CINCUENTA SOMBRAS LIBERADAS// ADAPTACIÓN
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Re: CINCUENTA SOMBRAS LIBERADAS// ADAPTACIÓN
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Aterrizamos suavemente en el Sardy Field a las 12.25, hora local. Stephan detiene el avión un poco apartado de la terminal principal y por las ventanillas veo un monovolumen Volkswagen grande esperándonos.
—Muy buen aterrizaje. —Yulia sonríe y le estrecha la mano a Stephan mientras los demás nos preparamos para salir del jet.
—Todo tiene que ver con la altitud de densidad, señora —le explica Stephan sonriéndole también—. Mi compañera Beighley es muy buena con las matemáticas.
Yulia le sonríe a la primera oficial de Stephan.
—Has dado en el clavo, Beighley. Un aterrizaje muy suave.
—Gracias, señora. —Ella sonríe orgullosa.
—Disfruten del fin de semana, señora Lena y señora Volkova. Les veremos mañana. —Stephan se aparta para que podamos desembarcar y Yulia me coge la mano y me ayuda a bajar por la escalerilla del avión hasta donde ya está Igor esperándonos junto al vehículo.
—¿Un monovolumen? —le pregunta Yulia sorprendida cuando Igor desliza la puerta para abrirla.
Igor la mira con una sonrisa tensa y arrepentida y se encoge un poco de hombros.
—Cosas del último minuto, lo sé —se responde a sí misma Yulia, conforme.
Igor vuelve al avión para sacar nuestro equipaje.
—¿Quieres que nos metamos mano en la parte de atrás del monovolumen? —me pregunta Yulia con un brillo travieso en los ojos.
Suelto una risita. ¿Quién es esta mujer y qué ha hecho con la señora No Puedo Estar Más Furiosa de los últimos dos días?
—Vamos, pareja. Adentro —dice Irina desde detrás de nosotras. Se nota que está impaciente. Subimos, nos dirigimos como podemos al asiento doble de la parte de atrás y nos sentamos. Me acurruco contra Yulia y ela me rodea con el brazo y lo apoya en el respaldo del asiento detrás de mí.
—¿Cómoda? —me pregunta mientras Andrey e Irina se sientan delante.
—Sí —le digo con una sonrisa y ella me da un beso en la frente. Por alguna razón que no logro entender, me siento tímida con ella hoy. ¿Por qué será? ¿Por lo de anoche? ¿Porque estamos con más gente? No consigo comprenderlo.
Dimitri y Nastya llegan los últimos, cuando Igor ya ha abierto el maletero para cargar las maletas. Cinco minutos después ya estamos en camino.
Miro por la ventanilla. Los árboles todavía están verdes, pero se nota que el otoño se acerca porque aquí y allá las puntas de las hojas han empezado a adquirir un tono dorado. El cielo es azul claro y cristalino, aunque se ven nubes oscuras que se acercan por el oeste. En la distancia y rodeándonos se ven las Rocosas, con su pico más alto justo delante de nosotros. Las montañas están frondosas y verdes y las cumbres cubiertas de nieve; parece un paisaje montañoso sacado de un dibujo infantil.
Estamos en lo que en invierno es el patio de recreo de los ricos y famosos. Y yo tengo una casa aquí. Casi no me lo puedo creer. Y de repente resurge en lo más profundo de mi mente esa incomodidad familiar que aparece siempre que intento acostumbrarme a lo rica que es Yulia y que me provoca dudas y me hace sentir culpable. ¿Qué he hecho yo para merecer este estilo de vida? Yo no he hecho nada, aparte de enamorarme.
—¿Has estado alguna vez en Aspen, Lena? —me pregunta Andrey girándose, y eso interrumpe mis pensamientos.
—No, es la primera vez. ¿Y tú?
—Nastya y yo veníamos a menudo cuando éramos adolescentes. A papá le gusta mucho esquiar, pero a mamá no tanto.
—Yo espero que mi esposa me enseñe a esquiar —digo mirándole.
—No pongas muchas esperanzas en ello —dice Yulia entre dientes.
—¡No soy tan patosa!
—Podrías caerte y partirte el cuello. —Su sonrisa ha desaparecido.
Oh. No quiero discutir ni estropearle el buen humor, así que cambio de tema.
—¿Desde cuándo tienes esta casa?
—Desde hace unos dos años. Y ahora es suya también, señora Volkova Katina —me dice en voz baja.
—Lo sé —le respondo. Pero no estoy muy convencida de mis palabras. Me acerco y le doy un beso en la mandíbula y me recuesto a su lado escuchándola reírse y bromear con Andrey y con Dimitri. Irina participa en la conversación a veces, pero Nastya está muy callada y me pregunto si estará rumiando la información sobre Alexandr Popov o si será por alguna otra cosa. Entonces lo recuerdo. Aspen… La casa de Yulia la rediseñó Gia Matteo y la reconstruyó Dimitri. Me pregunto si eso será lo que tiene a Nastya preocupada. No puedo preguntarle delante de Dimitri, dada su historia con Gia. Pero ¿conocerá Nastya la relación de Gia con esta casa? Frunzo el ceño, todavía sin saber qué le pasa, y decido que ya lo averiguaré cuando estemos solas.
Cruzamos el centro de Aspen y mi humor mejora cuando veo la ciudad. Los edificios son bajos y casi todos son de ladrillo rojo, como casitas de estilo suizo, y hay muchas casas de principios del siglo XX pintadas de colores alegres. También se ven muchos bancos y tiendas de diseñadores, lo que da una idea del poder adquisitivo de la gente que vive allí. Yulia encaja perfectamente en este ambiente.
—¿Y por qué Aspen? —le pregunto.
—¿Qué? —me mira extrañada.
—¿Por qué decidiste comprar una casa aquí?
—Mi madre y mi padre nos traían aquí cuando éramos pequeños. Aprendí a esquiar aquí y me gustaba.Espero que también te guste a ti… Si no te gusta, vendemos la casa y compramos otra en otro sitio.
¡Tan fácil como eso!
Me coloca un mechón de pelo suelto detrás de la oreja.
—Estás preciosa hoy —me susurra.
Me sonrojo. Solo llevo ropa típica de viaje: vaqueros y una camiseta con una chaqueta cómoda azul marino. Demonios… ¿por qué me hace sentir tímida?
Me da un beso, uno tierno, dulce y con mucho amor.
Igor sigue conduciendo hasta salir de la ciudad y después asciende por el otro lado del valle, por una carretera de montaña llena de curvas. Cuanto más subimos, más entusiasmada estoy. Pero noto que Yulia se pone tensa a mi lado.
—¿Qué te pasa? —le pregunto al girar una curva.
—Espero que te guste —me confiesa—. Ya hemos llegado.
Igor reduce la velocidad y cruza una puerta hecha de piedras grises, beis y rojas. Sigue por el camino de entrada y al final aparca delante de una casa impresionante. Tiene la fachada simétrica con tejados puntiagudos y está construida con madera oscura y esas piedras mezcladas que he visto en la entrada. Es espectacular: moderna y sobria, muy del estilo de Yulia.
—Hogar, dulce hogar —me dice Yulia mientras nuestros invitados empiezan a salir del coche.
—Es bonita.
—Ven a verla —me dice con un brillo a la vez entusiasmada y nerviosa en los ojos, como si estuviera a punto de enseñarme su proyecto de ciencia o algo así.
Irina sube corriendo los escalones hasta donde está de pie una mujer en el umbral. Es diminuta y su pelo negro azabache está entreverado de canas. Irina le rodea el cuello con los brazos y la abraza con fuerza.
—¿Quién es? —le pregunto a Yulia mientras me ayuda a salir del monovolumen.
—La señora Bentley. Vive aquí con su marido. Ellos cuidan la casa.
Madre mía, ¿más personal?
Irina está haciendo las presentaciones, primero Andrey y después Nastya. Dimitri también abraza a la señora Bentley. Dejamos a Igor descargando las maletas y Yulia me da la mano y me lleva hasta la puerta principal.
—Bienvenida a casa, señora Volkova—la saluda la señora Bentley sonriendo.
—Carmella, esta es mi esposa, Elena —me presenta Yulia llena de orgullo. Pronuncia mi nombre como una caricia, haciendo que casi se me pare el corazón.
—Señora Elena. —La señora Bentley me saluda respetuosamente con la cabeza. Le tiendo la mano y ella me la estrecha. No me sorprende que sea mucho más formal con Yulia que con el resto de la familia—.Espero que hayan tenido un buen vuelo. Se espera que el tiempo sea bueno todo el fin de semana, aunque no hay nada seguro —dice mirando las nubes grises cada vez más oscuras que hay detrás de nosotros—. La comida está lista y puedo servirla cuando ustedes quieran. —Vuelve a sonreír y sus ojos oscuros brillan.
Me cae bien inmediatamente.
—Ven aquí. —Yulia me coge en brazos.
—Pero ¿qué haces? —chillo.
—Cruzar otro umbral con usted en brazos, señora Volkova Katina.
Sonrío mientras me lleva en brazos hasta el amplio vestíbulo. Entonces me da un beso breve y me baja con cuidado al suelo de madera. La decoración interior es muy sobria y me recuerda al salón del ático del Escala:paredes blancas, madera oscura y arte abstracto contemporáneo. El vestíbulo da paso a una gran zona de estar con tres sofás de piel de color hueso alrededor de una chimenea de piedra que preside la habitación. La única nota de color la aportan unos cojines mullidos que hay desparramados por los sofás. Irina le coge la mano a Andrey y tira de él hacia el interior de la casa. Yulia mira con los ojos entornados a las dos figuras y frunce los labios. Niega con la cabeza y se vuelve hacia mí.
Nastya deja escapar un silbido.
—Bonito sitio.
Miro a mi alrededor y veo a Dimitri ayudando a Igor con el equipaje. Vuelvo a preguntarme si Nastya sabrá que Gia ha colaborado en la reforma de este sitio.
—¿Quieres una visita guiada? —me pregunta Yulia. Lo que fuera que estuviera pensando acerca de Irina y de Andrey ya no está; ahora irradia entusiasmo, ¿o será ansiedad? Es difícil saberlo.
—Claro. —Otra vez me quedo impresionada por lo rica que es. ¿Cuánto le habrá costado esta casa? Y yo no he contribuido con nada. Brevemente me veo transportada a la primera vez que me llevó al Escala. Me quedé alucinada. Ya te acostumbrarás, me recuerda mi subconsciente.
Yulia frunce el ceño pero me coge la mano y me va enseñando las habitaciones. La cocina modernísima tiene las encimeras de mármol de color claro y los armarios negros. Hay una bodega de vinos increíble y una enorme sala abajo con una gran tele de plasma, sofás comodísimos… y mesas de billar. Las observo boquiabierta y me ruborizo cuando Yulia me mira.
—¿Te apetece echar una partida? —me pregunta con un brillo malicioso en los ojos. Niego con la cabeza y ella vuelve a fruncir el ceño. Me coge la mano otra vez y me lleva hasta el primer piso. Arriba hay cuatro dormitorios, cada uno con su baño incorporado.
La suite principal es algo increíble. La cama es gigantesca, más grande que la que tenemos en casa, y está frente a un mirador desde el que se ve todo Aspen y a lo lejos las frondosas montañas.
—Esa es Ajax Mountain… o Aspen Mountain, si te gusta más —dice Yulia mirándome cautelosa. Está de pie en el umbral con los pulgares enganchados en las trabillas para el cinturón de sus vaqueros negros.
Yo asiento.
—Estás muy callada —murmura.
—Es preciosa, Yulia. —De repente solo quiero volver al ático del Escala.
En solo cinco pasos está justo delante de mí, me agarra la barbilla y con el pulgar me libera el labio inferior que me estaba mordiendo.
—¿Qué te ocurre? —me pregunta sin dejar de mirarme a los ojos, examinándolos.
—Tienes mucho dinero.
—Sí.
—A veces me sorprende darme cuenta de lo rica que eres.
—Que somos.
—Que somos —repito de forma automática.
—No te agobies por esto, Lena, por favor. No es más que una casa.
—¿Y qué ha hecho Gia aquí, exactamente?
—¿Gia? —Arquea ambas cejas sorprendida.
—Sí, ¿no fue ella quien remodeló esta casa?
—Sí. Diseñó el salón del sótano. Dimitri se ocupó de la construcción. —Se pasa la mano por el pelo y me mira con el ceño fruncido—. ¿Por qué estamos hablando de Gia?
—¿Sabías que Gia tuvo un lío con Dimitri?
Yulia me mira durante un segundo con una expresión impenetrable.
—Dimitri se ha follado a más de medio Seattle, Lena.
Me quedo boquiabierta.
—Sobre todo mujeres, por lo que yo sé —bromea Yulia. Creo que le divierte ver la cara que se me ha quedado.
—¡No…!
Yulia asiente.
—Eso no es asunto mío —dice levantando las manos.
—No creo que Nastya lo sepa.
—Supongo que Dimitri no va por ahí divulgando esa información. Aunque Nastya tampoco es ninguna inocente…
Me quedo alucinada. ¿El Dimitri dulce, sencillo, rubio y con ojos azules? La miro con incredulidad. Yulia ladea a cabeza y me examina.
—Pero lo que te pasa no tiene que ver con la promiscuidad de Dimitri o de Gia.
—Lo sé. Lo siento. Después de todo lo que ha pasado esta semana, es que… —Me encojo de hombros y me siento de nuevo al borde de las lágrimas.
Yulia baja los hombros, aliviada. Me rodea con los brazos y me estrecha con fuerza, a la vez que entierra la nariz en mi pelo.
—Lo sé. Yo también lo siento. Vamos a relajarnos y a pasárnoslo bien, ¿vale? Aquí puedes leer, ver alguna mierda en la televisión, ir de compras, hacer una excursión… pescar incluso. Lo que tú quieras. Y olvida lo que te he dicho de Dimitri. Ha sido una indiscreción por mi parte.
—Eso explica por qué siempre está bromeando contigo sobre eso —dijo acariciándole el pecho con la nariz.
—Él no sabe nada de mi pasado. Ya te lo he dicho, mi familia creía que era hetero. Célibe, pero hetero.
Suelto una risita y empiezo a relajarme en sus brazos.
—Yo también creía que eras célibe. Qué equivocada estaba. —La abrazo y pienso lo ridículo que es pensar que Yulia podría ser hetero.
—Señora Volkova Katina, ¿se está riendo de mí?
—Un poco —reconozco—. Lo que no entiendo es por qué tienes este sitio.
—¿Qué quieres decir? —pregunta dándome un beso en el pelo.
—Tienes el barco, eso lo entiendo, y el piso en Nueva York por cosas de negocios, pero ¿por qué esta casa? Hasta ahora no tenías a nadie con quien compartirla.
Yulia se queda quieta y en silencio unos segundos.
—Te estaba esperando a ti —dice en voz baja con los ojos azules y luminosos.
—Que… Que bonito lo que acabas de decirme.
—Es cierto. Aunque cuando la compré no lo sabía. —Sonríe con timidez.
—Me alegro de que esperaras.
—Ha merecido la pena esperar por usted, señora Volkova Katina. —Me levanta la barbilla, se acerca y me da un beso tierno.
—Y por ti también. —Sonrío—. Pero me siento como si hubiera hecho trampas porque yo no he tenido que esperar mucho para encontrarte.
Sonríe.
—¿Tan buen partido soy?
—Yulia, tú eres como el gordo de la lotería, la cura para el cáncer y los tres deseos de la lámpara de Aladino, todo al mismo tiempo.
Levanta una ceja, incrédula.
—¿Cuándo te vas a dar cuenta de eso? —la regaño—. Eras una soltera muy deseada. Y no lo digo por todo esto. —Agito la mano señalando todo el lujo que nos rodea—. Yo hablo de esto. —Y coloco la mano sobre su corazón y sus ojos se abren mucho. Ha desaparecido mi esposa confiada y sexy y ahora tengo delante a la niña perdida—. Créeme, Yulia, por favor —le susurro y le agarro la cara con las dos manos para acercar sus labios a los míos. Gime y no sé si es porque estaba escuchando lo que le he dicho o es su respuesta primitiva habitual. Profundizo el beso moviendo los labios sobre los suyos e invadiéndole la boca con la lengua.
Cuando ambas nos quedamos sin aliento, ella se aparta y me mira dubitativa.
—¿Cuándo te va a entrar en esa mollera tan dura que tienes el hecho de que te quiero? —le pregunto exasperada.
Ella traga saliva.
—Algún día —dice al fin.
Eso es un progreso. Sonrío y ella me recompensa con su sonrisa tímida en respuesta.
—Vamos. Comamos algo. Los demás se estarán preguntando dónde estamos. Luego hablamos de lo que queremos hacer.
—¡Oh, no! —exclama Nastya de repente.
Todas las miradas se centran en ella.
—Mirad —dice señalando el mirador. Fuera ha empezado a llover a cántaros.
Estamos sentados alrededor de la mesa de madera oscura de la cocina después de haber comido un festín de entremeses italianos variados preparados por la señora Bentley y haber acabado con un par de botellas de Frascati. Estoy más que llena y un poco achispada por el alcohol.
—Nos quedamos sin excursión —murmura Dimitri y suena ligeramente aliviado. Nastya le mira con el ceño fruncido. Sin duda les pasa algo. Se han mostrado relajados con los demás, pero no el uno con el otro.
—Podríamos ir a la ciudad —sugiere Irina. Andrey le sonríe.
—Hace un tiempo perfecto para pescar —aporta Yulia.
—Yo me apunto a pescar —dice Andrey.
—Hagamos dos grupos —dice Irina juntando las manos—. Las chicas nos vamos de compras y los chicos con Yulia que salgan a la naturaleza a hacer esas cosas aburridas.
Miro a Nastya, que observa a Irina con indulgencia. ¿Pescar o ir de compras? Buf, vaya elección.
—Lena, ¿tú qué quieres hacer? —me pregunta Yulia.
—Me da igual —miento. La mirada de Nastya se cruza con la mía y vocaliza la palabra «compras». Veo que quiere hablar—. Me parece bien ir de compras —digo sonriéndoles a Nastya y a Irina.
Yulia sonríe burlona. Sabe que no me gusta nada ir de compras.
—Yo me quedo aquí contigo, si quieres —me dice y algo oscuro se despereza en mi interior al oír su tono.
—No, tú vete a pescar —le respondo. Yulia necesita pasar un tiempo con los chicos.
—Parece que tenemos un plan —concluye Nastya levantándose de la mesa.
—Igor las acompañará —dice Yulia y es una orden que no admite discusión.
—No necesitamos niñera —le responde Nastya rotundamente, tan directa como siempre.
Yo le pongo la mano en el brazo a Nastya.
—Nastya, es mejor que venga Igor.
Ella frunce el ceño, después se encoge de hombros y por una vez se muerde la lengua. Le sonrío tímidamente a Yulia. Su expresión permanece impasible. Oh, no… Espero que no se haya enfadado con Nastya.
Dimitri frunce el ceño.
—Necesito ir a la ciudad a por una pila para mi reloj de pulsera. —Le lanza una mirada a Nastya y se ruboriza un poco, pero ella no se da cuenta porque le está ignorando a propósito.
—Llévate el Audi, Dimitri. Nos iremos a pescar cuando vuelvas —le dice Yulia.
—Sí —responde Dimitri, pero parece distraído—. Buen plan.
—Aquí. —Irina me agarra del brazo y me arrastra al interior de una boutique de diseño con seda rosa por todas partes y muebles rústicos envejecidos de aire francés.
Nastya nos sigue mientras Igor espera fuera, refugiándose de la lluvia bajo el toldo. Se oye a Aretha Franklin cantar «Say a Little Prayer» en el hilo musical de la tienda. Me encanta esta canción. Tengo que grabársela a Yulia en el iPod.
—Este vestido te quedaría genial, Lena. —Irina me enseña una tela plateada—. Toma, pruébatelo.
—Mmm… es un poco corto.
—Te va a quedar fantástico. Y a Yulia le va a encantar.
—¿Tú crees?
Irina me sonríe.
—Lena, tienes unas piernas de muerte y si esta noche vamos a ir de discotecas —sonríe antes de dar el golpe de gracia—, con esto volverás loca a tu esposa.
La miro y parpadeo un poco, perpleja. ¿Vamos a ir de discotecas? Yo no voy a discotecas.
Nastya se ríe al ver mi expresión. Parece más relajada ahora que no está con Dimitri.
—Deberíamos salir a bailar esta noche, sí —apoya Nastya.
—Ve y pruébatelo —me ordena Irina y yo me encamino al probador a regañadientes.
Mientras espero a que Nastya e Irina salgan del probador, me acerco al escaparate y miro afuera, al otro lado de la calle principal, sin prestar mucha atención. Las canciones de soul continúan: ahora Dionne Warwick canta
«Walk on By», otra canción fabulosa y una de las favoritas de mi madre. Miro el vestido que tengo en la mano, aunque «vestido» tal vez sea demasiado decir. No tiene espalda y es muy corto, pero Irina ha decidido que es ideal y que es perfecto para bailar toda la noche. Por lo que se ve también necesito zapatos y un collar llamativo; ahora vamos en su busca. Pongo los ojos en blanco y me alegro una vez más de la suerte que tengo por contar con Caroline Acton, mi asesora personal de compras.
De repente veo a Dimitri a través del escaparate. Ha aparecido al otro lado de la arbolada calle principal y sale de un Audi grande. Entra en una tienda como para refugiarse de la lluvia. Parece una joyería… tal vez sea haya ido a comparar la pila para su reloj. Sale a los pocos minutos. Pero ya no va solo: va con una mujer.
¡Joder! Es Gia. ¡Está hablando con Gia! ¿Qué demonios está haciendo ella aquí?
Mientras les observo, se dan un abrazo breve y ella echa atrás la cabeza para reírse animadamente de algo que él ha dicho. Dimitri le besa en la mejilla y después corre al coche que le espera. Ella se gira y baja por la calle. Yo me quedo mirándola con la boca abierta. ¿De qué va eso? Me giro nerviosa hacia los probadores, pero todavía no hay señales de Nastya ni de Irina. Después me fijo en Igor, que sigue esperando en el exterior de la tienda. Ve que le estoy mirando y se encoge de hombros. Él también ha presenciado ese breve
encuentro. Me ruborizo, avergonzada porque me han pillado espiando. Me vuelvo y Nastya e Irina emergen del probador, ambas riendo. Nastya me mira inquisitiva.
—¿Qué pasa, Lena? —me pregunta—. ¿Te has echado atrás con lo del vestido? Estás sensacional con él.
—Mmm… No.
—¿Estás bien? —Nastya abre mucho los ojos.
—Estoy bien, ¿pagamos? —Me encamino a la caja, donde me uno a Irina, que ha elegido dos faldas.
—Buenas tardes, señora. —La joven dependienta (que lleva más brillo en los labios del que yo he visto en mi vida reunido en un solo sitio) me sonríe—. Son ochocientos cincuenta dólares.
¿Qué? ¿Por este trozo de tela? Parpadeo y le doy dócilmente mi American Express negra.
—Gracias, señora Lena —canturrea la señorita Brillo de Labios.
Durante las dos horas siguientes sigo a Nastya y a Irina totalmente aturdida, manteniendo todo el tiempo una lucha conmigo misma. ¿Debería decírselo a Nastya? Mi subconsciente niega con la cabeza firmemente. Sí,debería decírselo. No, mejor no. Puede haber sido simplemente un encuentro fortuito. Mierda. ¿Qué debo hacer?
—¿Te gustan los zapatos, Lena? —Irina tiene los brazos en jarras.
—Mmm… Sí, claro.
He acabado con un par de zapatos de Manolo Blahnik imposiblemente altos y con tiras que parecen hechas de cristal de espejo. Quedan perfectos con el vestido y solo le cuestan a Yulia más de mil dólares. Tengo suerte con la larga cadena de plata que Nastya insiste en que me compre: solo vale ochenta y cuatro dólares de nada.
—¿Empiezas a acostumbrarte a tener dinero? —me pregunta Nastya sin mala intención cuando vamos de camino al coche. Irina se ha adelantado un poco.
—Ya sabes que yo no soy así, Nastya. Todo esto me hace sentir incómoda. Pero si no me han informado mal, va con el lote. —La miro con los labios fruncidos y ella me rodea con un brazo.
—Te acostumbrarás, Lena —me dice para animarme—. Y vas a estar genial.
—Nastya, ¿qué tal les va a ti y a Dimitri? —le pregunto.
Sus ojos azules se clavan en los míos. Oh, no… Niega con la cabeza.
—No quiero hablar de eso ahora —dice señalando a Irina con la cabeza—, pero las cosas están… —Nastya deja la frase sin terminar.
Esto no es propio de la Nastya tenaz que yo conozco. Mierda. Sabía que estaba pasando algo. ¿Le digo lo que he visto? Pero ¿qué he visto? Dimitri y la señorita Depredadora-Sexual-Bien-Arreglada hablando, dándose un abrazo y un beso en la mejilla. Seguro que no es más que un encuentro de viejos amigos. No, no se lo voy a decir. Al menos no ahora. Asiento con una expresión que dice «lo entiendo perfectamente y voy a respetar tu privacidad». Ella me coge la mano y le da un apretón agradecido. Veo un destello de sufrimiento y dolor en sus ojos, pero ella lo oculta rápidamente con un parpadeo. De repente me siento muy protectora con mi mejor amiga. ¿A qué demonios está jugando Dimitri, el gigolo, Volkov?
Cuando volvemos a la casa, Nastya decide que nos merecemos unos cócteles después de nuestra tarde de compras y nos hace unos daiquiris de fresa. Nos acomodamos en los sofás del salón, delante del fuego encendido.
—Dimitri ha estado un poco distante últimamente —me susurra Nastya, mirando las llamas. Nastya y yo por fin hemos encontrado un momento para estar a solas mientras Irina guarda sus compras.
—¿Ah, sí?
—Creo que tengo problemas por haberte metido en problemas a ti.
—¿Te has enterado de eso?
—Sí. Yulia llamó a Dimitri y Dimitri a mí.
Pongo los ojos en blanco. Oh, Cincuenta, Cincuenta, Cincuenta…
—Lo siento. Yulia es muy… protectora. ¿No has visto a Dimitri desde el día que salimos a tomar cócteles?
—No.
—Oh.
—Me gusta mucho, Lena —me confiesa. Y durante un horrible momento pienso que va a llorar. Esto no es propio de Nastya. ¿Significará esto la vuelta del pijama rosa? Nastya me mira—. Me he enamorado de él. Al principio creía que era solo el sexo, que es genial. Pero es encantador y amable y tierno y divertido. Nos veo envejeciendo juntos con, ya sabes… hijos, nietos… todo.
—El «fueron felices y comieron perdices» —le susurro.
Asiente con tristeza.
—Creo que deberías hablar con él. Busca un momento para estar solos y descubre qué le preocupa.
O quién, me recuerda mi subconsciente. La aparto de un manotazo, sorprendida de lo rebeldes que son mis propios pensamientos.
—¿Por qué no vais a dar un paseo mañana por la mañana?
—Ya veremos.
—Nastya, no me gusta nada verte así.
Me sonríe un poco y me acerco para abrazarla. Decido no contarle lo de Gia, aunque puede que le pregunte directamente al gigolo. ¿Cómo puede estar jugando con los sentimientos de mi amiga?
Irina vuelve y pasamos a hablar de cosas menos comprometidas.
El fuego crepita y chisporrotea cuando le echo el último tronco. Casi nos hemos quedado sin leña. Aunque es verano, el fuego se agradece en un día húmedo como este.
—Irina, ¿sabes dónde se guarda la leña para el fuego? —le pregunto. Ella le da un sorbo al daiquiri.
—Creo que en el garaje.
—Voy a por unos cuantos troncos. Y así tengo oportunidad de explorar…
La lluvia ha parado cuando salgo y me encamino al garaje para tres coches que hay junto a la casa. La puerta lateral no está cerrada con llave, así que entro y enciendo la luz. El fluorescente cobra vida con un zumbido.
Hay un coche en el garaje; es el Audi en el que he visto a Dimitri esta tarde. También hay dos motos de nieve. Pero lo que me llama la atención son dos motos de motocross, ambas de 125 cc. Los recuerdos de Andrey intentando valientemente enseñarme a conducir una el verano pasado me vienen a la mente. Me froto inconscientemente el brazo donde me hice un buen hematoma en una caída.
—¿Sabes conducirlas? —oigo la voz de Dimitri detrás de mí.
Me vuelvo.
—Has vuelto.
—Eso parece. —Sonríe y me doy cuenta de que Yulia me respondería con las mismas palabras, pero no con esa enorme sonrisa arrebatadora—. ¿Sabes?
¡Gigolo!
—Algo así.
—¿Quieres que te dé una vuelta?
Río burlonamente.
—Mmm… no. No creo que a Yulia le gustara nada que hiciera algo así.
—Yulia no está aquí. —Dimitri muestra una media sonrisa (oh, parece que es un rasgo de familia) y señala a nuestro alrededor para indicar que estamos solos. Se acerca a la moto más cercana, pasa una pierna enfundada en un vaquero por encima del asiento, se acomoda y coge el manillar.
—Yulia tiene… preocupaciones por mi seguridad. No debería.
—¿Siempre haces lo que ella te dice? —Dimitri tiene una chispa traviesa en sus ojos azules de bebé y puedo ver un destello del chico malo… el chico malo del que se ha enamorado Nastya. El chico malo de Detroit.
—No. —Arqueo una ceja reprobatoria en su dirección—. Pero intento no complicarle la vida. Ya tiene bastantes preocupaciones sin que yo le dé ninguna más. ¿Ha vuelto ya?
—No lo sé.
—¿No has ido a pescar?
Dimitri niega con la cabeza.
—Tenía que resolver unos asuntos en la ciudad.
¡Asuntos! ¡Vaya! ¡Asuntos rubios y muy bien arreglados! Inspiro bruscamente y le miro con la boca abierta.
—Si no quieres conducir, ¿qué haces en el garaje? —me pregunta Dimitri intrigado.
—He venido a buscar leña para el fuego.
—Oh, ahí estás… ¡Dimitri! Ya has vuelto. —Nastya nos interrumpe.
—Hola, cariño —la saluda con una amplia sonrisa.
—¿Has pescado algo?
Me quedo pendiente de la reacción de Dimitri.
—No. Tenía que hacer unas cosas en la ciudad. —Y durante un breve momento veo un destello de inseguridad en su cara.
Oh, mierda.
—He salido a ver qué había entretenido a Lena. —Nastya nos mira confusa.
—Estábamos tomando el aire —dice Dimitri y se ven saltar chispas entre ellos.
Todos nos giramos al oír un coche aparcando fuera. ¡Oh! Yulia ha vuelto. Gracias a Dios. El mecanismo que abre la puerta del garaje se pone en funcionamiento con un chirrido que nos sobresalta a todos y la puerta se levanta lentamente para revelar a Yulia y a Andrey descargando una camioneta negra.
Yulia se queda parada cuando nos ve a todos allí de pie en el garaje.
—¿Van a montar un grupo y están ensayando en el garaje para dar un concierto? —pregunta burlona cuando entra directo hacia donde estoy yo.
Le sonrío. Me siento aliviada de verla. Debajo del cortavientos lleva el mono que le vendí yo cuando trabajaba en Clayton’s.
—Hola —me dice mirándome inquisitivamente e ignorando a Nastya y a Dimitri.
—Hola. Me gusta tu mono.
—Tiene muchos bolsillos. Es muy útil para pescar —me dice con voz baja y sugerente, solo para mis oídos, y cuando me mira su expresión es seductora.
Me ruborizo y ella me sonríe con una sonrisa de oreja a oreja toda para mí.
—Estás mojada —murmuro.
—Estaba lloviendo. ¿Qué están haciendo todos aquí en el garaje? —Al fin habla teniendo en cuenta que no estamos sola.
—Lena ha venido a por leña —dice Dimitri arqueando una ceja. No sé cómo pero ha conseguido que eso suene como algo indecente—. Yo he intentado tentarla para que monte. —Es un maestro de los dobles sentidos.
A Yulia le cambia la cara y a mí se me para el corazón.
—Me ha dicho que no, que a ti no te iba a gustar —responde Dimitri amablemente y sin segundas.
Yulia me mira con sus ojos aazules.
—¿Eso ha dicho? —pregunta.
—Vamos a ver, me parece bien que nos dediquemos a hablar de lo que Lena ha hecho o no ha hecho, pero ¿podemos hacerlo dentro? —interviene Nastya. Se agacha, coge dos troncos y se gira para encaminarse a la puerta. Oh, mierda. Nastya está enfadada, pero sé que no es conmigo.
Dimitri suspira y, sin decir una palabra, la sigue. Yo me quedo mirándolos, pero Yulia me distrae.
—¿Sabes llevar moto? —me pregunta incrédula.
—No muy bien. Andrey me enseñó.
Sus ojos se convierten en hielo.
—Entonces has tomado la decisión correcta —me dice con la voz mucho más fría—. El suelo está muy duro y la lluvia lo hace resbaladizo y traicionero.
—¿Dónde dejo los aparejos de pescar? —pregunta Andrey desde el exterior.
—Déjalos ahí, Andrey… Igor se ocupará de ellos.
—¿Y los peces? —vuelve a preguntar Andrey con voz divertida.
—¿Han pescado algo? —pregunto sorprendida.
—Yo no. Isaev sí. —Y Yulia hace un mohín encantador.
Suelto una carcajada.
—La señora Bentley se ocupará de ellos —responde.
Andrey sonríe y entra en la casa.
—¿Le resulto divertida, señora Volkova Katina?
—Mucho. Estás mojada… Te voy a preparar un baño.
—Solo si te metes conmigo. —Se inclina y me da un beso.
Lleno la enorme bañera ovalada del lavabo de la habitación y echo un chorrito de aceite de baño del caro, que empieza a hacer espuma inmediatamente. El aroma es maravilloso… jazmín, creo. Vuelvo al dormitorio y me pongo a colgar el vestido mientras se acaba de llenar la bañera.
—¿Os lo habéis pasado bien? —me pregunta Yulia cuando entra en la habitación. Solo lleva una camiseta y el pantalón del chándal y va descalza. Cierra la puerta detrás de ella.
—Sí —le respondo disfrutando de la vista. La he echado de menos. Es ridículo porque ¿cuánto ha pasado? ¿unas cuantas horas…?
Ladea la cabeza y me mira.
—¿Qué pasa?
—Estaba pensando en cuánto te he echado de menos.
—Suena como si hubiera sido mucho, señora Volkova Katina.
—Mucho, sí, señora Volkova.
Se acerca hasta quedar de pie justo delante de mí.
—¿Qué te has comprado? —me pregunta y sé que es para cambiar de tema.
—Un vestido, unos zapatos y un collar. Me he gastado un buen pellizco de tu dinero —confieso mirándola culpable.
Eso la divierte.
—Bien —dice y me coloca un mechón suelto detrás de las orejas—. Y por enésima vez: nuestro dinero.
Me coge la barbilla, libera mi labio del aprisionamiento de mis dientes y me roza con el dedo índice la parte delantera de la camiseta, bajando por el esternón entre mis pechos, después por el estómago y el vientre hasta llegar al dobladillo.
—Creo que no vas a necesitar esto en la bañera —susurra, agarra el dobladillo de la camiseta con ambas manos y me la va quitando lentamente—. Levanta los brazos.
Obedezco sin apartar mis ojos de los suyos y ella deja caer mi camiseta al suelo.
—Creía que solo íbamos a darnos un baño. —El pulso se me acelera.
—Quiero ensuciarte bien primero. Yo también te he echado de menos. —Y se inclina para besarme.
—¡Mierda! ¡El agua! —Intento sentarme, todavía aturdida después del orgasmo.
Yulia no me suelta.
—¡Yulia, la bañera! —le miro.
Está acurrucada sobre mi pecho.
Ríe.
—Relájate. Hay desagües en el suelo. —Rueda sobre sí misma y me da un beso rápido—. Voy a cerrar el grifo.
Baja de la cama y camina hasta el cuarto de baño. Mis ojos la siguen ávidamente durante todo el camino.
Mmm… Mi esposa, desnuda y pronto muy mojada. Salgo de la cama de un salto.
Nos sentamos cada una en un extremo de la bañera, que está demasiado llena (tanto que cada vez que nos movemos el agua se sale por un lado y cae al suelo). Esto es un placer. Y un placer mayor es tener a Yulia lavándome los pies, masajeándome las plantas y tirando suavemente de mis dedos. Después me los besa uno por uno y me da un mordisco en el meñique.
—¡Aaaah! —Lo he sentido… justo ahí, en mi entrepierna.
—¿Así? —murmura.
—Mmm… —digo incoherente.
Empieza a masajearme de nuevo. Oh, qué bien. Cierro los ojos.
—He visto a Gia en la ciudad —le digo.
—¿Ah, sí? Creo que también tiene una casa aquí —me contesta sin darle importancia. No le interesa lo más mínimo.
—Estaba con Dimitri.
Yulia deja el masaje; eso sí le ha llamado la atención. Cuando abro los ojos tiene la cabeza ladeada,como si no comprendiera.
—¿Qué quieres decir con que estaba con Dimitri? —me pregunta más perpleja que preocupada.
Le cuento lo que vi.
—Lena, solo son amigos. Creo que Dimitri está bastante pillado con Nastya. —Hace una pausa y después añade en voz más baja—. De hecho sé que está muy pillado con Nastya —dice aunque pone una expresión de «no puedo entender por qué».
—Nastya es guapísima —le respondo defendiendo a mi amiga.
Ella ríe.
—Me sigo alegrando de que fueras tú la que se cayó al entrar en mi despacho. —Me da un beso en el pulgar, me suelta el pie izquierdo y me coge el derecho para empezar el proceso de masaje otra vez. Sus dedos son tan fuertes y flexibles… Me vuelvo a relajar. No quiero discutir sobre Nastya. Cierro los ojos y dejo que sus dedos vayan haciendo su magia en mis pies.
Me miro boquiabierta en el espejo de cuerpo entero sin reconocer al bellezón que me mira desde el cristal.
Nastya se ha vuelto loca y se ha puesto a jugar a la Barbie conmigo esta noche, peinándome y maquillándome.
Tengo el pelo liso y con volumen, los ojos perfilados y los labios rojo escarlata. Estoy… buenísima. Soy todo piernas, sobre todo con los Manolos de tacón alto y el vestido indecentemente corto. Necesito que Yulia me dé su aprobación, aunque tengo la sensación de que no le va a gustar que exponga tanta carne al aire.
Como estamos en esta entente cordiale, decido que lo mejor será preguntarle. Cojo mi BlackBerry.
De: Lena Volkova
Fecha: 27 de agosto de 2011 18:53
Para: Yulia Volkova
Asunto: ¿Se me ve el culo gordo con este vestido?
Señora Volkova:
Necesito su consejo con respecto a mi atuendo.
Suya
Señora V x
De: Yulia Volkova
Fecha: 27 de agosto de 2011 18:55
Para: Lena Volkova
Asunto: Como un melocotón
Señora Volkova Katina:
Lo dudo mucho.
Pero ahora voy y le hago una buena inspección a su culo para asegurarme.
Suya por adelantado
Señora V x
Yulia Volkova
Presidenta e inspector de culos de Volkova Enterprises Holdings Inc.
Justo mientras estoy leyendo el correo, se abre la puerta del dormitorio y Yulia se queda petrificada en el umbral. Se le abre la boca y los ojos casi se le salen de las órbitas.
Madre mía, eso podría significar algo bueno o algo malo…
—¿Y bien? —pregunto en un susurro.
—Lena, estás… Uau.
—¿Te gusta?
—Sí, supongo que sí. —Suena un poco ronca. Entra lentamente en la habitación y cierra la puerta. Lleva unos vaqueros negros y una camisa blanca con una chaqueta negra. Ella también está fabulosa. Se acerca poco a poco a mí, pero en cuanto llega a mi altura, me pone las manos en los hombros y me gira hasta que quedo de frente al espejo con ella detrás de mí. Mi mirada se encuentra con la suya en el espejo y después la veo mirar hacia abajo, fascinada por mi espalda al aire. Me la acaricia con los dedos hasta que llega al borde del vestido,
donde la carne pálida se encuentra con la tela plateada—. Es muy atrevido —murmura.
Su mano desciende un poco más, siguiendo por mi culo y bajando por el muslo desnudo. Se detiene y sus ojos azules brillan con un tono azulado. Lentamente sus dedos ascienden de nuevo hasta el dobladillo de mi vestido.
Observo sus dedos largos que me rozan levemente, acariciándome la piel y dejando un cosquilleo a su paso, y mi boca forma una O perfecta.
—No hay mucha distancia entre aquí… —dice tocando el dobladillo de mi vestido— y aquí —susurra subiendo un poco el dedo. Doy un respingo cuando los dedos me acarician el sexo, moviéndose de forma provocativa sobre mis bragas, sintiéndome y excitándome.
—¿Adónde quieres llegar? —le susurro.
—Quiero llegar a explicar que esto no está muy lejos… —Sus dedos se deslizan sobre mis bragas y en un segundo mete uno debajo, contra la carne suave y humedecida—. De esto. —Introduce un dedo en mi interior.
Doy un respingo y gimo bajito.
—Esto es mío —me susurra al oído. Cierra los ojos y mete y saca el dedo rítmicamente de mi interior—. Y no quiero que nadie más lo vea.
Mi respiración se vuelve entrecortada y mis jadeos se acompasan con el ritmo de su dedo. La estoy viendo en el espejo mientras me hace esto… y es algo más que erótico.
—Así que si eres buena y no te agachas, no habrá ningún problema
—¿Lo apruebas? —le pregunto.
—No, pero no voy a prohibirte que lo lleves. Estás espectacular, Elena. —Saca de repente el dedo,dejándome con ganas de más, pero ella se mueve para quedar frente a mí. Me coloca la punta de su dedo invasor en el labio inferior. Instintivamente frunzo los labios y le doy un beso. Ella me recompensa con una
sonrisa maliciosa. Se mete el dedo en la boca y su expresión me informa de que le gusta mi sabor… mucho.
¿Siempre me va a impactar verla hacer eso?
Después me coge la mano.
—Ven —me ordena con voz suave y me tiende la mano para que vaya con ellla.
Quiero responderle que estaba a punto de conseguirlo con lo que me estaba haciendo, pero a la vista de lo que pasó ayer en el cuarto de juegos, prefiero callarme.
Estamos esperando el postre en un restaurante pijo y exclusivo de la ciudad. Hasta ahora ha sido una cena animada e Irina está decidida a que sigamos con la diversión y vayamos de discotecas. En este momento está sentada en silencio, escuchando con atención mientras Andrey y Yulia charlan. Es evidente que Irina está encaprichada con Andrey, y Andrey… es difícil saberlo. No sé si son solo amigos o hay algo más.
Yulia parece relajada. Ha estado conversando animadamente con Andrey. Parece que han estrechado su amistad mientras pescaban. Hablan sobre todo de psicología. Irónicamente, Yulia parece la que más sabe de los dos. Me río por lo bajo mientras escucho a medias la conversación, dándome cuenta con tristeza de que sus conocimientos son resultado de su experiencia con muchos psiquiatras.
«Tú eres la mejor terapia.» Esas palabras que me susurró una vez cuando hacíamos el amor resuenan en mi cabeza. ¿Lo soy? Oh, Yulia, eso espero.
Miro a Nastya. Está guapísima, pero ella siempre lo está. Ella y Dimitri no están tan animados. Él parece nervioso; cuenta los chistes demasiado alto y su risa es un poco tensa. ¿Habrán tenido una pelea? ¿Qué le estará preocupando? ¿Será esa mujer? Se me cae el alma a los pies al pensar que puede hacerle daño a mi
mejor amiga. Miro a la entrada, casi esperando ver a Gia pavoneándose tranquilamente por el restaurante en dirección a nosotros. Mi mente me está jugando malas pasadas. Creo que es por el alcohol que he tomado.
Empieza a dolerme la cabeza.
De repente Dimitri nos sobresalta a todos arrastrando la silla, que chirría contra el suelo de azulejo, para ponerse de pie de golpe. Todos nos quedamos mirándole. Él mira a Nastya un segundo y de repente planta una rodilla en el suelo delante de ella.
Oh. Dios. Mío…
Dimitri le coge la mano a Nastya y el silencio se cierne sobre el restaurante; todo el mundo deja de comer y de hablar e incluso de andar y se queda mirando.
—Mi preciosa Nastya, te quiero. Tu gracia, tu belleza y tu espíritu ardiente no tienen igual y han atrapado mi corazón. Pasa el resto de tu vida conmigo. Cásate conmigo.
¡Madre mía!
VIVALENZ28- Mensajes : 921
Fecha de inscripción : 04/08/2014
Re: CINCUENTA SOMBRAS LIBERADAS// ADAPTACIÓN
Me espere cualquier cosa, pero eso??? Definitivamente Lena me esta poniendo paranoica xD
Aleinads- Mensajes : 519
Fecha de inscripción : 14/05/2015
Edad : 35
Localización : Colombia
Re: CINCUENTA SOMBRAS LIBERADAS// ADAPTACIÓN
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Ahora todo el mundo en el restaurante está concentrado en Nastya y Dimitri, esperando y conteniendo la respiración. Esta espera es insoportable. El silencio se está extendiendo demasiado, como una goma elástica ya demasiado tensa.
Nastya se queda mirando a Dimitri como si no entendiera lo que está pasando mientras él no aparta la vista con los ojos muy abiertos por la necesidad e incluso por el miedo. ¡Por Dios, Nastya, deja ya de hacerle sufrir, por favor! La verdad es que podría habérselo pedido en privado…
Una sola lágrima empieza a caerle por la mejilla, aunque sigue mirándole sin decir nada. ¡Oh, mierda!
¿Nastya llorando? Después sonríe, una sonrisa lenta de incredulidad, como si acabara de alcanzar el Nirvana.
—Sí —le susurra en una aceptación dulce y casi sin aliento, nada propia de Nastya. Se produce una pausa de un nanosegundo cuando todo el restaurante suelta un suspiro colectivo de alivio y después llega el ruido ensordecedor. Un aplauso espontáneo, vítores, silbidos y aullidos, y de repente siento que me caen lágrimas por la cara y se me corre todo el maquillaje de Barbie gótica que llevo.
Ajenos a la conmoción que se está produciendo a su alrededor, los dos están encerrados en su propio mundo. Dimitri saca del bolsillo una cajita, la abre y se la enseña a Nastya. Un anillo. Por lo que veo desde aquí,es un anillo exquisito, pero tengo que verlo más de cerca. ¿Es eso lo que estaba haciendo con Gia? ¿Escoger un anillo? ¡Mierda! Cómo me alegro de no habérselo dicho a Nastya.
Nastya mira la sortija y después a Dimtri y por fin le rodea el cuello con los brazos. Se besan de una forma muy discreta para sus estándares y todos en el restaurante se vuelven locos. Dimitri se levanta y agradece los vítores con una reverencia sorprendentemente grácil y después, con una enorme sonrisa de satisfacción,vuelve a sentarse. No puedo apartar los ojos de ellos. Dimitri saca con cuidado el anillo de la caja, se lo pone a Nastya en el dedo y vuelven a besarse.
Yulia me aprieta la mano. No me he dado cuenta de que se la estaba agarrando tan fuerte. La suelto, un poco avergonzada, y ella sacude la mano con una expresión de dolor fingido.
—Lo siento. ¿Tú lo sabías? —le pregunto en un susurro.
Yulia sonríe y está claro que sí. Llama al camarero.
—Dos botellas de Cristal, por favor. Del 2002, si es posible.
La miro con una sonrisa burlona.
—¿Qué?
—El del 2002 es mucho mejor que el del 2003, claro —bromeo.
Ella ríe.
—Para un paladar exigente, por supuesto, Elena.
—Y usted tiene uno de los más exigentes, señora Volkova, y unos gustos muy peculiares. —Le sonrío.
—Cierto, señora Volkova Katina. —Se acerca—. Pero lo que mejor sabe de todo eres tú —me susurra y me da un beso en un punto detrás de la oreja que hace que un estremecimiento me recorra toda la espalda. Me ruborizo hasta ponerme escarlata y recuerdo su anterior demostración de los inconvenientes de la breve longitud de mi vestido.
Irina es la primera que se levanta para abrazar a Nastya y a Dimitri y después todos vamos felicitando por turnos a la feliz pareja. Yo le doy a Nastya un abrazo bien fuerte.
—¿Ves? Solo estaba preocupado porque iba a hacerte la proposición —le digo en un susurro.
—Oh, Lena… —dice medio riendo, medio llorando.
—Nastya, me alegro mucho por ti. Felicidades.
Yulia está detrás de mí. Le estrecha la mano a Dimitri y después, para sorpresa de Dimitri y también mía, lo atrae hacia ella para darle un abrazo. Apenas consigo oír lo que le dice entre el ruido circundante.
—Enhorabuena, Dima —murmura.
Dimitri no dice nada, por una vez sin palabras; solo le devuelve cariñosamente el abrazo a su hermano.
¿Dima?
—Gracias, Yulia —dice Dimitri con la voz quebrada.
Yulia le da a Nastya un breve y un poco incómodo abrazo manteniendo las distancias dentro de lo posible. Sé que Yulia en el mejor de los casos solo soporta a Nastya y la mayor parte del tiempo simplemente le es indiferente, así que esto es un pequeño progreso. Al soltarla le dice en un susurro que solo
podemos oír ella y yo:
—Espero que seas tan feliz en tu matrimonio como yo lo soy en el mío.
—Gracias, Yulia. Yo también lo espero —le responde agradecida.
Ya ha vuelto el camarero con el champán, que abre con una floritura.
Yulia levanta su copa.
—Por Nastya y mi querido hermano Dimitri. Enhorabuena a los dos.
Todos le damos un sorbo. Bueno, yo vacío mi copa de un trago. Mmm, el Cristal sabe muy bien y me acuerdo de la primera vez que lo tomé, en el club de Yulia, y de nuestra excitante bajada en el ascensor hasta la primera planta.
Yulia me mira con el ceño fruncido.
—¿En qué estás pensando? —me susurra.
—En la primera vez que bebí este champán.
Su ceño se vuelve inquisitivo.
—Estábamos en tu club —le recuerdo.
Sonríe.
—Oh, sí. Ya me acuerdo —dice y me guiña un ojo.
—¿Ya habéis elegido fecha, Dimitri? —pregunta Irina.
Dimitri lanza a su hermana una mirada exasperada.
—Se lo acabo de pedir a Nastya, así que no hemos tenido tiempo de hablar de eso todavía…
—Oh, que sea una boda en Navidad. Eso sería muy romántico y así nunca se te olvidaría vuestro aniversario —sugiere Irina juntando las manos.
—Tendré en cuenta tu consejo —dice Dimitri sonriendo burlonamente.
—Después del champán, ¿podemos ir de fiesta? —pregunta Irina volviéndose hacia Yulia y dedicándole una mirada de sus grandes ojos marrones.
—Creo que habría que preguntarles a Dimtiri y a Nastya qué es lo que les apetece hacer.
Todos nos volvemos hacia ellos a la vez. Dimitri se encoge de hombros y Nastya se pone algo más que roja.
Lo que estaba pensando hacer con su recién estrenado prometido está tan claro que por poco escupo el champán de cuatrocientos dólares por toda la mesa.
Zax es la discoteca más exclusiva de Aspen, o eso dice Irina. Yulia se dirige hacia el principio de la corta cola rodeándome la cintura con el brazo; nos dejan pasar inmediatamente. Me pregunto por un momento si también será la dueña de este local. Miro el reloj; las once y media de la noche y ya estoy un poco achispada.
Las dos copas de champán y las varias de Pouilly-Fumé que me he tomado en la cena están empezando a hacerme efecto y me alegro de que Yulia me tenga agarrada con el brazo.
—Bienvenido de nuevo, señora Volkova —le saluda una rubia atractiva con largas piernas, unos pantaloncitos de satén negros muy sexis, una blusa sin mangas a juego y una pequeña pajarita roja. Muestra una amplia sonrisa que revela unos dientes perfectos entre sus labios de color escarlata, a juego con la pajarita—. Max se ocupará de sus chaquetas.
Un hombre joven vestido todo de negro (no de satén esta vez, por suerte) me sonríe a la vez que se ofrece a llevarse mi chaqueta. Sus ojos oscuros son amables y atractivos. Yo soy la única que lleva chaqueta (Yulia ha insistido en que me pusiera un trench de Irina para taparme el trasero), así que Max solo tiene que ocuparse de mí.
—Bonita chaqueta —me dice mirándome fijamente.
A mi lado Yulia se pone tensa y atraviesa a Max con una mirada que dice a gritos: «Apártate de ella ahora mismo». Él se sonroja y le da apresuradamente el tíquet de mi chaqueta a Yulia.
—Les llevaré hasta su mesa —dice la señorita Minishort de Satén a la vez que pestañea al mirar a mi esposa y mueve su larga melena rubia. Después se dirige a la entrada andando seductoramente. Yo agarro a Yulia con más fuerza y ella me mira extrañada un momento y después sonríe burlona mientras sigue a la
chica de los pantaloncitos hacia el interior del bar.
Las luces son tenues, las paredes negras y los muebles rojo oscuro. Hay reservados en dos de las paredes y una gran barra con forma de U en el centro. Hay bastantes personas, teniendo en cuenta que estamos fuera de temporada, pero no está muy lleno de la típica gente rica de Aspen que sale un sábado por la noche a pasárselo bien. La gente viste de manera informal y por primera vez me siento demasiado vestida… mejor dicho, demasiado poco vestida. El suelo y las paredes vibran por la música que llega desde la pista de baile que hay detrás de la barra y las luces giran y parpadean. Tal como siento mi cabeza ahora mismo, todo me parece la pesadilla de un epiléptico.
La señorita Minishort de Satén nos conduce hasta un reservado situado en una esquina que está cerrado con un cordón. Está cerca de la barra y tiene acceso a la pista de baile. Sin duda es el mejor sitio del local.
—Ahora mismo viene alguien a tomarles nota. —Nos dedica una sonrisa llena de megavatios y con una última sacudida de pestañas en dirección a mi esposa, se va pavoneándose por donde vino.
Irina no hace más que cambiar el peso del cuerpo de un pie a otro, muriéndose por lanzarse a la pista de baile, y Andrey se apiada de ella.
—¿Champán? —les pregunta Yulia mientras se dirigen a la pista de baile cogidos de la mano.
Andrey levanta el pulgar e Irina asiente con energía.
Nastya y Dimitri se acomodan en los asientos de suave terciopelo con las manos entrelazadas. Se les ve muy felices, con las caras relajadas y radiantes a la suave luz de las velas que hay en unos portavelas de cristal sobre la mesa baja. Yulia me hace un gesto para que me siente y me sitúo al lado de Nastya. Ella se sienta a mi lado y examina ansiosa la sala.
—Enséñame el anillo. —Tengo que elevar la voz para que se me oiga por encima de la música. Voy a estar ronca cuando acabe la noche.
Nastya me sonríe y levanta la mano. El anillo es exquisito, un solitario con un engarce muy finamente trabajado y pequeños diamantes a ambos lados. Tiene cierto aire retro victoriano.
—Es precioso.
Ella asiente encantada y estira el brazo para darle un apretón al muslo de Dimitri. Él se acerca y le da un beso.
—Buscaos una habitación —les digo.
Dimitri sonríe.
Una mujer joven con el pelo corto y oscuro y una sonrisa traviesa, que lleva los mismos pantaloncitos de satén sexis (debe de ser el uniforme), viene a tomarnos nota.
—¿Qué queréis beber? —pregunta Yulia.
—No se te ocurra pagar la cuenta aquí también —gruñe Dimitri.
—No empieces con esa mierda otra vez, Dimitri —dice Yulia sin acritud.
A pesar de las protestas de Nastya, Dimitri y Andrey, Yulia ha pagado la cena. Simplemente ha rechazado sus objeciones con un gesto de la mano y no ha dejado que nadie hablara de pagar. Le miro con adoración.
Mi Cincuenta Sombras… siempre ejerciendo el control.
Dimitri abre la boca para decir algo, pero vuelve a cerrarla, sabiamente creo.
—Yo quiero una cerveza —dice.
—¿Nastya? —pregunta Yulia.
—Más champán, por favor. El Cristal está delicioso. Pero estoy segura de que Andrey prefiere una cerveza.
—Le sonríe a Yulia con dulzura (sí, dulzura). Irradia felicidad por todos los poros. Puedo sentir su alegría y es un placer compartirla con ella.
—¿Lena?
—Champán, por favor.
—Una botella de Cristal, tres Peronis y una botella de agua mineral fría. Seis copas —dice con su habitual tono autoritario y firme.
Me resulta tremendamente sexy.
—Sí, señora. Ahora mismo se lo traigo. —La señorita Minishorts de Satén número dos le dedica una amplia sonrisa, pero esta vez no hay pestañeo, aunque se ruboriza un poco.
Niego con la cabeza, resignada. Es mía, guapa.
—¿Qué? —me pregunta.
—Esta no ha agitado las pestañas. —Sonrío burlonamente.
—Oh, ¿se supone que tenía que hacerlo? —me pregunta intentando ocultar su sonrisa, pero sin conseguirlo.
—Las mujeres suelen hacerlo contigo. —Mi tono es irónico.
Sonríe.
—Señora Volkova Katina, ¿está celosa?
—Ni lo más mínimo —le digo con un mohín. Me doy cuenta justo en ese momento de que estoy empezando a tolerar que el resto de las mujeres se coman con los ojos a mi esposa. O casi. Yulia me coge la mano y me da un beso en los nudillos.
—No tiene por qué estar celosa, señora Volkova Katina—me susurra cerca de la oreja. Su aliento me hace cosquillas.
—Lo sé.
—Bien.
La camarera vuelve y unos segundos después ya estoy bebiendo champán otra vez.
—Toma —dice Yulia y me pasa un vaso de agua—. Bebe esto.
La miro con el ceño fruncido y veo, más que oigo, que suspira.
—Tres copas de vino blanco durante la cena y dos de champán, después de un daiquiri de fresa y dos copas de Frascati en el almuerzo. Bebe. Ahora, Lena.
¿Cómo sabe lo de los cócteles de esta tarde? Frunzo el ceño de nuevo. Pero la verdad es que tiene razón.
Cojo el vaso de agua y lo vacío de un trago de una forma muy poco femenina para dejar claro que no me gusta que me diga lo que tengo que hacer… otra vez. Me limpio la boca con el dorso de la mano.
—Muy bien —me felicita sonriendo—. Ya vomitaste encima de mí una vez y no tengo ganas de repetir la experiencia.
—No sé de qué te quejas. Conseguiste acostarte conmigo.
Sonríe y su mirada se suaviza.
—Sí, cierto.
Andrey e Irina vuelven de la pista.
—Andrey ya ha tenido bastante por ahora. Arriba, chicas. Vamos a romper la pista, a mover el trasero y a dar unos cuantos pasos para bajar las calorías de la mousse de chocolate.
Nastya se pone de pie inmediatamente.
—¿Vienes? —le pregunta a Dimitri.
—Prefiero verte desde aquí —dice, y yo tengo que mirar hacia otro lado rápidamente porque la mirada que le lanza hace que me sonroje hasta yo.
Ella sonríe mientras yo me pongo de pie.
—Voy a quemar unas cuantas calorías —digo y me agacho para susurrarle a Yulia al oído—: Tú puedes quedarte aquí y mirarme.
—No te agaches —gruñe.
—Vale —digo levantándome bruscamente. ¡Uau! La cabeza me da vueltas y tengo que agarrarme al hombro de Yulia porque la sala gira e incluso se inclina un poco.
—Tal vez te vendría bien tomar más agua —murmura Yulia con una clara nota de advertencia en su voz.
—Estoy bien. Es que los asientos son muy bajos y yo llevo tacones muy altos.
Nastya me coge la mano y yo inspiro hondo. Después sigo a Nastya y a Irina, que abre la marcha, hasta la pista de baile.
La música retumba por todas partes, un ritmo tecno con el sonido repetitivo de un bajo. La pista de baile no está muy llena, así que tenemos un poco de espacio. Hay una mezcla ecléctica de gente, mayores y jóvenes por igual, bailando para consumir la noche. Yo nunca he bailado muy bien. De hecho he empezado a bailar desde que estoy con Yulia. Nastya me abraza.
—¡Estoy tan feliz! —grita por encima de la música y empieza a bailar.
Irina está haciendo esas cosas que hace Irina, sonriéndonos a las dos y lanzándose a bailar por todas partes.
Vaya, está ocupando mucho espacio en la pista de baile. Miro hacia la mesa; nuestros amores nos están observando. Comienzo a moverme. Es un ritmo muy pegadizo. Cierro los ojos y me rindo a ella.
Abro los ojos y veo que la pista se está llenando. Nastya, Irina y yo nos vemos obligadas a juntarnos un poco más. Y para mi sorpresa descubro que me lo estoy pasando bien. Empiezo a moverme un poco más,valientemente. Nastya me mira levantando los dos pulgares y yo le sonrío.
Cierro los ojos. ¿Por qué he pasado los primeros veinte años de mi vida sin hacer esto? Prefería leer a bailar. Jane Austen no tenía una música muy buena para bailar y Thomas Hardy… Madre mía, él se hubiera sentido tremendamente culpable por no haber bailado con su primera esposa. Me río al pensarlo.
Es por Yulia. Ella es quien me ha dado esta confianza en mi cuerpo y en que puedo moverlo.
De repente noto dos manos en mis caderas. Yulia ha venido a unirse al baile. Me contoneo y las manos bajan hasta mi culo para darle un apretón y después vuelven a mis caderas.
Abro los ojos y veo que Irina me mira con la boca abierta, horrorizada. Mierda, ¿tan mal lo hago? Bajo las manos para coger las de Yulia. Pero son peludas. ¡Joder! ¡No son sus manos! Me doy la vuelta y me encuentro a un gigante rubio con más dientes de los que es natural tener y una sonrisa lasciva que muestra
todos y cada uno de ellos.
—¡Quítame las manos de encima! —chillo por encima de la música altísima, a punto de sufrir una apoplejía por la furia.
—Vamos, cielo, solo nos lo estamos pasando bien. —Vuelve a sonreír, levanta sus manos peludas como las de un mono y sus ojos azules brillan por las luces ultravioleta que no dejan de parpadear.
Antes de darme cuenta de lo que estoy haciendo, le doy una fuerte bofetada.
¡Ay! Mierda, mi mano… Ahora me escuece.
—¡Apártate de mí! —le grito. Me mira cubriéndose la mejilla enrojecida con la mano. Le pongo la mano que no ha sufrido daños delante de la cara y extiendo los dedos para enseñarle los anillos—. ¡Estoy casada, gilipollas!
Él se encoge de hombros de una forma bastante arrogante y me mira con una sonrisa de disculpa a medias.
Echo un vistazo a mi alrededor, nerviosa. Irina está a mi derecha, mirando fijamente al gigante rubio. Nastya está perdida en el momento, a su rollo. Yulia no está en la mesa. Oh, espero que haya ido al baño. Doy un paso atrás para adoptar una postura defensiva que conozco muy bien. Oh, mierda. Yulia me rodea la cintura con el brazo y me acerca a su lado.
—Aparta tus jodidas manos de mi mujer —dice. No ha gritado, pero no sé cómo se le ha oído por encima de la música.
Madre mía…
—Creo que ella sabe cuidarse solita —grita el gigante rubio mientras se toca la mejilla donde le he abofeteado. De repente, sin previo aviso, Yulia le da un puñetazo. Es como si lo estuviera viendo todo a cámara lenta. Un puñetazo perfectamente dirigido a la barbilla y a tal velocidad (aunque con el gasto mínimo
de energía) que el gigante rubio ni siquiera lo ve venir. Aterriza en el suelo como un saco de arena.
¡Joder!
—¡Yulia, no! —chillo asustada, poniéndome delante de ella para frenarla. Mierda, es capaz de matarlo—.¡Ya le he golpeado yo! —le grito por encima de la música.
Yulia ni siquiera me mira; tiene la vista clavada en el hombre rubio con una
maldad que nunca antes había visto en su mirada. Bueno, tal vez una vez: cuando Alexandr Popov se propasó conmigo.
Las otras personas de la pista de baile se apartan como las ondas de un estanque, abriendo un espacio a nuestro alrededor y manteniéndose a una distancia prudencial. El gigante rubio se pone de pie en el mismo momento en que llega Dimitri para reunirse con nosotros.
¡Oh, no! Nastya está a mi lado, mirándonos a todos con la boca abierta. Dimitri agarra a Yulia del brazo y Andrey aparece también.
—Tranquilos, ¿vale? No tenía mala intención. —El gigante rubio levanta las manos derrotado y se retira apresuradamente. Yulia le sigue con la mirada hasta que sale de la pista de baile. Continúa sin mirarme.
La canción cambia: pasa de la letra explícita de «Sexy Bitch» a un tema de baile tecno y repetitivo, con una mujer que canta con una voz vehemente. Dimitri me mira a mí, después a Yulia, y decide por fin soltarle el brazo y llevarse a Nastya para bailar con ella. Yo le rodeo el cuello con los brazos a Yulia y ella por fin
establece contacto visual conmigo, con los ojos todavía ardiendo de una forma primitiva y feroz. Un destello de adolescente con ganas de pelea. Madre mía…
Me examina la cara.
—¿Estás bien? —pregunta por fin.
—Sí. —Me froto la palma intentando que desaparezca el escozor y le acaricio el pecho.
Me late la mano. Nunca antes le había dado una bofetada a nadie. ¿Qué mosca me habrá picado? Que alguien me toque sin permiso no es un crimen contra la humanidad, ¿no?
Pero en el fondo sé por qué le he dado la bofetada; instintivamente he sabido cómo iba a reaccionar Yulia al ver a un extraño poniéndome las manos encima. Sabía que eso la haría perder su valioso autocontrol. Y pensar que un don nadie cualquiera puede sacar de quicio a mi esposa, a mi amor, me ha puesto hecha una furia. Una verdadera furia.
—¿Quieres sentarte? —me pregunta Yulia por encima del ritmo machacón.
Oh, vuelve conmigo, por favor.
—No. Baila conmigo.
Me mira inescrutable y no dice nada.
Tócame… canta la mujer.
—Baila conmigo —repito. Sigue furiosa—. Baila. Yulia, por favor. —Le cojo las manos.
Yulia vuelve a mirar al sitio por donde se ha ido ese tío, pero yo empiezo a moverme contra su cuerpo y a dar vueltas a su alrededor.
La multitud ha vuelto a rodearnos, aunque sigue habiendo una zona de exclusión de algo más medio metro a nuestro alrededor.
—¿Tú le has pegado? —me pregunta Yulia aún de pie e inmóvil. Le cojo las manos, que tiene cerradas en puños.
—Claro. Creía que eras tú, pero tenía demasiado pelo en las manos. Baila conmigo por favor.
Mientras me mira, el fuego de sus ojos va cambiando lentamente para convertirse en otra cosa, en algo más oscuro, más excitante. De repente me coge de la muñeca y tira de mí hasta pegarme contra ella, agarrándome las manos detrás de la espalda.
—¿Quieres bailar? Vamos a bailar —gruñe junto a mi oído y traza un círculo con las caderas contra mi cuerpo. Yo no puedo hacer otra cosa que seguirle. Sus manos agarran las mías justo sobre mi culo.
Oh… Yulia sabe moverse, moverse de verdad. Me mantiene cerca sin soltarme, pero sus manos se van relajando y por fin me suelta. Voy subiendo las manos por sus brazos hasta los hombros, sintiendo sus firmes brazos a través de su chaqueta. Me aprieta contra ella y yo sigo sus movimientos cuando empieza a
bailar conmigo de forma lenta y sensual, al ritmo cadencioso de la música de la discoteca.
Cuando me coge la mano y me hace girar, hacia un lado y después hacia otro, sé que por fin ha vuelto conmigo. Le sonrío y ella me responde con otra sonrisa.
Bailamos juntas. Es liberador… y divertido. Su furia ya está olvidada, o reprimida, y ahora se divierte haciéndome girar en el pequeño espacio que tenemos en la pista de baile, sin soltarme en ningún momento y con una habilidad consumada. Ella hace que yo parezca grácil, es una de sus habilidades. Hace que me sienta sexy, porque ella lo es. Consigue que me sienta querida, porque a pesar de sus cincuenta sombras, tiene un pozo inagotable de amor que dar. Al verla ahora, pasándoselo bien, es fácil pensar que no tiene ninguna preocupación ni ningún problema en su vida… Sé que su amor a veces se ve empañado por sus problemas de sobreprotección y de exceso de control, pero eso no hace que yo la quiera ni una pizca menos.
Cuando la canción cambia para pasar a otra, ya estoy sin aliento.
—¿Podemos sentarnos? —le digo jadeando.
—Claro. —Ella me saca de la pista de baile.
—Ahora mismo estoy caliente y sudorosa —le susurro cuando volvemos a la mesa.
Me atrae hacia sus brazos.
—Me gustas caliente y sudorosa. Aunque prefiero ponerte así en privado —dice en un susurro y aparece brevemente una sonrisa lasciva en los labios.
Cuando me siento, ya es como si el incidente en la pista de baile nunca hubiera ocurrido. Me sorprende vagamente que no nos hayan echado. Lanzo un vistazo al resto del local. Nadie nos mira y no veo al gigante rubio. Tal vez se haya ido o lo hayan echado. Nastya y Dimitri están siendo bastante indecentes en la pista de baile, Andrey e Irina se muestran más comedidos. Le doy otro sorbo al champán.
—Bebe. —Yulia me sirve otro vaso de agua y me mira fijamente con una expresión expectante que dice: «Bébetelo. Ahora».
Hago lo que me dice. Pero porque tengo sed.
Yulia saca una botella de Peroni de la cubitera que hay en la mesa y le da un largo sorbo.
—¿Y si hubiera habido prensa aquí? —le pregunto.
Yulia sabe inmediatamente que me refiero al incidente que ha protagonizado al noquear al gigante rubio.
—Tengo unos abogados muy caros —me dice con frialdad; la arrogancia personificada.
Frunzo el ceño.
—Pero no estás por encima de la ley, Yulia. Ya tenía la situación bajo control.
El azul de sus ojos se congela.
—Nadie toca lo que es mío —me dice con una rotundidad gélida, como si no me estuviera dando cuenta de algo obvio.
Oh… Le doy otro sorbo al champán. De repente me siento abrumada. La música está muy alta, todo late,me duele la cabeza y los pies y me siento un poco grogui.
Yulia me coge la mano.
—Vámonos. Quiero llevarte a casa —me dice.
Nastya y Dimitri vienen a la mesa.
—¿Se van? —pregunta Nastya con la voz esperanzada.
—Sí —responde Yulia.
—Vale, pues nos vamos con ustedes.
Mientras esperamos en el ropero a que Yulia recoja mi trench, Nastya me interroga.
—¿Qué ha pasado con ese tío en la pista de baile?
—Que me estaba toqueteando.
—Cuando he abierto los ojos te he visto darle una bofetada.
Me encojo de hombros.
—Es que sabía que Yulia se iba a poner como una central termonuclear y que eso podía estropearos la noche a los demás.
Todavía estoy procesando lo que siento acerca del comportamiento de Yulia. En ese momento pensaba que su reacción iba a ser todavía peor.
—Estropear nuestra noche —especifica Nastya—. Es un poco impetuoso, ¿no? —pregunta con sequedad mirando a Yulia, que está recogiendo la chaqueta.
Río entre dientes y sonrío.
—Sí, algo así.
—Creo que la sabes manejar bastante bien.
—¿Que la sé manejar? —Frunzo el ceño. ¿Yo sé manejar a Yulia?
—Toma, póntela. —Yulia me sujeta la chaqueta abierta para que pueda ponérmela.
—Despierta, Lena. —Yulia me está sacudiendo con suavidad.
Ya hemos llegado a la casa. Abro los ojos, reticente, y salgo a trompicones del monovolumen. Nastya y Dimitri han desaparecido e Igor está esperando pacientemente de pie junto al vehículo.
—¿Tengo que llevarte en brazos? —me pregunta Yulia.
Niego con la cabeza.
—Voy a recoger a la señorita Volkova y al señor Isaev—dice Igor.
Yulia asiente y se dirige a la puerta principal llevándome de la mano. Me matan los pies, así que voy detrás de ella trastabillando. En la puerta principal ella se agacha, me coge el tobillo y suavemente me quita primero un zapato y después el otro. Oh, qué alivio. Vuelve a erguirse y me mira con mis Manolos en la
mano.
—¿Mejor? —me pregunta divertida.
Asiento.
—He estado viendo en mi mente imágenes deliciosas de estos zapatos junto a mis orejas —murmura mirando nostálgicamente los zapatos. Niega con la cabeza y vuelve a cogerme la mano para guiarme por la casa a oscuras y después por las escaleras hasta nuestro dormitorio.
—Estás muerta de cansancio, ¿verdad? —me dice en voz baja mirándome fijamente.
Asiento. Ella empieza a desabrocharme el cinturón del trench.
—Ya lo hago yo —murmuro haciendo un intento poco entusiasta de apartarle.
—No, déjame.
Suspiro. No me había dado cuenta de que estaba tan cansada.
—Es la altitud. No estás acostumbrada. Y el alcohol, claro. —Sonríe, me quita la chaqueta y la tira sobre una de las sillas del dormitorio.
Me coge la mano y me lleva al baño. ¿Por qué vamos ahí?
—Siéntate —me dice.
Me siento en la silla y cierro los ojos. Le oigo rebuscar entre los botes del lavabo. Estoy demasiado cansada para abrir los ojos y ver qué está haciendo. Un momento después me echa la cabeza hacia atrás y yo abro los ojos sorprendida.
—Cierra los ojos —me ordena Yulia. Madre mía, tiene en la mano una bolita de algodón… Me la pasa suavemente sobre el ojo derecho. Yo permanezco sin moverme mientras me va quitando metódicamente el maquillaje.
—Ah… Ahí está la mujer con la que me casé —dice después de unas cuantas pasadas del algodón.
—¿No te gusta el maquillaje?
—No me importa, pero prefiero lo que hay debajo. —Me da un beso en la frente—. Tómate esto. —Me pone unas pastillas de ibuprofeno en la palma y me acerca un vaso de agua.
Miro las pastillas y hago un mohín.
—Tómatelas —me ordena.
Pongo los ojos en blanco pero hago lo que me dice.
—Bien. ¿Necesitas que te deje un momento en privado? —me pregunta sardónicamente.
Río entre dientes.
—Qué remilgado, señora Volkova. Sí, tengo que hacer pis.
Ríe.
—¿Y esperas que me vaya?
Suelto una risita.
—¿Quieres quedarte?
Ladea la cabeza con expresión divertida.
—Eres una hija de puta pervertida. Vete. No quiero que me veas hacer pis. Eso es demasiado.
Me pongo de pie y la echo del baño.
Cuando salgo del baño ya se ha cambiado y lleva los pantalones y franelilla del pijama. Mmm… Yulia en pijama. Hipnotizada, le miro el abdomen, los músculos, su ombligo. Me distrae.Ella se acerca a mí.
—¿Disfrutando de la vista? —me pregunta divertida.
—Siempre.
—Creo que está un poco borracha, señora Volkova Katina.
—Creo que, por una vez, tengo que estar de acuerdo con usted, señora Volkova.
—Déjame ayudarte a salir de esa cosa tan pequeña que llamas vestido. Debería venir con una advertencia de seguridad…
Me da la vuelta y me desabrocha el único botón que tiene en el cuello.
—Estabas tan furiosa… —susurro.
—Sí, lo estaba.
—¿Conmigo?
—No. Contigo no —me dice dándome un beso en el hombro—. Por una vez.
Sonrío. No estaba furiosa conmigo. Eso es un progreso.
—Es un buen cambio.
—Sí, lo es.
Me da un beso en el otro hombro y tira del vestido para bajarlo por mi culo hasta que cae al suelo. Me quita las bragas al mismo tiempo y me deja desnuda. Levanta la mano y me la tiende.
—Sal —me ordena y yo doy un paso para salir del vestido, agarrándole la mano para mantener el equilibrio.
Se agacha, recoge el vestido y lo tira junto con las bragas a la silla donde ya está el trench de Irina.
—Levanta los brazos —me dice en voz baja.
Me pone su camiseta por la cabeza y tira hacia abajo para cubrirme. Ya estoy lista para ir a la cama.
Me atrae hacia sus brazos y me da un beso. Su aliento mentolado se mezcla con el mío.
—Por mucho que me gustaría enterrarme en lo más profundo de usted, señora Volkova Katina… Ha bebido demasiado y estamos a casi dos mil quinientos metros. Además no dormiste bien anoche. Vamos. A la cama.
—Retira la colcha para que pueda acostarme, luego me arropa y me da otro beso en la frente—. Cierra los ojos. Cuando vuelva a la cama, espero que estés dormida. —Es una amenaza, una orden… es Yulia.
—No te vayas —le suplico.
—Tengo que hacer unas llamadas, Lena.
—Es sábado y es tarde. Por favor.
Se pasa las manos por el pelo.
—Lena, si me meto en la cama contigo ahora, no vas a poder descansar nada. Duerme. —Está siendo categórica. Cierro los ojos y sus labios vuelven a rozar mi frente—. Buenas noches, nena —dice en un susurro.
Las imágenes del día pasan a toda velocidad por mi mente: Yulia colgándome sobre su hombro en el avión. Su ansiedad por si me gustaría la casa. Haciendo el amor esta tarde. El baño. Su reacción ante mi vestido. Noqueando al gigante rubio… Me escuece otra vez la palma de la mano al recordarlo. Y ahora
Yulia preparándome para ir a la cama y arropándome.
¿Quién lo habría pensado? Sonrío de oreja a oreja y la palabra «progreso» resuena en mi cerebro mientras me voy dejando llevar por el sueño.
VIVALENZ28- Mensajes : 921
Fecha de inscripción : 04/08/2014
Re: CINCUENTA SOMBRAS LIBERADAS// ADAPTACIÓN
No pues, Lena hasta medio tomada sabe defenderse... Y Yulia celosa ni se diga jajaja. Excelente!
Aleinads- Mensajes : 519
Fecha de inscripción : 14/05/2015
Edad : 35
Localización : Colombia
Re: CINCUENTA SOMBRAS LIBERADAS// ADAPTACIÓN
15
Tengo demasiado calor. Es el calor que desprende Yulia. Tiene la cabeza sobre mi hombro y respira suavemente contra mi cuello mientras duerme. Sus piernas están enredadas con las mías y con el brazo me rodea la cintura. Permanezco un rato en el límite de la consciencia, sabiendo que si me despierto del todo
también la despertaré a ella, y Yulia no duerme lo suficiente. Mi mente repasa perezosamente todo lo que pasó ayer por la noche. Bebí demasiado… mucho más que demasiado. Estoy asombrada de que Yulia me dejara beber tanto. Sonrío al recordar cómo me preparó para meterme en la cama. Fue algo dulce, muy dulce,e inesperado. Hago un rápido inventario mental de cómo me siento. ¿Estómago? Bien. ¿Cabeza?
Sorprendentemente bien, pero un poco atontada. Todavía tengo la palma de la mano roja por la bofetada de anoche. Vaya… Distraídamente, pienso en las palmas de Yulia las veces que me ha azotado. Me remuevo y ella se despierta.
—¿Qué ocurre? —Sus adormilados ojos azules examinan los míos.
—Nada. Buenos días. —Le paso los dedos de mi mano sana por el pelo.
—Señora Volkova Katina, está usted preciosa esta mañana —me dice y me da un beso en la mejilla. Una luz se enciende en mi interior.
—Gracias por ocuparte de mí anoche.
—Me gusta ocuparme de ti. Eso es lo que quiero hacer siempre —susurra con aparente tranquilidad, pero sus ojos le traicionan cuando una chispa de triunfo se enciende en sus profundidades azules. Es como si hubiera ganado algún campeonato mundial.
Oh, mi Cincuenta…
—Me hiciste sentir muy querida.
—Eso es porque es lo que siento por ti —murmura y el corazón se me encoge un poco.
Me coge la mano y yo hago una mueca de dolor. Me la suelta inmediatamente, alarmada.
—¿El puñetazo? —me pregunta. Sus ojos se convierten en hielo mientras me observa y su voz está llena de una furia repentina.
—Le di una bofetada, no un puñetazo.
—¡Gilipollas! —Creía que ya habíamos superado eso anoche—. No puedo soportar que te haya tocado.
—No me hizo daño, solo se comportó de forma inapropiada. Yulia, estoy bien. Tengo la mano un poco roja, eso es todo. Pero seguro que sabes cómo es eso… —Le sonrío pícara y su expresión cambia a una de sorpresa divertida.
—Oh, señora Volkova Katina, esa sensación me resulta muy familiar. —Curva los labios en una sonrisa—. Y puedo volver a experimentar esa sensación ahora mismo, si usted quiere.
—No, gracias, guarde esa mano tan larga, señora Volkova.
Le acaricio la cara con la mano enrojecida y paso lentamente los dedos sobre una de sus mejillas. Le tiro de ahí. Eso la distrae y me coge la mano para darme un suave beso en la palma. Milagrosamente el dolor desaparece.
—¿Por qué no me dijiste anoche que te dolía la mano?
—Mmm… Anoche apenas me di cuenta. Y ahora está bien.
Sus ojos se suavizan y eleva la comisura de la boca.
—¿Cómo te encuentras?
—Mejor de lo que merezco.
—Tiene usted una buena derecha, señora Volkova Katina.
—Será mejor que no se le olvide, señora Volkova.
—¿Ah, sí? —De repente rueda para quedar completamente encima de mí, apretándome contra el colchón y sujetándome las muñecas sobre la cabeza mientras me mira—. Podemos tener una pelea cuando usted quiera,señora Volkova Katina. De hecho, traerte por la fuerza a la cama es una fantasía que tengo. —Me da un beso en la garganta.
¿Qué?
—Creo que eso ya lo has hecho alguna vez. —Doy un respingo cuando me muerde el lóbulo de la oreja.
—Mmm… Pero sería mejor si opusieras más resistencia —susurra mientras me acaricia la mandíbula con la nariz.
¿Resistencia? Me quedo quieta. Ella para, me suelta las manos y se apoya en los codos.
—¿Quieres que me resista? ¿Aquí? —le susurro intentando ocultar la sorpresa. Vale… el shock. Asiente con los ojos entrecerrados pero cautos mientras intenta evaluar mi reacción—. ¿Ahora?
Ella se encoge de hombros y veo que la idea pasa fugazmente por su cabeza. Me dedica su sonrisa tímida y asiente otra vez, muy despacio.
Oh, Dios mío… Está tensa, tumbada encima de mí, y su creciente erección se está clavando tentadoramente en mi carne suave y necesitada, distrayéndome. ¿De qué va esto? ¿Peleas? ¿Fantasías? ¿Me va a hacer daño? La diosa que llevo dentro niega con la cabeza… No lo haría. Nunca.
—¿Era eso lo que querías decir con lo de hacerte pagar el enfado en la cama?
Asiente otra vez; su mirada sigue siendo precavida.
Mmm… Mi Cincuenta quiere pelea.
—No te muerdas el labio —me ordena.
Obedientemente mis dientes sueltan el labio.
—Creo que me tiene en situación de desventaja, señora Volkova.
Agito las pestañas y me retuerzo provocativamente bajo su cuerpo. Esto puede ser divertido.
—¿En desventaja?
—Ya me tienes donde querías tenerme.
Sonríe burlona y aprieta su entrepierna contra la mía otra vez.
—Cierto, señora Volkova Katina —susurra y me da un beso en los labios.
De repente se mueve, arrastrándome con ella, y rueda hasta que quedo a horcajadas sobre su cuerpo. Le agarro las manos, sujetándoselas a ambos lados de la cabeza, e ignoro el dolor de mi mano. Mi pelo cae formando un velo rojizo a nuestro alrededor y yo muevo la cabeza para que las puntas le hagan cosquillas
en la cara. Aparta la cara pero no intenta detenerme.
—Así que quieres jugar duro, ¿eh? —le pregunto rozando mi entrepierna contra la suya.
Abre la boca e inhala bruscamente.
—Sí —dice entre dientes y yo le suelto.
—Espera. —Extiendo la mano para coger el vaso de agua que hay junto a la cama. Yulia debe de haberlo puesto allí. El agua aún está fresca y burbujeante, demasiado para llevar mucho tiempo ahí… Me pregunto cuándo habrá venido Yulia a la cama.
Mientras le doy un largo trago, Yulia va trazando pequeños círculos con el dedo por mis muslos,dejándome un hormigueo en la piel a su paso, antes de rodearme con las manos y apretarme el culo desnudo.
Mmm…
Utilizando un truco de su impresionante repertorio, me inclino y la beso a la vez que vierto el agua fresca en su boca.
Ella bebe.
—Muy rico, señora Volkova Katina —murmura y esboza una sonrisa juvenil y juguetona.
Vuelvo a poner el vaso en la mesita y le quito las manos de mi trasero para agarrárselas de nuevo junto a la cabeza.
—¿Así que se supone que yo no quiero? —le digo con una sonrisa.
—Sí.
—No soy muy buena actriz.
Ella sonríe.
—Inténtalo.
Me inclino y le doy un beso casto.
—Vale, entraré en el juego —le susurro mordisquiándole la mandíbula y sintiendo su barbilla bajo mis dientes y mi lengua.
Yulia emite un sonido grave y sexy desde el fondo de su garganta y se revuelve, tirándome sobre la cama a su lado. Grito por la sorpresa. Ahora está encima de mí y yo empiezo a resistirme mientras ella trata de cogerme las manos. Le planto las manos con brusquedad en el pecho y la empujo con todas mis fuerzas,intentando moverla, mientras ella se esfuerza por separarme las piernas con su rodilla.
Sigo empujándole el pecho (Dios, ¡cómo pesa!), pero ella ni se inmuta ni se queda petrificada como le pasaba antes. ¡Está disfrutando con esto! Sigue intentando cogerme las muñecas y por fin consigue atraparme una, a pesar de mis feroces esfuerzos por liberarla. Es la mano que me duele, así que no forcejeo, pero con la otra le cojo del pelo y tiro con fuerza.
—¡Ah! —Mueve la cabeza bruscamente para liberarse y me lanza una mirada feroz y carnal—. Salvaje…—me susurra. Su voz tiene un tono de placer lujurioso.
Mi libido explota como reacción a esa palabra susurrada y dejo de fingir. Vuelvo a luchar en vano para que me suelte la mano y a la vez intento entrelazar los tobillos y tirarlo para que ya no esté encima de mí. Pero pesa demasiado. ¡Arrrggg! Es frustrante. Y excitante.
Con un gruñido, Yulia me atrapa la otra mano. Me agarra las dos muñecas con su mano izquierda mientras la derecha desciende por mi cuerpo, lenta, casi insolentemente, acariciando y sintiendo según baja,dándole un pellizco a uno de mis pezones a su paso.
Chillo en respuesta y relámpagos de placer breves, agudos y calientes viajan desde mi pezón a mi entrepierna. Hago más intentos infructuosos de quitármela de encima, pero ella se mantiene demasiado firme sobre mí.
Cuando trata de besarme, giro la cabeza a un lado para que no pueda hacerlo. Su mano insolente pasa del dobladillo de mi camiseta a mi barbilla para sujetarme la cabeza mientras me mordisquea la mandíbula como yo he hecho antes con ella.
—Oh, nena, sigue resistiéndote —murmura.
Me retuerzo y me revuelvo, intentando liberarme de su sujeción despiadada, pero no sirve de nada. Es mucho más fuerte que yo. Ahora me está mordiendo suavemente el labio inferior mientras su lengua trata de invadir mi boca. Y me doy cuenta de que no quiero resistirme. La deseo… Ahora igual que siempre. Dejo de forcejear y le devuelvo el beso apasionadamente. No me importa no haberme lavado los dientes. Ni que se suponga que estamos jugando a algo. El deseo, caliente y duro, llena mi torrente sanguíneo y ya estoy perdida. Separo los tobillos y le rodeo la cadera con las piernas. Uso los talones para bajarle el pijama por el culo.
—Lena… —jadea y me besa por todas partes.
Y ya dejamos de pelear para ser todo manos y lenguas, sabor y contacto rápido, urgente.
—Piel —susurra con voz ronca y la respiración trabajosa.
Me levanta y tira de mi camiseta para quitármela en un solo movimiento rápido.
—Tú —le digo yo mientras estoy erguida.
Eso es todo lo que soy capaz de articular. Le cojo la parte delantera del pantalón del pijama y se la bajo de un tirón para liberar su erección. Se la agarro y se la aprieto. Está muy dura. Suelta el aire entre los dientes e inhala bruscamente y yo disfruto al ver su respuesta.
—Joder —susurra.
Se echa hacia atrás, alzándome los muslos e inclinándome un poco hacia la cama mientras yo tiro y la aprieto con fuerza, subiendo y bajando la mano. Noto una gotita de humedad en la punta y la esparzo con el pulgar. Cuando me baja hasta el colchón me meto el pulgar en la boca para saborearla mientras su mano
asciende por mi cuerpo acariciándome las caderas, el estómago y los pechos.
—¿Sabe bien? —me pregunta cuando se cierne sobre mí con los ojos en llamas.
—Sí, mira.
Le meto el pulgar en la boca y ella lo chupa y me muerde la yema. Gimo, le cojo la cabeza y tiro de ella hacia mí para poder besarla. La envuelvo con las piernas y le bajo el pijama por las suyas empujando con los pies.
Después vuelvo a rodearle la cintura con ellas. Sus labios pasan de mi mandíbula a mi barbilla y ahí me da un mordisco suave.
—Eres tan preciosa… —Baja la cabeza hasta la base de mi garganta—. Tienes una piel tan bonita…
Su respiración es suave y sus labios se deslizan hasta mis pechos.
¿Qué? Jadeo, confundida. Estoy necesitada, pero ahora me hace esperar. Creía que iba a ser rápido.
—Yulia… —Oigo la suave súplica de mi voz y bajo las manos para enterrárselas entre el pelo.
—Shh… —me susurra y me rodea un pezón con la lengua antes de metérselo en la boca y tirar con fuerza.
—¡Ah! —gimo y me retuerzo, inclinando un poco la pelvis para tentarle. Sonríe contra mi piel y pasa a centrarse en el otro pecho.
—¿Impaciente, señora Volkova KAtina? —Vuelve a chuparme el pezón con fuerza. Yo le tiro del pelo. Ella gruñe y levanta la vista—. Te voy a atar —me amenaza.
—Tómame —le suplico.
—Todo a su tiempo —dice contra mi piel.
Su mano baja a una velocidad insultantemente lenta hasta mis caderas mientras sigue ocupándose del pezón con la boca. Gimo con fuerza, mi respiración es rápida y poco profunda e intento volver a animarle a entrar en mí moviendo la cadera y apretándome contra ella. Ella está dura, muy cerca y pesa, pero se está
tomando su tiempo conmigo.
¡Que le den! Me pongo otra vez a pelear y me retuerzo, decidida a quitármela de encima.
—Pero ¿qué…?
Yulia me coge las manos y me las aprieta contra la cama con los brazos totalmente abiertos y apoya todo el peso de su cuerpo sobre mí, dominándome completamente. Estoy sin aliento y como loca.
—Querías resistencia —le digo jadeando.
Ella se levanta sobre mí y me mira, con las manos todavía agarrándome las muñecas. Le coloco los talones en el culo y empujo. No se mueve. ¡Arrrggg!
—¿No quieres que juguemos con calma? —me pregunta asombrada, con los ojos encendidos por la excitación.
—Solo quiero que me hagas el amor, Yulia.
¿Cómo puede ser tan obtusa? Primero peleamos y luchamos y después todo es ternura y dulzura. Es confusa. Estoy en la cama con la señora Temperamental.
—Por favor… —Vuelvo a ponerle los talones en el culo y a empujarla un poco.
Sus ojos azules ardientes examinan los míos. Oh, pero ¿en qué está pensando? Parece perpleja y confusa momentáneamente. Me suelta las manos y se sienta en los talones. Tira de mí para subirme a su regazo.
—Está bien, señora Volkova Katina, lo haremos a su manera. —Me levanta y me baja lentamente sobre su erección de forma que quedo a horcajadas sobre ella.
—¡Ah!
Eso es. Eso es lo que quiero, lo que necesito. Le rodeo el cuello con los brazos y enredo los dedos en su pelo, saboreando la sensación de sentirla dentro de mí. Empiezo a moverme. Tomo las riendas, la llevo a mi ritmo, a mi paso. Ella gime, sus labios encuentran los míos y las dos nos perdemos.
Paso los dedos por el pecho de Yulia. Está tumbada boca arriba, quieta y en silencio a mi lado mientras las dos recuperamos el aliento. Su mano me acaricia rítmicamente la espalda.
—Estás muy callada —le susurro y le doy un beso en el hombro. Se gira y me mira, pero su expresión no revela nada—. Ha sido divertido.
Mierda, ¿pasa algo malo?
—Me confundes, Lena.
—¿Que te confundo?
Se mueve para que quedemos cara a cara.
—Sí. Me confundes. Tomando las riendas. Es… diferente.
—¿Diferente para bien o diferente para mal?
Le paso los dedos por los labios. Ella arruga la frente como si no comprendiera la pregunta. Me da un beso en el dedo distraídamente.
—Diferente para bien —dice, pero no suena muy convencida.
—¿Nunca antes habías puesto en práctica esta fantasía?
Me sonrojo al decirlo. ¿De verdad quiero saber más cosas sobre la colorida y… eh… caleidoscópica vida sexual que mi esposa ha tenido antes de mí? Mi subconsciente me mira precavida por encima de las gafas de concha de media luna como diciendo: «¿En serio quieres pisar ese terreno?».
—No, Elena. Tú puedes tocarme. —Es una explicación muy simple pero que dice muchísimo. Claro,las quince anteriores no podían…
—La señora Robinson también podía tocarte —digo en voz baja antes de que mi cerebro registre lo que he dicho. Mierda. ¿Por qué la he mencionado?
Se queda muy quieta. Abre mucho los ojos y pone esa expresión que dice: «Oh, no, ¿adónde querrá llegar con esto?».
—Eso era diferente —susurra.
De repente quiero saberlo.
—¿Diferente para bien o diferente para mal?
Me mira fijamente. La duda y algo que se acerca al dolor cruzan por su cara de manera fugaz; por un instante parece alguien que se está ahogando.
—Para mal, creo. —Apenas se oyen sus palabras.
¡Oh, madre mía!
—Creí que te gustaba.
—Y me gustaba. Entonces.
—¿Y ahora no?
Me mira con los ojos como platos y lentamente niega con la cabeza.
Oh, Dios mío…
—Oh, Yulia…
Estoy abrumada por los sentimientos que me inundan. Mi niña perdida. Me lanzo sobre ella y le beso la cara,la garganta, el pecho y las pequeñas cicatrices redondas. Yulia gruñe, me atrae hacia ella y me besa con pasión. Y muy lenta y tiernamente, a su ritmo, vuelve a hacerme el amor.
—¡Aquí viene Lena Tyson, tras la pelea con un peso superior!
Andrey me aplaude cuando entro en la cocina a desayunar. Está sentado con Irina y con Nastya en la barra del desayuno mientras la señora Bentley cocina unos gofres. A Yulia no se le ve por ninguna parte.
—Buenos días, señora Lena —me dice sonriendo la señora Bentley—. ¿Qué le apetece desayunar?
—Buenos días. Lo que esté haciendo estará bien, gracias. ¿Dónde está Yulia?
—Fuera. —Nastya señala con la cabeza al patio.
Me acerco a la ventana que da al patio y a las montañas que hay más allá. Es un día de verano claro de un azul muy pálido y mi guapísima esposa está a unos seis metros, enfrascada en una discusión con un hombre.
—El hombre con el que está hablando es el señor Bentley —me dice Irina desde la barra del desayuno.
Me giro para mirarla, atraída por su tono de mal humor. Mira venenosamente a Andrey. Oh, vaya… Me pregunto una vez más qué es lo que hay entre ellos. Frunzo el ceño y devuelvo mi atención a mi esposa y el señor Bentley.
El marido de la señora Bentley tiene el pelo claro, los ojos oscuros, es delgado y fibroso y va vestido con pantalones de trabajo y una camiseta del Departamento de Bomberos de Aspen. Yulia lleva vaqueros negros y una camiseta. Cuando empiezan a caminar por el césped hacia la casa, sumidos en su conversación, Yulia se agacha para recoger lo que parece una caña de bambú que ha sido arrastrada allí por el viento o desechada de algún parterre. Se para y distraídamente examina la caña como si estuviera sopesando algo y después corta el aire con ella, solo una vez.
Oh…
Parece que el señor Bentley no ve nada raro en ese comportamiento. Siguen con su discusión, esta vez más cerca de la casa, después se paran otra vez y Yulia repite el gesto. La punta de la caña golpea el suelo.
Yulia levanta la vista y me ve en la ventana. De repente me siento como si le estuviera espiando. Se queda quieta y yo la saludo un poco avergonzada y me giro para volver a la barra.
—¿Qué estabas haciendo? —me pregunta Nastya.
—Solo miraba a Yulia.
—Te ha dado fuerte… —dice riendo entre dientes.
—¿Y a ti no, futura cuñada? —le respondo sonriendo e intentando apartar la imagen perturbadora de Yulia blandiendo la caña.
Me quedo perpleja cuando Nastya se levanta de un salto y me abraza.
—¡Cuñada! —exclama, y es difícil no dejarse arrastrar por su alegría.
—Oye, dormilona. —Yulia me despierta—. Estamos a punto de aterrizar. Abróchate el cinturón.
Cojo el cinturón de seguridad medio dormida e intento abrochármelo torpemente, pero Yulia tiene que hacerlo por mí. Me da un beso en la frente antes de volver a acomodarse en su asiento. Yo apoyo la cabeza de nuevo en su hombro y cierro los ojos.
Una excursión imposiblemente larga y un picnic en la cima de una montaña espectacular me han dejado exhausta. El resto del grupo también está en silencio. Incluso Irina. Parece algo abatida y lleva así todo el día.
Me pregunto cómo estará yendo su campaña con Andrey. Ni siquiera sé dónde durmieron anoche. Mis ojos se encuentran con los suyos y le dedico una sonrisa que dice: «¿Estás bien?». Ella me responde con una breve sonrisa triste y vuelve a su libro. Miro a Yulia con los ojos entrecerrados. Está trabajando en un contrato o algo parecido, leyéndolo y haciendo anotaciones en los márgenes. Pero se le ve relajada. Dimitri está roncando suavemente al lado de Nastya.
Todavía tengo que arrinconar a Dimitri y preguntarle por lo de Gia, pero hasta ahora ha sido imposible pillarle sin Nastya. A Yulia no le interesa el asunto tanto como para preguntar, lo que me parece irritante,pero no la he presionado; nos lo estábamos pasando demasiado bien. Dimitri tiene la mano descansando posesivamente sobre la rodilla de Nastya. Ella está radiante y cuesta creer que ayer mismo por la tarde estuviera tan insegura con respecto a él. ¿Cómo le llamó Yulia? Dima. ¿Tal vez un apodo familiar? Es dulce,mucho mejor que «gigoló». Dimitri de repente abre los ojos y me mira. Me sonrojo porque me ha pillado observándole.
Él sonríe.
—Me encanta cuando te sonrojas, Lena —bromea mientras se estira.
Nastya me dedica una sonrisa satisfecha, como la del gato que se comió el canario.
La primera oficial Beighley anuncia que nos estamos aproximando al aeropuerto de Seattle y Yulia me coge la mano.
—¿Qué tal el fin de semana, señora Volkova Katina? —me pregunta Yulia cuando ya estamos en el Audi de camino al Escala. Igor y Ryan van en la parte delantera.
—Bien, gracias. —Le sonrío y de repente me siento tímida.
—Podemos volver cuando quieras. Y llevar a quien te apetezca.
—Deberíamos llevar a Sergey. Le gusta pescar.
—Es una buena idea.
—¿Y qué tal lo has pasado tú? —le pregunto.
—Bien —me dice un momento después, sorprendida por mi pregunta, creo—. Muy bien.
—Parecías relajada.
Se encoge de hombros.
—Sabía que estabas segura.
Frunzo el ceño.
—Yulia, estoy segura la mayor parte del tiempo. Ya te lo he dicho, acabarás muriendo antes de los cuarenta si mantienes ese nivel de ansiedad. Y quiero hacerme vieja contigo.
Le cojo la mano. Me mira como si no comprendiera lo que estoy diciendo. Después me da un beso suave en los nudillos y cambia de tema.
—¿Qué tal tu mano?
—Mejor, gracias.
Sonríe.
—Muy bien, señora Volkova Katina. ¿Está lista para volver a ver a Gia?
Oh, no… Se me había olvidado que tenemos que verla esta tarde para revisar los planos finales. Pongo los ojos en blanco.
—Será mejor que te mantengas fuera de su alcance para que tú también estés segura —le digo sonriendo burlona.
—¿Me estás protegiendo? —Yulia se está riendo de mí.
—Como siempre, señora Volkova. De todas las depredadoras sexuales —le susurro.
Yulia se está lavando los dientes cuando yo me meto en la cama. Mañana volvemos a la realidad: al trabajo, a los paparazzi y a Alex en la cárcel, pero con la posibilidad de que tuviera un cómplice. Mmm…
Yulia ha sido muy vaga sobre ese tema. ¿Sabrá algo? Y si lo sabe, ¿me lo dirá? Suspiro. Sacarle información a Yulia es peor que sacarle una muela, y hemos pasado un fin de semana tan bueno…
¿Quiero arruinar este momento de bienestar total intentando arrancarle algo de información?
Ha sido una revelación verla fuera de su ambiente normal, fuera del ático, relajada y feliz con su familia.
Me pregunto vagamente si se deberá a que estamos en este piso, con todos esos recuerdos y asociaciones que le vienen a la cabeza. Tal vez deberíamos mudarnos.
Me río entre dientes. Ya nos vamos a mudar. Estamos reformando una casa enorme en la costa. Los planos de Gia ya están terminados y aprobados y el equipo de Dimitri empieza la reforma la semana que viene. Ahogo una risita al recordar la expresión sorprendida de Gia cuando le he dicho que la vi en Aspen. Por lo que parece no fue más que una coincidencia. Ella se fue a su casa de vacaciones para poder trabajar tranquilamente en nuestros planos. Durante un horrible momento creí que había ayudado a Dimitri a escoger el anillo, pero aparentemente no. Aunque yo no me fío de Gia. Quiero que Dimitri me cuente su versión. Al menos esta vez ha mantenido las distancias con Yulia.
Miro el cielo nocturno. Voy a echar de menos esta vista, esta panorámica: Seattle a nuestros pies, tan lleno de posibilidades y a la vez tan lejano. Tal vez ese sea al problema de Yulia: ha estado demasiada aislada de la vida real durante demasiado tiempo por culpa de su exilio autoimpuesto. Con su familia alrededor es menos controladora, sufre menos ansiedad… en definitiva es más libre y más feliz. Me pregunto qué pensará Flynn de eso. ¡Madre mía! Tal vez esa sea la respuesta. Tal vez lo que necesita es su propia familia. Niego con la cabeza: somos demasiada jóvenes, todo esto es demasiado nuevo. Yulia entra en la habitación con su habitual apariencia impecable, pero está pensativa.
—¿Todo bien? —le pregunto.
Asiente distraída y viene a la cama.
—No tengo muchas ganas de volver a la realidad —murmuro.
—¿Ah, no?
Niego con la cabeza y le acaricio su delicado rostro.
—Ha sido un fin de semana maravilloso. Gracias.
Sonríe un poco.
—Tú eres mi realidad, Lena —me susurra y me da un beso.
—¿Lo echas de menos?
—¿El qué? —me pregunta perpleja.
—Azotar con cañas y… esas cosas, ya sabes —le digo en un susurro, avergonzada.
Se me queda mirando con ojos inescrutables. Entonces una duda cruza su cara y aparece su expresión de: «¿Adónde quiere llegar con esto?».
—No, Elena, no lo echo de menos. —Su voz es firme y tranquila. Me acaricia la mejilla—. El doctor Flynn me dijo una cosa cuando te fuiste, algo que ha permanecido conmigo. Me dijo que yo no podía seguir siendo así si tú no estabas de acuerdo con mis inclinaciones. Y eso fue una revelación. —Se detiene y frunce el ceño—. Yo no conocía otra cosa, Lena. Pero ahora sí. Y ha sido muy educativo.
—¿Que ha sido educativo para ti? —me burlo.
Sus ojos se suavizan.
—¿Tú lo echas de menos? —me pregunta.
Oh…
—No quiero que me hagas daño, pero me gusta jugar, Yulia. Ya lo sabes. Si tú quisieras hacer algo…
—Me encojo de hombros y le miro fijamente.
—¿Algo?
—Ya sabes, algo con un látigo y una fusta… —Me interrumpo y me sonrojo.
Yulia levanta las cejas sorprendida.
—Bueno… ya veremos. Por ahora me apetece un poco del clásico sexo vainilla de toda la vida.
Me acaricia el labio inferior con el pulgar y me da otro beso.
De: Lena Volkova
Fecha: 29 de agosto de 2011 09:14
Para: Yulia Volkova
Asunto: Buenos días
Señora Volkova:
Solo quería decirle que la quiero.
Eso es todo.
Siempre suya
L x
Elena Volkova
Editora de SIP
De: Yulia Volkova
Fecha: 29 de agosto de 2011 09:18
Para: Lena Volkova
Asunto: Adiós a la depresión del lunes por la mañana
Señora Volkova Katina:
Qué palabras más gratificantes en boca de la mujer de una (descarriada o no) un lunes por la mañana.
Puede estar segura de que yo siento exactamente lo mismo.
Lamento lo de la cena de esta noche. Espero que no sea muy aburrida para usted.
x
Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
Oh, es verdad. La cena de la Asociación Americana de Astilleros… Pongo los ojos en blanco. Más camisas almidonadas. Yulia me lleva a unos eventos de lo más fascinantes.
De: Lena Volkova
Fecha: 29 de agosto de 2011 09:26
Para: Yulia Volkova
Asunto: Barcos que pasan en la noche
Querida señora Volkova:
Estoy segura de que se le ocurrirá alguna forma de condimentar la cena…
Suya anticipadamente.
La señora V. x
Elena (nada descarriada) Volkova
Editora de SIP
De: Yulia Volkova
Fecha: 29 de agosto de 2011 09:35
Para: Lena Volkova
Asunto: La variedad es la sal de la vida
Señora Volkova Katina:
Se me ocurren unas cuantas cosas…
x
Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc. y ahora impaciente por que llegue la cena de la AAA, Inc.
Se me tensan todos los músculos del vientre. Mmm… Me pregunto qué estará planeando. Hannah llama a la puerta e interrumpe mis ensoñaciones.
—¿Podemos repasar la agenda de esta semana, Lena?
—Claro, siéntate.
Le sonrío, recupero la compostura y minimizo mi programa de correo.
—He tenido que mover un par de citas. El señor Fox a la semana que viene y la doctora…
El timbre del teléfono nos interrumpe. Es Roach que me pide que vaya a su despacho.
—¿Podemos retomar esto dentro de veinte minutos?
—Claro.
De: Yulia Volkova
Fecha: 30 de agosto de 2011 09:24
Para: Lena Katina
Asunto: Anoche…
Fue… divertido.
¿Quién habría pensado que la cena anual de la AAA podía ser tan estimulante?
Como siempre, nunca me decepciona, señora Volkova Katina.
Te quiero.
x
Yulia Volkova
Asombrada presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
De: Lena Volkova
Fecha: 30 de agosto de 2011 09:33
Para: Yulia Volkova
Asunto: Siempre me ha gustado jugar con bolas…
Querida señora Volkova:
Echo de menos las bolas plateadas.
Tú nunca me decepcionas.
Eso es todo.
Señora V x
Elena Volkova
Editora de SIP
Hannah llama a la puerta e interrumpe mis recuerdos eróticos de lo de anoche. Las manos de Yulia…
Su boca…
—Adelante.
—Lena, acaba de llamar la ayudante del señor Roach. Quiere que vayas a una reunión esta mañana. Eso significa que vamos a tener que volver a cambiar algunas citas. ¿Te parece bien?
Su lengua…
—Claro, lo que haga falta —murmuro intentando frenar mis rebeldes pensamientos.
Ella sonríe y sale de mi despacho, dejándome con los deliciosos recuerdos de anoche.
De: Yulia Volkova
Fecha: 1 de septiembre de 2011 15:24
Para: Lena Volkova
Asunto: Popov
Elena:
Para tu información, a Popov le han denegado la fianza y permanecerá en la cárcel. Le han acusado de intento de secuestro y de incendio provocado. Todavía no se ha puesto fecha para el juicio.
Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
De: Lena Volkova
Fecha: 1 de septiembre de 2011 15:53
Para: Yulia Volkova
Asunto: Popov
Bien, buenas noticias.
¿Significa eso que vamos a reducir la seguridad?
Es que Prescott no me cae muy bien.
Lena x
Elena Volkova
Editora de SIP
De: Yulia Volkova
Fecha: 1 de septiembre de 2011 15:59
Para: Lena Volkova
Asunto: Popov
No. La seguridad va a seguir como hasta ahora. Eso no es discutible.
¿Qué le pasa a Prescott? Si no te cae bien, podemos sustituirla.
Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
Frunzo el ceño al leer ese correo tan prepotente. Prescott no está tan mal.
De: Lena Volkova
Fecha: 1 de septiembre de 2011 16:03
Para: Yulia Volkova
Asunto: Que no se te pongan los pelos de punta todavía
Solo preguntaba (ojos en blanco).
Ya pensaré lo de Prescott.
¡Y guárdate esa mano tan larga!
Lena x
Elena Volkova
Editora de SIP
De: Yulia Volkova
Fecha: 1 de septiembre de 2011 16:11
Para: Lena Volkova
Asunto: No me tiente
Señora Volkova Katina, puedo asegurarle que mi pelo está perfectamente en su sitio, cosa que ha podido comprobar usted misma en multitud de ocasiones.
Pero sí que siento ganas de utilizar mi mano larga.
Puede que se me ocurra algo que hacer con ella esta noche.
x
Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc. que aún no se ha quedado calva
De: Lena Volkova
Fecha: 1 de septiembre de 2011 16:20
Para: Yulia Volkova
Asunto: Me retuerzo
Promesas, promesas…
Y deja ya de distraerme, que estoy intentando trabajar. Tengo una reunión improvisada con un autor y no puedo distraerme pensando en ti.
Lx
Elena Volkova
Editora de SIP
De: Lena Volkova
Fecha: 5 de septiembre de 2011 09:18
Para: Yulia Volkova
Asunto: Navegar & volar & azotar
Esposa:
Tú sí que sabes hacérselo pasar bien a una chica.
Por supuesto, ahora espero que te ocupes de que todos los fines de semana sean así.
Me estás mimando demasiado. Y me encanta.
Tu esposa.
xox
Elena Volkova
Editora de SIP
De: Yulia Volkova
Fecha: 5 de septiembre de 2011 09:25
Para: Lena Volkova
Asunto: Mi misión en la vida…
… es mimarla, señora Volkova Katina.
Y mantenerte segura porque te quiero.
Yulia Volkova
Entusiasmada presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
Oh, Dios mío. ¿Podría ser más romántica?
De: Lena Volkova
Fecha: 5 de septiembre de 2011 09:33
Para: Yulia Volkova
Asunto: Mi misión en la vida…
… es permitir que lo hagas porque yo también te quiero.
Y ahora deja de ser tan tonta.
Me vas a hacer llorar.
Elena Volkova
Igualmente entusiasmada editora de SIP
Al día siguiente miro el calendario de mi mesa. Solo quedan cinco días para el 10 de septiembre, mi cumpleaños. Sé que vamos a ir a la casa nueva para ver cómo evolucionan los trabajos de Dimitri. Mmm… Me pregunto si Yulia tendrá otros planes… Sonrío solo de pensarlo. Hannah llama a la puerta.
—Adelante.
Prescott está esperando fuera. Qué raro…
—Hola, Lena —saluda Hannah—. Hay aquí una mujer llamada Leila Williams que quiere verte. Dice que es personal.
—¿Leila Williams? No conozco a… —Se me seca la boca de repente y Hannah abre mucho los ojos al ver mi expresión.
¿Leila? Joder. ¿Qué querrá?
CONTINUARÁ
VIVALENZ28- Mensajes : 921
Fecha de inscripción : 04/08/2014
Re: CINCUENTA SOMBRAS LIBERADAS// ADAPTACIÓN
Lo que faltaba! Apareció la loca
Aleinads- Mensajes : 519
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Edad : 35
Localización : Colombia
Re: CINCUENTA SOMBRAS LIBERADAS// ADAPTACIÓN
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Quieres que le diga que se vaya? —me pregunta Hannah, alarmada por la cara que he puesto.
—Eh, no. ¿Dónde está?
—En recepción. Y no ha venido sola. La acompaña otra mujer joven.
¡Oh!
—Y la señorita Prescott quiere hablar contigo —añade Hannah.
—Dile que pase.
Hannah se aparta y Prescott entra en el despacho. Se nota que viene con una misión, porque destila eficiencia profesional.
—Dame un momento, Hannah. Prescott, siéntate por favor.
Hannah cierra la puerta y nos deja solas a Prescott y a mí.
—Señora Lena, Leila Williams está en la lista de visitas potencialmente peligrosas.
—¿Qué? —¿Tengo una lista de visitas potencialmente peligrosas?
—Es una lista de vigilancia, señora. Igor y Welch fueron muy categóricos sobre que ella no debe tener ningún contacto con usted.
Frunzo el ceño sin comprender.
—¿Es peligrosa?
—No sabría decirle, señora.
—¿Y cómo sabes que está aquí?
Prescott traga saliva y durante un momento se la ve incómoda.
—Estaba haciendo una pausa para ir al baño cuando ella entró y habló directamente con Claire, luego Claire llamó a Hannah.
—Oh, ya veo. —Me doy cuenta de que incluso Prescott necesita ir a hacer pis y me río un poco—. Qué mala pata.
—Sí, señora. —Prescott me dedica una sonrisa avergonzada y es la primera vez que la veo bajar un poco la guardia. Tiene una sonrisa muy bonita—. Tengo que volver a hablar con Claire sobre el protocolo —dice con tono cansado.
—Claro. ¿Igor sabe que ella está aquí? —Cruzo los dedos inconscientemente, deseando que no se lo haya dicho a Yulia.
—Le he dejado un mensaje de voz.
Oh.
—Entonces tengo poco tiempo. Me gustaría saber qué quiere.
Prescott se me queda mirando un momento.
—Debo recomendarle que lo no haga, señora.
—Habrá venido hasta aquí a verme por algo.
—Se supone que debo evitarlo, señora —dice en voz baja pero resignada.
—Quiero saber lo que sea que tenga que decirme.
Mi tono es más contundente de lo que pretendía. Prescott contiene un suspiro.
—Entonces tendré que registrarlas a las dos antes de que usted se encuentre con ellas.
—Está bien. ¿Y puedes hacerlo?
—Estoy aquí para protegerla, señora Lena, de modo que sí, puedo. También creo que sería aconsejable que me quedara con usted mientras hablan.
—Bien. —Le permito esa concesión. Además, la última vez que vi a Leila iba armada—. Vamos.
Prescott se levanta.
—Hannah —llamo.
Hannah abre la puerta demasiado deprisa. Debía de estar esperando fuera justo al lado.
—¿Puedes ir a ver si la sala de reuniones está libre, por favor?
—Ya lo he comprobado y sí que lo está. Puedes utilizarla.
—Prescott, ¿puedes registrarlas ahí? ¿Tiene la privacidad suficiente?
—Sí, señora.
—Yo iré dentro de cinco minutos. Hannah, lleva a Leila Williams y a la persona que está con ella a la sala de reuniones.
—Ahora mismo. —Hannah mira ansiosa a Prescott y después a mí—. ¿Quieres que cancele tu siguiente reunión? Es a las cuatro, pero es en la otra punta de la ciudad.
—Sí —murmuro distraída. Hannah asiente y se va.
¿Qué demonios puede querer Leila? No creo que haya venido aquí para hacerme daño. No lo hizo en el pasado cuando tuvo la oportunidad. Yulia se va a poner hecha una furia. Mi subconsciente frunce los labios, cruza remilgadamente las piernas y asiente. Tengo que decirle lo que voy a hacer. Le escribo un
correo rápido, me quedo parada y miro la hora. Siento una punzada de dolor momentánea. Iba todo tan bien desde que estuvimos en Aspen… Pulso «Enviar».
De: Lena Volkova
Fecha: 6 de septiembre de 2011 15:27
Para: Yulia Volkova
Asunto: Visitas
Yulia:
Leila está aquí. Ha venido a visitarme. Voy a verla acompañada por Prescott.
Si es necesario utilizaré mis recién adquiridas habilidades para dar bofetadas con la mano que ya tengo curada.
Intenta (pero hazlo de verdad) no preocuparte.
Ya soy una niña grande.
Te llamo después de la conversación.
L x
Elena Volkova
Editora de SIP
Rápidamente escondo la BlackBerry en el cajón de mi escritorio. Me pongo de pie, me estiro la falda lápiz gris, me doy un pellizco en las mejillas para darles un poco de color y me desabrocho otro botón de la blusa de seda gris. Vale, estoy preparada. Inspiro hondo y salgo de la oficina para ver a la tristemente famosa Leila,ignorando la música de «Your Love is King» y el zumbido amortiguado que sale del cajón de mi mesa.
A Leila se la ve mucho mejor. Algo más que mejor… Está muy atractiva. Tiene un rubor rosa en las mejillas, sus ojos marrones brillan y lleva el pelo limpio y brillante. Va vestida con una blusa rosa pálido y pantalones blancos. Se pone de pie en cuanto entro en la sala de reuniones y su amiga también, una mujer
joven con el pelo casi como el mio y ojos marrones del color del brandy. Prescott permanece en un rincón sin apartar los ojos de Leila.
—Señora Lena, muchas gracias por acceder a verme. —Leila habla en voz baja pero clara.
—Mmm… Disculpad las medidas de seguridad —murmuro mientras señalo distraídamente a Prescott porque no se me ocurre nada más que decir.
—Esta es mi amiga Susi.
—Hola —saludo con la cabeza a Susi. Se parece a Leila. Y a mí. Oh, no. Otra más.
—Sí —dice Leila, como si acabara de leerme el pensamiento—. Susi también conoce a la señora Volkova.
¿Y qué demonios se supone que puedo decir ante eso? Le sonrío educadamente.
—Sientese, por favor —les pido.
Llaman a la puerta. Es Hannah. Le hago una seña para que entre porque sé perfectamente por qué viene a molestarnos.
—Perdón por la interrupción, Lena. Es que tengo a la señora Volkova al teléfono.
—Dile que estoy ocupada.
—Ha insistido mucho, Lena —me dice un poco asustada.
—No lo dudo. Pídele disculpas de mi parte y dile que la llamo en cuanto pueda.
Hannah duda.
—Hannah, por favor.
Asiente y sale apresuradamente de la sala. Me vuelvo hacia las dos mujeres que tengo sentadas delante de mí. Las dos me miran asombradas. Es incómodo.
—¿Qué puedo hacer por ustedes? —les pregunto.
Susi es la que habla.
—Sé que esto es muy raro, pero yo quería conocerte también. La mujer que ha atrapado a Yuli…
Levanto la mano, haciendo que deje la frase a medias. No quiero oír eso.
—Mmm… Ya veo lo que quieres decir —digo entre dientes.
—Nosotras nos llamamos el «club de las sumisas». —Me sonríe y sus ojos brillan divertidos.
Oh, Dios mío.
Leila da un respingo y mira a Susi, perpleja y divertida a la vez. Susi hace una mueca de dolor. Sospecho que Leila le ha dado una patada por debajo de la mesa.
¿Y qué se supone que debo decirles ante eso? Miro nerviosamente a Prescott, que sigue impasible. Sus ojos no se apartan de Leila.
De repente Susi parece recordar por qué está allí. Se ruboriza, asiente y se levanta.
—Esperaré en recepción. Esto es solo cosa de Lulu. —Es evidente que está avergonzada.
¿Lulu?
—¿Estarás bien? —le pregunta a Leila, que le responde con una sonrisa.
Susi me dedica una sonrisa amplia, abierta y genuina y sale de la habitación.
Susi y Yulia… No es algo en lo que quiera pensar. Prescott se saca el teléfono del bolsillo y contesta.
No lo he oído sonar.
—¿Sí, señora Volkova? —dice. Leila y yo nos volvemos para mirarla. Prescott cierra los ojos mortificada—. Sí,señora —responde. Se acerca y me pasa el teléfono.
Pongo los ojos en blanco.
—¿Sí, Yulia? —respondo tranquilamente intentando contener mi exasperación. Me levanto y salgo apresuradamente de la sala.
—¿A qué demonios estás jugando? —me grita a punto de explotar.
—No me grites.
—¿Cómo que no te grite? —Me grita aún más alto—. Te he dado instrucciones específicas que tú acabas de ignorar… otra vez. Joder, Lena, estoy muy furiosa.
—Pues cuando te calmes, hablaremos de esto.
—Ni se te ocurra colgarme —me amenaza entre dientes.
—Adiós, Yulia. —Le cuelgo y apago el teléfono de Prescott.
Maldita sea… Sé que no dispongo de mucho tiempo con Leila. Inspiro hondo y regreso a la sala de reuniones. Leila y Prescott me miran expectantes y yo le devuelvo a Prescott el teléfono.
—¿Dónde estábamos? —le pregunto a Leila mientras me siento frente a ella. Sus ojos se abren un poco,extrañados.
Sí, aparentemente sé manejar a Yulia. Pero no creo que ella quiera oír eso.
Leila juguetea nerviosamente con las puntas de su pelo.
—Primero, quiero disculparme —me dice en voz baja.
Oh…
Levanta la vista para mirarme y ve mi sorpresa.
—Sí —prosigue apresuradamente—. Y agradecerle que no haya presentado cargos. Ya sabe… por lo del coche y el apartamento.
—Sabía que no estabas… Mmm… Bien en ese momento —respondo un poco a trompicones. No me esperaba una disculpa.
—No, no estaba bien.
—¿Estás mejor ahora? —le pregunto amablemente.
—Mucho mejor. Gracias.
—¿Sabe tu médico que estás aquí?
Niega con la cabeza.
Oh.
Parece adecuadamente culpable.
—Sé que tendré que enfrentarme a las consecuencias de esto más tarde. Pero necesitaba algunas cosas y también quería ver a Susi, a usted y… a la señora Volkova.
—¿Quieres ver a Yulia? —Noto que mi estómago se precipita al vacío en caída libre. Por eso está aquí.
—Sí. Y quería preguntarle si le parece bien.
Oh, Dios mío… Me la quedo mirando con la boca abierta. Tengo ganas de decirle que no me parece bien,que no la quiero cerca de mi esposa. Pero ¿por qué ha venido? ¿Para evaluar a la competencia? ¿Para alterarme? ¿O es que necesita algún tipo de cierre?
—Leila —digo con dificultad, irritada—. Eso no es asunto mío, sino de Yulia. Tendrás que preguntárselo a ella. Ella no necesita mi permiso. Es una mujer adulta… la mayor parte del tiempo.
Me mira durante un segundo como si estuviera sorprendida por mi reacción y después se ríe bajito, todavía jugando nerviosamente con las puntas de su pelo.
—Ella se ha negado repetidamente a verme todas las veces que se lo he pedido —me dice casi en un susurro.
Oh, mierda. Tengo más problemas de los que creía.
—¿Y por qué es tan importante para ti verla? —le pregunto con suavidad.
—Para darle las gracias. Me estaría pudriendo en esa inmunda institución psiquiátrica que no era más que una prisión si no fuera por ella. —Se queda mirando uno de sus dedos, que está pasando por el borde de la mesa—. Tuve un episodio psicótico grave, y sin la señora Volkova y sin John… el doctor Flynn, quiero decir…
—Se encoge de hombros y me mira de nuevo con una expresión llena de gratitud.
Estoy otra vez sin habla. ¿Qué espera que diga? Tendría que estar diciéndole estas cosas a Yulia, no a mí.
—Y por el curso de arte. Nunca podré agradecerle suficiente eso.
¡Lo sabía! Yulia está pagando sus clases. Mi rostro sigue sin revelar nada mientras analizo vacilante mis sentimientos por esa mujer que acaba de confirmar mis sospechas sobre la generosidad de Yulia. Para mi
sorpresa, no le guardo ningún rencor a ella. Es una revelación y me alegro de que esté mejor. Con suerte, así podrá seguir adelante con su vida y nosotras con la nuestra.
—¿No estás perdiendo clases por venir aquí? —le pregunto con genuino interés.
—Solo voy a perder dos. Mañana vuelvo a casa.
Ah, bien.
—¿Y cuáles son tus planes?
—Quiero recoger mis cosas de casa de Susi, volver a Hamden y seguir pintando y aprendiendo. La señora Volkova ya ha adquirido un par de mis cuadros.
¡Maldita sea! El estómago se me vuelve a caer a los pies. ¿No estarán colgados en mi salón? Se me ponen los pelos de punta solo de pensarlo.
—¿Qué tipo de pintura practicas?
—Sobre todo abstracta.
—Ya veo.
Reviso mentalmente los cuadros del salón, que ahora ya conozco bien. Dos de ellos pueden haber sido pintados por una de las ex sumisas de mi esposa… Sí, es posible.
—¿Puedo hablarle con franqueza? —me pregunta totalmente ajena a mis emociones encontradas.
—Por supuesto —le respondo mirando a Prescott, que parece haberse relajado un poco.
Leila se inclina un poco hacia delante como si fuera a revelarme un secreto que lleva guardando mucho tiempo.
—Amaba a Geoff, mi novio que murió hace unos meses. —Su voz va bajando hasta convertirse en un susurro triste.
Oh, madre mía. Esto se está poniendo personal.
—Lo siento mucho —le digo automáticamente, pero ella continúa como si no me hubiera oído.
—También amaba a mi marido… y solo he amado a otra —murmura.
—A mi esposa. —Las palabras salen de mi boca antes de que pueda detenerlas.
—Sí —dice en un murmullo apenas audible.
Eso no es nuevo para mí. Cuando levanta la vista para mirarme, sus ojos marrones están llenos de emociones contradictorias, pero la que destaca sobre todas es la aprensión. ¿Por mi reacción tal vez? Pero mi abrumadora respuesta ante esta pobre mujer es la compasión. Repaso toda la literatura clásica que se me ocurre en busca de formas de tratar con el amor no correspondido. Trago saliva con dificultad y me agarro a la superioridad moral.
—Lo sé. Es fácil quererla —susurro.
Abre todavía más los ojos por la sorpresa y sonríe.
—Sí, lo es… Lo era —se corrige rápidamente y se sonroja.
Después suelta una risita tan dulce que no puedo evitarlo y río también. Sí, Yulia Volkova tiene ese efecto en nosotras. Mi subconsciente me pone los ojos en blanco porque la saco de quicio y vuelve a la lectura del desgastado ejemplar de Jane Eyre. Miro el reloj. En el fondo sé que Yulia no tardará en llegar.
—Creo que vas a tener la oportunidad de ver a Yulia.
—Eso creía. Sé lo protectora que puede llegar a ser. —Me sonríe.
Así que tenía todo esto planeado. Qué astuta. O manipuladora, me susurra mi subconsciente.
—¿Por eso has venido a verme?
—Sí.
—Ya veo.
Y Yulia está haciendo justo lo que ella esperaba. A regañadientes admito que la conoce bien.
—Parecía muy feliz. Con usted —me dice.
¿Qué?
—¿Cómo lo sabes?
—La vi cuando estuve en el ático —explica con cautela.
Oh, ¿cómo he podido olvidar eso?
—¿Ibas allí con frecuencia?
—No. Pero ella era muy diferente con usted.
¿Quiero oír esto? Un escalofrío me recorre la espalda. Se me eriza el vello al recordar el miedo que sentí cuando ella apareció en nuestro apartamento en forma de sombra que no llegué a ver del todo.
—Sabes que va contra la ley. Allanar una casa.
Ella asiente y mira fijamente la mesa, recorriendo el borde con una uña.
—Solo lo hice unas pocas veces y tuve suerte de que no me cogieran. También tengo que darle las gracias a la señora Volkova por eso. Podría haberme mandado a la cárcel.
—No creo que quisiera hacer eso —le respondo.
De repente se oye una repentina actividad fuera de la sala de reuniones y sé instintivamente que Yulia está en el edificio. Un momento después entra como una tromba por la puerta y la cierra tras de sí. Antes de que se cierre del todo mi mirada se cruza con la de Igor, que está fuera, esperando pacientemente; su boca es una fina línea y no me devuelve la sonrisa tensa que le dedico. Oh, maldita sea, él también está enfadado conmigo.
La mirada azul y furibunda de Yulia me atraviesa primero a mí y después a Leila y nos deja a las dos petrificadas en las sillas. Tiene una expresión de determinación silenciosa, pero yo sé que no se siente así, y creo que Leila también lo sabe. El frío amenazador de sus ojos es el que revela la verdad: emana rabia,aunque sabe esconderla bien. Lleva un traje gris entallado a su cuerpo con una corbata oscura aflojada y el botón superior de la camisa desabrochado. Parece muy profesional y al mismo tiempo informal… y sexy. Tiene el pelo alborotado, seguro que porque se ha estado pasando las manos por él, exasperado.
Leila vuelve a bajar la vista nerviosamente al borde de la mesa mientras lo recorre con el dedo índice.
Yulia me mira a mí, después a ella y por fin a Prescott.
—Tú —dice dirigiéndose a Prescott sin alterarse—. Estás despedida. Sal de aquí ahora mismo.
Palidezco. Oh, no… Eso no es justo.
—Yulia… —Intento ponerme de pie.
Levanta el dedo índice en forma de advertencia en mi dirección.
—No —me dice en voz tan alarmantemente baja que me callo al instante y me quedo clavada en la silla.
Prescott agacha la cabeza y sale caminando enérgicamente de la sala para reunirse con Igor. Yulia cierra la puerta tras ella y se acerca hasta el borde de la mesa. ¡No, no, no! Ha sido culpa mía. Yulia se queda de pie delante de Leila. Coloca las dos manos sobre la superficie de madera y se inclina hacia delante.
—¿Qué coño estás haciendo tú aquí? —le pregunta en un gruñido.
—¡Yulia! —la reprendo, pero ella me ignora.
—¿Y bien? —insiste.
Leila le mira con los ojos muy abiertos y la cara cenicienta; su anterior rubor ha desaparecido totalmente.
—Quería verte y no me lo permitías —susurra.
—¿Así que has venido hasta aquí para acosar a mi mujer?
Sigue hablando muy bajo. Demasiado bajo.
Leila vuelve a mirar la mesa.
Ella se yergue pero continúa con la vista fija en ella.
—Leila, si vuelves a acercarte a mi mujer te quitaré todo mi apoyo económico. Ni médicos, ni escuela de arte, ni seguro médico… Todo, te lo quitaré todo. ¿Me comprendes?
—Yulia… —vuelvo a intentarlo, pero me silencia con una mirada gélida. ¿Por qué está siendo tan poco razonable? Mi compasión por esa mujer crece.
—Sí —responde con una voz apenas audible.
—¿Qué está haciendo Susannah en recepción?
—Ha venido conmigo.
Se pasa una mano por el pelo sin dejar de mirarla.
—Yulia, por favor —le suplico—. Leila solo quería darte las gracias. Eso es todo.
Ella me ignora y centra toda su ira en Leila.
—¿Te quedaste en casa de Susannah cuando estuviste enferma?
—Sí.
—¿Sabía ella lo que estabas haciendo mientras estabas en su casa?
—No. Estaba fuera, de vacaciones.
Yulia se acaricia el labio inferior con el dedo índice.
—¿Por qué necesitabas verme? Ya sabes que debes enviarme cualquier petición a través de Flynn.¿Necesitas algo? —Su tono se ha suavizado un poco.
Leila vuelve a pasar el dedo por el borde de la mesa.
¡Deja de intimidarla, Yulia!
—Tenía que saberlo. —Y entonces la mira directamente por primera vez.
—¿Tenías que saber qué? —le pregunta.
—Que estabas bien.
Ella la mira con la boca abierta.
—¿Que yo estoy bien? —La observa con el ceño fruncido, incrédula.
—Sí.
—Estoy bien. Ya está, pregunta contestada. Ahora te van a llevar al aeropuerto para que vuelvas a la costa Este. Si das un paso más allá del Mississippi te lo quitaré todo, ¿entendido?
¡Por el amor de Dios, Yulia! Me quedo pasmada. Pero ¿qué demonios le está pasando? No puede obligarla a quedarse a un lado del país.
—Sí. Lo entiendo —dice Leila en voz baja.
—Bien. —El tono de Yulia ahora es más conciliador.
—Puede que a Leila no le venga bien irse ahora. Tenía planes —protesto, furiosa por ella.Yulia me mira fijamente.
—Elena… —me advierte con la voz gélida—, esto no es asunto tuyo.
La miro con el ceño fruncido. Claro que es asunto mío, está en mi oficina después de todo. Tiene que haber algo más que yo no sé. No está siendo racional.
Cincuenta Sombras…, me susurra mi subconsciente.
—Leila ha venido a verme a mí, no a ti —le respondo en un susurro altanero.
Leila se gira hacia mí con los ojos abiertos hasta un punto imposible.
—Tenía instrucciones, señora Lena. Y las he desobedecido. —Mira nerviosamente a mi esposa y después a mí—. Esta es la Yulia Volkova que yo conozco —dice en un tono triste y nostálgico. Yulia la observa con el ceño fruncido y yo me quedo sin aire en los pulmones. No puedo respirar. ¿Yulia era así con ella todo el tiempo? ¿Era así conmigo al principio? Me cuesta recordarlo. Con una sonrisa triste, Leila se levanta.
—Me gustaría quedarme hasta mañana. Tengo el vuelo de vuelta a mediodía —le dice en voz baja a Yulia.
—Haré que alguien vaya a recogerte a las diez para llevarte al aeropuerto.
—Gracias.
—¿Te quedas en casa de Susannah?
—Sí.
—Bien.
Miro fijamente a Yulia. No puede organizarle la vida así… ¿Y cómo sabe dónde vive Susannah?
—Adiós, señora Lena. Gracias por atenderme.
Me levanto y le tiendo la mano. Ella me la estrecha agradecida.
—Mmm… Adiós. Y buena suerte —murmuro, porque no estoy segura de cuál es el protocolo para despedirme de una antigua sumisa de mi esposa.
Asiente y se gira hacia ella.
—Adiós, Yulia.
Los ojos de Yulia se suavizan un poco.
—Adiós, Leila. —Su voz es muy baja—. Todo a través del doctor Flynn, no lo olvides.
—Sí, señora.
Yulia abre la puerta para que salga, pero ella se queda parada delante de ella y la mira. Ella se queda quieta y la observa con cautela.
—Me alegro de que seas feliz. Te lo mereces —le dice, y se va antes de que ella pueda responder.
Ella frunce el ceño mientras la ve marcharse y le hace un gesto con la cabeza a Igor, que sigue a Leila hacia la zona de recepción. Cierra la puerta y me mira insegura.
—Ni se te ocurra enfadarte conmigo —le digo entre dientes—. Llama a Claude Bastille y grítale a él o vete a ver al doctor Flynn.
Se queda con la boca abierta; está sorprendida por mi reacción. Arruga la frente otra vez.
—Me prometiste que no ibas a hacer esto. —Ahora su tono es acusatorio.
—¿Hacer qué?
—Desafiarme.
—No prometí eso. Te dije que tendría más en cuenta tu necesidad de protección. Te he avisado de que Leila estaba aquí. Hice que Prescott la registrara a ella y a tu otra amiguita. Prescott estuvo aquí todo el tiempo. Ahora has despedido a esa pobre mujer, que solo estaba haciendo lo que yo le dije. Te pedí que no te preocuparas y mira dónde y cómo estás. No recuerdo haber recibido ninguna bula papal de tu parte que decretara que no podía ver a Leila. Ni siquiera sabía que tenía una lista de visitas potencialmente peligrosas.
Mi voz va subiendo por la indignación mientras defiendo mi causa. Yulia me observa con una expresión impenetrable. Un momento después sus labios se curvan.
—¿Bula papal? —dice divertida y se relaja visiblemente.
No tenía intención de hacer una broma para quitarle hierro a la conversación, pero ahí está, sonriendo, y eso solo me pone más furiosa. El intercambio entre ella y su ex ha sido algo desagradable de presenciar. ¿Cómo ha podido ser tan fría con ella?
—¿Qué? —me pregunta, irritada porque mi cara sigue estando decididamente seria.
—Tú. ¿Por qué has sido tan cruel con ella?
Suspira y se revuelve un poco, apoyándose en la mesa y acercándose a mí.
—Elena —me dice como si fuera una niña pequeña—, no lo entiendes. Leila, Susannah… Todas ellas… Fueron un pasatiempo agradable y divertido. Pero eso es todo. Tú eres el centro de mi universo. Y la última vez que las dos estuvieron en la misma habitación, ella te apuntaba con una pistola. No la quiero cerca de ti.
—Pero, Yulia, entonces estaba enferma.
—Lo sé, y sé que está mejor ahora, pero no voy a volver a darle el beneficio de la duda. Lo que hizo es imperdonable.
—Pero tú has entrado en su juego y has hecho exactamente lo que ella quería. Deseaba volver a verte y sabía que si venía a verme, tú acudirías corriendo.
Yulia se encoge de hombros como si no le importara.
—No quiero que tengas nada que ver con mi vida anterior.
¿Qué?
—Yulia… Eres quien eres por tu vida anterior, por tu nueva vida, por todo. Lo que tiene que ver contigo, tiene que ver conmigo. Acepté eso cuando me casé contigo porque te quiero.
Se queda petrificada. Sé que le cuesta oír estas cosas.
—No me ha hecho daño. Y ella también te quiere.
—Me importa una mierda.
La miro con la boca abierta, asombrada. Y me sorprende que todavía tenga la capacidad de asombrarme.
«Esta es la Yulia Volkova que yo conozco.» Las palabras de Leila resuenan en mi cabeza. Su reacción ante ella ha sido tan fría… Es algo que no tiene nada que ver con la mujer que he llegado a conocer y que amo.
Frunzo el ceño al recordar el remordimiento que sintió cuando ella tuvo la crisis, cuando creyó que ella podía ser la responsable de su dolor. Trago saliva al recordar también que incluso la bañó. El estómago se me retuerce dolorosamente y me sube la bilis hasta la garganta. ¿Cómo puede decir ahora que le importa una mierda? Entonces sí le importaba. ¿Qué ha cambiado? Hay veces, como ahora mismo, en que no la entiendo.
Ella funciona a un nivel que está muy lejos del mío.
—¿Y por qué de repente te has convertido en una defensora de su causa? —me pregunta, perpleja e irritada.
—Mira, Yulia, no creo que Leila y yo nos pongamos a intercambiar recetas y patrones de costura. Pero tampoco creo que haga falta mostrar tan poco corazón con ella.
Sus ojos se congelan.
—Ya te lo dije una vez: yo no tengo corazón —susurra.
Pongo los ojos en blanco. Oh, ahora se está comportando como una adolescente.
—Eso no es cierto, Yulia. No seas ridícula. Sí que te importa. No le estarías pagando las clases de arte y todo lo demás si te diera igual.
De repente hacer que se dé cuenta de eso se convierte en el objetivo de mi vida. Es obvio que le importa.
¿Por qué lo niega? Es lo mismo que con sus sentimientos por su madre biológica. Oh, mierda… claro. Sus sentimientos por Leila y por las otras sumisas están mezclados con los sentimientos por su madre. «Me gusta azotar a blanquitas como tú porque todas os parecéis a la puta adicta al crack.» Que alguien llame al doctor Flynn, por favor. ¿Cómo puede no verlo él?
De repente el corazón se me llena de compasión por ella. Mi niña perdida… ¿Por qué es tan difícil para ella volver a ponerse en contacto con la humanidad, con la compasión que mostró por Leila cuando tuvo la crisis?
Se me queda mirando fijamente con los ojos brillando por la ira.
—Se acabó la discusión. Vámonos a casa.
Echo un vistazo al reloj. Solo son las cuatro y veintitrés. Tengo trabajo que hacer.
—Es pronto —le digo.
—A casa —insiste.
—Yulia —le digo con voz cansada—, estoy harta de tener siempre la misma discusión contigo.
Frunce el ceño como si no comprendiera.
—Ya sabes —le recuerdo—: yo hago algo que no te gusta y tú piensas en una forma de castigarme por ello, que normalmente incluye un polvo pervertido que puede ser alucinante o cruel. —Me encojo de hombros, resignada. Esto es agotador y muy confuso.
—¿Alucinante? —me pregunta.
¿Qué?
—Normalmente sí.
—¿Qué ha sido alucinante? —me pregunta, y ahora sus ojos brillan con una curiosidad divertida y sensual.
Veo que está intentando distraerme.
Oh, Dios mío… No quiero hablar de eso en la sala de reuniones de SIP. Mi subconsciente se examina con indiferencia las uñas perfectamente arregladas: Entonces no deberías haber sacado el tema…
—Ya lo sabes. —Me ruborizo, irritada con ella y conmigo misma.
—Puedo adivinarlo —susurra.
Madre mía. Estoy intentando reprenderle y ella me está confundiendo.
—Yulia, yo…
—Me gusta complacerte. —Sigue la línea de mi labio inferior delicadamente con el pulgar.
—Y lo haces —reconozco en un susurro.
—Lo sé —me dice suavemente. Después se acerca y me susurra al oído—: Es lo único que sé con seguridad.
Oh, qué bien huele. Se aparta y me mira con una sonrisa arrogante que dice: «Por eso eres mía».
Frunzo los labios y me esfuerzo por que parezca que no me ha afectado su contacto. Se le da muy bien lo de distraerme de algo doloroso o que no quiere tratar. Y tú se lo permites, dice mi subconsciente mirando por encima del libro de Jane Eyre. Su comentario no me ayuda.
—¿Qué fue alucinante, Elena? —vuelve a preguntar con un brillo malicioso en los ojos.
—¿Quieres una lista? —pregunto a mi vez.
—¿Hay una lista? —Está encantada.
Oh, qué agotadora es esta mujer.
—Bueno, las esposas —murmuro, y mi mente viaja hasta la luna de miel.
Ella arruga la frente y me coge la mano, rozándome allí donde normalmente se toma el pulso en la muñeca con su pulgar.
—No quiero dejarte marcas.
Oh…
Curva los labios en una lenta sonrisa carnal.
—Vamos a casa. —Ahora su tono es seductor.
—Tengo trabajo que hacer.
—A casa —vuelve a insistir.
Nos miramos, el azul líquido se enfrenta al verdegris perplejo, poniéndonos a prueba, desafiando nuestros límites y nuestras voluntades. La observo intentando comprenderla, intentando entender cómo esa mujer puede pasar de ser una obsesa del control rabiosa a una amante seductora en un abrir y cerrar de ojos. Sus ojos se agrandan y se oscurecen, dejando claras cuáles son sus intenciones. Me acaricia suavemente la mejilla.
—Podemos quedarnos aquí —dice en voz baja y ronca.
Oh, no. No. No. No. En la oficina no.
—Yulia, no quiero tener sexo aquí. Tu amante acaba de estar en esta habitación.
—Ella nunca fue mi amante —gruñe, y su boca se convierte en una fina línea.
—Es una forma de hablar, Yulia.
Frunce el ceño, confundida. La amante seductora ha desaparecido.
—No le des demasiadas vueltas a eso, Lena. Ella ya es historia —dice sin darle importancia.
Suspiro. Tal vez tenga razón. Solo quiero que admita ante sí misma que ella le importa. De repente se me hiela el corazón. Oh, no… Por eso es tan importante para mí. ¿Y si yo hiciera algo imperdonable? Por ejemplo si no me conformo. ¿Yo también pasaría a ser historia? Si puede comportarse así ahora, después de
lo preocupada que estuvo por Leila cuando ella enfermó, ¿podría en algún momento volverse contra mí? Doy un respingo al recordar fragmentos de un sueño: espejos dorados y el sonido de sus pisadas sobre el suelo de mármol mientras se aleja, dejándome sola rodeada de un esplendor opulento.
—No… —La palabra sale de mi boca en un susurro horrorizado antes de que pueda detenerla.
—Sí —dice ella, y me sujeta la barbilla para después inclinarse y darme un beso tierno en los labios.
—Oh, Yulia, a veces me das miedo. —Le cojo la cabeza con las manos, enredo los dedos en su pelo y acerco sus labios a los míos. Se queda tensa un momento mientras me abraza.
—¿Por qué?
—Le has dado la espalda con una facilidad asombrosa…
Frunce el ceño.
—¿Y crees que podría hacer lo mismo contigo, Lena? ¿Y por qué demonios piensas eso? ¿Qué te ha hecho llegar a esta conclusión?
—Nada. Bésame. Llévame a casa —le suplico.
Sus labios tocan los míos y estoy perdida.
—Oh, por favor —suplico cuando Yulia me sopla con suavidad en el sexo.
—Todo a su tiempo —murmura.
Tiro de las esposas y gruño alto en protesta por este ataque carnal. Estoy atada con unas suaves esposas de cuero, cada codo sujeto a una rodilla, y la cabeza de Yulia se mueve entre mis piernas y su lengua experta me excita sin tregua. Abro los ojos y miro el techo del dormitorio, que está bañado por la suave luz de última hora de la tarde, sin verla realmente. Su lengua gira una y otra vez, haciendo espirales y rodeando el centro de mi universo. Quiero estirar las piernas. Lucho en vano por intentar controlar el placer. Pero no puedo. Cierro
los dedos en su pelo y tiro con fuerza para que detenga esta tortura sublime.
—No te corras —me advierte con el aliento suave sobre mi carne cálida y húmeda mientras ignora mis dedos—. Te voy a azotar si te corres.
Gimo.
—Control, Lena. Es todo cuestión de control. —Su lengua retoma la incursión erótica.
Oh, sabe muy bien lo que está haciendo… Estoy indefensa, no puedo resistirme ni detener mi reacción ciega. Lo intento, lo intento con todas mis fuerzas, pero mi cuerpo explota bajo sus incesantes atenciones.
Aun así su lengua no para hasta arrancar hasta el último gramo de placer que hay en mí.
—Oh, Lena—me regaña—, te has corrido. —Su voz es suave al echarme esa reprimenda triunfante. Me gira para que quede boca abajo y yo me apoyo en los antebrazos, aún temblorosa. Me da un azote fuerte en el culo.
—¡Ah! —grito.
—Control —repite. Y me coge las caderas para hundirse en mi interior.
Vuelvo a gritar; mi carne todavía se convulsiona por las consecuencias del orgasmo. Se queda muy quieta dentro de mí y se inclina para soltarme primero una esposa y después la otra. Me rodea con el brazo y tira de mí hasta sentarme en su regazo. Tiene el torso pegado a mi espalda y la mano apoyada bajo mi barbilla y sobre la garganta. Me siento llena y eso me encanta.
—Muévete —me ordena.
Gimo y subo y bajo sobre su regazo.
—Más rápido —me susurra.
Y me muevo más rápido y después más. Ella gime y me echa atrás la cabeza con la mano para mordisquearme el cuello. Su otra mano va bajando por mi cuerpo lentamente, desde la cadera hasta el sexo y después se desliza hasta mi clítoris, que todavía está muy sensible por sus generosas atenciones de antes.
Suelto un gemido largo cuando sus dedos se cierran sobre ella y empieza a excitarlo de nuevo.
—Sí, Lena —me dice en voz baja al oído—. Eres mía. Solo tú.
—Sí —jadeo cuando mi cuerpo empieza a tensarse de nuevo, apretándole y abrazándole de la forma más íntima.
—Córrete para mí —me pide.
Yo me dejo llevar y mi cuerpo obedece su petición. Me agarra mientras el orgasmo me recorre el cuerpo a la vez que grito su nombre.
—Oh, Lena, te quiero.
Yulia gime y sigue el camino que yo acabo de abrir. Se hunde en mí y llega también a la liberación.
Me da un beso en el hombro y me aparta el pelo de la cara.
—¿Esto también va a formar parte de esa lista, señora Volkova Katina? —me susurra. Yo estoy tumbada boca abajo sobre la cama, apenas consciente. Yulia me acaricia el culo suavemente. Está tumbada de lado junto a mí,apoyado en un codo.
—Mmm.
—¿Eso es un sí?
—Mmm. —Le sonrío.
Ella sonríe y me da otro beso. Yo de mala gana me giro para poder mirarla.
—¿Y bien? —insiste.
—Sí. Esto se incluye en la lista. Pero es una lista larga.
Su cara casi queda partida en dos por su enorme sonrisa y se inclina para darme un beso suave.
—Perfecto. ¿Y si cenamos algo? —Le brillan los ojos por el amor y la diversión.
Asiento. Estoy famélica. Estiro la mano para tirarle cariñosamente del pecho.
—Quiero decirte algo —le susurro.
—¿Qué?
—No te enfades.
—¿Qué pasa, Lena?
—Te importa.
Abre mucho los ojos y desaparece el destello de buen humor.
—Quiero que admitas que te importa. Porque a la Yulia que yo conozco y a la que quiero le importaría.
Se pone tensa y sus ojos no abandonan los míos. Yo puedo ver la lucha interna que se está produciendo,como si estuviera a punto de emitir el juicio de Salomón. Ella abre la boca para decir algo y después la vuelve a cerrar. Una emoción fugaz cruza su cara… Dolor quizá.
Dilo, la animo mentalmente.
—Sí. Sí me importa. ¿Contenta? —dice y su voz es apenas un susurro.
Oh, menos mal. Es un alivio.
—Sí. Mucho.
Frunce el ceño.
—No me puedo creer que esté hablando contigo de esto ahora, aquí, en nuestra cama…
Le pongo el dedo sobre los labios.
—No estamos hablando de eso. Vamos a comer. Tengo hambre.
Suspira y niega con la cabeza.
—Me cautiva y me desconcierta a la vez, señora Volkova Katina.
—Eso está bien. —Me incorporo y le doy un beso.
De: Lena Volkova
Fecha: 9 de septiembre de 2011 09:33
Para: Yulia Volkova
Asunto: La lista
Lo de ayer tiene que encabezar la lista definitivamente.
Lena x
Elena Volkova
Editora de SIP
De: Yulia Volkova
Fecha: 9 de septiembre de 2011 09:42
Para: Lena Volkova
Asunto: Dime algo que no sepa
Llevas diciéndome eso los tres últimos días.
A ver si te decides.
O… podemos probar algo más.
Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc., disfrutando del juego.
Sonrío al ver lo que hay escrito en la pantalla. Las últimas noches han sido… entretenidas. Hemos vuelto a relajarnos y la interrupción provocada por la aparición de Leila ya ha quedado olvidada. Todavía no he reunido el coraje para preguntarle si alguno de los cuadros del salón es suyo… Y la verdad es que no me importa. Mi BlackBerry vibra y respondo pensando que debe de ser Yulia.
—¿Lena?
—Sí.
—Lena, cariño. Soy José padre.
—¡Señor Rodríguez! ¡Hola! —Se me eriza el vello. ¿Qué querrá de mí el padre de José?
—Perdona que te llame al trabajo. Es por Sergey. —Le tiembla la voz.
—¿Qué pasa? ¿Qué ha ocurrido? —El corazón se me queda atravesado en la garganta.
—Sergey ha tenido un accidente.
Oh, no, papá… Dejo de respirar.
—Está en el hospital. Será mejor que vengas rápido.
VIVALENZ28- Mensajes : 921
Fecha de inscripción : 04/08/2014
Re: CINCUENTA SOMBRAS LIBERADAS// ADAPTACIÓN
Ah no vale... Cuando no es una cosa, es otra... No tienen descanso u.u
Aleinads- Mensajes : 519
Fecha de inscripción : 14/05/2015
Edad : 35
Localización : Colombia
Re: CINCUENTA SOMBRAS LIBERADAS// ADAPTACIÓN
17
Señor Rodríguez, ¿qué ha pasado? —Tengo la voz ronca y un poco pastosa por las lágrimas no derramadas. Sergey, mi querido Sergey. Mi padre.
—Ha tenido un accidente de coche.
—Vale, voy… Voy para allá ahora mismo. —La adrenalina me corre por todo el cuerpo y me llena de pánico a su paso. Me cuesta respirar.
—Le han trasladado a Portland.
¿A Portland? ¿Por qué demonios le han llevado a Portland?
—Le han llevado en helicóptero, Lena. Yo ya estoy de camino. Hospital OHSU. Oh, Lena, no he visto el coche. Es que no lo vi… —Se le quiebra la voz.
El señor Rodríguez… ¡no!
—Te veré allí —dice el señor Rodríguez con voz ahogada y cuelga.
Un pánico oscuro me atenaza la garganta y me abruma. Sergey… No. No. Inspiro hondo para calmarme, cojo el teléfono y llamo a Roach. Responde al segundo tono.
—¿Sí, Lena?
—Jerry, tengo un problema con mi padre.
—¿Qué ha ocurrido, Lena?
Se lo explico apresuradamente, sin apenas detenerme para respirar.
—Vete. Debes irte. Espero que tu padre se ponga bien.
—Gracias. Te mantendré informado. —Cuelgo de golpe sin darme cuenta, pero ahora mismo eso es lo que menos me importa.
—¡Hannah! —grito, consciente de la ansiedad que hay en mi voz. Un segundo después ella asoma la cabeza por la puerta mientras voy metiendo las cosas en mi bolso y guardando papeles en mi maletín.
—¿Sí, Lena? —pregunta frunciendo el ceño.
—Mi padre ha sufrido un accidente. Tengo que irme.
—Oh, Dios mío…
—Cancela todas mis citas para hoy. Y para el lunes. Tendrás que acabar tú de preparar la presentación del libro electrónico. Las notas están en el archivo compartido. Dile a Courtney que te ayude si te hace falta.
—Muy bien —susurra Hannah—. Espero que tu padre esté bien. No te preocupes por los asuntos de la oficina. Nos las arreglaremos.
—Llevo la BlackBerry, por si acaso.
La preocupación que veo en su cara pálida me emociona.
Papá…
Cojo la chaqueta, el bolso y el maletín.
—Te llamaré si necesito algo.
—Claro. Buena suerte, Lena. Espero que esté bien.
Le dedico una breve sonrisa tensa, esforzándome por mantener la compostura y salgo de la oficina. Hago todo lo que puedo por no ir corriendo hasta la recepción. Sawyer se levanta de un salto al verme llegar.
—¿Señora Lena? —pregunta, confundido por mi repentina aparición.
—Nos vamos a Portland. Ahora.
—Sí, señora —dice frunciendo el ceño, pero abre la puerta.
Nos estamos moviendo, eso es bueno.
—Señora Lena —me dice Sawyer mientras nos apresuramos hacia del aparcamiento—, ¿puedo preguntarle por qué estamos haciendo este viaje imprevisto?
—Es por mi padre. Ha tenido un accidente.
—Entiendo. ¿Y lo sabe la señora Volkova ?
—La llamaré desde el coche.
Sawyer asiente y me abre la puerta de atrás del Audi todoterreno para que suba. Con los dedos temblorosos cojo la BlackBerry y marco el número de Yulia.
—¿Sí, señora Lena? —La voz de Andrea es eficiente y profesional.
—¿Está Yulia? —le pregunto.
—Mmm… Está en alguna parte del edificio, señora. Ha dejado la BlackBerry aquí cargando a mi cuidado.
Gruño para mis adentros por la frustración.
—¿Puedes decirle que la he llamado y que necesito hablar con ella? Es urgente.
—Puedo tratar de localizarla. Tiene la costumbre de desaparecer por aquí a veces.
—Solo procura que me llame, por favor —le suplico intentando contener las lágrimas.
—Claro, señora Lena. —Duda un momento—. ¿Va todo bien?
—No —susurro porque no me fío de mi voz—. Por favor, que me llame.
—Sí, señora.
Cuelgo. Ya no puedo reprimir más mi angustia. Aprieto las rodillas contra el pecho y me hago un ovillo en el asiento de atrás. Las lágrimas aparecen inoportunamente y corren por mis mejillas.
—¿Adónde en Portland exactamente, señora Lena? —me pregunta Sawyer.
—Al OHSU —digo con voz ahogada—. Al hospital grande.
Sawyer sale a la calle y se dirige a la interestatal 5. Yo me quedo sentada en el asiento de atrás repitiendo en mi mente una única plegaria: por favor, que esté bien; por favor, que esté bien…
Suena mi teléfono. «Your Love Is King» me sobresalta e interrumpe mi mantra.
—Yulia—respondo con voz ahogada.
—Dios, Lena. ¿Qué ocurre?
—Es Sergey… Ha tenido un accidente.
—¡Mierda!
—Sí, lo sé. Voy de camino a Portland.
—¿Portland? Por favor dime que Sawyer está contigo.
—Sí, va conduciendo.
—¿Dónde está Sergey?
—En el OHSU.
Oigo una voz amortiguada por detrás.
—Sí, Ros. ¡Lo sé! —grita Yulia enfadada—. Perdona, nena… Estaré allí dentro de unas tres horas.Tengo aquí algo entre manos que necesito terminar. Iré en el helicóptero.
Oh, mierda. Charlie Tango vuelve a estar en funcionamiento y la última vez que Yulia lo cogió…
—Tengo una reunión con unos tíos de Taiwan. No puedo dejar de asistir. Es un trato que llevamos meses preparando.
¿Y por qué yo no sabía nada de eso?
—Iré en cuanto pueda.
—De acuerdo —le susurro. Y quiero decir que no pasa nada, que se quede en Seattle y se ocupe de sus negocios, pero la verdad es que quiero que esté conmigo.
—Lo siento, nena —me susurra.
—Estaré bien, Yulia. Tómate todo el tiempo que necesites. No tengas prisa. No quiero tener que preocuparme por ti también. Ten cuidado en el vuelo.
—Lo tendré.
—Te quiero.
—Yo también te quiero, nena. Estaré ahí en cuanto pueda. Mantente cerca de Luke.
—Sí, no te preocupes.
—Luego te veo.
—Adiós.
Tras colgar vuelvo a abrazarme las rodillas. No sé nada de los negocios de Yulia. ¿Qué demonios estará haciendo con unos taiwaneses? Miro por la ventanilla cuando pasamos junto al aeropuerto internacional King County/Boeing Field. Yulia debe tener cuidado cuando vuele. Se me vuelve a hacer un nudo el estómago y siento náuseas. Sergey y Yulia. No creo que mi corazón pudiera soportar eso. Me acomodo en el asiento y empiezo de nuevo con mi mantra: por favor, que esté bien; por favor, que esté bien…
—Señora Lena—la voz de Sawyer me sobresalta—, ya hemos llegado al hospital. Estoy buscando la zona de urgencias.
—Yo sé dónde está. —Mi mente vuelve a mi última visita al hospital OHSU, cuando, en mi segundo día de trabajo en Clayton’s, me caí de una escalera y me torcí el tobillo. Recuerdo a Paul Clayton cerniéndose sobre mí y me estremezco ante ese imagen.
Sawyer se detiene en el espacio reservado al estacionamiento y salta del coche para abrirme la puerta.
—Voy a aparcar, señora, y luego vendré a buscarla. Deje aquí su maletín, yo se lo llevaré.
—Gracias, Luke.
Asiente y yo camino decidida hacia la recepción de urgencias, que está llena de gente. La recepcionista me dedica una sonrisa educada y en unos minutos localiza a Sergey y me manda a la zona de quirófanos de la tercera planta.
¿Quirófanos? ¡Joder!
—Gracias —murmuro intentando centrar mi atención en sus indicaciones para encontrar los ascensores. Mi estómago se retuerce otra vez y casi echo a correr hacia ellos.
Por favor, que esté bien; por favor, que esté bien…
El ascensor es agónicamente lento porque para en todas las plantas. ¡Vamos, vamos! Deseo que vaya más rápido y miro con el ceño fruncido a la gente que entra y sale y que está evitando que llegue al lado de mi padre.
Por fin las puertas se abren en el tercer piso y salgo disparada para encontrarme otro mostrador de recepción, este lleno de enfermeras con uniformes azul marino.
—¿Puedo ayudarla? —me pregunta una enfermera con mirada miope.
—Estoy buscando a mi padre, Sergey Katin. Acaban de ingresarle. Creo que está en el quirófano 4. —Incluso mientras digo las palabras desearía que no fueran ciertas.
—Deje que lo compruebe, señorita Katina.
Asiento sin molestarme en corregirla mientras ella comprueba con eficiencia en la pantalla del ordenador.
—Sí. Lleva un par de horas en el quirófano. Si quiere esperar, les diré que está usted aquí. La sala de espera está ahí. —Señala una gran puerta blanca identificada claramente con un letrero de gruesas letras azules que pone: SALA DE ESPERA.
—¿Está bien? —le pregunto intentando controlar mi voz.
—Tendrá que esperar a que uno de los médicos que le atiende salga a decirle algo, señora.
—Gracias —digo en voz baja, pero en mi interior estoy gritando: «¡Quiero saberlo ahora!».
Abro la puerta y aparece una sala de espera funcional y austera en la que están sentados el señor Rodríguez y José.
—¡Lena! —exclama el señor Rodríguez. Tiene el brazo escayolado y una mejilla con un cardenal en un lado. Está en una silla de ruedas y veo que también tiene una escayola en la pierna. Le abrazo con cuidado.
—Oh, señor Rodríguez… —sollozo.
—Lena, cariño… —dice dándome palmaditas en la espalda con la mano sana—. Lo siento mucho —farfulla y se le quiebra la voz ya de por sí ronca.
Oh, no…
—No, papá —le dice José en voz baja, regañándole mientras se acerca a mí. Cuando me giro, él me atrae hacia él y me abraza.
—José… —digo. Ya estoy perdida: empiezan a caerme lágrimas por la cara cuando toda la tensión y la preocupación de las últimas tres horas salen a la superficie.
—Vamos, Lena, no llores. —José me acaricia el pelo suavemente. Yo le rodeo el cuello con los brazos y sollozo. Nos quedamos así durante un buen rato. Estoy tan agradecida de que mi amigo esté aquí… Nos separamos cuando Sawyer llega para unirse a nosotros en la sala de espera. El señor Rodríguez me pasa un pañuelo de papel de una caja muy convenientemente colocada allí cerca y yo me seco las lágrimas.
—Este es el señor Sawyer, miembro del equipo de seguridad —le presento.
Sawyer saluda con la cabeza a José y al señor Rodríguez y después se retira para tomar asiento en un rincón.
—Siéntate, Lena. —José me señala una de los sillones tapizados en vinilo.
—¿Qué ha pasado? ¿Saben cómo está? ¿Qué le están haciendo?
José levanta las manos para detener mi avalancha de preguntas y se sienta a mi lado.
—No sabemos nada. Sergey, papá y yo íbamos a pescar a Astoria. Nos arrolló un jodido imbécil borracho…
El señor Rodríguez intenta interrumpir para volver a disculparse.
—¡Cálmate, papá! —le dice José—. Yo no tengo nada, solo un par de costillas magulladas y un golpe en la cabeza. Papá… bueno, se ha roto la muñeca y el tobillo. Pero el coche impactó contra el lado del acompañante, donde estaba Sergey.
Oh, no. No… El pánico me inunda el sistema límbico. No, no, no… Me estremezco al pensar lo que estará pasando en el quirófano.
—Lo están operando. A nosotros nos llevaron al hospital comunitario de Astoria, pero a Sergey lo trajeron en helicóptero hasta aquí. No sabemos lo que le están haciendo. Estamos esperando que nos digan algo.
Empiezo a temblar.
—Lena, ¿tienes frío?
Asiento. Llevo una camisa blanca sin mangas y una chaqueta negra de verano, y ninguna de las dos prendas abriga demasiado. Con mucho cuidado, José se quita la chaqueta de cuero y me envuelve los hombros con ella.
—¿Quiere que le traiga un té, señora? —Sawyer aparece a mi lado. Asiento agradecida y él sale de la habitación.
—¿Por qué iban a pescar a Astoria? —les pregunto.
José se encoge de hombros.
—Se supone que allí hay buena pesca. Íbamos a pasar un fin de semana de tíos. Quería disfrutar un poco de tiempo con mi viejo padre antes de volver a la academia para cursar el último año. —Los ojos de José están muy abiertos y llenos de miedo y arrepentimiento.
—Tú también podrías haber salido herido. Y el señor Rodríguez… podría haber sido peor. —Trago saliva ante esa idea. Mi temperatura corporal baja todavía más y vuelvo a estremecerme. José me coge la mano.
—Dios, Lena, estás helada.
El señor Rodríguez se inclina hacia delante y con su mano sana me coge la otra.
—Lena, lo siento mucho.
—Señor Rodríguez, por favor… Ha sido un accidente —Mi voz se convierte en un susurro.
—Llámame José —me dice. Le miro con una sonrisa débil, porque es todo lo que puedo conseguir.
Vuelvo a estremecerme.
—La policía se ha llevado a ese gilipollas a la cárcel. Las siete de la mañana y el tipo ya estaba totalmente borracho —dice José entre dientes con repugnancia.
Sawyer vuelve a entrar con una taza de papel con agua caliente y una bolsita de té. ¡Sabe cómo tomo el té!
Me sorprendo y me alegra la distracción. El señor Rodríguez y José me sueltan las manos y yo cojo la taza agradecida de manos de Sawyer.
—¿Alguno de ustedes quiere algo? —les pregunta Sawyer al señor Rodríguez y a José. Ambos niegan con la cabeza y Sawyer vuelve a sentarse en el rincón. Sumerjo la bolsita de té en el agua y después la saco, todavía temblorosa, para tirarla en una pequeña papelera.
—¿Por qué tardan tanto? —digo para nadie en particular y doy un sorbo.
Papá… Por favor, que esté bien; por favor, que esté bien…
—Sabremos algo pronto, Lena—me dice José para tranquilizarme.
Asiento y doy otro sorbo. Vuelvo a sentarme a su lado. Esperamos… y esperamos. El señor Rodríguez tiene los ojos cerrados porque está rezando, creo, y José me coge de la mano y le da un apretón de vez en cuando. Voy bebiendo mi té poco a poco. No es Twinings, sino una marca barata y mala, y está asqueroso.
Recuerdo la última vez que me senté a esperar noticias. La última vez que pensé que todo estaba perdido,cuando Charlie Tango desapareció. Cierro los ojos y rezo una oración internamente para que mi esposa tenga un viaje seguro. Miro el reloj: las 2.15 de la tarde. Debería llegar pronto. El té está frío, ¡puaj!
Me levanto y paseo un poco. Después me siento otra vez. ¿Por qué no han venido los médicos a verme?
Le cojo la mano a José y él vuelve a apretármela tranquilizador. Por favor, que esté bien; por favor, que esté bien…
El tiempo pasa muy despacio.
De repente se abre la puerta y todos miramos expectantes. A mí se me hace un nudo en el estómago otra vez. ¿Ya está?
Yulia entra en la sala. Su cara se oscurece momentáneamente cuando ve que José me está cogiendo la mano.
—¡Yulia! —exclamo y me levanto de un salto a la vez que le doy gracias a Dios por que haya llegado sana y salva. La rodeo con los brazos, entierro la nariz en su pelo e inhalo su olor, su calidez, su amor. Una pequeña parte de mí se siente más tranquila, más fuerte, más capaz de resistir porque ella está aquí. Oh, su
presencia me ayuda a recuperar la paz mental.
—¿Alguna noticia?
Niego con la cabeza. No puedo hablar.
—José —le saluda con la cabeza.
—Yulia, este es mi padre, José.
—Señor Rodríguez… Nos conocimos en la boda. Por lo que veo usted también estaba ahí cuando ocurrió el accidente.
José vuelve a resumir la historia.
—¿Y se encuentran lo bastante bien para estar aquí? —pregunta Yulia.
—No queremos estar en ninguna otra parte —dice el señor Rodríguez con la voz baja y llena de dolor.
Yulia asiente. Me coge la mano, me obliga a sentarme y se sienta a mi lado.
—¿Has comido? —me pregunta.
Niego con la cabeza.
—¿Tienes hambre?
Niego otra vez.
—Pero tienes frío —dice al verme con la chaqueta de José.
Asiento. Se revuelve en la silla pero no dice nada.
La puerta se abre de nuevo y un médico joven con un uniforme azul claro entra en la sala. Parece cansado.
Me pongo de pie. Toda la sangre ha abandonado mi cara.
—¿Sergey Katin? —susurro. Yulia se pone de pie a mi lado y me rodea la cintura con el brazo.
—¿Son parientes? —pregunta el médico. Sus ojos azules son casi del mismo color que su uniforme y en otras circunstancias incluso me parecería atractivo.
—Soy su hija, Lena.
—Señorita Katina…
—Señora Volkova Katina —le corrige Yulia.
—Disculpe —balbucea el doctor, y durante un segundo tengo ganas de darle una patada a Yulia—.Soy el doctor Crowe. Su padre está estable, pero en estado crítico.
¿Qué significa eso? Me fallan las rodillas y el brazo de Yulia, que me está sujetando, es lo único que evita que me caiga redonda al suelo.
—Ha sufrido lesiones internas graves —me dice el doctor Crowe—, sobre todo en el diafragma, pero hemos podido repararlas y también hemos logrado salvarle el bazo. Por desgracia, sufrió una parada cardiaca durante la operación por la pérdida de sangre. Hemos conseguido que su corazón vuelva a funcionar, pero
todavía hay que controlarlo. Sin embargo, lo que más nos preocupa es que ha sufrido graves contusiones en la cabeza, y la resonancia muestra que hay inflamación en el cerebro. Le hemos inducido un coma para que permanezca inmóvil y tranquilo mientras mantenemos en observación esa inflamación cerebral.
¿Daño cerebral? No…
—Es el procedimiento estándar en estos casos. Por ahora solo podemos esperar y ver la evolución.
—¿Y cuál es el pronóstico? —pregunta Yulia fríamente.
—Señora Volkova, por ahora es difícil establecer un pronóstico. Es posible que se recupere completamente,pero eso ahora mismo solo está en manos de Dios.
—¿Cuánto tiempo van a mantener el coma?
—Depende de la respuesta cerebral. Lo normal es que esté así entre setenta y dos y noventa y seis horas.
¡Oh, tanto…!
—¿Puedo verle? —pregunto en un susurro.
—Sí, podrá verle dentro de una media hora. Le han llevado a la UCI de la sexta planta.
—Gracias, doctor.
El doctor Crowe asiente, se gira y se va.
—Bueno, al menos está vivo —le digo a Yulia, y las lágrimas empiezan a rodar de nuevo por mis mejillas.
—Siéntate —me dice Yulia.
—Papá, creo que deberíamos irnos. Necesitas descansar y no va a haber noticias hasta dentro de unas horas —le dice José al señor Rodríguez, que mira a su hijo con ojos vacíos—. Podemos volver esta noche,cuando hayas descansado. Si no te importa, Lena, claro —dice José volviéndose hacia mí con tono de súplica.
—Claro que no.
—¿Se alojan en Portland? —pregunta Yulia.
José asiente.
—¿Necesitan que alguien los lleve a casa?
José frunce el ceño.
—Iba a pedir un taxi.
—Luke puede llevarlos.
Sawyer se levanta y José parece confuso.
—Luke Sawyer —explico.
—Oh, claro. Sí, eso es muy amable por tu parte. Gracias, Yulia.
Me pongo de pie y les doy un abrazo al señor Rodríguez y a José en rápida sucesión.
—Sé fuerte, Lena —me susurra José al oído—. Es un hombre sano y en buena forma. Las probabilidades están a su favor.
—Eso espero. —Le abrazo con fuerza, después le suelto y me quito su chaqueta para devolvérsela.
—Quédatela si tienes frío.
—No, ya estoy bien. Gracias. —Miro nerviosamente a Yulia de reojo y veo que nos observa con cara impasible, pero me coge la mano.
—Si hay algún cambio, se lo diré inmediatamente —le digo a José mientras empuja la silla de su padre hacia la puerta que Sawyer mantiene abierta.
El señor Rodríguez levanta la mano para despedirse y los dos se paran en el umbral.
—Lo tendré presente en mis oraciones, Lena —dice el señor Rodríguez con voz temblorosa—. Me ha alegrado mucho recuperar la conexión con él después de todos estos años y ahora se ha convertido en un buen amigo.
—Lo sé.
Y tras decir eso se van. Yulia y yo nos quedamos solas. Me acaricia la mejilla.
—Estás pálida. Ven aquí.
Se sienta en una silla y me atrae hacia su regazo, donde me rodea con los brazos. Yo la dejo hacer. Me acurruco contra su cuerpo sintiendo una opresión por la mala suerte de mi padre, pero agradecida de que mi esposa esté aquí para consolarme. Me acaricia el pelo y me coge la mano.
—¿Qué tal Charlie Tango? —le pregunto.
Sonríe.
—Oh, muy brioso —dice con cierto orgullo en su voz.
Eso me hace sonreír de verdad por primera vez en varias horas y la miro perpleja.
—¿Brioso?
—Es de un diálogo de Historias de Filadelfia. Es la película favorita de Larissa.
—No me suena.
—Creo que la tengo en casa en Blu-Ray. Un día podemos verla y meternos mano en el sofá. —Me da un beso en el pelo y yo sonrío de nuevo—. ¿Puedo convencerte de que comas algo? —me pregunta.
Mi sonrisa desaparece.
—Ahora no. Quiero ver a Sergey primero.
Ella deja caer los hombros, pero no me presiona.
—¿Qué tal con los taiwaneses?
—Productivo —dice.
—¿Productivo en qué sentido?
—Me han dejado comprar su astillero por un precio menor del que yo estaba dispuesta a pagar.
¿Acaba de comprar un astillero?
—¿Y eso es bueno?
—Sí, es bueno.
—Pero creía que ya tenías un astillero aquí.
—Así es. Vamos a usar este para hacer el equipamiento exterior, pero construiremos los cascos en Extremo Oriente. Es más barato.
Oh.
—¿Y los empleados del astillero de aquí?
—Los vamos a reubicar. Tenemos que limitar las duplicidades al mínimo. —Me da un beso en el pelo—.¿Vamos a ver a Sergey? —me pregunta con voz suave.
La UCI de la sexta planta es una sala sencilla, estéril y funcional, con voces en susurros y máquinas que pitan. Hay cuatro pacientes, cada uno encerrado en una zona de alta tecnología independiente. Sergey está en un extremo.
Papá…
Se le ve tan pequeño en esa cama tan grande, rodeado de todas esas máquinas… Me quedo impresionada.
Mi padre nunca ha estado tan consumido. Tiene un tubo en la boca y varias vías pasan por goteros hasta las agujas, una en cada brazo. Le han puesto una pinza en el dedo y me pregunto vagamente para qué servirá.
Una de sus piernas descansa encima de las sábanas; lleva una escayola azul. Un monitor muestra el ritmo cardiaco: bip, bip, bip. El latido es fuerte y constante. Al menos eso lo sé. Me acerco lentamente a él. Tiene el pecho cubierto por un gran vendaje inmaculado que desaparece bajo la fina sábana que le cubre de la cintura para abajo.
Me doy cuenta de que el tubo que le sale de la boca va a un respirador. El sonido que emite se entremezcla con el pitido del monitor del corazón, creando una percusión rítmica. Extraer, bombear, extraer, bombear,extraer, bombear… siguiendo el compás de los pitidos. Las cuatro líneas de la pantalla del monitor del corazón se van moviendo de forma continua, lo que demuestra claramente que Sergey sigue con nosotros.
Oh, papá…
Aunque tiene la boca torcida por el respirador, parece en paz ahí tumbado y casi dormido.
Una enfermera menuda está de pie en un lado de la sala, comprobando los monitores.
—¿Puedo tocarle? —le pregunto acercando la mano.
—Sí. —Me sonríe amablemente. En su placa de identificación pone KELLIE RN y debe de tener unos veintipocos. Es rubia con los ojos muy, muy oscuros.
Yulia se queda a los pies de la cama, observando mientras cojo la mano de Sergey. Está sorprendentemente caliente y eso es demasiado para mí. Me dejo caer en la silla que hay junto a la cama,coloco la cabeza sobre el brazo de Sergey y empiezo a llorar.
—Oh, papá. Recupérate, por favor —le susurro—. Por favor.
Yulia me pone la mano en el hombro y me da un suave apretón.
—Las constantes vitales del señor Katin están bien —me dice en voz baja la enfermera Kellie.
—Gracias —le dice Yulia. Levanto la vista justo en el momento en que ella se queda con la boca abierta. Acaba de ver bien por primera vez a mi esposa. No me importa. Puede mirar a Yulia con la boca abierta todo el tiempo que quiera si hace que mi padre vuelva a ponerse bien.
—¿Puede oírme? —le pregunto.
—Está en un estado de sueño profundo, pero ¿quién sabe?
—¿Puedo quedarme aquí sentada un rato?
—Claro. —Me sonríe con las mejillas sonrosadas por culpa de un rubor revelador. Incomprensiblemente me encuentro pensando que el rubio no es su color natural de pelo.
Yulia me mira ignorándola.
—Tengo que hacer una llamada. Estaré fuera. Te dejo unos minutos a solas con tu padre.
Asiento. Me da un beso en el pelo y sale de la habitación. Yo sigo cogiendo la mano de Sergey, sorprendida de la ironía de que ahora, cuando está inconsciente, es cuando más ganas tengo de decirle cuánto le quiero.
Ese hombre ha sido la única constante en mi vida. Mi roca. Y no me había dado cuenta de ello hasta ahora.
No es carne de mi carne, pero es mi padre y le quiero mucho. Las lágrimas vuelven a rodar por mis mejillas.
Por favor, por favor, ponte bien.
En voz muy baja, como para no molestar a nadie, le cuento cómo fue nuestro fin de semana en Aspen y el fin de semana pasado volando y navegando a bordo del Larissa. Le cuento cosas sobre la nueva casa, los planos, nuestra esperanza de poder hacerla ecológicamente sostenible. Prometo llevarle a Aspen para que
pueda ir a pescar con Yulia y le digo que el señor Rodríguez y José también serán bienvenidos allí. Por favor, sigue en este mundo para poder hacer eso, papá, por favor.
Sergey permanece inmóvil; su única respuesta es el ruido del respirador bombeando y el monótono pero tranquilizador pi, pi, pi de la máquina que vigila su corazón.
Cuando levanto la vista encuentro a Yulia sentada a los pies de la cama. No sé cuánto tiempo lleva ahí.
—Hola —me dice. Sus ojos brillan de compasión y preocupación.
—Hola.
—¿Así que voy a ir de pesca con tu padre, el señor Rodríguez y José? —me pregunta.
Asiento.
—Vale. Vamos a comer algo y le dejamos dormir.
Frunzo el ceño. No quiero dejarle.
—Lena, está en coma. Les he dado los números de nuestros móviles a las enfermeras. Si hay algún cambio,nos llamarán. Vamos a comer, después nos registramos en un hotel, descansamos y volvemos esta noche.
La suite del Heathman está exactamente igual que como yo la recuerdo. Cuántas veces he pensado en aquella primera noche y la mañana siguiente que pasé con Yulia Volkova… Me quedo de pie en la entrada de la suite, paralizada. Madre mía, todo empezó aquí.
—Un hogar fuera de nuestro hogar —dice Yulia con voz suave dejando su maletín junto a uno de los mullidos sofás—. ¿Quieres darte una ducha? ¿Un baño? ¿Qué necesitas, Lena? —Yulia me mira y sé que no sabe qué hacer. Mi niña perdida teniendo que lidiar con cosas que están fuera de su control… Lleva
retraída y contemplativa toda la tarde. Se encuentra ante una situación que no puede manipular ni predecir.
Esto es la vida real sin paliativos, y ha pasado tanto tiempo manteniéndose al margen de esas cosas que ahora se encuentra expuesta e indefensa. Mi dulce y demasiada protegida Cincuenta Sombras…
—Un baño. Me apetece un baño —murmuro sabiendo que mantenerla ocupada la hará sentir mejor, útil incluso. Oh, Yulia… Estoy entumecida, helada y asustada, pero me alegro tanto de que estés aquí conmigo…
—Un baño. Bien. Sí. —Entra en el dormitorio y desaparece de mi vista al entrar en el enorme baño. Unos momentos después el ruido del agua al salir por los grifos para llenar la bañera resuena en la habitación.
Por fin consigo obligarme a seguirle al interior del dormitorio. Miro alucinada varias bolsas del centro comercial Nordstrom que hay sobre la cama. Yulia sale del baño con las mangas de la camisa remangadas y sin chaqueta ni corbata.
—He enviado a Igor a por unas cuantas cosas. Ropa de dormir y todo eso —me dice mirándome con cautela.
Claro. Asiento para hacerle sentir mejor. ¿Dónde está Igor?
—Oh, Lena —susurra Yulia—. Nunca te he visto así. Normalmente eres tan fuerte y tan valiente…
No sé qué decir. Solo puedo mirarla con los ojos muy abiertos. Ahora mismo no tengo nada que ofrecer.
Creo que estoy en estado de shock. Me abrazo intentando mantener a raya al frío, aunque sé que es un esfuerzo inútil porque el frío sale de dentro. Yulia me atrae hacia ella y me abraza.
—Nena, está vivo. Sus constantes vitales son buenas. Solo tenemos que ser pacientes —me dice en un susurro—. Ven. —Me coge la mano y me lleva al baño. Con mucha delicadeza me quita la chaqueta y la coloca en la silla del baño. Después empieza a desabrocharme los botones de la blusa.
El agua está deliciosamente caliente y huele muy bien; el aroma de la flor de loto llena el aire húmedo y caldeado del baño. Estoy tumbada entre las piernas de Yulia, con la espalda apoyada en su pecho y los pies descansando sobre los suyos. Las dos estamos calladas e introspectivas y por fin entro en calor. Yulia
me va besando el pelo intermitentemente mientras yo jugueteo con las pompas de jabón. Me rodea los hombros con un brazo.
—No te metiste en la bañera con Leila, ¿verdad? La vez que la bañaste, quiero decir… —le pregunto.
Se queda muy quieta, ríe entre dientes y me da un suave apretón con la mano que descansa sobre mi hombro.
—Mmm… no. —Suena atónita.
—Eso me parecía. Bien.
Me tira un poco del pelo, que tengo recogido en un moño improvisado, haciéndome girar la cabeza para que pueda verme la cara.
—¿Por qué lo preguntas?
Me encojo de hombros.
—Curiosidad insana. No sé… Porque la hemos visto esta semana.
Su expresión se endurece.
—Ya veo. Pues preferiría que fueras menos curiosa. —Su tono es de reproche.
—¿Cuánto tiempo vas a seguir apoyándola?
—Hasta que pueda valerse por sí misma de nuevo. No lo sé. —Se encoge de hombros—. ¿Por qué?
—¿Hay otras?
—¿Otras?
—Otras ex a las que hayas ayudado.
—Hubo una. Pero ya no.
—¿Oh?
—Estudiaba para ser médico. Ahora ya está graduada y además tiene a alguien en su vida.
—¿Otro dominante?
—Sí.
—Leila me dijo que adquiriste dos de sus cuadros.
—Es cierto, aunque no me gustaban mucho. Estaban técnicamente bien, pero tenían demasiado color para mí. Creo que se los quedó Dimitri Como los dos sabemos bien, Dimitri carece de buen gusto.
Suelto una risita y Yulia me rodea con el otro brazo, lo que hace que se derrame agua por un lado de la bañera.
—Eso está mejor —me susurra y me da un beso en la sien.
—Se va a casar con mi mejor amiga.
—Entonces será mejor que cierre la boca —dice.
Me siento más relajada después del baño. Envuelta en el suave albornoz del Heathman me fijo en las bolsas que hay sobre la cama. Vaya, aquí debe de haber algo más que ropa para dormir… Le echo un vistazo a una.
Unos vaqueros y una sudadera con capucha azul claro de mi talla. Madre mía… Igor ha comprado ropa para todo el fin de semana. ¡Y además sabe la que me gusta! Sonrío y recuerdo que no es la primera vez que compra ropa para mí cuando hemos estado en el Heathman.
—Aparte del día que viniste a acosarme a Clayton’s, ¿has ido alguna vez a una tienda a comprarte tus cosas?
—¿Acosarte?
—Sí, acosarme.
—Tú te pusiste nerviosa, si no recuerdo mal. Y ese chico no te dejaba en paz. ¿Cómo se llamaba?
—Paul.
—Uno de tus muchos admiradores.
Pongo los ojos en blanco y ella me dedica una sonrisa aliviada y genuina y me da un beso.
—Esa es mi chica —me susurra—. Vístete. No quiero que vuelvas a coger frío.
—Lista —digo. Yulia está trabajando en el Mac en la zona de estudio de la suite. Lleva vaqueros negros y un jersey de ochos gris y yo me he puesto los vaqueros, una camiseta blanca y la sudadera con capucha.
—Pareces muy joven —me dice Yulia cuando levanta la vista de la pantalla con los ojos brillantes—. Y pensar que mañana vas a ser un año más mayor… —Su voz es nostálgica. Le dedico una sonrisa triste.
—No me siento con muchas ganas de celebrarlo. ¿Podemos ir ya a ver a Sergey?
—Claro. Me gustaría que hubieras comido algo. Apenas has tocado la comida.
—Yulia, por favor. No tengo hambre. Tal vez después de ver a Sergey. Quiero darle las buenas noches.
Cuando llegamos a la UCI nos encontramos con José que se va. Está solo.
—Hola, Lena. Hola, Yulia.
—¿Dónde está tu padre?
—Se encontraba demasiado cansado para volver. Ha tenido un accidente de coche esta mañana. —José sonríe preocupado—. Y los analgésicos le han dejado KO. No podía levantarse. He tenido que pelearme con las enfermeras para poder ver a Sergey porque no soy pariente.
—¿Y? —le pregunto ansiosa.
—Está bien, Lena. Igual… pero todo bien.
El alivio inunda mi sistema. Que no haya noticias significa buenas noticias.
—¿Te veo mañana, cumpleañera?
—Claro. Estaremos aquí.
José le lanza una mirada a Yulia y después me da un abrazo breve.
—Mañana.
—Buenas noches, José.
—Adiós, José —dice Yulia. José se despide con un gesto de la cabeza y se va por el pasillo—. Sigue loco por ti —me dice Yulia en voz baja.
—No, claro que no. Y aunque lo estuviera… —Me encojo de hombros porque ahora mismo no me importa.
Yulis me dedica una sonrisa tensa y se me derrite el corazón.
—Bien hecho —le digo.
Frunce el ceño.
—Por no echar espuma por la boca.
Me mira con la boca abierta, herida pero también divertida.
—Yo no echo espuma por la boca… Vamos a ver a tu padre. Tengo una sorpresa para ti.
—¿Una sorpresa? —Abro mucho los ojos, alarmada.
—Ven. —Yulia me coge la mano y empujamos para abrir las puertas de la UCI.
De pie junto a la cama de Sergey está Larissa, enfrascada en una conversación con Crowe y otra doctora, una mujer que no había visto antes. Al vernos Larissa sonríe.
Oh, gracias a Dios.
—Yulia. —le saluda y le da un beso en la mejilla. Después se vuelve hacia mí y me da un abrazo cariñoso.
—Lena, ¿cómo lo llevas?
—Yo estoy bien. Es mi padre el que me preocupa.
—Está en buenas manos. La doctora Sluder es una experta en su campo. Nos formamos juntas en Yale.
Oh…
—Señora Lena —me saluda formalmente la doctora Sluder. Tiene el pelo corto y es menuda y delicada,con una sonrisa tímida y un suave acento sureño—. Como médico principal de su padre me alegra decirle que todo va sobre ruedas. Sus constantes vitales son estables y fuertes. Tenemos fe en que pueda conseguir una recuperación total. La inflamación cerebral se ha detenido y muestra signos de disminución. Es algo muy alentador teniendo en cuenta que ha pasado tan poco tiempo.
—Eso son buenas noticias —murmuro.
Ella me sonríe con calidez.
—Lo son, señora Lena . Le estamos cuidando mucho. Y me alegro de verte de nuevo, Larissa.
Larissa le sonríe.
—Igualmente, Lorraina.
—Doctor Crowe, dejemos a estas personas para que pasen un tiempo con el señor Katin. —Crowe sigue a la doctora Sluder hacia la salida.
Miro a Sergey y, por primera vez desde el accidente, me siento esperanzada. Las palabras de la doctora Sluder y de Larissa han avivado esa esperanza.
Larissa me coge la mano y me da un suave apretón.
—Lena, cariño, siéntate con él. Háblale. Todo está bien. Yo me quedaré con Yulia en la sala de espera.
Asiento. Yulia me sonríe para darme seguridad y ella y su madre se van, dejándome con mi querido padre dormido plácidamente con el ruido del respirador y del monitor del corazón como nana.
Me pongo la camiseta blanca de Yulia y me meto en la cama.
—Pareces más contenta —me dice Yulia cautelosamente mientras se pone el pijama.
—Sí. Creo que hablar con tu madre y con la doctora Sluder ha cambiado las cosas. ¿Le has pedido tú a Larissa que venga?
Yulia se mete en la cama, me atrae hacia sus brazos y me gira para que quede de espaldas a ella.
—No. Ella quiso venir a ver cómo estaba tu padre.
—¿Cómo lo ha sabido?
—La he llamado yo esta mañana.
Oh.
—Nena, estás agotada. Deberías dormir.
—Mmm… —murmuro totalmente de acuerdo. Tiene razón. Estoy muerta de cansancio. Ha sido un día lleno de emociones. Giro la cabeza y la miro un segundo. ¿No vamos a hacer el amor? Me siento aliviada. De hecho lleva todo el día tratándome con cierta distancia. Me pregunto si debería sentirme alarmada por esa circunstancia, pero como la diosa que llevo dentro ha abandonado el edificio y se ha llevado mi libido con ella, creo que mejor lo pienso por la mañana. Me vuelvo a girar y me acurruco contra Yulia, entrelazando
una pierna con las suyas.
—Prométeme algo —me dice en voz baja.
—¿Mmm? —Estoy demasiado cansada para articular una pregunta.
—Prométeme que vas a comer algo mañana. Puedo tolerar con dificultad que te pongas la chaqueta de otro hombre sin echar espuma por la boca, pero Lena… tienes que comer. Por favor.
—Mmm —concedo. Me da un beso en el pelo—. Gracias por estar aquí —murmuro y le beso el pecho adormilada.
—¿Y dónde iba a estar si no? Quiero estar donde tú estés, Lena, sea donde sea. Estar aquí me hace pensar en lo lejos que hemos llegado. Y en la primera noche que pasé contigo. Menuda noche… Me quedé mirándote durante horas. Estabas… briosa —dice sin aliento. Sonrío contra su pecho—. Duerme —murmura,y ahora es una orden. Cierro los ojos y me dejo llevar por el sueño.
VIVALENZ28- Mensajes : 921
Fecha de inscripción : 04/08/2014
Re: CINCUENTA SOMBRAS LIBERADAS// ADAPTACIÓN
Pobre Sergey. Yulia controladora (nunca deja de serlo) y que buen recuerdo del hotel xD
Aleinads- Mensajes : 519
Fecha de inscripción : 14/05/2015
Edad : 35
Localización : Colombia
Re: CINCUENTA SOMBRAS LIBERADAS// ADAPTACIÓN
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Me revuelvo y abro los ojos a una clara mañana de septiembre. Calentita y cómoda, arropada entre sábanas limpias y almidonadas, necesito un momento para ubicarme y me siento abrumada por una sensación de déjà vu. Claro, estoy en el Heathman.
—¡Mierda! Papá… —exclamo en voz alta recordando por qué estoy en Portland. Se me retuerce el estómago por la aprensión y noto una opresión en el corazón, que además me late con fuerza.
—Tranquila. —Yulia está sentada en el borde de la cama. Me acaricia la mejilla con los nudillos y eso me calma instantáneamente—. He llamado a la UCI esta mañana. Sergey ha pasado buena noche. Todo está bien —me dice para tranquilizarme.
—Oh, bien. Gracias —murmuro a la vez que me siento.
Se inclina y me da un beso en la frente.
—Buenos días, Lena —me susurra y me besa en la sien.
—Hola —murmuro. Yulia está levantada y ya vestida con una camiseta negra y vaqueros.
—Hola —me responde con los ojos tiernos y cálidos—. Quiero desearte un feliz cumpleaños, ¿te parece bien?
Le dedico una sonrisa dudosa y le acaricio la mejilla.
—Sí, claro. Gracias. Por todo.
Arruga la frente.
—¿Todo?
—Todo.
Por un momento parece confundida, pero es algo fugaz. Tiene los ojos muy abiertos por la anticipación.
—Toma —me dice dándome una cajita exquisitamente envuelta con una tarjeta.
A pesar de la preocupación que siento por mi padre, noto la ansiedad y el entusiasmo de Yulia, y me contagia. Leo la tarjeta:
Por todas nuestras primeras veces, felicidades por tu primer cumpleaños como mi amada esposa.
Te quiero.
Y. x
Oh, Dios mío, ¡qué dulce!
—Yo también te quiero —le digo sonriéndole.
Ella también sonríe.
—Ábrelo.
Desenvuelvo el papel con cuidado para que no se rasgue y dentro encuentro una bonita caja de piel roja.
Cartier. Ya me es familiar gracias a los pendientes de la segunda oportunidad y al reloj. Abro la caja poco a poco y descubro una delicada pulsera con colgantes de plata, platino u oro blanco, no sabría decir, pero es absolutamente preciosa. Tiene varios colgantes: la torre Eiffel, un taxi negro londinense, un helicóptero (el
Charlie Tango), un planeador (el vuelo sin motor), un catamarán (el Larissa), una cama y ¿un cucurucho de helado? La miro sorprendida.
—¿De vainilla? —dice encogiéndose de hombros como disculpándose y no puedo evitar reírme. Por supuesto.
—Yulia, es preciosa. Gracias. Es «briosa».
Sonríe.
Mi favorito es uno con forma de corazón. Además es un relicario.
—Puedes poner una foto o lo que quieras dentro.
—Una foto tuya. —La miro con los ojos entornados—. Siempre en mi corazón.
Me dedica esa preciosa sonrisa tímida tan suya que me parte el corazón.
Examino los dos últimos colgantes: Una Y… Claro, yo soy la primera que le llama por su nombre. Sonrío al pensarlo. Y por último una llave.
—La llave de mi corazón y de mi alma —susurra.
Se me llenan los ojos de lágrimas. Me lanzo hacia donde está ella, le rodeo el cuello con los brazos y me siento en su regazo.
—Qué regalo más bien pensado. Me encanta. Gracias —le susurro al oído. Oh, huele tan bien… A limpio,a ropa recién planchada, a gel de baño y a Yulia. Como el hogar, mi hogar. Las lágrimas que ya amenazaban empiezan a caer.
Ella gruñe bajito y me abraza.
—No sé qué haría sin ti. —Se me quiebra la voz cuando intento contener el abrumador cúmulo de emociones que siento.
Ella traga saliva con dificultad y me abraza más fuerte.
—No llores, por favor.
Sorbo por la nariz en un gesto muy poco femenino.
—Lo siento. Es que estoy feliz, triste y nerviosa al mismo tiempo. Es un poco agridulce.
—Tranquila —dice con una voz tan suave como una pluma. Me echa la cabeza hacia atrás y me da un beso tierno en los labios—, lo comprendo.
—Lo sé —susurro y ella me recompensa de nuevo con su sonrisa tímida.
—Ojala estuviéramos en casa y las circunstancias fueran más felices. Pero tenemos que estar aquí. —Vuelve a encogerse de hombros como disculpándose—. Vamos, levántate. Después de desayunar iremos a ver a Sergey.
Me visto con los vaqueros nuevos y una camiseta. Mi apetito vuelve brevemente durante el desayuno en la suite. Sé que Yulia está encantada de verme comer los cereales con el yogur griego.
—Gracias por pedirme mi desayuno favorito.
—Es tu cumpleaños —dice Yulia—. Y tienes que dejar de darme las gracias. —Pone los ojos en blanco un poco irritada pero con cariño, creo.
—Solo quiero que sepas que te estoy agradecida.
—Elena, esas son las cosas que yo hago. —Su expresión es seria. Claro, Yulia siempre al mando y ejerciendo el control. ¿Cómo he podido olvidarlo? ¿Le querría de otra forma?
Sonrío.
—Claro.
Me mira confusa y después niega con la cabeza.
—¿Nos vamos?
—Voy a lavarme los dientes.
Sonríe burlona.
—Vale.
¿Por qué sonríe así? Esa sonrisa me persigue mientras me dirijo al baño. Un recuerdo aparece sin avisar en mi mente. Usé su cepillo de dientes cuando pasé aquí la primera noche con ella. Ahora soy yo la que sonríe burlona y cojo su cepillo en recuerdo de aquella vez. Me miro en el espejo mientras me lavo los dientes.
Estoy pálida, demasiado. Pero siempre estoy pálida. La última vez que estuve aquí estaba soltera y ahora ya estoy casada, ¡a los veintidós! Me estoy haciendo vieja. Me enjuago la boca.
Levanto la muñeca y la agito un poco; los colgantes de la pulsera producen un alegre tintineo. ¿Cómo sabe mi Cincuenta cuál es siempre el regalo perfecto? Inspiro hondo intentando contener todas las emociones que todavía siento pululando por mi sistema y admiro de nuevo la pulsera. Estoy segura de que le ha costado una fortuna. Oh, bueno… Se lo puede permitir.
Cuando vamos de camino a los ascensores, Yulia me coge la mano, me da un beso en los nudillos y acaricia con el pulgar el colgante de Charlie Tango de mi pulsera.
—¿Te gusta?
—Más que eso. La adoro. Muchísimo. Como a ti.
Sonríe y vuelve a besarme los nudillos. Me siento algo mejor que ayer. Tal vez es porque ahora es por la mañana y el mundo parece un lugar que encierra un poco más de esperanza de la que se veía en medio de la noche. O tal vez es por el despertar tan dulce que me ha dedicado mi esposa. O porque sé que Sergey no está peor.
Cuando entramos en el ascensor vacío, miro a Yulia. Ella me mira también y vuelve a sonreír burlonamente.
—No —me susurra cuando se cierran las puertas.
—¿Que no qué?
—No me mires así.
—«¡Que le den al papeleo!» —murmuro recordando y sonrío.
Ella suelta una carcajada; es un sonido tan infantil y despreocupado… Me atrae hacia sus brazos y me echa atrás la cabeza.
—Algún día voy a alquilar este ascensor durante toda una tarde.
—¿Solo una tarde? —pregunto levantando una ceja.
—Señora Volkova Katina, es usted insaciable.
—Cuando se trata de ti, sí.
—Me alegro mucho de oírlo —dice y me da un beso suave.
Y no sé si es porque estamos en este ascensor, porque no me ha tocado en más de veinticuatro horas o simplemente porque se trata de mi atractiva esposa, pero el deseo se despierta y se estira perezosamente en mi vientre. Le paso los dedos por el pelo y hago el beso más profundo, apretándola contra la pared y pegando mi cuerpo caliente contra el suyo.
Ella gime dentro de mi boca y me coge la cabeza, acariciándome mientras nos besamos. Y nos besamos de verdad, con nuestras lenguas explorando el territorio tan familiar y a la vez tan nuevo de la boca de la otra. La diosa que llevo dentro se derrite y saca a mi libido de su reclusión. Yo le acaricio esa cara que tanto quiero con las manos.
—Lena —jadea.
—Te quiero, Yulia Volkova. No lo olvides —le susurro mirándole a los ojos azules que se están oscureciendo.
El ascensor se para con suavidad y las puertas se abren.
—Vámonos a ver a tu padre antes de que decida alquilar este ascensor hoy mismo. —Me da otro beso rápido, me coge la mano y me lleva hasta el vestíbulo.
Cuando pasamos ante el conserje, Yulia le hace una discreta señal al hombre amable de mediana edad que hay detrás del mostrador. Él asiente y coge su teléfono. Miro inquisitivamente a Yulia y ella me dedica esa sonrisa suya que me indica que guarda un secreto. Frunzo el ceño y durante un momento parece nerviosa.
—¿Dónde está Igor? —le pregunto.
—Ahora lo verás.
Claro, seguro que ha ido a por el coche.
—¿Y Sawyer?
—Haciendo recados.
¿Qué recados? Yulia evita la puerta giratoria y sé que es porque no quiere soltarme la mano. Eso me alarma. Fuera nos encontramos con una mañana suave de finales de verano, pero se nota ya en la brisa el aroma del otoño cercano. Miro a mi alrededor buscando el Audi todoterreno y a Igor. Pero no hay señal de ellos. Yulia me aprieta la mano y yo me giro hacia ella. Parece nerviosa.
—¿Qué pasa?
Ella se encoge de hombros. El ronroneo del motor de un coche que se acerca me distrae. Es un sonido ronco… Me resulta familiar. Cuando me vuelvo para buscar la fuente del ruido, este cesa de repente. Igor está bajando de un brillante coche deportivo blanco que ha aparcado delante de nosotras.
¡Oh, Dios mío! ¡Es un R8! Giro la cabeza bruscamente hacia Yulia, que me mira expectante. «Puedes regalarme uno para mi cumpleaños. Uno blanco, creo.»
—¡Feliz cumpleaños! —me dice y sé que está intentando evaluar mi reacción. Le miro con la boca abierta porque eso es todo lo que soy capaz de hacer ahora mismo. Me da la llave.
—Te has vuelvo completamente loca —le susurro.
¡Me ha comprado un Audi R8! Madre mía. Justo como yo le pedí… Una enorme sonrisa inunda mi cara y doy saltitos en el sitio donde estoy en un momento de entusiasmo absoluto y desenfrenado. La expresión de Yulia es igual que la mía y voy bailando hacia los brazos que me tiende abiertos. Ella me hace girar.
—¡Tienes más dinero que sentido común! —chillo—. ¡Y eso me encanta!Gracias. —Deja de hacerme girar y me inclina de repente, sorprendiéndome tanto que tengo que agarrarme a sus brazos.
—Cualquier cosa para usted, señora Volkova Katina. —Me sonríe. Oh, Dios mío. Vaya expresión de afecto tan pública. Se inclina y me besa—. Vamos, tenemos que ir a ver a tu padre.
—Sí. ¿Puedo conducir yo?
Me sonríe.
—Claro. Es tuyo.
Me levanta y me suelta y yo voy correteando hasta la puerta del conductor.
Igor me la abre sonriendo de oreja a oreja.
—Feliz cumpleaños, señora Lena.
—Gracias, Igor. —Le dejo asombrado al darle un breve abrazo, que él me devuelve algo incómodo.
Cuando subo al coche veo que se ha sonrojado. Cuando ya estoy sentada, cierra la puerta rápidamente.
—Conduzca con cuidado, señora Lena—me dice un poco brusco. Le sonrío porque no puedo contener mi entusiasmo.
—Lo haré —le prometo metiendo la llave en el contacto mientras Yulia se acomoda a mi lado.
—Tómatelo con calma. Hoy no nos persigue nadie —me dice. Cuando giro la llave en el contacto, el motor cobra vida con el sonido del trueno. Miro por el espejo retrovisor interior y por los laterales y aprovechando uno de esos extraños momentos en los que hay un hueco en el tráfico, hago un cambio de sentido perfecto y salimos disparados en dirección al hospital OSHU.
—¡Uau! —exclama Yulia alarmada.
—¿Qué?
—No quiero que acabes en la UCI al lado de tu padre. Frena un poco —gruñe en un tono que no admite discusión. Suelto ligeramente el acelerador y le sonrío.
—¿Mejor?
—Mucho mejor —murmura intentando parecer seria, pero fracasando estrepitosamente.
Sergey sigue en el mismo estado. Al verle se me cae el alma a los pies a pesar del emocionante viaje hasta aquí en el coche. Debo conducir con más cuidado. Nunca se sabe cuándo puedes toparte con un conductor borracho. Tengo que preguntarle a Yulia qué ha pasado con el imbécil que embistió a Sergey; seguro que él lo sabe. A pesar de los tubos, mi padre parece cómodo y creo que tiene un poco más de color en las mejillas.
Le cuento los acontecimientos de la mañana mientras Yulia pasea por la sala de espera haciendo llamadas.
La enfermera Kellie está comprobando los tubos de Sergey y escribiendo algo en sus gráficas.
—Todas sus constantes están bien, señora Lena —me dice y me sonríe amablemente.
—Eso es alentador, gracias.
Un poco más tarde aparece el doctor Crowe con dos ayudantes.
—Señora Lena, tengo que llevarme a su padre a radiología —me dice afectuosamente—. Le vamos a hacer un TAC para ver qué tal va su cerebro.
—¿Tardarán mucho?
—Más o menos una hora.
—Esperaré. Quiero saber cómo está.
—Claro, señora Lena.
Salgo a la sala de espera vacía donde está Yulia hablando por teléfono y paseándose arriba y abajo.
Mientras habla mira por la ventana a la vista panorámica de Portland. Cuando cierro la puerta se gira hacia mí; parece enfadada.
—¿Cuánto por encima del límite?… Ya veo… Todos los cargos, todo. El padre de Lena está en la UCI;quiero que caiga todo el peso de la ley sobre él, papá… Bien. Mantenme informada. —Cuelga.
—¿El otro conductor?
Asiente.
—Un mierda del sudeste de Portland que conducía un tráiler —dice torciendo la boca. A mí me dejan anonadada las palabras que ha utilizado y su tono de desprecio. Camina hasta donde estoy yo y suaviza el tono.
—¿Has acabado con Sergey ¿Quieres que nos vayamos?
—Eh… no. —La miro todavía pensando en esa demostración de desdén.
—¿Qué pasa?
—Nada. A Sergey se lo han llevado a radiología para hacerle un TAC y comprobar la inflamación del cerebro. Quiero esperar para conocer los resultados.
—Vale, esperaremos. —Se sienta y me tiende los brazos. Como estamos solas, yo me acerco de buen grado y me acurruco en su regazo—. Así no es como había planeado pasar el día —murmura Yulia junto a mi pelo.
—Yo tampoco, pero ahora me siento más positiva. Tu madre me ha tranquilizado mucho. Fue muy amable viniendo anoche.
Yulia me acaricia la espalda y apoya la barbilla en mi cabeza.
—Mi madre es una mujer increíble.
—Lo es. Tienes mucha suerte de tenerla.
Yulia asiente.
—Debería llamar a la mía y decirle lo de Sergey—murmuro y Yulia se pone tensa—. Me sorprende que no me haya llamado ella a mí. —Frunzo el ceño al darme cuenta de algo: es mi cumpleaños y ella estaba allí cuando nací. Me siento un poco dolida. ¿Por qué no me ha llamado?
—Tal vez sí que lo ha hecho —dice Yulia.
Saco mi BlackBerry del bolsillo. No tengo llamadas perdidas, pero sí unos cuantos mensajes: felicitaciones de Nastya, José, Irina y Andrey. Nada de mi madre. Niego con la cabeza, triste.
—Llámala —me dice en voz baja. Lo hago, pero no contesta; sale el contestador. No dejo ningún mensaje.
¿Cómo se ha podido olvidar mi madre de mi cumpleaños?
—No está. La llamaré luego, cuando tengamos los resultados del TAC.
Yulia aprieta su abrazo, acariciándome el pelo con la nariz una vez más y decide con acierto no hacer ningún comentario sobre el comportamiento poco maternal de mi madre. Siento más que oigo la vibración de su BlackBerry. La saca con dificultad de su bolsillo pero no me deja levantarme.
—Andrea —contesta muy profesional de nuevo. Hago otro intento de levantarme, pero no me lo permite.Frunce el ceño y me coge con fuerza por la cintura. Yo vuelvo a apoyarme contra su pecho y escucho solo una parte de la conversación—. Bien… ¿Cuál es la hora estimada de llegada?… ¿Y los otros, mmm…paquetes? —Yulia mira el reloj—. ¿Tienen todos los detalles en el Heathman?… Bien… Sí. Eso puede esperar hasta el lunes por la mañana, pero envíamelo en un correo por si acaso: lo imprimiré, lo firmaré y te lo mandaré de vuelta escaneado… Pueden esperar. Vete a casa, Andrea… No, estamos bien, gracias. —Cuelga.
—¿Todo bien?
—Sí.
—¿Es por lo de Taiwan?
—Sí. —Se mueve un poco debajo de mí.
—¿Peso mucho?
Ríe entre dientes.
—No, nena.
—¿Estás preocupada por el negocio con los taiwaneses?
—No.
—Creía que era importante.
—Lo es. El astillero de aquí depende de ello. Hay muchos puestos de trabajo en juego.
¡Oh!
—Solo nos queda vendérselo a los sindicatos. Eso es trabajo de Sam y Ros. Pero teniendo en cuenta cómo va la economía, ninguno de nosotros tenemos elección.
Bostezo.
—¿La aburro, señora Volkova Katina? —Vuelve a acariciarme el pelo otra vez, divertida.
—¡No! Nunca… Es que estoy muy cómoda en tu regazo. Me gusta oírte hablar de tus negocios.
—¿Ah, sí? —pregunta sorprendida.
—Claro. —Me echo un poco atrás para mirarla—. Me encanta oír cualquier información que te dignes compartir conmigo. —Le sonrío burlonamente y ella me mira divertida y niega con la cabeza.
—Siempre ansiosa por recibir información, señora Volkova Katina.
—Dímelo —le digo mientras me acomodo contra su pecho.
—¿Que te diga qué?
—Por qué lo haces.
—¿El qué?
—Por qué trabajas así.
—Una mujer tiene que ganarse la vida —dice divertida.
—Yulia, ganas más dinero que para ganarte la vida. —Mi voz está llena de ironía. Frunce el ceño y se queda callada un momento. Me parece que no va a contarme ningún secreto, pero me sorprende.
—No quiero ser pobre —me dice en voz baja—. Ya he vivido así. No quiero volver a eso. Además… es un juego —explica—. Todo va sobre ganar. Y es un juego que siempre me ha parecido fácil.
—A diferencia de la vida —digo para mí. Entonces me doy cuenta de que lo he dicho en voz alta.
—Sí, supongo. —Frunce el ceño—. Pero es más fácil contigo.
¿Más fácil conmigo? La abrazo con fuerza.
—No puede ser todo un juego. Eres muy filantrópica.
Se encoge de hombros y sé que cada vez está más incómoda.
—Tal vez en cuanto a algunas cosas —concede en voz baja.
—Me encanta la Yulia filantrópica —murmuro.
—¿Solo esa?
—Oh, también la Yulia megalómana, y la Yulia obsesa del control, y la Yulia experta en el sexo, y la Yulia pervertida, y la Yulia romántica y la Yulia tímida… La lista es infinita.
—Esa son muchas Yulias.
—Yo diría que unas cincuenta.
Ríe.
—Cincuenta Sombras —dice contra mi pelo.
—Mi Cincuenta Sombras.
Se mueve, me echa la cabeza hacia atrás y me da un beso.
—Bien, señora Cincuenta Sombras, vamos a ver qué tal va lo de su padre.
—Vale.
—¿Podemos dar una vuelta en el coche?
Yulia y yo estamos otra vez en el R8 y me siento vertiginosamente optimista. El cerebro de Sergey ha vuelto a la normalidad; la inflamación ha desaparecido. La doctora Sluder ha decidido que mañana le despertará del coma. Dice que está muy satisfecha con sus progresos.
—Claro —me dice Yulia sonriendo—. Es tu cumpleaños. Podemos hacer lo que tú quieras.
¡Oh! Su tono me hace girarme para mirarla. Sus ojos se han oscurecido.
—¿Lo que yo quiera?
—Lo que tú quieras.
¿Cuántas promesas se pueden encerrar en solo cuatro palabras?
—Bueno, quiero conducir.
—Entonces conduce, nena. —Me sonríe y yo también le respondo con una sonrisa.
Mi coche es tan fácil de manejar que parece que estoy en un sueño. Cuando llegamos a la interestatal 5 piso el acelerador, lo que hace que salgamos disparadas hacia atrás en los asientos.
—Tranquila, nena —me advierte Yulia.
Mientras conducimos de vuelta a Portland se me ocurre una idea.
—¿Tienes algún plan para comer? —le pregunto a Yulia.
—No. ¿Tienes hambre? —Parece esperanzada.
—Sí.
—¿Adónde quieres ir? Es tu día, Lena.
—Ya lo sé…
Me dirijo a las cercanías de la galería donde José exhibe sus obras y aparco justo en la entrada del restaurante Le Picotin, adonde fuimos después de la exposición de José.
Yulia sonríe.
—Por un momento he creído que me ibas a llevar a aquel bar horrible desde el que me llamaste borracha aquella vez…
—¿Y por qué iba a hacer eso?
—Para comprobar si las azaleas todavía están vivas —dice con ironía arqueando una ceja.
Me sonrojo.
—¡No me lo recuerdes! De todas formas, después me llevaste a tu habitación del hotel… —le digo sonriendo.
—La mejor decisión que he tomado —dice con una mirada tierna y cálida.
—Sí, cierto. —Me acerco y le doy un beso.
—¿Crees que ese gilipollas soberbio seguirá sirviendo las mesas? —me pregunta Yulia.
—¿Soberbio? A mí no me pareció mal.
—Estaba intentando impresionarte.
—Bueno, pues lo consiguió.
Yulia tuerce la boca con una mueca de fingido disgusto.
—¿Vamos a comprobarlo? —le sugiero.
—Usted primero, señora Volkova Katina.
Después de comer y de un pequeño rodeo hasta el Heathman para recoger el portátil de Yulia, volvemos al hospital. Paso la tarde con Sergey, leyéndole en voz alta los manuscritos que he recibido. Lo único que me acompaña es el sonido de las máquinas que le mantienen con vida, conmigo. Ahora que sé que está mejorando ya puedo respirar con más facilidad y relajarme. Tengo esperanza. Solo necesita tiempo para ponerse bien. Me pregunto si debería volver a intentar llamar a mi madre, pero decido que mejor más tarde.
Le cojo la mano con delicadeza a Sergey mientras le leo y se la aprieto de vez en cuando como para desearle que se mejore. Sus dedos son suaves y cálidos. Todavía tiene la marca donde llevaba la alianza, después de todo este tiempo…
Una hora o dos más tarde, he perdido la noción del tiempo, levanto la vista y veo a Yulia con el portátil en la mano a los pies de la cama de Sergey junto a la enfermera Kellie.
—Es hora de irse, Lena.
Oh. Le aprieto fuerte la mano a Sergey. No quiero dejarle.
—Quiero que comas algo. Vamos. Es tarde. —El tono de Yulia es contundente.
—Y yo voy a asear al señor Katin —dice la enfermera Kellie.
—Vale —claudico—. Volveré mañana por la mañana.
Le doy un beso a Sergey en la mejilla y siento bajo los labios un principio de barba poco habitual en él. No me gusta. Sigue mejorando, papá. Te quiero.
—He pensado que podemos cenar abajo. En una sala privada —dice Yulia con un brillo en los ojos cuando abre la puerta de la suite.
—¿De verdad? ¿Para acabar lo que empezaste hace unos cuantos meses?
Sonríe.
—Si tiene mucha suerte sí, señora Volkova Katina.
Río.
—Yulia, no tengo nada elegante que ponerme.
Con una sonrisa me tiende la mano para llevarme hasta el dormitorio. Abre el armario y dentro hay una gran funda blanca de las que se usan para proteger los vestidos.
—¿Igor? —le pregunto.
—Yulia —responde, enérgica y herida al mismo tiempo. Su tono me hace reír. Abro la cremallera de la funda y encuentro un vestido azul marino de seda. Lo saco. Es precioso: ajustado y con tirantes finos. Parece pequeño.
—Es maravilloso. Gracias. Espero que me valga.
—Sí, seguro —dice confiadamente—. Y toma —prosigue cogiendo una caja de zapatos—, zapatos a juego. —Me dedica una sonrisa torcida.
—Piensas en todo. Gracias. —Me acerco y le doy un beso.
—Claro que sí —me dice pasándome otra bolsa.
La miro inquisitivamente. Dentro hay un body negro y sin tirantes con la parte central de encaje. Me acaricia la cara, me levanta la barbilla y me da un beso.
—Estoy deseando quitarte esto después.
Renovada tras un baño, limpia, depilada y sintiéndome muy consentida, me siento en el borde de la cama y empiezo a secarme el pelo. Yulia entra en el dormitorio. Creo que ha estado trabajando.
—Déjame a mí —me dice y me señala una silla delante del tocador.
—¿Quieres secarme el pelo?
Asiente y yo la miro perpleja.
—Vamos —dice clavándome la mirada. Conozco esa expresión y no se me ocurriría desobedecer. Lenta y metódicamente me va secando el pelo, mechón tras mechón, con su habilidad habitual.
—Has hecho esto antes —le susurro. Su sonrisa se refleja en el espejo, pero no dice nada y sigue cepillándome el pelo. Mmm… es muy relajante.
Entramos en el ascensor para bajar a cenar; esta vez no estamos solas. Yulia está guapísima con su camisa blanca de firma entallada, vaqueros negros y chaqueta, pero sin corbata. Las dos mujeres que entran también en el ascensor le lanzan miradas de admiración a ella y de algo menos generoso a mí. Yo oculto mi sonrisa. Sí,señoras, es mía. Yulia me coge la mano y me acerca a ella mientras bajamos en silencio hasta la planta donde se halla el restaurante.
Está lleno de gente vestida de noche, todos sentados charlando y bebiendo como inicio de la noche del sábado. Me alegro de encajar ahí. El vestido me queda muy ajustado, abrazándome las curvas y manteniendo todo en su lugar. Tengo que decir que me siento… atractiva llevándolo. Sé que Yulia lo aprueba.
Al principio creo que vamos hacia el comedor privado donde discutimos por primera vez el contrato, pero Yulia me conduce hasta el extremo del pasillo, donde abre una puerta que da a otra sala forrada de madera.
—¡Sorpresa!
Oh, Dios mío. Nastya y Dimitri, Irina y Andrey, Oleg y Larissa, el señor Rodríguez y José y mi madre y Bob,todos levantando sus copas. Me quedo de pie mirándoles con la boca abierta y sin habla. ¿Cómo? ¿Cuándo?
Me giro hacia Yulia asombrada y ella me aprieta la mano. Mi madre se acerca y me abraza. ¡Oh, mamá!
—Cielo, estás preciosa. Feliz cumpleaños.
—¡Mamá! —lloriqueo abrazándola. Oh, mamá… Las lágrimas ruedan por mis mejillas a pesar de que estoy en público y entierro mi cara en su cuello.
—Cielo, no llores. Sergey se pondrá bien. Es un hombre fuerte. No llores. No el día de tu cumpleaños. —Se le quiebra la voz, pero mantiene la compostura. Me coge la cara con las manos y me enjuga las lágrimas con los pulgares.
—Creía que se te había olvidado.
—¡Oh, Lena! ¿Cómo se me iba a olvidar? Diecisiete horas de parto es algo que no se olvida fácilmente.
Suelto una risita entre las lágrimas y ella sonríe.
—Sécate los ojos, cariño. Hay mucha gente aquí para compartir contigo tu día especial.
Sorbo por la nariz y no quiero mirar a los demás, avergonzada y encantada de que todo el mundo haya hecho el esfuerzo de venir aquí a verme.
—¿Cómo has venido? ¿Cuándo has llegado?
—Tu esposa me mandó su avión, cielo —dice sonriendo, impresionada.
Yo me río.
—Gracias por venir, mamá. —Me limpia la nariz con un pañuelo de papel como solo una madre podría hacer—. ¡Mamá! —la riño e intento recuperar la compostura.
—Eso está mejor. Feliz cumpleaños, hija. —Se aparta a un lado y todos los demás hacen una cola para abrazarme y desearme feliz cumpleaños.
—Está mejorando, Lena. La doctora Sluder es una de las mejores del país. Feliz cumpleaños, ángel —me dice Larissa y me abraza.
—Puedes llorar todo lo que quieras, Lena. Es tu fiesta. —José también me abraza.
—Feliz cumpleaños, niña querida. —Oleg me sonríe y me coge la cara.
—¿Qué pasa, chica? Tu padre se va a recuperar. —Dimitri me rodea con sus brazos—. Feliz cumpleaños.
—Ya basta. —Yulia me coge la mano y me aparta del abrazo de Dimitri—. Ya vale de toquetear a mi mujer. Toquetea a tu prometida.
Dimitri le sonríe maliciosamente y le guiña un ojo a Nastya.
Un camarero que no he visto antes nos ofrece a Yulia y a mí unas copas con champán rosa.
Yulia carraspea para aclararse la garganta.
—Este sería un día perfecto si Sergey se hallara aquí con nosotros, pero no está lejos. Se está recuperando bien y estoy segura de que querría que disfrutaras de tu día, Lena. Gracias a todos ustedes por venir a compartir el cumpleaños de mi preciosa mujer, el primero de los muchos que vendrán. Feliz cumpleaños, mi
amor. —Yulia levanta la copa en mi dirección entre un coro de «feliz cumpleaños» y tengo que esforzarme por mantener a raya las lágrimas.
Observo mientras oigo las animadas conversaciones que se están produciendo alrededor de la mesa de la cena. Es raro verme aquí, arropada por el núcleo de mi familia, sabiendo que el hombre que considero mi padre se encuentra con una máquina de ventilación asistida en el frío ambiente clínico de la UCI. No sé cómo lo han hecho, pero me alegro de que estén todos aquí. Contemplo el intercambio de insultos entre Dimitri y Yulia, el humor cálido y siempre a la que salta de José, el entusiasmo de Irina por la fiesta y por la comida mientras Andrey la mira con picardía. Creo que ella le gusta… pero es difícil decirlo. El señor Rodríguez está sentado disfrutando de las conversaciones. Tiene mejor aspecto. Ha descansado. José está muy pendiente de él, cortándole la comida y manteniéndole la copa llena. Que el único progenitor que le queda haya estado tan cerca de la muerte ha hecho que José aprecie más al señor Rodríguez, estoy convencida.
Miro a mi madre. Está en su elemento, encantadora, divertida y cariñosa. La quiero mucho. Tengo que acordarme de decírselo. La vida es tan preciosa… ahora me doy cuenta.
—¿Estás bien? —me pregunta Nastya con una voz suave muy poco propia de ella.
Asiento y le cojo la mano.
—Sí. Gracias por venir.
—¿Crees que tu esposa la millonaria iba a evitar que yo estuviera aquí contigo en tu cumpleaños? ¡Hemos venido en el helicóptero! —Sonríe.
—¿De verdad?
—Sí. Todos. Y pensar que Yulia sabe pilotarlo… Es sexy.
—Sí, a mí también me lo parece.
Sonreímos.
—¿Te quedas aquí esta noche? —le pregunto.
—Sí. Todos. ¿No sabías nada de esto?
Niego con la cabeza.
—Qué astuta, ¿eh?
Asiento.
—¿Qué te ha regalado por tu cumpleaños?
—Esto —digo mostrándole la pulsera.
—¡Oh, qué bonita!
—Sí.
—Londres, París… ¿Helado?
—No lo quieras saber.
—Me lo puedo imaginar.
Nos reímos y me sonrojo recordando la marca de helado: Ben&Jerry. Ahora será Ben&Jerry&Ana…
—Oh, y un Audi R8.
Nastya escupe el vino, que le cae de una forma muy poco atractiva por la barbilla, lo que nos hacer reír más a las dos.
—Se ha superado la cabrona, ¿no? —ríe.
Cuando llega el momento del postre me traen una suntuosa tarta de chocolate con veintidós velas plateadas y un coro desafinado que me dedica el «Cumpleaños feliz». Larissa observa a Yulia, que canta con los demás amigos y familia, y sus ojos brillan de amor. Su mirada se cruza con la mía y me lanza un beso.
—Pide un deseo —me susurra Yulia. Y con un solo soplido apago todas las velas, deseando con todas mis fuerzas que mi padre se ponga bien: papá ponte bien, por favor, ponte bien. Te quiero mucho.
A medianoche, el señor Rodríguez y José se van.
—Muchas gracias por venir. —Le doy un fuerte abrazo a José.
—No me lo habría perdido por nada del mundo. Me alegro de que Sergey esté mejorando.
—Sí. Tú, el señor Rodríguez y Sergey tienen que venir a Aspen a pescar con Yulia.
—¿Sí? Suena bien. —José sonríe antes de ir en busca del abrigo de su padre y yo me agacho para despedirme del señor Rodríguez.
—¿Sabes, Lena? Hubo un tiempo en que creí que… bueno, que tú y José… —Deja la frase sin terminar y me observa con su mirada oscura intensa pero llena de cariño.
Oh, no…
—Le tengo mucho cariño a su hijo, señor Rodríguez, pero es como un hermano para mí.
—Habrías sido una nuera estupenda. O más bien lo eres: para los Volkov. —Sonríe nostálgico y yo me sonrojo.
—Espero que se conforme con ser un amigo.
—Claro. Tu esposa es una buena mujer. Has elegido bien, Lena.
—Eso creo —le susurro—. La quiero mucho. —Le doy un abrazo al señor Rodríguez.
—Trátala bien, Lena.
—Lo haré —le prometo.
Yulia cierra la puerta de nuestra suite.
—Al fin solas —dice apoyándose contra la puerta mientras me observa.
Doy un paso hacia ella y deslizo los dedos por las solapas de su chaqueta.
—Gracias por un cumpleaños maravilloso. Eres la esposa más detallista, considerada y generosa que existe.
—Ha sido un placer para mí.
—Sí… Un placer para ti… Vamos a ver si encontramos algo que te dé placer… —le susurro. Cierro los dedos en sus solapas y tiro de ella para acercar sus labios a los míos.
Tras un desayuno con la familia y amigos, abro los regalos, y después me despido cariñosamente de todos los Volkov y los Isaevas que van a volver a Seattle en el Charlie Tango. Mi madre, Yulia y yo vamos al hospital con Igor al volante, ya que los tres no cabemos en el R8. Bob no ha querido acompañarnos, y yo me alegro secretamente. Sería muy raro, y seguro que a Sergey no le gustaría que Bob le viera en esas condiciones.
Sergey tiene el mismo aspecto, solo que con más barba. Mi madre se queda impresionada al verle y las dos lloramos un poco más.
—Oh, Sergey.
Le aprieta la mano y le acaricia la cara y a mí me conmueve ver el amor que siente todavía por su ex marido. Me alegro de llevar pañuelos en el bolso. Nos sentamos a su lado y le cojo la mano a mi madre mientras ella coge la de Sergey.
—Lena, hubo un tiempo en que este hombre era el centro de mi mundo. El sol salía y se ponía con él.Siempre le querré. Te cuidó siempre tan bien…
—Mamá… —Las palabras se me quedan atravesadas y ella me acaricia la cara y me coloca un mechón de pelo detrás de la oreja.
—Ya sabes que siempre querré a Sergey. Pero nos distanciamos. —Suspira—. Y simplemente no podía vivir con él. —Se mira los dedos y me pregunto si estará pensando en Steve, el marido número tres, del que no hablamos.
—Sé que quieres a Sergey —le susurro, secándome los ojos—. Hoy le van a sacar del coma.
—Es una buena noticia. Seguro que estará bien. Es un cabezota. Creo que tú aprendiste de él.
Sonrío.
—¿Has estado hablando con Yulia?
—¿Opina que eres una cabezota?
—Eso creo.
—Le diré que es un rasgo de familia. Se les ve muy bien juntas, Lena. Muy felices.
—Lo somos, creo. O lo estamos consiguiendo. La quiero. Ella es el centro de mi mundo. El sol sale y se pone con ella para mí también.
—Y es obvio que ella te adora, cariño.
—Y yo la adoro a ella.
—Pues díselo. Necesita oír esas cosas, igual que nosotras.
Insisto en ir al aeropuerto con mamá y Bob para despedirme. Igor nos sigue en el R8 y Yulia conduce el todoterreno. Siento que no puedan quedarse más, pero tienen que volver a Savannah. Es un adiós lleno de lágrimas.
—Cuida bien de ella, Bob —le susurro cuando me abraza.
—Claro, Lena. Y tú cuídate también.
—Lo haré. —Me vuelvo hacia mi madre—. Adiós, mamá. Gracias por venir —le digo con la voz un poco quebrada—. Te quiero mucho.
—Oh, mi niña querida, yo también te quiero. Y Sergey se pondrá bien. No está preparado para dejar atrás su ser mortal todavía. Seguro que hay algún partido de los Mariners que no puede perderse.
Suelto una risita. Tiene razón. Decido que le voy a leer la página de deportes del periódico del domingo a Sergey esta tarde. Veo como ella y Bob suben por la escalerilla del jet de Volkova Enterprises Holdings, Inc. Al llegar arriba se despide con la mano todavía llorando y desaparece. Yulia me rodea los hombros con los brazos.
—Volvamos, nena —me dice.
—¿Conduces tú?
—Claro.
Cuando volvemos al hospital esa tarde, Sergey está diferente. Necesito un momento para darme cuenta de que el sonido de bombeo del respirador ha desaparecido. Sergey respira por sí mismo. Me inunda una sensación de
alivio. Le acaricio la cara barbuda y saco un pañuelo de papel para limpiarle con cuidado la saliva de la boca.
Yulia sale en busca de la doctora Sluder y el doctor Crowe para que le den el último parte, mientras yo me siento como es habitual al lado de la cama para hacerle compañía.
Desdoblo la sección de deportes del periódico Oregonian del domingo y empiezo a leer la noticia del partido de fútbol que enfrentó al Sounders y el Real Salt Lake. Por lo que dicen fue un partido emocionante,pero el Sounders cayó derrotado por un gol en propia puerta de Kasey Keller. Le aprieto la mano a Sergey y sigo leyendo.
—El marcador final fue de Sounders uno, Real Salt Lake dos.
—¿Hemos perdido, Lenis? ¡No! —dice Sergey con voz áspera y me aprieta la mano.
-¡Papá!
VIVALENZ28- Mensajes : 921
Fecha de inscripción : 04/08/2014
Re: CINCUENTA SOMBRAS LIBERADAS// ADAPTACIÓN
Siiiii, se despertó el viejo xD
Nadie se bota mas que Yulia dando regalos, definitivamente. Con ella me casaría una y otra vez!
Nadie se bota mas que Yulia dando regalos, definitivamente. Con ella me casaría una y otra vez!
Aleinads- Mensajes : 519
Fecha de inscripción : 14/05/2015
Edad : 35
Localización : Colombia
Buen capítulo
Me da mucha emoción saber que se despertó. Yulia es increíble jejejeje la mejor
Zanini-volk- Invitado
Re: CINCUENTA SOMBRAS LIBERADAS// ADAPTACIÓN
19
Las lágrimas surcan mi rostro de nuevo. Ha vuelto. Mi padre ha vuelto.
—No llores, Lenis. —Sergey tiene la voz ronca—. ¿Qué ocurre?
Cojo su mano entre las mías y la acerco a mi cara.
—Has tenido un accidente. Estás en el hospital de Portland.
Sergey frunce el ceño y no sé si es porque está incómodo con esta demostración de afecto poco propia de mí o porque no se acuerda del accidente.
—¿Quieres un poco de agua? —le pregunto aunque no sé si puedo dársela. Asiente, desconcertado. El corazón se me llena de alegría. Me levanto y me inclino para darle un beso en la frente—. Te quiero, papá.Bienvenido de vuelta.
Agita un poco la mano, avergonzado.
—Yo también, Lenis. Agua.
Salgo corriendo para cubrir la corta distancia que hay hasta el puesto de enfermeras.
—¡Mi padre! ¡Está despierto! —le sonrío a la enfermera Kellie, que me devuelve la sonrisa.
—Envíale un mensaje a la doctora Sluder —le dice a una compañera y sale apresuradamente de detrás del mostrador.
—Quiere agua.
—Le llevaré un vaso.
Regreso junto a la cama de mi padre. Estoy muy contenta. Veo que tiene los ojos cerrados y me preocupa que haya vuelto al coma.
—¿Papá?
—Estoy aquí —murmura, y abre los ojos justo cuando aparece la enfermera Kellie con una jarra con trocitos de hielo y un vaso.
—Hola, señor Katin. Soy Kellie, su enfermera. Su hija me ha dicho que tiene sed.
En la sala de espera, Yulia está mirando fijamente su portátil, muy concentrada. Alza la vista cuando me oye cerrar la puerta.
—Se ha despertado —anuncio. Ella sonríe y la tensión que tenía en los ojos desaparece. Oh… no me había dado cuenta. ¿Ha estado tensa todo el tiempo? Deja a un lado su portátil, se levanta y me da un abrazo.
—¿Cómo está? —me pregunta cuando le rodeo con los brazos.
—Habla, tiene sed y está un poco desconcertado. No se acuerda del accidente.
—Es comprensible. Ahora que está despierto, quiero que lo trasladen a Seattle. Así podremos ir a casa y mi madre podrá tenerle vigilado.
¿Ya?
—No sé si estará lo bastante bien como para trasladarle.
—Hablaré con la doctora Sluder para que me dé su opinión.
—¿Echas de menos nuestra casa?
—Sí.
—Está bien.
—No has dejado de sonreír —me dice Yulia cuando aparco delante del Heathman.
—Estoy muy aliviada. Y feliz.
Yulia sonríe.
—Bien.
La luz está desapareciendo y me estremezco cuando salgo a la fresca noche. Le doy mi llave al aparcacoches, que está mirando mi coche con admiración. No le culpo… Yulia me rodea con el brazo.
—¿Quieres que lo celebremos? —me pregunta cuando entramos en el vestíbulo.
—¿Celebrar qué?
—Lo de tu padre.
Suelto una risita.
—Oh, eso.
—Echaba de menos ese sonido. —Yulia me da un beso en el pelo.
—¿No podemos mejor comer en la habitación? Ya sabes, una noche tranquila sin salir.
—Claro, vamos. —Me coge la mano y me lleva a los ascensores.
—Estaba deliciosa —digo satisfecha mientras aparto mi plato, llena por primera vez en mucho tiempo—.Aquí hacen una tarta tatin buenísima.
Me acabo de bañar y solo llevo la camiseta de Yulia y las bragas. De fondo suena la música del iPod de Yulia, que está puesto en modo aleatorio; Dido está cantando algo sobre banderas blancas.
Yulia me mira con curiosidad. Tiene el pelo todavía húmedo por el baño y lleva una camiseta negra y los vaqueros.
—Es la vez que más te he visto comer en todo el tiempo que llevamos aquí —me dice.
—Tenía hambre.
Se arrellana en la silla con una sonrisa de satisfacción y le da un sorbo al vino blanco.
—¿Qué quieres hacer ahora? —pregunta con voz suave.
—¿Qué quieres hacer tú?
Arquea una ceja, divertida.
—Lo que quiero hacer siempre.
—¿Y eso es…?
—Señora Volkova Katina, deje las evasivas.
Le cojo la mano por encima de la mesa, la giro y le acaricio la palma con el dedo índice.
—Quiero que me toques con este —digo subiendo el dedo por su índice.
Ella se remueve en la silla.
—¿Solo con ese? —Su mirada se oscurece y se vuelve más ardiente a la vez.
—Quizá con este también —digo acariciándole el dedo corazón y volviendo a la palma—. Y con este. —Recorro con la uña su dedo anular—. Y definitivamente con esto —digo deteniéndome en su alianza—. Esto es muy sexy.
—¿Lo es?
—Claro. Porque dice: «Esta mujer es mía». —Le rozo el pequeño callo que ya se le ha formado en la palma junto al anillo. Ella se inclina hacia mí y me coge la barbilla con la otra mano.
—Señora Volkova Katina, ¿está intentando seducirme?
—Eso espero.
—Elena, ya he caído —me dice en voz baja—. Ven aquí. —Tira de mi mano para atraerme a su regazo—. Me gusta tener acceso ilimitado a ti. —Sube la mano por el muslo hasta mi culo. Me agarra la nuca con la otra mano y me besa, agarrándome con fuerza.
Sabe a vino blanco, a tarta de manzana y a Yulia. Le paso los dedos por el pelo, sujetándola contra mí,mientras nuestras lenguas exploran y se enroscan la una contra la otra. La sangre se me calienta en las venas.
Estoy sin aliento cuando Yulia se aparta.
—Vamos a la cama —murmura contra mis labios.
—¿A la cama?
Se separa un poco y me tira del pelo para que levante la vista para mirarle.
—¿Dónde prefiere usted, señora Volkova Katina?
Me encojo de hombros, fingiendo indiferencia.
—Sorpréndeme.
—Te veo guerrera esta noche —dice acariciándome la nariz con la suya.
—Tal vez necesito que me aten.
—Tal vez sí. Te estás volviendo mandona con la edad. —Entorna los ojos pero no puede esconder el humor latente en su voz.
—¿Y qué vas a hacer al respecto? —la desafío.
Le brillan los ojos.
—Sé lo que me gustaría hacer, pero depende de lo que tú puedas soportar.
—Oh, señora Volkova, ha sido usted muy dulce conmigo estos dos últimos días. Y no estoy hecha de cristal,¿lo sabía?
—¿No te gusta que sea dulce?
—Claro que sí. Pero ya sabes… la variedad es la sal de la vida —le digo aleteando las pestañas.
—¿Quieres algo menos dulce?
—Algo que me recuerde que estoy viva.
Arquea ambas cejas por la sorpresa.
—Que me recuerde que estoy viva… —repite, asombrada y con un tono de humor en su voz.
Asiento. Ella me mira durante un momento.
—No te muerdas el labio —me susurra y de repente se pone de pie conmigo en sus brazos. Doy un respingo y me agarro a sus bíceps porque temo caerme. Ella camina hasta el más pequeño de los tres sofás y me deposita ahí—. Espera aquí. Y no te muevas. —Me lanza una mirada breve, excitante e intensa y se vuelve para dirigirse hacia el dormitorio. Oh… Yulia descalza… ¿Por qué sus pies son tan sexis? Aparece unos minutos después detrás de mí, inclinándose y cogiéndome por sorpresa—. Creo que esto no nos va a hacer falta. —Agarra mi camiseta y me la quita, dejándome completamente desnuda excepto por las bragas. Tira de mi coleta hacia atrás y me da un beso—. Levántate —me ordena junto a mis labios, y después me suelta. Yo obedezco inmediatamente. Ella extiende una toalla sobre el sofá.
¿Una toalla?
—Quítate las bragas.
Trago saliva pero hago lo que me pide y dejo las bragas junto al sofá.
—Siéntate. —Vuelve a cogerme la coleta y a echarme atrás la cabeza—. Dime que pare si es demasiado,¿vale?
Asiento.
—Responde —me ordena con voz dura.
—Sí —digo.
Ella sonríe burlona.
—Bien. Así que, señora Volkova Katina… como me ha pedido, la voy a atar. —Su voz baja hasta convertirse en un susurro jadeante. El deseo recorre mi cuerpo como un relámpago solo con oír esas palabras. Oh, mi dulce Cincuenta… ¿en el sofá?—. Sube las rodillas —me pide— y reclínate en el respaldo.
Apoyo los pies en el borde del sofá y pongo las rodillas delante de mí. Ella me coge la pierna izquierda y me ata el cinturón de uno de los albornoces por encima de la rodilla.
—¿El cinturón del albornoz?
—Estoy improvisando. —Vuelve a sonreír, aprieta el nudo corredizo sobre mi rodilla y ata el otro extremo del cinturón al remate decorativo que hay en una de las esquinas del sofá; una forma muy eficaz de mantenerme las piernas abiertas—. No te muevas —me advierte, y repite el proceso con la pierna derecha,atando el otro cinturón al otro remate.
Oh, Dios mío… Estoy despatarrada en el sofá.
—¿Bien? —me pregunta Yulia con voz suave, mirándome desde detrás del sofá.
Asiento, esperando que me ate las manos también. Pero no lo hace. Se inclina y me da un beso.
—No tienes ni idea de cómo me pones ahora mismo —murmura y frota su nariz contra la mía—. Creo que voy a cambiar la música. —Se levanta y se acerca despreocupadamente al iPod.
¿Cómo lo hace? Aquí estoy, abierta de piernas y muy excitada, y ella tan fresca y tan tranquila. Yulia está dentro de mi campo de visión y veo cómo se mueven sus pequeños y bien formados músculos de su espalda bajo la camiseta mientras cambia la canción. Inmediatamente una voz dulce y casi infantil empieza a cantar algo sobre que la observen.
Oh, me gusta esta canción.
Yulia se gira y sus ojos se clavan en los míos mientras rodea el sofá y se pone de rodillas delante de mí.
De repente me siento muy expuesta.
—¿Expuesta? ¿Vulnerable? —me pregunta con su asombrosa capacidad para verbalizar las palabras que no he llegado a decir. Tiene las manos apoyadas sobre sus rodillas. Asiento.
¿Por qué no me toca?
—Bien —susurra—. Levanta las manos. —No puedo apartar la vista de sus ojos hipnóticos. Hago lo que me dice. Yulia me echa un líquido aceitoso en cada palma de un pequeño botecito de color claro. El líquido desprende un olor intenso, almizclado y sensual que no soy capaz de identificar—. Frótatelas. —Me
revuelvo por el efecto de su mirada penetrante y ardiente—. No te muevas —me ordena.
Oh, Dios mío…
—Ahora, Elena, quiero que te toques.
Madre mía.
—Empieza por la garganta y ve bajando.
Dudo.
—No seas tímida, Lena. Vamos. Hazlo. —Son evidentes el humor y el desafío de su expresión, además del deseo.
La voz infantil canta que no hay nada dulce en ella. Pongo las manos sobre mi garganta y dejo que vayan bajando hasta la parte superior de mis pechos. El aceite hace que se deslicen fácilmente por mi piel. Tengo las manos calientes.
—Más abajo —susurra Yulia a la vez que se oscurecen sus ojos. No me está tocando.
Me cubro los pechos con las manos.
—Tócate.
Oh, Dios mío. Tiro con suavidad de mis pezones.
—Más fuerte —me ordena Yulia. Está sentada inmóvil entre mis muslos, solo mirándome—. Como lo haría yo —añade, y sus ojos muestran un brillo oscuro.
Los músculos del fondo de mi vientre se tensan. Gimo en respuesta y tiro con más fuerza de mis pezones sintiendo cómo se endurecen y se alargan bajo mis dedos.
—Sí. Así. Otra vez.
Cierro los ojos y tiro fuerte, los hago rodar y los pellizco con los dedos. Gimo de nuevo.
—Abre los ojos.
Parpadeo para mirarle.
—Otra vez. Quiero verte. Ver que disfrutas tocándote.
Oh, joder. Repito el proceso. Esto es tan… erótico.
—Las manos. Más abajo.
Me retuerzo.
—Quieta, Lena. Absorbe el placer. Más abajo. —Su voz es baja y ronca, tentadora y seductora.
—Hazlo tú —le susurro.
—Oh, lo haré… pronto. Pero ahora tú. Más abajo. —Yulia se pasa la lengua por los dientes, un gesto que irradia sensualidad. Madre mía… Me retuerzo y tiro de los cinturones que me atan.
Ella niega con la cabeza lentamente.
—Quieta. —Apoya las manos en mis rodillas para que no me mueva—. Vamos, Lena… Más abajo.
Mis manos se deslizan por mi vientre.
—Más abajo —repite, y es la sensualidad personificada.
—Yulia, por favor.
Sus manos descienden desde mis rodillas, acariciándome los muslos y acercándose a mi sexo.
—Vamos, Lena. Tócate.
Mi mano izquierda pasa por encima de mi sexo y hago un círculo lento mientras formo una O con los labios y jadeo.
—Otra vez —susurra.
Gimo más alto y repito el movimiento, echando atrás la cabeza y jadeando.
—Otra vez.
Vuelvo a gemir con fuerza y Yulia inhala bruscamente. Me coge las manos, se inclina y acaricia con la nariz y después con la lengua todo el vértice entre mis muslos.
—¡Ah!
Quiero tocarla, pero cuando intento mover las manos, ella aprieta los dedos alrededor de mis muñecas.
—Te voy a atar estas también. Quieta.
Gimo. Me suelta e introduce dos dedos en mi interior a la vez que apoya la mano contra mi clítoris.
—Voy a hacer que te corras rápido, Lena. ¿Lista?
—Sí —jadeo.
Empieza a mover los dedos y la mano arriba y abajo rápidamente, estimulando ese punto tan dulce en mi interior y el clítoris al mismo tiempo. ¡Ah! La sensación es intensa, realmente intensa. El placer aumenta y atraviesa la mitad inferior de mi cuerpo. Quiero estirar las piernas, pero no puedo. Agarro con fuerza la toalla
que hay debajo de mí.
—Ríndete —me susurra Yulia.
Exploto alrededor de sus dedos, gritando algo incoherente. Aprieta la mano contra mi clítoris mientras los estremecimientos me recorren el cuerpo, prolongando así esa deliciosa agonía. Me doy cuenta vagamente de que me está desatando las piernas.
—Es mi turno —susurra, y me gira para que quede boca abajo sobre el sofá con las rodillas en el suelo. Me abre las piernas y me da un azote fuerte en el culo.
—¡Ah! —chillo a la vez que noto que entra con fuerza en mi interior.
—Oh, Lena—dice con los dientes apretados cuando empieza a moverse.
Me agarra las caderas fuertemente con los dedos mientras se hunde en mí una y otra vez. El placer empieza a aumentar de nuevo. No… Ah…
—¡Vamos, Lena! —grita Yulia y yo vuelvo a romperme en mil pedazos otra vez, latiendo a su alrededor y gritando cuando alcanzo el orgasmo de nuevo.
—¿Te sientes lo bastante viva? —me pregunta Yulia dándome un beso en el pelo.
—Oh, sí —murmuro mirando al techo. Estoy tumbada sobre mi esposa, con la espalda sobre su pecho,ambas en el suelo junto al sofá. Ella todavía está vestida.
—Creo que deberíamos repetirlo. Pero esta vez tú sin ropa.
—Por Dios, Lena. Dame un respiro.
Suelto una risita y ella ríe entre dientes.
—Me alegro de que Sergey haya recuperado la consciencia. Parece que todos tus apetitos han regresado después de eso —dice y oigo la sonrisa en su voz.
Me giro y la miro con el ceño fruncido.
—¿Se te olvida lo de anoche y lo de esta mañana? —le pregunto con un mohín.
—No podría olvidarlo —dice sonriendo. Con esa sonrisa parece joven, despreocupada y feliz. Me coge el culo con las manos—. Tiene un culo fantástico, señora Volkova Katina.
—Y tú también. Pero el tuyo sigue tapado —le digo arqueando una ceja.
—¿Y qué va a hacer al respecto, señora Volkova Katina?
—Bueno, creo que la voy a desnudar, señora Volkova. Enterita.
Ella sonríe.
—Y yo creo que hay muchas cosas dulces en ti —susurra refiriéndose a la canción que sigue sonando,repetida una vez tras otra. Su sonrisa desaparece.
Oh, no.
—Tú sí que eres dulce —le susurro, me inclino hacia ella y la beso la comisura de la boca. Cierra los ojos y me abraza más fuerte—. Yulia, lo eres. Has hecho que este fin de semana sea especial a pesar de lo que le ha pasado a Sergey. Gracias.
Ella abre sus grandes y serios ojos azules y su expresión me conmueve.
—Porque te quiero —susurra.
—Lo sé. Y yo también te quiero. —Le acaricio la cara—. Y eres algo preciosa para mí. Lo sabes,¿verdad?
Se queda muy quieta y parece perdida.
Oh, Yulia… Mi dulce Cincuenta.
—Créeme —le susurro.
—No es fácil —dice con voz casi inaudible.
—Inténtalo. Inténtalo con todas tus fuerzas, porque es cierto. —Le acaricio la cara una vez más y mis dedos le rozan sus mejillas. Sus ojos son unos océanos azules llenos de pérdida, heridas y dolor. Quiero subirme encima de ella y abrazarla. Cualquier cosa que haga que desaparezca esa mirada. ¿Cuándo se va a dar cuenta de que ella es mi mundo? ¿De que es más que merecedora de mi amor, del amor de sus padres, de sus hermanos? Se lo he dicho una y otra vez, pero aquí estamos de nuevo, con Yulia mirándome con expresión de pérdida y abandono. Tiempo. Solo es cuestión de tiempo.
—Te vas a enfriar. Vamos. —Se pone de pie con agilidad y tira de mí para levantarme. Le rodeo la cintura con el brazo mientras cruzamos el dormitorio. No quiero presionarla, pero desde el accidente de Sergey se ha vuelto más importante para mí que sepa cuánto la quiero.
Cuando entramos en el dormitorio frunzo el ceño, desesperada por recuperar el humor alegre de hace unos momentos.
—¿Vemos un poco la tele? —le pido.
Yulia ríe entre dientes.
—Creía que querías un segundo asalto. —Ahí está de nuevo mi temperamental Cincuenta… Arqueo una ceja y me paro junto a la cama.
—Bueno, en ese caso… Esta vez yo llevaré las riendas.
Ella me mira con la boca abierta y yo la empujo sobre la cama, me pongo rápidamente a horcajadas sobre su cuerpo y le agarro las manos a ambos lados de la cabeza.
Me sonríe.
—Bien, señora Volkova Katina, ahora que ya me tiene, ¿qué piensa hacer conmigo?
Me inclino y le susurro al oído:
—Te voy a follar con la boca.
Cierra los ojos e inhala bruscamente mientras yo le rozo la mandíbula con los dientes.
Yulia está trabajando en el ordenador. La mañana es clara a esta hora tan temprana. Creo que está escribiendo un correo electrónico.
—Buenos días —murmuro tímidamente desde el umbral. Se gira y me sonríe.
—Señora Volkova Katina, se ha levantado pronto —dice tendiéndome los brazos.
Yo cruzo la suite y me acurruco en su regazo.
—Igual que tú.
—Estaba trabajando. —Se mueve un poco y me da un beso en el pelo.
—¿Qué pasa? —le pregunto, porque noto que algo no va bien.
Suspira.
—He recibido un correo del detective Clark. Quiere hablar contigo del cabrón de Popov.
—¿Ah, sí? —Me aparto un poco y miro a Yulia.
—Sí. Le he explicado que estás en Portland por ahora y que tendría que esperar, pero ha dicho que vendrá aquí a hablar contigo.
—¿Va a venir?
—Eso parece. —Yulia se muestra perpleja.
Frunzo el ceño.
—¿Y qué es tan importante que no puede esperar?
—Eso digo yo…
—¿Cuándo va a venir?
—Hoy. Tengo que contestarle.
—No tengo nada que esconder, pero me pregunto qué querrá saber…
—Lo descubriremos cuando llegue. Yo también estoy intrigada. —Yulia vuelve a moverse—. Subirán el desayuno pronto. Vamos a comer algo y después a ver a tu padre.
Asiento.
—Puedes quedarte aquí si quieres. Veo que estás ocupada.
Ella frunce el ceño.
—No, quiero ir contigo.
—Bien. —Le sonrío, le rodeo el cuello con los brazos y le doy un beso.
Sergey está de mal humor. Y eso es una alegría. Le pica, no hace más que rascarse y está impaciente e incómodo.
—Papá, has tenido un accidente de coche grave. Necesitas tiempo para curarte. Y Yulia y yo queremos que te lleven a Seattle.
—No sé por qué os estáis molestando tanto por mí. Yo estaré bien aquí solo.
—No digas tonterías —digo apretándole la mano cariñosamente. Él tiene el detalle de sonreírme—.¿Necesitas algo?
—Mataría por un donut, Lenis.
Le sonrío indulgentemente.
—Te traeré un donut o dos. Iremos a Voodoo.
—¡Genial!
—¿Quieres un café decente también?
—¡Demonios, sí!
—Vale, te traeré uno también.
Yulia está otra vez en la sala de espera, hablando por teléfono. Debería establecer su oficina aquí.
Extrañamente está sola, a pesar de que las otras camas de la UCI están ocupadas. Me pregunto si Yulia habrá espantado a las demás visitas. Cuelga.
—Clark estará aquí a las cuatro de la tarde.
Frunzo el ceño. ¿Qué será tan urgente?
—Vale. Sergey quiere café y donuts.
Yulia ríe.
—Creo que yo también querría eso si hubiera tenido un accidente. Le diré a Igor que vaya a buscarlo.
—No, iré yo.
—Llévate a Igor contigo —me dice con voz dura.
—Vale. —Pongo los ojos en blanco y ella me mira fijamente. Después sonríe y ladea la cabeza.
—No hay nadie aquí. —Su voz es deliciosamente baja y sé que me está amenazando con azotarme. Estoy a punto de decirle que se atreva, pero una pareja joven entra en la sala. Ella llora quedamente.
Me encojo de hombros a modo de disculpa mirando a Yulia y ella asiente. Coge el portátil, me da la mano y salimos de la sala.
—Ellos necesitan la privacidad más que nosotros —me dice Yulia—. Nos divertiremos luego.
Fuera está Igor, esperando pacientemente.
—Vamos todos a por café y donuts.
A las cuatro en punto llaman a la puerta de la suite. Igor hace pasar al detective Clark, que parece de peor humor de lo que suele estar; siempre parece de mal humor. Tal vez sea algo en la expresión de su cara.
—Señora Volkova, señora Lena, gracias por acceder a verme.
—Detective Clark. —Yulia le saluda, le estrecha la mano y le señala un asiento. Yo me siento en el sofá en el que me lo pasé tan bien anoche. Solo de pensarlo me sonrojo.
—Es a la señora Lena a quien quería ver —apunta Clark aludiendo a Yulia y a Igor, que se ha colocado junto a la puerta. Yulia mira a Igor y asiente casi imperceptiblemente y él se gira y se va,cerrando la puerta al salir.
—Cualquier cosa que tenga que decirle a mi esposa, puede decírsela conmigo delante. —La voz de Yulia es fría y profesional.
El detective Clark se vuelve hacia mí.
—¿Está segura de que desea que su esposa esté presente?
Frunzo el ceño.
—Claro. No tengo nada que ocultarle. ¿Solo quiere hablar conmigo?
—Sí, señora.
—Bien. Quiero que mi esposa se quede.
Yulia se sienta a mi lado. Irradia tensión.
—Muy bien —dice Clark, resignado. Carraspea—. Señora Lena, el señor Popov mantiene que usted le acosó sexualmente y le hizo ciertas insinuaciones inapropiadas.
¡Oh! Estoy a punto de soltar una carcajada, pero le pongo la mano a Yulia en el muslo para frenarla cuando veo que se inclina hacia delante en el asiento.
—¡Eso es ridículo! —exclama Yulia.
Yo le aprieto el muslo para que se calle.
—Eso no es cierto —afirmo yo con calma—. De hecho, fue exactamente lo contrario. Él me hizo proposiciones deshonestas de una forma muy agresiva y por eso le despidieron.
La boca del detective Clark forma brevemente una fina línea antes de continuar.
—Popov alega que usted se inventó la historia del acoso sexual para que le despidieran. Dice que lo hizo porque él rechazó sus proposiciones y porque quería su puesto.
Frunzo el ceño. Madre mía… Alex está peor de lo que yo creía.
—Eso no es cierto —digo negando con la cabeza.
—Detective, no me diga que ha conducido hasta aquí para acosar a mi mujer con esas acusaciones ridículas.
El detective Clark vuelve su mirada azul acero hacia Yulia.
—Necesito oír la respuesta de la señora Lena ante esas acusaciones, señora —dice conteniéndose. Yo vuelvo a apretarle la pierna a Yulia, suplicándole sin palabras que se mantenga tranquila.
—No tienes por que oír esta mierda, Lena.
—Creo que es mejor que el detective Clark sepa lo que pasó.
Yulia me mira inescrutable durante un momento y después agita la mano en un gesto de resignación.
—Lo que dice Popov no es cierto. —Mi voz suena tranquila, aunque me siento cualquier cosa menos eso. Estoy perpleja por esas acusaciones y nerviosa porque Yulia puede explotar en cualquier momento. ¿A qué está jugando Alex?—. El señor Popov me abordó en la cocina de la oficina una noche. Me dijo que me habían contratado gracias a él y que esperaba ciertos favores sexuales a cambio. Intentó chantajearme utilizando unos correos que yo le había enviado a Yulia, que entonces todavía no era mi esposa. Yo no sabía que Popov había estado espiando mis correos. Es un paranoico: incluso me acusó de ser una espía enviada por Yulia, presumiblemente para ayudarle a hacerse con la empresa. Pero no sabía que Yulia ya había comprado Seattle Independent Publishing. —Niego con la cabeza cuando recuerdo mi tenso y estresante encuentro con Popov—. Al final yo… yo le derribé.
Clark arquea las cejas sorprendido.
—¿Le derribó?
—Mi padre fue soldado. Popov… Mmm… me tocó y yo sé cómo defenderme.
Yulia me dedica una fugaz mirada de orgullo.
—Entiendo. —Clark se acomoda en el sofá y suspira profundamente.
—¿Han hablado con alguna de las anteriores ayudantes de Popov? —le pregunta Yulia casi con cordialidad.
—Sí, lo hemos hecho. Pero lo cierto es que ninguna de ellas nos dice nada. Todas afirman que era un jefe ejemplar, aunque ninguna duró en el puesto más de tres meses.
—Nosotros también hemos tenido ese problema —murmura Yulia.
¿Ah, sí? Miro a Yulia con la boca abierta, igual que el detective Clark.
—Mi jefe de seguridad entrevistó a las cinco últimas ayudantes de Popov.
—¿Y eso por qué?
Yulia le dedica una mira gélida.
—Porque mi mujer trabajó con él y yo hago comprobaciones de seguridad sobre todas las personas que trabajan con mi mujer.
El detective Clark se sonroja. Yo le miro encogiéndome de hombros a modo de disculpa y con una sonrisa que dice: «Bienvenido a mi mundo».
—Ya veo —dice Clark—. Creo que hay algo más en ese asunto de lo que parece a simple vista, señora Volkova. Vamos a llevar a cabo un registro más a fondo del apartamento de Popov mañana, tal vez encontremos la clave entonces. Por lo visto, hace tiempo que no vive allí.
—¿Lo han registrado antes?
—Sí, pero vamos a hacerlo de nuevo. Esta vez será una búsqueda más exhaustiva.
—¿Todavía no le han acusado del intento de asesinato de Ros Bailey y mío? —pregunta Yulia en voz baja.
¿Qué?
—Esperamos encontrar más pruebas del sabotaje de su helicóptero, señora Volkova. Necesitamos algo más que una huella parcial. Mientras está en la cárcel podemos ir reforzando el caso.
—¿Y ha venido solo para eso?
Clark parece irritado.
—Sí, señora Volkova, solo para eso, a no ser que se le haya ocurrido algo sobre la nota…
¿Nota? ¿Qué nota?
—No. Ya se lo dije. No significa nada para mí. —Yulia no puede ocultar su irritación—. No entiendo por qué no podíamos haber hecho esto por teléfono.
—Creo que ya le he dicho que prefiero hacer las cosas en persona. Y así aprovecho para visitar a mi tía abuela, que vive en Portland. Dos pájaros de un tiro… —El rostro de Clark permanece impasible e imperturbable ante el mal humor de mi esposa.
—Bueno, si hemos terminado, tengo trabajo que hacer. —Yulia se levanta y el detective Clark hace lo mismo.
—Gracias por su tiempo, señora Lena —me dice educadamente. Yo asiento. —Señora Volkova —se despide.
Yulia abre la puerta y Clark se va.
Me dejo caer en el sofá.
—¿Te puedes creer lo que ha dicho ese gilipollas? —explota Yulia.
—¿Clark?
—No, el idiota de Popov.
—No, no puedo.
—¿A qué coño está jugando? —pregunta Yulia con los dientes apretados.
—No lo sé. ¿Crees que Clark me ha creído?
—Claro. Sabe que Popov es un cabrón pirado.
—Estás siendo muy «insultina».
—¿Insultina? —Yulia sonríe burlona—. ¿Existe esa palabra?
—Ahora sí.
De repente sonríe, se sienta a mi lado y me atrae hacia sus brazos.
—No pienses en ese gilipollas. Vamos a ver a tu padre e intentar convencerle para trasladarle mañana.
—No ha querido ni oír hablar de ello. Quiere quedarse en Portland y no ser una molestia.
—Yo hablaré con él.
—Quiero viajar con él.
Yulia se me queda mirando y durante un momento creo que va a decir que no.
—Está bien. Yo iré también. Sawyer e Igor pueden llevar los coches. Dejaré que Sawyer se lleve tu R8 esta noche.
Al día siguiente, Sergey examina su nuevo entorno: una habitación amplia y luminosa en el centro de rehabilitación del Hospital Northwest de Seattle. Es mediodía y parece adormilado. El viaje, que ha hecho nada menos que en helicóptero, le ha agotado.
—Dile a Yulia que le agradezco todo esto —dice en voz baja.
—Se lo puedes decir tú mismo. Va a venir esta noche.
—¿No vas a trabajar?
—Seguramente vaya ahora. Pero quería asegurarme de que estás bien aquí.
—Vete. No hace falta que te preocupes por mí.
—Me gusta preocuparme por ti.
Mi BlackBerry vibra. Miro el número; no lo reconozco.
—¿No vas a contestar? —me pregunta Sergey.
—No. No sé quién es. Que deje el mensaje en el contestador. Te he traído algo para leer —le digo señalando una pila de revistas de deportes que hay en la mesilla.
—Gracias Lenis.
—Estás cansado, ¿verdad?
Asiente.
—Me voy para que puedas dormir. —Le doy un beso en la frente—. Hasta luego, papi. —susurro.
—Hasta luego, cariño. Y gracias. —Sergey me coge la mano y me aprieta con suavidad—. Me gusta que me llames «papi». Me trae recuerdos…
Oh, papi… Yo también le aprieto la mano.
Cuando salgo por la puerta principal en dirección al todoterreno donde me espera Sawyer, oigo que alguien me llama.
—¡Señora Lena! ¡Señora Lena!
Me vuelvo y veo a la doctora Greene que viene corriendo hacia mí con su habitual apariencia inmaculada, aunque un poco agitada.
—Señora Lena, ¿cómo está? ¿Ha recibido mi mensaje? La he llamado antes.
—No. —Se me eriza el vello.
—Bueno, me preguntaba por qué ha cancelado ya cuatro citas.
¿Cuatro citas? Me quedo mirándola con la boca abierta. ¿Ya me he saltado cuatro citas? ¿Cómo?
—Tal vez sería mejor que habláramos de esto en mi despacho. Salía a comer… ¿Tiene tiempo ahora?
Asiento mansamente.
—Claro. Yo… —Me quedo sin palabras. ¿He perdido cuatro citas? Llego tarde para mi próxima inyección. Mierda.
Un poco aturdida, la sigo por el hospital hasta su despacho. ¿Cómo he podido perder cuatro citas?
Recuerdo vagamente que hubo que cambiar una, Hannah me lo dijo, pero ¿cuatro? ¿Cómo he podido perder cuatro?
El despacho de la doctora Greene es espacioso, minimalista y está muy bien decorado.
—Me alegro de que me haya encontrado antes de que me fuera —murmuro, todavía un poco impresionada—. Mi padre ha tenido un accidente de coche y acabamos de traerle desde Portland.
—Oh, lo siento mucho. ¿Qué tal está?
—Está bien, gracias. Mejorando.
—Eso es bueno. Y explica por qué canceló la cita del viernes.
La doctora Greene desplaza el ratón sobre su escritorio y su ordenador vuelve a la vida.
—Sí… Ya han pasado más de trece semanas. Está muy cerca del límite. Será mejor que le haga una prueba antes de darle la siguiente inyección.
—¿Una prueba? —susurro mientras toda la sangre abandona mi cabeza.
—Una prueba de embarazo.
Oh, no.
Rebusca en el cajón de su mesa.
—Creo que ya sabe qué hacer con esto. —Me da un recipiente pequeño—. El baño está justo al salir del despacho.
Me levanto como en un trance. Todo mi cuerpo funciona como si llevara puesto el piloto automático mientras salgo hacia el baño.
Mierda, mierda, mierda, mierda, mierda. Cómo he podido dejar que pase esto… ¿otra vez? De repente siento náuseas y suplico en silencio: no, por favor. No, por favor. Es demasiado pronto. Es demasiado pronto.
Cuando vuelvo a entrar en el despacho de la doctora Greene, ella me dedica una sonrisa tensa y me señala un asiento al otro lado de la mesa. Me siento y le paso la muestra sin decir nada. Ella introduce un palito blanco en la muestra y lo examina. Levanta las cejas cuando se pone azul.
—¿Qué significa el azul? —La tensión me está atenazando la garganta.
Me mira con ojos serios.
—Bueno, señora Lena, eso significa que está embarazada.
¿Qué? No. No. No. Joder.
VIVALENZ28- Mensajes : 921
Fecha de inscripción : 04/08/2014
Re: CINCUENTA SOMBRAS LIBERADAS// ADAPTACIÓN
Mejor no digo que siempre aparece algo nuevo porque en efecto SIEMPRE pasa!! Jajajaja buenísimo!
Aleinads- Mensajes : 519
Fecha de inscripción : 14/05/2015
Edad : 35
Localización : Colombia
Re: CINCUENTA SOMBRAS LIBERADAS// ADAPTACIÓN
Yhei! al fin me volví a poner al corriente con nueve capítulos xD Pero lo frustante es que me quedo en el que es todavía más emocionante xD Lo bueno es que Lena no se preguntó el dichoso "Pero cómo pasó" jajajajajaja!!! este capítulo me dejó así la parte final.
Espero la continuación
Espero la continuación
SandyQueen- Mensajes : 184
Fecha de inscripción : 28/02/2016
Edad : 35
Localización : Mexico
Re: CINCUENTA SOMBRAS LIBERADAS// ADAPTACIÓN
20
Me quedo mirando a la doctora Greene con la boca abierta mientras se hunde la tierra bajo mis pies. Un bebé. Un bebé. No quiero un bebé… Todavía no. Joder. Yulia se va a poner furiosa.
—Señora Lena, está muy pálida. ¿Quiere un vaso de agua?
—Por favor. —Apenas se oye mi voz. Mi mente va a mil por hora. ¿Embarazada? ¿Cuándo?
—Veo que le ha sorprendido.
Asiento sin palabras a la amable doctora, que me pasa un vaso de agua de un surtidor convenientemente situado allí al lado. Le doy un sorbo agradecida.
—Estoy en shock —le susurro.
—Podemos hacer una ecografía para saber de cuánto está. A juzgar por su reacción, sospecho que solo habrán pasado un par de semanas desde la concepción y que estará embarazada de cuatro o cinco semanas.
Por lo que veo no ha tenido ningún síntoma.
Niego con la cabeza sin palabras. ¿Síntomas? Creo que no.
—Pensaba… Pensaba que era un tipo de anticonceptivo muy seguro.
La doctora Greene levanta una ceja.
—Normalmente lo es, cuando la paciente se acuerda de ponerse las inyecciones —dice un poco fría.
—Debo de haber perdido la noción del tiempo…
Yulia se va a poner hecho una furia, lo sé.
—¿Ha tenido pérdidas?
Frunzo el ceño.
—No.
—Es normal con la inyección. Vamos a hacer la ecografía, ¿vale? Tengo tiempo.
Asiento perpleja y la doctora Greene me señala una camilla de piel negra que hay detrás de un biombo.
—Quítese la falda y la ropa interior y tápese con la manta que hay en la camilla —me dice eficiente.
¿La ropa interior? Esperaba que me hiciera una ecografía por encima del vientre. ¿Por qué tengo que quitarme las bragas? Me encojo de hombros consternada, hago lo que me ha dicho y me tapo con la suave manta blanca.
—Bien. —La doctora Greene aparece en el otro extremo de la camilla tirando del ecógrafo para acercarlo.
Se trata de un equipo de ordenadores de alta tecnología. Se sienta y coloca la pantalla de forma que las dos podamos verla y después mueve la bola que hay en el teclado. La pantalla cobra vida con un pitido—.Levante las piernas, doble las rodillas y después abra las piernas —me pide.
Frunzo el ceño, extrañada.
—Es una ecografía transvaginal. Si está embarazada de pocas semanas, deberíamos poder encontrar el bebé con esto —dice mostrándome un instrumento alargado y blanco.
Oh, tiene que estar de broma.
—Vale —susurro un poco avergonzada y hago lo que me pide. La doctora le pone un preservativo a la sonda y lo lubrica con un gel transparente.
—Señora Lena, relájese.
¿Relajarme? ¡Maldita sea, estoy embarazada! ¿Cómo espera que me relaje? Me ruborizo e intento pensar en un lugar relajante, que acaba de reubicarse cerca de la isla perdida de la Atlántida.
Lentamente la doctora va introduciendo la sonda.
Madre mía.
Todo lo que soy capaz de ver en la pantalla es una imagen borrosa, aunque de un color más bien sepia.
Muy despacio, la doctora Greene mueve un poco el instrumento. Es muy desconcertante.
—Ahí está —murmura mientras pulsa un botón para congelar la imagen de la pantalla. Me señala una pequeña cosa en esa tormenta sepia.
Solo es una cosita. Una cosita en mi vientre. Diminuta. Uau. Olvido mi incomodidad y me quedo mirándola.
—Es demasiado pronto para ver el latido del corazón, pero sí, definitivamente está embarazada. De cuatro o cinco semanas, diría yo. —Frunce el ceño—. Parece que el efecto de la inyección se pasó pronto. Bueno, a veces ocurre…
Estoy demasiado asombrada para decir nada. El pequeño bip es un bebé. Un bebé de verdad. El bebé de Yulia. Mi bebé. Madre mía. ¡Un bebé!
—¿Quiere que le imprima la imagen para que se la pueda llevar?
Asiento, todavía incapaz de hablar, y la doctora Greene pulsa otro botón. Después retira con cuidado la sonda y me da una toallita de papel para limpiarme.
—Felicidades, señora Lena —me dice cuando me incorporo—. Tendremos que concertar otra cita, le sugiero que dentro de otras cuatro semanas. Así podremos asegurarnos del tiempo exacto que tiene el bebé y establecer la fecha en que saldrá de cuentas. Ya puede vestirse.
—Vale.
Me visto deprisa. Mi mente es un torbellino. Tengo un bip, un pequeño bip. Cuando salgo de detrás del biombo, la doctora Greene ya ha vuelto a su mesa.
—Mientras, quiero que empiece con un ciclo de ácido fólico y vitaminas prenatales. Aquí tiene un folleto de las cosas que puede hacer y las que no.
Me da una caja de pastillas y un folleto y sigue hablándome, pero no la estoy escuchando. Estoy consternada. Abrumada. Creo que debería estar feliz. Aunque también creo que debería tener treinta… por lo menos. Es muy pronto… demasiado pronto. Intento sofocar la sensación de pánico creciente.
Me despido educadamente de la doctora Greene y vuelvo a la salida. Cruzo las puertas y me encuentro con la fresca tarde de otoño. De repente siento un frío que me cala hasta los huesos y un mal presentimiento que nace de lo más hondo de mi ser. Yulia se va a poner como una fiera, lo sé, pero soy incapaz de predecir hasta qué punto. Sus palabras se repiten en mi cabeza: «No estoy preparada para compartirte todavía». Me cierro aún más la chaqueta intentando quitarme ese frío.
Sawyer salta del todoterreno y me abre la puerta. Frunce el ceño al ver mi cara, pero ignoro su expresión preocupada.
—¿Adónde vamos, señora Lena? —me pregunta.
—A Seattle Independent Publishing. —Me acomodo en el asiento de atrás del coche, cierro los ojos y apoyo la cabeza en el reposacabezas. Debería estar feliz. Sé que debería estar feliz. Pero no lo estoy. Es demasiado pronto. Mucho más que demasiado pronto. ¿Qué va a pasar con mi trabajo? ¿Qué voy a hacer con Seattle Independent Publishing? ¿Y qué va a ser de Yulia y de mí? No. No. No. Vamos a estar bien. Ella va a estar bien. Le encantaba Irina cuando era un bebé, recuerdo que Oleg me lo dijo, y también la adora ahora. Tal vez debería avisar a Flynn… Quizá no debería decírselo a Yulia. Quizá… quizá debería
ponerle fin. Freno mis pensamientos, alarmada por la dirección que están tomando. Instintivamente bajo las manos para colocarlas protectoramente sobre mi vientre. No. Mi pequeño Bip. Se me llenan los ojos de lágrimas. ¿Qué voy a hacer?
Una imagen de un niño pequeño con pelo rubio y brillantes ojos azules corriendo por el prado en la casa nueva aparece en mi mente, tentándome y llenándome la cabeza de posibilidades. Ríe y chilla encantado mientras Yulia y yo le perseguimos. Yulia le coge en brazos y le levanta para hacerle girar y después
le lleva apoyado en la cadera mientras las dos vamos caminando de la mano hasta la casa.
La imagen se deforma en Yulia apartándose de mí con expresión de disgusto. Estoy gorda y tengo el cuerpo raro, con el embarazo muy avanzado. Camina por la larga sala de los espejos, alejándose de mí, y oigo el eco de sus pasos resonando contra los espejos plateados, las paredes y el suelo. Yulia…
Abro los ojos sobresaltada. No. Va a montar en cólera.
Cuando Sawyer para delante de Seattle Independent Publishing, salto del coche y me dirijo al edificio.
—Lena, qué alegría verte. ¿Cómo está tu padre? —me pregunta Hannah en cuanto entro en la oficina. La miro fríamente.
—Está mejor, gracias. ¿Puedo hablar contigo en mi despacho?
—Claro. —Parece sorprendida cuando me sigue al interior—. ¿Va todo bien?
—Necesito saber si has cambiado o cancelado citas con la doctora Greene.
—¿La doctora Greene? Sí. Dos o tres creo. Sobre todo porque estabas en otras reuniones o te habías retrasado. ¿Por qué?
¡Porque ahora estoy embarazada, joder!, grito dentro de mi cabeza. Inspiro hondo para tranquilizarme.
—Si me cambias alguna cita, ¿puedes asegurarte de que yo lo sepa? No siempre reviso la agenda.
—Claro —dice Hannah en voz baja—. Lo siento. ¿He hecho algo mal?
Niego con la cabeza y suspiro.
—¿Puedes prepararme un té? Luego hablaremos de lo que ha pasado mientras he estado fuera.
—Claro. Ahora mismo. —Más animada, sale de la oficina.
Miro a mi ayudante mientras se va.
—¿Ves a esa mujer? —le digo en voz baja al bip—. Es probable que ella sea la razón de que estés aquí. —Me doy unas palmaditas en el vientre y entonces me siento como una completa idiota por estar hablando con el bip. Mi diminuto Bip. Niego con la cabeza enfadada conmigo misma y con Hannah… aunque en el fondo sé que no puedo culpar a Hannah. Desanimada, enciendo el ordenador. Tengo un correo de Yulia.
De: Yulia Volkova
Fecha: 13 de septiembre de 2011 13:58
Para: Lena Volkova
Asunto: La echo de menos
Señora Volkova Katina:
Solo llevo en la oficina tres horas y ya la echo de menos.
Espero que Sergey esté cómodo en su nueva habitación. Mamá va a ir a verla esta tarde para comprobar qué tal está.
Te recogeré a las seis esta tarde; podemos ir a verle antes de volver a casa.
¿Qué te parece?
Tu amante esposa
Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
Escribo una respuesta rápida.
De: Lena Volkova
Fecha: 13 de septiembre de 2011 14:10
Para: Yulia Volkova
Asunto: La echo de menos
Muy bien.
x
Elena Volkova
Editora de SIP
De: Yulia Volkova
Fecha: 13 de septiembre de 2011 14:14
Para: Lena Volkova
Asunto: La echo de menos
¿Estás bien?
Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
No, Christian, no estoy bien. Me estoy volviendo loca porque sé que tú te vas a subir por las paredes. No sé qué hacer. Pero no te lo voy a decir por correo electrónico.
De: Lena Volkova
Fecha: 13 de septiembre de 2011 14:17
Para: Yulia Volkova
Asunto: La echo de menos
Sí, estoy bien. Ocupada nada más.
Te veo a las seis.
x
Elena Volkova
Editora de SIP
¿Cuándo se lo voy a contar? ¿Esta noche? ¿Tal vez después del sexo? Tal vez durante el sexo. No, eso puede ser peligroso para las dos. ¿Cuando esté dormida? Apoyo la cabeza en las manos. ¿Qué demonios voy a hacer?
—Hola —dice Yulia con cautela cuando subo al todoterreno.
—Hola —le susurro.
—¿Qué pasa? —Me mira con el ceño fruncido. Niego con la cabeza cuando Igor arranca y se dirige al hospital.
—Nada. —¿Tal vez ahora? Podría decírselo ahora que estamos en un espacio reducido y con Igor.
—¿El trabajo va bien? —sigue intentándolo Yulia.
—Sí, bien, gracias.
—Lena, ¿qué ocurre? —Ahora su tono es más duro y yo me acobardo.
—Solo que te he echado de menos, eso es todo. Y he estado preocupada por Sergey.
Yulia se relaja visiblemente.
—Sergey está bien. He hablado con mi madre esta tarde y está impresionada por su evolución. —Yulia me coge la mano—. Vaya, qué fría tienes la mano. ¿Has comido?
Me ruborizo.
—Lena… —me regaña Yulia preocupada.
Bueno, no he comido porque sé cómo te vas a poner cuando te diga que estoy embarazada…
—Comeré esta noche. No he tenido tiempo.
Niega con la cabeza por la frustración.
—¿Quieres que añada a la lista de tareas del equipo de seguridad la de cerciorarse de que mi mujer coma?
—Lo siento. Ya comeré. Es que ha sido un día raro. Por el traslado de papá y todo eso…
Aprieta los labios hasta formar una dura línea, pero no dice nada. Yo miro por la ventanilla. ¡Cuéntaselo!, me susurra entre dientes mi subconsciente. No. Soy una cobarde.
Yulia interrumpe mis pensamientos.
—Puede que tenga que ir a Taiwan.
—Oh, ¿cuándo?
—A final de semana o quizá la semana que viene.
—Vale.
—Quiero que vengas conmigo.
Trago saliva.
—Yulia, por favor. Tengo un trabajo. No volvamos a resucitar otra vez esa discusión.
Suspira y hace un mohín. Parece una adolescente enfurruñada.
—Tenía que intentarlo —murmura.
—¿Cuánto tiempo estarás fuera?
—Un par de días a lo sumo. Me gustaría que me dijeras lo que te preocupa.
¿Cómo puede saberlo?
—Bueno, ahora mi amada esposa se aleja de mí…
Yulia me da un beso en los nudillos.
—No estaré fuera mucho tiempo.
—Bien —le digo con una sonrisa débil.
Sergey está más animado y menos gruñón esta vez. Me conmueve su gratitud silenciosa hacia Yulia y durante un momento, mientras estoy sentada oyéndoles hablar de pesca y de los Mariners, olvido las noticias que tengo que darle a mi esposa. Pero Sergey se cansa muy rápido.
—Papá, nos vamos para que puedas dormir.
—Gracias, Lena, cariño. Me alegro de que hayáis venido. He visto a tu madre hoy también, Yulia. Me ha tranquilizado mucho. Y también es una fan de los Mariners.
—Pero no le gusta mucho la pesca —dice Yulia mientras se levanta.
—No conozco a muchas mujeres a las que les guste, ¿sabes? —dice Sergey sonriendo.
—Te veo mañana, ¿vale? —Le doy un beso. Mi subconsciente frunce los labios: Eso si Yulia no te encierra en casa… o algo peor. Se me cae el alma a los pies.
—Vamos. —Yulia me tiende la mano y me mira con el ceño fruncido. Yo le doy la mano y salimos del hospital.
Picoteo la comida. Es el delicioso estofado de pollo de la señora Jones, pero no tengo hambre. Noto el estómago hecho un nudo y convertido en una bola de nervios.
—¡Maldita sea, Lena! ¿Vas a decirme lo que te pasa? —Yulia aparta su plato vacío, irritada. Yo solo la miro—. Por favor. Me está volviendo loca verte así.
Trago saliva intentando reprimir el pánico que me atenaza la garganta. Inspiro hondo para calmarme. Es ahora o nunca.
—Estoy embarazada.
Ella se queda petrificada y lentamente el color va abandonando su cara.
—¿Qué? —susurra con la cara cenicienta.
—Estoy embarazada.
Arruga la frente por la incomprensión.
—¿Cómo?
¿Cómo que cómo? ¿Qué pregunta ridícula es esa? Me sonrojo y le dedico una mirada extrañada que dice:
«¿Y tú cómo crees?».
La expresión de su cara cambia inmediatamente y sus ojos se convierten en pedernal.
—¿Y la inyección? —gruñe.
Oh, mierda.
—¿Te has olvidado de ponerte la inyección?
Me quedo mirándola, incapaz de hablar. Joder, está furiosa… muy furiosa.
—¡Dios, Lena! —Golpea la mesa con el puño, lo que me sobresalta. Después se levanta de repente y está a punto de tirar la silla—. Solo tenías que recordar una cosa, ¡una cosa! ¡Mierda! No me lo puedo creer, joder.¿Cómo puedes ser tan estúpida?
¿Estúpida? Doy un respingo. Mierda. Quiero decirle que la inyección no ha funcionado, pero no encuentro las palabras. Bajo la mirada a mi dedos.
—Lo siento —le susurro.
—¿Que lo sientes? ¡Joder!
—Sé que no es el mejor momento…
—¡El mejor momento! —grita—. Nos conocemos desde hace algo así como cinco putos minutos. Quería enseñarte el mundo entero y ahora… ¡Joder! ¡Pañales, vómitos y mierda! —Cierra los ojos. Creo que está intentando controlar su ira, pero obviamente pierde la batalla—. ¿Se te olvidó? Dímelo. ¿O lo has hecho a propósito? —Sus ojos echan chispas y la furia emana de ella como un campo de fuerza.
—No —susurro. No le puedo decir lo de Hannah porque la despediría.
—¡Pensaba que teníamos un acuerdo sobre eso! —grita.
—Lo sé. Lo teníamos. Lo siento.
Me ignora.
—Es precisamente por eso. Por esto me gusta el control. Para que la mierda no se cruce en mi camino y lo joda todo.
No… mi pequeño Bip.
—Yulia, por favor, no me grites. —Las lágrimas comienzan a caer por mi cara.
—No empieces con lágrimas ahora —me dice—. Joder. —Se pasa una mano por el pelo y se tira de él—.¿Crees que estoy preparada para ser madre? —Se le quiebra la voz en una mezcla de rabia y pánico.
Y todo queda claro y entiendo el miedo y el arrebato de odio que veo en sus ojos abiertos como platos: es la rabia de una adolescente impotente. Oh, Cincuenta, lo siento mucho. También ha sido un shock para mí…
—Ya sé que ninguno de las dos está preparada para esto, pero creo que vas a ser una madre maravillosa —digo con la voz ahogada—. Ya nos las arreglaremos.
—¿Cómo coño lo sabes? —me grita, esta vez más alto—. ¡Dime! ¿Cómo? —Sus ojos arden y un sinfín de emociones le cruzan la cara rápidamente, aunque el miedo es la más destacada de ellas—. ¡Oh, a la mierda!—grita Yulia desdeñosamente y levanta las manos en un gesto de derrota. Me da la espalda y se encamina al vestíbulo, cogiendo su chaqueta cuando sale del salón. Oigo el eco de sus pasos por el suelo de madera y la veo desaparecer por las puertas dobles que llevan al vestíbulo. El portazo que da al salir me sobresalta de
nuevo.
Estoy sola con el silencio, el silencio quieto y vacío del salón. Me estremezco involuntariamente mientras miro sin expresión hacia las puertas cerradas. Se ha ido y me ha dejado aquí. ¡Mierda! Su reacción ha sido mucho peor de lo que había imaginado. Aparto mi plato y cruzo los brazos sobre la mesa para apoyar la cabeza en ellos mientras sollozo.
—Lena, querida… —La señora Jones está a mi lado.
Me incorporo rápidamente y me limpio las lágrimas de la cara.
—Lo he oído. Lo siento —me dice con cariño—. ¿Quieres una infusión o algo?
—Preferiría una copa de vino blanco.
La señora Jones se queda petrificada un segundo y entonces me acuerdo del bip. Ahora no puedo beber alcohol. ¿O sí? Tengo que leer el folleto que me ha dado la doctora Greene.
—Te traeré una copa.
—La verdad es que prefiero una taza de té, por favor. —Me limpio la nariz y ella sonríe con amabilidad.
—Marchando esa taza de té. —Recoge los platos y se encamina a la cocina. La sigo y me encaramo a un taburete. La observo mientras prepara el té.
Al poco pone una taza humeante delante de mí.
—¿Hay algo más que pueda prepararte, Lena?
—No, estoy bien, gracias.
—¿Seguro? No has comido mucho.
La miro.
—No tengo mucha hambre.
—Lena, necesitas comer. Ahora tienes que preocuparte por alguien más que por ti. Deja que te prepare algo. ¿Qué te apetece? —Me mira esperanzada, pero la verdad es que no podría comer nada.
Mi esposa acaba de largarse porque estoy embarazada, mi padre ha tenido un accidente de coche grave y el zumbado de Alex Popov me intenta hacer creer que fui yo la que le acosó sexualmente. De repente siento una necesidad incontrolable de reír. ¡Mira lo que me has hecho, pequeño Bip! Me acaricio el vientre.
La señora Jones me sonríe con indulgencia.
—¿Sabes de cuánto estás? —me pregunta.
—De muy poco. De cuatro o cinco semanas, la doctora no está segura.
—Si no quieres comer, al menos descansa un poco.
Asiento y me llevo el té a la biblioteca. Es mi refugio. Saco la BlackBerry del bolso y pienso en llamar a Yulia. Sé que ha sido un shock para ella, pero creo que su reacción ha sido exagerada. ¿Y cuándo su reacción no es exagerada?, pregunta mi subconsciente arqueando una ceja. Suspiro. Cincuenta Sombras
más…
—Sí, ese es tu madre, pequeño Bip. Con suerte se calmará y volverá… pronto.
Saco el folleto que me ha dado la doctora y me siento a leer.
No puedo concentrarme. Yulia nunca se ha ido así, dejándome sola. Ha sido amable y detallista los últimos días y tan cariñosa… y ahora esto. ¿Y si no vuelve? ¡Mierda! Tal vez debería llamar a Flynn. No sé qué hacer. Estoy perdida. Es tan frágil en tantos sentidos y sabía que no iba a reaccionar bien ante estas
noticias. Ha sido tan dulce este fin de semana… Todas esas circunstancias estaban fuera de su control, pero ha conseguido llevarlas bien. Pero esto ha sido demasiado.
Desde que la conocí, mi vida se ha complicado. ¿Es por ella? ¿O somos las dos juntas? ¿Y si no puede superar esto? ¿Y si quiere el divorcio? La bilis me sube hasta la garganta. No. No debo pensar esas cosas.
Volverá. Lo hará. Sé que lo hará. Sé que a pesar de los gritos y las palabras tan duras me quiere… sí. Y también te querrá a ti, pequeño Bip.
Me acomodo en la silla y me dejo llevar por el sueño.
Me despierto fría y desorientada. Temblando, miro el reloj: las once de la noche. Oh, sí… Tú. Me doy una palmadita en el vientre. ¿Dónde está Yulia? ¿Ha vuelto ya? Me levanto del sillón con dificultad y voy en busca de mi esposa.
Cinco minutos después me doy cuenta de que no está en casa. Espero que no le haya pasado nada. Los recuerdos de la larga espera cuando desapareció Charlie Tango vuelven a mí.
No, no, no. Deja de pensar eso. Seguro que ha ido… ¿adónde? ¿A quién podría ir a ver? ¿A Dimitri? Tal vez está con Flynn. Eso espero. Vuelvo a la biblioteca a buscar la BlackBerry y le mando un mensaje.
*¿Dónde estás?*
Después me encamino al baño y lleno la bañera. Tengo mucho frío.
Cuando salgo de la bañera todavía no ha vuelto. Me pongo uno de mis camisones de seda estilo años 30 y la bata y salgo al salón. En el camino me paro un momento en el dormitorio de invitados. Tal vez esta podría ser la habitación del pequeño Bip. Me asombro al darme cuenta de lo que estoy pensando y me quedo de pie en el umbral, meditando sobre eso. ¿La pintaríamos de azul o de rosa? Ese pensamiento tan dulce queda empañado por el hecho de que mi descarriada esposa está furiosa solo de pensarlo. Cojo la colcha de la cama del cuarto de invitados y me encamino al salón para esperarle.
Algo me despierta. Un ruido.
—¡Mierda!
Es Yulia en el vestíbulo. Oigo que la mesa araña el suelo otra vez.
—¡Mierda! —repite, esta vez en voz más baja.
Me levanto y justo en ese momento la veo cruzar las puertas dobles tambaleándose. Está borracha. Se me eriza el vello. Oh, ¿Yulia borracha? Sé cuánto odia a los borrachos. Salto del sofá y corro hacia ella.
—Yulia, ¿estás bien?
Se apoya contra el marco de las puertas del vestíbulo.
—Señora Volkova Katina… —pronuncia con dificultad.
Vaya, está muy borracha. No sé qué hacer.
—Oh… qué guapa estás, Elena.
—¿Dónde has estado?
Se pone el dedo sobre los labios y me mira con una sonrisa torcida.
—¡Shhhh!
—Será mejor que vengas a la cama.
—Contigo… —dice con una risita.
¡Una risita! Frunzo el ceño y le rodeo la cintura con el brazo porque apenas se mantiene en pie. No creo que pueda andar. ¿Dónde habrá estado? ¿Cómo ha podido volver a casa?
—Deja que te lleve a la cama. Apóyate en mí.
—Eres preciosa, Lena. —Se apoya en mí y me huele el pelo. Casi nos caemos al suelo las dos.
—Yulia, camina. Voy a llevarte a la cama.
—Está bien —dice, e intenta concentrarse.
Avanzamos a trompicones por el pasillo y por fin logramos llegar al dormitorio.
—La cama… —dice sonriendo.
—Sí, la cama. —Consigo llevarla justo hasta el borde, pero ella no me suelta.
—Ven conmigo a la cama —me dice.
—Yulia, creo que necesitas dormir.
—Y así empieza todo. Ya he oído hablar de esto.
Frunzo el ceño.
—¿Hablar de qué?
—Los bebés significan que se acabó el sexo.
—Estoy segura de que eso no es verdad. Si no, todos seríamos hijos únicos.
Ella me mira.
—Qué graciosa.
—Y tú qué borracha.
—Sí. —Sonríe, pero su sonrisa cambia cuando lo piensa y una expresión angustiada le cruza la cara, algo que hace que se me hiele la sangre.
—Vamos, Yulia—le digo con suavidad. Odio esa expresión. Habla de recuerdos horribles y desagradables, algo que ningún niño debería haber tenido que presenciar—. A la cama. —La empujo con cuidado y ella se deploma sobre el colchón, despatarrada y sonriéndome. La expresión de angustia ha desaparecido.
—Ven conmigo —dice arrastrando las palabras.
—Vamos a desnudarte primero.
Esboza una amplia sonrisa, una sonrisa de borracha.
—Ahora estamos hablando el mismo idioma.
Madre mía. La Yulia borracha es divertida y juguetona. Y la prefiero mil veces a la Yulia furiosa.
—Siéntate. Deja que te quite la chaqueta.
—La habitación gira…
Mierda… ¿Va a vomitar?
—Yulia, ¡siéntate!
Me sonríe divertida.
—Señora Volkova Katina, es usted una mandona…
—Sí. Haz lo que te he dicho y siéntate. —Me pongo las manos en las caderas. Ella vuelve a sonreír, se incorpora sobre los codos con dificultad y después se sienta torpemente, algo muy poco propio de Yulia.
Antes de que se caiga hacia atrás otra vez, le agarro de la corbata y le quito con esfuerzo la chaqueta, primero un brazo y luego el otro.
—Qué bien hueles.
—Tú hueles a licor fuerte.
—Sí… Bour-bon. —Pronuncia las sílabas tan exageradamente que tengo que reprimir una risita.
Tiro su chaqueta al suelo a mi lado y empiezo con la corbata. Ella me apoya las manos en las caderas.
—Me gusta la sensación de esta tela sobre tu cuerpo, Eleeena —me dice arrastrando las palabras de nuevo—. Siempre deberías llevar satén o seda. —Sube y baja las manos por mis caderas, luego tira de mí hacia ella y pone la boca sobre mi vientre—. Y ahora tenemos un intruso aquí.
Dejo de respirar. Madre mía… Le está hablando al pequeño Bip.
—Tú me vas a mantener despierta, ¿verdad? —le dice a mi vientre.
Oh, Dios mío. Yulia me mira a través de sus largas pestañas oscuras. Sus ojos azules están turbios y brumosos. Se me encoge el corazón.
—Le preferirás a él que a mí —dice tristemente.
—Yulia, no sabes lo que dices. No seas ridícula. No estoy eligiendo a nadie. Y puede que sea «ella».
Frunce el ceño.
—Ella… Oh, Dios. —Vuelve a tirarse sobre la cama y se tapa los ojos con el brazo. Por fin consigo aflojarle la corbata. Le suelto un cordón y le quito el zapato y el calcetín y después el otro. Cuando me pongo de pie me doy cuenta de por qué no oponía ninguna resistencia; Yulia está completamente dormida y
roncando suavemente.
Me quedo mirándole. Está guapísima, incluso borracha y roncando. Tiene los labios cincelados separados,un brazo encima de la cabeza alborotándole el pelo ya despeinado y la cara relajada. Parece tan joven… Pero claro, es que lo es: mi joven, estresada, borracha e infeliz esposa. Siento un peso en el corazón ante ese pensamiento.
Bueno, al menos ya está en casa. Me pregunto adónde habrá ido. No estoy segura de tener la energía o la fuerza suficientes para moverla o quitarle más ropa. Además, está encima de la colcha. Vuelvo al salón,recojo la colcha de la cama de invitados que estaba usando yo y la llevo al dormitorio.
Sigue dormida, pero todavía lleva la corbata y el cinturón. Me subo a la cama a su lado, le quito la corbata y le desabrocho el botón superior de la camisa. Ella murmura algo incomprensible, pero no se despierta.
Después le suelto el cinturón con cuidado y lo saco por las trabillas con cierta dificultad, pero por fin se lo quito. La camisa se le ha salido de los pantalones y por la abertura se ve un poco su sexy ombligo. No puedo resistirme. Me agacho y le doy un beso ahí. Ella se mueve y flexiona la cadera hacia delante, pero sigue dormida.
Me siento y vuelvo a mirarla. Oh, Cincuenta, Cincuenta, Cincuenta… ¿Qué voy a hacer contigo? Le paso los dedos por el pelo, tan suave, y le doy un beso en la sien.
—Te quiero, Yulia. Incluso cuando estás borracha y has estado por ahí, Dios sabe dónde, te sigo queriendo. Siempre te querré.
—Mmm… —murmura. Yo vuelvo a besarle en la sien una vez más y me bajo de la cama para taparla con la colcha. Puedo dormir a su lado, cruzada sobre la cama… Sí, eso voy a hacer.
Pero primero ordenaré un poco su ropa. Niego con la cabeza y recojo los calcetines y la corbata. Después me cuelgo en el brazo la chaqueta doblada. Cuando lo hago, su BlackBerry se cae al suelo. La recojo y sin
darme cuenta la desbloqueo. Se abre por la pantalla de mensajes. Veo mi mensaje y otro por encima.
Se me eriza el vello. Joder.
*Me ha encantado verte. Ahora lo entiendo. No te preocupes. Serás una madre fantástica.*
Es de ella. De la señora Olga, alias la Bruja Robinson.
Mierda. Ahí es adonde ha ido: ¡a verla a ella!
Última edición por VIVALENZ28 el 8/23/2016, 7:36 am, editado 1 vez
VIVALENZ28- Mensajes : 921
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Re: CINCUENTA SOMBRAS LIBERADAS// ADAPTACIÓN
Era de esperarse esa reacción a ver como se "resuelve" esto y más por a quien fue a visitar Yulia. Va a estar que arde esto xD
SandyQueen- Mensajes : 184
Fecha de inscripción : 28/02/2016
Edad : 35
Localización : Mexico
Re: CINCUENTA SOMBRAS LIBERADAS// ADAPTACIÓN
Que QUE????????? Se paso, nooo, se paso!!! No se que es peor. Que quedara ahí o que no hayas tenido la misericordia de por lo menos subir dos capítulos!
Aleinads- Mensajes : 519
Fecha de inscripción : 14/05/2015
Edad : 35
Localización : Colombia
Re: CINCUENTA SOMBRAS LIBERADAS// ADAPTACIÓN
Aleinads : No, no tengo misericordia
Me quedo mirando el mensaje con la boca abierta y después levanto la vista hacia la silueta dormida de mi esposa. Ha estado por ahí hasta la una y media de la madrugada, bebiendo… ¡con ella! Ronca un poco,durmiendo el sueño de los borrachos, aparentemente inocente y ajena a todo. Parece tan serena…
Oh no, no, no. Mis piernas se convierten en gelatina y me dejo caer lentamente en una silla que hay junto a la cama, incrédula. Una sensación de traición cruda, amarga y humillante me recorre el cuerpo. ¿Cómo ha podido? ¿Cómo ha podido ir a buscarla a ella? Unas lágrimas calientes y furiosas corren por mis mejillas.
Puedo entender su ira y su miedo, su necesidad de atacarme, y puedo perdonarla… más o menos. Pero esto…esta traición es demasiado. Subo las rodillas para apretarlas contra mi pecho y las rodeo con los brazos, protegiéndome y protegiendo a mi pequeño Bip. Empiezo a balancearme mientras sollozo en voz baja.
¿Qué esperaba? Me casé con esta mujer demasiado rápido. Lo sabía… Sabía que llegaríamos a esto. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Cómo ha podido hacerme esto? Sabe lo que pienso de esa mujer. ¿Cómo ha podido recurrir a ella? ¿Cómo? El cuchillo que siento en el corazón se está hundiendo lenta y dolorosamente,haciendo la herida más profunda. ¿Siempre va a ser así?
Con los ojos llenos de lágrimas, su silueta tumbada se emborrona. Oh, Yulia. Me casé con ella porque la quería y en el fondo sé que ella me quiere. Sé que es así. La dedicatoria dolorosamente dulce de mi regalo de cumpleaños me viene a la cabeza:
«Por todas nuestras primeras veces, felicidades por tu primer cumpleaños como mi amada esposa. Te quiero. Y. x»
No, no, no… No puedo creer que siempre vaya a ser así, dos pasos adelante y tres atrás. Pero siempre ha sido así con ella. Después de cada revés, volvemos a avanzar, centímetro a centímetro. Lo conseguirá… lo hará. Pero ¿podré yo? ¿Podré recuperarme de esto… de esta traición? Pienso en cómo ha sido este fin de semana, tan horrible y maravilloso a la vez. Su fuerza silenciosa cuando mi padrastro estaba herido y en coma en la UCI… Mi fiesta sorpresa a la que trajo a toda mi familia y mis amigos… Cuando me tumbó en la entrada del Heathman y me dio un beso a la vista de todos. Oh, Yulia, pones a prueba toda mi confianza,
toda mi fe… y aun así te quiero.
Pero ahora ya no solo se trata de mí. Pongo la mano en mi vientre. No, no la voy a dejar hacernos esto a mí y a nuestro Bip. El doctor Flynn me dijo que debía concederle el beneficio de la duda… bueno, lo siento,pero esta vez no lo voy a hacer. Me seco las lágrimas de los ojos y me limpio la nariz con el dorso de la
mano.
Yulia se revuelve y se gira, subiendo las piernas y enroscándose bajo la colcha. Estira un brazo como si buscara algo y después gruñe y frunce el ceño, pero vuelve a dormirse con el brazo estirado.
Oh, Cincuenta… ¿Qué voy a hacer contigo? ¿Y qué demonios hacías tú con la bruja? Necesito saberlo.
Miro una vez más el mensaje de la discordia e ideo rápidamente un plan. Inspiro hondo y reenvío ese mensaje a mi BlackBerry. Paso uno completado. Compruebo en un momento los demás mensajes recientes,pero solo hay mensajes de Dimitri, Andrea, Igor, Ros y míos. Nada de Olga. Bien, o eso creo. Salgo de la pantalla de mensajes, aliviada de que no haya estado intercambiando mensajes con ella. De repente, el corazón se me queda atravesado en la garganta. Oh, Dios mío… El salvapantallas de su teléfono está
compuesto de fotografías mías, un collage de diminutas Elenas en diferentes posturas: de nuestra luna de miel, del fin de semana que pasamos navegando y volando y unas cuantas de las fotos de José también.
¿Cuándo ha hecho esto? Ha tenido que ser hace muy poco.
Veo el icono del correo electrónico y se me ocurre que podría leer los correos de Yulia. Para saber si ha estado comunicándose con ella. ¿Debería hacerlo? La diosa que llevo dentro, vestida de seda verde jade,asiente rotunda y frunce los labios. Antes de que me dé tiempo a pensármelo dos veces, invado la privacidad
de mi esposa.
Hay cientos y cientos de correos. Los miro por encima: todos aburridísimos. Son sobre todo de Ros,Andrea y míos, también de algunos ejecutivos de su empresa. Ninguno de la bruja. También me alivia ver que tampoco hay ninguno de Leila.
Un correo me llama la atención. Es de Barney Sullivan, el ingeniero informático de Yulia, y el asunto es «Alexandr Popov». Miro a Yulia con una punzada de culpabilidad, pero sigue roncando. Nunca la había oído roncar… Abro el correo.
De: Barney Sullivan
Fecha: 13 de septiembre de 2011 14:09
Para: Yulia Volkova
Asunto: Alexandr Popov
Las cámaras de vigilancia de Seattle muestran que la furgoneta blanca de Popov venía de South Irving Street. No la encuentro por ninguna parte antes de eso, así que Popov debía de tener su centro de operaciones en esa zona.
Como Welch ya le ha dicho, el coche del Sudes fue alquilado con un permiso de conducir falso por una mujer desconocida, aunque no hay nada que lo vincule con la zona de South Irving Street.
En el adjunto le envío la lista de los empleados de Volkova Enterprises Holdings, Inc. y de SIP que viven en la zona. También se lo he enviado a Welch.
No había nada en el ordenador de Popov en SIP sobre sus antiguas ayudantes.
Le incluyo una lista de lo que recuperamos del ordenador de Popov, como recordatorio.
Direcciones de los domicilios de los Volkov:
Cinco propiedades en Seattle
Dos propiedades en Detroit
Currículum detallados de:
Oleg Volkov
Dimitri Volkov
Yulia Volkova
La doctora Larissa Cherkasova
Elena Katina
Irina Volkova
Artículos de periódico y material online relacionado con:
La doctora Larissa Cherkasova
Oleg Volkov
Yulia Volkova
Dimitri Volkov
Fotografías de:
Oleg Volkov
La doctora Larissa Cherkasov
Yulia Volkova
Dimitri Volkov
Irina Volkova
Seguiré investigando por si encuentro algo más.
B Sullivan
Director de informática, Volkova Enterprises Holdings, Inc.
Este correo tan extraño me distrae momentáneamente de mi aflicción. Pincho en el adjunto para ver los nombres de la lista pero es enorme, demasiado grande para abrirlo en la BlackBerry.
¿Qué estoy haciendo? Es tarde. Ha sido un día agotador. No hay correos de la bruja ni de Leila Williams, y eso me consuela en cierta manera. Le echo una mirada al despertador: pasan unos minutos de las dos de la mañana. Hoy ha sido un día de revelaciones. Voy a ser madre y mi esposa ha estado confraternizando con el enemigo. Bueno, le pondré las cosas difíciles. No voy a dormir aquí con ella. Mañana se va a levantar sola.
Coloco su BlackBerry en la mesita, cojo mi bolso que había dejado junto a la cama y, después de una última mirada a mi angelical Judas durmiente, salgo del dormitorio.
La llave de repuesto del cuarto de juegos está en su lugar habitual, en el armario de la cocina. La cojo y subo la escalera. Del armario de la ropa blanca saco una almohada, una colcha y una sábana. Después abro la puerta del cuarto de juegos, entro y enciendo las luces tenues. Me resulta raro que el olor y la atmósfera de la habitación me parezcan tan reconfortantes, teniendo en cuenta que tuve que decir la palabra de seguridad la última vez que estuvimos aquí. Cierro la puerta con llave al entrar y dejo la llave en la cerradura. Sé que
mañana por la mañana Yulia se va a volver loca buscándome, y no creo que me busque aquí si ve la puerta cerrada. Le estará bien empleado.
Me acurruco en el sofá Chesterfield, me envuelvo en la colcha y saco la BlackBerry del bolso. Miro los mensajes y encuentro el de la infame bruja que me he reenviado desde el teléfono de Yulia. Pulso
«Responder» y escribo:
*¿QUIERES QUE LA SEÑORA LINCOLN SE UNA A NOSOTROS CUANDO HABLEMOS DE ESTE MENSAJE QUE TE HA MANDADO? ASÍ NO TENDRÁS QUE SALIR CORRIENDO A BUSCARLA DESPUÉS. TU MUJER.*
Y pulso «Enviar». Después pongo el teléfono en modo «silencio». Me acomodo bajo la colcha. A pesar de mi bravuconada, estoy abrumada por la enormidad de la decepción de Yulia. Debería ser un momento feliz. Por Dios, vamos a ser madres. Revivo el instante en que le dije a Yulia que estoy embarazada, pero me imagino que cae de rodillas delante de mí, feliz, me atrae hacia sus brazos y me dice cuánto nos quiere a mí y a nuestro pequeño Bip.
Pero aquí estoy, sola y con frío en un cuarto de juegos sacado de una fantasía de BDSM. De repente me siento mayor, mucho mayor de lo que soy en realidad. Ya sabía que Yulia siempre iba a ser complicada,pero esta vez se ha superado a sí misma. ¿En qué estaba pensando? Bien, si quiere pelea, yo se la voy a dar.
De ningún modo voya a dejar que se acostumbre a salir corriendo para ver a esa mujer monstruosa cada vez que tengamos un problema. Tendrá que elegir: ella o yo y nuestro pequeño Bip. Sorbo un poco por la nariz,pero como estoy tan cansada, pronto me quedo dormida.
Me despierto sobresaltada y momentáneamente desorientada. Oh, sí; estoy en el cuarto de juegos. Como no hay ventanas, no tengo ni idea de la hora que es. El picaporte de la puerta se agita y repiquetea.
—¡Lena! —grita Yulia desde el otro lado de la puerta. Me quedo helada, pero ella no entra. Oigo voces amortiguadas, pero se alejan. Dejo escapar el aire y miro la hora en la BlackBerry. Son las ocho menos diez y tengo cuatro llamadas perdidas y dos mensajes de voz. Las llamadas perdidas son la mayoría de Yulia,
pero también hay una de Nastya. Oh, no… Seguro que debe de haberla llamado.
No tengo tiempo para escuchar los mensajes. No quiero llegar tarde al trabajo.
Me envuelvo en la colcha y recojo el bolso antes de dirigirme hacia la puerta. La abro lentamente y echo un vistazo afuera. No hay señales de nadie. Oh, mierda… Tal vez esto sea un poco melodramático. Pongo los ojos en blanco para mis adentros, inspiro hondo y bajo la escalera.
Igor, Sawyer, Ryan, la señora Jones y Yulia se hallan en la entrada del salón y Yulia está dando instrucciones a la velocidad del rayo. Todos se giran a la vez para mirarme con la boca abierta. Yulia sigue llevando la ropa con la que se quedó dormida anoche. Está despeinada, pálida y tan guapa que casi se me para el corazón. Sus grandes ojos azules están muy abiertos y no sé si tiene miedo o está furiosa. Es difícil saberlo.
—Sawyer, estaré lista para marcharme dentro de veinte minutos —murmuro envolviéndome un poco más en la colcha para protegerme.
Él asiente y todos los ojos se vuelven hacia Yulia, que sigue mirándome con intensidad.
—¿Quiere desayunar algo, señora Lena? —me pregunta la señora Jones.
Niego con la cabeza.
—No tengo hambre, gracias. —Ella frunce los labios pero no dice nada.
—¿Dónde estabas? —me pregunta Yulia en voz baja y ronca.
De repente Sawyer, Igor, Ryan y la señora Jones se escabullen y desaparecen en el despacho de Igor,en el vestíbulo y en la cocina respectivamente como ratas aterrorizadas que huyen de un barco que se hunde.
Ignoro a Yulia y me dirijo a nuestro dormitorio.
—Lena —dice desde detrás de mí—, respóndeme. —Oigo sus pasos siguiéndome mientras voy camino del dormitorio y después hasta el baño. Cierro la puerta con el pestillo en cuanto entro.
—¡Lena! —Yulia aporrea la puerta. Yo abro el grifo de la ducha. La puerta tiembla—. Lena, abre la maldita puerta.
—¡Vete!
—No me voy a ir a ninguna parte.
—Como quieras.
—Lena, por favor.
Entro en la ducha y eso bloquea eficazmente su voz. Oh, qué calentita. El agua curativa cae sobre mi cuerpo y me limpia el cansancio de la noche de la piel. Oh, Dios mío. Qué bien me sienta esto. Durante un momento, un breve momento, puedo fingir que todo está bien. Me lavo el pelo y para cuando termino me
siento mejor, más fuerte, lista para enfrentarme al tren de mercancías que es Yulia Volkova. Me envuelvo el pelo en una toalla, me seco rápidamente con otra y me envuelvo en ella.
Quito el pestillo y abro la puerta. Yulia está apoyada contra la pared de enfrente, con las manos detrás de la espalda. Su expresión es cautelosa; la de un depredador cazado. Paso a su lado y entro en el vestidor.
—¿Me estás ignorando? —me pregunta Yulia incrédula, de pie en el umbral del vestidor.
—Qué perspicaz —murmuro distraídamente mientras busco algo que ponerme.
Ah, sí: mi vestido color ciruela. Lo descuelgo de la percha, cojo las botas altas negras con los tacones de aguja y me doy la vuelta para volver al dormitorio. Me quedo parada, esperando a que Yulia se aparte de mi camino. Por fin, lo hace; sus buenos modales intrínsecos pueden con todo lo demás. Siento que sus ojos me atraviesan mientras voy hacia la cómoda y la miro por el espejo. Sigue de pie en el umbral del vestidor, observándome. En una actuación digna de un Oscar, dejo caer la toalla al suelo y finjo que no me doy cuenta de que estoy desnuda.
Oigo su respingo ahogado y la ignoro.
—¿Por qué haces esto? —me pregunta. Su voz sigue siendo baja.
—¿Tú por qué crees? —Mi voz es suave como el terciopelo mientras saco unas bonitas bragas negras de La Perla.
—Lena… —Se detiene mientras me pongo las bragas.
—Vete y pregúntale a tu señora Robinson. Seguro que ella tendrá una explicación para ti —murmuro mientras busco el sujetador a juego.
—Lena, ya te lo he dicho, ella no es mi…
—No quiero oírlo, Yulia —le digo agitando una mano, indiferente—. El momento de hablar era ayer,pero en vez de hablar conmigo decidiste gritarme y después ir a emborracharte con la mujer que abusó de ti durante años. Llámala. Seguro que ella estará más dispuesta a escucharte que yo. —Encuentro el sujetador a
juego, me lo pongo lentamente y lo abrocho. Entra en el dormitorio y pone las manos en jarras.
—Y tú ¿por qué me espías? —me dice.
A pesar de mi resolución, no puedo evitar sonrojarme.
—No estamos hablando de eso, Yulia —le respondo—. El hecho es que, cada vez que las cosas se ponen difíciles, tú te vas corriendo a buscarla.
Su boca forma una línea sombría.
—No fue así.
—No me interesa. —Saco un par de medias hasta el muslo con el extremo de encaje y camino hacia la cama. Me siento, estiro el pie y lentamente voy subiendo la delicada tela por la pierna hasta el muslo.
—¿Dónde estabas? —me pregunta mientras sus ojos siguen la ascensión de mis manos por la pierna, pero yo continúo ignorándola mientras desenrollo la otra media.
Me pongo de pie y me agacho para secarme el pelo con la toalla. Por el hueco entre mis muslos separados puedo verle los pies descalzos y siento su intensa mirada. Cuando termino, me levanto y vuelvo a la cómoda,de donde saco el secador.
—Respóndeme. —La voz de Yulia es baja y ronca.
Enciendo el secador y ya no puedo oírla, pero le observo con los ojos entreabiertos por el espejo mientras me voy secando el pelo. Me mira fijamente con los ojos entornados y fríos, casi helados. Aparto la vista y me centro en la tarea que tengo entre manos, intentando reprimir el escalofrío que me recorre. Trago con dificultad y me concentro en secarme el pelo. Sigue estando furiosa. ¿Se va por ahí con esa maldita mujer y está furiosa conmigo? ¡Cómo se atreve! Cuando tengo el pelo alborotado e indomable, paro. Sí… me gusta.
Apago el secador.
—¿Dónde estabas? —susurra con tono ártico.
—¿Y a ti qué te importa?
—Lena, déjalo ya. Ahora.
Me encojo de hombros y Yulia cruza rápidamente la habitación hacia mí. Yo me vuelvo y doy un paso atrás cuando intenta cogerme.
—No me toques —le advierto y ella se queda parada.
—¿Dónde estabas? —insiste. Tiene la mano convertida en un puño al lado del cuerpo.
—No estaba por ahí emborrachándome con mi ex —le respondo furiosa—. ¿Te has acostado con ella?
Ella da un respingo.
—¿Qué? ¡No! —Me mira con la boca abierta y tiene la poca vergüenza de parecer herida y enfadada al mismo tiempo. Mi subconsciente suspira de alivio, agradecida—. ¿Crees que te engañaría? —Su tono revela indignación moral.
—Me has engañado —exclamo—. Porque has cogido nuestra vida privada y has ido corriendo como una cobarde a contársela a esa mujer.
Se queda con la boca abierta.
—¿Una cobarde? ¿Eso es lo que crees? —Sus ojos arden.
—Yulia, he visto el mensaje. Eso es lo que sé.
—Ese mensaje no era para ti —gruñe.
—Bueno, la verdad es que lo vi cuando la BlackBerry se te cayó de la chaqueta mientras te desvestía porque estabas demasiada borracha para desvestirte sola. ¿Sabes cuánto daño me has hecho por haber ido a ver a esa mujer?
Palidece momentáneamente, pero ya he cogido carrerilla y la bruja que llevo dentro está desatada.
—¿Te acuerdas de anoche cuando llegaste a casa? ¿Te acuerdas de lo que dijiste?
Me mira sin comprender, con la cara petrificada.
—Bueno, pues tenías razón. Elijo al bebé indefenso por encima de ti. Eso es lo que hacen los padres que quieren a sus hijos. Eso es lo que tu madre debería haber hecho. Y siento que no lo hiciera, porque no estaríamos teniendo esta conversación ahora si lo hubiera hecho. Pero ahora eres un adulta. Tienes que
crecer, enfrentarte a las cosas y dejar de comportarte como una adolescente petulante. Puede que no estés contenta por lo de este bebé; yo tampoco estoy extasiada, dado que no es el momento y que tu reacción ha sido mucho menos que agradable ante esta nueva vida, pero sigue siendo carne de tu carne. Puedes hacer esto conmigo, o lo haré yo sola. La decisión es tuya. Y mientras te revuelcas en el pozo de autocompasión y odio por ti misma, yo me voy a trabajar. Y cuando vuelva, me llevaré mis pertenencias a la habitación de arriba.
Ella me mira y parpadea, perpleja.
—Ahora, si me disculpas, me gustaría terminar de vestirme. —Estoy respirando con dificultad.
Muy lentamente Yulia da un paso atrás y su actitud se endurece.
—¿Eso es lo que quieres? —me susurra.
—Ya no sé lo que quiero. —Mi tono es igual que el suyo y necesito hacer un esfuerzo monumental para fingir desinterés mientras me unto los dedos con crema hidratante y me la extiendo por la cara. Me miro en el espejo: los ojos verdigrises muy abiertos, la cara pálida y las mejillas ruborizadas. Lo estás haciendo muy bien. No te acobardes ahora. No te acobardes.
—¿Ya no me quieres? —me susurra.
Oh, no… Oh, no, Volkova.
—Todavía estoy aquí, ¿no? —exclamo. Cojo el rimel y me doy un poco primero en el ojo derecho.
—¿Has pensado en dejarme? —Casi no oigo sus palabras.
—Si tu esposa prefiere la compañía de su ex ama a la tuya, no es una buena señal. —Consigo ponerla al nivel justo de desdén a la frase y evitar su pregunta.
Ahora brillo de labios. Hago un mohín con los labios brillantes a la imagen del espejo. Aguanta, Katina…eh, quiero decir, Volkova… Vaya, ya no me acuerdo ni de mi nombre. Cojo las botas, voy hasta la cama una vez más y me las pongo rápidamente, subiendo la cremallera de un tirón por encima de las rodillas. Sí. Estoy sexy solo con la ropa interior y las botas. Lo sé. Me pongo de pie y la miro con frialdad. Ella parpadea y sus ojos recorren rápida y ávidamente mi cuerpo.
—Sé lo que estás haciendo —murmura, su voz ha adquirido un tono cálido y seductor.
—¿Ah, sí? —Y se me quiebra la voz. No, Lena… Aguanta.
Ella traga saliva y da un paso hacia mí. Yo doy un paso atrás y levanto las manos.
—Ni se te ocurra, Volkova —susurro amenazadora.
—Eres mi mujer —me dice en voz baja, y es casi una amenaza también.
—Soy la mujer embarazada a la que abandonaste ayer, y si me tocas voy a gritar hasta que venga alguien.
Levanta las cejas, incrédula.
—¿Vas a gritar?
—Voy a gritar que me quieres matar —digo entrecerrando los ojos.
—Nadie te oirá —murmura con la mirada intensa. Me recuerda brevemente a nuestra mañana en Aspen.
No. No. No.
—¿Estás intentando asustarme? —digo sin aliento, intentando deliberadamente desconcertarle.
Funciona. Se queda quieta y traga saliva.
—No era esa mi intención —asegura y frunce el ceño.
Casi no puedo respirar. Si me toca, sucumbiré. Sé el poder que tiene sobre mí y sobre mi cuerpo traidor. Lo sé y tengo que aferrarme a esta furia.
—Me tomé unas copas con una persona a la que estuve unida hace tiempo. Arreglamos nuestros problemas. No voy a volver a verla.
—¿Fuiste tú a buscarla?
—Al principio no. Intenté localizar a Flynn, pero me encontré sin darme cuenta en el salón de belleza.
—¿Y esperas que me crea que no vas a volver a verla? —le pregunto entre dientes. No puedo contener mi furia—. ¿Y la próxima vez que crucemos alguna frontera imaginaria? Tenemos la misma discusión una y otra vez. Es como la rueda de Ixión. ¿Si vuelvo a cometer algún error no irás corriendo a buscarla de nuevo?
—No voy a volver a verla —dice con una contundencia glacial—. Ella por fin entiende cómo me siento.
La miro y parpadeo.
—¿Qué significa eso?
Ella se yergue y se pasa una mano por el pelo, irritada, furiosa y muda. Intento una táctica diferente.
—¿Por qué puedes hablar con ella y no conmigo?
—Estaba furiosa contigo. Como ahora.
—¡No me digas! —exclamo—. Bueno, yo también estoy furiosa contigo. Furiosa porque fuiste tan fría y cruel ayer cuando te necesitaba. Furiosa porque dijiste que me he quedado embarazada a propósito, cosa que no es cierta. Furiosa porque me has traicionado. —Consigo reprimir un sollozo. Abre la boca sorprendida y cierra los ojos un momento, como si acabara de darle una bofetada. Trago saliva. Cálmate, Elena—. Sé que debería haber prestado más atención a la fecha de mis inyecciones. Pero no lo he hecho a propósito. Este
embarazo también ha sido un shock para mí —murmuro intentando poner un poco de educación en este intercambio—. Podría ser que la inyección no hiciera el efecto correcto.
Me mira fijamente en silencio.
—Metiste la pata ayer —le susurro, y el enfado me hierve la sangre—. He tenido que vérmelas con muchas cosas en las últimas semanas.
—Tú sí que metiste la pata hace tres o cuatro semanas o cuando fuera que se te olvidó ponerte la inyección.
—Vaya, ¡es que no soy tan perfecta como tú!
Oh, para, para, para. Las dos nos quedamos de pie mirándonos.
—Menudo espectáculo está montando, señora Volkova Katina—susurra.
—Bueno, me alegro de que incluso embarazada te resulte entretenida.
Me mira sin comprender.
—Necesito una ducha —murmura.
—Y yo ya te he entretenido bastante con mi espectáculo…
—Un espectáculo muy bueno… —susurra. Da un paso hacia mí y yo doy otro paso atrás.
—No.
—Odio que no me dejes tocarte.
—Irónico, ¿eh?
Ella entorna los ojos una vez más.
—No hemos resuelto nada, ¿no?
—Yo diría que no. Solo que me voy a ir de este dormitorio.
Sus ojos sueltan una llamarada y se abren como platos un momento.
—Ella no significa nada para mí.
—Excepto cuando la necesitas.
—No la necesito a ella. Te necesito a ti.
—Ayer no. Esa mujer es un límite infranqueable para mí, Yulia.
—Está fuera de mi vida.
—Ojalá pudiera creerte.
—Joder, Lena.
—Por favor, deja que me vista.
Suspira y vuelve a pasarse una mano por el pelo.
—Te veo esta noche —dice con la voz sombría y desprovista de sentimiento.
Y durante un breve momento quiero cogerla en mis brazos y consolarla, pero me resisto porque estoy muy furiosa. Se gira y se encamina al baño. Yo me quedo de pie petrificada hasta que oigo cerrarse la puerta.
Voy tambaleándome hasta la cama y me dejo caer. No he recurrido a las lágrimas, los gritos o el asesinato,ni tampoco he sucumbido a sus tentaciones sexuales. Me merezco la Medalla de Honor del Congreso, pero me siento muy triste. Mierda. No hemos resuelto nada. Estamos al borde del precipicio. ¿Está en riesgo nuestro matrimonio? ¿Por qué no entiende que ha sido una gilipollas completa e integral por haber salido corriendo a ver a esa mujer? ¿Y qué quiere decir con que no la va a ver de nuevo? ¿Y cómo demonios se supone que debo creerle? Miro el despertador: las ocho y media. ¡Mierda! No quiero llegar tarde. Inspiro hondo.
—El segundo asalto ha quedado en tablas, pequeño Bip —susurro dándome una palmadita en el vientre—.Puede que mami sea una causa perdida, pero espero que no. ¿Por qué, Dios mío, por qué has llegado tan pronto, pequeño Bip? Las cosas estaban empezando a mejorar. —Me tiembla el labio, pero inspiro hondo
para sacar fuera todo lo malo y mantener bajo control mis revueltas emociones.
—Vamos. Vámonos corriendo al trabajo.
No le digo adiós a Yulia. Todavía está en la ducha cuando Sawyer y yo nos vamos. Miro por la ventanilla oscura del todoterreno y empiezo a perder la compostura; se me llenan los ojos de lágrimas. El cielo gris y amenazante refleja mi estado de ánimo y una extraña sensación de mal presagio se apodera de mí. No hemos hablado del bebé. He tenido menos de veinticuatro horas para asimilar la noticia de la llegada de pequeño Bip. Yulia ha tenido todavía menos tiempo.
—Ni siquiera sabe tu nombre —digo acariciándome el vientre y enjugándome las lágrimas de la cara.
—Señora Lena —dice Sawyer interrumpiendo mis pensamientos—, hemos llegado.
—Oh, gracias, Sawyer.
—Voy a acercarme a por algo de comer, señora. ¿Quiere algo?
—No, gracias. No tengo hambre.
Hannah tiene mi caffè latte esperándome. Lo huelo y el estómago se me revuelve.
—Mmm… ¿Te importa traerme un té, por favor? —murmuro avergonzada. Sabía que había una razón por la que nunca me gustó el café. Dios, huele fatal.
—¿Estás bien, Lena?
Asiento y me escabullo hacia la seguridad de mi despacho. Mi BlackBerry vibra. Es Nastya.
—¿Por qué estaba Yulia buscándote? —me pregunta sin preámbulos.
—Buenos días, Nastya. ¿Cómo estás?
—Déjate de rodeos, Katina. ¿Qué pasa? —La santa inquisidora Anastasya Isaeva empieza su trabajo.
—Yulia y yo hemos tenido una pelea, eso es todo.
—¿Te ha hecho daño?
Pongo los ojos en blanco.
—Sí, pero no como tú piensas. —No puedo tratar con Nastya en este momento. Sé que acabaré llorando, y ahora mismo estoy demasiado orgullosa de mí misma para derrumbarme esta mañana—. Nastya, tengo una reunión. Te llamo luego.
—Vale, pero ¿estás bien?
—Sí. —No—. Te llamo luego, ¿de acuerdo?
—Perfecto, Lena, hazlo a tu manera. Estoy aquí para ti.
—Lo sé —susurro y me esfuerzo por reprimir la emoción repentina que siento al oír sus amables palabras.
No voy a llorar. No voy a llorar.
—¿Sergey está bien?
—Sí —susurro.
—Oh, Lena —murmura ella.
—No.
—Vale. Hablamos después.
—Sí.
Durante la mañana compruebo de vez en cuando mi correo, esperando recibir noticias de Yulia. Pero no hay nada. Según va avanzando el día me doy cuenta de que no tiene intención de ponerse en contacto conmigo porque todavía está furiosa. Perfecto, porque yo también estoy furiosa. Me lanzo de cabeza al trabajo, parando solo a la hora del almuerzo para comerme un bagel con queso cremoso y salmón. Es increíble lo que mejora mi humor después de haber comido algo.
A las cinco Sawyer y yo nos vamos al hospital a ver a Sergey. Sawyer está especialmente vigilante y más amable de lo normal. Es irritante. Cuando nos aproximamos a la habitación de Sergey, se acerca a mí.
—¿Quiere un té mientras visita a su padre? —me pregunta.
—No, gracias, Sawyer. Estoy bien.
—Esperaré fuera. —Me abre la puerta y agradezco poder apartarme de él unos minutos. Sergey está sentado en la cama leyendo una revista. Está afeitado y lleva la parte superior de un pijama… Vuelve a parecerse a sí mismo antes del accidente.
—Hola, Lenis. —Me sonríe, pero de repente su cara se hunde.
—Oh, papi… —Corro a su lado y, en un gesto muy poco propio de él, abre los brazos para abrazarme.
—¿Lenis? —susurra—. ¿Qué te pasa? —Me abraza fuerte y me da un beso en el pelo. Mientras estoy entre sus brazos me doy cuenta de lo escasos que han sido estos momentos entre nosotros. ¿Por qué? ¿Por eso me gusta tanto encaramarme al regazo de Yulia? Un momento después me aparto y me siento en la silla que hay junto a la cama. Sergey arruga la frente, preocupado.
—Cuéntale a tu padre lo que te pasa.
Niego con la cabeza. Él no necesita que le cuente mis problemas ahora mismo.
—No es nada, papá. Te veo bien. —Le cojo la mano.
—Me siento mejor, más yo mismo, pero este yeso me está bichicheando.
—¿Bichicheando? —La palabra que ha utilizado me hace sonreír.
Él me devuelve la sonrisa.
—«Bichicheando» suena mejor que «picando».
—Oh, papá, cómo me alegro de que estés bien.
—Yo también, Lenis. Me gustaría algún día hacer saltar a un nieto sobre esta rodilla que me está pichicheando. No querría perderme eso por nada del mundo.
Le miro y parpadeo. Mierda. ¿Lo sabe? Lucho por evitar las lágrimas que se me están arremolinando en los ojos.
—¿Yulia y tú están bien?
—Hemos tenido una pelea —le susurro esforzándome por hablar a pesar del nudo de la garganta—. Pero ya lo arreglaremos.
Asiente.
—Es una buena mujer, tu esposa—dice Sergey para intentar consolarme.
—Tiene sus momentos. ¿Qué dicen los médicos?
No quiero hablar de mi esposa ahora mismo; es un tema de conversación doloroso.
Cuando vuelvo al Escala, Yulia no está en casa.
—Yulia ha llamado y ha dicho que se quedará a trabajar hasta tarde —me informa la señora Jones con expresión de disculpa.
—Oh, gracias por decírmelo.
¿Y por qué no me lo ha dicho ella? Vaya, está llevando su enfurruñamiento a un nivel totalmente nuevo.
Recuerdo brevemente la pelea por nuestros votos matrimoniales y la rabieta que tuvo. Pero ahora yo soy la agraviada.
—¿Qué te apetece comer? —La señora Jones tiene un brillo determinado y duro en la mirada.
—Pasta.
Sonríe.
—¿Espaguetis, macarrones, fusili?
—Espaguetis, con tu salsa boloñesa.
—Marchando. Y Lena… deberías saberlo. La señora Volkova se volvió loca esta mañana cuando creyó que te habías ido. Estaba totalmente fuera de sí. —Me sonríe con cariño.
Oh…
A las nueve todavía no ha vuelto a casa. Estoy sentada frente a mi mesa de la biblioteca, preguntándome donde estará. La llamo.
—Lena —responde con la voz fría.
—Hola.
Inspira despacio.
—Hola —dice en voz baja.
—¿Vas a venir a casa?
—Luego.
—¿Estás en la oficina?
—Sí. ¿Dónde esperabas que estuviera?
Con ella…
—Será mejor que te deje, entonces.
Ambas nos quedamos calladas y en la línea solo se oye silencio entre nosotras dos.
—Buenas noches, Lena —dice ella por fin.
—Buenas noches, Yulia.
Y cuelga.
Oh, mierda. Miro mi BlackBerry. No sé qué espera que haga. No la voy a dejar pasar por encima de mí.
Sí, está furiosa, vale. Yo también estoy furiosa. Pero tenemos la situación que tenemos. Yo no he salido corriendo en busca de mi ex amante pedófila. Quiero que reconozca que esa no es una forma aceptable de comportarse.
Me acomodo en la silla, miro las mesas de billar de la biblioteca y recuerdo los buenos tiempos cuando jugábamos al billar. Me pongo la mano sobre el vientre. Tal vez simplemente es demasiado pronto. Tal vez esto no deba pasar… Y mientras lo pienso, veo a mi subconsciente gritando: ¡no! Si interrumpo este
embarazo, nunca podré perdonarme a mí misma… ni a Yulia.
—Oh, Bip, ¿qué nos has hecho? —No soy capaz de hablar con Nastya ahora mismo. No soy capaz de hablar con nadie. Le escribo un mensaje y le prometo que la llamaré pronto.
A las once ya no puedo mantener los párpados abiertos. Resignada, me dirijo a mi antigua habitación. Me acurruco debajo de la colcha y finalmente lo dejo salir todo, llorando contra la almohada con grandes sollozos de dolor muy poco propios de una dama…
Me duele la cabeza cuando me levanto. Una luz brillante de otoño entra por las grandes ventanas de mi habitación. Miro el despertador y veo que son las siete y media. Lo primero que pienso es: ¿dónde está Yulia? Me siento y saco las piernas de la cama. En el suelo, al lado de la cama, está la corbata gris plateada de Yulia, mi favorita. No estaba ahí cuando me acosté anoche. La recojo y me quedo mirándola,acaricio el material sedoso entre los pulgares y los índices y después la abrazo contra la mejilla. Ha estado aquí contemplándome mientras dormía. Una chispa de esperanza se enciende en mi interior.
La señora Jones está ocupada en la cocina cuando bajo.
—Buenos días —me dice alegremente.
—Buenos días. ¿Y Yulia? —le pregunto.
Su sonrisa desaparece.
—Ya se ha ido.
—Pero ¿vino a casa? —Necesito comprobarlo, aunque tengo su corbata como prueba.
—Sí. —Hace una pausa—. Lena, por favor, perdóname por hablar cuando no me corresponde, pero no te rindas con ella. Es una mujer muy obstinada.
Asiento y ella deja de hablar. Estoy segura de que mi expresión le está mostrando claramente que no quiero hablar de mi descarriada esposa ahora mismo.
Cuando llego al trabajo, compruebo mi correo electrónico. Mi corazón se pone a mil por hora cuando veo que tengo un correo de Yulia.
De: Yulia Volkova
Fecha: 15 de septiembre de 2011 06:45
Para: Lena Volkova
Asunto: Portland
Lena:
Voy a volar a Portland hoy.
Tengo que arreglar unos negocios con la Universidad Estatal de Washington.
He creído que querrías saberlo.
Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
Oh. Se me llenan los ojos de lágrimas. ¿Y ya está? Me da un vuelco el estómago. ¡Mierda! Voy a vomitar.
Corro hasta el baño y llego justo a tiempo para echar el desayuno en la taza del váter. Me dejo caer al suelo del cubículo y apoyo la cabeza en las manos. ¿Podría estar aún más deprimida? Un momento después oigo que alguien llama suavemente a la puerta.
—¿Lena? Soy Hannah.
¡Mierda!
—¿Sí?
—¿Estás bien?
—Salgo enseguida.
—Está aquí Boyce Fox y quiere verte.
Mierda.
—Llévale a la sala de reuniones. Voy en un minuto.
—¿Quieres un té?
—Sí, por favor.
Después de comer (otro bagel de queso y salmón, que esta vez consigo retener en el estómago) me siento mirando con apatía el ordenador y preguntándome cómo vamos a resolver Yulia y yo este problema.
Mi BlackBerry vibra y me sobresalta. Miro la pantalla: es Irina. Oh, eso es precisamente lo que necesito: su efusividad y su entusiasmo. Dudo, preguntándome si no será mejor que la ignore, pero por fin gana la
cortesía.
—¡Irina! —respondo alegremente.
—Hola, Lena. Hacía tiempo que no hablábamos. —La voz masculina me resulta familiar. ¡Joder!
Se me eriza el vello de todo el cuerpo cuando la adrenalina empieza a correr. El mundo deja de girar para mí.
Es Alexandr Popov.
21
Me quedo mirando el mensaje con la boca abierta y después levanto la vista hacia la silueta dormida de mi esposa. Ha estado por ahí hasta la una y media de la madrugada, bebiendo… ¡con ella! Ronca un poco,durmiendo el sueño de los borrachos, aparentemente inocente y ajena a todo. Parece tan serena…
Oh no, no, no. Mis piernas se convierten en gelatina y me dejo caer lentamente en una silla que hay junto a la cama, incrédula. Una sensación de traición cruda, amarga y humillante me recorre el cuerpo. ¿Cómo ha podido? ¿Cómo ha podido ir a buscarla a ella? Unas lágrimas calientes y furiosas corren por mis mejillas.
Puedo entender su ira y su miedo, su necesidad de atacarme, y puedo perdonarla… más o menos. Pero esto…esta traición es demasiado. Subo las rodillas para apretarlas contra mi pecho y las rodeo con los brazos, protegiéndome y protegiendo a mi pequeño Bip. Empiezo a balancearme mientras sollozo en voz baja.
¿Qué esperaba? Me casé con esta mujer demasiado rápido. Lo sabía… Sabía que llegaríamos a esto. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Cómo ha podido hacerme esto? Sabe lo que pienso de esa mujer. ¿Cómo ha podido recurrir a ella? ¿Cómo? El cuchillo que siento en el corazón se está hundiendo lenta y dolorosamente,haciendo la herida más profunda. ¿Siempre va a ser así?
Con los ojos llenos de lágrimas, su silueta tumbada se emborrona. Oh, Yulia. Me casé con ella porque la quería y en el fondo sé que ella me quiere. Sé que es así. La dedicatoria dolorosamente dulce de mi regalo de cumpleaños me viene a la cabeza:
«Por todas nuestras primeras veces, felicidades por tu primer cumpleaños como mi amada esposa. Te quiero. Y. x»
No, no, no… No puedo creer que siempre vaya a ser así, dos pasos adelante y tres atrás. Pero siempre ha sido así con ella. Después de cada revés, volvemos a avanzar, centímetro a centímetro. Lo conseguirá… lo hará. Pero ¿podré yo? ¿Podré recuperarme de esto… de esta traición? Pienso en cómo ha sido este fin de semana, tan horrible y maravilloso a la vez. Su fuerza silenciosa cuando mi padrastro estaba herido y en coma en la UCI… Mi fiesta sorpresa a la que trajo a toda mi familia y mis amigos… Cuando me tumbó en la entrada del Heathman y me dio un beso a la vista de todos. Oh, Yulia, pones a prueba toda mi confianza,
toda mi fe… y aun así te quiero.
Pero ahora ya no solo se trata de mí. Pongo la mano en mi vientre. No, no la voy a dejar hacernos esto a mí y a nuestro Bip. El doctor Flynn me dijo que debía concederle el beneficio de la duda… bueno, lo siento,pero esta vez no lo voy a hacer. Me seco las lágrimas de los ojos y me limpio la nariz con el dorso de la
mano.
Yulia se revuelve y se gira, subiendo las piernas y enroscándose bajo la colcha. Estira un brazo como si buscara algo y después gruñe y frunce el ceño, pero vuelve a dormirse con el brazo estirado.
Oh, Cincuenta… ¿Qué voy a hacer contigo? ¿Y qué demonios hacías tú con la bruja? Necesito saberlo.
Miro una vez más el mensaje de la discordia e ideo rápidamente un plan. Inspiro hondo y reenvío ese mensaje a mi BlackBerry. Paso uno completado. Compruebo en un momento los demás mensajes recientes,pero solo hay mensajes de Dimitri, Andrea, Igor, Ros y míos. Nada de Olga. Bien, o eso creo. Salgo de la pantalla de mensajes, aliviada de que no haya estado intercambiando mensajes con ella. De repente, el corazón se me queda atravesado en la garganta. Oh, Dios mío… El salvapantallas de su teléfono está
compuesto de fotografías mías, un collage de diminutas Elenas en diferentes posturas: de nuestra luna de miel, del fin de semana que pasamos navegando y volando y unas cuantas de las fotos de José también.
¿Cuándo ha hecho esto? Ha tenido que ser hace muy poco.
Veo el icono del correo electrónico y se me ocurre que podría leer los correos de Yulia. Para saber si ha estado comunicándose con ella. ¿Debería hacerlo? La diosa que llevo dentro, vestida de seda verde jade,asiente rotunda y frunce los labios. Antes de que me dé tiempo a pensármelo dos veces, invado la privacidad
de mi esposa.
Hay cientos y cientos de correos. Los miro por encima: todos aburridísimos. Son sobre todo de Ros,Andrea y míos, también de algunos ejecutivos de su empresa. Ninguno de la bruja. También me alivia ver que tampoco hay ninguno de Leila.
Un correo me llama la atención. Es de Barney Sullivan, el ingeniero informático de Yulia, y el asunto es «Alexandr Popov». Miro a Yulia con una punzada de culpabilidad, pero sigue roncando. Nunca la había oído roncar… Abro el correo.
De: Barney Sullivan
Fecha: 13 de septiembre de 2011 14:09
Para: Yulia Volkova
Asunto: Alexandr Popov
Las cámaras de vigilancia de Seattle muestran que la furgoneta blanca de Popov venía de South Irving Street. No la encuentro por ninguna parte antes de eso, así que Popov debía de tener su centro de operaciones en esa zona.
Como Welch ya le ha dicho, el coche del Sudes fue alquilado con un permiso de conducir falso por una mujer desconocida, aunque no hay nada que lo vincule con la zona de South Irving Street.
En el adjunto le envío la lista de los empleados de Volkova Enterprises Holdings, Inc. y de SIP que viven en la zona. También se lo he enviado a Welch.
No había nada en el ordenador de Popov en SIP sobre sus antiguas ayudantes.
Le incluyo una lista de lo que recuperamos del ordenador de Popov, como recordatorio.
Direcciones de los domicilios de los Volkov:
Cinco propiedades en Seattle
Dos propiedades en Detroit
Currículum detallados de:
Oleg Volkov
Dimitri Volkov
Yulia Volkova
La doctora Larissa Cherkasova
Elena Katina
Irina Volkova
Artículos de periódico y material online relacionado con:
La doctora Larissa Cherkasova
Oleg Volkov
Yulia Volkova
Dimitri Volkov
Fotografías de:
Oleg Volkov
La doctora Larissa Cherkasov
Yulia Volkova
Dimitri Volkov
Irina Volkova
Seguiré investigando por si encuentro algo más.
B Sullivan
Director de informática, Volkova Enterprises Holdings, Inc.
Este correo tan extraño me distrae momentáneamente de mi aflicción. Pincho en el adjunto para ver los nombres de la lista pero es enorme, demasiado grande para abrirlo en la BlackBerry.
¿Qué estoy haciendo? Es tarde. Ha sido un día agotador. No hay correos de la bruja ni de Leila Williams, y eso me consuela en cierta manera. Le echo una mirada al despertador: pasan unos minutos de las dos de la mañana. Hoy ha sido un día de revelaciones. Voy a ser madre y mi esposa ha estado confraternizando con el enemigo. Bueno, le pondré las cosas difíciles. No voy a dormir aquí con ella. Mañana se va a levantar sola.
Coloco su BlackBerry en la mesita, cojo mi bolso que había dejado junto a la cama y, después de una última mirada a mi angelical Judas durmiente, salgo del dormitorio.
La llave de repuesto del cuarto de juegos está en su lugar habitual, en el armario de la cocina. La cojo y subo la escalera. Del armario de la ropa blanca saco una almohada, una colcha y una sábana. Después abro la puerta del cuarto de juegos, entro y enciendo las luces tenues. Me resulta raro que el olor y la atmósfera de la habitación me parezcan tan reconfortantes, teniendo en cuenta que tuve que decir la palabra de seguridad la última vez que estuvimos aquí. Cierro la puerta con llave al entrar y dejo la llave en la cerradura. Sé que
mañana por la mañana Yulia se va a volver loca buscándome, y no creo que me busque aquí si ve la puerta cerrada. Le estará bien empleado.
Me acurruco en el sofá Chesterfield, me envuelvo en la colcha y saco la BlackBerry del bolso. Miro los mensajes y encuentro el de la infame bruja que me he reenviado desde el teléfono de Yulia. Pulso
«Responder» y escribo:
*¿QUIERES QUE LA SEÑORA LINCOLN SE UNA A NOSOTROS CUANDO HABLEMOS DE ESTE MENSAJE QUE TE HA MANDADO? ASÍ NO TENDRÁS QUE SALIR CORRIENDO A BUSCARLA DESPUÉS. TU MUJER.*
Y pulso «Enviar». Después pongo el teléfono en modo «silencio». Me acomodo bajo la colcha. A pesar de mi bravuconada, estoy abrumada por la enormidad de la decepción de Yulia. Debería ser un momento feliz. Por Dios, vamos a ser madres. Revivo el instante en que le dije a Yulia que estoy embarazada, pero me imagino que cae de rodillas delante de mí, feliz, me atrae hacia sus brazos y me dice cuánto nos quiere a mí y a nuestro pequeño Bip.
Pero aquí estoy, sola y con frío en un cuarto de juegos sacado de una fantasía de BDSM. De repente me siento mayor, mucho mayor de lo que soy en realidad. Ya sabía que Yulia siempre iba a ser complicada,pero esta vez se ha superado a sí misma. ¿En qué estaba pensando? Bien, si quiere pelea, yo se la voy a dar.
De ningún modo voya a dejar que se acostumbre a salir corriendo para ver a esa mujer monstruosa cada vez que tengamos un problema. Tendrá que elegir: ella o yo y nuestro pequeño Bip. Sorbo un poco por la nariz,pero como estoy tan cansada, pronto me quedo dormida.
Me despierto sobresaltada y momentáneamente desorientada. Oh, sí; estoy en el cuarto de juegos. Como no hay ventanas, no tengo ni idea de la hora que es. El picaporte de la puerta se agita y repiquetea.
—¡Lena! —grita Yulia desde el otro lado de la puerta. Me quedo helada, pero ella no entra. Oigo voces amortiguadas, pero se alejan. Dejo escapar el aire y miro la hora en la BlackBerry. Son las ocho menos diez y tengo cuatro llamadas perdidas y dos mensajes de voz. Las llamadas perdidas son la mayoría de Yulia,
pero también hay una de Nastya. Oh, no… Seguro que debe de haberla llamado.
No tengo tiempo para escuchar los mensajes. No quiero llegar tarde al trabajo.
Me envuelvo en la colcha y recojo el bolso antes de dirigirme hacia la puerta. La abro lentamente y echo un vistazo afuera. No hay señales de nadie. Oh, mierda… Tal vez esto sea un poco melodramático. Pongo los ojos en blanco para mis adentros, inspiro hondo y bajo la escalera.
Igor, Sawyer, Ryan, la señora Jones y Yulia se hallan en la entrada del salón y Yulia está dando instrucciones a la velocidad del rayo. Todos se giran a la vez para mirarme con la boca abierta. Yulia sigue llevando la ropa con la que se quedó dormida anoche. Está despeinada, pálida y tan guapa que casi se me para el corazón. Sus grandes ojos azules están muy abiertos y no sé si tiene miedo o está furiosa. Es difícil saberlo.
—Sawyer, estaré lista para marcharme dentro de veinte minutos —murmuro envolviéndome un poco más en la colcha para protegerme.
Él asiente y todos los ojos se vuelven hacia Yulia, que sigue mirándome con intensidad.
—¿Quiere desayunar algo, señora Lena? —me pregunta la señora Jones.
Niego con la cabeza.
—No tengo hambre, gracias. —Ella frunce los labios pero no dice nada.
—¿Dónde estabas? —me pregunta Yulia en voz baja y ronca.
De repente Sawyer, Igor, Ryan y la señora Jones se escabullen y desaparecen en el despacho de Igor,en el vestíbulo y en la cocina respectivamente como ratas aterrorizadas que huyen de un barco que se hunde.
Ignoro a Yulia y me dirijo a nuestro dormitorio.
—Lena —dice desde detrás de mí—, respóndeme. —Oigo sus pasos siguiéndome mientras voy camino del dormitorio y después hasta el baño. Cierro la puerta con el pestillo en cuanto entro.
—¡Lena! —Yulia aporrea la puerta. Yo abro el grifo de la ducha. La puerta tiembla—. Lena, abre la maldita puerta.
—¡Vete!
—No me voy a ir a ninguna parte.
—Como quieras.
—Lena, por favor.
Entro en la ducha y eso bloquea eficazmente su voz. Oh, qué calentita. El agua curativa cae sobre mi cuerpo y me limpia el cansancio de la noche de la piel. Oh, Dios mío. Qué bien me sienta esto. Durante un momento, un breve momento, puedo fingir que todo está bien. Me lavo el pelo y para cuando termino me
siento mejor, más fuerte, lista para enfrentarme al tren de mercancías que es Yulia Volkova. Me envuelvo el pelo en una toalla, me seco rápidamente con otra y me envuelvo en ella.
Quito el pestillo y abro la puerta. Yulia está apoyada contra la pared de enfrente, con las manos detrás de la espalda. Su expresión es cautelosa; la de un depredador cazado. Paso a su lado y entro en el vestidor.
—¿Me estás ignorando? —me pregunta Yulia incrédula, de pie en el umbral del vestidor.
—Qué perspicaz —murmuro distraídamente mientras busco algo que ponerme.
Ah, sí: mi vestido color ciruela. Lo descuelgo de la percha, cojo las botas altas negras con los tacones de aguja y me doy la vuelta para volver al dormitorio. Me quedo parada, esperando a que Yulia se aparte de mi camino. Por fin, lo hace; sus buenos modales intrínsecos pueden con todo lo demás. Siento que sus ojos me atraviesan mientras voy hacia la cómoda y la miro por el espejo. Sigue de pie en el umbral del vestidor, observándome. En una actuación digna de un Oscar, dejo caer la toalla al suelo y finjo que no me doy cuenta de que estoy desnuda.
Oigo su respingo ahogado y la ignoro.
—¿Por qué haces esto? —me pregunta. Su voz sigue siendo baja.
—¿Tú por qué crees? —Mi voz es suave como el terciopelo mientras saco unas bonitas bragas negras de La Perla.
—Lena… —Se detiene mientras me pongo las bragas.
—Vete y pregúntale a tu señora Robinson. Seguro que ella tendrá una explicación para ti —murmuro mientras busco el sujetador a juego.
—Lena, ya te lo he dicho, ella no es mi…
—No quiero oírlo, Yulia —le digo agitando una mano, indiferente—. El momento de hablar era ayer,pero en vez de hablar conmigo decidiste gritarme y después ir a emborracharte con la mujer que abusó de ti durante años. Llámala. Seguro que ella estará más dispuesta a escucharte que yo. —Encuentro el sujetador a
juego, me lo pongo lentamente y lo abrocho. Entra en el dormitorio y pone las manos en jarras.
—Y tú ¿por qué me espías? —me dice.
A pesar de mi resolución, no puedo evitar sonrojarme.
—No estamos hablando de eso, Yulia —le respondo—. El hecho es que, cada vez que las cosas se ponen difíciles, tú te vas corriendo a buscarla.
Su boca forma una línea sombría.
—No fue así.
—No me interesa. —Saco un par de medias hasta el muslo con el extremo de encaje y camino hacia la cama. Me siento, estiro el pie y lentamente voy subiendo la delicada tela por la pierna hasta el muslo.
—¿Dónde estabas? —me pregunta mientras sus ojos siguen la ascensión de mis manos por la pierna, pero yo continúo ignorándola mientras desenrollo la otra media.
Me pongo de pie y me agacho para secarme el pelo con la toalla. Por el hueco entre mis muslos separados puedo verle los pies descalzos y siento su intensa mirada. Cuando termino, me levanto y vuelvo a la cómoda,de donde saco el secador.
—Respóndeme. —La voz de Yulia es baja y ronca.
Enciendo el secador y ya no puedo oírla, pero le observo con los ojos entreabiertos por el espejo mientras me voy secando el pelo. Me mira fijamente con los ojos entornados y fríos, casi helados. Aparto la vista y me centro en la tarea que tengo entre manos, intentando reprimir el escalofrío que me recorre. Trago con dificultad y me concentro en secarme el pelo. Sigue estando furiosa. ¿Se va por ahí con esa maldita mujer y está furiosa conmigo? ¡Cómo se atreve! Cuando tengo el pelo alborotado e indomable, paro. Sí… me gusta.
Apago el secador.
—¿Dónde estabas? —susurra con tono ártico.
—¿Y a ti qué te importa?
—Lena, déjalo ya. Ahora.
Me encojo de hombros y Yulia cruza rápidamente la habitación hacia mí. Yo me vuelvo y doy un paso atrás cuando intenta cogerme.
—No me toques —le advierto y ella se queda parada.
—¿Dónde estabas? —insiste. Tiene la mano convertida en un puño al lado del cuerpo.
—No estaba por ahí emborrachándome con mi ex —le respondo furiosa—. ¿Te has acostado con ella?
Ella da un respingo.
—¿Qué? ¡No! —Me mira con la boca abierta y tiene la poca vergüenza de parecer herida y enfadada al mismo tiempo. Mi subconsciente suspira de alivio, agradecida—. ¿Crees que te engañaría? —Su tono revela indignación moral.
—Me has engañado —exclamo—. Porque has cogido nuestra vida privada y has ido corriendo como una cobarde a contársela a esa mujer.
Se queda con la boca abierta.
—¿Una cobarde? ¿Eso es lo que crees? —Sus ojos arden.
—Yulia, he visto el mensaje. Eso es lo que sé.
—Ese mensaje no era para ti —gruñe.
—Bueno, la verdad es que lo vi cuando la BlackBerry se te cayó de la chaqueta mientras te desvestía porque estabas demasiada borracha para desvestirte sola. ¿Sabes cuánto daño me has hecho por haber ido a ver a esa mujer?
Palidece momentáneamente, pero ya he cogido carrerilla y la bruja que llevo dentro está desatada.
—¿Te acuerdas de anoche cuando llegaste a casa? ¿Te acuerdas de lo que dijiste?
Me mira sin comprender, con la cara petrificada.
—Bueno, pues tenías razón. Elijo al bebé indefenso por encima de ti. Eso es lo que hacen los padres que quieren a sus hijos. Eso es lo que tu madre debería haber hecho. Y siento que no lo hiciera, porque no estaríamos teniendo esta conversación ahora si lo hubiera hecho. Pero ahora eres un adulta. Tienes que
crecer, enfrentarte a las cosas y dejar de comportarte como una adolescente petulante. Puede que no estés contenta por lo de este bebé; yo tampoco estoy extasiada, dado que no es el momento y que tu reacción ha sido mucho menos que agradable ante esta nueva vida, pero sigue siendo carne de tu carne. Puedes hacer esto conmigo, o lo haré yo sola. La decisión es tuya. Y mientras te revuelcas en el pozo de autocompasión y odio por ti misma, yo me voy a trabajar. Y cuando vuelva, me llevaré mis pertenencias a la habitación de arriba.
Ella me mira y parpadea, perpleja.
—Ahora, si me disculpas, me gustaría terminar de vestirme. —Estoy respirando con dificultad.
Muy lentamente Yulia da un paso atrás y su actitud se endurece.
—¿Eso es lo que quieres? —me susurra.
—Ya no sé lo que quiero. —Mi tono es igual que el suyo y necesito hacer un esfuerzo monumental para fingir desinterés mientras me unto los dedos con crema hidratante y me la extiendo por la cara. Me miro en el espejo: los ojos verdigrises muy abiertos, la cara pálida y las mejillas ruborizadas. Lo estás haciendo muy bien. No te acobardes ahora. No te acobardes.
—¿Ya no me quieres? —me susurra.
Oh, no… Oh, no, Volkova.
—Todavía estoy aquí, ¿no? —exclamo. Cojo el rimel y me doy un poco primero en el ojo derecho.
—¿Has pensado en dejarme? —Casi no oigo sus palabras.
—Si tu esposa prefiere la compañía de su ex ama a la tuya, no es una buena señal. —Consigo ponerla al nivel justo de desdén a la frase y evitar su pregunta.
Ahora brillo de labios. Hago un mohín con los labios brillantes a la imagen del espejo. Aguanta, Katina…eh, quiero decir, Volkova… Vaya, ya no me acuerdo ni de mi nombre. Cojo las botas, voy hasta la cama una vez más y me las pongo rápidamente, subiendo la cremallera de un tirón por encima de las rodillas. Sí. Estoy sexy solo con la ropa interior y las botas. Lo sé. Me pongo de pie y la miro con frialdad. Ella parpadea y sus ojos recorren rápida y ávidamente mi cuerpo.
—Sé lo que estás haciendo —murmura, su voz ha adquirido un tono cálido y seductor.
—¿Ah, sí? —Y se me quiebra la voz. No, Lena… Aguanta.
Ella traga saliva y da un paso hacia mí. Yo doy un paso atrás y levanto las manos.
—Ni se te ocurra, Volkova —susurro amenazadora.
—Eres mi mujer —me dice en voz baja, y es casi una amenaza también.
—Soy la mujer embarazada a la que abandonaste ayer, y si me tocas voy a gritar hasta que venga alguien.
Levanta las cejas, incrédula.
—¿Vas a gritar?
—Voy a gritar que me quieres matar —digo entrecerrando los ojos.
—Nadie te oirá —murmura con la mirada intensa. Me recuerda brevemente a nuestra mañana en Aspen.
No. No. No.
—¿Estás intentando asustarme? —digo sin aliento, intentando deliberadamente desconcertarle.
Funciona. Se queda quieta y traga saliva.
—No era esa mi intención —asegura y frunce el ceño.
Casi no puedo respirar. Si me toca, sucumbiré. Sé el poder que tiene sobre mí y sobre mi cuerpo traidor. Lo sé y tengo que aferrarme a esta furia.
—Me tomé unas copas con una persona a la que estuve unida hace tiempo. Arreglamos nuestros problemas. No voy a volver a verla.
—¿Fuiste tú a buscarla?
—Al principio no. Intenté localizar a Flynn, pero me encontré sin darme cuenta en el salón de belleza.
—¿Y esperas que me crea que no vas a volver a verla? —le pregunto entre dientes. No puedo contener mi furia—. ¿Y la próxima vez que crucemos alguna frontera imaginaria? Tenemos la misma discusión una y otra vez. Es como la rueda de Ixión. ¿Si vuelvo a cometer algún error no irás corriendo a buscarla de nuevo?
—No voy a volver a verla —dice con una contundencia glacial—. Ella por fin entiende cómo me siento.
La miro y parpadeo.
—¿Qué significa eso?
Ella se yergue y se pasa una mano por el pelo, irritada, furiosa y muda. Intento una táctica diferente.
—¿Por qué puedes hablar con ella y no conmigo?
—Estaba furiosa contigo. Como ahora.
—¡No me digas! —exclamo—. Bueno, yo también estoy furiosa contigo. Furiosa porque fuiste tan fría y cruel ayer cuando te necesitaba. Furiosa porque dijiste que me he quedado embarazada a propósito, cosa que no es cierta. Furiosa porque me has traicionado. —Consigo reprimir un sollozo. Abre la boca sorprendida y cierra los ojos un momento, como si acabara de darle una bofetada. Trago saliva. Cálmate, Elena—. Sé que debería haber prestado más atención a la fecha de mis inyecciones. Pero no lo he hecho a propósito. Este
embarazo también ha sido un shock para mí —murmuro intentando poner un poco de educación en este intercambio—. Podría ser que la inyección no hiciera el efecto correcto.
Me mira fijamente en silencio.
—Metiste la pata ayer —le susurro, y el enfado me hierve la sangre—. He tenido que vérmelas con muchas cosas en las últimas semanas.
—Tú sí que metiste la pata hace tres o cuatro semanas o cuando fuera que se te olvidó ponerte la inyección.
—Vaya, ¡es que no soy tan perfecta como tú!
Oh, para, para, para. Las dos nos quedamos de pie mirándonos.
—Menudo espectáculo está montando, señora Volkova Katina—susurra.
—Bueno, me alegro de que incluso embarazada te resulte entretenida.
Me mira sin comprender.
—Necesito una ducha —murmura.
—Y yo ya te he entretenido bastante con mi espectáculo…
—Un espectáculo muy bueno… —susurra. Da un paso hacia mí y yo doy otro paso atrás.
—No.
—Odio que no me dejes tocarte.
—Irónico, ¿eh?
Ella entorna los ojos una vez más.
—No hemos resuelto nada, ¿no?
—Yo diría que no. Solo que me voy a ir de este dormitorio.
Sus ojos sueltan una llamarada y se abren como platos un momento.
—Ella no significa nada para mí.
—Excepto cuando la necesitas.
—No la necesito a ella. Te necesito a ti.
—Ayer no. Esa mujer es un límite infranqueable para mí, Yulia.
—Está fuera de mi vida.
—Ojalá pudiera creerte.
—Joder, Lena.
—Por favor, deja que me vista.
Suspira y vuelve a pasarse una mano por el pelo.
—Te veo esta noche —dice con la voz sombría y desprovista de sentimiento.
Y durante un breve momento quiero cogerla en mis brazos y consolarla, pero me resisto porque estoy muy furiosa. Se gira y se encamina al baño. Yo me quedo de pie petrificada hasta que oigo cerrarse la puerta.
Voy tambaleándome hasta la cama y me dejo caer. No he recurrido a las lágrimas, los gritos o el asesinato,ni tampoco he sucumbido a sus tentaciones sexuales. Me merezco la Medalla de Honor del Congreso, pero me siento muy triste. Mierda. No hemos resuelto nada. Estamos al borde del precipicio. ¿Está en riesgo nuestro matrimonio? ¿Por qué no entiende que ha sido una gilipollas completa e integral por haber salido corriendo a ver a esa mujer? ¿Y qué quiere decir con que no la va a ver de nuevo? ¿Y cómo demonios se supone que debo creerle? Miro el despertador: las ocho y media. ¡Mierda! No quiero llegar tarde. Inspiro hondo.
—El segundo asalto ha quedado en tablas, pequeño Bip —susurro dándome una palmadita en el vientre—.Puede que mami sea una causa perdida, pero espero que no. ¿Por qué, Dios mío, por qué has llegado tan pronto, pequeño Bip? Las cosas estaban empezando a mejorar. —Me tiembla el labio, pero inspiro hondo
para sacar fuera todo lo malo y mantener bajo control mis revueltas emociones.
—Vamos. Vámonos corriendo al trabajo.
No le digo adiós a Yulia. Todavía está en la ducha cuando Sawyer y yo nos vamos. Miro por la ventanilla oscura del todoterreno y empiezo a perder la compostura; se me llenan los ojos de lágrimas. El cielo gris y amenazante refleja mi estado de ánimo y una extraña sensación de mal presagio se apodera de mí. No hemos hablado del bebé. He tenido menos de veinticuatro horas para asimilar la noticia de la llegada de pequeño Bip. Yulia ha tenido todavía menos tiempo.
—Ni siquiera sabe tu nombre —digo acariciándome el vientre y enjugándome las lágrimas de la cara.
—Señora Lena —dice Sawyer interrumpiendo mis pensamientos—, hemos llegado.
—Oh, gracias, Sawyer.
—Voy a acercarme a por algo de comer, señora. ¿Quiere algo?
—No, gracias. No tengo hambre.
Hannah tiene mi caffè latte esperándome. Lo huelo y el estómago se me revuelve.
—Mmm… ¿Te importa traerme un té, por favor? —murmuro avergonzada. Sabía que había una razón por la que nunca me gustó el café. Dios, huele fatal.
—¿Estás bien, Lena?
Asiento y me escabullo hacia la seguridad de mi despacho. Mi BlackBerry vibra. Es Nastya.
—¿Por qué estaba Yulia buscándote? —me pregunta sin preámbulos.
—Buenos días, Nastya. ¿Cómo estás?
—Déjate de rodeos, Katina. ¿Qué pasa? —La santa inquisidora Anastasya Isaeva empieza su trabajo.
—Yulia y yo hemos tenido una pelea, eso es todo.
—¿Te ha hecho daño?
Pongo los ojos en blanco.
—Sí, pero no como tú piensas. —No puedo tratar con Nastya en este momento. Sé que acabaré llorando, y ahora mismo estoy demasiado orgullosa de mí misma para derrumbarme esta mañana—. Nastya, tengo una reunión. Te llamo luego.
—Vale, pero ¿estás bien?
—Sí. —No—. Te llamo luego, ¿de acuerdo?
—Perfecto, Lena, hazlo a tu manera. Estoy aquí para ti.
—Lo sé —susurro y me esfuerzo por reprimir la emoción repentina que siento al oír sus amables palabras.
No voy a llorar. No voy a llorar.
—¿Sergey está bien?
—Sí —susurro.
—Oh, Lena —murmura ella.
—No.
—Vale. Hablamos después.
—Sí.
Durante la mañana compruebo de vez en cuando mi correo, esperando recibir noticias de Yulia. Pero no hay nada. Según va avanzando el día me doy cuenta de que no tiene intención de ponerse en contacto conmigo porque todavía está furiosa. Perfecto, porque yo también estoy furiosa. Me lanzo de cabeza al trabajo, parando solo a la hora del almuerzo para comerme un bagel con queso cremoso y salmón. Es increíble lo que mejora mi humor después de haber comido algo.
A las cinco Sawyer y yo nos vamos al hospital a ver a Sergey. Sawyer está especialmente vigilante y más amable de lo normal. Es irritante. Cuando nos aproximamos a la habitación de Sergey, se acerca a mí.
—¿Quiere un té mientras visita a su padre? —me pregunta.
—No, gracias, Sawyer. Estoy bien.
—Esperaré fuera. —Me abre la puerta y agradezco poder apartarme de él unos minutos. Sergey está sentado en la cama leyendo una revista. Está afeitado y lleva la parte superior de un pijama… Vuelve a parecerse a sí mismo antes del accidente.
—Hola, Lenis. —Me sonríe, pero de repente su cara se hunde.
—Oh, papi… —Corro a su lado y, en un gesto muy poco propio de él, abre los brazos para abrazarme.
—¿Lenis? —susurra—. ¿Qué te pasa? —Me abraza fuerte y me da un beso en el pelo. Mientras estoy entre sus brazos me doy cuenta de lo escasos que han sido estos momentos entre nosotros. ¿Por qué? ¿Por eso me gusta tanto encaramarme al regazo de Yulia? Un momento después me aparto y me siento en la silla que hay junto a la cama. Sergey arruga la frente, preocupado.
—Cuéntale a tu padre lo que te pasa.
Niego con la cabeza. Él no necesita que le cuente mis problemas ahora mismo.
—No es nada, papá. Te veo bien. —Le cojo la mano.
—Me siento mejor, más yo mismo, pero este yeso me está bichicheando.
—¿Bichicheando? —La palabra que ha utilizado me hace sonreír.
Él me devuelve la sonrisa.
—«Bichicheando» suena mejor que «picando».
—Oh, papá, cómo me alegro de que estés bien.
—Yo también, Lenis. Me gustaría algún día hacer saltar a un nieto sobre esta rodilla que me está pichicheando. No querría perderme eso por nada del mundo.
Le miro y parpadeo. Mierda. ¿Lo sabe? Lucho por evitar las lágrimas que se me están arremolinando en los ojos.
—¿Yulia y tú están bien?
—Hemos tenido una pelea —le susurro esforzándome por hablar a pesar del nudo de la garganta—. Pero ya lo arreglaremos.
Asiente.
—Es una buena mujer, tu esposa—dice Sergey para intentar consolarme.
—Tiene sus momentos. ¿Qué dicen los médicos?
No quiero hablar de mi esposa ahora mismo; es un tema de conversación doloroso.
Cuando vuelvo al Escala, Yulia no está en casa.
—Yulia ha llamado y ha dicho que se quedará a trabajar hasta tarde —me informa la señora Jones con expresión de disculpa.
—Oh, gracias por decírmelo.
¿Y por qué no me lo ha dicho ella? Vaya, está llevando su enfurruñamiento a un nivel totalmente nuevo.
Recuerdo brevemente la pelea por nuestros votos matrimoniales y la rabieta que tuvo. Pero ahora yo soy la agraviada.
—¿Qué te apetece comer? —La señora Jones tiene un brillo determinado y duro en la mirada.
—Pasta.
Sonríe.
—¿Espaguetis, macarrones, fusili?
—Espaguetis, con tu salsa boloñesa.
—Marchando. Y Lena… deberías saberlo. La señora Volkova se volvió loca esta mañana cuando creyó que te habías ido. Estaba totalmente fuera de sí. —Me sonríe con cariño.
Oh…
A las nueve todavía no ha vuelto a casa. Estoy sentada frente a mi mesa de la biblioteca, preguntándome donde estará. La llamo.
—Lena —responde con la voz fría.
—Hola.
Inspira despacio.
—Hola —dice en voz baja.
—¿Vas a venir a casa?
—Luego.
—¿Estás en la oficina?
—Sí. ¿Dónde esperabas que estuviera?
Con ella…
—Será mejor que te deje, entonces.
Ambas nos quedamos calladas y en la línea solo se oye silencio entre nosotras dos.
—Buenas noches, Lena —dice ella por fin.
—Buenas noches, Yulia.
Y cuelga.
Oh, mierda. Miro mi BlackBerry. No sé qué espera que haga. No la voy a dejar pasar por encima de mí.
Sí, está furiosa, vale. Yo también estoy furiosa. Pero tenemos la situación que tenemos. Yo no he salido corriendo en busca de mi ex amante pedófila. Quiero que reconozca que esa no es una forma aceptable de comportarse.
Me acomodo en la silla, miro las mesas de billar de la biblioteca y recuerdo los buenos tiempos cuando jugábamos al billar. Me pongo la mano sobre el vientre. Tal vez simplemente es demasiado pronto. Tal vez esto no deba pasar… Y mientras lo pienso, veo a mi subconsciente gritando: ¡no! Si interrumpo este
embarazo, nunca podré perdonarme a mí misma… ni a Yulia.
—Oh, Bip, ¿qué nos has hecho? —No soy capaz de hablar con Nastya ahora mismo. No soy capaz de hablar con nadie. Le escribo un mensaje y le prometo que la llamaré pronto.
A las once ya no puedo mantener los párpados abiertos. Resignada, me dirijo a mi antigua habitación. Me acurruco debajo de la colcha y finalmente lo dejo salir todo, llorando contra la almohada con grandes sollozos de dolor muy poco propios de una dama…
Me duele la cabeza cuando me levanto. Una luz brillante de otoño entra por las grandes ventanas de mi habitación. Miro el despertador y veo que son las siete y media. Lo primero que pienso es: ¿dónde está Yulia? Me siento y saco las piernas de la cama. En el suelo, al lado de la cama, está la corbata gris plateada de Yulia, mi favorita. No estaba ahí cuando me acosté anoche. La recojo y me quedo mirándola,acaricio el material sedoso entre los pulgares y los índices y después la abrazo contra la mejilla. Ha estado aquí contemplándome mientras dormía. Una chispa de esperanza se enciende en mi interior.
La señora Jones está ocupada en la cocina cuando bajo.
—Buenos días —me dice alegremente.
—Buenos días. ¿Y Yulia? —le pregunto.
Su sonrisa desaparece.
—Ya se ha ido.
—Pero ¿vino a casa? —Necesito comprobarlo, aunque tengo su corbata como prueba.
—Sí. —Hace una pausa—. Lena, por favor, perdóname por hablar cuando no me corresponde, pero no te rindas con ella. Es una mujer muy obstinada.
Asiento y ella deja de hablar. Estoy segura de que mi expresión le está mostrando claramente que no quiero hablar de mi descarriada esposa ahora mismo.
Cuando llego al trabajo, compruebo mi correo electrónico. Mi corazón se pone a mil por hora cuando veo que tengo un correo de Yulia.
De: Yulia Volkova
Fecha: 15 de septiembre de 2011 06:45
Para: Lena Volkova
Asunto: Portland
Lena:
Voy a volar a Portland hoy.
Tengo que arreglar unos negocios con la Universidad Estatal de Washington.
He creído que querrías saberlo.
Yulia Volkova
Presidenta de Volkova Enterprises Holdings, Inc.
Oh. Se me llenan los ojos de lágrimas. ¿Y ya está? Me da un vuelco el estómago. ¡Mierda! Voy a vomitar.
Corro hasta el baño y llego justo a tiempo para echar el desayuno en la taza del váter. Me dejo caer al suelo del cubículo y apoyo la cabeza en las manos. ¿Podría estar aún más deprimida? Un momento después oigo que alguien llama suavemente a la puerta.
—¿Lena? Soy Hannah.
¡Mierda!
—¿Sí?
—¿Estás bien?
—Salgo enseguida.
—Está aquí Boyce Fox y quiere verte.
Mierda.
—Llévale a la sala de reuniones. Voy en un minuto.
—¿Quieres un té?
—Sí, por favor.
Después de comer (otro bagel de queso y salmón, que esta vez consigo retener en el estómago) me siento mirando con apatía el ordenador y preguntándome cómo vamos a resolver Yulia y yo este problema.
Mi BlackBerry vibra y me sobresalta. Miro la pantalla: es Irina. Oh, eso es precisamente lo que necesito: su efusividad y su entusiasmo. Dudo, preguntándome si no será mejor que la ignore, pero por fin gana la
cortesía.
—¡Irina! —respondo alegremente.
—Hola, Lena. Hacía tiempo que no hablábamos. —La voz masculina me resulta familiar. ¡Joder!
Se me eriza el vello de todo el cuerpo cuando la adrenalina empieza a correr. El mundo deja de girar para mí.
Es Alexandr Popov.
VIVALENZ28- Mensajes : 921
Fecha de inscripción : 04/08/2014
Re: CINCUENTA SOMBRAS LIBERADAS// ADAPTACIÓN
WTF?? Como es posible???? hasta cuando tantoooo?? Dio mio .-.
Aleinads- Mensajes : 519
Fecha de inscripción : 14/05/2015
Edad : 35
Localización : Colombia
Re: CINCUENTA SOMBRAS LIBERADAS// ADAPTACIÓN
y vendrán tiempos peores xD
Como dije esto ya se puso intenso...
Como dije esto ya se puso intenso...
SandyQueen- Mensajes : 184
Fecha de inscripción : 28/02/2016
Edad : 35
Localización : Mexico
Re: CINCUENTA SOMBRAS LIBERADAS// ADAPTACIÓN
22
Alex.
Casi no consigo que me salga la voz porque tengo la garganta atenazada por el miedo. ¿Qué hace fuera de la cárcel? Toda la sangre abandona mi cara y me siento mareada.
—Te acuerdas de mí… —dice en un tono suave. Noto su sonrisa amarga.
—Sí, claro —respondo automáticamente mientras intento pensar lo más rápido que puedo.
—Te estarás preguntando por qué te he llamado.
—Sí.
Cuelga.
—No cuelgues. He estado hablando un ratito con tu cuñada.
¡Qué! ¡Irina! ¡No!
—¿Qué has hecho? —susurro intentando contener el miedo.
—Escúchame bien, zorra calientapollas y cazafortunas. Me has jodido la vida. Volkova me ha jodido la vida.
Me lo debes. Tengo a esta guarra conmigo aquí. Y tú, esa cabrona con la que te has casado y toda su puta familia me lo van a pagar.
El desprecio y el veneno de la voz de Popov me impresionan. ¿Su familia? Pero ¿qué demonios…?
—¿Qué quieres?
—Quiero su dinero. Quiero su puto dinero. Si las cosas hubieran sido diferentes, podría haber sido yo. Así que tú me lo vas a conseguir. Quiero cinco millones de dólares, hoy.
—Alex, no tengo acceso a esa cantidad de dinero.
Ríe entre dientes con desdén.
—Tienes dos horas para conseguirlo. Ni un minuto más: dos horas. No se lo digas a nadie o esta guarra lo va a pagar. Ni a la policía, ni a la gilipollas de tu esposa, ni al equipo de seguridad. Lo sabré si se lo dices, ¿me has entendido?
Se calla y yo intento responder, pero el pánico y el miedo me han sellado la garganta.
—¡Que si me has entendido! —me grita.
—Sí —susurro.
—O la mato.
Doy un respingo.
—No te separes del teléfono. Y no se lo digas a nadie o me la follaré antes de matarla. Tienes dos horas.
—Alex, necesito más tiempo. Tres horas. ¿Y cómo sé que la tienes?
La comunicación se corta. Miro al teléfono con la boca abierta, horrorizada. Tengo la boca seca por el miedo y noto el desagradable sabor metálico del terror. Irina, tiene a Irina… ¿La tiene? Mi mente se pone a girar ante esa horrible posibilidad y se me revuelve el estómago otra vez. Siento que voy a volver a vomitar,pero inspiro hondo, intentando calmar mi pánico y la náusea pasa. Mi mente repasa todas las posibilidades.
¿Decírselo a Yulia? ¿A Igor? ¿Llamar a la policía? ¿Cómo podría saberlo Alex? ¿De verdad tiene a Irina? Necesito tiempo, tiempo para pensar… Pero solo puedo conseguirlo siguiendo sus instrucciones. Cojo el bolso y me encamino a la puerta.
—Hannah, tengo que irme. No sé cuánto voy a tardar. Cancela todas mis citas para esta tarde. Dile a Elizabeth que tengo que ocuparme de una emergencia.
—Claro, Lena. ¿Va todo bien? —pregunta Hannah frunciendo el ceño y con expresión preocupada mientras mira como salgo corriendo.
—Sí —le digo distraídamente apresurándome hacia recepción, donde me espera Sawyer.
—Sawyer —le llamo. Él salta del sillón al oír mi voz y frunce el ceño al verme la cara—. No me siento bien. Por favor, llévame a casa.
—Claro, señora. ¿Me espera mientras voy por el coche?
—No, voy contigo. Quiero llegar a casa rápido.
Miro por la ventanilla aterrorizada mientras repaso mi plan. Llegar a casa. Cambiarme. Encontrar mi talonario de cheques. Lograr despistar a Ryan y a Sawyer. Ir al banco. ¿Y cuánto ocupan cinco millones? ¿Cuánto pesan? ¿Necesitaré una maleta? ¿Debería llamar para avisar al banco con antelación? Irina. Irina. ¿Y si no tiene a Irina? ¿Cómo puedo saberlo? Si llamo a Larissa eso despertará sus sospechas y podría poner en peligro a Irina. Ha dicho que lo sabría. Miro por el parabrisas trasero del todoterreno. ¿Me sigue alguien? Mi corazón se acelera mientras examino los coches que van detrás de nosotros. Todos parecen inofensivos. Oh, Sawyer,conduce más rápido, por favor. Mis ojos se encuentran con los suyos en el espejo retrovisor y arruga la frente.
Sawyer pulsa un botón en su auricular Bluetooth para contestar una llamada.
—Igor, quería que supiera que la señora Lena está conmigo. —La mirada de Sawyer vuelve a encontrarse con la mía en el espejo antes de centrarse en la carretera y continuar—. No se encuentra bien. La llevo de vuelta al Escala… Entiendo… Sí, señor. —Los ojos de Sawyer se desvían de la carretera para
mirarme de nuevo a través del espejo—. Sí —dice y cuelga.
—¿Igor?
Asiente.
—¿Está con la señora Volkova ?
—Sí, señora. —La mirada de Sawyer se suaviza un poco por la compasión.
—¿Sigue en Portland?
—Sí, señora.
Bien. Tengo que mantener a Yulia a salvo. Bajo la mano hasta el vientre y me lo froto intencionadamente. Y a ti, pequeño Bip. Tengo que manteneros a salvo a los dos.
—¿Puedes darte prisa, por favor? No me encuentro bien.
—Sí, señora. —Sawyer pisa el acelerador y el coche se desliza entre el tráfico.
A la señora Jones no se la ve por ninguna parte cuando Sawyer y yo llegamos al piso. Como su coche no está en el garaje, supongo que estará haciendo recados con Ryan. Sawyer se encamina hacia el despacho de Igor mientras yo me dirijo al estudio de Yulia. Paso trastabillando detrás de la mesa, abrumada por el pánico, y abro el cajón de un tirón para sacar el talonario de cheques. El arma de Leila aparece ante mis ojos.
Siento una incongruente punzada de irritación porque Yulia no ha guardado a buen recaudo esa arma. No sabe nada de armas. Dios, podría llegar incluso a herirse.
Tras un momento de duda, cojo la pistola, compruebo que está cargada y me la meto en la cintura de los pantalones de vestir negros. Puede que me haga falta. Trago saliva con dificultad. Solo he apuntado a blancos; nunca le he disparado a nadie. Espero que Sergey me perdone. Centro mi atención en encontrar el talonario de cheques correcto. Hay cinco, pero solo uno está a nombre de Y.Volkova y la señora E.Volkova. Yo solo tengo unos cincuenta y cuatro mil dólares en mi cuenta. No tengo ni idea de cuánto dinero hay en esta.
Pero Yulia debe de tener más de cinco millones de dólares, seguro. Tal vez haya dinero en la caja fuerte…
Vaya, no tengo ni idea de la combinación. ¿No dijo que estaba en su archivo? Intento abrirlo, pero está cerrado con llave. Mierda. Tendré que volver al plan A.
Inspiro hondo y camino hacia el dormitorio, más serena y decidida. No han hecho la cama y durante un segundo siento una punzada de dolor. Quizá debería haber dormido aquí anoche. ¿Qué sentido tiene discutir con alguien que admite que es Cincuenta Sombras? Ahora ni siquiera me habla. No… No tengo tiempo para pensar en eso.
Rápidamente me quito los pantalones de vestir y me pongo unos vaqueros, una sudadera con capucha y un par de zapatillas de deporte y me meto la pistola en la cintura de los vaqueros, en la parte de atrás. Saco del armario una bolsa de viaje. ¿Cinco millones cabrán aquí? La bolsa del gimnasio de Yulia está en el suelo.
La abro, esperando encontrármela llena de ropa sucia, pero no. La ropa de deporte está toda limpia. La señora Jones se ocupa absolutamente de todo. Saco la ropa, la tiro al suelo, y meto su bolsa del gimnasio dentro de la
bolsa de viaje. Supongo que así será suficiente. Compruebo que llevo el carnet de conducir para que me sirva de identificación en el banco y miro la hora. Han pasado treinta y un minutos desde que Alex llamó. Ahora tengo que conseguir salir del Escala sin que Sawyer me vea.
Me encamino lenta y silenciosamente al vestíbulo, consciente de la cámara de circuito cerrado que está dirigida al ascensor. Creo que Sawyer sigue en el despacho de Igor. Abro con mucho cuidado la puerta del vestíbulo haciendo el menor ruido posible. La cierro igual de silenciosamente detrás de mí y me quedo de pie en el umbral, justo contra la puerta, fuera del campo de visión de la lente de la cámara de vigilancia. Saco el teléfono móvil de mi bolso y llamo a Sawyer.
—¿Sí, señora Lena?
—Sawyer, estoy en la habitación de arriba, ¿podrías echarme una mano con una cosa? —Hablo en voz baja porque sé que está al final del pasillo que hay al otro lado de la puerta.
—Ahora mismo estoy con usted, señora —dice y noto confusión en su voz.
Nunca antes le he llamado para pedirle ayuda. Tengo el corazón en la boca, latiéndome a un ritmo irregular y frenético. ¿Funcionará?
Cuelgo y oigo sus pasos que cruzan el vestíbulo y suben la escalera. Inspiro hondo de nuevo para calmarme y contemplo brevemente la ironía de tener que escapar de mi propia casa como una criminal.
Cuando Sawyer llega al rellano del piso de arriba, yo corro hacia el ascensor y pulso el botón. Las puertas se abren con un pitido demasiado alto que anuncia que el ascensor está ahí. Corro adentro y pulso frenéticamente el botón del garaje del sótano. Después de una pausa terriblemente larga, las puertas empiezan a cerrarse. Mientras lo hacen oigo los gritos de Sawyer.
—¡Señora Lena! —Justo cuando se cierran las puertas del ascensor, le veo derrapar por el vestíbulo—.¡Lena! —grita incrédulo. Pero es demasiado tarde; las puertas acaban de cerrarse y desaparece de mi vista.
El ascensor baja suavemente hasta el garaje. Tengo un par de minutos de ventaja sobre Sawyer. Sé que va a intentar detenerme. Miro con nostalgia mi R8 mientras corro hacia el Saab, abro la puerta, dejo caer las bolsas en el asiento del acompañante y me siento en el del conductor.
Enciendo el motor y las ruedas chirrían cuando me dirijo a toda velocidad a la entrada, donde tengo que esperar once segundos agónicos a que se levante la barrera. En cuanto lo hace salgo rápidamente y veo por el espejo retrovisor a Sawyer que sale corriendo del ascensor de servicio. Su expresión perpleja y dolida se queda grabada en mi cabeza cuando enfilo la rampa que lleva a la Cuarta Avenida.
Suelto por fin el aire; he estado conteniendo la respiración todo el tiempo. Sé que Sawyer llamará a Yulia o a Igor, pero ya me enfrentaré a eso cuando sea necesario. No puedo pensar en ello ahora. Me revuelvo incómoda en el asiento sabiendo en el fondo de mi corazón que Sawyer probablemente acaba de
perder su trabajo. No pienses. Tengo que salvar a Irina. Tengo que llegar al banco y sacar cinco millones de dólares. Miro por el espejo retrovisor, esperando encontrar el todoterreno saliendo del garaje, pero cuando me alejo conduciendo no veo ni rastro de Sawyer.
El banco es un edificio elegante, moderno y sobrio. Hay voces amortiguadas, suelos que hacen eco al andar y cristales verde pálido con grabados por todas partes. Me dirijo al mostrador de información.
—¿En qué puedo ayudarla, señora? —La mujer joven me dedica una amplia pero falsa sonrisa y por un segundo me arrepiento de haberme puesto los vaqueros.
—Me gustaría retirar una gran cantidad de dinero.
La señorita Sonrisa Falsa arquea una ceja aún más falsa.
—¿Tiene una cuenta con nosotros? —No es capaz de ocultar su sarcasmo.
—Sí —respondo—. Mi esposa y yo tenemos varias cuentas aquí. Se llama Yulia Volkova.
Abre mucho los ojos durante un segundo y la falsedad da paso a la consternación. Me mira de arriba abajo una vez más, ahora con una combinación de asombro e incredulidad.
—Por aquí, señora —me susurra, y me lleva a una oficina con más cristal verde pálido, pequeña y con pocos muebles—. Por favor, siéntese. —Me señala una silla de cuero negro que hay junto a un escritorio de cristal con un ordenador ultramoderno y un teléfono—. ¿Cuánto quiere retirar hoy, señora Volkova? —me pregunta con amabilidad.
—Cinco millones de dólares. —La miro directamente a los ojos como si pidiera esa cantidad de efectivo todos los días.
Ella palidece.
—Ya veo. Voy a buscar al director. Oh, perdone que le pregunte, ¿tiene alguna identificación?
—Sí. Pero me gustaría hablar con el director.
—Claro, señora Volkova —dice y sale apresuradamente.
Me acomodo en el asiento y noto una oleada de náuseas cuando la pistola me presiona incómodamente el final de la espalda. Ahora no. No puedo vomitar ahora. Inspiro hondo y la náusea pasa. Miro el reloj nerviosamente. Las dos y veinticinco.
Un hombre de mediana edad entra en el despacho. Tiene entradas y lleva un traje inmaculado y caro de color carbón y una corbata a juego. Me tiende la mano.
—Señora Volkova, soy Troy Whelan. —Me sonríe, nos estrechamos las manos y se sienta frente a mí—. Mi colega me dice que quiere usted retirar una gran cantidad de dinero.
—Correcto. Cinco millones de dólares.
Se gira hacia el sofisticado ordenador y escribe unos cuantos números.
—Normalmente necesitamos que se nos avise con antelación para poder retirar grandes cantidades de dinero. —Hace una pausa y me dedica una sonrisa tranquilizadora a la vez que arrogante—. Pero por suerte aquí guardamos las reservas de efectivo de toda la costa noroeste del Pacífico —alardea.
Por favor, ¿está intentando impresionarme?
—Señor Whelan, tengo algo de prisa. ¿Qué se necesita? Llevo conmigo mi carnet de conducir y el talonario de cheques de la cuenta conjunta que comparto con mi esposa. ¿Solo tengo que rellenar un cheque?
—Lo primero es lo primero, señora Volkova. ¿Puedo ver su identificación? —Pasa del tono jovial al de banquero serio.
—Tome —digo pasándole mi carnet de conducir.
—Señora Volkova… Aquí dice Elena Katina.
Oh, mierda…
—Oh… sí. Mmm…
—Llamaré a la señora Volkova.
—Oh, no, eso no será necesario. —¡Mierda!—. Debo de llevar algo con mi nombre de casada. —Rebusco en el bolso. ¿Qué tengo que lleve mi nombre? Saco mi cartera, la abro y encuentro una foto en la que estamos Yulia y yo en la cama del camarote del Fair Lady. ¡No puedo enseñarle eso! Saco la American Express negra.
—Tome.
—Señora Elena Volkova Katina —lee Whelan—. Bueno, esto valdrá. —Frunce el ceño—. Pero esto es muy irregular, señora Elena.
—¿Quiere que le diga a mi esposa que su banco no ha querido cooperar conmigo? —Cuadro los hombros y le dedico una mirada de lo más reprobatorio.
Él hace una pausa momentánea y me examina de nuevo brevemente.
—Tendrá que rellenar un cheque, señora Lena.
—Claro. ¿Esta cuenta? —Le enseño el talonario de cheques mientras intento controlar mi corazón desbocado.
—Sí, perfecto. Necesito que rellene otros papeles también. ¿Si me disculpa un momento?
Asiento y él se levanta y sale del despacho. Vuelvo a dejar escapar el aire que estaba conteniendo. No sabía que iba a ser tan difícil. Abro el talonario de cheques torpemente y saco un bolígrafo del bolso. ¿Y solo tengo que cobrar el cheque y ya está? No tengo ni idea. Con dedos temblorosos escribo: «Cinco millones de dólares. 5.000.000 $».
Oh, Dios, espero estar haciendo lo correcto. Irina, piensa en Irina. No puedo contárselo a nadie.
Las palabras repugnantes y estremecedoras de Alex resuenan en mi mente: «Y no se lo digas a nadie o me la follaré antes de matarla».
Vuelve el señor Whelan con la cara pálida, avergonzado.
—¿Señora Lena Su esposa quiere hablar con usted —murmura, y señala el teléfono que hay sobre la mesa de cristal.
¿Qué? No…
—Está en la línea uno. Solo tiene que pulsar el botón. Esperaré fuera. —Por lo menos tiene la decencia de parecer avergonzado. La traición de Benedict Arnold no fue nada comparada con la de Whelan. Le miro con el ceño fruncido mientras sale del despacho, sintiendo que la sangre abandona mi cara.
¡Mierda, mierda, mierda! ¿Qué le voy a decir a Yulia? Él lo va a saber. Intervendrá. Y pondrá en peligro a su hermana. Me tiembla la mano cuando la acerco al teléfono. Me lo apoyo contra la oreja, tratando de calmar mi errática respiración, y pulso el botón de la línea uno.
—Hola —susurro intentando en vano calmar mis nervios.
—¿Vas a dejarme? —Las palabras de Yulia son un susurro agónico casi sin aliento.
¿Qué?
—¡No! —Mi voz suena igual que la suya. Oh, no. Oh, no. Oh, no. ¿Cómo puede pensar eso? ¿Por el dinero? ¿Cree que voy a dejarla por el dinero? Y en un momento de horrible clarividencia me doy cuenta de que la única forma de mantener a Yulia a distancia, a salvo, y de salvar a su hermana… es mentirle.
—Sí —susurro. Y un dolor insoportable me atraviesa y se me llenan los ojos de lágrimas.
Ella da un respingo que es casi un sollozo.
—Lena, yo… —dice con voz ahogada.
¡No! Me tapo la boca con la mano mientras reprimo las emociones encontradas que siento.
—Yulia, por favor. No. —Lucho por contener las lágrimas.
—¿Te vas? —pregunta.
—Sí.
—Pero ¿por qué el dinero? ¿Por qué siempre es el dinero? —Su voz torturada es apenas audible.
¡No! Empiezan a rodarme lágrimas por la cara.
—No —susurro.
—¿Y cinco millones es suficiente?
¡Oh, por favor, para!
—Sí.
—¿Y el bebé? —Su voz es un eco sin aliento.
¿Qué? Mi mano pasa de mi boca a mi vientre.
—Yo cuidaré del bebé —susurro. Mi pequeño Bip… nuestro pequeño Bip.
—¿Eso es lo que quieres?
¡No!
—Sí.
Inspira bruscamente.
—Llévatelo todo —dice entre dientes.
—Yulia —sollozo—. Es por ti. Por tu familia. Por favor. No.
—Llévatelo todo, Elena.
—Yulia… —Estoy a punto de ceder, de contárselo todo: lo de Alex, lo de Irina, el rescate… ¡Confía en mí, por favor!, le suplico en mi mente.
—Siempre te querré —dice con voz ronca. Y cuelga.
—¡Yulia! No… Yo también te quiero. —Y todas las estupideces que nos hemos estado echando en cara la una a la otra durante los últimos días dejan de tener importancia. Le prometí que nunca la dejaría… Pero no te voy a dejar; voy a salvar a tu hermana. Me hundo en la silla, sollozando copiosamente mientras me
cubro la cara con las manos.
Me interrumpe un golpe tímido en la puerta. Whelan entra aunque no le he dado permiso. Mira a cualquier parte menos a mí. Está avergonzado.
¡Le has llamado, desgraciado!, pienso mirándole fijamente.
—Su esposa está de acuerdo en liquidar cinco millones de dólares de sus activos, señora Elena. Es una situación muy irregular, pero como es uno de nuestros principales clientes… y ha insistido… mucho. —Se detiene y se sonroja. Después me mira con el ceño fruncido y no sé si es porque Yulia está siendo muy irregular o porque Whelan no sabe cómo tratar con una mujer que está llorando en su despacho—. ¿Está usted bien?
—¿Le parece que estoy bien? —exclamo.
—Lo siento, señora. ¿Quiere un poco de agua?
Asiento, resentida. Acabo de dejar a mi esposa. Bueno, Yulia cree que la he dejado. Mi subconsciente frunce los labios: «Será porque tú le has dicho eso».
—Pediré a mi colega que le traiga un vaso mientras yo preparo el dinero. Si no le importa firmar aquí,señora… Y haga un cheque para cobrarlo y firme aquí también.
Me pasa un formulario sobre la mesa. Firmo sobre la línea de puntos del cheque y después en el formulario. Elena Volkova. Caen lágrimas sobre el escritorio y por poco no aterrizan sobre los papeles.
—Muy bien, señora. Nos llevará una media hora preparar el dinero.
Miro nerviosamente el reloj. Alex ha dicho dos horas; con esa media hora ya se habrán cumplido. Asiento en dirección a Whelan y él sale del despacho, dejándome con mi sufrimiento.
Un rato después (minutos, horas… no sé), la señorita Sonrisa Falsa vuelve a entrar con una jarra de agua y un vaso.
—Señora Elena—dice en voz baja mientras pone el vaso sobre la mesa y lo llena.
—Gracias.
Cojo el vaso y bebo agradecida. Ella sale y me deja con mis pensamientos asustados y hechos un lío. Ya arreglaré las cosas con Yulia… si no es ya demasiado tarde. Al menos he logrado mantenerla al margen de todo esto. Ahora mismo tengo que concentrarme en Irina. ¿Y si Alex está mintiendo? ¿Y si no la tiene?
Debería llamar a la policía.
«Y no se lo digas a nadie o me la follaré antes de matarla.» No puedo. Me apoyo en el respaldo de la silla y siento la presencia tranquilizadora de la pistola de Leila en la cintura, clavándose en mi espalda. ¿Quién habría dicho que alguna vez me iba a alegrar de que Leila me apuntara con una pistola? Oh, Sergey, cómo me alegro de que me enseñaras a disparar.
¡Sergey! Doy un respingo. Estará esperando que vaya a visitarle esta noche. Tal vez solo tenga que darle el dinero a Alex; él puede salir huyendo mientras yo me llevo a Irina a casa. ¡Oh, por favor, esto es tan absurdo!
Mi BlackBerry cobra vida y el sonido de «Your Love Is King» llena la habitación. ¡Oh, no! ¿Qué quiere Yulia? ¿Hundir más el cuchillo en mi herida?
«¿Por qué siempre es el dinero?»
Oh, Yulia… ¿Cómo has podido pensar eso? La ira hace que me hierva la sangre. Sí, ira. Me ayuda sentirla. Dejo que salte el contestador. Ya trataré con mi esposa después.
Llaman a la puerta.
—Señora Elena —Es Whelan—. El dinero está listo.
—Gracias. —Me levanto y la habitación gira de repente. Tengo que agarrarme a la silla.
—Señora Elena, ¿está bien?
Asiento y le dedico una mirada que dice «apártese, señor». Inspiro hondo de nuevo para calmarme. Tengo que hacer esto. Tengo que hacer esto. Tengo que salvar a Irina. Tiro del dobladillo de mi sudadera para asegurarme de mantener oculta la culata de la pistola que llevo en la parte de atrás de los vaqueros.
El señor Whelan frunce el ceño pero me sostiene la puerta. Yo consigo que mis extremidades temblorosas me obedezcan y empiecen a andar.
Sawyer está esperando en la entrada, examinando la zona pública. ¡Mierda! Nuestras miradas se encuentran y él frunce el ceño, evaluando mi reacción. Oh, está furioso. Levanto el dedo índice en un gesto que dice «ahora estoy contigo». Él asiente y responde una llamada de su móvil. ¡Mierda! Seguro que es
Yulia. Me giro bruscamente, a punto de chocar con Whelan que está justo detrás de mí, y vuelvo a entrar en el despacho.
—¿Señora elena? —Whelan suena confuso, pero me sigue dentro de nuevo.
Sawyer podría estropear todo el plan. Miro a Whelan.
—Ahí fuera hay alguien a quien no quiero ver. Alguien que me está siguiendo.
Whelan abre unos ojos como platos.
—¿Quiere que llame a la policía?
—No. —Por Dios, no. ¿Qué voy a hacer? Miro el reloj. Son casi las tres y cuarto. Alex llamará en cualquier momento. ¡Piensa, Lena, piensa! Whelan me mira, cada vez más desesperado y perplejo. Debe de creer que estoy loca. Es que estás loca, me dice mi subconsciente.
—Tengo que hacer una llamada. ¿Podría dejarme sola, por favor?
—Claro —responde Whelan. Creo que agradece poder salir del despacho. Cuando cierra la puerta, llamo al móvil de Irina con dedos temblorosos.
—Qué bien, me llaman para pagarme lo que me merezco… —responde Alex, burlón.
No tengo tiempo para escuchar sus chorradas.
—Tengo un problema.
—Lo sé. Tu guardia de seguridad te ha seguido hasta el banco.
¿Qué? ¿Cómo demonios lo sabe?
—Tienes que despistarle. Hay un coche esperando en la parte de atrás del banco. Un todoterreno negro, un Dodge. Te doy tres minutos para llegar hasta él.
¡El Dodge!
—Puede que necesite más de tres minutos. —Vuelvo a sentir el corazón en la garganta.
—Eres una zorra cazafortunas muy lista, Katina. Ya se te ocurrirá algo. Y tira el teléfono antes de entrar en el coche. ¿Entendido, puta?
—Sí.
—¡Dilo! —me grita.
—Entendido.
Cuelga.
¡Mierda! Abro la puerta y me encuentro a Whelan esperando pacientemente fuera.
—Señor Whelan, creo que voy a necesitar ayuda para llevar las bolsas al coche. He aparcado fuera, en la parte de atrás del banco. ¿Tiene una salida por detrás?
Frunce el ceño.
—Sí. Para el personal.
—¿Podemos salir por ahí? Por la puerta principal no voy a poder evitar llamar demasiado la atención.
—Como quiera, señora Elena. Tengo a dos personas con sus bolsas y dos guardias de seguridad para supervisarlo todo. Si es tan amable de seguirme…
—Tengo que pedirle otro favor.
—Lo que necesite, señora Elena.
Dos minutos más tarde mi séquito y yo salimos a la calle y nos dirigimos al Dodge. Las ventanillas tienen los cristales tintados y no puedo distinguir quién conduce. Pero cuando nos acercamos, la puerta del conductor se abre y una mujer vestida de negro con una gorra también negra muy calada sale ágilmente del vehículo. ¡Es Elizabeth, de mi oficina! Pero ¿qué demonios…? Rodea el todoterreno y abre el maletero. Los dos miembros del personal del banco que llevan el dinero meten las pesadas bolsas en la parte de atrás.
—Señora Elena. —Elizabeth tiene la desvergüenza de sonreírme como si estuviéramos confraternizando amistosamente.
—Elizabeth. —Mi saludo es gélido—. Me alegro de verte fuera de la oficina.
El señor Whelan carraspea.
—Bueno, ha sido una tarde muy interesante, señora Elena —dice.
Me veo obligada a realizar los gestos sociales propios de la situación: le estrecho la mano y le doy las gracias mientras mi mente funciona a mil por hora. ¿Elizabeth? ¿Por qué está ella involucrada con Alex?
Whelan y su séquito vuelven al banco y me dejan sola con la jefa de personal de SIP, que es cómplice de secuestro, extorsión y seguramente algún otro delito. ¿Por qué?
Elizabeth abre la puerta del acompañante de la parte de atrás y me indica que entre.
—Su teléfono, señora Elena —me pide mientras me mira con cautela. Se lo doy y ella lo tira a un cubo de basura cercano—. Eso hará que los perros pierdan el rastro —dice con aire de suficiencia.
¿Quién es realmente esta mujer? Elizabeth cierra la puerta y sube al asiento del conductor. Miro nerviosamente hacia atrás mientras ella se incorpora al tráfico y se dirige al este. A Sawyer no se le ve por ninguna parte.
—Elizabeth, ya tienes el dinero. Llama a Alex. Dile que suelte a Irina.
—Creo que quiere darle las gracias en persona.
¡Mierda! La miro a través del espejo retrovisor con una expresión glacial.
Ella palidece y aparece un ceño ansioso que le afea su bonita cara.
—¿Por qué estás haciendo esto, Elizabeth? Creía que Alex no te caía bien.
Me mira brevemente a través del espejo y veo que una punzada de dolor cruza fugazmente sus ojos.
—Lena, preferiría que mantuvieras la boca cerrada.
—Pero no puedes hacer esto. Esto no está bien.
—Que te calles —me dice, pero noto que está incómoda.
—¿Te está presionando de algún modo? —le pregunto. Sus ojos vuelven a encontrarse con los míos un instante y pisa con brusquedad el freno, lo que me lanza hacia delante con tanta fuerza que mi cara golpea el reposacabezas que tengo enfrente.
—He dicho que te calles —repite—. Y te sugiero que te pongas el cinturón.
En ese momento entiendo que así es. Él tiene algo horrible contra ella, tanto que Elizabeth está dispuesta a hacer esto por él. Me pregunto qué podrá ser. ¿Robo a la empresa? ¿Algo de su vida privada? ¿Algo sexual?
Me estremezco al pensarlo. Yulia dice que ninguna de las ayudantes de Alex quiso hablar. Tal vez todas se encuentren en la misma situación que Elizabeth. Por eso quiso follarme a mí también. La bilis se me sube a la garganta del asco que siento solo de pensarlo.
Elizabeth se aleja del centro de Seattle y enfila por las colinas hacia el este. Poco después estamos conduciendo por calles residenciales. Veo uno de los letreros de la calle: SOUTH IRVING STREET. De repente hace un giro brusco a la izquierda hacia una calle desierta con un desvencijado parque infantil a un lado y un
gran aparcamiento de cemento al otro, flanqueado al fondo por una hilera de edificios bajos de ladrillo aparentemente vacíos. Elizabeth entra en el aparcamiento y se detiene delante del último de los edificios de ladrillo.
Ella se vuelve hacia mí.
—Ha llegado la hora —susurra.
Se me eriza el vello y el miedo y la adrenalina me recorren el cuerpo.
—No tienes que hacer esto —le susurro en respuesta. Su boca se convierte en una fina línea y sale del coche.
Esto es por Irina. Esto es por Irina, repito en mi mente. Por favor, que esté bien. Por favor, que esté bien.
—Sal —ordena Elizabeth abriendo la puerta de un tirón.
Mierda. Cuando bajo me tiemblan tanto las piernas que no sé si voy a poder mantenerme en pie. La brisa fresca de última hora de la tarde me trae el olor del otoño que ya casi está aquí y el aroma polvoriento y terroso de los edificios abandonados.
—Bueno, bueno… Mira lo que tenemos aquí. —Alex sale de un umbral estrecho y cubierto con tablas que hay a la izquierda del edificio. Tiene el pelo corto. Se ha quitado los pendientes y lleva traje. ¿Traje? Viene caminando hacia mí despidiendo arrogancia y odio por todos los poros. El corazón empieza a latirme más rápido.
—¿Dónde está irina? —balbuceo con la boca tan seca que casi no puedo pronunciar las palabras.
—Lo primero es lo primero, zorra —responde Alex, parándose delante de mí. Su desprecio es más que evidente—. ¿El dinero?
Elizabeth está comprobando las bolsas del maletero.
—Aquí hay un montón de billetes —dice asombrada abriendo y cerrando las cremalleras de las bolsas.
—¿Y su teléfono?
—Lo tiré a la basura.
—Bien —contesta Alex, y sin previo aviso se vuelve hacia mí y me da un bofetón muy fuerte en la cara con el dorso de la mano. El golpe, feroz e injustificado, me tira al suelo. Mi cabeza golpea contra el cemento con un sonido aterrador. El dolor estalla dentro de mi cabeza, los ojos se me llenan de lágrimas y se me
emborrona la visión. La impresión por el impacto resuena en mi interior y desata un dolor insoportable que me late dentro del cráneo.
Dejo escapar un grito silencioso por el sufrimiento y el terror. Oh, no… Pequeño Bip. Después Alex se acerca a mí y me da una patada rápida y rabiosa en las costillas que me deja sin aire en los pulmones por la fuerza del golpe. Cierro los ojos con fuerza para evitar las náuseas y el dolor y para intentar conseguir un
poco de aire. Pequeño Bip, pequeño Bip… Oh, mi pequeño Bip…
—¡Esto es por Seattle Independent Publishing, zorra! —me grita Alex.
Levanto las piernas para hacerme una bola, anticipando el siguiente golpe. No. No. No.
—¡Alex! —chilla Elizabeth—. Aquí no. ¡A plena luz del día no, por Dios!
Él se detiene.
—¡Esta puta se lo merece! —gruñe en dirección a Elizabeth. Y eso me da un precioso segundo para echar la mano hacia atrás y sacar la pistola de la cintura de los pantalones. Le apunto temblorosa, aprieto el gatillo y disparo. La bala le da justo por encima de la rodilla y cae delante de mí, aullando de dolor, agarrándose el muslo mientras los dedos se le llenan se sangre.
—¡Joder! —chilla Alex. Me giro para enfrentarme a Elizabeth, que me está mirando con horror y levantando las manos por encima de la cabeza. La veo borrosa… La oscuridad se cierra sobre mí. Mierda…
La veo como al final de un túnel. La oscuridad la está engullendo; me está engullendo. Desde lejos oigo que se desata el infierno. Chirridos de ruedas… Frenos… Puertas… Gritos… Gente corriendo… Pasos. Se me cae el arma de la mano.
—¡Lena! —Es la voz de Yulia… La voz de Yulia… La voz de Yulia llena de dolor… Irina…
Salva a Irina.
—¡LENA!
Oscuridad… Paz.
VIVALENZ28- Mensajes : 921
Fecha de inscripción : 04/08/2014
Re: CINCUENTA SOMBRAS LIBERADAS// ADAPTACIÓN
Si digo que no tengo palabras, miento... OH MY FREAKING GOD!! Se acerca bastante a como he quedado.
PD: He sufrido de agonía todo el capítulo... Y si no fuera porque estoy escribiendo me da algo en esta vaina.
PD: He sufrido de agonía todo el capítulo... Y si no fuera porque estoy escribiendo me da algo en esta vaina.
Aleinads- Mensajes : 519
Fecha de inscripción : 14/05/2015
Edad : 35
Localización : Colombia
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