Amor y Honor
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Re: Amor y Honor
Capítulo 26
Cuando la puerta se cerró tras los miembros del equipo, Lena, que seguía sentada en el sofá, hundió la cabeza en las manos con los codos apoyados en las rodillas.
—Joder —exclamó con aire cansino—. ¡Qué desastre! Dios, lo siento.
Julia se sentó a su lado y apoyó la mano izquierda en la espalda de Lena, que tenía la camisa empapada de sudor a pesar de que el loft estaba fresco. La pena era tan rara en la voz de Lena y tan descarnada, que Julia se sintió morir.
—¿Lena? —Los dedos de Julia dibujaron suaves circulitos sobre los tensos músculos—. ¿Por qué lo sientes?
Lena respondió en tono sombrío, sin levantar la cabeza ni mirar a su amante:
—Lo siento porque mi pasado te está causando problemas. No tenía ni idea… Me parece increíble que Doyle y Janet… Cristo bendito.
—Tú no tienes la culpa de que Doyle haga esto.
—Si yo hubiera estado con ella, Janet podría estar viva. —Lena se enderezó; la furia la sacudía y la hizo temblar—. Si le hubiese preguntado por su misión, si me hubiese preocupado por lo que hacía… si hubiese hecho algo más que dejarme caer cuando necesitaba… joder, no tienes por qué aguantar esto.
Lena se levantó bruscamente, procurando a toda costa recuperar el control. Estaba cansada, el maldito dolor de cabeza había regresado como una venganza y le costaba trabajo situar los recuerdos en el lugar que les correspondía, detrás de una puerta cerrada con doble llave.
—Siéntate, Elena —ordenó Julia cogiendo la mano de su amante. Lena se resistió durante unos segundos, y luego se sentó casi contra su voluntad. Posó los ojos nublados por la pena en los ojos de Julia.
—He cometido muchos errores. Con Janet, contigo. No debí iniciar una relación contigo mientras estaba en el equipo. Nunca creí que nadie pudiese averiguar lo del servicio de compañía, y antes, cuando sólo me arriesgaba yo, no me importaba. Nada me importaba demasiado. Ahora te he metido en esto… y lo siento.
La mirada de Julia no se inmutó.
—Sé que estás cansada porque yo también lo estoy. Me da la impresión de que tu conmoción fue mucho peor de lo que pensamos porque veo que vuelves a sufrir dolor. Sé que estás preocupada por mí. Sé lo que significará para ti si hay una investigación y se cuestiona tu competencia. Sé todo eso, Lena. —Julia hizo una brevísima pausa y continuó con voz fuerte y decidida—. Pero, si vuelves a disculparte por amarme, tendré que pedirte que te vayas… y que no regreses jamás.
A Lena se le desorbitaron los ojos y se sobresaltó, percibiendo el golpe invisible con la contundencia de un puño.
—Julia —susurró, y levantó los dedos para acariciar la rígida línea de la tensa mandíbula de la joven—. No lamento amarte. Nunca lo lamentaré. Amarte es lo mejor que he hecho en mi vida. Solo lamento que mi amor te cause dolor.
—No me causa dolor, al menos no como tú crees. Me has hecho daño cuando no me contabas las cosas y cuando permitiste que se produjesen equívocos entre nosotras. Pero yo también tengo la culpa de eso —admitió Julia, alzando la mano para acariciar la de Lena—. El daño que me has hecho nunca ha acabado con la confianza que reina entre las dos. Nunca me has mentido.
—Y no lo haré. Te lo prometo.
Julia se llevó la mano de Lena a los labios y la besó tiernamente.
—No tienes la culpa de la muerte de Janet ni te equivocaste por no poder evitarla. Lena, no siempre vas a ser responsable de lo que les ocurra a otras personas. Sé que eso te define y te amo por ese detalle. Pero a veces tienes que dejar correr las cosas. Si no lo haces, te destruirás… o nos destruirás a las dos.
—¡Oh, Dios! —Lena tomó aliento—. Haría lo que fuera para no perderte.
—¡Vaya, qué bien! —Julia pudo respirar por fin a fondo, y luego esbozó una trémula sonrisa—. Porque te necesito muchísimo.
Lena se inclinó hacia delante y besó a Julia en la boca, suavemente primero, y luego con ansia creciente, un beso lleno de posesión y de necesidad. Las manos de Julia se posaron sobre el pecho de Lena y se introdujeron bajo el cuello de su camisa hasta la nuca. Hundió los dedos en los espesos cabellos rojo, apretándose contra Lena, con ganas de devorarla. Cuando se separaron, jadeantes, Julia gimió:
—¡Dios, haces que me duelan las entrañas!
—Te quiero ahora. —El contacto de Julia, el deseo de su voz, la urgencia de sus palabras produjeron vértigo a Lena. Lo único en que pensaba era en el calor de la piel de Julia, en sus gemidos y en los latidos de aquel corazón bajo sus propios dedos y su lengua—. Ahora mismo.
—Lo sé… Lo percibo. Lo veo en tus ojos. Adoro tu forma de quererme.
Cuando Lena rozó con manos temblorosas la blusa de Julia, ésta la detuvo, sujetando las muñecas de su amante.
—Tenemos mucho que hacer antes de mañana por la mañana —acertó a decir, a pesar de que el deseo le atascaba la garganta.
—Pensaré mejor cuando no tenga toda la sangre entre las piernas —insistió Lena, deslizando las manos bajo la tela y sobre los pechos desnudos de Julia, cuyo suspiro de placer fue el permiso que necesitaba para continuar. Tras desabotonar la blusa de Julia, Lena la recostó sobre los almohadones del sofá y se colocó entre los muslos de su amante. Empujó las caderas, se apoyó en los brazos extendidos y bajó la cabeza para lamer los pezones de Julia, sus senos y el centro de su vientre. Cuando llegó al ombligo y tiró del pequeño anillo de oro con los dientes, Julia gemía con los ojos cerrados y agitaba la cabeza de un lado a otro. Lena se puso de rodillas, bajó la cremallera de los vaqueros de Julia, y luego se los quitó.
—Estoy muy caliente —murmuró Julia con avidez mientras alzaba las caderas para contribuir al empuje. Cuando los vaqueros estuvieron por debajo de las rodillas de Julia, Lena acarició el interior de las piernas de la joven, separándolas y haciendo sitio para la boca. Julia estaba lista, como Lena sabía, hinchada, vibrando, pesada y turbia a causa de la necesidad y el bullir de la sangre. Lena respiró la excitación de su amante y sintió la respuesta entre sus propios muslos.
—¡Oh, Dios…! Cuando te toco, lo siento dentro, como si tú también me tocases. Puedo correrme mientras hago que te corras.
—Inténtalo —susurró Julia con voz ronca. Lena se rió y bajó la cabeza. No se precipitó, no la martirizó, sino que tomó a Julia con firmeza, certidumbre y sin fallar. Sabía cuándo tirar, cuándo lamer y cuándo aminorar el curso de su lengua sobre el vibrante y tembloroso centro nervioso, siguiendo la elevación de las caderas de Julia y remontando el crescendo de sus gritos. La sangre de las dos se aceleró. Y, cuando la pasión estalló, fluyó como si fueran una, ungiéndolas a ambas.
Lena se puso de lado, apoyando la mejilla en la parte inferior del abdomen de Julia, y murmuró, medio adormilada:
—¿Por qué será que no recuerdo lo que tanto me preocupaba hace unos minutos?
—Cosas del sexo. —Julia enroscó los dedos en los cabellos de Lena y tiró de los húmedos mechones—. Funde las neuronas, al menos cuando nosotras lo hacemos.
—Pues será mejor que reinicie mi cerebro. —Lena se estiró, acariciando levemente el muslo desnudo de Julia—. Esta noche tengo que revisar el itinerario de París con Mac y asegurarme de que todo esté en orden puesto que yo no iré…
—Si tú no vas, yo tampoco —dijo Julia con rotundidad y sin dar lugar a discusiones. Lena volvió la cabeza y estudió a su amante, que seguía recostada sobre los cojines revueltos, con la ropa en desorden, acalorada a causa de los efectos de la pasión. Era hermosa, fuerte y lo único que le importaba a Lena en la vida.
—Tienes que ir.
—No, no tengo que hacerlo. Se trata de un viaje de relaciones públicas, y hay otras muchas personas a las que mi padre, o mejor dicho Lucinda, pueden recurrir para quedar bien con el presidente francés y todos los demás a los que hay que adular. No tengo por qué ser yo, y no voy a ser yo, a menos que me acompañes como jefa de seguridad.
Lena arqueó una ceja.
—Corrígeme si me equivoco, pero ¿no estuviste a punto de echarme hace un mes cuando volví a asumir el puesto de jefa de tu seguridad?
—Eso era distinto —respondió Julia tranquilamente—. Fue elección tuya y la tomaste sin contar conmigo. Estabas equivocada.
Lena se quedó callada unos momentos.
—Tienes razón. También tenías razón entonces. Lo siento.
—Lo sé. Y se acabó. —Julia buscó la mano de Lena y la estrechó—. Esto es totalmente distinto. Te persiguen, y lo hace alguien que tiene motivos personales. Si no es Doyle directamente, se trata de alguien a quien Doyle o uno de sus compinches están presionando. Es injusto y no permitiré que ocurra. No contemplaré impasible este tipo de terrorismo político.
—¿Te he dicho últimamente que te amo? —Lena tenía la garganta tensa, no de deseo, sino de gratitud y sorpresa.
—Lo has dicho alguna vez. En realidad, me lo has demostrado.
Lena repuso, sonriendo:
—A estas alturas, no creo que podamos hacer nada con respecto a mi suspensión.
—¿No sirve de nada la información sobre Doyle?
Lena cabeceó.
—Explica algunas cosas, pero no creo que nos ofrezca ningún recurso particular. Ahora ya sabemos por qué Doyle siempre me ha tenido manía y, con toda probabilidad, es el que ordenó que nos vigilasen en San Francisco. Tiene toda la pinta de ser cosa de la Agencia. Sin embargo, dudo que sea él quien está detrás de la investigación del servicio de acompañantes. Y, si queremos responder, necesitamos saber quién es la mano que mueve toda la operación.
—Quiero acompañarte mañana cuando vayas al Teso…
El teléfono las interrumpió. Julia se puso de lado y tanteó con la mano hasta encontrar el auricular.
—Julia Volkova. —Tras unos segundos, continuó—: Sí… no, de acuerdo… subid.
Colgó el teléfono y se sentó en el sofá, abotonándose la blusa a toda prisa. Mientras se ponía los pantalones, explicó:
—Hora de que te arregles, comandante. La tropa vuelve.
Cuando la puerta se cerró tras los miembros del equipo, Lena, que seguía sentada en el sofá, hundió la cabeza en las manos con los codos apoyados en las rodillas.
—Joder —exclamó con aire cansino—. ¡Qué desastre! Dios, lo siento.
Julia se sentó a su lado y apoyó la mano izquierda en la espalda de Lena, que tenía la camisa empapada de sudor a pesar de que el loft estaba fresco. La pena era tan rara en la voz de Lena y tan descarnada, que Julia se sintió morir.
—¿Lena? —Los dedos de Julia dibujaron suaves circulitos sobre los tensos músculos—. ¿Por qué lo sientes?
Lena respondió en tono sombrío, sin levantar la cabeza ni mirar a su amante:
—Lo siento porque mi pasado te está causando problemas. No tenía ni idea… Me parece increíble que Doyle y Janet… Cristo bendito.
—Tú no tienes la culpa de que Doyle haga esto.
—Si yo hubiera estado con ella, Janet podría estar viva. —Lena se enderezó; la furia la sacudía y la hizo temblar—. Si le hubiese preguntado por su misión, si me hubiese preocupado por lo que hacía… si hubiese hecho algo más que dejarme caer cuando necesitaba… joder, no tienes por qué aguantar esto.
Lena se levantó bruscamente, procurando a toda costa recuperar el control. Estaba cansada, el maldito dolor de cabeza había regresado como una venganza y le costaba trabajo situar los recuerdos en el lugar que les correspondía, detrás de una puerta cerrada con doble llave.
—Siéntate, Elena —ordenó Julia cogiendo la mano de su amante. Lena se resistió durante unos segundos, y luego se sentó casi contra su voluntad. Posó los ojos nublados por la pena en los ojos de Julia.
—He cometido muchos errores. Con Janet, contigo. No debí iniciar una relación contigo mientras estaba en el equipo. Nunca creí que nadie pudiese averiguar lo del servicio de compañía, y antes, cuando sólo me arriesgaba yo, no me importaba. Nada me importaba demasiado. Ahora te he metido en esto… y lo siento.
La mirada de Julia no se inmutó.
—Sé que estás cansada porque yo también lo estoy. Me da la impresión de que tu conmoción fue mucho peor de lo que pensamos porque veo que vuelves a sufrir dolor. Sé que estás preocupada por mí. Sé lo que significará para ti si hay una investigación y se cuestiona tu competencia. Sé todo eso, Lena. —Julia hizo una brevísima pausa y continuó con voz fuerte y decidida—. Pero, si vuelves a disculparte por amarme, tendré que pedirte que te vayas… y que no regreses jamás.
A Lena se le desorbitaron los ojos y se sobresaltó, percibiendo el golpe invisible con la contundencia de un puño.
—Julia —susurró, y levantó los dedos para acariciar la rígida línea de la tensa mandíbula de la joven—. No lamento amarte. Nunca lo lamentaré. Amarte es lo mejor que he hecho en mi vida. Solo lamento que mi amor te cause dolor.
—No me causa dolor, al menos no como tú crees. Me has hecho daño cuando no me contabas las cosas y cuando permitiste que se produjesen equívocos entre nosotras. Pero yo también tengo la culpa de eso —admitió Julia, alzando la mano para acariciar la de Lena—. El daño que me has hecho nunca ha acabado con la confianza que reina entre las dos. Nunca me has mentido.
—Y no lo haré. Te lo prometo.
Julia se llevó la mano de Lena a los labios y la besó tiernamente.
—No tienes la culpa de la muerte de Janet ni te equivocaste por no poder evitarla. Lena, no siempre vas a ser responsable de lo que les ocurra a otras personas. Sé que eso te define y te amo por ese detalle. Pero a veces tienes que dejar correr las cosas. Si no lo haces, te destruirás… o nos destruirás a las dos.
—¡Oh, Dios! —Lena tomó aliento—. Haría lo que fuera para no perderte.
—¡Vaya, qué bien! —Julia pudo respirar por fin a fondo, y luego esbozó una trémula sonrisa—. Porque te necesito muchísimo.
Lena se inclinó hacia delante y besó a Julia en la boca, suavemente primero, y luego con ansia creciente, un beso lleno de posesión y de necesidad. Las manos de Julia se posaron sobre el pecho de Lena y se introdujeron bajo el cuello de su camisa hasta la nuca. Hundió los dedos en los espesos cabellos rojo, apretándose contra Lena, con ganas de devorarla. Cuando se separaron, jadeantes, Julia gimió:
—¡Dios, haces que me duelan las entrañas!
—Te quiero ahora. —El contacto de Julia, el deseo de su voz, la urgencia de sus palabras produjeron vértigo a Lena. Lo único en que pensaba era en el calor de la piel de Julia, en sus gemidos y en los latidos de aquel corazón bajo sus propios dedos y su lengua—. Ahora mismo.
—Lo sé… Lo percibo. Lo veo en tus ojos. Adoro tu forma de quererme.
Cuando Lena rozó con manos temblorosas la blusa de Julia, ésta la detuvo, sujetando las muñecas de su amante.
—Tenemos mucho que hacer antes de mañana por la mañana —acertó a decir, a pesar de que el deseo le atascaba la garganta.
—Pensaré mejor cuando no tenga toda la sangre entre las piernas —insistió Lena, deslizando las manos bajo la tela y sobre los pechos desnudos de Julia, cuyo suspiro de placer fue el permiso que necesitaba para continuar. Tras desabotonar la blusa de Julia, Lena la recostó sobre los almohadones del sofá y se colocó entre los muslos de su amante. Empujó las caderas, se apoyó en los brazos extendidos y bajó la cabeza para lamer los pezones de Julia, sus senos y el centro de su vientre. Cuando llegó al ombligo y tiró del pequeño anillo de oro con los dientes, Julia gemía con los ojos cerrados y agitaba la cabeza de un lado a otro. Lena se puso de rodillas, bajó la cremallera de los vaqueros de Julia, y luego se los quitó.
—Estoy muy caliente —murmuró Julia con avidez mientras alzaba las caderas para contribuir al empuje. Cuando los vaqueros estuvieron por debajo de las rodillas de Julia, Lena acarició el interior de las piernas de la joven, separándolas y haciendo sitio para la boca. Julia estaba lista, como Lena sabía, hinchada, vibrando, pesada y turbia a causa de la necesidad y el bullir de la sangre. Lena respiró la excitación de su amante y sintió la respuesta entre sus propios muslos.
—¡Oh, Dios…! Cuando te toco, lo siento dentro, como si tú también me tocases. Puedo correrme mientras hago que te corras.
—Inténtalo —susurró Julia con voz ronca. Lena se rió y bajó la cabeza. No se precipitó, no la martirizó, sino que tomó a Julia con firmeza, certidumbre y sin fallar. Sabía cuándo tirar, cuándo lamer y cuándo aminorar el curso de su lengua sobre el vibrante y tembloroso centro nervioso, siguiendo la elevación de las caderas de Julia y remontando el crescendo de sus gritos. La sangre de las dos se aceleró. Y, cuando la pasión estalló, fluyó como si fueran una, ungiéndolas a ambas.
Lena se puso de lado, apoyando la mejilla en la parte inferior del abdomen de Julia, y murmuró, medio adormilada:
—¿Por qué será que no recuerdo lo que tanto me preocupaba hace unos minutos?
—Cosas del sexo. —Julia enroscó los dedos en los cabellos de Lena y tiró de los húmedos mechones—. Funde las neuronas, al menos cuando nosotras lo hacemos.
—Pues será mejor que reinicie mi cerebro. —Lena se estiró, acariciando levemente el muslo desnudo de Julia—. Esta noche tengo que revisar el itinerario de París con Mac y asegurarme de que todo esté en orden puesto que yo no iré…
—Si tú no vas, yo tampoco —dijo Julia con rotundidad y sin dar lugar a discusiones. Lena volvió la cabeza y estudió a su amante, que seguía recostada sobre los cojines revueltos, con la ropa en desorden, acalorada a causa de los efectos de la pasión. Era hermosa, fuerte y lo único que le importaba a Lena en la vida.
—Tienes que ir.
—No, no tengo que hacerlo. Se trata de un viaje de relaciones públicas, y hay otras muchas personas a las que mi padre, o mejor dicho Lucinda, pueden recurrir para quedar bien con el presidente francés y todos los demás a los que hay que adular. No tengo por qué ser yo, y no voy a ser yo, a menos que me acompañes como jefa de seguridad.
Lena arqueó una ceja.
—Corrígeme si me equivoco, pero ¿no estuviste a punto de echarme hace un mes cuando volví a asumir el puesto de jefa de tu seguridad?
—Eso era distinto —respondió Julia tranquilamente—. Fue elección tuya y la tomaste sin contar conmigo. Estabas equivocada.
Lena se quedó callada unos momentos.
—Tienes razón. También tenías razón entonces. Lo siento.
—Lo sé. Y se acabó. —Julia buscó la mano de Lena y la estrechó—. Esto es totalmente distinto. Te persiguen, y lo hace alguien que tiene motivos personales. Si no es Doyle directamente, se trata de alguien a quien Doyle o uno de sus compinches están presionando. Es injusto y no permitiré que ocurra. No contemplaré impasible este tipo de terrorismo político.
—¿Te he dicho últimamente que te amo? —Lena tenía la garganta tensa, no de deseo, sino de gratitud y sorpresa.
—Lo has dicho alguna vez. En realidad, me lo has demostrado.
Lena repuso, sonriendo:
—A estas alturas, no creo que podamos hacer nada con respecto a mi suspensión.
—¿No sirve de nada la información sobre Doyle?
Lena cabeceó.
—Explica algunas cosas, pero no creo que nos ofrezca ningún recurso particular. Ahora ya sabemos por qué Doyle siempre me ha tenido manía y, con toda probabilidad, es el que ordenó que nos vigilasen en San Francisco. Tiene toda la pinta de ser cosa de la Agencia. Sin embargo, dudo que sea él quien está detrás de la investigación del servicio de acompañantes. Y, si queremos responder, necesitamos saber quién es la mano que mueve toda la operación.
—Quiero acompañarte mañana cuando vayas al Teso…
El teléfono las interrumpió. Julia se puso de lado y tanteó con la mano hasta encontrar el auricular.
—Julia Volkova. —Tras unos segundos, continuó—: Sí… no, de acuerdo… subid.
Colgó el teléfono y se sentó en el sofá, abotonándose la blusa a toda prisa. Mientras se ponía los pantalones, explicó:
—Hora de que te arregles, comandante. La tropa vuelve.
Anonymus- Mensajes : 345
Fecha de inscripción : 03/09/2014
Edad : 37
Localización : Argentina - Buenos Aires
Re: Amor y Honor
Capítulo 27
—Felicia ha encontrado una rendija —anunció Mac antes de que la puerta se cerrase del todo. Felicia, que se las arreglaba para mantener su compuesta y elegante apariencia a pesar de haber trabajado más de quince horas sin parar, sonrió al ver la emoción de Mac.
—He acotado el origen de los correos —explicó, mientras Mac y ella se dirigían a los sofás y los cuatro se sentaban. Mac y Felicia frente a Lena, y Julia al otro lado de la mesita.
—¿Dónde? —preguntó Lena, sin prestar atención al primer aleteo de esperanza en su pecho.
—He encontrado transmisiones cruzadas a y del director del FBI, el despacho del subsecretario del Fiscal General y dos subcomités del Senado. Una densidad mucho mayor que en ninguna otra parte.
—¿Qué comités? —se apresuró a preguntar Julia.
—Inteligencia y Armas.
—¿Detalles? —sondeó Lena. «Los centros de poder. Esto es más grande de lo que creía.»
—Por desgracia, no —respondió Felicia—. No puedo establecer el vínculo con los individuos hasta que analice todos los archivos.
—¿Cuánto tiempo tardará? —preguntó Lena, sombría, pensando en el tiempo que se les escapaba.
—No lo sé. Si tengo suerte, podría encontrarlo enseguida o… tardar días.
«Se acabó.» Lena se enderezó y dio unas enérgicas palmadas en los muslos.
—Entonces, eso es todo. Creo que han hecho todo lo que han podido. Agradezco sus esfuerzos.
Luego miró a Mac, evitando a propósito la penetrante mirada de Julia, y añadió:
—Tengo que revisar los detalles del relevo con usted, Mac, antes de que asuma el puesto por la mañana.
—Comandante —protestó Mac.
—Hay que hacerlo. —Lena miró la hora: las once y cuarto de la noche—. No tenemos tiempo.
—¿Y qué hay de Stark y Savard? —Julia se esforzó por disimular la desesperación que sentía—. ¿Han encontrado algo más en las comprobaciones de antecedentes?
—No, y yo tampoco. —Mac cabeceó con desánimo—. Han descartado a Fielding, como esperábamos. Y yo he mirado todo lo que hay sobre el periodista de Chicago, pero no encuentro vínculos.
—Tiene que haber algo, Mac —insistió Julia—. ¿Y los amigos o colegas de Mitchell?
—Ese tipo de investigación me llevaría mucho tiempo y, en comparación, los resultados serían escasos. —Cogió la agenda electrónica que guardaba en el bolsillo de la camisa y revisó varios puntos—. El tipo está limpio, casado, con dos hijos pequeños. Economía corriente. Un periodista independiente de Chicago.
—¿Y su mujer? —preguntó Lena con aire pensativo. Su entrenamiento en el campo de la investigación le impedía dejar cabos sueltos—. ¿Hay algo?
Mac cabeceó, mientras leía la pequeña pantalla.
—No que yo sepa. Se casaron hace cuatro años. Esposa Patricia, de soltera Carpenter, estudió en…
—¿Patty Carpenter? ¿Estudió en Amherst? —preguntó Julia con repentino interés.
Mac la miró, sorprendido.
—En efecto.
—¡Dios mío! —exclamó Julia.
Y en ese momento fue ella la que se levantó y se apartó del grupo reunido en torno a la mesita para ir hasta las ventanas, pues necesitaba espacio y aire. El enorme loft le pareció de repente demasiado cerrado. Mientras analizaba la nueva información, deslizó los dedos sobre el doble cristal antibalas. Empezaba a ver cómo se había orquestado todo, pero no era tan fácil como había pensado saber qué se podía hacer. Conocer la fuente no proporcionaba la solución. Al contrario.
Dio un respingo, sobresaltada, cuando Lena se acercó a ella.
—¿Qué ocurre? —preguntó Lena en voz baja para que los otros no la oyeran.
—La conozco. Creo que sé cómo consiguió su marido esa fotografía nuestra. Y sé quién nos ha enviado las advertencias.
—¿Pero? —El tono de Lena fue amable, pues era consciente de la tensión de Julia. A otra persona le habría presionado. Pero no se trataba de un sospechoso, sino de su amante. Y sabía que Julia se lo diría si podía—. ¿Julia?
Julia respiró a fondo y se volvió para mirar a Lena a los ojos, aquellos ojos tiernos, pacientes, que le daban tiempo para decidir. Y en el amor profundo e insobornable que vio en ellos, encontró la respuesta.
—Nada, en realidad. Tu reputación y tu carrera corren peligro. Y nuestra relación sufre el riesgo de verse interrumpida por la publicidad negativa y la presión de varias instancias… como mínimo. No puedo permitirlo.
—Es amiga tuya, ¿verdad?
—Sí. —Julia apoyó la mano sobre el pecho de Lena, acariciándolo suavemente—. Es amiga mía. Y tú eres mi amante.
—Julia, podemos buscar otra forma de enfocarlo. No quiero que traiciones…
—Elena —la interrumpió Julia cabeceando con cariño—. ¿Cuándo te vas a enterar de que eres la única persona que me importa? Tú, más que nada ni nadie en el mundo.
Sin esperar la respuesta de Lena, se acercó a Felicia y a Mac, que habían procurado no mirarlas.
—Mac, intente buscar coincidencias entre esos dos comités y el nombre de Gerald Wallace.
Mac arqueó las cejas, e incluso la habitual contención de Felicia reflejó la sorpresa.
—¿El senador Wallace?
—Sí, ese mismo.
—Con un nombre —comentó Felicia levantándose—, puedo encontrar algo dentro de unas horas.
—Si el vínculo es él. —Mac parecía receloso.
—Es él —afirmó Julia con total certeza.
—El senador Wallace —repitió Mac casi para sí—. Hace meses que corre un rumor soterrado de que se enfrentará a tu padre por la nominación. Dios mío, esto va a ser horrible.
Lena se acercó a Julia y le acarició el dorso de la mano con los dedos.
—Procuremos que no lo sea. Hay que mantenerlo en secreto. Avisen a Stark y a Savard, pero nada de notas, tan sólo una copia impresa para mí con los discos.
—Puedo garantizar nuestra seguridad —dijo Felicia sin titubear—. Reformatearé los discos duros cuando acabe.
—Estupendo. Estaré aquí por si encuentran algo.
Los dos agentes asintieron y se marcharon. Lena se volvió hacia Julia y preguntó:
—¿Y ahora puedes contarme qué ocurre?
Julia se dejó caer en el sofá y dio unas palmaditas en el cojín para que Lena se sentase a su lado. Cuando ambas estuvieron acomodadas, Julia respondió:
—Gerald Wallace es el padre de A. J.
—Ah, ¿y cómo has establecido la relación?
—Patty y A. J. fueron compañeras de piso en Amherst. Eran muy amigas, pero yo nunca me traté mucho con Patty. Por eso A. J. utilizó al marido de Patty, porque él paralizaría un seguimiento si ella se lo pedía, mientras que cualquier otro periodista habría continuado indagando o se inventaría algo.
—Encaja —murmuró Lena—. Eso explica por qué la cobertura de los medios no ha aumentado, a pesar de esa única foto en el Post. No ha habido nada más que seguir porque A. J. no ha filtrado nada más. —Torció el gesto—. De todas formas, reclamarán su historia tarde o temprano.
—Y la tendrán —aseguró Julia en tono mordaz—. Pero cuando yo esté lista y como yo diga.
—Te amo —afirmó Lena sonriendo.
Julia también sonrió, pero había tristeza en sus ojos.
—Eso explica por qué A. J. estaba tan rara cuando hablé con ella por teléfono. Es nuestra Garganta Profunda. Me advirtió de la única manera que podía sin traicionar a su padre. Dudo que pensase que podíamos descubrirla.
—Dios —exclamó Lena—. Justicia, la Agencia y Wallace, ¿todos coinciden en investigar de forma encubierta a figuras políticas del Capitolio, incluyendo al presidente? Si trasciende, se organizará un escándalo mayúsculo.
—Y si se sabe que A. J. hizo la filtración, perderá su trabajo, por no hablar de lo que le ocurrirá a su relación con su padre. —Julia apretó la mano de Lena—. No quiero que eso suceda, Lena. Intentaba ayudarme. No acierto a imaginar lo duro que debe de haber sido para ella enviarme información que amenazaba la carrera de su padre. No puedo darle la espalda y arruinar la suya.
—Cuando tengamos hechos concretos, y acabaremos teniéndolos, cerraremos la operación —dijo Lena pensando en voz alta—. Pero no podemos hablar con la prensa. Demasiada gente saldría perjudicada, incluyendo a A. J. En este momento no podemos hacer nada para detener la investigación.
—¿Te refieres… a guardar silencio cuando te investiguen mañana?
—Puedo capear una comisión investigadora del Departamento de Justicia.
—No si las cartas te son desfavorables —protestó Julia—. Tú sabes, yo sé y todos los involucrados en esto saben que tu comportamiento fue intachable durante toda la operación
Loverboy, incluyendo el final. Pero si Doyle tiene tanta influencia que ha logrado que te investiguen a ti en primer lugar, ¿quién sabe cómo podrían amañar el resultado de la comisión? No podemos arriesgarnos a eso.
—Cierto, pero si con ello evitamos un escándalo público que podría extenderse aún más de lo que ahora conocemos, me arriesgaré. —Lena se frotó la cara con la mano—. Tengo una responsabilidad ante la Agencia, ante todo el sistema, y no quiero someter ese sistema a un juicio público en mi propio beneficio. Prefiero arriesgarme a la comisión.
—Pues yo no. No cuando se trata de ti. Además, Lena, no es sólo una investigación de Justicia. Sabe Dios lo que harán con la información que tienen sobre ti y el servicio de compañía, o si intentarán involucrarme a mí.
—Lo sé, y no permitiremos que ocurra. Sólo necesitamos tiempo para que Felicia y Mac nos proporcionen las municiones. Entonces, planearemos nuestro ataque.
—Se me ocurren algunas ideas —comentó Julia.
—No creo que exista la posibilidad de que te mantengas al margen, ¿verdad?
Julia sonrió dulcemente y besó a Lena. Cuando se apartó, dijo con ojos brillantes:
—Ni la más mínima posibilidad.
—Ya lo sabía. —Con una leve sonrisa, Lena cogió el teléfono, llamó a Mac y le pidió que organizase un vuelo para dos a las cinco de la mañana a Washington. Luego se volvió hacia Julia—: Deberíamos intentar descansar un poco. ¿Crees que podrás dormir?
Julia rodeó el cuello de Lena con los brazos y pegó el cuerpo al de su amante. Acercó los labios al oído de Lena y susurró:
—Conozco unas estupendas técnicas de relajación.
—Yo también. Comparémoslas.
* * *
La cama de Julia se hallaba frente a los amplios ventanales que llegaban del suelo al techo, y desde el último piso Lena sólo veía la luna y las sombras de los edificios del otro lado de la plaza. Julia se había acurrucado con la cabeza apoyada en el hombro de Lena y un brazo y una pierna sobre el cuerpo de su amante. Con la mejilla apoyada en la sedosa suavidad de los cabellos de Lena, Julia aspiraba el olor familiar mientras acariciaba la curva de la cadera y escuchaba la respiración de la comandante mientras dormía. Habían hecho el amor rápidamente, no por culpa del tiempo, sino de la necesidad. Sus besos habían sido voraces, las manos hambrientas y los cuerpos ardientes. Habían alcanzado el clímax con tanta urgencia como alivio. Lena, acostada junto a Julia, se dio cuenta de que era una de las escasas ocasiones en que habían pasado parte de la noche juntas y se esforzó por ahuyentar la angustia de saber que tal vez transcurriese mucho tiempo antes de que pudiera abrazar de nuevo a su amante. A pesar de la esperanza de que sus amigos y colegas encontrasen pruebas concretas que le sirviesen para negociar con Carlisle, no confiaba en que pudiese cambiar lo que ya estaba en marcha. Pensó en Doyle, en su animosidad profundamente arraigada por causa de una relación que había acabado mucho tiempo antes y sus celos por una mujer que lo había dejado también mucho antes de morir, y se esforzó por reprimir la pena y el remordimiento por la muerte de Janet. Sabía que Julia tenía razón: ni la muerte de Janet ni el fanatismo de Doyle eran culpa suya ni su responsabilidad, pero no podía dejar de recordar la decepción que aleteaba en los ojos de Janet antes de morir. En aquel momento, podía perder a otra mujer, la mujer sin la que no sería capaz de vivir, y sintió cómo el muro de su fortaleza se resquebrajaba. Julia se movió y susurró:
—¿Qué ocurre?
—Lo siento, yo… no quería despertarte. —Lena se preguntó por qué tenía la garganta tan seca. Julia deslizó los dedos sobre el rostro de Lena y suspiró al notar la humedad de las lágrimas en la mano. Sorprendida, con el corazón dolorido, se incorporó en la cama y abrazó a Lena.
—No pasa nada —murmuró sosteniendo a Lena contra sí y acunándola sin pensar—. Cuéntame.
Cuando Lena intentó responder, un sollozo ahogó su voz. Durante muchos meses había mantenido el dolor enterrado, mientras se sumergía en el trabajo y en el sexo ocasional. Luego, había encontrado a Julia. Y aquella paz se veía amenazada por fuerzas contra las cuales no sabía cómo luchar. Se estaba desmoronando y tampoco sabía cómo evitarlo. Abrazó a Julia con desesperación, casi sin poder respirar. Julia estrechó a Lena, deseando protegerla más que nada en el mundo, y comprendió por primera vez en su vida que la esencia del amor es el consuelo que proporciona en la oscuridad de la noche, cuando más acosan el terror, la incertidumbre y los fantasmas de antiguas penas. Con tanta fuerza que casi le habría hecho daño a Lena si no fuera tan vital, se apretó contra su amante y susurró con pasión:
—Te amo, cariño. Te amo.
La cabeza de Lena se despejó, y el puño que le había arrancado el aire de los pulmones, amenazando con secar la sangre de sus venas, se aflojó. Se puso de espaldas, jadeando.
—Dios, lo… siento. No sé qué ha ocurrido.
—¿Te encuentras bien? —Julia también se quedó sin aliento. Buscó a ciegas la mano de Lena y la estrechó.
—Sí, sólo era una pesadilla, de ésas que se tienen despierta.
—Yo las he tenido —admitió Julia—. Pero tú haces que desaparezcan.
—También tú lo logras. —Lena se volvió de lado y deslizó los dedos por el rostro de Julia, y luego por el cuello y los hombros—. Gracias.
Cuando se besaron, el beso expresaba gratitud y deseo. Lena se movió, introdujo el muslo entre las piernas de Julia y susurró mientras la abrazaba:
—Te necesito, Julia.
Estaba a punto de besar a Julia cuando sonó el teléfono. Lena se apartó y soltó una maldición.
—Tranquila, cariño. —Julia le dio una palmadita en la mejilla a Lena y se rió, un poco nerviosa—. Normalmente, no lo cojo, pero será mejor que contestemos.
—Se trata sólo de un aplazamiento —murmuró Lena besándola rápidamente.
—No hace falta que lo jures.
Lena se apartó de mala gana, y Julia cogió el teléfono.
—Julia Volkova… de acuerdo, dadnos diez minutos. Bajaremos. —Bien despierta, colgó y retiró las sábanas.
—Hora de ducharse, comandante. Felicia dice que tiene lo que necesitamos.
—Felicia ha encontrado una rendija —anunció Mac antes de que la puerta se cerrase del todo. Felicia, que se las arreglaba para mantener su compuesta y elegante apariencia a pesar de haber trabajado más de quince horas sin parar, sonrió al ver la emoción de Mac.
—He acotado el origen de los correos —explicó, mientras Mac y ella se dirigían a los sofás y los cuatro se sentaban. Mac y Felicia frente a Lena, y Julia al otro lado de la mesita.
—¿Dónde? —preguntó Lena, sin prestar atención al primer aleteo de esperanza en su pecho.
—He encontrado transmisiones cruzadas a y del director del FBI, el despacho del subsecretario del Fiscal General y dos subcomités del Senado. Una densidad mucho mayor que en ninguna otra parte.
—¿Qué comités? —se apresuró a preguntar Julia.
—Inteligencia y Armas.
—¿Detalles? —sondeó Lena. «Los centros de poder. Esto es más grande de lo que creía.»
—Por desgracia, no —respondió Felicia—. No puedo establecer el vínculo con los individuos hasta que analice todos los archivos.
—¿Cuánto tiempo tardará? —preguntó Lena, sombría, pensando en el tiempo que se les escapaba.
—No lo sé. Si tengo suerte, podría encontrarlo enseguida o… tardar días.
«Se acabó.» Lena se enderezó y dio unas enérgicas palmadas en los muslos.
—Entonces, eso es todo. Creo que han hecho todo lo que han podido. Agradezco sus esfuerzos.
Luego miró a Mac, evitando a propósito la penetrante mirada de Julia, y añadió:
—Tengo que revisar los detalles del relevo con usted, Mac, antes de que asuma el puesto por la mañana.
—Comandante —protestó Mac.
—Hay que hacerlo. —Lena miró la hora: las once y cuarto de la noche—. No tenemos tiempo.
—¿Y qué hay de Stark y Savard? —Julia se esforzó por disimular la desesperación que sentía—. ¿Han encontrado algo más en las comprobaciones de antecedentes?
—No, y yo tampoco. —Mac cabeceó con desánimo—. Han descartado a Fielding, como esperábamos. Y yo he mirado todo lo que hay sobre el periodista de Chicago, pero no encuentro vínculos.
—Tiene que haber algo, Mac —insistió Julia—. ¿Y los amigos o colegas de Mitchell?
—Ese tipo de investigación me llevaría mucho tiempo y, en comparación, los resultados serían escasos. —Cogió la agenda electrónica que guardaba en el bolsillo de la camisa y revisó varios puntos—. El tipo está limpio, casado, con dos hijos pequeños. Economía corriente. Un periodista independiente de Chicago.
—¿Y su mujer? —preguntó Lena con aire pensativo. Su entrenamiento en el campo de la investigación le impedía dejar cabos sueltos—. ¿Hay algo?
Mac cabeceó, mientras leía la pequeña pantalla.
—No que yo sepa. Se casaron hace cuatro años. Esposa Patricia, de soltera Carpenter, estudió en…
—¿Patty Carpenter? ¿Estudió en Amherst? —preguntó Julia con repentino interés.
Mac la miró, sorprendido.
—En efecto.
—¡Dios mío! —exclamó Julia.
Y en ese momento fue ella la que se levantó y se apartó del grupo reunido en torno a la mesita para ir hasta las ventanas, pues necesitaba espacio y aire. El enorme loft le pareció de repente demasiado cerrado. Mientras analizaba la nueva información, deslizó los dedos sobre el doble cristal antibalas. Empezaba a ver cómo se había orquestado todo, pero no era tan fácil como había pensado saber qué se podía hacer. Conocer la fuente no proporcionaba la solución. Al contrario.
Dio un respingo, sobresaltada, cuando Lena se acercó a ella.
—¿Qué ocurre? —preguntó Lena en voz baja para que los otros no la oyeran.
—La conozco. Creo que sé cómo consiguió su marido esa fotografía nuestra. Y sé quién nos ha enviado las advertencias.
—¿Pero? —El tono de Lena fue amable, pues era consciente de la tensión de Julia. A otra persona le habría presionado. Pero no se trataba de un sospechoso, sino de su amante. Y sabía que Julia se lo diría si podía—. ¿Julia?
Julia respiró a fondo y se volvió para mirar a Lena a los ojos, aquellos ojos tiernos, pacientes, que le daban tiempo para decidir. Y en el amor profundo e insobornable que vio en ellos, encontró la respuesta.
—Nada, en realidad. Tu reputación y tu carrera corren peligro. Y nuestra relación sufre el riesgo de verse interrumpida por la publicidad negativa y la presión de varias instancias… como mínimo. No puedo permitirlo.
—Es amiga tuya, ¿verdad?
—Sí. —Julia apoyó la mano sobre el pecho de Lena, acariciándolo suavemente—. Es amiga mía. Y tú eres mi amante.
—Julia, podemos buscar otra forma de enfocarlo. No quiero que traiciones…
—Elena —la interrumpió Julia cabeceando con cariño—. ¿Cuándo te vas a enterar de que eres la única persona que me importa? Tú, más que nada ni nadie en el mundo.
Sin esperar la respuesta de Lena, se acercó a Felicia y a Mac, que habían procurado no mirarlas.
—Mac, intente buscar coincidencias entre esos dos comités y el nombre de Gerald Wallace.
Mac arqueó las cejas, e incluso la habitual contención de Felicia reflejó la sorpresa.
—¿El senador Wallace?
—Sí, ese mismo.
—Con un nombre —comentó Felicia levantándose—, puedo encontrar algo dentro de unas horas.
—Si el vínculo es él. —Mac parecía receloso.
—Es él —afirmó Julia con total certeza.
—El senador Wallace —repitió Mac casi para sí—. Hace meses que corre un rumor soterrado de que se enfrentará a tu padre por la nominación. Dios mío, esto va a ser horrible.
Lena se acercó a Julia y le acarició el dorso de la mano con los dedos.
—Procuremos que no lo sea. Hay que mantenerlo en secreto. Avisen a Stark y a Savard, pero nada de notas, tan sólo una copia impresa para mí con los discos.
—Puedo garantizar nuestra seguridad —dijo Felicia sin titubear—. Reformatearé los discos duros cuando acabe.
—Estupendo. Estaré aquí por si encuentran algo.
Los dos agentes asintieron y se marcharon. Lena se volvió hacia Julia y preguntó:
—¿Y ahora puedes contarme qué ocurre?
Julia se dejó caer en el sofá y dio unas palmaditas en el cojín para que Lena se sentase a su lado. Cuando ambas estuvieron acomodadas, Julia respondió:
—Gerald Wallace es el padre de A. J.
—Ah, ¿y cómo has establecido la relación?
—Patty y A. J. fueron compañeras de piso en Amherst. Eran muy amigas, pero yo nunca me traté mucho con Patty. Por eso A. J. utilizó al marido de Patty, porque él paralizaría un seguimiento si ella se lo pedía, mientras que cualquier otro periodista habría continuado indagando o se inventaría algo.
—Encaja —murmuró Lena—. Eso explica por qué la cobertura de los medios no ha aumentado, a pesar de esa única foto en el Post. No ha habido nada más que seguir porque A. J. no ha filtrado nada más. —Torció el gesto—. De todas formas, reclamarán su historia tarde o temprano.
—Y la tendrán —aseguró Julia en tono mordaz—. Pero cuando yo esté lista y como yo diga.
—Te amo —afirmó Lena sonriendo.
Julia también sonrió, pero había tristeza en sus ojos.
—Eso explica por qué A. J. estaba tan rara cuando hablé con ella por teléfono. Es nuestra Garganta Profunda. Me advirtió de la única manera que podía sin traicionar a su padre. Dudo que pensase que podíamos descubrirla.
—Dios —exclamó Lena—. Justicia, la Agencia y Wallace, ¿todos coinciden en investigar de forma encubierta a figuras políticas del Capitolio, incluyendo al presidente? Si trasciende, se organizará un escándalo mayúsculo.
—Y si se sabe que A. J. hizo la filtración, perderá su trabajo, por no hablar de lo que le ocurrirá a su relación con su padre. —Julia apretó la mano de Lena—. No quiero que eso suceda, Lena. Intentaba ayudarme. No acierto a imaginar lo duro que debe de haber sido para ella enviarme información que amenazaba la carrera de su padre. No puedo darle la espalda y arruinar la suya.
—Cuando tengamos hechos concretos, y acabaremos teniéndolos, cerraremos la operación —dijo Lena pensando en voz alta—. Pero no podemos hablar con la prensa. Demasiada gente saldría perjudicada, incluyendo a A. J. En este momento no podemos hacer nada para detener la investigación.
—¿Te refieres… a guardar silencio cuando te investiguen mañana?
—Puedo capear una comisión investigadora del Departamento de Justicia.
—No si las cartas te son desfavorables —protestó Julia—. Tú sabes, yo sé y todos los involucrados en esto saben que tu comportamiento fue intachable durante toda la operación
Loverboy, incluyendo el final. Pero si Doyle tiene tanta influencia que ha logrado que te investiguen a ti en primer lugar, ¿quién sabe cómo podrían amañar el resultado de la comisión? No podemos arriesgarnos a eso.
—Cierto, pero si con ello evitamos un escándalo público que podría extenderse aún más de lo que ahora conocemos, me arriesgaré. —Lena se frotó la cara con la mano—. Tengo una responsabilidad ante la Agencia, ante todo el sistema, y no quiero someter ese sistema a un juicio público en mi propio beneficio. Prefiero arriesgarme a la comisión.
—Pues yo no. No cuando se trata de ti. Además, Lena, no es sólo una investigación de Justicia. Sabe Dios lo que harán con la información que tienen sobre ti y el servicio de compañía, o si intentarán involucrarme a mí.
—Lo sé, y no permitiremos que ocurra. Sólo necesitamos tiempo para que Felicia y Mac nos proporcionen las municiones. Entonces, planearemos nuestro ataque.
—Se me ocurren algunas ideas —comentó Julia.
—No creo que exista la posibilidad de que te mantengas al margen, ¿verdad?
Julia sonrió dulcemente y besó a Lena. Cuando se apartó, dijo con ojos brillantes:
—Ni la más mínima posibilidad.
—Ya lo sabía. —Con una leve sonrisa, Lena cogió el teléfono, llamó a Mac y le pidió que organizase un vuelo para dos a las cinco de la mañana a Washington. Luego se volvió hacia Julia—: Deberíamos intentar descansar un poco. ¿Crees que podrás dormir?
Julia rodeó el cuello de Lena con los brazos y pegó el cuerpo al de su amante. Acercó los labios al oído de Lena y susurró:
—Conozco unas estupendas técnicas de relajación.
—Yo también. Comparémoslas.
* * *
La cama de Julia se hallaba frente a los amplios ventanales que llegaban del suelo al techo, y desde el último piso Lena sólo veía la luna y las sombras de los edificios del otro lado de la plaza. Julia se había acurrucado con la cabeza apoyada en el hombro de Lena y un brazo y una pierna sobre el cuerpo de su amante. Con la mejilla apoyada en la sedosa suavidad de los cabellos de Lena, Julia aspiraba el olor familiar mientras acariciaba la curva de la cadera y escuchaba la respiración de la comandante mientras dormía. Habían hecho el amor rápidamente, no por culpa del tiempo, sino de la necesidad. Sus besos habían sido voraces, las manos hambrientas y los cuerpos ardientes. Habían alcanzado el clímax con tanta urgencia como alivio. Lena, acostada junto a Julia, se dio cuenta de que era una de las escasas ocasiones en que habían pasado parte de la noche juntas y se esforzó por ahuyentar la angustia de saber que tal vez transcurriese mucho tiempo antes de que pudiera abrazar de nuevo a su amante. A pesar de la esperanza de que sus amigos y colegas encontrasen pruebas concretas que le sirviesen para negociar con Carlisle, no confiaba en que pudiese cambiar lo que ya estaba en marcha. Pensó en Doyle, en su animosidad profundamente arraigada por causa de una relación que había acabado mucho tiempo antes y sus celos por una mujer que lo había dejado también mucho antes de morir, y se esforzó por reprimir la pena y el remordimiento por la muerte de Janet. Sabía que Julia tenía razón: ni la muerte de Janet ni el fanatismo de Doyle eran culpa suya ni su responsabilidad, pero no podía dejar de recordar la decepción que aleteaba en los ojos de Janet antes de morir. En aquel momento, podía perder a otra mujer, la mujer sin la que no sería capaz de vivir, y sintió cómo el muro de su fortaleza se resquebrajaba. Julia se movió y susurró:
—¿Qué ocurre?
—Lo siento, yo… no quería despertarte. —Lena se preguntó por qué tenía la garganta tan seca. Julia deslizó los dedos sobre el rostro de Lena y suspiró al notar la humedad de las lágrimas en la mano. Sorprendida, con el corazón dolorido, se incorporó en la cama y abrazó a Lena.
—No pasa nada —murmuró sosteniendo a Lena contra sí y acunándola sin pensar—. Cuéntame.
Cuando Lena intentó responder, un sollozo ahogó su voz. Durante muchos meses había mantenido el dolor enterrado, mientras se sumergía en el trabajo y en el sexo ocasional. Luego, había encontrado a Julia. Y aquella paz se veía amenazada por fuerzas contra las cuales no sabía cómo luchar. Se estaba desmoronando y tampoco sabía cómo evitarlo. Abrazó a Julia con desesperación, casi sin poder respirar. Julia estrechó a Lena, deseando protegerla más que nada en el mundo, y comprendió por primera vez en su vida que la esencia del amor es el consuelo que proporciona en la oscuridad de la noche, cuando más acosan el terror, la incertidumbre y los fantasmas de antiguas penas. Con tanta fuerza que casi le habría hecho daño a Lena si no fuera tan vital, se apretó contra su amante y susurró con pasión:
—Te amo, cariño. Te amo.
La cabeza de Lena se despejó, y el puño que le había arrancado el aire de los pulmones, amenazando con secar la sangre de sus venas, se aflojó. Se puso de espaldas, jadeando.
—Dios, lo… siento. No sé qué ha ocurrido.
—¿Te encuentras bien? —Julia también se quedó sin aliento. Buscó a ciegas la mano de Lena y la estrechó.
—Sí, sólo era una pesadilla, de ésas que se tienen despierta.
—Yo las he tenido —admitió Julia—. Pero tú haces que desaparezcan.
—También tú lo logras. —Lena se volvió de lado y deslizó los dedos por el rostro de Julia, y luego por el cuello y los hombros—. Gracias.
Cuando se besaron, el beso expresaba gratitud y deseo. Lena se movió, introdujo el muslo entre las piernas de Julia y susurró mientras la abrazaba:
—Te necesito, Julia.
Estaba a punto de besar a Julia cuando sonó el teléfono. Lena se apartó y soltó una maldición.
—Tranquila, cariño. —Julia le dio una palmadita en la mejilla a Lena y se rió, un poco nerviosa—. Normalmente, no lo cojo, pero será mejor que contestemos.
—Se trata sólo de un aplazamiento —murmuró Lena besándola rápidamente.
—No hace falta que lo jures.
Lena se apartó de mala gana, y Julia cogió el teléfono.
—Julia Volkova… de acuerdo, dadnos diez minutos. Bajaremos. —Bien despierta, colgó y retiró las sábanas.
—Hora de ducharse, comandante. Felicia dice que tiene lo que necesitamos.
Anonymus- Mensajes : 345
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Re: Amor y Honor
Capítulo 28
Lucinda Washburn alzó los ojos de la pila de papeles y miró a Julia sin pestañear.
—¿Cuánta gente sabe esto?
—Cinco agentes federales. —Julia estaba sentada frente a Lucinda en una cómoda butaca, vestida con los vaqueros y el ligero jersey de algodón que se había puesto para viajar.
—¡Jesús! —murmuró Lucinda—. Es una pesadilla de seguridad.
—No, no es cierto —repuso Julia—. Nadie dirá nada.
—¿Confías en todos?
Julia se rió ante la ironía al pensar en lo que habían pasado juntos.
—Con mi vida.
—Por lo que veo —Lucinda hojeó los papeles—, un senador de los Estados Unidos, con tres mandatos a la espalda, se ha dedicado a reunir datos sobre ciudadanos particulares y políticos, incluyendo al presidente de la nación, con la clara intención de organizar una estrategia de campaña e influir en los grupos de presión, votantes y funcionarios de los partidos, y está utilizando agentes y recursos federales. ¿Es eso lo que me estás diciendo?
—A grandes rasgos. —Julia se encogió de hombros—. En realidad, no sé cuáles eran sus intenciones, pero las comunicaciones que interceptamos indican claramente que agentes del FBI efectuaron una vigilancia no autorizada y que esa información llegó a manos del senador Wallace y de al menos una persona del Departamento de Justicia.
—¿Y quién te ha pasado el dato?
—Alguien anónimo. —No pensaba revelar el papel de A. J. No sabía con certeza si su antigua amiga había tomado parte activa en la operación y, si lo había hecho, no tenía intención de torpedear su carrera—. Cuando se filtró a la prensa la foto en la que estoy con Lena, empezamos a indagar y esto es lo que averiguamos.
—¡Qué suerte! —El tono irónico de Lucinda indicaba que se daba cuenta de que había más documentos de los que Julia le había enseñado—. Tal y como están las cosas, el empleo de escuchas telefónicas y de vigilancia electrónica en la investigación de ciudadanos particulares que no son sospechosos de nada viola varias leyes federales, por no hablar de las irregularidades de la campaña si Wallace intenta aprovecharse de algo de esto.
—Por eso te lo he traído. —Julia miró sin pestañear a la jefa de gabinete—. Si no afecta a papá ahora, podría ser el año que viene. Y hay otros muchos nombres en ese expediente que están en el equipo de la reelección y son pilares fundamentales.
—No acaba ahí la cosa. —Lucinda habló casi con asco mientras cogía una de las páginas y la apartaba del resto—. Aquí tenemos una lista de clientes de un servicio de acompañantes. Podría dar lugar a chantajes, lo cual va más allá de las simples irregularidades de campaña.
—No sabemos que hayan chantajeado a nadie. Sería mejor decir coaccionado.
—Una sutil distinción.
—Lo sé, pero si ponemos… pones fin a esta situación ahora, no se llegará a ese punto.
—Lo único bueno —observó Lucinda en tono irónico— es que no fueron muy selectivos a la hora de hacer la vigilancia: liberales y conservadores, demócratas y republicanos; no discriminaron a la hora de violar intimidades. Tenemos a un juez de distrito de Washington, dos congresistas y un miembro del gabinete de tu padre, con una buena mezcla de afiliaciones, lo cual me da capacidad de maniobra en los dos bandos del escenario político.
Lucinda dejó a un lado los papeles y miró a Julia con interés.
—Esto es grave, pero se puede manejar sin que se entere la prensa, y creo que es lo mejor.
—Desde luego, yo no tengo el menor deseo de airear los trapos sucios de Washington en un programa televisivo de máxima audiencia.
—Pero me lo has traído por alguna razón. —Alzó una mano cuando Julia iba a explicarse—. Oh, ya lo sé, estás preocupada por el futuro político de tu padre. Te creo. Yo también. ¿Qué más quieres?
—Quiero que se cancele la investigación que Justicia está haciendo a mi jefa de seguridad. La cosa no debería haber llegado tan lejos, pero alguien está tocando teclas en el Tesoro o en el Departamento de Justicia, o en ambos, y sé que al menos una de esas personas está involucrada en esta operación ilícita.
Los ojos de Lucinda se posaron en la pila de documentos.
—El nombre de tu jefa figura en la lista de los clientes del servicio de compañía.
—Ya lo sé. —Julia no parpadeó, aunque en su mente apareció la imagen de la hermosa rubia que había sido amante de Lena—. No tiene nada que ver con su profesionalidad ni tampoco con nuestra relación. La investigación del Departamento de Justicia fue instigada por alguien con un interés personal en Lena. Y quiero que termine.
Lucinda se reclinó en su sillón y miró a un punto inconcreto, analizando opciones mentalmente.
—En realidad —reflexionó en voz alta—, la mayoría de la gente cree que la moneda del Gobierno es el todopoderoso dólar, pero no es cierto. Son los favores. Hay un buen número de personas que me deben algo. No me importa utilizar a algunas para arreglar esto. Me ahorraré muchos líos más adelante si doy por zanjado esto ahora. —Esbozó una sonrisa felina—. Y que Wallace se entere de que yo sé lo que estaba haciendo, así el muy cabrón se lo pensará dos veces antes de desafiar a un presidente en ejercicio para la nominación.
La ansiedad que agarrotaba el estómago de Julia desde que había llamado a Lucinda en el avión, camino de Washington, para pedirle una cita urgente a primera hora de la mañana, comenzó a ceder.
—Habrá que hacerlo pronto para ayudar a Lena.
—Oh, se hará —aseguró Lucinda—. Pero quiero algo a cambio.
Julia entrecerró los ojos.
—¿Qué?
—Que ocultes tu relación con la agente Katina, al menos hasta después de las nominaciones. Nada de declaraciones, de reconocimientos expresos ni de manifestaciones públicas de afecto.
Julia cabeceó.
—No. Tú misma lo has admitido: si no te hubiera traído esta información, seguramente te habrías visto en una dificilísima carrera para la nominación contra Wallace el año que viene. Creo que estamos en paz.
—Deberías pensar en la política.
—No en este momento. Aunque haré una cosa —concedió Julia—. Prometo que, si hago alguna declaración pública sobre mi vida personal, te avisaré con tiempo para que Aaron pueda manejar a los periodistas.
—Parece como si estuvieras preparando algo. Me gustaría conocer los detalles ahora.
—En realidad, prefiero hablar primero con mi padre.
Julia se levantó y se dirigió a la puerta. Con la mano en el pomo, se volvió.
—Gracias por la ayuda.
—No tiene importancia —dijo Lucinda en tono irónico mientras la puerta se cerraba despacio tras la hija del presidente.
Cuando Lena abrió la puerta de su apartamento, a Julia se le desbocó el corazón a causa de la preocupación. Su amante aún llevaba los mismos vaqueros y el polo que se había puesto para el viaje en avión.
—Creí que tenías una cita en el Departamento de Justicia. —Julia entró y cogió a Lena por el brazo—. ¿Por qué no estás vestida? Son casi las nueve.
—Por lo visto, esta mañana no tengo que ir a ninguna parte —respondió Lena.
—Maldita sea, si te han suspendido, ya…
—Todo lo contrario. —Lena sonrió y cabeceó—. La secretaria de Carlisle me llamó poco después de las ocho para avisarme de que mi cita con él se había cancelado. Carlisle le encomendó que me dijese que el asunto de Loverboy estaba cerrado.
Julia abrazó a Lena por la cintura y lanzó un suspiro de alivio.
—Gracias a Dios.
—¿Qué has hecho exactamente?
—Poca cosa —respondió Julia—. Lucinda y yo intercambiamos favores.
—Gracias por eso… por todo.
—Me encanta poder hacer algo por ti. —Julia acarició el pecho de Lena, adivinando las cicatrices. Cada vez que hacían el amor, las veía, las tocaba con los dedos y los labios. Recordaba el momento del disparo. Sacudió la cabeza para ahuyentar los recuerdos y se recreó en el sólido abrazo de su amante—. No tienes por qué agradecérmelo.
—Pero te lo agradezco —susurró Lena y la besó.
—Sí, claro —acertó a decir Julia, conteniendo el aliento—. Estoy segura de que Lucinda me lo recordará cuando necesite algo con urgencia.
—Es muy rápida —comentó Lena con admiración—. No sé qué cuerdas habrá pulsado, pero no ha tardado mucho.
—Seguramente, Lucinda Washburn tiene más poder que nadie en este país, después de mi padre. Si quiere que se haga algo, se hace.
—Tienes algunos contactos de lo más interesantes. —La sonrisa de Lena se ensanchó—. Resulta muy útil tratarte.
—¿Tú crees, comandante? —Julia deslizó las manos sobre la espalda de Lena—. ¿Impresionada?
Lena hundió la nariz en el cuello de Julia y besó la delicada piel bajo el lóbulo de la oreja, que Lena sabía que era uno de los puntos débiles de su amante.
—Ah, ah. Muy impresionada.
Julia acercó los labios al oído de Lena y susurró con voz ronca:
—Entonces, seguramente te emocionará saber que esta mañana tenemos una cita con el presidente de los Estados Unidos.
Lena se puso rígida y se enderezó de repente.
—¿Disculpa?
—Tiene un día muy ocupado, así que nos han metido entre la reunión matutina con los asesores de la seguridad nacional y una entrevista con un representante de la República Popular China.
—¡Dios, tengo que cambiarme de ropa!
—Estás muy bien. Se trata de una visita familiar, Lena, no de una reunión oficial.
—Tal vez —repuso Lena dirigiéndose al dormitorio—. Pero no voy a presentarme ante el presidente en vaqueros.
—Tendrás que superar eso alguna vez. Espero que en el futuro lo veas mucho. Ya sabes, cumpleaños, fiestas… todo eso.
—Tardaré un poco en acostumbrarme —gritó Lena por encima del hombro, y desapareció.
Julia sonrió y la siguió. «Mejor que empieces ya, mi amor.» El presidente Oleg Volkova alzó la vista del informe que estaba leyendo cuando Julia y Lena entraron en el despacho oval. Dejó los papeles a un lado, les indicó la pequeña zona de recepción frente a su mesa y se reunió con ellas.
—Sentaos, por favor. ¿Café?
—No, señor —respondió Lena resueltamente.
—Yo sí. —Julia fue al fondo de la habitación, donde había un pequeño juego de café y otras piezas junto una cafetera termo, sobre un aparador—. ¿Papá?
Como el presidente hizo un gesto negativo con la cabeza, Julia se sirvió una taza y se sentó en el sofá al lado de Lena, frente a su padre, instalado en su sillón de orejas habitual.
—Siento venirte con esto tan de repente. Gracias por recibirnos.
—No pasa nada. ¿Algún problema?
—No exactamente. —Julia apoyó la mano en la rodilla de Lena sin darse cuenta—. Hay algo que quiero decirte antes de que te enteres por otros.
El presidente asintió y esperó.
—He decidido hacer una declaración pública sobre mi relación con Lena.
La expresión del presidente no se alteró mientras miraba a su hija y a la amante de ésta.
—Muy bien.
—A Lucinda no le va a hacer ninguna gracia. —Julia lo miró fijamente.
—Lo soportará. —El presidente sonrió con cariño, pero su tono era apagado e inflexible—. ¿Puedo preguntar si hay algún motivo para que hayas elegido este momento? ¿Ha ocurrido algo?
Julia se encogió de hombros. No tenía intención de contarle los últimos descubrimientos. Le correspondía a Lucinda hacerlo.
—No quiero vivir preocupada, ocultando nuestra relación a la prensa. Tarde o temprano, se enterarán. Prefiero confesarlo abiertamente a que algún periodista lo presente de forma sensacionalista. —Miró a Lena—. Y las dos creemos que es mejor ahora en vez del año que viene, cuando estés en plena campaña para la reelección.
—Te lo agradezco pero, como te he dicho, no me preocupa especialmente. Por otro lado, si quieres controlar la situación, te sugiero que tires la primera piedra.
Lena asintió, pensando en lo mucho que Julia se parecía a su padre. Ninguno de los dos esperaba a que lo golpeasen primero.
—Eso es lo que hemos decidido. —Julia tomó aliento y evitó mirar a Lena—. Hay una cosa. El problema de que Lena continúe siendo mi jefa de seguridad cuando se haga público que somos amantes.
Lena intentó disimular su sorpresa. «Bueno, es su padre y su montaje.» El presidente apartó la vista de Julia y se centró en Lena.
—¿Su relación con mi hija afecta a su trabajo?
—Sí, señor —afirmó Lena sosteniendo la mirada del presidente.
—¿En qué sentido? —Arqueó las cejas, pero no mostró ninguna otra señal de sorpresa.
—En condiciones normales, señor, el deber del Servicio Secreto es velar por la seguridad física de los protegidos. Pero algunas veces mis decisiones se ven afectadas porque me preocupa… la felicidad de Julia.
Una leve sonrisa asomó a la comisura de los labios del presidente.
—¿Y eso pone en peligro a Julia?
Lena respiró a fondo y consideró el tema que la atormentaba desde el momento en que se dio cuenta de que se estaba enamorando de Julia Volkova.
—No lo creo, señor. A veces incumplo las reglas, pero, en lo tocante a su seguridad física, mis reacciones son instintivas.
—Y yo preferiría que fuesen menos instintivas —comentó Julia—. Quiero que le ordenes dimitir, papá.
—Sí, ya me he dado cuenta. —Julia casi nunca le había pedido nada, ni siquiera de niña. Recordó el miedo que había sentido el día que le informaron de que alguien había disparado contra su única hija. Había agradecido de todo corazón que una agente del Servicio Secreto recibiese la bala en su lugar.
Pero también imaginaba cómo se debía de sentir su hija, al ver que alguien a quien amaba había estado a punto de morir por ella. El presidente preguntó con cautela:
—Agente Katina, si no estuviese encargada de la seguridad de mi hija, ¿reaccionaría de forma diferente en caso de que ella se encontrase en peligro?
—De ninguna manera, señor —respondió Lena inmediatamente—. Aunque no se me destine oficialmente, seguiré vigilando el terreno con mil ojos en lo tocante a su seguridad. También es instintivo. Si alguien la amenaza, responderé tal y como se me ha entrenado.
El presidente miró a Julia y comprendió que aquella respuesta no la complacía.
—Me parece, Julia, que piensa actuar de la misma manera tanto si se encarga de tu seguridad como si no, así que mejor dejamos que siga con su trabajo.
«Y yo me sentiré muchísimo más tranquilo.»
—De acuerdo, renuncio. No puedo discutir con los dos —repuso Julia mirando a su amante y a su padre—. Espero que esto no sea indicio de futuras alianzas porque, si los dos os compincháis contra mí de esa forma, me voy a cabrear de verdad.
—Ni se me ocurriría —dijo el presidente, muy serio, y tanto Lena como Julia se rieron. Cuando el presidente se inclinó para dar un beso en la mejilla a Julia en la puerta del despacho oval, susurró:— Buena suerte.
Mientras recorrían los pasillos de la Casa Blanca, Lena murmuró:
—Ha sido una maniobra muy rastrera, señorita Volkova, la de intentar que su padre me despidiese.
Julia sonrió.
—Era una posibilidad remota, pero supuse que si él te ordenaba dimitir, no te resistirías —dudó—: ¿Estás enfadada?
—No. —Lena se rió—. Sé que tenías que intentarlo. ¿Serás capaz de soportarlo?
—No me queda más remedio.
Lena dijo, de pronto muy seria:
—Porque si crees que no vas a poder, yo…
—Mi padre tiene razón. Y tú también. Me rindo —declaró Julia con un ligero fastidio—. Vas a actuar de la misma forma, seas mi jefa de seguridad o no. Por lo menos, si estás al frente de mi equipo, de vez en cuando incluso podremos hacernos la ilusión de que tenemos una vida normal.
Lena se relajó.
—Eso suena muy bien.
—Aún nos queda una cosa por hacer, y luego te sugiero que aproveches tu día libre.
—¿Qué tiene pensado, señorita Volkova?
—Voy a llamar a Eric Mitchell y a concertar con él una entrevista exclusiva. Creo que sabrá abordarlo con estilo. ¿Estás preparada?
—Cuando tú digas. —Lena cogió la mano de Julia y la apretó.
Lucinda Washburn alzó los ojos de la pila de papeles y miró a Julia sin pestañear.
—¿Cuánta gente sabe esto?
—Cinco agentes federales. —Julia estaba sentada frente a Lucinda en una cómoda butaca, vestida con los vaqueros y el ligero jersey de algodón que se había puesto para viajar.
—¡Jesús! —murmuró Lucinda—. Es una pesadilla de seguridad.
—No, no es cierto —repuso Julia—. Nadie dirá nada.
—¿Confías en todos?
Julia se rió ante la ironía al pensar en lo que habían pasado juntos.
—Con mi vida.
—Por lo que veo —Lucinda hojeó los papeles—, un senador de los Estados Unidos, con tres mandatos a la espalda, se ha dedicado a reunir datos sobre ciudadanos particulares y políticos, incluyendo al presidente de la nación, con la clara intención de organizar una estrategia de campaña e influir en los grupos de presión, votantes y funcionarios de los partidos, y está utilizando agentes y recursos federales. ¿Es eso lo que me estás diciendo?
—A grandes rasgos. —Julia se encogió de hombros—. En realidad, no sé cuáles eran sus intenciones, pero las comunicaciones que interceptamos indican claramente que agentes del FBI efectuaron una vigilancia no autorizada y que esa información llegó a manos del senador Wallace y de al menos una persona del Departamento de Justicia.
—¿Y quién te ha pasado el dato?
—Alguien anónimo. —No pensaba revelar el papel de A. J. No sabía con certeza si su antigua amiga había tomado parte activa en la operación y, si lo había hecho, no tenía intención de torpedear su carrera—. Cuando se filtró a la prensa la foto en la que estoy con Lena, empezamos a indagar y esto es lo que averiguamos.
—¡Qué suerte! —El tono irónico de Lucinda indicaba que se daba cuenta de que había más documentos de los que Julia le había enseñado—. Tal y como están las cosas, el empleo de escuchas telefónicas y de vigilancia electrónica en la investigación de ciudadanos particulares que no son sospechosos de nada viola varias leyes federales, por no hablar de las irregularidades de la campaña si Wallace intenta aprovecharse de algo de esto.
—Por eso te lo he traído. —Julia miró sin pestañear a la jefa de gabinete—. Si no afecta a papá ahora, podría ser el año que viene. Y hay otros muchos nombres en ese expediente que están en el equipo de la reelección y son pilares fundamentales.
—No acaba ahí la cosa. —Lucinda habló casi con asco mientras cogía una de las páginas y la apartaba del resto—. Aquí tenemos una lista de clientes de un servicio de acompañantes. Podría dar lugar a chantajes, lo cual va más allá de las simples irregularidades de campaña.
—No sabemos que hayan chantajeado a nadie. Sería mejor decir coaccionado.
—Una sutil distinción.
—Lo sé, pero si ponemos… pones fin a esta situación ahora, no se llegará a ese punto.
—Lo único bueno —observó Lucinda en tono irónico— es que no fueron muy selectivos a la hora de hacer la vigilancia: liberales y conservadores, demócratas y republicanos; no discriminaron a la hora de violar intimidades. Tenemos a un juez de distrito de Washington, dos congresistas y un miembro del gabinete de tu padre, con una buena mezcla de afiliaciones, lo cual me da capacidad de maniobra en los dos bandos del escenario político.
Lucinda dejó a un lado los papeles y miró a Julia con interés.
—Esto es grave, pero se puede manejar sin que se entere la prensa, y creo que es lo mejor.
—Desde luego, yo no tengo el menor deseo de airear los trapos sucios de Washington en un programa televisivo de máxima audiencia.
—Pero me lo has traído por alguna razón. —Alzó una mano cuando Julia iba a explicarse—. Oh, ya lo sé, estás preocupada por el futuro político de tu padre. Te creo. Yo también. ¿Qué más quieres?
—Quiero que se cancele la investigación que Justicia está haciendo a mi jefa de seguridad. La cosa no debería haber llegado tan lejos, pero alguien está tocando teclas en el Tesoro o en el Departamento de Justicia, o en ambos, y sé que al menos una de esas personas está involucrada en esta operación ilícita.
Los ojos de Lucinda se posaron en la pila de documentos.
—El nombre de tu jefa figura en la lista de los clientes del servicio de compañía.
—Ya lo sé. —Julia no parpadeó, aunque en su mente apareció la imagen de la hermosa rubia que había sido amante de Lena—. No tiene nada que ver con su profesionalidad ni tampoco con nuestra relación. La investigación del Departamento de Justicia fue instigada por alguien con un interés personal en Lena. Y quiero que termine.
Lucinda se reclinó en su sillón y miró a un punto inconcreto, analizando opciones mentalmente.
—En realidad —reflexionó en voz alta—, la mayoría de la gente cree que la moneda del Gobierno es el todopoderoso dólar, pero no es cierto. Son los favores. Hay un buen número de personas que me deben algo. No me importa utilizar a algunas para arreglar esto. Me ahorraré muchos líos más adelante si doy por zanjado esto ahora. —Esbozó una sonrisa felina—. Y que Wallace se entere de que yo sé lo que estaba haciendo, así el muy cabrón se lo pensará dos veces antes de desafiar a un presidente en ejercicio para la nominación.
La ansiedad que agarrotaba el estómago de Julia desde que había llamado a Lucinda en el avión, camino de Washington, para pedirle una cita urgente a primera hora de la mañana, comenzó a ceder.
—Habrá que hacerlo pronto para ayudar a Lena.
—Oh, se hará —aseguró Lucinda—. Pero quiero algo a cambio.
Julia entrecerró los ojos.
—¿Qué?
—Que ocultes tu relación con la agente Katina, al menos hasta después de las nominaciones. Nada de declaraciones, de reconocimientos expresos ni de manifestaciones públicas de afecto.
Julia cabeceó.
—No. Tú misma lo has admitido: si no te hubiera traído esta información, seguramente te habrías visto en una dificilísima carrera para la nominación contra Wallace el año que viene. Creo que estamos en paz.
—Deberías pensar en la política.
—No en este momento. Aunque haré una cosa —concedió Julia—. Prometo que, si hago alguna declaración pública sobre mi vida personal, te avisaré con tiempo para que Aaron pueda manejar a los periodistas.
—Parece como si estuvieras preparando algo. Me gustaría conocer los detalles ahora.
—En realidad, prefiero hablar primero con mi padre.
Julia se levantó y se dirigió a la puerta. Con la mano en el pomo, se volvió.
—Gracias por la ayuda.
—No tiene importancia —dijo Lucinda en tono irónico mientras la puerta se cerraba despacio tras la hija del presidente.
Cuando Lena abrió la puerta de su apartamento, a Julia se le desbocó el corazón a causa de la preocupación. Su amante aún llevaba los mismos vaqueros y el polo que se había puesto para el viaje en avión.
—Creí que tenías una cita en el Departamento de Justicia. —Julia entró y cogió a Lena por el brazo—. ¿Por qué no estás vestida? Son casi las nueve.
—Por lo visto, esta mañana no tengo que ir a ninguna parte —respondió Lena.
—Maldita sea, si te han suspendido, ya…
—Todo lo contrario. —Lena sonrió y cabeceó—. La secretaria de Carlisle me llamó poco después de las ocho para avisarme de que mi cita con él se había cancelado. Carlisle le encomendó que me dijese que el asunto de Loverboy estaba cerrado.
Julia abrazó a Lena por la cintura y lanzó un suspiro de alivio.
—Gracias a Dios.
—¿Qué has hecho exactamente?
—Poca cosa —respondió Julia—. Lucinda y yo intercambiamos favores.
—Gracias por eso… por todo.
—Me encanta poder hacer algo por ti. —Julia acarició el pecho de Lena, adivinando las cicatrices. Cada vez que hacían el amor, las veía, las tocaba con los dedos y los labios. Recordaba el momento del disparo. Sacudió la cabeza para ahuyentar los recuerdos y se recreó en el sólido abrazo de su amante—. No tienes por qué agradecérmelo.
—Pero te lo agradezco —susurró Lena y la besó.
—Sí, claro —acertó a decir Julia, conteniendo el aliento—. Estoy segura de que Lucinda me lo recordará cuando necesite algo con urgencia.
—Es muy rápida —comentó Lena con admiración—. No sé qué cuerdas habrá pulsado, pero no ha tardado mucho.
—Seguramente, Lucinda Washburn tiene más poder que nadie en este país, después de mi padre. Si quiere que se haga algo, se hace.
—Tienes algunos contactos de lo más interesantes. —La sonrisa de Lena se ensanchó—. Resulta muy útil tratarte.
—¿Tú crees, comandante? —Julia deslizó las manos sobre la espalda de Lena—. ¿Impresionada?
Lena hundió la nariz en el cuello de Julia y besó la delicada piel bajo el lóbulo de la oreja, que Lena sabía que era uno de los puntos débiles de su amante.
—Ah, ah. Muy impresionada.
Julia acercó los labios al oído de Lena y susurró con voz ronca:
—Entonces, seguramente te emocionará saber que esta mañana tenemos una cita con el presidente de los Estados Unidos.
Lena se puso rígida y se enderezó de repente.
—¿Disculpa?
—Tiene un día muy ocupado, así que nos han metido entre la reunión matutina con los asesores de la seguridad nacional y una entrevista con un representante de la República Popular China.
—¡Dios, tengo que cambiarme de ropa!
—Estás muy bien. Se trata de una visita familiar, Lena, no de una reunión oficial.
—Tal vez —repuso Lena dirigiéndose al dormitorio—. Pero no voy a presentarme ante el presidente en vaqueros.
—Tendrás que superar eso alguna vez. Espero que en el futuro lo veas mucho. Ya sabes, cumpleaños, fiestas… todo eso.
—Tardaré un poco en acostumbrarme —gritó Lena por encima del hombro, y desapareció.
Julia sonrió y la siguió. «Mejor que empieces ya, mi amor.» El presidente Oleg Volkova alzó la vista del informe que estaba leyendo cuando Julia y Lena entraron en el despacho oval. Dejó los papeles a un lado, les indicó la pequeña zona de recepción frente a su mesa y se reunió con ellas.
—Sentaos, por favor. ¿Café?
—No, señor —respondió Lena resueltamente.
—Yo sí. —Julia fue al fondo de la habitación, donde había un pequeño juego de café y otras piezas junto una cafetera termo, sobre un aparador—. ¿Papá?
Como el presidente hizo un gesto negativo con la cabeza, Julia se sirvió una taza y se sentó en el sofá al lado de Lena, frente a su padre, instalado en su sillón de orejas habitual.
—Siento venirte con esto tan de repente. Gracias por recibirnos.
—No pasa nada. ¿Algún problema?
—No exactamente. —Julia apoyó la mano en la rodilla de Lena sin darse cuenta—. Hay algo que quiero decirte antes de que te enteres por otros.
El presidente asintió y esperó.
—He decidido hacer una declaración pública sobre mi relación con Lena.
La expresión del presidente no se alteró mientras miraba a su hija y a la amante de ésta.
—Muy bien.
—A Lucinda no le va a hacer ninguna gracia. —Julia lo miró fijamente.
—Lo soportará. —El presidente sonrió con cariño, pero su tono era apagado e inflexible—. ¿Puedo preguntar si hay algún motivo para que hayas elegido este momento? ¿Ha ocurrido algo?
Julia se encogió de hombros. No tenía intención de contarle los últimos descubrimientos. Le correspondía a Lucinda hacerlo.
—No quiero vivir preocupada, ocultando nuestra relación a la prensa. Tarde o temprano, se enterarán. Prefiero confesarlo abiertamente a que algún periodista lo presente de forma sensacionalista. —Miró a Lena—. Y las dos creemos que es mejor ahora en vez del año que viene, cuando estés en plena campaña para la reelección.
—Te lo agradezco pero, como te he dicho, no me preocupa especialmente. Por otro lado, si quieres controlar la situación, te sugiero que tires la primera piedra.
Lena asintió, pensando en lo mucho que Julia se parecía a su padre. Ninguno de los dos esperaba a que lo golpeasen primero.
—Eso es lo que hemos decidido. —Julia tomó aliento y evitó mirar a Lena—. Hay una cosa. El problema de que Lena continúe siendo mi jefa de seguridad cuando se haga público que somos amantes.
Lena intentó disimular su sorpresa. «Bueno, es su padre y su montaje.» El presidente apartó la vista de Julia y se centró en Lena.
—¿Su relación con mi hija afecta a su trabajo?
—Sí, señor —afirmó Lena sosteniendo la mirada del presidente.
—¿En qué sentido? —Arqueó las cejas, pero no mostró ninguna otra señal de sorpresa.
—En condiciones normales, señor, el deber del Servicio Secreto es velar por la seguridad física de los protegidos. Pero algunas veces mis decisiones se ven afectadas porque me preocupa… la felicidad de Julia.
Una leve sonrisa asomó a la comisura de los labios del presidente.
—¿Y eso pone en peligro a Julia?
Lena respiró a fondo y consideró el tema que la atormentaba desde el momento en que se dio cuenta de que se estaba enamorando de Julia Volkova.
—No lo creo, señor. A veces incumplo las reglas, pero, en lo tocante a su seguridad física, mis reacciones son instintivas.
—Y yo preferiría que fuesen menos instintivas —comentó Julia—. Quiero que le ordenes dimitir, papá.
—Sí, ya me he dado cuenta. —Julia casi nunca le había pedido nada, ni siquiera de niña. Recordó el miedo que había sentido el día que le informaron de que alguien había disparado contra su única hija. Había agradecido de todo corazón que una agente del Servicio Secreto recibiese la bala en su lugar.
Pero también imaginaba cómo se debía de sentir su hija, al ver que alguien a quien amaba había estado a punto de morir por ella. El presidente preguntó con cautela:
—Agente Katina, si no estuviese encargada de la seguridad de mi hija, ¿reaccionaría de forma diferente en caso de que ella se encontrase en peligro?
—De ninguna manera, señor —respondió Lena inmediatamente—. Aunque no se me destine oficialmente, seguiré vigilando el terreno con mil ojos en lo tocante a su seguridad. También es instintivo. Si alguien la amenaza, responderé tal y como se me ha entrenado.
El presidente miró a Julia y comprendió que aquella respuesta no la complacía.
—Me parece, Julia, que piensa actuar de la misma manera tanto si se encarga de tu seguridad como si no, así que mejor dejamos que siga con su trabajo.
«Y yo me sentiré muchísimo más tranquilo.»
—De acuerdo, renuncio. No puedo discutir con los dos —repuso Julia mirando a su amante y a su padre—. Espero que esto no sea indicio de futuras alianzas porque, si los dos os compincháis contra mí de esa forma, me voy a cabrear de verdad.
—Ni se me ocurriría —dijo el presidente, muy serio, y tanto Lena como Julia se rieron. Cuando el presidente se inclinó para dar un beso en la mejilla a Julia en la puerta del despacho oval, susurró:— Buena suerte.
Mientras recorrían los pasillos de la Casa Blanca, Lena murmuró:
—Ha sido una maniobra muy rastrera, señorita Volkova, la de intentar que su padre me despidiese.
Julia sonrió.
—Era una posibilidad remota, pero supuse que si él te ordenaba dimitir, no te resistirías —dudó—: ¿Estás enfadada?
—No. —Lena se rió—. Sé que tenías que intentarlo. ¿Serás capaz de soportarlo?
—No me queda más remedio.
Lena dijo, de pronto muy seria:
—Porque si crees que no vas a poder, yo…
—Mi padre tiene razón. Y tú también. Me rindo —declaró Julia con un ligero fastidio—. Vas a actuar de la misma forma, seas mi jefa de seguridad o no. Por lo menos, si estás al frente de mi equipo, de vez en cuando incluso podremos hacernos la ilusión de que tenemos una vida normal.
Lena se relajó.
—Eso suena muy bien.
—Aún nos queda una cosa por hacer, y luego te sugiero que aproveches tu día libre.
—¿Qué tiene pensado, señorita Volkova?
—Voy a llamar a Eric Mitchell y a concertar con él una entrevista exclusiva. Creo que sabrá abordarlo con estilo. ¿Estás preparada?
—Cuando tú digas. —Lena cogió la mano de Julia y la apretó.
Anonymus- Mensajes : 345
Fecha de inscripción : 03/09/2014
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Re: Amor y Honor
Capítulo 29
En su tercera noche en París, Lena y Julia se encontraban en un minúsculo parque de la islita que hay en medio del Sena, frente a la silueta de Notre-Dame, que se recortaba contra el cielo nocturno. Sus manos entrelazadas se apoyaban en la barandilla de hierro forjado y el río fluía lentamente a sus pies.
Entre las sombras de los árboles, a diez metros de distancia, vigilaba un agente del Servicio Secreto. La noche las envolvía y la oscuridad les ofrecía su escudo protector. Casi no podrían estar más solas.
—¿En qué piensas? —preguntó Lena, maravillándose ante la belleza del perfil de Julia bajo el claro de luna.
—En Patrick Doyle.
—¡Qué desgracia! —Lena torció el gesto—. ¿Por qué?
—Porque me cabrea que no le ocurra nada después de todos los problemas que te ha causado. Quiero que sufra de alguna forma.
—En realidad, le ha ocurrido algo. En los informes de hoy me he fijado que se produjo un cambio de mando en la oficina del FBI de Washington. Patrick Doyle ya no es el agente especial al mando. Lo han destinado a una oficina de base en Waukegan.
—¿Dónde queda eso?
—Eso mismo pensé yo.
—Estupendo —exclamó Julia con entusiasmo—. Espero que se pudra allí.
Lena recordó su breve encuentro con Doyle la mañana siguiente a que Julia y ella concediesen a Eric Mitchell la entrevista en la que reconocían su relación. Lena había ido a ver a Carlisle porque quería saber cómo estaban las cosas entre ellos. Seguía siendo su superior y quien le daba órdenes.
Carlisle se había limitado a decir: «El presidente tiene plena confianza en usted y al director le basta con eso. Procure que su foto no salga en las portadas». Cuando Lena abandonó el despacho tras asegurarle que tenía intención de hacer eso mismo precisamente, Doyle se acercó a ella. Se aproximaron desde extremos opuestos del pasillo, mirándose a los ojos, con los cuerpos tensos y listos para luchar. Al llegar a su altura, Doyle siseó entre dientes: «Esta vez has tenido suerte, Katina, pero yo en tu lugar me cubriría las espaldas. No siempre podrás esconderte detrás de Julia Volkova». A Lena le molestó oírle pronunciar el nombre de Julia, pero se limitó a sonreír.
—¿Todavía intentas asustarme, Doyle? Creí que a estas alturas incluso tú tendrías sesera suficiente para comprender que no te da resultado.
Doyle alzó un puño y se echó hacia delante, con los músculos de la mandíbula hinchados, pero se detuvo antes de tocarla. Lena permaneció inmóvil, con las manos abiertas a los lados del cuerpo. En aquel momento, lo único que quería era darle un puñetazo en la cara, pero no le proporcionaría la satisfacción de responder a su provocación.
—No eras buena para ella. —Doyle tenía el rostro congestionado y los ojos llenos de odio—. Se merecía algo mejor que tú.
El rostro de Lena no se alteró, pero su mirada se endureció. Cuando habló, lo hizo con voz desapasionada y casi pétrea:
—¿Sabes, Doyle? Tal vez tengas razón. Pero yo sé que ella era demasiado buena para ti, y también lo sabía ella.
A continuación, lo rodeó y se alejó, dejándolo sin palabras.
Lena, aliviada, cogió la mano de Julia, se la llevó a los labios y besó con ternura la palma.
—Creo que Doyle ha pagado un precio muy alto por la venganza.
—Yo también lo creo —refunfuñó Julia, pero la noche era maravillosa, como su amante, y no podía enfadarse. Se acercó a Lena y posó la cabeza en su hombro—. Te amo.
—Me encanta oírtelo decir —murmuró Lena, besó a Julia en la sien, y luego se rió—. ¿Crees que al embajador le habrá ofendido atrozmente que te hayas escapado de su fiesta?
—Dudo que se haya dado cuenta. Me parece que estaba demasiado ocupado saludando a todo el mundo para interesarse por mí.
—El embajador tal vez no se haya dado cuenta, pero la esposa del embajador seguro que sí.
Julia soltó una risita, introdujo el brazo bajo el esmoquin de Lena y rodeó su cintura.
—No sé a qué te refieres, comandante.
—Me refiero a que, si hubiera seguido mirándote mucho más con esa expresión tan hambrienta en los ojos, me habría visto obligada a provocar un incidente internacional.
—No me digas que estás celosa —Julia se rió con ganas.
—¿No lo crees? —Lena se dio la vuelta, apoyó la cadera en la barandilla y atrajo a Julia hacia sí. Luego, acercó la boca al oído de Julia y murmuró—: Es usted una mujer muy hermosa, señorita Volkova. Y con ese vestido, espectacularmente sexy. No era ella la única que la miraba esta noche.
—Sólo me interesas tú —afirmó Julia con voz ronca, cruzando los brazos tras la nuca de Lena. Encajaban a la perfección, y percibió el calor del cuerpo de Lena a través del vaporoso tejido de su vestido—. Y en este momento, me gustaría que me prestaras un poco más de atención.
—Por desgracia, tendrás que esperar —susurró Lena, aunque una repentina punzada de deseo hizo temblar su voz—. No creo que ni siquiera Stark pueda fingir que no se entera si hago lo que estoy pensando en este momento.
Julia la atrajo hacía sí y la besó, con un beso fiero y exigente que se intensificó mientras sus cuerpos se amoldaban. Cuando se apartó, dijo casi sin respiración:
—La paciencia no es mi mejor virtud.
Lena dibujó con el dedo la línea de la mandíbula de Julia.
—Me gusta tu voracidad.
—En este momento tengo hambre. —Julia deslizó la mano sobre el pecho y el abdomen de Lena e introdujo los dedos entre los muslos de su amante, sonriendo para sí cuando Lena se puso rígida y ahogó un gemido.
—Caminemos un poco —susurró Lena con la sangre hirviendo—. Luego, podemos parar en el primer hotelito que encontremos y pasar la noche en él.
—¿Y Stark y Fielding? —Julia indicó con la cabeza la oscuridad que reinaba tras ellas.
—Cuando nos hayamos instalado, les diré que se tomen la noche libre. —Lena se rió—. Creo recordar que Renée Savard ha pedido una semana de vacaciones y casualmente está en París. Dudo mucho que Stark se queje de que le reduzcan el turno esta noche.
—Vaya —murmuró Julia entrelazando los dedos con los de su amante—. La verdad es que tu puesto tiene muchas ventajas.
Mientras caminaban bajo las estrellas por la ciudad de los amantes, Lena afirmó:
—Me encanta mi trabajo.
Julia se rió, abrazando a la mujer (y al amor) que le habían enseñando que la libertad es cosa del corazón.
En su tercera noche en París, Lena y Julia se encontraban en un minúsculo parque de la islita que hay en medio del Sena, frente a la silueta de Notre-Dame, que se recortaba contra el cielo nocturno. Sus manos entrelazadas se apoyaban en la barandilla de hierro forjado y el río fluía lentamente a sus pies.
Entre las sombras de los árboles, a diez metros de distancia, vigilaba un agente del Servicio Secreto. La noche las envolvía y la oscuridad les ofrecía su escudo protector. Casi no podrían estar más solas.
—¿En qué piensas? —preguntó Lena, maravillándose ante la belleza del perfil de Julia bajo el claro de luna.
—En Patrick Doyle.
—¡Qué desgracia! —Lena torció el gesto—. ¿Por qué?
—Porque me cabrea que no le ocurra nada después de todos los problemas que te ha causado. Quiero que sufra de alguna forma.
—En realidad, le ha ocurrido algo. En los informes de hoy me he fijado que se produjo un cambio de mando en la oficina del FBI de Washington. Patrick Doyle ya no es el agente especial al mando. Lo han destinado a una oficina de base en Waukegan.
—¿Dónde queda eso?
—Eso mismo pensé yo.
—Estupendo —exclamó Julia con entusiasmo—. Espero que se pudra allí.
Lena recordó su breve encuentro con Doyle la mañana siguiente a que Julia y ella concediesen a Eric Mitchell la entrevista en la que reconocían su relación. Lena había ido a ver a Carlisle porque quería saber cómo estaban las cosas entre ellos. Seguía siendo su superior y quien le daba órdenes.
Carlisle se había limitado a decir: «El presidente tiene plena confianza en usted y al director le basta con eso. Procure que su foto no salga en las portadas». Cuando Lena abandonó el despacho tras asegurarle que tenía intención de hacer eso mismo precisamente, Doyle se acercó a ella. Se aproximaron desde extremos opuestos del pasillo, mirándose a los ojos, con los cuerpos tensos y listos para luchar. Al llegar a su altura, Doyle siseó entre dientes: «Esta vez has tenido suerte, Katina, pero yo en tu lugar me cubriría las espaldas. No siempre podrás esconderte detrás de Julia Volkova». A Lena le molestó oírle pronunciar el nombre de Julia, pero se limitó a sonreír.
—¿Todavía intentas asustarme, Doyle? Creí que a estas alturas incluso tú tendrías sesera suficiente para comprender que no te da resultado.
Doyle alzó un puño y se echó hacia delante, con los músculos de la mandíbula hinchados, pero se detuvo antes de tocarla. Lena permaneció inmóvil, con las manos abiertas a los lados del cuerpo. En aquel momento, lo único que quería era darle un puñetazo en la cara, pero no le proporcionaría la satisfacción de responder a su provocación.
—No eras buena para ella. —Doyle tenía el rostro congestionado y los ojos llenos de odio—. Se merecía algo mejor que tú.
El rostro de Lena no se alteró, pero su mirada se endureció. Cuando habló, lo hizo con voz desapasionada y casi pétrea:
—¿Sabes, Doyle? Tal vez tengas razón. Pero yo sé que ella era demasiado buena para ti, y también lo sabía ella.
A continuación, lo rodeó y se alejó, dejándolo sin palabras.
Lena, aliviada, cogió la mano de Julia, se la llevó a los labios y besó con ternura la palma.
—Creo que Doyle ha pagado un precio muy alto por la venganza.
—Yo también lo creo —refunfuñó Julia, pero la noche era maravillosa, como su amante, y no podía enfadarse. Se acercó a Lena y posó la cabeza en su hombro—. Te amo.
—Me encanta oírtelo decir —murmuró Lena, besó a Julia en la sien, y luego se rió—. ¿Crees que al embajador le habrá ofendido atrozmente que te hayas escapado de su fiesta?
—Dudo que se haya dado cuenta. Me parece que estaba demasiado ocupado saludando a todo el mundo para interesarse por mí.
—El embajador tal vez no se haya dado cuenta, pero la esposa del embajador seguro que sí.
Julia soltó una risita, introdujo el brazo bajo el esmoquin de Lena y rodeó su cintura.
—No sé a qué te refieres, comandante.
—Me refiero a que, si hubiera seguido mirándote mucho más con esa expresión tan hambrienta en los ojos, me habría visto obligada a provocar un incidente internacional.
—No me digas que estás celosa —Julia se rió con ganas.
—¿No lo crees? —Lena se dio la vuelta, apoyó la cadera en la barandilla y atrajo a Julia hacia sí. Luego, acercó la boca al oído de Julia y murmuró—: Es usted una mujer muy hermosa, señorita Volkova. Y con ese vestido, espectacularmente sexy. No era ella la única que la miraba esta noche.
—Sólo me interesas tú —afirmó Julia con voz ronca, cruzando los brazos tras la nuca de Lena. Encajaban a la perfección, y percibió el calor del cuerpo de Lena a través del vaporoso tejido de su vestido—. Y en este momento, me gustaría que me prestaras un poco más de atención.
—Por desgracia, tendrás que esperar —susurró Lena, aunque una repentina punzada de deseo hizo temblar su voz—. No creo que ni siquiera Stark pueda fingir que no se entera si hago lo que estoy pensando en este momento.
Julia la atrajo hacía sí y la besó, con un beso fiero y exigente que se intensificó mientras sus cuerpos se amoldaban. Cuando se apartó, dijo casi sin respiración:
—La paciencia no es mi mejor virtud.
Lena dibujó con el dedo la línea de la mandíbula de Julia.
—Me gusta tu voracidad.
—En este momento tengo hambre. —Julia deslizó la mano sobre el pecho y el abdomen de Lena e introdujo los dedos entre los muslos de su amante, sonriendo para sí cuando Lena se puso rígida y ahogó un gemido.
—Caminemos un poco —susurró Lena con la sangre hirviendo—. Luego, podemos parar en el primer hotelito que encontremos y pasar la noche en él.
—¿Y Stark y Fielding? —Julia indicó con la cabeza la oscuridad que reinaba tras ellas.
—Cuando nos hayamos instalado, les diré que se tomen la noche libre. —Lena se rió—. Creo recordar que Renée Savard ha pedido una semana de vacaciones y casualmente está en París. Dudo mucho que Stark se queje de que le reduzcan el turno esta noche.
—Vaya —murmuró Julia entrelazando los dedos con los de su amante—. La verdad es que tu puesto tiene muchas ventajas.
Mientras caminaban bajo las estrellas por la ciudad de los amantes, Lena afirmó:
—Me encanta mi trabajo.
Julia se rió, abrazando a la mujer (y al amor) que le habían enseñando que la libertad es cosa del corazón.
Anonymus- Mensajes : 345
Fecha de inscripción : 03/09/2014
Edad : 37
Localización : Argentina - Buenos Aires
Re: Amor y Honor
Waooooo facinant d verdd muy facinant historia!!
flakita volkatina- Mensajes : 183
Fecha de inscripción : 07/06/2015
Edad : 30
Localización : Costa Rica
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