas en la espalda.
Asentí con la cabeza y le indiqué que continuara contándome qué pasó.
—Bueeeno. Dicen que la tipa se enteró y le dio una paliza enorme que le dejó la nariz torcida, pero eso no fue lo único.
—¿No fue lo único que le hizo?
—Nop. Ahora Mason tiene tatuado en la frente: lame pollas.
Él comenzó a reír pero para mí no fue tan gracioso. Esto era obra de Julia, no había duda de eso.
—Imagínate —continuó Seth—, se lo tatuaron tan cerca de las cejas que es prácticamente imposible ocultarlo con una gorra o un sombrero. Tendría que dejarse crecer el cabello y hacerse un peinado femenino para poder taparlo.
—¿Y desde cuando sabes esto?
—Sucedió hace más de un mes. Pero si te soy sincero, él se lo merecía. Perdona que te lo diga, ya que ustedes fueron novios y eso, pero él nunca me inspiró confianza. Qué bueno que no te haya pasado a ti. Lo que Mason le hizo a esa chica tuvo que ser algo horrible porque supuestamente hasta la fecha de hoy, él no recuerda cómo terminó atado a una mesa en un bar gay fuera de la ciudad, con el tatuaje recién hecho.
—¿En un bar gay? —de pronto algo de la historia se me hizo familiar.
—Sí, es uno de esos lugares en los que se permiten los juegos sexuales. Esa noche había una temática de “mundo esclavo” o algo por el estilo. Así que, como él estaba atado, pensaron que era parte de la función. Lo peor de todo es que tenía tatuada la frente con un mensaje para nada favorable… ya te imaginaras lo que estuvieron haciendo con él toda la noche; pusieron en práctica, literalmente, lo que decía su tatuaje. Pobre…
—Ay… Dios… mío…
—Sí, pero bueno. A quien mal da, mal recibe.
—No puedo creerlo —murmuré todavía en shock—. ¿Y sabes dónde está él actualmente?
—Creo que ahora vive con un tío que tiene un serio trauma con los vampiros. No le ha ido muy bien. Ni tampoco al italiano que lo acompañaba esa noche.
—¿Al italiano? ¿Qué?
—Sí, mi amigo Pedro dice que conoce al tatuador, y que hubo dos chicos a los que tatuó en la frente esa noche. Pero como te dije, son rumores. Habría que ver a Mason para saber si es verdad lo que dicen.
—Yo creo que es totalmente cierto.
Miré por un momento a mi paleta que se estaba derritiendo, y sin poder evitarlo, comencé a reír con fuerza.
Seth me miró de reojo, pero no tardó mucho en echarse a reír también.
Dejé caer mi paleta y me sujeté a una pared porque mi risa loca no paraba.
Después de un rato logré detenerme.
—Sinceramente no lo lamento —dije con una enorme sonrisa que estuvo ausente durante semanas.
—Mucho menos yo. Me alegra que no estuvieras con ese loco cuando pasó.
No quise decirle la verdad. Sentía que nos pertenecía a Julia y a mí, pero claro que podía divertirme a sus expensas.
—Y… hablando de novios… ¿tú tienes uno actualmente?
Negué con la cabeza.
—No. Soy una mujer libre.
—¿Entonces no voy a ofender a ningún ex novio celoso si hago esto?
Sorpresivamente, Seth se acercó a mi cara, inclinó su cuello, y pronto sus labios estuvieron sobre los míos.
No hice el intento de apartarlo. Sólo cerré los ojos y permití que me besara dulcemente, pero para ser realistas: él no era Julia. Y aunque la extrañara mucho, me obligué a olvidarme de ella, y le puse empeño a este beso.
Si mi historia con Julia se cerraba, entonces era momento de comenzar una nueva por mi cuenta.
Le daría a Seth la oportunidad de armar el rompecabezas en el que ahora se había convertido mi corazón.
***
Despertar a la mañana siguiente no fue fácil.
El olor a desinfectante para pisos que usaba Shio era demasiado fuerte y se metía por mis fosas nasales. Y eso, combinado con la lata de atún que comía Mindy en ese momento, no fueron las mejores combinaciones de olores.
Mi estómago se revolvió pero logré mantener su contenido adentro.
—Te preparé tostadas —dijo ella enseñándome un plato lleno—, y le agregué huevos revueltos que tanto te gustan.
Hice una mueca ante la comida.
—La verdad es que no tengo mucha hambre, ¿y si la dejamos para después?
—Oh, ustedes los delgados no aprecian un buen plato de comida —dijo Shio una vez que terminó de limpiar los pisos—. Yo le perdí el miedo a los carbohidratos hace mucho tiempo, dámelos. Los comeré por Lena.
—Creo que me estoy enfermando —dije, llevé mi cabeza a la barra de la cocina y pegué mi frente contra la fría cerámica.
—Eso es por no comer. Mindy, deberías hacerle a Lena algo de tocino. Oh, y también algo de ese salmón que quedó de ayer.
Llevé una mano a mi estómago y lo apreté como si de esa forma fuera a evitar el vómito inminente que sentía venir.
—Todavía hay algo de pastel de chocolate por tu cumpleaños —habló Mindy desde la refrigeradora—. Lleva dos semanas pero nunca es demasiado tarde para comer algo de chocolate.
Eso fue suficiente, mi mano viajó automáticamente a mi boca y el familiar líquido espeso y amargo subió por mi garganta.
Corrí al baño más cercano y vomité con asco. No paraba de pensar en toda la comida que mencionaron Shio y Mindy sin que se me revolviera el estómago.
Sentí a las chicas venir detrás de mí y pararse a escasos centímetros de la puerta.
Una vez que terminé, descargué dos veces el servicio (así como ellas me habían enseñado a hacer) y luego me negué a ver cómo se perdía toda esa masa de color rosa por el inodoro.
No pude mantenerme de pie así que me senté en el suelo del baño.
—Oh por Dios… ¿sabes lo que es eso? —dijo Shio viendo con horror hacia mí.
Negué con la cabeza, tratando de recordar cualquier alimento que pudiera haber comido en esta semana y que me hiciera daño.
—¿Has tenido mareos? ¿Vómitos? ¿Náuseas y retorcijones en el estómago?
—Sí.
—Pues eso sólo puede significar una cosa.
—¿El qué?
—Lena… es obvio, hasta para un niño de cinco años, saber que lo que tú tienes es gripe estomacal.
—¿Tú crees?
—Definitivamente. ¿Qué otra cosa sería sino?
***
—¿Vómitos? ¿Fiebre? ¿Mareos?
Miré el rostro de Nastya: cabello marrón, lacio, labios proporcionados, y bonitos ojos color verde. A ella se le formaban hoyuelos en las mejillas, y su mandíbula era un poco ovalada.
—Sí, Nastya—dije en un instante. Shio la había llamado para averiguar qué era lo que me tenía mal. Aunque también llamó a mamá y ella prometió traer sopa de pollo; ante la sola mención de la sopa, mi estómago protestó y comenzó a revolverse. Parecía tener vida propia.
—Mmm... Eso significa una sola cosa.
Nastya se quedó pensativa, viéndome desde una distancia segura en caso de que mis ganas de vomitar fueran tan fuertes que no pudiera llegar a tiempo al baño y tuviera que hacerlo en el suelo.
—¿Qué? ¿Verdad que es gripe estomacal? —preguntó Shio.
—No, yo creo que tiene algo ahí adentro. Hay vida creciendo en ese estómago —ella se acercó para acariciar mi vientre y luego se alejó lentamente dándome una sonrisa ladeada—. Sin dudas, Lena, lo que tienes es un problema de lombrices.
Shio rodó los ojos.
Mindy abucheó mientras seguía acariciando a Ricky Martin y a Shakira, y Nastya asentía sin parar.
—¿Estás diciendo que Lena tiene lombrices? —preguntó Shio, impaciente.
—Sí, y una muy grande.
Entonces ella rodó los ojos.
—¡Por favor! Lo de la gripe estomacal es algo más lógico, pero ¿lombrices?
—Sí, puede ser una lombriz solitaria.
—¿Lombriz solitaria? ¿Te estás escuchando?
—Según Google —dijo Mindy con su Smart Phone en la mano— dice que la lombriz solitaria puede ser ingerida si se beben o se comen alimentos que incluyan materia fecal. ¿Has comido algo que nosotras no sepamos, Lena?
Arrugué la nariz, asqueada y con náuseas de nuevo.
Ahora la que se acercó fue Shio, con algo de vehemencia se puso a acariciar mi estómago y comenzó a hablar en chiquito:
—Hola señor lombriz. ¿Podría hacernos el favor y salir de la pancita de Lena para esta tarde? La mantiene enfermita.
—¡Shio! —grité—. No tengo lombrices. La única comida que he ingerido es la que se hace aquí.
—Oh, Mindy es la cocinera. ¿Mindy, te lavas las manos antes de preparar los alimentos? —preguntó discretamente.
—¿Qué estás…?
—Oh, sí las tiene —interrumpió Nastya antes de que Mindy armara una gran pelea por algo pequeño.
—No tengo lombrices. Busquen qué hacer —gruñí, frustrada.
—¿Comiste carne descompuesta en estos días?
—Ayer probó salami. Y no es por nada, pero el salami me da asco —habló Shio.
—Lo mejor sería llevarla al doctor.
Ellas se pusieron a discutir en voz baja, y después de unos minutos se callaron y yo comencé a sentirme mejor.
Me relajé y por ende mi estómago también.
Las chicas hablaban entre sí, pasándose información sobre mi cita con Seth. Él me había invitado esta tarde al cine y yo le dije que sí.
Por una parte sentía que salía con él porque me gustaba, pero la otra parte me decía que sólo lo estaba haciendo por querer vengarme de Julia, aunque sonaba estúpido sin la susodicha presente.
—¿Lena? —esa fue Shio la que me llamó.
Yo me encontraba con los ojos cerrados y con la cabeza puesta en la almohada de mi cama.
—¿Qué? —arrastré las palabras.
—¿Ya sabes qué nombre le pondremos a tu lombriz?
—¡No es una lombriz!
—Tiene personalidad fuerte, como la de un Marco.
—Dejen de ponerle nombre a mi lombriz inexistente.
—¿Qué otra razón le encuentras a esos síntomas?
—¿Y por qué no los buscamos por internet? —sugirió Mindy.
Las tres estuvieron de acuerdo y usaron el teléfono de ella.
—Veamos: vómitos, mareos, dolor de estómago. ¿Cansancio? ¿Tienes cansancio, Lena? —me preguntó ella.
Ahora que lo mencionaba, sí. Me sentía algo cansada, pero se lo retribuía al esfuerzo que me llevaba correr y vomitar en el baño.
—Listo. Según la página de Dr. Casero punto net, dice que puedes tener: Anemia, envenenamiento químico, envenenamiento por habas, posible exposición a la… Aiiish, esto no sirve de nada.
—Ya me siento bien —les dije para que dejaran de inventar enfermedades.
—¿Segura? Siempre es bueno darle una visita al médico —mencionó Nastya.
—En especial si dicho médico es atractivo. Pero yo no tengo esa suerte —comentó Shio—. A mí sólo me coquetean los ancianos de doble moral…
Todas rodamos los ojos ante sus palabras.
—Bien, noto que todas están gruñonas. Me voy. Ah, y Lena, tu mamá ya viene en camino.
Finalmente me dejaron sola y logré descansar unos minutos antes de que la llamativa presencia de mi madre entrara por esa puerta.
Ya no se dedicaba a estafar a la gente diciéndoles que era psíquica, pero siempre le gustaba vestirse llamativamente con colores brillantes y fuertes.
Ella se acostó a mi lado, en la cama, y comenzó sobar mi cabeza.
—Muy bien, pastelito de calabaza, dime qué te agobia.
—No era necesario que vinieras, ya me encuentro mejor. Mis compañeras son algo exageradas.
Me senté en la cama, abrazando mi almohada y apoyando la barbilla en su suave superficie.
—¿No has sabido nada de Julia? —me preguntó ella.
Desvié mis ojos hacia la pared, tratando de que no se me echara de ver lo mucho que me dolía hablar de ella.
—No. ¿Y tú? —dije finalmente.
Mamá negó con la cabeza.
—Nada. ¿Al fin me vas a contar qué ocurrió entre ustedes dos? Una relación tan sólida como la suya era difícil de romper.
—Aún no estoy lista para hablar de eso —dije suavemente.
Mis ojos comenzaron a nublarse y tuve que aclarar mi garganta para que mi voz no sonara extraña al hablar.
—Todavía no puedo creer que ella se haya ido de esa forma. Creí que te amaba —insistió ella.
—Mamá, ya no quiero hablar de Julia. Por favor déjalo ir.
Pero a pesar de haberle dicho que lo olvidara, yo aún no podía seguir adelante. La verdad era que nunca la podría dejar de amar.
¿Era posible que existiera esta clase de amor, así de intenso?
Sin siquiera notarlo, lágrimas caían de mis ojos, haciendo borrosa mi visión y empañando la habitación a mi alrededor.
Todo sería distinto si tan solo tuviera a Julia a mí lado.
—Oh, ¡calabaza! —chilló mamá, se acercó para abrazarme y sujetarme—. Deja de pensar en ella. Mejor cuéntame si te hago alguna bebida especial para que te sientas mejor.
Sonreí y sollocé al mismo tiempo.
—¿Vas a prepararme algo que me haga decir la verdad otra vez? Nunca me dijiste qué fue lo que me diste esa vez.
Ella sonrió, besando la coronilla de mi cabeza.
—¿Sabes qué? No recuerdo muy bien qué le puse. Pero de lo que sí estoy segura, es que llevaba licor. Mucho, mucho licor.
Me reí con ella por un momento, hasta que las lágrimas de nuevo salieron de mis ojos. Les ordené que cesaran, pero nunca me obedecían, salían sin control.
Sollocé con fuerza, presionándome contra el hombro de mamá. Por mi nariz salía únicamente líquido. Probé la sal de mis lágrimas mientras éstas se deslizaban a través de la comisura de mi boca.
Mis hombros se movieron bruscamente y gemí involuntariamente en el cuello de mamá.
Ella me apretó más fuerte, siempre sobando mi cabeza.
—¿Puedes...? —mi voz comenzó a temblar— ¿Puedes hacer algo... algo que haga desaparecer el dolor? ¿Algo que evite que vuelva a enamorarme?
—Cariño, me temo que enamorarse es tan natural e inevitable como respirar. Es imposible no hacerlo.
Sollocé nuevamente.
—La odio. ¿Por qué me dejó? ¿Acaso yo no soy suficiente? —me alejé un poco del cuerpo de ella—. Dime, ¿soy tan poca cosa como para que me haya dejado ir de esta forma? Porque en estos momentos me siento como si fuera nada. Supongo que yo no valgo el esfuerzo.
—No, no, no. Lena, deja de decir esas cosas. Cualquier chico estaría agradecido de tener a alguien como tú.
Negué con la cabeza.
—Lo dices porque eres mi mamá. Está en tu código genético decirlo.
Llevé una mano a mi mejilla y limpié los rastros de lágrimas que surcaban mi rostro. Pero no podía detenerme. Sencillamente dejé de luchar con el sentimiento.
—Basta de esto —me regañó ella—. Ahora mismo dejarás de pensar en ella. Ni siquiera mencionaremos su nombre.
—Yo la amaba… todavía lo hago —admití, avergonzada por sentirme de esa manera—. Por favor has que deje de doler.
Me acurruqué contra el cuello de mi madre, y ella continuó con el suave toque a mi cabeza.
Se mantuvo susurrando palabras tranquilizadoras que lo único que hicieron fue aumentar el hoyo negro que me consumía lentamente.
Muy pronto la escuché cantando This Never Happened Before, de Paul McCartney, una de sus canciones favoritas.
Eso hizo que llorara más fuerte.
¿Acaso ella no sabía que cuando consuelas a alguien no tienes por qué cantarle algo triste?
Finalmente dejó de cantar, y por lo tanto mis sollozos se hicieron más pasables.
Últimamente sólo me dedicaba a llorar como víctima y a acurrucarme en los rincones.
Odiaba sentirme de esa manera.
—Deja de atormentarte —ordenó mamá al ver que concentraba mi mirada y apretaba la mandíbula en señal de molestia—. Mejor cuéntame, ¿qué era lo que te estaba incomodando esta mañana? Tus amigas me dijeron que estabas vomitando y que te dolía el estómago.
—No fue nada grave. Ya me siento mejor.
—Mmm...
—Mmmm, ¿qué?
Mamá suspiró levemente.
—Déjame preguntarte una cosa, y no te vayas a enojar: ¿cuándo fue la última vez que menstruaste?
De pronto su pregunta llamó mi atención, abrió algo en mi interior.
Me quedé boquiabierta por un segundo.
—¿Qué? —logré decir al fin.
—Lena... hay un pequeñísima posibilidad de que estés...
Me aparté de su hombro inmediatamente.
—No, imposible. Cuando... —dudé. No quería decirle a mi mamá acerca de mi última relación sexual con Julia—. Yo me estaba protegiendo, tomaba pastillas anticonceptivas.
—¿Cuánto tiempo tenías de tomarlas?
—Como... —hice una mueca tratando de recordar— dos días.
—¿Dos días? —dijo ella de manera sobresaltada.
Asentí, poniéndome de repente nerviosa por su reacción.
—¿Por qué?
—Calabaza, durante el primer mes que las tomas no hacen mucho efecto. En ese tiempo tienes que protegerte de otra forma a parte de esa.
—No, no, no, no...
Me levanté de la cama, paseando de un lado a otro, recordando esa fatídica noche.
Julia no usó condón, y yo, al parecer, estaba tomando pastillas que tardarían en hacer efecto.
Cepillé mi cara con mis manos.
—No... —quería llorar—. Yo no puedo estar... No. Apenas acabo de cumplir diecinueve años... Empecé hasta hace poco tiempo a asistir a la universidad... Imposible.
—Cariño no te estreses. Iré hoy mismo a comprar una prueba de embarazo.
¡Y dijo la palabra con E!
Pero no, yo no podía estar... embarazada de una tipa al que no le importé nada.
Me negaba a creerlo.
No.
—Por favor, ve a comprarla, te lo ruego. Yo no… Mamá —mis ojos se humedecieron nuevamente—. No puedo estar embarazada en este momento. No puedo…
Ella se levantó de la cama con un movimiento grácil, y corrió a mi lado para abrazarme.
—Tranquila. Voy ahora y vuelvo en un parpadeo.
Me dio un último apretón, y salió corriendo fuera del cuarto.
Estaba a punto de echarme a llorar nuevamente cuando la cabeza de Shio se asomó por la puerta.
—Lo siento —dijo bajando la vista—. Queríamos ver si tu mamá lograba ponerte de mejor humor y venimos justo cuando decía que podías estar… Lo siento, escuchamos todo. Lo siento.
Detrás de ella aparecieron Nastya y Mindy. Las tres me miraban con compasión.
No sabía si sentirme molesta con ellas o simplemente llorar en sus hombros.
No elegí ninguna de las dos opciones y simplemente me senté a orillas de la cama. Ni siquiera me había cambiado la ropa de dormir porque el día, aparentemente, recién comenzaba. Y vaya que comenzaba de una pésima manera.
—Nunca se nos ocurrió eso —admitió finalmente—. Pero quiero que sepas que si estás… ya sabes, embarazada, tu bebé tendrá a las dos mejores tías de todo el mundo. También tendrá a Mindy.
—¡Oye! —se quejó ella— ¿Por qué me excluyes de esa manera?
Nastya la pellizcó con fuerza, y pronto las tres se callaron, evitando verme y haciendo ese momento más incómodo de lo que ya era.
Mamá apareció después de media hora, alegando que el taxista que la llevó a la farmacia era lento para conducir; finalmente extendió una bolsa plástica en mi dirección y me dijo que fuera al baño para orinar en la prueba.
Yo me encontraba nerviosa y extremadamente estresada.
Las manos me temblaban mientras sostenía la cajita en la que venía la respuesta a un gran enigma que cambiaría para siempre mi futuro.
Mis amigas se quedaron a mi lado y decidieron esperarme mientras yo corría al baño y rogaba porque la prueba fuera negativa.
Según la caja: si me marcaba una rayita, era negativo, pero si salían dos, era positivo.
Finalmente y después de cinco minutos, oriné en el palito plástico y esperé el resultado.
Estaba nerviosa. No podía creer que, de todas las personas, esto podía pasarme a mí.
Si tan solo hubiera sido un poco más responsable.
Llevé mis manos a mi vientre.
—Por favor, pequeño Noah, no te adelantes todavía —¿Pero qué estaba haciendo? ¿Hablándole como si en realidad estuviera en mi vientre? Me corregí inmediatamente—. ¡Estoy hablando con la lombriz!
Genial. Ahora estaba loca.
Suspiré y decidí sentarme en la tapadera del inodoro para esperar el tiempo suficiente.
Llevé mis rodillas hasta mi mentón, y luego apoyé la cabeza, decidida a no llorar fuera cual fuera el resultado.
Luego de diez minutos, las chicas (y mi mamá) no pudieron aguantar más las ganas de saber qué ocurría, y empezaron a tocar la puerta, distrayéndome de mis pensamientos.
—¡¿Lena?! ¿Cómo salió la prueba? ¿Es positivo o negativo? —gritaron desde el otro lado de la puerta.
Me encogí de hombros y pegué aún más mi cabeza a mis rodillas.
Pronto comencé a entonar la canción que cantaba mamá hace un rato.
No quería salir por esa puerta todavía, no quería ver lo que marcaba esa estúpida paleta de plástico.
¿Una rayita? ¿Dos rayitas? Era absurdo.
Y más absurdo sería terminar embarazada y sin Julia a mi lado para sobrellevar la situación.
Siguieron tocando la puerta pero yo me quedé echa una bola sobre la tapadera del sanitario.
—¿Lena?
Finalmente después de otros diez minutos decidí que era hora de afrontar la realidad. Este era el momento, tenía que hacerlo.
Mi vida estaba a punto de cambiar dentro de unos segundos más.
Lentamente tomé la prueba de embarazo desde donde la tenía localizada, sobre el mueble donde ponía las toallas.
Cerré los ojos y me afiancé a ese objeto como si fuera un salvavidas.
Abrí un ojo, después el otro. Entonces lo vi, vi la prueba y lo que mostraba.
Al principio no entendí qué significaba pero luego reaccioné y tomé la caja en la que venía para ver el significado de las rayitas.
Una raya: negativo.
Dos rayas: positivo.
El mundo quedó en silencio a mí alrededor.
Mi boca quedó abierta por varios segundos, sentí que mi alma dejaba mi cuerpo y solo quedaba el cascarón vacío.
De nuevo los golpes en la puerta me trajeron a la realidad y me levanté para abrir y dejarlas ver lo mismo que yo había visto.
No sentía mis pies, no sentía que parpadeaba lo suficiente.
Les mostré la prueba y ellas jadearon al unísono.
Nastya arrugó la frente.
—¿Qué significa eso? —dijo tomando con cuidado la prueba.
—¿Y la caja? ¿Lena qué la hiciste? ¿O nos dirás qué significa esa línea roja?
Mi voz sonó ronca cuando hablé y dije:
—Dio negativo.
Hunter- Mensajes : 103
Fecha de inscripción : 25/05/2015
Edad : 34
Localización : The Imperium
Re: PROHIBIDO ENAMORARSE DE JULIA VOLKOVA // LIA BELIKOV
Gracias por la conti.
Saludos!!
Saludos!!
Monyk- Mensajes : 188
Fecha de inscripción : 25/05/2015
Re: PROHIBIDO ENAMORARSE DE JULIA VOLKOVA // LIA BELIKOV
Yulia que mala eres u.u
Aleinads- Mensajes : 519
Fecha de inscripción : 14/05/2015
Edad : 35
Localización : Colombia
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