50 SOMBRAS MÁS OSCURAS// ADAPTACIÓN
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VIVALENZ28
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Re: 50 SOMBRAS MÁS OSCURAS// ADAPTACIÓN
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No puedo reprimir el júbilo. Mi subconsciente me mira con la boca abierta,en silencio, atónita, y, con una amplia sonrisa grabada en la cara, enfoco la vista anhelante hacia los ojos torturados de Yulia.
Su expresión tierna y dulce, como si buscara absolución, me conmueve a un nivel profundo y primario; sus dos pequeñas palabras son como maná celestial. Siento de nuevo el escozor del llanto en los ojos. Sí, me quieres. Sé que me quieres.
Ser consciente de ello es muy liberador, como si me hubiera deshecho de un peso aplastante. Esta mujer hermosa y herida, a quien un día consideré mi heroína romántica fuerte, solitaria, misteriosa, posee todos esos rasgos, pero también es frágil e inestable, y lleno de odio hacia sí misma. Mi corazón está rebosante de alegría,pero también de dolor por su sufrimiento. Y en este momento sé que mi corazón es lo bastante grande para las dos. Confío… en que sea lo bastante grande para las dos.
Subo la mano para tocar su querido y apuesto rostro, y la beso con dulzura,vertiendo todo el amor que siento en esta cariñosa caricia. Quiero devorarle bajo esta cascada de agua caliente. Yulia gime y me rodea entre sus brazos, y se aferra a mí como si fuera el aire que necesita para respirar.
—Oh, Lena —musita con voz ronca—. Te deseo, pero no aquí.
—Sí —murmuro febril junto a su boca.
Cierra el grifo de la ducha y me da la mano, me lleva fuera y me envuelve con el albornoz. Coge una toalla, se la coloca en su hermosos cuerpo, y luego con otra más pequeña empieza a secarme el pelo cuidadosamente. Cuando se da por satisfecha, me pone la toalla alrededor de la cabeza, de modo que en el enorme espejo que hay sobre el lavamanos parece que lleve un velo. Ella está detrás de mí y nuestras miradas convergen en el espejo, azul ardiente contra verdigris brillante, y se me ocurre una idea.
—¿Puedo corresponderte? —pregunto.
Ella asiente, aunque frunce ligeramente el ceño. Cojo otra toalla esponjosa del montón que hay apilado junto al tocador, me pongo a su lado y empiezo a secarle el pelo. Ella se inclina hacia delante para facilitarme la tarea, y cuando capto ocasionalmente su mirada bajo la toalla, veo que me sonríe como una cría.
—Hace mucho tiempo que nadie me hacía esto. Mucho tiempo —susurra, y entonces tuerce el gesto—. De hecho, no creo que nadie me haya secado nunca el pelo.
—Seguro que Larissa sí lo hacía. ¿No te secaba el pelo cuando eras pequeña?
Niega con la cabeza, dificultándome la labor.
—No. Ella respetó mis límites desde el primer día, aunque le resultara doloroso. Fui una niña muy autosuficiente —dice en voz baja.
Siento una punzada en el pecho al pensar en aquella cría de cabello rubio que se ocupaba de sí misma porque a nadie más le importaba. Es una idea terriblemente triste. Pero no quiero que mi melancolía me prive de esta intimidad floreciente.
—Bueno, me siento honrada —bromeo en tono cariñoso.
—Puede estarlo, señorita Katina. O quizá sea yo la honrada.
—Eso ni lo dude, señorita Volkova—replico.
Termino de secarle el cabello, cojo otra toalla pequeña y me coloco detrás de ella. Nuestros ojos vuelven a encontrarse en el espejo, y su mirada atenta e intrigada me impulsa a hablar.
—¿Puedo probar una cosa?
Al cabo de un momento, asiente. Con cautela, muy dulcemente, hago que la toalla descienda con suavidad por su brazo izquierdo, secando el agua que empapa su piel. Levanto la vista y escruto su expresión en el espejo. Parpadea y me mira con sus ojos ardientes.
Yo me inclino hacia delante, le beso el bíceps, y ella entreabre levemente los labios. Le seco el otro brazo de igual modo, dejando un rastro de besos alrededor del bíceps, y en sus labios aparece una sonrisa fugaz. Cuidadosamente, le paso la toalla por la espalda bajo la tenue línea de carmín, que aún sigue visible. En la ducha no la froté por detrás.
—Toda la espalda —dice en voz baja—, con la toalla.
Inspira y aprieta los labios, y la seco rápidamente con cuidado de tocarle solo con la toalla.
Tiene una espalda tan atractiva: sexy, con hombros contorneados y todos los músculos perfectamente definidos. Realmente se cuida. Solo las cicatrices estropean esa maravillosa visión.
Me esfuerzo por ignorarlas y reprimo el abrumador impulso de besarlas todas y cada una. Cuando termino, ella exhala con fuerza y yo me inclino hacia delante para recompensarle con un beso en el hombro. Le rodeo con los brazos y le seco el estómago. Nuestros ojos se encuentran nuevamente en el espejo, y tiene una expresión divertida, pero también cauta.
—Toma esto. —Le doy una toallita de manos y ella arquea las cejas,desconcertada—. ¿Te acuerdas en Georgia? Hiciste que me tocara utilizando tus manos—añado.
Se le ensombrece la cara, pero no hago caso de su reacción y la rodeo con mis brazos. Las dos nos miramos en el espejo: su belleza, su desnudez, yo con el pelo cubierto… tenemos un aspecto casi bíblico, como una pintura barroca del Antiguo
Testamento.
Le cojo la mano, que me confía de buen grado, y se la muevo sobre el torso para secarla con la toalla de forma lenta y algo torpe. Una, dos pasadas… y luego otra vez. Ella está completamente inmóvil y rígida por la tensión, salvo sus ojos, que siguen mi mano que rodea la suya con firmeza.
Mi subconsciente observa con gesto de aprobación, su boca generalmente fruncida ahora sonríe, y yo me siento como la suprema maestra titiritera. De la espalda de Yulia emanan oleadas de ansiedad, pero no deja de mirarme, aunque con ojos
más sombríos, más letales… que revelan sus secretos, quizá.
¿Quiero entrar en ese territorio? ¿Quiero enfrentarme a sus demonios?
—Creo que ya estás seca—murmuro, dejando caer la mano y observando la inmensidad azul de su mirada en el espejo.
Tiene la respiración acelerada y los labios entreabiertos.
—Te necesito, Elena.
—Yo también te necesito.
Y al pronunciar esas palabras me impresiona su certeza absoluta. No puedo imaginarme sin Yulia, nunca.
—Déjame amarte —dice con voz ronca.
—Sí —contesto, y me da la vuelta, me toma entre sus brazos y sus labios buscan los míos, implorándome, adorándome, apreciándome… amándome.
Me pasa los dedos a lo largo de la columna mientras nos miramos
mutuamente, sumidas en la dicha poscoital, plenas. Tumbadas juntas, yo boca abajo abrazando la almohada, ella de costado, y yo gozando de la ternura de su caricia. Sé que ahora mismo necesita tocarme. Soy un bálsamo para ella, una fuente de consuelo, ¿y cómo voy a negárselo? Yo siento exactamente lo mismo hacia ella.
—Así que puedes ser tierna.
—Mmm… eso parece, señorita Katina.
Sonrío complacida.
—No lo fuiste especialmente la primera vez que… hicimos esto.
—¿No? —dice maliciosa—. Cuando te robé la virtud.
—No creo que la robaras —musito con picardía. Por Dios, no soy una doncella indefensa—. Creo que yo te entregué mi virtud bastante libremente y de buen grado. Yo también lo deseaba y, si no recuerdo mal, disfruté bastante.
Le sonrío con timidez y me muerdo el labio.
—Como yo, si mal no recuerdo, señorita Katina. Mi único objetivo es complacer —añade y adquiere una expresión seria y relajada—. Y eso significa que eres mía, totalmente.
Ha desaparecido todo rastro de ironía y me mira fijamente.
—Sí, lo soy —le contesto en un murmullo—. Me gustaría preguntarte una cosa.
—Adelante.
—Tu padre biológico… ¿sabes quién era?
La idea lleva un tiempo rondándome por la cabeza.
Arquea una ceja y luego niega.
—No tengo ni idea. No era ese salvaje que le hacía de chulo, lo cual está bien.
—¿Cómo lo sabes?
—Por una cosa que me dijo mi padre… Oleg.
Observo expectante a mi Cincuenta, a la espera.
—Siempre ávida por saber, Elena. —Suspira y mueve la cabeza—. El chulo encontró el cuerpo de la puta adicta al crack y telefoneó a las autoridades.Aunque tardaron cuatro días en encontrarlo. Él se fue, cerró la puerta… y me dejó con… con su cadáver.
Se le enturbia la mirada al recordarlo.
Inspiro con fuerza. Pobre criatura… la mera idea de semejante horror resulta dolorosamente inconcebible.
—La policía le interrogó después. Él negó rotundamente que tuviera algo que ver conmigo, y Oleg me dijo que no nos parecíamos en absoluto.
—¿Recuerdas cómo era?
—Elena, esa es una parte de mi vida en la que no suelo pensar a
menudo. Sí, recuerdo cómo era. Nunca le olvidaré. —La expresión de Yulia se ensombrece y endurece, volviendo su rostro más anguloso, con una gélida mirada de rabia en sus ojos—.¿Podemos hablar de otra cosa?
—Perdona. No quería entristecerte.
Niega con la cabeza.
—Es el pasado, Lena. No quiero pensar en eso ahora.
—Bueno… ¿y cuál es esa sorpresa? —digo para cambiar de tema antes de que las sombras de Cincuenta se vuelvan contra mí.
Inmediatamente se le ilumina la cara.
—¿Te apetece salir a tomar un poco de aire fresco? Quiero enseñarte una cosa.
—Claro.
Me maravilla la rapidez con que cambia de humor… tan voluble como siempre. Me mira risueña, con esa sonrisa espontánea y juvenil de «Solo soy una chaval de veintisiete años», y mi corazón da un salto. Así que se trata de algo muy importante para ella, lo noto. Me da un cachete en el trasero, juguetón.
—Vístete. Con unos vaqueros ya va bien. Espero que Igor te haya metido algunos en la maleta.
Se levanta y se pone los calzoncillos. Oh… podría estar sentada aquí todo el día, viéndole moverse por la habitación.
—Arriba —ordena, tan autoritaria como siempre.
La miro, sonriente.
—Estoy admirando las vistas.
Y alza los ojos al cielo con aire resignado y divertida.
Mientras nos vestimos, me doy cuenta de que nos movemos con la sincronización de dos personas que se conocen bien, ambas muy atentas y pendientes de la otra, intercambiando de vez en cuando una sonrisa tímida y una tierna caricia. Y caigo en la cuenta de que esto es tan nuevo para ella como para mí.
—Sécate el pelo —ordena Yulia cuando estamos vestidas.
—Dominante como siempre —le digo bromeando, y se inclina para
besarme la cabeza.
—Eso no cambiará nunca, nena. No quiero que te pongas enferma.
Pongo los ojos en blanco, y ella tuerce la boca, con expresión divertida.
—Sigo teniendo las manos muy largas, ¿sabe, señorita Katina?
—Me alegra oírlo, señorita Volkova. Empezaba a pensar que habías perdido nervio —replico.
—Puedo demostrarte que no es así en cuanto te apetezca.
Yulia saca de su bolsa un jersey grande de punto trenzado color beige, y se lo echa con elegancia sobre los hombros. Con la camiseta blanca, los vaqueros, el pelo cuidadosamente despeinado y ahora esto, parece salido de las páginas de una
lujosa revista de moda.
Debería estar prohibido ser tan extraordinariamente guapa. Y no sé si es la distracción momentánea, la mera perfección de su aspecto o ser consciente de que me quiere, pero su amenaza ya no me da miedo. Así es ella, mi Cincuenta Sombras.
Mientras cojo el secador, vislumbro ante mí un rayo de esperanza tangible.
Encontraremos la vía intermedia. Lo único que hemos de hacer es tener en cuenta las necesidades de la otra y acoplarlas. De eso soy capaz, ¿verdad?
Me observo en el espejo del vestidor. Llevo la camisa azul claro que Igor me compró y que ha metido en mi maleta. Tengo el pelo hecho un desastre, la cara enrojecida, los labios hinchados… Me los palpo, recordando los besos abrasadores de Yulia, y no puedo evitar que se me escape una sonrisa. «Sí, te quiero», me dijo.
—¿Dónde vamos exactamente? —pregunto mientras esperamos en el vestíbulo al empleado del aparcamiento.
Yulia se da golpecitos en un lado de la nariz y me guiña un ojo con aire conspiratorio, como si hiciera esfuerzos desesperados por contener su alegría.
Francamente, esto es bastante impropio de mi Cincuenta.
Estaba así cuando fuimos a volar en planeador; quizá sea eso lo que vamos a hacer. Yo también le sonrío, radiante. Y me mira con ese aire de superioridad que le confiere esa sonrisa suya de medio lado. Se inclina y me besa tiernamente.
—¿Tienes idea de lo feliz que me haces? —pregunta en voz baja.
—Sí… lo sé perfectamente. Porque tú provocas el mismo efecto en mí.
El empleado del aparcamiento aparece a gran velocidad con el coche de Yulia y una enorme sonrisa en la cara. Vaya, hoy todo el mundo parece muy feliz.
—Un coche magnífico, señorita —comenta al entregarle las llaves a Yulia.
Ella le guiña un ojo y le da una propina escandalosamente generosa.
Yo le frunzo el ceño. Por Dios…
Mientras avanzamos entre el tráfico, Yulia está sumida en sus
pensamientos. Por los altavoces suena la voz de una mujer joven, con un timbre precioso, rico, melodioso, y me pierdo en esa voz triste y conmovedora.
—Tengo que desviarme un momento. No tardaremos —dice con aire ausente, y me distrae de la canción.
Oh, ¿por qué? Estoy intrigada por conocer cuál es la sorpresa. La diosa que llevo dentro está dando saltitos como una niña de cinco años.
—Claro —murmuro.
Aquí pasa algo. De pronto parece muy seria y decidida.
Entra en el aparcamiento de un enorme concesionario, para el coche y se gira hacia mí con expresión cauta.
—Hay que comprarte un coche —dice.
La miro con la boca abierta. ¿Ahora? ¿En domingo? ¿Qué demonios…? Y esto es un concesionario de Saab.
—¿Un Audi no? —es la única tontería que se me ocurre decir, y ella pobre,bendito sea, se ruboriza.
Yulia, avergonzada… ¡Esto es algo insólito!
—Pensé que te apetecería variar —musita incómoda, como si no supiera dónde meterse.
Oh, por favor… No hay que dejar pasar esta oportunidad única de burlarse de ella.
—¿Un Saab? —pregunto.
—Sí. Un 9-3. Vamos.
—¿A ti qué te pasa con los coches extranjeros?
—Los alemanes y los suecos fabrican los coches más seguros del mundo,Elena.
¿Ah, sí?
—Creí que ya habías encargado otro Audi A3 para mí.
Me mira con aire enigmática y divertida.
—Eso puede anularse. Vamos.
Baja tranquilamente del coche, se acerca a mi lado y me abre la puerta.
—Te debo un regalo de graduación —dice en voz baja, y me tiende la mano.
—Yulia, de verdad, no tienes por qué hacer esto.
—Sí, quiero hacerlo. Por favor. Vamos.
Su tono no admite réplica.
Yo me resigno a mi destino. ¿Un Saab? ¿Quiero yo un Saab? Me gustaba bastante el Audi Especial para Sumisas. Era muy práctico.
Claro que ahora está cubierto por una tonelada de pintura blanca… Me estremezco. Y ella aún anda suelta por ahí.
Acepto la mano de Yulia, y nos dirigimos a la sala de exposición.
Troy Turniansky, el encargado de las ventas, se pega como una lapa a Cincuenta. Huele la venta. Tiene un peculiar acento que parece del otro lado del Atlántico… ¿inglés, quizá? Es difícil saberlo.
—¿Un Saab, señorita? ¿De segunda mano?
Se frota las manos con fruición.
—Nuevo.
Yulia se pone muy seria.
¡Nuevo!
—¿Ha pensado en algún modelo, señorita?
Y encima es un pelota suavón.
—Un sedán deportivo 9-3 2.0T.
—Excelente elección, señorita.
—¿De qué color, Elena? —me pregunta Yulia, ladeando la cabeza.
—Eh… ¿negro? —Me encojo de hombros—. De verdad, no hace falta que hagas esto.
Tuerce el gesto.
—El negro no se ve bien de noche.
Oh, por Dios. Resisto la tentación de poner los ojos en blanco.
—Tú tienes un coche negro.
Me mira con expresión ceñuda.
—Pues amarillo canario —digo, encogiéndome de hombros.
Yulia hace una mueca de desagrado: está claro que el amarillo canario no es su estilo.
—¿De qué color quieres tú que sea el coche? —le pregunto como si fuera una niña pequeña, lo cual es cierto en muchos aspectos.
Y ese inoportuno pensamiento me pone triste y me da que pensar.
—Plateado o blanco.
—Plateado, pues. Sabes que me quedaría con el Audi —añado,
escarmentada por mis pensamientos.
Troy palidece al percatarse de que puede perder la venta.
—¿Quizá preferiría el descapotable, señora? —pregunta, dando nerviosas y entusiastas palmaditas.
Mi subconsciente está avergonzada y disgustada, mortificada por todo este asunto de la compra del coche, pero la diosa que llevo dentro le hace un placaje y la tira al suelo. ¿Un descapotable? ¡Para morirse…!
Yulia frunce el ceño y me echa un vistazo.
—¿El descapotable? —pregunta, arqueando una ceja.
Me ruborizo. Es como si tuviera una línea erótica directa con la diosa que llevo dentro, algo que sin duda es muy cierto. A veces resulta muy incómodo. Me miro las manos.
Yulia se vuelve hacia Troy.
—¿Qué dicen las estadísticas de seguridad del descapotable?
Troy capta la vulnerabilidad de Yulia y, lanzándose a muerte, le recita todo tipo de cifras y estadísticas.
A Yulia le preocupa mi seguridad, está claro. Para ella eso es como una religión y, como la fanática que es, escucha atentamente la consabida perorata de Troy.
No cabe duda de que a Cincuenta le importa.
«Sí, te quiero.» Recuerdo las palabras entrecortadas que susurró esta mañana y una emoción resplandeciente se expande por mis venas como miel derretida.
Esta mujer, este regalo de Dios, me quiere.
Me doy cuenta de que estoy mirándola sonriendo embobada, y cuando se percata de ello se queda desconcertada, aunque también divertida por mi expresión.
Yo solo tengo ganas de abrazarme a mí misma, de lo feliz que soy.
—Yo también quiero un poco de eso que se ha tomado, señorita Katina, sea lo que sea —cuchichea mientras Troy va hacia su ordenador.
—Lo que me he tomado eres tú, señorita.
—¿En serio? Pues la verdad es que pareces que estés embriagada. —Me da un beso fugaz—. Y gracias por aceptar el coche. Esta vez ha sido más fácil que la anterior.
—Bueno, este no es un Audi A3.
Sonríe satisfecha.
—Ese no es un coche para ti.
—A mí me gustaba.
—Señorita, ¿el 9-3? He localizado uno en nuestro concesionario de Beverly Hills. En un par de días podemos tenerlo aquí.
Troy está radiante por el éxito.
—¿De gama alta?
—Sí, señorita.
—Excelente.
Yulia saca la tarjeta de crédito, ¿o es la de Igor? Pensar en eso me pone nerviosa. Me pregunto cómo estará Igor, y si habrá encontrado a Leila en el apartamento. Me masajeo la frente. Sí, está también todo el bagaje que lleva consigo Yulia.
—Si quiere acompañarme, señorita… —Troy echa un vistazo al nombre de la tarjeta—… Volkova.
* * *
Yulia me abre la puerta, y yo ocupo el asiento del pasajero.
—Gracias —le digo en cuanto se sienta a mi lado.
Ella sonríe.
—Lo hago con mucho gusto, Elena.
Yulia enciende el motor y vuelve a sonar la música.
—¿Quién es? —pregunto.
—Eva Cassidy.
—Tiene una voz preciosa.
—Sí, la tenía.
—Oh.
—Murió joven.
—Oh.
—¿Tienes hambre? No te terminaste el desayuno.
Me mira de reojo con expresión reprobatoria.
Oh, oh…
—Sí.
—Entonces comamos primero.
Yulia conduce hacia los muelles y después hacia el norte, por el
viaducto Alaskan Way. Es otro día precioso en Seattle. Llevamos varias semanas con buen tiempo, y eso no es habitual.
Yulia parece feliz y relajada mientras circulamos por la autovía
escuchando la voz dulce y melancólica de Eva Cassidy. ¿Me había sentido así de cómoda con ella antes? No lo sé.
Ahora sé que no me castigará y sus cambios de humor me preocupan menos,y también ella parece más tranquila conmigo. Gira a la izquierda, por la carretera de la costa, y finalmente deja el coche en un aparcamiento frente a un puerto deportivo enorme.
—Comeremos aquí. Espera, te abriré la puerta —dice de un modo que me indica que no es aconsejable moverse, y la veo rodear el coche.
¿Es que nunca se cansará de esto?
Caminamos de la mano hacia la zona del muelle, donde el puerto se extiende frente a nosotras.
—Cuántos barcos —comento, admirada.
Hay centenares, de todas las formas y tamaños, meciéndose sobre las tranquilas aguas del puerto deportivo. Fuera, en el estrecho de Puget, hay docenas de veleros oscilando al viento, gozando del buen tiempo. Es la viva imagen del disfrute al
aire libre. Se ha levantado un poco de viento, así que me pongo la chaqueta sobre los hombros.
—¿Tienes frío? —me pregunta, y me atrae hacia sí.
—No, simplemente disfrutaba de la vista.
—Yo me pasaría el día contemplándola. Ven por aquí.
Yulia me lleva a un bar inmenso situado frente al mar y se dirige hacia la barra. La decoración es más del estilo de Nueva Inglaterra que de la costa Oeste:paredes blancas encaladas, mobiliario azul claro y parafernalia marina colgada por todas partes. Es un local luminoso y alegre.
—¡Señorita Volkova! —El barman saluda afectuosamente a Yulia—. ¿Qué puedo ofrecerle hoy?
—Dante, buenos días. —Yulia asiente y las dos nos encaramamos a los taburetes de la barra—. La encantadora dama es Elena Katina.
—Bienvenida al local de SP —me dice Dante con una cálida sonrisa.
Es negro y guapísimo, y me examina con sus ojos oscuros y, por lo que parece, da su visto bueno. Lleva un gran diamante en la oreja que centellea cuando me mira. Me cae bien al instante.
—¿Qué les apetece beber?
Miro a Yulia, que me observa expectante. Oh, va a dejarme escoger.
—Por favor, llámame Lena, y tomaré lo mismo que Yulia.
Sonrío con timidez a Dante. Cincuenta sabe mucho más de vinos que yo.
—Yo tomaré una cerveza. Este es el único bar de Seattle donde puedes encontrar Adnam Explorer.
—¿Una cerveza?
—Sí —me dice risueña—. Dos Explorer, por favor, Dante.
Dante asiente y coloca las cervezas en la barra.
—Aquí también sirven una sopa de marisco deliciosa —comenta Yulia.
Me lo está preguntando.
—Sopa de marisco y cerveza suena estupendo —le digo sonriente.
—¿Dos sopas de marisco? —pregunta Dante.
—Por favor —le pide Yulia con amabilidad.
Nos pasamos la comida charlando, como no habíamos hecho nunca.
Yulia está a gusto y tranquila; tiene un aspecto juvenil, feliz y animada, pese a todo lo que pasó ayer. Me cuenta la historia de Volkova Enterprises Holdings, Inc., y, cuanto más habla, más noto su pasión por reflotar empresas con problemas, su confianza en la
tecnología que está desarrollando y sus sueños de convertir en productivos extensos territorios del tercer mundo. La escucho embelesada. Es divertida, inteligente,filantrópica y hermosa, y me quiere.
Llegado el momento, me acribilla a preguntas sobre Sergey y mi madre, sobre el hecho de crecer en los frondosos bosques de Montesano, y sobre mis breves estancias en Texas y Las Vegas. Se interesa por saber mis películas y mis libros preferidos, y me sorprende comprobar cuánto tenemos en común.
Mientras hablamos, se me ocurre pensar que ha pasado de ser el Alec de Thomas Hardy a ser Angel, de la corrupción y la degradación a los más altos ideales en un espacio de tiempo muy corto.
Terminamos de comer pasadas las dos. Yulia paga la cuenta a Dante,que se despide de nosotras afectuosamente.
—Este sitio es estupendo. Gracias por la comida —le digo a Yulia, que me da la mano al salir del bar.
—Volveremos —dice y caminamos por el muelle—. Quería enseñarte una cosa.
—Ya lo sé… y estoy impaciente por verla, sea lo que sea.
Paseamos de la mano por el puerto deportivo. Hace una tarde muy agradable. La gente está disfrutando del domingo, paseando a los perros, contemplando los barcos, vigilando a sus hijos que corren por el paseo.
A medida que avanzamos por el puerto, los barcos son cada vez más grandes. Yulia me conduce a un muelle y se detiene delante de un enorme catamarán.
—Pensé que podríamos salir a navegar esta tarde. Este barco es mío.
Madre mía. Debe de medir como mínimo doce metros, quizá unos quince.
Dos elegantes cascos blancos, una cubierta, una cabina espaciosa, y sobresaliendo por encima todo de ello un impresionante mástil. Yo no sé nada de barcos, pero me doy
cuenta de que este es especial.
—Uau… —musito maravillada.
—Construido por mi empresa —dice con orgullo, y siento henchirse mi corazón—. Diseñado hasta el último detalle por los mejores arquitectos navales del mundo y construido aquí en Seattle, en mi astillero. Dispone de sistema de pilotaje eléctrico híbrido, orzas asimétricas, una vela cuadra en el mástil…
—Vale… ya me he perdido, Yulia.
Sonríe de oreja a oreja.
—Es un barco magnífico.
—Parece realmente fabuloso, señorita Volkova.
—Lo es, señorita Katina.
—¿Cómo se llama?
Me lleva a un costado para que pueda ver el nombre: Larissa. Me quedo muy sorprendida.
—¿Le pusiste el nombre de tu madre?
—Sí. —Inclina la cabeza a un lado, un tanto desconcertada—. ¿Por qué te extraña?
Me encojo de hombros. No deja de sorprenderme: ella siempre actúa de un modo tan ambivalente en su presencia…
—Yo adoro a mi madre, Elena. ¿Por qué no le iba a poner su nombre a un barco?
Me ruborizo.
—No, no es eso… es que…
Maldita sea, ¿cómo podría expresarlo?
—Elena, Larissa Cherkasovna me salvó la vida. Se lo debo todo.
Yo la miro fijamente, y me dejo invadir por la veneración implícita en ese dulce reconocimiento. Y me resulta evidente, por primera vez, que ella quiere a su madre. ¿Por qué entonces esa ambigüedad extraña y tensa hacia ella?
—¿Quieres subir a bordo? —pregunta emocionada y con los ojos
brillantes.
—Sí, por favor —contesto sonriente.
Parece encantado. Me da la mano, sube dando zancadas por la pequeña plancha y me lleva a bordo. Llegamos a cubierta, situada bajo un toldo rígido.
En un lado hay una mesa y una banqueta en forma de U forrada de piel de color azul claro, con espacio para ocho personas como mínimo. Echo un vistazo al interior de la cabina a través de las puertas correderas y doy un respingo, sobresaltada al ver que allí hay alguien. Un hombre alto y rubio abre las puertas y sale a cubierta:muy bronceado, con el pelo rizado y los ojos castaños, vestido con un polo rosa de manga corta descolorido, pantalones cortos y náuticas. Debe de tener unos treinta y cinco años, más o menos.
—Mac —saluda Yulia con una sonrisa.
—¡Señorita Volkova! Me alegro de volver a verla.
Se dan la mano.
—Elena, este es Liam McConnell. Liam, esta es mi novia, Elena Katina.
¡Novia! La diosa que llevo dentro realiza un ágil arabesco. Sigue sonriendo por lo del descapotable. Tengo que acostumbrarme a esto: no es la primera vez que lo dice, pero oírselo pronunciar sigue siendo emocionante.
—¿Cómo está usted?
Liam y yo nos damos la mano.
—Llámeme Mac —me dice con amabilidad, y no consigo identificar su acento—. Bienvenida a bordo, señorita Katina.
—Lena, por favor —musito y enrojezco.
Tiene unos ojos castaños muy profundos.
—¿Qué tal se está portando, Mac? —interviene Yulia enseguida, y por un momento creo que está hablando de mí.
—Está preparada para el baile, señorita —responde Mac en tono jovial.
Ah, el barco. El Larissa. Qué tonta soy.
—En marcha, pues.
—¿Van a salir?
—Sí. —Yulia le dirige a Mac una sonrisa maliciosa—. ¿Una vuelta
rápida, Elena?
—Sí, por favor.
Le sigo al interior de la cabina. Frente a nosotros hay un sofá de piel beige en forma de L, y sobre él, un enorme ventanal curvo ofrece una vista panorámica del puerto deportivo. A la izquierda está la zona de la cocina, muy elegante y bien equipada, toda de madera clara.
—Este es el salón principal. Junto con la cocina —dice Yulia,
señalándola con un vago gesto.
Me coge de la mano y me lleva por la cabina principal. Es
sorprendentemente espaciosa. El suelo es de la misma madera clara. Tiene un diseño moderno y elegante y una atmósfera luminosa y diáfana, aunque todo es muy funcional y no parece que Yulia pase mucho tiempo aquí.
—Los baños están en el otro lado.
Señala dos puertas, y luego abre otra más pequeña y de aspecto muy peculiar que tenemos enfrente y entra. Se trata de un lujoso dormitorio. Oh…
Hay una enorme cama empotrada y todo es de tejidos azul pálido y madera clara, como su dormitorio en el Escala. Es evidente que Yulia escoge un motivo y lo mantiene.
—Este es el dormitorio principal. —Pone la mirada hacia mí, sus ojos azules centellean—. Eres la primera chica que entra aquí, aparte de las de mi familia.—Sonríe—. Ellas no cuentan.
Su mirada ardiente hace que me ruborice y se me acelere el pulso. ¿De veras? Otra primera vez. Me atrae a sus brazos, sus dedos juguetean con mi cabello y me da un beso, intenso y largo. Cuando me suelta, ambas estamos sin aliento.
—Quizá deberíamos estrenar esta cama —murmura junto a mi boca.
¡Oh, en el mar!
—Pero no ahora mismo. Ven, Mac estará soltando amarras.
Hago caso omiso de la punzada de desilusión, ella me da la mano y volvemos a cruzar el salón. Me señala otra puerta.
—Allí hay un despacho, y aquí delante dos cabinas más.
—¿Cuánta gente puede dormir en el barco?
—Es un catamarán con seis camarotes, aunque solo he subido a bordo a mi familia. Me gusta navegar sola. Pero no cuando tú estás aquí. Tengo que mantenerte vigilada.
Revuelve en un arcón y saca un chaleco salvavidas de un rojo intenso.
—Toma.
Me lo pasa por la cabeza y tensa todas las correas, y la sombra de una sonrisa aparece en sus labios.
—Te encanta atarme, ¿verdad?
—De todas las formas posibles —dice con una chispa maliciosa en la mirada.
—Eres una pervertida.
—Lo sé.
Arquea las cejas y su sonrisa se ensancha.
—Mi pervertida —susurro.
—Sí, tuya.
Una vez que me ha atado, me agarra por los costados del chaleco y me besa.
—Siempre —musita y, sin darme tiempo a responder, me suelta.
¡Siempre! Dios santo.
—Ven.
Me coge de la mano, salimos y subimos unos pocos escalones hasta una pequeña cabina en la cubierta superior, donde hay un gran timón y un asiento elevado.
Mac está manipulando unos cabos en la proa del barco.
—¿Es aquí donde aprendiste todos tus trucos con las cuerdas? —le pregunto a Yulia con aire inocente.
—Los ballestrinques me han venido muy bien —dice, y me escruta con la mirada—. Señorita Katina, parece que he despertado su curiosidad. Me gusta verte así,curiosa. Tendré mucho gusto en enseñarte lo que puedo hacer con una cuerda.
Me sonríe con picardía y yo, impasible, la miro como si me hubiera
disgustado. Le cambia la cara.
—Has picado —le digo sonriendo.
Yulia tuerce la boca y entorna los ojos.
—Tendré que ocuparme de ti más tarde, pero ahora mismo, tengo que pilotar un barco.
Se sienta a los mandos, aprieta un botón y el motor se pone en marcha con un rugido.
Mac se dirige raudo hacia un costado del barco, me sonríe y salta a la cubierta inferior, donde empieza a desatar un cabo. A lo mejor él también sabe hacer un par de trucos con las cuerdas. La inoportuna idea hace que me ruborice.
Mi subconsciente me mira ceñuda. Yo le respondo encogiéndome de hombros y miro hacia Yulia: le echo la culpa a Cincuenta. Ella coge el receptor y llama por radio al guardacostas, y Mac grita que estamos preparados para zarpar.
Una vez más, me fascina la destreza de Yulia. Es tan competente. ¿Hay algo que esta mujer no pueda hacer? Entonces recuerdo su concienzuda intentona de cortar y trocear un pimiento el pasado viernes en mi apartamento. Y sonrío al pensarlo.
Yulia conduce lentamente el Larissa del embarcadero en dirección a la bocana del puerto. A nuestras espaldas queda el reducido grupo de gente que se ha congregado en el muelle para vernos partir. Los niños pequeños nos saludan y yo les devuelvo el saludo.
Yulia mira por encima del hombro, y luego hace que me siente entre sus piernas y señala las diversas esferas y dispositivos del puente de mando.
—Coge el timón —me ordena tan autoritaria como siempre, y yo hago lo que me pide.
—A la orden, capitana —digo con una risita nerviosa.
Coloca sus manos sobre las mías, manteniendo el rumbo para salir de la bahía, y en cuestión de minutos estamos en mar abierto, surcando las azules y frías aguas del estrecho de Puget. Lejos del muro protector del puerto, el viento es más fuerte y navegamos sobre un mar encrespado y rizado.
No puedo evitar sonreír al notar el entusiasmo de Yulia; esto es tan emocionante… Trazamos una gran curva hasta situarnos rumbo oeste hacia la península Olympic, con el viento detrás.
—Hora de navegar —dice Yulia, llena de excitación—. Toma, cógelo tú. Mantén el rumbo.
¿Qué?
Sonríe al ver mi cara de horror.
—Es muy fácil, nena. Sujeta el timón y no dejes de mirar por la proa hacia el horizonte. Lo harás muy bien, como siempre. Cuando se icen las velas, notarás el tirón. Limítate a mantenerlo firme. Yo te haré esta señal —hace un movimiento con la mano plana como de rajarse el cuello—, y entonces puedes parar el motor. Es este botón de aquí. —Señala un gran interruptor negro—. ¿Entendido?
—Sí —asiento frenética y aterrorizada.
¡Madre mía… yo no tenía pensado hacer nada!
Me besa y baja rápidamente de la silla de capitán, y luego salta a la parte delantera del barco, donde se encuentra Mac, y empieza a desplegar velas, a desatar cabos y a manipular cabrestantes y poleas. Ambos trabajan bien juntos, como un equipo, intercambiando a gritos diversos términos náuticos, y es reconfortante ver a Cincuenta interactuar con alguien con tanta espontaneidad.
Quizá Mac sea amigo de Cincuenta. Por lo que yo sé, no parece que tenga muchos, pero la verdad es que yo tampoco. Bueno, al menos aquí en Seattle. Mi única amiga está de vacaciones, poniéndose morena en Saint James, en la costa oeste de
Barbados.
Al pensar en Nastya siento una punzada de dolor. Echo en falta a mi compañera de piso más de lo que creía cuando se fue. Espero que cambie de opinión y que regrese pronto a casa con su hermano Andrey, en lugar de prolongar su estancia con el hermano de Yulia, Dimitri.
Yulia y Mac izan la vela mayor. Se hincha y se infla a merced del
impetuoso viento, y de repente el barco da bandazos y acelera. Yo lo siento en el timón. ¡Uau!
Ellos se ponen a trajinar en la proa, y yo contemplo fascinada cómo la gran vela se iza en el mástil. El viento la agarra, expandiéndola y tensándola.
—¡Mantenlo firme, nena, y apaga el motor! —me grita Yulia por encima del viento, y me hace la señal de desconectar las máquinas.
Yo apenas oigo su voz, pero asiento entusiasmada, y contemplo a la mujer que amo, con el pelo totalmente alborotado, muy emocionada, sujetándose ante los cabeceos y los virajes del barco.
Aprieto el botón, cesa el rugido del motor, y el Larissa navega hacia la península Olympic, deslizándose por el agua como si volara. Yo tengo ganas de chillar y gritar y jalear: esta es una de las experiencias más excitantes de mi vida… salvo quizá la del planeador, y puede que la del cuarto rojo del dolor.
¡Madre mía, cómo se mueve este barco! Me mantengo firme, sujetando el timón y tratando de conservar el rumbo, y Yulia vuelve a colocarse detrás de mí y pone sus manos sobre las mías.
—¿Qué te parece? —me pregunta, gritando sobre el rugido del viento y el mar.
—¡Yulia, esto es fantástico!
Esboza una radiante sonrisa de oreja a oreja.
—Ya verás cuando ice la vela globo.
Señala con la barbilla a Mac, que está desplegando la vela globo, de un rojo oscuro e intenso. Me recuerda las paredes del cuarto de juegos.
—Un color interesante —grito.
Ella hace una mueca felina y me guiña un ojo. Oh, no es casualidad.
La vela globo, con su peculiar forma, grande y elíptica, se hincha y hace que el Larissa coja gran velocidad. El barco toma el rumbo, navegando a toda marcha hacia el Sound.
—Velaje asimétrico. Para correr más —contesta Yulia a mi pregunta implícita.
—Es alucinante.
No se me ocurre nada mejor que decir. Mientras brincamos sobre las aguas,en dirección a las majestuosas montañas Olympic y a la isla de Bainbridge, yo sigo con una sonrisa de lo más bobalicona en la cara. Al mirar hacia atrás, veo Seattle empequeñecerse en la distancia y, más allá, el monte Rainier.
Nunca me había dado cuenta realmente de lo hermoso y agreste que es el paisaje de los alrededores de Seattle: verde, exuberante y apacible, con enormes árboles de hoja perenne y acantilados rocosos con paredes escarpadas que se alzan aquí y allá. En esta gloriosa tarde soleada el entorno posee una belleza salvaje pero
serena, que me corta la respiración. Tanta quietud resulta asombrosa en comparación con la velocidad con que surcamos las aguas.
—¿A qué velocidad vamos?
—A quince nudos.
—No tengo ni idea de qué quiere decir eso.
—Unos veintiocho kilómetros por hora.
—¿Solo? Parece mucho más.
Me acaricia la mano, sonriendo.
—Estás preciosa, Elena. Es agradable ver tus mejillas con algo de
color… y no porque te ruborices. Tienes el mismo aspecto que en las fotos de José.
Me doy la vuelta y la beso.
—Sabes cómo hacer que una chica lo pase bien, señorita Volkova.
—Mi único objetivo es complacer, señorita Katina. —Me aparta el pelo y me besa la parte baja de la nuca, provocándome unos deliciosos escalofríos que me recorren toda la columna—. Me gusta verte feliz —murmura, y me abraza más fuerte.
Contemplo la inmensidad del agua azul, preguntándome qué debo haber hecho para que la suerte me haya sonreído y me haya enviado a esta mujer.
Sí, eres una zorra con suerte, me replica mi subconsciente. Pero aún te queda mucho por hacer con ella. No va a aceptar siempre esta chorrada de relación vainilla… vas a tener que transigir. Fulmino mentalmente con la mirada a ese rostro insolente y mordaz, y apoyo la cabeza en el torso de Yulia. En el fondo sé que mi subconsciente tiene razón, aunque me niego a pensar en ello. No quiero estropearme el día.
* * *
Al cabo de una hora atracamos en una cala pequeña y guarecida de la isla de Bainbridge. Mac ha bajado a la playa en la lancha no sé bien para qué, pero me lo imagino, porque en cuanto pone en marcha el motor fueraborda, Yulia me coge de la mano y prácticamente me arrastra al interior de su camarote: es una mujer
con una misión.
Ahora está de pie ante mí, emanando su embriagadora sensualidad mientras sus dedos hábiles se afanan en desatar las correas de mi chaleco salvavidas. Lo deja a un lado y me mira intensamente con sus ojos oscuros, dilatados.
Ya estoy perdida y apenas me ha tocado. Levanta la mano y desliza los dedos por mi barbilla, a lo largo del cuello, sobre el esternón, hasta alcanzar el primer botón de mi blusa azul, y siento que su caricia me abrasa.
—Quiero verte —musita, y desabrocha con destreza el botón.
Se inclina y besa con suavidad mis labios abiertos. Jadeo ansiosa, excitada por la poderosa combinación de su cautivadora belleza, su cruda sexualidad en el confinamiento de este camarote, y el suave balanceo del barco. Ella retrocede un paso.
—Desnúdate para mí —susurra con los ojos incandescentes.
Ah… Obedezco encantada. Sin apartar mis ojos de ella, desabrocho despacio cada botón, saboreando su tórrida mirada. Oh, esto es embriagador. Veo su deseo: es palpable en su rostro… y en todo su cuerpo.
Dejo caer la camisa al suelo y me dispongo a desabrocharme los vaqueros.
—Para —ordena—. Siéntate.
Me siento en el borde de la cama y, con un ágil movimiento, ella se arrodilla delante de mí, me desanuda primero una zapatilla, luego la otra, y me las quita junto con los calcetines. Me coge el pie izquierdo, lo levanta, me da un suave beso en la base del pulgar y luego me roza con la punta de los dientes.
—¡Ah! —gimo al notar el efecto en mi entrepierna.
Se pone de pie con elegancia, me tiende la mano y me aparta de la cama.
—Continúa —dice, y retrocede un poco para contemplarme.
Yo me bajo la cremallera de los vaqueros, meto los pulgares en la cintura y deslizo la prenda por mis piernas. En sus labios juguetea una sonrisa, pero sus ojos siguen sombríos.
Y no sé si es porque me hizo el amor esta mañana, y me refiero a hacerme realmente el amor, con dulzura, con cariño, o si es por su declaración apasionada
—«sí… te quiero»—, pero no siento la menor vergüenza. Quiero ser sexy para esta mujer. Merece que sea sexy para ella… y hace que me sienta sexy. Vale, esto es nuevo para mí, pero estoy aprendiendo gracias a su experta tutela. Y la verdad es que para ella es algo nuevo también. Eso equilibra las cosas entre los dos, un poco, creo.
Llevo un par de prendas de mi ropa interior nueva: un mini-tanga blanco de encaje y un sujetador a juego, de una lujosa marca y todavía con la etiqueta del precio.
Me quito los vaqueros y me quedo allí plantada para ella, con la lencería por la que ha pagado, pero ya no me siento vulgar… me siento suya.
Me desabrocho el sujetador por la espalda, bajo los tirantes por los brazos y lo dejo sobre mi blusa. Me bajo el tanga despacio, lo dejo caer hasta los tobillos y salgo de él con un elegante pasito, sorprendida por mi propio estilo.
Estoy de pie ante ella, desnuda y sin la menor vergüenza, y sé que es porque me quiere. Ya no tengo que esconderme. Ella no dice nada, se limita a mirarme fijamente. Solo veo su deseo, su adoración incluso, y algo más, la profundidad de su necesidad… la profundidad de su amor por mí.
Ella se lleva la mano hasta la cintura, se levanta el jersey beige y se lo quita por la cabeza, seguido de la camiseta y el brassier, sin apartar de mí sus vívidos ojos azules. Luego se quita los zapatos y los calcetines, antes de disponerse a desabrochar el botón de sus
vaqueros.
Doy un paso al frente, y susurro:
—Déjame.
Frunce momentáneamente los labios en una muda exclamación, y sonríe:
—Adelante.
Avanzo hacia ella, introduzco mis osados dedos por la cintura de sus pantalones y tiro de ellos, para obligarle a acercarse más. Jadea involuntariamente ante mi inesperada audacia y luego me mira sonriendo. Desabrocho el botón, pero antes de bajar la cremallera dejo que mis dedos se demoren, resiguiendo su erección a través de la suave tela. Ella flexiona las caderas hacia la palma de mi mano y cierra los ojos unos segundos, disfrutando de mi caricia.
—Eres cada vez más audaz, Lena, más valiente —musita, sujetándome la cara con las dos manos e inclinándose para besarme con ardor.
Pongo las manos en sus caderas, la mitad sobre su piel fría y la otra mitad sobre la cintura caída de sus vaqueros.
—Tú también —murmuro pegada a sus labios, mientras mis pulgares trazan lentos círculos sobre su piel y ella sonríe.
—Allá voy.
Llevo las manos hasta la parte delantera de sus pantalones y bajo la cremallera. Mis intrépidos dedos atraviesan con ese regalo que es su erección, y la cojo con firmeza.
Su garganta emite un ruido sordo, impregnándome con su suave aliento, y vuelve a besarme con ternura. Mientras muevo mi mano por su miembro, rodeándolo,acariciándolo, apretándolo, ella me rodea con el brazo y apoya la palma de la mano derecha con los dedos separados en mitad de mi espalda. Con la mano izquierda en mi pelo, me retiene pegada a sus labios.
—Oh, te deseo tanto, nena —gime, y de repente se echa hacia atrás para quitarse pantalones y calzoncillos con un movimiento ágil y rápido.
Es una maravilla poder contemplar sin ropa cada milímetro de su cuerpo.
Es perfecta. Solo las cicatrices profanan su belleza, pienso con tristeza. Y son mucho más profundas que las de la simple piel.
—¿Qué pasa, Lena? —murmura, y me acaricia tiernamente la mejilla con los nudillos.
—Nada. Ámame, ahora.
Me coge en sus brazos y me besa, entrelazando sus dedos en mis cabellos.
Nuestras lenguas se enroscan, me lleva otra vez a la cama, me coloca encima con delicadeza y luego se tumba a mi lado.
Me recorre la línea de la mandíbula con la nariz mientras yo hundo las manos en su pelo.
—¿Sabes hasta qué punto es exquisito tu aroma, Lena? Es irresistible.
Sus palabras logran, como siempre, inflamarme la sangre, acelerarme el pulso, y ella desliza la nariz por mi garganta y a través de mis senos, mientras me besa con reverencia.
—Eres tan hermosa —murmura, y me atrapa un pezón con la boca y chupa despacio.
Gimo y mi cuerpo se arquea sobre la cama.
—Quiero oírte, nena.
Baja las manos a mi cintura, y yo me regodeo con el tacto de sus caricias,piel con piel… su ávida boca en mis pechos y sus largos y diestros dedos acariciándome, tocándome, amándome. Se mueven sobre mis muslos, sobre mi trasero,y bajan por mi pierna hasta la rodilla, sin dejar en ningún momento de besarme y
chuparme los pechos.
Me coge por la rodilla, y de pronto me levanta la pierna y se la coloca alrededor de las caderas, provocándome un gemido, y no la veo, pero siento en la piel la sonrisa con que reacciona. Rueda sobre la cama, de manera que me quedo a horcajadas sobre ella, y me entrega un envoltorio de aluminio.
Me echo hacia atrás y tomo su miembro en mis manos, y simplemente soy incapaz de resistirme ante su esplendor. Me inclino y la beso, lo tomo en mi boca,enrollo la lengua a su alrededor y chupo con fuerza. Ella jadea y flexiona las caderas
para penetrar más a fondo en mi boca.
Mmm… sabe bien. La deseo dentro de mí. Vuelvo a incorporarme y la miro fijamente. Está sin aliento, tiene la boca abierta y me mira intensamente.
Abro rápidamente el envoltorio del preservativo y se lo coloco. Ella me tiende las manos. Le cojo una y, con la otra, me pongo encima de ella y, lentamente, la hago mía.
Ella cierra los ojos y su garganta emite un gruñido sordo.
Sentirle en mí… expandiéndose… colmándome… gimo suavemente,es una sensación divina. Coloca sus manos sobre mis caderas y empieza a moverse arriba y abajo, penetrándome con ímpetu.
Ah… es delicioso.
—Oh, nena —susurra, y de repente se sienta y quedamos frente a frente, y la sensación es extraordinaria… de plenitud.
Gimo y me aferro a sus antebrazos, y ella me sujeta la cabeza con las manos y me mira a los ojos… intensos y azules, ardientes de deseo.
—Oh, Lena. Cómo me haces sentir —murmura, y me besa con pasión y anhelo ciego.
Yo le devuelvo los besos, aturdida por la deliciosa sensación de tenerla hundido en mi interior.
—Oh, te quiero —musito.
Ella emite un quejido, como si le doliera oír las palabras que susurro, y rueda sobre la cama, arrastrándome con ella sin romper nuestro preciado contacto, de manera que quedo debajo de ella, y le rodeo la cintura con las piernas.
Yulia baja la mirada hacia mí con maravillada adoración, y estoy segura de reflejar su misma expresión cuando alargo la mano para acariciar su bellísimo rostro. Empieza a moverse muy despacio, y al hacerlo cierra los ojos y suspira levemente.
El suave balanceo del barco y la paz y el silencio del camarote, se ven únicamente interrumpidos por nuestras respiraciones entremezcladas, mientras ella se mueve despacio dentro y fuera de mí, tan controlado y tan agradable… una sensación gloriosa. Pone su brazo sobre mi cabeza, con la mano en mi pelo, y con la otra me acaricia la cara mientras se inclina para besarme.
Estoy envuelta totalmente en ella, mientras me ama, entrando y saliendo lentamente de mí, y me saborea. Yo la toco… dentro de los límites estrictos: los brazos, el cabello, la parte baja de la espalda, su hermoso trasero… Y cuando aumenta más y más el ritmo de sus envites, se me acelera la respiración. Me besa en la boca, en la barbilla, en la mandíbula, y después me mordisquea la oreja. Oigo su respiración entrecortada cada vez que me penetra con ímpetu.
Mi cuerpo empieza a temblar. Oh… esa sensación que ahora conozco tan bien… se acerca… Oh…
—Eso es, nena… Entrégate a mí… Por favor… Lena —murmura, y sus palabras son mi perdición.
—¡Yulia! —grito, y ella gime cuando nos corremos juntas.
No puedo reprimir el júbilo. Mi subconsciente me mira con la boca abierta,en silencio, atónita, y, con una amplia sonrisa grabada en la cara, enfoco la vista anhelante hacia los ojos torturados de Yulia.
Su expresión tierna y dulce, como si buscara absolución, me conmueve a un nivel profundo y primario; sus dos pequeñas palabras son como maná celestial. Siento de nuevo el escozor del llanto en los ojos. Sí, me quieres. Sé que me quieres.
Ser consciente de ello es muy liberador, como si me hubiera deshecho de un peso aplastante. Esta mujer hermosa y herida, a quien un día consideré mi heroína romántica fuerte, solitaria, misteriosa, posee todos esos rasgos, pero también es frágil e inestable, y lleno de odio hacia sí misma. Mi corazón está rebosante de alegría,pero también de dolor por su sufrimiento. Y en este momento sé que mi corazón es lo bastante grande para las dos. Confío… en que sea lo bastante grande para las dos.
Subo la mano para tocar su querido y apuesto rostro, y la beso con dulzura,vertiendo todo el amor que siento en esta cariñosa caricia. Quiero devorarle bajo esta cascada de agua caliente. Yulia gime y me rodea entre sus brazos, y se aferra a mí como si fuera el aire que necesita para respirar.
—Oh, Lena —musita con voz ronca—. Te deseo, pero no aquí.
—Sí —murmuro febril junto a su boca.
Cierra el grifo de la ducha y me da la mano, me lleva fuera y me envuelve con el albornoz. Coge una toalla, se la coloca en su hermosos cuerpo, y luego con otra más pequeña empieza a secarme el pelo cuidadosamente. Cuando se da por satisfecha, me pone la toalla alrededor de la cabeza, de modo que en el enorme espejo que hay sobre el lavamanos parece que lleve un velo. Ella está detrás de mí y nuestras miradas convergen en el espejo, azul ardiente contra verdigris brillante, y se me ocurre una idea.
—¿Puedo corresponderte? —pregunto.
Ella asiente, aunque frunce ligeramente el ceño. Cojo otra toalla esponjosa del montón que hay apilado junto al tocador, me pongo a su lado y empiezo a secarle el pelo. Ella se inclina hacia delante para facilitarme la tarea, y cuando capto ocasionalmente su mirada bajo la toalla, veo que me sonríe como una cría.
—Hace mucho tiempo que nadie me hacía esto. Mucho tiempo —susurra, y entonces tuerce el gesto—. De hecho, no creo que nadie me haya secado nunca el pelo.
—Seguro que Larissa sí lo hacía. ¿No te secaba el pelo cuando eras pequeña?
Niega con la cabeza, dificultándome la labor.
—No. Ella respetó mis límites desde el primer día, aunque le resultara doloroso. Fui una niña muy autosuficiente —dice en voz baja.
Siento una punzada en el pecho al pensar en aquella cría de cabello rubio que se ocupaba de sí misma porque a nadie más le importaba. Es una idea terriblemente triste. Pero no quiero que mi melancolía me prive de esta intimidad floreciente.
—Bueno, me siento honrada —bromeo en tono cariñoso.
—Puede estarlo, señorita Katina. O quizá sea yo la honrada.
—Eso ni lo dude, señorita Volkova—replico.
Termino de secarle el cabello, cojo otra toalla pequeña y me coloco detrás de ella. Nuestros ojos vuelven a encontrarse en el espejo, y su mirada atenta e intrigada me impulsa a hablar.
—¿Puedo probar una cosa?
Al cabo de un momento, asiente. Con cautela, muy dulcemente, hago que la toalla descienda con suavidad por su brazo izquierdo, secando el agua que empapa su piel. Levanto la vista y escruto su expresión en el espejo. Parpadea y me mira con sus ojos ardientes.
Yo me inclino hacia delante, le beso el bíceps, y ella entreabre levemente los labios. Le seco el otro brazo de igual modo, dejando un rastro de besos alrededor del bíceps, y en sus labios aparece una sonrisa fugaz. Cuidadosamente, le paso la toalla por la espalda bajo la tenue línea de carmín, que aún sigue visible. En la ducha no la froté por detrás.
—Toda la espalda —dice en voz baja—, con la toalla.
Inspira y aprieta los labios, y la seco rápidamente con cuidado de tocarle solo con la toalla.
Tiene una espalda tan atractiva: sexy, con hombros contorneados y todos los músculos perfectamente definidos. Realmente se cuida. Solo las cicatrices estropean esa maravillosa visión.
Me esfuerzo por ignorarlas y reprimo el abrumador impulso de besarlas todas y cada una. Cuando termino, ella exhala con fuerza y yo me inclino hacia delante para recompensarle con un beso en el hombro. Le rodeo con los brazos y le seco el estómago. Nuestros ojos se encuentran nuevamente en el espejo, y tiene una expresión divertida, pero también cauta.
—Toma esto. —Le doy una toallita de manos y ella arquea las cejas,desconcertada—. ¿Te acuerdas en Georgia? Hiciste que me tocara utilizando tus manos—añado.
Se le ensombrece la cara, pero no hago caso de su reacción y la rodeo con mis brazos. Las dos nos miramos en el espejo: su belleza, su desnudez, yo con el pelo cubierto… tenemos un aspecto casi bíblico, como una pintura barroca del Antiguo
Testamento.
Le cojo la mano, que me confía de buen grado, y se la muevo sobre el torso para secarla con la toalla de forma lenta y algo torpe. Una, dos pasadas… y luego otra vez. Ella está completamente inmóvil y rígida por la tensión, salvo sus ojos, que siguen mi mano que rodea la suya con firmeza.
Mi subconsciente observa con gesto de aprobación, su boca generalmente fruncida ahora sonríe, y yo me siento como la suprema maestra titiritera. De la espalda de Yulia emanan oleadas de ansiedad, pero no deja de mirarme, aunque con ojos
más sombríos, más letales… que revelan sus secretos, quizá.
¿Quiero entrar en ese territorio? ¿Quiero enfrentarme a sus demonios?
—Creo que ya estás seca—murmuro, dejando caer la mano y observando la inmensidad azul de su mirada en el espejo.
Tiene la respiración acelerada y los labios entreabiertos.
—Te necesito, Elena.
—Yo también te necesito.
Y al pronunciar esas palabras me impresiona su certeza absoluta. No puedo imaginarme sin Yulia, nunca.
—Déjame amarte —dice con voz ronca.
—Sí —contesto, y me da la vuelta, me toma entre sus brazos y sus labios buscan los míos, implorándome, adorándome, apreciándome… amándome.
Me pasa los dedos a lo largo de la columna mientras nos miramos
mutuamente, sumidas en la dicha poscoital, plenas. Tumbadas juntas, yo boca abajo abrazando la almohada, ella de costado, y yo gozando de la ternura de su caricia. Sé que ahora mismo necesita tocarme. Soy un bálsamo para ella, una fuente de consuelo, ¿y cómo voy a negárselo? Yo siento exactamente lo mismo hacia ella.
—Así que puedes ser tierna.
—Mmm… eso parece, señorita Katina.
Sonrío complacida.
—No lo fuiste especialmente la primera vez que… hicimos esto.
—¿No? —dice maliciosa—. Cuando te robé la virtud.
—No creo que la robaras —musito con picardía. Por Dios, no soy una doncella indefensa—. Creo que yo te entregué mi virtud bastante libremente y de buen grado. Yo también lo deseaba y, si no recuerdo mal, disfruté bastante.
Le sonrío con timidez y me muerdo el labio.
—Como yo, si mal no recuerdo, señorita Katina. Mi único objetivo es complacer —añade y adquiere una expresión seria y relajada—. Y eso significa que eres mía, totalmente.
Ha desaparecido todo rastro de ironía y me mira fijamente.
—Sí, lo soy —le contesto en un murmullo—. Me gustaría preguntarte una cosa.
—Adelante.
—Tu padre biológico… ¿sabes quién era?
La idea lleva un tiempo rondándome por la cabeza.
Arquea una ceja y luego niega.
—No tengo ni idea. No era ese salvaje que le hacía de chulo, lo cual está bien.
—¿Cómo lo sabes?
—Por una cosa que me dijo mi padre… Oleg.
Observo expectante a mi Cincuenta, a la espera.
—Siempre ávida por saber, Elena. —Suspira y mueve la cabeza—. El chulo encontró el cuerpo de la puta adicta al crack y telefoneó a las autoridades.Aunque tardaron cuatro días en encontrarlo. Él se fue, cerró la puerta… y me dejó con… con su cadáver.
Se le enturbia la mirada al recordarlo.
Inspiro con fuerza. Pobre criatura… la mera idea de semejante horror resulta dolorosamente inconcebible.
—La policía le interrogó después. Él negó rotundamente que tuviera algo que ver conmigo, y Oleg me dijo que no nos parecíamos en absoluto.
—¿Recuerdas cómo era?
—Elena, esa es una parte de mi vida en la que no suelo pensar a
menudo. Sí, recuerdo cómo era. Nunca le olvidaré. —La expresión de Yulia se ensombrece y endurece, volviendo su rostro más anguloso, con una gélida mirada de rabia en sus ojos—.¿Podemos hablar de otra cosa?
—Perdona. No quería entristecerte.
Niega con la cabeza.
—Es el pasado, Lena. No quiero pensar en eso ahora.
—Bueno… ¿y cuál es esa sorpresa? —digo para cambiar de tema antes de que las sombras de Cincuenta se vuelvan contra mí.
Inmediatamente se le ilumina la cara.
—¿Te apetece salir a tomar un poco de aire fresco? Quiero enseñarte una cosa.
—Claro.
Me maravilla la rapidez con que cambia de humor… tan voluble como siempre. Me mira risueña, con esa sonrisa espontánea y juvenil de «Solo soy una chaval de veintisiete años», y mi corazón da un salto. Así que se trata de algo muy importante para ella, lo noto. Me da un cachete en el trasero, juguetón.
—Vístete. Con unos vaqueros ya va bien. Espero que Igor te haya metido algunos en la maleta.
Se levanta y se pone los calzoncillos. Oh… podría estar sentada aquí todo el día, viéndole moverse por la habitación.
—Arriba —ordena, tan autoritaria como siempre.
La miro, sonriente.
—Estoy admirando las vistas.
Y alza los ojos al cielo con aire resignado y divertida.
Mientras nos vestimos, me doy cuenta de que nos movemos con la sincronización de dos personas que se conocen bien, ambas muy atentas y pendientes de la otra, intercambiando de vez en cuando una sonrisa tímida y una tierna caricia. Y caigo en la cuenta de que esto es tan nuevo para ella como para mí.
—Sécate el pelo —ordena Yulia cuando estamos vestidas.
—Dominante como siempre —le digo bromeando, y se inclina para
besarme la cabeza.
—Eso no cambiará nunca, nena. No quiero que te pongas enferma.
Pongo los ojos en blanco, y ella tuerce la boca, con expresión divertida.
—Sigo teniendo las manos muy largas, ¿sabe, señorita Katina?
—Me alegra oírlo, señorita Volkova. Empezaba a pensar que habías perdido nervio —replico.
—Puedo demostrarte que no es así en cuanto te apetezca.
Yulia saca de su bolsa un jersey grande de punto trenzado color beige, y se lo echa con elegancia sobre los hombros. Con la camiseta blanca, los vaqueros, el pelo cuidadosamente despeinado y ahora esto, parece salido de las páginas de una
lujosa revista de moda.
Debería estar prohibido ser tan extraordinariamente guapa. Y no sé si es la distracción momentánea, la mera perfección de su aspecto o ser consciente de que me quiere, pero su amenaza ya no me da miedo. Así es ella, mi Cincuenta Sombras.
Mientras cojo el secador, vislumbro ante mí un rayo de esperanza tangible.
Encontraremos la vía intermedia. Lo único que hemos de hacer es tener en cuenta las necesidades de la otra y acoplarlas. De eso soy capaz, ¿verdad?
Me observo en el espejo del vestidor. Llevo la camisa azul claro que Igor me compró y que ha metido en mi maleta. Tengo el pelo hecho un desastre, la cara enrojecida, los labios hinchados… Me los palpo, recordando los besos abrasadores de Yulia, y no puedo evitar que se me escape una sonrisa. «Sí, te quiero», me dijo.
—¿Dónde vamos exactamente? —pregunto mientras esperamos en el vestíbulo al empleado del aparcamiento.
Yulia se da golpecitos en un lado de la nariz y me guiña un ojo con aire conspiratorio, como si hiciera esfuerzos desesperados por contener su alegría.
Francamente, esto es bastante impropio de mi Cincuenta.
Estaba así cuando fuimos a volar en planeador; quizá sea eso lo que vamos a hacer. Yo también le sonrío, radiante. Y me mira con ese aire de superioridad que le confiere esa sonrisa suya de medio lado. Se inclina y me besa tiernamente.
—¿Tienes idea de lo feliz que me haces? —pregunta en voz baja.
—Sí… lo sé perfectamente. Porque tú provocas el mismo efecto en mí.
El empleado del aparcamiento aparece a gran velocidad con el coche de Yulia y una enorme sonrisa en la cara. Vaya, hoy todo el mundo parece muy feliz.
—Un coche magnífico, señorita —comenta al entregarle las llaves a Yulia.
Ella le guiña un ojo y le da una propina escandalosamente generosa.
Yo le frunzo el ceño. Por Dios…
Mientras avanzamos entre el tráfico, Yulia está sumida en sus
pensamientos. Por los altavoces suena la voz de una mujer joven, con un timbre precioso, rico, melodioso, y me pierdo en esa voz triste y conmovedora.
—Tengo que desviarme un momento. No tardaremos —dice con aire ausente, y me distrae de la canción.
Oh, ¿por qué? Estoy intrigada por conocer cuál es la sorpresa. La diosa que llevo dentro está dando saltitos como una niña de cinco años.
—Claro —murmuro.
Aquí pasa algo. De pronto parece muy seria y decidida.
Entra en el aparcamiento de un enorme concesionario, para el coche y se gira hacia mí con expresión cauta.
—Hay que comprarte un coche —dice.
La miro con la boca abierta. ¿Ahora? ¿En domingo? ¿Qué demonios…? Y esto es un concesionario de Saab.
—¿Un Audi no? —es la única tontería que se me ocurre decir, y ella pobre,bendito sea, se ruboriza.
Yulia, avergonzada… ¡Esto es algo insólito!
—Pensé que te apetecería variar —musita incómoda, como si no supiera dónde meterse.
Oh, por favor… No hay que dejar pasar esta oportunidad única de burlarse de ella.
—¿Un Saab? —pregunto.
—Sí. Un 9-3. Vamos.
—¿A ti qué te pasa con los coches extranjeros?
—Los alemanes y los suecos fabrican los coches más seguros del mundo,Elena.
¿Ah, sí?
—Creí que ya habías encargado otro Audi A3 para mí.
Me mira con aire enigmática y divertida.
—Eso puede anularse. Vamos.
Baja tranquilamente del coche, se acerca a mi lado y me abre la puerta.
—Te debo un regalo de graduación —dice en voz baja, y me tiende la mano.
—Yulia, de verdad, no tienes por qué hacer esto.
—Sí, quiero hacerlo. Por favor. Vamos.
Su tono no admite réplica.
Yo me resigno a mi destino. ¿Un Saab? ¿Quiero yo un Saab? Me gustaba bastante el Audi Especial para Sumisas. Era muy práctico.
Claro que ahora está cubierto por una tonelada de pintura blanca… Me estremezco. Y ella aún anda suelta por ahí.
Acepto la mano de Yulia, y nos dirigimos a la sala de exposición.
Troy Turniansky, el encargado de las ventas, se pega como una lapa a Cincuenta. Huele la venta. Tiene un peculiar acento que parece del otro lado del Atlántico… ¿inglés, quizá? Es difícil saberlo.
—¿Un Saab, señorita? ¿De segunda mano?
Se frota las manos con fruición.
—Nuevo.
Yulia se pone muy seria.
¡Nuevo!
—¿Ha pensado en algún modelo, señorita?
Y encima es un pelota suavón.
—Un sedán deportivo 9-3 2.0T.
—Excelente elección, señorita.
—¿De qué color, Elena? —me pregunta Yulia, ladeando la cabeza.
—Eh… ¿negro? —Me encojo de hombros—. De verdad, no hace falta que hagas esto.
Tuerce el gesto.
—El negro no se ve bien de noche.
Oh, por Dios. Resisto la tentación de poner los ojos en blanco.
—Tú tienes un coche negro.
Me mira con expresión ceñuda.
—Pues amarillo canario —digo, encogiéndome de hombros.
Yulia hace una mueca de desagrado: está claro que el amarillo canario no es su estilo.
—¿De qué color quieres tú que sea el coche? —le pregunto como si fuera una niña pequeña, lo cual es cierto en muchos aspectos.
Y ese inoportuno pensamiento me pone triste y me da que pensar.
—Plateado o blanco.
—Plateado, pues. Sabes que me quedaría con el Audi —añado,
escarmentada por mis pensamientos.
Troy palidece al percatarse de que puede perder la venta.
—¿Quizá preferiría el descapotable, señora? —pregunta, dando nerviosas y entusiastas palmaditas.
Mi subconsciente está avergonzada y disgustada, mortificada por todo este asunto de la compra del coche, pero la diosa que llevo dentro le hace un placaje y la tira al suelo. ¿Un descapotable? ¡Para morirse…!
Yulia frunce el ceño y me echa un vistazo.
—¿El descapotable? —pregunta, arqueando una ceja.
Me ruborizo. Es como si tuviera una línea erótica directa con la diosa que llevo dentro, algo que sin duda es muy cierto. A veces resulta muy incómodo. Me miro las manos.
Yulia se vuelve hacia Troy.
—¿Qué dicen las estadísticas de seguridad del descapotable?
Troy capta la vulnerabilidad de Yulia y, lanzándose a muerte, le recita todo tipo de cifras y estadísticas.
A Yulia le preocupa mi seguridad, está claro. Para ella eso es como una religión y, como la fanática que es, escucha atentamente la consabida perorata de Troy.
No cabe duda de que a Cincuenta le importa.
«Sí, te quiero.» Recuerdo las palabras entrecortadas que susurró esta mañana y una emoción resplandeciente se expande por mis venas como miel derretida.
Esta mujer, este regalo de Dios, me quiere.
Me doy cuenta de que estoy mirándola sonriendo embobada, y cuando se percata de ello se queda desconcertada, aunque también divertida por mi expresión.
Yo solo tengo ganas de abrazarme a mí misma, de lo feliz que soy.
—Yo también quiero un poco de eso que se ha tomado, señorita Katina, sea lo que sea —cuchichea mientras Troy va hacia su ordenador.
—Lo que me he tomado eres tú, señorita.
—¿En serio? Pues la verdad es que pareces que estés embriagada. —Me da un beso fugaz—. Y gracias por aceptar el coche. Esta vez ha sido más fácil que la anterior.
—Bueno, este no es un Audi A3.
Sonríe satisfecha.
—Ese no es un coche para ti.
—A mí me gustaba.
—Señorita, ¿el 9-3? He localizado uno en nuestro concesionario de Beverly Hills. En un par de días podemos tenerlo aquí.
Troy está radiante por el éxito.
—¿De gama alta?
—Sí, señorita.
—Excelente.
Yulia saca la tarjeta de crédito, ¿o es la de Igor? Pensar en eso me pone nerviosa. Me pregunto cómo estará Igor, y si habrá encontrado a Leila en el apartamento. Me masajeo la frente. Sí, está también todo el bagaje que lleva consigo Yulia.
—Si quiere acompañarme, señorita… —Troy echa un vistazo al nombre de la tarjeta—… Volkova.
* * *
Yulia me abre la puerta, y yo ocupo el asiento del pasajero.
—Gracias —le digo en cuanto se sienta a mi lado.
Ella sonríe.
—Lo hago con mucho gusto, Elena.
Yulia enciende el motor y vuelve a sonar la música.
—¿Quién es? —pregunto.
—Eva Cassidy.
—Tiene una voz preciosa.
—Sí, la tenía.
—Oh.
—Murió joven.
—Oh.
—¿Tienes hambre? No te terminaste el desayuno.
Me mira de reojo con expresión reprobatoria.
Oh, oh…
—Sí.
—Entonces comamos primero.
Yulia conduce hacia los muelles y después hacia el norte, por el
viaducto Alaskan Way. Es otro día precioso en Seattle. Llevamos varias semanas con buen tiempo, y eso no es habitual.
Yulia parece feliz y relajada mientras circulamos por la autovía
escuchando la voz dulce y melancólica de Eva Cassidy. ¿Me había sentido así de cómoda con ella antes? No lo sé.
Ahora sé que no me castigará y sus cambios de humor me preocupan menos,y también ella parece más tranquila conmigo. Gira a la izquierda, por la carretera de la costa, y finalmente deja el coche en un aparcamiento frente a un puerto deportivo enorme.
—Comeremos aquí. Espera, te abriré la puerta —dice de un modo que me indica que no es aconsejable moverse, y la veo rodear el coche.
¿Es que nunca se cansará de esto?
Caminamos de la mano hacia la zona del muelle, donde el puerto se extiende frente a nosotras.
—Cuántos barcos —comento, admirada.
Hay centenares, de todas las formas y tamaños, meciéndose sobre las tranquilas aguas del puerto deportivo. Fuera, en el estrecho de Puget, hay docenas de veleros oscilando al viento, gozando del buen tiempo. Es la viva imagen del disfrute al
aire libre. Se ha levantado un poco de viento, así que me pongo la chaqueta sobre los hombros.
—¿Tienes frío? —me pregunta, y me atrae hacia sí.
—No, simplemente disfrutaba de la vista.
—Yo me pasaría el día contemplándola. Ven por aquí.
Yulia me lleva a un bar inmenso situado frente al mar y se dirige hacia la barra. La decoración es más del estilo de Nueva Inglaterra que de la costa Oeste:paredes blancas encaladas, mobiliario azul claro y parafernalia marina colgada por todas partes. Es un local luminoso y alegre.
—¡Señorita Volkova! —El barman saluda afectuosamente a Yulia—. ¿Qué puedo ofrecerle hoy?
—Dante, buenos días. —Yulia asiente y las dos nos encaramamos a los taburetes de la barra—. La encantadora dama es Elena Katina.
—Bienvenida al local de SP —me dice Dante con una cálida sonrisa.
Es negro y guapísimo, y me examina con sus ojos oscuros y, por lo que parece, da su visto bueno. Lleva un gran diamante en la oreja que centellea cuando me mira. Me cae bien al instante.
—¿Qué les apetece beber?
Miro a Yulia, que me observa expectante. Oh, va a dejarme escoger.
—Por favor, llámame Lena, y tomaré lo mismo que Yulia.
Sonrío con timidez a Dante. Cincuenta sabe mucho más de vinos que yo.
—Yo tomaré una cerveza. Este es el único bar de Seattle donde puedes encontrar Adnam Explorer.
—¿Una cerveza?
—Sí —me dice risueña—. Dos Explorer, por favor, Dante.
Dante asiente y coloca las cervezas en la barra.
—Aquí también sirven una sopa de marisco deliciosa —comenta Yulia.
Me lo está preguntando.
—Sopa de marisco y cerveza suena estupendo —le digo sonriente.
—¿Dos sopas de marisco? —pregunta Dante.
—Por favor —le pide Yulia con amabilidad.
Nos pasamos la comida charlando, como no habíamos hecho nunca.
Yulia está a gusto y tranquila; tiene un aspecto juvenil, feliz y animada, pese a todo lo que pasó ayer. Me cuenta la historia de Volkova Enterprises Holdings, Inc., y, cuanto más habla, más noto su pasión por reflotar empresas con problemas, su confianza en la
tecnología que está desarrollando y sus sueños de convertir en productivos extensos territorios del tercer mundo. La escucho embelesada. Es divertida, inteligente,filantrópica y hermosa, y me quiere.
Llegado el momento, me acribilla a preguntas sobre Sergey y mi madre, sobre el hecho de crecer en los frondosos bosques de Montesano, y sobre mis breves estancias en Texas y Las Vegas. Se interesa por saber mis películas y mis libros preferidos, y me sorprende comprobar cuánto tenemos en común.
Mientras hablamos, se me ocurre pensar que ha pasado de ser el Alec de Thomas Hardy a ser Angel, de la corrupción y la degradación a los más altos ideales en un espacio de tiempo muy corto.
Terminamos de comer pasadas las dos. Yulia paga la cuenta a Dante,que se despide de nosotras afectuosamente.
—Este sitio es estupendo. Gracias por la comida —le digo a Yulia, que me da la mano al salir del bar.
—Volveremos —dice y caminamos por el muelle—. Quería enseñarte una cosa.
—Ya lo sé… y estoy impaciente por verla, sea lo que sea.
Paseamos de la mano por el puerto deportivo. Hace una tarde muy agradable. La gente está disfrutando del domingo, paseando a los perros, contemplando los barcos, vigilando a sus hijos que corren por el paseo.
A medida que avanzamos por el puerto, los barcos son cada vez más grandes. Yulia me conduce a un muelle y se detiene delante de un enorme catamarán.
—Pensé que podríamos salir a navegar esta tarde. Este barco es mío.
Madre mía. Debe de medir como mínimo doce metros, quizá unos quince.
Dos elegantes cascos blancos, una cubierta, una cabina espaciosa, y sobresaliendo por encima todo de ello un impresionante mástil. Yo no sé nada de barcos, pero me doy
cuenta de que este es especial.
—Uau… —musito maravillada.
—Construido por mi empresa —dice con orgullo, y siento henchirse mi corazón—. Diseñado hasta el último detalle por los mejores arquitectos navales del mundo y construido aquí en Seattle, en mi astillero. Dispone de sistema de pilotaje eléctrico híbrido, orzas asimétricas, una vela cuadra en el mástil…
—Vale… ya me he perdido, Yulia.
Sonríe de oreja a oreja.
—Es un barco magnífico.
—Parece realmente fabuloso, señorita Volkova.
—Lo es, señorita Katina.
—¿Cómo se llama?
Me lleva a un costado para que pueda ver el nombre: Larissa. Me quedo muy sorprendida.
—¿Le pusiste el nombre de tu madre?
—Sí. —Inclina la cabeza a un lado, un tanto desconcertada—. ¿Por qué te extraña?
Me encojo de hombros. No deja de sorprenderme: ella siempre actúa de un modo tan ambivalente en su presencia…
—Yo adoro a mi madre, Elena. ¿Por qué no le iba a poner su nombre a un barco?
Me ruborizo.
—No, no es eso… es que…
Maldita sea, ¿cómo podría expresarlo?
—Elena, Larissa Cherkasovna me salvó la vida. Se lo debo todo.
Yo la miro fijamente, y me dejo invadir por la veneración implícita en ese dulce reconocimiento. Y me resulta evidente, por primera vez, que ella quiere a su madre. ¿Por qué entonces esa ambigüedad extraña y tensa hacia ella?
—¿Quieres subir a bordo? —pregunta emocionada y con los ojos
brillantes.
—Sí, por favor —contesto sonriente.
Parece encantado. Me da la mano, sube dando zancadas por la pequeña plancha y me lleva a bordo. Llegamos a cubierta, situada bajo un toldo rígido.
En un lado hay una mesa y una banqueta en forma de U forrada de piel de color azul claro, con espacio para ocho personas como mínimo. Echo un vistazo al interior de la cabina a través de las puertas correderas y doy un respingo, sobresaltada al ver que allí hay alguien. Un hombre alto y rubio abre las puertas y sale a cubierta:muy bronceado, con el pelo rizado y los ojos castaños, vestido con un polo rosa de manga corta descolorido, pantalones cortos y náuticas. Debe de tener unos treinta y cinco años, más o menos.
—Mac —saluda Yulia con una sonrisa.
—¡Señorita Volkova! Me alegro de volver a verla.
Se dan la mano.
—Elena, este es Liam McConnell. Liam, esta es mi novia, Elena Katina.
¡Novia! La diosa que llevo dentro realiza un ágil arabesco. Sigue sonriendo por lo del descapotable. Tengo que acostumbrarme a esto: no es la primera vez que lo dice, pero oírselo pronunciar sigue siendo emocionante.
—¿Cómo está usted?
Liam y yo nos damos la mano.
—Llámeme Mac —me dice con amabilidad, y no consigo identificar su acento—. Bienvenida a bordo, señorita Katina.
—Lena, por favor —musito y enrojezco.
Tiene unos ojos castaños muy profundos.
—¿Qué tal se está portando, Mac? —interviene Yulia enseguida, y por un momento creo que está hablando de mí.
—Está preparada para el baile, señorita —responde Mac en tono jovial.
Ah, el barco. El Larissa. Qué tonta soy.
—En marcha, pues.
—¿Van a salir?
—Sí. —Yulia le dirige a Mac una sonrisa maliciosa—. ¿Una vuelta
rápida, Elena?
—Sí, por favor.
Le sigo al interior de la cabina. Frente a nosotros hay un sofá de piel beige en forma de L, y sobre él, un enorme ventanal curvo ofrece una vista panorámica del puerto deportivo. A la izquierda está la zona de la cocina, muy elegante y bien equipada, toda de madera clara.
—Este es el salón principal. Junto con la cocina —dice Yulia,
señalándola con un vago gesto.
Me coge de la mano y me lleva por la cabina principal. Es
sorprendentemente espaciosa. El suelo es de la misma madera clara. Tiene un diseño moderno y elegante y una atmósfera luminosa y diáfana, aunque todo es muy funcional y no parece que Yulia pase mucho tiempo aquí.
—Los baños están en el otro lado.
Señala dos puertas, y luego abre otra más pequeña y de aspecto muy peculiar que tenemos enfrente y entra. Se trata de un lujoso dormitorio. Oh…
Hay una enorme cama empotrada y todo es de tejidos azul pálido y madera clara, como su dormitorio en el Escala. Es evidente que Yulia escoge un motivo y lo mantiene.
—Este es el dormitorio principal. —Pone la mirada hacia mí, sus ojos azules centellean—. Eres la primera chica que entra aquí, aparte de las de mi familia.—Sonríe—. Ellas no cuentan.
Su mirada ardiente hace que me ruborice y se me acelere el pulso. ¿De veras? Otra primera vez. Me atrae a sus brazos, sus dedos juguetean con mi cabello y me da un beso, intenso y largo. Cuando me suelta, ambas estamos sin aliento.
—Quizá deberíamos estrenar esta cama —murmura junto a mi boca.
¡Oh, en el mar!
—Pero no ahora mismo. Ven, Mac estará soltando amarras.
Hago caso omiso de la punzada de desilusión, ella me da la mano y volvemos a cruzar el salón. Me señala otra puerta.
—Allí hay un despacho, y aquí delante dos cabinas más.
—¿Cuánta gente puede dormir en el barco?
—Es un catamarán con seis camarotes, aunque solo he subido a bordo a mi familia. Me gusta navegar sola. Pero no cuando tú estás aquí. Tengo que mantenerte vigilada.
Revuelve en un arcón y saca un chaleco salvavidas de un rojo intenso.
—Toma.
Me lo pasa por la cabeza y tensa todas las correas, y la sombra de una sonrisa aparece en sus labios.
—Te encanta atarme, ¿verdad?
—De todas las formas posibles —dice con una chispa maliciosa en la mirada.
—Eres una pervertida.
—Lo sé.
Arquea las cejas y su sonrisa se ensancha.
—Mi pervertida —susurro.
—Sí, tuya.
Una vez que me ha atado, me agarra por los costados del chaleco y me besa.
—Siempre —musita y, sin darme tiempo a responder, me suelta.
¡Siempre! Dios santo.
—Ven.
Me coge de la mano, salimos y subimos unos pocos escalones hasta una pequeña cabina en la cubierta superior, donde hay un gran timón y un asiento elevado.
Mac está manipulando unos cabos en la proa del barco.
—¿Es aquí donde aprendiste todos tus trucos con las cuerdas? —le pregunto a Yulia con aire inocente.
—Los ballestrinques me han venido muy bien —dice, y me escruta con la mirada—. Señorita Katina, parece que he despertado su curiosidad. Me gusta verte así,curiosa. Tendré mucho gusto en enseñarte lo que puedo hacer con una cuerda.
Me sonríe con picardía y yo, impasible, la miro como si me hubiera
disgustado. Le cambia la cara.
—Has picado —le digo sonriendo.
Yulia tuerce la boca y entorna los ojos.
—Tendré que ocuparme de ti más tarde, pero ahora mismo, tengo que pilotar un barco.
Se sienta a los mandos, aprieta un botón y el motor se pone en marcha con un rugido.
Mac se dirige raudo hacia un costado del barco, me sonríe y salta a la cubierta inferior, donde empieza a desatar un cabo. A lo mejor él también sabe hacer un par de trucos con las cuerdas. La inoportuna idea hace que me ruborice.
Mi subconsciente me mira ceñuda. Yo le respondo encogiéndome de hombros y miro hacia Yulia: le echo la culpa a Cincuenta. Ella coge el receptor y llama por radio al guardacostas, y Mac grita que estamos preparados para zarpar.
Una vez más, me fascina la destreza de Yulia. Es tan competente. ¿Hay algo que esta mujer no pueda hacer? Entonces recuerdo su concienzuda intentona de cortar y trocear un pimiento el pasado viernes en mi apartamento. Y sonrío al pensarlo.
Yulia conduce lentamente el Larissa del embarcadero en dirección a la bocana del puerto. A nuestras espaldas queda el reducido grupo de gente que se ha congregado en el muelle para vernos partir. Los niños pequeños nos saludan y yo les devuelvo el saludo.
Yulia mira por encima del hombro, y luego hace que me siente entre sus piernas y señala las diversas esferas y dispositivos del puente de mando.
—Coge el timón —me ordena tan autoritaria como siempre, y yo hago lo que me pide.
—A la orden, capitana —digo con una risita nerviosa.
Coloca sus manos sobre las mías, manteniendo el rumbo para salir de la bahía, y en cuestión de minutos estamos en mar abierto, surcando las azules y frías aguas del estrecho de Puget. Lejos del muro protector del puerto, el viento es más fuerte y navegamos sobre un mar encrespado y rizado.
No puedo evitar sonreír al notar el entusiasmo de Yulia; esto es tan emocionante… Trazamos una gran curva hasta situarnos rumbo oeste hacia la península Olympic, con el viento detrás.
—Hora de navegar —dice Yulia, llena de excitación—. Toma, cógelo tú. Mantén el rumbo.
¿Qué?
Sonríe al ver mi cara de horror.
—Es muy fácil, nena. Sujeta el timón y no dejes de mirar por la proa hacia el horizonte. Lo harás muy bien, como siempre. Cuando se icen las velas, notarás el tirón. Limítate a mantenerlo firme. Yo te haré esta señal —hace un movimiento con la mano plana como de rajarse el cuello—, y entonces puedes parar el motor. Es este botón de aquí. —Señala un gran interruptor negro—. ¿Entendido?
—Sí —asiento frenética y aterrorizada.
¡Madre mía… yo no tenía pensado hacer nada!
Me besa y baja rápidamente de la silla de capitán, y luego salta a la parte delantera del barco, donde se encuentra Mac, y empieza a desplegar velas, a desatar cabos y a manipular cabrestantes y poleas. Ambos trabajan bien juntos, como un equipo, intercambiando a gritos diversos términos náuticos, y es reconfortante ver a Cincuenta interactuar con alguien con tanta espontaneidad.
Quizá Mac sea amigo de Cincuenta. Por lo que yo sé, no parece que tenga muchos, pero la verdad es que yo tampoco. Bueno, al menos aquí en Seattle. Mi única amiga está de vacaciones, poniéndose morena en Saint James, en la costa oeste de
Barbados.
Al pensar en Nastya siento una punzada de dolor. Echo en falta a mi compañera de piso más de lo que creía cuando se fue. Espero que cambie de opinión y que regrese pronto a casa con su hermano Andrey, en lugar de prolongar su estancia con el hermano de Yulia, Dimitri.
Yulia y Mac izan la vela mayor. Se hincha y se infla a merced del
impetuoso viento, y de repente el barco da bandazos y acelera. Yo lo siento en el timón. ¡Uau!
Ellos se ponen a trajinar en la proa, y yo contemplo fascinada cómo la gran vela se iza en el mástil. El viento la agarra, expandiéndola y tensándola.
—¡Mantenlo firme, nena, y apaga el motor! —me grita Yulia por encima del viento, y me hace la señal de desconectar las máquinas.
Yo apenas oigo su voz, pero asiento entusiasmada, y contemplo a la mujer que amo, con el pelo totalmente alborotado, muy emocionada, sujetándose ante los cabeceos y los virajes del barco.
Aprieto el botón, cesa el rugido del motor, y el Larissa navega hacia la península Olympic, deslizándose por el agua como si volara. Yo tengo ganas de chillar y gritar y jalear: esta es una de las experiencias más excitantes de mi vida… salvo quizá la del planeador, y puede que la del cuarto rojo del dolor.
¡Madre mía, cómo se mueve este barco! Me mantengo firme, sujetando el timón y tratando de conservar el rumbo, y Yulia vuelve a colocarse detrás de mí y pone sus manos sobre las mías.
—¿Qué te parece? —me pregunta, gritando sobre el rugido del viento y el mar.
—¡Yulia, esto es fantástico!
Esboza una radiante sonrisa de oreja a oreja.
—Ya verás cuando ice la vela globo.
Señala con la barbilla a Mac, que está desplegando la vela globo, de un rojo oscuro e intenso. Me recuerda las paredes del cuarto de juegos.
—Un color interesante —grito.
Ella hace una mueca felina y me guiña un ojo. Oh, no es casualidad.
La vela globo, con su peculiar forma, grande y elíptica, se hincha y hace que el Larissa coja gran velocidad. El barco toma el rumbo, navegando a toda marcha hacia el Sound.
—Velaje asimétrico. Para correr más —contesta Yulia a mi pregunta implícita.
—Es alucinante.
No se me ocurre nada mejor que decir. Mientras brincamos sobre las aguas,en dirección a las majestuosas montañas Olympic y a la isla de Bainbridge, yo sigo con una sonrisa de lo más bobalicona en la cara. Al mirar hacia atrás, veo Seattle empequeñecerse en la distancia y, más allá, el monte Rainier.
Nunca me había dado cuenta realmente de lo hermoso y agreste que es el paisaje de los alrededores de Seattle: verde, exuberante y apacible, con enormes árboles de hoja perenne y acantilados rocosos con paredes escarpadas que se alzan aquí y allá. En esta gloriosa tarde soleada el entorno posee una belleza salvaje pero
serena, que me corta la respiración. Tanta quietud resulta asombrosa en comparación con la velocidad con que surcamos las aguas.
—¿A qué velocidad vamos?
—A quince nudos.
—No tengo ni idea de qué quiere decir eso.
—Unos veintiocho kilómetros por hora.
—¿Solo? Parece mucho más.
Me acaricia la mano, sonriendo.
—Estás preciosa, Elena. Es agradable ver tus mejillas con algo de
color… y no porque te ruborices. Tienes el mismo aspecto que en las fotos de José.
Me doy la vuelta y la beso.
—Sabes cómo hacer que una chica lo pase bien, señorita Volkova.
—Mi único objetivo es complacer, señorita Katina. —Me aparta el pelo y me besa la parte baja de la nuca, provocándome unos deliciosos escalofríos que me recorren toda la columna—. Me gusta verte feliz —murmura, y me abraza más fuerte.
Contemplo la inmensidad del agua azul, preguntándome qué debo haber hecho para que la suerte me haya sonreído y me haya enviado a esta mujer.
Sí, eres una zorra con suerte, me replica mi subconsciente. Pero aún te queda mucho por hacer con ella. No va a aceptar siempre esta chorrada de relación vainilla… vas a tener que transigir. Fulmino mentalmente con la mirada a ese rostro insolente y mordaz, y apoyo la cabeza en el torso de Yulia. En el fondo sé que mi subconsciente tiene razón, aunque me niego a pensar en ello. No quiero estropearme el día.
* * *
Al cabo de una hora atracamos en una cala pequeña y guarecida de la isla de Bainbridge. Mac ha bajado a la playa en la lancha no sé bien para qué, pero me lo imagino, porque en cuanto pone en marcha el motor fueraborda, Yulia me coge de la mano y prácticamente me arrastra al interior de su camarote: es una mujer
con una misión.
Ahora está de pie ante mí, emanando su embriagadora sensualidad mientras sus dedos hábiles se afanan en desatar las correas de mi chaleco salvavidas. Lo deja a un lado y me mira intensamente con sus ojos oscuros, dilatados.
Ya estoy perdida y apenas me ha tocado. Levanta la mano y desliza los dedos por mi barbilla, a lo largo del cuello, sobre el esternón, hasta alcanzar el primer botón de mi blusa azul, y siento que su caricia me abrasa.
—Quiero verte —musita, y desabrocha con destreza el botón.
Se inclina y besa con suavidad mis labios abiertos. Jadeo ansiosa, excitada por la poderosa combinación de su cautivadora belleza, su cruda sexualidad en el confinamiento de este camarote, y el suave balanceo del barco. Ella retrocede un paso.
—Desnúdate para mí —susurra con los ojos incandescentes.
Ah… Obedezco encantada. Sin apartar mis ojos de ella, desabrocho despacio cada botón, saboreando su tórrida mirada. Oh, esto es embriagador. Veo su deseo: es palpable en su rostro… y en todo su cuerpo.
Dejo caer la camisa al suelo y me dispongo a desabrocharme los vaqueros.
—Para —ordena—. Siéntate.
Me siento en el borde de la cama y, con un ágil movimiento, ella se arrodilla delante de mí, me desanuda primero una zapatilla, luego la otra, y me las quita junto con los calcetines. Me coge el pie izquierdo, lo levanta, me da un suave beso en la base del pulgar y luego me roza con la punta de los dientes.
—¡Ah! —gimo al notar el efecto en mi entrepierna.
Se pone de pie con elegancia, me tiende la mano y me aparta de la cama.
—Continúa —dice, y retrocede un poco para contemplarme.
Yo me bajo la cremallera de los vaqueros, meto los pulgares en la cintura y deslizo la prenda por mis piernas. En sus labios juguetea una sonrisa, pero sus ojos siguen sombríos.
Y no sé si es porque me hizo el amor esta mañana, y me refiero a hacerme realmente el amor, con dulzura, con cariño, o si es por su declaración apasionada
—«sí… te quiero»—, pero no siento la menor vergüenza. Quiero ser sexy para esta mujer. Merece que sea sexy para ella… y hace que me sienta sexy. Vale, esto es nuevo para mí, pero estoy aprendiendo gracias a su experta tutela. Y la verdad es que para ella es algo nuevo también. Eso equilibra las cosas entre los dos, un poco, creo.
Llevo un par de prendas de mi ropa interior nueva: un mini-tanga blanco de encaje y un sujetador a juego, de una lujosa marca y todavía con la etiqueta del precio.
Me quito los vaqueros y me quedo allí plantada para ella, con la lencería por la que ha pagado, pero ya no me siento vulgar… me siento suya.
Me desabrocho el sujetador por la espalda, bajo los tirantes por los brazos y lo dejo sobre mi blusa. Me bajo el tanga despacio, lo dejo caer hasta los tobillos y salgo de él con un elegante pasito, sorprendida por mi propio estilo.
Estoy de pie ante ella, desnuda y sin la menor vergüenza, y sé que es porque me quiere. Ya no tengo que esconderme. Ella no dice nada, se limita a mirarme fijamente. Solo veo su deseo, su adoración incluso, y algo más, la profundidad de su necesidad… la profundidad de su amor por mí.
Ella se lleva la mano hasta la cintura, se levanta el jersey beige y se lo quita por la cabeza, seguido de la camiseta y el brassier, sin apartar de mí sus vívidos ojos azules. Luego se quita los zapatos y los calcetines, antes de disponerse a desabrochar el botón de sus
vaqueros.
Doy un paso al frente, y susurro:
—Déjame.
Frunce momentáneamente los labios en una muda exclamación, y sonríe:
—Adelante.
Avanzo hacia ella, introduzco mis osados dedos por la cintura de sus pantalones y tiro de ellos, para obligarle a acercarse más. Jadea involuntariamente ante mi inesperada audacia y luego me mira sonriendo. Desabrocho el botón, pero antes de bajar la cremallera dejo que mis dedos se demoren, resiguiendo su erección a través de la suave tela. Ella flexiona las caderas hacia la palma de mi mano y cierra los ojos unos segundos, disfrutando de mi caricia.
—Eres cada vez más audaz, Lena, más valiente —musita, sujetándome la cara con las dos manos e inclinándose para besarme con ardor.
Pongo las manos en sus caderas, la mitad sobre su piel fría y la otra mitad sobre la cintura caída de sus vaqueros.
—Tú también —murmuro pegada a sus labios, mientras mis pulgares trazan lentos círculos sobre su piel y ella sonríe.
—Allá voy.
Llevo las manos hasta la parte delantera de sus pantalones y bajo la cremallera. Mis intrépidos dedos atraviesan con ese regalo que es su erección, y la cojo con firmeza.
Su garganta emite un ruido sordo, impregnándome con su suave aliento, y vuelve a besarme con ternura. Mientras muevo mi mano por su miembro, rodeándolo,acariciándolo, apretándolo, ella me rodea con el brazo y apoya la palma de la mano derecha con los dedos separados en mitad de mi espalda. Con la mano izquierda en mi pelo, me retiene pegada a sus labios.
—Oh, te deseo tanto, nena —gime, y de repente se echa hacia atrás para quitarse pantalones y calzoncillos con un movimiento ágil y rápido.
Es una maravilla poder contemplar sin ropa cada milímetro de su cuerpo.
Es perfecta. Solo las cicatrices profanan su belleza, pienso con tristeza. Y son mucho más profundas que las de la simple piel.
—¿Qué pasa, Lena? —murmura, y me acaricia tiernamente la mejilla con los nudillos.
—Nada. Ámame, ahora.
Me coge en sus brazos y me besa, entrelazando sus dedos en mis cabellos.
Nuestras lenguas se enroscan, me lleva otra vez a la cama, me coloca encima con delicadeza y luego se tumba a mi lado.
Me recorre la línea de la mandíbula con la nariz mientras yo hundo las manos en su pelo.
—¿Sabes hasta qué punto es exquisito tu aroma, Lena? Es irresistible.
Sus palabras logran, como siempre, inflamarme la sangre, acelerarme el pulso, y ella desliza la nariz por mi garganta y a través de mis senos, mientras me besa con reverencia.
—Eres tan hermosa —murmura, y me atrapa un pezón con la boca y chupa despacio.
Gimo y mi cuerpo se arquea sobre la cama.
—Quiero oírte, nena.
Baja las manos a mi cintura, y yo me regodeo con el tacto de sus caricias,piel con piel… su ávida boca en mis pechos y sus largos y diestros dedos acariciándome, tocándome, amándome. Se mueven sobre mis muslos, sobre mi trasero,y bajan por mi pierna hasta la rodilla, sin dejar en ningún momento de besarme y
chuparme los pechos.
Me coge por la rodilla, y de pronto me levanta la pierna y se la coloca alrededor de las caderas, provocándome un gemido, y no la veo, pero siento en la piel la sonrisa con que reacciona. Rueda sobre la cama, de manera que me quedo a horcajadas sobre ella, y me entrega un envoltorio de aluminio.
Me echo hacia atrás y tomo su miembro en mis manos, y simplemente soy incapaz de resistirme ante su esplendor. Me inclino y la beso, lo tomo en mi boca,enrollo la lengua a su alrededor y chupo con fuerza. Ella jadea y flexiona las caderas
para penetrar más a fondo en mi boca.
Mmm… sabe bien. La deseo dentro de mí. Vuelvo a incorporarme y la miro fijamente. Está sin aliento, tiene la boca abierta y me mira intensamente.
Abro rápidamente el envoltorio del preservativo y se lo coloco. Ella me tiende las manos. Le cojo una y, con la otra, me pongo encima de ella y, lentamente, la hago mía.
Ella cierra los ojos y su garganta emite un gruñido sordo.
Sentirle en mí… expandiéndose… colmándome… gimo suavemente,es una sensación divina. Coloca sus manos sobre mis caderas y empieza a moverse arriba y abajo, penetrándome con ímpetu.
Ah… es delicioso.
—Oh, nena —susurra, y de repente se sienta y quedamos frente a frente, y la sensación es extraordinaria… de plenitud.
Gimo y me aferro a sus antebrazos, y ella me sujeta la cabeza con las manos y me mira a los ojos… intensos y azules, ardientes de deseo.
—Oh, Lena. Cómo me haces sentir —murmura, y me besa con pasión y anhelo ciego.
Yo le devuelvo los besos, aturdida por la deliciosa sensación de tenerla hundido en mi interior.
—Oh, te quiero —musito.
Ella emite un quejido, como si le doliera oír las palabras que susurro, y rueda sobre la cama, arrastrándome con ella sin romper nuestro preciado contacto, de manera que quedo debajo de ella, y le rodeo la cintura con las piernas.
Yulia baja la mirada hacia mí con maravillada adoración, y estoy segura de reflejar su misma expresión cuando alargo la mano para acariciar su bellísimo rostro. Empieza a moverse muy despacio, y al hacerlo cierra los ojos y suspira levemente.
El suave balanceo del barco y la paz y el silencio del camarote, se ven únicamente interrumpidos por nuestras respiraciones entremezcladas, mientras ella se mueve despacio dentro y fuera de mí, tan controlado y tan agradable… una sensación gloriosa. Pone su brazo sobre mi cabeza, con la mano en mi pelo, y con la otra me acaricia la cara mientras se inclina para besarme.
Estoy envuelta totalmente en ella, mientras me ama, entrando y saliendo lentamente de mí, y me saborea. Yo la toco… dentro de los límites estrictos: los brazos, el cabello, la parte baja de la espalda, su hermoso trasero… Y cuando aumenta más y más el ritmo de sus envites, se me acelera la respiración. Me besa en la boca, en la barbilla, en la mandíbula, y después me mordisquea la oreja. Oigo su respiración entrecortada cada vez que me penetra con ímpetu.
Mi cuerpo empieza a temblar. Oh… esa sensación que ahora conozco tan bien… se acerca… Oh…
—Eso es, nena… Entrégate a mí… Por favor… Lena —murmura, y sus palabras son mi perdición.
—¡Yulia! —grito, y ella gime cuando nos corremos juntas.
VIVALENZ28- Mensajes : 921
Fecha de inscripción : 04/08/2014
Re: 50 SOMBRAS MÁS OSCURAS// ADAPTACIÓN
10
Mac no tardará en volver —dice en voz baja.
—Mmm…
Abro los ojos parpadeantes y me encuentro con su dulce mirada azul.
Dios… los suyos tienen un color extraordinario; sobre todo aquí, en mar abierto: reflejan la luz que reverbera en el agua y en el interior de la cabina a través de los pequeños ojos de buey.
—Aunque me encantaría estar aquí tumbada contigo toda la tarde, Mac necesitará que le ayude con el bote. —Yulia se inclina sobre mí y me besa dulcemente—. Estás tan hermosa ahora mismo, Lena, toda despeinada y tan sexy. Hace que te desee aún más.
Sonríe y se levanta de la cama. Yo me tumbo boca abajo y admiro las vistas.
—Tú tampoco estás mal, capitana.
Chasqueo los labios admirada y ella sonríe satisfecha.
La veo deambular con elegancia por el camarote mientras se viste. Esa maravillosa mujer acaba de hacerme el amor tiernamente otra vez. Apenas puedo creer la suerte que tengo. Apenas puedo creer que esa mujer sea mía. Se sienta a mi lado para ponerse los zapatos.
—Capitana, ¿eh? —dice con sequedad—. Bueno, soy la ama y señora de este barco.
Ladeo la cabeza.
—Tú eres la ama y señora de mi corazón, señorita Volkova. Y de mi cuerpo… y de mi alma.
Mueve la cabeza, incrédula, y se inclina para besarme.
—Estaré en cubierta. Hay una ducha en el baño, si te apetece. ¿Necesitas algo? ¿Una copa? —pregunta solícita, y lo único que soy capaz de hacer es sonreírle.
¿Es este la misma mujer? ¿Es la misma Cincuenta?
—¿Qué pasa? —dice como reacción a mi bobalicona sonrisa.
—Tú.
—¿Qué pasa conmigo?
—¿Quién eres tú y qué has hecho con Yulia?
Tuerce la boca y sonríe con tristeza.
—No está muy lejos, nena —dice suavemente, y hay un deje melancólico en su voz que hace que inmediatamente lamente haberle hecho esa pregunta. Pero Yulia sacude la cabeza para desechar la idea—. No tardarás en verla —dice sonriendo—,sobre todo si no te levantas.
Se acerca y me da un cachete fuerte en el culo, y yo chillo y me río al mismo tiempo.
—Ya me tenías preocupada.
—¿Ah, sí? —Yulia arquea una ceja—. Emites señales contradictorias, Elena. ¿Cómo podría un hombre o mujer seguirte el ritmo? —Se inclina y vuelve a besarme—. Hasta luego, nena —añade y, con una sonrisa deslumbrante, se levanta y me deja a solas con mis dispersos pensamientos.
Cuando salgo a cubierta, Mac está de nuevo a bordo, pero enseguida se retira a la cubierta superior en cuanto abro las puertas del salón. Yulia está con su BlackBerry. ¿Hablando con quién?, me pregunto. Se me acerca, me atrae hacia ella y me
besa el cabello.
—Una noticia estupenda… bien. Sí… ¿De verdad? ¿La escalera de incendios?… Entiendo… Sí, esta noche.
Aprieta el botón de fin de llamada, y el ruido de los motores al ponerse en marcha me sobresalta. Mac debe de estar arriba, en el puente de mando.
—Hora de volver —dice Yulia, y me besa una vez más mientras me coloca de nuevo el chaleco salvavidas.
Cuando volvemos al puerto deportivo, con el sol a nuestra espalda
poniéndose en el horizonte, pienso en esta tarde maravillosa. Bajo la atenta y paciente tutela de Yulia, he estibado una vela mayor, un foque y una vela balón, y he aprendido a hacer un nudo cuadrado, un ballestrinque y un nudo margarita. Ella ha mantenido los labios prietos durante toda la clase.
—Puede que un día de estos te ate a ti —mascullo en tono gruñón.
Ella tuerce el gesto, divertido.
—Primero tendrá que atraparme, señorita Katina.
Sus palabras me traen a la cabeza la imagen de ella persiguiéndome por todo el apartamento, la excitación, y después sus espantosas consecuencias. Frunzo el ceño y me estremezco. Después de aquello, la dejé.
¿La dejaría otra vez ahora que ha reconocido que me quiere? Levanto la vista hacia sus claros ojos azules. ¿Sería capaz de dejarla otra vez… me hiciera lo que me hiciese? ¿Podría traicionarle de ese modo? No. No creo que pudiera.
Me ha dado otro completo tour por este magnífico barco, explicándome todos los detalles del diseño, las técnicas innovadoras y los materiales de alta calidad que se utilizaron para construirlo. Recuerdo aquella primera entrevista, cuando la conocí. Entonces descubrí ya su pasión por los barcos. Creí que reservaba su entrega incondicional a los cargueros transoceánicos que construye su empresa… pero no,también los elegantes catamaranes de encanto tan sensual.
Y, por supuesto, me ha hecho el amor con dulzura, sin prisas. Recuerdo mi cuerpo arqueado y anhelante bajo sus expertas manos. Es una amante excepcional, de eso estoy segura… aunque, claro, no tengo con quién compararle. Pero Nastya hubiera alardeado más si esto fuera siempre así: no es propio de ella callarse los detalles.
Pero ¿durante cuánto tiempo le bastará con esto? No lo sé, y el pensamiento resulta muy perturbador.
Ahora se sienta y me rodea con sus brazos, y yo permanezco en la seguridad de su abrazo durante horas o eso me parece, en un silencio cómodo y fraterno,mientras el Larissa se desliza y se acerca más y más a Seattle. Yo llevo el timón, y Yulia me avisa cada vez que tengo que ajustar el rumbo.
—Hay una poesía en navegar tan antigua como el mundo —me dice al oído.
—Eso suena a cita.
Noto que sonríe.
—Lo es. Antoine de Saint-Exupéry.
—Oh… me encanta El principito.
—A mí también.
* * *
Comienza a caer la noche cuando Yulia, con sus manos todavía sobre las mías, nos conduce al interior de la bahía. Las luces de los barcos parpadean y se reflejan en el agua oscura, pero todavía hay algo de claridad: el atardecer es agradable y luminoso, el preludio de lo que sin duda será una puesta de sol espectacular.
Una pequeña multitud se congrega en el muelle cuando Yulia hace girar despacio el barco, en un espacio relativamente pequeño. Lo hace con destreza,atracando de nuevo en el embarcadero del que habíamos zarpado. Mac salta a tierra y amarra el Larissa a un noray.
—Ya estamos de vuelta —murmura Yulia.
—Gracias —susurro tímidamente—. Ha sido una tarde perfecta.
Yulia me sonríe.
—Yo pienso lo mismo. Quizá deberíamos matricularte en una escuela náutica, y así podríamos salir durante unos días, tú y yo solas.
—Me encantaría. Podríamos estrenar el dormitorio una y otra vez.
Se acerca y me besa bajo la oreja.
—Mmm… estoy deseándolo, Elena —susurra, y consigue que se me erice todo el vello del cuerpo.
¿Cómo lo hace?
—Vamos, el apartamento es seguro. Podemos volver.
—¿Y las cosas que tenemos en el hotel?
—Igor ya las ha recogido.
¡Oh! ¿Cuándo?
—Hoy a primera hora —contesta Yulia antes de que le plantee la
pregunta—, después de haber examinado el Larissa con su equipo.
—¿Y ese pobre hombre cuándo duerme?
—Duerme. —Yulia, desconcertada, arquea una ceja—. Simplemente cumple con su deber, Elena, y lo hace muy bien. Es una suerte contar con Taylor.
—¿Taylor?
—Igor Taylor.
Es un nombre que le pega: serio y responsable, fiable. Por alguna razón, eso me hace sonreír.
Yulia me mira pensativa y comenta:
—Tú aprecias a Igor.
—Supongo que sí.
Su comentario me confunde. Ella frunce el ceño.
—No me siento atraída por él, si es eso lo que te hace poner mala cara.
Déjalo ya.
Yulia hace algo parecido a un mohín, como enfurruñada.
Dios… a veces es como una niña.
—Opino que Igor cuida muy bien de ti. Por eso me gusta. Me parece un hombre que inspira confianza, amable y leal. Lo aprecio en un sentido paternal.
—¿Paternal?
—Sí.
—Bien, paternal.
Yulia parece analizar la palabra y su significado. Me echo a reír.
—Oh, Yulia, por favor, madura un poco.
Ella abre la boca, sorprendida ante mi salida, pero luego piensa en lo que he dicho y tuerce el gesto.
—Lo intento —dice finalmente.
—Se nota. Y mucho —le digo con cariño, pero después pongo los ojos en blanco.
—Qué buenos recuerdos me trae verte hacer ese gesto, Elena—dice con una gran sonrisa.
—Bueno, si te portas bien a lo mejor revivimos alguno de esos recuerdos—replico con aire cómplice.
Ella hace una mueca irónica.
—¿Portarme bien? —Levanta las cejas—. Francamente, señorita Katina,¿qué le hace pensar que quiera revivirlos?
—Seguramente porque, cuando lo he dicho, tus ojos han brillado como luces navideñas.
—Qué bien me conoces ya —dice con cierta sequedad.
—Me gustaría conocerte mejor.
Sonríe con dulzura.
—Y a mí a ti, Elena.
—Gracias, Mac.
Yulia estrecha la mano de McConnell y baja al muelle.
—Siempre es un placer, señorita Volkova. Adiós. Y, Lena, encantado de conocerte.
Le doy la mano con timidez. Debe de saber a qué nos hemos dedicado Yulia y yo mientras él estaba en tierra.
—Que tengas un buen día, Mac, y gracias.
Me sonríe y me guiña el ojo, haciendo que me ruborice. Yulia me coge de la mano y subimos por el muelle hacia el paseo marítimo.
—¿De dónde es Mac? —pregunto, intrigada por su acento.
—Irlandés… del norte de Irlanda —concreta Yulia.
—¿Es amigo tuyo?
—¿Mac? Trabaja para mí. Ayudó a construir el Larissa.
—¿Tienes muchos amigos?
Frunce el ceño.
—La verdad es que no. Dedicándome a lo que me dedico… no puedo cultivar muchas amistades. Solo está…
Se calla y se pone muy seria, y soy consciente de que iba a mencionar a la señora Robinson.
—¿Tienes hambre? —pregunta para cambiar de tema.
Asiento. La verdad es que estoy hambrienta.
—Cenaremos donde dejé el coche. Vamos.
Al lado del SP hay un pequeño bistró italiano llamado Bee’s. Me recuerda al local de Portland: unas pocas mesas y reservados, con una decoración muy moderna y alegre, y una gran fotografía en blanco y negro de una celebración de principios de siglo a modo de mural.
Yulia y yo nos sentamos en un reservado, y echamos un vistazo al menú mientras degustamos un Frascati suave y delicioso. Cuando levanto la vista de la carta,después de haber elegido lo que quiero, Yulia me está mirando fijamente,pensativa.
—¿Qué pasa?
—Estás muy guapa, Elena. El aire libre te sienta bien.
Me ruborizo.
—Pues la verdad es que me arde la cara por el viento. Pero he pasado una tarde estupenda. Una tarde perfecta. Gracias.
En sus ojos brilla el cariño.
—Ha sido un placer —musita.
—¿Puedo preguntarte una cosa?
Estoy decidida a obtener información.
—Lo que quieras, Elena. Ya lo sabes.
Ladea la cabeza. Está encantadora.
—No pareces tener muchos amigos. ¿Por qué?
Encoge los hombros y frunce el ceño.
—Ya te lo he dicho, la verdad es que no tengo tiempo. Están mis socios empresariales… aunque eso es muy distinto a tener amigos, supongo. Tengo a mi familia y ya está. Aparte de Olga.
Ignoro que ha mencionado a esa bruja.
—¿Ningún amigo varón de tu misma edad para salir a desahogarte?
—Tú ya sabes cómo me gusta desahogarme, Elena. —Yulia hace
una leve mueca—. Y me he dedicado a trabajar, a levantar mi empresa. —Parece desconcertada—. No hago nada más; salvo navegar y volar de vez en cuando.
—¿Ni siquiera en la universidad?
—La verdad es que no.
—¿Solo Olga, entonces?
Asiente, con cautela.
—Debes de sentirte sola.
Sus labios esbozan una media sonrisa melancólica.
—¿Qué te apetece comer? —pregunta, volviendo a cambiar de tema.
—Me inclino por el risotto.
—Buena elección.
Yulia avisa al camarero y da por terminada la conversación.
Después de pedir, me revuelvo incómoda en la silla y fijo la mirada en mis manos entrelazadas. Si tiene ganas de hablar, he de aprovecharlo.
Tengo que hablar con ella de cuáles son sus expectativas, sus… necesidades.
—Elena, ¿qué pasa? Dime.
Levanto la vista hacia su rostro preocupada.
—Dime —repite con más contundencia, y su preocupación se convierte ¿en qué… miedo… ira?
Suspiro profundamente.
—Lo que más me inquieta es que no tengas bastante con esto. Ya sabes…para desahogarte.
Tensa la mandíbula y su mirada se endurece.
—¿He manifestado de algún modo que no tenga bastante con esto?
—No.
—Entonces, ¿por qué lo piensas?
—Sé cómo eres. Lo que… eh… necesitas —balbuceo.
Cierra los ojos y se masajea la frente con sus largos dedos.
—¿Qué tengo que hacer? —dice en voz tan baja que resulta alarmante,como si estuviera enfadada, y se me encoge el corazón.
—No, me has malinterpretado: te has comportado maravillosamente, y sé que solo han pasado unos días, pero espero no estar obligándote a ser alguien que no eres.
—Sigo siendo yo, Elena… con todas las cincuenta sombras de mi
locura. Sí, tengo que luchar contra el impulso de ser controlador… pero es mi naturaleza, la manera en que me enfrento a la vida. Sí, espero que te comportes de una determinada manera, y cuando no lo haces supone un desafío para mí, pero también es un soplo de aire fresco. Seguimos haciendo lo que me gusta hacer a mí. Dejaste que te golpeara ayer después de aquella espantosa puja. —Esboza una sonrisa placentera al recordarlo—. Yo disfruto castigándote. No creo que ese impulso desaparezca nunca…pero me esfuerzo, y no es tan duro como creía.
Me estremezco y enrojezco al recordar nuestro encuentro clandestino en el dormitorio de su infancia.
—Eso no me importó —musito con timidez.
—Lo sé. —Sus labios se curvan en una sonrisa reacia—. A mí tampoco.Pero te diré una cosa, Elena: todo esto es nuevo para mí, y estos últimos días han sido los mejores de mi vida. No quiero que cambie nada.
¡Oh!
—También han sido los mejores de mi vida, sin duda —murmuro, y se le ilumina la cara.
La diosa que llevo dentro asiente febril, dándome fuertes codazos. Vale,vale, ya lo sé…
—Entonces, ¿no quieres llevarme a tu cuarto de juegos?
Traga saliva y palidece, con el rostro totalmente serio.
—No, no quiero.
—¿Por qué no? —musito.
No es la respuesta que esperaba.
Y sí, ahí está… esa punzada de decepción. La diosa que llevo dentro hace un mohín y da patadas en el suelo con los brazos cruzados, como una cría enfurruñada.
—La última vez que estuvimos allí me abandonaste —dice en voz baja—.Pienso huir de cualquier cosa que pueda provocar que vuelvas a dejarme. Cuanto te fuiste me quedé destrozada. Ya te lo he contado. No quiero volver a sentirme así. Ya te he dicho lo que siento por ti.
Sus ojos azules, enormes e intensos, rezuman sinceridad.
—Pero no me parece justo. Para ti no puede ser bueno… estar
constantemente preocupada por cómo me siento. Tú has hecho todos esos cambios por mí, y yo… creo que debería corresponderte de algún modo. No sé, quizá… intentar…algunos juegos haciendo distintos personajes —tartamudeo, con la cara del color de las paredes del cuarto de juegos.
¿Por qué es tan difícil hablar de esto? He practicado todo tipo de sexo pervertido con esta mujer, cosas de las que ni siquiera había oído hablar hace unas semanas, cosas que nunca había creído posibles, y, sin embargo, lo más difícil de todo es hablar de esto con ella.
—Ya me correspondes, Lena, más de lo que crees. Por favor, no te sientas así.
La Yulia despreocupada ha desaparecido. Ahora tiene los ojos muy abiertos con expresión alarmada, y verla así resulta desgarrador.
—Nena, solo ha pasado un fin de semana. Démonos tiempo. Cuando te marchaste, pensé mucho en nosotras. Necesitamos tiempo. Tú necesitas confiar en mí y yo en ti. Quizá más adelante podamos permitírnoslo, pero me gusta cómo eres ahora.
Me gusta verte tan contenta, tan relajada y despreocupada, sabiendo que yo tengo algo que ver en ello. Yo nunca he… —Se calla y se pasa la mano por el pelo—. Para correr, primero tenemos que aprender a andar.
De repente sonríe.
—¿Qué tiene tanta gracia?
—Flynn. Dice eso constantemente. Nunca creí que le citaría.
—Un flynnismo.
Yulia se ríe.
—Exacto.
Llega el camarero con los entrantes y la brocheta, y en cuanto cambiamos de conversación Yulia se relaja.
Cuando nos colocan delante nuestros pantagruélicos platos, no puedo evitar pensar en cómo he visto a Yulia hoy: relajada, feliz y despreocupada. Como mínimo ahora se ríe, vuelve a estar a gusto.
Cuando empieza a interrogarme sobre los lugares donde he estado, suspiro de alivio en mi fuero interno. El tema se acaba enseguida, ya que no he estado en ningún sitio fuera del Estados Unidos continental. En cambio, ella ha viajado por todo el mundo, e iniciamos una charla más alegre y sencilla sobre todos los lugares que ella ha visitado.
* * *
Después de la sabrosa y contundente cena, Yulia conduce de vuelta al Escala. Por los altavoces se oye la voz dulce y melodiosa de Eva Cassidy, y eso me proporciona un apacible interludio para pensar. He tenido un día asombroso; la doctora Greene; nuestra ducha; la admisión de Yulia; hacer el amor en el hotel y en el barco; comprar el coche. Incluso la propia Yulia se ha mostrado tan distinta…
Es como si se hubiera desprendido de algo, o hubiera redescubierto algo… no sé.
¿Quién habría imaginado que pudiera ser tan dulce? ¿Lo sabría ella?
Cuando la miro, ella también parece absorta en sus pensamientos. Y caigo en la cuenta de que ella no ha tenido en realidad una adolescencia… una normal, al menos.
Mi mente vaga errática hasta la fiesta de la noche anterior y mi baile con el doctor Flynn, y el miedo de Yulia a que este me lo hubiera contado todo sobre ella.
Yulia sigue ocultándome algo. ¿Cómo podemos avanzar en nuestra relación si ella se siente de ese modo?
Cree que podría dejarla si la conociera. Cree que podría dejarla si fuera tal como es. Oh, esta mujer es muy complicada.
A medida que nos acercamos a su casa, empieza a irradiar una tensión que se hace palpable. Desde el coche examina las aceras y los callejones laterales, sus ojos escudriñan todos los rincones, y sé que está buscando a Leila. Yo empiezo también a mirar. Todas las chicas como yo son sospechosas, pero no la vemos.
Cuando entramos en el garaje, su boca se ha convertido en una línea tensa y adusta. Me pregunto por qué hemos vuelto aquí si va a estar tan nerviosa y cauta.
Sawyer está en el garaje, vigilando, y se acerca a abrirme la puerta en cuanto Yulia aparca al lado del SUV. El Audi destrozado ya no está.
—Hola, Sawyer —le saludo.
—Señorita Katina. —Asiente—. Señorita Volkova.
—¿Ni rastro? —pregunta Yulia.
—No, señorita.
Yulia asiente, me coge la mano y vamos hacia el ascensor. Sé que su cerebro no para de trabajar; está totalmente abstraída. En cuanto entramos se vuelve hacia mí.
—No tienes permiso para salir de aquí sola bajo ningún concepto.
¿Entendido? —me espeta.
—De acuerdo.
Vaya… tranquila. Sin embargo, su actitud me hace sonreír. Tengo ganas de abrazarme a mí misma: esta mujer, tan dominante y brusca conmigo… Me asombra que hace solo una semana me pareciera tan amenazadora cuando me hablaba de ese modo. Pero ahora la comprendo mucho mejor. Ese es su mecanismo para afrontar las situaciones. Está muy preocupado por lo de Leila, me quiere y quiere protegerme.
—¿Qué te hace tanta gracia? —murmura con un deje de ironía en la voz.
—Tú.
—¿Yo, señorita Katina? ¿Por qué le hago gracia? —dice con un mohín.
Los mohines de Yulia son tan… sensuales.
—No pongas morritos.
—¿Por qué? —pregunta, cada vez más divertida.
—Porque provoca el mismo efecto en mí que el que tiene en ti que yo haga esto.
Y me muerdo el labio inferior.
Ella arquea las cejas, sorprendida y complacida al mismo tiempo.
—¿En serio?
Vuelve a hacer un mohín y se inclina para darme un beso fugaz y casto.
Yo pogo los labios para unirlos a los suyos, y durante la milésima de segundo en que se rozan nuestras bocas, la naturaleza de su beso cambia, y un fuego arrasador originado en ese íntimo punto de contacto se expande por mis venas y me impulsa hacia ella.
De pronto mis dedos se enredan en sus cabellos y ella me empuja contra la pared del ascensor, sujeta mi cara entre sus manos y nuestras lenguas se entrelazan. Y no sé si los confines del ascensor hacen que todo sea más real, pero noto su necesidad,
su ansiedad, su pasión.
Dios… La deseo, aquí, ahora.
El ascensor se detiene con un sonido metálico, las puertas se abren y Yulia aparta ligeramente su cara de la mía, sus caderas aún inmovilizándome contra la pared y su erección presionando contra mi cuerpo.
—Vaya —murmura sin aliento.
—Vaya —repito, e inspiro una bocanada de aire para llenar mis pulmones.
Me mira con ojos ardientes.
—Qué efecto tienes en mí, Lena.
Y con el pulgar resigue mi labio inferior.
Por el rabillo del ojo veo a Igor, que da un paso atrás y queda fuera de mi vista. Me inclino para besar a Yulia en la comisura de esos labios maravillosamente perfilados.
—El que tú tienes en mí, Yulia.
Se aparta y me da la mano. Ahora tiene los ojos más oscuros, entornados.
—Ven —ordena.
Igor sigue en la entrada, esperándonos con discreción.
—Buenas noches, Igor —dice Yulia en tono cordial.
—Señorita Volkova, señorita Katina.
—Ayer fui la señora Taylor —le digo sonriendo, y él se pone rojo.
—También suena bien, señorita Katina —dice Igor con total naturalidad.
—Yo pienso lo mismo.
Yulia me coge la mano con más fuerza, y pone mala cara.
—Si ya habéis terminado los dos, me gustaría un informe rápido.
Mira fijamente a Igor, que ahora parece incómodo, y a mí se me encogen las entrañas. He sobrepasado el límite.
—Lo siento —le digo en silencio a Igor, que se encoge de hombros y me sonríe con amabilidad antes de darme la vuelta para seguir a Yulia.
—Ahora vuelvo contigo. Antes tengo que decirle una cosa a la señorita Katina —le dice Yulia a Igor, y sé que tengo problemas.
Yulia me lleva a su dormitorio y cierra la puerta.
—No coquetees con el personal, Elena—me reprende.
Abro la boca para defenderme, luego la cierro y vuelvo a abrirla otra vez.
—No coqueteaba. Era amigable… hay una diferencia.
—No seas amigable con el personal ni coquetees con ellos. No me gusta.
Oh. Adiós a la Yulia despreocupada.
—Lo siento —musito y me miro las manos.
No me había hecho sentir como una niña pequeña en todo el día. Me coge la barbilla y me levanta la cabeza para que la mire a los ojos.
—Ya sabes lo celosa que soy —murmura.
—No tienes motivos para ser celosa, Yulia. Soy tuya en cuerpo y alma.
Pestañea varias veces como si le costara procesar ese hecho. Se acerca y me besa fugazmente, pero sin la pasión que sentíamos hace un momento en el ascensor.
—No tardaré. Ponte cómoda —dice de mal humor, da media vuelta y me deja ahí plantada en el dormitorio, aturdida y confusa.
¿Por qué demonios podría tener celos de Igor? Niego con la cabeza, sin poder dar crédito.
Miro el despertador y observo que acaban de dar las ocho. Decido
preparar la ropa que llevaré mañana al trabajo. Subo a mi habitación y abro el vestidor. Está vacío. Todos los vestidos han desaparecido. ¡Oh, no! Yulia me ha tomado la palabra y se ha deshecho de toda la ropa. Maldita sea…
Mi subconsciente me fulmina con la mirada. Bien, te lo mereces, por bocazas.
¿Por qué me ha tomado la palabra? Las advertencias de mi madre vuelven a resonar en mi cabeza: «Los hombres y mujeres somos muy cuadriculados, cielo, se lo toman todo al pie de la letra». Observo el espacio vacío con desolación. Había prendas muy bonitas, como el vestido plateado que llevé al baile.
Paseo desconsolada por la habitación. Un momento… ¿qué está pasando aquí? También ha desaparecido el iPad. ¿Y dónde está mi Mac? Oh, no. Lo primero que pienso, de forma poco compasiva, es que quizá los haya robado Leila.
Bajo las escaleras corriendo y vuelvo al cuarto de Yulia. Sobre la
mesita están mi Mac, mi iPad y mi mochila. Está todo aquí.
Abro la puerta del vestidor. Toda mi ropa está aquí también, compartiendo espacio con la de Yulia. ¿Cuándo ha ocurrido todo esto? ¿Por qué nunca me avisa cuando hace estas cosas?
Me doy la vuelta y ella está de pie en el umbral.
—Ah, ya lo han traído todo —comenta con aire distraída.
—¿Qué pasa? —pregunto.
Tiene el semblante sombrío.
—Igor cree que Leila entró por la escalera de emergencia. Debía de tener una llave. Ya han cambiado todas las cerraduras. El equipo de Igor ha registrado todas las estancias del apartamento. No está aquí. —Hace una pausa y se pasa una mano por el pelo—. Ojalá hubiera sabido dónde estaba. Está esquivando
todos nuestros intentos de encontrarla, y necesita ayuda.
Frunce el ceño, y mi anterior enfado desaparece. La abrazo. Ella me envuelve con su cuerpo y me besa la cabeza.
—¿Qué harás cuando la encuentres? —pregunto.
—El doctor Flynn tiene una plaza para ella.
—¿Y qué pasa con su marido?
—No quiere saber nada de ella —contesta Yulia con amargura—. Su familia vive en Connecticut. Creo que ahora anda por ahí sola.
—Qué triste…
—¿Te parece bien que haya hecho que traigan tus cosas aquí? Quería compartir la habitación contigo —murmura.
Vaya, otro rápido cambio de tema.
—Sí.
—Quiero que duermas conmigo. Cuando estás conmigo no tengo pesadillas.
—¿Tienes pesadillas?
—Sí.
Le abrazo más fuerte. Por Dios… Más cargas del pasado. Se me encoge el corazón por esta mujer.
—Iba a prepararme la ropa para ir a trabajar mañana —aclaro.
—¡A trabajar! —exclama Yulia como si hubiera dicho una palabrota,me suelta y me fulmina con la mirada.
—Sí, a trabajar —replico, desconcertada ante su reacción.
Se me queda mirando sin dar crédito.
—Pero Leila aún anda suelta por ahí. —Hace una breve pausa—. No quiero que vayas a trabajar.
¿Qué?
—Eso es una tontería, Yulia. He de ir a trabajar.
—No, no tienes por qué.
—Tengo un trabajo nuevo, que me gusta. Claro que he de ir a trabajar.
¿A qué se refiere?
—No, no tienes por qué —repite con énfasis.
—¿Te crees que me voy a quedar aquí sin hacer nada mientras tú andas por ahí salvando al mundo?
—La verdad… sí.
Oh, Cincuenta, Cincuenta, Cincuenta… dame fuerzas.
—Yulia, yo necesito trabajar.
—No, no lo necesitas.
—Sí… lo… necesito. —le repito despacio, como si fuera una cría.
—Es peligroso —dice torciendo el gesto.
—Yulia… yo necesito trabajar para ganarme la vida, y además no me pasará nada.
—No, tú no necesitas trabajar para ganarte la vida… ¿y cómo puedes estar tan segura de que no te pasará nada?
Está prácticamente gritando.
¿Qué quiere decir? ¿Acaso piensa mantenerme? Oh, esto es totalmente ridículo. ¿Cuánto hace que la conozco… cinco semanas?
Ahora está muy enfadada. Sus tormentosos ojos centellean, pero no me importa en absoluto.
—Por Dios santo, Yulia, Leila estaba a los pies de tu cama y no me hizo ningún daño. Y sí, yo necesito trabajar. No quiero deberte nada. Tengo que pagar el préstamo de la universidad.
Aprieta los labios y yo pongo los brazos en jarras. No pienso ceder en esto.
¿Quién se cree que es?
—No quiero que vayas a trabajar.
—No depende de ti, Yulia. La decisión no es tuya.
Se pasa la mano por el pelo mientras sus ojos me fulminan. Pasamos segundos, minutos, sin dejar de retarnos con la mirada.
—Sawyer te acompañará.
—Yulia, no es necesario. No tiene ninguna lógica.
—¿Lógica? —gruñe—. O te acompaña, o verás lo ilógico que puedo ser para retenerte aquí.
¿No sería capaz? ¿O sí?
—¿Qué harías exactamente?
—Ah, ya se me ocurriría algo, Elena. No me provoques.
—¡De acuerdo! —acepto, levantando las dos manos para apaciguarle.
Maldita sea… Cincuenta ha vuelto para vengarse.
Permanecemos ahí de pie, fulminándonos con la mirada.
—Muy bien: Sawyer puede venir conmigo, si así te quedas más tranquila—cedo finalmente, y pongo los ojos en blanco.
Yulia entorna los suyos y avanza hacia mí, amenazante. Inmediatamente,doy un paso atrás. Ella se detiene y suspira profundamente, cierra los ojos y se mesa el cabello con las dos manos. Oh, no. Cincuenta sigue en plena forma.
—¿Quieres que te enseñe el resto del apartamento?
¿Enseñarme el…? ¿Es una broma?
—Vale —musito cautelosa.
Nuevo cambio de rumbo: la señorita Voluble ha vuelto. Me tiende la mano y,cuando la acepto, aprieta la mía con suavidad.
—No quería asustarte.
—No me has asustado. Solo estaba a punto de salir corriendo —bromeo.
—¿Salir corriendo? —dice Yulia, abriendo mucho los ojos.
—¡Es una broma!
Por Dios…
Salimos del vestidor y aprovecho el momento para calmarme, pero la adrenalina sigue circulando a raudales por mi cuerpo. Una pelea con Cincuenta no es algo que pueda tomarse a la ligera.
Me da una vuelta por todo el apartamento, enseñándome las distintas habitaciones. Aparte del cuarto de juegos y tres dormitorios más en el piso de arriba,descubro con sorpresa que Igor y la señora Jones disponen de un ala para ellos solos: una cocina, un espacioso salón y un cuarto para cada uno. La señora Jones todavía no ha vuelto de visitar a su hermana, que vive en Portland.
En la planta baja me llama la atención un cuarto situado enfrente de su estudio: una sala con una inmensa pantalla de televisión de plasma y varias videoconsolas. Resulta muy acogedora.
—¿Así que tienes una Xbox? —bromeo.
—Sí, pero soy malísima. Dimitri siempre me gana. Tuvo gracia cuando creíste que mi cuarto de juegos era algo como esto.
Me sonríe divertida, su arrebato ya olvidado. Gracias a Dios que ha recobrado el buen humor.
—Me alegra que me considere graciosa, señorita Volkova —contesto con altanería.
—Pues lo es usted, señorita Katina… cuando no se muestra exasperante,claro.
—Suelo mostrarme exasperante cuando usted es irracional.
—¿Yo? ¿Irracional?
—Sí, señorita Volkova, irracional podría ser perfectamente su segundo nombre.
—Yo no tengo segundo nombre.
—Pues irracional le quedaría muy bien.
—Creo que eso es opinable, señorita Katina.
—Me interesaría conocer la opinión profesional del doctor Flynn.
Yulia sonríe.
—Yo creía que Cherkasovna era tu segundo nombre.
—No, es un apellido.
—Pues no lo usas.
—Es demasiado largo. Ven —ordena.
Salgo de la sala de la televisión detrás de ella, cruzamos el gran salón hasta el pasillo principal, pasamos por un cuarto de servicio y una bodega impresionante, y llegamos al despacho de Igor, muy amplio y bien equipado. Igor se pone de pie cuando entramos. Hay espacio suficiente para albergar una mesa de reuniones para
seis. Sobre un gran escritorio hay una serie de monitores. No tenía ni idea de que el apartamento tuviera circuito cerrado de televisión. Por lo visto controla la terraza, la escalera, el ascensor de servicio y el vestíbulo.
—Hola, Igor. Le estoy enseñando el apartamento a Elena.
Igor asiente pero no sonríe. Me pregunto si le habrán amonestado
también. ¿Y por qué sigue trabajando todavía? Cuando le sonrío, asiente educadamente. Yulia me coge otra vez de la mano y me lleva a la biblioteca.
—Y, por supuesto, aquí ya has estado.
Yulia abre la puerta. Señalo con la cabeza el tapete verde de la mesa de billar.
—¿Jugamos? —pregunto.
Yulia sonríe, sorprendida.
—Vale. ¿Has jugado alguna vez?
—Un par de veces —miento, y ella entorna los ojos y ladea la cabeza.
—Eres una mentirosa sin remedio, Elena. Ni has jugado nunca ni…
—¿Te da miedo competir? —pregunto, pasándome la lengua por los labios.
—¿Miedo de una cría como tú? —se burla Yulia con buen humor.
—Una apuesta, señorita Volkova.
—¿Tan segura está, señorita Katina? —Sonríe divertida e incrédula al mismo tiempo—. ¿Qué le gustaría apostar?
—Si gano yo, vuelves a llevarme al cuarto de juegos.
Se me queda mirando, como si no acabara de entender lo que he dicho.
—¿Y si gano yo? —pregunta, una vez recuperado de su estupefacción.
—Entonces, escoges tú.
Tuerce el gesto mientras medita la respuesta.
—Vale, de acuerdo. ¿A qué quieres jugar: billar americano, inglés o a tres bandas?
—Americano, por favor. Los otros no los conozco.
De un armario situado bajo una de las estanterías, Yulia saca un estuche de piel alargado. En el interior forrado en terciopelo están las bolas de billar. Con rapidez y eficiencia, coloca las bolas sobre el tapete. Creo que nunca he jugado en una mesa tan grande. Yulia me da un taco y un poco de tiza.
—¿Quieres sacar?
Finge cortesía. Está disfrutando: cree que va a ganar.
—Vale.
Froto la punta del taco con la tiza, y soplo para eliminar la sobrante. Miro a Yulia a través de las pestañas y su semblante se ensombrece.
Me coloco en línea con la bola blanca y, con un toque rápido y limpio,impacto en el centro del triángulo con tanta fuerza que una bola listada sale rodando y cae en la tornera superior derecha. El resto de las bolas han quedado diseminadas.
—Escojo las listadas —digo con ingenuidad y sonrío a Yulia con
timidez.
Ella asiente divertida.
—Adelante —dice educadamente.
Consigo que entren en las troneras otras tres bolas en rápida sucesión.
Estoy dando saltos de alegría por dentro. En este momento siento una gratitud enorme hacia José por haberme enseñado a jugar a billar, y a jugar tan bien. Yulia observa impasible, sin expresar nada, pero parece que ya no se divierte tanto. Fallo la bola
listada verde por un pelo.
—¿Sabes, Elena?, podría estar todo el día viendo cómo te inclinas y te estiras sobre esta mesa de billar —dice con pícara galantería.
Me ruborizo. Gracias a Dios que llevo vaqueros. Ella sonríe satisfecha.
Intenta despistarme del juego, la muy cabrona. Se quita el jersey beige, lo tira sobre el respaldo de una silla, me mira sonriente y se dispone a hacer la primera tirada.
Se inclina sobre la mesa. Se me seca la boca. Oh, ahora sé a qué ese refería. Yulia, con vaqueros ajustados y una camiseta blanca, inclinándose así… es algo digno de ver. Casi pierdo el hilo de mis pensamientos. Mete cuatro bolas rápidamente, y luego falla al intentar introducir la blanca.
—Un error de principiante, señorita Volkova —me burlo.
Sonríe con suficiencia.
—Ah, señorita Katina, yo no soy más que una pobre mortal. Su turno, creo —dice, señalando la mesa.
—No estarás intentando perder a propósito, ¿verdad?
—No, no, Elena. Con el premio que tengo pensado, quiero ganar. —Se encoge de hombros con aire despreocupada—. Pero también es verdad que siempre quiero ganar.
La miro desfiante con los ojos entornados. Muy bien, entonces… Me alegro de llevar la blusa azul, que es bastante escotada. Me paseo alrededor de la mesa,agachándome a la menor oportunidad y dejando que Yulia le eche un vistazo a mi escote. A este juego pueden jugar dos. La miro.
—Sé lo que estás haciendo —murmura con ojos sombríos.
Ladeo la cabeza con coquetería, acaricio el taco y deslizo la mano arriba y abajo muy despacio.
—Oh, estoy decidiendo cuál será mi siguiente tirada —señalo con aire distraído.
Me inclino sobre la mesa y golpeo la bola naranja para dejarla en una posición mejor. Me planto directamente delante de Yulia y cojo el resto de debajo de la mesa. Me coloco para la próxima tirada, recostada sobre el tapete. Oigo que Yulia inspira con fuerza y, naturalmente, fallo el tiro. Maldición…
Ella se coloca detrás de mí mientras todavía estoy inclinada sobre la mesa, y pone las manos en mis nalgas. Mmm…
—¿Está contoneando esto para provocarme, señorita Katina?
Y me da una palmada, fuerte.
Jadeo.
—Sí —contesto en un susurro, porque es verdad.
—Ten cuidado con lo que deseas, nena.
Me masajeo el trasero mientras ella se dirige hacia el otro extremo de la mesa, se inclina sobre el tapete y hace su tirada. Golpea la bola roja, y la mete en la tronera izquierda. Apunta a la amarilla, superior derecha, y falla por poco. Sonrío.
—Cuarto rojo, allá vamos —le provoco.
Ella apenas arquea una ceja y me indica que continúe. Yo apunto a la bola verde y, por pura chiripa, consigo meter la última bola naranja.
—Escoge la tronera —murmura Yulia, y es como si estuviera hablando de otra cosa, de algo oscuro y desagradable.
—Superior izquierda.
Apunto a la bola negra y le doy, pero fallo. Por mucho. Maldita sea.
Yulia sonríe con malicia, se inclina sobre la mesa y, con un par de
tiradas, se deshace de las dos lisas restantes. Casi estoy jadeando al ver su cuerpo ágil y flexible reclinándose sobre el tapete. Se levanta, pone tiza al taco y me clava sus ojos ardientes.
—Si gano yo…
¿Oh, sí?
—Voy a darte unos azotes y después te follaré sobre esta mesa.
Dios… Todos los músculos de mi vientre se contraen.
—Superior derecha —dice en voz baja, apunta a la bola negra y se inclina para tirar.
Mac no tardará en volver —dice en voz baja.
—Mmm…
Abro los ojos parpadeantes y me encuentro con su dulce mirada azul.
Dios… los suyos tienen un color extraordinario; sobre todo aquí, en mar abierto: reflejan la luz que reverbera en el agua y en el interior de la cabina a través de los pequeños ojos de buey.
—Aunque me encantaría estar aquí tumbada contigo toda la tarde, Mac necesitará que le ayude con el bote. —Yulia se inclina sobre mí y me besa dulcemente—. Estás tan hermosa ahora mismo, Lena, toda despeinada y tan sexy. Hace que te desee aún más.
Sonríe y se levanta de la cama. Yo me tumbo boca abajo y admiro las vistas.
—Tú tampoco estás mal, capitana.
Chasqueo los labios admirada y ella sonríe satisfecha.
La veo deambular con elegancia por el camarote mientras se viste. Esa maravillosa mujer acaba de hacerme el amor tiernamente otra vez. Apenas puedo creer la suerte que tengo. Apenas puedo creer que esa mujer sea mía. Se sienta a mi lado para ponerse los zapatos.
—Capitana, ¿eh? —dice con sequedad—. Bueno, soy la ama y señora de este barco.
Ladeo la cabeza.
—Tú eres la ama y señora de mi corazón, señorita Volkova. Y de mi cuerpo… y de mi alma.
Mueve la cabeza, incrédula, y se inclina para besarme.
—Estaré en cubierta. Hay una ducha en el baño, si te apetece. ¿Necesitas algo? ¿Una copa? —pregunta solícita, y lo único que soy capaz de hacer es sonreírle.
¿Es este la misma mujer? ¿Es la misma Cincuenta?
—¿Qué pasa? —dice como reacción a mi bobalicona sonrisa.
—Tú.
—¿Qué pasa conmigo?
—¿Quién eres tú y qué has hecho con Yulia?
Tuerce la boca y sonríe con tristeza.
—No está muy lejos, nena —dice suavemente, y hay un deje melancólico en su voz que hace que inmediatamente lamente haberle hecho esa pregunta. Pero Yulia sacude la cabeza para desechar la idea—. No tardarás en verla —dice sonriendo—,sobre todo si no te levantas.
Se acerca y me da un cachete fuerte en el culo, y yo chillo y me río al mismo tiempo.
—Ya me tenías preocupada.
—¿Ah, sí? —Yulia arquea una ceja—. Emites señales contradictorias, Elena. ¿Cómo podría un hombre o mujer seguirte el ritmo? —Se inclina y vuelve a besarme—. Hasta luego, nena —añade y, con una sonrisa deslumbrante, se levanta y me deja a solas con mis dispersos pensamientos.
Cuando salgo a cubierta, Mac está de nuevo a bordo, pero enseguida se retira a la cubierta superior en cuanto abro las puertas del salón. Yulia está con su BlackBerry. ¿Hablando con quién?, me pregunto. Se me acerca, me atrae hacia ella y me
besa el cabello.
—Una noticia estupenda… bien. Sí… ¿De verdad? ¿La escalera de incendios?… Entiendo… Sí, esta noche.
Aprieta el botón de fin de llamada, y el ruido de los motores al ponerse en marcha me sobresalta. Mac debe de estar arriba, en el puente de mando.
—Hora de volver —dice Yulia, y me besa una vez más mientras me coloca de nuevo el chaleco salvavidas.
Cuando volvemos al puerto deportivo, con el sol a nuestra espalda
poniéndose en el horizonte, pienso en esta tarde maravillosa. Bajo la atenta y paciente tutela de Yulia, he estibado una vela mayor, un foque y una vela balón, y he aprendido a hacer un nudo cuadrado, un ballestrinque y un nudo margarita. Ella ha mantenido los labios prietos durante toda la clase.
—Puede que un día de estos te ate a ti —mascullo en tono gruñón.
Ella tuerce el gesto, divertido.
—Primero tendrá que atraparme, señorita Katina.
Sus palabras me traen a la cabeza la imagen de ella persiguiéndome por todo el apartamento, la excitación, y después sus espantosas consecuencias. Frunzo el ceño y me estremezco. Después de aquello, la dejé.
¿La dejaría otra vez ahora que ha reconocido que me quiere? Levanto la vista hacia sus claros ojos azules. ¿Sería capaz de dejarla otra vez… me hiciera lo que me hiciese? ¿Podría traicionarle de ese modo? No. No creo que pudiera.
Me ha dado otro completo tour por este magnífico barco, explicándome todos los detalles del diseño, las técnicas innovadoras y los materiales de alta calidad que se utilizaron para construirlo. Recuerdo aquella primera entrevista, cuando la conocí. Entonces descubrí ya su pasión por los barcos. Creí que reservaba su entrega incondicional a los cargueros transoceánicos que construye su empresa… pero no,también los elegantes catamaranes de encanto tan sensual.
Y, por supuesto, me ha hecho el amor con dulzura, sin prisas. Recuerdo mi cuerpo arqueado y anhelante bajo sus expertas manos. Es una amante excepcional, de eso estoy segura… aunque, claro, no tengo con quién compararle. Pero Nastya hubiera alardeado más si esto fuera siempre así: no es propio de ella callarse los detalles.
Pero ¿durante cuánto tiempo le bastará con esto? No lo sé, y el pensamiento resulta muy perturbador.
Ahora se sienta y me rodea con sus brazos, y yo permanezco en la seguridad de su abrazo durante horas o eso me parece, en un silencio cómodo y fraterno,mientras el Larissa se desliza y se acerca más y más a Seattle. Yo llevo el timón, y Yulia me avisa cada vez que tengo que ajustar el rumbo.
—Hay una poesía en navegar tan antigua como el mundo —me dice al oído.
—Eso suena a cita.
Noto que sonríe.
—Lo es. Antoine de Saint-Exupéry.
—Oh… me encanta El principito.
—A mí también.
* * *
Comienza a caer la noche cuando Yulia, con sus manos todavía sobre las mías, nos conduce al interior de la bahía. Las luces de los barcos parpadean y se reflejan en el agua oscura, pero todavía hay algo de claridad: el atardecer es agradable y luminoso, el preludio de lo que sin duda será una puesta de sol espectacular.
Una pequeña multitud se congrega en el muelle cuando Yulia hace girar despacio el barco, en un espacio relativamente pequeño. Lo hace con destreza,atracando de nuevo en el embarcadero del que habíamos zarpado. Mac salta a tierra y amarra el Larissa a un noray.
—Ya estamos de vuelta —murmura Yulia.
—Gracias —susurro tímidamente—. Ha sido una tarde perfecta.
Yulia me sonríe.
—Yo pienso lo mismo. Quizá deberíamos matricularte en una escuela náutica, y así podríamos salir durante unos días, tú y yo solas.
—Me encantaría. Podríamos estrenar el dormitorio una y otra vez.
Se acerca y me besa bajo la oreja.
—Mmm… estoy deseándolo, Elena —susurra, y consigue que se me erice todo el vello del cuerpo.
¿Cómo lo hace?
—Vamos, el apartamento es seguro. Podemos volver.
—¿Y las cosas que tenemos en el hotel?
—Igor ya las ha recogido.
¡Oh! ¿Cuándo?
—Hoy a primera hora —contesta Yulia antes de que le plantee la
pregunta—, después de haber examinado el Larissa con su equipo.
—¿Y ese pobre hombre cuándo duerme?
—Duerme. —Yulia, desconcertada, arquea una ceja—. Simplemente cumple con su deber, Elena, y lo hace muy bien. Es una suerte contar con Taylor.
—¿Taylor?
—Igor Taylor.
Es un nombre que le pega: serio y responsable, fiable. Por alguna razón, eso me hace sonreír.
Yulia me mira pensativa y comenta:
—Tú aprecias a Igor.
—Supongo que sí.
Su comentario me confunde. Ella frunce el ceño.
—No me siento atraída por él, si es eso lo que te hace poner mala cara.
Déjalo ya.
Yulia hace algo parecido a un mohín, como enfurruñada.
Dios… a veces es como una niña.
—Opino que Igor cuida muy bien de ti. Por eso me gusta. Me parece un hombre que inspira confianza, amable y leal. Lo aprecio en un sentido paternal.
—¿Paternal?
—Sí.
—Bien, paternal.
Yulia parece analizar la palabra y su significado. Me echo a reír.
—Oh, Yulia, por favor, madura un poco.
Ella abre la boca, sorprendida ante mi salida, pero luego piensa en lo que he dicho y tuerce el gesto.
—Lo intento —dice finalmente.
—Se nota. Y mucho —le digo con cariño, pero después pongo los ojos en blanco.
—Qué buenos recuerdos me trae verte hacer ese gesto, Elena—dice con una gran sonrisa.
—Bueno, si te portas bien a lo mejor revivimos alguno de esos recuerdos—replico con aire cómplice.
Ella hace una mueca irónica.
—¿Portarme bien? —Levanta las cejas—. Francamente, señorita Katina,¿qué le hace pensar que quiera revivirlos?
—Seguramente porque, cuando lo he dicho, tus ojos han brillado como luces navideñas.
—Qué bien me conoces ya —dice con cierta sequedad.
—Me gustaría conocerte mejor.
Sonríe con dulzura.
—Y a mí a ti, Elena.
—Gracias, Mac.
Yulia estrecha la mano de McConnell y baja al muelle.
—Siempre es un placer, señorita Volkova. Adiós. Y, Lena, encantado de conocerte.
Le doy la mano con timidez. Debe de saber a qué nos hemos dedicado Yulia y yo mientras él estaba en tierra.
—Que tengas un buen día, Mac, y gracias.
Me sonríe y me guiña el ojo, haciendo que me ruborice. Yulia me coge de la mano y subimos por el muelle hacia el paseo marítimo.
—¿De dónde es Mac? —pregunto, intrigada por su acento.
—Irlandés… del norte de Irlanda —concreta Yulia.
—¿Es amigo tuyo?
—¿Mac? Trabaja para mí. Ayudó a construir el Larissa.
—¿Tienes muchos amigos?
Frunce el ceño.
—La verdad es que no. Dedicándome a lo que me dedico… no puedo cultivar muchas amistades. Solo está…
Se calla y se pone muy seria, y soy consciente de que iba a mencionar a la señora Robinson.
—¿Tienes hambre? —pregunta para cambiar de tema.
Asiento. La verdad es que estoy hambrienta.
—Cenaremos donde dejé el coche. Vamos.
Al lado del SP hay un pequeño bistró italiano llamado Bee’s. Me recuerda al local de Portland: unas pocas mesas y reservados, con una decoración muy moderna y alegre, y una gran fotografía en blanco y negro de una celebración de principios de siglo a modo de mural.
Yulia y yo nos sentamos en un reservado, y echamos un vistazo al menú mientras degustamos un Frascati suave y delicioso. Cuando levanto la vista de la carta,después de haber elegido lo que quiero, Yulia me está mirando fijamente,pensativa.
—¿Qué pasa?
—Estás muy guapa, Elena. El aire libre te sienta bien.
Me ruborizo.
—Pues la verdad es que me arde la cara por el viento. Pero he pasado una tarde estupenda. Una tarde perfecta. Gracias.
En sus ojos brilla el cariño.
—Ha sido un placer —musita.
—¿Puedo preguntarte una cosa?
Estoy decidida a obtener información.
—Lo que quieras, Elena. Ya lo sabes.
Ladea la cabeza. Está encantadora.
—No pareces tener muchos amigos. ¿Por qué?
Encoge los hombros y frunce el ceño.
—Ya te lo he dicho, la verdad es que no tengo tiempo. Están mis socios empresariales… aunque eso es muy distinto a tener amigos, supongo. Tengo a mi familia y ya está. Aparte de Olga.
Ignoro que ha mencionado a esa bruja.
—¿Ningún amigo varón de tu misma edad para salir a desahogarte?
—Tú ya sabes cómo me gusta desahogarme, Elena. —Yulia hace
una leve mueca—. Y me he dedicado a trabajar, a levantar mi empresa. —Parece desconcertada—. No hago nada más; salvo navegar y volar de vez en cuando.
—¿Ni siquiera en la universidad?
—La verdad es que no.
—¿Solo Olga, entonces?
Asiente, con cautela.
—Debes de sentirte sola.
Sus labios esbozan una media sonrisa melancólica.
—¿Qué te apetece comer? —pregunta, volviendo a cambiar de tema.
—Me inclino por el risotto.
—Buena elección.
Yulia avisa al camarero y da por terminada la conversación.
Después de pedir, me revuelvo incómoda en la silla y fijo la mirada en mis manos entrelazadas. Si tiene ganas de hablar, he de aprovecharlo.
Tengo que hablar con ella de cuáles son sus expectativas, sus… necesidades.
—Elena, ¿qué pasa? Dime.
Levanto la vista hacia su rostro preocupada.
—Dime —repite con más contundencia, y su preocupación se convierte ¿en qué… miedo… ira?
Suspiro profundamente.
—Lo que más me inquieta es que no tengas bastante con esto. Ya sabes…para desahogarte.
Tensa la mandíbula y su mirada se endurece.
—¿He manifestado de algún modo que no tenga bastante con esto?
—No.
—Entonces, ¿por qué lo piensas?
—Sé cómo eres. Lo que… eh… necesitas —balbuceo.
Cierra los ojos y se masajea la frente con sus largos dedos.
—¿Qué tengo que hacer? —dice en voz tan baja que resulta alarmante,como si estuviera enfadada, y se me encoge el corazón.
—No, me has malinterpretado: te has comportado maravillosamente, y sé que solo han pasado unos días, pero espero no estar obligándote a ser alguien que no eres.
—Sigo siendo yo, Elena… con todas las cincuenta sombras de mi
locura. Sí, tengo que luchar contra el impulso de ser controlador… pero es mi naturaleza, la manera en que me enfrento a la vida. Sí, espero que te comportes de una determinada manera, y cuando no lo haces supone un desafío para mí, pero también es un soplo de aire fresco. Seguimos haciendo lo que me gusta hacer a mí. Dejaste que te golpeara ayer después de aquella espantosa puja. —Esboza una sonrisa placentera al recordarlo—. Yo disfruto castigándote. No creo que ese impulso desaparezca nunca…pero me esfuerzo, y no es tan duro como creía.
Me estremezco y enrojezco al recordar nuestro encuentro clandestino en el dormitorio de su infancia.
—Eso no me importó —musito con timidez.
—Lo sé. —Sus labios se curvan en una sonrisa reacia—. A mí tampoco.Pero te diré una cosa, Elena: todo esto es nuevo para mí, y estos últimos días han sido los mejores de mi vida. No quiero que cambie nada.
¡Oh!
—También han sido los mejores de mi vida, sin duda —murmuro, y se le ilumina la cara.
La diosa que llevo dentro asiente febril, dándome fuertes codazos. Vale,vale, ya lo sé…
—Entonces, ¿no quieres llevarme a tu cuarto de juegos?
Traga saliva y palidece, con el rostro totalmente serio.
—No, no quiero.
—¿Por qué no? —musito.
No es la respuesta que esperaba.
Y sí, ahí está… esa punzada de decepción. La diosa que llevo dentro hace un mohín y da patadas en el suelo con los brazos cruzados, como una cría enfurruñada.
—La última vez que estuvimos allí me abandonaste —dice en voz baja—.Pienso huir de cualquier cosa que pueda provocar que vuelvas a dejarme. Cuanto te fuiste me quedé destrozada. Ya te lo he contado. No quiero volver a sentirme así. Ya te he dicho lo que siento por ti.
Sus ojos azules, enormes e intensos, rezuman sinceridad.
—Pero no me parece justo. Para ti no puede ser bueno… estar
constantemente preocupada por cómo me siento. Tú has hecho todos esos cambios por mí, y yo… creo que debería corresponderte de algún modo. No sé, quizá… intentar…algunos juegos haciendo distintos personajes —tartamudeo, con la cara del color de las paredes del cuarto de juegos.
¿Por qué es tan difícil hablar de esto? He practicado todo tipo de sexo pervertido con esta mujer, cosas de las que ni siquiera había oído hablar hace unas semanas, cosas que nunca había creído posibles, y, sin embargo, lo más difícil de todo es hablar de esto con ella.
—Ya me correspondes, Lena, más de lo que crees. Por favor, no te sientas así.
La Yulia despreocupada ha desaparecido. Ahora tiene los ojos muy abiertos con expresión alarmada, y verla así resulta desgarrador.
—Nena, solo ha pasado un fin de semana. Démonos tiempo. Cuando te marchaste, pensé mucho en nosotras. Necesitamos tiempo. Tú necesitas confiar en mí y yo en ti. Quizá más adelante podamos permitírnoslo, pero me gusta cómo eres ahora.
Me gusta verte tan contenta, tan relajada y despreocupada, sabiendo que yo tengo algo que ver en ello. Yo nunca he… —Se calla y se pasa la mano por el pelo—. Para correr, primero tenemos que aprender a andar.
De repente sonríe.
—¿Qué tiene tanta gracia?
—Flynn. Dice eso constantemente. Nunca creí que le citaría.
—Un flynnismo.
Yulia se ríe.
—Exacto.
Llega el camarero con los entrantes y la brocheta, y en cuanto cambiamos de conversación Yulia se relaja.
Cuando nos colocan delante nuestros pantagruélicos platos, no puedo evitar pensar en cómo he visto a Yulia hoy: relajada, feliz y despreocupada. Como mínimo ahora se ríe, vuelve a estar a gusto.
Cuando empieza a interrogarme sobre los lugares donde he estado, suspiro de alivio en mi fuero interno. El tema se acaba enseguida, ya que no he estado en ningún sitio fuera del Estados Unidos continental. En cambio, ella ha viajado por todo el mundo, e iniciamos una charla más alegre y sencilla sobre todos los lugares que ella ha visitado.
* * *
Después de la sabrosa y contundente cena, Yulia conduce de vuelta al Escala. Por los altavoces se oye la voz dulce y melodiosa de Eva Cassidy, y eso me proporciona un apacible interludio para pensar. He tenido un día asombroso; la doctora Greene; nuestra ducha; la admisión de Yulia; hacer el amor en el hotel y en el barco; comprar el coche. Incluso la propia Yulia se ha mostrado tan distinta…
Es como si se hubiera desprendido de algo, o hubiera redescubierto algo… no sé.
¿Quién habría imaginado que pudiera ser tan dulce? ¿Lo sabría ella?
Cuando la miro, ella también parece absorta en sus pensamientos. Y caigo en la cuenta de que ella no ha tenido en realidad una adolescencia… una normal, al menos.
Mi mente vaga errática hasta la fiesta de la noche anterior y mi baile con el doctor Flynn, y el miedo de Yulia a que este me lo hubiera contado todo sobre ella.
Yulia sigue ocultándome algo. ¿Cómo podemos avanzar en nuestra relación si ella se siente de ese modo?
Cree que podría dejarla si la conociera. Cree que podría dejarla si fuera tal como es. Oh, esta mujer es muy complicada.
A medida que nos acercamos a su casa, empieza a irradiar una tensión que se hace palpable. Desde el coche examina las aceras y los callejones laterales, sus ojos escudriñan todos los rincones, y sé que está buscando a Leila. Yo empiezo también a mirar. Todas las chicas como yo son sospechosas, pero no la vemos.
Cuando entramos en el garaje, su boca se ha convertido en una línea tensa y adusta. Me pregunto por qué hemos vuelto aquí si va a estar tan nerviosa y cauta.
Sawyer está en el garaje, vigilando, y se acerca a abrirme la puerta en cuanto Yulia aparca al lado del SUV. El Audi destrozado ya no está.
—Hola, Sawyer —le saludo.
—Señorita Katina. —Asiente—. Señorita Volkova.
—¿Ni rastro? —pregunta Yulia.
—No, señorita.
Yulia asiente, me coge la mano y vamos hacia el ascensor. Sé que su cerebro no para de trabajar; está totalmente abstraída. En cuanto entramos se vuelve hacia mí.
—No tienes permiso para salir de aquí sola bajo ningún concepto.
¿Entendido? —me espeta.
—De acuerdo.
Vaya… tranquila. Sin embargo, su actitud me hace sonreír. Tengo ganas de abrazarme a mí misma: esta mujer, tan dominante y brusca conmigo… Me asombra que hace solo una semana me pareciera tan amenazadora cuando me hablaba de ese modo. Pero ahora la comprendo mucho mejor. Ese es su mecanismo para afrontar las situaciones. Está muy preocupado por lo de Leila, me quiere y quiere protegerme.
—¿Qué te hace tanta gracia? —murmura con un deje de ironía en la voz.
—Tú.
—¿Yo, señorita Katina? ¿Por qué le hago gracia? —dice con un mohín.
Los mohines de Yulia son tan… sensuales.
—No pongas morritos.
—¿Por qué? —pregunta, cada vez más divertida.
—Porque provoca el mismo efecto en mí que el que tiene en ti que yo haga esto.
Y me muerdo el labio inferior.
Ella arquea las cejas, sorprendida y complacida al mismo tiempo.
—¿En serio?
Vuelve a hacer un mohín y se inclina para darme un beso fugaz y casto.
Yo pogo los labios para unirlos a los suyos, y durante la milésima de segundo en que se rozan nuestras bocas, la naturaleza de su beso cambia, y un fuego arrasador originado en ese íntimo punto de contacto se expande por mis venas y me impulsa hacia ella.
De pronto mis dedos se enredan en sus cabellos y ella me empuja contra la pared del ascensor, sujeta mi cara entre sus manos y nuestras lenguas se entrelazan. Y no sé si los confines del ascensor hacen que todo sea más real, pero noto su necesidad,
su ansiedad, su pasión.
Dios… La deseo, aquí, ahora.
El ascensor se detiene con un sonido metálico, las puertas se abren y Yulia aparta ligeramente su cara de la mía, sus caderas aún inmovilizándome contra la pared y su erección presionando contra mi cuerpo.
—Vaya —murmura sin aliento.
—Vaya —repito, e inspiro una bocanada de aire para llenar mis pulmones.
Me mira con ojos ardientes.
—Qué efecto tienes en mí, Lena.
Y con el pulgar resigue mi labio inferior.
Por el rabillo del ojo veo a Igor, que da un paso atrás y queda fuera de mi vista. Me inclino para besar a Yulia en la comisura de esos labios maravillosamente perfilados.
—El que tú tienes en mí, Yulia.
Se aparta y me da la mano. Ahora tiene los ojos más oscuros, entornados.
—Ven —ordena.
Igor sigue en la entrada, esperándonos con discreción.
—Buenas noches, Igor —dice Yulia en tono cordial.
—Señorita Volkova, señorita Katina.
—Ayer fui la señora Taylor —le digo sonriendo, y él se pone rojo.
—También suena bien, señorita Katina —dice Igor con total naturalidad.
—Yo pienso lo mismo.
Yulia me coge la mano con más fuerza, y pone mala cara.
—Si ya habéis terminado los dos, me gustaría un informe rápido.
Mira fijamente a Igor, que ahora parece incómodo, y a mí se me encogen las entrañas. He sobrepasado el límite.
—Lo siento —le digo en silencio a Igor, que se encoge de hombros y me sonríe con amabilidad antes de darme la vuelta para seguir a Yulia.
—Ahora vuelvo contigo. Antes tengo que decirle una cosa a la señorita Katina —le dice Yulia a Igor, y sé que tengo problemas.
Yulia me lleva a su dormitorio y cierra la puerta.
—No coquetees con el personal, Elena—me reprende.
Abro la boca para defenderme, luego la cierro y vuelvo a abrirla otra vez.
—No coqueteaba. Era amigable… hay una diferencia.
—No seas amigable con el personal ni coquetees con ellos. No me gusta.
Oh. Adiós a la Yulia despreocupada.
—Lo siento —musito y me miro las manos.
No me había hecho sentir como una niña pequeña en todo el día. Me coge la barbilla y me levanta la cabeza para que la mire a los ojos.
—Ya sabes lo celosa que soy —murmura.
—No tienes motivos para ser celosa, Yulia. Soy tuya en cuerpo y alma.
Pestañea varias veces como si le costara procesar ese hecho. Se acerca y me besa fugazmente, pero sin la pasión que sentíamos hace un momento en el ascensor.
—No tardaré. Ponte cómoda —dice de mal humor, da media vuelta y me deja ahí plantada en el dormitorio, aturdida y confusa.
¿Por qué demonios podría tener celos de Igor? Niego con la cabeza, sin poder dar crédito.
Miro el despertador y observo que acaban de dar las ocho. Decido
preparar la ropa que llevaré mañana al trabajo. Subo a mi habitación y abro el vestidor. Está vacío. Todos los vestidos han desaparecido. ¡Oh, no! Yulia me ha tomado la palabra y se ha deshecho de toda la ropa. Maldita sea…
Mi subconsciente me fulmina con la mirada. Bien, te lo mereces, por bocazas.
¿Por qué me ha tomado la palabra? Las advertencias de mi madre vuelven a resonar en mi cabeza: «Los hombres y mujeres somos muy cuadriculados, cielo, se lo toman todo al pie de la letra». Observo el espacio vacío con desolación. Había prendas muy bonitas, como el vestido plateado que llevé al baile.
Paseo desconsolada por la habitación. Un momento… ¿qué está pasando aquí? También ha desaparecido el iPad. ¿Y dónde está mi Mac? Oh, no. Lo primero que pienso, de forma poco compasiva, es que quizá los haya robado Leila.
Bajo las escaleras corriendo y vuelvo al cuarto de Yulia. Sobre la
mesita están mi Mac, mi iPad y mi mochila. Está todo aquí.
Abro la puerta del vestidor. Toda mi ropa está aquí también, compartiendo espacio con la de Yulia. ¿Cuándo ha ocurrido todo esto? ¿Por qué nunca me avisa cuando hace estas cosas?
Me doy la vuelta y ella está de pie en el umbral.
—Ah, ya lo han traído todo —comenta con aire distraída.
—¿Qué pasa? —pregunto.
Tiene el semblante sombrío.
—Igor cree que Leila entró por la escalera de emergencia. Debía de tener una llave. Ya han cambiado todas las cerraduras. El equipo de Igor ha registrado todas las estancias del apartamento. No está aquí. —Hace una pausa y se pasa una mano por el pelo—. Ojalá hubiera sabido dónde estaba. Está esquivando
todos nuestros intentos de encontrarla, y necesita ayuda.
Frunce el ceño, y mi anterior enfado desaparece. La abrazo. Ella me envuelve con su cuerpo y me besa la cabeza.
—¿Qué harás cuando la encuentres? —pregunto.
—El doctor Flynn tiene una plaza para ella.
—¿Y qué pasa con su marido?
—No quiere saber nada de ella —contesta Yulia con amargura—. Su familia vive en Connecticut. Creo que ahora anda por ahí sola.
—Qué triste…
—¿Te parece bien que haya hecho que traigan tus cosas aquí? Quería compartir la habitación contigo —murmura.
Vaya, otro rápido cambio de tema.
—Sí.
—Quiero que duermas conmigo. Cuando estás conmigo no tengo pesadillas.
—¿Tienes pesadillas?
—Sí.
Le abrazo más fuerte. Por Dios… Más cargas del pasado. Se me encoge el corazón por esta mujer.
—Iba a prepararme la ropa para ir a trabajar mañana —aclaro.
—¡A trabajar! —exclama Yulia como si hubiera dicho una palabrota,me suelta y me fulmina con la mirada.
—Sí, a trabajar —replico, desconcertada ante su reacción.
Se me queda mirando sin dar crédito.
—Pero Leila aún anda suelta por ahí. —Hace una breve pausa—. No quiero que vayas a trabajar.
¿Qué?
—Eso es una tontería, Yulia. He de ir a trabajar.
—No, no tienes por qué.
—Tengo un trabajo nuevo, que me gusta. Claro que he de ir a trabajar.
¿A qué se refiere?
—No, no tienes por qué —repite con énfasis.
—¿Te crees que me voy a quedar aquí sin hacer nada mientras tú andas por ahí salvando al mundo?
—La verdad… sí.
Oh, Cincuenta, Cincuenta, Cincuenta… dame fuerzas.
—Yulia, yo necesito trabajar.
—No, no lo necesitas.
—Sí… lo… necesito. —le repito despacio, como si fuera una cría.
—Es peligroso —dice torciendo el gesto.
—Yulia… yo necesito trabajar para ganarme la vida, y además no me pasará nada.
—No, tú no necesitas trabajar para ganarte la vida… ¿y cómo puedes estar tan segura de que no te pasará nada?
Está prácticamente gritando.
¿Qué quiere decir? ¿Acaso piensa mantenerme? Oh, esto es totalmente ridículo. ¿Cuánto hace que la conozco… cinco semanas?
Ahora está muy enfadada. Sus tormentosos ojos centellean, pero no me importa en absoluto.
—Por Dios santo, Yulia, Leila estaba a los pies de tu cama y no me hizo ningún daño. Y sí, yo necesito trabajar. No quiero deberte nada. Tengo que pagar el préstamo de la universidad.
Aprieta los labios y yo pongo los brazos en jarras. No pienso ceder en esto.
¿Quién se cree que es?
—No quiero que vayas a trabajar.
—No depende de ti, Yulia. La decisión no es tuya.
Se pasa la mano por el pelo mientras sus ojos me fulminan. Pasamos segundos, minutos, sin dejar de retarnos con la mirada.
—Sawyer te acompañará.
—Yulia, no es necesario. No tiene ninguna lógica.
—¿Lógica? —gruñe—. O te acompaña, o verás lo ilógico que puedo ser para retenerte aquí.
¿No sería capaz? ¿O sí?
—¿Qué harías exactamente?
—Ah, ya se me ocurriría algo, Elena. No me provoques.
—¡De acuerdo! —acepto, levantando las dos manos para apaciguarle.
Maldita sea… Cincuenta ha vuelto para vengarse.
Permanecemos ahí de pie, fulminándonos con la mirada.
—Muy bien: Sawyer puede venir conmigo, si así te quedas más tranquila—cedo finalmente, y pongo los ojos en blanco.
Yulia entorna los suyos y avanza hacia mí, amenazante. Inmediatamente,doy un paso atrás. Ella se detiene y suspira profundamente, cierra los ojos y se mesa el cabello con las dos manos. Oh, no. Cincuenta sigue en plena forma.
—¿Quieres que te enseñe el resto del apartamento?
¿Enseñarme el…? ¿Es una broma?
—Vale —musito cautelosa.
Nuevo cambio de rumbo: la señorita Voluble ha vuelto. Me tiende la mano y,cuando la acepto, aprieta la mía con suavidad.
—No quería asustarte.
—No me has asustado. Solo estaba a punto de salir corriendo —bromeo.
—¿Salir corriendo? —dice Yulia, abriendo mucho los ojos.
—¡Es una broma!
Por Dios…
Salimos del vestidor y aprovecho el momento para calmarme, pero la adrenalina sigue circulando a raudales por mi cuerpo. Una pelea con Cincuenta no es algo que pueda tomarse a la ligera.
Me da una vuelta por todo el apartamento, enseñándome las distintas habitaciones. Aparte del cuarto de juegos y tres dormitorios más en el piso de arriba,descubro con sorpresa que Igor y la señora Jones disponen de un ala para ellos solos: una cocina, un espacioso salón y un cuarto para cada uno. La señora Jones todavía no ha vuelto de visitar a su hermana, que vive en Portland.
En la planta baja me llama la atención un cuarto situado enfrente de su estudio: una sala con una inmensa pantalla de televisión de plasma y varias videoconsolas. Resulta muy acogedora.
—¿Así que tienes una Xbox? —bromeo.
—Sí, pero soy malísima. Dimitri siempre me gana. Tuvo gracia cuando creíste que mi cuarto de juegos era algo como esto.
Me sonríe divertida, su arrebato ya olvidado. Gracias a Dios que ha recobrado el buen humor.
—Me alegra que me considere graciosa, señorita Volkova —contesto con altanería.
—Pues lo es usted, señorita Katina… cuando no se muestra exasperante,claro.
—Suelo mostrarme exasperante cuando usted es irracional.
—¿Yo? ¿Irracional?
—Sí, señorita Volkova, irracional podría ser perfectamente su segundo nombre.
—Yo no tengo segundo nombre.
—Pues irracional le quedaría muy bien.
—Creo que eso es opinable, señorita Katina.
—Me interesaría conocer la opinión profesional del doctor Flynn.
Yulia sonríe.
—Yo creía que Cherkasovna era tu segundo nombre.
—No, es un apellido.
—Pues no lo usas.
—Es demasiado largo. Ven —ordena.
Salgo de la sala de la televisión detrás de ella, cruzamos el gran salón hasta el pasillo principal, pasamos por un cuarto de servicio y una bodega impresionante, y llegamos al despacho de Igor, muy amplio y bien equipado. Igor se pone de pie cuando entramos. Hay espacio suficiente para albergar una mesa de reuniones para
seis. Sobre un gran escritorio hay una serie de monitores. No tenía ni idea de que el apartamento tuviera circuito cerrado de televisión. Por lo visto controla la terraza, la escalera, el ascensor de servicio y el vestíbulo.
—Hola, Igor. Le estoy enseñando el apartamento a Elena.
Igor asiente pero no sonríe. Me pregunto si le habrán amonestado
también. ¿Y por qué sigue trabajando todavía? Cuando le sonrío, asiente educadamente. Yulia me coge otra vez de la mano y me lleva a la biblioteca.
—Y, por supuesto, aquí ya has estado.
Yulia abre la puerta. Señalo con la cabeza el tapete verde de la mesa de billar.
—¿Jugamos? —pregunto.
Yulia sonríe, sorprendida.
—Vale. ¿Has jugado alguna vez?
—Un par de veces —miento, y ella entorna los ojos y ladea la cabeza.
—Eres una mentirosa sin remedio, Elena. Ni has jugado nunca ni…
—¿Te da miedo competir? —pregunto, pasándome la lengua por los labios.
—¿Miedo de una cría como tú? —se burla Yulia con buen humor.
—Una apuesta, señorita Volkova.
—¿Tan segura está, señorita Katina? —Sonríe divertida e incrédula al mismo tiempo—. ¿Qué le gustaría apostar?
—Si gano yo, vuelves a llevarme al cuarto de juegos.
Se me queda mirando, como si no acabara de entender lo que he dicho.
—¿Y si gano yo? —pregunta, una vez recuperado de su estupefacción.
—Entonces, escoges tú.
Tuerce el gesto mientras medita la respuesta.
—Vale, de acuerdo. ¿A qué quieres jugar: billar americano, inglés o a tres bandas?
—Americano, por favor. Los otros no los conozco.
De un armario situado bajo una de las estanterías, Yulia saca un estuche de piel alargado. En el interior forrado en terciopelo están las bolas de billar. Con rapidez y eficiencia, coloca las bolas sobre el tapete. Creo que nunca he jugado en una mesa tan grande. Yulia me da un taco y un poco de tiza.
—¿Quieres sacar?
Finge cortesía. Está disfrutando: cree que va a ganar.
—Vale.
Froto la punta del taco con la tiza, y soplo para eliminar la sobrante. Miro a Yulia a través de las pestañas y su semblante se ensombrece.
Me coloco en línea con la bola blanca y, con un toque rápido y limpio,impacto en el centro del triángulo con tanta fuerza que una bola listada sale rodando y cae en la tornera superior derecha. El resto de las bolas han quedado diseminadas.
—Escojo las listadas —digo con ingenuidad y sonrío a Yulia con
timidez.
Ella asiente divertida.
—Adelante —dice educadamente.
Consigo que entren en las troneras otras tres bolas en rápida sucesión.
Estoy dando saltos de alegría por dentro. En este momento siento una gratitud enorme hacia José por haberme enseñado a jugar a billar, y a jugar tan bien. Yulia observa impasible, sin expresar nada, pero parece que ya no se divierte tanto. Fallo la bola
listada verde por un pelo.
—¿Sabes, Elena?, podría estar todo el día viendo cómo te inclinas y te estiras sobre esta mesa de billar —dice con pícara galantería.
Me ruborizo. Gracias a Dios que llevo vaqueros. Ella sonríe satisfecha.
Intenta despistarme del juego, la muy cabrona. Se quita el jersey beige, lo tira sobre el respaldo de una silla, me mira sonriente y se dispone a hacer la primera tirada.
Se inclina sobre la mesa. Se me seca la boca. Oh, ahora sé a qué ese refería. Yulia, con vaqueros ajustados y una camiseta blanca, inclinándose así… es algo digno de ver. Casi pierdo el hilo de mis pensamientos. Mete cuatro bolas rápidamente, y luego falla al intentar introducir la blanca.
—Un error de principiante, señorita Volkova —me burlo.
Sonríe con suficiencia.
—Ah, señorita Katina, yo no soy más que una pobre mortal. Su turno, creo —dice, señalando la mesa.
—No estarás intentando perder a propósito, ¿verdad?
—No, no, Elena. Con el premio que tengo pensado, quiero ganar. —Se encoge de hombros con aire despreocupada—. Pero también es verdad que siempre quiero ganar.
La miro desfiante con los ojos entornados. Muy bien, entonces… Me alegro de llevar la blusa azul, que es bastante escotada. Me paseo alrededor de la mesa,agachándome a la menor oportunidad y dejando que Yulia le eche un vistazo a mi escote. A este juego pueden jugar dos. La miro.
—Sé lo que estás haciendo —murmura con ojos sombríos.
Ladeo la cabeza con coquetería, acaricio el taco y deslizo la mano arriba y abajo muy despacio.
—Oh, estoy decidiendo cuál será mi siguiente tirada —señalo con aire distraído.
Me inclino sobre la mesa y golpeo la bola naranja para dejarla en una posición mejor. Me planto directamente delante de Yulia y cojo el resto de debajo de la mesa. Me coloco para la próxima tirada, recostada sobre el tapete. Oigo que Yulia inspira con fuerza y, naturalmente, fallo el tiro. Maldición…
Ella se coloca detrás de mí mientras todavía estoy inclinada sobre la mesa, y pone las manos en mis nalgas. Mmm…
—¿Está contoneando esto para provocarme, señorita Katina?
Y me da una palmada, fuerte.
Jadeo.
—Sí —contesto en un susurro, porque es verdad.
—Ten cuidado con lo que deseas, nena.
Me masajeo el trasero mientras ella se dirige hacia el otro extremo de la mesa, se inclina sobre el tapete y hace su tirada. Golpea la bola roja, y la mete en la tronera izquierda. Apunta a la amarilla, superior derecha, y falla por poco. Sonrío.
—Cuarto rojo, allá vamos —le provoco.
Ella apenas arquea una ceja y me indica que continúe. Yo apunto a la bola verde y, por pura chiripa, consigo meter la última bola naranja.
—Escoge la tronera —murmura Yulia, y es como si estuviera hablando de otra cosa, de algo oscuro y desagradable.
—Superior izquierda.
Apunto a la bola negra y le doy, pero fallo. Por mucho. Maldita sea.
Yulia sonríe con malicia, se inclina sobre la mesa y, con un par de
tiradas, se deshace de las dos lisas restantes. Casi estoy jadeando al ver su cuerpo ágil y flexible reclinándose sobre el tapete. Se levanta, pone tiza al taco y me clava sus ojos ardientes.
—Si gano yo…
¿Oh, sí?
—Voy a darte unos azotes y después te follaré sobre esta mesa.
Dios… Todos los músculos de mi vientre se contraen.
—Superior derecha —dice en voz baja, apunta a la bola negra y se inclina para tirar.
VIVALENZ28- Mensajes : 921
Fecha de inscripción : 04/08/2014
Re: 50 SOMBRAS MÁS OSCURAS// ADAPTACIÓN
Me va agradando esa evolución entre ellas dos, sobre todo la de Yulia, ese cambio tan repentino. Elena... ¡uff! es un estira y afloja, ya le gusto el sexo "pervertido"
Lo dejas en la mejor parte... que por cierto de todas formas, ganan las 2 xD
Lo dejas en la mejor parte... que por cierto de todas formas, ganan las 2 xD
SandyQueen- Mensajes : 184
Fecha de inscripción : 28/02/2016
Edad : 35
Localización : Mexico
Re: 50 SOMBRAS MÁS OSCURAS// ADAPTACIÓN
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Con elegante soltura, Yulia le da a la bola blanca y esta se desliza sobre la mesa, roza suavemente la negra y oh… muy despacio, la negra sale rodando, vacila en el borde y finalmente cae en la tronera superior derecha de la mesa de billar.
Maldición.
Ella se yergue, y en su boca se dibuja una sonrisa de triunfo tipo «Te tengo a mi merced, Katina». Baja el taco y se acerca hacia mí pausadamente, con el cabello revuelto, sus vaqueros y su camiseta blanca. No tiene aspecto de presidenta ejecutiva:parece una chica mala de un barrio peligroso. Madre mía, está terriblemente sexy.
—No tendrás mal perder, ¿verdad? —murmura sin apenas disimular la sonrisa.
—Depende de lo fuerte que me pegues —susurro, agarrándome al taco para apoyarme.
Me lo quita y lo deja a un lado, introduce los dedos en el escote de mi blusa y me atrae hacia ella.
—Bien, enumeremos las faltas que has cometido, señorita Katina. —Y cuenta con sus dedos largos—. Uno, darme celos con mi propio personal. Dos, discutir conmigo sobre el trabajo. Y tres, contonear tu delicioso trasero delante de mí durante estos últimos veinte minutos.
En sus ojos azules brilla una tenue chispa de excitación. Se inclina y frota su nariz contra la mía.
—Quiero que te quites los pantalones y esta camisa tan provocativa. Ahora. Me planta un beso leve como una pluma en los labios, se encamina sin ninguna prisa hacia la puerta y la cierra con llave.
Cuando se da la vuelta y me clava la mirada, sus ojos arden. Yo me quedo totalmente paralizada como un zombi, con el corazón desbocado, la sangre hirviendo,incapaz de mover un músculo. Y lo único que puedo pensar es: Esto es por ella…repitiéndose en mi mente como un mantra una y otra vez.
—La ropa, Elena. Parece ser que aún la llevas puesta. Quítatela… o te la quitaré yo.
—Hazlo tú.
Por fin he recuperado la voz, y suena grave y febril. Yulia sonríe
encantada.
—Oh, señorita Katina. No es un trabajo muy agradable, pero creo que estaré a la altura.
—Por lo general está siempre a la altura, señorita Volkova.
Arqueo una ceja y ella sonríe.
—Vaya, señorita Katina, ¿qué quiere decir?
Al acercarse a mí, se detiene en una mesita empotrada en una de las estanterías. Alarga la mano y coge una regla de plástico transparente de unos treinta centímetros. La sujeta por ambos extremos y la dobla, sin apartar los ojos de mí.
Oh, Dios… el arma que ha escogido. Se me seca la boca.
De pronto estoy acalorada y sofocada y húmeda en todas las partes esperadas. Únicamente Yulia puede excitarme solo con mirarme y flexionar una regla. Se la mete en el bolsillo trasero de sus vaqueros y camina tranquilamente hacia mí, sus oscuros ojos cargados de expectativas. Sin decir palabra, se arrodilla delante
de mí y empieza a desatarme las Converse, con rapidez y eficacia, y me las quita junto con los calcetines. Yo me apoyo en el borde de la mesa de billar para no caerme. Al mirarla durante todo el proceso, me sobrecoge la profundidad del sentimiento que
albergo por esta mujer tan hermosa e imperfecta. La amo.
Me agarra de las caderas, introduce los dedos por la cintura de mis vaqueros y desabrocha el botón y la cremallera. Me observa a través de sus largas pestañas, con una sonrisa extremadamente salaz, mientras me despoja poco a poco de los pantalones. Yo doy un paso a un lado y los dejo en el suelo, encantada de llevar
estas braguitas blancas de encaje tan bonitas, y ella me aferra por detrás de mis piernas y desliza la nariz por el vértice de mis muslos. Estoy a punto de derretirme.
—Me apetece ser brusca contigo, Lena. Tú tendrás que decirme que pare si me excedo —murmura.
Oh, Dios… Me besa… ahí abajo. Yo gimo suavemente.
—¿Palabra de seguridad? —susurro.
—No, palabra de seguridad, no. Solo dime que pare y pararé. ¿Entendido?—Vuelve a besarme, sus labios me acarician. Oh, es una sensación tan maravillosa…Se levanta, con la mirada intensa—. Contesta —ordena con voz de terciopelo.
—Sí, sí, entendido.
Su insistencia me confunde.
—Has estado enviándome mensajes y emitiendo señales contradictorias durante todo el día, Elena—dice—. Me dijiste que te preocupaba que hubiera perdido nervio. No estoy segura de qué querías decir con eso, y no sé hasta qué punto iba en serio, pero ahora lo averiguaremos. No quiero volver al cuarto de juegos todavía, así que ahora podemos probar esto. Pero si no te gusta, tienes que prometerme que me lo dirás.
Una ardorosa intensidad, fruto de su ansiedad, sustituye a su anterior arrogancia.
Oh, no, por favor, no estés ansiosa, Yulia.
—Te lo diré. Sin palabra de seguridad —repito para tranquilizarle.
—Somos amantes, Elena. Las amantes no necesitan palabras de seguridad. —Frunce el ceño—. ¿Verdad?
—Supongo que no —murmuro. Madre mía… ¿cómo voy a saberlo?—. Te lo prometo.
Busca en mi rostro alguna señal de que a mi convicción le falte coraje, y yo me siento nerviosa, pero excitada también. Me hace muy feliz hacer esto, ahora que sé que ella me quiere. Para mí es muy sencillo, y ahora mismo no quiero pensarlo demasiado.
Poco a poco aparece una enorme sonrisa en su cara. Empieza a
desabrocharme la camisa y sus diestros dedos terminan enseguida, pero no me la quita.
Se inclina y coge el taco.
Oh, Dios ¿qué va a hacer con eso? Me estremezco de miedo.
—Juega muy bien, señorita Katina. Debo decir que estoy sorprendida. ¿Por qué no metes la bola negra?
Se me pasa el miedo y hago un pequeño mohín, preguntándome por qué tiene que sorprenderse esta cabrona sexy y arrogante. La diosa que llevo dentro está calentando en segundo plano,haciendo sus ejercicios en el suelo… con una sonrisa henchida de satisfacción.
Yo coloco la bola blanca. Yulia da una vuelta alrededor de la mesa y se pone detrás de mí cuando me inclino para hacer mi tirada. Pone la mano sobre mi muslo derecho y sus dedos me recorren la pierna, arriba y abajo, hasta el culo y vuelven a bajar con una leve caricia.
—Si sigues haciendo eso, fallaré —musito con los ojos cerrados,
deleitándome en la sensación de sus manos sobre mí.
—No me importa si fallas o no, nena. Solo quería verte así: medio vestida,recostada sobre mi mesa de billar. ¿Tienes idea de lo erótica que estás en este momento?
Enrojezco, y la diosa que llevo dentro sujeta una rosa entre los dientes y empieza a bailar un tango. Inspiro profundamente e intento no hacerle caso, y me coloco para tirar. Es imposible. Ella me acaricia el trasero, una y otra vez.
—Superior izquierda —digo en voz baja, y le doy a la bola.
Ella me pega un cachete, fuerte, directamente sobre las nalgas.
Es algo tan inesperado que chillo. La blanca golpea la negra, que rebota contra el almohadillado de la tronera y se sale. Yulia vuelve a acariciarme el trasero.
—Oh, creo que has de volver a intentarlo —susurra—. Tienes que
concentrarte, Elena.
Ahora jadeo, excitada por este juego. Ella se dirige hacia el extremo de la mesa, vuelve a colocar la bola negra, y luego hace rodar la blanca hacia mí. Tiene un aspecto tan carnal, con sus ojos azules y una sonrisa maliciosa… ¿Cómo voy a resistirme a esta mujer? Cojo la bola y la alineo, dispuesta a tirar otra vez.
—Eh, eh —me advierte—. Espera.
Oh, le encanta prolongar la agonía. Vuelve otra vez y se pone detrás de mí.
Y cierro los ojos cuando empieza a acariciarme el muslo izquierdo esta vez, y después el trasero nuevamente.
—Apunta —susurra.
No puedo evitar un gemido, el deseo me retuerce las entrañas. E intento,realmente intento, pensar en cómo darle a la bola negra con la blanca. Me inclino hacia la derecha, y ella me sigue. Vuelvo a inclinarme sobre la mesa, y utilizando hasta el último vestigio de mi fuerza interior, que ha disminuido considerablemente desde que sé lo que pasará en cuanto golpee la bola blanca, apunto y tiro otra vez. Yulia vuelve a azotarme otra vez, fuerte.
¡Ay! Vuelvo a fallar.
—¡Oh, no! —me lamento.
—Una vez más, nena. Y, si fallas esta vez, haré que recibas de verdad.
¿Qué? ¿Recibir qué?
Coloca otra vez la bola negra y se acerca de nuevo, tremendamente despacio, hasta donde estoy, se queda detrás de mí y vuelve a acariciarme el trasero.
—Vamos, tú puedes —me anima.
No… no cuando tú me distraes así. Echo las nalgas hacia atrás hasta encontrar su mano, y ella me da un leve cachete.
—¿Impaciente, señorita Katina?
Sí. Te deseo.
—Bien, acabemos con esto.
Me baja con delicadeza las bragas por los muslos y me las quita. No veo lo que hace con ellas, pero me deja con la sensación de estar muy expuesta, y me planta un beso suave en cada nalga.
—Tira, nena.
Quiero gimotear, está muy claro que no lo conseguiré. Sé que voy a fallar.
Alineo la blanca, le pego y, por culpa de la impaciencia, fallo el golpe a la negra de forma flagrante. Espero el azote… pero no llega. En lugar de eso, ella se inclina directamente encima de mí, me recuesta sobre la mesa, me quita el taco de la mano y lo
hace rodar hasta la banda. La noto, dura, contra mi trasero.
—Has fallado —me dice bajito al oído. Tengo la mejilla contra el tapete—. Pon las manos planas sobre la mesa.
Hago lo que me dice.
—Bien. Ahora voy a pegarte, y así la próxima vez a lo mejor no fallas.
Se mueve y se coloca a mi izquierda, con su erección pegada a mi cadera.
Gimo y siento el corazón en la garganta. Empiezo a respirar
entrecortadamente y un escalofrío ardiente e intenso corre por mis venas. Ella me acaricia el culo y coloca la otra mano ahuecada sobre mi nuca, sus dedos agarrándome el cabello, mientras con el codo me presiona la espalda hacia abajo. Estoy completamente indefensa.
—Abre las piernas —murmura, y yo vacilo un momento.
Y ella me pega fuerte… ¡con la regla! El ruido es más fuerte que el dolor, y me coge por sorpresa. Jadeo, y vuelve a pegarme.
—Las piernas —ordena.
Abro las piernas, jadeando. La regla me golpea de nuevo. Ay… escuece,pero el chasquido contra la piel suena peor de lo que es en realidad.
Cierro los ojos y absorbo el dolor. No es demasiado terrible, y la
respiración de Yulia se intensifica. Me pega una y otra vez, y gimo. No estoy segura de cuántos azotes más podré soportar… pero el oírle, saber lo excitada que está,alimenta mi propio deseo y mi voluntad de seguir. Estoy pasando al lado oscuro, a un lugar de mi psique que no conozco bien, pero que ya he visitado antes, en el cuarto de juegos… con la experiencia Tallis. La regla vuelve a golpearme, y gimo en voz alta. Y Yulia responde con un gruñido. Me pega otra vez… y otra… y una más… más fuerte esta vez… y hago un gesto de dolor.
—Para.
La palabra sale de mi boca antes de darme cuenta de que la he dicho.
Yulia deja la regla inmediatamente y me suelta.
—¿Ya basta?
—Sí.
—Ahora quiero follarte —dice con voz tensa.
—Sí —murmuro, anhelante.
Ella se desabrocha la cremallera, mientras yo gimo tumbada sobre la mesa,sabiendo que será brusca.
Me maravilla una vez más cómo he llevado y sí, disfrutado lo que ha hecho hasta este momento. Es muy turbia, pero es muy ella.
Desliza dos dedos dentro de mí y los mueve en círculos. La sensación es exquisita. Cierro los ojos, deleitándome con la sensación. Oigo cómo rasga el envoltorio, y ya está detrás de mí, entre mis piernas, separándolas más.
Se hunde en mi interior lentamente. Sujeta con firmeza mis caderas, vuelve a salir de mí, y esta vez me penetra con fuerza haciéndome gritar. Se queda quieta un momento.
—¿Otra vez? —dice en voz baja.
—Sí… estoy bien. Déjate llevar… llévame contigo —murmuro sin aliento.
Con un quejido ronco, sale de nuevo y entra de golpe en mí, y lo repite una y otra vez lentamente, con un ritmo deliberado de castigo, brutal, celestial.
Oh… Mis entrañas empiezan a acelerarse. Ella lo nota también, e incrementa el ritmo, empuja más, más deprisa, con mayor dureza… y sucumbo, y exploto en torno a ella en un orgasmo devastador que me arrebata el alma y me deja exhausta y derrotada.
Apenas soy consciente de que Yulia también se deja ir, gritando mi nombre, con los dedos clavados en mis caderas, y luego se queda quieta y se derrumba sobre mí. Nos deslizamos hasta el suelo, y me acuna en sus brazos.
—Gracias, cariño —musita, cubriendo mi cara ladeada de besos dulces y livianos.
Abro los ojos y los levanto hacia ella y me abraza con más fuerza.
—Tienes una rozadura en la mejilla por culpa del tapete —susurra, y me acaricia la cara con ternura—. ¿Qué te ha parecido?
Sus ojos están muy abiertos, cautelosos.
—Intenso, delicioso. Me gusta brutal, Yulia, y también me gusta tierno.
Me gusta que sea contigo.
Ella cierra los ojos y me abraza aún más fuerte.
Madre mía. Estoy exhausta.
—Tú nunca fallas, Lena. Eres preciosa, inteligente, audaz, divertida, sexy, y agradezco todos los días a la divina providencia que fueras tú quien vino a entrevistarme y no Anastasya Isaeva. —Me besa el pelo. Yo sonrío y bostezo pegada a su pecho—. Pero ahora estás muy cansada —continúa—. Vamos. Un baño y a
la cama.
* * *
Estamos en la bañera de Yulia, una frente a la otra, cubiertas de espuma hasta la barbilla, envueltas en el dulce aroma del jazmín. Yulia me masajea los pies, por turnos. Es tan agradable que debería ser ilegal.
—¿Puedo preguntarte una cosa?
—Claro. Lo que sea, Lena, ya lo sabes.
Suspiro profundamente y me incorporo sentada con un leve
estremecimiento.
—Mañana, cuando vaya a trabajar, ¿puede Sawyer limitarse a dejarme en la puerta de la oficina y pasar a recogerme al final del día? Por favor, Yulia, por favor —le pido.
Sus manos se detienen y frunce el ceño.
—Creía que estábamos de acuerdo en eso —se queja.
—Por favor —suplico.
—¿Y a la hora de comer qué?
—Ya me prepararé algo aquí y así no tendré que salir, por favor.
Me besa el empeine.
—Me cuesta mucho decirte que no —murmura, como si creyera que es una debilidad por su parte—. ¿De verdad que no saldrás?
—No.
—De acuerdo.
Yo le sonrío, radiante.
—Gracias.
Me apoyo sobre las rodillas, haciendo que el agua se derrame por todas partes, y la beso.
—De nada, señorita Katina. ¿Cómo está tu trasero?
—Dolorido, pero no mucho. El agua me calma.
—Me alegro de que me dijeras que parara —dice, y me mira fijamente.
—Mi trasero también.
Sonríe.
* * *
Me tiendo en la cama, muy cansada. Solo son las diez y media, pero me siento como si fueran las tres de la madrugada. Este ha sido uno de los fines de semana más agotadores de mi vida.
—¿La señorita Acton no incluyó ningún camisón? —pregunta Yulia con un deje reprobatorio cuando me mira.
—No tengo ni idea. Me gusta llevar tus camisetas —balbuceo, medio dormida.
Relaja el gesto, se inclina y me besa la frente.
—Tengo trabajo. Pero no quiero dejarte sola. ¿Puedo usar tu portátil para conectarme con el despacho? ¿Te molestaré si me quedo a trabajar aquí?
—No es mi portátil.
Y me duermo.
* * *
Suena la alarma, despertándome de golpe con la información del tráfico.
Yulia sigue durmiendo a mi lado. Me froto los ojos y echo un vistazo al reloj. Las seis y media… demasiado temprano.
Fuera llueve por primera vez desde hace siglos, y hay una luz amarillenta y tenue. Me siento muy a gusto y cómoda en este inmenso monolito moderno, con Yulia a mi lado. Me desperezo y me giro hacia la deliciosa mujer que está junto a mí. Ella abre los ojos de golpe y parpadea, medio dormida.
—Buenos días.
Sonrío, le acaricio la cara y me inclino para besarle.
—Buenos días, nena. Normalmente me despierto antes de que suene el despertador —murmura, asombrada.
—Está puesto muy temprano.
—Así es, señorita Katina. —Yulia sonríe de oreja a oreja—. Tengo que levantarme.
Me besa y sale de la cama. Yo vuelvo a dejarme caer sobre las almohadas.
Vaya, despertarme un día laborable al lado de Yulia Volkova. ¿Cómo ha ocurrido esto? Cierro los ojos y me quedo adormilada.
—Venga, dormilona, levanta.
Yulia se inclina sobre mí. Está limpia, fresca… mmm, qué
bien huele. Lleva una camisa blanca impoluta y traje negro entallando su figura, sin corbata: la señora presidenta ha vuelto. Dios bendito, qué guapa está así también.
—¿Qué pasa? —pregunta.
—Ojalá volvieras a la cama.
Separa los labios, sorprendida por mi insinuación, y sonríe casi con timidez.
—Es usted insaciable, señorita Katina. Por seductora que resulte la idea,tengo una reunión a las ocho y media, así que tengo que irme enseguida.
Oh, me he quedado dormida, una hora más o menos. Maldita sea. Salto de la cama, ante la expresión divertida de Yulia.
Me ducho y me visto a toda prisa, y me pongo la ropa que preparé anoche:una falda gris perla muy favorecedora, una blusa de seda gris claro y zapatos negros de tacón alto, todo ello parte de mi nuevo guardarropa. Me cepillo el pelo y me lo recojo con cuidado, y luego salgo de la enorme habitación, sin saber realmente qué me espera.
¿Cómo voy a ir al trabajo?
Yulia está tomando café en la barra del desayuno. La señora Jones está en la cocina haciendo tortitas y friendo beicon.
—Estás muy guapa —murmura Yulia.
Me pasa un brazo alrededor y me besa bajo la oreja. Por el rabillo del ojo,observo que la señora Jones sonríe. Me ruborizo.
—Buenos días, señorita Katina —dice ella, y me pone las tortitas y el beicon delante.
—Oh, gracias. Buenos días —balbuceo.
Madre mía, no me costaría nada acostumbrarme a esto.
—La señorita Volkova dice que le gustaría llevarse el almuerzo al trabajo. ¿Qué le apetecería comer?
Miro de reojo a Yulia, que hace esfuerzos por no sonreír. Entorno los ojos.
—Un sándwich… ensalada. La verdad, no me importa —digo esbozando una amplia sonrisa a la señora Jones.
—Ya improvisaré una bolsa con el almuerzo para usted, señora.
—Por favor, señora Jones, llámeme Lena.
—Lena.
Sonríe y se da la vuelta para prepararme un té.
Vaya… esto es una gozada.
Me doy la vuelta y ladeo la cabeza mirando a Yulia, desafiándole:
venga, acúsame de coquetear con la señora Jones.
—Tengo que irme, cariño. Igor vendrá a recogerte y te dejará en el
trabajo con Sawyer.
—Solo hasta la puerta.
—Sí. Solo hasta la puerta. —Yulia pone los ojos en blanco—. Pero ve con cuidado.
Yo echo un vistazo alrededor y atisbo a Igor en la puerta de entrada.
Yulia se pone de pie, me coge la barbilla y me besa.
—Hasta luego, nena.
—Que tengas un buen día en la oficina, cariño —digo a sus espaldas.
Ella se vuelve, me deslumbra con su maravillosa sonrisa, y luego se va. La señora Jones me ofrece una taza de té, y de golpe me siento incómoda por estar aquí las dos solas.
—¿Cuánto hace que trabaja para Yulia? —pregunto, pensando que debo darle conversación.
—Unos cuatro años —contesta amablemente, y empieza a prepararme la bolsa del almuerzo.
—¿Sabe?, puedo hacerlo yo… —musito, avergonzada de que tenga que hacer esto para mí.
—Usted cómase el desayuno, Lena. Este es mi trabajo, y me gusta. Es agradable ocuparse de alguien aparte del señor Igor y la señorita Volkova.
Y me dedica una mirada llena de dulzura.
Mis mejillas enrojecen de placer, y siento ganas de acribillar a preguntas a esta mujer. Debe de saber tanto sobre Cincuenta… Sin embargo, a pesar de su actitud amable y cordial, también es muy profesional. Sé que si empiezo a interrogarla, solo conseguiré incomodarnos a las dos, de manera que termino de desayunar en un confortable silencio, interrumpido únicamente por sus preguntas sobre mis preferencias gastronómicas.
Veinticinco minutos después, Sawyer aparece en la entrada del salón. Me he cepillado los dientes y estoy lista para irme. Cojo mi bolsa de papel marrón con el almuerzo; ni siquiera recuerdo que mi madre hiciera esto por mí. Sawyer y yo bajamos en ascensor hasta la planta baja. Él también se muestra muy taciturno, inexpresivo.
Igor espera sentado al volante del Audi, y yo subo al asiento de atrás en cuanto Sawyer me abre la puerta.
—Buenos días, Igor—digo, animosa.
—Señorita Katina.
Sonríe.
—Igor, lamento lo de ayer y mis comentarios inapropiados. Espero no haberte causado problemas.
Igor me mira con semblante perplejo por el espejo retrovisor, mientras se incorpora al tráfico de Seattle.
—Señorita Katina, yo no suelo tener problemas —dice para tranquilizarme.
Ah, bien. Quizá Yulia no le reprendió. Solo fue a mí, entonces, pienso con amargura.
—Me alegra saberlo, Igor.
Alex me mira, examinando mi aspecto, mientras me dirijo hacia mi
escritorio.
—Buenos días, Lena. ¿El fin de semana, bien?
—Sí, gracias. ¿Y el tuyo?
—Ha estado bien. Toma asiento… tengo trabajo para ti.
Me siento frente al ordenador. Parece que lleve años sin acudir al trabajo.
Lo conecto y abro el correo electrónico… y, naturalmente, hay un e-mail de Yulia.
De: Yulia Volkova
Fecha: 13 de junio de 2011 08:24
Para: Lena Katina
Asunto: Jefe
Buenos días, señorita Katina.
Solo quería darle las gracias por un fin de semana maravilloso, a pesar de todo el drama.Espero que no se marche, nunca.
Y solo recordarle que las novedades sobre SIP no pueden comunicarse hasta dentro de cuatro semanas.Borre este e-mail en cuanto lo haya leído.
Tuya.
Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc., jefa del jefe de tu jefe
¿Espera que no me marche nunca? ¿Quiere que me vaya a vivir con ella?
Dios santo… Si apenas la conozco. Aprieto la tecla de borrar.
De: Lena Katina
Fecha: 13 de junio de 2011 09:03
Para: Yulia Volkova
Asunto: Mandona
Querida señorita Volkova:
¿Me estás pidiendo que me vaya a vivir contigo? Y, por supuesto,
recordaré que la evidencia de tus épicas capacidades de acoso debe permanecer en secreto durante cuatro semanas. ¿Extiendo un cheque a nombre de Afrontarlo Juntos y se lo mando a tu padre? Por favor, no borres este e-mail.
Por favor, contéstalo.
TQ xxx
Lena Katina
Ayudante de Alexandr Popov editor de SIP
—¡Lena!
El grito de Alex me hace dar un salto.
—Sí.
Me sonrojo y él me mira con el ceño fruncido.
—¿Todo bien?
—Claro.
Me levanto con cierta dificultad y voy a su despacho con la libreta de notas.
—Bien. Como seguramente recuerdas, el jueves voy a ese Simposio sobre Ficción en Nueva York. Tengo los billetes y la reserva, pero me gustaría que vinieras conmigo.
—¿A Nueva York?
—Sí. Tendríamos que irnos el miércoles y pasar allí la noche. Creo que será una experiencia muy instructiva para ti. —Sus ojos se oscurecen cuando dice esto,pero sonríe educadamente—.¿Podrías ocuparte de organizar todo lo necesario para el
viaje? ¿Y de reservar una habitación adicional en el hotel donde me alojaré? Creo que Sabrina, mi anterior ayudante, dejó la información necesaria por ahí.
—De acuerdo —digo, esbozando una débil sonrisa.
Maldición. Vuelvo a mi mesa. Esto no le sentará bien a Cincuenta… pero lo cierto es que quiero ir. Parece una auténtica oportunidad, y estoy segura de que puedo mantener a Alex a raya si tiene intenciones ocultas. En mi ordenador está la respuesta
de Yulia.
De: Yulia Volkova
Fecha: 13 de junio de 2011 09:07
Para: Lena Katina
Asunto: ¿Mandona, yo?
Sí. Por favor.
Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
Vaya… quiere que me vaya a vivir con ella. Oh, Yulia… es demasiado pronto. Me cojo la cabeza entre las manos e intento recuperar la cordura. Es lo que necesito después de mi extraordinario fin de semana. No he tenido un momento para pensar y tratar de entender todo lo que he experimentado y descubierto estos dos últimos días.
De: Lena Katina
Fecha: 13 de junio de 2011 09:20
Para: Yulia Volkova
Asunto: Flynnismos
Yulia:
¿Qué pasó con eso de andar antes de correr?
¿Podemos hablarlo esta noche, por favor?
Me han pedido que vaya a un congreso en Nueva York el jueves.
Supone pasar allí la noche del miércoles.
Pensé que debías saberlo.
Lx
Lena Katina
Ayudante de Alexandr Popov editor de SIP
De: Yulia Volkova
Fecha: 13 de junio de 2011 09:21
Para: Lena Katina
Asunto: ¿QUÉ?
Sí. Hablemos esta noche.
¿Irás sola?
Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
De: Lena Katina
Fecha: 13 de junio de 2011 09:30
Para: Yulia Volkova
Asunto: ¡Nada de Mayúsculas Chillonas ni Gritos un Lunes por la Mañana!
¿Podemos hablar de eso esta noche?
L x
Lena Katina
Ayudante de Alexandr Popov, editor de SIP
De: Yulia Volkova
Fecha: 13 de junio de 2011 09:35
Para: Lena Katina
Asunto: No Sabes lo que son Gritos Todavía
Dime.
Si vas con ese canalla con el que trabajas, entonces la respuesta es no,por encima de mi cadáver.
Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
Se me encoge el corazón. Maldita sea… ni que fuera mi padre.
De: Lena Katina
Fecha: 13 de junio de 2011 09:46
Para: Yulia Volkova
Asunto: No, TÚ no sabes lo que son gritos todavía
Sí. Voy con Alex.Yo quiero ir. Lo considero una oportunidad emocionante.Y nunca he estado en Nueva York.
No hagas una montaña de un grano de arena.
Lena Katina
Ayudante de Alexandr Popov, editor de SIP
De: Yulia Volkova
Fecha: 13 de junio de 2011 09:50
Para: Lena Katina
Asunto: No, TÚ no sabes lo que son gritos todavía
Elena:
No estoy haciendo una montaña de un jodido grano de arena.
La respuesta es NO.
Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
—¡No! —le grito a mi ordenador, haciendo que toda la oficina se paralice y se me quede mirando.
Alex saca la cabeza de su despacho.
—¿Todo bien, Lena?
—Sí. Perdón —musito—. Yo… esto… acabo de perder un documento.
Las mejillas me arden por la vergüenza. Él me sonríe, pero con expresión desconcertada. Respiro profundamente un par de veces y tecleo rápidamente una respuesta. Estoy muy enfadada.
De: Lena Katina
Fecha: 13 de junio de 2011 09:55
Para: Yulia Volkova
Asunto: Cincuenta Sombras
Yulia:
Tienes que controlarte.NO voy a acostarme con Alex: ni por todo el té de China.
Te QUIERO. Eso es lo que pasa cuando dos personas se quieren.
CONFÍAN la una en la otra.
Yo no pienso que tú vayas a ACOSTARTE, AZOTAR, FOLLAR, o DAR LATIGAZOS a nadie más. Yo tengo FE y CONFIANZA en ti.
Por favor, ten la AMABILIDAD de hacer lo mismo conmigo.
Lena
Lena Katina
Ayudante de Alexandr Popov, editor de SIP
Permanezco sentada esperando su respuesta. No recibo nada. Llamo a la compañía aérea y reservo mi billete, asegurándome de ir en el mismo vuelo que Alex.
Oigo el aviso de un nuevo correo.
De: Lincoln, Olga
Fecha: 13 de junio de 2011 10:15
Para: Lena Katina
Asunto: Cita para almorzar
Querida Elena:
Me gustaría mucho quedar para comer contigo. Creo que empezamos con mal pie, y me gustaría arreglarlo. ¿Estás libre algún día de esta semana?
Olga Lincoln
Oh, no… ¡la señora Robinson, no! ¿Cómo demonios ha conseguido mi dirección de correo electrónico? Me cojo la cabeza entre las manos. ¿Qué más puede pasar hoy?
Suena mi teléfono, levanto cansinamente la cabeza y contesto mirando el reloj. Solo son las diez y veinte, y ya desearía no haber salido de la cama de Yulia.
—Despacho de Alexandr Popov, soy Lena Katina.
Una voz dolorosamente familiar me increpa:
—¿Podrías, por favor, borrar el último e-mail que me has enviado e intentar ser un poco más prudente con el lenguaje que utilizas en los correos de trabajo? Ya te lo dije, el sistema está monitorizado. Yo haré todo lo posible para minimizar los daños desde aquí.
Y cuelga.
Santo Dios… Me quedo mirando el teléfono. Yulia me ha colgado. Esta mujer está pisoteando mi incipiente carrera profesional… ¿y va y me cuelga?
Fulmino el auricular con la mirada, y si no estuviera completamente paralizada, sé que mi mirada terrorífica la pulverizaría.
Accedo a mis correos electrónicos, y borro el último que le he enviado. No es tan grave. Solo mencionaba los azotes y, bueno, los latigazos. Vaya, si le avergüenza tanto no debería hacerlo, maldita sea. Cojo la BlackBerry y la llamo al móvil.
—¿Qué? —gruñe.
—Me voy a Nueva York tanto si te gusta como si no —le digo entre dientes.
—Ni se te ocurra…
Cuelgo, dejándole a mitad de la frase. Siento una descarga de adrenalina por todo el cuerpo. Ya está… para que se entere. Estoy muy enfadada.
Respiro profundamente, intentando recuperar la compostura. Cierro los ojos, e imagino que estoy en mi lugar soñado. Mmm… el camarote de un barco, con Yulia. Rechazo la imagen porque ahora mismo estoy tan enfadada con ella que no puede estar presente en mi lugar soñado.
Abro los ojos, cojo tranquilamente mi libreta de notas y repaso con cuidado mi lista de cosas por hacer. Inspiro larga y profundamente: he recobrado el equilibrio.
—¡Lena! —grita Alex, y me sobresalto—. ¡No reserves ese vuelo!
—Oh, ya es demasiado tarde. Ya lo he hecho —contesto.
Él sale de su despacho y se me acerca con paso enérgico. Parece
disgustado.
—Mira, ha pasado una cosa. Por la razón que sea, de repente todos los gastos de viajes y hoteles han de tener la aprobación de la dirección. La orden viene de muy arriba. Voy a subir a ver a Roach. Al parecer, acaba de implementarse una moratoria de todos los gastos. No lo entiendo.
Alex se pellizca el puente de la nariz y cierra los ojos.
La sangre prácticamente deja de circular por mis venas, me pongo pálida y se me hace un nudo en el estómago. ¡Cincuenta!
—Coge mis llamadas. Voy a ver qué tiene que decir Roach.
Me guiña el ojo y se va a ver a su jefe… no al jefe de su jefe.
Maldita seas, Yulia Volkova… De nuevo me hierve la sangre.
De: Lena Katina
Fecha: 13 de junio de 2011 10:43
Para: Yulia Volkova
Asunto: ¿Qué has hecho?
Por favor, no interfieras en mi trabajo.Tengo verdaderas ganas de ir a ese congreso.No debería habértelo preguntado.
He borrado el e-mail problemático.
Lena Katina
Ayudante de Alexandr Popov editor de SIP
De: Yulia Volkova
Fecha: 13 de junio de 2011 10:43
Para: Lena Katina
Asunto: ¿Qué has hecho?
Solo protejo lo que es mío.
Ese e-mail que enviaste en un arrebato se ha eliminado del servidor de SIP, igual que los e-mails que yo te mando.
Por cierto, en ti confío totalmente. En él no.
Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
Compruebo si aún tengo sus correos, y han desaparecido. La influencia de esta mujer no tiene límites. ¿Cómo lo hace? ¿A quién conoce que pueda acceder subrepticiamente a las profundidades de los servidores de SIP y eliminar e-mails?
Estoy jugando en una liga muy superior a la mía.
De: Lena Katina
Fecha: 13 de junio de 2011 10:48
Para: Yulia Volkova
Asunto: Madura un poco
Yulia:
No necesito que me protejan de mi propio jefe.
Quizá él intente algo, pero yo me negaré.
Tú no puedes interferir. No está bien, y supone ejercer un control a
demasiados niveles.
Lena Katina
Ayudante de Alexandr Popov, editor de SIP
De: Yulia Volkova
Fecha: 13 de junio de 2011 10:50
Para: Lena Katina
Asunto: La respuesta es NO
Lena:
Yo he presenciado lo «eficaz» que eres para librarte de una atención que no deseas. Recuerdo que fue así como tuve el placer de pasar mi primera noche contigo. Ese fotógrafo, como mínimo, siente algo por ti. Ese canalla, en cambio, no.
Es un conquistador profesional e intentará seducirte. Pregúntale qué pasó con la última ayudante, y con la anterior.
No quiero discutir por esto.
Si quieres ir a Nueva York, yo te llevaré. Podemos ir este fin de semana.
Tengo un apartamento allí.
Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
¡Oh, Yulia! No se trata de eso. Esto es muy frustrante. Y ella, cómo no,también tiene un apartamento allí. ¿Dónde más tendrá propiedades? Y era de esperar que sacara a relucir a José. ¿Es que nunca me libraré de eso? Estaba borracha, por Dios. Yo nunca me emborracharía con Alex.
Me quedo mirando la pantalla, pero supongo que no puedo seguir
discutiendo con ella por e-mail. Tendré que esperar el momento oportuno, esta noche.
Miro el reloj. Alex aún no ha vuelto de su reunión con Jerry, y todavía tengo que solucionar lo de Olga. Vuelvo a leer su correo electrónico y decido que el mejor modo de abordar esto es enviárselo a Yulia. Desviar su atención hacia ella en lugar de hacia mí.
De: Lena Katina
Fecha: 13 de junio de 2011 11:15
Para: Yulia Volkova
Asunto: Re Cita para almorzar o Carga irritante
Yulia:
Mientras tú estabas muy ocupada interfiriendo en mi carrera y
salvándote el culo por mis imprudentes misivas, yo he recibido el siguiente correo de la señora Lincoln. No tengo ningunas ganas de verme con ella… y aunque las tuviera, no se me permite salir de este edificio. Cómo ha conseguido mi dirección de correo electrónico, la verdad es que no lo sé. ¿Qué sugieres que haga? Te adjunto su e-mail:
Querida Elena:
Me gustaría mucho quedar para comer contigo. Creo que empezamos con mal pie, y me gustaría arreglarlo. ¿Estás libre algún día de esta semana?
Olga Lincoln
Lena Katina
Ayudante de Alexandr Popov editor de SIP
De: Yulia Volkova
Fecha: 13 de junio de 2011 11:23
Para: Lena Katina
Asunto: Carga irritante
No te enfades conmigo. Lo único que me preocupa es tu bienestar.
Si te pasara algo, no me lo perdonaría nunca.
Yo me ocuparé de la señora Lincoln.
Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
De: Lena Katina
Fecha: 13 de junio de 2011 11:32
Para: Yulia Volkova
Asunto: Hasta luego
¿Podemos hablarlo esta noche, por favor?
Intento trabajar, y tus continuas interferencias me distraen mucho.
Lena Katina
Ayudante de Alexandr Popov, editor de SIP
Alex vuelve después de las doce y me dice que mi viaje a Nueva York está descartado, aunque él sí que irá, pero que no puede hacer nada para cambiar la política de la dirección. Entra en su despacho y cierra de un portazo. Obviamente está furioso.
¿Por qué está tan indignado?
En el fondo, yo sé que sus intenciones no son en absoluto honorables, pero estoy segura de que podría manejarle, y me pregunto qué sabe Yulia sobre las anteriores ayudantes de Alex. Aparto esos pensamientos de mi mente y sigo trabajando,pero tomo la decisión de intentar hacer que Yulia cambie de opinión, aunque las posibilidades sean escasas.
A la una en punto, Alex asoma la cabeza por la puerta del despacho.
—Lena, ¿podrías traerme por favor algo para comer?
—Claro. ¿Qué te apetece?
—Pastrami con pan de centeno, sin mostaza. Te daré el dinero cuando vuelvas.
—¿Algo para beber?
—Coca-Cola, por favor. Gracias, Lena.
Se mete en su despacho y yo cojo el bolso.
Oh, no. Le prometí a Yulia que no saldría. Suspiro. No se enterará. Iré muy rápido.
En recepción, Claire me ofrece su paraguas porque llueve a cántaros. Al salir por la puerta principal, me envuelvo bien con la chaqueta y echo una mirada furtiva en ambas direcciones bajo el inmenso paraguas. Todo parece en orden. Ni rastro de la Chica Fantasma.
Bajo con paso decidido la calle en dirección a la tienda, esperando pasar inadvertida. Sin embargo, a medida que me voy acercando mayor es la escalofriante sensación de que me vigilan, y no sé si es mi agudizada paranoia o si es verdad.
Maldita sea. Espero que no se trate de Leila con un arma.
Solo es fruto de tu imaginación, me suelta mi subconsciente. ¿Quién demonios querría dispararte?
En cuestión de quince minutos, estoy de vuelta… sana y salva, y aliviada.
Creo que la exagerada paranoia y la vigilancia extremadamente protectora de Yulia están empezando a afectarme.
Cuando le llevo el almuerzo, Alex está hablando por teléfono. Levanta la vista, tapando el auricular.
—Gracias, Lena. Como no vienes conmigo, tendrás que quedarte hasta tarde.Necesito estos informes. Espero que no tuvieras planes.
Me sonríe afectuosamente y me ruborizo.
—No, no pasa nada —le digo con una sonrisa radiante y el corazón encogido.
Esto no acabará bien. Yulia se pondrá hecha una fiera, seguro.
Cuando vuelvo a mi mesa, decido no decírselo inmediatamente, porque eso le daría tiempo de sobra para interferir de algún modo. Me siento y me como el sándwich de ensalada de pollo que me preparó esta mañana la señora Jones. Es delicioso. Un sándwich exquisito.
Naturalmente, si me fuera a vivir con Yulia, ella me prepararía el
almuerzo todos los días de la semana. La idea me produce desasosiego. Yo nunca he soñado con grandes riquezas ni con todo lo que eso conlleva… solo con el amor.
Encontrar a alguien que me quiera y no intente controlar todos mis movimientos. Suena el teléfono.
—Despacho de Alexandr Popov…
—Me aseguraste que no saldrías —me interrumpe Yulia en un tono frío y dura.
Se me encoge el corazón por enésima vez en el día de hoy. Por favor…
¿Cómo diantres lo ha sabido?
—Alex me envió a comprarle el almuerzo. No podía decir que no. ¿Me tienes vigilada?
Se me eriza el vello al pensarlo. No me extraña que fuera tan paranoica: había alguien vigilándome. Me enfurece pensarlo.
—Por esto es por lo que no quería que volvieras al trabajo —gruñe
Yulia.
—Yulia, por favor. Estás siendo… —tan Cincuenta—… muy agobiante.
—¿Agobiante? —susurra, sorprendida.
—Sí. Tienes que dejar de hacer esto. Hablaré contigo esta noche.
Desgraciadamente, hoy tengo que trabajar hasta tarde porque no puedo ir a Nueva York.
—Elena, yo no quiero agobiarte —dice en voz baja, horrorizada.
—Bien, pues lo haces. Y ahora tengo trabajo. Ya hablaremos luego.
Cuelgo. Estoy rendida y ligeramente deprimida.
Después de un fin de semana maravilloso, la realidad se impone. Nunca he tenido tantas ganas de marcharme. Huir a algún lugar tranquilo y apartado donde pueda reflexionar sobre esta mujer, sobre cómo es y sobre cómo tratar con ella. En cierta medida sé que es una persona destrozada ahora lo veo claramente, y eso resulta desgarrador y agotador a la vez. A partir de los pocos retazos de información sobre su vida que me ha dado, entiendo por qué. Una niña que no recibió el amor que necesitaba;un entorno de malos tratos espantoso; una madre incapaz de protegerle y que murió delante de ella.
Me estremezco. Mi pobre Cincuenta… Soy suya, pero no para tenerme encerrada en una jaula dorada. ¿Cómo voy a conseguir que entienda eso?
Sintiendo un gran peso en el corazón, me pongo sobre el regazo uno de los manuscritos que Alex quiere que resuma y sigo leyendo. No se me ocurre ninguna solución sencilla para el problema del control enfermizo de Yulia. Tendré que hablarlo con ella más tarde, cara a cara.
Al cabo de media hora, Alex me envía un documento que debo adecentar y pulir para que mañana puedan imprimirlo a tiempo para el congreso. Eso me llevará toda la tarde e incluso hasta la noche. Me pongo a ello.
Cuando levanto la vista, son más de las siete y la oficina está desierta,aunque aún hay luz en el despacho de Alex. No me había dado cuenta de que todo el mundo se había ido, pero ya casi he terminado. Le vuelvo a mandar el documento a Alex para que lo apruebe, y reviso mi bandeja de entrada. No hay nada de Yulia,
así que echo un vistazo rápido a mi BlackBerry, y justo en ese momento me sobresalta su zumbido: es Yulia.
—Hola —murmuro.
—Hola, ¿cuándo acabarás?
—Hacia las siete y media, creo.
—Te esperaré fuera.
—Vale.
Se le nota muy callada, nerviosa incluso. ¿Por qué? ¿Estará temerosa de mi reacción?
—Sigo enfadada contigo, pero nada más —susurro—. Tenemos que hablar de muchas cosas.
—Lo sé. Nos vemos a las siete y media.
Alex sale de su despacho.
—Tengo que dejarte. Hasta luego.
Cuelgo.
Miro a Alex, que se acerca con aire despreocupado hacia mí.
—Necesito que hagas un par de cambios. Ya te he vuelto a enviar el informe.
Mientras guardo el documento, se inclina sobre mí, muy cerca…
incómodamente cerca. Me roza el brazo con el suyo. ¿Por accidente? Yo retrocedo,pero él finge no darse cuenta. Su otra mano descansa en el respaldo de mi silla y me toca la espalda. Yo me incorporo para no apoyarme en el respaldo.
—Páginas dieciséis y veintitrés, y ya estará —murmura con la boca a unos centímetros de mi oreja.
Su proximidad me produce una sensación desagradable en la piel, pero procuro ignorarla. Abro el documento y empiezo a introducir los cambios, nerviosa. Él sigue inclinado sobre mí, y todos mis sentidos están en alerta máxima. Resulta muy molesto e incómodo, y por dentro estoy chillando: ¡Apártate!
—En cuanto esto esté hecho, ya se podrá imprimir. Ya organizarás eso mañana. Gracias por quedarte hasta tarde para terminarlo, Lena.
Su voz es suave, amable, como si estuviera acechando a un animal herido.
Se me revuelve el estómago.
—Creo que lo mínimo que puedo hacer es recompensarte con una copa rápida. Te la mereces.
Me coloca detrás de la oreja un mechón de pelo que se ha desprendido del recogido, y me acaricia suavemente el lóbulo.
Yo me encojo, apretando los dientes, y aparto la cabeza. ¡Maldita sea!
Yulia tenía razón. No me toques.
—De hecho, esta noche no puedo.
Ni ninguna otra noche, Alex.
—¿Solo una rápida? —intenta persuadirme.
—No, no puedo. Pero gracias.
Alex se sienta en el borde de mi mesa y frunce el ceño. En el interior de mi cabeza suena con fuerza una alarma. Estoy sola en la oficina. No puedo marcharme.
Inquieta, echo un vistazo al reloj. Faltan cinco minutos para que llegue Yulia.
—Yo creo que formamos un gran equipo, Lena. Siento no haber podido conseguir lo del viaje a Nueva York. No será lo mismo sin ti.
Seguro que no. Sonrío débilmente, porque no se me ocurre qué decir. Y por primera vez en todo el día, siento un ligerísimo alivio por no poder ir.
—¿Así que has tenido un buen fin de semana? —pregunta suavemente.
—Sí, gracias.
¿Qué pretende con esto?
—¿Viste a tu novio?
—Sí en realidad novia
—¿A qué se dedica?
Es el amo de tu culo…
—A los negocios.
—Interesante. ¿Qué clase de negocios?
—Oh, está metida en asuntos muy diversos.
Alex ladea la cabeza y se inclina hacia mí, invadiendo mi espacio
privado… otra vez.
—Estás muy evasiva, Lena.
—Bueno, telecomunicaciones, industria y agricultura.
Alex arquea las cejas.
—Cuántas cosas… ¿Para quién trabaja?
—Trabaja por cuenta propia. Si el documento te parece bien, me gustaría marcharme, si estás de acuerdo.
Se aparta. Mi espacio privado vuelve a estar a salvo.
—Claro. Perdona, no pretendía retenerte —miente.
—¿A qué hora cierra el edificio?
—El vigilante está hasta las once.
—Bien.
Sonrío, y mi subconsciente se recuesta en su butaca, aliviada de saber que no estamos solos en el edificio. Apago el ordenador, cojo el bolso y me levanto, lista para irme.
—¿Te gusta, entonces? ¿Tu novia?
—La quiero —contesto, y miro directamente a los ojos de Alex.
—Ya. —Alex tuerce el gesto y se levanta de mi escritorio—.¿Cómo se apellida?
Enrojezco.
—Volkova. Yulia Volkova —mascullo.
Alex se queda con la boca abierta.
—¿La soltera más rica de Seattle? ¿Esa Yulia Volkova?
—Sí. Ella misma.
Sí, esa Yulia Volkova, tu futura jefa, que se te merendará si vuelves a invadir mi espacio privado.
—Ya me pareció que me era familiar —dice Alex, sombrío, y vuelve a levantar una ceja—. Bien, pues es un hombre con suerte.
Me lo quedo mirando. ¿Qué contesto a eso?
—Que pases una buena noche, Lena.
Alex sonríe, pero esa sonrisa no se refleja en sus ojos, y regresa a toda prisa a su despacho sin volver la vista.
Suspiro, aliviada. Bien, puede que este problema ya esté solucionado.
Cincuenta ha vuelto a obrar su magia. Su nombre me basta como talismán, y ha hecho que ese hombre se retirara con la cola entre las piernas. Me permito una sonrisita victoriosa. ¿Lo ves, Yulia? Incluso tu nombre me protege; no tienes que molestarte en tomar esas medidas tan drásticas. Ordeno mi mesa y miro el reloj. Yulia ya debe de estar fuera.
El Audi está aparcado en la acera, e Igor se apresura a bajar para
abrirme la puerta de atrás. Nunca me he alegrado tanto de verle, y entro a toda prisa en el coche para guarecerme.
Yulia está en el asiento de atrás, y clava en mí sus ojos, muy abiertos y prudentes. Con la mandíbula tensa y prieta, preparado para mi rabia.
—Hola —musito.
—Hola —contesta con cautela.
Se me acerca, me coge la mano y la aprieta fuerte, y se me derrite un poco el corazón. Estoy muy confusa. Ni siquiera he decidido qué tengo que decirle.
—¿Sigues enfadada?
—No lo sé —murmuro.
Ella levanta mi mano y me acaricia los nudillos con besos livianos y delicados.
—Ha sido un día espantoso —dice.
—Sí, es verdad.
Pero, por primera vez desde que se fue a trabajar esta mañana, empiezo a relajarme. Solo estar con ella es como un bálsamo relajante, y todos esos líos con Alex, y el intercambio de e-mails beligerantes, y el incordio añadido que supone Olga, se desvanecen. Solo estamos yo y mi controladora obsesiva, en la parte de atrás del coche.
—Ahora que estás aquí ha mejorado —dice en voz baja.
Seguimos sentadas en silencio mientras Igor avanza entre el tráfico vespertino, ambas meditabundas y contemplativas; pero noto que Yulia también se va relajando lentamente, mientras pasa el pulgar suavemente sobre mis nudillos con un ritmo tenue y calmo.
Igor nos deja en la puerta del edificio del apartamento, y ambas nos refugiamos rápidamente en el interior. Yulia me coge la mano mientras esperamos el ascensor, y sus ojos controlan la entrada del edificio.
—Deduzco que todavía no habéis encontrado a Leila.
—No. Welch sigue buscándola —reconoce, consternada.
Llega el ascensor y entramos. Yulia pone la vista hacia mí con sus ojos azules inescrutables. Oh, está sencillamente guapísima, con el pelo alborotado, la camisa blanca, el traje oscuro. Y de repente ahí está, surgida de la nada, esa sensación.
Oh, Dios… el anhelo, el deseo, la electricidad. Si fuera visible, sería una intensa aura azul a nuestro alrededor y extendiéndose entre las dos; es algo muy fuerte. Ella me mira y separa los labios.
—¿Tú lo sientes? —musita.
—Sí.
—Oh, Lena.
Con un leve gruñido, me agarra y sus brazos se deslizan a mi alrededor, y poniendo una mano en mi nuca inclina mi cabeza hacia atrás, mientras sus labios buscan los míos. Hundo los dedos en su cabello y le acaricio la mejilla, mientras ella me empuja contra la pared del ascensor.
—Odio discutir contigo —jadea pegada a mi boca, y su beso tiene una cualidad de pasión y desespero que es un reflejo de lo que yo siento.
El deseo estalla en mi cuerpo, toda la tensión del día buscando una salida,presionando contra ella, exigiendo más. Somos solo lenguas y aliento y manos y caricias,y una sensación dulce, muy dulce. Pone la mano en mi cadera y me levanta la falda, bruscamente. Sus dedos me acarician los muslos.
—Santo Dios, llevas medias —masculla con asombro reverente, mientras con el pulgar me acaricia la piel por encima de la línea de la media—. Quiero ver esto—suspira, y me levanta completamente la falda, descubriendo la parte superior de mis muslos.
Da un paso atrás y aprieta el botón de parada, y el ascensor se detiene poco a poco entre los pisos veintidós y veintitrés. Tiene los ojos turbios, los labios entreabiertos y respira con dificultad, como yo. Nos miramos fijamente, sin tocarnos.
Yo agradezco el sostén de la pared que tengo detrás, mientras me deleito en el atractivo sensual y carnal de esta hermosa mujer.
—Suéltate el pelo —ordena con voz ronca. Yo levanto la mano y libero mi melena, que cae como una nube densa alrededor de los hombros hasta mis senos—.Desabróchate los dos botones de arriba de la blusa —murmura, con los ojos muy abiertos.
Me hace sentir tan lasciva… Alargo una mano ansiosa y desabrocho los dos botones, y la parte superior de mis pechos queda seductoramente a la vista.
Ella traga saliva.
—¿Tienes idea de lo atractiva que estás ahora mismo?
Yo me muerdo el labio con toda la intención. Ella cierra un segundo los ojos,y luego vuelve a abrirlos, ardientes. Avanza y apoya las manos en las paredes del ascensor, a ambos lados de mi cara. Está todo lo cerca que puede, sin tocarme.
Bajo el rostro para mirarla a los ojos, y ella se inclina y me acaricia la nariz con la suya: ese es el único contacto entre las dos. Estoy tan excitada, encerrada en este ascensor con ella. La deseo… ahora.
—Yo creo que sí, señorita Katina. Yo creo que le gusta volverme loca.
—¿Yo te vuelvo loca? —susurro.
—En todos los sentidos, Elena. Eres una sirena, una diosa.
Y se acerca, me coge una pierna por encima de la rodilla y se la coloca alrededor de la cintura, de modo que ahora estoy de pie sobre una pierna y apoyada contra ella. La siento pegada a mí, la noto dura y anhelante sobre el vértice de mis muslos, mientras desliza los labios por mi garganta. Gimo y la rodeo el cuello con los brazos.
—Voy a tomarte ahora —masculla, y, en respuesta, arqueo la espalda y me pego a ella, anhelando el contacto.
Del fondo de su garganta surge un quejido ronco y quedo, y cuando se desabrocha la cremallera me excito aún más.
—Abrázame fuerte, nena —murmura, y como por arte de magia saca un envoltorio plateado que sostiene frente a mi boca.
Yo lo cojo con los dientes, ella tira, y lo rasgamos entre las dos.
—Buena chica. —Se aparta ligeramente para ponerse el condón—. Dios,estos próximos seis días se me van a hacer eternos —dice con un gruñido, y me mira con los ojos entreabiertos—. Espero que no les tengas demasiado cariño a estas medias.
Las rasga con dedos expertos y se desintegran entre sus manos. La sangre bombea frenética por mis venas y jadeo de deseo.
Sus palabras son embriagadoras, y olvido la angustia que he pasado durante el día. Y solo somos ella y yo, haciendo lo que mejor hacemos. Sin apartar sus ojos de mí, Yulia se hunde despacio en mi interior. Mi cuerpo cede y echo la cabeza hacia
atrás, con los ojos cerrados, gozando de sentirla dentro. Ella se retira y entra de nuevo,muy lento, muy suave. Gimo.
—Eres mía, Elena —susurra pegado a mi cuello.
—Sí. Tuya. ¿Cuándo te convencerás? —jadeo.
Ella gruñe y empieza a moverse, a moverse de verdad. Y yo sucumbo a su ritmo incesante, saboreo cada embestida, hacia delante y hacia atrás, su respiración entrecortada, su necesidad de mí reflejando la mía de ella.
Esto hace que me sienta poderosa, fuerte, deseada, amada… amada por esta mujer fascinante, complicada, a quien yo también amo con todo mi corazón. Ella empuja más y más fuerte, sin aliento, y se pierde en mí mientras yo me pierdo en ella.
—Oh, nena —gime Yulia, rozándome el mentón con los dientes, y
alcanzo un intenso orgasmo. Ella se para, me sujeta fuerte, y también llega al clímax mientras susurra mi nombre.
Ahora que Yulia, exhausta y tranquila, ha recuperado el aliento, me besa con ternura. Me mantiene de pie contra la pared del ascensor, tenemos las frentes pegadas, y siento mi cuerpo como de gelatina, débil, pero gratificado y saciado por el orgasmo.
—Oh, Lena—susurra—. Te necesito tanto.
Me besa la frente.
—Y yo a ti, Yulia.
Me suelta, me alisa la falda y me abrocha los dos botones del escote de la blusa. Luego marca una combinación numérica en el panel y vuelve a poner en marcha el ascensor, que arranca bruscamente y me lanza a sus brazos.
—Igor debe de estar preguntándose dónde estamos —dice sonriendo con malicia.
Oh, no… Me paso los dedos por el pelo alborotado en un vano intento de disimular la evidencia de nuestro encuentro sexual, pero enseguida desisto y me hago una coleta.
—Ya estás bien —dice Yulia con una mueca de ironía, mientras se sube la cremallera del pantalón y se mete el condón en el bolsillo.
Y una vez más vuelve a ser la imagen personificada del emprendedora rusa, aunque en su caso la diferencia es mínima, porque su pelo casi siempre tiene ese aspecto alborotado. Ahora sonríe relajada y sus ojos tienen un encantador brillo juvenil.
Se abre la puerta, e Igor está allí esperando.
—Un problema con el ascensor —musita Yulia cuando salimos.
Yo soy incapaz de mirar a la cara a ninguno de los dos, y cruzo a toda prisa la puerta doble del dormitorio de Yulia en busca de una muda de ropa interior.
* * *
Cuando vuelvo, Yulia se ha quitado la chaqueta y está sentada en la barra del desayuno charlando con la señora Jones. Ella sonríe afable y dispone dos platos de comida caliente para nosotras. Mmm, huele muy bien: coq au vin, si no me equivoco. Estoy hambrienta.
—Espero que les guste, señorita Volkova, Lena —dice, y se retira.
Yulia saca una botella de vino blanco de la nevera, y nos sentamos a cenar. Me cuenta lo cerca que está de perfeccionar un teléfono móvil con energía solar.
Está animada y emocionada con el proyecto, y entonces sé que su día no ha ido tan mal del todo.
Le pregunto por sus propiedades. Sonríe irónica, y resulta que solo tiene apartamentos en Nueva York, en Aspen, y el del Escala. Nada más. Cuando terminamos, recojo su plato y el mío y los llevo al fregadero.
—Deja eso. Gail lo hará —dice.
Me doy la vuelta y le miro, y ella me responde fijando sus ojos en mí.
¿Llegaré a acostumbrarme a que alguien limpie lo que voy dejando por ahí?
—Bien, ahora que ya está más dócil, señorita Katina, ¿hablaremos sobre lo de hoy?
—Yo opino que el que está más dócil eres tú. Creo que se me da bastante bien eso de domarte.
—¿Domarme? —resopla, divertida. Cuando yo asiento, arruga la frente como si meditara mis palabras—. Sí, Elena, quizá si se te dé bien.
—Tenías razón sobre Alex —digo entonces en voz baja y seria, y me inclino sobre la encimera de la isla de la cocina para estudiar su reacción.
A Yulia le cambia la cara y se le endurece la mirada.
—¿Ha intentado algo? —pregunta con una voz gélida y letal.
Yo niego con la cabeza para tranquilizarle.
—No, Yulia, y no lo hará. Hoy le he dicho que soy tu novia, y enseguida ha reculado.
—¿Estás segura? Podría despedir a ese cabrón —replica Yulia.
Envalentonada por el vino, suspiro.
—Sinceramente, Yulia, deberías dejar que yo solucione mis problemas.No puedes prever todas las contingencias para intentar protegerme. Resulta asfixiante,Yulia. Si no dejas de interferir a todas horas, no progresaré nunca. Necesito un poco de libertad. A mí jamás se me ocurriría meterme en tus asuntos.
Ella se me queda mirando.
—Yo solo quiero que estés segura y a salvo, Elena. Si te pasara algo,yo…
Se calla.
—Lo sé, y entiendo por qué sientes ese impulso de protegerme. Y en parte me encanta. Sé que si te necesito estarás ahí, como yo lo estaré por ti. Pero si albergamos alguna esperanza de futuro para las dos, tienes que confiar en mí y en mi criterio. Claro que a veces me equivocaré, que cometeré errores, pero tengo que
aprender.
Me mira fijamente, con una expresión ansiosa que me incita a acercarme a ella, hasta colocarme de pie entre sus piernas, mientras sigue sentada en el taburete de la barra. Le cojo las manos para que me rodee con ellas, y luego apoyo las mías en sus brazos.
—No puedes interferir en mi trabajo. No está bien. No necesito que aparezcas como un caballero andante para salvarme. Ya sé que quieres controlarlo todo, y entiendo el porqué, pero no puedes hacerlo siempre. Es una meta imposible…tienes que aprender a dejar que las cosas pasen. —Le acaricio la cara con una mano
mientras ella me observa con los ojos muy abiertos—. Y si eres capaz de hacer eso, de concederme eso, vendré a vivir contigo —añado en voz baja.
Inspira bruscamente, sorprendida.
—¿De verdad?
—Sí.
—Pero si no me conoces…
Frunce el ceño y de pronto parece ahogada y aterrada por la emoción, algo totalmente impropio de Cincuenta.
—Te conozco lo suficiente, Yulia. Nada de lo que me cuentes sobre ti hará que me asuste y salga huyendo. —Le paso los nudillos por la mejilla suavemente.
Su rostro pasa de la angustia a la duda—. Pero si pudieras dejar de presionarme… —suplico.
—Lo intento, Elena. Pero no podía quedarme quieta y dejar que fueras a Nueva York con ese… canalla. Tiene una reputación espantosa. Ninguna de sus ayudantes ha durado más de tres meses, y nunca se han quedado en la empresa. Yo no quiero eso para ti, cariño. —Suspira—. No quiero que te pase nada. Me aterra la idea de que te hagan daño. No puedo prometerte que no interferiré, no, si creo que puedes salir mal parada. —Hace una pausa y respira hondo—. Yo te quiero, Elena. Utilizaré todo el poder que tengo a mi alcance para protegerte. No puedo imaginar la vida sin ti.
Madre mía. La diosa que llevo dentro, mi subconsciente y yo miramos boquiabiertas y estupefactas a Cincuenta.
Tres palabritas de nada. Mi mundo se paraliza, vacila, y luego empieza a girar sobre un nuevo eje; y yo saboreo el momento mirando sus sinceros y hermosos ojos azules.
—Yo también te quiero, Yulia.
Y la beso, y el beso se intensifica.
Igor, que ha entrado sin que le viéramos, carraspea. Yulia se echa
hacia atrás, sin dejar de mirarme intensamente. Se pone de pie y me rodea la cintura con el brazo.
—¿Sí? —le espeta a Igor.
—La señora Lincoln está subiendo, señorita.
—¿Qué?
Igor se encoge de hombros a modo de disculpa. Yulia respira hondo y sacude la cabeza.
—Bueno, esto se pone interesante —masculla. Y me dedica una mueca de resignación.
¡Maldita sea! ¿Por qué no nos dejará en paz esa condenada mujer?
Con elegante soltura, Yulia le da a la bola blanca y esta se desliza sobre la mesa, roza suavemente la negra y oh… muy despacio, la negra sale rodando, vacila en el borde y finalmente cae en la tronera superior derecha de la mesa de billar.
Maldición.
Ella se yergue, y en su boca se dibuja una sonrisa de triunfo tipo «Te tengo a mi merced, Katina». Baja el taco y se acerca hacia mí pausadamente, con el cabello revuelto, sus vaqueros y su camiseta blanca. No tiene aspecto de presidenta ejecutiva:parece una chica mala de un barrio peligroso. Madre mía, está terriblemente sexy.
—No tendrás mal perder, ¿verdad? —murmura sin apenas disimular la sonrisa.
—Depende de lo fuerte que me pegues —susurro, agarrándome al taco para apoyarme.
Me lo quita y lo deja a un lado, introduce los dedos en el escote de mi blusa y me atrae hacia ella.
—Bien, enumeremos las faltas que has cometido, señorita Katina. —Y cuenta con sus dedos largos—. Uno, darme celos con mi propio personal. Dos, discutir conmigo sobre el trabajo. Y tres, contonear tu delicioso trasero delante de mí durante estos últimos veinte minutos.
En sus ojos azules brilla una tenue chispa de excitación. Se inclina y frota su nariz contra la mía.
—Quiero que te quites los pantalones y esta camisa tan provocativa. Ahora. Me planta un beso leve como una pluma en los labios, se encamina sin ninguna prisa hacia la puerta y la cierra con llave.
Cuando se da la vuelta y me clava la mirada, sus ojos arden. Yo me quedo totalmente paralizada como un zombi, con el corazón desbocado, la sangre hirviendo,incapaz de mover un músculo. Y lo único que puedo pensar es: Esto es por ella…repitiéndose en mi mente como un mantra una y otra vez.
—La ropa, Elena. Parece ser que aún la llevas puesta. Quítatela… o te la quitaré yo.
—Hazlo tú.
Por fin he recuperado la voz, y suena grave y febril. Yulia sonríe
encantada.
—Oh, señorita Katina. No es un trabajo muy agradable, pero creo que estaré a la altura.
—Por lo general está siempre a la altura, señorita Volkova.
Arqueo una ceja y ella sonríe.
—Vaya, señorita Katina, ¿qué quiere decir?
Al acercarse a mí, se detiene en una mesita empotrada en una de las estanterías. Alarga la mano y coge una regla de plástico transparente de unos treinta centímetros. La sujeta por ambos extremos y la dobla, sin apartar los ojos de mí.
Oh, Dios… el arma que ha escogido. Se me seca la boca.
De pronto estoy acalorada y sofocada y húmeda en todas las partes esperadas. Únicamente Yulia puede excitarme solo con mirarme y flexionar una regla. Se la mete en el bolsillo trasero de sus vaqueros y camina tranquilamente hacia mí, sus oscuros ojos cargados de expectativas. Sin decir palabra, se arrodilla delante
de mí y empieza a desatarme las Converse, con rapidez y eficacia, y me las quita junto con los calcetines. Yo me apoyo en el borde de la mesa de billar para no caerme. Al mirarla durante todo el proceso, me sobrecoge la profundidad del sentimiento que
albergo por esta mujer tan hermosa e imperfecta. La amo.
Me agarra de las caderas, introduce los dedos por la cintura de mis vaqueros y desabrocha el botón y la cremallera. Me observa a través de sus largas pestañas, con una sonrisa extremadamente salaz, mientras me despoja poco a poco de los pantalones. Yo doy un paso a un lado y los dejo en el suelo, encantada de llevar
estas braguitas blancas de encaje tan bonitas, y ella me aferra por detrás de mis piernas y desliza la nariz por el vértice de mis muslos. Estoy a punto de derretirme.
—Me apetece ser brusca contigo, Lena. Tú tendrás que decirme que pare si me excedo —murmura.
Oh, Dios… Me besa… ahí abajo. Yo gimo suavemente.
—¿Palabra de seguridad? —susurro.
—No, palabra de seguridad, no. Solo dime que pare y pararé. ¿Entendido?—Vuelve a besarme, sus labios me acarician. Oh, es una sensación tan maravillosa…Se levanta, con la mirada intensa—. Contesta —ordena con voz de terciopelo.
—Sí, sí, entendido.
Su insistencia me confunde.
—Has estado enviándome mensajes y emitiendo señales contradictorias durante todo el día, Elena—dice—. Me dijiste que te preocupaba que hubiera perdido nervio. No estoy segura de qué querías decir con eso, y no sé hasta qué punto iba en serio, pero ahora lo averiguaremos. No quiero volver al cuarto de juegos todavía, así que ahora podemos probar esto. Pero si no te gusta, tienes que prometerme que me lo dirás.
Una ardorosa intensidad, fruto de su ansiedad, sustituye a su anterior arrogancia.
Oh, no, por favor, no estés ansiosa, Yulia.
—Te lo diré. Sin palabra de seguridad —repito para tranquilizarle.
—Somos amantes, Elena. Las amantes no necesitan palabras de seguridad. —Frunce el ceño—. ¿Verdad?
—Supongo que no —murmuro. Madre mía… ¿cómo voy a saberlo?—. Te lo prometo.
Busca en mi rostro alguna señal de que a mi convicción le falte coraje, y yo me siento nerviosa, pero excitada también. Me hace muy feliz hacer esto, ahora que sé que ella me quiere. Para mí es muy sencillo, y ahora mismo no quiero pensarlo demasiado.
Poco a poco aparece una enorme sonrisa en su cara. Empieza a
desabrocharme la camisa y sus diestros dedos terminan enseguida, pero no me la quita.
Se inclina y coge el taco.
Oh, Dios ¿qué va a hacer con eso? Me estremezco de miedo.
—Juega muy bien, señorita Katina. Debo decir que estoy sorprendida. ¿Por qué no metes la bola negra?
Se me pasa el miedo y hago un pequeño mohín, preguntándome por qué tiene que sorprenderse esta cabrona sexy y arrogante. La diosa que llevo dentro está calentando en segundo plano,haciendo sus ejercicios en el suelo… con una sonrisa henchida de satisfacción.
Yo coloco la bola blanca. Yulia da una vuelta alrededor de la mesa y se pone detrás de mí cuando me inclino para hacer mi tirada. Pone la mano sobre mi muslo derecho y sus dedos me recorren la pierna, arriba y abajo, hasta el culo y vuelven a bajar con una leve caricia.
—Si sigues haciendo eso, fallaré —musito con los ojos cerrados,
deleitándome en la sensación de sus manos sobre mí.
—No me importa si fallas o no, nena. Solo quería verte así: medio vestida,recostada sobre mi mesa de billar. ¿Tienes idea de lo erótica que estás en este momento?
Enrojezco, y la diosa que llevo dentro sujeta una rosa entre los dientes y empieza a bailar un tango. Inspiro profundamente e intento no hacerle caso, y me coloco para tirar. Es imposible. Ella me acaricia el trasero, una y otra vez.
—Superior izquierda —digo en voz baja, y le doy a la bola.
Ella me pega un cachete, fuerte, directamente sobre las nalgas.
Es algo tan inesperado que chillo. La blanca golpea la negra, que rebota contra el almohadillado de la tronera y se sale. Yulia vuelve a acariciarme el trasero.
—Oh, creo que has de volver a intentarlo —susurra—. Tienes que
concentrarte, Elena.
Ahora jadeo, excitada por este juego. Ella se dirige hacia el extremo de la mesa, vuelve a colocar la bola negra, y luego hace rodar la blanca hacia mí. Tiene un aspecto tan carnal, con sus ojos azules y una sonrisa maliciosa… ¿Cómo voy a resistirme a esta mujer? Cojo la bola y la alineo, dispuesta a tirar otra vez.
—Eh, eh —me advierte—. Espera.
Oh, le encanta prolongar la agonía. Vuelve otra vez y se pone detrás de mí.
Y cierro los ojos cuando empieza a acariciarme el muslo izquierdo esta vez, y después el trasero nuevamente.
—Apunta —susurra.
No puedo evitar un gemido, el deseo me retuerce las entrañas. E intento,realmente intento, pensar en cómo darle a la bola negra con la blanca. Me inclino hacia la derecha, y ella me sigue. Vuelvo a inclinarme sobre la mesa, y utilizando hasta el último vestigio de mi fuerza interior, que ha disminuido considerablemente desde que sé lo que pasará en cuanto golpee la bola blanca, apunto y tiro otra vez. Yulia vuelve a azotarme otra vez, fuerte.
¡Ay! Vuelvo a fallar.
—¡Oh, no! —me lamento.
—Una vez más, nena. Y, si fallas esta vez, haré que recibas de verdad.
¿Qué? ¿Recibir qué?
Coloca otra vez la bola negra y se acerca de nuevo, tremendamente despacio, hasta donde estoy, se queda detrás de mí y vuelve a acariciarme el trasero.
—Vamos, tú puedes —me anima.
No… no cuando tú me distraes así. Echo las nalgas hacia atrás hasta encontrar su mano, y ella me da un leve cachete.
—¿Impaciente, señorita Katina?
Sí. Te deseo.
—Bien, acabemos con esto.
Me baja con delicadeza las bragas por los muslos y me las quita. No veo lo que hace con ellas, pero me deja con la sensación de estar muy expuesta, y me planta un beso suave en cada nalga.
—Tira, nena.
Quiero gimotear, está muy claro que no lo conseguiré. Sé que voy a fallar.
Alineo la blanca, le pego y, por culpa de la impaciencia, fallo el golpe a la negra de forma flagrante. Espero el azote… pero no llega. En lugar de eso, ella se inclina directamente encima de mí, me recuesta sobre la mesa, me quita el taco de la mano y lo
hace rodar hasta la banda. La noto, dura, contra mi trasero.
—Has fallado —me dice bajito al oído. Tengo la mejilla contra el tapete—. Pon las manos planas sobre la mesa.
Hago lo que me dice.
—Bien. Ahora voy a pegarte, y así la próxima vez a lo mejor no fallas.
Se mueve y se coloca a mi izquierda, con su erección pegada a mi cadera.
Gimo y siento el corazón en la garganta. Empiezo a respirar
entrecortadamente y un escalofrío ardiente e intenso corre por mis venas. Ella me acaricia el culo y coloca la otra mano ahuecada sobre mi nuca, sus dedos agarrándome el cabello, mientras con el codo me presiona la espalda hacia abajo. Estoy completamente indefensa.
—Abre las piernas —murmura, y yo vacilo un momento.
Y ella me pega fuerte… ¡con la regla! El ruido es más fuerte que el dolor, y me coge por sorpresa. Jadeo, y vuelve a pegarme.
—Las piernas —ordena.
Abro las piernas, jadeando. La regla me golpea de nuevo. Ay… escuece,pero el chasquido contra la piel suena peor de lo que es en realidad.
Cierro los ojos y absorbo el dolor. No es demasiado terrible, y la
respiración de Yulia se intensifica. Me pega una y otra vez, y gimo. No estoy segura de cuántos azotes más podré soportar… pero el oírle, saber lo excitada que está,alimenta mi propio deseo y mi voluntad de seguir. Estoy pasando al lado oscuro, a un lugar de mi psique que no conozco bien, pero que ya he visitado antes, en el cuarto de juegos… con la experiencia Tallis. La regla vuelve a golpearme, y gimo en voz alta. Y Yulia responde con un gruñido. Me pega otra vez… y otra… y una más… más fuerte esta vez… y hago un gesto de dolor.
—Para.
La palabra sale de mi boca antes de darme cuenta de que la he dicho.
Yulia deja la regla inmediatamente y me suelta.
—¿Ya basta?
—Sí.
—Ahora quiero follarte —dice con voz tensa.
—Sí —murmuro, anhelante.
Ella se desabrocha la cremallera, mientras yo gimo tumbada sobre la mesa,sabiendo que será brusca.
Me maravilla una vez más cómo he llevado y sí, disfrutado lo que ha hecho hasta este momento. Es muy turbia, pero es muy ella.
Desliza dos dedos dentro de mí y los mueve en círculos. La sensación es exquisita. Cierro los ojos, deleitándome con la sensación. Oigo cómo rasga el envoltorio, y ya está detrás de mí, entre mis piernas, separándolas más.
Se hunde en mi interior lentamente. Sujeta con firmeza mis caderas, vuelve a salir de mí, y esta vez me penetra con fuerza haciéndome gritar. Se queda quieta un momento.
—¿Otra vez? —dice en voz baja.
—Sí… estoy bien. Déjate llevar… llévame contigo —murmuro sin aliento.
Con un quejido ronco, sale de nuevo y entra de golpe en mí, y lo repite una y otra vez lentamente, con un ritmo deliberado de castigo, brutal, celestial.
Oh… Mis entrañas empiezan a acelerarse. Ella lo nota también, e incrementa el ritmo, empuja más, más deprisa, con mayor dureza… y sucumbo, y exploto en torno a ella en un orgasmo devastador que me arrebata el alma y me deja exhausta y derrotada.
Apenas soy consciente de que Yulia también se deja ir, gritando mi nombre, con los dedos clavados en mis caderas, y luego se queda quieta y se derrumba sobre mí. Nos deslizamos hasta el suelo, y me acuna en sus brazos.
—Gracias, cariño —musita, cubriendo mi cara ladeada de besos dulces y livianos.
Abro los ojos y los levanto hacia ella y me abraza con más fuerza.
—Tienes una rozadura en la mejilla por culpa del tapete —susurra, y me acaricia la cara con ternura—. ¿Qué te ha parecido?
Sus ojos están muy abiertos, cautelosos.
—Intenso, delicioso. Me gusta brutal, Yulia, y también me gusta tierno.
Me gusta que sea contigo.
Ella cierra los ojos y me abraza aún más fuerte.
Madre mía. Estoy exhausta.
—Tú nunca fallas, Lena. Eres preciosa, inteligente, audaz, divertida, sexy, y agradezco todos los días a la divina providencia que fueras tú quien vino a entrevistarme y no Anastasya Isaeva. —Me besa el pelo. Yo sonrío y bostezo pegada a su pecho—. Pero ahora estás muy cansada —continúa—. Vamos. Un baño y a
la cama.
* * *
Estamos en la bañera de Yulia, una frente a la otra, cubiertas de espuma hasta la barbilla, envueltas en el dulce aroma del jazmín. Yulia me masajea los pies, por turnos. Es tan agradable que debería ser ilegal.
—¿Puedo preguntarte una cosa?
—Claro. Lo que sea, Lena, ya lo sabes.
Suspiro profundamente y me incorporo sentada con un leve
estremecimiento.
—Mañana, cuando vaya a trabajar, ¿puede Sawyer limitarse a dejarme en la puerta de la oficina y pasar a recogerme al final del día? Por favor, Yulia, por favor —le pido.
Sus manos se detienen y frunce el ceño.
—Creía que estábamos de acuerdo en eso —se queja.
—Por favor —suplico.
—¿Y a la hora de comer qué?
—Ya me prepararé algo aquí y así no tendré que salir, por favor.
Me besa el empeine.
—Me cuesta mucho decirte que no —murmura, como si creyera que es una debilidad por su parte—. ¿De verdad que no saldrás?
—No.
—De acuerdo.
Yo le sonrío, radiante.
—Gracias.
Me apoyo sobre las rodillas, haciendo que el agua se derrame por todas partes, y la beso.
—De nada, señorita Katina. ¿Cómo está tu trasero?
—Dolorido, pero no mucho. El agua me calma.
—Me alegro de que me dijeras que parara —dice, y me mira fijamente.
—Mi trasero también.
Sonríe.
* * *
Me tiendo en la cama, muy cansada. Solo son las diez y media, pero me siento como si fueran las tres de la madrugada. Este ha sido uno de los fines de semana más agotadores de mi vida.
—¿La señorita Acton no incluyó ningún camisón? —pregunta Yulia con un deje reprobatorio cuando me mira.
—No tengo ni idea. Me gusta llevar tus camisetas —balbuceo, medio dormida.
Relaja el gesto, se inclina y me besa la frente.
—Tengo trabajo. Pero no quiero dejarte sola. ¿Puedo usar tu portátil para conectarme con el despacho? ¿Te molestaré si me quedo a trabajar aquí?
—No es mi portátil.
Y me duermo.
* * *
Suena la alarma, despertándome de golpe con la información del tráfico.
Yulia sigue durmiendo a mi lado. Me froto los ojos y echo un vistazo al reloj. Las seis y media… demasiado temprano.
Fuera llueve por primera vez desde hace siglos, y hay una luz amarillenta y tenue. Me siento muy a gusto y cómoda en este inmenso monolito moderno, con Yulia a mi lado. Me desperezo y me giro hacia la deliciosa mujer que está junto a mí. Ella abre los ojos de golpe y parpadea, medio dormida.
—Buenos días.
Sonrío, le acaricio la cara y me inclino para besarle.
—Buenos días, nena. Normalmente me despierto antes de que suene el despertador —murmura, asombrada.
—Está puesto muy temprano.
—Así es, señorita Katina. —Yulia sonríe de oreja a oreja—. Tengo que levantarme.
Me besa y sale de la cama. Yo vuelvo a dejarme caer sobre las almohadas.
Vaya, despertarme un día laborable al lado de Yulia Volkova. ¿Cómo ha ocurrido esto? Cierro los ojos y me quedo adormilada.
—Venga, dormilona, levanta.
Yulia se inclina sobre mí. Está limpia, fresca… mmm, qué
bien huele. Lleva una camisa blanca impoluta y traje negro entallando su figura, sin corbata: la señora presidenta ha vuelto. Dios bendito, qué guapa está así también.
—¿Qué pasa? —pregunta.
—Ojalá volvieras a la cama.
Separa los labios, sorprendida por mi insinuación, y sonríe casi con timidez.
—Es usted insaciable, señorita Katina. Por seductora que resulte la idea,tengo una reunión a las ocho y media, así que tengo que irme enseguida.
Oh, me he quedado dormida, una hora más o menos. Maldita sea. Salto de la cama, ante la expresión divertida de Yulia.
Me ducho y me visto a toda prisa, y me pongo la ropa que preparé anoche:una falda gris perla muy favorecedora, una blusa de seda gris claro y zapatos negros de tacón alto, todo ello parte de mi nuevo guardarropa. Me cepillo el pelo y me lo recojo con cuidado, y luego salgo de la enorme habitación, sin saber realmente qué me espera.
¿Cómo voy a ir al trabajo?
Yulia está tomando café en la barra del desayuno. La señora Jones está en la cocina haciendo tortitas y friendo beicon.
—Estás muy guapa —murmura Yulia.
Me pasa un brazo alrededor y me besa bajo la oreja. Por el rabillo del ojo,observo que la señora Jones sonríe. Me ruborizo.
—Buenos días, señorita Katina —dice ella, y me pone las tortitas y el beicon delante.
—Oh, gracias. Buenos días —balbuceo.
Madre mía, no me costaría nada acostumbrarme a esto.
—La señorita Volkova dice que le gustaría llevarse el almuerzo al trabajo. ¿Qué le apetecería comer?
Miro de reojo a Yulia, que hace esfuerzos por no sonreír. Entorno los ojos.
—Un sándwich… ensalada. La verdad, no me importa —digo esbozando una amplia sonrisa a la señora Jones.
—Ya improvisaré una bolsa con el almuerzo para usted, señora.
—Por favor, señora Jones, llámeme Lena.
—Lena.
Sonríe y se da la vuelta para prepararme un té.
Vaya… esto es una gozada.
Me doy la vuelta y ladeo la cabeza mirando a Yulia, desafiándole:
venga, acúsame de coquetear con la señora Jones.
—Tengo que irme, cariño. Igor vendrá a recogerte y te dejará en el
trabajo con Sawyer.
—Solo hasta la puerta.
—Sí. Solo hasta la puerta. —Yulia pone los ojos en blanco—. Pero ve con cuidado.
Yo echo un vistazo alrededor y atisbo a Igor en la puerta de entrada.
Yulia se pone de pie, me coge la barbilla y me besa.
—Hasta luego, nena.
—Que tengas un buen día en la oficina, cariño —digo a sus espaldas.
Ella se vuelve, me deslumbra con su maravillosa sonrisa, y luego se va. La señora Jones me ofrece una taza de té, y de golpe me siento incómoda por estar aquí las dos solas.
—¿Cuánto hace que trabaja para Yulia? —pregunto, pensando que debo darle conversación.
—Unos cuatro años —contesta amablemente, y empieza a prepararme la bolsa del almuerzo.
—¿Sabe?, puedo hacerlo yo… —musito, avergonzada de que tenga que hacer esto para mí.
—Usted cómase el desayuno, Lena. Este es mi trabajo, y me gusta. Es agradable ocuparse de alguien aparte del señor Igor y la señorita Volkova.
Y me dedica una mirada llena de dulzura.
Mis mejillas enrojecen de placer, y siento ganas de acribillar a preguntas a esta mujer. Debe de saber tanto sobre Cincuenta… Sin embargo, a pesar de su actitud amable y cordial, también es muy profesional. Sé que si empiezo a interrogarla, solo conseguiré incomodarnos a las dos, de manera que termino de desayunar en un confortable silencio, interrumpido únicamente por sus preguntas sobre mis preferencias gastronómicas.
Veinticinco minutos después, Sawyer aparece en la entrada del salón. Me he cepillado los dientes y estoy lista para irme. Cojo mi bolsa de papel marrón con el almuerzo; ni siquiera recuerdo que mi madre hiciera esto por mí. Sawyer y yo bajamos en ascensor hasta la planta baja. Él también se muestra muy taciturno, inexpresivo.
Igor espera sentado al volante del Audi, y yo subo al asiento de atrás en cuanto Sawyer me abre la puerta.
—Buenos días, Igor—digo, animosa.
—Señorita Katina.
Sonríe.
—Igor, lamento lo de ayer y mis comentarios inapropiados. Espero no haberte causado problemas.
Igor me mira con semblante perplejo por el espejo retrovisor, mientras se incorpora al tráfico de Seattle.
—Señorita Katina, yo no suelo tener problemas —dice para tranquilizarme.
Ah, bien. Quizá Yulia no le reprendió. Solo fue a mí, entonces, pienso con amargura.
—Me alegra saberlo, Igor.
Alex me mira, examinando mi aspecto, mientras me dirijo hacia mi
escritorio.
—Buenos días, Lena. ¿El fin de semana, bien?
—Sí, gracias. ¿Y el tuyo?
—Ha estado bien. Toma asiento… tengo trabajo para ti.
Me siento frente al ordenador. Parece que lleve años sin acudir al trabajo.
Lo conecto y abro el correo electrónico… y, naturalmente, hay un e-mail de Yulia.
De: Yulia Volkova
Fecha: 13 de junio de 2011 08:24
Para: Lena Katina
Asunto: Jefe
Buenos días, señorita Katina.
Solo quería darle las gracias por un fin de semana maravilloso, a pesar de todo el drama.Espero que no se marche, nunca.
Y solo recordarle que las novedades sobre SIP no pueden comunicarse hasta dentro de cuatro semanas.Borre este e-mail en cuanto lo haya leído.
Tuya.
Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc., jefa del jefe de tu jefe
¿Espera que no me marche nunca? ¿Quiere que me vaya a vivir con ella?
Dios santo… Si apenas la conozco. Aprieto la tecla de borrar.
De: Lena Katina
Fecha: 13 de junio de 2011 09:03
Para: Yulia Volkova
Asunto: Mandona
Querida señorita Volkova:
¿Me estás pidiendo que me vaya a vivir contigo? Y, por supuesto,
recordaré que la evidencia de tus épicas capacidades de acoso debe permanecer en secreto durante cuatro semanas. ¿Extiendo un cheque a nombre de Afrontarlo Juntos y se lo mando a tu padre? Por favor, no borres este e-mail.
Por favor, contéstalo.
TQ xxx
Lena Katina
Ayudante de Alexandr Popov editor de SIP
—¡Lena!
El grito de Alex me hace dar un salto.
—Sí.
Me sonrojo y él me mira con el ceño fruncido.
—¿Todo bien?
—Claro.
Me levanto con cierta dificultad y voy a su despacho con la libreta de notas.
—Bien. Como seguramente recuerdas, el jueves voy a ese Simposio sobre Ficción en Nueva York. Tengo los billetes y la reserva, pero me gustaría que vinieras conmigo.
—¿A Nueva York?
—Sí. Tendríamos que irnos el miércoles y pasar allí la noche. Creo que será una experiencia muy instructiva para ti. —Sus ojos se oscurecen cuando dice esto,pero sonríe educadamente—.¿Podrías ocuparte de organizar todo lo necesario para el
viaje? ¿Y de reservar una habitación adicional en el hotel donde me alojaré? Creo que Sabrina, mi anterior ayudante, dejó la información necesaria por ahí.
—De acuerdo —digo, esbozando una débil sonrisa.
Maldición. Vuelvo a mi mesa. Esto no le sentará bien a Cincuenta… pero lo cierto es que quiero ir. Parece una auténtica oportunidad, y estoy segura de que puedo mantener a Alex a raya si tiene intenciones ocultas. En mi ordenador está la respuesta
de Yulia.
De: Yulia Volkova
Fecha: 13 de junio de 2011 09:07
Para: Lena Katina
Asunto: ¿Mandona, yo?
Sí. Por favor.
Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
Vaya… quiere que me vaya a vivir con ella. Oh, Yulia… es demasiado pronto. Me cojo la cabeza entre las manos e intento recuperar la cordura. Es lo que necesito después de mi extraordinario fin de semana. No he tenido un momento para pensar y tratar de entender todo lo que he experimentado y descubierto estos dos últimos días.
De: Lena Katina
Fecha: 13 de junio de 2011 09:20
Para: Yulia Volkova
Asunto: Flynnismos
Yulia:
¿Qué pasó con eso de andar antes de correr?
¿Podemos hablarlo esta noche, por favor?
Me han pedido que vaya a un congreso en Nueva York el jueves.
Supone pasar allí la noche del miércoles.
Pensé que debías saberlo.
Lx
Lena Katina
Ayudante de Alexandr Popov editor de SIP
De: Yulia Volkova
Fecha: 13 de junio de 2011 09:21
Para: Lena Katina
Asunto: ¿QUÉ?
Sí. Hablemos esta noche.
¿Irás sola?
Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
De: Lena Katina
Fecha: 13 de junio de 2011 09:30
Para: Yulia Volkova
Asunto: ¡Nada de Mayúsculas Chillonas ni Gritos un Lunes por la Mañana!
¿Podemos hablar de eso esta noche?
L x
Lena Katina
Ayudante de Alexandr Popov, editor de SIP
De: Yulia Volkova
Fecha: 13 de junio de 2011 09:35
Para: Lena Katina
Asunto: No Sabes lo que son Gritos Todavía
Dime.
Si vas con ese canalla con el que trabajas, entonces la respuesta es no,por encima de mi cadáver.
Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
Se me encoge el corazón. Maldita sea… ni que fuera mi padre.
De: Lena Katina
Fecha: 13 de junio de 2011 09:46
Para: Yulia Volkova
Asunto: No, TÚ no sabes lo que son gritos todavía
Sí. Voy con Alex.Yo quiero ir. Lo considero una oportunidad emocionante.Y nunca he estado en Nueva York.
No hagas una montaña de un grano de arena.
Lena Katina
Ayudante de Alexandr Popov, editor de SIP
De: Yulia Volkova
Fecha: 13 de junio de 2011 09:50
Para: Lena Katina
Asunto: No, TÚ no sabes lo que son gritos todavía
Elena:
No estoy haciendo una montaña de un jodido grano de arena.
La respuesta es NO.
Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
—¡No! —le grito a mi ordenador, haciendo que toda la oficina se paralice y se me quede mirando.
Alex saca la cabeza de su despacho.
—¿Todo bien, Lena?
—Sí. Perdón —musito—. Yo… esto… acabo de perder un documento.
Las mejillas me arden por la vergüenza. Él me sonríe, pero con expresión desconcertada. Respiro profundamente un par de veces y tecleo rápidamente una respuesta. Estoy muy enfadada.
De: Lena Katina
Fecha: 13 de junio de 2011 09:55
Para: Yulia Volkova
Asunto: Cincuenta Sombras
Yulia:
Tienes que controlarte.NO voy a acostarme con Alex: ni por todo el té de China.
Te QUIERO. Eso es lo que pasa cuando dos personas se quieren.
CONFÍAN la una en la otra.
Yo no pienso que tú vayas a ACOSTARTE, AZOTAR, FOLLAR, o DAR LATIGAZOS a nadie más. Yo tengo FE y CONFIANZA en ti.
Por favor, ten la AMABILIDAD de hacer lo mismo conmigo.
Lena
Lena Katina
Ayudante de Alexandr Popov, editor de SIP
Permanezco sentada esperando su respuesta. No recibo nada. Llamo a la compañía aérea y reservo mi billete, asegurándome de ir en el mismo vuelo que Alex.
Oigo el aviso de un nuevo correo.
De: Lincoln, Olga
Fecha: 13 de junio de 2011 10:15
Para: Lena Katina
Asunto: Cita para almorzar
Querida Elena:
Me gustaría mucho quedar para comer contigo. Creo que empezamos con mal pie, y me gustaría arreglarlo. ¿Estás libre algún día de esta semana?
Olga Lincoln
Oh, no… ¡la señora Robinson, no! ¿Cómo demonios ha conseguido mi dirección de correo electrónico? Me cojo la cabeza entre las manos. ¿Qué más puede pasar hoy?
Suena mi teléfono, levanto cansinamente la cabeza y contesto mirando el reloj. Solo son las diez y veinte, y ya desearía no haber salido de la cama de Yulia.
—Despacho de Alexandr Popov, soy Lena Katina.
Una voz dolorosamente familiar me increpa:
—¿Podrías, por favor, borrar el último e-mail que me has enviado e intentar ser un poco más prudente con el lenguaje que utilizas en los correos de trabajo? Ya te lo dije, el sistema está monitorizado. Yo haré todo lo posible para minimizar los daños desde aquí.
Y cuelga.
Santo Dios… Me quedo mirando el teléfono. Yulia me ha colgado. Esta mujer está pisoteando mi incipiente carrera profesional… ¿y va y me cuelga?
Fulmino el auricular con la mirada, y si no estuviera completamente paralizada, sé que mi mirada terrorífica la pulverizaría.
Accedo a mis correos electrónicos, y borro el último que le he enviado. No es tan grave. Solo mencionaba los azotes y, bueno, los latigazos. Vaya, si le avergüenza tanto no debería hacerlo, maldita sea. Cojo la BlackBerry y la llamo al móvil.
—¿Qué? —gruñe.
—Me voy a Nueva York tanto si te gusta como si no —le digo entre dientes.
—Ni se te ocurra…
Cuelgo, dejándole a mitad de la frase. Siento una descarga de adrenalina por todo el cuerpo. Ya está… para que se entere. Estoy muy enfadada.
Respiro profundamente, intentando recuperar la compostura. Cierro los ojos, e imagino que estoy en mi lugar soñado. Mmm… el camarote de un barco, con Yulia. Rechazo la imagen porque ahora mismo estoy tan enfadada con ella que no puede estar presente en mi lugar soñado.
Abro los ojos, cojo tranquilamente mi libreta de notas y repaso con cuidado mi lista de cosas por hacer. Inspiro larga y profundamente: he recobrado el equilibrio.
—¡Lena! —grita Alex, y me sobresalto—. ¡No reserves ese vuelo!
—Oh, ya es demasiado tarde. Ya lo he hecho —contesto.
Él sale de su despacho y se me acerca con paso enérgico. Parece
disgustado.
—Mira, ha pasado una cosa. Por la razón que sea, de repente todos los gastos de viajes y hoteles han de tener la aprobación de la dirección. La orden viene de muy arriba. Voy a subir a ver a Roach. Al parecer, acaba de implementarse una moratoria de todos los gastos. No lo entiendo.
Alex se pellizca el puente de la nariz y cierra los ojos.
La sangre prácticamente deja de circular por mis venas, me pongo pálida y se me hace un nudo en el estómago. ¡Cincuenta!
—Coge mis llamadas. Voy a ver qué tiene que decir Roach.
Me guiña el ojo y se va a ver a su jefe… no al jefe de su jefe.
Maldita seas, Yulia Volkova… De nuevo me hierve la sangre.
De: Lena Katina
Fecha: 13 de junio de 2011 10:43
Para: Yulia Volkova
Asunto: ¿Qué has hecho?
Por favor, no interfieras en mi trabajo.Tengo verdaderas ganas de ir a ese congreso.No debería habértelo preguntado.
He borrado el e-mail problemático.
Lena Katina
Ayudante de Alexandr Popov editor de SIP
De: Yulia Volkova
Fecha: 13 de junio de 2011 10:43
Para: Lena Katina
Asunto: ¿Qué has hecho?
Solo protejo lo que es mío.
Ese e-mail que enviaste en un arrebato se ha eliminado del servidor de SIP, igual que los e-mails que yo te mando.
Por cierto, en ti confío totalmente. En él no.
Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
Compruebo si aún tengo sus correos, y han desaparecido. La influencia de esta mujer no tiene límites. ¿Cómo lo hace? ¿A quién conoce que pueda acceder subrepticiamente a las profundidades de los servidores de SIP y eliminar e-mails?
Estoy jugando en una liga muy superior a la mía.
De: Lena Katina
Fecha: 13 de junio de 2011 10:48
Para: Yulia Volkova
Asunto: Madura un poco
Yulia:
No necesito que me protejan de mi propio jefe.
Quizá él intente algo, pero yo me negaré.
Tú no puedes interferir. No está bien, y supone ejercer un control a
demasiados niveles.
Lena Katina
Ayudante de Alexandr Popov, editor de SIP
De: Yulia Volkova
Fecha: 13 de junio de 2011 10:50
Para: Lena Katina
Asunto: La respuesta es NO
Lena:
Yo he presenciado lo «eficaz» que eres para librarte de una atención que no deseas. Recuerdo que fue así como tuve el placer de pasar mi primera noche contigo. Ese fotógrafo, como mínimo, siente algo por ti. Ese canalla, en cambio, no.
Es un conquistador profesional e intentará seducirte. Pregúntale qué pasó con la última ayudante, y con la anterior.
No quiero discutir por esto.
Si quieres ir a Nueva York, yo te llevaré. Podemos ir este fin de semana.
Tengo un apartamento allí.
Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
¡Oh, Yulia! No se trata de eso. Esto es muy frustrante. Y ella, cómo no,también tiene un apartamento allí. ¿Dónde más tendrá propiedades? Y era de esperar que sacara a relucir a José. ¿Es que nunca me libraré de eso? Estaba borracha, por Dios. Yo nunca me emborracharía con Alex.
Me quedo mirando la pantalla, pero supongo que no puedo seguir
discutiendo con ella por e-mail. Tendré que esperar el momento oportuno, esta noche.
Miro el reloj. Alex aún no ha vuelto de su reunión con Jerry, y todavía tengo que solucionar lo de Olga. Vuelvo a leer su correo electrónico y decido que el mejor modo de abordar esto es enviárselo a Yulia. Desviar su atención hacia ella en lugar de hacia mí.
De: Lena Katina
Fecha: 13 de junio de 2011 11:15
Para: Yulia Volkova
Asunto: Re Cita para almorzar o Carga irritante
Yulia:
Mientras tú estabas muy ocupada interfiriendo en mi carrera y
salvándote el culo por mis imprudentes misivas, yo he recibido el siguiente correo de la señora Lincoln. No tengo ningunas ganas de verme con ella… y aunque las tuviera, no se me permite salir de este edificio. Cómo ha conseguido mi dirección de correo electrónico, la verdad es que no lo sé. ¿Qué sugieres que haga? Te adjunto su e-mail:
Querida Elena:
Me gustaría mucho quedar para comer contigo. Creo que empezamos con mal pie, y me gustaría arreglarlo. ¿Estás libre algún día de esta semana?
Olga Lincoln
Lena Katina
Ayudante de Alexandr Popov editor de SIP
De: Yulia Volkova
Fecha: 13 de junio de 2011 11:23
Para: Lena Katina
Asunto: Carga irritante
No te enfades conmigo. Lo único que me preocupa es tu bienestar.
Si te pasara algo, no me lo perdonaría nunca.
Yo me ocuparé de la señora Lincoln.
Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
De: Lena Katina
Fecha: 13 de junio de 2011 11:32
Para: Yulia Volkova
Asunto: Hasta luego
¿Podemos hablarlo esta noche, por favor?
Intento trabajar, y tus continuas interferencias me distraen mucho.
Lena Katina
Ayudante de Alexandr Popov, editor de SIP
Alex vuelve después de las doce y me dice que mi viaje a Nueva York está descartado, aunque él sí que irá, pero que no puede hacer nada para cambiar la política de la dirección. Entra en su despacho y cierra de un portazo. Obviamente está furioso.
¿Por qué está tan indignado?
En el fondo, yo sé que sus intenciones no son en absoluto honorables, pero estoy segura de que podría manejarle, y me pregunto qué sabe Yulia sobre las anteriores ayudantes de Alex. Aparto esos pensamientos de mi mente y sigo trabajando,pero tomo la decisión de intentar hacer que Yulia cambie de opinión, aunque las posibilidades sean escasas.
A la una en punto, Alex asoma la cabeza por la puerta del despacho.
—Lena, ¿podrías traerme por favor algo para comer?
—Claro. ¿Qué te apetece?
—Pastrami con pan de centeno, sin mostaza. Te daré el dinero cuando vuelvas.
—¿Algo para beber?
—Coca-Cola, por favor. Gracias, Lena.
Se mete en su despacho y yo cojo el bolso.
Oh, no. Le prometí a Yulia que no saldría. Suspiro. No se enterará. Iré muy rápido.
En recepción, Claire me ofrece su paraguas porque llueve a cántaros. Al salir por la puerta principal, me envuelvo bien con la chaqueta y echo una mirada furtiva en ambas direcciones bajo el inmenso paraguas. Todo parece en orden. Ni rastro de la Chica Fantasma.
Bajo con paso decidido la calle en dirección a la tienda, esperando pasar inadvertida. Sin embargo, a medida que me voy acercando mayor es la escalofriante sensación de que me vigilan, y no sé si es mi agudizada paranoia o si es verdad.
Maldita sea. Espero que no se trate de Leila con un arma.
Solo es fruto de tu imaginación, me suelta mi subconsciente. ¿Quién demonios querría dispararte?
En cuestión de quince minutos, estoy de vuelta… sana y salva, y aliviada.
Creo que la exagerada paranoia y la vigilancia extremadamente protectora de Yulia están empezando a afectarme.
Cuando le llevo el almuerzo, Alex está hablando por teléfono. Levanta la vista, tapando el auricular.
—Gracias, Lena. Como no vienes conmigo, tendrás que quedarte hasta tarde.Necesito estos informes. Espero que no tuvieras planes.
Me sonríe afectuosamente y me ruborizo.
—No, no pasa nada —le digo con una sonrisa radiante y el corazón encogido.
Esto no acabará bien. Yulia se pondrá hecha una fiera, seguro.
Cuando vuelvo a mi mesa, decido no decírselo inmediatamente, porque eso le daría tiempo de sobra para interferir de algún modo. Me siento y me como el sándwich de ensalada de pollo que me preparó esta mañana la señora Jones. Es delicioso. Un sándwich exquisito.
Naturalmente, si me fuera a vivir con Yulia, ella me prepararía el
almuerzo todos los días de la semana. La idea me produce desasosiego. Yo nunca he soñado con grandes riquezas ni con todo lo que eso conlleva… solo con el amor.
Encontrar a alguien que me quiera y no intente controlar todos mis movimientos. Suena el teléfono.
—Despacho de Alexandr Popov…
—Me aseguraste que no saldrías —me interrumpe Yulia en un tono frío y dura.
Se me encoge el corazón por enésima vez en el día de hoy. Por favor…
¿Cómo diantres lo ha sabido?
—Alex me envió a comprarle el almuerzo. No podía decir que no. ¿Me tienes vigilada?
Se me eriza el vello al pensarlo. No me extraña que fuera tan paranoica: había alguien vigilándome. Me enfurece pensarlo.
—Por esto es por lo que no quería que volvieras al trabajo —gruñe
Yulia.
—Yulia, por favor. Estás siendo… —tan Cincuenta—… muy agobiante.
—¿Agobiante? —susurra, sorprendida.
—Sí. Tienes que dejar de hacer esto. Hablaré contigo esta noche.
Desgraciadamente, hoy tengo que trabajar hasta tarde porque no puedo ir a Nueva York.
—Elena, yo no quiero agobiarte —dice en voz baja, horrorizada.
—Bien, pues lo haces. Y ahora tengo trabajo. Ya hablaremos luego.
Cuelgo. Estoy rendida y ligeramente deprimida.
Después de un fin de semana maravilloso, la realidad se impone. Nunca he tenido tantas ganas de marcharme. Huir a algún lugar tranquilo y apartado donde pueda reflexionar sobre esta mujer, sobre cómo es y sobre cómo tratar con ella. En cierta medida sé que es una persona destrozada ahora lo veo claramente, y eso resulta desgarrador y agotador a la vez. A partir de los pocos retazos de información sobre su vida que me ha dado, entiendo por qué. Una niña que no recibió el amor que necesitaba;un entorno de malos tratos espantoso; una madre incapaz de protegerle y que murió delante de ella.
Me estremezco. Mi pobre Cincuenta… Soy suya, pero no para tenerme encerrada en una jaula dorada. ¿Cómo voy a conseguir que entienda eso?
Sintiendo un gran peso en el corazón, me pongo sobre el regazo uno de los manuscritos que Alex quiere que resuma y sigo leyendo. No se me ocurre ninguna solución sencilla para el problema del control enfermizo de Yulia. Tendré que hablarlo con ella más tarde, cara a cara.
Al cabo de media hora, Alex me envía un documento que debo adecentar y pulir para que mañana puedan imprimirlo a tiempo para el congreso. Eso me llevará toda la tarde e incluso hasta la noche. Me pongo a ello.
Cuando levanto la vista, son más de las siete y la oficina está desierta,aunque aún hay luz en el despacho de Alex. No me había dado cuenta de que todo el mundo se había ido, pero ya casi he terminado. Le vuelvo a mandar el documento a Alex para que lo apruebe, y reviso mi bandeja de entrada. No hay nada de Yulia,
así que echo un vistazo rápido a mi BlackBerry, y justo en ese momento me sobresalta su zumbido: es Yulia.
—Hola —murmuro.
—Hola, ¿cuándo acabarás?
—Hacia las siete y media, creo.
—Te esperaré fuera.
—Vale.
Se le nota muy callada, nerviosa incluso. ¿Por qué? ¿Estará temerosa de mi reacción?
—Sigo enfadada contigo, pero nada más —susurro—. Tenemos que hablar de muchas cosas.
—Lo sé. Nos vemos a las siete y media.
Alex sale de su despacho.
—Tengo que dejarte. Hasta luego.
Cuelgo.
Miro a Alex, que se acerca con aire despreocupado hacia mí.
—Necesito que hagas un par de cambios. Ya te he vuelto a enviar el informe.
Mientras guardo el documento, se inclina sobre mí, muy cerca…
incómodamente cerca. Me roza el brazo con el suyo. ¿Por accidente? Yo retrocedo,pero él finge no darse cuenta. Su otra mano descansa en el respaldo de mi silla y me toca la espalda. Yo me incorporo para no apoyarme en el respaldo.
—Páginas dieciséis y veintitrés, y ya estará —murmura con la boca a unos centímetros de mi oreja.
Su proximidad me produce una sensación desagradable en la piel, pero procuro ignorarla. Abro el documento y empiezo a introducir los cambios, nerviosa. Él sigue inclinado sobre mí, y todos mis sentidos están en alerta máxima. Resulta muy molesto e incómodo, y por dentro estoy chillando: ¡Apártate!
—En cuanto esto esté hecho, ya se podrá imprimir. Ya organizarás eso mañana. Gracias por quedarte hasta tarde para terminarlo, Lena.
Su voz es suave, amable, como si estuviera acechando a un animal herido.
Se me revuelve el estómago.
—Creo que lo mínimo que puedo hacer es recompensarte con una copa rápida. Te la mereces.
Me coloca detrás de la oreja un mechón de pelo que se ha desprendido del recogido, y me acaricia suavemente el lóbulo.
Yo me encojo, apretando los dientes, y aparto la cabeza. ¡Maldita sea!
Yulia tenía razón. No me toques.
—De hecho, esta noche no puedo.
Ni ninguna otra noche, Alex.
—¿Solo una rápida? —intenta persuadirme.
—No, no puedo. Pero gracias.
Alex se sienta en el borde de mi mesa y frunce el ceño. En el interior de mi cabeza suena con fuerza una alarma. Estoy sola en la oficina. No puedo marcharme.
Inquieta, echo un vistazo al reloj. Faltan cinco minutos para que llegue Yulia.
—Yo creo que formamos un gran equipo, Lena. Siento no haber podido conseguir lo del viaje a Nueva York. No será lo mismo sin ti.
Seguro que no. Sonrío débilmente, porque no se me ocurre qué decir. Y por primera vez en todo el día, siento un ligerísimo alivio por no poder ir.
—¿Así que has tenido un buen fin de semana? —pregunta suavemente.
—Sí, gracias.
¿Qué pretende con esto?
—¿Viste a tu novio?
—Sí en realidad novia
—¿A qué se dedica?
Es el amo de tu culo…
—A los negocios.
—Interesante. ¿Qué clase de negocios?
—Oh, está metida en asuntos muy diversos.
Alex ladea la cabeza y se inclina hacia mí, invadiendo mi espacio
privado… otra vez.
—Estás muy evasiva, Lena.
—Bueno, telecomunicaciones, industria y agricultura.
Alex arquea las cejas.
—Cuántas cosas… ¿Para quién trabaja?
—Trabaja por cuenta propia. Si el documento te parece bien, me gustaría marcharme, si estás de acuerdo.
Se aparta. Mi espacio privado vuelve a estar a salvo.
—Claro. Perdona, no pretendía retenerte —miente.
—¿A qué hora cierra el edificio?
—El vigilante está hasta las once.
—Bien.
Sonrío, y mi subconsciente se recuesta en su butaca, aliviada de saber que no estamos solos en el edificio. Apago el ordenador, cojo el bolso y me levanto, lista para irme.
—¿Te gusta, entonces? ¿Tu novia?
—La quiero —contesto, y miro directamente a los ojos de Alex.
—Ya. —Alex tuerce el gesto y se levanta de mi escritorio—.¿Cómo se apellida?
Enrojezco.
—Volkova. Yulia Volkova —mascullo.
Alex se queda con la boca abierta.
—¿La soltera más rica de Seattle? ¿Esa Yulia Volkova?
—Sí. Ella misma.
Sí, esa Yulia Volkova, tu futura jefa, que se te merendará si vuelves a invadir mi espacio privado.
—Ya me pareció que me era familiar —dice Alex, sombrío, y vuelve a levantar una ceja—. Bien, pues es un hombre con suerte.
Me lo quedo mirando. ¿Qué contesto a eso?
—Que pases una buena noche, Lena.
Alex sonríe, pero esa sonrisa no se refleja en sus ojos, y regresa a toda prisa a su despacho sin volver la vista.
Suspiro, aliviada. Bien, puede que este problema ya esté solucionado.
Cincuenta ha vuelto a obrar su magia. Su nombre me basta como talismán, y ha hecho que ese hombre se retirara con la cola entre las piernas. Me permito una sonrisita victoriosa. ¿Lo ves, Yulia? Incluso tu nombre me protege; no tienes que molestarte en tomar esas medidas tan drásticas. Ordeno mi mesa y miro el reloj. Yulia ya debe de estar fuera.
El Audi está aparcado en la acera, e Igor se apresura a bajar para
abrirme la puerta de atrás. Nunca me he alegrado tanto de verle, y entro a toda prisa en el coche para guarecerme.
Yulia está en el asiento de atrás, y clava en mí sus ojos, muy abiertos y prudentes. Con la mandíbula tensa y prieta, preparado para mi rabia.
—Hola —musito.
—Hola —contesta con cautela.
Se me acerca, me coge la mano y la aprieta fuerte, y se me derrite un poco el corazón. Estoy muy confusa. Ni siquiera he decidido qué tengo que decirle.
—¿Sigues enfadada?
—No lo sé —murmuro.
Ella levanta mi mano y me acaricia los nudillos con besos livianos y delicados.
—Ha sido un día espantoso —dice.
—Sí, es verdad.
Pero, por primera vez desde que se fue a trabajar esta mañana, empiezo a relajarme. Solo estar con ella es como un bálsamo relajante, y todos esos líos con Alex, y el intercambio de e-mails beligerantes, y el incordio añadido que supone Olga, se desvanecen. Solo estamos yo y mi controladora obsesiva, en la parte de atrás del coche.
—Ahora que estás aquí ha mejorado —dice en voz baja.
Seguimos sentadas en silencio mientras Igor avanza entre el tráfico vespertino, ambas meditabundas y contemplativas; pero noto que Yulia también se va relajando lentamente, mientras pasa el pulgar suavemente sobre mis nudillos con un ritmo tenue y calmo.
Igor nos deja en la puerta del edificio del apartamento, y ambas nos refugiamos rápidamente en el interior. Yulia me coge la mano mientras esperamos el ascensor, y sus ojos controlan la entrada del edificio.
—Deduzco que todavía no habéis encontrado a Leila.
—No. Welch sigue buscándola —reconoce, consternada.
Llega el ascensor y entramos. Yulia pone la vista hacia mí con sus ojos azules inescrutables. Oh, está sencillamente guapísima, con el pelo alborotado, la camisa blanca, el traje oscuro. Y de repente ahí está, surgida de la nada, esa sensación.
Oh, Dios… el anhelo, el deseo, la electricidad. Si fuera visible, sería una intensa aura azul a nuestro alrededor y extendiéndose entre las dos; es algo muy fuerte. Ella me mira y separa los labios.
—¿Tú lo sientes? —musita.
—Sí.
—Oh, Lena.
Con un leve gruñido, me agarra y sus brazos se deslizan a mi alrededor, y poniendo una mano en mi nuca inclina mi cabeza hacia atrás, mientras sus labios buscan los míos. Hundo los dedos en su cabello y le acaricio la mejilla, mientras ella me empuja contra la pared del ascensor.
—Odio discutir contigo —jadea pegada a mi boca, y su beso tiene una cualidad de pasión y desespero que es un reflejo de lo que yo siento.
El deseo estalla en mi cuerpo, toda la tensión del día buscando una salida,presionando contra ella, exigiendo más. Somos solo lenguas y aliento y manos y caricias,y una sensación dulce, muy dulce. Pone la mano en mi cadera y me levanta la falda, bruscamente. Sus dedos me acarician los muslos.
—Santo Dios, llevas medias —masculla con asombro reverente, mientras con el pulgar me acaricia la piel por encima de la línea de la media—. Quiero ver esto—suspira, y me levanta completamente la falda, descubriendo la parte superior de mis muslos.
Da un paso atrás y aprieta el botón de parada, y el ascensor se detiene poco a poco entre los pisos veintidós y veintitrés. Tiene los ojos turbios, los labios entreabiertos y respira con dificultad, como yo. Nos miramos fijamente, sin tocarnos.
Yo agradezco el sostén de la pared que tengo detrás, mientras me deleito en el atractivo sensual y carnal de esta hermosa mujer.
—Suéltate el pelo —ordena con voz ronca. Yo levanto la mano y libero mi melena, que cae como una nube densa alrededor de los hombros hasta mis senos—.Desabróchate los dos botones de arriba de la blusa —murmura, con los ojos muy abiertos.
Me hace sentir tan lasciva… Alargo una mano ansiosa y desabrocho los dos botones, y la parte superior de mis pechos queda seductoramente a la vista.
Ella traga saliva.
—¿Tienes idea de lo atractiva que estás ahora mismo?
Yo me muerdo el labio con toda la intención. Ella cierra un segundo los ojos,y luego vuelve a abrirlos, ardientes. Avanza y apoya las manos en las paredes del ascensor, a ambos lados de mi cara. Está todo lo cerca que puede, sin tocarme.
Bajo el rostro para mirarla a los ojos, y ella se inclina y me acaricia la nariz con la suya: ese es el único contacto entre las dos. Estoy tan excitada, encerrada en este ascensor con ella. La deseo… ahora.
—Yo creo que sí, señorita Katina. Yo creo que le gusta volverme loca.
—¿Yo te vuelvo loca? —susurro.
—En todos los sentidos, Elena. Eres una sirena, una diosa.
Y se acerca, me coge una pierna por encima de la rodilla y se la coloca alrededor de la cintura, de modo que ahora estoy de pie sobre una pierna y apoyada contra ella. La siento pegada a mí, la noto dura y anhelante sobre el vértice de mis muslos, mientras desliza los labios por mi garganta. Gimo y la rodeo el cuello con los brazos.
—Voy a tomarte ahora —masculla, y, en respuesta, arqueo la espalda y me pego a ella, anhelando el contacto.
Del fondo de su garganta surge un quejido ronco y quedo, y cuando se desabrocha la cremallera me excito aún más.
—Abrázame fuerte, nena —murmura, y como por arte de magia saca un envoltorio plateado que sostiene frente a mi boca.
Yo lo cojo con los dientes, ella tira, y lo rasgamos entre las dos.
—Buena chica. —Se aparta ligeramente para ponerse el condón—. Dios,estos próximos seis días se me van a hacer eternos —dice con un gruñido, y me mira con los ojos entreabiertos—. Espero que no les tengas demasiado cariño a estas medias.
Las rasga con dedos expertos y se desintegran entre sus manos. La sangre bombea frenética por mis venas y jadeo de deseo.
Sus palabras son embriagadoras, y olvido la angustia que he pasado durante el día. Y solo somos ella y yo, haciendo lo que mejor hacemos. Sin apartar sus ojos de mí, Yulia se hunde despacio en mi interior. Mi cuerpo cede y echo la cabeza hacia
atrás, con los ojos cerrados, gozando de sentirla dentro. Ella se retira y entra de nuevo,muy lento, muy suave. Gimo.
—Eres mía, Elena —susurra pegado a mi cuello.
—Sí. Tuya. ¿Cuándo te convencerás? —jadeo.
Ella gruñe y empieza a moverse, a moverse de verdad. Y yo sucumbo a su ritmo incesante, saboreo cada embestida, hacia delante y hacia atrás, su respiración entrecortada, su necesidad de mí reflejando la mía de ella.
Esto hace que me sienta poderosa, fuerte, deseada, amada… amada por esta mujer fascinante, complicada, a quien yo también amo con todo mi corazón. Ella empuja más y más fuerte, sin aliento, y se pierde en mí mientras yo me pierdo en ella.
—Oh, nena —gime Yulia, rozándome el mentón con los dientes, y
alcanzo un intenso orgasmo. Ella se para, me sujeta fuerte, y también llega al clímax mientras susurra mi nombre.
Ahora que Yulia, exhausta y tranquila, ha recuperado el aliento, me besa con ternura. Me mantiene de pie contra la pared del ascensor, tenemos las frentes pegadas, y siento mi cuerpo como de gelatina, débil, pero gratificado y saciado por el orgasmo.
—Oh, Lena—susurra—. Te necesito tanto.
Me besa la frente.
—Y yo a ti, Yulia.
Me suelta, me alisa la falda y me abrocha los dos botones del escote de la blusa. Luego marca una combinación numérica en el panel y vuelve a poner en marcha el ascensor, que arranca bruscamente y me lanza a sus brazos.
—Igor debe de estar preguntándose dónde estamos —dice sonriendo con malicia.
Oh, no… Me paso los dedos por el pelo alborotado en un vano intento de disimular la evidencia de nuestro encuentro sexual, pero enseguida desisto y me hago una coleta.
—Ya estás bien —dice Yulia con una mueca de ironía, mientras se sube la cremallera del pantalón y se mete el condón en el bolsillo.
Y una vez más vuelve a ser la imagen personificada del emprendedora rusa, aunque en su caso la diferencia es mínima, porque su pelo casi siempre tiene ese aspecto alborotado. Ahora sonríe relajada y sus ojos tienen un encantador brillo juvenil.
Se abre la puerta, e Igor está allí esperando.
—Un problema con el ascensor —musita Yulia cuando salimos.
Yo soy incapaz de mirar a la cara a ninguno de los dos, y cruzo a toda prisa la puerta doble del dormitorio de Yulia en busca de una muda de ropa interior.
* * *
Cuando vuelvo, Yulia se ha quitado la chaqueta y está sentada en la barra del desayuno charlando con la señora Jones. Ella sonríe afable y dispone dos platos de comida caliente para nosotras. Mmm, huele muy bien: coq au vin, si no me equivoco. Estoy hambrienta.
—Espero que les guste, señorita Volkova, Lena —dice, y se retira.
Yulia saca una botella de vino blanco de la nevera, y nos sentamos a cenar. Me cuenta lo cerca que está de perfeccionar un teléfono móvil con energía solar.
Está animada y emocionada con el proyecto, y entonces sé que su día no ha ido tan mal del todo.
Le pregunto por sus propiedades. Sonríe irónica, y resulta que solo tiene apartamentos en Nueva York, en Aspen, y el del Escala. Nada más. Cuando terminamos, recojo su plato y el mío y los llevo al fregadero.
—Deja eso. Gail lo hará —dice.
Me doy la vuelta y le miro, y ella me responde fijando sus ojos en mí.
¿Llegaré a acostumbrarme a que alguien limpie lo que voy dejando por ahí?
—Bien, ahora que ya está más dócil, señorita Katina, ¿hablaremos sobre lo de hoy?
—Yo opino que el que está más dócil eres tú. Creo que se me da bastante bien eso de domarte.
—¿Domarme? —resopla, divertida. Cuando yo asiento, arruga la frente como si meditara mis palabras—. Sí, Elena, quizá si se te dé bien.
—Tenías razón sobre Alex —digo entonces en voz baja y seria, y me inclino sobre la encimera de la isla de la cocina para estudiar su reacción.
A Yulia le cambia la cara y se le endurece la mirada.
—¿Ha intentado algo? —pregunta con una voz gélida y letal.
Yo niego con la cabeza para tranquilizarle.
—No, Yulia, y no lo hará. Hoy le he dicho que soy tu novia, y enseguida ha reculado.
—¿Estás segura? Podría despedir a ese cabrón —replica Yulia.
Envalentonada por el vino, suspiro.
—Sinceramente, Yulia, deberías dejar que yo solucione mis problemas.No puedes prever todas las contingencias para intentar protegerme. Resulta asfixiante,Yulia. Si no dejas de interferir a todas horas, no progresaré nunca. Necesito un poco de libertad. A mí jamás se me ocurriría meterme en tus asuntos.
Ella se me queda mirando.
—Yo solo quiero que estés segura y a salvo, Elena. Si te pasara algo,yo…
Se calla.
—Lo sé, y entiendo por qué sientes ese impulso de protegerme. Y en parte me encanta. Sé que si te necesito estarás ahí, como yo lo estaré por ti. Pero si albergamos alguna esperanza de futuro para las dos, tienes que confiar en mí y en mi criterio. Claro que a veces me equivocaré, que cometeré errores, pero tengo que
aprender.
Me mira fijamente, con una expresión ansiosa que me incita a acercarme a ella, hasta colocarme de pie entre sus piernas, mientras sigue sentada en el taburete de la barra. Le cojo las manos para que me rodee con ellas, y luego apoyo las mías en sus brazos.
—No puedes interferir en mi trabajo. No está bien. No necesito que aparezcas como un caballero andante para salvarme. Ya sé que quieres controlarlo todo, y entiendo el porqué, pero no puedes hacerlo siempre. Es una meta imposible…tienes que aprender a dejar que las cosas pasen. —Le acaricio la cara con una mano
mientras ella me observa con los ojos muy abiertos—. Y si eres capaz de hacer eso, de concederme eso, vendré a vivir contigo —añado en voz baja.
Inspira bruscamente, sorprendida.
—¿De verdad?
—Sí.
—Pero si no me conoces…
Frunce el ceño y de pronto parece ahogada y aterrada por la emoción, algo totalmente impropio de Cincuenta.
—Te conozco lo suficiente, Yulia. Nada de lo que me cuentes sobre ti hará que me asuste y salga huyendo. —Le paso los nudillos por la mejilla suavemente.
Su rostro pasa de la angustia a la duda—. Pero si pudieras dejar de presionarme… —suplico.
—Lo intento, Elena. Pero no podía quedarme quieta y dejar que fueras a Nueva York con ese… canalla. Tiene una reputación espantosa. Ninguna de sus ayudantes ha durado más de tres meses, y nunca se han quedado en la empresa. Yo no quiero eso para ti, cariño. —Suspira—. No quiero que te pase nada. Me aterra la idea de que te hagan daño. No puedo prometerte que no interferiré, no, si creo que puedes salir mal parada. —Hace una pausa y respira hondo—. Yo te quiero, Elena. Utilizaré todo el poder que tengo a mi alcance para protegerte. No puedo imaginar la vida sin ti.
Madre mía. La diosa que llevo dentro, mi subconsciente y yo miramos boquiabiertas y estupefactas a Cincuenta.
Tres palabritas de nada. Mi mundo se paraliza, vacila, y luego empieza a girar sobre un nuevo eje; y yo saboreo el momento mirando sus sinceros y hermosos ojos azules.
—Yo también te quiero, Yulia.
Y la beso, y el beso se intensifica.
Igor, que ha entrado sin que le viéramos, carraspea. Yulia se echa
hacia atrás, sin dejar de mirarme intensamente. Se pone de pie y me rodea la cintura con el brazo.
—¿Sí? —le espeta a Igor.
—La señora Lincoln está subiendo, señorita.
—¿Qué?
Igor se encoge de hombros a modo de disculpa. Yulia respira hondo y sacude la cabeza.
—Bueno, esto se pone interesante —masculla. Y me dedica una mueca de resignación.
¡Maldita sea! ¿Por qué no nos dejará en paz esa condenada mujer?
VIVALENZ28- Mensajes : 921
Fecha de inscripción : 04/08/2014
Re: 50 SOMBRAS MÁS OSCURAS// ADAPTACIÓN
12
—Hablaste con ella hoy? —le pregunto a Yulia mientras esperamos la llegada de la señora Robinson.
—Sí.
—¿Qué le dijiste?
—Le dije que tú no querías verla, y que yo entendía perfectamente tus motivos. También le dije que no me gustaba que actuara a mis espaldas.
Tiene una mirada inexpresiva que no trasluce nada.
Ay, Dios.
—¿Y ella qué dijo?
—Eludió la responsabilidad como solo ella sabe hacerlo.
Hace una mueca con los labios.
—¿Para qué crees que ha venido?
—No tengo ni idea —responde Yulia, encogiéndose de hombros.
Igor vuelve a entrar en el salón.
—La señora Lincoln —anuncia.
Y ahí está… ¿Por qué ha de ser tan endiabladamente atractiva? Va toda vestida de negro: vaqueros ajustados, una blusa que realza su silueta perfecta, y el cabello brillante y sedoso como un halo.
Yulia me atrae hacia ella.
—Olga—dice, y parece confuso.
Ella me mira estupefacta y se queda paralizada. Le cuesta recuperar la voz y parpadea.
—Lo siento. No sabía que estabas acompañada, Yulia. Es lunes —dice como si eso explicara su presencia aquí.
—Novia —responde Yulia a modo de explicación, mientras ladea la cabeza y le dedica una sonrisa fría.
En la cara de ella aparece lentamente un gesto de inmensa satisfacción.
Todo resulta muy desconcertante.
—Claro. Hola, Elena. No sabía que estabas aquí. Sé que no quieres hablar conmigo, y lo entiendo.
—¿Ah, sí? —respondo en voz baja, y la miro a la cara de un modo que nos sorprende a ambas.
Ella frunce levemente el ceño y avanza un paso más para entrar en la habitación.
—Sí, he captado el mensaje. No he venido a verte a ti. Como he dicho,Yulia no suele tener compañía entre semana. —Hace una pausa—. Tengo un problema y necesito hablarlo con Yulia.
—¿Ah? —Yulia se yergue—. ¿Quieres beber algo?
—Sí, por favor.
Yulia le sirve una copa de vino, mientras Olga y yo seguimos
observándonos mutuamente con cierta incomodidad. Ella juguetea con un gran anillo de plata que lleva en el dedo corazón, y yo no sé dónde mirar. Finalmente me dedica una sonrisita crispada, se acerca a la cocina y se sienta en el taburete del extremo de la
isla. Es obvio que conoce bien el sitio y que se mueve por él con naturalidad.
¿Me quedo? ¿Me marcho? Oh, qué difícil es esto. Mi subconsciente mira ceñuda a Olga con su expresión más abiertamente hostil.
Hay tantas cosas que quiero decirle a esa mujer, y ninguna es agradable.
Pero es amiga de Yulia su única amiga, y por mucho odio que sienta por ella,soy educada por naturaleza. Decido quedarme y me siento, con toda la elegancia de la que soy capaz, en el taburete que ocupaba Yulia. Ella nos sirve vino en las copas y se
sienta entre ambas en la barra del desayuno. ¿Se da cuenta de lo raro que es todo esto?
—¿Qué pasa? —le pregunta a Olga.
Ella me mira nerviosa, y Yulia me coge la mano.
—Elena está ahora conmigo —dice ante su pregunta implícita, y me aprieta la mano.
Yo me sonrojo y mi subconsciente, olvidada ya la cara de arpía, sonríe radiante.
Olga suaviza el gesto como si se alegrara por ella. Como si realmente se alegrara por ella. Oh, no entiendo en absoluto a esta mujer, y su presencia me incomoda y me pone nerviosa.
Ella inspira profundamente, se remueve inquieta y se sienta en el borde del taburete. Se mira las manos con nerviosismo, y empieza a dar vueltas sin parar al anillo de plata de su dedo corazón.
¿Cuál es su problema? ¿Que yo esté presente? ¿Provoco ese efecto en ella?
Porque yo siento lo mismo: no la quiero aquí. Ella levanta la cabeza y mira a Yulia directamente a los ojos.
—Me están haciendo chantaje.
Por Dios. No es eso lo que esperaba que dijera. Yulia se pone tensa.
¿Alguien ha descubierto su afición por los jóvenes menores de edad maltratados y vapuleados por la vida? Reprimo mi repulsión, y por un momento acude a mi mente esa frase sobre el burlador burlado. Mi subconsciente se frota las manos con mal disimulado placer. Bien.
—¿Cómo? —pregunta Yulia, y su voz refleja claramente el espanto.
Ella coge su enorme bolso de piel, un diseño exclusivo, saca una nota y se la entrega.
—Ponla aquí y ábrela.
Yulia señala la barra con el mentón.
—¿No quieres tocarla?
—No. Huellas dactilares.
—Yulia, tú sabes que no puedo ir a la policía con esto.
¿Por qué estoy escuchando esto? ¿Es que ella está tirándose a otro pobre chico?
Deja la nota delante de ella, que se inclina para leerla.
—Solo piden cinco mil dólares —dice como si no le diera importancia—.¿Tienes idea de quién puede ser? ¿Alguien de la comunidad?
—No —contesta ella con su voz dulce y melosa.
—¿Linc?
¿Linc? ¿Quién es ese?
—¿Qué? ¿Después de tanto tiempo? No creo —masculla ella.
—¿Lo sabe Isaac?
—No se lo he dicho.
¿Quién es Isaac?
—Creo que él debería saberlo —dice Yulia.
Ella niega con la cabeza, y ahora me siento fuera de lugar. No quiero saber nada de esto. Intento soltar mi mano de la de Yulia, pero ella me retiene con fuerza y se vuelve a mirarme.
—¿Qué pasa? —pregunta.
—Estoy cansada. Creo que me voy a la cama.
Sus ojos escrutan los míos… ¿buscando acaso qué? ¿Censura?
¿Aprobación? ¿Hostilidad? Yo intento mantenerme impertérrita.
—De acuerdo —dice—. Yo no tardaré.
Me suelta y me pongo de pie. Olga me mira con cautela. Yo sigo impasible y le devuelvo la mirada sin expresar nada.
—Buenas noches, Elena—me dice con una leve sonrisa.
—Buenas noches —musito con frialdad.
Me doy la vuelta para marcharme. La tensión me resulta insoportable. En cuanto salgo de la estancia ellos reanudan la conversación.
—No creo que yo pueda hacer gran cosa, Olga —le dice Yulia—. Si es una cuestión de dinero… —Se interrumpe—. Puedo pedirle a Welch que investigue.
—No, Yulia, solo quería que lo supieras —dice ella.
Desde fuera del salón la oigo comentar:
—Se te ve muy feliz.
—Lo soy —contesta Yulia.
—Mereces serlo.
—Ojalá eso fuera verdad.
—Yulia… —replica en tono reprobador.
Yo me quedo paralizada, y escucho atentamente sin poder evitarlo.
—¿Sabe ella lo negativo que eres contigo mismo? ¿En todos los aspectos?
—Ella me conoce mejor que nadie.
—¡Vaya! Eso me ha dolido.
—Es la verdad, Olga. Con ella no necesito jueguecitos. Y lo digo en serio,déjala en paz.
—¿Cuál es su problema?
—Tú… lo que fuimos. Lo que hicimos. Ella no lo entiende.
—Haz que lo entienda.
—Eso es el pasado, Olga, ¿y por qué voy a querer contaminarla con nuestra jodida relación? Ella es buena y dulce e inocente, y, milagrosamente, me quiere.
—Eso no es un milagro, Yulia —le replica ella con afecto—. Confía un poco en ti misma. Eres una auténtica joya. Ya te lo he dicho muchas veces. Y ella parece encantadora también. Fuerte. Alguien que te hará frente.
No oigo la respuesta de Yulia. Así que soy fuerte… ¿en serio? La
verdad es que no me siento así.
—¿Lo echas de menos? —continúa Olga.
—¿El qué?
—Tu cuarto de juegos.
Se me corta la respiración.
—La verdad es que eso no es asunto tuyo, maldita sea —le espeta Christian.
Oh.
—Perdona —replica Olga sin sentirlo realmente.
—Creo que deberías irte. Y, por favor, otra vez llama antes de venir.
—Lo siento, Yulia —dice, y a juzgar por el tono, esta vez es de verdad—. ¿Desde cuándo eres tan sensible? —vuelve a reprenderle.
—Olga, nosotras tenemos una relación de negocios que ha sido
enormemente provechosa para ambas. Dejémoslo así. Lo que hubo entre las dos forma parte del pasado. Elena es mi futuro, y no quiero ponerlo en peligro de ningún modo, así que ahórrate toda esa mierda.
¡Su futuro!
—Ya veo.
—Mira, siento que tengas problemas. Quizá deberías enfrentarte
directamente y plantarles cara.
Ahora su tono es más suave.
—No quiero perderte, Yulia.
—Para eso debería ser tuya, Olga—le espeta de nuevo.
—No quería decir eso.
—¿Qué querías decir?
Está enfadada, su tono es brusco.
—Oye, no quiero discutir contigo. Tu amistad es muy importante para mí.Me alejaré de Elena. Pero si me necesitas, aquí estaré. Siempre.
—Elena cree que estuvimos juntas el sábado pasado. En realidad tú me llamaste por teléfono y nada más. ¿Por qué le dijiste lo contrario?
—Quería que supiera cuánto te afectó que se marchara. No quiero que te haga daño.
—Ella ya lo sabe. Se lo he dicho. Deja de entrometerte. Francamente, te estás comportando como una madraza muy pesada.
Yulia parece más resignada y Olga se ríe, pero su risa tiene un deje triste.
—Lo sé. Lo siento. Ya sabes que me preocupo por ti. Nunca pensé que acabarías enamorándote, Yulia, y verlo es muy gratificante. Pero no podría soportar que ella te hiciera daño.
—Correré el riesgo —dice con sequedad—. ¿Seguro que no quieres que Welch investigue un poco?
Olga lanza un gran suspiro.
—Supongo que eso no perjudicaría a nadie.
—De acuerdo. Le llamaré mañana por la mañana.
Las oigo hablar un poco más del tema. Como viejas amigas, como dice Yulia. Solo amigas. Y ella se preocupa por ella… quizá demasiado. Bueno, como haría cualquiera que la conociera bien.
—Gracias, Yulia. Y lo siento. No pretendía entrometerme. Me voy. La próxima vez llamaré.
—Bien.
¡Se marcha! ¡Oh, maldita sea! Recorro a toda prisa el pasillo hasta el dormitorio de Yulia y me siento en la cama. Yulia entra poco después.
—Se ha ido —dice cautelosa, pendiente de mi reacción.
Yo levanto la vista, la miro e intento formular mi pregunta.
—¿Me lo contarás todo sobre ella? Intento entender por qué crees que te ayudó. —Me callo y pienso a fondo mi siguiente frase—. Yo la odio, Yulia. Creo que te hizo un daño indecible. Tú no tienes amigos. ¿Fue ella quien los alejó de ti?
Ella suspira y se pasa la mano por el pelo.
—¿Por qué coño quieres saber cosas de ella? Tuvimos una historia hace mucho tiempo, ella solía darme unas palizas de muerte y yo me la tiraba de formas que tú ni siquiera imaginas, fin de la historia.
Me pongo pálida. Oh, no, está enfadada… conmigo.
—¿Por qué estás tan enfadada?
—¡Porque toda esa mierda se acabó! —grita, ceñuda.
Suspira exasperada y menea la cabeza.
Estoy blanca como la cera. Dios. Me miro las manos unidas en mi regazo.
Yo solo pretendo entenderla.
Se sienta a mi lado.
—¿Qué quieres saber? —pregunta con aire cansada.
—No tienes que contármelo. No quiero entrometerme.
—No es eso, Elena. No me gusta hablar de todo aquello. He vivido en una burbuja durante años, sin que nada me afectara y sin tener que justificarme ante nadie. Ella siempre ha sido mi confidente. Y ahora mi pasado y mi futuro colisionan de una forma que nunca creí posible.
La miro, y ella me está observando con los ojos muy abiertos.
—Nunca imaginé mi futuro con nadie, Elena. Tú me das esperanza y haces que me plantee todo tipo de posibilidades —se queda pensando.
—Os he estado escuchando —susurro, y vuelvo a mirarme las manos.
—¿Qué? ¿Nuestra conversación?
—Sí.
—¿Y? —dice en tono resignada.
—Ella se preocupa por ti.
—Sí, es verdad. Y yo por ella, a mi manera, pero eso no se puede ni comparar siquiera a lo que siento por ti. Si es que se trata de eso…
—No estoy celosa. —Me duele que piense eso… ¿o sí lo estoy? Maldita sea. Quizá sea eso—. Tú no la quieres —murmuro.
Ella vuelve a suspirar. Se le nota de nuevo enfadada.
—Hace mucho tiempo creí que la quería —dice con los dientes apretados.
Oh.
—Cuando estábamos en Georgia… dijiste que no la querías.
—Es verdad.
Frunzo el ceño.
—Entonces te amaba a ti, Elena—susurra—. He volado cinco mil
kilómetros solo para verte. Eres la única persona por la que he hecho algo así.
Oh, Dios… No la entiendo, en aquel momento ella todavía me quería como sumisa. Frunzo más el ceño.
—Mis sentimientos por ti son muy diferentes de los que sentí nunca por Olga —dice a modo de explicación.
—¿Cuándo lo supiste?
Se encoge de hombros.
—Es irónico, pero fue Olga quien me lo hizo notar. Ella me animó a ir a Georgia.
¡Lo sabía! Lo supe en Savannah. La miro, impasible.
¿Y ahora qué? Quizá ella está realmente de mi parte y solo le preocupa que yo pueda hacerle daño a Yulia. Pensar en eso me duele. Yo nunca desearía hacerle daño. Ella tiene razón: ya la han herido bastante.
Puede que no sea tan mala, después de todo. Niego con la cabeza. No quiero aceptar su relación con Yulia. La desapruebo. Sí, eso es. Es un personaje despreciable que se aprovechó de una adolescente vulnerable y le arrebató esa etapa de su vida, diga lo que diga ella.
—¿Así que la deseabas? Cuando eras más joven.
—Sí.
Ah.
—Me enseñó muchísimas cosas. Me enseñó a creer en mí misma.
Ah.
—Pero ella también te daba unas palizas terribles.
Ella sonríe con cariño.
—Sí, es verdad.
—¿Y a ti te gustaba?
—En aquella época, sí.
—¿Tanto que querías hacérselo a otras?
Abre los ojos de par en par y se pone seria.
—Sí.
—¿Ella te ayudó con eso?
—Sí.
—¿Fue también tu sumisa?
—Sí.
Por Dios…
—¿Y esperas que me caiga bien? —digo con voz amarga y quebradiza.
—No. Aunque eso me facilitaría muchísimo la vida —dice con cautela—.Comprendo tu reticencia.
—¡Reticencia! Dios, Yulia… si se hubiera tratado de tu hijo o hija, ¿qué sentirías?
Se me queda mirando, como si no comprendiera del todo la pregunta.
Tuerce el gesto.
—Nadie me obligó a estar con ella. Lo elegí yo, Elena—murmura.
Así no voy a llegar a ninguna parte.
—¿Quién es Linc?
—Su ex marido.
—¿Lincoln el maderero?
—El mismo —dice sonriendo.
—¿E Isaac?
—Su actual sumiso.
Oh, no.
—Tiene veintimuchos años, Elena. Ya sabes, es un adulto que sabe lo que hace —añade enseguida, al interpretar correctamente mi expresión de repugnancia.
—Tu edad —musito.
—Mira, Elena, como le he dicho a Olga, ella forma parte de mi
pasado. Tú eres mi futuro. No permitas que se entrometa entre nosotras, por favor. Y la verdad, ya estoy harta de este tema. Voy a trabajar un poco. —Se pone de pie y me mira—. Déjalo estar, por favor.
Yo levanto la vista y la observo, tozuda.
—Ah, casi me olvido —añade—. Tu coche ha llegado un día antes. Está en el garaje. Igor tiene la llave.
Uau… ¿el Saab?
—¿Podré conducirlo mañana?
—No.
—¿Por qué no?
—Ya sabes por qué no. Y eso me recuerda que, si vas a salir de la oficina,me lo hagas saber. Sawyer estaba allí, vigilándote. Por lo visto, no puedo fiarme de que cuides de ti misma —dice en tono de reproche, y consigue que vuelva a sentirme como una niña descarriada… otra vez.
Y me dan ganas de volver a plantarle cara, pero ya está bastante exaltada por lo de Olga y no quiero presionarla más. Sin embargo no puedo evitar comentar:
—Por lo visto, yo tampoco puedo fiarme de ti —digo entre dientes—.Podrías haberme dicho que Sawyer me estaba vigilando.
—¿Quieres discutir por eso también? —replica.
—No sabía que estuviéramos discutiendo. Creía que nos estábamos comunicando —mascullo malhumorada.
Ella cierra los ojos un segundo y hace esfuerzos para reprimir el mal genio.
Yo trago saliva y la miro, ansiosa. No sé cómo acabará esto.
—Tengo trabajo —dice en voz baja, y seguidamente sale de la habitación.
Exhalo con fuerza. No me había dado cuenta de que estaba conteniendo la respiración. Me tumbo otra vez en la cama, mirando el techo.
¿Alguna vez podremos tener una conversación que no termine en discusión?
Resulta agotador.
Simplemente, aún no nos conocemos bien. ¿Realmente quiero venirme a vivir con ella? Ni siquiera sé si debería prepararle una taza de té o de café mientras está trabajando. ¿Debería interrumpirla? No tengo ni idea de qué le gusta y qué no.
Es evidente que está harta de todo el tema de Olga… y tiene razón: tengo que olvidarlo. Dejarlo correr. Bien, al menos no espera que me haga amiga de ella, y confío en que ahora Olga deje de acosarme para que nos veamos.
Salgo de la cama y voy hacia el ventanal. Abro la puerta del balcón y me acerco a la barandilla de vidrio. Su transparencia me pone nerviosa. Está muy alto, y el aire es fresco, frío.
Contemplo las luces de Seattle centelleando allá fuera. Yulia está tan lejos de todo, aquí arriba en su fortaleza. No tiene que rendir cuentas ante nadie.
Acababa de decirme que me quería, y entonces vuelve a interponerse toda esa porquería por culpa de esa espantosa mujer. Pongo los ojos en blanco. Su vida es muy complicada. Ella es muy complicada.
Respiro hondo, echo un último vistazo a la ciudad que se extiende a mis pies como un manto dorado, y decido telefonear a Sergey. Hace tiempo que no hablo con él. Tenemos una conversación breve, como de costumbre, pero me cuenta que está bien
y que estoy interrumpiendo un partido de fútbol importante.
—Espero que vaya todo bien con Yulia—dice con naturalidad, y sé que su intención es obtener información, pero que en realidad no lo quiere saber.
—Sí. Estamos muy bien.
Más o menos, y me voy a vivir con ella. Aunque no hemos concretado fechas.
—Te quiero, papá.
—Yo también te quiero, Lenis.
Cuelgo y miro el reloj. Solo son las diez. Estoy inquieta y tensa.
Me doy una ducha rápida y, cuando vuelvo a la habitación, decido ponerme uno de los camisones de Neiman Marcus que me envió Caroline Acton. Yulia siempre se queja de mis camisetas. Hay tres. Escojo el rosa pálido y me lo pongo por la cabeza. La tela se desliza por mi piel, acariciándome y ciñéndose mientras me cubre
el cuerpo. Es de un satén finísimo y buenísimo, que transmite una sensación de lujo.
¡Uau! Me miro en el espejo y parezco una estrella de cine de los años treinta. Es largo y elegante… y tan impropio de mí.
Cojo la bata a juego y decido ir a buscar un libro a la biblioteca. Puedo leer con mi iPad, pero en este momento me apetece la comodidad y la solidez física de un libro. Dejaré tranquila a Yulia. Quizá recupere el buen humor cuando haya terminado de trabajar.
En la biblioteca de Yulia hay una cantidad ingente de libros. Tardaría una eternidad en revisarlos título por título. Le echo un vistazo a la mesa de billar y, al recordar la noche anterior, me ruborizo. Sonrío al ver que la regla sigue en el suelo. La recojo y me golpeo en la mano. ¡Ay! Escuece.
¿Por qué no puedo aceptar un poco más de dolor por mi mujer? Dejo la regla sobre la mesa con cierto abatimiento y sigo buscando un buen libro para leer.
La mayoría son primeras ediciones. ¿Cómo puede haber reunido una colección como esta en tan poco tiempo? Quizá el trabajo de Igor incluya la adquisición de libros. Me decido por Rebecca, de Daphne du Maurier. Lo leí hace mucho tiempo. Sonrío, me acurruco en una de las mullidas butacas y leo la primera frase:
Anoche soñé que había vuelto a Manderley…
* * *
Me despierto de golpe cuando Yulia me coge en brazos.
—Hola —murmura—, te has quedado dormida. No te encontraba.
Hunde la nariz en mi pelo. Adormecida, le echo los brazos al cuello y aspiro su aroma —oh, qué bien huele—, mientras ella me lleva otra vez al dormitorio.
Me tumba en la cama y me arropa.
—Duerme, nena —susurra, y me besa en la frente.
* * *
Me despierto sobresaltada de un sueño convulso y me quedo
momentáneamente desorientada. Reacciono mirando con ansiedad a los pies de la cama, pero allí no hay nadie. Del salón llega el tenue sonido de una compleja melodía de piano.
¿Qué hora es? Miro el despertador: las dos de la madrugada. ¿Habrá dormido algo Yulia? Apartando la bata que todavía llevo puesta y que se me enreda en las piernas, bajo de la cama.
Me quedo de pie en la penumbra del salón, escuchando. Yulia está absorta en la música. Parece tranquila y a salvo en su burbuja de luz. Y la pieza que interpreta es una melodía cadenciosa, con partes que me resultan familiares. Pero es
muy compleja. Es una intérprete maravillosa. ¿Por qué siempre me sorprendo ante ello?
La escena en conjunto parece diferente de algún modo, y entonces me doy cuenta de que la tapa del piano está bajada y el entorno parece más diáfano. Ella levanta la vista y nuestras miradas se encuentran. Sus ojos azules se iluminan bajo el difuso
resplandor de la lámpara. Sigue tocando, sin la menor vacilación ni fallo, mientras yo me voy acercando. Me sigue con sus ojos, que se embeben de mí, arden y resplandecen. Cuando llego a su lado, deja de tocar.
—¿Por qué paras? Era precioso.
—¿Tienes idea de lo deseable que estás en este momento? —dice en voz baja.
Oh.
—Ven a la cama —susurro, y sus ojos refulgen cuando me tiende la mano.
La acepto, ella tira repentinamente de mí y caigo en su regazo. Me rodea con sus brazos y me acaricia la nuca con la nariz, por detrás de la oreja, y un escalofrío me recorre la columna.
—¿Por qué nos peleamos? —murmura, y sus dientes me rozan el lóbulo.
Mi corazón late con fuerza y empieza a palpitar desbocado, y mi cuerpo se enardece.
—Porque nos estamos conociendo, y tú eres tozuda y cascarrabias y gruñona y difícil —murmuro sin aliento, y ladeo la cabeza para facilitarle el acceso a mi cuello.
Ella baja la nariz por mi garganta, y noto que sonríe.
—Soy todas esas cosas, señorita Katina. Me asombra que me soporte. —Me mordisquea el lóbulo y yo gimo—. ¿Es siempre así? —suspira.
—No tengo ni idea.
—Yo tampoco.
Tira del cinturón de mi bata, la abre, y desliza una mano que me acaricia el cuerpo, los senos. Mis pezones se endurecen con sus tiernas caricias y se yerguen bajo el satén. Ella sigue bajando hacia la cintura, hasta la cadera.
—Es muy agradable tocarte bajo esta tela, y se trasluce todo, incluso esto.
Tira suavemente de mi vello público y me provoca un gemido, mientras con la otra mano me agarra el pelo de la nuca. Me echa la cabeza hacia atrás y me besa con una lengua anhelante, despiadada, hambrienta. Yo respondo con un quejido y acaricio
ese rostro tan querido. Con una mano tira hacia arriba de mi camisón, con delicadeza,despacio, seductor. Me acaricia el trasero desnudo y luego baja el pulgar hasta el interior del muslo.
De repente se levanta, sobresaltándome. Me coloca sobre el piano con los pies apoyados en las teclas, que emiten notas discordantes e inconexas, mientras sus manos suben por mis piernas y me separan las rodillas. Me sujeta las manos.
—Túmbate —ordena, sin soltarme las manos mientras yo me recuesto sobre el piano.
Noto en la espalda la tapa dura y rígida. Me libera las manos y me separa mucho las piernas. Mis pies bailan sobre las teclas, sobre las notas más graves y agudas.
Ay, Dios. Sé qué va a hacer, y la expectativa… Cuando me besa el interior de la rodilla gimo con fuerza. Luego me mordisquea mientras sube por la pierna hasta el muslo. Aparta la suave tela de satén del camisón, que se desliza hacia arriba sobre mi piel electrizada. Yo flexiono los pies y vuelven a sonar los acordes discordantes.
Cierro los ojos y, cuando su mano alcanza el vértice de mis muslos, me rindo a ella.
Me besa… ahí… Oh, Dios… ahora sopla ligeramente antes de trazar círculos con la lengua en mi clítoris. Empuja para separarme más las piernas, y yo me siento tan abierta… tan vulnerable. Me coloca bien, apoya las manos encima de mis rodillas, y su lengua sigue torturándome, sin cuartel, sin descanso… sin piedad. Yo
alzo las caderas para unirme y acompasarme a su ritmo.
—Oh, Yulia, por favor —gimo.
—Ah, no, nena, todavía no —dice con un deje burlón, pero noto que me acelero al ritmo de ella, y entonces se detiene.
—No —gimoteo.
—Esta es mi venganza, Lena —gruñe suavemente—. Si discutes conmigo,encontraré el modo de desquitarme con tu cuerpo.
Dibuja un rastro de besos a través de mi vientre, sus manos recorren mis muslos hacia arriba, rozando, masajeando, seduciendo. Me rodea el ombligo con la lengua, mientras sus manos —y sus pulgares… oh, sus pulgares— llegan a la cúspide
de mis muslos.
—¡Ah! —grito cuando uno de ellos penetra en mi interior.
El otro me acosa, despacio, de forma agónica, trazando círculos una y otra vez. Mi espalda se arquea y se separa de la tapa del piano, y me retuerzo bajo sus caricias. Es casi insoportable.
—¡Yulia! —grito, y me sumerjo en una espiral descontrolada de deseo.
Ella se apiada de mí y se para. Me levanta los pies del teclado, me empuja y me desliza sobre la tapa del piano. El satén resbala con suavidad, y ella también se sube.
Se arrodilla un momento para ponerse un condón. Se cierne sobre mí y yo jadeo, la miro con anhelo febril, y me doy cuenta de que está desnuda. ¿Cuándo se ha quitado la ropa?
Ella baja la mirada hacia mí con ojos asombrados, maravillados de amor y pasión, y resulta embriagadora.
—Te deseo tanto —dice y muy despacio, de forma exquisita, se hunde en mí.
Estoy tumbada sobre ella, exhausta, siento las extremidades pesadas y lánguidas. Ambas estamos encima del piano. Oh, Dios. Es mucho más cómodo estar encima de Yulia que sobre el piano. Con cuidado de no tocarle el torso, apoyo la mejilla en ella y me quedo inmóvil. No protesta, y escucho su respiración, que se
ralentiza como la mía. Me acaricia con ternura el pelo.
—¿Tomas té o café por las noches? —pregunto, medio dormida.
—Qué pregunta tan rara —dice también adormilada.
—Se me ocurrió llevarte un té al estudio, y entonces caí en la cuenta de que no sabía si te apetecería.
—Ah, ya. Por las noches agua o vino, Lena. Aunque a lo mejor debería probar el té.
Baja la mano cadenciosamente por mi espalda y me acaricia con ternura.
—La verdad es que sabemos muy poco una de la otra —murmuro.
—Lo sé —dice en tono afligida.
Me siento y la miro fijamente.
—¿Qué pasa? —pregunto.
Ella mueve la cabeza, como si quisiera deshacerse de una idea desagradable.
Levanta una mano y me acaricia la mejilla, con los ojos brillantes, muy seria.
—Te quiero, Lena Katina—dice.
* * *
A las seis en punto suena la alarma con la información del tráfico, y me despierta bruscamente de un perturbador sueño sobre rubias de intensa cabellera y mujeres de pelo oscuro. No entiendo de qué va todo esto, pero me olvido al momento porque Yulia Volkova me envuelve el cuerpo como la seda, con su mata de pelo rebelde sobre mi pecho, una mano sobre mis senos y una pierna echada por encima de mí, sujetándome. Ella sigue durmiendo y yo tengo demasiado calor. Pero no hago caso de esa incómoda sensación, e intento pasarle los dedos por el pelo con suavidad. Se mueve, levanta sus brillantes ojos azules y sonríe adormilada. Oh, Dios… es adorable.
—Buenos días, preciosa —dice.
—Buenos días, preciosa tú también.
Le devuelvo la sonrisa. Me besa, se desenreda para incorporarse, se apoya en un codo y me mira.
—¿Has dormido bien?
—Sí, a pesar de esa interrupción de anoche.
Su sonrisa se ensancha.
—Mmm. Tú puedes interrumpirme así siempre que quieras.
Vuelve a besarme.
—¿Y tú? ¿Has dormido bien?
—Contigo siempre duermo bien, Elena.
—¿Ya no tienes pesadillas?
—No.
Frunzo el ceño y me atrevo a preguntar:
—¿Sobre qué son tus pesadillas?
Ella arquea una ceja y su sonrisa se desvanece. Maldita sea… mi estúpida curiosidad.
—Son imágenes de cuando era muy pequeña, según dice el doctor Flynn.Algunas muy claras, otras menos.
Se le quiebra la voz y aparece en su rostro una mirada distante y
atormentada. Con aire ausente, resigue con el dedo el perfil de mi clavícula, tratando de desviar mi atención.
—¿Te despiertas llorando y gritando? —intento bromear, en vano.
Ella me mira, perpleja.
—No, Elena. Nunca he llorado, que yo recuerde.
Frunce el ceño, como si se asomara al abismo de su memoria. Oh, no…probablemente sea un lugar demasiado siniestro para visitarla en este momento.
—¿Tienes algún recuerdo feliz de tu infancia? —pregunto enseguida,básicamente para distraerle.
Se queda pensativa un momento, sin dejar de acariciarme la piel con el pulgar.
—Recuerdo a la puta adicta al crack preparando algo en el horno.
Recuerdo el olor. Creo que era un pastel de cumpleaños. Para mí. Y luego recuerdo la llegada de Irina, cuando ya estaba con mis padres. A mi madre le preocupaba mi reacción, pero yo adoré a aquel bebé desde el primer momento. La primera palabra que dije fue «Irina». Recuerdo mi primera clase de piano. La señorita Kathie, la profesora, era extraordinaria. Y también criaba caballos.
Sonríe con nostalgia.
—Dijiste que tu madre te salvó la vida. ¿Cómo?
Su expresión soñadora desaparece, y me mira como si yo fuera incapaz de sumar dos más dos.
—Me adoptó —dice sin más—. La primera vez que la vi creí que era un ángel. Iba vestida de blanco, y fue tan dulce y tranquilizadora mientras me examinaba… Nunca lo olvidaré. Si ella me hubiera rechazado, o si Oleg me hubiera rechazado… —Se encoge de hombros y echa un vistazo al despertador a su espalda—.Todo esto es un poco demasiado profundo para esta hora de la mañana —musita.
—Me he prometido a mí misma que te conocería mejor.
—¿Ah, sí, señorita Katina? Yo creía que solo quería saber si prefería café o té. —Sonríe—. De todas formas, se me ocurre una forma mejor de que me conozcas —dice, empujando las caderas hacia mí sugerentemente.
—Creo que en ese sentido ya te conozco bastante —replico con altivez, haciéndola sonreír aún más.
—Pues yo creo que nunca te conoceré bastante en ese sentido —murmura—. Está claro que despertarse contigo tiene ventajas —dice en un tono seductora que me derrite por dentro.
—¿Tienes que levantarte ya? —pregunto con voz baja y ronca.
Oh… lo que provoca en mí…
—Esta mañana no. Ahora mismo solo deseo estar en un sitio, señorita Katina—dice con un brillo lascivo en los ojos.
—¡Yulia! —jadeo sobresaltada cuando, de pronto, la tengo encima,
sujetándome contra la cama.
Me coge las manos, me las coloca sobre la cabeza y empieza a besarme el cuello.
—Oh, señorita Katina. —Sonríe con su boca contra mi piel, y su mano recorre mi cuerpo y empieza a levantar despacio el camisón de satén, provocándome unos calambres deliciosos—. Ah, lo que me gustaría hacerte —murmura.
Y el interrogatorio se acaba, y yo estoy perdida.
La señora Jones me sirve tortitas y beicon para desayunar, y una tortilla y beicon para Yulia. Estamos sentadas de lado frente a la barra, cómodas y en silencio.
—¿Cuándo conoceré a Claude, tu entrenador, para ponerle a prueba? —pregunto.
Yulia me mira y sonríe.
—Depende de si quieres ir a Nueva York este fin de semana o no; a menos que quieras verle entre semana, a primera hora de la mañana. Le pediré a Andrea que consulte su horario y te lo diga.
—¿Andrea?
—Mi asistente personal.
Ah, sí.
—Una de tus muchas rubias —bromeo.
—No es mía. Trabaja para mí. Tú eres mía.
—Yo trabajo para ti —murmuro en tono mordaz.
Ella sonríe, como si lo hubiera olvidado.
—Eso también —replica, y su sonrisa se ensancha de forma contagiosa.
—Quizá Claude pueda enseñarme kickboxing —le advierto.
—¿Ah, sí? ¿Para enfrentarte a mí con más garantías? —Yulia levanta una ceja, divertida—. Pues adelante, señorita Katina.
Ahora se le ve tan condenadamente feliz, comparado con el mal humor de anoche cuando se fue Olga, que me desarma totalmente. A lo mejor es por todo el sexo… a lo mejor es eso lo que la pone tan contenta.
Echo un vistazo al piano a nuestra espalda, y me deleito en el recuerdo de anoche.
—Has vuelto a levantar la tapa del piano.
—La bajé anoche para no molestarte. Por lo visto no funcionó, pero me alegro.
Yulia esboza una sonrisa lasciva mientras se lleva un trozo de tortilla a los labios. Yo me pongo de todos los colores y le devuelvo la sonrisa.
Oh sí… esos gloriosos momentos sobre el piano.
La señora Jones se inclina sobre la barra y me coloca delante una bolsa de papel con mi almuerzo, y yo me sonrojo, avergonzada.
—Para después, Lena. De atún, ¿vale?
—Sí, sí. Gracias, señora Jones.
Le sonrió con timidez.
Ella me devuelve una sonrisa afectuosa y abandona la estancia. Para proporcionarnos un poco de intimidad, supongo.
Me vuelvo hacia Yulia.
—¿Puedo preguntarte una cosa?
Su expresión divertida se esfuma.
—Claro.
—¿Y no te enfadarás?
—¿Es sobre Olga?
—No.
—Entonces no me enfadaré.
—Pero ahora tengo una pregunta adicional.
—¿Ah?
—Que sí es sobre ella.
Ella pone los ojos en blanco.
—¿Qué? —dice, ahora ya exasperada.
—¿Por qué te enfadas tanto cuando te pregunto por ella?
—¿Sinceramente?
—Creía que siempre eras sincera conmigo —replico.
—Procuro serlo.
Le miro con los ojos entornados.
—Eso suena a evasiva.
—Yo siempre soy sincera contigo, Lena. No me interesan los jueguecitos. Bueno, no ese tipo de jueguecitos —matiza, y su mirada se enardece.
—¿Qué tipo de jueguecitos te interesan?
Inclina la cabeza hacia un lado y me sonríe con complicidad.
—Señorita Katina, se distrae usted con mucha facilidad.
Me echo a reír. Tiene razón.
—Usted es una distracción en muchos sentidos, señorita Volkova.
Veo bailar en sus ojos azules una chispa jocosa.
—La canción que más me gusta del mundo es tu risa, Elena. Dime,¿cuál era tu primera pregunta? —dice suavemente, y creo que se está riendo de mí.
Intento torcer el gesto para expresar mi desagrado, pero me gusta la Cincuenta juguetona… es divertida. Me encantan estas bromas matutinas. Arrugo la frente, intentando recordar mi pregunta.
—Ah, sí. ¿Solo veías a tus sumisas los fines de semana?
—Sí, eso es —contesta, y me mira nerviosa.
Le sonrío.
—Así que nada de sexo entre semana.
Se ríe.
—Ah, ahí querías ir a parar. —Parece vagamente aliviada—. ¿Por qué crees que hago ejercicio todos los días laborables?
Ahora se está riendo claramente de mí, pero no me importa. Soy tan feliz que tengo ganas de abrazarme. Otra primera vez…bueno, varias primeras veces.
—Parece muy satisfecha de sí misma, señorita Katina.
—Lo estoy, señorita Volkova.
—Tienes motivos. —Sonríe—. Ahora cómete el desayuno.
Oh, la dominante Cincuenta… siempre al acecho.
* * *
Estamos en la parte de atrás del Audi, con Igor al volante. Me dejará en el trabajo, y después a Yulia. Sawyer va en el asiento del copiloto.
—¿No dijiste que el hermano de tu compañera de piso llegaba hoy? —pregunta Yulia como sin darle importancia, sin que ni su voz ni su rostro expresen nada.
—¡Oh, Andrey! —exclamo—. Me había olvidado. Oh, Yulia, gracias por recordármelo. Tendré que volver al apartamento.
Le cambia la cara.
—¿A qué hora?
—No sé exactamente a qué hora llegará.
—No quiero que vayas sola a ningún sitio —dice tajante.
—Ya lo sé —musito, y reprimo la tentación de mirar con los ojos en blanco a la señorita Exagerada— ¿Sawyer estará espiando… esto… vigilando hoy?
Miro de reojo y con timidez a Sawyer, y compruebo que tiene la parte de atrás de las orejas teñida de rojo.
—Sí —replica Yulia con una mirada glacial.
—Sería más fácil si fuera conduciendo el Saab —mascullo en tono arisco.
—Sawyer tendrá un coche y podrá llevarte al apartamento, a la hora que sea.
—De acuerdo. Supongo que Andrey se pondrá en contacto conmigo durante el día. Ya te haré saber los planes entonces.
Se me queda mirando, sin decir nada. Ah, ¿en qué estará pensando?
—Vale —acepta—. A ningún sitio sola, ¿entendido? —dice, haciendo un gesto de advertencia con el dedo.
—Sí, cariño —musito.
Aparece un amago de sonrisa en su cara.
—Y quizá deberías usar solo tu BlackBerry… te mandaré los correos ahí. Eso debería evitar que el informático de mi empresa pase una mañana demasiado entretenida, ¿de acuerdo? —dice en tono sardónica.
—Sí, Yulia.
No lo puedo evitar. Le miro con los ojos en blanco, y ella me sonríe maliciosamente.
—Vaya, señorita Katina, me parece que se me está calentando la mano.
—Ah, señorita Volkova, usted siempre tiene la mano caliente. ¿Qué vamos a hacer con eso?
Se ríe, pero entonces se ve interrumpida por su BlackBerry, que debe de estar en silencio, porque no suena. Al ver el identificador de llamada, Yulia frunce el ceño.
—¿Qué pasa? —espeta al teléfono, y luego escucha con atención.
Yo aprovecho la oportunidad para observar sus adorables facciones: su nariz recta, el cabello despeinado que le cae sobre la frente. Su expresión cambia de incrédula a divertida, haciendo que deje de comérmela subrepticiamente con los ojos y preste atención.
—Estás de broma… Vaya… ¿Cuándo te dijo eso? —Yulia se carcajea,casi sin ganas—. No, no te preocupes. Tú no tienes por qué disculparte. Estoy encantada de que haya una explicación lógica. Me parecía una cantidad de dinero ridículamente pequeña… No tengo la menor duda de que tienes en mente un plan creativo y diabólico para vengarte. Pobre Isaac. —Sonríe—. Bien… Adiós.
Cierra el teléfono de golpe y, aunque de pronto su mirada parece cautelosa,curiosamente también se le ve aliviada.
—¿Quién era? —pregunto.
—¿De verdad quieres saberlo? —inquiere en voz baja.
Y esa respuesta me basta para saberlo. Niego con la cabeza y observo por la ventanilla el día gris de Seattle, sintiéndome consternada. ¿Por qué ella es incapaz de dejarla en paz?
—Eh…
Me coge la mano y me besa los nudillos, uno por uno, y de pronto me chupa el meñique, con fuerza. Después me muerde con suavidad.
¡Dios…! Tiene una línea erótica que comunica directamente con mi entrepierna. Jadeo y, nerviosa, miro de reojo a Igor y a Sawyer, y después a Yulia, que tiene los ojos sombríos y me obsequia con una sonrisa prolongada y sensual.
—No te agobies, Elena —murmura—. Ella pertenece al pasado.
Y me planta un beso en el centro de la palma de la mano que me provoca un cosquilleo por todo el cuerpo, y mi enojo momentáneo queda olvidado.
—Buenos días, Lena —saluda Alex mientras me dirijo hacia mi mesa—.Bonito vestido.
Me ruborizo. El vestido forma parte de mi nuevo guardarropa, cortesía de mi novia increíblemente rica. Es un traje sin mangas, de lino azul claro y bastante entallado, que llevo con unas sandalias beige de tacón alto. A Yulia le gustan los
tacones, creo. Sonrío por dentro al pensarlo, pero enseguida recupero una anodina sonrisa profesional destinada a mi jefe.
—Buenos días, Alex.
Inicio mi jornada pidiendo un mensajero para que lleve a imprimir sus folletos. Él asoma la cabeza por la puerta de su despacho.
—Lena, ¿podrías traerme un café, por favor?
—Claro.
Voy hacia la cocina y me encuentro con Claire, la recepcionista, que también está preparando café.
—Hola, Lena —dice alegremente.
—Hola, Claire.
Charlamos un poco sobre la reunión del fin de semana con su numerosa familia, en la cual disfrutó muchísimo, y yo le cuento que salí a navegar con Yulia.
—Tienes una novia de ensueño, Lena —me dice con los ojos brillantes.
Estoy tentada de mirarla con expresión maravillada.
—No está mal.
Sonrío, y ambas nos echamos a reír.
—¡Cuánto has tardado! —me increpa Alex cuando llego.
¡Oh!
—Lo siento.
Me ruborizo y luego tuerzo el gesto. He tardado lo normal. ¿Qué le pasa? A lo mejor está nervioso por algo.
Él mueve la cabeza, arrepentido.
—Perdona, Lena. No pretendía gritarte, cielo.
¿Cielo?
—En dirección se está tramando algo y no sé qué es. Estate atenta, ¿vale? Si oyes algo por ahí… sé que las chicas habláis entre vosotras.
Me sonríe con aire cómplice y siento unas ligeras náuseas. No tiene ni idea de qué hablamos las «chicas». Además, yo ya sé lo que está pasando.
—Me lo harás saber, ¿verdad?
—Claro —digo entre dientes—. He mandado a imprimir el folleto. Estará listo a las dos en punto.
—Estupendo. Toma. —Me entrega un montón de manuscritos—. Necesito una sinopsis del primer capítulo de todos estos, y luego archívalos.
—Me pondré a ello.
Me siento aliviada al salir de su despacho y ocupar mi mesa. Ah, no me resulta nada fácil disponer de información confidencial. ¿Qué hará Alex cuando se entere? Se me hiela la sangre. Algo me dice que se enfadará bastante. Echo un vistazo a mi BlackBerry y sonrío. Hay un e—mail de Yulia.
De: Yulia Volkova
Fecha: 14 de junio de 2011 09:23
Para: Lena Katina
Asunto: Amanecer
Me encanta despertarme contigo por la mañana.
Yulia Volkova
Total y absolutamente enamorada presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
Tengo la sensación de que la sonrisa que aparece en mi cara la parte en dos.
De: Lena Katina
Fecha: 14 de junio de 2011 09:35
Para: Yulia Volkova
Asunto: Anochecer
Querida total y absolutamente enamorada:
A mí también me encanta despertarme contigo. Aunque yo adoro estar contigo en la cama y en los ascensores y encima de los pianos y en mesas de billar y en barcos y escritorios y duchas y bañeras y atada a extrañas cruces de madera y en inmensas camas de cuatro postes con sábanas de satén rojo y en casitas de
embarcaderos y en dormitorios de infancia.
Tuya
Loca por el sexo e insaciable xx
De: Yulia Volkova
Fecha: 14 de junio de 2011 09:37
Para: Lena Katina
Asunto: Hardware húmedo
Querida loca por el sexo e insaciable:
Acabo de espurrear el café encima de mi teclado.
Creo que nunca me había pasado algo así.
Admiro a una mujer que se entusiasma tanto por la geografía.
¿Debo deducir que solo me quiere por mi cuerpo?
Yulia Volkova
Total y absolutamente escandalizada presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
De: Lena Katina
Fecha: 14 de junio de 2011 09:42
Para: Yulia Volkova
Asunto: Riendo como una tonta… y húmeda también
Querida total y absolutamente escandalizada:
Siempre.
Tengo que trabajar.
Deja de molestarme.
LS amp;I xx
De: Yulia Volkova
Fecha: 14 de junio de 2011 09:50
Para: Anastasia Steele
Asunto: ¿He de hacerlo?
Querida LS amp;I:
Como siempre, sus deseos son órdenes para mí.
Me encanta que estés húmeda y riendo como una tonta.
Hasta luego, nena.
x
Yulia Volkova
Total y absolutamente enamorada, escandalizada y embrujada presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
Dejo la BlackBerry y me pongo a trabajar.
A la hora del almuerzo, Alex me pide que vaya a comprarle algo de comer.
En cuanto salgo de su despacho, llamo a Yulia.
—Elena —contesta inmediatamente con voz cariñosa y acariciante.
¿Cómo consigue esta mujer que me derrita por teléfono?
—Yulia, Alex me ha pedido que vaya a comprarle la comida.
—Cabrón holgazán —maldice.
No le hago caso, y continúo:
—Así que voy a comprarla. Quizá sería más práctico que me dieras el teléfono de Sawyer, y así no tendría que molestarte.
—No es ninguna molestia, nena.
—¿Estás sola?
—No. Aquí hay seis personas que me miran atónitas preguntándose con quién demonios estoy hablando.
Oh, no…
—¿De verdad? —musito aterrada.
—Sí. De verdad. Mi novia —informa, apartándose del teléfono.
¡Madre mia!
—Seguramente todos creían que eras hetero, ¿sabes?
Se ríe.
—Sí, seguramente.
Puedo percibir su sonrisa.
—Esto… tengo que colgar.
Estoy segura de que nota cuánto me avergüenza interrumpirle.
—Se lo comunicaré a Sawyer. —Vuelve a reírse—. ¿Has sabido algo de tu amigo?
—Todavía no. Será usted la primera en enterarse, señorita Volkova.
—Bien. Hasta luego, nena.
—Adiós, Yulia.
Sonrío. Cada vez que dice eso, me hace sonreír… tan impropio de
Cincuenta, pero en cierto modo, también tan de ella.
Cuando salgo al cabo de pocos segundos, Sawyer ya me está esperando en la puerta del edificio.
—Señorita Katina—me saluda muy formal.
—Sawyer —asiento a modo de respuesta, y nos encaminamos juntos hacia la tienda.
Con Sawyer no me siento tan cómoda como con Igor. Él sigue vigilando la calle mientras caminamos por la acera. De hecho, consigue ponerme más nerviosa, y también yo acabo haciendo lo mismo.
¿Está Leila rondando por aquí cerca? ¿O nos hemos contagiado todos de la paranoia de Yulia? ¿Forma parte esto de sus cincuenta sombras? Lo que daría por tener una inocente conversación de media hora con el doctor Flynn para averiguarlo.
No se ve nada raro, solo Seattle a la hora del almuerzo: gente que sale a comer con prisas, que va de compras o a reunirse con amigos. Veo a dos mujeres jóvenes que se abrazan al encontrarse.
Echo de menos a Nastya. Solo hace dos semanas que se fue de vacaciones,pero me parecen las dos semanas más largas de mi vida. Han pasado tantas cosas…
Nastya no me creerá cuando se lo cuente. Bueno, se lo contaré parcialmente, una versión sujeta a un acuerdo de confidencialidad. Frunzo el ceño. Tengo que hablar con Yulia de eso. ¿Cómo reaccionaría Nastya si se enterase? Palidezco al pensarlo. Tal
vez regrese con Andrey. Esa posibilidad me hace temblar de emoción, pero no lo creo probable. Seguramente se quedará en Barbados con Dimitri.
—¿Dónde se pone cuando está esperando y vigilando en la calle? —le pregunto a Sawyer mientras hacemos cola para la comida.
Está situado delante de mí, de cara a la puerta, controlando continuamente la calle y a todo el que entra. Resulta inquietante.
—Me siento en la cafetería que hay al otro lado de la calle, señorita Katina.
—¿No es muy aburrido?
—Para mí no, señora. Es a lo que me dedico —dice con frialdad.
Me sonrojo.
—Perdone, no pretendía…
Al ver su expresión amable y comprensiva, me quedo sin palabras.
—Por favor, señorita Katina. Mi trabajo es protegerla. Y eso es lo que hago.
—¿Ni rastro de Leila, entonces?
—No, señora.
Frunzo el ceño.
—¿Cómo sabe qué aspecto tiene?
—He visto una fotografía suya.
—Ah, ¿la lleva encima?
—No, señora. —Se da un golpecito en la cabeza—. La guardo en la memoria.
Pues claro. La verdad es que me gustaría mucho examinar bien una fotografía de Leila para ver cómo era antes de convertirse en la Chica Fantasma. Me pregunto si Yulia me dejaría tener una copia. Sí, seguramente sí… por mi seguridad. Urdo un plan, y mi subconsciente se relame y asiente entusiasmada.
* * *
Los folletos llegan a la oficina, y me alivia ver que han quedado muy bien.
Llevo uno al despacho de Alex. Se le ilumina la mirada: no sé si es por mí o por el folleto. Opto por creer que se trata de esto último.
—Están muy bien, Lena. —Lo hojea tranquilamente—. Sí, buen trabajo. ¿Vas a ver a tu novia esta noche?
Tuerce el labio al decir «novio».
—Sí. Vivimos juntas.
Es una verdad a medias. Bueno, en este momento sí es cierto, así que no es más que una mentira inocente. Espero que con eso baste para disuadirle.
—¿Se molestaría si fueras conmigo a tomar una copa rápida esta noche? Para celebrar todo el trabajo que has hecho.
—Tengo un amigo que vuelve a la ciudad esta noche, y saldremos todos a cenar.
Y estaré ocupada todas las noches, Alex.
—Ya veo. —Suspira, exasperado—. ¿Quizá cuando vuelva de Nueva York,entonces?
Levanta las cejas, expectante, y se le enturbia la mirada de forma sugerente.
Oh, no… Esbozo una sonrisa evasiva y reprimo un estremecimiento.
—¿Te apetece un café o un té? —pregunto.
—Café, por favor —dice en voz baja y ronca, como si estuviera pidiendo otra cosa.
Maldita sea. Ahora me doy cuenta de que no piensa rendirse. Oh… ¿qué hago?
Cuando salgo de su despacho respiro hondo, ya mucho más tranquila. Alex me pone muy tensa. Yulia no se equivoca con él, y en parte me molesta que tenga razón.
Me siento a mi mesa y suena mi BlackBerry: un número que no reconozco.
—Lena Katina.
—¡Hola, Katina!
El alegre tono de Andrey me coge momentáneamente desprevenida.
—¡Andrey! —casi grito de alegría—. ¿Cómo estás?
—Encantado de haber vuelto. Estaba francamente harto de sol y de ponches de ron, y de mi hermana pequeña perdidamente enamorada de ese tipo tan importante.Ha sido infernal, Lena.
—¡Ya! Mar, arena, sol y ponches de ron recuerda mucho al «Infierno» de Dante —contesto entre risas—. ¿Dónde estás?
—En el aeropuerto, esperando a que salga mi maleta. ¿Qué estás haciendo tú?
—Estoy en el trabajo. Sí, tengo un trabajo remunerado —replico ante su exclamación de asombro—. ¿Quieres venir a buscar las llaves? Luego podemos vernos en el apartamento.
—Me parece estupendo. Nos vemos dentro de cuarenta y cinco minutos, una hora como mucho. ¿Me das la dirección?
Le doy la dirección de SIP.
—Nos vemos ahora, Andrey.
—Hasta luego, nena —dice, y cuelga.
¿Qué? ¿Andrey también? ¡No! Y caigo en la cuenta de que acaba de pasar una semana con Dimitri. Rápidamente le escribo un correo electrónico a Yulia.
De: Lena Katina
Fecha: 14 de junio de 2011 14:55
Para: Yulia Volkova
Asunto: Visitas procedentes de climas soleados
Queridísima total y absolutamente EEE:
Andrey ha vuelto, y va a venir a buscar las llaves del apartamento.
Me gustaría mucho comprobar que está bien instalado.
¿Por qué no me recoges después del trabajo? ¿Podríamos ir al
apartamento y después salir TODOS a cenar algo?
¿Invito yo?
Tuya
Lena x
Aún LS amp;I
Lena Katina
Ayudante de Alexandr Popov editor de SIP
De: Yulia Volkova
Fecha: 14 de junio de 2011 15:05
Para: Lena Katina
Asunto: Cenar fuera
Apruebo tu plan. ¡Menos lo de que pagues tú!
Invito yo.
Te recogeré a las seis en punto.
x
P.D.: ¡¡¡Por qué no utilizas tu BlackBerry!!!
Yulia Volkova
Total y absolutamente enfadada presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
De: Lena Katina
Fecha: 14 de junio de 2011 15:11
Para: Yulia Volkova
Asunto: Mandona
Bah, no seas tan ruda ni te enfades tanto.
Todo está en clave.
Nos vemos a las seis en punto.
Lena x
Lena Katina
Ayudante de Alexandr Popov, editor de SIP
De: Yulia Volkova
Fecha: 14 de junio de 2011 15:18
Para: Lena Katina
Asunto: Mujer exasperante
¡Ruda y enfadada!
Ya te daré yo ruda y enfadada.
Y tengo muchas ganas.
Yulia Volkova
Total y absolutamente más enfadada pero sonriendo por alguna razón desconocida, presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
De: Lena Katina
Fecha: 14 de junio de 2011 15:23
Para: Yulia Volkova
Asunto: Promesas, promesas
Adelante, señorita Volkova
Yo también tengo muchas ganas. ;D
Lena x
Lena Katina
Ayudante de Alexandr Popov, editor de SIP
No contesta, pero tampoco espero que lo haga. La imagino quejándose de las señales contradictorias, y al pensarlo sonrío. Fantaseo un momento sobre lo que puede hacerme, pero acabo revolviéndome en la silla. Mi subconsciente me mira con aire reprobatorio por encima de sus gafas de media luna: Sigue trabajando.
Al cabo de un momento, suena el teléfono de mi mesa. Es Claire, de recepción.
—Aquí hay un chico muy mono que viene a verte. Tenemos que salir juntas de copas algún día, Lena. Seguro que tú conoces a muchos tíos buenos —sisea a través del auricular en tono cómplice.
¡Andrey! Cojo las llaves de mi bolso, y corro al vestíbulo.
Madre mía… Cabello rubio tostado por el sol, bronceado espectacular y unos ojos almendrados que me miran resplandecientes desde el sofá de piel verde. En cuanto me ve, Andrey se pone de pie y viene hacia mí con la boca abierta.
—Uau, Lena. —Me mira con el ceño fruncido mientras se inclina para darme un abrazo.
—Estás estupendo —le digo sonriendo.
—Tú estás… vaya… diferente. Más moderna y sofisticada. ¿Qué ha pasado? ¿Te has cambiado el peinado? ¿La ropa? ¡No sé, Katina, pero estás muy atractiva!
Siento que me arden las mejillas.
—Oh, Andrey. Es solo la ropa que llevo para trabajar —le regaño medio en broma.
Claire, que nos está mirando desde su mostrador, arquea una ceja y sonríe con ironía.
—¿Qué tal por Barbados?
—Divertido.
—¿Cuándo vuelve Nastya?
—Ella y Dimitri vuelven el viernes. Parece que van bastante en serio —dice Dimitri, alzando la mirada al cielo.
—La he echado de menos.
—¿Sí? ¿Cómo te ha ido con la magnate?
—¿La magnate? —Suelto una risita—. Bueno, está siendo interesante. Esta noche nos invita a cenar.
—Genial.
Andrey parece sinceramente encantado. ¡Uf!
—Toma. —Le entrego las llaves—. ¿Tienes la dirección?
—Sí. Hasta luego, nena. —Se agacha y me besa en la mejilla.
—¿Eso lo dice Dimitri?
—Sí, por lo visto se pega.
—Pues sí. Hasta luego.
Le sonrío y él recoge la enorme bolsa que ha dejado junto al sofá verde y sale del edificio.
Cuando me doy la vuelta, Alex me está mirando desde el otro extremo del vestíbulo, con expresión inescrutable. Yo le sonrío, radiante, y me dirijo de vuelta a mi mesa, consciente en todo momento de que no me quita la vista de encima. Está empezando a crisparme los nervios. ¿Qué hago? No tengo ni idea. Tendré que esperar a que vuelva Nastya. A ella se le ocurrirá algún plan. Pensar eso disipa mi inquietud, y cojo el siguiente manuscrito.
* * *
A las seis menos cinco, suena el teléfono de mi mesa. Es Yulia.
—Ha llegado la malhumorada Ruda y Enfadada —dice, y sonrío.
Cincuenta sigue juguetona. La diosa que llevo dentro aplaude, feliz como una cría.
—Bien, aquí Loca por el Sexo e Insaciable. Deduzco que ya estás fuera —digo.
—Efectivamente, señorita Katina. Tengo ganas de verla —dice en tono cálido y seductor, y mi corazón empieza a brincar, frenético.
—Lo mismo digo, señorita Volkova. Ahora salgo.
Cuelgo.
Apago el ordenador y cojo el bolso y mi chaqueta beige.
—Me voy, Alex —le aviso.
—Muy bien, Lena. ¡Gracias por lo de hoy! Que lo pases bien.
—Tú también.
¿Por qué no puede ser así siempre? No le entiendo.
El Audi está aparcado junto al bordillo, y cuando me acerco Yulia baja del coche. Se ha quitado la americana, y lleva esos pantalones grises que le sientan tan bien, mis favoritos. ¿Cómo puede ser para mí esta diosa griega? Y me encuentro sonriendo como una idiota ante su sonrisita tonta.
Lleva todo el día comportándose como una novia enamorada… enamorada de mí. Esta mujer adorable, compleja e imperfecta está enamorada de mí, y yo de ella.
De pronto siento en mi interior un gran estallido de júbilo, y saboreo este fugaz momento en el que me siento capaz de conquistar el mundo.
—Señorita Katina, está usted tan fascinante como esta mañana.
Yulia me atrae hacia ella y me besa intensamente.
—Usted también, señorita Volkova.
—Vamos a buscar a tu amigo.
Me sonríe y me abre la puerta del coche.
Mientras Igor nos lleva hacia el apartamento, Yulia me habla del día que ha tenido, mucho mejor que el de ayer, por lo visto. La miro arrobada mientras intenta explicarme el enorme paso adelante que ha dado el departamento de ciencias medioambientales de la WSU en Vancouver. Apenas comprendo el significado de sus palabras, pero me cautivan su pasión y su interés por ese tema. Quizá así es como será nuestra relación: habrá días malos y días buenos, y si los buenos son como este, no pienso tener ninguna queja. Me entrega una hoja.
—Estas son las horas que Claude tiene libres esta semana —dice.
¡Ah! El preparador.
Cuando nos acercamos al edificio de mi apartamento, saca su BlackBerry del bolsillo.
—Volkova—contesta—. ¿Qué pasa, Ros?
Escucha atentamente, y veo que la conversación será larga.
—Voy a buscar a Andrey. Serán dos minutos —articulo en silencio,levantando dos dedos.
Ella asiente; es obvio que está muy enfrascada en la conversación. Igor me abre la puerta con una sonrisa afable. Yo le correspondo; incluso Igor lo nota. Pulso el timbre del interfono y grito alegremente:
—Hola, Andrey, soy yo. Ábreme.
La puerta se abre con un zumbido y subo las escaleras hasta el apartamento.
Caigo en la cuenta de que no he estado aquí desde el sábado por la mañana. Parece que haya pasado mucho más tiempo. Andrey me ha dejado la puerta abierta. Entro y, no sé por qué, pero en cuanto estoy dentro me quedo paralizada instintivamente. Tardo un momento en darme cuenta de que es porque hay una persona pálida y triste de pie junto a la encimera de la isla de la cocina, sosteniendo un pequeño revólver: es Leila, que me observa impasible.
—Hablaste con ella hoy? —le pregunto a Yulia mientras esperamos la llegada de la señora Robinson.
—Sí.
—¿Qué le dijiste?
—Le dije que tú no querías verla, y que yo entendía perfectamente tus motivos. También le dije que no me gustaba que actuara a mis espaldas.
Tiene una mirada inexpresiva que no trasluce nada.
Ay, Dios.
—¿Y ella qué dijo?
—Eludió la responsabilidad como solo ella sabe hacerlo.
Hace una mueca con los labios.
—¿Para qué crees que ha venido?
—No tengo ni idea —responde Yulia, encogiéndose de hombros.
Igor vuelve a entrar en el salón.
—La señora Lincoln —anuncia.
Y ahí está… ¿Por qué ha de ser tan endiabladamente atractiva? Va toda vestida de negro: vaqueros ajustados, una blusa que realza su silueta perfecta, y el cabello brillante y sedoso como un halo.
Yulia me atrae hacia ella.
—Olga—dice, y parece confuso.
Ella me mira estupefacta y se queda paralizada. Le cuesta recuperar la voz y parpadea.
—Lo siento. No sabía que estabas acompañada, Yulia. Es lunes —dice como si eso explicara su presencia aquí.
—Novia —responde Yulia a modo de explicación, mientras ladea la cabeza y le dedica una sonrisa fría.
En la cara de ella aparece lentamente un gesto de inmensa satisfacción.
Todo resulta muy desconcertante.
—Claro. Hola, Elena. No sabía que estabas aquí. Sé que no quieres hablar conmigo, y lo entiendo.
—¿Ah, sí? —respondo en voz baja, y la miro a la cara de un modo que nos sorprende a ambas.
Ella frunce levemente el ceño y avanza un paso más para entrar en la habitación.
—Sí, he captado el mensaje. No he venido a verte a ti. Como he dicho,Yulia no suele tener compañía entre semana. —Hace una pausa—. Tengo un problema y necesito hablarlo con Yulia.
—¿Ah? —Yulia se yergue—. ¿Quieres beber algo?
—Sí, por favor.
Yulia le sirve una copa de vino, mientras Olga y yo seguimos
observándonos mutuamente con cierta incomodidad. Ella juguetea con un gran anillo de plata que lleva en el dedo corazón, y yo no sé dónde mirar. Finalmente me dedica una sonrisita crispada, se acerca a la cocina y se sienta en el taburete del extremo de la
isla. Es obvio que conoce bien el sitio y que se mueve por él con naturalidad.
¿Me quedo? ¿Me marcho? Oh, qué difícil es esto. Mi subconsciente mira ceñuda a Olga con su expresión más abiertamente hostil.
Hay tantas cosas que quiero decirle a esa mujer, y ninguna es agradable.
Pero es amiga de Yulia su única amiga, y por mucho odio que sienta por ella,soy educada por naturaleza. Decido quedarme y me siento, con toda la elegancia de la que soy capaz, en el taburete que ocupaba Yulia. Ella nos sirve vino en las copas y se
sienta entre ambas en la barra del desayuno. ¿Se da cuenta de lo raro que es todo esto?
—¿Qué pasa? —le pregunta a Olga.
Ella me mira nerviosa, y Yulia me coge la mano.
—Elena está ahora conmigo —dice ante su pregunta implícita, y me aprieta la mano.
Yo me sonrojo y mi subconsciente, olvidada ya la cara de arpía, sonríe radiante.
Olga suaviza el gesto como si se alegrara por ella. Como si realmente se alegrara por ella. Oh, no entiendo en absoluto a esta mujer, y su presencia me incomoda y me pone nerviosa.
Ella inspira profundamente, se remueve inquieta y se sienta en el borde del taburete. Se mira las manos con nerviosismo, y empieza a dar vueltas sin parar al anillo de plata de su dedo corazón.
¿Cuál es su problema? ¿Que yo esté presente? ¿Provoco ese efecto en ella?
Porque yo siento lo mismo: no la quiero aquí. Ella levanta la cabeza y mira a Yulia directamente a los ojos.
—Me están haciendo chantaje.
Por Dios. No es eso lo que esperaba que dijera. Yulia se pone tensa.
¿Alguien ha descubierto su afición por los jóvenes menores de edad maltratados y vapuleados por la vida? Reprimo mi repulsión, y por un momento acude a mi mente esa frase sobre el burlador burlado. Mi subconsciente se frota las manos con mal disimulado placer. Bien.
—¿Cómo? —pregunta Yulia, y su voz refleja claramente el espanto.
Ella coge su enorme bolso de piel, un diseño exclusivo, saca una nota y se la entrega.
—Ponla aquí y ábrela.
Yulia señala la barra con el mentón.
—¿No quieres tocarla?
—No. Huellas dactilares.
—Yulia, tú sabes que no puedo ir a la policía con esto.
¿Por qué estoy escuchando esto? ¿Es que ella está tirándose a otro pobre chico?
Deja la nota delante de ella, que se inclina para leerla.
—Solo piden cinco mil dólares —dice como si no le diera importancia—.¿Tienes idea de quién puede ser? ¿Alguien de la comunidad?
—No —contesta ella con su voz dulce y melosa.
—¿Linc?
¿Linc? ¿Quién es ese?
—¿Qué? ¿Después de tanto tiempo? No creo —masculla ella.
—¿Lo sabe Isaac?
—No se lo he dicho.
¿Quién es Isaac?
—Creo que él debería saberlo —dice Yulia.
Ella niega con la cabeza, y ahora me siento fuera de lugar. No quiero saber nada de esto. Intento soltar mi mano de la de Yulia, pero ella me retiene con fuerza y se vuelve a mirarme.
—¿Qué pasa? —pregunta.
—Estoy cansada. Creo que me voy a la cama.
Sus ojos escrutan los míos… ¿buscando acaso qué? ¿Censura?
¿Aprobación? ¿Hostilidad? Yo intento mantenerme impertérrita.
—De acuerdo —dice—. Yo no tardaré.
Me suelta y me pongo de pie. Olga me mira con cautela. Yo sigo impasible y le devuelvo la mirada sin expresar nada.
—Buenas noches, Elena—me dice con una leve sonrisa.
—Buenas noches —musito con frialdad.
Me doy la vuelta para marcharme. La tensión me resulta insoportable. En cuanto salgo de la estancia ellos reanudan la conversación.
—No creo que yo pueda hacer gran cosa, Olga —le dice Yulia—. Si es una cuestión de dinero… —Se interrumpe—. Puedo pedirle a Welch que investigue.
—No, Yulia, solo quería que lo supieras —dice ella.
Desde fuera del salón la oigo comentar:
—Se te ve muy feliz.
—Lo soy —contesta Yulia.
—Mereces serlo.
—Ojalá eso fuera verdad.
—Yulia… —replica en tono reprobador.
Yo me quedo paralizada, y escucho atentamente sin poder evitarlo.
—¿Sabe ella lo negativo que eres contigo mismo? ¿En todos los aspectos?
—Ella me conoce mejor que nadie.
—¡Vaya! Eso me ha dolido.
—Es la verdad, Olga. Con ella no necesito jueguecitos. Y lo digo en serio,déjala en paz.
—¿Cuál es su problema?
—Tú… lo que fuimos. Lo que hicimos. Ella no lo entiende.
—Haz que lo entienda.
—Eso es el pasado, Olga, ¿y por qué voy a querer contaminarla con nuestra jodida relación? Ella es buena y dulce e inocente, y, milagrosamente, me quiere.
—Eso no es un milagro, Yulia —le replica ella con afecto—. Confía un poco en ti misma. Eres una auténtica joya. Ya te lo he dicho muchas veces. Y ella parece encantadora también. Fuerte. Alguien que te hará frente.
No oigo la respuesta de Yulia. Así que soy fuerte… ¿en serio? La
verdad es que no me siento así.
—¿Lo echas de menos? —continúa Olga.
—¿El qué?
—Tu cuarto de juegos.
Se me corta la respiración.
—La verdad es que eso no es asunto tuyo, maldita sea —le espeta Christian.
Oh.
—Perdona —replica Olga sin sentirlo realmente.
—Creo que deberías irte. Y, por favor, otra vez llama antes de venir.
—Lo siento, Yulia —dice, y a juzgar por el tono, esta vez es de verdad—. ¿Desde cuándo eres tan sensible? —vuelve a reprenderle.
—Olga, nosotras tenemos una relación de negocios que ha sido
enormemente provechosa para ambas. Dejémoslo así. Lo que hubo entre las dos forma parte del pasado. Elena es mi futuro, y no quiero ponerlo en peligro de ningún modo, así que ahórrate toda esa mierda.
¡Su futuro!
—Ya veo.
—Mira, siento que tengas problemas. Quizá deberías enfrentarte
directamente y plantarles cara.
Ahora su tono es más suave.
—No quiero perderte, Yulia.
—Para eso debería ser tuya, Olga—le espeta de nuevo.
—No quería decir eso.
—¿Qué querías decir?
Está enfadada, su tono es brusco.
—Oye, no quiero discutir contigo. Tu amistad es muy importante para mí.Me alejaré de Elena. Pero si me necesitas, aquí estaré. Siempre.
—Elena cree que estuvimos juntas el sábado pasado. En realidad tú me llamaste por teléfono y nada más. ¿Por qué le dijiste lo contrario?
—Quería que supiera cuánto te afectó que se marchara. No quiero que te haga daño.
—Ella ya lo sabe. Se lo he dicho. Deja de entrometerte. Francamente, te estás comportando como una madraza muy pesada.
Yulia parece más resignada y Olga se ríe, pero su risa tiene un deje triste.
—Lo sé. Lo siento. Ya sabes que me preocupo por ti. Nunca pensé que acabarías enamorándote, Yulia, y verlo es muy gratificante. Pero no podría soportar que ella te hiciera daño.
—Correré el riesgo —dice con sequedad—. ¿Seguro que no quieres que Welch investigue un poco?
Olga lanza un gran suspiro.
—Supongo que eso no perjudicaría a nadie.
—De acuerdo. Le llamaré mañana por la mañana.
Las oigo hablar un poco más del tema. Como viejas amigas, como dice Yulia. Solo amigas. Y ella se preocupa por ella… quizá demasiado. Bueno, como haría cualquiera que la conociera bien.
—Gracias, Yulia. Y lo siento. No pretendía entrometerme. Me voy. La próxima vez llamaré.
—Bien.
¡Se marcha! ¡Oh, maldita sea! Recorro a toda prisa el pasillo hasta el dormitorio de Yulia y me siento en la cama. Yulia entra poco después.
—Se ha ido —dice cautelosa, pendiente de mi reacción.
Yo levanto la vista, la miro e intento formular mi pregunta.
—¿Me lo contarás todo sobre ella? Intento entender por qué crees que te ayudó. —Me callo y pienso a fondo mi siguiente frase—. Yo la odio, Yulia. Creo que te hizo un daño indecible. Tú no tienes amigos. ¿Fue ella quien los alejó de ti?
Ella suspira y se pasa la mano por el pelo.
—¿Por qué coño quieres saber cosas de ella? Tuvimos una historia hace mucho tiempo, ella solía darme unas palizas de muerte y yo me la tiraba de formas que tú ni siquiera imaginas, fin de la historia.
Me pongo pálida. Oh, no, está enfadada… conmigo.
—¿Por qué estás tan enfadada?
—¡Porque toda esa mierda se acabó! —grita, ceñuda.
Suspira exasperada y menea la cabeza.
Estoy blanca como la cera. Dios. Me miro las manos unidas en mi regazo.
Yo solo pretendo entenderla.
Se sienta a mi lado.
—¿Qué quieres saber? —pregunta con aire cansada.
—No tienes que contármelo. No quiero entrometerme.
—No es eso, Elena. No me gusta hablar de todo aquello. He vivido en una burbuja durante años, sin que nada me afectara y sin tener que justificarme ante nadie. Ella siempre ha sido mi confidente. Y ahora mi pasado y mi futuro colisionan de una forma que nunca creí posible.
La miro, y ella me está observando con los ojos muy abiertos.
—Nunca imaginé mi futuro con nadie, Elena. Tú me das esperanza y haces que me plantee todo tipo de posibilidades —se queda pensando.
—Os he estado escuchando —susurro, y vuelvo a mirarme las manos.
—¿Qué? ¿Nuestra conversación?
—Sí.
—¿Y? —dice en tono resignada.
—Ella se preocupa por ti.
—Sí, es verdad. Y yo por ella, a mi manera, pero eso no se puede ni comparar siquiera a lo que siento por ti. Si es que se trata de eso…
—No estoy celosa. —Me duele que piense eso… ¿o sí lo estoy? Maldita sea. Quizá sea eso—. Tú no la quieres —murmuro.
Ella vuelve a suspirar. Se le nota de nuevo enfadada.
—Hace mucho tiempo creí que la quería —dice con los dientes apretados.
Oh.
—Cuando estábamos en Georgia… dijiste que no la querías.
—Es verdad.
Frunzo el ceño.
—Entonces te amaba a ti, Elena—susurra—. He volado cinco mil
kilómetros solo para verte. Eres la única persona por la que he hecho algo así.
Oh, Dios… No la entiendo, en aquel momento ella todavía me quería como sumisa. Frunzo más el ceño.
—Mis sentimientos por ti son muy diferentes de los que sentí nunca por Olga —dice a modo de explicación.
—¿Cuándo lo supiste?
Se encoge de hombros.
—Es irónico, pero fue Olga quien me lo hizo notar. Ella me animó a ir a Georgia.
¡Lo sabía! Lo supe en Savannah. La miro, impasible.
¿Y ahora qué? Quizá ella está realmente de mi parte y solo le preocupa que yo pueda hacerle daño a Yulia. Pensar en eso me duele. Yo nunca desearía hacerle daño. Ella tiene razón: ya la han herido bastante.
Puede que no sea tan mala, después de todo. Niego con la cabeza. No quiero aceptar su relación con Yulia. La desapruebo. Sí, eso es. Es un personaje despreciable que se aprovechó de una adolescente vulnerable y le arrebató esa etapa de su vida, diga lo que diga ella.
—¿Así que la deseabas? Cuando eras más joven.
—Sí.
Ah.
—Me enseñó muchísimas cosas. Me enseñó a creer en mí misma.
Ah.
—Pero ella también te daba unas palizas terribles.
Ella sonríe con cariño.
—Sí, es verdad.
—¿Y a ti te gustaba?
—En aquella época, sí.
—¿Tanto que querías hacérselo a otras?
Abre los ojos de par en par y se pone seria.
—Sí.
—¿Ella te ayudó con eso?
—Sí.
—¿Fue también tu sumisa?
—Sí.
Por Dios…
—¿Y esperas que me caiga bien? —digo con voz amarga y quebradiza.
—No. Aunque eso me facilitaría muchísimo la vida —dice con cautela—.Comprendo tu reticencia.
—¡Reticencia! Dios, Yulia… si se hubiera tratado de tu hijo o hija, ¿qué sentirías?
Se me queda mirando, como si no comprendiera del todo la pregunta.
Tuerce el gesto.
—Nadie me obligó a estar con ella. Lo elegí yo, Elena—murmura.
Así no voy a llegar a ninguna parte.
—¿Quién es Linc?
—Su ex marido.
—¿Lincoln el maderero?
—El mismo —dice sonriendo.
—¿E Isaac?
—Su actual sumiso.
Oh, no.
—Tiene veintimuchos años, Elena. Ya sabes, es un adulto que sabe lo que hace —añade enseguida, al interpretar correctamente mi expresión de repugnancia.
—Tu edad —musito.
—Mira, Elena, como le he dicho a Olga, ella forma parte de mi
pasado. Tú eres mi futuro. No permitas que se entrometa entre nosotras, por favor. Y la verdad, ya estoy harta de este tema. Voy a trabajar un poco. —Se pone de pie y me mira—. Déjalo estar, por favor.
Yo levanto la vista y la observo, tozuda.
—Ah, casi me olvido —añade—. Tu coche ha llegado un día antes. Está en el garaje. Igor tiene la llave.
Uau… ¿el Saab?
—¿Podré conducirlo mañana?
—No.
—¿Por qué no?
—Ya sabes por qué no. Y eso me recuerda que, si vas a salir de la oficina,me lo hagas saber. Sawyer estaba allí, vigilándote. Por lo visto, no puedo fiarme de que cuides de ti misma —dice en tono de reproche, y consigue que vuelva a sentirme como una niña descarriada… otra vez.
Y me dan ganas de volver a plantarle cara, pero ya está bastante exaltada por lo de Olga y no quiero presionarla más. Sin embargo no puedo evitar comentar:
—Por lo visto, yo tampoco puedo fiarme de ti —digo entre dientes—.Podrías haberme dicho que Sawyer me estaba vigilando.
—¿Quieres discutir por eso también? —replica.
—No sabía que estuviéramos discutiendo. Creía que nos estábamos comunicando —mascullo malhumorada.
Ella cierra los ojos un segundo y hace esfuerzos para reprimir el mal genio.
Yo trago saliva y la miro, ansiosa. No sé cómo acabará esto.
—Tengo trabajo —dice en voz baja, y seguidamente sale de la habitación.
Exhalo con fuerza. No me había dado cuenta de que estaba conteniendo la respiración. Me tumbo otra vez en la cama, mirando el techo.
¿Alguna vez podremos tener una conversación que no termine en discusión?
Resulta agotador.
Simplemente, aún no nos conocemos bien. ¿Realmente quiero venirme a vivir con ella? Ni siquiera sé si debería prepararle una taza de té o de café mientras está trabajando. ¿Debería interrumpirla? No tengo ni idea de qué le gusta y qué no.
Es evidente que está harta de todo el tema de Olga… y tiene razón: tengo que olvidarlo. Dejarlo correr. Bien, al menos no espera que me haga amiga de ella, y confío en que ahora Olga deje de acosarme para que nos veamos.
Salgo de la cama y voy hacia el ventanal. Abro la puerta del balcón y me acerco a la barandilla de vidrio. Su transparencia me pone nerviosa. Está muy alto, y el aire es fresco, frío.
Contemplo las luces de Seattle centelleando allá fuera. Yulia está tan lejos de todo, aquí arriba en su fortaleza. No tiene que rendir cuentas ante nadie.
Acababa de decirme que me quería, y entonces vuelve a interponerse toda esa porquería por culpa de esa espantosa mujer. Pongo los ojos en blanco. Su vida es muy complicada. Ella es muy complicada.
Respiro hondo, echo un último vistazo a la ciudad que se extiende a mis pies como un manto dorado, y decido telefonear a Sergey. Hace tiempo que no hablo con él. Tenemos una conversación breve, como de costumbre, pero me cuenta que está bien
y que estoy interrumpiendo un partido de fútbol importante.
—Espero que vaya todo bien con Yulia—dice con naturalidad, y sé que su intención es obtener información, pero que en realidad no lo quiere saber.
—Sí. Estamos muy bien.
Más o menos, y me voy a vivir con ella. Aunque no hemos concretado fechas.
—Te quiero, papá.
—Yo también te quiero, Lenis.
Cuelgo y miro el reloj. Solo son las diez. Estoy inquieta y tensa.
Me doy una ducha rápida y, cuando vuelvo a la habitación, decido ponerme uno de los camisones de Neiman Marcus que me envió Caroline Acton. Yulia siempre se queja de mis camisetas. Hay tres. Escojo el rosa pálido y me lo pongo por la cabeza. La tela se desliza por mi piel, acariciándome y ciñéndose mientras me cubre
el cuerpo. Es de un satén finísimo y buenísimo, que transmite una sensación de lujo.
¡Uau! Me miro en el espejo y parezco una estrella de cine de los años treinta. Es largo y elegante… y tan impropio de mí.
Cojo la bata a juego y decido ir a buscar un libro a la biblioteca. Puedo leer con mi iPad, pero en este momento me apetece la comodidad y la solidez física de un libro. Dejaré tranquila a Yulia. Quizá recupere el buen humor cuando haya terminado de trabajar.
En la biblioteca de Yulia hay una cantidad ingente de libros. Tardaría una eternidad en revisarlos título por título. Le echo un vistazo a la mesa de billar y, al recordar la noche anterior, me ruborizo. Sonrío al ver que la regla sigue en el suelo. La recojo y me golpeo en la mano. ¡Ay! Escuece.
¿Por qué no puedo aceptar un poco más de dolor por mi mujer? Dejo la regla sobre la mesa con cierto abatimiento y sigo buscando un buen libro para leer.
La mayoría son primeras ediciones. ¿Cómo puede haber reunido una colección como esta en tan poco tiempo? Quizá el trabajo de Igor incluya la adquisición de libros. Me decido por Rebecca, de Daphne du Maurier. Lo leí hace mucho tiempo. Sonrío, me acurruco en una de las mullidas butacas y leo la primera frase:
Anoche soñé que había vuelto a Manderley…
* * *
Me despierto de golpe cuando Yulia me coge en brazos.
—Hola —murmura—, te has quedado dormida. No te encontraba.
Hunde la nariz en mi pelo. Adormecida, le echo los brazos al cuello y aspiro su aroma —oh, qué bien huele—, mientras ella me lleva otra vez al dormitorio.
Me tumba en la cama y me arropa.
—Duerme, nena —susurra, y me besa en la frente.
* * *
Me despierto sobresaltada de un sueño convulso y me quedo
momentáneamente desorientada. Reacciono mirando con ansiedad a los pies de la cama, pero allí no hay nadie. Del salón llega el tenue sonido de una compleja melodía de piano.
¿Qué hora es? Miro el despertador: las dos de la madrugada. ¿Habrá dormido algo Yulia? Apartando la bata que todavía llevo puesta y que se me enreda en las piernas, bajo de la cama.
Me quedo de pie en la penumbra del salón, escuchando. Yulia está absorta en la música. Parece tranquila y a salvo en su burbuja de luz. Y la pieza que interpreta es una melodía cadenciosa, con partes que me resultan familiares. Pero es
muy compleja. Es una intérprete maravillosa. ¿Por qué siempre me sorprendo ante ello?
La escena en conjunto parece diferente de algún modo, y entonces me doy cuenta de que la tapa del piano está bajada y el entorno parece más diáfano. Ella levanta la vista y nuestras miradas se encuentran. Sus ojos azules se iluminan bajo el difuso
resplandor de la lámpara. Sigue tocando, sin la menor vacilación ni fallo, mientras yo me voy acercando. Me sigue con sus ojos, que se embeben de mí, arden y resplandecen. Cuando llego a su lado, deja de tocar.
—¿Por qué paras? Era precioso.
—¿Tienes idea de lo deseable que estás en este momento? —dice en voz baja.
Oh.
—Ven a la cama —susurro, y sus ojos refulgen cuando me tiende la mano.
La acepto, ella tira repentinamente de mí y caigo en su regazo. Me rodea con sus brazos y me acaricia la nuca con la nariz, por detrás de la oreja, y un escalofrío me recorre la columna.
—¿Por qué nos peleamos? —murmura, y sus dientes me rozan el lóbulo.
Mi corazón late con fuerza y empieza a palpitar desbocado, y mi cuerpo se enardece.
—Porque nos estamos conociendo, y tú eres tozuda y cascarrabias y gruñona y difícil —murmuro sin aliento, y ladeo la cabeza para facilitarle el acceso a mi cuello.
Ella baja la nariz por mi garganta, y noto que sonríe.
—Soy todas esas cosas, señorita Katina. Me asombra que me soporte. —Me mordisquea el lóbulo y yo gimo—. ¿Es siempre así? —suspira.
—No tengo ni idea.
—Yo tampoco.
Tira del cinturón de mi bata, la abre, y desliza una mano que me acaricia el cuerpo, los senos. Mis pezones se endurecen con sus tiernas caricias y se yerguen bajo el satén. Ella sigue bajando hacia la cintura, hasta la cadera.
—Es muy agradable tocarte bajo esta tela, y se trasluce todo, incluso esto.
Tira suavemente de mi vello público y me provoca un gemido, mientras con la otra mano me agarra el pelo de la nuca. Me echa la cabeza hacia atrás y me besa con una lengua anhelante, despiadada, hambrienta. Yo respondo con un quejido y acaricio
ese rostro tan querido. Con una mano tira hacia arriba de mi camisón, con delicadeza,despacio, seductor. Me acaricia el trasero desnudo y luego baja el pulgar hasta el interior del muslo.
De repente se levanta, sobresaltándome. Me coloca sobre el piano con los pies apoyados en las teclas, que emiten notas discordantes e inconexas, mientras sus manos suben por mis piernas y me separan las rodillas. Me sujeta las manos.
—Túmbate —ordena, sin soltarme las manos mientras yo me recuesto sobre el piano.
Noto en la espalda la tapa dura y rígida. Me libera las manos y me separa mucho las piernas. Mis pies bailan sobre las teclas, sobre las notas más graves y agudas.
Ay, Dios. Sé qué va a hacer, y la expectativa… Cuando me besa el interior de la rodilla gimo con fuerza. Luego me mordisquea mientras sube por la pierna hasta el muslo. Aparta la suave tela de satén del camisón, que se desliza hacia arriba sobre mi piel electrizada. Yo flexiono los pies y vuelven a sonar los acordes discordantes.
Cierro los ojos y, cuando su mano alcanza el vértice de mis muslos, me rindo a ella.
Me besa… ahí… Oh, Dios… ahora sopla ligeramente antes de trazar círculos con la lengua en mi clítoris. Empuja para separarme más las piernas, y yo me siento tan abierta… tan vulnerable. Me coloca bien, apoya las manos encima de mis rodillas, y su lengua sigue torturándome, sin cuartel, sin descanso… sin piedad. Yo
alzo las caderas para unirme y acompasarme a su ritmo.
—Oh, Yulia, por favor —gimo.
—Ah, no, nena, todavía no —dice con un deje burlón, pero noto que me acelero al ritmo de ella, y entonces se detiene.
—No —gimoteo.
—Esta es mi venganza, Lena —gruñe suavemente—. Si discutes conmigo,encontraré el modo de desquitarme con tu cuerpo.
Dibuja un rastro de besos a través de mi vientre, sus manos recorren mis muslos hacia arriba, rozando, masajeando, seduciendo. Me rodea el ombligo con la lengua, mientras sus manos —y sus pulgares… oh, sus pulgares— llegan a la cúspide
de mis muslos.
—¡Ah! —grito cuando uno de ellos penetra en mi interior.
El otro me acosa, despacio, de forma agónica, trazando círculos una y otra vez. Mi espalda se arquea y se separa de la tapa del piano, y me retuerzo bajo sus caricias. Es casi insoportable.
—¡Yulia! —grito, y me sumerjo en una espiral descontrolada de deseo.
Ella se apiada de mí y se para. Me levanta los pies del teclado, me empuja y me desliza sobre la tapa del piano. El satén resbala con suavidad, y ella también se sube.
Se arrodilla un momento para ponerse un condón. Se cierne sobre mí y yo jadeo, la miro con anhelo febril, y me doy cuenta de que está desnuda. ¿Cuándo se ha quitado la ropa?
Ella baja la mirada hacia mí con ojos asombrados, maravillados de amor y pasión, y resulta embriagadora.
—Te deseo tanto —dice y muy despacio, de forma exquisita, se hunde en mí.
Estoy tumbada sobre ella, exhausta, siento las extremidades pesadas y lánguidas. Ambas estamos encima del piano. Oh, Dios. Es mucho más cómodo estar encima de Yulia que sobre el piano. Con cuidado de no tocarle el torso, apoyo la mejilla en ella y me quedo inmóvil. No protesta, y escucho su respiración, que se
ralentiza como la mía. Me acaricia con ternura el pelo.
—¿Tomas té o café por las noches? —pregunto, medio dormida.
—Qué pregunta tan rara —dice también adormilada.
—Se me ocurrió llevarte un té al estudio, y entonces caí en la cuenta de que no sabía si te apetecería.
—Ah, ya. Por las noches agua o vino, Lena. Aunque a lo mejor debería probar el té.
Baja la mano cadenciosamente por mi espalda y me acaricia con ternura.
—La verdad es que sabemos muy poco una de la otra —murmuro.
—Lo sé —dice en tono afligida.
Me siento y la miro fijamente.
—¿Qué pasa? —pregunto.
Ella mueve la cabeza, como si quisiera deshacerse de una idea desagradable.
Levanta una mano y me acaricia la mejilla, con los ojos brillantes, muy seria.
—Te quiero, Lena Katina—dice.
* * *
A las seis en punto suena la alarma con la información del tráfico, y me despierta bruscamente de un perturbador sueño sobre rubias de intensa cabellera y mujeres de pelo oscuro. No entiendo de qué va todo esto, pero me olvido al momento porque Yulia Volkova me envuelve el cuerpo como la seda, con su mata de pelo rebelde sobre mi pecho, una mano sobre mis senos y una pierna echada por encima de mí, sujetándome. Ella sigue durmiendo y yo tengo demasiado calor. Pero no hago caso de esa incómoda sensación, e intento pasarle los dedos por el pelo con suavidad. Se mueve, levanta sus brillantes ojos azules y sonríe adormilada. Oh, Dios… es adorable.
—Buenos días, preciosa —dice.
—Buenos días, preciosa tú también.
Le devuelvo la sonrisa. Me besa, se desenreda para incorporarse, se apoya en un codo y me mira.
—¿Has dormido bien?
—Sí, a pesar de esa interrupción de anoche.
Su sonrisa se ensancha.
—Mmm. Tú puedes interrumpirme así siempre que quieras.
Vuelve a besarme.
—¿Y tú? ¿Has dormido bien?
—Contigo siempre duermo bien, Elena.
—¿Ya no tienes pesadillas?
—No.
Frunzo el ceño y me atrevo a preguntar:
—¿Sobre qué son tus pesadillas?
Ella arquea una ceja y su sonrisa se desvanece. Maldita sea… mi estúpida curiosidad.
—Son imágenes de cuando era muy pequeña, según dice el doctor Flynn.Algunas muy claras, otras menos.
Se le quiebra la voz y aparece en su rostro una mirada distante y
atormentada. Con aire ausente, resigue con el dedo el perfil de mi clavícula, tratando de desviar mi atención.
—¿Te despiertas llorando y gritando? —intento bromear, en vano.
Ella me mira, perpleja.
—No, Elena. Nunca he llorado, que yo recuerde.
Frunce el ceño, como si se asomara al abismo de su memoria. Oh, no…probablemente sea un lugar demasiado siniestro para visitarla en este momento.
—¿Tienes algún recuerdo feliz de tu infancia? —pregunto enseguida,básicamente para distraerle.
Se queda pensativa un momento, sin dejar de acariciarme la piel con el pulgar.
—Recuerdo a la puta adicta al crack preparando algo en el horno.
Recuerdo el olor. Creo que era un pastel de cumpleaños. Para mí. Y luego recuerdo la llegada de Irina, cuando ya estaba con mis padres. A mi madre le preocupaba mi reacción, pero yo adoré a aquel bebé desde el primer momento. La primera palabra que dije fue «Irina». Recuerdo mi primera clase de piano. La señorita Kathie, la profesora, era extraordinaria. Y también criaba caballos.
Sonríe con nostalgia.
—Dijiste que tu madre te salvó la vida. ¿Cómo?
Su expresión soñadora desaparece, y me mira como si yo fuera incapaz de sumar dos más dos.
—Me adoptó —dice sin más—. La primera vez que la vi creí que era un ángel. Iba vestida de blanco, y fue tan dulce y tranquilizadora mientras me examinaba… Nunca lo olvidaré. Si ella me hubiera rechazado, o si Oleg me hubiera rechazado… —Se encoge de hombros y echa un vistazo al despertador a su espalda—.Todo esto es un poco demasiado profundo para esta hora de la mañana —musita.
—Me he prometido a mí misma que te conocería mejor.
—¿Ah, sí, señorita Katina? Yo creía que solo quería saber si prefería café o té. —Sonríe—. De todas formas, se me ocurre una forma mejor de que me conozcas —dice, empujando las caderas hacia mí sugerentemente.
—Creo que en ese sentido ya te conozco bastante —replico con altivez, haciéndola sonreír aún más.
—Pues yo creo que nunca te conoceré bastante en ese sentido —murmura—. Está claro que despertarse contigo tiene ventajas —dice en un tono seductora que me derrite por dentro.
—¿Tienes que levantarte ya? —pregunto con voz baja y ronca.
Oh… lo que provoca en mí…
—Esta mañana no. Ahora mismo solo deseo estar en un sitio, señorita Katina—dice con un brillo lascivo en los ojos.
—¡Yulia! —jadeo sobresaltada cuando, de pronto, la tengo encima,
sujetándome contra la cama.
Me coge las manos, me las coloca sobre la cabeza y empieza a besarme el cuello.
—Oh, señorita Katina. —Sonríe con su boca contra mi piel, y su mano recorre mi cuerpo y empieza a levantar despacio el camisón de satén, provocándome unos calambres deliciosos—. Ah, lo que me gustaría hacerte —murmura.
Y el interrogatorio se acaba, y yo estoy perdida.
La señora Jones me sirve tortitas y beicon para desayunar, y una tortilla y beicon para Yulia. Estamos sentadas de lado frente a la barra, cómodas y en silencio.
—¿Cuándo conoceré a Claude, tu entrenador, para ponerle a prueba? —pregunto.
Yulia me mira y sonríe.
—Depende de si quieres ir a Nueva York este fin de semana o no; a menos que quieras verle entre semana, a primera hora de la mañana. Le pediré a Andrea que consulte su horario y te lo diga.
—¿Andrea?
—Mi asistente personal.
Ah, sí.
—Una de tus muchas rubias —bromeo.
—No es mía. Trabaja para mí. Tú eres mía.
—Yo trabajo para ti —murmuro en tono mordaz.
Ella sonríe, como si lo hubiera olvidado.
—Eso también —replica, y su sonrisa se ensancha de forma contagiosa.
—Quizá Claude pueda enseñarme kickboxing —le advierto.
—¿Ah, sí? ¿Para enfrentarte a mí con más garantías? —Yulia levanta una ceja, divertida—. Pues adelante, señorita Katina.
Ahora se le ve tan condenadamente feliz, comparado con el mal humor de anoche cuando se fue Olga, que me desarma totalmente. A lo mejor es por todo el sexo… a lo mejor es eso lo que la pone tan contenta.
Echo un vistazo al piano a nuestra espalda, y me deleito en el recuerdo de anoche.
—Has vuelto a levantar la tapa del piano.
—La bajé anoche para no molestarte. Por lo visto no funcionó, pero me alegro.
Yulia esboza una sonrisa lasciva mientras se lleva un trozo de tortilla a los labios. Yo me pongo de todos los colores y le devuelvo la sonrisa.
Oh sí… esos gloriosos momentos sobre el piano.
La señora Jones se inclina sobre la barra y me coloca delante una bolsa de papel con mi almuerzo, y yo me sonrojo, avergonzada.
—Para después, Lena. De atún, ¿vale?
—Sí, sí. Gracias, señora Jones.
Le sonrió con timidez.
Ella me devuelve una sonrisa afectuosa y abandona la estancia. Para proporcionarnos un poco de intimidad, supongo.
Me vuelvo hacia Yulia.
—¿Puedo preguntarte una cosa?
Su expresión divertida se esfuma.
—Claro.
—¿Y no te enfadarás?
—¿Es sobre Olga?
—No.
—Entonces no me enfadaré.
—Pero ahora tengo una pregunta adicional.
—¿Ah?
—Que sí es sobre ella.
Ella pone los ojos en blanco.
—¿Qué? —dice, ahora ya exasperada.
—¿Por qué te enfadas tanto cuando te pregunto por ella?
—¿Sinceramente?
—Creía que siempre eras sincera conmigo —replico.
—Procuro serlo.
Le miro con los ojos entornados.
—Eso suena a evasiva.
—Yo siempre soy sincera contigo, Lena. No me interesan los jueguecitos. Bueno, no ese tipo de jueguecitos —matiza, y su mirada se enardece.
—¿Qué tipo de jueguecitos te interesan?
Inclina la cabeza hacia un lado y me sonríe con complicidad.
—Señorita Katina, se distrae usted con mucha facilidad.
Me echo a reír. Tiene razón.
—Usted es una distracción en muchos sentidos, señorita Volkova.
Veo bailar en sus ojos azules una chispa jocosa.
—La canción que más me gusta del mundo es tu risa, Elena. Dime,¿cuál era tu primera pregunta? —dice suavemente, y creo que se está riendo de mí.
Intento torcer el gesto para expresar mi desagrado, pero me gusta la Cincuenta juguetona… es divertida. Me encantan estas bromas matutinas. Arrugo la frente, intentando recordar mi pregunta.
—Ah, sí. ¿Solo veías a tus sumisas los fines de semana?
—Sí, eso es —contesta, y me mira nerviosa.
Le sonrío.
—Así que nada de sexo entre semana.
Se ríe.
—Ah, ahí querías ir a parar. —Parece vagamente aliviada—. ¿Por qué crees que hago ejercicio todos los días laborables?
Ahora se está riendo claramente de mí, pero no me importa. Soy tan feliz que tengo ganas de abrazarme. Otra primera vez…bueno, varias primeras veces.
—Parece muy satisfecha de sí misma, señorita Katina.
—Lo estoy, señorita Volkova.
—Tienes motivos. —Sonríe—. Ahora cómete el desayuno.
Oh, la dominante Cincuenta… siempre al acecho.
* * *
Estamos en la parte de atrás del Audi, con Igor al volante. Me dejará en el trabajo, y después a Yulia. Sawyer va en el asiento del copiloto.
—¿No dijiste que el hermano de tu compañera de piso llegaba hoy? —pregunta Yulia como sin darle importancia, sin que ni su voz ni su rostro expresen nada.
—¡Oh, Andrey! —exclamo—. Me había olvidado. Oh, Yulia, gracias por recordármelo. Tendré que volver al apartamento.
Le cambia la cara.
—¿A qué hora?
—No sé exactamente a qué hora llegará.
—No quiero que vayas sola a ningún sitio —dice tajante.
—Ya lo sé —musito, y reprimo la tentación de mirar con los ojos en blanco a la señorita Exagerada— ¿Sawyer estará espiando… esto… vigilando hoy?
Miro de reojo y con timidez a Sawyer, y compruebo que tiene la parte de atrás de las orejas teñida de rojo.
—Sí —replica Yulia con una mirada glacial.
—Sería más fácil si fuera conduciendo el Saab —mascullo en tono arisco.
—Sawyer tendrá un coche y podrá llevarte al apartamento, a la hora que sea.
—De acuerdo. Supongo que Andrey se pondrá en contacto conmigo durante el día. Ya te haré saber los planes entonces.
Se me queda mirando, sin decir nada. Ah, ¿en qué estará pensando?
—Vale —acepta—. A ningún sitio sola, ¿entendido? —dice, haciendo un gesto de advertencia con el dedo.
—Sí, cariño —musito.
Aparece un amago de sonrisa en su cara.
—Y quizá deberías usar solo tu BlackBerry… te mandaré los correos ahí. Eso debería evitar que el informático de mi empresa pase una mañana demasiado entretenida, ¿de acuerdo? —dice en tono sardónica.
—Sí, Yulia.
No lo puedo evitar. Le miro con los ojos en blanco, y ella me sonríe maliciosamente.
—Vaya, señorita Katina, me parece que se me está calentando la mano.
—Ah, señorita Volkova, usted siempre tiene la mano caliente. ¿Qué vamos a hacer con eso?
Se ríe, pero entonces se ve interrumpida por su BlackBerry, que debe de estar en silencio, porque no suena. Al ver el identificador de llamada, Yulia frunce el ceño.
—¿Qué pasa? —espeta al teléfono, y luego escucha con atención.
Yo aprovecho la oportunidad para observar sus adorables facciones: su nariz recta, el cabello despeinado que le cae sobre la frente. Su expresión cambia de incrédula a divertida, haciendo que deje de comérmela subrepticiamente con los ojos y preste atención.
—Estás de broma… Vaya… ¿Cuándo te dijo eso? —Yulia se carcajea,casi sin ganas—. No, no te preocupes. Tú no tienes por qué disculparte. Estoy encantada de que haya una explicación lógica. Me parecía una cantidad de dinero ridículamente pequeña… No tengo la menor duda de que tienes en mente un plan creativo y diabólico para vengarte. Pobre Isaac. —Sonríe—. Bien… Adiós.
Cierra el teléfono de golpe y, aunque de pronto su mirada parece cautelosa,curiosamente también se le ve aliviada.
—¿Quién era? —pregunto.
—¿De verdad quieres saberlo? —inquiere en voz baja.
Y esa respuesta me basta para saberlo. Niego con la cabeza y observo por la ventanilla el día gris de Seattle, sintiéndome consternada. ¿Por qué ella es incapaz de dejarla en paz?
—Eh…
Me coge la mano y me besa los nudillos, uno por uno, y de pronto me chupa el meñique, con fuerza. Después me muerde con suavidad.
¡Dios…! Tiene una línea erótica que comunica directamente con mi entrepierna. Jadeo y, nerviosa, miro de reojo a Igor y a Sawyer, y después a Yulia, que tiene los ojos sombríos y me obsequia con una sonrisa prolongada y sensual.
—No te agobies, Elena —murmura—. Ella pertenece al pasado.
Y me planta un beso en el centro de la palma de la mano que me provoca un cosquilleo por todo el cuerpo, y mi enojo momentáneo queda olvidado.
—Buenos días, Lena —saluda Alex mientras me dirijo hacia mi mesa—.Bonito vestido.
Me ruborizo. El vestido forma parte de mi nuevo guardarropa, cortesía de mi novia increíblemente rica. Es un traje sin mangas, de lino azul claro y bastante entallado, que llevo con unas sandalias beige de tacón alto. A Yulia le gustan los
tacones, creo. Sonrío por dentro al pensarlo, pero enseguida recupero una anodina sonrisa profesional destinada a mi jefe.
—Buenos días, Alex.
Inicio mi jornada pidiendo un mensajero para que lleve a imprimir sus folletos. Él asoma la cabeza por la puerta de su despacho.
—Lena, ¿podrías traerme un café, por favor?
—Claro.
Voy hacia la cocina y me encuentro con Claire, la recepcionista, que también está preparando café.
—Hola, Lena —dice alegremente.
—Hola, Claire.
Charlamos un poco sobre la reunión del fin de semana con su numerosa familia, en la cual disfrutó muchísimo, y yo le cuento que salí a navegar con Yulia.
—Tienes una novia de ensueño, Lena —me dice con los ojos brillantes.
Estoy tentada de mirarla con expresión maravillada.
—No está mal.
Sonrío, y ambas nos echamos a reír.
—¡Cuánto has tardado! —me increpa Alex cuando llego.
¡Oh!
—Lo siento.
Me ruborizo y luego tuerzo el gesto. He tardado lo normal. ¿Qué le pasa? A lo mejor está nervioso por algo.
Él mueve la cabeza, arrepentido.
—Perdona, Lena. No pretendía gritarte, cielo.
¿Cielo?
—En dirección se está tramando algo y no sé qué es. Estate atenta, ¿vale? Si oyes algo por ahí… sé que las chicas habláis entre vosotras.
Me sonríe con aire cómplice y siento unas ligeras náuseas. No tiene ni idea de qué hablamos las «chicas». Además, yo ya sé lo que está pasando.
—Me lo harás saber, ¿verdad?
—Claro —digo entre dientes—. He mandado a imprimir el folleto. Estará listo a las dos en punto.
—Estupendo. Toma. —Me entrega un montón de manuscritos—. Necesito una sinopsis del primer capítulo de todos estos, y luego archívalos.
—Me pondré a ello.
Me siento aliviada al salir de su despacho y ocupar mi mesa. Ah, no me resulta nada fácil disponer de información confidencial. ¿Qué hará Alex cuando se entere? Se me hiela la sangre. Algo me dice que se enfadará bastante. Echo un vistazo a mi BlackBerry y sonrío. Hay un e—mail de Yulia.
De: Yulia Volkova
Fecha: 14 de junio de 2011 09:23
Para: Lena Katina
Asunto: Amanecer
Me encanta despertarme contigo por la mañana.
Yulia Volkova
Total y absolutamente enamorada presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
Tengo la sensación de que la sonrisa que aparece en mi cara la parte en dos.
De: Lena Katina
Fecha: 14 de junio de 2011 09:35
Para: Yulia Volkova
Asunto: Anochecer
Querida total y absolutamente enamorada:
A mí también me encanta despertarme contigo. Aunque yo adoro estar contigo en la cama y en los ascensores y encima de los pianos y en mesas de billar y en barcos y escritorios y duchas y bañeras y atada a extrañas cruces de madera y en inmensas camas de cuatro postes con sábanas de satén rojo y en casitas de
embarcaderos y en dormitorios de infancia.
Tuya
Loca por el sexo e insaciable xx
De: Yulia Volkova
Fecha: 14 de junio de 2011 09:37
Para: Lena Katina
Asunto: Hardware húmedo
Querida loca por el sexo e insaciable:
Acabo de espurrear el café encima de mi teclado.
Creo que nunca me había pasado algo así.
Admiro a una mujer que se entusiasma tanto por la geografía.
¿Debo deducir que solo me quiere por mi cuerpo?
Yulia Volkova
Total y absolutamente escandalizada presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
De: Lena Katina
Fecha: 14 de junio de 2011 09:42
Para: Yulia Volkova
Asunto: Riendo como una tonta… y húmeda también
Querida total y absolutamente escandalizada:
Siempre.
Tengo que trabajar.
Deja de molestarme.
LS amp;I xx
De: Yulia Volkova
Fecha: 14 de junio de 2011 09:50
Para: Anastasia Steele
Asunto: ¿He de hacerlo?
Querida LS amp;I:
Como siempre, sus deseos son órdenes para mí.
Me encanta que estés húmeda y riendo como una tonta.
Hasta luego, nena.
x
Yulia Volkova
Total y absolutamente enamorada, escandalizada y embrujada presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
Dejo la BlackBerry y me pongo a trabajar.
A la hora del almuerzo, Alex me pide que vaya a comprarle algo de comer.
En cuanto salgo de su despacho, llamo a Yulia.
—Elena —contesta inmediatamente con voz cariñosa y acariciante.
¿Cómo consigue esta mujer que me derrita por teléfono?
—Yulia, Alex me ha pedido que vaya a comprarle la comida.
—Cabrón holgazán —maldice.
No le hago caso, y continúo:
—Así que voy a comprarla. Quizá sería más práctico que me dieras el teléfono de Sawyer, y así no tendría que molestarte.
—No es ninguna molestia, nena.
—¿Estás sola?
—No. Aquí hay seis personas que me miran atónitas preguntándose con quién demonios estoy hablando.
Oh, no…
—¿De verdad? —musito aterrada.
—Sí. De verdad. Mi novia —informa, apartándose del teléfono.
¡Madre mia!
—Seguramente todos creían que eras hetero, ¿sabes?
Se ríe.
—Sí, seguramente.
Puedo percibir su sonrisa.
—Esto… tengo que colgar.
Estoy segura de que nota cuánto me avergüenza interrumpirle.
—Se lo comunicaré a Sawyer. —Vuelve a reírse—. ¿Has sabido algo de tu amigo?
—Todavía no. Será usted la primera en enterarse, señorita Volkova.
—Bien. Hasta luego, nena.
—Adiós, Yulia.
Sonrío. Cada vez que dice eso, me hace sonreír… tan impropio de
Cincuenta, pero en cierto modo, también tan de ella.
Cuando salgo al cabo de pocos segundos, Sawyer ya me está esperando en la puerta del edificio.
—Señorita Katina—me saluda muy formal.
—Sawyer —asiento a modo de respuesta, y nos encaminamos juntos hacia la tienda.
Con Sawyer no me siento tan cómoda como con Igor. Él sigue vigilando la calle mientras caminamos por la acera. De hecho, consigue ponerme más nerviosa, y también yo acabo haciendo lo mismo.
¿Está Leila rondando por aquí cerca? ¿O nos hemos contagiado todos de la paranoia de Yulia? ¿Forma parte esto de sus cincuenta sombras? Lo que daría por tener una inocente conversación de media hora con el doctor Flynn para averiguarlo.
No se ve nada raro, solo Seattle a la hora del almuerzo: gente que sale a comer con prisas, que va de compras o a reunirse con amigos. Veo a dos mujeres jóvenes que se abrazan al encontrarse.
Echo de menos a Nastya. Solo hace dos semanas que se fue de vacaciones,pero me parecen las dos semanas más largas de mi vida. Han pasado tantas cosas…
Nastya no me creerá cuando se lo cuente. Bueno, se lo contaré parcialmente, una versión sujeta a un acuerdo de confidencialidad. Frunzo el ceño. Tengo que hablar con Yulia de eso. ¿Cómo reaccionaría Nastya si se enterase? Palidezco al pensarlo. Tal
vez regrese con Andrey. Esa posibilidad me hace temblar de emoción, pero no lo creo probable. Seguramente se quedará en Barbados con Dimitri.
—¿Dónde se pone cuando está esperando y vigilando en la calle? —le pregunto a Sawyer mientras hacemos cola para la comida.
Está situado delante de mí, de cara a la puerta, controlando continuamente la calle y a todo el que entra. Resulta inquietante.
—Me siento en la cafetería que hay al otro lado de la calle, señorita Katina.
—¿No es muy aburrido?
—Para mí no, señora. Es a lo que me dedico —dice con frialdad.
Me sonrojo.
—Perdone, no pretendía…
Al ver su expresión amable y comprensiva, me quedo sin palabras.
—Por favor, señorita Katina. Mi trabajo es protegerla. Y eso es lo que hago.
—¿Ni rastro de Leila, entonces?
—No, señora.
Frunzo el ceño.
—¿Cómo sabe qué aspecto tiene?
—He visto una fotografía suya.
—Ah, ¿la lleva encima?
—No, señora. —Se da un golpecito en la cabeza—. La guardo en la memoria.
Pues claro. La verdad es que me gustaría mucho examinar bien una fotografía de Leila para ver cómo era antes de convertirse en la Chica Fantasma. Me pregunto si Yulia me dejaría tener una copia. Sí, seguramente sí… por mi seguridad. Urdo un plan, y mi subconsciente se relame y asiente entusiasmada.
* * *
Los folletos llegan a la oficina, y me alivia ver que han quedado muy bien.
Llevo uno al despacho de Alex. Se le ilumina la mirada: no sé si es por mí o por el folleto. Opto por creer que se trata de esto último.
—Están muy bien, Lena. —Lo hojea tranquilamente—. Sí, buen trabajo. ¿Vas a ver a tu novia esta noche?
Tuerce el labio al decir «novio».
—Sí. Vivimos juntas.
Es una verdad a medias. Bueno, en este momento sí es cierto, así que no es más que una mentira inocente. Espero que con eso baste para disuadirle.
—¿Se molestaría si fueras conmigo a tomar una copa rápida esta noche? Para celebrar todo el trabajo que has hecho.
—Tengo un amigo que vuelve a la ciudad esta noche, y saldremos todos a cenar.
Y estaré ocupada todas las noches, Alex.
—Ya veo. —Suspira, exasperado—. ¿Quizá cuando vuelva de Nueva York,entonces?
Levanta las cejas, expectante, y se le enturbia la mirada de forma sugerente.
Oh, no… Esbozo una sonrisa evasiva y reprimo un estremecimiento.
—¿Te apetece un café o un té? —pregunto.
—Café, por favor —dice en voz baja y ronca, como si estuviera pidiendo otra cosa.
Maldita sea. Ahora me doy cuenta de que no piensa rendirse. Oh… ¿qué hago?
Cuando salgo de su despacho respiro hondo, ya mucho más tranquila. Alex me pone muy tensa. Yulia no se equivoca con él, y en parte me molesta que tenga razón.
Me siento a mi mesa y suena mi BlackBerry: un número que no reconozco.
—Lena Katina.
—¡Hola, Katina!
El alegre tono de Andrey me coge momentáneamente desprevenida.
—¡Andrey! —casi grito de alegría—. ¿Cómo estás?
—Encantado de haber vuelto. Estaba francamente harto de sol y de ponches de ron, y de mi hermana pequeña perdidamente enamorada de ese tipo tan importante.Ha sido infernal, Lena.
—¡Ya! Mar, arena, sol y ponches de ron recuerda mucho al «Infierno» de Dante —contesto entre risas—. ¿Dónde estás?
—En el aeropuerto, esperando a que salga mi maleta. ¿Qué estás haciendo tú?
—Estoy en el trabajo. Sí, tengo un trabajo remunerado —replico ante su exclamación de asombro—. ¿Quieres venir a buscar las llaves? Luego podemos vernos en el apartamento.
—Me parece estupendo. Nos vemos dentro de cuarenta y cinco minutos, una hora como mucho. ¿Me das la dirección?
Le doy la dirección de SIP.
—Nos vemos ahora, Andrey.
—Hasta luego, nena —dice, y cuelga.
¿Qué? ¿Andrey también? ¡No! Y caigo en la cuenta de que acaba de pasar una semana con Dimitri. Rápidamente le escribo un correo electrónico a Yulia.
De: Lena Katina
Fecha: 14 de junio de 2011 14:55
Para: Yulia Volkova
Asunto: Visitas procedentes de climas soleados
Queridísima total y absolutamente EEE:
Andrey ha vuelto, y va a venir a buscar las llaves del apartamento.
Me gustaría mucho comprobar que está bien instalado.
¿Por qué no me recoges después del trabajo? ¿Podríamos ir al
apartamento y después salir TODOS a cenar algo?
¿Invito yo?
Tuya
Lena x
Aún LS amp;I
Lena Katina
Ayudante de Alexandr Popov editor de SIP
De: Yulia Volkova
Fecha: 14 de junio de 2011 15:05
Para: Lena Katina
Asunto: Cenar fuera
Apruebo tu plan. ¡Menos lo de que pagues tú!
Invito yo.
Te recogeré a las seis en punto.
x
P.D.: ¡¡¡Por qué no utilizas tu BlackBerry!!!
Yulia Volkova
Total y absolutamente enfadada presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
De: Lena Katina
Fecha: 14 de junio de 2011 15:11
Para: Yulia Volkova
Asunto: Mandona
Bah, no seas tan ruda ni te enfades tanto.
Todo está en clave.
Nos vemos a las seis en punto.
Lena x
Lena Katina
Ayudante de Alexandr Popov, editor de SIP
De: Yulia Volkova
Fecha: 14 de junio de 2011 15:18
Para: Lena Katina
Asunto: Mujer exasperante
¡Ruda y enfadada!
Ya te daré yo ruda y enfadada.
Y tengo muchas ganas.
Yulia Volkova
Total y absolutamente más enfadada pero sonriendo por alguna razón desconocida, presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
De: Lena Katina
Fecha: 14 de junio de 2011 15:23
Para: Yulia Volkova
Asunto: Promesas, promesas
Adelante, señorita Volkova
Yo también tengo muchas ganas. ;D
Lena x
Lena Katina
Ayudante de Alexandr Popov, editor de SIP
No contesta, pero tampoco espero que lo haga. La imagino quejándose de las señales contradictorias, y al pensarlo sonrío. Fantaseo un momento sobre lo que puede hacerme, pero acabo revolviéndome en la silla. Mi subconsciente me mira con aire reprobatorio por encima de sus gafas de media luna: Sigue trabajando.
Al cabo de un momento, suena el teléfono de mi mesa. Es Claire, de recepción.
—Aquí hay un chico muy mono que viene a verte. Tenemos que salir juntas de copas algún día, Lena. Seguro que tú conoces a muchos tíos buenos —sisea a través del auricular en tono cómplice.
¡Andrey! Cojo las llaves de mi bolso, y corro al vestíbulo.
Madre mía… Cabello rubio tostado por el sol, bronceado espectacular y unos ojos almendrados que me miran resplandecientes desde el sofá de piel verde. En cuanto me ve, Andrey se pone de pie y viene hacia mí con la boca abierta.
—Uau, Lena. —Me mira con el ceño fruncido mientras se inclina para darme un abrazo.
—Estás estupendo —le digo sonriendo.
—Tú estás… vaya… diferente. Más moderna y sofisticada. ¿Qué ha pasado? ¿Te has cambiado el peinado? ¿La ropa? ¡No sé, Katina, pero estás muy atractiva!
Siento que me arden las mejillas.
—Oh, Andrey. Es solo la ropa que llevo para trabajar —le regaño medio en broma.
Claire, que nos está mirando desde su mostrador, arquea una ceja y sonríe con ironía.
—¿Qué tal por Barbados?
—Divertido.
—¿Cuándo vuelve Nastya?
—Ella y Dimitri vuelven el viernes. Parece que van bastante en serio —dice Dimitri, alzando la mirada al cielo.
—La he echado de menos.
—¿Sí? ¿Cómo te ha ido con la magnate?
—¿La magnate? —Suelto una risita—. Bueno, está siendo interesante. Esta noche nos invita a cenar.
—Genial.
Andrey parece sinceramente encantado. ¡Uf!
—Toma. —Le entrego las llaves—. ¿Tienes la dirección?
—Sí. Hasta luego, nena. —Se agacha y me besa en la mejilla.
—¿Eso lo dice Dimitri?
—Sí, por lo visto se pega.
—Pues sí. Hasta luego.
Le sonrío y él recoge la enorme bolsa que ha dejado junto al sofá verde y sale del edificio.
Cuando me doy la vuelta, Alex me está mirando desde el otro extremo del vestíbulo, con expresión inescrutable. Yo le sonrío, radiante, y me dirijo de vuelta a mi mesa, consciente en todo momento de que no me quita la vista de encima. Está empezando a crisparme los nervios. ¿Qué hago? No tengo ni idea. Tendré que esperar a que vuelva Nastya. A ella se le ocurrirá algún plan. Pensar eso disipa mi inquietud, y cojo el siguiente manuscrito.
* * *
A las seis menos cinco, suena el teléfono de mi mesa. Es Yulia.
—Ha llegado la malhumorada Ruda y Enfadada —dice, y sonrío.
Cincuenta sigue juguetona. La diosa que llevo dentro aplaude, feliz como una cría.
—Bien, aquí Loca por el Sexo e Insaciable. Deduzco que ya estás fuera —digo.
—Efectivamente, señorita Katina. Tengo ganas de verla —dice en tono cálido y seductor, y mi corazón empieza a brincar, frenético.
—Lo mismo digo, señorita Volkova. Ahora salgo.
Cuelgo.
Apago el ordenador y cojo el bolso y mi chaqueta beige.
—Me voy, Alex —le aviso.
—Muy bien, Lena. ¡Gracias por lo de hoy! Que lo pases bien.
—Tú también.
¿Por qué no puede ser así siempre? No le entiendo.
El Audi está aparcado junto al bordillo, y cuando me acerco Yulia baja del coche. Se ha quitado la americana, y lleva esos pantalones grises que le sientan tan bien, mis favoritos. ¿Cómo puede ser para mí esta diosa griega? Y me encuentro sonriendo como una idiota ante su sonrisita tonta.
Lleva todo el día comportándose como una novia enamorada… enamorada de mí. Esta mujer adorable, compleja e imperfecta está enamorada de mí, y yo de ella.
De pronto siento en mi interior un gran estallido de júbilo, y saboreo este fugaz momento en el que me siento capaz de conquistar el mundo.
—Señorita Katina, está usted tan fascinante como esta mañana.
Yulia me atrae hacia ella y me besa intensamente.
—Usted también, señorita Volkova.
—Vamos a buscar a tu amigo.
Me sonríe y me abre la puerta del coche.
Mientras Igor nos lleva hacia el apartamento, Yulia me habla del día que ha tenido, mucho mejor que el de ayer, por lo visto. La miro arrobada mientras intenta explicarme el enorme paso adelante que ha dado el departamento de ciencias medioambientales de la WSU en Vancouver. Apenas comprendo el significado de sus palabras, pero me cautivan su pasión y su interés por ese tema. Quizá así es como será nuestra relación: habrá días malos y días buenos, y si los buenos son como este, no pienso tener ninguna queja. Me entrega una hoja.
—Estas son las horas que Claude tiene libres esta semana —dice.
¡Ah! El preparador.
Cuando nos acercamos al edificio de mi apartamento, saca su BlackBerry del bolsillo.
—Volkova—contesta—. ¿Qué pasa, Ros?
Escucha atentamente, y veo que la conversación será larga.
—Voy a buscar a Andrey. Serán dos minutos —articulo en silencio,levantando dos dedos.
Ella asiente; es obvio que está muy enfrascada en la conversación. Igor me abre la puerta con una sonrisa afable. Yo le correspondo; incluso Igor lo nota. Pulso el timbre del interfono y grito alegremente:
—Hola, Andrey, soy yo. Ábreme.
La puerta se abre con un zumbido y subo las escaleras hasta el apartamento.
Caigo en la cuenta de que no he estado aquí desde el sábado por la mañana. Parece que haya pasado mucho más tiempo. Andrey me ha dejado la puerta abierta. Entro y, no sé por qué, pero en cuanto estoy dentro me quedo paralizada instintivamente. Tardo un momento en darme cuenta de que es porque hay una persona pálida y triste de pie junto a la encimera de la isla de la cocina, sosteniendo un pequeño revólver: es Leila, que me observa impasible.
VIVALENZ28- Mensajes : 921
Fecha de inscripción : 04/08/2014
Re: 50 SOMBRAS MÁS OSCURAS// ADAPTACIÓN
¿Y lo dejas ahí?
Muy genial todo, me gusta esa Yulia y esa Lena que ya va dejando ser a su libido xD
Quedo en espera de la próxima entrega
Muy genial todo, me gusta esa Yulia y esa Lena que ya va dejando ser a su libido xD
Quedo en espera de la próxima entrega
SandyQueen- Mensajes : 184
Fecha de inscripción : 28/02/2016
Edad : 35
Localización : Mexico
Re: 50 SOMBRAS MÁS OSCURAS// ADAPTACIÓN
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Dios santo…
Está ahí, mirándome con semblante inexpresivo e inquietante, y con una pistola en la mano. Mi subconsciente es víctima de un desmayo letal, del que no creo que despierte ni aspirando sales.
Parpadeo repetidamente mirando a Leila, mientras mi mente no para de dar vueltas frenéticamente. ¿Cómo ha entrado? ¿Dónde está Andrey? ¡Por Dios…! ¿Dónde está Andrey?
El miedo creciente y helador que atenaza mi corazón se convierte en terror,y se me erizan todos y cada uno de los folículos del cuero cabelludo. ¿Y si le ha hecho daño? Mi respiración empieza a acelerarse y la adrenalina y un pánico paralizante invaden todo mi cuerpo. Mantén la calma, mantén la calma… repito mentalmente como un mantra una y otra vez.
Ella ladea la cabeza y me mira como si fuera un fenómeno de barraca de feria. Pero aquí el fenómeno no soy yo.
Siento que he tardado un millón de años en procesar todo esto, cuando en realidad ha transcurrido apenas una fracción de segundo. El semblante de Leila sigue totalmente inexpresivo, y su aspecto tan desaliñado y enfermizo como siempre. Sigue llevando esa gabardina mugrienta, y parece necesitar desesperadamente una ducha.
Tiene el pelo grasiento y lacio pegado a la cabeza, y sus ojos castaños se ven apagados, turbios y vagamente confusos
Pese a tener la boca absolutamente seca, intento hablar.
—Hola… ¿Leila, verdad? —alcanzo a decir.
Ella sonríe, pero no es una sonrisa auténtica; sus labios se curvan de un modo desagradable.
—Ella habla —susurra, y su voz es un sonido fantasmagórico, suave y ronco a la vez.
—Sí, hablo —le digo con dulzura, como si me dirigiera a una niña—.
¿Estás sola aquí? ¿Dónde está Andrey?
Cuando pienso que puede haber sufrido algún daño, se me desboca el corazón.
A ella se le demuda la cara de tal modo que creo que está a punto de echarse a llorar… parece tan desvalida.
—Sola —susurra—. Sola.
Y la profundidad de la tristeza que contiene esa única palabra me desgarra el alma. ¿Qué quiere decir? ¿Yo estoy sola? ¿Está ella sola? ¿Está sola porque le ha hecho daño a Andrey? Oh… no… tengo que combatir el llanto inminente y el miedo asfixiante que me oprimen la garganta.
—¿Qué estás haciendo aquí? ¿Puedo ayudarte?
Pese al sofocante ahogo que siento, mis palabras logran conformar un discurso atento, sereno y amable. Ella frunce el ceño como si mis preguntas la aturdieran por completo. Pero no emprende ninguna acción violenta contra mí. Sigue sosteniendo la pistola con gesto relajado. Yo no hago caso de la opresión que siento en
el cerebro e intento otra táctica.
—¿Te apetece un poco de té?
¿Por qué le estoy preguntando si quiere té? Esa es la respuesta de Sergey ante cualquier situación de crisis emocional, y me surge ahora en un momento totalmente inapropiado. Dios… le daría un ataque si me viera ahora mismo. Él ya habría echado mano de su preparación militar y a estas alturas ya la habría desarmado. De hecho, no me está apuntando con la pistola. A lo mejor puedo acercarme. Leila mueve lentamente la cabeza de un lado a otro, como si destensara el cuello.
Inspiro una preciada bocanada de aire para tratar de calmar el pánico que me dificulta la respiración, y me acerco hasta la encimera de la isla de la cocina. Ella tuerce el gesto, como si no entendiera del todo qué estoy haciendo, y se desplaza un
poco para seguir plantada frente a mí. Cojo el hervidor con una mano temblorosa y lo lleno bajo el grifo. Conforme me voy moviendo, mi respiración se va normalizando. Sí,si ella quisiera matarme, seguramente ya me habría disparado. Me mira perpleja, con una curiosidad ausente. Mientras enciendo el interruptor de la tetera, no puedo dejar de pensar en Andrey. ¿Estará herido? ¿Atado?
—¿Hay alguien más en el apartamento? —pregunto con cautela.
Ella inclina la cabeza hacia un lado y, con la mano derecha la que no sostiene el revólver, coge un mechón de su melena grasienta y empieza a juguetear con él, a darle vueltas y a enrollarlo. Resulta evidente que es algo que hace cuando está nerviosa, y al fijarme en ese detalle, me impresiona nuevamente cuánto se parece a mí. Mi ansiedad está llegando a un nivel que casi me resulta insoportable, y espero su respuesta con la respiración contenida.
—Sola. Completamente sola —murmura.
Eso me tranquiliza. Quizá Andrey no esté aquí. Esa sensación de alivio me da fuerzas.
—¿Estás segura de que no quieres té ni café?
—No tengo sed —contesta en voz baja, y da un paso cauteloso hacia mí.
Mi sensación de fortaleza se evapora. ¡Dios…! Empiezo a jadear otra vez de miedo, sintiendo cómo circula de nuevo, denso y tempestuoso, por mis venas. A pesar de eso, y haciendo acopio de todo mi valor, me doy la vuelta y saco un par de tazas del armario.
—¿Qué tienes tú que yo no tenga? —pregunta, y su voz tiene la entonación cantarina de una niña pequeña.
—¿A qué te refieres, Leila? —pregunto con toda la amabilidad de la que soy capaz.
—La Ama, la señorita Volkova, permite que la llames por su nombre.
—Yo no soy su sumisa, Leila. Esto… la Ama entiende que yo soy incapaz e inadecuada para cumplir ese papel.
Ella inclina la cabeza hacia el otro lado. Es un gesto de lo más inquietante y antinatural.
—Ina…de…cuada. —Experimenta la palabra, la dice en voz alta, tratando de saber qué sensación le produce en la lengua—. Pero la Ama es feliz. Yo la he visto.Ríe y sonríe. Esas reacciones son raras… muy raras en ella.
Oh.
—Tú te pareces a mí. —Leila cambia de actitud, cogiéndome por sorpresa, y creo que por primera vez fija realmente sus ojos en mí—. La Ama le gustan obedientes y que se parezcan a ti y a mí. Las demás, todas lo mismo… todas lo mismo… y sin embargo tú duermes en su cama. Yo te vi.
¡Oh, no! Ella estaba en la habitación. No eran imaginaciones mías.
—¿Tú me viste en su cama? —susurro.
—Yo nunca dormí en la cama de la Ama —murmura.
Es como un espectro etéreo, perdido. Como una persona a medias. Parece tan leve y frágil, y a pesar de llevar un arma, de pronto siento una abrumadora compasión por ella. Ahora sujeta la pistola con las dos manos, y yo abro tanto los ojos que amenazan con salírseme de las órbitas.
—¿Por qué a la Ama le gustamos así? Eso me hace pensar que… que… la Ama es oscura… la Ama es una mujer oscura, pero yo la quiero.
No, no lo es, grito en mi fuero interno. Ella no es oscura. Ella es una mujer buena, y no está sumida en la oscuridad. Está conmigo, a plena luz. Y ahora ella está aquí, intentando arrastrarle de vuelta a las sombras con la retorcida idea de que le quiere.
—Leila, ¿quieres darme la pistola? —pregunto con suavidad.
Sus manos la aferran con más fuerza, y se lleva la pistola al pecho.
—Esto es mío. Es lo único que me queda. —Acaricia el arma con
delicadeza—. Así ella podrá reunirse con su amor.
¡Santo Dios! ¿Qué amor… Yulia? Siento como si me hubiera dado un puñetazo en el estómago. Sé que ella aparecerá en cualquier momento para averiguar por qué estoy tardando tanto. ¿Tiene la intención de dispararle? La idea es tan terrorífica que se me forma un enorme nudo en la garganta. Se hincha y me duele, y casi me ahoga,al igual que el miedo que se acumula y me oprime el estómago.
Justo en ese momento, la puerta se abre de golpe y Yulia aparece en el umbral, seguido de Igor .
Los ojos de Yulia se fijan en mí durante un par de segundos, me
observan de la cabeza a los pies, y detecto un centelleo de alivio en su mirada. Pero ese alivio desaparece en cuanto clava la vista en Leila y se queda inmóvil, centrada en ella, sin vacilar lo más mínimo. La observa con una intensidad que yo no había visto nunca, con ojos salvajes, enormes, airados y asustados.
Oh, no… oh, no.
Leila abre mucho los ojos y por un momento parece que recobra la cordura.
Parpadea varias veces y sujeta el arma con más fuerza.
Contengo el aliento, y mi corazón empieza a palpitar con tanta fuerza que oigo la sangre bombeando en mis oídos. ¡No, no, no!
Mi mundo se sostiene precariamente en manos de esta pobre mujer
destrozada. ¿Disparará? ¿A las dos? ¿Solo a Yulia? Es una idea atroz.
Pero después de una eternidad, durante la cual el tiempo queda en suspenso a nuestro alrededor, ella agacha un poco la cabeza y alza la mirada hacia ella a través de sus largas pestañas con expresión contrita.
Yulia levanta la mano para indicarle a Igor que no se mueva. El
rostro lívido de este revela su furia. Nunca le había visto así, pero se mantiene inmóvil mientras Yulia y Leila se miran la una a la otra.
Me doy cuenta de que estoy conteniendo la respiración. ¿Qué hará ella?
¿Qué hará Yulia? Pero se limitan a seguir mirándose. Yulia tiene una expresión cruda,cargada de una emoción que desconozco. Puede ser lástima, miedo, afecto… ¿o es amor? ¡No, por favor… amor, no!
Ella la fulmina con la mirada, y con una lentitud agónica, la atmósfera del apartamento cambia. La tensión ha aumentado de tal manera que percibo su conexión,la electricidad que hay entre ambas.
¡No! De repente siento que yo soy la intrusa, la que interfiere entre ellas,que siguen mirándose fijamente. Yo soy una advenediza, una voyeur que espía una escena íntima y prohibida detrás de unas cortinas corridas.
El brillo que arde en la mirada de Yulia se intensifica y su porte cambia sutilmente. Parece más alta, y sus rasgos como más angulosos, más frío, más distante.
Reconozco esa pose. La he visto así antes… en su cuarto de juegos.
De nuevo se me eriza todo el vello. Esta es la Yulia dominante, y parece muy a gusto en su papel. No sé si es algo innato o aprendido, pero, con el corazón encogido y el estómago revuelto, veo cómo responde Leila. Separa los labios, se le acelera la respiración y, por primera vez, el rubor tiñe sus mejillas. ¡No! Es angustioso presenciar esa visión fugaz del pasado de Yulia.
Finalmente, ella articula una palabra en silencio. No sé cuál es, pero tiene un efecto inmediato en Leila. Ella cae de rodillas al suelo, con la cabeza gacha, y sus manos sueltan la pistola, que golpea con un ruido sordo el suelo de madera. Dios santo…
Yulia se acerca tranquilamente a donde ha caído el arma, se inclina con agilidad para recogerla, y luego se la mete en el bolsillo de la americana. Mira una vez más a Leila, que sigue dócilmente arrodillada junto a la encimera de la isla.
—Elena, ve con Igor—ordena.
Igorcruza el umbral y se me queda mirando.
—Andrey —susurro.
—Abajo —contesta expeditivo, sin apartar los ojos de Leila.
Abajo. No aquí. Andrey está bien. Un fuerte estremecimiento de alivio me recorre todo el cuerpo, y por un momento creo que voy a desmayarme.
—Elena…
En la voz de Yulia hay un deje de advertencia.
La miro, y de pronto soy incapaz de moverme. No quiero dejarla… dejarla con ella. Ella se coloca al lado de Leila, que permanece arrodillada a sus pies. Se cierne sobre ella, la protege. Ella está tan quieta… es antinatural. No puedo dejar de mirarlas a las dos… juntas…
—Por el amor de Dios, Elena, ¿por una vez en tu vida puedes hacer lo que te dicen y marcharte?
Con una voz fría como un témpano de hielo, Yulia me fulmina con la
mirada y frunce el ceño. Tras la calma deliberada con que pronuncia esas palabras, se oculta una furia palpable.
¿Furiosa conmigo? Dios, no. ¡Por favor… no! Me siento como si me
hubiera dado un bofetón. ¿Por qué quiere quedarse con ella?
—Igor. Lleva a la señorita Katina abajo. Ahora.
Igor asiente y yo miro a Yulia.
—¿Por qué? —susurro.
—Vete. Vuelve al apartamento. —La frialdad de sus ojos me fulmina—.Necesito estar a solas con Leila —dice en tono apremiante.
Creo que intenta transmitir una especie de mensaje, pero estoy tan alterada por todo lo sucedido que no estoy segura. Observo a Leila y veo aparecer una levísima sonrisa en sus labios, pero aparte de eso sigue totalmente impasible. Una sumisa total.
¡Santo Dios! Se me hiela el corazón.
Esto es lo que ella necesita. Esto es lo que le gusta. ¡No…! Siento unas terribles ganas de llorar.
—Señorita Katina. Lena…
Igor me tiende la mano, suplicándome que vaya con él. Yo estoy
inmovilizada por el terrorífico espectáculo que tengo ante mí. Esto confirma mis peores temores y acrecienta todas mis inseguridades. Yulia y Leila juntas… la Ama y su sumisa.
—Igor—insiste Yulia, e Igor se inclina y me coge en volandas.
Lo último que veo es a Yulia acariciándole la cabeza a Leila con ternura, mientras le dice algo en voz baja.
¡No!
Mientras Igor me lleva escaleras abajo, yaciendo inerte en sus brazos,intento asimilar lo que ha pasado en los últimos diez minutos… ¿O han sido más? ¿O menos? He perdido la noción del tiempo.
Yulia y Leila, Leila y Yulia… ¿juntas? ¿Qué está haciendo con ella
ahora?
—¡Joder, Lena! ¿Qué coño está pasando?
Me siento aliviada al ver a Andrey, caminando nerviosamente arriba y abajo por el vestíbulo, todavía cargado con su enorme bolsa. ¡Oh, gracias a Dios que está bien! Cuando Igor me deja en el suelo, prácticamente me abalanzo sobre él,rodeándole el cuello con los brazos.
—Andrey. ¡Oh, gracias a Dios!
Le abrazo muy fuerte. Estaba tan preocupada que, por un momento, obtengo cierto respiro del pánico creciente que siento respecto a lo que está ocurriendo arriba en mi apartamento.
—¿Qué coño está pasando, Lena? ¿Quién es este tío?
—Oh, perdona, Andrey. Este es Igor. Trabaja para Yulia. Igor, este
es Andrey, el hermano de mi compañera de piso.
Se saludan con un leve movimiento de cabeza.
—Lena, ¿qué está pasando ahí arriba? Estaba buscando las llaves del apartamento cuando esos tíos aparecieron de la nada y me las quitaron. Entre ellos Yulia…
Andrey se queda sin palabras.
—Llegaste tarde… Gracias a Dios.
—Sí. Me encontré con un amigo de Pullman… y nos tomamos una copa rápida. ¿Qué está pasando ahí arriba?
—Hay una chica, una ex de Yulia. En nuestro apartamento. Se ha vuelto loca, y Yulia está…
Se me quiebra la voz, y se me llenan los ojos de lágrimas.
—Eh… —susurra Andrey y me abraza con fuerza—. ¿Alguien ha llamado a la policía?
—No, no se trata de eso.
Sollozo pegada a su pecho y, en cuanto empiezo, ya no puedo parar de llorar, las lágrimas liberando toda la tensión de este último episodio. Andrey me abraza más fuerte, pero noto que está desconcertado.
—Venga, Lena, vamos a tomar una copa.
Me da unas palmaditas en la espalda con cierta incomodidad. De repente,yo también me siento incómoda, y avergonzada, y lo que realmente quiero es estar sola.
Pero asiento y acepto su oferta. Quiero alejarme de aquí, alejarme de lo que sea que esté pasando arriba.
Me vuelvo hacia Igor.
—¿Habíais registrado el apartamento? —le pregunto llorosa, limpiándome la nariz con el dorso de la mano.
—A primera hora de la tarde. —Igor se encoge de hombros a modo de disculpa y me ofrece un pañuelo. Parece destrozado—. Lo siento, Lena —murmura.
Frunzo el ceño. Pobre… se le ve que se siente muy culpable. No quiero hacer que se sienta aún peor.
—Al parecer tiene una extraordinaria capacidad para eludirnos —añade, y vuelve a torcer el gesto.
—Andrey y yo nos vamos a tomar una copa rápida y después volveremos al Escala.
Me seco los ojos.
Igor se apoya en un pie y luego en otro, visiblemente nervioso.
—La señorita Volkova quería que volviera directamente al apartamento —dice en voz baja.
—Bueno, pero ahora ya sabemos dónde está Leila. —No puedo evitar que mi voz revele un deje de amargura—. Así que ya no necesitamos tantas medidas de seguridad. Dile a Yulia que nos veremos luego.
Igor abre la boca para hablar, pero vuelve a cerrarla prudentemente.
—¿Quieres dejarle la bolsa a Igor? —le pregunto a Andrey.
—No. Me la llevo, gracias.
Andrey se despide de Igor con un movimiento de cabeza y después me acompaña fuera. Y entonces me acuerdo, demasiado tarde, de que me he dejado el bolso en el asiento de atrás del Audi. No llevo nada encima.
—Mi bolso…
—No te preocupes —murmura Andrey, su rostro expresando una gran preocupación—. No pasa nada, pago yo.
* * *
Escogemos un bar situado en la acera de enfrente y nos sentamos en unos taburetes de madera junto a la ventana. Quiero ver lo que pasa: quién entra y, sobre todo, quién sale. Andrey me pasa una botella de cerveza.
—¿Problemas con una ex? —pregunta en tono afable.
—Es un poco más complicado que eso —musito, adoptando repentinamente una actitud más reservada.
No puedo hablar de esto: he firmado un acuerdo de confidencialidad. Y,por primera vez, lo lamento realmente. Además, Yulia no ha dicho nada de rescindirlo.
—Tengo tiempo —dice Andrey muy atento, y toma un buen trago de cerveza.
—Ella es una ex de Yulia, de hace varios años. Abandonó a su marido por otro tipo. Y al cabo de un par de semanas o así, ese tipo murió en un accidente de coche. Y ahora ha vuelto para perseguir a Yulia.
Me encojo de hombros. Ya está, no he revelado demasiado.
—¿Perseguir a Yulia?
—Tenía una pistola.
—¡Hostia!
—De hecho no amenazó a nadie con ella. Creo que pretendía dispararse a sí misma. Pero por eso yo estaba tan preocupada por ti. No sabía si estabas en el apartamento.
—Ya. Por lo que dices, esa mujer no está bien.
—No, no está bien.
—¿Y ahora qué está haciendo Yulia con ella?
Palidezco de golpe y noto que la bilis me sube a la garganta.
—No lo sé —susurro.
Andrey abre los ojos como platos… por fin lo ha entendido.
Esto es lo que me angustia. ¿Qué diablos están haciendo? Hablar, espero.
Solo hablar. Pero lo único que visualizo mentalmente es su mano, acariciando tiernamente el pelo de ella.
Leila está trastornada y ella se preocupa por ella; eso es todo, intento racionalizar. Pero, en el fondo de mi mente, mi subconsciente mueve la cabeza con tristeza.
Es más que eso. Leila era capaz de satisfacer sus necesidades de una forma que yo no puedo. La idea resulta terriblemente deprimente.
Intento centrarme en todo lo que hemos hecho estos últimos días: en su declaración de amor, sus divertidos coqueteos, su alegría. Pero las palabras de Olga vuelven para burlarse de mí. Es verdad lo que dicen sobre los fisgones.
«¿No echas de menos… tu cuarto de juegos?»
Me termino la cerveza en un tiempo récord, y Andrey me pasa otra. No soy muy buena compañía esta noche, pero aun así él se queda conmigo charlando e intentando levantarme el ánimo, y me habla de Barbados y de las payasadas de Nastya y Dimitri, lo cual es una maravillosa distracción. Pero solo es eso… una distracción.
Mi mente, mi corazón, mi alma siguen todavía en ese apartamento con mi Cincuenta Sombras y la mujer que había sido su sumisa. Una mujer que cree que todavía la ama. Una mujer que se parece a mí.
Mientras nos bebemos la tercera cerveza, un enorme vehículo con los vidrios ahumados aparca junto al Audi delante del edificio. Reconozco al doctor Flynn, que baja acompañado de una mujer vestida con una especie de bata azul claro.
Atisbo a Igor, que les hace entrar por la puerta principal.
—¿Quién es ese? —pregunta Andrey.
—Es el doctor Flynn. Yulia le conoce.
—¿Qué tipo de doctor es?
—Psiquiatra.
—Ah.
Ambos seguimos observando y, al cabo de unos minutos, vuelven a salir.
Yulia lleva a Leila, que va envuelta en una manta. ¿Qué? Veo con horror cómo suben al vehículo y se alejan a toda velocidad.
Andrey me mira con expresión compasiva, y yo me siento desolada,
totalmente desolada.
—¿Puedo tomar algo más fuerte? —le pregunto a Andrey, sin voz apenas.
—Claro. ¿Qué te apetece?
—Un brandy. Por favor.
Andrey asiente y se acerca a la barra. Yo miro por la ventana hacia la puerta principal. Al cabo de un momento, Igor sale, se sube al Audi y se dirige hacia el Escala… ¿siguiendo a Yulia? No lo sé.
Andrey me planta delante una gran copa de brandy.
—Venga, Katina. Vamos a emborracharnos.
Me parece la mejor proposición que me han hecho últimamente. Brindamos,bebo un trago del líquido ardiente y ambarino, y agradezco esa intensa sensación de calor que me evade del espantoso dolor que brota en mi corazón.
* * *
Es tarde y me siento bastante aturdida. Andrey y yo no tenemos llaves para entrar en mi apartamento. Él insiste en acompañarme caminando hasta el Escala,aunque él no se quedará. Ha telefoneado al amigo al que se encontró antes y con el que se tomó una copa, y han quedado que dormirá en su casa.
—Así que es aquí donde vive la magnate.
Andrey silba, impresionado.
Asiento.
—¿Seguro que no quieres que me quede contigo? —pregunta.
—No, tengo que enfrentarme a esto… o simplemente acostarme.
—¿Nos vemos mañana?
—Sí. Gracias, Andrey.
Le doy un abrazo.
—Todo saldrá bien, Katina —me susurra al oído.
Me suelta y me observa mientras yo me dispongo a entrar en el edificio.
—Hasta luego —grita.
Yo le dedico una media sonrisa y le hago un gesto de despedida, y después pulso el botón para llamar al ascensor.
Salgo del ascensor y entro al piso de Yulia. Igor no me está
esperando, lo cual es inusual. Abro la doble puerta y voy hacia el salón. Yulia está al teléfono, caminando nerviosa junto al piano.
—Ya está aquí —espeta. Se da la vuelta para mirarme y cuelga el teléfono
—. ¿Dónde coño estabas? —gruñe, pero no se acerca.
¿Está enfadada conmigo? ¿Ella es la que acaba de pasar Dios sabe cuánto tiempo con su ex novia lunática, y está enfadada conmigo?
—¿Has estado bebiendo? —pregunta, consternada.
—Un poco.
No creía que fuera tan obvio.
Gime y se pasa la mano por el pelo.
—Te dije que volvieras aquí —dice en voz baja, amenazante—. Son las diez y cuarto. Estaba preocupada por ti.
—Fui a tomar una copa, o tres, con Andrey, mientras tú atendías a tu ex —le digo entre dientes—. No sabía cuánto tiempo ibas a estar… con ella.
Entorna los ojos y da unos cuantos pasos hacia mí, pero se detiene.
—¿Por qué lo dices en ese tono?
Me encojo de hombros y me miro los dedos.
—Lena, ¿qué pasa?
Y por primera vez detecto en su voz algo distinto a la ira. ¿Qué es?
¿Miedo?
Trago saliva, intentando decidir qué decir.
—¿Dónde está Leila?
Alzo la mirada hacia ella.
—En un hospital psiquiátrico de Fremont —dice con expresión escrutadora—. Lena, ¿qué pasa? —Se acerca hasta situarse justo delante de mí—. ¿Cuál es el problema? —musita.
Niego con la cabeza.
—Yo no soy buena para ti.
—¿Qué? —murmura, y abre los ojos, alarmada—. ¿Por qué piensas eso?¿Cómo puedes pensar eso?
—Yo no puedo ser todo lo que tú necesitas.
—Tú eres todo lo que necesito.
—Solo verte con ella… —se me quiebra la voz.
—¿Por qué me haces esto? Esto no tiene que ver contigo, Lena. Sino con ella. —Inspira profundamente, y vuelve a pasarse la mano por el pelo—. Ahora mismo es una chica muy enferma.
—Pero yo lo sentí… lo que teníais juntas.
—¿Qué? No.
Intenta tocarme y yo retrocedo instintivamente. Deja caer la mano y se me queda mirando. Se le ve atenazada por el pánico.
—¿Vas a marcharte? —murmura con los ojos muy abiertos por el miedo.
Yo no digo nada mientras intento reordenar el caos de mi mente.
—No puedes hacerlo —suplica.
—Yulia… yo…
Lucho por aclarar mis ideas. ¿Qué intento decir? Necesito tiempo, tiempo para asimilar todo esto. Dame tiempo.
—¡No, no! —dice ella.
—Yo…
Mira con desenfreno alrededor de la estancia buscando… ¿qué? ¿Una inspiración? ¿Una intervención divina? No lo sé.
—No puedes irte, Lena. ¡Yo te quiero!
—Yo también te quiero, Yulia, es solo que…
—¡No, no! —dice desesperada, y se lleva las manos a la cabeza.
—Yulia…
—No —susurra, y en sus ojos muy abiertos brilla el pánico.
De repente cae de rodillas ante mí, con la cabeza gacha, y las manos extendidas sobre los muslos. Inspira profundamente y se queda muy quieta.
¿Qué?
—Yulia, ¿qué estás haciendo?
Ella sigue mirando al suelo, no a mí.
—¡Yulia! ¿Qué estás haciendo? —repito con voz estridente. Ella no se mueve—. ¡Yulia, mírame! —ordeno aterrada.
Ella levanta la cabeza sin dudarlo, y me mira pasivamente con sus fríos ojos azules: parece casi serena… expectante.
Dios santo… Yulia. La sumisa.
Dios santo…
Está ahí, mirándome con semblante inexpresivo e inquietante, y con una pistola en la mano. Mi subconsciente es víctima de un desmayo letal, del que no creo que despierte ni aspirando sales.
Parpadeo repetidamente mirando a Leila, mientras mi mente no para de dar vueltas frenéticamente. ¿Cómo ha entrado? ¿Dónde está Andrey? ¡Por Dios…! ¿Dónde está Andrey?
El miedo creciente y helador que atenaza mi corazón se convierte en terror,y se me erizan todos y cada uno de los folículos del cuero cabelludo. ¿Y si le ha hecho daño? Mi respiración empieza a acelerarse y la adrenalina y un pánico paralizante invaden todo mi cuerpo. Mantén la calma, mantén la calma… repito mentalmente como un mantra una y otra vez.
Ella ladea la cabeza y me mira como si fuera un fenómeno de barraca de feria. Pero aquí el fenómeno no soy yo.
Siento que he tardado un millón de años en procesar todo esto, cuando en realidad ha transcurrido apenas una fracción de segundo. El semblante de Leila sigue totalmente inexpresivo, y su aspecto tan desaliñado y enfermizo como siempre. Sigue llevando esa gabardina mugrienta, y parece necesitar desesperadamente una ducha.
Tiene el pelo grasiento y lacio pegado a la cabeza, y sus ojos castaños se ven apagados, turbios y vagamente confusos
Pese a tener la boca absolutamente seca, intento hablar.
—Hola… ¿Leila, verdad? —alcanzo a decir.
Ella sonríe, pero no es una sonrisa auténtica; sus labios se curvan de un modo desagradable.
—Ella habla —susurra, y su voz es un sonido fantasmagórico, suave y ronco a la vez.
—Sí, hablo —le digo con dulzura, como si me dirigiera a una niña—.
¿Estás sola aquí? ¿Dónde está Andrey?
Cuando pienso que puede haber sufrido algún daño, se me desboca el corazón.
A ella se le demuda la cara de tal modo que creo que está a punto de echarse a llorar… parece tan desvalida.
—Sola —susurra—. Sola.
Y la profundidad de la tristeza que contiene esa única palabra me desgarra el alma. ¿Qué quiere decir? ¿Yo estoy sola? ¿Está ella sola? ¿Está sola porque le ha hecho daño a Andrey? Oh… no… tengo que combatir el llanto inminente y el miedo asfixiante que me oprimen la garganta.
—¿Qué estás haciendo aquí? ¿Puedo ayudarte?
Pese al sofocante ahogo que siento, mis palabras logran conformar un discurso atento, sereno y amable. Ella frunce el ceño como si mis preguntas la aturdieran por completo. Pero no emprende ninguna acción violenta contra mí. Sigue sosteniendo la pistola con gesto relajado. Yo no hago caso de la opresión que siento en
el cerebro e intento otra táctica.
—¿Te apetece un poco de té?
¿Por qué le estoy preguntando si quiere té? Esa es la respuesta de Sergey ante cualquier situación de crisis emocional, y me surge ahora en un momento totalmente inapropiado. Dios… le daría un ataque si me viera ahora mismo. Él ya habría echado mano de su preparación militar y a estas alturas ya la habría desarmado. De hecho, no me está apuntando con la pistola. A lo mejor puedo acercarme. Leila mueve lentamente la cabeza de un lado a otro, como si destensara el cuello.
Inspiro una preciada bocanada de aire para tratar de calmar el pánico que me dificulta la respiración, y me acerco hasta la encimera de la isla de la cocina. Ella tuerce el gesto, como si no entendiera del todo qué estoy haciendo, y se desplaza un
poco para seguir plantada frente a mí. Cojo el hervidor con una mano temblorosa y lo lleno bajo el grifo. Conforme me voy moviendo, mi respiración se va normalizando. Sí,si ella quisiera matarme, seguramente ya me habría disparado. Me mira perpleja, con una curiosidad ausente. Mientras enciendo el interruptor de la tetera, no puedo dejar de pensar en Andrey. ¿Estará herido? ¿Atado?
—¿Hay alguien más en el apartamento? —pregunto con cautela.
Ella inclina la cabeza hacia un lado y, con la mano derecha la que no sostiene el revólver, coge un mechón de su melena grasienta y empieza a juguetear con él, a darle vueltas y a enrollarlo. Resulta evidente que es algo que hace cuando está nerviosa, y al fijarme en ese detalle, me impresiona nuevamente cuánto se parece a mí. Mi ansiedad está llegando a un nivel que casi me resulta insoportable, y espero su respuesta con la respiración contenida.
—Sola. Completamente sola —murmura.
Eso me tranquiliza. Quizá Andrey no esté aquí. Esa sensación de alivio me da fuerzas.
—¿Estás segura de que no quieres té ni café?
—No tengo sed —contesta en voz baja, y da un paso cauteloso hacia mí.
Mi sensación de fortaleza se evapora. ¡Dios…! Empiezo a jadear otra vez de miedo, sintiendo cómo circula de nuevo, denso y tempestuoso, por mis venas. A pesar de eso, y haciendo acopio de todo mi valor, me doy la vuelta y saco un par de tazas del armario.
—¿Qué tienes tú que yo no tenga? —pregunta, y su voz tiene la entonación cantarina de una niña pequeña.
—¿A qué te refieres, Leila? —pregunto con toda la amabilidad de la que soy capaz.
—La Ama, la señorita Volkova, permite que la llames por su nombre.
—Yo no soy su sumisa, Leila. Esto… la Ama entiende que yo soy incapaz e inadecuada para cumplir ese papel.
Ella inclina la cabeza hacia el otro lado. Es un gesto de lo más inquietante y antinatural.
—Ina…de…cuada. —Experimenta la palabra, la dice en voz alta, tratando de saber qué sensación le produce en la lengua—. Pero la Ama es feliz. Yo la he visto.Ríe y sonríe. Esas reacciones son raras… muy raras en ella.
Oh.
—Tú te pareces a mí. —Leila cambia de actitud, cogiéndome por sorpresa, y creo que por primera vez fija realmente sus ojos en mí—. La Ama le gustan obedientes y que se parezcan a ti y a mí. Las demás, todas lo mismo… todas lo mismo… y sin embargo tú duermes en su cama. Yo te vi.
¡Oh, no! Ella estaba en la habitación. No eran imaginaciones mías.
—¿Tú me viste en su cama? —susurro.
—Yo nunca dormí en la cama de la Ama —murmura.
Es como un espectro etéreo, perdido. Como una persona a medias. Parece tan leve y frágil, y a pesar de llevar un arma, de pronto siento una abrumadora compasión por ella. Ahora sujeta la pistola con las dos manos, y yo abro tanto los ojos que amenazan con salírseme de las órbitas.
—¿Por qué a la Ama le gustamos así? Eso me hace pensar que… que… la Ama es oscura… la Ama es una mujer oscura, pero yo la quiero.
No, no lo es, grito en mi fuero interno. Ella no es oscura. Ella es una mujer buena, y no está sumida en la oscuridad. Está conmigo, a plena luz. Y ahora ella está aquí, intentando arrastrarle de vuelta a las sombras con la retorcida idea de que le quiere.
—Leila, ¿quieres darme la pistola? —pregunto con suavidad.
Sus manos la aferran con más fuerza, y se lleva la pistola al pecho.
—Esto es mío. Es lo único que me queda. —Acaricia el arma con
delicadeza—. Así ella podrá reunirse con su amor.
¡Santo Dios! ¿Qué amor… Yulia? Siento como si me hubiera dado un puñetazo en el estómago. Sé que ella aparecerá en cualquier momento para averiguar por qué estoy tardando tanto. ¿Tiene la intención de dispararle? La idea es tan terrorífica que se me forma un enorme nudo en la garganta. Se hincha y me duele, y casi me ahoga,al igual que el miedo que se acumula y me oprime el estómago.
Justo en ese momento, la puerta se abre de golpe y Yulia aparece en el umbral, seguido de Igor .
Los ojos de Yulia se fijan en mí durante un par de segundos, me
observan de la cabeza a los pies, y detecto un centelleo de alivio en su mirada. Pero ese alivio desaparece en cuanto clava la vista en Leila y se queda inmóvil, centrada en ella, sin vacilar lo más mínimo. La observa con una intensidad que yo no había visto nunca, con ojos salvajes, enormes, airados y asustados.
Oh, no… oh, no.
Leila abre mucho los ojos y por un momento parece que recobra la cordura.
Parpadea varias veces y sujeta el arma con más fuerza.
Contengo el aliento, y mi corazón empieza a palpitar con tanta fuerza que oigo la sangre bombeando en mis oídos. ¡No, no, no!
Mi mundo se sostiene precariamente en manos de esta pobre mujer
destrozada. ¿Disparará? ¿A las dos? ¿Solo a Yulia? Es una idea atroz.
Pero después de una eternidad, durante la cual el tiempo queda en suspenso a nuestro alrededor, ella agacha un poco la cabeza y alza la mirada hacia ella a través de sus largas pestañas con expresión contrita.
Yulia levanta la mano para indicarle a Igor que no se mueva. El
rostro lívido de este revela su furia. Nunca le había visto así, pero se mantiene inmóvil mientras Yulia y Leila se miran la una a la otra.
Me doy cuenta de que estoy conteniendo la respiración. ¿Qué hará ella?
¿Qué hará Yulia? Pero se limitan a seguir mirándose. Yulia tiene una expresión cruda,cargada de una emoción que desconozco. Puede ser lástima, miedo, afecto… ¿o es amor? ¡No, por favor… amor, no!
Ella la fulmina con la mirada, y con una lentitud agónica, la atmósfera del apartamento cambia. La tensión ha aumentado de tal manera que percibo su conexión,la electricidad que hay entre ambas.
¡No! De repente siento que yo soy la intrusa, la que interfiere entre ellas,que siguen mirándose fijamente. Yo soy una advenediza, una voyeur que espía una escena íntima y prohibida detrás de unas cortinas corridas.
El brillo que arde en la mirada de Yulia se intensifica y su porte cambia sutilmente. Parece más alta, y sus rasgos como más angulosos, más frío, más distante.
Reconozco esa pose. La he visto así antes… en su cuarto de juegos.
De nuevo se me eriza todo el vello. Esta es la Yulia dominante, y parece muy a gusto en su papel. No sé si es algo innato o aprendido, pero, con el corazón encogido y el estómago revuelto, veo cómo responde Leila. Separa los labios, se le acelera la respiración y, por primera vez, el rubor tiñe sus mejillas. ¡No! Es angustioso presenciar esa visión fugaz del pasado de Yulia.
Finalmente, ella articula una palabra en silencio. No sé cuál es, pero tiene un efecto inmediato en Leila. Ella cae de rodillas al suelo, con la cabeza gacha, y sus manos sueltan la pistola, que golpea con un ruido sordo el suelo de madera. Dios santo…
Yulia se acerca tranquilamente a donde ha caído el arma, se inclina con agilidad para recogerla, y luego se la mete en el bolsillo de la americana. Mira una vez más a Leila, que sigue dócilmente arrodillada junto a la encimera de la isla.
—Elena, ve con Igor—ordena.
Igorcruza el umbral y se me queda mirando.
—Andrey —susurro.
—Abajo —contesta expeditivo, sin apartar los ojos de Leila.
Abajo. No aquí. Andrey está bien. Un fuerte estremecimiento de alivio me recorre todo el cuerpo, y por un momento creo que voy a desmayarme.
—Elena…
En la voz de Yulia hay un deje de advertencia.
La miro, y de pronto soy incapaz de moverme. No quiero dejarla… dejarla con ella. Ella se coloca al lado de Leila, que permanece arrodillada a sus pies. Se cierne sobre ella, la protege. Ella está tan quieta… es antinatural. No puedo dejar de mirarlas a las dos… juntas…
—Por el amor de Dios, Elena, ¿por una vez en tu vida puedes hacer lo que te dicen y marcharte?
Con una voz fría como un témpano de hielo, Yulia me fulmina con la
mirada y frunce el ceño. Tras la calma deliberada con que pronuncia esas palabras, se oculta una furia palpable.
¿Furiosa conmigo? Dios, no. ¡Por favor… no! Me siento como si me
hubiera dado un bofetón. ¿Por qué quiere quedarse con ella?
—Igor. Lleva a la señorita Katina abajo. Ahora.
Igor asiente y yo miro a Yulia.
—¿Por qué? —susurro.
—Vete. Vuelve al apartamento. —La frialdad de sus ojos me fulmina—.Necesito estar a solas con Leila —dice en tono apremiante.
Creo que intenta transmitir una especie de mensaje, pero estoy tan alterada por todo lo sucedido que no estoy segura. Observo a Leila y veo aparecer una levísima sonrisa en sus labios, pero aparte de eso sigue totalmente impasible. Una sumisa total.
¡Santo Dios! Se me hiela el corazón.
Esto es lo que ella necesita. Esto es lo que le gusta. ¡No…! Siento unas terribles ganas de llorar.
—Señorita Katina. Lena…
Igor me tiende la mano, suplicándome que vaya con él. Yo estoy
inmovilizada por el terrorífico espectáculo que tengo ante mí. Esto confirma mis peores temores y acrecienta todas mis inseguridades. Yulia y Leila juntas… la Ama y su sumisa.
—Igor—insiste Yulia, e Igor se inclina y me coge en volandas.
Lo último que veo es a Yulia acariciándole la cabeza a Leila con ternura, mientras le dice algo en voz baja.
¡No!
Mientras Igor me lleva escaleras abajo, yaciendo inerte en sus brazos,intento asimilar lo que ha pasado en los últimos diez minutos… ¿O han sido más? ¿O menos? He perdido la noción del tiempo.
Yulia y Leila, Leila y Yulia… ¿juntas? ¿Qué está haciendo con ella
ahora?
—¡Joder, Lena! ¿Qué coño está pasando?
Me siento aliviada al ver a Andrey, caminando nerviosamente arriba y abajo por el vestíbulo, todavía cargado con su enorme bolsa. ¡Oh, gracias a Dios que está bien! Cuando Igor me deja en el suelo, prácticamente me abalanzo sobre él,rodeándole el cuello con los brazos.
—Andrey. ¡Oh, gracias a Dios!
Le abrazo muy fuerte. Estaba tan preocupada que, por un momento, obtengo cierto respiro del pánico creciente que siento respecto a lo que está ocurriendo arriba en mi apartamento.
—¿Qué coño está pasando, Lena? ¿Quién es este tío?
—Oh, perdona, Andrey. Este es Igor. Trabaja para Yulia. Igor, este
es Andrey, el hermano de mi compañera de piso.
Se saludan con un leve movimiento de cabeza.
—Lena, ¿qué está pasando ahí arriba? Estaba buscando las llaves del apartamento cuando esos tíos aparecieron de la nada y me las quitaron. Entre ellos Yulia…
Andrey se queda sin palabras.
—Llegaste tarde… Gracias a Dios.
—Sí. Me encontré con un amigo de Pullman… y nos tomamos una copa rápida. ¿Qué está pasando ahí arriba?
—Hay una chica, una ex de Yulia. En nuestro apartamento. Se ha vuelto loca, y Yulia está…
Se me quiebra la voz, y se me llenan los ojos de lágrimas.
—Eh… —susurra Andrey y me abraza con fuerza—. ¿Alguien ha llamado a la policía?
—No, no se trata de eso.
Sollozo pegada a su pecho y, en cuanto empiezo, ya no puedo parar de llorar, las lágrimas liberando toda la tensión de este último episodio. Andrey me abraza más fuerte, pero noto que está desconcertado.
—Venga, Lena, vamos a tomar una copa.
Me da unas palmaditas en la espalda con cierta incomodidad. De repente,yo también me siento incómoda, y avergonzada, y lo que realmente quiero es estar sola.
Pero asiento y acepto su oferta. Quiero alejarme de aquí, alejarme de lo que sea que esté pasando arriba.
Me vuelvo hacia Igor.
—¿Habíais registrado el apartamento? —le pregunto llorosa, limpiándome la nariz con el dorso de la mano.
—A primera hora de la tarde. —Igor se encoge de hombros a modo de disculpa y me ofrece un pañuelo. Parece destrozado—. Lo siento, Lena —murmura.
Frunzo el ceño. Pobre… se le ve que se siente muy culpable. No quiero hacer que se sienta aún peor.
—Al parecer tiene una extraordinaria capacidad para eludirnos —añade, y vuelve a torcer el gesto.
—Andrey y yo nos vamos a tomar una copa rápida y después volveremos al Escala.
Me seco los ojos.
Igor se apoya en un pie y luego en otro, visiblemente nervioso.
—La señorita Volkova quería que volviera directamente al apartamento —dice en voz baja.
—Bueno, pero ahora ya sabemos dónde está Leila. —No puedo evitar que mi voz revele un deje de amargura—. Así que ya no necesitamos tantas medidas de seguridad. Dile a Yulia que nos veremos luego.
Igor abre la boca para hablar, pero vuelve a cerrarla prudentemente.
—¿Quieres dejarle la bolsa a Igor? —le pregunto a Andrey.
—No. Me la llevo, gracias.
Andrey se despide de Igor con un movimiento de cabeza y después me acompaña fuera. Y entonces me acuerdo, demasiado tarde, de que me he dejado el bolso en el asiento de atrás del Audi. No llevo nada encima.
—Mi bolso…
—No te preocupes —murmura Andrey, su rostro expresando una gran preocupación—. No pasa nada, pago yo.
* * *
Escogemos un bar situado en la acera de enfrente y nos sentamos en unos taburetes de madera junto a la ventana. Quiero ver lo que pasa: quién entra y, sobre todo, quién sale. Andrey me pasa una botella de cerveza.
—¿Problemas con una ex? —pregunta en tono afable.
—Es un poco más complicado que eso —musito, adoptando repentinamente una actitud más reservada.
No puedo hablar de esto: he firmado un acuerdo de confidencialidad. Y,por primera vez, lo lamento realmente. Además, Yulia no ha dicho nada de rescindirlo.
—Tengo tiempo —dice Andrey muy atento, y toma un buen trago de cerveza.
—Ella es una ex de Yulia, de hace varios años. Abandonó a su marido por otro tipo. Y al cabo de un par de semanas o así, ese tipo murió en un accidente de coche. Y ahora ha vuelto para perseguir a Yulia.
Me encojo de hombros. Ya está, no he revelado demasiado.
—¿Perseguir a Yulia?
—Tenía una pistola.
—¡Hostia!
—De hecho no amenazó a nadie con ella. Creo que pretendía dispararse a sí misma. Pero por eso yo estaba tan preocupada por ti. No sabía si estabas en el apartamento.
—Ya. Por lo que dices, esa mujer no está bien.
—No, no está bien.
—¿Y ahora qué está haciendo Yulia con ella?
Palidezco de golpe y noto que la bilis me sube a la garganta.
—No lo sé —susurro.
Andrey abre los ojos como platos… por fin lo ha entendido.
Esto es lo que me angustia. ¿Qué diablos están haciendo? Hablar, espero.
Solo hablar. Pero lo único que visualizo mentalmente es su mano, acariciando tiernamente el pelo de ella.
Leila está trastornada y ella se preocupa por ella; eso es todo, intento racionalizar. Pero, en el fondo de mi mente, mi subconsciente mueve la cabeza con tristeza.
Es más que eso. Leila era capaz de satisfacer sus necesidades de una forma que yo no puedo. La idea resulta terriblemente deprimente.
Intento centrarme en todo lo que hemos hecho estos últimos días: en su declaración de amor, sus divertidos coqueteos, su alegría. Pero las palabras de Olga vuelven para burlarse de mí. Es verdad lo que dicen sobre los fisgones.
«¿No echas de menos… tu cuarto de juegos?»
Me termino la cerveza en un tiempo récord, y Andrey me pasa otra. No soy muy buena compañía esta noche, pero aun así él se queda conmigo charlando e intentando levantarme el ánimo, y me habla de Barbados y de las payasadas de Nastya y Dimitri, lo cual es una maravillosa distracción. Pero solo es eso… una distracción.
Mi mente, mi corazón, mi alma siguen todavía en ese apartamento con mi Cincuenta Sombras y la mujer que había sido su sumisa. Una mujer que cree que todavía la ama. Una mujer que se parece a mí.
Mientras nos bebemos la tercera cerveza, un enorme vehículo con los vidrios ahumados aparca junto al Audi delante del edificio. Reconozco al doctor Flynn, que baja acompañado de una mujer vestida con una especie de bata azul claro.
Atisbo a Igor, que les hace entrar por la puerta principal.
—¿Quién es ese? —pregunta Andrey.
—Es el doctor Flynn. Yulia le conoce.
—¿Qué tipo de doctor es?
—Psiquiatra.
—Ah.
Ambos seguimos observando y, al cabo de unos minutos, vuelven a salir.
Yulia lleva a Leila, que va envuelta en una manta. ¿Qué? Veo con horror cómo suben al vehículo y se alejan a toda velocidad.
Andrey me mira con expresión compasiva, y yo me siento desolada,
totalmente desolada.
—¿Puedo tomar algo más fuerte? —le pregunto a Andrey, sin voz apenas.
—Claro. ¿Qué te apetece?
—Un brandy. Por favor.
Andrey asiente y se acerca a la barra. Yo miro por la ventana hacia la puerta principal. Al cabo de un momento, Igor sale, se sube al Audi y se dirige hacia el Escala… ¿siguiendo a Yulia? No lo sé.
Andrey me planta delante una gran copa de brandy.
—Venga, Katina. Vamos a emborracharnos.
Me parece la mejor proposición que me han hecho últimamente. Brindamos,bebo un trago del líquido ardiente y ambarino, y agradezco esa intensa sensación de calor que me evade del espantoso dolor que brota en mi corazón.
* * *
Es tarde y me siento bastante aturdida. Andrey y yo no tenemos llaves para entrar en mi apartamento. Él insiste en acompañarme caminando hasta el Escala,aunque él no se quedará. Ha telefoneado al amigo al que se encontró antes y con el que se tomó una copa, y han quedado que dormirá en su casa.
—Así que es aquí donde vive la magnate.
Andrey silba, impresionado.
Asiento.
—¿Seguro que no quieres que me quede contigo? —pregunta.
—No, tengo que enfrentarme a esto… o simplemente acostarme.
—¿Nos vemos mañana?
—Sí. Gracias, Andrey.
Le doy un abrazo.
—Todo saldrá bien, Katina —me susurra al oído.
Me suelta y me observa mientras yo me dispongo a entrar en el edificio.
—Hasta luego —grita.
Yo le dedico una media sonrisa y le hago un gesto de despedida, y después pulso el botón para llamar al ascensor.
Salgo del ascensor y entro al piso de Yulia. Igor no me está
esperando, lo cual es inusual. Abro la doble puerta y voy hacia el salón. Yulia está al teléfono, caminando nerviosa junto al piano.
—Ya está aquí —espeta. Se da la vuelta para mirarme y cuelga el teléfono
—. ¿Dónde coño estabas? —gruñe, pero no se acerca.
¿Está enfadada conmigo? ¿Ella es la que acaba de pasar Dios sabe cuánto tiempo con su ex novia lunática, y está enfadada conmigo?
—¿Has estado bebiendo? —pregunta, consternada.
—Un poco.
No creía que fuera tan obvio.
Gime y se pasa la mano por el pelo.
—Te dije que volvieras aquí —dice en voz baja, amenazante—. Son las diez y cuarto. Estaba preocupada por ti.
—Fui a tomar una copa, o tres, con Andrey, mientras tú atendías a tu ex —le digo entre dientes—. No sabía cuánto tiempo ibas a estar… con ella.
Entorna los ojos y da unos cuantos pasos hacia mí, pero se detiene.
—¿Por qué lo dices en ese tono?
Me encojo de hombros y me miro los dedos.
—Lena, ¿qué pasa?
Y por primera vez detecto en su voz algo distinto a la ira. ¿Qué es?
¿Miedo?
Trago saliva, intentando decidir qué decir.
—¿Dónde está Leila?
Alzo la mirada hacia ella.
—En un hospital psiquiátrico de Fremont —dice con expresión escrutadora—. Lena, ¿qué pasa? —Se acerca hasta situarse justo delante de mí—. ¿Cuál es el problema? —musita.
Niego con la cabeza.
—Yo no soy buena para ti.
—¿Qué? —murmura, y abre los ojos, alarmada—. ¿Por qué piensas eso?¿Cómo puedes pensar eso?
—Yo no puedo ser todo lo que tú necesitas.
—Tú eres todo lo que necesito.
—Solo verte con ella… —se me quiebra la voz.
—¿Por qué me haces esto? Esto no tiene que ver contigo, Lena. Sino con ella. —Inspira profundamente, y vuelve a pasarse la mano por el pelo—. Ahora mismo es una chica muy enferma.
—Pero yo lo sentí… lo que teníais juntas.
—¿Qué? No.
Intenta tocarme y yo retrocedo instintivamente. Deja caer la mano y se me queda mirando. Se le ve atenazada por el pánico.
—¿Vas a marcharte? —murmura con los ojos muy abiertos por el miedo.
Yo no digo nada mientras intento reordenar el caos de mi mente.
—No puedes hacerlo —suplica.
—Yulia… yo…
Lucho por aclarar mis ideas. ¿Qué intento decir? Necesito tiempo, tiempo para asimilar todo esto. Dame tiempo.
—¡No, no! —dice ella.
—Yo…
Mira con desenfreno alrededor de la estancia buscando… ¿qué? ¿Una inspiración? ¿Una intervención divina? No lo sé.
—No puedes irte, Lena. ¡Yo te quiero!
—Yo también te quiero, Yulia, es solo que…
—¡No, no! —dice desesperada, y se lleva las manos a la cabeza.
—Yulia…
—No —susurra, y en sus ojos muy abiertos brilla el pánico.
De repente cae de rodillas ante mí, con la cabeza gacha, y las manos extendidas sobre los muslos. Inspira profundamente y se queda muy quieta.
¿Qué?
—Yulia, ¿qué estás haciendo?
Ella sigue mirando al suelo, no a mí.
—¡Yulia! ¿Qué estás haciendo? —repito con voz estridente. Ella no se mueve—. ¡Yulia, mírame! —ordeno aterrada.
Ella levanta la cabeza sin dudarlo, y me mira pasivamente con sus fríos ojos azules: parece casi serena… expectante.
Dios santo… Yulia. La sumisa.
VIVALENZ28- Mensajes : 921
Fecha de inscripción : 04/08/2014
Re: 50 SOMBRAS MÁS OSCURAS// ADAPTACIÓN
¡Wow! sin palabras cada vez mejor
SandyQueen- Mensajes : 184
Fecha de inscripción : 28/02/2016
Edad : 35
Localización : Mexico
Dioooos!!
Madre mía!!!
Justo donde jamás pensé leerlo
Mujer sorprendes con lo corto del capítulo!!
Justo donde jamás pensé leerlo
Mujer sorprendes con lo corto del capítulo!!
Zanini-volk- Invitado
Re: 50 SOMBRAS MÁS OSCURAS// ADAPTACIÓN
Quede en blanco! Que capítulo!!!!
Aleinads- Mensajes : 519
Fecha de inscripción : 14/05/2015
Edad : 35
Localización : Colombia
Re: 50 SOMBRAS MÁS OSCURAS// ADAPTACIÓN
14
Yulia postrada de rodillas a mis pies, reteniéndome con la firmeza de su mirada azul, es la visión más solemne y escalofriante que he contemplado jamás… más que Leila con su pistola. El leve aturdimiento producido por el alcohol se esfuma al instante, sustituido por una creciente sensación de fatalidad. Palidezco y se me eriza todo el vello.
Inspiro profundamente, conmocionada. No. No, esto es un error, un error muy grave y perturbador.
—Yulia, por favor, no hagas esto. Esto no es lo que quiero.
Ella sigue mirándome con total pasividad, sin moverse, sin decir nada.
Oh, Dios. Mi pobre Cincuenta. Se me encoge el corazón. ¿Qué demonios le he hecho? Las lágrimas que pugnan por brotar me escuecen en los ojos.
—¿Por qué haces esto? Háblame —musito.
Ella parpadea una vez.
—¿Qué te gustaría que dijera? —dice en voz baja, inexpresiva, y el hecho de que hable me alivia momentáneamente, pero así no…
No. ¡No!
Las lágrimas empiezan a correr por mis mejillas, y de repente me resulta insoportable verla en la misma posición postrada que la de esa criatura patética que era Leila. La imagen de una mujer poderosa, que en realidad sigue siendo una muchacha, que sufrió terribles abusos y malos tratos, que se considera indigna del
amor de su familia perfecta y de su mucho menos perfecta novia… mi chica perdida…
La imagen es desgarradora.
Compasión, vacío, desesperación, todo eso inunda mi corazón, y siento una angustia asfixiante. Voy a tener que luchar para recuperarla, para recuperar a mi Cincuenta.
Pensar en que yo pueda ejercer la dominación sobre alguien me resulta atroz. Pensar en que yo ejerza la dominación sobre Yulia es sencillamente repugnante. Eso me convertiría en alguien como ella: la mujer que le hizo esto a Yul.
Al pensar en eso, me estremezco y contengo la bilis que siento subir por mi garganta. Es inconcebible que yo haga eso. Es inconcebible que desee eso.
A medida que se me aclaran las ideas, veo cuál es el único camino: sin dejar de mirarla a los ojos, caigo de rodillas frente a ella.
Siento la madera dura contra mis espinillas, y me seco las lágrimas con el dorso de la mano.
Así, ambas somos iguales. Estamos al mismo nivel. Este es el único modo de recuperarla.
Ella abre los ojos imperceptiblemente cuando alzo la vista y le miro, pero,aparte de eso, ni su expresión ni su postura cambian.
—Yulia, no tienes por qué hacer esto —suplico—. Yo no voy a dejarte.Te lo he dicho y te lo he repetido cientos de veces. No te dejaré. Todo esto que ha pasado… es abrumador. Lo único que necesito es tiempo para pensar… tiempo para mí. ¿Por qué siempre te pones en lo peor?
Se me encoge nuevamente el corazón, porque sé la razón: porque es insegura, y está llena de odio hacia sí misma.
Las palabras de Olga vuelven a resonar en mi mente: «¿Sabe ella lo negativa que eres contigo misma? ¿En todos los aspectos?».
Oh, Yulia. El miedo atenaza de nuevo mi corazón y empiezo a
balbucear:
—Iba a sugerir que esta noche volvería a mi apartamento. Nunca me dejas tiempo… tiempo para pensar las cosas. —Rompo a sollozar, y en su cara aparece la levísima sombra de un gesto de disgusto—. Simplemente tiempo para pensar. Nosotras apenas nos conocemos, y toda esa carga que tú llevas encima… yo necesito… necesito tiempo para analizarla. Y ahora que Leila está… bueno, lo que sea que esté… que ya no anda por ahí y ya no es un peligro… pensé… pensé…
Se me quiebra la voz y le miro fijamente. Ella me observa intensamente y creo que me está escuchando.
—Verte con Leila… —cierro los ojos ante el doloroso recuerdo de verla interactuando con su antigua sumisa—… me ha impactado terriblemente. Por un momento he atisbado cómo había sido tu vida… y… —Bajo la vista hacia mis dedos entrelazados. Mis mejillas siguen inundadas de lágrimas—. Todo esto es porque siento que yo no soy suficiente para ti. He comprendido cómo era tu vida, y tengo mucho miedo de que termines aburriéndote de mí y entonces me dejes… y yo acabe siendo como Leila… una sombra. Porque yo te quiero, Yulia, y si me dejas, será como si el mundo perdiera la luz. Y me quedaré a oscuras. Yo no quiero dejarte. Pero tengo tanto miedo de que tú me dejes…
Mientras le digo todo eso, con la esperanza de que me escuche, me doy cuenta de cuál es mi verdadero problema. Simplemente no entiendo por qué le gusto.
Nunca he entendido por qué le gusto.
—No entiendo por qué te parezco atractiva —murmuro—. Tú eres…bueno, tú eres tú… y yo soy… —Me encojo de hombros y le miro—. Simplemente no lo entiendo. Tú eres hermosa y sexy y triunfadora y bueno y amable y cariñosa… todas esas cosas… y yo no. Y yo no puedo hacer las cosas que a ti te gusta hacer. Yo no puedo darte lo que necesitas. ¿Cómo puedes ser feliz conmigo? —Mi voz se convierte en un susurro que expresa mis más oscuros miedos—. Nunca he entendido qué ves en mí. Y verte con ella no ha hecho más que confirmarlo.
Sollozo y me seco la nariz con el dorso de la mano, contemplando su expresión impasible.
Oh, es tan exasperante. ¡Habla conmigo, maldita sea!
—¿Vas a quedarte aquí arrodillada toda la noche? Porque yo haré lo mismo—le espeto con cierta dureza.
Creo que suaviza el gesto… incluso parece vagamente divertida. Pero es muy difícil saberlo.
Podría acercarme y tocarla, pero eso sería abusar de forma flagrante de la posición en la que ella me ha colocado. Yo no quiero eso, pero no sé qué quiere ella, o qué intenta decirme. Simplemente no la entiendo.
—Yulia, por favor, por favor… háblame —le ruego, mientras retuerzo las manos sobre el regazo.
Aunque estoy incómoda sobre mis rodillas, sigo postrada, mirando esos ojos azules, serios, preciosos, y espero.
Y espero.
Y espero.
—Por favor —suplico una vez más.
De pronto, su intensa mirada se oscurece y parpadea.
—Estaba tan asustada —murmura.
¡Oh, gracias a Dios! Mi subconsciente vuelve a recostarse en su butaca,suspirando de alivio, y se bebe un buen trago de ginebra.
¡Está hablando! La gratitud me invade y trago saliva intentando contener la emoción y las lágrimas que amenazan con volver a brotar.
Su voz es tenue y suave.
—Cuando vi llegar a Andrey, supe que otra persona te había dejado entrar en tu apartamento. Igor y yo bajamos del coche de un salto. Sabíamos que se trataba de ella, y verla allí de ese modo, contigo… y armada. Creo que me sentí morir. Lena,alguien te estaba amenazando… era la confirmación de mis peores miedos. Estaba tan enfurecida con ella, contigo, con Igor, conmigo misma…
Menea la cabeza, expresando su angustia.
—No podía saber lo desequilibrada que estaba. No sabía qué hacer. No sabía cómo reaccionaría. —Se calla y frunce el ceño—. Y entonces me dio una pista:parecía muy arrepentida. Y así supe qué tenía que hacer.
Se detiene y me mira, intentando sopesar mi reacción.
—Sigue —susurro.
Ella traga saliva.
—Verla en ese estado, saber que yo podía tener algo que ver con su crisis nerviosa… —Cierra los ojos otra vez—. Leila fue siempre tan traviesa y vivaz…
Tiembla e inspira con dificultad, como si sollozara. Es una tortura escuchar todo esto, pero permanezco de rodillas, atenta,embebida en su relato.
—Podría haberte hecho daño. Y habría sido culpa mía.
Sus ojos se apagan, paralizados por el horror, y se queda de nuevo en silencio.
—Pero no fue así —susurro—, y tú no eras responsable de que estuviera en ese estado, Yulia.
La miro fijamente, animándole a continuar.
Entonces caigo en la cuenta de que todo lo que hizo fue para protegerme, y quizá también a Leila, porque también se preocupa por ella. Pero ¿hasta qué punto se preocupa por ella? No dejo de plantearme esa incómoda pregunta. Ella dice que me quiere, pero me echó de mi propio apartamento con mucha brusquedad.
—Yo solo quería que te fueras —murmura, con su extraordinaria capacidad para leer mis pensamientos—. Quería alejarte del peligro y… Tú… no… te ibas —sisea entre dientes, y su exasperación es palpable.
Me mira intensamente.
—Elena Katina, eres la mujer más tozuda que conozco.
Cierra los ojos mientras niega con la cabeza, como si no diera crédito.
Oh, ha vuelto. Aliviada, lanzo un largo y profundo suspiro.
Ella abre los ojos de nuevo, y su expresión es triste y desamparada…sincera.
—¿No pensabas dejarme? —pregunta.
—¡No!
Vuelve a cerrar los ojos y todo su cuerpo se relaja. Cuando los abre, veo su dolor y su angustia.
—Pensé… —Se calla—. Esta soy yo, Lena. Todo lo que soy… y soy toda tuya. ¿Qué tengo que hacer para que te des cuenta de eso? Para hacerte ver que quiero que seas mía de la forma que tenga que ser. Que te quiero.
—Yo también te quiero, Yulia, y verte así es… —Me falta el aire y
vuelven a brotar las lágrimas—. Pensé que te había destrozado.
—¿Destrozado? ¿A mí? Oh, no, Lena. Todo lo contrario. —Se acerca y me coge la mano—. Tú eres mi tabla de salvación —susurra, y me besa los nudillos antes de apoyar su palma contra la mía.
Con los ojos muy abiertos y llenos de miedo, tira suavemente de mi mano y la coloca sobre su pecho, cerca del corazón… en la zona prohibida. Se le acelera la respiración. Su corazón late desbocado, retumbando bajo mis dedos. No aparta los ojos de mí; su mandíbula está tensa, los dientes apretados.
Yo jadeo. ¡Oh, mi Cincuenta! Está permitiendo que la toque. Y es como si todo el aire de mis pulmones se hubiera volatilizado… desaparecido. Noto el zumbido de la sangre en mis oídos, y el ritmo de mis latidos aumenta para acompasarse al suyo.
Me suelta la mano, dejándola posada sobre su corazón. Flexiono
ligeramente los dedos y siento la calidez de su piel bajo la liviana tela de la camisa.
Está conteniendo la respiración. No puedo soportarlo. Y retiro la mano.
—No —dice inmediatamente, y vuelve a poner su mano sobre la mía,presionando con sus dedos los míos—. No.
Incitada por esas dos palabras, me deslizo por el suelo hasta que nuestras rodillas se tocan, y levanto la otra mano con cautela para que sepa exactamente qué me dispongo a hacer. Ella abre más los ojos, pero no me detiene.
Empiezo a desabrocharle con delicadeza los botones de la camisa. Con una mano es difícil. Flexiono los dedos que están bajo los suyos y ella me suelta, y me permite usar ambas manos para desabotonarle la prenda. No dejo de mirarla a los ojos
mientras le abro la camisa, y su torso queda a la vista.
Ella traga saliva, separa los labios y se le acelera la respiración, y noto que su pánico aumenta, pero no se aparta. ¿Sigue actuando como una sumisa? No tengo ni idea.
¿Debo hacer esto? No quiero hacerle daño, ni física ni mentalmente. Verla así, ofreciéndose por completo a mí, ha sido un toque de atención.
Alargo la mano y la dejo suspendida sobre su pecho, y la miro…
pidiéndole permiso. Ella inclina la cabeza a un lado muy sutilmente, armándose de valor ante mi inminente caricia. Emana tensión, pero esta vez no es ira… es miedo.
Vacilo. ¿De verdad puedo hacerle esto?
—Sí —musita… otra vez con esa singular capacidad de responder a mis preguntas no formuladas.
Extiendo los dedos sobre su torso y los hago descender con
ternura sobre el esternón. Ella cierra los ojos, y contrae el rostro como si sintiera un dolor insufrible. No puedo soportar verla, de manera que aparto los dedos inmediatamente, pero ella me sujeta la mano al instante y la vuelve a posar con firmeza sobre su torso desnudo. Cuando la toco con la palma de la mano, se le eriza la piel.
—No —dice, con la voz quebrada—. Lo necesito.
Aprieta los ojos con más fuerza. Esto debe de ser una tortura para ella. Es un auténtico suplicio verla. Le acaricio con los dedos el pecho y el corazón, con mucho cuidado, maravillada con su tacto, aterrorizada de que esto sea ir demasiado lejos.
Abre sus ojos azules, que me fulminan, ardientes.
Dios santo. Es una mirada salvaje, abrasadora, intensísima, y respira entrecortadamente. Hace que me hierva la sangre y me estremezca.
No me ha detenido, de manera que vuelvo a pasarle los dedos sobre el pecho y sus labios se entreabren. Jadea, y no sé si es por miedo o por algo más.
Hace tanto tiempo que ansío besarla ahí, que me inclino sobre las rodillas y le sostengo la mirada durante un momento, dejando perfectamente claras mis intenciones. Luego me acerco y poso un tierno beso sobre su corazón, y siento la calidez y el dulce aroma de su piel en mis labios.
Su ahogado gemido me conmueve tanto que vuelvo a sentarme sobre los talones, temiendo lo que veré en su rostro. Ella ha cerrado los ojos con firmeza, pero no se ha movido.
—Otra vez —susurra, y me inclino nuevamente sobre su torso, esta vez para besarle una de las cicatrices.
Jadea, y la beso otra, y otra. Gruñe con fuerza, y de pronto sus brazos me rodean y me agarra el pelo, y me levanta la cabeza con mucha brusquedad hasta que mis labios se unen a su boca insistente. Y nos besamos, y yo enredo los dedos en su cabello.
—Oh, Lena —suspira, y se inclina y me tumba en el suelo, y ahora estoy debajo de ella.
Deslizo mis manos en torno a su hermoso rostro y, en ese momento, noto sus lágrimas.
Está llorando… no. ¡No!
—Yulia, por favor, no llores. He sido sincera cuando te he dicho que nunca te dejaré. De verdad. Si te he dado una impresión equivocada, lo siento… por favor, por favor, perdóname. Te quiero. Siempre te querré.
Se cierne sobre mí y me mira con una expresión llena de dolor.
—¿De qué se trata?
Abre todavía más los ojos.
—¿Cuál es este secreto que te hace pensar que saldré corriendo para no volver? ¿Qué hace que estés tan convencida de que te dejaré? —suplico con voz trémula—. Dímelo, Yulia, por favor…
Ella se incorpora y se sienta, esta vez con las piernas cruzadas, y yo hago lo mismo con las mías extendidas. Me pregunto vagamente si no podríamos levantarnos del suelo, pero no quiero interrumpir el curso de sus pensamientos. Por fin va a confiar
en mí.
Pone los ojos hacia mí y parece absolutamente desolada. Oh, Dios… esto es grave.
—Lena…
Hace una pausa, buscando las palabras con gesto de dolor… ¿Qué demonios pasa?
Inspira profundamente y traga saliva.
—Soy una sádica, Lena. Me gusta azotar a jovencitas como tú,porque todas os parecéis a la puta adicta al crack… mi madre biológica. Estoy segura de que puedes imaginar por qué.
Lo suelta de golpe, como si llevara días y días madurando esa declaración en la cabeza y estuviera desesperada por librarse de ella.
Mi mundo se detiene. Oh, no.
Esto no es lo que esperaba. Esto es malo. Realmente malo. La miro,intentando entender las implicaciones de lo que acaba de decir. Esto explica por qué todas nos parecemos.
Lo primero que pienso es que Leila tenía razón: «La Ama es oscura».
Recuerdo la primera conversación que tuve con ella sobre sus tendencias,cuando estábamos en el cuarto rojo del dolor.
—Tú dijiste que no eras una sádica —musito, en un desesperado intento por comprenderle… por encontrar alguna excusa que le justifique.
—No, yo dije que era una Ama. Si te mentí fue por omisión. Lo siento.
Baja la vista por un instante a sus uñas perfectamente cuidadas.
Creo que está avergonzada. ¿Avergonzada por haberme mentido? ¿O por lo que es?
—Cuando me hiciste esa pregunta, yo tenía en mente que la relación entre ambas sería muy distinta —murmura.
Y su mirada deja claro que está aterrada.
Entonces caigo de golpe en la cuenta. Si es una sádica, necesita realmente todo eso de los azotes y los castigos. Por Dios, no. Me cojo la cabeza entre las manos.
—Así que es verdad —susurro, alzando la vista hacia ella—. Yo no puedo darte lo que necesitas.
Eso es… eso significa que realmente somos incompatibles.
El mundo se abre bajo mis pies, todo se desmorona a mi alrededor mientras el pánico atenaza mi garganta. Se acabó. No podemos seguir con esto.
Ella frunce el ceño.
—No, no, no, Lena. Sí que puedes. Tú me das lo que yo necesito. —Aprieta los puños—. Créeme, por favor —murmura, y sus palabras suenan como una plegaria apasionada.
—Ya no sé qué creer, Yulia. Todo esto es demasiado complicado —murmuro, y siento escozor y dolor en la garganta, ahogada por las lágrimas que no derramo.
Cuando vuelve a mirarme, tiene los ojos muy abiertos y llenos de luz.
—Lena, créeme. Cuando te castigué y después me abandonaste, mi forma de ver el mundo cambió. Cuando dije que haría lo que fuera para no volver a sentirme así jamás, no hablaba en broma. —Me observa angustiada, suplicante—. Cuando dijiste que me amabas, fue como una revelación. Nadie me había dicho eso antes, y fue como si hubiera enterrado parte de mi pasado… o como si tú lo hubieras hecho por mí, no lo sé. Es algo que el doctor Flynn y yo seguimos analizando a fondo.
Oh. Una chispa de esperanza prende en mi corazón. Quizá lo nuestro pueda funcionar. Yo quiero que funcione. ¿La quiero de verdad?
—¿Qué intentas decirme? —musito.
—Lo que quiero decir es que ya no necesito nada de todo eso. Ahora no.
¿Qué?
—¿Cómo lo sabes? ¿Cómo puedes estar tan segura?
—Simplemente lo sé. La idea de hacerte daño… de cualquier manera… me resulta abominable.
—No lo entiendo. ¿Qué pasa con las reglas y los azotes y todo eso del sexo pervertido?
Se pasa la mano por el pelo y casi sonríe, pero al final suspira con pesar.
—Estoy hablando del rollo más duro, Elena. Deberías ver lo que soy capaz de hacer con una vara o un látigo.
Abro la boca, estupefacta.
—Prefiero no verlo.
—Lo sé. Si a ti te apeteciera hacer eso, entonces vale… pero tú no quieres,y lo entiendo. Yo no puedo practicar todo eso si tú no quieres. Ya te lo dije una vez, tú tienes todo el poder. Y ahora, desde que has vuelto, no siento esa compulsión en absoluto.
La miro boquiabierta durante un momento, e intento digerir todo lo que ha dicho.
—Pero cuando nos conocimos sí querías eso, ¿verdad?
—Sí, sin duda.
—¿Cómo puede ser que la compulsión desaparezca así sin más, Yulia?¿Como si yo fuera una especie de panacea y tú ya estuvieras… no se me ocurre una palabra mejor… curada? No lo entiendo.
Ella vuelve a suspirar.
—Yo no diría «curada»… ¿No me crees?
—Simplemente me parece… increíble. Que es distinto.
—Si no me hubieras dejado, probablemente no me sentiría así.
Abandonarme fue lo mejor que has hecho nunca… por nosotras. Eso hizo que me diera cuenta de cuánto te quiero, solo a ti, y soy sincera cuando digo que quiero que seas mía de la forma en que pueda tenerte.
La miro fijamente. ¿Puedo creerme lo que dice? La cabeza me duele solo de intentar aclararme las ideas, y en el fondo me siento muy… aturdida.
—Aún sigues aquí. Creía que a estas alturas ya habrías salido huyendo —susurra.
—¿Por qué? ¿Porque podía pensar que eres una psicópata que azotas y follas a mujeres que se parecen a tu madre? ¿Por qué habrías de tener esa impresión? —siseo, con agresividad.
Ella palidece ante la dureza de mis palabras.
—Bueno, yo no lo habría dicho de ese modo, pero sí —dice, con los ojos muy abiertos y gesto dolido.
Al ver su expresión seria, me arrepiento de mi arrebato y frunzo el ceño sintiendo una punzada de culpa.
Oh, ¿qué voy a hacer? La observo y parece arrepentida, sincera… parece mi Cincuenta.
Y, de pronto, recuerdo la fotografía que había en su dormitorio de infancia,y en ese momento comprendo por qué la mujer que aparecía en ella me resultaba tan familiar. Se parecía a ella. Debía de ser su madre biológica.
Me viene a la mente su comentario desdeñoso: «Nadie importante…». Ella es la responsable de todo esto… y yo me parezco a ella… ¡Maldita sea!
Yulia se me queda mirando con crudeza, y sé que está esperando mi próximo movimiento. Parece sincera. Ha dicho que me quiere, pero estoy francamente confusa.
Esto es muy difícil. Me ha tranquilizado sobre Leila, pero ahora estoy más convencida que nunca de que ella era capaz de proporcionarle aquello que le da placer. Y esa idea me resulta terriblemente desagradable y agotadora.
—Yulia, estoy exhausta. ¿Podemos hablar de esto mañana? Quiero irme a la cama.
Ella parpadea, sorprendido.
—¿No te marchas?
—¿Quieres que me marche?
—¡No! Creí que me dejarías en cuanto lo supieras.
Acuden a mi mente todas las veces que ha dicho que la dejaría en cuanto conociera su secreto más oscuro… y ahora ya lo sé. Maldita sea… La Ama es oscura.
¿Debería marcharme? Ya la dejé una vez, y eso estuvo a punto de
destrozarme… a mí, y también a ella. Yo la amo. De eso no tengo duda, a pesar de lo que meha revelado.
—No me dejes —susurra.
—¡Oh, por el amor de Dios, no! ¡No pienso hacerlo! —grito, y es catártico.
Ya está. Lo he dicho. No voy a dejarla.
—¿De verdad? —pregunta abriendo mucho los ojos.
—¿Qué puedo hacer para que entiendas que no voy a salir corriendo? ¿Qué puedo decir?
Me mira fijamente, expresando de nuevo todo su miedo y su angustia. Traga saliva.
—Puedes hacer una cosa.
—¿Qué?
—Cásate conmigo —susurra.
¿Qué? ¿Realmente acaba de…?
Mi mundo se detiene por segunda vez en menos de media hora.
Dios mío. Me quedo mirando estupefacta a esa mujer profundamente herida a la que amo. No puedo creer lo que acaba de decir.
¿Matrimonio? ¿Me ha propuesto matrimonio? ¿Está de broma? No puedo evitarlo: una risita tonta, nerviosa, de incredulidad, brota desde lo más profundo de mi ser. Me muerdo el labio para evitar que se convierta en una estruendosa carcajada histérica, pero fracaso estrepitosamente. Me tumbo de espaldas en el suelo y me rindo a ese incontrolable ataque de risa, riéndome como si no me hubiera reído nunca, con unas carcajadas tremendas, curativas, catárticas.
Y durante un momento estoy completamente sola, observando desde lo alto esta situación absurda: una chica presa de un ataque de risa junto a una chica guapísima con problemas emocionales. Y cuando mi risa me hace derramar lágrimas abrasadoras,me tapo los ojos con el brazo. No, no… esto es demasiado.
Cuando la histeria remite, Yulia me aparta el brazo de la cara con
delicadeza. Yo levanto la vista y la miro.
Ella se inclina sobre mí. En su boca se dibuja la ironía, pero sus ojos azules arden, quizá dolidos. Oh, no.
Usando los nudillos, me seca cuidadosamente una lágrima perdida.
—¿Mi proposición le hace gracia, señorita Katina?
¡Oh, Cincuenta! Alargo la mano y le acaricio la mejilla con cariño,
deleitándome en el tacto de su barbilla bajo mis dedos. Dios, amo a esta hombre.
—Señorita Volkova… Yulia. Tu sentido de la oportunidad es sin duda…
Cuando me fallan las palabras, le miro.
Ella sonríe, pero las arrugas en torno a sus ojos revelan su consternación. La situación se torna grave.
—Eso me ha dolido en el alma, Lena. ¿Te casarás conmigo?
Me siento, apoyo las manos en sus rodillas y me inclino sobre ella. Miro fijamente su adorable rostro.
—Yulia, me he encontrado a la loca de tu ex con una pistola, me han echado de mi propio apartamento, me ha caído encima la bomba Cincuenta…
Ella abre la boca para hablar, pero yo levanto una mano. Y, obedientemente, la cierra.
—Acabas de revelarme una información sobre ti misma que, francamente,resulta bastante impactante, y ahora me has pedido que me case contigo.
Ella mueve la cabeza a un lado y a otro, como si analizara los hechos. Parece divertido. Gracias a Dios.
—Sí, creo que es un resumen bastante adecuado de la situación —dice con sequedad.
—¿Y qué pasó con lo de aplazar la gratificación?
—Lo he superado, y ahora soy una firme defensora de la gratificación inmediata. Carpe diem, Lena —susurra.
—Mira, Yulia, hace muy poco que te conozco y necesito saber mucho más de ti. He bebido demasiado, estoy hambrienta y cansada y quiero irme a la cama.Tengo que considerar tu proposición, del mismo modo que consideré el contrato que me ofreciste. Y además —aprieto los labios para expresar contrariedad, pero también para aligerar la tensión en el ambiente—, no ha sido la propuesta más romántica del
mundo.
Ella inclina la cabeza a un lado y en sus labios se dibuja una sonrisa.
—Buena puntualización, como siempre, señorita Katina —afirma con un deje de alivio en la voz—. ¿O sea que esto es un no?
Suspiro.
—No, señorita Volkova, no es un no, pero tampoco es un sí. Haces esto únicamente porque estás asustada y no confías en mí.
—No, hago esto porque finalmente he conocido a alguien con quien quiero pasar el resto de mi vida.
Oh. Noto un pálpito en el corazón y siento que me derrito por dentro.
¿Cómo es capaz, en medio de las más extrañas situaciones, de decir cosas tan románticas? Abro la boca, sin dar crédito.
—Nunca creí que esto pudiera sucederme a mí —continúa, y su expresión irradia pura sinceridad.
Yo la miro boquiabierta, buscando las palabras apropiadas.
—¿Puedo pensármelo… por favor? ¿Y pensar en todo el resto de las cosas que han pasado hoy? ¿En lo que acabas de decirme? Tú me pediste paciencia y fe.Bien, pues yo te pido lo mismo, Volkova. Ahora las necesito yo.
Sus ojos buscan los míos y, al cabo de un momento, se inclina y me recoge un mechón de pelo detrás de la oreja.
—Eso puedo soportarlo. —Me besa fugazmente en los labios—. No muy romántico, ¿eh? —Arquea las cejas, y yo hago un gesto admonitorio con la cabeza—.¿Flores y corazones? —pregunta bajito.
Asiento y me sonríe vagamente.
—¿Tienes hambre?
—Sí.
—No has comido —dice con mirada gélida y la mandíbula tensa.
—No, no he comido. —Vuelvo a sentarme sobre los talones y la miro tranquilamente—. Que me echaran de mi apartamento, después de ver a mi novia interactuando íntimamente con una de sus antiguas sumisas, me quitó bastante el apetito.
Yulia sacude la cabeza y se pone de pie ágilmente. Ah, por fin podemos levantarnos del suelo. Me tiende la mano.
—Deja que te prepare algo de comer —dice.
—¿No podemos irnos a la cama sin más? —musito con aire fatigado al darle la mano.
Ella me ayuda a levantarme. Estoy entumecida. Sube la vista y me mira con dulzura.
—No, tienes que comer. Vamos. —La dominante Yulia ha vuelto, lo cual resulta un alivio.
Me lleva a un taburete de la barra en la zona de la cocina, y luego se acerca a la nevera. Consulto el reloj: son casi las once y media, y tengo que levantarme pronto para ir a trabajar.
—Yulia, la verdad es que no tengo hambre.
Ella no hace caso y rebusca en el enorme frigorífico.
—¿Queso? —pregunta.
—A esta hora, no.
—¿Galletitas saladas?
—¿De la nevera? No —replico.
Ella se da la vuelta y me sonríe.
—¿No te gustan las galletitas saladas?
—A las once y media no, Yulia. Me voy a la cama. Tú si quieres puede pasarte el resto de la noche rebuscando en la nevera. Yo estoy cansada, y he tenido un día de lo más intenso. Un día que me gustaría olvidar.
Bajo del taburete y ella me pone mala cara, pero ahora mismo no me importa.
Quiero irme a la cama; estoy exhausta.
—¿Macarrones con queso?
Levanta un bol pequeño tapado con papel de aluminio, con una expresión esperanzada que resulta entrañable.
—¿A ti te gustan los macarrones con queso? —pregunto.
Ella asiente entusiasmada, y se me derrite el corazón. De pronto parece muy joven. ¿Quién lo habría dicho? A Yulia Volkova le gusta la comida de menú infantil.
—¿Quieres un poco? —pregunta esperanzada.
Soy incapaz de resistirme a ella, y además tengo mucha hambre.
Asiento y le dedico una débil sonrisa. Su cara de satisfacción resulta fascinante. Retira el papel de aluminio del bol y lo mete en el microondas. Vuelvo a sentarme en el taburete y contemplo la hermosa estampa de la señorita Volkova — la mujer que quiere casarse conmigo moviéndose con elegante soltura por su cocina.
—¿Así que sabes utilizar el microondas? —le digo en un suave tono burlón.
—Suelo ser capaz de cocinar algo, siempre que venga envasado. Con lo que tengo problemas es con la comida de verdad.
No puedo creer que este sea la misma mujer que estaba de rodillas ante mí hace menos de media hora. Es su carácter voluble habitual. Coloca platos, cubiertos y manteles individuales sobre la barra del desayuno.
—Es muy tarde —comento.
—No vayas a trabajar mañana.
—He de ir a trabajar mañana. Mi jefe se marcha a Nueva York.
Yulia frunce el ceño.
—¿Quieres ir allí este fin de semana?
—He consultado la predicción del tiempo y parece que va a llover —digo negando con la cabeza.
—Ah. Entonces, ¿qué quieres hacer?
El timbre del microondas anuncia que nuestra cena ya está caliente.
—Ahora mismo lo único que quiero es vivir el día a día. Todas estas emociones son… agotadoras.
Levanto una ceja y la miro, cosa que ella ignora prudentemente.
Yulia deja el bol blanco entre nuestros platos y se sienta a mi lado.
Parece absorta en sus pensamientos, distraída. Yo sirvo los macarrones para ambas.
Huelen divinamente y se me hace la boca agua ante la expectativa. Estoy muerta de hambre.
—Siento lo de Leila —murmura.
—¿Por qué lo sientes?
Mmm, los macarrones saben tan bien como huelen. Y mi estómago lo agradece.
—Para ti debe de haber sido un impacto terrible encontrártela en tu apartamento. Igor lo había registrado antes personalmente. Está muy disgustado.
—Yo no culpo a Igor.
—Yo tampoco. Ha estado buscándote.
—¿Ah, sí? ¿Por qué?
—Yo no sabía dónde estabas. Te dejaste el bolso, el teléfono. Ni siquiera podía localizarte. ¿Dónde fuiste? —pregunta.
Habla con mucha suavidad, pero en sus palabras subyace una carga ominosa.
—Andrey y yo fuimos a un bar de la acera de enfrente. Para que yo pudiera ver lo que ocurría, simplemente.
—Ya.
La atmósfera entre las dos ha cambiado de forma muy sutil. Ya no es tan liviana.
Ah, muy bien, de acuerdo… yo también puedo jugar a este juego. Así que esta voy a devolvértela, Cincuenta. Y tratando de sonar despreocupada, queriendo satisfacer la curiosidad que me corroe pero temerosa de la respuesta, le pregunto:
—¿Y qué hiciste con Leila en el apartamento?
Levanto la vista, la miro, y ella deja suspendido en el aire el tenedor con los macarrones. Oh, no, esto no presagia nada bueno.
—¿De verdad quieres saberlo?
Se me forma un nudo en el estómago y de golpe se me quita el apetito.
—Sí —susurro.
¿Eso quieres? ¿De verdad? Mi subconsciente ha tirado al suelo la botella de ginebra y se ha incorporado muy erguida en su butaca, mirándome horrorizada.
Yulia vacila y su boca se convierte en una fina línea.
—Hablamos, y luego la bañé. —Su voz suena ronca, y, al ver que no reacciono, se apresura a continuar—: Y la vestí con ropa tuya. Espero que no te importe. Pero es que estaba mugrienta.
Por Dios santo. ¿La bañó?
Qué gesto tan extraño e inapropiado… La cabeza me da vueltas y miro fijamente los macarrones que no me he comido. Y ahora esa imagen me produce náuseas.
Intenta racionalizarlo, me aconseja mi subconsciente. Aunque la parte serena e intelectual de mi cerebro sabe que lo hizo simplemente porque estaba sucia,me resulta demasiado duro. Mi ser frágil y celoso no es capaz de soportarlo.
De pronto tengo ganas de llorar: no de sucumbir a ese llanto de damisela que surca con decoro mis mejillas, sino a ese otro que aúlla a la luna. Inspiro profundamente para reprimir el impulso, pero esas lágrimas y esos sollozos reprimidos me arden en la garganta.
—No podía hacer otra cosa, Lena —dice él en voz baja.
—¿Todavía sientes algo por ella?
—¡No! —contesta horrorizada, y cierra los ojos con expresión de angustia.
Yo aparto la mirada y la bajo otra vez a mi nauseabunda comida. No soy capaz de mirarla.
—Verla así… tan distinta, tan destrozada. La atendí, como habría hecho con cualquier otra persona.
Se encoge de hombros como para librarse de un recuerdo desagradable.
Vaya, ¿y encima espera que la compadezca?
—Lena, mírame.
No puedo. Sé que si lo hago, me echaré a llorar. No puedo digerir todo esto. Soy como un depósito rebosante de gasolina, lleno, desbordado. Ya no hay espacio para más. Sencillamente no puedo soportar más toda esta angustia. Si lo intento, arderé y explotaré y será muy desagradable. ¡Dios!
La imagen aparece en mi mente: Yulia ocupándose de un modo tan íntimo de su antigua sumisa. Bañándola, por Dios santo… desnuda. Un estremecimiento de dolor recorre mi cuerpo.
—Lena.
—¿Qué?
—No pienses en eso. No significa nada. Fue como cuidar de una niña, una niña herida, destrozada —musita.
¿Qué demonios sabrá ella de cuidar niños? Esa era una mujer con la que tuvo una relación sexual devastadora y perversa.
Ay, esto duele… Respiro firme y profundamente. O tal vez se refiera a sí misma. Ella es la niña destrozada. Eso tiene más lógica… o quizá no tenga la menor lógica. Oh, todo esto es tan terriblemente complicado, y de pronto me siento exhausta.
Necesito dormir.
—¿Lena?
Me levanto, llevo mi plato al fregadero y tiro los restos de comida a la basura.
—Lena, por favor.
Doy media vuelta y la miro.
—¡Basta ya, Yulia! ¡Basta ya de «Lena, por favor»! —le grito, y las lágrimas empiezan a correr por mis mejillas—. Ya he tenido bastante de toda esa mierda por hoy. Me voy a la cama. Estoy cansada física y emocionalmente. Déjame.
Giro sobre mis talones y prácticamente echo a correr hacia el dormitorio,llevándome conmigo el recuerdo de sus ojos abiertos mirándome atónitos. Es agradable saber que yo también soy capaz de perturbarla. Me desvisto en un santiamén,y después de rebuscar en su cómoda, saco una de sus camisetas y me dirijo al baño.
Me observo en el espejo y apenas reconozco a la bruja demacrada de mejillas enrojecidas y ojos irritados que me devuelve la mirada, y esa imagen me supera. Me derrumbo en el suelo y sucumbo a esa abrumadora emoción que ya no puedo contener, estallando en tremendos sollozos que me desgarran el pecho, y dejando por fin que las lágrimas se desborden libremente.
Yulia postrada de rodillas a mis pies, reteniéndome con la firmeza de su mirada azul, es la visión más solemne y escalofriante que he contemplado jamás… más que Leila con su pistola. El leve aturdimiento producido por el alcohol se esfuma al instante, sustituido por una creciente sensación de fatalidad. Palidezco y se me eriza todo el vello.
Inspiro profundamente, conmocionada. No. No, esto es un error, un error muy grave y perturbador.
—Yulia, por favor, no hagas esto. Esto no es lo que quiero.
Ella sigue mirándome con total pasividad, sin moverse, sin decir nada.
Oh, Dios. Mi pobre Cincuenta. Se me encoge el corazón. ¿Qué demonios le he hecho? Las lágrimas que pugnan por brotar me escuecen en los ojos.
—¿Por qué haces esto? Háblame —musito.
Ella parpadea una vez.
—¿Qué te gustaría que dijera? —dice en voz baja, inexpresiva, y el hecho de que hable me alivia momentáneamente, pero así no…
No. ¡No!
Las lágrimas empiezan a correr por mis mejillas, y de repente me resulta insoportable verla en la misma posición postrada que la de esa criatura patética que era Leila. La imagen de una mujer poderosa, que en realidad sigue siendo una muchacha, que sufrió terribles abusos y malos tratos, que se considera indigna del
amor de su familia perfecta y de su mucho menos perfecta novia… mi chica perdida…
La imagen es desgarradora.
Compasión, vacío, desesperación, todo eso inunda mi corazón, y siento una angustia asfixiante. Voy a tener que luchar para recuperarla, para recuperar a mi Cincuenta.
Pensar en que yo pueda ejercer la dominación sobre alguien me resulta atroz. Pensar en que yo ejerza la dominación sobre Yulia es sencillamente repugnante. Eso me convertiría en alguien como ella: la mujer que le hizo esto a Yul.
Al pensar en eso, me estremezco y contengo la bilis que siento subir por mi garganta. Es inconcebible que yo haga eso. Es inconcebible que desee eso.
A medida que se me aclaran las ideas, veo cuál es el único camino: sin dejar de mirarla a los ojos, caigo de rodillas frente a ella.
Siento la madera dura contra mis espinillas, y me seco las lágrimas con el dorso de la mano.
Así, ambas somos iguales. Estamos al mismo nivel. Este es el único modo de recuperarla.
Ella abre los ojos imperceptiblemente cuando alzo la vista y le miro, pero,aparte de eso, ni su expresión ni su postura cambian.
—Yulia, no tienes por qué hacer esto —suplico—. Yo no voy a dejarte.Te lo he dicho y te lo he repetido cientos de veces. No te dejaré. Todo esto que ha pasado… es abrumador. Lo único que necesito es tiempo para pensar… tiempo para mí. ¿Por qué siempre te pones en lo peor?
Se me encoge nuevamente el corazón, porque sé la razón: porque es insegura, y está llena de odio hacia sí misma.
Las palabras de Olga vuelven a resonar en mi mente: «¿Sabe ella lo negativa que eres contigo misma? ¿En todos los aspectos?».
Oh, Yulia. El miedo atenaza de nuevo mi corazón y empiezo a
balbucear:
—Iba a sugerir que esta noche volvería a mi apartamento. Nunca me dejas tiempo… tiempo para pensar las cosas. —Rompo a sollozar, y en su cara aparece la levísima sombra de un gesto de disgusto—. Simplemente tiempo para pensar. Nosotras apenas nos conocemos, y toda esa carga que tú llevas encima… yo necesito… necesito tiempo para analizarla. Y ahora que Leila está… bueno, lo que sea que esté… que ya no anda por ahí y ya no es un peligro… pensé… pensé…
Se me quiebra la voz y le miro fijamente. Ella me observa intensamente y creo que me está escuchando.
—Verte con Leila… —cierro los ojos ante el doloroso recuerdo de verla interactuando con su antigua sumisa—… me ha impactado terriblemente. Por un momento he atisbado cómo había sido tu vida… y… —Bajo la vista hacia mis dedos entrelazados. Mis mejillas siguen inundadas de lágrimas—. Todo esto es porque siento que yo no soy suficiente para ti. He comprendido cómo era tu vida, y tengo mucho miedo de que termines aburriéndote de mí y entonces me dejes… y yo acabe siendo como Leila… una sombra. Porque yo te quiero, Yulia, y si me dejas, será como si el mundo perdiera la luz. Y me quedaré a oscuras. Yo no quiero dejarte. Pero tengo tanto miedo de que tú me dejes…
Mientras le digo todo eso, con la esperanza de que me escuche, me doy cuenta de cuál es mi verdadero problema. Simplemente no entiendo por qué le gusto.
Nunca he entendido por qué le gusto.
—No entiendo por qué te parezco atractiva —murmuro—. Tú eres…bueno, tú eres tú… y yo soy… —Me encojo de hombros y le miro—. Simplemente no lo entiendo. Tú eres hermosa y sexy y triunfadora y bueno y amable y cariñosa… todas esas cosas… y yo no. Y yo no puedo hacer las cosas que a ti te gusta hacer. Yo no puedo darte lo que necesitas. ¿Cómo puedes ser feliz conmigo? —Mi voz se convierte en un susurro que expresa mis más oscuros miedos—. Nunca he entendido qué ves en mí. Y verte con ella no ha hecho más que confirmarlo.
Sollozo y me seco la nariz con el dorso de la mano, contemplando su expresión impasible.
Oh, es tan exasperante. ¡Habla conmigo, maldita sea!
—¿Vas a quedarte aquí arrodillada toda la noche? Porque yo haré lo mismo—le espeto con cierta dureza.
Creo que suaviza el gesto… incluso parece vagamente divertida. Pero es muy difícil saberlo.
Podría acercarme y tocarla, pero eso sería abusar de forma flagrante de la posición en la que ella me ha colocado. Yo no quiero eso, pero no sé qué quiere ella, o qué intenta decirme. Simplemente no la entiendo.
—Yulia, por favor, por favor… háblame —le ruego, mientras retuerzo las manos sobre el regazo.
Aunque estoy incómoda sobre mis rodillas, sigo postrada, mirando esos ojos azules, serios, preciosos, y espero.
Y espero.
Y espero.
—Por favor —suplico una vez más.
De pronto, su intensa mirada se oscurece y parpadea.
—Estaba tan asustada —murmura.
¡Oh, gracias a Dios! Mi subconsciente vuelve a recostarse en su butaca,suspirando de alivio, y se bebe un buen trago de ginebra.
¡Está hablando! La gratitud me invade y trago saliva intentando contener la emoción y las lágrimas que amenazan con volver a brotar.
Su voz es tenue y suave.
—Cuando vi llegar a Andrey, supe que otra persona te había dejado entrar en tu apartamento. Igor y yo bajamos del coche de un salto. Sabíamos que se trataba de ella, y verla allí de ese modo, contigo… y armada. Creo que me sentí morir. Lena,alguien te estaba amenazando… era la confirmación de mis peores miedos. Estaba tan enfurecida con ella, contigo, con Igor, conmigo misma…
Menea la cabeza, expresando su angustia.
—No podía saber lo desequilibrada que estaba. No sabía qué hacer. No sabía cómo reaccionaría. —Se calla y frunce el ceño—. Y entonces me dio una pista:parecía muy arrepentida. Y así supe qué tenía que hacer.
Se detiene y me mira, intentando sopesar mi reacción.
—Sigue —susurro.
Ella traga saliva.
—Verla en ese estado, saber que yo podía tener algo que ver con su crisis nerviosa… —Cierra los ojos otra vez—. Leila fue siempre tan traviesa y vivaz…
Tiembla e inspira con dificultad, como si sollozara. Es una tortura escuchar todo esto, pero permanezco de rodillas, atenta,embebida en su relato.
—Podría haberte hecho daño. Y habría sido culpa mía.
Sus ojos se apagan, paralizados por el horror, y se queda de nuevo en silencio.
—Pero no fue así —susurro—, y tú no eras responsable de que estuviera en ese estado, Yulia.
La miro fijamente, animándole a continuar.
Entonces caigo en la cuenta de que todo lo que hizo fue para protegerme, y quizá también a Leila, porque también se preocupa por ella. Pero ¿hasta qué punto se preocupa por ella? No dejo de plantearme esa incómoda pregunta. Ella dice que me quiere, pero me echó de mi propio apartamento con mucha brusquedad.
—Yo solo quería que te fueras —murmura, con su extraordinaria capacidad para leer mis pensamientos—. Quería alejarte del peligro y… Tú… no… te ibas —sisea entre dientes, y su exasperación es palpable.
Me mira intensamente.
—Elena Katina, eres la mujer más tozuda que conozco.
Cierra los ojos mientras niega con la cabeza, como si no diera crédito.
Oh, ha vuelto. Aliviada, lanzo un largo y profundo suspiro.
Ella abre los ojos de nuevo, y su expresión es triste y desamparada…sincera.
—¿No pensabas dejarme? —pregunta.
—¡No!
Vuelve a cerrar los ojos y todo su cuerpo se relaja. Cuando los abre, veo su dolor y su angustia.
—Pensé… —Se calla—. Esta soy yo, Lena. Todo lo que soy… y soy toda tuya. ¿Qué tengo que hacer para que te des cuenta de eso? Para hacerte ver que quiero que seas mía de la forma que tenga que ser. Que te quiero.
—Yo también te quiero, Yulia, y verte así es… —Me falta el aire y
vuelven a brotar las lágrimas—. Pensé que te había destrozado.
—¿Destrozado? ¿A mí? Oh, no, Lena. Todo lo contrario. —Se acerca y me coge la mano—. Tú eres mi tabla de salvación —susurra, y me besa los nudillos antes de apoyar su palma contra la mía.
Con los ojos muy abiertos y llenos de miedo, tira suavemente de mi mano y la coloca sobre su pecho, cerca del corazón… en la zona prohibida. Se le acelera la respiración. Su corazón late desbocado, retumbando bajo mis dedos. No aparta los ojos de mí; su mandíbula está tensa, los dientes apretados.
Yo jadeo. ¡Oh, mi Cincuenta! Está permitiendo que la toque. Y es como si todo el aire de mis pulmones se hubiera volatilizado… desaparecido. Noto el zumbido de la sangre en mis oídos, y el ritmo de mis latidos aumenta para acompasarse al suyo.
Me suelta la mano, dejándola posada sobre su corazón. Flexiono
ligeramente los dedos y siento la calidez de su piel bajo la liviana tela de la camisa.
Está conteniendo la respiración. No puedo soportarlo. Y retiro la mano.
—No —dice inmediatamente, y vuelve a poner su mano sobre la mía,presionando con sus dedos los míos—. No.
Incitada por esas dos palabras, me deslizo por el suelo hasta que nuestras rodillas se tocan, y levanto la otra mano con cautela para que sepa exactamente qué me dispongo a hacer. Ella abre más los ojos, pero no me detiene.
Empiezo a desabrocharle con delicadeza los botones de la camisa. Con una mano es difícil. Flexiono los dedos que están bajo los suyos y ella me suelta, y me permite usar ambas manos para desabotonarle la prenda. No dejo de mirarla a los ojos
mientras le abro la camisa, y su torso queda a la vista.
Ella traga saliva, separa los labios y se le acelera la respiración, y noto que su pánico aumenta, pero no se aparta. ¿Sigue actuando como una sumisa? No tengo ni idea.
¿Debo hacer esto? No quiero hacerle daño, ni física ni mentalmente. Verla así, ofreciéndose por completo a mí, ha sido un toque de atención.
Alargo la mano y la dejo suspendida sobre su pecho, y la miro…
pidiéndole permiso. Ella inclina la cabeza a un lado muy sutilmente, armándose de valor ante mi inminente caricia. Emana tensión, pero esta vez no es ira… es miedo.
Vacilo. ¿De verdad puedo hacerle esto?
—Sí —musita… otra vez con esa singular capacidad de responder a mis preguntas no formuladas.
Extiendo los dedos sobre su torso y los hago descender con
ternura sobre el esternón. Ella cierra los ojos, y contrae el rostro como si sintiera un dolor insufrible. No puedo soportar verla, de manera que aparto los dedos inmediatamente, pero ella me sujeta la mano al instante y la vuelve a posar con firmeza sobre su torso desnudo. Cuando la toco con la palma de la mano, se le eriza la piel.
—No —dice, con la voz quebrada—. Lo necesito.
Aprieta los ojos con más fuerza. Esto debe de ser una tortura para ella. Es un auténtico suplicio verla. Le acaricio con los dedos el pecho y el corazón, con mucho cuidado, maravillada con su tacto, aterrorizada de que esto sea ir demasiado lejos.
Abre sus ojos azules, que me fulminan, ardientes.
Dios santo. Es una mirada salvaje, abrasadora, intensísima, y respira entrecortadamente. Hace que me hierva la sangre y me estremezca.
No me ha detenido, de manera que vuelvo a pasarle los dedos sobre el pecho y sus labios se entreabren. Jadea, y no sé si es por miedo o por algo más.
Hace tanto tiempo que ansío besarla ahí, que me inclino sobre las rodillas y le sostengo la mirada durante un momento, dejando perfectamente claras mis intenciones. Luego me acerco y poso un tierno beso sobre su corazón, y siento la calidez y el dulce aroma de su piel en mis labios.
Su ahogado gemido me conmueve tanto que vuelvo a sentarme sobre los talones, temiendo lo que veré en su rostro. Ella ha cerrado los ojos con firmeza, pero no se ha movido.
—Otra vez —susurra, y me inclino nuevamente sobre su torso, esta vez para besarle una de las cicatrices.
Jadea, y la beso otra, y otra. Gruñe con fuerza, y de pronto sus brazos me rodean y me agarra el pelo, y me levanta la cabeza con mucha brusquedad hasta que mis labios se unen a su boca insistente. Y nos besamos, y yo enredo los dedos en su cabello.
—Oh, Lena —suspira, y se inclina y me tumba en el suelo, y ahora estoy debajo de ella.
Deslizo mis manos en torno a su hermoso rostro y, en ese momento, noto sus lágrimas.
Está llorando… no. ¡No!
—Yulia, por favor, no llores. He sido sincera cuando te he dicho que nunca te dejaré. De verdad. Si te he dado una impresión equivocada, lo siento… por favor, por favor, perdóname. Te quiero. Siempre te querré.
Se cierne sobre mí y me mira con una expresión llena de dolor.
—¿De qué se trata?
Abre todavía más los ojos.
—¿Cuál es este secreto que te hace pensar que saldré corriendo para no volver? ¿Qué hace que estés tan convencida de que te dejaré? —suplico con voz trémula—. Dímelo, Yulia, por favor…
Ella se incorpora y se sienta, esta vez con las piernas cruzadas, y yo hago lo mismo con las mías extendidas. Me pregunto vagamente si no podríamos levantarnos del suelo, pero no quiero interrumpir el curso de sus pensamientos. Por fin va a confiar
en mí.
Pone los ojos hacia mí y parece absolutamente desolada. Oh, Dios… esto es grave.
—Lena…
Hace una pausa, buscando las palabras con gesto de dolor… ¿Qué demonios pasa?
Inspira profundamente y traga saliva.
—Soy una sádica, Lena. Me gusta azotar a jovencitas como tú,porque todas os parecéis a la puta adicta al crack… mi madre biológica. Estoy segura de que puedes imaginar por qué.
Lo suelta de golpe, como si llevara días y días madurando esa declaración en la cabeza y estuviera desesperada por librarse de ella.
Mi mundo se detiene. Oh, no.
Esto no es lo que esperaba. Esto es malo. Realmente malo. La miro,intentando entender las implicaciones de lo que acaba de decir. Esto explica por qué todas nos parecemos.
Lo primero que pienso es que Leila tenía razón: «La Ama es oscura».
Recuerdo la primera conversación que tuve con ella sobre sus tendencias,cuando estábamos en el cuarto rojo del dolor.
—Tú dijiste que no eras una sádica —musito, en un desesperado intento por comprenderle… por encontrar alguna excusa que le justifique.
—No, yo dije que era una Ama. Si te mentí fue por omisión. Lo siento.
Baja la vista por un instante a sus uñas perfectamente cuidadas.
Creo que está avergonzada. ¿Avergonzada por haberme mentido? ¿O por lo que es?
—Cuando me hiciste esa pregunta, yo tenía en mente que la relación entre ambas sería muy distinta —murmura.
Y su mirada deja claro que está aterrada.
Entonces caigo de golpe en la cuenta. Si es una sádica, necesita realmente todo eso de los azotes y los castigos. Por Dios, no. Me cojo la cabeza entre las manos.
—Así que es verdad —susurro, alzando la vista hacia ella—. Yo no puedo darte lo que necesitas.
Eso es… eso significa que realmente somos incompatibles.
El mundo se abre bajo mis pies, todo se desmorona a mi alrededor mientras el pánico atenaza mi garganta. Se acabó. No podemos seguir con esto.
Ella frunce el ceño.
—No, no, no, Lena. Sí que puedes. Tú me das lo que yo necesito. —Aprieta los puños—. Créeme, por favor —murmura, y sus palabras suenan como una plegaria apasionada.
—Ya no sé qué creer, Yulia. Todo esto es demasiado complicado —murmuro, y siento escozor y dolor en la garganta, ahogada por las lágrimas que no derramo.
Cuando vuelve a mirarme, tiene los ojos muy abiertos y llenos de luz.
—Lena, créeme. Cuando te castigué y después me abandonaste, mi forma de ver el mundo cambió. Cuando dije que haría lo que fuera para no volver a sentirme así jamás, no hablaba en broma. —Me observa angustiada, suplicante—. Cuando dijiste que me amabas, fue como una revelación. Nadie me había dicho eso antes, y fue como si hubiera enterrado parte de mi pasado… o como si tú lo hubieras hecho por mí, no lo sé. Es algo que el doctor Flynn y yo seguimos analizando a fondo.
Oh. Una chispa de esperanza prende en mi corazón. Quizá lo nuestro pueda funcionar. Yo quiero que funcione. ¿La quiero de verdad?
—¿Qué intentas decirme? —musito.
—Lo que quiero decir es que ya no necesito nada de todo eso. Ahora no.
¿Qué?
—¿Cómo lo sabes? ¿Cómo puedes estar tan segura?
—Simplemente lo sé. La idea de hacerte daño… de cualquier manera… me resulta abominable.
—No lo entiendo. ¿Qué pasa con las reglas y los azotes y todo eso del sexo pervertido?
Se pasa la mano por el pelo y casi sonríe, pero al final suspira con pesar.
—Estoy hablando del rollo más duro, Elena. Deberías ver lo que soy capaz de hacer con una vara o un látigo.
Abro la boca, estupefacta.
—Prefiero no verlo.
—Lo sé. Si a ti te apeteciera hacer eso, entonces vale… pero tú no quieres,y lo entiendo. Yo no puedo practicar todo eso si tú no quieres. Ya te lo dije una vez, tú tienes todo el poder. Y ahora, desde que has vuelto, no siento esa compulsión en absoluto.
La miro boquiabierta durante un momento, e intento digerir todo lo que ha dicho.
—Pero cuando nos conocimos sí querías eso, ¿verdad?
—Sí, sin duda.
—¿Cómo puede ser que la compulsión desaparezca así sin más, Yulia?¿Como si yo fuera una especie de panacea y tú ya estuvieras… no se me ocurre una palabra mejor… curada? No lo entiendo.
Ella vuelve a suspirar.
—Yo no diría «curada»… ¿No me crees?
—Simplemente me parece… increíble. Que es distinto.
—Si no me hubieras dejado, probablemente no me sentiría así.
Abandonarme fue lo mejor que has hecho nunca… por nosotras. Eso hizo que me diera cuenta de cuánto te quiero, solo a ti, y soy sincera cuando digo que quiero que seas mía de la forma en que pueda tenerte.
La miro fijamente. ¿Puedo creerme lo que dice? La cabeza me duele solo de intentar aclararme las ideas, y en el fondo me siento muy… aturdida.
—Aún sigues aquí. Creía que a estas alturas ya habrías salido huyendo —susurra.
—¿Por qué? ¿Porque podía pensar que eres una psicópata que azotas y follas a mujeres que se parecen a tu madre? ¿Por qué habrías de tener esa impresión? —siseo, con agresividad.
Ella palidece ante la dureza de mis palabras.
—Bueno, yo no lo habría dicho de ese modo, pero sí —dice, con los ojos muy abiertos y gesto dolido.
Al ver su expresión seria, me arrepiento de mi arrebato y frunzo el ceño sintiendo una punzada de culpa.
Oh, ¿qué voy a hacer? La observo y parece arrepentida, sincera… parece mi Cincuenta.
Y, de pronto, recuerdo la fotografía que había en su dormitorio de infancia,y en ese momento comprendo por qué la mujer que aparecía en ella me resultaba tan familiar. Se parecía a ella. Debía de ser su madre biológica.
Me viene a la mente su comentario desdeñoso: «Nadie importante…». Ella es la responsable de todo esto… y yo me parezco a ella… ¡Maldita sea!
Yulia se me queda mirando con crudeza, y sé que está esperando mi próximo movimiento. Parece sincera. Ha dicho que me quiere, pero estoy francamente confusa.
Esto es muy difícil. Me ha tranquilizado sobre Leila, pero ahora estoy más convencida que nunca de que ella era capaz de proporcionarle aquello que le da placer. Y esa idea me resulta terriblemente desagradable y agotadora.
—Yulia, estoy exhausta. ¿Podemos hablar de esto mañana? Quiero irme a la cama.
Ella parpadea, sorprendido.
—¿No te marchas?
—¿Quieres que me marche?
—¡No! Creí que me dejarías en cuanto lo supieras.
Acuden a mi mente todas las veces que ha dicho que la dejaría en cuanto conociera su secreto más oscuro… y ahora ya lo sé. Maldita sea… La Ama es oscura.
¿Debería marcharme? Ya la dejé una vez, y eso estuvo a punto de
destrozarme… a mí, y también a ella. Yo la amo. De eso no tengo duda, a pesar de lo que meha revelado.
—No me dejes —susurra.
—¡Oh, por el amor de Dios, no! ¡No pienso hacerlo! —grito, y es catártico.
Ya está. Lo he dicho. No voy a dejarla.
—¿De verdad? —pregunta abriendo mucho los ojos.
—¿Qué puedo hacer para que entiendas que no voy a salir corriendo? ¿Qué puedo decir?
Me mira fijamente, expresando de nuevo todo su miedo y su angustia. Traga saliva.
—Puedes hacer una cosa.
—¿Qué?
—Cásate conmigo —susurra.
¿Qué? ¿Realmente acaba de…?
Mi mundo se detiene por segunda vez en menos de media hora.
Dios mío. Me quedo mirando estupefacta a esa mujer profundamente herida a la que amo. No puedo creer lo que acaba de decir.
¿Matrimonio? ¿Me ha propuesto matrimonio? ¿Está de broma? No puedo evitarlo: una risita tonta, nerviosa, de incredulidad, brota desde lo más profundo de mi ser. Me muerdo el labio para evitar que se convierta en una estruendosa carcajada histérica, pero fracaso estrepitosamente. Me tumbo de espaldas en el suelo y me rindo a ese incontrolable ataque de risa, riéndome como si no me hubiera reído nunca, con unas carcajadas tremendas, curativas, catárticas.
Y durante un momento estoy completamente sola, observando desde lo alto esta situación absurda: una chica presa de un ataque de risa junto a una chica guapísima con problemas emocionales. Y cuando mi risa me hace derramar lágrimas abrasadoras,me tapo los ojos con el brazo. No, no… esto es demasiado.
Cuando la histeria remite, Yulia me aparta el brazo de la cara con
delicadeza. Yo levanto la vista y la miro.
Ella se inclina sobre mí. En su boca se dibuja la ironía, pero sus ojos azules arden, quizá dolidos. Oh, no.
Usando los nudillos, me seca cuidadosamente una lágrima perdida.
—¿Mi proposición le hace gracia, señorita Katina?
¡Oh, Cincuenta! Alargo la mano y le acaricio la mejilla con cariño,
deleitándome en el tacto de su barbilla bajo mis dedos. Dios, amo a esta hombre.
—Señorita Volkova… Yulia. Tu sentido de la oportunidad es sin duda…
Cuando me fallan las palabras, le miro.
Ella sonríe, pero las arrugas en torno a sus ojos revelan su consternación. La situación se torna grave.
—Eso me ha dolido en el alma, Lena. ¿Te casarás conmigo?
Me siento, apoyo las manos en sus rodillas y me inclino sobre ella. Miro fijamente su adorable rostro.
—Yulia, me he encontrado a la loca de tu ex con una pistola, me han echado de mi propio apartamento, me ha caído encima la bomba Cincuenta…
Ella abre la boca para hablar, pero yo levanto una mano. Y, obedientemente, la cierra.
—Acabas de revelarme una información sobre ti misma que, francamente,resulta bastante impactante, y ahora me has pedido que me case contigo.
Ella mueve la cabeza a un lado y a otro, como si analizara los hechos. Parece divertido. Gracias a Dios.
—Sí, creo que es un resumen bastante adecuado de la situación —dice con sequedad.
—¿Y qué pasó con lo de aplazar la gratificación?
—Lo he superado, y ahora soy una firme defensora de la gratificación inmediata. Carpe diem, Lena —susurra.
—Mira, Yulia, hace muy poco que te conozco y necesito saber mucho más de ti. He bebido demasiado, estoy hambrienta y cansada y quiero irme a la cama.Tengo que considerar tu proposición, del mismo modo que consideré el contrato que me ofreciste. Y además —aprieto los labios para expresar contrariedad, pero también para aligerar la tensión en el ambiente—, no ha sido la propuesta más romántica del
mundo.
Ella inclina la cabeza a un lado y en sus labios se dibuja una sonrisa.
—Buena puntualización, como siempre, señorita Katina —afirma con un deje de alivio en la voz—. ¿O sea que esto es un no?
Suspiro.
—No, señorita Volkova, no es un no, pero tampoco es un sí. Haces esto únicamente porque estás asustada y no confías en mí.
—No, hago esto porque finalmente he conocido a alguien con quien quiero pasar el resto de mi vida.
Oh. Noto un pálpito en el corazón y siento que me derrito por dentro.
¿Cómo es capaz, en medio de las más extrañas situaciones, de decir cosas tan románticas? Abro la boca, sin dar crédito.
—Nunca creí que esto pudiera sucederme a mí —continúa, y su expresión irradia pura sinceridad.
Yo la miro boquiabierta, buscando las palabras apropiadas.
—¿Puedo pensármelo… por favor? ¿Y pensar en todo el resto de las cosas que han pasado hoy? ¿En lo que acabas de decirme? Tú me pediste paciencia y fe.Bien, pues yo te pido lo mismo, Volkova. Ahora las necesito yo.
Sus ojos buscan los míos y, al cabo de un momento, se inclina y me recoge un mechón de pelo detrás de la oreja.
—Eso puedo soportarlo. —Me besa fugazmente en los labios—. No muy romántico, ¿eh? —Arquea las cejas, y yo hago un gesto admonitorio con la cabeza—.¿Flores y corazones? —pregunta bajito.
Asiento y me sonríe vagamente.
—¿Tienes hambre?
—Sí.
—No has comido —dice con mirada gélida y la mandíbula tensa.
—No, no he comido. —Vuelvo a sentarme sobre los talones y la miro tranquilamente—. Que me echaran de mi apartamento, después de ver a mi novia interactuando íntimamente con una de sus antiguas sumisas, me quitó bastante el apetito.
Yulia sacude la cabeza y se pone de pie ágilmente. Ah, por fin podemos levantarnos del suelo. Me tiende la mano.
—Deja que te prepare algo de comer —dice.
—¿No podemos irnos a la cama sin más? —musito con aire fatigado al darle la mano.
Ella me ayuda a levantarme. Estoy entumecida. Sube la vista y me mira con dulzura.
—No, tienes que comer. Vamos. —La dominante Yulia ha vuelto, lo cual resulta un alivio.
Me lleva a un taburete de la barra en la zona de la cocina, y luego se acerca a la nevera. Consulto el reloj: son casi las once y media, y tengo que levantarme pronto para ir a trabajar.
—Yulia, la verdad es que no tengo hambre.
Ella no hace caso y rebusca en el enorme frigorífico.
—¿Queso? —pregunta.
—A esta hora, no.
—¿Galletitas saladas?
—¿De la nevera? No —replico.
Ella se da la vuelta y me sonríe.
—¿No te gustan las galletitas saladas?
—A las once y media no, Yulia. Me voy a la cama. Tú si quieres puede pasarte el resto de la noche rebuscando en la nevera. Yo estoy cansada, y he tenido un día de lo más intenso. Un día que me gustaría olvidar.
Bajo del taburete y ella me pone mala cara, pero ahora mismo no me importa.
Quiero irme a la cama; estoy exhausta.
—¿Macarrones con queso?
Levanta un bol pequeño tapado con papel de aluminio, con una expresión esperanzada que resulta entrañable.
—¿A ti te gustan los macarrones con queso? —pregunto.
Ella asiente entusiasmada, y se me derrite el corazón. De pronto parece muy joven. ¿Quién lo habría dicho? A Yulia Volkova le gusta la comida de menú infantil.
—¿Quieres un poco? —pregunta esperanzada.
Soy incapaz de resistirme a ella, y además tengo mucha hambre.
Asiento y le dedico una débil sonrisa. Su cara de satisfacción resulta fascinante. Retira el papel de aluminio del bol y lo mete en el microondas. Vuelvo a sentarme en el taburete y contemplo la hermosa estampa de la señorita Volkova — la mujer que quiere casarse conmigo moviéndose con elegante soltura por su cocina.
—¿Así que sabes utilizar el microondas? —le digo en un suave tono burlón.
—Suelo ser capaz de cocinar algo, siempre que venga envasado. Con lo que tengo problemas es con la comida de verdad.
No puedo creer que este sea la misma mujer que estaba de rodillas ante mí hace menos de media hora. Es su carácter voluble habitual. Coloca platos, cubiertos y manteles individuales sobre la barra del desayuno.
—Es muy tarde —comento.
—No vayas a trabajar mañana.
—He de ir a trabajar mañana. Mi jefe se marcha a Nueva York.
Yulia frunce el ceño.
—¿Quieres ir allí este fin de semana?
—He consultado la predicción del tiempo y parece que va a llover —digo negando con la cabeza.
—Ah. Entonces, ¿qué quieres hacer?
El timbre del microondas anuncia que nuestra cena ya está caliente.
—Ahora mismo lo único que quiero es vivir el día a día. Todas estas emociones son… agotadoras.
Levanto una ceja y la miro, cosa que ella ignora prudentemente.
Yulia deja el bol blanco entre nuestros platos y se sienta a mi lado.
Parece absorta en sus pensamientos, distraída. Yo sirvo los macarrones para ambas.
Huelen divinamente y se me hace la boca agua ante la expectativa. Estoy muerta de hambre.
—Siento lo de Leila —murmura.
—¿Por qué lo sientes?
Mmm, los macarrones saben tan bien como huelen. Y mi estómago lo agradece.
—Para ti debe de haber sido un impacto terrible encontrártela en tu apartamento. Igor lo había registrado antes personalmente. Está muy disgustado.
—Yo no culpo a Igor.
—Yo tampoco. Ha estado buscándote.
—¿Ah, sí? ¿Por qué?
—Yo no sabía dónde estabas. Te dejaste el bolso, el teléfono. Ni siquiera podía localizarte. ¿Dónde fuiste? —pregunta.
Habla con mucha suavidad, pero en sus palabras subyace una carga ominosa.
—Andrey y yo fuimos a un bar de la acera de enfrente. Para que yo pudiera ver lo que ocurría, simplemente.
—Ya.
La atmósfera entre las dos ha cambiado de forma muy sutil. Ya no es tan liviana.
Ah, muy bien, de acuerdo… yo también puedo jugar a este juego. Así que esta voy a devolvértela, Cincuenta. Y tratando de sonar despreocupada, queriendo satisfacer la curiosidad que me corroe pero temerosa de la respuesta, le pregunto:
—¿Y qué hiciste con Leila en el apartamento?
Levanto la vista, la miro, y ella deja suspendido en el aire el tenedor con los macarrones. Oh, no, esto no presagia nada bueno.
—¿De verdad quieres saberlo?
Se me forma un nudo en el estómago y de golpe se me quita el apetito.
—Sí —susurro.
¿Eso quieres? ¿De verdad? Mi subconsciente ha tirado al suelo la botella de ginebra y se ha incorporado muy erguida en su butaca, mirándome horrorizada.
Yulia vacila y su boca se convierte en una fina línea.
—Hablamos, y luego la bañé. —Su voz suena ronca, y, al ver que no reacciono, se apresura a continuar—: Y la vestí con ropa tuya. Espero que no te importe. Pero es que estaba mugrienta.
Por Dios santo. ¿La bañó?
Qué gesto tan extraño e inapropiado… La cabeza me da vueltas y miro fijamente los macarrones que no me he comido. Y ahora esa imagen me produce náuseas.
Intenta racionalizarlo, me aconseja mi subconsciente. Aunque la parte serena e intelectual de mi cerebro sabe que lo hizo simplemente porque estaba sucia,me resulta demasiado duro. Mi ser frágil y celoso no es capaz de soportarlo.
De pronto tengo ganas de llorar: no de sucumbir a ese llanto de damisela que surca con decoro mis mejillas, sino a ese otro que aúlla a la luna. Inspiro profundamente para reprimir el impulso, pero esas lágrimas y esos sollozos reprimidos me arden en la garganta.
—No podía hacer otra cosa, Lena —dice él en voz baja.
—¿Todavía sientes algo por ella?
—¡No! —contesta horrorizada, y cierra los ojos con expresión de angustia.
Yo aparto la mirada y la bajo otra vez a mi nauseabunda comida. No soy capaz de mirarla.
—Verla así… tan distinta, tan destrozada. La atendí, como habría hecho con cualquier otra persona.
Se encoge de hombros como para librarse de un recuerdo desagradable.
Vaya, ¿y encima espera que la compadezca?
—Lena, mírame.
No puedo. Sé que si lo hago, me echaré a llorar. No puedo digerir todo esto. Soy como un depósito rebosante de gasolina, lleno, desbordado. Ya no hay espacio para más. Sencillamente no puedo soportar más toda esta angustia. Si lo intento, arderé y explotaré y será muy desagradable. ¡Dios!
La imagen aparece en mi mente: Yulia ocupándose de un modo tan íntimo de su antigua sumisa. Bañándola, por Dios santo… desnuda. Un estremecimiento de dolor recorre mi cuerpo.
—Lena.
—¿Qué?
—No pienses en eso. No significa nada. Fue como cuidar de una niña, una niña herida, destrozada —musita.
¿Qué demonios sabrá ella de cuidar niños? Esa era una mujer con la que tuvo una relación sexual devastadora y perversa.
Ay, esto duele… Respiro firme y profundamente. O tal vez se refiera a sí misma. Ella es la niña destrozada. Eso tiene más lógica… o quizá no tenga la menor lógica. Oh, todo esto es tan terriblemente complicado, y de pronto me siento exhausta.
Necesito dormir.
—¿Lena?
Me levanto, llevo mi plato al fregadero y tiro los restos de comida a la basura.
—Lena, por favor.
Doy media vuelta y la miro.
—¡Basta ya, Yulia! ¡Basta ya de «Lena, por favor»! —le grito, y las lágrimas empiezan a correr por mis mejillas—. Ya he tenido bastante de toda esa mierda por hoy. Me voy a la cama. Estoy cansada física y emocionalmente. Déjame.
Giro sobre mis talones y prácticamente echo a correr hacia el dormitorio,llevándome conmigo el recuerdo de sus ojos abiertos mirándome atónitos. Es agradable saber que yo también soy capaz de perturbarla. Me desvisto en un santiamén,y después de rebuscar en su cómoda, saco una de sus camisetas y me dirijo al baño.
Me observo en el espejo y apenas reconozco a la bruja demacrada de mejillas enrojecidas y ojos irritados que me devuelve la mirada, y esa imagen me supera. Me derrumbo en el suelo y sucumbo a esa abrumadora emoción que ya no puedo contener, estallando en tremendos sollozos que me desgarran el pecho, y dejando por fin que las lágrimas se desborden libremente.
VIVALENZ28- Mensajes : 921
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Re: 50 SOMBRAS MÁS OSCURAS// ADAPTACIÓN
Cada vez más emocional
SandyQueen- Mensajes : 184
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Edad : 35
Localización : Mexico
Re: 50 SOMBRAS MÁS OSCURAS// ADAPTACIÓN
Que intensidad de capítulo... Actualiza hoyyyy xD
Aleinads- Mensajes : 519
Fecha de inscripción : 14/05/2015
Edad : 35
Localización : Colombia
Re: 50 SOMBRAS MÁS OSCURAS// ADAPTACIÓN
15
Eh… —dice Yulia con ternura, y me abraza—. Por favor, Lena, no
llores, por favor —suplica.
Está en el suelo del baño, y yo en su regazo. La rodeo con los brazos y lloro pegada a su cuello. Ella susurra bajito junto a mi pelo y me acaricia suavemente la espalda, la cabeza.
—Lo siento, cariño —murmura.
Finalmente, cuando ya no me quedan lágrimas, Yulia se levanta
cogiéndome en brazos, me lleva a su habitación y me tumba sobre la cama. Al cabo de unos segundos la tengo a mi lado y las luces están apagadas. Me rodea entre sus brazos y me abraza fuerte, y por fin me sumo en un sueño oscuro y agitado.
* * *
Me despierto de golpe. Tengo la cabeza embotada y demasiado calor.
Yulia está aferrada a mí como la hiedra. Gruñe suavemente en sueños mientras me libero de sus brazos, pero no se despierta. Me incorporo y echo un vistazo al despertador. Son las tres de la madrugada. Necesito un analgésico y beber algo. Saco las piernas de la cama y me dirijo a la cocina.
Encuentro un envase de zumo de naranja en la nevera y me sirvo un vaso.
Mmm… está delicioso, y el embotamiento mental desaparece al instante. Rebusco en los cajones algún calmante y al final doy con una caja de plástico llena de medicamentos. Me tomo dos analgésicos y me sirvo otro vaso de zumo de naranja.
Me acerco a la enorme pared acristalada y contemplo cómo duerme Seattle.
Las luces brillan y parpadean a los pies del castillo de Yulia en el cielo, ¿o debería decir fortaleza? Presiono la frente contra el frío cristal, y siento cierto alivio. Tengo tanto en lo que pensar después de todas las revelaciones de ayer. Apoyo la espalda en el vidrio y me deslizo hasta el suelo. El salón en penumbra se ve inmenso y tenebroso,con la única luz procedente de las tres lámparas suspendidas sobre la isla de la cocina.
¿Podría vivir aquí, casada con Yulia? ¿Después de todo lo que ella ha hecho entre estas paredes? ¿Con toda esa carga de su pasado que alberga este lugar?
Matrimonio… Resulta algo casi inconcebible y totalmente inesperado. Pero también es verdad que todo lo referido a Yulia es inesperado. Y, ante esa evidencia, aparece en mis labios una sonrisa irónica. Yulia Volkova, esperar lo inesperado… las cincuenta sombras de una existencia destrozada.
Mi sonrisa desaparece. Me parezco a su madre. Eso me duele en lo más profundo, y repentinamente me quedo sin aire en los pulmones. Todas nos parecemos a su madre.
¿Cómo demonios voy a actuar después de conocer este pequeño secreto?
No me extraña que no quisiera decírmelo. Pero la verdad es que ella no puede acordarse mucho de su madre. Me pregunto una vez más si debería hablar con el doctor Flynn.
¿Me lo permitiría Yulia? Quizá él podría ayudarme a llenar las lagunas que me faltan.
Sacudo la cabeza. Me siento exhausta emocionalmente, pero disfruto de la tranquila serenidad del salón y de sus preciosas obras de arte; frías y austeras, pero con un estilo propio, también hermosas en la penumbra y seguramente valiosísimas.
¿Podría yo vivir aquí? ¿En lo bueno y en lo malo? ¿En la salud y en la enfermedad?
Cierro los ojos, apoyo la cabeza en el cristal, y lanzo un profundo y reparador suspiro.
La apacible tranquilidad del momento se ve interrumpida por un grito visceral y primitivo que me eriza el vello y pone en alerta todo mi cuerpo. ¡Yulia!
¡Dios santo!, ¿qué ha pasado? Me pongo de pie y salgo corriendo hacia el dormitorio antes de que el eco de ese sonido horrible se haya desvanecido, con el corazón palpitando de miedo.
Pulso uno de los interruptores y se enciende la lámpara de la mesita de Yulia. Ella se debate frenéticamente en la cama, retorciéndose de angustia. ¡No!
Vuelve a gritar, y ese sonido devastador y espeluznante me desgarra de nuevo.
¡Santo Dios… una pesadilla!
—¡Yulia!
Me inclino sobre ella, la sujeto por los hombros y la zarandeo para que despierte. Ella abre los ojos, y son salvajes y vacíos, y examinan rápidamente la habitación vacía antes de volver a posarse en mí.
—Te fuiste, te fuiste, deberías haberte ido —balbucea, y la mirada de sus ojos desmesurados se convierte en acusatoria, y parece tan perdido que se me parte el corazón. Pobre Cincuenta…
—Estoy aquí. —Me siento en la cama a su lado—. Estoy aquí —murmuro en voz baja, en un esfuerzo por tranquilizarle.
Me acerco y le apoyo la palma en un lado de la cara, intentando calmarle.
—Te habías ido —susurra presurosa.
Sigue teniendo los ojos salvajes y asustados, pero se va serenando poco a poco.
—He ido a buscar algo de beber. Tenía sed.
Cierra los ojos y se frota la cara. Cuando vuelve a abrirlos parece muy desolada.
—Estás aquí. Oh, gracias a Dios.
Se acerca a mí y me sujeta con fuerza, y me vuelve a tumbar en la cama, a su lado.
—Solo he ido a buscar algo de beber —murmuro.
Oh, la intensidad de su miedo… puedo sentirla. Tiene la camiseta empapada en sudor, y cuando me atrae hacia ella su corazón late con fuerza. Me mira fijamente, como para asegurarse de que realmente estoy aquí. Le acaricio el cabello con ternura y después la mejilla.
—Yulia, por favor. Estoy aquí. No me voy a ir a ningún sitio —le digo con dulzura.
—Oh, Lena—musita.
Me coge la barbilla y la acerca hasta que su boca está sobre la mía. El deseo la invade e instantáneamente mi cuerpo responde… está tan ligado y sincronizado al suyo. Posa los labios sobre mi oreja, en mi cuello, y nuevamente en mi boca, sus dientes tiran suavemente de mi labio inferior, su mano sube por mi cuerpo, de
la cadera al pecho, arrastrando la camiseta hacia arriba. Acariciándome, sintiendo bajo sus dedos las simas y las turgencias de mi piel, consigue provocar en mí la ya tan familiar reacción, haciendo que me estremezca en lo más profundo. Gimo cuando su mano se curva en torno a mi seno y sus dedos se agarran al pezón.
—Te deseo —murmura.
—Estoy aquí para ti. Solo para ti, Yulia.
Gruñe y me besa una vez más apasionadamente, con un fervor y una desesperación que no había sentido nunca en ella. Cojo el bajo de su camiseta, tiro y ella me ayuda a quitársela por la cabeza. Luego se arrodilla entre mis piernas, me incorpora presurosamente y me despoja de la mía.
Sus ojos se ven serios, anhelantes, llenos de oscuros secretos…
vulnerables. Coloca las manos alrededor de mi cara y me besa, y caemos de nuevo en la cama. Está medio tendida sobre mí, con uno de sus muslos entre los míos, y siento su erección presionando contra mi cadera a través de sus boxers. Me desea, pero, de repente, sus palabras de antes, lo que dijo sobre su madre, escogen este momento para volver a rondar por mi mente y atormentarme. Y es como un cubo de agua fría sobre mi libido. Maldita sea… No puedo hacer esto, ahora no.
—Yulia… para. No puedo hacerlo —susurro apremiante junto a su
boca, empujando sus antebrazos con las manos.
—¿Qué? ¿Qué pasa? —murmura, y empieza a besarme el cuello, y me desliza la punta de la lengua por la garganta.
Oh…
—No, por favor. No puedo hacerlo, ahora no. Necesito un poco de tiempo,por favor.
—Oh, Lena, no le des tantas vueltas —susurra mientras me mordisquea el lóbulo.
—¡Ah! —jadeo, sintiéndolo en la entrepierna, y mi cuerpo se arquea,traicionándome.
Todo resulta tan confuso…
—Yo sigo siendo la misma, Lena. Te quiero y te necesito. Tócame. Por favor.
Frota su nariz contra la mía, y su súplica tranquila y sincera hace que me conmueva y me derrita por dentro.
Tocarla… Tocarla mientras hacemos el amor. Oh, Dios.
Se coloca sobre mí, me mira y, a la tenue luz de la lámpara de la mesilla,veo que está esperando mi decisión, y que está atrapada en mi hechizo.
Alargo la mano con cautela y la poso sobre lo suave que es su esternón. Ella jadea y cierra los ojos con fuerza, como si le doliera, pero esta vez no aparto la mano. La subo hasta sus hombros y noto el temblor que recorre su cuerpo. Gime, y la atraigo hacia mí, colocando ambas manos en su espalda donde no la había tocado nunca, sobre los omoplatos, y la abrazo.
Ella entierra la cabeza en mi cuello, me besa, chupa y me muerde, y luego sube con la nariz hasta la barbilla y me besa, su lengua posee mi boca y sus manos se mueven otra vez sobre mi cuerpo. Sus labios bajan… bajan… bajan hasta mis pechos,adorándome a su paso, y mis manos siguen en sus hombros y en su espalda, disfrutando de sus esculturales músculos flexibles y tensos, de su piel empapada aún por la pesadilla. Cierra los labios sobre mi pezón, chupa y tira, y este se alza para recibir a su gloriosa y hábil boca.
Gimo y deslizo las uñas por su espalda. Y ella jadea en un gemido
entrecortado.
—Oh, Dios, Lena—dice sin respiración, y es mitad gruñido, mitad grito.
Me desgarra el alma, pero también llega a mis entrañas y me tensa todos los músculos por debajo de la cintura. ¡Ah, lo que soy capaz de hacerle! Ahora jadeo, y su respiración torturada se acompasa a la mía.
Sus manos van bajando, sobre mi vientre y hasta mi sexo… y sus dedos están sobre mí y luego dentro de mí. Gimo y ella mueve los dedos en mi interior de esa forma que ella sabe, y yo empujo la pelvis para recibir su caricia.
—Lena —musita.
De pronto me suelta y se sienta, se quita los boxers y se inclina sobre la mesita para coger un envoltorio plateado. Sus ojos azules centellean cuando me entrega el condón.
—¿Quieres hacerlo? Todavía puedes decir que no. Siempre puedes decir que no —murmura.
—No me des la oportunidad de pensar, Yulia. Yo también te deseo.
Rompo el envoltorio con los dientes y ella se arrodilla entre mis piernas, y yo lo deslizo en su miembro con dedos temblorosos.
—Tranquila… Vas a hacer que me corra, Lena.
Me maravilla lo que mis caricias pueden provocar en esta mujer. Ella se tumba sobre mí, y en ese momento todas mis dudas quedan relegadas y encerradas en los abismos más profundos y oscuros del fondo de mi mente. Estoy embriagada por esta mujer, mi mujer, mi Cincuenta Sombras. De repente se revuelve, cogiéndome totalmente por sorpresa, y estoy encima de ella. Uau.
—Tú… tómame tú —murmura, y sus ojos brillan con intensidad febril.
Ah… Despacio, muy despacio, me hundo en ella. Echa la cabeza hacia atrás,cierra los ojos y gruñe. Le sujeto las manos y empiezo a moverme, gozando de la plenitud de mi posesión, gozando de su reacción, viendo cómo se destensa debajo de mí. Me siento como una diosa. Me inclino y le beso la barbilla, deslizando los dientes
a lo largo de su mandíbula. Su sabor es delicioso. Ella se agarra a
mis caderas y ralentiza mi ritmo, haciéndolo lento y pausado.
—Lena, tócame… por favor.
Oh. Me inclino hacia delante y me apoyo con las manos sobre su pecho. Y ella grita, y su grito es como un sollozo que penetra con fuerza en mi interior.
—Aaah —gimoteo, y paso las uñas con delicadeza sobre su torso, a través de sus senos, y ella gruñe fuerte y se revuelve bruscamente, de manera que vuelvo a estar debajo.
—Basta —gime—. No más, por favor.
Es una súplica desgarradora.
Le cojo la cara entre las manos, noto la humedad de sus mejillas, y la atraigo con mi fuerza hacia mis labios para poder besarla. Y luego me aferro a ella con mis manos en su espalda.
De su garganta surge un gruñido ronco y profundo mientras se mueve en mi interior, empujándome adelante y atrás, pero no consigo dejarme ir. Tengo demasiadas cosas en la cabeza que me confunden. Estoy demasiado ofuscada con ella.
—Déjate ir, Lena —me apremia.
—No.
—Sí —gruñe.
Se mueve ligeramente y gira las caderas, una y otra vez.
¡Dios… ahhh!
—Vamos, nena, lo necesito. Dámelo.
Y estallo, mi cuerpo es esclavo del suyo, envuelto en torno a ella, aferrado a ella como la hiedra, mientras ella grita mi nombre y alcanza el clímax conmigo, y luego se derrumba, con todo su peso presionándome contra el colchón.
* * *
Acuno a Yulia en mis brazos, con su cabeza descansando en mi pecho,mientras yacemos saboreando los rescoldos de la pasión amorosa. Le paso los dedos por el cabello y escucho cómo su respiración vuelve a la normalidad.
—No me dejes nunca —murmura.
Yo pongo los ojos en blanco, consciente de que no puede verme.
—Sé que me has puesto los ojos en blanco —susurra, y capto un deje divertido en su voz.
—Me conoces bien.
—Me gustaría conocerte mejor.
—Volviendo a ti, Volkova. ¿De qué iba tu pesadilla?
—Lo de siempre.
—Cuéntamelo.
Traga saliva y se tensa antes de emitir un interminable suspiro.
—Debo de tener como unos tres años, y el chulo de la puta adicta al crack vuelve a estar muy furioso. Fuma y fuma sin parar, un cigarrillo tras otro, y no encuentra un cenicero.
Se calla, y un escalofrío aterrador me atenaza el corazón.
—Duele —dice—. Lo que recuerdo es el dolor. Eso es lo que me provoca las pesadillas. Eso, y el hecho de que ella no hiciera nada para detenerle.
Oh, Dios. Es insoportable. La abrazo más fuerte, aferrándome a ella con brazos y piernas, y trato de que mi desesperación no me asfixie. ¿Cómo puede alguien tratar así a una niña? Ella levanta la cabeza y me clava su mirada azul e intensa.
—Tú no eres como ella. Ni se te ocurra siquiera pensarlo. Por favor.
Le miro y parpadeo. Me tranquiliza mucho oír eso. Ella vuelve a apoyar la cabeza en mi pecho, y creo que ha terminado, pero me sorprende comprobar que continúa.
—A veces, en mis sueños, ella está simplemente tumbada en el suelo. Y yo creo que está dormida. Pero no se mueve. Nunca se mueve. Y yo tengo hambre. Mucha hambre.
Oh, Dios.
—Se oye un gran ruido y él ha vuelto, y me pega muy fuerte, mientras maldice a la puta adicta al crack. Su primera reacción siempre era usar los puños o el cinturón.
—¿Por eso no te gusta que te toquen?
Cierra los ojos y me abraza más fuerte.
—Es complicado —murmura.
Hunde la nariz entre mis senos, inspirando hondo, intentando distraerme.
—Cuéntamelo —insisto.
Ella suspira.
—Ella no me quería. Yo no me quería. El único roce que conocí era…violento. De ahí viene todo. Flynn lo explica mejor que yo.
—¿Puedo hablar con Flynn?
Levanta la cabeza para mirarme.
—¿Quieres profundizar más en Cincuenta Sombras?
—E incluso más. Ahora mismo me gusta cómo profundizo en él.
Me muevo provocativamente debajo de ellay sonríe.
—Sí, señorita Katina, a mí también me gusta.
Se inclina y me besa. Me observa un momento.
—Eres tan valiosa para mí, Lena. Decía en serio lo de casarme contigo. Así podremos conocernos. Yo puedo cuidar de ti. Tú puedes cuidar de mí. Podemos tener hijos, si quieres. Yo pondré el mundo a tus pies, Elena. Te quiero, en cuerpo y alma, para siempre. Por favor, piénsalo.
—Lo pensaré, Yulia, lo pensaré —la tranquilizo, y todo me da vueltas otra vez. ¿Hijos? Santo Dios—. Pero realmente me gustaría hablar con el doctor Flynn, si no te importa.
—Por ti lo que sea, nena. Lo que sea. ¿Cuándo te gustaría verle?
—Lo antes posible.
—De acuerdo. Mañana me ocuparé de ello. —Echa un vistazo al reloj—.Es tarde. Deberíamos dormir.
Alarga un brazo para apagar la luz de la mesita y me atrae hacia ella.
Miro el reloj. Oh, no: las cuatro menos cuarto.
Me envuelve en sus brazos, pega la frente a mi espalda y me acaricia el cuello con la nariz.
—Te quiero, Lena Katina, y quiero que estés a mi lado, siempre —murmura mientras me besa el cuello—. Ahora duerme.
Yo cierro los ojos.
* * *
Abro a regañadientes mis párpados pesados y una brillante luz inunda la habitación. Dejo escapar un gruñido. Me siento aturdida, desconectada de las extremidades que siento como el plomo, y Yulia me envuelve pegada a mí como la hiedra. Como de costumbre, tengo demasiado calor. Deben de ser las cinco de la
mañana; el despertador aún no ha sonado. Me muevo para librarme del calor que emite su cuerpo, dándome la vuelta en sus brazos, y ella balbucea algo ininteligible en sueños.
Miro el reloj: las nueve menos cuarto.
Oh, no, voy a llegar tarde. Maldita sea. Salgo dando tumbos de la cama y corro al baño. Tardo cuatro minutos en ducharme y volver a salir.
Yulia está sentada en la cama, mirándome con gesto de diversión mal disimulada mezclada con cautela, mientras yo sigo secándome y cogiendo la ropa.
Quizá esté esperando mi reacción a las revelaciones de anoche. Pero ahora mismo,sencillamente, no tengo tiempo.
Repaso la ropa elegida: pantalones negros, camisa negra… todo un poco señora R., pero ahora no puedo perder un segundo cambiando de estilismo. Me pongo con prisas un sujetador y unas bragas negras, consciente de que ella observa todos mis
movimientos. Me pone… nerviosa. Las bragas y el sujetador servirán.
—Estás muy guapa —ronronea Yulia desde la cama—. ¿Sabes?, puedes llamar y decir que estás enferma.
Me obsequia con esa media sonrisa devastadora, ciento cincuenta por ciento lasciva. Oh, es tan tentadora… La diosa que llevo dentro hace un mohín provocativo.
—No, Yulia. No puedo. Yo no soy una presidenta megalómana con una sonrisa preciosa que puede entrar y salir a su antojo.
—Me gusta entrar y salir a mi antojo.
Despliega su gloriosa sonrisa un poco más, de manera que ahora aparece en IMAX de alta definición.
—¡Yulia! —le riño.
Y le tiro la toalla, y se echa a reír.
—¿Una sonrisa preciosa, eh?
—Sí, y ya sabes el efecto que tiene en mí.
Me pongo el reloj.
—¿Efecto? —parpadea con aire inocente.
—Sí, lo sabes. El mismo efecto que tiene en todas las mujeres. La verdad es que resulta muy cansino ver cómo todas se derriten.
—¿Ah, sí?
Arquea una ceja y me mira. Se está divirtiendo mucho.
—No se haga el inocente, señorita Volkova. La verdad es que no te va nada —le digo distraídamente, mientras me recojo el pelo en una cola de caballo y me calzo mis zapatos de tacón alto.
Ya está. Así voy bien.
Cuando voy a darle un beso de despedida, ella me coge y me tira de nuevo en la cama, y se inclina sobre mí, sonriendo de oreja a oreja. Oh. Es tan guapa: esos ojos que brillan traviesos, ese pelo alborotado que le queda después de hacer el amor, esa sonrisa fascinante. Ahora tiene ganas de jugar.
Yo estoy cansada, la cabeza todavía me da vueltas por todas las cosas que averigüé ayer, mientras que ella está fresca como una rosa y de lo más sexy. Oh, es exasperante… mi Cincuenta.
—¿Qué puedo hacer para tentarte a quedarte? —dice en voz baja.
Siento un pálpito en el corazón y empieza a latirme con fuerza. Es la tentación personificada.
—No puedes —refunfuño, forcejeando para incorporarme—. Déjame ir.
Ella hace un mohín y desiste. Sonriendo, paso los dedos sobre sus labios esculpidos… mi Cincuenta Sombras. La quiero tanto, con toda la oscuridad de su devastada existencia. Ni siquiera he empezado a procesar los acontecimientos de ayer ni cómo me siento al respecto.
Alzo la cabeza para besarla, agradecida por haberme lavado los dientes. Ella me besa fuerte y largamente, y luego de repente me coge y me levanta, dejándome aturdida, sin aliento y temblorosa.
—Igor te llevará. Llegarás antes si no tienes que buscar aparcamiento.Está esperando en la puerta del edificio —dice Yulia amablemente, y parece aliviado.
¿Acaso le preocupa la reacción que pueda tener esta mañana? Estaba segura de que lo de anoche… bueno, lo de esta madrugada, le habría demostrado que no pienso salir huyendo.
—Vale. Gracias —musito, decepcionada por estar de pie, confundida por sus dudas, y vagamente enfadada porque una vez más no conduciré mi Saab.
Pero, en fin, tiene razón: con Igor llegaré antes.
—Disfrute de su mañana de vagancia, señorita Volkova. Ojalá pudiera quedarme,pero a la mujer que posee la empresa para la que trabajo no le gustaría que su personal faltara a su puesto solo por disfrutar de un poco de buen sexo.
Cojo mi bolso.
—Personalmente, señorita Katina, no tengo ninguna duda de que ella lo aprobaría. De hecho, puede que insistiera en ello.
—¿Por qué te quedas en la cama? No es propio de ti.
Cruza las manos detrás de la cabeza y me sonríe.
—Porque puedo, señorita Katina.
Le miro y meneo la cabeza.
—Hasta luego, nene.
Le lanzo un beso y salgo por la puerta.
* * *
Igor me está esperando y por lo visto sabe que voy tarde, porque
conduce como un loco y consigue que llegue al trabajo a las nueve y cuarto. Cuando aparca junto a la acera, me siento agradecida… agradecida por estar viva: conducía de un modo terrorífico. Y agradecida por no llegar espantosamente tarde: solo quince
minutos.
—Gracias, Igor—murmuro, pálida como una muerta.
Recuerdo que Yulia me contó que conducía tanques; quizá también pilote coches de carreras.
—Lena —asiente a modo de despedida, y yo salgo corriendo para la oficina.
Mientras abro la puerta del vestíbulo pienso que por lo visto Igor ha superado esa formalidad de «señorita Katina», y eso me hace sonreír.
Claire me sonríe cuando cruzo a toda prisa la recepción en dirección a mi mesa.
—¡Lena! —me llama Alex—. Ven.
Oh, maldita sea.
—¿Qué horas son estas? —me increpa.
—Lo siento. Me he dormido —respondo, poniéndome como la grana.
—Que no vuelva a pasar. Hazme un café, y después necesito que mandes unas cartas. Deprisa —grita, haciéndome dar un respingo.
¿Por qué está tan enfadado? ¿Qué le pasa? ¿Qué he hecho? Corro a la cocina a prepararle el café. Quizá debería haber faltado al trabajo. Podría… bueno,estar practicando sexo excitante con Yulia, o desayunando con ella, o simplemente hablando… eso sí que sería toda una novedad.
Alex apenas alza la vista cuando vuelvo a entrar en su despacho para llevarle el café. Me lanza una hoja de papel, garabateada a mano de forma ilegible.
—Pásalo a ordenador, tráemelo para que lo firme, después haz copias y envíalas por correo a todos nuestros autores.
—Muy bien, Alex.
Tampoco levanta la vista cuando salgo. Caray, sí que está enfadado.
Por fin me siento a mi mesa, sintiendo cierto alivio. Bebo un sorbo de té mientras espero a que se encienda el ordenador. Reviso mis e-mails.
De: Yulia Volkova
Fecha: 15 de junio de 2011 09:05
Para: Lena Katina
Asunto: Te echo de menos
Por favor, utiliza la BlackBerry.
x
Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
De: Lena Katina
Fecha: 15 de junio de 2011 09:27
Para: Yulia Volkova
Asunto: Qué bien se lo montan algunos
Mi jefe está enfadado.
La culpa es tuya por tenerme despierta hasta tan tarde con tus…
tejemanejes.
Debería darte vergüenza.
Lena Katina
Ayudante de Alexandr Popov, editor de SIP
De: Yulia Volkova
Fecha: 15 de junio de 2011 09:32
Para: Lena Katina
Asunto: ¿Tejemaqué?
Tú no tienes por qué trabajar, Elena.
No tienes ni idea de lo horrorizada que estoy de mis tejemanejes.
Pero me gusta tenerte despierta hasta tarde
Por favor, utiliza la BlackBerry.
Ah, y cásate conmigo, por favor.
Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
De: Lena Katina
Fecha: 15 de junio de 2011 09:35
Para: Yulia Volkova
Asunto: Ganarse la vida
Conozco tu tendencia natural a insistir, pero para ya.
Tengo que hablar con tu psiquiatra.
Hasta entonces no te daré una respuesta.
No soy contraria a vivir en pecado.
Lena Katina
Ayudante de Alexandr Popov, editor de SIP
De: Yulia Volkova
Fecha: 15 de junio de 2011 09:40
Para: Lena Katina
Asunto: BLACKBERRY
Elena: si vas a empezar a hablar del doctor Flynn, utiliza la
blackberry.
No es una petición.
Yulia Volkova
Ahora enfadada presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
Oh, no, ahora ella también está enfadada conmigo. Bueno, por mí que se ponga como quiera. Saco la BlackBerry del bolso y la miro con escepticismo. Mientras empieza a sonar. ¿Es que no puede dejarme en paz?
—Sí —contesto con sequedad.
—Lena, hola…
—¡José! ¿Cómo estás?
Oh, es agradable oír su voz.
—Estoy bien, Lena. Oye, ¿sigues saliendo con esa tal Volkova?
—Eh… sí… ¿Por qué?
¿Adónde quiere ir a parar?
—Bueno, ella ha comprado todas tus fotos, y pensé que podría llevarlas yo mismo a Seattle. La exposición cierra el jueves, o sea que podría entregarlas el viernes por la tarde. Y a lo mejor podríamos tomar una copa o algo. La verdad es que también necesitaría un sitio para dormir.
—Eso me parece estupendo, José. Sí, seguro que podremos arreglarlo de alguna manera. Deja que lo hable con Yulia y te vuelvo a llamar, ¿vale?
—Muy bien, espero tu llamada. Adiós, Lena.
—Adiós.
Y cuelga Oh, vaya. No he visto ni sabido nada de José desde la inauguración de su exposición. Ni siquiera le he preguntado cómo le estaba yendo, o si había vendido alguna obra más. Menuda amiga.
Así que a lo mejor el viernes por la noche salgo por ahí con José. ¿Cómo se lo tomará Yulia? Solo me doy cuenta de que me estoy mordiendo el labio cuando al final noto que me duele. Oh, esa mujer tiene un doble rasero. Ella sí que puede —me estremezco al pensarlo— darle ese puñetero baño a su ex amante, pero a mí
seguramente me caerá una bronca solo por querer tomar una copa con José. ¿Cómo voy a manejar todo esto?
—¡Lena! —Alex me saca de golpe de mis elucubraciones. ¿Sigue enfadado?—. ¿Dónde está esa carta?
—Eh… ya voy.
Maldita sea. ¿Qué le pasa?
Escribo la carta en un santiamén, la imprimo y entro en su despacho,nerviosa.
—Aquí la tienes.
La dejo sobre su mesa y me doy la vuelta para irme. Inmediatamente, Alex le echa un rápido vistazo, crítico y penetrante.
—No sé a qué te dedicas ahí fuera, pero yo te pago para trabajar —replica.
—Soy consciente de ello, Alex —balbuceo en tono de disculpa.
Y noto un rubor que se extiende lentamente bajo mi piel.
—Esto está lleno de errores —espeta—. Repítelo.
Oh, no. Empieza a sonar como alguien que yo me sé, pero la brusquedad de Yulia puedo tolerarla. Alex está empezando a desquiciarme.
—Ah, y tráeme otro café de paso.
—Lo siento —musito, y salgo de su despacho tan deprisa como puedo.
Por Dios. Se está poniendo insoportable. Vuelvo a sentarme a mi mesa, rehago rápidamente la carta, que solo tenía dos errores, y la repaso a fondo antes de imprimirla. Ahora está perfecta. Le preparo otro café, y le dirijo una elocuente mirada a Claire para hacerle saber que estoy metida en un buen lío. Suspiro profundamente, y entro de nuevo en su despacho.
—Mejor —murmura de mala gana mientras firma la carta—. Fotocópiala,archiva el original y envíala por correo a todos nuestros autores. ¿Entendido?
—Sí. —No soy una idiota—. Alex, ¿pasa algo?
Él levanta la vista, y sus ojos azules se oscurecen mientras repasan mi cuerpo de arriba abajo. Se me hiela la sangre.
—No.
Es una respuesta concisa, grosera y despectiva. Yo me quedo allí plantada como la idiota que decía no ser, y luego vuelvo a salir disparada de su despacho.
Quizá él también sufra un trastorno de personalidad. Vaya por Dios, estoy rodeada.
Voy hacia la fotocopiadora en la que, naturalmente, el papel está atascado, y en cuanto la arreglo, descubro que se ha terminado el papel. Hoy no es mi día.
Cuando por fin vuelvo a mi mesa y empiezo a ensobrar, suena la
BlackBerry. A través del cristal de su despacho, veo que Alex está al teléfono.
Contesto. Es Andrey.
—Hola, Lena. ¿Cómo fue anoche?
Anoche… Me viene a la mente una rápida secuencia de imágenes: Yulia arrodillada, su confesión, su proposición, los macarrones con queso, mis lágrimas, su pesadilla, el sexo, tocarla…
—Eh… bien —murmuro de forma poco convincente.
Andrey se queda callado, y al final decide pasar por alto mi evasiva.
—Estupendo. ¿Puedo ir a recoger las llaves?
—Claro.
—Pasaré por ahí dentro de media hora. ¿Tendrás tiempo para un café?
—Hoy no. He llegado tarde y mi jefe está furioso como un oso al que le hubiera picado una ortiga el culo.
—Suena mal.
—Suena fatal —digo soltando una risita.
Andrey se ríe y me alegra un poco el ánimo
—Vale, nos vemos a las tres.
Y cuelga.
Levanto la vista y Alex me está mirando. Maldita sea. Le ignoro a
conciencia y sigo ensobrando.
Al cabo de media hora suena el teléfono de mi mesa. Es Claire.
—Ha vuelto. Está aquí, en recepción. El dios rubio.
Después de toda la angustia que pasé ayer y del día que el malhumorado de mi jefe me está haciendo pasar, es una alegría ver a Andrey, aunque enseguida tenemos que despedirnos.
—¿Nos veremos esta noche?
—Seguramente me quedaré con Yulia.
Me ruborizo.
—Estás muy pillada, ¿eh? —comenta Andrey con cariño.
Me encojo de hombros. Si solo fuera eso… Y en ese momento me doy cuenta de que no solo estoy muy pillada: estoy pillada de por vida. Y lo más extraordinario es que Yulia parece sentir lo mismo. Andrey me da un breve abrazo.
—Hasta luego, Lena.
Vuelvo a mi mesa, intentando digerir lo que acabo de descubrir. Oh, lo que daría por pasar un día sola para pensar en todo esto.
De pronto Alex aparece ante mí.
—¿Dónde has estado?
—He tenido que ir un momento a recepción.
Me está poniendo realmente de los nervios.
—Quiero mi comida. Lo de siempre —dice con brusquedad, y vuelve a entrar en su despacho.
¿Por qué no me habré quedado en casa con Yulia? La diosa que llevo dentro cruza los brazos y frunce los labios: ella también quiere saber la respuesta a eso. Cojo el bolso y la BlackBerry y me encamino hacia la puerta. Reviso mis mensajes.
De: Yulia Volkova
Fecha: 15 de junio de 2011 09:06
Para: Lena Katina
Asunto: Te echo de menos
Mi cama es demasiado grande sin ti.
Por lo visto, al final tendré que ponerme a trabajar.
Incluso los presidentes megalómanos tienen cosas que hacer.
x
Yulia Volkova
Presidenta mano sobre mano de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
Y otro de él, algo más tarde.
De: Yulia Volkova
Fecha: 15 de junio de 2011 09:50
Para: Lena Katina
Asunto: La discreción
Es lo mejor del valor.
Por favor actúa con discreción… Tus e-mails de trabajo están
monitorizados.
¿CUÁNTAS VECES TENGO QUE DECÍRTELO?
Sí. Mayúsculas chillonas, como tú dices. UTILIZA LA BLACKBERRY.
El doctor Flynn puede reunirse con nosotros mañana por la tarde.
x
Yulia Volkova
Todavía enfadada presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
Y otro más… oh, no.
De: Yulia Volkova
Fecha: 15 de junio de 2011 12:15
Para: Lena Katina
Asunto: Nerviosismo
No he sabido nada de ti.
Por favor, dime que estás bien.
Ya sabes cómo me preocupo.
¡Enviaré a Igor a comprobarlo!
x
Yulia Volkova
Muy ansiosa presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
Pongo los ojos en blanco, y la llamo. No quiero que se preocupe.
—Teléfono de Yulia Volkova, soy Andrea Parker.
Oh, me desconcierta tanto que no sea Yulia quien conteste que me paro en seco en la calle, y el chico que va detrás de mí masculla enfadado y vira bruscamente para no chocar conmigo. Me refugio bajo el toldo verde de la tienda.
—¿Hola? ¿Puedo ayudarla?
La voz de Andrea llena el incómodo silencio.
—Lo siento… Esto… esperaba hablar con Yulia.
—En este momento la señorita Volkova está reunida —dice muy expeditiva—.¿Quiere dejar un mensaje?
—¿Puede decirle que ha llamado Lena?
—¿Lena? ¿Es Elena Katina?
—Eh… Sí.
Su pregunta me confunde.
—Espere un segundo, señorita Katina.
Ella deja un momento el teléfono y yo escucho con atención, pero no oigo lo que pasa. Al cabo de unos segundos, Yulia está al aparato.
—¿Estás bien?
—Sí, estoy bien.
Ella respira, aliviado.
—¿Por qué no iba a estarlo, Yulia? —murmuro para tranquilizarle.
—Siempre contestas enseguida a mis correos. Después de lo que te dije ayer, estaba preocupada —añade en voz baja, y luego habla con alguien de su despacho—. No, Andrea. Diles que esperen —ordena rotundo.
Oh, yo conozco ese tono de voz.
No oigo la respuesta de Andrea.
—No, he dicho que esperen —reitera con firmeza.
—Yulia, ahora estás muy ocupada. Solo he llamado para decirte que estoy bien, en serio… solo que hoy he estado muy liada. Alex ha sacado el látigo.
Esto… quiero decir…
Me ruborizo y me callo.
Pasa un buen rato sin que Yulia diga nada.
—Así que el látigo, ¿eh? Bueno, hubo un tiempo en que le habría
considerado un hombre muy afortunado —dice en un tono bastante sardónico—. No permitas que se te suba encima, nena.
—¡Yulia! —le riño, y sé que está sonriendo.
—Solo digo que le controles, nada más. Mira, me alegro de que estés bien.¿A qué hora te recojo?
—Te mandaré un e-mail.
—Desde tu BlackBerry —dice con severidad.
—Sí, señorita —replico a mi vez.
—Hasta luego, nena.
—Adiós…
Sigue al teléfono.
—Cuelga —le regaño, sonriendo.
Ella suspira profundamente.
—Ojalá no hubieras ido a trabajar esta mañana.
—Yo pienso lo mismo. Pero estoy ocupada. Cuelga.
—Cuelga tú.
Puedo notar su sonrisa. Oh, la Yulia juguetona. Adoro a la Yulia
juguetona. Mmm… Adoro a Yulia, punto.
—Ya estamos otra vez…
—Te estás mordiendo el labio.
Maldita sea, tiene razón. ¿Cómo lo sabe?
—¿Ves?, tú crees que no te conozco, Elena. Pero te conozco mejor de lo que crees —murmura seductoramente, de esa forma que me deja sin fuerzas y hace que me derrita.
—Yulia, ya hablaremos más tarde. Ahora mismo yo también desearía sinceramente no haberme ido esta mañana.
—Esperaré su correo, señorita Katina.
Cuelgo, y me apoyo en el frío y duro vidrio del escaparate de la tienda. Oh,Dios, incluso por teléfono me posee. Sacudo la cabeza para dejar de pensar en Yulia Volkova y entro en la tienda, deprimida al pensar de nuevo en Alex.
* * *
Cuando vuelvo, me pone mala cara.
—¿Te parece bien que salga a comer ahora? —le pregunto cautelosa.
Él levanta la vista y me mira aún más malhumorado.
—Si no hay más remedio… —me suelta—. Cuarenta y cinco minutos. Para recuperar el tiempo que has perdido esta mañana.
—Alex, ¿puedo preguntarte una cosa?
—¿Qué?
—Hoy pareces muy disgustado. ¿He hecho algo que te haya molestado?
Se me queda mirando.
—Ahora mismo no estoy de humor para hacer una lista de tus fallos. Tengo trabajo.
Devuelve la mirada a la pantalla de su ordenador, echándome claramente.
Por Dios… ¿Qué he hecho?
Me doy la vuelta y salgo de su despacho, y por un momento creo que voy a llorar. ¿Por qué de repente siente tanta aversión hacia mí? Me viene a la mente una idea muy desagradable, pero la ignoro. Ahora mismo no necesito pensar en sus tonterías… bastante tengo con lo mío.
Salgo del edificio en dirección al Starbucks más cercano, pido un café con leche y me siento junto a la ventana. Saco el iPod del bolso y me pongo los auriculares.
Escojo una canción al azar y pulso el botón de repetir para que suene una y otra vez.
Necesito música para pensar.
Dejo vagar mi mente. Yulia la sádica. Yulia la sumisa. Yulia la
intocable. Los impulsos edípicos de Yulia. Yulia bañando a Leila. Esta última imagen me atormenta, y gimo y cierro los ojos.
¿Realmente puedo casarme con esta mujer? Eso implica aceptar muchas cosas. Ella es compleja y difícil, pero en mi fuero interno sé que no quiero dejarla, a pesar de todos sus conflictos. Nunca podría dejarle. La amo. Sería como cortarme un brazo.
Nunca me había sentido tan viva, tan vital como ahora mismo. Desde que la conocí he descubierto todo tipo de sentimientos profundos y desconcertantes, y experiencias nuevas. Con Cincuenta nunca hay momentos de aburrimiento.
Recuerdo mi vida antes de Yulia, y es como si todo fuera en blanco y negro, como los retratos de José. Ahora mi vida entera es en colores saturados, ricos y brillantes. Estoy planeando sobre un rayo de luz deslumbrante, la luz deslumbrante de Yulia. Sigo siendo Ícaro, volando demasiado cerca de mi sol. Suelto un resoplido interno. Volar con Yulia… ¿quién puede resistirse a una mujer que puede volar?
¿Puedo abandonarla? ¿Quiero abandonarla? Es como si ella hubiera pulsado un interruptor que me iluminara por dentro. Conocerla ha sido todo un proceso de aprendizaje. He descubierto más sobre mí misma en las últimas semanas que en toda mi vida anterior. He aprendido sobre mi cuerpo, mis límites infranqueables, mi tolerancia, mi paciencia, mi compasión y mi capacidad para amar.
Y entonces la idea me impacta con la fuerza de un rayo. Esto es lo que ella necesita de mí, a lo que tiene derecho: al amor incondicional. Nunca lo recibió de la puta adicta al crack… eso es lo que ella necesita. ¿Puedo amarla incondicionalmente?
¿Puedo aceptarla tal como es, a pesar de todo lo que me contó anoche?
Sé que es una mujer herida, pero no creo que sea irredimible. Suspiro al recordar las palabras de Igor: «Es una buena mujer, señorita Katina».
Yo he sido testigo de la contundente evidencia de su bondad: sus obras de beneficencia, su ética empresarial, su generosidad… y, sin embargo, ella no es capaz de verla en sí misma. No se cree en absoluto merecedora de amor. Conocer su historia y sus predilecciones me ha permitido atisbar el origen de su odio hacia sí misma… por eso no ha dejado que nadie se le acercara. ¿Seré capaz de superar esto?
Una vez me dijo que no podía ni imaginar siquiera hasta dónde llegaba su depravación. Bueno, ahora ya me lo ha contado y, conociendo cómo fueron los primeros años de su vida, no me sorprende… aunque me impactó mucho oírlo en voz alta. Al menos me lo ha contado… y parece más feliz después de haberlo hecho. Ahora lo sé todo.
¿Eso devalúa su amor por mí? No, no lo creo. Ella nunca se había sentido así,ni yo tampoco. Esto es nuevo para ambas.
Los ojos se me llenan de lágrimas al recordar que, cuando dejó que la tocara anoche, cayeron sus últimas barreras. Y que tuvo que aparecer Leila con toda su locura para que llegáramos a ese punto.
Tal vez debería estar agradecida. Ahora, el hecho de que ella la bañara ya no me deja un sabor tan amargo. Me pregunto qué ropa le dio. Espero que no fuera el vestido de color ciruela. Me gusta mucho ese vestido.
Así que ¿puedo amar incondicionalmente a esa mujer con todos sus conflictos? Porque no merece menos que eso. Todavía tiene que aprender límites, y pequeñas cosas como la empatía, y a ser menos controladora. Dice que ya no siente la compulsión de hacerme daño; quizá el doctor Flynn pueda arrojar algo de luz sobre eso.
Fundamentalmente, eso es lo que más me preocupa: que necesite eso y que siempre haya encontrado mujeres afines que también lo necesitaban. Frunzo el ceño. Sí,esa es la seguridad que necesito. Quiero ser todas las cosas para esta mujer, su Alfa y su Omega y todo lo que hay en medio, porque ella lo es todo para mí.
Espero que Flynn pueda contestar a todas mis preguntas, y quizá entonces podré decir que sí. Yulia y yo encontraremos nuestro propio trozo de cielo cerca del sol.
Contemplo el bullicio de Seattle a la hora de comer. Señora de Yulia Volkova… ¿quién lo iba a decir? Miro el reloj. ¡Oh, no! Me levanto de un salto y salgo corriendo hacia la puerta: llevo una hora entera sentada aquí… ¡qué rápido ha pasado el tiempo! ¡Alex se va a poner como una fiera!
* * *
Vuelvo sigilosamente a mi mesa. Por suerte, él no está en su despacho.
Parece ser que me voy a librar. Miro fijamente la pantalla de mi ordenador, tratando de que mi mente se ponga en modo trabajo.
—¿Dónde estabas?
Pego un salto. Alex está detrás de mí con los brazos cruzados.
—En el sótano, haciendo fotocopias —miento.
Él aprieta los labios, que se convierten en una línea fina, inflexible.
—A las seis y media tengo que salir para el aeropuerto. Necesito que te quedes hasta entonces.
—De acuerdo.
Le sonrío con toda la amabilidad de la que soy capaz.
—Necesito una copia impresa de mi agenda de trabajo en Nueva York,junto con diez fotocopias. Y encárgate de que empaqueten los folletos. ¡Y tráeme un café! —gruñe, y entra con paso enérgico en su despacho.
Suelto un suspiro de alivio y, cuando cierra la puerta, le saco la lengua.
Cabrón…
* * *
A las cuatro en punto, Claire llama desde recepción.
—Irina Volkova te llama por teléfono.
¿Irina? Espero que no quiera que vayamos al centro comercial.
—¡Hola, Irina!
—Lena, hola. ¿Cómo estás? —dice con entusiasmo desbordante.
—Bien. Tengo mucho trabajo hoy. ¿Y tú?
—¡Estoy de lo más aburrida! Y, para entretenerme con algo, estoy
organizando una fiesta de cumpleaños para Yulia.
¿El cumpleaños de Yulia? Vaya, no tenía ni idea.
—¿Cuándo es?
—Lo sabía. Sabía que no te lo habría dicho. Es el sábado. Mamá y papá quieren que venga todo el mundo a comer para celebrarlo. Te estoy invitando oficialmente.
—Oh, eso es estupendo. Gracias, Irina.
—Ya he telefoneado a Yulia y se lo he dicho, y ella me ha dado tu
teléfono de aquí.
—Genial.
Mi mente ya está dando vueltas: ¿qué demonios voy a comprarle a Yulia por su cumpleaños? ¿Qué le compras a una mujer que tiene de todo?
—Y la próxima semana podríamos quedar para comer.
—Claro. ¿Y qué tal mañana? Mi jefe estará en Nueva York.
—Oh, eso sería fantástico, Lena. ¿A qué hora?
—¿A la una menos cuarto?
—Ahí estaré. Adiós, Lena.
—Adiós.
Cuelgo.
Yulia. Cumpleaños. ¿Qué demonios puedo comprarle?
De: Lena Katina
Fecha: 15 de junio de 2011 16:11
Para: Yulia Volkova
Asunto: Antediluviano
Querida señorita Volkova:
¿Cuándo, exactamente, pensaba decírmelo?Qué debería comprarle a mi vejestorio por su cumpleaños?Quizá unas pilas para el audífono?
Lx
Lena Katina
Ayudante de Alexandr Popv, editor de SIP
De: Yulia Volkova
Fecha: 15 de junio de 2011 16:20
Para: Lena Katina
Asunto: Prehistórico
No te burles de los ancianos.
Me alegro de que estés vivita y coleando.
Y de que Irina te haya llamado.
Las pilas siempre van bien.
No me gusta celebrar mi cumpleaños.
x
Yulia Volkova
Presidenta sorda como una tapia de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
De: Lena Katina
Fecha: 15 de junio de 2011 16:24
Para: Yulia Volkova
Asunto: Mmm
Querida señorita Volkova:
La imagino poniendo morritos mientras escribía esa última frase.
Eso ejerce un efecto sobre mí.
Lxox
Lena Katina
Ayudante de Alexandr Popov, editor de SIP
De: Yulia Volkova
Fecha: 15 de junio de 2011 16:29
Para: Lena Katina
Asunto: Con los ojos en blanco
Señorita Katina:
¡¡¡UTILICE LA BLACKBERRY!!!
x
Yulia Volkova
Presidenta de mano suelta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
Pongo cara de exasperación. ¿Por qué es tan susceptible con los e-mails?
De: Lena Katina
Fecha: 15 de junio de 2011 16:33
Para: Yulia Volkova
Asunto: Inspiración
Querida señorita Volkova:
Ah… No puede estar sin la mano suelta mucho tiempo, ¿verdad?
Me pregunto qué diría sobre eso el doctor Flynn.
Pero ahora ya sé qué voy a regalarte por tu cumpleaños… y espero que me haga daño…
L x
De: Yulia Volkova
Fecha: 15 de junio de 2011 16:38
Para: Lena Katina
Asunto: Angina de pecho
Señorita Katina:
No creo que mi corazón pueda aguantar la tensión de otro correo como este; ni tampoco mis pantalones, por cierto.
Compórtese.
x
Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
De: Lena Katina
Fecha: 15 de junio de 2011 16:42
Para: Yulia Volkova
Asunto: Pesada
Yulia:
Intento trabajar para mi muy pesado jefe.
Por favor, deja de molestarme y de ser tan pesada tú también.
Tu último e-mail me ha puesto a cien.
x
P.D.: ¿Puedes recogerme a las 18:30?
De: Yulia Volkova
Fecha: 15 de junio de 2011 16:47
Para: Lena Katina
Asunto: Ahí estaré
Nada me complacería más.
En realidad, sí se me ocurren una serie de cosas que me complacerían más, y todas tienen que ver contigo.
x
Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
Al leer su respuesta, me ruborizo y sacudo la cabeza. Bromear sobre estas cosas por correo está muy bien, pero la verdad es que tenemos que hablar. Quizá después de mi charla con el doctor Flynn. Dejo la BlackBerry y doy por terminada mi pequeña reconciliación.
* * *
Hacia las seis y cuarto la oficina está desierta. He leído todo lo que me ha encargado Alex. He reservado un taxi para que le lleve al aeropuerto, y acabo de entregarle sus documentos. Echo una mirada ansiosa a través del cristal, pero él sigue concentrado en su llamada telefónica, y no quiero interrumpirle; no, visto el humor que tiene hoy.
Mientras espero a que termine, se me ocurre que hoy no he comido. Oh,no… eso no le sentará bien a Cincuenta. Me dirijo rápidamente hacia la cocina para ver si quedan galletas.
Estoy abriendo el tarro comunitario de galletas cuando Alex aparece de repente en el umbral de la cocina, mirándome fijamente.
Oh. ¿Qué está haciendo aquí?
Me fulmina con la mirada.
—Bueno, Lena. Creo que este es un buen momento para hablar de tus fallos.
Entra y cierra la puerta, e inmediatamente se me seca la boca y en mi mente suena una alarma fuerte e insistente.
Oh, no.
En sus labios se dibuja una sonrisa grotesca, y sus ojos tienen un brillo profundo e intenso de color cobalto.
—Por fin estamos a solas —dice, y se lame el labio superior muy despacio.
¿Qué?
—Ahora… ¿vas a ser buena chica y escucharás con mucha atención lo que te diga?
Eh… —dice Yulia con ternura, y me abraza—. Por favor, Lena, no
llores, por favor —suplica.
Está en el suelo del baño, y yo en su regazo. La rodeo con los brazos y lloro pegada a su cuello. Ella susurra bajito junto a mi pelo y me acaricia suavemente la espalda, la cabeza.
—Lo siento, cariño —murmura.
Finalmente, cuando ya no me quedan lágrimas, Yulia se levanta
cogiéndome en brazos, me lleva a su habitación y me tumba sobre la cama. Al cabo de unos segundos la tengo a mi lado y las luces están apagadas. Me rodea entre sus brazos y me abraza fuerte, y por fin me sumo en un sueño oscuro y agitado.
* * *
Me despierto de golpe. Tengo la cabeza embotada y demasiado calor.
Yulia está aferrada a mí como la hiedra. Gruñe suavemente en sueños mientras me libero de sus brazos, pero no se despierta. Me incorporo y echo un vistazo al despertador. Son las tres de la madrugada. Necesito un analgésico y beber algo. Saco las piernas de la cama y me dirijo a la cocina.
Encuentro un envase de zumo de naranja en la nevera y me sirvo un vaso.
Mmm… está delicioso, y el embotamiento mental desaparece al instante. Rebusco en los cajones algún calmante y al final doy con una caja de plástico llena de medicamentos. Me tomo dos analgésicos y me sirvo otro vaso de zumo de naranja.
Me acerco a la enorme pared acristalada y contemplo cómo duerme Seattle.
Las luces brillan y parpadean a los pies del castillo de Yulia en el cielo, ¿o debería decir fortaleza? Presiono la frente contra el frío cristal, y siento cierto alivio. Tengo tanto en lo que pensar después de todas las revelaciones de ayer. Apoyo la espalda en el vidrio y me deslizo hasta el suelo. El salón en penumbra se ve inmenso y tenebroso,con la única luz procedente de las tres lámparas suspendidas sobre la isla de la cocina.
¿Podría vivir aquí, casada con Yulia? ¿Después de todo lo que ella ha hecho entre estas paredes? ¿Con toda esa carga de su pasado que alberga este lugar?
Matrimonio… Resulta algo casi inconcebible y totalmente inesperado. Pero también es verdad que todo lo referido a Yulia es inesperado. Y, ante esa evidencia, aparece en mis labios una sonrisa irónica. Yulia Volkova, esperar lo inesperado… las cincuenta sombras de una existencia destrozada.
Mi sonrisa desaparece. Me parezco a su madre. Eso me duele en lo más profundo, y repentinamente me quedo sin aire en los pulmones. Todas nos parecemos a su madre.
¿Cómo demonios voy a actuar después de conocer este pequeño secreto?
No me extraña que no quisiera decírmelo. Pero la verdad es que ella no puede acordarse mucho de su madre. Me pregunto una vez más si debería hablar con el doctor Flynn.
¿Me lo permitiría Yulia? Quizá él podría ayudarme a llenar las lagunas que me faltan.
Sacudo la cabeza. Me siento exhausta emocionalmente, pero disfruto de la tranquila serenidad del salón y de sus preciosas obras de arte; frías y austeras, pero con un estilo propio, también hermosas en la penumbra y seguramente valiosísimas.
¿Podría yo vivir aquí? ¿En lo bueno y en lo malo? ¿En la salud y en la enfermedad?
Cierro los ojos, apoyo la cabeza en el cristal, y lanzo un profundo y reparador suspiro.
La apacible tranquilidad del momento se ve interrumpida por un grito visceral y primitivo que me eriza el vello y pone en alerta todo mi cuerpo. ¡Yulia!
¡Dios santo!, ¿qué ha pasado? Me pongo de pie y salgo corriendo hacia el dormitorio antes de que el eco de ese sonido horrible se haya desvanecido, con el corazón palpitando de miedo.
Pulso uno de los interruptores y se enciende la lámpara de la mesita de Yulia. Ella se debate frenéticamente en la cama, retorciéndose de angustia. ¡No!
Vuelve a gritar, y ese sonido devastador y espeluznante me desgarra de nuevo.
¡Santo Dios… una pesadilla!
—¡Yulia!
Me inclino sobre ella, la sujeto por los hombros y la zarandeo para que despierte. Ella abre los ojos, y son salvajes y vacíos, y examinan rápidamente la habitación vacía antes de volver a posarse en mí.
—Te fuiste, te fuiste, deberías haberte ido —balbucea, y la mirada de sus ojos desmesurados se convierte en acusatoria, y parece tan perdido que se me parte el corazón. Pobre Cincuenta…
—Estoy aquí. —Me siento en la cama a su lado—. Estoy aquí —murmuro en voz baja, en un esfuerzo por tranquilizarle.
Me acerco y le apoyo la palma en un lado de la cara, intentando calmarle.
—Te habías ido —susurra presurosa.
Sigue teniendo los ojos salvajes y asustados, pero se va serenando poco a poco.
—He ido a buscar algo de beber. Tenía sed.
Cierra los ojos y se frota la cara. Cuando vuelve a abrirlos parece muy desolada.
—Estás aquí. Oh, gracias a Dios.
Se acerca a mí y me sujeta con fuerza, y me vuelve a tumbar en la cama, a su lado.
—Solo he ido a buscar algo de beber —murmuro.
Oh, la intensidad de su miedo… puedo sentirla. Tiene la camiseta empapada en sudor, y cuando me atrae hacia ella su corazón late con fuerza. Me mira fijamente, como para asegurarse de que realmente estoy aquí. Le acaricio el cabello con ternura y después la mejilla.
—Yulia, por favor. Estoy aquí. No me voy a ir a ningún sitio —le digo con dulzura.
—Oh, Lena—musita.
Me coge la barbilla y la acerca hasta que su boca está sobre la mía. El deseo la invade e instantáneamente mi cuerpo responde… está tan ligado y sincronizado al suyo. Posa los labios sobre mi oreja, en mi cuello, y nuevamente en mi boca, sus dientes tiran suavemente de mi labio inferior, su mano sube por mi cuerpo, de
la cadera al pecho, arrastrando la camiseta hacia arriba. Acariciándome, sintiendo bajo sus dedos las simas y las turgencias de mi piel, consigue provocar en mí la ya tan familiar reacción, haciendo que me estremezca en lo más profundo. Gimo cuando su mano se curva en torno a mi seno y sus dedos se agarran al pezón.
—Te deseo —murmura.
—Estoy aquí para ti. Solo para ti, Yulia.
Gruñe y me besa una vez más apasionadamente, con un fervor y una desesperación que no había sentido nunca en ella. Cojo el bajo de su camiseta, tiro y ella me ayuda a quitársela por la cabeza. Luego se arrodilla entre mis piernas, me incorpora presurosamente y me despoja de la mía.
Sus ojos se ven serios, anhelantes, llenos de oscuros secretos…
vulnerables. Coloca las manos alrededor de mi cara y me besa, y caemos de nuevo en la cama. Está medio tendida sobre mí, con uno de sus muslos entre los míos, y siento su erección presionando contra mi cadera a través de sus boxers. Me desea, pero, de repente, sus palabras de antes, lo que dijo sobre su madre, escogen este momento para volver a rondar por mi mente y atormentarme. Y es como un cubo de agua fría sobre mi libido. Maldita sea… No puedo hacer esto, ahora no.
—Yulia… para. No puedo hacerlo —susurro apremiante junto a su
boca, empujando sus antebrazos con las manos.
—¿Qué? ¿Qué pasa? —murmura, y empieza a besarme el cuello, y me desliza la punta de la lengua por la garganta.
Oh…
—No, por favor. No puedo hacerlo, ahora no. Necesito un poco de tiempo,por favor.
—Oh, Lena, no le des tantas vueltas —susurra mientras me mordisquea el lóbulo.
—¡Ah! —jadeo, sintiéndolo en la entrepierna, y mi cuerpo se arquea,traicionándome.
Todo resulta tan confuso…
—Yo sigo siendo la misma, Lena. Te quiero y te necesito. Tócame. Por favor.
Frota su nariz contra la mía, y su súplica tranquila y sincera hace que me conmueva y me derrita por dentro.
Tocarla… Tocarla mientras hacemos el amor. Oh, Dios.
Se coloca sobre mí, me mira y, a la tenue luz de la lámpara de la mesilla,veo que está esperando mi decisión, y que está atrapada en mi hechizo.
Alargo la mano con cautela y la poso sobre lo suave que es su esternón. Ella jadea y cierra los ojos con fuerza, como si le doliera, pero esta vez no aparto la mano. La subo hasta sus hombros y noto el temblor que recorre su cuerpo. Gime, y la atraigo hacia mí, colocando ambas manos en su espalda donde no la había tocado nunca, sobre los omoplatos, y la abrazo.
Ella entierra la cabeza en mi cuello, me besa, chupa y me muerde, y luego sube con la nariz hasta la barbilla y me besa, su lengua posee mi boca y sus manos se mueven otra vez sobre mi cuerpo. Sus labios bajan… bajan… bajan hasta mis pechos,adorándome a su paso, y mis manos siguen en sus hombros y en su espalda, disfrutando de sus esculturales músculos flexibles y tensos, de su piel empapada aún por la pesadilla. Cierra los labios sobre mi pezón, chupa y tira, y este se alza para recibir a su gloriosa y hábil boca.
Gimo y deslizo las uñas por su espalda. Y ella jadea en un gemido
entrecortado.
—Oh, Dios, Lena—dice sin respiración, y es mitad gruñido, mitad grito.
Me desgarra el alma, pero también llega a mis entrañas y me tensa todos los músculos por debajo de la cintura. ¡Ah, lo que soy capaz de hacerle! Ahora jadeo, y su respiración torturada se acompasa a la mía.
Sus manos van bajando, sobre mi vientre y hasta mi sexo… y sus dedos están sobre mí y luego dentro de mí. Gimo y ella mueve los dedos en mi interior de esa forma que ella sabe, y yo empujo la pelvis para recibir su caricia.
—Lena —musita.
De pronto me suelta y se sienta, se quita los boxers y se inclina sobre la mesita para coger un envoltorio plateado. Sus ojos azules centellean cuando me entrega el condón.
—¿Quieres hacerlo? Todavía puedes decir que no. Siempre puedes decir que no —murmura.
—No me des la oportunidad de pensar, Yulia. Yo también te deseo.
Rompo el envoltorio con los dientes y ella se arrodilla entre mis piernas, y yo lo deslizo en su miembro con dedos temblorosos.
—Tranquila… Vas a hacer que me corra, Lena.
Me maravilla lo que mis caricias pueden provocar en esta mujer. Ella se tumba sobre mí, y en ese momento todas mis dudas quedan relegadas y encerradas en los abismos más profundos y oscuros del fondo de mi mente. Estoy embriagada por esta mujer, mi mujer, mi Cincuenta Sombras. De repente se revuelve, cogiéndome totalmente por sorpresa, y estoy encima de ella. Uau.
—Tú… tómame tú —murmura, y sus ojos brillan con intensidad febril.
Ah… Despacio, muy despacio, me hundo en ella. Echa la cabeza hacia atrás,cierra los ojos y gruñe. Le sujeto las manos y empiezo a moverme, gozando de la plenitud de mi posesión, gozando de su reacción, viendo cómo se destensa debajo de mí. Me siento como una diosa. Me inclino y le beso la barbilla, deslizando los dientes
a lo largo de su mandíbula. Su sabor es delicioso. Ella se agarra a
mis caderas y ralentiza mi ritmo, haciéndolo lento y pausado.
—Lena, tócame… por favor.
Oh. Me inclino hacia delante y me apoyo con las manos sobre su pecho. Y ella grita, y su grito es como un sollozo que penetra con fuerza en mi interior.
—Aaah —gimoteo, y paso las uñas con delicadeza sobre su torso, a través de sus senos, y ella gruñe fuerte y se revuelve bruscamente, de manera que vuelvo a estar debajo.
—Basta —gime—. No más, por favor.
Es una súplica desgarradora.
Le cojo la cara entre las manos, noto la humedad de sus mejillas, y la atraigo con mi fuerza hacia mis labios para poder besarla. Y luego me aferro a ella con mis manos en su espalda.
De su garganta surge un gruñido ronco y profundo mientras se mueve en mi interior, empujándome adelante y atrás, pero no consigo dejarme ir. Tengo demasiadas cosas en la cabeza que me confunden. Estoy demasiado ofuscada con ella.
—Déjate ir, Lena —me apremia.
—No.
—Sí —gruñe.
Se mueve ligeramente y gira las caderas, una y otra vez.
¡Dios… ahhh!
—Vamos, nena, lo necesito. Dámelo.
Y estallo, mi cuerpo es esclavo del suyo, envuelto en torno a ella, aferrado a ella como la hiedra, mientras ella grita mi nombre y alcanza el clímax conmigo, y luego se derrumba, con todo su peso presionándome contra el colchón.
* * *
Acuno a Yulia en mis brazos, con su cabeza descansando en mi pecho,mientras yacemos saboreando los rescoldos de la pasión amorosa. Le paso los dedos por el cabello y escucho cómo su respiración vuelve a la normalidad.
—No me dejes nunca —murmura.
Yo pongo los ojos en blanco, consciente de que no puede verme.
—Sé que me has puesto los ojos en blanco —susurra, y capto un deje divertido en su voz.
—Me conoces bien.
—Me gustaría conocerte mejor.
—Volviendo a ti, Volkova. ¿De qué iba tu pesadilla?
—Lo de siempre.
—Cuéntamelo.
Traga saliva y se tensa antes de emitir un interminable suspiro.
—Debo de tener como unos tres años, y el chulo de la puta adicta al crack vuelve a estar muy furioso. Fuma y fuma sin parar, un cigarrillo tras otro, y no encuentra un cenicero.
Se calla, y un escalofrío aterrador me atenaza el corazón.
—Duele —dice—. Lo que recuerdo es el dolor. Eso es lo que me provoca las pesadillas. Eso, y el hecho de que ella no hiciera nada para detenerle.
Oh, Dios. Es insoportable. La abrazo más fuerte, aferrándome a ella con brazos y piernas, y trato de que mi desesperación no me asfixie. ¿Cómo puede alguien tratar así a una niña? Ella levanta la cabeza y me clava su mirada azul e intensa.
—Tú no eres como ella. Ni se te ocurra siquiera pensarlo. Por favor.
Le miro y parpadeo. Me tranquiliza mucho oír eso. Ella vuelve a apoyar la cabeza en mi pecho, y creo que ha terminado, pero me sorprende comprobar que continúa.
—A veces, en mis sueños, ella está simplemente tumbada en el suelo. Y yo creo que está dormida. Pero no se mueve. Nunca se mueve. Y yo tengo hambre. Mucha hambre.
Oh, Dios.
—Se oye un gran ruido y él ha vuelto, y me pega muy fuerte, mientras maldice a la puta adicta al crack. Su primera reacción siempre era usar los puños o el cinturón.
—¿Por eso no te gusta que te toquen?
Cierra los ojos y me abraza más fuerte.
—Es complicado —murmura.
Hunde la nariz entre mis senos, inspirando hondo, intentando distraerme.
—Cuéntamelo —insisto.
Ella suspira.
—Ella no me quería. Yo no me quería. El único roce que conocí era…violento. De ahí viene todo. Flynn lo explica mejor que yo.
—¿Puedo hablar con Flynn?
Levanta la cabeza para mirarme.
—¿Quieres profundizar más en Cincuenta Sombras?
—E incluso más. Ahora mismo me gusta cómo profundizo en él.
Me muevo provocativamente debajo de ellay sonríe.
—Sí, señorita Katina, a mí también me gusta.
Se inclina y me besa. Me observa un momento.
—Eres tan valiosa para mí, Lena. Decía en serio lo de casarme contigo. Así podremos conocernos. Yo puedo cuidar de ti. Tú puedes cuidar de mí. Podemos tener hijos, si quieres. Yo pondré el mundo a tus pies, Elena. Te quiero, en cuerpo y alma, para siempre. Por favor, piénsalo.
—Lo pensaré, Yulia, lo pensaré —la tranquilizo, y todo me da vueltas otra vez. ¿Hijos? Santo Dios—. Pero realmente me gustaría hablar con el doctor Flynn, si no te importa.
—Por ti lo que sea, nena. Lo que sea. ¿Cuándo te gustaría verle?
—Lo antes posible.
—De acuerdo. Mañana me ocuparé de ello. —Echa un vistazo al reloj—.Es tarde. Deberíamos dormir.
Alarga un brazo para apagar la luz de la mesita y me atrae hacia ella.
Miro el reloj. Oh, no: las cuatro menos cuarto.
Me envuelve en sus brazos, pega la frente a mi espalda y me acaricia el cuello con la nariz.
—Te quiero, Lena Katina, y quiero que estés a mi lado, siempre —murmura mientras me besa el cuello—. Ahora duerme.
Yo cierro los ojos.
* * *
Abro a regañadientes mis párpados pesados y una brillante luz inunda la habitación. Dejo escapar un gruñido. Me siento aturdida, desconectada de las extremidades que siento como el plomo, y Yulia me envuelve pegada a mí como la hiedra. Como de costumbre, tengo demasiado calor. Deben de ser las cinco de la
mañana; el despertador aún no ha sonado. Me muevo para librarme del calor que emite su cuerpo, dándome la vuelta en sus brazos, y ella balbucea algo ininteligible en sueños.
Miro el reloj: las nueve menos cuarto.
Oh, no, voy a llegar tarde. Maldita sea. Salgo dando tumbos de la cama y corro al baño. Tardo cuatro minutos en ducharme y volver a salir.
Yulia está sentada en la cama, mirándome con gesto de diversión mal disimulada mezclada con cautela, mientras yo sigo secándome y cogiendo la ropa.
Quizá esté esperando mi reacción a las revelaciones de anoche. Pero ahora mismo,sencillamente, no tengo tiempo.
Repaso la ropa elegida: pantalones negros, camisa negra… todo un poco señora R., pero ahora no puedo perder un segundo cambiando de estilismo. Me pongo con prisas un sujetador y unas bragas negras, consciente de que ella observa todos mis
movimientos. Me pone… nerviosa. Las bragas y el sujetador servirán.
—Estás muy guapa —ronronea Yulia desde la cama—. ¿Sabes?, puedes llamar y decir que estás enferma.
Me obsequia con esa media sonrisa devastadora, ciento cincuenta por ciento lasciva. Oh, es tan tentadora… La diosa que llevo dentro hace un mohín provocativo.
—No, Yulia. No puedo. Yo no soy una presidenta megalómana con una sonrisa preciosa que puede entrar y salir a su antojo.
—Me gusta entrar y salir a mi antojo.
Despliega su gloriosa sonrisa un poco más, de manera que ahora aparece en IMAX de alta definición.
—¡Yulia! —le riño.
Y le tiro la toalla, y se echa a reír.
—¿Una sonrisa preciosa, eh?
—Sí, y ya sabes el efecto que tiene en mí.
Me pongo el reloj.
—¿Efecto? —parpadea con aire inocente.
—Sí, lo sabes. El mismo efecto que tiene en todas las mujeres. La verdad es que resulta muy cansino ver cómo todas se derriten.
—¿Ah, sí?
Arquea una ceja y me mira. Se está divirtiendo mucho.
—No se haga el inocente, señorita Volkova. La verdad es que no te va nada —le digo distraídamente, mientras me recojo el pelo en una cola de caballo y me calzo mis zapatos de tacón alto.
Ya está. Así voy bien.
Cuando voy a darle un beso de despedida, ella me coge y me tira de nuevo en la cama, y se inclina sobre mí, sonriendo de oreja a oreja. Oh. Es tan guapa: esos ojos que brillan traviesos, ese pelo alborotado que le queda después de hacer el amor, esa sonrisa fascinante. Ahora tiene ganas de jugar.
Yo estoy cansada, la cabeza todavía me da vueltas por todas las cosas que averigüé ayer, mientras que ella está fresca como una rosa y de lo más sexy. Oh, es exasperante… mi Cincuenta.
—¿Qué puedo hacer para tentarte a quedarte? —dice en voz baja.
Siento un pálpito en el corazón y empieza a latirme con fuerza. Es la tentación personificada.
—No puedes —refunfuño, forcejeando para incorporarme—. Déjame ir.
Ella hace un mohín y desiste. Sonriendo, paso los dedos sobre sus labios esculpidos… mi Cincuenta Sombras. La quiero tanto, con toda la oscuridad de su devastada existencia. Ni siquiera he empezado a procesar los acontecimientos de ayer ni cómo me siento al respecto.
Alzo la cabeza para besarla, agradecida por haberme lavado los dientes. Ella me besa fuerte y largamente, y luego de repente me coge y me levanta, dejándome aturdida, sin aliento y temblorosa.
—Igor te llevará. Llegarás antes si no tienes que buscar aparcamiento.Está esperando en la puerta del edificio —dice Yulia amablemente, y parece aliviado.
¿Acaso le preocupa la reacción que pueda tener esta mañana? Estaba segura de que lo de anoche… bueno, lo de esta madrugada, le habría demostrado que no pienso salir huyendo.
—Vale. Gracias —musito, decepcionada por estar de pie, confundida por sus dudas, y vagamente enfadada porque una vez más no conduciré mi Saab.
Pero, en fin, tiene razón: con Igor llegaré antes.
—Disfrute de su mañana de vagancia, señorita Volkova. Ojalá pudiera quedarme,pero a la mujer que posee la empresa para la que trabajo no le gustaría que su personal faltara a su puesto solo por disfrutar de un poco de buen sexo.
Cojo mi bolso.
—Personalmente, señorita Katina, no tengo ninguna duda de que ella lo aprobaría. De hecho, puede que insistiera en ello.
—¿Por qué te quedas en la cama? No es propio de ti.
Cruza las manos detrás de la cabeza y me sonríe.
—Porque puedo, señorita Katina.
Le miro y meneo la cabeza.
—Hasta luego, nene.
Le lanzo un beso y salgo por la puerta.
* * *
Igor me está esperando y por lo visto sabe que voy tarde, porque
conduce como un loco y consigue que llegue al trabajo a las nueve y cuarto. Cuando aparca junto a la acera, me siento agradecida… agradecida por estar viva: conducía de un modo terrorífico. Y agradecida por no llegar espantosamente tarde: solo quince
minutos.
—Gracias, Igor—murmuro, pálida como una muerta.
Recuerdo que Yulia me contó que conducía tanques; quizá también pilote coches de carreras.
—Lena —asiente a modo de despedida, y yo salgo corriendo para la oficina.
Mientras abro la puerta del vestíbulo pienso que por lo visto Igor ha superado esa formalidad de «señorita Katina», y eso me hace sonreír.
Claire me sonríe cuando cruzo a toda prisa la recepción en dirección a mi mesa.
—¡Lena! —me llama Alex—. Ven.
Oh, maldita sea.
—¿Qué horas son estas? —me increpa.
—Lo siento. Me he dormido —respondo, poniéndome como la grana.
—Que no vuelva a pasar. Hazme un café, y después necesito que mandes unas cartas. Deprisa —grita, haciéndome dar un respingo.
¿Por qué está tan enfadado? ¿Qué le pasa? ¿Qué he hecho? Corro a la cocina a prepararle el café. Quizá debería haber faltado al trabajo. Podría… bueno,estar practicando sexo excitante con Yulia, o desayunando con ella, o simplemente hablando… eso sí que sería toda una novedad.
Alex apenas alza la vista cuando vuelvo a entrar en su despacho para llevarle el café. Me lanza una hoja de papel, garabateada a mano de forma ilegible.
—Pásalo a ordenador, tráemelo para que lo firme, después haz copias y envíalas por correo a todos nuestros autores.
—Muy bien, Alex.
Tampoco levanta la vista cuando salgo. Caray, sí que está enfadado.
Por fin me siento a mi mesa, sintiendo cierto alivio. Bebo un sorbo de té mientras espero a que se encienda el ordenador. Reviso mis e-mails.
De: Yulia Volkova
Fecha: 15 de junio de 2011 09:05
Para: Lena Katina
Asunto: Te echo de menos
Por favor, utiliza la BlackBerry.
x
Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
De: Lena Katina
Fecha: 15 de junio de 2011 09:27
Para: Yulia Volkova
Asunto: Qué bien se lo montan algunos
Mi jefe está enfadado.
La culpa es tuya por tenerme despierta hasta tan tarde con tus…
tejemanejes.
Debería darte vergüenza.
Lena Katina
Ayudante de Alexandr Popov, editor de SIP
De: Yulia Volkova
Fecha: 15 de junio de 2011 09:32
Para: Lena Katina
Asunto: ¿Tejemaqué?
Tú no tienes por qué trabajar, Elena.
No tienes ni idea de lo horrorizada que estoy de mis tejemanejes.
Pero me gusta tenerte despierta hasta tarde
Por favor, utiliza la BlackBerry.
Ah, y cásate conmigo, por favor.
Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
De: Lena Katina
Fecha: 15 de junio de 2011 09:35
Para: Yulia Volkova
Asunto: Ganarse la vida
Conozco tu tendencia natural a insistir, pero para ya.
Tengo que hablar con tu psiquiatra.
Hasta entonces no te daré una respuesta.
No soy contraria a vivir en pecado.
Lena Katina
Ayudante de Alexandr Popov, editor de SIP
De: Yulia Volkova
Fecha: 15 de junio de 2011 09:40
Para: Lena Katina
Asunto: BLACKBERRY
Elena: si vas a empezar a hablar del doctor Flynn, utiliza la
blackberry.
No es una petición.
Yulia Volkova
Ahora enfadada presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
Oh, no, ahora ella también está enfadada conmigo. Bueno, por mí que se ponga como quiera. Saco la BlackBerry del bolso y la miro con escepticismo. Mientras empieza a sonar. ¿Es que no puede dejarme en paz?
—Sí —contesto con sequedad.
—Lena, hola…
—¡José! ¿Cómo estás?
Oh, es agradable oír su voz.
—Estoy bien, Lena. Oye, ¿sigues saliendo con esa tal Volkova?
—Eh… sí… ¿Por qué?
¿Adónde quiere ir a parar?
—Bueno, ella ha comprado todas tus fotos, y pensé que podría llevarlas yo mismo a Seattle. La exposición cierra el jueves, o sea que podría entregarlas el viernes por la tarde. Y a lo mejor podríamos tomar una copa o algo. La verdad es que también necesitaría un sitio para dormir.
—Eso me parece estupendo, José. Sí, seguro que podremos arreglarlo de alguna manera. Deja que lo hable con Yulia y te vuelvo a llamar, ¿vale?
—Muy bien, espero tu llamada. Adiós, Lena.
—Adiós.
Y cuelga Oh, vaya. No he visto ni sabido nada de José desde la inauguración de su exposición. Ni siquiera le he preguntado cómo le estaba yendo, o si había vendido alguna obra más. Menuda amiga.
Así que a lo mejor el viernes por la noche salgo por ahí con José. ¿Cómo se lo tomará Yulia? Solo me doy cuenta de que me estoy mordiendo el labio cuando al final noto que me duele. Oh, esa mujer tiene un doble rasero. Ella sí que puede —me estremezco al pensarlo— darle ese puñetero baño a su ex amante, pero a mí
seguramente me caerá una bronca solo por querer tomar una copa con José. ¿Cómo voy a manejar todo esto?
—¡Lena! —Alex me saca de golpe de mis elucubraciones. ¿Sigue enfadado?—. ¿Dónde está esa carta?
—Eh… ya voy.
Maldita sea. ¿Qué le pasa?
Escribo la carta en un santiamén, la imprimo y entro en su despacho,nerviosa.
—Aquí la tienes.
La dejo sobre su mesa y me doy la vuelta para irme. Inmediatamente, Alex le echa un rápido vistazo, crítico y penetrante.
—No sé a qué te dedicas ahí fuera, pero yo te pago para trabajar —replica.
—Soy consciente de ello, Alex —balbuceo en tono de disculpa.
Y noto un rubor que se extiende lentamente bajo mi piel.
—Esto está lleno de errores —espeta—. Repítelo.
Oh, no. Empieza a sonar como alguien que yo me sé, pero la brusquedad de Yulia puedo tolerarla. Alex está empezando a desquiciarme.
—Ah, y tráeme otro café de paso.
—Lo siento —musito, y salgo de su despacho tan deprisa como puedo.
Por Dios. Se está poniendo insoportable. Vuelvo a sentarme a mi mesa, rehago rápidamente la carta, que solo tenía dos errores, y la repaso a fondo antes de imprimirla. Ahora está perfecta. Le preparo otro café, y le dirijo una elocuente mirada a Claire para hacerle saber que estoy metida en un buen lío. Suspiro profundamente, y entro de nuevo en su despacho.
—Mejor —murmura de mala gana mientras firma la carta—. Fotocópiala,archiva el original y envíala por correo a todos nuestros autores. ¿Entendido?
—Sí. —No soy una idiota—. Alex, ¿pasa algo?
Él levanta la vista, y sus ojos azules se oscurecen mientras repasan mi cuerpo de arriba abajo. Se me hiela la sangre.
—No.
Es una respuesta concisa, grosera y despectiva. Yo me quedo allí plantada como la idiota que decía no ser, y luego vuelvo a salir disparada de su despacho.
Quizá él también sufra un trastorno de personalidad. Vaya por Dios, estoy rodeada.
Voy hacia la fotocopiadora en la que, naturalmente, el papel está atascado, y en cuanto la arreglo, descubro que se ha terminado el papel. Hoy no es mi día.
Cuando por fin vuelvo a mi mesa y empiezo a ensobrar, suena la
BlackBerry. A través del cristal de su despacho, veo que Alex está al teléfono.
Contesto. Es Andrey.
—Hola, Lena. ¿Cómo fue anoche?
Anoche… Me viene a la mente una rápida secuencia de imágenes: Yulia arrodillada, su confesión, su proposición, los macarrones con queso, mis lágrimas, su pesadilla, el sexo, tocarla…
—Eh… bien —murmuro de forma poco convincente.
Andrey se queda callado, y al final decide pasar por alto mi evasiva.
—Estupendo. ¿Puedo ir a recoger las llaves?
—Claro.
—Pasaré por ahí dentro de media hora. ¿Tendrás tiempo para un café?
—Hoy no. He llegado tarde y mi jefe está furioso como un oso al que le hubiera picado una ortiga el culo.
—Suena mal.
—Suena fatal —digo soltando una risita.
Andrey se ríe y me alegra un poco el ánimo
—Vale, nos vemos a las tres.
Y cuelga.
Levanto la vista y Alex me está mirando. Maldita sea. Le ignoro a
conciencia y sigo ensobrando.
Al cabo de media hora suena el teléfono de mi mesa. Es Claire.
—Ha vuelto. Está aquí, en recepción. El dios rubio.
Después de toda la angustia que pasé ayer y del día que el malhumorado de mi jefe me está haciendo pasar, es una alegría ver a Andrey, aunque enseguida tenemos que despedirnos.
—¿Nos veremos esta noche?
—Seguramente me quedaré con Yulia.
Me ruborizo.
—Estás muy pillada, ¿eh? —comenta Andrey con cariño.
Me encojo de hombros. Si solo fuera eso… Y en ese momento me doy cuenta de que no solo estoy muy pillada: estoy pillada de por vida. Y lo más extraordinario es que Yulia parece sentir lo mismo. Andrey me da un breve abrazo.
—Hasta luego, Lena.
Vuelvo a mi mesa, intentando digerir lo que acabo de descubrir. Oh, lo que daría por pasar un día sola para pensar en todo esto.
De pronto Alex aparece ante mí.
—¿Dónde has estado?
—He tenido que ir un momento a recepción.
Me está poniendo realmente de los nervios.
—Quiero mi comida. Lo de siempre —dice con brusquedad, y vuelve a entrar en su despacho.
¿Por qué no me habré quedado en casa con Yulia? La diosa que llevo dentro cruza los brazos y frunce los labios: ella también quiere saber la respuesta a eso. Cojo el bolso y la BlackBerry y me encamino hacia la puerta. Reviso mis mensajes.
De: Yulia Volkova
Fecha: 15 de junio de 2011 09:06
Para: Lena Katina
Asunto: Te echo de menos
Mi cama es demasiado grande sin ti.
Por lo visto, al final tendré que ponerme a trabajar.
Incluso los presidentes megalómanos tienen cosas que hacer.
x
Yulia Volkova
Presidenta mano sobre mano de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
Y otro de él, algo más tarde.
De: Yulia Volkova
Fecha: 15 de junio de 2011 09:50
Para: Lena Katina
Asunto: La discreción
Es lo mejor del valor.
Por favor actúa con discreción… Tus e-mails de trabajo están
monitorizados.
¿CUÁNTAS VECES TENGO QUE DECÍRTELO?
Sí. Mayúsculas chillonas, como tú dices. UTILIZA LA BLACKBERRY.
El doctor Flynn puede reunirse con nosotros mañana por la tarde.
x
Yulia Volkova
Todavía enfadada presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
Y otro más… oh, no.
De: Yulia Volkova
Fecha: 15 de junio de 2011 12:15
Para: Lena Katina
Asunto: Nerviosismo
No he sabido nada de ti.
Por favor, dime que estás bien.
Ya sabes cómo me preocupo.
¡Enviaré a Igor a comprobarlo!
x
Yulia Volkova
Muy ansiosa presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
Pongo los ojos en blanco, y la llamo. No quiero que se preocupe.
—Teléfono de Yulia Volkova, soy Andrea Parker.
Oh, me desconcierta tanto que no sea Yulia quien conteste que me paro en seco en la calle, y el chico que va detrás de mí masculla enfadado y vira bruscamente para no chocar conmigo. Me refugio bajo el toldo verde de la tienda.
—¿Hola? ¿Puedo ayudarla?
La voz de Andrea llena el incómodo silencio.
—Lo siento… Esto… esperaba hablar con Yulia.
—En este momento la señorita Volkova está reunida —dice muy expeditiva—.¿Quiere dejar un mensaje?
—¿Puede decirle que ha llamado Lena?
—¿Lena? ¿Es Elena Katina?
—Eh… Sí.
Su pregunta me confunde.
—Espere un segundo, señorita Katina.
Ella deja un momento el teléfono y yo escucho con atención, pero no oigo lo que pasa. Al cabo de unos segundos, Yulia está al aparato.
—¿Estás bien?
—Sí, estoy bien.
Ella respira, aliviado.
—¿Por qué no iba a estarlo, Yulia? —murmuro para tranquilizarle.
—Siempre contestas enseguida a mis correos. Después de lo que te dije ayer, estaba preocupada —añade en voz baja, y luego habla con alguien de su despacho—. No, Andrea. Diles que esperen —ordena rotundo.
Oh, yo conozco ese tono de voz.
No oigo la respuesta de Andrea.
—No, he dicho que esperen —reitera con firmeza.
—Yulia, ahora estás muy ocupada. Solo he llamado para decirte que estoy bien, en serio… solo que hoy he estado muy liada. Alex ha sacado el látigo.
Esto… quiero decir…
Me ruborizo y me callo.
Pasa un buen rato sin que Yulia diga nada.
—Así que el látigo, ¿eh? Bueno, hubo un tiempo en que le habría
considerado un hombre muy afortunado —dice en un tono bastante sardónico—. No permitas que se te suba encima, nena.
—¡Yulia! —le riño, y sé que está sonriendo.
—Solo digo que le controles, nada más. Mira, me alegro de que estés bien.¿A qué hora te recojo?
—Te mandaré un e-mail.
—Desde tu BlackBerry —dice con severidad.
—Sí, señorita —replico a mi vez.
—Hasta luego, nena.
—Adiós…
Sigue al teléfono.
—Cuelga —le regaño, sonriendo.
Ella suspira profundamente.
—Ojalá no hubieras ido a trabajar esta mañana.
—Yo pienso lo mismo. Pero estoy ocupada. Cuelga.
—Cuelga tú.
Puedo notar su sonrisa. Oh, la Yulia juguetona. Adoro a la Yulia
juguetona. Mmm… Adoro a Yulia, punto.
—Ya estamos otra vez…
—Te estás mordiendo el labio.
Maldita sea, tiene razón. ¿Cómo lo sabe?
—¿Ves?, tú crees que no te conozco, Elena. Pero te conozco mejor de lo que crees —murmura seductoramente, de esa forma que me deja sin fuerzas y hace que me derrita.
—Yulia, ya hablaremos más tarde. Ahora mismo yo también desearía sinceramente no haberme ido esta mañana.
—Esperaré su correo, señorita Katina.
Cuelgo, y me apoyo en el frío y duro vidrio del escaparate de la tienda. Oh,Dios, incluso por teléfono me posee. Sacudo la cabeza para dejar de pensar en Yulia Volkova y entro en la tienda, deprimida al pensar de nuevo en Alex.
* * *
Cuando vuelvo, me pone mala cara.
—¿Te parece bien que salga a comer ahora? —le pregunto cautelosa.
Él levanta la vista y me mira aún más malhumorado.
—Si no hay más remedio… —me suelta—. Cuarenta y cinco minutos. Para recuperar el tiempo que has perdido esta mañana.
—Alex, ¿puedo preguntarte una cosa?
—¿Qué?
—Hoy pareces muy disgustado. ¿He hecho algo que te haya molestado?
Se me queda mirando.
—Ahora mismo no estoy de humor para hacer una lista de tus fallos. Tengo trabajo.
Devuelve la mirada a la pantalla de su ordenador, echándome claramente.
Por Dios… ¿Qué he hecho?
Me doy la vuelta y salgo de su despacho, y por un momento creo que voy a llorar. ¿Por qué de repente siente tanta aversión hacia mí? Me viene a la mente una idea muy desagradable, pero la ignoro. Ahora mismo no necesito pensar en sus tonterías… bastante tengo con lo mío.
Salgo del edificio en dirección al Starbucks más cercano, pido un café con leche y me siento junto a la ventana. Saco el iPod del bolso y me pongo los auriculares.
Escojo una canción al azar y pulso el botón de repetir para que suene una y otra vez.
Necesito música para pensar.
Dejo vagar mi mente. Yulia la sádica. Yulia la sumisa. Yulia la
intocable. Los impulsos edípicos de Yulia. Yulia bañando a Leila. Esta última imagen me atormenta, y gimo y cierro los ojos.
¿Realmente puedo casarme con esta mujer? Eso implica aceptar muchas cosas. Ella es compleja y difícil, pero en mi fuero interno sé que no quiero dejarla, a pesar de todos sus conflictos. Nunca podría dejarle. La amo. Sería como cortarme un brazo.
Nunca me había sentido tan viva, tan vital como ahora mismo. Desde que la conocí he descubierto todo tipo de sentimientos profundos y desconcertantes, y experiencias nuevas. Con Cincuenta nunca hay momentos de aburrimiento.
Recuerdo mi vida antes de Yulia, y es como si todo fuera en blanco y negro, como los retratos de José. Ahora mi vida entera es en colores saturados, ricos y brillantes. Estoy planeando sobre un rayo de luz deslumbrante, la luz deslumbrante de Yulia. Sigo siendo Ícaro, volando demasiado cerca de mi sol. Suelto un resoplido interno. Volar con Yulia… ¿quién puede resistirse a una mujer que puede volar?
¿Puedo abandonarla? ¿Quiero abandonarla? Es como si ella hubiera pulsado un interruptor que me iluminara por dentro. Conocerla ha sido todo un proceso de aprendizaje. He descubierto más sobre mí misma en las últimas semanas que en toda mi vida anterior. He aprendido sobre mi cuerpo, mis límites infranqueables, mi tolerancia, mi paciencia, mi compasión y mi capacidad para amar.
Y entonces la idea me impacta con la fuerza de un rayo. Esto es lo que ella necesita de mí, a lo que tiene derecho: al amor incondicional. Nunca lo recibió de la puta adicta al crack… eso es lo que ella necesita. ¿Puedo amarla incondicionalmente?
¿Puedo aceptarla tal como es, a pesar de todo lo que me contó anoche?
Sé que es una mujer herida, pero no creo que sea irredimible. Suspiro al recordar las palabras de Igor: «Es una buena mujer, señorita Katina».
Yo he sido testigo de la contundente evidencia de su bondad: sus obras de beneficencia, su ética empresarial, su generosidad… y, sin embargo, ella no es capaz de verla en sí misma. No se cree en absoluto merecedora de amor. Conocer su historia y sus predilecciones me ha permitido atisbar el origen de su odio hacia sí misma… por eso no ha dejado que nadie se le acercara. ¿Seré capaz de superar esto?
Una vez me dijo que no podía ni imaginar siquiera hasta dónde llegaba su depravación. Bueno, ahora ya me lo ha contado y, conociendo cómo fueron los primeros años de su vida, no me sorprende… aunque me impactó mucho oírlo en voz alta. Al menos me lo ha contado… y parece más feliz después de haberlo hecho. Ahora lo sé todo.
¿Eso devalúa su amor por mí? No, no lo creo. Ella nunca se había sentido así,ni yo tampoco. Esto es nuevo para ambas.
Los ojos se me llenan de lágrimas al recordar que, cuando dejó que la tocara anoche, cayeron sus últimas barreras. Y que tuvo que aparecer Leila con toda su locura para que llegáramos a ese punto.
Tal vez debería estar agradecida. Ahora, el hecho de que ella la bañara ya no me deja un sabor tan amargo. Me pregunto qué ropa le dio. Espero que no fuera el vestido de color ciruela. Me gusta mucho ese vestido.
Así que ¿puedo amar incondicionalmente a esa mujer con todos sus conflictos? Porque no merece menos que eso. Todavía tiene que aprender límites, y pequeñas cosas como la empatía, y a ser menos controladora. Dice que ya no siente la compulsión de hacerme daño; quizá el doctor Flynn pueda arrojar algo de luz sobre eso.
Fundamentalmente, eso es lo que más me preocupa: que necesite eso y que siempre haya encontrado mujeres afines que también lo necesitaban. Frunzo el ceño. Sí,esa es la seguridad que necesito. Quiero ser todas las cosas para esta mujer, su Alfa y su Omega y todo lo que hay en medio, porque ella lo es todo para mí.
Espero que Flynn pueda contestar a todas mis preguntas, y quizá entonces podré decir que sí. Yulia y yo encontraremos nuestro propio trozo de cielo cerca del sol.
Contemplo el bullicio de Seattle a la hora de comer. Señora de Yulia Volkova… ¿quién lo iba a decir? Miro el reloj. ¡Oh, no! Me levanto de un salto y salgo corriendo hacia la puerta: llevo una hora entera sentada aquí… ¡qué rápido ha pasado el tiempo! ¡Alex se va a poner como una fiera!
* * *
Vuelvo sigilosamente a mi mesa. Por suerte, él no está en su despacho.
Parece ser que me voy a librar. Miro fijamente la pantalla de mi ordenador, tratando de que mi mente se ponga en modo trabajo.
—¿Dónde estabas?
Pego un salto. Alex está detrás de mí con los brazos cruzados.
—En el sótano, haciendo fotocopias —miento.
Él aprieta los labios, que se convierten en una línea fina, inflexible.
—A las seis y media tengo que salir para el aeropuerto. Necesito que te quedes hasta entonces.
—De acuerdo.
Le sonrío con toda la amabilidad de la que soy capaz.
—Necesito una copia impresa de mi agenda de trabajo en Nueva York,junto con diez fotocopias. Y encárgate de que empaqueten los folletos. ¡Y tráeme un café! —gruñe, y entra con paso enérgico en su despacho.
Suelto un suspiro de alivio y, cuando cierra la puerta, le saco la lengua.
Cabrón…
* * *
A las cuatro en punto, Claire llama desde recepción.
—Irina Volkova te llama por teléfono.
¿Irina? Espero que no quiera que vayamos al centro comercial.
—¡Hola, Irina!
—Lena, hola. ¿Cómo estás? —dice con entusiasmo desbordante.
—Bien. Tengo mucho trabajo hoy. ¿Y tú?
—¡Estoy de lo más aburrida! Y, para entretenerme con algo, estoy
organizando una fiesta de cumpleaños para Yulia.
¿El cumpleaños de Yulia? Vaya, no tenía ni idea.
—¿Cuándo es?
—Lo sabía. Sabía que no te lo habría dicho. Es el sábado. Mamá y papá quieren que venga todo el mundo a comer para celebrarlo. Te estoy invitando oficialmente.
—Oh, eso es estupendo. Gracias, Irina.
—Ya he telefoneado a Yulia y se lo he dicho, y ella me ha dado tu
teléfono de aquí.
—Genial.
Mi mente ya está dando vueltas: ¿qué demonios voy a comprarle a Yulia por su cumpleaños? ¿Qué le compras a una mujer que tiene de todo?
—Y la próxima semana podríamos quedar para comer.
—Claro. ¿Y qué tal mañana? Mi jefe estará en Nueva York.
—Oh, eso sería fantástico, Lena. ¿A qué hora?
—¿A la una menos cuarto?
—Ahí estaré. Adiós, Lena.
—Adiós.
Cuelgo.
Yulia. Cumpleaños. ¿Qué demonios puedo comprarle?
De: Lena Katina
Fecha: 15 de junio de 2011 16:11
Para: Yulia Volkova
Asunto: Antediluviano
Querida señorita Volkova:
¿Cuándo, exactamente, pensaba decírmelo?Qué debería comprarle a mi vejestorio por su cumpleaños?Quizá unas pilas para el audífono?
Lx
Lena Katina
Ayudante de Alexandr Popv, editor de SIP
De: Yulia Volkova
Fecha: 15 de junio de 2011 16:20
Para: Lena Katina
Asunto: Prehistórico
No te burles de los ancianos.
Me alegro de que estés vivita y coleando.
Y de que Irina te haya llamado.
Las pilas siempre van bien.
No me gusta celebrar mi cumpleaños.
x
Yulia Volkova
Presidenta sorda como una tapia de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
De: Lena Katina
Fecha: 15 de junio de 2011 16:24
Para: Yulia Volkova
Asunto: Mmm
Querida señorita Volkova:
La imagino poniendo morritos mientras escribía esa última frase.
Eso ejerce un efecto sobre mí.
Lxox
Lena Katina
Ayudante de Alexandr Popov, editor de SIP
De: Yulia Volkova
Fecha: 15 de junio de 2011 16:29
Para: Lena Katina
Asunto: Con los ojos en blanco
Señorita Katina:
¡¡¡UTILICE LA BLACKBERRY!!!
x
Yulia Volkova
Presidenta de mano suelta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
Pongo cara de exasperación. ¿Por qué es tan susceptible con los e-mails?
De: Lena Katina
Fecha: 15 de junio de 2011 16:33
Para: Yulia Volkova
Asunto: Inspiración
Querida señorita Volkova:
Ah… No puede estar sin la mano suelta mucho tiempo, ¿verdad?
Me pregunto qué diría sobre eso el doctor Flynn.
Pero ahora ya sé qué voy a regalarte por tu cumpleaños… y espero que me haga daño…
L x
De: Yulia Volkova
Fecha: 15 de junio de 2011 16:38
Para: Lena Katina
Asunto: Angina de pecho
Señorita Katina:
No creo que mi corazón pueda aguantar la tensión de otro correo como este; ni tampoco mis pantalones, por cierto.
Compórtese.
x
Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
De: Lena Katina
Fecha: 15 de junio de 2011 16:42
Para: Yulia Volkova
Asunto: Pesada
Yulia:
Intento trabajar para mi muy pesado jefe.
Por favor, deja de molestarme y de ser tan pesada tú también.
Tu último e-mail me ha puesto a cien.
x
P.D.: ¿Puedes recogerme a las 18:30?
De: Yulia Volkova
Fecha: 15 de junio de 2011 16:47
Para: Lena Katina
Asunto: Ahí estaré
Nada me complacería más.
En realidad, sí se me ocurren una serie de cosas que me complacerían más, y todas tienen que ver contigo.
x
Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
Al leer su respuesta, me ruborizo y sacudo la cabeza. Bromear sobre estas cosas por correo está muy bien, pero la verdad es que tenemos que hablar. Quizá después de mi charla con el doctor Flynn. Dejo la BlackBerry y doy por terminada mi pequeña reconciliación.
* * *
Hacia las seis y cuarto la oficina está desierta. He leído todo lo que me ha encargado Alex. He reservado un taxi para que le lleve al aeropuerto, y acabo de entregarle sus documentos. Echo una mirada ansiosa a través del cristal, pero él sigue concentrado en su llamada telefónica, y no quiero interrumpirle; no, visto el humor que tiene hoy.
Mientras espero a que termine, se me ocurre que hoy no he comido. Oh,no… eso no le sentará bien a Cincuenta. Me dirijo rápidamente hacia la cocina para ver si quedan galletas.
Estoy abriendo el tarro comunitario de galletas cuando Alex aparece de repente en el umbral de la cocina, mirándome fijamente.
Oh. ¿Qué está haciendo aquí?
Me fulmina con la mirada.
—Bueno, Lena. Creo que este es un buen momento para hablar de tus fallos.
Entra y cierra la puerta, e inmediatamente se me seca la boca y en mi mente suena una alarma fuerte e insistente.
Oh, no.
En sus labios se dibuja una sonrisa grotesca, y sus ojos tienen un brillo profundo e intenso de color cobalto.
—Por fin estamos a solas —dice, y se lame el labio superior muy despacio.
¿Qué?
—Ahora… ¿vas a ser buena chica y escucharás con mucha atención lo que te diga?
VIVALENZ28- Mensajes : 921
Fecha de inscripción : 04/08/2014
Re: 50 SOMBRAS MÁS OSCURAS// ADAPTACIÓN
Lena tiene que poner muchas cosas en la balanza pero, como decimos "que le hace al wey" xD ella la ama y hallará la manera para sobrellevar todo.
PD: No sé pero, sí me imaginaba el final del capítulo xD
PD: No sé pero, sí me imaginaba el final del capítulo xD
SandyQueen- Mensajes : 184
Fecha de inscripción : 28/02/2016
Edad : 35
Localización : Mexico
Re: 50 SOMBRAS MÁS OSCURAS// ADAPTACIÓN
¿Porque tanta crueldad? No es justo, no y no... Dejarlo ahí ha sido una tortura que no se acabara hasta leer la conti #EnShock
Aleinads- Mensajes : 519
Fecha de inscripción : 14/05/2015
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Localización : Colombia
Re: 50 SOMBRAS MÁS OSCURAS// ADAPTACIÓN
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Los ojos de Alex tienen un destello azul muy oscuro, y sonríe con aire despectivo mientras mira con lascivia mi cuerpo de arriba abajo.
El miedo me deja sin respiración. ¿Qué es esto? ¿Qué quiere? De algún lugar del interior de mi mente y a pesar de mi sequedad de boca, surge la decisión y el valor para forzarme a decir algunas palabras entre dientes, con el mantra de mi clase de autodefensa, «Haz que sigan hablando», girando en mi cerebro como un centinela etéreo.
—Alex, no creo que ahora sea buen momento para esto. Tu taxi llegará dentro de diez minutos, y tengo que darte todos tus documentos.
Mi voz, tranquila pero ronca, me delata.
Él sonríe, y cuando finalmente esa sonrisa alcanza a sus ojos, tiene un aire despótico de «me trae totalmente al pairo». Su mirada brilla bajo la cruda luz del tubo fluorescente sobre nuestras cabezas en este cuarto gris y sin ventanas. Da un paso hacia
mí, sin apartar sus ojos refulgentes de los míos. Le miro, y veo sus pupilas dilatadas, el negro eclipsando al azul. Oh, Dios. Mi miedo se intensifica.
—¿Sabes?, tuve que pelearme con Elizabeth para darte este trabajo…
Se le quiebra la voz y se acerca un paso más, y yo retrocedo hasta los desvencijados armarios de la pared. Haz que sigan hablando, que sigan hablando, que sigan hablando.
—¿Qué problema tienes exactamente, Alex? Si quieres exponer tus quejas,quizá deberíamos decir a recursos humanos que estén presentes. Podemos hablarlo con Elizabeth en un entorno más formal.
¿Dónde está el personal de seguridad? ¿Siguen en el edificio?
—No necesitamos a recursos humanos para gestionar esta situación, Lena—dice desdeñoso—. Cuando te contraté, creí que trabajarías duro. Creía que tenías potencial. Pero ahora… no sé. Te has vuelto distraída y descuidada. Y me pregunté…si no sería tu novia la que te estaba llevando por el mal camino.
Pronuncia «novia» con un desprecio espeluznante.
—Decidí revisar tu cuenta de correo electrónico, para ver si podía
encontrar alguna pista. ¿Y sabes qué encontré, Lena? ¿Sabes lo que no cuadraba? Los únicos e-mails personales de tu cuenta eran para la egocéntrica de tu novia. —Se para y evalúa mi reacción—. Y me puse a pensar… ¿dónde están los e-mails que le envía ella? No hay ninguno. Nada. Cero. Dime, ¿qué está pasando, Lena? ¿Cómo puede ser que los e-mails que te envía ella no aparezcan en nuestro sistema? ¿Eres una especie de espía empresarial que ha colocado aquí la organización de Volkova? ¿Es eso?
Dios, los e-mails. Oh, no. ¿Qué he puesto en ellos?
—Alex, ¿de qué estás hablando?
Trato de parecer desconcertada, y resulto bastante convincente. Esta conversación no va por donde esperaba y no me fío lo más mínimo de él. Alguna feromona subliminal que exuda del cuerpo de Alex me mantiene en máxima alerta. Este hombre está enfadado, es voluble y totalmente impredecible. Intento razonar con él.
—Acabas de decir que tuviste que convencer a Elizabeth para contratarme.¿Cómo pueden haberme introducido aquí para espiar? Aclárate, Alex.
—Pero Volkova se cargó lo del viaje a Nueva York, ¿no?
Oh, no.
—¿Cómo lo consiguió, Lena? ¿Qué hizo tu poderosa novia formada en las más prestigiosas universidades?
La poca sangre que me quedaba en las venas desaparece, y creo que voy a desmayarme.
—No sé de qué estás hablando, Alex —susurro—. Tu taxi está a punto de llegar. ¿Te traigo tus cosas?
Oh, por favor, deja que me vaya. Acaba ya con esto.
Alex disfruta viéndome en esa situación tan incómoda y agobiante, y continúa:
—¿Y ella cree que intentaré propasarme contigo? —Sonríe y se le enardece la mirada—. Bueno, quiero que pienses en una cosa mientras estoy en Nueva York. Yo te di este trabajo y espero cierta gratitud por tu parte. En realidad, tengo derecho. Tuve que pelear para conseguirte. Elizabeth quería a alguien más cualificado, pero… yo vi algo en ti. De manera que hemos de hacer un pacto. Un pacto que me deje satisfecho.¿Entiendes lo que te estoy diciendo, Lena?
¡Dios!
—Considéralo, si lo prefieres, como una nueva definición de tu trabajo. Y,si me satisfaces, no investigaré más a fondo qué teclas ha tocado tu novia, qué contactos ha exprimido, o qué favores se ha cobrado de algún compañero de una de esas pijas fraternidades universitarias.
Le miro con la boca abierta. Me está haciendo chantaje… ¡a cambio de sexo! ¿Y qué puedo decir? Aún faltan tres semanas para que la noticia de la OPA hostil de Yulia se haga pública. No doy crédito. ¡Sexo… conmigo!
Alex se acerca más hasta colocarse justo delante de mí, mirándome a los ojos. Su colonia empalagosa y dulzona invade mis fosas nasales… es repugnante. Y, si no me equivoco, el aliento le apesta a alcohol. Oh, no, ha estado bebiendo… ¿cuándo?
—Eres una suavona reprimida, una calientabraguetas, ¿sabes, Lena? —murmura apretando los dientes.
¿Qué? ¿Una calientabraguetas… yo?
—Alex, no tengo ni idea de qué hablas —susurro, y siento una descarga de adrenalina por todo mi cuerpo.
Ahora está más cerca, y espero mi momento para entrar en acción. Sergey estaría orgulloso. Él me enseñó qué hacer. Es experto en autodefensa. Si Alex me toca,si respira siquiera demasiado cerca de mí, le derribaré. Me falta el aire. No debo
desmayarme. No debo desmayarme.
—Mírate. —Me observa con lascivia—. Estás muy excitada, lo noto. En realidad tú me has provocado. En el fondo lo deseas, lo sé.
Madre mía. Este hombre delira. Mi miedo alcanza el nivel de ataque inminente, y amenaza con aplastarme.
—No, Alex, yo nunca te he provocado.
—Sí, me provocaste, puta calientabraguetas. Detecto las señales.
Alarga la mano, y con el dorso de los nudillos me acaricia delicadamente la mejilla hasta el mentón. Y luego la garganta, con el dedo índice, y yo siento el corazón en la boca y reprimo las náuseas. Llega hasta el hueco de la base del cuello bajo el
botón desabrochado de mi blusa negra, y apoya la mano en mi pecho.
—Me deseas. Admítelo, Lena.
Sin apartar los ojos de él, y concentrada en lo que tengo que hacer —en lugar de en mi creciente repugnancia y mi pavor—, poso una mano delicadamente sobre la suya, como una caricia. Él sonríe triunfante. Entonces le agarro el dedo meñique, se lo retuerzo hacia atrás y, de un tirón, lo hago bajar a la altura de su cadera.
—¡Ahhh! —grita por el dolor y la sorpresa, y, cuando trastabilla, levanto la rodilla con fuerza hasta su ingle y consigo impactar limpiamente en mi objetivo.
Cuando dobla las rodillas y se derrumba con un quejido sobre el suelo de la cocina con las manos entre las piernas, me aparto ágilmente hacia la izquierda.
—No vuelvas a tocarme nunca —le advierto con un gruñido gutural—. Y tienes la hoja de ruta y los folletos encima de mi mesa. Ahora me voy a casa. Buen viaje. Y en adelante, hazte tú el maldito café.
—¡Jodida puta! —me grita casi gimoteante, pero yo ya he salido por la puerta.
Vuelvo a mi mesa corriendo, cojo la chaqueta y el bolso, y salgo disparada hacia recepción sin hacer caso de los gemidos y las maldiciones que profiere el cabrón, aún tirado en el suelo de la cocina. Salgo a la calle y me paro un momento al sentir el aire fresco dándome en la cara. Inspiro profundamente y recupero la calma.
Pero, como no he comido en todo el día, cuando esa desagradable descarga de adrenalina remite, las piernas me fallan y me desplomo en el suelo.
Con cierto distanciamiento, contemplo a cámara lenta la escena que se desarrolla delante de mí: Yulia e Igor, con trajes oscuros y camisas blancas,bajan de un salto del coche y corren hacia mí. Yulia se arrodilla a mi lado, pero yo apenas soy consciente de ello y solo soy capaz de pensar: Ella está aquí. Mi amor está aquí.
—¡Lena, Lena! ¿Qué sucede?
Me coloca en su regazo y me pasa las manos por los brazos para comprobar si estoy herida. Me sostiene la cabeza entre las manos y me mira a los ojos. Los suyos,azules y muy abiertos, están aterrorizados. Yo me abandono, embargada por una repentina sensación de cansancio y de alivio. Oh, los brazos de Yulia. No deseo estar en ninguna otra parte.
—Lena. —Me zarandea suavemente—. ¿Qué pasa? ¿Estás enferma?
Niego con la cabeza y me doy cuenta de que necesito empezar a explicarme.
—Alex —susurro, y, más que ver, percibo una fugaz mirada de Yulia a Igor, que desaparece rápidamente en el interior del edificio.
—¡Por Dios! —Yulia me rodea con sus brazos—. ¿Qué te ha hecho ese canalla?
Y, en mitad de toda esta locura, una risita tonta brota de mi garganta.
Recuerdo a Alex, absolutamente conmocionado, cuando le agarré del dedo.
—Más bien qué le he hecho yo a él.
Me echo a reír y no puedo parar.
—¡Lena!
Yulia vuelve a zarandearme, y la risa histérica se calma.
—¿Te ha tocado?
—Solo una vez.
Yulia, dominada por la rabia, comprime y tensa los músculos, y se pone de pie con agilidad, poderosa, con la firmeza de una roca, conmigo en brazos. Está furiosa. ¡No!
—¿Dónde está ese cabrón?
Se oyen gritos ahogados dentro del edificio. Yulia me deja en el suelo.
—¿Puedes sostenerte en pie?
Yo asiento.
—No entres. No, Yulia.
De pronto ha vuelto el miedo, miedo de lo que Yulia le hará a Alex.
—Sube al coche —me ordena a gritos.
—Yulia, no —digo, sujetándole del brazo.
—Entra en el maldito coche, Lena.
Se suelta de mí.
—¡No! ¡Por favor! —le suplico—. Quédate. No me dejes sola.
Utilizo mi último recurso.
Yulia, furiosa, se pasa la mano por el pelo y me clava una mirada llena de indecisión. Los gritos en el interior del edificio aumentan, y luego cesan de repente.
Oh, no. ¿Qué ha hecho Igor?
Yulia saca su BlackBerry.
—Yulia, él tiene mis e-mails.
—¿Qué?
—Los e-mails que te he enviado. Quería saber dónde estaban los e-mails que tú me has enviado a mí.
La mirada de Yulia se torna asesina.
Maldita sea.
—¡Joder! —masculla, y me mira con los ojos entornados.
Marca un número en su Blackberry.
Oh, no. Me he metido en un buen lío. ¿A quién telefonea?
—Barney. Soy Volkova. Necesito que accedas al servidor central de SIP y elimines todos los e-mails que me ha enviado Elena Katina. Después accede a los archivos personales de Alexandr Popov para comprobar que no están almacenados allí. Si lo
están, elimínalos… Sí, todos. Ahora. Cuando esté hecho, házmelo saber.
Pulsa el botón de cortar llamada y luego marca otro número.
—Roach. Soy Volkova. Popov… le quiero fuera. Ahora. Ya. Llama a seguridad.Haced que vacíe inmediatamente su mesa, o lo primero que haré mañana a primera hora es liquidar esta empresa. Esos son todos los motivos que necesitas para darle la
carta de despido. ¿Entendido?
Se queda escuchando un momento y luego cuelga,aparentemente satisfecha.
—La BlackBerry… —sisea entre dientes.
—Por favor, no te enfades conmigo.
—Ahora mismo estoy muy enfadada contigo —gruñe, y vuelve a pasarse la mano por el pelo—. Entra en el coche.
—Yulia, por favor…
—Entra en el jodido coche, Elena. No me obligues a tener que meterte yo personalmente —me amenaza, con los ojos centelleantes de ira.
Maldita sea.
—No hagas ninguna tontería, por favor —le suplico.
—¡Tonterías! —explota—. Te dije que usaras tu jodida BlackBerry. A mí no me hables de tonterías. Entra en el puto coche, Elena… ¡Ahora! —brama, y yo me estremezco de miedo.
Esta es la Yulia furiosa. Nunca la he visto tan enfadada. Apenas puede controlarse.
—Vale —musito, y se apacigua—. Pero, por favor, ve con cuidado.
Ella aprieta los labios, convertidos ahora en una fina línea, y señala airada hacia el coche, mirándome fijamente.
Vaya, vale…Ya lo he captado.
—Por favor, ve con cuidado. No quiero que te pase nada. Me moriría —murmuro.
Ella parpadea y se tranquiliza, bajando el brazo e inspirando profundamente.
—Iré con cuidado —dice, y su mirada se dulcifica.
Oh, gracias a Dios. Sus ojos refulgen mientras observa cómo me dirijo al coche, abro la puerta del pasajero y entro. Una vez que estoy sana y salva en el Audi,ella desaparece en el interior del edificio, y yo vuelvo a sentir el corazón en la garganta.
¿Qué piensa hacer?
Me siento y espero. Y espero. Y espero. Cinco minutos eternos. El taxi de Alex aparca delante del Audi. Diez minutos. Quince. Dios… ¿qué están haciendo ahí dentro, y cómo estará Igor? La espera es un martirio.
Al cabo de veinticinco minutos, Alex sale del edificio cargado con una caja de cartón. Detrás de él aparece el guardia de seguridad. ¿Dónde estaba antes? Después salen Yulia e Igor. Alex parece aturdido. Va directo al taxi, y yo me alegro de que el Audi tenga los cristales ahumados y no pueda verme. El taxi arranca no creo
que se dirija al aeropuerto, y Yulia e Igor se acercan al coche.
Yulia abre la puerta del conductor y se desliza en el asiento,
seguramente porque yo estoy delante, e Igor se sienta detrás de mí. Ninguno de los dos dice una palabra cuando Yulia pone el coche en marcha y se incorpora al tráfico. Yo me atrevo a mirar de reojo a Cincuenta. Tiene los labios apretados, pero parece abstraída. Suena el teléfono del coche.
—Volkova —espeta Yulia.
—Señorita Volkova, soy Barney.
—Barney, estoy en el manos libres y hay más gente en el coche —advierte.
—Señorita, ya está todo hecho. Pero tengo que hablar con usted sobre otras cosas que he encontrado en el ordenador del señor Popov.
—Te llamaré cuando llegue. Y gracias, Barney.
—Muy bien, señorita Volkova.
Barney cuelga. Su voz parecía la de alguien mucho más joven de lo que me esperaba.
¿Qué más habrá en el ordenador de Alex?
—¿No vas a hablarme? —pregunto en voz baja.
Yulia me mira, vuelve a fijar la vista en la carretera, y me doy cuenta de que sigue enfadada.
—No —replica en tono adusto.
Oh, ya estamos… qué infantil. Me rodeo el cuerpo con los brazos, y observo por la ventanilla con la mirada perdida. Quizá debería pedirle que me dejara en mi apartamento; así podría «no hablarme» desde la tranquilidad del Escala y ahorrarnos a ambas la inevitable pelea. Pero, en cuanto lo pienso, sé que no quiero
dejarla dándole vueltas al asunto. No después de lo de ayer.
Finalmente nos detenemos delante de su edificio, y Yulia se apea.
Rodea el coche con su elegante soltura y me abre la puerta.
—Vamos —ordena, mientras Igor ocupa el asiento del conductor.
Yo cojo la mano que me tiende y la sigo a través del inmenso vestíbulo hasta el ascensor. No me suelta.
—Yulia, ¿por qué estás tan enfadada conmigo? —susurro mientras esperamos.
—Ya sabes por qué —musita. Entramos al ascensor y marca el código del piso—. Dios, si te hubiera pasado algo, a estas horas él ya estaría muerto.
El tono de Yulia me congela la sangre. Las puertas se cierran.
—Créeme, voy a arruinar su carrera profesional para que no pueda volver a aprovecharse de ninguna jovencita nunca más, una excusa muy miserable para un hombre de su calaña. —Menea la cabeza—. ¡Dios, Lena!
Y de pronto me sujeta y me aprisiona contra una esquina del ascensor.
Hunde una mano en mi pelo y me atrae con fuerza hacia ella. Su boca busca la mía, y me besa con apasionada desesperación. No sé por qué me coge por sorpresa,pero lo hace. Yo saboreo su alivio, su anhelo y los últimos vestigios de su rabia,mientras su lengua posee mi boca. Se para, me mira fijamente, y apoya todo su peso sobre mí, de forma que no puedo moverme. Me deja sin aliento y me aferro a ella para sostenerme. Alzo la mirada hacia su hermoso rostro, marcado por la determinación y la mayor seriedad.
—Si te hubiera pasado algo… si él te hubiera hecho daño… —Noto el estremecimiento que recorre su cuerpo—. La BlackBerry —ordena en voz baja—. A partir de ahora. ¿Entendido?
Yo asiento y trago saliva, incapaz de apartar la vista de su mirada grave y fascinante.
Cuando el ascensor se para, se yergue y me suelta.
—Dice que le diste una patada en las pelotas.
Yulia ha aligerado el tono. Ahora su voz tiene cierto matiz de
admiración, y creo que estoy perdonada.
—Sí —susurro, aún sin recuperarme del todo de la intensidad de su beso y su vehemente exigencia.
—Bien.
—Sergey estuvo en el ejército. Me enseñó muy bien.
—Me alegro mucho de que lo hiciera —musita, y añade arqueando una ceja—: Lo tendré en cuenta.
Me da la mano, me conduce fuera del ascensor y yo la sigo, aliviada. Me parece que su mal humor ya no empeorará.
—Tengo que llamar a Barney. No tardaré.
Desaparece en su estudio, y me deja plantada en el inmenso salón. La señora Jones está dando los últimos toques a nuestra cena. Me doy cuenta de que estoy hambrienta, pero necesito hacer algo.
—¿Puedo ayudar? —pregunto.
Ella se echa a reír.
—No, Lena. ¿Puedo servirle una copa o algo? Parece agotada.
—Me encantaría una copa de vino.
—¿Blanco?
—Sí, por favor.
Me siento en uno de los taburetes y ella me ofrece una copa de vino frío.
No lo conozco, pero está delicioso, entra bien y calma mis nervios crispados. ¿En qué había estado pensando antes? En lo viva que me sentía desde que había conocido a Yulia. En que mi vida se había convertido en algo emocionante. Caray… ¿no
podría tener al menos un par de días aburridos?
¿Y si nunca hubiera conocido a Yulia? Ahora mismo estaría refugiada en mi apartamento, hablando con Andrey, completamente alterada por el incidente con Alex y sabiendo que tendría que volver a encontrarme con ese canalla el viernes. Tal
como están las cosas ahora, es muy probable que nunca vuelva a verle. Pero ¿para quién trabajaré? Frunzo el ceño. No había pensado en eso. Vaya… ¿seguiré teniendo trabajo siquiera?
—Buenas noches, Gail.
Yulia vuelve a entrar en el salón y me distrae de mis pensamientos. Va directamente a la nevera y se sirve una copa de vino.
—Buenas noches, señorita Volkova. ¿Cenarán a las diez, señorita?
—Me parece muy bien.
Yulia alza su copa.
—Por los ex militares que entrenan bien a sus hijas —dice, y se le suaviza la mirada.
—Salud —musito, y levanto mi copa.
—¿Qué pasa? —pregunta Yulia.
—No sé si todavía tengo trabajo.
Ella ladea la cabeza.
—¿Sigues queriendo tenerlo?
—Claro.
—Entonces todavía lo tienes.
Así de simple. ¿Ves? Ella es la ama y señora de mi universo. Le miro con los ojos en blanco y ella sonríe.
* * *
La señora Jones ha preparado un exquisito pastel de pollo, y se ha retirado para que disfrutemos del fruto de su trabajo. Ahora que ya puedo comer algo, me siento mucho mejor. Estamos sentadas en la barra del desayuno, y aunque intento engatusarlo,Yulia se niega a contarme qué ha descubierto Barney en el ordenador de Alex.
Aparco el tema, y decido en su lugar abordar el espinoso asunto de la inminente visita de José.
—Me ha llamado José —digo en tono despreocupado.
—¿Ah?
Yulia se da la vuelta para mirarme.
—Quiere traer tus fotografías el viernes.
—Una entrega personal. Qué cortés por su parte —apunta Yulia.
—Quiere salir. A tomar algo. Conmigo.
—Ya.
—Para entonces seguramente Nastya y Dimitri ya habrán vuelto —añado enseguida.
Yulia deja el tenedor y me mira con el ceño fruncido.
—¿Qué me estás pidiendo exactamente?
La miro enojada.
—No te estoy pidiendo nada. Te estoy informando de mis planes para el viernes. Mira, yo quiero ver a José, y él necesita un sitio para dormir. Puede que se quede aquí o en mi apartamento, pero si lo hace yo también debería estar allí.
Yulia abre mucho los ojos. Parece anonadada.
—Intentó propasarse contigo.
—Yulia, eso fue hace varias semanas. Él estaba borracho, yo estaba borracha, tú lo solucionaste… no volverá a pasar. Él no es Alex, por el amor de Dios.
—Andrey está aquí. Él puede hacerle compañía.
—Quiere verme a mí, no a Andrey.
Yulia me mira ceñuda.
—Solo es un amigo —digo en tono enfático.
—No me hace ninguna gracia.
¿Y qué? Dios, a veces es crispante. Inspiro profundamente.
—Es amigo mío, Yulia. No le he visto desde la inauguración de la
exposición. Y estuve muy poco rato. Yo sé que tú no tienes ningún amigo, aparte de esa espantosa mujer, pero yo no me quejo de que la veas —replico. Yulia parpadea,estupefacta—. Tengo ganas de verle. No he sido una buena amiga
Mi subconsciente está alarmada. ¿Estás teniendo una pequeña pataleta?
¡Cálmate!
Los ojos azules de Yulia refulgen al mirarme.
—¿Eso es lo que piensas? —dice entre dientes.
—¿Lo que pienso de qué?
—Sobre Olga. ¿Preferirías que no la viera?
—Exacto. Preferiría que no la vieras.
—¿Por qué no lo has dicho antes?
—Porque no me corresponde a mí decirlo. Tú la consideras tu única amiga.—Me encojo de hombros, exasperada. Realmente no lo entiende. ¿Cómo se ha convertido esto en una conversación sobre Olga? Yo ni siquiera quiero pensar en ella.Trato de volver al tema de José—. Del mismo modo que no te corresponde a ti decir si puedo o no puedo ver a José. ¿No lo entiendes?
Yulia me mira fijamente, creo que perpleja. Oh, ¿qué estará pensando?
—Puede dormir aquí, supongo —musita—. Así podré vigilarle —comenta en tono hosco.
¡Aleluya!
—¡Gracias! ¿Sabes?, si yo también voy a vivir aquí… —Me fallan las palabras. Yulia asiente. Sabe qué intento decirle—. Aquí no es que falte espacio precisamente… —digo con una sonrisita irónica.
En sus labios se dibuja lentamente una sonrisa.
—¿Se está riendo de mí, señorita Katina?
—Desde luego, señorita Volkova.
Me pongo de pie por si empieza a calentársele la mano, recojo los platos y los meto en el lavavajillas.
—Ya lo hará Gail.
—Lo estoy haciendo yo.
Me enderezo y la miro. Ella me observa intensamente.
—Tengo que trabajar un rato —dice como disculpándose.
—Muy bien. Ya encontraré algo que hacer.
—Ven aquí —ordena, pero su voz es suave y seductora y sus ojos
apasionados.
Yo no dudo en caminar hacia ella y rodearle el cuello. Ella permanece sentada en el taburete. Me envuelve entre sus brazos, me estrecha contra ella y simplemente me abraza.
—¿Estás bien? —susurra junto a mi cabello.
—¿Bien?
—¿Después de lo que ha pasado con ese cabrón? ¿Después de lo que ocurrió ayer? —añade en voz baja y muy seria.
Yo miro al fondo de sus ojos, oscuros, graves. ¿Estoy bien?
—Sí —susurro.
Me abraza más fuerte, y me siento segura, apreciada y amada, todo a la vez.
Es maravilloso. Cierro los ojos, y disfruto de la sensación de estar en sus brazos. Amo a esta mujer. Amo su aroma embriagador, su fuerza, sus maneras volubles… mi Cincuenta.
—No discutamos —murmura. Me besa el pelo e inspira profundamente—.Hueles divinamente, como siempre, Lena.
—Tú también —susurro, y le beso el cuello.
Me suelta, demasiado pronto.
—Terminaré en un par de horas.
* * *
Deambulo indolentemente por el piso. Yulia sigue trabajando. Me he duchado, me he puesto unos pantalones de chándal y una camiseta míos, y estoy aburrida. No me apetece leer. Si me quedo quieta, me acuerdo de Alex y de sus dedos sobre mi cuerpo.
Echo un vistazo a mi antiguo dormitorio, la habitación de las sumisas. José puede dormir aquí: le gustarán las vistas. Son las ocho y cuarto y el sol está empezando a ponerse por el oeste. Las luces de la ciudad centellean allá abajo. Es algo maravilloso. Sí, a José le gustará estar aquí. Me pregunto vagamente dónde colgará
Yulia las fotos que me hizo José. Preferiría que no lo hiciera. No me apetece verme a mí misma.
Salgo de nuevo al pasillo y acabo frente a la puerta del cuarto de juegos, y,sin pensarlo, intento abrir el pomo. Yulia suele cerrarla con llave, pero, para mi sorpresa, la puerta se abre. Qué raro. Sintiéndome como una niña que hace novillos y se interna en un bosque prohibido, entro. Está oscuro. Pulso el interruptor y las luces bajo la cornisa se encienden con un tenue resplandor. Es tal como lo recordaba. Una habitación como un útero.
Surgen en mi mente recuerdos de la última vez que estuve aquí. El cinturón… tiemblo al recordarlo. Ahora cuelga inocentemente, alineado junto a los demás, en la estantería que hay junto a la puerta. Paso los dedos, vacilante, sobre los cinturones, las palas, las fustas y los látigos. Dios. Esto es lo que necesito aclarar con
el doctor Flynn. ¿Puede alguien que tiene este estilo de vida dejarlo sin más? Parece muy poco probable. Me acerco a la cama, me siento sobre las suaves sábanas de satén rojo, y echo una ojeada a todos esos artilugios.
A mi lado está el banco, y encima el surtido de varas. ¡Cuántas hay! ¿No le bastará solo con una? Bien, cuanto menos sepa de todo esto, mejor. Y la gran mesa. No sé para qué la usa Yulia, nosotros nunca la probamos. Me fijo en el Chesterfield, y voy a sentarme en él. Es solo un sofá, no tiene nada de extraordinario: no hay nada para atar a nadie, por lo que puedo ver. Miro detrás de mí y veo la cómoda. Siento curiosidad. ¿Qué guardará ahí?
Cuando abro el cajón de arriba, noto que la sangre late con fuerza en mis venas. ¿Por qué estoy tan nerviosa? Tengo la sensación de estar haciendo algo ilícito,como si invadiera una propiedad privada, cosa que evidentemente estoy haciendo.
Pero si ella quiere casarse conmigo, bueno…
Dios santo, ¿qué es todo esto? Una serie de instrumentos y extrañas herramientas no tengo ni idea de qué son ni para qué sirven están dispuestos cuidadosamente en el cajón. Cojo uno. Tiene forma de bala, con una especie de mango.
Mmm… ¿qué demonios haces con esto? Estoy atónita, pero creo que me hago una idea.
¡Hay cuatro tamaños distintos! Se me eriza el vello, y en ese momento levanto la vista.
Yulia está en el umbral, mirándome con expresión inescrutable. Me siento como si me hubieran pillado con la mano en el tarro de los caramelos.
—Hola.
Sonrío muy nerviosa, consciente de tener los ojos muy abiertos y estar mortalmente pálida.
—¿Qué estás haciendo? —dice suavemente, pero con cierto matiz
inquietante en la voz.
Oh, no. ¿Está enfadada?
—Esto… estaba aburrida y me entró la curiosidad —musito, avergonzada de que me haya descubierto: dijo que tardaría dos horas.
—Esa es una combinación muy peligrosa.
Se pasa el dedo índice por el labio inferior en actitud pensativa, sin dejar de mirarme ni un segundo. Yo trago saliva. Tengo la boca seca.
Entra lentamente en la habitación y cierra la puerta sin hacer ruido. Sus ojos son como una llamarada gris. Oh, Dios. Se inclina con aire indiferente sobre la cómoda, pero intuyo que es una actitud engañosa. La diosa que llevo dentro no sabe si es el momento de enfrentarse a la situación o de salir corriendo.
—¿Y, exactamente, sobre qué le entró la curiosidad, señorita Katina? Quizá yo pueda informarle.
—La puerta estaba abierta… Yo…
Miro a Yulia y contengo la respiración, insegura como siempre de cuál será su reacción o qué debo decir. Tiene la mirada oscura. Creo que se está divirtiendo, pero es difícil decirlo. Apoya los codos en la cómoda, con la barbilla entre las manos.
—Hace un rato estaba aquí preguntándome qué hacer con todo esto. Debí de olvidarme de cerrar.
Frunce el ceño un segundo, como si no echar la llave fuera un error terrible.
Yo arrugo la frente: no es propio de ella ser olvidadiza.
—¿Ah?
—Pero ahora tú estás aquí, curiosa como siempre —dice con voz suave,desconcertada.
—¿No estás enfadada? —musito, prácticamente sin aliento.
Ella ladea la cabeza y sus labios se curvan en una mueca divertida.
—¿Por qué iba a enfadarme?
—Me siento como si hubiera invadido una propiedad privada… y tú
siempre te enfadas conmigo —añado bajando la voz, aunque me siento aliviada.
Yulia vuelve a fruncir el ceño.
—Sí, la has invadido, pero no estoy enfadada. Espero que un día vivas aquí conmigo, y todo esto —hace un gesto vago con la mano alrededor de la habitación—será tuyo también.
¿Mi cuarto de juegos…? Le miro con la boca abierta: la idea cuesta mucho de digerir.
—Por eso entré aquí antes. Intentaba decidir qué hacer. —Se da golpecitos en los labios con el dedo índice—. ¿Así que siempre me enfado contigo? Esta mañana no estaba enfadada.
Oh, eso es verdad. Sonrío al recordar a Yulia cuando nos despertamos,y eso hace que deje de pensar en qué pasará con el cuarto de juegos. Esta mañana Cincuenta estuvo muy juguetona.
—Tenías ganas de diversión. Me gusta la Yulia juguetona.
—¿Te gusta, eh?
Arquea una ceja, y en su encantadora boca se dibuja una sonrisa, un tímida sonrisa. ¡Uau!
—¿Qué es esto? —pregunto, sosteniendo esa especie de bala de plata.
—Siempre ávida por saber, señorita Katina. Eso es un dilatador anal —dice con delicadeza.
—Ah…
—Lo compré para ti.
¿Qué?
—¿Para mí?
Asiente despacio, con expresión seria y cautelosa.
Frunzo el ceño.
—¿Compras, eh… juguetes nuevos para cada sumisa?
—Algunas cosas. Sí.
—¿Dilatadores anales?
—Sí.
Muy bien… Trago saliva. Dilatador anal. Es de metal duro… seguramente resulte bastante incómodo. Recuerdo la conversación que tuvimos después de mi graduación sobre juguetes sexuales y límites infranqueables. Creo recordar que dije
que los probaría. Ahora, al ver uno de verdad, no sé si es algo que quiera hacer. Lo examino una vez más y vuelvo a dejarlo en el cajón.
—¿Y esto?
Cojo un objeto de goma, negro y largo. Consiste en una serie de esferas que van disminuyendo de tamaño, la primera muy voluminosa y la última muy pequeña.
Ocho en total.
—Un rosario anal —dice Yulia observándome atentamente.
¡Oh! Las examino con horror y fascinación. Todas esas esferas, dentro de mí… ¡ahí! No tenía ni idea.
—Causan un gran efecto si las sacas en mitad de un orgasmo —añade con total naturalidad.
—¿Esto es para mí? —susurro.
—Para ti.
Asiente despacio.
—¿Este es el cajón de los juguetes anales?
Sonríe.
—Si quieres llamarlo así…
Lo cierro enseguida, en cuanto noto que me arden las mejillas.
—¿No te gusta el cajón de los juguetes anales? —pregunta divertida, con aire inocente.
La miro fijamente y me encojo de hombros, tratando de disimular con descaro mi incomodidad.
—No estaría entre mis regalos de Navidad favoritos —comento con indiferencia, y abro vacilante el segundo cajón.
Ella sonríe satisfecha.
—En el siguiente cajón hay una selección de vibradores.
Lo cierro inmediatamente.
—¿Y en el siguiente? —musito.
Vuelvo a estar pálida, pero esta vez es de vergüenza.
—Ese es más interesante.
¡Oh! Abro el cajón titubeante, sin apartar los ojos de su hermoso rostro, que muestra ahora cierta arrogancia. Dentro hay un surtido de objetos de metal y algunas pinzas de ropa. ¡Pinzas de ropa! Cojo un instrumento grande de metal, como una especie de clip.
—Pinzas genitales —dice Yulia.
Se endereza y se acerca con total naturalidad hasta colocarse a mi lado. Yo las guardo enseguida y escojo algo más delicado: dos clips pequeños encadenados.
—Algunas son para provocar dolor, pero la mayoría son para dar placer —murmura.
—¿Qué es esto?
—Pinzas para pezones… para las dos.
—¿Para las dos? ¿Pechos?
Yulia me sonríe.
—Bueno hay dos pinzas, nena. Sí, para los dos pechos. Pero no me refería a eso. Me refería a que son tanto para el placer como para el dolor.
Ah. Me coge las pinzas de las manos.
—Levanta el meñique.
Hago lo que me dice, y me pone un clip en la punta del dedo. No duele mucho.
—La sensación es muy intensa, pero cuando resulta más doloroso y placentero es cuando las retiras.
Me quita el clip. Mmm, puede ser agradable. Me estremezco de pensarlo.
—Esto tiene buena pinta —murmuro, y Yulia sonríe.
—¿No me diga, señorita Katina? Creo que se nota.
Asiento tímidamente y vuelvo a guardar las pinzas en el cajón. Yulia se inclina y saca otras dos.
—Estas son ajustables.
Las levanta para que las examine.
—¿Ajustables?
—Puedes llevarlas muy apretadas… o no. Depende del estado de ánimo.
¿Cómo consigue que suene tan erótico? Trago saliva, y para desviar su atención saco un artefacto que parece un cortapizzas de dientes muy puntiagudos.
—¿Y esto?
Frunzo el ceño. No creo que en el cuarto de juegos haya nada que hornear.
—Esto es un molinete Wartenberg.
—¿Para…?
Lo coge.
—Dame la mano. Pon la palma hacia arriba.
Le tiendo la mano izquierda, me la sostiene con cuidado y me roza los nudillos con su pulgar. Me estremezco por dentro. Su piel contra la mía siempre consigue ese efecto. Luego pasa la ruedecita por encima de la palma.
—¡Ay!
Los dientes me pellizcan la piel: es algo más que dolor. De hecho, me hace cosquillas.
—Imagínalo sobre tus pechos —murmura Yulia lascivamente.
¡Oh! Me ruborizo y aparto la mano. Mi respiración y los latidos de mi corazón se aceleran.
—La frontera entre el dolor y el placer es muy fina, Elena—dice en
voz baja, y se inclina para volver a meter el artilugio en el cajón.
—¿Pinzas de ropa? —susurro.
—Se pueden hacer muchas cosas con pinzas de ropa.
Sus ojos arden.
Me inclino sobre el cajón y lo cierro.
—¿Eso es todo?
Yulia parece divertida.
—No.
Abro el cuarto cajón y descubro un amasijo de cuero y correas. Tiro de una de las correas… y compruebo que lleva una bola atada.
—Una mordaza de bola. Para que estés callada —dice Yulia, que sigue divirtiéndose.
—Límite tolerable —musito.
—Lo recuerdo —dice—. Pero puedes respirar. Los dientes se clavan en la bola.
Me quita la mordaza y simula con los dedos una boca mordiendo la bola.
—¿Tú has usado alguna de estas? —pregunto.
Se queda muy quieta y me mira.
—Sí.
—¿Para acallar tus gritos?
Cierra los ojos, creo que con gesto exasperada.
—No, no son para eso.
¿Ah?
—Es un tema de control, Elena. ¿Sabes lo indefensa que te sentirías si estuvieras atada y no pudieras hablar? ¿El grado de confianza que deberías mostrar,sabiendo que yo tengo todo ese poder sobre ti? ¿Que yo debería interpretar tu cuerpo y tu reacción, en lugar de oír tus palabras? Eso te hace más dependiente, y me da a mí el control absoluto.
Trago saliva.
—Suena como si lo echaras de menos.
—Es lo que conozco —murmura.
Tiene los ojos muy abiertos y serios, y la atmósfera entre las dos ha cambiado, como si ahora se estuviera confesando.
—Tú tienes poder sobre mí. Ya lo sabes —susurro.
—¿Lo tengo? Tú me haces sentir… vulnerable.
—¡No! —Oh, Cincuenta…—. ¿Por qué?
—Porque tú eres la única persona que conozco que puede realmente hacerme daño.
Alarga la mano y me recoge un mechón de pelo por detrás de la oreja.
—Oh, Yulia… esto es así tanto para ti como para mí. Si tú no me
quisieras…
Me estremezco, y bajo la vista hacia mis dedos entrelazados. Ahí radica mi otra gran duda sobre nosotras. Si ella no estuviera tan… destrozada, ¿me querría?
Sacudo la cabeza. Debo intentar no pensar en eso.
—Lo último que quiero es hacerte daño. Yo te amo —murmuro, y alargo las manos para pasarle los dedos sobre sus cabellos y acariciarle con dulzura las mejillas.
Ella inclina la cara para acoger esa caricia. Arroja la mordaza en el cajón y,rodeándome por la cintura, me atrae hacia ella.
—¿Hemos terminado ya con la exposición teórica? —pregunta con voz suave y seductora.
Sube la mano por mi espalda hasta la nuca.
—¿Por qué? ¿Qué querías hacer?
Se inclina y me besa tiernamente, y yo, aferrada a sus brazos, siento que me derrito.
—Lena, hoy han estado a punto de agredirte.
Su tono de voz es dulce, pero cautelosa.
—¿Y? —pregunto, gozando de su proximidad y del tacto de su mano en mi espalda.
Ella echa la cabeza hacia atrás y me mira con el ceño fruncido.
—¿Qué quieres decir con «Y»? —replica.
Contemplo su rostro encantador y malhumorada.
—Yulia, estoy bien.
Me rodea entre sus brazos aún más fuerte.
—Cuando pienso en lo que podría haber pasado —murmura, y hunde la cara en mi pelo.
—¿Cuándo aprenderás que soy más fuerte de lo que aparento? —susurro para tranquilizarla, pegada a su cuello, inhalando su delicioso aroma.
No hay nada en este mundo como estar entre los brazos de Yulia.
—Sé que eres fuerte —musita en tono pensativo.
Me besa el pelo, pero entonces, para mi gran decepción, me suelta. ¿Ah?
Me inclino y saco otro artilugio del cajón abierto: varias esposas sujetas a una barra. Lo levanto.
—Esto —dice Yulia, y se le oscurece la mirada— es una barra
separadora, con sujeciones para los tobillos y las muñecas.
—¿Cómo funciona? —pregunto, realmente intrigada.
—¿Quieres que te lo enseñe? —musita sorprendida, y cierra los ojos un momento.
La miro. Cuando abre los ojos, centellean.
—Sí. Quiero una demostración. Me gustar estar atada —susurro, mientras la diosa que llevo dentro salta con pértiga desde el búnker a su chaise longue.
—Oh, Lena —murmura.
De repente parece afligida.
—¿Qué?
—Aquí no.
—¿Qué quieres decir?
—Te quiero en mi cama, no aquí.
Coge la barra, me toma de la mano y me hace salir rápidamente del cuarto.
¿Por qué nos vamos? Echo un vistazo a mi espalda al salir.
—¿Por qué no aquí?
Yulia se para en la escalera y me mira fijamente con expresión grave.
—Lena, puede que tú estés preparada para volver ahí dentro, pero yo no. La última vez que estuvimos ahí, tú me abandonaste. Te lo he repetido muchas veces,¿cuándo lo entenderás?
Frunce el ceño y me suelta para poder gesticular con la mano libre.
—Mi actitud ha cambiado totalmente a consecuencia de aquello. Mi forma de ver la vida se ha modificado radicalmente. Ya te lo he dicho. Lo que no te he dicho es… —Se para y se pasa la mano por el pelo, buscando las palabras adecuadas—. Yo soy como una alcohólica rehabilitada, ¿vale? Es la única comparación que se me
ocurre. La cumpulsión ha desaparecido, pero no quiero enfrentarme a la tentación. No quiero hacerte daño.
Parece tan llena de remordimiento, que en ese momento me invade un dolor agudo y persistente. ¿Qué le he hecho a esta mujer? ¿He mejorado su vida? Ella era feliz antes de conocerme, ¿no es cierto?
—No puedo soportar hacerte daño, porque te quiero —añade, mirándome fijamente con expresión de absoluta sinceridad, como una niña pequeña que dice una verdad muy simple.
Muestra un aire completamente inocente, que me deja sin aliento. La adoro más que a nada ni a nadie. Amo a esta mujer incondicionalmente.
Me lanzo a sus brazos con tanta fuerza que tiene que soltar lo que lleva para cogerme, y la empujo contra la pared. Le sujeto la cara entre las manos, acerco sus labios a los míos y saboreo su sorpresa cuando le meto la lengua en la boca. Estoy en un escalón por encima del suyo: ahora estamos al mismo nivel, y me siento eufórica de poder. La beso apasionadamente, enredando los dedos en su cabello, y quiero tocarla,por todas partes, pero me reprimo consciente de su temor. A pesar de todo, mi deseo brota, ardoroso y contundente, floreciendo desde lo más profundo. Ella gime y me sujeta por los hombros para apartarme.
—¿Quieres que te folle en las escaleras? —murmura con la respiración entrecortada—. Porque lo haré ahora mismo.
—Sí —musito, y estoy segura de que mi oscura mirada de deseo es igual a la suya.
Me fulmina con sus ojos, entreabiertos e impetuosos.
—No. Te quiero en mi cama.
De pronto me carga sobre sus hombros y yo reacciono con un chillido estridente, y ella me da un cachete fuerte en el trasero, y yo chillo otra vez. Se dispone a bajar las escaleras, pero antes se agacha para recoger del suelo la barra separadora.
La señora Jones sale del cuarto de servicio cuando atravesamos el pasillo.
Nos sonríe, y yo la saludo boca abajo, con expresión de disculpa. No creo que Yulia se haya percatado siquiera de su presencia.
Al llegar al dormitorio, me deja de pie en el suelo y tira la barra sobre la cama.
—Yo no creo que vayas a hacerme daño —susurro.
—Yo tampoco creo que vaya a hacerte daño —dice.
Me coge la cabeza entre las manos y me besa larga e intensamente,encendiéndome la sangre ya inflamada.
—Te deseo tanto —murmura jadeando junto a mi boca—. ¿Estás segura de esto… después de lo de hoy?
—Sí. Yo también te deseo. Quiero desnudarte.
Estoy impaciente por tocarla… mis dedos se mueren por acariciarle.
Abre mucho los ojos y por un segundo duda, tal vez sopesando mi petición.
—De acuerdo —dice cautelosamente.
Acerco una mano al segundo botón de su camisa y noto cómo contiene la respiración.
—No te tocaré si no quieres —susurro.
—No —contesta enseguida—. Hazlo. No pasa nada. Estoy bien —añade.
Desabrocho el botón con delicadeza y deslizo los dedos sobre la camisa hasta el siguiente. Ellatiene los ojos muy abiertos, brillantes. Separa los labios y respira con dificultad. Incluso cuando tiene miedo es tan hermosa… a causa de ese miedo.
Desabrocho el tercer botón y palpo su suave seno que se asoma a través de la amplia abertura de la camisa ya que no traía el brassier.
—Quiero besarte aquí —murmuro.
Ella inspira bruscamente.
—¿Besarme?
—Sí.
Jadea mientras desabrocho el siguiente botón y me inclino hacia delante muy despacio, para dejar claras mis intenciones. Ella contiene la respiración, pero se queda inmóvil cuando le doy un leve beso en medio de sus senos ahora visibles. Desabrocho el último botón y alzo la cara hacia ella. Me está observando
fijamente con una expresión de satisfacción, tranquila y… maravillada.
—Cada vez es más fácil, ¿verdad? —pregunto con un hilo de voz.
Ella asiente, y yo le aparto lentamente la camisa de los hombros y la dejo caer al suelo.
—¿Qué me has hecho, Lena? —murmura—. Sea lo que sea, no pares.
Y me acoge en sus brazos. Hunde las dos manos en mi cabello y me echa la cabeza hacia atrás para acceder fácilmente a mi cuello.
Desliza los labios hasta mi barbilla y me muerde suavemente, haciéndome gemir. Oh, cómo deseo a esta mujer. Mis dedos palpan a tientas la cinturilla de su pantalón, desabrocho el botón y bajo la cremallera.
—Oh, nena.
Suspira y me besa detrás de la oreja. Noto su erección, firme y dura,presionándome. La deseo… en mi boca. De pronto doy un paso atrás y me pongo de rodillas.
—¡Uau! —gime.
Le bajo los pantalones y los boxers de un tirón, y su miembro emerge libremente. Antes de que pueda detenerme, lo tomo entre los labios y chupo con fuerza.
Ella abre la boca y yo disfruto de su repentina perplejidad. Baja la mirada hacia mí, y observa todos mis movimientos con los ojos enturbiados y llenos de placer carnal. Ah.
Me cubro los dientes con los labios y succiono con más fuerza. Ella cierra los ojos y se rinde al exquisito placer sensual. Sé lo que le hago, y es placentero, liberador y endiabladamente sexy. La sensación es embriagadora: no solo soy poderosa… soy
omnisciente.
—Joder —sisea, y me acuna dulcemente la cabeza, flexiona las caderas y penetra mi boca más a fondo.
Oh, sí, deseo esto, y rodeo su miembro con la lengua, tiro con firmeza…una y otra vez.
—Lena…
Intenta echarse atrás.
Oh, no, no lo hagas, Volkova. Te deseo. Sujeto sus caderas con fuerza duplicando mis esfuerzos, y noto que está a punto.
—Por favor —jadea—. Voy a correrme, Lena.
Bien. La diosa que llevo dentro echa la cabeza hacia atrás en pleno éxtasis,y ella se corre, entre gritos lúbricos, dentro de mi boca.
Abre sus brillantes ojos azules, baja la vista hacia mí y yo la miro
sonriendo, lamiéndome los labios. Ella me devuelve la sonrisa, y es una sonrisa pícara y salaz.
—¿Ah, o sea que ahora jugamos a esto, señorita Katina?
Se inclina, me coge por las axilas y me pone de pie con fuerza. De pronto su boca está pegada a la mía. Y gruñe lascivamente.
—Estoy notando mi propio sabor. El tuyo es mejor —musita pegada a mis labios.
De pronto me quita la camiseta y la tira al suelo, me levanta y me arroja sobre la cama. Coge mis pantalones por los bajos y me los quita bruscamente con un solo movimiento. Ahora estoy desnuda y abierta para ella en su cama. Esperando.
Anhelando. Me saborea con la mirada, y lentamente se quita el resto de la ropa sin apartar los ojos de mí.
—Eres una mujer preciosa, Elena —murmura con admiración.
Mmm… Inclino la cabeza a un lado y le sonrío, coqueta.
—Tú eres una mujer preciosa, Yulia, y sabes extraordinariamente bien.
Me sonríe maliciosamente y coge la barra separadora. Me agarra el tobillo izquierdo, lo sujeta rápidamente y aprieta la anilla de la esposa, pero no mucho.
Comprueba el espacio que queda, deslizando el meñique entre mi tobillo y el metal. No deja de mirarme a los ojos; no necesita ver lo que está haciendo. Mmm… ya ha hecho esto antes.
—Ahora, hemos de comprobar cómo sabe usted. Si no recuerdo mal, es usted una rara y delicada exquisitez, señorita Katina.
Oh.
Me sujeta el otro tobillo, y me lo esposa también con rapidez y eficacia, de manera que quedan unos sesenta centímetros de separación entre mis pies.
—Lo bueno de este separador es que es extensible —dice.
Aprieta algo en la barra y después empuja, y mis piernas se abren más. Uau,noventa centímetros de separación. Con la boca muy abierta, inspiro profundamente.
Dios, esto es muy erótico. Estoy ardiendo, inquieta y ansiosa.
Yulia se lame el labio superior.
—Oh, vamos a divertirnos un poco con esto, Lena.
Baja la mano, coge la barra y la gira de golpe, cogiéndome por sorpresa y dejándome tumbada boca abajo.
—¿Ves lo que puedo hacerte? —dice turbadoramente, y vuelve a girarla de golpe y quedo de nuevo tumbada boca arriba, mirándole boquiabierta y sin respiración—. Estas otras esposas son para las muñecas. Pensaré en ello. Depende de si te portas bien o no.
—¿Cuándo no me porto bien?
—Se me ocurren unas cuantas infracciones —dice en voz baja, y me pasa los dedos por las plantas de los pies.
Me hace cosquillas, pero la barra me mantiene en mi sitio, aunque yo intento apartar las plantas de sus dedos.
—Tu BlackBerry, para empezar.
Jadeo.
—¿Qué vas a hacer?
—Oh, yo nunca desvelo mis planes —dice sonriendo, y sus ojos brillan malévolos.
¡Uau! Está tan alucinantemente sexy que me deja sin respiración. Se sube a la cama y se coloca de rodillas entre mis piernas. Está gloriosamente desnuda y yo estoy indefensa.
—Mmm… Está tan expuesta, señorita Katina.
Desliza los dedos de ambas manos por la parte interior de mis piernas,despacio, dibujando pequeños círculos. Sin apartar los ojos de mí.
—Todo se basa en las expectativas, Lena. ¿Qué te voy a hacer?
Sus palabras quedas penetran directamente en la parte más profunda y oscura de mi ser. Me retuerzo sobre la cama y gimo. Sus dedos continúan su lento avance, suben por mis pantorrillas, pasan por la parte posterior de mis rodillas. Yo quiero juntar las piernas instintivamente, pero no puedo.
—Recuerda que, si algo no te gusta, solo tienes que decirme que pare —murmura.
Se inclina sobre mí y me besa y chupa el vientre con delicadeza, mientras sus manos me acarician y siguen ascendiendo tortuosas y tentadoras por la parte interna de mis muslos.
—Oh, por favor, Yulia —suplico.
—Oh, señorita Katina. He descubierto que puede ser usted implacable en sus ataques amorosos sobre mí. Creo que debo devolverle el favor.
Mis dedos se aferran al edredón y me rindo ante ella, ante su boca que emprende un delicado viaje hacia abajo y sus manos hacia arriba, convergiendo en el vértice de mis muslos, expuesto y vulnerable. Cuando desliza sus dedos dentro de mí gimo y alzo la pelvis para recibirlos. Yulia responde con un jadeo.
—Nunca dejas de sorprenderme, Lena. Estás tan húmeda —murmura sobre la línea donde mi vello púbico se encuentra con mi vientre, y cuando su boca llega a mi sexo, todo mi cuerpo se arquea.
Oh, Dios.
Inicia un ataque lento y sensual, su lengua gira y gira mientras sus dedos se mueven en mi interior. Es intenso, muy intenso, porque no puedo cerrar las piernas, ni moverme. Arqueo la espalda e intento absorber la sensación.
—Oh, Yulia —grito.
—Lo sé, nena —susurra, y para destensarme un poco, sopla suavemente sobre la parte más sensible de mi cuerpo.
—¡Aaah! ¡Por favor! —suplico.
—Di mi nombre —ordena.
—¡Yulia! —grito con una voz tan estridente y ansiosa que apenas la reconozco como mía.
—Otra vez —musita.
—¡Yulia, Yulia, Yulia Volkova! —grito con todas mis fuerzas.
—Eres mía.
Su voz es suave y letal, y ante un último giro de su lengua sucumbo,espectacularmente, al orgasmo. Y como tengo las piernas tan separadas, la espiral de sensaciones dura y dura y me siento perdida.
Soy vagamente consciente de que Yulia me ha tumbado ahora boca abajo.
—Vamos a intentar esto, nena. Si no te gusta o resulta demasiado incómodo,dímelo y pararemos.
¿Qué? Estoy demasiado perdida en la dicha del orgasmo para elaborar una idea consciente o coherente. Ahora estoy sentada en el regazo de Yulia. ¿Cómo ha ocurrido esto?
—Inclínate, nena —me murmura al oído—. Apoya la cabeza y el pecho sobre la cama.
Aturdida, hago lo que me dice. Ella me echa las dos manos hacia atrás y las esposa a la barra, al lado de los tobillos. Oh… tengo las rodillas a la altura de la barbilla y el trasero al aire y expuesto, absolutamente vulnerable, completamente suya.
—Lena, estás tan hermosa… —dice maravillada, y oigo cómo rasga el envoltorio de aluminio.
Sus dedos se deslizan desde la base de mi columna hacia mi sexo, y se demoran ligeramente sobre mi culo.
—Cuando estés lista, también querré esto. —Su dedo se adentra en mí.
Jadeo con fuerza y noto cómo me tenso ante su delicada exploración—. Hoy no, dulce Lena, pero un día… te deseo en todas las formas posibles. Quiero poseer cada centímetro de tu cuerpo. Eres mía.
Yo pienso en el dilatador anal, y todo se contrae en mis entrañas. Sus palabras me provocan un gemido, y sus dedos siguen deslizándose hasta moverse alrededor de un territorio más familiar.
Momentos después, me penetra con fuerza.
—¡Ay! Cuidado —grito, y se queda quieto.
—¿Estás bien?
—No tan fuerte… deja que me acostumbre.
Ella sale de mí despacio y vuelve a entrar con cuidado, llenándome,dilatándome, una vez, dos, y ya soy suya.
—Sí, bien, ahora sí —murmuro, gozando de la sensación.
Ella gime, y empieza a coger ritmo. Se mueve… se mueve… despiadada…adelante, atrás, llenándome… y es delicioso. Me hace feliz estar indefensa, feliz rendirme a ella, y feliz saber que puede perderse en mí del modo que desea. Soy capaz de hacer esto. Ella me lleva a esos lugares oscuros, lugares que yo no sabía siquiera que existían, y juntas los llenamos de una luz cegadora. Oh, sí… una luz cegadora y violenta.
Y me dejo ir, gozando de lo que me hace, descubriendo esa dulce, dulce rendición, y vuelvo a correrme gritando muy fuerte su nombre. Y entonces ella se queda quieta y vierte en mí todo su corazón y toda su alma.
—Lena, nena —grita, y se derrumba a mi lado.
Sus hábiles dedos deshacen las ataduras, y me masajea los tobillos y luego las muñecas. Cuando termina y por fin estoy libre, me acoge en sus brazos y me adormezco, exhausta.
Cuando recupero la conciencia, estoy acurrucada a su lado y ella me está mirando fijamente. No tengo ni idea de qué hora es.
—Podría pasarme la vida contemplando cómo duermes, Lena —murmura, y me besa la frente.
Yo sonrío y me desperezo lánguidamente a su lado.
—No pienso dejar que te vayas nunca —dice en voz baja, y me rodea con sus brazos.
Mmm…
—No quiero marcharme nunca. No me dejes marchar nunca —musito medio dormida, sin fuerzas para abrir los párpados.
—Te necesito —susurra, pero su voz es una parte distante y etérea de mis sueños.
Ella me necesita… me necesita… y cuando finalmente me deslizo en la oscuridad, mis últimos pensamientos son para una niñita de ojos azules y pelo rubio sucio y revuelto, que me sonríe tímidamente.
Los ojos de Alex tienen un destello azul muy oscuro, y sonríe con aire despectivo mientras mira con lascivia mi cuerpo de arriba abajo.
El miedo me deja sin respiración. ¿Qué es esto? ¿Qué quiere? De algún lugar del interior de mi mente y a pesar de mi sequedad de boca, surge la decisión y el valor para forzarme a decir algunas palabras entre dientes, con el mantra de mi clase de autodefensa, «Haz que sigan hablando», girando en mi cerebro como un centinela etéreo.
—Alex, no creo que ahora sea buen momento para esto. Tu taxi llegará dentro de diez minutos, y tengo que darte todos tus documentos.
Mi voz, tranquila pero ronca, me delata.
Él sonríe, y cuando finalmente esa sonrisa alcanza a sus ojos, tiene un aire despótico de «me trae totalmente al pairo». Su mirada brilla bajo la cruda luz del tubo fluorescente sobre nuestras cabezas en este cuarto gris y sin ventanas. Da un paso hacia
mí, sin apartar sus ojos refulgentes de los míos. Le miro, y veo sus pupilas dilatadas, el negro eclipsando al azul. Oh, Dios. Mi miedo se intensifica.
—¿Sabes?, tuve que pelearme con Elizabeth para darte este trabajo…
Se le quiebra la voz y se acerca un paso más, y yo retrocedo hasta los desvencijados armarios de la pared. Haz que sigan hablando, que sigan hablando, que sigan hablando.
—¿Qué problema tienes exactamente, Alex? Si quieres exponer tus quejas,quizá deberíamos decir a recursos humanos que estén presentes. Podemos hablarlo con Elizabeth en un entorno más formal.
¿Dónde está el personal de seguridad? ¿Siguen en el edificio?
—No necesitamos a recursos humanos para gestionar esta situación, Lena—dice desdeñoso—. Cuando te contraté, creí que trabajarías duro. Creía que tenías potencial. Pero ahora… no sé. Te has vuelto distraída y descuidada. Y me pregunté…si no sería tu novia la que te estaba llevando por el mal camino.
Pronuncia «novia» con un desprecio espeluznante.
—Decidí revisar tu cuenta de correo electrónico, para ver si podía
encontrar alguna pista. ¿Y sabes qué encontré, Lena? ¿Sabes lo que no cuadraba? Los únicos e-mails personales de tu cuenta eran para la egocéntrica de tu novia. —Se para y evalúa mi reacción—. Y me puse a pensar… ¿dónde están los e-mails que le envía ella? No hay ninguno. Nada. Cero. Dime, ¿qué está pasando, Lena? ¿Cómo puede ser que los e-mails que te envía ella no aparezcan en nuestro sistema? ¿Eres una especie de espía empresarial que ha colocado aquí la organización de Volkova? ¿Es eso?
Dios, los e-mails. Oh, no. ¿Qué he puesto en ellos?
—Alex, ¿de qué estás hablando?
Trato de parecer desconcertada, y resulto bastante convincente. Esta conversación no va por donde esperaba y no me fío lo más mínimo de él. Alguna feromona subliminal que exuda del cuerpo de Alex me mantiene en máxima alerta. Este hombre está enfadado, es voluble y totalmente impredecible. Intento razonar con él.
—Acabas de decir que tuviste que convencer a Elizabeth para contratarme.¿Cómo pueden haberme introducido aquí para espiar? Aclárate, Alex.
—Pero Volkova se cargó lo del viaje a Nueva York, ¿no?
Oh, no.
—¿Cómo lo consiguió, Lena? ¿Qué hizo tu poderosa novia formada en las más prestigiosas universidades?
La poca sangre que me quedaba en las venas desaparece, y creo que voy a desmayarme.
—No sé de qué estás hablando, Alex —susurro—. Tu taxi está a punto de llegar. ¿Te traigo tus cosas?
Oh, por favor, deja que me vaya. Acaba ya con esto.
Alex disfruta viéndome en esa situación tan incómoda y agobiante, y continúa:
—¿Y ella cree que intentaré propasarme contigo? —Sonríe y se le enardece la mirada—. Bueno, quiero que pienses en una cosa mientras estoy en Nueva York. Yo te di este trabajo y espero cierta gratitud por tu parte. En realidad, tengo derecho. Tuve que pelear para conseguirte. Elizabeth quería a alguien más cualificado, pero… yo vi algo en ti. De manera que hemos de hacer un pacto. Un pacto que me deje satisfecho.¿Entiendes lo que te estoy diciendo, Lena?
¡Dios!
—Considéralo, si lo prefieres, como una nueva definición de tu trabajo. Y,si me satisfaces, no investigaré más a fondo qué teclas ha tocado tu novia, qué contactos ha exprimido, o qué favores se ha cobrado de algún compañero de una de esas pijas fraternidades universitarias.
Le miro con la boca abierta. Me está haciendo chantaje… ¡a cambio de sexo! ¿Y qué puedo decir? Aún faltan tres semanas para que la noticia de la OPA hostil de Yulia se haga pública. No doy crédito. ¡Sexo… conmigo!
Alex se acerca más hasta colocarse justo delante de mí, mirándome a los ojos. Su colonia empalagosa y dulzona invade mis fosas nasales… es repugnante. Y, si no me equivoco, el aliento le apesta a alcohol. Oh, no, ha estado bebiendo… ¿cuándo?
—Eres una suavona reprimida, una calientabraguetas, ¿sabes, Lena? —murmura apretando los dientes.
¿Qué? ¿Una calientabraguetas… yo?
—Alex, no tengo ni idea de qué hablas —susurro, y siento una descarga de adrenalina por todo mi cuerpo.
Ahora está más cerca, y espero mi momento para entrar en acción. Sergey estaría orgulloso. Él me enseñó qué hacer. Es experto en autodefensa. Si Alex me toca,si respira siquiera demasiado cerca de mí, le derribaré. Me falta el aire. No debo
desmayarme. No debo desmayarme.
—Mírate. —Me observa con lascivia—. Estás muy excitada, lo noto. En realidad tú me has provocado. En el fondo lo deseas, lo sé.
Madre mía. Este hombre delira. Mi miedo alcanza el nivel de ataque inminente, y amenaza con aplastarme.
—No, Alex, yo nunca te he provocado.
—Sí, me provocaste, puta calientabraguetas. Detecto las señales.
Alarga la mano, y con el dorso de los nudillos me acaricia delicadamente la mejilla hasta el mentón. Y luego la garganta, con el dedo índice, y yo siento el corazón en la boca y reprimo las náuseas. Llega hasta el hueco de la base del cuello bajo el
botón desabrochado de mi blusa negra, y apoya la mano en mi pecho.
—Me deseas. Admítelo, Lena.
Sin apartar los ojos de él, y concentrada en lo que tengo que hacer —en lugar de en mi creciente repugnancia y mi pavor—, poso una mano delicadamente sobre la suya, como una caricia. Él sonríe triunfante. Entonces le agarro el dedo meñique, se lo retuerzo hacia atrás y, de un tirón, lo hago bajar a la altura de su cadera.
—¡Ahhh! —grita por el dolor y la sorpresa, y, cuando trastabilla, levanto la rodilla con fuerza hasta su ingle y consigo impactar limpiamente en mi objetivo.
Cuando dobla las rodillas y se derrumba con un quejido sobre el suelo de la cocina con las manos entre las piernas, me aparto ágilmente hacia la izquierda.
—No vuelvas a tocarme nunca —le advierto con un gruñido gutural—. Y tienes la hoja de ruta y los folletos encima de mi mesa. Ahora me voy a casa. Buen viaje. Y en adelante, hazte tú el maldito café.
—¡Jodida puta! —me grita casi gimoteante, pero yo ya he salido por la puerta.
Vuelvo a mi mesa corriendo, cojo la chaqueta y el bolso, y salgo disparada hacia recepción sin hacer caso de los gemidos y las maldiciones que profiere el cabrón, aún tirado en el suelo de la cocina. Salgo a la calle y me paro un momento al sentir el aire fresco dándome en la cara. Inspiro profundamente y recupero la calma.
Pero, como no he comido en todo el día, cuando esa desagradable descarga de adrenalina remite, las piernas me fallan y me desplomo en el suelo.
Con cierto distanciamiento, contemplo a cámara lenta la escena que se desarrolla delante de mí: Yulia e Igor, con trajes oscuros y camisas blancas,bajan de un salto del coche y corren hacia mí. Yulia se arrodilla a mi lado, pero yo apenas soy consciente de ello y solo soy capaz de pensar: Ella está aquí. Mi amor está aquí.
—¡Lena, Lena! ¿Qué sucede?
Me coloca en su regazo y me pasa las manos por los brazos para comprobar si estoy herida. Me sostiene la cabeza entre las manos y me mira a los ojos. Los suyos,azules y muy abiertos, están aterrorizados. Yo me abandono, embargada por una repentina sensación de cansancio y de alivio. Oh, los brazos de Yulia. No deseo estar en ninguna otra parte.
—Lena. —Me zarandea suavemente—. ¿Qué pasa? ¿Estás enferma?
Niego con la cabeza y me doy cuenta de que necesito empezar a explicarme.
—Alex —susurro, y, más que ver, percibo una fugaz mirada de Yulia a Igor, que desaparece rápidamente en el interior del edificio.
—¡Por Dios! —Yulia me rodea con sus brazos—. ¿Qué te ha hecho ese canalla?
Y, en mitad de toda esta locura, una risita tonta brota de mi garganta.
Recuerdo a Alex, absolutamente conmocionado, cuando le agarré del dedo.
—Más bien qué le he hecho yo a él.
Me echo a reír y no puedo parar.
—¡Lena!
Yulia vuelve a zarandearme, y la risa histérica se calma.
—¿Te ha tocado?
—Solo una vez.
Yulia, dominada por la rabia, comprime y tensa los músculos, y se pone de pie con agilidad, poderosa, con la firmeza de una roca, conmigo en brazos. Está furiosa. ¡No!
—¿Dónde está ese cabrón?
Se oyen gritos ahogados dentro del edificio. Yulia me deja en el suelo.
—¿Puedes sostenerte en pie?
Yo asiento.
—No entres. No, Yulia.
De pronto ha vuelto el miedo, miedo de lo que Yulia le hará a Alex.
—Sube al coche —me ordena a gritos.
—Yulia, no —digo, sujetándole del brazo.
—Entra en el maldito coche, Lena.
Se suelta de mí.
—¡No! ¡Por favor! —le suplico—. Quédate. No me dejes sola.
Utilizo mi último recurso.
Yulia, furiosa, se pasa la mano por el pelo y me clava una mirada llena de indecisión. Los gritos en el interior del edificio aumentan, y luego cesan de repente.
Oh, no. ¿Qué ha hecho Igor?
Yulia saca su BlackBerry.
—Yulia, él tiene mis e-mails.
—¿Qué?
—Los e-mails que te he enviado. Quería saber dónde estaban los e-mails que tú me has enviado a mí.
La mirada de Yulia se torna asesina.
Maldita sea.
—¡Joder! —masculla, y me mira con los ojos entornados.
Marca un número en su Blackberry.
Oh, no. Me he metido en un buen lío. ¿A quién telefonea?
—Barney. Soy Volkova. Necesito que accedas al servidor central de SIP y elimines todos los e-mails que me ha enviado Elena Katina. Después accede a los archivos personales de Alexandr Popov para comprobar que no están almacenados allí. Si lo
están, elimínalos… Sí, todos. Ahora. Cuando esté hecho, házmelo saber.
Pulsa el botón de cortar llamada y luego marca otro número.
—Roach. Soy Volkova. Popov… le quiero fuera. Ahora. Ya. Llama a seguridad.Haced que vacíe inmediatamente su mesa, o lo primero que haré mañana a primera hora es liquidar esta empresa. Esos son todos los motivos que necesitas para darle la
carta de despido. ¿Entendido?
Se queda escuchando un momento y luego cuelga,aparentemente satisfecha.
—La BlackBerry… —sisea entre dientes.
—Por favor, no te enfades conmigo.
—Ahora mismo estoy muy enfadada contigo —gruñe, y vuelve a pasarse la mano por el pelo—. Entra en el coche.
—Yulia, por favor…
—Entra en el jodido coche, Elena. No me obligues a tener que meterte yo personalmente —me amenaza, con los ojos centelleantes de ira.
Maldita sea.
—No hagas ninguna tontería, por favor —le suplico.
—¡Tonterías! —explota—. Te dije que usaras tu jodida BlackBerry. A mí no me hables de tonterías. Entra en el puto coche, Elena… ¡Ahora! —brama, y yo me estremezco de miedo.
Esta es la Yulia furiosa. Nunca la he visto tan enfadada. Apenas puede controlarse.
—Vale —musito, y se apacigua—. Pero, por favor, ve con cuidado.
Ella aprieta los labios, convertidos ahora en una fina línea, y señala airada hacia el coche, mirándome fijamente.
Vaya, vale…Ya lo he captado.
—Por favor, ve con cuidado. No quiero que te pase nada. Me moriría —murmuro.
Ella parpadea y se tranquiliza, bajando el brazo e inspirando profundamente.
—Iré con cuidado —dice, y su mirada se dulcifica.
Oh, gracias a Dios. Sus ojos refulgen mientras observa cómo me dirijo al coche, abro la puerta del pasajero y entro. Una vez que estoy sana y salva en el Audi,ella desaparece en el interior del edificio, y yo vuelvo a sentir el corazón en la garganta.
¿Qué piensa hacer?
Me siento y espero. Y espero. Y espero. Cinco minutos eternos. El taxi de Alex aparca delante del Audi. Diez minutos. Quince. Dios… ¿qué están haciendo ahí dentro, y cómo estará Igor? La espera es un martirio.
Al cabo de veinticinco minutos, Alex sale del edificio cargado con una caja de cartón. Detrás de él aparece el guardia de seguridad. ¿Dónde estaba antes? Después salen Yulia e Igor. Alex parece aturdido. Va directo al taxi, y yo me alegro de que el Audi tenga los cristales ahumados y no pueda verme. El taxi arranca no creo
que se dirija al aeropuerto, y Yulia e Igor se acercan al coche.
Yulia abre la puerta del conductor y se desliza en el asiento,
seguramente porque yo estoy delante, e Igor se sienta detrás de mí. Ninguno de los dos dice una palabra cuando Yulia pone el coche en marcha y se incorpora al tráfico. Yo me atrevo a mirar de reojo a Cincuenta. Tiene los labios apretados, pero parece abstraída. Suena el teléfono del coche.
—Volkova —espeta Yulia.
—Señorita Volkova, soy Barney.
—Barney, estoy en el manos libres y hay más gente en el coche —advierte.
—Señorita, ya está todo hecho. Pero tengo que hablar con usted sobre otras cosas que he encontrado en el ordenador del señor Popov.
—Te llamaré cuando llegue. Y gracias, Barney.
—Muy bien, señorita Volkova.
Barney cuelga. Su voz parecía la de alguien mucho más joven de lo que me esperaba.
¿Qué más habrá en el ordenador de Alex?
—¿No vas a hablarme? —pregunto en voz baja.
Yulia me mira, vuelve a fijar la vista en la carretera, y me doy cuenta de que sigue enfadada.
—No —replica en tono adusto.
Oh, ya estamos… qué infantil. Me rodeo el cuerpo con los brazos, y observo por la ventanilla con la mirada perdida. Quizá debería pedirle que me dejara en mi apartamento; así podría «no hablarme» desde la tranquilidad del Escala y ahorrarnos a ambas la inevitable pelea. Pero, en cuanto lo pienso, sé que no quiero
dejarla dándole vueltas al asunto. No después de lo de ayer.
Finalmente nos detenemos delante de su edificio, y Yulia se apea.
Rodea el coche con su elegante soltura y me abre la puerta.
—Vamos —ordena, mientras Igor ocupa el asiento del conductor.
Yo cojo la mano que me tiende y la sigo a través del inmenso vestíbulo hasta el ascensor. No me suelta.
—Yulia, ¿por qué estás tan enfadada conmigo? —susurro mientras esperamos.
—Ya sabes por qué —musita. Entramos al ascensor y marca el código del piso—. Dios, si te hubiera pasado algo, a estas horas él ya estaría muerto.
El tono de Yulia me congela la sangre. Las puertas se cierran.
—Créeme, voy a arruinar su carrera profesional para que no pueda volver a aprovecharse de ninguna jovencita nunca más, una excusa muy miserable para un hombre de su calaña. —Menea la cabeza—. ¡Dios, Lena!
Y de pronto me sujeta y me aprisiona contra una esquina del ascensor.
Hunde una mano en mi pelo y me atrae con fuerza hacia ella. Su boca busca la mía, y me besa con apasionada desesperación. No sé por qué me coge por sorpresa,pero lo hace. Yo saboreo su alivio, su anhelo y los últimos vestigios de su rabia,mientras su lengua posee mi boca. Se para, me mira fijamente, y apoya todo su peso sobre mí, de forma que no puedo moverme. Me deja sin aliento y me aferro a ella para sostenerme. Alzo la mirada hacia su hermoso rostro, marcado por la determinación y la mayor seriedad.
—Si te hubiera pasado algo… si él te hubiera hecho daño… —Noto el estremecimiento que recorre su cuerpo—. La BlackBerry —ordena en voz baja—. A partir de ahora. ¿Entendido?
Yo asiento y trago saliva, incapaz de apartar la vista de su mirada grave y fascinante.
Cuando el ascensor se para, se yergue y me suelta.
—Dice que le diste una patada en las pelotas.
Yulia ha aligerado el tono. Ahora su voz tiene cierto matiz de
admiración, y creo que estoy perdonada.
—Sí —susurro, aún sin recuperarme del todo de la intensidad de su beso y su vehemente exigencia.
—Bien.
—Sergey estuvo en el ejército. Me enseñó muy bien.
—Me alegro mucho de que lo hiciera —musita, y añade arqueando una ceja—: Lo tendré en cuenta.
Me da la mano, me conduce fuera del ascensor y yo la sigo, aliviada. Me parece que su mal humor ya no empeorará.
—Tengo que llamar a Barney. No tardaré.
Desaparece en su estudio, y me deja plantada en el inmenso salón. La señora Jones está dando los últimos toques a nuestra cena. Me doy cuenta de que estoy hambrienta, pero necesito hacer algo.
—¿Puedo ayudar? —pregunto.
Ella se echa a reír.
—No, Lena. ¿Puedo servirle una copa o algo? Parece agotada.
—Me encantaría una copa de vino.
—¿Blanco?
—Sí, por favor.
Me siento en uno de los taburetes y ella me ofrece una copa de vino frío.
No lo conozco, pero está delicioso, entra bien y calma mis nervios crispados. ¿En qué había estado pensando antes? En lo viva que me sentía desde que había conocido a Yulia. En que mi vida se había convertido en algo emocionante. Caray… ¿no
podría tener al menos un par de días aburridos?
¿Y si nunca hubiera conocido a Yulia? Ahora mismo estaría refugiada en mi apartamento, hablando con Andrey, completamente alterada por el incidente con Alex y sabiendo que tendría que volver a encontrarme con ese canalla el viernes. Tal
como están las cosas ahora, es muy probable que nunca vuelva a verle. Pero ¿para quién trabajaré? Frunzo el ceño. No había pensado en eso. Vaya… ¿seguiré teniendo trabajo siquiera?
—Buenas noches, Gail.
Yulia vuelve a entrar en el salón y me distrae de mis pensamientos. Va directamente a la nevera y se sirve una copa de vino.
—Buenas noches, señorita Volkova. ¿Cenarán a las diez, señorita?
—Me parece muy bien.
Yulia alza su copa.
—Por los ex militares que entrenan bien a sus hijas —dice, y se le suaviza la mirada.
—Salud —musito, y levanto mi copa.
—¿Qué pasa? —pregunta Yulia.
—No sé si todavía tengo trabajo.
Ella ladea la cabeza.
—¿Sigues queriendo tenerlo?
—Claro.
—Entonces todavía lo tienes.
Así de simple. ¿Ves? Ella es la ama y señora de mi universo. Le miro con los ojos en blanco y ella sonríe.
* * *
La señora Jones ha preparado un exquisito pastel de pollo, y se ha retirado para que disfrutemos del fruto de su trabajo. Ahora que ya puedo comer algo, me siento mucho mejor. Estamos sentadas en la barra del desayuno, y aunque intento engatusarlo,Yulia se niega a contarme qué ha descubierto Barney en el ordenador de Alex.
Aparco el tema, y decido en su lugar abordar el espinoso asunto de la inminente visita de José.
—Me ha llamado José —digo en tono despreocupado.
—¿Ah?
Yulia se da la vuelta para mirarme.
—Quiere traer tus fotografías el viernes.
—Una entrega personal. Qué cortés por su parte —apunta Yulia.
—Quiere salir. A tomar algo. Conmigo.
—Ya.
—Para entonces seguramente Nastya y Dimitri ya habrán vuelto —añado enseguida.
Yulia deja el tenedor y me mira con el ceño fruncido.
—¿Qué me estás pidiendo exactamente?
La miro enojada.
—No te estoy pidiendo nada. Te estoy informando de mis planes para el viernes. Mira, yo quiero ver a José, y él necesita un sitio para dormir. Puede que se quede aquí o en mi apartamento, pero si lo hace yo también debería estar allí.
Yulia abre mucho los ojos. Parece anonadada.
—Intentó propasarse contigo.
—Yulia, eso fue hace varias semanas. Él estaba borracho, yo estaba borracha, tú lo solucionaste… no volverá a pasar. Él no es Alex, por el amor de Dios.
—Andrey está aquí. Él puede hacerle compañía.
—Quiere verme a mí, no a Andrey.
Yulia me mira ceñuda.
—Solo es un amigo —digo en tono enfático.
—No me hace ninguna gracia.
¿Y qué? Dios, a veces es crispante. Inspiro profundamente.
—Es amigo mío, Yulia. No le he visto desde la inauguración de la
exposición. Y estuve muy poco rato. Yo sé que tú no tienes ningún amigo, aparte de esa espantosa mujer, pero yo no me quejo de que la veas —replico. Yulia parpadea,estupefacta—. Tengo ganas de verle. No he sido una buena amiga
Mi subconsciente está alarmada. ¿Estás teniendo una pequeña pataleta?
¡Cálmate!
Los ojos azules de Yulia refulgen al mirarme.
—¿Eso es lo que piensas? —dice entre dientes.
—¿Lo que pienso de qué?
—Sobre Olga. ¿Preferirías que no la viera?
—Exacto. Preferiría que no la vieras.
—¿Por qué no lo has dicho antes?
—Porque no me corresponde a mí decirlo. Tú la consideras tu única amiga.—Me encojo de hombros, exasperada. Realmente no lo entiende. ¿Cómo se ha convertido esto en una conversación sobre Olga? Yo ni siquiera quiero pensar en ella.Trato de volver al tema de José—. Del mismo modo que no te corresponde a ti decir si puedo o no puedo ver a José. ¿No lo entiendes?
Yulia me mira fijamente, creo que perpleja. Oh, ¿qué estará pensando?
—Puede dormir aquí, supongo —musita—. Así podré vigilarle —comenta en tono hosco.
¡Aleluya!
—¡Gracias! ¿Sabes?, si yo también voy a vivir aquí… —Me fallan las palabras. Yulia asiente. Sabe qué intento decirle—. Aquí no es que falte espacio precisamente… —digo con una sonrisita irónica.
En sus labios se dibuja lentamente una sonrisa.
—¿Se está riendo de mí, señorita Katina?
—Desde luego, señorita Volkova.
Me pongo de pie por si empieza a calentársele la mano, recojo los platos y los meto en el lavavajillas.
—Ya lo hará Gail.
—Lo estoy haciendo yo.
Me enderezo y la miro. Ella me observa intensamente.
—Tengo que trabajar un rato —dice como disculpándose.
—Muy bien. Ya encontraré algo que hacer.
—Ven aquí —ordena, pero su voz es suave y seductora y sus ojos
apasionados.
Yo no dudo en caminar hacia ella y rodearle el cuello. Ella permanece sentada en el taburete. Me envuelve entre sus brazos, me estrecha contra ella y simplemente me abraza.
—¿Estás bien? —susurra junto a mi cabello.
—¿Bien?
—¿Después de lo que ha pasado con ese cabrón? ¿Después de lo que ocurrió ayer? —añade en voz baja y muy seria.
Yo miro al fondo de sus ojos, oscuros, graves. ¿Estoy bien?
—Sí —susurro.
Me abraza más fuerte, y me siento segura, apreciada y amada, todo a la vez.
Es maravilloso. Cierro los ojos, y disfruto de la sensación de estar en sus brazos. Amo a esta mujer. Amo su aroma embriagador, su fuerza, sus maneras volubles… mi Cincuenta.
—No discutamos —murmura. Me besa el pelo e inspira profundamente—.Hueles divinamente, como siempre, Lena.
—Tú también —susurro, y le beso el cuello.
Me suelta, demasiado pronto.
—Terminaré en un par de horas.
* * *
Deambulo indolentemente por el piso. Yulia sigue trabajando. Me he duchado, me he puesto unos pantalones de chándal y una camiseta míos, y estoy aburrida. No me apetece leer. Si me quedo quieta, me acuerdo de Alex y de sus dedos sobre mi cuerpo.
Echo un vistazo a mi antiguo dormitorio, la habitación de las sumisas. José puede dormir aquí: le gustarán las vistas. Son las ocho y cuarto y el sol está empezando a ponerse por el oeste. Las luces de la ciudad centellean allá abajo. Es algo maravilloso. Sí, a José le gustará estar aquí. Me pregunto vagamente dónde colgará
Yulia las fotos que me hizo José. Preferiría que no lo hiciera. No me apetece verme a mí misma.
Salgo de nuevo al pasillo y acabo frente a la puerta del cuarto de juegos, y,sin pensarlo, intento abrir el pomo. Yulia suele cerrarla con llave, pero, para mi sorpresa, la puerta se abre. Qué raro. Sintiéndome como una niña que hace novillos y se interna en un bosque prohibido, entro. Está oscuro. Pulso el interruptor y las luces bajo la cornisa se encienden con un tenue resplandor. Es tal como lo recordaba. Una habitación como un útero.
Surgen en mi mente recuerdos de la última vez que estuve aquí. El cinturón… tiemblo al recordarlo. Ahora cuelga inocentemente, alineado junto a los demás, en la estantería que hay junto a la puerta. Paso los dedos, vacilante, sobre los cinturones, las palas, las fustas y los látigos. Dios. Esto es lo que necesito aclarar con
el doctor Flynn. ¿Puede alguien que tiene este estilo de vida dejarlo sin más? Parece muy poco probable. Me acerco a la cama, me siento sobre las suaves sábanas de satén rojo, y echo una ojeada a todos esos artilugios.
A mi lado está el banco, y encima el surtido de varas. ¡Cuántas hay! ¿No le bastará solo con una? Bien, cuanto menos sepa de todo esto, mejor. Y la gran mesa. No sé para qué la usa Yulia, nosotros nunca la probamos. Me fijo en el Chesterfield, y voy a sentarme en él. Es solo un sofá, no tiene nada de extraordinario: no hay nada para atar a nadie, por lo que puedo ver. Miro detrás de mí y veo la cómoda. Siento curiosidad. ¿Qué guardará ahí?
Cuando abro el cajón de arriba, noto que la sangre late con fuerza en mis venas. ¿Por qué estoy tan nerviosa? Tengo la sensación de estar haciendo algo ilícito,como si invadiera una propiedad privada, cosa que evidentemente estoy haciendo.
Pero si ella quiere casarse conmigo, bueno…
Dios santo, ¿qué es todo esto? Una serie de instrumentos y extrañas herramientas no tengo ni idea de qué son ni para qué sirven están dispuestos cuidadosamente en el cajón. Cojo uno. Tiene forma de bala, con una especie de mango.
Mmm… ¿qué demonios haces con esto? Estoy atónita, pero creo que me hago una idea.
¡Hay cuatro tamaños distintos! Se me eriza el vello, y en ese momento levanto la vista.
Yulia está en el umbral, mirándome con expresión inescrutable. Me siento como si me hubieran pillado con la mano en el tarro de los caramelos.
—Hola.
Sonrío muy nerviosa, consciente de tener los ojos muy abiertos y estar mortalmente pálida.
—¿Qué estás haciendo? —dice suavemente, pero con cierto matiz
inquietante en la voz.
Oh, no. ¿Está enfadada?
—Esto… estaba aburrida y me entró la curiosidad —musito, avergonzada de que me haya descubierto: dijo que tardaría dos horas.
—Esa es una combinación muy peligrosa.
Se pasa el dedo índice por el labio inferior en actitud pensativa, sin dejar de mirarme ni un segundo. Yo trago saliva. Tengo la boca seca.
Entra lentamente en la habitación y cierra la puerta sin hacer ruido. Sus ojos son como una llamarada gris. Oh, Dios. Se inclina con aire indiferente sobre la cómoda, pero intuyo que es una actitud engañosa. La diosa que llevo dentro no sabe si es el momento de enfrentarse a la situación o de salir corriendo.
—¿Y, exactamente, sobre qué le entró la curiosidad, señorita Katina? Quizá yo pueda informarle.
—La puerta estaba abierta… Yo…
Miro a Yulia y contengo la respiración, insegura como siempre de cuál será su reacción o qué debo decir. Tiene la mirada oscura. Creo que se está divirtiendo, pero es difícil decirlo. Apoya los codos en la cómoda, con la barbilla entre las manos.
—Hace un rato estaba aquí preguntándome qué hacer con todo esto. Debí de olvidarme de cerrar.
Frunce el ceño un segundo, como si no echar la llave fuera un error terrible.
Yo arrugo la frente: no es propio de ella ser olvidadiza.
—¿Ah?
—Pero ahora tú estás aquí, curiosa como siempre —dice con voz suave,desconcertada.
—¿No estás enfadada? —musito, prácticamente sin aliento.
Ella ladea la cabeza y sus labios se curvan en una mueca divertida.
—¿Por qué iba a enfadarme?
—Me siento como si hubiera invadido una propiedad privada… y tú
siempre te enfadas conmigo —añado bajando la voz, aunque me siento aliviada.
Yulia vuelve a fruncir el ceño.
—Sí, la has invadido, pero no estoy enfadada. Espero que un día vivas aquí conmigo, y todo esto —hace un gesto vago con la mano alrededor de la habitación—será tuyo también.
¿Mi cuarto de juegos…? Le miro con la boca abierta: la idea cuesta mucho de digerir.
—Por eso entré aquí antes. Intentaba decidir qué hacer. —Se da golpecitos en los labios con el dedo índice—. ¿Así que siempre me enfado contigo? Esta mañana no estaba enfadada.
Oh, eso es verdad. Sonrío al recordar a Yulia cuando nos despertamos,y eso hace que deje de pensar en qué pasará con el cuarto de juegos. Esta mañana Cincuenta estuvo muy juguetona.
—Tenías ganas de diversión. Me gusta la Yulia juguetona.
—¿Te gusta, eh?
Arquea una ceja, y en su encantadora boca se dibuja una sonrisa, un tímida sonrisa. ¡Uau!
—¿Qué es esto? —pregunto, sosteniendo esa especie de bala de plata.
—Siempre ávida por saber, señorita Katina. Eso es un dilatador anal —dice con delicadeza.
—Ah…
—Lo compré para ti.
¿Qué?
—¿Para mí?
Asiente despacio, con expresión seria y cautelosa.
Frunzo el ceño.
—¿Compras, eh… juguetes nuevos para cada sumisa?
—Algunas cosas. Sí.
—¿Dilatadores anales?
—Sí.
Muy bien… Trago saliva. Dilatador anal. Es de metal duro… seguramente resulte bastante incómodo. Recuerdo la conversación que tuvimos después de mi graduación sobre juguetes sexuales y límites infranqueables. Creo recordar que dije
que los probaría. Ahora, al ver uno de verdad, no sé si es algo que quiera hacer. Lo examino una vez más y vuelvo a dejarlo en el cajón.
—¿Y esto?
Cojo un objeto de goma, negro y largo. Consiste en una serie de esferas que van disminuyendo de tamaño, la primera muy voluminosa y la última muy pequeña.
Ocho en total.
—Un rosario anal —dice Yulia observándome atentamente.
¡Oh! Las examino con horror y fascinación. Todas esas esferas, dentro de mí… ¡ahí! No tenía ni idea.
—Causan un gran efecto si las sacas en mitad de un orgasmo —añade con total naturalidad.
—¿Esto es para mí? —susurro.
—Para ti.
Asiente despacio.
—¿Este es el cajón de los juguetes anales?
Sonríe.
—Si quieres llamarlo así…
Lo cierro enseguida, en cuanto noto que me arden las mejillas.
—¿No te gusta el cajón de los juguetes anales? —pregunta divertida, con aire inocente.
La miro fijamente y me encojo de hombros, tratando de disimular con descaro mi incomodidad.
—No estaría entre mis regalos de Navidad favoritos —comento con indiferencia, y abro vacilante el segundo cajón.
Ella sonríe satisfecha.
—En el siguiente cajón hay una selección de vibradores.
Lo cierro inmediatamente.
—¿Y en el siguiente? —musito.
Vuelvo a estar pálida, pero esta vez es de vergüenza.
—Ese es más interesante.
¡Oh! Abro el cajón titubeante, sin apartar los ojos de su hermoso rostro, que muestra ahora cierta arrogancia. Dentro hay un surtido de objetos de metal y algunas pinzas de ropa. ¡Pinzas de ropa! Cojo un instrumento grande de metal, como una especie de clip.
—Pinzas genitales —dice Yulia.
Se endereza y se acerca con total naturalidad hasta colocarse a mi lado. Yo las guardo enseguida y escojo algo más delicado: dos clips pequeños encadenados.
—Algunas son para provocar dolor, pero la mayoría son para dar placer —murmura.
—¿Qué es esto?
—Pinzas para pezones… para las dos.
—¿Para las dos? ¿Pechos?
Yulia me sonríe.
—Bueno hay dos pinzas, nena. Sí, para los dos pechos. Pero no me refería a eso. Me refería a que son tanto para el placer como para el dolor.
Ah. Me coge las pinzas de las manos.
—Levanta el meñique.
Hago lo que me dice, y me pone un clip en la punta del dedo. No duele mucho.
—La sensación es muy intensa, pero cuando resulta más doloroso y placentero es cuando las retiras.
Me quita el clip. Mmm, puede ser agradable. Me estremezco de pensarlo.
—Esto tiene buena pinta —murmuro, y Yulia sonríe.
—¿No me diga, señorita Katina? Creo que se nota.
Asiento tímidamente y vuelvo a guardar las pinzas en el cajón. Yulia se inclina y saca otras dos.
—Estas son ajustables.
Las levanta para que las examine.
—¿Ajustables?
—Puedes llevarlas muy apretadas… o no. Depende del estado de ánimo.
¿Cómo consigue que suene tan erótico? Trago saliva, y para desviar su atención saco un artefacto que parece un cortapizzas de dientes muy puntiagudos.
—¿Y esto?
Frunzo el ceño. No creo que en el cuarto de juegos haya nada que hornear.
—Esto es un molinete Wartenberg.
—¿Para…?
Lo coge.
—Dame la mano. Pon la palma hacia arriba.
Le tiendo la mano izquierda, me la sostiene con cuidado y me roza los nudillos con su pulgar. Me estremezco por dentro. Su piel contra la mía siempre consigue ese efecto. Luego pasa la ruedecita por encima de la palma.
—¡Ay!
Los dientes me pellizcan la piel: es algo más que dolor. De hecho, me hace cosquillas.
—Imagínalo sobre tus pechos —murmura Yulia lascivamente.
¡Oh! Me ruborizo y aparto la mano. Mi respiración y los latidos de mi corazón se aceleran.
—La frontera entre el dolor y el placer es muy fina, Elena—dice en
voz baja, y se inclina para volver a meter el artilugio en el cajón.
—¿Pinzas de ropa? —susurro.
—Se pueden hacer muchas cosas con pinzas de ropa.
Sus ojos arden.
Me inclino sobre el cajón y lo cierro.
—¿Eso es todo?
Yulia parece divertida.
—No.
Abro el cuarto cajón y descubro un amasijo de cuero y correas. Tiro de una de las correas… y compruebo que lleva una bola atada.
—Una mordaza de bola. Para que estés callada —dice Yulia, que sigue divirtiéndose.
—Límite tolerable —musito.
—Lo recuerdo —dice—. Pero puedes respirar. Los dientes se clavan en la bola.
Me quita la mordaza y simula con los dedos una boca mordiendo la bola.
—¿Tú has usado alguna de estas? —pregunto.
Se queda muy quieta y me mira.
—Sí.
—¿Para acallar tus gritos?
Cierra los ojos, creo que con gesto exasperada.
—No, no son para eso.
¿Ah?
—Es un tema de control, Elena. ¿Sabes lo indefensa que te sentirías si estuvieras atada y no pudieras hablar? ¿El grado de confianza que deberías mostrar,sabiendo que yo tengo todo ese poder sobre ti? ¿Que yo debería interpretar tu cuerpo y tu reacción, en lugar de oír tus palabras? Eso te hace más dependiente, y me da a mí el control absoluto.
Trago saliva.
—Suena como si lo echaras de menos.
—Es lo que conozco —murmura.
Tiene los ojos muy abiertos y serios, y la atmósfera entre las dos ha cambiado, como si ahora se estuviera confesando.
—Tú tienes poder sobre mí. Ya lo sabes —susurro.
—¿Lo tengo? Tú me haces sentir… vulnerable.
—¡No! —Oh, Cincuenta…—. ¿Por qué?
—Porque tú eres la única persona que conozco que puede realmente hacerme daño.
Alarga la mano y me recoge un mechón de pelo por detrás de la oreja.
—Oh, Yulia… esto es así tanto para ti como para mí. Si tú no me
quisieras…
Me estremezco, y bajo la vista hacia mis dedos entrelazados. Ahí radica mi otra gran duda sobre nosotras. Si ella no estuviera tan… destrozada, ¿me querría?
Sacudo la cabeza. Debo intentar no pensar en eso.
—Lo último que quiero es hacerte daño. Yo te amo —murmuro, y alargo las manos para pasarle los dedos sobre sus cabellos y acariciarle con dulzura las mejillas.
Ella inclina la cara para acoger esa caricia. Arroja la mordaza en el cajón y,rodeándome por la cintura, me atrae hacia ella.
—¿Hemos terminado ya con la exposición teórica? —pregunta con voz suave y seductora.
Sube la mano por mi espalda hasta la nuca.
—¿Por qué? ¿Qué querías hacer?
Se inclina y me besa tiernamente, y yo, aferrada a sus brazos, siento que me derrito.
—Lena, hoy han estado a punto de agredirte.
Su tono de voz es dulce, pero cautelosa.
—¿Y? —pregunto, gozando de su proximidad y del tacto de su mano en mi espalda.
Ella echa la cabeza hacia atrás y me mira con el ceño fruncido.
—¿Qué quieres decir con «Y»? —replica.
Contemplo su rostro encantador y malhumorada.
—Yulia, estoy bien.
Me rodea entre sus brazos aún más fuerte.
—Cuando pienso en lo que podría haber pasado —murmura, y hunde la cara en mi pelo.
—¿Cuándo aprenderás que soy más fuerte de lo que aparento? —susurro para tranquilizarla, pegada a su cuello, inhalando su delicioso aroma.
No hay nada en este mundo como estar entre los brazos de Yulia.
—Sé que eres fuerte —musita en tono pensativo.
Me besa el pelo, pero entonces, para mi gran decepción, me suelta. ¿Ah?
Me inclino y saco otro artilugio del cajón abierto: varias esposas sujetas a una barra. Lo levanto.
—Esto —dice Yulia, y se le oscurece la mirada— es una barra
separadora, con sujeciones para los tobillos y las muñecas.
—¿Cómo funciona? —pregunto, realmente intrigada.
—¿Quieres que te lo enseñe? —musita sorprendida, y cierra los ojos un momento.
La miro. Cuando abre los ojos, centellean.
—Sí. Quiero una demostración. Me gustar estar atada —susurro, mientras la diosa que llevo dentro salta con pértiga desde el búnker a su chaise longue.
—Oh, Lena —murmura.
De repente parece afligida.
—¿Qué?
—Aquí no.
—¿Qué quieres decir?
—Te quiero en mi cama, no aquí.
Coge la barra, me toma de la mano y me hace salir rápidamente del cuarto.
¿Por qué nos vamos? Echo un vistazo a mi espalda al salir.
—¿Por qué no aquí?
Yulia se para en la escalera y me mira fijamente con expresión grave.
—Lena, puede que tú estés preparada para volver ahí dentro, pero yo no. La última vez que estuvimos ahí, tú me abandonaste. Te lo he repetido muchas veces,¿cuándo lo entenderás?
Frunce el ceño y me suelta para poder gesticular con la mano libre.
—Mi actitud ha cambiado totalmente a consecuencia de aquello. Mi forma de ver la vida se ha modificado radicalmente. Ya te lo he dicho. Lo que no te he dicho es… —Se para y se pasa la mano por el pelo, buscando las palabras adecuadas—. Yo soy como una alcohólica rehabilitada, ¿vale? Es la única comparación que se me
ocurre. La cumpulsión ha desaparecido, pero no quiero enfrentarme a la tentación. No quiero hacerte daño.
Parece tan llena de remordimiento, que en ese momento me invade un dolor agudo y persistente. ¿Qué le he hecho a esta mujer? ¿He mejorado su vida? Ella era feliz antes de conocerme, ¿no es cierto?
—No puedo soportar hacerte daño, porque te quiero —añade, mirándome fijamente con expresión de absoluta sinceridad, como una niña pequeña que dice una verdad muy simple.
Muestra un aire completamente inocente, que me deja sin aliento. La adoro más que a nada ni a nadie. Amo a esta mujer incondicionalmente.
Me lanzo a sus brazos con tanta fuerza que tiene que soltar lo que lleva para cogerme, y la empujo contra la pared. Le sujeto la cara entre las manos, acerco sus labios a los míos y saboreo su sorpresa cuando le meto la lengua en la boca. Estoy en un escalón por encima del suyo: ahora estamos al mismo nivel, y me siento eufórica de poder. La beso apasionadamente, enredando los dedos en su cabello, y quiero tocarla,por todas partes, pero me reprimo consciente de su temor. A pesar de todo, mi deseo brota, ardoroso y contundente, floreciendo desde lo más profundo. Ella gime y me sujeta por los hombros para apartarme.
—¿Quieres que te folle en las escaleras? —murmura con la respiración entrecortada—. Porque lo haré ahora mismo.
—Sí —musito, y estoy segura de que mi oscura mirada de deseo es igual a la suya.
Me fulmina con sus ojos, entreabiertos e impetuosos.
—No. Te quiero en mi cama.
De pronto me carga sobre sus hombros y yo reacciono con un chillido estridente, y ella me da un cachete fuerte en el trasero, y yo chillo otra vez. Se dispone a bajar las escaleras, pero antes se agacha para recoger del suelo la barra separadora.
La señora Jones sale del cuarto de servicio cuando atravesamos el pasillo.
Nos sonríe, y yo la saludo boca abajo, con expresión de disculpa. No creo que Yulia se haya percatado siquiera de su presencia.
Al llegar al dormitorio, me deja de pie en el suelo y tira la barra sobre la cama.
—Yo no creo que vayas a hacerme daño —susurro.
—Yo tampoco creo que vaya a hacerte daño —dice.
Me coge la cabeza entre las manos y me besa larga e intensamente,encendiéndome la sangre ya inflamada.
—Te deseo tanto —murmura jadeando junto a mi boca—. ¿Estás segura de esto… después de lo de hoy?
—Sí. Yo también te deseo. Quiero desnudarte.
Estoy impaciente por tocarla… mis dedos se mueren por acariciarle.
Abre mucho los ojos y por un segundo duda, tal vez sopesando mi petición.
—De acuerdo —dice cautelosamente.
Acerco una mano al segundo botón de su camisa y noto cómo contiene la respiración.
—No te tocaré si no quieres —susurro.
—No —contesta enseguida—. Hazlo. No pasa nada. Estoy bien —añade.
Desabrocho el botón con delicadeza y deslizo los dedos sobre la camisa hasta el siguiente. Ellatiene los ojos muy abiertos, brillantes. Separa los labios y respira con dificultad. Incluso cuando tiene miedo es tan hermosa… a causa de ese miedo.
Desabrocho el tercer botón y palpo su suave seno que se asoma a través de la amplia abertura de la camisa ya que no traía el brassier.
—Quiero besarte aquí —murmuro.
Ella inspira bruscamente.
—¿Besarme?
—Sí.
Jadea mientras desabrocho el siguiente botón y me inclino hacia delante muy despacio, para dejar claras mis intenciones. Ella contiene la respiración, pero se queda inmóvil cuando le doy un leve beso en medio de sus senos ahora visibles. Desabrocho el último botón y alzo la cara hacia ella. Me está observando
fijamente con una expresión de satisfacción, tranquila y… maravillada.
—Cada vez es más fácil, ¿verdad? —pregunto con un hilo de voz.
Ella asiente, y yo le aparto lentamente la camisa de los hombros y la dejo caer al suelo.
—¿Qué me has hecho, Lena? —murmura—. Sea lo que sea, no pares.
Y me acoge en sus brazos. Hunde las dos manos en mi cabello y me echa la cabeza hacia atrás para acceder fácilmente a mi cuello.
Desliza los labios hasta mi barbilla y me muerde suavemente, haciéndome gemir. Oh, cómo deseo a esta mujer. Mis dedos palpan a tientas la cinturilla de su pantalón, desabrocho el botón y bajo la cremallera.
—Oh, nena.
Suspira y me besa detrás de la oreja. Noto su erección, firme y dura,presionándome. La deseo… en mi boca. De pronto doy un paso atrás y me pongo de rodillas.
—¡Uau! —gime.
Le bajo los pantalones y los boxers de un tirón, y su miembro emerge libremente. Antes de que pueda detenerme, lo tomo entre los labios y chupo con fuerza.
Ella abre la boca y yo disfruto de su repentina perplejidad. Baja la mirada hacia mí, y observa todos mis movimientos con los ojos enturbiados y llenos de placer carnal. Ah.
Me cubro los dientes con los labios y succiono con más fuerza. Ella cierra los ojos y se rinde al exquisito placer sensual. Sé lo que le hago, y es placentero, liberador y endiabladamente sexy. La sensación es embriagadora: no solo soy poderosa… soy
omnisciente.
—Joder —sisea, y me acuna dulcemente la cabeza, flexiona las caderas y penetra mi boca más a fondo.
Oh, sí, deseo esto, y rodeo su miembro con la lengua, tiro con firmeza…una y otra vez.
—Lena…
Intenta echarse atrás.
Oh, no, no lo hagas, Volkova. Te deseo. Sujeto sus caderas con fuerza duplicando mis esfuerzos, y noto que está a punto.
—Por favor —jadea—. Voy a correrme, Lena.
Bien. La diosa que llevo dentro echa la cabeza hacia atrás en pleno éxtasis,y ella se corre, entre gritos lúbricos, dentro de mi boca.
Abre sus brillantes ojos azules, baja la vista hacia mí y yo la miro
sonriendo, lamiéndome los labios. Ella me devuelve la sonrisa, y es una sonrisa pícara y salaz.
—¿Ah, o sea que ahora jugamos a esto, señorita Katina?
Se inclina, me coge por las axilas y me pone de pie con fuerza. De pronto su boca está pegada a la mía. Y gruñe lascivamente.
—Estoy notando mi propio sabor. El tuyo es mejor —musita pegada a mis labios.
De pronto me quita la camiseta y la tira al suelo, me levanta y me arroja sobre la cama. Coge mis pantalones por los bajos y me los quita bruscamente con un solo movimiento. Ahora estoy desnuda y abierta para ella en su cama. Esperando.
Anhelando. Me saborea con la mirada, y lentamente se quita el resto de la ropa sin apartar los ojos de mí.
—Eres una mujer preciosa, Elena —murmura con admiración.
Mmm… Inclino la cabeza a un lado y le sonrío, coqueta.
—Tú eres una mujer preciosa, Yulia, y sabes extraordinariamente bien.
Me sonríe maliciosamente y coge la barra separadora. Me agarra el tobillo izquierdo, lo sujeta rápidamente y aprieta la anilla de la esposa, pero no mucho.
Comprueba el espacio que queda, deslizando el meñique entre mi tobillo y el metal. No deja de mirarme a los ojos; no necesita ver lo que está haciendo. Mmm… ya ha hecho esto antes.
—Ahora, hemos de comprobar cómo sabe usted. Si no recuerdo mal, es usted una rara y delicada exquisitez, señorita Katina.
Oh.
Me sujeta el otro tobillo, y me lo esposa también con rapidez y eficacia, de manera que quedan unos sesenta centímetros de separación entre mis pies.
—Lo bueno de este separador es que es extensible —dice.
Aprieta algo en la barra y después empuja, y mis piernas se abren más. Uau,noventa centímetros de separación. Con la boca muy abierta, inspiro profundamente.
Dios, esto es muy erótico. Estoy ardiendo, inquieta y ansiosa.
Yulia se lame el labio superior.
—Oh, vamos a divertirnos un poco con esto, Lena.
Baja la mano, coge la barra y la gira de golpe, cogiéndome por sorpresa y dejándome tumbada boca abajo.
—¿Ves lo que puedo hacerte? —dice turbadoramente, y vuelve a girarla de golpe y quedo de nuevo tumbada boca arriba, mirándole boquiabierta y sin respiración—. Estas otras esposas son para las muñecas. Pensaré en ello. Depende de si te portas bien o no.
—¿Cuándo no me porto bien?
—Se me ocurren unas cuantas infracciones —dice en voz baja, y me pasa los dedos por las plantas de los pies.
Me hace cosquillas, pero la barra me mantiene en mi sitio, aunque yo intento apartar las plantas de sus dedos.
—Tu BlackBerry, para empezar.
Jadeo.
—¿Qué vas a hacer?
—Oh, yo nunca desvelo mis planes —dice sonriendo, y sus ojos brillan malévolos.
¡Uau! Está tan alucinantemente sexy que me deja sin respiración. Se sube a la cama y se coloca de rodillas entre mis piernas. Está gloriosamente desnuda y yo estoy indefensa.
—Mmm… Está tan expuesta, señorita Katina.
Desliza los dedos de ambas manos por la parte interior de mis piernas,despacio, dibujando pequeños círculos. Sin apartar los ojos de mí.
—Todo se basa en las expectativas, Lena. ¿Qué te voy a hacer?
Sus palabras quedas penetran directamente en la parte más profunda y oscura de mi ser. Me retuerzo sobre la cama y gimo. Sus dedos continúan su lento avance, suben por mis pantorrillas, pasan por la parte posterior de mis rodillas. Yo quiero juntar las piernas instintivamente, pero no puedo.
—Recuerda que, si algo no te gusta, solo tienes que decirme que pare —murmura.
Se inclina sobre mí y me besa y chupa el vientre con delicadeza, mientras sus manos me acarician y siguen ascendiendo tortuosas y tentadoras por la parte interna de mis muslos.
—Oh, por favor, Yulia —suplico.
—Oh, señorita Katina. He descubierto que puede ser usted implacable en sus ataques amorosos sobre mí. Creo que debo devolverle el favor.
Mis dedos se aferran al edredón y me rindo ante ella, ante su boca que emprende un delicado viaje hacia abajo y sus manos hacia arriba, convergiendo en el vértice de mis muslos, expuesto y vulnerable. Cuando desliza sus dedos dentro de mí gimo y alzo la pelvis para recibirlos. Yulia responde con un jadeo.
—Nunca dejas de sorprenderme, Lena. Estás tan húmeda —murmura sobre la línea donde mi vello púbico se encuentra con mi vientre, y cuando su boca llega a mi sexo, todo mi cuerpo se arquea.
Oh, Dios.
Inicia un ataque lento y sensual, su lengua gira y gira mientras sus dedos se mueven en mi interior. Es intenso, muy intenso, porque no puedo cerrar las piernas, ni moverme. Arqueo la espalda e intento absorber la sensación.
—Oh, Yulia —grito.
—Lo sé, nena —susurra, y para destensarme un poco, sopla suavemente sobre la parte más sensible de mi cuerpo.
—¡Aaah! ¡Por favor! —suplico.
—Di mi nombre —ordena.
—¡Yulia! —grito con una voz tan estridente y ansiosa que apenas la reconozco como mía.
—Otra vez —musita.
—¡Yulia, Yulia, Yulia Volkova! —grito con todas mis fuerzas.
—Eres mía.
Su voz es suave y letal, y ante un último giro de su lengua sucumbo,espectacularmente, al orgasmo. Y como tengo las piernas tan separadas, la espiral de sensaciones dura y dura y me siento perdida.
Soy vagamente consciente de que Yulia me ha tumbado ahora boca abajo.
—Vamos a intentar esto, nena. Si no te gusta o resulta demasiado incómodo,dímelo y pararemos.
¿Qué? Estoy demasiado perdida en la dicha del orgasmo para elaborar una idea consciente o coherente. Ahora estoy sentada en el regazo de Yulia. ¿Cómo ha ocurrido esto?
—Inclínate, nena —me murmura al oído—. Apoya la cabeza y el pecho sobre la cama.
Aturdida, hago lo que me dice. Ella me echa las dos manos hacia atrás y las esposa a la barra, al lado de los tobillos. Oh… tengo las rodillas a la altura de la barbilla y el trasero al aire y expuesto, absolutamente vulnerable, completamente suya.
—Lena, estás tan hermosa… —dice maravillada, y oigo cómo rasga el envoltorio de aluminio.
Sus dedos se deslizan desde la base de mi columna hacia mi sexo, y se demoran ligeramente sobre mi culo.
—Cuando estés lista, también querré esto. —Su dedo se adentra en mí.
Jadeo con fuerza y noto cómo me tenso ante su delicada exploración—. Hoy no, dulce Lena, pero un día… te deseo en todas las formas posibles. Quiero poseer cada centímetro de tu cuerpo. Eres mía.
Yo pienso en el dilatador anal, y todo se contrae en mis entrañas. Sus palabras me provocan un gemido, y sus dedos siguen deslizándose hasta moverse alrededor de un territorio más familiar.
Momentos después, me penetra con fuerza.
—¡Ay! Cuidado —grito, y se queda quieto.
—¿Estás bien?
—No tan fuerte… deja que me acostumbre.
Ella sale de mí despacio y vuelve a entrar con cuidado, llenándome,dilatándome, una vez, dos, y ya soy suya.
—Sí, bien, ahora sí —murmuro, gozando de la sensación.
Ella gime, y empieza a coger ritmo. Se mueve… se mueve… despiadada…adelante, atrás, llenándome… y es delicioso. Me hace feliz estar indefensa, feliz rendirme a ella, y feliz saber que puede perderse en mí del modo que desea. Soy capaz de hacer esto. Ella me lleva a esos lugares oscuros, lugares que yo no sabía siquiera que existían, y juntas los llenamos de una luz cegadora. Oh, sí… una luz cegadora y violenta.
Y me dejo ir, gozando de lo que me hace, descubriendo esa dulce, dulce rendición, y vuelvo a correrme gritando muy fuerte su nombre. Y entonces ella se queda quieta y vierte en mí todo su corazón y toda su alma.
—Lena, nena —grita, y se derrumba a mi lado.
Sus hábiles dedos deshacen las ataduras, y me masajea los tobillos y luego las muñecas. Cuando termina y por fin estoy libre, me acoge en sus brazos y me adormezco, exhausta.
Cuando recupero la conciencia, estoy acurrucada a su lado y ella me está mirando fijamente. No tengo ni idea de qué hora es.
—Podría pasarme la vida contemplando cómo duermes, Lena —murmura, y me besa la frente.
Yo sonrío y me desperezo lánguidamente a su lado.
—No pienso dejar que te vayas nunca —dice en voz baja, y me rodea con sus brazos.
Mmm…
—No quiero marcharme nunca. No me dejes marchar nunca —musito medio dormida, sin fuerzas para abrir los párpados.
—Te necesito —susurra, pero su voz es una parte distante y etérea de mis sueños.
Ella me necesita… me necesita… y cuando finalmente me deslizo en la oscuridad, mis últimos pensamientos son para una niñita de ojos azules y pelo rubio sucio y revuelto, que me sonríe tímidamente.
VIVALENZ28- Mensajes : 921
Fecha de inscripción : 04/08/2014
Re: 50 SOMBRAS MÁS OSCURAS// ADAPTACIÓN
Muy pero muy buen capítulo, me sorprendió Lena que supo como defenderse al final xD
Y Yulia siempre protectora. Esta genial!
Y Yulia siempre protectora. Esta genial!
Aleinads- Mensajes : 519
Fecha de inscripción : 14/05/2015
Edad : 35
Localización : Colombia
Re: 50 SOMBRAS MÁS OSCURAS// ADAPTACIÓN
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Mmm…
Yulia me acaricia el cuello con la nariz y me despierto poco a poco.
—Buenos días, nena —susurra, y me mordisquea el lóbulo de la oreja.
Mis ojos se abren de golpe y se vuelven a cerrar enseguida. La brillante luz de la mañana inunda la habitación y, tumbada a mi lado, ella me acaricia suave y provocativamente el pecho con la mano. Baja hasta la cadera, me agarra y me atrae hacia ella.
Yo me desperezo, disfrutando de sus caricias, y noto su erección contra mi trasero. Oh. La alarma despertador estilo Yulia Volkova.
—Estás contenta de verme —balbuceo medio dormida, y me retuerzo sugerentemente contra ella.
Noto que sonríe pegada a mi mejilla.
—Estoy muy contenta de verte —dice, y desliza la mano sobre mi estómago y más abajo, cubriéndome el sexo y explorándolo con los dedos—. Está claro que despertarse con usted tiene sus ventajas, señorita Katina.
Y me da delicadamente la vuelta, hasta quedar tumbada boca arriba.
—¿Has dormido bien? —pregunta mientras sus dedos prosiguen su sensual tortura.
Me mira sonriendo… con esa deslumbrante sonrisa de modelo femenina cien por cien rusa, una sonrisa fascinante de dentadura perfecta, que me deja completamente sin aliento.
Mis caderas empiezan a balancearse al ritmo de la danza que han iniciado sus dedos. Me besa recatadamente en los labios y luego desciende hasta el cuello,mordisqueando despacio, besando, y chupando. Gimo. Actúa con delicadeza, y su caricia es leve y celestial. Sus intrépidos dedos siguen bajando y desliza uno de ellos en mi interior, despacio, y sisea sobrecogido.
—Oh, Lena —murmura en tono reverencial junto a mi garganta—. Siempre estás dispuesta.
Mueve el dedo al tiempo que continúa besándome, y sus labios viajan ociosos por mi clavícula y luego bajan hasta mis pechos. Con los dientes y los labios tortura primero un pezón y luego el otro, pero… oh, con tanta ternura que se tensan y se yerguen a modo de dulce respuesta.
Yo jadeo.
—Mmm —gruñe bajito, y levanta la cabeza para mirarme con sus ardientes ojos azules—. Te deseo ahora.
Alarga la mano hasta la mesilla. Se coloca sobre mí, apoya el peso en los codos y frota la nariz contra la mía mientras usa las piernas para separar las mías. Se arrodilla y rasga el envoltorio de aluminio.
—Estoy deseando que llegue el sábado —dice, y sus ojos brillan de placer lasciva.
—¿Por tu cumpleaños? —contesto sin aliento.
—No. Para dejar de usar esta jodienda.
—Una expresión muy adecuada —digo con una risita.
Ella me sonríe cómplice y se coloca el condón.
—¿Se está riendo de mí, señorita Katina?
—No.
Intento poner cara seria, sin conseguirlo.
—Ahora no es momento para risitas —dice en tono bajo y severa, haciendo un gesto admonitorio con la cabeza, pero su expresión es… oh, Dios… glacial y volcánica a la vez.
Siento un nudo en la garganta.
—Creía que te gustaba que me riera —susurro con voz ronca, perdiéndome en las profundidades de sus ojos tormentosos.
—Ahora no. Hay un momento y lugar para la risa. Y ahora no es ni uno ni otro. Tengo que callarte, y creo que sé cómo hacerlo —dice de forma inquietante, y me cubre con su cuerpo.
* * *
—¿Qué le apetece para desayunar, Lena?
—Solo tomaré muesli. Gracias, señora Jones.
Me sonrojo mientras ocupo mi sitio al lado de Yulia en la barra del
desayuno. La última vez que la muy decorosa y formal señora Jones me vio, Yulia me llevaba a su dormitorio cargada sobre sus hombros.
—Estás muy guapa —dice Yulia en voz baja.
Llevo otra vez la falda de tubo color gris y la blusa de seda también en gris.
—Tú también.
Le sonrío con timidez. Ella lleva una camisa azul claro y vaqueros, y parece relajada, fresca y perfecta, como siempre.
—Deberíamos comprarte algunas faldas más —comenta con naturalidad—.De hecho, me encantaría llevarte de compras.
Uf… de compras. Yo odio ir de compras. Aunque con Yulia quizá no esté tan mal. Opto por la evasiva como mejor método de defensa.
—Me pregunto qué pasará hoy en el trabajo.
—Tendrán que sustituir a ese canalla.
Yulia frunce el ceño con una mueca de disgusto, como si hubiera pisado algo extremadamente desagradable.
—Espero que contraten a una mujer para ser mi jefa.
—¿Por qué?
—Bueno, así te opondrás menos a que salga con ella —le digo en broma.
Sus labios insinúan una sonrisa, y se dispone a comerse la tortilla.
—¿Qué te hace tanta gracia? —pregunto.
—Tú. Cómete el muesli. Todo, si no vas a comer nada más.
Mandona como siempre. Yo le hago un mohín, pero me pongo a ello.
* * *
—Y la llave va aquí.
Yulia señala el contacto bajo el cambio de marchas.
—Qué sitio más raro —comento.
Pero estoy encantada con todos esos pequeños detalles, y prácticamente doy saltitos sobre el confortable asiento de piel como una niña. Por fin Yulia va a dejar que conduzca mi coche.
Me observa tranquilamente, aunque en sus ojos hay un brillo jocoso.
—Estás bastante emocionada con esto, ¿verdad? —murmura divertida.
Asiento, sonriendo como una tonta.
—Tiene ese olor a coche nuevo. Este es aún mejor que el Especial para Sumisas… esto… el A3 —añado enseguida, ruborizada.
Yulia tuerce el gesto.
—¿Especial para Sumisas, eh? Tiene usted mucha facilidad de palabra,señorita Katina.
Se echa hacia atrás con fingida reprobación, pero a mí no me engaña. Sé que está disfrutando.
—Bueno, vámonos.
Hace un gesto con la mano hacia la entrada del garaje.
Doy unas palmaditas, pongo en marcha el coche y el motor arranca con un leve ronroneo. Meto la primera, levanto el pie del freno y el Saab avanza suavemente.
Igor, que está en el Audi detrás de nosotros, también arranca y cuando la puerta del parking se levanta, nos sigue fuera del Escala hasta la calle.
—¿Podemos poner la radio? —pregunto cuando paramos en el primer semáforo.
—Quiero que te concentres —replica.
—Yulia, por favor, soy capaz de conducir con música.
Le pongo los ojos en blanco. Ella me mira con mala cara, pero enseguida acerca la mano a la radio.
—Con esto puedes escuchar la música de tu iPod y de tu MP3, además del cedé —murmura.
De repente, un melodioso tema de Police inunda a un volumen demasiado alto el interior del coche. Yulia baja la música. Mmm… «King of Pain.»
—Tu himno —le digo con ironía, y en cuanto tensa los labios y su boca se convierte en una fina línea, lamento lo que he dicho. Oh, no…—. Yo tengo ese álbum,no sé dónde —me apresuro a añadir para distraer su atención.
Mmm… en algún sitio del apartamento donde he pasado tan poco tiempo.
Me pregunto cómo estará Andrey. Debería intentar llamarle hoy. No tendré mucho que hacer en el trabajo.
Siento una punzada de ansiedad en el estómago. ¿Qué pasará cuando llegue a la oficina? ¿Todo el mundo sabrá lo de Alex? ¿Estarán todos enterados de la implicación de Yulia? ¿Seguiré teniendo un empleo? Maldita sea, si no tengo trabajo, ¿qué haré?
¡Cásate con la billonaria, Lena! Mi subconsciente aparece con su rostro más enojoso. Yo no le hago caso… bruja codiciosa.
—Eh, señorita Lengua Viperina. Vuelve a la Tierra.
Yulia me devuelve al presente y paro ante el siguiente semáforo.
—Estás muy distraída. Concéntrate, Lena —me increpa—. Los accidentes ocurren cuando no estás atenta.
Oh, por Dios santo… y de repente, me veo catapultada a la época en la que Sergey me enseñaba a conducir. Yo no necesito otro padre. Una esposa quizá, una esposa pervertida. Mmm…
—Solo estaba pensando en el trabajo.
—Todo irá bien, nena. Confía en mí.
Yulia sonríe.
—Por favor, no interfieras… Quiero hacer esto yo sola. Yulia, por
favor. Es importante para mí —digo con toda la dulzura de la que soy capaz.
No quiero discutir. Su boca dibuja de nuevo una mueca fina y obstinada, y creo que va a reñirme otra vez.
Oh, no.
—No discutamos, Yulia. Hemos pasado una mañana maravillosa. Y anoche fue… —me faltan las palabras—… divino.
Ella no dice nada. La miro de reojo y tiene los ojos cerrados.
—Sí. Divino —afirma en voz baja—. Lo dije en serio.
—¿El qué?
—No quiero dejarte marchar.
—No quiero marcharme.
Sonríe, y esa sonrisa nueva y tímida arrasa con todo lo que encuentra a su paso. Uau, es realmente poderosa.
—Bien —dice sin más, y se relaja.
Entro en el aparcamiento que está a media manzana de SIP.
—Te acompañaré hasta el trabajo. Igor me recogerá allí —sugiere
Yulia.
Salgo con cierta dificultad del coche, limitada por la falda de tubo.
Yulia baja con agilidad, cómoda con su cuerpo, o al menos esa es la impresión que transmite. Mmm… alguien que no puede soportar que la toquen no puede sentirse tan cómoda con su cuerpo. Frunzo el ceño ante ese pensamiento fugaz.
—No olvides que esta tarde a las siete hemos quedado con el doctor Flynn—dice, y me tiende la mano.
Cierro la puerta con el mando y se la tomo.
—No me olvidaré. Confeccionaré una lista de preguntas para hacerle.
—¿Preguntas? ¿Sobre mí?
Asiento.
—Yo puedo contestar a cualquier pregunta que tengas sobre mí.
Yulia parece ofendida.
Le sonrío.
—Sí, pero yo quiero la opinión objetiva de ese charlatán carísimo.
Frunce el ceño, y de repente me atrae hacia ella y me sujeta con fuerza ambas manos a la espalda.
—¿Seguro que es buena idea? —dice con voz baja y ronca.
Yo me echo hacia atrás y veo la larga sombra de la ansiedad acechando en sus ojos muy abiertos, y se me desgarra el alma.
—Si no quieres que lo haga, no lo haré.
La miro y deseo borrar la preocupación de su rostro a base de caricias.
Tiro de una de mis manos y ella la suelta. Le toco la mejilla con ternura: su rostro es muy suave.
—¿Qué te preocupa? —pregunto con voz tranquila y dulce.
—Que me dejes.
—Yulia, ¿cuántas veces tengo que decírtelo? No voy a dejarte. Ya me has contado lo peor. No te abandonaré.
—Entonces, ¿por qué no me has contestado?
—¿Contestarte? —murmuro con fingida inocencia.
—Ya sabes de qué hablo, Lena.
Suspiro.
—Quiero saber si soy bastante para ti, Yulia. Nada más.
—¿Y mi palabra no te basta? —dice exasperada, y me suelta.
—Yulia, todo esto ha sido muy rápido. Y tú misma lo has reconocido,estás destrozada de cincuenta mil formas distintas. Yo no puedo darte lo que necesitas—musito—. Eso no es para mí, sobre todo después de haberte visto con Leila. ¿Quién dice que un día no conocerás a alguien a quien le guste hacer lo que tú haces? ¿Y quién dice que tú no… ya sabes… te enamorarás de ella? De alguien que se ajuste mucho mejor a tus necesidades.
Pensar en Yulia con otra persona me pone enferma. Bajo la mirada a mis manos entrelazadas.
—Ya he conocido a varias mujeres a las que les gusta hacer lo que me gusta hacer a mí. Y ninguna de ellas me atraía como me atraes tú. Nunca tuve la menor conexión emocional con ninguna de ellas. No me había sucedido nunca, excepto contigo, Lena.
—Porque nunca les diste una oportunidad. Has pasado demasiado tiempo encerrada en tu fortaleza, Yulia. Mira, hablemos de esto más tarde. Tengo que ir a trabajar. Quizá el doctor Flynn nos pueda orientar esta noche.
Esta es una conversación demasiado importante para tenerla en un parking a las nueve menos diez de la mañana, y parece que Yulia, por una vez, está de acuerdo. Asiente, pero con gesto cauteloso.
—Vamos —ordena, y me tiende la mano.
* * *
Cuando llego a mi mesa, me encuentro una nota pidiéndome que acuda directamente al despacho de Elizabeth. Mi corazón da un vuelco. Oh, ya está. Van a despedirme.
—Elena.
Elizabeth me sonríe amablemente y me señala una silla frente a su mesa. Me siento y la miro, expectante, confiando en que no oiga los latidos desbocados de mi corazón. Ella se alisa su densa cabellera negra y sus ojos azul claro me miran sombríos.
—Tengo malas noticias.
¡Malas, oh, no!
—Te he hecho venir para informarte de que Alex ha dejado la empresa de forma bastante repentina.
Me sonrojo. Para mí eso no es ninguna mala noticia. ¿Debería decirle que ya lo sabía?
—Su apresurada marcha ha dejado su puesto vacante, y nos gustaría que lo ocuparas tú de momento, hasta que encontremos un sustituto.
¿Qué? Siento que la sangre deja de circular por mi cabeza. ¿Yo?
—Pero si solo hace poco más de una semana que trabajo aquí.
—Sí, Elena, lo comprendo, pero Alex siempre estaba elogiando tu
talento. Tenía muchas esperanzas depositadas en ti.
Me quedo sin respiración. Sí, claro: tenía muchas esperanzas en hacérselo conmigo.
—Aquí tienes una descripción detallada de las funciones del puesto.Estúdiala y podemos hablar de ello más tarde.
—Pero…
—Por favor, ya sé que es muy precipitado, pero tú ya has contactado con los autores principales de Alex. Tus anotaciones en los textos no han pasado desapercibidas a los otros editores. Tienes una mente aguda, Elena. Todos creemos que eres capaz de hacerlo.
—De acuerdo.
Esto no puede estar pasando.
—Mira, piénsatelo. Entretanto, puedes utilizar el despacho de Alex.
Se pone de pie, dando por terminada la reunión, y me tiende la mano. Se la estrecho, totalmente aturdida.
—Yo estoy encantada de que se haya ido —murmura, y una expresión de angustia aparece en su cara.
Dios santo. ¿Qué le habría hecho a ella?
Vuelvo a mi mesa, cojo mi BlackBerry y llamo a Yulia.
Contesta al segundo tono.
—Elena, ¿estás bien? —pregunta, preocupada.
—Me acaban de dar el puesto de Alex… —suelto de sopetón—, bueno,temporalmente.
—Estás de broma —comenta, asombrada.
—¿Tú has tenido algo que ver con esto? —pregunto más bruscamente de lo que pretendía.
—No… no, en absoluto. Quiero decir, con todos mis respetos, Elena,que solo llevas ahí poco más de una semana… y no lo digo con ánimo de ofender.
—Ya lo sé. —Frunzo el ceño—. Por lo visto, Alex me valoraba realmente.
—¿Ah, sí? —dice Yulia en tono gélido, y luego suspira—. Bueno, nena,si ellos creen que eres capaz de hacerlo, estoy seguro de que lo eres. Felicidades.Quizá deberíamos celebrarlo después de reunirnos con el doctor Flynn.
—Mmm… ¿Estás segura de que no has tenido nada que ver con esto?
Se queda callada un momento, y después dice con voz queda y
amenazadora:
—¿Dudas de mí? Me enoja mucho que lo hagas.
Trago saliva. Vaya, se enfada muy fácilmente.
—Perdona —musito, escarmentada.
—Si necesitas algo, házmelo saber. Aquí estaré. Y, Elena…
—¿Qué?
—Utiliza la BlackBerry —añade secamente.
—Sí, Yulia.
No cuelga, como yo esperaba, sino que inspira profundamente.
—Lo digo en serio. Si me necesitas, aquí estoy.
Sus palabras son mucho más amables, conciliadoras. Oh, es tan voluble… cambia de humor como una veleta.
—De acuerdo —murmuro—. Más vale que cuelgue. Tengo que instalarme en el despacho.
—Si me necesitas… Lo digo en serio —murmura.
—Lo sé. Gracias, Yulia. Te quiero.
Noto que sonríe al otro lado del teléfono. Me lo he vuelto a ganar.
—Yo también te quiero, nena.
Ah, ¿me cansaré alguna vez de que me diga esas palabras?
—Hablamos después.
—Hasta luego, nena.
Cuelgo y echo un vistazo al despacho de Alex. Mi despacho. Dios santo…Elena Katina, editora en funciones. ¿Quién lo habría dicho? Debería pedir más dinero.
¿Qué pensaría Alex si se enterara? Tiemblo al pensarlo, y me pregunto vagamente qué estará haciendo esta mañana; obviamente, no está en Nueva York como esperaba. Entro en mi nuevo despacho, me siento en el escritorio y empiezo a leer la
descripción del trabajo.
A las doce y media, me llama Elizabeth.
—Lena, necesitamos que vengas a una reunión a la una en punto en la sala de juntas. Asistirán Jerry Roach y Kay Bestie… ya sabes, el presidente y el vicepresidente de la empresa, y todos los editores.
¡Maldición!
—¿Tengo que preparar algo?
—No, es solo una reunión informal que tenemos una vez al mes. E incluye la comida.
—Allí estaré.
Cuelgo.
¡Madre mía! Reviso la lista actualizada de los autores de Alex. Sí, estoy familiarizada con casi todos. Tengo los cinco manuscritos cuya publicación ya está en marcha, y otros dos que deberíamos pensar seriamente en publicar. Respiro profundamente: no puedo creer que ya sea hora de comer. El día ha pasado muy rápido
y eso me encanta. He tenido que asimilar tantas cosas esta mañana. Una señal acústica en mi calendario me avisa de que tengo una cita.
¡Oh, no… Irina! Con tantas emociones me había olvidado de nuestro almuerzo. Busco mi BlackBerry y trato de encontrar a toda prisa su número.
Suena mi teléfono.
—Te esperan en recepción —dice Claire en voz baja.
—¿Quién?
Por un segundo, pienso que puede ser Yulia.
—El dios rubio.
—¿Andrey?
Oh, ¿qué querrá? Inmediatamente me siento culpable por no haberle llamado.
Andrey, vestido con una camisa azul de cuadros, camiseta blanca y vaqueros,sonríe de oreja a oreja en cuanto aparezco.
—¡Uau! Estás muy sexy, Katina —dice, asintiendo con admiración, y me da un abrazo rápido.
—¿Va todo bien? —pregunto.
Él frunce el ceño.
—Toda va bien, Lena. Quería verte, eso es todo. Hacía unos días que no sabía nada de ti y quería averiguar cómo te trata la magnate.
Me ruborizo y no puedo evitar sonreír.
—¡Vale! —exclama Andrey y levanta las manos—. Con esa sonrisa velada me basta. No quiero saber nada más. He venido con la esperanza de que pudieras salir a comer. Voy a matricularme en un curso de psicología en septiembre, aquí en Seattle.Para mi máster.
—Oh, Andrey. Han pasado muchas cosas. Tengo mucho que contarte, pero ahora mismo no puedo. Tengo una reunión. —Y de repente se me ocurre una idea—.¿Podrías hacerme un gran favor, un favor enorme? —le pregunto, entrelazando las manos en gesto de súplica.
—Claro —dice, perplejo ante mi petición.
—Había quedado para comer con la hermana de Yulia y Dimitri, pero no puedo localizarla, y me acaba de surgir esta reunión. ¿Podrías llevarla a comer? ¿Por favor?
—¡Uf, Lena! No quiero hacer de canguro de una mocosa.
—Por favor, Andrey.
Le dedico la mejor caída de las largas pestañas de mis ojos verdes grisáceos. Él alza la mirada con expresión resignada y sé que le he pillado.
—¿Me cocinarás algo? —refunfuña.
—Claro, lo que sea, cuando quieras.
—¿Y dónde está ella?
—Está a punto de llegar.
Y, justo en ese momento, oigo su voz.
—¡Lena! —grita desde la puerta.
Ambos nos damos la vuelta, y ahí está ella: tan alta y curvilínea, con su negra melenita corta, lacia y brillante, y un minivestido verde menta, a juego con unos zapatos de tacón alto con tiras alrededor de sus esbeltos tobillos. Está espectacular.
—¿La mocosa? —susurra él, mirándola boquiabierto.
—Sí. La mocosa que necesita un canguro —le respondo también en un susurro—. Hola, Irina.
Le doy un rápido abrazo y ella se queda mirando a Andrey con bastante descaro.
—Irina… este es Andrey, el hermano de Nastya.
Él asiente arqueando las cejas, sorprendido. Irina pestañea repetidamente y le da la mano.
—Encantado de conocerte —murmura Andrey con delicadeza, e Irina, sin palabras por una vez, vuelve a pestañear y se sonroja.
Oh vaya. Me parece que es la primera vez que la veo ruborizarse.
—Yo no puedo salir a comer —digo débilmente—. Pero Andrey ha aceptado acompañarte, si te parece bien. ¿Podríamos quedar nosotras otro día?
—Claro —dice Irina en voz baja.
Irina hablando en voz baja, vaya una novedad.
—Sí. Ya me ocupo yo de ella. Hasta luego, Lena —dice Andrey, y le ofrece el brazo a Irina.
Ella acepta con una sonrisa tímida.
—Adiós, Lena. —Irina se vuelve hacia mí y dice sin palabras, con un guiño exagerado—: ¡Oh, Dios mío!
¡Le gusta! Les despido con la mano mientras salen del edificio. Me
pregunto cuál será la actitud de Yulia con respecto a las citas de su hermana.
Pensar en eso me inquieta. Ella tiene mi edad, de manera que no puede oponerse,¿verdad?
Pero es que estamos hablando de Yulia. Mi fastidiosa subconsciente ha vuelto, con su expresión severa, su rebeca de punto y el bolso colgado del brazo.
Sacudo la cabeza para deshacerme de esa imagen. Irina es una mujer adulta y Yulia puede ser una persona razonable, ¿o no? Desecho esa idea y vuelvo al despacho de Alex… esto… a mi despacho, para preparar la reunión.
A las tres y media ya estoy de vuelta. La reunión ha ido bien. Incluso he conseguido que me aprueben los dos manuscritos que he propuesto. Estoy emocionada.
Sobre mi escritorio hay una enorme cesta de mimbre llena de unas
maravillosas rosas de color blanco y rosa pálido. Uau… solo ya el aroma resulta cautivador. Cojo la tarjeta y sonrío. Sé quién las envía.
Felicidades, señorita Katina
¡Y lo has hecho todo tú sola!
Sin ayuda de tu muy amiga, compañera y megalómana presidenta
Te quiero
Yulia
Saco la BlackBerry para escribirle.
De: Lena Katina
Fecha: 16 de junio de 2011 15:43
Para: Yulia Volkova
Asunto: La megalómana…
… es mi tipo de maníaca favorita. Gracias por las preciosas flores. Han llegado en una enorme cesta de mimbre que me hace pensar en picnics y mantitas.
x
De: Yulia Volkova
Fecha: 16 de junio de 2011 15:55
Para: Lena Katina
Asunto: Aire libre
¿Maníaca, eh? Puede que el doctor Flynn tenga algo que decir sobre essto.
¿Quieres ir de picnic?
Podemos divertirnos mucho al aire libre, Elena…
¿Cómo va el día, nena?
Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
Oh, Dios. Me ruborizo leyendo su respuesta.
De: Lena Katina
Fecha: 16 de junio de 2011 16:00
Para: Yulia Volkova
Asunto: Intenso
El día ha pasado volando. Apenas he tenido un momento para mí, para pensar en nada que no fuera trabajo. ¡Creo que soy capaz de hacer esto! Te contaré más en casa.
Eso del aire libre suena… interesante.
Te quiero.
L x
P.D.: No te preocupes por el doctor Flynn.
Suena el teléfono de mi mesa. Es Claire desde recepción, desesperada por saber quién ha enviado las flores y qué ha pasado con Alex. Enclaustrada en el despacho todo el día, me he perdido los cotilleos. Le cuento apresuradamente que las flores son de mi nova y que sé muy poco sobre la marcha de Alex. Vibra mi BlackBerry: es un nuevo e-mail de Yulia.
De: Yulia Volkova
Fecha: 16 de junio de 2011 16:09
Para: Lena Katina
Asunto: Intentaré…
… no preocuparme.
Hasta luego, nena. x
Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
A las cinco y media, despejo mi mesa. Es increíble lo rápido que ha pasado el día. Tengo que volver al Escala para preparar la entrevista con el doctor Flynn. No he tenido tiempo siquiera de pensar en las preguntas. Puede que hoy tengamos una reunión inicial, y quizá Yulia me deje quedar con él más adelante. Me olvido de eso, salgo a toda prisa del despacho y me despido de Claire con un presuroso gesto de la mano.
También he de pensar en el cumpleaños de Yulia. Sé qué voy a
regalarle. Me gustaría que lo tuviera hoy antes de vernos con el doctor Flynn, pero ¿cómo? Al lado del aparcamiento hay una tiendecita que vende baratijas para turistas.
De repente tengo una inspiración y entro.
* * *
Media hora más tarde entro en el salón y Yulia está de pie, hablando por la BlackBerry y mirando por el gran ventanal. Se da la vuelta, me sonríe radiante y decide poner fin a la llamada.
—Magnífico, Ros. Dile a Barney que partiremos de ahí… Adiós.
Se me acerca con paso decidida y yo la espero tímidamente en el umbral.
Se ha cambiado de ropa, lleva una camiseta blanca y vaqueros, y tiene un aspecto de chica mala muy provocativa… Uau.
—Buenas tardes, señorita Katina —murmura, y se inclina para besarme—.Felicidades por su ascenso.
Me rodea entre sus brazos. Huele maravillosamente.
—Te has duchado.
—Acabo de entrenar con Claude.
—Ah.
—He logrado patearle el culo dos veces.
Yulia sonríe de oreja a oreja como una chaval satisfecha de sí misma. Es una sonrisa contagiosa.
—¿Y eso no ocurre muy a menudo?
—No, y cuando pasa es muy satisfactorio. ¿Tienes hambre?
Niego con la cabeza.
—¿Qué? —exclama ceñuda.
—Estoy nerviosa. Por lo del doctor Flynn.
—Yo también. ¿Qué tal el día?
Me suelta de su abrazo y le hago un breve resumen. Me escucha con atención.
—Ah… tengo que decirte otra cosa —añado—. Había quedado para comer con Irina.
Ella arquea las cejas, sorprendido.
—No me lo habías dicho.
—Ya lo sé. Me olvidé. No he podido ir por culpa de la reunión. Andrey ha ido en mi lugar y ha comido con ella.
Se le oscurece el semblante.
—Ya. Deja de morderte el labio.
—Voy a refrescarme un poco —digo para cambiar de tema, y me doy la vuelta para marcharme antes de que pueda reaccionar.
* * *
La consulta del doctor Flynn queda bastante cerca del apartamento de Yulia. Muy a mano, pienso, para visitas de emergencia.
—Normalmente vengo corriendo desde casa —me dice Yulia cuando aparca mi Saab—. Este coche es estupendo —comenta sonriéndome.
—Yo pienso lo mismo. —Le sonrío a mi vez—. Yulia… Yo…
Le miro con ansiedad.
—¿Qué pasa, Lena?
—Toma. —Saco la cajita de regalo de mi bolso—. Esto es para ti, por tu cumpleaños. Quería dártelo ahora… pero solo si prometes no abrirlo hasta el sábado,¿vale?
Me mira sorprendida, parpadea y traga saliva.
—Vale —murmura cautelosa.
Suspiro profundamente y se lo entrego, sin hacer caso de su perplejidad.
Sacude la cajita, que hace un ruidito muy sugerente. Frunce el ceño. Sé lo desesperada que está por ver qué contiene. Entonces sonríe, y en sus ojos aparece una chispa de emoción juvenil y espontánea. Oh, Dios… aparenta la edad que tiene… y está guapísima.
—No puedes abrirlo hasta el sábado —le advierto.
—Ya lo sé —dice—. ¿Por qué me lo das ahora?
Mete la cajita en el bolsillo interior de su americana azul de raya
diplomática, cerca de su corazón.
Qué apropiado, pienso. Sonrío con complicidad.
—Porque puedo, señorita Volkova.
En sus labios aparece una mueca teñida de ironía.
—Vaya, señorita Katina, me ha copiado la frase.
Una recepcionista amable y de aire eficiente nos hace pasar a la palaciega consulta del doctor Flynn. Saluda a Yulia muy afectuosa, un poco demasiado afectuosa para mi gusto tiene edad para ser su madre, y ella la llama por su nombre.
La sala es sobria: de color verde claro, con dos sofás verde oscuro frente a dos sillones orejeros de piel, y con una atmósfera propia de un club inglés. El doctor Flynn está sentado en su escritorio, al fondo.
Cuando entramos, se pone de pie y se acerca a nosotras en la zona destinada a las visitas. Lleva pantalones negros y una camisa abierta de color azul claro, sin corbata. Sus brillantes ojos azules parecen no perder detalle.
—Yulia.
Sonríe amigablemente.
—John. —Yulia le estrecha la mano—. ¿Te acuerdas de Elena?
—¿Cómo iba a olvidarme? Bienvenida, Elena.
—Lena, por favor —balbuceo, y él me da la mano con energía.
Me encanta su acento inglés.
—Lena —dice afablemente, y nos acompaña hasta los sofás.
Yulia me señala uno de ellos. Me siento, apoyando la mano en el brazo intentando parecer relajada, y ella se acomoda en el otro en el extremo más próximo a mí, de manera que estamos sentadas en ángulo recto. En medio tenemos una mesita con
una sencilla lámpara. Me llama la atención la caja de pañuelos que hay junto a la lámpara.
Esto no es lo que esperaba. Tenía en mente una estancia austera, blanca con un diván negro de piel.
Con actitud eficiente y relajada, el doctor Flynn se sienta en uno de los sillones orejeros y coge un cuaderno de notas. Yulia cruza las piernas, apoyando un tobillo en la rodilla, y extiende el brazo sobre el respaldo del sofá. Acerca la otra mano a la que tengo sobre el apoyabrazos y me la aprieta para darme ánimos.
—Yulia ha solicitado que estuvieras presente en una de nuestras sesiones —dice el doctor Flynn amablemente—. Para tu información, consideramos estas conversaciones como algo estrictamente confidencial…
Arqueo una ceja e interrumpo a Flynn.
—Esto… eh… he firmado un acuerdo de confidencialidad —murmuro,avergonzada por haberle cortado.
Los dos se me quedan mirando, y Yulia me suelta la mano.
—¿Un acuerdo de confidencialidad?
El doctor Flynn frunce el ceño y mira a Yulia, intrigado.
Ella se encoge de hombros.
—¿Empiezas todas tus relaciones con mujeres firmando un acuerdo de ese tipo? —le pregunta el doctor Flynn.
—Con las contractuales, sí.
El doctor Flynn esboza una mueca.
—¿Has tenido otro tipo de relaciones con mujeres? —pregunta, y parece divertido.
—No —contesta Yulia al cabo de un momento, y ella también parece divertida.
—Eso pensaba. —El doctor Flynn vuelve a dirigirse a mí—. Bien, supongo que no tenemos que preocuparnos por el tema de la confidencialidad, pero ¿puedo sugerir que habléis entre vosotras sobre eso en algún momento? Según tengo entendido,
no estáis sujetos a una relación contractual.
—Yo espero llegar a otro tipo de contrato —dice Yulia en voz baja,mirándome.
Me ruborizo y el doctor Flynn entorna los ojos.
—Lena. Tendrás que perdonarme, pero probablemente sepa más de ti de lo que crees. Yulia se ha mostrado muy comunicativa.
Nerviosa, miro de reojo a Yulia. ¿Qué le ha dicho?
—¿Un acuerdo de confidencialidad? —prosigue—. Eso debió de impactarte mucho.
Le miro algo desconcertada.
—Bueno, eso me parece una nimiedad comparado con lo que Yulia me ha revelado últimamente —contesto con un hilo de voz, sonando bastante nerviosa.
—De eso estoy seguro. —El doctor Flynn me sonríe afectuosamente—.Bueno, Yulia, ¿de qué querías hablar?
Yulia se encoge de hombros como una adolescente hosca.
—Era Elena la que quería verte. Tal vez deberías preguntárselo a ella.
El doctor Flynn vuelve a mostrarse sorprendido y me observa con perspicacia.
Dios. Esto es una tortura. Yo me miro las manos.
—¿Estarías más a gusto si Yulia nos dejara un rato a solas?
Clavo los ojos en Yulia, que me devuelve una mirada expectante.
—Sí —susurro.
Yulia tuerce el gesto y abre la boca, pero vuelve a cerrarla enseguida y se pone de pie con un rápido y ágil movimiento.
—Estaré en la sala de espera —dice, y su boca dibuja una mueca de contrariedad.
Oh, no.
—Gracias, Yulia —dice el doctor Flynn, impasible.
Yulia me dedica una mirada escrutadora, y luego sale con paso enérgico de la habitación… aunque sin dar un portazo. Uf. Me relajo al instante.
—¿Te intimida?
—Sí. Pero no tanto como antes.
Me siento desleal, pero es la verdad.
—Eso no me sorprende, Lena. ¿En qué puedo ayudarte?
Bajo la mirada hacia mis manos enlazadas. ¿Qué puedo preguntar?
—Doctor Flynn, esta es mi primera relación con una mujer, y Yulia es… bueno, es Yulia. Durante la última semana han pasado muchas cosas, y no he tenido oportunidad de analizarlas.
—¿Qué necesitas analizar?
Levanto la vista hacia él. Me está mirando con la cabeza ladeada y, creo, semblante compasivo.
—Bueno… Yulia me dice que le parece bien renunciar a… eh…
Balbuceo y me callo. Es mucho más difícil hablar de esto de lo que pensaba.
El doctor Flynn suspira.
—Lena, en el breve tiempo que hace que la conoces, has hecho más progresos que yo en los dos años que la he tenido como paciente. Has causado un profundo efecto en ella. Eso tienes que verlo.
—Ella también ha causado un profundo efecto en mí. Es solo que no sé si seré bastante para ella. Para satisfacer sus necesidades —susurro.
—¿Es eso lo que necesitas de mí? ¿Que te tranquilice?
Asiento.
—Yulia necesita un cambio —dice sencillamente—. Se ha visto en una situación en la que sus métodos para afrontarla ya no le sirven. Es algo muy simple: tú la has obligado a enfrentarse a algunos de sus demonios, y a recapacitar.
Le miro fijamente. Eso cuadra bastante con lo que Yulia me ha contado.
—Sí, sus demonios —murmuro.
—No profundizaremos en ellos… son cosa del pasado. Yulia ya sabe cuáles son sus demonios, como yo… y estoy seguro de que ahora tú también. Me preocupa mucho más el futuro, y conducir a Yulia al lugar donde quiere estar.
Frunzo el ceño y él levanta una ceja.
—El término técnico es SFBT… lo siento. —Sonríe—. Son las siglas en inglés de «terapia breve centrada en soluciones». Está básicamente orientada a alcanzar un objetivo. Nos concentramos en la meta a la que quiere llegar Yulia y en
cómo conducirle hasta allí. Es un enfoque dialéctico. No tiene sentido culpabilizarse por el pasado: eso ya lo han analizado todos los médicos, psicólogos y psiquiatras que han visitado a Yulia. Sabemos por qué es como es, pero lo importante es el futuro.
A qué aspira Yulia, adónde quiere llegar. Hizo falta que la abandonaras para que ella aceptara seriamente este tipo de terapia. Es consciente de que su objetivo es una relación amorosa contigo. Es así de simple, y ahora trabajaremos sobre eso. Hay obstáculos, naturalmente: su hafefobia, por ejemplo.
¿Su qué? Le miro boquiabierta.
—Perdona. Me refiero a su miedo a que la toquen —dice el doctor Flynn, y mueve la cabeza como regañándose a sí mismo—. Del que estoy convencido de que eres consciente.
Me ruborizo y asiento. ¡Ah, eso!
—Sufre un aborrecimiento mórbido hacia sí misma. Estoy seguro de que esto no te sorprende. Y, por supuesto, está la… parasomnia… esto… perdona, dicho llanamente, los terrores nocturnos.
Parpadeo e intento absorber todas esas complejas palabras. Todo eso ya lo sé, pero el doctor Flynn no ha mencionado mi preocupación principal.
—Pero es una sádica. Seguro que, como tal, tiene necesidades que yo no puedo satisfacer.
El doctor Flynn alza la vista al cielo con gesto exasperado y aprieta los labios.
—Eso ya no se considera un término psiquiátrico. No sé cuántas veces se lo he repetido a Yulia. Ni siquiera se considera una parafilia desde los años noventa.
El doctor Flynn ha conseguido que vuelva a perderme. Le miro y parpadeo.
Él reacciona con una sonrisa amable.
—Esa es mi cruz —afirma meneando la cabeza—.Simplemente Yulia piensa lo peor en cualquier situación. Forma parte de ese aborrecimiento que siente por sí misma. Por supuesto que existe el sadismo sexual, pero no es una enfermedad:es una opción vital. Y si se practica de forma segura, dentro de una relación sana y consentida entre adultos, no hay problema. Por lo que yo sé, todas las relaciones BDSM que ha mantenido Yulia han sido así. Tú eres la primera amante que no lo ha
consentido, de manera que está dispuesta a no hacerlo.
¡Amante!
—Pero seguramente no resulte tan sencillo.
—¿Por qué no?
El doctor Flynn se encoge de hombros con expresión afable.
—Bien… las razones por las que lo hace.
—Esa es la cuestión, Lena. En términos de la terapia breve centrada en soluciones, es así de simple. Yulia quiere estar contigo. Para eso, tiene que renunciar a los aspectos más extremos de ese tipo de relación. Al fin y al cabo, lo que
tú pides es razonable… ¿verdad?
Me sonrojo. Sí, es razonable, ¿verdad?
—Eso pienso yo. Pero me preocupa lo que piense ella.
—Yulia lo ha admitido y ha actuado en consecuencia. Ella no está loca.—El doctor Flynn suspira—. En resumen, no es una sádica, Lena. Es una joven brillante,airada y asustada, a quien al nacer le tocó una espantosa mano de cartas en la vida.
Todos podemos golpearnos el pecho de indignación ante esa injusticia, y analizar hasta la extenuación el quién, el cómo y el porqué de todo ello; o Yulia puede avanzar y decidir cómo quiere vivir de ahora en adelante. Había descubierto algo que le funcionó durante unos años, más o menos, pero desde que te conoció, ya no le funciona. Y en consecuencia, ha cambiado su modus operandi. Tú y yo tenemos que respetar su elección y apoyarle.
Le miro confusa.
—¿Y esa es mi garantía de tranquilidad?
—La mejor posible, Lena. En esta vida no hay garantías. —Sonríe—. Y esta es mi opinión profesional.
Le devuelvo una débil sonrisa. Bromas de médicos… vaya.
—Pero ella se considera una especie de alcohólica en rehabilitación.
—Yulia siempre pensará lo peor de sí misma. Como he dicho, eso forma parte del aborrecimiento que siente por sí misma. Es su carácter, pase lo que pase. Naturalmente, hacer ese cambio en su vida la preocupa. Se expone potencialmente a todo un universo de sufrimiento emocional, del cual, por cierto, tuvo
un anticipo cuando tú la dejaste. Es lógico que se muestre aprensiva. —Hace una pausa—. No voy a insistir más en la importancia de tu papel en esta conversión de Damasco… en su camino hacia Damasco. Pero la tiene, y mucha. Yulia no estaría en este punto si no te hubiera conocido. Personalmente yo no creo que la del alcohólica sea una buena analogía, pero si por ahora le sirve, pienso que deberíamos concederle el beneficio de la duda.
Concederle a Yulia el beneficio de la duda. Frunzo el ceño ante la idea.
—Emocionalmente, Yulia es una adolescente, Lena. Pasó totalmente de largo por esa fase de su vida. Ha canalizado todas sus energías en triunfar en el mundo de los negocios, y ha superado todas las expectativas. Ahora tiene que poner al día su universo emocional.
—¿Y yo cómo puedo ayudarle?
El doctor Flynn se echa a reír.
—Limítate a seguir haciendo lo que estás haciendo. —Me sonríe—.Yulia está perdidamente enamorada. Es fantástico verla así.
Me ruborizo, y la diosa que llevo dentro se abraza entusiasmada, pero hay algo que me sigue preocupando.
—¿Puedo preguntarle una cosa más?
—Por supuesto.
Suspiro profundamente.
—Una parte de mí piensa que, si Yulia no estuviera tan destrozada, no me querría… a mí.
El doctor Flynn arquea las cejas, sorprendido.
—Esa es una valoración muy negativa de ti misma, Lena. Y, francamente,dice más sobre ti que sobre Yulia. No llega al nivel de su odio hacia sí misma,pero me sorprende.
—Bueno, mírela a ella… y luego míreme a mí.
El doctor Flynn tuerce el gesto.
—Lo he hecho. He visto a una mujer joven y atractiva, y a otra mujer joven y atractiva. ¿Por qué no te consideras atractiva, Lena?
Oh, no… no quiero que esto se centre ahora mí. Me miro los dedos. En ese momento llaman con energía a la puerta y me sobresalto. Yulia vuelve a entrar en la sala, mirándonos fijamente a ambos. Yo me ruborizo y vuelvo la vista hacia Flynn, que sonríe afablemente a Yulia.
—Bienvenido de nuevo, Yulia—dice.
—Creo que ya ha pasado la hora, John.
—Ya casi estamos, Yulia. Pasa.
Yulia se sienta, a mi lado esta vez, y apoya la mano sobre mi rodilla posesivamente. Un gesto que no le pasa desapercibido al doctor Flynn.
—¿Quieres preguntar algo más, Lena? —inquiere el doctor con
preocupación evidente.
Maldita sea… no debería haberle planteado eso. Niego con la cabeza.
—¿Yulia?
—Hoy no, John.
Flynn asiente.
—Puede que sea beneficioso para las dos que volváis. Estoy seguro de que Lena tendrá más preguntas.
Yulia hace a regañadientes un gesto de conformidad.
Me ruborizo. Oh, no… quiere profundizar. Yulia me da una palmadita en la mano y me mira atentamente.
—¿De acuerdo? —pregunta en voz baja.
Yo le sonrío y asiento. Sí, vamos a concederle el beneficio de la duda, por gentileza del buen doctor inglés.
Yulia me aprieta la mano y se vuelve hacia Flynn.
—¿Cómo está? —pregunta en un susurro.
¿Se refiere… a mí?
—Saldrá de esta —contesta este tranquilizadoramente.
—Bien. Mantenme informado de su evolución.
—Lo haré.
Oh, Dios. Están hablando de Leila.
—¿No deberíamos salir a celebrar tu ascenso? —me pregunta Yulia en un tono inequívoco.
Asiento tímidamente y se pone de pie.
Nos despedimos apresuradamente del doctor Flynn, y Yulia me hace salir con un apremio inusitado.
* * *
Una vez en la calle, se vuelve hacia mí y me mira.
—¿Qué tal ha ido?
Su voz tiene un matiz de ansiedad.
—Ha ido bien.
Me mira con suspicacia. Yo ladeo la cabeza.
—Señorita Volkova, por favor, no me mire de esa manera. Por órdenes del doctor, voy a concederte el beneficio de la duda.
—¿Qué quiere decir eso?
—Ya lo verás.
Tuerce el gesto y entorna los ojos.
—Sube al coche —ordena, y abre la puerta del pasajero del Saab.
Oh… cambio de rumbo. Mi BlackBerry empieza a vibrar. La saco de mi bolso.
¡Oh, no, José!
—¡Hola!
—Lena, hola…
Observo a Cincuenta, que me mira con recelo. «José», articulo en silencio.
Me observa impasible, pero se le endurece la expresión. ¿Cree que no me doy cuenta?
Devuelvo mi atención a José.
—Perdona que no te haya llamado. ¿Es por lo de mañana? —le pregunto a José, pero con los ojos puestos en Yulia.
—Sí, oye: he hablado con un tipo que había en casa de Volkova, así que ya sé dónde tengo que entregar las fotos. Iré allí entre las cinco y las seis… después de eso,estoy libre.
Ah.
—Bueno, de hecho ahora estoy instalada en casa de Yulia, y ella dice que si quieres puedes dormir allí.
Yulia aprieta los labios, que se convierten en una fina y dura línea.
Mmm… menuda anfitriona está hecha.
José se queda callado un momento para digerir la noticia. Yo siento cierta vergüenza. Ni siquiera he tenido la oportunidad de hablar con él sobre Yulia.
—Vale —dice finalmente—. Esto de Volkova… ¿va en serio?
Le doy la espalda al coche y camino hasta el otro lado de la acera.
—Sí.
—¿Cómo de serio?
Pongo los ojos en blanco y me quedo callada. ¿Por qué Yulia tiene que estar escuchando?
—Serio.
—¿Está contigo ahora? ¿Por eso hablas con monosílabos?
—Sí.
—Vale. Entonces, ¿tienes permiso para salir mañana?
—Claro.
Eso espero, y automáticamente cruzo los dedos.
—Bueno, ¿dónde quedamos?
—Puedes venir a buscarme al trabajo —sugiero.
—Vale.
—Te mando un mensaje con la dirección.
—¿A qué hora?
—¿A las seis?
—Muy bien. Quedamos así. Tengo ganas de verte, Lena. Te echo de menos.
Sonrío.
—Estupendo. Nos vemos.
Cuelgo el teléfono y me doy la vuelta.
Yulia está apoyada en el coche, mirándome con una expresión
inescrutable.
—¿Cómo está tu amigo? —pregunta con frialdad.
—Está bien. Me recogerá en el trabajo y supongo que iremos a tomar algo.¿Te apetecería venir con nosotros?
Yulia vacila. Sus ojos azules permanecen fríos.
—¿No crees que intentará algo?
—¡No! —exclamo en tono exasperado… pero me abstengo de poner los ojos en blanco.
—De acuerdo. —Yulia levanta las manos en señal de rendición—. Sal con tu amigo, y ya te veré a última hora de la tarde.
Yo me esperaba una discusión, y su rápido consentimiento me coge a contrapié.
—¿Ves como puedo ser razonable? —dice sonriendo.
Yo tuerzo el gesto. Eso ya lo veremos.
—¿Puedo conducir?
Yulia parpadea, sorprendida por mi petición.
—Preferiría que no.
—¿Por qué, si se puede saber?
—Porque no me gusta que me lleven.
—Esta mañana no te importó, y tampoco parece que te moleste mucho que Igor te lleve.
—Es evidente que confío en la forma de conducir de Igor.
—¿Y en la mía no? —Pongo las manos en las caderas—. Francamente… tu obsesión por el control no tiene límites. Yo conduzco desde los quince años.
Ella responde encogiéndose de hombros, como si eso no tuviera la menor importancia. ¡Oh… es tan exasperante! ¿Beneficio de la duda? Al carajo.
—¿Es este mi coche? —pregunto.
Ella me mira con el ceño fruncido.
—Claro que es tu coche.
—Pues dame las llaves, por favor. Lo he conducido dos veces, y únicamente para ir y volver del trabajo. Solo lo estás disfrutando tú.
Estoy a punto de hacer un puchero. Yulia tuerce la boca para disimular una sonrisa.
—Pero si no sabes adónde vamos.
—Estoy segura de que usted podrá informarme, señorita Volkova Hasta ahora lo ha hecho muy bien.
Se me queda mirando, atónita, y entonces sonríe, con esa nueva sonrisa tímida que me desarma totalmente y me deja sin respiración.
—¿Así que lo he hecho bien, eh? —murmura.
Me sonrojo.
—En general, sí.
—Bien, en ese caso…
Me da las llaves, se dirige hasta la puerta del conductor y me la abre.
* * *
—Aquí a la izquierda —ordena Yulia, mientras circulamos en dirección norte hacia la interestatal 5—. Demonios… cuidado, Lena.
Se agarra al salpicadero.
Oh, por Dios. Pongo los ojos en blanco, pero no me vuelvo a mirarle. Van Morrison canta de fondo en el equipo de sonido del coche.
—¡Más despacio!
—¡Estoy yendo despacio!
Yulia suspira.
—¿Qué te ha dicho el doctor Flynn?
Capto la ansiedad que emana de su voz.
—Ya te lo he explicado. Dice que debería concederte el beneficio de la duda.
Maldita sea… quizá debería haber dejado que condujera Yulia. Así podría observarle. De hecho… Pongo el intermitente para detener el coche.
—¿Qué estás haciendo? —espeta, alarmada.
—Dejar que conduzcas tú.
—¿Por qué?
—Así podré mirarte.
Se echa a reír.
—No, no… querías conducir tú. Así que sigue conduciendo, y yo te miraré a ti.
Le pongo mala cara.
—¡No apartes la vista de la carretera! —grita.
Me hierve la sangre. ¡Hasta aquí! Acerco el coche al bordillo justo delante de un semáforo, salgo del coche dando un portazo y me quedo de pie en la acera, con los brazos cruzados. La fulmino con la mirada. Ella también se baja del Saab.
—¿Qué estás haciendo? —pregunta enfurecida.
—No, ¿qué estás haciendo tú?
—No puedes aparcar aquí.
—Ya lo sé.
—Entonces, ¿por qué aparcas?
—Porque ya estoy harta de que me des órdenes a gritos. ¡O conduces tú o dejas de comentar cómo conduzco!
—Elena, vuelve a entrar en el coche antes de que nos pongan una multa.
—No.
Me mira y parpadea, sin saber qué decir; entonces se pasa la mano por el pelo, y su enfado se convierte en desconcierto. De repente está tan graciosa, que no puedo evitar sonreírle. Ella frunce el ceño.
—¿Qué? —me grita otra vez.
—Tú.
—¡Oh, Elena! Eres la mujer más frustrante que he conocido en mi vida.
—Levanta las manos al aire, exasperada—. Muy bien, conduciré yo.
Le agarro por las solapas de la chaqueta y la acerco a mí.
—No… usted es la mujer más frustrante que he conocido en mi vida,señorita Volkova
Ella sube los ojos hacia mí, oscuros e intensos, luego desliza los brazos alrededor de mi cintura y me abraza muy fuerte.
—Entonces puede que estemos hechas la una para la otra —dice en voz baja con la nariz hundida en mi pelo, e inspira profundamente.
La rodeo con los brazos y cierro los ojos. Por primera vez desde esta mañana, me siento relajada.
—Oh… Lena, Lena, Lena —susurra, con los labios pegados a mi cabello.
Estrecho mi abrazo y nos quedamos así, inmóviles, disfrutando de un momento de inesperada tranquilidad en la calle. Me suelta y me abre la puerta del pasajero. Entro y me siento en silencio, mirando como ella rodea el coche.
Arranca y se incorpora al tráfico, canturreando abstraída al son de Van Morrison.
Uau. Nunca la había oído cantar, ni siquiera en la ducha, nunca. Frunzo el ceño. Tiene una voz encantadora… cómo no. Mmm… ¿me habrá oído él cantar?
¡Si fuera así, no te habría pedido que te casaras con ella! Mi subconsciente tiene los brazos cruzados, vestida con estampado de cuadros Burberry. Termina la canción y Yulia sonríe satisfecha.
—Si nos hubieran puesto una multa, este coche está a tu nombre, ¿sabes?
—Bueno, pues qué bien que me hayan ascendido. Así podré pagarla —digo con suficiencia, mirando su encantador perfil.
Esboza una media sonrisa. Empieza a sonar otra canción de Van Morrison mientras Yulia se incorpora al carril que lleva a la interestatal 5, en dirección norte.
—¿Adónde vamos?
—Es una sorpresa. ¿Qué más te ha dicho Flynn?
Suspiro.
—Habló de la FFFSTB o no sé qué terapia.
—SFBT. La última opción terapéutica —musita.
—¿Has probado otras?
Yulia suelta un bufido.
—Nena, me he sometido a todas. Cognitiva, freudiana, funcionalista,Gestalt, del comportamiento… Escoge la que quieras, que durante estos años seguro que la he probado —dice en un tono que delata su amargura.
El resentimiento que destila su voz resulta angustiosa.
—¿Crees que este último enfoque te ayudará?
—¿Qué ha dicho Flynn?
—Que no escarbáramos en tu pasado. Que nos centráramos en el futuro…en la meta a la que quieres llegar.
Yulia asiente, pero se encoge de hombros al mismo tiempo con
expresión cauta.
—¿Qué más? —insiste.
—Ha hablado de tu miedo a que te toquen, aunque él lo ha llamado de otra forma. Y sobre tus pesadillas, y el odio que sientes hacia ti misma.
La observo a la luz del crepúsculo y se la ve pensativa, mordisqueándose el pulgar mientras conduce. Vuelve la cabeza hacia mí.
—Mire a la carretera, señorita Volkova—le riño.
Parece divertida y levemente irritada.
—Habéis estado hablando mucho rato, Elena. ¿Qué más te ha dicho?
Yo trago saliva.
—Él no cree que seas una sádica —murmuro.
—¿De verdad? —dice Yulia en voz baja y frunce el ceño.
La atmósfera en el interior del coche cae en picado.
—Dice que la psiquiatría no admite ese término desde los años noventa —musito, intentando recuperar de inmediato el buen ambiente.
La cara de Yulia se ensombrece y lanza un suspiro.
—Flynn y yo tenemos opiniones distintas al respecto.
—Él dice que tú siempre piensas lo peor de ti misma. Y yo sé que eso es verdad —murmuro—. También ha mencionado el sadismo sexual… pero ha dicho que eso es una opción vital, no un trastorno psiquiátrico. Quizá sea en eso en lo que estás
pensando.
Vuelve a fulminarme con la mirada y aprieta los labios.
—Así que tienes una charla con el médico y te conviertes en una experta —comenta con acidez, y vuelve a mirar al frente.
Oh, vaya… Suspiro.
—Mira… si no quieres oír lo que me ha dicho, entonces no preguntes —replico en voz baja.
No quiero discutir. De todas formas, tiene razón… ¿Qué demonios sé yo de todo esto? ¿Quiero saberlo siquiera? Puedo enumerar los puntos principales: su obsesión por el control, su posesividad, sus celos, su sobreprotección… y comprendo perfectamente de dónde proceden. Incluso puedo entender por qué no le gusta que la toquen: he visto las cicatrices físicas. Las mentales solo puedo imaginarlas, y únicamente en una ocasión he tenido un atisbo de sus pesadillas. Y el doctor Flynn ha
dicho…
—Quiero saber de qué habéis hablado —interrumpe Yulia mi reflexión.
Deja la interestatal 5 en la salida 172 y se dirige al oeste, hacia el sol que se pone lentamente.
—Ha dicho que yo era tu amante.
—¿Ah, sí? —Ahora su tono es conciliador—. Bueno, es bastante maniático con los términos. A mí me parece una descripción bastante exacta. ¿A ti, no?
—¿Tú considerabas amantes a tus sumisas?
Yulia frunce una vez más el ceño, pero ahora con gesto pensativo. Hace girar suavemente el Saab de nuevo en dirección norte. ¿Adónde vamos?
—No. Eran compañeras sexuales —murmura, con voz cauta—. Tú eres mi única amante. Y quiero que seas algo más.
Oh… ahí está otra vez esa palabra mágica, rebosante de posibilidades. Eso me hace sonreír, y me abrazo a mí misma por dentro, intentando contener mi alegría.
—Lo sé —susurro, haciendo esfuerzos para ocultar la emoción—. Solo necesito un poco de tiempo, Yulia. Para reflexionar sobre estos últimos días.
Ella me mira con la cabeza ladeada, extrañada, perpleja.
El semáforo ante el que estamos parados se pone verde. Yulia asiente y sube la música. La conversación ha terminado.
Van Morrison sigue cantando con más optimismo ahora sobre una noche maravillosa para bailar bajo la luna. Contemplo por la ventanilla los pinos y los abetos cubiertos por la pátina dorada de la luz crepuscular, y sus sombras alargadas que se extienden sobre la carretera. Yulia ha girado por una calle de aspecto más residencial, y enfilamos hacia el oeste, hacia el Sound.
—¿Adónde vamos? —pregunto otra vez cuando volvemos a girar.
Atisbo la señal de la calle: 9TH AVE. NW. Estoy desconcertada.
—Sorpresa —dice, y sonríe misteriosamente.
Mmm…
Yulia me acaricia el cuello con la nariz y me despierto poco a poco.
—Buenos días, nena —susurra, y me mordisquea el lóbulo de la oreja.
Mis ojos se abren de golpe y se vuelven a cerrar enseguida. La brillante luz de la mañana inunda la habitación y, tumbada a mi lado, ella me acaricia suave y provocativamente el pecho con la mano. Baja hasta la cadera, me agarra y me atrae hacia ella.
Yo me desperezo, disfrutando de sus caricias, y noto su erección contra mi trasero. Oh. La alarma despertador estilo Yulia Volkova.
—Estás contenta de verme —balbuceo medio dormida, y me retuerzo sugerentemente contra ella.
Noto que sonríe pegada a mi mejilla.
—Estoy muy contenta de verte —dice, y desliza la mano sobre mi estómago y más abajo, cubriéndome el sexo y explorándolo con los dedos—. Está claro que despertarse con usted tiene sus ventajas, señorita Katina.
Y me da delicadamente la vuelta, hasta quedar tumbada boca arriba.
—¿Has dormido bien? —pregunta mientras sus dedos prosiguen su sensual tortura.
Me mira sonriendo… con esa deslumbrante sonrisa de modelo femenina cien por cien rusa, una sonrisa fascinante de dentadura perfecta, que me deja completamente sin aliento.
Mis caderas empiezan a balancearse al ritmo de la danza que han iniciado sus dedos. Me besa recatadamente en los labios y luego desciende hasta el cuello,mordisqueando despacio, besando, y chupando. Gimo. Actúa con delicadeza, y su caricia es leve y celestial. Sus intrépidos dedos siguen bajando y desliza uno de ellos en mi interior, despacio, y sisea sobrecogido.
—Oh, Lena —murmura en tono reverencial junto a mi garganta—. Siempre estás dispuesta.
Mueve el dedo al tiempo que continúa besándome, y sus labios viajan ociosos por mi clavícula y luego bajan hasta mis pechos. Con los dientes y los labios tortura primero un pezón y luego el otro, pero… oh, con tanta ternura que se tensan y se yerguen a modo de dulce respuesta.
Yo jadeo.
—Mmm —gruñe bajito, y levanta la cabeza para mirarme con sus ardientes ojos azules—. Te deseo ahora.
Alarga la mano hasta la mesilla. Se coloca sobre mí, apoya el peso en los codos y frota la nariz contra la mía mientras usa las piernas para separar las mías. Se arrodilla y rasga el envoltorio de aluminio.
—Estoy deseando que llegue el sábado —dice, y sus ojos brillan de placer lasciva.
—¿Por tu cumpleaños? —contesto sin aliento.
—No. Para dejar de usar esta jodienda.
—Una expresión muy adecuada —digo con una risita.
Ella me sonríe cómplice y se coloca el condón.
—¿Se está riendo de mí, señorita Katina?
—No.
Intento poner cara seria, sin conseguirlo.
—Ahora no es momento para risitas —dice en tono bajo y severa, haciendo un gesto admonitorio con la cabeza, pero su expresión es… oh, Dios… glacial y volcánica a la vez.
Siento un nudo en la garganta.
—Creía que te gustaba que me riera —susurro con voz ronca, perdiéndome en las profundidades de sus ojos tormentosos.
—Ahora no. Hay un momento y lugar para la risa. Y ahora no es ni uno ni otro. Tengo que callarte, y creo que sé cómo hacerlo —dice de forma inquietante, y me cubre con su cuerpo.
* * *
—¿Qué le apetece para desayunar, Lena?
—Solo tomaré muesli. Gracias, señora Jones.
Me sonrojo mientras ocupo mi sitio al lado de Yulia en la barra del
desayuno. La última vez que la muy decorosa y formal señora Jones me vio, Yulia me llevaba a su dormitorio cargada sobre sus hombros.
—Estás muy guapa —dice Yulia en voz baja.
Llevo otra vez la falda de tubo color gris y la blusa de seda también en gris.
—Tú también.
Le sonrío con timidez. Ella lleva una camisa azul claro y vaqueros, y parece relajada, fresca y perfecta, como siempre.
—Deberíamos comprarte algunas faldas más —comenta con naturalidad—.De hecho, me encantaría llevarte de compras.
Uf… de compras. Yo odio ir de compras. Aunque con Yulia quizá no esté tan mal. Opto por la evasiva como mejor método de defensa.
—Me pregunto qué pasará hoy en el trabajo.
—Tendrán que sustituir a ese canalla.
Yulia frunce el ceño con una mueca de disgusto, como si hubiera pisado algo extremadamente desagradable.
—Espero que contraten a una mujer para ser mi jefa.
—¿Por qué?
—Bueno, así te opondrás menos a que salga con ella —le digo en broma.
Sus labios insinúan una sonrisa, y se dispone a comerse la tortilla.
—¿Qué te hace tanta gracia? —pregunto.
—Tú. Cómete el muesli. Todo, si no vas a comer nada más.
Mandona como siempre. Yo le hago un mohín, pero me pongo a ello.
* * *
—Y la llave va aquí.
Yulia señala el contacto bajo el cambio de marchas.
—Qué sitio más raro —comento.
Pero estoy encantada con todos esos pequeños detalles, y prácticamente doy saltitos sobre el confortable asiento de piel como una niña. Por fin Yulia va a dejar que conduzca mi coche.
Me observa tranquilamente, aunque en sus ojos hay un brillo jocoso.
—Estás bastante emocionada con esto, ¿verdad? —murmura divertida.
Asiento, sonriendo como una tonta.
—Tiene ese olor a coche nuevo. Este es aún mejor que el Especial para Sumisas… esto… el A3 —añado enseguida, ruborizada.
Yulia tuerce el gesto.
—¿Especial para Sumisas, eh? Tiene usted mucha facilidad de palabra,señorita Katina.
Se echa hacia atrás con fingida reprobación, pero a mí no me engaña. Sé que está disfrutando.
—Bueno, vámonos.
Hace un gesto con la mano hacia la entrada del garaje.
Doy unas palmaditas, pongo en marcha el coche y el motor arranca con un leve ronroneo. Meto la primera, levanto el pie del freno y el Saab avanza suavemente.
Igor, que está en el Audi detrás de nosotros, también arranca y cuando la puerta del parking se levanta, nos sigue fuera del Escala hasta la calle.
—¿Podemos poner la radio? —pregunto cuando paramos en el primer semáforo.
—Quiero que te concentres —replica.
—Yulia, por favor, soy capaz de conducir con música.
Le pongo los ojos en blanco. Ella me mira con mala cara, pero enseguida acerca la mano a la radio.
—Con esto puedes escuchar la música de tu iPod y de tu MP3, además del cedé —murmura.
De repente, un melodioso tema de Police inunda a un volumen demasiado alto el interior del coche. Yulia baja la música. Mmm… «King of Pain.»
—Tu himno —le digo con ironía, y en cuanto tensa los labios y su boca se convierte en una fina línea, lamento lo que he dicho. Oh, no…—. Yo tengo ese álbum,no sé dónde —me apresuro a añadir para distraer su atención.
Mmm… en algún sitio del apartamento donde he pasado tan poco tiempo.
Me pregunto cómo estará Andrey. Debería intentar llamarle hoy. No tendré mucho que hacer en el trabajo.
Siento una punzada de ansiedad en el estómago. ¿Qué pasará cuando llegue a la oficina? ¿Todo el mundo sabrá lo de Alex? ¿Estarán todos enterados de la implicación de Yulia? ¿Seguiré teniendo un empleo? Maldita sea, si no tengo trabajo, ¿qué haré?
¡Cásate con la billonaria, Lena! Mi subconsciente aparece con su rostro más enojoso. Yo no le hago caso… bruja codiciosa.
—Eh, señorita Lengua Viperina. Vuelve a la Tierra.
Yulia me devuelve al presente y paro ante el siguiente semáforo.
—Estás muy distraída. Concéntrate, Lena —me increpa—. Los accidentes ocurren cuando no estás atenta.
Oh, por Dios santo… y de repente, me veo catapultada a la época en la que Sergey me enseñaba a conducir. Yo no necesito otro padre. Una esposa quizá, una esposa pervertida. Mmm…
—Solo estaba pensando en el trabajo.
—Todo irá bien, nena. Confía en mí.
Yulia sonríe.
—Por favor, no interfieras… Quiero hacer esto yo sola. Yulia, por
favor. Es importante para mí —digo con toda la dulzura de la que soy capaz.
No quiero discutir. Su boca dibuja de nuevo una mueca fina y obstinada, y creo que va a reñirme otra vez.
Oh, no.
—No discutamos, Yulia. Hemos pasado una mañana maravillosa. Y anoche fue… —me faltan las palabras—… divino.
Ella no dice nada. La miro de reojo y tiene los ojos cerrados.
—Sí. Divino —afirma en voz baja—. Lo dije en serio.
—¿El qué?
—No quiero dejarte marchar.
—No quiero marcharme.
Sonríe, y esa sonrisa nueva y tímida arrasa con todo lo que encuentra a su paso. Uau, es realmente poderosa.
—Bien —dice sin más, y se relaja.
Entro en el aparcamiento que está a media manzana de SIP.
—Te acompañaré hasta el trabajo. Igor me recogerá allí —sugiere
Yulia.
Salgo con cierta dificultad del coche, limitada por la falda de tubo.
Yulia baja con agilidad, cómoda con su cuerpo, o al menos esa es la impresión que transmite. Mmm… alguien que no puede soportar que la toquen no puede sentirse tan cómoda con su cuerpo. Frunzo el ceño ante ese pensamiento fugaz.
—No olvides que esta tarde a las siete hemos quedado con el doctor Flynn—dice, y me tiende la mano.
Cierro la puerta con el mando y se la tomo.
—No me olvidaré. Confeccionaré una lista de preguntas para hacerle.
—¿Preguntas? ¿Sobre mí?
Asiento.
—Yo puedo contestar a cualquier pregunta que tengas sobre mí.
Yulia parece ofendida.
Le sonrío.
—Sí, pero yo quiero la opinión objetiva de ese charlatán carísimo.
Frunce el ceño, y de repente me atrae hacia ella y me sujeta con fuerza ambas manos a la espalda.
—¿Seguro que es buena idea? —dice con voz baja y ronca.
Yo me echo hacia atrás y veo la larga sombra de la ansiedad acechando en sus ojos muy abiertos, y se me desgarra el alma.
—Si no quieres que lo haga, no lo haré.
La miro y deseo borrar la preocupación de su rostro a base de caricias.
Tiro de una de mis manos y ella la suelta. Le toco la mejilla con ternura: su rostro es muy suave.
—¿Qué te preocupa? —pregunto con voz tranquila y dulce.
—Que me dejes.
—Yulia, ¿cuántas veces tengo que decírtelo? No voy a dejarte. Ya me has contado lo peor. No te abandonaré.
—Entonces, ¿por qué no me has contestado?
—¿Contestarte? —murmuro con fingida inocencia.
—Ya sabes de qué hablo, Lena.
Suspiro.
—Quiero saber si soy bastante para ti, Yulia. Nada más.
—¿Y mi palabra no te basta? —dice exasperada, y me suelta.
—Yulia, todo esto ha sido muy rápido. Y tú misma lo has reconocido,estás destrozada de cincuenta mil formas distintas. Yo no puedo darte lo que necesitas—musito—. Eso no es para mí, sobre todo después de haberte visto con Leila. ¿Quién dice que un día no conocerás a alguien a quien le guste hacer lo que tú haces? ¿Y quién dice que tú no… ya sabes… te enamorarás de ella? De alguien que se ajuste mucho mejor a tus necesidades.
Pensar en Yulia con otra persona me pone enferma. Bajo la mirada a mis manos entrelazadas.
—Ya he conocido a varias mujeres a las que les gusta hacer lo que me gusta hacer a mí. Y ninguna de ellas me atraía como me atraes tú. Nunca tuve la menor conexión emocional con ninguna de ellas. No me había sucedido nunca, excepto contigo, Lena.
—Porque nunca les diste una oportunidad. Has pasado demasiado tiempo encerrada en tu fortaleza, Yulia. Mira, hablemos de esto más tarde. Tengo que ir a trabajar. Quizá el doctor Flynn nos pueda orientar esta noche.
Esta es una conversación demasiado importante para tenerla en un parking a las nueve menos diez de la mañana, y parece que Yulia, por una vez, está de acuerdo. Asiente, pero con gesto cauteloso.
—Vamos —ordena, y me tiende la mano.
* * *
Cuando llego a mi mesa, me encuentro una nota pidiéndome que acuda directamente al despacho de Elizabeth. Mi corazón da un vuelco. Oh, ya está. Van a despedirme.
—Elena.
Elizabeth me sonríe amablemente y me señala una silla frente a su mesa. Me siento y la miro, expectante, confiando en que no oiga los latidos desbocados de mi corazón. Ella se alisa su densa cabellera negra y sus ojos azul claro me miran sombríos.
—Tengo malas noticias.
¡Malas, oh, no!
—Te he hecho venir para informarte de que Alex ha dejado la empresa de forma bastante repentina.
Me sonrojo. Para mí eso no es ninguna mala noticia. ¿Debería decirle que ya lo sabía?
—Su apresurada marcha ha dejado su puesto vacante, y nos gustaría que lo ocuparas tú de momento, hasta que encontremos un sustituto.
¿Qué? Siento que la sangre deja de circular por mi cabeza. ¿Yo?
—Pero si solo hace poco más de una semana que trabajo aquí.
—Sí, Elena, lo comprendo, pero Alex siempre estaba elogiando tu
talento. Tenía muchas esperanzas depositadas en ti.
Me quedo sin respiración. Sí, claro: tenía muchas esperanzas en hacérselo conmigo.
—Aquí tienes una descripción detallada de las funciones del puesto.Estúdiala y podemos hablar de ello más tarde.
—Pero…
—Por favor, ya sé que es muy precipitado, pero tú ya has contactado con los autores principales de Alex. Tus anotaciones en los textos no han pasado desapercibidas a los otros editores. Tienes una mente aguda, Elena. Todos creemos que eres capaz de hacerlo.
—De acuerdo.
Esto no puede estar pasando.
—Mira, piénsatelo. Entretanto, puedes utilizar el despacho de Alex.
Se pone de pie, dando por terminada la reunión, y me tiende la mano. Se la estrecho, totalmente aturdida.
—Yo estoy encantada de que se haya ido —murmura, y una expresión de angustia aparece en su cara.
Dios santo. ¿Qué le habría hecho a ella?
Vuelvo a mi mesa, cojo mi BlackBerry y llamo a Yulia.
Contesta al segundo tono.
—Elena, ¿estás bien? —pregunta, preocupada.
—Me acaban de dar el puesto de Alex… —suelto de sopetón—, bueno,temporalmente.
—Estás de broma —comenta, asombrada.
—¿Tú has tenido algo que ver con esto? —pregunto más bruscamente de lo que pretendía.
—No… no, en absoluto. Quiero decir, con todos mis respetos, Elena,que solo llevas ahí poco más de una semana… y no lo digo con ánimo de ofender.
—Ya lo sé. —Frunzo el ceño—. Por lo visto, Alex me valoraba realmente.
—¿Ah, sí? —dice Yulia en tono gélido, y luego suspira—. Bueno, nena,si ellos creen que eres capaz de hacerlo, estoy seguro de que lo eres. Felicidades.Quizá deberíamos celebrarlo después de reunirnos con el doctor Flynn.
—Mmm… ¿Estás segura de que no has tenido nada que ver con esto?
Se queda callada un momento, y después dice con voz queda y
amenazadora:
—¿Dudas de mí? Me enoja mucho que lo hagas.
Trago saliva. Vaya, se enfada muy fácilmente.
—Perdona —musito, escarmentada.
—Si necesitas algo, házmelo saber. Aquí estaré. Y, Elena…
—¿Qué?
—Utiliza la BlackBerry —añade secamente.
—Sí, Yulia.
No cuelga, como yo esperaba, sino que inspira profundamente.
—Lo digo en serio. Si me necesitas, aquí estoy.
Sus palabras son mucho más amables, conciliadoras. Oh, es tan voluble… cambia de humor como una veleta.
—De acuerdo —murmuro—. Más vale que cuelgue. Tengo que instalarme en el despacho.
—Si me necesitas… Lo digo en serio —murmura.
—Lo sé. Gracias, Yulia. Te quiero.
Noto que sonríe al otro lado del teléfono. Me lo he vuelto a ganar.
—Yo también te quiero, nena.
Ah, ¿me cansaré alguna vez de que me diga esas palabras?
—Hablamos después.
—Hasta luego, nena.
Cuelgo y echo un vistazo al despacho de Alex. Mi despacho. Dios santo…Elena Katina, editora en funciones. ¿Quién lo habría dicho? Debería pedir más dinero.
¿Qué pensaría Alex si se enterara? Tiemblo al pensarlo, y me pregunto vagamente qué estará haciendo esta mañana; obviamente, no está en Nueva York como esperaba. Entro en mi nuevo despacho, me siento en el escritorio y empiezo a leer la
descripción del trabajo.
A las doce y media, me llama Elizabeth.
—Lena, necesitamos que vengas a una reunión a la una en punto en la sala de juntas. Asistirán Jerry Roach y Kay Bestie… ya sabes, el presidente y el vicepresidente de la empresa, y todos los editores.
¡Maldición!
—¿Tengo que preparar algo?
—No, es solo una reunión informal que tenemos una vez al mes. E incluye la comida.
—Allí estaré.
Cuelgo.
¡Madre mía! Reviso la lista actualizada de los autores de Alex. Sí, estoy familiarizada con casi todos. Tengo los cinco manuscritos cuya publicación ya está en marcha, y otros dos que deberíamos pensar seriamente en publicar. Respiro profundamente: no puedo creer que ya sea hora de comer. El día ha pasado muy rápido
y eso me encanta. He tenido que asimilar tantas cosas esta mañana. Una señal acústica en mi calendario me avisa de que tengo una cita.
¡Oh, no… Irina! Con tantas emociones me había olvidado de nuestro almuerzo. Busco mi BlackBerry y trato de encontrar a toda prisa su número.
Suena mi teléfono.
—Te esperan en recepción —dice Claire en voz baja.
—¿Quién?
Por un segundo, pienso que puede ser Yulia.
—El dios rubio.
—¿Andrey?
Oh, ¿qué querrá? Inmediatamente me siento culpable por no haberle llamado.
Andrey, vestido con una camisa azul de cuadros, camiseta blanca y vaqueros,sonríe de oreja a oreja en cuanto aparezco.
—¡Uau! Estás muy sexy, Katina —dice, asintiendo con admiración, y me da un abrazo rápido.
—¿Va todo bien? —pregunto.
Él frunce el ceño.
—Toda va bien, Lena. Quería verte, eso es todo. Hacía unos días que no sabía nada de ti y quería averiguar cómo te trata la magnate.
Me ruborizo y no puedo evitar sonreír.
—¡Vale! —exclama Andrey y levanta las manos—. Con esa sonrisa velada me basta. No quiero saber nada más. He venido con la esperanza de que pudieras salir a comer. Voy a matricularme en un curso de psicología en septiembre, aquí en Seattle.Para mi máster.
—Oh, Andrey. Han pasado muchas cosas. Tengo mucho que contarte, pero ahora mismo no puedo. Tengo una reunión. —Y de repente se me ocurre una idea—.¿Podrías hacerme un gran favor, un favor enorme? —le pregunto, entrelazando las manos en gesto de súplica.
—Claro —dice, perplejo ante mi petición.
—Había quedado para comer con la hermana de Yulia y Dimitri, pero no puedo localizarla, y me acaba de surgir esta reunión. ¿Podrías llevarla a comer? ¿Por favor?
—¡Uf, Lena! No quiero hacer de canguro de una mocosa.
—Por favor, Andrey.
Le dedico la mejor caída de las largas pestañas de mis ojos verdes grisáceos. Él alza la mirada con expresión resignada y sé que le he pillado.
—¿Me cocinarás algo? —refunfuña.
—Claro, lo que sea, cuando quieras.
—¿Y dónde está ella?
—Está a punto de llegar.
Y, justo en ese momento, oigo su voz.
—¡Lena! —grita desde la puerta.
Ambos nos damos la vuelta, y ahí está ella: tan alta y curvilínea, con su negra melenita corta, lacia y brillante, y un minivestido verde menta, a juego con unos zapatos de tacón alto con tiras alrededor de sus esbeltos tobillos. Está espectacular.
—¿La mocosa? —susurra él, mirándola boquiabierto.
—Sí. La mocosa que necesita un canguro —le respondo también en un susurro—. Hola, Irina.
Le doy un rápido abrazo y ella se queda mirando a Andrey con bastante descaro.
—Irina… este es Andrey, el hermano de Nastya.
Él asiente arqueando las cejas, sorprendido. Irina pestañea repetidamente y le da la mano.
—Encantado de conocerte —murmura Andrey con delicadeza, e Irina, sin palabras por una vez, vuelve a pestañear y se sonroja.
Oh vaya. Me parece que es la primera vez que la veo ruborizarse.
—Yo no puedo salir a comer —digo débilmente—. Pero Andrey ha aceptado acompañarte, si te parece bien. ¿Podríamos quedar nosotras otro día?
—Claro —dice Irina en voz baja.
Irina hablando en voz baja, vaya una novedad.
—Sí. Ya me ocupo yo de ella. Hasta luego, Lena —dice Andrey, y le ofrece el brazo a Irina.
Ella acepta con una sonrisa tímida.
—Adiós, Lena. —Irina se vuelve hacia mí y dice sin palabras, con un guiño exagerado—: ¡Oh, Dios mío!
¡Le gusta! Les despido con la mano mientras salen del edificio. Me
pregunto cuál será la actitud de Yulia con respecto a las citas de su hermana.
Pensar en eso me inquieta. Ella tiene mi edad, de manera que no puede oponerse,¿verdad?
Pero es que estamos hablando de Yulia. Mi fastidiosa subconsciente ha vuelto, con su expresión severa, su rebeca de punto y el bolso colgado del brazo.
Sacudo la cabeza para deshacerme de esa imagen. Irina es una mujer adulta y Yulia puede ser una persona razonable, ¿o no? Desecho esa idea y vuelvo al despacho de Alex… esto… a mi despacho, para preparar la reunión.
A las tres y media ya estoy de vuelta. La reunión ha ido bien. Incluso he conseguido que me aprueben los dos manuscritos que he propuesto. Estoy emocionada.
Sobre mi escritorio hay una enorme cesta de mimbre llena de unas
maravillosas rosas de color blanco y rosa pálido. Uau… solo ya el aroma resulta cautivador. Cojo la tarjeta y sonrío. Sé quién las envía.
Felicidades, señorita Katina
¡Y lo has hecho todo tú sola!
Sin ayuda de tu muy amiga, compañera y megalómana presidenta
Te quiero
Yulia
Saco la BlackBerry para escribirle.
De: Lena Katina
Fecha: 16 de junio de 2011 15:43
Para: Yulia Volkova
Asunto: La megalómana…
… es mi tipo de maníaca favorita. Gracias por las preciosas flores. Han llegado en una enorme cesta de mimbre que me hace pensar en picnics y mantitas.
x
De: Yulia Volkova
Fecha: 16 de junio de 2011 15:55
Para: Lena Katina
Asunto: Aire libre
¿Maníaca, eh? Puede que el doctor Flynn tenga algo que decir sobre essto.
¿Quieres ir de picnic?
Podemos divertirnos mucho al aire libre, Elena…
¿Cómo va el día, nena?
Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
Oh, Dios. Me ruborizo leyendo su respuesta.
De: Lena Katina
Fecha: 16 de junio de 2011 16:00
Para: Yulia Volkova
Asunto: Intenso
El día ha pasado volando. Apenas he tenido un momento para mí, para pensar en nada que no fuera trabajo. ¡Creo que soy capaz de hacer esto! Te contaré más en casa.
Eso del aire libre suena… interesante.
Te quiero.
L x
P.D.: No te preocupes por el doctor Flynn.
Suena el teléfono de mi mesa. Es Claire desde recepción, desesperada por saber quién ha enviado las flores y qué ha pasado con Alex. Enclaustrada en el despacho todo el día, me he perdido los cotilleos. Le cuento apresuradamente que las flores son de mi nova y que sé muy poco sobre la marcha de Alex. Vibra mi BlackBerry: es un nuevo e-mail de Yulia.
De: Yulia Volkova
Fecha: 16 de junio de 2011 16:09
Para: Lena Katina
Asunto: Intentaré…
… no preocuparme.
Hasta luego, nena. x
Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
A las cinco y media, despejo mi mesa. Es increíble lo rápido que ha pasado el día. Tengo que volver al Escala para preparar la entrevista con el doctor Flynn. No he tenido tiempo siquiera de pensar en las preguntas. Puede que hoy tengamos una reunión inicial, y quizá Yulia me deje quedar con él más adelante. Me olvido de eso, salgo a toda prisa del despacho y me despido de Claire con un presuroso gesto de la mano.
También he de pensar en el cumpleaños de Yulia. Sé qué voy a
regalarle. Me gustaría que lo tuviera hoy antes de vernos con el doctor Flynn, pero ¿cómo? Al lado del aparcamiento hay una tiendecita que vende baratijas para turistas.
De repente tengo una inspiración y entro.
* * *
Media hora más tarde entro en el salón y Yulia está de pie, hablando por la BlackBerry y mirando por el gran ventanal. Se da la vuelta, me sonríe radiante y decide poner fin a la llamada.
—Magnífico, Ros. Dile a Barney que partiremos de ahí… Adiós.
Se me acerca con paso decidida y yo la espero tímidamente en el umbral.
Se ha cambiado de ropa, lleva una camiseta blanca y vaqueros, y tiene un aspecto de chica mala muy provocativa… Uau.
—Buenas tardes, señorita Katina —murmura, y se inclina para besarme—.Felicidades por su ascenso.
Me rodea entre sus brazos. Huele maravillosamente.
—Te has duchado.
—Acabo de entrenar con Claude.
—Ah.
—He logrado patearle el culo dos veces.
Yulia sonríe de oreja a oreja como una chaval satisfecha de sí misma. Es una sonrisa contagiosa.
—¿Y eso no ocurre muy a menudo?
—No, y cuando pasa es muy satisfactorio. ¿Tienes hambre?
Niego con la cabeza.
—¿Qué? —exclama ceñuda.
—Estoy nerviosa. Por lo del doctor Flynn.
—Yo también. ¿Qué tal el día?
Me suelta de su abrazo y le hago un breve resumen. Me escucha con atención.
—Ah… tengo que decirte otra cosa —añado—. Había quedado para comer con Irina.
Ella arquea las cejas, sorprendido.
—No me lo habías dicho.
—Ya lo sé. Me olvidé. No he podido ir por culpa de la reunión. Andrey ha ido en mi lugar y ha comido con ella.
Se le oscurece el semblante.
—Ya. Deja de morderte el labio.
—Voy a refrescarme un poco —digo para cambiar de tema, y me doy la vuelta para marcharme antes de que pueda reaccionar.
* * *
La consulta del doctor Flynn queda bastante cerca del apartamento de Yulia. Muy a mano, pienso, para visitas de emergencia.
—Normalmente vengo corriendo desde casa —me dice Yulia cuando aparca mi Saab—. Este coche es estupendo —comenta sonriéndome.
—Yo pienso lo mismo. —Le sonrío a mi vez—. Yulia… Yo…
Le miro con ansiedad.
—¿Qué pasa, Lena?
—Toma. —Saco la cajita de regalo de mi bolso—. Esto es para ti, por tu cumpleaños. Quería dártelo ahora… pero solo si prometes no abrirlo hasta el sábado,¿vale?
Me mira sorprendida, parpadea y traga saliva.
—Vale —murmura cautelosa.
Suspiro profundamente y se lo entrego, sin hacer caso de su perplejidad.
Sacude la cajita, que hace un ruidito muy sugerente. Frunce el ceño. Sé lo desesperada que está por ver qué contiene. Entonces sonríe, y en sus ojos aparece una chispa de emoción juvenil y espontánea. Oh, Dios… aparenta la edad que tiene… y está guapísima.
—No puedes abrirlo hasta el sábado —le advierto.
—Ya lo sé —dice—. ¿Por qué me lo das ahora?
Mete la cajita en el bolsillo interior de su americana azul de raya
diplomática, cerca de su corazón.
Qué apropiado, pienso. Sonrío con complicidad.
—Porque puedo, señorita Volkova.
En sus labios aparece una mueca teñida de ironía.
—Vaya, señorita Katina, me ha copiado la frase.
Una recepcionista amable y de aire eficiente nos hace pasar a la palaciega consulta del doctor Flynn. Saluda a Yulia muy afectuosa, un poco demasiado afectuosa para mi gusto tiene edad para ser su madre, y ella la llama por su nombre.
La sala es sobria: de color verde claro, con dos sofás verde oscuro frente a dos sillones orejeros de piel, y con una atmósfera propia de un club inglés. El doctor Flynn está sentado en su escritorio, al fondo.
Cuando entramos, se pone de pie y se acerca a nosotras en la zona destinada a las visitas. Lleva pantalones negros y una camisa abierta de color azul claro, sin corbata. Sus brillantes ojos azules parecen no perder detalle.
—Yulia.
Sonríe amigablemente.
—John. —Yulia le estrecha la mano—. ¿Te acuerdas de Elena?
—¿Cómo iba a olvidarme? Bienvenida, Elena.
—Lena, por favor —balbuceo, y él me da la mano con energía.
Me encanta su acento inglés.
—Lena —dice afablemente, y nos acompaña hasta los sofás.
Yulia me señala uno de ellos. Me siento, apoyando la mano en el brazo intentando parecer relajada, y ella se acomoda en el otro en el extremo más próximo a mí, de manera que estamos sentadas en ángulo recto. En medio tenemos una mesita con
una sencilla lámpara. Me llama la atención la caja de pañuelos que hay junto a la lámpara.
Esto no es lo que esperaba. Tenía en mente una estancia austera, blanca con un diván negro de piel.
Con actitud eficiente y relajada, el doctor Flynn se sienta en uno de los sillones orejeros y coge un cuaderno de notas. Yulia cruza las piernas, apoyando un tobillo en la rodilla, y extiende el brazo sobre el respaldo del sofá. Acerca la otra mano a la que tengo sobre el apoyabrazos y me la aprieta para darme ánimos.
—Yulia ha solicitado que estuvieras presente en una de nuestras sesiones —dice el doctor Flynn amablemente—. Para tu información, consideramos estas conversaciones como algo estrictamente confidencial…
Arqueo una ceja e interrumpo a Flynn.
—Esto… eh… he firmado un acuerdo de confidencialidad —murmuro,avergonzada por haberle cortado.
Los dos se me quedan mirando, y Yulia me suelta la mano.
—¿Un acuerdo de confidencialidad?
El doctor Flynn frunce el ceño y mira a Yulia, intrigado.
Ella se encoge de hombros.
—¿Empiezas todas tus relaciones con mujeres firmando un acuerdo de ese tipo? —le pregunta el doctor Flynn.
—Con las contractuales, sí.
El doctor Flynn esboza una mueca.
—¿Has tenido otro tipo de relaciones con mujeres? —pregunta, y parece divertido.
—No —contesta Yulia al cabo de un momento, y ella también parece divertida.
—Eso pensaba. —El doctor Flynn vuelve a dirigirse a mí—. Bien, supongo que no tenemos que preocuparnos por el tema de la confidencialidad, pero ¿puedo sugerir que habléis entre vosotras sobre eso en algún momento? Según tengo entendido,
no estáis sujetos a una relación contractual.
—Yo espero llegar a otro tipo de contrato —dice Yulia en voz baja,mirándome.
Me ruborizo y el doctor Flynn entorna los ojos.
—Lena. Tendrás que perdonarme, pero probablemente sepa más de ti de lo que crees. Yulia se ha mostrado muy comunicativa.
Nerviosa, miro de reojo a Yulia. ¿Qué le ha dicho?
—¿Un acuerdo de confidencialidad? —prosigue—. Eso debió de impactarte mucho.
Le miro algo desconcertada.
—Bueno, eso me parece una nimiedad comparado con lo que Yulia me ha revelado últimamente —contesto con un hilo de voz, sonando bastante nerviosa.
—De eso estoy seguro. —El doctor Flynn me sonríe afectuosamente—.Bueno, Yulia, ¿de qué querías hablar?
Yulia se encoge de hombros como una adolescente hosca.
—Era Elena la que quería verte. Tal vez deberías preguntárselo a ella.
El doctor Flynn vuelve a mostrarse sorprendido y me observa con perspicacia.
Dios. Esto es una tortura. Yo me miro las manos.
—¿Estarías más a gusto si Yulia nos dejara un rato a solas?
Clavo los ojos en Yulia, que me devuelve una mirada expectante.
—Sí —susurro.
Yulia tuerce el gesto y abre la boca, pero vuelve a cerrarla enseguida y se pone de pie con un rápido y ágil movimiento.
—Estaré en la sala de espera —dice, y su boca dibuja una mueca de contrariedad.
Oh, no.
—Gracias, Yulia —dice el doctor Flynn, impasible.
Yulia me dedica una mirada escrutadora, y luego sale con paso enérgico de la habitación… aunque sin dar un portazo. Uf. Me relajo al instante.
—¿Te intimida?
—Sí. Pero no tanto como antes.
Me siento desleal, pero es la verdad.
—Eso no me sorprende, Lena. ¿En qué puedo ayudarte?
Bajo la mirada hacia mis manos enlazadas. ¿Qué puedo preguntar?
—Doctor Flynn, esta es mi primera relación con una mujer, y Yulia es… bueno, es Yulia. Durante la última semana han pasado muchas cosas, y no he tenido oportunidad de analizarlas.
—¿Qué necesitas analizar?
Levanto la vista hacia él. Me está mirando con la cabeza ladeada y, creo, semblante compasivo.
—Bueno… Yulia me dice que le parece bien renunciar a… eh…
Balbuceo y me callo. Es mucho más difícil hablar de esto de lo que pensaba.
El doctor Flynn suspira.
—Lena, en el breve tiempo que hace que la conoces, has hecho más progresos que yo en los dos años que la he tenido como paciente. Has causado un profundo efecto en ella. Eso tienes que verlo.
—Ella también ha causado un profundo efecto en mí. Es solo que no sé si seré bastante para ella. Para satisfacer sus necesidades —susurro.
—¿Es eso lo que necesitas de mí? ¿Que te tranquilice?
Asiento.
—Yulia necesita un cambio —dice sencillamente—. Se ha visto en una situación en la que sus métodos para afrontarla ya no le sirven. Es algo muy simple: tú la has obligado a enfrentarse a algunos de sus demonios, y a recapacitar.
Le miro fijamente. Eso cuadra bastante con lo que Yulia me ha contado.
—Sí, sus demonios —murmuro.
—No profundizaremos en ellos… son cosa del pasado. Yulia ya sabe cuáles son sus demonios, como yo… y estoy seguro de que ahora tú también. Me preocupa mucho más el futuro, y conducir a Yulia al lugar donde quiere estar.
Frunzo el ceño y él levanta una ceja.
—El término técnico es SFBT… lo siento. —Sonríe—. Son las siglas en inglés de «terapia breve centrada en soluciones». Está básicamente orientada a alcanzar un objetivo. Nos concentramos en la meta a la que quiere llegar Yulia y en
cómo conducirle hasta allí. Es un enfoque dialéctico. No tiene sentido culpabilizarse por el pasado: eso ya lo han analizado todos los médicos, psicólogos y psiquiatras que han visitado a Yulia. Sabemos por qué es como es, pero lo importante es el futuro.
A qué aspira Yulia, adónde quiere llegar. Hizo falta que la abandonaras para que ella aceptara seriamente este tipo de terapia. Es consciente de que su objetivo es una relación amorosa contigo. Es así de simple, y ahora trabajaremos sobre eso. Hay obstáculos, naturalmente: su hafefobia, por ejemplo.
¿Su qué? Le miro boquiabierta.
—Perdona. Me refiero a su miedo a que la toquen —dice el doctor Flynn, y mueve la cabeza como regañándose a sí mismo—. Del que estoy convencido de que eres consciente.
Me ruborizo y asiento. ¡Ah, eso!
—Sufre un aborrecimiento mórbido hacia sí misma. Estoy seguro de que esto no te sorprende. Y, por supuesto, está la… parasomnia… esto… perdona, dicho llanamente, los terrores nocturnos.
Parpadeo e intento absorber todas esas complejas palabras. Todo eso ya lo sé, pero el doctor Flynn no ha mencionado mi preocupación principal.
—Pero es una sádica. Seguro que, como tal, tiene necesidades que yo no puedo satisfacer.
El doctor Flynn alza la vista al cielo con gesto exasperado y aprieta los labios.
—Eso ya no se considera un término psiquiátrico. No sé cuántas veces se lo he repetido a Yulia. Ni siquiera se considera una parafilia desde los años noventa.
El doctor Flynn ha conseguido que vuelva a perderme. Le miro y parpadeo.
Él reacciona con una sonrisa amable.
—Esa es mi cruz —afirma meneando la cabeza—.Simplemente Yulia piensa lo peor en cualquier situación. Forma parte de ese aborrecimiento que siente por sí misma. Por supuesto que existe el sadismo sexual, pero no es una enfermedad:es una opción vital. Y si se practica de forma segura, dentro de una relación sana y consentida entre adultos, no hay problema. Por lo que yo sé, todas las relaciones BDSM que ha mantenido Yulia han sido así. Tú eres la primera amante que no lo ha
consentido, de manera que está dispuesta a no hacerlo.
¡Amante!
—Pero seguramente no resulte tan sencillo.
—¿Por qué no?
El doctor Flynn se encoge de hombros con expresión afable.
—Bien… las razones por las que lo hace.
—Esa es la cuestión, Lena. En términos de la terapia breve centrada en soluciones, es así de simple. Yulia quiere estar contigo. Para eso, tiene que renunciar a los aspectos más extremos de ese tipo de relación. Al fin y al cabo, lo que
tú pides es razonable… ¿verdad?
Me sonrojo. Sí, es razonable, ¿verdad?
—Eso pienso yo. Pero me preocupa lo que piense ella.
—Yulia lo ha admitido y ha actuado en consecuencia. Ella no está loca.—El doctor Flynn suspira—. En resumen, no es una sádica, Lena. Es una joven brillante,airada y asustada, a quien al nacer le tocó una espantosa mano de cartas en la vida.
Todos podemos golpearnos el pecho de indignación ante esa injusticia, y analizar hasta la extenuación el quién, el cómo y el porqué de todo ello; o Yulia puede avanzar y decidir cómo quiere vivir de ahora en adelante. Había descubierto algo que le funcionó durante unos años, más o menos, pero desde que te conoció, ya no le funciona. Y en consecuencia, ha cambiado su modus operandi. Tú y yo tenemos que respetar su elección y apoyarle.
Le miro confusa.
—¿Y esa es mi garantía de tranquilidad?
—La mejor posible, Lena. En esta vida no hay garantías. —Sonríe—. Y esta es mi opinión profesional.
Le devuelvo una débil sonrisa. Bromas de médicos… vaya.
—Pero ella se considera una especie de alcohólica en rehabilitación.
—Yulia siempre pensará lo peor de sí misma. Como he dicho, eso forma parte del aborrecimiento que siente por sí misma. Es su carácter, pase lo que pase. Naturalmente, hacer ese cambio en su vida la preocupa. Se expone potencialmente a todo un universo de sufrimiento emocional, del cual, por cierto, tuvo
un anticipo cuando tú la dejaste. Es lógico que se muestre aprensiva. —Hace una pausa—. No voy a insistir más en la importancia de tu papel en esta conversión de Damasco… en su camino hacia Damasco. Pero la tiene, y mucha. Yulia no estaría en este punto si no te hubiera conocido. Personalmente yo no creo que la del alcohólica sea una buena analogía, pero si por ahora le sirve, pienso que deberíamos concederle el beneficio de la duda.
Concederle a Yulia el beneficio de la duda. Frunzo el ceño ante la idea.
—Emocionalmente, Yulia es una adolescente, Lena. Pasó totalmente de largo por esa fase de su vida. Ha canalizado todas sus energías en triunfar en el mundo de los negocios, y ha superado todas las expectativas. Ahora tiene que poner al día su universo emocional.
—¿Y yo cómo puedo ayudarle?
El doctor Flynn se echa a reír.
—Limítate a seguir haciendo lo que estás haciendo. —Me sonríe—.Yulia está perdidamente enamorada. Es fantástico verla así.
Me ruborizo, y la diosa que llevo dentro se abraza entusiasmada, pero hay algo que me sigue preocupando.
—¿Puedo preguntarle una cosa más?
—Por supuesto.
Suspiro profundamente.
—Una parte de mí piensa que, si Yulia no estuviera tan destrozada, no me querría… a mí.
El doctor Flynn arquea las cejas, sorprendido.
—Esa es una valoración muy negativa de ti misma, Lena. Y, francamente,dice más sobre ti que sobre Yulia. No llega al nivel de su odio hacia sí misma,pero me sorprende.
—Bueno, mírela a ella… y luego míreme a mí.
El doctor Flynn tuerce el gesto.
—Lo he hecho. He visto a una mujer joven y atractiva, y a otra mujer joven y atractiva. ¿Por qué no te consideras atractiva, Lena?
Oh, no… no quiero que esto se centre ahora mí. Me miro los dedos. En ese momento llaman con energía a la puerta y me sobresalto. Yulia vuelve a entrar en la sala, mirándonos fijamente a ambos. Yo me ruborizo y vuelvo la vista hacia Flynn, que sonríe afablemente a Yulia.
—Bienvenido de nuevo, Yulia—dice.
—Creo que ya ha pasado la hora, John.
—Ya casi estamos, Yulia. Pasa.
Yulia se sienta, a mi lado esta vez, y apoya la mano sobre mi rodilla posesivamente. Un gesto que no le pasa desapercibido al doctor Flynn.
—¿Quieres preguntar algo más, Lena? —inquiere el doctor con
preocupación evidente.
Maldita sea… no debería haberle planteado eso. Niego con la cabeza.
—¿Yulia?
—Hoy no, John.
Flynn asiente.
—Puede que sea beneficioso para las dos que volváis. Estoy seguro de que Lena tendrá más preguntas.
Yulia hace a regañadientes un gesto de conformidad.
Me ruborizo. Oh, no… quiere profundizar. Yulia me da una palmadita en la mano y me mira atentamente.
—¿De acuerdo? —pregunta en voz baja.
Yo le sonrío y asiento. Sí, vamos a concederle el beneficio de la duda, por gentileza del buen doctor inglés.
Yulia me aprieta la mano y se vuelve hacia Flynn.
—¿Cómo está? —pregunta en un susurro.
¿Se refiere… a mí?
—Saldrá de esta —contesta este tranquilizadoramente.
—Bien. Mantenme informado de su evolución.
—Lo haré.
Oh, Dios. Están hablando de Leila.
—¿No deberíamos salir a celebrar tu ascenso? —me pregunta Yulia en un tono inequívoco.
Asiento tímidamente y se pone de pie.
Nos despedimos apresuradamente del doctor Flynn, y Yulia me hace salir con un apremio inusitado.
* * *
Una vez en la calle, se vuelve hacia mí y me mira.
—¿Qué tal ha ido?
Su voz tiene un matiz de ansiedad.
—Ha ido bien.
Me mira con suspicacia. Yo ladeo la cabeza.
—Señorita Volkova, por favor, no me mire de esa manera. Por órdenes del doctor, voy a concederte el beneficio de la duda.
—¿Qué quiere decir eso?
—Ya lo verás.
Tuerce el gesto y entorna los ojos.
—Sube al coche —ordena, y abre la puerta del pasajero del Saab.
Oh… cambio de rumbo. Mi BlackBerry empieza a vibrar. La saco de mi bolso.
¡Oh, no, José!
—¡Hola!
—Lena, hola…
Observo a Cincuenta, que me mira con recelo. «José», articulo en silencio.
Me observa impasible, pero se le endurece la expresión. ¿Cree que no me doy cuenta?
Devuelvo mi atención a José.
—Perdona que no te haya llamado. ¿Es por lo de mañana? —le pregunto a José, pero con los ojos puestos en Yulia.
—Sí, oye: he hablado con un tipo que había en casa de Volkova, así que ya sé dónde tengo que entregar las fotos. Iré allí entre las cinco y las seis… después de eso,estoy libre.
Ah.
—Bueno, de hecho ahora estoy instalada en casa de Yulia, y ella dice que si quieres puedes dormir allí.
Yulia aprieta los labios, que se convierten en una fina y dura línea.
Mmm… menuda anfitriona está hecha.
José se queda callado un momento para digerir la noticia. Yo siento cierta vergüenza. Ni siquiera he tenido la oportunidad de hablar con él sobre Yulia.
—Vale —dice finalmente—. Esto de Volkova… ¿va en serio?
Le doy la espalda al coche y camino hasta el otro lado de la acera.
—Sí.
—¿Cómo de serio?
Pongo los ojos en blanco y me quedo callada. ¿Por qué Yulia tiene que estar escuchando?
—Serio.
—¿Está contigo ahora? ¿Por eso hablas con monosílabos?
—Sí.
—Vale. Entonces, ¿tienes permiso para salir mañana?
—Claro.
Eso espero, y automáticamente cruzo los dedos.
—Bueno, ¿dónde quedamos?
—Puedes venir a buscarme al trabajo —sugiero.
—Vale.
—Te mando un mensaje con la dirección.
—¿A qué hora?
—¿A las seis?
—Muy bien. Quedamos así. Tengo ganas de verte, Lena. Te echo de menos.
Sonrío.
—Estupendo. Nos vemos.
Cuelgo el teléfono y me doy la vuelta.
Yulia está apoyada en el coche, mirándome con una expresión
inescrutable.
—¿Cómo está tu amigo? —pregunta con frialdad.
—Está bien. Me recogerá en el trabajo y supongo que iremos a tomar algo.¿Te apetecería venir con nosotros?
Yulia vacila. Sus ojos azules permanecen fríos.
—¿No crees que intentará algo?
—¡No! —exclamo en tono exasperado… pero me abstengo de poner los ojos en blanco.
—De acuerdo. —Yulia levanta las manos en señal de rendición—. Sal con tu amigo, y ya te veré a última hora de la tarde.
Yo me esperaba una discusión, y su rápido consentimiento me coge a contrapié.
—¿Ves como puedo ser razonable? —dice sonriendo.
Yo tuerzo el gesto. Eso ya lo veremos.
—¿Puedo conducir?
Yulia parpadea, sorprendida por mi petición.
—Preferiría que no.
—¿Por qué, si se puede saber?
—Porque no me gusta que me lleven.
—Esta mañana no te importó, y tampoco parece que te moleste mucho que Igor te lleve.
—Es evidente que confío en la forma de conducir de Igor.
—¿Y en la mía no? —Pongo las manos en las caderas—. Francamente… tu obsesión por el control no tiene límites. Yo conduzco desde los quince años.
Ella responde encogiéndose de hombros, como si eso no tuviera la menor importancia. ¡Oh… es tan exasperante! ¿Beneficio de la duda? Al carajo.
—¿Es este mi coche? —pregunto.
Ella me mira con el ceño fruncido.
—Claro que es tu coche.
—Pues dame las llaves, por favor. Lo he conducido dos veces, y únicamente para ir y volver del trabajo. Solo lo estás disfrutando tú.
Estoy a punto de hacer un puchero. Yulia tuerce la boca para disimular una sonrisa.
—Pero si no sabes adónde vamos.
—Estoy segura de que usted podrá informarme, señorita Volkova Hasta ahora lo ha hecho muy bien.
Se me queda mirando, atónita, y entonces sonríe, con esa nueva sonrisa tímida que me desarma totalmente y me deja sin respiración.
—¿Así que lo he hecho bien, eh? —murmura.
Me sonrojo.
—En general, sí.
—Bien, en ese caso…
Me da las llaves, se dirige hasta la puerta del conductor y me la abre.
* * *
—Aquí a la izquierda —ordena Yulia, mientras circulamos en dirección norte hacia la interestatal 5—. Demonios… cuidado, Lena.
Se agarra al salpicadero.
Oh, por Dios. Pongo los ojos en blanco, pero no me vuelvo a mirarle. Van Morrison canta de fondo en el equipo de sonido del coche.
—¡Más despacio!
—¡Estoy yendo despacio!
Yulia suspira.
—¿Qué te ha dicho el doctor Flynn?
Capto la ansiedad que emana de su voz.
—Ya te lo he explicado. Dice que debería concederte el beneficio de la duda.
Maldita sea… quizá debería haber dejado que condujera Yulia. Así podría observarle. De hecho… Pongo el intermitente para detener el coche.
—¿Qué estás haciendo? —espeta, alarmada.
—Dejar que conduzcas tú.
—¿Por qué?
—Así podré mirarte.
Se echa a reír.
—No, no… querías conducir tú. Así que sigue conduciendo, y yo te miraré a ti.
Le pongo mala cara.
—¡No apartes la vista de la carretera! —grita.
Me hierve la sangre. ¡Hasta aquí! Acerco el coche al bordillo justo delante de un semáforo, salgo del coche dando un portazo y me quedo de pie en la acera, con los brazos cruzados. La fulmino con la mirada. Ella también se baja del Saab.
—¿Qué estás haciendo? —pregunta enfurecida.
—No, ¿qué estás haciendo tú?
—No puedes aparcar aquí.
—Ya lo sé.
—Entonces, ¿por qué aparcas?
—Porque ya estoy harta de que me des órdenes a gritos. ¡O conduces tú o dejas de comentar cómo conduzco!
—Elena, vuelve a entrar en el coche antes de que nos pongan una multa.
—No.
Me mira y parpadea, sin saber qué decir; entonces se pasa la mano por el pelo, y su enfado se convierte en desconcierto. De repente está tan graciosa, que no puedo evitar sonreírle. Ella frunce el ceño.
—¿Qué? —me grita otra vez.
—Tú.
—¡Oh, Elena! Eres la mujer más frustrante que he conocido en mi vida.
—Levanta las manos al aire, exasperada—. Muy bien, conduciré yo.
Le agarro por las solapas de la chaqueta y la acerco a mí.
—No… usted es la mujer más frustrante que he conocido en mi vida,señorita Volkova
Ella sube los ojos hacia mí, oscuros e intensos, luego desliza los brazos alrededor de mi cintura y me abraza muy fuerte.
—Entonces puede que estemos hechas la una para la otra —dice en voz baja con la nariz hundida en mi pelo, e inspira profundamente.
La rodeo con los brazos y cierro los ojos. Por primera vez desde esta mañana, me siento relajada.
—Oh… Lena, Lena, Lena —susurra, con los labios pegados a mi cabello.
Estrecho mi abrazo y nos quedamos así, inmóviles, disfrutando de un momento de inesperada tranquilidad en la calle. Me suelta y me abre la puerta del pasajero. Entro y me siento en silencio, mirando como ella rodea el coche.
Arranca y se incorpora al tráfico, canturreando abstraída al son de Van Morrison.
Uau. Nunca la había oído cantar, ni siquiera en la ducha, nunca. Frunzo el ceño. Tiene una voz encantadora… cómo no. Mmm… ¿me habrá oído él cantar?
¡Si fuera así, no te habría pedido que te casaras con ella! Mi subconsciente tiene los brazos cruzados, vestida con estampado de cuadros Burberry. Termina la canción y Yulia sonríe satisfecha.
—Si nos hubieran puesto una multa, este coche está a tu nombre, ¿sabes?
—Bueno, pues qué bien que me hayan ascendido. Así podré pagarla —digo con suficiencia, mirando su encantador perfil.
Esboza una media sonrisa. Empieza a sonar otra canción de Van Morrison mientras Yulia se incorpora al carril que lleva a la interestatal 5, en dirección norte.
—¿Adónde vamos?
—Es una sorpresa. ¿Qué más te ha dicho Flynn?
Suspiro.
—Habló de la FFFSTB o no sé qué terapia.
—SFBT. La última opción terapéutica —musita.
—¿Has probado otras?
Yulia suelta un bufido.
—Nena, me he sometido a todas. Cognitiva, freudiana, funcionalista,Gestalt, del comportamiento… Escoge la que quieras, que durante estos años seguro que la he probado —dice en un tono que delata su amargura.
El resentimiento que destila su voz resulta angustiosa.
—¿Crees que este último enfoque te ayudará?
—¿Qué ha dicho Flynn?
—Que no escarbáramos en tu pasado. Que nos centráramos en el futuro…en la meta a la que quieres llegar.
Yulia asiente, pero se encoge de hombros al mismo tiempo con
expresión cauta.
—¿Qué más? —insiste.
—Ha hablado de tu miedo a que te toquen, aunque él lo ha llamado de otra forma. Y sobre tus pesadillas, y el odio que sientes hacia ti misma.
La observo a la luz del crepúsculo y se la ve pensativa, mordisqueándose el pulgar mientras conduce. Vuelve la cabeza hacia mí.
—Mire a la carretera, señorita Volkova—le riño.
Parece divertida y levemente irritada.
—Habéis estado hablando mucho rato, Elena. ¿Qué más te ha dicho?
Yo trago saliva.
—Él no cree que seas una sádica —murmuro.
—¿De verdad? —dice Yulia en voz baja y frunce el ceño.
La atmósfera en el interior del coche cae en picado.
—Dice que la psiquiatría no admite ese término desde los años noventa —musito, intentando recuperar de inmediato el buen ambiente.
La cara de Yulia se ensombrece y lanza un suspiro.
—Flynn y yo tenemos opiniones distintas al respecto.
—Él dice que tú siempre piensas lo peor de ti misma. Y yo sé que eso es verdad —murmuro—. También ha mencionado el sadismo sexual… pero ha dicho que eso es una opción vital, no un trastorno psiquiátrico. Quizá sea en eso en lo que estás
pensando.
Vuelve a fulminarme con la mirada y aprieta los labios.
—Así que tienes una charla con el médico y te conviertes en una experta —comenta con acidez, y vuelve a mirar al frente.
Oh, vaya… Suspiro.
—Mira… si no quieres oír lo que me ha dicho, entonces no preguntes —replico en voz baja.
No quiero discutir. De todas formas, tiene razón… ¿Qué demonios sé yo de todo esto? ¿Quiero saberlo siquiera? Puedo enumerar los puntos principales: su obsesión por el control, su posesividad, sus celos, su sobreprotección… y comprendo perfectamente de dónde proceden. Incluso puedo entender por qué no le gusta que la toquen: he visto las cicatrices físicas. Las mentales solo puedo imaginarlas, y únicamente en una ocasión he tenido un atisbo de sus pesadillas. Y el doctor Flynn ha
dicho…
—Quiero saber de qué habéis hablado —interrumpe Yulia mi reflexión.
Deja la interestatal 5 en la salida 172 y se dirige al oeste, hacia el sol que se pone lentamente.
—Ha dicho que yo era tu amante.
—¿Ah, sí? —Ahora su tono es conciliador—. Bueno, es bastante maniático con los términos. A mí me parece una descripción bastante exacta. ¿A ti, no?
—¿Tú considerabas amantes a tus sumisas?
Yulia frunce una vez más el ceño, pero ahora con gesto pensativo. Hace girar suavemente el Saab de nuevo en dirección norte. ¿Adónde vamos?
—No. Eran compañeras sexuales —murmura, con voz cauta—. Tú eres mi única amante. Y quiero que seas algo más.
Oh… ahí está otra vez esa palabra mágica, rebosante de posibilidades. Eso me hace sonreír, y me abrazo a mí misma por dentro, intentando contener mi alegría.
—Lo sé —susurro, haciendo esfuerzos para ocultar la emoción—. Solo necesito un poco de tiempo, Yulia. Para reflexionar sobre estos últimos días.
Ella me mira con la cabeza ladeada, extrañada, perpleja.
El semáforo ante el que estamos parados se pone verde. Yulia asiente y sube la música. La conversación ha terminado.
Van Morrison sigue cantando con más optimismo ahora sobre una noche maravillosa para bailar bajo la luna. Contemplo por la ventanilla los pinos y los abetos cubiertos por la pátina dorada de la luz crepuscular, y sus sombras alargadas que se extienden sobre la carretera. Yulia ha girado por una calle de aspecto más residencial, y enfilamos hacia el oeste, hacia el Sound.
—¿Adónde vamos? —pregunto otra vez cuando volvemos a girar.
Atisbo la señal de la calle: 9TH AVE. NW. Estoy desconcertada.
—Sorpresa —dice, y sonríe misteriosamente.
VIVALENZ28- Mensajes : 921
Fecha de inscripción : 04/08/2014
Re: 50 SOMBRAS MÁS OSCURAS// ADAPTACIÓN
18
Yulia sigue conduciendo junto a unas casas de madera de planta baja bien conservadas, donde se ve a niños jugando a baloncesto en los patios y recorriendo las calles en bicicleta. Las casas están rodeadas de árboles y todo tiene un aspecto
próspero y apacible. Quizá vayamos a visitar a alguien. Pero ¿a quién?
Al cabo de unos minutos, Yulia da un giro cerrado a la izquierda y nos detenemos frente a dos vistosas verjas blancas de metal, enclavadas en un muro de piedra de unos dos metros de alto. Yulia aprieta un botón de su manija y una pantallita eléctrica desciende con un leve zumbido en el lateral de su puerta. Pulsa un número en el panel y las verjas se abren dándonos la bienvenida.
Ella me mira de reojo y su expresión ha cambiado. Parece indecisa, nerviosa incluso.
—¿Qué es esto? —pregunto, sin poder disimular cierta inquietud en mi tono.
—Una idea —dice en voz baja, y el Saab atraviesa suavemente la entrada.
Subimos por un sendero bordeado de árboles, con anchura suficiente para dos coches. A un lado los árboles rodean una zona boscosa, y al otro se extiende un terreno hermoso de antiguos campos de cultivo dejados en barbecho. La hierba y las flores silvestres han invadido el lugar, recreando un paisaje rural idílico: un prado,donde sopla suavemente la brisa del atardecer y el sol crepuscular tiñe de oro las flores. Es una estampa deliciosa que transmite una gran tranquilidad, y de pronto me imagino tumbada sobre la hierba, contemplando el azul claro de un cielo estival. La idea es tentadora, aunque por algún extraño motivo me provoca añoranza. Es una sensación muy extraña.
El sendero traza una curva y se abre a un amplio camino de entrada frente a una impresionante casa, de estilo mediterráneo, construida en piedra de suave tonalidad rosácea. Es una mansión suntuosa. Todas las luces están encendidas y las ventanas refulgen en el ocaso. Hay un BMW negro aparcado frente a un garaje de cuatro plazas, pero Yulia se detiene junto al grandioso pórtico.
Mmm… me pregunto quién vivirá aquí. ¿Por qué hemos venido?
Yulia me mira ansiosa mientras apaga el motor del coche.
—¿Me prometes mantener una actitud abierta? —pregunta.
Frunzo el ceño.
—Yulia, desde el día en que te conocí he necesitado mantener una actitud abierta.
Ella sonríe con ironía y asiente.
—Buena puntualización, señorita Katina. Vamos.
Las puertas de madera oscura se abren, y en el umbral nos espera una mujer de pelo castaño oscuro, sonrisa franca y un traje chaqueta ceñido de color lila. Yo me alegro de haberme puesto mi nuevo vestido azul marino sin mangas para impresionar al doctor Flynn. Vale, no llevo unos tacones altísimos como ella, pero aun así no voy con vaqueros.
—Señorita Volkova—le saluda con una cálida sonrisa, y le estrecha la mano.
—Señorita Kelly —responde ella cortésmente.
Ella me sonríe y me tiende la mano. Se la estrecho, y me doy cuenta de que se ruboriza, con esa expresión de: «¿No es una mujer de ensueño? Ojalá fuera mío».
—Grace Kelly —se presenta con aire jovial.
—Lena Katina —respondo con un hilo de voz.
¿Quién es esta mujer? Se hace a un lado para dejarnos pasar a la casa y al entrar, me quedo estupefacta: está vacía… completamente vacía. Estamos en un vestíbulo inmenso. Las paredes son de un amarillo tenue y desvaído y conservan las
marcas de los cuadros que debían de estar colgados allí. Lo único que queda son unas lámparas de cristal de diseño clásico. Los suelos son de madera noble descolorida.
Las puertas que tenemos a los lados están cerradas, pero Yulia no me da tiempo para poder asimilar qué está pasando.
—Ven —dice.
Me coge de la mano y me lleva por el pasillo abovedado que tenemos delante hasta otro vestíbulo interior más grande. Está presidido por una inmensa escalinata curva con una intrincada barandilla de hierro, pero Yulia tampoco se detiene ahí. Me conduce a través del salón principal, que también está vacío salvo por una enorme alfombra de tonos dorados desvaídos: la alfombra más grande que he visto en mi vida. Ah… y hay cuatro arañas de cristal.
Pero las intenciones de Yulia quedan claras cuando cruzamos la estancia y salimos a través de unas grandes puertas acristaladas a una amplia terraza de piedra. Debajo de nosotros hay una extensión de cuidado césped del tamaño de medio
campo de fútbol y, más allá, está la vista… Uau.
La ininterrumpida vista panorámica resulta impresionante, sobrecogedora incluso: el crepúsculo sobre el Sound. A lo lejos se alza la isla de Bainbridge, y más lejos aún, en este cristalino atardecer, el sol se pone lentamente, irradiando llamaradas
sanguíneas y anaranjadas, por detrás del parque nacional Olympic. Tonalidades carmesíes se derraman sobre el cielo cerúleo, junto con trazos de ópalo y aguamarinas mezclados con el púrpura oscuro de los escasos jirones de nubes y la tierra más allá del Sound. Es la naturaleza en su máxima expresión, una orquestada sinfonía visual que se refleja en las aguas profundas y calmas del estrecho de Puget. Y yo me pierdo
contemplando la vista… intentando absorber tanta belleza.
Me doy cuenta de que contengo la respiración, sobrecogida, y Yulia sigue sosteniendo mi mano. Cuando por fin aparto los ojos de ese grandioso espectáculo, veo que ella me mira de reojo, inquieta.
—¿Me has traído aquí para admirar la vista? —susurro.
Ella asiente con gesto serio.
—Es extraordinaria, Yulia. Gracias —murmuro, y dejo que mis ojos la saboreen una vez más.
Ella me suelta la mano.
—¿Qué te parecería poder contemplarla durante el resto de tu vida? —musita.
¿Qué? Vuelvo la cara como una exhalación hacia ella, mis atónitos ojos verdegris hacia los suyos azules y pensativos. Creo que estoy con la boca completamente abierta, mirándole sin dar crédito.
—Siempre he querido vivir en la costa —dice—. He navegado por todo el Sound soñando con estas casas. Esta lleva poco tiempo en venta. Quiero comprarla,echarla abajo y construir otra nueva… para nosotros —susurra, y sus ojos brillan trasluciendo sus sueños y esperanzas.
Madre mía. No sé cómo consigo mantenerme en pie. La cabeza me da vueltas. ¡Vivir aquí! ¡En este precioso refugio! Durante el resto de mi vida…
—Solo es una idea —añade cautelosa.
Vuelvo a echar un vistazo hacia el interior de la casa. ¿Qué puede valer?
Deben de ser… ¿qué, cinco, diez millones de dólares? No tengo ni idea. Madre mía.
—¿Por qué quieres echarla abajo? —pregunto, mirándole otra vez.
Le cambia la cara. Oh, no.
—Me gustaría construir una casa más sostenible, utilizando las técnicas ecológicas más modernas. Dimitri podría diseñarla.
Vuelvo a mirar el salón. La señorita Grace Kelly está en el extremo opuesto,merodeando junto a la entrada. Es la agente inmobiliaria, claro. Me fijo en que la estancia es enorme y que tiene doble altura, como el salón del Escala. Hay una galería
balaustrada arriba, que debe de ser el rellano de la planta superior. Y una chimenea inmensa y toda una hilera de ventanales que se abren a la terraza. Posee un encanto
clásico.
—¿Podemos echar un vistazo a la casa?
Ella me mira, parpadeando.
—Claro.
Se encoge de hombros, un tanto desconcertada.
Cuando volvemos a entrar, a la señorita Kelly se le ilumina la cara como a una niña en Navidad. Está encantada de proporcionarnos una visita guiada y poder exponer su elaborado discurso.
La casa es enorme: mil cien metros cuadrados en una finca de dos hectáreas y media de terreno. Además del salón principal, hay una cocina con zona de comedor no, más bien sala para banquete, con una salita familiar contigua ¡familiar!,además de una sala de música, una biblioteca, un estudio y, para gran sorpresa mía, una piscina cubierta y un pequeño gimnasio con sauna y baño de vapor. Abajo, en el sótano, hay una sala de cine uau y un cuarto de juegos. Mmm… ¿qué tipo de
juegos practicaremos aquí?
La señorita Kelly nos va señalando todo tipo de detalles y ventajas, pero en esencia la casa es preciosa y se nota que un día fue el hogar de una familia feliz. Ahora está un poco descuidada, pero nada que no se pueda arreglar con una buena reforma.
Subimos detrás de la señorita Kelly la magnífica escalinata principal hasta la planta de arriba, y apenas puedo contener la emoción: esta casa tiene todo lo que se puede desear en un hogar.
—¿No podría convertirse la casa ya existente en una más ecológica y autosostenible?
Yulia me mira parpadeando, desconcertada.
—Tendría que preguntárselo a Dimitri. Él es el experto.
La señorita Kelly nos lleva a la suite principal, con unos ventanales hasta el techo que dan a un balcón, donde las vistas son también espectaculares. Me podría pasar todo el día sentada en la cama mirando a través de los ventanales, contemplando los barcos navegar y los sutiles cambios del tiempo.
En esta planta hay cinco dormitorios más. ¡Niños! Aparto inmediatamente esa idea. Ya tengo demasiadas cosas en las que pensar. La señorita Kelly está sugiriéndole a Yulia que en la finca se podrían instalar unas cuadras y un cercado.
¡Caballos! Aparecen en mi mente imágenes terroríficas de mis escasas clases de equitación, pero Yulia no parece estar escuchándola.
—¿El cercado estaría en los terrenos del prado? —pregunto.
—Sí —contesta radiante la señorita Kelly.
Para mí el prado es un sitio donde tumbarse sobre la hierba alta y hacer picnics, no para que retocen malvados cuadrúpedos satánicos.
Cuando volvemos al salón principal, la señorita Kelly se retira
discretamente y Yulia vuelve a llevarme a la terraza. El sol ya se ha puesto y las luces urbanas de la península de Olympic centellean en el extremo más alejado del Sound.
Yulia me toma entre sus brazos, me levanta la barbilla con el dedo índice y clava sus ojos en mí.
—¿Demasiadas cosas que digerir? —pregunta con una expresión inescrutable.
Asiento.
—Quería comprobar que te gustaba antes de comprarla.
—¿La vista?
Asiente.
—La vista me encanta, y esta casa también.
—¿Te gusta?
Sonrío tímidamente.
—Yulia, me tuviste ya desde el prado.
Ella separa los labios e inhala profundamente. Luego una sonrisa transforma su cara, y de pronto hunde las manos en mi cabello y sus labios cubren mi boca.
* * *
Cuando volvemos en coche a Seattle, Yulia está mucho más animada.
—Entonces, ¿vas a comprarla? —pregunto.
—Sí.
—¿Pondrás a la venta el apartamento del Escala?
Frunce el ceño.
—¿Por qué iba a hacer eso?
—Para pagar la…
Mi voz se va perdiendo… claro. Me ruborizo.
Me sonríe con suficiencia.
—Créeme, puedo permitírmelo.
—¿Te gusta ser rica?
—Sí. Dime de alguien a quien no le guste —replica en tono adusto.
Vale, dejemos rápidamente ese tema.
—Elena, si aceptas mi proposición, tú también vas a tener que aprender a ser rica —añade en voz baja.
—La riqueza es algo a lo que nunca he aspirado, Yulia —digo con gesto ceñudo.
—Lo sé, y eso me encanta de ti. Pero también es verdad que nunca has pasado hambre —concluye, y sus palabras tienen un tono de grave solemnidad.
—¿Adónde vamos? —pregunto animadamente para cambiar de tema.
Yulia se relaja.
—A celebrarlo.
¡Oh!
—¿A celebrar qué, la casa?
—¿Ya no te acuerdas? Tu puesto de editora.
—Ah, sí.
Sonrío exultante. Es increíble que lo haya olvidado.
—¿Dónde?
—Arriba en mi club.
—¿En tu club?
—Sí. En uno de ellos.
* * *
El Mile High Club está en el piso setenta y seis de la Columbia Tower, más alto incluso que el ático de Yulia. Es muy moderno y tiene las vistas más alucinantes de todo Seattle.
—¿Una copa, señora?
Yulia me ofrece una copa de champán frío. Estoy sentada en un taburete de la barra.
—Vaya, gracias, señorita —digo, pronunciando seguramente la última palabra con un pestañeo provocativo.
Ella me mira fijamente y su semblante se oscurece turbadoramente.
—¿Está coqueteando conmigo, señorita Katina?
—Sí, señorita Volkova, estoy coqueteando. ¿Qué piensa hacer al repecto?
—Seguro que se me ocurrirá algo —dice con voz ronca—. Ven, nuestra mesa está lista.
Cuando nos estamos acercando a la mesa, Yulia me sujeta del codo y me para.
—Ve a quitarte las bragas —susurra.
¿Oh? Un delicioso cosquilleo me recorre la columna.
—Ve —ordena en voz baja.
Uau… ¿qué? Ella no sonríe; permanece tremendamente seria. A mí se me tensan todos los músculos por debajo de la cintura. Le doy mi copa de champán, giro sobre mis talones y me dirijo hacia el baño.
Oh, Dios… ¿qué va a hacer? Quizá el club se llame así con razón: los que practican sexo a más de un kilómetro y medio de altura.
Los baños son el último grito en diseño: todo en madera oscura y granito negro, con focos halógenos colocados estratégicamente. En la intimidad del compartimento, sonrío mientras me quito la ropa interior. Nuevamente me alegro de
haberme puesto el vestido azul marino sin mangas. Pensé que era el atuendo apropiado para ir a ver al doctor Flynn: no había previsto que la velada tomara este rumbo inesperado.
Ya estoy excitada. ¿Por qué esta mujer tiene ese poder sobre mí? Me irrita un poco esa facilidad con la que caigo bajo su embrujo. Ahora sé que no vamos a pasarnos la noche hablando sobre todos nuestros asuntos y los recientes acontecimientos… pero ¿cómo resistirme a ella?
Examino mi aspecto en el espejo: tengo el rostro encendido y los ojos me brillan de excitación. Asuntos, estrategias…
Respiro profundamente y me encamino de vuelta al salón. La verdad es que no es la primera vez que voy sin bragas. La diosa que llevo dentro va envuelta en una boa de plumas rosa y diamantes, y se pavonea con sus zapatos de fulana.
Cuando llego a la mesa Yulia se levanta educadamente con una
expresión indescifrable. Exhibe su pose habitual, tranquila, serena y contenida.
Naturalmente, yo sé que no es así.
—Siéntate a mi lado —dice. Me deslizo en el asiento y ella vuelve a sentarse—. He elegido por ti. Espero que no te importe.
Me entrega mi copa de champán mirándome fijamente, y su mirada escrutadora me enciende de nuevo la sangre. Apoya las manos en los muslos. Yo me tenso y separo un poco las piernas.
Llega el camarero con una bandeja de ostras sobre hielo picado. Ostras…
El recuerdo de las dos en el comedor privado del Heathman aparece en mi mente.
Estábamos hablando de su contrato. Oh, Dios. Hemos recorrido un camino muy largo desde entonces.
—Me parece que las ostras te gustaron la última vez que las probaste.
Su tono de voz es ronca y seductora.
—La única vez que las he probado —susurro con un evidente deje sensual en la voz.
En su boca se dibuja una sonrisa.
—Oh, señorita Katina… ¿cuándo aprenderá? —musita.
Toma una ostra de la bandeja y levanta la otra mano del muslo. Contengo el aliento a la expectativa, pero ella coge una rodaja de limón.
—… ¿Aprender qué? —pregunto.
Dios, tengo el pulso acelerado. Ella exprime el limón sobre el marisco con sus dedos esbeltos y hábiles.
—Come —dice, y me acerca la concha a la boca. Separo los labios, y ella la apoya delicadamente sobre mi labio inferior—. Echa la cabeza hacia atrás muy despacio —murmura.
Hago lo que me dice y la ostra se desliza por mi garganta. Ella no me toca,solo la concha.
Yulia se come una, y luego me ofrece otra. Seguimos con este ritual de tortura hasta que nos acabamos toda la docena. Su piel nunca roza la mía. Me está volviendo loca.
—¿Te siguen gustando las ostras? —me pregunta cuando me trago la última.
Asiento ruborizada, ansiando que me toque.
—Bien.
Me estremezco y me remuevo en el asiento. ¿Por qué resulta tan erótico todo esto?
Ella vuelve a apoyar la mano tranquilamente sobre el muslo, y yo me siento morir. Ahora. Por favor. Tócame. La diosa que llevo dentro está de rodillas, desnuda salvo por las bragas, suplicando. Ella se pasa la mano arriba y abajo por el muslo, la
levanta, y vuelve a dejarla donde estaba.
El camarero nos llena las copas de champán y retira rápidamente los platos.
Al cabo de un momento vuelve con el principal: lubina no doy crédito, acompañada de espárragos, patatas salteadas y salsa holandesa.
—¿Uno de sus platos favoritos, señorita Volkova?
—Sin duda, señorita Katina. Aunque creo que en el Heathman comimos bacalao.
Se pasa la mano por el muslo, arriba y abajo. Me cuesta respirar, pero sigue sin tocarme. Es muy frustrante. Intento concentrarme en la conversación.
—Creo recordar que entonces estábamos en un reservado, discutiendo un contrato.
—Qué tiempos aquellos… —dice sonriendo con malicia—. Esta vez espero conseguir follarte.
Mueve la mano para coger el cuchillo.
¡Agh!
Corta un trozo de su lubina. Lo está haciendo a propósito.
—No cuentes con ello —musito con un mohín, y ella me mira divertida—.Hablando de contratos —prosigo—: el acuerdo de confidencialidad.
—Rómpelo —dice simplemente.
Oh, Dios…
—¿Qué? ¿En serio?
—Sí.
—¿Estás segura de que no iré corriendo al Seattle Times con una exclusiva? —digo bromeando.
Se ríe, y es un sonido maravilloso. Parece tan joven…
—No, confío en ti. Voy a concederte el beneficio de la duda.
Ah. Le sonrío tímidamente.
—Lo mismo digo —musito.
Se le ilumina la mirada.
—Estoy encantada de que lleves un vestido —murmura.
Y… bang: el deseo inflama mi sangre ya ardiente.
—Entonces, ¿por qué no me has tocado? —siseo.
—¿Añoras mis caricias? —pregunta sonriendo.
Se está divirtiendo… la muy cabrona.
—Sí —digo indignada.
—Come —ordena.
—No vas a tocarme, ¿verdad?
Niega con la cabeza.
—No.
¿Qué? Ahogo un gemido.
—Imagina cómo te sentirás cuando lleguemos a casa —susurra—. Estoy impaciente por llevarte a casa.
—Si empiezo a arder aquí, en el piso setenta y seis, será culpa tuya —musito entre dientes.
—Oh, Elena, ya encontraremos el modo de apagar el fuego —dice con una sonrisa libidinosa.
Furiosa, me concentro en mi lubina, mientras la diosa que llevo dentro entorna taimadamente los ojos, cavilando. Nosotras también podemos jugar a este juego. Aprendí las reglas durante la comida en el Heathman. Me como un pedazo de lubina. Está deliciosa, se deshace en la boca. Cierro los ojos y la saboreo. Cuando los abro, empiezo a seducir a Yulia Volkova. Me subo la falda muy despacio, y enseño más los muslos.
Ella se detiene un momento, dejando el tenedor con el pescado suspendido en el aire.
Tócame.
Después, sigue comiendo. Yo cojo otro trocito de lubina, sin hacerle caso.
Entonces dejo el cuchillo, me paso los dedos por detrás de la parte baja del muslo, y me doy golpecitos en la piel con la yema. Es perturbador incluso para mí, sobre todo porque me muero porque me toque. Yulia vuelve a quedarse muy quieta.
—Sé lo que estás haciendo —dice en voz baja y ronca.
—Ya sé que lo sabe, señorita Volkova —replico suavemente—. De eso se trata.
Cojo un espárrago, la miro de soslayo por debajo de las pestañas, y luego lo mojo en la salsa holandesa, haciendo girar la punta una y otra vez.
—No crea que me está devolviendo la pelota, señorita Katina.
Sonriendo, alarga una mano y me quita el espárrago… y es asombrosamente irritante, porque consigue hacerlo sin tocarme. No, esto no va bien: este no era el plan.
¡Agh!
—Abre la boca —ordena.
Estoy perdiendo esta batalla de voluntades. Vuelvo a levantar la vista hacia ella, y sus ojos azules arden. Entreabro ligeramente los labios, y me paso la lengua por el superior. Yulia sonríe y su mirada se oscurece aún más.
—Más —musita, y también entreabre los suyos para que pueda verle la lengua. Ahogo un gemido, me muerdo el labio inferior, y luego hago lo que me dice.
Ella inspira con fuerza; puedo oírle… no es tan inmune. Bien, empiezo a ganar terreno.
Sin dejar de mirarla a los ojos, me meto el espárrago en la boca y chupo…despacio… delicadamente la punta. La salsa holandesa está deliciosa. Doy un mordisco, emitiendo un suave y placentero gemido.
Yulia cierra los ojos. ¡Sí! Cuando los vuelve a abrir tiene las pupilas dilatadas, y eso tiene un efecto inmediato en mí. Gimo y alargo la mano para tocarle el muslo. Y, para mi sorpresa, me agarra de la muñeca.
—Ah, no. No haga eso, señorita Katina —murmura bajito.
Se lleva mi mano a la boca y me acaricia delicadamente los nudillos con los labios, y yo me retuerzo de placer. ¡Por fin! Más, por favor.
—No me toques —me advierte con voz queda, y me coloca de nuevo la mano sobre la rodilla.
Ese contacto breve e insatisfactorio resulta de lo más frustrante.
—No juegas limpio —me quejo con un mohín.
—Lo sé.
Levanta su copa de champán para proponer un brindis, y yo la imito.
—Felicidades por su ascenso, señorita Katina.
Entrechocamos las copas y yo me ruborizo.
—Sí, no me lo esperaba —murmuro.
Ella frunce el ceño, como si una idea desagradable le hubiera pasado por la mente.
—Come —ordena—. No te llevaré a casa hasta que te termines la comida,y entonces lo celebraremos de verdad.
Y su expresión es tan apasionada, tan salvaje, tan dominante, que me derrito por dentro.
—No tengo hambre. No de comida.
Ella niega con la cabeza, disfrutando sin duda, aunque me mira con los ojos entornados.
—Come, o te pondré sobre mis rodillas, aquí mismo, y daremos un espectáculo delante de los demás clientes.
Sus palabras me llenan de inquietud. ¡No se atreverá! Ella y esa mano tan suelta que tiene… Aprieto los labios en una fina línea y la miro. Yulia coge otro tallo de espárrago y lo moja en la salsa.
—Cómete esto —murmura con voz ronca y seductora.
Obedezco de buen grado.
—No comes como es debido. Has perdido peso desde que te conozco —comenta en tono afable.
No quiero pensar en mi peso ahora; la verdad es que me gusta estar delgada. Me como el espárrago.
—Solo quiero ir a casa y hacer el amor —musito desconsolada.
Yulia sonríe.
—Yo también, y eso haremos. Come.
Vuelvo a concentrarme en el plato y empiezo a comer de mala gana. ¿En serio me he quitado las bragas solo para esto? Me siento como una niña a la que no le dejan comer caramelos. Ella es tan deliciosa, provocativa, sexy, pícara y seductora, y es
todo mía.
Me pregunta sobre Andrey. Por lo visto, Yulia tiene negocios con el padre de Nastya y Andrey. Vaya por Dios, este mundo es un pañuelo. Me alivia que no mencione ni al doctor Flynn ni la casa, porque me está costando concentrarme en la conversación. Quiero irme a casa.
La expectación carnal entre ambas no para de crecer. Ella es muy buena en eso. En hacerme esperar. En preparar la situación. Entre bocados, coloca la mano sobre su muslo, muy cerca de la mía, pero sin tocarme, solo para incitarme más.
¡Cabrona! Por fin me termino la comida y dejo el tenedor y el cuchillo en el plato.
—Buena chica —murmura, y esas dos palabras suenan muy prometedoras.
La miro con el ceño fruncido.
—¿Ahora qué? —pregunto con un pellizco de deseo en el vientre.
Oh, cómo ansío a esta mujer.
—¿Ahora? Nos vamos. Creo que tiene usted ciertas expectativas, señorita Katina. Las cuales voy a intentar complacer lo mejor que sé.
¡Uau!
—¿Lo… mejor… que sabes? —balbuceo.
Dios santo.
Ella sonríe y se pone de pie.
—¿No hemos de pagar? —pregunto, sin aliento.
Ella ladea la cabeza.
—Soy miembro de este club, ya me mandarán la factura. Vamos, Elena,tú primero. —Se hace a un lado y yo me levanto para salir, consciente de que no llevo bragas.
Ella me contempla con su turbia e intensa mirada, como si me desnudara, y yo me regodeo en resultarle sensual. Esta mujer guapísima me desea: eso hace que me sienta tan sexy… ¿Disfrutaré siempre tanto con esto? Me paro deliberadamente delante de ella y me aliso el vestido por encima de los muslos.
Yulia me susurra al oído:
—Estoy impaciente por llegar a casa.
Pero sigue sin tocarme.
Al salir le murmura algo sobre el coche al jefe de sala, pero yo no estoy escuchando; la diosa que llevo dentro arde de expectación. Dios, podría iluminar todo Seattle.
Mientras esperamos el ascensor, se unen a nosotros dos parejas de mediana edad. Cuando se abren las puertas, Yulia me coge del codo y me lleva hasta el fondo. Yo echo un vistazo alrededor: estamos rodeados de espejos negros con los vidrios ahumados. Cuando entran las otras parejas, un hombre con un traje marrón muy poco favorecedor saluda a Yulia.
—Volkova—asiente educadamente.
Yulia le devuelve el saludo, pero sin decir nada.
Las parejas se sitúan delante de nosotros de cara a las puertas del ascensor.
Es obvio que son amigos: las mujeres charlan en voz alta, animadas y alborotadas después de la cena. Me parece que están un poco achispadas.
Cuando se cierran las puertas, Yulia se agacha un momento a mi lado para anudarse el zapato. Qué raro: no lo tiene desatado. Discretamente me pone una mano sobre el tobillo, sobresaltándome, y cuando se levanta hace que esa mano
ascienda rápidamente por mi pierna, deslizándola de un modo delicioso sobre mi piel—uau— hasta arriba. Y cuando la mano llega a mi trasero, tengo que reprimir un jadeo de sorpresa. Yulia se coloca detrás de mí.
Ay, Dios. Me quedo boquiabierta mirando a las personas que tenemos delante, contemplando la parte de atrás de sus cabezas. Ellos no tienen ni idea de lo que estamos a punto de hacer. Yulia me rodea la cintura con el brazo libre,colocándome en posición mientras sus dedos, me exploran. ¡Madre mía…!, ¿aquí? El ascensor baja con suavidad y se para en el piso cincuenta y tres para que entre más gente, pero yo no presto atención. Estoy concentrada en cada movimiento que hacen sus dedos. Primero en círculo… y luego avanzando, buscando, mientras nos ponemos en marcha otra vez.
Cuando sus dedos alcanzan su objetivo, reprimo otra vez un jadeo. Me retuerzo y gimo. ¿Cómo puede hacer esto con toda esa gente aquí?
—Estate quieta y callada —me advierte, susurrándome al oído.
Estoy acalorada, ardiente, anhelante, atrapada en un ascensor con siete personas, seis de ellas ajenas a lo que ocurre en el rincón. Desliza el dedo dentro y fuera de mí, una y otra vez. Mi respiración… Dios, resulta tan embarazoso. Quiero decirle que pare… y que continúe… que pare. Y me arqueo contra ella, y ella tensa el brazo que me rodea, y siento su erección contra mi cadera.
Nos paramos en el piso cuarenta y cuatro. ¿Oh… cuánto va a durar esta tortura? Dentro… fuera… dentro… fuera. Sutilmente, me aferro a su dedo persistente.
¡Después de todo este tiempo sin tocarme, escoge hacerlo ahora! ¡Aquí! Y eso me hace sentir tan… lujuriosa.
—Chsss —musita ella, con aparente indiferencia cuando entran dos personas más.
El ascensor empieza estar abarrotado. Yulia nos desplaza a ambas más al fondo, de modo que ahora estamos apretujadas contra el rincón; me coloca en posición y sigue torturándome. Hunde la nariz en mi cabello. Si alguien se molestara en darse la vuelta y viera lo que estamos haciendo, estoy segura de que nos tomaría por una joven pareja de enamoradas haciéndose arrumacos… Y entonces desliza un segundo dedo en mi interior.
¡Ah! Gimo, y agradezco que el grupo de gente que tenemos delante siga charlando, totalmente ajeno.
Oh, Yulia, qué estás haciendo conmigo… Apoyo la cabeza en su pecho,cierro los ojos y me rindo a sus dedos implacables.
—No te corras —susurra—. Eso lo quiero para después.
Pone la mano abierta sobre mi vientre, aprieta ligeramente, y sigue con su dulce acoso. La sensación es exquisita.
Finalmente el ascensor llega a la planta baja. Las puertas se abren con un tintineo sonoro y los pasajeros empiezan a salir casi al instante. Yulia retira lentamente los dedos de mi interior, y me besa la parte de atrás de la cabeza. Me giro para mirarla y está sonriendo, volviendo a saludar con una inclinación de cabeza al señor del traje marrón poco favorecedor, que le devuelve el gesto y sale del ascensor con su esposa. Yo apenas soy consciente de todo ello, concentrada en mantenerme erguida y controlar los jadeos. Dios, me siento dolorida y desamparada. Yulia me suelta y deja que me aguante por mi propio pie, sin apoyarme en ella.
Me doy la vuelta y la miro fijamente. Parece relajada, serena, con su compostura habitual… Esto es muy injusto.
—¿Lista? —pregunta.
Sus ojos centellean malévolos. Se mete el dedo índice en la boca y después el medio, y los chupa.
—Pura delicia, señorita Katina—susurra.
Y están a punto de darme las convulsiones del orgasmo.
—No puedo creer que acabes de hacer eso —musito, al borde de desgarrarme por dentro.
—Le sorprendería lo que soy capaz de hacer, señorita Katina —dice.
Alarga la mano y me recoge un mechón de pelo detrás de la oreja, con una leve sonrisa que delata cuánto se divierte.
—Quiero poseerte en casa, pero puede que no pasemos del coche.
Me dedica una sonrisa cómplice, me da la mano y me hace salir del ascensor.
¿Qué? ¿Sexo en el coche? ¿Y no podríamos hacerlo aquí, sobre el mármol frío del suelo del vestíbulo… por favor?
—Vamos.
—Sí, quiero hacerlo.
—¡Señorita Katina! —me riñe, fingiéndose escandalizada.
—Nunca he practicado el sexo en un coche —balbuceo.
Yulia se para, me pone esos mismos dedos bajo la barbilla, me echa la cabeza hacia atrás y me mira fijamente.
—Me alegra mucho oír eso. Debo decir que me habría sorprendido mucho,por no decir molestado, que no hubiera sido así.
Me ruborizo y parpadeo sin dejar de mirarla. Pues claro: yo solo he tenido relaciones sexuales con ella. Frunzo el ceño.
—No quería decir eso.
—¿Qué querías decir?
De pronto su voz tiene un matiz de dureza.
—Solo era una forma de hablar, Yulia.
—Ya. La famosa expresión: «Nunca he practicado el sexo en un coche». Sí,es muy conocida.
¿Qué le pasa ahora?
—Yulia, lo he dicho sin pensar… Por Dios, tú acabas de… hacerme eso en un ascensor lleno de gente. Tengo la mente aturdida.
Ella arquea las cejas.
—¿Qué te he hecho yo? —me desafía.
La miro ceñuda. Quiere que lo diga.
—Me has excitado. Muchísimo. Ahora llévame a casa y fóllame.
Ella abre la boca y se echa a reír, sorprendida. En este momento parece muy joven y despreocupada. Oh, me encanta oírle reír, porque pasa muy pocas veces.
—Es usted una romántica empedernida, señorita Katina.
Me da la mano y salimos del edificio, donde nos espera el aparcacoches con mi Saab.
* * *
—¿Así que quieres sexo en el coche? —murmura Yulia cuando pone en marcha el motor.
—La verdad es que en el suelo del vestíbulo también me habría parecido bien.
—Créeme, Lena, a mí también. Pero no me gusta que me detengan a estas horas de la noche, y tampoco quería follarte en un lavabo. Bueno, hoy no.
¡Qué!
—¿Quieres decir que existía esa posibilidad?
—Pues sí.
—Regresemos.
Se vuelve a mirarme y se ríe. Su risa es contagiosa, y no tardamos en romper a reír las dos con la cabeza echada hacia atrás, unas carcajadas maravillosas y catárticas. Ella se inclina hacia mí y pone la mano en mi rodilla, y sus dedos expertos me
acarician dulcemente. Dejo de reír.
—Paciencia, Elena—musita, y se incorpora al tráfico de Seattle.
* * *
Yulia aparca el Saab en el parking del Escala y apaga el motor. De pronto, en los confines del coche, la atmósfera entre las dos cambia. Yo la miro anhelante, expectante, e intento contener las palpitaciones de mi corazón. Ella se ha girado hacia mí y se ha apoyado en la puerta, con el codo sobre el volante.
Con el pulgar y el índice, tira suavemente de su labio inferior. Su boca me perturba, la quiero sobre mí. Me observa intensamente con sus oscuros ojos azules. Se me seca la boca. Ella responde con una leve y sensual sonrisa.
—Follaremos en el coche en el momento y el lugar que yo escoja. Pero ahora mismo quiero poseerte en todas las superficies disponibles de mi apartamento.
Es como si me tocara por debajo de la cintura… la diosa que llevo dentro ejecuta cuatro arabesques y un pas de basque.
—Sí.
Dios, estoy jadeando, desesperada.
Ella se inclina ligeramente hacia delante. Yo cierro los ojos y espero su beso,pensando: Por fin. Pero no pasa nada. Pasados unos segundos interminables, abro los ojos y descubro que me está mirando fijamente. No sé qué está pensando, pero antes de que pueda decir nada, vuelve a descolocarme.
—Si te beso ahora, no conseguiremos llegar al piso. Vamos.
¡Agh! ¿Cómo puede ser tan frustrante esta mujer? Baja del coche.
Una vez más, esperamos el ascensor. Mi cuerpo vibra de expectación.
Yulia me coge la mano y me pasa el pulgar sobre los nudillos, rítmicamente, y con cada caricia me estremezco por dentro. Oh, deseo sus manos en todo mi cuerpo. Ya me ha torturado bastante.
—¿Y qué pasó con la gratificación instantánea? —murmuro mientras esperamos.
—No es apropiada en todas las situaciones, Elena.
—¿Desde cuándo?
—Desde esta noche.
—¿Por qué me torturas así?
—Ojo por ojo, señorita Katina.
—¿Cómo te torturo yo?
—Creo que ya lo sabes.
La miro fijamente, pero es difícil interpretar su expresión. Quiere que le dé una respuesta… eso es.
—Yo también estoy a favor de aplazar la gratificación - murmuro con una sonrisa tímida.
De pronto, tira de mi mano y me toma en sus brazos. Me agarra el pelo de la nuca y me echa la cabeza hacia atrás suavemente.
—¿Qué puedo hacer para que digas que sí? —pregunta febril, y vuelve a pillarme a contrapié.
Me quedo mirando su expresión encantadora, seria y desesperada.
—Dame un poco de tiempo… por favor —murmuro.
Deja escapar un leve gruñido, y por fin me besa, larga y apasionadamente.
Luego entramos en el ascensor, y somos solo manos y bocas y lenguas y labios y dedos y cabello. El deseo, denso y fuerte, invade mi sangre y enturbia mi mente. Ella me empuja contra la pared, presionando con sus caderas, sujetándome con una mano en mi pelo y la otra en mi barbilla.
—Te pertenezco —susurra—. Mi destino está en tus manos, Lena.
Sus palabras me embriagan, y ardo en deseos de despojarle de la ropa. Tiro de su chaqueta hacia atrás, y cuando el ascensor llega al piso salimos a trompicones al vestíbulo.
Yulia me clava en la pared junto al ascensor, su chaqueta cae al suelo,y, sin separar su boca de la mía, sube la mano por mi pierna y me levanta el vestido.
—Esta es la primera superficie —musita y me levanta bruscamente—.Rodéame con las piernas.
Hago lo que me dice, y ella se da la vuelta y me tumba sobre la mesa del vestíbulo, y queda de pie entre mis piernas. Me doy cuenta de que el jarrón de flores que suele estar allí ya no está. ¿Eh? Yulia mete la mano en el bolsillo del pantalón,saca el envoltorio plateado, me lo da y se baja la cremallera.
—¿Sabes cómo me excitas?
—¿Qué? —jadeo—. No… yo…
—Pues sí —musita—, a todas horas.
Me quita el paquete de las manos. Oh, esto va muy rápido, pero después de todo ese ritual de provocación le deseo con locura, ahora mismo, ya. Ella me mira, se pone el condón, y luego planta las manos debajo de mis muslos y me separa más las
piernas.
Se coloca en posición y se queda quieta.
—No cierres los ojos. Quiero verte —murmura.
Me coge ambas manos con las suyas y se sumerge despacio dentro de mí.
Yo lo intento, de verdad, pero la sensación es tan deliciosa. Es lo que había estado esperando después de todos esos juegos. Oh, la plenitud, esta sensación…
Gimo y arqueo la espalda sobre la mesa.
—¡Abiertos! —gruñe apretándome las manos, y me penetra con dureza y grito.
Abro los ojos, y ella me está mirando con los suyos muy abiertos. Se retira despacio y luego se hunde en mí otra vez, y su boca se relaja y dibuja un «Ah…», pero no dice nada. Al verla tan excitada, al ver la reacción que le provoco, me enciendo por dentro y la sangre me arde en las venas. Sus ojos azules me fulminan e incrementa el ritmo, y yo me deleito con ello, gozo con ello, viéndola, viéndome… su pasión, su amor… y juntas alcanzamos el clímax.
Chillo al llegar al orgasmo, y Yulia hace lo mismo.
—¡Sí, Lena! —grita.
Se derrumba sobre mí, me suelta las manos y apoya la cabeza en mi seno.
Yo sigo envolviéndole con las piernas y, bajo la mirada maternal y paciente de los cuadros de Madonas, acuno su cabeza contra mí e intento recuperar el aliento.
Ella levanta la cabeza para mirarme.
—Todavía no he terminado contigo —murmura, se incorpora y me besa.
* * *
Estoy en la cama de Yulia, desnuda y tumbada sobre su pecho,jadeando. Por Dios… ¿nunca se le agota la energía? Sus dedos me recorren la espalda, arriba y abajo.
—¿Satisfecha, señorita Katina?
Yo asiento con un murmullo. Ya no me quedan fuerzas para hablar. Levanto la cabeza y vuelvo mi mirada borrosa hacia ella, deleitándome con sus ojos cálidos y cariñosos. Inclino la cabeza hacia abajo muy despacio, dejándole clara mi intención de que voy a besarle el torso.
Ella se tensa un momento, y yo le planto un leve beso en el pecho, aspirando ese extraordinario aroma a Yulia, mezcla de sudor y sexo. Es embriagadora. Ella se mueve para ponerse de costado, de manera que quedo tumbada a su lado, y baja la vista y me mira.
—¿El sexo es así para todo el mundo? Me sorprende que la gente no se quede en casa todo el tiempo —murmuro, con repentina timidez.
Ella sonríe.
—No puedo hablar en nombre de todo el mundo, Elena, pero contigo es extraordinariamente especial.
Se inclina y me besa.
—Eso es porque usted es extraordinariamente especial, señorita Volkova —añado sonriendo, y le acaricio la cara.
Ella me mira y parpadea, desconcertada.
—Es tarde. Duérmete —dice.
Me besa, luego se tumba, me atrae hacia ella, y se pega a mi espalda.
—No te gustan los halagos.
—Duérmete, Elena.
Ah… pero ella es extraordinariamente especial. Dios… ¿por qué no se da cuenta?
—Me encantó la casa —murmuro.
Permanece un buen rato sin decir nada, pero noto que sonríe.
—A mí me encantas tú. Duérmete.
Hunde la nariz en mi pelo y me voy deslizando en el sueño, segura en sus brazos, soñando con puestas de sol y grandes ventanales y amplias escalinatas… y con una cría con el pelo rubio que corre por un prado, riendo y dando grititos mientras yo
le persigo.
* * *
—Tengo que irme, nena.
Yulia me besa justo debajo de la oreja.
Abro los ojos: ya es de día. Me doy la vuelta para mirarla, pero ya se ha levantado y arreglado y se inclina, fresca y deliciosa, sobre mí.
—¿Qué hora es?
Oh, no… no quiero llegar tarde.
—No te asustes. Yo tengo un desayuno de trabajo —me dice, frotando su nariz contra la mía.
—Hueles bien —murmuro, y me desperezo debajo de ella.
Siento una placentera tensión en las extremidades, que crujen después de todas nuestras proezas de ayer. Le echo los brazos al cuello.
—No te vayas.
Ella ladea la cabeza y arquea una ceja.
—Señorita Katina… ¿acaso intenta hacer que una mujer honrada no cumpla con su jornada de trabajo?
Yo asiento medio dormida, y ella sonríe, con esa nueva sonrisa tímida.
—Eres muy tentadora, pero tengo que marcharme.
Me besa y se incorpora. Lleva un traje azul oscuro muy elegante y femenino, una camisa blanca y una corbata azul marino que le dan aspecto de presidenta ejecutiva…una presidenta terriblemente sexy.
—Hasta luego, nena —murmura, y se va.
Echo un vistazo al despertador y veo que ya son las siete… no debo de haber oído la alarma. Bueno, hora de levantarse.
* * *
Mientras me ducho, tengo una nueva inspiración: se me ha ocurrido otro regalo de cumpleaños para Yulia. Es muy difícil comprarle algo a una mujer que lo tiene todo. Ya le he dado mi regalo principal, y también está el otro que le compré en la tienda para turistas, pero este nuevo regalo será en realidad para mí. Cuando cierro el grifo, me rodeo con los brazos emocionada ante la perspectiva. Solo tengo que prepararlo.
En el vestidor me pongo un traje rojo ceñido con un gran escote cuadrado.
Sí, no es excesivo para ir a trabajar.
Ahora, para el regalo de Yulia. Empiezo a revolver en los cajones buscando sus corbatas. En el último cajón encuentro esos vaqueros descoloridos y rasgados que lleva en el cuarto de juegos… esos con los que está condenadamente sensual. Los acaricio cuidadosamente con la mano. Oh, la tela es muy suave.
Debajo descubro una caja de cartón negra, ancha y plana, que despierta mi interés al instante. ¿Qué hay ahí? La miro, y vuelvo a tener la sensación de estar invadiendo una propiedad privada. La saco y la agito un poco. Pesa, como si contuviera documentos o manuscritos. No puedo resistirme. Abro la tapa… e inmediatamente vuelvo a cerrarla. Dios santo, son fotografías del cuarto rojo. La conmoción me obliga a sentarme sobre los talones, mientras intento borrar la imagen de mi mente. ¿Por qué he abierto la caja? ¿Por qué guarda Yulia esas fotos?
Me estremezco. Mi subconsciente me mira ceñuda: Esto es anterior a ti.
Olvídalo.
Tiene razón. Cuando me levanto veo que las corbatas están colgadas al fondo de la barra del armario. Cuando encuentro mi preferida, salgo corriendo.
Esas fotografías son A.L.: Antes de Lena. Mi subconsciente asiente para darme la razón, pero me dirijo hacia la sala para desayunar sintiendo un peso en el corazón. La señora Jones me sonríe con afecto y luego frunce el ceño.
—¿Va todo bien, Lena? —pregunta con amabilidad.
—Sí —murmuro, distraída—. ¿Tiene usted una llave del… cuarto de juegos?
Ella, sorprendida, se queda quieta un momento.
—Sí, claro. —Se descuelga un manojo de llaves del cinturón—. ¿Qué le apetece para desayunar, querida? —pregunta cuando me entrega las llaves.
—Solo muesli. Enseguida vuelvo.
Ahora, desde que he encontrado esas fotografías, ya no tengo tan claro lo del regalo. ¡No ha cambiado nada!, me increpa de nuevo mi subconsciente, mirándome por encima de sus gafas de media luna. Esa imagen que viste era erótica, interviene la
diosa que llevo dentro, y yo le respondo torciendo el gesto mentalmente. Sí, era demasiado… erótica para mí.
¿Qué otras cosas habrá escondido? Rebusco en la cómoda rápidamente,cojo lo que necesito, y cierro con llave el cuarto de juegos al salir. ¡Solo faltaría que José viera esto!
Le devuelvo las llaves a la señora Jones y me siento a devorar el desayuno,sintiéndome extraña porque Yulia no está. La imagen de la fotografía aparece en mi mente sin que nadie la haya invitado. Me pregunto quién era. ¿Leila, quizá?
* * *
De camino al trabajo, medito si decirle o no a Yulia que he encontrado sus fotografías. No, grita mi subconsciente con su cara a lo Edvard Munch. Decido que probablemente tiene razón.
En cuanto me siento a mi escritorio, vibra la BlackBerry.
De: Yulia Volkova
Fecha: 17 de junio de 2011 08:59
Para: Lena Katina
Asunto: Superficies
Calculo que quedan como mínimo unas treinta superficies. Me hacen mucha ilusión todas y cada una de ellas. Luego están los suelos, las paredes… y no nos olvidemos del balcón.
Y después de eso está mi despacho…
Te echo de menos. x
Yulia Volkova
Priápico presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
Su e-mail me hace sonreír, y mis anteriores reservas desaparecen totalmente. A quien desea ahora es a mí, y el recuerdo de las correrías sexuales de anoche invade mi mente… el ascensor, el vestíbulo, la cama. «Priápico» es el término adecuado. Me pregunto vagamente cuál sería el equivalente femenino.
De: Lena Katina
Fecha: 17 de junio de 2011 09:03
Para: Yulia Volkova
Asunto: ¿Romanticismo?
Señorita Volkova:
Tiene usted una mente unidireccional.
Te eché de menos en el desayuno.
Pero la señora Jones estuvo muy complaciente.
Lx
De: Yulia Volkova
Fecha: 17 de junio de 2011 09:07
Para: Lena Katina
Asunto: Intrigada
¿En qué fue complaciente la señora Jones?
¿Qué está tramando, señorita Katina?
Yulia Volkova
Intrigada presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
¿Cómo lo sabe?
De: Lena Katina
Fecha: 17 de junio de 2011 09:10
Para: Yulia Volkova
Asunto: Es un secreto
Espera y verás: es una sorpresa.
Tengo que trabajar… no me molestes.
Te quiero.
Lx
De: Yulia Volkova
Fecha: 17 de junio de 2011 09:12
Para: Lena Katina
Asunto: Frustrada
Odio que me ocultes cosas.
Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
Me quedo mirando la pequeña pantalla de mi BlackBerry. La vehemencia implícita en este e-mail me coge por sorpresa. ¿Por qué se siente así? No es como si yo estuviera escondiendo fotografías eróticas de mis ex.
De: Lena Katina
Fecha: 17 de junio de 2011 09:14
Para: Yulia Volkova
Asunto: Mimos
Es por tu cumpleaños.
Otra sorpresa.
No seas tan arisca.
L x
Ella no me contesta inmediatamente, y entonces me llaman para acurdir a una reunión, así que no puedo entretenerme mucho.
* * *
Cuando vuelvo a echar un vistazo a mi BlackBerry, veo horrorizada que son las cuatro de la tarde. ¿Cómo ha pasado tan rápido el día? Sigue sin haber ningún mensaje de Yulia. Decido volver a mandarle un e-mail.
De: Lena Katina
Fecha: 17 de junio de 2011 16:03
Para: Yulia Volkova
Asunto: Hola
¿No me hablas?
Acuérdate de que saldré a tomar una copa con José, y que se quedará a dormir esta noche.
Por favor, piénsate lo de venir con nosotros.
L x
No me contesta, y siento un escalofrío de inquietud. Espero que esté bien.
Le llamo al móvil y salta el contestador. La grabación dice simplemente: «Volkova, deja tu mensaje», en un tono muy cortante.
—Hola… esto… soy yo, Lena. ¿Estás bien? Llámame —le hablo tartamudeante al contestador.
No había tenido que hacerlo nunca. Me ruborizo y cuelgo. ¡Pues claro que sabrá que eres tú, boba! Mi subconsciente me mira poniendo los ojos en blanco. Me siento tentada de telefonear a Andrea, su ayudante, pero decido que eso sería ir demasiado lejos. Vuelvo al trabajo de mala gana.
* * *
De repente suena mi teléfono y el corazón me da un vuelco. ¡Yulia! Pero no: es Nastya, mi mejor amiga… ¡por fin!
—¡Lena! —grita ella desde donde quiera que esté.
—¡Nastya! ¿Has vuelto? Te he echado de menos.
—Yo también. Tengo que contarte muchas cosas. Estamos en el aeropuerto… mi hombre y yo.
Y suelta una risita tonta, bastante impropia de Nastya.
—Fantástico. Yo también tengo muchas cosas que contarte.
—¿Nos vemos en el apartamento?
—He quedado con José para tomar algo. Vente con nosotros.
—¿José está aquí? ¡Pues claro que iré! Mandadme un mensaje con la dirección del bar.
—Vale —digo con una sonrisa radiante.
—¿Estás bien, Lena?
—Sí, muy bien.
—¿Sigues con Yulia?
—Sí.
—Bien. ¡Hasta luego!
Oh, no, ella también. La influencia de Dimitri no conoce fronteras.
—Sí… hasta luego, nena.
Sonrío, y ella cuelga.
Uau. Nastya ha vuelto. ¿Cómo voy a contarle todo lo que ha pasado? Debería apuntarlo, para no olvidarme de nada.
* * *
Una hora después suena el teléfono de mi despacho: ¿Yulia? No, es Claire.
—Deberías ver al chico que pregunta por ti en recepción. ¿Cómo es que conoces a tantos tíos buenos, Lena?
José debe de haber llegado. Echo un vistazo al reloj: las seis menos cinco.
Siento un pequeño escalofrío de emoción. Hace muchísimo que no le veo.
—¡Lena… uau! Estás guapísima. Muy adulta —exclama, con una sonrisa de oreja a oreja.
Solo porque llevo un vestido elegante… ¡vaya!
Me abraza fuerte.
—Y alta —murmura, sorprendido.
—Es por los zapatos, José. Tú tampoco estás nada mal.
Él lleva unos vaqueros, una camiseta negra y una camisa de franela a cuadros blancos y negros.
—Voy a por mis cosas y nos vamos.
—Bien. Te espero aquí.
* * *
Cojo las dos cervezas Rolling Rocks de la abarrotada barra y voy a la mesa donde está sentado José.
—¿Has encontrado sin problemas la casa de Yulia?
—Sí. No he entrado. Subí con el ascensor de servicio y entregué las fotos.
Las recogió un tal Igor. El sitio parece impresionante.
—Lo es. Espera a que lo veas por dentro.
—Estoy impaciente. Salud, Lena. Seattle te sienta bien.
Me sonrojo y brindamos con las botellas. Es Yulia la que me sienta bien.
—Salud. Cuéntame qué tal fue la exposición.
Sonríe radiante y se lanza a explicármelo, entusiasmado. Vendió todas las fotos menos tres, y con eso ha pagado el préstamo académico y aún le queda algo de dinero para él.
—Y la oficina de turismo de Portland me ha encargado unos paisajes. No está mal, ¿eh? —dice orgulloso.
—Oh, eso es fantástico, José. Pero ¿no interferirá con tus estudios? —pregunto con cierta preocupación.
—Qué va. Ahora que vosotras os habéis ido, y también los otros tres tipos con los que solía salir, tengo más tiempo.
—¿No hay ninguna monada que te mantenga ocupado? La última vez que te vi estabas rodeado de una docena de chicas que se te comían con los ojos —le digo,arqueando una ceja.
—Qué va, Lena. Ninguna de ellas es lo bastante mujer para mí —suelta en plan fanfarrón.
—Claro. José Rodríguez, el rompecorazones —replico con una risita.
—Eh… que yo también tengo mi encanto, Katina.
Parece ofendido, y me arrepiento un poco de mis palabras.
—Estoy convencida de eso —le digo en tono conciliador.
—¿Y cómo está Volkova? —pregunta, de nueve afable.
—Está bien. Estamos bien —murmuro.
—¿Dijiste que la cosa va en serio?
—Sí, va en serio.
—¿No es demasiado mayor para ti?
—Oh, José. ¿Sabes qué dice mi madre? Que yo ya nací vieja.
José hace un gesto irónico.
—¿Cómo está tu madre? —pregunta, y de ese modo salimos de terreno pantanoso.
—¡Lena!
Me doy la vuelta, y ahí están Nastya y Andrey. Ella está guapísima, con un bronceado fantástico, tonos rojizos en su rubia cabellera y una preciosa y deslumbrante sonrisa. Viste una camisola blanca y unos tejanos ajustados del mismo color que le hacen un tipo estupendo. Todo el mundo la mira. Yo me levanto de un salto para darle un abrazo. ¡Oh, cómo la he echado de menos!
Ella me aparta un poco para examinarme bien. Me mira de arriba abajo y yo me ruborizo.
—Has adelgazado. Mucho. Y estás distinta. Pareces más mayor. ¿Qué ha pasado? —dice con una actitud muy maternal—. Me gusta tu vestido. Te sienta bien.
—Han pasado muchas cosas desde que te fuiste. Ya te lo contaré luego,cuando estemos solas.
Ahora mismo no estoy preparada para la santa inquisidora Anastasya Isaeva. Ella me mira con suspicacia.
—¿Estás bien? —pregunta cariñosamente.
—Sí —respondo sonriendo, aunque estaría mejor si supiera dónde está Yulia
—Estupendo.
—Hola, Andrey.
Le sonrío, y él me da un pequeño abrazo.
—Hola, Lena —me susurra al oído.
—¿Qué tal la comida con Irina? —le pregunto.
—Interesante —contesta, muy críptico.
¿Oh?
—Andrey, ¿conoces a José?
—Nos vimos una vez —masculla José mirando intensamente a Andrey al estrecharle la mano.
—Sí, en Vancouver, en casa de Nastya —dice Andrey, que le sonríe afablemente—. Bueno, ¿quién quiere una copa?
Voy al lavabo, y desde allí le mando un mensaje a Yulia con la
dirección del bar; a lo mejor se viene con nosotros. No tengo llamadas perdidas suyas, ni e-mails. Eso es muy raro en ella.
—¿Qué pasa, Lena? —pregunta José cuando vuelvo a la mesa.
—No localizo a Yulia. Espero que esté bien.
—Seguro que sí. ¿Otra cerveza?
—Claro.
Nastya se me acerca.
—¿Andrey dice que una ex novia loca entró con una pistola en el apartamento?
—Bueno… sí.
Me encojo de hombros a modo de disculpa. Oh, vaya… ¿ahora tenemos que hablar de eso?
—Lena… ¿qué demonios ha pasado?
De pronto Nastya se interrumpe y saca su móvil.
—Hola, nene —dice cuando contesta. ¡Nene! Frunce el ceño y me mira—.Claro —dice, y se vuelve hacia mí—. Es Dimitri… quiere hablar contigo.
—Lena.
Dimitri habla con voz entrecortada, y a mí se me eriza el vello.
—Es Yulia. No ha vuelto de Portland.
—¿Qué? ¿Qué quieres decir?
—Su helicóptero ha desaparecido.
—¿El Charlie Tango? —digo en un susurro. Me falta el aire—. ¡No!
Yulia sigue conduciendo junto a unas casas de madera de planta baja bien conservadas, donde se ve a niños jugando a baloncesto en los patios y recorriendo las calles en bicicleta. Las casas están rodeadas de árboles y todo tiene un aspecto
próspero y apacible. Quizá vayamos a visitar a alguien. Pero ¿a quién?
Al cabo de unos minutos, Yulia da un giro cerrado a la izquierda y nos detenemos frente a dos vistosas verjas blancas de metal, enclavadas en un muro de piedra de unos dos metros de alto. Yulia aprieta un botón de su manija y una pantallita eléctrica desciende con un leve zumbido en el lateral de su puerta. Pulsa un número en el panel y las verjas se abren dándonos la bienvenida.
Ella me mira de reojo y su expresión ha cambiado. Parece indecisa, nerviosa incluso.
—¿Qué es esto? —pregunto, sin poder disimular cierta inquietud en mi tono.
—Una idea —dice en voz baja, y el Saab atraviesa suavemente la entrada.
Subimos por un sendero bordeado de árboles, con anchura suficiente para dos coches. A un lado los árboles rodean una zona boscosa, y al otro se extiende un terreno hermoso de antiguos campos de cultivo dejados en barbecho. La hierba y las flores silvestres han invadido el lugar, recreando un paisaje rural idílico: un prado,donde sopla suavemente la brisa del atardecer y el sol crepuscular tiñe de oro las flores. Es una estampa deliciosa que transmite una gran tranquilidad, y de pronto me imagino tumbada sobre la hierba, contemplando el azul claro de un cielo estival. La idea es tentadora, aunque por algún extraño motivo me provoca añoranza. Es una sensación muy extraña.
El sendero traza una curva y se abre a un amplio camino de entrada frente a una impresionante casa, de estilo mediterráneo, construida en piedra de suave tonalidad rosácea. Es una mansión suntuosa. Todas las luces están encendidas y las ventanas refulgen en el ocaso. Hay un BMW negro aparcado frente a un garaje de cuatro plazas, pero Yulia se detiene junto al grandioso pórtico.
Mmm… me pregunto quién vivirá aquí. ¿Por qué hemos venido?
Yulia me mira ansiosa mientras apaga el motor del coche.
—¿Me prometes mantener una actitud abierta? —pregunta.
Frunzo el ceño.
—Yulia, desde el día en que te conocí he necesitado mantener una actitud abierta.
Ella sonríe con ironía y asiente.
—Buena puntualización, señorita Katina. Vamos.
Las puertas de madera oscura se abren, y en el umbral nos espera una mujer de pelo castaño oscuro, sonrisa franca y un traje chaqueta ceñido de color lila. Yo me alegro de haberme puesto mi nuevo vestido azul marino sin mangas para impresionar al doctor Flynn. Vale, no llevo unos tacones altísimos como ella, pero aun así no voy con vaqueros.
—Señorita Volkova—le saluda con una cálida sonrisa, y le estrecha la mano.
—Señorita Kelly —responde ella cortésmente.
Ella me sonríe y me tiende la mano. Se la estrecho, y me doy cuenta de que se ruboriza, con esa expresión de: «¿No es una mujer de ensueño? Ojalá fuera mío».
—Grace Kelly —se presenta con aire jovial.
—Lena Katina —respondo con un hilo de voz.
¿Quién es esta mujer? Se hace a un lado para dejarnos pasar a la casa y al entrar, me quedo estupefacta: está vacía… completamente vacía. Estamos en un vestíbulo inmenso. Las paredes son de un amarillo tenue y desvaído y conservan las
marcas de los cuadros que debían de estar colgados allí. Lo único que queda son unas lámparas de cristal de diseño clásico. Los suelos son de madera noble descolorida.
Las puertas que tenemos a los lados están cerradas, pero Yulia no me da tiempo para poder asimilar qué está pasando.
—Ven —dice.
Me coge de la mano y me lleva por el pasillo abovedado que tenemos delante hasta otro vestíbulo interior más grande. Está presidido por una inmensa escalinata curva con una intrincada barandilla de hierro, pero Yulia tampoco se detiene ahí. Me conduce a través del salón principal, que también está vacío salvo por una enorme alfombra de tonos dorados desvaídos: la alfombra más grande que he visto en mi vida. Ah… y hay cuatro arañas de cristal.
Pero las intenciones de Yulia quedan claras cuando cruzamos la estancia y salimos a través de unas grandes puertas acristaladas a una amplia terraza de piedra. Debajo de nosotros hay una extensión de cuidado césped del tamaño de medio
campo de fútbol y, más allá, está la vista… Uau.
La ininterrumpida vista panorámica resulta impresionante, sobrecogedora incluso: el crepúsculo sobre el Sound. A lo lejos se alza la isla de Bainbridge, y más lejos aún, en este cristalino atardecer, el sol se pone lentamente, irradiando llamaradas
sanguíneas y anaranjadas, por detrás del parque nacional Olympic. Tonalidades carmesíes se derraman sobre el cielo cerúleo, junto con trazos de ópalo y aguamarinas mezclados con el púrpura oscuro de los escasos jirones de nubes y la tierra más allá del Sound. Es la naturaleza en su máxima expresión, una orquestada sinfonía visual que se refleja en las aguas profundas y calmas del estrecho de Puget. Y yo me pierdo
contemplando la vista… intentando absorber tanta belleza.
Me doy cuenta de que contengo la respiración, sobrecogida, y Yulia sigue sosteniendo mi mano. Cuando por fin aparto los ojos de ese grandioso espectáculo, veo que ella me mira de reojo, inquieta.
—¿Me has traído aquí para admirar la vista? —susurro.
Ella asiente con gesto serio.
—Es extraordinaria, Yulia. Gracias —murmuro, y dejo que mis ojos la saboreen una vez más.
Ella me suelta la mano.
—¿Qué te parecería poder contemplarla durante el resto de tu vida? —musita.
¿Qué? Vuelvo la cara como una exhalación hacia ella, mis atónitos ojos verdegris hacia los suyos azules y pensativos. Creo que estoy con la boca completamente abierta, mirándole sin dar crédito.
—Siempre he querido vivir en la costa —dice—. He navegado por todo el Sound soñando con estas casas. Esta lleva poco tiempo en venta. Quiero comprarla,echarla abajo y construir otra nueva… para nosotros —susurra, y sus ojos brillan trasluciendo sus sueños y esperanzas.
Madre mía. No sé cómo consigo mantenerme en pie. La cabeza me da vueltas. ¡Vivir aquí! ¡En este precioso refugio! Durante el resto de mi vida…
—Solo es una idea —añade cautelosa.
Vuelvo a echar un vistazo hacia el interior de la casa. ¿Qué puede valer?
Deben de ser… ¿qué, cinco, diez millones de dólares? No tengo ni idea. Madre mía.
—¿Por qué quieres echarla abajo? —pregunto, mirándole otra vez.
Le cambia la cara. Oh, no.
—Me gustaría construir una casa más sostenible, utilizando las técnicas ecológicas más modernas. Dimitri podría diseñarla.
Vuelvo a mirar el salón. La señorita Grace Kelly está en el extremo opuesto,merodeando junto a la entrada. Es la agente inmobiliaria, claro. Me fijo en que la estancia es enorme y que tiene doble altura, como el salón del Escala. Hay una galería
balaustrada arriba, que debe de ser el rellano de la planta superior. Y una chimenea inmensa y toda una hilera de ventanales que se abren a la terraza. Posee un encanto
clásico.
—¿Podemos echar un vistazo a la casa?
Ella me mira, parpadeando.
—Claro.
Se encoge de hombros, un tanto desconcertada.
Cuando volvemos a entrar, a la señorita Kelly se le ilumina la cara como a una niña en Navidad. Está encantada de proporcionarnos una visita guiada y poder exponer su elaborado discurso.
La casa es enorme: mil cien metros cuadrados en una finca de dos hectáreas y media de terreno. Además del salón principal, hay una cocina con zona de comedor no, más bien sala para banquete, con una salita familiar contigua ¡familiar!,además de una sala de música, una biblioteca, un estudio y, para gran sorpresa mía, una piscina cubierta y un pequeño gimnasio con sauna y baño de vapor. Abajo, en el sótano, hay una sala de cine uau y un cuarto de juegos. Mmm… ¿qué tipo de
juegos practicaremos aquí?
La señorita Kelly nos va señalando todo tipo de detalles y ventajas, pero en esencia la casa es preciosa y se nota que un día fue el hogar de una familia feliz. Ahora está un poco descuidada, pero nada que no se pueda arreglar con una buena reforma.
Subimos detrás de la señorita Kelly la magnífica escalinata principal hasta la planta de arriba, y apenas puedo contener la emoción: esta casa tiene todo lo que se puede desear en un hogar.
—¿No podría convertirse la casa ya existente en una más ecológica y autosostenible?
Yulia me mira parpadeando, desconcertada.
—Tendría que preguntárselo a Dimitri. Él es el experto.
La señorita Kelly nos lleva a la suite principal, con unos ventanales hasta el techo que dan a un balcón, donde las vistas son también espectaculares. Me podría pasar todo el día sentada en la cama mirando a través de los ventanales, contemplando los barcos navegar y los sutiles cambios del tiempo.
En esta planta hay cinco dormitorios más. ¡Niños! Aparto inmediatamente esa idea. Ya tengo demasiadas cosas en las que pensar. La señorita Kelly está sugiriéndole a Yulia que en la finca se podrían instalar unas cuadras y un cercado.
¡Caballos! Aparecen en mi mente imágenes terroríficas de mis escasas clases de equitación, pero Yulia no parece estar escuchándola.
—¿El cercado estaría en los terrenos del prado? —pregunto.
—Sí —contesta radiante la señorita Kelly.
Para mí el prado es un sitio donde tumbarse sobre la hierba alta y hacer picnics, no para que retocen malvados cuadrúpedos satánicos.
Cuando volvemos al salón principal, la señorita Kelly se retira
discretamente y Yulia vuelve a llevarme a la terraza. El sol ya se ha puesto y las luces urbanas de la península de Olympic centellean en el extremo más alejado del Sound.
Yulia me toma entre sus brazos, me levanta la barbilla con el dedo índice y clava sus ojos en mí.
—¿Demasiadas cosas que digerir? —pregunta con una expresión inescrutable.
Asiento.
—Quería comprobar que te gustaba antes de comprarla.
—¿La vista?
Asiente.
—La vista me encanta, y esta casa también.
—¿Te gusta?
Sonrío tímidamente.
—Yulia, me tuviste ya desde el prado.
Ella separa los labios e inhala profundamente. Luego una sonrisa transforma su cara, y de pronto hunde las manos en mi cabello y sus labios cubren mi boca.
* * *
Cuando volvemos en coche a Seattle, Yulia está mucho más animada.
—Entonces, ¿vas a comprarla? —pregunto.
—Sí.
—¿Pondrás a la venta el apartamento del Escala?
Frunce el ceño.
—¿Por qué iba a hacer eso?
—Para pagar la…
Mi voz se va perdiendo… claro. Me ruborizo.
Me sonríe con suficiencia.
—Créeme, puedo permitírmelo.
—¿Te gusta ser rica?
—Sí. Dime de alguien a quien no le guste —replica en tono adusto.
Vale, dejemos rápidamente ese tema.
—Elena, si aceptas mi proposición, tú también vas a tener que aprender a ser rica —añade en voz baja.
—La riqueza es algo a lo que nunca he aspirado, Yulia —digo con gesto ceñudo.
—Lo sé, y eso me encanta de ti. Pero también es verdad que nunca has pasado hambre —concluye, y sus palabras tienen un tono de grave solemnidad.
—¿Adónde vamos? —pregunto animadamente para cambiar de tema.
Yulia se relaja.
—A celebrarlo.
¡Oh!
—¿A celebrar qué, la casa?
—¿Ya no te acuerdas? Tu puesto de editora.
—Ah, sí.
Sonrío exultante. Es increíble que lo haya olvidado.
—¿Dónde?
—Arriba en mi club.
—¿En tu club?
—Sí. En uno de ellos.
* * *
El Mile High Club está en el piso setenta y seis de la Columbia Tower, más alto incluso que el ático de Yulia. Es muy moderno y tiene las vistas más alucinantes de todo Seattle.
—¿Una copa, señora?
Yulia me ofrece una copa de champán frío. Estoy sentada en un taburete de la barra.
—Vaya, gracias, señorita —digo, pronunciando seguramente la última palabra con un pestañeo provocativo.
Ella me mira fijamente y su semblante se oscurece turbadoramente.
—¿Está coqueteando conmigo, señorita Katina?
—Sí, señorita Volkova, estoy coqueteando. ¿Qué piensa hacer al repecto?
—Seguro que se me ocurrirá algo —dice con voz ronca—. Ven, nuestra mesa está lista.
Cuando nos estamos acercando a la mesa, Yulia me sujeta del codo y me para.
—Ve a quitarte las bragas —susurra.
¿Oh? Un delicioso cosquilleo me recorre la columna.
—Ve —ordena en voz baja.
Uau… ¿qué? Ella no sonríe; permanece tremendamente seria. A mí se me tensan todos los músculos por debajo de la cintura. Le doy mi copa de champán, giro sobre mis talones y me dirijo hacia el baño.
Oh, Dios… ¿qué va a hacer? Quizá el club se llame así con razón: los que practican sexo a más de un kilómetro y medio de altura.
Los baños son el último grito en diseño: todo en madera oscura y granito negro, con focos halógenos colocados estratégicamente. En la intimidad del compartimento, sonrío mientras me quito la ropa interior. Nuevamente me alegro de
haberme puesto el vestido azul marino sin mangas. Pensé que era el atuendo apropiado para ir a ver al doctor Flynn: no había previsto que la velada tomara este rumbo inesperado.
Ya estoy excitada. ¿Por qué esta mujer tiene ese poder sobre mí? Me irrita un poco esa facilidad con la que caigo bajo su embrujo. Ahora sé que no vamos a pasarnos la noche hablando sobre todos nuestros asuntos y los recientes acontecimientos… pero ¿cómo resistirme a ella?
Examino mi aspecto en el espejo: tengo el rostro encendido y los ojos me brillan de excitación. Asuntos, estrategias…
Respiro profundamente y me encamino de vuelta al salón. La verdad es que no es la primera vez que voy sin bragas. La diosa que llevo dentro va envuelta en una boa de plumas rosa y diamantes, y se pavonea con sus zapatos de fulana.
Cuando llego a la mesa Yulia se levanta educadamente con una
expresión indescifrable. Exhibe su pose habitual, tranquila, serena y contenida.
Naturalmente, yo sé que no es así.
—Siéntate a mi lado —dice. Me deslizo en el asiento y ella vuelve a sentarse—. He elegido por ti. Espero que no te importe.
Me entrega mi copa de champán mirándome fijamente, y su mirada escrutadora me enciende de nuevo la sangre. Apoya las manos en los muslos. Yo me tenso y separo un poco las piernas.
Llega el camarero con una bandeja de ostras sobre hielo picado. Ostras…
El recuerdo de las dos en el comedor privado del Heathman aparece en mi mente.
Estábamos hablando de su contrato. Oh, Dios. Hemos recorrido un camino muy largo desde entonces.
—Me parece que las ostras te gustaron la última vez que las probaste.
Su tono de voz es ronca y seductora.
—La única vez que las he probado —susurro con un evidente deje sensual en la voz.
En su boca se dibuja una sonrisa.
—Oh, señorita Katina… ¿cuándo aprenderá? —musita.
Toma una ostra de la bandeja y levanta la otra mano del muslo. Contengo el aliento a la expectativa, pero ella coge una rodaja de limón.
—… ¿Aprender qué? —pregunto.
Dios, tengo el pulso acelerado. Ella exprime el limón sobre el marisco con sus dedos esbeltos y hábiles.
—Come —dice, y me acerca la concha a la boca. Separo los labios, y ella la apoya delicadamente sobre mi labio inferior—. Echa la cabeza hacia atrás muy despacio —murmura.
Hago lo que me dice y la ostra se desliza por mi garganta. Ella no me toca,solo la concha.
Yulia se come una, y luego me ofrece otra. Seguimos con este ritual de tortura hasta que nos acabamos toda la docena. Su piel nunca roza la mía. Me está volviendo loca.
—¿Te siguen gustando las ostras? —me pregunta cuando me trago la última.
Asiento ruborizada, ansiando que me toque.
—Bien.
Me estremezco y me remuevo en el asiento. ¿Por qué resulta tan erótico todo esto?
Ella vuelve a apoyar la mano tranquilamente sobre el muslo, y yo me siento morir. Ahora. Por favor. Tócame. La diosa que llevo dentro está de rodillas, desnuda salvo por las bragas, suplicando. Ella se pasa la mano arriba y abajo por el muslo, la
levanta, y vuelve a dejarla donde estaba.
El camarero nos llena las copas de champán y retira rápidamente los platos.
Al cabo de un momento vuelve con el principal: lubina no doy crédito, acompañada de espárragos, patatas salteadas y salsa holandesa.
—¿Uno de sus platos favoritos, señorita Volkova?
—Sin duda, señorita Katina. Aunque creo que en el Heathman comimos bacalao.
Se pasa la mano por el muslo, arriba y abajo. Me cuesta respirar, pero sigue sin tocarme. Es muy frustrante. Intento concentrarme en la conversación.
—Creo recordar que entonces estábamos en un reservado, discutiendo un contrato.
—Qué tiempos aquellos… —dice sonriendo con malicia—. Esta vez espero conseguir follarte.
Mueve la mano para coger el cuchillo.
¡Agh!
Corta un trozo de su lubina. Lo está haciendo a propósito.
—No cuentes con ello —musito con un mohín, y ella me mira divertida—.Hablando de contratos —prosigo—: el acuerdo de confidencialidad.
—Rómpelo —dice simplemente.
Oh, Dios…
—¿Qué? ¿En serio?
—Sí.
—¿Estás segura de que no iré corriendo al Seattle Times con una exclusiva? —digo bromeando.
Se ríe, y es un sonido maravilloso. Parece tan joven…
—No, confío en ti. Voy a concederte el beneficio de la duda.
Ah. Le sonrío tímidamente.
—Lo mismo digo —musito.
Se le ilumina la mirada.
—Estoy encantada de que lleves un vestido —murmura.
Y… bang: el deseo inflama mi sangre ya ardiente.
—Entonces, ¿por qué no me has tocado? —siseo.
—¿Añoras mis caricias? —pregunta sonriendo.
Se está divirtiendo… la muy cabrona.
—Sí —digo indignada.
—Come —ordena.
—No vas a tocarme, ¿verdad?
Niega con la cabeza.
—No.
¿Qué? Ahogo un gemido.
—Imagina cómo te sentirás cuando lleguemos a casa —susurra—. Estoy impaciente por llevarte a casa.
—Si empiezo a arder aquí, en el piso setenta y seis, será culpa tuya —musito entre dientes.
—Oh, Elena, ya encontraremos el modo de apagar el fuego —dice con una sonrisa libidinosa.
Furiosa, me concentro en mi lubina, mientras la diosa que llevo dentro entorna taimadamente los ojos, cavilando. Nosotras también podemos jugar a este juego. Aprendí las reglas durante la comida en el Heathman. Me como un pedazo de lubina. Está deliciosa, se deshace en la boca. Cierro los ojos y la saboreo. Cuando los abro, empiezo a seducir a Yulia Volkova. Me subo la falda muy despacio, y enseño más los muslos.
Ella se detiene un momento, dejando el tenedor con el pescado suspendido en el aire.
Tócame.
Después, sigue comiendo. Yo cojo otro trocito de lubina, sin hacerle caso.
Entonces dejo el cuchillo, me paso los dedos por detrás de la parte baja del muslo, y me doy golpecitos en la piel con la yema. Es perturbador incluso para mí, sobre todo porque me muero porque me toque. Yulia vuelve a quedarse muy quieta.
—Sé lo que estás haciendo —dice en voz baja y ronca.
—Ya sé que lo sabe, señorita Volkova —replico suavemente—. De eso se trata.
Cojo un espárrago, la miro de soslayo por debajo de las pestañas, y luego lo mojo en la salsa holandesa, haciendo girar la punta una y otra vez.
—No crea que me está devolviendo la pelota, señorita Katina.
Sonriendo, alarga una mano y me quita el espárrago… y es asombrosamente irritante, porque consigue hacerlo sin tocarme. No, esto no va bien: este no era el plan.
¡Agh!
—Abre la boca —ordena.
Estoy perdiendo esta batalla de voluntades. Vuelvo a levantar la vista hacia ella, y sus ojos azules arden. Entreabro ligeramente los labios, y me paso la lengua por el superior. Yulia sonríe y su mirada se oscurece aún más.
—Más —musita, y también entreabre los suyos para que pueda verle la lengua. Ahogo un gemido, me muerdo el labio inferior, y luego hago lo que me dice.
Ella inspira con fuerza; puedo oírle… no es tan inmune. Bien, empiezo a ganar terreno.
Sin dejar de mirarla a los ojos, me meto el espárrago en la boca y chupo…despacio… delicadamente la punta. La salsa holandesa está deliciosa. Doy un mordisco, emitiendo un suave y placentero gemido.
Yulia cierra los ojos. ¡Sí! Cuando los vuelve a abrir tiene las pupilas dilatadas, y eso tiene un efecto inmediato en mí. Gimo y alargo la mano para tocarle el muslo. Y, para mi sorpresa, me agarra de la muñeca.
—Ah, no. No haga eso, señorita Katina —murmura bajito.
Se lleva mi mano a la boca y me acaricia delicadamente los nudillos con los labios, y yo me retuerzo de placer. ¡Por fin! Más, por favor.
—No me toques —me advierte con voz queda, y me coloca de nuevo la mano sobre la rodilla.
Ese contacto breve e insatisfactorio resulta de lo más frustrante.
—No juegas limpio —me quejo con un mohín.
—Lo sé.
Levanta su copa de champán para proponer un brindis, y yo la imito.
—Felicidades por su ascenso, señorita Katina.
Entrechocamos las copas y yo me ruborizo.
—Sí, no me lo esperaba —murmuro.
Ella frunce el ceño, como si una idea desagradable le hubiera pasado por la mente.
—Come —ordena—. No te llevaré a casa hasta que te termines la comida,y entonces lo celebraremos de verdad.
Y su expresión es tan apasionada, tan salvaje, tan dominante, que me derrito por dentro.
—No tengo hambre. No de comida.
Ella niega con la cabeza, disfrutando sin duda, aunque me mira con los ojos entornados.
—Come, o te pondré sobre mis rodillas, aquí mismo, y daremos un espectáculo delante de los demás clientes.
Sus palabras me llenan de inquietud. ¡No se atreverá! Ella y esa mano tan suelta que tiene… Aprieto los labios en una fina línea y la miro. Yulia coge otro tallo de espárrago y lo moja en la salsa.
—Cómete esto —murmura con voz ronca y seductora.
Obedezco de buen grado.
—No comes como es debido. Has perdido peso desde que te conozco —comenta en tono afable.
No quiero pensar en mi peso ahora; la verdad es que me gusta estar delgada. Me como el espárrago.
—Solo quiero ir a casa y hacer el amor —musito desconsolada.
Yulia sonríe.
—Yo también, y eso haremos. Come.
Vuelvo a concentrarme en el plato y empiezo a comer de mala gana. ¿En serio me he quitado las bragas solo para esto? Me siento como una niña a la que no le dejan comer caramelos. Ella es tan deliciosa, provocativa, sexy, pícara y seductora, y es
todo mía.
Me pregunta sobre Andrey. Por lo visto, Yulia tiene negocios con el padre de Nastya y Andrey. Vaya por Dios, este mundo es un pañuelo. Me alivia que no mencione ni al doctor Flynn ni la casa, porque me está costando concentrarme en la conversación. Quiero irme a casa.
La expectación carnal entre ambas no para de crecer. Ella es muy buena en eso. En hacerme esperar. En preparar la situación. Entre bocados, coloca la mano sobre su muslo, muy cerca de la mía, pero sin tocarme, solo para incitarme más.
¡Cabrona! Por fin me termino la comida y dejo el tenedor y el cuchillo en el plato.
—Buena chica —murmura, y esas dos palabras suenan muy prometedoras.
La miro con el ceño fruncido.
—¿Ahora qué? —pregunto con un pellizco de deseo en el vientre.
Oh, cómo ansío a esta mujer.
—¿Ahora? Nos vamos. Creo que tiene usted ciertas expectativas, señorita Katina. Las cuales voy a intentar complacer lo mejor que sé.
¡Uau!
—¿Lo… mejor… que sabes? —balbuceo.
Dios santo.
Ella sonríe y se pone de pie.
—¿No hemos de pagar? —pregunto, sin aliento.
Ella ladea la cabeza.
—Soy miembro de este club, ya me mandarán la factura. Vamos, Elena,tú primero. —Se hace a un lado y yo me levanto para salir, consciente de que no llevo bragas.
Ella me contempla con su turbia e intensa mirada, como si me desnudara, y yo me regodeo en resultarle sensual. Esta mujer guapísima me desea: eso hace que me sienta tan sexy… ¿Disfrutaré siempre tanto con esto? Me paro deliberadamente delante de ella y me aliso el vestido por encima de los muslos.
Yulia me susurra al oído:
—Estoy impaciente por llegar a casa.
Pero sigue sin tocarme.
Al salir le murmura algo sobre el coche al jefe de sala, pero yo no estoy escuchando; la diosa que llevo dentro arde de expectación. Dios, podría iluminar todo Seattle.
Mientras esperamos el ascensor, se unen a nosotros dos parejas de mediana edad. Cuando se abren las puertas, Yulia me coge del codo y me lleva hasta el fondo. Yo echo un vistazo alrededor: estamos rodeados de espejos negros con los vidrios ahumados. Cuando entran las otras parejas, un hombre con un traje marrón muy poco favorecedor saluda a Yulia.
—Volkova—asiente educadamente.
Yulia le devuelve el saludo, pero sin decir nada.
Las parejas se sitúan delante de nosotros de cara a las puertas del ascensor.
Es obvio que son amigos: las mujeres charlan en voz alta, animadas y alborotadas después de la cena. Me parece que están un poco achispadas.
Cuando se cierran las puertas, Yulia se agacha un momento a mi lado para anudarse el zapato. Qué raro: no lo tiene desatado. Discretamente me pone una mano sobre el tobillo, sobresaltándome, y cuando se levanta hace que esa mano
ascienda rápidamente por mi pierna, deslizándola de un modo delicioso sobre mi piel—uau— hasta arriba. Y cuando la mano llega a mi trasero, tengo que reprimir un jadeo de sorpresa. Yulia se coloca detrás de mí.
Ay, Dios. Me quedo boquiabierta mirando a las personas que tenemos delante, contemplando la parte de atrás de sus cabezas. Ellos no tienen ni idea de lo que estamos a punto de hacer. Yulia me rodea la cintura con el brazo libre,colocándome en posición mientras sus dedos, me exploran. ¡Madre mía…!, ¿aquí? El ascensor baja con suavidad y se para en el piso cincuenta y tres para que entre más gente, pero yo no presto atención. Estoy concentrada en cada movimiento que hacen sus dedos. Primero en círculo… y luego avanzando, buscando, mientras nos ponemos en marcha otra vez.
Cuando sus dedos alcanzan su objetivo, reprimo otra vez un jadeo. Me retuerzo y gimo. ¿Cómo puede hacer esto con toda esa gente aquí?
—Estate quieta y callada —me advierte, susurrándome al oído.
Estoy acalorada, ardiente, anhelante, atrapada en un ascensor con siete personas, seis de ellas ajenas a lo que ocurre en el rincón. Desliza el dedo dentro y fuera de mí, una y otra vez. Mi respiración… Dios, resulta tan embarazoso. Quiero decirle que pare… y que continúe… que pare. Y me arqueo contra ella, y ella tensa el brazo que me rodea, y siento su erección contra mi cadera.
Nos paramos en el piso cuarenta y cuatro. ¿Oh… cuánto va a durar esta tortura? Dentro… fuera… dentro… fuera. Sutilmente, me aferro a su dedo persistente.
¡Después de todo este tiempo sin tocarme, escoge hacerlo ahora! ¡Aquí! Y eso me hace sentir tan… lujuriosa.
—Chsss —musita ella, con aparente indiferencia cuando entran dos personas más.
El ascensor empieza estar abarrotado. Yulia nos desplaza a ambas más al fondo, de modo que ahora estamos apretujadas contra el rincón; me coloca en posición y sigue torturándome. Hunde la nariz en mi cabello. Si alguien se molestara en darse la vuelta y viera lo que estamos haciendo, estoy segura de que nos tomaría por una joven pareja de enamoradas haciéndose arrumacos… Y entonces desliza un segundo dedo en mi interior.
¡Ah! Gimo, y agradezco que el grupo de gente que tenemos delante siga charlando, totalmente ajeno.
Oh, Yulia, qué estás haciendo conmigo… Apoyo la cabeza en su pecho,cierro los ojos y me rindo a sus dedos implacables.
—No te corras —susurra—. Eso lo quiero para después.
Pone la mano abierta sobre mi vientre, aprieta ligeramente, y sigue con su dulce acoso. La sensación es exquisita.
Finalmente el ascensor llega a la planta baja. Las puertas se abren con un tintineo sonoro y los pasajeros empiezan a salir casi al instante. Yulia retira lentamente los dedos de mi interior, y me besa la parte de atrás de la cabeza. Me giro para mirarla y está sonriendo, volviendo a saludar con una inclinación de cabeza al señor del traje marrón poco favorecedor, que le devuelve el gesto y sale del ascensor con su esposa. Yo apenas soy consciente de todo ello, concentrada en mantenerme erguida y controlar los jadeos. Dios, me siento dolorida y desamparada. Yulia me suelta y deja que me aguante por mi propio pie, sin apoyarme en ella.
Me doy la vuelta y la miro fijamente. Parece relajada, serena, con su compostura habitual… Esto es muy injusto.
—¿Lista? —pregunta.
Sus ojos centellean malévolos. Se mete el dedo índice en la boca y después el medio, y los chupa.
—Pura delicia, señorita Katina—susurra.
Y están a punto de darme las convulsiones del orgasmo.
—No puedo creer que acabes de hacer eso —musito, al borde de desgarrarme por dentro.
—Le sorprendería lo que soy capaz de hacer, señorita Katina —dice.
Alarga la mano y me recoge un mechón de pelo detrás de la oreja, con una leve sonrisa que delata cuánto se divierte.
—Quiero poseerte en casa, pero puede que no pasemos del coche.
Me dedica una sonrisa cómplice, me da la mano y me hace salir del ascensor.
¿Qué? ¿Sexo en el coche? ¿Y no podríamos hacerlo aquí, sobre el mármol frío del suelo del vestíbulo… por favor?
—Vamos.
—Sí, quiero hacerlo.
—¡Señorita Katina! —me riñe, fingiéndose escandalizada.
—Nunca he practicado el sexo en un coche —balbuceo.
Yulia se para, me pone esos mismos dedos bajo la barbilla, me echa la cabeza hacia atrás y me mira fijamente.
—Me alegra mucho oír eso. Debo decir que me habría sorprendido mucho,por no decir molestado, que no hubiera sido así.
Me ruborizo y parpadeo sin dejar de mirarla. Pues claro: yo solo he tenido relaciones sexuales con ella. Frunzo el ceño.
—No quería decir eso.
—¿Qué querías decir?
De pronto su voz tiene un matiz de dureza.
—Solo era una forma de hablar, Yulia.
—Ya. La famosa expresión: «Nunca he practicado el sexo en un coche». Sí,es muy conocida.
¿Qué le pasa ahora?
—Yulia, lo he dicho sin pensar… Por Dios, tú acabas de… hacerme eso en un ascensor lleno de gente. Tengo la mente aturdida.
Ella arquea las cejas.
—¿Qué te he hecho yo? —me desafía.
La miro ceñuda. Quiere que lo diga.
—Me has excitado. Muchísimo. Ahora llévame a casa y fóllame.
Ella abre la boca y se echa a reír, sorprendida. En este momento parece muy joven y despreocupada. Oh, me encanta oírle reír, porque pasa muy pocas veces.
—Es usted una romántica empedernida, señorita Katina.
Me da la mano y salimos del edificio, donde nos espera el aparcacoches con mi Saab.
* * *
—¿Así que quieres sexo en el coche? —murmura Yulia cuando pone en marcha el motor.
—La verdad es que en el suelo del vestíbulo también me habría parecido bien.
—Créeme, Lena, a mí también. Pero no me gusta que me detengan a estas horas de la noche, y tampoco quería follarte en un lavabo. Bueno, hoy no.
¡Qué!
—¿Quieres decir que existía esa posibilidad?
—Pues sí.
—Regresemos.
Se vuelve a mirarme y se ríe. Su risa es contagiosa, y no tardamos en romper a reír las dos con la cabeza echada hacia atrás, unas carcajadas maravillosas y catárticas. Ella se inclina hacia mí y pone la mano en mi rodilla, y sus dedos expertos me
acarician dulcemente. Dejo de reír.
—Paciencia, Elena—musita, y se incorpora al tráfico de Seattle.
* * *
Yulia aparca el Saab en el parking del Escala y apaga el motor. De pronto, en los confines del coche, la atmósfera entre las dos cambia. Yo la miro anhelante, expectante, e intento contener las palpitaciones de mi corazón. Ella se ha girado hacia mí y se ha apoyado en la puerta, con el codo sobre el volante.
Con el pulgar y el índice, tira suavemente de su labio inferior. Su boca me perturba, la quiero sobre mí. Me observa intensamente con sus oscuros ojos azules. Se me seca la boca. Ella responde con una leve y sensual sonrisa.
—Follaremos en el coche en el momento y el lugar que yo escoja. Pero ahora mismo quiero poseerte en todas las superficies disponibles de mi apartamento.
Es como si me tocara por debajo de la cintura… la diosa que llevo dentro ejecuta cuatro arabesques y un pas de basque.
—Sí.
Dios, estoy jadeando, desesperada.
Ella se inclina ligeramente hacia delante. Yo cierro los ojos y espero su beso,pensando: Por fin. Pero no pasa nada. Pasados unos segundos interminables, abro los ojos y descubro que me está mirando fijamente. No sé qué está pensando, pero antes de que pueda decir nada, vuelve a descolocarme.
—Si te beso ahora, no conseguiremos llegar al piso. Vamos.
¡Agh! ¿Cómo puede ser tan frustrante esta mujer? Baja del coche.
Una vez más, esperamos el ascensor. Mi cuerpo vibra de expectación.
Yulia me coge la mano y me pasa el pulgar sobre los nudillos, rítmicamente, y con cada caricia me estremezco por dentro. Oh, deseo sus manos en todo mi cuerpo. Ya me ha torturado bastante.
—¿Y qué pasó con la gratificación instantánea? —murmuro mientras esperamos.
—No es apropiada en todas las situaciones, Elena.
—¿Desde cuándo?
—Desde esta noche.
—¿Por qué me torturas así?
—Ojo por ojo, señorita Katina.
—¿Cómo te torturo yo?
—Creo que ya lo sabes.
La miro fijamente, pero es difícil interpretar su expresión. Quiere que le dé una respuesta… eso es.
—Yo también estoy a favor de aplazar la gratificación - murmuro con una sonrisa tímida.
De pronto, tira de mi mano y me toma en sus brazos. Me agarra el pelo de la nuca y me echa la cabeza hacia atrás suavemente.
—¿Qué puedo hacer para que digas que sí? —pregunta febril, y vuelve a pillarme a contrapié.
Me quedo mirando su expresión encantadora, seria y desesperada.
—Dame un poco de tiempo… por favor —murmuro.
Deja escapar un leve gruñido, y por fin me besa, larga y apasionadamente.
Luego entramos en el ascensor, y somos solo manos y bocas y lenguas y labios y dedos y cabello. El deseo, denso y fuerte, invade mi sangre y enturbia mi mente. Ella me empuja contra la pared, presionando con sus caderas, sujetándome con una mano en mi pelo y la otra en mi barbilla.
—Te pertenezco —susurra—. Mi destino está en tus manos, Lena.
Sus palabras me embriagan, y ardo en deseos de despojarle de la ropa. Tiro de su chaqueta hacia atrás, y cuando el ascensor llega al piso salimos a trompicones al vestíbulo.
Yulia me clava en la pared junto al ascensor, su chaqueta cae al suelo,y, sin separar su boca de la mía, sube la mano por mi pierna y me levanta el vestido.
—Esta es la primera superficie —musita y me levanta bruscamente—.Rodéame con las piernas.
Hago lo que me dice, y ella se da la vuelta y me tumba sobre la mesa del vestíbulo, y queda de pie entre mis piernas. Me doy cuenta de que el jarrón de flores que suele estar allí ya no está. ¿Eh? Yulia mete la mano en el bolsillo del pantalón,saca el envoltorio plateado, me lo da y se baja la cremallera.
—¿Sabes cómo me excitas?
—¿Qué? —jadeo—. No… yo…
—Pues sí —musita—, a todas horas.
Me quita el paquete de las manos. Oh, esto va muy rápido, pero después de todo ese ritual de provocación le deseo con locura, ahora mismo, ya. Ella me mira, se pone el condón, y luego planta las manos debajo de mis muslos y me separa más las
piernas.
Se coloca en posición y se queda quieta.
—No cierres los ojos. Quiero verte —murmura.
Me coge ambas manos con las suyas y se sumerge despacio dentro de mí.
Yo lo intento, de verdad, pero la sensación es tan deliciosa. Es lo que había estado esperando después de todos esos juegos. Oh, la plenitud, esta sensación…
Gimo y arqueo la espalda sobre la mesa.
—¡Abiertos! —gruñe apretándome las manos, y me penetra con dureza y grito.
Abro los ojos, y ella me está mirando con los suyos muy abiertos. Se retira despacio y luego se hunde en mí otra vez, y su boca se relaja y dibuja un «Ah…», pero no dice nada. Al verla tan excitada, al ver la reacción que le provoco, me enciendo por dentro y la sangre me arde en las venas. Sus ojos azules me fulminan e incrementa el ritmo, y yo me deleito con ello, gozo con ello, viéndola, viéndome… su pasión, su amor… y juntas alcanzamos el clímax.
Chillo al llegar al orgasmo, y Yulia hace lo mismo.
—¡Sí, Lena! —grita.
Se derrumba sobre mí, me suelta las manos y apoya la cabeza en mi seno.
Yo sigo envolviéndole con las piernas y, bajo la mirada maternal y paciente de los cuadros de Madonas, acuno su cabeza contra mí e intento recuperar el aliento.
Ella levanta la cabeza para mirarme.
—Todavía no he terminado contigo —murmura, se incorpora y me besa.
* * *
Estoy en la cama de Yulia, desnuda y tumbada sobre su pecho,jadeando. Por Dios… ¿nunca se le agota la energía? Sus dedos me recorren la espalda, arriba y abajo.
—¿Satisfecha, señorita Katina?
Yo asiento con un murmullo. Ya no me quedan fuerzas para hablar. Levanto la cabeza y vuelvo mi mirada borrosa hacia ella, deleitándome con sus ojos cálidos y cariñosos. Inclino la cabeza hacia abajo muy despacio, dejándole clara mi intención de que voy a besarle el torso.
Ella se tensa un momento, y yo le planto un leve beso en el pecho, aspirando ese extraordinario aroma a Yulia, mezcla de sudor y sexo. Es embriagadora. Ella se mueve para ponerse de costado, de manera que quedo tumbada a su lado, y baja la vista y me mira.
—¿El sexo es así para todo el mundo? Me sorprende que la gente no se quede en casa todo el tiempo —murmuro, con repentina timidez.
Ella sonríe.
—No puedo hablar en nombre de todo el mundo, Elena, pero contigo es extraordinariamente especial.
Se inclina y me besa.
—Eso es porque usted es extraordinariamente especial, señorita Volkova —añado sonriendo, y le acaricio la cara.
Ella me mira y parpadea, desconcertada.
—Es tarde. Duérmete —dice.
Me besa, luego se tumba, me atrae hacia ella, y se pega a mi espalda.
—No te gustan los halagos.
—Duérmete, Elena.
Ah… pero ella es extraordinariamente especial. Dios… ¿por qué no se da cuenta?
—Me encantó la casa —murmuro.
Permanece un buen rato sin decir nada, pero noto que sonríe.
—A mí me encantas tú. Duérmete.
Hunde la nariz en mi pelo y me voy deslizando en el sueño, segura en sus brazos, soñando con puestas de sol y grandes ventanales y amplias escalinatas… y con una cría con el pelo rubio que corre por un prado, riendo y dando grititos mientras yo
le persigo.
* * *
—Tengo que irme, nena.
Yulia me besa justo debajo de la oreja.
Abro los ojos: ya es de día. Me doy la vuelta para mirarla, pero ya se ha levantado y arreglado y se inclina, fresca y deliciosa, sobre mí.
—¿Qué hora es?
Oh, no… no quiero llegar tarde.
—No te asustes. Yo tengo un desayuno de trabajo —me dice, frotando su nariz contra la mía.
—Hueles bien —murmuro, y me desperezo debajo de ella.
Siento una placentera tensión en las extremidades, que crujen después de todas nuestras proezas de ayer. Le echo los brazos al cuello.
—No te vayas.
Ella ladea la cabeza y arquea una ceja.
—Señorita Katina… ¿acaso intenta hacer que una mujer honrada no cumpla con su jornada de trabajo?
Yo asiento medio dormida, y ella sonríe, con esa nueva sonrisa tímida.
—Eres muy tentadora, pero tengo que marcharme.
Me besa y se incorpora. Lleva un traje azul oscuro muy elegante y femenino, una camisa blanca y una corbata azul marino que le dan aspecto de presidenta ejecutiva…una presidenta terriblemente sexy.
—Hasta luego, nena —murmura, y se va.
Echo un vistazo al despertador y veo que ya son las siete… no debo de haber oído la alarma. Bueno, hora de levantarse.
* * *
Mientras me ducho, tengo una nueva inspiración: se me ha ocurrido otro regalo de cumpleaños para Yulia. Es muy difícil comprarle algo a una mujer que lo tiene todo. Ya le he dado mi regalo principal, y también está el otro que le compré en la tienda para turistas, pero este nuevo regalo será en realidad para mí. Cuando cierro el grifo, me rodeo con los brazos emocionada ante la perspectiva. Solo tengo que prepararlo.
En el vestidor me pongo un traje rojo ceñido con un gran escote cuadrado.
Sí, no es excesivo para ir a trabajar.
Ahora, para el regalo de Yulia. Empiezo a revolver en los cajones buscando sus corbatas. En el último cajón encuentro esos vaqueros descoloridos y rasgados que lleva en el cuarto de juegos… esos con los que está condenadamente sensual. Los acaricio cuidadosamente con la mano. Oh, la tela es muy suave.
Debajo descubro una caja de cartón negra, ancha y plana, que despierta mi interés al instante. ¿Qué hay ahí? La miro, y vuelvo a tener la sensación de estar invadiendo una propiedad privada. La saco y la agito un poco. Pesa, como si contuviera documentos o manuscritos. No puedo resistirme. Abro la tapa… e inmediatamente vuelvo a cerrarla. Dios santo, son fotografías del cuarto rojo. La conmoción me obliga a sentarme sobre los talones, mientras intento borrar la imagen de mi mente. ¿Por qué he abierto la caja? ¿Por qué guarda Yulia esas fotos?
Me estremezco. Mi subconsciente me mira ceñuda: Esto es anterior a ti.
Olvídalo.
Tiene razón. Cuando me levanto veo que las corbatas están colgadas al fondo de la barra del armario. Cuando encuentro mi preferida, salgo corriendo.
Esas fotografías son A.L.: Antes de Lena. Mi subconsciente asiente para darme la razón, pero me dirijo hacia la sala para desayunar sintiendo un peso en el corazón. La señora Jones me sonríe con afecto y luego frunce el ceño.
—¿Va todo bien, Lena? —pregunta con amabilidad.
—Sí —murmuro, distraída—. ¿Tiene usted una llave del… cuarto de juegos?
Ella, sorprendida, se queda quieta un momento.
—Sí, claro. —Se descuelga un manojo de llaves del cinturón—. ¿Qué le apetece para desayunar, querida? —pregunta cuando me entrega las llaves.
—Solo muesli. Enseguida vuelvo.
Ahora, desde que he encontrado esas fotografías, ya no tengo tan claro lo del regalo. ¡No ha cambiado nada!, me increpa de nuevo mi subconsciente, mirándome por encima de sus gafas de media luna. Esa imagen que viste era erótica, interviene la
diosa que llevo dentro, y yo le respondo torciendo el gesto mentalmente. Sí, era demasiado… erótica para mí.
¿Qué otras cosas habrá escondido? Rebusco en la cómoda rápidamente,cojo lo que necesito, y cierro con llave el cuarto de juegos al salir. ¡Solo faltaría que José viera esto!
Le devuelvo las llaves a la señora Jones y me siento a devorar el desayuno,sintiéndome extraña porque Yulia no está. La imagen de la fotografía aparece en mi mente sin que nadie la haya invitado. Me pregunto quién era. ¿Leila, quizá?
* * *
De camino al trabajo, medito si decirle o no a Yulia que he encontrado sus fotografías. No, grita mi subconsciente con su cara a lo Edvard Munch. Decido que probablemente tiene razón.
En cuanto me siento a mi escritorio, vibra la BlackBerry.
De: Yulia Volkova
Fecha: 17 de junio de 2011 08:59
Para: Lena Katina
Asunto: Superficies
Calculo que quedan como mínimo unas treinta superficies. Me hacen mucha ilusión todas y cada una de ellas. Luego están los suelos, las paredes… y no nos olvidemos del balcón.
Y después de eso está mi despacho…
Te echo de menos. x
Yulia Volkova
Priápico presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
Su e-mail me hace sonreír, y mis anteriores reservas desaparecen totalmente. A quien desea ahora es a mí, y el recuerdo de las correrías sexuales de anoche invade mi mente… el ascensor, el vestíbulo, la cama. «Priápico» es el término adecuado. Me pregunto vagamente cuál sería el equivalente femenino.
De: Lena Katina
Fecha: 17 de junio de 2011 09:03
Para: Yulia Volkova
Asunto: ¿Romanticismo?
Señorita Volkova:
Tiene usted una mente unidireccional.
Te eché de menos en el desayuno.
Pero la señora Jones estuvo muy complaciente.
Lx
De: Yulia Volkova
Fecha: 17 de junio de 2011 09:07
Para: Lena Katina
Asunto: Intrigada
¿En qué fue complaciente la señora Jones?
¿Qué está tramando, señorita Katina?
Yulia Volkova
Intrigada presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
¿Cómo lo sabe?
De: Lena Katina
Fecha: 17 de junio de 2011 09:10
Para: Yulia Volkova
Asunto: Es un secreto
Espera y verás: es una sorpresa.
Tengo que trabajar… no me molestes.
Te quiero.
Lx
De: Yulia Volkova
Fecha: 17 de junio de 2011 09:12
Para: Lena Katina
Asunto: Frustrada
Odio que me ocultes cosas.
Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
Me quedo mirando la pequeña pantalla de mi BlackBerry. La vehemencia implícita en este e-mail me coge por sorpresa. ¿Por qué se siente así? No es como si yo estuviera escondiendo fotografías eróticas de mis ex.
De: Lena Katina
Fecha: 17 de junio de 2011 09:14
Para: Yulia Volkova
Asunto: Mimos
Es por tu cumpleaños.
Otra sorpresa.
No seas tan arisca.
L x
Ella no me contesta inmediatamente, y entonces me llaman para acurdir a una reunión, así que no puedo entretenerme mucho.
* * *
Cuando vuelvo a echar un vistazo a mi BlackBerry, veo horrorizada que son las cuatro de la tarde. ¿Cómo ha pasado tan rápido el día? Sigue sin haber ningún mensaje de Yulia. Decido volver a mandarle un e-mail.
De: Lena Katina
Fecha: 17 de junio de 2011 16:03
Para: Yulia Volkova
Asunto: Hola
¿No me hablas?
Acuérdate de que saldré a tomar una copa con José, y que se quedará a dormir esta noche.
Por favor, piénsate lo de venir con nosotros.
L x
No me contesta, y siento un escalofrío de inquietud. Espero que esté bien.
Le llamo al móvil y salta el contestador. La grabación dice simplemente: «Volkova, deja tu mensaje», en un tono muy cortante.
—Hola… esto… soy yo, Lena. ¿Estás bien? Llámame —le hablo tartamudeante al contestador.
No había tenido que hacerlo nunca. Me ruborizo y cuelgo. ¡Pues claro que sabrá que eres tú, boba! Mi subconsciente me mira poniendo los ojos en blanco. Me siento tentada de telefonear a Andrea, su ayudante, pero decido que eso sería ir demasiado lejos. Vuelvo al trabajo de mala gana.
* * *
De repente suena mi teléfono y el corazón me da un vuelco. ¡Yulia! Pero no: es Nastya, mi mejor amiga… ¡por fin!
—¡Lena! —grita ella desde donde quiera que esté.
—¡Nastya! ¿Has vuelto? Te he echado de menos.
—Yo también. Tengo que contarte muchas cosas. Estamos en el aeropuerto… mi hombre y yo.
Y suelta una risita tonta, bastante impropia de Nastya.
—Fantástico. Yo también tengo muchas cosas que contarte.
—¿Nos vemos en el apartamento?
—He quedado con José para tomar algo. Vente con nosotros.
—¿José está aquí? ¡Pues claro que iré! Mandadme un mensaje con la dirección del bar.
—Vale —digo con una sonrisa radiante.
—¿Estás bien, Lena?
—Sí, muy bien.
—¿Sigues con Yulia?
—Sí.
—Bien. ¡Hasta luego!
Oh, no, ella también. La influencia de Dimitri no conoce fronteras.
—Sí… hasta luego, nena.
Sonrío, y ella cuelga.
Uau. Nastya ha vuelto. ¿Cómo voy a contarle todo lo que ha pasado? Debería apuntarlo, para no olvidarme de nada.
* * *
Una hora después suena el teléfono de mi despacho: ¿Yulia? No, es Claire.
—Deberías ver al chico que pregunta por ti en recepción. ¿Cómo es que conoces a tantos tíos buenos, Lena?
José debe de haber llegado. Echo un vistazo al reloj: las seis menos cinco.
Siento un pequeño escalofrío de emoción. Hace muchísimo que no le veo.
—¡Lena… uau! Estás guapísima. Muy adulta —exclama, con una sonrisa de oreja a oreja.
Solo porque llevo un vestido elegante… ¡vaya!
Me abraza fuerte.
—Y alta —murmura, sorprendido.
—Es por los zapatos, José. Tú tampoco estás nada mal.
Él lleva unos vaqueros, una camiseta negra y una camisa de franela a cuadros blancos y negros.
—Voy a por mis cosas y nos vamos.
—Bien. Te espero aquí.
* * *
Cojo las dos cervezas Rolling Rocks de la abarrotada barra y voy a la mesa donde está sentado José.
—¿Has encontrado sin problemas la casa de Yulia?
—Sí. No he entrado. Subí con el ascensor de servicio y entregué las fotos.
Las recogió un tal Igor. El sitio parece impresionante.
—Lo es. Espera a que lo veas por dentro.
—Estoy impaciente. Salud, Lena. Seattle te sienta bien.
Me sonrojo y brindamos con las botellas. Es Yulia la que me sienta bien.
—Salud. Cuéntame qué tal fue la exposición.
Sonríe radiante y se lanza a explicármelo, entusiasmado. Vendió todas las fotos menos tres, y con eso ha pagado el préstamo académico y aún le queda algo de dinero para él.
—Y la oficina de turismo de Portland me ha encargado unos paisajes. No está mal, ¿eh? —dice orgulloso.
—Oh, eso es fantástico, José. Pero ¿no interferirá con tus estudios? —pregunto con cierta preocupación.
—Qué va. Ahora que vosotras os habéis ido, y también los otros tres tipos con los que solía salir, tengo más tiempo.
—¿No hay ninguna monada que te mantenga ocupado? La última vez que te vi estabas rodeado de una docena de chicas que se te comían con los ojos —le digo,arqueando una ceja.
—Qué va, Lena. Ninguna de ellas es lo bastante mujer para mí —suelta en plan fanfarrón.
—Claro. José Rodríguez, el rompecorazones —replico con una risita.
—Eh… que yo también tengo mi encanto, Katina.
Parece ofendido, y me arrepiento un poco de mis palabras.
—Estoy convencida de eso —le digo en tono conciliador.
—¿Y cómo está Volkova? —pregunta, de nueve afable.
—Está bien. Estamos bien —murmuro.
—¿Dijiste que la cosa va en serio?
—Sí, va en serio.
—¿No es demasiado mayor para ti?
—Oh, José. ¿Sabes qué dice mi madre? Que yo ya nací vieja.
José hace un gesto irónico.
—¿Cómo está tu madre? —pregunta, y de ese modo salimos de terreno pantanoso.
—¡Lena!
Me doy la vuelta, y ahí están Nastya y Andrey. Ella está guapísima, con un bronceado fantástico, tonos rojizos en su rubia cabellera y una preciosa y deslumbrante sonrisa. Viste una camisola blanca y unos tejanos ajustados del mismo color que le hacen un tipo estupendo. Todo el mundo la mira. Yo me levanto de un salto para darle un abrazo. ¡Oh, cómo la he echado de menos!
Ella me aparta un poco para examinarme bien. Me mira de arriba abajo y yo me ruborizo.
—Has adelgazado. Mucho. Y estás distinta. Pareces más mayor. ¿Qué ha pasado? —dice con una actitud muy maternal—. Me gusta tu vestido. Te sienta bien.
—Han pasado muchas cosas desde que te fuiste. Ya te lo contaré luego,cuando estemos solas.
Ahora mismo no estoy preparada para la santa inquisidora Anastasya Isaeva. Ella me mira con suspicacia.
—¿Estás bien? —pregunta cariñosamente.
—Sí —respondo sonriendo, aunque estaría mejor si supiera dónde está Yulia
—Estupendo.
—Hola, Andrey.
Le sonrío, y él me da un pequeño abrazo.
—Hola, Lena —me susurra al oído.
—¿Qué tal la comida con Irina? —le pregunto.
—Interesante —contesta, muy críptico.
¿Oh?
—Andrey, ¿conoces a José?
—Nos vimos una vez —masculla José mirando intensamente a Andrey al estrecharle la mano.
—Sí, en Vancouver, en casa de Nastya —dice Andrey, que le sonríe afablemente—. Bueno, ¿quién quiere una copa?
Voy al lavabo, y desde allí le mando un mensaje a Yulia con la
dirección del bar; a lo mejor se viene con nosotros. No tengo llamadas perdidas suyas, ni e-mails. Eso es muy raro en ella.
—¿Qué pasa, Lena? —pregunta José cuando vuelvo a la mesa.
—No localizo a Yulia. Espero que esté bien.
—Seguro que sí. ¿Otra cerveza?
—Claro.
Nastya se me acerca.
—¿Andrey dice que una ex novia loca entró con una pistola en el apartamento?
—Bueno… sí.
Me encojo de hombros a modo de disculpa. Oh, vaya… ¿ahora tenemos que hablar de eso?
—Lena… ¿qué demonios ha pasado?
De pronto Nastya se interrumpe y saca su móvil.
—Hola, nene —dice cuando contesta. ¡Nene! Frunce el ceño y me mira—.Claro —dice, y se vuelve hacia mí—. Es Dimitri… quiere hablar contigo.
—Lena.
Dimitri habla con voz entrecortada, y a mí se me eriza el vello.
—Es Yulia. No ha vuelto de Portland.
—¿Qué? ¿Qué quieres decir?
—Su helicóptero ha desaparecido.
—¿El Charlie Tango? —digo en un susurro. Me falta el aire—. ¡No!
VIVALENZ28- Mensajes : 921
Fecha de inscripción : 04/08/2014
Re: 50 SOMBRAS MÁS OSCURAS// ADAPTACIÓN
De nuevo yo ¿Por qué tanta maldad? No es justo que quede donde mejor esta!
Aleinads- Mensajes : 519
Fecha de inscripción : 14/05/2015
Edad : 35
Localización : Colombia
Re: 50 SOMBRAS MÁS OSCURAS// ADAPTACIÓN
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Contemplo las llamas, anonadada. Llamaradas centelleantes, anaranjadas con brotes azul cobalto, que danzan y se entrelazan en la chimenea del apartamento de Yulia. Y, a pesar del calor que irradia el fuego y de la manta que me cubre los hombros, tengo frío. Un frío que me penetra hasta los huesos.
Oigo vagamente voces que susurran, muchas voces susurrantes. Pero es un zumbido distante, de fondo. No escucho las palabras. Lo único que oigo, lo único en lo que soy capaz de concentrarme, es en el tenue siseo del gas que arde en el hogar.
Me pongo a pensar en la casa que vimos ayer y en aquellas enormes chimeneas: chimeneas de verdad para troncos de leña. Me gustaría hacer el amor con Yulia frente a un fuego de verdad. Me gustaría hacer el amor con Yulia frente a este fuego. Sí, sería divertido. Seguro que a ella se le ocurriría algún modo de convertirlo en memorable, como todas las veces que hemos hecho el amor. Incluso las veces en que solo hemos follado, me digo con ironía. Sí, esas también fueron bastante memorables… ¿Dónde está?
Las llamas bailan y parpadean, cautivándome, aturdiéndome. Me concentro solamente en su belleza brillante y abrasadora. Son hechizantes.
«Eres tú la que me has hechizado, Elena.»
Eso fue lo que dijo la primera vez que durmió conmigo en mi cama. Oh,no…
Me rodeo el cuerpo con los brazos, la realidad se filtra sangrante en mi conciencia y se me cae el mundo encima. El vacío que se ha apoderado de mis entrañas se expande un poco más. El Charlie Tango ha desaparecido.
—Lena. Tenga.
La voz de la señora Jones, insistiéndome con delicadeza, me transporta de nuevo a la habitación, al ahora, a la angustia. Me ofrece una taza de té. Se lo agradezco y cojo la taza, que repiquetea contra el platito en mis manos temblorosas.
—Gracias —susurro, con la voz quebrada por el llanto reprimido y por el enorme nudo que tengo en la garganta.
Irina está sentada frente a mí en el inmenso sofá en forma de U cogiendo de la mano a Larissa, que está a su lado. Las dos me miran fijamente con la ansiedad y el sufrimiento impresos en sus hermosos rostros. Larissa parece avejentada: una madre preocupada por su hija. Yo parpadeo, sin expresión. No puedo ofrecerles una sonrisa tranquilizadora, ni una lágrima siquiera: no hay nada, solo palidez y ese creciente vacío. Observo a Dimitri, a José y a Andrey, que están de pie junto a la barra del desayuno, hablando en voz baja con cara seria. Comentan algo en un tono muy quedo.
Detrás se encuentra la señora Jones, que se mantiene ocupada en la cocina.
Nastya está en la sala de la televisión, pendiente de los informativos locales.
Oigo el débil sonido de la gran pantalla de plasma. No soy capaz de volver a ver la noticia —YULIA VOLKOVA, DESAPARECIDA— ni su atractivo rostro en la televisión.
Me da por pensar que nunca he visto a tanta gente en este gran salón, que aun así es tan enorme que les empequeñece a todos. Son pequeñas islas de gente perdida y angustiada en casa de mi Cincuenta. ¿Qué pensaría ella de su presencia aquí?
En algún lugar Igor y Oleg están hablando con las autoridades, que nos van proporcionando información con cuentagotas; pero todo eso no tiene ninguna importancia. El hecho es que ella ha desaparecido. Hace ocho horas que desapareció. Y no hay noticias ni rastro de ella. Lo único que sé es que la búsqueda se ha suspendido.
Ya ha anochecido. Y no sabemos dónde está. Puede estar herida, hambrienta o algo peor. ¡No!
Elevo una nueva plegaria silenciosa a Dios. Por favor, que Yulia esté bien. Por favor, que Yulia esté bien. La repito mentalmente una y otra vez: es mi mantra, mi tabla de salvación, algo a lo que aferrarme en mi desesperación. Me niego a pensar lo peor. No, eso ni pensarlo. Aún hay esperanza.
«Tú eres mi tabla de salvación.»
Las palabras de Yulia acuden a mi memoria. Sí, la esperanza es lo
último que se pierde. No debo desesperar. Sus palabras resuenan en mi mente.
«Ahora soy una firme defensora de la gratificación inmediata. Carpe diem,Lena.»
¿Por qué yo no he disfrutado del momento?
«Hago esto porque finalmente he conocido a alguien con quien quiero pasar el resto de mi vida.»
Cierro los ojos y rezo en silencio, meciéndome levemente. Por favor, no dejes que el resto de su vida sea tan breve. Por favor, por favor. No hemos pasado suficiente tiempo juntas… necesitamos más tiempo. Hemos hecho tantas cosas en las pocas semanas que han pasado. Esto no puede terminar. Todos nuestros momentos de ternura: el pintalabios, cuando me hizo el amor por primera vez en el hotel Olympic, ella postrada de rodillas, ofreciéndose a mí… tocarla finalmente.
«Yo sigo siendo la misma, Lena. Te quiero y te necesito. Tócame. Por favor.»
Oh, la amo tanto. No seré nada sin ella, tan solo una sombra… toda la luz se eclipsará. No, no, no… mi pobre Yulia.
«Este soy yo, Lena. Todo lo que soy… y soy toda tuya. ¿Qué tengo que hacer para que te des cuenta de eso? Para hacerte ver que quiero que seas mía de la forma que tenga que ser. Que te quiero.»
Y yo a ti, mi Cincuenta Sombras.
Abro los ojos y una vez más contemplo el fuego con la mirada perdida, y recuerdos del tiempo que pasamos juntas revolotean en mi mente: su alegría juvenil cuando estábamos navegando y volando; su aspecto sofisticada, distinguida y terriblemente sexy en el baile de máscaras; bailar, oh, sí, bailar en el piso, dando
vueltas por el salón con Sinatra de fondo; su esperanza silenciosa y anhelante ayer cuando fuimos a ver la casa… aquella vista tan espectacular.
«Pondré el mundo a tus pies, Elena. Te quiero, en cuerpo y alma, para siempre.»
Oh, por favor, que no le haya pasado nada. No puede haberse ido. Ella es el centro de mi universo.
Se me escapa un sollozo ahogado, y me tapo la boca con la mano. No, he de ser fuerte.
De pronto José está a mi lado… ¿o lleva un rato aquí? No tengo ni idea.
—¿Quieres que llame a tu madre o a tu padre? —pregunta con dulzura.
¡No! Niego con la cabeza y aferro la mano de José. No puedo hablar, sé que si lo hago me desharé en lágrimas, pero el apretón cariñoso y tierno de su mano no supone ningún consuelo.
Oh, mamá. Me tiembla el labio al pensar en mi madre. ¿Debería llamarla?
No. No soy capaz de afrontar su reacción. Quizá Sergey; él sabría mantener la calma: él siempre mantiene la calma, incluso cuando pierden los Mariners.
Larissa se levanta y se acerca a los chicos, distrayendo mi atención. Este debe de ser el rato más largo que ha conseguido permanecer sentada. Irina también viene a sentarse a mi lado y me coge la otra mano.
—Volverá —dice, y el convencimiento inicial de su tono de voz se quiebra en el último momento.
Tiene los ojos muy abiertos y enrojecidos, y la cara pálida y transida por la falta de sueño.
Levanto la vista hacia Andrey, que está mirando a Irina, y hacia Dimitri abrazado a Larissa. Echo una ojeada al reloj. Son más de las once, casi medianoche.
¡Maldito tiempo! A cada hora que pasa aumenta ese devastador vacío que me consume y me asfixia. En mi fuero interno sé que me estoy preparando para lo peor. Cierro los ojos, elevo otra plegaria silenciosa y me aferro a las manos de José e Irina.
Vuelvo a abrir los ojos, y contemplo otra vez las llamas. Veo su sonrisa tímida: mi favorita de todas sus expresiones, un atisbo de la verdadera Yulia, mi verdadera Yulia. Ella es muchas personas: una obsesa del control, una presidenta ejecutiva, una acosadora, una diosa del sexo, una Ama, y, al mismo tiempo, una chiquilla con sus juguetes. Sonrío. Su coche, su barco, su avión, su helicóptero Charlie Tango… mi chica perdida, literalmente perdida ahora mismo. Mi sonrisa se desvanece y el dolor vuelve a lacerarme. La recuerdo en la ducha, limpiándose la marca del pintalabios.
«Yo no soy nada, Elena. Soy una mujer vacía por dentro. No tengo corazón.»
El nudo que tengo en la garganta se hace más grande. Oh, Yulia, sí tienes, sí tienes corazón, y es mío. Quiero adorarlo para siempre. Aunque ella sea una mujer tan compleja y problemática, yo la quiero. Nunca habrá nadie más. Jamás.
Recuerdo estar sentada en el Starbucks sopesando los pros y los contras de mi Yulia. Todos esos contras, incluso esas fotografías que encontré esta mañana, se desvanecen ahora como algo insignificante. Solo importa ella, y si volverá. Oh, por favor, Señor, devuélvemelo, haz que esté bien. Iré a la iglesia… haré lo que sea. Oh, si consigo recuperarla, disfrutaré de cada momento. Su voz resuena de nuevo en mi mente: «Carpe diem, Lena».
Sigo contemplando las llamas con más vehemencia, las lenguas de fuego siguen ardiendo, centelleando, entrelazándose. Entonces Larissa suelta un grito, y todo empieza a moverse a cámara lenta.
—¡Yulia!
Me doy la vuelta justo a tiempo de ver a Larissa, que estaba detrás de mí caminando arriba y abajo, cruzar el salón a toda velocidad, y ahí, de pie en el umbral, está una consternada Yulia. Solo lleva los pantalones del traje y la camisa, y sostiene en la mano la americana, los calcetines y los zapatos. Se le ve cansada, sucia,
y extraordinariamente atractivo.
Dios santo… Yulia. Está viva. La miro aturdida, intentando discernir si realmente está aquí o es una alucinación.
Parece absolutamente desconcertada. Deja la chaqueta y los zapatos en el suelo justo cuando Larissa le lanza los brazos al cuello y le besa muy fuerte la mejilla.
—¿Mamá?
Yulia la mira, totalmente perplejo.
—Creí que no volvería a verte más —susurra Larissa, expresando en voz alta el temor general.
—Estoy aquí, mamá.
Y percibo en su tono un deje de consternación.
—Creí que me moría —musita ella con un hilo de voz, haciéndose eco de mis pensamientos.
Gime y solloza, incapaz de seguir reprimiendo el llanto. Yulia frunce el ceño, no sé si horrorizada o mortificada, y acto seguido la abraza con fuerza y la estrecha contra ella.
—Oh, Yulia —dice con la voz ahogada por el llanto, rodeándole con sus brazos y sollozando con la cara hundida en su cuello, olvidado ya todo autocontrol, y ella no se resiste.
Se limita a sostenerla y a mecerla adelante y atrás, consolándola. Las lágrimas anegan mis ojos. Oleg grita desde el pasillo:
—¡Está viva! ¡Dios… estás aquí! —exclama saliendo repentinamente del despacho de Igor agarrado a su teléfono móvil, las abraza a ambos y cierra los ojos lleno de un profundo alivio.
—¿Papá?
A mi lado, Irina grita algo ininteligible, luego se levanta y corre junto a sus padres y se abraza también a todos.
Finalmente, una cascada de lágrimas brota por mis mejillas. Ella está aquí, está bien. Pero no puedo moverme.
Oleg es el primero en apartarse. Se seca los ojos mientras le da
palmaditas a Yulia en la espalda. Irina también se retira un poco, y Larissa da un paso atrás.
—Lo siento —balbucea ella.
—Eh, mamá… no pasa nada —dice Yulia, con la consternación aún reflejada en su rostro.
—¿Dónde estabas? ¿Qué ha sucedido? —exclama Larissa llorando y hundiendo el rostro entre las manos.
—Mamá —musita Yulia. La acoge en sus brazos otra vez y le besa la cabeza—. Estoy aquí. Estoy bien. Simplemente me ha costado horrores poder volver de Portland. ¿A qué viene todo este comité de bienvenida?
Recorre la habitación con la vista, hasta que sus ojos se posan en mí.
Parpadea y se queda mirando un segundo a José, que me suelta la mano.
Yulia aprieta los labios. Yo me embebo en su visión y el alivio invade todo mi cuerpo, dejándome agotada, exhausta y completamente eufórica. Pero no puedo parar de llorar. Yulia se centra de nuevo en su madre.
—Mamá, estoy bien. ¿Qué pasa? —dice Yulia tranquilizadora.
Ella le sostiene la cara entre las manos.
—Estabas desaparecida, Yulia. Tu plan de vuelo… no llegaste a
Seattle. ¿Por qué no te pusiste en contacto con nosotros?
Yulia arquea las cejas, sorprendida.
—No creí que tardaría tanto.
—¿Por qué no telefoneaste?
—Me quedé sin batería.
—¿No podías haber llamado… aunque fuera a cobro revertido?
—Mamá… es una historia muy larga.
Ella prácticamente le grita.
—¡Yulia, no vuelvas a hacerme esto nunca más! ¿Me has entendido?
—Sí, mamá.
Le seca las lágrimas con el pulgar y vuelve a rodearla entre sus brazos.
Cuando Larissa recupera la compostura, ella la suelta para abrazar a Irina, que le da una enojada palmada en el pecho.
—¡Nos tenías muy preocupados! —le suelta, y ella también se echa a llorar.
—Ya estoy aquí, por Dios santo —musita Yulia.
Cuando Dimitri se acerca, Yulia deja a Irina con Oleg, que ya tiene un brazo sobre los hombros de su esposa, y con el otro rodea a su hija. Dimitri le da un rápido abrazo a Yulia, ante la perplejidad de esta, y le propina una fuerte palmada en la espalda.
—Me alegro mucho de verte —dice Dimitri en voz alta y con cierta
brusquedad, intentando disimular la emoción.
Las lágrimas corren por mis mejillas mientras contemplo la escena. El salón está bañado en eso: amor incondicional. Ella lo tiene a raudales; simplemente es algo que nunca había aceptado antes, e incluso ahora está totalmente perdida.
¡Mira, Yulia, todas estas personas te quieren! Puede que ahora empieces a creértelo.
Nastya está detrás de mí debe de haber vuelto de la sala de la televisión,y me acaricia el pelo con cariño.
—Está realmente aquí, Lena —murmura para tranquilizarme.
—Ahora voy a saludar a mi chica —les dice Yulia a sus padres.
Ambos asienten, sonríen y se apartan.
Se acerca a mí, todavía perpleja, con sus ojos azules brillantes, pero cautelosos. En lo más profundo de mi ser hallo la fuerza necesaria para levantarme tambaleante y arrojarme a sus brazos abiertos.
—¡Yulia! —exclamo sollozante.
—Chsss —musita ella, y me abraza.
Hunde la cara en mi pelo e inspira profundamente. Yo levanto hacia ella mi rostro bañado en lágrimas y ella me da un largo beso que aun así me sabe a poco.
—Hola —murmura.
—Hola —respondo en un susurro, sintiendo cómo arde el nudo que tengo en la garganta.
—¿Me has echado de menos?
—Un poco.
Sonríe.
—Ya lo veo.
Y con un leve roce de la mano, me seca las lágrimas que se niegan a dejar de rodar por mis mejillas.
—Creí… creí que…
No puedo seguir.
—Ya lo veo. Chsss… estoy aquí. Estoy aquí… —murmura, y vuelve a besarme suavemente.
—¿Estás bien? —pregunto.
Y la suelto y le toco el pecho, los brazos, la cintura… oh, sentir bajo los dedos a esta mujer cariñosa, vital, sensual, me tranquiliza y me confirma que está realmente aquí, delante de mí. Ha vuelto. Ella ni siquiera parpadea. Solo me mira atentamente.
—Estoy bien. No me pienso ir a ninguna parte.
—Oh, gracias a Dios. —Vuelvo a abrazarle por la cintura y ella me rodea con sus brazos otra vez—. ¿Tienes hambre? ¿Quieres algo de beber?
—Sí.
Me aparto para ir a buscarle algo, pero ella no me deja ir. Me mantiene abrazada y le tiende una mano a José.
—Señorita Volkova —dice José en tono tranquilo.
Yulia suelta un pequeño resoplido.
—Yulia, por favor —dice.
—Bienvenida, Yulia. Me alegro de que estés bien, y… esto… gracias por dejarme dormir aquí.
—No hay problema.
Yulia entorna los ojos, pero en ese momento la señora Jones aparece de repente a su lado. Entonces me doy cuenta de que no va tan arreglada como siempre.
No lo había notado hasta ahora. Lleva el pelo suelto, unas mallas gris claro y una enorme sudadera también gris con las letras WSU COUGARS bordadas en el pecho, que la hace parecer más bajita. Y mucho más joven.
—¿Le apetece que le sirva algo, señorita Volkova?
Se seca los ojos con un pañuelo de papel.
Yulia le sonríe con afecto.
—Una cerveza, por favor, Gail… Una Budvar, y algo de comer.
—Ya te lo traigo yo —murmuro, con ganas de hacer algo por mi mujer.
—No. No te vayas —dice ella en voz baja, estrechándome más fuerte.
El resto de la familia se acerca, y Andrey y Nastya se unen también a nosotras.
Yulia le estrecha la mano a Andrey y besa fugazmente a Nastya en la mejilla. La señora Jones vuelve con una botella de cerveza y un vaso. Ella coge la botella y, al ver el vaso,niega con la cabeza. Ella sonríe y regresa a la cocina.
—Me sorprende que no quieras algo más fuerte —comenta Dimitri—. ¿Y qué coño te ha pasado? La primera noticia que tuve fue cuando papá me llamó para decirme que la carraca esa había desaparecido.
—¡Dimiitri! —le riñe Larissa.
—El helicóptero —masculla Yulia corrigiendo a Dimitri, que sonríe, y yo sospecho que se trata de una broma familiar—. Sentémonos y te lo cuento.
Yulia me lleva hasta el sofá, y todo el mundo se sienta, todos con los ojos puestos en ella. Bebe un buen trago de cerveza, y en ese momento ve a Igor rondando por el umbral del vestíbulo. Le saluda con un movimiento de cabeza e Igor responde del mismo modo.
—¿Tu hija?
—Ahora está bien. Falsa alarma, señorita.
—Bien.
Yulia sonríe.
¿Su hija? ¿Qué le ha ocurrido a la hija de Igor?
—Me alegro de que esté de vuelta, señorita. ¿Algo más?
—Tenemos que recoger el helicóptero.
Igor asiente.
—¿Ahora? ¿O mañana a primera hora?
—Creo que por la mañana, Igor.
—Muy bien, señorita. ¿Algo más, señorita?
Yulia niega con la cabeza, le mira y levanta la botella. Igor le
responde con una extraña sonrisa más incluso que la de Yulia, creo, y se marcha, seguramente a su despacho o a su habitación.
—Yulia, ¿qué ha sucedido? —pregunta Oleg.
Yulia procede a contar su historia. Había volado a Vancouver en el
Charlie Tango con Ros, su número dos, para ocuparse de un asunto relacionado con los fondos para la wsu. Yo estoy tan aturdida que apenas puedo seguirle. Me limito a sostener la mano de Yulia y a mirar sus uñas cuidadas, sus dedos largos, los
pliegues de sus nudillos, su reloj de pulsera, un Omega con tres esferas pequeñas.
Mientras ella continúa con su relato, levanto la vista para observar su hermoso perfil.
—Ros nunca había visto el monte Saint Helens, así que a la vuelta, y a modo de celebración, dimos un pequeño rodeo. Me enteré hace poco de que habían levantado la restricción temporal de vuelo, y quería echar un vistazo. Bueno, pues fue una suerte que lo hiciéramos. Íbamos volando bajo, a unos doscientos pies del suelo,cuando se encendieron las luces de emergencia en el panel de mandos. Había fuego en la cola… y no tuve más remedio que apagar todo el sistema electrónico y tomar tierra.
—Sacude la cabeza—. Aterricé junto al lago Silver, saqué a Ros y conseguí apagar el fuego.
—¿Fuego? ¿En ambos motores? —pregunta Oleg, horrorizado.
—Pues sí.
—¡Joder! Pero yo creía…
—Lo sé —le interrumpe Yulia—. Tuvimos mucha suerte de ir volando tan bajo —murmura.
Me estremezco. Ella me suelta la mano y me rodea con el brazo.
—¿Tienes frío? —pregunta.
Le digo que no con la cabeza.
—¿Cómo apagaste el fuego? —pregunta Nastya, impulsada por su instinto periodístico a lo Carl Bernstein.
Dios, a veces puede ser tan seca.
—Con los extintores. La ley nos obliga a llevarlos —contesta Yulia en el mismo tono.
Y me vienen a la mente unas palabras que pronunció hace ya un tiempo:
«Agradezco todos los días a la divina providencia que fueras tú quien vino a entrevistarme y no Anastasya Isaeva».
—¿Por qué no telefoneaste, ni usaste la radio? —pregunta Larissa.
Yulia sacude la cabeza.
—El sistema electrónico estaba desconectado, y por tanto no teníamos radio. Y no quería arriesgarme a ponerlo de nuevo en marcha por culpa del fuego. El GPS de la BlackBerry seguía funcionando, y así pude orientarme hasta la carretera más cercana. Caminamos cuatro horas hasta llegar a ella. Ros llevaba tacones.
Los labios de Yulia se convierten en una fina línea reprobatoria.
—No teníamos cobertura en el móvil. En Gifford no hay. Primero se agotó la batería del de Ros. La del mío se terminó durante el camino.
Santo Dios… Me pongo tensa y Yulia me atrae hacia ella y me sienta en su regazo.
—¿Cómo conseguisteis volver a Seattle? —pregunta Larissa, que al vernos pestañea levemente, y yo me ruborizo.
—Nos pusimos a hacer autoestop. Juntamos el dinero que llevábamos encima. Entre las dos, reunimos seiscientos dólares, y pensamos que tendríamos que pagar a alguien para que nos trajera de vuelta, pero un camionero se paró y aceptó llevarnos a casa. Rechazó el dinero que le ofrecimos y compartió su comida con nosotras. —Yulia menea la cabeza consternada al recordarlo—. Tardamos muchísimo. Él no tenía móvil, cosa rara pero cierta. No se me ocurrió pensar…
Se calla y mira a su familia.
—¿Que nos preocuparíamos? —dice Larissa, indignada—. ¡Oh, Yulia!—le reprocha—. ¡Casi nos volvemos locos!
—Has salido en las noticias, hermanita.
Yulia alza la vista, con aire resignada.
—Sí. Me imaginé algo al llegar y ver todo este recibimiento y el puñado de fotógrafos que hay en la calle. Lo siento, mamá. Debería haberle pedido al camionero que parara para poder telefonear. Pero estaba ansiosa por volver —añade, mirando de
reojo a José.
Ah, era por eso, porque José se queda a dormir aquí. Frunzo el ceño ante la idea. Dios… tanta preocupación por una tontería.
Larissa menea la cabeza.
—Estoy muy contenta de que hayas vuelto de una pieza, cariño, eso es lo único que importa.
Yo empiezo a relajarme. Apoyo la cabeza en su pecho. Huele a naturaleza,y levemente a sudor y a gel de baño… a Yulia, el aroma que más me gusta del mundo. Las lágrimas vuelven a correr por mis mejillas, lágrimas de gratitud.
—¿Ambos motores? —vuelve a preguntar Oleg con expresión de
incredulidad.
—Como lo oyes.
Yulia se encoge de hombros y me pasa la mano por la espalda.
—Eh —susurra. Me pone los dedos bajo el mentón y me echa la cabeza hacia atrás—. Deja de llorar.
Yo me seco la nariz con el dorso de la mano, un gesto impropio de una señorita.
—Y tú deja de desaparecer.
Me sorbo y sus labios se curvan en un amago de sonrisa.
—Un fallo eléctrico… eso es muy raro, ¿verdad? —vuelve a decir Oleg.
—Sí, yo también lo pensé, papá. Pero ahora mismo lo único que quiero es irme a la cama y no pensar en toda esta mierda hasta mañana.
—¿Así que los medios de comunicación ya saben que Yulia Volkova ya ha sido localizada sana y salva? —dice Nastya.
—Sí. Andrea y mi gente de relaciones públicas se encargarán de tratar con los medios. Ros la telefoneó en cuanto la dejamos en su casa.
—Sí, Andrea me llamó para informarme de que estabas viva.
Oleg sonríe.
—Debería subirle el sueldo a esa mujer. Ya va siendo hora —dice
Yulia.
—Damas y caballeros, eso solo puede indicar que mi hermana necesita urgentemente un sueño reparador —insinúa Dimitri en tono burlón.
Yulia le dedica una mueca.
—Oly, mi hijo está bien. Ahora ya puedes llevarme a casa.
¿Oly? Larissa dirige a su marido una mirada llena de adoración.
—Sí, creo que nos conviene dormir —contesta Oleg sonriéndole.
—Quedaos —sugiere Yulia.
—No, cariño. Ahora que sé que estás a salvo quiero irme a casa.
Con cierta renuencia, Yulia me acomoda en el sofá y se levanta. Larissa la abraza otra vez, apoya la cabeza en su pecho y cierra los ojos, satisfecha. Ella la rodea con sus brazos.
—Estaba tan preocupada, cariño —murmura ella.
—Estoy bien, mamá.
Ella se inclina hacia atrás y la observa con atención, mientras ella sigue sujeteándola.
—Sí, creo que sí —dice Larissa lentamente, dirige su mirada hacia mí y sonríe.
Me ruborizo.
Acompañamos a Oleg y a Larissa al vestíbulo. A mi espalda, puedo oír que Irina y Andrey mantienen un acalorado intercambio en susurros, pero no escucho lo que dicen.
Irina sonríe tímidamente a Andrey, que la mira boquiabierto y menea la cabeza. De repente ella cruza los brazos y gira sobre sus talones. Él se frota la frente con una mano, visiblemente frustrado.
—Mamá, papá… esperadme —dice Irina de pronto.
Quizá sea tan voluble como su hermano.
Nastya me da un fuerte abrazo.
—Ya veo que aquí han pasado cosas muy serias mientras nosotros disfrutábamos ajenos a todo en Barbados. Es bastante obvio que vosotras dos estáis locas la una por la otra. Me alegro de que no le haya pasado nada. No solo por ella…también por ti, Lena.
—Gracias, Nastya —murmuro.
—Sí. ¿Quién iba a decir que encontraríamos el amor al mismo tiempo?
Sonríe. Uau. Lo ha admitido.
—¡Y con dos hermanos! —exclamo riendo nerviosa.
—A lo mejor acabamos siendo cuñadas —bromea.
Yo me pongo tensa, y entonces Nastya se me queda mirando otra vez, con esa cara de: «¿Qué es lo que no me has contado?». Me sonrojo. Maldita sea, ¿debería decirle que me ha pedido matrimonio?
—Vamos, nena —la llama Dimitri desde el ascensor.
—Ya hablaremos mañana, Lena. Debes de estar agotada.
Estoy salvada.
—Claro. Tú también, Nastya. Hoy has hecho un viaje muy largo.
Nos abrazamos una vez más. Luego ella y Dimitri entran en el ascensor detrás de los Volkov, y se cierran las puertas.
José está esperándonos junto a la entrada cuando volvemos del vestíbulo.
—Bueno, yo me voy a acostar… os dejo solas —dice.
Yo me sonrojo. ¿Por qué resulta tan incómoda toda esta situación?
—¿Sabes ya cuál es tu habitación? —pregunta Yulia.
José asiente.
—Sí, el ama de llaves…
—La señora Jones —aclaro.
—Sí, la señora Jones me la enseñó antes. Menudo ático tienes, Yulia.
—Gracias —dice ella educadamente.
Luego se coloca a mi lado y me pasa el brazo sobre los hombros. Se inclina y me besa el cabello.
—Voy a comerme lo que me ha preparado la señora Jones. Buenas noches,José.
Christian vuelve al salón y nos deja a José y a mí en la entrada.
Uau. Me ha dejado a solas con José.
—En fin, buenas noches —dice José, repentinamente incómodo.
—Buenas noches, José, y gracias por quedarte.
—Ningún problema, Lena. Cada vez que esa poderosa y millonaria novia tuya desaparezca… yo estaré ahí.
—¡José! —le riño.
—Es una broma. No te enfades. Mañana me iré temprano. Ya nos veremos,¿eh? Te he echado de menos.
—Claro, José. Pronto, espero. Siento que haya sido una noche tan…espantosa —digo sonriendo a modo de disculpa.
—Sí —replica con gesto cómplice—, espantosa. —Me abraza—. En serio, Lena. Me alegro de que seas feliz, pero si me necesitas, ahí estaré.
Yo le miro fijamente.
—Gracias.
Él me responde con una sonrisa fugaz, agridulce, y luego sube las escaleras.
Yo vuelvo al salón. Yulia está de pie junto al sofá, y me observa con expresión inescrutable. Por fin estamos solas y nos miramos intensamente.
—Él sigue loco por ti, ¿sabes? —murmura.
—¿Y usted cómo lo sabe, señorita Volkova?
—Reconozco los síntomas, señorita Katina. Me parece que yo sufro la misma dolencia.
—Creí que no volvería a verte nunca —susurro.
Ya está, ya lo he dicho. Todos mis peores miedos condensados nítidamente en una frase corta, y por fin exorcizados.
—No fue tan grave como parece.
Recojo del suelo la americana de su traje y sus zapatos, y me acerco a ella.
—Ya lo llevaré yo —murmura, y coge la chaqueta.
Yulia me observa como si yo fuera su razón de vivir, y estoy segura de que yo la miro del mismo modo. Está aquí, realmente aquí. Me acoge entre sus brazos y yo me dejo envolver por su cuerpo.
—Yulia —gimo, y nuevamente brotan las lágrimas.
—Chsss… —me calma, y me besa el pelo—. ¿Sabes?, durante esos espantosos segundos antes de aterrizar, solo pensé en ti. Tú eres mi talismán, Lena.
—Creía que te había perdido —digo sin aliento.
Nos quedamos así, abrazadas, recuperándonos y tranquilizándonos mutuamente. Cuando le estrecho con más fuerza, me doy cuenta de que sigo llevando los zapatos en la mano, y los dejo caer al suelo, rompiendo el silencio.
—Ven a ducharte conmigo —murmura.
—Vale.
Poso la mirada hacia ella. No quiero soltarla. Ella me alza la barbilla.
—¿Sabes?, incluso con la cara manchada de lágrimas estás preciosa, Lena Katina. —Se inclina y me besa con ternura—. Y tienes unos labios muy suaves.
Me besa de nuevo, más intensamente.
Oh, Dios… y pensar que podría haberla perdido… no… Dejo de pensar y finalmente me rindo.
—Tengo que dejar la chaqueta —murmura.
—Tírala —susurro junto a sus labios.
—No puedo.
Me echo hacia atrás ligeramente y la miro, desconcertada.
Me sonríe.
—Por esto.
Del bolsillo interior de la americana saca el paquetito que le di con mi regalo. Deja la chaqueta sobre el respaldo del sofá y pone la cajita encima.
Disfruta del momento, Lena, me incita mi subconsciente. Bueno, ya son más de las doce de la noche, de modo que técnicamente ya es su cumpleaños.
—Ábrelo —susurro, y mi corazón empieza a latir con fuerza.
—Confiaba en que me lo pidieras —murmura—. Me estaba volviendo loca.
Le sonrío con aire travieso. Me siento aturdida. Ella me dedica su sonrisa tímida y me derrito por dentro, pese al retumbar de mi corazón, disfrutando con su expresión entre intrigada y divertida. Con dedos hábiles, quita el envoltorio y abre la cajita. Arquea una ceja, y saca un llaverito de plástico con una imagen a base de
minúsculos píxeles que aparece y desaparece como una pantalla LED. Representa el perfil de la ciudad, con la palabra SEATTLE escrita en grandes letras en medio del paisaje.
Se lo queda mirando un momento y luego me mira a mí, perpleja, y una arruga surca su adorable frente.
—Dale la vuelta —murmuro, y contengo la respiración.
Lo hace. Abre la boca sin dar crédito, y clava sus enormes ojos azules en los míos, maravillada y feliz.
En el llavero aparece y desaparece intermitente la palabra SÍ.
—Feliz cumpleaños —musito.
Contemplo las llamas, anonadada. Llamaradas centelleantes, anaranjadas con brotes azul cobalto, que danzan y se entrelazan en la chimenea del apartamento de Yulia. Y, a pesar del calor que irradia el fuego y de la manta que me cubre los hombros, tengo frío. Un frío que me penetra hasta los huesos.
Oigo vagamente voces que susurran, muchas voces susurrantes. Pero es un zumbido distante, de fondo. No escucho las palabras. Lo único que oigo, lo único en lo que soy capaz de concentrarme, es en el tenue siseo del gas que arde en el hogar.
Me pongo a pensar en la casa que vimos ayer y en aquellas enormes chimeneas: chimeneas de verdad para troncos de leña. Me gustaría hacer el amor con Yulia frente a un fuego de verdad. Me gustaría hacer el amor con Yulia frente a este fuego. Sí, sería divertido. Seguro que a ella se le ocurriría algún modo de convertirlo en memorable, como todas las veces que hemos hecho el amor. Incluso las veces en que solo hemos follado, me digo con ironía. Sí, esas también fueron bastante memorables… ¿Dónde está?
Las llamas bailan y parpadean, cautivándome, aturdiéndome. Me concentro solamente en su belleza brillante y abrasadora. Son hechizantes.
«Eres tú la que me has hechizado, Elena.»
Eso fue lo que dijo la primera vez que durmió conmigo en mi cama. Oh,no…
Me rodeo el cuerpo con los brazos, la realidad se filtra sangrante en mi conciencia y se me cae el mundo encima. El vacío que se ha apoderado de mis entrañas se expande un poco más. El Charlie Tango ha desaparecido.
—Lena. Tenga.
La voz de la señora Jones, insistiéndome con delicadeza, me transporta de nuevo a la habitación, al ahora, a la angustia. Me ofrece una taza de té. Se lo agradezco y cojo la taza, que repiquetea contra el platito en mis manos temblorosas.
—Gracias —susurro, con la voz quebrada por el llanto reprimido y por el enorme nudo que tengo en la garganta.
Irina está sentada frente a mí en el inmenso sofá en forma de U cogiendo de la mano a Larissa, que está a su lado. Las dos me miran fijamente con la ansiedad y el sufrimiento impresos en sus hermosos rostros. Larissa parece avejentada: una madre preocupada por su hija. Yo parpadeo, sin expresión. No puedo ofrecerles una sonrisa tranquilizadora, ni una lágrima siquiera: no hay nada, solo palidez y ese creciente vacío. Observo a Dimitri, a José y a Andrey, que están de pie junto a la barra del desayuno, hablando en voz baja con cara seria. Comentan algo en un tono muy quedo.
Detrás se encuentra la señora Jones, que se mantiene ocupada en la cocina.
Nastya está en la sala de la televisión, pendiente de los informativos locales.
Oigo el débil sonido de la gran pantalla de plasma. No soy capaz de volver a ver la noticia —YULIA VOLKOVA, DESAPARECIDA— ni su atractivo rostro en la televisión.
Me da por pensar que nunca he visto a tanta gente en este gran salón, que aun así es tan enorme que les empequeñece a todos. Son pequeñas islas de gente perdida y angustiada en casa de mi Cincuenta. ¿Qué pensaría ella de su presencia aquí?
En algún lugar Igor y Oleg están hablando con las autoridades, que nos van proporcionando información con cuentagotas; pero todo eso no tiene ninguna importancia. El hecho es que ella ha desaparecido. Hace ocho horas que desapareció. Y no hay noticias ni rastro de ella. Lo único que sé es que la búsqueda se ha suspendido.
Ya ha anochecido. Y no sabemos dónde está. Puede estar herida, hambrienta o algo peor. ¡No!
Elevo una nueva plegaria silenciosa a Dios. Por favor, que Yulia esté bien. Por favor, que Yulia esté bien. La repito mentalmente una y otra vez: es mi mantra, mi tabla de salvación, algo a lo que aferrarme en mi desesperación. Me niego a pensar lo peor. No, eso ni pensarlo. Aún hay esperanza.
«Tú eres mi tabla de salvación.»
Las palabras de Yulia acuden a mi memoria. Sí, la esperanza es lo
último que se pierde. No debo desesperar. Sus palabras resuenan en mi mente.
«Ahora soy una firme defensora de la gratificación inmediata. Carpe diem,Lena.»
¿Por qué yo no he disfrutado del momento?
«Hago esto porque finalmente he conocido a alguien con quien quiero pasar el resto de mi vida.»
Cierro los ojos y rezo en silencio, meciéndome levemente. Por favor, no dejes que el resto de su vida sea tan breve. Por favor, por favor. No hemos pasado suficiente tiempo juntas… necesitamos más tiempo. Hemos hecho tantas cosas en las pocas semanas que han pasado. Esto no puede terminar. Todos nuestros momentos de ternura: el pintalabios, cuando me hizo el amor por primera vez en el hotel Olympic, ella postrada de rodillas, ofreciéndose a mí… tocarla finalmente.
«Yo sigo siendo la misma, Lena. Te quiero y te necesito. Tócame. Por favor.»
Oh, la amo tanto. No seré nada sin ella, tan solo una sombra… toda la luz se eclipsará. No, no, no… mi pobre Yulia.
«Este soy yo, Lena. Todo lo que soy… y soy toda tuya. ¿Qué tengo que hacer para que te des cuenta de eso? Para hacerte ver que quiero que seas mía de la forma que tenga que ser. Que te quiero.»
Y yo a ti, mi Cincuenta Sombras.
Abro los ojos y una vez más contemplo el fuego con la mirada perdida, y recuerdos del tiempo que pasamos juntas revolotean en mi mente: su alegría juvenil cuando estábamos navegando y volando; su aspecto sofisticada, distinguida y terriblemente sexy en el baile de máscaras; bailar, oh, sí, bailar en el piso, dando
vueltas por el salón con Sinatra de fondo; su esperanza silenciosa y anhelante ayer cuando fuimos a ver la casa… aquella vista tan espectacular.
«Pondré el mundo a tus pies, Elena. Te quiero, en cuerpo y alma, para siempre.»
Oh, por favor, que no le haya pasado nada. No puede haberse ido. Ella es el centro de mi universo.
Se me escapa un sollozo ahogado, y me tapo la boca con la mano. No, he de ser fuerte.
De pronto José está a mi lado… ¿o lleva un rato aquí? No tengo ni idea.
—¿Quieres que llame a tu madre o a tu padre? —pregunta con dulzura.
¡No! Niego con la cabeza y aferro la mano de José. No puedo hablar, sé que si lo hago me desharé en lágrimas, pero el apretón cariñoso y tierno de su mano no supone ningún consuelo.
Oh, mamá. Me tiembla el labio al pensar en mi madre. ¿Debería llamarla?
No. No soy capaz de afrontar su reacción. Quizá Sergey; él sabría mantener la calma: él siempre mantiene la calma, incluso cuando pierden los Mariners.
Larissa se levanta y se acerca a los chicos, distrayendo mi atención. Este debe de ser el rato más largo que ha conseguido permanecer sentada. Irina también viene a sentarse a mi lado y me coge la otra mano.
—Volverá —dice, y el convencimiento inicial de su tono de voz se quiebra en el último momento.
Tiene los ojos muy abiertos y enrojecidos, y la cara pálida y transida por la falta de sueño.
Levanto la vista hacia Andrey, que está mirando a Irina, y hacia Dimitri abrazado a Larissa. Echo una ojeada al reloj. Son más de las once, casi medianoche.
¡Maldito tiempo! A cada hora que pasa aumenta ese devastador vacío que me consume y me asfixia. En mi fuero interno sé que me estoy preparando para lo peor. Cierro los ojos, elevo otra plegaria silenciosa y me aferro a las manos de José e Irina.
Vuelvo a abrir los ojos, y contemplo otra vez las llamas. Veo su sonrisa tímida: mi favorita de todas sus expresiones, un atisbo de la verdadera Yulia, mi verdadera Yulia. Ella es muchas personas: una obsesa del control, una presidenta ejecutiva, una acosadora, una diosa del sexo, una Ama, y, al mismo tiempo, una chiquilla con sus juguetes. Sonrío. Su coche, su barco, su avión, su helicóptero Charlie Tango… mi chica perdida, literalmente perdida ahora mismo. Mi sonrisa se desvanece y el dolor vuelve a lacerarme. La recuerdo en la ducha, limpiándose la marca del pintalabios.
«Yo no soy nada, Elena. Soy una mujer vacía por dentro. No tengo corazón.»
El nudo que tengo en la garganta se hace más grande. Oh, Yulia, sí tienes, sí tienes corazón, y es mío. Quiero adorarlo para siempre. Aunque ella sea una mujer tan compleja y problemática, yo la quiero. Nunca habrá nadie más. Jamás.
Recuerdo estar sentada en el Starbucks sopesando los pros y los contras de mi Yulia. Todos esos contras, incluso esas fotografías que encontré esta mañana, se desvanecen ahora como algo insignificante. Solo importa ella, y si volverá. Oh, por favor, Señor, devuélvemelo, haz que esté bien. Iré a la iglesia… haré lo que sea. Oh, si consigo recuperarla, disfrutaré de cada momento. Su voz resuena de nuevo en mi mente: «Carpe diem, Lena».
Sigo contemplando las llamas con más vehemencia, las lenguas de fuego siguen ardiendo, centelleando, entrelazándose. Entonces Larissa suelta un grito, y todo empieza a moverse a cámara lenta.
—¡Yulia!
Me doy la vuelta justo a tiempo de ver a Larissa, que estaba detrás de mí caminando arriba y abajo, cruzar el salón a toda velocidad, y ahí, de pie en el umbral, está una consternada Yulia. Solo lleva los pantalones del traje y la camisa, y sostiene en la mano la americana, los calcetines y los zapatos. Se le ve cansada, sucia,
y extraordinariamente atractivo.
Dios santo… Yulia. Está viva. La miro aturdida, intentando discernir si realmente está aquí o es una alucinación.
Parece absolutamente desconcertada. Deja la chaqueta y los zapatos en el suelo justo cuando Larissa le lanza los brazos al cuello y le besa muy fuerte la mejilla.
—¿Mamá?
Yulia la mira, totalmente perplejo.
—Creí que no volvería a verte más —susurra Larissa, expresando en voz alta el temor general.
—Estoy aquí, mamá.
Y percibo en su tono un deje de consternación.
—Creí que me moría —musita ella con un hilo de voz, haciéndose eco de mis pensamientos.
Gime y solloza, incapaz de seguir reprimiendo el llanto. Yulia frunce el ceño, no sé si horrorizada o mortificada, y acto seguido la abraza con fuerza y la estrecha contra ella.
—Oh, Yulia —dice con la voz ahogada por el llanto, rodeándole con sus brazos y sollozando con la cara hundida en su cuello, olvidado ya todo autocontrol, y ella no se resiste.
Se limita a sostenerla y a mecerla adelante y atrás, consolándola. Las lágrimas anegan mis ojos. Oleg grita desde el pasillo:
—¡Está viva! ¡Dios… estás aquí! —exclama saliendo repentinamente del despacho de Igor agarrado a su teléfono móvil, las abraza a ambos y cierra los ojos lleno de un profundo alivio.
—¿Papá?
A mi lado, Irina grita algo ininteligible, luego se levanta y corre junto a sus padres y se abraza también a todos.
Finalmente, una cascada de lágrimas brota por mis mejillas. Ella está aquí, está bien. Pero no puedo moverme.
Oleg es el primero en apartarse. Se seca los ojos mientras le da
palmaditas a Yulia en la espalda. Irina también se retira un poco, y Larissa da un paso atrás.
—Lo siento —balbucea ella.
—Eh, mamá… no pasa nada —dice Yulia, con la consternación aún reflejada en su rostro.
—¿Dónde estabas? ¿Qué ha sucedido? —exclama Larissa llorando y hundiendo el rostro entre las manos.
—Mamá —musita Yulia. La acoge en sus brazos otra vez y le besa la cabeza—. Estoy aquí. Estoy bien. Simplemente me ha costado horrores poder volver de Portland. ¿A qué viene todo este comité de bienvenida?
Recorre la habitación con la vista, hasta que sus ojos se posan en mí.
Parpadea y se queda mirando un segundo a José, que me suelta la mano.
Yulia aprieta los labios. Yo me embebo en su visión y el alivio invade todo mi cuerpo, dejándome agotada, exhausta y completamente eufórica. Pero no puedo parar de llorar. Yulia se centra de nuevo en su madre.
—Mamá, estoy bien. ¿Qué pasa? —dice Yulia tranquilizadora.
Ella le sostiene la cara entre las manos.
—Estabas desaparecida, Yulia. Tu plan de vuelo… no llegaste a
Seattle. ¿Por qué no te pusiste en contacto con nosotros?
Yulia arquea las cejas, sorprendida.
—No creí que tardaría tanto.
—¿Por qué no telefoneaste?
—Me quedé sin batería.
—¿No podías haber llamado… aunque fuera a cobro revertido?
—Mamá… es una historia muy larga.
Ella prácticamente le grita.
—¡Yulia, no vuelvas a hacerme esto nunca más! ¿Me has entendido?
—Sí, mamá.
Le seca las lágrimas con el pulgar y vuelve a rodearla entre sus brazos.
Cuando Larissa recupera la compostura, ella la suelta para abrazar a Irina, que le da una enojada palmada en el pecho.
—¡Nos tenías muy preocupados! —le suelta, y ella también se echa a llorar.
—Ya estoy aquí, por Dios santo —musita Yulia.
Cuando Dimitri se acerca, Yulia deja a Irina con Oleg, que ya tiene un brazo sobre los hombros de su esposa, y con el otro rodea a su hija. Dimitri le da un rápido abrazo a Yulia, ante la perplejidad de esta, y le propina una fuerte palmada en la espalda.
—Me alegro mucho de verte —dice Dimitri en voz alta y con cierta
brusquedad, intentando disimular la emoción.
Las lágrimas corren por mis mejillas mientras contemplo la escena. El salón está bañado en eso: amor incondicional. Ella lo tiene a raudales; simplemente es algo que nunca había aceptado antes, e incluso ahora está totalmente perdida.
¡Mira, Yulia, todas estas personas te quieren! Puede que ahora empieces a creértelo.
Nastya está detrás de mí debe de haber vuelto de la sala de la televisión,y me acaricia el pelo con cariño.
—Está realmente aquí, Lena —murmura para tranquilizarme.
—Ahora voy a saludar a mi chica —les dice Yulia a sus padres.
Ambos asienten, sonríen y se apartan.
Se acerca a mí, todavía perpleja, con sus ojos azules brillantes, pero cautelosos. En lo más profundo de mi ser hallo la fuerza necesaria para levantarme tambaleante y arrojarme a sus brazos abiertos.
—¡Yulia! —exclamo sollozante.
—Chsss —musita ella, y me abraza.
Hunde la cara en mi pelo e inspira profundamente. Yo levanto hacia ella mi rostro bañado en lágrimas y ella me da un largo beso que aun así me sabe a poco.
—Hola —murmura.
—Hola —respondo en un susurro, sintiendo cómo arde el nudo que tengo en la garganta.
—¿Me has echado de menos?
—Un poco.
Sonríe.
—Ya lo veo.
Y con un leve roce de la mano, me seca las lágrimas que se niegan a dejar de rodar por mis mejillas.
—Creí… creí que…
No puedo seguir.
—Ya lo veo. Chsss… estoy aquí. Estoy aquí… —murmura, y vuelve a besarme suavemente.
—¿Estás bien? —pregunto.
Y la suelto y le toco el pecho, los brazos, la cintura… oh, sentir bajo los dedos a esta mujer cariñosa, vital, sensual, me tranquiliza y me confirma que está realmente aquí, delante de mí. Ha vuelto. Ella ni siquiera parpadea. Solo me mira atentamente.
—Estoy bien. No me pienso ir a ninguna parte.
—Oh, gracias a Dios. —Vuelvo a abrazarle por la cintura y ella me rodea con sus brazos otra vez—. ¿Tienes hambre? ¿Quieres algo de beber?
—Sí.
Me aparto para ir a buscarle algo, pero ella no me deja ir. Me mantiene abrazada y le tiende una mano a José.
—Señorita Volkova —dice José en tono tranquilo.
Yulia suelta un pequeño resoplido.
—Yulia, por favor —dice.
—Bienvenida, Yulia. Me alegro de que estés bien, y… esto… gracias por dejarme dormir aquí.
—No hay problema.
Yulia entorna los ojos, pero en ese momento la señora Jones aparece de repente a su lado. Entonces me doy cuenta de que no va tan arreglada como siempre.
No lo había notado hasta ahora. Lleva el pelo suelto, unas mallas gris claro y una enorme sudadera también gris con las letras WSU COUGARS bordadas en el pecho, que la hace parecer más bajita. Y mucho más joven.
—¿Le apetece que le sirva algo, señorita Volkova?
Se seca los ojos con un pañuelo de papel.
Yulia le sonríe con afecto.
—Una cerveza, por favor, Gail… Una Budvar, y algo de comer.
—Ya te lo traigo yo —murmuro, con ganas de hacer algo por mi mujer.
—No. No te vayas —dice ella en voz baja, estrechándome más fuerte.
El resto de la familia se acerca, y Andrey y Nastya se unen también a nosotras.
Yulia le estrecha la mano a Andrey y besa fugazmente a Nastya en la mejilla. La señora Jones vuelve con una botella de cerveza y un vaso. Ella coge la botella y, al ver el vaso,niega con la cabeza. Ella sonríe y regresa a la cocina.
—Me sorprende que no quieras algo más fuerte —comenta Dimitri—. ¿Y qué coño te ha pasado? La primera noticia que tuve fue cuando papá me llamó para decirme que la carraca esa había desaparecido.
—¡Dimiitri! —le riñe Larissa.
—El helicóptero —masculla Yulia corrigiendo a Dimitri, que sonríe, y yo sospecho que se trata de una broma familiar—. Sentémonos y te lo cuento.
Yulia me lleva hasta el sofá, y todo el mundo se sienta, todos con los ojos puestos en ella. Bebe un buen trago de cerveza, y en ese momento ve a Igor rondando por el umbral del vestíbulo. Le saluda con un movimiento de cabeza e Igor responde del mismo modo.
—¿Tu hija?
—Ahora está bien. Falsa alarma, señorita.
—Bien.
Yulia sonríe.
¿Su hija? ¿Qué le ha ocurrido a la hija de Igor?
—Me alegro de que esté de vuelta, señorita. ¿Algo más?
—Tenemos que recoger el helicóptero.
Igor asiente.
—¿Ahora? ¿O mañana a primera hora?
—Creo que por la mañana, Igor.
—Muy bien, señorita. ¿Algo más, señorita?
Yulia niega con la cabeza, le mira y levanta la botella. Igor le
responde con una extraña sonrisa más incluso que la de Yulia, creo, y se marcha, seguramente a su despacho o a su habitación.
—Yulia, ¿qué ha sucedido? —pregunta Oleg.
Yulia procede a contar su historia. Había volado a Vancouver en el
Charlie Tango con Ros, su número dos, para ocuparse de un asunto relacionado con los fondos para la wsu. Yo estoy tan aturdida que apenas puedo seguirle. Me limito a sostener la mano de Yulia y a mirar sus uñas cuidadas, sus dedos largos, los
pliegues de sus nudillos, su reloj de pulsera, un Omega con tres esferas pequeñas.
Mientras ella continúa con su relato, levanto la vista para observar su hermoso perfil.
—Ros nunca había visto el monte Saint Helens, así que a la vuelta, y a modo de celebración, dimos un pequeño rodeo. Me enteré hace poco de que habían levantado la restricción temporal de vuelo, y quería echar un vistazo. Bueno, pues fue una suerte que lo hiciéramos. Íbamos volando bajo, a unos doscientos pies del suelo,cuando se encendieron las luces de emergencia en el panel de mandos. Había fuego en la cola… y no tuve más remedio que apagar todo el sistema electrónico y tomar tierra.
—Sacude la cabeza—. Aterricé junto al lago Silver, saqué a Ros y conseguí apagar el fuego.
—¿Fuego? ¿En ambos motores? —pregunta Oleg, horrorizado.
—Pues sí.
—¡Joder! Pero yo creía…
—Lo sé —le interrumpe Yulia—. Tuvimos mucha suerte de ir volando tan bajo —murmura.
Me estremezco. Ella me suelta la mano y me rodea con el brazo.
—¿Tienes frío? —pregunta.
Le digo que no con la cabeza.
—¿Cómo apagaste el fuego? —pregunta Nastya, impulsada por su instinto periodístico a lo Carl Bernstein.
Dios, a veces puede ser tan seca.
—Con los extintores. La ley nos obliga a llevarlos —contesta Yulia en el mismo tono.
Y me vienen a la mente unas palabras que pronunció hace ya un tiempo:
«Agradezco todos los días a la divina providencia que fueras tú quien vino a entrevistarme y no Anastasya Isaeva».
—¿Por qué no telefoneaste, ni usaste la radio? —pregunta Larissa.
Yulia sacude la cabeza.
—El sistema electrónico estaba desconectado, y por tanto no teníamos radio. Y no quería arriesgarme a ponerlo de nuevo en marcha por culpa del fuego. El GPS de la BlackBerry seguía funcionando, y así pude orientarme hasta la carretera más cercana. Caminamos cuatro horas hasta llegar a ella. Ros llevaba tacones.
Los labios de Yulia se convierten en una fina línea reprobatoria.
—No teníamos cobertura en el móvil. En Gifford no hay. Primero se agotó la batería del de Ros. La del mío se terminó durante el camino.
Santo Dios… Me pongo tensa y Yulia me atrae hacia ella y me sienta en su regazo.
—¿Cómo conseguisteis volver a Seattle? —pregunta Larissa, que al vernos pestañea levemente, y yo me ruborizo.
—Nos pusimos a hacer autoestop. Juntamos el dinero que llevábamos encima. Entre las dos, reunimos seiscientos dólares, y pensamos que tendríamos que pagar a alguien para que nos trajera de vuelta, pero un camionero se paró y aceptó llevarnos a casa. Rechazó el dinero que le ofrecimos y compartió su comida con nosotras. —Yulia menea la cabeza consternada al recordarlo—. Tardamos muchísimo. Él no tenía móvil, cosa rara pero cierta. No se me ocurrió pensar…
Se calla y mira a su familia.
—¿Que nos preocuparíamos? —dice Larissa, indignada—. ¡Oh, Yulia!—le reprocha—. ¡Casi nos volvemos locos!
—Has salido en las noticias, hermanita.
Yulia alza la vista, con aire resignada.
—Sí. Me imaginé algo al llegar y ver todo este recibimiento y el puñado de fotógrafos que hay en la calle. Lo siento, mamá. Debería haberle pedido al camionero que parara para poder telefonear. Pero estaba ansiosa por volver —añade, mirando de
reojo a José.
Ah, era por eso, porque José se queda a dormir aquí. Frunzo el ceño ante la idea. Dios… tanta preocupación por una tontería.
Larissa menea la cabeza.
—Estoy muy contenta de que hayas vuelto de una pieza, cariño, eso es lo único que importa.
Yo empiezo a relajarme. Apoyo la cabeza en su pecho. Huele a naturaleza,y levemente a sudor y a gel de baño… a Yulia, el aroma que más me gusta del mundo. Las lágrimas vuelven a correr por mis mejillas, lágrimas de gratitud.
—¿Ambos motores? —vuelve a preguntar Oleg con expresión de
incredulidad.
—Como lo oyes.
Yulia se encoge de hombros y me pasa la mano por la espalda.
—Eh —susurra. Me pone los dedos bajo el mentón y me echa la cabeza hacia atrás—. Deja de llorar.
Yo me seco la nariz con el dorso de la mano, un gesto impropio de una señorita.
—Y tú deja de desaparecer.
Me sorbo y sus labios se curvan en un amago de sonrisa.
—Un fallo eléctrico… eso es muy raro, ¿verdad? —vuelve a decir Oleg.
—Sí, yo también lo pensé, papá. Pero ahora mismo lo único que quiero es irme a la cama y no pensar en toda esta mierda hasta mañana.
—¿Así que los medios de comunicación ya saben que Yulia Volkova ya ha sido localizada sana y salva? —dice Nastya.
—Sí. Andrea y mi gente de relaciones públicas se encargarán de tratar con los medios. Ros la telefoneó en cuanto la dejamos en su casa.
—Sí, Andrea me llamó para informarme de que estabas viva.
Oleg sonríe.
—Debería subirle el sueldo a esa mujer. Ya va siendo hora —dice
Yulia.
—Damas y caballeros, eso solo puede indicar que mi hermana necesita urgentemente un sueño reparador —insinúa Dimitri en tono burlón.
Yulia le dedica una mueca.
—Oly, mi hijo está bien. Ahora ya puedes llevarme a casa.
¿Oly? Larissa dirige a su marido una mirada llena de adoración.
—Sí, creo que nos conviene dormir —contesta Oleg sonriéndole.
—Quedaos —sugiere Yulia.
—No, cariño. Ahora que sé que estás a salvo quiero irme a casa.
Con cierta renuencia, Yulia me acomoda en el sofá y se levanta. Larissa la abraza otra vez, apoya la cabeza en su pecho y cierra los ojos, satisfecha. Ella la rodea con sus brazos.
—Estaba tan preocupada, cariño —murmura ella.
—Estoy bien, mamá.
Ella se inclina hacia atrás y la observa con atención, mientras ella sigue sujeteándola.
—Sí, creo que sí —dice Larissa lentamente, dirige su mirada hacia mí y sonríe.
Me ruborizo.
Acompañamos a Oleg y a Larissa al vestíbulo. A mi espalda, puedo oír que Irina y Andrey mantienen un acalorado intercambio en susurros, pero no escucho lo que dicen.
Irina sonríe tímidamente a Andrey, que la mira boquiabierto y menea la cabeza. De repente ella cruza los brazos y gira sobre sus talones. Él se frota la frente con una mano, visiblemente frustrado.
—Mamá, papá… esperadme —dice Irina de pronto.
Quizá sea tan voluble como su hermano.
Nastya me da un fuerte abrazo.
—Ya veo que aquí han pasado cosas muy serias mientras nosotros disfrutábamos ajenos a todo en Barbados. Es bastante obvio que vosotras dos estáis locas la una por la otra. Me alegro de que no le haya pasado nada. No solo por ella…también por ti, Lena.
—Gracias, Nastya —murmuro.
—Sí. ¿Quién iba a decir que encontraríamos el amor al mismo tiempo?
Sonríe. Uau. Lo ha admitido.
—¡Y con dos hermanos! —exclamo riendo nerviosa.
—A lo mejor acabamos siendo cuñadas —bromea.
Yo me pongo tensa, y entonces Nastya se me queda mirando otra vez, con esa cara de: «¿Qué es lo que no me has contado?». Me sonrojo. Maldita sea, ¿debería decirle que me ha pedido matrimonio?
—Vamos, nena —la llama Dimitri desde el ascensor.
—Ya hablaremos mañana, Lena. Debes de estar agotada.
Estoy salvada.
—Claro. Tú también, Nastya. Hoy has hecho un viaje muy largo.
Nos abrazamos una vez más. Luego ella y Dimitri entran en el ascensor detrás de los Volkov, y se cierran las puertas.
José está esperándonos junto a la entrada cuando volvemos del vestíbulo.
—Bueno, yo me voy a acostar… os dejo solas —dice.
Yo me sonrojo. ¿Por qué resulta tan incómoda toda esta situación?
—¿Sabes ya cuál es tu habitación? —pregunta Yulia.
José asiente.
—Sí, el ama de llaves…
—La señora Jones —aclaro.
—Sí, la señora Jones me la enseñó antes. Menudo ático tienes, Yulia.
—Gracias —dice ella educadamente.
Luego se coloca a mi lado y me pasa el brazo sobre los hombros. Se inclina y me besa el cabello.
—Voy a comerme lo que me ha preparado la señora Jones. Buenas noches,José.
Christian vuelve al salón y nos deja a José y a mí en la entrada.
Uau. Me ha dejado a solas con José.
—En fin, buenas noches —dice José, repentinamente incómodo.
—Buenas noches, José, y gracias por quedarte.
—Ningún problema, Lena. Cada vez que esa poderosa y millonaria novia tuya desaparezca… yo estaré ahí.
—¡José! —le riño.
—Es una broma. No te enfades. Mañana me iré temprano. Ya nos veremos,¿eh? Te he echado de menos.
—Claro, José. Pronto, espero. Siento que haya sido una noche tan…espantosa —digo sonriendo a modo de disculpa.
—Sí —replica con gesto cómplice—, espantosa. —Me abraza—. En serio, Lena. Me alegro de que seas feliz, pero si me necesitas, ahí estaré.
Yo le miro fijamente.
—Gracias.
Él me responde con una sonrisa fugaz, agridulce, y luego sube las escaleras.
Yo vuelvo al salón. Yulia está de pie junto al sofá, y me observa con expresión inescrutable. Por fin estamos solas y nos miramos intensamente.
—Él sigue loco por ti, ¿sabes? —murmura.
—¿Y usted cómo lo sabe, señorita Volkova?
—Reconozco los síntomas, señorita Katina. Me parece que yo sufro la misma dolencia.
—Creí que no volvería a verte nunca —susurro.
Ya está, ya lo he dicho. Todos mis peores miedos condensados nítidamente en una frase corta, y por fin exorcizados.
—No fue tan grave como parece.
Recojo del suelo la americana de su traje y sus zapatos, y me acerco a ella.
—Ya lo llevaré yo —murmura, y coge la chaqueta.
Yulia me observa como si yo fuera su razón de vivir, y estoy segura de que yo la miro del mismo modo. Está aquí, realmente aquí. Me acoge entre sus brazos y yo me dejo envolver por su cuerpo.
—Yulia —gimo, y nuevamente brotan las lágrimas.
—Chsss… —me calma, y me besa el pelo—. ¿Sabes?, durante esos espantosos segundos antes de aterrizar, solo pensé en ti. Tú eres mi talismán, Lena.
—Creía que te había perdido —digo sin aliento.
Nos quedamos así, abrazadas, recuperándonos y tranquilizándonos mutuamente. Cuando le estrecho con más fuerza, me doy cuenta de que sigo llevando los zapatos en la mano, y los dejo caer al suelo, rompiendo el silencio.
—Ven a ducharte conmigo —murmura.
—Vale.
Poso la mirada hacia ella. No quiero soltarla. Ella me alza la barbilla.
—¿Sabes?, incluso con la cara manchada de lágrimas estás preciosa, Lena Katina. —Se inclina y me besa con ternura—. Y tienes unos labios muy suaves.
Me besa de nuevo, más intensamente.
Oh, Dios… y pensar que podría haberla perdido… no… Dejo de pensar y finalmente me rindo.
—Tengo que dejar la chaqueta —murmura.
—Tírala —susurro junto a sus labios.
—No puedo.
Me echo hacia atrás ligeramente y la miro, desconcertada.
Me sonríe.
—Por esto.
Del bolsillo interior de la americana saca el paquetito que le di con mi regalo. Deja la chaqueta sobre el respaldo del sofá y pone la cajita encima.
Disfruta del momento, Lena, me incita mi subconsciente. Bueno, ya son más de las doce de la noche, de modo que técnicamente ya es su cumpleaños.
—Ábrelo —susurro, y mi corazón empieza a latir con fuerza.
—Confiaba en que me lo pidieras —murmura—. Me estaba volviendo loca.
Le sonrío con aire travieso. Me siento aturdida. Ella me dedica su sonrisa tímida y me derrito por dentro, pese al retumbar de mi corazón, disfrutando con su expresión entre intrigada y divertida. Con dedos hábiles, quita el envoltorio y abre la cajita. Arquea una ceja, y saca un llaverito de plástico con una imagen a base de
minúsculos píxeles que aparece y desaparece como una pantalla LED. Representa el perfil de la ciudad, con la palabra SEATTLE escrita en grandes letras en medio del paisaje.
Se lo queda mirando un momento y luego me mira a mí, perpleja, y una arruga surca su adorable frente.
—Dale la vuelta —murmuro, y contengo la respiración.
Lo hace. Abre la boca sin dar crédito, y clava sus enormes ojos azules en los míos, maravillada y feliz.
En el llavero aparece y desaparece intermitente la palabra SÍ.
—Feliz cumpleaños —musito.
VIVALENZ28- Mensajes : 921
Fecha de inscripción : 04/08/2014
Re: 50 SOMBRAS MÁS OSCURAS// ADAPTACIÓN
20
Te casarás conmigo? —susurra, incrédula.
Yo asiento, nerviosa, ruborizada y ansiosa, y sin creer apenas su
reacción… la de esta mujer al que creí que había perdido. ¿Cómo puede no entender cuánto la quiero?
—Dilo —me ordena en voz baja, con una mirada intensa y ardiente.
—Sí, me casaré contigo.
Inspira profundamente y de repente me coge en volandas y empieza a darme vueltas alrededor del salón de un modo muy impropio de Cincuenta. Se ríe, joven y despreocupada, radiante de una alegría eufórica. Yo me aferro a sus brazos, sintiendo cómo sus músculos se tensan bajo mis dedos, y me dejo llevar por su contagiosa risa,aturdida, confundida, una muchacha total y perdidamente enamorada de su mujer. Me deja en el suelo y me besa. Intensamente, con las manos a ambos lados de mi cara, y su lengua insistente, persuasiva… excitante.
—Oh, Lena —musita pegada a mis labios, y eso me enciende y hace que todo me dé vueltas.
Ella me quiere, de eso no tengo la menor duda, y disfruto del sabor de esta mujer deliciosa, esta mujer a la que creí que nunca volvería a ver. Su felicidad es evidente le brillan los ojos, sonríe como una muchacha, y el alivio que siente es casi palpable.
—Pensé que te había perdido —murmuro, todavía abrumada y sin aliento por ese beso.
—Nena, hará falta algo más que un 135 averiado para alejarme de ti.
—¿135?
—El Charlie Tango. Es un Eurocopter EC135, el más seguro de su gama.
Una emoción sombría cruza fugazmente por su rostro, distrayendo mi atención. ¿Qué me oculta? Antes de que pueda preguntárselo, se queda muy quieta y sube los ojos hacia mí con el ceño fruncido, y por un segundo creo que va a contármelo. Observo sus ojos azules, pensativos.
—Un momento… Me diste esto antes de que viéramos a Flynn —dice sosteniendo el llavero, con expresión casi horrorizada.
Oh, Dios, ¿adónde quiere ir a parar con esto? Yo asiento, inexpresiva.
Abre la boca.
Yo me encojo de hombros a modo de disculpa.
—Quería que supieras que dijera lo que dijese Flynn, para mí nada cambiaría.
Yulia parpadea y me mira, incrédula.
—Así que toda la noche de ayer, mientras yo te suplicaba una respuesta,¿ya me la habías dado?
Parece consternada. Yo vuelvo a asentir e intento desesperadamente evaluar su reacción. Ella se me queda mirando, estupefacta, atónita, pero entonces entorna los ojos y en su boca se dibuja un amago de ironía.
—Toda esa preocupación… —susurra en un tono inquietante. Yo le sonrío y me encojo de hombros otra vez—. Oh, no intente hacerse la niña ingenua conmigo,señorita Katina. Ahora mismo, tengo ganas de…
Se pasa la mano por el pelo, y luego menea la cabeza y cambia de táctica.
—No puedo creer que me dejaras con la duda.
Su voz susurrante está teñida de incredulidad. Su expresión cambia levemente, sus ojos brillan perversos y aparece su sonrisa sensual.
Santo cielo. Me estremezco por dentro. ¿En qué está pensando?
—Creo que esto se merece algún tipo de retribución, señorita Katina —dice en voz baja.
¿Retribución? ¡Oh, no! Sé que está jugando… pero aun así retrocedo un poco con cautela.
Yulia sonríe.
—¿Así que ese es el juego? —susurra—. Porque te tengo en mis manos. —Y sus ojos arden intensos, juguetones—. Y además te estás mordiendo el labio —añade amenazadora.
Siento cómo todas mis entrañas se contraen súbitamente. Oh, Dios. Mi futura esposa quiere jugar. Retrocedo un paso más, y luego me doy la vuelta para tratar de huir, pero es en vano. Yulia me agarra con un rápido movimiento y yo grito de placer, sorprendida y sobresaltada. Me carga sobre su hombro y echa a andar por el pasillo.
—¡Yulia! —siseo, consciente de que José está arriba, aunque no creo que pueda oírnos.
Intento tranquilizarme dándole palmaditas en la parte baja de la espalda, y de pronto, con un valeroso impulso irrefrenable, le doy un cachete en el trasero. Ella me lo devuelve inmediatamente.
—¡Ay! —chillo.
—Hora de ducharse —declara triunfante.
—¡Bájame!
Me esfuerzo por parecer enfadada, pero fracaso. Es una lucha fútil, ella me sujeta firmemente los muslos con el brazo, y por la razón que sea no puedo parar de reír.
—¿Les tienes mucho cariño a estos zapatos? —pregunta con ironía,mientras abre la puerta del baño de su dormitorio.
—Ahora mismo preferiría que tocaran el suelo —intento quejarme, pero no acabo de conseguirlo, porque no puedo dejar de reír.
—Sus deseos son órdenes para mí, señorita Katina.
Sin bajarme, me quita los dos zapatos y los deja caer ruidosamente sobre el suelo de baldosas. Se para junto al tocador, se vacía los bolsillos: la BlackBerry sin batería, las llaves, la cartera, el llavero. Desde este ángulo, solo puedo imaginar qué
aspecto tendré en el espejo. Una vez que ha terminado, se dirige muy decidida hacia la inmensa ducha.
—¡Yulia! —le advierto a gritos, viendo claras ahora sus intenciones.
Abre el grifo al máximo. ¡Dios…! Un chorro de agua helada me cae
directamente sobre el trasero, y chillo; luego vuelvo a acordarme de que José está arriba y me callo. Aunque voy totalmente vestida, tengo mucho frío. El agua helada me empapa el traje, las bragas y el sujetador. Estoy calada y me entra otro ataque de risa.
—¡No! —chillo—. ¡Bájame!
Vuelvo a darle cachetes, más fuertes esta vez, y Yulia me suelta dejando que me deslice por su cuerpo chorreante. Ella tiene la camisa blanca pegada al torso y los pantalones del traje empapados. Yo también estoy calada, enardecida, aturdida y
sin aliento, y ella me mira sonriente, y está tan… increíblemente sexy.
Se pone seria, sus ojos centellean, y vuelve a cogerme la barbilla y acerca mis labios a su boca. Es un beso tierno, acariciante, que me trastorna por completo. Ya no me importa estar totalmente vestida y chorreando en la ducha de Yulia. Estamos las dos solas bajo la cascada de agua. Ha vuelto, está bien, es mía.
Mis manos se dirigen involuntariamente a su camisa, que se pega a pequeños músculos y tendones de su torso, mostrando su brassier bajo la tela blanca empapada. Yo le saco la camisa del pantalón de un tirón y ella gime, pegada a mi boca,sin despegar sus labios de los míos. Cuando empiezo a desabrocharle la camisa, ella comienza a bajar la cremallera de mi vestido lentamente. Sus labios son ahora más insistentes, más provocativos, su lengua invade mi boca… y mi cuerpo explota de
deseo. Le abro la camisa de golpe. Los botones salen volando, rebotando contra las baldosas y repiqueteando por el suelo de la ducha. Mientras aparto la tela mojada de sus hombros y brazos, la empujo contra la pared, dificultando sus intentos de desnudarme.
—Los gemelos —murmura, y levanta las muñecas, de donde cuelga la camisa lacia y empapada.
Con dedos torpes le quito el primer gemelo de oro y después el otro, los dejo caer sobre el suelo de baldosas, y luego la camisa. Sus ojos buscan los míos a través de la cascada de agua. Su mirada es candente, carnal, como el agua ahora abrasadora. Cojo sus pantalones por la cinturilla, pero ella menea la cabeza, me sujeta por los hombros y me da la vuelta de manera que quedo de espaldas. Termina de bajarme la cremallera, me aparta el pelo mojado del cuello y pasa la lengua desde la nuca hasta el nacimiento del pelo, y de nuevo hacia abajo, sin parar de besarme y chuparme el cuello.
Yo gimo y ella me retira dulcemente el vestido de los hombros, haciéndolo bajar sobre mis senos mientras me besa la nuca y debajo de la oreja. Me desabrocha el sujetador, lo aparta también y libera mis pechos. Los rodea y los cubre con las manos
susurrándome cosas bonitas al oído.
—Eres preciosa —murmura.
Tengo los brazos atrapados por el sujetador y el vestido desabrochado, que cuelga bajo mis senos; sigo con las mangas puestas, pero tengo las manos libres. Ladeo la cabeza para que Yulia acceda fácilmente a mi cuello y dejo que sus mágicas
manos tomen posesión de mis pechos. Echo hacia atrás los brazos y me alegra oír que inspira bruscamente cuando mis dedos inquisitivos toman contacto con su erección. Ella presiona su sexo contra mis manos acogedoras. Maldita sea, ¿por qué no me ha dejado que le quitara los pantalones?
Me pellizca los pezones, y mientras se endurecen y yerguen bajo sus expertas caricias, todos los pensamientos relacionados con sus pantalones desaparecen y un libidinoso placer se clava con fuerza bajo mi vientre. Pegada a su cuerpo, echo la cabeza hacia atrás y gimo.
—Sí —musita, me da la vuelta otra vez y atrapa mi boca con la suya.
Me despoja del sujetador, el vestido y las bragas y los deja caer, de forma que se unen a su camisa en un amasijo de ropa húmeda sobre el suelo de la ducha.
Cojo el gel que está a nuestro lado. Yulia se queda quieta en cuanto se da cuenta de lo que voy a hacer. La miro directamente a los ojos y me pongo un poco de gel en la palma de la mano. La mantengo levantada frente a su torso, esperando su respuesta a mi pregunta implícita. Ella abre mucho los ojos y me contesta con un asentimiento casi imperceptible.
Poso la mano cuidadosamente sobre su esternón y, con suavidad, empiezo a frotarle la piel con el jabón. Yulia inspira profundamente hinchando el torso, pero aparte de eso permanece inmóvil. Acto seguido me aferra las caderas con las manos,pero no me aparta. Me observa con recelo y con una mirada más intensa que asustada,pero sus labios están entreabiertos y su respiración acelerada.
—¿Estás bien? —susurro.
—Sí.
Su breve respuesta es casi un jadeo. Acuden a mi memoria todas las veces que nos hemos duchado juntas, aunque el recuerdo del Olympic es agridulce. Bueno,ahora puedo tocarla. Le lavo con cariño dibujando pequeños círculos. Limpio a mi mujer por debajo de los brazos, sobre las costillas, y desciendo por su vientre firme
y plano, hasta en su zona púbica.
—Ahora me toca a mí —musita.
Coge el champú, nos aparta a ambas del chorro de agua y me vierte un poco sobre la cabeza.
Interpreto su gesto como una señal para que deje de lavarla, así que dejo los dedos aferrados a la cinturilla de su pantalón. Ella me extiende el champú por el pelo y me masajea el cuero cabelludo con sus dedos esbeltos y finos. Yo gimo de placer.
Cierro los ojos y me rindo a esa sensación celestial. Esto es justo lo que necesito,después de esta angustiosa noche.
Ella se ríe entre dientes y yo abro un ojo y veo que me mira complacida.
—¿Te gusta?
—Mmm…
Sonríe satisfecha.
—A mí también —dice, y se inclina para besarme la frente, mientras sus dedos continúan masajeándome dulcemente el cuero cabelludo—. Date la vuelta —dice en tono autoritaria.
Yo hago lo que me ordena, y sus dedos se mueven despacio sobre mi cabeza. Me lavan, me relajan, me miman. Oh, esto es el éxtasis. Ella coge más champú y me frota con delicadeza la melena que cae sobre mi espalda. Cuando termina, vuelve a
empujarme hacia el chorro de agua.
—Inclina la cabeza hacia atrás —ordena en voz baja.
Yo obedezco complaciente, y ella me aclara la espuma del jabón. Cuando termina, me coloco otra vez de frente y echo mano de nuevo a sus pantalones.
—Quiero lavarte entera —susurro.
Ella responde con su sensual media sonrisa y levanta las manos como diciendo: «Soy toda tuya, nena». Yo sonrío: es una sensación maravillosa. Le bajo delicadamente la cremallera, y sus pantalones y calzoncillos no tardan en reunirse con el resto de la ropa. Me yergo y cojo el gel y la esponja natural.
—Parece que te alegras de verme —murmuro con ironía.
—Yo siempre me alegro de verla, señorita Katina —replica,
devolviéndome la sonrisa.
Echo gel en la esponja, y reemprendo mi viaje a través de su torso. Ahora está más relajada, quizá porque en realidad no la estoy tocando. Voy descendiendo con la esponja, pasando por encima de su vientre hasta deslizarla entre su erección hasta la base de su miembro.
La miro de reojo, y ella me observa con ojos acechantes y anhelo sensual.
Mmm… me gusta esa mirada. Tiro la esponja y uso las manos para sujetarla fuerte el miembro. Ella cierra los ojos, echa la cabeza hacia atrás gimiendo, e impulsa las caderas hacia mis manos.
¡Oh, sí! Esto es muy excitante. La diosa que llevo dentro ha resurgido después de pasarse la noche entera meciéndose y sollozando en un rincón, y ahora lleva los labios pintados de un tono rojo fulana.
De pronto, Yulia me mira fijamente con ojos ardientes. Ha recordado algo.
—Es sábado —exclama con asombro lascivo en la mirada, y me coge por la cintura, me atrae hacia ella y me besa salvajemente.
¡Uau… cambio de ritmo!
Sus manos se deslizan por mi cuerpo húmedo y resbaladizo hasta moverse en torno a mi sexo, sus dedos me exploran provocativos, y su implacable boca me deja sin respiración. Sube una mano hasta mi cabello húmedo para sujetarme la cabeza,mientras yo resisto toda la fuerza de su pasión desatada. Sus dedos se mueven en mi interior.
—¡Ah! —jadeo junto a su boca.
—Sí —sisea, desliza las manos hasta mi trasero y me levanta—. Rodéame con las piernas, nena.
Mis piernas obedecen, y me aferro a su cuello como una lapa. Ella me sostiene contra la pared de la ducha, se para y me observa intensamente.
—Abre los ojos —murmura—. Quiero verte.
La miro parpadeante, con el corazón latiéndome desbocado y la sangre hirviendo ardiente a través de mis venas, y un deseo real y galopante aumenta en mi interior. Entonces ella se desliza dentro de mí, oh, muy despacio, y me llena, y me reclama, piel contra piel. Yo empujo hacia abajo para fundirme en ella, gimiendo con
fuerza. Una vez dentro de mí, se detiene otra vez, con la cara contraída, intensa.
—Eres mía, Elena —susurra.
—Siempre.
Sonríe victoriosa, se mueve y me hace jadear.
—Y ahora ya podemos contárselo a todo el mundo, porque has dicho que sí.
Su voz tiene un tono reverencial, y entonces se inclina hacia abajo, sus labios se apoderan de mi boca, y empieza a moverse… lenta y dulcemente. Yo cierro los ojos y echo la cabeza hacia atrás, mi cuerpo se arquea y someto mi voluntad a la suya, esclava de su cadencia lenta y embriagadora.
Me roza con los dientes la mandíbula, y la barbilla, bajando por el cuello mientras recupera el ritmo, empujándome hacia delante y hacia arriba… lejos de este planeta terrenal, de la ducha abrasadora, del terror gélido de la noche pasada. Somos solo mi chica y yo, moviéndonos al unísono como si fuéramos una, cada una absolutamente absorbida en la otra, y nuestros jadeos y gruñidos se funden. Yo saboreo la sensación exquisita de que me posea, mientras mi cuerpo brota y florece en torno a ella.
Podría haberla perdido… y la amo… la amo tanto, y de pronto me supera la inmensidad de mi amor y la profundidad de mi compromiso con ella. Pasaré el resto de mi vida amando a esta mujer, y con esa revelación abrumadora, exploto en torno a ella
en un orgasmo catártico, sanador, y grito su nombre mientras las lágrimas bañan mis mejillas.
Ella alcanza el clímax y se vierte en mi interior. Con la cara hundida en mi cuello, se derrumba en el suelo, abrazándome fuerte, besándome la cara y secándome las lágrimas a besos, mientras el agua caliente cae a nuestro alrededor y nos purifica.
—Tengo los dedos morados —murmuro, saciada y reclinada sobre su pecho en la dicha poscoital.
Ella acerca mis dedos a sus labios y los besa, uno por uno.
—Deberíamos salir de esta ducha.
—Yo estoy muy a gusto aquí.
Reposo sentada entre sus piernas mientras ella me abraza fuerte. No quiero moverme.
Yulia expresa su conformidad con un murmullo. Pero de pronto me
siento agotada, totalmente exhausta. Han pasado tantas cosas durante la última semana,historias como para llenar toda una vida, y además ahora voy a casarme. Se me escapa una risita de incredulidad.
—¿Qué le hace tanta gracia, señorita Katina? —pregunta ella cariñosamente.
—Ha sido una semana muy intensa.
Sonríe.
—Lo ha sido, sí.
—Gracias a Dios que ha regresado sana y salva, señorita Volkova —murmuro, y al pensar en lo que podría haber pasado se me encoge el alma.
Ella se pone tensa e inmediatamente lamento habérselo recordado.
—Pasé mucho miedo —confiesa para mi sorpresa.
—¿Cuándo… Antes?
Asiente con gesto serio.
Santo cielo.
—¿Así que le quitaste importancia para tranquilizar a tu familia?
—Sí. Volaba demasiado bajo para poder aterrizar bien. Pero lo conseguí,no sé cómo.
Oh, Dios. Levanto los ojos hacia ella, con la cascada de agua cayendo sobre nosotras, y su expresión es muy grave.
—¿Ha estado cerca?
Me mira fijamente.
—Muy cerca. —Hace una pausa—. Durante unos segundos espantosos,pensé que no volvería a verte.
La abrazo fuerte.
—No puedo imaginar mi vida sin ti, Yulia. Te quiero tanto que me da miedo.
—Yo también. —Me estrecha con fuerza entre sus brazos y hunde el rostro en mi cabello—. Nunca dejaré que te vayas.
—No quiero irme, nunca.
Le beso el cuello, y ella se inclina y me besa también con dulzura.
Al cabo de un momento, se remueve un poco.
—Ven… vamos a secarte, y luego a la cama. Yo estoy exhausta, y a ti parece que te hayan dado una paliza.
Al oír estas palabras, me inclino hacia atrás y arqueo una ceja. Ella ladea la cabeza y me sonríe con ironía.
—¿Algo que decir, señorita Katina?
Niego con la cabeza y me pongo de pie algo tambaleante.
* * *
Estoy sentada en la cama. Yulia se ha empeñado en secarme el pelo… y lo hace bastante bien. Me desagrada pensar cómo adquirió esa habilidad, así que alejo la idea de mi mente. Son más de las dos de la madrugada, y estoy deseando dormir.
Antes de meterse en la cama, Yulia baja de nuevo la mirada hacia el llavero y vuelve a menear la cabeza sin dar crédito.
—Es fantástico. El mejor regalo de cumpleaños que he tenido nunca. —Me mira fijamente, con ojos dulces y cariñosos—. Mejor que el póster firmado de Giuseppe DeNatale.
—Te lo habría dicho antes, pero como se acercaba tu cumpleaños… ¿Qué le das a una mujer que lo tiene todo? Así que pensé en darme… yo.
Deja el llavero en la mesita de noche y se acurruca a mi lado. Me acoge en sus brazos, me estrecha contra su pecho y se queda abrazada a mi espalda.
—Es perfecto. Como tú.
Sonrío, aunque ella no puede verme.
—Yo no soy perfecta, ni mucho menos, Yulia.
—¿Está sonriendo, señorita Katina?
¿Cómo lo sabe?
—Tal vez —respondo con una risita—. ¿Puedo preguntarte algo?
—Claro —dice acariciándome el cuello con la nariz.
—No llamaste mientras volvías de Portland. ¿Fue en realidad por culpa de José? ¿Te preocupaba que me quedara a solas con él?
Yulia no dice nada. Me doy la vuelta para verle la cara, y ella me mira con los ojos muy abiertos, como si le estuviera reprochando algo.
—¿Te das cuenta de lo ridículo que es eso? ¿De lo mal que nos lo has hecho pasar a tu familia y a mí? Todos te queremos mucho.
Ella parpadea un par de veces y después me dedica su sonrisa tímida.
—No imaginaba que todos os preocuparíais tanto.
Frunzo los labios.
—¿Cuándo te entrará en esa cabeza tan dura que la gente te quiere?
—¿Cabeza dura?
Arquea las cejas, completamente atónita.
Yo asiento.
—Sí, cabeza dura.
—No creo que los huesos de mi cráneo tengan una dureza
significativamente mayor que cualquier otra parte de mi cuerpo.
—¡Estoy hablando en serio! Deja de hacer bromas. Aún estoy un poco enfadada contigo, aunque eso haya quedado parcialmente eclipsado por el hecho de que estés en casa sana y salva. Cuando pensé… —Se me quiebra la voz al recordar esas horas de angustia—. Bueno, ya sabes lo que pensé.
Su mirada se dulcifica, alarga la mano y me acaricia la cara.
—Lo siento. ¿De acuerdo?
—Y también tu pobre madre. Fue muy conmovedor verte con ella —susurro.
Ella sonríe tímidamente.
—Nunca la había visto de ese modo. —Adopta una expresión perpleja al recordarlo—. Sí, ha sido realmente impresionante. Por lo general es tan serena…Resultó muy impactante.
—¿Lo ves? Todo el mundo te quiere. —Sonrío—. Quizá ahora empieces a creértelo. —Me inclino y la beso con dulzura—. Feliz cumpleaños, Yulia. Me alegro de que estés aquí para compartir tu día conmigo. Y no has visto lo que te tengo preparado para mañana… bueno, hoy.
—¿Hay más? —dice asombrada, y en su cara aparece una sonrisa arrebatadora.
—Ah, sí, señorita Volkova, pero tendrá que esperar hasta entonces.
* * *
Me despierto de repente de un sueño, o de una pesadilla, y me incorporo en la cama con el pulso terriblemente acelerado. Me doy la vuelta, aterrada, y compruebo con alivio que Yulia duerme plácidamente a mi lado. Como me he movido, ella se revuelve y alarga un brazo en sueños para rodearme con ella, recuesta la cabeza en mi hombro, y suspira quedamente.
La luz inunda la habitación. Son las ocho. Yulia nunca duerme hasta tan tarde. Vuelvo a tumbarme y dejo que mi corazón palpitante se calme. ¿Por qué esta angustia? ¿Es una secuela de lo sucedido anoche?
Me doy la vuelta y la observo. Está a salvo. Inspiro profunda y
tranquilamente y contemplo su adorable rostro. Un rostro que ahora me resulta tan familiar, con todas sus luces y sombras grabadas en mi mente a perpetuidad.
Cuando duerme parece mucho más joven, y sonrío porque a partir de hoy es un año más vieja. Me abrazo a mí misma, pensando en mi regalo. Oooh… ¿cómo reaccionará? Quizá debería empezar trayéndole el desayuno a la cama. Además, puede que José todavía esté aquí.
Me lo encuentro en la barra, comiendo un bol de cereales. No puedo evitar ruborizarme al verle. Sabe que he pasado la noche con Yulia. ¿Por qué siento de pronto esta timidez? No es como si fuera desnuda ni nada parecido. Llevo mi bata de seda larga hasta los pies.
—Buenos días, José —saludo sonriendo abiertamente.
—¡Eh, Lena!
Se le ilumina la cara. Se alegra sinceramente de verme. En su expresión no hay ningún deje burlón ni desdeñoso.
—¿Has dormido bien? —pregunto.
—Mucho. Vaya vistas hay desde aquí.
—Sí, es un lugar muy especial. —Como la propietaria del apartamento—.¿Te apetece un auténtico desayuno para hombres? —le pregunto bromeando.
—Me encantaría.
—Hoy es el cumpleaños de Yulia. Voy a llevarle el desayuno a la cama.
—¿Está despierta?
—No. Creo que está bastante cansada después de todo lo de ayer.
Aparto rápidamente la mirada y voy hacia el frigorífico para que no vea que me he ruborizado. Dios… pero si solo es José. Cuando saco el beicon y los huevos de la nevera, me está mirando sonriente.
—Te gusta de verdad, ¿eh?
Frunzo los labios.
—La quiero, José.
Abre mucho los ojos un momento y luego sonríe.
—¿Cómo no vas a quererle? —pregunta, y hace un gesto con la mano alrededor del salón.
—¡Vaya, gracias! —le digo en tono de reproche.
—Oye, Lena, que solo era una broma.
Mmm… ¿Me harán siempre ese comentario: que me caso con Yulia por su dinero?
—De verdad que era una broma. Tú nunca has sido de esa clase de chicas.
—¿Te apetece una tortilla? —le pregunto para cambiar de tema: no quiero discutir.
—Sí.
—Y a mí también —dice Yulia, entrando pausadamente en el salón.
Oh, Dios…, solo lleva esos pantalones de pijama y una camiseta de tirantes que le quedan tan tremendamente sexys.
—José —le saluda con un gesto de la cabeza.
—Yulia—le devuelve el saludo José con aire solemne.
Yulia se vuelve hacia mí y sonríe maliciosamente. Lo ha hecho a
propósito. Entorno los ojos en un intento desesperado por recuperar la compostura, y la expresión de Yulia se altera levemente. Sabe que ahora soy consciente de lo que se propone, y no le importa en absoluto.
—Iba a llevarte el desayuno a la cama.
Se me acerca con arrogancia, me rodea los hombros con el brazo, me levanta la barbilla y me planta un beso apasionado y sonoro en los labios. ¡Tan impropio de Cincuenta!
—Buenos días, Elena —dice.
Tengo ganas de reñirle y de decirle que se comporte… pero es su
cumpleaños. Me sonrojo. ¿Por qué es tan posesiva?
—Buenos días, Yulia. Feliz cumpleaños.
Le dedico una sonrisa y ella me la devuelve.
—Espero con ansia mi otro regalo —dice sin más.
Me pongo del color del cuarto rojo del dolor y miro nerviosamente a José,que parece como si se hubiera tragado algo muy desagradable. Aparto la vista y empiezo a preparar el desayuno.
—¿Y qué planes tienes para hoy, José? —pregunta Yulia con fingida naturalidad, sentándose en un taburete de la barra.
—Voy a ir a ver a mi padre y a Sergey, el padre de Lena.
Yulia frunce el ceño.
—¿Se conocen?
—Sí, estuvieron juntos en el ejército. Perdieron el contacto hasta que Lena y yo nos conocimos en la universidad. Fue algo bastante curioso, y ahora son auténticos colegas. Vamos a ir de pesca.
—¿De pesca?
Yulia parece realmente interesada.
—Sí… hay piezas muy buenas en estas aguas. Unos salmones enormes.
—Es verdad. Mi hermano Dimitri y yo pescamos una vez uno de quince kilos.
¿Ahora se ponen a hablar de pesca? ¿Qué tendrá la pesca ? Nunca lo he entendido.
—¿Quince kilos? No está mal. Pero el récord lo tiene el padre de Lena, con uno de diecinueve kilos.
—¿En serio? No me lo había dicho.
—Por cierto, feliz cumpleaños.
—Gracias. ¿Y a ti dónde te gusta pescar?
Me desentiendo. No me interesa nada de todo esto. Pero, al mismo tiempo,me siento aliviada. ¿Lo ves, Yulia? José no es tan malo.
* * *
Cuando llega la hora de que José se marche, el ambiente entre ambas se ha relajado bastante. Yulia se pone rápidamente unos vaqueros y una camiseta y, aún descalza, nos acompaña a José y a mí al vestíbulo.
—Gracias por dejarme dormir aquí —le dice José a Yulia cuando se dan la mano.
—Cuando quieras —responde Yulia sonriendo.
José me da un pequeño abrazo.
—Cuídate, Lena.
—Claro. Me alegro de haberte visto. La próxima vez saldremos por ahí.
—Te tomo la palabra.
Se despide alzando la mano desde el interior del ascensor, y luego las puertas se cierran.
—Sigue queriendo acostarse contigo, Lena. Pero no puedo culparle de eso.
—¡Yulia, eso no es cierto!
—No te enteras de nada, ¿verdad? —Me sonríe—. Te desea. Muchísimo.
Frunzo el ceño.
—Solo es un amigo, Yulia, un buen amigo.
Y de pronto me doy cuenta de que me parezco a Yulia cuando habla de la señora Robinson. Y esa idea me inquieta.
Ella levanta las manos en un gesto conciliatorio.
—No quiero discutir —dice en voz baja.
¡Ah! No estamos discutiendo… ¿o sí?
—Yo tampoco.
—No le has dicho que vamos a casarnos.
—No. Pensé que debía decírselo primero a mamá y a Sergey.
Oh, no. Es la primera vez que pienso en eso desde que acepté su
proposición. Dios… ¿qué van a decir mis padres?
Yulia asiente.
—Sí, tienes razón. Y yo… eh… debería pedírselo a tu padre.
Me echo a reír.
—Yulia, no estamos en el siglo XVIII.
Madre mía. ¿Qué dirá Sergey? Pensar en esa conversación me horroriza.
—Es la tradición —replica Yulia, encogiéndose de hombros.
—Ya hablaremos luego de eso. Quiero darte tu otro regalo —digo para intentar distraerle.
Pensar en mi regalo me tiene en un sinvivir. Necesito dárselo para ver cómo reacciona.
Ella me dedica su sonrisa tímida y se me para el corazón. Aunque viva mil años, nunca me cansaré de esa sonrisa.
—Estas mordiéndote el labio otra vez —me dice, y me levanta la barbilla.
Cuando sus dedos me tocan, un estremecimiento recorre mi cuerpo. Sin decir una palabra, y ahora que todavía me queda algo de valor, le cojo de la mano y la llevo de nuevo al dormitorio. La suelto cuando llegamos junto a la cama y, de debajo de mi lado del lecho, saco las otras dos cajas de regalo.
—¿Dos? —dice sorprendida.
Yo inspiro profundamente.
—Esto lo compré antes del… eh… incidente de ayer. Ahora ya no me convence tanto.
Y me apresuro a darle uno de los paquetes, antes de cambiar de opinión. Ella se me queda mirando desconcertada al notar mis dudas.
—¿Seguro que quieres que lo abra?
Yo asiento, ansiosa.
Yulia rompe el envoltorio y mira sorprendida la caja.
—Es el Charlie Tango —susurro.
Ella sonríe. La caja contiene un pequeño helicóptero de madera, con unas grandes hélices que funcionan con energía solar. La abre.
—Energía solar —murmura—. Uau.
Y, sin apenas darme cuenta, ya está sentada en la cama, montándolo. Lo encaja rápidamente y lo sostiene en la palma de la mano. Un helicóptero azul de madera. Levanta la vista hacia mí con esa gloriosa sonrisa de muchacha cien por cien rusa, y luego se acerca a la ventana y, cuando la luz del sol baña el pequeño
helicóptero, las hélices empiezan a girar.
—Mira esto —musita, y lo observa de cerca—. Lo que ya es posible hacer con esta tecnología.
Lo sostiene a la altura de los ojos y contempla cómo giran las hélices. Está fascinada, y también es fascinante ver cómo se deja llevar por sus pensamientos mientras mira el pequeño helicóptero. ¿En qué estará pensando?
—¿Te gusta?
—Me encanta, Lena. Gracias. —Me coge y me besa rápidamente, y luego se da la vuelta para ver girar la hélice—. Lo pondré en mi despacho al lado del planeador—dice, absorta, viendo girar las aspas.
Luego aparta el helicóptero del sol, y la hélice se ralentiza hasta pararse finalmente.
Yo no puedo evitar sonreír de oreja a oreja y tengo deseos de abrazarme a mí misma. Le encanta. Claro, está muy interesada en las tecnologías alternativas. Ni siquiera había pensado en eso cuando lo compré a toda prisa. Lo deja sobre la cómoda y se vuelve hacia mí.
—Me hará compañía hasta que recuperemos el Charlie Tango.
—¿Se podrá recuperar?
—No lo sé. Eso espero. Si no, lo echaré de menos.
¿Qué? Yo misma me escandalizo por sentir celos de un objeto inanimado.
Mi subconsciente resopla y suelta una carcajada desdeñosa. Yo no le hago caso.
—¿Qué hay en la otra caja? —pregunta con los ojos muy abiertos,
emocionada como una cría.
Dios mío.
—No estoy segura de si este regalo es para ti o para mí.
—¿De verdad? —pregunta, y sé que he despertado su curiosidad.
Le entrego nerviosa la segunda caja. Ella la agita con cuidado y ambas oímos un fuerte traqueteo. Yulia levanta la vista hacia mí.
—¿Por qué estás tan nerviosa? —pregunta, perpleja.
Avergonzada y excitada, me encojo de hombros y me ruborizo. Ella arquea una ceja.
—Me tiene intrigada, señorita Katina —susurra, y su voz me penetra, y el deseo y la expectativa se expanden por mi vientre—. Debo decir que estoy disfrutando con tu reacción. ¿En qué has estado pensando? —pregunta, entornando los ojos con
suspicacia.
Yo contengo la respiración y sigo callada.
Ella retira la tapa de la caja y saca una pequeña tarjeta. El resto del contenido está envuelto en papel de seda. Abre la tarjeta, e inmediatamente me clava la mirada,con los ojos muy abiertos, impactada o sorprendida, no lo sé.
—¿Que te trate con dureza? —murmura.
Y yo asiento y trago saliva. Ella ladea la cabeza con cautela evaluando mi reacción, y frunce el ceño. Entonces vuelve a fijarse en la caja. Rasga el papel de seda azul pálido y saca un antifaz, unas pinzas para pezones, un dilatador anal, su iPod, su corbata gris perla… y, por último, aunque no por eso menos importante, la llave de su cuarto de juegos.
Me mira fijamente con una expresión oscura e indescifrable. Oh, no. ¿Ha sido una mala idea?
—¿Quieres jugar? —pregunta con voz queda.
—Sí —musito.
—¿Por mi cumpleaños?
—Sí.
¿De dónde me sale este hilo de voz?
Multitud de emociones cruzan por su rostro sin que pueda identificar ninguna, pero finalmente me domina la ansiedad. Mmm… Esa no es exactamente la reacción que esperaba.
—¿Estás segura? —pregunta.
—Nada de látigos ni cosas de esas.
—Eso ya lo he entendido.
—Pues entonces sí. Estoy segura.
Sacude la cabeza y vuelve a mirar el contenido de la caja.
—Loca por el sexo e insaciable. Bueno, creo que podré hacer algo con estas cosas —murmura como si hablara consigo misma, y vuelve a meter el contenido dentro de la caja.
Cuando me mira otra vez, su expresión ha cambiado totalmente. Madre mía,sus ojos refulgen ardientes, y en sus labios se dibuja lentamente una erótica sonrisa.
Me tiende la mano.
—Ahora —dice, y no es una petición.
Mi vientre se contrae y se tensa con fuerza muy, muy adentro.
Acepto su mano.
—Ven —ordena, y salgo de la habitación detrás de ella, con el corazón en un puño.
El deseo recorre lentamente mi sangre ardiente y mis entrañas se contraen anhelantes ante la expectativa. ¡Por fin!
Te casarás conmigo? —susurra, incrédula.
Yo asiento, nerviosa, ruborizada y ansiosa, y sin creer apenas su
reacción… la de esta mujer al que creí que había perdido. ¿Cómo puede no entender cuánto la quiero?
—Dilo —me ordena en voz baja, con una mirada intensa y ardiente.
—Sí, me casaré contigo.
Inspira profundamente y de repente me coge en volandas y empieza a darme vueltas alrededor del salón de un modo muy impropio de Cincuenta. Se ríe, joven y despreocupada, radiante de una alegría eufórica. Yo me aferro a sus brazos, sintiendo cómo sus músculos se tensan bajo mis dedos, y me dejo llevar por su contagiosa risa,aturdida, confundida, una muchacha total y perdidamente enamorada de su mujer. Me deja en el suelo y me besa. Intensamente, con las manos a ambos lados de mi cara, y su lengua insistente, persuasiva… excitante.
—Oh, Lena —musita pegada a mis labios, y eso me enciende y hace que todo me dé vueltas.
Ella me quiere, de eso no tengo la menor duda, y disfruto del sabor de esta mujer deliciosa, esta mujer a la que creí que nunca volvería a ver. Su felicidad es evidente le brillan los ojos, sonríe como una muchacha, y el alivio que siente es casi palpable.
—Pensé que te había perdido —murmuro, todavía abrumada y sin aliento por ese beso.
—Nena, hará falta algo más que un 135 averiado para alejarme de ti.
—¿135?
—El Charlie Tango. Es un Eurocopter EC135, el más seguro de su gama.
Una emoción sombría cruza fugazmente por su rostro, distrayendo mi atención. ¿Qué me oculta? Antes de que pueda preguntárselo, se queda muy quieta y sube los ojos hacia mí con el ceño fruncido, y por un segundo creo que va a contármelo. Observo sus ojos azules, pensativos.
—Un momento… Me diste esto antes de que viéramos a Flynn —dice sosteniendo el llavero, con expresión casi horrorizada.
Oh, Dios, ¿adónde quiere ir a parar con esto? Yo asiento, inexpresiva.
Abre la boca.
Yo me encojo de hombros a modo de disculpa.
—Quería que supieras que dijera lo que dijese Flynn, para mí nada cambiaría.
Yulia parpadea y me mira, incrédula.
—Así que toda la noche de ayer, mientras yo te suplicaba una respuesta,¿ya me la habías dado?
Parece consternada. Yo vuelvo a asentir e intento desesperadamente evaluar su reacción. Ella se me queda mirando, estupefacta, atónita, pero entonces entorna los ojos y en su boca se dibuja un amago de ironía.
—Toda esa preocupación… —susurra en un tono inquietante. Yo le sonrío y me encojo de hombros otra vez—. Oh, no intente hacerse la niña ingenua conmigo,señorita Katina. Ahora mismo, tengo ganas de…
Se pasa la mano por el pelo, y luego menea la cabeza y cambia de táctica.
—No puedo creer que me dejaras con la duda.
Su voz susurrante está teñida de incredulidad. Su expresión cambia levemente, sus ojos brillan perversos y aparece su sonrisa sensual.
Santo cielo. Me estremezco por dentro. ¿En qué está pensando?
—Creo que esto se merece algún tipo de retribución, señorita Katina —dice en voz baja.
¿Retribución? ¡Oh, no! Sé que está jugando… pero aun así retrocedo un poco con cautela.
Yulia sonríe.
—¿Así que ese es el juego? —susurra—. Porque te tengo en mis manos. —Y sus ojos arden intensos, juguetones—. Y además te estás mordiendo el labio —añade amenazadora.
Siento cómo todas mis entrañas se contraen súbitamente. Oh, Dios. Mi futura esposa quiere jugar. Retrocedo un paso más, y luego me doy la vuelta para tratar de huir, pero es en vano. Yulia me agarra con un rápido movimiento y yo grito de placer, sorprendida y sobresaltada. Me carga sobre su hombro y echa a andar por el pasillo.
—¡Yulia! —siseo, consciente de que José está arriba, aunque no creo que pueda oírnos.
Intento tranquilizarme dándole palmaditas en la parte baja de la espalda, y de pronto, con un valeroso impulso irrefrenable, le doy un cachete en el trasero. Ella me lo devuelve inmediatamente.
—¡Ay! —chillo.
—Hora de ducharse —declara triunfante.
—¡Bájame!
Me esfuerzo por parecer enfadada, pero fracaso. Es una lucha fútil, ella me sujeta firmemente los muslos con el brazo, y por la razón que sea no puedo parar de reír.
—¿Les tienes mucho cariño a estos zapatos? —pregunta con ironía,mientras abre la puerta del baño de su dormitorio.
—Ahora mismo preferiría que tocaran el suelo —intento quejarme, pero no acabo de conseguirlo, porque no puedo dejar de reír.
—Sus deseos son órdenes para mí, señorita Katina.
Sin bajarme, me quita los dos zapatos y los deja caer ruidosamente sobre el suelo de baldosas. Se para junto al tocador, se vacía los bolsillos: la BlackBerry sin batería, las llaves, la cartera, el llavero. Desde este ángulo, solo puedo imaginar qué
aspecto tendré en el espejo. Una vez que ha terminado, se dirige muy decidida hacia la inmensa ducha.
—¡Yulia! —le advierto a gritos, viendo claras ahora sus intenciones.
Abre el grifo al máximo. ¡Dios…! Un chorro de agua helada me cae
directamente sobre el trasero, y chillo; luego vuelvo a acordarme de que José está arriba y me callo. Aunque voy totalmente vestida, tengo mucho frío. El agua helada me empapa el traje, las bragas y el sujetador. Estoy calada y me entra otro ataque de risa.
—¡No! —chillo—. ¡Bájame!
Vuelvo a darle cachetes, más fuertes esta vez, y Yulia me suelta dejando que me deslice por su cuerpo chorreante. Ella tiene la camisa blanca pegada al torso y los pantalones del traje empapados. Yo también estoy calada, enardecida, aturdida y
sin aliento, y ella me mira sonriente, y está tan… increíblemente sexy.
Se pone seria, sus ojos centellean, y vuelve a cogerme la barbilla y acerca mis labios a su boca. Es un beso tierno, acariciante, que me trastorna por completo. Ya no me importa estar totalmente vestida y chorreando en la ducha de Yulia. Estamos las dos solas bajo la cascada de agua. Ha vuelto, está bien, es mía.
Mis manos se dirigen involuntariamente a su camisa, que se pega a pequeños músculos y tendones de su torso, mostrando su brassier bajo la tela blanca empapada. Yo le saco la camisa del pantalón de un tirón y ella gime, pegada a mi boca,sin despegar sus labios de los míos. Cuando empiezo a desabrocharle la camisa, ella comienza a bajar la cremallera de mi vestido lentamente. Sus labios son ahora más insistentes, más provocativos, su lengua invade mi boca… y mi cuerpo explota de
deseo. Le abro la camisa de golpe. Los botones salen volando, rebotando contra las baldosas y repiqueteando por el suelo de la ducha. Mientras aparto la tela mojada de sus hombros y brazos, la empujo contra la pared, dificultando sus intentos de desnudarme.
—Los gemelos —murmura, y levanta las muñecas, de donde cuelga la camisa lacia y empapada.
Con dedos torpes le quito el primer gemelo de oro y después el otro, los dejo caer sobre el suelo de baldosas, y luego la camisa. Sus ojos buscan los míos a través de la cascada de agua. Su mirada es candente, carnal, como el agua ahora abrasadora. Cojo sus pantalones por la cinturilla, pero ella menea la cabeza, me sujeta por los hombros y me da la vuelta de manera que quedo de espaldas. Termina de bajarme la cremallera, me aparta el pelo mojado del cuello y pasa la lengua desde la nuca hasta el nacimiento del pelo, y de nuevo hacia abajo, sin parar de besarme y chuparme el cuello.
Yo gimo y ella me retira dulcemente el vestido de los hombros, haciéndolo bajar sobre mis senos mientras me besa la nuca y debajo de la oreja. Me desabrocha el sujetador, lo aparta también y libera mis pechos. Los rodea y los cubre con las manos
susurrándome cosas bonitas al oído.
—Eres preciosa —murmura.
Tengo los brazos atrapados por el sujetador y el vestido desabrochado, que cuelga bajo mis senos; sigo con las mangas puestas, pero tengo las manos libres. Ladeo la cabeza para que Yulia acceda fácilmente a mi cuello y dejo que sus mágicas
manos tomen posesión de mis pechos. Echo hacia atrás los brazos y me alegra oír que inspira bruscamente cuando mis dedos inquisitivos toman contacto con su erección. Ella presiona su sexo contra mis manos acogedoras. Maldita sea, ¿por qué no me ha dejado que le quitara los pantalones?
Me pellizca los pezones, y mientras se endurecen y yerguen bajo sus expertas caricias, todos los pensamientos relacionados con sus pantalones desaparecen y un libidinoso placer se clava con fuerza bajo mi vientre. Pegada a su cuerpo, echo la cabeza hacia atrás y gimo.
—Sí —musita, me da la vuelta otra vez y atrapa mi boca con la suya.
Me despoja del sujetador, el vestido y las bragas y los deja caer, de forma que se unen a su camisa en un amasijo de ropa húmeda sobre el suelo de la ducha.
Cojo el gel que está a nuestro lado. Yulia se queda quieta en cuanto se da cuenta de lo que voy a hacer. La miro directamente a los ojos y me pongo un poco de gel en la palma de la mano. La mantengo levantada frente a su torso, esperando su respuesta a mi pregunta implícita. Ella abre mucho los ojos y me contesta con un asentimiento casi imperceptible.
Poso la mano cuidadosamente sobre su esternón y, con suavidad, empiezo a frotarle la piel con el jabón. Yulia inspira profundamente hinchando el torso, pero aparte de eso permanece inmóvil. Acto seguido me aferra las caderas con las manos,pero no me aparta. Me observa con recelo y con una mirada más intensa que asustada,pero sus labios están entreabiertos y su respiración acelerada.
—¿Estás bien? —susurro.
—Sí.
Su breve respuesta es casi un jadeo. Acuden a mi memoria todas las veces que nos hemos duchado juntas, aunque el recuerdo del Olympic es agridulce. Bueno,ahora puedo tocarla. Le lavo con cariño dibujando pequeños círculos. Limpio a mi mujer por debajo de los brazos, sobre las costillas, y desciendo por su vientre firme
y plano, hasta en su zona púbica.
—Ahora me toca a mí —musita.
Coge el champú, nos aparta a ambas del chorro de agua y me vierte un poco sobre la cabeza.
Interpreto su gesto como una señal para que deje de lavarla, así que dejo los dedos aferrados a la cinturilla de su pantalón. Ella me extiende el champú por el pelo y me masajea el cuero cabelludo con sus dedos esbeltos y finos. Yo gimo de placer.
Cierro los ojos y me rindo a esa sensación celestial. Esto es justo lo que necesito,después de esta angustiosa noche.
Ella se ríe entre dientes y yo abro un ojo y veo que me mira complacida.
—¿Te gusta?
—Mmm…
Sonríe satisfecha.
—A mí también —dice, y se inclina para besarme la frente, mientras sus dedos continúan masajeándome dulcemente el cuero cabelludo—. Date la vuelta —dice en tono autoritaria.
Yo hago lo que me ordena, y sus dedos se mueven despacio sobre mi cabeza. Me lavan, me relajan, me miman. Oh, esto es el éxtasis. Ella coge más champú y me frota con delicadeza la melena que cae sobre mi espalda. Cuando termina, vuelve a
empujarme hacia el chorro de agua.
—Inclina la cabeza hacia atrás —ordena en voz baja.
Yo obedezco complaciente, y ella me aclara la espuma del jabón. Cuando termina, me coloco otra vez de frente y echo mano de nuevo a sus pantalones.
—Quiero lavarte entera —susurro.
Ella responde con su sensual media sonrisa y levanta las manos como diciendo: «Soy toda tuya, nena». Yo sonrío: es una sensación maravillosa. Le bajo delicadamente la cremallera, y sus pantalones y calzoncillos no tardan en reunirse con el resto de la ropa. Me yergo y cojo el gel y la esponja natural.
—Parece que te alegras de verme —murmuro con ironía.
—Yo siempre me alegro de verla, señorita Katina —replica,
devolviéndome la sonrisa.
Echo gel en la esponja, y reemprendo mi viaje a través de su torso. Ahora está más relajada, quizá porque en realidad no la estoy tocando. Voy descendiendo con la esponja, pasando por encima de su vientre hasta deslizarla entre su erección hasta la base de su miembro.
La miro de reojo, y ella me observa con ojos acechantes y anhelo sensual.
Mmm… me gusta esa mirada. Tiro la esponja y uso las manos para sujetarla fuerte el miembro. Ella cierra los ojos, echa la cabeza hacia atrás gimiendo, e impulsa las caderas hacia mis manos.
¡Oh, sí! Esto es muy excitante. La diosa que llevo dentro ha resurgido después de pasarse la noche entera meciéndose y sollozando en un rincón, y ahora lleva los labios pintados de un tono rojo fulana.
De pronto, Yulia me mira fijamente con ojos ardientes. Ha recordado algo.
—Es sábado —exclama con asombro lascivo en la mirada, y me coge por la cintura, me atrae hacia ella y me besa salvajemente.
¡Uau… cambio de ritmo!
Sus manos se deslizan por mi cuerpo húmedo y resbaladizo hasta moverse en torno a mi sexo, sus dedos me exploran provocativos, y su implacable boca me deja sin respiración. Sube una mano hasta mi cabello húmedo para sujetarme la cabeza,mientras yo resisto toda la fuerza de su pasión desatada. Sus dedos se mueven en mi interior.
—¡Ah! —jadeo junto a su boca.
—Sí —sisea, desliza las manos hasta mi trasero y me levanta—. Rodéame con las piernas, nena.
Mis piernas obedecen, y me aferro a su cuello como una lapa. Ella me sostiene contra la pared de la ducha, se para y me observa intensamente.
—Abre los ojos —murmura—. Quiero verte.
La miro parpadeante, con el corazón latiéndome desbocado y la sangre hirviendo ardiente a través de mis venas, y un deseo real y galopante aumenta en mi interior. Entonces ella se desliza dentro de mí, oh, muy despacio, y me llena, y me reclama, piel contra piel. Yo empujo hacia abajo para fundirme en ella, gimiendo con
fuerza. Una vez dentro de mí, se detiene otra vez, con la cara contraída, intensa.
—Eres mía, Elena —susurra.
—Siempre.
Sonríe victoriosa, se mueve y me hace jadear.
—Y ahora ya podemos contárselo a todo el mundo, porque has dicho que sí.
Su voz tiene un tono reverencial, y entonces se inclina hacia abajo, sus labios se apoderan de mi boca, y empieza a moverse… lenta y dulcemente. Yo cierro los ojos y echo la cabeza hacia atrás, mi cuerpo se arquea y someto mi voluntad a la suya, esclava de su cadencia lenta y embriagadora.
Me roza con los dientes la mandíbula, y la barbilla, bajando por el cuello mientras recupera el ritmo, empujándome hacia delante y hacia arriba… lejos de este planeta terrenal, de la ducha abrasadora, del terror gélido de la noche pasada. Somos solo mi chica y yo, moviéndonos al unísono como si fuéramos una, cada una absolutamente absorbida en la otra, y nuestros jadeos y gruñidos se funden. Yo saboreo la sensación exquisita de que me posea, mientras mi cuerpo brota y florece en torno a ella.
Podría haberla perdido… y la amo… la amo tanto, y de pronto me supera la inmensidad de mi amor y la profundidad de mi compromiso con ella. Pasaré el resto de mi vida amando a esta mujer, y con esa revelación abrumadora, exploto en torno a ella
en un orgasmo catártico, sanador, y grito su nombre mientras las lágrimas bañan mis mejillas.
Ella alcanza el clímax y se vierte en mi interior. Con la cara hundida en mi cuello, se derrumba en el suelo, abrazándome fuerte, besándome la cara y secándome las lágrimas a besos, mientras el agua caliente cae a nuestro alrededor y nos purifica.
—Tengo los dedos morados —murmuro, saciada y reclinada sobre su pecho en la dicha poscoital.
Ella acerca mis dedos a sus labios y los besa, uno por uno.
—Deberíamos salir de esta ducha.
—Yo estoy muy a gusto aquí.
Reposo sentada entre sus piernas mientras ella me abraza fuerte. No quiero moverme.
Yulia expresa su conformidad con un murmullo. Pero de pronto me
siento agotada, totalmente exhausta. Han pasado tantas cosas durante la última semana,historias como para llenar toda una vida, y además ahora voy a casarme. Se me escapa una risita de incredulidad.
—¿Qué le hace tanta gracia, señorita Katina? —pregunta ella cariñosamente.
—Ha sido una semana muy intensa.
Sonríe.
—Lo ha sido, sí.
—Gracias a Dios que ha regresado sana y salva, señorita Volkova —murmuro, y al pensar en lo que podría haber pasado se me encoge el alma.
Ella se pone tensa e inmediatamente lamento habérselo recordado.
—Pasé mucho miedo —confiesa para mi sorpresa.
—¿Cuándo… Antes?
Asiente con gesto serio.
Santo cielo.
—¿Así que le quitaste importancia para tranquilizar a tu familia?
—Sí. Volaba demasiado bajo para poder aterrizar bien. Pero lo conseguí,no sé cómo.
Oh, Dios. Levanto los ojos hacia ella, con la cascada de agua cayendo sobre nosotras, y su expresión es muy grave.
—¿Ha estado cerca?
Me mira fijamente.
—Muy cerca. —Hace una pausa—. Durante unos segundos espantosos,pensé que no volvería a verte.
La abrazo fuerte.
—No puedo imaginar mi vida sin ti, Yulia. Te quiero tanto que me da miedo.
—Yo también. —Me estrecha con fuerza entre sus brazos y hunde el rostro en mi cabello—. Nunca dejaré que te vayas.
—No quiero irme, nunca.
Le beso el cuello, y ella se inclina y me besa también con dulzura.
Al cabo de un momento, se remueve un poco.
—Ven… vamos a secarte, y luego a la cama. Yo estoy exhausta, y a ti parece que te hayan dado una paliza.
Al oír estas palabras, me inclino hacia atrás y arqueo una ceja. Ella ladea la cabeza y me sonríe con ironía.
—¿Algo que decir, señorita Katina?
Niego con la cabeza y me pongo de pie algo tambaleante.
* * *
Estoy sentada en la cama. Yulia se ha empeñado en secarme el pelo… y lo hace bastante bien. Me desagrada pensar cómo adquirió esa habilidad, así que alejo la idea de mi mente. Son más de las dos de la madrugada, y estoy deseando dormir.
Antes de meterse en la cama, Yulia baja de nuevo la mirada hacia el llavero y vuelve a menear la cabeza sin dar crédito.
—Es fantástico. El mejor regalo de cumpleaños que he tenido nunca. —Me mira fijamente, con ojos dulces y cariñosos—. Mejor que el póster firmado de Giuseppe DeNatale.
—Te lo habría dicho antes, pero como se acercaba tu cumpleaños… ¿Qué le das a una mujer que lo tiene todo? Así que pensé en darme… yo.
Deja el llavero en la mesita de noche y se acurruca a mi lado. Me acoge en sus brazos, me estrecha contra su pecho y se queda abrazada a mi espalda.
—Es perfecto. Como tú.
Sonrío, aunque ella no puede verme.
—Yo no soy perfecta, ni mucho menos, Yulia.
—¿Está sonriendo, señorita Katina?
¿Cómo lo sabe?
—Tal vez —respondo con una risita—. ¿Puedo preguntarte algo?
—Claro —dice acariciándome el cuello con la nariz.
—No llamaste mientras volvías de Portland. ¿Fue en realidad por culpa de José? ¿Te preocupaba que me quedara a solas con él?
Yulia no dice nada. Me doy la vuelta para verle la cara, y ella me mira con los ojos muy abiertos, como si le estuviera reprochando algo.
—¿Te das cuenta de lo ridículo que es eso? ¿De lo mal que nos lo has hecho pasar a tu familia y a mí? Todos te queremos mucho.
Ella parpadea un par de veces y después me dedica su sonrisa tímida.
—No imaginaba que todos os preocuparíais tanto.
Frunzo los labios.
—¿Cuándo te entrará en esa cabeza tan dura que la gente te quiere?
—¿Cabeza dura?
Arquea las cejas, completamente atónita.
Yo asiento.
—Sí, cabeza dura.
—No creo que los huesos de mi cráneo tengan una dureza
significativamente mayor que cualquier otra parte de mi cuerpo.
—¡Estoy hablando en serio! Deja de hacer bromas. Aún estoy un poco enfadada contigo, aunque eso haya quedado parcialmente eclipsado por el hecho de que estés en casa sana y salva. Cuando pensé… —Se me quiebra la voz al recordar esas horas de angustia—. Bueno, ya sabes lo que pensé.
Su mirada se dulcifica, alarga la mano y me acaricia la cara.
—Lo siento. ¿De acuerdo?
—Y también tu pobre madre. Fue muy conmovedor verte con ella —susurro.
Ella sonríe tímidamente.
—Nunca la había visto de ese modo. —Adopta una expresión perpleja al recordarlo—. Sí, ha sido realmente impresionante. Por lo general es tan serena…Resultó muy impactante.
—¿Lo ves? Todo el mundo te quiere. —Sonrío—. Quizá ahora empieces a creértelo. —Me inclino y la beso con dulzura—. Feliz cumpleaños, Yulia. Me alegro de que estés aquí para compartir tu día conmigo. Y no has visto lo que te tengo preparado para mañana… bueno, hoy.
—¿Hay más? —dice asombrada, y en su cara aparece una sonrisa arrebatadora.
—Ah, sí, señorita Volkova, pero tendrá que esperar hasta entonces.
* * *
Me despierto de repente de un sueño, o de una pesadilla, y me incorporo en la cama con el pulso terriblemente acelerado. Me doy la vuelta, aterrada, y compruebo con alivio que Yulia duerme plácidamente a mi lado. Como me he movido, ella se revuelve y alarga un brazo en sueños para rodearme con ella, recuesta la cabeza en mi hombro, y suspira quedamente.
La luz inunda la habitación. Son las ocho. Yulia nunca duerme hasta tan tarde. Vuelvo a tumbarme y dejo que mi corazón palpitante se calme. ¿Por qué esta angustia? ¿Es una secuela de lo sucedido anoche?
Me doy la vuelta y la observo. Está a salvo. Inspiro profunda y
tranquilamente y contemplo su adorable rostro. Un rostro que ahora me resulta tan familiar, con todas sus luces y sombras grabadas en mi mente a perpetuidad.
Cuando duerme parece mucho más joven, y sonrío porque a partir de hoy es un año más vieja. Me abrazo a mí misma, pensando en mi regalo. Oooh… ¿cómo reaccionará? Quizá debería empezar trayéndole el desayuno a la cama. Además, puede que José todavía esté aquí.
Me lo encuentro en la barra, comiendo un bol de cereales. No puedo evitar ruborizarme al verle. Sabe que he pasado la noche con Yulia. ¿Por qué siento de pronto esta timidez? No es como si fuera desnuda ni nada parecido. Llevo mi bata de seda larga hasta los pies.
—Buenos días, José —saludo sonriendo abiertamente.
—¡Eh, Lena!
Se le ilumina la cara. Se alegra sinceramente de verme. En su expresión no hay ningún deje burlón ni desdeñoso.
—¿Has dormido bien? —pregunto.
—Mucho. Vaya vistas hay desde aquí.
—Sí, es un lugar muy especial. —Como la propietaria del apartamento—.¿Te apetece un auténtico desayuno para hombres? —le pregunto bromeando.
—Me encantaría.
—Hoy es el cumpleaños de Yulia. Voy a llevarle el desayuno a la cama.
—¿Está despierta?
—No. Creo que está bastante cansada después de todo lo de ayer.
Aparto rápidamente la mirada y voy hacia el frigorífico para que no vea que me he ruborizado. Dios… pero si solo es José. Cuando saco el beicon y los huevos de la nevera, me está mirando sonriente.
—Te gusta de verdad, ¿eh?
Frunzo los labios.
—La quiero, José.
Abre mucho los ojos un momento y luego sonríe.
—¿Cómo no vas a quererle? —pregunta, y hace un gesto con la mano alrededor del salón.
—¡Vaya, gracias! —le digo en tono de reproche.
—Oye, Lena, que solo era una broma.
Mmm… ¿Me harán siempre ese comentario: que me caso con Yulia por su dinero?
—De verdad que era una broma. Tú nunca has sido de esa clase de chicas.
—¿Te apetece una tortilla? —le pregunto para cambiar de tema: no quiero discutir.
—Sí.
—Y a mí también —dice Yulia, entrando pausadamente en el salón.
Oh, Dios…, solo lleva esos pantalones de pijama y una camiseta de tirantes que le quedan tan tremendamente sexys.
—José —le saluda con un gesto de la cabeza.
—Yulia—le devuelve el saludo José con aire solemne.
Yulia se vuelve hacia mí y sonríe maliciosamente. Lo ha hecho a
propósito. Entorno los ojos en un intento desesperado por recuperar la compostura, y la expresión de Yulia se altera levemente. Sabe que ahora soy consciente de lo que se propone, y no le importa en absoluto.
—Iba a llevarte el desayuno a la cama.
Se me acerca con arrogancia, me rodea los hombros con el brazo, me levanta la barbilla y me planta un beso apasionado y sonoro en los labios. ¡Tan impropio de Cincuenta!
—Buenos días, Elena —dice.
Tengo ganas de reñirle y de decirle que se comporte… pero es su
cumpleaños. Me sonrojo. ¿Por qué es tan posesiva?
—Buenos días, Yulia. Feliz cumpleaños.
Le dedico una sonrisa y ella me la devuelve.
—Espero con ansia mi otro regalo —dice sin más.
Me pongo del color del cuarto rojo del dolor y miro nerviosamente a José,que parece como si se hubiera tragado algo muy desagradable. Aparto la vista y empiezo a preparar el desayuno.
—¿Y qué planes tienes para hoy, José? —pregunta Yulia con fingida naturalidad, sentándose en un taburete de la barra.
—Voy a ir a ver a mi padre y a Sergey, el padre de Lena.
Yulia frunce el ceño.
—¿Se conocen?
—Sí, estuvieron juntos en el ejército. Perdieron el contacto hasta que Lena y yo nos conocimos en la universidad. Fue algo bastante curioso, y ahora son auténticos colegas. Vamos a ir de pesca.
—¿De pesca?
Yulia parece realmente interesada.
—Sí… hay piezas muy buenas en estas aguas. Unos salmones enormes.
—Es verdad. Mi hermano Dimitri y yo pescamos una vez uno de quince kilos.
¿Ahora se ponen a hablar de pesca? ¿Qué tendrá la pesca ? Nunca lo he entendido.
—¿Quince kilos? No está mal. Pero el récord lo tiene el padre de Lena, con uno de diecinueve kilos.
—¿En serio? No me lo había dicho.
—Por cierto, feliz cumpleaños.
—Gracias. ¿Y a ti dónde te gusta pescar?
Me desentiendo. No me interesa nada de todo esto. Pero, al mismo tiempo,me siento aliviada. ¿Lo ves, Yulia? José no es tan malo.
* * *
Cuando llega la hora de que José se marche, el ambiente entre ambas se ha relajado bastante. Yulia se pone rápidamente unos vaqueros y una camiseta y, aún descalza, nos acompaña a José y a mí al vestíbulo.
—Gracias por dejarme dormir aquí —le dice José a Yulia cuando se dan la mano.
—Cuando quieras —responde Yulia sonriendo.
José me da un pequeño abrazo.
—Cuídate, Lena.
—Claro. Me alegro de haberte visto. La próxima vez saldremos por ahí.
—Te tomo la palabra.
Se despide alzando la mano desde el interior del ascensor, y luego las puertas se cierran.
—Sigue queriendo acostarse contigo, Lena. Pero no puedo culparle de eso.
—¡Yulia, eso no es cierto!
—No te enteras de nada, ¿verdad? —Me sonríe—. Te desea. Muchísimo.
Frunzo el ceño.
—Solo es un amigo, Yulia, un buen amigo.
Y de pronto me doy cuenta de que me parezco a Yulia cuando habla de la señora Robinson. Y esa idea me inquieta.
Ella levanta las manos en un gesto conciliatorio.
—No quiero discutir —dice en voz baja.
¡Ah! No estamos discutiendo… ¿o sí?
—Yo tampoco.
—No le has dicho que vamos a casarnos.
—No. Pensé que debía decírselo primero a mamá y a Sergey.
Oh, no. Es la primera vez que pienso en eso desde que acepté su
proposición. Dios… ¿qué van a decir mis padres?
Yulia asiente.
—Sí, tienes razón. Y yo… eh… debería pedírselo a tu padre.
Me echo a reír.
—Yulia, no estamos en el siglo XVIII.
Madre mía. ¿Qué dirá Sergey? Pensar en esa conversación me horroriza.
—Es la tradición —replica Yulia, encogiéndose de hombros.
—Ya hablaremos luego de eso. Quiero darte tu otro regalo —digo para intentar distraerle.
Pensar en mi regalo me tiene en un sinvivir. Necesito dárselo para ver cómo reacciona.
Ella me dedica su sonrisa tímida y se me para el corazón. Aunque viva mil años, nunca me cansaré de esa sonrisa.
—Estas mordiéndote el labio otra vez —me dice, y me levanta la barbilla.
Cuando sus dedos me tocan, un estremecimiento recorre mi cuerpo. Sin decir una palabra, y ahora que todavía me queda algo de valor, le cojo de la mano y la llevo de nuevo al dormitorio. La suelto cuando llegamos junto a la cama y, de debajo de mi lado del lecho, saco las otras dos cajas de regalo.
—¿Dos? —dice sorprendida.
Yo inspiro profundamente.
—Esto lo compré antes del… eh… incidente de ayer. Ahora ya no me convence tanto.
Y me apresuro a darle uno de los paquetes, antes de cambiar de opinión. Ella se me queda mirando desconcertada al notar mis dudas.
—¿Seguro que quieres que lo abra?
Yo asiento, ansiosa.
Yulia rompe el envoltorio y mira sorprendida la caja.
—Es el Charlie Tango —susurro.
Ella sonríe. La caja contiene un pequeño helicóptero de madera, con unas grandes hélices que funcionan con energía solar. La abre.
—Energía solar —murmura—. Uau.
Y, sin apenas darme cuenta, ya está sentada en la cama, montándolo. Lo encaja rápidamente y lo sostiene en la palma de la mano. Un helicóptero azul de madera. Levanta la vista hacia mí con esa gloriosa sonrisa de muchacha cien por cien rusa, y luego se acerca a la ventana y, cuando la luz del sol baña el pequeño
helicóptero, las hélices empiezan a girar.
—Mira esto —musita, y lo observa de cerca—. Lo que ya es posible hacer con esta tecnología.
Lo sostiene a la altura de los ojos y contempla cómo giran las hélices. Está fascinada, y también es fascinante ver cómo se deja llevar por sus pensamientos mientras mira el pequeño helicóptero. ¿En qué estará pensando?
—¿Te gusta?
—Me encanta, Lena. Gracias. —Me coge y me besa rápidamente, y luego se da la vuelta para ver girar la hélice—. Lo pondré en mi despacho al lado del planeador—dice, absorta, viendo girar las aspas.
Luego aparta el helicóptero del sol, y la hélice se ralentiza hasta pararse finalmente.
Yo no puedo evitar sonreír de oreja a oreja y tengo deseos de abrazarme a mí misma. Le encanta. Claro, está muy interesada en las tecnologías alternativas. Ni siquiera había pensado en eso cuando lo compré a toda prisa. Lo deja sobre la cómoda y se vuelve hacia mí.
—Me hará compañía hasta que recuperemos el Charlie Tango.
—¿Se podrá recuperar?
—No lo sé. Eso espero. Si no, lo echaré de menos.
¿Qué? Yo misma me escandalizo por sentir celos de un objeto inanimado.
Mi subconsciente resopla y suelta una carcajada desdeñosa. Yo no le hago caso.
—¿Qué hay en la otra caja? —pregunta con los ojos muy abiertos,
emocionada como una cría.
Dios mío.
—No estoy segura de si este regalo es para ti o para mí.
—¿De verdad? —pregunta, y sé que he despertado su curiosidad.
Le entrego nerviosa la segunda caja. Ella la agita con cuidado y ambas oímos un fuerte traqueteo. Yulia levanta la vista hacia mí.
—¿Por qué estás tan nerviosa? —pregunta, perpleja.
Avergonzada y excitada, me encojo de hombros y me ruborizo. Ella arquea una ceja.
—Me tiene intrigada, señorita Katina —susurra, y su voz me penetra, y el deseo y la expectativa se expanden por mi vientre—. Debo decir que estoy disfrutando con tu reacción. ¿En qué has estado pensando? —pregunta, entornando los ojos con
suspicacia.
Yo contengo la respiración y sigo callada.
Ella retira la tapa de la caja y saca una pequeña tarjeta. El resto del contenido está envuelto en papel de seda. Abre la tarjeta, e inmediatamente me clava la mirada,con los ojos muy abiertos, impactada o sorprendida, no lo sé.
—¿Que te trate con dureza? —murmura.
Y yo asiento y trago saliva. Ella ladea la cabeza con cautela evaluando mi reacción, y frunce el ceño. Entonces vuelve a fijarse en la caja. Rasga el papel de seda azul pálido y saca un antifaz, unas pinzas para pezones, un dilatador anal, su iPod, su corbata gris perla… y, por último, aunque no por eso menos importante, la llave de su cuarto de juegos.
Me mira fijamente con una expresión oscura e indescifrable. Oh, no. ¿Ha sido una mala idea?
—¿Quieres jugar? —pregunta con voz queda.
—Sí —musito.
—¿Por mi cumpleaños?
—Sí.
¿De dónde me sale este hilo de voz?
Multitud de emociones cruzan por su rostro sin que pueda identificar ninguna, pero finalmente me domina la ansiedad. Mmm… Esa no es exactamente la reacción que esperaba.
—¿Estás segura? —pregunta.
—Nada de látigos ni cosas de esas.
—Eso ya lo he entendido.
—Pues entonces sí. Estoy segura.
Sacude la cabeza y vuelve a mirar el contenido de la caja.
—Loca por el sexo e insaciable. Bueno, creo que podré hacer algo con estas cosas —murmura como si hablara consigo misma, y vuelve a meter el contenido dentro de la caja.
Cuando me mira otra vez, su expresión ha cambiado totalmente. Madre mía,sus ojos refulgen ardientes, y en sus labios se dibuja lentamente una erótica sonrisa.
Me tiende la mano.
—Ahora —dice, y no es una petición.
Mi vientre se contrae y se tensa con fuerza muy, muy adentro.
Acepto su mano.
—Ven —ordena, y salgo de la habitación detrás de ella, con el corazón en un puño.
El deseo recorre lentamente mi sangre ardiente y mis entrañas se contraen anhelantes ante la expectativa. ¡Por fin!
VIVALENZ28- Mensajes : 921
Fecha de inscripción : 04/08/2014
Espera
Dios estas dos van a tumbar la casa!!! Jajajjajaja buen capítulo esperando la continuación.
Zanini-volk- Invitado
Re: 50 SOMBRAS MÁS OSCURAS// ADAPTACIÓN
21
Yulia se para delante del cuarto de juegos.
—¿Estás segura de esto? —pregunta con una mirada ardorosa, pero llena de ansiedad.
—Sí —murmuro, y le sonrío con timidez.
Su expresión se dulcifica.
—¿Hay algo que no quieras hacer?
Estas preguntas inesperadas me descolocan, y mi mente empieza a dar vueltas. Se me ocurre una idea.
—No quiero que me hagas fotografías.
Se queda quieta, y se le endurece el gesto. Ladea la cabeza y me mira con suspicacia.
Oh, no. Tengo la impresión de que va a preguntarme por qué, pero
afortunadamente no lo hace.
—De acuerdo —murmura.
Frunce el ceño, abre la puerta y se aparta para hacerme pasar a la
habitación. Cuando ella entra detrás y cierra, siento sus ojos sobre mí.
Deja la cajita del regalo sobre la cómoda, saca el iPod y lo enciende.
Luego pasa la mano frente al equipo de sonido de la pared, y los cristales ahumados se abren suavemente. Pulsa varios botones, y el sonido de un metro resuena en la habitación. Ella baja el volumen, de manera que el compás electrónico lento, hipnótico,
que se oye seguidamente se convierte en ambiental. Empieza a cantar una mujer que no sé quién es, pero su voz es suave aunque rasposa, y el ritmo contenido y deliberadamente… erótico. Oh, Dios: es música para hacer el amor.
Yulia se da la vuelta para mirarme. Yo estoy de pie en medio del
cuarto, con el corazón palpitante y la sangre hirviendo en mis venas al ritmo del seductor compás de la música… o esa es la sensación que tengo. Ella se me acerca despacio con aire indolente, y me coge de la barbilla para que deje de morderme el
labio.
—¿Qué quieres hacer, Elena? —murmura, y me da un recatado beso en la comisura de la boca, sin dejar de retenerme el mentón entre los dedos.
—Es tu cumpleaños. Haremos lo que tú quieras —musito.
Ella pasa el pulgar sobre mi labio inferior, y arquea una ceja.
—¿Estamos aquí porque tú crees que yo quiero estar aquí?
Pronuncia esas palabras en voz muy baja, sin dejar de observarme atentamente.
—No —murmuro—. Yo también quiero estar aquí.
Su mirada se oscurece, volviéndose más audaz a medida que asimila mi respuesta. Después de una pausa eterna, habla.
—Ah, son tantas las posibilidades, señorita Katina. —Su tono es grave,excitado—. Pero empecemos por desnudarte.
Tira del cinturón de la bata, que se abre para dejar a la vista el camisón de satén. Luego da un paso atrás y se sienta con total tranquilidad en el brazo del sofá Chesterfield.
—Quítate la ropa. Despacio.
Me dirige una mirada sensual, desafiante.
Trago saliva compulsivamente y junto los muslos. Ya siento humedad entre las piernas. La diosa que llevo dentro está ya en la cola, totalmente desnuda, dispuesta,esperando y suplicándome para que le siga el juego. Yo me echo la bata sobre los hombros, sin dejar de mirarla a los ojos, los levanto con un suave movimiento y dejo que la prenda caiga en cascada al suelo. Sus fascinantes ojos azules arden, y se pasa el dedo índice sobre los labios con la mirada muy fija en mí.
Dejo que los finísimos tirantes de mi camisón se deslicen por mis hombros,la miro intensamente un momento, y luego lo dejo caer. El camisón resbala lentamente sobre mi cuerpo, hasta quedar desparramado a mis pies. Estoy desnuda, prácticamente
jadeante y… oh, tan dispuesta…
Yulia se queda muy quieta un momento, y me maravilla su expresión de franca satisfacción carnal. Ella se levanta, se dirige hacia la cómoda y saca su corbata gris perla… mi corbata favorita. La desliza y la hace dar vueltas entre sus dedos, y se me acerca con gesto despreocupada y un amago de sonrisa en los labios. Cuando se coloca frente a mí, yo espero que haga ademán de cogerme las manos, pero no es así.
—Me parece que lleva usted muy poca ropa, señorita Katina—murmura.
Me pone la corbata alrededor del cuello, y despacio pero con destreza hace lo que imagino que es un nudo Windsor perfecto. Cuando lo aprieta, sus dedos me rozan la base del cuello, provocando una descarga de electricidad en mi cuerpo que me
deja jadeante. Ella deja que el extremo más ancho de la corbata caiga hasta abajo, tan abajo que la punta me hace cosquillas en el vello púbico.
—Ahora mismo está usted fabulosa, señorita Katina—dice, y se alza para besarme con dulzura en los labios.
Es un beso fugaz, y una espiral de deseo lascivo invade mis entrañas, y quiero más.
—¿Qué haremos contigo ahora? —dice, y coge la corbata, tira de mí hacia ella y caigo en sus brazos.
Hunde las manos en mi pelo y me echa la cabeza hacia atrás, y me besa fuerte y apasionadamente, con su lengua implacable y despiadada. Una de sus manos se desliza por mi espalda y se detiene sobre mi trasero. Cuando ella se aparta, jadeante también, me fulmina con una mirada incendiaria de sus ojos azules. Yo, anhelante,apenas puedo respirar ni pensar con claridad. Estoy segura de que su ataque sensual me ha dejado los labios henchidos.
—Date la vuelta —ordena con delicadeza, y yo obedezco.
Me aparta la corbata del cabello. Lo trenza y lo ata rápidamente, y tirando de la trenza me obliga a alzar la cabeza.
—Tienes un pelo precioso, Elena —murmura, y me besa el cuello,
provocándome un escalofrío que me recorre toda la columna—. Cuando quieras que pare solo tienes que decírmelo. Lo sabes, ¿verdad? —murmura pegada a mi garganta.
Yo asiento con los ojos cerrados, deleitándome en el sabor de sus labios.
Me da la vuelta otra vez y coge la corbata por la punta.
—Ven —dice, y tirando suavemente me lleva hasta la cómoda, sobre la cual está el resto del contenido de la caja.
—Estos objetos no me parecen muy adecuados, Elena… —Coge el dilatador anal—. Este es demasiado grande. Una virgen anal como tú no debe empezar con este. Optaremos por empezar con esto.
Levanta el dedo meñique, y yo ahogo un gemido. Dedos… ¿ahí? Ella me sonríe con aire maliciosa, y me viene a la mente la desagradable imagen del puño en el ano que se mencionaba en el contrato.
—Un dedo… solo uno —dice en voz baja, con esa extraña capacidad que tiene de leerme la mente.
Clavo la mirada en sus ojos. ¿Cómo lo hace?
—Estas pinzas son brutales. —Señala las pinzas para los pezones—.Usaremos estas. —Pone otro par sobre la cómoda. Parecen horquillas gigantes, pero con unas bolitas azabache colgando—. Estas son ajustables —murmura Yulia, su
voz entreverada de gentil preocupación.
Parpadeo y la miro con los ojos muy abiertos: Yulia, mi mentora sexual.
Ella sabe mucho más que yo de todo esto. Yo nunca estaré a la altura. Frunzo ligeramente el ceño. De hecho, sabe más que yo de casi todo… excepto de cocina.
—¿Está claro? —pregunta.
—Sí —murmuro con la boca seca—. ¿Vas a decirme lo que piensas hacer?
—No. Iré improvisando sobre la marcha. Esto no es ninguna sesión, Lena.
—¿Cómo debo comportarme?
Arquea una ceja.
—Como tú quieras.
¡Oh!
—¿Acaso esperabas a mi álter ego, Elena? —pregunta con un matiz levemente irónica y al mismo tiempo sorprendida.
—Bueno… sí. A mí me gusta —murmuro.
Ella esboza su sonrisa secreta, alarga la mano y me pasa el pulgar por la mejilla.
—¿No me digas? —musita, y desliza el pulgar sobre mi labio inferior—.Yo soy tu amante, Elena, no tu Ama. Me encanta oír tus carcajadas y esa risita infantil. Me gustas relajada y contenta,como en las fotografías de José. Esa es la chica que un día entró cayendo de bruces en mi despacho. Esa es la chica de la que un día me enamoré.
Me quedo con la boca abierta, y en mi corazón brota una grata calidez. Es dicha… pura dicha.
—Pero, una vez dicho esto, a mí también me gusta tratarla con dureza,señorita Katina, y mi álter ego sabe un par de trucos. Así que haz lo que te ordeno y date la vuelta.
Sus ojos brillan perversos, y la dicha se traslada de repente hacia abajo,por debajo de la cintura, y se apodera de mí tensándome todos los músculos. Hago lo que me ordena. Ella abre uno de los cajones a mis espaldas, y al cabo de un momento vuelvo a tenerla frente a mí.
—Ven —ordena, tira de la corbata y me lleva hacia la mesa.
Cuando pasamos junto al sofá, me doy cuenta por primera vez de que han desaparecido todas las varas, y me distraigo un momento. ¿Estaban aquí ayer cuando entré? No me acuerdo. ¿Se las ha llevado Yulia? ¿La señora Jones? Ella interrumpe mis pensamientos.
—Quiero que te pongas de rodillas encima —dice cuando llegamos junto a la mesa.
Ah, muy bien. ¿Qué tiene en mente? La diosa que llevo dentro está impaciente por averiguarlo: ya está subida en la mesa completamente abierta y mirándole con adoración.
Ella me sube a la mesa con delicadeza, y yo me siento sobre las piernas y quedo de rodillas frente a ella, sorprendida de mi propia agilidad. Ahora estamos al mismo nivel. Baja las manos por mis muslos, me agarra las rodillas, me separa las piernas y se queda plantada justo delante de mí. Está muy seria, con los ojos entornados y más oscuros… lujuriosos.
—Pon los brazos a la espalda. Voy a esposarte.
Saca unas esposas de cuero del bolsillo de atrás y se me acerca. Allá vamos. ¿A qué dimensión de placer va a transportarme esta vez?
Su proximidad resulta embriagadora. Esta mujer va a ser mi esposa. ¿Qué más puede ambicionar nadie con una esposa como esta? No recuerdo haber leído nada al respecto. No puedo resistirme, y deslizo mis labios entreabiertos por su mentón, saboreando su barbilla con la lengua suave, una mezcla tremendamente erótica. Ella se queda quieta y cierra los ojos. Se le altera la respiración y se aparta.
—Para, o esto se terminará mucho antes de lo que deseamos las dos —me advierte.
Por un momento creo que está enfadada, pero entonces sonríe y aparece un brillo divertido en su mirada ardorosa.
—Eres irresistible —digo con un mohín.
—¿Ah, sí? —replica secamente.
Yo asiento.
—Bueno, no me distraigas, o te amordazaré.
—Me gusta distraerte —susurro mirándole con expresión terca, y ella levanta una ceja.
—O te azotaré.
¡Oh! Intento disimular una sonrisa. Hubo una época, no hace mucho, en que me habría sometido ante esa amenaza. Nunca me habría atrevido a besarla espontáneamente, y menos estando en este cuarto. Ahora me doy cuenta de que ya no me intimida, y es como una revelación. Sonrío con picardía y ella me devuelve una
sonrisa cómplice.
—Compórtate —masculla.
Da un paso atrás, me mira y golpea con las esposas de cuero en la palma de su mano.
Y la amenaza está ahí, implícita en sus actos. Trato de parecer arrepentida, y creo que lo consigo. Ella se acerca otra vez.
—Eso está mejor —musita, y se inclina nuevamente hacia mí con las esposas.
Yo evito tocarla, pero inhalo ese glorioso aroma a Yulia, fresca aún
después de la ducha de anoche. Mmm… debería embotellarla.
Espero que me espose las muñecas, pero en vez de eso me las coloca por encima de los codos. Eso me obliga a arquear la espalda y a empujar los pechos hacia delante, aunque mis codos quedan bastante separados. Cuando termina, se echa hacia
atrás para contemplarme.
—¿Estás bien? —pregunta.
No es la postura más cómoda del mundo, pero la expectativa de descubrir qué puede hacer resulta tan electrizante que asiento y jadeo débilmente con anhelo.
—Bien.
Saca el antifaz del bolsillo de atrás.
—Creo que ya has visto bastante —murmura.
Me pone el antifaz por encima de la cabeza hasta cubrirme los ojos. Se me acelera la respiración. Dios… ¿Por qué es tan erótico no ver nada? Estoy aquí,esposada y de rodillas sobre una mesa, esperando… con una dulce y ardiente expectación que me quema por dentro. Pero puedo oír, y de fondo sigue sonando ese ritmo melódico y constante que resuena por todo mi cuerpo. No me había dado cuenta hasta ahora. Debe de haberlo programado en modo repetición.
Yulia se aparta. ¿Qué está haciendo? Se dirige hasta la cómoda y abre un cajón. Lo cierra otra vez. Al cabo de un segundo vuelvo a notar que está delante de mí. Noto un olor fuerte, picante y dulzón en el aire. Es delicioso, casi apetitoso.
—No quiero estropear mi corbata preferida —murmura mientras la
desanuda lentamente.
Inhalo con fuerza cuando la tela de la corbata se desliza por mi cuerpo,haciéndome cosquillas a su paso. ¿Estropear su corbata?Escucho con atención para tratar de averiguar qué va a hacer. Se está frotando las manos. De pronto me acaricia la mejilla con los nudillos, recorriendo el perfil de mi mandíbula hasta la barbilla.
Sus caricias me provocan un delicioso estremecimiento que sobresalta mi cuerpo. Su mano se curva sobre mi nuca, y está resbaladiza por ese aceite aromático que extiende suavemente por mi garganta, a lo largo de la clavícula, y sobre mi hombro, trabajando delicadamente con los dedos. Oh, me está dando un masaje. No es lo que esperaba.
Pone la otra mano sobre mi otro hombro y emprende otro provocador recorrido a lo largo de mi clavícula. Emito un suave quejido mientras va descendiendo hacia mis senos cada vez más anhelantes, ávidos de sus caricias. Es tan excitante…
Arqueo más el cuerpo hacia sus diestras caricias, pero ella desliza las manos por mis costados, despacio, comedido, siguiendo el compás de la música y evitando deliberadamente mis pechos. Yo gimo, aunque no sé si es de placer o de frustración.
—Eres tan hermosa, Lena —me murmura al oído en voz baja y ronca.
Su nariz roza mi mandíbula mientras sigue masajeándome… bajo los senos,sobre el vientre, más abajo… Me besa fugazmente los labios y luego desliza la nariz por mi nuca, bajando por el cuello. Dios santo, estoy ardiendo… su cercanía, sus manos, sus palabras.
—Y pronto serás mi esposa para poseerte y protegerte —susurra.
Oh, sí.
—Para amarte y honrarte.
Dios…
—Con mi cuerpo, te adoraré.
Echo la cabeza hacia atrás y gimo. Ella pasa los dedos por mi vello púbico,sobre mi sexo, y frota la palma de la mano contra mi clítoris.
—Señora Volkova—susurra mientras sigue masajeándome.
Suelto un suave gruñido.
—Sí —musita mientras sigue excitándome con la palma de la mano—.Abre la boca.
Ya la tengo entreabierta porque estoy jadeando. La abro más, y ella me introduce entre los labios un objeto metálico ancho y frío, una especie de enorme chupete con unas pequeñas muescas o ranuras, y algo que parece una cadena al final.
Es grande.
—Chupa —ordena en voz baja—. Voy a meterte esto dentro.
¿Dentro? Dentro… ¿dónde? Me da un vuelco el corazón.
—Chupa —repite, y deja quieta la palma de la mano.
¡No, no pares! Quiero gritar, pero tengo la boca llena. Sus manos oleosas recorren nuevamente mi cuerpo hacia arriba y finalmente cubren mis desatendidos senos.
—No pares de chupar.
Hace girar delicadamente mis pezones entre el pulgar y el índice, con una caricia experta que los endurece y agranda, creando una oleada sináptica de placer que llega hasta mi entrepierna.
—Tienes unos pechos tan hermosos, Lena —susurra, y mis pezones responden endureciéndose aún más.
Ella murmura complacida y yo gimo. Baja los labios desde mi cuello hasta uno de mis senos, sin dejar de chupar y mordisquear suavemente hasta llegar al pezón,y de repente noto el pellizco de la pinza.
—¡Ay! —gruño entrecortadamente a través del aparato que cubre mi boca.
Oh, por Dios… el pellizco produce una sensación exquisita, cruda,
dolorosa, placentera. Me lame con dulzura el pezón prisionero, mientras procede a colocar la segunda pinza. El pellizco también es intenso… pero igualmente agradable.
Gimo con fuerza.
—Siéntelo —sisea ella.
Ah, lo siento. Lo siento. Lo siento.
—Dame esto.
Tira con cuidado del estriado chupete metálico que tengo en la boca, y lo suelto. Sus manos recorren otra vez mi cuerpo, descendiendo hacia mi sexo. Ha vuelto a untárselas de aceite, y se deslizan alrededor de mi trasero.
Ahogo un gemido. ¿Qué va a hacer? Cuando me pasa los dedos entre las nalgas, me tenso sobre las rodillas.
—Chsss, despacio —me susurra al oído, y me besa la nuca y me provoca e incita con los dedos.
¿Qué va a hacer? Desliza la otra mano por mi vientre, hasta mi sexo, y lo acaricia de nuevo con la palma. Introduce sus dedos dentro de mí y yo jadeo fuerte, gozando.
—Voy a meterte esto dentro —murmura—. No aquí. —Sus dedos se deslizan entre mis nalgas, untando el aceite—. Sino aquí.
Y hace girar los dedos una y otra vez, dentro y fuera, golpeando la pared frontal de mi vagina. Yo gimo y mis pezones presos se hinchan.
—Ah.
—Ahora, silencio.
Yulia saca los dedos y desliza el objeto dentro de mí. Luego me coge la cara entre las manos y me besa, con su boca invadiendo la mía, y entones oigo un levísimo clic. En ese instante, el artilugio empieza a vibrar en mi interior… ¡ahí abajo!
Y gimo. Es una sensación extraordinaria, que supera cualquier otra que haya experimentado antes.
—¡Ah!
—Tranquila —me calma Yulia, y sofoca mis jadeos con su boca.
Sus manos descienden hacia mis senos y tiran con mucha delicadeza de las pinzas. Grito con fuerza.
—¡Yulia, por favor!
—Chsss, nena. Aguanta.
Esto es demasiado… toda esta sobreestimulación, por todas partes. Mi cuerpo empieza a ascender, y yo, de rodillas, no puedo controlar la escalada. Dios…¿seré capaz de soportar esto?
—Buena chica —me tranquiliza ella.
—Yulia —jadeo, y mi voz suena desesperada incluso a mis oídos.
—Chsss, siéntelo, Lena. No tengas miedo.
Ahora sus manos me rodean la cintura, sujetándome, pero no puedo concentrarme en todo, en sus manos, en lo que tengo dentro, en las pinzas. Mi cuerpo asciende, asciende hacia el estallido, con esas vibraciones implacables y esa dulce,dulce tortura en mis pezones. Dios… Esto va a ser demasiado intenso. Ella mueve las manos, sedosas y oleosas, alrededor y por debajo de mis caderas, tocando, sintiendo,masajeando mi piel… masajeando mi culo.
—Qué hermoso —susurra, y de repente introduce suavemente un dedo ungido dentro de mí… ¡ahí, en mi trasero!
Dios… Es una sensación extraña, plena, prohibida… pero, oh… muy…muy agradable. Y se mueve despacio, entra y sale, mientras roza con los dientes mi barbilla erguida.
—Qué hermoso, Lena.
Estoy suspendida en lo alto, muy alto, sobre un enorme precipicio, y entonces vuelo y caigo vertiginosamente al mismo tiempo, y me precipito hacia la tierra. Ya no puedo contenerme y grito, mientras mi cuerpo, ante esa irresistible plenitud, se convulsiona y alcanza el clímax. Cuando mi cuerpo estalla, no soy más que sensaciones, por todo mi ser. Yulia retira primero una pinza y luego la otra, y mis
pezones se quejan de una dulce sensación de dolor, que es sin embargo muy agradable y me provoca el orgasmo, un orgasmo que dura y dura. Ella mantiene el dedo en el mismo sitio, entrando y saliendo.
—¡Agh! —grito, y Yulia me envuelve y me abraza, mientras mi cuerpo sigue con su implacable pulsión interior—. ¡No! —vuelvo a gritar, suplicante, y esta vez retira el vibrador de mi interior y también el dedo, mientras mi cuerpo sigue convulsionando.
Me quita una de las esposas, de modo que mis brazos caen hacia delante.
Mi cabeza cuelga sobre su hombro, y estoy perdida, totalmente perdida en esta sensación abrumadora. No soy más que respiración alterada, exhausta de deseo, y dulce y placentero olvido de todo.
Soy vagamente consciente de que Yulia me levanta, me lleva a la cama y me tumba sobre las refrescantes sábanas de satén. Al cabo de un momento, sus manos, todavía untuosas, me masajean dulcemente detrás de los muslos, las rodillas,las pantorrillas y los hombros. Noto que la cama cede un poco cuando ella se tumba a mi lado.
Me quita el antifaz, pero no tengo fuerzas para abrir los ojos. Busca la trenza y me suelta el pelo, y se inclina hacia delante para besarme dulcemente en los labios. Solo mi respiración errática interrumpe el silencio de la habitación, y va estabilizándose a medida que vuelo de nuevo hacia la tierra. Ya no se oye la música.
—Maravilloso —murmura.
Finalmente consigo abrir un ojo y descubro que ella me está mirando fijamente con una leve sonrisa.
—Hola —dice. Consigo contestar con un gemido y su sonrisa se ensancha—. ¿Te ha parecido suficientemente brusca?
Yo asiento y le sonrío como puedo. Vaya, si hubiera sido más brusca tendría que habernos azotado a los dos.
—Creo que intentas matarme —musito.
—Muerta por orgasmo. —Sonríe—. Hay formas peores de morir —dice,pero después frunce el ceño levísimamente, como si de pronto hubiera pensado en algo desagradable.
Su gesto me inquieta. Me incorporo y le acaricio la cara.
—Puedes matarme así siempre que quieras —murmuro.
Me doy cuenta de que está desnuda, espléndida y preparada para la acción.
Cuando me coge la mano y me besa los nudillos, yo me enderezo, le atrapo la cara con las manos y llevo su boca a mis labios. Me besa fugazmente y luego se para.
—Esto es lo que quiero hacer —susurra.
Busca bajo la almohada el mando de la música, aprieta un botón y los suaves acordes de una guitarra resuenan entre las paredes.
—Quiero hacerte el amor —dice, mirándome fijamente.
Sus ojos azules brillan sinceros y ardientes. Al fondo se oye una voz familiar que empieza a cantar «The First Time Ever I Saw Your Face». Y sus labios buscan los míos.
Mientras me abrazo a ella y me rindo de nuevo al éxtasis liberador, Yulia se deja ir en mis brazos, con la cabeza echada hacia atrás y gritando mi nombre. Ella me estrecha contra su pecho y permanecemos sentadas nariz contra nariz en medio de su cama inmensa, yo a horcajadas sobre ella. Y en este momento, este momento de felicidad con esta mujer y su música, la intensidad de mi experiencia de esta mañana con ella aquí, y de todo lo que ha pasado durante la última semana, me abruma de nuevo, no solo física sino también emocionalmente. Me siento por completo superada por todas estas sensaciones. Estoy profundamente enamorada de ella. Y por primera vez alcanzo a entrever y comprender lo que ella siente en relación con mi seguridad.
Al recordar que ayer estuve a punto de perderla, me echo a temblar y los ojos se me llenan de lágrimas. Si le hubiera pasado algo… la amo tanto. Las lágrimas corren libremente por mis mejillas. Hay tantas facetas en Yulia: su personalidad dulce y amable, y su vertiente dominante, ese lado agreste y brusca de «Yo puedo hacer lo que me plazca contigo y tú me seguirás como un perrito»… sus cincuenta sombras, todo ella. Todo espectacular. Toda mía. Y soy consciente de que aún no nos conocemos bien, y de que tenemos que superar un montón de cosas. Pero sé que las dos lo deseamos… y que dispondremos de toda la vida para ello.
—Eh —musita, sosteniéndome la cabeza entre las manos y mirándome intensamente. Sigue dentro de mí—. ¿Por qué lloras? —dice con la voz preñada de preocupación.
—Porque te quiero tanto —susurro.
Ella absorbe mis palabras con los ojos entrecerrados, como drogada. Y cuando vuelve a abrirlos, arden de amor.
—Y yo a ti, Lena. Tú me… completas.
Y me besa con ternura mientras Roberta Flack termina su canción.
* * *
Hemos hablado y hablado y hablado, sentadas juntas sobre la cama del cuarto de juegos, yo sobre su regazo y rodeándonos con las piernas mutuamente. La sábana de satén rojo nos envuelve como si fuera un refugio majestuoso, y no tengo ni idea de cuánto tiempo ha pasado. Yulia está riéndose de mi imitación de Nastya
durante la sesión de fotos en el Heathman.
—Pensar que podría haber sido ella quien me entrevistara.Gracias a Dios que existen los resfriados —murmura, y me besa la nariz.
—Creo que tenía la gripe, Yulis—le riño, y dejo que mis dedos
deambulen a través de su torso, maravillada de que lo esté tolerando tan bien—. Todas las varas han desaparecido —murmuro, recordando que eso me llamó antes la atención.
Ella me recoge el pelo detrás de la oreja por enésima vez.
—No creí que llegaras a pasar nunca ese límite infranqueable.
—No, no creo que lo haga —susurro con los ojos muy abiertos, y luego dirijo la vista hacia los látigos, las palas y las correas alineados en la pared de enfrente.
Ella mira en la misma dirección.
—¿Quieres que me deshaga de todo eso también? —dice en tono irónico,pero sincera.
—De esa fusta no… la marrón. Ni del látigo de tiras de ante.
Me ruborizo.
Ella me mira y sonríe.
—De acuerdo, la fusta y el látigo de tiras. Vaya, señorita Katina, es usted una caja de sorpresas.
—Y usted también, señorita Volkova. Esa es una de las cosas que adoro de ti.
La beso con cariño en la comisura de la boca.
—¿Qué más adoras de mí? —pregunta con los ojos muy abiertos.
Sé que para ella supone mucho hacer esta pregunta. Es una muestra de humildad que me hace parpadear, perpleja. Yo adoro todo de ella… incluso sus cincuenta sombras. Sé que la vida con Yulia nunca será aburrida.
—Esto. —Paso el dedo índice sobre sus labios—. Adoro esto, y lo que sale de ella, y lo que me haces con ella. Y lo que hay aquí dentro. —Le acaricio la sien—. Eres tan brillante, inteligente e ingeniosa, tan competente en tantas cosas. Pero lo que más adoro es lo que hay aquí. —Presiono ligeramente con la palma de la mano sobre su pecho, y siento el latido constante y uniforme de su corazón—. Eres la mujer más compasiva que conozco. Lo que haces. Cómo trabajas. Es realmente impresionante—murmuro.
—¿Impresionante?
Está desconcertada, pero en su mirada refulge un brillo alegre. Luego le cambia el semblante y aparece su sonrisa tímida, como si estuviera avergonzada. Me entran ganas de lanzarme a sus brazos… y lo hago.
Estoy adormilada, envuelta en satén y en Volkova. Yulia me acaricia con la nariz para despertarme.
—¿Tienes hambre? —susurra.
—Mmm… estoy hambrienta.
—Yo también.
Me incorporo para mirarla tumbada en la cama.
—Es su cumpleaños, señorita Volkova. Te prepararé algo. ¿Qué te apetece?
—Sorpréndeme. —Me pasa la mano por la espalda con una suave caricia—. Debería revisar los mensajes de la BlackBerry que no miré ayer.
Suspira y hace ademán de incorporarse, y sé que este momento especial ha terminado… por ahora.
—Duchémonos —dice.
¿Quién soy yo para contradecir a la chica del cumpleaños?
* * *
Yulia está en su estudio hablando por teléfono. Igor está con ella. Tiene un aspecto muy seria, pero su atuendo es informal, unos vaqueros y una camiseta negra ceñida. Yo estoy preparando algo de comer en la cocina. He encontrado unos filetes de salmón en la nevera y los estoy marinando con limón, y los acompañaré con una ensalada y unas patatas que estoy hirviendo. Me siento extraordinariamente relajada y feliz, en la cima del mundo… literalmente. Me giro hacia el enorme ventanal y observo el espléndido cielo azul. Toda esa charla… todo el sexo… mmm. Cualquier chica podría acostumbrarse a esto.
Igor sale del estudio e interrumpe mi fantasía. Yo apago el iPod y me saco un auricular.
—Hola, Igor.
—Lena—saluda con un gesto de cabeza.
—¿Tu hija está bien?
—Sí, gracias. Mi ex mujer creía que tenía apendicitis, pero exageraba,como siempre. —Igor pone los ojos en blanco, cosa que me sorprende—. Sophie esta bien, aunque tiene un virus estomacal bastante fastidioso.
—Lo siento.
Él sonríe.
—¿Han localizado el Charlie Tango?
—Sí. El equipo de rescate va para allá. Esta noche ya debería estar de vuelta en Boeing Field.
—Ah, bien.
Me dedica una sonrisa tensa.
—¿Algo más, señora?
—No, no, gracias.
Me ruborizo… ¿Me acostumbraré algún día a que Igor me llame
«señora»? Hace que me sienta muy vieja, casi como una treintañera.
Él asiente y sale de la sala. Yulia sigue al teléfono. Yo estoy esperando a que hiervan las patatas. Eso me da una idea. Cojo el bolso y busco la BlackBerry.
Hay un mensaje de Nastya.
Ns vms esta noche. Me apetece que charlemos un buen raaato
Le contesto.
Lo mismo digo</>
Estará bien hablar con Nastya.
Abro el programa de correo y le escribo un mensaje rápido a Yulia.
De: Lena Katina
Fecha: 18 de junio de 2011 13:12
Para: Yulia Volkova
Asunto: Comida
Querida señorita Volkova:
Le mando este e-mail para informarle de que su comida está casi lista.
Y de que hace un rato gocé de un sexo pervertido alucinante.
Es muy recomendable el sexo pervertido en los cumpleaños.
Y otra cosa… te quiero.
L x
(Tu prometida)
Permanezco atentamente a la escucha de cualquier tipo de reacción, pero ella sigue al teléfono. Me encojo de hombros. Quizá esté demasiado ocupada, simplemente.
Mi BlackBerry vibra.
De: Yulia Volkova
Fecha: 18 de junio de 2011 13:15
Para: Lena Katina
Asunto: Sexo pervertido
¿Qué aspecto fue el más alucinante?
Tomaré nota.
Yulia Volkova
Hambrienta y exhausts tras los esfuerzos matutinos presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
P.D.: Me encanta tu firma.
P.P.D.: ¿Qué ha sido del arte de la conversación?
De: Lena Katina
Fecha: 18 de junio de 2011 13:18
Para: Yulia Volkova
Asunto: ¿Hambrienta?
Querida señorita Volkova:
Me permito recordarle la primera línea de mi anterior e-mail, en la que le informaba de que su comida ya está casi lista… así que nada de tonterías de que está hambrienta y exhausta.Con respecto a los aspectos alucinantes del sexo pervertido… francamente, todos, presidenta. Me interesará leer sus notas. Y a mí también me gusta mi firma entre paréntesis.
L x
(Tu prometida)
P.D.: ¿Desde cuándo eres tan locuaz? ¡Y estás hablando por teléfono!
Pulso enviar y, al levantar la vista, le tengo delante, sonriendo con aire traviesa. Antes de que pueda decir nada, da la vuelta a la encimera de la isla de la cocina, me coge en volandas y me da un sonoro beso.
—Esto es todo, señorita Katina—dice.
Me suelta y vuelve a su despacho con paso airoso en vaqueros, descalza y con la camisa por fuera, dejándome sin aliento.
* * *
He preparado un bol de crema agria con berros y cilantro para acompañar el salmón, y lo dejo sobre la barra del desayuno. Odio interrumpirla mientras trabaja,pero ahora me planto en el umbral de su despacho. Ella sigue al teléfono, con su pelo alborotado y sus ojos azules brillantes: todo un festín para la vista. Levanta la mirada al verme y ya no aparta la vista de mí. Frunce levemente el ceño, y no sé si es por mí o por la conversación.
—Tú hazlos pasar y déjalos solos. ¿Entendido, Irina? —dice entre dientes,poniendo los ojos en blanco—. Bien.
Le hago una señal de que la comida está lista, y ella me sonríe y asiente.
—Nos vemos luego. —Cuelga—. ¿Una llamada más? —pregunta.
—Claro.
—Este vestido es muy corto —añade.
—¿Te gusta?
Doy una vuelta frente a ella. Es una de las compras de Caroline Acton. Un vestido veraniego de color turquesa, que seguramente sería más apropiado para ir a la playa, pero hoy hace un día precioso en muchos sentidos. Ella frunce el ceño y yo me pongo pálida.
—Estás fantástica, Lena. Pero no quiero que nadie más te vea así.
—¡Oh! —le digo en tono de reproche—. Estamos en casa, Yulia. Solo está el personal.
Tuerce el gesto y, o bien intenta disimular su buen humor, o realmente no le hace ninguna gracia. Pero al final asiente, ratificándose. Yo la miro sin dar crédito…¿de verdad lo dice en serio? Regreso a la cocina.
Cinco minutos después, vuelvo a tenerla enfrente, con el teléfono en la mano.
—Sergey quiere hablar contigo —murmura con una mirada cauta.
Me quedo sin respiración de golpe. Cojo el teléfono y cubro el micrófono.
—¡Se lo has contado! —siseo.
Yulia asiente, y abre mucho los ojos ante mi angustiado semblante.
¡Oh, no! Inspiro profundamente.
—Hola, papá.
—Yulia acaba de preguntarme si puede casarse contigo —dice Sergey.
Se hace el silencio entre los dos mientras pienso desesperadamente qué puedo decir. Sergey sigue callado como suele hacer, sin darme ninguna pista sobre su reacción ante la noticia. Me decido por fin.
—¿Y tú qué le has dicho?
—Le he dicho que quería hablar contigo. Es bastante repentino, ¿no crees,Lenis? Hace muy poco que la conoces. Quiero decir que es una buena tía, le gusta la pesca y todo eso, pero… ¿tan pronto? —dice en un tono tranquilo y comedido.
—Sí. Es repentino… espera un momento.
Me alejo a toda prisa de la zona de la cocina y de la mirada ansiosa de Yulia, y voy hacia el ventanal. Las puertas que dan al balcón están abiertas, y salgo a la luz del sol. No puedo acercarme al borde. Está demasiado alto.
—Ya sé que es muy repentino y todo eso… pero, bueno, yo la quiero. Ella me quiere. Quiere casarse conmigo, y sé que es la mujer de mi vida.
Me ruborizo, pensando que seguramente esta sea la conversación más íntima que he mantenido con mi padrastro.
Sergey permanece en silencio al otro lado del teléfono.
—¿Se lo has dicho a tu madre?
—No.
—Lenis… ya sé que es muy rica y muy buen partido, pero… ¿casarse? Es un paso muy importante. ¿Estás convencida?
—Ella me da toda la felicidad que busco —susurro.
—Uf —dice Sergey al cabo de un momento, en un tono más suave.
—Ella lo es todo.
—Lenis, Lenis, Lenis. Eres una jovencita muy testaruda. Espero de corazón que sepas lo que haces. ¿Me lo vuelves a pasar, por favor?
—Claro, papá, ¿y tú me acompañarás al altar? —pregunto en voz baja.
—Oh, cariño. —Se le quiebra la voz, y se queda callado un buen rato. Y mis ojos se llenan de lágrimas al comprobar lo emocionado que está—. Nada me haría más feliz —dice finalmente.
Oh, Sergey. Te quiero tanto… Trago saliva para no llorar.
—Gracias, papá. Te vuelvo a pasar a Yulia. Sé cariñoso con ella. La amo—susurro.
Creo que Sergey sonríe al otro lado de la línea, pero es difícil decirlo. Con Sergey siempre es difícil.
—Cuenta con ello, Lenis. Y ven a visitar a este viejo y tráete a Yulia.
Vuelvo a la sala, enfadada con Yulia por no haberme avisado, y le paso el teléfono con un gesto que le hace saber lo molesta que estoy. Ella lo coge de buen humor y regresa al estudio.
Dos minutos después reaparece.
—Tengo la bendición un tanto reticente de tu padrastro —dice
orgullosamente, tanto, de hecho, que me da la risa y ella me sonríe.
Se comporta como si acabara de negociar una fusión o una adquisición importantísima, lo cual, supongo, en cierto sentido ha hecho.
* * *
—Vaya, eres muy buena cocinera, mujer.
Yulia se traga el último bocado y alza la copa de vino. Yo me ruborizo por el halago, y se me ocurre que solo podré cocinar para ella los fines de semana.
Frunzo el ceño. A mí me encanta cocinar. Quizá debería hacerle un pastel de cumpleaños. Consulto el reloj. Aún tengo tiempo.
—¿Lena? —Yulia interrumpe mis pensamientos—. ¿Por qué me pediste que no te hiciera fotos?
Su pregunta me inquieta, sobre todo porque utiliza un tono de voz
aparentemente dulce.
Oh… no. Las fotos. Miro fijamente mi plato vacío y entrelazo los dedos en el regazo. ¿Qué puedo decir? Me prometí a mí misma que no mencionaría que encontré su versión de Penthouse Pets.
—Lena—dice bruscamente—. ¿Qué pasa?
Su voz me sobresalta, obligándome a mirarla. ¿Cómo he podido llegar a pensar que ya no me intimidaba?
—Encontré tus fotos —susurro.
Yulia abre los ojos, conmocionada.
—¿Has entrado en la caja fuerte? —pregunta, incrédula.
—¿Caja fuerte? No. No sabía que tuvieras una.
Frunce el ceño.
—No lo entiendo.
—En tu vestidor. La caja. Estaba buscando tu corbata, y la caja estaba debajo de los vaqueros… esos que llevas normalmente en el cuarto de juegos. Menos hoy.
Y me ruborizo.
Me mira con la boca abierta, horrorizada, y se pasa nerviosamente la mano por el cabello mientras procesa la información. Se frota la barbilla, sumida en sus pensamientos, pero no puede ocultar la perplejidad y el enojo impresos en su cara.
Sacude la cabeza abruptamente, exasperada pero también divertido, y una ligera sonrisa de admiración aflora en la comisura de su boca. Junta las manos frente a sí y vuelve a dedicarme toda su atención.
—No es lo que piensas. Me había olvidado por completo de ellas. Alguien ha cambiado la caja de sitio. Esas fotos deberían estar en la caja fuerte.
—¿Quién las cambió de sitio? —murmuro.
Ella traga saliva.
—Solo pudo hacerlo una persona.
—Oh. ¿Quién? ¿Y qué quieres decir con «No es lo que piensas»?
Ella suspira y ladea la cabeza, y creo que está avergonzada. ¡Debería estarlo!, me increpa mi subconsciente.
—Esto te va a sonar frío, pero… hay una póliza de seguros —susurra, y se pone tensa a la espera de mi respuesta.
—¿Una póliza de seguros?
—Contra la exhibición pública de esas fotos.
De repente caigo en la cuenta y me siento incómoda y un tanto idiota.
—Oh —musito, porque no se me ocurre qué decir. Cierro los ojos. Aquí están de nuevo: las cincuenta sombras de su vida destrozada, aquí y ahora—. Sí.Tienes razón —digo con un hilo de voz—. Suena muy frío.
Me levanto para recoger los platos. No quiero saber nada más.
—Lena.
—¿Lo saben ellas? ¿Las chicas… las sumisas?
Ella frunce el ceño.
—Claro que lo saben.
Ah, bueno, algo es algo. Alarga una mano para cogerme y atraerme hacia ella.
—Esas fotos deberían estar en la caja fuerte. No son para ningún fin recreativo. —Hace una pausa—. Quizá lo fueron en un principio, cuando se hicieron.Pero… —Se calla y me mira suplicante—. No significan nada.
—¿Quién las puso en tu vestidor?
—Solo pudo haber sido Leila.
—¿Ella sabe la combinación de tu caja fuerte?
Ella se encoge de hombros.
—No me sorprendería. Es una combinación muy larga, que casi nunca uso.Es el único número que tengo anotado y que nunca he cambiado. —Sacude la cabeza—.Me pregunto qué más sabrá Leila y si habrá sacado alguna otra cosa de allí. —Frunce
el ceño y vuelve a mirarme—. Mira, destruiré las fotos. Ahora mismo si quieres.
—Son tus fotos, Yulia. Haz lo que quieras con ellas —musito.
—No seas así —dice, sosteniéndome la cabeza entre las manos y
mirándome a los ojos—. Yo no quiero esa vida. Quiero nuestra vida, juntas.
Santo Dios. ¿Cómo sabe que bajo mi horror ante esas fotos se oculta toda mi paranoia?
—Creía que habíamos exorcizado todos esos fantasmas esta mañana, Lena.Yo lo siento así, ¿tú no?
La miro fijamente, recordando esa mañana tan, tan placentera y romántica,descaradamente lasciva, en su cuarto de juegos.
—Sí. —Sonrío—. Yo también siento lo mismo.
—Bien. —Se inclina hacia delante, me besa y me rodea con sus brazos—.Las romperé —murmura—. Y luego tengo que ir a trabajar. Lo siento, nena, pero tengo un montón de asuntos de negocios esta tarde.
—No pasa nada. Yo tengo que llamar a mi madre. —Hago una mueca—. Y después quiero comprar algunas cosas y hacerte un pastel.
Ella sonríe de oreja a oreja y sus ojos se iluminan como los de una chiquilla.
—¿Un pastel?
Asiento.
—¿Un pastel de chocolate?
—¿Tú quieres un pastel de chocolate?
Su sonrisa es contagiosa. Asiente.
—Veré lo que puedo hacer, señorita Volkova.
Y vuelve a besarme.
* * *
Inessa se queda muda por la sorpresa.
—Mamá, di algo.
—No estarás embarazada, ¿verdad, Lena? —murmura, horrorizada ya que le había contado lo que tenía Yulia.
—No, no, no es nada de eso.
La desilusión me parte el corazón, y me entristece que pueda pensar eso de mí. Pero luego recuerdo, con mayor decepción si cabe, que ella estaba embarazada de mí cuando se casó con mi padre.
—Perdona, cielo. Pero es que todo esto es tan repentino. Quiero decir que Yulia es muy buen partido, pero tú eres muy joven, y deberías ver antes un poco de mundo.
—Mamá, ¿no puedes alegrarte por mí sin más? Yo la quiero.
—Es que necesito acostumbrarme a la idea, cariño. Me has dejado de piedra. En Georgia ya noté que había algo muy especial entre vosotras, pero el matrimonio…
En Georgia ella quería que yo fuera su sumisa, pero eso no se lo voy a decir a ella.
—¿Habéis fijado la fecha?
—No.
—Ojalá tu padre estuviera vivo —susurra.
Oh, no… esto no. Ahora no.
—Lo sé, mamá. A mí también me hubiera gustado conocerle.
—Solo te tuvo en brazos una vez, y estaba tan orgulloso. Pensaba que eras la niña más preciosa del mundo.
Y relata la vieja historia familiar con un hilillo quejumbroso de voz… una vez más. Va a echarse a llorar.
—Lo sé, mamá.
—Y luego murió —dice con un leve sollozo, y sé que el recuerdo la ha afligido, como pasa siempre.
—Mamá —susurro, sintiendo ganas de traspasar el teléfono y poder abrazarla.
—Soy una vieja tonta —musita, y vuelve a dejar escapar otro sollozo—.Claro que me alegro mucho por ti, cariño. ¿Sergey lo sabe? —añade.
Parece que ha recuperado la compostura.
—Yulia acaba de pedírselo.
—Oh, qué tierna. Bien.
La noto melancólica, pero está haciendo un esfuerzo.
—Sí, lo ha sido —murmuro.
—Lena, cielo, te quiero muchísimo. Y me alegro mucho por ti. Y tenéis que venir a verme, las dos.
—Sí, mamá. Yo también te quiero.
—Bob me está llamando. Tengo que colgar. Ya me dirás la fecha. Tenemos que planear… ¿será una boda por todo lo alto?
Una boda por todo lo alto. Oh, Dios. Ni siquiera había pensado en eso.
¿Una gran boda? No, yo no quiero una gran boda.
—Todavía no lo sé. En cuanto lo sepa te llamo.
—Bien. Y ve con cuidado. Aún tenéis que disfrutar mucho juntas… ya habrá tiempo para tener hijos.
¡Hijos! Mmm… y ahí está otra vez: una alusión, no muy sutil, al hecho de que ella me tuvo muy joven.
—Mamá, yo no te arruiné la vida, ¿verdad?
Ella sofoca un gemido.
—Oh, no, Lena, yo nunca pensé eso. Tú fuiste lo mejor que nos pasó en la vida a tu padre y a mí. Pero me gustaría que él estuviera aquí para verte tan adulta y a punto de casarte.
Vuelve a ponerse nostálgica y llorosa.
—A mí también me gustaría. —Muevo la cabeza, pensando en mi mítico padre—. Te dejo, mamá. Ya volveré a llamarte.
—Te quiero, cariño.
—Yo también, mamá. Adiós.
* * *
Trabajar en la cocina de Yulia es algo de ensueño. Para ser una mujer que no sabe nada de tareas culinarias, se diría que lo tiene todo. Sospecho que a la señora Jones también le gusta la cocina. Lo único que necesito ahora es chocolate de buena calidad para el glaseado. Dejo las dos mitades del pastel sobre una rejilla para
que se enfríen, cojo el bolso y asomo la cabeza por la puerta del estudio de Yulia.
Está concentrada en la pantalla del ordenador. Levanta la vista y me mira.
—Voy un momento a la tienda a buscar unos ingredientes.
—Vale.
Frunce el ceño.
—¿Qué pasa?
—¿Piensas ponerte unos vaqueros o algo?
Oh, por favor…
—Solo son piernas, Yulia.
Me mira fijamente, muy seria. Esto acabará en pelea. Y es su cumpleaños.
Le dirijo una mirada exasperada, sintiéndome como una adolescente descarriada.
—¿Y si estuviéramos en la playa? —pregunto, optando por otra táctica.
—No estamos en la playa.
—Si estuviéramos en la playa, ¿protestarías?
Se queda pensando en ello un momento.
—No —se limita a responder.
Abro muchos los ojos y le sonrío, satisfecha.
—Bueno, pues imagínate que lo estamos. Hasta luego.
Me doy la vuelta y salgo disparada hacia el vestíbulo. Consigo llegar al ascensor antes de que me atrape. Cuando se cierran las puertas, le hago un gesto de despedida y le sonrío con cariño, mientras ella me mira impotente, con los ojos entornados, pero afortunadamente de buen humor. Sacude la cabeza con gesto de
exasperación, y luego dejo de verla.
Oh, ha sido emocionante. La adrenalina palpita en mis venas, y tengo la sensación de que el corazón se me va a salir del pecho. Pero, a medida que el ascensor baja, mi ánimo también desciende. Maldita sea… ¿qué he hecho?
He despertado a la fiera. Se enfadará conmigo cuando vuelva. Mi
subconsciente me mira fijamente por encima de sus gafas de media luna, con una vara de sauce en la mano. Oh, no. Pienso en la poca experiencia que tengo con los hombres y mujeres.
Yo nunca he vivido con una mujer… bueno, excepto con Nastya y Sergey pero, por alguna razón,él no cuenta. Es mi padre… bueno, el hombre a quien considero mi padre.
Y ahora tengo a Yulia. En realidad, ella nunca ha vivido con nadie, creo.
Tengo que preguntárselo… si es que todavía me habla.
No obstante creo firmemente que tengo que vestirme como yo quiera.
Recuerdo sus normas. Sí, esto debe de ser muy duro para ella, pero también tengo clarísimo que este vestido lo pagó ella. Debería haber dejado instrucciones más claras en Neimans: ¡nada demasiado corto!
Este vestido no es tan corto, ¿no? Lo compruebo en el gran espejo de la entrada. Maldita sea. Sí, lo es, pero ya he tomado mi decisión. Y sin duda tendré que enfrentarme a las consecuencias. Me pregunto vagamente qué hará ella, pero primero tengo que sacar dinero.
Me quedo mirando el comprobante del cajero automático: 51.689,16 dólares. ¡Hay cincuenta mil dólares de más! «Elena, si aceptas mi proposición, tú también vas a tener que aprender a ser rica.» Y ya está empezando. Cojo mis míseros cincuenta dólares y me encamino hacia la tienda.
* * *
Cuando vuelvo, voy directamente a la cocina, sin poder evitar un escalofrío de alarma. Yulia sigue en su estudio. Vaya. Lleva ahí encerrada casi toda la tarde.
Decido que la mejor opción es enfrentarme a ella y comprobar cuanto antes la gravedad de lo que he hecho. Me acerco con cautela a la puerta de su estudio. Está al teléfono,mirando por la ventana.
—¿Y el especialista de Eurocopter vendrá el lunes por la tarde?… Bien.Mantenme informada. Diles que necesito sus primeras conclusiones el lunes a última hora o el martes por la mañana.
Cuelga y da la vuelta a la silla, pero al verme se queda quieta, con gesto impasible.
—Hola —musito.
Ella no dice nada, y se me cae el corazón a los pies. Entro con cuidado en su estudio y me acerco a la mesa donde está sentada. Ella sigue sin decir nada, y no deja de mirarme a los ojos. Me quedo de pie frente a ella, sintiéndome ridícula de cincuenta mil
formas distintas.
—He vuelto. ¿Estás enfadada conmigo?
Ella suspira y me coge de la mano. Me atrae hacia ella, me sienta en su regazo de un tirón y me rodea con sus brazos. Hunde la nariz en mi cabello.
—Sí —dice.
—Perdona. No sé lo que me ha pasado.
Me acurruco en su regazo, aspiro su celestial aroma a Yulia y me siento segura, pese a saber que está enfadada.
—Yo tampoco. Vístete como quieras —murmura. Sube la mano por mi pierna desnuda hasta el muslo—. Además, este vestido tiene sus ventajas.
Se inclina para besarme y nuestros labios se rozan. La pasión, o la lujuria,o una necesidad profundamente arraigada de hacer las paces, me invade, y el deseo me inflama la sangre. Le cojo la cabeza entre las manos y sumerjo los dedos en su cabello.
Ella gime y su cuerpo responde, y me mordisquea con avidez el labio inferior… el cuello, la oreja, e invade mi boca con su lengua, y antes de que me dé cuenta se baja la cremallera de los pantalones, me coloca a horcajadas sobre su regazo y me penetra. Yo me agarro al respaldo de la silla, mis pies apenas tocan el suelo… y empezamos a movernos.
* * *
—Me gusta tu forma de pedir perdón —musita con los labios sobre mi pelo.
—Y a mí la tuya —digo con una risita, y me acurruco contra su pecho—.¿Has terminado?
—Por Dios, Lena, ¿quieres más?
—¡No! De trabajar.
—Aún me queda una media hora. He oído tu mensaje en el buzón de voz.
—Es de ayer.
—Parecías preocupada.
La abrazo fuerte.
—Lo estaba. No es propio de ti no contestar a las llamadas.
Me besa el cabello.
—Tu pastel ya estará listo dentro de media hora.
Le sonrío y bajo de su regazo.
—Me hace mucha ilusión. Cuando estaba en el horno olía maravillosamente, incluso evocador.
Le sonrío con timidez, un poco avergonzada, y ella responde con idéntica expresión. Vaya, ¿realmente somos tan distintas? Quizá esto le traiga recuerdos de la infancia. Me inclino hacia delante, le doy un beso fugaz en la comisura de los labios y me voy a la cocina.
* * *
Cuando la oigo salir del estudio, ya lo tengo todo preparado, y enciendo la solitaria vela dorada de su pastel. Ella me dedica una sonrisa radiante mientras se acerca muy despacio, y yo le canto bajito «Cumpleaños feliz». Luego se inclina y sopla con
los ojos cerrados.
—He pedido un deseo —dice cuando vuelve a abrirlos, y por alguna razón su mirada hace que me sonroje.
—El glaseado aún está blando. Espero que te guste.
—Estoy impaciente por probarlo, Elena —murmura, haciendo que
suene muy sensual.
Corto una porción para cada una, y procedemos a comérnoslo con
tenedores de postre.
—Mmm —dice con un gruñido de satisfacción—. Por esto quiero casarme contigo.
Yo me echo a reír, aliviada… Le gusta.
* * *
—¿Lista para enfrentarte a mi familia?
Yulia para el motor del R8. Hemos aparcado en el camino de entrada a la casa de sus padres.
—Sí. ¿Vas a decírselo?
—Por supuesto. Tengo muchas ganas de ver cómo reaccionan.
Me sonríe maliciosamente y sale del coche.
Son las siete y media, y aunque el día ha sido cálido, sopla una fresca brisa vespertina procedente de la bahía. Me envuelvo con el chal y bajo del coche. Llevo un vestido de cóctel verde esmeralda que encontré esta mañana cuando rebuscaba en el armario. Tiene un cinturón ancho a juego. Yulia me da la mano, y vamos hacia la
puerta principal. Oleg la abre de par en par antes de que llamemos.
—Hola, Yulia. Feliz cumpleaños, hija.
Coge la mano que Yulia le ofrece, pero tira de ella y le sorprende con un breve abrazo.
—Esto… gracias, papá.
—Lena, estoy encantado de volver a verte.
Me abraza también, y entramos en la casa detrás de él.
Antes de poner los pies en el salón, vemos a Nastya que viene hacia nosotras con paso enérgico por el pasillo. Parece indignada.
¡Oh, no!
—¡Ustedes dos! Quiero hablar con ustedes ahora mismo —nos suelta,con su tono de «Más les vale no engañarme».
Nerviosa, miro de reojo a Yulia. Ella se encoge de hombros, decide seguirle la corriente y entramos detrás de ella en el comedor, dejando a Oleg perplejo en el umbral del salón. Ella cierra la puerta de golpe y se vuelve hacia mí.
—¿Qué coño es esto? —masculla, agitando una hoja de papel frente a mí.
Completamente desconcertada, la cojo y le echo un rápido vistazo. Se me seca la boca. Oh, Dios. Es mi e-mail de respuesta a Yulia sobre el tema del contrato.
Yulia se para delante del cuarto de juegos.
—¿Estás segura de esto? —pregunta con una mirada ardorosa, pero llena de ansiedad.
—Sí —murmuro, y le sonrío con timidez.
Su expresión se dulcifica.
—¿Hay algo que no quieras hacer?
Estas preguntas inesperadas me descolocan, y mi mente empieza a dar vueltas. Se me ocurre una idea.
—No quiero que me hagas fotografías.
Se queda quieta, y se le endurece el gesto. Ladea la cabeza y me mira con suspicacia.
Oh, no. Tengo la impresión de que va a preguntarme por qué, pero
afortunadamente no lo hace.
—De acuerdo —murmura.
Frunce el ceño, abre la puerta y se aparta para hacerme pasar a la
habitación. Cuando ella entra detrás y cierra, siento sus ojos sobre mí.
Deja la cajita del regalo sobre la cómoda, saca el iPod y lo enciende.
Luego pasa la mano frente al equipo de sonido de la pared, y los cristales ahumados se abren suavemente. Pulsa varios botones, y el sonido de un metro resuena en la habitación. Ella baja el volumen, de manera que el compás electrónico lento, hipnótico,
que se oye seguidamente se convierte en ambiental. Empieza a cantar una mujer que no sé quién es, pero su voz es suave aunque rasposa, y el ritmo contenido y deliberadamente… erótico. Oh, Dios: es música para hacer el amor.
Yulia se da la vuelta para mirarme. Yo estoy de pie en medio del
cuarto, con el corazón palpitante y la sangre hirviendo en mis venas al ritmo del seductor compás de la música… o esa es la sensación que tengo. Ella se me acerca despacio con aire indolente, y me coge de la barbilla para que deje de morderme el
labio.
—¿Qué quieres hacer, Elena? —murmura, y me da un recatado beso en la comisura de la boca, sin dejar de retenerme el mentón entre los dedos.
—Es tu cumpleaños. Haremos lo que tú quieras —musito.
Ella pasa el pulgar sobre mi labio inferior, y arquea una ceja.
—¿Estamos aquí porque tú crees que yo quiero estar aquí?
Pronuncia esas palabras en voz muy baja, sin dejar de observarme atentamente.
—No —murmuro—. Yo también quiero estar aquí.
Su mirada se oscurece, volviéndose más audaz a medida que asimila mi respuesta. Después de una pausa eterna, habla.
—Ah, son tantas las posibilidades, señorita Katina. —Su tono es grave,excitado—. Pero empecemos por desnudarte.
Tira del cinturón de la bata, que se abre para dejar a la vista el camisón de satén. Luego da un paso atrás y se sienta con total tranquilidad en el brazo del sofá Chesterfield.
—Quítate la ropa. Despacio.
Me dirige una mirada sensual, desafiante.
Trago saliva compulsivamente y junto los muslos. Ya siento humedad entre las piernas. La diosa que llevo dentro está ya en la cola, totalmente desnuda, dispuesta,esperando y suplicándome para que le siga el juego. Yo me echo la bata sobre los hombros, sin dejar de mirarla a los ojos, los levanto con un suave movimiento y dejo que la prenda caiga en cascada al suelo. Sus fascinantes ojos azules arden, y se pasa el dedo índice sobre los labios con la mirada muy fija en mí.
Dejo que los finísimos tirantes de mi camisón se deslicen por mis hombros,la miro intensamente un momento, y luego lo dejo caer. El camisón resbala lentamente sobre mi cuerpo, hasta quedar desparramado a mis pies. Estoy desnuda, prácticamente
jadeante y… oh, tan dispuesta…
Yulia se queda muy quieta un momento, y me maravilla su expresión de franca satisfacción carnal. Ella se levanta, se dirige hacia la cómoda y saca su corbata gris perla… mi corbata favorita. La desliza y la hace dar vueltas entre sus dedos, y se me acerca con gesto despreocupada y un amago de sonrisa en los labios. Cuando se coloca frente a mí, yo espero que haga ademán de cogerme las manos, pero no es así.
—Me parece que lleva usted muy poca ropa, señorita Katina—murmura.
Me pone la corbata alrededor del cuello, y despacio pero con destreza hace lo que imagino que es un nudo Windsor perfecto. Cuando lo aprieta, sus dedos me rozan la base del cuello, provocando una descarga de electricidad en mi cuerpo que me
deja jadeante. Ella deja que el extremo más ancho de la corbata caiga hasta abajo, tan abajo que la punta me hace cosquillas en el vello púbico.
—Ahora mismo está usted fabulosa, señorita Katina—dice, y se alza para besarme con dulzura en los labios.
Es un beso fugaz, y una espiral de deseo lascivo invade mis entrañas, y quiero más.
—¿Qué haremos contigo ahora? —dice, y coge la corbata, tira de mí hacia ella y caigo en sus brazos.
Hunde las manos en mi pelo y me echa la cabeza hacia atrás, y me besa fuerte y apasionadamente, con su lengua implacable y despiadada. Una de sus manos se desliza por mi espalda y se detiene sobre mi trasero. Cuando ella se aparta, jadeante también, me fulmina con una mirada incendiaria de sus ojos azules. Yo, anhelante,apenas puedo respirar ni pensar con claridad. Estoy segura de que su ataque sensual me ha dejado los labios henchidos.
—Date la vuelta —ordena con delicadeza, y yo obedezco.
Me aparta la corbata del cabello. Lo trenza y lo ata rápidamente, y tirando de la trenza me obliga a alzar la cabeza.
—Tienes un pelo precioso, Elena —murmura, y me besa el cuello,
provocándome un escalofrío que me recorre toda la columna—. Cuando quieras que pare solo tienes que decírmelo. Lo sabes, ¿verdad? —murmura pegada a mi garganta.
Yo asiento con los ojos cerrados, deleitándome en el sabor de sus labios.
Me da la vuelta otra vez y coge la corbata por la punta.
—Ven —dice, y tirando suavemente me lleva hasta la cómoda, sobre la cual está el resto del contenido de la caja.
—Estos objetos no me parecen muy adecuados, Elena… —Coge el dilatador anal—. Este es demasiado grande. Una virgen anal como tú no debe empezar con este. Optaremos por empezar con esto.
Levanta el dedo meñique, y yo ahogo un gemido. Dedos… ¿ahí? Ella me sonríe con aire maliciosa, y me viene a la mente la desagradable imagen del puño en el ano que se mencionaba en el contrato.
—Un dedo… solo uno —dice en voz baja, con esa extraña capacidad que tiene de leerme la mente.
Clavo la mirada en sus ojos. ¿Cómo lo hace?
—Estas pinzas son brutales. —Señala las pinzas para los pezones—.Usaremos estas. —Pone otro par sobre la cómoda. Parecen horquillas gigantes, pero con unas bolitas azabache colgando—. Estas son ajustables —murmura Yulia, su
voz entreverada de gentil preocupación.
Parpadeo y la miro con los ojos muy abiertos: Yulia, mi mentora sexual.
Ella sabe mucho más que yo de todo esto. Yo nunca estaré a la altura. Frunzo ligeramente el ceño. De hecho, sabe más que yo de casi todo… excepto de cocina.
—¿Está claro? —pregunta.
—Sí —murmuro con la boca seca—. ¿Vas a decirme lo que piensas hacer?
—No. Iré improvisando sobre la marcha. Esto no es ninguna sesión, Lena.
—¿Cómo debo comportarme?
Arquea una ceja.
—Como tú quieras.
¡Oh!
—¿Acaso esperabas a mi álter ego, Elena? —pregunta con un matiz levemente irónica y al mismo tiempo sorprendida.
—Bueno… sí. A mí me gusta —murmuro.
Ella esboza su sonrisa secreta, alarga la mano y me pasa el pulgar por la mejilla.
—¿No me digas? —musita, y desliza el pulgar sobre mi labio inferior—.Yo soy tu amante, Elena, no tu Ama. Me encanta oír tus carcajadas y esa risita infantil. Me gustas relajada y contenta,como en las fotografías de José. Esa es la chica que un día entró cayendo de bruces en mi despacho. Esa es la chica de la que un día me enamoré.
Me quedo con la boca abierta, y en mi corazón brota una grata calidez. Es dicha… pura dicha.
—Pero, una vez dicho esto, a mí también me gusta tratarla con dureza,señorita Katina, y mi álter ego sabe un par de trucos. Así que haz lo que te ordeno y date la vuelta.
Sus ojos brillan perversos, y la dicha se traslada de repente hacia abajo,por debajo de la cintura, y se apodera de mí tensándome todos los músculos. Hago lo que me ordena. Ella abre uno de los cajones a mis espaldas, y al cabo de un momento vuelvo a tenerla frente a mí.
—Ven —ordena, tira de la corbata y me lleva hacia la mesa.
Cuando pasamos junto al sofá, me doy cuenta por primera vez de que han desaparecido todas las varas, y me distraigo un momento. ¿Estaban aquí ayer cuando entré? No me acuerdo. ¿Se las ha llevado Yulia? ¿La señora Jones? Ella interrumpe mis pensamientos.
—Quiero que te pongas de rodillas encima —dice cuando llegamos junto a la mesa.
Ah, muy bien. ¿Qué tiene en mente? La diosa que llevo dentro está impaciente por averiguarlo: ya está subida en la mesa completamente abierta y mirándole con adoración.
Ella me sube a la mesa con delicadeza, y yo me siento sobre las piernas y quedo de rodillas frente a ella, sorprendida de mi propia agilidad. Ahora estamos al mismo nivel. Baja las manos por mis muslos, me agarra las rodillas, me separa las piernas y se queda plantada justo delante de mí. Está muy seria, con los ojos entornados y más oscuros… lujuriosos.
—Pon los brazos a la espalda. Voy a esposarte.
Saca unas esposas de cuero del bolsillo de atrás y se me acerca. Allá vamos. ¿A qué dimensión de placer va a transportarme esta vez?
Su proximidad resulta embriagadora. Esta mujer va a ser mi esposa. ¿Qué más puede ambicionar nadie con una esposa como esta? No recuerdo haber leído nada al respecto. No puedo resistirme, y deslizo mis labios entreabiertos por su mentón, saboreando su barbilla con la lengua suave, una mezcla tremendamente erótica. Ella se queda quieta y cierra los ojos. Se le altera la respiración y se aparta.
—Para, o esto se terminará mucho antes de lo que deseamos las dos —me advierte.
Por un momento creo que está enfadada, pero entonces sonríe y aparece un brillo divertido en su mirada ardorosa.
—Eres irresistible —digo con un mohín.
—¿Ah, sí? —replica secamente.
Yo asiento.
—Bueno, no me distraigas, o te amordazaré.
—Me gusta distraerte —susurro mirándole con expresión terca, y ella levanta una ceja.
—O te azotaré.
¡Oh! Intento disimular una sonrisa. Hubo una época, no hace mucho, en que me habría sometido ante esa amenaza. Nunca me habría atrevido a besarla espontáneamente, y menos estando en este cuarto. Ahora me doy cuenta de que ya no me intimida, y es como una revelación. Sonrío con picardía y ella me devuelve una
sonrisa cómplice.
—Compórtate —masculla.
Da un paso atrás, me mira y golpea con las esposas de cuero en la palma de su mano.
Y la amenaza está ahí, implícita en sus actos. Trato de parecer arrepentida, y creo que lo consigo. Ella se acerca otra vez.
—Eso está mejor —musita, y se inclina nuevamente hacia mí con las esposas.
Yo evito tocarla, pero inhalo ese glorioso aroma a Yulia, fresca aún
después de la ducha de anoche. Mmm… debería embotellarla.
Espero que me espose las muñecas, pero en vez de eso me las coloca por encima de los codos. Eso me obliga a arquear la espalda y a empujar los pechos hacia delante, aunque mis codos quedan bastante separados. Cuando termina, se echa hacia
atrás para contemplarme.
—¿Estás bien? —pregunta.
No es la postura más cómoda del mundo, pero la expectativa de descubrir qué puede hacer resulta tan electrizante que asiento y jadeo débilmente con anhelo.
—Bien.
Saca el antifaz del bolsillo de atrás.
—Creo que ya has visto bastante —murmura.
Me pone el antifaz por encima de la cabeza hasta cubrirme los ojos. Se me acelera la respiración. Dios… ¿Por qué es tan erótico no ver nada? Estoy aquí,esposada y de rodillas sobre una mesa, esperando… con una dulce y ardiente expectación que me quema por dentro. Pero puedo oír, y de fondo sigue sonando ese ritmo melódico y constante que resuena por todo mi cuerpo. No me había dado cuenta hasta ahora. Debe de haberlo programado en modo repetición.
Yulia se aparta. ¿Qué está haciendo? Se dirige hasta la cómoda y abre un cajón. Lo cierra otra vez. Al cabo de un segundo vuelvo a notar que está delante de mí. Noto un olor fuerte, picante y dulzón en el aire. Es delicioso, casi apetitoso.
—No quiero estropear mi corbata preferida —murmura mientras la
desanuda lentamente.
Inhalo con fuerza cuando la tela de la corbata se desliza por mi cuerpo,haciéndome cosquillas a su paso. ¿Estropear su corbata?Escucho con atención para tratar de averiguar qué va a hacer. Se está frotando las manos. De pronto me acaricia la mejilla con los nudillos, recorriendo el perfil de mi mandíbula hasta la barbilla.
Sus caricias me provocan un delicioso estremecimiento que sobresalta mi cuerpo. Su mano se curva sobre mi nuca, y está resbaladiza por ese aceite aromático que extiende suavemente por mi garganta, a lo largo de la clavícula, y sobre mi hombro, trabajando delicadamente con los dedos. Oh, me está dando un masaje. No es lo que esperaba.
Pone la otra mano sobre mi otro hombro y emprende otro provocador recorrido a lo largo de mi clavícula. Emito un suave quejido mientras va descendiendo hacia mis senos cada vez más anhelantes, ávidos de sus caricias. Es tan excitante…
Arqueo más el cuerpo hacia sus diestras caricias, pero ella desliza las manos por mis costados, despacio, comedido, siguiendo el compás de la música y evitando deliberadamente mis pechos. Yo gimo, aunque no sé si es de placer o de frustración.
—Eres tan hermosa, Lena —me murmura al oído en voz baja y ronca.
Su nariz roza mi mandíbula mientras sigue masajeándome… bajo los senos,sobre el vientre, más abajo… Me besa fugazmente los labios y luego desliza la nariz por mi nuca, bajando por el cuello. Dios santo, estoy ardiendo… su cercanía, sus manos, sus palabras.
—Y pronto serás mi esposa para poseerte y protegerte —susurra.
Oh, sí.
—Para amarte y honrarte.
Dios…
—Con mi cuerpo, te adoraré.
Echo la cabeza hacia atrás y gimo. Ella pasa los dedos por mi vello púbico,sobre mi sexo, y frota la palma de la mano contra mi clítoris.
—Señora Volkova—susurra mientras sigue masajeándome.
Suelto un suave gruñido.
—Sí —musita mientras sigue excitándome con la palma de la mano—.Abre la boca.
Ya la tengo entreabierta porque estoy jadeando. La abro más, y ella me introduce entre los labios un objeto metálico ancho y frío, una especie de enorme chupete con unas pequeñas muescas o ranuras, y algo que parece una cadena al final.
Es grande.
—Chupa —ordena en voz baja—. Voy a meterte esto dentro.
¿Dentro? Dentro… ¿dónde? Me da un vuelco el corazón.
—Chupa —repite, y deja quieta la palma de la mano.
¡No, no pares! Quiero gritar, pero tengo la boca llena. Sus manos oleosas recorren nuevamente mi cuerpo hacia arriba y finalmente cubren mis desatendidos senos.
—No pares de chupar.
Hace girar delicadamente mis pezones entre el pulgar y el índice, con una caricia experta que los endurece y agranda, creando una oleada sináptica de placer que llega hasta mi entrepierna.
—Tienes unos pechos tan hermosos, Lena —susurra, y mis pezones responden endureciéndose aún más.
Ella murmura complacida y yo gimo. Baja los labios desde mi cuello hasta uno de mis senos, sin dejar de chupar y mordisquear suavemente hasta llegar al pezón,y de repente noto el pellizco de la pinza.
—¡Ay! —gruño entrecortadamente a través del aparato que cubre mi boca.
Oh, por Dios… el pellizco produce una sensación exquisita, cruda,
dolorosa, placentera. Me lame con dulzura el pezón prisionero, mientras procede a colocar la segunda pinza. El pellizco también es intenso… pero igualmente agradable.
Gimo con fuerza.
—Siéntelo —sisea ella.
Ah, lo siento. Lo siento. Lo siento.
—Dame esto.
Tira con cuidado del estriado chupete metálico que tengo en la boca, y lo suelto. Sus manos recorren otra vez mi cuerpo, descendiendo hacia mi sexo. Ha vuelto a untárselas de aceite, y se deslizan alrededor de mi trasero.
Ahogo un gemido. ¿Qué va a hacer? Cuando me pasa los dedos entre las nalgas, me tenso sobre las rodillas.
—Chsss, despacio —me susurra al oído, y me besa la nuca y me provoca e incita con los dedos.
¿Qué va a hacer? Desliza la otra mano por mi vientre, hasta mi sexo, y lo acaricia de nuevo con la palma. Introduce sus dedos dentro de mí y yo jadeo fuerte, gozando.
—Voy a meterte esto dentro —murmura—. No aquí. —Sus dedos se deslizan entre mis nalgas, untando el aceite—. Sino aquí.
Y hace girar los dedos una y otra vez, dentro y fuera, golpeando la pared frontal de mi vagina. Yo gimo y mis pezones presos se hinchan.
—Ah.
—Ahora, silencio.
Yulia saca los dedos y desliza el objeto dentro de mí. Luego me coge la cara entre las manos y me besa, con su boca invadiendo la mía, y entones oigo un levísimo clic. En ese instante, el artilugio empieza a vibrar en mi interior… ¡ahí abajo!
Y gimo. Es una sensación extraordinaria, que supera cualquier otra que haya experimentado antes.
—¡Ah!
—Tranquila —me calma Yulia, y sofoca mis jadeos con su boca.
Sus manos descienden hacia mis senos y tiran con mucha delicadeza de las pinzas. Grito con fuerza.
—¡Yulia, por favor!
—Chsss, nena. Aguanta.
Esto es demasiado… toda esta sobreestimulación, por todas partes. Mi cuerpo empieza a ascender, y yo, de rodillas, no puedo controlar la escalada. Dios…¿seré capaz de soportar esto?
—Buena chica —me tranquiliza ella.
—Yulia —jadeo, y mi voz suena desesperada incluso a mis oídos.
—Chsss, siéntelo, Lena. No tengas miedo.
Ahora sus manos me rodean la cintura, sujetándome, pero no puedo concentrarme en todo, en sus manos, en lo que tengo dentro, en las pinzas. Mi cuerpo asciende, asciende hacia el estallido, con esas vibraciones implacables y esa dulce,dulce tortura en mis pezones. Dios… Esto va a ser demasiado intenso. Ella mueve las manos, sedosas y oleosas, alrededor y por debajo de mis caderas, tocando, sintiendo,masajeando mi piel… masajeando mi culo.
—Qué hermoso —susurra, y de repente introduce suavemente un dedo ungido dentro de mí… ¡ahí, en mi trasero!
Dios… Es una sensación extraña, plena, prohibida… pero, oh… muy…muy agradable. Y se mueve despacio, entra y sale, mientras roza con los dientes mi barbilla erguida.
—Qué hermoso, Lena.
Estoy suspendida en lo alto, muy alto, sobre un enorme precipicio, y entonces vuelo y caigo vertiginosamente al mismo tiempo, y me precipito hacia la tierra. Ya no puedo contenerme y grito, mientras mi cuerpo, ante esa irresistible plenitud, se convulsiona y alcanza el clímax. Cuando mi cuerpo estalla, no soy más que sensaciones, por todo mi ser. Yulia retira primero una pinza y luego la otra, y mis
pezones se quejan de una dulce sensación de dolor, que es sin embargo muy agradable y me provoca el orgasmo, un orgasmo que dura y dura. Ella mantiene el dedo en el mismo sitio, entrando y saliendo.
—¡Agh! —grito, y Yulia me envuelve y me abraza, mientras mi cuerpo sigue con su implacable pulsión interior—. ¡No! —vuelvo a gritar, suplicante, y esta vez retira el vibrador de mi interior y también el dedo, mientras mi cuerpo sigue convulsionando.
Me quita una de las esposas, de modo que mis brazos caen hacia delante.
Mi cabeza cuelga sobre su hombro, y estoy perdida, totalmente perdida en esta sensación abrumadora. No soy más que respiración alterada, exhausta de deseo, y dulce y placentero olvido de todo.
Soy vagamente consciente de que Yulia me levanta, me lleva a la cama y me tumba sobre las refrescantes sábanas de satén. Al cabo de un momento, sus manos, todavía untuosas, me masajean dulcemente detrás de los muslos, las rodillas,las pantorrillas y los hombros. Noto que la cama cede un poco cuando ella se tumba a mi lado.
Me quita el antifaz, pero no tengo fuerzas para abrir los ojos. Busca la trenza y me suelta el pelo, y se inclina hacia delante para besarme dulcemente en los labios. Solo mi respiración errática interrumpe el silencio de la habitación, y va estabilizándose a medida que vuelo de nuevo hacia la tierra. Ya no se oye la música.
—Maravilloso —murmura.
Finalmente consigo abrir un ojo y descubro que ella me está mirando fijamente con una leve sonrisa.
—Hola —dice. Consigo contestar con un gemido y su sonrisa se ensancha—. ¿Te ha parecido suficientemente brusca?
Yo asiento y le sonrío como puedo. Vaya, si hubiera sido más brusca tendría que habernos azotado a los dos.
—Creo que intentas matarme —musito.
—Muerta por orgasmo. —Sonríe—. Hay formas peores de morir —dice,pero después frunce el ceño levísimamente, como si de pronto hubiera pensado en algo desagradable.
Su gesto me inquieta. Me incorporo y le acaricio la cara.
—Puedes matarme así siempre que quieras —murmuro.
Me doy cuenta de que está desnuda, espléndida y preparada para la acción.
Cuando me coge la mano y me besa los nudillos, yo me enderezo, le atrapo la cara con las manos y llevo su boca a mis labios. Me besa fugazmente y luego se para.
—Esto es lo que quiero hacer —susurra.
Busca bajo la almohada el mando de la música, aprieta un botón y los suaves acordes de una guitarra resuenan entre las paredes.
—Quiero hacerte el amor —dice, mirándome fijamente.
Sus ojos azules brillan sinceros y ardientes. Al fondo se oye una voz familiar que empieza a cantar «The First Time Ever I Saw Your Face». Y sus labios buscan los míos.
Mientras me abrazo a ella y me rindo de nuevo al éxtasis liberador, Yulia se deja ir en mis brazos, con la cabeza echada hacia atrás y gritando mi nombre. Ella me estrecha contra su pecho y permanecemos sentadas nariz contra nariz en medio de su cama inmensa, yo a horcajadas sobre ella. Y en este momento, este momento de felicidad con esta mujer y su música, la intensidad de mi experiencia de esta mañana con ella aquí, y de todo lo que ha pasado durante la última semana, me abruma de nuevo, no solo física sino también emocionalmente. Me siento por completo superada por todas estas sensaciones. Estoy profundamente enamorada de ella. Y por primera vez alcanzo a entrever y comprender lo que ella siente en relación con mi seguridad.
Al recordar que ayer estuve a punto de perderla, me echo a temblar y los ojos se me llenan de lágrimas. Si le hubiera pasado algo… la amo tanto. Las lágrimas corren libremente por mis mejillas. Hay tantas facetas en Yulia: su personalidad dulce y amable, y su vertiente dominante, ese lado agreste y brusca de «Yo puedo hacer lo que me plazca contigo y tú me seguirás como un perrito»… sus cincuenta sombras, todo ella. Todo espectacular. Toda mía. Y soy consciente de que aún no nos conocemos bien, y de que tenemos que superar un montón de cosas. Pero sé que las dos lo deseamos… y que dispondremos de toda la vida para ello.
—Eh —musita, sosteniéndome la cabeza entre las manos y mirándome intensamente. Sigue dentro de mí—. ¿Por qué lloras? —dice con la voz preñada de preocupación.
—Porque te quiero tanto —susurro.
Ella absorbe mis palabras con los ojos entrecerrados, como drogada. Y cuando vuelve a abrirlos, arden de amor.
—Y yo a ti, Lena. Tú me… completas.
Y me besa con ternura mientras Roberta Flack termina su canción.
* * *
Hemos hablado y hablado y hablado, sentadas juntas sobre la cama del cuarto de juegos, yo sobre su regazo y rodeándonos con las piernas mutuamente. La sábana de satén rojo nos envuelve como si fuera un refugio majestuoso, y no tengo ni idea de cuánto tiempo ha pasado. Yulia está riéndose de mi imitación de Nastya
durante la sesión de fotos en el Heathman.
—Pensar que podría haber sido ella quien me entrevistara.Gracias a Dios que existen los resfriados —murmura, y me besa la nariz.
—Creo que tenía la gripe, Yulis—le riño, y dejo que mis dedos
deambulen a través de su torso, maravillada de que lo esté tolerando tan bien—. Todas las varas han desaparecido —murmuro, recordando que eso me llamó antes la atención.
Ella me recoge el pelo detrás de la oreja por enésima vez.
—No creí que llegaras a pasar nunca ese límite infranqueable.
—No, no creo que lo haga —susurro con los ojos muy abiertos, y luego dirijo la vista hacia los látigos, las palas y las correas alineados en la pared de enfrente.
Ella mira en la misma dirección.
—¿Quieres que me deshaga de todo eso también? —dice en tono irónico,pero sincera.
—De esa fusta no… la marrón. Ni del látigo de tiras de ante.
Me ruborizo.
Ella me mira y sonríe.
—De acuerdo, la fusta y el látigo de tiras. Vaya, señorita Katina, es usted una caja de sorpresas.
—Y usted también, señorita Volkova. Esa es una de las cosas que adoro de ti.
La beso con cariño en la comisura de la boca.
—¿Qué más adoras de mí? —pregunta con los ojos muy abiertos.
Sé que para ella supone mucho hacer esta pregunta. Es una muestra de humildad que me hace parpadear, perpleja. Yo adoro todo de ella… incluso sus cincuenta sombras. Sé que la vida con Yulia nunca será aburrida.
—Esto. —Paso el dedo índice sobre sus labios—. Adoro esto, y lo que sale de ella, y lo que me haces con ella. Y lo que hay aquí dentro. —Le acaricio la sien—. Eres tan brillante, inteligente e ingeniosa, tan competente en tantas cosas. Pero lo que más adoro es lo que hay aquí. —Presiono ligeramente con la palma de la mano sobre su pecho, y siento el latido constante y uniforme de su corazón—. Eres la mujer más compasiva que conozco. Lo que haces. Cómo trabajas. Es realmente impresionante—murmuro.
—¿Impresionante?
Está desconcertada, pero en su mirada refulge un brillo alegre. Luego le cambia el semblante y aparece su sonrisa tímida, como si estuviera avergonzada. Me entran ganas de lanzarme a sus brazos… y lo hago.
Estoy adormilada, envuelta en satén y en Volkova. Yulia me acaricia con la nariz para despertarme.
—¿Tienes hambre? —susurra.
—Mmm… estoy hambrienta.
—Yo también.
Me incorporo para mirarla tumbada en la cama.
—Es su cumpleaños, señorita Volkova. Te prepararé algo. ¿Qué te apetece?
—Sorpréndeme. —Me pasa la mano por la espalda con una suave caricia—. Debería revisar los mensajes de la BlackBerry que no miré ayer.
Suspira y hace ademán de incorporarse, y sé que este momento especial ha terminado… por ahora.
—Duchémonos —dice.
¿Quién soy yo para contradecir a la chica del cumpleaños?
* * *
Yulia está en su estudio hablando por teléfono. Igor está con ella. Tiene un aspecto muy seria, pero su atuendo es informal, unos vaqueros y una camiseta negra ceñida. Yo estoy preparando algo de comer en la cocina. He encontrado unos filetes de salmón en la nevera y los estoy marinando con limón, y los acompañaré con una ensalada y unas patatas que estoy hirviendo. Me siento extraordinariamente relajada y feliz, en la cima del mundo… literalmente. Me giro hacia el enorme ventanal y observo el espléndido cielo azul. Toda esa charla… todo el sexo… mmm. Cualquier chica podría acostumbrarse a esto.
Igor sale del estudio e interrumpe mi fantasía. Yo apago el iPod y me saco un auricular.
—Hola, Igor.
—Lena—saluda con un gesto de cabeza.
—¿Tu hija está bien?
—Sí, gracias. Mi ex mujer creía que tenía apendicitis, pero exageraba,como siempre. —Igor pone los ojos en blanco, cosa que me sorprende—. Sophie esta bien, aunque tiene un virus estomacal bastante fastidioso.
—Lo siento.
Él sonríe.
—¿Han localizado el Charlie Tango?
—Sí. El equipo de rescate va para allá. Esta noche ya debería estar de vuelta en Boeing Field.
—Ah, bien.
Me dedica una sonrisa tensa.
—¿Algo más, señora?
—No, no, gracias.
Me ruborizo… ¿Me acostumbraré algún día a que Igor me llame
«señora»? Hace que me sienta muy vieja, casi como una treintañera.
Él asiente y sale de la sala. Yulia sigue al teléfono. Yo estoy esperando a que hiervan las patatas. Eso me da una idea. Cojo el bolso y busco la BlackBerry.
Hay un mensaje de Nastya.
Ns vms esta noche. Me apetece que charlemos un buen raaato
Le contesto.
Lo mismo digo</>
Estará bien hablar con Nastya.
Abro el programa de correo y le escribo un mensaje rápido a Yulia.
De: Lena Katina
Fecha: 18 de junio de 2011 13:12
Para: Yulia Volkova
Asunto: Comida
Querida señorita Volkova:
Le mando este e-mail para informarle de que su comida está casi lista.
Y de que hace un rato gocé de un sexo pervertido alucinante.
Es muy recomendable el sexo pervertido en los cumpleaños.
Y otra cosa… te quiero.
L x
(Tu prometida)
Permanezco atentamente a la escucha de cualquier tipo de reacción, pero ella sigue al teléfono. Me encojo de hombros. Quizá esté demasiado ocupada, simplemente.
Mi BlackBerry vibra.
De: Yulia Volkova
Fecha: 18 de junio de 2011 13:15
Para: Lena Katina
Asunto: Sexo pervertido
¿Qué aspecto fue el más alucinante?
Tomaré nota.
Yulia Volkova
Hambrienta y exhausts tras los esfuerzos matutinos presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
P.D.: Me encanta tu firma.
P.P.D.: ¿Qué ha sido del arte de la conversación?
De: Lena Katina
Fecha: 18 de junio de 2011 13:18
Para: Yulia Volkova
Asunto: ¿Hambrienta?
Querida señorita Volkova:
Me permito recordarle la primera línea de mi anterior e-mail, en la que le informaba de que su comida ya está casi lista… así que nada de tonterías de que está hambrienta y exhausta.Con respecto a los aspectos alucinantes del sexo pervertido… francamente, todos, presidenta. Me interesará leer sus notas. Y a mí también me gusta mi firma entre paréntesis.
L x
(Tu prometida)
P.D.: ¿Desde cuándo eres tan locuaz? ¡Y estás hablando por teléfono!
Pulso enviar y, al levantar la vista, le tengo delante, sonriendo con aire traviesa. Antes de que pueda decir nada, da la vuelta a la encimera de la isla de la cocina, me coge en volandas y me da un sonoro beso.
—Esto es todo, señorita Katina—dice.
Me suelta y vuelve a su despacho con paso airoso en vaqueros, descalza y con la camisa por fuera, dejándome sin aliento.
* * *
He preparado un bol de crema agria con berros y cilantro para acompañar el salmón, y lo dejo sobre la barra del desayuno. Odio interrumpirla mientras trabaja,pero ahora me planto en el umbral de su despacho. Ella sigue al teléfono, con su pelo alborotado y sus ojos azules brillantes: todo un festín para la vista. Levanta la mirada al verme y ya no aparta la vista de mí. Frunce levemente el ceño, y no sé si es por mí o por la conversación.
—Tú hazlos pasar y déjalos solos. ¿Entendido, Irina? —dice entre dientes,poniendo los ojos en blanco—. Bien.
Le hago una señal de que la comida está lista, y ella me sonríe y asiente.
—Nos vemos luego. —Cuelga—. ¿Una llamada más? —pregunta.
—Claro.
—Este vestido es muy corto —añade.
—¿Te gusta?
Doy una vuelta frente a ella. Es una de las compras de Caroline Acton. Un vestido veraniego de color turquesa, que seguramente sería más apropiado para ir a la playa, pero hoy hace un día precioso en muchos sentidos. Ella frunce el ceño y yo me pongo pálida.
—Estás fantástica, Lena. Pero no quiero que nadie más te vea así.
—¡Oh! —le digo en tono de reproche—. Estamos en casa, Yulia. Solo está el personal.
Tuerce el gesto y, o bien intenta disimular su buen humor, o realmente no le hace ninguna gracia. Pero al final asiente, ratificándose. Yo la miro sin dar crédito…¿de verdad lo dice en serio? Regreso a la cocina.
Cinco minutos después, vuelvo a tenerla enfrente, con el teléfono en la mano.
—Sergey quiere hablar contigo —murmura con una mirada cauta.
Me quedo sin respiración de golpe. Cojo el teléfono y cubro el micrófono.
—¡Se lo has contado! —siseo.
Yulia asiente, y abre mucho los ojos ante mi angustiado semblante.
¡Oh, no! Inspiro profundamente.
—Hola, papá.
—Yulia acaba de preguntarme si puede casarse contigo —dice Sergey.
Se hace el silencio entre los dos mientras pienso desesperadamente qué puedo decir. Sergey sigue callado como suele hacer, sin darme ninguna pista sobre su reacción ante la noticia. Me decido por fin.
—¿Y tú qué le has dicho?
—Le he dicho que quería hablar contigo. Es bastante repentino, ¿no crees,Lenis? Hace muy poco que la conoces. Quiero decir que es una buena tía, le gusta la pesca y todo eso, pero… ¿tan pronto? —dice en un tono tranquilo y comedido.
—Sí. Es repentino… espera un momento.
Me alejo a toda prisa de la zona de la cocina y de la mirada ansiosa de Yulia, y voy hacia el ventanal. Las puertas que dan al balcón están abiertas, y salgo a la luz del sol. No puedo acercarme al borde. Está demasiado alto.
—Ya sé que es muy repentino y todo eso… pero, bueno, yo la quiero. Ella me quiere. Quiere casarse conmigo, y sé que es la mujer de mi vida.
Me ruborizo, pensando que seguramente esta sea la conversación más íntima que he mantenido con mi padrastro.
Sergey permanece en silencio al otro lado del teléfono.
—¿Se lo has dicho a tu madre?
—No.
—Lenis… ya sé que es muy rica y muy buen partido, pero… ¿casarse? Es un paso muy importante. ¿Estás convencida?
—Ella me da toda la felicidad que busco —susurro.
—Uf —dice Sergey al cabo de un momento, en un tono más suave.
—Ella lo es todo.
—Lenis, Lenis, Lenis. Eres una jovencita muy testaruda. Espero de corazón que sepas lo que haces. ¿Me lo vuelves a pasar, por favor?
—Claro, papá, ¿y tú me acompañarás al altar? —pregunto en voz baja.
—Oh, cariño. —Se le quiebra la voz, y se queda callado un buen rato. Y mis ojos se llenan de lágrimas al comprobar lo emocionado que está—. Nada me haría más feliz —dice finalmente.
Oh, Sergey. Te quiero tanto… Trago saliva para no llorar.
—Gracias, papá. Te vuelvo a pasar a Yulia. Sé cariñoso con ella. La amo—susurro.
Creo que Sergey sonríe al otro lado de la línea, pero es difícil decirlo. Con Sergey siempre es difícil.
—Cuenta con ello, Lenis. Y ven a visitar a este viejo y tráete a Yulia.
Vuelvo a la sala, enfadada con Yulia por no haberme avisado, y le paso el teléfono con un gesto que le hace saber lo molesta que estoy. Ella lo coge de buen humor y regresa al estudio.
Dos minutos después reaparece.
—Tengo la bendición un tanto reticente de tu padrastro —dice
orgullosamente, tanto, de hecho, que me da la risa y ella me sonríe.
Se comporta como si acabara de negociar una fusión o una adquisición importantísima, lo cual, supongo, en cierto sentido ha hecho.
* * *
—Vaya, eres muy buena cocinera, mujer.
Yulia se traga el último bocado y alza la copa de vino. Yo me ruborizo por el halago, y se me ocurre que solo podré cocinar para ella los fines de semana.
Frunzo el ceño. A mí me encanta cocinar. Quizá debería hacerle un pastel de cumpleaños. Consulto el reloj. Aún tengo tiempo.
—¿Lena? —Yulia interrumpe mis pensamientos—. ¿Por qué me pediste que no te hiciera fotos?
Su pregunta me inquieta, sobre todo porque utiliza un tono de voz
aparentemente dulce.
Oh… no. Las fotos. Miro fijamente mi plato vacío y entrelazo los dedos en el regazo. ¿Qué puedo decir? Me prometí a mí misma que no mencionaría que encontré su versión de Penthouse Pets.
—Lena—dice bruscamente—. ¿Qué pasa?
Su voz me sobresalta, obligándome a mirarla. ¿Cómo he podido llegar a pensar que ya no me intimidaba?
—Encontré tus fotos —susurro.
Yulia abre los ojos, conmocionada.
—¿Has entrado en la caja fuerte? —pregunta, incrédula.
—¿Caja fuerte? No. No sabía que tuvieras una.
Frunce el ceño.
—No lo entiendo.
—En tu vestidor. La caja. Estaba buscando tu corbata, y la caja estaba debajo de los vaqueros… esos que llevas normalmente en el cuarto de juegos. Menos hoy.
Y me ruborizo.
Me mira con la boca abierta, horrorizada, y se pasa nerviosamente la mano por el cabello mientras procesa la información. Se frota la barbilla, sumida en sus pensamientos, pero no puede ocultar la perplejidad y el enojo impresos en su cara.
Sacude la cabeza abruptamente, exasperada pero también divertido, y una ligera sonrisa de admiración aflora en la comisura de su boca. Junta las manos frente a sí y vuelve a dedicarme toda su atención.
—No es lo que piensas. Me había olvidado por completo de ellas. Alguien ha cambiado la caja de sitio. Esas fotos deberían estar en la caja fuerte.
—¿Quién las cambió de sitio? —murmuro.
Ella traga saliva.
—Solo pudo hacerlo una persona.
—Oh. ¿Quién? ¿Y qué quieres decir con «No es lo que piensas»?
Ella suspira y ladea la cabeza, y creo que está avergonzada. ¡Debería estarlo!, me increpa mi subconsciente.
—Esto te va a sonar frío, pero… hay una póliza de seguros —susurra, y se pone tensa a la espera de mi respuesta.
—¿Una póliza de seguros?
—Contra la exhibición pública de esas fotos.
De repente caigo en la cuenta y me siento incómoda y un tanto idiota.
—Oh —musito, porque no se me ocurre qué decir. Cierro los ojos. Aquí están de nuevo: las cincuenta sombras de su vida destrozada, aquí y ahora—. Sí.Tienes razón —digo con un hilo de voz—. Suena muy frío.
Me levanto para recoger los platos. No quiero saber nada más.
—Lena.
—¿Lo saben ellas? ¿Las chicas… las sumisas?
Ella frunce el ceño.
—Claro que lo saben.
Ah, bueno, algo es algo. Alarga una mano para cogerme y atraerme hacia ella.
—Esas fotos deberían estar en la caja fuerte. No son para ningún fin recreativo. —Hace una pausa—. Quizá lo fueron en un principio, cuando se hicieron.Pero… —Se calla y me mira suplicante—. No significan nada.
—¿Quién las puso en tu vestidor?
—Solo pudo haber sido Leila.
—¿Ella sabe la combinación de tu caja fuerte?
Ella se encoge de hombros.
—No me sorprendería. Es una combinación muy larga, que casi nunca uso.Es el único número que tengo anotado y que nunca he cambiado. —Sacude la cabeza—.Me pregunto qué más sabrá Leila y si habrá sacado alguna otra cosa de allí. —Frunce
el ceño y vuelve a mirarme—. Mira, destruiré las fotos. Ahora mismo si quieres.
—Son tus fotos, Yulia. Haz lo que quieras con ellas —musito.
—No seas así —dice, sosteniéndome la cabeza entre las manos y
mirándome a los ojos—. Yo no quiero esa vida. Quiero nuestra vida, juntas.
Santo Dios. ¿Cómo sabe que bajo mi horror ante esas fotos se oculta toda mi paranoia?
—Creía que habíamos exorcizado todos esos fantasmas esta mañana, Lena.Yo lo siento así, ¿tú no?
La miro fijamente, recordando esa mañana tan, tan placentera y romántica,descaradamente lasciva, en su cuarto de juegos.
—Sí. —Sonrío—. Yo también siento lo mismo.
—Bien. —Se inclina hacia delante, me besa y me rodea con sus brazos—.Las romperé —murmura—. Y luego tengo que ir a trabajar. Lo siento, nena, pero tengo un montón de asuntos de negocios esta tarde.
—No pasa nada. Yo tengo que llamar a mi madre. —Hago una mueca—. Y después quiero comprar algunas cosas y hacerte un pastel.
Ella sonríe de oreja a oreja y sus ojos se iluminan como los de una chiquilla.
—¿Un pastel?
Asiento.
—¿Un pastel de chocolate?
—¿Tú quieres un pastel de chocolate?
Su sonrisa es contagiosa. Asiente.
—Veré lo que puedo hacer, señorita Volkova.
Y vuelve a besarme.
* * *
Inessa se queda muda por la sorpresa.
—Mamá, di algo.
—No estarás embarazada, ¿verdad, Lena? —murmura, horrorizada ya que le había contado lo que tenía Yulia.
—No, no, no es nada de eso.
La desilusión me parte el corazón, y me entristece que pueda pensar eso de mí. Pero luego recuerdo, con mayor decepción si cabe, que ella estaba embarazada de mí cuando se casó con mi padre.
—Perdona, cielo. Pero es que todo esto es tan repentino. Quiero decir que Yulia es muy buen partido, pero tú eres muy joven, y deberías ver antes un poco de mundo.
—Mamá, ¿no puedes alegrarte por mí sin más? Yo la quiero.
—Es que necesito acostumbrarme a la idea, cariño. Me has dejado de piedra. En Georgia ya noté que había algo muy especial entre vosotras, pero el matrimonio…
En Georgia ella quería que yo fuera su sumisa, pero eso no se lo voy a decir a ella.
—¿Habéis fijado la fecha?
—No.
—Ojalá tu padre estuviera vivo —susurra.
Oh, no… esto no. Ahora no.
—Lo sé, mamá. A mí también me hubiera gustado conocerle.
—Solo te tuvo en brazos una vez, y estaba tan orgulloso. Pensaba que eras la niña más preciosa del mundo.
Y relata la vieja historia familiar con un hilillo quejumbroso de voz… una vez más. Va a echarse a llorar.
—Lo sé, mamá.
—Y luego murió —dice con un leve sollozo, y sé que el recuerdo la ha afligido, como pasa siempre.
—Mamá —susurro, sintiendo ganas de traspasar el teléfono y poder abrazarla.
—Soy una vieja tonta —musita, y vuelve a dejar escapar otro sollozo—.Claro que me alegro mucho por ti, cariño. ¿Sergey lo sabe? —añade.
Parece que ha recuperado la compostura.
—Yulia acaba de pedírselo.
—Oh, qué tierna. Bien.
La noto melancólica, pero está haciendo un esfuerzo.
—Sí, lo ha sido —murmuro.
—Lena, cielo, te quiero muchísimo. Y me alegro mucho por ti. Y tenéis que venir a verme, las dos.
—Sí, mamá. Yo también te quiero.
—Bob me está llamando. Tengo que colgar. Ya me dirás la fecha. Tenemos que planear… ¿será una boda por todo lo alto?
Una boda por todo lo alto. Oh, Dios. Ni siquiera había pensado en eso.
¿Una gran boda? No, yo no quiero una gran boda.
—Todavía no lo sé. En cuanto lo sepa te llamo.
—Bien. Y ve con cuidado. Aún tenéis que disfrutar mucho juntas… ya habrá tiempo para tener hijos.
¡Hijos! Mmm… y ahí está otra vez: una alusión, no muy sutil, al hecho de que ella me tuvo muy joven.
—Mamá, yo no te arruiné la vida, ¿verdad?
Ella sofoca un gemido.
—Oh, no, Lena, yo nunca pensé eso. Tú fuiste lo mejor que nos pasó en la vida a tu padre y a mí. Pero me gustaría que él estuviera aquí para verte tan adulta y a punto de casarte.
Vuelve a ponerse nostálgica y llorosa.
—A mí también me gustaría. —Muevo la cabeza, pensando en mi mítico padre—. Te dejo, mamá. Ya volveré a llamarte.
—Te quiero, cariño.
—Yo también, mamá. Adiós.
* * *
Trabajar en la cocina de Yulia es algo de ensueño. Para ser una mujer que no sabe nada de tareas culinarias, se diría que lo tiene todo. Sospecho que a la señora Jones también le gusta la cocina. Lo único que necesito ahora es chocolate de buena calidad para el glaseado. Dejo las dos mitades del pastel sobre una rejilla para
que se enfríen, cojo el bolso y asomo la cabeza por la puerta del estudio de Yulia.
Está concentrada en la pantalla del ordenador. Levanta la vista y me mira.
—Voy un momento a la tienda a buscar unos ingredientes.
—Vale.
Frunce el ceño.
—¿Qué pasa?
—¿Piensas ponerte unos vaqueros o algo?
Oh, por favor…
—Solo son piernas, Yulia.
Me mira fijamente, muy seria. Esto acabará en pelea. Y es su cumpleaños.
Le dirijo una mirada exasperada, sintiéndome como una adolescente descarriada.
—¿Y si estuviéramos en la playa? —pregunto, optando por otra táctica.
—No estamos en la playa.
—Si estuviéramos en la playa, ¿protestarías?
Se queda pensando en ello un momento.
—No —se limita a responder.
Abro muchos los ojos y le sonrío, satisfecha.
—Bueno, pues imagínate que lo estamos. Hasta luego.
Me doy la vuelta y salgo disparada hacia el vestíbulo. Consigo llegar al ascensor antes de que me atrape. Cuando se cierran las puertas, le hago un gesto de despedida y le sonrío con cariño, mientras ella me mira impotente, con los ojos entornados, pero afortunadamente de buen humor. Sacude la cabeza con gesto de
exasperación, y luego dejo de verla.
Oh, ha sido emocionante. La adrenalina palpita en mis venas, y tengo la sensación de que el corazón se me va a salir del pecho. Pero, a medida que el ascensor baja, mi ánimo también desciende. Maldita sea… ¿qué he hecho?
He despertado a la fiera. Se enfadará conmigo cuando vuelva. Mi
subconsciente me mira fijamente por encima de sus gafas de media luna, con una vara de sauce en la mano. Oh, no. Pienso en la poca experiencia que tengo con los hombres y mujeres.
Yo nunca he vivido con una mujer… bueno, excepto con Nastya y Sergey pero, por alguna razón,él no cuenta. Es mi padre… bueno, el hombre a quien considero mi padre.
Y ahora tengo a Yulia. En realidad, ella nunca ha vivido con nadie, creo.
Tengo que preguntárselo… si es que todavía me habla.
No obstante creo firmemente que tengo que vestirme como yo quiera.
Recuerdo sus normas. Sí, esto debe de ser muy duro para ella, pero también tengo clarísimo que este vestido lo pagó ella. Debería haber dejado instrucciones más claras en Neimans: ¡nada demasiado corto!
Este vestido no es tan corto, ¿no? Lo compruebo en el gran espejo de la entrada. Maldita sea. Sí, lo es, pero ya he tomado mi decisión. Y sin duda tendré que enfrentarme a las consecuencias. Me pregunto vagamente qué hará ella, pero primero tengo que sacar dinero.
Me quedo mirando el comprobante del cajero automático: 51.689,16 dólares. ¡Hay cincuenta mil dólares de más! «Elena, si aceptas mi proposición, tú también vas a tener que aprender a ser rica.» Y ya está empezando. Cojo mis míseros cincuenta dólares y me encamino hacia la tienda.
* * *
Cuando vuelvo, voy directamente a la cocina, sin poder evitar un escalofrío de alarma. Yulia sigue en su estudio. Vaya. Lleva ahí encerrada casi toda la tarde.
Decido que la mejor opción es enfrentarme a ella y comprobar cuanto antes la gravedad de lo que he hecho. Me acerco con cautela a la puerta de su estudio. Está al teléfono,mirando por la ventana.
—¿Y el especialista de Eurocopter vendrá el lunes por la tarde?… Bien.Mantenme informada. Diles que necesito sus primeras conclusiones el lunes a última hora o el martes por la mañana.
Cuelga y da la vuelta a la silla, pero al verme se queda quieta, con gesto impasible.
—Hola —musito.
Ella no dice nada, y se me cae el corazón a los pies. Entro con cuidado en su estudio y me acerco a la mesa donde está sentada. Ella sigue sin decir nada, y no deja de mirarme a los ojos. Me quedo de pie frente a ella, sintiéndome ridícula de cincuenta mil
formas distintas.
—He vuelto. ¿Estás enfadada conmigo?
Ella suspira y me coge de la mano. Me atrae hacia ella, me sienta en su regazo de un tirón y me rodea con sus brazos. Hunde la nariz en mi cabello.
—Sí —dice.
—Perdona. No sé lo que me ha pasado.
Me acurruco en su regazo, aspiro su celestial aroma a Yulia y me siento segura, pese a saber que está enfadada.
—Yo tampoco. Vístete como quieras —murmura. Sube la mano por mi pierna desnuda hasta el muslo—. Además, este vestido tiene sus ventajas.
Se inclina para besarme y nuestros labios se rozan. La pasión, o la lujuria,o una necesidad profundamente arraigada de hacer las paces, me invade, y el deseo me inflama la sangre. Le cojo la cabeza entre las manos y sumerjo los dedos en su cabello.
Ella gime y su cuerpo responde, y me mordisquea con avidez el labio inferior… el cuello, la oreja, e invade mi boca con su lengua, y antes de que me dé cuenta se baja la cremallera de los pantalones, me coloca a horcajadas sobre su regazo y me penetra. Yo me agarro al respaldo de la silla, mis pies apenas tocan el suelo… y empezamos a movernos.
* * *
—Me gusta tu forma de pedir perdón —musita con los labios sobre mi pelo.
—Y a mí la tuya —digo con una risita, y me acurruco contra su pecho—.¿Has terminado?
—Por Dios, Lena, ¿quieres más?
—¡No! De trabajar.
—Aún me queda una media hora. He oído tu mensaje en el buzón de voz.
—Es de ayer.
—Parecías preocupada.
La abrazo fuerte.
—Lo estaba. No es propio de ti no contestar a las llamadas.
Me besa el cabello.
—Tu pastel ya estará listo dentro de media hora.
Le sonrío y bajo de su regazo.
—Me hace mucha ilusión. Cuando estaba en el horno olía maravillosamente, incluso evocador.
Le sonrío con timidez, un poco avergonzada, y ella responde con idéntica expresión. Vaya, ¿realmente somos tan distintas? Quizá esto le traiga recuerdos de la infancia. Me inclino hacia delante, le doy un beso fugaz en la comisura de los labios y me voy a la cocina.
* * *
Cuando la oigo salir del estudio, ya lo tengo todo preparado, y enciendo la solitaria vela dorada de su pastel. Ella me dedica una sonrisa radiante mientras se acerca muy despacio, y yo le canto bajito «Cumpleaños feliz». Luego se inclina y sopla con
los ojos cerrados.
—He pedido un deseo —dice cuando vuelve a abrirlos, y por alguna razón su mirada hace que me sonroje.
—El glaseado aún está blando. Espero que te guste.
—Estoy impaciente por probarlo, Elena —murmura, haciendo que
suene muy sensual.
Corto una porción para cada una, y procedemos a comérnoslo con
tenedores de postre.
—Mmm —dice con un gruñido de satisfacción—. Por esto quiero casarme contigo.
Yo me echo a reír, aliviada… Le gusta.
* * *
—¿Lista para enfrentarte a mi familia?
Yulia para el motor del R8. Hemos aparcado en el camino de entrada a la casa de sus padres.
—Sí. ¿Vas a decírselo?
—Por supuesto. Tengo muchas ganas de ver cómo reaccionan.
Me sonríe maliciosamente y sale del coche.
Son las siete y media, y aunque el día ha sido cálido, sopla una fresca brisa vespertina procedente de la bahía. Me envuelvo con el chal y bajo del coche. Llevo un vestido de cóctel verde esmeralda que encontré esta mañana cuando rebuscaba en el armario. Tiene un cinturón ancho a juego. Yulia me da la mano, y vamos hacia la
puerta principal. Oleg la abre de par en par antes de que llamemos.
—Hola, Yulia. Feliz cumpleaños, hija.
Coge la mano que Yulia le ofrece, pero tira de ella y le sorprende con un breve abrazo.
—Esto… gracias, papá.
—Lena, estoy encantado de volver a verte.
Me abraza también, y entramos en la casa detrás de él.
Antes de poner los pies en el salón, vemos a Nastya que viene hacia nosotras con paso enérgico por el pasillo. Parece indignada.
¡Oh, no!
—¡Ustedes dos! Quiero hablar con ustedes ahora mismo —nos suelta,con su tono de «Más les vale no engañarme».
Nerviosa, miro de reojo a Yulia. Ella se encoge de hombros, decide seguirle la corriente y entramos detrás de ella en el comedor, dejando a Oleg perplejo en el umbral del salón. Ella cierra la puerta de golpe y se vuelve hacia mí.
—¿Qué coño es esto? —masculla, agitando una hoja de papel frente a mí.
Completamente desconcertada, la cojo y le echo un rápido vistazo. Se me seca la boca. Oh, Dios. Es mi e-mail de respuesta a Yulia sobre el tema del contrato.
VIVALENZ28- Mensajes : 921
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