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CINCUENTA SOMBRAS LIBERADAS// ADAPTACIÓN

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CINCUENTA SOMBRAS LIBERADAS// ADAPTACIÓN - Página 3 Empty Re: CINCUENTA SOMBRAS LIBERADAS// ADAPTACIÓN

Mensaje por SandyQueen 8/26/2016, 11:52 pm

¡Buenisimo! me encantó... a ver como salen del atolladero Shocked Shocked
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CINCUENTA SOMBRAS LIBERADAS// ADAPTACIÓN - Página 3 Empty Re: CINCUENTA SOMBRAS LIBERADAS// ADAPTACIÓN

Mensaje por VIVALENZ28 8/27/2016, 11:49 pm

23


Solo hay dolor. La cabeza, el pecho… Un dolor que quema. El costado, el brazo. Dolor. Dolor y palabras susurradas en la penumbra. ¿Dónde estoy? Aunque lo intento, no puedo abrir los ojos. Las palabras en susurros se van volviendo más claras, un faro en medio de la oscuridad.

—Tiene una contusión en las costillas, señora Volkova, y una fractura en el cráneo, justo bajo el nacimiento del pelo, pero sus constantes vitales son estables y fuertes.
—¿Por qué sigue inconsciente?
—La señora Lena ha sufrido un fuerte golpe en la cabeza. Pero su actividad cerebral es normal y no hay inflamación. Se despertará cuando esté preparada para ello. Solo dele un poco de tiempo.
—¿Y el bebé? —Sus palabras suenan angustiadas, ahogadas.
—El bebé está bien, señora Volkova.
—Oh, gracias a Dios. —Su respuesta es como una letanía… una oración—. Oh, gracias a Dios.

Oh, Dios mío. Está preocupada por el bebé… ¿El bebé?… Pequeño Bip. Claro. Mi pequeño Bip. Intento en vano mover la mano hasta mi vientre, pero nada se mueve, nada me responde.
«¿Y el bebé?… Oh, gracias a Dios.»
Pequeño Bip está a salvo.
«¿Y el bebé?… Oh, gracias a Dios.»
Se preocupa por el bebé.
«¿Y el bebé?… Oh, gracias a Dios.»
Quiere al bebé. Oh, gracias a Dios. Me relajo y vuelve la inconsciencia alejándome del dolor.
Todo pesa y me duele: las extremidades, la cabeza, los párpados… nada se mueve. Mis ojos y mi boca están totalmente cerrados y no quieren abrirse, lo que me deja ciega, muda y dolorida. Según voy cruzando la niebla hasta la superficie, la consciencia se va acercando pero queda justo fuera de mi alcance, como una seductora sirena.

—No la voy a dejar sola.
¡Yulia! Está aquí… Intento con todas mis fuerzas despertarme. Su voz no es más que un susurro cansado y agónico.
—Yulia, tienes que dormir.
—No, papá, quiero estar aquí cuando despierte.
—Yo me quedaré con ella. Es lo menos que puedo hacer después de que haya salvado a mi hija.
¡Irina!
—¿Cómo está Irina?
—Grogui, asustada y enfadada. Van a pasar unas cuantas horas antes de que se le pase completamente el efecto del Rohypnol.
—Dios…
—Lo sé. Me siento un imbécil por haber cedido en lo de su seguridad. Me avisaste, pero Irina es muy obstinada. Si no fuera por Lena…
—Todos creíamos que Popov estaba fuera de circulación. Y la loca de mi mujer… ¿Por qué no me lo dijo?
—La voz de Yulia está llena de angustia.
—Yulia, cálmate. Lena es una joven extraordinaria. Ha sido increíblemente valiente.
—Valiente, terca, obstinada y estúpida. —Se le quiebra la voz.
—Vamos —murmura Oleg—, no seas tan dura con ella. Ni contigo, hija… Será mejor que vuelva con tu madre. Son más de las tres de la madrugada, Yulia. Deberías intentar dormir un poco.
La niebla vuelve a cerrarse.
La niebla se levanta de nuevo, pero no tengo ni la más mínima noción del tiempo.
—Si tú no le das unos azotes, se los daré yo. Pero ¿en qué demonios estaba pensando?
—Tal vez se los dé yo, Sergey.
¡Papá! Está aquí. Lucho contra la niebla… lucho… Pero vuelvo a caer en la inconsciencia. No…
—Detective, como puede ver, mi mujer no está en condiciones de responder preguntas.
Yulia está enfadada.
—Es una mujer muy terca, señora Volkova.
—Ojalá hubiera matado a ese cabrón.
—Eso habría significado mucho papeleo para mí, señora Volkova… La señorita Morgan está cantando como un verdadero canario. Popov es un hijo de puta realmente retorcido. Tiene una verdadera animadversión contra su padre y contra usted…
La niebla vuelve a rodearme y me arrastra hacia las profundidades, cada vez más hondo… ¡No!
—¿Qué quieres decir con que no se hablaban? —Es Larissa. Suena enfadada. Intento mover la cabeza,pero mi cuerpo me responde con un silencio clamoroso y apático—. ¿Qué le has hecho?
—Mamá…
—¡Yulia! ¿Qué le has hecho?
—Estaba muy enfadada. —Casi es un sollozo… No.
—Vamos…
El mundo se emborrona y se desvanece y yo me hundo.
Oigo voces bajas y confusas.
—Me dijiste que habías cortado todos los lazos con ella. —Es Larissa la que habla. Su voz es baja y reprobatoria.
—Lo sé. —Yulia suena resignada—. Pero verla consiguió que volviera a ponerlo todo en contexto y recuperara la perspectiva. Acerca de lo del bebé, ya sabes. Por primera vez sentí que… lo que hicimos…estuvo mal.
—Lo que ella hizo, cariño… Los hijos tienen ese efecto: hacen que veas el mundo con una luz diferente.
—Ella por fin captó el mensaje… Y yo también… Le había hecho daño a Lena —susurra.
—Siempre le hacemos daño a la gente que queremos, cariño. Tendrás que decirle que lo sientes. Decirlo de verdad y darle tiempo.
—Me dijo que me iba a dejar.
No. No. ¡No!
—¿Y la creíste?
—Al principio, sí.
—Cariño, siempre te crees lo peor de todo el mundo, especialmente de ti misma. Siempre lo has hecho.Lena te quiere mucho, y es obvio que tú la quieres a ella.
—Estaba furiosa conmigo.
—Seguro. Yo también estoy furiosa contigo ahora mismo. Creo que solo se puede estar realmente furioso con alguien cuando le quieres mucho.
—Estuve dándole vueltas, y me di cuenta de que ella me ha demostrado una y otra vez cuánto me quiere…hasta el punto de poner su propia vida en peligro.
—Sí, así es, cariño.
—Oh, mamá, ¿por qué no se despierta? —Se le quiebra la voz—. He estado a punto de perderla.
¡Yulia! Oigo sollozos ahogados. No…
Oh… La oscuridad vuelve a cerrarse sobre mí. No…
—Han hecho falta veinticuatro años para que me dejes abrazarte así…
—Lo sé, mamá. Me alegro de que hayamos hablado.
—Yo también, cariño. Siempre estaré aquí. No me puedo creer que vaya a ser abuela.
¡Abuela!
La dulce inconsciencia me llama…
Mmm. Sus labios me rozan suavemente el dorso de la mano y noto que me aprieta los dedos.
—Oh, nena, por favor, vuelve conmigo. Lo siento. Lo siento todo. Despierta. Te echo de menos. Te quiero…

Lo intento. Lo intento. Quiero verla, pero mi cuerpo no me obedece y vuelvo a dormirme.
Siento la urgente necesidad de hacer pis. Abro los ojos. Estoy en el ambiente limpio y estéril de la habitación de un hospital. Está oscuro excepto por una luz de emergencia. Todo está en silencio. Me duelen la cabeza y el pecho, pero sobre todo noto la vejiga a punto de estallar. Necesito hacer pis. Pruebo a mover las extremidades. Me escuece el brazo derecho y veo que tengo una vía puesta en la parte interior del codo.
Cierro los ojos. Giro la cabeza, contenta de que responda a mis órdenes, y vuelvo a abrir los ojos de nuevo.
Yulia está dormida sentada a mi lado y reclinada sobre la cama, con la cabeza apoyada en los brazos cruzados. Estiro el brazo, agradecida una vez más de que el cuerpo me responda, y le acaricio el pelo suave con los dedos.
Se despierta sobresaltada y levanta la cabeza tan repentinamente que mi mano cae débilmente de nuevo sobre la cama.

—Hola —digo en un graznido.
—Oh, Lena… —Su voz suena ahogada pero aliviada. Me coge la mano, me la aprieta con fuerza y se la acerca a la mejilla.
—Necesito ir al baño —susurro.
Me mira con la boca abierta y frunce el ceño un momento.
—Vale.
Intento sentarme.
—Lena, no te muevas. Voy a llamar a una enfermera. —Se pone de pie apresuradamente, alarmada, y se acerca a un botón de llamada que hay junto a la cama.
—Por favor —susurro. ¿Por qué me duele todo?—. Necesito levantarme. —Vaya, qué débil estoy.
—¿Por qué no haces lo que te digo por una vez? —exclama irritada.
—Necesito hacer pis urgentemente —le digo. Tengo la boca y la garganta muy secas.
Una enfermera entra corriendo en la habitación. Debe de tener unos cincuenta años, a pesar de que su pelo es negro como la tinta. Lleva unos pendientes de perlas demasiado grandes.
—Bienvenida de vuelta, señora Lena. Le diré a la doctora Bartley que está despierta. —Se acerca a la cama—. Me llamo Nora. ¿Sabe dónde está?
—Sí. En el hospital. Necesito hacer pis.
—Tiene puesto un catéter.
¿Qué? Oh, qué vergüenza. Miro nerviosamente a Yulia y después a la enfermera.
—Por favor, quiero levantarme.
—Señora Lena…
—Por favor.
—Lena… —me dice Yulia. Intento sentarme otra vez.
—Déjeme quitarle el catéter. Señora Volkova, estoy segura de que la señora Lena agradecería un poco de privacidad. —Mira directamente a Yulia, esperando que se vaya.
—No voy a ir a ninguna parte. —Ella le devuelve la mirada.
—Yulia, por favor —le susurro estirando el brazo y cogiéndole la mano. Ella me la aprieta brevemente y me mira, exasperada—. Por favor —le suplico.
—¡Vale! —exclama y se pasa la mano por el pelo—. Tiene dos minutos —le dice entre dientes a la enfermera, y se inclina para darme un beso en la frente antes de volverse y salir de la habitación.
Yulia vuelve a entrar como una tromba en la habitación dos minutos después, cuando la enfermera Nora me está ayudando a levantarme de la cama. Llevo puesta una fina bata de hospital. No recuerdo cuándo me desnudaron.
—Deje que la lleve yo —dice y se acerca a nosotras.
—Señora Volkova, yo puedo —le regaña la enfermera Nora.
Ella le dedica una mirada hostil.
—Maldita sea, es mi mujer. Yo la llevaré —dice con los dientes apretados mientras aparta el soporte del gotero de su camino.
—¡Señora Volkova! —protesta la enfermera.
Pero ella la ignora, se agacha para cogerme en brazos y me levanta de la cama con suavidad. Yo le rodeo el cuello con los brazos y mi cuerpo se queja. Vaya, me duele todo. Me lleva hasta el baño y la enfermera Nora nos sigue empujando el soporte del gotero.
—Señora Volkova Katina, pesa usted muy poco —murmura con desaprobación mientras me baja y me deposita sobre mis pies. Me tambaleo. Tengo las piernas como gelatina. Yulia enciende la luz y quedo cegada momentáneamente por una lámpara fluorescente que zumba y parpadea para cobrar vida.
—Siéntate, no vaya a ser que te caigas —me dice todavía agarrándome.
Con cuidado, me siento en el váter.
—Vete. —Hago un gesto con la mano para que se vaya.
—No. Haz pis, Lena.
¿Podría ser más vergonzoso esto?
—No puedo, no contigo ahí.
—Podrías caerte.
—¡Señora Volkova!
Las dos ignoramos a la enfermera.
—Por favor —le suplico.
Levanta las manos en un gesto de derrota.
—Estaré esperando ahí mismo. Con la puerta abierta.
Se aparta un par de pasos hasta que queda justo al otro lado de la puerta, junto a la enfadada enfermera.
—Vuélvete, por favor —le pido. ¿Por qué me siento ridículamente tímida con esta mujer? Pone los ojos en blanco pero obedece. En cuanto me da la espalda, por fin me relajo y saboreo el alivio.

Hago un recuento de los daños. Me duele la cabeza, también el pecho donde Alex me dio la patada y el costado sobre el que caí al suelo. Además tengo sed y hambre. Madre mía, estoy realmente hambrienta.
Termino y agradezco que el lavabo esté tan cerca que no necesito levantarme para lavarme las manos. No
tengo fuerza para ponerme en pie.

—Ya he acabado —digo, secándome las manos con la toalla.
Yulia se gira, vuelve a entrar y antes de darme cuenta estoy otra vez en sus brazos. He echado de menos sus brazos. Se detiene un momento y entierra la nariz en mi pelo.
—Oh, cuánto la he echado de menos, señora Volkova Katina—susurra. Me tumba de nuevo en la cama y me suelta,creo que a regañadientes, siempre con la enfermera Nora, que no para quieta, detrás de ella.
—Si ya ha acabado, señora Volkova, me gustaría ver cómo está la señora Lena.
La enfermera Nora está enfadada.
Ella se aparta.
—Toda suya —dice en un tono más moderado.
Ella le mira enfurruñada y después se centra en mí. Es irritante, ¿a que sí?
—¿Cómo se siente? —me pregunta con una voz llena de compasión y un punto de irritación, que supongo que será por Yulia.
—Dolorida y con sed. Tengo mucha sed —susurro.
—Le traeré un poco de agua cuando haya comprobado sus constantes y la haya examinado la doctora Bartley.

Coge un aparato para medir la tensión y me lo pone en el brazo. Miro ansiosa a Yulia. Está horrible,cadavérica casi, como si llevara días sin dormir. Tiene el pelo alborotado, lleva varios días sin maquillarse y su camisa está llena de arrugas. Frunzo el ceño.

—¿Qué tal estás?
Ignorando a la enfermera, se sienta en la cama lejos de mi alcance.
—Confundida. Dolorida. Y tengo hambre.
—¿Hambre? —pregunta y parpadea sorprendida.
Asiento.
—¿Qué quieres comer?
—Cualquier cosa. Sopa.
—Señora Volkova, necesita la aprobación de la doctora antes de darle nada de comer a la señora Lena.
Yulia la mira inescrutable durante un momento, después saca la BlackBerry del bolsillo de sus pantalones y marca un número.
—Lena quiere sopa de pollo… Bien… Gracias. —Y cuelga.
Miro a Nora, que observa a Yulia con los ojos entornados.
—¿Igor? —le pregunto.
Yulia asiente.
—Su tensión arterial es normal, señora Lena. Voy a buscar a su médico. —Me quita el aparato y sin decir nada más sale de la habitación, emanando desaprobación por todos los poros.
—Creo que has hecho enfadar a la enfermera Nora.
—Tengo ese efecto en las mujeres. —Sonríe burlona.
Río, pero me interrumpo de repente porque siento que el dolor se expande por el pecho.
—Sí, es verdad.
—Oh, Lena, me encanta oírte reír.
Nora vuelve con una jarra de agua. Ambas nos quedamos en silencio mirándonos mientras sirve un vaso de agua y me lo da.
—Beba a pequeños sorbos —me dice.
—Sí, señora —murmuro y le doy un sorbo al agua fresca. Oh, Dios mío. Qué rica. Le doy otro sorbo mientras Yulia me mira fijamente.
—¿Irina? —le pregunto.
—Está a salvo. Gracias a ti.
—¿La tenían entonces?
—Sí.
Bueno, toda esta locura ha servido para algo. El alivio me llena el cuerpo. Gracias a Dios, gracias a Dios,gracias a Dios que está bien. Frunzo el ceño.
—¿Cómo llegaron hasta ella?
—Elizabeth Morgan —dice simplemente.
—¡No!
Asiente.
—La raptó en el gimnasio de Irina.
Frunzo el ceño y sigo sin entender.
—Lena, ya te contaré todos los detalles más tarde. Irina está bien, teniendo en cuenta todo lo que ha pasado.La drogaron. Ahora está grogui y un poco impresionada, pero gracias a algún milagro, no le hicieron daño.—Yulia aprieta la mandíbula—. Lo que hiciste —empieza y se pasa la mano por el pelo— ha sido algo increíblemente valiente e increíblemente estúpido. Podían haberte matado. —Le brillan los ojos un momento con un azul gélido y sé que está conteniendo su enfado.
—No sabía qué otra cosa hacer —susurro.
—¡Podías habérmelo dicho! —dice vehemente cerrando la mano que tiene en el regazo hasta convertirla en un puño.
—Me amenazó con que la mataría si se lo decía a alguien. No podía correr el riesgo.
Yulia cierra los ojos y veo el terror en su cara.
—He pasado un infierno desde el jueves.
¿Jueves?
—¿Qué día es hoy?
—Es casi sábado —me dice mirando el reloj—. Llevas más de veinticuatro horas inconsciente.
Oh.
—¿Y Alex y Elizabeth?
—Bajo custodia policial. Aunque Popov está aquí bajo vigilancia. Le han tenido que sacar la bala que le disparaste —dice con amargura—. Por suerte, no sé en qué sección de este hospital está, porque si no voy y le mato. —Su rostro se oscurece.
Oh, mierda. ¿Alex está aquí?

«¡Esto es por lo de Seattle Independent Publishing, zorra!» Palidezco, se me revuelve el estómago vacío, se me llenan los ojos de lágrimas y un fuerte estremecimiento me recorre el cuerpo.

—Vamos… —Yulia se acerca con la voz llena de preocupación. Me coge el vaso de la mano y me abraza tiernamente—. Ahora estás a salvo —murmura contra mi pelo con la voz ronca.
—Yulia, lo siento mucho. —Empiezan a caer las lágrimas.
—Shhh. —Me acaricia el pelo y yo sollozo en su cuello.
—Por lo que dije. No tenía intención de dejarte.
—Shhh, nena, lo sé.
—¿Lo sabes? —Lo que acaba de decir hace que interrumpa mi llanto.
—Lo entendí. Al fin. De verdad que no sé en qué estabas pensando, Lena. —Suena cansada.
—Me cogiste por sorpresa —murmuro contra el cuello de su camisa—. Cuando hablamos en el banco.Pensaste que iba a dejarte. Creí que me conocías mejor. Te he dicho una y otra vez que nunca te abandonaré.
—Pero después de cómo me comporté… —Su voz es apenas audible y estrecha su abrazo—. Creí durante un periodo corto de tiempo que te había perdido.
—No, Yulia. Nunca. No quería que interfirieras y pusieras la vida de Irina en peligro.
Suspira y no sé si es de enfado, de irritación o de dolor.
—¿Cómo lo supiste? —le pregunto rápidamente para apartarle de su línea de pensamiento.
Me coloca el pelo detrás de la oreja.
—Acababa de tocar tierra en Seattle cuando me llamaron del banco. La última noticia que tenía era que estabas enferma y que te ibas a casa.
—¿Estabas en Portland cuando Sawyer te llamó desde el coche?
—Estábamos a punto de despegar. Estaba preocupada por ti —dice en voz baja.
—¿Ah, sí?
Frunce el ceño.
—Claro. —Me roza el labio inferior con el pulgar—. Me paso la vida preocupándome por ti. Ya lo sabes.
¡Oh, Yulia!
—Alex me llamó cuando estaba en la oficina —murmuro—. Me dio dos horas para conseguir el dinero. —Me encojo de hombros—. Tenía que irme y esa era la mejor excusa.
La boca de Yulia se convierte en una dura línea.
—Y luego despistaste a Sawyer. Él también está furioso contigo.
—¿También?
—También. Igual que yo.
Le toco la cara con cuidado y paso los dedos por su mentón. Cierra los ojos y apoya el rostro en mis dedos.
—No te enfades conmigo, por favor —le susurro.
—Estoy muy enfadada contigo. Lo que hiciste fue algo monumentalmente estúpido. Casi una locura.
—Te lo he dicho, no sabía qué otra cosa hacer.
—Parece que no te importa nada tu seguridad personal. Y ahora ya no se trata solo de ti —añade enfadada.
Me tiembla el labio. Está pensando en nuestro pequeño Bip.
Las puertas se abren, lo que nos sobresalta a los dos, y entra una mujer afroamericana que lleva una bata blanca sobre un uniforme gris.
—Buenas noches, señora Lena. Soy la doctora Bartley.

Empieza a examinarme a conciencia poniéndome una luz en los ojos, haciendo que le presione los dedos y
después me toque la nariz cerrando primero un ojo y después el otro. Seguidamente comprueba todos mis reflejos. Su voz es suave y su contacto, amable; tiene una forma de tratarme muy cálida. La enfermera Nora se une a ella y Yulia se va a un rincón de la habitación para hacer unas llamadas mientras las dos se ocupan de mí. Es difícil concentrarse en la doctora Bartley, en la enfermera Nora y en Yulia al mismo tiempo, pero la oigo llamar a su padre, a mi madre y a Nastya para decirles que estoy despierta. Por último deja un mensaje para Sergey.
Sergey. Oh, mierda… Vuelve a mi mente un vago recuerdo de su voz. Estuvo aquí… Sí, mientras todavía estaba inconsciente.
La doctora Bartley comprueba el estado de mis costillas, presionando con los dedos de forma tentativa pero con firmeza.
Hago un gesto de dolor.

—Solo es una contusión, no hay fisura ni rotura. Ha tenido mucha suerte, señora Lena.

Frunzo el ceño. ¿Suerte? No es precisamente la palabra que utilizaría yo. Yulia también la mira fijamente. Mueve los labios para decirme algo, creo que es «loca», pero no estoy segura.

—Le voy a recetar unos analgésicos. Los necesitará para las costillas y para el dolor de cabeza que seguro que tiene. Pero todo parece estar bien, señora Lena. Le sugiero que duerma un poco. Veremos cómo se encuentra por la mañana; si está bien puede que la dejemos irse a casa ya. Mi colega, la doctora Singh, será
quien le atienda por la mañana.
—Gracias.

Se oye un golpecito en la puerta y entra Igor con una caja de cartón negra que pone «Fairmont Olympic» en letras de color crema en un lateral.
Madre mía.

—¿Comida? —pregunta la doctora Bartley, sorprendida.
—La señora Lena tiene hambre —dice Yulia—. Es sopa de pollo.
La doctora Bartley sonríe.
—La sopa está bien, pero solo caldo. Nada pesado. —Nos mira a las dos y después sale de la habitación con la enfermera Nora.
Yulia me acerca una bandeja con ruedas e Igor deposita en ella la caja.
—Bienvenida de vuelta, señora Lena.
—Hola, Igor. Gracias.
—De nada, señora. —Creo que quiere decir algo más, pero al final se contiene.
Yulia ha abierto la caja y está sacando un termo, un cuenco de sopa, un platillo, una servilleta de tela,una cuchara sopera, una cestita con panecillos, salero y pimentero… El Fairmont Olympic se ha esmerado.
—Es genial, Igor. —Mi estómago ruge. Estoy muerta de hambre.
—¿Algo más, señora? —pregunta.
—No, gracias —dice Yulia, despidiéndole con un gesto de la mano.
Igor asiente.
—Igor, gracias.
—¿Quiere alguna otra cosa, señora Lena?
Miro a Yulia.
—Ropa limpia para Yulia.
Igor sonríe.
—Sí, señora.
Yulia mira perpleja su camisa.
—¿Desde cuándo llevas esa camisa? —le pregunto.
—Desde el jueves por la mañana.
Me dedica una media sonrisa.
Igor sale.
—Igor también estaba muy cabreado contigo —añade Yulia enfurruñada, desenroscando la tapa del termo y echando una sopa de pollo cremosa en el cuenco.
¡Igor también! Pero no puedo pensar mucho en ello porque la sopa de pollo me distrae. Huele deliciosamente y desprende un vapor sugerente. La pruebo y es todo lo que prometía ser.
—¿Está buena? —me pregunta Yulia, acomodándose en la cama otra vez.
Asiento enérgicamente y sin dejar de comer. Tengo un hambre feroz. Solo hago una pausa para limpiarme la boca con la servilleta.
—Cuéntame lo que pasó… Después de que te dieras cuenta de lo que estaba ocurriendo.
Yulia se pasa una mano por el pelo y niega con la cabeza.
—Oh, Lena, qué alegría verte comer.
—Tengo hambre. Cuéntame.
Frunce el ceño.
—Bueno, después de la llamada del banco creí que mi mundo acababa de hacerse pedazos…
No puede ocultar el dolor en su voz.
Dejo de comer. Oh, mierda.
—No pares de comer o no sigo contándote —susurra con tono férreo mirándome fijamente. Sigo con la sopa. Vale, vale… Maldita sea, está muy buena. La mirada de Yulia se suaviza y tras un momento continúa.
—Poco después de que tú y yo tuviéramos esa conversación, Igor me informó de que a Popov le habían fijado una fianza. No sé cómo lo logró; creía que habíamos conseguido frustrar todos sus intentos. Pero eso me hizo pensar en lo que habías dicho… y entonces supe que algo iba muy mal.
—Nunca fue por el dinero —exclamo de repente cuando una oleada de furia inesperada se enciende en mi vientre. Levanto la voz—. ¿Cómo pudiste siquiera pensar eso? ¡Nunca ha sido por el puto dinero!
La cabeza empieza a latirme más fuerte y hago un gesto de dolor. Yulia me mira con la boca abierta durante un segundo, sorprendida por mi vehemencia. Después entorna los ojos.
—Ese lenguaje… —gruñe—. Cálmate y come.
La miro rebelde.
—Lena… —dice amenazante.
—Eso me ha hecho más daño que cualquier otra cosa, Yulia —le susurro—. Casi tanto como que fueras a ver a esa mujer.
Inhala bruscamente, como si le hubiera dado una bofetada, y de repente parece agotada. Cierra los ojos un momento y niega con la cabeza, resignada.
—Lo sé. —Suspira—. Y lo siento. Más de lo que crees. —Tiene los ojos llenos de arrepentimiento—.Come, por favor. No dejes que se enfríe la sopa. —Su voz es suave y persuasiva y yo decido hacer lo que me pide. Suspira aliviada.
—Sigue —susurro entre mordiscos al ilícito panecillo recién hecho.
—No sabíamos que Irina había desaparecido. Creí que te estaría chantajeando o algo por el estilo. Te llamé otra vez, pero no respondiste. —Frunce el ceño—. Te dejé un mensaje y llamé a Sawyer. Igor empezó a rastrear tu móvil. Sabía que estabas en el banco, así que fuimos directamente allí.
—No sé cómo me encontró Sawyer. ¿También él rastreaba mi teléfono móvil?
—El Saab tiene un dispositivo de seguimiento. Todos nuestros coches lo tienen. Cuando llegamos al banco, ya estabas en camino y te seguimos. ¿Por qué sonríes?
—No sé cómo, pero sabía que me seguiríais.
—¿Y eso es divertido porque…? —me pregunta.
—Alex me dijo que me deshiciera del móvil. Así que le pedí el teléfono a Whelan y ese es el que tiraron.
Yo metí el mío en las bolsas para que pudieras seguir tu dinero.
Yulia suspira.
—Nuestro dinero, Lena —dice en voz baja—. Come.
Rebaño el cuenco con lo que queda del pan y me lo meto en la boca. Es la primera vez que me siento satisfecha en mucho tiempo (a pesar del tema de conversación).
—Me lo he terminado todo.
—Buena chica.
Se oye un golpecito en la puerta y entra la enfermera Nora otra vez con una vasito de papel. Yulia aparta la bandeja y vuelve a meterlo todo en la caja.
—Un analgésico. —La enfermera Nora sonríe y me enseña una pastilla blanca que hay en el vasito de papel.
—¿Puedo tomarlo? Ya sabe… por el bebé.
—Sí, señora Lena, es paracetamol. No afectará al bebé.
Asiento agradecida. Me late la cabeza. Me trago la pastilla con un sorbo de agua.
—Debería descansar, señora Lena. —La enfermera Nora mira significativamente a Yulia.
Ella asiente.
¡No!
—¿Te vas? —exclamo y siento pánico. No te vayas… ¡acabamos de empezar a hablar!
Yulia ríe entre dientes.
—Si piensa que tengo intención de perderla de vista, señora Volkova Katina, está muy equivocada.
Nora resopla y se acerca para recolocarme las almohadas de modo que pueda tumbarme.
—Buenas noches, señora Lena—me dice, y con una última mirada de censura a Yulia, se va.
Ella levanta una ceja a la vez que ella cierra la puerta.
—Creo que no le caigo bien a la enfermera Nora.
Está de pie junto a la cama con aspecto cansada. A pesar de que quiero que se quede, sé que debería convencerla para que se fuera a casa.
—Tú también necesitas descansar, Yulia. Vete a casa. Pareces agotada.
—No te voy a dejar. Dormiré en el sillón.
La miro con el ceño fruncido y después me giro para quedar de lado.
—Duerme conmigo.
Frunce el ceño.
—No, no puedo.
—¿Por qué no?
—No quiero hacerte daño.
—No me vas a hacer daño. Por favor, Yulia.
—Tienes puesta una vía.
—Yulia, por favor…
Me mira y veo que se siente tentada.
—Por favor… —Levanto las mantas y le invito a entrar en la cama.
—¡A la mierda!
Se quita los zapatos y los calcetines y sube con cuidado a la cama a mi lado. Me rodea con el brazo y yo apoyo la cabeza sobre su pecho. Me da un beso en el pelo.
—No creo que a la enfermera Nora le vaya a gustar nada esto —me susurra con complicidad.
Suelto una risita pero tengo que parar por el dolor del pecho.
—No me hagas reír, que me duele.
—Oh, pero me encanta ese sonido —dice entristecida, en voz baja—. Lo siento, nena, lo siento mucho. —Me da otro beso en el pelo e inhala profundamente. No sé por qué se está disculpando… ¿por hacerme reír?¿O por el lío en el que estamos metidas? Apoyo la mano sobre su corazón y ella pone su mano sobre la mía.
Las dos nos quedamos en silencio un momento.
—¿Por qué fuiste a ver a esa mujer?
—Oh, Lena —gruñe—. ¿Quieres discutir eso ahora? ¿No podemos dejarlo? Me arrepiento, ¿vale?
—Necesito saberlo.
—Te lo contaré mañana —murmura irritada—. Oh, y el detective Clark quiere hablar contigo. Algo de rutina. Ahora, a dormir.
Me da otro beso en el pelo. Suspiro profundamente. Necesito saber por qué. Al menos dice que se arrepiente. Eso es algo, al menos; mi subconsciente está de acuerdo conmigo. Parece que está de un humor complaciente hoy. Oh, el detective Clark. Me estremezco solo de pensar en revivir lo que pasó el jueves.
—¿Sabemos por qué Alex ha hecho todo esto?
—Mmm… —murmura Yulia. Me tranquiliza el suave subir y bajar de su pecho que acuna suavemente mi cabeza, atrayéndome hacia las profundidades del sueño según se va ralentizando su respiración. Mientras me dejo llevar intento encontrarle sentido a los fragmentos de conversación que he oído mientras estaba inconsciente. Pero se escapan de mi mente, siempre escurridizos, provocándome desde los confines de mi memoria. Oh, es frustrante y agotador… y…
La enfermera Nora tiene los labios fruncidos y los brazos cruzados en una postura hostil. Me llevo el dedo índice a los labios.
—Déjela dormir, por favor —le susurro entornando los ojos por la luz de primera hora de la mañana.
—Esta es su cama, señora Lena, no la de ella—dice entre dientes severamente.
—He dormido mejor gracias a ella —insisto, saliendo en defensa de mi esposa. Además, es cierto. Yulia se revuelve y la enfermera Nora y yo nos quedamos heladas.
—No me toques. No me toques más. Solo Lena —murmura en sueños.
Frunzo el ceño. No suelo oír a Yulia hablar en sueños. Seguramente será porque ella duerme menos que yo. Solo he oído sus pesadillas. Me abraza con más fuerza, casi estrujándome, y yo hago un gesto de dolor.
—Señora Lena… —La enfermera Nora frunce el ceño.
—Por favor —le suplico.

Niega con la cabeza, gira y se va. Y yo vuelvo a acurrucarme con Yulia.
Cuando me despierto, a Yulia no se le ve por ninguna parte. La luz del sol entra por las ventanas y ahora puedo ver bien la habitación. ¡Me han traído flores! No me fijé anoche. Hay varios ramos. Me pregunto de quién serán.
Suena un suave golpe en la puerta que me distrae y se asoma Oleg. Me sonríe al ver que estoy despierta.

—¿Puedo pasar? —pregunta.
—Claro.

Entra y se acerca. Sus amables y cariñosos ojos azules me observan perspicaces. Lleva un traje oscuro;debe de estar trabajando. Me sorprende al agacharse para darme un beso en la frente.

—¿Puedo sentarme?
Asiento y él se sienta en el borde de la cama y me coge la mano.
—No sé cómo darte las gracias por salvar a mi hija, querida chica valiente aunque un poco loca. Lo que hiciste probablemente le salvó la vida. Siempre estaré en deuda contigo. —Su voz tiembla, llena de gratitud y compasión.
Oh… No sé qué decir. Le aprieto la mano, pero no digo nada.
—¿Cómo te encuentras?
—Mejor. Dolorida —digo por ser sincera.
—¿Te han dado medicación para el dolor?
—Sí, parace…no sé qué.
—Bien. ¿Dónde está Yulia?
—No lo sé. Cuando me he despertado ya no estaba.
—No andará lejos, seguro. No quería dejarte mientras estabas inconsciente.
—Lo sé.
—Está un poco enfadada contiga, como es lógico —dice Oleg con una media sonrisa. Ah, de ahí es de donde la ha sacado Yulia…
—Yulia siempre está enfadada conmigo.
—¿Ah, sí? —Oleg sonríe encantado, como si eso fuera algo bueno… Su sonrisa es contagiosa.
—¿Cómo está Irina?
Los ojos se le ensombrecen un poco y su sonrisa desaparece.
—Está mejor. Furiosa. Pero creo que la ira es una reacción sana ante lo que le ha pasado.
—¿Está aquí?
—No, está en casa. No creo que Larissa tenga intención de perderla de vista.
—Sé cómo es eso.
—Tú también necesitas que te vigilen —me riñe—. No quiero que vuelvas a exponer a riesgos innecesarios tu vida o la vida de mi nieto.
Me sonrojo. ¡Lo sabe!
—Larissa ha visto tu historial y me lo dijo. Felicidades.
—Mmm… Gracias.
Me mira y sus ojos se suavizan, aunque frunce el ceño al ver mi expresión.
—Yulia se hará a la idea —me dice—. Esto será muy bueno para ella. Solo… dale un poco de tiempo.
Asiento. Oh… veo que han hablado.
—Será mejor que me vaya. Tengo que ir al juzgado. —Sonríe y se levanta—. Vendré a verte más tarde.Larissa habla muy bien de la doctora Singh y de la doctora Bartley. Saben lo que hacen.
Se inclina y me da otro beso.
—Lo digo en serio, Lena. Nunca podremos pagarte lo que has hecho por nosotros. Gracias.

Le miro parpadeando para apartar las lágrimas, abrumada de repente. Él me acaricia la mejilla con cariño.
Después se gira y se va.
Oh, Dios mío. Me desconcierta su gratitud. Tal vez ahora ya puedo perdonarle lo del acuerdo prematrimonial. Mi subconsciente asiente sabiamente porque está de acuerdo conmigo de nuevo. Niego con la cabeza y salgo de la cama, algo insegura. Me alivia ver que ya me siento más firme que ayer sobre mis pies. A pesar de que Yulia estaba compartiendo mi cama, he dormido bien y me siento renovada. Todavía me duele la cabeza, pero ahora es un dolor sordo y molesto, nada como el latido que notaba ayer. Estoy rígida y dolorida, pero necesito lavarme. Me siento mugrienta. Entro en el baño.

—¡Lena! —grita Yulia.
—Estoy en el baño —le respondo mientras acabo de lavarme los dientes. Ahora me siento mejor. Ignoro mi imagen en el espejo. Maldita sea, estoy hecha un desastre. Cuando abro la puerta, veo a Yulia junto a la cama sosteniendo una bandeja de comida. Está transformada. Va vestida totalmente de negro, se ha
maquillado un poco, se ha duchado y parece haber descansado bien.
—Buenos días, señora Volkova Katina —dice alegremente—. Le traigo su desayuno. —Se le ve juvenil y mucho más feliz.

Uau. Esbozo una amplia sonrisa y vuelvo a la cama. Acerca la bandeja con ruedas y levanta la tapa para enseñarme el desayuno: avena con fruta seca, tortitas con sirope de arce, beicon, zumo de naranja y té Twinings English Breakfast. Se me hace la boca agua. Tengo muchísima hambre. Me tomo el zumo en unos pocos tragos y me lanzo a por la avena. Yulia se sienta en el borde de la cama y me observa. Sonríe.

—¿Qué? —digo con la boca llena.
—Me gusta verte comer —dice, pero yo no creo que esté sonriendo por eso—. ¿Qué tal estás?
—Mejor —murmuro entre bocado y bocado.
—Nunca te había visto comer así.
La miro y se me cae el alma a los pies. Tenemos que hablar de ese pequeño elefante que hay dentro de la habitación.
—Es porque estoy embarazada, Yulia.
Ríe entre dientes y su boca forma una sonrisa irónica.
—De haber sabido que dejarte embarazada te iba a hacer comer, lo hubiera hecho antes.
—¡Yulia Volkova! —exclamo y dejo la avena.
—No dejes de comer —me dice.
—Yulia, tenemos que hablar de esto.
Se queda helada.
—¿Qué hay que decir? Vamos a ser madres. —Se encoge de hombros, desesperada por parecer despreocupada, pero yo lo único que veo es su miedo. Aparto la bandeja y me acerco a ella para cogerle la mano.
—Estás asustada —le susurro—. Lo entiendo.
Me mira impasible con los ojos muy abiertos. Su aire infantil ha desaparecido.
—Yo también. Es normal —continúo.
—¿Qué tipo de madre voy a ser? —Su voz es ronca, apenas audible.
—Oh, Yulia —contengo un sollozo—. Uno que lo hace lo mejor que puede. Eso es todo lo que podemos hacer, como todo el mundo
—Lena… No sé si voy a poder…
—Claro que vas a poder. Eres cariñosa, eres divertida, eres fuerte y sabes poner límites. A nuestro hijo no le va a faltar de nada.
Me mira petrificada, con su delicado rostro lleno de dudas.
—Sí, lo ideal habría sido esperar. Tener más tiempo para estar nosotras dos solas. Pero ahora vamos a ser tres e iremos creciendo todos juntos. Seremos una familia. Nuestra propia familia. Y nuestro hijo te querrá incondicionalmente, como yo. —Se me llenan los ojos de lágrimas.
—Oh, Lena —susurra Yulia con la voz llena de dolor y angustia—. Creí por un momento que te había perdido. Y después volví a creerlo al verte tirada en el suelo, pálida, fría e inconsciente… Mis peores miedos se hicieron realidad. Y ahora estás aquí, valiente y fuerte… dándome esperanza. Queriéndome a pesar de lo que he hecho.
—Sí, te quiero, Yulia, desesperadamente. Siempre te querré.
Ella me coge la cabeza entre las manos con suavidad y me enjuga las lágrimas con los pulgares. Me mira a los ojos, azul ante verdegris, y todo lo que veo en ellos es miedo, asombro y amor.
—Yo también te quiero —dice y me da un beso suave y tierno, como una mujer que adora a su mujer—.Intentaré ser un buena madre —susurra contra mis labios.
—Lo intentarás y lo conseguirás. Y la verdad es que tampoco tienes elección, porque Bip y yo no nos vamos a ninguna parte.
—¿Bip?
—Sí, Bip.
Arquea las cejas.
—Yo en mi mente le llamaba Junior.
—Pues Junior, entonces.
—Pero me gusta «Bip». —Esboza una tímida sonrisa y me da otro beso.


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Mensaje por SandyQueen 8/28/2016, 1:39 am

Ojalá y no pasen más contratiempos xD Me agradó bastante este capítulo. La aceptación de Yulia del bebé y esa manera del como va cambiando y comprendiendo de apoco a Lena <3
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Mensaje por Aleinads 8/28/2016, 12:47 pm

Esperaste casi al ultimo minuto antes de finalizar el día para publicar ¬¬ #QueMaldad y yo con mi agonía... Menos mal que ya no paso nada mas en este capítulo xD
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Mensaje por VIVALENZ28 9/1/2016, 12:13 am

24


Por mucho que me apetezca estar besándote todo el día, el desayuno se te está enfriando —murmura Yulia contra mis labios. Me mira, ahora divertida, pero en sus ojos hay algo más oscuro, sensual.
Madre mía, ha vuelto a cambiar. Mi esposa temperamental…—. Come —me ordena con voz suave.

Trago saliva como reacción a su mirada ardiente y vuelvo a mi posición anterior en la cama, intentando no enredarme con la vía. Ella vuelve a poner la bandeja delante de mí. La avena se ha enfriado, pero las tortitas,que estaban tapadas, están bien, de hecho, mejor que bien: están deliciosas.

—¿Sabes? —murmuro entre bocados—. Bip podría ser una niña.
Yulia se pasa una mano por el pelo.
—Dos mujeres, ¿eh? —La alarma cruza su cara y la mirada oscura desaparece.
Oh, vaya.
—¿Tienes alguna preferencia?
—¿Preferencia?
—Niño o niña.
Frunce el ceño.
—Con que esté sano es suficiente —me dice en voz baja, claramente desconcertada por la pregunta—.Come —repite y veo que está intentando evitar el tema.
—Estoy comiendo, estoy comiendo… No te pongas así, Volkova.

La observo atentamente. Tiene las comisuras de los ojos arrugadas por la preocupación. Ha dicho que lo intentará, pero sé que está aterrorizada con lo del bebé. Oh, Yulia, yo también. Se sienta en el sillón a mi lado y coge el Seattle Times.

—Ha vuelto a salir en los periódicos, señora Volkova Katina —dice con amargura.
—¿Otra vez?
—Estos periodistas han montado todo un espectáculo a partir de la historia, pero por lo menos los hechos son bastante precisos. ¿Quieres leerlo?
Niego con la cabeza.
—Léemelo tú. Estoy comiendo.

Sonríe burlona y me lee el artículo en voz alta. Es una crónica sobre Alexandr y Elizabeth, que los describe como si fueran los modernos Bonnie y Clyde. Habla brevemente del rapto de Irina, de mi implicación en su rescate y del hecho de que Alex y yo estamos en el mismo hospital. ¿Cómo consigue la prensa toda esa información?
Tengo que preguntárselo a Nastya.
Cuando Yulia acaba, le digo:

—Léeme algo más, por favor. Me gusta escucharte.

Ella obedece y me lee un artículo sobre el boom del negocio de los bagel y otro sobre que Boeing ha tenido que cancelar el lanzamiento de un modelo de avión. Yulia frunce el ceño mientras lee, pero al escuchar su relajante voz mientras como, sabiendo que estoy bien, que Irina está segura y que mi pequeño Bip también,
siento una enorme paz a pesar de todo lo que ha pasado en los últimos días.
Entiendo que Yulia esté asustada por lo del bebé, pero no puedo comprender la profundidad de su miedo. Decido que tengo que hablar más de esto con ella. Intentaré tranquilizar su mente. Lo que más me sorprende es que no le han faltado modelos positivos de comportamiento en lo que a padres se refiere. Tanto Larissa como Oleg son padres ejemplares, o eso parecen. Tal vez la interferencia de la bruja le haya hecho demasiado daño. Pero lo cierto es que creo que todo tiene que ver con su madre biológica (aunque estoy segura de que lo de la señora Robinson no ayuda). Mis pensamientos se detienen porque casi recuerdo una conversación susurrada. ¡Maldita sea! Está en el borde de mi memoria; se produjo cuando estaba
inconsciente. Yulia hablaba con Larissa. Pero las palabras se funden entre las sombras de mi mente. Oh, es frustrante.

Me pregunto si Yulia me dirá alguna vez por su propia voluntad la razón por la que fue a verla o tendré que presionarla. Estoy a punto de preguntarle cuando oigo que llaman a la puerta.
El detective Clark entra en la habitación casi disculpándose. Se me cae el alma a los pies al verle, así que hace bien en disculparse de antemano.

—Señora Volkova. Señora Lena. ¿Interrumpo?
—Sí —responde Yulia.
Clark le ignora.
—Me alegro de que esté despierta, señora Lena. Necesito hacerle unas preguntas sobre el jueves por la tarde. Solo rutina. ¿Es este un buen momento?
—Claro —murmuro, aunque no quiero revivir los acontecimientos del jueves.
—Mi esposa debería descansar —dice Yulia molesta.
—Seré breve, señora Volkova. Y además, esto significa que estaré fuera de sus vidas más bien antes que después.

Yulia se levanta y le ofrece el asiento a Clark. Luego viene a sentarse a la cama conmigo, me da la mano y me la aprieta un poco para tranquilizarme.
Media hora después, Clark ha acabado. No me ha dicho nada nuevo y yo simplemente le he contado los acontecimientos del jueves con una voz vacilante pero tranquila. Yulia se ha puesto pálida y ha hecho muecas en algunas partes de mi relato.

—Ojala hubieras apuntado más arriba —murmura Yulia.
—Le habría hecho un favor al sexo femenino, señora Lena —le apoya Clark.
¿Qué?
—Gracias, señora Lena. Es todo por ahora.
—No van a dejarle salir otra vez, ¿verdad?
—No creo que consiga la fianza esta vez, señora.
—¿Podemos saber quién pagó la fianza? —pregunta Yulia.
—No, señora. Es confidencial.

Yulia frunce el ceño, pero creo que tiene sus sospechas. Clark se levanta para irse justo cuando la doctora Singh y dos residentes entran en la habitación.
Después de un exhaustivo examen, la doctora Singh declara que estoy lo bastante bien para irme a casa.
Yulia suspira de alivio.

—Señora Lena, tendrá que estar atenta a cualquier empeoramiento de los dolores de cabeza o la aparición de visión borrosa. Si ocurriera eso, debe volver al hospital inmediatamente.

Asiento intentando contener mi entusiasmo por volver a casa.
Cuando la doctora Singh se va, Yulia le pregunta si tiene un momento para una breve consulta en el pasillo. Deja la puerta entreabierta mientras le hace la pregunta. Ella sonríe.

—Sí, señora Volkova, no hay problema
Ella sonríe y vuelve a la habitación más feliz.
—¿De qué iba eso?
—De sexo —me dice dedicándome una sonrisa maliciosa.
Oh. Me ruborizo.
—¿Y?
—Estás en perfectas condiciones para eso. —Vuelve a sonreír.
¡Oh, Yulia!
—Tengo dolor de cabeza —le digo respondiéndole con otra sonrisa.
—Lo sé. Nos mantendremos al margen por un tiempo, pero quería estar segura.

¿Al margen? Frunzo el ceño ante la punzada momentánea de decepción que siento. No estoy segura de querer que estemos al margen.
La enfermera Nora viene para quitarme el gotero. Atraviesa a Yulia con la mirada. Creo que, de todas las mujeres que he conocido, ella es una de las pocas que es inmune a sus encantos. Le doy las gracias cuando se va con el gotero.

—¿Quieres que te lleve a casa? —me pregunta Yulia.
—Quiero ver a Sergey primero.
—Claro.
—¿Sabe lo del bebé?
—Creí que querrías contárselo tú. Tampoco se lo he contado a tu madre.
—Gracias. —Le sonrío, agradecida de que no me haya estropeado el momento de la revelación.
—Mi madre sí lo sabe —añade—. Vio tu historial. Se lo he dicho a mi padre, pero a nadie más. Mi madre dice que las parejas suelen esperar doce semanas más o menos… para estar seguros. —Se encoge de hombros.
—No sé si estoy lista para decírselo a Sergey.
—Tengo que avisarte: está enfadadísimo. Me dijo que debía darte unos azotes.
¿Qué? Yulia ríe ante mi expresión asombrada.
—Le dije que estaría encantada de hacerlo.
—¡No! —digo con horror, aunque un eco de esa conversación en susurros vuelve lejanamente a mi memoria. Sí, Sergey estuvo aquí mientras yo estaba inconsciente…
Me guiña un ojo.
—Igor te ha traído ropa limpia. Te ayudaré a vestirte.

Como me ha dicho Yulia, Sergey está furioso. Creo que no le he visto nunca así de enfadado. Yulia ha decidido, sabiamente, dejarnos solos. Aunque normalmente es un hombre taciturno, hoy Sergey llena la habitación del hospital con su discurso, regañándome por mi conducta irresponsable. Vuelvo a tener doce años.
Oh, papá, por favor, cálmate. Tu tensión no está para estas cosas…

—Y he tenido que vérmelas con tu madre —gruñe agitando ambas manos, irritado.
—Papá, lo siento.
—¡Y la pobre Yulia! Nunca la había visto así. Ha envejecido. Los dos hemos envejecido unos cuantos años en los últimos dos días.
—Sergey, lo siento.
—Tu madre está esperando que la llames —dice en un tono más moderado.
Le doy un beso en la mejilla y por fin abandona su diatriba.
—La llamaré. De verdad que lo siento. Pero gracias por enseñarme a disparar.
Durante un momento me mira con un orgullo paterno que no puede ocultar.
—Me alegro de que sepas disparar al blanco —dice con voz áspera—. Vete a casa y descansa.
—Te veo bien, papá. —Intento cambiar de tema.
—Tú estás pálida. —De repente su miedo es evidente. Su mirada es igual que la de Yulia anoche. Le cojo la mano.
—Estoy bien. Y prometo no volver a hacer nada parecido nunca más.
Me aprieta la mano y me atrae hacia él para darme un abrazo.
—Si te pasara algo… —susurra con la voz baja y ronca. Se le llenan los ojos de lágrimas. No estoy acostumbrada a las demostraciones de emoción por parte de mi padre.
—Papá, estoy bien. Nada que no pueda curar una ducha caliente.

Salimos por la puerta de atrás del hospital para evitar a los paparazzi que están en la entrada. Igor nos lleva hasta el todoterreno que nos espera.
Yulia está muy callada mientras Sawyer nos lleva a casa. Yo evito la mirada de Sawyer por el retrovisor,avergonzada porque la última vez que lo vi fue cuando le di esquinazo en el banco. Llamo a mi madre, que llora y llora. Necesito casi todo el viaje hasta casa para calmarla, pero al fin lo consigo prometiéndole que iré
a verla pronto. Durante toda la conversación con ella Yulia me coge de la mano y me acaricia los nudillos con el pulgar. Está nerviosa… Ha sucedido algo.

—¿Qué ocurre? —le pregunto cuando consigo librarme de mi madre.
—Welch quiere verme.
—¿Welch? ¿Por qué?
—Ha encontrado algo sobre ese cabrón de Popov. —Los labios de Yulia se crispan y un destello de miedo cruza su cara—. No ha querido decírmelo por teléfono.
—Oh.
—Va a venir esta tarde desde Detroit.
—¿Crees que ha encontrado una conexión?
Yulia asiente.
—¿Qué crees que es?
—No tengo ni idea. —Arruga la frente, perplejo.
Igor entra en el garaje del Escala y se detiene junto al ascensor para que salgamos antes de ir a aparcar.
En el garaje podemos evitar la atención de los fotógrafos que hay afuera. Yulia me ayuda a salir del coche y, manteniéndome un brazo alrededor de la cintura, me lleva hasta el ascensor que espera.
—¿Contenta de volver a casa? —me pregunta.
—Sí —susurro. Pero cuando me veo de pie en el ambiente familiar del ascensor, la enormidad de todo por lo que he pasado cae con todo su peso sobre mí y empiezo a temblar.
—Vamos… —Yulia me envuelve con sus brazos y me atrae hacia ella—. Estás en casa. Estás a salvo —me dice dándome un beso en el pelo.
—Oh, Yulia. —Un dique que ni siquiera sabía que estaba ahí estalla y empiezo a sollozar.
—Shh —me susurra Yulia, acunando mi cabeza contra su pecho.

Pero ya es demasiado tarde. Sollozo contra su camiseta, abrumada, recordando el malvado ataque de Alex
(«¡Esto es por lo de Seattle Independent Publishing, zorra!»), el momento en que me vi obligada a decirle a Yulia que le dejaba («¿Vas a dejarme?»), y el miedo, el terror que me atenazaba las entrañas por Irina, por mí y por mi pequeño Bip.
Cuando las puertas del ascensor se abren, Yulia me coge en brazos como a una niña y me lleva hasta el vestíbulo. Le rodeo el cuello con los brazos y me pego a ella gimiendo muy bajo.
Me lleva hasta nuestro baño y me deja con cuidado en la silla.

—¿Un baño? —me pregunta.
Niego con la cabeza. No… No… No como Leila.
—¿Y una ducha? —Tiene la voz ahogada por la preocupación.

Asiento entre lágrimas. Quiero quitarme todo lo malo de los últimos días, que se vayan con el agua los recuerdos del ataque de Alex. «Zorra cazafortunas.» Sollozo cubriéndome la cara con las manos mientras el sonido del agua que sale de la ducha resuena contra las paredes.

—Vamos… —me arrulla Yulia con voz suave. Se arrodilla delante de mí, me aparta las manos de las mejillas llenas de lágrimas y me rodea la cara con las suyas. La miro y parpadeo para apartar las lágrimas.
—Estás a salvo. Los dos están a salvo —susurra.
Bip y yo. Los ojos se me llenan de lágrimas otra vez.
—Basta ya. No puedo soportar verte llorar. —Tiene la voz ronca. Me limpia las mejillas con los pulgares,pero las lágrimas siguen cayendo.
—Lo siento, Yulia. Lo siento mucho por todo. Por preocuparte, por arriesgarlo todo… Por las cosas que dije.
—Shh, nena, por favor. —Me da un beso en la frente—. Yo soy quien lo siente. Hacen falta dos para discutir, Lena. —Me dedica una media sonrisa—. Bueno, eso es lo que siempre dice mi madre. Dije e hice cosas de las que no estoy orgullosa. —Sus ojos azules se ven sombríos pero arrepentidos—. Vamos a quitarte la ropa —dice con voz suave. Me limpio la nariz con el dorso de la mano y ella me da otro beso en la frente.

Me desnuda con eficiencia, teniendo especial cuidado al quitarme la camiseta por la cabeza. Aunque la cabeza no me duele mucho. Me ayuda a entrar en la ducha y se quita la ropa en un tiempo récord antes de meterse bajo la agradable agua caliente conmigo. Me atrae hacia sus brazos y me abraza durante mucho rato mientras el agua cae sobre nosotras, relajándonos.
Deja que llore contra su pecho. De vez en cuando me besa el pelo, pero no me suelta y me acuna suavemente bajo el agua caliente. Siento su piel contra la mía, su pecho contra mi mejilla… Es la mujer que tanto quiero, la mujer guapísima que duda de sí misma y que ha estado a punto de perder por mi imprudencia. Siento dolor y vacío al pensarlo, pero estoy agradecida de que siga aquí, todavía aquí a pesar
de todo lo que ha pasado.
Todavía tiene que darme algunas explicaciones, pero ahora quiero disfrutar de esos brazos reconfortantes y protectores con los que me rodea. Y en ese momento tomo conciencia de una cosa: cualquier explicación tiene que salir de ella. No puedo presionarla; tiene que querer decírmelo. No quiero ser la esposa pesada que
está siempre intentando sacarle información a su esposa. Es agotador. Sé que me quiere. Sé que me quiere más de lo que ha querido nunca a nadie, y por ahora eso es suficiente. Saberlo es liberador. Dejo de llorar y me aparto un poco.

—¿Mejor? —me pregunta.
Asiento.
—Bien. Déjame verte —me dice, y durante un instante no sé a qué se refiere, pero veo que me coge la mano y me examina el brazo sobre el que caí cuando Alex me golpeó. Tengo hematomas en el hombro y arañazos en el codo y la muñeca. Me da un beso en todos ellos. Coge una esponja y el gel de la estantería y de repente el dulce olor familiar del jazmín me llena la nariz.
—Vuélvete.
Muy lentamente me va lavando el brazo herido, después el cuello, los hombros, la espalda y el otro brazo.
Me gira hacia un lado y me recorre con sus dedos largos el costado. Hago una mueca de dolor cuando pasan sobre el gran hematoma que tengo en la cadera. Los ojos de Yulia se endurecen y frunce los labios. Su ira es palpable y suelta el aire con los dientes apretados.
—No me duele —digo para tranquilizarla.
Sus ardientes ojos azules se encuentran con los míos.
—Quiero matarle. Y casi lo hago —susurra críptica. Frunzo el ceño y me estremezco ante su expresión lúgubre. Echa más gel en la esponja y con una suavidad tierna y casi dolorosa me va lavando el costado, el culo y después se arrodilla para bajar por las piernas. Se detiene para examinarme la rodilla y me roza el hematoma con los labios antes de seguir lavándome las piernas y los pies. Extiendo la mano y le acaricio la cabeza, pasándole los dedos entre el pelo húmedo. Se pone de pie y recorre con los dedos el borde del hematoma de las costillas, donde Popov me dio la patada—. Oh, nena —gruñe con la voz llena de angustia y
los ojos oscuros por la furia.
—Estoy bien. —Acerco su cara a la mía y la beso en los labios. Duda a la hora de responderme, pero cuando mi lengua se encuentra con la suya, su cuerpo se revuelve contra el mío.
—No —susurra contra mis labios y se aparta—. Voy a lavarte para que quedes limpia.
Su expresión es seria. Maldita sea… Lo dice en serio. Hago un mohín y el ambiente entre nosotras se relaja un instante. Me sonríe y me da un beso breve.
—Limpia —repite—. No sucia.
—Me gusta más sucia.
—A mí también, señora Volkova Katina. Pero ahora no, aquí no. —Coge el champú y antes de que pueda persuadirla de otra cosa, empieza a lavarme el pelo.

También me gusta estar limpia, la verdad. Me siento fresca y revitalizada y no sé si es por la ducha, por el llanto o por la decisión de dejar de agobiar a Yulia. Ella me envuelve en una toalla grande y se rodea la cadera con otra mientras yo me seco el pelo con cuidado. Me duele la cabeza, pero es un dolor sordo y persistente que se puede soportar. La doctora Singh me ha dado más analgésicos, pero me ha dicho que no me los tome a no ser que sea absolutamente necesario.
Mientras me seco el pelo, pienso en Elizabeth.

—Sigo sin entender por qué Elizabeth estaba involucrada con Alex.
—Yo sí —murmura Yulia con mal humor.
Eso es nuevo para mí. La miro con el ceño fruncido, pero me distrae. Se está secando el pelo con una toalla y tiene el pecho y los hombros todavía húmedos con gotas de agua que brillan bajo los halógenos. Para un momento y me sonríe.
—¿Disfrutando de la vista?
—¿Cómo lo sabes? —le pregunto intentando ignorar que me ha pillado mirándola fijamente.
—¿Que te gusta la vista? —bromea.
—No —digo con el ceño fruncido—. Lo de Elizabeth.
—El detective Clark lo dejó caer.
La miro con una expresión que dice «cuéntamelo». Vuelve a la superficie otro molesto recuerdo de cuando estaba inconsciente. Clark estuvo en mi habitación. Ojalá me acordara de lo que dijo.
—Popov tenía vídeos. Vídeos de todas, en varias memorias USB.
¿Qué? Frunzo tanto el ceño que empieza a tirarme la piel de la frente.
—Vídeos de él follando con ella y con todas sus ayudantes.
¡Oh!
—Exacto. Las chantajeaba con ese material. Y le gusta el sexo duro. —Yulia frunce el ceño y veo que por su cara cruza la confusión y después el asco. Palidece cuando ese asco se convierte en odio por sí misma.
Claro… A Yulia también le gusta el sexo duro.
—No. —La palabra sale de mi boca antes de que pueda detenerla.
Su ceño se hace más profundo.
—¿No qué? —Se queda parada y me mira con aprensión.
—Tú no te pareces en nada a él.
Los ojos de Yulia se endurecen pero no dice nada, lo que me confirma que eso era exactamente lo que estaba pensando.
—No eres como él —digo con voz firme.
—Estamos cortados por el mismo patrón.
—No, no es cierto —respondo, aunque entiendo por qué lo piensa.

Recuerdo la información que Yulia nos contó cuando íbamos a Aspen en el avión: «Su padre murió en una pelea en un bar. Su madre se ahogó en alcohol para olvidar. De pequeña no hizo más que entrar y salir de casas de acogida… Y meterse en problemas. Sobre todo robos de coches. Pasó un tiempo en un centro de menores».

—Los dos tienen un pasado problemático y los dos nacieron en Detroit, eso es todo, Yulia. —Cierro las manos para convertirlas en puños y las apoyo en las caderas.
—Lena, tu fe en mí es conmovedora teniendo en cuenta lo que ha pasado en los últimos días. Sabremos más cuando venga Welch —dice para zanjar el tema.
—Yulia…
Me detiene con un beso.
—Basta —me dice, y yo recuerdo que acabo de prometerme a mí misma que no la iba a presionar para que me dé información—. Y no me hagas un mohín —añade—. Vamos. Deja que te seque el pelo.
Y sé que con eso el tema está zanjado.
Después de vestirme con pantalones de chándal y una camiseta, me siento entre las piernas de Yulia mientras me seca el pelo.
—¿Te dijo Clark algo más mientras yo estaba inconsciente?
—No que yo recuerde.
—Oí alguna de tus conversaciones.
Deja de cepillarme el pelo.
—¿Ah, sí? —me pregunta en un tono despreocupada.
—Sí, con mi padre, con tu padre, con el detective Clark… Y con tu madre.
—¿Y con Nastya?
—¿Nastya estuvo allí?
—Sí, brevemente. Está furiosa contigo.
Me giro en su regazo.
—Deja ya ese rollo de «todo el mundo está enfadado contigo, Lena», ¿vale?
—Solo te digo la verdad —responde Yulia, divertida por mi arrebato.
—Sí, fue algo imprudente, pero ya lo sabes, tu hermana estaba en peligro.
Su expresión se vuelve seria.
—Sí, cierto. —Apaga el secador y lo deja en la cama a su lado. Me coge la barbilla—. Gracias —me dice sorprendiéndome—. Pero ni una sola imprudencia más. La próxima vez te azotaré hasta que ya no lo puedas soportar más.
Doy un respingo.
—¡No te atreverás!
—Sí me atreveré. —Está seria. Madre mía. Muy seria—. Y tengo el permiso de tu padrastro. —Sonríe burlona. Está bromeando. ¿O no? Me lanzo contra ella y ella se gira, así que ambas caemos sobre la cama, yo entre sus brazos. Cuando aterrizamos siento el dolor de las costillas y hago una mueca.
Yulia se queda pálida.
—¡Haz el favor de comportarte! —me reprende y veo que por un momento está enfadada.
—Lo siento —murmuro acariciándole la mejilla.
Me acaricia la mano con la nariz y le da un beso suave.
—Lena, es que nunca te preocupas por tu propia seguridad. —Me levanta un poco el dobladillo de la camiseta y coloca los dedos sobre mi vientre. Yo dejo de respirar—. Y ahora ya no se trata solo de ti —susurra, y recorre con las yemas de los dedos la cintura de los pantalones del chándal, acariciándome la piel.
El deseo explota en mi sangre, inesperado, caliente y fuerte. Doy un respingo y Yulia se pone tensa,detiene el movimiento de sus dedos y me mira. Sube la mano y me coloca un mechón de pelo tras la oreja.
—No —susurra.
¿Qué?
—No me mires así. He visto los hematomas. Y la respuesta es no. —Su voz es firme y me da un beso en la frente.
Me retuerzo.
—Yulia —gimoteo.
—No. A la cama —me ordena y se sienta.
—¿A la cama?
—Necesitas descansar.
—Te necesito a ti.
Cierra los ojos y niega con la cabeza, como si le estuviera costando un gran esfuerzo. Cuando vuelve a abrirlos, los ojos le brillan por la resolución.
—Haz lo que te he dicho, Lena.
Estoy tentada de quitarme la ropa, pero recuerdo los hematomas y sé que así no conseguiré convencerla.
Asiento a regañadientes.
—Vale —concedo, pero hago un mohín deliberadamente exagerado.
Ella sonríe divertida.
—Te traeré algo de comer.
—¿Vas a cocinar tú? —No me lo puedo creer.
Se ríe.
—Voy a calentar algo. La señora Jones ha estado ocupada.
—Yulia, yo lo haré. Estoy bien. Si tengo ganas de sexo, seguro que puedo cocinar… —Me siento con dificultad, intentando ocultar el dolor que me provocan las costillas.
—¡A la cama! —Los ojos de Yulia centellean y señala la almohada.
—Ven conmigo —susurro deseando llevar algo más seductor que pantalones de chándal y una camiseta.
—Lena, métete en la cama. Ahora.
La miro con el ceño fruncido, me levanto y dejo caer al suelo los pantalones de una forma muy poco ceremoniosa, sin dejar de mirarla todo el tiempo. Sus labios se curvan divertidos mientras aparta la colcha.
—Ya has oído a la doctora Singh. Ha dicho que descanses. —Su voz es más suave. Me meto en la cama y cruzo los brazos, frustrada—. Quédate ahí —dice. Está disfrutando de esto, es evidente.
Yo frunzo el ceño aún más.
El estofado de pollo de la señora Jones es, sin duda, uno de mis platos favoritos. Yulia come conmigo,sentada con las piernas cruzadas en medio de la cama.
—Lo has calentado muy bien —le digo con una sonrisa burlona y ella me la devuelve. Estoy llena y me está entrando sueño. ¿Sería ese su plan?
—Pareces cansada. —Me recoge la bandeja.
—Lo estoy.
—Bien. Duerme. —Me da un beso—. Tengo que hacer unas cosas de trabajo. Las haré aquí, si no te importa.

Asiento mientras libro una batalla perdida contra mis párpados. No tenía ni idea de que el estofado de pollo podía ser tan agotador.
Está oscureciendo cuando me despierto. Una luz rosa pálido inunda la habitación. Yulia está sentada en el sillón mirándome, con los ojos azules iluminados por la luz. Tiene unos papeles en la mano y la cara cenicienta.
¡Oh, Dios mío!

—¿Qué ocurre? —le pregunto sentándome bruscamente e ignorando la protesta de mis costillas.
—Welch acaba de irse.
Oh, mierda…
—¿Y?
—Yo viví con ese cabrón —susurra.
—¿Que viviste? ¿Con Alex?
Asiente con los ojos como platos.
—¿Estáis emparentados?
—No, Dios mío, no.

Me giro, aparto la colcha y la invito a venir a la cama a mi lado. Para mi sorpresa, no lo duda un segundo.
Se quita los zapatos y se mete en la cama junto a mí. Rodeándome con un brazo se acurruca y apoya la cabeza en mi regazo. Estoy asombrada. ¿Qué es esto?

—No lo entiendo —murmuro acariciándole el pelo y mirándole. Yulia cierra los ojos y arruga la frente,como si se esforzara por recordar.
—Después de que me encontraran con la puta adicta al crack y antes de irme a vivir con Oleg y Larissa,estuve un tiempo bajo la custodia del estado de Michigan. Viví en una casa de acogida. Pero no recuerdo nada de entonces.
La mente me va a mil por hora. ¿Una casa de acogida? Eso es nuevo para las dos.
—¿Cuánto tiempo? —le susurro.
—Dos meses o así. Yo no recuerdo nada.
—¿Has hablado con tu madre y con tu padre de ello?
—No.
—Tal vez deberías. Quizá ellos podrían ayudarte con esas lagunas.
Me abraza con fuerza.
—Mira. —Me pasa los papeles que tiene en la mano, que resultan ser dos fotografías. Estiro el brazo y enciendo la lamparilla para poder examinarlas con detalle. La primera es de una casa bastante antigua con una puerta principal amarilla y una gran ventana con un tejado a dos aguas. Tiene un porche y un pequeño patio delantero. Es una casa sin nada especial.

La segunda foto es de una familia, a primera vista una familia normal de clase media: un hombre con su esposa, diría yo, y sus hijos. Los dos adultos llevan unas vulgares camisetas azules que han soportado mucho lavados. Deben de tener unos cuarenta y tantos. La mujer tiene el pelo rubio recogido y el hombre lleva el pelo cortado a cepillo muy corto. Los dos sonríen cálidamente a la cámara. El hombre rodea con el brazo los hombros de una niña adolescente con expresión hosca. Observo a los niños: dos chicos, gemelos idénticos, de unos doce años, ambos con el pelo rubio y sonriendo ampliamente a la cámara. Hay otro niño más joven con
el pelo rubio rojizo, que frunce el ceño. Y detrás de él, una niña pequeña con el pelo rubio y los ojos azules muy abiertos, asustada, vestida con ropa desigual y agarrando una mantita de niña sucia.
Joder.

—Eres tú —susurro y noto el corazón en la garganta. Sé que Yulia tenía cuatro años cuando murió su madre. Pero esa niña parece más pequeña. Debió de sufrir una malnutrición grave. Reprimo un sollozo y noto que se me llenan los ojos de lágrimas. Oh, mi dulce Cincuenta…
Yulia asiente.
—Sí, soy yo.
—¿Welch te ha traído estas fotos?
—Sí. Yo no me acuerdo de nada de eso. —Su voz suena átona y sin vida.
—¿Que no recuerdas haber estado con unos padres de acogida? ¿Y por qué ibas a recordarlo? Yulia,fue hace mucho tiempo. ¿Eso es lo que te preocupa?
—Recuerdo otras cosas, de antes y de después. Cuando conocí a mi madre y a mi padre. Pero eso… Es como si hubiera un gran vacío.
Se me encoge el corazón cuando lo comprendo. Mi querida obsesa del control necesita que todo esté en su lugar y ahora acaba de darse cuenta de que le falta una pieza del puzle.
—¿Alex está en esta foto?
—Sí, es el niño mayor.

Yulia tiene los ojos cerrados con fuerza y se agarra a mí como si fuera un salvavidas. Le paso los dedos por el pelo mientras estudio al niño más grande, que mira a la cámara desafiante y arrogante. Sí, es Alex, le reconozco. Pero solo es un niño, un niño triste de ocho o nueve años que intenta ocultar su miedo detrás de
esa hostilidad. Algo vuelve a mi mente.

—Cuando Alex me llamó para decirme que tenía a Irina, me dijo que si las cosas hubieran sido diferentes podría haber sido él.
Yulia cierra otra vez los ojos y se estremece.
—¡Ese cabrón!
—¿Crees que ha hecho todo esto porque los Volkov te adoptaron a ti en vez de a él?
—¿Quién sabe? —El tono de Yulia es amargo—. Ese hombre me importa una mierda.
—Tal vez sabía que tú y yo salíamos cuando fui a hacer la entrevista de trabajo. Quizá planeó seducirme desde el principio.
Noto que la bilis se me sube a la garganta.
—No lo creo —susurra Yulia ya con los ojos abiertos—. Las búsquedas que hizo sobre mi familia no empezaron hasta más o menos una semana después de que empezaras a trabajar en Seattle Independent Publishing. Barney sabe las fechas exactas. Y, Lena, se tiró a todas sus ayudantes. Y lo grabó. —Yulia cierra los ojos y me abraza más fuerte otra vez.

Reprimiendo el escalofrío que me recorre, intento recordar las conversaciones que tuve con Popov cuando empecé en Seattle Independent Publishing. Desde el principio supe que ese hombre no era trigo limpio, pero ignoré mis instintos. Yulia tiene razón; no tengo ninguna consideración por mi propia seguridad.
Recuerdo la pelea que tuvimos cuando le dije que me iba a Nueva York con Alex. Madre mía… Podría haber acabado en alguna sórdida cinta de contenido sexual. Solo pensarlo me dan náuseas. Y en ese momento recuerdo las fotos que Yulia guardaba de sus sumisas.
Oh, mierda. «Estamos cortados por el mismo patrón.» No, Yulia, tú no, no te pareces en nada a él.
Sigue enroscado a mi lado como una niña.

—Yulia, creo que deberías hablar con tu madre y con tu padre. —No quiero moverle, así que me muevo yo y me voy metiendo más en la cama hasta que mis ojos quedan a la altura de los suyos.
Una mirada azul perpleja se encuentra con la mía y me recuerda a la niña de la foto.
—Deja que les llame —susurro. Ella niega con la cabeza—. Por favor —le suplico.
Yulia me mira con los ojos llenos de dolor y de dudas mientras reflexiona sobre lo que le digo. ¡Oh,Yulia, por favor!
—Yo les llamaré —dice al fin.
—Bien. Podemos ir a verles juntas o puedes ir tú sola, como prefieras.
—No, que vengan aquí.
—¿Por qué?
—No quiero que tú vayas a ninguna parte.
—Yulia, creo que podré soportar un viaje en coche.
—No. —Su voz es firme, pero me dedica una sonrisa irónica—. De todas formas es sábado por la noche;seguro que están en alguna función.
—Llámales. Estas noticias te han alterado. Tal vez ellos puedan arrojar algo de luz sobre el tema. —Miro el reloj despertador. Son casi las siete de la tarde. Me observa impasible durante un momento.
—Vale —dice como si acabara de proponerle un desafío. Se sienta y coge el teléfono que hay en la mesita.
Le rodeo con un brazo y apoyo la cabeza en su pecho mientras hace la llamada.
—¿Papá? —Noto su sorpresa cuando Oleg coge el teléfono—. Lena está bien. Estamos en casa. Welch acaba de irse. Ha encontrado la conexión… Es la casa de acogida en Detroit… Yo no me acuerdo de nada de eso. —La voz de Yulia es apenas audible cuando dice esa última frase. Se me vuelve a encoger el corazón. La abrazo y ella me aprieta un poco el hombro.
—Sí… ¿Lo harían?… Genial. —Cuelga—. Vienen para acá. —Suena sorprendida y me doy cuenta de que probablemente nunca antes ha pedido ayuda.
—Bien. Debería vestirme.
El brazo de Yulia se aprieta a mi alrededor.
—No te vayas.
—Vale.
Me acurruco a su lado otra vez, sorprendida por el hecho de que acaba de contarme muchas cosas sobre ella… Y de una forma completamente voluntaria.
Estamos de pie en el umbral del salón. Larissa me abraza con cuidado.
—Lena, Lena, querida Lena —susurra—. Has salvado a dos de mis hijos. ¿Cómo voy a poder darte las gracias?
Me ruborizo, conmovida y avergonzada por igual por sus palabras. Oleg me abraza también y me da un beso en la frente.
Después me abraza Irina, aplastándome las costillas. Hago un gesto de dolor y doy un respingo, pero ella no se da cuenta.
—Gracias por salvarme de esos dos desgraciados.
Yulia la mira frunciendo el ceño.
—¡Irina! ¡Cuidado! Le duele…
—¡Oh! Lo siento.
—Estoy bien —murmuro, aliviada de que me haya soltado.

Parece estar bien. Va impecablemente vestida con unos vaqueros negros ajustados y una blusa de volantes rosa pálido. Me alegro de llevar un cómodo vestido atado a la cintura y unos zapatos planos. Al menos estoy razonablemente presentable.
Corre hasta Yulia y la rodea la cintura con los brazos.
Sin decir nada, Yulia le pasa la foto a Larissa. Ella da un respingo y se lleva la mano a la boca para contener la emoción porque reconoce instantáneamente a Yulia. Oleg le rodea los hombros con el brazo mientras él también mira la foto.

—Oh, cariño… —Larissa le acaricia la mejilla a Yulia.
Aparece Igor.
—¿Señora Volkova? Su hermano, la señorita Isaeva y el hermano de la señorita Isaeva están subiendo,señora.
Yulia frunce el ceño.
—Gracias, Igor—murmura desconcertada.
—Yo llamé a Dimitri y le dije que veníamos. —Irina sonríe—. Es una fiesta de bienvenida.
Miro compasiva a mi pobre esposa mientras Larissa y Oleg le lanzan una mirada a Irina, irritados.
—Será mejor que preparemos algo de comer —declaro—. Irina, ¿me ayudas?
—Oh, claro, encantada.
La llevo hacia la zona de la cocina y Yulia se lleva a sus padres al estudio.
A Nastya está a punto de darle una apoplejía por culpa de su justa indignación. Su furia está dirigida en parte a mí y a Yulia, pero sobre todo a Alex y Elizabeth.
—Pero ¿en qué estabas pensando, Lena? —me grita cuando se enfrenta a mí en la cocina, lo que provoca que todos los ojos se giren hacia nosotras y se nos queden mirando.
—Nastya, por favor. ¡Ya me ha echado todo el mundo el mismo sermón! —replico. Ella me mira fijamente y por un momento creo que me va a someter a la charla de cómo no sucumbir a las demandas de los secuestradores de Anastasya Isaeva, pero solo se cruza de brazos.
—Dios mío… A veces no utilizas ese cerebro con el que naciste, Katina —me susurra. Me da un beso en la mejilla y veo que tiene los ojos llenos de lágrimas. ¡Oh, Nastya!—. He estado tan preocupada por ti.
—No llores o empezaré yo también.
Ella se aparta y se enjuga las lágrimas, avergonzada. Después respira hondo y recupera la compostura.
—Hablando de algo más positivo, ya hemos decidido una fecha para nuestra boda. Hemos pensado en el próximo mayo. Y claro, quiero que seas mi dama de honor.
—Oh… Nastya… Uau. ¡Felicidades!
Vaya… Pequeño Bip… ¡Junior!
—¿Qué pasa? —pregunta malinterpretando mi gesto de alarma.
—Mmm… Es solo que me alegro tanto por ti… Buenas noticias para variar. —La rodeo con los brazos y la atraigo hacia mí para abrazarla. Mierda, mierda, mierda. ¿Cuándo llegará Bip? Calculo mentalmente cuándo debería salir de cuentas. La doctora Greene me ha dicho que en cuatro o cinco semanas, así que…
¿algún día de mayo? Mierda.
Dimitri me pasa una copa de champán.
Oh, mierda.
Yulia sale del estudio con la cara cenicienta y sigue a sus padres hasta el salón. Abre mucho los ojos cuando ve la copa en mi mano.
—Nastya —la saluda fríamente.
—Yulia. —Ella es igual de fría. Suspiro.
—Señora Volkova Katina, está tomando medicamentos —dice mirando la copa que tengo en la mano.
Entorno los ojos. Maldita sea. Quiero una copa. Larissa sonríe y viene a la cocina conmigo, cogiendo una copa de manos de Dimitri al pasar.
—Un sorbito no le va a hacer daño —susurra guiñándome el ojo con complicidad y levantando la copa para brindar conmigo. Yulia nos mira a las dos con el ceño fruncido hasta que Dimitri le distrae con las últimas noticias sobre el partido entre los Mariners y los Rangers.
Oleg se une a nosotras y nos rodea con el brazo a ambas. Larissa le da un beso en la mejilla antes de ir a sentarse con Irina en el sofá.
—¿Qué tal está? —le pregunto a Oleg en un susurro cuando él y yo nos quedamos solos de pie en la cocina, observando a la familia acomodarse en los sofás. Advierto con sorpresa que Irina y Andrey están cogidos de la mano.
—Impresionado —contesta Oleg, arrugando la frente y con cara seria—. Recuerda tantas cosas de su vida con su madre biológica… Ojalá no recordara tantas. Pero eso… —Se detiene—. Espero que hayamos podido ayudarla. Me alegro de que nos llamara. Ha dicho que ha sido sugerencia tuya. —La mirada de Oleg se suaviza. Me encojo de hombros y tomo un breve sorbo de champán—. Eres muy buena para ella.Normalmente no escucha a nadie.

Frunzo el ceño. No creo que eso sea cierto. El espectro de la bruja aparece inoportunamente y su sombra es alargada en mi mente. Y sé que Yulia habla con Larissa, también. La he oído. Vuelvo a sentir frustración al intentar recordar su conversación en el hospital, que sigue escapándose entre mis dedos cuando intento
agarrarla.

—Vamos a sentarnos, Lena. Pareces cansada. Estoy seguro de que no esperabas que apareciéramos todos aquí esta noche.
—Me alegro de verlos a todos. —Sonrío. Es cierto, me alegro. Soy una hija única que se ha casado con una familia grande y gregaria, y eso me encanta. Me acurruco al lado de Yulia.
—Un sorbo —me dice entre dientes, y me quita la copa de la mano.
—Sí, señora. —Aleteo las pestañas y eso la desarma completamente. Me rodea los hombros con el brazo y vuelve a su conversación sobre béisbol con Dimitri y Andrey.

—Mis padres creen que eres milagrosa —me dice Yulia mientras se quita la camiseta.
Estoy hecha un ovillo en la cama, disfrutando del espectáculo.
—Por lo menos tú sabes que no es verdad. —Río entre dientes.
—Oh, yo no sé nada. —Se quita los vaqueros.
—¿Han podido ayudarte a rellenar las lagunas?
—Algunas. Viví con los Collier durante dos meses mientras mi madre y mi padre esperaban el papeleo. Ya les habían aprobado para la adopción gracias a Dimitri, pero la ley obliga a esperar para asegurarse de que no hay ningún pariente vivo que quiera reclamar la custodia.
—¿Y cómo te hace sentir eso? —le susurro.
Frunce el ceño.
—¿No tener parientes vivos? Me importa una mierda. Si se parecían a la puta adicta al crack… —Niega con la cabeza con asco.
¡Oh, Yulia! Eras una niña y querías a tu madre.
Se pone la pijama, se mete en la cama y me atrae hacia sus brazos.
—Empiezo a recordar. Recuerdo la comida. La señora Collier cocinaba bien. Y al menos ahora sabemos por qué ese cabrón estaba tan obsesionado con mi familia. —Se pasa la mano libre por el pelo—. ¡Joder! —exclama y se gira de repente para mirarme.
—¿Qué?
—¡Ahora tiene sentido! —Tiene la mirada llena de comprensión.
—¿Qué?
—Pajarilla. La señora Collier solía llamarme «pajarilla».
Frunzo el ceño.
—¿Y eso tiene sentido?
—La nota —me dice mirándome—. La nota de rescate que tenía ese cabrón de Popov. Decía algo así como: «¿Sabes quién soy? Porque yo sé quién eres, pajarilla».
Para mí no tiene ningún sentido.
—Es de un libro infantil. Dios mío. Los Collier lo tenían. Se llamaba… ¿Eres tú mi mamá? Mierda. —Abre mucho los ojos—. Me encantaba ese libro.
Oh. Conozco ese libro. Se me encoje el corazón. ¡Cincuenta!
—La señora Collier me lo leía.
No sé qué decir.
—Dios mío. Lo sabía… Ese cabrón lo sabía.
—¿Se lo vas a decir a la policía?
—Sí, se lo diré. Aunque solo Dios sabe lo que va a hacer Clark con esa información. —Yulia sacude la cabeza como si intentara aclarar sus pensamientos—. De todas formas, gracias por lo de esta noche.
Uau, cambio de marcha.
—¿Por qué?
—Por reunir a mi familia en un abrir y cerrar de ojos.
—No me des las gracias a mí, dáselas a Irina. Y a la señora Jones, por tener siempre llena la despensa.
Niega con la cabeza como si estuviera irritada. ¿Conmigo? ¿Por qué?
—¿Qué tal se siente, señora Volkova Katina?
—Bien. ¿Y tú?
—Estoy bien. —Frunce el ceño porque no comprende mi preocupación.
Oh, en ese caso… Le rozo el estómago con los dedos y sigo por el ombligo.
Ríe y me agarra la mano.
—Oh, no. Ni se te ocurra.
Hago un mohín y ella suspira.
—Lena, Lena, Lena, ¿qué voy a hacer contigo? —Me da un beso en el pelo.
—A mí se me ocurren unas cuantas cosas.
Me retuerzo a su lado y hago una mueca cuando el dolor de mis costillas se expande por todo mi torso.
—Nena, has pasado por muchas cosas. Además, te voy a contar un cuento para dormir.
¿Ah, sí?
—Querías saberlo… —Deja la frase sin terminar, cierra los ojos y traga saliva.
Se me pone de punta todo el vello del cuerpo. Mierda.
Empieza a contar con voz suave.
—Imagínate esto. Una chica adolescente que quiere ganarse un dinerillo para poder continuar con una afición secreta: la bebida. —Se gira hacia un lado para que quedemos la una frente a la otra y me mira a los ojos—. Estaba en el patio de los Lincoln, limpiando los escombros y la basura tras la ampliación que el señor
Lincoln acababa de hacerle a su casa…

Oh, madre mía… Me lo va a contar.



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Mensaje por SandyQueen 9/1/2016, 2:49 am

Por dios!! Por qué lo dejas ahí Shocked Shocked eso es maldad pura xD
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Mensaje por Aleinads 9/1/2016, 2:42 pm

affraid affraid Se lo va a contar affraid affraid
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Mensaje por VIVALENZ28 9/1/2016, 10:45 pm

25


Apenas puedo respirar. ¿Quiero oírla? Yulia cierra los ojos y vuelve a tragar. Cuando los abre de nuevo brillan, aunque con timidez, llenos de recuerdos perturbadores.

—Era un día caluroso de verano y yo estaba haciendo un trabajo duro. —Ríe entre dientes y niega con la cabeza, de repente divertida—. Era un trabajo agotador el de apartar todos esos escombros. Estaba sola y apareció Olg…, la señora Lincoln de la nada y me trajo un poco de limonada. Empezamos a charlar, hice un comentario atrevido… y ella me dio un bofetón. Un bofetón muy fuerte.
Inconscientemente se lleva la mano a la cara y se frota la mejilla. Los ojos se le oscurecen al recordar.
¡Maldita sea!
—Pero después me besó. Y cuando acabó de besarme, me dio otra bofetada. —Parpadea y sigue pareciendo confusa incluso después de pasado tanto tiempo—. Nunca antes me habían besado ni pegado así.
Oh. Se lanzó sobre ella. Sobre una niña…
—¿Quieres oír esto? —me pregunta Yulia.
Sí… No…
—Solo si tú quieres contármelo. —Mi voz suena muy baja cuando le miento sin dejar de mirarla. Mi mente es un torbellino.
—Estoy intentando que tengas un poco de contexto.
Asiento de una forma alentadora, espero. Pero sospecho que parezco una estatua, petrificada y con los ojos muy abiertos por la impresión.
Ella frunce el ceño y busca mis ojos con los suyos, intentando evaluar mi reacción. Después se tumba boca arriba y mira al techo.
—Bueno, naturalmente yo estaba confusa, enfadada y cachonda como una perra. Quiero decir, una mujer mayor y atractiva se lanza sobre ti así… —Niega con la cabeza como si no pudiera creérselo todavía.
¿Cachonda? Me siento un poco mareada.
—Ella volvió a la casa y me dejó en el patio. Actuó como si nada hubiera pasado. Yo estaba absolutamente desconcertada. Así que volví al trabajo, a cargar escombros hasta el contenedor. Cuando me fui esa tarde, ella me pidió que volviera al día siguiente. No dijo nada de lo que había pasado. Así que regresé al día siguiente.
No podía esperar para volver a verla —susurra como si fuera una confesión oscura… tal vez porque lo es—.No me tocó cuando me besó —murmura y gira la cabeza para mirarme—. Tienes que entenderlo… Mi vida era el infierno en la tierra. Iba por ahí con quince años, para mi edad, empalmada constantemente y llena de hormonas. Las chicas del instituto…
No sigue, pero me hago a la idea: una adolescente asustada, solitaria y atractiva. Se me encoge el corazón.
—Estaba enfadada, muy enfadada con todo el mundo, conmigo, con los míos. No tenía amigos. El terapeuta que me trataba entonces era un gilipollas integral. Mi familia me tenía atada en corto, no lo entendían.
Vuelve a mirar al techo y se pasa una mano por el pelo. Yo estoy deseando pasarle también la mano por el pelo, pero permanezco quieta.
—No podía soportar que nadie me tocara. No podía. No soportaba que nadie estuviera cerca de mí. Solía meterme en peleas… joder que sí. Me metí en riñas bastante duras. Me echaron de un par de colegios. Pero era una forma de desahogarme un poco. La única forma de tolerar algo de contacto físico. —Se detiene de nuevo—. Bueno, te puedes hacer una idea. Y cuando ella me besó, solo me cogió la cara. No me tocó. —
Casi no le oigo la voz.
Ella debía saberlo. Tal vez Larissa se lo dijo. Oh, mi pobre Cincuenta. Tengo que meter las manos bajo la almohada y apoyar la cabeza en ella para resistir la necesidad de abrazarla.
—Bueno, al día siguiente volví a la casa sin saber qué esperar. Y te voy a ahorrar los detalles escabrosos,pero fue más de lo mismo. Así empezó la relación.
Oh, joder, qué doloroso es escuchar esto…
Ella vuelve a ponerse de costado para quedar frente a mí.
—¿Y sabes qué, Lena? Mi mundo recuperó la perspectiva. Aguda y clara. Todo. Eso era exactamente lo que necesitaba. Ella fue como un soplo de aire fresco. Tomaba todas las decisiones, apartando de mí toda esa mierda y dejándome respirar.
Madre mía.
—E incluso cuando se acabó, mi mundo siguió centrado gracias a ella. Y siguió así hasta que te conocí.
¿Y qué demonios se supone que puedo decir ahora? Ella me coloca un mechón suelto detrás de la oreja.
—Tú pusiste mi mundo patas arriba. —Cierra los ojos y cuando vuelve a abrirlos están llenos de dolor—.Mi mundo era ordenado, calmado y controlado, y de repente tú llegaste a mi vida con tus comentarios inteligentes, tu inocencia, tu belleza y tu tranquila temeridad y todo lo que había antes de ti empezó a parecer aburrido, vacío, mediocre… Ya no era nada.
Oh, Dios mío.
—Y me enamoré —susurra.
Dejo de respirar. Ella me acaricia la mejilla.
—Y yo —murmuro con el poco aliento que me queda.
Sus ojos se suavizan.
—Lo sé —dice.
—¿Ah, sí?
—Sí.
¡Aleluya! Le sonrío tímidamente.
—¡Por fin! —susurro.
Ella asiente.
—Y eso ha vuelto a situarlo todo en la perspectiva correcta. Cuando era más joven, Olga era el centro de mi mundo. No había nada que no hiciera por ella. Y ella hizo muchas cosas por mí. Hizo que dejara la bebida. Me obligó a esforzarme en el colegio… Ya sabes, me dio un mecanismo para sobrellevar las cosas que antes no tenía, me dejó experimentar cosas que nunca había pensado que podría.
—El contacto —susurro.
Asiente.
—En cierta forma.
Frunzo el ceño, preguntándome qué querrá decir. Ella duda ante mi reacción.
¡Dímelo!, le animo mentalmente.
—Si creces con una imagen de ti misma totalmente negativa, pensando que no eres más que una marginada,una salvaje que nadie puede querer, crees que mereces que te peguen.
Yulia… pero tú no eres ninguna de esas cosas.
Hace una pausa y se pasa la mano por el pelo.
—Lena, es más fácil sacar el dolor que llevarlo dentro…
Otra confesión.
Oh.
—Ella canalizó mi furia. —Sus labios forman una línea lúgubre—. Sobre todo hacia dentro… ahora lo veo. El doctor Flynn lleva insistiendo con esto bastante tiempo. Pero solo hace muy poco que conseguí ver esa relación como lo que realmente fue. Ya sabes… en mi cumpleaños.
Me estremezco ante el inoportuno recuerdo que me viene a la mente de Olga y Yulia descuartizándose verbalmente en la fiesta de cumpleaños de Yulia.
—Para ella esa parte de nuestra relación iba de sexo y control y de una mujer solitaria que encontraba consuelo en la chica que utilizaba como juguete.
—Pero a ti te gusta el control —susurro.
—Sí, me gusta. Siempre me va a gustar, Lena. Soy así. Lo dejé en manos de otra persona por un tiempo.Dejé que alguien tomara todas mis decisiones por mí. No podía hacerlo yo porque no estaba bien. Pero a través de mi sumisión a ella me encontré a mí misma y encontré la fuerza para hacerme cargo de mi vida…Para tomar el control y tomar mis propias decisiones.
—¿Convertirte en una dominante?
—Sí.
—¿Eso fue decisión tuya?
—Sí.
—¿Dejar Harvard?
—Eso también fue cosa mía, y es la mejor decisión que he tomado. Hasta que te conocí.
—¿A mí?
—Sí. —Curva los labios para formar una sonrisa—. La mejor decisión que he tomado en mi vida ha sido casarme contigo.
Oh, Dios mío.
—¿No ha sido fundar tu empresa?
Niega con la cabeza.
—¿Ni aprender a volar?
Vuelve a negar.
—Tú —dice y me acaricia la mejilla con los nudillos—. Y ella lo supo —susurra.
Frunzo el ceño.
—¿Ella supo qué?
—Que estaba perdidamente enamorada de ti. Me animó a ir a Georgia a verte, y me alegro de que lo hiciera. Creyó que se te cruzarían los cables y te irías. Que fue lo que hiciste.
Me pongo pálida. Prefiero no pensar en eso.
—Ella pensó que yo necesitaba todas las cosas que me proporcionaba el estilo de vida del que disfrutaba.
—¿La de dominante? —susurro.
Asiente.
—Eso me permitía mantener a todo el mundo a distancia, tener el control, mantenerme alejada… o eso creía. Seguro que has descubierto ya el porqué —añade en voz baja.
—¿Por tu madre biológica?
—No quería que volvieran a herirme. Y entonces me dejaste. —Sus palabras son apenas audibles—. Y yo me quedé hecha polvo.
Oh, no.
—Había evitado la intimidad tanto tiempo… No sabía cómo hacer esto.
—Por ahora lo estás haciendo bien —murmuro. Sigo el contorno de sus labios con el dedo índice. Ella los frunce y me da un beso. Estás hablando conmigo, pienso—. ¿Lo echas de menos? —susurro.
—¿El qué?
—Ese estilo de vida.
—Sí.
¡Oh!
—Pero solo porque echo de menos el control que me proporcionaba. Y la verdad es que gracias a tu estúpida hazaña —se detiene—, que salvó a mi hermana —continúa en un susurro lleno de alivio, asombro e incredulidad—, ahora lo sé.
—¿Qué sabes?
—Sé que de verdad me quieres.
Frunzo el ceño.
—¿Ah, sí?
—Sí, porque he visto que lo arriesgaste todo por mí y por mi familia.
Mi ceño se hace más profundo. Ella extiende la mano y sigue con el dedo la línea del medio de mi frente,sobre la nariz.
—Te sale una V aquí cuando frunces el ceño —murmura—. Es un sitio muy suave para darte un beso.Puedo comportarme fatal… pero tú sigues aquí.
—¿Y por qué te sorprende tanto que siga aquí? Ya te he dicho que no te voy a dejar.
—Por la forma en que me comporté cuando me dijiste que estabas embarazada. —Me roza la mejilla con el dedo—. Tenías razón. Soy una adolescente.
Oh, mierda… sí que dije eso. Mi subconsciente me mira fijamente: ¡Su médico lo dijo!
—Yulia, he dicho algunas cosas horribles. —Me pone el dedo índice sobre los labios.
—Shh. Merecía oírlas. Además, este es mi cuento para dormir. —Vuelve a ponerse boca arriba.
—Cuando me dijiste que estabas embarazada… —Hace una pausa—. Yo pensaba que íbamos a ser solo tú y yo durante un tiempo. Había pensado en tener hijos, pero solo en abstracto. Tenía la vaga idea de que tendríamos un hijo en algún momento del futuro.
¿Solo uno? No… No, un hijo único no. No como yo. Pero tal vez este no sea el mejor momento para sacar ese tema.
—Todavía eres tan joven… Y sé que eres bastante ambiciosa.
¿Ambiciosa? ¿Yo?
—Bueno, fue como si se me hubiera abierto el suelo bajo los pies. Dios, fue totalmente inesperado.Cuando te pregunté qué te ocurría ni se me pasó por la cabeza que podías estar embarazada. —Suspira—.Estaba tan furiosa… Furiosa contigo. Conmigo. Con todo el mundo. Y volví a sentir que no tenía control sobre nada. Tenía que salir. Fui a ver a Flynn, pero estaba en una reunión con padres en un colegio.
Yulia se detiene y levanta una ceja.
—Irónico —susurro, y Yulia sonríe, de acuerdo conmigo.
—Así que me puse a andar y andar, y simplemente… me encontré en la puerta del salón. Olga ya se iba.Se sorprendió de verme. Y, para ser sincera, yo también estaba sorprendida de encontrarme allí. Ella vio que estaba furiosa y me preguntó si quería tomar una copa.
Oh, mierda. Hemos llegado al quid de la cuestión. El corazón empieza a latirme el doble de rápido. ¿De verdad quiero saberlo? Mi subconsciente me mira con una ceja depilada arqueada en forma de advertencia.
—Fuimos a un bar tranquilo que conozco y pedimos una botella de vino. Ella se disculpó por cómo se había comportado la última vez que nos vimos. Le duele que mi madre no quiera saber nada más de ella (eso ha reducido mucho su círculo social), pero lo entiende. Hablamos del negocio, que va bien a pesar de la crisis… Y mencioné que tú querías tener hijos.
Frunzo el ceño.
—Pensaba que le habías dicho que estaba embarazada.
Me mira con total sinceridad.
—No, no se lo conté.
—¿Y por qué no me lo dijiste?
Se encoge de hombros.
—No tuve oportunidad.
—Sí que la tuviste.
—No te encontré a la mañana siguiente, Lena. Y cuando apareciste, estabas tan furiosa conmigo…
Oh, sí…
—Cierto.
—De todas formas, en un momento de la noche, cuando ya íbamos por la mitad de la segunda botella, ella se acercó y me tocó. Y yo me quedé helada —susurra, tapándose los ojos con el brazo.
Se me eriza el vello. ¿Y eso?
—Ella vio que me apartaba. Fue un shock para ambas. —Su voz es baja, demasiado baja.
¡Yulia, mírame! Tiro de su brazo y ella lo baja, girando la cabeza para enfrentar mi mirada. Mierda. Está pálida y tiene los ojos como platos.
—¿Qué? —pregunto sin aliento.
Frunce el ceño y traga saliva.
Oh, ¿qué es lo que no me está contando? ¿Quiero saberlo?
—Me propuso tener sexo. —Está horrorizada, lo veo.
Todo el aire abandona mi cuerpo. Estoy sin aliento y creo que se me ha parado el corazón. ¡Esa endemoniada bruja!
—Fue un momento que se quedó como suspendido en el tiempo. Ella vio mi expresión y se dio cuenta de que se había pasado de la raya, mucho. Le dije que no. No había pensado en ella así en todos estos años, y además —traga saliva—, te quiero. Y se lo dije, le dije que quiero a mi mujer.
La miro fijamente. No sé qué decir.
—Se apartó de inmediato. Volvió a disculparse e intentó que pareciera una broma. Dijo que estaba feliz con Isaac y con el negocio y que no estaba resentida con nosotras. Continuó diciendo que echaba de menos mi amistad, pero que era consciente de que mi vida estaba contigo ahora, y que eso le parecía raro, dado lo que pasó la última vez que estuvimos todos juntos en la misma habitación. Yo no podía estar más de acuerdo
con ella. Nos despedimos… por última vez. Le dije que no volvería a verla y ella se fue por su lado.
Trago saliva y noto que el miedo me atenaza el corazón.
—¿Se besaron?
—¡No! —Ríe entre dientes—. ¡No podía soportar estar tan cerca de ella!
Oh, bien.
—Estaba triste. Quería venir a casa contigo. Pero sabía que no me había portado bien. Me quedé y acabé la botella y después continué con el bourbon. Mientras bebía me acordé de algo que me dijiste hace tiempo: «Si hubieras sido mi hijo…». Y empecé a pensar en Junior y en la forma en que empezamos Olga y yo. Y eso me hizo sentir… incómoda. Nunca antes lo había pensado así.

Un recuerdo florece en mi mente: una conversación susurrada de cuando estaba sola medio consciente. Es la voz de Yulia: «Pero verla consiguió que volviera a ponerlo todo en contexto y recuperara la perspectiva. Acerca de lo del bebé, ya sabes. Por primera vez sentí que… lo que hicimos… estuvo mal».
Hablaba con Larissa.

—¿Y eso es todo?
—Sí.
—Oh.
—¿Oh?
—¿Se acabó?
—Sí. Se acabó desde el mismo momento en que posé los ojos en ti por primera vez. Pero esa noche me di cuenta por fin y ella también.
—Lo siento —murmuro.
Ella frunce el ceño.
—¿Por qué?
—Por estar tan enfadada al día siguiente.
Ella ríe entre dientes.
—Nena, entiendo tu enfado. —Hace una pausa y suspira—. Lena, es que te quiero para mí sola. No quiero compartirte. Nunca antes había tenido lo que tenemos ahora. Quiero ser el centro de tu universo, por un tiempo al menos.
Oh, Yulia…
—Lo eres. Y eso no va a cambiar.
Ella me dedica una sonrisa indulgente, triste y resignada.
—Lena —me susurra—, eso no puede ser verdad.
Los ojos se me llenan de lágrimas.
—¿Cómo puedes pensarlo? —murmura.
Oh, no.
—Mierda… No llores, Lena. Por favor, no llores. —Me acaricia la cara.
—Lo siento. —Me tiembla el labio inferior. Ella me lo acaricia con el pulgar y eso me calma—. No, Lena,no. No lo sientas. Vas a tener otra persona a la que amar. Y tienes razón. Así es cómo tiene que ser.
—Bip te querrá también. Serás el centro del mundo de Bip… de Junior —susurro—. Los niños quieren a sus padres incondicionalmente, Yulia. Vienen así al mundo. Programados para querer. Todos los bebés…incluso tú. Piensa en ese libro infantil que te gustaba cuando eras pequeña. Todavía necesitabas a tu madre.La querías.
Arruga la frente y aparta la mano para colocarla convertida en un puño contra su barbilla.
—No —susurra.
—Sí, así es. —Las lágrimas empiezan a caerme libremente—. Claro que sí. No era una opción. Por eso estás tan herida.
Me mira fijamente con la expresión hosca.
—Por eso eres capaz de quererme a mí —murmuro—. Perdónala. Ella tenía su propio mundo de dolor con el que lidiar. Era una mala madre, pero tú la querías.
Sigue mirándome sin decir nada, con los ojos llenos de recuerdos que yo solo empiezo a intuir.
Oh, por favor, no dejes de hablar.
Por fin dice:
—Solía cepillarle el pelo. Era guapa.
—Solo con mirarte a ti nadie lo dudaría.
—Pero era una mala madre —Su voz es apenas audible.
Asiento y ella cierra los ojos.
—Me asusta que yo vaya a ser una mala madre.
Le acaricio esa cara que tanto quiero. Oh, mi Cincuenta, mi Cincuenta, mi Cincuenta…
—Yulia, ¿cómo puedes pensar ni por un momento que yo te dejaría ser una mala madre?
Abre los ojos y se me queda mirando durante lo que me parece una eternidad. Sonríe y el alivio empieza a iluminar su cara.
—No, no creo que me lo permitieras. —Me acaricia la cara con el dorso de los nudillos, mirándome asombrada—. Dios, qué fuerte es usted, señora Volkova Katina. Te quiero tanto… —Me da un beso en la frente—. No sabía que podría quererte así.
—Oh, Yulia —susurro intentando contener la emoción.
—Bueno, ese es el final del cuento.
—Menudo cuento…
Sonríe nostálgica, pero creo que está aliviada.
—¿Qué tal tu cabeza?
—¿Mi cabeza?
La verdad es que la tengo a punto de explotar por todo lo que acabas de contarme…
—¿Te duele?
—No.
—Bien. Creo que deberías dormir.
¡Dormir! ¿Cómo voy a poder dormir después de todo esto?
—A dormir —dice categórica—. Lo necesitas.
Hago un mohín.
—Tengo una pregunta.
—Oh, ¿qué? —Me mira con ojos cautelosos.
—¿Por qué de repente te has vuelto tan… comunicativa, por decirlo de alguna forma?
Frunce el ceño.
—Ahora de repente me cuentas todo esto, cuando hasta ahora sacarte información era algo angustioso y que ponía a prueba la paciencia de cualquiera.
—¿Ah, sí?
—Ya sabes que sí.
—¿Que por qué ahora estoy siendo comunicativa? No lo sé. Tal vez porque te he visto casi muerta sobre un suelo de cemento. O porque voy a ser madre. No lo sé. Has dicho que querías saberlo y no quiero que Olga se interponga entre nosotras. No puede. Ella es el pasado; ya te lo he dicho muchas veces.
—Si no hubiera intentado acostarse contigo… ¿seguirían siendo amigas?
—Eso ya son dos preguntas…
—Perdona. No tienes por que decírmelo. —Me sonrojo—. Ya me has contado hoy más de lo que podía esperar.
Su mirada se suaviza.
—No, no lo creo. Me parecía que tenía algo pendiente con ella desde mi cumpleaños, pero ahora se ha pasado de la raya y para mí se acabó. Por favor, créeme. No voy a volver a verla. Has dicho que ella es un límite infranqueable para ti y ese es un término que entiendo —me dice con tranquila sinceridad.
Vale. Voy a cerrar este tema ya. Mi subconsciente se deja caer en su sillón: «¡Por fin!».
—Buenas noches, Yulia. Gracias por ese cuento tan revelador. —Me acerco para darle un beso y nuestros labios solo se rozan brevemente, porque ella se aparta cuando intento hacer el beso más profundo.
—No —susurra—. Estoy loca por hacerte el amor.
—Hazlo entonces.
—No, necesitas descansar y es tarde. A dormir. —Apaga la lámpara de la mesilla y nos envuelve la oscuridad.
—Te quiero incondicionalmente, Yulia —murmuro y me acurruco a su lado.
—Lo sé —susurra y noto su sonrisa tímida.


Me despierto sobresaltada. La luz inunda la habitación y Yulia no está en la cama. Miro el reloj y veo que son las siete y cincuenta y tres. Inspiro hondo y hago una mueca de dolor cuando mis costillas se quejan,aunque ya me duelen un poco menos que ayer. Creo que puedo ir a trabajar. Trabajar… sí. Quiero ir a trabajar.
Es lunes y ayer me pasé todo el día en la cama. Yulia solo me dejó ir a hacerle una breve visita a Sergey.
Sigue siendo una obsesa del control. Sonrío cariñosamente. Mi obsesa del control. Ha estado atenta, cariñosa,habladora… y ha mantenido las manos lejos de mí desde que llegué a casa. Frunzo el ceño. Voy a tener que hacer algo para cambiar eso. Ya no me duele la cabeza y el dolor de las costillas ha mejorado, aunque todavía tengo que tener cuidado a la hora de reírme, pero estoy frustrada. Si no me equivoco, esta es la temporada más larga que he pasado sin sexo desde… bueno, desde la primera vez.
Creo que las dos hemos recuperado nuestro equilibrio. Yulia está mucho más relajada; el cuento para dormir parece haber conseguido ahuyentar unos cuantos fantasmas, suyos y míos. Ya veremos.
Me ducho rápido, y una vez seca, busco entre mi ropa. Quiero algo sexy. Algo que anime a Yulia a la acción. ¿Quién habría pensado que una mujer tan insaciable podría tener tanto autocontrol? No quiero ni pensar en cómo habrá aprendido a mantener esa disciplina sobre su cuerpo. No hemos hablado de la bruja después de su confesión. Espero que no tengamos que volver a hacerlo. Para mí está muerta y enterrada.
Escojo una falda corta negra casi indecente y una blusa blanca de seda con un volante. Me pongo medias hasta el muslo con el extremo de encaje y los zapatos de tacón negros de Louboutin. Un poco de rimel y de brillo de labios y después de cepillarme el pelo con ferocidad, me lo dejo suelto. Sí. Esto debería servir.
Yulia está comiendo en la barra del desayuno. Cuando me ve, deja el tenedor con la tortilla en el aire a medio camino de su boca. Frunce el ceño.

—Buenos días, señora Volkova Katina. ¿Va a alguna parte?
—A trabajar. —Sonrío dulcemente.
—No lo creo. —Yulia ríe entre dientes, burlona—. La doctora Singh dijo que una semana de reposo.
—Yulia, no me voy a pasar todo el día en la cama sola. Prefiero ir a trabajar. Buenos días, Gail.
—Hola, señora Lena. —La señora Jones intenta ocultar una sonrisa—. ¿Quiere desayunar algo?
—Sí, por favor.
—¿Cereales?
—Prefiero huevos revueltos y una tostada de pan integral.
La señora Jones sonríe y Yulia muestra su sorpresa.
—Muy bien, señora Lena —dice la señora Jones.
—Lena, no vas a ir a trabajar.
—Pero…
—No. Así de simple. No discutas. —Yulia es firme. La miro fijamente y entonces me doy cuenta de que lleva el mismo pantalón del pijama y la camiseta de anoche.
—¿Tú vas a ir a trabajar? —le pregunto.
—No.
¿Me estoy volviendo loca?
—Es lunes, ¿verdad?
Sonríe.
—Por lo que yo sé, sí.
Entorno los ojos.
—¿Vas a hacer novillos?
—No te voy a dejar sola para que te metas en más problemas. Y la doctora Singh dijo que tienes que descansar una semana antes de volver al trabajo, ¿recuerdas?
Me siento en el taburete a su lado y me subo un poco la falda. La señora Jones coloca una taza de té delante de mí.
—Te veo bien —dice Yulia. Cruzo las piernas—. Muy bien. Sobre todo por aquí. —Roza con un dedo la carne desnuda que se ve por encima de las medias. Se me acelera el pulso cuando su dedo roza mi piel—.Esa falda es muy corta —murmura con una vaga desaprobación en la voz mientras sus ojos siguen el camino de su dedo.
—¿Ah, sí? No me había dado cuenta.
Yulia me mira fijamente con la boca formando una sonrisa divertida e irritada a la vez.
—¿De verdad, señora Volkova Katina?
Me ruborizo.
—No estoy segura de que ese atuendo sea adecuado para ir al trabajo —murmura.
—Bueno, como no voy a ir a trabajar, eso es algo discutible.
—¿Discutible?
—Discutible —repito.
Yulia sonríe de nuevo y vuelve a su tortilla.
—Tengo una idea mejor.
—¿Ah, sí?
Me mira a través de sus largas pestañas y sus ojos azules se oscurecen. Inhalo bruscamente. Oh, Dios mío… Ya era hora.
—Podemos ir a ver qué tal va Dimitri con la casa.
¿Qué? ¡Oh! ¡Está jugando conmigo! Recuerdo vagamente que íbamos a hacer eso antes de que ocurriera el accidente de Sergey.
—Me encantaría.
—Bien. —Sonríe.
—¿Tú no tienes que trabajar?
—No. Ros ha vuelto de Taiwan. Todo ha ido bien. Hoy todo está bien.
—Pensaba que ibas a ir tú a Taiwan.
Ríe entre dientes otra vez.
—Lena, estabas en el hospital.
—Oh.
—Sí, oh. Así que ahora voy a pasar algo de tiempo de calidad con mi mujer. —Se humedece los labios y le da un sorbo al café.
—¿Tiempo de calidad? —No puedo evitar la esperanza que se refleja en mi voz.
La señora Jones me sirve los huevos revueltos. Sigue sin poder ocultar la sonrisa.
Yulia sonríe burlona.
—Tiempo de calidad —repite y asiente.
Tengo demasiada hambre para seguir flirteando con mi esposa.
—Me alegro de verte comer —susurra. Se levanta, se inclina y me da un beso en el pelo—. Me voy a la ducha.
—Mmm… ¿Puedo ir y enjabonarte la espalda? —murmuro con la boca llena de huevo y tostada.
—No. Come.

Se levanta de la barra y, mientras se encamina al salón, se quita la camiseta por la cabeza quedándose en braassier, ofreciéndome la visión de sus hombros bien formados y su espalda. Me quedo parada a medio masticar. Lo ha hecho a propósito. ¿Por qué?

Yulia está relajada mientras conduce hacia el norte. Acabamos de dejar a Sergey y al señor Rodríguez viendo el fútbol en la nueva televisión de pantalla plana que sospecho que ha comprado Yulia para la habitación del hospital de Sergey.
Yulia ha estado tranquila desde que tuvimos «la charla». Es como si se hubiera quitado un peso de encima; la sombra de la señora Robinson ya no se cierne sobre nosotras, tal vez porque yo he decidido dejarla ir… o quizá porque ha sido ella quien la ha hecho desaparecer, no lo sé. Pero ahora me siento más cerca de ella de lo que me he sentido nunca antes. Quizá porque por fin ha confiado en mí. Espero que siga haciéndolo. Y
ahora también se muestra más abierta con el tema del bebé. No ha salido a comprar una cuna todavía, pero tengo grandes esperanzas.
La miro mientras conduce y saboreo todo lo que puedo esa visión. Parece informal, serena… y sexy con el pelo alborotado, las Ray-Ban, la chaqueta de raya diplomática, la camisa blanca y los vaqueros.
Me mira, me pone la mano en la rodilla y me la acaricia tiernamente.

—Me alegro de que no te hayas cambiado.
Me he puesto una chaqueta vaquera y zapatos planos, pero sigo llevando la minifalda. Deja la mano ahí,sobre mi rodilla, y yo se la cubro con la mía.
—¿Vas a seguir provocándome?
—Tal vez.
Yulia sonríe.
—¿Por qué?
—Porque puedo.
Sonríe infantil.
—A eso podemos jugar las dos… —susurro.
Sus dedos suben provocativamente por mi muslo.
—Inténtelo, señora Volkova Katina. —Su sonrisa se hace más amplia.
Le cojo la mano y se la pongo sobre su rodilla.
—Guárdate tus manos para ti.
Sonríe burlona.
—Como quiera, señora Volkova Katina.

Maldita sea. Es posible que con este juego me salga el tiro por la culata.
Yulia sube por la entrada de nuestra nueva casa. Se detiene ante el teclado e introduce un número. La ornamentada puerta blanca se abre. El motor ruge al cruzar el camino flanqueado por árboles todavía llenos de hojas, aunque estas ya muestran una mezcla de verde, amarillo y cobrizo brillante. La alta hierba del prado se está volviendo dorada, pero sigue habiendo unas pocas flores silvestres amarillas que destacan entre la hierba. Es un día precioso. El sol brilla y el olor salado del Sound se mezcla en el aire con el aroma del otoño que ya se acerca. Es un sitio muy tranquilo y muy bonito. Y pensar que vamos a tener nuestro hogar aquí…
Tras una curva del camino aparece nuestra casa. Varios camiones grandes con palabras CONSTRUCCIONES GREY inscritas en sus laterales están aparcados delante. La casa está cubierta de andamios y hay varios trabajadores con casco trabajando en el tejado.
Yulia aparca frente al pórtico y apaga el motor. Puedo notar su entusiasmo.

—Vamos a buscar a Dimitri.
—¿Está aquí?
—Eso espero. Para eso le pago.
Río entre dientes y Yulia sonríe mientras sale del coche.
—¡Hola, hermana! —grita Dimitri desde alguna parte. Las dos miramos alrededor buscándole—. ¡Aquí arriba! —Está sobre el tejado, saludándonos y sonriendo de oreja a oreja—. Ya era hora de que vinierais por aquí. Quedaos ahí. Enseguida bajo.
Miro a Yulia, que se encoge de hombros. Unos minutos después Dimitri aparece en la puerta principal.
—Hola, hermana —saluda y le estrecha la mano a Yulia—. ¿Y qué tal estás tú, pequeña? —Me coge y me hace girar.
—Mejor, gracias.
Suelto una risita sin aliento porque mis costillas protestan. Yulia frunce el ceño, pero Dimitri le ignora.
—Vamos a la oficina. Tenéis que poneros uno de estos —dice dándole un golpecito al casco.

Solo está en pie la estructura de la casa. Los suelos están cubiertos de un material duro y fibroso que parece arpillera. Algunas de las paredes originales han desaparecido y se están construyendo otras nuevas. Dimitri nos lleva por todo el lugar, explicándonos lo que están haciendo, mientras los hombres (y unas cuantas mujeres) siguen trabajando a nuestro alrededor. Me alivia ver que la escalera de piedra con su vistosa balaustrada de hierro sigue en su lugar y cubierta completamente con fundas blancas para evitar el polvo.
En la zona de estar principal han tirado la pared de atrás para levantar la pared de cristal de Gia y están empezando a trabajar en la terraza. A pesar de todo ese lío, la vista es impresionante. Los nuevos añadidos mantienen y respetan el encanto de lo antiguo que tenía la casa… Gia lo ha hecho muy bien. Dimitri nos explica pacientemente los procesos y nos da un plazo aproximado para todo. Espera que pueda estar acabada para Navidad, aunque eso a Yulia le parece muy optimista.
Madre mía… La Navidad con vistas al Sound. No puedo esperar. Noto una burbuja de entusiasmo en mi interior. Veo imágenes de nosotros poniendo un enorme árbol mientras un niño o niña con el pelo rubio nos mira asombrado.
Dimitri termina la visita en la cocina.

—Las voy a dejar para que echén un vistazo por su cuenta. Tengan cuidado, que esto es una obra.
—Claro. Gracias, Dimitri —susurra Yulia cogiéndome la mano—. ¿Contenta? —me pregunta cuando su hermano nos deja solas.
Yo estoy mirando el cascarón vacío que es esa habitación y preguntándome dónde voy a colgar los cuadros de los pimientos que compramos en Francia.
—Mucho. Me encanta. ¿Y a ti?
—Lo mismo digo. —Sonríe.
—Bien. Estoy pensando en los cuadros de los pimientos que vamos a poner aquí.
Yulia asiente.
—Quiero poner los retratos que te hizo José en esta casa. Tienes que pensar dónde vas a ponerlos también.
Me ruborizo.
—En algún sitio donde no tenga que verlos a menudo.
—No seas así. —Me mira frunciendo el ceño y me acaricia el labio inferior con el pulgar—. Son mis cuadros favoritos. Me encanta el que tengo en el despacho.
—Y yo no tengo ni idea de por qué —murmuro y le doy un beso en la yema del pulgar.
—Hay cosas peores que pasarme el día mirando tu preciosa cara sonriente. ¿Tienes hambre? —me pregunta.
—¿Hambre de qué? —susurro.
Sonríe y sus ojos se oscurecen. La esperanza y el deseo se desperezan en mis venas.
—De comida, señora Volkova Katina. —Y me da un beso breve en los labios.
Hago un mohín fingido y suspiro.
—Sí. Últimamente siempre tengo hambre.
—Podemos hacer un picnic los tres.
—¿Los tres? ¿Alguien se va a unir a nosotros?
Yulia ladea la cabeza.
—Dentro de unos siete u ocho meses.
Oh… Bip. Le sonrío tontorronamente.
—He pensado que tal vez te apetecería comer fuera.
—¿En el prado? —le pregunto.
Asiente.
—Claro.
Sonrío.
—Este va a ser un lugar perfecto para criar una familia —murmura mientras me mira.
¡Familia! ¿Más de un hijo? ¿Será el momento de mencionar eso?
Me pone la mano sobre el vientre y extiende los dedos. Madre mía… Contengo la respiración y coloco mi mano sobre la suya.
—Me cuesta creerlo —susurra, y por primera vez oigo asombro en su voz.
—Lo sé. Oh, tengo una prueba. Una foto.
—¿Ah, sí? ¿La primera sonrisa del bebé?
Saco de la cartera la imagen de la ecografía de Bip.
—¿Lo ves?
Yulia mira fijamente la imagen durante varios segundos.
—Oh… Bip. Sí, lo veo. —Suena distraída, asombrada.
—Tu hijo —le susurro.
—Nuestro hijo —responde.
—El primero de muchos.
—¿Muchos? —Yulia abre los ojos como platos, alarmada.
—Al menos dos.
—¿Dos? —dice como haciéndose a la idea—. ¿Podemos ir de uno en uno, por favor?
Sonrío.
—Claro.
Salimos afuera a la cálida tarde de otoño.
—¿Cuándo se lo vamos a decir a tu familia? —pregunta Yulia.
—Pronto —le digo—. Pensaba decírselo a Sergey esta mañana, pero el señor Rodríguez estaba allí. —Me encojo de hombros.
Yulia asiente y abre el maletero del R8. Dentro hay una cesta de picnic de mimbre y la manta de cuadros escoceses que compramos en Londres.
—Vamos —me dice cogiendo la cesta y la manta en una mano y tendiéndome la otra. Las dos vamos andando hasta el prado.
—Claro, Ros, hazlo. —Yulia cuelga. Es la tercera llamada que responde durante el picnic. Se ha quitado los zapatos y los calcetines y me mira con los brazos apoyados en sus rodillas dobladas. Su chaqueta está a un lado, encima de la mía, porque bajo el sol no tenemos frío. Me tumbo a su lado sobre la manta de picnic. Estamos rodeadas por la hierba verde y dorada, lejos del ruido de la casa, y ocultos de los ojos indiscretos de los trabajadores de la construcción. Nuestro particular refugio bucólico. Me da otra fresa y yo la muerdo y chupo el zumo agradecida, mirando sus ojos que se oscurecen por momentos.
—¿Está rica? —susurra.
—Mucho.
—¿Quieres más?
—¿Fresas? No.
Sus ojos brillan peligrosamente y sonríe.
—La señora Jones hace unos picnics fantásticos —dice.
—Cierto —susurro.
De repente cambia de postura y se tumba con la cabeza apoyada en mi vientre. Cierra los ojos y parece satisfecha. Yo enredo los dedos en su pelo.
Ella suspira profundamente, después frunce el ceño y mira el número que aparece en la pantalla de su BlackBerry, que está sonando. Pone los ojos en blanco y coge la llamada.
—Welch —exclama. Se pone tensa, escucha un par de segundos y después se levanta bruscamente—.Veinticuatro horas, siete días… Gracias —dice con los dientes apretados y cuelga. Su humor cambia instantáneamente. La provocativa esposa con ganas de flirtear se convierte en la fría y calculadora ama del universo. Entorna los ojos un momento y después esboza una sonrisa gélida. Un escalofrío me recorre la espalda. Coge otra vez la BlackBerry y escoge un número de marcación rápida.
—¿Ros, cuántas acciones tenemos de Maderas Lincoln? —Se arrodilla.
Se me eriza el vello. Oh, no, ¿de qué va esto?
—Consolida las acciones dentro de Volkova Enterprises Holdings, Inc. y después despide a toda la junta…Excepto al presidente… Me importa una mierda… Lo entiendo, pero hazlo… Gracias… Mantenme informada. —Cuelga y me mira impasible durante un instante.
¡Madre mía! Yulia está furiosa.
—¿Qué ha pasado?
—Linc —murmura.
—¿Linc? ¿El ex de Olga?
—El mismo. Fue él quien pagó la fianza de Popov.
Miro a Yulia con la boca abierta, horrorizada. Su boca forma una dura línea.
—Bueno… pues ahora va a parecer un imbécil —murmuro consternada—. Porque Popov cometió otro delito mientras estaba bajo fianza.
Yulia entorna los ojos y sonríe.
—Cierto, señora Volkova Katina.
—¿Qué acabas de hacer? —Me pongo de rodillas sin dejar de mirarle.
—Le acabo de joder.
¡Oh!
—Mmm… eso me parece un poco impulsivo —susurro.
—Soy una mujer de impulsos.
—Soy consciente de ello.
Cierra un poco los ojos y aprieta los labios.
—He tenido este plan guardado en la manga durante un tiempo —dice secamente.
Frunzo el ceño.
—¿Ah, sí?
Hace una pausa en la que parece estar sopesando algo en la mente y después inspira hondo.
—Hace varios años, cuando yo tenía veintiuno, Linc le dio una paliza a su mujer que la dejó hecha un desastre. Le rompió la mandíbula, el brazo izquierdo y cuatro costillas porque se estaba acostando conmigo.—Se le endurecen los ojos—. Y ahora me entero de que le ha pagado la fianza a un hombre que ha intentado matarme, que ha raptado a mi hermana y que le ha fracturado el cráneo a mi mujer. Es más que suficiente.
Creo que ha llegado el momento de la venganza.
Me quedo pálida. Dios mío…
—Cierto, señora Volkova —susurro.
—Lena, esto es lo que voy a hacer. Normalmente no hago cosas por venganza, pero no puedo dejar que se salga con la suya con esto. Lo que le hizo a Olga… Ella debería haberle denunciado, pero no lo hizo. Eso era decisión suya. Pero acaba de pasarse de la raya con lo de Popov. Linc ha convertido esto en algo personal al posicionarse claramente contra mi familia. Le voy a hacer pedazos; destrozaré su empresa delante de sus narices y después venderé los trozos al mejor postor. Voy a llevarle a la bancarrota.
Oh…
—Además —Yulia sonríe burlona—, ganaré mucho dinero con eso.
Miro sus ojos azules llameantes y su mirada se suaviza de repente.
—No quería asustarte —susurra.
—No me has asustado —miento.
Arquea una ceja divertida.
—Solo me ha pillado por sorpresa —susurro y después trago saliva. Yulia da bastante miedo a veces.
Me roza los labios con los suyos.
—Haré cualquier cosa para mantenerte a salvo. Para mantener a salvo a mi familia. Y a este pequeñín —murmura y me pone la mano sobre el vientre para acariciarme suavemente.

Oh… Dejo de respirar. Yulia me mira y sus ojos se oscurecen. Separa los labios e inhala. En un movimiento deliberado las puntas de sus dedos me rozan el sexo.
Oh, madre mía… El deseo explota como un artefacto incendiario que me enciende la sangre. Le cojo la cabeza, enredo los dedos en su pelo y tiro de ella para que sus labios se encuentren con los míos. Ella da un respingo, sorprendida por mi arrebato, y eso le abre paso a mi lengua. Gruñe y me devuelve el beso, sus labios y su lengua ávidos de los míos, y durante un momento ardemos juntas, perdidas entre lenguas, labios,alientos y la dulce sensación de redescubrirnos la una a la otra.
Oh, cómo deseo a esta mujer. Ha pasado mucho tiempo. La deseo aquí y ahora, al aire libre, en el prado.

—Lena —jadea en trance, y sus manos bajan por mi culo hasta el dobladillo de la falda. Yo intento torpemente desabrocharle la camisa.
—Uau, Lena… Para. —Se aparta con la mandíbula tensa y me coge las manos.
—No. —Atrapo con los dientes su labio inferior y tiro—. No —murmuro de nuevo mirándole. Le suelto—. Te deseo.
Ella inhala bruscamente. Está desgarrada; veo claramente la indecisión en sus ojos azules y brillantes.
—Por favor, te necesito. —Todos los poros de mi cuerpo le suplican. Esto es lo que hacemos nosotras…
Gruñe derrotada, su boca encuentra la mía y nuestros labios se unen. Con una mano me coge la cabeza y la otra baja por mi cuerpo hasta mi cintura. Me tumba boca arriba y se estira a mi lado, sin romper en ningún momento el contacto de nuestras bocas.
Se aparta, cerniéndose sobre mí y mirándome.
—Es usted tan preciosa, señora Volkova Katina.
Yo le acaricio su delicado rostro.
—Y usted también, señora Volkova. Por dentro y por fuera.
Frunce el ceño y yo recorro ese ceño con los dedos.
—No frunzas el ceño. A mí me lo pareces, incluso cuando estás enfadada—le susurro.
Gruñe una vez más y su boca atrapa la mía, empujándome contra la suave hierba que hay bajo la manta.
—Te he echado de menos —susurra y me roza la mandíbula con los dientes. Noto que mi corazón vuela alto.
—Yo también te he echado de menos. Oh, Yulia… —Cierro una mano entre su pelo y le agarro el hombro con la otra.

Sus labios bajan a mi garganta, dejando tiernos besos en su estela. Sus dedos siguen el mismo camino,desabrochándome diestramente los botones de la blusa. Me abre la blusa y me da besos en los pechos. Gime apreciativamente desde el fondo de su garganta y el sonido reverbera por mi cuerpo hasta los lugares más oscuros y profundos.

—Tu cuerpo está cambiando —susurra. Me acaricia el pezón con el pulgar hasta que se pone duro y tira de la tela del sujetador—. Me gusta —añade. Sigue con la lengua la línea entre el sujetador y mi pecho,provocándome y atormentándome. Coge la copa del sujetador delicadamente entre los dientes y tira de ella,liberando mi pecho y acariciándome el pezón con la nariz en el proceso. Se me pone la piel de gallina por su
contacto y por el frescor de la suave brisa de otoño. Cierra los labios sobre mi piel y succiona fuerte durante largo rato.
—¡Ah! —gimo, inhalo bruscamente y hago una mueca cuando el dolor irradia de mis costillas contusionadas.
—¡Lena! —exclama Yulia y se me queda mirando con la cara llena de preocupación—. A esto me refería —me reprende—. No tienes instinto de autoconservación. No quiero hacerte daño.
—No… no pares —gimoteo. Se me queda mirando con emociones encontradas luchando en su interior—.Por favor.
—Ven. —Se mueve bruscamente y tira de mí hasta que quedo sentada a horcajadas sobre ella con la falda subida y enrollada en las caderas. Me acaricia con las manos los muslos, justo por encima de las medias—.Así está mejor. Y puedo disfrutar de la vista.

Levanta la mano y engancha el dedo índice en la otra copa del sujetador, liberándome también el otro pecho. Me cubre ambos con las manos y yo echo atrás la cabeza y los empujo contra sus manos expertas.
Tira de mis pezones y los hace rodar entre sus dedos hasta que grito y entonces se incorpora y se sienta de forma que quedamos nariz contra nariz, sus ojos azules ávidos fijos en los míos. Me besa sin dejar de excitarme con los dedos. Yo busco frenéticamente su camisa y le desabrocho los dos primeros botones. Es como una sobrecarga sensorial: quiero besarla por todas partes, desvestirla y hacer el amor con ella, todo a la vez.

—Tranquila… —Me coge la cabeza y se aparta, con los ojos oscuros y llenos de una promesa sensual—.No hay prisa. Tómatelo con calma. Quiero saborearte.
—Yulia, ha pasado tanto tiempo… —Estoy jadeando.
—Despacio —susurra, y es una orden. Me da un beso en la comisura derecha de la boca—. Despacio. —Ahora me besa la izquierda—. Despacio, nena. —Tira de mi labio inferior con los dientes—. Vayamos despacio. —Enreda los dedos en mi pelo para mantenerme quieta mientras su lengua me invade la boca buscando, saboreando, tranquilizándome… y a la vez llenándome de fuego. Oh, mi esposa sabe besar…

Le acaricio la cara y mis dedos bajan hasta su barbilla, después por su garganta y por fin vuelvo a dedicarme a los botones de su camisa, despacio esta vez, mientras ella sigue besándome. Le abro lentamente la camisa y le recorro con los dedos las clavículas siguiendo su contorno a través de su piel cálida y sedosa. La empujo suavemente hacia atrás para que quede tumbada debajo de mí. Me siento erguida y la miro,consciente de que me estoy revolviendo contra su creciente erección. Mmm… Le rozo los labios con los míos pero sigo hasta su mandíbula, y después desciendo por el cuello, sobre la nuez, hasta el pequeño hueco en la base de la garganta. Mi guapísima esposa. Me inclino y trazo con la punta de los dedos el mismo recorrido que antes ha hecho mi boca. Le rozo la mandíbula con los dientes y le beso la garganta. Ella cierra los ojos.

—Ah —gime y echa la cabeza hacia atrás, dándome un mejor acceso a la base de la garganta. Su boca está relajada y abierta en silenciosa veneración. Yulia perdida y excitada… es tan estimulante. Y excitante para mí.
Bajo acariciándole el esternón con la lengua y enredándola entre el brassier de su pecho. Mmm… Sabe tan bien.Y huele tan bien. Es embriagadora. Beso primero una de sus pequeñas cicatrices redondas y después otra.
Noto que me agarra las caderas, y mis dedos se detienen sobre su pecho mientras la miro. Su respiración es trabajosa.
—¿Quieres esto? ¿Aquí? —jadea. Sus ojos están empañados por una enloquecedora combinación de amor y lujuria.
—Sí —susurro y le paso los labios y la lengua por el pecho hasta su senos. La rodeo con la lengua y tiro con los dientes.
—Oh, Lena —murmura.

Me agarra la cintura y me levanta, tirando a la vez de los botones de la bragueta hasta que su erección queda libre. Me baja de nuevo y yo empujo contra ella, saboreando la sensación: Yulia dura y caliente debajo de mí. Sube las manos por mis muslos parándose justo donde terminan las medias y empieza la carne,y sus manos empiezan a trazar pequeños círculos incitantes en la parte superior de los muslos hasta que con
los pulgares me toca… justo donde quería que me tocara. Doy un respingo.

—Espero que no le tengas cariño a tu ropa interior —murmura con los ojos salvajes y brillantes.
Sus dedos recorren el elástico a lo largo de mi vientre. Después se deslizan por dentro para seguir provocándome antes de agarrar las bragas con fuerza y atravesar con los pulgares la delicada tela. Las bragas se desintegran. Yulia extiende las manos sobre mis muslos y sus pulgares vuelven a mi sexo. Flexiona las caderas para que su erección se frote contra mí.
—Siento lo mojada que estás. —Su voz desprende un deseo carnal.
De repente se sienta con el brazo rodeándome la cintura y quedamos frente a frente. Me acaricia la nariz con la suya.
—Vamos a hacerlo muy lento, señora Volkova Katina. Quiero sentirlo todo de usted. —Me levanta y con una facilidad exquisita, lenta y frustrante, me va bajando sobre ella. Siento cada bendito centímetro de ella llenándome.
—Ah… —gimo de forma incoherente a la vez que extiendo las manos para agarrarle los brazos. Intento levantarme un poco para conseguir algo de fricción, pero ella me mantiene donde estoy.
—Todo de mí —susurra y mueve la pelvis, empujando para introducirse hasta el fondo. Echo atrás la cabeza y dejo escapar un grito estrangulado de puro placer—. Deja que te oiga —murmura—. No… no te muevas, solo siente.
Abro los ojos. Tengo la boca petrificada en un grito silencioso. Sus ojos azules me miran lascivos y entornados, encadenados a mis ojos verdigris en éxtasis. Se mueve, haciendo un círculo con la cadera, pero a mí no me deja moverme.
Gimo. Noto sus labios en mi garganta, besándome.
—Este es mi lugar favorito: enterrada en ti —murmura contra mi piel.
—Muévete, por favor —le suplico.
—Despacio, señora Volkova Katina. —Flexiona de nuevo la cadera y el placer me llena el cuerpo. Le rodeo la cara con las manos y la beso, consumiéndola.
—Hazme el amor. Por favor, Yulia.
Sus dientes me rozan la mandíbula hasta la oreja.
—Vamos —susurra y me levanta para después bajarme.

La diosa que llevo dentro está desatada y yo presiono contra el suelo y empiezo a moverme, saboreando la sensación de ella dentro de mí… cabalgando sobre ella… cabalgando con fuerza. Ella se acompasa conmigo con las manos en mi cintura. He echado de menos esto… La sensación enloquecedora de ella debajo de mí, dentro
de mí… El sol en la espalda, el dulce olor del otoño en el aire, la suave brisa otoñal. Es una fusión de sentidos cautivadora: el tacto, el gusto, el olfato y la vista de mi querida esposa debajo de mí.

—Oh, Lena —gime con los ojos cerrados, la cabeza echada hacia atrás y la boca abierta.

Ah… Me encanta esto. Y en mi interior empiezo a acercarme… acercarme… cada vez más. Las manos de Yulia descienden hasta mis muslos y delicadamente presiona con los pulgares el vértice entre ambas y yo estallo a su alrededor, una y otra vez, y otra y otra, y me dejo caer sobre su pecho al mismo tiempo que ella grita también, dejándose llevar y pronunciando mi nombre lleno de amor y felicidad.
Me abraza contra su pecho y me acaricia la cabeza. Mmm… Cierro los ojos y saboreo la sensación de sus brazos a mi alrededor. Tengo la mano sobre su pecho y siento el latido constante del corazón que se va ralentizando y calmando. La beso y le acaricio con la nariz y me digo maravillada que no hace mucho no me habría permitido hacer esto.

—¿Mejor? —me susurra.
Levanto la cabeza. Está sonriendo ampliamente.
—Mucho. ¿Y tú? —Mi sonrisa es un reflejo de la suya.
—La he echado de menos, señora Volkova Katina. —Se pone seria un momento.
—Y yo.
—Nada de hazañas nunca más, ¿eh?
—No —prometo.
—Deberías contarme las cosas siempre —susurra.
—Lo mismo digo, Volkova.
Ella sonríe burlona.
—Cierto. Lo intentaré. —Me da un beso en el pelo.
—Creo que vamos a ser felices aquí —susurro cerrando los ojos otra vez.
—Sí. Tú, yo y… Bip. ¿Cómo te sientes, por cierto?
—Bien. Relajada. Feliz.
—Bien.
—¿Y tú?
—También. Todas esas cosas —responde.
La miro intentando evaluar su expresión.
—¿Qué? —me pregunta.
—¿Sabes que eres muy autoritaria durante el sexo?
—¿Es una queja?
—No. Solo me preguntaba… Has dicho que lo echabas de menos.
Se queda muy quieta y me mira.
—A veces —murmura.
Oh.
—Tenemos que ver qué podemos hacer al respecto —le digo y le doy un beso suave en los labios. Me enrosco a su alrededor como una rama de vid. En mi mente veo imágenes de nosotras en el cuarto de juegos:Tallis, la mesa, la cruz, esposada a la cama… Me gustan esos polvos pervertidos, nuestros polvos pervertidos.
Sí. Puedo hacer esas cosas. Puedo hacerlo por ella, con ella. Puedo hacerlo por mí. Me hormiguea la piel al pensar en la fusta—. A mí también me gusta jugar —murmuro y la miro. Me responde con su sonrisa tímida.
—¿Sabes? Me gustaría mucho poner a prueba tus límites —susurra.
—¿Mis límites en cuanto a qué?
—Al placer.
—Oh, creo que eso me va a gustar.
—Bueno, quizá cuando volvamos a casa —dice, dejando esa promesa en el aire entre las dos.
Le acaricio con la nariz otra vez. La quiero tanto…

Han pasado dos días desde nuestro picnic. Dos días desde que hizo la promesa: «Bueno, quizá cuando volvamos a casa». Yulia sigue tratándome como si fuera de cristal. Todavía no me deja ir a trabajar, así que estoy trabajando desde casa. Aparto el montón de cartas que he estado leyendo y suspiro. Yulia y yo no hemos vuelto al cuarto de juegos desde la vez que dije la palabra de seguridad. Y ha dicho que lo echa de menos. Bueno, yo también… sobre todo ahora que quiere poner a prueba mis límites. Me sonrojo al pensar en qué puede implicar eso. Miro las mesas de billar… Sí, no puedo esperar para explorar las posibilidades.
Mis pensamientos quedan interrumpidos por una suave música lírica que llena el ático. Yulia está tocando el piano; y no sus piezas tristes habituales, sino una melodía dulce y esperanzadora. Una que reconozco, pero que nunca le había oído tocar.
Voy de puntillas hasta el arco que da acceso al salón y contemplo a Yulia al piano. Está atardeciendo.
El cielo es de un rosa opulento y la luz se refleja en su brillante pelo negro. Está tan guapa y tan impresionante como siempre, concentrada mientras toca, ajena a mi presencia. Ha estado tan comunicativa los últimos días, tan atenta… Me ha contado sus impresiones de cómo iba el día, sus pensamientos, sus planes. Es como si se hubiera roto una presa en su interior y las palabras hubieran empezado a salir.
Sé que vendrá a comprobar qué tal estoy dentro de unos pocos minutos y eso me da una idea. Excitada y esperando que siga sin haberse dado cuenta de mi presencia, me escabullo y corro a nuestro dormitorio. Me quito toda la ropa según voy hacia allí hasta que no llevo más que unas bragas de encaje azul pálido.
Encuentro una camisola del mismo azul y me la pongo rápidamente. Eso ocultará el hematoma. Entro en el vestidor y saco del cajón los vaqueros gastados de Yulia: los vaqueros del cuarto de juegos, mis vaqueros favoritos. Cojo mi BlackBerry de la mesita, doblo los pantalones con cuidado y me arrodillo junto a la puerta del dormitorio. La puerta está entornada y oigo las notas de otra pieza, una que no conozco. Pero es otra melodía llena de esperanza; es preciosa. Le escribo un correo apresuradamente.


De: Lena Volkova
Fecha: 21 de septiembre de 2011 20:45
Para: Yulia Volkova
Asunto: El placer de mi esposa

Ama:
Estoy esperando sus instrucciones.
Siempre suya.
Señora V x


Pulso «Enviar».

Unos segundos después la música se detiene bruscamente. Se me para el corazón un segundo y después empieza a latir más fuerte. Espero y espero y por fin vibra mi BlackBerry.

De: Yulia Volkova
Fecha: 21 de septiembre de 2011 20:48
Para: Lena Volkova
Asunto: El placer de mi esposa Me encanta este título, nena

Señora V:
Estoy intrigada. Voy a buscarla.
Prepárese.

Yulia Volkova
Presidenta ansiosa por la anticipación de Volkova Enterprises Holdings, Inc.

«¡Prepárese!» Mi corazón vuelve a latir con fuerza y empiezo a contar. Treinta y siete segundos después se abre la puerta. Cuando se para en el umbral mantengo la mirada baja, dirigida a sus pies descalzos. Mmm…
No dice nada. Se queda callada mucho tiempo. Oh, mierda. Resisto la necesidad de levantar la vista y sigo con la mirada fija en el suelo.
Por fin se agacha y recoge sus vaqueros. Sigue en silencio, pero va hasta el vestidor mientras yo continúo muy quieta. Oh, Dios mío… allá vamos. El sonido de mi corazón es atronador y me encanta el subidón de adrenalina que me recorre el cuerpo. Me retuerzo según va aumentando mi excitación. ¿Qué me va a hacer?
Regresa al cabo de un momento; ahora lleva los vaqueros y está en brassier.

—Así que quieres jugar… —murmura.
—Sí.

No dice nada y me arriesgo a levantar la mirada… Subo por sus piernas, sus muslos cubiertos por los vaqueros, el leve bulto a la altura de la bragueta, el botón desabrochado de la cintura, el ombligo, su abdomen cincelado, su pecho, sus ojos azules en llamas y la cabeza ladeada. Tiene una ceja arqueada. Oh, mierda.
—¿Sí qué? —susurra.
Oh.
—Sí, ama.
Sus ojos se suavizan.
—Buena chica —dice y me acaricia la cabeza—. Será mejor que subamos arriba —añade.

Se me licuan las entrañas y el vientre se me tensa de esa forma tan deliciosa.
Me coge la mano y yo la sigo por el piso y subo con ella la escalera. Delante de la puerta del cuarto de juegos se detiene, se inclina y me da un beso suave antes de agarrarme el pelo con fuerza.

—Estás dominando desde abajo, ¿sabes? —murmura contra mis labios.
—¿Qué? —No sé de qué está hablando.
—No te preocupes. Viviré con ello —susurra divertida, me acaricia la mandíbula con la nariz y me muerde con suavidad la oreja—. Cuando estemos dentro, arrodíllate como te he enseñado.
—Sí… Ama.

Me mira con los ojos brillándole de amor, asombro e ideas perversas.
Vaya… La vida nunca va a ser aburrida con Yulia y estoy comprometida con esto a largo plazo.
Quiero a esta mujer: mi esposa, mi amante, la madre de mi hijo, a veces mi dominante… mi Cincuenta Sombras.


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Mensaje por SandyQueen 9/2/2016, 1:54 am

Cito: "La vida nunca va a ser aburrida con Yulia"

Y creo que lo mismo piensa ella de Lena. Le pone el suficiente picante esa pelirroja a la vida de ella xD

En espera del último capítulo Wink

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Mensaje por Aleinads 9/2/2016, 9:02 pm

Agárrate Lena, llego quien querías xD
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Mensaje por VIVALENZ28 9/3/2016, 1:31 am

Epílogo

La casa grande, mayo de 2014

Estoy tumbada en nuestra manta de picnic de cuadros escoceses, mirando el claro cielo azul de verano. Mi visión está enmarcada por las flores del prado y la alta hierba verde. El calor del sol de la tarde me calienta la piel, los huesos y el vientre, y yo me relajo y mi cuerpo se va convirtiendo en gelatina. Qué cómodo es esto… No… esto es maravilloso. Saboreo el momento, un momento de paz, un momento de total y absoluta satisfacción. Debería sentirme culpable por sentir esta alegría, esta sensación de plenitud, pero no. La vida está aquí, ahora, está bien y he aprendido a apreciarla y a vivir el momento como mi esposa. Sonrío y me retuerzo cuando mi mente vuelve al delicioso recuerdo de nuestra última noche en el piso del Escala…


Las colas del látigo me rozan la piel del vientre hinchado a un ritmo dolorosamente lánguido.

—¿Ya has tenido suficiente, Lena? —me susurra Yulia al oído.
—Oh, por favor… —suplico tirando de las ataduras que tengo por encima de la cabeza. Estoy de pie, con los ojos tapados y esposada a la rejilla del cuarto de juegos.
Siento el escozor dulce del látigo en el culo.
—¿Por favor qué?
Doy un respingo.
—Por favor, ama.
Yulia me pone la mano sobre la piel enrojecida y me la frota suavemente.
—Ya está. Ya está. Ya está. —Sus palabras son suaves. Su mano desciende y da un rodeo para acabar deslizando los dedos en mi interior.
Gimo.
—Señora Volkova Katina—jadea y tira del lóbulo de mi oreja con los dientes—, qué preparada está ya.
Sus dedos entran y salen de mí, tocando ese punto, ese punto tan dulce otra vez. El látigo repiquetea contra el suelo y la mano pasa sobre mi vientre y sube hasta los pechos. Me pongo tensa. Están muy sensibles.
—Shh —dice Yulia cubriéndome uno con la mano y rozando el pezón con el pulgar.
—Ah…
Sus dedos son suaves y provocativos y el placer empieza a bajar en espirales desde mi pecho hacia abajo…muy abajo y profundo. Echo la cabeza hacia atrás para aumentar la presión del pezón contra su palma mientras gimo una vez más.
—Me gusta oírte —susurra Yulia. Noto su erección contra mi cadera; los botones de la bragueta se clavan en mi carne mientras su otra mano continúa con su estimulación incesante: dentro, fuera, dentro,fuera… siguiendo un ritmo.
—¿Quieres que te haga correrte así? —me pregunta.
—No.
Sus dedos dejan de moverse en mi interior.
—¿De verdad, señora Volkova Katina? ¿Es decisión tuya? —Sus dedos se aprietan alrededor de mi pezón.
—No… No, ama.
—Eso está mejor.
—Ah. Por favor —le suplico.
—¿Qué quieres, Elena?
—A ti. Siempre.
Ella inhala bruscamente.
—Todo de ti —añado sin aliento.
Saca los dedos de mi interior, tira de mí para que me gire y quede de frente a ella y me arranca el antifaz.
Parpadeo y me encuentro sus ojos azules oscurecidos que sueltan llamaradas, fijos en los míos. Su dedo índice sigue el contorno de mi labio inferior y entonces me introduce los dedos índice y corazón en la boca para dejarme degustar el sabor salado de mi excitación.
—Chupa —susurra.

Yo rodeo los dedos con la lengua y la meto entre ellos.
Mmm… Todo en sus dedos sabe bien, incluso yo.
Sus manos suben por mis brazos hasta las esposas que tengo encima de la cabeza y las suelta para liberarme. Me gira otra vez para que quede de cara a la pared, tira de mi trenza y me atrae hacia sus brazos.
Me obliga a inclinar la cabeza a un lado y me roza la garganta con los labios y va subiendo hasta la oreja mientras abraza mi cuerpo caliente contra el suyo.

—Quiero estar dentro de tu boca. —Su voz es suave y seductora. Mi cuerpo excitado y más que preparado se tensa desde el interior. El placer es dulce y agudo.

Gimo. Me vuelvo para mirarla, acerco su cabeza a la mía y le doy un beso apasionado con mi lengua invadiéndole la boca, saboreándola. Ella gruñe, me pone las manos en el culo y me empuja hacia ella, pero solo mi vientre de embarazada le toca. Le muerdo la mandíbula y voy bajando dándole besos hasta la garganta.
Después bajo los dedos hasta sus vaqueros. Ella echa atrás la cabeza, exponiendo la garganta a mis atenciones,y yo sigo con la lengua hasta su torso y su pecho.

—Ah…

Tiro de la cintura de los vaqueros, los botones se sueltan y ella me coloca las manos en los hombros. Me pongo de rodillas delante de ella.
La miro entornando los ojos y ella me devuelve la mirada. Tiene los ojos oscuros, los labios separados e inhala bruscamente cuando la libero y me lo meto en la boca. Me encanta hacerle esto a Yulia. Ver cómo se va deshaciendo, oír su respiración que se acelera y los suaves gemidos que emite desde el fondo de la
garganta… Cierro los ojos y chupo con fuerza, presionando, disfrutando de su sabor y de su exclamación sin aliento.
Me coge la cabeza para que me quede quieta y yo cubro mis dientes con los labios y le meto más profundamente en mi boca.

—Abre los ojos y mírame —me ordena en voz baja.

Sus ojos ardientes se encuentran con los míos y flexiona la cadera, llenándome la boca hasta alcanzar el fondo de la garganta y después apartándose rápido. Vuelve a empujar contra mí y yo levanto las manos para tocarla. Ella se para y me agarra para mantenerme donde estoy.

—No me toques o te vuelvo a esposar. Solo quiero tu boca —gruñe.
Oh, Dios mío… ¿Así lo quieres? Pongo las manos tras la espalda y la miro inocentemente con la boca llena.
—Eso está mejor —dice sonriendo burlona y con voz ronca. Se aparta y sujetándome firmemente pero con cuidado, vuelve a empujar para entrar otra vez—. Tiene una boca deliciosa para follarla, señora Volkova Katina.
Cierra los ojos y vuelve a penetrar en mi boca mientras yo la aprieto entre los labios y la rodeo una y otra vez con la lengua. Dejo que entre más profundamente y que después vaya saliendo, una y otra vez, y otra.
Oigo como el aire se le escapa entre los dientes apretados.
—¡Ah! Para —dice y sale de mi boca, dejándome con ganas de más. Me agarra los hombros y me pone de pie. Me coge la trenza y me besa con fuerza, su lengua persistente dando y tomando a la vez. De repente me suelta y antes de darme cuenta me coge en brazos, me lleva a la cama de cuatro postes y me tumba con cuidado de forma que mi culo queda justo en el borde de la cama—. Rodéame la cintura con las piernas —ordena. Lo hago y tiro de ella hacia mí. Ella se inclina, pone las manos a ambos lados de mi cabeza y, todavía de pie, entra en mi interior lentamente.
Oh, esto está muy bien. Cierro los ojos y me dejo llevar por su lenta posesión.
—¿Bien? —me pregunta. Se nota claramente la preocupación en su tono.
—Oh, Dios, Yulia. Sí. Sí. Por favor. —Aprieto las piernas a su alrededor y empujo contra ella. Ella gruñe.
Me agarro a sus brazos y ella flexiona las caderas, dentro y fuera, lentamente al principio—. Yulia, por favor. Más fuerte… No me voy a romper.
Gruñe de nuevo y comienza a moverse, moverse de verdad, empujando con fuerza dentro de mí, una y otra vez. Oh, esto es increíble.
—Sí —digo sin aliento apretándole de nuevo mientras empiezo a acercarme… Gime, hundiéndose en mí con renovada determinación… Estoy cerca. Oh, por favor. No pares.
—Vamos, Lena—gruñe con los dientes apretados y yo exploto a su alrededor. Grito su nombre y Yulia se queda quieta, gime con fuerza, y noto que llega al clímax en mi interior—. ¡Lena! —grita.
Yulia está tumbada a mi lado, acariciándome el vientre con la mano, con los largos dedos extendidos.
—¿Qué tal está mi hija?
—Bailando. —Río.
—¿Bailando? ¡Oh, sí! Uau. Puedo sentirlo. —Sonríe cuando siente que Bip número dos da volteretas en mi interior.
—Creo que ya le gusta el sexo.
Yulia frunce el ceño.
—¿Ah, sí? —dice con sequedad. Acerca los labios a mi barriga—. Pues no habrá nada de eso hasta los treinta, señorita.
Suelto una risita.
—Oh, Yulia, eres una hipócrita.
—No, soy una madre ansiosa. —Me mira con la frente arrugada, signo de su ansiedad.
—Eres una madre maravillosa. Sabía que lo serías. —Le acaricio su delicado rostro y ella me dedica su sonrisa tímida.
—Me gusta esto —murmura acariciándome y después besándome el vientre—. Hay más de ti.
Hago un mohín.
—No me gusta que haya más de mí.
—Es genial cuando te corres.
—¡Yulia!
—Y estoy deseando volver a probar la leche de tus pechos otra vez.
—¡Yulia! Eres una pervertida…
Se lanza sobre mí de repente, me besa con fuerza, pasa una pierna por encima de mí y me agarra las manos por encima de la cabeza.
—Me encantan los polvos pervertidos —me susurra y me acaricia la nariz con la suya.
Sonrío, contagiada por su sonrisa perversa.
—Sí, a mí también me encantan los polvos pervertidos. Y te amo. Mucho.

Me despierto sobresaltada por un chillido agudo de puro júbilo de mi hijo, y aunque no veo ni al niño ni a Yulia, sonrío de felicidad como una idiota. Ted se ha levantado de la siesta y él y Yulia están retozando por allí cerca. Me quedo tumbada en silencio, maravillada de la capacidad de juego de Yulia.
Su paciencia con Teddy es extraordinaria… todavía más que la que tiene conmigo. Río entre dientes. Pero así debe ser. Y mi precioso niño, el ojito derecho de su madre y de su mami, no conoce el miedo. Yulia, por otro lado, sigue siendo demasiada sobreprotectora con los dos. Mi dulce, temperamental y controladora Cincuenta.

—Vamos a buscar a mamá. Está por aquí en el prado en alguna parte.

Ted dice algo que no oigo y Yulia ríe libre y felizmente. Es un sonido mágico, lleno de orgullo maternal. No puedo resistirme. Me incorporo sobre los codos y les espío desde mi escondite entre la alta hierba.
Yulia está haciendo girar a Ted una y otra vez y el niño cada vez chilla más, encantado. Se detiene,lanza a Ted al aire de nuevo (yo dejo de respirar) y vuelve a cogerlo. Ted chilla con abandono infantil y yo suspiro aliviada. Oh, mi hombrecito, mi querido hombrecito, siempre activo.

—¡Ota ves, mami! —grita. Yulia obedece y yo vuelvo a sentir el corazón en la boca cuando lanza a Teddy al aire y después lo coge y lo abraza fuerte, le da un beso en el pelo rubio, después un beso rápido en la mejilla y acaba haciéndole cosquillas sin piedad. Teddy aúlla de risa, se retuerce y empuja el pecho de
Yulia para intentar escabullirse de sus brazos. Sonriendo, Yulia lo baja al suelo.
—Vamos a buscar a mamá. Está escondida entre la hierba.
Ted sonríe, encantado por el juego, y mira el prado. Le coge la mano a Yulia y señala un sitio donde no estoy y eso me hace soltar una risita. Vuelvo a tumbarme rápidamente, disfrutando también del juego.
—Ted, he oído a mamá. ¿La has oído tú?
—¡Mamá!
Río ante el tono imperioso de Ted. Vaya, se parece tanto a su madre ya, y solo tiene dos años…
—¡Teddy! —le llamo mirando al cielo con una sonrisa ridícula en la cara.
—¡Mamá!
Muy pronto oigo sus pasos por el prado y primero Ted y después Yulia aparecen como una tromba cruzando la hierba.
—¡Mamá! —chilla Ted como si acabara de encontrar el tesoro de Sierra Madre y salta sobre mí.
—¡Hola, mi niño! —Le abrazo y le doy un beso en la mejilla regordeta. Él ríe y me responde con otro beso. Después se escabulle de mis brazos.
—Hola, mamá. —Yulia me mira y me sonríe.
—Hola, mami. —Sonrío y ella coge a Ted y se sienta a mi lado con su hijo en el regazo.
—Hay que tener cuidado con mami —riñe a Ted. Sonrío burlonamente; es irónico que lo diga ella. Saca la BlackBerry del bolsillo y se la da a Ted. Eso nos va a dar cinco minutos de paz como máximo. Teddy la estudia con el ceño fruncido. Se pone muy serio, con los ojos azules muy concentrados, igual que su madre cuando lee su correo. Yulia le acaricia el pelo con la nariz y se me derrite el corazón al mirarlos: mi hijo sentado tranquilamente (durante unos minutos al menos) en el regazo de mi esposa. Son tan parecidos… Mis
dos personas preferidos sobre la tierra.
Ted es el niño más guapo y listo del mundo, pero yo soy su madre, así que es imposible que no piense eso.
Y Yulia es… bueno, Yulia es ella. Con una camiseta blanca y los vaqueros está tan guapa como siempre. ¿Qué he hecho para ganar un premio como ese?

—La veo bien, señora Volkova Katina.
—Yo a usted también, señora Volkova.
—¿Está mamá guapa? —le susurra Yulia al oído a Ted, pero el niño le da un manotazo, más interesado en la BlackBerry.
Suelto una risita.
—No puedes con él.
—Lo sé. —Yulia sonríe y le da otro beso en el pelo—. No me puedo creer que vaya a cumplir dos años mañana. —Su tono es nostálgico y me pone una mano sobre el vientre—. Tengamos muchos hijos —me dice.
—Uno más por lo menos. —Le sonrío y ella me acaricia el vientre.
—¿Cómo está mi hija?
—Está bien. Dormida, creo.
—Hola, señora Volkova. Hola, Lena.
Ambos nos giramos y vemos a Sophie, la hija de diez años de Igor, que aparece entre la hierba.
—¡Soiii! —chilla Ted encantado de verla. Se baja del regazo de Yulia y deja su BlackBerry.
—Gail me ha dado polos —dice Sophie—. ¿Puedo darle uno a Ted?
—Claro —le digo. Oh, Dios mío, se va a poner perdido.
—¡Pooo!
Ted extiende las manos y Sophie le da uno. Ya está goteando.
—Trae. Déjale ver a mamá.
Me siento, le cojo el polo a Ted y me lo meto en la boca para quitarle el exceso de líquido. Mmm…
Arándanos. Está frío y delicioso.
—¡Mío! —protesta Ted con la voz llena de indignación.
—Toma. —Le devuelvo el polo que ya gotea un poco menos y él se lo mete directamente en la boca.
Sonríe.
—¿Podemos ir Ted y yo a dar un paseo? —me pregunta Sophie.
—Claro.
—No vayan muy lejos.
—No, señora Volkova. —Los ojos color avellana de Sophie están muy abiertos y muy serios. Creo que Yulia le asusta un poco. Extiende la mano y Teddy se la coge encantado. Se alejan juntos andando por la hierba.
Yulia los contempla.
—Estarán bien, Yulia. ¿Qué puede pasarles aquí?
Ella frunce el ceño momentáneamente y yo me acerco para acurrucarme en su regazo.
—Además, Ted está como loco con Sophie.
Yulia ríe entre dientes y me acaricia el pelo con la nariz.
—Es una niña maravillosa.
—Lo es. Y muy guapa. Un ángel rubio.
Yulia se queda quieta y me pone las manos sobre el vientre.
—Chicas, ¿eh? —Hay un punto de inquietud en su voz. Yo le pongo la mano en la nuca.
—No tienes que preocuparte por tu hija durante al menos otros tres meses. La tengo bien protegida aquí,¿vale?
Me da un beso detrás de la oreja y me roza el lóbulo con los dientes.
—Lo que usted diga, señora Volkova Katina. —Me da un mordisco y yo doy un respingo—. Me lo pasé bien anoche—dice—. Deberíamos hacerlo más a menudo.
—Yo también me lo pasé bien.
—Podríamos hacerlo más a menudo si dejaras de trabajar…
Pongo los ojos en blanco y ella me abraza con más fuerza y sonríe contra mi cuello.
—¿Me está poniendo los ojos en blanco, señora Volkova Katina? —Advierto en su voz una amenaza implícita pero sensual que hace que me retuerza un poco, pero estamos en medio del prado con los niños cerca, así que ignoro la proposición.
—Volkova Publishing tiene un autor en la lista de los más vendidos del New York Times; las ventas de Boyce Fox son fenomenales. Además, el negocio de los e-books ha estallado y por fin tengo a mi alrededor al equipo que quería.
—Y estás ganando dinero en estos tiempos tan difíciles —añade Yulia con orgullo—. Pero… me gustaría que estuvieras descalza, embarazada y en la cocina.
Me echo un poco hacia atrás para poder verle la cara. Ella me mira a los ojos con los suyos brillantes.
—Eso también me gusta a mí —murmuro. Ella me da un beso con la mano todavía sobre mi vientre.
Al ver que está de buen humor, decido sacar un tema delicado.
—¿Has pensado en mi sugerencia?
Se queda muy quieta.
—Lena, la respuesta es no.
—Pero Ella es un nombre muy bonito.
—No le voy a poner a mi hija el nombre de mi madre. No. Fin de la discusión.
—¿Estás segura?
—Sí. —Me coge la barbilla y me mira con sinceridad y despidiendo irritación por todos los poros—. Lena,déjalo ya. No quiero que mi hija tenga nada que ver con mi pasado.
—Vale. Lo siento. —Mierda… No quiero que se enfade.
—Eso está mejor. Deja de intentar arreglarlo —murmura—. Has conseguido que admita que la quería y me has arrastrado hasta su tumba. Ya basta.
Oh, no. Me muevo en su regazo para quedar a horcajadas sobre ella y le cojo la cabeza con las manos.
—Lo siento. Mucho. No te enfades conmigo, por favor. —Le doy un beso en los labios y después otro en la comisura de la boca. Tras un momento ella señala la otra comisura y yo sonrío y se la beso también.
Seguidamente señala su nariz. Le beso ahí. Ahora sonríe y me pone la mano en la espalda.
—Oh, señora Volkova Katina… ¿Qué voy a hacer contigo?
—Seguro que ya se te ocurrirá algo —le digo.
Sonríe y girándose de repente, me tumba y me aprieta contra la manta.
—¿Y si se me ocurre ahora? —susurra con una sonrisa perversa.
—¡Yulia! —exclamo.

De pronto oímos un grito agudo de Ted. Yulia se levanta con la agilidad de una pantera y corre al lugar de donde ha surgido el sonido. Yo le sigo a un paso más tranquilo. En el fondo no estoy tan preocupada como ella; no era un grito de esos que me haría subir las escaleras de dos en dos para ver qué ha ocurrido.
Yulia coge a Teddy en brazos. Nuestro hijo está llorando inconsolablemente y señalando al suelo donde se ven los restos del polo fundiéndose hasta formar un pequeño charco en la hierba.

—Se le ha caído —dice Sophie en un tono triste—. Le habría dado el mío, pero ya me lo había terminado.
—Oh, Sophie, cariño, no te preocupes —le digo acariciándole el pelo.
—¡Mamá! —Ted llora y me tiende los brazos. Yulia le suelta a regañadientes y yo extiendo los brazos para cogerle.
—Ya está, ya está.
—¡Pooo! —solloza.
—Lo sé, cariño. Vamos a buscar a la señora Taylor a ver si tiene otro. —Le doy un beso en la cabeza…
Oh, qué bien huele. Huele a mi bebé.
—Pooo —repite sorbiendo por la nariz. Le cojo la mano y le beso los dedos pegajosos.
—Tus deditos saben a polo.
Ted deja de llorar y se mira la mano.
—Métete los dedos en la boca.
Hace lo que le he dicho.
—Pooo.
—Sí. Polo.
Sonríe. Mi pequeño temperamental, igual que su madre. Bueno, al menos él tiene una excusa: solo tiene dos años.
—¿Vamos a ver a la señora Taylor? —Él asiente y sonríe con su preciosa sonrisa de bebé—. ¿Quieres que mami te lleve? —Niega con la cabeza y me rodea el cuello con los brazos, abrazándome con fuerza y con la cara pegada a mi garganta—. Creo que mami quiere probar el polo también —le susurro a Ted al oído. Ted me mira frunciendo el ceño y después se mira la mano y se la tiende a Yulia. Su madre sonríe y se mete los dedos de Ted en la boca.
—Mmm… Qué rico.
Ted ríe y levanta los brazos para que le coja Yulia, que me sonríe y coge a Ted, acomodándoselo contra la cadera.
—Sophie, ¿dónde está Gail?
—Estaba en la casa grande.
Miro a Yulia. Su sonrisa se ha vuelto agridulce y me pregunto qué estará pensando.
—Eres muy buena con él —murmura.
—¿Con este enano? —Le alboroto el pelo a Ted—. Solo es porque os tengo bien cogida la medida a los hombres Volkov. —Le sonrío a mi esposa.
Ríe.
—Cierto, señora Volkova Katina.

Teddy se revuelve para que Yulia le suelte. Ahora quiere andar, mi pequeño cabezota. Le cojo una mano y su madre la otra y entre las dos vamos columpiando a Teddy hasta la casa. Sophie va dando saltitos delante de nosotras.
Saludo con la mano a Igor que, en uno de sus poco habituales días libres, está delante del garaje, vestido con vaqueros y una camiseta sin mangas, haciéndole unos ajustes a una vieja moto.

Me paro fuera de la habitación de Ted y escucho cómo Yulia le lee:
—¡Soy el Lorax! Y hablo con los árboles…
Cuando me asomo, Teddy está casi dormido y Yulia sigue leyendo. Levanta la vista cuando abro la puerta y cierra el libro. Se acerca el dedo a los labios y apaga el monitor para bebés que hay junto a la cuna de Ted.
Arropa a Ted, le acaricia la mejilla y después se incorpora y viene andando de puntillas hasta donde yo estoy sin hacer ruido. Es difícil no reírse al verla.
Fuera, en el pasillo Yulia me atrae hacia sí y me abraza.
—Dios, le quiero mucho, pero dormido es como mejor está —murmura contra mis labios.
—No podría estar más de acuerdo.
Me mira con ojos tiernos.
—Casi no me puedo creer que lleve con nosotros dos años.
—Lo sé… —Le doy un beso y durante un momento me siento transportada al día del nacimiento de Ted: la cesárea de emergencia, la agobiante ansiedad de Yulia, la serenidad firme de la doctora Greene cuando mi pequeño Bip tenía dificultades para salir. Me estremezco por dentro al recordarlo.

—Señora Lena, lleva de parto quince horas. Sus contracciones se han ralentizado a pesar de la oxitocina.Tenemos que hacer una cesárea; hay sufrimiento fetal. —La doctora Greene es firme.
—¡Ya era hora, joder! —gruñe Yulia.
La doctora Greene la ignora.
—Yulia, cállate. —Le aprieto la mano. Mi voz es baja y débil y todo está borroso: las paredes, las máquinas, la gente con bata verde… Solo quiero dormir. Pero tengo que hacer algo importante primero…
Oh, sí.
—Quería que naciera por parto natural.
—Señora Lena, por favor. Tenemos que hacer una cesárea.
—Por favor, Lena —suplica Yulia.
—¿Podré dormir entonces?
—Sí, nena, sí —dice Yulia casi en un sollozo y me da un beso en la frente.
—Quiero ver a mi pequeño Bip.
—Lo verás.
—Está bien —susurro.
—Por fin… —murmura la doctora Greene—. Enfermera, llame al anestesista. Doctor Miller, prepárese para una cesárea. Señora Lena, vamos a llevarla al quirófano.
—¿Al quirófano? —preguntamos Yulia y yo a la vez.
—Sí. Ahora.
Y de repente nos movemos. Las luces del techo son manchas borrosas y al final se convierten en una larga línea brillante mientras me llevan corriendo por el pasillo.
—Señora Volkova, tendrá que ponerse un uniforme.
—¿Qué?
—Ahora, señora Volkova.
Me aprieta la mano y me suelta.
—¡Yulia! —le llamo porque siento pánico.
Cruzamos otro par de puertas y al poco tiempo una enfermera está colocando una pantalla por encima de mi pecho. La puerta se abre y se cierra y de repente hay mucha gente en la habitación. Hay mucho ruido…
Quiero irme a casa.
—¿Yulia? —Busco entre las caras de la habitación a mi esposa.
—Vendrá dentro de un momento, señora Lena.
Un minuto después está a mi lado con un uniforme quirúrgico azul y me coge la mano.
—Estoy asustada —le susurro.
—No, nena, no. Estoy aquí. No tengas miedo. Mi Lena, mi fuerte Lena no debe tener miedo. —Me da un beso en la frente y percibo por el tono de su voz que algo va mal.
—¿Qué pasa?
—¿Qué?
—¿Qué va mal?
—Nada va mal. Todo está bien. Nena, estás agotada, nada más. —Sus ojos arden llenos de miedo.
—Señora Lena, ha llegado el anestesista. Le va a ajustar la epidural y podremos empezar.
—Va a tener otra contracción.

Todo se tensa en mi vientre como si me lo estrujaran con una banda de acero. ¡Mierda! Le aprieto con mucha fuerza la mano a Yulia mientras pasa. Esto es lo agotador: soportar este dolor. Estoy tan cansada…
Puedo sentir el líquido de la anestesia extendiéndose, bajando. Me concentro en la cara de Yulia. En el ceño entre sus cejas. Está tensa. Y preocupada. ¿Por qué está preocupada?

—¿Siente esto, señora Lena? —La voz incorpórea de la doctora Greene me llega desde detrás de la cortina.
—¿El qué?
—¿No lo siente?
—No.
—Bien. Vamos, doctor Miller.
—Lo estás haciendo muy bien, Lena.
Yulia está pálida. Veo sudor en su frente. Está asustada. No te asustes, Yulia. No tengas miedo.
—Te amo—susurro.
—Oh, Lena—solloza—. Yo también te amo, mucho.
Siento un extraño tirón en mi interior, algo que no se parece a nada que haya sentido antes. Yulia mira a la pantalla y se queda blanca, pero la observa fascinada.
—¿Qué está ocurriendo?
—¡Succión! Bien…
De repente se oye un grito penetrante y enfadado.
—Ha tenido un niño, señora Lena. Hacedle el Apgar.
—Apgar nueve.
—¿Puedo verlo? —pido.
Yulia desaparece un segundo y vuelve a aparecer con mi hijo envuelto en una tela azul. Tiene la cara rosa y cubierta de una sustancia blanca y de sangre. Mi bebé. Mi Bip… Theodore Sergey Volkov Katin.
Cuando miro a Yulia, ella tiene los ojos llenos de lágrimas.
—Su hijo, señora Volkova Katina —me susurra con la voz ahogada y ronca.
—Nuestro hijo —digo sin aliento—. Es precioso.
—Sí —dice Yulia, y le da un beso en la frente a nuestro precioso bebé bajo la mata de pelo rubio.

Theodore Sergey Volkov Katin está completamente ajeno a todo, con los ojos cerrados y su grito anterior olvidado.
Se ha quedado dormido. Es lo más bonito que he visto en mi vida. Es tan precioso que empiezo a llorar.

—Gracias, Lena —me susurra Yulia, y veo que también hay lágrimas en sus ojos.

—¿En qué piensas? —me pregunta Yulia levantándome la barbilla.
—Me estaba acordando del nacimiento de Ted.
Yulia palidece y me toca el vientre.
—No voy a pasar por eso otra vez. Esta vez cesárea programada.
—Yulia, yo…
—No, Lena. Estuve a punto de morirme la última vez. No.
—Eso no es verdad.
—No. —Es categórica y no se puede discutir con ella, pero cuando me mira los ojos se le suavizan—. Me gusta el nombre de Anna —susurra y me acaricia la nariz con la suya.
—¿Anna Volkova?Anna… Sí. A mí también me gusta. —Le sonrío.
—Bien. Voy a montar el regalo de Ted. —Me coge la mano y las dos bajamos la escalera. Irradia entusiasmo; Yulia ha estado esperando este momento todo el día.
—¿Crees que le gustará? —Su mirada dudosa se encuentra con la mía.
—Le encantará. Durante unos dos minutos. Yulia, solo tiene dos años.

Yulia acaba de terminar de montar toda la instalación del tren de madera que le ha comprado a Teddy por su cumpleaños. Ha hecho que Barney de la oficina modificara los dos pequeños motores para que funcionen con energía solar, como el helicóptero que yo lo regalé a ella hace unos años. Yulia parece
ansiosa por que salga por fin el sol. Sospecho que es porque es ella quien quiere jugar con el tren. Las vías cubren la mayor parte del suelo de piedra de la sala exterior.
Mañana vamos a celebrar una fiesta familiar para Ted. Van a venir Sergey y José además de todos los Volkov, incluyendo la nueva primita de Ted, Ava, la hija de dos meses de Dimitri y Nastya. Estoy deseando encontrarme con Nastya para que nos pongamos al día y ver qué tal le sienta la maternidad.
Levanto la mirada para ver el sol hundiéndose por detrás de la península de Olympic. Es todo lo que Yulia me prometió que sería y al verla ahora siento el mismo entusiasmo feliz que la primera vez. El atardecer sobre el Sound es simplemente maravilloso. Yulia me atrae hacia sus brazos.

—Menuda vista.
—Sí —responde Yulia, y cuando me giro para mirarla veo que ella me observa a mí. Me da un suave beso en los labios—. Es una vista preciosa —susurra—. Mi favorita.
—Es nuestro hogar.
Sonríe y vuelve a besarme.
—La amo, señora Volkova Katina.
—Yo también te amo, Yulia. Siempre.



FIN



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Mensaje por SandyQueen 9/3/2016, 2:58 am

Gracias por estas adaptaciones, en verdad muchas gracias Very Happy
Cabe mencionar que me ha encantado este final I love you
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Mensaje por keizike 9/3/2016, 4:29 am

bonita adaptacion
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CINCUENTA SOMBRAS LIBERADAS// ADAPTACIÓN - Página 3 Empty Re: CINCUENTA SOMBRAS LIBERADAS// ADAPTACIÓN

Mensaje por Aleinads 9/3/2016, 8:34 pm

Aplausos!! Gran historia, gran lectura, gran final! #Gracias! cheers
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