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CINCUENTA SOMBRAS LIBERADAS// ADAPTACIÓN

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Mensaje por VIVALENZ28 7/13/2016, 2:24 am

Prólogo


Mami! ¡Mami! Mami está dormida en el suelo. Lleva mucho tiempo dormida. Le cepillo el pelo porque sé que le gusta. No se despierta. La sacudo.
¡Mami! Me duele la tripa. Tengo hambre. Él no está aquí. Y también tengo sed.

En la cocina acerco una silla al fregadero y bebo. El agua me salpica el jersey azul. Mami sigue dormida.

¡Mami, despierta! Está muy quieta. Y fría. Cojo mi mantita y la tapo. Yo me tumbo en la alfombra verde y pegajosa a su lado. Mami sigue durmiendo. Tengo dos coches de juguete y hago carreras con ellos por el suelo en el que está mami durmiendo. Creo que mami está enferma. Busco algo para comer.

Encuentro guisantes en el congelador. Están fríos. Me los como muy despacio. Hacen que me duela el estómago. Me echo a dormir al lado de mami. Ya no hay guisantes. En el congelador hay algo más. Huele raro. Lo pruebo con la lengua y se me queda pegada. Me lo como lentamente. Sabe mal. Bebo agua. Juego
con los coches y me duermo al lado de mami. Mami está muy fría y no se despierta. La puerta se abre con un estruendo. Tapo a mami con la mantita. Él está aquí. «Joder. ¿Qué coño ha pasado aquí? Puta descerebrada…

Mierda. Joder. Quita de mi vista, niña de mierda.» Me da una patada y yo me golpeo la cabeza con el suelo.
Me duele. Llama a alguien y se va. Cierra con llave. Me tumbo al lado de mami. Me duele la cabeza. Ha venido una señora policía. No. No. No. No me toques. No me toques. No me toques. Quiero quedarme con mami. No. Aléjate de mí. La señora policía coge mi mantita y me lleva. Grito.

¡Mami! ¡Mami! Quiero a mami. Las palabras se van. No puedo decirlas. Mami no puede oírme. No tengo palabras.


—¡Yulia! ¡Yulia! —El tono de ella es urgente y le arranca de las profundidades de su pesadilla, de su desesperación—. Estoy aquí. Estoy aquí.
Ella se despierta y ella está inclinada sobre ella, agarrándole los hombros y sacudiéndole, con el rostro angustiado, los ojos azules como platos y llenos de lágrimas.
—Lena. —Su voz es solo un susurro entrecortado. El sabor del miedo le llena la boca—. Estás aquí.
—Claro que estoy aquí.
—He tenido un sueño…
—Lo sé. Estoy aquí, estoy aquí.
—Lena. —Ella dice su nombre en un suspiro y es como un talismán contra el pánico negro y asfixiante que le
recorre el cuerpo.
—Shh, estoy aquí. —Se acurruca a su lado, envolviéndole, transmitiéndole su calor para que las sombras se alejen y el miedo desaparezca. Ella es el sol, la luz… y es suya.
—No quiero que volvamos a pelearnos, por favor. —Tiene la voz ronca cuando la rodea con los brazos.
—Está bien.
—Los votos. No obedecerme. Puedo hacerlo. Encontraremos la manera. —Las palabras salen apresuradamente de su boca en una mezcla de emoción, confusión y ansiedad.
—Sí, la encontraremos. Siempre encontraremos la manera —susurra ella y le cubre los labios con los suyos, silenciándola y devolviéndola al presente.


Última edición por VIVALENZ28 el 7/13/2016, 2:57 am, editado 1 vez
VIVALENZ28
VIVALENZ28

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Mensaje por VIVALENZ28 7/13/2016, 2:44 am

1



Levanto la vista para mirar a través de las rendijas de la sombrilla de brezo y admiro el más azul de los cielos, un azul veraniego, mediterráneo. Suspiro satisfecha. Yulia está a mi lado, tirada en una tumbona. Mi esposa, mi sexy y guapísima esposa, sin camisa solo con el brassier del traje baño y con unos vaqueros cortados, está leyendo un libro que predice la caída del sistema bancario occidental. Sin duda se trata de una lectura absorbente porque jamás la había visto tan quieta. Ahora mismo parece más una estudiante que la presidenta de una de las principales empresas privadas de Estados Unidos.

Son los últimos días de nuestra luna de miel y estamos haraganeando bajo el sol de la tarde en la playa del hotel Beach Plaza Monte Carlo de Mónaco, aunque en realidad no nos alojamos en él. Abro los ojos para buscar al Fair Lady, que está anclado en el puerto. Nosotras estamos en un yate de lujo, por supuesto.
Construido en 1928, flota majestuosamente sobre las aguas, reinando sobre todos los demás barcos del puerto. Parece de juguete. A Yulia le encanta y sospecho que tiene la tentación de comprarlo. Los niños y sus juguetes…

Me acomodo en la tumbona y me pongo a escuchar la selección de música que ha metido Yulia Volkova en mi nuevo iPod y me quedo medio dormida bajo el sol de última hora de la tarde recordando su proposición de matrimonio. Oh, esa maravillosa proposición que me hizo en la casita del embarcadero… Casi puedo oler el aroma de las flores del prado…

—¿Y si nos casamos mañana? —me susurra Yulia al oído.
Estoy tumbada sobre su pecho bajo la pérgola llena de flores de la casita del embarcadero, más que satisfecha tras haber hecho el amor apasionadamente.
—Mmm…
—¿Eso es un sí? —Reconozco en su voz cierta sorpresa y esperanza.
—Mmm.
—¿O es un no?
—Mmm.
Siento que sonríe.
—Señorita Katina, ¿está siendo incoherente?
Yo también sonrío.
—Mmm.
Ríe y me abraza con fuerza, besándome en el pelo.
—En Las Vegas. Mañana. Está decidido.
Adormilada, levanto la cabeza.
—No creo que a mis padres les vaya a gustar mucho eso.
Recorre con las yemas de los dedos mi espalda desnuda, arriba y abajo, acariciándome con suavidad.
—¿Qué es lo que quieres, Elena? ¿Las Vegas? ¿Una boda por todo lo alto? Lo que tú me digas.
—Una gran boda no… Solo los amigos y la familia. —Alzo la vista para mirarla, emocionada por la silenciosa súplica que veo en sus brillantes ojos azules. ¿Y qué es lo que quiere ella?
—Muy bien —asiente—. ¿Dónde?
Me encojo de hombros.
—¿Por qué no aquí? —pregunta vacilante.
—¿En casa de tus padres? ¿No les importará?
Ríe entre dientes.
—A mi madre le daríamos una alegría. Estará encantada.
—Bien, pues aquí. Seguro que mis padres también lo preferirán.
Yulia me acaricia el pelo. ¿Se puede ser más feliz de lo que soy yo ahora mismo?
—Bien, ya tenemos el dónde. Ahora falta el cuándo.
—Deberías preguntarle a tu madre.
—Mmm. —La sonrisa de Yulia desaparece—. Le daré un mes como mucho. Te deseo demasiado para esperar ni un segundo más.
—Yulia, pero si ya me tienes. Ya me has tenido durante algún tiempo. Pero me parece bien, un mes.
Le doy un beso en el pecho, un beso suave y casto, y la miro sonriéndole.
—Te vas a quemar —me susurra Yulia al oído, despertándome bruscamente de mi siesta.
—Solo de deseo por ti. —Le dedico la más dulce de las sonrisas. El sol vespertino se ha desplazado y ahora estoy totalmente expuesta a sus rayos. Ella me responde con una sonrisita y tira de mi tumbona con un movimiento rápido para ponerme bajo la sombrilla.
—Mejor lejos de este sol mediterráneo, señora Volkova Katina.
—Gracias por su altruismo, señora Volkova.
—Un placer, señora Volkova Katina, pero no estoy siendo altruista en absoluto. Si te quemas, no voy a poder tocarte.—Alza una ceja y sus ojos brillan divertidos. El corazón se me derrite—. Pero sospecho que ya lo sabes y que te estás riendo de mí.
—¿Tú crees? —pregunto fingiendo inocencia.
—Sí, eso creo. Lo haces a menudo. Es una de las muchas cosas que adoro de ti. —Se inclina y me da un beso, mordiéndome juguetona el labio inferior.
—Tenía la esperanza de que quisieras darme más crema solar —le digo haciendo un mohín muy cerca de sus labios.
—Señora Volkova Katina, me está usted proponiendo algo sucio… pero no puedo negarme. Incorpórate —me ordena con voz ronca.

Hago lo que me pide y con movimientos lentos y meticulosos de sus dedos fuertes y flexibles me cubre el cuerpo de crema.

—Eres preciosa. Soy una mujer con suerte —murmura mientras sus dedos pasan casi rozando mis pechos para extender la crema.
—Sí, cierto. Es usted una mujer afortunada, señora Volkova. —La miro a través de las pestañas con coqueta modestia.
—La modestia le sienta bien, señora Volkova Katina. Vuélvete. Voy a darte crema en la espalda.

Sonriendo, me doy la vuelta y ella me desata la tira trasera del biquini obscenamente caro que llevo.

—¿Qué te parecería si hiciera topless como las demás mujeres de la playa? —le pregunto.
—No me gustaría nada —me dice sin dudarlo—. Ni siquiera me gusta que lleves tan poca cosa como ahora. —Se acerca a mí inclinándose y me susurra al oído—. No tientes a la suerte.
—¿Me está desafiando, señora Volkova?
—No. Estoy enunciando un hecho, señora Volkova Katina.

Suspiro y sacudo la cabeza. Oh, Yulia… mi posesiva y celosa obsesa del control…
Cuando termina me da un azote en el culo.

—Ya está, señorita.
Su BlackBerry, omnipresente y siempre encendida, empieza a vibrar. Frunzo el ceño y ella sonríe.
—Solo para mis ojos, señora Volkova. —Levanta una ceja en una advertencia juguetona, me da otro azote y vuelve a su tumbona para contestar la llamada.

La diosa que llevo dentro ronronea. Tal vez esta noche podamos hacer algún tipo de espectáculo en el suelo solo para sus ojos. La diosa sonríe cómplice arqueando una ceja. Yo también sonrío por lo que estoy pensando y vuelvo a abandonarme a mi siesta.

—Mam’selle? Un Perrier pour moi, un Coca-Cola light pour ma femme, s’il vous plaît. Et quelque chose à manger… laissez-moi voir la carte.

Mmm… El fluido francés de Yulia me despierta. Parpadeo un par de veces a causa de la luz del sol y cuando abro los ojos la encuentro observándome mientras una chica joven con librea se aleja con la bandeja en alto y una coleta alta y rubia oscilando provocativamente.

—¿Tienes sed? —me pregunta.
—Sí —murmuro todavía medio dormida.
—Podría pasarme todo el día mirándote. ¿Estás cansada?
Me ruborizo.
—Es que anoche no dormí mucho.
—Yo tampoco. —Sonríe, deja la BlackBerry y se levanta. Los pantalones cortos se le caen un poco, de esa forma sugerente que tanto me gusta, dejando a la vista el bañador que lleva debajo y su sexy brassier. Después se quita los pantalones y las chanclas y yo pierdo el hilo de mis pensamientos—. Ven a nadar conmigo. —Me tiende la mano y yo la miro un poco aturdida—. ¿Nadamos? —repite ladeando un poco la cabeza y con una expresión divertida. Como no respondo, niega lentamente con la cabeza—. Creo que necesitas algo para despertarte. —De repente se lanza sobre mí y me coge en brazos. Yo chillo, más de sorpresa que de miedo.
—¡Yulia! ¡Bájame! —le grito.
Ella ríe.
—Solo cuando lleguemos al mar, nena.

Varias personas que toman el sol en la playa nos miran con ese desinterés divertido tan típico de los monegascos, según acabo de descubrir, mientras Yulia me lleva hasta el mar entre risas y empieza a sortear las olas.
Le rodeo el cuello con los brazos.

—No te atreverás —le digo casi sin aliento mientras intento sofocar mis risas.
Ella sonríe.
—Oh, Lena, nena, ¿es que no has aprendido nada en el poco tiempo que hace que me conoces?

Me besa y yo aprovecho la oportunidad para deslizar los dedos entre su pelo, agarrárselo con las dos manos y devolverle el beso invadiéndole la boca con mi lengua. Ella inspira bruscamente y se aparta con la mirada ardiente pero cautelosa.

—Ya me conozco tu juego —me susurra y se va hundiendo lentamente en el agua fresca y clara conmigo en brazos, mientras sus labios vuelven a encontrarse con los míos. El frescor del mediterráneo queda pronto olvidado cuando envuelvo a mi esposa con el cuerpo.
—Creía que te apetecía nadar —le digo junto a su boca.
—Me has distraído… —Yulia me roza el labio inferior con los dientes—. Pero no sé si quiero que la buena gente de Montecarlo vea cómo mi esposa se abandona a la pasión.
Le rozo la mandíbula con los dientes, cosquilleándome la lengua, sin importarme un comino la buena gente de Montecarlo.
—Lena—gime. Se enrolla mi coleta en la muñeca y tira con suavidad para obligarme a echar la cabeza hacia atrás y tener mejor acceso a mi cuello. Después me besa la oreja y va bajando lentamente.
—¿Quieres que vayamos más adentro? —pregunta en un jadeo.
—Sí —susurro.
Yulia se aparta un poco y me mira con los ojos ardientes, llenos de deseo, divertidos.
—Señora Volkova Katina, es usted una mujer insaciable y una descarada. ¿Qué clase de monstruo he creado?
—Un monstruo hecho a tu medida. ¿Me querrías de alguna otra forma?
—Te querría de cualquier forma en que pudiera tenerte, ya lo sabes. Pero ahora mismo no. No con público—dice señalando la orilla con la cabeza.

¿Qué?
Es cierto que varias personas en la playa han abandonado su indiferencia y ahora nos miran con verdadero interés. De repente Yulia me coge por la cintura y me tira al aire, dejando que caiga al agua y me hunda bajo las olas hasta tocar la suave arena que hay en el fondo. Salgo a la superficie tosiendo, escupiendo y
riendo.
—¡Yulia! —le regaño mirándole fijamente. Creía que íbamos a hacer el amor en el agua… pero ella ha vuelto a salirse con la suya. Se muerde el labio inferior para evitar reírse. Yo le salpico y ella me responde salpicándome también.
—Tenemos toda la noche —me dice sonriendo como una tonta—. Hasta luego, nena. —Se zambulle bajo el agua y vuelve a la superficie a un metro de donde estoy. Después, con un estilo crol fluido y grácil, se aleja de la orilla. Y de mí.

¡Oh, Cincuenta! Siempre tan seductora y juguetona… Me protejo los ojos del sol con la mano mientras la veo alejarse. Cómo le gusta provocarme… ¿Qué puedo hacer para que vuelva? Mientras nado de vuelta a la orilla, sopeso las posibilidades. En la zona de las tumbonas ya han llegado nuestras bebidas. Le doy un sorbo rápido a mi Coca-Cola. Yulia solo es una pequeña motita en la distancia.

Mmm… Me tumbo boca arriba y, tras pelearme un poco con los tirantes, me quito la parte de arriba del biquini y la dejo caer despreocupadamente sobre la tumbona de Yulia. Para que vea lo descarada que puedo ser, señora Volkova… ¡Ahora chúpate esa! Cierro los ojos y dejo que el sol me caliente la piel y los
huesos… El calor me relaja mientras mis pensamientos vuelven al día de mi boda.

—Ya puedes besar a la novia —anuncia el reverendo Walsh.
Sonrío a mi flamante esposa.
—Al fin eres mía —me susurra tirando de mí para rodearme con los brazos y darme un beso casto en los labios.
Estoy casada. Ya soy la señora de Yulia Volkova. Estoy borracha de felicidad.
—Estás preciosa, Lena —murmura y sonríe con los ojos brillando de amor… y algo más, algo oscura y lujuriosa—. No dejes que nadie que no sea yo te quite ese vestido, ¿entendido? —Su sonrisa sube de temperatura mientras con las yemas de los dedos me acaricia la mejilla, haciéndome hervir la sangre.

Madre mía… ¿Cómo consigue hacerme esto, incluso aquí, con toda esta gente mirando?
Asiento en silencio. Vaya, espero que nadie nos haya oído. Por suerte el reverendo Walsh se ha apartado discretamente. Miro a la multitud allí reunida vestida con sus mejores galas… Mi madre, Sergey, Bob y los Volkov, todos aplaudiendo. Y también Nastya, mi dama de honor, que está genial con un vestido rosa pálido de pie junto al padrino de Yulia: su hermano Dimitri. ¿Y quién iba a pensar que Dimitri podía tener tan buena pinta una vez arreglado? Todos muestran unas brillantes sonrisas de oreja a oreja… excepto Larissa, que está
llorando discretamente cubriéndose con un delicado pañuelo blanco.

—¿Preparada para la fiesta, señora Volkova? —murmura Yulia con una sonrisa tímida. Me derrito al verla.
Está fabulosa con un sencillo esmoquin femenino negro con chaleco y corbata plateados. Se le ve… muy elegante.
—Preparadísima. —La cara se me ilumina con una sonrisa bobalicona.

Un poco más tarde, la fiesta está en su apogeo… Oleg y Larissa se han superado. Han hecho que volvieran a colocar la carpa y la han decorado con rosa pálido, plata y marfil, dejando los lados abiertos con vistas a la bahía. Hemos tenido la suerte de tener un tiempo estupendo y ahora el sol de última hora de la tarde brilla sobre el agua. Hay una pista de baile en un extremo de la carpa y un buffet muy generoso en el otro.
Sergey y mi madre están bailando y riéndose juntos. Tengo una sensación agridulce al verlos así. Espero que Yulia y yo duremos más; no sé qué haría si me dejara. Casamiento apresurado, arrepentimiento asegurado.
Ese dicho no deja de repetirse en mi cabeza.
Nastya está a mi lado. Está guapísima con un vestido largo de seda. Me mira y frunce el ceño.

—Oye, que se supone que hoy es el día más feliz de tu vida —me regaña.
—Y lo es —le digo en voz baja.
—Oh, Lena, ¿qué te pasa? ¿Estás mirando a tu madre y a Sergey?
Asiento con aire triste.
—Son felices.
—Sí, felices separados.
—¿Te están entrando las dudas? —me pregunta Nastya alarmada.
—No, no, claro que no. Solo es que… la quiero muchísimo. —Me quedo petrificada, sin poder o sin querer expresar mis miedos.
—Lena, es obvio que te adora. Sé que han tenido un comienzo muy poco convencional en su relación, pero yo he visto lo felices que han sido durante el último mes. —Me coge y me aprieta las manos—. Además, ya es demasiado tarde —añade con una sonrisa.
Suelto una risita. Nastya siempre diciendo lo que no hace falta decir. Me atrae hacia ella para darme el Abrazo Especial de Anastasya Isaeva.
—Lena, vas a estar bien. Y si te hace daño alguna vez, aunque solo sea en un pelo de la cabeza, tendrá que responder ante mí. —Me suelta y le sonríe a alguien que hay detrás de mí.
—Hola, nena. —Yulia me sorprende rodeándome con los brazos y me da un beso en la sien—. Nastya —saluda. Sigue mostrándose algo fría con ella, aunque ya han pasado seis semanas.
—Hola otra vez, Yulia. Voy a buscar al padrino, que es tu hombre preferido y también el mío. —Con una sonrisa para ambas se aleja para ir con Dimitri, que está bebiendo con el hermano de Nastya, Andrey, y nuestro amigo José.
—Es hora de irse —murmura Yulia.
—¿Ya? Es la primera fiesta a la que asisto en la que no me importa ser el centro de atención. —Me giro entre sus brazos para poder mirarla de frente.
—Mereces serlo. Estás impresionante, Elena.
—Y tú también.
Me sonríe y su expresión sube de temperatura.
—Ese vestido tan bonito te sienta bien.
—¿Este trapo viejo? —me ruborizo tímidamente y tiro un poco de ribete de fino encaje del vestido de novia sencillo y entallado que ha diseñado para mí la madre de Nastya. Me encanta que el encaje caiga justo por debajo del hombro; queda recatado, pero seductor, espero.
Se inclina y me da un beso.
—Vámonos. No quiero compartirte con toda esta gente ni un minuto más.
—¿Podemos irnos de nuestra propia boda?
—Nena, es nuestra fiesta y podemos hacer lo que queramos. Hemos cortado la tarta. Y ahora mismo lo que quiero es raptarte para tenerte toda para mí.
Suelto una risita.
—Me tiene para toda la vida, señora Volkova.
—Me alegro mucho de oír eso, señora Volkova-Katina.
—¡Oh, ahí están! Qué dos tortolitas.
Gruño en mi fuero interno… La madre de Larissa nos ha encontrado.
—Yulia, querida… ¿Otro baile con tu abuela?
Yulia frunce los labios.
—Claro, abuela.
—Y tú, preciosa Elena, ve y haz feliz a un anciano: baila con Theo.
—¿Con quién, señora Cherkasova?
—Con el abuelo Cherkasov. Y creo que ya puedes llamarme abuela. Ustedes dos tienen que ponerse cuanto antes manos a la obra en el asunto de darme bisnietos. No voy a durar mucho ya. —Nos mira con una sonrisa tontorrona.
Yulia la mira parpadeando, horrorizada.
—Vamos, abuela —dice cogiéndola apresuradamente de la mano y llevándola a la pista de baile. Me mira casi haciendo un mohín y pone los ojos en blanco—. Luego, cariño.
Mientras voy de camino adonde está el abuelo Cherkosav, José me aborda.
—No te voy a pedir otro baile. Creo que ya te he monopolizado demasiado en la pista de baile hasta ahora… Me alegro de verte feliz, pero te lo digo en serio, Lena. Estaré aquí… si me necesitas.
—Gracias, José. Eres un buen amigo.
—Lo digo en serio. —Sus ojos oscuros brillan por la sinceridad.
—Ya lo sé. Gracias de verdad, José. Pero si me disculpas… Tengo una cita con un anciano.
Arruga la frente, confuso.
—El abuelo de Yulia —aclaro.
Me sonríe.
—Buena suerte con eso, Lenis. Y buena suerte con todo.
—Gracias, José.

Después de mi baile con el siempre encantador abuelo de Yulia, me quedo de pie junto a las cristaleras viendo como el sol se hunde lentamente por detrás de Seattle provocando sombras de color naranja y aguamarina en la bahía.

—Vamos —me insiste Yulia.
—Tengo que cambiarme. —Le cojo la mano con intención de arrastrarle hacia la cristalera y que suba las escaleras conmigo. Frunce el ceño sin comprender y tira suavemente de mi mano para detenerme—. Creía que querías ser tú la que me quitara el vestido —le explico.
Se le iluminan los ojos.
—Cierto. —Me mira con una sonrisa lasciva—. Pero no te voy a desnudar aquí. Entonces no nos iríamos hasta… no sé… —dice agitando su mano de largos dedos. Deja la frase sin terminar pero el significado está más que claro.
Me ruborizo y le suelto la mano.
—Y no te sueltes el pelo —me murmura misteriosamente.
—Pero…
—Nada de «peros», Elena. Estás preciosa. Y quiero ser yo la que te desnude.
Frunzo el ceño.
—Guarda en tu bolsa de mano la ropa que te ibas a poner —me ordena—. La vas a necesitar. Igor ya tiene tu maleta.
—Está bien.
¿Qué habrá planeado? No me ha dicho adónde vamos. De hecho, no creo que nadie sepa nada. Ni Irina ni Nastya han conseguido sacarle la información. Me vuelvo hacia mi madre y Nastya.
—No me voy a cambiar.
—¿Qué? —dice mi madre.
—Yulia no quiere que me cambie. —Me encojo de hombros, como si eso lo explicara todo.
Ella arruga la frente.
—No has prometido obedecer —me recuerda con mucha diplomacia. Nastya intenta hacer que su risa ahogada parezca una tos. La miro entornando los ojos. Ni ella ni mi madre tienen ni idea de la pelea que Yulia y yo tuvimos por eso. No quiero resucitar esa discusión. Dios, mi Cincuenta Sombras se puede
poner muy furiosa a veces… y después tener pesadillas. El recuerdo me reafirma en mi decisión.
—Lo sé, mamá, pero le gusta mi vestido y quiero darle ese gusto.
Su expresión se suaviza. Nastya pone los ojos en blanco y con mucha discreción se aleja para dejarnos solas.
—Estás muy guapa, hija. —Inessa me coloca con cariño uno de los rizos que se me ha soltado y me acaricia la barbilla—. Estoy tan orgullosa de ti, cielo… Vas a hacer muy feliz a Yulia —me dice y me da un abrazo.
Oh, mamá…
—No me lo puedo creer… Pareces tan mayor ahora… Vas a empezar una nueva vida; solo tienes que recordar siempre que los hombres vienen de un planeta diferente aunque con Yulia es algo especial. Así todo te irá bien.
Suelto una risita. Yulia no es de otro planeta, es de otro universo. Si ella supiera…
—Gracias, mamá.
Sergey se acerca a nosotras sonriéndonos dulcemente.
—Te ha salido una niña preciosa, Inessa—dice con los ojos brillándole por el orgullo. Está impecable con su esmoquin negro y el chaleco rosa pálido. Me emociono y se me llenan los ojos de lágrimas. Oh, no…
Hasta ahora había conseguido no llorar…
—Y tú la has ayudado a crecer y a ser lo que es, Sergey. —La voz de Inessa suena nostálgica.
—Y he adorado cada momento del tiempo que he pasado con ella. Eres una novia sensacional, Lenis. —
Sergey me coloca tras la oreja el mismo rizo suelto de antes.
—Oh, papá… —Intento contener un sollozo y él me abraza brevemente, un poco incómodo.
—Y vas a ser una esposa sensacional también —me susurra con voz ronca.
Cuando me suelta, Yulia está a mi lado.
Sergey le estrecha la mano afectuosamente.
—Cuida de mi niña, Yulia.
—Eso es lo que pretendo hacer, Sergey. Inessa. —Saluda a mi padrastro con un movimiento de cabeza y le da un beso a mi madre.
El resto de los invitados han creado un largo pasillo humano con un arco formado por sus brazos extendidos para que pasemos por él hacia la salida de la casa.
—¿Lista? —pregunta Yulia.
—Sí.

Me coge la mano y me guía bajo esos brazos estirados mientras los invitados nos gritan felicitaciones y deseos de buena suerte y nos tiran arroz. Al final del pasillo nos esperan Larissa y Oleg con grandes sonrisas. Los dos nos abrazan y nos besan por turnos. Larissa está emocionada de nuevo. Nos despedimos rápidamente de ellos.
Igor nos espera junto al Audi todoterreno. Yulia se queda sosteniendo la puerta del coche para que yo entre, pero antes me giro y tiro el ramo de rosas de color blanco y rosa hacia el grupo de mujeres jóvenes que se ha reunido. Irina lo coge al vuelo y sonríe de oreja a oreja.
Cuando entro en el todoterreno riéndome por la audaz forma de atrapar el ramo de Irina, Yulia se agacha para ayudarme con el vestido. Cuando ya estoy bien acomodada dentro, se vuelve para despedirse de los invitados.
Igor mantiene la puerta abierta para ella.

—Felicidades, señora.
—Gracias, Igor —responde Yulia mientras se sienta a mi lado.
Cuando Igor entra en el coche, los invitados empiezan a tirarle arroz al coche. Yulia me coge la mano y me besa los nudillos.
—¿Todo bien por ahora, señora Volkova-Katina?
—Por ahora todo fantástico, señora Volkova. ¿Adónde vamos?
—Al aeropuerto —dice con una sonrisa enigmática.

Mmm… ¿Qué estará planeando?
Igor no se dirige a la terminal de salidas como yo esperaba, sino que cruza una puerta de seguridad y va directamente hacia la pista. ¿Qué demonios…? Y entonces lo veo: el jet de Yulia con VOLKOVA ENTERPRISES HOLDINGS, INC. escrito en el fuselaje con grandes letras azules.

—No me digas que vas a volver a hacer un uso personal de los bienes de la empresa.
—Oh, eso espero, Elena —me sonríe Yulia.

Igor detiene el Audi al pie de la escalerilla que sube al avión y salta del coche para abrirle la puerta a Yulia. Intercambian unas palabras y después Yulia viene a abrirme la puerta. Y en vez de apartarse para dejarme espacio para salir, se inclina y me coge en brazos.

—¡Hey! ¿Qué haces? —chillo.
—Cogerte en brazos para cruzar el umbral —me dice.
—Oh…

Pero ¿eso no se supone que se hace al cruzar el umbral de la casa?
Me sube por la escalerilla sin esfuerzo aparente e Igor nos sigue llevando mi maleta. La deja a la entrada del avión y vuelve al Audi. Dentro de la cabina reconozco a Stephan, el piloto de Yulia, con su uniforme.

—Bienvenido a bordo, señoras. Señora Volkova—nos saluda con una sonrisa.
Yulia me baja al suelo y estrecha la mano de Stephan. De pie junto a Stephan hay una mujer de pelo oscuro de unos… ¿qué? ¿Treinta y pocos? Ella también lleva uniforme.
—Felicidades a las dos —continúa Stephan.
—Gracias, Stephan. Elena, ya conoces a Stephan. Va a ser nuestro comandante hoy. Y esta es la primera oficial Beighley.
La chica se sonroja cuando Yulia la presenta y parpadea muy rápido. Tengo ganas de poner los ojos en blanco. Otra mujer que está completamente cautivada por mi esposa, que es demasiada guapa incluso para su propio bien.
—Encantada de conocerla —dice efusivamente Beighley.
Le sonrío con amabilidad. Después de todo… ella es mía.
—¿Todo listo? —les pregunta Yulia a ambos mientras yo examino la cabina. El interior es de madera de arce clara y piel de un suave color crema. Hay otra mujer joven en el otro extremo de la cabina, también vestida de uniforme; tiene el pelo castaño y es realmente guapa.
—Ya nos han dado todos los permisos. El tiempo va a ser bueno desde aquí hasta Boston.
¿Boston?
—¿Turbulencias?
—Antes de llegar a Boston no. Pero hay un frente sobre Shannon que puede que nos dé algún sobresalto.
¿Shannon, Irlanda?
—Ya veo. Bien, espero dormir durante el trayecto —dice Yulia sin preocuparse lo más mínimo.
¿Dormir?
—Bien, vamos a prepararnos para despegar, señora —anuncia Stephan—. Les dejo en las capaces manos de Natalia, nuestra azafata. —Yulia mira en su dirección y frunce el ceño, pero después se vuelve hacia Stephan con una sonrisa.
—Excelente. —Me coge la mano y me lleva hasta uno de los lujosos asientos de piel. Debe de haber unos doce en total—. Siéntate —dice mientras se quita la chaqueta y se desabrocha el chaleco de fino brocado.
Nos sentamos en dos asientos individuales situados el uno frente al otro con una mesita reluciente entre ambas.
—Bienvenidos a bordo, señoras. Y felicidades. —Natalia ha aparecido junto a nosotras para ofrecernos una copa de champán rosado.
—Gracias —dice Yulia. Ella nos sonríe educadamente y se retira a la cocina.
—Por una feliz vida de casadas, Elena. —Yulia levanta su copa y brindamos. El champán está delicioso.
—¿Bollinger? —pregunto.
—El mismo.
—La primera vez que lo probé lo bebí en tazas de té. —Sonrío.
—Recuerdo perfectamente ese día. Tu graduación.
—¿Adónde vamos? —Ya no soy capaz de contener mi curiosidad ni un segundo más.
—A Shannon —dice Yulia con los ojos iluminados por el entusiasmo. Parece una niña pequeña.
—¿Irlanda? —¡Vamos a Irlanda!
—Para repostar combustible —añade juguetona.
—¿Y después? —le animo.
Su sonrisa se hace más amplia y niega con la cabeza.
—¡Yulia!
—A Londres —dice mirándome fijamente para ver mi reacción.

Doy un respingo. Madre mía… Pensaba que iríamos a algún sitio como Nueva York o Aspen, o incluso al Caribe. Casi no me lo puedo creer. La ilusión de mi vida siempre ha sido ir a Inglaterra. Siento que una luz se enciende en mi interior: la luz incandescente de la felicidad.

—Después París.
¿Qué?
—Y finalmente el sur de Francia.
¡Uau!
—Sé que siempre has soñado con ir a Europa —me dice en voz baja—. Quiero hacer que tus sueños se conviertan en realidad, Elena.
—Tú eres mi sueño hecho realidad, Yulia.
—Lo mismo digo, señora Volkova-Katina —me susurra.
Oh, Dios mío…
—Abróchate el cinturón.

Le sonrío y hago lo que me ha dicho.
Mientras el avión se encamina a la pista, nos bebemos el champán sonriéndonos bobaliconamente. No me lo puedo creer. Con veintidós años por fin voy a salir de Estados Unidos para ir a Europa, a Londres para ser más exactos.
Después de despegar Natalia nos sirve más champán y nos prepara el banquete nupcial. Y menudo banquete: salmón ahumado seguido de perdiz asada con ensalada de judías verdes y patatas dauphinoise, todo cocinado y servido por la tremendamente eficiente Natalia.

—¿Quiere postre, señora Volkova? —le pregunta.
Niega con la cabeza y se pasa un dedo por el labio inferior mientras me mira inquisitivamente con una expresión oscura e inescrutable.
—No, gracias —murmura sin romper el contacto visual conmigo.
Cuando Natalia se retira, sus labios se curvan en una sonrisita secreta.
—La verdad —vuelve a murmurar— es que había planeado que el postre fueras tú.
Oh… ¿aquí?
—Vamos —me dice levantándose y tendiéndome la mano. Me guía hasta el fondo de la cabina.
—Hay un baño ahí —dice señalando una puertecita, pero sigue por un corto pasillo hasta cruzar una puerta que hay al final.

Vaya… un dormitorio. Esta habitación también es de madera de arce y está decorada con colores crema.
La cama de matrimonio está cubierta de cojines de color dorado y marrón. Parece muy cómoda.
Yulia se gira y me rodea con sus brazos sin dejar de mirarme.

—Vamos a pasar nuestra noche de bodas a diez mil metros de altitud. Es algo que no he hecho nunca.
Otra primera vez. Me quedo mirándole con la boca abierta y el corazón martilleándome en el pecho… el club de la milla. He oído hablar de él.

—Pero primero tengo que quitarte ese vestido tan fabuloso.
Le brillan los ojos de amor y de algo más oscuro, algo que me encanta y que despierta a la diosa que llevo dentro. Empiezo a quedarme sin aliento.
—Vuélvete. —Su voz es baja, autoritaria y tremendamente sexy.

¿Cómo puede una sola palabra encerrar tantas promesas? Obedezco de buen grado y sus manos suben hasta mi pelo. Me va quitando las horquillas, una tras otra. Sus dedos expertos acaban con la tarea en un santiamén. El pelo me va cayendo sobre los hombros, rizo tras rizo, cubriéndome la espalda y sobre los
pechos. Intento quedarme muy quieta, pero deseo con todas mis fuerzas su contacto. Después de este día tan excitante, aunque largo y agotador, la deseo, deseo todo su cuerpo.

—Tienes un pelo precioso, Lena. —Tiene la boca junto a mi oído y siento su aliento aunque no me toca con los labios. Cuando ya no me quedan horquillas, me peina un poco con los dedos y me masajea suavemente la cabeza.
Oh, Dios mío… Cierro los ojos mientras disfruto de la sensación. Sus dedos siguen recorriendo mi pelo y después me lo agarra y me tira un poco para obligarme a echar atrás la cabeza y exponer la garganta.
—Eres mía —suspira. Me tira del lóbulo de la oreja con los dientes.
Yo dejo escapar un gemido.
—Silencio —me ordena.

Me aparta el pelo y, siguiendo con un dedo el borde de encaje del vestido, recorre la parte alta de mi espalda de un hombro a otro. Me estremezco por la anticipación. Me da un beso tierno en la espalda justo encima del primer botón del vestido.

—Eres tan guapa… —dice mientras me desabrocha con destreza el primer botón—. Hoy me has hecho la mujer más feliz del mundo. —Con una lentitud infinita me va desabrochando los botones uno a uno,bajando por toda la espalda—. Te quiero muchísimo. —Va encadenando besos desde mi nuca hasta el extremo del hombro. Después de cada beso murmura una palabra—: Te. Deseo. Mucho. Quiero. Estar. Dentro. De. Ti. Eres. Mía.
Las palabras me resultan embriagadoras. Cierro los ojos y ladeo el cuello para facilitarle el acceso y voy cayendo cada vez más profundamente bajo el hechizo de Yulia Volkova, mi esposa.
—Mía —repite en un susurro. Me va deslizando el vestido por los brazos hasta que cae a mis pies en una nube de seda marfil y encaje—. Vuélvete —me pide de nuevo con la voz ronca.

Lo hago y ella da un respingo.
Llevo puesto un corsé ajustado de seda de un tono rosáceo con liguero, bragas de encaje a juego y medias de seda blancas. Los ojos de Yulia me recorren el cuerpo ávidamente, pero no dice nada. Se limita a mirarme con los ojos muy abiertos por el deseo.

—¿Te gusta? —le pregunto en un susurro, consciente del tímido rubor que me está apareciendo en las mejillas.
—Más que eso, nena. Estás sensacional. Ven. —Me tiende la mano para ayudarme a desprenderme del vestido—. No te muevas —murmura, y sin apartar sus ojos cada vez más oscuros de los míos, recorre con el dedo corazón la línea del corsé que bordea mis pechos. Mi respiración se acelera y ella repite el recorrido sobre mis pechos. Ese dedo travieso está provocándome escalofríos por toda la espalda. Se detiene y gira el dedo índice en el aire indicándome que dé una vuelta.
Ahora mismo haría cualquier cosa que me pidiera.
—Para —dice. Estoy de espaldas a ella, mirando a la cama. Me rodea la cintura con el brazo, apretándome contra ella, y me acaricia el cuello. Muy suavemente me cubre los pechos con las manos y juguetea con ellos mientras hace círculos sobre mis pezones con los pulgares hasta que logra que presionen y tensen la tela del corsé—. Mía —me susurra.
—Tuya —jadeo yo.

Abandona mis pechos y recorre con las manos mi estómago, mi vientre y después sigue bajando por los muslos y pasa casi rozándome el sexo. Ahogo un gemido. Mete los dedos por debajo de las tiras del liguero y, con su destreza habitual, suelta las dos medias a la vez. Ahora sus manos se dirigen a mi culo.

—Mía —repite con las manos extendidas sobre mis nalgas y las puntas de los dedos rozándome el sexo.
—Ah.
—Shh. —Las manos descienden por la parte posterior de mis muslos y sueltan las presillas del liguero.
Se inclina y aparta la colcha de la cama.
—Siéntate.

Lo hago totalmente hipnotizada por sus palabras. Yulia se arrodilla a mis pies y me quita con suavidad los zapatos de novia de Jimmy Choo. Agarra la parte superior de mi media izquierda y la va deslizando por mi pierna lentamente, recorriendo la piel con el pulgar. Repite el proceso con la otra media.

—Esto es como desenvolver los regalos de Navidad. —Me sonríe y me mira a través de sus largas pestañas oscuras.
—Un regalo que ya tenías…
Frunce el ceño contrariada.
—Oh no, nena. Ahora eres mía de verdad.
—Yulia, he sido tuya desde que te dije que sí. —Me inclino hacia ella y le rodeo con las manos esa cara que tanto amo—. Soy tuya. Siempre seré tuya, esposa mía. Pero ahora mismo creo que llevas demasiada ropa. —Me agacho todavía más para besarla y ella viene a mi encuentro, me besa en los labios y me coge la
cabeza mientras enreda los dedos en mi pelo.
—Lena —jadea—. Mi Lena. —Sus exigentes labios se unen con los míos una vez más. Su lengua es invasivamente persuasiva.
—La ropa —susurro.
Nuestras respiraciones se mezclan mientras tiro del chaleco. A ella le cuesta quitárselo, así que tiene que liberarme un momento. Se detiene y me mira con los ojos muy abiertos, llenos de deseo.
—Déjame, por favor. —Mi voz suena suave y sensual. Quiero desnudar a mi esposa, a mi Cincuenta.

Se sienta sobre los talones y yo me acerco para cogerle la corbata (la corbata gris plateada, mi favorita),suelto el nudo lentamente y se la quito. Levanta la barbilla para dejarme desabrochar el botón superior de la camisa blanca. Cuando lo consigo, paso a los gemelos. Lleva unos gemelos de platino grabados con una E y una Y entrelazadas: mi regalo de boda. Cuando se los quito, me los coge de la mano y cierra la suya sobre ellos. Le da un beso a esa mano y después se los guarda en el bolsillo de los pantalones.

—Qué romántico, señora Volkova.
—Para usted, señora Volkova Katina, solo corazones y flores. Siempre.

Le cojo la mano y la miro a través de las pestañas mientras le doy un beso a su sencilla alianza de platino.
Gime y cierra los ojos.

—Lena —susurra, y mi nombre es como una oración.
Alzo las manos para ocuparme del segundo botón y, repitiendo lo que ella me ha hecho a mí hace unos minutos, le doy un suave beso en el pecho después de desabrochar cada botón. Entre los besos voy intercalando palabras.

—Tú. Me. Haces. Muy. Feliz. Te. Quiero.

Vuelve a gemir y en un movimiento rapidísimo me agarra por la cintura y me sube a la cama. Ella me acompaña un segundo después. Sus labios encuentran los míos y me rodea la cara con las manos para mantenerme quieta mientras nuestras lenguas se regodean la una de la otra. De repente Yulia se aparta y
se queda de rodillas, dejándome sin aliento y deseando más.

—Eres tan preciosa… esposa mía. —Me recorre las piernas con las manos y me agarra el pie izquierdo—.Tienes unas piernas espectaculares. Quiero besar cada centímetro de ellas. Empezando por aquí. —Me da un beso en el dedo gordo y después me araña la yema de ese dedo con los dientes.

Todo lo que hay por debajo de mi cintura se estremece. Desliza la lengua por el arco del pie. Después empieza a morderme en el talón y va subiendo hasta el tobillo. Recorre el interior de mi pantorrilla dándome besos, unos besos suaves y húmedos. Me retuerzo bajo su cuerpo.

—Quieta, señora Volkova Katina —me advierte, y sin previo aviso me gira para dejarme boca abajo y continúa su viaje de placer recorriendo con la boca la parte posterior de las piernas, los muslos, el culo… y entonces se detiene. Gimo.
—Por favor…
—Te quiero desnuda —murmura, y me va soltando lentamente el corsé, desabrochando los corchetes uno a uno. Cuando la prenda queda plana sobre la cama debajo de mi cuerpo, ella desliza la lengua por toda la longitud de mi espalda.
—Yulia, por favor.
—¿Qué quiere, señora Volkova Katina? —Sus palabras son dulces y las oigo muy cerca de mi oído. Está casi tumbada sobre mí. Puedo sentir su erección contra mis nalgas.
—A ti.
—Y yo a ti, mi amor, mi vida… —me susurra, y antes de darme cuenta ha vuelto a girarme y a ponerme boca arriba.

Se coloca de pie rápidamente y en un movimiento de lo más eficiente se quita a la vez los pantalones, el brassier y los bóxer y se queda gloriosamente desnuda,cerniéndose sobre mí, lista para lo que va a venir. La pequeña cabina queda eclipsada por su impresionante belleza, su deseo y su necesidad de tenerme. Se inclina y me quita las bragas. Después me mira.

—Mía —pronuncia.
—Por favor —le suplico.

Ella me sonríe; una sonrisa lasciva, perversa y tentadora. Una sonrisa muy propia de mi Cincuenta Sombras.
Sube a cuatro patas a la cama y va recorriendo mi pierna derecha esta vez, llenándola de besos… Hasta que llega al vértice entre mis muslos. Me abre bien las piernas.

—Ah… esposa mía —susurra antes de poner la boca sobre mi piel. Cierro los ojos y me rindo a esa lengua mucho más que hábil. Le agarro el pelo con las manos mientras mis caderas oscilan y se balancean. Me las sujeta para que me quede quieta, pero no detiene esa deliciosa tortura. Estoy cerca, muy cerca.
—Yulia… —gimo con fuerza.
—Todavía no —jadea y asciende por mi cuerpo para hundirme la lengua en el ombligo.
—¡No! —¡Maldita sea! Siento su sonrisa contra mi vientre pero no interrumpe su viaje hacia el norte.
—Qué impaciente, señora Volkova Katina. Tenemos hasta que aterricemos en la isla Esmeralda. —Me va besando reverencialmente los pechos. Me coge el pezón izquierdo entre los labios y tira de él. No deja de mirarme mientras me martiriza y sus ojos están tan oscuros como una tormenta tropical.
Oh, madre mía… Se me había olvidado. Europa…
—Te deseo, esposa. Por favor.
Se coloca sobre mí, cubriéndome con su cuerpo y descansando el peso en los codos. Me acaricia la nariz con la suya y yo recorro con las manos su espalda fuerte y flexible hasta llegar a su culo extraordinario.
—Señora Volkova Katina… esposa. Estoy aquí para complacerla. —Me roza con los labios—. Te quiero.
—Yo también te quiero.
—Abre los ojos. Quiero verte.
—Yulia… ah… —grito cuando entra lentamente en mi interior.
—Lena, oh, Lena… —jadea Yulia y empieza a moverse.
—¿Qué diablos crees que estás haciendo? —grita Yulia, despertándome de ese sueño tan placentero.

Está de pie, mojada y hermosa, a los pies de mi tumbona mirándome fijamente.
¿Qué he hecho? Oh, no… Estoy boca arriba. No, no, no. Y ella está furiosa. Mierda. Está hecha una verdadera furia.
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Mensaje por Aleinads 7/13/2016, 4:03 am

Jajajajajajaja Jodida Yulia me ha despertado del sueño xD #TremendoComienzo
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Mensaje por SandyQueen 7/13/2016, 5:59 am

jajajajajaja!! Esa Yulia, creo que nos hizo regresar a la realidad xD
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Mensaje por VIVALENZ28 7/14/2016, 3:38 am

2


De repente estoy totalmente despierta; mi sueño erótico queda olvidado en un abrir y cerrar de ojos.

—Oh, estaba boca arriba… Debo de haberme girado mientras dormía —digo en mi defensa sin demasiado convencimiento.
Le arden los ojos por la furia. Se agacha, coge la parte de arriba de mi biquini de su tumbona y me la tira.
—¡Póntelo! —ordena entre dientes.
—Yulia, nadie me está mirando.
—Créeme. Te están mirando. ¡Y seguro que Igor y los de seguridad están disfrutando mucho del espectáculo! —gruñe.

¡Maldita sea! ¿Por qué nunca me acuerdo de ellos? Me cubro los pechos con las manos presa del pánico.
Desde el sabotaje de Charlie Tango, esos malditos guardias de seguridad nos siguen a todas partes como unas sombras.

—Y algún asqueroso paparazzi podría haberte hecho una foto también —continúa Yulia—. ¿Quieres salir en la portada de la revista Star, desnuda esta vez?

¡Mierda! ¡Los paparazzi! ¡Joder! Intento ponerme apresuradamente el biquini, pero los dedos parece que no quieren responderme. Palidezco y noto un escalofrío. El recuerdo desagradable del asedio al que me sometieron los paparazzi al salir del edificio de Seattle Independent Publishing el día que se filtró nuestro compromiso me viene a la mente inoportunamente; todo eso es parte de la vida de Yulia Volkova, va con el lote.

—L’addition! —grita Yulia a una camarera que pasa—. Nos vamos —me dice.
—¿Ahora?
—Sí. Ahora.

Oh, mierda, mejor no llevarle la contraria en este momento.
Se pone los pantalones, a pesar de que tiene el traje de baño empapado, y la camiseta gris. La camarera vuelve en un segundo con su tarjeta de crédito y la cuenta.
A regañadientes, me pongo el vestido de playa turquesa y las chanclas. Cuando se marcha la camarera,Yulia coge su libro y su BlackBerry y oculta su furia detrás de sus gafas de sol espejadas de aviador. Echa chispas por la tensión y el enfado. El corazón se me cae a los pies. Todas las demás mujeres de la playa están en topless, no es un crimen tan grave. De hecho soy yo la que se ve rara con el biquini completo puesto.
Suspiro para mí, con el alma hundida. Creía que Yulia le vería el lado divertido o algo así… Tal vez si me hubiera quedado boca abajo… Pero ahora su sentido del humor se ha evaporado.

—Por favor, no te enfades conmigo —le susurro cogiéndole el libro y la BlackBerry y metiéndolos en mi mochila.
—Ya es demasiado tarde —dice en voz baja. Demasiado baja—. Vamos. —Me coge la mano y le hace una señal a Igor y a sus dos compañeros, los agentes de seguridad franceses Philippe y Gaston. Por extraño que parezca, son gemelos idénticos. Han estado todo el tiempo vigilando la playa desde una galería. ¿Por qué no dejo de olvidarme de ellos? ¿Cómo es posible? Igor tiene la expresión imperturbable bajo las gafas oscuras. Mierda, él también está enfadado conmigo. Todavía no estoy acostumbrada a verle vestido tan informal, con pantalones cortos y un polo negro.

Yulia me lleva hasta el hotel, cruza el vestíbulo y después sale a la calle. Sigue en silencio, pensativa e irritada, y todo es por mi culpa. Igor y su equipo nos siguen.

—¿Adónde vamos? —le pregunto tímidamente mirándole.
—Volvemos al barco. —No me mira al decirlo.

No tengo ni idea de qué hora es. Deben de ser las cinco o las seis de la tarde, creo. Cuando llegamos al puerto, Yulia me lleva al muelle en el que están amarradas la lancha motora y la moto acuática del Fair Lady. Mientras Yulia suelta las amarras de la moto de agua, yo le paso mi mochila a Igor. Le miro
nerviosa, pero, igual que Yulia, su expresión no revela nada. Me sonrojo pensando en lo que ha visto en la playa.

—Póngase esto, señora Volkova Katina. —Igor me pasa un chaleco salvavidas desde la lancha motora y yo me lo pongo obediente. ¿Por qué soy la única que lleva chaleco? Yulia e Igor intercambian una mirada.

Vaya, ¿está enfadado también con Igor? Después Yulia comprueba las cintas de mi chaleco y me aprieta más la central.

—Así está mejor —murmura resentido, todavía sin mirarme. Mierda.

Sube con agilidad a la moto de agua y me tiende la mano para ayudarme a subir. Agarrándole con fuerza,consigo sentarme detrás de ella sin caerme al agua. Igor y los gemelos suben a la lancha. Yulia empuja con el pie la moto para separarla del muelle y esta se aleja flotando suavemente.

—Agárrate —me ordena y yo la rodeo con los brazos. Esta es mi parte favorita de los viajes en moto acuática. La abrazo fuerte, con la nariz pegada a su espalda, recordando que hubo un tiempo en que no toleraba que la tocara así. Huele bien… a Yulia y a mar. ¡Perdóname, Yulia, por favor!
Ella se pone tensa.
—Prepárate —dice, pero esta vez su tono es más suave. Le doy un beso en la espalda, apoyo la mejilla contra ella y miro hacia el muelle, donde se ha congregado un grupo de turistas para ver el espectáculo.

Yulia gira la llave en el contacto y la moto cobra vida con un rugido. Con un giro del acelerador, la moto da un salto hacia delante y sale del puerto deportivo a toda velocidad, cruzando el agua oscura y fría hacia el puerto de yates donde está anclado el Fair Lady. Me agarro más fuerte a Yulia. Me encanta esto… ¡es tan emocionante! Sujetándome de esta forma noto todos los músculos del delgado cuerpo de Yulia.
Igor va a nuestro lado en la lancha. Yulia le mira y luego acelera de nuevo. Salimos como una bala hacia delante, saltando sobre la superficie del agua como un guijarro lanzado con precisión experta. Igor niega con la cabeza con una exasperación resignada y se dirige directamente al barco, pero Yulia pasa
como una centella junto al Fair Lady y sigue hacia mar abierto.
El agua del mar nos salpica, el viento cálido me golpea la cara y me despeina la coleta, haciendo que mechones de mi pelo vuelen por todas partes. Esto es realmente divertido. Tal vez la emoción del viaje en la moto acuática mejore el humor de Yulia. No puedo verle la cara, pero sé que se lo está pasando bien; libre, sin preocupaciones, actuando como una persona de su edad por una vez.
Gira el manillar para trazar un enorme semicírculo y yo contemplo la costa: los barcos en el puerto deportivo y el mosaico de amarillo, blanco y color de arena de las oficinas y apartamentos con las irregulares montañas al fondo. Es algo muy desorganizado, nada que ver con los bloques siempre iguales a los que estoy acostumbrada, pero también muy pintoresco. Yulia me mira por encima del hombro y veo la sombra de una sonrisa jugueteando en sus labios.

—¿Otra vez? —me grita por encima del sonido del motor.
Asiento entusiasmada. Me responde con una sonrisa deslumbrante. Gira el acelerador otra vez y le da una vuelta al Fair Lady a toda velocidad para después volver a mar abierto… y yo creo que me ha perdonado.
—Te ha cogido el sol —me dice Yulia con suavidad mientras me desata el chaleco. Ansiosa, intento adivinar cuál es su actual estado de ánimo. Estamos en cubierta a bordo del yate y uno de los camareros del barco aguarda de pie en silencio cerca, esperando para recoger el chaleco. Yulia se lo pasa.
—¿Necesita algo más, señora? —le pregunta el joven. Me encanta su acento francés. Yulia lo mira, se quita las gafas y se las cuelga del cuello de la camiseta.
—¿Quieres algo de beber? —me pregunta.
—¿Lo necesito?
Ella ladea la cabeza.
—¿Por qué me preguntas eso? —Ha formulado la pregunta en voz baja.
—Ya sabes por qué.
Frunce el ceño como si estuviera sopesando algo en su mente.
Oh, ¿qué estará pensando?
—Dos gin-tonics, por favor. Y frutos secos y aceitunas —le dice al camarero, que asiente y desaparece rápidamente.
—¿Crees que te voy a castigar? —La voz de Yulia es suave como la seda.
—¿Quieres castigarme?
—Sí.
—¿Cómo?
—Ya pensaré algo. Tal vez después de tomarnos esas copas. —Eso es una amenaza sensual. Trago saliva y la diosa que llevo dentro entorna un poco los ojos en su tumbona, donde está intentando coger unos rayos con un reflector plateado desplegado junto a su cuello.
Yulia frunce el ceño una vez más.
—¿Quieres que te castigue?
Pero ¿cómo lo sabe?
—Depende —murmuro sonrojándome.
—¿De qué? —Ella oculta una sonrisa.
—De si quieres hacerme daño o no.

Aprieta los labios hasta formar una dura línea, todo rastro de humor olvidado. Se inclina y me da un beso en la frente.

—Elena, eres mi mujer, no mi sumisa. Nunca voy a querer hacerte daño. Deberías saberlo a estas alturas. Pero… no te quites la ropa en público. No quiero verte desnuda en la prensa amarilla. Y tú tampoco quieres. Además, estoy segura de que a tu madre y a Sergey tampoco les haría gracia.
¡Oh, Sergey! Dios mío, Sergey padece del corazón. ¿En qué estaría pensando? Me reprendo mentalmente.
Aparece el camarero con las bebidas y los aperitivos, que coloca en la mesa de teca.

—Siéntate —ordena Yulia.
Hago lo que me dice y me acomodo en una silla de tijera. Yulia se sienta a mi lado y me pasa un gintonic.
—Salud, señora Volkova Katina.
—Salud, señoraVolkova. —Le doy un sorbo a la copa, que me sienta de maravilla. Esto quita la sed y está frío y delicioso. Cuando miro a Yulia, veo que me observa. Ahora mismo es imposible saber de qué humor está. Es muy frustrante… No sé si sigue enfadada conmigo, por eso despliego mi técnica de distracción patentada—. ¿De quién es este barco? —le pregunto.
—De un noble británico. Sir no sé qué. Su bisabuelo empezó con una tienda de comestibles. Su hija está casada con uno de los príncipes herederos de Europa.
Oh.
—¿Inmensamente rico?
Yulia de repente se muestra recelosa.
—Sí.
—Como tú —murmuro.
—Sí.
Oh.
—Y como tú —susurra Yulia y se mete una aceituna en la boca. Yo parpadeo rápidamente. Acaba de venirme a la mente una imagen de ella con el esmoquin y el chaleco plateado; sus ojos estaban llenos de sinceridad al mirarme durante la ceremonia de matrimonio y decir esas palabras: «Todo lo que era mío, es
nuestro ahora». Su voz recitando los votos resuena en mi memoria con total claridad.
¿Todo mío?
—Es raro. Pasar de nada a… —Hago un gesto con la mano para abarcar la opulencia de lo que me rodea—. A todo.
—Te acostumbrarás.
—No creo que me acostumbre nunca.
Igor aparece en cubierta.
—Señora, tiene una llamada.
Yulia frunce el ceño pero coge la BlackBerry que le está tendiendo.
—Volkova —dice y se levanta de donde está sentada para quedarse de pie en la proa del barco.

Me pongo a mirar al mar y desconecto de su conversación con Ros creo, su número dos. Soy rica…asquerosamente rica. Y no he hecho nada para ganar ese dinero… solo casarme con una mujer rica. Me estremezco cuando mi mente vuelve a nuestra conversación sobre acuerdos prematrimoniales. Fue el domingo después de su cumpleaños. Estábamos todos sentados a la mesa de la cocina, disfrutando de un desayuno sin prisa. Dimitri, Nastya, Larissa y yo estábamos debatiendo sobre los méritos del beicon en comparación con los de las salchichas mientras Oleg y Yulia leían el periódico del domingo…

—Mirad esto —chilla Irina poniendo su ordenador en la mesa de la cocina delante de nosotros—. Hay un cotilleo en la página web del Seattle Nooz sobre tu compromiso, Yulia.
—¿Ya? —pregunta Larissa sorprendida, luego frunce los labios cuando algo claramente desagradable le cruza por la mente.

Yulia frunce el ceño.
Irina lee la columna en voz alta: «Ha llegado el rumor a la redacción de The Nooz de que la soltera más deseada de Seattle, Yulia Volkova, al fin le han echado el lazo y que ya suenan campanas de boda. Pero ¿quién es la más que afortunada elegida? The Nooz está tras su pista. ¡Seguro que ya estará leyendo el monstruoso acuerdo prematrimonial que tendrá que firmar!».
Irina suelta una risita, pero se pone seria bruscamente cuando Yulia la fulmina con la mirada. Se hace el silencio y la temperatura en la cocina de los Volkov cae por debajo de cero.
¡Oh, no! ¿Un acuerdo prematrimonial? Ni siquiera se me había pasado por la cabeza. Trago saliva y siento que toda la sangre ha abandonado mi cara. ¡Tierra, trágame ahora mismo, por favor! Yulia se revuelve incómoda en su silla y yo la miro con aprensión.

—No —me dice.
—Yulia… —intenta Oleg.
—No voy a discutir esto otra vez —le responde a Oleg, que me mira nervioso y abre la boca para decir algo—. ¡Nada de acuerdos prematrimoniales! —dice Yulia casi gritando y vuelve a su periódico,enfadada, ignorando a todos los demás de la mesa. Todos me miran a mí, después a ella… y por fin a cualquier
sitio que no sea a nosotras dos.
—Yulia —digo en un susurro—. Firmaré lo que tú o el señor Volkov quieran que firme. —Bueno,tampoco iba a ser la primera vez que me hiciera firmar algo.
Yulia levanta la vista y me mira.
—¡No! —grita.
Yo me pongo pálida una vez más.
—Es para protegerte.
—Yulia, Lena… Creo que deberías discutir esto en privado —nos aconseja Larissa. Mira a Oleg y a Irina. Oh, vaya, parece que ellos también van a tener problemas…
—Lena, esto no es por ti —intenta tranquilizarme Oleg—. Y por favor, llámame Oleg.

Yulia le dedica una mirada glacial a su padre con los ojos entornados y a mí se me cae el alma a los pies. Demonios… Está furiosa.
De repente, sin previo aviso, todo el mundo empieza a hablar alegremente e Irina y Nastya se levantan de un salto para recoger la mesa.

—Yo sin duda prefiero las salchichas —exclama Dimitri.

Me quedo mirando mis dedos entrelazados. Mierda. Espero que los señores Volkov no crean que soy una cazafortunas. Yulia extiende la mano y me agarra suavemente las dos manos con la suya.

—Para.
¿Cómo puede saber lo que estoy pensando?
—Ignora a mi padre —dice Yulia con la voz tan baja que solo yo puedo oírle—. Está muy molesto por lo de Olga. Lo que ha dicho iba dirigido a mí. Ojala mi madre hubiera mantenido la boca cerrada.

Sé que Yulia todavía está resentida tras su charla de anoche con Oleg sobre Olga.

—Tiene razón, Yulia. Tú eres muy rica y yo no aporto nada a este matrimonio excepto mis préstamos para la universidad.
Yulia me mira con los ojos sombríos.
—Elena, si me dejas te lo puedes llevar todo. Ya me has dejado una vez. Ya sé lo que se siente.
Oh, maldita sea…
—Eso no tiene nada que ver con esto —le susurro conmovida por la intensidad de sus palabras—. Pero…puede que seas tú la que quiera dejarme. —Solo de pensarlo me pongo enferma.
Ella ríe entre dientes y niega con la cabeza, indignada.
—Yulia, yo puedo hacer algo excepcionalmente estúpido y tú… —Bajo la vista otra vez hacia mis manos entrelazadas, siento una punzada de dolor y no puedo acabar la frase. Perder a Yulia… Joder.
—Basta. Déjalo ya. Este tema está zanjado, Lena. No vamos a hablar de él ni un minuto más. Nada de acuerdo prematrimonial. Ni ahora… ni nunca. —Me lanza una mirada definitiva que dice claramente «olvídalo ahora mismo» y que consigue que me calle. Después se vuelve hacia Larissa—. Mamá, ¿podemos
celebrar la boda aquí?

No ha vuelto a mencionarlo. De hecho, en cada oportunidad que tiene no deja de repetirme hasta dónde llega su riqueza… y que también es mía. Me estremezco al recordar la locura de compras con Caroline Acton la asesora personal de compras de Neiman Marcus a la que me empujó Yulia para prepararme para la luna de miel. Solo el biquini ya costó quinientos cuarenta dólares. Y es bonito, pero vamos a ver… ¡es una cantidad de dinero ridícula por cuatro trozos de tela triangulares!

—Te acostumbrarás. —Yulia interrumpe mis pensamientos cuando vuelve a ocupar su sitio.
—¿Me acostumbraré a qué?
—Al dinero —responde poniendo los ojos en blanco.
Oh, Cincuenta, tal vez con el tiempo. Empujo el platito con almendras saladas y anacardos hacia ella.
—Su aperitivo, señora —digo con la cara más seria que puedo lograr, intentando incluir algo de humor en la conversación después de mis sombríos pensamientos y la metedura de pata del biquini.
Sonríe pícaro.
—Me gustaría que el aperitivo fueras tú. —Coge una almendra y los ojos le brillan perversos mientras disfruta de su ocurrencia. Se humedece los labios—. Bebe. Nos vamos a la cama.
¿Qué?
—Bebe —me dice y veo que se le están oscureciendo los ojos.
Oh, Dios mío. La mirada que me acaba de dedicar sería suficiente para provocar el calentamiento global por sí sola. Cojo mi copa de gin-tonic y me la bebo de un trago sin apartar mis ojos de ella. Se queda con la boca abierta y alcanzo a ver la punta de su lengua entre los dientes. Me sonríe lasciva. En un movimiento fluido se pone de pie y se inclina delante de mí, apoyando las manos en los brazos de la silla.

—Te voy a convertir en un ejemplo. Vamos. No vayas al baño a hacer pis —me susurra al oído.

Doy un respingo. ¿Que no vaya a hacer pis? Qué grosera. Mi subconsciente, alarmada, levanta la vista del libro (Obras completas de Charles Dickens, volumen 1).

—No es lo que piensas. —Yulia sonríe juguetona y me tiende la mano—. Confía en mí.
Está increíblemente sexy, ¿cómo podría resistirme?
—Está bien. —Le cojo la mano. La verdad es que le confiaría mi vida. ¿Qué habrá planeado? El corazón empieza a latirme con fuerza por la anticipación.

Me lleva por la cubierta y a través de las puertas al salón principal, lleno de lujo en todos sus detalles,después por el estrecho pasillo, cruzando el comedor y bajando por las escaleras hasta el camarote principal.
Han limpiado el camarote y hecho la cama. Es una habitación preciosa. Tiene dos ojos de buey, uno a babor y otro a estribor, y está decorado con elegancia y gusto con muebles de madera oscura de nogal,paredes de color crema y complementos rojos y dorados.
Yulia me suelta la mano, se saca la camiseta por la cabeza y el brassier y la tira a una silla. Después deja a un lado las chanclas y se quita los pantalones y el bañador en un solo movimiento. Oh, madre mía… ¿Me voy a cansar alguna vez de verla desnuda? Es guapísima y todo mía. Le brilla la piel (a ella también le ha cogido el sol), y el pelo, que ahora lleva más largo, le cae sobre la frente. Soy una chica con mucha, mucha suerte.
Me coge la barbilla y tira de mi labio inferior con el pulgar para que deje de mordérmelo y después me lo acaricia.

—Mejor así. —Se gira y camina hasta el impresionante armario en el que guarda su ropa. Saca del cajón inferior dos pares de esposas de metal y un antifaz como los de las aerolíneas.

¡Esposas! Nunca ha usado esposas. Le echo una mirada rápida y nerviosa a la cama. ¿Dónde demonios va a enganchar las esposas? Se vuelve y me mira fijamente con los ojos oscuros y brillantes.

—Estas pueden hacerte daño. Se clavan en la piel si tiras con demasiada fuerza —dice levantando un par para que lo vea—. Pero tengo ganas de usarlas contigo ahora.
Vaya. Se me seca la boca.
—Toma —dice acercándose y pasándome uno de los pares—. ¿Quieres probártelas primero?

Son macizas y el metal está frío. En algún lugar de mi mente pienso que espero no tener que llevar nunca un par de esas en la vida real.
Yulia me observa atentamente.

—¿Dónde están las llaves? —Mi voz tiembla.
Abre la mano y en su palma aparece una pequeña llave metálica.
—Es la misma para los dos juegos. Bueno, de hecho, para todos los juegos.

¿Cuántos juegos tendrá? No recuerdo haber visto ninguno en la cómoda del cuarto de juegos.
Me acaricia la mejilla con el dedo índice y va bajando hasta mi boca. Se acerca como si fuera a besarme.

—¿Quieres jugar? —me dice en voz baja y toda la sangre de mi cuerpo se dirige hacia el sur cuando el deseo empieza a desperezarse en lo más profundo de mi vientre.
—Sí —jadeo.
Ella sonríe.
—Bien. —Me da un beso en la frente que es poco más que un roce—. Vamos a necesitar una palabra de seguridad.
¿Qué?
—«Para» no nos sirve porque lo vas a decir varias veces, pero seguramente no querrás que lo haga. —Me acaricia la nariz con la suya, el único contacto entre nosotras.
El corazón se me acelera. Mierda… ¿Cómo puede ponerme así solo con las palabras?
—Esto no va a doler. Pero va a ser intenso. Muy intenso, porque no te voy a dejar moverte. ¿Vale?

Oh, Dios mío. Eso suena excitante. Mi respiración se oye muy fuerte. Joder, ya estoy jadeando. Gracias a Dios que estoy casada con esta mujer, de lo contrario esto me resultaría muy embarazoso. Bajo la mirada y noto su erección.

—Vale. —Apenas se oye mi voz cuando lo digo.
—Elige una palabra, Lena.
Oh…
—Una palabra de seguridad —repite en voz baja.
—Pirulí —digo jadeando.
—¿Pirulí? —pregunta divertida.
—Sí.
Sonríe y se inclina sobre mí.
—Interesante elección. Levanta los brazos.

Obedezco y Yulia agarra el dobladillo de mi vestido playero, me lo quita por la cabeza y lo tira al suelo.
Extiende la mano y le devuelvo las esposas. Pone los dos juegos en la mesita de noche junto con el antifaz y retira la colcha de la cama de un tirón, arrojándola luego al suelo.

—Vuélvete.
Me giro y me suelta la parte de arriba del biquini, que cae al suelo.
—Mañana te voy a grapar esto a la piel —murmura. Después me quita la goma del pelo para soltarlo. Me lo agarra con una mano y tira suavemente para que dé un paso atrás hasta quedar contra su cuerpo. Contra su pecho. Y contra su erección.
Gimo cuando me ladea la cabeza y me besa el cuello.
—Has sido muy desobediente —me dice al oído provocándome estremecimientos por todo el cuerpo.
—Sí —respondo en un susurro.
—Mmm. ¿Y qué vamos a hacer con eso?
—Aprender a vivir con ello —digo en un jadeo. Sus besos suaves y lánguidos me están volviendo loca.
Sonríe con la boca contra mi cuello.
—Ah, señora Volkova Katina. Siempre tan optimista.

Se yergue. Me divide con atención el pelo en tres mechones, me lo trenza lentamente y lo sujeta con la goma al final. Me tira un poco de la trenza y se acerca a mi oído.

—Te voy a dar una lección —murmura.

Con un movimiento repentino me agarra de la cintura, se sienta en la cama y me tumba sobre su regazo. En esta postura siento la presión de su erección contra mi vientre. Me da un azote en el culo, fuerte. Chillo y al segundo siguiente estoy boca arriba en la cama y ella me mira fijamente con sus ojos de un azul líquido. Estoy a punto de empezar a arder.

—¿Sabes lo preciosa que eres? —Me roza el muslo con las puntas de los dedos de forma que me cosquillea… todo. Sin apartar los ojos de mí, se levanta de la cama y coge los dos juegos de esposas. Me agarra la pierna izquierda y cierra una de las esposas alrededor de mi tobillo.
¡Oh!
Me levanta la pierna derecha y repite el proceso; ahora tengo un par de esposas colgando de cada tobillo.
Sigo sin tener ni idea de dónde las va a enganchar.
—Siéntate —me ordena y yo obedezco inmediatamente—. Ahora abrázate las rodillas.

Parpadeo, subo las piernas hasta que quedan dobladas delante de mí y las rodeo con los brazos. Me coge la barbilla y me da un beso suave y húmedo en los labios antes de ponerme el antifaz sobre los ojos. No veo nada y solo oigo mi respiración acelerada y el agua chocando contra los costados del yate, que cabecea suavemente en el mar.
Oh, madre mía. Estoy muy excitada… ya.

—¿Cuál es la palabra de seguridad, Elena?
—Pirulí.
—Bien.

Me coge la mano izquierda y cierra las esposas alrededor de la muñeca. Después repite el proceso con la derecha. Tengo la mano izquierda esposada al tobillo izquierdo y la derecha al derecho. No puedo estirar las piernas. Oh, maldita sea…

—Ahora —dice Yulia con un jadeo— te voy a follar hasta que grites.

¿Qué? Todo el aire abandona mi cuerpo.
Me agarra los dos tobillos y me empuja hacia atrás hasta que caigo de espaldas sobre la cama. Las esposas me obligan a mantener las piernas dobladas y me aprietan la carne si tiro de ellas. Tiene razón, se me clavan casi hasta el punto del dolor… Me siento muy rara, atada, indefensa y en un barco. Yulia me separa los tobillos y yo suelto un gruñido.
Me besa el interior de los muslos y quiero retorcerme, pero no puedo. No tengo posibilidad de mover la cadera. Mis pies están suspendidos en el aire. No puedo moverme.

—Tendrás que absorber todo el placer, Elena. No te muevas —murmura mientras sube por mi cuerpo y me besa a lo largo de la cintura de la parte de abajo del biquini. Suelta los cordones de ambos lados y el trocito de tela cae. Ahora estoy desnuda y a su merced. Me besa el vientre y me muerde el ombligo.
—Ah —suspiro. Esto va a ser duro… No tenía ni idea. Va subiendo con besos suaves y mordisquitos hasta mis pechos.
—Shh… —Intenta calmarme—. Eres preciosa, Lena.

Vuelvo a gruñir de frustración. Normalmente estaría moviendo las caderas, respondiendo a su contacto con un ritmo propio, pero no puedo moverme. Gimo y tiro de las esposas. El metal se me clava en la piel.

—¡Ah! —grito, aunque realmente no me importa.
—Me vuelves loca —me susurra—. Así que te voy a volver loca yo a ti.
Está sobre mí ahora, el peso apoyado en los codos, y centra su atención en mis pechos. Morder, chupar,hacer rodar los pezones entre los índices y los pulgares… todo para sacarme de mis casillas. No se detiene. Es enloquecedor. Oh. Por favor. Su erección se aprieta contra mí.
—Yulis… —le suplico, y siento su sonrisa triunfante contra mi piel.
—¿Quieres que te haga correrte así? —me pregunta contra mi pezón, haciendo que se ponga aún más dura—. Sabes que puedo. —Succiona el pezón con fuerza y yo grito porque un relámpago de placer sale de mi pecho y va directo a mi entrepierna. Tiro indefensa de las esposas, abrumada por la sensación.
—Sí —gimoteo.
—Oh, nena, eso sería demasiado fácil.
—Oh… por favor.
—Shh.

Me araña la piel con los dientes mientras se acerca con los labios a mi boca y yo suelto un grito ahogado.
Me besa. Su hábil lengua me invade la boca saboreando, explorando, dominando, pero mi lengua responde a su desafío retorciéndose contra la suya. Sabe a ginebra fría y a Yulia Volkova, que huele a mar. Me coge la barbilla para sujetarme la cabeza.

—Quieta, nena. Quiero que estés quieta —me susurra contra la boca.
—Quiero verte.
—Oh, no, Lena. Sentirás más así. —Y de una forma agónicamente lenta flexiona la cadera y entra parcialmente en mi interior. En otras circunstancias inclinaría la pelvis para ir a su encuentro, pero no puedo moverme. Ella sale de mí.
—¡Oh! ¡Yulia, por favor!
—¿Otra vez? —me tienta con la voz ronca.
—¡Yulia!
Empuja un poco para volver a entrar y se retira a la vez que me besa y sus dedos me tiran del pezón. Es una sobrecarga de placer.
—¡No!
—¿Me deseas, Elena?
—Sí —gimo.
—Dímelo —murmura con la respiración trabajosa mientras vuelve a provocarme: dentro… y fuera.
—Te deseo —lloriqueo—. Por favor.
Oigo un suspiro suave junto a mi oreja.
—Y me vas a tener, Elena.

Se yergue sobre las rodillas y entra bruscamente en mí. Grito echando atrás la cabeza y tirando de las esposas cuando me toca ese punto tan dulce. Soy todo sensación en todas partes; una dulce agonía, pero sigo sin poder moverme. Se queda quieta y después hace un círculo con la cadera. Su movimiento se expande por todo mi interior.

—¿Por qué me desafías, Lena?
—Yulia, para…
Vuelve a hacer ese círculo en mi interior, ignorando mi súplica, y luego sale muy despacio para volver a entrar con brusquedad.
—Dime por qué. —Habla con dificultad y me doy cuenta vagamente de que es porque tiene los dientes apretados.
Solo me sale un quejido incoherente… Esto es demasiado.
—Dímelo.
—Yulia…
—Lena, necesito saberlo.
Vuelve a dar una embestida brusca, hundiéndose profundamente. La sensación es tan intensa… Me envuelve, forma espirales en mi interior, en el vientre, en cada una de las extremidades y en los sitios donde se me clavan las esposas.
—¡No lo sé! —chillo—. ¡Porque puedo! ¡Porque te quiero! Por favor, Yulia.

Gruñe con fuerza y se hunde profundamente, una y otra vez, y otra y otra, y yo me pierdo intentando absorber el placer. Es para perder la cabeza… y el cuerpo… Quiero estirar las piernas para controlar el inminente orgasmo pero no puedo. Estoy indefensa. Soy suya, solo suya para que haga conmigo lo que ella
quiera… Se me llenan los ojos de lágrimas. Es demasiado intenso. No puedo pararla. No quiero pararla…
Quiero… Quiero… Oh, no, oh, no… es demasiado…

—Eso es —dice Yulia—. ¡Siéntelo, nena!

Estallo a su alrededor, una y otra vez, sin parar, chillando a todo pulmón cuando el orgasmo me parte por la mitad y me quema como un incendio que lo consume todo. Estoy retorcida de una forma extraña, me caen lágrimas por la cara y siento que mi cuerpo late y se estremece.
Noto que Yulia se arrodilla, todavía dentro de mí, y me incorpora sobre su regazo. Me agarra la cabeza con una mano y la espalda con la otra y se corre con violencia en mi interior. Mi cuerpo todavía sigue temblando por las últimas convulsiones. Es demoledor, agotador, es el infierno… y el cielo a la vez. Es el
hedonismo elevado a la enésima potencia.
Yulia me arranca el antifaz y me besa. Me da besos en los ojos, en la nariz, en las mejillas. Me enjuga las lágrimas con besos y me coge la cara entre las manos.

—Te quiero, señora Volkova Katina —dice jadeando—. Aunque me pongas hecha una furia, me siento tan viva contigo… —No tengo energía suficiente para abrir los ojos o la boca para responder. Con mucho cuidado me tumba en la cama y sale de mí.

Intento protestar pero no puedo. Se baja de la cama y me suelta las esposas. Cuando me libera, me masajea las muñecas y los tobillos y después se tumba a mi lado otra vez, arropándome entre sus brazos. Estiro las piernas. Oh, Dios mío. Qué gusto. Qué bien me siento. Ese ha sido, sin duda, el orgasmo más intenso que he experimentado en mi vida. Mmm… Así es un polvo de castigo de Yulia Volkova… Cincuenta Sombras.
Tengo que portarme mal más a menudo.
Una necesidad imperiosa de mi vejiga me despierta. Al abrir los ojos me siento desorientada. Fuera está oscuro. ¿Dónde estoy? ¿En Londres? ¿En París? No… en el barco. Noto el cabeceo y oigo el ronroneo suave de los motores. Nos estamos moviendo. ¡Qué raro! Yulia está a mi lado, trabajando en su portátil, vestida informal con una camisa blanca de lino y unos pantalones chinos y descalza. Todavía tiene el pelo húmedo y huelo el jabón de la ducha reciente en su cuerpo y el olor a Yulia… Mmm.

—Hola —susurra mirándome con ojos tiernos.
—Hola —le sonrió sintiéndome tímida de repente—. ¿Cuánto tiempo llevo dormida?
—Una hora más o menos.
—¿Nos movemos?
—He pensado que como ayer salimos a cenar y fuimos al ballet y al casino, esta noche podíamos cenar a bordo. Una noche tranquila à deux.
Le sonrío.
—¿Y adónde vamos?
—A Cannes.
—Vale. —Me estiro porque me siento entumecida. Por mucho que me haya entrenado con Claude, nada podía haberme preparado para lo de esta tarde.

Me levanto porque necesito ir al baño. Cojo mi bata de seda y me la pongo apresuradamente. ¿Por qué me siento tan tímida? Siento sus ojos sobre mí. La miro, pero ella vuelve a su ordenador con el ceño fruncido.
Mientras me lavo las manos distraídamente en el lavabo recordando la velada en el casino, se me abre la bata. Me quedo mirándome en el espejo, alucinada.
Dios Santo, pero ¿qué me ha hecho?
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Mensaje por Aleinads 7/14/2016, 4:24 am

¿Que? En serio no sabre que le hizo? Joder que son intensas estas dos! cheers
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Mensaje por Zanini-volk 7/14/2016, 9:19 pm

Carajo!!! Este capítulo fue muuuuuuy intenso.

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Mensaje por VIVALENZ28 7/17/2016, 5:38 am

3

Me miro horrorizada las marcas rojas que tengo por toda la piel alrededor de los pechos. ¡Chupetones!
¡Estoy llena de chupetones! Estoy casada con una de las mujeres de negocios más respetadas de Estados Unidos y me ha llenado el cuerpo de chupetones… ¿Cómo no me he dado cuenta de que me estaba dejando todas esas marcas? Me sonrojo. Sé perfectamente cómo: en esos momentos la señora Orgásmica
estaba desplegando sus increíbles habilidades sexuales conmigo.
Mi subconsciente me mira por encima de los cristales de las gafas de media luna y chasquea la lengua con desaprobación, mientras la diosa que llevo dentro duerme apaciblemente en su chaise-longue, fuera de combate. Observo mi reflejo con la boca abierta. Tengo hematomas rojos alrededor de las muñecas por las esposas. Ya me avisó de que dejaban marcas. Examino mis tobillos; más hematomas. Joder, parece que haya sufrido un accidente.

Sigo mirándome, intentando reconocerme. Mi cuerpo está tan diferente últimamente… Ha cambiado de forma sutil desde que la conozco. Ahora estoy más delgada y en mejor forma y tengo el pelo brillante y bien cortado. Me he hecho la manicura, la pedicura y llevo las cejas perfectamente depiladas. Por primera vez en mi vida voy bien arreglada (excepto por esas horribles marcas de mordiscos).

Pero no quiero pensar en tratamientos de belleza ahora mismo. Estoy demasiado enfadada. ¿Cómo se atreve a marcarme así, como si fuera un adolescente? En el poco tiempo que llevamos juntas nunca me había hecho chupetones. Estoy horrible. No sé por qué me ha hecho esto. Maldita obsesa del control. ¡Pues no pienso tolerarlo! Mi subconsciente cruza los brazos por debajo de su pecho pequeño. Esta vez se ha pasado.

Salgo pisando fuerte del baño y entro en el vestidor, evitando a propósito mirar en su dirección. Me quito la bata y me pongo un pantalón de chándal y una camisola. Me suelto la trenza, cojo un cepillo del pelo del tocador y me peino para quitarme los nudos.

—Elena—me llama Yulia y noto ansiedad en su voz—, ¿estás bien?

La ignoro. ¿Que si estoy bien? Pues no, no estoy bien. Con lo que me ha hecho, dudo que pueda ponerme un bañador, y mucho menos uno de esos biquinis ridículamente caros durante lo que queda de luna de miel.
Pensar eso me enfurece. Pero ¿cómo se ha atrevido? Que si estoy bien… Me hierve la sangre. ¡Yo también sé comportarme como una adolescente! Regreso al dormitorio, le tiro el cepillo del pelo, me giro y vuelvo a salir,no sin antes ver su expresión asombrada y su rápida reacción de levantar el brazo para protegerse la cabeza,lo que provoca que el cepillo rebote inútilmente contra su antebrazo y aterrice en la cama.

Salgo del camarote hecha una furia, subo por las escaleras y salgo a la cubierta para dirigirme como una exhalación a la proa. Necesito un poco de espacio para calmarme. Está oscuro pero el aire es templado. La brisa cálida huele a Mediterráneo y a los jazmines y buganvillas de la costa. El Fair Lady surca sin esfuerzo el tranquilo mar color cobalto y yo apoyo los codos sobre la barandilla de madera, mirando la costa lejana en la que parpadean y titilan unas luces diminutas. Inspiro hondo despacio y empiezo a calmarme lentamente. Noto su presencia detrás de mí antes de oírle.

—Estás enfadada conmigo —susurra.
—No me digas, Sherlock.
—¿Muy enfadada?
—De uno a diez, estoy un cincuenta. Muy apropiado, ¿verdad?
—Oh, tanto… —Suena sorprendida e impresionada a la vez.
—Sí. A punto de llegar a la violencia —le digo con los dientes apretados.

Se queda callada y yo me giro y la miro con el ceño fruncido. Ella me devuelve la mirada con los ojos muy abiertos y llenos de precaución. Sé por su expresión y porque no ha hecho intento de tocarme que no está muy segura del terreno que pisa.

—Yulia, tienes que dejar de intentar meterme en vereda por tu cuenta. Ya dejaste claro cuál era el problema en la playa. Y de una forma muy eficaz, si no recuerdo mal.
Se encoge de hombros.
—Bueno, así seguro que no te vuelves a quitar la parte de arriba del biquini —dice en voz baja e irascible.
¿Y eso justifica lo que me ha hecho? La miro fijamente.
—No me gusta que me dejes marcas. No tantas, por lo menos. ¡Eso es un límite infranqueable! —le digo con furia.
—Y a mí no me gusta que te quites la ropa en público. Eso es un límite infranqueable para mí —gruñe.
—Creo que eso ya había quedado claro —respondo con los dientes apretados—. ¡Mírame! —Me bajo el cuello de la camisola para que me vea la parte superior de los pechos.

Los ojos de Yulia no abandonan mi cara y su expresión es cautelosa y vacilante. No está acostumbrada a verme así de enfadada. ¿Es que no ve lo que ha hecho? ¿No ve lo ridículo que está siendo? Quiero gritarle,pero me contengo. Es mejor no presionarla demasiado, porque Dios sabe lo que haría. Al fin suspira y me tiende las manos con las palmas hacia arriba en un gesto resignado y conciliador.

—Vale —dice en un tono apaciguador—. Lo entiendo.
¡Aleluya!
—¡Bien!
Se pasa una mano por el pelo.
—Lo siento. Por favor, no te enfades conmigo. —Parece arrepentida… y ha utilizado las mismas palabras que yo le dije a ella en la playa.
—A veces eres como una adolescente —le regaño testaruda, pero ya no hay enfado en mi voz y ella se da cuenta.
Se acerca y alza lentamente la mano para colocarme el pelo detrás de la oreja.
—Lo sé —reconoce en voz baja—. Tengo mucho que aprender.

Las palabras del doctor Flynn resuenan en mi cabeza: «Emocionalmente, Yulia es una adolescente, Lena.
Pasó totalmente de largo por esa fase de su vida. Ella ha canalizado todas sus energías en triunfar en el mundo de los negocios, y ha superado todas las expectativas. Tiene que poner al día su universo emocional».
El corazón se me ablanda un poco.

—Las dos tenemos mucho que aprender. —Suspiro y yo también levanto la mano para ponérsela sobre el corazón. No se aparta como hacía antes, pero se pone tensa. Cubre mi mano con la suya y sonríe tímidamente.
—Yo he aprendido que tiene usted un buen brazo y mejor puntería, señora Volkova Katina. Si no lo veo no me lo creo. Te subestimo constantemente y tú siempre me sorprendes.
Levanto una ceja.
—Eso es por las prácticas de lanzamientos con Sergey. Sé lanzar y disparar directa a la diana, señora Volkova.Más vale que lo tenga en cuenta.
—Intentaré no olvidarlo, señora Volkova Katina, o me ocuparé de que todos los objetos susceptibles de convertirse en proyectiles estén clavados y de que no tenga acceso a ningún arma.
Sonríe.
Yo le respondo también con una sonrisa y entorno los ojos.
—Soy una chica con recursos.
—Cierto —susurra y me suelta la mano para abrazarme. Me atrae hacia ella y hunde la nariz en mi pelo. Yo también la rodeo con mis brazos, abrazándola fuerte, y siento que la tensión abandona su cuerpo mientras me
acaricia—. ¿Me has perdonado?
—¿Y tú a mí?
Siento su sonrisa.
—Sí —responde.
—Ídem.
Nos quedamos de pie abrazadas y mi resentimiento queda atrás. Huele muy bien, adolescente o no. ¿Cómo me voy a resistir?
—¿Tienes hambre? —me pregunta un momento después. Tengo los ojos cerrados y la cabeza apoyada en su pecho.
—Sí. Estoy muerta de hambre. Toda esa… eh… actividad me ha abierto el apetito. Pero no voy vestida para cenar. —Seguro que en el comedor me miran raro si aparezco con pantalón de chándal y camisola.
—A mí me parece que vas bien, Elena. Además, el barco es nuestro toda la semana. Podemos vestirnos como nos dé la gana. Digamos que hoy es el martes informal en la Costa Azul. De todas formas, he pensado que podíamos cenar en cubierta.
—Sí, me apetece.
Me da un beso, un beso que dice «perdóname» con absoluta sinceridad, y después las dos caminamos de la mano hasta la proa, donde nos espera un gazpacho.
El camarero nos sirve la crème brûlée y se retira discretamente.
—¿Por qué siempre me trenzas el pelo? —le pregunto a Yulia por curiosidad. Estamos sentadas la una junta la otra en la mesa y tengo la pantorrilla enroscada con la suya. Estaba a punto de coger la cucharilla,pero se detiene un momento y frunce el ceño.
—Porque no quiero que se te quede enganchado el pelo en nada —me dice en voz baja y se queda perdida en sus pensamientos un instante—. Es una costumbre, supongo —añade como pensando en voz alta. De repente su ceño se hace más profundo, abre mucho los ojos y las pupilas se le dilatan por una súbita inquietud.

¿Qué habrá recordado? Es algo doloroso, algún recuerdo de su primera infancia, creo. No quiero que se acuerde de esas cosas. Me acerco y le pongo el dedo índice sobre los labios.

—No importa. No necesito saberlo. Solo tenía curiosidad. —Le dedico una sonrisa cálida y tranquilizadora. Sigue con la mirada perdida, pero poco después se relaja visiblemente con alivio evidente.Me inclino y le beso la comisura de la boca—. Te quiero —susurro. Ella me dedica esa sonrisa dolorosamente
tímida y yo me derrito—. Siempre te querré, Yulia.
—Y yo a ti —responde con un hilo de voz.
—¿A pesar de que sea desobediente? —Alzo una ceja.
—Precisamente porque lo eres, Elena. —Me sonríe.

Rompo con la cucharilla la capa de azúcar quemado del postre y niego con la cabeza. ¿Voy a entender a esta mujer alguna vez? Mmm… La crème brûlée está deliciosa.
Cuando el camarero retira los platos del postre, Yulia coge la botella de vino rosado y me rellena la copa.
Compruebo que estamos solas y le pregunto:

—¿De qué iba eso de no ir al baño?
—¿De verdad quieres saberlo? —me pregunta con media sonrisa y los ojos iluminados por un brillo lujurioso.
—¿Quiero? —Le miro a través de las pestañas y le doy un sorbo al vino.
—Cuanto más llena tengas la vejiga, más intenso será el orgasmo, Lena.
Me ruborizo.
—Ya veo. —Oh… Eso explica muchas cosas.
Ella sonríe y parece saber mucho más de lo que dice. ¿Siempre voy a ir un paso por detrás de la señora Experta en el Sexo?
—Eh, bueno… —Busco desesperadamente a mi alrededor algo que me permita cambiar de tema. Ella se compadece de mí.
—¿Qué quieres hacer el resto de la noche? —Ladea la cabeza y me dedica una sonrisa torcida.
Lo que tú quieras… ¿Probar esa teoría otra vez, quizá? Me encojo de hombros.
—Yo sé lo que quiero hacer —susurra. Coge su copa de vino, se levanta y me tiende la mano—. Ven.
Le cojo la mano y ella me lleva al salón principal.
Su iPod está conectado a los altavoces que hay encima del aparador. Lo enciende y escoge una canción.
—Baila conmigo —dice atrayéndome hacia sus brazos.
—Si insistes…
—Insisto, señora Volkova Katina.

Empieza una melodía provocativa y pegadiza. ¿Es un baile latino? Yulia me sonríe y empieza a moverse, arrastrándome con su ritmo y desplazándome por todo el salón.
Un hombre con la voz como caramelo fundido empieza a cantar. Es una canción que me suena, pero no sé de qué. Yulia me inclina hacia atrás y suelto un grito por la sorpresa y río. Ella sonríe con los ojos llenos de diversión. Me levanta de nuevo y me hace girar bajo su brazo.

—Bailas tan bien… —le comento—. Haces que parezca que yo sé bailar.
Sonríe enigmática pero no dice nada y me pregunto si será porque está pensando en ella… En la señora Robinson, la mujer que la enseñó a bailar… y a follar. Hacía tiempo que no pensaba en ella. Yulia no la ha mencionado desde su cumpleaños, y por lo que yo sé, su relación empresarial ha terminado. Pero tengo que admitir (a regañadientes) que era una buena maestra.
Vuelve a inclinarme y me da un beso suave en los labios.

—«Echaré de menos tu amor…» —tarareo la letra de la canción.
—Yo haría más que echar de menos tu amor —me dice a la vez que me hace girar de nuevo. Me canta bajito al oído y me derrite por dentro.
La canción termina y Yulia me mira con los ojos oscuros y ardientes, ya sin rastro de humor. Me quedo sin aliento.
—¿Quieres venir a la cama conmigo? —me dice en un murmullo. Es una súplica sincera que me ablanda el corazón.

Yulia, ya te dije «sí, quiero» hace dos semanas y media… Pero sé que es su forma de pedir disculpas y de asegurarse de que todo está bien entre las dos después de la discusión.
Cuando despierto el sol entra por los ojos de buey y su reflejo en el agua se proyecta en el techo del camarote formando brillantes dibujos caprichosos. A Yulia no se le ve por ninguna parte. Me estiro y sonrío.

Mmm… Me apunto para tener sexo de castigo y después sexo de reconciliación cualquier día. Es como acostarse con dos mujeres diferentes: la Yulia furiosa y la dulce que intenta compensarme con todos los medios a su alcance. Es difícil decidir cuál me gusta más.

Me levanto y voy al baño. Al abrir la puerta me encuentro a Yulia dentro cepillándose desnuda,cubierta con una toalla en su torso. Se gira y me sonríe; no le importa que la haya interrumpido. He descubierto que Yulia nunca cierra la puerta con el pestillo si es la única persona en la habitación; no tengo ni idea de por qué lo hace pero tampoco quiero pensarlo mucho.

—Buenos días, señora Volkova Katina —me dice. Irradia buen humor.
—Buenos días tenga usted. —Le sonrío y me quedo mirándola mientras se cepilla. Me encanta. Se enjuaga la boca. Sin darme cuenta me pongo a
imitar sus movimientos. Tomo un poco de pasta dental y me lo hecho en la boca. Se gira y se ríe de lo que estoy haciendo, todavía con el enjuague en la boca para luego escupirla.
—¿Disfrutando del espectáculo? —me pregunta.
Oh, Yulia, podría quedarme mirándote durante horas.
—Es uno de mis favoritos —le digo y ella se inclina y me da un beso rápido.
—¿Quieres que vuelva a hacértelo? —me dice en un susurro malicioso y me señala la maquinilla que tenia a un lado.
Frunzo los labios.
—No —le contesto fingiendo enfurruñarme—. La próxima vez me haré la cera.
Recuerdo lo bien que se lo pasó Yulia en Londres cuando descubrió que, durante una de sus reuniones en la ciudad, yo me había entretenido afeitándome todo el vello púbico por pura curiosidad. Pero claro, mi forma de afeitarme no cumplía con los rigurosos estándares de la señora Exigente…


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—Pero ¿qué diablos has hecho? —exclama Yulia.

No puede evitar poner una expresión de horrorizada diversión. Se sienta en la cama de la suite del Brown’s Hotel, cerca de Piccadilly, enciende la luz de la mesilla y me mira boquiabierta. Debe de ser medianoche. Me pongo del color de las sábanas del cuarto de juegos e intento tirar del camisón de seda para que no pueda verlo. Me coge la mano para detenerme.

—¡Lena!
—Me he… eh… afeitado.
—Ya veo. Pero ¿por qué? —Está sonriendo de oreja a oreja.
Me tapo la cara con las manos. ¿Por qué me da tanta vergüenza?
—Oye —me dice bajito y me aparta la mano—, no te escondas. —Se está mordiendo el labio para no reírse—. Dime, ¿por qué? —Sus ojos bailan risueños. ¿Por qué le parece tan divertido?
—No te rías de mí.
—No me estoy riendo de ti. Lo siento, es que estoy… encantada —dice al fin.
—Oh…
—Dímelo. ¿Por qué?
Inspiro hondo.
—Esta mañana, cuando te fuiste a la reunión, me estaba duchando y empecé a pensar en todas tus normas.
Ella parpadea. Ha desaparecido el humor de su expresión y ahora me mira precavida.
—Las estaba repasando una por una y preguntándome cómo me sentía acerca de cada una de ellas, y me acordé del salón de belleza y pensé… que esto es lo que a ti te gustaría. Pero no he podido reunir el coraje para hacérmelo con cera —confieso casi en un susurro.
Se me queda mirando con los ojos brillantes, esta vez no de diversión por la locura que acabo de hacer,sino de amor.
—Oh, Lena —dice en un jadeo. Se acerca y me besa con ternura—. Me tienes cautivada —murmura junto a mis labios y me besa otra vez, cogiéndome la cara con las manos.
Un momento después se aparta y se apoya en un codo. La diversión ha vuelto.
—Creo que tengo que hacer una inspección exhaustiva de su trabajo, señora Volkova Katina.
—¿Qué? ¡No! —¡Tiene que estar de coña! Me tapo para proteger esa zona recientemente deforestada.
—Oh, no, Elena. —Me coge las manos y las aparta. Se acerca con agilidad y en un segundo la tengo entre las piernas, agarrándome las manos junto a los costados. Me lanza una mirada ardiente que podría prender fuego a la madera seca, se inclina y pega los labios a mi vientre desnudo para seguir bajando
directamente hacia mi sexo. Me retuerzo contra su piel, resignada a mi destino—. Vamos a ver, ¿qué tenemos aquí? —Yulia me da un beso en un sitio que hasta esta mañana estaba cubierto por el vello púbico y me pasa su mentón.
—¡Oh! —exclamo. Uau… qué sensible.
Los ojos de Yulia me miran con intensidad, llenos de una necesidad lujuriosa.
—Creo que te has dejado un poquito —dice y tira suavemente del vello que hay en un punto bastante inaccesible.
—Oh… vaya. —Espero que eso ponga fin a ese escrutinio francamente indiscreto.
—Tengo una idea. —Salta desnuda de la cama y va al baño.

Pero ¿qué va a hacer? Vuelve poco después con un vaso de agua, mi maquinilla de afeitar, una brocha, jabón de afeitar y una toalla. Pone el agua, la brocha, el jabón y la maquinilla en la mesita de noche y me mira con la toalla en la mano.
¡Oh, no! Mi subconsciente cierra de golpe las Obras completas de Charles Dickens, salta del sofá y pone los brazos en jarras.

—¡No, no y no! —chillo.
—Señora Volkova Katina, si se hace algo, mejor hacerlo bien. Levanta las caderas. —Sus ojos son del color azul como el cielo.
—¡Yulia! No me vas a afeitar.
Ladea la cabeza.
—¿Y por qué no?
Me ruborizo… ¿no es obvio?
—Porque… es demasiado…
—¿Íntimo? —termina mi frase—. Lena, estoy deseando tener intimidad contigo, ya lo sabes. Además,después de todo lo que hemos hecho, no sé por qué te pones pudorosa ahora. Me conozco esa parte de tu cuerpo mejor que tú.
La miro con la boca abierta. Pero qué arrogante. Aunque es cierto que lo conoce bien, pero aun así…
—¡No está bien! —Sueno remilgada y quejica.
—Claro que está bien… y es excitante.
¿Excitante? ¿Ah, sí?
—¿Esto te excita? —No puedo evitar el tono de asombro.
Ella ríe burlona.
—¿Es que no lo ves? —pregunta señalando su erección con la cabeza—. Quiero afeitarte —me susurra.
Oh, qué demonios… Me tumbo y me tapo la cara con un brazo; no quiero mirar.
—Si eso te hace feliz, Yulia, hazlo. Eres una pervertida, ¿lo sabías? —le digo a la vez que levanto las caderas y ella coloca la toalla bajo mi culo. Me da un beso en la parte interior del muslo.
—Nena, qué razón tienes.
Oigo el ruido del agua cuando moja la brocha en el vaso y después el susurro de la brocha al impregnarla de jabón. Me coge el tobillo izquierdo y me abre las piernas. La cama se hunde cuando se sienta entre ellas.
—Ahora mismo tengo muchas ganas de atarte —me dice.
—Prometo quedarme quieta.
—Vale.

Doy un respingo cuando me pasa la brocha llena de jabón sobre el hueso púbico. Está templada. El agua del vaso debe de estar caliente. Me revuelvo un poco. Me hace cosquillas… pero me gusta.

—No te muevas —me ordena Yulia y vuelve a pasar la brocha—. O te ato —añade en tono amenazante y un escalofrío me recorre la espalda.
—¿Has hecho esto antes? —le pregunto cuando va a coger la maquinilla.
—No.
—Oh. Qué bien. —Sonrío.
—Otra primera vez, señora Volkova Katina.
—Mmm. Me gustan las primeras veces.
—A mí también. Allá voy. —Con una suavidad que me sorprende pasa la maquinilla por esa piel tan sensible—. Quédate muy quieta —dice en un tono distraída y sé que es porque está muy concentrada en lo que tiene entre manos. Solo tarda unos minutos. Después coge la toalla y me quita con ella el jabón sobrante—. Ya. Ahora está mejor —dice para sí. Yo levanto el brazo para mirarle y ella se sienta para admirar su obra.
—¿Ya estás contenta? —le pregunto con voz ronca.
—Sí, mucho. —Me sonríe con malicia y mete lentamente un dedo en mi interior.
—Fue divertido —dice con un brillo burlón en los ojos.
—Tal vez para ti. —Intento hacer un mohín, pero tengo que reconocer que tiene razón. Fue… excitante.

—Me parece recordar que lo que pasó después fue muy satisfactorio.
Yulia vuelve a su afeitado. Yo me miro los dedos. Sí que lo fue. No tenía ni idea de que la ausencia de vello púbico podía hacer que fuera tan diferente.
—Oye, que te estaba tomando el pelo. ¿No es eso lo que hacen las esposas cuando están perdidamente enamoradas de sus mujeres? —Yulia me levanta la barbilla y me mira. Sus ojos están llenos de aprensión mientras intenta leer mi expresión.
Mmm… Ha llegado el momento de la revancha.
—Siéntate —le ordeno.

Ella se me queda mirando sin comprender. La empujo suavemente para que se siente en el único taburete blanco que hay en el baño. Obedece, perpleja, y yo le quito la maquinilla.

—Lena… —empieza a decir cuando se da cuenta de mis intenciones. Yo me acerco y la beso.
—Abre las piernas —le pido.
Ella duda.
—Donde las dan las toman, señora Volkova.
Se me queda mirando con una incredulidad divertida y a la vez cauta.
—¿Sabes lo que haces? —me pregunta con voz grave. Niego con la cabeza de una forma deliberadamente lenta, intentando parecer lo más seria posible. Ella cierra los ojos, niega también y al fin se rinde y deja caer hacia atrás la cabeza.
Me rio por como se pone al ver la maquinilla.
- Creías que haría lo mismo contigo?
Yulia suelta el aire.
—Nunca sé lo que vas a hacer, Lena, pero no… No intencionadamente al menos.
—Nunca te haría daño intencionadamente, Yulia.
Abre los ojos y me rodea con los brazos.
—Lo sé

Sube la mano por mi pierna, arrastrando mi camisón hasta el muslo, y me levanta para ponerme a horcajadas sobre su regazo. Mantengo el equilibrio apoyando las manos en sus brazos.

—¿Quieres que te lleve a alguna parte hoy?
—A tomar el sol no, ¿verdad? —le digo arqueando una ceja mordaz.
Se humedece los labios en un gesto nervioso.
—No, hoy no tomamos el sol. Tal vez te apetezca hacer otra cosa. Hay un sitio que podríamos visitar…
—Bueno, como estoy llena de los chupetones que tú me has hecho, lo que me impide absolutamente cualquier actividad con poca ropa, ¿por qué no?
Decide sabiamente ignorar mi tono.
—Hay que conducir un buen trecho, pero por lo que he leído, merece la pena visitarlo. Mi padre también me recomendó que fuéramos. Es un pueblecito en lo alto de una colina que se llama Saint-Paul-de-Vence.Hay unas cuantas galerías en el pueblo. He pensado que podríamos comprar algún cuadro o alguna escultura para la casa nueva, si encontramos algo que nos guste.

Me echo un poco hacia atrás y la miro. Arte… Quiere comprar obras de arte. ¿Cómo voy a comprar yo arte?

—¿Qué? —me pregunta.
—Yo no sé nada de arte, Yulia.
Ella se encoge de hombros y me sonríe indulgente.
—Solo vamos a comprar algo que nos guste. No estamos hablando de inversiones.
¿Inversiones? Oh…
—¿Qué? —repite.
Niego con la cabeza.
—Ya sé que solo hemos visto los dibujos de la arquitecta… Pero no pasa nada por mirar, y además parece que es un pueblo medieval con mucho encanto.
Oh, la arquitecta. ¿Por qué ha tenido que recordármela…? Gia Matteo, una amiga de Dimitri que ya reformó la casa de Yulia en Aspen. Durante las reuniones para revisar los planos ha estado pegada a Yulia como una lapa.
—¿Qué te pasa ahora? —quiere saber Yulia. Niego con la cabeza—. Dímelo —insiste.
¿Cómo le voy a decir que no me gusta Gia? Es irracional. No quiero ser la típica mujer celosa.
—¿No seguirás enfadada por lo que hice ayer? —Suspira y entierra la cara entre mis pechos.
—No. Tengo hambre —le digo sabiendo que eso la distraerá del interrogatorio.
—¿Y por qué no lo has dicho antes? —Me baja de su regazo y se pone de pie.

Saint-Paul-de-Vence es un pueblo medieval fortificado situado en la cumbre de una colina, uno de los lugares más pintorescos que he visto en mi vida. Paseo con Yulia por las estrechas calles adoquinadas con la mano metida en el bolsillo de atrás de sus pantalones cortos. Igor y Gaston o Philippe (no sé diferenciarlos)
nos siguen unos pasos por detrás. Pasamos por una plaza cubierta de árboles en la que tres ancianos, uno de ellos tocado con una boina tradicional a pesar del calor, juegan a la petanca. El lugar está bastante lleno de turistas, pero me siento cómoda rodeada por el brazo de Yulia. Hay tantas cosas que ver: estrechas callejas y pasajes que llevan a patios con intrincadas fuentes de piedra, esculturas antiguas y modernas y pequeñas tiendas y boutiques fascinantes.

En la primera galería Yulia mira distraída unas fotografías eróticas chupando la patilla de sus gafas de aviador. Son obra de Florence D’Elle; mujeres desnudas en diferentes posturas.

—No es lo que tenía en mente —digo. Me hacen pensar en la caja de fotografías que encontré en el armario de Yulia (ahora nuestro armario). Me pregunto si llegó a destruirlas.
—Yo tampoco —dice Yulia sonriéndome. Me coge la mano y pasamos al siguiente artista. Sin darme cuenta me encuentro preguntándome si debería dejarle que me hiciera fotos.

La siguiente exposición es de una pintora especializada en naturalezas muertas: frutas y verduras muy detalladas y con unos colores impresionantes.

—Me gustan esos —digo señalando tres cuadros con pimientos—. Me recuerdan a ti cortando verduras en mi apartamento. —Río. La comisura de la boca de Yulia se eleva cuando intenta, sin éxito, ocultar su diversión.
—Creo que lo hice bastante bien —murmura—. Solo soy un poco lenta, eso es todo. —Me abraza—.Además, me estabas distrayendo. ¿Y dónde los pondrías?
—¿Qué?
Yulia me acaricia la oreja con la nariz.
—Los cuadros… ¿Dónde los pondrías? —Me muerde el lóbulo de la oreja y la sensación me llega hasta la entrepierna.
—En la cocina —respondo.
—Mmm. Buena idea, señora Volkova Katina.
Miro el precio. Cinco mil euros cada uno. ¡Madre mía!
—¡Son carísimos! —exclamo.
—¿Y qué? —Vuelve a acariciarme—. Acostúmbrate, Lena. —Me suelta y se acerca al mostrador, donde una mujer joven vestida completamente de blanco le mira con la boca abierta. Estoy a punto de poner los ojos en blanco, pero prefiero centrar mi atención en los cuadros. Cinco mil euros, vaya…

Acabamos de terminar de comer y nos estamos relajando con el café en el Hotel Le Saint Paul. La vista de la campiña circundante es magnífica. Viñas y campos de girasoles forman un mosaico en la llanura salpicado aquí y allá por bonitas granjas francesas. Hace un día precioso, así que desde donde estamos se puede ver hasta el mar, que brilla en el horizonte. Yulia interrumpe mis pensamientos.

—Me has preguntado por qué te trenzo el pelo —dice. Su tono me alarma. Parece… culpable.
—Sí. —Oh, mierda.
—La puta adicta al crack me dejaba jugar con su pelo, creo. Pero no sé si es un recuerdo o un sueño.

Oh, su madre biológica.
Me mira, pero su expresión es impenetrable. El corazón se me queda atravesado en la garganta. ¿Qué puedo decir cuando me cuenta cosas como esa?

—Me gusta que juegues con mi pelo —digo con tono vacilante.
Ella me mira insegura.
—¿Ah, sí?
—Sí. —Es verdad. Le cojo la mano—. Creo que querías a tu madre biológica, Yulia.

Ella abre mucho los ojos y se me queda mirando impasible, sin decir nada.
Maldita sea, ¿me he pasado? Di algo, Cincuenta, por favor… Pero sigue tozudamente callada, mirándome con esos ojos azules insondables mientras el silencio se cierne sobre nosotras. Parece perdida.
Mira mi mano agarrando la suya y frunce el ceño.

—Di algo —le pido en un susurro porque no puedo soportar el silencio ni un segundo más.
Niega con la cabeza y suspira.
—Vámonos. —Me suelta la mano y se pone de pie con expresión hosca. ¿Me he pasado de la raya? No tengo ni idea. Se me cae el alma a los pies y no sé si decir algo más o dejarla estar. Me decido por esto último y le sigo hacia la salida del restaurante obedientemente.
En una de las preciosas callejuelas estrechas me coge la mano.
—¿Adónde quieres ir?
¡Oh, habla! Y no está furiosa conmigo… Gracias a Dios. Suspiro aliviada y me encojo de hombros.
—Me alegro de que todavía me hables.
—Ya sabes que no me gusta hablar de toda esa mierda. Es pasado. Se acabó —responde en voz baja.

No, Yulia, no se acabó. Ese pensamiento me pone triste y por primera vez me pregunto si acabará alguna vez. Siempre será Cincuenta Sombras… Mi Cincuenta Sombras. ¿Quiero que cambie? No, la verdad es que no. Solo quiero que se sienta querida. La miro a hurtadillas y admiro su belleza cautivadora… Y es mía. No solo estoy encandilada por el atractivo de su preciosa cara y de su cuerpo; es lo que hay debajo de la perfección, su alma frágil y herida, lo que me atrae, lo que me acerca a ella.

Me mira de esa forma medio divertida medio precavida y absolutamente sexy y me rodea los hombros con el brazo. Después caminamos entre los turistas hacia el lugar donde Philippe/Gaston ha aparcado el espacioso Mercedes. Vuelvo a meter la mano en el bolsillo de atrás de los pantalones cortos de Yulia, encantada de que no esté enfadada. ¿Qué niña de cuatro años no quiere a su madre, por muy mala madre que sea? Suspiro profundamente y la abrazo más fuerte. Sé que detrás de nosotros va el equipo de seguridad y me pregunto
distraídamente si habrán comido.

Yulia se para delante de una pequeña joyería y mira el escaparate y después a mí. Me coge la mano libre y me pasa el pulgar por la marca roja de las esposas, que ya está desapareciendo, y la mira fijamente.

—No me duele —le aseguro. Se retuerce para que saque la otra mano de su bolsillo, me coge también esa mano y la gira para examinarme la muñeca. El reloj Omega de platino que me regaló en el desayuno de nuestra primera mañana en Londres oculta la marca. La inscripción todavía me emociona.

Elena
Tú eres mi «más»
Mi amor, mi vida
Yulia

A pesar de todo, de todas sus sombras, mi esposa es una romántica. Observo las leves marcas de mis muñecas. Pero también puede ser un poco salvaje a veces. Me suelta la mano izquierda y me coge la barbilla con los dedos para levantármela y analizar mi expresión con ojos preocupados.

—No me duelen —repito.
Se lleva mi mano a los labios y me da un suave beso de disculpa en la parte interna de la muñeca.
—Ven —dice, y entramos en la tienda.
—Póntela. —Yulia tiene abierta la pulsera de platino que acaba de comprar. Es exquisita, muy bellamente trabajada, con una filigrana con forma de flores abstractas con pequeños diamantes en el centro. Me la pone en la muñeca. Es ancha y dura y oculta la marca roja. Y le ha costado treinta mil euros, creo,aunque no he conseguido seguir la conversación en francés con la dependienta. Nunca he llevado nada tancaro—. Así está mejor —murmura.
—¿Mejor? —susurro mirándole a los ojos azules, consciente de que la dependienta delgada como un palo nos mira celosa y con cara de desaprobación.
—Ya sabes por qué lo digo —me explica Yulia insegura.
—No necesito esto. —Sacudo la muñeca y la pulsera se mueve. Un rayo de la luz de la tarde que entra por el escaparate de la joyería se refleja en los diamantes, que despiden brillantes arcoíris y llenan de color las paredes de la tienda.
—Yo sí —dice con total sinceridad.

¿Por qué? ¿Por qué necesita esto? ¿Acaso se siente culpable? ¿Por qué? ¿Por las marcas? ¿Por su madre biológica? ¿Por no contármelo? Oh, Cincuenta…

—No, Yulia, tú tampoco lo necesitas. Ya me has dado tantas cosas… Esta luna de miel tan mágica: Londres, París, la Costa Azul… Y a ti. Soy una chica con mucha suerte —le digo en un susurro y sus ojos se llenan de ternura.
—No, Elena. Yo soy la mujer afortunada.
—Gracias. — le rodeo el cuello con los brazos y le doy un beso, no por regalarme la pulsera, sino por ser mía.

De vuelta, en el coche está muy callada y mira por la ventanilla a los campos de girasoles que siguen al sol en su recorrido por el cielo, disfrutando de su calor. Uno de los gemelos (creo que es Gaston) conduce e Igor está sentado delante a su lado. Yulia está rumiando algo. Le cojo la mano y se la aprieto un poco. Me mira y me suelta la mano para acariciarme la rodilla. Llevo una falda corta con vuelo azul y blanca y una camiseta ajustada sin mangas también azul. Yulia se queda dudando y no sé si su mano va a subir por mi muslo o bajar por la pantorrilla. Me pongo tensa por la anticipación que me provoca el suave contacto de sus dedos y aguanto la respiración. ¿Qué va a hacer? Escoge ir hacia abajo y de repente me agarra el tobillo y se pone mi pie en el regazo. Giro sobre mi trasero para quedar de cara a ella en el asiento de atrás del coche.

—Quiero el otro también.

Miro nerviosamente a Igor y a Gaston, que mantiene los ojos fijos en la carretera que tenemos por delante, y pongo el otro pie en su regazo. Con la mirada tranquila extiende la mano y pulsa un botón que hay en su puerta. Delante de nosotros sale de un panel una pantalla ligeramente tintada y empieza a cerrarse. Diez segundos después estamos solas. Uau… Ahora entiendo por qué la parte de atrás de este coche es tan amplia.

—Quiero verte los tobillos —me explica Yulia. Su mirada transmite ansiedad.

¿Las marcas de las esposas? Oh, pensé que ya habíamos hablado suficiente de eso. Si tengo marcas, quedan ocultas por las tiras de las sandalias. No recuerdo haber visto ninguna esta mañana. Me acaricia suavemente con el pulgar el
empeine del pie derecho y eso hace que me retuerza un poco. Una sonrisa juguetea en sus labios mientras me suelta diestramente las tiras. Su sonrisa desaparece cuando se encuentra con las marcas rojas.

—No me duelen —le repito.

Me mira con expresión triste y la boca convertida en una fina línea. Asiente como si aceptara mi palabra y yo sacudo el pie para librarme de la sandalia, que cae al suelo. Pero sé que ya la he perdido. Está distraída,rumiando algo, me acaricia el pie mecánicamente mientras mira por la ventanilla del coche.
—Oye, ¿qué esperabas? —le pregunto con dulzura.
Me mira y se encoge de hombros.
—No esperaba sentirme como me siento cuando veo esas marcas —me responde.
Oh… Reticente en un momento y comunicativa al siguiente. Cincuenta… ¿Cómo voy a ser capaz de seguirle?
—¿Y cómo te sientes?
Me mira con los ojos sombríos.
—Incómoda —dice en voz baja.

¡Oh, no! Me desabrocho el cinturón de seguridad y me acerco a ella sin bajar los pies de su regazo. Quiero sentarme ahí y abrazarla, y lo haría si solo estuviera Igor en el asiento de delante. Pero saber que Gaston también está ahí me frena a pesar del cristal tintado. Si fuera un poco más oscuro… Le agarro las manos.

—Lo que no me gusta son los chupetones —le digo en un susurro—. Lo demás… lo que hiciste… —bajo la voz todavía más— con las esposas, eso me gustó. Bueno, algo más que gustarme. Fue alucinante. Puedes volver a hacérmelo cuando quieras.
Se revuelve en su asiento.
—¿Alucinante?
La diosa que llevo dentro levanta la vista de su libro de Jackie Collins, sorprendida.
—Sí —le digo sonriendo. Su paquete está justo debajo de mis pies y noto que empieza a ponerse duro.

Flexiono los dedos del pie y veo más que oigo su repentina inhalación y cómo se separan sus labios.

—Debería ponerse el cinturón, señora Volkova Katina. —Su voz suena ronca y yo repito la flexión de mis dedos.

Vuelve a inhalar y los ojos se le van oscureciendo a la vez que me agarra el tobillo a modo de advertencia.
¿Quiere que pare? ¿O que continúe? Se queda quieta bruscamente, frunce el ceño y saca del bolsillo la BlackBerry que va con ella a todas partes para atender una llamada. Mira el reloj y frunce el ceño un poco más.

—Barney —contesta.

Mierda. El trabajo nos vuelve a interrumpir. Trato de retirar el pie, pero ella me agarra el tobillo con más fuerza para evitarlo.
—¿En la sala del servidor? —dice incrédula—. ¿Se activó el sistema de supresión de incendios?
¡Un incendio! Intento apartar de nuevo los pies de su regazo y esta vez me lo permite. Me siento correctamente, me abrocho el cinturón y jugueteo nerviosa con la pulsera de treinta mil euros. Yulia vuelve a apretar el botón de la puerta y el cristal tintado baja.
—¿Hay alguien herido? ¿Daños? Ya veo… ¿Cuándo? —Consulta otra vez su reloj y después se pasa los dedos por el pelo—. No. Ni los bomberos ni la policía. Todavía no, al menos.

¿Un incendio? ¿En la oficina de Yulia? La miro con la boca abierta, mi mente a mil por hora. Igor se gira para poder oír la conversación.

—¿Eso ha hecho? Bien… Vale. Quiero un informe detallado de daños. Y una lista de todos los que hayan entrado en los últimos cinco días, incluyendo el personal de limpieza… Localiza a Andrea y que me llame…Sí, parece que el argón ha sido eficaz. Vale su peso en oro…
¿Informe de daños? ¿Argón? Me suena lejanamente de alguna clase de química… Creo que es un elemento de la tabla periódica.
—Ya me doy cuenta de que es pronto… Infórmame por correo electrónico dentro de dos horas… No,necesito saberlo. Gracias por llamar. —Yulia cuelga e inmediatamente marca otro número en la BlackBerry.
—Welch… Bien… ¿Cuándo? —Yulia vuelve a mirar el reloj—. Una hora… sí… Veinticuatro horas,siete días en el almacenamiento de datos externo… Bien. —Cuelga.
—Philippe, necesito estar a bordo en una hora.
—Sí, monsieur.
Mierda, es Philippe, no Gaston. El coche acelera. Yulia me mira con una expresión inescrutable.
—¿Hay alguien herido? —le pregunto.
Yulia niega con la cabeza.
—Muy pocos daños. —Estira el brazo, me coge la mano y me la aprieta tranquilizador—. No te preocupes por eso. Mi equipo se está ocupando de ello. —Y ahí está la presidenta, al mando, ejerciendo el control, sin ponerse nerviosa.
—¿Dónde ha sido el incendio?
—En la sala del servidor.
—¿En las oficinas de Volkova Enterprises?
—Sí.
Me está dando respuestas telegráficas, así que me doy cuenta de que no quiere hablar de ello.
—¿Por qué ha habido tan pocos daños?
—La sala del servidor tiene un sistema de supresión de incendios muy sofisticado.
Claro…
—Lena, por favor… no te preocupes.
—No estoy preocupada —miento.
—No estamos seguros de que haya sido provocado —me dice afrontando directamente la razón de mi ansiedad.
Me llevo la mano a la garganta por el miedo. Primero lo de Charlie Tango y ahora esto…

¿Qué será lo siguiente?
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Mensaje por Aleinads 7/17/2016, 9:05 pm

Alguien intenta hacer daño/matar/joder la vida de este par!!
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Mensaje por VIVALENZ28 7/18/2016, 6:10 am

4


Estoy inquieta. Yulia lleva encerrada en el estudio del barco más de una hora. He intentado leer, ver la televisión, tomar el sol (completamente vestida…), pero no puedo relajarme y tampoco librarme de este nerviosismo. Me cambio para ponerme unos pantalones cortos y una camiseta, me quito la pulsera
escandalosamente cara y voy en busca de Igor.

—Señora Lena—me saluda levantando la vista de su novela de Anthony Burgess, sorprendido. Está sentado en la salita que hay junto al estudio de Yulia.
—Me gustaría ir de compras.
—Sí, señora —dice poniéndose en pie.
—Quiero llevarme la moto de agua.
Se queda boquiabierto.
—Eh… —Frunce el ceño; no sabe qué decirme.
—No quiero molestar a Yulia con esto.
Él contiene un suspiro.
—Señora Lena… Mmm… No creo que a la señora Volkova le guste eso y yo preferiría no perder mi trabajo.

¡Oh, por todos los santos…! Tengo ganas de poner los ojos en blanco, pero en vez de eso, los entorno y suspiro profundamente para expresar, espero, la cantidad adecuada de indignación frustrada por no ser la dueña de mi propio destino. Pero no quiero que Yulia se enfade con Igor (ni conmigo, la verdad). Paso delante de él caminando confiadamente, llamo a la puerta del estudio y entro.
Yulia está al teléfono, inclinada sobre el escritorio de caoba. Levanta la vista.

—Andrea, ¿puedes esperar un momento, por favor? —dice por el teléfono con expresión seria. Me mira educadamente expectante. Mierda. ¿Por qué me siento como si estuviera en el despacho del director? Esta mujer me tuvo esposada ayer. Me niego a sentirme intimidada por ella. Es mi esposa, maldita sea. Me yergo y le muestro una amplia sonrisa.

—Me voy de compras. Me llevaré a alguien de seguridad conmigo.
—Bien, llévate a uno de los gemelos y también a Igor —me dice. Lo que está pasando debe de ser serio porque no me hace ninguna objeción. Me quedo de pie mirándole, preguntándome si puedo ayudar en algo
—. ¿Algo más? —añade impaciente. Quiere que me vaya.
—¿Necesitas que te traiga algo? —le pregunto.
Ella me dedica una sonrisa dulce y tímida.
—No, cariño, estoy bien. La tripulación se ocupará de mí.
—Vale. —Quiero darle un beso. Demonios, puedo hacerlo… ¡Es mi esposa! Me acerco decidida y le doy un beso en los labios, lo que la sorprende.
—Andrea, te llamo luego —dice por el teléfono. Deja la BlackBerry en el escritorio, me acerca a ella para abrazarme y me da un beso apasionado. Cuando me suelta, estoy sin aliento. Me mira con los ojos oscuros y llenos de deseo—. Me distraes. Necesito solucionar esto para poder volver a mi luna de miel. —Me recorre la cara con el dedo índice y me acaricia la barbilla, haciendo que levante la cabeza.
—Vale, perdona.
—No te disculpes. Me encanta que me distraigas. —Me da un beso en la comisura de la boca—. Vete a gastar dinero —dice liberándome.
—Lo haré. —Le sonrío y salgo del estudio. Mi subconsciente niega con la cabeza y frunce los labios: No le has dicho que querías coger la moto de agua, me regaña con voz cantarina. La ignoro… ¡Arpía!
Igor está esperando.
—Todo aclarado con el alto mando… ¿Podemos irnos? —Le sonrío intentando no mostrar sarcasmo en mi voz. Igor no oculta su sonrisa de admiración.
—Después de usted, señora Lena.

Taylor me explica pacientemente los controles de la moto de agua y cómo conducirla. Transmite una especie de autoridad tranquila y amable; es un buen profesor. Estamos en la lancha motora, cabeceando y meciéndonos en las tranquilas aguas del puerto junto al Fair Lady. Gaston nos observa, su expresión oculta por las gafas de sol, y un miembro de la tripulación se ocupa de manejar la lancha. Vaya… Tengo a tres personas pendientes de mí solo porque me apetece ir de compras. Es ridículo.
Me ciño el chaleco salvavidas y miro a Igor con una sonrisa encantadora. Él me tiende la mano para ayudarme a subir a la moto de agua.

—Átese la cinta de la llave del contacto a la muñeca, señora Lena. Si se cae, el motor se parará de forma automática —me aconseja.
—Vale.
—¿Lista?
Asiento entusiasmada.
—Pulse el botón de encendido cuando esté a un metro y medio del barco. La seguiremos.
—De acuerdo.
Empuja la moto para que se aparte de la lancha y me alejo flotando hacia al puerto. Cuando Igor me da la señal, pulso el botón y el motor cobra vida con un rugido.
—¡Bien, señora Lena, poco a poco! —me grita Igor.
Aprieto el acelerador. La moto de agua se lanza hacia delante y de repente se para. ¡Mierda! ¿Cómo lo hace Yulia para que parezca tan fácil? Lo intento de nuevo y de nuevo se para. ¡Mierda, mierda!
—¡Tiene que mantener la potencia, señora Lena!
—Sí, sí, sí… —murmuro entre dientes. Lo intento una vez más apretando la palanca muy suavemente y la moto vuelve a lanzarse hacia delante, pero esta vez sigue sin detenerse. ¡Sí! Y avanza un poco más. ¡Ja!

¡Sigue avanzando! Tengo ganas de gritar por la emoción, pero me controlo. Me voy alejando del yate hacia el puerto. Detrás de mí oigo el ruido ronco de la lancha. Aprieto el acelerador un poco más y la moto coge velocidad, deslizándose por el agua. Noto la brisa cálida en el pelo y la fina salpicadura del agua del mar y me siento libre. ¡Esto es genial! No me extraña que Yulia nunca me deje conducirla. En vez de dirigirme a la orilla y acabar con la diversión, giro para rodear el majestuoso Fair Lady. Uau… Esto es divertidísimo.

Ignoro a Igor y al resto de la gente que me sigue y aumento la velocidad una vez más mientras rodeo el barco. Cuando completo el círculo, veo a Yulia en la cubierta. Creo que me mira con la boca abierta, pero desde esta distancia es difícil decirlo. Valientemente suelto una mano del manillar y le saludo con entusiasmo.
Parece petrificada, pero al final levanta la mano de una forma un poco rígida. No puedo distinguir su expresión, pero algo me dice que es mejor así. Terminada la vuelta decido dirigirme al puerto deportivo acelerando por el agua azul del Mediterráneo, que brilla bajo el sol de última hora de la tarde.

En el muelle espero a que Igor amarre la lancha. Tiene la expresión lúgubre y se me cae el alma a los pies, aunque Gaston parece algo divertido. Me pregunto si habrá habido algún incidente que haya enturbiado las relaciones galo americanas, pero en el fondo me doy cuenta de que seguramente el problema soy yo.
Gastón salta de la lancha y la amarra mientras Igor me hace señas para que me sitúe a un lado de la embarcación. Con mucho cuidado acerco la moto a la lancha y yo quedo a su altura. Su expresión se suaviza un poco.

—Apague el motor, señora Lena —me dice con tranquilidad estirándose para coger el manillar y tendiéndome una mano para ayudarme a pasar a la lancha.
Subo a bordo con agilidad, sorprendida de no haberme caído.
—Señora Lena —dice Igor algo nervioso y sonrojándose—, a la señora Volkova no le ha gustado mucho que haya conducido la moto de agua. —Es evidente que está a punto de morirse de la vergüenza y me doy cuenta de que seguramente ha recibido una llamada enfurecida de Yulia. Oh, mi pobre esposa, patológicamente sobreprotector, ¿qué voy a hacer contigo?
Sonrío a Igor para tranquilizarlo.
—Bueno, Igor, la señora Volkova no está aquí y si no le ha gustado, estoy segura de que tendrá la cortesía de decírmelo en persona cuando vuelva a bordo.
Igor hace una mueca de dolor.
—Está bien, señora Lena —me dice y me tiende el bolso.

Cuando bajo de la lancha veo el destello de una sonrisa reticente en los labios de Igor y eso me da ganas de sonreír a mí también. Le tengo cariño a Igor, pero no me gusta que me regañe… No es ni mi padre ni mi esposa.
Suspiro. Yulia estará furiosa… Y ya tiene suficientes cosas de las que preocuparse en este momento.
¿En qué estaría pensando? Mientras estoy de pie en el muelle esperando a que Igor baje de la lancha, siento que mi BlackBerry vibra dentro del bolso y me pongo a rebuscar hasta que la encuentro. «Your Love Is King» de Sade es el tono de llamada que tiene Yulia… y solo Yulia.

—Hola.
—Hola —responde.
—Volveré en la lancha. No te enfades.
Oigo su exclamación silenciosa de sorpresa.
—Mmm…
—Pero ha sido divertido —le susurro.
Suspira.
—Bueno, no quisiera estropearle la diversión, señora Volkova Katina. Pero ten cuidado. Por favor.
Oh, madre mía. ¡Me ha dado permiso para divertirme!
—Lo tendré. ¿Quieres algo de la ciudad?
—Solo a ti, entera.
—Haré todo lo que pueda para conseguirlo, señora Volkova.
—Me alegro de oírlo, señora Volkova Katina.
—Nos proponemos complacer —le respondo con una sonrisa.
Oigo la sonrisa en su voz.
—Tengo otra llamada. Hasta luego, nena.
—Hasta luego, Yulia.

Cuelga. Me parece que he evitado la crisis de la moto de agua. El coche me espera e Igor tiene la puerta abierta aguardándome. Le guiño un ojo al subir y él niega con la cabeza, divertido.
En el coche abro mi correo en la BlackBerry.



De: Lena Volkova Katina
Fecha: 17 de agosto de 2011 16:55
Para: Yulia Volkova
Asunto: Gracias…

Por no ser demasiado cascarrabias.
Tu esposa que te quiere.

xxx

De: Yulia Volkova
Fecha: 17 de agosto de 2011 16:59
Para: Lena Volkova Katina
Asunto: Intentando mantener la calma

De nada.
Vuelve entera.
Y no te lo estoy pidiendo.

x
Yulia Volkova
Esposa sobreprotectora y presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.


Su respuesta me hace sonreír. Mi obsesa del control…
¿Por qué he querido ir de compras? Odio ir de compras. Pero en el fondo sé por qué y camino decidida por delante de Chanel, Gucci, Dior y las otras boutiques de diseñadores y al fin encuentro el antídoto a lo que me aqueja en una tiendecita para turistas llena a reventar. Es una pulsera de tobillo de plata con corazones y campanitas. Tintinea alegremente y solo cuesta cinco euros. Me la pongo nada más comprármela. Esta soy yo, estas son las cosas que me gustan. Inmediatamente me siento más cómoda. No quiero perder el contacto con la chica a la que le gustan esas cosas, nunca. No solo estoy abrumada por la propia Yulia, sino también por lo rica que es. ¿Me acostumbraré alguna vez a eso?

Igor y Gaston me siguen diligentemente entre las multitudes de última hora de la tarde y no tardo en olvidarme de que están ahí. Quiero comprarle algo a Yulia, algo que aleje su mente de lo que está pasando en Seattle. Pero ¿qué se le puede comprar a alguien que lo tiene todo? Me detengo en una pequeña plaza
moderna rodeada de tiendas y me pongo a estudiarlas una por una. Mientras miro una tienda de electrónica me viene a la mente nuestra visita a la galería unas horas antes y el día que visitamos el Louvre. Estábamos contemplando la Venus de Milo cuando Yulia dijo algo que ahora resuena en mi cabeza: «Todos
admiramos las formas femeninas. Nos encanta mirarlas tanto si están esculpidas en mármol como si se ven reproducidas en óleos, sedas o películas».

Eso me da una idea, una un poco atrevida. Pero necesito ayuda para elegir y solo hay una persona que puede ayudarme. Saco la BlackBerry de mi bolso con alguna dificultad y llamo a José.

—¿Sí? —dice con voz adormilada.
—José, soy Lena.
—¡Lena, hola! ¿Dónde estás? ¿Estás bien? —Ahora suena más alerta; está preocupado.
—Estoy en Cannes, en el sur de Francia. Y estoy bien.
—En el sur de Francia, ¿eh? ¿En un hotel de lujo?
—Mmm… no. Estamos en un barco.
—¿Un barco?
—Uno grande… y lujoso —especifico con un suspiro.
—Ya veo. —Su tono se ha vuelto frío… Mierda, no debería haberle llamado. Esto es lo último que necesito ahora mismo.
—José, necesito tu consejo.
—¿Mi consejo? —Suena asombrado—. Claro —dice y esta vez suena mucho más amable. Le cuento mi plan.

Dos horas después, Igor me ayuda a salir de la lancha motora y a subir por la escalerilla hasta la cubierta.
Gaston está ayudando a los miembros de la tripulación con la moto de agua. A Yulia no se la ve por ninguna parte y yo me escabullo al camarote para envolver su regalo, sintiendo un placer infantil.

—Has estado fuera un buen rato. —Yulia me sorprende justo cuando estoy poniendo el último trozo de celo. Me giro y la encuentro de pie en el umbral de la puerta del camarote, mirándome fijamente. ¿Voy a tener problemas por lo de la moto de agua? ¿O será por lo del fuego en la oficina?
—¿Todo está controlado en la oficina? —le pregunto.
—Más o menos —dice y una expresión irritada cruza momentáneamente su cara.
—He estado haciendo compras. —Espero que eso le mejore el humor y rezo para que esa irritación que veo no esté dirigida a mí. Me sonríe con ternura y sé que nosotras estamos bien.
—¿Qué has comprado?
—Esto. —Pongo el pie sobre la cama y le enseño la pulsera de tobillo.
—Muy bonita —dice. Se acerca y roza las campanitas para que tintineen dulcemente junto a mi tobillo.
Frunce el ceño y me roza con suavidad la marca roja, lo que hace que me cosquillee toda la pierna.
—Y esto. —Le tiendo la caja para intentar distraerle.
—¿Es para mí? —me pregunta sorprendida. Asiento tímidamente. Coge la caja y la agita un poco. Me dedica una sonrisa infantil y deslumbrante y se sienta a mi lado en la cama. Se inclina, me coge la barbilla y me da un beso—. Gracias —me dice con una felicidad tímida.
—Pero si todavía no lo has abierto…
—Seguro que me encanta, sea lo que sea. —Me mira con los ojos brillantes—. No me hacen muchos regalos, ¿sabes?
—Es difícil comprarte algo, porque ya lo tienes todo.
—Te tengo a ti.
—Es verdad. —Le sonrío. Oh, y qué verdad, Yulia…
Desenvuelve el regalo en cuestión de segundos.
—¿Una Nikon? —Me mira perpleja.
—Sé que tienes una cámara digital pequeña, pero esta es para… eh… retratos y esas cosas. Tiene dos lentes.
Parpadea sin comprender.
—Hoy en la galería te han gustado mucho las fotos de Florence D’Elle. Y me he acordado de lo que me dijiste en el Louvre. Y, bueno, también están esas otras fotografías… —Trago saliva y hago un esfuerzo por no pensar en las fotos que encontré en su armario.
Ella contiene la respiración y abre mucho los ojos cuando comprende al fin. Sigo hablando de forma atropellada antes de que pierda toda la valentía.
—He pensado que tal vez… eh… te gustaría hacer fotos… de mi cuerpo.
—¿Fotos? ¿Tuyas? —Me mira con la boca abierta, ignorando la caja que tiene en el regazo.

Asiento intentando desesperadamente evaluar su reacción. Finalmente devuelve su atención a la caja y sigue con los dedos el contorno de la ilustración de la cámara que hay en la tapa con reverencia y fascinación.
¿Qué estará pensando? No es la reacción que esperaba y mi subconsciente me observa como si fuera una animal de granja domesticado. Yulia nunca reacciona como yo espero. Levanta la vista de nuevo con los ojos llenos de… ¿qué? ¿Dolor?

—¿Por qué has pensado que podría querer algo así? —me pregunta desconcertada.
¡No, no, no! Has dicho que te iba a encantar…
—¿No lo quieres? —le pregunto negándome a escuchar a mi subconsciente, que se está cuestionando por qué iba a querer nadie hacerme fotos eróticas a mí. Yulia traga saliva y se pasa una mano por el pelo.
Parece tan perdida, tan confusa. Inspira profundamente.
—Para mí esas fotos eran como una póliza de seguros, Lena. He convertido a las mujeres en objetos durante mucho tiempo. —Hace una pausa incómoda.
—¿Y te parece que hacerme fotos es… convertirme en un objeto a mí también? —Me quedo sin aire y pálida cuando toda la sangre abandona mi cara.
Cierra los ojos con fuerza.
—Estoy muy confundida —susurra. Cuando abre los ojos de nuevo se ven perdidos y llenos de pura emoción.
Mierda. ¿Es por mí? ¿Por mis preguntas de antes sobre su madre biológica? ¿Por el incendio en la oficina?
—¿Por qué dices eso? —le pregunto en voz baja. Tengo la garganta atenazada por el pánico. Creía que estaba feliz. Que las dos lo estábamos. Creía que le estaba haciendo feliz. No quiero confundirla. ¿O sí? Mi mente empieza a funcionar a toda velocidad. No ha visto al doctor Flynn en tres semanas. ¿Es eso? ¿Esa es la razón para que este así? Mierda, ¿debería llamar al doctor?

Pero en un momento posiblemente único de extraordinaria profundidad y claridad consigo entenderla: el incendio, Charlie Tango, la moto de agua… Está
asustada. Tiene miedo por mí y verme esas marcas en la piel solo lo ha empeorado. Ha estado todo el día fijándose en ellas, sintiéndose mal, y no está acostumbrada a sentirse incómodo por su forma de infligir dolor.
Solo pensarlo me provoca un escalofrío.
Se encoge de hombros y una vez más sus ojos se van a mi muñeca, donde estaba la pulsera que me ha comprado. ¡Bingo!

—Yulia, estas marcas no importan —le aseguro levantando la muñeca y señalando la marca—. Me diste una palabra de seguridad. Mierda, Yulia… Lo de ayer fue divertido. Disfruté. No te machaques con eso. Me gusta el sexo duro, ya te lo he dicho. —Me ruborizo hasta ponerme escarlata a la vez que intento
sofocar el pánico que empiezo a sentir.
Me mira fijamente y no tengo ni idea de lo que está pensando. Tal vez esté sopesando mis palabras.
Continúo tartamudeando un poco.
—¿Es por el incendio? ¿Crees que hay alguna conexión con lo de Charlie Tango? ¿Por eso estás preocupada? Habla conmigo, Yulia, por favor.
No aparta la mirada de mí pero tampoco dice nada y el silencio se cierne sobre nosotras otra vez, como esta misma tarde. ¡Maldita sea! No me va a decir nada, lo sé.
—No le des más vueltas a esto, Yulia —le regaño en voz baja y las palabras resuenan en mi cabeza,removiendo un recuerdo del pasado reciente: lo que ella me dijo acerca de su estúpido contrato. Extiendo la mano, cojo la caja de su regazo y la abro. Me observa pasivamente, como si fuera una criatura extraterrestre fascinante. Sé que el vendedor de la tienda, muy amablemente, ha dejado la cámara lista para usarla, así que la saco de la caja y le quito la tapa a la lente. Le apunto y su hermosa cara llena de ansiedad queda justo en el
centro del marco. Pulso el botón y lo mantengo presionado y diez fotos de la expresión alarmada de Yulia quedan capturadas digitalmente para la posteridad.
—Pues yo te acabo de convertir en un objeto a ti —le digo volviendo a pulsar el obturador. En el último momento sus labios se curvan casi imperceptiblemente. Vuelvo a pulsarlo y esta vez está sonriendo… Una sonrisita, pero sonrisa al fin y al cabo. Pulso el botón otra vez y veo que se relaja físicamente y hace un mohín, completamente falso, un ridículo mohín de personaje de Acero azul y eso me hace reír. Oh, gracias a Dios. El señor Temperamental ha vuelto… Y nunca me he alegrado tanto de verla.
—Creía que era un regalo para mí —dice enfurruñada, aunque creo que es fingido.
—Bueno, se suponía que tenía que ser algo divertido, pero parece que es un símbolo de la opresión de la mujer —le respondo haciéndole más fotos y viendo en un primer plano como la diversión crece en su cara.
Entonces sus ojos se oscurecen y su expresión se vuelve depredadora.
—¿Quieres sentirte oprimida? —susurra con una voz suave como la seda.
—No. Oprimida no… —murmuro a la vez que le hago otra foto.
—Yo podría oprimirla muy bien, señora Volkova Katina —me amenaza con voz ronca.
—Sé que puede, señora Volkova. Y lo hace con frecuencia.
Su cara se pone triste. Mierda. Bajo la cámara y le miro.
—¿Qué pasa, Yulia? —Mi voz rezuma frustración. ¡Dímelo!
No dice nada. ¡Arrrggg! Me saca de quicio. Me acerco la cámara al ojo otra vez.
—Dímelo —insisto.
—No pasa nada —dice y de repente desaparece del visor. En un movimiento rápido y ágil tira la caja de la cámara al suelo del camarote, me agarra, me tumba sobre la cama y se sienta a horcajadas sobre mí.
—¡Oye! —exclamo y le hago más fotos mientras me sonríe con oscura resolución. Agarra la cámara por la lente y la fotógrafa se convierte en la fotografiada cuando me apunta con la Nikon y presiona el botón del
obturador.
—¿Así que quiere que le haga fotos, señora Volkova Katina? —me dice divertida. De su cara no puedo ver más que el pelo alborotado y la amplia sonrisa de su boca bien delineada—. Bien, pues para empezar, creo que
deberías estar riéndote —continúa y me hace cosquillas sin piedad bajo las costillas, lo que hace que chille,me retuerza, me ría y le agarre la muñeca en un vano intento de detenerle. Su sonrisa se hace más amplia y vuelve a hacerme fotos.
—¡No! ¡Para! —le grito.
—¿Estás de broma? —gruñe y deja la cámara a un lado para poder torturarme con ambas manos.
—¡Yulia! —protesto sin dejar de reírme y de resoplar. Nunca me había hecho cosquillas antes. ¡Joder, basta! Muevo la cabeza de lado a lado e intento escapar de debajo de su cuerpo y apartarle las manos sin dejar de reír, pero es implacable. No deja de sonreír, disfrutando de mi tormento.
—¡Yulia, para! —le suplico y se detiene de repente. Me coge las dos manos, me las sujeta a ambos lados de la cabeza y se inclina sobre mí. Estoy sin aliento, jadeando por la risa. Su respiración es tan agitada como la mía y me está mirando con… ¿qué? Mis pulmones dejan de funcionar. ¿Asombro? ¿Amor?
¿Veneración? Dios, esa mirada…
—Eres. Tan. Hermosa —dice entre jadeos.

Le miro a esa cara que tanto quiero hipnotizada por la intensidad de su mirada; es como si me estuviera viendo por primera vez. Se inclina más, cierra los ojos y me besa, embelesada. Su respuesta despierta mi libido… Verla así, anulada, por mí… Oh, Dios mío… Me suelta las manos y enrosca los dedos en mi pelo,
manteniéndome donde estoy sin ejercer fuerza. Mi cuerpo se eleva y se llena de excitación en respuesta a su beso. Y de repente cambia la naturaleza del beso; ya no es dulce y lleno de veneración y admiración. Ahora se vuelve carnal, profundo, devorador… Su lengua me invade la boca, cogiendo y no dando, en un beso con un punto desesperado y necesitado. Mientras el deseo se va extendiendo por mi sangre, despertando a los músculos y los tendones a su paso, siento un escalofrío de alarma.
Oh, Cincuenta, ¿qué pasa?
Inspira bruscamente y gruñe.
—Oh, pero qué haces conmigo… —murmura, salvaje y perdida. Con un movimiento rápido se tumba sobre mí y me aprieta contra el colchón. Con una mano me coge la barbilla y con la otra me recorre el cuerpo,los pechos, la cintura, la cadera y el culo. Vuelve a besarme y mete la pierna entre las mías, me levanta la rodilla y se aprieta contra mí, con la erección tensando su ropa y presionando contra mi sexo. Doy un respingo y gimo junto a sus labios, perdiendo de la cabeza por la pasión. No hago caso a las alarmas distantes
que suenan en el fondo de mi mente. Sé que me desea, que me necesita y cuando intenta comunicarse conmigo, esta es su forma preferida de expresión.

La beso con total abandono, deslizando los dedos entre su pelo, cerrando las manos y aferrándome con fuerza. Sabe tan bien y huele a Yulia, mi Yulia.
De repente se para, se levanta y tira también de mí de modo que me quedo de pie delante de ella, todavía perpleja. Me desabrocha el botón de los pantalones cortos y se arrodilla apresuradamente para bajármelos junto con las bragas de un tirón. Antes de que me dé tiempo a respirar de nuevo, estoy otra vez tirada sobre la cama debajo de ella, que ya se está desabrochando la bragueta. ¡Uau! No se va a quitar la ropa ni a mí la camiseta. Me sujeta la cabeza y sin ningún tipo de preámbulo se introduce en mi interior con una embestida,haciendo que dé un grito, más de sorpresa que de ninguna otra cosa. Oigo el siseo de su respiración entre dientes.

—Sssí —susurra junto a mi oído.
Se queda quieta y después gira la cadera una vez para introducirse más adentro, haciéndome gemir.
—Te necesito —gruñe con la voz baja y ronca. Me roza la mandíbula con los dientes, mordiendo,succionando y después me besa otra vez con brusquedad.

La rodeo con las piernas y los brazos, acunándola y apretándola contra mí, decidida a hacer desaparecer lo que sea que le preocupa.
Empieza a moverse una y otra vez, frenética, primitiva, desesperada. Yo, antes de perderme en ese ritmo loco que ha establecido, me pregunto una vez más qué le estará llevando a esto, qué le preocupa. Pero mi cuerpo toma el control y ahoga el pensamiento, acelerando y aumentando las sensaciones hasta que me
inundan y voy al encuentro de cada embestida. Escucho su respiración difícil, trabajosa y feroz junto a mi oreja. Sé que está perdida en mí. Gimo en voz alta y jadeo. Esa necesidad que tiene de mí es tremendamente erótica. Estoy llegando… llegando… y ella me está llevando más allá, abrumándome, arrastrándome con ella.
Esto es lo que quiero. Lo quiero tanto… por ella y por mí.

—Córrete conmigo —jadea y se eleva un poco de forma que tengo que soltarla—. Abre los ojos —me ordena—. Necesito verte. —Su voz es urgente, implacable.
Parpadeo para abrir los ojos un momento y la veo sobre mí: la cara tensa por la pasión, los ojos salvajes y brillantes. Su pasión y su amor son mi liberación y cuando veo la señal dejo que me embargue el orgasmo,echo atrás la cabeza y mi cuerpo late a su alrededor.
—¡Oh, Lena! —grita y se une a mi clímax, empujando hacia mi interior. Después se queda quieta y cae sobre mí. Rueda hacia un lado para que yo quede encima.

Ella sigue en mi interior. Cuando los efectos del orgasmo remiten y mi cuerpo se calma, quiero hacer un comentario sobre eso de ser convertida en objeto y
oprimida, pero me muerdo la lengua porque no estoy segura de cuál es su estado de ánimo. La miro para examinarle la cara. Tiene los ojos cerrados y me rodea con los brazos, abrazándome fuerte. Le doy un beso en el pecho a través de la fina tela de su camisa de lino.

—Dime, Yulia, ¿qué ocurre? —le pregunto en voz baja y espero nerviosa a ver si ahora, saciada por el sexo, está dispuesta a contármelo. Siento que me abraza un poco más fuerte, pero esa es su única respuesta.
No va a hablar.
La inspiración me surge de repente.
—Prometo serte fiel en la salud y en la enfermedad, en lo bueno y en lo malo y en las alegrías y en las penas —le digo en un susurro.
Se queda petrificada. Solo abre mucho sus ojos insondables y me mira mientras sigo recitando los votos matrimoniales.
—Y prometo quererte incondicionalmente, apoyarte para que consigas tus objetivos y tus sueños, honrarte y respetarte, reír y llorar contigo, compartir tus esperanzas y tus sueños y darte consuelo en momentos de necesidad. —Me detengo deseando que me hable. Sigue observándome con los labios abiertos, pero no dice nada—. Y amarte hasta que la muerte nos separe —finalizo con un suspiro.
—Oh, Lena… —susurra y vuelve a moverse para que quedemos el uno al lado del otro, lo que rompe nuestro precioso contacto. Me acaricia la cara con el dorso de los nudillos—. Prometo cuidarte y mantener en lo más profundo de mi corazón esta unión y a ti —susurra de nuevo, con la voz ronca—. Prometo amarte fielmente, renunciando a cualquier otra, en lo bueno y en lo malo, en la salud y en la enfermedad, nos lleve la vida donde nos lleve. Te protegeré, confiaré en ti y te guardaré respeto. Compartiré contigo las alegrías y las penas y te consolaré en tiempos de necesidad. Prometo que te amaré y animaré tus esperanzas y tus sueños y procuraré que estés segura a mi lado. Todo lo que era mío, es nuestro ahora. Te doy mi mano, mi corazón y mi amor desde este momento y hasta que la muerte nos separe.
Se me llenan los ojos de lágrimas. Su expresión se suaviza y me mira.
—No llores —murmura deteniendo una lágrima con el pulgar y enjugándomela.
—¿Por qué no hablas conmigo? Por favor, Yulia.
Cierra los ojos como si estuviera soportando un gran dolor.
—Prometí darte consuelo en momentos de necesidad. Por favor, no me hagas romper mis votos —le suplico.
Suspira y abre los ojos. Tiene la expresión sombría.
—Ha sido provocado —me dice sin más explicaciones. De repente parece tan joven y tan vulnerable…
Oh, mierda.
—Y mi principal preocupación es que haya alguien por ahí que va a por mí. Y si va a por mí… —Se detiene, incapaz de continuar.
—Puede que me haga daño a mí —termino. Ella se queda pálida y veo que por fin he descubierto la raíz de su ansiedad. Le acaricio la cara—. Gracias —le digo.
Frunce el ceño.
—¿Por qué?
—Por decírmelo.
Niega con la cabeza y la sombra de una sonrisa asoma a sus labios.
—Puede ser muy persuasiva, señora Volkova Katina.
—Y tú puedes estar rumiando y tragándote todos sus sentimientos y preocupaciones hasta que revientes.Seguro que te mueres de un infarto antes de cumplir los cuarenta si sigues así, y yo te quiero a mi lado mucho más tiempo.
—Tú sí que me vas a matar. Al verte en la moto de agua… Casi me da un ataque al corazón. —Vuelve a tumbarse en la cama, se tapa los ojos con el brazo y siento que se estremece.
—Yulia, es solo una moto de agua. Hasta los niños montan en esas motos. Y cuando vayamos a tu casa de Aspen y empiece a esquiar por primera vez, ¿cómo te vas a poner?
Abre la boca y se gira para mirarme. Me dan ganas de reírme al ver la expresión de angustia que muestra su cara.
—Nuestra casa —dice al fin.
La ignoro.
—Soy una adulta, Yulia, y mucho más dura de lo que crees. ¿Cuándo vas a aprender eso?
Se encoge de hombros y frunce los labios. Creo que es mejor cambiar de tema.
—¿Sabe la policía lo del incendio provocado?
—Sí —asegura con expresión seria.
—Bien.
—Vamos a reforzar la seguridad —me dice práctica.
—Lo entiendo. —Bajo la mirada hacia su cuerpo. Todavía lleva los pantalones cortos y la camisa y yo la camiseta. Aquí te pillo, aquí te mato, un placer conocerla, señora… Pensar eso me hace reír.
—¿Qué? —me pregunta Yulia.
—Tú.
—¿Yo?
—Sí, tú. Todavía estás vestida.
—Oh. —Se mira, después me mira a mí y una enorme sonrisa aparece en su cara—. Bueno, ya sabe lo difícil que me resulta mantener las manos lejos de usted, señora Volkova Katina… Sobre todo cuando te ríes como una
niña.
Oh, sí, las cosquillas. Ah… Las cosquillas… Me muevo rápidamente y me coloco a horcajadas encima de ella, pero se da cuenta inmediatamente de mis intenciones y me agarra las dos muñecas.
—No —me dice y lo dice en seria.
Hago un mohín, pero decido que no está preparada para eso.
—No, por favor —me pide—. No puedo soportarlo. Nunca me hicieron cosquillas cuando era pequeña. —Se queda callada y yo relajo las manos para que no tenga necesidad de sujetarme—. Veía a Oleg con Dimitri e Irina, haciéndoles cosquillas, y parecía muy divertido pero yo… yo…
Le pongo el dedo índice sobre los labios.
—Shhh, lo sé. —Le doy un suave beso en los labios, justo donde hace un segundo estaba mi dedo, y después me acurruco sobre su pecho. Ese dolor familiar empieza a crecer dentro de mí y surge una vez más la profunda compasión que siento en mi corazón por la infancia de Yulia. Sé que haría cualquier cosa por esa mujer; la quiero tantísimo…
Me rodea con los brazos y hunde la nariz en mi pelo, inhalando profundamente mientras me acaricia la espalda. No sé cuánto tiempo estamos tumbadas así, pero al rato rompo el silencio que hay entre nosotras.
—¿Cuál ha sido la temporada más larga que has pasado sin ver al doctor Flynn?

—Dos semanas. ¿Por qué? ¿Sientes una necesidad irreprimible de hacerme cosquillas?
—No. —Río—. Creo que te ayuda.
Yulia suelta una risa burlona.
—Más le vale. Le pago una buena suma de dinero para que lo haga. —Me aparta el pelo y me gira la cara para que la mire. Levanto la cabeza y la miro a los ojos.
—¿Está preocupada por mi bienestar, señora Volkova Katina? —me pregunta.
—Una buena esposa se preocupa por el bienestar de su amada esposa, señora Volkova —sentencio mordaz.
—¿Amada? —susurra, y la conmovedora pregunta queda en el aire entre las dos.
—Muy amada. —Me acerco para besarle y ella me dedica una sonrisa tímida.
—¿Quieres bajar a tierra a comer?
—Quiero comer donde tú prefieras.
—Bien. —Sonríe—. Pues a bordo es donde puedo mantenerte segura. Gracias por el regalo. —Extiende la mano y coge la cámara. Estira el brazo con ella en la mano y nos hace una foto a las dos abrazándonos después de las cosquillas, el sexo y la confesión.
—Un placer. —Le devuelvo la sonrisa y los ojos se le iluminan.

Paseamos por el opulento y dorado esplendor del dieciochesco Palacio de Versalles. Lo que una vez fue un modesto alojamiento para las cacerías, el Rey Sol lo transformó en un magnífico y fastuoso símbolo de poder,que, paradójicamente, antes de que acabara el siglo XVIII presenció la caída del último monarca absolutista.
La estancia más impresionante con diferencia es la Galería de los Espejos. El sol de primera hora de la tarde entra a raudales por las ventanas del oeste, iluminando los espejos que se alinean uno detrás de otro en la pared oriental y arrancando destellos de las doradas hojas que lo decoran y de las enormes arañas de cristal.
Es imponente.

—Es interesante ver lo que creó un déspota megalómano al que le gustaba aislarse rodeado de esplendor—le digo a Yulia, que está de pie a mi lado. Me mira y ladea la cabeza, observándome con humor.
—¿Qué quiere decir con eso, señora Volkova Katina?
—Oh, no era más que una observación, señora Volkova. —Señalo con la mano lo que nos rodea. Sonriendo,me sigue hasta el centro de la sala, donde me detengo y admiro la vista: los espectaculares jardines que se reflejan en los espejos y la no menos espectacular Yulia Volkova, mi esposa, cuyo reflejo me mira con ojos brillantes y atrevidos.
—Yo construiría algo como esto para ti —me asegura—. Solo para ver cómo la luz hace brillar tu pelo como aquí y ahora. —Me coloca un mechón tras la oreja—. Pareces un ángel. —Me da un beso bajo el lóbulo de la oreja, me coge la mano y murmura—: Nosotras, las déspotas, hacemos esas cosas por las
mujeres que amamos.
Me ruborizo, le sonrío tímidamente y le sigo por la enorme estancia.

—¿En qué piensas? —me pregunta Yulia y da un sorbo a su café de después de cenar.
—En Versalles.
—Un poco ostentoso, ¿no? —me dice sonriendo. Miro a mi alrededor, a la subestimada grandeza del comedor del Fair Lady, y frunzo los labios—. Esto no es nada ostentoso —añade Yulia, un poco a la defensiva.
—Lo sé. Es precioso. Es la mejor luna de miel que una chica podría desear.
—¿De verdad? —me pregunta, sinceramente sorprendida y con su sonrisita tímida.
—Por supuesto que sí.
—Solo nos quedan dos días. ¿Hay algo que quieras ver o hacer?
—Únicamente estar contigo. —Se levanta de la mesa, la rodea y me besa en la frente.
—¿Y vas a poder estar sin mí una hora? Tengo que mirar mi correo para ver qué está pasando en casa.
—Claro —le digo sonriendo a la vez que intento ocultar mi decepción por tener que estar una hora sin ella.
¿Es raro que quiera estar con ella todo el tiempo?
—Gracias por la cámara —me dice y se encamina al estudio.

En el camarote decido que yo también debería ponerme al día con mi correo y abro el portátil. Tengo un mensaje de mi madre y otro de Nastya contándome los últimos cotilleos y preguntándome cómo va la luna de miel. Bueno, genial hasta que alguien ha decidido quemar Volkova Enterprises, Inc. Cuando termino de escribir la respuesta a mi madre, un correo de Nastya entra en mi bandeja de entrada.


De: Anastasya Isaeva
Fecha: 17 de agosto de 2011 11:45
Para: Elena Volkova Katina
Asunto: ¡Oh, Dios mío!

Lena, me acabo de enterar del incendio en la oficina de Yulia.
¿Se sabe si ha sido provocado?
A xox

¡Nastya está conectada ahora mismo! Me lanzo a abrir mi nuevo juguete (Skype) para ver si está conectada.
Escribo rápidamente un mensaje.

Lena: Hola, ¿estás ahí?
Nastya: ¡SÍ, Lena! ¿Qué tal estás? ¿Cómo va la luna de miel? ¿Has visto mi correo? ¿Sabe ya Yulia lo del incendio?
Lena: Estoy bien. La luna de miel genial. Sí, he visto tu correo. Sí, Yulia lo sabe.
Nastya: Me lo suponía. No se sabe mucho de lo que ha pasado. Y Dimitri no quiere contarme nada.
Lena: ¿Vas tras una historia, Nastya?
Nastya: Qué bien me conoces…
Lena: Yulia tampoco me ha contado mucho.
Nastya: ¡A Dimitri se lo ha contado Larissa!

¡Oh, no! Estoy segura de que Yulia no quiere que eso se vaya contando por todo Seattle. Intento mi técnica de distracción patentada para la tenaz Anastasya Isaeva.

Lena: ¿Cómo están Dimitri y Andrey?
Nastya: A Andrey lo han aceptado en el curso de psicología en Seattle para hacer el máster. Dimitri es adorable.
Lena: Bien por Andrey.
Nastya: ¿Qué tal tu ex dominante favorita?
Lena: ¡Nastya!
Nastya: ¿Qué?
Lena: ¡YA SABES QUÉ!
Nastya: Perdona…
Lena: Está bien. Más que bien.
Nastya: Bueno, mientras tú seas feliz, yo también.
Lena: Estoy pletóricamente feliz.
Nastya: Tengo que irme corriendo. ¿Hablamos luego?
Lena: No sé. Tendrás que comprobar si sigo conectada. ¡La diferencia horaria es una mierda!
Nastya: Sí, cierto. Te quiero, Lena.
Lena: Yo a ti también. Hasta luego. x
Nastya: Hasta luego. <3


Seguro que Nastya sigue de cerca esta historia. Pongo los ojos en blanco y cierro Skype para que Yulia no pueda ver ese chat. No le gustaría el comentario del ex dominante. Además no estoy segura de que se pueda decir que es ex…
Suspiro en voz alta. Nastya lo sabe desde nuestra noche de borrachera tres semanas antes de la boda, cuando al fin sucumbí a las insistentes preguntas de Nastya Isaeva. Fue un alivio contárselo a alguien al fin.
Miro el reloj. Ha pasado más o menos una hora desde la cena y ya empiezo a echar de menos a mi esposa.
Vuelvo a cubierta para ver si ha terminado lo que estaba haciendo.
Estoy en la Galería de los Espejos y Yulia está de pie a mi lado, sonriéndome con amor y ternura.
«Pareces un ángel.» Le sonrío, pero cuando miro al espejo estoy de pie sola y la sala es gris y no tiene ningún adorno. ¡No! Giro la cabeza para volver a ver su cara, pero ahora su sonrisa es triste y nostálgica. Me coloca un mechón de pelo detrás de la oreja. Después se vuelve sin decir una palabra y se aleja lentamente. Sus pasos resuenan entre los espejos mientras cruza la enorme sala hacia las ornamentadas puertas dobles que hay al final. Una mujer sola, sin reflejo…
Y entonces me despierto, boqueando para poder respirar, ahogada por el pánico.

—¿Qué pasa? —me susurra desde la oscuridad a mi lado, con la voz teñida de preocupación.
Oh, está aquí. Está bien. Me lleno de alivio.
—Oh, Yulia… —Todavía estoy intentando que los latidos de mi corazón recuperen su velocidad normal. Me abraza y solo entonces me doy cuenta de que tengo lágrimas corriéndome por la cara.
—Lena, ¿qué te ocurre? —Me acaricia la mejilla para enjugarme las lágrimas. Hay angustia en esa pregunta.
—Nada. Una estúpida pesadilla.
Me besa la frente y las mejillas surcadas de lágrimas para consolarme.
—Solo es un mal sueño, cariño. Estoy aquí. Yo te protegeré.

Me dejo envolver por su olor y me acurruco contra ella intentando olvidar la pérdida y la devastación que he sentido en el sueño. Y en ese momento me doy cuenta de que mi miedo más profundo y oscuro es perderla.
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Mensaje por VIVALENZ28 7/21/2016, 4:50 am

5

Me desperezo buscando a Yulia instintivamente, pero no está. ¡Mierda! Me despierto de golpe y miro ansiosa por el camarote. Yulia me está observando desde el silloncito tapizado que hay junto a la cama. Se agacha y deja algo en el suelo. Después se acerca y se tumba en la cama conmigo. Lleva unos vaqueros cortados y una camiseta gris.

—No te asustes. Todo está bien —me dice con voz suave y tranquilizadora, como si hablara con un animal acorralado.
Con ternura me aparta el pelo de la cara y yo me calmo al instante. Veo que intenta ocultar su propia preocupación, pero no lo consigue.
—Has estado tan nerviosa estos últimos días… —me dice con mirada seria.
—Estoy bien, Yulia. —Le ofrezco la mejor de mis sonrisas porque no quiero que sepa lo preocupada que estoy por el incendio. Los dolorosos recuerdos sobre cómo me sentí cuando Charlie Tango fue saboteado y Yulia desapareció (el enorme vacío, el dolor indescriptible) siguen encontrando la forma de salir a la superficie; esos recuerdos me persiguen y se aferran a mi corazón. Sin dejar de sonreír trato de reprimirlos—.¿Estabas observándome mientras dormía?
—Sí —responde—. Estabas hablando.
—¿Ah, sí?
Mierda. ¿Y qué decía?
—Estás preocupada —añade con la mirada llena de angustia. ¿No puedo ocultarle nada a esta mujer? Se inclina y me besa entre las cejas—. Cuando frunces el ceño, te sale una V justo aquí. Es un sitio suave para darte un beso. No te preocupes, nena, yo te cuidaré.
—No estoy preocupada por mí. Es por ti —reconozco a regañadientes—. ¿Quién te cuida a ti?
—Yo soy lo bastante mayor y lo bastante fea para cuidarme sola. —Sonríe indulgente—. Ven. Levántate.Hay algo que quiero que hagamos antes de volver a casa. —Me sonríe con una sonrisa amplia de niña grande que dice «sí, es verdad que solo tengo veintiocho» y me da un azote. Doy un respingo, sorprendida, y de
repente me doy cuenta de que hoy volvemos a Seattle y me invade la melancolía.

No quiero irme. Me ha encantado estar con ella las veinticuatro horas todos los días y todavía no estoy preparada para compartirlo con sus empresas y su familia. Hemos tenido una luna de miel perfecta, con algún que otro altibajo, tengo que
admitir, pero eso es normal en una pareja recién casada, ¿no?
Pero Yulia no puede contener su entusiasmo infantil y, a pesar de mis oscuros pensamientos, acaba contagiándome. Cuando se levanta con agilidad de la cama la sigo intrigada. ¿Qué tendrá en mente?
Yulia me ata la llave a la muñeca.

—¿Quieres que conduzca yo?
—Sí. —Yulia me sonríe—. ¿Te la he apretado demasiado?
—No, está bien. ¿Por eso llevas chaleco salvavidas? —pregunto arqueando una ceja.
—Sí.
No puedo evitar reírme.
—Veo que tiene mucha confianza en mis habilidades como conductora, señora Volkova
—La misma de siempre, señora Volkova Katina .
—Vale, no me des lecciones.
Yulia levanta las manos en un gesto defensivo, pero está sonriendo.
—No me atrevería.
—Sí, sí te atreverías y sí lo haces. Y aquí no podemos aparcar y ponernos a discutir en la acera.
—Cuánta razón tiene, señora Volkova Katina. ¿Nos vamos a quedar aquí todo el día hablando de tu capacidad de conducción o nos vamos a divertir un rato?
—Cuánta razón tiene, señora Volkova.

Cojo el manillar de la moto de agua y me subo. Yulia sube detrás de mí y empuja con la pierna para alejarnos del yate. Igor y dos de los tripulantes nos miran divertidos. Mientras avanzamos flotando,Yulia me rodea con los brazos y aprieta sus muslos contra los míos. Sí, eso es lo que a mí me gusta de este medio de transporte… Meto la llave en el contacto y pulso el botón de encendido. El motor cobra vida con un rugido.

—¿Preparada? —le grito a Yulia por encima del ruido.
—Todo lo que puedo estar —dice con la boca cerca de mi oído.
Aprieto el acelerador con suavidad y la moto se aleja del Fair Lady demasiado tranquilamente para mi gusto. Yulia me abraza más fuerte. Acelero un poco más y salimos disparadas hacia delante. Me quedo sorprendida y encantada de que no nos quedemos paradas al poco tiempo.
—¡Uau! —grita Yulia desde detrás de mí y la euforia en su voz es evidente.

Pasamos a toda velocidad junto al yate en dirección a mar abierto. Estamos ancladas frente a Saint-Laurent-du-Var y Niza. El aeropuerto de Niza Costa Azul se ve en la distancia y parece construido en medio del Mediterráneo. He oído el ruido de los aviones al aterrizar desde que llegamos anoche. Y ahora quiero echar un vistazo más de cerca.
Vamos a toda velocidad hacia allí, saltando sobre las olas. Me encanta y estoy emocionada por que Yulia me haya dejado conducir. Todas las preocupaciones que he sentido los últimos dos días desaparecen mientras surcamos el agua hacia el aeropuerto.

—La próxima vez que hagamos esto, tendremos dos motos de agua —me grita Yulia. Sonrío al pensar en hacer una carrera con ella; suena emocionante.
Mientras cruzamos el fresco mar azul en dirección a lo que parece el final de una pista de aterrizaje, el estruendo de un jet que pasa justo por encima de nuestras cabezas preparándose para aterrizar me sobresalta.
Suena tan alto que me entra el pánico y giro bruscamente a la vez que aprieto el acelerador pensando que es el freno.
—¡Lena! —grita Yulia, pero es demasiado tarde. Salgo volando por encima de la moto con los brazos y las piernas sacudiéndose en el aire, arrastrando a Yulia conmigo y aterrizando con una salpicadura espectacular.
Entro en el mar cristalino gritando y trago una buena cantidad de agua del Mediterráneo. El agua está fría a esta distancia de la costa, pero salgo de nuevo a la superficie en un segundo gracias al chaleco salvavidas.
Tosiendo y escupiendo me quito el agua salada de los ojos y busco a Yulia a mi alrededor. Ya está nadando hacia mí. La moto de agua flota inofensiva a unos metros de nosotras con el motor en silencio.
—¿Estás bien? —Sus ojos están llenos de pánico cuando llega hasta mí.
—Sí —digo con la voz quebrada por la euforia. ¿Ves, Yulia? Esto es lo peor que te puede pasar con una moto de agua. Me acerca a su cuerpo para abrazarme y después me coge la cabeza entre las manos para examinar mi cara de cerca—. ¿Ves? No ha sido para tanto —le digo sonriendo en el agua.
Por fin ella también me sonríe, claramente aliviada.
—No, supongo que no. Pero estoy mojada —gruñe en un tono juguetona.
—Yo también estoy mojada.
—A mí me gustas mojada —afirma con una mirada lujuriosa.
—¡Yulia! —la regaño tratando de fingir justa indignación. Ella sonríe, guapísima, y después se acerca y me da un beso apasionado. Cuando se aparta, estoy sin aliento.
—Vamos. Volvamos. Ahora tenemos que ducharnos. Esta vez conduzco yo.

Haraganeamos en la sala de espera de primera clase de British Airways en el aeropuerto de Heathrow a las afueras de Londres, esperando el vuelo de conexión que nos llevará de vuelta a Seattle. Yulia está enfrascada en el Financial Times. Yo saco su cámara porque me apetece hacerle unas cuantas fotos. Está tan sexy con su camisa de lino blanca de marca, los vaqueros y las gafas de aviador colgando de la abertura de la camisa… El flash de la cámara la sorprende. Parpadea un par de veces y me sonríe con su sonrisa tímida.

—¿Qué tal está, señora Volkova Katina? —me pregunta.
—Triste por volver a casa —le digo—. Me gusta tenerte para mí sola.
Me coge la mano y se la lleva a los labios para darme un suave beso en los nudillos.
—A mí también.
—¿Pero? —le pregunto porque he oído esa palabra al final de su frase, aunque no ha llegado a pronunciarla.
Frunce el ceño.
—¿Pero? —repite con aire de falsedad. Ladeo la cabeza y la miro con la expresión de «dímelo» que he ido perfeccionando durante los dos últimos días. Suspira y deja el periódico.
—Quiero que cojan a ese pirómano para que podamos vivir nuestra vida en paz.
—Ah. —Me parece lógico, pero me sorprende su sinceridad.
—Voy a hacer que me traigan las pelotas de Welch en una bandeja si permite que vuelva a pasar algo como esto.

Un escalofrío me recorre la espalda al oír su tono amenazador. Me mira impasible y no sé si está intentando ser frívola. Hago lo único que se me ocurre para rebajar la repentina tensión que hay entre nosotras: levanto la cámara y le saco otra foto.

—Vamos, bella durmiente, ya hemos llegado —me susurra Yulia.
—Mmm… —murmuro sin ganas de abandonar el sensual sueño que estaba teniendo: Yulia y yo sobre un mantel de picnic en Kew Gardens.
Estoy tan cansada… Viajar es agotador, incluso en primera clase. Llevamos más de dieciocho horas de viaje. Estoy tan exhausta que he perdido la cuenta. Oigo que abren mi puerta y que Yulia se inclina sobre mí. Me desabrocha el cinturón y me coge en brazos, me despierta del todo.
—Oye, que puedo andar —protesto todavía medio dormida.
Ella ríe.
—Tengo que cruzar el umbral contigo en brazos.
La rodeo el cuello con los míos.
—¿Y me vas a subir en brazos los treinta pisos? —le desafío con una sonrisa.
—Señora Volkova Katina, me alegra comunicarle que ha engordado un poco.
—¿Qué?
Sonríe.
—Así que, si no te importa, cogeremos el ascensor. —Entorna los ojos, aunque sé que está bromeando.
Igor abre la puerta del vestíbulo del Escala y sonríe.
—Bienvenidos a casa, señora Volkova y señora Lena.
—Gracias, Igor —le dice Yulia.
Le dedico a Igor una breve sonrisa y veo que vuelve al Audi, donde Sawyer espera tras el volante.
—¿Dices en serio lo de que he engordado? —pregunto mirando fijamente a Yulia.
Su sonrisa se hace más amplia y me acerca más a su pecho mientras me lleva por el vestíbulo.
—Un poco, pero no mucho —me asegura pero su cara se oscurece de repente.
—¿Qué pasa? —Intento mantener la alarma de mi voz bajo control.
—Has recuperado el peso que perdiste cuando me dejaste —dice en voz baja mientras llama al ascensor.
Una expresión lúgubre cruza por su cara.
Esa angustia repentina y sorprendente me llega al corazón.
—Oye… —Le cojo la cara con las manos y deslizo los dedos entre su pelo, acercándola a mí—. Si no me hubiera ido, ¿estarías aquí, así, ahora?
Sus ojos se funden y toman el color de una nube de tormenta. Sonríe con su sonrisa tímida, mi sonrisa favorita.
—No —reconoce y entra en el ascensor conmigo aún en brazos. Se inclina y me da un beso suave—. No, señora Volkova Katina, no. Pero sabría que puedo mantenerte segura porque tú no me desafiarías.
Parece vagamente arrepentida… ¡Mierda!
—Me gusta desafiarte —aventuro poniéndole a prueba.
—Lo sé. Y eso me hace sentir tan… feliz. —Me sonríe a pesar de su desconcierto.
Oh, gracias a Dios.
—¿Aunque esté gorda?
Ríe.
—Aunque estés gorda.
Me besa de nuevo, más apasionadamente esta vez, y yo cierro las manos en su pelo, apretándola contra mí.
Nuestras lenguas se entrelazan en un baile lento y sensual. Cuando el ascensor suena y se para en el ático, las dos estamos sin aliento.
—Muy feliz —murmura.
Su sonrisa es más sombría ahora y sus ojos entornados ocultan una promesa lasciva. Sacude la cabeza para recuperar la compostura y me lleva hasta el vestíbulo.
—Bienvenida a casa, señora Volkova Katina. —Vuelve a besarme, más castamente, y me dedica la sonrisa patentada de Yulia Volkova con todos sus gigavatios. Los ojos le bailan de alegría.
—Bienvenido a casa, señora Volkova—Yo también sonrío con el corazón lleno de felicidad.

Creía que Yulia me iba a bajar aquí, pero no. Me lleva a través del vestíbulo, por el pasillo hasta el salón, y después me deposita sobre la isla de la cocina, donde me quedo sentada con las piernas colgando.
Coge dos copas de champán del armario de la cocina y una botella de champán frío de la nevera: Bollinger,nuestro favorito. Abre con destreza la botella sin derramar una gota, vierte el champán rosa pálido en las copas y me pasa una. Coge la otra, me abre las piernas y se acerca para quedarse de pie entre ellas.

—Por nosotros, señora Volkova Katina.
—Por nosotros, señora Volkova —susurro consciente de mi sonrisa tímida. Brindamos y le doy un sorbo.
—Sé que estás cansada —me dice acariciándome la nariz con la suya—. Pero tengo muchas ganas de ir a la cama… y no para dormir. —Me besa la comisura de los labios—. Es nuestra primera noche aquí y ahora eres mía de verdad… —Su voz se va apagando mientras empieza a besarme la garganta. Es por la noche en
Seattle y estoy exhausta, pero el deseo empieza a despertarse en mi vientre.

Yulia duerme plácidamente a mi lado mientras yo observo las franjas rosas y doradas del nuevo amanecer entrando por las enormes ventanas. Tiene el brazo cubriéndome los pechos y yo intento acompasar mi respiración con la suya para volver a dormirme, pero es imposible. Estoy completamente despierta; mi reloj
interno lleva la hora de Greenwich y la mente me va a mil por hora.
Han pasado tantas cosas en las últimas tres semanas (más bien en los últimos tres meses) que me siento como en una nube. Aquí estoy ahora, la señora de Yulia Volkova, casada con la millonaria más deliciosa,sexy, filántropa y absurdamente rica que pueda encontrar una mujer. ¿Cómo ha podido pasar todo tan rápido?
Me giro para ponerme de lado y poder mirarla. Sé que ella me observa mientras duermo, pero yo no suelo tener oportunidad de hacer lo mismo. Se ve joven y despreocupada cuando duerme, con las largas pestañas rozándole las mejillas,y sus labios bien definidos un poco separados; está relajada y respira profundamente. Quiero besarla, meter mi lengua entre esos labios, rozarla con los dedos ese mentón. Tengo que esforzarme para reprimir la necesidad de tocarla y
perturbarle el sueño. Mmm… Podría morderle y chuparle el lóbulo de la oreja. Mi subconsciente me mira por encima de las gafas porque la he distraído en su lectura de las obras completas de Charles Dickens y me reprende mentalmente: Deja en paz a la pobre mujer, Lena.

Regreso al trabajo el lunes. Nos queda el día de hoy para volver a adaptarnos a la rutina. Va a ser raro no ver a Yulia durante todo el día después de pasar casi todo el tiempo juntas durante las últimas tres semanas. Me tumbo de nuevo y miro al techo. Alguien podría pensar que pasar tanto tiempo juntas tiene que ser asfixiante, pero no es nuestro caso. He sido feliz todos y cada uno de los minutos que he compartido con ella, incluso cuando hemos discutido. Todos… excepto cuando nos enteramos del incendio en las oficinas de la empresa.
Se me hiela la sangre. ¿Quién podría querer hacer daño a Yulia? Mi mente vuelve a intentar resolver el misterio. ¿Alguien del trabajo? ¿Una ex? ¿Un empleado descontento? No tengo ni idea y Yulia no dice una palabra al respecto; solo me desvela la mínima información posible con la excusa de protegerme. Suspiro.
Mi caballero de la brillante armadura blanca y negra siempre intentando protegerme. ¿Cómo voy a conseguir que se abra un poco más?
Se mueve y yo me quedo muy quieta porque no quiero despertarla, pero mi buena intención tiene el efecto opuesto. ¡Mierda! Dos ojos azules me miran fijamente.

—¿Qué ocurre?
—Nada. Vuelve a dormirte. —Trato de sonreír con tranquilidad. Ella se estira, se frota la cara y me sonríe.
—¿Jet lag? —me pregunta.
—¿Eso es lo que me pasa? No puedo dormir.
—Tengo el remedio universal justo aquí y solo para ti, nena. —Me sonríe como una niña y eso me hace poner los ojos en blanco y reírme al mismo tiempo. Un segundo después hundo los dientes en el lóbulo de su oreja y mis oscuros pensamientos quedan relegados.

Yulia y yo vamos por la interestatal 5 hacia el norte en dirección al puente de la 520 en el Audi R8.
Vamos a comer con sus padres, una comida de domingo de bienvenida. Toda la familia va a estar allí y también vendrán Nastya y Andrey. Va a resultar raro estar acompañados después de tanto tiempo solas. Casi no he podido hablar con Yulia esta mañana; se ha pasado todo el tiempo encerrada en su estudio mientras yo
deshacía las maletas. Me ha dicho que no tenía por qué hacerlo, que la señora Jones se encargaría de ello,pero tampoco me he acostumbrado todavía a tener servicio doméstico. Acaricio distraída la tapicería de piel para centrar mis pensamientos. No me encuentro del todo bien. ¿Sigue siendo por el jet lag? ¿O será por el pirómano?

—¿Me dejarías conducir este coche? —le pregunto. Me sorprendo de haberlo dicho en voz alta.
—Claro. —Sonríe—. Lo mío es tuyo. Pero como le hagas una abolladura, te las verás conmigo en el cuarto rojo del dolor. —Me lanza una mirada rápida y esboza una sonrisa maliciosa.
¡Oh! Le miro con la boca abierta. ¿Es broma o no?
—Bromeas… No me castigarías por abollar tu coche, ¿verdad? ¿Quieres más al coche que a mí? —la provoco.
—Casi casi —me dice mientras extiende la mano para darme un apretón en la rodilla—. Pero el coche no me calienta la cama por las noches.
—Estoy segura de que eso se puede arreglar; podrías dormir en el coche —le advierto.
Yulia ríe.
—¿No llevamos en casa ni un día y ya me estás echando? —Parece encantada. La miro y ella me responde con una sonrisa deslumbrante. Quiero enfadarme con ella, pero es imposible cuando tiene este humor. Ahora que lo pienso, ha estado más animada desde que salió del estudio esta mañana. Y me parece que yo estoy un
poco quisquillosa porque tenemos que volver a la realidad y no sé si va a volver a ser la Yulia más reservada de antes de la luna de miel o voy a conseguir que siga siendo su nueva versión mejorada.
—¿Por qué estás tan contenta? —le pregunto.
Vuelve a sonreírme.
—Porque esta conversación es tan… normal.
—¡Normal! —Río mordaz—. ¡Después de tres semanas de matrimonio! Vaya…
Su sonrisa desaparece.
—Era broma, Yulia —me apresuro a decir porque no quiero estropearle el buen humor. Me doy cuenta de la poca seguridad en sí misma que demuestra tener a veces. Sospecho que siempre ha sido así, pero que ha ocultado esa inseguridad tras su fachada intimidatoria. Es fácil ponerle el dedo en la llaga, probablemente
porque no está acostumbrada. Eso es una revelación para mí y vuelvo a sorprenderme de todo lo que nos queda por aprender la una de la otra —. No te preocupes, seguiré con el Saab —le digo y me giro para mirar por la ventanilla intentando mantener a raya el mal humor.
—Oye, ¿qué te pasa?
—Nada.
—A veces eres tan exasperante, Lena… Dímelo.
La miro y le sonrío.
—Lo mismo se puede decir de usted, señora Volkova.
Frunce el ceño.
—Lo estoy intentando —dice en voz baja.
—Lo sé. Yo también. —Sonrío y mi humor mejora un poco.

Oleg está ridículo atendiendo la barbacoa con ese gorro de cocinero y el delantal que pone «Licencia para asar». Cada vez que le miro no puedo evitar sonreír. De hecho mi humor ha mejorado considerablemente.
Estamos todos sentados alrededor de una mesa en la terraza de la casa de la familia Volkov, disfrutando del sol de finales del verano. Larissa e Irina están poniendo varias ensaladas en la mesa mientras Dimitri y Yulia intercambian insultos con cariño y hablan de los planos de la nueva casa y Andrey y Nastya no dejan de hacerme preguntas sobre la luna de miel. Yulia no me ha soltado la mano y juguetea con mis anillos de boda y de compromiso.

—Si consigues finalizar los detalles de los planos con Gia, tengo un hueco desde septiembre hasta mediados de noviembre. Puedo traer a todo el equipo y ponernos con ello —le está diciendo Dimitri mientras estira el brazo y rodea los hombros de Nastya, lo que la hace sonreír.
—Gia tiene que venir mañana por la noche para hablar de los planos —responde Yulia—. Espero que podamos terminar con eso entonces. —Se gira y me mira expectante.
Oh… me acabo de enterar.
—Claro. —Le sonrío sobre todo porque está su familia delante, pero vuelvo a perder el buen humor repentinamente. ¿Por qué toma esas decisiones sin decírmelo? ¿O es por Gia (toda caderas exuberantes,pechos grandes, ropa de diseñadores caros y perfume), que tiene la costumbre de sonreírle a mi esposa demasiado provocativamente? Mi subconsciente me mira enfadada: Ella no te ha dado razones para estar celosa. Mierda, hoy me siento como en una montaña rusa. ¿Qué me pasa?
—Lena—me llama Nastya, interrumpiendo mis ensoñaciones—, ¿sigues en el sur de Francia o qué?
—Sí —le respondo con una sonrisa.
—Se te ve muy bien —dice aunque frunce el ceño a la vez.
—A las dos se les ve genial —añade Larissa sonriendo mientras Dimitri rellena las copas.
—Por la feliz pareja. —Oleg sonríe y levanta su copa y todos los que están sentados a la mesa se unen al brindis.
—Y felicidades a Andrey por haber entrado en el programa de psicología en Seattle —interviene Irina orgullosamente. Le dedica una sonrisa de adoración y Andrey le responde con otra. Me pregunto si habrá hecho algún avance con él. Es difícil saberlo…

Escucho las conversaciones de la mesa. Yulia está explicando todo el itinerario que hemos hecho estas últimas tres semanas, dándole algunos toques aquí y allá para pintarlo todavía más bonito. Suena relajada y parece tener controlada la situación, olvidada por un rato la preocupación por el pirómano. Pero yo parece que no puedo librarme de mi mal humor. Pincho un poco de comida con el tenedor. Yulia me dijo ayer que estaba gorda. Pero era broma… Mi subconsciente vuelve a mirarme mal. Dimitri tira accidentalmente su copa al suelo, lo que sobresalta a todo el mundo y se produce un repentino brote de actividad para limpiarlo todo.

—Te voy a llevar a la casita del embarcadero a darte unos azotes si no dejas ya ese mal humor y te animas un poco —me susurra Yulia.
Doy un respingo por la sorpresa, me giro y la miro con la boca abierta. ¿Qué? ¿Es broma?
—¡No te atreverás! —le digo entre dientes, pero en el fondo siento una excitación familiar que es más que bienvenida.
Yulia levanta una ceja. Claro que lo haría. Miro a Nastya, al otro lado de la mesa. Nos está observando con interés. Me vuelvo hacia Yulia y entorno los ojos.
—Tendrás que cogerme primero… y hoy no llevo tacones —le advierto.
—Seguro que me lo paso bien intentándolo —asegura con una sonrisa pícara. Creo que sigue bromeando.
Me ruborizo. Y por raro que parezca, me siento algo mejor.
Cuando terminamos el postre (fresas con nata), empieza a llover de repente. Todos nos levantamos de un salto de la mesa para recoger los platos y las copas y llevarlas a la cocina.
—Qué bien que el tiempo haya aguantado hasta después de la comida —dice Larissa encantada mientras se encamina a la habitación de atrás. Yulia se sienta al brillante piano de pared negro, pisa el pedal de sordina y empieza a tocar una melodía que me resulta familiar pero que no logro ubicar.

Larissa me pregunta qué me ha parecido Saint-Paul-de-Vence. Ella y Oleg estuvieron allí hace años en su luna de miel y se me pasa por la cabeza que eso es un buen augurio, viendo lo felices que siguen estando juntos. Nastya y Dimitri están abrazándose en uno de los grandes sofás llenos de cojines, mientras Andrey, Irina y
Oleg están enfrascados en una conversación sobre psicología, creo.
De repente todos los Volkov, como si fueran una sola persona, dejan de hablar y miran a Yulia con la boca abierta.
¿Qué?
Yulia está cantando bajito para sí mientras toca el piano. Se hace el silencio mientras todos nos esforzamos por escuchar su suave voz musical y la letra de «Wherever You Will Go». Yo la he oído cantar antes, ¿ellos no? Se para de repente al darse cuenta del silencio sepulcral que se ha apoderado de la habitación. Nastya me mira inquisitiva y yo me encojo de hombros. Yulia se gira en la banqueta y frunce el ceño, avergonzada al percatarse de que es el centro de atención.

—Sigue —le anima Larissa—. Nunca te había oído cantar, Yulia. Nunca. —La está mirando con verdadero asombro.

Ella la mira como ausente desde la banqueta del piano y, después de un momento, se encoge de hombros.
Desvía su mirada nerviosamente hacia mí y luego hacia las cristaleras. El resto de las personas de la habitación empiezan a charlar y yo me quedo observando a mi esposa.
Larissa me distrae al cogerme las manos y después sin previo aviso, darme un abrazo.

—¡Oh, querida! Gracias, ¡gracias! —me susurra de forma que solo yo puedo oírla. Eso me produce un nudo en la garganta.
—Mmm… —Yo también la abrazo aunque no sé muy bien por qué me está dando las gracias. Larissa sonríe con los ojos llenos de lágrimas y me da un beso en la mejilla.
¿Qué habré hecho?
—Voy a preparar un té —me dice con voz quebrada por las ganas de llorar.
Me acerco a Yulia, que ahora está de pie mirando por las cristaleras.
—Hola.
—Hola. —Me rodea la cintura con el brazo y me atrae hacia ella. Yo le meto la mano en el bolsillo de atrás de los vaqueros y ambas contemplamos la lluvia que cae afuera.
—¿Te encuentras mejor?
Asiento.
—Bien.
—Realmente sabes cómo provocar el silencio en una habitación.
—Es que lo hago muy a menudo —me dice y sonríe.
—En el trabajo sí, pero no aquí.
—Cierto, aquí no.
—¿No te habían oído cantar nunca? ¿Jamás?
—Parece que no —dice cortante—. ¿Nos vamos?
La observo para intentar saber de qué humor está. Su mirada es tierna y cálida, un poco desconcertada.
Decido cambiar de tema.
—¿Me vas a azotar? —le susurro y de repente siento mariposas en el estómago. Tal vez eso sea lo que necesito, lo que he estado echando de menos.
Me mira y los ojos se le oscurecen.
—No quiero hacerte daño, pero no me importa jugar.
Miro nerviosamente a nuestro alrededor, pero nadie puede oírnos.
—Solo si se porta usted mal, señora Volkova Katina —me dice al oído.
¿Cómo se puede encerrar una promesa tan sensual en siete palabras?
—Ya se me ocurrirá algo —le aseguro con una sonrisa.
Después de despedirnos nos dirigimos al coche.
—Toma. —Yulia me tira las llaves del R8—. No me lo abolles o me voy a cabrear mucho —añade con toda seriedad.
Se me seca la boca. ¿Me va a dejar conducir su coche? La diosa que llevo dentro se pone los guantes de conducir de piel y los zapatos planos. ¡Oh, sí!, exclama.
—¿Estás segura? —le pregunto perpleja.
—Sí. Y aprovecha antes de que cambie de idea.
Me parece que no he sonreído tanto en mi vida. Ella pone los ojos en blanco y me abre la puerta del conductor para que pueda entrar. Arranco el motor antes si quiera de que le dé tiempo a llegar al lado del acompañante, así que se apresura a entrar.
—Ansiosa, ¿eh, señora Volkova Katina? —pregunta con una sonrisa mordaz.
—Mucho.

Salgo del aparcamiento marcha atrás lentamente y giro para enfilar la salida de la casa. Consigo no calarlo,lo que me sorprende incluso a mí. Vaya, qué sensible está el embrague. Cuando me acerco a la salida, veo por el retrovisor que Sawyer y Ryan suben al Audi todoterreno. No sabía que nuestra seguridad nos había
acompañado hasta allí. Me paro antes de incorporarme a la carretera principal.

—¿Estás segura de verdad?
—Sí —dice Yulia tensa, lo que me indica que no está nada segura. Oh, mi pobrecita Cincuenta…
Quiero reírme de ella y de mí; estoy nerviosa y entusiasmada.
Una pequeña parte de mí quiere perder a Sawyer y a Ryan solo por diversión. Compruebo que no viene nadie y al fin entro en la carretera con el R8. Yulia se revuelve en el asiento por la tensión y yo no puedo resistirme. La carretera está vacía. Piso el acelerador y salimos disparadas hacia delante.

—¡Hey! ¡Lena! —grita Yulia—. Frena un poco… Nos vas a matar.
Suelto el acelerador inmediatamente. ¡Uau! ¡Este coche tiene potencia!
—Perdón —murmuro intentando parecer arrepentida, aunque no lo consigo. Yulia ríe para ocultar su alivio, creo.
—Bueno, eso cuenta como mal comportamiento —dice como que no quiere la cosa. Yo reduzco aún más la velocidad.

Miro por el retrovisor. No hay señales del todoterreno, solo se ve un coche oscuro con los cristales tintados detrás de nosotras. Me imagino a Sawyer y a Ryan nerviosos, intentando frenéticamente llegar hasta nosotras y no sé por qué eso me divierte. Pero como no quiero provocarle un ataque al corazón a mi esposa, decido
portarme bien y conducir tranquilamente, con una confianza creciente, hacia el puente de la 520.
De repente Yulia suelta un taco y se pelea con sus vaqueros para poder sacar la BlackBerry del bolsillo.

—¿Qué? —contesta enfadada a quien sea que está al otro lado de la línea—. No —dice y mira hacia atrás—. Sí, conduce ella.
Observo un segundo por el espejo retrovisor, pero no veo nada raro: solo una fila de coches que van detrás de nosotras. El todoterreno está unos cuatro coches por detrás y todos vamos conduciendo a ritmo constante.
—Vale. —Yulia suspira y se frota la frente con los dedos; irradia tensión. Algo va mal—. Sí… No sé.—Me mira y se aparta el teléfono de la oreja—. No pasa nada. Sigue adelante —me dice con calma sonriéndome, pero la sonrisa no le alcanza los ojos. ¡Mierda! Mi sistema se llena de adrenalina. Vuelve a colocarse el teléfono en la oreja—. Bien, en el puente. En cuanto lleguemos… Sí… Ahora lo pongo.
Coloca el teléfono en el soporte para el altavoz y lo pone en modo manos libres.
—¿Qué ocurre, Yulia?
—Tú concéntrate en la carretera, nena —me dice en voz baja.
Vamos hacia la vía de acceso al puente de la 520, dirección Seattle. Cuando miro a Yulia, ella tiene la vista fija en la carretera.
—No quiero que te entre el pánico —me dice con mucha calma—. Pero en cuanto estemos en el puente de la 520, quiero que aprietes el acelerador. Nos están siguiendo.

¿Siguiendo? Oh, madre mía. Siento el corazón atravesado en la garganta, latiéndome con fuerza, se me eriza el vello y me cuesta respirar por el pánico. ¿Quién nos puede estar siguiendo? Vuelvo a mirar por el retrovisor y el coche oscuro de antes continúa detrás de nosotros. ¡Joder! ¿Es ese? Intento ver algo detrás del parabrisas tintado para distinguir quién conduce, pero no consigo ver nada.

—Mantén la vista en la carretera, nena —me dice Yulia suavemente, nada que ver con el tono malhumorada que suele utilizar cuando conduzco yo.

¡Contrólate!, me regaño mentalmente para dominar el terror que amenaza con apoderarse de mí. Supongo que quien quiera que nos esté siguiendo irá armado… ¿Armado y a por Yulia? ¡Mierda! Me invade una oleada de náuseas.

—¿Cómo sabes que nos están siguiendo? —Mi voz es un susurro entrecortado y chillón.
—El Dodge que tenemos detrás lleva matrículas falsas.

¿Y cómo puede saber eso?
Pongo el intermitente cuando nos acercamos a la incorporación al puente. Es última hora de la tarde y aunque ha parado la lluvia, la carretera está húmeda. Por suerte el tráfico es bastante fluido.
La voz de Sergey resuena en mi cabeza recordándome algo que me dijo en una de mis muchas clases de autodefensa: «El pánico es lo que te puede matar o hacer que sufras heridas graves, Lenis». Inspiro hondo intentando controlar mi respiración. Quien quiera que nos esté siguiendo va a por Yulia. Cuando inspiro de nuevo profunda y tranquilizadoramente mi mente empieza a aclararse y el estómago se me asienta. Tengo que proteger a Yulia. Quería conducir este coche y quería hacerlo muy rápido. Bueno, pues esta es mi oportunidad. Agarro con fuerza el volante y echo un último vistazo al retrovisor. El Dodge está más cerca.
Freno de repente, ignorando la mirada llena de pánico de Yulia, e intento elegir bien el momento de entrada en el puente de la 520 con la intención de que el Dodge tenga que reducir la velocidad y parar para esperar un hueco en el tráfico antes de seguirnos. Cambio de marcha y piso a fondo. El R8 sale disparado hacia delante, haciéndonos a ambas chocar con el respaldo de los asientos. El indicador de velocidad sube hasta los ciento veinte kilómetros por hora.

—Tranquila, nena —dice Yulia con calma, aunque estoy segura de que ella está cualquier cosa menos tranquila.

Serpenteo entre las dos hileras de tráfico como una pieza negra en un tablero de damas, esquivando eficazmente coches y camiones. En este puente estamos tan cerca del lago que es como si estuviera conduciendo sobre el agua. Ignoro a propósito las miradas furiosas o reprobatorias de los otros conductores.
Yulia se aprieta las manos en el regazo intentando quedarse tan quieta como puede, y a pesar de que tengo la mente funcionando a mil por hora, me pregunto si lo estará haciendo para no distraerme.

—Muy bien —dice en un susurro para animarme. Mira para atrás—. Ya no veo el Dodge.
—Estamos justo detrás del Sudes, señora Volkova. —La voz de Sawyer llega desde el manos libres—. Está haciendo todo lo posible por recuperar su posición detrás de ustedes, señora. Nosotros vamos a intentar adelantar y colocarnos entre su coche y el Dodge.
¿El Sudes? ¿Qué significa eso?
—De acuerdo. La señora Volkova Katina lo está haciendo muy bien. A esta velocidad y si el tráfico sigue siendo fluido (y por lo que veo lo es) saldremos del puente dentro de unos pocos minutos.
—Bien, señora.
Pasamos como una exhalación junto a la torre de control del puente y sé que ya hemos pasado la mitad del lago Washington. Compruebo la velocidad y veo que seguimos a ciento veinte.
—Lo estás haciendo muy bien, Lena —me dice Yulia en un susurro y mira por la ventanilla de atrás del R8. Durante un momento fugaz su tono me recuerda al de nuestro primer encuentro en su cuarto de juegos,cuando me animaba pacientemente para que fuera colaborando en nuestra primera sesión. Como ese
pensamiento me distrae, lo aparto inmediatamente.
—¿Hacia dónde voy? —pregunto bastante tranquila. Ya le he cogido el tranquillo al coche. Da gusto conducirlo, tan suave y tan fácil de manejar que casi no me creo la velocidad que llevamos. En este coche conducir a esta velocidad parece un juego de niños.
—Diríjase a la interestatal 5, señora Lena, y después al sur. Queremos comprobar si el Dodge les sigue durante todo el camino —me dice Sawyer por el manos libres. El semáforo del puente está verde, por suerte,y yo sigo adelante.
Miro nerviosamente a Yulia y ella me sonríe tranquilizadora. Después su cara se vuelve seria.
—¡Mierda! —gruñe entre dientes.
Hay un atasco en cuanto salimos del puente y eso me obliga a frenar. Observo ansiosa por el espejo una vez más y creo ver el Dodge.
—¿Unos diez coches por detrás más o menos?
—Sí, lo veo —dice Yulia echando un vistazo por el espejo retrovisor—. Me pregunto quién demonios será…
—Yo también. ¿Sabemos si el que conduce es un hombre? —pregunto al equipo de seguridad que me escucha a través de la BlackBerry.
—No, señora Lena. Puede ser un hombre o una mujer. Los cristales son demasiado oscuros.
—¿Una mujer? —pregunta Yulia.
Me encojo de hombros.
—¿Tu señora Robinson? —sugiero sin apartar los ojos de la carretera.
Yulia se pone tensa y quita la BlackBerry del soporte.
—No es mi señora Robinson —gruñe—. No he hablado con ella desde mi cumpleaños. Y Olga no haría algo así; no es su estilo.
—¿Leila?
—Está en Connecticut con sus padres. Ya te lo he dicho.
—¿Estás segura?
Se queda pensando un momento.
—No, pero si hubiera huido, seguro que su familia se lo habría dicho al doctor Flynn. Ya hablaremos de esto cuando lleguemos a casa. Concéntrate en lo que estás haciendo.
—Puede que solo sea una casualidad.
—No voy a correr riesgos por si acaso. No estando contigo —concluye. Vuelve a poner la BlackBerry en el soporte y recuperamos el contacto con el equipo de seguridad.

¡Oh, mierda! No quiero poner nerviosa a Yulia ahora. Más tarde tal vez… Me muerdo la lengua. Por suerte el tráfico está disminuyendo un poco. Puedo acelerar hacia la intersección de Mountlake en dirección a la interestatal 5 y empiezo otra vez a zigzaguear entre los coches.

—¿Y si nos para la policía? —pregunto.
—Eso sería algo conveniente.
—Para mi carnet no.
—No te preocupes por eso. —Oigo un humor inesperado en su voz.

Vuelvo a pisar el acelerador y alcanzo de nuevo los ciento veinte. Sí que tiene potencia este coche. Me encanta; es tan fácil. Acabo de llegar a los ciento treinta y cinco. Creo que nunca en mi vida he conducido tan rápido. Mi escarabajo solo llegaba a ochenta… y eso con suerte.

—Ha evitado el tráfico y cogido velocidad —dice la voz incorpórea de Sawyer, tranquila e informativa—.Va a ciento cuarenta.

¡Mierda! ¡Más rápido! Aprieto más el acelerador y el motor del coche ronronea al llegar a ciento cincuenta kilómetros por hora cuando nos acercamos a la intersección de la interestatal 5.

—Mantén la velocidad, Lena —me susurra Yulia.

Freno un poco momentáneamente para incorporarme. La interestatal está bastante tranquila y consigo colocarme en el carril rápido en un segundo. Vuelvo a pisar el acelerador y el genial R8 coge velocidad y avanza por el carril izquierdo, en el que los demás mortales con menos suerte se apartan para dejarnos pasar.
Si no estuviera asustada, estaría disfrutando.

—Ya va a ciento sesenta, señora.
—Sigue tras él, Luke —le ordena Yulia a Sawyer.
¿Luke?
¡Mierda! Un camión aparece en el carril rápido y tengo que pisar el freno.
—¡Maldito idiota! —insulta Yulia al conductor cuando salimos despedidas hacia delante en los asientos. Cómo agradezco llevar puesto el cinturón—. Adelanta, nena —me dice Yulia con los dientes apretados.
Compruebo los retrovisores y cruzo tres carriles. Aceleramos para adelantar a vehículos más lentos y vuelvo a cruzar hacia el carril rápido.
—Muy bonito, señora Volkova Katina—me dice Yulia impresionada—. ¿Dónde está la policía cuando la necesitas?
—No quiero que me pongan una multa, Yulia —le digo concentrada en la autopista que tengo por delante—. ¿Te han puesto alguna multa por exceso de velocidad conduciendo este coche?
—No —dice, pero puedo echarle un vistazo rápido a su cara y la veo sonreír burlona.
—¿Te han parado?
—Sí.
—Oh.
—Encanto. Todo se basa en el encanto. Ahora concéntrate. ¿Cómo va el Dodge, Sawyer?
—Acaba de alcanzar los ciento setenta y cinco, señora —anuncia Sawyer.
¡Madre mía! Vuelvo a notar el corazón en la boca. ¿Puedo conducir más rápido todavía? Piso a fondo el acelerador y dejamos atrás más coches.
—Hazle una señal con las luces —me ordena Yulia, porque tenemos delante a un Ford Mustang que no se aparta.
—Pero eso solo lo hacen los gilipollas.
—¡Pues sé un poco gilipollas! —exclama.
Oh, vale…
—Eh… ¿dónde están las luces?
—El indicador. Tira hacia ti.
El conductor del Mustang nos saca un dedo en un gesto no muy amable, pero se aparta. Paso a su lado como una centella.
—Él es el gilipollas —dice Yulia entre dientes—. Sal por Stewart —me ordena.
¡Sí, señora!
—Vamos a tomar la salida de Stewart Street —le dice a Sawyer.
—Vayan directamente al Escala, señora.
Freno, miro por los espejos, indico y después cruzo con una facilidad sorprendente los cuatro carriles de la autopista y salgo por la vía de salida. Ya en Stewart Street, nos dirigirnos al sur. La calle está tranquila y hay pocos vehículos. ¿Dónde está todo el mundo?
—Hemos tenido mucha suerte con el tráfico. Pero también el Dodge la ha tenido. No reduzcas la velocidad, Lena. Quiero llegar a casa.
—No recuerdo el camino —le digo sintiendo pánico de nuevo porque el Dodge sigue pisándonos los talones.
—Sigue hacia el sur por Stewart. Sigue hasta que te diga que gires. —Yulia vuelve a parecer nerviosa.
Continúo a toda velocidad tres manzanas, pero el semáforo se pone amarillo al llegar a Yale Avenue.
—¡Sáltatelo, Lena! —grita Yulia. Doy tal salto que piso a fondo el acelerador involuntariamente, lo que nos lanza de nuevo contra los asientos, y cruzamos sin frenar el semáforo que ya está en rojo.
—Está enfilando Stewart —dice Sawyer.
—No lo pierdas, Luke.
—¿Luke?
—Se llama a así.
Intento mirar a Yulia y veo que me está atravesando con la mirada como si estuviera loca.
—¡La vista en la carretera! —exclama.
Ignoro su tono.
—Luke Sawyer.
—¡Sí! —Suena irritada.
—Ah. —¿Cómo puedo no saber eso? Ese hombre lleva acompañándome al trabajo seis semanas y ni siquiera sabía su nombre.
—Es mi nombre, señora —dice Sawyer y me sobresalta aunque habla con la voz tranquila y monótona de siempre—. El Sudes está bajando por Stewart, señora. Vuelve a aumentar la velocidad.
—Vamos, Lena. Menos charla —gruñe Yulia.
—Estamos parados en el primer semáforo de Stewart —nos informa Sawyer.
—Lena, rápido, por aquí —grita Yulia señalando un aparcamiento subterráneo en el lado sur de Boren Avenue. Giro y las ruedas protestan con un chirrido cuando doy un volantazo para entrar en el aparcamiento abarrotado.
—Da una vuelta, rápido —ordena Yulia. Conduzco todo lo rápido que puedo hacia el fondo, donde no se nos vea desde la carretera—. ¡Ahí! —Yulia me señala una plaza de aparcamiento. ¡Mierda! Quiere que aparque. ¡Maldita sea!— Hazlo, joder —dice.
Y yo… lo hago perfectamente. Creo que es la única vez en mi vida que he logrado aparcar perfectamente.
—Estamos escondidos en un aparcamiento entre Stewart y Boren —le dice Yulia a Sawyer por la BlackBerry.
—Bien, señora. —Sawyer suena irritado—. Quédense donde están. Nosotros seguiremos al Sudes.
Yulia se gira hacia mí y examina mi cara.
—¿Estás bien?
—Sí —le digo en un susurro.
Yulia sonríe.
—El que conduce el Dodge no puedo oírnos, ¿sabes?
Yo me echo a reír.
—Estamos pasando por la intersección de Stewart y Boren, señora. Veo el aparcamiento. El Sudes ha pasado por delante y sigue conduciendo, señora.
Las dos hundimos los hombros a la vez por el alivio.
—Muy bien, señora Volkova Katina. Has conducido genial. —Yulia me acaricia tiernamente la mejilla con las yemas de los dedos y yo doy un salto al sentir su contacto e inspiro bruscamente. No me había dado cuenta de que estaba conteniendo la respiración.
—¿Eso significa que vas a dejar de quejarte de mi forma de conducir? —le pregunto. Ríe con una risa fuerte y catártica.
—No será para tanto.
—Gracias por dejarme conducir tu coche. Sobre todo en unas circunstancias tan emocionantes. —Intento desesperadamente que mi tono sea despreocupado.
—Tal vez debería conducir yo ahora.
—La verdad es que no creo que sea capaz ahora mismo de salir del coche para dejar que te sientes aquí.Mis piernas se han convertido en gelatina. —De repente me estremezco y me pongo a temblar.
—Es la adrenalina, nena —me explica—. Lo has hecho increíblemente bien. Me has dejado sin palabras,Lena. Nunca me decepcionas.
Me acaricia la mejilla con el dorso de la mano con una expresión llena de amor, miedo, arrepentimiento…
Tantas emociones a la vez… Sus palabras son mi perdición. Abrumada, un sollozo estrangulado escapa de mi garganta cerrada y empiezo a llorar.
—No, nena, no. Por favor, no llores. —Se estira y, a pesar del espacio reducido, tira de mí para pasarme por encima del freno de mano y ponerme acurrucada sobre su regazo. Me acaricia el pelo y me lo aparta de la cara para besarme los ojos y las mejillas y yo la abrazo y sigo sollozando quedamente contra su cuello. Ella hunde la nariz en mi pelo y también me abraza fuerte. Nos quedamos allí sentadas, sin decir nada, solo abrazándonos.
La voz de Sawyer nos sobresalta.
—El Sudes ha reducido la velocidad delante del Escala. Está examinando la intersección.
—Síguele —ordena Yulia.
Me limpio la nariz con el dorso de la mano e inspiro hondo para calmarme.
—Utiliza mi camisa para limpiarte. —Yulia me besa en la sien.
—Lo siento —murmuro avergonzada por llorar.
—¿Por qué? No tienes nada que sentir.
Vuelvo a limpiarme la nariz. Me coge la barbilla y me da un beso suave en los labios.
—Cuando lloras tienes los labios muy suaves. Mi esposa, tan bella y tan valiente… —me dice en un susurro.
—Bésame otra vez.
Yulia se queda quieta con una mano en mi espalda y otra sobre mi culo.
—Bésame —jadeo y veo cómo separa los labios a la vez que inspira bruscamente. Se inclina sobre mí,levanta la BlackBerry del soporte y la tira al asiento del conductor, junto a mis pies enfundados en sandalias.

Después pone su boca sobre la mía, hunde la mano derecha entre mi pelo y con la izquierda me coge la cara.
Su lengua me invade la boca y yo lo agradezco. La adrenalina se convierte en lujuria que me despierta el cuerpo. Le sujeto el rostro y paso los dedos sobre sus mejillas, disfrutando de su sabor. Gruñe bajo y grave desde el fondo de la garganta ante mi apasionada respuesta y a mí se me tensa el vientre por el deseo que siento. Su mano recorre mi cuerpo, rozándome el pecho, la cintura y bajando por mi culo. Me muevo un poco.

—¡Ah! —exclama y se separa de mí sin aliento.
—¿Qué? —le susurro junto a los labios.
—Lena, estamos en un aparcamiento en medio de Seattle.
—¿Y qué?
—Que ahora mismo tengo muchas ganas de follarte y tú estás intentando encontrar postura encima de mí…Es incómodo.

Al oír sus palabras crecen las espirales de mi interior y todos los músculos que tengo por debajo de la cintura se tensan una vez más.

—Fóllame entonces. —Le beso la comisura de la boca. La deseo. Ahora. Esa persecución en el coche ha sido excitante. Demasiado excitante. Aterradora. Y el miedo ha desencadenado mi libido. Se echa un poco atrás para mirarme con los ojos oscuros y entrecerrados.
—¿Aquí? —me pregunta con la voz ronca.
Se me seca la boca. ¿Cómo puede excitarme así solo con una palabra?
—Sí. Te deseo. Ahora.
Ladea la cabeza y me mira durante unos segundos.
—Señora Volkova Katina, es usted una descarada —me susurra después de lo que a mí me ha parecido una eternidad.
Me agarra la nuca con la mano que tiene enredada en mi pelo para mantenerme quieta y su boca cubre la mía una vez más, esta vez con más fuerza. Con la otra mano me acaricia el cuerpo hasta llegar al culo y sigue bajando hasta medio muslo. Cierro los dedos entre su pelo demasiado largo.
—Cómo me alegro de que lleves falda —dice mientras mete la mano por debajo de mi falda estampada azul y blanca para acariciarme el muslo.
Me revuelvo una vez más en su regazo y ella suelta el aire bruscamente con los dientes apretados.
—Quieta —gruñe. Me cubre el sexo con la mano y me quedo quieta inmediatamente. Me roza el clítoris con el pulgar y me quedo sin aliento cuando siento sacudidas de placer como descargas eléctricas en mi interior, muy, muy adentro—. Quieta —vuelve a susurrar y me besa otra vez mientras su pulgar empieza a trazar círculos por encima del fino encaje de mi ropa interior de diseñador. Lentamente mete dos dedos por debajo de mis bragas y los introduce en mi interior. Gimo y muevo las caderas para acercarlas a su mano.
—Por favor… —le suplico.
—Oh, ya estás preparada —dice metiendo y sacando los dedos despacio—. ¿Te ha excitado la persecución en el coche?
—Me excitas tú.

Me sonríe con una sonrisa traviesa y retira los dedos de repente, dejándome con las ganas. Coloca el brazo por debajo de mis rodillas y, cogiéndome por sorpresa, me levanta en el aire y me gira de forma que quedo mirando al parabrisas.

—Pon una pierna a cada lado de las mías —me ordena juntando sus piernas.
Obedezco y pongo los pies en el suelo, uno a cada lado de las suyas. Baja las manos por mis muslos y luego las vuelve a subir, arrastrando con ellas la falda.
—Pon las manos en mis rodillas, nena, e inclínate hacia delante. Levanta ese bonito culo que tienes.Cuidado con la cabeza.

¡Mierda! De verdad lo vamos a hacer en un aparcamiento público. Echo un vistazo delante de nosotras y no veo a nadie, pero siento que me recorre un escalofrío. ¡En un aparcamiento público! ¡Esto es muy excitante! Yulia se mueve debajo de mí y oigo el inconfundible sonido de la cremallera de su bragueta.
Me rodea la cintura con un brazo y con la otra mano me aparta a un lado la bragas. Después me penetra con un solo movimiento rápido.

—¡Ah! —grito dejándome caer sobre ella y ella suelta el aire con los dientes apretados. Su brazo serpentea por mi cuerpo hasta mi cuello. Extiende la mano sobre mi garganta, me empuja la cabeza hacia atrás y me obliga a girarla para poder besarme la garganta. Con la otra mano me agarra la cadera y empezamos a movernos a la vez.

Yo levanto los pies y ella se introduce más en mi interior; dentro y fuera. La sensación es… Gimo con fuerza. En esta postura entra tan adentro… Con la mano izquierda sujeto el freno de mano y apoyo la derecha contra la puerta. Yulia me agarra el lóbulo de la oreja entre los dientes y tira hasta casi hacerme daño.
Entra y sale una y otra vez. Yo subo y después me dejo caer y conseguimos establecer un ritmo. Me rodea el muslo con la mano por debajo de la falda hasta llegar al vértice entre mis muslos y con dos dedos me acaricia suavemente el clítoris a través de la fina tela de mi ropa interior.

—¡Ah!
—¡Rápido, Lena! —jadea junto a mi oído con los dientes apretados. Su otra mano sigue en mi cuello, por debajo de la barbilla—. Tenemos que acabar con esto rápido, Lena—me dice a la vez que aumenta la presión de los dedos sobre mi sexo.
—¡Ah! —Siento el familiar aumento del placer en mi interior, cada vez más profundo.
—Vamos, nena —dice junto a mi oído—. Quiero oírte.
Gimo. Soy toda sensaciones, con los ojos fuertemente cerrados: su voz en mi oído, su aliento en mi cuello y el placer saliendo del lugar donde está excitando mi cuerpo con los dedos y donde me embiste en lo más profundo. Y me pierdo. Mi cuerpo toma el control, buscando desesperadamente la liberación.
—Sí… —susurra Yulia en mi oído. Abro los ojos y veo la tapicería del techo del R8.
Los cierro con fuerza un segundo después y me abandono al orgasmo—. Oh, Lena —murmura encantada. Me rodea con los brazos, se hunde en mí una vez más y se queda inmóvil mientras eyacula en lo más profundo de mi interior.

Me acaricia la mandíbula con la nariz mientras me da suaves besos en la garganta, la mejilla y la sien. Yo me tumbo sobre ella y ella apoya la cabeza contra mi cuello.

—¿Ya ha aliviado toda la tensión, señora Volkova Katina? —Yulia me muerde el lóbulo de la oreja otra vez y tira.Tengo el cuerpo muerto, totalmente exhausto, y solo puedo soltar un gemido. Siento que sonríe contra mi piel—. Yo, por mi parte, puedo decir que me he liberado de la mía —dice levantándome de su regazo—. ¿Te has
quedado sin palabras?
—Sí —digo con un hilo de voz.
—Eres una criatura lujuriosa… No tenía ni idea de que fueras tan exhibicionista.
Me siento inmediatamente, alarmada. Ella se pone tensa.
—No nos está mirando nadie, ¿verdad? —Examino ansiosa el aparcamiento.
—¿Crees que iba a dejar que alguien viera cómo se corre mi mujer? —Me acaricia la espalda con la mano para calmarme, pero el tono de su voz hace que me estremezca.
Me vuelvo para mirarla y le sonrío con picardía.
—¡Sexo en el coche! —exclamo.
Me sonríe en respuesta y me coloca un mechón de pelo detrás de la oreja.
—Vamos a casa. Yo conduzco.

Abre la puerta para que pueda bajarme de su regazo y salir al aparcamiento. Cuando la miro veo que se está abrochando la bragueta. Sale fuera conmigo y espera sujetando la puerta hasta que vuelvo a entrar. Va rápidamente al otro lado, al asiento del conductor, sube al coche conmigo, coge la BlackBerry y hace una
llamada.

—¿Dónde está Sawyer? —pregunta—. ¿Y el Dodge? ¿Cómo es que no está Sawyer contigo?
Escucha con atención a Ryan, supongo.
—¿Ella? —exclama—. Siganla. —Yulia cuelga y me mira.
¡Ella! ¿Quién conducía el coche? ¿Quién puede ser? ¿Olga? ¿Leila?
—¿El Dodge lo conducía una mujer?
—Eso parece —me dice en voz baja. Su boca se ha convertido en una fina línea furiosa—. Voy a llevarte a casa —anuncia. Arranca el motor del R8 con un rugido y da marcha atrás para salir.
—¿Dónde está la… Sudes? ¿Y qué significa eso, por cierto? Suena muy BDSM…
Yulia sonríe brevemente y sale del aparcamiento hacia Stewart Street.
—Sudes significa «Sujeto desconocido». Ryan antes era agente del FBI.
—¿Del FBI?
—No preguntes —dice Yulia negando con la cabeza. Es obvio que está inmerso en sus pensamientos.
—Bueno, pues ¿dónde está la Sudes femenina?
—En la interestatal 5, dirección sur. —Me mira con ojos preocupados.

Vaya… De apasionada a tranquila y después a ansiosa en solo unos momentos. Extiendo la mano y le acaricio el muslo, pasando los dedos juguetonamente por la costura interior de sus vaqueros esperando que eso le mejore el humor. Aparta una mano del volante y detiene el lento ascenso de mi mano.

—No —me dice—. Hemos llegado hasta aquí sanos y salvos. No querrás que tenga un accidente a tres manzanas de casa… —Se lleva mi mano a los labios y me da un beso en el dedo índice para suavizar su respuesta. Tranquila, serena, autoritaria… Mi Cincuenta. Por primera vez en bastante tiempo me hace sentir
de nuevo como una niña caprichosa. Le suelto la mano y me quedo sentada en silencio un momento.
—¿Una mujer?
—Eso dicen. —Suspira, entra en el garaje subterráneo del Escala y pulsa los botones del código de acceso en la consola de seguridad. La puerta se abre, entra y aparca sin dificultad el R8 en su plaza asignada.
—Me gusta mucho este coche —le digo.
—A mí también. Y me gusta cómo lo conduces… Y también cómo has logrado no hacerle ningún daño.
—Puedes regalarme uno para mi cumpleaños —le digo sonriendo.
Yulia se queda con la boca abierta y yo salgo del coche.
—Uno blanco, creo —añado a la vez que me agacho y le sonrío.
Ella también sonríe.
—Elena Volkova, nunca dejas de sorprenderme.
Cierro la puerta y voy hasta el extremo del coche para esperarla. Ella baja y mira en mi dirección con esa mirada… esa mirada que despierta algo que hay dentro de mí, muy en el fondo. Conozco bien esa mirada.
Cuando ya está delante de mí, se inclina y me susurra:
—A ti te gusta el coche. A mí me gusta el coche. Te he follado dentro… Tal vez debería follarte también encima.
Doy un respingo. Pero un brillante BMW plateado entra en el garaje en ese momento. Yulia lo mira nerviosa y después irritada y por fin me dedica una sonrisa pícara.
—Pero parece que tenemos compañía. Vamos. —Me coge la mano y me lleva hacia el ascensor del garaje.
Llama al ascensor y, mientras esperamos, nos alcanza el dueño del BMW. Es joven, va vestido informal, y tiene el pelo largo, oscuro y cortado en capas. Parece alguien de los medios de comunicación.
—Hola —nos dice con una amplia sonrisa.
Yulia me rodea con el brazo y asiente educadamente.
—Acabo de mudarme. Apartamento dieciséis.
—Hola —le respondo devolviéndola la sonrisa. Tiene unos ojos marrones amables.
El ascensor llega y entramos. Yulia me mira con una expresión inescrutable.
—Tú eres Yulia Volkova —dice el hombre joven.
Yulia le mira con una sonrisa tensa.
—Noah Logan —se presenta tendiéndole la mano. Yulia se la estrecha a regañadientes—. ¿Qué piso?—pregunta Noah.
—Tengo que introducir un código.
—Oh.
—El ático.
—Oh. —Noah sonríe—. Por supuesto. —Él pulsa el botón del octavo piso y las puertas se cierran—. La señora Volkova, supongo.
—Sí —le respondo con una sonrisa educada y nos estrechamos las manos. Noah se sonroja porque se me queda mirando un segundo más de lo necesario. Yo también me ruborizo y Yulia me aprieta contra ella.
—¿Cuándo te has mudado? —le pregunto.
—El fin de semana pasado. Me encanta este sitio.
Se produce una pausa incómoda antes de que el ascensor se detenga en el piso de Noah.
—Ha sido un placer conocerlas a las dos —dice y parece aliviado al salir. Las puertas se cierran en silencio tras él. Yulia introduce el código y el ascensor vuelve a subir.
—Parece agradable —le digo—. No había conocido antes a ninguno de los vecinos.
Yulia frunce el ceño.
—Yo lo prefiero.
—Pero tú eres una ermitaña. Me ha parecido simpático.
—¿Una ermitaña?
—Ermitaña, sí. Encerrada en tu torre de marfil —le digo con naturalidad y sus labios curvan un poco,divertidos.
—Nuestra torre de marfil. Y creo que tenemos otro nombre para añadir a su lista de admiradores, señora Volkova Katina.
Pongo los ojos en blanco.
—Yulia, tú crees que todo el mundo es un admirador.
—¿Acabas de ponerme los ojos en blanco?
Se me acelera el pulso.
—Claro que sí —le susurro casi sin respiración.
Ladea la cabeza con una expresión ardiente, arrogante y divertida.
—¿Y qué voy a hacer al respecto?
—Tienes que ser dura.
Ella parpadea para ocultar su sorpresa.
—¿Dura?
—Por favor.
—¿Quieres más?
Asiento lentamente. Las puertas del ascensor se abren y ya estamos en casa.
—¿Cómo de dura? —Jadea y sus ojos se oscurecen.
La miro sin decir nada. Cierra los ojos un momento y después me coge la mano y tira de mí hacia el vestíbulo.
Cuando cruzamos las puertas dobles, nos encontramos a Sawyer de pie en el pasillo, mirándonos expectante.
—Sawyer, quiero un informe dentro de una hora —dice Yulia.
—Sí, señora. —Se gira y se dirige a la oficina de Igor.
¡Tenemos una hora!
Yulia me mira otra vez.
—¿Dura?
Yo asiento.
—Bien, señora Volkova Katina. Creo que está de suerte. Hoy estoy atendiendo peticiones.

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Mensaje por Aleinads 7/21/2016, 6:24 am

Madre mía!! agárrate Lena, llego lo que tanto pedías Laughing Laughing
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Mensaje por SandyQueen 7/21/2016, 10:41 am

Hasta ahorita me puse al corriente con los 3 capítulos que tenía pendiente... y qué capítulos xD Creo que a Yulia le van a llamar el genio de la lampara de aladino Laughing

Gracias por este capítulo Very Happy
SandyQueen
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Mensaje por VIVALENZ28 7/25/2016, 6:56 am

6


Tienes algo en mente? —me susurra Yulia con una mirada expectante. Me encojo de hombros; de repente me siento nerviosa y estoy casi sin respiración. No sé si es por la persecución, la adrenalina, el mal humor de antes… No entiendo nada, pero ahora quiero esto y lo quiero con todas mis fuerzas. Una expresión divertida aparece en la cara de Yulia—. ¿Un polvo pervertido? —me pregunta y sus palabras me parecen una suave caricia.
Asiento y noto que la cara me arde. ¿Por qué me da vergüenza? Ya he echado todo tipo de polvos pervertidos con esta mujer. ¡Es mi esposa, por todos los santos! ¿Me da vergüenza quererla o admitirlo? Mi subconsciente me mira fijamente como diciendo: Deja de darle tantas vueltas a las cosas.

—¿Tengo carta blanca? —Hace la pregunta en un susurro, mirándome como si intentara leerme la mente.
¿Carta blanca? Madre mía, ¿qué implicará eso?
—Sí —asiento nerviosa y la excitación empieza a crecer en mí. Ella sonríe lentamente con una sonrisa sexy.
—Ven —me dice y tira de mí hacia la escalera. Su intención está clara. ¡El cuarto de juegos!
Al llegar al final de la escalera me suelta la mano y abre la puerta del cuarto de juegos. La llave está en el llavero de «Yes Seattle» que le regalé no hace tanto tiempo.
—Después de usted, señora Volkova Katina—me dice abriendo la puerta.

El olor del cuarto de juegos ya me resulta familiar: huele a cuero, a madera y a cera de muebles. Me sonrojo al pensar que la señora Jones ha debido de estar limpiando allí cuando estábamos de luna de miel. Al entrar Yulia enciende las luces y las paredes rojo oscuro quedan iluminadas con una luz suave y difusa.
Me quedo de pie mirándola; la anticipación ya corre por mis venas.
¿Qué va a hacer? Cierra la puerta con llave y se gira. Con la cabeza inclinada hacia un lado me mira pensativa y después niega con la cabeza divertida.

—¿Qué quieres, Elena? —me pregunta.
—A ti —le respondo en un jadeo.
Sonríe.
—Ya me tienes. Me tienes desde el mismo momento en que te caíste al entrar en mi despacho.
—Sorpréndame, señora Volkova.
Su media sonrisa oculta su diversión y su expresión encierra una promesa lujuriosa.
—Como usted quiera, señora Volkova Katina. —Cruza los brazos y se lleva el dedo índice a los labios mientras me mira de arriba abajo—. Creo que vamos a empezar deshaciéndonos de tu ropa. Se acerca. Coge mi chaqueta vaquera por delante, me la abre y me la quita por los hombros hasta que cae al suelo. Después agarra el dobladillo de mi camisola negra.
—Levanta los brazos.

Obedezco y me la quita por la cabeza. Se inclina para darme un suave beso en los labios. Sus ojos brillan con una atrayente mezcla de lujuria y amor. La camisola acaba en el suelo junto a mi chaqueta.

—Toma —le susurro mirándole nerviosa; me quito la goma del pelo de la muñeca y se la tiendo. Ella se queda quieta y abre mucho los ojos un segundo. Por fin me coge la goma.
—Vuélvete —me ordena.
Aliviada, sonrío para mí y obedezco inmediatamente. Parece que hemos superado un pequeño obstáculo.
Me recoge el pelo y me lo trenza rápida y hábilmente antes de sujetármelo con la goma. Tira de la trenza para que eche la cabeza hacia atrás.
—Bien pensado, señora Volkova Katina—me susurra al oído y después me muerde el lóbulo de la oreja—. Ahora gírate y quítate la falda. Deja que caiga al suelo.

Me suelta y da unos pasos atrás. Yo me vuelvo para quedar mirándola. Sin apartar los ojos de los suyos me desabrocho la cinturilla de la falda y bajo la cremallera. El vuelo de la falda flota y cae al suelo, rodeándome los pies.

—Sal de la falda —ordena y yo obedientemente doy un paso hacia ella. Ella se arrodilla rápidamente delante de mí y me agarra el tobillo derecho. Con destreza me suelta una sandalia y después la otra mientras yo mantengo el equilibrio apoyando una mano en la pared bajo los ganchos que usa para colgar los látigos, las fustas y las palas. Ahora mismo las únicas herramientas que hay allí son el látigo de colas y la fusta de montar. Los miro con curiosidad. ¿Querrá usarlos?
Una vez sin zapatos, ya solo me queda puesto el conjunto de sujetador y bragas de encaje. Yulia se sienta en los talones y me mira.

—Es usted un paisaje que merece la pena admirar, señora Volkova Katina. —Se arrodilla, me agarra las caderas y me atrae hacia ella para hundir la nariz en mi entrepierna—. Y hueles a ti, a mí y a sexo —dice inspirando hondo—. Es embriagador.

Me da un beso por encima de la tela de las bragas y yo la miro con la boca abierta por lo que ha dicho. Mi interior se está convirtiendo en líquido. Es tan… traviesa. Recoge mi ropa y mis sandalias y se pone de pie con un movimiento rápido y grácil, como una atleta.

—Ve y quédate de pie junto a la mesa —me dice con calma señalando con la barbilla.
Se gira y camina hacia la cómoda que encierra todas las maravillas. Me mira y me sonríe.
—Cara a la pared —me manda—. Así no sabrás lo que estoy planeando. Estoy aquí para complacerla,señora Volkova Katina, y ha pedido usted una sorpresa.

Me giro para darle la espalda y escucho con atención; mis oídos de repente captan hasta los sonidos más leves. Es buena en esto: alimenta mis expectativas y aviva mi deseo haciéndome esperar. Oigo cómo mete mi ropa y creo que mis zapatos también en la cómoda. Ahora percibo el inconfundible sonido de sus zapatos al caer al suelo, primero uno y después el otro. Mmm… Me encanta la Yulia descalza. Un momento después le oigo abrir un cajón.
¡Juguetes! Oh, me encanta, me encanta esta anticipación. El cajón se cierra y mi respiración se acelera.
¿Cómo el sonido de un cajón puede convertirme en un flan que no deja de temblar? No tiene sentido. El siseo sutil del equipo de sonido al cobrar vida me avisa de que va a haber un interludio musical. Empieza a oírse una música de piano, apagada y suave, y un coro triste llena la habitación. No conozco esta canción. Al piano se le une una guitarra eléctrica. ¿Qué es esto? Empieza a hablar una voz masculina y apenas distingo las palabras: dice algo sobre no tener miedo a la muerte.

Yulia se acerca lentamente hacia mí con los pies descalzos sobre el suelo de madera. Lo siento detrás de mí cuando una mujer empieza a ¿gemir? ¿Llorar? ¿Cantar…?

—Ha pedido usted duro, señora Volkova Katina—me dice junto al oído izquierdo.
—Mmm…
—Pídeme que pare si es demasiado. Si me dices que pare, pararé inmediatamente. ¿Entendido?
—Sí.
—Necesito que me lo prometas.
Inspiro hondo. Mierda, ¿qué es lo que va a hacer?
—Lo prometo —murmuro sin aliento, recordando sus palabras de antes: «No quiero hacerte daño, pero no me importa jugar».
—Muy bien. —Se inclina y me da un beso en el hombro desnudo. Después mete un dedo bajo la tira del sujetador y sigue la línea de la tela por mi espalda. Quiero gemir. ¿Cómo consigue que hasta el contacto más leve sea tan erótico?—. Quítatelo —me susurra al oído y yo me apresuro a obedecerle. Dejo caer el sujetador al suelo.
Me acaricia la espalda con las manos, mete los dos pulgares bajo la cintura de mis bragas y me las baja por las piernas.
—Sal —me dice.
Vuelvo a hacer lo que me pide y salgo de las bragas. Me da un beso en el culo y se pone de pie.
—Te voy a tapar los ojos para que todo sea más intenso.
Me pone un antifaz en los ojos y el mundo se vuelve negro. La mujer que canta está gimiendo algo incoherente… Una canción muy sentida y evocadora.
—Agáchate y túmbate sobre la mesa. —Habla con suavidad—. Ahora.
Sin dudarlo me inclino sobre la mesa y apoyo el pecho en la madera bien abrillantada. Siento la cara caliente contra la dura superficie que noto fresca contra mi piel y que huele a cera de abejas con un toque cítrico.
—Estira los brazos y agárrate al borde.
Vale… Me estiro y me agarro al borde más alejado de la mesa. Es bastante ancha, así que tengo los brazos estirados al máximo.
—Si te sueltas, te azoto, ¿entendido?
—Sí.
—¿Quieres que te azote, Elena?
Todo lo que tengo por debajo de la cintura se tensa deliciosamente. Me doy cuenta de que he estado deseándolo desde que me amenazó con hacerlo en la comida y ni la persecución ni el encuentro íntimo en el coche han conseguido satisfacer esa necesidad.
—Sí. —Mi voz no es más que un susurro ronco.
—¿Por qué?
Oh… ¿tiene que haber una razón? Me encojo de hombros.
—Dime —insiste.
—Mmm…

Y sin avisar me da un azote fuerte.
—¡Ah! —grito.
—¡Silencio!

Me frota suavemente el culo en el lugar donde me ha dado el azote. Después se inclina sobre mí,clavándome la cadera en el culo, me da un beso entre los omóplatos y sigue encadenando besos por toda mi espalda. Se ha quitado la camisa y sus pechos me hace cosquillas en la espalda a la vez que su erección empuja contra mis nalgas desde debajo de la dura tela de sus vaqueros.

—Abre las piernas —me ordena.
Separo las piernas.
—Más.
Gimo y abro más las piernas.
—Muy bien. —Desliza un dedo por mi espalda, por la hendidura entre mis nalgas y sobre el ano, que se aprieta al notar su contacto.
—Nos vamos a divertir un rato con esto —susurra.
¡Joder!
Sigue bajando el dedo por mi perineo y lo introduce lentamente en mi interior.
—Veo que estás muy mojada, Elena. ¿Por lo de antes o por lo de ahora?
Gimo y ella mete y saca el dedo, una y otra vez. Me acerco a su mano, encantada por la intrusión.
—Oh, Lena, creo que es por las dos cosas. Creo que te encanta estar aquí, así. Toda mía.
Sí… Oh, sí, me encanta. Saca el dedo y me da otro azote fuerte.
—Dímelo —susurra con la voz ronca y urgente.
—Sí, me encanta —gimo.
Me da otro azote bien fuerte una vez más y grito. Después mete dos dedos en mi interior, los saca inmediatamente, extiende mis fluidos alrededor y sube hasta el ano.
—¿Qué vas a hacer? —le pregunto sin aliento. Oh, Dios mío… ¿Me va a follar por el culo?
—No voy a hacer lo que tú crees —me susurra tranquilizadoramente—. Ya te he dicho que vamos a avanzar un paso cada vez, nena.
Oigo el suave sonido del chorro de algún líquido, al salir de un tubo seguramente, y siento que sus dedos me masajean otra vez ahí. Me está lubricando… ¡ahí! Me retuerzo cuando mi miedo choca con mi excitación por lo desconocido. Me da otro azote más abajo que me alcanza el sexo. Gimo. Es una sensación… tan increíble.
—Quieta —dice—. Y no te sueltes.
—Ah.
—Esto es lubricante. —Me echa un poco más. Intento no retorcerme, pero el corazón me late muy fuerte y tengo el pulso descontrolado. El deseo y la ansiedad me corren a toda velocidad por las venas.
—Llevo un tiempo queriendo hacer esto contigo, Lena.
Gimo de nuevo. Siento algo frío, metálicamente frío, que me recorre la espalda.
—Tengo un regalito para ti —me dice Yulia en un susurro.
Me viene a la mente la imagen del día que me enseñó los artilugios que había en la cómoda. Madre mía.
Un tapón anal. Yulia lo desliza por la hendidura que hay entre mis nalgas.
Oh, Dios mío…
—Voy a introducir esto dentro de ti muy lentamente…
Doy un respingo; la anticipación y la ansiedad están haciendo mella en mí.
—¿Me va a doler?
—No, nena. Es pequeño. Y cuando lo tengas dentro te voy a follar muy fuerte.
Estoy a punto de dar una sacudida sin control. Se agacha sobre mi cuerpo y me da más besos entre los omóplatos.
—¿Preparada? —me susurra.
¿Preparada? ¿Estoy preparada para esto?
—Sí —digo con un hilo de voz y la boca seca.

Pasa otra vez el dedo por encima del ano y por el perineo y lo introduce en mi interior. Joder, es el pulgar.
Me cubre el sexo con el resto de la mano y me acaricia lentamente el clítoris con los dedos. Suelto un gemido… Me siento… bien. Muy lentamente, sin dejar de hacer su magia con los dedos y el pulgar, me va metiendo el frío tapón.

—¡Ah! —grito y gimo a la vez por la sensación desconocida. Mis músculos protestan por la intrusión.

Hace círculos con el pulgar en mi interior y empuja más fuerte el tapón, que entra con facilidad. No sé si es porque estoy tan excitada o porque me está distrayendo con sus dedos expertos, pero parece que mi cuerpo lo acepta bien. Pesa… y noto algo raro… ¡«ahí»!

—Oh, nena…
Puedo sentirlo todo: el pulgar que gira en mi interior y el tapón que presiona… Oh, ah… Gira lentamente el tapón, lo que me provoca un interminable gemido.
—Yulia… —Digo su nombre como un mantra mientras me voy adaptando a la sensación.
—Muy bien —me susurra. Me recorre el costado con la mano libre hasta llegar a la cadera. Saca lentamente el pulgar y oigo el sonido inconfundible de la cremallera de su bragueta al abrirse. Me coge la cadera por el otro lado, tira de mí hacia atrás y me abre más las piernas empujándome los pies con los suyos.
—No sueltes la mesa, Lena —me advierte.
—No —jadeo.
—Duro, ¿eh? Dime si soy demasiado dura, ¿entendido?
—Sí —le susurro.

Siento que entra en mí con una brusca embestida a la vez que me atrae hacia ella, lo que empuja el tapón y lo introduce más profundamente.

—¡Joder! —chillo.

Se queda quieta con la respiración trabajosa. Mis jadeos se acompasan con los suyos. Estoy intentando asimilar todas las sensaciones: la deliciosa sensación de estar llena, la seducción de estar haciendo algo prohibido, el placer erótico que va creciendo en espiral desde mi interior. Tira suavemente del tapón.
Oh, Dios mío… Gimo y oigo que inspira bruscamente: una inhalación de puro placer sin adulterar. Hace que me hierva la sangre. ¿Me he sentido alguna vez tan llena de lujuria… tan…?

—¿Otra vez? —me susurra.
—Sí.
—Sigue tumbada —me ordena. Sale de mí y vuelve a embestirme con mucha fuerza.
Oh… esto era lo que quería.
—¡Sí! —exclamo con los dientes apretados.

Ella empieza a establecer un ritmo con la respiración cada vez más trabajosa, que vuelve a acompasarse con la mía cuando entra y sale de mi interior.

—Oh, Lena —gime. Aparta una de las manos de mi cadera y gira otra vez el tapón para meterlo despacio,sacarlo un poco y volverlo a meter. La sensación es indescriptible y creo que estoy a punto de desmayarme sobre la mesa. No altera el ritmo de su penetración, una y otra vez, con movimientos fuertes y bruscos al
entrar, haciendo que mis entrañas se tensen y tiemblen.
—Oh, joder… —grito. Me va a partir en dos.
—Sí, nena —murmura ella.
—Por favor… —le suplico, aunque no sé qué le estoy pidiendo: que pare, que no pare nunca, que vuelva a girar el tapón. Mi interior se tensa alrededor de ella y del tapón.
—Eso es —jadea y a la vez me da un fuerte azote en la nalga derecha. Y yo me corro, una vez y otra,cayendo, hundiéndome, girando, latiendo a su alrededor una vez, y otra… Yulia saca con mucho cuidado el tapón.
—¡Joder! —vuelvo a gritar y Yulia me agarra las caderas para que no me mueva y llega el clímax con un alarido.

La mujer sigue cantando. Siempre que estamos aquí, Yulia pone una canción y programa el equipo para que se repita. Qué raro. Estoy acurrucada en su regazo, envuelta por sus brazos, con las piernas enroscadas con las suyas y la cabeza descansando contra su pecho. Estamos en el suelo del cuarto de juegos al lado de la mesa.

—Bienvenida de vuelta —me dice quitándome el antifaz. Parpadeo para que mis ojos se adapten a la débil luz. Sujetándome la barbilla me da un beso suave en los labios con los ojos fijos en los míos, mirándome ansiosa. Estiro la mano para acariciarle la cara. Ella me sonríe—. Bueno, ¿he cumplido el encargo? —me
pregunta divertida.
Frunzo el ceño.
—¿Encargo?
—Querías que fuera dura —me explica.
No puedo evitar sonreír.
—Sí, creo que sí…
Alza las dos cejas y me sonríe.
—Me alegro mucho de oírlo. Ahora mismo se te ve muy bien follada y preciosa. —Me acaricia la cara y sus largos dedos me rozan la mejilla.
—Así me siento —digo casi en un ronroneo.
Se agacha y me besa tiernamente y noto sus labios suaves y cálidos contra los míos.
—Nunca me decepcionas.
Ella se echa un poco atrás para mirarme.
—¿Cómo te encuentras? —pregunta con voz suave pero llena de preocupación.
—Bien. Muy bien follada —le digo y siento que me estoy ruborizando. Le sonrío tímidamente.
—Vaya, señora Volkova Katina, tiene una boca muy muy sucia. —Yulia pone cara de ofendida, pero advierto la diversión en su voz.
—Eso es porque estoy casada con una mujer muy, muy sucia, señora Volkova.
Me sonríe con una sonrisa ridículamente estúpida que se me contagia.
—Me alegro de que estés casada con ella.
Me coge la trenza, se la lleva a los labios y besa el extremo con veneración; sus ojos están llenos de amor.
Oh… ¿Alguna vez podré resistirme a esta mujer?
Le cojo la mano izquierda y le doy un beso en la alianza, un sencillo aro de platino igual que el mío.
—Mía —susurro.
—Tuya—me responde. Me rodea con sus brazos y hunde la nariz en mi pelo—. ¿Quieres que te prepare un baño?
—Mmm… Solo si tú te metes en la bañera conmigo.
—Vale —concede. Me pone de pie y se levanta para quedar junto a mí. Todavía lleva los vaqueros.
—¿Por qué no te pones… eh… los otros vaqueros?
Me mira frunciendo el ceño.
—¿Qué otros vaqueros?
—Los que te ponías antes cuando estábamos aquí.
—¿Esos? —pregunta parpadeando por la perplejidad.
—Me pones mucho con ellos.
—¿Ah, sí?
—Sí… Mucho, mucho…
Sonríe tímidamente.
—Por usted, señora Volkova Katina, tal vez me los ponga. —Se inclina para besarme y coge el cuenco que hay en la mesa en el que están el tapón, el tubo de lubricante, el antifaz y mis bragas.
—¿Quién limpia esos juguetes? —le pregunto siguiéndole hasta la cómoda.
Me mira con el ceño fruncido, como si no entendiera la pregunta.
—Yo. O la señora Jones.
—¿Ah, sí?
Asiente, divertida y avergonzada a la vez, creo. Apaga la música.
—Bueno… eh…
—Antes lo hacían tus sumisas —termino la frase por ella.
Se encoge de hombros como disculpándose.
—Toma. —Me pasa su camisa. Me la pongo y me envuelvo en ella. La tela mantiene su olor y mi malestar por lo de la limpieza del tapón anal queda olvidado. Deja los juguetes sobre la cómoda. Me coge la mano, abre la puerta del cuarto de juegos, me lleva afuera y bajamos por la escalera. Yo le sigo dócilmente.

La ansiedad, el mal humor, la emoción, el miedo y la excitación de la persecución han desaparecido. Estoy relajada, por fin saciada y en calma. Cuando entramos en nuestro baño bostezo con fuerza y me estiro, por fin
cómoda conmigo misma para variar.

—¿Qué? —pregunta Yulia mientras abre el grifo.
Niego con la cabeza.
—Dímelo —me pide suavemente. Echa aceite de baño de jazmín en el agua y el baño se llena de un olor dulce y sensual.
Me sonrojo.
—Es que me siento mejor.
Sonríe.
—Sí, ha tenido un humor extraño todo el día, señora Volkova Katina. —Se pone de pie y me atrae hacia sus brazos—. Sé que estás preocupada por las cosas que han ocurrido recientemente. Siento que te hayas visto envuelta en todo esto. No sé si es una venganza, un antiguo empleado descontento o un rival en los negocios. Pero si algo te pasara por mi culpa… —Su voz va bajando hasta quebrarse en un susurro lleno de dolor. Yo la abrazo.
—¿Y si te pasa algo a ti, Yulia? —Al fin enuncio mi miedo en voz alta.
Me mira.
—Ya lo arreglaremos. Ahora quítate la camisa y métete en el baño.
—¿No tienes que hablar con Sawyer?
—Puede esperar. —La expresión de su boca se endurece y yo siento una punzada de lástima por Sawyer.
¿Qué puede haber hecho para enfadar a Yulia?
Yulia me ayuda a quitarme la camisa y frunce el ceño cuando me giro hacia ella. Todavía tengo en los pechos las marcas desvaídas de los chupetones que me hizo durante la luna de miel. Decido no bromear con ella sobre ellos.
—Me pregunto si Ryan habrá conseguido seguir al Dodge…
—Ya nos enteraremos después del baño. Entra. —Me tiende la mano para ayudarme a entrar e intento sentarme dentro del agua caliente y fragante.
—Ay. —Tengo el culo un poco sensible y el agua caliente me provoca un leve dolor.
—Con cuidado, nena —me dice Yulia pero nada más decirlo la sensación de incomodidad desaparece.

Yulia se desnuda y se mete detrás de mí, atrayéndome hacia ella para que me apoye contra su pecho. Me coloco entre sus piernas y las dos nos quedamos tumbadas, relajadas y satisfechas, en el agua caliente. Le acaricio las piernas y ella me coge la trenza con una mano y la hace girar entre sus dedos.

—Tenemos que revisar los planos de la casa nueva. ¿Más tarde?
—Sí. —Esa mujer va a volver. Mi subconsciente levanta la vista del tercer volumen de las Obras completas de Charles Dickens y frunce el ceño. Pienso lo mismo que mi subconsciente. Suspiro. Por desgracia los planos de Gia Matteo son espectaculares—. Debería preparar las cosas del trabajo —digo.
Ella se queda muy quieta.
—Sabes que no tienes que volver a trabajar si no quieres —me dice.
Oh, no… otra vez no.
—Yulia, ya hemos hablado de esto. Por favor no resucites aquella discusión.
Me tira de la trenza de forma que tengo que levantar y echar atrás la cabeza.
—Solo lo digo por si acaso… —se defiende y me da un suave beso en los labios.
Me pongo los pantalones de chándal y una camisola y decido ir a buscar mi ropa al cuarto de juegos.
Mientras cruzo el pasillo, oigo la voz de Yulia gritando en el estudio. Me quedo petrificada.
—¿Dónde cojones estabas?

Oh, mierda. Le está gritando a Sawyer. Hago una mueca de dolor y subo corriendo la escalera hasta el cuarto de juegos. No quiero oír lo que tiene que decirle; Yulia aún sigue intimidándome cuando grita.
Pobre Sawyer. Al menos yo puedo contestarle también a gritos.
Recojo mi ropa y los zapatos de Yulia y entonces me fijo en el pequeño cuenco de porcelana con el tapón, que sigue encima de la cómoda. Bueno… supongo que debería limpiarlo. Lo pongo entre la ropa y bajo la escalera. Miro nerviosamente hacia el salón, pero todo está en calma, gracias a Dios.
Igor volverá mañana por la noche y Yulia suele estar más tranquila cuando lo tiene a su lado. Igor está pasando unos días con su hija. Me pregunto distraída si alguna vez llegaré a conocerla.
La señora Jones sale del office y las dos nos sobresaltamos.

—Señora Lena… No la había visto. —¡Oh, ahora soy la señora Lena!
—Hola, señora Jones.
—Bienvenida a casa y felicidades —me dice sonriendo.
—Por favor, llámeme Lena.
—Oh, señora Lena, no me sentiría cómoda dirigiéndome a usted así.
¡Oh! ¿Por qué tiene que cambiar todo solo porque ahora llevo un anillo en el dedo?
—¿Quiere repasar los menús de la semana? —me pregunta mirándome expectante.
¿Los menús?
—Mmm… —No es una pregunta que esperara que me hiciera.
Sonríe.
—Cuando empecé a trabajar con la señora Volkova, todos los domingos por la noche repasaba los menús de la semana siguiente con ella y hacía una lista de todo lo que necesitábamos de la tienda.
—Ah, ya veo.
—¿Quiere que yo me ocupe de eso? —dice tendiéndome las manos para cogerme la ropa.
—Oh… no. Todavía no he terminado con todo esto. —Y tengo escondido entre la ropa un cuenco con un tapón anal… Me pongo de color escarlata. No sé ni cómo puedo mirar a la señora Jones a la cara. Ella sabe lo que hacemos, porque es la que limpia la habitación. Dios, es muy raro no tener privacidad.
—Cuando pueda, señora Lena, estaré encantada de repasar esas cosas con usted.
—Gracias. —Nos interrumpe un Sawyer con la cara cenicienta que sale del estudio de Yulia como una exhalación y cruza a buen paso el salón. Nos saluda brevemente con la cabeza sin mirarnos a los ojos y se mete en el despacho de Igor. Me alegro de que nos haya interrumpido porque no quiero hablar de menús ni de tapones anales con la señora Jones. Le dedico una breve sonrisa y me escabullo hacia el dormitorio. ¿Me acostumbraré alguna vez a tener servicio doméstico siempre a mi entera disposición? Sacudo la cabeza… Tal vez algún día.

Dejo caer los zapatos de Yulia en el suelo y mi ropa en la cama y me llevo el cuenco con el tapón al baño. Lo miro suspicaz. Parece inofensivo y sorprendentemente limpio. No quiero pensar mucho en él, así que lo lavo enseguida con agua y jabón. ¿Eso será suficiente? Tengo que preguntarle a la señora Experta en Sexo si hay que esterilizarlo o algo. Me estremezco de solo pensarlo.

Me gusta que Yulia haya adaptado la biblioteca para mí. Ahora tiene un bonito escritorio de madera blanco en el que puedo trabajar. Saco el ordenador portátil y echo un vistazo a las notas sobre los cinco manuscritos que he leído en la luna de miel.
Sí, tengo todo lo que necesito. Una parte de mí teme volver al trabajo, pero no puedo decirle eso a Yulia. Aprovecharía la oportunidad para hacer que lo deje. Recuerdo que a Roach casi le dio un ataque cuando le dije que me iba a casar, con quién y cómo. Muy poco después me hicieron fija en el puesto. Ahora
me doy cuenta de que fue porque iba a casarme con la jefa. No me gusta la idea. Ya no soy editora en prácticas. Ahora soy Elena Katina, editora.
Todavía no he logrado reunir el coraje para decirle a Yulia que no voy a cambiarme el apellido en el trabajo. Creo que tengo buenas razones. Necesito mantener cierta distancia con ella, pero sé que vamos a tener una pelea cuando se lo plantee. Tal vez deberíamos hablarlo esta noche.

Me acomodo en la silla y empiezo mi última tarea del día. Miro el reloj del ordenador: son las siete de la tarde. Yulia todavía no ha salido de su estudio, así que tengo tiempo. Saco la tarjeta de memoria de la Nikon y la conecto al ordenador para transferir las fotos. Mientras se van copiando, reflexiono sobre los acontecimientos del día. ¿Habrá vuelto Ryan? ¿O todavía irá de camino a Portland? ¿Habrá conseguido atrapar a la mujer misteriosa? ¿Sabrá Yulia algo de Ryan ya? Quiero respuestas y no me importa que esté ocupada; quiero saber lo que está pasando y de repente siento una punzada de resentimiento porque me tiene en ascuas. Me levanto con intención de ir a hablar con ella a su estudio, pero antes de que me dé tiempo, las fotos de los últimos días de nuestra luna de miel aparecen en la pantalla.
Oh, Dios mío…

Hay un montón de fotos mías. Muchísimas dormida: con el pelo sobre la cara o desparramado sobre la almohada, con los labios separados… ¡Mierda! Chupándome el pulgar… ¡Hacía años que no me chupaba el pulgar! Cuántas fotos… No tenía ni idea de que me las había hecho. Hay unas cuantas naturales, hechas desde lejos, incluyendo una en la que estoy apoyada en la barandilla del yate, mirando nostálgicamente a la distancia. ¿Cómo he podido no percatarme de que estaba haciéndome fotos? Sonrío al ver las fotos en las que estoy hecha una bola debajo de ella, riéndome y con el pelo volando mientras intentaba zafarme de esos dedos que me hacían cosquillas y me atormentaban. Y hay una de ella y mía en la cama del camarote, la que nos hizo con el brazo extendido. Estoy acurrucada en su pecho y ella mira a la cámara, joven, con los ojos muy
abiertos… enamorada. Con la otra mano me coge la cabeza y yo sonrío como una tonta enamorada, sin poder apartar los ojos de ella. Oh, mi guapísima esposa, con el pelo de recién follado, los ojos azules brillando, los labios separados y sonriendo. Mi maravillosa esposa que no soporta que le hagan cosquillas y que hasta hace poco tampoco aceptaba que la tocaran, aunque ahora sí tolere mi contacto. Tengo que preguntarle si le complace o si solo me deja tocarle porque a mí me gusta.

Frunzo el ceño al comtemplar su imagen, abrumada de repente por lo que siento por ella. Hay alguien ahí fuera que va tras ella: primero lo de Charlie Tango, después el incendio en la oficina y ahora la persecución del coche. Me tapo la boca con la mano cuando se me escapa un sollozo involuntario. Dejo el ordenador y me levanto de un salto para ir a buscarla, no para enfrentarme con ella, sino para comprobar que está bien.
Sin molestarme en llamar, irrumpo en su estudio. Yulia está sentada en el escritorio y hablando por teléfono. Alza la vista con una irritación sorprendida, pero el enfado desaparece cuando ve que soy yo.

—¿Y no se puede mejorar más la imagen? —dice sin abandonar su conversación telefónica, aunque no aparta los ojos de mí. Sin dudarlo, rodeo el escritorio y ella se gira en su silla para quedar frente a mí con el ceño fruncido. Veo claramente que está pensando «¿Qué querrá?». Cuando me encaramo a su regazo, arquea ambas cejas por la sorpresa. Le rodeo el cuello con los brazos y me acurruco contra su cuerpo. Con mucho cuidado me rodea con un brazo.
—Mmm… Sí, Barney. ¿Puedes esperar un momento? —Tapa el teléfono con el hombro.
—Lena, ¿qué pasa?
Niego con la cabeza. Me coge la barbilla y me mira a los ojos. Yo hago que me suelte y escondo la cara bajo su barbilla, acurrucándome todavía más. Perpleja, aprieta un poco más el brazo que me rodea y me besa en el pelo.
—Ya he vuelto, Barney, ¿qué me estabas diciendo? —continúa sujetando el teléfono entre la oreja y el hombro para poder pulsar con la mano libre una tecla del portátil.

La imagen de una cámara de seguridad en blanco y negro y con mucho grano aparece en la pantalla. Se ve a un hombre con el pelo oscuro y un mono de trabajo de color claro. Yulia pulsa otra tecla y la cámara se acerca al hombre, pero tiene la cabeza agachada. Cuando está más cerca de la cámara, Yulia congela la imagen. Está de pie en una habitación blanca con lo que parece una larga hilera de armarios altos y negros a su izquierda. Debe de ser la sala del servidor de las oficinas de Yulia.

—Una vez más, Barney.
La pantalla cobra vida. Aparece un cuadrado sobre la cabeza del hombre con el tiempo de metraje de la cámara y de repente la imagen se acerca con un zoom. Me incorporo para sentarme, fascinada.
—¿Es Barney el que hace eso? —le pregunto en voz baja.
—Sí —responde Yulia—. ¿Puedes enfocar un poco mejor la imagen? —le pide a Barney.

La imagen se torna borrosa y después vuelve a enfocarse un poco mejor de forma que se ve con más claridad al hombre que mira hacia abajo a propósito para evitar la cámara. Mientras le observo, un escalofrío me recorre la espalda. La línea de la mandíbula me resulta familiar. Tiene el pelo corto y desaliñado y un aspecto raro y descuidado… Pero en la imagen mejor enfocada puedo ver un pendiente, un aro pequeño.

¡Dios santo! Yo sé quién es.

—Yulia —le susurro—. ¡Es Alexandr Popov!
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Mensaje por VIVALENZ28 7/26/2016, 5:27 am

7
Tú crees? —me pregunta Yulia, sorprendida. —Fíjate en el perfil de la mandíbula —le digo señalando a la pantalla—. El pendiente y la forma de los hombros. También tiene su complexión. Debe de llevar una peluca o se ha cortado y teñido el pelo…
—Barney, ¿lo has oído? —Yulia pone el teléfono sobre la mesa y activa el manos libres—. Parece que has estudiado muy bien a tu ex jefe…—dice Yulia, y no parece muy contenta. La miro con el ceño fruncido, pero Barney interviene.
—Sí, he oído a la señora Lena. Estoy pasando el software de reconocimiento facial por todo el metraje digitalizado de las cámaras de seguridad. Vamos a ver en qué otros sitios de la empresa ha estado este cabrón… perdón, señora… este individuo.
Miro nerviosa a Yulia, que no hace caso del improperio de Barney. Está observando de cerca la imagen de la cámara.
—¿Y por qué haría algo así? —le pregunto a Yulia.
Ella se encoge de hombros.
—Venganza, tal vez. No lo sé. Nunca se sabe por qué la gente hace lo que hace. Lo que no me gusta es que hayas trabajado tan cerca de ese tipo. —La boca de Yulia se convierte en una fina línea y me rodea la cintura con el brazo.
—Tenemos el contenido de su disco duro también, señora —dice Barney.
—Sí, lo recuerdo. ¿Tenemos una dirección del señor Popov? —pregunta Yulia bruscamente.
—Sí, señora.
—Díselo a Welch.
—Ahora mismo. También voy a examinar el circuito cerrado de la ciudad para intentar rastrear sus movimientos.
—Averigua qué vehículo tiene.
—Sí, señora.
—¿Barney puede hacer todo eso? —le pregunto en voz baja.
Yulia asiente y muestra una sonrisa de suficiencia.
—¿Qué había en su disco duro? —vuelvo a susurrar.
La cara de Yulia se endurece y niega con la cabeza.
—Poca cosa—dice con los labios tensos, sin rastro de sonrisa.
—Dímelo.
—No.
—¿Es sobre ti o sobre mí?
—Sobre mí —confiesa y suspira.
—¿Qué tipo de cosas? ¿Sobre tu estilo de vida?
Yulia niega con la cabeza y me pone el índice sobre los labios para callarme. La miro con el ceño fruncido, pero ella entorna los ojos en una clara advertencia para que me muerda la lengua.

—Un Camaro de 2006. Le mando los detalles de la matrícula a Welch también —dice Barney por el teléfono con voz animada.
—Bien. Descubre en qué otras partes de mi edificio ha estado ese hijo de puta. Y compara su imagen con la de su archivo personal de Seattle Independent Publishing. —Yulia me mira un tanto escéptica—.Quiero estar segura de que tenemos la identificación correcta.
—Ya lo he hecho, señora, y la señora Lena tiene razón. Es Alexandr Popov.
Sonrío. ¿Lo ves? Puedo ser útil. Yyulia me frota la espalda con la mano.
—Muy bien, señora Volkova Katina. —Me sonríe, olvidando su malestar anterior, y dice dirigiéndose a Barney—:Avísame cuando hayas rastreado todos sus movimientos dentro del edificio. Comprueba también si ha tenido acceso a alguna otra propiedad de Volkova Enterprises Holdings y avisa a los equipos de seguridad para que vuelvan a examinar todos esos edificios.
—Sí, señora.
—Gracias, Barney.
Yulia cuelga.
—Bien, señora Volkova Katina, parece que no solo es usted decorativa, sino que también resulta útil. —Los ojos de Yulia brillan con una diversión perversa. Noto que está bromeando.
—¿Decorativa? —me burlo siguiendo el juego.
—Muy decorativa —dice en voz baja dándome un beso suave y dulce en los labios.
—Usted es mucho más decorativo que yo, señora Volkova.
Sonríe y me besa con más fuerza, enroscando mi pelo alrededor de su muñeca y abrazándome. Cuando nos separamos para respirar, tengo el corazón a mil por hora.
—¿Tienes hambre? —me pregunta.
—No.
—Pues yo sí.
—¿Hambre de qué?
—De comida, la verdad.
—Te prepararé algo —digo con una risita.
—Me encanta ese sonido.
—¿El de mis palabras?
—El de tu risita. —Me besa en el pelo y yo me pongo de pie.
—¿Qué le apetece comer, señora? —le pregunto con dulzura.
Ella entorna los ojos.
—¿Está intentando ser adorable, señora Volkova Katina?
—Siempre, señora Volkova…
La sonrisa enigmática vuelve a aparecer.
—Todavía puedo volver a ponerte sobre mis rodillas —murmura seductoramente.
—Lo sé —le respondo sonriendo. Coloco las manos en los brazos de su silla de oficina, me agacho y la beso—. Esa es una de las cosas que me encantan de ti. Pero guárdate esa mano demasiado larga. Has dicho que tenías hambre…
Me dedica su sonrisa tímida y se me encoge el corazón.
—Oh, señora Volkova Katina, ¿qué voy a hacer con usted?
—Me vas a contestar a la pregunta. ¿Qué quieres comer?
—Algo ligero. Sorpréndame, señora Volkova Katina —me dice utilizando las mismas palabras que yo utilicé antes en el cuarto de juegos.
—Veré qué puedo hacer. —Salgo pavoneándome del estudio y me dirijo a la cocina. Se me cae el alma a los pies cuando me encuentro allí a la señora Jones.
—Hola, señora Jones.
—Hola, señora Lena. ¿Les apetece algo de comer?
—Mmm…
Está revolviendo algo en una cazuela sobre el fuego que huele deliciosamente.
—Iba a hacer unos bocadillos para el señora Volkova y para mí.
Se queda parada durante un segundo.
—Claro —dice—. A la señora Volkova le gusta el pan de barra… Creo que hay un poco en el congelador ya cortado con el tamaño de bocadillo. Yo puedo hacerles los bocadillos, señora.
—Lo sé. Pero me gustaría hacerlos yo.
—Claro, lo entiendo. Le dejaré un poco de espacio.
—¿Qué está cocinando?
—Es salsa boloñesa. Se puede comer en cualquier otro momento. La congelaré. —Me sonríe amablemente y apaga el fuego.
—Mmm… ¿Y qué le gusta a Yulia… en el bocadillo? —Frunzo el ceño cohibida por la frase. ¿Se habrá dado cuenta la señora Jones de lo que implicaba?
—Señora Lena, en un bocadillo puede meterle cualquier cosa. Si está dentro de pan de barra, ella se lo comerá. —Las dos sonreímos.
—Vale, gracias. —Busco en el congelador y encuentro el pan cortado en una bolsa de congelar. Coloco dos trozos en un plato y los meto en el microondas para descongelarlos.

La señora Jones ha desaparecido. Frunzo el ceño y vuelvo al frigorífico para buscar algo que meter dentro del pan. Supongo que es cosa mía establecer los parámetros de reparto del trabajo entre la señora Jones y yo.
Me gusta la idea de cocinar para Yulia los fines de semana, pero la señora Jones puede hacerlo durante la semana. Lo último que me va a apetecer cuando vuelva de trabajar va a ser cocinar. Mmm… Una rutina similar a la de Yulia con sus sumisas. Niego con la cabeza. No debo pensar mucho en eso. Encuentro un
poco de jamón y un aguacate bien maduro.
Cuando le estoy añadiendo sal y limón al aguacate machacado, Yulia sale de su estudio con los planos de la casa nueva en las manos. Los coloca sobre la barra para el desayuno, se acerca a mí, me abraza y me besa en el cuello.

—Descalza y en la cocina —susurra.
—¿No debería ser descalza, embarazada y en la cocina? —digo burlonamente.
Ella se queda petrificada y todo su cuerpo se tensa contra el mío.

—Todavía no… —dice con la voz llena de aprensión.
—¡No! ¡Todavía no!
Se relaja.
—Veo que estamos de acuerdo en eso, señora Volkova Katina.
—Pero quieres tener hijos, ¿no?
—Sí, claro. En algún momento. Pero todavía no estoy preparada para compartirte. —Vuelve a besarme en el cuello.
Oh… ¿compartirme?
—¿Qué estás preparando? Tiene buena pinta. —Me besa detrás de la oreja y veo que tiene intención de distraerme. Un cosquilleo delicioso me recorre la espalda.
—Bocadillos. —Le sonrío.
Ella sonríe contra mi cuello y me muerde el lóbulo de la oreja.
—Mmm… Mis favoritos.
Le propino un ligero codazo.
—Señora Volkova, acaba de herirme —dice agarrándose el costado como si le doliera.
—Estás hecho de mantequilla… —le digo de broma.
—¿De mantequilla? —dice incrédula. Me da un azote en el culo que me hace chillar—. Date prisa con mi comida, mujer. Y después ya te enseñaré yo si estoy hecha de mantequilla o no. —Me da otro azote juguetón y se acerca al frigorífico—. ¿Quieres una copa de vino? —me pregunta.
—Sí, por favor.
Yulia extiende los planos sobre la barra para el desayuno. La verdad es que Gia ha tenido unas ideas geniales.
—Me encanta su propuesta de hacer toda la pared del piso de abajo de cristal, pero…
—¿Pero? —pregunta Yulia.
Suspiro.
—Es que no quiero quitarle toda la personalidad a la casa.
—¿Personalidad?
—Sí. Lo que Gia propone es muy radical pero… bueno… Yo me enamoré de la casa como está… con todas sus imperfecciones.
Yulia arruga la frente como si eso fuera un anatema para ella.
—Me gusta como está —susurro. ¿Se va a enfadar por eso?
Me mira fijamente.
—Quiero que la casa sea como tú desees. Lo que tú desees. Es tuya.
—Pero yo también quiero que te guste a ti. Que también seas feliz en ella.
—Yo seré feliz donde tú estés. Es así de simple, Lena. —Me sostiene la mirada. Está siendo absolutamente sincera. Parpadeo a la vez que el corazón se me llena de amor. Dios, cuánto me quiere.
—Bueno —continúo tragando saliva para intentar aliviar el nudo de emoción que siento en la garganta—,me gusta la pared de cristal. Será mejor que le pidamos que la incorpore a la casa de una forma más comprensiva.
Yulia sonríe.
—Claro. Lo que tú digas. ¿Y lo que ha propuesto para el piso de arriba y el sótano?
—Eso me parece bien.
—Perfecto.
Vale… creo que es hora de hacer la pregunta del millón de dólares.
—¿Vas a querer poner allí también un cuarto de juegos? —Siento que me ruborizo. Yulia levanta las cejas.
—¿Tú quieres? —me pregunta sorprendida y divertida al mismo tiempo.
Me encojo de hombros.
—Mmm… Si tú quieres…
Me mira durante un momento.
—Dejemos todas las opciones abiertas por el momento. Después de todo, va a ser una casa para criar niños.
Me sorprendo al notar una punzada de decepción. Supongo que tiene razón, pero… ¿cuándo vamos a tener esa familia? Pueden pasar años.
—Además, podemos improvisar.
—Me gusta improvisar —murmuro.
Ella sonríe.
—Hay algo que me gustaría hablar contigo —dice Yulia señalando el dormitorio principal y empezamos una detallada discusión sobre baños y vestidores separados.
Cuando terminamos ya son las nueve y media de la noche.
—¿Tienes que volver a trabajar? —le pregunto a Yulia mientras enrolla los planos.
—No si tú no quieres —asegura sonriendo—. ¿Qué te apetece hacer?
—Podríamos ver un poco la tele. —No tengo ganas de leer ni de irme a la cama… todavía.
—Vale —acepta alegremente Yulia y yo le sigo hasta la sala de la televisión.

Solo nos hemos sentado allí tres o cuatro veces, y normalmente Yulia se dedica a leer. A ella no le interesa la televisión. Me acurruco a su lado en el sofá, encogiendo las piernas bajo el cuerpo y apoyando la cabeza en su hombro. Enciende la tele plana con el mando a distancia y cambia de canal mecánicamente.

—¿Hay alguna chorrada en particular que te apetezca ver?
—No te gusta mucho la televisión, ¿verdad? —le digo sardónicamente.
Ella niega con la cabeza.
—Es una pérdida de tiempo, pero no me importa ver algo contigo.
—Podríamos meternos mano.
Se gira bruscamente para mirarme.
—¿Meternos mano? —Por la forma en que me mira, parece que acabara de nacerme una segunda cabeza.
Para de cambiar de canal, dejando la televisión en un frívolo culebrón hispano.
—Sí… —¿Por qué me mira así de horrorizada?
—Podemos irnos a la cama a meternos mano.
—Eso es lo que hacemos siempre. ¿Cuándo fue la última vez que lo hiciste sentada delante de la tele? —le pregunto tímida y provocativa al mismo tiempo.
Se encoge de hombros y niega con la cabeza. Vuelve a pulsar el botón del mando y pasa unos cuantos canales hasta quedarse en uno en el que emiten un episodio antiguo de Expediente X.
—¿Yulia?
—Yo nunca he hecho algo así —dice en voz baja.
—¿Nunca?
—No.
—¿Ni con la señora Robinson?
Ríe burlona.
—Nena, hice un montón de cosas con la señora Robinson, pero meternos mano no fue una de ellas. —Me sonríe y después una curiosidad divertida le hace entornar los ojos—. ¿Y tú?
Me sonrojo.
—Claro que sí. —Bueno, algo así…
—¿Qué? ¿Con quién?
Oh, no. No quiero hablar de esto.
—Dímelo —insiste.
Me quedo mirando mis dedos entrelazados. Ella me cubre suavemente las manos con una de las suyas.
Cuando levanto la vista, me está sonriendo.
—Quiero saberlo. Para poder romperle todos los huesos.
Suelto una risita.
—Bueno, la primera vez…
—¿La primera vez? ¿Es que lo has hecho con más de un tío? —pregunta indignada.
Vuelvo a reír.
—¿Por qué se sorprende tanto, señora Volkova?
Frunce un poco el ceño, se pasa una mano por el pelo y me mira como si de repente le pareciera alguien completamente diferente. Se encoge de hombros.
—Me sorprende… quiero decir, dada tu falta de experiencia.
Me ruborizo.
—Creo que ya he compensado eso desde que te conocí.
—Cierto —asegura sonriendo—. Dímelo, quiero saberlo.

Sus ojos azules me miran con paciencia y yo me sumerjo en ellos intentando adivinar su humor. ¿Se va a poner furiosa o de verdad quiere saberlo? No quiero ponerla de mal humor… se pone imposible cuando está de mal humor.

—¿De verdad quieres que te lo cuente?
Asiente lentamente una vez más y sus labios se curvan en una sonrisa arrogante y divertida.
—Estaba pasando una temporada en Texas con mi madre y su marido número tres. Iba a mi instituto. Se llamaba Bradley y era mi compañero de laboratorio en física.
—¿Cuántos años tenías?
—Quince.
—¿Y qué hace él ahora?
—No lo sé.
—¿Hasta dónde llegó?
—¡Yulia! —le regaño. Y de repente me agarra las rodillas, después los tobillos y me empuja de forma que caigo sobre el sofá. Se tumba encima de mí, atrapándome bajo su cuerpo, con una pierna entre las mías.
Ha sido todo tan repentino que chillo por la sorpresa. Me coge las manos y me las sujeta por encima de la cabeza.
—Vamos a ver, este Bradley ¿superó el primer nivel? —murmura acariciándome la nariz con la suya. Me da unos besos suaves en la comisura de la boca.
—Sí —susurro contra sus labios. Me suelta una de las manos para poder agarrarme la barbilla para que me esté quieta mientras me mete la lengua en la boca y yo me rindo a su beso ardiente.
—¿Así? —jadea Yulia cuando se separa de mí para respirar.
—No… Nada parecido —consigo decir aunque se me está acumulando la sangre por debajo de la cintura.
Me suelta la barbilla y me acaricia todo el cuerpo con la mano para finalmente volver hasta mi pecho.
—¿Y te hizo esto? ¿Te tocó así? —Pasa el pulgar por mi pezón por encima de la ropa suavemente, una y otra vez, y la carne responde a su contacto experto endureciéndose.
—No —digo retorciéndome bajo su cuerpo.
—¿Y llegó al segundo nivel? —me susurra al oído. Su mano baja por mis costillas y sigue por encima de mi cintura hasta mi cadera. Me agarra el lóbulo de la oreja entre los dientes y tira suavemente.
—No —jadeo.
Mulder desde la televisión cuenta algo sobre los menos buscados por el FBI. Yulia se detiene, se estira y pulsa un botón del mando para dejar a la tele sin sonido. Me mira.
—¿Y qué pasó con el segundo? ¿Pasó él del segundo nivel?
Sus ojos arden… ¿de furia? ¿De excitación? Es difícil saberlo. Se mueve para quedar junto a mi costado y mete la mano por debajo de mis pantalones.
—No —le susurro atrapada en su mirada lasciva. Yulia sonríe maliciosa.
—Bien. —Me cubre el sexo con la mano—. No lleva bragas, señora Volkova Katina. Me gusta. —Me besa y sus dedos se ponen a hacer magia otra vez; el pulgar me roza el clítoris, excitándome, mientras el dedo índice se introduce dentro de mí con una lentitud exquisita.
—Se supone que solo íbamos a meternos mano —gimo.
Yulia se queda quieta.
—Creía que eso estábamos haciendo.
—No. Meterse mano no implica sexo.
—¿Qué?
—Nada de sexo…
—Ah, nada de sexo… —Saca la mano de mis pantalones—. Vale.
Recorre la línea de mis labios con el dedo índice de forma que me hace saborear mi sabor salado. Me introduce el dedo en la boca exactamente igual que estaba haciendo hace un minuto en otra parte de mi cuerpo. Entonces se mueve para meterse entre mis piernas y aprieta su erección contra mí. Me empuja una vez, dos y una tercera. Doy un respingo cuando la tela de mi chándal me frota justo en el sitio correcto.
Vuelve a empujar, restregándose contra mí.

—¿Esto es lo que quieres? —me dice moviendo las caderas rítmicamente, balanceándose contra mi cuerpo.
—Sí —digo en un gemido.
Su mano vuelve a concentrarse en mi pezón otra vez y me roza la mandíbula con los dientes.
—¿Sabes lo excitante que eres, Lena? —Su voz suena ronca mientras no deja de empujar contra mí. Abro la boca para responderle, pero no puedo y, en vez de eso, suelto un fuerte gemido. Me atrapa la boca otra vez y me tira del labio inferior con los dientes antes de meterme la lengua en la boca. Me suelta la otra muñeca y mis manos suben ansiosas por sus hombros hasta su pelo mientras me besa. Cuando le tiro del pelo —gruñe y me mira—. Ah…
—¿Te gusta que te toque? —le pregunto en un susurro.
Arruga un momento la frente como si no entendiera la pregunta. Deja de empujar contra mí.
—Claro que sí. Me encanta que me toques, Lena. En lo que respecta a tu contacto, soy como una mujer hambrienta delante de un banquete. —Su voz rezuma sinceridad apasionada.
Oh, Dios… Se arrodilla entre mis piernas y me obliga a incorporarme para quitarme la parte de arriba. No llevo nada debajo. Agarra el dobladillo de su camisa, se la quita por la cabeza y la tira al suelo. Me levanta para colocarme en su regazo mientras sigue de rodillas y me sujeta justo por encima del culo.
—Tócame —me pide en un jadeo.

Oh, madre mía… Con cautela extiendo las manos y le rozo con la punta de los dedos la zona cubierta por brassier de su pecho sobre el esternón, encima de las cicatrices de quemaduras. Ella inspira bruscamente y sus pupilas se dilatan, pero no es por el miedo. Es una respuesta sensual a mi contacto. Observa cómo mis dedos rozan delicadamente su piel hasta alcanzar primero a un pezon y después a la otra. Se endurecen al sentir mi contacto. Me inclino hacia delante, le doy besitos por el pecho y mis manos suben hasta sus hombros. Siento las líneas duras y trabajadas de los tendones y los músculos. Uau… está en buena forma.

—Te deseo —me susurra y eso desencadena mi libido.
Mis dedos se hunden en su pelo y tiro de su cabeza hacia atrás para atrapar su boca. Siento que un fuego me consume el vientre. Ella suelta un gruñido y me empuja sobre el sofá. Se sienta y me arranca los pantalones del chándal a la vez que se abre la bragueta.

—Último nivel —me susurra y entra en mi interior con un movimiento rápido.
—Ah… —gimo y ella se queda quieta y me coge la cara entre las manos.
—Te quiero, señora Volkova Katina —me dice en un susurro y después me hace el amor muy lento y muy suave hasta que reviento gritando su nombre y envolviéndole con mi cuerpo porque no quiero dejarla ir.
Estoy tumbada sobre su pecho en el suelo de la sala de la televisión.
—Sabes que te has saltado totalmente el tercer nivel, ¿no? —Mis dedos siguen la línea de sus senos.
Ella ríe.
—La próxima vez. —Me da un beso en el pelo.
Levanto la cabeza y miro la pantalla, donde ahora aparecen los créditos finales de Expediente X. Yulia coge el mando y vuelve a encender el sonido.
—¿Te gustaba esa serie? —le pregunto.
—Sí, cuando era pequeña.
Oh… Yulia de pequeña: kickboxing, Expediente X y nada de contacto físico.
—¿Y a ti? —me pregunta.
—Es anterior a mi época.
—Eres tan joven… —dice Yulia sonriendo con cariño—. Me gusta esto de meternos mano en el sofá,señora Volkova Katina.
—A mí también, señora Volkova. —Le beso en el pecho y vemos en silencio el final de Expediente X y la irrupción de los anuncios—. Han sido tres semanas perfectas, Yulia. A pesar de las persecuciones, los incendios y los ex jefes psicópatas, ha sido como estar en nuestra propia burbuja privada —le digo con aire soñador.
—Mmm… —Yulia ronronea desde el fondo de la garganta—. No sé si estoy preparada para compartirte con el resto del mundo.
—Mañana vuelta a la realidad —le digo intentando mantener a raya la melancolía de mi voz.
Yulia suspira y se pasa la mano por el pelo.
—Hay que aumentar la seguridad… —Le pongo un dedo sobre los labios. No quiero volver a oír esa canción.
—Lo sé. Y seré buena. Lo prometo. —Lo que me recuerda… Me muevo y me incorporo sobre un codo para verla mejor—. ¿Por qué le estabas gritando a Sawyer?
Se pone tensa inmediatamente. Oh, mierda.
—Porque nos han seguido.
—Eso no es culpa de Sawyer.
Me mira fijamente.
—No deben permitir que haya tanta distancia entre ellos y nosotras. Y lo saben.
Me sonrojo sintiéndome culpable y vuelvo a descansar sobre su pecho. Ha sido culpa mía. Yo quería librarme de ellos.
—Eso no es…
—¡Basta! —me corta de repente Yulia—. Esto está fuera de toda discusión, Elena. Es un hecho, y así seguro que no permiten que se vuelva a repetir.
¡Elena! Cuando me meto en problemas soy Elena, igual que cuando estaba en casa con mi madre.
—Vale —accedo para aplacarle. No quiero pelear—. ¿Consiguió Ryan alcanzar a la mujer del Dodge?
—No. Y no estoy convencida de que fuera una mujer.
—¿Ah, no? —exclamo incorporándome de nuevo.
—Sawyer vio a alguien con el pelo recogido, pero solo fue un momento. Asumió que era una mujer. Pero ahora que has identificado a ese hijo de puta, tal vez fuera él. Solía llevar el pelo así. —Noto cierta repulsión en la voz de Yulia.
No sé qué pensar de lo que me acaba de contar. Yulia me acaricia la espalda desnuda con la mano, lo que me distrae.
—Si te pasara algo… —susurra con la mirada seria y los ojos muy abiertos.
—Lo sé —le digo—. A mí me pasa lo mismo contigo. —Me estremezco solo de pensarlo.
—Ven. Vas a coger frío —me dice a la vez que se incorpora—. Vamos a la cama. Podemos ocuparnos del tercer nivel allí. —Me sonríe con una sonrisa perversa. Tan temperamental como siempre: apasionada,enfadada, ansiosa, sexy… Mi Cincuenta Sombras. Me coge la mano y tira de mí para ponerme de pie. Y totalmente desnuda voy detrás de ella, cruzando salón, hasta el dormitorio.

A la mañana siguiente, Yulia me aprieta la mano cuando aparcamos justo delante del edificio de SIP.
Ahora ya vuelve a parecer la ejecutiva poderosa con su traje azul marino entallado a su cuerpo, la corbata a juego y la sonrisa. No se había puesto así de elegante desde que fuimos al ballet en Montecarlo.

—Sabes que no hace falta que vayas, ¿verdad? —me recuerda Yulia. Estoy tentada de poner los ojos en blanco.
—Lo sé —le susurro, porque no quiero que nos oigan Sawyer y Ryan, que están en los asientos delanteros del Audi. Frunce el ceño y yo sonrío—. Pero quiero hacerlo —continúo—. Ya lo sabes. —Me acerco y le doy un beso. Su ceño no desaparece—. ¿Qué te ocurre?
Mira inseguro a Ryan cuando Sawyer sale del coche.
—Voy a echar de menos tenerte para mí sola.
Estiro el brazo para acariciarle la cara.
—Yo también. —Le doy otro beso—. Ha sido una luna de miel preciosa. Gracias.
—A trabajar, señora Volkova Katina.
—Y usted también, señora Volkova.

Sawyer abre la puerta. Le aprieto la mano a Yulia una vez más antes de salir del coche. Cuando me dirijo a la entrada del edificio, me giro para despedirme con la mano. Sawyer me sostiene la puerta y me sigue adentro.

—Hola, Lena. —Claire me sonríe desde detrás del mostrador de recepción.
—Hola, Claire —la saludo y le devuelvo la sonrisa.
—Estás genial. ¿Una buena luna de miel?
—La mejor, gracias. ¿Qué tal por aquí?
—Roach está igual que siempre, pero han aumentado la seguridad y están revisando la sala del servidor.Pero ya te lo contará Hannah.
Claro que sí. Le dedico a Claire una sonrisa amable y me encamino a mi despacho.
Hannah es mi ayudante. Es alta, delgada y despiadadamente eficiente, hasta el punto de que a veces me resulta incluso intimidante. Pero es dulce conmigo a pesar de que es un par de años mayor que yo. Me está esperando con mi caffè latte de la mañana, el único café que le permito traerme.

—Hola, Hannah —la saludo cariñosamente.
—Hola, Lena. ¿Qué tal la luna de miel?

—Fantástica. Toma… para ti. —Saco un frasquito de perfume que le he comprado y lo dejo sobre su mesa.
Ella aplaude encantada.
—¡Oh, gracias! —dice entusiasmada—. La correspondencia urgente está sobre tu mesa y Roach quiere verte a las diez. Eso es todo lo que tengo que decirte por ahora.
—Bien, gracias. Y gracias por el café. —Entro en mi despacho, pongo el maletín encima de mi escritorio y miro el montón de cartas. Hay mucho que hacer.
Justo antes de las diez oigo un golpecito tímido en la puerta.
—Adelante.
Elizabeth asoma la cabeza por la puerta.
—Hola, Lena. Solo quería darte la bienvenida.
—Hola. La verdad es que, después de leer todas estas cartas, me gustaría volver a estar en el sur de Francia.
Elizabeth ríe, pero su risa suena forzada. Ladeo la cabeza y la miro como Yulia suele mirarme a mí.
—Me alegro de que estés de vuelta sana y salva —dice—. Te veo dentro de unos minutos en la reunión con Roach.
—Vale —le respondo y ella se va y cierra la puerta al salir. Frunzo el ceño mirando la puerta cerrada. ¿De qué iba eso? Me encojo de hombros. Oigo el sonido de un nuevo correo entrante: es un mensaje de Yulia.


De: Yulia Volkova
Fecha: 22 de agosto de 2011 09:56
Para: Lena Katina
Asunto: Esposas descarriadas

Esposa:
Te he enviado el correo que encontrarás más abajo y me ha venido devuelto.
Y eso es porque no te has cambiado el apellido.
¿Hay algo que quieras decirme?

Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
Adjunto:

De: Yulia Volkova
Fecha: 22 de agosto de 2011 09:32
Para: Lena Volkova Katina
Asunto: Burbuja

Señora Volkova Katina:
El amor cubre todos los niveles con usted.
Que tenga un buen primer día tras la vuelta.
Ya echo de menos nuestra burbuja.
x

Yulia Volkova
De vuelta al mundo real y presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.

Mierda. Pulso «Responder» inmediatamente.

De: Lena Katina
Fecha: 22 de agosto de 2011 09:58
Para: Yulia Volkova
Asunto: No explotes la burbuja

Esposa:
Me encanta su metáfora de los niveles, señora Volkova.
Quiero seguir manteniendo mi apellido de soltera aquí.
Se lo explicaré esta noche.
Ahora tengo que irme a una reunión.
Yo también echo de menos nuestra burbuja…

PD: Creía que debía utilizar la BlackBerry para esto…

Lena Katina
Editora de SIP


Vaya pelea vamos a tener, lo sé… Suspiro y cojo mis papeles para asistir a la reunión.
La reunión dura dos horas. Asisten a ella todos los editores además de Roach y Elizabeth. Hablamos de personal, estrategias, marketing, seguridad y los resultados de fin de temporada. Según va progresando la reunión me siento cada vez más incómoda. Se ha producido un cambio sutil en la forma de tratarme de mis colegas; ahora imponen cierta distancia y deferencia que no existía antes de que me fuera de luna de miel. Y por parte de Courtney, que es quien lleva el departamento de no ficción, lo que noto es una clarísima hostilidad. Tal vez estoy siendo un poco paranoica, pero esto parece ir en la línea del extraño recibimiento de Elizabeth de esta mañana.
Mi mente vuelve al yate, después al cuarto de juegos y por fin al R8 escapando a toda velocidad del misterioso Dodge por la interestatal 5. Quizá Yulia tenga razón y ya no pueda seguir trabajando. Solo pensarlo me pone triste; esto es lo que he querido siempre. Y si no puedo hacerlo, ¿qué voy a hacer? Intento apartar esos pensamientos sombríos de camino a mi despacho.
Me siento frenta a mi mesa y abro mi correo. No hay nada de Yulia. Compruebo la BlackBerry…
Tampoco hay nada. Bien. Al menos no ha habido una reacción perjudicial ante mi correo anterior.
Seguramente hablaremos de ello esta noche, como le he pedido. Me cuesta creerlo, pero ignoro la incomodidad que siento y abro el plan de marketing que me han dado en la reunión.
Como manda el ritual, los lunes Hannah entra en el despacho con un plato para mí tengo mi tartera con la comida preparada por la señora Jones, y las dos comemos juntas, hablando de lo que queremos hacer durante la semana. Me pone al día de los cotilleos de la oficina, de los que, teniendo en cuenta que he estado tres semanas fuera, estoy bastante desconectada. Mientras hablamos, alguien llama a la puerta.

—Adelante.
Roach abre la puerta y a su lado aparece Yulia. Me quedo sin palabras momentáneamente. Yulia me lanza una mirada abrasadora y entra. Después le sonríe educadamente a Hannah.
—Hola, tú debes de ser Hannah. Yo soy Yulia Volkova —le dice. Hannah se apresura a ponerse de pie y le estrecha la mano.
—Hola, señora Volkova. Es un placer conocerle —balbucea mientras le estrecha la mano—. ¿Quiere que le traiga un café?
—Sí, por favor —le pide amablemente. Hannah me mira con expresión asombrada y sale apresuradamente pasando al lado de Roach, que sigue mudo en el umbral de mi despacho.
—Si nos disculpas, Roach, me gustaría hablar con la «señorita» Katina. —Yulia alarga la S con cierto sarcasmo.
Por eso ha venido… Oh, mierda.
—Por supuesto, señora Volkova. Lena —murmura Roach y cierra la puerta de mi despacho al salir. Por fin recupero el habla.
—Señora Volkova, qué alegría verle —le digo sonriéndole con demasiada dulzura.
—«Señorita» Katina, ¿puedo sentarme?
—La empresa es tuya —le digo señalando la silla que acaba de abandonar Hannah.
—Sí. —Me sonríe con malicia, pero la sonrisa no le alcanza los ojos. Su tono es cortante. Echa chispas por la tensión; lo noto a mi alrededor. Joder. Se me cae el alma a los pies.
—Tienes un despacho muy pequeño —me dice mientras se sienta a la mesa.
—Está bien para mí.
Me mira de forma neutral y me doy cuenta de que está furiosa. Inspiro hondo. Esto no va a ser divertido.
—¿Y qué puedo hacer por ti, Yulia?
—Estoy examinando mis activos.
—¿Tus activos? ¿Todos?
—Todos. Algunos necesitan un cambio de nombre.
—¿Cambio de nombre? ¿Qué quieres decir con eso?
—Creo que ya sabes a qué me refiero —dice con voz amenazadoramente tranquila.
—No me digas que has interrumpido tu trabajo después de tres semanas fuera para venir aquí a pelear conmigo por mi apellido. ¡Yo no soy uno de tus activos!
Se remueve en su asiento y cruza las piernas.
—No a pelear exactamente. No.
—Yulia, estoy trabajando.
—A mí me ha parecido que estabas cotilleando con tu ayudante.
Me ruborizo.
—Estábamos repasando los horarios —le respondo—. Y no me has contestado a la pregunta.
Llaman a la puerta.

—¡Adelante! —digo demasiado alto.
Hannah abre la puerta. Lleva una bandeja: jarrita de leche, azucarero, café en cafetera francesa… Se ha tomado muchas molestias. Coloca la bandeja en mi mesa.
—Gracias, Hannah —le digo avergonzada de haberle gritado.
—¿Necesita algo más, señora Volkova? —le pregunta con la voz entrecortada. Estoy a punto de poner los ojos en blanco.
—No, gracias, eso es todo. —Le sonríe con esa sonrisa brillante y arrebatadora que haría que a cualquier mujer se le cayeran las bragas. Ella se ruboriza y sale con una sonrisita tonta en los labios. Yulia vuelve a centrar su atención en mí.
—Vamos a ver, «señorita» Katina, ¿dónde estábamos?
—Estabas interrumpiendo mi trabajo de una forma muy maleducada para pelear por mi apellido.

Yulia parpadea. Está sorprendida, supongo que por la vehemencia que ha notado en mi voz. Con mucho cuidado se quita una pelusa invisible de la rodilla con sus largos y hábiles dedos. Es una distracción.
Lo está haciendo a propósito. Entorno los ojos al mirarle.

—Me gusta hacer visitas sorpresa. Mantiene a la dirección siempre alerta y a las esposas en su lugar. Ya sabes… —Se encoge de hombros con una expresión arrogante.
¡A las esposas en su lugar!
—No sabía que tuvieras tiempo para eso —le contesto.
De repente su mirada es gélida.
—¿Por qué no te quieres cambiar el apellido aquí? —pregunta con la voz mortalmente tranquila.
—Yulia, ¿tenemos que discutir eso ahora?
—Ya que estoy aquí, no veo por qué no.
—Tengo una tonelada de trabajo que hacer tras tres semanas de vacaciones.

Su mirada sigue siendo fría y calculadora… distante incluso. Me asombra que pueda ser tan fría después de lo de anoche, de lo de las últimas tres semanas. Mierda. Tiene que estar hecho una furia, una verdadera furia.
¿Cuándo va a aprender a no sacar las cosas de quicio?

—¿Te avergüenzas de mí? —me pregunta con voz engañosamente suave.
—¡No! Yulia, claro que no. —La miro con el ceño fruncido—. Esto tiene que ver conmigo, no contigo.
—Oh… A veces es exasperante. Estúpido megalómano dominante…
—¿Cómo puede no tener que ver conmigo? —Ladea la cabeza, auténticamente perpleja, y parte de la distancia anterior desaparece. Me mira con los ojos muy abiertos y me doy cuenta de que está dolida. Joder,he herido sus sentimientos. Oh, no… Ella es la última persona a la que querría hacer daño. Tengo que
conseguir que lo entienda, explicarle las razones de mi decisión.
—Yulia, cuando acepté este trabajo acababa de conocerte —empiezo a decir con mucha paciencia,esforzándome por encontrar las palabras—. No sabía que ibas a comprar la empresa…

¿Y qué decir de ese acontecimiento de nuestra breve historia? Sus trastornadas razones para hacerlo: su obsesión por el control, su tendencia al acoso llevada hasta el extremo porque nadie le ponía coto por lo rica que es… Sé que quiere mantenerme a salvo, pero el hecho de que sea la dueña de Seattle Independent
Publishing es el problema fundamental aquí. Si no hubiera interferido, yo podría seguir con normalidad mi vida sin tener que enfrentarme al descontento que expresan en voz baja mis compañeros cuando no les oigo.
Me tapo la cara con las manos solo para romper el contacto visual con ella.

—¿Por qué es tan importante para ti? —le pregunto, desesperada por intentar aplacar su crispación. La miro y tiene una expresión impasible, sus ojos brillantes ya no comunican nada; su dolor anterior ha quedado oculto. Pero mientras hago la pregunta me doy cuenta de que en el fondo sé muy bien la respuesta sin que me la diga.
—Quiero que todo el mundo sepa que eres mía.
—Soy tuya, mira —le digo levantando la mano izquierda y mostrándole los anillos de boda y de compromiso.
—Eso no es suficiente.
—¿No es suficiente que me haya casado contigo? —le pregunto con un hilo de voz.
Parpadea al ver el horror en mi cara. ¿Qué puedo decirle? ¿Qué más puedo hacer?
—No quería decir eso —se disculpa y se pasa la mano por su pelo demasiado largo de forma que le cae sobre la frente.
—¿Y qué querías decir?
Traga saliva.
—Quiero que tu mundo empiece y acabe conmigo —me dice con la expresión dura. Lo que acaba de enunciar me desconcierta totalmente. Es como si me hubiera dado un puñetazo fuerte en el estómago,haciéndome daño y dejándome sin aire. Y la imagen que me viene a la mente es la de una niña pequeña
asustada, con el pelo rubio, los ojos azules y la ropa sucia, arrugada y que no es de su talla.
—Pero si así es… —le contesto sin pensarlo porque es la verdad—. Pero estoy intentando forjarme una carrera y no quiero utilizar tu nombre para eso. Tengo que hacer algo, Yulia. No puedo quedarme encerrada en el Escala o en la casa nueva sin nada que hacer. Me volvería loca. Me asfixiaría. He trabajado toda mi vida y esto me gusta. Es el trabajo con el que soñaba, el que siempre había deseado. Pero que mantenga este trabajo no significa que te quiera menos. Tú eres lo más importante para mí. —Se me cierra la garganta y se me llenan los ojos de lágrimas. No, aquí no… Me repito una y otra vez en mi cabeza: No voy a
llorar. No voy a llorar.
Se me queda mirando sin decir nada. Después frunce el ceño, como si estuviera reflexionando sobre lo que he dicho.
—¿Yo te asfixio? —me pregunta con la voz lúgubre, y es como un eco de lo que me ha preguntado antes.
—No… sí… no. —Qué conversación más irritante. Y además es algo que preferiría no tener que hablar aquí. Cierro los ojos y me froto la frente intentando descubrir cómo hemos llegado a esto—. Estamos hablando de mi apellido. Quiero mantener mi apellido porque quiero marcar una distancia entre tú y yo…
Pero solo en el trabajo, solo aquí. Ya sabes que todo el mundo cree que he conseguido el empleo por ti,cuando en realidad no es… —Me interrumpo en seco cuando sus ojos se abren mucho. Oh, no… ¿Ha sido por ella?
—¿Quieres saber por qué conseguiste el trabajo, Elena?
¿Elena? Mierda.
—¿Qué? ¿Qué quieres decir?
Se revuelve en la silla como si se estuviera armando de valor. ¿De verdad quiero saberlo?
—La dirección te dio el puesto de Popov temporalmente. No querían contratar a un ejecutivo con experiencia teniendo en cuenta que se estaba negociando la venta de la empresa. No tenían ni idea de lo que iba a hacer el nuevo dueño cuando la empresa cambiara de manos. Por eso, con buen criterio, decidieron no
hacer un gasto más. Así que te dieron a ti el puesto de Popov, para que te ocuparas de todo hasta que el nuevo dueño —hace una pausa y sus labios forman una sonrisa irónica—, es decir, yo, se hiciera cargo.
Oh, maldita sea…
—¿Qué quieres decir? —De modo que sí que ha sido por ella. ¡Joder! Estoy horrorizada.
Sonríe y niega con la cabeza al ver mi expresión.
—Relájate. Has estado más que a la altura del desafío. Lo has hecho muy bien. —Percibo un toque de orgullo en su voz y eso casi es mi perdición.
—Oh —digo sin saber muy bien qué hacer mientras mi mente procesa como loca esas noticias. Me acomodo mejor en la silla con la boca abierta y mirándole. Ella vuelve a cambiar de postura.
—No quiero asfixiarte, Lena. Ni meterte en una jaula de oro. Bueno… —dice y la cara se le oscurece—.Bueno, mi parte racional no quiere. —Se acaricia la barbilla pensativa mientras su mente va imaginando algún plan.
¿Adónde quiere llegar con esto? Yulia me mira de repente, como si acabara de tener una iluminación.
—Pero una de las razones por las que estoy aquí, aparte de tratar algunas cosas con mi esposa descarriada… —dice entornando los ojos—, es para hablar de lo que voy a hacer con esta empresa.
¡Esposa descarriada! ¡Yo no estoy descarriada y no soy uno de sus activos! Miro a Yulia con el ceño fruncido y desaparece la amenaza de las lágrimas.
—¿Y cuáles son tus planes? —Ladeo la cabeza igual que ella y no puedo evitar el tono sarcástico.
Sus labios se curvan formando un principio de sonrisa. Uau, cambio de humor, ¡otra vez! ¿Cómo voy a poder seguir alguna vez a esta mujer tan temperamental?
—Le voy a cambiar el nombre a la empresa… La voy a llamar Volkova Publishing.
¡Oh, vaya!
—Y dentro de un año va a ser tuya.
Me quedo con la boca abierta de nuevo, esta vez un poco más.
—Es mi regalo de boda para ti.
Cierro la boca y vuelvo a abrirla, intentando decir algo… Pero no se me ocurre nada. Tengo la mente en blanco.
—¿O te gusta más Katina Publishing?
Lo dice en serio. Oh, maldita sea…
—Yulia—le digo cuando por fin mi cerebro recupera la conexión con la boca—. Ya me regalaste el reloj… Y yo no sé llevar una empresa.
Ladea otra vez la cabeza y me mira con el ceño fruncido, censurándome.
—Yo llevo mis negocios desde que tenía veintiún años.
—Pero tú eres… tú. Una obsesa del control y una genia extraordinaria. Por Dios, Yulia, pero si te especializaste en economía en Harvard… Tienes cierta idea de lo que haces. Yo he vendido pinturas y bridas para cables a tiempo parcial durante tres años. Por favor… He visto tan poco del mundo que prácticamente no sé nada. —Mi tono de voz va subiendo y haciéndose cada vez más alto y más agudo según me voy acercando al final de mi explicación.
—Eres la persona que más ha leído de todas las que conozco —me responde con total sinceridad—. Te vuelven loca los buenos libros. No podías dejar tu trabajo ni cuando estábamos de luna de miel. ¿Cuántos manuscritos te leíste? ¿Cuatro?
—Cinco —le corrijo en un susurro.
—Y has escrito informes completos de todos ellos. Eres una mujer brillante, Elena. Estoy segura de que puedes hacerlo.
—¿Estás loca?
—Loca por ti —murmura.
Yo sonrío como una boba porque es todo lo que puedo hacer. Entorna los ojos.
—Todo el mundo se va a mofar de ti, Yulia. Has comprado una empresa para una mujer que en su vida adulta solo ha tenido un trabajo a tiempo completo durante unos pocos meses.
—¿Crees que me importa una mierda lo que piense la gente? Además, no estarás sola.
Vuelvo a mirarle con la boca abierta. Esta vez sí que ha perdido la cabeza.
—Yulia, yo… —Tengo que apoyar la cabeza en las manos porque siento un torbellino de emociones.
¿Está loca? Desde algún lugar oscuro y profundo de mi interior me surge la repentina e inapropiada necesidad de reírme. Cuando levanto la vista para mirarla, ella tiene los ojos muy abiertos.
—¿Hay algo que le divierta, señorita Katina?
—Sí. Tú.
Sus ojos se abren un poco más, asombrados y a la vez divertidos.
—¿Te estás riendo de tu esposa? No deberías. Y te estás mordiendo el labio.
Sus ojos se oscurecen de esa forma… Oh, no… Conozco esa mirada. Sensual, seductora, lasciva… ¡No, no, no! Aquí no.
—Ni se te ocurra —le aviso con la voz llena de alarma.
—¿Que ni se me ocurra qué, Elena?
—Conozco esa mirada. Estamos en el trabajo…
Se inclina un poco hacia delante con sus ojos, azules líquido y ávidos, fijos en los míos. Oh, madre mía…
Trago saliva instintivamente.
—Estamos en un despacho pequeño, razonablemente insonorizado y con una puerta que se puede cerrar con llave —me susurra.
—Comportamiento inmoral flagrante —le digo pronunciando las palabras con mucho cuidado.
—No si es con tu esposa.
—¿Y si es el jefe del jefe de mi jefe? —le pregunto entre dientes.
—Eres mi mujer.
—Yulia, no. Lo digo en serio. Esta noche puedes follarme mil veces peor que el domingo. Pero ahora no. ¡Aquí no!
Parpadea y vuelve a entornar los ojos. Y después ríe inesperadamente.

—¿Mil veces peor que el domingo? —dice arqueando una ceja, intrigada—. Puede que luego utilice esas palabras en su contra, señorita Katina.
—¡Oh, deja ya lo de señorita Katina! —exclamo y doy un golpe en la mesa que nos sobresalta a los dos—.Por el amor de Dios, Yulia. ¡Si significa tanto para ti, me cambiaré el apellido!
Abre la boca e inhala bruscamente. Y después esboza una sonrisa radiante, alegre, mostrando todos los dientes. Uau…
—Bien —dice juntando las manos y se levanta de repente.
¿Y ahora qué?
—Misión cumplida. Ahora tengo trabajo. Si me disculpa, señora Volkova Katina.
¡Arrrggg! ¡Esta mujer es exasperante!
—Pero…
—¿Pero qué, señora Volkova Katina?
Yo dejo caer los hombros.
—Nada. Vete.
—Eso iba a hacer. Te veo esta noche. Estoy deseando poner en práctica lo de mil veces peor que el domingo.
Frunzo el ceño.
—Oh, y tengo un montón de compromisos sociales relacionados con los negocios en los próximos días y quiero que me acompañes.
La miro boquiabierta. ¿Por qué no se va de una vez?
—Le diré a Andrea que llame a Hannah para que ponga las citas en su agenda. Hay algunas personas a las que tienes que conocer. Deberías hacer que Hannah se ocupara de tus citas de ahora en adelante.
—Vale —digo completamente desconcertada, perpleja y asombrada.
Yulia se inclina sobre mi escritorio. ¿Y ahora qué? Me quedo atrapada en su mirada hipnótica.
—Me encanta hacer negocios con usted, señora Volkova Katina. —Se acerca más. Yo sigo sentada y paralizada y ella me da un suave y tierno beso en los labios—. Hasta luego, nena —susurra y se levanta bruscamente, me guiña un ojo y se va.

Apoyo la cabeza en el escritorio sintiéndome como si acabara de arrollarme un tren de mercancías; mi querida esposa es como un tren de mercancías. Seguro que no hay una mujer más frustrante, irritante y contradictoria en todo el planeta. Me vuelvo a sentar correctamente y me froto los ojos. Pero ¿a qué acabo de
acceder? Lena Volkova dirigiendo Seattle Independent Publishing… quiero decir, Volkova Publishing. Esa mujer está loca. Oigo que llaman a la puerta y Hannah asoma la cabeza.

—¿Estás bien? —me pregunta.
Solo soy capaz de quedarme mirándola fijamente. Ella frunce el ceño.
—Sé que no te gusta que haga estas cosas por ti, pero puedo hacerte un té si quieres.
Asiento.
—Twinings English Breakfast. Poco cargado y sin leche, ¿verdad?
Asiento.
—Ahora mismo, Lena.

Me quedo con la mirada vacía clavada en la pantalla del ordenador, todavía conmocionada. ¿Cómo voy a hacer que lo entienda? Oh, con un correo…


De: Lena Katina
Fecha: 22 de agosto de 2011 14:23
Para: Yulia Volkova
Asunto: ¡YO NO SOY UNO DE SUS ACTIVOS!

Señora Volkova:

La siguiente vez que venga a verme, pida una cita para que al menos pueda prepararme con antelación para su megalomanía dominante de adolescente.
Tuya:

Lena Volkova Katina <—fíjate en el nombre.
Editora de SIP


De: Yulia Volkova
Fecha: 22 de agosto de 2011 14:34
Para: Lena Katina
Asunto: Mil veces peor que el domingo

Mi querida señora Volkova Katina (con énfasis en el «mi»):

¿Qué puedo decir en mi defensa? Pasaba por allí…
Y no, usted no es uno de mis activos, es mi amada esposa.
Como siempre, me ha alegrado el día.

Yulia Volkova
Presidenta y megalómana dominante de Volkova Enterprises Holdings, Inc.


Está intentando ser graciosa, pero no estoy de humor para reírme. Inspiro hondo y vuelvo a mi correspondencia.
Yulia está muy callada cuando me subo al coche esa noche.

—Hola —murmuro.
—Hola —me responde con cautela. Está bien que sea cauta ahora mismo.
—¿Has interrumpido el trabajo de alguien más hoy? —le pregunto con dulzura fingida.
La sombra de una sonrisa cruza por su cara.
—Solo el de Flynn.
Oh.
—La próxima vez que vayas a verle, te voy a hacer una lista de temas que quiero que trates con él.
—Parece un poco tensa, señora Volkova Katina.
Miro fijamente las nucas de Ryan y Sawyer que están delante de nosotros. Yulia se revuelve a mi lado.
—Oye… —me dice en voz baja y me coge la mano.
Toda la tarde, que debía haber pasado concentrada en mi trabajo, he estado pensando qué le iba a decir.
Pero con cada hora que pasaba me he ido enfadando cada vez más. Ya estoy harta de este comportamiento displicente, arrogante y muy infantil, la verdad. Aparto mi mano de la suya de una forma displicente,arrogante y muy infantil.
—¿Estás enfadada conmigo? —me pregunta.
—Sí —le respondo con los dientes apretados. Cruzo los brazos y miro por la ventana. Se revuelve en el asiento de nuevo, pero no me permito mirarle. No sé por qué estoy tan enfadada con ella, pero lo estoy. Muy enfadada.
En cuanto aparcamos delante del Escala, rompo el protocolo: salto del coche con mi maletín y me encamino al edificio pisando fuerte sin comprobar si alguien me sigue. Ryan entra corriendo detrás de mí en el vestíbulo y se adelanta para llamar al ascensor antes de que yo llegue.
—¿Qué? —le digo cuando le alcanzo.
Él se sonroja.
—Mis disculpas, señora —murmura.
Llega Yulia y se queda de pie a mi lado esperando al ascensor. Ryan se aparta.
—¿Así que no solo estás enfadada conmigo? —pregunta Yulia. La miro y noto un principio de sonrisa en su cara.
—¿Te estás riendo de mí? —digo entornando los ojos.
—No me atrevería —responde levantando las manos como si le estuviera amenazando con un arma. Sigue con su traje azul marino y parece fresca y limpia con el pelo caído de forma muy sexy y una expresión cándida.
—Tienes que cortarte el pelo —le digo. Le doy la espalda y entro en el ascensor.
—¿Ah, sí? —Se aparta un mechón de la frente y entra detrás de mí.
—Sí. —Pulso el código de nuestro piso en la consola.
—Veo que ahora me hablas…
—Lo justo.
—¿Y por qué estás enfadada exactamente? Necesito alguna pista —dice con precaución.
Me giro y le miro con la boca abierta.
—¿De verdad no tienes ni idea? Seguro que alguien tan inteligente como tú debe de tener algún indicio.No me puedo creer que seas tan obtusa.
Da un paso atrás alarmada.
—Estás muy enfadada, ya veo. Pensé que lo habíamos aclarado cuando estuve en tu despacho —me dice perpleja.
—Yulia, solo he capitulado ante tus demandas presuntuosas. Eso es todo lo que ha pasado.
Se abren las puertas del ascensor y salgo como una tromba. Igor está de pie en el pasillo. Se aparta rápidamente y cierra la boca cuando paso a su lado echando humo.
—Hola, Igor —le saludo.
—Hola, señora Lena.

Dejo el maletín en el pasillo y me dirijo al salón. La señora Jones está cocinando.

—Buenas noches, señora Lena.
—Hola, señora Jones —le respondo y me voy derecha al frigorífico y saco la botella de vino blanco.
Yulia me sigue hasta la cocina y me observa como un halcón mientras saco una copa del armario. Se quita la chaqueta y la deja sobre la encimera—. ¿Quieres una copa? —le pregunto amablemente.
—No, gracias —dice sin apartar los ojos de mí y sé que se siente indefensa. No sabe qué hacer conmigo.

Por una parte es cómico y por otra, trágico. ¡Bueno, que le den! Me está costando encontrar mi parte compasiva desde nuestra reunión de esta tarde. Se quita lentamente la corbata y después se desabrocha el botón de arriba de la camisa. Me sirvo una copa grande de sauvignon blanc y Yulia se pasa una mano por el pelo. Cuando me giro la señora Jones ha desaparecido. ¡Mierda! Era mi escudo humano. Le doy un sorbo al vino. Mmm… Está muy bueno.

—Deja de hacer esto —me susurra Yulia. Da los dos pasos que nos separan y se queda de pie delante de mí. Me coloca el pelo detrás de la oreja con cariño y me acaricia el lóbulo de la oreja con la punta de los dedos, lo que me provoca un estremecimiento. ¿Es eso lo que he estado echando de menos todo el día? ¿Su
contacto? Sacudo la cabeza, lo que hace que tenga que soltarme la oreja. Se me queda mirando—. Háblame—me pide.
—¿Y para qué? Si no me escuchas…
—Sí que te escucho. Eres una de las pocas personas a las que escucho.
Le doy otro sorbo al vino.
—¿Es por lo de tu apellido?
—Sí y no. Es por cómo has tratado el hecho de que discrepara contigo. —Le miro esperando que se enfade.
Frunce el ceño.
—Lena, ya sabes que tengo… problemas. No me resulta fácil soltarme en las cosas que tienen que ver contigo. Ya lo sabes.
—Pero yo no soy una niña ni uno de tus activos.
—Lo sé —suspira.
—Entonces deja de tratarme como si lo fuera —le suplico.
Me acaricia la mejilla con el dorso de los dedos y recorre la línea de mi labio inferior con la yema del pulgar.
—No te enfades. Eres muy valiosa para mí. Como un activo que no tiene precio, como un niño —me dice con una expresión sombría y reverente al mismo tiempo en la cara. Sus palabras me han distraído. Como un niño… Valioso como un niño… Un niño sería algo precioso para ella.
—Pero no soy ninguna de esas cosas, Yulia. Soy tu esposa. Si te sentías dolida porque no iba a utilizar tu apellido, deberías habérmelo dicho.
—¿Dolida? —Vuelve a fruncir el ceño todavía más y sé que está considerando la posibilidad en su mente.
Se yergue bruscamente, con el ceño aún fruncido, y le echa un vistazo a su reloj—. La arquitecta va a venir en menos de una hora. Deberíamos cenar.

Oh, no… Gruño para mí. No me ha contestado a la pregunta y ahora tengo que vérmelas con Gia Matteo.

Mi día de mierda se está poniendo peor por momentos. Miro a Yulia con el ceño fruncido.

—Esta discusión no ha acabado —le advierto.
—¿Qué más tenemos que discutir?
—Podrías vender la empresa.
Yulia ríe incrédula.
—¿Venderla?
—Sí.
—¿Crees que encontraría un comprador en el mercado actual?
—¿Cuánto te costó?
—Fue relativamente barata. —Suena a la defensiva.
—¿Y si se hunde?
Sonríe irónica.
—Sobreviviremos. Pero no dejaré que se hunda. No mientras tú trabajes allí.
—¿Y si lo dejo?
—¿Para hacer qué?
—No lo sé. Otra cosa.
—Me has dicho que este es el trabajo de tus sueños. Y corrígeme si me equivoco, pero he prometido ante Dios, el reverendo Walsh y una reunión de tus más allegados y queridos que animaré tus esperanzas y tus sueños y procuraré que estés segura a mi lado.
—Citar tus votos matrimoniales es juego sucio.
—Nunca te prometí juego limpio en lo que a ti respecta. Además —añade—, tú has utilizado tus votos como arma en algún momento.
Frunzo el ceño. Es cierto.
—Elena, si sigues enfadada conmigo, házmelo pagar luego en la cama. —Su voz es de repente baja y está llena de una necesidad sensual. Su mirada arde.
¿Qué? ¿En la cama? ¿Cómo?
Sonríe indulgente al ver mi expresión. ¿Quizá pretende que yo la ate? Oh, madre mía…
—Mil veces peor que el domingo —me susurra—. Lo estoy deseando.
¡Uau!
—¡Gail! —grita de repente y en cuatro segundos aparece la señora Jones. ¿Dónde estaba? ¿En la oficina de Igor? ¿Escuchando? Oh, no.
—¿Señora Volkova?
—Queremos cenar ahora, por favor.
—Muy bien, señora.

Yulia no aparta los ojos de mí. Me está observando vigilante, como si estuviera a punto de surgir alguna criatura exótica de mi cabeza. Le doy otro sorbo al vino.

—Creo que me voy a tomar una copa contigo —me dice, suspira y vuelve a pasarse una mano por el pelo.
—¿No te lo vas a acabar?
—No —respondo mirando el plato de fettuccini, que casi ni he probado, para evitar la expresión cada vez más sombría de Yulia. Antes de que pueda decir nada más, me pongo de pie y me llevo los platos—. Gia vendrá dentro de poco —digo. Yulia tuerce la boca para formar una expresión contrariada, pero no dice
nada.
—Yo me ocupo de esto, señora Lena —me dice la señora Jones cuando entro en la cocina.
—Gracias.
—¿No le han gustado? —me pregunta preocupada.
—Estaban buenos. Pero es que no tengo hambre.

Me mira con una sonrisa comprensiva y se gira para limpiar los restos de mi plato y meterlo todo en el lavavajillas.

—Voy a hacer un par de llamadas —anuncia Yulia mirándome de arriba abajo antes de desaparecer en el estudio.

Suelto un suspiro de alivio y me encamino al dormitorio. La cena ha sido muy incómoda. Sigo enfadada con Yulia y ella parece creer que no ha hecho nada mal. ¿Y lo ha hecho? Mi subconsciente levanta una ceja y me mira con benevolencia por encima de sus gafas. Sí que lo ha hecho. Ha hecho que las cosas sean todavía más incómodas en el trabajo para mí. No ha esperado para que habláramos del asunto en la relativa privacidad de nuestra casa. ¿Cómo se sentiría ella si yo me entrometiera en su oficina? Y para rematar, ahora resulta que quiere regalarme la editorial. ¿Cómo demonios voy a llevar una empresa? Yo no sé nada de negocios.

Contemplo la vista de Seattle bañada por la nacarada luz rosácea del atardecer. Y como siempre, quiere resolver nuestras diferencias en el dormitorio… o en el vestíbulo… el cuarto de juegos… la sala de la televisión… la encimera de la cocina. ¡Ya vale! Con ella todo acaba en sexo. El sexo es su mecanismo para
gestionarlo todo.
Entro en el baño y frunzo el ceño ante mi imagen reflejada en el espejo. Volver al mundo real es duro.
Conseguimos resolver todas nuestras diferencias cuando estábamos en nuestra burbuja, pero estábamos muy inmersas la una en la otra. Pero ¿ahora? Durante un momento vuelvo al momento de la boda y recuerdo lo que me preocupaba ese día: casamiento apresurado… No, no debo pensar eso. Ya sabía que era Cincuenta Sombras cuando me casé con ella. Tengo que afrontarlo y hablarlo con ella hasta que lo resolvamos.

Me observo en el espejo. Estoy pálida y encima ahora tengo que lidiar con esa mujer… Llevo una falda lápiz gris y una blusa sin mangas. Vamos a ver… La diosa que llevo dentro saca la laca de uñas de color rojo pasión. Me desabrocho dos botones para enseñar un poco de escote. Me lavo la cara y me maquillo de nuevo,dándome más rimel de lo habitual y poniéndome más brillo en los labios. Me agacho y me cepillo el pelo con fuerza, de la raíz a las puntas. Cuando vuelvo a incorporarme, mi pelo es una nube rojiza que me rodea y me cae hasta los pechos. Me lo coloco con gracia tras las orejas y decido cambiar mis zapatos planos por unos tacones.
Cuando regreso al salón, Yulia tiene los planos de la casa extendidos sobre la mesa del comedor. Ha puesto una música en el equipo que hace que me quede parada.

—Señora Volkova Katina —me saluda cariñosamente y me mira burlona.
—¿Qué es eso? —le pregunto. La música es impresionante.
—El Réquiem de Fauré. Te veo diferente —comenta distraída.
—Oh. Nunca lo había oído.
—Es muy tranquilo y relajante —dice y levanta una ceja—. ¿Te has hecho algo en el pelo?
—Me lo he cepillado —murmuro. Estoy embelesada por las voces tan evocadoras. Yulia abandona los planos sobre la mesa y viene hacia mí con paso lenta y acompasada con la música.
—¿Bailas conmigo? —me pregunta.
—¿Con esto? Es un réquiem… —digo escandalizada.
—Sí. —Me atrae hacia sus brazos y me rodea con ellos, enterrando la nariz en mi pelo y balanceándose lentamente de lado a lado. Huele tan bien como siempre… a Yulia.

Oh… La echaba de menos. La abrazo y me esfuerzo por reprimir la necesidad de llorar. ¿Por qué eres tan irritante?

—Odio pelear contigo —me susurra.
—Bueno, pues deja de ser tan petulante.
Ríe y ese sonido cautivador reverbera en su pecho. Me abraza más fuerte.
—¿Petulante?
—Imbécil.
—Prefiero petulante.
—Es normal. Te pega.
Ríe una vez más y me besa en el pelo.
—¿Un réquiem? —pregunto un poco desconcertada por que estemos bailando eso.
Se encoge de hombros.
—Es una música preciosa, Lena.
Igor tose discretamente desde la entrada y Yulia me suelta.
—Ha llegado la señorita Matteo —anuncia.
Oh, qué alegría…
—Que pase —le dice Yulia y me coge la mano cuando Gia Matteo entra en la habitación.

VIVALENZ28
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CINCUENTA SOMBRAS LIBERADAS// ADAPTACIÓN Empty Re: CINCUENTA SOMBRAS LIBERADAS// ADAPTACIÓN

Mensaje por VIVALENZ28 7/29/2016, 5:57 am

8


Gia Matteo es un mujer guapa; una mujer alta y muy guapa. Lleva el pelo corto de peluquería, con unas capas perfectas y peinado en una sofisticada corona. Se ha puesto un traje pantalón gris claro: unos pantalones de sport y una chaqueta ajustada que abrazan sus generosas curvas. Su ropa parece cara. En la base de su cuello brilla un solo diamante que va a juego con los pendientes de un quilate que lleva en las orejas. Va muy bien arreglada. Es una de esas mujeres de buena familia que crecieron con dinero. Pero su educación de buena familia se le ha olvidado esta noche. Lleva la blusa azul claro demasiado desabrochada.
Igual que yo. Me ruborizo.

—Yulia. Lena —saluda con una sonrisa que muestra unos dientes blancos perfectos y tiende una mano con una manicura cuidada primero a Yulia y después a mí. Es un poquito más baja que Yulia, pero lleva unos tacones increíbles.
—Gia —la saluda Yulia educadamente.
Yo sonrío con frialdad.
—Qué bien se las ve después de la luna de miel —dice amablemente y mira con sus ojos castaños a Yulia a través de sus largas pestañas llenas de rimel.
Yulia me rodea con el brazo y me acerca a ella.
—Lo hemos pasado de maravilla, gracias. —Me da un beso rápido en la sien que me pilla por sorpresa.
¿Ves? Es mía. Irritante, exasperante incluso… pero mía. Yo sonrío. Ahora mismo te quiero mucho,Yulia Volkova. Yo también la rodeo la cintura con el brazo, meto la mano en el bolsillo de atrás de su pantalón y le doy un apretón en el culo. Gia nos sonríe sin ganas.
—¿Han podido echarle un vistazo a los planos?
—Sí —le confirmo. Miro a Yulia, que me devuelve la mirada con una ceja levantada, divertida. ¿Qué es lo que le divierte? ¿Mi reacción ante Gia o que le haya tocado el culo?
—Acompáñanos, por favor —le dice Yulia—. Tenemos aquí los planos —añade señalando la mesa de comedor. Me coge la mano y nos dirigimos a la mesa, con Gia detrás.
Por fin recuerdo que tengo modales.
—¿Te apetece algo de beber? —le pregunto—. ¿Una copa de vino?
—Oh, sí, fantástico —dice Gia—. Blanco seco, si tienes.
¡Mierda! Sauvignon blanc. Eso es un blanco seco, ¿no? Apartándome de mi esposa a regañadientes, voy a la cocina. Oigo el sonido del iPod cuando Yulia enciende la música.
—¿Tú quieres más vino, Yulia? —le digo desde la cocina.
—Sí, por favor, nena —dice con voz suave y sonriéndome. Uau… Puede ser tan perfecta a veces y tan insoportable otras…

Me estiro para abrir el armario y noto que Yulia me está mirando. Tengo la extraña sensación de que Yulia y yo estamos haciendo una representación, jugando a algo, pero esta vez desde el mismo bando y nos enfrentamos a la señorita Matteo. ¿Sabe que a ella la atrae y lo está haciendo a propósito para que la vea?
Siento una oleada de placer cuando entiendo que está intentando que me sienta segura. O tal vez le esté mandando a esa mujer un mensaje alto y claro de que ya está pillado.
Mía. Sí, zorra… mía. La diosa que llevo dentro se ha puesto el traje de gladiadora y ha decidido que no va a hacer prisioneros. Sonriendo para mí cojo tres copas del armario, la botella de sauvignon blanc del frigorífico y lo pongo todo en la barra para el desayuno. Gia está inclinada sobre la mesa y Yulia de pie a su lado señalándole algo de los planos.

—Creo que Lena tiene alguna objeción acerca de la pared de cristal, pero en general las dos estamos encantadas con las ideas que nos has presentado.
—Oh, me alegro —dice Gia, visiblimente aliviada, y al decirlo le toca el brazo a Yulia en un gesto coqueto. Yulia se tensa de inmediato de forma sutil. Ella no parece notarlo. Déjala tranquila ahora mismo.
No le gusta que la toquen…
Dando un paso para alejarse y quedar fuera de su alcance, Yulia se vuelve hacia mí.
—Por aquí empezamos a tener sed… —me dice.
—Ya voy.

Sigue jugando. Ella le hace sentir incómoda. ¿Por qué no me he dado cuenta de eso antes? Por eso no me cae bien. Ella está acostumbrada a la forma en que las mujeres reaccionan ante ella. Yo la he visto muchas veces y ella no suele darle importancia. Pero que la toquen es otra cosa. Bien, la señora Lena al rescate.
Sirvo el vino rápidamente, cojo las tres copas y voy corriendo a salvar a mi princesa en apuros. Le ofrezco una copa a Gia y me coloco entre ella y Yulia. Ella me sonríe educadamente al coger la copa. Le paso la segunda copa a Yulia, que la coge ansiosa, con una expresión de gratitud divertida.

—Salud —nos dice Yulia a las dos, pero mirándome a mí. Gia y yo levantamos las copas y respondemos al unísono. Le doy un sorbo al vino que me sienta de maravilla.
—Lena, ¿tienes objeciones sobre la pared de cristal? —me pregunta Gia.
—Sí. Me encanta, no me malinterpretes. Pero prefiero que la incorporemos de una forma más orgánica a la casa. Yo me enamoré de la casa como estaba y no quiero hacer cambios radicales.
—Ya veo.
—Quiero que el diseño sea algo armonioso… Más en consonancia con la casa original. —Miro a Yulia, que me observa pensativa.
—¿Sin grandes reformas? —me pregunta.
—Exacto. —Niego con la cabeza para enfatizar lo que quiero decir.
—¿Te gusta como está?
—En su mayor parte sí. En el fondo siempre he sabido que solo necesitaba unos toques de calor humano.
Los ojos de Yulia brillan con ternura. Gia nos mira a las dos y se ruboriza.
—Está bien —dice—, creo que sé lo que quieres decir, Lena. ¿Y qué te parece si dejamos la pared de cristal, pero la ponemos mirando a un porche más grande para seguir manteniendo el estilo mediterráneo? Ya tenemos la terraza de piedra. Podemos poner pilares de la misma piedra, muy separados para que no se pierda la vista. Y añadir un techo de cristal o azulejos como los del resto de la casa. Así conseguimos una zona techada y abierta donde comer o sentarse.
Tengo que reconocerlo… Esa mujer es buena.
—O en vez del porche podemos incorporar unas contraventanas de madera del color que elijáis a las puertas de cristal. Eso también puede ayudar a mantener ese espíritu mediterráneo —continúa.
—Como los postigos azules que vimos en el sur de Francia —le digo a Yulia, que me mira fijamente.

Le da un sorbo al vino y se encoje de hombros, sin hacer ningún comentario. Mmm… No le gusta esa idea,pero no la rechaza, ni se ríe de mí, ni me hace sentir estúpida. Dios mío, esta mujer es una contradicción en sí misma. Me vienen a la cabeza sus palabras de ayer: «Quiero que la casa sea como tú desees. Lo que tú desees. Es tuya». Quiere que yo sea feliz, feliz en todo lo que hago. En el fondo creo que lo sé, pero es solo que… Freno en seco. Ahora no es momento de pensar en la discusión. Mi subconsciente me mira enfadada.

Gia está pendiente de Yulia, esperando a que tome la decisión. Veo que se le dilatan las pupilas y que separa los labios cubiertos de brillo. Se pasa la lengua rápidamente por el labio superior antes de darle otro sorbo al vino. Cuando me vuelvo hacia Yulia me doy cuenta de que todavía me está mirando a mí, no a
ella. ¡Sí! Yo voy a tomar las decisiones, señorita Matteo.

—Lena, ¿qué quieres tú? —me pregunta Yulia, pasándome claramente la pelota.
—Me gusta la idea del porche.
—A mí también.
Me vuelvo hacia Gia. Oye, chica, mírame a mí, no a ella. Yo soy la que toma las decisiones en este tema.
—Me gustaría ver unos dibujos con los cambios incorporados, con lo del porche más grande y los pilares a juego con el resto de la casa.
Gia aparta a regañadientes los ojos de mi esposa y me sonríe. ¿Es que cree que no me doy cuenta?
—Claro —concede en tono agradable—. ¿Alguna otra cosa?
¿Aparte de follarte con la mirada a mi esposa?
—Yulia quiere remodelar la suite principal —continúo.
Se oye una tosecita discreta desde la entrada. Las tres nos giramos y nos encontramos con que Igor está allí de pie.
—¿Qué quieres, Igor? —le pregunta Yulia.
—Necesito tratar con usted un asunto urgente, señora Volkova.
Yulia apoya las manos en mis hombros desde detrás de mí y le habla a Gia.
—La señora Lena está a cargo de este proyecto. Tiene carta blanca. Haz lo que ella quiera. Confío completamente en su instinto. Es muy lista. —Su voz cambia sutilmente; ahora hay orgullo y una advertencia velada. ¿Una advertencia para Gia?

¿Que confía en mi instinto? Oh, esta mujer es imposible… Mi instinto le ha dejado esta tarde pasar por encima de mis sentimientos sin la menor consideración. Niego con la cabeza frustrada, pero me alegro de que le esté diciendo a la señorita demasiado-provocativa-pero-desgraciadamente-buena-en-su-trabajo que yo soy la que está al mando. Le acaricio la mano que tiene sobre mi hombro.

—Disculpenme. —Yulia me da un apretón en el hombro antes de seguir a Igor. Me pregunto qué estará pasando.
—Hablábamos de la suite principal… —retoma nerviosa Gia.

La miro y espero un momento para asegurarme de que Yulia e Igor no pueden oírnos. Entonces,reuniendo toda mi fuerza interior y aprovechando que he estado muy enfadada las últimas cinco horas, me decido a descargarlo con ella.

—Haces bien en ponerte nerviosa, Gia, porque ahora mismo tu trabajo en este proyecto pende de un hilo.Pero no tiene por qué haber ningún problema siempre y cuando mantengas las manos alejadas de mi esposa.
Ella da un respingo.
—Si no, te despido, ¿entendido? —digo pronunciando todas las palabras con mucha claridad.

Parpadea muy rápido, totalmente asombrada. No se puede creer lo que acabo de decir. Yo misma no me puedo creer lo que acabo de decir. Pero me mantengo firme y miro impasible sus ojos marrones que se abren cada vez más.
¡No te eches atrás! ¡No te eches atrás! He aprendido de Yulia, que es la mejor en estas cosas, esa expresión impasible que descoloca a cualquiera. Sé que renovar la residencia de Yulia Volkova es un proyecto prestigioso para el estudio de arquitectura de Gia, una bonita pluma para poner en su sombrero. No puede perder este encargo. Y ahora mismo me importa un comino que sea amiga de Dimitri.

—Lena… Señora Lena… Lo siento. No pretendía… —Se ruboriza sin saber qué más decir.
—Seamos claras. A mi esposa no le interesas.
—Por supuesto… —dice ella y se queda pálida.
—Solo quería ser clara, como he dicho.
—Señora Lena, me disculpo si es que ha pensado que… he… —no termina la frase porque sigue sin saber qué decir.
—Bien, siempre y cuando nos entendamos, todo irá bien. Ahora voy a explicarte lo que tenemos en mente para la suite principal y después quiero que veamos la relación de materiales que tienes pensado usar. Como sabes, Yulia y yo queremos que esta casa sea ecológicamente sostenible y quiero saber qué materiales vamos a utilizar y de dónde proceden, para que ella se quede tranquila.
—Claro, claro… —balbucea todavía con los ojos muy abiertos y parece sinceramente intimidada por mí.
He triunfado. La diosa que llevo dentro da una vuelta al estadio saludando a la multitud enfervorecida.
Gia se toca el pelo para colocárselo y me doy cuenta de que es un gesto de nerviosismo.
—Bien, la suite… —dice nerviosa con un hilo de voz.
Ahora que tengo el control me siento relajada por primera vez desde mi reunión con Yulia de esta tarde.
Puedo hacer esto. La diosa que llevo dentro está celebrando que ella también lleva dentro una bruja.
Yulia vuelve con nosotras justo cuando ya estamos terminando.
—¿Ya está? —pregunta. Me rodea la cintura con el brazo y se vuelve hacia Gia.
—Sí, señora Volkova. —Gia sonríe ampliamente, pero su sonrisa parece tensa—. Volveré a enviarle los planos modificados dentro de un par de días.
—Excelente. ¿Estás contenta? —me pregunta directamente con la mirada cariñosa y a la vez inquisitiva.
Asiento y me sonrojo no sé por qué.
—Tengo que irme —dice Gia con demasiado entusiasmo. Extiende la mano para estrechar la mía primero y después la de Yulia.
—Hasta la próxima, Gia —me despido.
—Sí, señora Lena. Señora Volkova.
Igor aparece en la entrada del salón.
—Igor te acompañará a la salida —digo lo bastante alto para que él me oiga.
Ella vuelve a tocarse el pelo, se gira sobre sus tacones altos y sale de la habitación seguida de cerca por Igor.
—Estaba bastante más fría —señala Yulia, mirándome burlonamente.
—¿Ah, sí? No me he dado cuenta. —Me encojo de hombros intentando parecer indiferente—. ¿Qué quería Igor? —le pregunto en parte porque tengo curiosidad y en parte porque quiero cambiar de tema.
Con el ceño fruncido Yulia me suelta y empieza a enrollar los planos sobre la mesa.
—Era sobre Popov.
—¿Qué pasa con él?
—Nada de lo que preocuparse, Lena. —Deja los planos y me atrae hacia sus brazos—. Por lo que parece no ha pasado por su apartamento en semanas, eso es todo. —Me da un beso en el pelo, me suelta y termina lo que estaba haciendo—. ¿Qué has decidido? —me pregunta y sé que es porque no quiere que siga interrogándole sobre Popov.
—Lo que tú y yo hablamos. Creo que le gustas —le digo en voz baja.
Ella ríe.
—¿Le has dicho algo? —me pregunta y yo me ruborizo. ¿Cómo lo sabe? Como no sé qué decir, me miro los dedos—. Éramos Yulia y Lena cuando ha entrado y señora Lena y señora Volkova cuando se ha ido. —Su tono es seco.
—Es posible que le haya dicho algo —murmuro. Cuando levanto la vista para mirarla, ella me está observando con ojos tiernos y por un momento parece… encantada.
Baja la mirada, niega con la cabeza y su expresión cambia.
—Solo reacciona ante esta cara. —Suena un poco resentida, incluso un poco asqueada.
Oh, Cincuenta, no…
—¿Qué? —Le sorprende mi expresión de perplejidad. Sus ojos se abren por la alarma—. No estarás celosa, ¿verdad? —me pregunta horrorizada.
Me sonrojo, trago saliva y me miro los dedos entrelazados. ¿Lo estoy?
—Lena, es una depredadora sexual. No es mi tipo. ¿Cómo puedes estar celosa de ella? ¿De cualquiera? Nada de lo que ella tiene me interesa.
Cuando levanto la vista, está mirándome como si me hubiera salido una extremidad de más. Se pasa una mano por el pelo.
—Solo existes tú, Lena —dice en voz baja—. Siempre existirás solo tú.
Oh, Dios mío… Dejando los planos una vez más, Yulia se acerca a mí y me coge la barbilla entre el pulgar y el índice.
—¿Cómo has podido pensar otra cosa? ¿Te he dado alguna vez señales de que podía estar remotamente interesado en otra persona? —Sus ojos sueltan llamaradas, fijos en los míos.
—No —le susurro—. Me estoy comportando como una tonta. Es que hoy… tú… —Todas las emociones en conflicto de antes vuelven a salir a la superficie.

¿Cómo puedo explicarle lo confusa que estoy? Me ha desconcertado y frustrado su comportamiento de esta tarde en mi despacho. En un momento me estaba
pidiendo que me quedara en casa y poco después me estaba regalando una empresa. ¿Cómo voy a entenderla?

—¿Qué pasa conmigo?
—Oh, Yulia —me tiembla el labio inferior—, estoy intentando adaptarme a esta nueva vida que nunca había imaginado que llegaría a vivir. Todo me lo has puesto en bandeja: el trabajo, a ti… Tengo una esposa guapísima a la que nunca, nunca habría creído que podría querer de un modo tan fuerte, tan rápido, tan…indeleble. —Inspiro hondo para calmarme y ella se queda boquiabierta—. Pero eres como un tren de mercancías y no quiero que me arrolles, porque entonces la chica de la que te enamoraste acabará desapareciendo, aplastada. ¿Y qué quedará? Una radiografía social vacía que va de una organización
benéfica a otra. —Vuelvo a detenerme, luchando por encontrar las palabras para expresar cómo me siento—.Y ahora quieres que sea la presidenta de una empresa, algo que nunca ha pasado por mi cabeza. Voy rebotando de una cosa a otra, sin comprender, pasándolo mal. Primero me quieres en casa. Después quieres que dirija una empresa. Es todo muy confuso. —Me detengo al fin, con las lágrimas a punto de caer y reprimo un sollozo—. Tienes que dejarme tomar mis propias decisiones, asumir mis propios riesgos y cometer mis propios errores y aprender de ellos. Tengo que aprender a andar antes de echar a correr, Yulia, ¿no te das cuenta? Necesito un poco de independencia. Eso es lo que significa mi nombre para mí. —Por fin… Eso es lo que quería decirle esta tarde.
—¿Sientes que te voy a arrollar? —me pregunta en un susurro.
Asiento.
Cierra los ojos, inquieta.
—Solo quiero darte todo lo del mundo, Lena, cualquier cosa, todo lo que quieras. Y salvarte de todo también. Mantenerte a salvo. Pero también quiero que todo el mundo sepa que eres mía. Me ha entrado el pánico cuando he visto tu correo. ¿Por qué no has hablado conmigo de lo de tu apellido?
Me sonrojo. Tiene parte de razón.
—Lo pensé cuando estábamos de luna de miel, y, bueno… no quería pinchar la burbuja. Y después se me olvidó. Me acordé ayer por la noche, pero pasó lo de Alex… Me distraje. Lo siento, debería haberlo hablado contigo, pero no conseguí encontrar un buen momento.
La intensa mirada de Yulia me pone nerviosa. Es como si estuviera intentando meterse en mi cabeza,pero no dice nada.
—¿Por qué te entró el pánico? —le pregunto.
—No quiero que te escapes entre mis dedos.
—Por Dios, Yulia, no voy a ir a ninguna parte. ¿Cuándo te vas a meter eso en tu dura mollera? Te.Quiero —digo agitando una mano en el aire como ella hace algunas veces para dar énfasis a lo que dice—.Más que… «a la luz, al espacio y a la libertad».
Abre unos ojos como platos.
—¿Con el amor de una hija? —me sonríe irónica.
—No. —Río a pesar de todo—. Es que es la única cita que se me ha ocurrido.
—¿La del loco rey Lear?
—El muy amado y loco rey Lear. —Le acaricio la cara y ella agradece mi contacto cerrando los ojos—. ¿Te cambiarías tú el apellido y te pondrías Yulia Katina para que todo el mundo supiera que eres mía?
Yulia abre los ojos bruscamente y me mira como si acabara de decir que la tierra es plana. Frunce el ceño.
—¿Que soy tuya? —susurra como probando el sonido de las palabras.
—Mía.
—Tuya—me dice repitiendo las palabras que dijimos en el cuarto de juegos ayer—. Sí, lo haría. Si eso significara tanto para ti.
Oh, madre mía…
—¿Tanto significa para ti?
—Sí —dice sin dudarlo.
—Está bien. —Lo voy a hacer por ella. Para darle la seguridad que sigue necesitando.
—Creía que ya me habías dicho que sí.
—Sí, lo hice, pero ahora lo hemos hablado mejor y estoy más contenta con mi decisión.
—Oh —murmura sorprendida. Después sonríe con esa preciosa sonrisa juvenil que me deja sin aliento. Me agarra por la cintura y me hace girar. Yo chillo y empiezo a reírme; no sé si está feliz, aliviada o… ¿qué?
—Señora Volkova Katina, ¿sabe lo que esto significa para mí?
—Ahora sí lo sé.
Se acerca y me da un beso mientras enreda los dedos en mi pelo para que me quede quieta.
—Significa mil veces peor que el domingo —me dice junto a mis labios y me acaricia la nariz con la suya.
—¿Tú crees? —le pregunto apartándome un poco para mirarle.
—Has hecho ciertas promesas… Si se hace una oferta, después hay que aceptar el trato —me dice y sus ojos brillan con un placer malicioso.
—Mmm… —Todavía estoy dudosa, intentando descubrir cuál es su humor ahora.
—¿No tendrás intención de faltar a una promesa que me has hecho? —me pregunta insegura con una mirada especulativa—. Tengo una idea —añade.
Oh, qué perversión se le habrá ocurrido…
—Hay un asunto importante del que tenemos que ocuparnos —continúa de repente muy seria—. Sí, señora Volkova Katina, un asunto de gran importancia.
Un momento… Se está riendo de mí.
—¿Qué? —le pregunto.
—Necesito que me cortes el pelo. Aparentemente lo llevo demasiado largo y a mi mujer no le gusta.
—¡Yo no puedo cortarte el pelo!
—Sí que puedes. —Yulia sonríe y sacude la cabeza de forma que el pelo demasiado largo le tapa los ojos.
—Bueno, creo que la señora Jones tiene unos tazones… —Río.
Ella también se ríe.
—Vale, entendido. Le diré a Franco que me lo corte.
¡No! Franco trabaja para la bruja… Quizá yo pueda cortárselo un poco. Lo he hecho con Sergey durante años y él nunca se quejó.
—Vamos —le digo cogiéndole la mano.

Ella me mira con los ojos muy abiertos. La llevo hasta el baño, donde le suelto la mano para coger la silla blanca de madera que hay en un rincón. La coloco delante del lavabo. Cuando miro a Yulia veo que ella me está contemplando con una diversión que no puede ocultar, los pulgares metidos en las trabillas del cinturón de sus pantalones y los ojos ardientes.

—Siéntate —le digo señalando la silla vacía e intentando mantener mi ventaja momentánea.
—¿Me vas a lavar el pelo?
Asiento. Arquea una ceja por la sorpresa y durante un momento creo que se va a echar atrás.
—Vale. —Se desabrocha lentamente los botones de la camisa blanca, empezando por el que tiene bajo la garganta. Sus dedos diestros se ocupan de un botón cada vez hasta que se abre toda la camisa.

Oh, Dios mío… La diosa que llevo dentro se detiene en mitad de su vuelta de honor al estadio.
Yulia me tiende uno de sus puños en un gesto que indica «suéltamelo tú» y su boca esboza esa media sonrisa tan sexy y desafiante que a ella se le da tan bien.
Oh, los gemelos. Le cojo la muñeca y le quito el primero, un disco de platino con sus iniciales grabadas en una sencilla letra bastardilla. Después le quito el otro. Cuando lo hago la miro y su expresión divertida ha desaparecido para dejar paso a algo más excitante… mucho más excitante. Estiro los brazos y le bajo la
camisa por los hombros, dejando que caiga al suelo.

—¿Lista? —le susurro.
—Para lo que tú quieras, Lena.

Mis ojos abandonan los suyos y bajan hasta sus labios separados para poder inspirar más profundamente.
Esculpidos, cincelados o lo que sea… Tiene una boca increíble y sabe más que de sobra qué hacer con ella.
Me doy cuenta de que me estoy acercando para besarle.

—No —me dice y coloca las dos manos sobre mis hombros—. Si sigues por ahí, no llegarás a cortarme el pelo.
¡Oh!
—Quiero que lo hagas —continúa, y su mirada es directa y sincera por alguna razón que no me explico.
Eso me desarma.
—¿Por qué? —pregunto en un susurro.
Me mira durante un segundo y sus ojos se abren un poco más.
—Porque me hace sentir querida.

Prácticamente se me para el corazón. Oh, Yulia, mi Cincuenta… Y antes de darme cuenta la estoy abrazando y besándole el pecho antes de apoyar la mejilla sobre su pecho donde aún tiene colocado su brassier.
—Lena. Mi Lena —murmura. Me envuelve con sus brazos y las dos nos quedamos de pie inmóviles,abrazándonos en nuestro baño. Oh, cómo me gusta estar entre sus brazos. Aunque sea un imbécil dominante y megalómana, es mi imbécil dominante y megalómana que necesita una dosis de cariño que dure toda la vida. Me aparto un poco, pero no la suelto.

—¿De verdad quieres que lo haga?
Asiente y sonríe con timidez. Yo le devuelvo la sonrisa y rompo el abrazo.
—Entonces siéntate —le pido otra vez.
Ella obedece sentándose de espaldas al lavabo. Me quito los zapatos y los alejo con el pie hasta donde está su camisa tirada en el suelo del baño. Cojo de la ducha su champú de Chanel que compramos en Francia.
—¿Le gusta este champú a la señora? —le digo mostrándoselo con ambas manos como si estuviera vendiendo algo en la teletienda—. Traído personalmente desde el sur de Francia. Me gusta como huele…huele a ti —añado en un susurro abandonando el estilo de presentadora de televisión.
—Sigue, por favor —dice sonriendo.
Cojo una toalla pequeña del toallero eléctrico. La señora Jones sí que sabe hacer que las toallas estén de lo más suaves.
—Échate hacia delante —le ordeno y Yulia obedece.
Le cubro los hombros con la toalla y abro los grifos para llenar el lavabo de agua tibia.
—Ahora échate para atrás. —Me gusta estar al mando. Yulia me obedece, pero es un poco baja. Se sienta más al borde e inclina la silla hasta que la parte alta del respaldo se apoye contra el lavabo. Una distancia perfecta. Deja caer la cabeza. Sus ojos me miran fijamente y yo sonrío. Cojo uno de los vasos que
tenemos sobre el lavabo, lo sumerjo en el agua para llenarlo y después la vierto sobre la cabeza de Yulia para mojarle el pelo. Repito el proceso inclinándome sobre ella.
—Huele muy bien, señora Volkova Katina—murmura y cierra los ojos.

Mientras le voy mojando el pelo metódicamente, aprovecho para mirarla con total libertad. Dios… ¿Me voy a cansar alguna vez de mirarla? Sus largas pestañas oscuras están desplegadas sobre sus mejillas, tiene los labios un poco separados formando un pequeño rombo oscuro y respira tranquilo. Mmm, qué ganas tengo de meter por ahí la lengua…
Le echo agua en los ojos accidentalmente. ¡Mierda!

—Perdón.
Coge una esquina de la toalla y se ríe al quitarse el agua de los ojos.
—Oye, ya sé que soy un petulante, pero no intentes ahogarme.
Me inclino, le beso la frente y suelto una risita.
—No me tientes.

Me coge la nuca y se acerca para juntar sus labios con los míos. Me da un beso breve a la vez que emite un sonido satisfecho desde el fondo de la garganta. Ese sonido entra en conexión con los músculos de lo más profundo de mi vientre. Es un sonido muy seductor. Me suelta y vuelve a colocarse obedientemente, mirándome con expectación. Durante un momento parece vulnerable, como una niña. Se me ablanda el corazón.
Me echo un poco de champú en la palma y le masajeo la cabeza, empezando por las sienes y subiendo hasta la coronilla para después bajar por los lados haciendo círculos con los dedos rítmicamente. Ella cierra los ojos y vuelve a hacer ese sonido grave y ronroneante.

—Qué gusto… —dice un momento después y se relaja bajo el firme contacto de mis dedos.
—¿A que sí? —Vuelvo a besarle la frente.
—Me gusta que me rasques con las uñas. —Sigue con los ojos cerrados, pero tiene una feliz expresión de satisfacción; ya no queda ni rastro de su vulnerabilidad. Oh, cuánto ha cambiado su humor… Me alegra saber que he sido yo quien ha logrado ese cambio.
—Levanta la cabeza —le ordeno y ella obedece. Mmm… Cualquier mujer se podría acostumbrar a esto. Le froto con la espuma la parte de atrás de la cabeza, rascándole con las uñas—. Atrás otra vez.
Vuelve a colocarse y le aclaro el champú con ayuda del vaso. Esta vez consigo no salpicarle la cara.
—¿Otra vez? —le pregunto.
—Por favor. —Abre los ojos y su mirada serena se encuentra con la mía. Le sonrío.
—Ahora mismo, señora Volkova.
Me voy al lavabo que normalmente usa Yulia y lo lleno de agua templada.
—Para aclararte —le digo cuando me mira intrigada.

Repito el proceso con el champú mientras escucho su respiración regular y profunda. Cuando tiene la cabeza cubierta de espuma, me tomo otro momento para contemplar el delicado rostro de mi esposa. No me puedo resistir. Le acaricio la mejilla tiernamente y ella abre los ojos para observarme, casi adormilada, a través de sus largas pestañas. Me inclino y le doy un beso suave y casto en los labios. Ella sonríe, cierra los ojos y deja escapar un suspiro de total satisfacción.
¿Quién iba a creer que después de nuestra discusión de esta tarde podría estar ahora tan relajada? Y sin sexo… Me inclino más sobre ella.

—Mmm… —murmura encantado cuando le rozo la cara con los pechos. Conteniendo las ganas de sacudirme, quito el tapón para que se vaya el agua llena de espuma. Ella me pone las manos en la cadera y después las desliza hasta mi culo.
—No se manosea al servicio —le digo fingiendo desaprobación.
—No te olvides de que estoy sorda —dice con los ojos todavía cerrados mientras me baja las manos por el culo y empieza a subirme la falda. Le doy un manotazo en el brazo. Me lo estoy pasando bien jugando a la peluquería. Sonríe con una gran sonrisa infantil, como si le hubiera pillado haciendo algo de lo que en el
fondo se sintiera orgullosa.

Cojo el vaso otra vez, pero ahora utilizo el agua del otro lavabo para aclararle el champú del pelo. Sigo inclinada sobre ella, que no me aparta las manos del culo y mueve los dedos de un lado a otro, de arriba abajo,otra vez de un lado a otro… Mmmm… Me contoneo un poco. Ella gruñe desde el fondo de la garganta.

—Ya está. Todo aclarado.
—Bien —dice. Sus dedos me aprietan el culo y se incorpora en el asiento con el pelo mojado goteándole por todo el cuerpo. Tira de mí para sentarme en su regazo y sus manos suben desde mi culo hasta la nuca.Después pasan a mi barbilla para mantenerme quieta. De repente doy un respingo al notar sus labios sobre los míos y su lengua caliente y dura dentro de mi boca. Entierro los dedos entre su pelo mojado y empieza a resbalar agua por mis brazos. Su pelo me cubre la cara. Su mano baja de mi barbilla al primer botón de mi blusa—. Ya vale de tanto acicalamiento. Quiero follarte mil veces peor que el domingo y podemos hacerlo aquí o en el dormitorio. Tú decides.

Los ojos de Yulia lanzan llamaradas, calientes y llenos de promesas, y su pelo nos está mojando a las dos. Se me seca la boca.

—¿Dónde va a ser, Elena? —me pregunta todavía sujetándome en su regazo.
—Estás mojada —le respondo.
Agacha la cabeza y me pasa el pelo mojado por la parte delantera de la blusa. Me retuerzo e intento zafarme, pero ella me agarra más fuerte.
—Oh, no, no te escaparás, nena. —Cuando levanta la cabeza sonriéndome traviesa me he convertido en Miss Camiseta Mojada 2011. Tengo la blusa empapada y se me transparenta todo. Estoy mojada… por todas partes—. Me encanta esta vista —susurra y se agacha para rodearme una y otra vez un pezón con la nariz.Me retuerzo—. Respóndeme, Lena. ¿Aquí o en el dormitorio?
—Aquí —le susurro ansiosa. A la mierda el corte de pelo… Ya se lo haré luego.
Sonríe lentamente; sus labios se curvan en una sonrisa sensual llena de una promesa lasciva.
—Buena elección, señora Volkova Katina —dice junto a mis labios. Me suelta la barbilla y baja la mano hasta mi rodilla. Después la desliza sin dificultad por mi pierna, subiéndome la falda y acariciándome la piel, lo que me provoca un cosquilleo. Me va recorriendo la línea de la mandíbula desde la base de la oreja sin dejar de besarme.
—Vamos a ver, ¿qué te voy a hacer? —me susurra. Detiene los dedos en el principio de mis medias—. Me gusta esto —me dice y mete un dedo bajo la media y la va rodeando hasta llegar a la parte interior del muslo.
Doy un respingo y vuelvo a retorcerme en su regazo.
Ella gruñe desde el fondo de su garganta.
—Te voy a follar mil veces peor que el domingo. Pero tienes que quedarte quieta.
—Oblígame —le desafío con la voz grave y jadeante.
Yulia inhala con fuerza. Entorna los ojos y me mira con una expresión excitada y los párpados entrecerrados.
—Oh, señora Volkova Katina, solo tiene que pedirlo. —Su mano pasa de la parte de arriba de las medias a mis bragas—. Vamos a quitarte esto. —Tira un poco y yo me muevo para ayudarla. Deja escapar el aire entre los dientes apretados cuando lo hago—. Quieta —me ordena.
—Te estoy ayudando… —me defiendo con un mohín y ella me muerde el labio inferior.
—Quieta —repite con voz ronca.
Me baja las bragas por las piernas y me las quita. Me sube la falda hasta que queda toda arrugada en mis caderas. Después me coge de la cintura con las dos manos y me levanta. Todavía tiene mis bragas en la mano.
—Siéntate. A horcajadas —me ordena mirándome intensamente a los ojos.
Hago lo que me pide; me quedo a horcajadas sobre ella y la miro provocativa. ¡Vamos a por ello, Cincuenta!
—Señora Volkova Katina —me dice en un tono de advertencia—, ¿pretende incitarme? —Me mira divertida pero a la vez excitada. Es una combinación muy seductora.
—Sí, ¿qué vas a hacer al respecto?
Sus ojos se encienden con un placer lujurioso ante mi desafío y yo empiezo a notar su erección debajo de mí.
—Junta las manos detrás de la espalda.
¡Oh! Obedezco y ella me ata las manos con mis bragas con una habilidad asombrosa.
—¡Son mis bragas! Señora Volkova, no tiene vergüenza —la regaño.
—No en lo que respecta a usted, señora Volkova Katina, pero seguro que ya lo sabía… —Su mirada es intensa y excitante. Me rodea la cintura con las manos y me desplaza para que quede sentada un poco más atrás en su regazo. Le cae agua por el cuello y por el pecho. Quiero agacharme y lamerle las gotas que resbalan, pero atada como estoy resulta difícil.

Yulia me acaricia los dos muslos y baja las manos hasta mis rodillas. Suavemente me las separa un poco más y abre un espacio entre las suyas para que quede encajada en esa posición. Sus dedos empiezan a ocuparse de mi blusa.

—No creo que vayamos a necesitar esto —dice y empieza a desabrochar mecánicamente los botones de la blusa húmeda que tengo pegada al cuerpo.

No aparta su mirada de la mía. Se toma su tiempo en la tarea y sus ojos se oscurecen cada vez más según se acerca al final. El pulso se me acelera y mi respiración se vuelve superficial. No me lo puedo creer. Casi no me ha tocado y ya estoy así: excitada, necesitada… preparada. Quiero retorcerme. Me deja la blusa húmeda abierta. Me acaricia la cara con las dos manos y su pulgar me roza el labio inferior. De repente me mete el pulgar en la boca.

—Chupa —me ordena poniendo énfasis en la CH. Cierro la boca alrededor del dedo y hago exactamente lo que me ha pedido. Oh, me gusta este juego. Sabe bien. ¿Qué otra cosa podría chuparle? Los músculos de mi vientre se tensan solo de pensarlo. Ella abre los labios cuando la rozo con los dientes y después le muerdo la yema del pulgar.

Gime, saca lentamente el pulgar húmedo de mi boca y lo baja por la barbilla, la garganta y el esternón.
Engancha con ella una de las copas de mi sujetador y tira de ella hacia abajo, liberando mi pecho.
Su mirada nunca se separa de la mía. Está observando todas las reacciones que su contacto provoca en mí y yo la observo a ella. Es muy excitante. Devoradora. Posesiva. Me encanta. Empieza a hacer lo mismo con la otra mano, de forma que en un segundo tengo ambos pechos libres. Me cubre los dos con las manos y me pasa los pulgares sobre los pezones rodeándolos muy lentamente, provocándolos y excitándolos hasta que los dos se endurecen y se dilatan por su hábil contacto. Intento con todas mis fuerzas no moverme, pero parece que mis pezones están conectados con mi entrepierna y no puedo evitar gemir y echar atrás la cabeza hasta que finalmente cierro los ojos y me rindo a esa tortura tan dulce.

—Shhh… —El sonido que emite Yulia está en total contradicción con sus caricias y el ritmo constante y sostenido de sus diestros dedos—. Quieta, nena, quieta…

Deja un pecho y me coloca la mano extendida sobre la nuca. Se inclina hacia delante, se mete en la boca el pezón que acaba de descuidar su mano y lo chupa con fuerza. Su pelo mojado me hace cosquillas. Al mismo tiempo deja de acariciar el otro pezón y en su lugar lo coge entre el pulgar y el índice y lo gira suavemente y después tira.

—¡Ah! ¡Yulia! —gimo y siento que mi cadera da una sacudida. Pero ella no se detiene. Sigue con su provocación lenta, pausada y desesperante. Mi cuerpo empieza a arder cuando el placer me invade.
—Yulia, por favor —gimo.
—Mmm… —ronronea—. Quiero que te corras así. —Mi pezón logra un respiro mientras sus palabras me acarician la piel. Es como si estuviera dirigiéndose a una parte profunda y oscura de mi mente que solo ella conoce. Cuando retoma lo que estaba haciendo, con los dientes esta vez, el placer es casi intolerable. Gimo muy alto, me revuelvo en su regazo e intento lograr algo de fricción contra sus pantalones. Tiro de las bragas que me atan sin conseguir nada. Quiero tocarla, pero me pierdo… me pierdo en esta traicionera sensación.
—Por favor… —le susurro de nuevo suplicante y el placer me llena el cuerpo desde el cuello hasta las piernas y los dedos de los pies, tensándolo todo a su paso.
—Tienes unos pechos preciosos, Lena —gime—. Algún día te los tengo que follar.

¿Qué demonios significa eso? Abro los ojos y la miro con la boca abierta mientras sigue chupando. Mi piel responde a su contacto. Ya no siento la blusa húmeda ni su pelo mojado. No siento nada aparte del fuego.
Arde deliciosamente con un calor que nace de lo más profundo de mi interior. Todos los pensamientos desaparecen cuando mi cuerpo se tensa y los músculos aprietan… listos, muy cerca… buscando la liberación.
Ella no se detiene, no deja de chupar y de tirar, volviéndome loca. Quiero… quiero…

—Déjate ir —jadea Christian.

Y yo lo hago, bien alto, mi orgasmo haciéndome estremecer el cuerpo. Entonces ella para esa tortura tan dulce y me abraza apretándome contra ella a la vez que mi cuerpo entra en la espiral del clímax. Cuando por fin abro los ojos, tengo la cabeza apoyada en su pecho y ella me está contemplando.

—Dios, cómo me gusta ver cómo te corres, Lena. —Suena maravillada.
—Eso ha sido… —Me faltan las palabras.
—Lo sé. —Se acerca a mí y me besa, todavía con la mano en mi nuca, sujetándome la cabeza ladeada para poder darme un beso profundo, lleno de amor y de veneración.
Me vuelvo a perder en ese beso.
Se aparta para respirar y sus ojos tienen ahora el color de una tormenta tropical.
—Ahora te voy a follar con fuerza —murmura.

Madre mía. Me agarra por la cintura, me levanta de entre sus muslos y me sienta más cerca de sus rodillas.
Con la mano derecha se desabrocha el botón de los pantalones azul marino y con la izquierda me acaricia el muslo arriba y abajo, parándose cada vez que llega al borde de las medias. Me está mirando fijamente.
Estamos cara a cara y yo estoy indefensa, atada y en sujetador y medias. Creo que este es uno de nuestros momentos más íntimos; aquí, cerca, sentada en su regazo, mirando sus hermosos ojos azules. Me hace sentir un poco descarada y a la vez muy conectada con ella; no siento ni vergüenza ni timidez. Es Yulia, mi
esposa, mi amante, mi megalómana dominante, mi Cincuenta… el amor de mi vida. Se baja la cremallera y a mí se me seca la boca al ver aparecer su erección, libre al fin.
Sonríe.

—¿Te gusta? —susurra.
—Ajá —le digo. Se envuelve el pene con la mano y empieza a moverla arriba y abajo. Oh, madre mía. La miro a través de mis pestañas. Joder, es tan sexy…
—Se está mordiendo el labio, señora Volkova Katina.
—Eso es porque tengo hambre.
—¿Hambre? —Abre la boca sorprendida y los ojos se le abren un poco más.
—Sí —le digo humedeciéndome los labios.

Me dedica una sonrisa enigmática y se muerde el labio inferior sin dejar de tocarse. ¿Por qué ver a mi esposa dándose placer me pone tanto?

—Ya veo. Deberías haber cenado. —Su tono es burlona y de censura a la vez—. Pero tal vez yo pueda hacer algo… —Me pone la mano en la cintura—. Ponte de pie —me dice en voz baja y yo ya sé lo que va a hacer.
Me pongo de pie; ya no me tiemblan las piernas.
—Y ahora de rodillas.
Hago lo que me pide y me arrodillo sobre el frío suelo de baldosas del baño. Se acerca al borde del asiento.
—Bésame —me pide sujetándose la erección con la mano. La miro y advierto que se está pasando la lengua por los dientes superiores. Es excitante, muy excitante ver su deseo, su deseo desnudo por mí y por mi boca. Me acerco sin dejar de mirarla y le doy un beso en la punta del pene en erección. Veo como inhala con fuerza y aprieta los dientes. Yulia me coge la cabeza con la mano y yo le paso la lengua por la punta para saborear una gotita de semen que hay en el extremo.
Mmm… sabe bien. Abre más la boca para poder respirar por ella cuando yo me lanzo sobre ella,metiéndomelo en la boca y chupando con fuerza.
—Ah…

Suelta el aire entre los dientes apretados y proyecta la cadera hacia delante, empujando dentro de mi boca.
Pero eso no me hace parar. Me cubro los dientes con los labios y bajo para después subir. Me coloca la otra mano en la cabeza para agarrármela por ambos lados, enreda los dedos en mi pelo y lentamente va entrando y saliendo de mi boca. Su respiración se acelera y se hace cada vez más trabajosa. Rodeo la punta con la lengua y después me lo vuelvo a meter todo en la boca en perfecto contrapunto a su movimiento.

—Dios, Lena. —Suspira y aprieta los párpados. Se está perdiendo y verla así se me sube a la cabeza. Es por mí. Muy lentamente aparto los labios y lo que le roza ahora son mis dientes—. ¡Ah! —Yulia deja de moverse. Se agacha y me coge para volver a subirme a su regazo—. ¡Para! —gruñe.

Busca detrás de mí y me libera las manos con un simple tirón a las bragas. Flexiono las muñecas y miro por debajo de las pestañas a unos ojos abrasadores que me devuelven la mirada con amor, necesidad y lujuria. Y de repente me doy cuenta de que soy yo la que quiere follarla mil veces peor que el domingo. La deseo con todas mis fuerzas. Quiero verla correrse debajo de mí. Le cojo el pene y me acerco rápidamente a ella. Coloco mi otra mano sobre su hombro y muy despacio y con mucho cuidado le introduzco dentro de mí. Ella emite un sonido gutural y salvaje desde el fondo de la garganta y levantando los brazos me arranca la blusa y la deja caer en el suelo. Sus manos pasan a mis caderas.

—Quieta —dice con voz ronza y con las manos clavándose en mi carne—. Déjame saborear esto, por favor. Saborearte…
Me quedo quieta. Oh, Dios… Me siento tan bien con ella dentro de mí. Me acaricia la cara mirándome con los ojos muy abiertos y salvajes y los labios separados. Se mueve debajo de mí y yo gimo y cierro los ojos.
—Este es mi lugar favorito —me susurra—. Dentro de ti. Dentro de mi mujer.

Oh, joder, Yulia. No puedo aguantar más. Deslizo los dedos entre su pelo mojado, mis labios buscan los suyos y empiezo a moverme. Arriba y abajo, poniéndome de puntillas… saboreándola, saboreándome. Ella gime fuerte y noto sus manos en mi pelo y en mi espalda y su lengua invadiendo mi boca ávidamente,cogiéndolo todo y yo dándoselo encantada. Después de todas las discusiones del día, de mi frustración con ella y la suya conmigo, al menos todavía tenemos esto. Siempre tendremos esto. La quiero tanto que es casi
demasiado. Baja las manos hasta colocarlas en mi culo para controlar mi movimiento, arriba y abajo, una y otra vez, a su ritmo, su tempo caliente y resbaladizo.

—¡Ah! —gimo indefensa dentro de su boca y me dejo llevar.
—Sí, Lena, sí… —dice entre dientes y yo le cubro la cara de besos: en la barbilla, en la mandíbula, en el cuello…—. Nena… —jadea y vuelve a atrapar mi boca.
—Oh, Yulia, te quiero. Siempre te querré. —Estoy sin aliento, pero quiero que lo sepa, que esté segura de mí después de todas nuestras peleas de hoy.

Gime y me abraza con fuerza, abandonándose al clímax con un sollozo lastimero. Y eso es justo lo que necesitaba para volver a llevarme al borde del abismo: le rodeo el cuello con los brazos y me dejo ir con ella en mi interior. Tengo los ojos llenos de lágrimas porque la quiero muchísimo.

—Oye… —me susurra agarrándome la barbilla para echarme atrás la cabeza y mirándome preocupado—.¿Por qué lloras? ¿Te he hecho daño?
—No —le digo para tranquilizarle.
Me aparta el pelo de la cara y me seca una lágrima con el pulgar a la vez que me besa tiernamente en los labios. Sigue dentro de mí. Cambia de postura y yo hago una mueca cuando sale.
—¿Qué te pasa, Lena? Dímelo.
Sorbo por la nariz.
—Es que… Es solo que a veces me abruma darme cuenta de cuánto te quiero —le confieso. Ella me sonríe con esa sonrisa tímida tan especial que creo que tiene reservada solo para mí.
—Tú tienes el mismo efecto en mí —me susurra y me da otro beso. Yo sonrío y en mi interior la felicidad se despereza y se estira encantada.
—¿Ah, sí?
Ella sonríe.
—Sabes que sí.
—A veces sí lo sé. Pero no todo el tiempo.
—Ídem, señora Volkova Katina.
Le sonrío y le doy besitos en el pecho. Luego le acaricio entre sus senos con la nariz. Yulia me acaricia el pelo y me pasa una mano por la espalda. Me suelta el sujetador y me baja un tirante. Me muevo para que me quite el otro tirante y ella deja caer al suelo el sujetador.
—Mmm… Piel contra piel —dice feliz y me abraza otra vez.
Me da un beso en el hombro y sube acariciándome con la nariz hasta mi oreja.
—Huele divinamente, señora Volkova Katina.
—Y usted, señora Volkova. —Vuelvo a acariciarle con la nariz y aspiro el aroma de Yulia, que ahora está mezclado con el embriagador perfume del sexo. Podría quedarme así para siempre: en sus brazos, feliz y satisfecha. Es justo lo que necesitaba después de este día de mucho trabajo, discusiones y de poner a una
zorra en su sitio. Aquí es donde quiero estar, y a pesar de su obsesión por el control y su megalomanía, este es el sitio al que pertenezco. Yulia entierra la nariz en mi pelo e inspira hondo. Yo suspiro satisfecha y noto su sonrisa. Y así nos quedamos; sentadas, abrazadas y en silencio.
Pero un instante después la realidad se entromete en nuestro momento.

—Es tarde —dice Yulia mientras me acaricia metódicamente la espalda con los dedos.
—Y tú sigues necesitando un corte de pelo.
Ríe.
—Cierto, señora. ¿Tiene energía suficiente para acabar lo que ha empezado?
—Por usted, señora Volkova, cualquier cosa. —Le doy otro beso en el pecho y me levanto a regañadientes.
—Un momento. —Me coge de las caderas y me gira. Me baja la falda y me la desabrocha para después dejarla caer al suelo. Me tiende la mano, yo se la cojo y salgo de la falda. Ahora solo llevo puestas las medias y el liguero—. Es usted una visión espectacular, señora Volkova Katina. —Se apoya en el respaldo de la silla y cruza los brazos mientras me mira de arriba abajo.
Yo doy una vuelta para que ella me vea.
—Dios, soy una hija de puta con suerte —dice con admiración.
—Sí que lo eres.
Sonríe.
—Ponte mi camisa para cortarme el pelo. Así como estás ahora me distraes y no conseguiríamos llegar a la cama hoy.

No puedo evitar sonreír. Como sé que está observando todos mis movimientos, voy pavoneándome hasta donde dejamos mis zapatos y su camisa. Me agacho despacio, cojo la camisa, la huelo (mmm…) y después me la pongo. Yulia me mira con los ojos muy abiertos. Se ha vuelto a abrochar la bragueta y me está
contemplando atentamente.

—Menudo espectáculo, señora Lena.
—¿Tenemos tijeras? —le pregunto con aire inocente, agitando las pestañas.
—En mi estudio —me dice.
—Voy en su busca. —Le dejo allí, entro en el dormitorio y cojo el peine de mi tocador antes de encaminarme a su estudio.

Cuando entro en el pasillo, advierto que la puerta del despacho de Igor está abierta. La señora Jones está de pie junto al umbral. Me quedo parada como si hubiera echado raíces. Igor le está acariciando la cara con los dedos y sonriéndole dulcemente. Entonces se inclina y le da un beso.
Vaya… ¿Igor y la señora Jones? Me quedo con la boca abierta por el asombro. Bueno, yo creía… La verdad es que sospechaba algo. ¡Pero ahora es obvio que están juntos! Me sonrojo porque me siento como una voyeur y por fin consigo que mis pies vuelvan a echar a andar. Cruzo corriendo el salón y entro en el
estudio de Yulia. Enciendo la luz y voy hasta su escritorio. Igor y la señora Jones… ¡Vaya! Mi mente va a mil por hora. Siempre he pensado que la señora Jones era mayor que Igor. Oh, tampoco es tan difícil de entender… Abro el cajón de arriba de la mesa y me distraigo inmediatamente: dentro hay un arma.
¡Yulia tiene un arma!
Un revólver. Dios mío… No tenía ni idea de que Yulia tuviera un arma. Lo saco, abro el tambor y lo examino. Está cargado pero es ligero, muy ligero. Debe de ser de fibra de carbono. ¿Por qué puede querer tener Yulia un arma? Oh, espero que sepa usarla. Me vienen a la mente las advertencias constantes de Sergey
sobre las armas de fuego (nunca olvidó su entrenamiento militar): «Esto te puede matar, Lena. Siempre que cojas un arma de fuego debes saber cómo usarla». Devuelvo el arma al cajón y busco las tijeras. Las cojo y salgo corriendo para volver con Yulia, con la mente trabajando a mil por hora: Igor y la señora Jones…
El revólver…
En la entrada del salón me topo con Igor.

—Perdón, señora Lena. —Se sonroja al ver lo que llevo puesto.
—Oh, Igor, hola… Le voy a cortar el pelo a Yulia —le digo avergonzada.
Igor está pasando tanta vergüenza como yo. Abre la boca para decir algo, pero vuelve a cerrarla y se aparta.
—Después de usted, señora —dice formalmente.
Creo que estoy del color de mi antiguo Audi, el que Yulia les compraba a todas sus sumisas. Esta situación no podría ser más embarazosa…
—Gracias —murmuro y me apresuro por el pasillo. Mierda. ¿No me voy a acostumbrar nunca al hecho de que no estamos solas? Corro al baño.
—¿Qué pasa? —Yulia está de pie delante del espejo con mis zapatos en la mano. Toda la ropa que estaba tirada en el suelo ahora está colocada ordenadamente al lado del lavabo.
—Me acabo de encontrar con Igor.
—Oh. —Christian frunce el ceño—. ¿Así vestida?
Oh, mierda.
—No ha sido culpa de Igor.
El ceño de Yulia se hace más profundo.
—No, pero aun así…
—Estoy vestida.
—Muy poco vestida.
—No sé a quién le ha dado más vergüenza, si a él o a mí. —Intento la técnica de la distracción—. ¿Tú sabías que él y Gail están… bueno… juntos?
Yulia ríe.
—Sí, claro que lo sabía.
—¿Y por qué no me lo has dicho nunca?
—Pensé que tú también lo sabías.
—Pues no.
—Lena, son adultos. Viven bajo el mismo techo. Ninguno tiene compromiso y los dos son atractivos.
Me ruborizo y me siento tonta por no haberlo notado.
—Bueno, dicho así… Yo creía que Gail era mayor que Igor.
—Lo es, pero no mucho. —Me mira perpleja—. A algunos hombres les gustan las mujeres mayores… —Se calla de repente y se le abren mucho los ojos.
La miro con el ceño fruncido.
—Ya… —le respondo molesta.
Yulia parece arrepentida y me sonríe tiernamente. ¡Sí! ¡Mi técnica de distracción ha funcionado! Mi subconsciente pone los ojos en blanco: Sí, pero ¿a qué precio? Ahora vuelve a cernirse sobre mí el fantasma de la innombrable señora Robinson.
—Eso me recuerda algo —dice contenta.
—¿Qué? —le pregunto. Cojo la silla y la giro para que quede mirando al espejo que hay sobre el lavabo—.Siéntate —le ordeno. Yulia me mira con indulgencia divertida, pero hace lo que le digo y se acomoda en la silla. Empiezo a peinarle el pelo que ya solo tiene un poco húmedo.
—Estaba pensando que podríamos reformar las habitaciones que hay encima del garaje en la casa nueva para que vivan ellos —me explica Yulia—. Convertirlo en un hogar. Así tal vez la hija de Igor podría venir a quedarse con él más a menudo. —Me observa con cautela a través del espejo.
—¿Y por qué no se queda aquí?
—Igor nunca me lo ha pedido.
—Tal vez deberías sugerírselo tú. Pero nosotras tendríamos que tener más cuidado.
Yulia arruga la frente.
—No se me había ocurrido.
—Tal vez por eso Igor no te lo ha pedido. ¿La conoces?
—Sí, es una niña muy dulce. Tímida. Muy guapa. Yo le pago el colegio.
¡Oh! Paro de peinarle y le miro desde el espejo.
—No tenía ni idea.
Ella se encoge de hombros.
—Era lo menos que podía hacer. Además, así su padre no deja el trabajo.
—Estoy segura de que le gusta trabajar para ti.
Yulia me mira sin expresión y después se encoje de hombros.
—No lo sé.
—Creo que te tiene mucho cariño, Yulia. —Acabo de peinarle y la miro. Sus ojos no se apartan de los míos.
—¿Tú crees?
—Sí.
Ríe burlona sin darle importancia, pero suena satisfecha, como si se alegrara en el fondo de caerle bien a su personal.
—Entonces, ¿le dirás a Gia lo de las habitaciones sobre el garaje?
—Sí, claro. —Ya no siento la misma irritación que antes cuando menciona su nombre. Mi subconsciente asiente satisfecha. Sí, hoy lo hemos hecho bien. La diosa que llevo dentro se regodea. Ahora dejará en paz a mi esposa y así no le hará sentir incómoda.
Ya estoy preparada para cortarle el pelo a Yulia.
—¿Estás segura? Es tu última oportunidad de echarte atrás.
—Hágalo lo peor que sepa, señora Volkova Katina. Yo no tengo que verme; usted sí.
Le sonrío.
—Yulia yo podría pasarme el día mirándote.
Niega con la cabeza, exasperada.
—Solo es una cara bonita, nena.
—Y detrás de esa cara hay una mujer muy bonita también. —Le doy un beso en la sien—. Mi mujer.

Ella sonríe tímida.
Cojo el primer mechón, lo peino hacia arriba y lo sostengo entre los dedos índice y corazón. Agarro el peine con la boca, cojo las tijeras y doy el primer corte, con el que me llevo un centímetro y medio más o menos. Yulia cierra los ojos y se queda sentada como una estatua, suspirando satisfecha mientras yo sigo
cortando. De vez en cuanto abre los ojos y siempre la encuentro observándome. No me toca mientras trabajo,lo que le agradezco. Su contacto… me distrae.
En quince minutos he acabado.

—Terminado. —Me gusta el resultado. Está tan guapa como siempre, con el pelo un poco caído y sexy,solo que algo más corto.
Yulia se mira en el espejo y parece agradablemente sorprendida. Sonríe.
—Un gran trabajo, señora Volkova Katina. —Gira la cabeza a un lado y luego al otro y me rodea con un brazo. Me atrae hacia ella, me da un beso y me acaricia el vientre con la nariz—. Gracias —me dice.
—Un placer. —Me agacho para darle un beso breve.
—Es tarde. A la cama. —Y me da un azote juguetón en el culo.
—¡Ah! Deberíamos limpiar un poco esto. —Hay pelos por todo el suelo.
Yulia frunce el ceño como si eso no se le hubiera pasado por la cabeza.
—Vale, voy por la escoba —dice—. No quiero que andes por ahí avergonzando al personal con ese atuendo tan inapropiado que llevas.
—Pero ¿sabes dónde está la escoba? —le pregunto inocentemente.
Yulia se queda parada.
—Eh… no.
Río.
—Ya voy yo.

Cuando me meto en la cama y mientras espero que Yulia venga también, pienso en el final tan diferente que podía haber tenido este día. Estaba tan enfadada con ella antes y ella conmigo… ¿Cómo puedo tratar esa tontería de que quiere que yo dirija una empresa? No deseo dirigir una empresa. Yo no soy ella. Tengo que pararla ya. Tal vez deberíamos tener una palabra de seguridad para los momentos en que ella sea demasiada dominante y autoritaria, para cuando sea petulante… Suelto una risita. Tal vez esa precisamente debería ser la palabra de seguridad: petulante. Me gusta la idea.

—¿Qué? —me dice al entrar en la cama a mi lado, llevando solo los pantalones del pijama y una camiseta con tiras finas
—Nada. Una idea.
—¿Qué idea? —Se estira en la cama a mi lado.
Ahí va…
—Yulia, creo que no quiero dirigir una empresa.
Se apoya sobre uno de los codos y me mira.
—¿Por qué dices eso?
—Porque es algo que nunca me ha llamado la atención.
—Eres más que capaz de hacerlo, Elena.

—Me gusta leer, Yulia. Dirigir una empresa me apartaría de eso.
—Podrías ser una directiva creativa.
Frunzo el ceño.
—Mira —continúa—, dirigir una empresa que funciona se basa en aprovechar el talento de los individuos que tienes a tu disposición. Ahí es donde está tu talento y tus intereses; luego estructuras la empresa para permitir que puedan hacer su trabajo. No lo rechaces sin pensarlo, Elena. Eres una mujer muy capaz.Creo que podrías hacer lo que quisieras solo con proponértelo.
Vaya… ¿Cómo puede saber que eso se me daría bien?
—Me preocupa que me ocupe demasiado tiempo.
Yulia frunce el ceño de nuevo.
—Tiempo que podría dedicarte a ti —digo sacando mi arma secreta.
Su mirada se oscurece.
—Sé lo que te propones —susurra divertida.
¡Mierda!
—¿Qué? —pregunto con fingida inocencia.
—Estás intentando distraerme del tema que tenemos entre manos. Siempre lo haces. No rechaces la idea todavía, Lena. Piénsatelo. Solo te pido eso. —Se inclina y me da un beso casto y después me acaricia la mejilla con el pulgar. Esta discusión va para largo. Le sonrío y de repente algo que ha dicho antes me viene a la cabeza sin saber cómo.
—¿Puedo preguntarte algo? —digo con voz suave y tentadora.
—Claro.
—Antes has dicho que si estaba enfadada contigo, que te lo hiciera pagar en la cama. ¿Qué querías decir?
Se queda quieta.
—¿Tú qué crees que quería decir?
Dios, ahora tengo que decirlo…
—Que quieres que te ate.
Levanta ambas cejas por el asombro.
—Eh… no. No era eso lo que quería decir en absoluto.
—Oh. —Me sorprende la ligera decepción que siento.
—¿Quieres atarme? —me pregunta porque obviamente ha identificado mi expresión correctamente. Suena alucinada. Me ruborizo.
—Bueno…
—Lena, yo… —No acaba la frase y algo oscuro cruza por su cara.
—Yulia… —susurro alarmada. Me muevo para quedar tumbada de lado y apoyada en un codo como ella. Le acaricio la cara. Tiene los ojos muy abiertos y llenos de miedo. Sacude la cabeza con tristeza. ¡Mierda!—. Yulia, para. No importa. Solo creía que querías decir eso.
Me coge la mano y se la pone sobre el corazón, que le late con fuerza. ¡Joder! ¿Qué pasa?
—Lena, no sé cómo me sentiría si estuviera atado y tú me tocaras…
Se me eriza el vello. Es como si me estuviera confesando algo profundo y oscuro.

—Todo esto es demasiado nuevo todavía —dice en voz baja y ronca.

Joder. Solo era una idea. Soy consciente de que ella está avanzando bastante, pero todavía le queda mucho.
Oh, Cincuenta, Cincuenta, Cincuenta… La ansiedad me atenaza el corazón. Me inclino y ella se queda petrificada, pero yo le doy un beso en la comisura de la boca.
—Yulia, no te he entendido bien. No te preocupes por eso. No lo pienses, por favor. —Le doy un beso más apasionado. Ella cierra los ojos, gruñe y responde a mi beso. Después me empuja contra el colchón y me agarra la barbilla con las manos. Y en unos momentos las dos estamos perdidas… Perdidas la una en la otra una vez más.

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Mensaje por VIVALENZ28 7/30/2016, 4:45 am

9


Cuando me despierto antes de que suene el despertador a la mañana siguiente, Yulia está enroscada sobre mi cuerpo como una planta de hiedra: la cabeza sobre mi pecho, el brazo alrededor de mi cintura y una pierna entre las mías. Además está en mi lado de la cama. Siempre pasa lo mismo. Si discutimos la noche anterior, así es como acaba: retorcida sobre mi cuerpo, dándome calor y restringiéndome los movimientos.

Oh, Cincuenta… Tiene tantas necesidades a ese nivel. Quién lo habría creído… La imagen de Yulia como una niña sucia y desgraciada me viene a la mente. Le acaricio el pelo más corto y mi melancolía se va desvaneciendo. Ella se mueve y sus ojos somnolientos se encuentran con los míos. Parpadea un par de veces
mientras se va despertando.

—Hola —susurra y sonríe.
—Hola. —Me encanta ver esa sonrisa por la mañana.
Me acaricia los pechos con la nariz y emite un sonido de satisfacción desde el fondo de su garganta. Su mano va bajando desde mi cintura por encima de la fresca seda de mi camisón.
—Eres un bocado tentador —susurra—. Pero por muy tentadora que seas —dice mirando el despertador—, tengo que levantarme. —Se estira, se desenreda de mi cuerpo y se levanta.
Yo me tumbo, pongo las manos detrás de la cabeza y disfruto del espectáculo: Yulia desnudándose para meterse en la ducha. Es perfecta. No le cambiaría ni un pelo de la cabeza.
—¿Admirando la vista, señora Volkova Katina? —Yulia arquea una ceja burlona.
—Es que es una vista terriblemente bonita, señora Volkova.

Sonríe y me tira los pantalones del pijama, que casi aterrizan en mi cara pero consigo cogerlos en el aire a tiempo, riendo como una colegiala. Con una sonrisa perversa aparta el edredón, pone una rodilla en la cama,me coge los tobillos y tira de mí haciendo que se me suba el camisón. Chillo mientras ella va subiendo por mi
cuerpo, dándome besos desde la rodilla, por el muslo, siguiendo por… Oh, Yulia…

—Buenos días, señora Lena—me saluda la señora Jones. Me ruborizo,avergonzada al recordar su encuentro con Igor que presencié anoche.
—Buenos días —le respondo. Ella me pasa una taza de té. Me siento en un taburete al lado de mi esposa,que está radiante: recién duchada, con el pelo húmedo, una camisa blanca recién planchada y la corbata gris plateado. Mi corbata favorita. Tengo muy buenos recuerdos de esa corbata.
—¿Qué tal está, señora Volkova Katina? —me pregunta con la mirada tierna.
—Creo que ya lo sabe, señora Volkova —le digo mirándole a través de las pestañas.
Ella sonríe.
—Come —me ordena—. Casi no cenaste ayer.
¡Oh, mi Cincuenta, siempre tan mandona!
—Eso es porque tú estabas siendo petulante.
A la señora Jones se le cae algo en el fregadero y el ruido me sobresalta. Yulia parece ajeno al ruido;ignorándolo, se me queda mirando impasible.
—Petulante o no, tú come. —Su tono es serio y no tengo intención de discutir con ella.
—Vale. Ya cojo la cuchara y me como los cereales —digo como una adolescente irascible. Extiendo el brazo para coger el yogur griego y me echo unas cucharadas en los cereales. Después le incorporo un puñado de arándanos. Miro a la señora Jones y nuestras miradas se encuentran. Le sonrío y ella me responde con una
sonrisa cariñosa. Me ha preparado mi desayuno favorito, el que descubrí durante la luna de miel.
—Creo que voy a tener que ir a Nueva York a finales de semana. —El anuncio de Yulia interrumpe mis pensamientos.
—Oh.
—Solo voy a pasar una noche. Y quiero que vengas conmigo.
—Yulia, yo no puedo pedir el día libre.
Me mira como diciendo: ¿tú crees, teniendo en cuenta que yo soy la jefa?
Suspiro.
—Sé que la empresa es tuya, pero he estado fuera tres semanas. ¿Cómo puedes esperar que dirija el negocio si nunca estoy? Estaré bien aquí. Supongo que te llevarás a Igor, pero Sawyer y Ryan se quedarán aquí… —Me interrumpo porque Yulia me está sonriendo—. ¿Qué?
—Nada. Solo tú —dice.
Frunzo el ceño. ¿Se está riendo de mí? Entonces se me ocurre algo preocupante.
—¿Cómo vas a ir a Nueva York?
—En el jet de la empresa, ¿por qué?
—Solo quería estar segura de que no ibas a coger a Charlie Tango —le digo en voz baja y un escalofrío me recorre la espalda. Recuerdo la última vez que pilotó ese helicóptero y siento una oleada de náuseas al evocar las tensas horas que pasé esperando noticias. Probablemente ese ha sido el peor momento de mi vida.
Noto que la señora Jones también se ha quedado muy quieta. Intento olvidarme de eso.
—No iría a Nueva York con Charlie Tango. El helicóptero no puede recorrer esas distancias. Además,todavía tiene que estar dos semanas más en reparación.

Gracias a Dios. Sonrío, en parte por el alivio, pero también porque sé que el accidente de Charlie Tango ha ocupado los pensamientos y el tiempo de Yulia durante las últimas semanas.

—Bueno, me alegro de que ya casi esté arreglado, pero… —No acabo la frase. ¿Puedo decir lo nerviosa que me pone que vuelva a volar?
—¿Qué? —me pregunta mientras se termina su tortilla.
Me encojo de hombros.
—¿Lena? —pregunta con la voz tensa.
—Es que… ya sabes. La última vez que volaste con el helicóptero… Creí, creímos que… —No puedo acabar la frase y la expresión de Yulia se suaviza.
—Oye… —Me acaricia la cara con el dorso de los nudillos—. Fue un sabotaje. —Algo oscuro cruza por su cara y durante un momento me pregunto si ya sabrá quién fue el responsable.
—No podría soportar perderte —le susurro.
—He despedido a cinco personas por eso, Lena. No volverá a pasar.
—¿A cinco?
Asiente con expresión seria. Vaya…
—Eso me recuerda algo… He encontrado un arma en tu escritorio.
Frunce el ceño ante la falta de lógica de mi asociación y probablemente por mi tono acusatorio, aunque no era esa mi intención.
—Es de Leila —me dice por fin.
—Está cargada.
—¿Cómo lo sabes? —Su ceño se hace más pronunciado.
—Lo comprobé ayer.
—No quiero que tengas nada que ver con armas —me regaña—. Espero que volvieras a ponerle el seguro.
Parpadeo, momentáneamente estupefacta.
—Yulia, ese revolver no tiene seguro. ¿Sabes algo de armas?
Yulia abre mucho los ojos.
—Eh… no.
Igor tose discretamente desde la entrada. Yulia asiente.
—Tenemos que irnos —dice Yulia. Se levanta distraída y después se pone la chaqueta. Le sigo en dirección al pasillo.
Tiene el arma de Leila. Estoy desconcertada por esa información y me pregunto qué le habrá pasado a ella.
¿Seguirá en… dónde era? ¿East algo? ¿New Hampshire? No me acuerdo.
—Buenos días, Igor—saluda Yulia.
—Buenos días señora Volkova. Señora Lena. —Nos saluda con la cabeza a ambas, pero procura no mirarme a los ojos. Se lo agradezco, al recordar lo poco vestida que iba anoche cuando me lo encontré.
—Voy a lavarme los dientes —les digo. Yulia siempre se lava los dientes antes de desayunar, no comprendo por qué…
—Deberías pedirle a Igor que te enseñe a disparar —le sugiero a Yulia mientras bajamos en el ascensor. Yulia me mira divertida.
—¿Tú crees? —me dice cortante.
—Sí.
—Elena, odio las armas. Mi madre ha tenido que coser a demasiadas víctimas de armas de fuego y mi padre está totalmente en contra de las armas. Yo he crecido con esos valores. He apoyado al menos dos iniciativas para el control de armas en Washington.
—Oh, ¿e Igor lleva un arma?
Yulia aprieta los labios.
—A veces.
—¿No lo apruebas? —le pregunto al salir del ascensor.
—No —dice con los labios apretados—. Digamos que Igor y yo tenemos diferentes puntos de vista en lo que respecta al control de armas.
Pues yo creo que estoy con Igor en ese tema…
Yulia me abre la puerta del vestíbulo y salgo en dirección al coche. No me ha dejado ir sola en coche a la editorial desde que descubrió que lo de Charlie Tango había sido un sabotaje. Sawyer me sonríe amablemente mientras me sujeta la puerta y Yulia sube al coche por el otro lado.
—Por favor —le digo extendiendo el brazo y cogiéndole la mano.
—¿Por favor, qué?
—Aprende a disparar.
Pone los ojos en blanco.
—No. Fin de la discusión, Elena.

Y de nuevo me convierto en la niña a la que regaña. Abro la boca para responderle algo cortante, pero decido que no quiero empezar el día de trabajo enfadada. Cruzo los brazos y miro a Igor, que me observa por el retrovisor. Aparta la vista y se concentra en la carretera, pero niega con la cabeza con evidente frustración. Veo que Yulia también le saca de quicio a veces. La idea me hace sonreír y eso mejora mi humor.

—¿Dónde está Leila? —le pregunto a Yulia, que mira distraída por la ventanilla.
—Ya te lo he dicho. En Connecticut con su familia —me dice mirándome.
—¿Lo has comprobado? Después de todo, tiene el pelo largo. Podría ser ella la que conducía el Dodge.
—Sí, lo he comprobado. Se ha inscrito en una escuela de arte en Hamden. Ha empezado esta semana.
—¿Has hablado con ella? —le pregunto. Toda la sangre ha abandonado mi cara.
Yulia vuelve la cabeza para mirarme al notar el tono de mi voz.
—No. Flynn es quien ha hablado con ella. —Estudia mi cara para saber qué estoy pensando.
—Ah —digo aliviada.
—¿Qué?
—Nada.
Yulia suspira.
—¿Qué te pasa, Lena?
Me encojo de hombros porque no quiero admitir que tengo celos irracionales.
—La tengo vigilada —continúa Yulia— para estar segura de que se queda en su parte del país. Está mejor, Lena. Flynn la ha derivado a un psiquiatra en New Haven y todos los informes son positivos. Siempre le ha interesado el arte, así que… —Se detiene y me observa. Y en ese momento me surge la sospecha de que ella es quien paga ese curso de arte. ¿Quiero saberlo? ¿Debería preguntarle? No es que no pueda permitírselo,pero ¿por qué se siente obligada? Suspiro. El equipaje de Yulia no se parece nada a mi Bradley Kent de la clase de biología y sus torpes intentos de darme un beso. Yulia me coge la mano.
—No te agobies por eso, Elena —murmura y yo le aprieto la mano para tranquilizarle. Sé que está haciendo lo que cree que es mejor.

A media mañana tengo un descanso entre reuniones. Cuando cojo el teléfono para llamar a Nastya, veo que tengo un correo de Yulia.

De: Yulia Volkova
Fecha: 23 de agosto de 2011 09:54
Para: Lena Volkova
Asunto: Halagos

Señora Volkova Katina:

Me han alabado tres veces mi nuevo corte de pelo. Que los miembros de mi personal me hagan ese tipo de observaciones es algo que no había ocurrido nunca antes. Debe de ser por la ridícula sonrisa que se me pone cuando pienso en lo de anoche. Es una mujer maravillosa, preciosa y con muchos talentos.

Y toda mía.

Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.

Me derrito al leer esas palabras.

De: Lena Volkova
Fecha: 23 de agosto de 2011 10:48
Para: Yulia Volkova
Asunto: Estoy intentando concentrarme

Señora Volkova:

Estoy intentando trabajar y no quiero que me distraigan con recuerdos deliciosos.
Quizá ha llegado el momento de confesar que le he cortado el pelo regularmente a Sergey durante gran parte de mi vida. No tenía ni idea de que eso me iba a ser tan útil.
Y sí, soy suya, y usted, mi querida esposa dominante que se niega a ejercer su derecho constitucional enunciado en la Segunda Enmienda a llevar armas, es mía. Pero no se preocupe porque ya la protegeré yo. Siempre.

Elena Volkova
Editora de SIP

De: Yulia Volkova
Fecha: 23 de agosto de 2011 10:53
Para: Lena Volkova
Asunto: La pistolera Annie Oakley

Señora Volkova Katina:

Estoy encantada de ver que ya ha hablado con el departamento de informática y al fin se ha cambiado el apellido Very Happy.
Y dormiré tranquila en mi cama sabiendo que mi esposa, la loca de las armas, duerme a mi lado.

Yulia Volkova
Presidenta & Hoplófoba de Volkova Enterprises Holdings, Inc.

¿Hoplófobo? ¿Qué demonios es eso?

De: Lena Volkova
Fecha: 23 de agosto de 2011 10:58
Para: Yulia Volkova
Asunto: Palabras largas

Señora Volkova:

Me vuelve usted a impresionar con su destreza lingüística. De hecho me impresionan sus destrezas en general (y creo que ya sabe a qué me refiero…).

Elena Volkova
Editora de SIP

De: Yulia Volkova
Fecha: 23 de agosto de 2011 11:01
Para: Lena Volkova
Asunto: ¡Oh!

Señora Volkova Katina:
¿Está usted flirteando conmigo?

Yulia Volkova
Asombrada presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.


De: Lena Volkova
Fecha: 23 de agosto de 2011 11:04
Para: Yulia Volkova
Asunto: ¿Es que preferiría…?

¿… que flirteara con otro?

Elena Volkova
Valiente editora de SIP


De: Yulia Volkova
Fecha: 23 de agosto de 2011 11:09
Para: Lena Volkova
Asunto: Grrr…

¡NO!

Yulia Volkova
Posesiva presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.


De: Lena Volkova
Fecha: 23 de agosto de 2011 11:14
Para: Yulia Volkova
Asunto: Uau…

¿Me estás gruñendo? Porque eso me parece muy excitante…

Elena Volkova
Retorcida (en el buen sentido) editora de SIP

De: Yulia Volkova
Fecha: 23 de agosto de 2011 11:16
Para: Lena Volkova
Asunto: Tenga cuidado

¿Flirteando y jugando conmigo, señora Volkova Katina?
A que voy a hacerle una visita esta tarde…

Yulia Volkova
Presidenta afectada de priapismo de Volkova Enterprises Holdings, Inc.


De: Lena Volkova
Fecha: 23 de agosto de 2011 11:20
Para: Yulia Volkova
Asunto: ¡Oh, no!

No, me porto bien. No quiero que la jefa de la jefa de la jefa venga a ponerme en mi sitio en el trabajo. Wink
Ahora déjame seguir trabajando o la jefa de la jefa de mi jefa me va a dar una patada en el culo y me va a echar a la calle.

Elena Volkova
Editora de SIP

De: Yulia Volkova
Fecha: 23 de agosto de 2011 11:23
Para: Lena Volkova
Asunto: &*%$&*&*

Créeme cuando te digo que hay muchas cosas que se me ocurre hacer con tu culo ahora mismo, pero darle una patada no es una de ellas.

Yulia Volkova
Presidenta y especialista en culos de Volkova Enterprises Holdings, Inc.

Su respuesta me hace reír.

De: Lena Volkova
Fecha: 23 de agosto de 2011 11:26
Para: Yulia Volkova
Asunto: ¡Que me dejes!

¿No tienes que dirigir un imperio?
Deja de molestarme.
Ya ha llegado mi siguiente cita.
Yo pensaba que eras más de pechos que de culos…
Tú piensa en mi culo y yo pensaré en el tuyo…
TQ
x

Elena Volkova
Editora ahora húmeda de SIP


No puedo evitar que mi estado de ánimo sea un poco tristón cuando Sawyer me lleva a la oficina el jueves. El viaje a Nueva York que Yulia me había anunciado ha llegado y aunque solo lleva fuera unas pocas horas, ya la echo de menos. Al encender el ordenador veo que ya tengo un correo esperándome. Mi ánimo mejora
inmediatamente.

De: Yulia Volkova
Fecha: 25 de agosto de 2011 04:32
Para: Lena Volkova
Asunto: Ya te echo de menos

Señora Volkova Katina:

Estaba adorable esta mañana…
Pórtate bien mientras estoy fuera.
Te quiero.

Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.


Esta va a ser la primera noche que dormimos separadas desde la boda. Tengo intención de tomarme unos cócteles con Nastya, eso me ayudará a dormir. Impulsivamente le contesto al correo, aunque sé que todavía está volando.

De: Lena Volkova
Fecha: 25 de agosto de 2011 09:03
Para: Yulia Volkova
Asunto: ¡Compórtate!

Llámame cuando aterrices. Voy a estar preocupada hasta que no lo hagas.
Me portaré bien. No puedo meterme en muchos problemas saliendo con Nastya…

Elena Volkova
Editora de SIP


Pulso «Enviar» y le doy un sorbo a mi caffè latte, cortesía de Hannah. ¿Quién iba a pensar que al final acabaría gustándome el café? A pesar de que voy a salir esta noche con Nastya, siento que me falta un trozo de mí; en este momento está a diez mil metros sobre el Medio Oeste, camino de Nueva York. No sabía que me
iba a sentir tan alterada y ansiosa solo porque Yulia estuviera fuera. Seguro que con el tiempo ya no sentiré esta sensación de inseguridad y de pérdida, ¿verdad? Dejo escapar un suspiro y sigo trabajando.

Más o menos a la hora de comer empiezo a comprobar frenéticamente mi correo y mi BlackBerry por si me ha mandado un mensaje. ¿Dónde está? ¿Habrá aterrizado bien? Hannah me pregunta si quiero ir a comer,pero estoy demasiado preocupada y le digo que se vaya sin mí. Sé que esto es irracional, pero necesito saber que ha llegado bien.
Suena el teléfono de mi oficina y me sobresalta.

—Lena Ka… Volkova.
—Hola. —La voz de Yulia es tierna y tiene un punto alegre. Siento que me embarga el alivio.
—Hola —le respondo sonriendo de oreja a oreja—. ¿Qué tal el vuelo?
—Largo. ¿Qué vas a hacer con Nastya?
Oh, no.
—Solo vamos a salir a tomar unas copas tranquilamente.
Yulia no dice nada.
—Sawyer y la chica nueva, Prescott, van a venir también para hacer a vigilancia —le digo para aplacarle unn poco.
—Creía que Nastya iba a venir al piso.
—Sí, pero después de tomar una copa rápida.
¡Por favor, déjame salir por ahí! Yulia suspira profundamente.
—¿Por qué no me lo habías dicho? —me dice con calma. Demasiada calma.
Me doy una patada en la espinilla mentalmente.
—Yulia, vamos a estar bien. Tengo a Ryan, a Sawyer y a Prescott. Y solo es una copa.
Yulia permanece en testarudo silencio y percibo que no está nada contenta.
—Solo he podido quedar con ella unas pocas veces desde que tú y yo nos conocimos. Y es mi mejor amiga…
—Lena, no quiero apartarte de tus amigos. Pero creía que habían quedado en casa.
—Vale —concedo—. Nos quedaremos en casa.
—Solo mientras esté por ahí ese lunático suelto. Por favor.
—Ya te he dicho que sí —le digo exasperada y poniendo los ojos en blanco.
Yulia ríe un poco al otro lado del teléfono.
—Siempre sé cuándo estás poniendo los ojos en blanco aunque no te vea.
Miro el auricular con el ceño fruncido.
—Oye, lo siento. No quería preocuparte. Se lo voy a decir a Nastya.
—Bien —dice con alivio evidente. Me siento culpable por haberle preocupado.
—¿Dónde estás?
—En la pista del aeropuerto JFK.
—Oh, acabas de aterrizar…
—Sí. Me has pedido que te llamara en cuanto aterrizara.
Sonrío. Mi subconsciente me mira un poco enfadada: ¿Ves? Ella hace lo que dice que va a hacer…
—Bueno, señora Volkova, me alegro de que una de las dos sea tan puntillosa.
Yulia se ríe.
—Señora Volkova Katina, tiene un don inconmensurable para la hipérbole. ¿Qué voy a hacer con usted?
—Estoy segura de que se te ocurrirá algo imaginativo. Siempre se te ocurre algo.
—¿Estás flirteando conmigo?
—Sí.
Noto que sonríe.
—Tengo que irme, Lena. Haz lo que te he dicho, por favor. El equipo de seguridad sabe lo que hace.
—Sí, Yulia, lo haré. —Vuelvo a sonar irritada. Vale, he captado el mensaje…
—Te veo mañana por la noche. Y te llamo luego.
—¿Para comprobar lo que estoy haciendo?
—Sí.
—¡Oh, Yulia! —le regaño.
—Au revoir, señora Volkova Katina.
—Au revoir, Yulia. Te quiero.
Inspira hondo.
—Y yo a ti, Lena.
Ninguna de las dos cuelga.
—Cuelga, Yulia… —le susurro.
—Eres una mandona, ¿lo sabías?
—Tu mandona.
—Mía —dice—. Haz lo que te digo. Cuelga.
—Sí, señora. —Cuelgo y me quedo mirando estúpidamente al teléfono.
Unos segundos después aparece un correo en mi bandeja de entrada.

De: Yulia Volkova
Fecha: 25 de agosto de 2011 13:42
Para: Lena Volkova
Asunto: Mano suelta

Señora Volkova Katina:

Me ha resultado tan entretenida como siempre por teléfono.
Haz lo que te he dicho, lo digo en serio.
Tengo que saber que estás segura.

Te quiero.

Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.

Ella sí que es una mandona. Pero con una llamada de teléfono toda mi ansiedad ha desaparecido. Ha llegado sana y salva y está demasiada preocupada por mí, como siempre. Me rodeo el cuerpo con los brazos. Dios,cuánto quiero a esa mujer. Hannah llama a la puerta, lo que me distrae y me devuelve a la realidad.
Nastya está fantástica. Lleva unos vaqueros blancos ajustados y una camisola roja y parece lista para poner patas arriba la ciudad. Cuando llego la veo charlando animadamente con Claire, la chica de la recepción.

—¡Lena! —grita envolviéndome en uno de esos abrazos tan típicos de Nastya. Luego extiende los brazos para separarse un poco y me mira de arriba abajo.
—Ahora sí que pareces la mujer de la multimillonaria. ¿Quién lo habría dicho al ver a la pequeña Lena Katina? Se te ve tan… sofisticada. —Sonríe y yo pongo los ojos en blanco. Llevo un vestido recto de color crema con un cinturón azul marino a juego con los zapatos planos.
—Me alegro de verte, Nastya —digo abrazándola.
—Bien, ¿adónde vamos?
—Yulia quiere que nos quedemos en el piso.
—¿Ah, sí? ¿Y no podemos tomarnos un cóctel rapidito en el Zig Zag Café? He reservado una mesa.
Abro la boca para protestar.
—Por favor… —suplica y pone un mohín muy dulce. Se le deben de estar pegando esas cosas de Irina.
Ella antes no hacía esos gestos. La verdad es que me apetece mucho un cóctel en el Zig Zag. Nos lo pasamos muy bien la última vez que fuimos y está cerca del apartamento de Nastya.
—Uno —digo extendiendo el dedo índice.
Sonríe.
—Uno.

Me coge del brazo y salimos en dirección al coche, que está aparcado en la acera con Sawyer al volante.
Nos sigue la señorita Belinda Prescott, que es nueva en el equipo de seguridad: una mujer afroamericana con una actitud bastante firme y autoritaria. Todavía no me acaba de caer bien, tal vez porque es demasiado fría y profesional. Su contratación no es definitiva aún, pero como el resto del equipo, la ha elegido Igor. Va
vestida como Sawyer, con un traje pantalón oscuro y discreto.

—¿Puedes llevarnos al Zig Zag, por favor, Sawyer?
Sawyer se gira para mirarme y sé que está a punto de decir algo. Obviamente ha recibido órdenes. Duda.
—Al Zig Zag Café. Solo vamos a tomar una copa.
Miro a Nastya con el rabillo del ojo y veo que está observando a Sawyer. Pobrecito…
—Sí, señora.
—La señora Volkova ha pedido expresamente que ustedes fueran al piso —apunta Prescott.
—LA señora Volkova no está aquí —le respondo—. Al Zig Zag, por favor.
—Sí, señora —repite Sawyer con una mirada de soslayo a Prescott, que inteligentemente se muerde la lengua.

Nastya me mira con la boca abierta como si no se pudiera creer lo que está viendo y oyendo. Yo frunzo los labios y me encojo de hombros. Vale, soy un poco más autoritaria de lo que era antes. Nastya asiente mientras Sawyer se introduce en el tráfico de primera hora de la noche.

—¿Sabes que las nuevas medidas de seguridad adicionales están volviendo locas a Larissa y a Irina? —me cuenta Nastya.
La miro boquiabierta y perpleja.
—¿No lo sabías? —Parece no poder creérselo.
—¿El qué?
—Que han triplicado la seguridad de todos los miembros de la familia Volkov. O más bien la han multiplicado por mil…
—¿De verdad?
—¿No te lo ha dicho?
—No. —Me ruborizo. Maldita sea, Yulia—. ¿Sabes por qué?
—Por lo de Alexandr Popov.
—¿Qué pasa con Alex? Creía que solo iba a por Yulia. —Estoy alucinada. Vaya… ¿Por qué no me lo ha dicho?
—Desde el lunes —prosigue Nastya.
¿El lunes pasado? Mmm… Identificamos a Alex el domingo. Pero ¿por qué todos los Volkov?
—¿Cómo sabes todo eso?
—Por Dimitri.
Claro.
—Yulia no te ha contado nada de esto, ¿eh?
—No —confieso y vuelvo a ruborizarme.
—Oh, Lena, qué irritante…
Suspiro. Como siempre, Nastya ha dado justo en el clavo con el estilo directo como un mazazo que la caracteriza.
—¿Y sabes por qué? —Si Yulia no me lo va a contar, tal vez Nastya sí.
—Dimitri dice que tiene algo que ver con la información que había en el ordenador de Alexandr Popov cuando trabajaba en Seattle Independent Publishing.
Madre mía…
—Tienes que estar de broma. —Siento una oleada de furia que me inunda el cuerpo. ¿Cómo puede saberlo Nastya y yo no?

Levanto la vista y veo a Sawyer observándome por el retrovisor. El semáforo se pone en verde y él vuelve a mirar hacia delante, concentrado en la carretera. Me pongo el dedo sobre los labios y Nastya asiente. Estoy segura de que Sawyer también lo sabe, aunque yo no.

—¿Cómo está Dimitri? —le pregunto para cambiar de tema.

Nastya sonríe tontamente y eso me dice todo lo que necesito saber.
Sawyer aparca a la entrada del pasaje que lleva al Zig Zag Café y Prescott me abre la puerta. Salgo y Nastya lo hace también detrás de mí. Nos cogemos del brazo y cruzamos el pasaje seguidas de Prescott, que luce una expresión de malas pulgas. ¡Oh, por favor, es solo una copa! Sawyer se va para aparcar el coche.

—¿Y de qué conoce Dimitri a Gia? —le pregunto dándole un sorbo a mi segundo mojito de fresa. El bar es íntimo y acogedor y no quiero irme. Nastya y yo no hemos dejado de hablar. Se me había olvidado cuánto me gusta salir con ella. Es liberador salir, relajarse y disfrutar de la compañía de Nastya. Se me ocurre que podría mandarle un mensaje a Yulia, pero pronto rechazo la idea. Se pondría furiosa y me haría volver a casa como a una niña díscola.
—¡No me hables de esa zorra! —exclama Nastya.
Su reacción me hace reír.
—¿Qué te divierte tanto, Katina? —me suelta fingiendo irritación.
—Que tengo la misma opinión de ella.
—¿Ah, sí?
—Sí. No dejaba en paz a Yulia.
—Creo que tuvo algo con Dimitri. —Nastya vuelve a hacer lo del mohín.
—¡No!
Asiente, aprieta los labios y pone el patentado ceño de Anastasya Isaeva.
—Fue algo breve. El año pasado, creo. Es una trepa. No me extraña que haya puesto los ojos en Yulia.
—Pues Yulia está pillada. Le dije que la dejara en paz o la despedía.
Nastya vuelve a mirarme con la boca abierta una vez más, asombrada. Asiente orgullosa y levanta su copa en un brindis, impresionada y sonriente.
—¡Por la señora Elena Volkova! ¡Cuidado con ella! —Y entrechocamos las copas.
—¿Dimitri tiene algún arma?
—No. Está totalmente en contra de las armas —dice Nastya revolviendo su tercera copa.
—Yulia también. Creo que ha sido influencia de Larissa y Oleg —le digo. Empiezo a notarme un poco achispada.
—Oleg es un buen hombre —dice Nastya asintiendo.
—Quería que firmara un acuerdo prematrimonial —murmuro con cierta tristeza.
—Oh, Lena. —Estira el brazo sobre la mesa y me coge la mano—. Solo estaba preocupándose por su hijo.Las dos somos conscientes de que siempre vas a llevar el título de cazafortunas tatuado en la frente. —Me sonríe. Yo le saco la lengua y después me río también—. Madure, señora Volkova. —Ahora suena como
Yulia—. Tú harás lo mismo por tu hijo algún día.
—¿Mi hijo? —No se me había ocurrido que mis hijos también van a ser ricos.

Demonios. No les va a faltar de nada. Y con nada quiero decir… nada. Tengo que darle unas cuantas vueltas a eso… pero ahora mismo no. Miro a Prescott y a Sawyer, que están sentados cerca y nos observan a nosotras y al resto de gente del bar con un vaso de agua mineral con gas cada uno.

—¿No crees que deberíamos comer algo? —le pregunto.
—No. Deberíamos seguir bebiendo —responde Nastya.
—¿Por qué tienes tantas ganas de beber?
—Porque no te veo todo lo que yo quisiera. No imaginé que te daría tan fuerte y te casarías con la primera tipa que te pusiera la cabeza patas arriba. —Repite el mohín—. Te casaste con tanta prisa que creí que estabas embarazada.
Suelto una risita.
—Todo el mundo pensó lo mismo. Pero no resucitemos esa conversación, por favor. Y además tengo que ir al baño.

Prescott me acompaña. No dice nada, pero tampoco hace falta que lo haga. La desaprobación irradia de su cuerpo como un isótopo letal.

—No he salido sola desde que me casé —digo para mí, mirando la puerta cerrada del baño. Hago una mueca sabiendo que ella está de pie al otro lado de la puerta, esperando a que termine de hacer pis. ¿Y qué iba a hacer Popov en un bar? Yulia está reaccionando exageradamente, como siempre.
—Nastya, es tarde. Deberíamos irnos.
Son las diez y cuarto y acabo de terminarme mi cuarto mojito. Ya estoy empezando a sentir los efectos del alcohol: tengo calor y la vista borrosa. Yulia estará bien. Cuando se le pase…
—Claro, Lena. Me he alegrado mucho de verte. Se te ve tan, no sé… segura. El matrimonio te sienta bien,sin duda.
Me sonrojo. Viniendo de Anastasya Isaeva eso es más que un cumplido.
—Sí, es cierto —murmuro y como he bebido demasiado, los ojos se me llenan de lágrimas.

¿Podría ser más feliz? A pesar de todo el equipaje que trae, de su naturaleza y de sus sombras, he conocido y me he casado con la mujer de mis sueños. Cambio rápidamente de tema para alejar esos pensamientos tan sentimentales, porque si no sé que voy a acabar llorando.

—Me lo he pasado muy bien. —Le cojo la mano—. ¡Gracias por obligarme a venir!
Nos abrazamos. Cuando me suelta, asiento en dirección a Sawyer y él le pasa las llaves del coche a Prescott.
—Estoy segura de que la señorita te-miro-por-encima-del-hombro Prescott le ha dicho a Yulia que no estamos en el piso. Y ella se habrá puesto furiosa —le digo a Nastya. Y tal vez se le haya ocurrido alguna forma deliciosa de castigarme… Ojala…
—¿Por qué sonríes como una tonta, Lena? ¿Es que te gusta poner furiosa a Yulia?
—No. La verdad es que no. Pero es tan fácil… Es muy controladora a veces. —Más bien casi todo el tiempo…
—Ya lo he notado —dice Nastya lacónicamente.
Aparcamos delante del apartamento de Nastya y ella me da un abrazo fuerte.
—No te conviertas en una extraña —me susurra y me da un beso en la mejilla.

Después sale del coche.
La despido con la mano y de repente siento una extraña nostalgia. Echaba de menos la charla de chicas. Es divertida y relajante y me recuerda que todavía soy joven. Tengo que esforzarme más en encontrar tiempo para ver a Nastya, pero lo cierto es que me encanta estar en la burbuja con Yulia. Anoche fuimos a la cena
de una organización de caridad. Había muchos hombres con trajes y mujeres elegantes y arregladas hablando de los precios de las propiedades inmobiliarias, de la caída de la economía y de los mercados emergentes.
Algo aburrido, aburridísimo. Es refrescante soltarme el pelo con alguien de mi edad.
Me ruge el estómago. Todavía no he cenado. ¡Mierda! ¡Yulia! Rebusco en el bolso y saco la BlackBerry. Oh, madre mía… Cinco llamadas perdidas. Y un mensaje:


*¿DÓNDE DEMONIOS ESTÁS?*

Y un correo:

De: Yulia Volkova
Fecha: 26 de agosto de 2011 00:42
Para: Lena Volkova
Asunto: Furiosa. Más furiosa de lo que me has visto nunca

Elena:

Sawyer me ha dicho que estás bebiendo cócteles en un bar, algo que me has dicho que no ibas a hacer.
¿Te haces una idea de lo furiosa que estoy en este momento?
Hablaremos de esto mañana.

Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.

Se me cae el alma a los pies. ¡Oh, mierda! Ahora sí que la he hecho buena. Mi subconsciente me mira enfadada, después se encoje de hombros y pone la expresión de «tú te lo has buscado». Pero ¿qué esperaba?
Pienso en llamarla, pero es muy tarde y probablemente estará durmiendo… O caminando arriba y abajo.
Decido que un mensaje rápido será suficiente.

*ESTOY ENTERA. ME LO HE PASADO MUY BIEN. TE ECHO DE MENOS. POR FAVOR NO TE ENFADES*

Me quedo mirando la BlackBerry deseando que me responda, pero el aparato permanece en silencio.
Suspiro.
Prescott aparca delante del Escala y Sawyer sale para abrirme la puerta. Mientras esperamos al ascensor,aprovecho la oportunidad para hacerle unas cuantas preguntas.

—¿A qué hora te ha llamado Yulia?
Sawyer se ruboriza.
—A las nueve y media más o menos, señora.
—¿Y por qué no interrumpiste mi conversación con Nastya para que pudiera hablar con ella?
—La señora Volkova me dijo que no lo hiciera.

Frunzo los labios. Llega el ascensor y subimos los dos en silencio. De repente me alegro de que Yulia tenga toda la noche para recuperarse de su arrebato y de que esté en la otra punta del país. Eso me da un poco de tiempo. Pero por otro lado… la echo de menos.
Se abren las puertas del ascensor y durante un segundo me quedo mirando la mesa del vestíbulo.
¿Qué es lo que no está bien en esa imagen?
El jarrón de las flores está hecho trizas y los fragmentos desparramados por todo el suelo del vestíbulo. Hay agua, flores y trozos de cerámica por todas partes y la mesa está volcada. De repente siento que se me eriza el vello y Sawyer me agarra del brazo y tira de mí de vuelta al ascensor.

—Quédese aquí —dice entre dientes y saca un arma. Entra en el vestíbulo y desaparece de mi campo de visión.
Yo me pego contra la pared del fondo del ascensor.
—¡Luke! —oigo llamar a Ryan desde alguna parte del salón—. ¡Código azul!
¿Código azul?
—¿Tienes al sujeto? —le responde Sawyer—. ¡Dios mío!

Me pego aún más contra la pared. ¿Qué está pasando? La adrenalina me empieza a correr por el cuerpo y tengo el corazón en la garganta. Oigo hablar en voz baja y un momento después Sawyer vuelve a aparecer en el vestíbulo y pisa un charco de agua. Ha guardado el arma en su pistolera.

—Ya puede entrar, señora Lena—me dice con tranquilidad.
—¿Qué ha pasado, Luke? —Mi voz no es más que un susurro.
—Hemos tenido visita. —Me coge por el codo y yo me alegro del apoyo que me proporciona, porque las piernas se me han convertido en gelatina. Cruzo con él las puertas dobles abiertas.

Ryan está de pie en la entrada del salón. Tiene un corte encima del ojo que está sangrando y otro en la boca. Parece que ha pasado un mal rato y tiene la ropa desaliñada. Pero lo que más me sorprende es ver a Alexadr Popov tirado a sus pies.

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Mensaje por Aleinads 8/1/2016, 4:23 am

MAAAAAASSSSS QUIERO MAAAAASSS!!! Para hoy la conti?? Di que si, anda si, que si , que siii!!
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Mensaje por VIVALENZ28 8/2/2016, 4:57 am

10


Tengo el corazón acelerado y la sangre me retumba en los oídos; el alcohol que fluye por mi cuerpo amplifica el sonido.

—¿Está…? —Doy un respingo, incapaz de acabar la frase, y miro a Ryan con los ojos muy abiertos,aterrorizada. Ni siquiera puedo mirar a la figura tirada en el suelo.
—No, señora. Solo inconsciente.
Siento un gran alivio. Oh, gracias a Dios.
—¿Y tú? ¿Estás bien? —le pregunto a Ryan. Me doy cuenta de que no sé su nombre de pila. Resopla como si hubiera corrido un maratón. Se limpia la boca para quitarse un resto de sangre y veo que se le está formando un cardenal en la mejilla.
—Ha sido duro de pelar, pero estoy bien, señora Lena. —Me sonríe para tranquilizarme. Si le conociera mejor diría que incluso tiene cierto aire de suficiencia.
—¿Y Gail? Quiero decir, la señora Jones… —Oh, no… ¿Estará bien? ¿Le habrá hecho algún daño?
—Estoy aquí, Lena. —Miro detrás de mí y la veo en camisón y bata, con el pelo suelto, la cara cenicienta y los ojos muy abiertos. Como los míos, supongo—. Ryan me despertó e insistió en que me metiera aquí —dice señalando detrás de ella el despacho de Igor—. Estoy bien. ¿Está usted bien?

Asiento enérgicamente y me doy cuenta de que ella probablemente acaba de salir de la habitación del pánico que hay junto al despacho de Igor. ¿Quién podía saber que la íbamos a necesitar tan pronto?
Yulia insistió en instalarla poco después de nuestro compromiso. Y yo puse los ojos en blanco. Ahora, al ver a Gail de pie en el umbral, me alegro de la previsión de Yulia.
Un crujido procedente de la puerta del vestíbulo me distrae. Está colgando de sus goznes. Pero ¿qué le ha pasado?

—¿Estaba solo? —le pregunto a Ryan.
—Sí, señora. No estaría usted ahí de pie de no ser así, se lo aseguro. —Ryan parece vagamente ofendido.
—¿Cómo entró? —sigo preguntando ignorando su tono.
—Por el ascensor de servicio. Los tiene bien puestos, señora.
Miro la figura tirada de Alex. Lleva algún tipo de uniforme… Un mono, creo.
—¿Cuándo?
—Hace unos diez minutos. Lo vi en el monitor de seguridad. Llevaba guantes… algo un poco extraño en agosto. Le reconocí y decidí dejarle entrar. Así le tendríamos. Usted no se hallaba en casa y Gail estaba en lugar seguro, así que me dije que era ahora o nunca. —Ryan parece de nuevo muy orgulloso de sí mismo y Sawyer le mira con el ceño fruncido por la desaprobación.
¿Guantes? Eso me sorprende y vuelvo a mirar a Alex. Sí, lleva unos guantes de piel marrón. ¡Qué espeluznante!
—¿Y ahora qué? —pregunto intentando olvidar los distintos pensamientos que están surgiendo en mi mente.
—Tenemos que inmovilizarle —responde Ryan.
—¿Inmovilizarle?
—Por si se despierta. —Ryan mira a Sawyer.
—¿Qué necesitas? —pregunta la señora Jones dando un paso adelante. Ya ha recobrado la compostura.
—Algo con que sujetarle… Un cordón o una cuerda —responde Ryan.
Bridas para cables. Me sonrojo cuando los recuerdos de la noche anterior invaden mi mente. Me froto las muñecas en un acto reflejo y bajo la mirada para echarles un rápido vistazo. No, no tengo cardenales. Bien.
—Yo tengo algo: bridas para cables. ¿Eso servirá?
Todos los ojos se fijan en mí.
—Sí, señora. Eso es perfecto —dice Sawyer muy serio.

En ese momento quiero que me trague la tierra, pero me giro y voy hasta nuestro dormitorio. A veces hay que enfrentarse a las cosas sin arredrarse. Tal vez sea la combinación del miedo y el alcohol lo que me proporciona esta audacia.
Cuando vuelvo, la señora Jones está evaluando el desastre del vestíbulo y la señorita Prescott se ha unido al equipo de seguridad. Le paso las bridas a Sawyer, que lentamente y con un cuidado innecesario le ata las manos detrás de la espalda a Popov. La señora Jones desaparece en la cocina y regresa con un botiquín de
primeros auxilios. Coge del brazo a Ryan, lo lleva al salón y se ocupa de curarle el corte de encima del ojo. Él hace una mueca de dolor cuando ella le aplica un antiséptico. Entonces me fijo en la Glock con silenciador que hay en el suelo. ¡Joder! ¿Estaba Alex armado? Siento la bilis en la garganta y hago todo lo que puedo por evitar vomitar.

—No la toque, señora Lena —me advierte Prescott cuando me agacho para recogerla. Sawyer emerge del despacho de Igor con unos guantes de látex.
—Yo me ocupo de eso, señora Lena —me dice.
—¿La llevaba él? —le pregunto.
—Sí, señora —asegura Ryan haciendo otra mueca de dolor a consecuencia de los cuidados de la señora Jones. Madre mía… Ryan se ha peleado con un hombre armado en mi casa. Me estremezco con solo pensarlo. Sawyer se agacha y coge con cuidado la Glock.
—¿Es aconsejable que hagas eso? —le pregunto.
—La señora Volkova querría que lo hiciera, señora. —Sawyer mete el arma en una bolsa de plástico. Después se agacha y cachea a Alex. Se detiene y saca parcialmente un rollo de cinta americana de su bolsillo. Sawyer se queda blanco y vuelve a guardar la cinta en el bolsillo de Popov.

¿Cinta americana? Mi mente registra el detalle mientras yo observo lo que están haciendo con fascinación y una extraña indiferencia. Entonces me doy cuenta de las implicaciones y la bilis vuelve a subirme hasta la garganta. Aparto rápidamente el pensamiento de mi cabeza. No sigas por ese camino, Lena.

—¿No deberíamos llamar a la policía? —digo intentando ocultar el miedo que siento. Quiero que saquen a Popov de mi casa, cuanto antes, mejor.
Ryan y Sawyer se miran.
—Creo que deberíamos llamar a la policía —repito esta vez con más convicción, preguntándome qué se traen entre manos Ryan y Sawyer.
—He intentado localizar a Igor, pero no contesta al móvil. Seguramente estará durmiendo. —Sawyer mira el reloj—. Son las dos menos cuarto de la madrugada en la costa Este.
Oh, no.
—¿Habéis llamado a Yulia? —pregunto en un susurro.
—No, señora.
—¿Estabais llamando a Igor para que os diera instrucciones?
Sawyer parece momentáneamente avergonzado.
—Sí, señora.

Una parte de mí echa chispas. Ese hombre (vuelvo a mirar al desmayado Popov) ha allanado mi casa y la policía debería llevárselo. Pero al mirarlos a los cuatro, todos con mirada ansiosa, veo que hay algo que no estoy entendiendo, así que decido llamar a Yulia. Se me eriza el vello. Sé que está furiosa conmigo, muy pero que muy furiosa, y vacilo al pensar lo que va a decirme. Y ahora además se pondrá más nerviosa porque no está aquí y no puede volver hasta mañana por la noche. Sé que ya la he preocupado bastante esta noche.
Tal vez no debería llamarla… Pero de repente se me ocurre algo. Mierda. ¿Y si yo hubiera estado aquí?
Palidezco solo de pensarlo. Gracias a Dios que estaba fuera. Quizá al final el problema no vaya a ser tan grave.

—¿Está bien? —pregunto señalando a Alex.
—Le dolerá la cabeza cuando despierte —aclara Ryan mirando a Alex con desprecio—. Pero necesitamos un médico para estar seguros.

Busco en el bolso y saco la BlackBerry. Antes de que me dé tiempo a pensar mucho en el enfado de Yulia, marco su número. Me pasa directamente con el buzón de voz. Debe de haberlo apagado por lo enfadada que está. No se me ocurre qué decir. Me giro y camino un poco por el pasillo para alejarme de los demás.

—Hola, soy yo. Por favor no te enfades. Ha ocurrido un incidente en el ático, pero todo está bajo control,así que no te preocupes. Nadie está herido. Llámame. —Y cuelgo. »Llamad a la policía —le ordeno a Sawyer. Él asiente, saca su móvil y marca.
El agente Skinner está sentado a la mesa del comedor enfrascado en su conversación con Ryan. El agente Walker está con Sawyer en el despacho de Igor. No sé dónde está Prescott, tal vez también en el despacho de Igor. El detective Clark no hace más que ladrarme preguntas a mí; los dos estamos sentados en el sofá del salón. El detective es alto, tiene el pelo oscuro y podría ser atractivo si no fuera por su ceño permanentemente fruncido. Sospecho que le han despertado y sacado de su acogedora cama porque han allanado la casa de uno de las ejecutivas más influyentes y más ricas de Seattle.

—¿Antes era su jefe? —me pregunta Clark lacónicamente.
—Sí.

Estoy cansada (mucho más que cansada) y solo quiero irme a la cama. Todavía no sé nada de Yulia. La parte buena es que los médicos de la ambulancia se han llevado a Popov. La señora Jones nos trae a Clark y a mí una taza de té.

—Gracias. —Clark se vuelve de nuevo hacia mí—. ¿Y dónde está la señora Volkova?
—En Nueva York. Un viaje de negocios. Volverá mañana por la noche… quiero decir, esta noche. —Ya es pasada la medianoche.
—Ya conocíamos a Popov —murmura el detective Clark—. Necesito que venga a la comisaría a hacer una declaración. Pero eso puede esperar. Es tarde y hay un par de reporteros haciendo guardia en la acera. ¿Le importa que eche un vistazo?
—No, claro que no —le respondo y me siento aliviada de que haya terminado con el interrogatorio. Me estremezco al pensar que hay fotógrafos fuera. Bueno, no van a ser un problema hasta mañana. Hago una nota mental de llamar a mamá y a Sergey mañana para que no se preocupen si oyen algo en la televisión.
—Señora Lena, ¿por qué no se va a la cama? —me dice la señora Jones con voz amable y llena de preocupación.
La miro a los ojos tiernos y cálidos y de repente siento la necesidad imperiosa de llorar. Ella se acerca y me frota la espalda.
—Ya estamos seguras —me dice—. Todo esto no será tan malo por la mañana, cuando haya dormido un poco. Además, la señora Volkova volverá mañana por la noche.
La miro nerviosa, conteniendo con dificultad las lágrimas. Yulia se va a poner tan furiosa…
—¿Quiere algo antes de acostarse? —me pregunta.
Entonces me doy cuenta del hambre que tengo.
—¿Tal vez algo de comer?
Ella muestra una gran sonrisa.
—¿Un sándwich y un poco de leche?

Asiento agradecida y ella se encamina a la cocina. Ryan sigue con el agente Skinner. En el vestíbulo, el detective Clark está examinando el desastre que hay delante del ascensor. Parece pensativo a pesar de su ceño. De repente siento nostalgia, nostalgia de Yulia. Apoyo la cabeza en las manos y deseo con todas
mis fuerzas que pudiera estar aquí. Ella sabría qué hacer. Menuda noche. Solo quiero acurrucarme en su regazo, que me abrace y me diga que me quiere aunque yo no haga lo que me dice… Pero esta noche no va a poder ser. Pongo los ojos en blanco en mi interior… ¿Por qué no me dijo que había aumentado la seguridad
de todos? ¿Qué había exactamente en el ordenador de Alex? Qué mujer más frustrante. Pero ahora mismo eso no me importa. Quiero a mi esposa. La echo de menos.

—Aquí tienes, Lena. —La señora Jones interrumpe mi agitación interior. Cuando alzo la vista veo que me está tendiendo un sándwich de mantequilla de cacahuete y gelatina con los ojos brillantes. Llevo años sin comer algo así. Le sonrío tímidamente y me lanzo a por él.

Cuando por fin me meto en la cama, me acurruco en el lado de Yulia con su camiseta puesta. Tanto su camiseta como su almohada huelen a ella y mientras me voy dejando llevar por el sueño deseo que tenga un buen viaje a casa… y que vuelva de buen humor.
Me despierto sobresaltada. Hay luz y me laten las sienes. Oh, no. Espero no tener resaca. Abro los ojos con cuidado y veo que la silla del dormitorio no está en su sitio habitual y que Yulia está sentada en ella. Lleva el esmoquin entallado a su cuerpo y el extremo de su pajarita le sobresale del bolsillo delantero. Me pregunto si estaré soñando.
Abraza el respaldo de la silla con el brazo izquierdo y en la mano tiene un vaso de cristal tallado con un líquido ambarino. ¿Brandy? ¿Whisky? No tengo ni idea. Tiene una pierna cruzada, con el tobillo apoyado sobre la rodilla opuesta. Lleva calcetines negros y zapatos de vestir. El codo derecho descansa sobre el brazo de la silla, tiene la barbilla apoyada en la mano y se está pasando el dedo índice lenta y rítmicamente por el labio inferior. En la luz de primera hora de la mañana sus ojos arden con una grave intensidad, pero su expresión general es imposible de identificar.
Casi se me para el corazón. Está aquí. ¿Cómo ha podido llegar? Ha tenido que salir de Nueva York anoche. ¿Cuánto tiempo lleva viéndome dormir?

—Hola —le susurro.
Su mirada es fría y el corazón está a punto de parárseme otra vez. Oh, no. Aparta los dedos de la boca, se bebe de un trago lo que le queda de la bebida y pone el vaso en la mesilla. Espero que me dé un beso, pero no. Vuelve a arrellanarse en la silla y sigue mirándome impasible.
—Hola —dice por fin en voz muy baja. E inmediatamente sé todavía está furiosa. Muy furiosa.
—Has vuelto.
—Eso parece.
Me levanto lentamente hasta quedar sentada sin apartar los ojos de ella. Tengo la boca seca.
—¿Cuánto tiempo llevas ahí mirándome dormir?
—El suficiente.
—Sigues furiosa. —Casi no puedo ni pronunciar las palabras.
Ella me mira fijamente, como si estuviera reflexionando sobre qué responderme.
—Furiosa… —dice como probando la palabra y sopesando sus matices y su significado—. No, Lena.Estoy mucho, mucho más que furiosa.
Oh, madre mía. Intento tragar saliva, pero es muy difícil con la boca seca.
—Mucho más que furiosa. Eso no suena bien.
Vuelve a mirarme fijamente, del todo impasible y no responde. Un silencio sepulcral se cierne sobre nosotras. Extiendo la mano para coger mi vaso de agua y le doy un sorbo agradecida, a la vez que intento recuperar el control sobre mi errático corazón.
—Ryan ha cogido a Alex. —Pongo el vaso de nuevo en la mesilla e intento una táctica diferente.
—Lo sé —responde en un tono gélido.
Claro que lo sabe…
—¿Vas a seguir respondiéndome con monosílabos durante mucho tiempo?
Mueve casi imperceptiblemente las cejas, lo que demuestra su sorpresa; no se esperaba esa pregunta.
—Sí —responde después.
Oh… vale. ¿Qué puedo hacer? Defensa; es la mejor forma de ataque.
—Siento haberme quedado por ahí.
—¿De verdad?
—No —confieso después de una pausa porque es la verdad.
—¿Y por qué lo dices, entonces?
—Porque no quiero que estés enfadada conmigo.

Suspira profundamente, como si llevara aguantando toda su tensión durante un millón de horas, y se pasa la mano por el pelo. Está guapísima. Furiosa, pero guapísima. Absorbo todos sus detalles. ¡Yulia ha vuelto! Furiosa, pero entera.

—Creo que el detective Clark quiere hablar contigo.
—Seguro que sí.
—Yulia, por favor…
—¿Por favor qué?
—No seas tan fría.
Vuelve a elevar las cejas por la sorpresa.
—Elena, frío no es lo que siento ahora mismo. Me estoy consumiendo. Consumiéndome de rabia. No sé cómo gestionar estos…—agita la mano en el aire, buscando la palabra— sentimientos. —Su tono es amargo.

Oh, mierda. Su sinceridad me desarma. Lo único que yo quiero hacer es acurrucarme en su regazo, es todo lo que he querido hacer desde anoche. Qué diablos… Me acerco, cogiéndole por sorpresa y me acomodo torpemente en su regazo. No me aparta, que es lo que temía. Después de un segundo me rodea con los brazos y entierra la nariz en mi pelo. Huele a whisky. ¿Cuánto habrá bebido? También huele a jabón. Y a Yulia.
Le rodeo el cuello con los brazos y le acaricio la garganta con la nariz y ella vuelve a suspirar, esta vez más profundamente.

—Oh, señora Volkova Katina, qué voy a hacer con usted… —Me besa en el pelo. Cierro los ojos y saboreo su contacto.
—¿Cuánto has bebido?
Se pone tensa.
—¿Por qué?
—Porque normalmente no bebes licores fuertes.
—Es mi segunda copa. He tenido una noche dura, Elena. Dame un respiro, ¿vale?
Le sonrío.
—Si insiste, señora Volkova. —Aspiro el aroma de su cuello—. Hueles divinamente. He dormido en tu lado de la cama porque tu almohada huele a ti.
Me acaricia el pelo con la nariz.
—¿Por eso lo has hecho? Me estaba preguntando por qué estabas en mi lado. Sigo furiosa contigo, por cierto.
—Lo sé.
Me acaricia rítmicamente la espalda con la mano.
—Y yo también estoy furiosa contigo —le susurro.
Ella se detiene.
—¿Y qué he podido hacer yo para merecer tu ira?
—Ya te lo diré luego, cuando deje de consumirte la rabia —le digo dándole un beso en la garganta. Cierra los ojos y me deja besarla, pero no hace ningún movimiento para devolverme el beso. Me abraza más fuerte,apretándome.
—Cuando pienso en lo que podría haber pasado… —Su voz no es más que un susurro. Quebrada y ronca.
—Estoy bien.
—Oh, Lena… —Sus palabras son casi un sollozo.
—Estoy bien. Estamos bien. Un poco impresionados, pero Gail también está bien. Ryan está bien. Y Alex ya no está.
Niega con la cabeza.
—Pero no gracias a ti —murmura.
¿Qué? Me aparto un poco y le miro.
—¿Qué quieres decir?
—No quiero discutir eso ahora mismo, Lena.
Parpadeo. Bueno, tal vez yo sí… Pero decido que no es el momento. Al menos ya me habla. Vuelvo a apoyarme contra ella. Ahora enreda los dedos en mi pelo y empieza a juguetear con él.
—Quiero castigarte —me susurra—. Castigarte de verdad. Azotarte hasta que no lo puedas soportar más.
El corazón se me queda atravesado en la garganta. ¡Joder!
—Lo sé —le digo a la vez que se me eriza el vello.
—Y tal vez lo haga.
—Espero que no.
Vuelve a apretarme en su abrazo.
—Lena, Lena, Lena… Pones a prueba la paciencia de cualquiera, hasta la de un santo.
—Se pueden decir muchas cosas de usted, señora Volkova, pero que sea una santa no es una de ellas.
Finalmente me concede una risa reticente.
—Muy cierto, como siempre, señora Volkova Katina. —Me da un beso en la frente y se mueve—. Vuelve a la cama.Tú tampoco has dormido mucho. —Se levanta, me coge en brazos y me deposita en la cama.
—¿Te tumbas conmigo?
—No. Tengo cosas que hacer. —Se agacha y recoge el vaso—. Vuelve a dormir. Te despertaré dentro de un par de horas.
—¿Todavía estás furiosa conmigo?
—Sí.
—Entonces me voy a dormir otra vez.
—Bien. —Tira del edredón para taparme y me da un beso en la frente—. Duérmete.

Y como estoy tan grogui por lo de anoche, tan aliviada de que Yulia haya vuelto, y tan fatigada emocionalmente por este encuentro a primera hora de la mañana, no lo dudo ni un momento y hago lo que me dice. Mientras me voy quedando dormida me pregunto por qué no habrá utilizado su mecanismo habitual para gestionar las cosas: lanzarse sobre mí para follarme sin piedad. Aunque, dado el mal sabor que siento en la boca, agradezco que no lo haya hecho.

—Te traigo zumo de naranja —dice Yulia y yo abro los ojos otra vez.

Acabo de pasar las dos horas de sueño más profundo y relajante de mi vida y me levanto fresca. Además,ya no me late la cabeza. El zumo de naranja es una visión que agradezco, igual que la de mi esposa. Se ha puesto el chándal. Por un momento mi mente vuelve al Heathman Hotel, la primera vez que me desperté a su
lado. La sudadera gris está húmeda por el sudor. O ha estado entrenando en el gimnasio del sótano o ha salido a correr. No debería estar tan guapa después de hacer ejercicio.

—Me voy a dar una ducha —murmura y desaparece en el baño.
Frunzo el ceño. Sigue estando distante. O está distraída pensando en todo lo que ha pasado o sigue furiosa o… ¿qué? Me siento, cojo el zumo de naranja y me lo bebo demasiado rápido. Está delicioso, frío y mejora mucho la sensación de mi boca. Salgo de la cama, ansiosa por reducir la distancia, real y metafórica, entre mi
esposa y yo. Echo un vistazo al despertador. Son las ocho. Me quito la camiseta de Yulia y la sigo al baño. Está en la ducha, lavándose el pelo, y yo no lo dudo un segundo y me meto con ella. Se pone tensa un momento cuando la abrazo desde detrás, pegándome contra su espalda y mojada. Ignoro su reacción y la aprieto con fuerza apoyando la mejilla contra su piel a la vez que cierro los ojos. Después de un
instante se mueve un poco para que las dos quedemos bajo la cascada de agua caliente y sigue lavándose el pelo. Dejo que caiga el agua sobre mí mientras abrazo a la mujer que quiero. Pienso en todas las veces que me ha follado y las veces en que me ha hecho el amor aquí. Frunzo el ceño. Nunca ha estado tan callada.
Giro la cabeza y empiezo a darle besos en la espalda. Noto que su cuerpo se tensa otra vez.

—Lena… —dice y suena a advertencia.
—Mmm…
Mis manos bajan lentamente por su estómago plano en dirección a su vientre. Ella me coge las dos manos con las suyas y me obliga a detenerme mientras niega con la cabeza.
—No —dice.

La suelto inmediatamente. ¿Me está diciendo que no? Mi mente se desploma en caída libre. ¿Había ocurrido esto alguna vez antes? Mi subconsciente niega con la cabeza, frunce los labios y me mira por encima de las gafas de media luna con una mirada que dice: Ahora sí que lo has jodido del todo. Siento como si me hubiera dado una bofetada fuerte. Me ha rechazado. Y toda una vida de inseguridades desembocan en una idea horrible: ya no me desea. Doy un respingo cuando siento la punzada de dolor. Yulia se gira y me alivia ver que no es totalmente indiferente a mis encantos. Me coge la barbilla, me echa la cabeza hacia atrás y me encuentro mirando sus ojos azules y cautelosos.

—Todavía estoy muy furiosa contigo —me dice con la voz baja y seria. ¡Mierda! Se acerca, apoya su frente contra la mía y cierra los ojos. Yo levanto las manos y le acaricio la cara.
—No te pongas así, por favor. Creo que estás exagerando —le susurro.
Se yergue y palidece. Mi mano cae junto a mi costado.
—¿Que estoy exagerando? —exclama—. ¡Un puto lunático ha entrado en mi piso para secuestrar a mi mujer y tú me dices que estoy exagerando! —La amenaza parcial de su voz es aterradora y sus ojos me abrasan al mirarme como si yo fuera el puto lunático del que hablaba.
—No… Eh… No era eso lo que quería decir. Creía que estabas enfadada porque me quedé a tomar las copas en el bar.
Cierra los ojos una vez más como si no pudiera soportar el dolor y niega con la cabeza.
—Yulia, yo no estaba aquí —le digo intentando apaciguarle y tranquilizarle.
—Lo sé —susurra y abre los ojos—. Y todo porque no eres capaz de hacer caso a una simple petición,joder. —Su tono es amargo y ahora ha llegado mi turno de ponerme pálida—. No quiero discutir esto ahora,en la ducha. Todavía estoy muy furiosa contigo, Elena. Me estás haciendo cuestionarme mi juicio. —Se gira y sale de la ducha, cogiendo una toalla al pasar y saliendo después del baño, dejándome allí sola y helada bajo el agua caliente.

Mierda. Mierda. Mierda.
Entonces el significado de todo lo que ha dicho empieza a abrirse camino en mi mente. ¿Secuestro? Joder.
¿Alex quería secuestrarme? Recuerdo la cinta americana de su bolsillo y que no quise darle vueltas a por qué la llevaba. ¿Yulia tiene más información? Me enjabono rápidamente el cuerpo y después me lavo el pelo.
Quiero saberlo. Necesito saberlo. No la voy a dejar que siga ocultándome cosas.
Yulia no está en el dormitorio cuando salgo. Oh, sí que se ha vestido rápido… Hago lo mismo: me pongo mi vestido favorito color ciruela y las sandalias negras. Soy vagamente consciente de que me he puesto esta ropa porque a Yulia le gusta. Me seco el pelo con energía con la toalla, me lo trenzo y lo recojo en un moño. Me pongo unos pendientes con un diamante pequeño en las orejas y voy corriendo al baño para darme un poco de rimel y mirarme en el espejo. Estoy pálida. Siempre estoy pálida. Inspiro hondo para tranquilizarme. Necesito enfrentar las consecuencias de mi decisión precipitada de querer seguir pasándomelo bien con una amiga. Suspiro y sé que Yulia no lo va a ver así.
Tampoco hay ni rastro de Yulia en el salón. La señora Jones está ocupada en la cocina.

—Buenos días, Lena —me dice dulcemente.
—Buenos días —respondo con una amplia sonrisa. ¡Por fin vuelvo a ser Lena!
—¿Té?
—Por favor.
—¿Algo de comer?
—Sí. Esta mañana me apetece una tortilla, por favor.
—¿Con champiñones y espinacas?
—Y queso.
—Ahora mismo.
—¿Dónde está Yulia?
—La señora Volkova está en su estudio.
—¿Ha desayunado? —Miro los dos platos que hay sobre la barra del desayuno.
—No, señora.
—Gracias.

Yulia está al teléfono vestida con una camisa blanca sin corbata y vuelve a parecer la confiada presidenta de la empresa. Cómo pueden engañar las apariencias. Me mira cuando me asomo al umbral pero niega con la cabeza para dejarme claro que no soy bienvenida. Mierda… Me giro y vuelvo desanimada a sentarme en la barra del desayuno. Entra Igor vestido con un traje oscuro y con el aspecto de haber
dormido ocho horas sin interrupciones.

—Buenos días, Igor —le saludo intentando averiguar de qué humor está. A ver si me da alguna pista visual de lo que está ocurriendo.
—Buenos días, señora Lena —me responde y oigo cierta compasión en esas cuatro palabras. Le sonrió amablemente sabiendo que ha tenido que soportar a una Yulia enfadada y frustrada en su regreso a Seattle antes de lo previsto.
—¿Qué tal el vuelo? —me atrevo a preguntar.
—Largo, señora Lena. —Su brevedad dice mucho—. ¿Puedo preguntarle cómo está? —añade en un tono más suave.
—Estoy bien.
Asiente.
—Discúlpeme —dice, y se encamina al estudio de Yulia. Mmm… A Igor le deja entrar y a mí no.
—Aquí tiene. —La señora Jones me coloca delante el desayuno. Acabo de quedarme sin apetito, pero me lo como para no ofenderla.
Para cuando termino lo que he podido comer de mi desayuno, Yulia todavía no ha salido del estudio.
¿Me está evitando?
—Gracias, señora Jones —le digo bajándome del taburete y dirigiéndome al baño para lavarme los dientes.

Me los cepillo y recuerdo la discusión con Yulia por los votos matrimoniales. También entonces se refugió en su estudio. ¿Es eso lo que le pasa? ¿Está enfurruñada? Me estremezco al recordar la pesadilla que tuvo después. ¿Va a volver a ocurrir eso? Tenemos que hablar. Quiero saber lo que sea que pasa con Alex y por qué ha aumentado la seguridad de todos los Volkov; todos los detalles que me ha estado ocultando a mí,pero que Nastya sí sabía. Obviamente Dimitri sí le cuenta las cosas.
Miro el reloj. Las nueve menos diez… Voy a llegar tarde al trabajo. Acabo de cepillarme los dientes, me doy brillo en los labios, cojo la chaqueta negra fina y me encamino al salón. Me alivia ver que Yulia está allí desayunando.

—¿Vas a ir? —me dice al verme.
—¿A trabajar? Claro. —Camino valientemente hacia ella y apoyo las manos en la barra del desayuno. Me mira sin expresión—. Yulia, no hace ni una semana que hemos vuelto. Tengo que ir a trabajar.
—Pero… —Deja la frase sin terminar y se pasa la mano por el pelo. La señora Jones sale en silencio de la habitación. Muy discreta, Gail.
—Sé que tenemos mucho de que hablar. Si te calmas un poco, tal vez podamos hacerlo esta noche.
Se queda con la boca abierta por la consternación.
—¿Que me calme? —pregunta en voz extrañamente baja.
Me sonrojo.
—Ya sabes lo que quiero decir.
—No, Elena, no lo sé.
—No quiero pelear. Venía a preguntarte si puedo coger mi coche.
—No, no puedes —me responde.
—Está bien —acepto.
Ella parpadea. Obviamente estaba esperando que empezara a discutir.
—Prescott te acompañará. —Su tono es ahora menos beligerante.

Oh, por favor, Prescott no… Quiero hacer un mohín y protestar, pero al final no lo hago. Ahora que Alex ya no está, podríamos volver a reducir la seguridad…
Recuerdo las sabias palabras de mi madre el día de mi boda: «Lena, cariño, tienes que elegir bien las batallas que vas a librar. Te pasará lo mismo con tus hijos cuando los tengas». Bueno, al menos me deja ir al trabajo.

—Está bien —murmuro. Como no quiero dejarla así, con tantas cosas sin resolver y tanta tensión entre nosotras, doy un paso vacilante para acercarme a ella. Ella se tensa y abre mucho los ojos y durante un segundo parece tan vulnerable que me conmueve desde el fondo del corazón. Oh, Yulia, lo siento. Le doy un beso casto en la comisura de la boca.Ella cierra los ojos como si saboreara mi contacto.

—No me odies —le digo en un susurro.
Me coge la mano.
—No te odio.
—No me has devuelto el beso…
Sus ojos me miran suspicaces.
—Lo sé —murmura.

Estoy a punto de preguntarle por qué, pero no estoy segura de querer saber la respuesta. De repente se pone de pie y me coge la cara con las manos. Un momento después sus labios aprietan con fuerza los míos.
Abro la boca por la sorpresa y eso le da acceso a su lengua. Ella aprovecha la oportunidad e invade mi boca, poseyéndome. Justo cuando empiezo a responderle, ella me suelta con la respiración acelerada.

—Igor y Prescott te llevarán a la editorial —dice con los ojos ardientes por la necesidad—. ¡Igor! —le llama a gritos. Me sonrojo e intento recuperar un poco la compostura.
—¿Señora? —Igor está de pie en el umbral.
—Dile a Prescott que la señora Volkova Katina va a ir a trabajar. ¿Pueden llevarla, por favor?
—Claro, señora. —Igor desaparece.
—Por favor, intenta mantenerte al margen de cualquier problema hoy. Te lo agradecería mucho —me pide Yulia.
—Haré lo que pueda —le respondo sonriendo dulcemente. Una media sonrisa aparece reticente en los labios de Yulia, pero la frena en cuanto se da cuenta.
—Hasta luego —me dice un poco fría.
—Hasta luego —le respondo en un susurro.

Prescott y yo cogemos el ascensor de servicio hasta el garaje del sótano para evitar a los medios de comunicación que hay fuera. El arresto de Alex y el hecho de que lo atraparon en nuestro piso ya es algo del dominio público. Cuando me siento en el Audi me pregunto si habrá paparazzi esperando en la puerta de Seattle Independent Publishing como el día que anunciamos el compromiso.
Vamos en el coche en silencio hasta que recuerdo que tengo que llamar a Sergey y después a mamá para que sepan que Yulia y yo estamos bien y se queden tranquilos. Por suerte las dos llamadas son cortas y acabo justo antes de que aparquemos delante de la editorial. Como me temía, hay una pequeña multitud de
reporteros y fotógrafos esperando. Todos se giran a la vez y miran el Audi expectantes.

—¿Está segura de que quiere hacer esto, señora Lena? —me pregunta Igor. Una parte de mí quiere volver a casa, pero eso significa pasar el día con la señora Hecha una Furia. Espero que el tiempo le dé un poco de perspectiva. Alex está bajo custodia policial, así que mi Cincuenta debería estar contenta, pero no lo está. Un parte de mí le comprende: demasiadas cosas han quedado fuera de su control, yo una de ellas, pero no tengo tiempo de pensar en eso ahora.
—Llevadme por el otro lado, por la entrada lateral, Igor.
—Sí, señora.
Ya es la una de la tarde y he conseguido concentrarme en el trabajo toda la mañana. Oigo que llaman a la puerta y Elizabeth asoma la cabeza.
—¿Tienes un momento? —me pregunta con una sonrisa.
—Claro —murmuro sorprendida por su visita inesperada.
Entra y se sienta, colocándose el largo pelo negro detrás del hombro.
—Quería saber si estabas bien. Roach me ha pedido que viniera a verte —aclara apresuradamente mientras se sonroja—. Lo digo por todo lo que pasó anoche…
El arresto de Alexandr Popov está en todos los periódicos, pero nadie parece haber hecho todavía la conexión con el incendio en las oficinas de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
—Estoy bien —le respondo intentando no pensar mucho en cómo me siento. Alex quería hacerme daño.
Bueno, eso no es nada nuevo. Ya lo intentó antes. Es Yulia el que me preocupa.
Le echo un vistazo al ordenador por si tengo correo. Nada de Yulia todavía. No sé si escribirle yo o si eso intensificará su furia.
—Bien —responde Elizabeth y esta vez, para variar, la sonrisa le alcanza los ojos—. Si hay algo que pueda hacer por ti, cualquier cosa, solo dímelo.
—Lo haré.
Elizabeth se pone de pie.
—Sé que estás muy ocupada, Lena, así que te dejo volver al trabajo.
—Eh… gracias.
Esta ha sido la reunión más breve y absurda que ha habido hoy en todo el hemisferio occidental de la tierra.

¿Por qué le ha pedido Roach que venga? Tal vez esté preocupado; después de todo soy la mujer de su jefe.
Aparto todos esos pensamientos sombríos y cojo la BlackBerry con la esperanza de que allí tenga un correo de Yulia. Nada más hacerlo, suena un aviso en mi correo del trabajo.

De: Yulia Volkova
Fecha: 26 de agosto de 2011 13:04
Para: Lena Volkova
Asunto: Declaración

Elena:
El detective Clark irá a tu oficina hoy a las 3 de la tarde para tomarte declaración.
He insistido en que vaya a verte porque no quiero que tú vayas a la comisaría.

Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.

Me quedo mirando ese correo durante cinco minutos completos, intentando pensar en una respuesta ligera y graciosa para mejorarle el humor. Como no se me ocurre nada, opto por la brevedad.

De: Lena Volkova
Fecha: 26 de agosto de 2011 13:12
Para: Yulia Volkova
Asunto: Declaración

OK.
x
L

Elena Volkova
Editora de SIP


Me quedo contemplando la pantalla, ansiosa por recibir su respuesta, pero no llega nada. Yulia no está de humor para jugar hoy.
Me acomodo en el asiento. No puedo culparle. Mi pobre Cincuenta ha debido de pasar las primeras horas de esta mañana frenética. Pero entonces se me ocurre algo. Llevaba el esmoquin cuando la he visto al despertarme esta mañana… ¿A qué hora decidió volver de Nueva York? Normalmente deja cualquier evento entre las diez y las once. Anoche a esa hora yo todavía estaba con Nastya.
¿Decidió Yulia volver a casa porque yo estaba en un bar o por el incidente con Alex? Si volvió porque estaba fuera pasándomelo bien, no habrá sabido ni lo de Alex, ni lo de la policía, ni nada… hasta que ha aterrizado en Seattle. De repente me parece muy importante saberlo. Si Yulia decidió volver solo porque yo estaba en un bar, entonces su reacción fue exagerada. Mi subconsciente enseña un poco los dientes y pone cara de arpía. Vale, me alegro de que haya vuelto, así que puede que sea irrelevante. Pero Yulia debió de quedarse de piedra cuando aterrizó. Es normal que esté tan confusa hoy. Recuerdo sus palabras de antes:
«Todavía estoy muy furiosa contigo, Elena. Me estás haciendo cuestionarme mi juicio».

Tengo que saberlo: ¿volvió por mi salida a tomar cócteles o por el puto lunático?

De: Lena Volkova
Fecha: 26 de agosto de 2011 13:24
Para: Yulia Volkova
Asunto: Tu vuelo

¿A qué hora decidiste volver a Seattle ayer?

Elena Volkova
Editora de SIP

De: Yulia Volkova
Fecha: 26 de agosto de 2011 13:26
Para: Lena Volkova
Asunto: Tu vuelo

¿Por qué?

Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.

De: Lena Volkova
Fecha: 26 de agosto de 2011 13:29
Para: Yulia Volkova
Asunto: Tu vuelo

Digamos que por curiosidad.

Elena Volkova
Editora de SIP

De: Yulia Volkova
Fecha: 26 de agosto de 2011 13:32
Para: Lena Volkova
Asunto: Tu vuelo

La curiosidad mató al gato.

Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.

De: Lena Volkova
Fecha: 26 de agosto de 2011 13:35
Para: Yulia Volkova
Asunto: ¿Eh?

¿A qué viene eso? ¿Es otra amenaza?
Ya sabes adónde quiero llegar con esto, ¿verdad?
¿Decidiste volver porque me fui a un bar con una amiga a tomar una copa aunque tú me hubieras pedido que no lo hiciera o volviste porque había un loco en nuestro piso?

Elena Volkova
Editora de SIP

Me quedo mirando la pantalla. No hay respuesta. Miro el reloj del ordenador. La una cuarenta y cinco y sigue sin haber respuesta.

De: Lena Volkova
Fecha: 26 de agosto de 2011 13:56
Para: Yulia Volkova
Asunto: He dado en el clavo…

Tomaré tu silencio como una admisión de que decidiste volver a Seattle porque CAMBIÉ DE OPINIÓN. Soy una mujer adulta y salí a tomar unas copas con una amiga. No entiendo las ramificaciones en cuanto a la seguridad de CAMBIAR DE IDEA porque NUNCA ME CUENTAS NADA. Tuve que enterarme por Nastya de que has aumentado la seguridad de todos los Volkov, no solo la nuestra. Creo que siempre reaccionas exageradamente en lo que respecta a mi seguridad y entiendo por qué, pero cada vez te pareces más a la niña que siempre decía «que viene el lobo».
Nunca sé si hay algo por lo que preocuparse de verdad o si todo se trata de tu percepción del peligro. Tenía a dos miembros del equipo de seguridad conmigo. Creí que tanto Nastya como yo estábamos seguras. Lo cierto es que estábamos más seguras en ese bar que en el piso. Si yo hubiera tenido TODA LA INFORMACIÓN sobre la situación, tal vez habría hecho las cosas de forma diferente.
Creo que tus preocupaciones tienen algo que ver con el material que había en el ordenador de Alex (mejor dicho, eso es lo que cree Nastya). ¿Sabes lo frustrante que es que mi mejor amiga sepa más que yo de lo que está pasando? Soy tu MUJER. ¿Me lo vas a contar o vas a seguir tratándome como a una niña, lo que te garantizará que yo siga comportándome como tal?
Que sepas que tú no eres la única que está furiosa.

Lena

Elena Volkova
Editora de SIP

Y pulso «Enviar». Hala… Chúpate esa, Volkova. Inspiro hondo. Estoy furiosa. Me estaba sintiendo culpable por lo que había hecho, pero ya no.


De: Yulia Volkova
Fecha: 26 de agosto de 2011 13:59
Para: Lena Volkova
Asunto: He dado en el clavo…

Como siempre, señora Volkova Katina, se muestra directa y desafiante por correo.
Tal vez deberíamos discutir esto cuando vuelvas a NUESTRO piso.
Y deberías cuidar ese lenguaje. Yo sigo estando furiosa también.

Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.


¡Que cuide mi lenguaje! Miro el ordenador con el ceño fruncido y me doy cuenta de que esto no me lleva a ninguna parte. No le respondo, sino que cojo un manuscrito que hemos recibido hace poco de un autor nuevo muy prometedor y empiezo a leer.
Mi reunión con el detective Clark transcurre sin incidentes. Está menos gruñón que anoche, creo que porque habrá podido dormir un poco. O tal vez es que prefiere trabajar en el turno de día.

—Gracias por su declaración, señora Lena.
—De nada, detective. ¿Está Popov bajo custodia policial ya?
—Sí, señora. Le dieron el alta en el hospital esta mañana. Con los cargos que tenemos contra él, creo que pasará con nosotros una temporada. —Sonríe y eso hace que se arruguen las comisuras de sus ojos oscuros.
—Bien. Nos ha hecho pasar una temporada muy difícil a mi esposa y a mí.
—He hablado largo y tendido con la señora Volkova esta mañana. Está muy aliviada. Una mujer interesante su esposa.
No se hace una idea…
—Sí, creo que así es. —Le sonrío educadamente y él entiende que con eso ha acabado aquí.
—Si se le ocurre algo más, llámeme. Tome mi tarjeta. —Saca con dificultad una tarjeta de la cartera y me la pasa.
—Gracias, detective. Lo haré.
—Que tenga un buen día, señora Lena.
—Igualmente.

Cuando se va me pregunto de qué irán a acusar a Popov. Seguro que Yulia no me lo dice. Frunzo los labios.
Volvemos en coche en silencio al Escala. Sawyer es el que conduce esta vez y Prescott va a su lado. El corazón se me va cayendo poco a poco a los pies conforme nos acercamos. Sé que Yulia y yo vamos a tener una gran pelea y no sé si tengo fuerzas.
Cuando subo en el ascensor desde el garaje con Prescott a mi lado, intento poner en orden mis pensamientos. ¿Qué es lo que quiero decir? Creo que ya se lo he dicho todo en el correo. Tal vez ahora ella me dé algunas respuestas. Eso espero. No puedo controlar mis nervios. El corazón me late con fuerza, tengo la boca seca y me sudan las manos. No quiero pelear. Pero a veces ella se pone difícil y yo necesito mantenerme firme.

Las puertas del ascensor se abren y aparece el vestíbulo, otra vez en perfecto orden. La mesa está de pie y tiene un jarrón nuevo encima con un precioso ramo de peonías rosa pálido y blanco. Echo un vistazo rápido a los cuadros según vamos pasando: las madonas parecen todas intactas. Ya han arreglado la puerta del
vestíbulo que estaba rota y vuelve a cumplir su función; Prescott me la abre amablemente para que pase. Ha estado muy callada todo el día. Creo que me gusta más así.
Dejo el maletín en el pasillo y me encamino al salón, pero me paro en seco al entrar. Oh, vaya…

—Buenas noches, señora Volkova Katina —dice Yulia con voz suave. Está de pie junto al piano vestida con una camiseta negra ajustada donde se les resaltan perfectamente los senos y unos vaqueros… «Esos» vaqueros, los que normalmente lleva en el cuarto de juegos. Madre mía. Son unos vaqueros claros muy lavados, ceñidos y con un roto en la rodilla, que le quedan de muerte. Se acerca a mí descalza, con el botón superior de los vaqueros desabrochado y los ojos ardientes que me miran fijamente.

—Que bien que ya estés en casa. Te estaba esperando.
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Mensaje por Aleinads 8/2/2016, 6:06 am

Yulia vuelve a sus raíces XD Semejante capítulo, pero justo cuando la cosa se pone buena... Termina ¬¬
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Mensaje por VIVALENZ28 8/3/2016, 1:43 am

Sans MS]]Aleinads: Algo sucede en mi ♥ tantantantantantan ♪ xD se me pegó la estrofita XD [/size]


11


Ah, ¿me has estado esperando? —le pregunto en un susurro. La boca se me seca aún más y el corazón amenaza con salírseme del pecho. ¿Por qué va vestida así? ¿Qué significa? ¿Sigue enfadada?
—Sí. —Su voz es muy suave y sonríe mientras se acerca a mí.
Está muy guapa, con los vaqueros colgándole de las caderas de esa forma… Oh, no, no me voy a dejar distraer. Intento averiguar cuál es su estado de ánimo mientras se acerca. ¿Enfadada? ¿Juguetona? ¿Lujuriosa?
¡Ah! Es imposible saberlo.
—Me gustan tus vaqueros —le digo.
Me dedica esa sonrisa depredadora que me desarma pero no le alcanza los ojos. Mierda, sigue enfadada.
Lleva esa ropa para distraerme. Se queda parada delante de mí y noto su intensidad abrasadora. Me mira con los ojos muy abiertos pero impenetrables. Su mirada, fija en la mía, arde. Trago saliva.
—Creo que tiene algún problema, señora Volkova Katina —me dice con voz sedosa y saca algo del bolsillo de atrás de los vaqueros. No puedo apartar mis ojos de los suyos pero oigo que desdobla un papel. Me lo muestra; le echo un vistazo rápido y reconozco mi correo. Vuelvo a mirarle y sus ojos sueltan chispas de furia.
—Sí, tengo algunos problemas —susurro casi sin aliento. Necesito distancia si vamos a hablar de esto.
Pero antes de que pueda apartarme, ella se inclina y me acaricia la nariz con la suya. Sin darme cuenta cierro los ojos, agradeciendo ese inesperado contacto tan tierno.
—Yo también —dice contra mi piel y yo abro los ojos al oírle decir eso. Se aparta, vuelve a erguirse y de nuevo me mira con intensidad.
—Creo que conozco bien tus problemas, Yulia. —Hay ironía en mi voz y ella entorna los ojos para ocultar la diversión que ha aparecido en ellos momentáneamente.
¿Vamos a pelear? Doy un paso atrás para prepararme. Tengo que establecer una distancia física con ella: con su olor, su mirada y su cuerpo que me distrae con esos vaqueros. Frunce el ceño y se aparta.
—¿Por qué volviste de Nueva York? —le pregunto directamente. Acabemos con esto cuando antes.
—Ya sabes por qué. —Su tono es de clara advertencia.
—¿Porque salí con Nastya?
—Porque no cumpliste tu palabra y me desafiaste, exponiéndote a un riesgo innecesario.
—¿Que no cumplí mi palabra? ¿Así es como lo ves? —exclamo ignorando el resto de la frase.
—Sí.
Madre mía. Hablando de reacciones exageradas… Empiezo a poner los ojos en blanco pero paro al ver que me mira con el ceño fruncido.
—Yulia, cambié de idea —le explico lentamente, con paciencia, como si fuera una niña—. Soy mujer. Es muy normal que entre nosotras cambiemos de opinión. Lo hacemos constantemente.
Parpadea como si no comprendiera lo que acabo de decir.
—Si se me hubiera ocurrido que ibas a cancelar tu viaje por eso… —Me faltan las palabras y me doy cuenta de que no sé qué decir. Me veo por un momento volviendo a la discusión sobre los votos. No he prometido obedecerte, estoy a punto de decir, pero me muerdo la lengua porque en el fondo me alegro de que
haya regresado. A pesar de su enfado, me alegro de que esté de vuelta sana y salva; enfadada y echando chispas, pero aquí delante de mí.
—¿Cambiaste de idea? —No puede ocultar su desdén y su incredulidad.
—Sí.
—¿Y no me llamaste para decírmelo? —Se me queda mirando, todavía incrédula, antes de continuar—. Y lo que es peor, dejaste al equipo de seguridad corto de efectivos en la casa y pusiste en peligro a Ryan.
Oh. No se me había ocurrido.
—Debería haberte llamado, pero no quería preocuparte. Si te hubiera llamado, me lo habrías prohibido, y echaba de menos a Nastya. Quería salir con ella. Además, eso hizo que estuviera fuera del piso cuando vino Alex. Ryan no debería haberle dejado entrar. —Es todo tan confuso… Si Ryan no le hubiera permitido entrar,Alex seguiría por ahí.
Los ojos de Yulia brillan salvajemente. Los cierra un momento y su cara se tensa por el dolor. Oh, no.
Niega con la cabeza y antes de que me dé cuenta me está abrazando, apretándome contra ella.
—Oh, Lena—susurra mientras me aprieta aún más, hasta que casi no puedo respirar—. Si te hubiera pasado algo… —Su voz es apenas un susurro.
—No me ha ocurrido nada —consigo decir.
—Pero podría haber ocurrido. Lo he pasado fatal hoy, todo el día pensando en lo que podría haber pasado.Estaba tan furiosa, Lena. Furiosa contigo, conmigo, con todo el mundo. No recuerdo haber estado nunca tan enfadada, excepto… —Deja de hablar.
—¿Excepto cuándo? —le animo a continuar.
—Una vez en tu antiguo apartamento. Cuando estaba allí Leila.
Oh, no quiero recordar eso.
—Has estado tan fría esta mañana… —le digo y la voz se me quiebra en la última palabra al recordar lo mal que me he sentido por su rechazo en la ducha. Deja de abrazarme y sube las manos hasta mi nuca. Yo inspiro hondo mientras me echa atrás la cabeza.
—No sé cómo gestionar toda esta ira. Creo que no quiero hacerte daño —dice con los ojos muy abiertos y cautos—. Esta mañana quería castigarte con saña y… —No encuentra las palabras o le da demasiado miedo decirlas.
—¿Te preocupaba hacerme daño? —termino la frase por ella. No he creído ni un segundo que ella pudiera hacerme daño, pero me siento aliviada de todas formas; una pequeña y despiadada parte de mí temía que su rechazo hubiera sido porque ya no me quería.
—No me fiaba de mí misma —confiesa.
—Yulia, sé que no eres capaz de hacerme daño. Ni físicamente ni de ninguna forma. —Le cojo la cabeza entre las manos.
—¿Lo sabes? —me pregunta y oigo escepticismo en su voz.
—Sí, sé que lo que dijiste era una amenaza vacía. Sé que no quieres azotarme hasta que no lo pueda soportar.
—Sí que quería.
—Realmente no. Creías que querías.
—No sé si eso es así —murmura.
—Piénsalo —le digo abrazándola otra vez y acariciándole el pecho con la nariz por encima de la camiseta negra—. Piensa en cómo te sentiste cuando me fui. Me has dicho muchas veces cómo te dejó eso, cómo alteró tu forma de ver el mundo y a mí. Sé a lo que has renunciado por mí. Piensa cómo te sentiste al ver las marcas de las esposas durante la luna de miel.

Su cuerpo se tensa y sé que está procesando la información. Aprieto el abrazo con las manos en su espalda y siento los músculos tensos y tonificados bajo la camiseta. Se va relajando gradualmente.
¿Eso era lo que la estaba preocupando? ¿Que fuera capaz de hacerme daño? ¿Por qué tengo yo más fe en ella que ella misma? No lo entiendo. No hay duda de que hemos avanzado. Normalmente es tan fuerte, tan dueña del control… pero sin ella está perdido. Oh, Cincuenta, Cincuenta, Cincuenta… Lo siento. Me da un beso en el pelo y yo levanto la cara. Sus labios se encuentran con los míos y me buscan, me dan y se llevan,me suplican… pero no sé el qué. Quiero seguir sintiendo su boca sobre la mía y le devuelvo el beso apasionadamente.

—Tienes mucha fe en mí —murmura cuando se separa.
—Sí que la tengo. —Me acaricia la cara con el dorso de los nudillos y la yema del pulgar, mirándome intensamente a los ojos. La furia ha desaparecido. Mi Cincuenta ha vuelto de donde estaba. Me alegro de verle. La miro y le sonrío con timidez.
—Además —le susurro—, no tienes los papeles.
Se queda con la boca abierta por el asombro, divertida, y me aprieta contra su pecho otra vez.
—Tienes razón. —Ríe.
Estamos de pie en medio del salón, abrazadas.
—Vamos a la cama —me pide tras no sé cuánto tiempo.
Oh, madre mía…
—Yulia, tenemos que hablar.
—Después —dice.
—Yulia, por favor. Habla conmigo.
Suspira.
—¿De qué?
—Ya sabes. De no contarme las cosas.
—Quiero protegerte.
—No soy una niña.
—Soy perfectamente consciente de eso, señora Volkova Katina. —Me acaricia el cuerpo con una mano y al final la deja apoyada sobre mi culo. Mueve las caderas y su erección creciente se aprieta contra mí.
—¡Yulia! —le regaño—. Que me lo cuentes.
Vuelve a suspirar, exasperada.
—¿Qué quieres saber? —pregunta resignada y me suelta. No me gusta eso; que me hable no quiere decir que tenga que soltarme. Me coge la mano y se agacha para recoger mi correo del suelo.
—Muchas cosas —digo mientras dejo que me lleve hasta el sofá.
—Siéntate —me ordena. Hay cosas que no cambian, me digo, pero hago lo que me pide. Yulia se sienta a mi lado, se inclina hacia delante y apoya la cabeza en las manos.
Oh, no. ¿Esto es demasiado duro para ella? Pero entonces se incorpora, se pasa las dos manos por el pelo y se vuelve hacia mí expectante y aceptando su destino.
—Pregunta —me dice directamente.
Oh. Bueno, esto va a ser más fácil de lo que creía.
—¿Por qué le has puesto seguridad adicional a tu familia?
—Popov también era una amenaza para ellos.
—¿Cómo lo sabes?
—Por su ordenador. Tenía detalles personales míos y del resto de mi familia. Sobre todo de Oleg.
—¿Oleg? ¿Y por qué?
—Todavía no lo sé. Vámonos a la cama.
—¡Yulia, dímelo!
—¿Que te diga qué?
—Eres tan… irritante.
—Y tú también. —Me mira fijamente.
—No aumentaste la seguridad cuando descubriste la información sobre tu familia en el ordenador. ¿Qué pasó para que lo hicieras? ¿Por qué aumentarla ahora y no antes?
Yulia entorna los ojos.
—No sabía que iba a intentar quemar mi edificio ni que… —Se detiene—. Creíamos que no era más que una obsesión desagradable. Ya sabes —dice encogiéndose de hombros—, cuando estás expuesto a los ojos de la gente, la gente se interesa por ti. Eran cosas sueltas: noticias de cuando estaba en Harvard sobre el equipo de remo o de mi carrera. Informes sobre Oleg,siguiendo su carrera y la de mi madre, y también cosas de Dimitri y de Irina.
Qué raro…
—Has dicho «ni que»… —le interrogo.
—¿«Ni que» qué?
—Has dicho que no sabías que iba a intentar quemar tu edificio ni que…, como si tuvieras intención de añadir algo más.
—¿Tienes hambre?
¿Qué? La miro con el ceño fruncido y mi estómago protesta.
—¿Has comido algo hoy? —me pregunta con voz dura y ojos gélidos.
El rubor de mis mejillas me traiciona.
—Me lo temía. Ya sabes lo que pienso de que no comas. Ven —me dice a la vez que se pone de pie y me tiende la mano—. Yo te daré de comer. —Y su tono cambia de nuevo. Ahora está llena de una promesa sensual.
—¿Darme de comer? —le pregunto. Todo lo que hay por debajo de mi ombligo se acaba de convertir en líquido. Maldita sea. Es la típica distracción para que dejemos el tema. ¿Eso es todo? ¿Eso es todo lo que voy a sacarle por ahora? Me lleva hasta la cocina, coge un taburete y se encamina al otro lado de la isla de la cocina.
—Siéntate —me ordena.
—¿Dónde está la señora Jones? —pregunto mientras me encaramo al taburete notando su ausencia por primera vez.
—Les he dado a Igor y a ella la noche libre.
Oh.
—¿Por qué?
Me mira durante un segundo y vuelve a su tono de diversión arrogante.
—Porque puedo.
—¿Y vas a cocinar tú? —Se percibe claramente la incredulidad en mi voz.
—Oh, mujer de poca fe… Cierra los ojos.
Uau… Yo pensé que íbamos a tener una pelea de mil demonios, y aquí estamos, jugando en la cocina.
—Que los cierres —insiste.
Primero pongo los ojos en blanco y después obedezco.
—Mmm… No es suficiente —dice.
Abro un ojo y la veo sacar un pañuelo de seda color ciruela del bolsillo de atrás de sus vaqueros. Hace juego con mi vestido. Demonios… La miro extrañada. ¿Cuándo lo ha cogido?
—Ciérralos —me ordena de nuevo—. No vale hacer trampas.
—¿Me vas a tapar los ojos? —pregunto perpleja. De repente estoy sin aliento.
—Sí.
—Yulia… —Me coloca un dedo sobre los labios para silenciarme.
¡Quiero hablar!
—Hablaremos luego. Ahora quiero que comas algo. Has dicho que tenías hambre. —Me da un beso breve en los labios. Noto la suave seda del pañuelo contra los párpados mientras me lo anuda con fuerza en la parte de atrás de la cabeza—. ¿Ves algo? —pregunta.
—No —digo poniendo los ojos en blanco (figurativamente).
Se ríe.
—Siempre sé cuando estás poniendo los ojos en blanco… y ya sabes cómo me hace sentir eso.
Frunzo los labios.
—¿Podemos acabar con esto cuanto antes, por favor? —le respondo.
—Qué impaciente, señora Volkova Katina. Tiene muchas ganas de hablar. —Su tono es juguetón.
—¡Sí!
—Primero te voy a dar de comer —sentencia y me roza la sien con los labios, lo que me calma instantáneamente.

Vale, lo haremos a tu manera. Me resigno a mi destino y escucho los movimientos que Yulia hace por la cocina. Abre la puerta de la nevera y coloca varios platos sobre la encimera que hay detrás de mí. Camina hasta el microondas, mete algo dentro y lo enciende. Me pica la curiosidad. Oigo que baja la palanca de la tostadora, que gira la rueda y el suave tictac del temporizador. Mmm… ¿Tostadas?

—Sí, tengo muchas ganas de hablar —digo distraída. Una mezcla de aromas exóticos y especiados llena la cocina y yo me revuelvo en el asiento.
—Quieta, Elena. —Está cerca otra vez—. Quiero que te portes bien… —me susurra.
Oh, madre mía.
—Y no te muerdas el labio. —Yulia me tira suavemente del labio inferior para liberarlo de mis dientes y no puedo evitar una sonrisa.

Después oigo el ruido seco del corcho de una botella y el sonido del vino al verterlo en una copa. Luego hay un momento de silencio al que le sigue un suave clic y el siseo de la estática de los altavoces envolventes cuando cobran vida. El tañido alto de una guitarra marca el comienzo de una canción que no conozco.
Yulia baja el volumen hasta convertirlo solo en música de fondo. Un hombre empieza a cantar en voz baja, profunda y sexy.

—Creo que primero una copa —susurra Yulia, distrayéndome de la canción—. Echa un poco atrás la cabeza. —Hago lo que me dice—. Un poco más —me pide.

Obedezco y noto sus labios contra los míos. El vino frío cae en mi boca. Trago en un acto reflejo. Oh, Dios mío. Me inundan recuerdos de no hace tanto: yo, en Vancouver antes de graduarme, tirada en una cama con una Yulia sexy y furiosa al que no le había gustado mi correo. Mmm… ¿Han cambiado las cosas? No
mucho. Excepto por que ahora reconozco el vino. Es Sancerre, el favorito de Yulia.

—Mmm —digo apreciativa.
—¿Te gusta el vino? —murmura y noto su aliento caliente en la mejilla. Me embargan su proximidad, su vitalidad y su calor, que irradia hasta mi cuerpo aunque no me está tocando.
—Sí —digo en un jadeo.
—¿Más?
—Contigo siempre quiero más.
Casi puedo oír su sonrisa. Y eso me hace sonreír a mí también.
—Señora Volkova Katina, ¿está flirteando conmigo?
—Sí.

Su anillo de boda choca contra la copa cuando da otro sorbo. Ahora me parece un sonido sexy. Esta vez ella tira de mi cabeza hacia atrás y me la sujeta. Me besa otra vez y yo trago ávidamente el vino que me vierte en la boca. Sonríe y me da otro beso.

—¿Tienes hambre?
—Creía que ya le había dicho que sí, señora Volkova.

El cantante del iPod está cantando algo sobre juegos perversos. Mmm… qué apropiado.
Suena la alarma del microondas y Yulia me suelta. Me siento erguida. La comida huele a especias: ajo,menta, orégano, romero… También huele a cordero, creo. Abre la puerta del microondas y el olor se intensifica.

—¡Mierda! ¡Joder! —exclama Yulia y oigo que un plato repiquetea sobre la encimera.
¡Oh, Cincuenta!
—¿Estás bien?
—¡Sí! —responde con voz tensa. Un momento después lo noto de pie a mi lado otra vez—. Me he quemado. Aquí —dice metiéndome el dedo índice en la boca—. Seguro que tú me lo chupas mejor que yo.
—Oh. —Le agarro la mano y me saco el dedo de la boca lentamente—. Ya está, ya está —digo y me acerco para soplarle y enfriarle el dedo. Después le doy dos besitos suaves. Ella deja de respirar. Vuelvo a meterme el dedo en la boca y lo chupo con cuidado. Ella inspira bruscamente y ese sonido me llega directamente a la entrepierna. Tiene un sabor tan delicioso como siempre y me doy cuenta de que este es su juego: la lenta seducción de su esposa. Se supone que estaba enfadada, pero ahora… Esta mujer que es mi esposa es muy confusa. Pero a mí me gusta así. Juguetona. Divertida. Y muy sexy. Me ha dado algunas respuestas, pero no las suficientes. Quiero más, pero también quiero jugar. Después de toda la ansiedad y la tensión del día y la pesadilla de anoche con lo de Alex, necesito una distracción como esta.
—¿En qué piensas? —me pregunta Yulia y me saca el dedo de la boca, lo que interrumpe mis pensamientos.
—En lo temperamental que eres.
Todavía está a mi lado.
—Cincuenta Sombras, nena —dice por fin y me da un beso tierno en la comisura de la boca.
—Mi Cincuenta Sombras —le susurro y la agarro de la camiseta para atraerla hacia mí.
—Oh, no, señora Volkova Katina, nada de tocar. Todavía no.
Me coge la mano, me obliga a soltarle la camiseta y me besa los dedos uno por uno.
—Siéntate bien —me ordena.
Hago un mohín.
—Te voy a azotar si haces mohínes. Abre bien la boca.
Oh, mierda. Abro la boca y ella mete un tenedor con cordero caliente y especiado cubierto por una salsa de yogur fría y con sabor a menta. Mmm… Mastico.
—¿Te gusta?
—Sí.
Ella emite un sonido de satisfacción y sé que también está comiendo.
—¿Más?
Asiento. Me da otro trozo y yo lo mastico con energía. Deja el tenedor y parte algo… pan, creo.
—Abre —me manda.
Esta vez es pan de pita con humus. Veo que la señora Jones (o tal vez Yulia) ha ido de compras a la tienda de delicatessen que yo descubrí hace unas cinco semanas a solo dos manzanas del Escala. Mastico encantada. La Yulia juguetona me aumenta el apetito.
—¿Más? —me pregunta.
Asiento.
—Más de todo. Por favor. Me muero de hambre.
Oigo su sonrisa de placer. Me va dando de comer lenta y pacientemente, en ocasiones me quita un resto de comida de la comisura de la boca con un beso o con los dedos. De vez en cuando me ofrece un sorbo de vino de esa forma suya tan particular.
—Abre bien y después muerde —me dice, y yo lo hago.
Mmm… Una de mis comidas favoritas: hojas de parra rellenas. Están deliciosas, aunque frías; las prefiero calientes pero no quiero arriesgarme a que Yulia vuelva a quemarse. Me las va dando lentamente y, cuando termino, le chupo los dedos para limpiárselos.
—¿Más? —me pregunta con voz baja y ronca.
Niego con la cabeza. Estoy llena.
—Bien —me susurra al oído—, porque ha llegado la hora de mi plato favorito. Tú. —Me coge en sus brazos por sorpresa y yo chillo.
—¿Puedo quitarme el pañuelo de los ojos?
—No.
Estoy a punto de hacer un mohín, pero recuerdo su amenaza y me reprimo.
—Al cuarto de juegos —me avisa.
Oh, no sé si eso es una buena idea…
—¿Lista para el desafío? —me pregunta. Y como ya se ha acostumbrado a la palabra «desafío» no puedo negarme.
—Allá vamos… —le respondo con el cuerpo lleno de deseo y de algo a lo que no quiero ponerle nombre.
Cruza la puerta de la cocina conmigo en brazos y después subimos al piso de arriba.
—Creo que has adelgazado —dice con desaprobación. ¿Ah, sí? Bien. Recuerdo su comentario cuando llegamos de la luna de miel y lo poco que me gustó. Dios, ¿ya ha pasado una semana?

Cuando llegamos al cuarto de juegos me baja pero sigue rodeándome la cintura con el brazo. Abre la puerta con destreza.
Esa habitación siempre huele igual: a madera pulida y a algo cítrico. Se ha convertido en un olor que me resulta tranquilizador. Yulia me suelta y me gira hasta que quedo de espaldas a ella. Me quita el pañuelo y yo parpadeo ante la tenue luz. Desprende las horquillas del moño y mi trenza cae. Me la coge y tira un poco para que tenga que dar un paso atrás y pegarme a ella.

—Tengo un plan —me susurra al oído, y eso provoca que un estremecimiento me recorra la espalda.
—Eso pensaba —le respondo. Me da un beso detrás de la oreja.
—Oh, señora Volkova Katina, claro que lo tengo. —Su tono es suave y cautivador. Tira de la trenza hacia un lado y me recorre la garganta con suaves besos—. Primero tenemos que desnudarte. —Su voz ronronea desde lo más profundo de su garganta y reverbera por todo mi cuerpo. Quiero esto, lo que sea que haya planeado.

Quiero que volvamos a conectar. Me gira para que la mire. Yo bajo la mirada hasta sus vaqueros, que todavía tienen el primer botón desabrochado, y no puedo resistirme. Meto el dedo por debajo de la cintura, evitando la camiseta y siento que su vientre me hace cosquillas en el nudillo. Ella inhala bruscamente y yo levanto la vista para mirarla. Me paro en el botón desabrochado y sus ojos adoptan un tono más oscuro de azul. Oh, madre mía…

—Tú deberías quedarte con estos puestos —le susurro.
—Esa era mi intención, Elena.

Y entonces se mueve y me pone una mano en la nuca y otra en el culo. Me aprieta contra ella y su boca se cierra sobre la mía besándome como si su vida dependiera de ello.
¡Uau!
Me obliga a caminar hacia atrás, con nuestras lenguas todavía entrelazadas, hasta que noto la cruz de madera justo detrás de mí. Se acerca todavía más y su cuerpo se contonea y se aprieta contra el mío.

—Fuera el vestido —dice subiéndome el vestido por los muslos, las caderas, el vientre… deliciosamente lento, con la tela rozándome la piel y acariciándome los pechos—. Inclínate hacia delante —me ordena.

Obedezco y ella me saca el vestido por la cabeza y lo tira a un lado, dejándome en sandalias, bragas y sujetador. Sus ojos arden cuando me coge las manos y me las levanta por encima de la cabeza. Parpadea una vez y ladea la cabeza y sé que es su forma de pedirme permiso. ¿Qué me va a hacer? Trago saliva y asiento y una leve sonrisa de admiración, casi de orgullo, aparece en sus labios. Me sujeta las muñecas con las esposas de piel que hay en la parte superior de la cruz y vuelve a sacar el pañuelo.

—Creo que ya has visto suficiente.

Me tapa los ojos de nuevo, y me recorre un escalofrío cuando noto que los demás sentidos se agudizan:percibo el sonido de su suave respiración, mi respuesta excitada, la sangre que me late en los oídos, el olor de Yulia mezclado con el de la cera y los cítricos de la habitación… Todas las sensaciones están más definidas porque no puedo ver. Su nariz toca la mía.

—Te voy a volver loca —me susurra. Me agarra las caderas con las manos y baja para quitarme las bragas,acariciándome las piernas a su paso.
Volverme loca… uau.
—Levanta los pies, primero uno y luego el otro. —Obedezco y me quita primero las bragas y después una sandalia seguida de la otra. Me coge suavemente un tobillo y tira un poco de mi pierna hacia la derecha—.Baja el pie —me dice y después me esposa el tobillo derecho a la cruz. Seguidamente hace lo mismo con el izquierdo.

Estoy indefensa, con los brazos y las piernas extendidos y sujetos a la cruz. Yulia se acerca a mí y noto su calor en todo el cuerpo aunque no me toca. Un segundo después me agarra la barbilla, me levanta la cabeza y me da un beso casto.

—Un poco de música y juguetes, me parece. Está preciosa así, señora Volkova Katina. Me voy a tomar un instante para admirar la vista. —Su voz es suave. Todo se tensa en mi interior.

Un minuto (o dos) después la oigo caminar hasta la cómoda y abrir uno de los cajones. ¿El cajón anal? No tengo ni idea. Saca algo que deja sobre la cómoda y luego algo más. Los altavoces cobran vida y un segundo después las notas de un piano que toca una melodía suave y cadenciosa llenan la habitación. Me suena: es Bach, creo, pero no sé qué pieza. Algo en esa música me inquieta. Tal vez es porque es demasiado fría, como distante. Frunzo el ceño intentando entender por qué me da esa sensación, pero Yulia me agarra la barbilla, sobresaltándome, y tira un poco de mi labio inferior para que deje de mordérmelo. ¿Por qué siento esta incomodidad? ¿Es la música?
Yulia me acaricia la barbilla, la garganta y va bajando hasta mis pechos, donde tira de la copa del sujetador con el pulgar para liberar el pecho de su aprisionamiento. Ronronea ronca desde el fondo de su garganta y me besa en el cuello. Sus labios recorren el mismo camino que han hecho sus dedos un momento antes hasta mi pecho, besando y succionando a su paso. Sus dedos se dirigen a mi pecho izquierdo,liberándolo también del sujetador. Gimo cuando me acaricia el pezón izquierdo con el pulgar y sus labios se cierran sobre el derecho, tirando y acariciando hasta que los dos pezones están duros y prominentes.

—Ah…
Ella no se detiene. Con un cuidado exquisito aumenta poco a poco la intensidad sobre los dos pezones. Tiro infructuosamente de las esposas cuando siento unas punzadas de placer que salen de mis pezones y recorren mi cuerpo hasta la entrepierna. Intento retorcerme, pero apenas puedo moverme y eso hace la tortura más intensa.

—Yulia… —le suplico.
—Lo sé —murmura con voz ronca—. Así me haces sentir tú.
¿Qué? Gruño y él empieza de nuevo a someter a mis pezones a esa agonía dulce una y otra vez…acercándome cada vez más.
—Por favor… —lloriqueo.
Emite un sonido grave y primitivo desde su garganta y se pone de pie, dejándome abandonada, sin aliento y tirando de las esposas que me atan. Me acaricia los costados con las manos. Deja una en la cadera y otra sigue bajando por mi vientre.
—Vamos a ver cómo estás —me dice con suavidad. Me cubre el sexo con la mano y me roza el clítoris con el pulgar, lo que me hace gritar. Lentamente mete un dedo en mi interior y después un segundo dedo.Gimo y proyecto las caderas hacia delante, ansiosa por acercarme a sus dedos y a la palma de su mano—.
Oh, Elena, estás más que lista —me susurra.

Hace movimientos circulares con los dedos que tiene en mi interior, una y otra vez, y me acaricia el clítoris con el pulgar, arriba y abajo, sin parar. Es el único punto del cuerpo en que me está tocando y toda la tensión y la ansiedad del día se están concentrando en esa parte de mi anatomía.
Oh, Dios mío… esto es intenso… y extraño… la música… empiezo a acercarme… Yulia se mueve, sin detener los movimientos de su mano dentro y fuera de mí, y de repente oigo un zumbido suave.

—¿Qué es…? —pregunto casi sin aliento.
—Shh… —me dice para que me calle y aprieta sus labios contra los míos, su eficaz forma de silenciarme.Agradezco ese contacto más cálido y más íntimo y le devuelvo el beso vorazmente. Ella rompe el contacto y oigo el zumbido más cerca—. Esto es una varita, nena. Vibra.

Me la apoya en el pecho y noto un objeto con forma de bola que vibra contra mi piel. Me estremezco cuando empieza a bajarla por mi cuerpo y entre mis pechos y a desplazarla para que entre en contacto con uno y después con el otro pezón. Me embargan un cúmulo de sensaciones: siento cosquillas por todo el cuerpo y el cerebro en llamas cuando una necesidad oscura, muy oscura, se concentra en el fondo de mi vientre.

—Ah —lloriqueo y los dedos de Yulia siguen moviéndose dentro de mí. Estoy muy cerca… toda esta estimulación… Echo atrás la cabeza y dejo escapar un gemido muy alto. Entonces Yulia para de mover los dedos y todas las sensaciones se esfuman—. ¡No! Yulia… —le suplico y proyecto las caderas hacia delante para intentar lograr algo de fricción.
—Quieta, nena —me dice mientras siento que la posibilidad del orgasmo se aleja y se desvanece. Se acerca otra vez y me besa—. Es frustrante, ¿no? —me dice.
¡Oh, no! Acabo de entender de qué va este juego.
—Yulia, por favor.
—Shh... —me dice y me da otro beso. Y vuelve a retomar el movimiento: la varita, los dedos, el pulgar…
Una combinación letal de tortura sensual. Se acerca para que su cuerpo roce el mío. Ella todavía está vestida: la tela de sus vaqueros me roza la pierna y su erección la cadera. Está tan cerca… Vuelve a llevarme casi hasta el clímax, mi cuerpo pidiendo a gritos la liberación, y entonces se detiene.

—No —gimoteo.
Me da unos besos suaves y húmedos en el hombro y saca sus dedos de mí a la vez que va bajando la varita. El juguete se desliza por mi estómago, mi vientre y mi sexo hasta tocarme el clítoris. Joder, esto es tan intenso…
—¡Ah! —grito y tiro fuerte de las esposas.
Tengo todo el cuerpo tan sensible que siento que voy a explotar. Y justo cuando creo que ya ha llegado el momento, Yulia vuelve a detenerse.
—¡Yulia! —chillo.
—Frustrante, ¿eh? —murmura contra mi garganta—. Igual que tú. Prometes una cosa y después… —No acaba la frase.
—¡Yulia, por favor! —le suplico.
Aprieta la varita contra mí una y otra vez, parando justo en el momento álgido cada vez. ¡Ah!
—Cada vez que paro, cuando vuelvo a empezar es más intenso, ¿verdad?
—Por favor… —le pido casi en un sollozo. Mis terminaciones nerviosas necesitan esa liberación.
El zumbido cesa y Yulia me da otro beso y me acaricia la nariz con la suya.
—Eres la mujer más frustrante que he conocido.
No, no, ¡no!
—Yulia, no he prometido obedecerte. Por favor, por favor…

Se coloca delante de mí, me coge con fuerza por el culo y aprieta su cadera contra mí. Eso me provoca un respingo porque su entrepierna está en contacto con la mía a pesar de la ropa. Los botones de sus vaqueros,que contienen a duras penas su erección, presionan contra mi carne. Con una mano me quita el pañuelo que me tapa los ojos y me coge la barbilla. Parpadeo y cuando recupero la vista me encuentro con su mirada abrasadora.

—Me vuelves loca—susurra empujándome con la cadera una vez, dos, tres, haciendo que mi cuerpo empiece a soltar chispas a punto de arder. Y otra vez me lo niega. La deseo tanto… La necesito tanto…
Cierro los ojos y murmuro una oración. Me siento castigada, no puedo evitarlo. Estoy indefensa y ella está siendo implacable. Se me llenan los ojos de lágrimas. No sé hasta dónde va a llegar esto.
—Por favor… —vuelvo a suplicarle en un susurro.
Pero me mira sin ninguna piedad. Tiene intención de continuar. Pero ¿cuánto? ¿Puedo jugar a esto? No.
No. No… No puedo hacerlo. No va a parar. Va a seguir torturándome. Sus manos bajan por mi cuerpo otra vez. No… Y repentinamente el dique estalla: toda la aprensión, la ansiedad y el miedo de los últimos días me embargan y otra vez se me llenan los ojos de lágrimas. Aparto la mirada de la suya. Esto no es amor. Es venganza.
—Rojo —sollozo—. Rojo. Rojo. —Las lágrimas empiezan a correrme por la cara.
Ella se queda petrificada.
—¡No! —grita asombrado—. Dios mío, no…
Se acerca rápidamente, me suelta las manos y me agarra por la cintura mientras se agacha para soltarme los tobillos. Yo entierro la cabeza entre las manos y sollozo.

—No, no, no, Lena, por favor. No.

Me coge en brazos y me lleva a la cama, se sienta y me acaricia en su regazo mientras lloro inconsolable.
Estoy sobrepasada… Mi cuerpo está tenso casi hasta el punto de romperse, tengo la mente en blanco y he perdido totalmente el control de mis emociones. Estira la mano detrás de mí, arranca la sábana de seda de la cama de cuatro postes y me envuelve con ella. La sábana fría me parece algo extraño y desagradable sobre mi piel demasiado sensible. Me rodea con los brazos, me abraza con fuerza y me acuna.

—Lo siento, lo siento —murmura Yulia con voz ronca. No deja de darme besos en el pelo—. Lena,perdóname, por favor.

Giro la cara para ocultarla en su cuello y sigo llorando. Siento una liberación catártica. Han pasado tantas cosas en los últimos días: incendios en salas de ordenadores, persecuciones en la carretera, carreras que han planeado otros por mí, arquitectas putonas, lunáticos armados en el piso, discusiones, la ira de Yulia y su viaje. No quiero que Yulia se vaya… Utilizo la esquina de la sábana para limpiarme la nariz y gradualmente vuelvo a oír los tonos clínicos de Bach que siguen resonando en la habitación.

—Apaga la música, por favor —le pido sorbiendo por la nariz.
—Sí, claro. —Yulia se mueve, sin soltarme, saca el mando a distancia del bolsillo de atrás de los vaqueros, pulsa un botón y la música de piano cesa y ya solo se oye mi respiración temblorosa—. ¿Mejor? —me pregunta.
Asiento y mis sollozos se van calmando. Yulia me enjuga las lágrimas tiernamente con el pulgar.
—No te gustan mucho las Variaciones Goldberg de Bach, ¿eh? —me dice.
—No esas en concreto.
Me mira intentando ocultar la vergüenza que siente, pero fracasa estrepitosamente.
—Lo siento —vuelve a decir.
—¿Por qué has hecho eso? —Apenas se me oye. Sigo tratando de procesar el torbellino de pensamientos y emociones que siento.
Niega con la cabeza tristemente y cierra los ojos.
—Me he dejado llevar por el momento —dice de forma poco convincente.
Frunzo el ceño y ella suspira.
—Lena, la negación del orgasmo es una práctica estándar en… Tú nunca… —No acaba la frase.
Me revuelvo en su regazo y ella hace una mueca de dolor.
Oh. Me ruborizo.
—Perdona —le susurro.
Ella pone los ojos en blanco y se echa hacia atrás de repente, arrastrándome con ella para que quedemos las dos tumbadas en la cama conmigo en sus brazos. El sujetador me resulta incómodo y me lo ajusto un poco.
—¿Te ayudo? —me pregunta en voz baja.
Niego. No quiero que me toque los pechos. Cambia de postura para poder mirarme. Levanta una mano con precaución y la lleva hasta mi cara para acariciarme con los dedos. Se me vuelven a llenar los ojos de lágrimas. ¿Cómo puede ser tan insensible a veces y tan tierna otras?
—No llores, por favor —murmura.

Esta mujer me aturde y me confunde. Mi furia me ha abandonado cuando más la necesito… Me siento entumecida. Solo quiero acurrucarme y abstraerme de todo. Parpadeo intentando controlar las lágrimas y la miro a los ojos angustiados. Inspiro hondo, todavía temblorosa, sin apartar los ojos de los suyos. ¿Qué voy a
hacer con esta mujer tan controladora? ¿Aprender a dejarla que me controle? No lo creo…

—Yo nunca ¿qué? —le pregunto.
—Nunca haces lo que te digo. Cambias de idea y no me dices dónde estás. Lena, estaba en Nueva York,furiosa e impotente. Si hubiera estado en Seattle te habría obligado a volver a casa.
—¿Por eso me estás castigando?
Traga saliva y después cierra los ojos. No tiene respuesta para eso, pero yo sé que castigarme era lo que pretendía.
—Tienes que dejar de hacer esto —le digo.
Arruga la frente.
—Primero, porque al final solo acabas sintiéndote peor que cuando empezaste.
Ella ríe burlona.
—Eso es cierto —murmura—. No me gusta verte así.
—Y a mí no me gusta sentirme así. Me dijiste cuando estábamos en el Fair Lady que yo no soy tu sumisa,soy tu mujer.
—Lo sé, lo sé —reconoce en voz baja y ronca.
—Bueno, pues deja de tratarme como si lo fuera. Siento no haberte llamado. Procuraré no ser tan egoísta la próxima vez. Ya sé que te preocupas por mí.
Me mira fijamente, examinándome de cerca con los ojos sombríos y ansiosos.
—Vale, está bien —dice por fin.

Se inclina hacia mí, pero se para justo antes de que sus labios toquen los míos en una petición silenciosa de permiso. Yo acerco mi cara a la suya y ella me besa tiernamente.

—Después de llorar tienes siempre los labios tan suaves… —murmura.
—No prometí obedecerte, Yulia —le susurro.
—Lo sé.
—Tienes que aprender a aceptarlo, por favor. Por el bien de las dos. Y yo procuraré tener más en cuenta tus… tendencias controladoras.
Se la ve perdida y vulnerable, completamente abrumada.
—Lo intentaré —murmura con una evidente sinceridad en la voz.
Suspiro profundamente para tranquilizarme.
—Sí, por favor. Además, si yo hubiera estado aquí…
—Lo sé —me dice y palidece. Vuelve a tumbarse y se coloca el brazo libre sobre la cara. Yo me acurruco junto a ella y apoyo la cabeza en su pecho. Las dos nos quedamos en silencio un rato. Su mano baja hasta el final de mi trenza y me quita la goma, soltándome el pelo, para después lenta y rítmicamente peinármelo con los dedos. De eso es de lo que va todo esto: de su miedo, un miedo irracional por mi seguridad. Me viene a la mente la imagen de Alexandr Popov tirado en el suelo del piso con la Glock al lado de la mano. Bueno, tal vez no sea un miedo tan irracional. Por cierto, eso me recuerda…

—¿Qué querías decir antes, cuando has dicho «ni que»…? —insisto.
—¿«Ni que»?
—Era algo sobre Alex.
Levanta la cabeza para mirarme.
—No te rindes nunca, ¿verdad?
Apoyo la barbilla en su esternón disfrutando de la caricia tranquilizadora de sus dedos entre mi pelo.
—¿Rendirme? Jamás. Dímelo. No me gusta que me ocultes las cosas. Parece que tienes la incomprensible idea de que necesito que me protejan. Tú no sabes disparar, yo sí. ¿Crees que no podría encajar lo que sea que no me estás contando, Yulia? He tenido a una de tus ex sumisas persiguiéndome y apuntándome con un arma, tu ex amante pedófila me ha acosado… No me mires así —le digo cuando me mira con el ceño fruncido—. Tu madre piensa lo mismo de ella.
—¿Has hablado con mi madre de Olga? —La voz de Yulia sube unas cuantas octavas.
—Sí, Larissa y yo hablamos de ella.
Yulia me mira con la boca abierta.
—Tu madre está muy preocupada por eso y se culpa.
—No me puedo creer que hayas hablado de eso con mi madre. ¡Mierda! —Vuelve a tumbarse y a cubrirse la cara con el brazo.
—No le di detalles.
—Eso espero. Larissa no necesita saber los detalles escabrosos. Dios, Lena. ¿A mi padre también se lo has dicho?
—¡No! —Niego con la cabeza con vehemencia. No tengo tanta confianza con Oleg. Y sus comentarios sobre el acuerdo prematrimonial todavía me escuecen—. Pero estás intentando distraerme… otra vez. Alex.
¿Qué pasa con él?
Yulia levanta el brazo un momento y me mira con una expresión impenetrable. Suspira y vuelve a taparse con el brazo.
—Popov estuvo implicado en el sabotaje de Charlie Tango. Los investigadores encontraron una huella parcial, pero no pudieron establecer ninguna coincidencia definitiva. Pero después tú reconociste a Popov en la sala del servidor. Le arrestaron algunas veces en Detroit cuando era menor, así que sus huellas están en el sistema. Y coinciden con la parcial.
Mi mente empieza a funcionar a mil por hora mientras intento absorber toda esa información. ¿Fue Alex el que averió el helicóptero? Pero Yulia ha cogido carrerilla.
—Esta mañana encontraron una furgoneta de carga aquí, en el garaje. Popov la conducía. Ayer le trajo no sé qué mierda al tío que se acaba de mudar, ese con el que subimos en el ascensor.
—No recuerdo su nombre.
—Yo tampoco —dice Yulia—. Pero así es como Popov consiguió entrar en el edificio. Trabaja para una compañía de transportes…
—¿Y qué tiene esa furgoneta de especial?
Yulia se queda callada.
—Yulia, dímelo.
—La policía ha encontrado… cosas en la furgoneta. —Se detiene de nuevo y me aprieta con más fuerza.
—¿Qué cosas?
Permanece callada unos segundos y yo abro la boca para animarle a seguir, pero ella empieza a hablar por su propia voluntad.
—Un colchón, suficiente tranquilizante para caballos para dormir a una docena de equinos y una nota. —Su voz ha ido bajando hasta convertirse en apenas un susurro y noto que le embargan el horror y la repulsión.
Maldita sea…
—¿Una nota? —Mi voz suena igual que la suya.
—Iba dirigida a mí.
—¿Y qué decía?
Yulia niega con la cabeza para decirme que no lo sabe o que no me va a revelar lo que ponía.
Oh.
—Popov vino aquí ayer con la intención de secuestrarte. —Yulia se queda petrificada y con la cara tensa. Cuando lo dice recuerdo la cinta americana y, aunque ya lo sabía, un escalofrío me recorre todo el cuerpo.
—Mierda —murmuro.
—Eso mismo —responde Yulia, todavía tensa.
Intento recordar a Alex en la oficina. ¿Siempre estuvo loco? ¿Cómo ha podido seguir adelante con algo así?
Vale, era un poco repulsivo, pero esto es una locura…
—No entiendo por qué —le digo—. No tiene sentido.
—Lo sé. La policía sigue indagando y también Welch. Pero creemos que la conexión tiene que estar en Detroit.
—¿Detroit? —Le miro confundida.
—Sí. Tiene que haber algo allí.
—Sigo sin comprender…
Yulia levanta la cabeza y me mira con una expresión inescrutable.
—Lena, yo nací en Detroit.
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Mensaje por Aleinads 8/3/2016, 4:06 am

¿Adonde irán a parar? ¿Que es esto? ¿Que pasa aquí? Algo mas que oculto, y tanto drama que ... aaahhh >.<
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Mensaje por Edirbr 8/3/2016, 4:55 am

Dios y ahora que pasara continúa pronto saludos!

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Mensaje por SandyQueen 8/3/2016, 5:28 am

Al fin me pude poner al corriente con 5 capítulos (todos el día de hoy) xD

Ninguna da su brazo a torcer. Ya no hay esa confianza que tanto profesaba Yulia y... Lena sigue sin entender del todo a Yulia.

En espera del próximo capítulo Very Happy
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Mensaje por VIVALENZ28 8/6/2016, 6:10 am

12


-Creía que habías nacido en Seattle —le digo. Mi mente no para. ¿Y qué tiene que ver eso con Alex?
Yulia levanta el brazo con el que se estaba tapando la cara, lo estira detrás de ella y coge una de las almohadas. Se la pone bajo la cabeza, se acomoda y me mira con expresión cautelosa. Un segundo después niega con la cabeza.
—No. A Dimitri y a mí nos adoptaron en Detroit. Nos mudamos poco después de mi adopción. Larissa quería venir a la costa Oeste, lejos de la expansión urbana descontrolada, y consiguió un trabajo en el Northwest Hospital. No tengo apenas recuerdos de entonces. A Irina la adoptaron aquí.
—¿Y Alex es de Detroit?
—Sí.
Oh…
—¿Cómo lo sabes?
—Le investigué cuando tú empezaste a trabajar para él.
Claro, cómo no…
—¿También tienes una carpeta de color marrón con información suya? —Sonrío.
Yulia tuerce la boca pero consigue ocultar su diversión.
—Creo que es azul claro, de hecho. —Sigue peinándome el pelo con los dedos y eso me resulta muy tranquilizador.
—¿Y qué pone en lo que hay dentro de su carpeta?
Yulia parpadea. Después baja la mano para acariciarme la mejilla.
—¿Seguro que quieres saberlo?
—¿Es malo?
Se encoje de hombros.
—Me he enterado de cosas peores —dice.
¡No! ¿Es algo sobre ella? Vuelve a mi mente la imagen de la niña sucia, asustada y perdida que fue Yulia.
Me acurruco un poco más contra ella y la abrazo más fuerte, cubriéndole con la sábana y apoyando mi mejilla contra su pecho.
—¿Qué pasa? —pregunta desconcertado por mi reacción.
—Nada —le respondo.
—No, no, esto tiene que funcionar en las dos direcciones, Lena. ¿Qué te pasa?
Levanto la cabeza y estudio su expresión aprensiva. Vuelvo a poner la mejilla sobre su pecho y decido que tengo que decírselo.
—A veces te imagino como la niña que fuiste… antes de venir a vivir con los Volkov.
Yulia se tensa.
—No hablaba de mí. No quiero que sientas lástima por mí, Elena. Esa parte de mi vida ya no está. Se acabó.
—No siento lástima —le aclaro consternada—. Es compasión y dolor. Dolor de que alguien haya podido hacerle eso a una niña. —Inspiro hondo porque noto que me da un vuelco el estómago y que vuelven a llenárseme los ojos de lágrimas—. Y esa parte de tu vida sí que está, Yulia, ¿cómo puedes decir eso?
Vives con tu pasado todos los días. Tú misma me lo has dicho, las cincuenta sombras más, ¿recuerdas? —le digo con voz apenas audible.
Yulia ríe burlona y se pasa la mano libre por el pelo, pero sigue en silencio y tensa debajo de mí.
—Sé que por eso necesitas controlarme. Mantenerme segura.
—Pero tú eliges desafiarme —dice frustrada y su mano para de acariciarme el pelo.

Frunzo el ceño. Demonios… ¿lo estará haciendo deliberadamente? Mi subconsciente se quita las gafas y muerde una patilla. Después frunce los labios y asiente. La ignoro. Qué confuso es todo: soy su mujer, no su sumisa. Tampoco soy como una empresa que ha comprado. No soy la puta adicta al crack que fue su
madre… Joder. Solo de pensarlo me pongo enferma. Recuerdo las palabras del doctor Flynn: «Limítate a seguir haciendo lo que estás haciendo, Yulia está perdidamente enamorada. Es una delicia verla».
Y eso es lo que hago. Estoy haciendo lo que he hecho siempre. ¿No es eso lo que le gustó de mí en un primer momento?
Oh, esta mujer es tan confusa…

—El doctor Flynn me dijo que debía darte el beneficio de la duda. Y creo que lo he hecho, aunque no estoy segura. Tal vez es mi manera de traerte al aquí y al ahora, de mantener las distancias con tu pasado —le susurro—. No lo sé. Pero parece que no puedo calibrar si vas a reaccionar exageradamente y cuánto.
Se queda callada un momento.
—Joder con Flynn —dice para sí.
—Me dijo que debía seguir comportándome de la misma forma que siempre contigo.
—¿Eso te dijo? —pregunta Yulia con sequedad.
Vale, ahí vamos.
—Yulia, sé que querías a tu madre y no pudiste salvarla. Pero eso no era responsabilidad tuya. Y yo no soy tu madre.
Ella se pone tenso otra vez.
—No sigas por ahí —me advierte.
—No, escúchame, por favor. —Levanto la cabeza para mirarle a los ojos llenos de miedo. Está conteniendo la respiración. Oh, Yulia… Se me encoge el corazón—. Yo no soy ella. Soy más fuerte que ella. Y te tengo a ti, que eres mucho más fuerte ahora, y sé que me quieres. Y yo también te quiero —le susurro.
Arruga la frente porque no son las palabras que esperaba.
—¿Todavía me quieres? —me pregunta.
—Claro que te quiero. Yulia, te querré siempre. No importa lo que me hagas. —¿Es esta seguridad lo que quiere oír?
Deja escapar el aire y cierra los ojos, tapándose la cara con el brazo de nuevo y abrazándome más fuerte.
—No te escondas de mí. —Levanto la mano y le cojo la suya. Después tiro para que aparte el brazo de su cara—. Llevas toda tu vida escondiéndote. No lo hagas ahora, no te escondas de mí.
Me mira con incredulidad y frunce el ceño.
—¿Me escondo?
—Sí.
Cambia de postura de repente, se pone de lado y me obliga a moverme para que quede tumbada a su lado sobre la cama. Acerca la mano, me aparta el pelo de la cara y me lo coloca detrás de la oreja.
—Antes me has preguntado si te odiaba. No entendí entonces por qué, pero ahora…
Ella se detiene y me mira como si yo fuera un enigma.
—¿Todavía crees que te odio? —pregunto con voz incrédula.
—No —dice negando a la vez con la cabeza—. Ahora no. —Parece aliviada—. Pero necesito saber algo… ¿Por qué has dicho la palabra de seguridad, Lena?

Palidezco. ¿Qué puedo decirle? Que me ha asustado. Que no sabía si iba a parar. Que le supliqué y no paró. Que no quería que las cosas fueran subiendo de intensidad como… como aquella vez en esta misma habitación. Me estremezco al recordar cómo me azotó con el cinturón. Trago saliva.

—Porque… Porque estabas tan enfadada y tan distante y tan… fría. No sabía lo lejos que podías llegar.
Su expresión no revela nada.
—¿Ibas a dejarme llegar al orgasmo? —pregunto con la voz apenas un susurro y siento que me sonrojo, pero le sostengo la mirada.
—No —confiesa por fin.
Maldita sea.
—Eso es… cruel.
Me roza la mejilla suavemente con los nudillos.
—Pero efectivo —murmura. Me mira como si intentara ver mi alma y los ojos se le oscurecen. Después de una eternidad dice—: Me alegro de que lo hicieras.
—¿Ah, sí?
Sus labios forman una sonrisa triste.
—Sí. No quiero hacerte daño. Me dejé llevar. —Se acerca y me da un beso—. Me perdí en el momento.—Vuelve a besarme—. Me pasa mucho contigo.
¿Oh? Y por alguna extraña razón la idea me gusta… Sonrío. ¿Por qué me hace feliz eso? Ella también sonríe.
—No sé por qué sonríe, señora Volkova Katina.
—Yo tampoco.
Me envuelve con su cuerpo y apoya la cabeza en mi pecho. Ahora somos una maraña de extremidades desnudas, con vaqueros y seda de la sábana. Le acaricio la espalda con una mano y el pelo con la otra.
Suspira y se relaja en mis brazos.
—Eso significa que puedo confiar en ti, en que me detendrás. Nunca he querido hacerte daño —murmura—. Necesito… —dice, pero se detiene.
—¿Qué necesitas?
—Necesito control, Lena. Igual que te necesito a ti. Solo puedo funcionar así. No puedo dejarme llevar. No puedo. Lo he intentado… Y bueno, contigo… —Sacude la cabeza por la exasperación.
Trago saliva. Ese es el núcleo de nuestro dilema: su necesidad de control y su necesidad de mí. Me niego a creer que son mutuamente excluyentes.
—Yo también te necesito —le susurro, abrazándole más fuerte—. Lo intentaré, Yulia. Intentaré tener más consideración contigo.
—Quiero que me necesites —susurra.
¡Dios!
—¡Pero si te necesito! —digo con mucha pasión. La necesito tanto… La quiero tanto.
—Quiero cuidarte.
—Y lo haces. Siempre. Te he echado mucho de menos cuando estabas fuera…
—¿Ah, sí? —Suena sorprendida.
—Sí, claro. Odio que te vayas y me dejes sola.
Noto su sonrisa.
—Podrías haber venido conmigo.
—Yulia, por favor. No resucitemos esa discusión. Quiero trabajar.
Suspira y yo la peino suavemente con los dedos.
—Te quiero, Lena.
—Yo también te quiero, Yulia. Siempre te querré.

Y las dos nos quedamos tumbadas, disfrutando de la calma tras la tormenta. Y escuchando el latido rítmico de su corazón, me dejo llevar por el sueño, exhausta.
Me despierto sobresaltada y desorientada. ¿Dónde estoy? En el cuarto de juegos. Las luces todavía están encendidas e iluminan tenuemente las paredes rojo sangre. Yulia gime otra vez y me doy cuenta de que eso es lo que me ha despertado.

—No —lloriquea. Está tumbada a mi lado, con la cabeza hacia atrás, los párpados apretados y la cara crispada por la angustia.
Maldita sea, está teniendo una pesadilla.
—¡No! —grita.
—Yulia, despierta. —Me incorporo con dificultad, apartando la sábana de una patada. Me pongo de rodillas a su lado, le cojo por los hombros y la sacudo. Se me saltan las lágrimas—. Yulia, por favor,¡despierta!
Abre los ojos de golpe, azules y salvajes, las pupilas dilatadas por el miedo. Me mira con los ojos vacíos.
—Yulia, era una pesadilla. Estás en casa. Estás segura.
Parpadea, mira a su alrededor muy nerviosa y frunce el ceño al ver dónde está. Sus ojos vuelven a encontrarse con los míos.
—Lena —jadea y sin más preámbulos me coge la cara con las dos manos, me acerca a su pecho y me besa con pasión. Su lengua me invade la boca y sabe a desesperación y a necesidad. Sin darme apenas un momento para respirar, rueda sin separar sus labios de los míos hasta quedar encima de mí, apretándome contra el duro colchón de la cama de cuatro postes. Con una de las manos me agarra la mandíbula mientras con la otra me sujeta la cabeza para mantenerme quieta. Me separa las piernas con la rodilla y se recuesta,todavía con los vaqueros puestos, entre mis muslos—. Lena —repite como si no pudiera creerse que estoy allí con ella. Me mira durante una fracción de segundo, lo que me da un momento para respirar, pero de nuevo sus labios se fusionan con los míos, saqueándome la boca y quedándose con todo lo que tengo para dar. Gime fuerte y flexiona la cadera para acercarla a la mía. Su erección cubierta por la tela de los vaqueros presiona mi carne suave. Oh… Gimo y toda la tensión sexual reprimida durante los anteriores intentos fallidos resurge con fuerza, llenando mi sistema de deseo y necesidad. Todavía controlado por sus demonios, Yulia me besa con pasión la cara, los ojos, las mejillas y la línea de la mandíbula.
—Estoy aquí —le susurro intentando calmarle mientras nuestros jadeos calientes se mezclan. Me agarro a sus hombros y muevo la pelvis contra la suya para animarle.
—Oh, Lena —jadea con la voz baja y ronca—. Te necesito.
—Yo también te necesito —le susurro con urgencia, con el cuerpo desesperado por sentir su contacto. La deseo. La deseo ahora. Quiero curarla. Quiero curarme a mí… la necesito. Baja la mano y se ocupa de los botones de la bragueta. Los desabrocha en un segundo y libera su erección.
Madre mía. Y eso que hace menos de un minuto estaba dormida…
Se levanta y me mira fijamente durante un segundo, suspendida en el aire sobre mí.
—Sí. Por favor —le pido con la voz ronca y llena de necesidad.
Y con un movimiento rápido entra hasta el fondo de mí.
—¡Ah! —grito, no de dolor, sino de sorpresa por su rapidez.
Gruñe y vuelve a pegar sus labios a los míos mientras me empuja una y otra vez, su lengua poseyéndome con la misma intensidad. Sus movimientos son frenéticos por culpa del miedo, la lujuria, el deseo y… ¿el amor? No lo sé, pero yo voy a su encuentro en todas las embestidas, una tras otra, recibiéndole agradecida.
—Lena—dice con dificultad y alcanza el orgasmo con mucha fuerza, derramándose en mi interior, con la cara tensa y el cuerpo rígido antes de caer con todo su peso sobre mí jadeando… y me deja a mí muy cerca…otra vez.
Maldita sea. Esta no es mi noche, definitivamente. La abrazo y respiro todo lo hondo que puedo, casi retorciéndome por la necesidad debajo de su cuerpo. Sale de mí y me abraza durante unos minutos…demasiados. Finalmente sacude la cabeza y se apoya sobre los codos, quitándome de encima parte de su peso.
Me mira como si me estuviera viendo por primera vez.
—Oh, Lena. Por Dios… —Se acerca y me da un beso tierno.
—¿Estás bien? —le pregunto acariciándole su adorable rostro. Asiente, pero parece agitada y muy asustada. Mi pobre niña perdida. Frunce el ceño y me mira intensamente a los ojos como si acabara de registrar por fin dónde está.
—¿Y tú? —me pregunta con voz preocupada.
—Mmm… —Me retuerzo un poco debajo de ella y un segundo después sonríe, una sonrisa lenta y carnal.
—Señora Volkova Katina, veo que tiene necesidades —murmura. Me da un beso rápido y se baja de la cama.
Se arrodilla en el suelo al borde de la cama y extiende las manos, me coge justo por encima de las rodillas y tira de mí hacia ella hasta que mi culo queda justo al borde de la cama.
—Siéntate. —Me esfuerzo para hacerlo y el pelo me rodea como un velo, cayéndome hasta los pechos.
Sus ojos azules no se apartan de los míos mientras me separa las piernas todo lo posible. Yo me apoyo en las manos porque sé muy bien lo que va a hacer. Pero… ella solo… mmm…
—Eres tan preciosa, Lena—me dice y veo como baja la cabeza pelinegra y empieza a subir por mi muslo derecho sin dejar de darme besos.
Todo mi cuerpo se tensa por la anticipación. Levanta la vista para mirarme y advierto que los ojos se le oscurecen detrás de las largas pestañas.
—Mírame —dice y al segundo siguiente noto su boca sobre mi carne.
Oh, Dios mío. Grito y siento que todo el mundo se concentra en el punto donde se unen mis muslos. Joder,y es tan erótico mirarla, ver su lengua acariciando lo que parece la parte más sensible de mi cuerpo. No tiene clemencia a la hora de provocarme, excitarme y adorarme. Noto que mi cuerpo se tensa y los brazos empiezan a temblarme por el esfuerzo de mantenerme erguida.
—No… ¡Ah! —Es lo único que puedo decir. Yulia introduce lentamente el dedo corazón en mi interior y ya no puedo aguantar más; me dejo caer sobre la cama y disfruto del contacto de su dedo y de su boca por dentro y por fuera de mi cuerpo.

Empieza a masajearme ese punto tan dulce de mi interior lenta, suavemente.
Y un segundo después, me atrapa el orgasmo. Exploto gritando su nombre en una rendición incoherente cuando el intenso orgasmo me hace arquearme tanto que me separo de la cama. Creo que llego incluso a ver las estrellas. Es una sensación tan primitiva, tan visceral… Soy vagamente consciente de que me está acariciando el vientre con la nariz y dándome besos suaves. Extiendo la mano y le acaricio el pelo.

—No he acabado contigo todavía —me asegura. Y antes de que me dé tiempo a volver del todo a Seattle,planeta tierra, me agarra por las caderas y tira de mí hasta sacarme de la cama, arrastrarme hasta donde ella está arrodillada, y colocarme en su regazo sobre su erección que me espera.
Doy un respingo cuando noto que me llena. Por Dios…
—Oh, nena… —jadea a la vez que me rodea con los brazos y se queda quieta. Me acaricia la cabeza y me besa la cara. Mueve la cadera y noto relámpagos de placer calientes y poderosos que surgen de lo más profundo de mí. Ella me agarra del culo y me levanta. Después proyecta su sexo hacia arriba.
—Ah —gimo y siento sus labios sobre los míos otra vez mientras sube y baja muy despacio, oh, tan despacio… arriba y abajo. Le abrazo el cuello y me rindo al ritmo cadencioso. Me dejo llevar a donde quiera que ella me lleve. Flexiono los muslos y cabalgo sobre ella… Me hace sentir tan bien. Me echo hacia atrás y dejo caer la cabeza. Abro la boca todo lo que puedo en una expresión silenciosa de mi placer y disfruto de esa forma tan dulce que tiene de hacer el amor.
—Lena—dice en un jadeo y se acerca para besarme la garganta. Me agarra con fuerza y sigue entrando y saliendo lentamente, acercándome… cada vez más y más… con ese ritmo tan exquisito; una fuerza carnal fluida. Un placer delicioso irradia desde lo más profundo mientras ella me abraza tan íntimamente—. Te quiero,Lena—me susurra al oído con voz baja y ronca y vuelve a levantarme… Arriba y abajo, arriba y abajo. Le rodeo la nuca con una mano y deslizo los dedos entre su pelo.
—Yo también te quiero, Yulia. —Abro los ojos y la encuentro mirándome y todo lo que veo es su amor que brilla con fuerza en la tenue luz del cuarto de juegos. Parece que su pesadilla ha quedado olvidada.
Y cuando empiezo a sentir que mi cuerpo se está acercando a la liberación, me doy cuenta de que esto es lo que quería: esta conexión, esta demostración de nuestro amor.
—Córrete para mí, nena —me pide en voz muy baja. Cierro los párpados con fuerza y mi cuerpo se tensa al oír el sonido de su voz. Entonces me dejo llevar por el clímax y me corro en una espiral poderosa e intensa.
Ella se queda quieta con la frente apoyada contra la mía y susurra mi nombre muy bajito, me abraza y también se abandona al orgasmo.
Me levanta con cuidado y me tumba en la cama. Me quedo tumbada en sus brazos, agotada y al fin satisfecha. Yulia me acaricia el cuello con la nariz.
—¿Mejor ahora? —me pregunta en un susurro.
—Mmm.
—¿Nos vamos a la cama o quieres dormir aquí?
—Mmm.
—Señora Volkova Katina, hábleme —pide divertida.
—Mmm.
—¿Eso es todo lo que puedes articular?
—Mmm.
—Vamos, te voy a llevar a la cama. No me gusta dormir aquí.
Me muevo a regañadientes y me giro para mirarla.
—Espera —le digo. Me mira y parpadea, los ojos muy abiertos e inocentes. Se le ve satisfecha—. ¿Estás bien? —le pregunto.
Asiente sonriendo traviesa como una adolescente.
—Ahora sí.
—Oh, Yulia. —Frunzo el ceño y le acaricio su preciosa cara—. Te preguntaba por la pesadilla.
Su expresión se tensa un instante y después cierra los ojos y me abraza con más fuerza, escondiendo la cara en mi cuello.
—No —dice en un susurro ronco.
Me da un vuelvo el corazón y yo también la abrazo fuerte y le acaricio la espalda y el pelo.
—Lo siento —digo alarmada por su reacción. Maldita sea, ¿cómo puedo saber cómo va a reaccionar con estos cambios de humor? ¿De qué iba la pesadilla? No quiero causarle más dolor haciéndole revivir los detalles—. No pasa nada —murmuro suavemente, deseando que vuelva a ser la niña juguetona de hace un
momento—. No pasa nada —repito tranquilizadora.
—Vamos a la cama —me dice en voz baja un momento después.
Se aparta de mí, dejándome vacía y necesitada de su contacto, y se levanta de la cama. Yo también me levanto, envuelta en la sábana de seda, y me agacho para recoger mi ropa.
—Déjala —me dice, y antes de que me dé cuenta me coge en brazos—. No quiero que tropieces con esa sábana y te rompas el cuello. —Le rodeo con los brazos, asombrada de que ya haya recobrado la compostura,y le acaricio con la nariz mientras me lleva al dormitorio en el piso de abajo.

Abro los ojos de par en par. Algo no está bien. Yulia no está en la cama, aunque aún es de noche. Miro el despertador y veo que son las tres y veinte de la madrugada. ¿Dónde está Yulia? Entonces oigo el piano.
Salgo rápidamente de la cama, cojo la bata y corro por el pasillo hasta el salón. La melodía que está tocando es muy triste, un lamento acongojado que ya he le oído tocar antes. Me paro en el umbral y la contemplo en medio del círculo de luz mientras la música dolorosamente lastimera llena la habitación.
Termina de tocar y vuelve a empezar la misma pieza. ¿Por qué una melodía tan triste? Me abrazo el cuerpo y escucho lo que toca embelesada. Yulia, ¿por qué algo tan triste? ¿Es por mí? ¿Yo te he provocado esto?
Cuando termina y va a empezarla una tercera vez, ya no puedo soportarlo más. No levanta la cabeza cuando me acerco al piano, pero se aparta un poco para que pueda sentarme a su lado en la banqueta. Sigue tocando y yo apoyo mi cabeza en su hombro. Me da un beso en el pelo, pero no deja de tocar hasta que termina la pieza. La miro y descubro que ella también me está mirando cautelosa.

—¿Te he despertado? —me pregunta.
—Me ha despertado que no estuvieras. ¿Cómo se llama esa pieza?
—Es Chopin. Es uno de sus preludios en mi menor. —Yulia se detiene un momento—. Se llama Asfixia…
Estiro el brazo y le cojo la mano.
—Te ha alterado mucho todo esto, ¿eh?
Ríe burlonamente.
—Un gilipollas trastornado ha entrado en mi piso para secuestrar a mi mujer. Ella no hace nunca lo que le dicen. Me vuelve loca. Utiliza la palabra de seguridad conmigo. —Cierra los ojos brevemente y cuando vuelve a abrirlos su mirada es dura y salvaje—. Sí, todo esto me tiene un poco alterada.
Le aprieto la mano.
—Lo siento.
Ella apoya su frente contra la mía.
—He soñado que estabas muerta —me susurra.
—¿Qué?
—Tirada en el suelo, muy fría, y no te despertabas.
Oh, Cincuenta…
—Oye… Solo ha sido un mal sueño. —Le rodeo la cabeza con las manos. Sus ojos arden cuando la miro y la angustia que hay en ellos es terrible—. Estoy aquí y solo estoy fría cuando no estás conmigo en la cama.Vamos a la cama, por favor. —Le cojo la mano y me pongo de pie. Espero un momento para ver si me sigue.

Por fin se pone de pie también. Lleva solo brassier y los pantalones del pijama, de esa forma holgada que hace que tenga unas ganas tremendas de meterle los dedos por debajo de la cinturilla… Pero me resisto y la llevo de nuevo al dormitorio.
Cuando me despierto, Yulia está acurrucada junto a mí, durmiendo plácidamente. Me relajo y disfruto de su calor que me envuelve, piel contra piel. Me quedo muy quieta porque no quiero perturbar su sueño.
Dios, qué noche. Siento como si me hubiera arrollado un tren; el tren de mercancías que es mi esposa. Es difícil de creer que la mujer que está tumbada a mi lado y que parece tan serena y tan joven cuando duerme,era anoche una persona profundamente torturada… y profundamente torturadora por mí. Miro al techo y se me ocurre que siempre he pensado en Yulia como alguien muy fuerte y muy dominante, cuando en realidad es tan frágil, mi pobre niña perdida… Y lo más irónico es que ella me ve a mí como alguien frágil (y yo no creo que lo sea). Yo soy la fuerte en comparación con ella.
Pero ¿tengo suficiente fuerza para las dos? ¿Suficiente para hacer lo que me dice y proporcionarle así un poco de serenidad mental? Suspiro. No me está pidiendo tanto. Repaso nuestra conversación de anoche.
¿Hemos decidido algo aparte de que ambas vamos a intentarlo con más ahínco? Lo importante de todo es que quiero a esta mujer y necesito establecer un rumbo que nos sirva a ambas. Uno que me permita mantener mi integridad y mi independencia y a la vez seguir siendo lo que soy para ella. Soy su más y ella es mía. Decido hacer un esfuerzo especial este fin de semana para no darle ninguna causa de preocupación.
Yulia se revuelve, levanta la cabeza de mi pecho y me mira adormilada.

—Buenos días, señora Volkova —le digo sonriendo.
—Buenos días, señora Volkova Katina ¿Ha dormido bien? —Se estira a mi lado.
—Una vez que mi marido dejó de aporrear el piano, sí.
Me dedica esa sonrisa tímida y yo me derrito.
—¿Aporrear? Tengo que escribirle un correo a la señorita Kathie para decirle eso que me has dicho.
—¿La señorita Kathie?
—Mi profesora de piano.
Suelto una risita.
—Me encanta ese sonido —me dice—. ¿Vamos a ver si hoy tenemos un día mejor?
—Vale —le digo—. ¿Qué quieres hacer?
—Después de hacerle el amor a mi mujer y que ella me prepare el desayuno, quiero llevarte a Aspen.
Le miro boquiabierta.
—¿Aspen?
—Sí.
—¿Aspen, Colorado?
—El mismo. A menos que lo hayan movido. Después de todo, pagaste veinticuatro mil dólares por la experiencia de pasar un fin de semana allí.
Le sonrío.
—Los pagué, pero era tu dinero.
—Nuestro dinero.
—Era solo tu dinero cuando hice la puja. —Pongo los ojos en blanco.
—Oh, señora Volkova Katina… Usted y su manía de poner los ojos en blanco —me susurra mientras su mano recorre mi muslo.
—¿No hacen falta muchas horas para llegar a Colorado? —pregunto para distraerle.
—En jet no —dice dulcemente cuando su mano llega a mi culo.

Claro, mi esposa tiene un jet, ¿cómo puedo haberlo olvidado? Su mano sigue ascendiendo por mi cuerpo,subiéndome el camisón en su camino, y pronto se me olvida todo.
Igor nos lleva en coche hasta la pista de aterrizaje del aeropuerto de Seattle y después hasta el sitio justo donde nos espera el jet de Volkova Enterprises Holdings, Inc. Es un día gris en Seattle, pero me niego a dejar que el tiempo me estropee el buen humor. Yulia también está de mejor humor. Está entusiasmada por algo: se le ve tan ansiosa como en Navidad y a punto de explotar, como una niña con un gran secreto. Me pregunto qué habrá preparado. Se le ve risueña con el pelo alborotado, la camiseta blanca y los vaqueros negros. Hoy no parece en absoluto la presidenta de la empresa que es. Me coge la mano cuando Igor se detiene al pie de la escalerilla del jet.

—Tengo una sorpresa para ti —me susurra y me da un beso en los nudillos.
Le sonrío.
—¿Una sorpresa buena?
—Eso espero. —Me sonríe tiernamente.
Mmm, ¿qué puede ser?

Sawyer salta del asiento delantero y me abre la puerta. Igor abre la de Yulia y después saca nuestras maletas del maletero. Encontramos a Stephan al final de la escalerilla cuando entramos al avión. Miro al puente de mando y veo a la primera oficial Beighley accionando interruptores en el impresionante panel de
mando.
Yulia y Stephan se dan la mano.

—Buenos días, señora. —Stephan sonríe.
—Gracias por hacer esto avisándote con tan poca antelación. —Yulia le responde también con una sonrisa—. ¿Han llegado nuestros invitados?
—Sí, señora.

¿Invitados? Me vuelvo y me quedo con la boca abierta. Nastya, Dimitri, Irina y Andrey me sonríen desde los asientos color crema. ¡Uau! Me vuelvo para mirar a Yulia.

—¡Sorpresa! —exclama.
—¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Quién? —murmuro incoherente, intentando contener el placer y el júbilo que siento.
—Me has dicho que no ves a tus amigos todo lo que querrías. —Se encoge de hombros y me dedica una media sonrisa de disculpa.
—Oh, Yulia, gracias. —Le rodeo el cuello con los brazos y le doy un buen beso delante de todos. Ella me pone las manos en las caderas, engancha los pulgares en las trabillas para el cinturón de mis vaqueros y hace el beso más profundo.
Oh, madre mía…
—Sigue así y acabaré arrastrándote al dormitorio —me avisa Yulia.
—No te atreverás —le susurro junto a los labios.
—Oh, Elena… —Sonríe y niega con la cabeza. Me suelta sin previo aviso, se agacha, me agarra los muslos y me levanta en el aire para colgarme después de uno de sus hombros.
—¡Yulia, bájame! —le digo dándole un azote en el culo.
Veo la sonrisa de Stephan un instante antes de que se vuelva para entrar en el puente de mando. Igor está de pie en el umbral intentando ocultar su sonrisa. Ignorando mis súplicas y mis forcejeos, Yulia cruza la estrecha cabina pasando junto a Andrey e Irina, que están sentados uno frente a otro, y después junto a Nastya y Dimitri, que está chillando como un mono enloquecido.
—Si me disculpan —dice dirigiéndose a nuestros cuatro invitados—. Tengo que hablar de algo con mi mujer en privado.
—¡Yulia! —grito de nuevo—. ¡Bájame!
—Todo a su tiempo, nena.

Veo un segundo a Irina, Nastya y Dimitri riéndose. ¡Maldición! Esto no es divertido, es embarazoso. Andrey nos mira fijamente con la boca abierta y totalmente asombrado mientras desaparecemos por la puerta del
dormitorio.
Yulia cierra la puerta detrás de ella, me suelta y me baja pegada a su cuerpo lentamente de forma que puedo sentir todos sus músculos y tendones. Me sonríe con esa sonrisa de adolescente, muy orgullosa de sí misma.
—Menudo espectáculo, señora Volkova. —Cruzo los brazos y la miro con fingida indignación.
—Ha sido divertido, señora Volkova Katina. —Su sonrisa se amplia. Oh, mi niña. Se le ve tan joven…
—¿Y piensas seguir con esto? —le pregunto arqueando una ceja, no muy segura de cómo me hace sentir eso; los otros nos van a oír, por todos los santos… De repente me siento tímida. Miro nerviosa la cama y siento que me ruborizo al recordar nuestra noche de bodas. Hablamos tanto ayer e hicimos tantas cosas…
Siento como si hubiera superado un obstáculo desconocido. Pero ese es precisamente el problema: que es desconocido. Mis ojos encuentran la intensa pero divertida mirada de Yulia y no soy capaz de mantener la expresión seria. Su sonrisa es demasiado contagiosa.
—Creo que sería muy maleducado dejar a los invitados esperando —me dice dulcemente acercándose a mí. ¿Cuándo ha empezado a importarle lo que piense la gente? Doy un paso atrás y me encuentro con la pared del dormitorio. Me tiene aprisionada y el calor de su cuerpo me mantiene en el sitio. Se inclina y me acaricia la nariz con la suya.
—¿Ha sido una sorpresa buena? —me pregunta con un punto de ansiedad en la voz.
—Oh, Yulia, ha sido fantástica. —Le subo las manos por el pecho, las entrelazo en su nuca y le doy otro beso.
—¿Cuándo has organizado esto? —le pregunto separándome de ella y acariciándole el pelo.
—Anoche, cuando no podía dormir. Le escribí correos a Dimitri y a Irina y aquí están.
—Ha sido muy considerado por tu parte. Gracias. Seguro que nos lo vamos a pasar bien.
—Eso espero. He pensado que sería más fácil evitar a la prensa en Aspen que en casa.

¡Los paparazzi! Claro, tiene razón. Si nos hubiéramos quedado en el Escala, tendríamos que estar encerrados. Un estremecimiento me recorre la espalda al recordar los disparos de las cámaras y los fogonazos de los flashes de los fotógrafos que Igor ha conseguido esquivar esta mañana.

—Vamos. Será mejor que nos sentemos. Stephan va a despegar dentro de poco. —Me tiende la mano y las dos volvemos a la cabina.
Dimitri nos vitorea al entrar.
—Eso sí que es un servicio aéreo rápido —bromea.
Yulia le ignora.
—Señoras y caballeros, por favor, ocupen sus asientos porque en breves momentos vamos a comenzar la maniobra de despegue. —La voz de Stephan resuena, tranquila y autoritaria, a través de los altavoces de la cabina.
La mujer de pelo castaño (mmm… ¿Natalie?) que nos atendió durante el vuelo en nuestra noche de bodas aparece por el pasillo y recoge las tazas de café vacías. ¡Natalia! Se llama Natalia.
—Buenos días, señora Lena y señora Volkova —dice con voz melosa. ¿Por qué me hace sentir incómoda? Tal vez sea porque tiene el pelo castaño. Como él mismo ha reconocido, Yulia no suele emplear a chicas castañas porque las encuentra atractivas. Yulia le dedica a Natalia una sonrisa educada y se sienta frente a Dimitri e Irina. Yo le doy un abrazo breve a Nastya y a Irina y saludo con la mano a Andrey y a Dimitri antes de sentarme al lado de Yulia y abrocharme el cinturón. Ella me pone la mano en la rodilla y me da un apretón cariñoso.
Parece relajada y feliz aunque estamos con gente. Sin darme cuenta me pregunto por qué no puede ser siempre así, nada controladora.

—Espero que hayas metido en la maleta las botas de senderismo —me dice con voz cariñosa.
—¿No vamos a esquiar?
—Puede que eso resulte un poco difícil, dado que estamos en agosto —me explica divertida.
Oh, claro.
—¿Sabes esquiar, Lena? —nos interrumpe Dimitri.
—No.
Yulia me suelta la rodilla y me coge la mano.
—Seguro que mi hermano pequeño puede enseñarte. —Dimitri me guiña un ojo—. Es bastante rápido en las pendientes, también.

No puedo evitar sonrojarme. Miro a Yulia, que está mirando a Dimitri impasible, pero creo que es para no demostrar que le hace gracia. El avión empieza a moverse y se dirige hacia la pista de despegue.
Natalia nos explica las instrucciones de seguridad del avión con voz clara y resonante. Lleva una bonita camisa azul marino de manga corta, una falda lápiz a juego y el maquillaje impecable. Es muy guapa, sí. Mi subconsciente levanta una ceja perfectamente depilada dirigida a mí.

—¿Estás bien? —me pregunta Nastya—. Después de todo el asunto de Popov, quiero decir.
Asiento. No quiero hablar de Popov, ni siquiera pensar en él, pero Nastya parece tener otros planes.
—¿Y por qué se volvió majareta? —pregunta yendo directamente al grano con su inimitable estilo. Se aparta el pelo, preparándose para indagar más a fondo.
Mirándola con frialdad, Yulia se encoge de hombros.
—Porque le despedí —dice directamente.
—¿Ah, sí? ¿Y por qué? —Nastya ladea la cabeza y veo que acaba de ponerse en modo señorita Marple.
—Porque me acosó sexualmente e intentó chantajearme —le digo con un hilo de voz. Intento darle una patada a Nastya por debajo de la mesa, pero fallo. ¡Mierda!
—¿Cuándo? —me pregunta Nastya mirándome fijamente.
—Hace un tiempo.
—No me lo habías contado —me dice ofendida
Me encojo de hombros a modo de disculpa.
—No puede ser por eso… Su reacción ha sido demasiado extrema —prosigue Nastya, pero ahora se dirige a Yulia—. ¿Es mentalmente inestable? ¿Y qué pasa con la información que tenía de los miembros de la familia Volkov? —Que esté interrogando a Yulia de esta forma me está poniendo los pelos de punta, pero ya
sabe que yo no sé nada y por eso no puede preguntarme a mí. Qué irritante.
—Creemos que hay alguna conexión con Detroit —dice Yulia en voz baja. Demasiado baja.
Oh, no, Nastya, por favor, déjalo estar por ahora…
—¿Popov también es de Detroit?
Yulia asiente.

El avión acelera y yo le aprieto la mano a Yulia. Ella me mira tranquilizadora. Sabe que odio los despegues y los aterrizajes. Me aprieta la mano y me acaricia los nudillos con el pulgar, algo que me calma.

—¿Qué sabes tú de él? —pregunta Dimitri, ajeno al hecho de que estamos dentro de un pequeño jet,acelerando en la pista y a punto de subir al cielo, e igualmente ajeno a la creciente exasperación que ya le ha creado Nastya a Yulia. Nastya se inclina hacia delante para escuchar con toda su atención.

—Les cuento esto extraoficialmente… —dice Yulia dirigiéndose directamente a ella. La boca de Nastya se convierte en una fina línea muy sutil. Yo trago saliva. Oh, mierda—. Sabemos poco sobre él —continúa Yulia—. Su padre murió en una pelea en un bar. Su madre se ahogó en alcohol para olvidar. De pequeño
no hizo más que entrar y salir de casas de acogida… Y meterse en problemas. Sobre todo robos de coches.Pasó un tiempo en un centro de menores. Su madre se rehabilitó con un programa de servicios sociales y Popov volvió al buen camino. Al final consiguió una beca para Princeton.
—¿Princeton? —Ha despertado la curiosidad de Nastya.
—Sí, es un tío listo. —Yulia se encoje de hombros.
—No será tan listo si le han pillado… —murmura Dimitri.
—Pero seguro que no ha podido montar esto solo… —aventura Nastya.
Noto que Yulia se tensa a mi lado.
—Todavía no sabemos nada —responde en voz muy baja.

Maldita sea. ¿Puede que haya alguien más por ahí colaborando con él? Me giro y miro a Yulia horrorizada. Ella me aprieta la mano otra vez, pero no me mira a los ojos. El avión sube con suavidad y empieza a surcar el aire y yo noto esa horrible sensación en el estómago.

—¿Qué edad tiene? —le pregunto a Yulia, acercándome a ella para que no nos oiga nadie. Por muchas ganas que tenga de saber lo que está pasando, no quiero animar a Nastya a que siga haciendo preguntas porque sé que eso está poniendo nerviosa a Yulia. Además sé que ella no le tiene mucha simpatía desde la noche que me arrastró al bar a tomar cócteles.
—Treinta y dos, ¿por qué?
—Curiosidad, nada más.
Veo tensión en la mandíbula de Yulia.
—No quiero que tengas curiosidad por Popov. Solo alégrate de que esté encerrado. —Es casi una reprimenda, pero decido ignorar su tono.
—¿Crees que le estaba ayudando alguien? —La idea de que puede haber alguien más implicado me asusta.
Significaría que esto no ha terminado.
—No lo sé —responde Yulia y vuelvo a ver esa tensión en su mandíbula.
—Tal vez sea alguien que tenga algo contra ti —le sugiero. Demonios, espero que no sea la bruja—.Como Olga, por ejemplo —continúo en un susurro. Me doy cuenta de que he dicho su nombre un poco más alto, pero solo lo ha podido oír ella; tras mirar nerviosamente a Nastya, compruebo que está enfrascada en una
conversación con Dimitri, que parece enfadado con ella. Mmm…
—Estás deseando demonizarla, ¿eh? —Yulia pone los ojos en blanco y niega con la cabeza disgustado—. Es cierto que tiene algo contra mí, pero ella no haría algo así. —Me atraviesa con su mirada fija y azul—.Y será mejor que no hablemos de ella. Sé que no es tu tema de conversación favorito.
—¿Te has visto cara a cara con ella? —vuelvo a susurrarle, pero no estoy segura de querer saberlo.
—Lena, no he hablado con ella desde mi cumpleaños. Por favor, déjalo ya. No quiero hablar de ella. —Me coge la mano y me roza los nudillos con los labios. Sus ojos echan chispas, fijos en los míos, y veo que es mal momento para seguir con este tipo de preguntas.
—Buscaos una habitación, chicas —bromea Dimitri—. Oh, es verdad, si ya la tenéis. Pero Yulia no la ha necesitado hasta ahora.
Yulia levanta la vista y fulmina a Dimitri con una mirada gélida.
—Que te den, Dimitri —le responde sin acritud.
—Tía, solo cuento las cosas como son. —Los ojos de Dimitri brillan divertidos.
—Como si tú pudieras saberlo —murmura Yulia irónicamente, arqueando una ceja.
Dimitri sonríe, disfrutando del intercambio de bromas.
—Pero si te has casado con tu primera novia… —dice señalándome.
Oh, mierda. ¿Adónde quiere ir a parar con esto? Me sonrojo.
—¿Y te parece raro, viéndola? —continúa Yulia dándome otro beso en la mano.
—No —ríe Dimitri y niega con la cabeza.
Me ruborizo más aún y Nastya le da a Dimitri un manotazo en el muslo.
—Deja de ser tan gilipollas —le regaña.
—Escucha a tu chica —le dice Yulia a Dimitri sonriendo. Parece que su turbación de antes ha desaparecido.

Se me destaponan los oídos cuando ganamos altitud y la tensión de la cabina se disipa cuando el avión se nivela. Nastya mira a Dimitri con el ceño fruncido. Mmm… ¿Les pasa algo? No estoy segura.
Dimitri tiene razón, de todas formas. Me río para mí por la ironía. Es verdad que soy (era) la primera novia de Yulia y que ahora soy su mujer. Las quince anteriores y la maldita señora Robinson… bueno, no cuentan. Pero es obvio que Dimitri no sabe nada de ellas y que Nastya no se lo ha contado. Le sonrío y ella me guiña el ojo cómplice. Mis secretos están a salvo con Nastya.

—Bien, señoras y caballeros, vamos a volar a una altitud de unos diez mil metros aproximadamente y el tiempo estimado de duración de nuestro vuelo es de una hora y cincuenta y seis minutos —anuncia Stephan—. Ahora ya pueden moverse libremente por la cabina, si lo desean.
Natalia sale inmediatamente de la cocina.
—¿Alguien quiere un café? —pregunta.
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