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Guardias de Honor

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Mensaje por Anonymus 3/18/2015, 4:57 am

Capitulo 1



16 de agosto del 2001

La recepcionista de la pequeña pensione de la Rue Seguier apartó la vista del periódico cuando se abrió la puerta y entraron dos desconocidas. Pasaba de la medianoche, una hora poco habitual para la llegada de huéspedes, pero estaba acostumbrada a cosas poco habituales en St-Germain, el arrondissement de París famoso por sus artistas, filósofos, pioneros de la moda y, en tiempos más recientes, por los turistas. Las costumbres e inclinaciones de estos últimos eran inabarcables, y había aprendido a ocultar sus escasas reacciones de sorpresa o desánimo ante los hábitos de los huéspedes. No obstante, aquella noche sintió una repentina curiosidad. Dos mujeres con trajes de fiesta caminaron hacia ella sobre la gruesa alfombra. Distaban mucho de ser mujeres corrientes, incluso para los criterios de la Orilla Izquierda. Una era una pelinegra de belleza espectacular con un vestido de noche negro azulado que dejaba los hombros al descubierto y un chal de lentejuelas a juego, muy haute couture. Llevaba los espesos cabellos negros recogidos en la nuca, y el maquillaje, sutil y aplicado con mano experta, se limitaba a realzar la belleza natural de los grandes y profundos ojos azules y los elevados pómulos. Tenía labios generosos y exuberantes, hechos para besar o para reír a carcajadas. En aquel momento se estaba riendo, mientras con los dedos de la mano derecha sujetaba en ademán posesivo el brazo de su acompañante. La otra mujer también era fascinante, pero de un estilo completamente distinto. Un poco más alta que su compañera pelinegra, llevaba una chaqueta ceñida y pantalones de esmoquin negros. Su oscuridad contrastaba con la claridad de la otra, no sólo en los colores, sino también en la innegable aura de intensidad que proyectaba. Sus cabellos rojos rizado. Sus ojos eran verdes gris penetrantes, incluso desde el otro extremo de la habitación. La pelinegra se movía con la agilidad y gracia de una bailarina, pero aquella mujer, más enérgica y esbelta, avanzaba con la agilidad muscular de un depredador de la jungla. Cada una de ellas emitía un aire de vitalidad y fuerza animal, y juntas formaban una pareja asombrosamente atractiva. «Y no cabe duda de que son pareja. Se mueven al mismo ritmo, sus cuerpos apenas se rozan, pero se funden... Oh sí, están juntas.»

-Bonsoir. ¿En qué puedo ayudarlas?
-Queremos una habitación -dijo la agente del Servicio Secreto estadounidense Elena Katina en perfecto francés.
Miró a su acompañante y sonrió-. Algo privado y con vistas.
-Creo que tengo lo que buscan -respondió la recepcionista con un asomo de sonrisa. Se volvió y cogió una llave de los casilleros de madera que tenía detrás. El servicio de aquel hotelito, cuya decoración había conocido tiempos mejores, era personal y no había ordenadores. Reinaba cierto aire de intimidad en el pequeño vestíbulo, atestado de mobiliario de madera tallada y de lámparas de araña apagadas-. Desde su balcón se ve Notre Dame. Si llaman a recepción por la mañana, les subirán el desayuno.

Lena miró a su amante con una ceja levantada mientras cogía su cartera.

-¿Te parece bien?

Julia Volkova se movió y rozó con la cadera el muslo de Lena mientras le acariciaba la espalda. Aunque pasaban juntas casi todas las horas del día, apenas podían tocarse. Así que en aquel momento disfrutaban hasta del más mínimo contacto.

-Perfecto.

Nunca habían pasado la noche juntas y a solas, al menos no realmente a solas, sin que hubiese vigilancia ante la puerta o alguien de servicio controlando su localización. Hacía más de medio año que eran amantes y se habían despertado la una en brazos de la otra menos de media docena de veces. Aquella noche, en la minúscula pensione de la ciudad del amor, por primera vez podían ser simplemente amantes.

-Aquí tienen. -La recepcionista entregó una llave a Lena, que cubrió la breve tarjeta informativa que la acompañaba- Segundo piso.
-Gracias -dijeron Lena y Julia al mismo tiempo antes de alejarse cogidas de la mano.

Renee Savard estaba dormida cuando llamaron a la puerta de su habitación de hotel. Dio la vuelta en la cama con cuidado, procurando no lastimar el hombro izquierdo herido, y miró el despertador: las 2.12 de la madrugada.
La agente del FBI espabiló casi al momento, totalmente despierta tras años entrenándose para pasar del sueño más profundo a la acción inmediata; se levantó a toda prisa, cogió la bata que estaba sobre una silla y se la puso con precaución. La herida de bala del hombro izquierdo estaba en vías de curación, y aunque le habían aconsejado dar reposo a la articulación el mayor tiempo posible, aprovechaba la menor oportunidad para prescindir del apoyo restrictivo del inmovilizador. No sólo le costaba trabajo vestirse con él puesto, sino que se sentía indefensa y vulnerable con un solo brazo en funcionamiento. Valía la pena sufrir un poco de dolor a cambio de poder defenderse si hacía falta. Segundos después miró a través de la mirilla de seguridad y se apresuró a descorrer la cerradura y a abrir la puerta con una amplia sonrisa.

-¿Qué haces aquí? Creí que esta noche estabas de servicio.

Paula Stark se hallaba en el pasillo del hotel, levemente ruborizada, pero incapaz de disimular su alegría. Vestía la chaqueta y pantalones negros que había usado mientras estaba de servicio como agente principal del servicio secreto en el equipo de Julia Volkova. Llevaba el arma en la funda de la cadera, prendida en el lado derecho del cinturón. Extendió la mano, encogiéndose de hombros, y ofreció a Renee un pequeño ramo de rosas rojas y gipsófilas blancas.

-Casualmente pasaba por aquí.

Renee, encantada, apoyó un hombro en el marco de la puerta y miró de arriba abajo a la joven agente morena y musculosa, deleitándose como siempre en su aspecto sincero e íntegro.

-No esperaba verte durante una temporada. Al fin y al cabo, estoy de baja, pero tú tienes que trabajar.
-¿Ocurre algo? Bueno... ya sé que es tarde...
-Hum. No pasa nada.

Renee extendió la mano para coger las flores y las acercó a la nariz, sonriendo de nuevo. Luego se hizo a un lado y señaló su habitación

-Entra.

Stark entró en la habitación del hotel, con el corazón desbocado. El noviazgo era algo nuevo para ella, como cualquier tipo de relación, y una relación con una mujer ni siquiera se le pasaba por la imaginación un año antes. Pero todo cambió el día en que Renee Savard fue destinada temporalmente al equipo de seguridad de Julia Volkova. Durante la persecución de un terrible acosador que había amenazado con matar a Julia y que casi había acabado con la comandante, Stark se dio cuenta de lo mucho que quería a aquella mujer. Habían estado a punto de consumar su relación una semana antes.

-Me parece increíble que te hayas ofrecido voluntaria para trabajar otra noche. ¿Cuántas son... tres seguidas? -Renee tenía una expresión desafiante cuando cruzó el salón para encararse con Stark.
-Dos... bueno, dos y media, supongo, pero no me ofrecí voluntaria para la última noche -se apresuró a decir Stark a modo de autodefensa.
-Permanecer levantada dos noches seguidas podría herir profundamente mi ego, ¿sabes?
-La situación es bastante complicada desde que la comandante y Egr... es decir, Julia... procuran que no se note demasiado que pasan tiempo juntas -explicó Stark, muy seria- Resulta más fácil si yo...
-Paula, cierra el pico. -Renee ejecutó la orden, tapándole la boca a Stark.

El gritito de sorpresa de Stark fue sustituido por un leve gemido cuando la lengua de Renee acarició sus labios y se introdujo en su boca. Rendida, Stark cerró los ojos y dejó que el calor y la ternura de las caricias la atravesasen hasta conmover la última célula. Cuando el beso acabó, Stark abrió los ojos, confundida porque no podía centrar la vista. La cabeza le daba vueltas.

-Ha sido maravilloso -acertó a decir con voz temblorosa.

De pronto, hacía mucho calor en el apartamento. Renee posó la mano sobre la mejilla de Stark y apartó suavemente el pelo de la sien de su amiga con dedos agitados. Sí que lo ha sido. Y hay cosas mucho más maravillosas aún.

-No existe cupo ni nada por el estilo, ¿verdad?

Stark deslizó los labios sobre los dedos que acariciaban su rostro.

-En absoluto -respondió Renee con voz ronca y grave-. De hecho, creo que las reservas son inagotables.
-Me parece muy bien, porque voy a querer muchísimo.
-Ahora mismo?
-Y tu hermana? -Stark apoyó las manos en la cintura de Renee y se acercó hasta que los muslos de ambas se rozaron. Le agradó comprobar que también Renee estaba un poco nerviosa.
-Es poli de siete a siete. Y no nos molestará si estamos... dormidas cuando llegue.
-Sí, pues entonces ahora sería genial.

A Stark le preocupaba que no le respondiesen las piernas si esperaban mucho más, porque estaba empezando a temblar de arriba abajo.

-¿Estás segura? -No había el menor rastro de ironía en el tono de Renee, sólo una amable pregunta, llena de paciencia, ternura y dulce deseo.
-Tengo muchísimas ganas de hacer el amor contigo –confesó Stark, cuyo cuerpo vibraba de ganas-. He querido tocarte desde siempre.

Renee soltó un brusco suspiro.

-No puedo esperar más.

Stark la abrazó por la cintura, y antes de besarla susurró:

-Pues no esperemos.

En el dormitorio, Renee se inclinó para soltar la correa que sujetaba el arma contra su pecho. Le temblaba la mano.

-¿Te ayudo?

Stark tenía seca la garganta y la voz ronca. Renee asintió, sonriendo tímidamente.

-Sería mejor.

Stark se acercó y comenzó a quitar con mucho cuidado el arnés de restricción.

-¿Esto es seguro?
-¿Qué parte?

Había un matiz en el tono de Renee que obligó a Stark a alzar la cabeza bruscamente y a rebuscar en las profundidades de los ojos azules de Renee.

-¿Ocurre algo?
-Estoy nerviosa -confesó Renee-. Eo... no sé por qué.
-¿Has cambiado de idea? -Stark trató de hablar con voz normal. «¿Nerviosa? Más bien aterrorizada. »
-Eres especial -susurró Renee, cuyos dedos aletearon sobre el rostro de Stark-. Quiero... Oh, Dios... te parecerá estúpido. Casi prefiero esperar hasta que sepamos adónde nos llevará esto.
-¿Te refieres a algo más, aparte de la cama?

Renee asintió de nuevo sin decir nada.

-No me parece estúpido. -Conmovida y, en cierto modo, aliviada, Stark agarró a Renee por la cintura. Su cuerpo estaba a punto y creía que su corazón también. Pero sólo habría una primera vez para ella-. Suena... precioso. -Tomó aliento con dificultad-. No me importa esperar.
-¿De verdad?

Stark esbozó una débil sonrisa.

-Bueno, sí... me importa... pero no importa. Me entiendes.
-Hum. -Renee le dio un prolongado beso-. Sí, te entiendo.

Aunque ambas se habían vuelto atrás, Stark temía que Renee también cambiase de idea acerca de estar con ella. Sin embargo, quería que su relación amorosa fuese algo más que el mero placer físico. Había experimentado el salvaje estremecimiento durante unas horas de frenesí una noche con Julia Volkova, y aunque había sido algo maravilloso y memorable, ansiaba mucho más de Renee Savard. No sabía muy bien qué señal esperaba, pero le parecía que esperar era lo correcto. Y para Paula Stark hacer lo correcto resultaba fundamental. Por tanto, se lo tomaría con calma aunque nunca pasasen de la etapa de los besos. «Y me muera por falta de oxígeno y se me hinchen horriblemente todas las partes del cuerpo.»

-Aún no me has explicado qué haces aquí -dijo Renee, cogiendo uno de los vasos de plástico y dirigiéndose al cuarto de baño para llenarlo de agua.
-La comandante nos dio libre el resto del turno -respondió
Stark, yendo a la habitación contigua-. Ya sé que es tarde, pero fuera está todo precioso y me pareció... que tal vez te gustase salir a pasear.
-¿Pasear? -Renee se volvió, con la cabeza ladeada y una expresión de desconcierto en el rostro-. ¿Te presentas en plena noche y me preguntas si me apetece salir a pasear?

Stark, un tanto dudosa, pero decidida a insistir, asintió con gran seriedad.

-Supongo que debería haber llamado...

Renee se apresuró a salvar la distancia que las separaba y abrazó a Stark por el cuello, acallando las palabras que iba a decir con un beso. Después de disfrutar de la ternura de la boca de Stark y de calmar un poco el hambre que siempre la asaltaba cuando imaginaba cómo sería sentir el poderoso cuerpo de Stark sobre el suyo, apartó la boca y se rió.

-Me parece maravilloso. Voy a vestirme.
-¿Qué tal tu brazo? -preguntó Stark cuando recuperó el aliento. Los besos de Renee siempre la cogían desprevenida, igual que cuando la tocaba en cualquier parte. Pasaba muchas horas del día imaginando que tocaba a Renee y que Renee la tocaba a ella.
-Mejor.
-¿Te ayudo? -se ofreció Stark con dobles intenciones.
Renee alzó una ceja.
-¿Puedo confiaren ti?
-Ah... -Stark se encogió de hombros y sonrió-. En los días buenos. Más o menos.
-Te encuentras bien? -preguntó Renee dulcemente, fijándose en la expresión reservada de Paula. Deslizó los dedos sobre las amplias mejillas hasta la potente mandíbula, y luego en torno al exuberante labio inferior-. Eres preciosa.

Stark se puso colorada y bajó la cabeza.

-No -repuso con voz ronca-. Tú eres preciosa. Yo sólo soy... útil.
-¿Útil? Hum -Renee se rió, posando la mano en medio del pecho de Stark, sin reprimir la necesidad de tocarla-. Eso habrá que verlo, ¿no crees?

Stark miró a Renee a los ojos y vio en ellos el mismo deseo que sabía que transmitían los suyos.

-Sí, supongo que sí, algún día.

Renee retrocedió, porque si hacía algo más no podría parar. Había conocido a otras mujeres, pero sin mantener ninguna relación seria desde tiempos ya lejanos, y las aventuras recientes no habían pasado de ser diversiones mutuas. Primero la Academia del FBI y luego las exigencias de abrirse camino en el mundo competitivo y varonil de la Agencia habían consumido no sólo todo su tiempo, sino también toda su energía. No se había dado cuenta de cuánto echaba de menos una relación humana que fuese más allá del contacto físico hasta que apareció Paula con su pura sinceridad y su tierna compasión. En aquel momento, aunque deseaba con todas sus fuerzas tener a Paula entre sus brazos, en su cama, prefería esperar hasta cerciorarse de que era algo más que otro momentáneo desahogo en medio de la soledad. La espera resultaba a veces muy sacrificada, pero por otro lado disfrutaba con la dulce ilusión.

-Siéntate -dijo Renee en tono amable-. Estaré lista en cinco minutos.

Stark, obediente, retiró una de las sillitas que estaban junto a la minúscula mesa situada delante de la ventana.

-Así que Egret está bien abrigadita esta noche, ¿verdad? -preguntó Renee en tono informal mientras sacaba los vaqueros y una camisa limpia del armario. Egret era el nombre en clave de Julia Volkova, el que solían utilizar los agentes para referirse a ella.
-Yo... esto... -dudó Stark, resistiéndose a hablar de su protegida incluso con la mujer que formaba parte del equipo igual que los agentes del servicio secreto que cuidaban a Julia diariamente. Renee había estado a punto de morir al frustrar un plan para matar a la hija del presidente. El silencio de Stark no se debía a la desconfianza, sino a una arraigada costumbre.
-¿Paula? -Renee alzó los ojos mientras introducía con mucho cuidado el brazo herido en una manga-. ¿Ocurre algo?

Stark desvió la vista de la piel que quedó al descubierto cuando Renee se inclinó para ponerse los vaqueros. Renee no se abrochó la camisa, que apenas tapaba sus pechos. Su piel color café, suave y tersa, invitaba a la caricia.

-Yo...
-¿Algún problema? -repitió Renee con la cabeza inclinada y un matiz de curiosidad en la voz.
-No, ningún problema. -Stark despejó las ideas y continuó-La comandante está con ella. Ellas... se han tomado un tiempo para asuntos personales.

Renee se abrochó la camisa y se enfundó los vaqueros, protegiendo siempre el brazo izquierdo.

-¿En serio? Eso es una violación del protocolo, ¿no?

Stark se encogió de hombros, incómoda.

-Sí y no. Las acompañamos durante gran parte del trayecto, y la comandante está con ella. Me parece como si estuviesen haciendo novillos. –Renee se calzó los mocasines-. Y me alegro por ellas. Han vivido un verdadero infierno los últimos seis meses y merecen un tiempo a solas, para disfrutar la una de la otra.

Cruzó la habitación, se acercó a Paula y le tendió la mano.

-Como nosotras. Vamos, salgamos a pasear por esta preciosa ciudad.

Con un ágil movimiento Stark se levantó y deslizó un brazo en torno a la cintura de Renee. Se inclinó y la besó con ternura. El beso no acabó hasta que recorrió el interior de los labios de Renee, no una vez, sino varias. Stark se apartó y asintió, casi sin aliento.

-Sí, salgamos.

Como si lo hubieran planeado, Lena y Julia se detuvieron ante la puerta de la habitación 213 y se miraron. Lena alzó una mano y acarició la mejilla de Julia con el dorso de los dedos.

-Te amo.

Julia inclinó la cabeza y dio un prolongado beso a Lena antes de apretar con fuerza la mano de su amante.

-Yo también te amo.

Lena abrió la puerta, y ambas atravesaron el umbral. Julia se volvió y corrió la cadena de seguridad, luego se adentró en la habitación iluminada por la luna y rodeó con los brazos el cuello de su amante, apoyando la mejilla en el pecho de Lena. Con una voz impregnada de asombro, murmuró:

-Me parece increíble que estemos aquí. Ojalá supieras cuántas veces he soñado con esto.
-Lo sé. -Lena enlazó los brazos sobre la cintura de Julia, la atrajo hacía sí y posó la mejilla sobre la cabeza de la joven-. Yo también.
-Me gustaría... -suspiró Julia, sabiendo que el deseo sólo producía decepción. Era quien era, y eso la condicionaría durante toda su vida. Era la única hija del presidente de los
Estados Unidos. Cuando su padre dejase el cargo, el peso y el privilegio de esa responsabilidad seguiría existiendo. Sabía que su notoriedad acabaría por difuminarse, pero tardaría mucho tiempo. Su padre estaba en el primer mandato y probablemente habría un segundo. Estaría expuesta ante la opinión pública (o ante la fuerza de un huracán) durante los próximos años-. Lo siento. Me prometí a mí misma no arremeter contra los molinos.
-No me digas. -En la voz de Lena había una mezcla de incredulidad y sarcasmo.
-Cállate.

Julia dio un manotazo fingido al pecho de Lena, y luego posó la cabeza en el hombro de su amante

-Desde que hablamos con mi padre, y él asimiló tan bien nuestra relación, me pareció que lo mínimo que podía hacer era dejar de enfadarme continuamente con él por algo que no está en sus manos evitar.
-Me alegro. -Si Julia no se tomaba tan a pecho las restricciones que exigía su vida en las altas esferas, el trabajo de Lena como jefa de su equipo de seguridad sería mucho más fácil. Aunque lo fundamental era, sin duda, que Julia tuviese una vida más feliz y mucho más segura. En esencia, eso era lo que más importaba a Lena- ¿Significa que dejarás de poner a prueba por sistema a tu equipo de seguridad?
-Nunca quise perderte -murmuró Julia mientras rozaba con los labios la parte inferior de la mandíbula de Lena. Meneó con aire sugerente las caderas contra el esbelto cuerpo de su amante mientras su boca buscaba la de Lena-Sólo que jamás pensé que conseguiría tenerte para mí sola.
-Pues ahora me tienes -susurró Lena, besando a Julia en la frente. Estiró una mano para abrir el broche tras la nuca de
Julia y guardó en el bolsillo la joya de oro macizo. Deslizó la misma mano bajo los cabellos de Julia y hundió los dedos entre los espesos e ingobernables mechones, adorando el suave peso del pelo sobre su palma. Le encantaba percibir a Julia-. Te amo.

Julia pensaba que jamás se cansaría de oír aquellas palabras. No lo había previsto ni deseado conscientemente. Había pasado la mayor parte de su vida adulta evitando compromisos y complicaciones, decantándose por conservar el anonimato en la única esfera que controlaba: su vida privada. Lo había logrado despistando sistemáticamente a su equipo de seguridad y escabulléndose para sumirse en relaciones anónimas que no le afectaban emocionalmente. Aunque no había pretendido ponerse en peligro de forma consciente, sus actos la habían colocado al borde del mismo más de una vez. No obstante, se consideraba independiente y afortunada, aunque no demasiado feliz. Todo aquello cambió el día en que la comandante Elena Katina entró en su ático y la informó de las nuevas reglas del juego: las reglas de Lena.

-Me sigue pareciendo mentira lo que has hecho conmigo -
«Me has hecho desearte muchísimo, necesitarte muchísimo. Jamás pensé que llegaría a sentir algo así.» Julia cabeceó, se apoyó en el círculo que describían los brazos de su amante y contempló los ojos verdes gris que no se apartaban de los suyos-. No sé cómo ha conseguido colocarme en una situación tan desfavorable, comandante.
-¿Oh? -Lena bajó la cremallera de la espalda del vestido de Julia e introdujo la mano bajo la tela para acariciar la suave y cálida carne. Sus dedos se demoraron sobre el hueco de la base de la columna de Julia y luego descendieron hacia la suave protuberancia de firme musculatura. Se le agarrotó el estómago, como siempre que tocaba a Julia. La excitación seguía al hechizo y la necesidad se retorcía en sus entrañas-. Dios, te deseo.
-Lena -murmuró Julia, abriendo los broches de la camisa de fiesta de Lena y depositando cuidadosamente cada perlita engastada en plata en el bolsillo de Lena. Liberó la camisa blanca almidonada de la cinturilla de los pantalones de seda y separó la tela para dejar la piel al descubierto. Con un suspiro puso la palma de la mano en medio del pecho de su amante y deslizó las uñas hasta la mitad de su cuerpo, sonriendo con satisfacción al sentir la respuesta de Lena-. Me encanta hacer que me desees.
-No tienes que hacer nada para eso. -El ansia impregnaba la voz de Lena. Con manos temblorosas desprendió el vestido de los esculturales hombros de Julia y lo soltó, dejándolo caer en pliegues de color azul noche a sus pies. Los pechos de Julia estaban desnudos; sólo llevaba un tanga de satén negro y el fino liguero de encaje que sujetaba sus medias de seda. La cabeza de Lena dio vueltas cuando la sangre se agolpó en la boca de su estómago y bajó hasta sus muslos. Gimiendo, deslizó las manos sobre la espalda de Julia para abarcar sus nalgas y apretarla contra sí-. Te he echado de menos.
-Tres días sonriendo a desconocidos y dándoles conversación, cuando lo único que quería era estar a solas contigo... -Julia metió las manos bajo la camisa de Lena y buscó sus pechos, piel ardiente contra piel ardiente-. Por poco me muero.
-¿Y cómo crees que me sentía yo? -Lena respiraba con dificultad mientras sus pezones se erizaban entre los dedos juguetones de Julia. Con manos temblorosas soltó el liguero y deslizó la seda sobre la delicada piel-. Viendo cómo te miraba todo el mundo, todos los hombres y unas cuantas mujeres.

Y mientras las manos acariciaban la carne encendida, sus labios se encontraron por primera vez desde que habían entrado en la habitación. Sin dejar de explorarse y de reclamarse mutuamente con besos hambrientos, desabrocharon botones, bajaron cremalleras y arrojaron las últimas barreras de ropa al suelo, descalzándose hasta quedar desnudas, fundidas la una con la otra.

-Llévame a la cama -pidió Julia sin dejar de mover las caderas.
-Sí, sí. -La habitación era pequeña, y la cama estaba a pocos metros. Sin pensarlo siquiera, Lena puso el brazo tras las piernas de Julia, la alzó y la llevó a la cama. Acto seguido se colocó sobre el cuerpo de Julia, gimiendo ante el primer contacto completo-. Oh, sí... ¡cuánto te he echado de menos!

Julia se arqueó para recibir el peso de su amante, y las piernas de ambas se entrelazaron, fundiendo calor con calor.

-¡Oh, Dios!
-¡Qué bien estás!
-¡Cuánto te deseo!
-Te amo.

Mientras el claro de luna las envolvía y el mundo se difuminaba, se entretuvieron, jugaron, se solicitaron y tomaron hasta llegar al borde del abandono.

-Lena -suspiró Julia cuando la pasión surgió de sus entrañas, apoderándose de su alma y borrando la razón-. Oh, Lena.
-Te amo -susurró Lena al notar que el orgasmo sacudía a su amante, sintió la oleada de sangre y los músculos que se tensaban bajo sus dedos, y notó la frenética sacudida de los dos corazones al fundirse. Cerró los ojos y acarició lentamente a su amante, con paulatina intensidad, recorriendo hasta el último resquicio del deseo de Julia. Mientras Julia gritaba y luego gemía en sus brazos, Lena se abandonó a su propio placer con un suspiro de gratitud y asombro. Por primera vez, durante unas cuantas horas robadas, disfrutaron de la libertad de ser sólo dos mujeres enamoradas.
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Mensaje por Anonymus 3/18/2015, 4:59 am

Capitulo 2

03.13 agosto 01

Al habla Perro Rojo: ¿Me recibe?
Perro Rojo: Recibido jefe de equipo
¿Tiene al objetivo a la vista?
Perro Rojo: Negativo... objetivo fuera de alcance
ENCUÉNTRELA. La Operación Hidra está activa.
Esperando fecha de expiración.
Perro Rojo: Recibido. Avisaremos cuando el objetivo esté seguro.

-Te pediría que subieras -dijo Renee cuando Stark y ella llegaron ante la puerta del hotel-. Pero son las cuatro y media de la mañana y, a estas horas, no tenemos muchas opciones, aparte de acostarnos.
-No pasa nada -respondió Stark en tono amable, extendiendo la mano para tocar los dedos de Renee-. Ha sido divertido. Hay algo especial en pasear por una ciudad cuando todo el mundo duerme, sobre todo por una ciudad tan bonita como esta, que me hace sentir como si estuviese en medio de un maravilloso sueño. Estar contigo esta noche ha sido como convertir ese sueño en realidad.

Los labios de Renee se abrieron en un gesto de sorpresa, mientras contenía la respiración. Luego habló con voz ronca:

-¿Cómo es posible que el entrenamiento que ha hecho de ti una dura agente del servicio secreto no haya eliminado tu ternura?

Stark se encogió de hombros y una sonrisa irónica se dibujó en la comisura de su boca.

-Lo intentaron a conciencia, pero por lo visto hay algo de lo que no me he podido librar.
-Gracias a Dios.
-No estoy segura de que sea una ventaja -observó Stark, avergonzada-. Se supone que tendría de dejar a un lado mis sentimientos para hacer el trabajo correctamente.
-Oh no, cariño -protestó Renee dulcemente-. Sé que esa es la línea que nos marcan: ningún vínculo emocional con los protegidos, ninguna aportación personal. Pero yo opino que, cuando dejas de involucrarte, te vuelves descuidada. –Renee cogió a Stark de la mano con gesto audaz y la apartó del pequeño toldo para ocultarse entre las sombras del edificio. Acarició el rostro de Stark y la besó tiernamente-. Haces lo correcto, y fuera del trabajo espero que no cambies nunca.

Stark tragó saliva y agarró a Renee por la cintura.

-Puedo asegurarte que no cambiará nada de lo que siento por ti.

Renee apoyó la frente en la de Stark, disfrutando del placer del momento antes de besarla de nuevo.

-¿Me lo prometes?
-Lo prometo -respondió Stark-. Y no debes torturarte pensando si debes pedirme que suba, porque diría que no.
-¿En serio? ¿Así de simple? -El tono de Renee era una mezcla de sorpresa y consternación. Le encantaba su lento noviazgo, pero una parte de ella deseaba que la espera fuese al menos tan molesta para Stark como para ella-. No estoy muy segura de que me guste saberlo.
-Oh, créeme, sufro mucho.

Stark se rió, cogió la mano de Renee y ambas enlazaron los brazos

-Pero no me refería a esto. Hay algo que... tengo... que hacer.
-¿A estas horas? -Renee ladeó la cabeza y entrecerró los ojos, observando a Stark con mirada astuta-. A ver si lo adivino... La agente Stark está de servicio.
-Sí. -Stark asintió con gesto culpable-. Algo por el estilo.

«¡Dios, qué fácil sería enamorarme locamente de ti! Tengo que tomármelo con calma.» Renee soltó de mala gana la mano de Stark y le dio un empujoncito

-De acuerdo, vete. Vete ya. Llámame mañana cuando tengas tiempo.
-Sí, gracias. -Stark se volvió para marcharse, pero de pronto, como si se le hubiese ocurrido algo, retrocedió, atrajo a Renee hacia sí y le dio un rotundo beso. Cuando apartó la boca, tuvo que coger aire antes de poder hablar-: Que duermas... bien.

Renee, con un hormigueo en los labios y el corazón desbocado, se quedó mirando cómo se alejaba Stark. «Lo haré, si consigo que mi cuerpo se calme.» Media hora después, Stark se acercó lentamente a un anodino sedán negro aparcado en la intersección de la Rue Seguier con la Rue de Savoie. Una solitaria figura, envuelta en sombras, ocupaba el asiento delantero. Antes de que Stark abriese la puerta, se bajó la ventanilla en silencio. Stark apoyó un brazo en el capó del coche y miró el interior.

-Hola. ¿Te apetece un café?

El rostro de la despampanante mujer afroamericana que la miró con curiosidad podría haber ilustrado la portada de cualquier revista de moda. Felicia Davis asintió y esbozó una sonrisa de Mona Lisa.

-¿Por qué será que no me sorprende verte?
-Lo mismo digo -repuso Stark-. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?
-Desde las dos y media.
-¿Lo saben?
-No, y prefiero que no lo sepan. -Davis alzó un hombro con gracia. Ni siquiera la floja cazadora que llevaba ocultaba su elegancia natural-. Creo que la comandante tenía intención de que estuviesen solas.
-Hay un café abierto a la vuelta de la esquina. ¿Te traigo un exprés?
-Que sea doble. Y Dios te bendiga. -Felicia subió la ventanilla mientras Stark se alejaba. Durante la conversación, no había apartado la vista de la entrada de la pensione en la que la comandante Elena Katina y Julia Volkova pasaban la noche. Comprendía que quisiesen estar solas y no le apetecía destruir aquella ilusión de intimidad. Sin embargo, su responsabilidad consistía en que la primera hija no sufriese ningún daño. Haría lo posible por cumplir con su deber, respetando al mismo tiempo los deseos de la comandante y de Egret. Stark regresó poco después, y Felicia abrió la puerta. Stark ocupó el asiento de acompañante, cerró la puerta y entregó un vaso de café de cartón, tamaño dedal, a la otra agente.
-¿Sabe Mac que estás aquí?

Felicia bebió el café en silencio, y luego volvió la cabeza y miró a Stark con gesto pensativo.

-No.
-Creí... bueno, ya sabes... que tal vez se lo habías consultado -farfulló Stark. «Por Dios, Paula, podrías ser un poco más sutil.» Sabía, o al menos suponía, como la mayoría de los miembros del equipo, que Felicia Davis y Mac Phillips, el coordinador de comunicaciones del equipo y segundo de a bordo, mantenían una relación. Los dos agentes eran muy discretos, pero se sabía que se veían a menudo-. Supuse que te había enviado él.
-Estaba en el centro de mando cuando entró Fielding después de que la comandante diese permiso para irse a los del turno de noche. Dijo que tú y él teníais que acompañarlas a este sitio. Parecía encantado de disponer del resto de la noche libre. –El tono sugería que no le parecía bien enfocar el servicio de aquella forma, pero no dijo nada más. Era relativamente nueva en el equipo, al que había llegado procedente de la división técnica gracias a sus conocimientos informáticos. No ser miembro habitual de la rama de protección la convertía en una especie de intrusa para algunos. Stark se puso colorada.
-Debería haberme quedado aquí.
-No estoy criticando a nadie. -El tono sosegado de Felicia subrayó sus palabras-. Confío en el buen sentido de la comandante y no creo que haga nada que ponga en peligro a Egret. Estoy aquí porque así me siento mejor.
-Yo también, supongo. ¿Te importa que te haga compañía?
-Por mí estupendo. Espero que la comandante hable con el centro de comunicaciones a primera hora de la mañana.
Deberíamos desaparecer antes de que llegue el equipo oficial.
-Sí -murmuró Stark, bebiendo el café-. ¿A qué hora calculas?
-¿Conociendo a la comandante? Llamará a Mac a las siete en punto.
-Calculando media hora para que Mac envíe al primer turno, deberíamos marcharnos a las siete y cuarto. -Stark pensó en salir a comprar más café y pan-. No me apetece empezar el día con una bronca de la comandante.

Felicia suspiró y estiró las largas piernas bajo el reducido salpicadero.

-No creo que te riña. Pero me gustaría que hubiesen tenido la noche que querían.

Stark estudió a la mujer que estaba a su lado, sorprendida.
Felicia era una persona difícil de entender. Casi nunca hacía comentarios personales y solía mostrarse ajena y distante. Como muchos expertos informáticos de gran capacidad, parecía sentirse más cómoda entre datos y ordenadores. Sin embargo, no cabía duda de que comprendía las complejidades del corazón humano.

-Sí -murmuró Stark, pensando en su reciente paseo de la mano de Renee por los campos Elíseos y en lo maravilloso que había sido-. De vez en cuando es bueno soñar.

La combinación de una cálida brisa que transportaba aromas de pan y café recién hechos, el zumbido distante del tráfico y las voces que subían desde la calle despertaron a Lena. Se volvió hacía las puertas abiertas del balcón, y la bruma rosáceo-morada del amanecer bañó sus ojos. Sin embargo, no fue el sobrenatural estallido de color el que le aceleró el corazón. Julia, vestida sólo con la camisa de Lena, estaba junto a la barandilla de hierro forjado del minúsculo balcón. Contemplaba el Sena con expresión pensativa. Lena, sin moverse, aprovechó la rara oportunidad de observar a Julia en un instante de tranquilidad. Casi todo el tiempo que pasaban juntas se dedicaba a reuniones, a traslados a las funciones oficiales o privadas de la primera hija, o transcurría en compañía de otros miembros del equipo. Estar sola con Julia, sobre todo en silencio, era un verdadero tesoro. Como solía ocurrir, la ilusión duró muy poco. Julia volvió la cabeza y miró la habitación; una tierna sonrisa iluminó sus labios cuando sus ojos tropezaron con los de Lena.

-Me pareció sentir que te despertabas.
-Me sorprende no haber sentido que te habías levantado –dijo Lena en voz baja, estirándose bajo las sábanas arrugadas. Notaba el cuerpo inusitadamente relajado, casi ajeno. Era otra sensación rara, y Lena reconoció la laxitud como la consecuencia de hacer el amor y del placer de dormir con Julia entre los brazos-. Creo que me has agotado.
-¿En serio? -La sonrisa de Julia se ensanchó, mientras arqueaba una ceja rubia-. Me parece que eso no augura nada bueno para nuestro futuro, comandante. Soy una de esas chicas que no se conforman con una vez a la semana.
-No se preocupe, señorita Volkova -bromeó Lena, apartando las ligeras mantas y poniendo los pies en el suelo. Miró a su alrededor, buscando los pantalones-. Poseo una notable capacidad de recuperación.
-Ya lo sé -murmuró Julia, observando con admiración a Lena mientras se ponía los pantalones. Era hermosa, desnuda de cintura para arriba: músculos firmes bajo piel suave que rezumaba sensualidad. Julia sintió la urgencia familiar que le provocaba la mera visión de su amante y desvió los ojos hacia la cicatriz irregular visible sobre el pecho izquierdo de Lena y la larga incisión que se extendía por debajo del pecho y el costado hasta la espalda. Los costurones rojos se habían tornado rosáceos pero, por mucho que se diluyesen, Julia siempre los vería. Igual que siempre vería a Lena tendida en la acera, delante de su casa, desangrándose a causa de una bala destinada a ella. «Gracias a Dios que eres tan fuerte. ¿Qué haría yo...?» Lena, sorprendida por el extraño tono de voz de Julia, subió la cremallera de los pantalones y miró a su amante. Rápidamente se acercó a ella, la abrazó por la cintura desde atrás, y apretó el pecho contra la espalda de Julia. Hundió el rostro en los cabellos de esta y la besó en el lóbulo de la oreja.
-No.

Julia se descansó en el cuerpo de Lena y la rodeó con los brazos para tenerla más cerca.

-¿No qué?
-No me acuerdo. Nada importante. -Lena besó el punto sensible debajo de la oreja de Julia-. Déjalo, cariño.

En condiciones normales, a Julia la habría ofendido la sutil orden, pero no en aquel momento. La ternura borró los posibles matices de las palabras. Estiró un brazo hacia atrás con aire indolente y entrelazó con los dedos los cabellos de Lena.

-Hasta ahora nadie había logrado leerme el pensamiento.
-Tampoco nadie te había amado como te amo yo.
-No quiero vivir sin ti.

Lena dio un respingo, sorprendida por la declaración. No dudaba de los sentimientos de Julia por ella, pero nunca habría imaginado que llegaría a ocupar un lugar de semejante importancia en la vida de aquella mujer. Julia era ante todo fuerte e independiente, tanto que a veces sacaba de quicio a Lena. Habían tenido un inicio tormentoso, e incluso a aquellas alturas se enzarzaban casi todos los días, casi siempre por las medidas de seguridad necesarias para proteger a Julia. Profesionalmente habían empezado a aceptar el compromiso. En lo personal, apenas habían definido el presente y mucho menos el futuro.

-Quiero pasar el resto de mi vida contigo -murmuró Lena, rozando el cuello de Julia con la boca-. Haré todo lo posible para que eso suceda.
-Ojalá pudiésemos vivir juntas.

Lena cerró los ojos y atrajo a Julia hacia sí. Se había entrenado desde pequeña para no desear cosas que no podía tener. Julia había sido la primera mujer por la que había roto esa regla, y sin embargo procuraba no desear más de lo que ya tenían. El tono decidido de la voz de Julia borró esa resolución en un abrir y cerrar de ojos.

-Lo haremos.
-Sabes que no puede ser.
-Hoy no. -Lena se volvió para mirar a Julia, pero sin desprenderse de sus brazos-. Y mañana tampoco. Pero te prometo que sucederá.
-¿Es lo que quieres? -Los ojos azules de Julia se tornaron grises. Lena no pestañeó.
-Con todas mis fuerzas.
-Lo siento. Dios. -Julia suspiró y cabeceó-. No sé qué se apoderó de mí. Tal vez estar aquí contigo. Aquí fui al colegio... -Se encogió de hombros y esbozó una sonrisa irónica-. No lo pasé muy bien.
-¿Por qué?

«Estaba sola. Estaba perdida. Quería lo que tenemos ahora, pero temía no conseguirlo jamás.» Julia alejó la melancolía con un gesto.

-Mi padre era entonces vicepresidente, y supongo que yo daba bastante la lata.
-Me lo imagino. -Lena besó a Julia en los labios-. No envidio a tu jefe de seguridad.
-¿A cuál? -Julia se rió-. El puesto era como una puerta giratoria. Hacían lo posible por librarse de él.
-Creí que eso mismo me ocurría a mí -confesó Lena-. Me sentí así cuando me endosaron el destino. Pero ahora ya no. Aunque no estuviera enamorada de ti, querría este trabajo.

Julia ladeó la cabeza, espoleada por la curiosidad y la sorpresa.

-¿Por qué?
-Porque resulta esencial para la seguridad del país.

A Julia se le pusieron los ojos como platos.

-¿De verdad lo piensas?
-Rotundamente, y lo mismo piensan todos los miembros de mi equipo. -Lena apoyó los hombros en el marco de la puerta, acunando a Julia ente sus brazos, mientras contemplaban la catedral de Notre Dame-. En la actualidad, la clave del poder no son las armas, sino el terror, mucho más sutil y más difícil de predecir. Si te ocurriese algo...
-No me pasará nada -declaró Julia, muy segura, al notar la preocupación en la voz de Lena. Cogió la mano de Lena y la introdujo bajo la camisa, apretando los dedos de su amante contra su pecho. Lena lanzó un suave gemido.
-No pretenderás que piense en este momento, ¿verdad?
-Humm -suspiró Julia-. Me encanta sentir tus manos sobre mí.

Lena apoyó la mejilla en los cabellos de Julia y aspiró su aroma.

-Si te utilizasen como señuelo político contra tu padre, él no podría soportar la presión. Tendría que aceptar todas las condiciones que le impusiesen o dimitir. Y fuese como fuese, todos perderíamos.
-Antes no daba importancia a esas cosas, no tanta como ahora -admitió Julia-. Lo intentaré, cariño. Te prometo que lo intentaré.
-Lo sé. -Lena acogió la suavidad del pecho de Julia en la mano, acariciando levemente la fina piel y el pezón erizado. Aquella mujer era de vital importancia para una nación en guerra permanente, aunque las luchas no saliesen en los medios de comunicación. Y por encima de todo, era lo más valioso del mundo para Lena, para su corazón, para su vida entera-. Una vez te prometí, el primer día, que procuraría que la situación te resultase tolerable. Y seguiré haciéndolo con los medios a mi alcance. Te amo.

Julia se movió hasta que su boca encontró la de Lena y murmuró junto a los labios de su amante:

-Dios, yo también te amo.
-Nos queda una hora antes de que llame a Mac -susurró Lena.
-Nos ofrecieron el desayuno en la cama. -Julia llevó a Lena a la habitación y se quitó la camisa-. ¿Tienes hambre?

Lena deslizó una mano lentamente sobre su abdomen, invitando a Julia a seguir sus movimientos. Se desabrochó el pantalón y bajó la cremallera.

-Sí.
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Mensaje por Anonymus 3/23/2015, 8:55 pm

Capitulo 3

Lena, con los ojos cerrados, estaba llena de sensaciones: de la maravillosa maraña de los cabellos de Julia resbalando entre sus dedos, del calor de la boca de Julia quemando su abrasada piel, y de la ternura de los labios de Julia arrastrándola al borde de la rendición. El primer anuncio del orgasmo surgió de lo más recóndito de su ser, se enroscó en la boca de su estómago y se deslizó como zarcillos de fuego por su columna vertebral. Se le puso piel de gallina, los músculos de sus muslos se estremecieron y sus caderas se elevaron en silenciosa súplica, reclamando más a su amante.

-¡Qué maravilla! -susurró Lena, hechizada. Julia, sin dejar de gemir, acarició el estómago de Lena, sintiendo cómo se tensaban los músculos de su amante antes del impulso final de la plenitud. En ese momento, cuando la belleza pura y simple estaba a punto de brotar entre sus manos y florecer junto a sus labios, siempre se le agolpaba la respiración en el pecho y la sangre tronaba en sus oídos. Sonó el teléfono móvil de Lena. Lena gimió; el placer dejó paso a la angustia. Julia apartó la boca.
-No contestes. -Pero Lena dio la vuelta en la cama y cogió el teléfono que estaba en la mesilla. Haciendo un denodado esfuerzo por contener la urgencia que clamaba por escapar de sus entrañas como algo salvaje, aclaró las ideas y dijo con voz ronca:
-Katina.

Julia se apartó, respirando con dificultad, se dejó caer de espaldas y miró el techo. Cogió la sábana y cubrió con ella los cuerpos de ambas. «¡Sólo queríamos unas horas para nosotras!» Se había permitido olvidarse de todo, excepto de Lena, durante aquellas horas, y el idilio había terminado de pronto. Se mezo los cabellos, procurando contener la rabia. «No es culpa de nadie. De Lena no. Ni del que está al otro lado del teléfono. De nadie. Simplemente es así.» En otra época, en otro lugar, ya se habría levantado y vestido. Si no le hubiese importado nada la mujer a la que había estado a punto de llevar a la cumbre del placer, habría descargado su rabia sobre el primero que encontrase: ella misma, su amante eventual o, a veces, sus amigas. Pero en aquel momento estaba sola con la mujer que amaba, y no podía desahogar la ira, tenía que tragársela. Si se desahogaba, destruiría hasta el recuerdo de las escasas horas de paz que había disfrutado en brazos de Lena.
Lena apagó el teléfono, lo cerró y se volvió hacia Julia.

-Lo siento...
-No -se apresuró a decir Julia, mirando a su amante-. No pasa nada. -Atrajo a Lena hacia sí poniéndole una mano en la nuca, acercó la boca a la de Lena y la besó tiernamente mientras deslizaba la otra mano entre los muslos de Lena. Sonrió sobre los labios de su amante mientras oía sus profundos gemidos-. Aún estás temblando.
-Estoy lista... Dios, no pares... -A Lena se le empañó la visión mientras Julia la acariciaba.
-Jamás -susurró Julia, fijándose en los ojos vidriosos de
Lena. Cuando Lena echó la cabeza hacia atrás, con el cuello arqueado y el cuerpo sacudido por los temblores, Julia la puso de espaldas y la penetró con largas y profundas caricias, arrastrándola, poseyéndola- No pararé nunca... nunca, nunca...
-Ah... Dios -suspiró Lena cuando recobró el aliento. Rodeó con los brazos desmadejados los hombros de Julia y rozó con los labios la sien húmeda de su amante-. Estupenda sincronización
-¿La mía o la del teléfono? -preguntó Julia, perezosamente.
-¿Qué teléfono?

Julia bajó la cabeza y besó el nacimiento del cuello de Lena.

-Te amo, pero ¿qué ha sido de la comandante?

Lena acarició la espalda de Julia, suspirando.

-Era Mac.
-Lo suponía. Es el único que tiene huevos para llamarnos cuando estamos aisladas. -Julia se preparó mentalmente-. ¿Qué ocurre?
-Eric Mitchell no nos ha dado las dos semanas que nos prometió.
-Ha publicado la historia. -La voz de Julia sonó hueca. Hacía casi una semana que Lena y ella se habían reunido con el periodista, pero recordaba hasta la última palabra de la entrevista de media hora.

Lena respondió al interfono, escuchó unos momentos y dijo:

-Que pase. -Colgó el teléfono y se dirigió a Julia:- ¿Preparada?

Julia asintió. Extendió la mano en silencio y se sintió segura cuando los dedos de Lena enlazaron los suyos. Se inclinó hacia delante y dio un fugaz beso a Lena.

-Estoy bien.

Mientras Lena abría la puerta al visitante, Julia se acercó a los amplios ventanales del salón de Lena y contempló Washington. Habían preferido reunirse con el periodista en el apartamento de Lena y no en la Casa Blanca. No se trataba de un encuentro oficial, sino muy personal. Poco antes en los periódicos de todo el país había aparecido una fotografía clandestina de camy de ella. La imagen era borrosa y no se identificaba a Lena, pero el hecho de que las hubiesen sorprendido en un momento de intimidad hablaba por sí solo. Los medios se lanzaron a todo tipo de especulaciones sobre los detalles de la «aventura amorosa» de Julia y varias <fuentes confidenciales» la situaron en brazos de cerebros de la mafia, estrellas cinematográficas e incluso miembros del gabinete de su padre. En condiciones normales, no habría hecho caso y esperaría a que los rumores muriesen, eclipsados por la siguiente catástrofe natural o emergencia nacional. Pero su relación con Lena no iba a terminar; de hecho, deseaba que se convirtiese en lo más importante de su vida. En tal caso no podían seguir viviendo en secreto. En un intento por acallar los rumores y controlar la propagación de falsedades decidió, con la aprobación de su padre, revelar su identidad sexual y su relación amorosa con Lena. Para ello eligió a un periodista casado con una antigua compañera de la universidad, confiando en que la vieja amistad redundase en cierto grado de discreción. Al oír la voz profunda de Lena en la puerta, Julia se volvió, decidida y preparada.

-Señorita Volkova -saludó Eric Mitchell, un hombre alto, delgado, con una incipiente calvicie, de treinta y tantos años, extendiendo la mano-. Es un honor serle de ayuda.

Julia le estrechó la mano, serenándose ante la firme mirada azul pálida del hombre. Señaló una silla cercana, cogió a Lena de la mano y se sentó con ella en un sofá.

-Quiero hacer una declaración -afirmó Julia, muy tranquila-.
Me parece bien que incluya mis comentarios en su artículo, pero le ruego que hable del momento oportuno para publicarlo con la jefa de gabinete de la Casa Blanca, Lucinda Washburn, y con el secretario de prensa para que puedan preparar la respuesta.

Mitchell sacó un fino cuaderno y un bolígrafo del bolsillo interior de la chaqueta. Abrió el cuaderno y buscó una página en blanco. Alzó los ojos y miró a la primera hora.

-No necesito el permiso de la Casa Blanca para entregar un artículo, señorita Volkova.

Lena emitió un ruidito similar a un gruñido. Julia apretó la mano de su amante y esbozó una fría sonrisa.

-Lo sé muy bien, señor Mitchell. Sólo se lo sugiero como un rasgo de cortesía, dadas las circunstancias.
-Lo entiendo, y haré todo lo que pueda.
-La señorita Volkova tiene previsto acudir a una serie de actos oficiales, entre ellos una reunión con el presidente de Francia y los ministros de sanidad de varios países europeos en París la semana que viene -observó Lena, oportunamente-. Mientras esté fuera del país, es esencial que no tengamos que afrontar la acuciante atención de los medios que, sin duda, generará esta historia. Me hago cargo del peso que supone el escrutinio público, señorita Volkova.

Mitchell asintió de nuevo, mirando con gesto expectante tanto a Lena como a Julia. Procuraré acordar con mis editores y con la Casa Blanca una fecha de publicación aceptable para todos.

-Gracias -respondió Julia, que creía en la sinceridad de
Mitchell, pero se daba cuenta de lo dificilísimo que era controlar cualquier cosa bajo los deslumbradores focos de los reflectores de Washington. Miró a Lena, que le devolvió la mirada con una sonrisa y un apretón de mano. Le bastaba con la firme confianza de los ojos de Lena y el sólido consuelo del hombro de su amante junto al suyo. Centró de nuevo la atención en el periodista, que esperaba en silencio, y dijo con voz clara y serena:- Deseo hacer una declaración pública sobre mi vida privada. Debido a las singulares circunstancias de la visibilidad de mi familia, considero importante aclarar determinados asuntos suscitados por la reciente foto en la que estoy con mi amante, que casualmente es una mujer.

La expresión del periodista no cambió. Sostuvo la mirada de
Julia sin inmutarse.

-¿Lo sabe su padre?
-Sí.
-¿Lo aprueba?

La expresión de Julia era glacial, pero sin perder la compostura.

-Eso es una pregunta que debe responder mi padre, aunque creo que hay asuntos de mucha mayor importancia para usted y el resto de los medios de comunicación.
-Sin duda, pero se trata de una pregunta cuya respuesta querrá conocer todo el mundo.

Julia dudó, sin saber muy bien dónde trazar la línea que separaba lo personal de lo público, sobre todo en lo referente a su padre.

-Mi padre conoce mi orientación sexual y me apoya totalmente.
-¿La mujer de la foto es su amante actual?
-Sí.

Lena se inclinó hacia delante.

-Soy la otra persona de la foto.

Mitchell perdió la compostura por primera vez y alzó las cejas, sorprendido.

-Es usted la jefa del equipo de seguridad de la señorita Volkova, ¿verdad, agente Katina?
-En efecto. -Lena lo miró sin pestañear- Pero hoy estoy aquí como amante de la señorita Volkova.
-¿Sus superiores conocen su relación?

Escribía furiosamente sin apartar los ojos de Lena.

-Aún no. Pero se lo comunicaré en las próximas veinticuatro horas.
-¿Cree que la despedirán?

Julia se puso tensa.

-No lo sé -respondió Lena tranquilamente.

Mitchell se dirigió de nuevo a Julia.

-¿Su padre conoce a la agente Katina?
-Sí.
-¿Desde cuando?
-Eso no viene al caso -repuso Lena, en tono terminante. Su voz transmitía crispación.
-Piensan continuar con su relación después de esta declaración pública, teniendo en cuenta su peculiar vínculo profesional?
Sí -afirmaron ambas sin titubear.

A partir de entonces la entrevista prosiguió como Julia había previsto, con las preguntas habituales sobre el momento en que se había dado cuenta de su orientación sexual, detalles de relaciones anteriores, y suposiciones sobre las consecuencias de la declaración en la campaña de su padre a la reelección. Julia se negó a responder a la mayoría de las preguntas porque nadie tenía derecho a saber determinadas cosas. También se negó a especular sobre la postura de la Casa Blanca. No había sido una conversación agradable, pero tampoco había resultado tan difícil como sin duda habría sido si Lena no hubiese estado con ella. Tras muchas discusiones y golpes de pecho en el Ala Oeste los días posteriores a la entrevista, se llegó a un acuerdo sobre la fecha de publicación de la historia. Mitchell y sus editores arguyeron que había grandes probabilidades de que se produjese una filtración desde el Capitolio y de que otro periódico reventase la historia. Querían publicarla inmediatamente. Lucinda Washburn afirmó que eso pondría en grave peligro a Julia mientras estuviese en el extranjero. Por fin, todas las partes se comprometieron a esperar dos semanas, lo cual daría tiempo a Julia y a su equipo de seguridad de regresar a Estados Unidos antes de que saltase la noticia.

-Dios -suspiró Julia. Le había costado mucho tomar la decisión de hacer público algo tan personal; de hecho, llevaba toda su vida adulta evitándola. Si no se hubiera enamorado de Lena, tal vez nunca hubiese divulgado la información voluntariamente-. No es una buena noticia.
-Lo siento, cariño. -Lena se incorporó en la cama y apoyó la espalda en el cabecero, sin dejar de abrazar a Julia-. Tenemos que regresar a la base para que Mac me ponga al tanto. Creo que sé de dónde sale esto.
-No tendremos que acortar el viaje, ¿verdad?

Lena no dijo nada.

-¡Maldita sea, Lena! No permitiré que la opinión pública dirija mi vida. -Julia se levantó y caminó como un gato enjaulado por la pequeña habitación, sin importarle su desnudez.
-Julia -dijo Lena con dulzura. Como su amante no dio señales de oírla, la llamó de nuevo, alzando un poco la voz-. Julia.

Julia se detuvo a los pies de la cama, lanzó una mirada fulminante a Lena y reanudó el recorrido de los tres metros que había entre la puerta y la ventana.

-No me preocupa la opinión pública -dijo Lena en tono ecuánime. No se había movido, sino que permanecía recostada sobre las almohadas, con la sábana en torno a la cintura-. No tenemos gente suficiente entre los nuestros para controlar multitudes, pero puedo pedir seguridad extra a los franceses si hace falta.
-Conozco ese tono de voz, Katina -repuso Julia, cortante, deteniéndose bruscamente y encarándose con Lena, con las manos en las caderas y lanzando chispas por los ojos-. Es la voz de mando, lo cual significa que mi amante ha desaparecido. Odio que hagas eso.
-Ya lo sé. -Lena apartó las sábanas, suspirando, y se levantó de la cama buscando los pantalones por segunda vez esa mañana. Se los puso y hundió las manos en los bolsillos mientras arrimaba la cadera a la mesilla para dejar a Julia más sitio en su incesante paseo-. En Europa ha habido un resurgimiento de la disidencia de derechas en los últimos cinco años, y Francia es uno de los centros de actividad.
-¿Crees que alguien intentará matarme porque soy lesbiana?

Lena vivía, minuto a minuto, con la seguridad de que alguien, en algún lugar, trataría de hacer daño a la mujer que ella amaba por razones incompresibles para cualquiera en su sano juicio. Pero los asesinos no estaban en su sano juicio, y los fanáticos necesitaban motivos muy poco racionales para perpetrar actos terroristas.

-Debo considerar esa posibilidad, sí. Lo cual significa que tengo que repasar tu vulnerabilidad tras este último acontecimiento. Forma parte de mi trabajo.

Julia fue hasta la mesilla y cogió el móvil de Lena. Lena la miró, totalmente confundida.

-Tengo que llamar a Felicia.
-¿Por algún motivo especial?
-Necesito ropa. -Julia marcó el número del centro de mando y ordenó-: Que Davis me llame a este número. -Se sentó al borde de la cama y dejó el teléfono a su lado. Lena pregunto con curiosidad:
-Por qué Felicia? Stark es tu agente principal.

Julia cabeceó, sonriendo a su pesar.

-Es cosa de chicas. No lo entenderías.
-Seguramente no. -Lena se sentó a su lado, con una sonrisa, y le cogió la mano. Con la otra mano arrastró la sábana y envolvió con ella el cuerpo de Julia-. La vista es espectacular, pero te vas a resfriar.
-No mientras esté tan cabreada -murmuró Julia, aunque dejó que Lena la cubriese.
-¿Comprendes mis preocupaciones?
-Sí. -Julia entrelazó los dedos con los de Lena-. Pero no me gustan. Está previsto que visite el centro de cáncer de mama del Instituto Gustave Roussy esta tarde. Esperaba tener unas horas para mí por la mañana para dibujar en los jardines de las Tullerías.
-Y aún lo puedes hacer. Sólo debo ponerme al día sobre posibles células activas en el entorno de París y echar un vistazo a los teletipos. -Lena se llevó la mano de Julia a los labios y le besó los dedos-. Dame una hora, más o menos, para reunirme con el equipo y luego hablaremos del programa del día.

Julia volvió la cabeza y examinó la cara de su amante. La mirada de Lena era tierna y cálida.

-Antes no solías pedir.
-Ya lo sé. -Lena deslizó los dedos de Julia sobre su propia mejilla, ansiosa de contacto-. Pero eso era antes de enamorarme de ti.
-¿Crees que, cuanto más tiempo estemos juntas, conseguiré mayor libertad?
-No, no creo -murmuró Lena, con ojos brillantes-. Me parece que ya has conseguido todo lo que estoy dispuesta a ceder.

Julia se acercó más a Lena, la cogió por la cintura y apoyó la cabeza en el hombro de su amante.

-Soy muy convincente.

Lena envolvió a Julia en un abrazo y la besó en la frente.

-Humm. Créeme, lo sé.

En ese momento sonó el teléfono, y Julia lo cogió.

-Julia Volkova... ¿Felicia?... Necesito un kit de maquillaje de emergencia y algo que ponerme. Sí... unos pantalones flojos y una blusa irán muy bien. ¿Puedes ir a mi habitación y coger las cosas?... Claro, media hora me parece genial. -Julia ignoró a propósito el gesto de curiosidad de Lena-. Te doy la dirección en la que estamos. -Tras dar las indicaciones a Felicia, Julia apagó el teléfono y lo dejó a un lado. Miró a su amante con gesto muy serio y preguntó-: ¿Pedimos el desayuno o hacemos alguna otra cosa en esta media hora?

Lena enmarcó el rostro de Julia entre las manos y se inclinó para besarla largamente, disfrutando de la delicadeza de sus labios y del calor que despedían sus manos. Cuando apartó la boca, habló con voz ronca:

-Siempre hay algo que me gusta hacer con usted, señorita
Volkova. Pero dadas las circunstancias, creo que el desayuno es lo menos arriesgado.

Julia deslizó los dedos por el centro del pecho desnudo de
Lena.

-Sé que eres de las que evitan los riesgos.
-Sin duda has puesto a prueba mis límites. -Lena se rió, cogió la mano de Julia y detuvo sus incitantes iniciativas-. Por lo tanto, tendré que declinar la oferta de más placeres de momento.
-¡No me digas! -Julia plantó las dos manos sobre el pecho de Lena, la empujó sobre la cama y se puso a horcajadas sobre ella. Se inclinó con los brazos apoyados en los hombros de Lena y bajó la cabeza lentamente, sin apartar los ojos de los de su amante- Eso ya lo veremos, comandante.

06.35 16 Agosto 01

Al hablar el jefe de equipo: ¿Me recibe?
Jefe de equipo: Entendido, Perro Rojo
Objetivo localizado. Esperando luz verde
Jefe de equipo: Estén preparados
Entendido que el equipo ataque
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Mensaje por Anonymus 3/23/2015, 8:58 pm

Capitulo 4

Veintinueve minutos después, alguien llamó a la puerta del hotel. Cuando Julia hizo ademán de levantarse, Lena la sujetó por el brazo y se puso de pie.

-Ya voy yo.

Tras ponerse los pantalones y la camisa, Lena cogió su arma, que estaba en la pistolera encima de la mesilla, y la desenfundó con habilidad mientras se acercaba a la puerta. No había mirilla en la maciza puerta de madera, y echó un vistazo por encima del hombro para cerciorarse de que Julia no quedaba a la vista de quien estuviese en el pasillo. Luego, con la mano en el pomo de la puerta preguntó:

-¿Quién es?
-Davis, comandante.

Lena bajó la pistola automática, entreabrió la puerta para verificar la identidad, se hizo a un lado y dejó entrar a Davis. Felicia fue hasta los pies de la cama, mirando al frente, sin dar muestra de fijarse en la única cama, toda revuelta, ni en que la primera hija estaba sentada en ella sin nada más que una sábana encima. Julia extendió la mano para coger la bolsa de viaje:

-Gracias.
-De nada, señorita Volkova. -Felicia dio la vuelta y se dirigió a la puerta-. Vigilaré el vestíbulo, comandante.
-Muy bien. -Lena tapó de nuevo la visión de Julia mientras la agente abría la puerta y salía.
-¿Lo haces a propósito, sólo para fastidiarme?

Lena se volvió, metió la automática en la pistolera y la sujetó al cinturón de los pantalones en la espalda. Solía llevar una pistolera al hombro, pero no podía camuflarla bajo la chaqueta del esmoquin que había lucido la noche anterior.

-¿Qué?

Julia soltó un bufido y se levantó.

-No importa.

Lena sacó los botones de perlas uno a uno del bolsillo y los colocó en la camisa.

-¿Qué?
-Ponerte entre mí y cualquier remota posibilidad de peligro.

Lena alzó la vista con el ceño fruncido.

-¿Te refieres a ahora?
-Sí -respondió Julia, ladeó la cabeza y miró a Lena-. Me refiero a ahora.

Lena abrió la cremallera, remetió la camisa y la subió de nuevo.

-Es mera rutina. Ni siquiera lo pensé.

Julia contempló a su amante con gesto reflexivo, sin enfadarse, pero con curiosidad.

-¿Cómo os enseñan a hacer eso?
-¿El qué? -Lena abrazó a Julia por la cintura y la besó tiernamente- ¿Qué cosa?
-Esta mañana estás muy espesa. -Julia apoyó los brazos en los hombros de Lena, deleitándose en el baile de colores que reflejaban los ojos de su amante. Lena sonrió.
-Demasiado sexo.

Julia sonrió a su pesar. Luego, su expresión se tornó seria.

-¿Cómo le enseñan a alguien a estar dispuesto a morir por un sueldo?
-No es así -murmuró Lena-, y lo sabes.
-No entiendo por qué lo haces.

Lena apoyó la frente contra la de Julia y tomó aliento.

-Es un honor.

Julia emitió un ruidito y hundió la cara en el cuello de Lena.

-¡Oh, Dios. Cuánto te amo!
-Me alegro. -Lena la besó de nuevo, tiernamente, pero se permitió el lujo de demorarse. Dibujó con la lengua la suave superficie de los labios de Julia y la introdujo en la acogedora calidez de su boca, sabiendo que pasarían horas o tal vez días antes de que pudiese volver a hacerlo. Luego soltó a su amante y se apartó con resolución-. Yo también te amo.
-Tardaré sólo un segundo. -Julia, apagada, se apartó para ver la ropa que Felicia le había llevado. Aunque estuviese con Lena casi todo el día y seguramente gran parte de la noche, ya no sería lo mismo. No podría tocarla sin reparos, ni sonreír, reír o llorar con ella sin restricciones. Su relación no era secreta, pero su comportamiento seguía sometido a escrutinio, y lo personal estaba a punto de convertirse en algo muy público.
-Julia -dijo Lena en tono dulce. Julia la miró, con gesto interrogante.- Yo también te echo de menos.

Curiosamente, la afirmación animó a Julia. Saber que no era
la única que sentía añoranza le daba fuerzas para soportar la soledad.

-Gracias.

Lena asintió con gesto solemne, se encogió de hombros y comprobó si podía manejar la pistola sin dificultad. Satisfecha, dijo:

-Esperaré fuera con Felicia.
-Claro. Saldré enseguida, comandante.

El corto trayecto en el Peugeot, uno de los vehículos de seguridad reglamentarios de los franceses, transcurrió en silencio. Felicia conducía mientras Cynthia Parker, la miembro más reciente del equipo de Julia, viajaba de guardaespaldas en el asiento del copiloto. Parker era una cesión temporal de la división de seguridad de la Casa Blanca y sustituía a Ellen Grant, que se recuperaba de una herida recibida al frustrar un ataque contra Julia. Parker, además de llevar diez años en la división de protección, había trabajado en contraterrorismo, y Lena la había solicitado especialmente para el viaje a París. En los asientos de atrás iban Julia y Lena sin decir nada. Cuando el coche entró en la amplia avenida de acceso al Hotel Marigny, Lena murmuró:

-Te llamaré en cuanto acabe la sesión de trabajo.

Julia estiró la mano y la posó sobre el muslo de Lena.

-Tengo que ducharme y cambiarme. Ven en cuanto acabes.

Lena cubrió los dedos de Julia con los suyos y le dio un apretón.

-Estupendo.

Luego soltó la mano de su amante y comprobó la actividad de la acera antes de abrir la puerta. Se acercaron dos agentes, Hernández y Michaels y, cuando flanquearon la puerta de atrás, Lena salió. Miró la plaza de arriba abajo, la entrada del hotel y el exterior del edificio, fijándose en todas las ventanas. Las ventanas de los hoteles más modernos no se abrían, pero bastaba con recortar un cuadrado en el cristal para introducir el cañón de un rifle a través de él. Con suerte, serviría de alerta el reflejo del sol en el acero, pero muchas armas tenían una capa negro mate que evitaba esos reflejos. Lena no vio nada raro y se inclinó hacia el vehículo.

-Estamos listos para acompañarla, señorita Volkova.

En cuanto Julia salió, los dos agentes se colocaron a ambos lados de ella. Lena se adelantó un poco, y Julia supo sin necesidad de mirar que Felicia estaba detrás de ella. La falange de guardias la escoltó hasta el interior del edificio, en el vestíbulo y en el ascensor. Subieron al último piso y se dirigieron al ala este, donde se habían reservado dos suites del ático para Julia y su equipo de seguridad. La segunda suite se había convertido en base de mando mientras durase su estancia en París; y los agentes, incluida Lena, dormían en habitaciones un piso más abajo. En el pasillo, ante la habitación de Julia, Lena murmuró:

-Hasta luego.

Julia vio a su amante desaparecer en la habitación de enfrente, abrió la puerta de su propia habitación y entró. Felicia se quedó en el pasillo. Julia, sola, se desnudó con desgana y se dirigió al cuarto de baño. No lamentaba la pérdida de una noche de sueño porque las horas que había pasado con Lena la compensaban de sobra. Su cansancio no se debía a la fatiga, sino más bien a los años de rutina restrictiva. No obstante, al abrir el grifo de la ducha, sintió una oleada de felicidad. Recordaba quedarse dormida y, sobre todo, despertar en brazos de Lena. Lena se quitó la chaqueta del esmoquin en cuanto entró en el centro de comunicaciones provisional. Ordenadores portátiles abiertos cubrían casi todas las superficies, y una serie de monitores ofrecían imágenes del vestíbulo exterior y del interior de todos los ascensores que subían hasta el piso de Julia. Un hombre rubio de aspecto juvenil que rozaba la treintena, con pantalones de algodón y una camisa azul de cuello abotonado y remangada, estaba sentado en el centro de la instalación electrónica en forma de U. Tenía aspecto saludable y ojos de color azul aciano y podría haber pasado por Brad Pitt en uno de sus días menos desaliñados.

-¿Qué tenemos, Mac? -preguntó Lena, acercándose a él y sentándose en una silla a su lado.
-Buenos días, comandante -dijo Mac Phillips con una agradable sonrisa. Si se había dado cuenta de que su jefa aún llevaba la ropa que había lucido en la gala de la embajada la noche anterior, no lo demostró-. El servicio de información de datos de la Agencia de Seguridad Nacional nos advirtió que las... noticias sobre la señorita Volkova estarían en la calle esta mañana. -Miró su reloj- Aproximadamente dentro de cuatro horas.

En cuanto Julia le concedió la entrevista a Mitchell, Lena se lo comunicó a su equipo, omitiendo la mayoría de los detalles, pero diciéndoles que debían prepararse para un incremento de la atención de los medios en cualquier momento.

-Que el equipo se reúna para revisar los ajustes que habrá que hacer en el resto del itinerario. -Lena consultó el reloj-.
Dame quince minutos. Estaré en mi habitación si me necesitas.
-Muy bien, comandante.

Lena fue a ducharse y a cambiarse, preguntándose si tendría que decepcionar a su amante. Cuando volvió al centro de comunicaciones, llevaba su atuendo de trabajo habitual: traje oscuro, camisa blanca, zapatos de vestir negros adornados con borlas; y estaban presentes todos sus agentes, salvo los encargados de proteger a Julia. Trabajaba con la mayoría desde que había asumido el mando de la seguridad personal de Egret nueve meses antes. Había algunas caras nuevas: varios agentes destinados temporalmente al servicio debido al refuerzo de seguridad que se requería cuando Egret viajaba al extranjero y la sustituta de un miembro esencial del equipo de baja por enfermedad. Lena confiaba en todos porque creía firmemente en la integridad del Servicio Secreto. Pero se fiaba sólo de unos pocos de forma implícita. De los que habían sufrido pruebas de fuego con ella, más de uno, y los elegidos en los que confiaba ciegamente. Esos eran los únicos en cuyas manos ponía la vida de Julia y con los que contaba para asumir el mando si algo le sucediese a ella. Había encargado la responsabilidad del cambio de turnos a Mac, encomendándole que en cada turno estuviesen al menos dos de esos agentes «esenciales».

-Comandante -la saludaron varias voces cuando entró. Lena respondió con un gesto y se dirigió al aparador del rincón. Se sirvió una taza de café de una cafetera encendida las veinticuatro horas del día y la llevó al centro de la habitación, donde se habían colocado dos mesas de aluminio de catering a modo de mesa de reuniones. Dejó la taza sobre la mesa y miró a los agentes. Faltaban Felicia y Reynolds, uno de los nuevos. Ambos vigilaban la puerta de la habitación de Julia. Tras la reunión de la mañana, los que acababan de concluir el turno de noche abreviado quedarían libres hasta el próximo turno. La excepción era Paula Stark, que como agente principal de Egret trabajaba en turnos partidos (parte del día y parte de la noche) cuando Egret tenía mayor actividad.
-Buenos días a todos. Antes de nada, pongámonos al día. -
Lena sacó su agenda electrónica del bolsillo, la abrió y la encendió. Echó un vistazo al itinerario de Julia durante los dos días siguientes, aunque lo sabía de memoria. Mac removió listados, y luego de forma sucinta y eficiente repasó el horario de los actos del día y la distribución del personal. Abrió una página en su portátil y en el monitor con pantalla de plasma de un metro situado al final de la mesa apareció un mapa sectorial de París.
-Este es el trayecto en coche programado para ir al hospital. Aquí colocaremos dos coches. -Resaltó un cruce-. Y aquí, de respaldo y para evacuación.

Escribió en el teclado y apareció una imagen de la entrada principal del enorme hospital.

-La hora prevista de llegada de Egret son las 16.00. El equipo avanzado examinará el vestíbulo y hará el recorrido a las 13.00 y de nuevo a las 15.00, y luego esperará aquí. -Señaló un lugar junto a la puerta principal-. La acompañará en el recorrido interior con el primer equipo.
-¿Qué tenemos en la topografía circundante? preguntó Lena.
-Tres estructuras dentro de un campo crítico y con vistas a la entrada -respondió Phil Rogers, el coordinador del equipo avanzado-. Se trata de edificios comerciales que hoy están abiertos.

Lena torció el gesto para sí, porque aquello significaba docenas, quizá cientos de personas, con acceso potencial a un lugar desde el que podían ver, fotografiar o disparar a la primera hija. Sin embargo, su rostro permaneció inmutable.

-¿Algo reseñable sobre los ocupantes?
-No, señora -respondió Rogers-. Los franceses revisaron los contratos de alquiler y las escrituras de propiedad cuando les dimos el avance del itinerario el mes pasado. No encontraron nada.

Si las comprobaciones preliminares no revelaban nada sospechoso (un arrendatario con antecedentes penales o una empresa estrechamente vinculada a intereses antiamericanos), se solicitaban análisis a fondo, incluyendo de vigilancia, de agentes de inteligencia «amigos» y operativos en la zona, casi siempre de la CIA o de sus homólogos franceses.

-¿Empleados?

Rogers frunció el ceño.

-Eso es más difícil de evaluar. No es que los franceses se nieguen a cooperar, sino que sus registros son desastrosos... sus archivos informáticos tienen aún menor capacidad de cruzar datos que los nuestros.

Lena suspiró. En el mundo del espionaje todos sabían que la docena de agencias estadounidenses encargadas de recoger y analizar información no solían comunicarse entre sí; y cuando lo hacían, sus sistemas de almacenaje y recuperación de datos eran anticuados y/o incompatibles. En consecuencia, resultaba imposible el intercambio de información entre agencias. La situación se agravaba en el ámbito internacional, en el que las relaciones diplomáticas con los países anfitriones eran en el mejor de los casos volátiles. Como resultado final, proteger a personajes políticos en territorio extranjero se convertía casi siempre en una pesadilla.

-¿De cuántas personas estamos hablando?
-De cincuenta.
-¿Tenemos equipos sobre el terreno?
-Sí, señora. -Rogers consultó su agenda electrónica-. El Service de Protection des Hautes Personnalités apostará agentes en las tres ubicaciones a las 12.00 horas.
-¿En el interior y el exterior? -preguntó Lena, cortante. Odiaba confiar en otras fuerzas de seguridad, pero no resultaba práctico ni factible viajar con el número de personas necesarias para proteger a una figura pública de todos los posibles daños. Un vehículo con artefactos explosivos podía saltarse un control de carreteras y estrellarse contra el coche de Julia; un terrorista suicida podía acercarse a ella en la calle y saltar por los aires; un pistolero podía alquilar una habitación frente al restaurante o la peluquería favorita de Julia y esperar a que ella saliese. Siempre lograrían una buena perspectiva. El servicio de protección se basaba en la planificación meticulosa y exhaustiva de todas y cada una de las contingencias, pero la salvación dependía muchas veces del instinto y de la intuición.
-Sí, comandante.
-¿Valoración de riesgos?
-Baja -respondió Mac-. Gobierno amigo, económicamente estable, escasos alborotos recientes. Egret es popular y se relaciona con una serie de personas de las altas esferas, diplomáticas y sociales, desde la época en que vivió aquí. -
Sonrió-. Los franceses la adoran, comandante.

«Algunos la adoran demasiado.» Lena pensó en las descaradas atenciones de la esposa del embajador francés, que había sido amante de Julia, durante la gala de la noche anterior. Hizo un gesto con la boca, pero no sonrió. De acuerdo, la visita al hospital está en marcha. Mientras la gente tomaba notas y removía papeles, Lena dejó la agenda electrónica junto a la taza de café y puso las manos sobre la mesa. Se inclinó hacia delante y cuando dijo: «Noticias de última hora», todos se apresuraron a enderezarse en sus sillas plegables y a mirarla con atención.

-Aproximadamente a las 05.00 en Estados Unidos, las 11.00 hora local, se publicará un artículo que contiene una declaración personal de Egret en la que afirma que mantiene una relación sentimental con otra mujer.

Lena observó a todos los presentes. Nadie se movió. No hubo ni un parpadeo. Satisfecha, bebió su café y ordenó las ideas.

-El efecto sobre nuestra situación actual es incierto en este momento. Supongo que al final del día la noticia se habrá propagado por todo el mundo. Inevitablemente, se convertirá en un tema de debate, pero lo que me preocupa es si actuará de catalizador de algún tipo de acción contra Egret. -Miró a su nueva analista política-. ¿Parker?

Cynthia Parker, de poco más de treinta años, corpulenta y confiada, tardó un poco en responder. En sus ojos de color castaño oscuro, de un tono más intenso que sus cabellos, había una expresión calculadora y reflexiva.

-Yo no contaría con una protesta organizada durante al menos doce horas después del punto culminante de difusión en los medios. En París la orientación y la actividad sexual no constituyen un tema candente. No creo que veamos demasiadas reacciones. -Se encogió de hombros-. El escándalo sexual de la administración anterior se tomó a broma aquí. Diablos, la mayor parte de Europa aún se ríe de nosotros por darle importancia al hecho de que el presidente se tirase a alguien.
-Conforme. -Lena miró a Mac-. Tendremos que intensificar nuestra capacidad de control de multitudes.
-Entendido.
-Cabe la posibilidad de que la aborden personas en alguno de los eventos programados -continuó Cynthia mirando a Lena a los ojos-, incluso en reuniones sociales.
-Eso es una cuestión personal que estoy segura que la señorita Volkova enfocará como crea conveniente. -Lena habló en tono normal y ponderado, pero sintió una punzada de ira ante la posibilidad de que Lena tuviese que afrontar una invasión aún mayor de su intimidad. Sabía, sin la menor duda, que Julia podía manejar todo tipo de comentarios y sugerencias, pero odiaba que tuviese que hacerlo. Era otro ejemplo de la exposición pública que sufría la vida personal de Julia: los demás creían que, como se trataba de una figura pública, tenían derecho a hacerle preguntas privadas. Lena resopló y procuró dejar a un lado la ira. Tenía que concentrarse en el trabajo.
-¿Y qué hay de la reacción de los grupos fundamentalistas, de oposición religiosa o de células derechistas? -A Lena no le preocupaban los manifestantes. No quería que molestasen, insultasen o acosasen a Julia, pero los manifestantes eran más un incordio que una verdadera amenaza. Generalmente. Sí le preocupaban, en cambio, los grupos de filiación paramilitar o terrorista. Los partidos políticos reconocidos de derechas no atacaban directamente, al margen de su doctrina. Esos grupos se infiltraban en la estructura política a través de los canales burocráticos habituales, apoyados en la creciente popularidad ganada en las últimas elecciones. Mucho más preocupantes eran los grupos extremistas clandestinos, sobre todo porque según recientes informaciones de inteligencia esos grupos formaban difusas coaliciones que se saltaban las fronteras raciales y religiosas. Cynthia se apresuró a responder:
-Los informes no muestran mayor actividad tomando como base los últimos seis meses en las principales células de Europa occidental. El Partido de la Libertad de Austria, La Resistencia Aria Blanca de Suecia, El Bloque Flamenco de Bélgica, son bien visibles y sus comunicaciones se controlan sistemáticamente. No se ha registrado nada que sugiera el menor interés por Egret. -Pensó las siguientes palabras-: Pero la información es tan fiable como nuestras fuentes.
-¿Mac? -preguntó Lena.- ¿Qué dice el Servicio de Seguridad Central sobre la actividad extremista en esta zona?
-No sé si estamos al día en ese aspecto, porque los canales de esa dirección tienden a ser muy lentos -admitió Mac. Una momentánea sombra de desagrado se dibujó en sus suaves rasgos, pero desapareció enseguida.- La comunidad de inteligencia era una extensa red de agencias relacionadas, cada una de las cuales se encargaba de una parte de la inteligencia nacional e internacional.

Muchas funcionaban bajo el paraguas de la Agencia Nacional de Seguridad, pero todas las agencias, desde la CIA al FBI y las ramas de inteligencia militar, recogían información a través de sus propias redes. En teoría, esa información se almacenaba, se destilaba y se entregaba a los que la necesitaban, incluido el Servicio Secreto. Mac recibía boletines directamente de la Agencia de Seguridad Nacional y del Servicio de Seguridad Central las veinticuatro horas del día

-Pero no tenemos alertas.

Lena asintió y se dirigió a su esteganógrafo, Barry Wright:

-¿Algo de interés local?
-Nada concreto, salvo un inquietante incremento del tráfico en general. -Barry pertenecía a una nueva hornada de criptógrafos. Pasaba casi todo el tiempo vigilando Internet, analizando páginas que servían de vías de comunicación subterráneas a ciertas personas, a grupos radicales e incluso a gobiernos conectados con actividades de extrema derecha o terroristas. La forma más habitual de transmitir mensajes «ocultos» era introducirlos bit a bit en archivos de imágenes jpeg, llamados imágenes «tapadera». El destinatario descifraba el código de la imagen y componía el mensaje camuflado. Era un proceso de codificación y descodificación sofisticado y laborioso, pero a las agencias de inteligencia les costaba mucho trabajo detectarlo-. En los últimos seis meses ha aumentado la comunicación, pero no se ha encontrado una foto coherente. Tampoco nada referido a Egret, aparte de las noticias normales sobre sus proyectos de viaje.

Un músculo se tensó en la mandíbula de Lena. La agenda de Julia (diablos, la agenda del propio presidente) estaba colgada en la página oficial de la Casa Blanca y cualquiera podía leerla. El Servicio Secreto se había opuesto rotundamente, pero los asesores mediáticos ganaron la partida.

-De acuerdo, entonces -dijo Lena, cerró su portátil y lo dejó a un lado-. Primer equipo: los avisaré cuando haya comprobado con Egret la agenda de la mañana. Que los coches estén listos y un equipo de respaldo dispuesto.
-Sí, señora -repuso Stark de inmediato. En cuanto los agentes se levantaron para marcharse, Lena dijo en voz baja:
-Stark, espera un minuto, por favor.

Stark, sorprendida, se puso rígida.

-Sí, comandante.

Cuando se quedaron solas, Lena se sirvió otro café y arqueó una ceja mirando a Stark, que cabeceó. Tomó un sorbo de café y se apoyó en el aparador.

-Estás libre hasta las 15.00.
-Pero...
-Irás en el coche de cabeza, con el primer equipo en la visita al hospital. Te quiero en buenas condiciones.

Stark sabía que era mejor no protestar.

-Sí, comandante.
-Dile lo mismo a Felicia.
-Yo... -A Stark se le aceleró el corazón hasta el infinito.
-El café empañaba el parabrisas -comentó Lena en tono indiferente-. La próxima vez que hagáis vigilancia de calle, tomadlo frío.

El rostro de Stark pasó del rojo a la lividez en un instante. Lena dejó la taza sobre la pila de platos sucios que había junto a la cafetera. Mientras iba hacia la puerta, dijo:

-Y de paso dale las gracias a Felicia.
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Mensaje por Anonymus 3/23/2015, 8:59 pm

Capitulo 5

09.30 16 Agosto 01


Al habla Perro Rojo: ¿Me recibe?
Perro Rojo: Recibido, jefe de equipo.
Tiene luz verde 16.00 Instituto Gustave Roussy Confirmado.
Perro Rojo: 16.00 Instituto Gustave Roussy Luz verde.
Buena caza y que Dios lo acompañe jefe de equipo.

En el vestíbulo, Lena se dirigió a Felicia y a Reynolds.

-Queda relevada, agente Davis. Comuníquese con Stark.
-Sí, señora.

Lena llamó a la puerta de Julia, que se abrió poco después.

-Buenos días, señorita Volkova. ¿Tiene un momento?

Julia sonrió.

-Por supuesto, comandante. Entre, por favor.

Cuando Lena entró, Julia cerró la puerta, dio la vuelta a la llave y pasó la cadena de seguridad. Luego se volvió hacia Lena, que la esperaba a escasos metros, y se arrojó en sus brazos. Julia puso una mano tras la nuca de Lena, se inclinó hacia ella y la besó. A continuación, se apartó y deslizó los dedos sobre la mandíbula de Lena.

-Estás tensa. ¿Una reunión difícil?
-Eres terrible. -Lena se esforzó por relajar los hombros. Nadie, salvo Julia, sabía lo que sentía sólo con mirarla o incluso con tocarla. Tenía la capacidad de leerle la mente y el cuerpo con alarmante exactitud-. Una reunión como todas.
-No me digas. -Julia se alejó unos pasos, se sentó en el amplio brazo del sofá y se reclinó contra el respaldo. Llevaba una bata de seda azul ceñida en la cintura, y aún tenía el pelo mojado de la ducha; lo había atusado con los dedos y enmarcaba su rostro-Me gustaría asistir a una de esas charlas matutinas algún día.

«No, no deberías.» Lena pensó la respuesta y decidió decirle la verdad:

-Estás en tu derecho, pero preferiría que no lo hicieras.
-No me sorprende. -Julia ladeó la cabeza y estudió a su amante, que parecía agotada, como siempre antes de un acto público. Julia conocía los riesgos y la presión adicional que sufría Lena para garantizar su seguridad-. Creo que sé por qué estás tan agobiada, pero prefiero no hacer conjeturas. ¿Me lo cuentas tú?

Lena suspiró, rindiéndose, y cruzó la habitación para sentarse en el sofá al lado de Julia. Antes de acomodarse, cogió a Julia y la sentó en su regazo. Ciñó con un brazo los hombros de su amante y con el otro la cintura, mientras Lena ronroneaba junto a su cuello.

-Me gusta cómo te queda esta bata. Estás igual que el día que nos conocimos, salvo que entonces no podía tocarte. Pero, Dios, ¡cuántas ganas tenía de hacerlo!
-Intentas distraerme -murmuró Julia cuando Lena se inclinó hasta que los rostros de ambas se rozaron. Julia introdujo la mano bajo la chaqueta de Lena y la deslizó por su costado-. Estoy empezando a familiarizarme con esa táctica, comandante
Katina.
-Me has pescado. Estoy fastidiada por muchas razones. –Lena la besó porque era hermosa, vital y todo lo que daba sentido a su vida-. Te amo muchísimo.

El corazón de Julia dio un vuelco.

-Increíble. No tienes ni idea de cómo me pongo al oír eso.
-Sé cómo me pongo yo. -Lena apoyó la frente contra la de Julia y cerró los ojos. Había momentos en que deseaba que estuvieran en cualquier otro lugar, sin nadie más. Deseaba que nunca tuviesen que traspasar la puerta y que, si lo hacían, no hubiesen de mirar por encima del hombro para ver si las acosaba alguna oscura fuerza que pretendía colarse en su vida y en un abrir y cerrar de ojos destruir todo lo que le importaba. Casi siempre lograba dejar a un lado esos miedos. Estaba preparada para enfrentarse a la realidad y no hundirse en las especulaciones. Pero había veces, cuando tenía a Julia entre los brazos y sentía una plenitud absoluta, en que no podía reprimir aquellos temores.
-¿Lena? -En la voz de Julia había un matiz de preocupación-. Estás temblando.

Lena respiró a fondo y se acomodó en el sofá, mientras Julia apartaba las piernas para sentarse a su lado.

-Lo siento.
-¿Quieres decirme qué ocurre? -Julia cogió la mano de Lena, la acarició entre las suyas y apoyó las manos unidas de ambas sobre el muslo. Le encantaban las manos de Lena. Eran audaces, fuertes e increíblemente tiernas, como ella misma-.
¿Cariño?
-Preferiría no hacerlo. Sólo ha sido una... cosa pasajera –dijo Lena en tono dulce. «Te sentirías responsable, y no tienes por qué cargar con algo que no está en tu mano cambiar.» Julia se limitó a asentir, respetando la privacidad de Lena, pero había percibido el dolor de su amante.
-De acuerdo. Entonces, volvamos a la pregunta inicial. ¿Por qué no quieres que asista a las reuniones?

Lena miró a Julia con evidente crispación.

-Eres la persona más terca, implacable y fastidiosa que he conocido en mi vida.

Julia sonrió dulcemente.

-Eso es otra táctica dilatoria. No me vas a arrastrar a una discusión.
-Hablamos de ti -pronunció las palabras con una mezcla de disculpa y rabia-. No quiero que lo oigas.

La sorpresa asomó a los ojos de Julia.

-Lena, sé que habláis de mí.
-Yo hablo de ti -afirmó Lena-. ¿No te gusta mi tono de mando cuando estamos juntas? Allí lo odiarías.
-¿Y tú qué crees..., que si te escuchase hablar de Egret con tu equipo me parecería que significo menos para ti?

Lena desvió la vista unos momentos, y luego miró de nuevo a Julia. Cuando lo hizo, había incertidumbre e inquietud en las claras profundidades de sus ojos.

-No lo sé. Quizá. No quiero arriesgarme.

Julia sacudió la cabeza, se volvió y colocó las piernas sobre el sofá hasta ponerse de rodillas al lado de Lena. Tomó el rostro de Lena suavemente entre las manos e inclinó la cabeza hasta que estuvieron muy juntas. Su mirada se clavó en la de
Lena.

-Escúchame. Sé lo que haces. Y conozco lo que ellos no conocen, Elena, lo que nunca conocerán. Conozco tu miedo, y sé que no puedes permitir que ellos lo vean. -La besó, tiernamente al principio, y luego con fiera posesión. Sintió las manos de Lena en la espalda, arrastrándola hasta que estuvo de nuevo en el regazo de su amante, con los brazos enlazados en torno a su cuello. Cuando apartó la boca, murmuró-: Sé que tienes que distanciarte de mí para hacer lo que debes hacer.
-No -se apresuró a decir Lena, con voz tensa. Cogió la mano de Julia y la puso sobre su propio corazón, acariciándola-. Nunca me distanciaré de ti. Jamás.
-Me alegro -suspiró Julia, apoyando la mejilla en el hombro de Lena-. Porque estoy empezando a acostumbrarme a tenerte cerca.
-Mejor. -Lena posó la barbilla sobre la cabeza de Julia, despejando la melancolía. Julia no sólo le proporcionaba paz, sino la dicha de ser comprendida-. Porque pienso seguir aquí mucho tiempo.
-¿Quieres salir a dar una vuelta conmigo?
-Me encantaría.

Fuera, Lena y Julia caminaban juntas a tres metros de distancia de tres agentes que las seguían. Julia portaba una carpeta en la mano. Llevaba el pelo suelto y se había puesto unos vaqueros azules, un polo azul marino y mocasines. Si no hubiesen salido del Hotel Marigny, la residencia reservada a visitantes oficiales, Julia podría haber pasado por una turista más. Lena no llevaba nada, pues necesitaba tener las manos libres para utilizar el arma. A pesar de que su chaqueta ocultaba un micrófono de muñeca, un buscapersonas, un teléfono móvil y la pistola automática en una pistolera al hombro, tenía un aspecto tan natural que también podría haber pasado por una turista.

-Te importa si no vamos por la avenida principal, sino por las calles secundarias, hasta los jardines? -preguntó Lena, recorriendo con los ojos ambos lados de la vía pública. Julia dio el brazo a Lena.
-En absoluto. En este momento no me apetece bregar con las multitudes de los campos Elíseos. -Respiró a fondo el cálido aire veraniego y lanzó un suspiro de satisfacción-. Es una mañana preciosa, y quiero pasear un rato.
-Creo que están reformando gran parte de los jardines de las Tullerías -comentó Lena-. Así que no habrá tanta gente como en otras partes.
-Lo sé. En realidad, no me importa el lugar, mientras pueda relajarme durante unas horas.
-Si prefieres estar sola...
-No -se apresuró a decir Julia, apretando el brazo de Lena-. No quiero estar sin ti; me refiero a... todos los demás.
-Entonces, te haré compañía mientras dibujas. -Lena sonrió-. Creo que ya te conté que pasaba horas con mi madre y sus amigos cuando pintaban. Mi madre siempre tuvo un estudio en casa y muchas veces aceptaba alumnos que pasaban semanas, incluso meses, con ella. Yo posaba de vez en cuando.
-¿De verdad? -Julia miró a Lena de arriba abajo-.
Comandante Katina, es usted una caja de sorpresas. ¿Posaría para mí?
-Por supuesto.
-¿Desnuda?

Lena arqueó la ceja derecha.

-Si quieres.
-Pensándolo mejor -murmuró Julia-, no creo que pudiese concentrarme. -Miró de nuevo a Lena-. ¿Te excitaría posar desnuda para mí?
-Sí.
-Creo... -El rostro de Julia adoptó una expresión contemplativa-, que me gustaría decirte qué parte de tu cuerpo toco mientras dibujo. ¿Sentirías mis manos sobre ti?
-Sí -respondió Lena con voz profunda y espesa, reflejando la punzada de emoción que sentía en la boca del estómago-. Sabrías... verías el rubor de mi piel y de mis pezo...
-¡Cállate! -Julia soltó un gemido-. Dios, no debería pensar en eso aquí fuera. Pero no olvidaré el ofrecimiento.
-No te preocupes. No me volveré atrás.

En la Rue de Rivoli siguieron un camino que las llevó a la amplia extensión de los jardines de Catalina de Médicis, en otro tiempo esplendorosos. Las plagas habían destruido gran parte de las plantas y árboles a lo largo de cinco siglos, pero en la última década se había emprendido una replantación intensiva y los jardines habían recuperado algo de su antigua belleza. Julia encontró un banco vacío y relativamente discreto junto a una de las grandes fuentes octogonales.

-Te parece bien?
-Estupendo -respondió Lena, y con un sutil murmullo al micrófono dispuso a los agentes antes de sentarse en el banco al lado de Julia. Hacía calor, y le apetecía quitarse la chaqueta, pero no podía por culpa de la pistola. Estaba acostumbrada a esos inconvenientes y lo superó enseguida.
-Creo que es una de las cosas que más me gustan –comentó Julia mientras sacaba un cuaderno de dibujo y lápices de la carpeta.
-¿Dibujar al aire libre?
-Hum. -Julia se había inclinado sobre el cuaderno y trazaba líneas rápidas y seguras sobre el papel-. Especialmente si estás conmigo. No te importa, ¿verdad?
-No, es una experiencia muy agradable. Me recuerda...
-¿Qué? -Julia alzó la vista, preocupada por el tono serio de Lena-. ¿Qué, cariño?

Lena cabeceó.

-Lo siento. No quería distraerte. Estaba pensando que me recuerda mi niñez en Italia. Era... -se encogió de hombros-... supongo que como la niñez de todo el mundo, unas veces idílica y otras insoportable.

Julia salvó el espacio que las separaba y deslizó la mano sobre el brazo de Lena hasta llegar a sus dedos, que apretó con ternura.

-Te amo.

Lena sonrió, acarició la mano de Julia y la soltó.

-Dibuje, señorita Volkova.

Julia sonrió.

-A sus órdenes, comandante.

A las 11.50 un hombre delgado, moreno, de pelo castaño corto, vestido con un mono gris y con una pequeña caja de herramientas en la mano, caminaba por una callejuela situada detrás de un edificio de oficinas de quince plantas. Se dirigió con paso confiado y ágil a la entrada de servicio. En el marco de la puerta había un teclado numérico, y el hombre pulsó sin titubear un número de siete cifras. Bajó la mano, la puso sobre el pomo, que giró fácilmente, y entró en el edificio.

***

-Julia -dijo Lena en voz baja.
-¿Hum?
-Casi es mediodía.

Julia no alzó la vista, sino que continuó dibujando durante unos minutos. Luego, dejó el lápiz y estiró los hombros encorvados. Se mezo los cabellos con la mano y contempló los jardines. Grupos de turistas y familias paseaban con cámaras y expresiones emocionadas. Julia miró a su amante, sentada a su lado con las largas piernas estiradas, los tobillos cruzados, los brazos pegados a los costados, aferrando con las manos el borde del banco. Si Julia no la conociera, creería que Lena estaba completamente relajada. Pero apostaría lo que fuese a que sabía la ubicación exacta de cada una de las personas que ocupaban su ángulo de visión, cuánto tiempo llevaban allí y cuánto tardaría cualquiera de los tres agentes invisibles en llegar hasta Julia.

-¿Consigues disfrutar con algo de esto?

Lena deslizó la mano lentamente hasta que sus dedos encontraron los de Julia.

-Te veo, Julia. Aunque esté trabajando, siempre te veo.
-Lo siento. -Julia sonrió con ironía-. Dios, ahora resulta que tengo celos de tu trabajo.
-Creo que nos cuesta acostumbrarnos a estar juntas.

Julia se rió.

-¿En serio? -Guardó el cuaderno de dibujo y los lápices en la carpeta-. Soy completamente nueva en esto. No tengo ni idea de cómo hacerlo. -Miró a su amante, que la observaba con gesto serio-. Sólo tengo claro que quiero que estemos juntas.
-Entonces coincidimos. -Lena se levantó, alzó la mano izquierda y avisó a sus agentes de la marcha

***

La entrada de servicio daba a un laberinto de almacenes, con una serie de ascensores al final de un largo pasillo. Junto a los ascensores un letrero señalaba la escalera. El hombre con uniforme de electricista empujó la puerta, que se abrió sin hacer ruido. Con paso firme subió hasta el tejado. En el vestíbulo principal del edifico dos aburridos guardias de seguridad franceses holgazaneaban tras el mostrador de información, charlando con la recepcionista, que desviaba las llamadas a las diferentes oficinas y daba indicaciones a los visitantes que las pedían. Francois Remy consultó su reloj.

-¿Quieres hacer la primera ronda o prefieres que la haga yo?

lenri Bouchard se encogió de hombros.

-Yo hago esta y tú la siguiente.
-De acuerdo.

Henri se dirigió al ascensor para subir hasta el piso quince e iniciar la inspección del edificio. Tenía que recorrer los pasillos de cada piso de un extremo a otro y bajar por las escaleras. La mayoría de las oficinas estaban ocupadas y haría controles aleatorios, sobre todo de las situadas frente al
Instituto Gustave Roussy. Suspiró mientras los números descendían hasta el uno en el tablero situado sobre la puerta del ascensor. «Tanto rollo por una mujer. Si no fuera americana...» Cuando el hombre con la caja de herramientas llegó al descansillo del piso quince, vio una puerta a la izquierda que conducía al pasillo y a las oficinas. A la derecha una estrecha escalera llevaba a una puerta de acero gris que daba acceso al tejado. Subió y se detuvo a escasos peldaños de la puerta. Un letrero advertía que, al abrir la puerta, sonaría la alarma central. El hombre abrió la caja de herramientas con calma y cogió un destornillador, unos alicates y unas finas pinzas puntiagudas.
Trabajando con rapidez, pero fríamente, retiró la placa que recubría la caja de la alarma, inspeccionó el sencillo diseño para ver si se habían añadido alarmas de refuerzo y desvió la señal de conexión de la puerta. Luego, colocó de nuevo la placa, guardó las herramientas y abrió la puerta. Había tardado exactamente seis minutos en llegar desde la calle al tejado.

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Mensaje por Anonymus 3/23/2015, 9:01 pm

Capitulo 6

A las 12.00, Bouchard salió del ascensor en el extremo este del piso quince y recorrió el pasillo a buen paso. Por las puertas entreabiertas se filtraban murmullos de voces y el zumbido insistente de los aparatos electrónicos. Prestó especial atención a los despachos del lado norte del edificio, los que daban al amplio bulevar y al complejo médico de enfrente. En la reunión informativa de la mañana le habían dado una lista de lugares de cada piso que podían presentar problemas de seguridad, pero tras una comprobación a fondo no encontró nada anormal. Cuando llegó al extremo oeste del vestíbulo, abrió la puerta de incendios y salió al descansillo de uno ochenta por uno ochenta. A su izquierda había una estrecha y empinada escalera ascendente y subió varios peldaños para ver bien la puerta del tejado. Sabía por los planos del edificio que el capitán había facilitado a su equipo que la puerta estaba conectada a una alarma. Si se trastocaba el circuito, se encendía un interruptor en el panel principal de la zona de recepción del vestíbulo. Su compañero estaba vigilando los monitores en ese momento. Satisfecho al no ver nada extraño, bajó por la escalera hasta el piso catorce. Comprobó su reloj al llegar al piso siguiente y asintió, contento tras comprobar que iba bien de tiempo.

-Salimos a las 15.30 -dijo Lena cuando Julia la acompañó a la puerta de su suite. Le suponía un sacrificio dejarla tan pronto, pero ambas tenían cosas que hacer-. Estaré en el centro de comunicaciones hasta entonces por si necesitas algo.
-Estupendo -repuso Julia en voz baja, reparando en los otros agentes que estaban cerca-. Quiero cambiarme y hacer varias llamadas. -Bajando aún más la voz y mirando a Lena a los ojos, susurró-: Gracias por la última noche y por estas horas.

Lena asintió. Rozó la mano de Julia y se dirigió a la habitación del otro lado del vestíbulo. Cuando llegó a la puerta, Julia había desaparecido. Lena se acercó a Mac, que estaba en su lugar habitual en el centro de la actividad electrónica. Cogió una silla y se sentó al lado del agente, sin prestar atención a los parpadeantes monitores con sus mareantes caleidoscopios de imágenes en movimiento. Sólo le interesaban los listados de ordenador que tenía Mac junto a su mano izquierda.

-¿Qué han dicho los medios?
-El artículo no figura en titulares -respondió Mac, reclinándose en su silla giratoria-, pero ha salido en primera página en las principales ciudades de Estados Unidos.
-Ya lo esperábamos -comentó Lena, muy seria-. ¿Sabes algo de la Casa Blanca?
-Llamó Lucinda Washburn y pidió que Egret la llame lo antes posible. -Mac miró de reojo-. No me pareció oportuno interrumpir su visita.
-Gracias. Creo que Egret necesitaba un descanso. -Lena le dedicó una sonrisa agradecida-. Yo transmitiré la petición de la jefa de gabinete.

Mac se limitó a gruñir. No tenía nada contra Lucinda
Washburn, a quien todos consideraban la segunda persona más poderosa del país, pero su lealtad estaba con el equipo y con Julia Volkova.

-Supongo que el secretario de prensa de la Casa Blanca hará alguna declaración en la sesión de la tarde.
-Cuando Aaron comunique oficialmente la explicación de Julia, las principales agencias de noticias la recogerán. -Lena suspiró-. No creo que veamos grandes reacciones de los medios hoy en el hospital, pero mañana tiene la reunión con el ministro de sanidad y con los representantes de la OMS. Y eso sí recibirá cobertura.
-Como usted sabe -comentó Mac-, el estatus de Egret en la administración es más de primera dama que de primera hija, puesto que representa gran parte de las obligaciones que habrían recaído sobre su madre.
-Sí. Y por eso es mucho más visible para el mundo-. «Y mucho más vulnerable», pensaron ambos, pero no lo dijeron. La mirada de Lena se endureció-. En todo momento debemos considerarla en situación de máxima alerta.
-Entendido, comandante.
-¿Nuestros equipos avanzados están sobre el terreno?
-Sí, señora. Pronto recibiré los primeros informes.
-Bien. Mantenme informada. En cuando llegue el equipo principal, nos reuniremos.
-Sí, señora.
-Si hay algo que se salga de lo corriente, cualquier cosa, de cualquier fuente... quiero saberlo.
-Sí, comandante.

Paula Stark se despertó, sobresaltada, y parpadeó furiosamente. Su primer pensamiento fue «brillante. Muy brillante». Cerró los ojos. A continuación, notó una extraña sensación bajo la mejilla. «Tierno. Cálido.» Suspiró. «¡Qué bien huele! ¿Canela?» Abrió un ojo un poquito. La imagen de una jirafa de largo cuello ocupó su campo visual. Cerró el ojo otra vez y se dio la vuelta, reparando en que yacía de espalda y que tenía la cabeza apoyada en algo flexible pero firme. Miró hacia arriba con cautela, centrándose en los ojos azules que la contemplaban con gesto de tierna diversión a escasa distancia.
Stark parpadeó.

-¿Renee?
-¿Esperabas a otra persona?

Stark parpadeó otra vez. Lo último que recordaba con claridad era a la comandante diciéndole que fuese a descansar hasta la reunión de la tarde. Luego había llamado a Renee, le había dicho que tenía unas horas libres y habían quedado en desayunar juntas.

-Ah, claro, ¿el desayuno?

Renee se apartó y dejó el periódico que estaba leyendo junto a sus pies, apoyados en la superficie de azulejos de la mesita del café.

-Te quedaste dormida en mitad de una tostada.

Stark se quejó. Se puso de lado y hundió la cara en la curva del abdomen de Renee para ocultar su profunda vergüenza. En ese momento se dio cuenta de que el material que rozaba su mejilla era blando, algodón peinado, y que una multitud de animalitos bailaban en los bordes de su ángulo de visión.

-Tienes una jungla en las bragas -farfulló, con la mente convertida en una mezcla de confuso bochorno y de acuciante excitación. Renee soltó una risita, deslizó los dedos entre los negros cabellos de Stark y le dio un suave masaje en el cuello.
-Deberías ver lo que tengo dentro.

La presión arterial de Stark subió hasta las nubes, se le encogió el estómago y se le paró el corazón. Su aliento se convirtió en un gemido lleno de presentimientos.

-Sin embargo -continuó Renee, poniéndose nerviosa al sentir el temblor de Stark-, como es la una y te espera una reunión dentro de una hora, no creo que tengas ocasión de averiguarlo hoy.

«Me dormí encima de ella. Literalmente encima. ¡Jesús!» Stark, mortificada, dio la vuelta de nuevo y alzó los ojos implorantes.

-Lo siento mucho. Soy una verdadera calamidad.
-¿Una calamidad? -Las comisuras de la boca de Renee dibujaron una sonrisa tierna y seductora a la vez-. Veamos. Ayer trabajaste todo el día, estuviste levantada toda la noche, y luego te ordenaron que te tomases unas horas de descanso. Lo primero que hiciste entonces fue llamarme. -Se inclinó y besó a
Stark en la frente y en la boca-. Créeme, cariño, no tienes por qué disculparte. Pero si no mueves el culo, llegarás tarde a una de las reuniones de Katina. Y después ya no tendremos que preocuparnos por tu culo, porque te lo habrá arrancado a mordiscos.

«Cariño. Me ha llamado cariño.» Stark dobló un brazo, encontró la mano que le acariciaba el pelo, y entrelazó los dedos con los de Renee.

-Hace una semana, cuando estábamos en Nueva York, estuvimos a punto de arrancarnos la ropa. Te deseo lo mismo en este momento. -Tomó aliento y se armó de valor-: Más, mucho más.

Los ojos azules de Renee se desorbitaron y sus labios llenos se abrieron en un gesto de sorpresa.

-Una de las cosas que am... encuentro más encantadoras de ti es tu absoluta falta de disimulo. Dices lo que piensas -«Al menos eso espero, porque eso es lo que me empuja a enamorarme de ti.»
-¿Por qué paraste? Volvamos atrás -preguntó Stark en tono dulce y tierno.

Renee suspiró y miró al otro lado de la habitación, pero su mente repasó los últimos diez años de su vida. Con aire reflexivo, respondió:

-No he tenido muchas relaciones de importancia en mi vida, y ninguna mencionable en los últimos años. La mayoría no aguantaban las exigencias del entrenamiento y el trabajo que hacemos. -Se encogió de hombros y suspiró de nuevo.- Ya sabes a qué me refiero: los horarios son horribles, no podemos dar muchos detalles y, si lo hiciéramos, la gente no nos entendería. Resultaba más fácil no comprometerse con nadie. -Notó que Stark se quedaba quieta a su lado y la miró, tropezando con sus ojos oscuros y comprensivos mientras apartaba con los dedos los cabellos de la frente de Stark-. Tú y yo... tenemos algo en común desde el principio, aunque en un primer momento no estuviésemos de acuerdo.
-El trabajo -respondió Stark, sabiendo que Renee sabía lo que ella sabía: que el trabajo determinaba quiénes eran, tanto o más que lo que hacían.
-Hum. Sí... pero no se trata sólo del trabajo. Eres especial. -Renee añadió tímidamente-: Me haces sentir especial.
-Eso espero -murmuró Stark fervorosamente-. Creo que eres la mujer más maravillosa que he conocido. Espero hacer que te sientas así. -Se puso colorada-. Aunque no sé cómo hacerlo.
-Tal vez pensando en mí antes que en cualquier otra cosa, incluso después de veinticuatro horas sin dormir haciendo uno de los trabajos más estresantes del mundo, sea un buen principio.
-No has respondido a mi pregunta -insistió Stark cautelosamente. «Dime si ocurre algo, si necesitas algo que yo pueda darte.»
-No, no respondí. -Renee esbozó una sonrisa lánguida-. Te deseo hoy tanto... más... que aquella noche. Pienso en ello; sueño con ello. Sólo que... tengo miedo.

No era aquello lo que Stark esperaba, y frunció el ceño con preocupación.

-¿Por qué? ¿Acaso he hecho algo? ¿He dicho algo?
-No, todo lo contrario. Eres demasiado buena para ser de verdad. -Renee se puso colorada y enroscó un bucle del cabello de Stark en los dedos-. Tengo miedo a acostarme contigo y que no funcione, que nos haga daño.

Stark se incorporó en el sofá hasta que estuvo sentada junto a Renee. Rodeó los hombros de su amiga con un brazo y la atrajo hacia sí. Rozando con los labios los cabellos de Renee, susurró:

-Yo también creo que eres especial. No sé cuándo será el momento oportuno, pero eso es lo que quiero. Para que salga bien.

Con un suspiro de satisfacción y sin el menor atisbo de frustración, Renee rodeó con el brazo la cintura de Stark.

-Gracias.
-¿Por qué?
-Por tener paciencia.

Stark se rió, bajó la cabeza y capturó la boca de Renee. Deslizó la lengua entre los labios de Renee, bailó sobre la superficie de su lengua, y luego se retiró.

-No tengo paciencia. En realidad, sé que algo va a estallar dentro de poco. Pero no quiero arriesgarme a estropear esto.

Renee soltó un gritito, hundió las manos entre los cabellos de Stark y se movió hasta quedar tendida en su regazo. Su boca estaba hambrienta, necesitada, reclamaba la de Stark. Al instante siguiente ambas estaban acostadas en el sofá: el muslo de Renee encajado entre los de Stark, las manos de Stark bajo la blusa de Renee, y sus caderas moviéndose en perfecta sincronía, a impulsos. Alguien gimió. Stark desvió la boca.

-¡Madre mía... cuánto te quiero!
-Sí. -Renee, jadeante, hundió la frente en el pecho de Stark-. Sí. Creo que me he cansado de esperar.
-Tienes que esperar... -La voz de Stark era un ruego desesperado-, sólo un poco más. Y yo también.

Renee se limitó a asentir, gimiendo.

-Pensaré en ti todo...
-Chiss -siseó Renee, acercándose aún más a Stark-. Cuando salgas de aquí, no quiero que pienses en nada, salvo en el trabajo. Quiero que te centres en Egret, como haces siempre. Después, cuando quedes libre, quiero que vuelvas a mí. Sana y salva.
-No sé cómo tengo tanta suerte -susurró Stark, alzó la barbilla de Renee y la besó entre tiernas y suaves caricias.
-Las dos tenemos suerte -murmuró Renee junto a su boca.

El hombre delgado arrodillado junto al muro de un metro que bordeaba la plana extensión del tejado quedaba oculto por las enormes salidas del aire acondicionado y los conductos de la calefacción. Si alguien abría la puerta del tejado, lo oiría, y tenía la ventaja de la sorpresa. Sin embargo, no esperaba visitantes. La primera ronda de seguridad había acabado, y la segunda seguramente sería rutinaria. Tras valorar la perspectiva de la entrada del hospital, abrió de nuevo la caja de herramientas y levantó el compartimento superior de la misma. Debajo estaba el cañón de un rifle de asalto Heckler y Koch G36. Sacó de varios bolsillos del mono gris los restantes componentes del arma que había desmontado esa mañana antes de salir de la pensión en la que había vivido los últimos catorce meses. Con rapidez y eficiencia montó el arma de tres kilos y medio y le colocó un cargador de serie que contenía treinta balas. En el compartimento inferior de la caja de herramientas había más cargadores. El fusil de asalto alemán podía disparar setecientas cincuenta balas de 5,56 x 45 mm por minuto. Esperaba que le bastase con una.

Julia, sentada en el sofá de la suite palaciega de elevados techos, cogió su cuaderno de dibujo y lo abrió sobre el regazo. Juzgó con ojo crítico el trabajo de la mañana, pensando en la siguiente exposición que se celebraría en Manhattan tres semanas después. No era su primera exposición, pero sí la primera que hacía en solitario. Estaba nerviosa y emocionada, y también un poco fastidiada por no poder concentrarse completamente en el trabajo que más le interesaba. Sus otras responsabilidades, sus tareas oficiales, interferían a menudo. Aunque se sentía orgullosa de representar a su país y feliz de ayudar a su padre en todo, el sueño de su padre no era el suyo. No obstante, hacía todo lo posible por compartirlo. Pasó las páginas hasta que llegó al último dibujo que había hecho. Lena no se había dado cuenta de que Julia la estaba dibujando y, si se había dado cuenta, no lo demostró. Lena era el tema favorito de Julia. No sólo era hermosa, con el color y la estructura ósea que a cualquier artista le gustaría pintar, sino que Julia se deleitaba con la oportunidad de estudiarla. Aun sabiendo que resultaba imposible, seguía intentando captar la esencia de la nobleza y la fuerza de Lena a través de su arte. Deslizó los dedos sobre el dibujo y sintió la carne de Lena bajo la suya. «Te amo.» Cerró el cuaderno con cuidado y lo guardó. Se inclinó, cogió el teléfono de la mesa situada junto al sofá y marcó una serie de números de memoria. La respuesta fue casi instantánea.

-¿Johnny? Soy Julia. Supongo que no podré... ¿Estás seguro? Por supuesto. -Pasó un minuto, y Julia se enderezó-. ¿Papá?
-Julia. ¿Va todo bien?
-Sí, de maravilla.
-¿Sigues en París?
-Aún me quedan dos días. Todo está yendo muy bien en ese aspecto.
-¿Has ido al hospital?

La pregunta la sorprendió. No sabía que su padre estuviese al tanto de sus itinerarios. Tragó saliva y respondió sin alterarse:

-Iré dentro de una hora.
-¿Te encuentras bien?
-Sí, muy bien. -Respiró a fondo-. Supongo que has leído los periódicos.

Una risita seca sonó al otro lado de la línea.

-En realidad, no he leído ningún artículo porque ya sé de qué trataba la entrevista. Pero parece que alguien se ha adelantado a los acontecimientos.
-Sí, eso parece. Sólo quería saber si... no estoy segura de qué quería, en realidad -confesó.
-No pasa nada, cariño. No tienes por qué preocuparte. Concéntrate en el viaje y disfruta todo lo que puedas.
-¿Qué dice Lucinda? -insistió Julia. Lucinda captaba mejor que su padre las tendencias de la opinión pública.
-A veces Lucinda se preocupa demasiado.
-Deberías hacerle caso. Siento causar...
-Julia -su padre habló con voz firme y amable al mismo tiempo-, no creo que hayas hecho nada por lo que debas pedirme disculpas. Estoy orgulloso de ti.

Julia oyó una conversación lejana y se dio cuenta de que su padre había cubierto el auricular con la mano.

-Escucha, papá. Sé que estás ocupado. Puedo...
-Lo siento, se me hace tarde. ¿Cómo está Lena?

El corazón de Julia dio un vuelco.

-Está... bien. Los viajes son difíciles, y se preocupa.
-Como debe ser. ¿Pero lleva bien... lo demás?

A Julia se le hizo un nudo en la garganta. No estaba segura, pero creía que su padre le estaba preguntando si su relación funcionaba.

-Está de maravilla. Y yo... soy feliz.
-Esa es la mejor noticia que podías darme. Lo siento, cariño. Tengo que irme. Llámame pronto.
-De acuerdo. Lo haré.
-Cuídate. Adiós, cariño.
-Adiós, papá. -Julia colgó el teléfono con suavidad.

Jamás habían mantenido una conversación como aquella. Resultaba terriblemente extraña y extrañamente maravillosa. De forma consciente o inconsciente durante toda su vida había establecido una barrera entre su padre y ella, igual que había ocultado su identidad privada de los ojos curiosos del público y escatimado los verdaderos deseos de su corazón a las mujeres con las que se había relacionado. Hasta Lena. Amar a Lena lo había cambiado todo, y aunque a veces le daba miedo (ser vulnerable y exponerse, no sólo al desengaño, sino al escrutinio cruel de los desconocidos), nunca se había sentido tan libre.
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Mensaje por Anonymus 3/23/2015, 9:03 pm

Capitulo 7

Felicia fue la primera agente del equipo principal que llegó a la reunión. Cuando entró en el centro de comunicaciones, sólo estaba Mac. Un murmullo de conversaciones salía de la habitación contigua, en la que Cynthia y Barry pasaban casi todo el tiempo, inclinados sobre sus consolas buscando datos de inteligencia ocultos en el ciberespacio. Se acercó al aparador, se sirvió una taza de café y se dirigió a la mesa de reuniones. Al oír el leve movimiento a sus espaldas, Mac se apartó de los monitores y contempló a Felicia en silencio. Llevaba el mismo traje de dos piezas, camisa hecha a medida y zapatos funcionales que utilizaban todos los agentes, hombres o mujeres. Sin embargo, en su cuerpo largo y esbelto el conjunto resultaba elegante. El cuello delgado, los altos pómulos y la fina mandíbula le daban aspecto de antigua sacerdotisa o guerrera. Era dolorosamente hermosa, además de poseer una inteligencia intimidante y una inestimable eficiencia. Se habían visto dos veces antes de que ella le dijese en tono amable, pero firme, que había sido un error. Mac se aclaró la garganta.

-Buenas tardes.

Felicia apartó los ojos de los informes más recientes sobre el compromiso de la tarde y volvió la cabeza con una sonrisa.

-Hola.

En los ojos de la agente nada sugería familiaridad. Era el mismo tono agradable, aunque frío, que utilizaba con todo el mundo. Mac se tragó su decepción e intentó convencerse de que no le importaba.

-¿Has tenido ocasión de ver algo de la ciudad durante tu descanso?
-Un poco -respondió Felicia con cautela. No tenía costumbre de hablar de su vida personal con los colegas. Mac era diferente, y esa diferencia le preocupaba. Desde que habían pasado casi sesenta horas juntos, controlando una operación que pretendía acabar con la vida de la hija del presidente, se sentía más unida a él que a ningún otro hombre con el que hubiese trabajado. Más que a ningún hombre, lo reconocía, con el que hubiese tenido algún tipo de relación desde hacía mucho tiempo. Al final había sucumbido a la singularidad de aquella conexión especial y había roto una de sus normas: había cenado con él. Dos veces. Mac era como ella había esperado que fuese: encantador, inteligente y amable. Tras la segunda velada, cuando la acompañó hasta la puerta del edificio de apartamentos del East Village en el que vivía, la besó en la boca. El beso fue algo más que amistoso, pero no molesto ni exigente. Un hermoso beso. Y entonces ella le dijo que no habría más cenas.
-El Servicio Secreto no es precisamente la mejor forma de ver el mundo -comentó Mac en tono irónico. Felicia se rió.
-Ocurre como en la Marina o como en cualquier otra actividad del gobierno.
-Aún así, un destino en París es mejor que pasar una semana en un montón de lugares que se me ocurren.
-Cierto.
-Felicia...

Stark entró y se detuvo bruscamente. Miró la estancia con la sensación de que había interrumpido algo personal. Se puso colorada y buscó desesperadamente una salida.

-Paula -respondió Felicia con naturalidad, señalando la silla que estaba frente a ella con un elegante gesto-. Sírvete café y siéntate. Podemos repasar las posiciones de despliegue antes de que venga la comandante-. Miró el reloj-. Cosa que calculo que ocurrirá dentro de dos minutos.
-Yo... claro. De acuerdo. Muy bien.

Mac, decepcionado pero no muy seguro de saber lo que había estado a punto de decir, regresó a sus omnipresentes compañeras: las parpadeantes imágenes de la docena de monitores en los que figuras borrosas aparecían y se desvanecían con movimientos entrecortados y robóticos. Mientras recogía sus papeles, pensó que a veces él no era más tangible que aquellas personas incorpóreas capturadas en sus pantallas. Reconoció la punzada de la soledad y se apresuró a deshacerse de ella.

***

En el tejado el hombre delgado miró hacia abajo al sentir una leve vibración en su cinturón. Cogió el buscapersonas de dos bandas y leyó el texto:

13.58

Al habla Perro Rojo: ¿En posición?

Escribió en el pequeño teclado con ensayada eficiencia, igual que había montado y desmontado el arma en medio de la oscuridad total.
Entendido.
Luz verde. 16.00. Líder del equipo fuera.

Borró el mensaje con otro movimiento del pulgar. Aunque el sol le abrasaba la espalda y la cabeza descubierta y llevaba demasiada ropa para el mes de agosto, no se sentía incómodo. Los francotiradores -hombres y mujeres que aguantaban horas en posturas increíbles, en medio de la nieve, el fango o bajo el calor tropical, sin mover ni un músculo- tenían un sistema nervioso autónomo capaz de soportar la inactividad. Se había comprobado que tenían un ritmo cardíaco muy lento, que su tensión arterial registraba escasa respuesta a la estimulación adrenérgica y que su reacción galvánica cutánea era anormalmente baja. Según la teoría los asesinos nacían, no se hacían. El desafío estaba en el proceso de selección. Apoyó la mejilla en la culata del fusil de asalto y observó a través de la mira láser la acera delante del hospital, en el punto exacto en el que el coche principal se detendría y Julia Volkova y su séquito descenderían. Anticipó un nítido disparo. Aunque no era imprescindible. Su munición atravesaba el cuerpo humano casi sin ralentización y con una ínfima alteración de la trayectoria. Un disparo corporal, siempre que el individuo que hubiese entre él y su objetivo llevase chaleco antibalas, podría resultar problemático porque, aunque su munición penetrase en el chaleco, el impacto desviaría de forma impredecible la velocidad de salida y la dirección. Con lo cual, podría perder el objetivo primario. Pero si alguien se interponía entre su objetivo y él, un disparo a la cabeza acabaría con ambos. Había establecido el ángulo de disparo mortal requerido por medio de simulaciones de ordenador, basándose en la altura de todos los agentes que componían el equipo de Julia Volkova. Esperaba que el Servicio Secreto siguiese su modelo de protección habitual basado en el cuadrante, porque situaría a alguien directamente detrás del objetivo. Y ese reto le daba más emoción a la misión.

-Actualizaciones, por favor. -Lena cruzó la habitación y se sentó en su sitio habitual, al frente de la mesa. Los agentes que estaban de pie ocuparon sus asientos inmediatamente. Mac empezó enseguida.
-El equipo avanzado no ha informado de problemas. El primer recorrido, a las 13.00, lo encontró todo en orden.
-¿Alguna muestra de interés por parte de la prensa? –Lena había tardado media hora en ducharse y cambiarse, y en aquel momento llevaba un traje de verano de seda color carbón con una camisa de tonos grises más claros.
-No in situ hasta el momento -advirtió Mac.
-¿Y qué dicen las ondas? -Aunque casi toda la información se recibía a través del ordenador o por transmisión electrónica, se seguían utilizando los viejos términos.
-Las cadenas de televisión empiezan a hacerse eco de la historia, y ha habido una breve mención al artículo y a sus «impactantes» revelaciones en una de las cadenas de noticias británicas.

Los ojos de Lena se tornaron grises.

-Seguirán el ejemplo todas las cadenas de televisión y periódicos de Europa. Eso significa un nivel mucho más alto de intentos de contacto corporal. No quiero que se viole nuestro perímetro. Manténganla siempre rodeada cuando esté sobre el terreno.

El aire se llenó de murmullos de asentimiento.
Lena se dirigió a Barry Wright:

-¿Algo que indique una respuesta organizada de los grupos clandestinos?

Barry frunció el entrecejo y cabeceó.

-Continúan las conversaciones densas, pero no hemos localizado nada. Ni nombres, ni lugares, ni detalles. Si se ha planeado algo, no encuentro los pormenores.
-Siga vigilando -ordenó Lena. Confiaba más en él para descubrir mensajes ocultos que en la Agencia de Seguridad Nacional.
-Sí, señora.
-Todos conocen el procedimiento. Esta visita recibirá mucha publicidad porque el Instituto Gustave Roussy es uno de los centros de investigación sobre el cáncer más grandes de Europa, y sus administradores esperan que la visita fomente las donaciones. Durante toda la semana se ha hecho campaña en los principales medios de comunicación, así que habrá cámaras de televisión y periodistas. Lo cual, sumado al aspecto personal añadido, congregará a más gente de la habitual. Que nadie se acerque a menos de dos metros de ella fuera del edificio. Una vez dentro, asegúrense de que todo el mundo tiene un pase de prensa o una identificación del hospital visible. –Se dirigió a Mac-: ¿Tienes fotos de los relaciones públicas del hospital y de los médicos y enfermeras de la planta que se va a visitar?

Mac entregó varias hojas de papel grapadas a cada agente.

-Aquí están. Naturalmente, habrá otros que no hemos previsto, pero estas son las personas con mayor probabilidad de establecer contacto con ella.
-Fíjense bien en ellos. Si no reconocen a alguien o no tienen una identificación clara, sepárenlo y verifíquenlo. No me importa que haya enfados o egos ofendidos. Si quedamos mal, lo asumimos.

Movió los hombros para descargar la tensión que sentía siempre que Julia hacía una aparición pública.
Resultaba casi imposible mantenerla a salvo en todo momento, pero los actos públicos anunciados con gran publicidad eran los más peligrosos. Asesinos, secuestradores o cualquiera que tuviera un objetivo disponía de gran cantidad de información por adelantado para perfilar sus planes. Además, no ayudaba el hecho de que a Egret le irritasen las trabas de las coberturas rígidas y tendiese a despreciarlas. Lena comprendía la aversión de su amante por las medidas de seguridad más estrictas, pero no podía relajar los protocolos. Su trabajo y su necesidad instintiva la obligaban a velar por la seguridad de Julia. Y a veces eso la enojaba. Se levantó.

-Que los coches estén en la entrada a las 15.00. Davis y Stark, irán en el coche principal conmigo. Mac, Fielding y Reynolds, nos respaldarán en el coche siguiente. Stark les dará sus posiciones cuando salgamos a la calle.

Le respondió un coro de «Sí, comandante».

-Estaré con Egret hasta la hora de salir.

El hombre delgado reparó en una ambulancia que se acercaba por la Rue camille Desmoulins. Al observador casual le parecería una de las muchas ambulancias que entraban y salían del hospital oncológico público más grande del país durante las veinticuatro horas del día. Incluso a un profesional entrenado le costaría distinguir aquel vehículo de otros mientras circulaba. Casi nadie repararía en lo bajo de la carrocería ni en sus mayores dimensiones transversales. Aquel vehículo pesaba varios cientos de kilos más que sus equivalentes. En el interior, donde habitualmente se guardaba el equipo de emergencia y las medicinas en estantes y contenedores atornillados a las paredes, había rejillas con municiones. La camilla se había retirado y sustituido por estrechos bancos a ambos lados, en cada uno de los cuales se acomodaban muy juntos cinco hombres con chalecos antibalas. Tras su fabricación, el vehículo había sido blindado según los requisitos del Instituto Nacional de Justicia para el nivel de protección V. Escudos superpuestos de Armormax Yac 500 reforzaban el techo, los laterales, el suelo y el depósito de combustible. Las zonas transparentes eran láminas de cristal de policarbonato, capaces de soportar ocho kilos de impacto por cada dos centímetros. Ningún misil antitanque de corto alcance lo destruiría, y aún así haría falta un disparo directo al compartimento del conductor. La ambulancia avanzó lentamente, sin llamar la atención, y se detuvo en la zona de carga de urgencias a cien metros de la entrada principal. Lo bastante lejos para no molestar, pero lo bastante cerca para que el equipo de asalto pudiese llegar hasta el objetivo en el primer minuto de caos que seguiría a su disparo. «Córtale la cabeza a la serpiente para que muera.» No mostró reacción, ni siquiera un parpadeo, cuando el buscapersonas de su cinturón vibró de nuevo. Sin apartar el ojo de la mira, bajó la mano, desprendió el pequeño cuadrado de plástico del cinturón y lo levantó hasta el nivel de los ojos.

11.30 16 agosto 0l

Vengador in situ

Con la mejilla apoyada en la culata recortada del arma, volvió a poner el buscapersonas en el cinturón. A menos que recibiese una orden del jefe del equipo anulando las anteriores, sus acciones y su destino estaban marcados. Dios bendijese a América. Julia se había puesto una chaqueta de color crema, a juego con una falda que le llegaba hasta la rodilla, y una blusa de seda de tonos rosa fuertes. Los zapatos de tacón eran un poco más oscuros que el traje. Respondió a la llamada de la puerta, besó a Lena en los labios cuando entró, y cerró la puerta.

-¿Cómo te encuentras? -preguntó Lena, fijándose en la expresión pensativa de su amante.
-Bien -respondió Julia con voz tranquila y gesto serio. Se obligó a sonreír y deslizó los dedos sobre la mandíbula de Lena antes de inclinarse para besarla de nuevo. En esa ocasión se demoró, jugueteando con la lengua de Lena y mordiéndole el labio inferior. Lena suspiró, con una mezcla de pena y satisfacción. Posó las manos sobre las caderas de Julia, atrayéndola hacia sí, pero dejándole sitio suficiente para moverse si quería.
-¿Ha llamado Lucinda?

Le tocó suspirar a Julia, que asintió.

-Hace unos minutos.

Como Lena suponía, Julia se apartó de ella y se dirigió a las ventanas del otro extremo de la enorme habitación. Apoyó un hombro en los antiguos marcos de madera y contempló el exterior.

-¿Problemas? -Lena no alteró el tono, pero estaba furiosa. Furiosa de que su amante tuviese que responder ante alguien que cuestionaba su vida privada; la violación era aún mayor porque Julia era muy celosa de su privacidad. Que Julia tuviese que responder ante la jefa de gabinete de la Casa
Blanca (la mujer que había guiado la campaña del padre de Julia y que era fundamental para su reelección) suponía más presión de la que nadie podría soportar. Lena atravesó la habitación, se detuvo detrás de Julia y puso las manos con suavidad sobre los hombros de su amante-. ¿Cariño?
-¿Problemas? No. En realidad, no. -Julia cruzó los brazos bajo el pecho y se relajó ante la sólida presencia de Lena-. Para ser Lucinda, estaba tranquilísima.

Lena masajeó lentamente los hombros tensos de Julia, deslizando los pulgares sobre los firmes músculos que bordeaban la columna. Cuando Julia se presentaba en público, recogía el abundante pelo negro con el broche de oro que Lena había guardado en el bolsillo unas horas antes. Lena apartó los hermosos cabellos con un dedo, bajó la cabeza y besó a Julia en la nuca.

-Humm -gimió Julia-. Casi me olvido de todo.

Lena murmuró, mientras sus labios rozaban la piel de Julia:

-Es lo que pretendo. -Al sentir que Julia se relajaba, Lena la abrazó por la cintura, dejándole espacio suficiente para moverse. Julia seguía tensa, y cuando le hacían daño, era como un animal herido-. ¿Qué dijo?
-Lucinda hizo todos los comentarios políticamente correctos. Ya sabes... no importa a quién ames, siempre que ames a alguien. Es un asunto que sólo me atañe a mí. Incluso afirmó que la Casa Blanca y el partido apoyaban la libertad de elección y los derechos de los gays y las lesbianas.
-¿Pero?
-Sugirió que evitásemos las manifestaciones de afecto en público.

Lena se obligó a no reaccionar, ni física ni verbalmente. Podía hacerlo porque se había entrenado para eso. Podía estar en una habitación y escuchar al presidente de los Estados Unidos planeando una guerra sin pestañear o ignorar que se estaba produciendo una cita ilícita a su lado o delante de sus propias narices. No sólo le pagaban por mirar hacia otra parte, sino que había desarrollado la capacidad de observar sin mostrar la menor reacción. Pero se trataba de su amante, y fingir que no quería desahogarse era casi imposible.

-Entonces, supongo que tendré que dejar de follar contigo en el coche.

Julia se rió y le pareció que parte de la tensión desaparecía de sus huesos. Luego apoyó la cabeza en el hombro de Lena.

-Y ya no puedes meterme mano en las cenas de Estado.
-Maldita sea. -Lena besó la oreja de Julia-. ¿Significa eso que no deslizarás la mano bajo mis bragas en el baile del presidente mañana por la noche?

Julia dio la vuelta y rodeó con los brazos el cuello de Lena. Sus ojos resplandecían y su boca dibujó una sonrisa sincera.

-Supongo que no, comandante. ¿Quiere reconsiderar esta relación?

Lena la besó.

-Depende.
-¿En serio? -Julia ladeó la cabeza y entrecerró los ojos peligrosamente-. ¿De qué?
-De lo buena que seas cuando te vea -a solas.

Julia se inclinó y mordisqueó la barbilla de Lena.

-Mejor de lo que te imaginas.

Lena gimió, y el repentino calor que abrasó su vientre le debilitó las piernas.

-De acuerdo. Se acabó... basta de juegos. Necesito el cerebro a pleno funcionamiento durante las próximas horas.

Julia, satisfecha, deslizó los dedos entre los cabellos de Lena y se apartó.

-Lo sé, pero gracias.
-¿Por qué?
-Por hacerme reír cuando quería... Oh, Dios.
-¿Qué? -preguntó Lena en tono amable.
-No lo sé. ¿Romper algo? Tal vez llorar. No hay grandes diferencias. -Julia se sacudió la melancolía-. Debo comprender que Lucinda sólo tiene un objetivo: mantener a mi padre en la Casa Blanca. No es un mal proyecto. Me cae bien. Siempre me cayó bien. No es culpa suya ser tan resuelta.
-No. Ni es culpa tuya cómo eliges vivir tu vida o a quién eliges amar.

Julia se apoyó de nuevo en el magnífico marco de la ventana.

-No elegí amarte, Elena. Fue algo que no pude evitar.
-Da igual. -Lena metió las manos en los bolsillos y se apoyó en las vidrieras del otro lado, contemplando a su amante con gesto pensativo-. ¿Estás lista para lo de esta tarde?
-¿Para qué parte? -Julia se rió sin ganas mientras pensaba en la atención de los medios.
-El hospital.

Julia dio un respingo.

-Dios, me asusta que me conozcas tan bien.

Lena alzó un hombro.

-No tanto como me gustaría. Ni tanto como pretendo.
-Hospitales. -Julia se estremeció sin darse cuenta-. No importa el aspecto que tengan o los esfuerzos que hagan para que parezcan acogedores. Hay algo en el ambiente... tal vez sea la luz. O tal vez el aire de la gente que está en ellos, con esa horrible mezcla de esperanza y desesperación en los ojos. -
Julia levantó una mano y la dejó caer de nuevo, sin ganas-. De repente vuelvo a tener doce años. Todo ocurrió muy rápido, y luego ella desapareció.

Lena asintió, comprendiendo perfectamente que la vida cambiaba a veces en un abrir y cerrar de ojos. Su padre había muerto porque habían puesto una bomba en su coche, y en el tiempo que ella había tardado en ir a casa a buscar su cartera de libros y en volver a la acera y ver el coche envuelto en llamas, el mundo se había alterado para siempre. Julia nunca le había hablado de aquello antes, y Lena eligió las palabras con mucho cuidado.

-¿Cuánto de rápido?
-Menos de un año. El tumor era maligno, y a pesar de todo lo que ella hizo... y lo hizo todo bien... no sirvió de nada. –Julia volvió la cabeza para mirar por la ventana sin ver nada, mientras esperaba que las lágrimas se secasen-. Todos hicieron todo lo que podían y debían. Pero fue inútil. Incluso le practicaron un trasplante de médula ósea, que entonces estaba en proceso experimental en el tratamiento contra el cáncer. Algunas mujeres consiguieron mejorar después, pero no tantas como en la leucemia o en otras enfermedades de la sangre. Ella no mejoró.

Lena ensayó un gesto de consuelo. Julia se había abandonado a los recuerdos, y Lena la dejó hablar.

-Los últimos meses pasó más tiempo en el hospital que fuera. Mi padre acababa de ganar el puesto de gobernador y estaba muy ocupado. Aún así, la acompañó todo lo que pudo. -Miró a Lena-. Pero pasé mucho tiempo sola con ella.

Lena, que deseaba más que nada en el mundo abrazar a Julia y borrar todo el daño que había sufrido, se rebeló interiormente contra su impotencia. Ojalá pudiese regresar al pasado y reescribir la historia para que la pequeña Julia nunca hubiese tenido miedo ni se hubiese sentido sola o herida. La incapacidad para hacerlo era una de las cosas más frustrantes que había experimentado en su vida. Nunca se había dado cuenta de lo horriblemente inútil que el amor te hacía sentir. Preguntó con un nudo en la garganta:

-¿Fue duro?

Julia sonrió con gesto cómplice.

-A veces. Pero también fue maravilloso. Hablamos mucho. Seguramente más que si las cosas hubiesen sido de otra manera. -Se rió con más soltura-. Las chicas se pasan décadas riñendo con sus madres.
-Estoy segura de que Inessa coincidiría contigo –comentó Lena, refiriéndose a su propia madre. Julia salvó la distancia que las separaba y abrazó a Lena por la cintura.
-Inessa te adora, y tú lo sabes. -Apoyó la cabeza en el hombro de su amante.- Estaré perfectamente.

Lena la besó en la sien y le acarició la espalda.

-Pues claro que sí.
-Estarás cerca, ¿verdad?
-Siempre, cada segundo.
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Mensaje por Anonymus 3/31/2015, 4:40 am

Capitulo 8

15.05

El hombre delgado levantó la cabeza lentamente y entrecerró un poquito los ojos para protegerse del deslumbrador sol de agosto. El bulevar se convirtió de pronto en un hervidero de actividad. En el transcurso de cinco minutos seis furgonetas de los noticiarios televisivos y otros tantos coches, la mayoría con los letreros de agencias de noticias, se apostaron en la calle frente al Instituto Gustave Roussy. Teniendo en cuenta que se trataba de una visita humanitaria de perfil bajo y de escaso interés internacional, semejante cobertura resultaba exagerada. Había previsto y considerado la presencia de los medios a la hora de planear su posición, la utilización de la ambulancia y las estrategias de huida, pero aquella situación podría ser problemática. Mientras observaba el bullicio de la calle, dos furgonetas más, cuyos paneles laterales anunciaban agencias de noticias alemanas e italianas, frenaron junto a las otras. El bulevar se congestionó enseguida. Los vehículos aparcaban de cualquier forma en zonas prohibidas y salidas de incendios; algunos los habían dejado en doble y tripe fila en el arcén, y crecientes multitudes de periodistas, fotógrafos y equipos de televisión se empujaban en una agitada masa que no dejaba de aumentar en las aceras. Si la caravana de coches llegaba como estaba previsto, podría disparar. Habría una pausa momentánea en la que el blanco quedaría a la vista, antes de que los sabuesos de los medios y los paparazzi reaccionasen, y con eso le bastaba. Sin embargo, tal vez no fuese tan fácil la salida y la evacuación a través del laberinto de coches. El dedo del hombre rozó el gatillo, a un paso de la presión necesaria para disparar. No le preocupaba lo que ocurriese después del disparo.

-¿Todo dispuesto? -Lena, tras quitarse la chaqueta y la pistolera, se sentó en el amplio sofá de terciopelo con el brazo sobre los hombros de Julia. La primera hija se descalzó y se acurrucó junto a Lena, con los pies encima del sofá. Llevaba veinte minutos hojeando una revista francesa, pero a Lena le daba la impresión de que en realidad no leía nada.
-Hum, supongo que sí. -Julia arrojó la revista sobre la mesita y posó la mano izquierda sobre el muslo de Lena-. ¿Qué quieres que les diga cuando me pregunten por ti? Por... nosotras.
-¿Qué dirías si yo no fuese la jefa de tu equipo de seguridad?
-Los mandaría a la mierda.

Lena sonrió y acarició el brazo de Julia.

-Es mejor que no consideremos esa opción.
-Lo último que haría es facilitar a la prensa el acceso a mi amante y exponerla al escrutinio que yo he tenido que sufrir todos estos años.
-Entonces, ¿qué te parece un «sin comentarios»?
-Sí. -En la voz de Julia había un matiz de burla-. Siempre tan diplomática, comandante.
-A mí me funciona. -Lena alzó un hombro-. No hace falta que luches en guerras que no son tuyas.

Julia cambió de postura para ver la cara de Lena.

-Ya saben que eres tú porque se lo dijimos.
-Sí. Admitimos que las de la foto del periódico éramos nosotras y, de paso, propagamos ciertos rumores indecorosos sobre ti. Sólo por eso valió la pena la foto.
-Tal vez. Aunque tal vez no fuese tan inteligente -dijo Julia en voz baja-. A Mitchell se le caía la baba, literalmente, cuando se enteró de que mi amante eras tú. La prensa, el público en general, adora las historias de ese tipo. Podría perjudicarte profesionalmente.
-No ocurrirá-. «Y si ocurre, lo aguantaré.» Se fijó en la tormenta que asomaba a los ojos de su amante y no supo si la provocaba la ira por la invasión de su intimidad o la preocupación por ella-. Diablos, tu padre me apoya para que continúe siendo tu jefa de seguridad.
-Sí, eso es muy importante. -Julia sonrió, pensando en lo importante que era en aquel momento-. Hoy me ha preguntado por ti.

Los ojos de Lena se ensombrecieron, y se enderezó automáticamente.

-¿Oh? ¿Está preocupado? Puedo informar...

Julia se rió.

-Tranquila, amante. Sólo quería saber si llevabas bien lo de la prensa.
-¿Qué es lo de la prensa? -La confusión de Lena resultaba evidente.
-Por Dios, ¿es qué no piensas en ti como parte de la ecuación? -Deslizó los dedos sobre la mejilla de Lena-. Quería saber si las dos estábamos bien, y si la atención de los medios te molestaba.
-¿Qué? ¿Acaso cree que renunciaría por culpa de eso, que te abandonaría? -La voz de Lena reflejaba crispación, y un músculo se tensó en su mandíbula-. Tal vez convendría que tuviésemos una charla.
-¿Cariño? -Julia reprimió una carcajada, aunque su corazón rebosaba de alegría y sorpresa-. No puedes enfrentarte a él... es el presidente.
-Y también es tu padre, y si no comprende cuánto te amo, hay que explicárselo.
-Hablas en serio, ¿verdad? -A Julia se le hizo un nudo en la garganta a causa de la emoción-. Oh, Lena. Aunque no consigo acostumbrarme, adoro cómo me amas.

Lena enmarcó suavemente el rostro de Julia entre ambas manos.

-Quiero que lo sientas todos los días, en todas partes, siempre.

Julia volvió la cara y besó la mano de Lena.

-Nunca me había sentido tan especial.
-Estupendo -susurró Lena-. Y ahora olvídate de la prensa. No tienes por qué dar más información.
-Querrán más a toda costa.
-Siempre quieren más. -Lena se inclinó hacia delante y besó a Julia, saboreando la suavidad de sus labios y el calor de su boca-. Que se queden con hambre.

Cuando se separaron, Julia habló con voz firme y segura:

-Es hora de irse, comandante. -Se levantó y extendió la mano-. Tengo que cortar algunas cintas y dar un discursito. Después, espero que mi amante me lleve a cenar a un lugar tranquilo y discreto.

Una mueca se dibujó en las comisuras de la boca de Lena mientras estrechaba la mano de Julia.

-Me aseguraré de que reciba el mensaje, señorita Volkova.
-Hágalo.

Antes de que llegasen a los ascensores, el micro de Lena vibró, y la comandante alzó la muñeca.

-Katina.
-Equipo de avanzada informando. Tenemos un tráfico de medios de comunicación excepcionalmente alto en la ruta principal, comandante.
-¿Números?
-Dos docenas de vehículos. Unas cien personas en continuo aumento.

La expresión de Lena se endureció. El control de la multitud y la seguridad a corta distancia fuera del hospital eran en aquel momento asuntos esenciales. Podía utilizar las fuerzas de seguridad del hospital como respaldo, pero no estaban entrenados para maniobras de ese tipo y seguramente serían más un obstáculo que una ayuda. Sólo le faltaba un guardia del hospital excesivamente entusiasta dándole una tunda a un periodista. Quería evitar un incidente, no provocarlo. El personal de seguridad francés se había apostado para proteger el perímetro, y Lena no permitiría que sus límites se debilitasen retirándolo de esa tarea. Las puertas del ascensor se abrieron, y Julia y ella salieron.

-Entendido. -Sintonizó una frecuencia distinta en el micro-. Mac.
-Diga, comandante.
-Tu vehículo irá delante. Egret te seguirá.
-Entendido.
-¿Algún problema? -preguntó Julia.
-Nada preocupante -respondió Lena con soltura.
-No emplees esa treta conmigo, Elena.

Lena suspiró. Cuando salieron al vestíbulo principal, Stark y Felicia se colocaron a ambos lados, adaptando el paso al de Julia mientras iban hacia la puerta.

-Hay una avalancha de medios de comunicación. Tal vez tengamos que hacer ajustes. Déjame hablar con ellos.
-Sí, claro.

Mac, Reynolds y Fielding esperaban en la acera bajo la marquesina. En cuanto Julia apareció, se volvieron y se colocaron delante de ella, de forma que quedó rodeada por agentes. Julia miró a Lena.

-¿Y qué ocurre con la cobertura a corta distancia? –preguntó en voz baja para que Felicia y Stark no la oyesen.
-Siempre me olvido de que sabes demasiadas cosas sobre nuestro trabajo -murmuró Lena mientras los hombres se desplegaban junto al segundo Peugeot y ella abría la puerta.
-Te estás yendo por las ramas -comentó Julia. Lena sostuvo la puerta abierta, y ella entró en el vehículo con ensayada facilidad. Lena se sentó al lado de Julia, Stark se puso al volante, y Felicia ocupó el asiento del copiloto. Un panel de plexiglás con un micrófono incorporado separaba el compartimento de los pasajeros.
-La noticia publicada esta mañana introduce un factor desconocido en nuestro protocolo de seguridad habitual. El hecho de que estemos fuera del país lo magnifica. He de ir con cautela.
-Siempre eres cautelosa. -Julia sonrió con cariño y posó la mano sobre el muslo de Lena-. Me he acostumbrado a eso. Contigo siempre me he sentido segura.
-Gracias. -Lena cubrió un instante la mano de Julia con la suya y la apretó-. De todas las cosas que deseo hacerte sentir, esa es la más importante.
-Lo sé. No es lo que estaba buscando y, ciertamente, no esperaba encontrarlo en otra persona.
-Entonces me siento muy honrada. -Lena se encogió de hombros como si quisiera disculparse-. Tendré que dejar de atenderte un ratito mientras trabajo.

Julia se recostó con el gesto imperturbable y la mirada lejana.

-Ya lo sé. Adelante. Nos veremos luego.

15.19 16 agosto 0l

La visión a través del potente telescopio mostraba unos centímetros de acera ante la entrada principal del Instituto. En ese momento no había nada entre las líneas del foco, salvo cemento. Pero once minutos después un vehículo se detendría junto a la acera y saldría la primera agente. En el plazo de diez segundos miraría hacia adelante, y luego a derecha e izquierda antes de dar la vuelta y mirar por encima del capó del coche los edificios del otro lado de la calle. A diferencia de su predecesor, él no permitiría que un destello del sol sobre el acero o una reacción nerviosa desviase su posición. La vería, pero ella no lo vería a él. En ese punto, tendría un blanco claro entre los ojos. Once segundos después de la llegada se abrirían las puertas principales, y la agente que ocupara el asiento del pasajero saldría para abrir la puerta trasera mientras la conductora rodearía el vehículo para flanquear a la agente principal. Quince segundos más tarde aparecería el objetivo primario. A los veinte segundos el grupo empezaría a moverse en formación rígida, dificultando el disparo. Ese intervalo de cinco segundos entre la salida del objetivo del vehículo y su primer paso era su oportunidad. Tiempo más que suficiente. Lena se comunicó con el equipo de avanzada.

-Equipo de avanzada, informe.
-Es un follón, comandante. Para llegar a la entrada no se puede ir a más de diez kilómetros por hora.
-¿Cuál es la situación en la calle?
-Hemos acordonado la acera, pero queda un largo trecho. Necesitamos cuatro minutos para una cobertura completa. El cálculo inicial habían sido dos.
-¿Valoración? -No le gustaba que la caravana tuviese que ir a paso de tortuga por el bulevar hasta llegar al Instituto. Serían blancos perfectos a esa velocidad. Y sobre todo, no le gustaba tardar el doble del tiempo estimado en introducir a Egret en el edificio. Aunque no había datos concretos que indicasen un alto nivel de amenaza, cualquier cosa que la obligase a ponerse a la defensiva despertaba sus sospechas. Pasaron diez segundos sin que recibiese respuesta-. Rogers, ¿Tenemos claro el asunto o no?

La duda contribuyó a fomentar las reservas de Lena. Rogers había hecho trabajos de avanzada para el equipo anteriormente, y Lena sabía que era concienzudo y astuto. Su lectura visual de la situación resultaba importantísima, pero ala hora de la verdad prevalecía la valoración de Lena.

-Diría que la situación no es óptima, pero sí segura, comandante.
-Muy bien, agente Rogers. Manténgase alerta.

Lena se inclinó hacia delante y activó el sistema de ubicación global en el ordenador empotrado en el panel que separaba los asientos delanteros de los traseros. Recorrió el teclado velozmente, ampliando el mapa de París hasta que localizó las seis manzanas que rodeaban su destino. Introdujo una serie de coordenadas, y sobre la cuadrícula aparecieron tres rutas alternativas en rojo, amarillo y verde.

-Si damos esquinazo a los periodistas -dijo Julia en voz baja-, parecerá que temo enfrentarme al asunto.
-Ya te has enfrentado al asunto -comentó Lena, sin apartar los ojos de la pantalla.
-Quiero entrar por la puerta principal como estaba previsto. No deseo dar la impresión de que me da vergüenza.

Lena abrió otro canal de comunicación.

-Mac, desvío por la ruta alternativa amarilla.
-Entendido.

Tras repetir la misma orden a Stark, se puso en contacto con el equipo avanzado de nuevo.
-Tiempo estimado de llegada nueve minutos, cambiando a zona restringida para vehículos. Utilizaremos la entrada de urgencias del lado sur.
-Entendido.
-Lena...
-No me preocupan las apariencias. -Lena aguantó la mirada furiosa de Julia sin inmutarse-. Lo siento.
-Mi padre acertó al no retirarte de este puesto -observó Julia en tono irónico-. Tu relación conmigo no afecta a tu forma de desempeñar el trabajo. Debo recordarlo.

Lena no sabía si Julia la estaba criticando o no y tampoco tenía tiempo para pensarlo. Tiempo estimado de llegada cinco minutos. La débil vibración en la cadera del hombre no provocó ninguna respuesta física. Sus pulsaciones no se aceleraron, su tensión arterial no subió, y su dedo no se movió ni una fracción de milímetro del gatillo. Sin apartar la cara de su punto de apoyo contra la culata del fusil, acercó el buscapersonas a los ojos.

15.56 16 agosto 01

Aborte secuencia dos

El hombre alzó lentamente la cabeza y observó sin inmutarse la ambulancia blindada que avanzaba despacio en dirección a la calle principal, se abría paso entre las furgonetas de noticias aparcadas de cualquier manera y desaparecía tras doblar una esquina. Se apoyó en los talones y desmontó el arma desapasionadamente. Con cuidadosa precisión guardó el ensamblaje principal en el fondo de la caja de herramientas, e introdujo los mecanismos más pequeños en los bolsillos, exactamente en el mismo orden en que los había sacado cuatro horas antes. Tras completar la tarea, se volvió de espalda a la pared y se sentó en el tejado con las piernas estiradas. Esperaría tres horas antes de bajar por la escalera y salir del edificio. Luego iría a su apartamento de dos habitaciones, reanudaría su sencilla existencia y esperaría órdenes. Las instrucciones podían llegar aquella noche, al día siguiente o al cabo de una semana. Sólo ansiaba que le diesen otro papel fundamental en el complejo plan para demostrar al mundo que incluso las superpotencias más destacadas eran vulnerables frente a los que tenían una vocación clara y verdadera y que al final prevalecieran los buenos. El sudor se deslizó sobre sus ojos e hizo brotar las lágrimas, pero no parpadeó. «Dios bendiga a América.»
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Mensaje por Anonymus 3/31/2015, 4:41 am

Capitulo 9

-Una de cada ocho mujeres padecerán cáncer de mama. –Julia se encontraba en un amplio y completo auditorio. Estaba pensado para albergar a varios cientos de personas en butacas individuales tapizadas y dispuestas en filas semicirculares y escalonadas, y registraba un lleno total. El público se componía sobre todo de potenciales benefactores y entre ellos algunos miembros del hospital. Tras visitar las alas de investigación y clínica, había dedicado veinticinco minutos a hablar de la enfermedad que había matado a su madre-. En el mundo muere una mujer de cáncer de mama cada doce minutos.

Lena se hallaba a dos metros y medio de distancia, a la derecha y detrás de Julia. Stark ocupaba una posición similar en el otro lado del escenario elevado, cerca de la entrada del vestíbulo posterior. Mac y Felicia estaban al fondo de la sala de conferencias, flanqueando la entrada principal. Dos agentes montaban guardia en el vestíbulo, y había otros apostados frente a la puerta del hospital y junto a la caravana de vehículos.

-Podemos mejorar esas cifras -afirmó Julia con rotundidad, hablando sin notas e inclinándose hacia el público con los brazos abiertos a ambos lados del aerodinámico atril y los dedos doblados sobre el borde frontal-. Con mejores herramientas diagnósticas y tratamientos de los tumores más específicos, morirán menos mujeres y serán muchas las que vivan más y de forma más productiva.

Salió de detrás del podio y se dirigió con aplomo al centro del escenario. Al verla, Lena se movió ligeramente, preocupada por la exposición de Julia en un recinto lleno de gente. Aunque todos habían sido seleccionados y se habían comprobado escrupulosamente las identificaciones, no había forma razonable de localizar armas. Ese nivel de seguridad, que exigía detectores de metales portátiles, detectores manuales y mucha más gente de la que ella tenía a su disposición, sólo se practicaba con el presidente y el vicepresidente. Julia siempre era vulnerable en público, y en eso consistía la realidad con la que Lena vivía y que debía afrontar. Sólo se podía proteger de verdad a la primera hija procurando que todos los que la custodiaban fuesen capaces de cubrirla físicamente en caso de ataque. Eso exigía que sus agentes de seguridad estuviesen siempre cerca, para interponerse entre ella y el peligro.

-Los investigadores del Instituto Gustave Roussy y los de otras instituciones similares de todo el mundo necesitan nuestro apoyo, nuestro apoyo económico. -Julia hablaba con voz firme y fuerte mientras sus ojos recorrían la sala, deteniéndose brevemente en algunas personas con las que establecía un contacto efímero pero poderoso-. Mi madre tenía treinta y dos años cuando le diagnosticaron cáncer de mama. Murió a los treinta y tres. La muerte de alguien tan joven resulta desoladora, pero la muerte a cualquier edad de una enfermedad que podemos prevenir es una verdadera tragedia. Por favor, colaboremos para eliminar el cáncer de mama de la lista de enfermedades mortales. Gracias.

El presidente del Instituto se acercó a Julia en medio de aplausos y de murmullos de asentimiento con la mano extendida y una amplia sonrisa. Julia, por su parte, le dedicó una sonrisa encantadora. Le dolía la cabeza y tenía la garganta seca, pero debía mantener la imagen pública unos minutos más.

-Gracias, señorita Volkova -dijo el presidente mientras le estrechaba la mano calurosamente-. Nos sentimos muy honrados por su presencia hoy aquí y agradecemos su apoyo a nuestros proyectos.

Lena escuchó sin prestar mucha atención los discursos finales. Gran parte de su interés se centraba en los detalles de la estrategia de salida. A Julia no le había gustado nada el desvío por la entrada lateral del hospital. Lena conocía a su amante lo suficiente para comprender que no querría salir de la misma forma. Cuando el público comenzó a dispersarse y un grupo de asistentes se acercaron al escenario para hablar con Julia, Lena se aproximó hasta quedar a escasa distancia. Stark imitó sus movimientos. Sólo alguien que las observase atentamente habría reparado en sus actos. Julia habló con miembros del personal del hospital y con donantes potenciales durante otros veinte minutos sin perder la sonrisa, encontrando siempre la palabra más amable y cautivadora. Lena la había visto en muchos actos públicos y sabía que
Julia se adaptaba como nadie a los requisitos sociales y políticos cuando se relacionaba con cualquier persona, desde jefes de estado a los habitantes de las zonas más deprimidas. A pesar de la renuencia de Julia a participar en la política de la Casa Blanca, cuando se trataba de representar a la administración de su padre no sólo lo hacía bien, sino además de maravilla. Lena se daba perfecta cuenta de lo mucho que todo aquello le costaba a Julia, especialmente cuando tenía que hablar de algo tan personal y difícil como la enfermedad y muerte de su madre. A las 17.30 Lena se acercó y murmuró:

-Es hora, señorita Volkova.

Julia asintió sin mirar a Lena y saludó cordialmente a otra persona. Cinco minutos después se despidió del presidente del Instituto y se encaminó ala salida por el pasillo.

-Sería menos complicado utilizar la salida lateral –advirtió Lena. Julia, mirando al frente y sin dejar de sonreír, respondió:
-Sin duda. Pero voy a salir por la puerta principal.

Lena suspiró. Desde la llegada al lugar, había tenido tiempo para hacer ajustes frente a las multitudes superiores a lo previsto que estaban delante del hospital y para recolocar al equipo. Con toda probabilidad los periodistas más activos se habían marchado a realizar otros trabajos en el intervalo, lo cual atenuaba el problema. Aunque no le gustaba la imprevista exposición de Julia en circunstancias que no se podían considerar ideales, admitía que el margen de seguridad había aumentado hasta el punto de que impedir la salida de Julia sólo conseguiría enfurecer a la joven sin motivo real.

-Como quiera.
-Gracias, comandante.

Salieron al vestíbulo, y cuatro agentes del Servicio Secreto las rodearon. Julia, aparentemente ajena a la cercanía de los cuerpos que marcaban el paso con ella, se dirigió hacia las grandes puertas dobles de la salida que se abrían a la acera bañada por el sol. Lena avisó al equipo exterior de que salían con unas cuantas órdenes breves transmitidas por el micro que llevaba en la muñeca. Luego salieron, y empezaron las preguntas.

-¿Es cierto que se ha acostado usted con varias mujeres de su equipo? -gritó una chirriante voz femenina.
-¿Cómo se siente después de que su amante recibiese una bala dirigida a usted?

Julia se puso rígida, pero no alteró el paso ni la expresión.

-¿Qué efectos cree que tendrá su declaración en la exposición de sus dibujos que se va a celebrar en Nueva York?
-¿Se trata de una argucia publicitaria para promocionar su trabajo?

Julia aminoró el paso, y Lena la sujetó por el codo.

-Por favor, sigue caminando.
-¿Cómo cree que afectará esto a las posibilidades de reelección de su padre?
-¿La Casa Blanca aprueba su relación?
-Señorita Volkova. -Un pelirrojo corpulento con una camisa blanca de manga corta y pantalones arrugados se inclinó sobre el cordón de seguridad con un micrófono extendido-. ¿Por qué su padre no organiza una plataforma de defensa de derechos de los gays, teniendo en cuenta que es usted lesbiana? ¿Pretendía mantenerlo en secreto?
-Mi padre defiende la igualdad de derechos para todo el mundo -respondió Julia en tono cortante, mirando al hombre. Stark abrió la puerta de atrás del Peugeot cuando Julia estaba a metro y medio.
-Deseo hacer una declaración -enunció Julia en tono alterado mientras trataba de soltarse de Lena, que la sujetaba por el brazo.
-Lo siento -dijo Lena, que continuó caminando y dirigiendo a Julia con firmeza hacia el interior del vehículo-. Aquí no.

Julia entró, y Lena se sentó a su lado, tapando con su cuerpo la visión de los que estaban fuera. Aún así, el clic de las cámaras y las preguntas siguieron resonando en sus oídos cuando se apartaron de la acera. Julia cerró los ojos y suspiró.

-Tuvo su gracia.

Lena no respondió. Se puso en contacto con el coche de delante y el de atrás para comprobar si la ruta de salida estaba despejada. No quería una persecución a toda velocidad por las calles de París con un tropel de paparazzi enloquecidos que buscaban otra instantánea de Julia. Cuando se convenció de que todo estaba en orden, se volvió hacia su amante.

-Te encuentras bien?
-Supongo que sí. -Julia habló en tono agotado, pero sonrió al mirar a Lena-. Ha sido casi como lo había imaginado. Sólo estoy un poco cansada.

Lena salvó la distancia que las separaba y cogió la mano de Julia, acariciándola suavemente.

-Me encanta escucharte cuando hablas. Sé que es duro para ti, pero te aseguro que has llegado al corazón de la gente. Esta tarde has hecho algo importante, Julia.

Julia, sorprendida y conmovida, susurró con voz ronca:

-Gracias. Gracias por recordarme lo que importa...
-Siento el brusco cambio de planes de antes...
-¿De verdad? -preguntó Julia, con más curiosidad que afán crítico.
-Bueno... sí y no. -Lena se encogió de hombros-. Lamento haberte contrariado, pero volvería a hacerlo si se repitiesen las circunstancias.
-Pues claro que lo harías. -La boca de Julia esbozó una sonrisa mientras cabeceaba con cariñosa resignación-. No sé por qué me sorprendo cada vez que te comportas exactamente como deberías hacerlo. Nunca he conocido a una mujer sobre la que ejerciese tan poca influencia.

Las cejas de Lena se alzaron en un gesto de asombro.

-Entonces no ha prestado usted atención, señorita Volkova, ya que ha cambiado mi vida.
-No deberías decir algo así en estas circunstancias. Me dan ganas de besarte... entre otras cosas.
-¿No te lo decía? -se burló Lena-. Tengo el juicio alterado.
-No creo -murmuró Julia, pensando en la facilidad con que Lena pasaba del papel de amante al de jefa de seguridad. Esa transición la frustraba y hacía que se sintiese extraordinariamente amada al mismo tiempo. Unas emociones encontradas que la tranquilizaban-. Eso ha sido sólo el toque de salida para los periodistas.
-Lo sé -admitió Lena con tristeza. «Y odio lo que te hace sufrir.»
-Tal vez fuese mejor dar una rueda de prensa y quitarse las preguntas del medio.

Lena negó con la cabeza.

-No lo tengo tan claro. Sólo serviría para ponerte a su merced, y no nos garantiza que después cesen las preguntas. Eres la noticia del momento y lo serás hasta que ocurra algo que provoque un mayor índice de popularidad. Hasta entonces, creo que deberías continuar con tus cosas como siempre y no entrar al trapo.

Julia se frotó las sienes y suspiró.

-Tendré que pensarlo. Que Dios me ayude, pero supongo que también tendré que hablar con Lucinda.
-De acuerdo, si es eso lo que crees que debes hacer. -Lena se acercó a Julia y la abrazó por la cintura-. Pero esta noche no, ¿eh? Dejémoslo correr esta noche.

Durante un segundo, Julia apoyó la cabeza en el hombro de Lena antes de enderezarse y apartarse.

-Con mucho gusto.
-¿Tienes planes para esta noche?

Julia la miró con expresión burlona.

-Pensaba pasar la noche contigo.
-Tengo que hacer algunas llamadas cuando lleguemos al hotel; luego, iré a verte y podemos hablar del tema.

Julia, intrigada por la ambigüedad de la voz habitualmente directa de su amante, asintió mientras el vehículo frenaba delante del hotel.

-Me parece bien. Voy a tomar un par de aspirinas y a acostarme un rato.
-Estupendo. -Lena rozó la mejilla de Julia un instante-. Te veré dentro de una hora.

Casi dos horas después, Julia respondió a la llamada en la puerta. Lena esperaba en el umbral con unos pantalones de algodón informales y un polo bajo una chaqueta azul clara. Julia la invitó a entrar, ladeó la cabeza y examinó a su amante de arriba abajo.

-Me gusta verte relajada.

Lena sonrió y se fijó en los suaves pantalones de chándal de Julia y en la camiseta de seda de cuello redondo.

-Tú también pareces muy relajada. -Cogió a Julia por la cintura y la besó-. Hum. Y además hueles muy bien.
-Son los efectos de una reparadora siesta y un baño caliente. -Julia se apartó, poniendo las manos sobre los hombros de Lena-. ¿Qué está tramando, comandante?
-Esto. -Lena hundió la nariz en el cuello de Julia y la besó en la garganta.
-Aparte de esto.

Lena se rió.

-Ponte la chaqueta y vamos a dar una vuelta.
-¿Adónde? -quiso-saber Julia.
-Fuera.
-¿Como en una cita?

Ambas se daban cuenta, con pena, de que la posibilidad de salir como en una cita no existía para ellas.

-Algo así.
-Cuéntamelo.

Lena cabeceó, despacio, con un destello juguetón en la mirada.

-De eso nada.

Julia entrecerró los ojos.

-No me gustan los manejos, Elena.
-¿En serio? -Lena la atrajo hacia sí y le mordisqueó el lóbulo de la oreja, provocando una reacción entre el gemido y la queja-. Pues no me había dado cuenta.
-Y yo que pensaba que eras muy observadora. –Mientras hablaba, Julia deslizó una mano entre los muslos de Lena y la acarició. Lena jadeó, sintiendo una repentina debilidad en las piernas.
-Dios.
-Lo siento... ¿de qué hablabas?
-Si no dejas de hacer eso -acertó a decir Lena entre dientes- no podré caminar, y tú nunca sabrás adónde íbamos.
-Hum -murmuró Julia, deslizando los dedos sobre la entrepierna de Lena-. Difícil elección.
-Por favor, quiero salir contigo. -Lena besó la oreja de su amante-. Después, puedes torturarme todo lo que te apetezca.

Julia retiró la mano, riéndose.

-Trato hecho.

Una de las cosas que más atraían a Stark de París era que anochecía más tarde, incluso en comparación con las tardes de verano de su tierra. Cuando entró en el vestíbulo del hotel de Renee poco después de las ocho de la tarde, bañaba el cielo el cálido resplandor dorado que precedía al morado crepúsculo. El equipo llevaba en París algo más de cuatro días, pero la agenda de Egret había sido tan completa que apenas habían tenido períodos de inactividad, salvo los descansos entre los turnos. Era la primera noche entera libre que tenía, una verdadera sorpresa cuando la comandante inesperadamente había hecho un aparte con ella y le había dicho que estaba libre hasta la tarde del día siguiente. Stark repuso que le tocaba entrar de turno a las siete de la mañana, pero la comandante se limitó a repetir:

-Tómese un descanso, Stark. Mañana por la noche la quiero en plena forma.

Stark tuvo la sensatez de no insistir y se apresuró a ir a la habitación que compartía con Felicia Davis.

***
-¿Dónde está el fuego? -preguntó Felicia cuando Stark entró corriendo en la habitación doble.
-Ha habido un cambio en los turnos, y tengo la noche libre.

Felicia arqueó una ceja.

-¿En serio? Me alegro por ti. Estaba apunto de salir a dar una vuelta. ¿Quieres venir conmigo?
-Pues...

Felicia cabeceó, riéndose.

-No importa. Supongo que tienes planes.

Hablar de su vida personal era una experiencia nueva, sobre todo porque nunca había tenido una de que hablar. Le caía muy bien Felicia. Pero a su reticencia natural se añadía cierta incertidumbre a la hora de hablar de su relación con Renee. Una cosa era reconocer una relación con otra mujer que podía tener repercusiones profesionales, y otra muy distinta comprometer a Renee.

-Lo siento -dijo Felicia en voz baja-. No pretendía ponerte en el disparadero.
-No, soy yo la que lo siente. -Stark recordó el papel esencial de Felicia en el éxito de su última operación y, sobre todo, cuánto la había apoyado cuando Renee estaba en el hospital, y ella era poco menos que un caso perdido-. Voy a pasar la noche con Renee.
-Claro, debería haberme dado cuenta. Espero que disfrutéis.
-No tengo mucha experiencia en amistades ni en relaciones -admitió Stark-. Si no hablo de eso, no es por cuestiones personales...

Felicia se sentó en el sofá con las piernas cruzadas y un largo y elegante brazo sobre la rodilla doblada.

-No creo que este trabajo favorezca la amistad. Debemos guardar tantos secretos que nos olvidamos de abrirnos a otras personas.

Stark asintió, cogió una silla y se sentó, observando con un nuevo interés a la mujer con la que pasaba tantas horas al día.

-Nunca he pensado mucho en eso, pero tienes razón. Pasamos todo el día con un puñado de personas, semana tras semana. Pero nunca hablamos de nada que no sea el trabajo. Eso genera una especie de... soledad.
-Sí, así es. -Felicia suspiró-. Creo que Renee es maravillosa. Espero que tengáis oportunidad de construir algo juntas, si es eso lo que deseas.

Stark se puso colorada y sonrió.

-Eso es lo que deseo... más que nada en el mundo.
-Eres un cielo. Debe de ser muy fácil enamorarse de ti.

Una expresión de absoluta sorpresa se dibujó en el rostro de Stark, que se quedó boquiabierta.

-Yo...
-Oh, estás completamente a salvo -afirmó Felicia, riéndose-. No busco una relación, y si la buscase, aunque eres un encanto, me temo que me gustan los hombres.
-Creí que Mac y tú... Stark levantó un hombro-. ¿Es terreno prohibido?

Los ojos negros de Felicia se ensombrecieron.

-No, no es terreno prohibido. Sólo que no entra en el reino de lo posible. Las relaciones con los compañeros de trabajo no me parecen buena idea.
-Son complicadas.
-Si y como bien sabes, si eres una mujer que aspira a progresar en este mundo jerárquico, no te ayuda acostarte con un hombre que es tu superior.
-Entonces, no es que no te guste.
-Todo lo contrario -dijo Felicia con ternura, casi como si hablase para sí-. Me gusta muchísimo.
-Aún no he llamado a Renee... para decirle que estoy libre. No tenemos planes concretos... así que puedes venir a cenar con nosotras o lo que quieras.
-Oh no, de eso nada. -Felicia miró a Stark con una cariñosa sonrisa-. Vete a ver a tu novia y regálale una noche maravillosa.

Mientras subía en el ascensor, Stark era un manojo de nervios pensando en la noche que tenía ante sí. «Una gran noche. ¿Cómo no va a serlo? Voy a ver a Renee.» A decir verdad, no había pensado en aquello, ni en su beso ni en la posibilidad de algo más cuando estaba trabajando. Pero, en cuanto quedó libre, no pudo apartar de su mente la forma en que Renee se había apretado contra ella: la ternura de su boca, el calor de su piel, el peso de su cuerpo... La sorpresa y la emoción agitaron sus entrañas y le agarrotaron la boca del estómago, apoderándose de ella y cogiéndola desprevenida en los momentos más inesperados. Cuando llamó a la puerta del hotel, temblaba de ansiedad. Renee abrió la puerta, miró a Stark y soltó un gemido.

-¡Dios, qué bien estás!

Extendió el brazo, cogió a Stark de la mano y la introdujo en la habitación. Cerró la puerta con el pie, le rodeó con los brazos los hombros y se inclinó para besarla. Renee dejó un resquicio entre ambas, temiendo que, si sus cuerpos se tocaban, no sería capaz de soltarla hasta que la llevase a la cama.
Stark, como si percibiese las dudas de Renee, apoyó las manos levemente en las caderas de su amiga, pero no se acercó, sino que dejó que su boca transmitiese la profundidad de su deseo. Acarició los labios de Renee, lamiéndolos y saboreándolos hasta que ambas gimieron. Cuando ya no pudieron continuar sin darse un respiro, apartó la boca un milímetro y murmuró:

-Me alegro de verte.
-Sí -dijo Renee sin aliento.
-¿Te gustaría... salir a cenar o algo por el estilo?

Renee apoyó la frente en la de Stark, con el pelo que le cubría la nuca y acariciándola suavemente.

-Hay algo que me gustaría antes que lo otro que querría hacer.

Stark la miró con gesto confuso.

-¿Traducción?
-Quiero ver París.
-¿Todo?

Renee asintió.

-Eso tal vez nos lleve toda la noche o más.

Renee se rió.

-¿Estás cansada?
-No mucho. -Stark deslizó los dedos sobre la mejilla y la mandíbula de Renee-. Cuando estoy contigo sólo me apetece eso, estar contigo.

Los labios de Renee dibujaron una sonrisa de asombrado placer.

-No te permito hablar hasta que salgamos de esta habitación. Porque cada vez que dices algo así, lo único que me apetece es que nos desnudemos.

Stark abrió la boca, pero Renee se apresuró a poner los dedos sobre los labios de su amiga.

-Chiss. En serio. -Los párpados de Renee casi se cerraron cuando sintió la boca de Stark besando sus dedos-. Mala idea. -Se apartó con un tremendo esfuerzo, hasta que quedaron separadas por unos centímetros de terreno neutral-. Voy a buscar mi chaqueta, y luego saldremos a ver París.
-Lo que tú quieras-. «Cualquier cosa.»
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Guardias de Honor Empty Re: Guardias de Honor

Mensaje por Anonymus 3/31/2015, 4:43 am

Capitulo 10



El Peugeot se detuvo ante la entrada del hotel, con Hernández al volante y Reynolds a su lado. Julia los miró, y luego miró a Lena.

-¿Dos parejas?

Lena abrió la puerta de atrás, riéndose.

-Sólo en lo tocante al transporte. Se quedarán fuera cuando lleguemos.
-Muy bien. -Julia miró por la ventanilla mientras cruzaban el Sena y avanzaban lentamente por las congestionadas calles de la orilla izquierda-. ¿Dónde está Stark? Creí que trabajaba esta noche.
-Cambié los turnos y le di un descanso. La quiero en primera línea en la apoteosis de mañana por la noche.
-Ah, sí, el baile presidencial. -Julia torció el gesto-. La ceremonia de despedida.

Lena le cogió la mano y se la apretó con cariño.

-¿Cansada?
-Sólo la habitual irritación de los viajes. -Julia mantuvo la expresión y el tono desenfadados, pues había notado preocupación en la voz de su amante.
-¿Te apetece regresar a casa?
-Oh, Dios, muchísimo. -Julia contempló la vida nocturna al otro lado de la ventanilla, pensando en las veces en las que había deseado perderse en calles atestadas de gente, pasar desapercibida y despertar en cualquier sitio, ser cualquier otra persona. Con la excepción de sus incursiones clandestinas en bares oscuros y de las horas aún más oscuras de muchas noches perdidas, nunca había logrado huir de su historia ni de su destino. Al mirar a Lena se dio cuenta de que ya no deseaba ser otra persona ni estar en ninguna otra parte, al menos mientras tuviese el amor de aquella mujer-. Será estupendo volver a Nueva York. Echo de menos pintar y estoy deseando terminar los últimos lienzos para mi exposición. -Sonrió con una expresión libre de preocupaciones y penas-. Pero a pesar de las circunstancias, este ha sido uno de mis mejores viajes... porque estás tú.
-Yo no cambiaría nada -repuso Lena, muy seria, haciéndose eco inconscientemente de los pensamientos de Julia-, excepto para darte la libertad.
-Me basta con saber que entiendes por qué me resulta tan difícil a veces. -Julia apretó la mano de Lena-. Bueno, dime, ¿adónde vamos ahora?

Lena sonrió de oreja a oreja.

-Ni hablar.
-Podría castigarte por esto.
-No pierdo la esperanza.

Julia se rió y miró por la ventanilla, arqueando una ceja cuando vio el nombre de la calle.

-Rue Christine. La calle de Stein y Toklas. ¿Es una visita turística?
-No exactamente.

Hernández detuvo el vehículo junto al bordillo, y Lena activó el altavoz.

-Mantengan abierto el canal de comunicación cuatro. Los respaldan Parker y Davis.
-Sí, comandante.

Lena abrió la puerta, indicó a Julia que la siguiese, y salieron a la calle. Solas. Julia volvió la vista, sorprendida, cuando ninguno de los dos agentes salió para acompañarlas. Lena no solía conformarse con menos de tres agentes cuando Julia comparecía en público. Perpleja, miró a su amante.

-¿Lena?

Lena cabeceó, cogió a Julia de la mano y rápidamente la condujo por la estrecha y concurrida calle hasta el número 7 de la Rue Christine, una casita con un minúsculo rellano y vidrieras de colores que flanqueaban la puerta pintada de rojo. Lena llamó, y poco después abrió la puerta una mujer menuda y morena, vestida con una suelta túnica de seda verde y pantalones anchos de color siena.

-¡Elena! -exclamó la hermosa mujer, poniéndose de puntillas para dar un beso en la mejilla a Lena. Miró a Julia con unos profundos ojos castaños, llenos de viveza y de calidez-. Hola.
-Bonita -dijo Lena con afecto evidente-, te presento a Julia Volkova. -Lena sonrió al ver la expresión de sorpresa de Julia-. Julia, Bonita Ponte.
-Oh -murmuró Julia, demasiado asombrada para articular una frase. Al oír la melodiosa risa de la mujer, recobró el sentido y extendió la mano-. Encantada de conocerla, señora Ponte. Adoro su trabajo.
-Por favor, llámame Bonita. -Cogió a Julia y a Lena de la mano y las introdujo en la casa, cerrando la puerta tras ellas y llevándolas a un salón lleno de lujosos detalles. Dos sofás de brocado burdeos con estructuras de caoba talladas a mano se enfrentaban a una chimenea de mármol. Sobre la chimenea colgaba un cuadro que Julia reconoció como obra de Inessa Katina, la madre de Lena y, al igual que su inesperada anfitriona, uno de sus ídolos.
-Poneos cómodas, por favor. -Bonita les señaló los sofás-. Vuelvo enseguida. Supongo que estaréis hambrientas.
-Te echaré una mano -se apresuró a decir Lena.
Bonita negó con la cabeza, sonriendo con indulgencia.
-No, relájate. Seguro que las dos habéis tenido un día agotador. -Dicho eso, desapareció en medio de una nube de seda.
-Bonita Ponte. Dios mío, Lena. ¿Cómo la conociste? –Julia no podía creer que estuviesen en casa de una de las pintoras expresionistas más importantes del mundo. Adoraba las obras de Ponte y había analizado su estilo y su técnica cuando estudiaba Arte en París.
-La conozco desde pequeña. Mi madre y ella son íntimas amigas. -Lena hizo un gesto de indiferencia-. No sabía si Bonita estaría en casa, pero probé suerte y la llamé. Por fortuna, acaba de llegar de una serie de exposiciones en Italia. -A Lena le costó descifrar la expresión de Julia. Pocas veces la había visto tan apagada-. ¿Te encuentras bien?

Julia, que aún no lo había asimilado del todo, apenas podía hablar. No sabía muy bien qué regalo apreciaba más: la oportunidad de conocer a uno de sus ídolos o el hecho de que Lena comprendiese cuánto significaba para ella. Con la garganta seca murmuró:

-De maravilla. Muchísimas gracias.

Bonita regresó con una mesita camarera en la que había una botella de champán metida en hielo, copas y entremeses variados.

-Hablé hace poco con tu madre, Elena -dijo Bonita en tono familiar mientras les ofrecía sendas copas de champán-. Me contó que habías asistido a una de sus exposiciones recientemente. Estaba encantada.
-Me temo que me he perdido demasiadas, pero estoy intentando compensarla.

Bonita se encogió de hombros, con aire despreocupado.

-Ella entiende que tu trabajo es importante y exigente. –Miró a Lena con dulzura-. Tienes buen aspecto... ¿Estás... recuperada?

Lena se puso colorada, pues la incomodaba cualquier alusión al disparo que había estado a punto de matarla hacía menos de un año.

-Totalmente.
-Estupendo -afirmó Bonita, y luego se dirigió a Julia-: Tengo entendido que pronto celebrarás una exposición.

Julia asintió con timidez.

-Es sólo una cosa pequeña.
-Háblame de ella.

Lena se recostó, con un tobillo sobre la rodilla mientras bebía champán y escuchaba la conversación de las dos artistas. Aunque enseguida se perdió cuando empezaron a hablar de ritmo narrativo, tonalidad, variaciones de escalas y perspectiva dimensional, el flujo de las palabras la relajaba. No le eran ajenas la teoría ni la práctica de la pintura, pero la pasión que compartían las otras dos mujeres era algo que sólo una artista podía experimentar de verdad. No obstante, ver la desenfrenada alegría de Julia la satisfizo inmensamente. Poco después de las once Bonita se estiró con un suspiro de placer.

-Hace tiempo que no disfrutaba de una velada tan agradable. Le estoy perdiendo el gusto a los viajes -dijo mirando a Lena y a Julia-, pero no a la buena compañía. Me alegro muchísimo de que hayáis venido.
-Ha sido maravilloso -coincidió Julia.
-¿Te gustaría ver el estudio? -preguntó Bonita. A Julia se le encendieron los ojos.
-Claro que sí.

Bonita, complacida, se levantó y le ofreció la mano.

-Ven conmigo. Y tú también, Lena.

Tras un breve recorrido y una animada conversación, Bonita dijo:

-Me gustaría que os quedaseis a pasar la noche. Es imposible enseñar algunos de estos lienzos sin luz natural. -Miró a Julia-. Hay varios que creo que te interesarán.
-Si no es mucho abuso -Julia posó los ojos en Lena, que asintió-, me encantaría.
-¡Estupendo! -Bonita rodeó con los brazos la cintura de las jóvenes y las condujo a una habitación de invitados situada al fondo del pasillo-. Aquí está. Todo lo que necesitáis lo encontraréis en los armarios del cuarto de baño. –Retrocedió hacia la puerta-. Y si me disculpáis, me retiro. Aún no me he recuperado de mi último viaje.
-Gracias, Bonita.
-Sí -repitió Julia-. Muchísimas gracias.
-Oh, no tenéis por qué dármelas. Os veré por la mañana. –Les dedicó una sonrisa-. No hace falta que os levantéis temprano. Yo no pienso hacerlo, pero si os empeñáis, confío en que haréis el café solitas.

Cuando se quedaron solas, Julia miró a Lena con una expresión que Lena nunca había visto. Contemplativa, interrogante y casi insegura.

-¿Qué ocurre? -preguntó Lena, preocupada-. ¿No lo has pasado bien?
-Oh sí, lo he pasado genial. -Julia se apoyó en la puerta del baño, observando a su amante con implacable firmeza-. Lo que no entiendo es qué ganas tú.
-¿Cómo?

Julia frunció el entrecejo, buscando palabras para describir su desconcierto.

-Yo. Nosotras.

Lena parpadeó.

-¿No lo sabes?

Julia negó con la cabeza.

-No -respondió lenta y dulcemente-. En realidad, poco puedo darte. Me has traído aquí esta noche porque sabías que me haría feliz. Y me ha hecho... la persona más feliz del mundo. Que supieras eso, que hicieras eso, hace que me sienta... muy amada. -Suspiró y cabeceó de nuevo-. Ni siquiera sé por dónde empezar a agradecértelo.
-Julia -susurró Lena con voz profunda y mirada tierna-. No tienes que hacer nada. Sólo... ser tú. Para mí la mayor dicha es amarte.

Las lágrimas asomaron a los ojos de Julia y se desbordaron antes de que pudiese contenerlas. Lena soltó una exclamación y abrazó a Julia.

-No -murmuró Lena, besando la frente de Julia y secando las lágrimas con los dedos-. Quería que esta noche fuese especial. Hacerte feliz, no apenarte.
-Jamás pensé que ocurriría -confesó Julia con el rostro hundido en el cuello de Lena-, pero estoy llorando de felicidad.

Lena se rió.

-Entonces, no me asustes.

Julia sonrió y acarició el pecho de Lena.

-¿Sabías que Bonita nos iba a invitar a quedarnos esta noche?
-No. Pero no me extrañaría que mi madre y ella lo hubiesen hablado.
-A tu madre tal vez le resulte incómodo buscarnos lugares de encuentro. -Julia se rió con ganas; no estaba acostumbrada al cariño de tanta gente.
-Creo que los lugares de encuentro son sólo un beneficio añadido. -Lena jugueteó con la blusa y los pantalones de Julia e introdujo una mano debajo, deslizando las yemas de los dedos sobre la base de la columna vertebral de la joven-. Sin duda, Bonita lo ha pasado muy bien hablando contigo esta noche.
-Hum. -El suave masaje adormecía la mente de Julia al tiempo que despertaba su carne-. Eso espero. Para mí ha sido increíble.
-¿Te parece bien quedarte esta noche? -Lena comenzó a desabrochar los botones de la blusa de Julia. Julia desabotonó los pantalones de Lena y deslizó los dedos bajo la camisa, acariciando el ombligo.
-Me quedaría contigo en cualquier parte siempre que pudiésemos estar solas. Estar aquí es un sueño hecho realidad.
-Estupendo. -Lena habló con voz ronca mientras su mano intentaba desabrochar el sujetador de Julia-. Porque siento la terrible necesidad de pasar la noche contigo.
-Entonces empecemos. -Sin apartar los ojos de los de Lena, Julia arrastró a su amante hasta la cama.

***
Paula Stark estiró el cuello y contempló la enorme estructura. La Torre Eiffel, una explosión de luz recortada contra el cielo nocturno, era majestuosa y muy, muy alta.

-Leí en alguna parte que hay mil seiscientos sesenta y cinco escalones hasta lo más alto.
-Es verdad -afirmó Renee, convencida-. Pero ya no se puede subir hasta lo más alto. Sólo hasta el segundo piso, donde hay un ascensor que te lleva al último piso. Así que, en realidad, no son tantos escalones.
-Ah, ya entiendo. Mil seiscientos veinticinco escalones. Eso es otra cosa. -Había un matiz de terror en la voz de Stark-. Si vamos a subir, tendré que regresar al hotel en ambulancia.

Renee se rió.

-Oh, vamos. Eres una agente del Servicio Secreto. Además, he visto tu cuerpo. Sé que estás en plena forma.

Incluso en la oscuridad Stark se dio cuenta de que Renee notaba su rubor.

-¿Cuándo?
-¿Cuándo qué?
-¿Has visto mi cuerpo?
-En el gimnasio. -Renee avanzó en la fila de entrada, rozando el muslo contra el de Stark-. Y además de eso, te he puesto las manos encima. Conozco tu excelente constitución.

Stark tropezó y le flaquearon las piernas. Se dio cuenta de que tragaba saliva de forma audible.

-No puedes decir esas cosas si pretendes que suba cientos de escalones.
-Podemos ver todo París desde allí arriba -susurró Renee, le dio la mano a Stark, y los dedos de ambas se entrelazaron con total naturalidad, como si lo hubiesen hecho miles de veces-. Quiero recordar dos cosas de esta noche: ver París desde lo alto de la Torre Eiffel y hacer el amor contigo.
-¡Caray! -susurró Stark, subyugada por la excitación y la dicha-. Si quieres, subo dos veces.
-No lo dudo. -A Renee se le formó un nudo en la garganta-. Y por eso estoy loca por ti.
-Si quieres que mis piernas suban hasta lo alto de la torre –se quejó Stark, casi sin aliento-, deja de decir esas cosas.

Renee se rió y rozó con la mejilla el hombro de Stark.

-No te prometo nada.

Stark sonrió a Renee bajo el resplandor de las luces del monumento, y ambas formaron un arco con sus brazos entrelazados.

-De acuerdo. Nada de exigencias.
-Podemos volver al hotel sugirió Renee-. Me está costando mucho apartar las manos de ti y te he hecho esperar demasiado sin saber muy bien por qué.
-No. -Stark comprendió que no había ninguna prisa porque cada segundo que pasaban juntas (hablando, caminando, tocándose) era mágico-. Subamos primero a ver París. Hagámoslo todo.
-Oh, sí. -Renee abandonó las precauciones ante la promesa que reflejaban los ojos de Paula-. Hagámoslo todo.

23.15

El americano de pelo castaño y ojos azules se reunió con tres hombres y una mujer en el tercer piso de una casa de apartamentos de las afueras de París. Los otros vestían ropa informal, como él, con el cuello de las camisas abierto y los pantalones arrugados. Llevaba el arma reglamentaria en la espalda, bajo la ligera chaqueta de lino. La mujer rubia, de rostro fino y marcado, con vaqueros negros y una camisa vaquera azul, llevaba la pistola automática Vector Mini Uzi en una pistolera de la cadera, colgada en el lado derecho del ancho cinturón de cuero. Sobre la mesita de café, ante un sofá manchado y deslucido, había dos rifles de asalto Olympic Arms PCR-5. La habitación olía a comida preparada rancia y a tabaco. A través de una puerta abierta a la derecha, que conducía a lo que debía de ser un dormitorio, vio un pálido resplandor de pantallas de ordenadores y de diferentes aparatos de comunicación. Antes de hablar, sacó una cajita negra del tamaño de una baraja del bolsillo de la chaqueta. Cuando apretó el botón de encendido, apareció una parpadeante luz roja.

-Estamos seguros -dijo la mujer con impaciencia-. ¿Nos tomas por aficionados?

El americano barrió la habitación con rapidez y eficiencia, sin decir palabra, utilizando el escáner de vigilancia. Tras guardarlo en el bolsillo, se dirigió al hombre alto, moreno y barbudo sentado en el sofá, que lo miraba impasible.
-No hubo más remedio que abortar la misión de esta tarde. La prematura noticia creó un obstáculo inesperado por el gran número de vehículos y de periodistas en el lugar.
-Podríamos haber perdido a nuestros hombres -dijo el hombre en tono cortante-. ¿Por qué se dio la orden tan tarde?

Fue una pregunta directa, pero había una clara crítica implícita en ella. El americano se puso colorado, aunque respondió sin alterarse:

-La jefa de seguridad modificó la ruta de la caravana de coches minutos antes de la llegada.
-Esa mujer es un problema y habría que eliminarla –declaró la rubia con acritud-. Es la segunda vez que interfiere en nuestros planes.
-No -repuso uno de los hombres-. Una acción contra ella sólo serviría para alertar a los otros sobre cuál es nuestro objetivo primario.
-Estoy de acuerdo -afirmó el americano-. Recomiendo...

El hombre del sofá se levantó bruscamente, y todo el mundo se calló.

-Acabo de recibir órdenes del comando Hidra. El ataque está programado, y se nos ha ordenado que la ataquemos a ella al mismo tiempo. Al ejecutar ambos planes simultáneamente, demostraremos al mundo nuestro poder al tiempo que dejamos al descubierto el punto débil de los hipócritas y decadentes americanos.
-Cuando...
-Recibirás órdenes de nuestros aliados en tu país cuando llegue el momento. Debes estar preparado para actuar en cualquier momento porque no tendrás que esperar mucho. Los nuestros ya están situados. Ha empezado.

El americano sintió un escalofrío de emoción. Durante años se había limitado a rezar en silencio, proporcionando información mientras otros planeaban y ejecutaban las misiones. Por fin le daban la oportunidad de actuar, de recuperar su país y entregarlo a los que entendían su verdadero poder y destino.

-Estoy listo.

«Dios bendiga a América.»

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Mensaje por Anonymus 3/31/2015, 4:44 am

Capitulo 11

-Oooh -suspiró Julia con un sensual gemido. Se estiró, desnuda, disfrutando del calor del cuerpo de Lena a su lado y de las frescas sábanas de algodón que las cubrían-. ¿Cómo es posible que unas sábanas limpias y planchadas resulten tan maravillosas?
-¿Feliz? -Lena se apoyó en un codo, descansando la cabeza en la mano mientras deslizada los dedos sobre la mandíbula de Julia. Le fascinaba la belleza del rostro de Julia a la luz de la luna. Estar con ella de aquella forma, solas en plena noche, era raro, algo que nunca dejaba de emocionarla por mucho que lo experimentase. Julia representaba muchas cosas que amaba: inteligencia, fuerza, vitalidad y pasión. Además, era muy guapa. Y a Lena le encantaba mirarla.
-Humm-. Julia hizo ademán de ponerse de lado para ver mejor a Lena, pero una mano de esta sobre el hombro se lo impidió.
-No -murmuró Lena, recorriendo con los dedos el valle que nacía entre los pechos de Julia-. Quédate así. Quiero mirarte.

El tono grave de la voz de Lena hizo que se le formase un nudo en el estómago a Julia y que su corazón se acelerase.

-¿Sólo mirar?

Julia esbozó una sonrisa, y Lena asintió.

-De momento.
-Esta noche ha jugado mucho conmigo, comandante -se quejó Julia, casi sin aliento. Los dedos de Lena se detuvieron en el pecho de la joven, aunque permanecieron quietos debajo del pezón. La mera promesa del contacto de aquellos dedos fuertes y sensibles le provocaba dolor en los pechos y convertía sus pezones en endurecidos nudos de deseo.
-No tanto como hubiese querido. -Lena bajó la sábana que cubría el abdomen de Julia hasta las caderas de la joven, blancas y torneadas bajo la luz de la luna. Lena introdujo un dedo bajo el algodón, demorándose un instante en la protuberancia de carne entre los muslos de Julia. Julia levantó las caderas involuntariamente, pero el fascinante roce había desaparecido.
-¿Y si te dijese que estoy demasiado cansada?

Lena bajó la cabeza y posó los labios en el hueco de la base de la garganta de Julia, percibiendo en la boca el pulso acelerado de la joven y murmurando:

-¿Lo estás?

El calor surgido en la boca del estómago de Julia se convirtió en fuego que abrasaba su sangre. Procurando no alterar la voz, respondió:

-Yo he preguntado primero.

Lena se rió mientras besaba un punto entre los pechos de Julia, bajó la mano y apartó la sábana completamente. Le deslizó los dedos sobre el muslo y acarició con la mano la curva de la cadera de la joven. A continuación, apoyó la mejilla en la firme elevación del pecho de Julia y contempló la vibración de los músculos del abdomen de su amante mientras introducía los dedos en la arqueada protuberancia y los demoraba sobre el vientre y alrededor del ombligo, donde jugueteó con el anillo de oro que penetraba en la piel, lo cogió entre los dedos y tiró de él. Julia jadeó, agitando las piernas sobre la cama mientras aferraba el hombro de Lena.

-Si estás cansada... -Lena tiró de nuevo-, tendré que hacer que te duermas.
-¿Cómo? -Julia tenía la garganta seca. Lo suyo no era la paciencia en la cama. Le gustaba que Lena la tomase a fondo y rápido, sobre todo la primera vez... y le gustaba hacerle lo mismo a Lena. Tal vez fuese porque casi nunca podía permitirse el lujo de quedarse con ella, aunque seguramente se debía a su insaciable hambre de Lena, que le provocaba dolor de huesos. Cuando tocaba a Lena, la necesidad de estar cerca de ella, dentro de ella, de penetrarla, borraba todo lo demás. Pero aquella noche, después de todo lo que Lena le había dado, quería que Lena disfrutase de lo que deseaba. Dejaría que Lena la tomase y se deleitaría en la entrega.- Y ahora explícame cómo piensas hacer que me duerma.

Lena, que seguía jugando con el anillo de oro, lamió con la lengua el pezón de Julia.

-Con la boca.
-Oh, Dios, me encanta sentir tu boca sobre mí. -Julia no pudo contenerse. Un fuego interior la abrasaba. Gimiendo levemente, enredó los dedos entre los espesos cabellos de Lena y apretó el rostro de su amante contra su pecho. Sin embargo, no fue más allá, aunque se moría de ganas de que Lena la tomase.
-Lo sé. -Lena se deslizó, acercando la pierna de Julia a la suya. Se arrimó otra vez al muslo firme de Julia, sabiendo que su amante notaría la evidencia de su excitación, húmeda, caliente y dura-. Y voy a besarte por todas partes hasta que te corras.
-Oh sí -susurró Julia, apoyándose en los codos para ver cómo Lena chupaba sus pezones, primero uno y después el otro. Ver cómo los labios de Lena acariciaban su carne vibrante y sentir las descargas eléctricas de placer al mismo tiempo la estremecía y hacía que se retorciese. Observar las caderas de
Lena apretándose con indolencia contra su muslo, sentir la pasión de su amante impregnando su piel, le agarrotaba el estómago-. Necesito que me toques como sea. No me hagas esperar demasiado.
-Vamos a esperar las dos. -Lena apartó las caderas un milímetro, relajando la exquisita presión ante las protestas de sus terminaciones nerviosas. Corría el riesgo de alcanzar el clímax sólo por la emoción de excitar a Julia-. Te tocaré en todas partes. -Sus dedos danzaron sobre el abdomen de Julia, fascinados por el calor que surgía entre las piernas de esta; luego bajaron y acariciaron la suave piel del interior de los muslos-. Necesito tocarte por todas partes.

Julia se rindió, sin fuerzas, y se dejó caer sobre la almohada con un gemido.

-Dios, no me importa... haz lo que sea... cualquier cosa. Pero no pares.

La piel de Julia se enervó. Los dedos de Lena dibujaron imágenes de claros bañados por la luna y de valles soleados en el lienzo de su mente. Su corazón galopaba con la alegría de amar y ser amada. Arrastrada por la inexorable marea de la entrega de su amante, no reparó en los labios que acariciaban su piel tersa ni en la boca que convertía su pasión en un mar de deseo. Lo único que reconocía (con su cuerpo, con su alma, en lo más profundo de su corazón) era a la mujer que la reclamaba y la liberaba con el poder de su amor. «Lena. Lena.» El orgasmo surgió lentamente, buscando fuerzas en algún lugar lejano, más allá del cuerpo frágil. Cuando el puño de la necesidad se abrió en sus entrañas y el placer inundó sus muslos, reparó en la irrefrenable alegría de la boca de Lena arrastrándola al orgasmo. Se incorporó jadeando, se obligó a abrir los ojos y agarró los cabellos de Lena con la mano.

-Quiero... ver... cómo me corro.

Luego, el agudo filo del placer se convirtió casi en sufrimiento, los músculos se desprendieron de sus huesos, y su alma se llenó con el dulce dolor de la culminación. Se dobló y se aferró al hombro de Lena, gimiendo y estremeciéndose. Cuando los incontrolables espasmos cesaron, se derrumbó sobre un costado, con los dedos aún enredados en el pelo de su amante. Lena se derrumbó con ella, acercándose y apretando el rostro de Julia contra su pecho.

-Te amo. Te amo muchísimo.

Julia no podía hablar. Apenas podía respirar. No era por el exquisito orgasmo que la había privado del control, sino por la sobrecogedora emoción que no podía contener cuando Lena la tocaba. «No sólo cuando me toca, sino también cuando me mira, cuando está cerca de mí.»

-Cariño -murmuró Lena tiernamente, con la mejilla apoyada sobre la cabeza de Julia-. Debemos taparnos. Vas a resfriarte.
-Espera un minuto -farfulló Julia, abrazando a Lena por la cintura y acercándose a ella-. Me siento de maravilla. Estás de maravilla.

Lena se rió y cubrió parte del cuerpo de Julia con la sábana.

-Sí, me siento como nunca.

La cabeza de Julia se posó en el hombro de Lena y la miró con los ojos entrecerrados.

-Encantada de ti misma, ¿verdad?
-Pues sí, mucho. -Lena besó a Julia en la nariz-. Toda la noche he estado pensando en hacer esto.
-¿En serio? -Julia soltó una risita-. Tiene usted gran capacidad de contención, comandante.
-No, no tanto. -Lena besó la boca de Julia, deslizando su lengua sobre la curva llena del labio inferior de la joven-. Me he corrido ahora... al sentir cómo te abandonabas.

Julia gimió.

-Elena Katina, eres la mujer más sexy que he conocido en mi vida. Si no estuviese completamente agotada, me abalanzaría sobre ti y te devoraría.

Lena se rió y se dejó caer sobre las almohadas, arrastrando a Julia con ella. De paso, cubrió con las sábanas los cuerpos de ambas, estrechamente abrazados.

-Siempre nos queda la mañana.
-Sí -susurró Julia, adormilada. Aunque sabía que tal vez no fuese así, podrían pasar años antes de que volviese a dormir en brazos de su amante y a despertarse a su lado; así que rechazó todo lo que pudiese disipar su felicidad. Se trataba de una sensación nueva: la voluntad de aceptar la dicha, aunque fuese efímera, como un regalo-. Amarte es lo mejor que me ha ocurrido.
-Julia -dijo Lena, sin aliento, acariciando la negra cabeza apoyada en su hombro-. No te imaginas cuánto significa eso para mí.
-Lo sé. Julia estiró el brazo, buscó la mano de Lena, y ambas entrelazaron los dedos. Luego colocó las manos unidas entre sus pechos, apretándolas contra su corazón-. Lo siento aquí. Te siento dentro de mí, amándome. Amarte me ha llevado a la plenitud.
-No pienso parar.

«¿Me lo prometes?» Julia no se atrevió a preguntar.
Lena acercó las manos unidas a su propio pecho y las apretó contra su corazón, sin reparar en la cicatriz que marcaba su piel.

-Te lo prometo.

En lo alto del monumento había dos plantas, una interior y otra exterior, que ofrecían una vista panorámica de París y sus alrededores en 360°, cubriendo ochenta kilómetros en todas direcciones. La noche era clara y, aunque estaban en verano, a doscientos ochenta metros sobre el nivel del suelo se notaba frío. Faltaba poco para la medianoche, y había sólo unos cuantos visitantes en la plataforma de observación exterior. Debajo de ellas la ciudad resplandecía y las luces brillaban como relucientes joyas. El viento alborotó los cabellos de Stark cuando se inclinó hacia delante para tener mejor visión. Le daba la mano a Renee, disfrutando de su contacto; necesitaba sentirse segura porque las mareantes alturas la desorientaban.

-Es increíble, ¿verdad? -Stark alzó la voz sobre el viento, con un brillo de lágrimas en los ojos. Podía achacarlo a los efectos del viento, pero el nudo de su pecho no era producto de los elementos ni de la elevación. Lo único en lo que pensaba, al borde del País de las Maravillas, eran las serenas palabras de la mujer que estaba a su lado: «Quiero recordar dos cosas de esta noche, ver París desde lo alto de la Torre Eiffel y hacer el amor contigo». Renee no contemplaba el paisaje. En el rostro de Stark brillaba un entusiasmo juvenil mientras los oscuros cabellos lo azotaban. Sus dedos apretaron los de Renee y su voz se tiñó de emoción. «Ojalá nunca aprendas a esconder tus sentimientos.»
-Precioso. -Renee se acercó, rodeó con el brazo la cintura de Stark por debajo de la chaqueta y posó la cabeza en el hombro robusto. «Eres preciosa.» Stark abrazó a Renee.
-Me alegro de que me dejases subir en ascensor. Si no lo hubieses hecho, seguramente habría tenido que acostarme aquí arriba y me habría perdido la vista.
-Estoy segura de que lo habrías conseguido -afirmó Renee-, pero no quiero agotarte tan pronto. Tengo otros planes para eso.

Stark se sobresaltó, apartó la cara de la panorámica y miró a Renee a los ojos.

-Cada vez que me acerco a ti, me excito. En realidad, me excito siempre que pienso en ti. Así que convendría que no me lo recordases demasiado a menudo porque creo que se me están empezando a reblandecer los tejidos.

Renee puso una mano tras la cabeza de Stark y la atrajo hacia sí. La besó, sin importarle las personas que pasaban. Parte del motivo de que hubiese sido capaz de esperar tanto antes de llevar a Stark a la cama era que besar a Paula Stark constituía una experiencia inigualable. Los labios de Stark eran rotundos, cálidos e increíblemente curiosos, y perseguían a los de Renee en una continua oleada de suaves caricias y tiernas chupadas. De vez en cuando sentía un minúsculo puntito de dolor que rápidamente borraba la cálida caricia de una lengua cariñosa y se daba cuenta de que la había mordido. La sorpresa, el placer, la variedad de sensaciones, primero amables y luego exigentes, se apoderaban de ella y hacían que el deseo le doliese. Pero el hambre era tan agradable que se alegraba de no satisfacerla. Al menos hasta entonces. En aquel momento, cada segundo le costaba más reprimir su necesidad. Echó la cabeza hacia atrás, jadeando.

-¡Dios, cuánto te quiero!

Stark rodeó con los brazos la cintura de Renee, y los muslos de ambas se rozaron. Estaban solas en su reducto del monumento, con París a sus pies. Stark no acababa de creer que aquella maravillosa mujer la desease. Ojalá Renee supiese que no tenía ni idea de cómo complacerla, ni siquiera de cómo demostrar lo mucho que ansiaba estar con ella. Aparte de unos escasos y poco memorables intentos de relaciones con hombres, que había abandonado de muy buen grado al ingresar en la academia de adiestramiento, sólo había tenido una noche de verdadera pasión. Y esa noche había sido con una mujer a la que no amaba y que no la amaba. Resultó inolvidable (una epifanía física y emocional) y, con el corazón en la mano, no se arrepentía. Formaba parte de su toma de conciencia, pero la febril lujuria había sido un infierno que no había dejado más que cenizas tras de sí. En aquellas pocas horas acaloradas se había limitado a dejarse consumir.

-Tengo que contarte una cosa.

Renee, al percibir algo parecido a la autocensura en la voz de Stark, ladeó la cabeza, y luego la sacudió lentamente.

-No. A menos que haya otra persona, no tienes por qué contarme nada.
-No hay nadie. Eso es lo que quería decirte. Nunca ha habido nadie. Unas horas una noche, pero...
-¿Intentas decirme que careces de experiencia?

Stark asintió en silencio, alegrándose de que la oscuridad ocultase su vergüenza.

-Quiero... quiero que esta noche sea todo lo que tú deseas. Y yo...
-¡Dios mío! -murmuró Renee, cogiendo el rostro de Stark entre las manos-. Cariño, ya es todo lo que deseo. Y mucho más. -Bajo el claro de luna vio una fugaz expresión de consternación en la cara de Stark-. No sabes, ¿verdad?

Stark, que se sentía cada vez más inepta, negó con la cabeza de nuevo.

-Cuando estoy contigo -dijo Renee en tono dulce, acariciando el ángulo fuerte y marcado de la mandíbula de Stark-, todo es nuevo. Por ti... por tu bondad, tu ternura y tu sinceridad. No importa nada de lo ocurrido antes de esta noche, porque esta noche contigo será la primera vez de verdad para mí.

El corazón de Stark se desbocó y se alegró de que la sostuviese la mujer que tenía en brazos porque, durante un momento, le pareció que iba a volar.

-¿Te importaría si nos vamos ahora mismo? No creo que valga para nada hasta que pueda abrazarte sin que nadie se interponga entre nosotras.
-Eso es exactamente lo que necesito.

Abrazadas por la cintura, disfrutaron por última vez de la panorámica de la Ciudad de la Luz, y luego se dirigieron al ascensor y a la promesa de la noche.
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Mensaje por Anonymus 3/31/2015, 4:45 am

Capitulo 12



Stark miraba los números del panel rectangular situado a la derecha de las puertas del ascensor mientras ascendían lentamente. Renee permanecía silenciosa a su lado, con los dedos de la mano derecha apoyados en el brazo de Stark. Paula percibía el calor de Renee a través del algodón peinado de su chaqueta. 12... 13... 14... Con cada piso que subían, el corazón se le aceleraba hasta que los nervios acabaron por formar un nudo en su estómago. «Voy a meter la pata. Ni siquiera sé lo que le gusta. Tampoco estoy segura de que lograse hacerlo aunque supiese lo que le gusta.» El ascensor se detuvo con una sacudida apenas perceptible. Durante lo que le pareció una eternidad, Stark creyó que las puertas no se iban a abrir. Luego, se encontró en el pasillo ante la habitación 2010 observando cómo Renee introducía la tarjeta en la cerradura. Se aclaró la garganta y reprimió el deseo de arrastrar los pies. Siguió, obediente, a Renee y esperó mientras esta estiraba el brazo, cogía el letrero de No Molesten y lo colgaba en el pomo de la puerta. «¡Oh, Dios mío.» Stark, sin saber qué hacer a continuación, permaneció inmóvil como una estatua mientras Renee cerraba la puerta, colocaba la cadena de seguridad y se movía por la habitación, encendiendo luces. Stark, con la boca seca y el corazón atronándole los oídos, buscó algo que decir frenéticamente. «Las piernas no me obedecen. No siento las manos. Dios, ¿y si no me corro? Pensará que no me gusta cómo lo hace, que no me gusta ella.» Renee movió el conmutador de luces de la sala de estar hasta dejar sólo un tenue resplandor. Luego se acercó a Stark y deslizó las manos bajo la chaqueta azul oscura, posando las palmas sobre el pecho de Stark y acariciando los huesos del cuello con las yemas de los dedos. A continuación, la acarició suavemente.

-Esto no es un examen. No hay una forma buena o mala de hacerlo. Estamos nosotras... juntas... tocándonos.

El sonido de la voz serena y amable de Renee, la brillante luz de sus ojos, el cálido contacto de sus manos, aplacaron la ansiedad de Stark y le permitieron sonreír. Puso la mano tras la nuca de Renee y se inclinó hacia delante, rozando sus labios contra los de Renee. Perdida en el suave calor de la boca de esta, no pensaba más que en la siguiente caricia ni más allá del pequeño mordisco en la carne y el gemido de placer que provocaba. No se sentía nerviosa, porque Renee era lo único que conocía.
Renee rodeó con los brazos la sólida cintura de Stark, suspiró y echó la cabeza hacia atrás, con los ojos empanados.

-¡Qué bien lo haces!
-¿Qué? -preguntó Stark con voz ronca mientras introducía la mano entre el jersey y la blusa de Renee, acariciando la parte inferior de su espalda y adorando la forma en que los fuertes músculos se tensaban entre sus dedos a través del fino tejido de seda.
-Besar. Besas de maravilla.
-¿Sí? -Stark sonrió-. Entonces se me ocurre una cosa.

Renee se esforzó por continuar hablando mientras la mitad inferior de su cuerpo se derretía bajo las manos de Stark. Ni siquiera eran caricias intencionadamente seductoras, sino un firme masaje con la yema de los dedos sobre su columna vertebral; a pesar de ello, le temblaban los muslos. «¿Qué me ocurrirá cuando esos dedos por fin toquen mi piel?» Gimió levemente, y luego contuvo el aliento al sentir un fugaz aleteo de placer en las profundidades del vientre. Se obligó a centrarse.

-¿Qué?
-Como lo estoy haciendo bien en el departamento de besos, acostémonos y sigamos allí.
-Buena idea. -Renee dio la mano a Stark-. No sé por qué no se me ha ocurrido a mí.

«Lo que sucede es que en este momento no me funciona ninguna célula del cerebro y toda la sangre de mi cuerpo fluye en dirección opuesta.» Renee no encendió las lámparas del dormitorio, pero desde la otra habitación se filtraba luz suficiente para iluminar el camino. Al llegar a la cama, se quitó el jersey de cachemir y lo arrojó sobre el respaldo de una silla próxima. Como estaba en París de vacaciones, no llevaba arma. Pero Stark sí, y tras quitarse la chaqueta, desprendió la pistolera del cinturón con un gesto automático, fruto de la práctica, y la dejó sobre la mesilla. Renee se descalzó, y Stark se sentó al borde de la cama y se quitó los zapatos. Stark alzó la vista y se encontró con que Renee la miraba con una sonrisa en el rostro.

-¿Qué?
-¿Sigues nerviosa?
-Un poco.
-No tenemos prisa.
-No tienes por qué ir despacio por mi culpa. A lo mejor meto la pata, pero aguantaré el tipo.

Renee se acercó para situarse entre los muslos separados de Stark. Deslizó los dedos entre los cabellos de la mujer sentada, enroscando en ellos los negros mechones.

-Estoy segura de que no lo vas a estropear, Paula. -Echó la cabeza de Stark hacia atrás y se inclinó, iniciando la exploración de los labios llenos y sinuosos de Paula. Los chupó levemente antes de pasear la lengua sobre las superficies interiores, cerrando los ojos cuando una oleada de calor y deseo se apoderó de ella. Con la boca apretada contra la de Stark, murmuró-: Voy despacio por mí.

Stark puso las manos sobre la cintura de Renee y se echó sobre la cama, arrastrando consigo a la otra mujer. Juntas rodaron hasta el centro y quedaron la una frente a la otra, abrazadas. Stark entrelazó con los dedos el pelo ondulado de Renee.

-En la academia tenía fama de ser la cadete más persistente, no la más inteligente ni la más rápida, pero sí la que nunca renunciaba. Y siempre acababa todo lo que empezaba.
-No me preocupa que no acabes las cosas -susurró Renee-. Lo que quiero es disfrutar cada minuto contigo.
-Creo que podemos lograrlo. -Stark ciñó con fuerza la cintura de Renee, atrayéndola hacía sí y buscando de nuevo su boca.

Al principio mantuvo los ojos abiertos, con la idea de no perder ni un segundo de la experiencia. Sin embargo, tras unos momentos, el placer, transmitido en el rápido flujo de la sangre a través de los músculos y nervios de su cuerpo, la obligó a cerrarlos. Las sensaciones eran demasiado dulces, el dolor demasiado hondo, para hacer algo aparte de volar con ellos. A lo lejos, sobre los latidos ensordecedores de su propio corazón, oyó gemir levemente a Renee. Fue un sonido agudo y dulce de deseo y rendición. El ansia brotó de sus entrañas y, sin pensarlo conscientemente, se puso de espaldas, colocando a Renee sobre ella, pues necesitaba apretarla contra sí desesperadamente.

-¡Oh, Dios! -murmuró Renee mientras adaptaba los muslos, el vientre y los pechos a los de Stark, sintiéndola de pronto por todas partes. Ambas continuaban vestidas, pero su piel hormigueaba como si no hubiese barreras entre ellas-. Estás de maravilla.

Stark subió la blusa por encima de los pantalones de Renee y deslizó las manos sobre los lados de su columna vertebral, acariciando con los dedos la musculosa espalda. Jadeó cuando Renee apretó las caderas contra ella, rozando un punto que hizo que se le agarrotase el estómago y que su voz se convirtiese en un gemido.

-Tú... también. –Puso una mano entre ambas y tocó el botón superior de la camisa de Renee-. ¿Puedo?
-Sí... claro. -Renee, sorprendida por la dulzura de la pregunta, tuvo que cerrar los ojos ante el vertiginoso brote de placer que de nuevo golpeaba sus muslos.

«Demasiado pronto. Demasiado pronto para sentir tantas cosas.» Pero no podía contener los sentimientos, ni en el cuerpo ni en su corazón. Se colocó a horcajadas sobre las caderas de Stark, dejando espacio para que los ágiles dedos desabotonasen la camisa con cuidadosa lentitud. Adoraba ese aspecto de Stark: el cuidado que ponía en todo. Cuando la seda se apartó sobre sus pechos, dejando al descubierto el breve sujetador de encaje que llevaba debajo, encogió los hombros para que la prenda se soltase. Bajó una mano y tiró de la camisa de Stark por encima de la cinturilla de los pantalones, levantándola hasta dejar el abdomen al aire. Luego se tendió sobre ella, gimiendo suavemente mientras las pieles de ambas se tocaban hasta el último milímetro. Stark rodeó instintivamente las caderas de Renee y la colocó entre sus piernas. Necesitaba el contacto a toda costa. Su voz susurró en un ronco murmullo:

-Siento como si algo se rompiese dentro de mí de tanto como te deseo.

Renee hundió el rostro en la curva del cuello de Stark, procurando controlar el movimiento de sus caderas. Aún no estaba lista, pero el movimiento la estimulaba de tal forma que no podría contenerlo mucho más.

-Las cosas que dices... tu modo de tocarme. Me rompes el corazón.
-Renee...
-En el buen sentido. -Renee la besó de nuevo y se levantó un poco para deslizar los dedos entre ambas y desabotonar la camisa de Stark. Cuando puso una mano temblorosa sobre la camiseta de seda, Stark le acarició la espalda y abrió el broche de su sujetador. Al ver los pechos libres, Renee gimió ante la repentina liberación y la inesperada pesadez de la excitación que los hinchaba. Arqueó el cuello con el estómago estremecido.- Tócame, por favor.

Stark tenía miedo de desmayarse. Aunque estaba acostada, respiraba tan rápido que el aire no llegaba a sus pulmones. Su corazón era algo salvaje que pretendía huir de su pecho. Lo que había comenzado como un latido distante en la boca del estómago se había convertido en un puño que martilleaba entre sus muslos. No obstante, su mano se movió lentamente mientras alzaba los dedos para acariciar la rugosa cúspide del pecho de Renee. El gritito proferido por la mujer que tenía en sus brazos la atravesó como un cuchillo. Podía desangrarse hasta morir escuchando aquel sonido tan hermoso.

-Quiero... -No hubo palabras. Ni siquiera sabía si había alguna forma, algún modo, de transmitir con su prosaico cuerpo la magnitud de sus emociones. Pero no tenía más lenguaje que el contacto de su mano y la caricia de su boca. Levantó las caderas y se volvió, acostando a Renee boca arriba y colocándose encima de ella. Simultáneamente, bajó la mano e introdujo un pezón de Renee en la boca, rodeándolo con suavidad, con cuidado. No obstante el peso de Stark sobre ella, Renee se arqueó, y ambas se levantaron cuando la dulce tortura se centró en sus pechos- ¡Oh, Dios mío!

Stark apartó la boca, sorprendida por sus propios actos.

-Te he lasti...

Renee agarró los cabellos de Stark, la obligó a poner de nuevo la boca sobre su pecho y rogó, jadeando:

-No pares, por favor, por lo que más quieras.

Stark cerró los ojos, pensando que no podría haber parado aunque se lo hubiese pedido. Los dedos de Renee se clavaron en sus hombros y se movió, las dos se movieron, formando un ávido tándem. Muslo contra muslo, vientre sobre vientre, fueron elevándose. Chupó el pezón duro como una piedra, disfrutando con los gemidos de Renee; buscó el otro pecho con la mano y lo apretó al mismo ritmo que sus labios jugueteaban con el pecho hinchado dentro de su boca. Podría haber continuado hasta la eternidad, perderse en el dulce poder del momento, pero otro dolor reclamó su atención. Una terrible presión, insistente e incesante, se retorcía en sus entrañas. Desvió el rostro y apoyó la mejilla en el pecho de Renee.

-¿Podemos?...

Se quedó sin respiración cuando Renee dobló una pierna sobre su muslo y la empujó contra el punto duro y vibrante situado entre sus piernas que amenazaba con explotar.

-Oh... caray... la ropa... ¿nos desnudamos?
-Sí, por favor. -Antes de pronunciar las palabras, Renee tiró de la camisa de Stark, dispuesta a quitársela como fuese. Stark dio la vuelta y manipuló los botones y la cremallera del pantalón con torpeza, debido a la premura. Le pareció que no acabarían nunca, pero sólo tardaron segundos en desnudarse y en buscarse de nuevo. El tiempo transcurría lentamente. La habitación, el mundo exterior, incluso el susurro de las sábanas bajo sus cuerpos se disolvieron en medio de un silencio maravilloso.- Paula... -Renee posó la mano en la mejilla de Stark, mirándola al fondo de los ojos cuando sus cuerpos desnudos se tocaron por primera vez, y reprimió un sollozo de feliz sorpresa ante el primer contacto de la suave piel.
-Renee... -Stark apoyó la cabeza de Renee en su brazo doblado y deslizó la mano sobre su costado y las caderas hasta el muslo, grabando en la mente cada curva y cada línea del cuerpo esbelto y de firmes músculos. Lo había imaginado, lo había soñado, infinidad de veces, pero la realidad superaba con creces todas sus elucubraciones-. Dime lo que te gusta.
-Tú -murmuró Renee, temblando entre las manos de Stark-. Tú eres exactamente lo que me gusta.

Stark hundió los labios en el hueco de la base de la garganta de Renee, hechizada por la belleza del pulso que latía en las venas bajo la piel. Tan frágil, tan fuerte, tan rotundamente Renee. Con ternura acercó la boca a la cicatriz que cruzaba el hombro izquierdo de Renee, estremeciéndose al recordar el disparo y su terror cuando había visto cómo aquella preciosa vida se difuminaba en un charco de sangre.

-No quiero hacerte daño... Estás delicada.
-Oh no. -Renee acarició la mejilla de Stark-. Nunca me harías daño. Lo sé.

Stark alzó la cabeza con los ojos velados por el anhelo.

-Ayúdame a complacerte. Te deseo muchísimo.

Renee la sujetó con fuerza mientras se ponía de espalda y colocaba a Stark encima de ella. Rodeó con los brazos los hombros de Stark y con las piernas las caderas de su amante. Acercó la boca a la oreja de Stark y susurró:

-Me gusta que estés encima de mí, sentir tu peso sobre mí. Me dan ganas de correrme.

Esa petición era fácil de atender, ya que Stark no tenía más remedio que moverse contra Renee. El placer que sentía clamaba por salir, por liberarse, por explotar en forma de dulce agonía. Ambas encontraron el ritmo fácilmente, cuerpo contra cuerpo, corazón contra corazón, y juntas recorrieron el febril filo del deseo. Stark gimió. Sentía el calor y la humedad de Renee junto a su propio cuerpo dispuesto y se estremeció cuando un hormigueo familiar empezó a deslizarse por su columna vertebral.

-Creo... -Le costaba respirar-. Creo que, si seguimos así, me voy… a correr primero.
-Oh, sí. Sí. Paula, quiero sentirte. -«No debería... Tendría que espe... Oh, Dios, Dios, Dios...»
-Me estoy corriendo -dijo Stark entre jadeos, casi entre sollozos-. Yo... lo siento.
-Oh, cariño. -Renee acarició la mejilla de Stark con mano temblorosa, siguiendo por el pelo y la espalda, mientras su propia pasión crecía-. ¡Qué bien! Es maravilloso.

Stark, estremecida, con los ojos empañados por los últimos coletazos de placer, se apoyó en los brazos y contempló el rostro de Renee mientras continuaban sus frenéticos movimientos. Empujaron con más fuerza, agitando las caderas, balanceándose cada vez más rápido, adheridas la una contra la otra en una ardiente y pegajosa oleada de necesidad. Renee tenía los ojos casi cerrados, los labios entreabiertos en un gesto de sorpresa, la cabeza inclinada hacia atrás. Su aspecto era vulnerable y glorioso. En los límites más lejanos de su conciencia, Stark se dio cuenta de que su propia excitación formaba de nuevo un nudo en la boca de su estómago, cobrando fuerzas para otra explosión que amenazaba con apoderarse de su alma sin remedio. Pero aquel placer no era nada comparado con la visión y los sonidos del deseo de Renee. Deseaba más, estaba sedienta de más.

-Quiero estar dentro de ti -imploró Stark.
-Date prisa. -El estómago de Renee se agitó y sus piernas se tensaron-. Estoy a punto.

Pero Stark no se apresuró. Se puso de lado y deslizó la mano hasta el centro del cuerpo de Renee, sobre los duros músculos vibrantes del abdomen y entre los muslos doblados. Enseguida sintió el calor bajo la palma y acarició con dedos suaves los pliegues húmedos y pegajosos. Las caderas de Renee se sacudieron cuando Stark le tocó el clítoris y gimió, sorprendida:

-Ahí. Oh, sí, ahí.

Stark se olvidó de respirar. Se olvidó de su propia necesidad. Se olvidó de que nunca había hecho aquello antes. Lo único que conocía era el núcleo duro y lleno del deseo de Renee y el ansia terriblemente desesperada de tocarla por todas partes, hasta las profundidades del alma. Reparó en que Renee casi se quedaba sin aliento cuando la penetraba. Luego, relajó el ritmo y la acarició, y Renee se corrió contra su mano con un profundo grito. Stark, sumergida en su amante, aminoró el movimiento, dejando que el orgasmo de Renee vibrase entre sus dedos. Cuando las sacudidas cesaron, acarició con suavidad el lugar que había hecho gritar a Renee hasta que le provocó otro orgasmo. Habría continuado el resto de su vida si Renee no le hubiese sujetado el brazo, riéndose.

-Paula, cariño, para. Tengo que recobrar el aliento.
-¿Puedo quedarme dentro? -Stark deslizó los labios sobre los de Renee.
-Hummm.
-Eres... increíble.
-Oh, Dios... ni te lo imaginas. -Renee puso la cabeza de Stark sobre su hombro y apoyó la mejilla encima de la cabeza de su amante. Recorrió con los dedos el fuerte brazo de Stark, sorprendiéndose cuando llegó a su propio cuerpo y reparó en que los dedos de Stark desaparecían dentro de él-. Eres maravillosa.
-Tengo un enorme... dolor... dentro. -Stark se estremeció, esforzándose por expresar con palabras las emociones que la ahogaban-. Si no puedo conectar contigo, no sólo conectar, sino estar dentro de ti, me moriría.
-Estás más dentro de mí que mi propio cuerpo, Paula -murmuró Renee con un soñoliento suspiro.
«Eso espero. Espero estar en tu corazón, como tú estás en el mío.»
-Lo siento -susurró Renee-. ¡Qué bien me siento... estupendamente! Y agotada.

Stark permaneció quieta, escuchando cómo la respiración de Renee adoptaba un ritmo profundo y regular, sintiendo el relajamiento en los músculos y abandonándose al sueño. Al poco rato, se apartó delicadamente, echando de menos el contacto al instante. Subió las sábanas y cerró los ojos, pensando que acababa de experimentar el momento culminante de su vida.
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Mensaje por Anonymus 3/31/2015, 4:46 am

Capitulo 13

Por segunda vez en otros tantos días, Julia disfrutó del raro placer de despertarse al lado de Lena. Pero el mayor regalo fue que, como en la mañana previa, Lena aún dormía. Pocas veces se despertaban juntas, pero Lena siempre se levantaba primero. Julia, acostumbrada a dormir sola, descubrió que le encantaba despertarse junto al reconfortante calor de otro cuerpo apretado contra el suyo. Siempre que fuese el de Lena. Casi nunca había pasado la noche con una amante, no por culpa del protocolo o de las precauciones -como en el caso de la mujer que amaba-, sino por elección propia. No le apetecía amanecer en brazos de una desconocida. Pero amanecer con los brazos de Lena rodeándola posesivamente era la dicha absoluta. Julia se desprendió cuidadosamente del abrazo de Lena, se sentó al borde de la cama y apartó las sábanas despacio. De pie en medio de la pequeña y tranquila habitación, contempló a su amante dormida. La expresión de Lena era intensa incluso en reposo. Oscuras marcas cruzaban la enérgica frente, y el nítido perfil transmitía fuerza y decisión. Julia adoraba la forma en que el cuerpo de Lena reflejaba su alma. No podía mirarla sin desear tocarla para hacerle llegar la profundidad de su amor cuando las palabras no bastaban. En aquel momento reprimió la necesidad de hacerlo porque ver a Lena dormida la complacía casi tanto como acariciarla. Lena parecía más despreocupada que nunca, y Julia no quería molestarla. Recogió su ropa y se dirigió hacia la puerta, poniéndose a toda prisa la blusa, los pantalones y los zapatos. Tras una rápida incursión en el cuarto de baño, recorrió la casa en silencio hasta llegar a la cocina, en la parte de atrás. Sorprendida, comprobó que no era la única que se había levantado. Bonita se encontraba junto a una puerta abierta a través de la cual Julia vio un jardincillo con macizos de flores bien cuidados y dos bancos de madera. Bonita se volvió cuando Julia entró en la cocina.

-Buenos días. No esperaba verte tan temprano.
-Ni yo a ti -repuso Julia con una sonrisa-. ¿No dijiste que necesitabas dormir?
-Me temo que mi mente pensaba otra cosa. Me desperté con un millón de ideas en la cabeza y me di cuenta de que no iba a conciliar el sueño de nuevo.

Julia se rió.

-Sé muy bien a qué te refieres.
-Iba a buscar algunas cosas para el desayuno. ¿Te apetece dar un paseo?
-Lena está durmiendo.
-No tardaremos mucho. Está sólo a una manzana.

«No lo sabe. No se da cuenta de que yo nunca salgo a pasear.» Julia dudó. Se sentía estúpida negándose y le daba vergüenza reconocer que no debería hacer algo tan sencillo como ir a la tienda de la esquina sin avisar previamente a Lena o a otro agente. «Dios, sólo son unos minutos, y el equipo de seguridad está ahí fuera. Me seguirán en cuanto salga por la puerta. Lena no puede enfadarse por eso.» Se dio cuenta de que Bonita esperaba su respuesta.

-Me encantaría.
-Estupendo -repuso Bonita, abriendo la puerta trasera para dejar paso a Julia-. Salgamos por el jardín. La panadería está en la calle de atrás.

De repente Julia reparó en que, si salían por la parte de atrás de la casa, los agentes no las verían. «Nadie sabe que estoy aquí y nadie me reconocerá. Es seguro.» Sintiéndose a salvo, acompañó de buen grado a su anfitriona. En cuanto Lena abrió los ojos se dio cuenta de que ocurría algo. Con un veloz movimiento apartó las sábanas y se levantó, examinando la habitación. La ropa de Julia no estaba. Con el corazón en un puño se puso los pantalones, se echó la camisa encima y se calzó sin preocuparse por los calcetines. Cogió la pistolera que colgaba en la silla y se la puso mientras salía de la habitación.

-¿Julia?

La casa estaba en silencio. Diez segundos después se hallaba en la calle, corriendo hacia el Peugeot negro aparcado cinco coches más allá de la puerta principal de Bonita. La puerta del acompañante se abrió, y salió Felicia, con el rostro sereno, pero la expresión atenta.

-¿Comandante?
-Egret no está en la casa.
-Nadie ha salido ni entrado en la casa desde que llegué a las seis de la mañana -informó Felicia inmediatamente, con tono claro y controlado-. Según el turno de noche, todo estuvo tranquilo desde que Egret y usted entraron en la casa ayer a las
19.49.
-¡Por Cristo! -Un músculo se tensó en la mandíbula de Lena-. No es posible que me haya dormido durante un secuestro. -Tomó aliento-. Comprobaré la casa de nuevo. Tal vez dejase una nota.
-¿Iniciamos la búsqueda?

Lena negó con la cabeza.

-Aún no. Quiero que estéis aquí con el coche por si necesitamos perseguir a alguien o reubicarla rápidamente. Esperad mientras valoro si necesitamos apoyo.
-Sí, comandante.

Una vez dentro, Lena fue directamente a la parte de atrás de la casa. Si había entrado alguien durante la noche, no lo había hecho por la puerta principal, sometida a vigilancia permanente. Comprobó la puerta de la cocina y examinó la cerradura y el marco para ver si la habían forzado. No encontró nada. Con ojos entrecerrados escudriñó el jardincillo rodeado por las casas de la calle de Bonita y las de la manzana de atrás. «Debería haber apostado a alguien aquí. Por Dios todopoderoso, ni siquiera se me ocurrió.» Por qué no se le había ocurrido era una cuestión que pensaría en otro momento. Con un nudo en el estómago y un horrible dolor de cabeza detrás de los ojos, hizo un rápido y concienzudo reconocimiento del resto del piso de abajo, y luego subió al piso de arriba. No encontró nada anormal ni pruebas de lucha por ningún lado. Cuando registró de nuevo el dormitorio que Julia y ella habían compartido, buscando una nota, las sábanas arrugadas le recordaron la facilidad con que la pasión se podía convertir en peligro y lo efímero de la dicha. «Julia, por Dios, ¿dónde estás?»
Decidió bajar de nuevo. Era hora de organizar una búsqueda formal. Al pie de la escalera oyó un leve ruido procedente del fondo de la casa. En menos de diez segundos se plantó en la cocina, con el arma preparada, apuntando a la puerta trasera.

-¿Lena?

En la entrada estaba Julia, sosteniendo una bolsa de papel de la que sobresalía una larga barra de pan, con una expresión de asombro en el rostro. Detrás de ella, Bonita miraba el espectáculo con los ojos como platos, muy pálida.

-¡Dios mío, Lena! -exclamó Julia-. ¿Qué ocurre?

Lena, apuntando al techo, se apresuró a ponerse junto a Julia.

-Entrad, las dos. -Cuando las mujeres estuvieron detrás de ella, se colocó de lado en la puerta y examinó el jardín. Estaba vacío. Miró hacia arriba automáticamente, pero todas las ventanas que daban al pequeño y bien cuidado espacio común estaban cerradas y no había nadie en ellas. Enfundó el arma y cerró la puerta; luego miró a Julia con expresión interrogante-. ¿Te encuentras bien? -preguntó con voz ronca y una mirada dura como el granito en sus verdes grises ojos.
-Sí -respondió Julia en voz baja, comprendiendo con brutal claridad que su ausencia había dado lugar a un malentendido-. Lo siento. Sólo hemos estado fuera unos minutos.
-Deberías habérmelo dicho. Tenías que avisar al equipo de delante. -Lena hablaba con voz cortante y el cuerpo rígido, debido a los efectos retardados de la adrenalina y el miedo. El miedo era una sensación que nunca había asociado con su trabajo. Pero Julia era su amante, no sólo su responsabilidad. «Si te ocurriese algo...»
-Salimos a dar una vuelta. -A Julia le dolía el corazón al ver la fría expresión de su amante, carente de ternura e impregnada de furia. De furia y de algo más que no supo descifrar.
-Sola. Sola. Julia. Sin protección.
-Elena -dijo Bonita en tono amable, dándose cuenta de que Julia no podía hablar-. Julia se encuentra bien.

Lena dio la vuelta y la miró, echando chispas por los ojos.

-¡Esa no es la cuestión!

Con una voz que sonó misteriosamente como la de Marcea, Bonita inquirió:

-¿No?

El tono suave y el matiz aún más suave de reprimenda disiparon al instante la ira de Lena, que suspiró y asintió. La tensión enseguida dejó paso al cansancio.

-Sí. -Miró a Bonita y a su amante-. Eso es lo único que importa.
-Lo siento -dijo Julia-. Creí...
-No. -Lena se acercó a Julia y deslizó la mano bajo sus cabellos, acariciándole la nuca-. Soy yo quien lo siente.

Bonita se escabulló, y Julia apoyó la mejilla en el hombro de Lena y la abrazó por la cintura. El arma automática que Lena llevaba bajo el hombro izquierdo se ciñó contra el pecho de Julia, como un grosero recuerdo de los complejos límites que definían su relación.

-Quería volver antes de que despertases. Por Dios, Lena, no se me ocurrió pensar qué ocurriría si despertabas antes de que volviese.
-Es increíble que no me diese cuenta de que te levantabas... otra vez. -Con los ojos cerrados, Lena acercó la mejilla a los cabellos de Julia, acariciándole la espalda-. No es propio de mí.
-Me encanta que sigas durmiendo cuando me levanto. Casi nunca tengo ocasión de verte así. –Julia rozó con los labios la garganta de Lena, dibujando un beso sobre su piel-. Me gusta pensar que nuestra forma de hacer el amor te sume en un profundo sueño.
-Y así es. -Lena besó a Julia en la sien-. Cuando hacemos el amor, me relajo. -Ante la breve carcajada de Julia, añadió-: Bueno, después de que acabamos.
-Oh, cariño. -Julia ladeó el mentón y le dio un beso a Lena bajo la mandíbula-. No pretendía preocuparte.
-Lo sé. -Lena bajó la cabeza y buscó con los labios los de su amante. El calor de la boca de Julia y los latidos de su corazón contra el pecho de Lena la ayudaron a enfocar el mundo. Julia estaba a salvo-. No hiciste nada malo, Julia. No es malo querer vivir como el resto de la gente.
-Pero tampoco es prudente. -Había tristeza y resignación en la voz de Julia.
-No, pero yo no me quejo. -Lena acarició la mejilla de Julia, deslizando los dedos lentamente por el cuello de la joven-. Sé lo difícil que es para ti aceptar la vigilancia durante las veinticuatro horas del día y también sé que lo intentas. Y yo te lo agradezco.

Julia cabeceó.

-Dios mío, Elena. No me agradezcas que sea responsable cuando tú y los demás arriesgáis la vida por mí.
-No se trata de eso, sino de velar por tu seguridad... –Puso los dedos sobre los labios de Julia para acallar la protesta que se avecinaba-. Y no sólo porque importes en un sentido teórico, sino porque tú, Julia Volkova, eres una mujer especial. –Apartó los dedos y besó a Julia en la boca de nuevo-. Y yo, entre otros, te amo.
-Tú eres la única que importa -murmuró Julia, acercó la mano al cuello de Lena y enredó sus cabellos entre los dedos, mientras la besaba.

Lena gimió cuando la lengua de Julia se introdujo en su boca y se apoderó de ella. Estaba indefensa cuando Julia la tocaba. Indefensa cuando Julia le sonreía. Indefensa cuando la miraba. Indefensa, enamorada sin defensas. La magnitud de su deseo le llegó a lo más hondo, encendió su pasión y el terror al pensar en la facilidad con que podía perderlo todo, y se estremeció. Julia percibió el estremecimiento de Lena y la apretó contra sí. Desvió la boca y abrazó estrechamente a su amante.

-No pasa nada. Estoy aquí y siempre estaré aquí.

Lena asintió con los ojos cerrados y se esforzó por controlarse. Mientras despejaba la mente y barría las ideas de pérdida, soltó una temblorosa risa.

-Me deshaces.
-También usted logra que mi mundo se tambalee, comandante. -Hundió los dedos entre los cabellos de Lena tiernamente-. Es la primera vez que le pido disculpas a mi jefa de seguridad por sacar los pies del tiesto.
-Cuento con una injusta ventaja -dijo Lena riéndose-.
Seguramente no te acostaste con ninguna de las anteriores.
-Hummm, tal vez no. -Los ojos de Julia se iluminaron al ver reír a su amante-. Nunca me apeteció, aunque había una policía estatal...
-Julia -gruñó Lena.
-De acuerdo. -Julia se rió y dio una palmadita a Lena en la mejilla-. No te tomaré el pelo hasta después del café.
-Tengo que avisar al equipo de que estás aquí.

La expresión de Julia se tornó seria al momento.

-Naturalmente. ¿Podemos desayunar con Bonita?
-Julia, por favor -dijo Lena en tono amable-. No necesitas pedir permiso a nadie para una cosa así. Sólo tengo que conocer tus planes para hacer lo que hay que hacer.
-Ya lo sé. Lo que pretendía era preguntarte si te apetecía desayunar con Bonita.

Lena sonrió.

-Me encantaría. -Acarició la mejilla de Julia, y luego la besó una vez más-. Vuelvo enseguida.

Cuando regresó, tras avisar a Davis de que todo estaba en orden, Lena encontró a Bonita en el salón.

-Siento haberte asustado antes. ¿Sería abusar de tu hospitalidad si tomásemos ese desayuno que Julia y tú habíais planeado?
-Me parece estupendo. -Bonita se levantó del sofá y le dio el brazo a Lena-. ¿Se ha aclarado todo?
-Sí y... gracias por ayudarme a comprender lo que realmente importa esta mañana.
-Eres demasiado dura contigo misma, Elena. Has elegido un camino difícil: amarla y protegerla al mismo tiempo.
-¿Y no es la misma cosa?
-Por supuesto, pero en tu caso las dos estáis en una situación más peculiar de lo normal. -Bonita sonrió, poniéndose en marcha-. Si yo fuera Julia y tú mi amante, me sentiría muy bien protegida.
-Gracias -dijo Lena con ternura.
-Debes permitir que también ella cuide de ti. Una amante lo necesita.

Lena se detuvo en el pasillo, ante la puerta de la cocina, y miró a Bonita con una ceja arqueada.

-¿Habéis estado conspirando mi madre y tú?

Bonita se rió con ganas.

-Cuando dos personas son amigas desde hace tanto tiempo como tu madre y yo y han visto crecer a alguien como tú, ninguna de las dos puede dejar de hacer de madre.
-¿Como yo? -repitió Lena, sinceramente confundida.
-Responsable y entregada. -Bonita acarició la mejilla de Lena-. Y además encantadora y valiente.

Lena se puso colorada.

-Te lo... agradezco, Bonita.
-Ven. Vamos a tomar el café y a disfrutar de la compañía.

Cuando entraron en la cocina y los ojos de Lena tropezaron con los de Julia, Lena sonrió.

-Sí. Hagámoslo.

En Florida, en un hangar abovedado y revestido de aluminio, del tamaño de un campo de fútbol, un hombre practicaba el aterrizaje de un avión jumbo con los controles de un simulador de un vuelo. Llevaba seis semanas en la escuela de vuelo y ya casi dominaba las técnicas necesarias para alterar las pautas de dirección de la gran aeronave durante el vuelo. Cuando llegase el momento de poner a prueba sus nuevas habilidades, sabía que no fallaría. Había dedicado los últimos seis años de su vida a planear el gran momento que se avecinaba. Cuando lo llamasen, estaría listo para representar su papel en la mayor guerra santa de la historia. Sonriendo, rebobinó el simulador que reflejaba los paneles de control de un avión comercial volando a nueve mil metros y continuó entrenándose para su misión. Renee se apoyó en un codo, con la barbilla sobre la mano, y contempló la mano que había posado en medio del abdomen de Stark. Su piel color café destacaba frente a la palidez natural de Stark. El contraste le recordó lo diferentes que eran. Stark era muy firme, muy sólida, siempre dispuesta a entregarse. «¿Y yo? ¿Qué soy yo, en realidad? No tan confiada como antes, si alguna vez lo fui. ¿Cuándo dejé de creer en alguien como tú? ¿Cuándo dejé de soñar?» Stark se movió y sus párpados aletearon. La vibración de los músculos bajo los dedos de Renee suscitó un temblor automático en sus entrañas. Recordaba a Stark dentro de ella, tomándola sin el menor esfuerzo, sabiendo instintivamente lo que necesitaba y proporcionándole un dulcísimo placer. «Lo hiciste tan bien... De maravilla. Y me quedé dormida sobre ti, ¿verdad, cariño?» El deseo surgió en su interior, tenso y urgente. Aunque la excitación la dominaba, su mano no se inmutó. Contempló el rostro de Stark y le acarició el abdomen, cada vez más despacio mientras Stark murmuraba sin parar, y luego reanudó los movimientos firmes cuando Stark se tranquilizó, impregnando de lentitud las tiernas caricias. Al tocarla, al recordar las manos de Stark, se puso húmeda al instante. Mordió el labio inferior, decidida a ignorar la repentina hinchazón entre las piernas. Con cuidado se tendió en la cama, deslizando los dedos por el interior del muslo de Stark. Percibía el calor de la piel de Stark y las llamas automáticas que abrasaban su carne anhelante. La capacidad de pensar desapareció. Sólo existían las sensaciones. El fuerte aroma de su deseo, la piel suave como el satén bajo sus dedos, el dulce suspiro de la respiración de Stark en contraste con sus propios jadeos rotos. Apoyó los pechos en el muslo de Stark, bajó la cabeza y besó con cuidado un punto entre las piernas de Stark.

-Renee -dijo Stark con voz ronca, posando la mano en la nuca de Renee. Abrió los ojos y estuvo a punto de gritar ante el dulce placer que le proporcionaba la boca de Renee sobre su clítoris-. Oh, Dios... caray...

Sin mover la cabeza, Renee alzó un brazo y puso la mano entre los pechos de Stark, deteniéndola con suavidad y firmeza al mismo tiempo.

-No te muevas. Limítate a sentir.

Al oír las palabras, las caderas de Stark se retorcieron y sus piernas se tensaron. Le temblaban los dedos enredados en los cabellos de Renee.

-¿Podrías... volver a hacerlo?
-Humm. Lo estaba pensando. -Renee cerró los ojos con fuerza al sentir otra oleada de deseo. Corría el peligro de ceder ante la insistencia de su propio deseo, cuando lo que quería era complacer a Stark. Procurando que su cuerpo no rozase el de Stark, sin saber si podría dominar la tentación de satisfacer su necesidad con unos cuantos movimientos certeros, se movió hasta quedar entre las piernas de Stark. Rodeó con los brazos los muslos de su amante, alzó los ojos y tropezó con los de Stark, muy abiertos y ligeramente velados, mirándola-. Buenos días.

Stark tragó saliva y deslizó los dedos sobre la mejilla de Renee. Su voz se redujo a un débil susurro, pero sonreía con gran satisfacción.

-Los mejores.

Renee no aguantaba más. Necesitaba dar y necesitaba tomar; necesitaba perderse en el dulce éxtasis del placer de su amante. Utilizó los labios y la boca suavemente al principio, alternando los besos con lánguidas caricias de la lengua. Cada roce arrancaba tenues exclamaciones de placer de la garganta de Stark, que le llegaban a lo más íntimo. Cuando el clítoris de Stark se endureció al borde del clímax, también ella estuvo a punto de estallar. No obstante, reprimió las oleadas de rendición que temblaban en la boca del estómago y jugueteó con la pasión de Stark para que explotase contra su boca.

-Renee -gritó Stark, sorprendida-. Vas a hacer que me corra.

El ruido del placer de Stark y la vibración de su orgasmo junto a los labios de Renee provocó un dolor tan agudo en su propia piel que lo liberó automáticamente. Se corrió ante el primer roce de los dedos sobre su clítoris. Renee gimió a causa de los espasmos que se retorcían en sus entrañas, acarició a Stark con besos suaves y lametazos aún más suaves hasta que desaparecieron las últimas vibraciones. Respirando con dificultad, logró incorporarse en la cama antes de caer de lado con un brazo en torno a la cintura de Stark.

-¡Oh, Dios, Dios, eres divina!

Stark, deslumbrada, hundió la mejilla en el pecho de Renee y se aferró a ella.

-No puedo... me siento... oh, Renee.

Renee se rió en silencio y, con el corazón al vuelo, besó la frente de Stark.

-Bien, ¿verdad? ¿Te sientes bien?

Stark echó la cabeza hacia atrás, riéndose, y logró al fin centrarse en el hermoso rostro que la contemplaba con tanta ternura que le dieron ganas de llorar.

-No, bien no, de maravilla.

Los labios de Renee dibujaron una sonrisa de satisfacción.

-Yo también.
-Aún no tenemos que levantarnos, ¿verdad? -Stark acercó el rostro al pecho de Renee e introdujo el duro pezón en la boca, sonriendo al oír los rápidos jadeos de Renee.
-Oh cariño... no si vas a seguir haciendo eso.
-Es lo que tenía pensado.
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Mensaje por Anonymus 3/31/2015, 4:47 am

Capitulo 14

Lena se hallaba en un salón de baile con el techo abovedado como el de una catedral, las paredes cubiertas de obras de arte centenarias, pedestales de mármol y una orquesta sinfónica tocando al fondo. El ambiente era lujoso y elegante, y el lugar estaba lleno de diplomáticos y aristócratas europeos de todas clases. Lo veía todo y, en cierto sentido, no veía absolutamente nada. La clave de la vigilancia eficaz consistía en entrenarse para asimilar la estructura de todo, pero sin perderse en los detalles. Había mirado a todos los que estaban en el salón al menos una vez, fijándose en los pormenores de sus actitudes y su ropa, y no porque le interesasen, sino porque tenía que descartarlos. Tras la evaluación y calificación de cada individuo como no amenazante, pasaba a ser algo tan indiferente como un recortable de cartón, una forma sin rasgos que se movía dentro de su campo visual sin llamar su atención. Aquella noche, como siempre, una mujer destacaba en fuerte contraste con el fondo gris. Julia se había peinado para la ocasión, domesticando sus salvajes bucles en un elegante moño sostenido por una delicada peineta en la que brillaban los diamantes. El vestido de noche negro sin tirantes se abría entre sus pechos y revelaba un fascinante asomo de muslo cuando se movía. Una gargantilla de diamantes adornaba su cuello. A pesar de que Lena tenía plena consciencia de la presencia de otras personas en el lugar, Julia era el centro de su atención. Cualquiera que se acercase a ella, que le hablase o que la mirase durante demasiado tiempo se ganaba una profunda inspección por parte de Lena. En ese momento observaba cómo su amante bailaba en brazos de un hombre atractivo y moreno al que reconoció como el ministro de defensa de Francia. La mano del hombre se posaba en medio de la espalda de Julia, sobre su piel, que la profunda abertura del vestido dejaba al descubierto. El rostro de Lena no manifestó nada cuando vio cómo aquella mano se deslizaba en una indolente caricia. En el otro extremo del salón, Mac barría con la vista el enorme espacio, deteniéndose brevemente en las salidas para tomar nota de los que estaban en ellas: alguien situado junto a una puerta podía ser un observador o un pistolero. Sólo veía la bulliciosa multitud de hombres engolados y mujeres exquisitamente vestidas. También veía a sus colegas, a los seis que estaban en el salón. Había cuatro agentes más en el perímetro exterior. Sus ojos se posaron en su jefa y siguió la mirada de esta hasta Egret. A quince metros de distancia notaba el ardor de los ojos claros de la comandante. Alguien que no la conociese no notaría su tensión ni su furia, pero se había acostumbrado a descifrar el humor de Lena leyendo su lenguaje corporal y el mensaje de su expresión. Sabía que la comandante nunca manifestaba sus sentimientos voluntariamente. Y no era la primera vez que se alegraba de no estar en su pellejo. No huía de la responsabilidad y, de hecho, estaba orgulloso de ser casi siempre la persona que la comandante elegía para sustituirla cuando no estaba de servicio o no se hallaba disponible. Sin embargo, no la envidiaba, pues se daba cuenta de que tenía que comportarse como si no existiese ninguna relación personal entre Egret y ella. No dudaba de la capacidad de la comandante para garantizar la seguridad de Egret, pero ni siquiera era capaz de imaginar el coste emocional que le suponía la represión de sus sentimientos.

-Estás monopolizando a la señorita Volkova, Claude -se quejó en tono burlón una hermosa voz de contralto. Una mujer morena, de ojos negros, con un vestido rojo burdeos, cogió a Julia del brazo y con una taimada sonrisa la apartó del descontento acompañante-. ¿Cómo estás, querida?
-Eternamente agradecida por haberme rescatado –murmuró Julia, sonriendo y saludando con la cabeza a varias personas que le hablaron mientras se dirigía al borde de la pista de baile con su compañera-. Se me estaban agotando los temas de conversación.

La mujer, veinte años mayor que Julia, pero de una belleza sensual, ladeó la cabeza y se rió.

-Me sorprende que aguantases tanto. En otro tiempo lo habrías despedido con cajas destempladas en cuestión de minutos.
-He estado practicando la diplomacia.
-Creo recordar que antes note parecía necesaria.

Se acercó más a Julia, rozando con su pecho el brazo de la joven. Como no obtuvo respuesta de Julia, se rió de nuevo.

-Has cambiado.

Julia miró hacia donde había visto a Lena por última vez y sonrió cuando sus ojos tropezaron con los de su amante.

-Sí, es cierto.
-Ah... -Su acompañante siguió la mirada de Julia. Con una voz que casi era un ronroneo dijo-: Hay algo en ese cuerpo esbelto y prieto con esmoquin que me excita.
-Ya veo que al menos tú no has cambiado.
-Supongo que es la causa del follón.

Se detuvieron junto a una gran columna de mármol, al margen del bullicio. A Julia le dolía la cabeza tras conversar animadamente con tantas personas durante demasiadas horas. Lo único que le apetecía era desnudarse, poner los pies en alto y disfrutar de unos minutos de tranquilidad junto a Lena. Suspiró, dándose cuenta de que sería inútil negarlo que todo el mundo sabía.

-Sí.

La prensa la estaba esperando cuando llegó al palacio presidencial. Gritaron variaciones sobre las mismas preguntas con que la habían bombardeado el día antes, y otra vez se limitó a callar. Aunque ninguno de los invitados mencionó los artículos de los periódicos, Julia había notado unas cuantas miradas cargadas de intención durante la velada.

-¿Es tan buena como parece? -quiso saber la mujer.
Julia no se ofendió, pero ignoró la pregunta.
-Voy a acercarme al presidente y a su esposa para presentarles mis respetos. Mañana muy temprano he de tomar el avión para Estados Unidos y estoy agotada.

La mujer morena deslizó el brazo en torno a la cintura de Julia y se inclinó hacia ella, presionando con el muslo la cadera de la joven.

-Podríamos escabullirnos a mi apartamento un par de horas. ¿Recuerdas lo divertido que era?

Julia no lo recordaba. Sólo podía evocar el placer vacío de robar unas cuantas horas de libertad que no le permitían sentirse realmente libre y los momentos de satisfacción física que resultaban aún menos gratificantes.

-No puede ser. Gracias.
-¿No pretenderás decirme que vas en serio con esa mujer? Una aventura está bien, pero... por Dios, Julia. Aunque no te importe la política, es un suicidio social.
-Ya sabes que eso nunca me preocupó -dijo Julia.
-Sé que siempre hacías como si no te preocupase -repuso su acompañante-. Era una de las muchas cosas que me gustaban de ti. Pero aún eres joven, y algo así no dura toda la vida.
-Tienes toda la razón. -En el rostro de Julia se dibujó una sonrisa-. Por eso no pienso soltarla de ninguna manera.

La hermosa mujer se acercó y besó levemente a Julia en los labios.

-Echaré de menos aquellos momentos tan especiales contigo, querida.
-Cuídate -susurró Julia antes de apartarse de ella.

Julia había recorrido un corto trecho cuando Lena se reunió con ella. Julia aminoró el paso y sonrió a su amante.

-Hola.
-Señorita Volkova -dijo Lena en tono sereno. Estuvo a punto de tocarla, pero no lo hizo.
-Estoy lista para marcharme.

Con un gesto imperceptible que se podía interpretar como si se llevase la mano al pelo, Lena murmuró al minúsculo intercomunicador prendido en su puño izquierdo:

-Stark, lleve el coche a la entrada oeste.
-Tengo unas ganas tremendas de marcharme -dijo Julia con un suspiro.
-Sí -admitió Lena, permitiéndose un leve desahogo en su fachada profesional-. Yo también.
-Ven conmigo mientras me despido.
-Claro, estaré cerca.
-No -repuso Julia tiernamente, rodeando el brazo de Lena con los dedos y acercándose más a ella-. Acompáñame.

Lena, sorprendida, se puso rígida.

-Julia, yo no...
-Por favor.

Pronunció las palabras dulcemente, de amante a amante, y Lena no pudo negarse.

-Encantada.

Cuando se aproximaron al presidente francés y a su esposa, en el medio de una pequeña congregación de dignatarios, Lena escudriñó la multitud y vio a Mac en el lado izquierdo del salón y a Rogers en el derecho, pendientes de ellas. Tras asegurarse de que la vigilancia estaba garantizada mientras ella desviaba la atención, se relajó y admiró la facilidad de Julia para desenvolverse entre personas tan importantes. En aquel momento Julia agradecía al presidente francés y a su esposa su generosa hospitalidad y comentaba lo mucho que había disfrutado durante la velada. Hubo un intercambio de frases amables, y luego Julia sonrió a Lena.

-Permitan que les presente a mi acompañante, Elena Katina.

Lena dijo en francés que era un honor conocerlos y un placer visitar París. La esposa del presidente les sugirió que regresasen cuando Julia no tuviese que desempeñar tareas oficiales «para apreciar de verdad la belleza de París»; Lena sonrió y afirmó que esperaba tener ocasión de hacerlo pronto.
Tras las cortesías habituales, Julia y Lena se volvieron para marcharse.

-Creo que estaba flirteando contigo -susurró Julia.
Lena apenas pudo reprimir una carcajada.
-Ten por seguro que no.
-Eres tan arrebatadora que resultas peligrosa.
-Porque usted lo cree, señorita Volkova.

Antes de que Julia pudiese responder, Lena se apartó unos pasos. Los minutos que transcurrirían entre la salida del edificio y la ubicación segura de Julia en el vehículo eran fundamentales y tenía que concentrarse. Stark apareció con el chal de Julia y se lo dio.

-Aquí tiene, señorita Volkova. El coche la espera junto a la acera.
-Gracias. -Julia notó que otras personas se acercaban a ella y se dio cuenta de que Mac y Rogers completaban el círculo a su espalda.

Lena, un poco adelantada, cruzó la puerta en primer lugar, como siempre, y luego salió Julia. Al momento una luz brillante la deslumbró. Mientras parpadeaba sin parar para aclarar la visión, percibió una forma oscura que se abalanzaba por la derecha. Gritó, más por la sorpresa que por el miedo, cuando Stark la agarró por la cintura y la hizo retroceder varios pasos mientras la protegía del intruso con su cuerpo. Al mismo tiempo Julia vio a Lena perseguir a la figura y distinguió a un hombre corpulento, con una gorra negra y una chaqueta floja, que tenía algo en la mano. El intruso salió de la oscuridad tan rápido que se situó a menos de un metro de Julia antes de que Lena lo viese. Cuando lo vio, registró la velocidad de los movimientos del hombre y que sostenía algo en la mano, apuntando a Julia. Pistola. La reacción de Lena fue automática. Giró hacia él, dobló las rodillas para controlar el centro de gravedad y clavó el hombro en el pecho del individuo. Sujetó el brazo del hombre, el que portaba el arma, entre los puños, lo empujó y lo tiró de espaldas. El individuo cayó con un gruñido, y sus pulmones se quedaron sin aire debido a la fuerza de la imprevista caída. Inmediatamente Lena plantó una rodilla en el medio del pecho del hombre y le inmovilizó el brazo con una llave de codo. Podía romperle el brazo al tipo con una ligerísima presión. Sin alzar la vista, ordenó:

-Llevadla al hotel.

Apenas veinte segundos después, Julia estaba en la parte de atrás del Peugeot con Stark a su lado y Mac al volante. Se sumergieron en el tráfico con un chirrido de neumáticos.
-¿Se encuentra bien? -preguntó Stark en voz baja. Aunque tenía la respiración alterada, habló con voz serena.
-Sí. -Julia volvió la cabeza y miró por la ventanilla de atrás, pero no vio nada-. ¿Qué crees que era eso?
-Seguramente un paparazzi o un cazador de autógrafos. –Stark guardó el arma, que apretaba contra el costado sin que Julia la viese, en la funda de la cadera. «O algo peor, a juzgar por la reacción de la comandante.» Julia suspiró.
-¿Cuánto calculas que tardará Lena?

Stark se movió, incómoda.

-No sabría decirle.
-No -murmuró Julia, cerrando los ojos mientras se preguntaba cuándo volvería a ver a Lena-. No hay forma de saberlo, ¿verdad?

***

Renee dio la vuelta y cogió el auricular al segundo timbrazo.

-¿Diga?
-¿Te he despertado?

Se estiró bajo las sábanas, sonriendo y deleitándose en el roce del algodón sobre su piel desnuda.

-Estaba disfrutando de un sueño muy agradable con una agente del Servicio Secreto especialmente sexy...
-Lo siento.
-No importa.
-¿Qué llevas puesto?

Renee, riéndose con ganas, respondió:

-¿Por qué no vienes a verlo en persona?
-De acuerdo.

El estómago de Renee se agarrotó con una sacudida de emoción.

-¿Has acabado el turno?
-Síii.
-¿Cuánto tardarás en llegar?

Stark dudó.

-¿Dos minutos te parece mucho?

«¡Oh, eres una caja de sorpresas, caramba!» Renee habló con voz ronca y cálida:

-Que sea uno.
-Entendido.

Renee apartó la sábana y se levantó en cuanto colgó el auricular, buscando con la otra mano el albornoz que había arrojado a los pies de la cama. Se lo echó por encima mientras se dirigía a la puerta, ciñéndolo con una mano y sin preocuparse de atarlo. Cuando oyó que llamaban, miró a través de la mirilla y se apresuró a abrir la puerta.

-Qué tal -dijo Stark, entrando en la habitación. Se había puesto una camiseta y unos vaqueros. Renee dejó caer el albornoz, se adelantó y abrazó a Stark por los hombros, apretándose contra ella.
-Hola -murmuró, y besó a Stark en la boca.
-Yo... -El corazón de Stark se desbocó cuando vio el reflejo de azogue de la luna sobre la piel de Renee, y luego se detuvo en seco cuando el cuerpo de Renee se fundió con el suyo.

Apoyó la espalda en la puerta para sostenerse mientras deslizaba las manos sobre los muslos de Renee, bajo la seda, y las posaba en sus nalgas. Levantó las caderas automáticamente, Renee empujó, y ambas gimieron. Stark cerró los ojos, rindiéndose a todo lo que Renee hacía. El aroma a ambrosía del deseo llenó su mente cuando una lengua cálida se introdujo en su boca y avivó las llamas que ardían en su interior.

-Renee -murmuró Stark al sentir los dedos de su amante en la cremallera del pantalón-. Si me tocas, me desmayo.
-Hum, quiero que te derritas.
-Hecho. -Stark jadeó cuando los dedos acariciaron su vientre. Le temblaban las piernas, que amenazaban con doblarse-. Es nuestra última noche en París. Quiero pasarla haciendo el amor contigo.

Renee interrumpió con gran esfuerzo su búsqueda y enganchó los dedos en la cintura de los vaqueros de Stark.

-¿Cuánto tiempo tengo para estar contigo?

«Todo el que quieras. Siempre.» Stark acarició la base de la columna vertebral de Renee, apretándola contra sí.

-Hasta las cinco de la mañana.

«Poco más de tres horas. Y luego iremos en aviones distintos, regresaremos a casa y a... ¿qué?»

-Entonces, empecemos -murmuró Renee arrastrando a su amante hasta la cama.

***
-¿Comandante?

Lena se volvió al oír la voz de Mac y apoyó la cadera en la barandilla del balcón.

-¿Todo tranquilo?

Mac hizo un gesto afirmativo y fue hacia ella.

-No la he visto regresar.
-Acabo de llegar.

Mac esperó; sabía que la comandante le contaría lo que consideraba que él debía saber. Quería preguntarle por las ojeras que ni siquiera la oscuridad disimulaba, pero no lo hizo porque sería una intromisión y porque la relación de ambos llegaba hasta un punto lindante con la amistad. El vínculo entre ellos era profesional, de respeto, y Mac daría la vida por conservarlo, pero nunca habían compartido intimidades.

-¿Cuál es la prioridad número uno de tu vida, Mac?

La sorpresa de Mac no le impidió responder inmediatamente.

-El bienestar de Egret.

Lena asintió.

-Muy bien. Porque no quiero que te preocupes por tu carrera si te parece que tienes que decirme o decirle a otros que crees que estoy metiendo la pata.

-Le doy mi palabra.
-Gracias.

Ambos se volvieron simultáneamente y pusieron las manos sobre la balaustrada de hierro que rodeaba el balcón y miraba al Arco del Triunfo, situado a escasas manzanas de distancia. El tejido de sus esmóquines casi idénticos se erizó cuando sus hombros se tocaron.

-No he notado ningún problema, comandante. -No la miró mientras hablaba, sino que se dedicó a contemplar el chorro de luces que parpadeaban en los campos Elíseos.
-Anoche la llevé a un lugar sin garantías de seguridad con un equipo mínimo y ni siquiera tuve la previsión de comprobar el perímetro personalmente. Si le hubiese ocurrido algo, no sé si hubiéramos podido protegerla.

Lo que acababa de admitir ante Mac era suficiente para que la despidiesen si se lo hubiese dicho a otra persona. Mac se alegró de que le confiase sus preocupaciones más que de ninguna otra cosa a lo largo de su carrera.

-Aparte de ayer, después de la difusión de las noticias en Estados Unidos, sólo estábamos en un nivel de alerta medio. No había el menor indicio de un incremento de la actividad hostil en esta zona ni de atención anormal por Egret. Por tanto, no teníamos motivos para suponer que se hallaba en peligro.
-Fue un descuido -murmuró Lena, enfadada-. Estaba demasiado ocupada pensando en ella...
-En efecto -dijo Mac en tono amable. Lena se frotó la cara enérgicamente.
-Igual que...
-Comandante, desde que Egret y usted están... juntas -comentó, escogiendo las palabras con cuidado-, ella acepta de buen grado nuestras medidas de seguridad. Está mucho más protegida que antes.
-Eso no sirve de disculpa para que yo no haga bien mi trabajo.
-De acuerdo. Y si yo creyese que ocurría algo así, lo diría. A usted.
-Confío en que lo haga. -Lena suspiró y se volvió hacia el centro de comunicaciones-. Voy a revisar el itinerario del vuelo de regreso y la ubicación del personal...
-¿Por qué no se va a la cama? Yo me quedaré hasta la reunión de la mañana. -Casi inmediatamente añadió-: Creo que la señorita Volkova estaba preocupada por el altercado de antes.

Lena respiró a fondo.

-Rogers y yo le dimos una buena paliza. Comprobamos su identificación con los medios limitados que teníamos y parece un periodista autónomo legal. Dijo que sólo buscaba una declaración de ella sobre su modo de vida. Quería adelantarse a los otros periódicos.
-¿Lo creyó?
-Me habría gustado cotejar su perfil en la INTERPOL y en la base de datos del Instituto de Seguridad Nacional, pero esta noche no se puede hacer y tampoco tenemos motivos para detenerlo. -Entró en el centro de comunicaciones, que ya había sido parcialmente desmantelado debido a la próxima marcha-. Pero los franceses se han comprometido a vigilarlo y a informarnos si ocurre algo raro.

Los dos sabían que la comunicación de datos de inteligencia entre agencias, sobre todo la internacional, era tan escasa que, aunque los franceses descubriesen algo extraño en los antecedentes del periodista, la información podría perderse sin llegar nunca a ellos. Pero era lo único que se podía hacer.

-Te veré a las 06.30 -dijo Lena, dirigiéndose a la puerta.
-Entendido. -Cuando Lena desapareció, Mac paseó los ojos por el centro de comunicaciones casi desierto. En la habitación de al lado Cynthia Parker se encargaba de los ordenadores durante el turno de noche. El resplandor de las pantallas indicaba su presencia, pero a pesar de eso, se sentía completamente solo. Se sentó ante la larga y vacía mesa de reuniones con un montón de listados de ordenador y comenzó a repasar los comunicados aleatorios que entraban durante las veinticuatro horas del día. Supuso que Felicia estaría durmiendo y confió en que el consuelo de la rutina lo sostuviese hasta la mañana.
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Mensaje por Anonymus 4/8/2015, 1:47 am

Capitulo Quince


Lena cerró la puerta del centro de comunicaciones en silencio, saludó con un breve gesto a Reynolds, que estaba en el pasillo ante la habitación de Julia, y se dirigió a la escalera. La noche había sido larga, y ella estaba reventada y sola. Había planeado pasar unos minutos de intimidad con Julia después del baile, pero el intruso había acabado con todos los planes. Faltaba poco para el amanecer y tenían ante sí un largo día de viaje, otra situación potencialmente peligrosa para Julia frente a la que Lena y todo el equipo debían estar alertas.

-¿Comandante?

Lena se volvió y dijo:

-¿Sí?

Reynolds le entregó un sobre.

-Para usted, señora.

Lena se adelantó en silencio y extendió la mano. Le dio la espalda a Reynolds, abrió el sobre y cogió la hoja de papel color crema con el símbolo del Hotel Marigny. La letra firme de su amante decía: «Por favor ven a verme... no importa la hora. J-». Lena guardó la nota en el sobre y lo introdujo en el bolsillo de la chaqueta. Luego pasó ante Reynolds, que no dio muestras de verla, utilizó la llave maestra para abrir la puerta y entró en la habitación de Julia. La salita estaba a oscuras, igual que el dormitorio. Lena, guiándose por la luz de la luna, se quitó la chaqueta del esmoquin y la puso sobre el brazo de un sofá. Se aflojó la corbata, la dobló y la metió en el bolsillo del pantalón. Cuando llegó a la puerta del dormitorio, se había quitado los gemelos de la camisa y los había guardado en otro bolsillo. Al entrar en el dormitorio se descalzó y dejó los zapatos a un lado, con los calcetines. Desprendió la camisa del fajín que llevaba a la cintura y la dejó caer sobre la pistolera de la cadera. Se acercó a la cama y contempló a Julia, que dormía desnuda bajo una blanquísima sábana. Se había quitado la peineta, y ondas del negro cabellos enmarcaban el rostro de la joven bajo la luz plateada. A Lena se le encogió el corazón con la sensación dolorosa que siempre se apoderaba de ella cuando contemplaba tanta belleza. Enfrentada a la belleza y al amor, quedaba indefensa. Retiró el arma del cinturón y la dejó encima de una antigua mesilla;
luego se quitó la camisa, bajó la cremallera del pantalón y se despojó del resto de la ropa. Apartó la sábana con cuidado y se acostó al borde de la cama. Sin darle tiempo a estirarse, Julia la rodeó por detrás con los dos brazos en torno a la cintura y apretó la mejilla contra la espalda de Lena.

-Has venido. Esperaba que lo hicieras -murmuró Julia con la boca sobre la piel de Lena, acariciándole el abdomen con la mano. El contacto, casual y posesivo, era reconfortante y excitante al mismo tiempo. Con la mano de Julia sobre ella, Lena exhaló un profundo suspiro de cansancio y se recostó en las almohadas. Julia siguió sus movimientos hasta ponerse al lado de Lena, con la cabeza sobre el hombro de su amante. Mientras continuaba con sus tiernas caricias, Julia preguntó:- ¿Quién era el hombre?

Lena acarició los espesos cabellos negros, reconfortada como siempre por la aromática dulzura que se deslizaba entre sus dedos.

-Sólo un periodista, por lo visto.
-Entonces, ¿la luz que vi al salir era el flash de una cámara?
-Sí, y también llevaba una mini grabadora. Eso era lo que tenía en la mano: el micrófono. -«Creí que se trataba de una pistola.» Lena pensó en que había estado a punto de dislocarle el codo al hombre, más por rabia que por necesidad. Aquella noche él había sido el último de una larga fila de personas en sobrepasar los límites con respecto a su amante: la avalancha de medios de comunicación que se habían lanzado sobre ellas nada más salir del coche, los hombres que deseaban a Julia y que aprovechaban la menor ocasión para tocarla y acariciarla como si tuviesen derecho a hacerlo, la ex amante (porque no podía ser otra cosa a juzgar por la forma en que había mirado a Julia, tocándola con una confianza que nacía de la intimidad) que claramente buscaba un encuentro. Cuando aquel intruso salió de la oscuridad y acosó a su amante, Lena estaba dispuesta a luchar. Había tenido que recurrir a todo su control para limitarse a inmovilizarlo sin descargar su furia rompiéndole el brazo. Julia acercó los labios a los músculos tensos del cuello de Lena.
-¿Qué ocurre?
-Nada... sólo nervios.
-Lo sé. Lo noto. -Julia se apoyó en un codo y examinó a su amante. Los ojos de Lena eran oscuros charcos, y bajo la tenue luz de la luna no podía descifrar lo que había en sus profundidades. Se encontraba en desventaja al no ver los ojos de Lena, pues eran el único medio a través del cual esta expresaba sus secretos. Le puso la mano sobre el pecho, sintiendo los firmes latidos del corazón, y deslizó una pierna sobre el muslo de su amante-. ¿Quieres contarme por qué?

Lena dudó; no deseaba abrumar a su amante con preocupaciones sobre una situación que no podía cambiar. Pero recordó lo que Julia le había dicho unas semanas antes. «Te amo. No se trata sólo de sexo y de que compartamos un mismo entorno, sino de que necesito estar contigo. Se trata de la necesidad de formar parte de tu vida.» Puso una mano en la nuca de Julia, la deslizó y respondió en tono sereno:

-Estaba pensando en lo mucho que me desagrada que otras personas te toquen o que intenten tocarte.
-Otras personas. -Julia se quedó callada durante un buen rato-. ¿Personas como Margot Fallon?
-Por ejemplo -dijo Lena en tono indiferente mientras pensaba en la despampanante esposa del embajador francés.
-Debí darme cuenta de que sabías lo que ella pretendía -suspiró Julia, consciente de que su relación previa con Margot seguramente estaba documentada en alguna parte y de que Lena la conocía-. Sabes que no me sentí tentada, ¿verdad?
-La tentación no es un pecado.
-No -murmuró Julia, supongo que no se nos puede pedir que controlemos las respuestas de nuestro cuerpo.
-La mataría.

Lena habló en tono muy serio, pero Julia se rió y se acercó más a ella.

-Por si te interesa, no me tentó ni física ni espiritualmente. Pero siento que te haya molestado.
-No es culpa tuya y no tienes por qué disculparte. –Lena volvió la cabeza y besó a Julia en la frente, poniéndose de lado hasta que los cuerpos de ambas quedaron pegados- Comprendo lo difícil que es para ti ser constantemente el centro de atención. Demasiada gente se toma libertades.

Julia contuvo la respiración mientras se apoderaba de su corazón una mezcla de placer y sorpresa.

-Cada vez que dices una cosa así, me enamoro de ti de nuevo.

Lena siguió, antes de cambiar de idea.

-Esta noche he hablado con Mac sobre si mi relación contigo comprometía mi capacidad para dirigir el equipo.
-Oh Lena, lo siento. Siento que lo ocurrido esta noche te haya hecho pensar semejante cosa. -Julia se rió, dulcemente, y besó a Lena en el cuello-. Hace unos meses... diablos, hace unas semanas, me habría encantado saber que no estabas satisfecha de tu trabajo. Porque entonces podría haber aprovechado tu momentánea y rarísima inseguridad para que dimitieses.
-¿Y ahora? -preguntó Lena, llena de curiosidad.
-Aunque me revienta pensar que te arriesgas por protegerme, me encanta tenerte cerca. -Julia tomó aliento y añadió antes de cambiar de idea-: Más que eso, me encanta que seas mi jefa de seguridad. Confío en ti.
-Eso significa mucho para mí -murmuró Lena, deslizando los dedos sobre la mandíbula de Julia y ladeando la cabeza para besarla. Se deleitó en la suavidad de los labios de Julia, acariciando los elegantes huesos del rostro de la joven mientras exploraba el calor de su boca con la lengua. Luego se apartó y dijo con voz ronca-: Si alguna vez pensase que no podía cuidarte, renunciaría.
-No puedo ni imaginar algo así -susurró Julia-, pero siempre que me permitas que yo cuide también de ti, no te pediré que dejes de hacer lo que tienes que hacer.

Lena apoyó la frente en la de Julia, dominada por un sentimiento de paz y lealtad infinitas.

-Te necesito muchísimo.

Julia se quedó sin habla por segunda vez esa noche. Se acercó más a Lena, apretando los pechos contra los de su amante e insinuando una pierna entre los muslos de Lena. El brote de placer que la sacudió era producto de la felicidad tanto como de la excitación. Si hubiese sido físicamente posible, se habría introducido dentro del cuerpo de Lena para quedarse allí siempre: quería estar unida a ella. La realidad sólo le permitía ofrecer palabras insuficientes y transmitir con el cuerpo la profundidad de su amor. Deslizó la mano sobre el
abdomen de Lena hasta las caderas y la apretó contra sí. Su voz se convirtió en un ruego desesperado:

-Te amo tanto que no sé cómo decírtelo ni cómo demostrártelo. Quiero hacer el amor contigo, pero comprendo que con eso no basta. Dios... nada sería suficiente.
-Abrázame fuerte -susurró Lena con voz ronca al oído de Julia, anhelando sentir los latidos del corazón de Julia contra su piel-. Abrázame así hasta por la mañana, y te prometo que será suficiente.

El débil temblor de la voz de Lena suscitó una oleada de protección en Julia, que la abrazó estrechamente.

-Oh sí, cariño. Sí.
-Casi es de día -susurró Renee, apoyándose en los codos y rodeando con las manos el rostro de Stark-. Deberías dormir un poco.
-Puedo dormir en el avión. -Stark deslizó las manos por la espalda de Renee hasta las caderas y alzó la pelvis; el contacto le hizo hervir la sangre-. Contigo todo me parece poco. No quiero dormir cuando puedo tocarte.
-Esto no tiene por qué acabar esta noche. -Renee la besó dulcemente. «¿De verdad? Dime que no. Dime que no ha ocurrido sólo porque estamos en París.»
-Lo sé. -Stark suspiró-. Pero cuando regresemos a casa, tú tendrás que trabajar, y yo viajaré con Egret. No podré verte mucho.

Renee se rió dulcemente porque el alivio la animó. Entrelazó con los dedos los cabellos de Stark y levantó la pierna entre los fuertes muslos de la joven, disfrutando del gemido de sorpresa que arrancó a la mujer que tenía debajo. Aunque se consideraba satisfecha -más que satisfecha- por el increíble orgasmo que había experimentado momentos antes, sintió que vibraba y se endurecía de nuevo.

-Encontraremos tiempo. Haremos tiempo. -Se inclinó y besó a Stark con una avidez que las sorprendió a las dos. Se columpió sobre el muslo de Stark, y ambas se excitaron cuando impregnó la piel de Stark con la ardiente esencia de su deseo. Habló entre jadeos-: Esta es nuestra vida.
-Siéntate -imploró Stark, desesperada y casi sin aliento al ver cómo el rostro de Renee se inundaba de placer-. Quiero ver cómo te corres. Quiero recordar lo hermosa que eres.

Renee soltó un gemido y se alzó con esfuerzo para sentarse a horcajadas sobre la pierna de Stark, agarrando las manos que Paula le ofrecía para sostenerse. Sus dedos se entrelazaron, y el pelo de Stark cayó hacia delante mientras su cabeza oscilaba. Las caderas de Renee se agitaron, se le encogió el estómago y se le nubló la vista.

-¡Oh, Dios! -exclamó, echando la cabeza hacia atrás.- ¡Oh, Dios, Paula!
-Ya está -dijo Paula con voz ronca. Su propio cuerpo vibró con una oleada de placer al ver a Renee al borde del orgasmo, pero aquel placer era un débil eco de la gloria de contemplar la rendición de Renee-. ¡Qué preciosidad!

Renee, que temblaba en la cumbre de su desahogo, imploró:

-Abrázame.

Stark se incorporó y rodeó con los brazos a Renee, que susurraba su nombre entre sollozos y estremecimientos. Cayeron sobre la cama, aferradas la una a la otra. Stark murmuró, acariciando el pelo de Renee:
-¿Te encuentras bien?
-Oh. -Renee se rió casi sin fuerzas-. No tengo ni idea. –Rozó con la mejilla el pecho de Stark-. Nunca había hecho algo así con nadie.
-¿Cómo qué? -Stark besó a Renee en la frente, en los ojos, en las mejillas-. ¿Qué, cariño?
-Algo tan loco, tan libre. -Renee acarició el pecho de Stark con ternura-. Tan seguro. Eres una amante de primera.
-Yo... -farfulló Stark, procurando ignorar el rápido endurecimiento del pezón bajo la mano de Renee-. Yo no hago nada. Eres... tú, tú... Yo sólo te toco.

«Entonces, por favor, no pares.» Renee lanzó un profundo suspiro.

-Pues funciona muy bien.
-Estupendo. -Stark interrumpió el movimiento de la mano de Renee. El lento roce de los dedos la estaba volviendo loca-. ¿Me llamarás mañana en cuanto aterrices?
-Humm. ¿Dónde estarás?
-Se supone que iremos a Nueva York, pero nunca se sabe.
-¿Sabes qué te digo? Te llamaré al móvil en cuanto aterrice, y tú me llamas cuando estés libre.
-De acuerdo. -Stark suspiró-. Ya te echo de menos.
-Aún no me he ido. -Renee posó los labios sobre el pezón de Stark mientras deslizaba la mano sobre su estómago y entre las piernas. Gimió débilmente cuando Stark se arqueó bajo sus manos. Acarició con suavidad el clítoris de Stark, adaptando las caricias al ritmo del placer que manifestaban los murmullos de esta. Cuando la primera oleada del clímax de Stark vibró
bajo sus dedos, la penetró con cuidado.
-Es genial. -Stark dio una sacudida y enterró el rostro en los cabellos de Renee, procurando aguantar el repentino brote de sensaciones. No sabía que se pudiera sentir de aquella forma, tan plena y al mismo tiempo tan deseosa de más-. Hazlo... más fuerte.
-La próxima vez, cariño -susurró Renee, metiendo y sacando los dedos suavemente-. Ahora córrete para que yo lo vea.
-Ya voy -sollozó Stark-. Yo... oh... ya.

En medio de una nube de placer, Renee contuvo el deseo de penetrarla más, con más fuerza, porque sabía que su amante necesitaba aquel acto de amor. Detuvo la mano cuando el orgasmo se enredó en sus dedos, moviéndola sólo al final para acompañar los últimos espasmos de placer. Cuando sintió que los músculos tensos de Stark se relajaban y su cuerpo se serenaba, se retiró lentamente. Al oír un breve grito, Renee se apretó contra su amante.

-Cariño, mi amor, ¿te encuentras bien?

Stark, debilitada por las secuelas del placer, apoyó la frente entre los pechos de Renee y habló con un levísimo susurro:

-¿Bien? Podría morir de felicidad ahora mismo.

El corazón de Renee se desbocó, aunque sabía que las palabras no transmitían ningún presagio, y soltó una risita mientras acariciaba el rostro húmedo de Stark.

-Como esto sólo ha sido el principio, sugiero que te quedes en el mundo un poco más.
-Oh, eso pienso hacer.

A las 06.10 Felicia apartó la vista del periódico cuando la puerta de la habitación del hotel se abrió de golpe. Stark entró precipitadamente con una expresión de aturdido pánico en el
rostro.

-Oh, Dios -exclamó Stark, con los ojos desorbitados-. Llego tarde, y la comandante me va a matar.

Felicia, con un traje de seda mezclada gris oscuro, tomaba café en la mesita situada ante los ventanales que se abrían al pequeño balcón. Dejó la taza a un lado y contempló a Stark con
un asomo de sonrisa.

-Dúchate. Ya he recogido tus cosas.

Stark se detuvo en seco, respirando con dificultad.

-¿En serio? Oh, Dios, ¿lo has hecho? Estoy en deuda contigo. Te debo mucho.
-Tienes razón. Me debes mucho. -Felicia volvió a su periódico, reprimiendo una carcajada. Un cuarto de hora después, Stark y ella se dirigieron al centro de comunicaciones, donde se reunió el resto del equipo en menos de treinta segundos. Los agentes se sentaron alrededor de la mesa de reuniones y esperaron en silencio, la mayoría con vasos de café en una mano y agendas electrónicas en la otra, a que Lena se situase en la cabecera de la mesa e iniciase la sesión matutina.
-Ha habido un ligero cambio de planes -anunció Lena a las 06.30 en punto-. Volamos al aeropuerto Dulles de Washington en vez de a La Guardia. Los que tenían destinos temporales para este viaje pueden gestionar allí el regreso a sus respectivas bases. El equipo permanente permanecerá en Washington hasta nuevo aviso. Mac los informará de los turnos en el avión.


Nadie dijo nada. Los cambios de último momento en el itinerario no eran raros, sobre todo en los regresos. La alteración de los planes personales formaba parte rutinaria del trabajo. Después de que Lena revisase el horario de traslado al aeropuerto De Gaulle, junto con la distribución de vehículos, indicó al equipo que preparase la partida. Cuando todos se fueron, se acercó a Mac.

-Deje que lo adivine, ¿Lucinda Washburn?

Lena asintió con una levísima sonrisa.

-Esa mujer no duerme nunca. Llamó a Julia a las cinco de la mañana y le exigió que se presentase en la Casa Blanca esta noche.
-Supongo que tiene que ver con las noticias, ¿no?
-Seguramente. -Lena escupió las palabras mientras procuraba controlar su furia-. Y no es que Lucinda no supiese lo que se avecinaba. Julia le avisó de la entrevista cuando la concertó.
-¿Puedo hacer algo?

Lena negó con la cabeza.

-Gracias. Julia lo arreglará, estoy segura. -«Pero ojalá que no tuviese que hacerlo. Lo único que quiere es regresar a casa y seguir pintando. Ha cumplido con su deber en este viaje y lo menos que Lucinda puede hacer es dejarla tranquila durante unas semanas.» Lena suspiró, con un esfuerzo consciente por centrarse en los detalles de la última etapa del viaje- Vámonos a casa, Mac.
-Entendido, comandante.

18 agosto 01

A la salida de la Interestatal 95, Florida Un fornido pelirrojo con un uniforme de camuflaje verde oliva entró en el restaurante y miró las mesas casi vacías. Sus inexpresivos ojos azules se posaron en un hombre delgado, moreno, barbudo, vestido con unos pantalones de algodón marrones y una camisa blanca de cuello abierto. La foto en fax que le habían proporcionado de su contacto no era muy buena, pero el hombre que lo estaba mirando en aquel momento
encajaba en la descripción. Cruzó el restaurante y se sentó pesadamente en el reservado, frente al hombre más menudo.

-¿Está listo su equipo? -preguntó sin más preámbulos. «Arrogantes americanos.» Los ojos del barbudo centellearon de indignación, pero respondió tranquilamente con un ligero acento extranjero:
-Sí.
-¿Y los otros?
-Sólo esperan las instrucciones definitivas para entrar en acción.

El pelirrojo deslizó una hoja de papel sobre la mesa.

-Estos son los detalles del vuelo.

No se mencionaban los objetivos, pero él los conocía. Nueva York, Washington, Chicago, Los Ángeles. Y uno muy especial que ignoraba el «amigo» barbudo. Tras examinar el listado unos instantes, el primer hombre alzó la vista con un gesto de sorpresa.

-Creímos que sería antes.
-Cambiaron el personal de uno de los vuelos esenciales. Si el comando Hidra quiere los seis objetivos, la fecha tiene que ser esa. -El segundo hombre habló en tono condescendiente.

Los otros estaban en su terreno, aunque el montaje era de ellos. Habían recurrido a su organización, ofreciéndose a combinar recursos para realizar un ataque preventivo que enviaría un mensaje definitivo a Estados Unidos: iban a tomar el poder los verdaderos americanos. Sus grupos tal vez tuviesen planes distintos, pero un golpe al enemigo común fortalecería a todos. Hoy aliados, mañana enemigos. Así era la guerra.

-Cuando mi jefe da su palabra, no duda. -El barbudo dobló cuidadosamente la hoja de papel con los horarios de salida y los números de vuelo de los aviones que los llevarían a sus hermanos y a él a la gloria.

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Mensaje por Anonymus 4/8/2015, 1:53 am

Capitulo Dieciséis


El todoterreno aminoró la marcha al traspasar la verja de seguridad y se dirigió a la entrada particular de la primera familia. Julia se inclinó en el asiento y rozó el brazo de Lena.

-¿Estarás en tu apartamento?
-¿Esta noche? -repuso Lena. Había despedido a los agentes que las habían acompañado a París en el aeropuerto Dulles y su equipo tenía la noche libre. El personal de seguridad de la Casa Blanca era responsable de la seguridad de Julia mientras estuviese en el edificio, igual que lo eran de la seguridad del presidente cuando estaba en la casa. A Lena no le gustaba mucho el plan, pues consideraba que la patrulla de la Casa Blanca se componía fundamentalmente de guardaespaldas, no de agentes de seguridad. Pero políticamente no podía decir nada al respecto-. Sí, estaré en casa esta noche. ¿Te quedarás aquí?

Julia asintió.

-No sé cuánto durará la reunión con Lucinda, pero espero poder hablar con mi padre después. No lo he visto desde que viajamos a París.

El vehículo se detuvo, pero como ni Lena ni Julia hicieron ademán de salir, Phil Rogers permaneció al volante al otro lado del panel de cristal. No obstante, Julia bajó la voz.

-Te echaré de menos. Me había acostumbrado a dormir contigo por las noches.
-Lo sé.

Disfrutaban de cierto grado de libertad cuando viajaban e incluso en Nueva York, porque el equipo de seguridad de Julia existía por un motivo: para protegerla. Los agentes estaban adiestrados para desviar la vista en lo tocante a las vidas privadas de sus protegidos, aunque estos se acostasen con uno de ellos. Sin embargo, Julia y Lena valoraban su intimidad y procuraban no someter su relación personal a un escrutinio excesivo, lo cual significaba que había veces en que no tenían forma de estar juntas. Y aquella era una de esas
veces. Lena suspiró.

-Resulta que ahora no duermo bien cuando no estás tú.

Julia sonrió. Aunque no deseaba que Lena sufriese, se alegraba de saber que no era la única que odiaba las separaciones forzosas.

-Te llamaré en cuanto pueda después de hablar con Lucinda.

Lena arqueó una ceja ligeramente mientras cabeceaba.

-He venido contigo para eso.
-¿Qué? -Julia se puso rígida.
-Si Lucinda Washburn quiere hablarte de tu relación conmigo, deseo estar presente.
-No me parece buena idea -se apresuró a decir Julia-. Sólo nos faltaba recalcar el hecho de que eres mi jefa de seguridad y mi amante. No quiero ponerte en evidencia.
-Tampoco puedes esconderme en el armario, Julia –repuso Lena-. Lucinda sabe con quién te acuestas. Mis superiores saben que me acuesto contigo. El presidente de Estados Unidos sabe que somos amantes. No hay armario en el quepa todo eso.
-No pretendo esconderte en el armario, Elena. –Julia estaba cansada del viaje y harta de la tensión constante que le provocaba decidir cuánto debía revelar de su vida personal y a quién. Pronunció las palabras con mayor brusquedad de lo que quería.
-Entonces, ¿qué pretendes?
-Protegerte. -Julia estiró el brazo para abrir la puerta-. Eso lo comprendes, ¿verdad? No debo entender que te interpongas entre el peligro y yo. ¡Y encima tengo que estar encantada!

Antes de que Julia saliese del coche, zanjando la última oportunidad de intimidad, Lena la sujetó.

-Espera, Julia.

Como ya la echaba de menos y sabía que le dolería el alma el resto de la noche si se separaban de aquella forma, Julia se detuvo y se acomodó de nuevo en el asiento, con un suspiro.

-Dios, a veces me vuelves loca.
-Pues estamos empatadas. -Lena frotó el caballete de la nariz y se mesó los cabellos con la mano. Con voz más serena dijo-: Si Lucinda Washburn o cualquier otra personaba a regañarte por tu relación conmigo, quiero estar delante. Tenemos que afrontarlo juntas. Como si fuéramos una pareja.

«Como si fuéramos una pareja. Una pareja.» Julia miró a Lena con ansiedad, buscando en sus ojos la respuesta a la pregunta que temía formular. En ese momento no le bastaba con ver decisión y cariño en los ojos de Lena. Era algo tan esencial para ella que necesitaba escuchar las palabras.

-¿Es realmente lo que somos? ¿Lo que tú quieres que seamos?

Nada afectaba tanto a Lena como notar el más leve asomo de inseguridad en la voz de Julia. Cuando se conocieron, se había enamorado de la fortaleza de Julia y de su indomable voluntad. Saber que algo, sobre todo algo tocante a su relación, podía tambalear aquella certidumbre era como un puñetazo en el estómago. Extendió la mano y cogió la de Julia

-Te amo. Eres mi vida.

Julia cerró los ojos durante unos momentos. Cuando los abrió, la tenue luz del interior del coche no pudo ocultar el brillo de las lágrimas.

-No puedo negarme cuando dices una cosa así. Nadie me ha llegado tan adentro como tú.

Lena acercó la mano de Julia a los labios, la besó suavemente y luego frotó la mejilla contra los dedos de la joven.

-Porque soy la única que se ha sentido aceptada.
-Cierto, y eso me da un miedo horrible. -Julia habló en voz baja, casi para sí. Luego se enderezó y fijó la mirada en Lena-. Ten cuidado con Lucinda. Está acostumbrada a regañar a la Junta de Jefes de Estado Mayor y a enfrentarse a los miembros del gabinete antes de desayunar.
-No creo que sea peor que la hija del presidente antes del primer café.

Julia se rió a carcajadas.

-Le gusta vivir peligrosamente, ¿verdad, comandante?
-Digamos que disfruto de la vida contigo. -Lena sonrió, abrió la puerta, salió del coche y le ofreció la mano a Julia-. ¿Vamos?

«Contigo a cualquier parte.» Julia descendió del todoterreno y entrelazó los dedos con los de Lena mientras contemplaba la Casa Blanca. Otro fragmento de su vida encajaba en su lugar mientras subía las escaleras de la entrada de la mano de su amante.

-Sólo será un minuto mientras concluye una llamada -dijo el secretario de Lucinda a Julia mientras interceptaba otras tres llamadas-. Quiere verla antes de nada.

Tres minutos después guio a Julia y a Lena al despacho de la jefa de gabinete. Lucinda estaba detrás de la mesa, con las gafas de lectura colgando de un cordón trenzado de colores. Alzó la vista al oír que se abría la puerta y contempló a Lena con intensidad antes de fijar la atención en Julia.

-Tal vez prefieras una reunión privada.
-No, no la prefiero. -Julia estiró el brazo y dio la mano a Lena de nuevo-. Te presento a mi amante, Elena Katina. Lena, Lucinda Washburn.

Lena apretó los dedos de Julia antes de adelantarse y ofrecer la mano a Lucinda.

-Encantada de conocerla, señora.

Lucinda, una mujer imponente de cincuenta y tantos años, vestida con un impecable traje a medida y la cantidad correcta de joyas caras pero sutiles, se levantó y saludó a Lena. Luego, dio la vuelta a la mesa y las invitó a sentarse. Ocupó la butaca frente al sofá para que Julia y Lena se sentasen juntas. Después se dirigió a Lena:

-¿Piensa casarse con la hija del presidente, agente Katina?
-Lucinda, ¿qué diablos es eso? -Julia se puso rígida de indignación; sus ojos echaban chispas. La jefa de gabinete se encogió de hombros con gesto indiferente.
-Es una de las numerosas preguntas que tengo que hacer.
-Nuestra vida privada no te incumbe. -Julia conocía a Lucinda Washburn desde pequeña; el poder y el estatus de Lucinda la habían intimidado muchas veces, no sólo con relación a la maquinaria política de su padre, sino también dentro del pequeño círculo de amigos íntimos. Casi nunca tenía ocasión de discutir o de discrepar con Lucinda, aunque a menudo le molestaba la posición esencial de aquella mujer en la vida de su padre. Una posición que, por lo visto, ella nunca ocuparía.
-En primer lugar -dijo Lucinda en tono meloso-, no tienes vida privada. Al menos durante los próximos tres... o, si Dios quiere, los próximos siete años. En segundo lugar, aunque la tuvieras, me incumbiría. Todo lo que afecta a la posición de tu padre me incumbe.
-No entiendo...

La profunda voz de Lena interrumpió a Julia.

-Hace un año ni siquiera se me habría ocurrido que podía amar a alguien como amo a Julia. Y no he pensado en el matrimonio, pero creo en él como institución. Y amo a la hija del presidente, así que la respuesta a su pregunta es sí.

Mientras Lucinda examinaba a Lena con gesto reflexivo, Julia la miró asombrada. Por fin habló, con la voz tomada por la emoción.

-Elena, ¿es una proposición de matrimonio?
-De momento no. -La expresiva boca de Lena dibujó una sonrisa al mirar a Julia-. Cuando llegue la hora, me gustaría hacerlo en un entorno más íntimo.
-Cuando llegue la hora -repitió Julia, tratando de asimilar lo que significaba aquel compromiso. Tras la primera oleada de sorpresa, sintió un arrebato de placer y apoyó el hombro en el de Lena.
-Interesante respuesta, agente -admitió Lucinda-. Es sólo una de las numerosas preguntas que nuestro secretario de prensa ha tenido que esquivar hasta ahora. -Contempló la pila de papeles que había cogido de la mesa y en tono eficiente leyó-: ¿El presidente Volkov apoyará la legalización del matrimonio gay? ¿Julia Volkova planea tener hijos? ¿Cómo piensa quedarse embarazada la hija del presidente? ¿Con cuántos miembros de su equipo de seguridad se ha acostado? -En ese punto Lucinda cabeceó con desagrado-. Algunos de estos cretinos no tienen el menor sentido del decoro. -Apartó los ojos de los papeles, con expresión cautelosa-. Hay docenas de preguntas así y peores. Tienes que leerlas y pensar respuestas.
-¿Por qué? -espetó Julia-. No estoy obligada a responder a ese tipo de cuestiones.
-No, no lo estás -reconoció Lucinda con voz de pronto serena-. Pero te harán esas preguntas y es mejor que todos sepamos cuáles van a ser las respuestas. Ya me encargaré yo...
-De darles un sesgo positivo, ¿no? -repuso Julia en un tono lleno de sarcasmo. Lucinda se encogió de hombros.
-En política la imagen es uno de nuestros valores más importantes. Llámalo como quieras. No puedo permitir que me cojan desprevenida, así que necesito saber si vas a responder a alguna de esas preguntas de un modo que nos sitúe a todos a la defensiva.
-Nuestra vida privada es cosa nuestra.

Lena posó la mano derecha sobre la mano izquierda de Julia.

-No pretenderá que Julia responda a preguntas tan impertinentes y fuera de lugar. -El tono sugería un hecho claro más que una cuestión-. Julia ya ha explicado que mantenemos una relación amorosa. Si es necesario añadir más, diga que estamos enamoradas, somos monógamas y pretendemos mantener una relación estable.
-Es usted muy astuta para ser agente federal, comandante.

Lena sostuvo la mirada de Lucinda sin pestañear.

-Como sin duda sabe, me eduqué en Italia, donde mi padre era embajador de nuestro país. Nadie practica tan bien la política como los italianos.

Lucinda se rió sin querer.

-¿Seguro que quiere desperdiciarse en el anonimato haciendo oscuros trabajos para el Departamento del Tesoro? Puedo aprovechar su talento de forma mucho más eficaz.
-Hago exactamente lo que me gusta. Pero gracias.
-Dame las preguntas -exigió Julia, cogiendo los papeles que sostenía Lucinda-. Las leeré y, si alguna me parece pertinente y apropiada, te daré una respuesta.
-¿Qué es lo que me estoy perdiendo? -Lucinda miró a Julia con curiosidad-. Tal vez estés enamorada, pero eso no es motivo para un cambio tan radical.

Julia se levantó, obligando a Lena a hacer lo mismo.

-Estoy enamorada, y eso lo cambia todo.

Lucinda abrazó brevemente a Julia, en una de sus escasas manifestaciones de afecto.

-Me alegro por ti -murmuró al oído de Julia. Se apartó y regresó a su mesa. Puso las manos sobre la parte superior y se inclinó hacia delante, hablando de nuevo con voz de mando-. Nada de sorpresas, Julia. Lo digo en serio.
-Lo único que quiero es regresar a Nueva York y que me dejen tranquila. Como sé que no es posible, todos tendremos que llevarlo de la mejor manera. -Julia suspiró-. ¿Mi padre está ocupado?
-Siempre está ocupado, pero sabe que te encuentras aquí y quiere verte. -Lucinda repasó un listado que tenía sobre la mesa-. Ahora está en casa.
-Gracias -murmuró Julia.
-Encantada de conocerla, señora Washburn -dijo Lena dirigiéndose a la puerta con Julia.
-Seguro que volveremos a vernos, agente Katina. –Lucinda contempló a la hija del presidente y a su amante con aire pensativo hasta que la puerta se cerró tras ellas. «Has hecho una excelente elección, Julia. Se desenvuelve bien y te ama. ¡Qué suerte!»
-Julia exclamó Oleg Volkov con una sonrisa, levantándose de la butaca de su despacho-. Bienvenida a casa.
-Hola, papá -repuso Julia, y besó a su padre en la mejilla. El presidente miró a Lena y le ofreció la mano.
-Me alegro de verla, Lena.
-Señor.

Oleg Volkova señaló un sofá cercano.

-Sentaos. ¿Tenéis hambre? ¿Queréis tomar algo?
-En realidad, estamos cansadísimas -respondió Julia, hundiéndose de buen grado en uno de los cojines de terciopelo-. El viaje fue muy ajetreado.
-Pero... ¿sin incidentes? -El presidente habló en tono sereno, contemplando el rostro de su hija. Era raro que Julia reconociese sentirse cansada.
-Básicamente sí -afirmó Julia-. La noticia anticipada sobre mi entrevista en Estados Unidos nos acarreó más atención de la que habíamos pensado por parte de los medios de comunicación, pero nos arreglamos.

Volkov miró a Lena.

-¿Tenían a suficientes personas para controlar la situación?
-Sí, señor. Nuestro equipo está preparado para ese tipo de eventualidades y contamos con la colaboración de las fuerzas de seguridad locales.
-Si necesitan algo... más personal, más...
-Papá -lo interrumpió Julia con firmeza-. Todo está bien.
-Puedo preocuparme. Es el derecho de todo padre.

Julia, sorprendida por la expresión seria de su padre y la sinceridad de su voz, se puso colorada de placer y vergüenza.

-En primer lugar, no hay motivo para preocuparse. En segundo lugar, Lena sabe muy bien lo que hace.
-Entonces, asunto zanjado -admitió el presidente de buen grado; cogió la taza de café que tenía a mano y tomó un sorbo-. Supongo que ya habéis hablado con Lucinda.
-Antes de nada -dijo Julia con un asomo de sonrisa.
-Le pedí que no te obligase a hacer una declaración personal sobre tus asuntos privados, pero... -Alzó las manos en un gesto de impotencia y cabeceó-. Nunca me hace caso.

Lena se rió.

-Ah, ya veo que la jefa de gabinete ignora las órdenes del jefe. -Volkov miró a Julia, preocupado-. ¿Ha sido desagradable?

De nuevo, su claridad y el afecto de su voz cogieron desprevenida a Julia, que automáticamente buscó la mano de Lena. Acercó al muslo las manos entrelazadas de ambas mientras hablaba.

-Es irritante y a veces resulta embarazoso. Pero dadas las circunstancias, no fue tan horrible como creí.

El presidente observó a Lena.

-¿Ha tenido usted problemas con su director?
-Señor, no debería usted preocuparse por algo así.
-¿No debo preocuparme por el bienestar de la pareja de mi hija?

Lena miró al presidente a los ojos, sin soltar la mano de Julia.

-Agradezco su interés, señor. Pero creo que si me aprovechase de su influencia para proteger mi carrera, cuestionaría el afecto que siento por Julia. Es algo que no puedo aceptar, señor.

El presidente sonrió, pero en sus ojos había seriedad.

-No pregunto como presidente, sino como padre.
-A veces, señor -repuso Lena, en tono amable-, nuestras responsabilidades nos impiden actuar según lo que nos dicta el corazón.
-¿Siempre está tan segura de sus responsabilidades, agente Katina?
-No, señor. A veces gana mi corazón.

Julia soltó la mano de Lena y deslizó un brazo por su cintura.

-Papá, ¿se trata de un rito tradicional reservado sólo a los hombres en el que el padre hace preguntas a quien aspira a la mano de su hija?

Volkov se rió.

-No, sólo aprovechaba la ocasión para conocer mejor a tu pareja.
-No quiero que Lena crea que la van a interrogar cada vez que venga a la Casa Blanca. Primero Lucinda, y ahora tú.
-¿La he molestado, Lena? -preguntó el presidente con sincera preocupación.
-No, señor. -Lena sonrió a Julia-. No tengo ningún inconveniente en hablar de mis sentimientos por Julia.
-¿Incluso ante los medios de comunicación?

La expresión de Lena se endureció.

-Si pudiera imponer mi criterio, señor, un periodista no se acercaría a su hija a menos de veinte metros. Si me preguntan, yo no tengo obligación de ser amable.

Volkov asintió, con gesto reflexivo, impresionado por la mujer que su hija había elegido.

-¿Qué os parece pasar el fin de semana de la Fiesta del Trabajo en camp David conmigo?

Julia miró a Lena con curiosidad.

-Sería estupendo, ¿no crees?
-Por supuesto -respondió Lena. Iría adonde fuese Julia.
-Espero que esté libre de servicio ese fin de semana, Lena -añadió el presidente.
-¿Señor?
-No puede relajarse y disfrutar del lugar si tiene que trabajar. Que se encargue del equipo su segundo al mando. Hay seguridad de sobra en la finca.

Lena abrió la boca para decir que ella no mandaba en los agentes del presidente y que la seguridad de Julia era responsabilidad suya, pero se limitó a asentir. No se podía discutir con el presidente de los Estados Unidos.

-Estupendo -dijo Volkov-. ¿Te quedas en casa esta noche, Julia?

Julia miró a su padre y a Lena.

-Si no te importa, papá, prefiero pasar la noche con Lena y no creo que podamos hacerlo aquí. Sería absurdo dar más carnaza a los medios cuando la noticia de la entrevista es tan reciente.
-Seguramente tienes razón. Lo siento.
-Gracias -dijo Julia, se levantó y se acercó a su padre. Se inclinó y lo besó en la mejilla-. Eso es lo único que importa: que lo entiendas tú.

El presidente se levantó y las acompañó a la puerta.

-Tal vez no vuelva a verte hasta el fin de semana de la Fiesta del Trabajo. Tengo la agenda muy llena.
-Entonces, te veremos en camp David.

En el pasillo, Lena dijo en voz baja:

-¿Crees que he superado el examen?
-Me parece increíble que hiciera algo así. -Julia se detuvo, se volvió y besó a Lena en los labios-. Pero estuviste muy bien. Tan bien que estoy deseando que estemos solas.

Lena sonrió, ignorando la expresión impasible del guardia de seguridad que se encontraba a tres metros de distancia, junto al ascensor.

-Genial. Esperaba impresionarte.
-Oh, comandante. Me ha impresionado. Muchísimo. -Julia se rió, le dio la mano a Lena y la condujo hasta el ascensor-. En cuanto lleguemos a su apartamento, le demostraré cuánto.


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Mensaje por Anonymus 4/8/2015, 1:57 am

Capitulo Diecisiete

Lena se sentó en la oscuridad en el amplio sofá de cuero; llevaba una bata de seda gris floja y sostenía un vaso de whisky Glenlivet en la mano izquierda. Julia estirada, con la cabeza apoyada en el regazo de Lena, tenía la mejilla pegada a su abdomen, mientras los dedos de la mano derecha de Lena se enredaban en los cabellos de Julia. Fuera la noche era oscura; en el borroso cielo negro había un tenue destello lejano que procedía de las luces de seguridad de la Casa Blanca. Se había sentado en aquel lugar cientos de veces: al final de un largo día, cuando estaba demasiado cansada para dormir y demasiado triste para buscar compañía, pero no recordaba haber estado nunca tan satisfecha ni tan contenta.

-Humm -murmuró Julia, poniéndose boca arriba y abriendo los ojos con un profundo suspiro. Parpadeó y miró a Lena-. Me quedé dormida. Lo siento.
-No tienes por qué -susurró Lena, acariciando la mejilla de su amante. Sus ojos recorrieron la elegante musculatura del cuerpo de Julia, vestida con una camiseta floja y unos pantalones cortos que Julia había encontrado en la cómoda de Lena después de ducharse-. Es agradable relajarse sin nada que hacer, aparte de estar juntas.

No dijeron que por la mañana Lena tenía que reunirse con el equipo y que volarían de regreso a Nueva York, ni que, a pesar de estar en casa, permanecerían separadas casi todo el día. Julia enterró la cara en el estómago de Lena, aspirando su característico aroma.

-¿En qué estabas pensando mientras yo dormía?

Lena deslizó mechones negros entre los dedos.

-En lo bien que me siento y en lo estupendo que es estar contigo.
-¿En serio? -preguntó Julia con voz ronca mientras levantaba la mano para acariciar el brazo de Lena-. ¿Aquí, de esta forma? ¿Mientras yo babeo encima de ti?
-Sobre todo aquí y así. -Lena dejó el vaso sobre la mesa rinconera, se inclinó y besó a Julia con ternura-. Podemos prescindir del babeo, pero me gustan mucho los pantaloncitos.

Julia se rió.

-Y me gusta tenerte en brazos cuando duermes -añadió Lena.
-En la Casa Blanca hice unas cuantas promesas que no he cumplido -advirtió Julia-. ¿Debería preocuparme que llevemos más de cuatro horas solas sin hacer el amor?
-Desde que nos conocemos, te he deseado siempre que te veía -respondió Lena, con aire pensativo-. Ahora te deseo. Pero lo más hermoso de esta última hora, que he pasado sentada aquí contigo dormida en mi regazo, ha sido saber que debajo de la pasión había paz... y que siempre tendremos las dos cosas.
-Oh, Lena -exclamó Julia, y hundió el rostro en el cuerpo de Lena, abrazándola estrechamente por la cintura-. ¿No te asusta un poco?
-No, cariño -susurró Lena, acariciando los cabellos de Julia-. Lo único que me asusta es la perspectiva de perderte.
-Imposible. -Julia se incorporó y quedó entre los brazos de Lena, con el rostro junto al de su amante-. Estoy locamente enamorada de ti. ¿Qué le has dicho a Lucinda sobre el matrimonio? -Respiró con dificultad-. Tal vez te cueste creerlo, pero yo pienso lo mismo.

Lena la besó de nuevo, acariciando con una mano la nuca de Julia y con la otra el muslo hasta el borde de los pantalones de algodón. Exploró la boca de Julia hasta que satisfizo sus ansias de saborearla, y luego se apartó

-Te creo porque lo percibo cada vez que me tocas.
-Tal vez algún día podamos considerarlo -susurró Julia, separando suavemente la seda que cubría los pechos de Lena.
-Hum, algún día, por supuesto. -Lena echó la cabeza hacia atrás, con los párpados henchidos de placer mientras Julia le acariciaba los pechos-. Estás consiguiendo que me cueste organizar las ideas en este momento.
-¿De verdad? -Julia jugueteó con un duro pezón entre los dedos, mordiéndose el labio y reprimiendo un gemido cuando Lena se arqueó contra ella-. Estoy pensando en todas las cosas que he deseado hacer contigo desde esta tarde.
-Esta tarde, vaya. -Lena se esforzó por recobrar el aliento, que la había abandonado con el primer roce de los juguetones dedos de Julia, y deslizó la mano bajo la amplia pernera de los pantalones hasta llegar al calor que brotaba entre los muslos de Julia-. Se supone que no hay que pensar en el sexo delante del presidente.
-Sobre todo cuando además es tu padre. -Julia mordisqueó el labio inferior de Lena mientras acariciaba con más fuerza el pezón erecto, arrancando un profundo gemido a Lena.
-No quiero que pienses en eso en este momento -se apresuró a decir Lena, con el corazón desbocado mientras deslizaba la mano sobre la carne dispuesta-. ¡Oh, Dios, qué hermosa eres!
-Me encanta -afirmó Julia, apoyando la frente en la de Lena mientras apretaba inconscientemente el pecho de su amante con más ahínco.
-Sí -gruñó Lena cuando otra sacudida de placer se extendió por su estómago. Acarició el clítoris de Julia en círculos, notando cómo crecía.
-No hagas que me corra -pidió Julia mientras apartaba las caderas de los expertos dedos que la acariciaban con pericia, pues su control era demasiado frágil para soportar un placer tan exquisito, y deslizó la lengua por el interior del labio de Lena-. Quiero desearlo hasta que te lo implore.
-Y yo quiero que sea ahora -gimió Lena, moviendo las caderas sin parar debajo de Julia.
-Entonces tendré que distraerte. -Julia abandonó el sofá y se arrodilló entre los muslos de Lena. Le abrió la bata de seda y le dejó al descubierto el cuerpo bajo la luz de la luna, conteniendo la respiración como si contemplase aquella gloria por primera vez. Le deslizó los dedos sobre el abdomen, observando cómo su amante temblaba y se ponía tensa e inclinándose luego hacia delante para besarla entre los muslos-. Te amo.
-Julia -susurró Lena, muriéndose de amor y de deseo. En aquel mismo lugar, mil años antes, había cerrado los ojos ansiando que una desconocida aliviase su dolor. Pero en ese momento era puro gozo. Lena levantó la cabeza con gran esfuerzo y miró la cara de Julia, alzando una mano temblorosa para acariciar el rostro de su amante-. Vamos... a la cama.
-Estás a punto. Déjame terminar.

El aliento de Julia, ardiente sobre su piel febril, hizo temblar a Lena.

-Quiero... correrme acostada a tu lado... en tus brazos. Por favor.
-Sí, cariño -murmuró Julia, levantándose y dándole la mano a Lena. Lena casi nunca le pedía nada, y ella tampoco se lo negaría. Abrazó a Lena por la cintura y la atrajo hacia sí.
-Lena, deja que te amé. ¿Sí?

***

-Hola, dormilona.
-Hola -respondió Stark-. ¿Acabas de llegar? Estaba preocupada.
-Sí, hace unos minutos. -Renee miró su reloj: las dos menos diez de la mañana. Suspiró, agotada-. Estuvimos en el aeropuerto De Gaulle un par de horas mientras comprobaban el sistema eléctrico. Al final, acabamos cambiando de avión. Cuando llegamos al JFK, las entradas estaban tan retrasadas que estuvieron a punto de desviarnos al aeropuerto Dulles.
-Pues no habría sido tan malo. Estamos en Washington.
-¿Durante cuánto tiempo? -Renee no disimuló su decepción. Había contado con ver a Paula por la mañana un rato antes de presentarse en su nuevo destino.
-Aún no lo sé. Todo el equipo está aquí, y supongo que nos darán instrucciones por la mañana. ¿Y tú qué tal?
-En casa de mi hermana había una carta para mí. -Renee puso los pies sobre la desordenada mesita del café y cogió una hoja de papel-. Me han destinado temporalmente a la sede del FBI en Nueva York. Tengo que presentarme mañana para un servicio restringido.
-Eso es bueno, ¿no? Al menos estaremos en la misma ciudad.
-Esa es la parte buena -admitió Renee enseguida-. La parte que no me gusta es el adjetivo restringido. No me metí en el FBI para ser una chupatintas.
-Hace poco que te dispararon -señaló Stark.
-Sí, sí, ya lo sé. -Hábilmente Renee empujó una lata de Coca-Cola sobre la mesa con la punta del pie-. Una de las mayores secciones de la división de contraespionaje está aquí, en Nueva York. Me consideraré afortunada si me destinan allí.
-Bueno... ¿y te vas a quedar con tu hermana?

Renee permaneció callada, contemplando el minúsculo y atestado apartamento. Antes de viajar a París dormía en el sofá. Su hermana era buena persona, pero el espacio no estaba pensado para dos.

-Seguramente durante un par de días, luego tendré que buscar algo. Chloe no se ha quejado, pero creo que su novio se alegrará de que me marche.
-Yo... en fin... casi nunca estoy en casa. Ya sabes, con los turnos partidos y los viajes de Egret. -Stark se agitó bajo las sábanas, con el corazón tan acelerado como la primera vez que vio que Renee iba a besarla. De pronto soltó-: Podrías quedarte en mi casa.

En ese momento al silencio se añadió el sonido de las palabras no pronunciadas. Stark se maldijo interiormente por ser una imbécil torpe e impertinente.

-Lo siento. Ha sido una estupidez.
-No -repuso Renee con ternura-. Ha sido muy amable. Y resulta tentador... no sólo porque resuelve mis problemas. No concibo muchas cosas (en realidad, ninguna) que me apetezcan más que compartir el mismo espacio contigo durante todo el tiempo posible. Y como mis sentimientos son esos, he de ir con cuidado.

Stark no paraba de enredar con las sábanas. Llevaban semanas cimentando una relación, pero se habían acostado muy pocas veces.

-Comprendo. No pretendía ponerte entre la espada y la pared. -Intentó cambiar de tema, pero las palabras salieron solas-: Si no funciona, no tienes por qué quedarte.
-¿Y si funciona? ¿Estás preparada para eso?
-Nos besamos una vez -observó Stark, muy seria-, antes de que se cerrase la operación Loverboy en Nueva York. Recuerdo aquel beso. Fue hermoso. Duró un segundo, y te limitaste a rozar tus labios contra los míos, pero me di cuenta de que era algo más que un beso amistoso. -Tomó aliento al recordar que Renee había concluido su sesión de gimnasia y aún llevaba los guantes de boxeo. Tenía la camiseta empapada de sudor, y su piel acaramelada resplandecía. Parecía fuerte y femenina a la vez y muy sexy-. Veinticuatro horas después estaba arrodillada junto a tu cuerpo, con las manos sobre tu pecho, sintiendo que te morías.
-Paula, cariño -dijo Renee sin aliento, con el corazón dolorido al notar el temblor en la voz de Stark-. Cielo...
-No, estoy bien -insistió Stark, que necesitaba dar rienda suelta a las emociones que se agolpaban en su interior-. Lo que existe entre nosotras empezó antes de ese beso, antes incluso de que nos tocásemos. Porque cuando creí que te morías, me dolió por dentro un punto cuya existencia desconocía hasta entonces. Me dolió algo como si se hubiese desangrado para siempre.
-¡Oh, Dios mío, paula! -«Te amo.»
-Por tanto, sí, estoy preparada -añadió Stark en voz baja. Nunca había dicho nada parecido, ni siquiera lo había pensado. Pero sabía sin la menor duda que era sincera. Esa idea le daba fuerza, y de esa fuerza surgía la paciencia-. Aunque tal vez convenga dejar claro desde el principio que sería un acuerdo temporal. Tres semanas.
-Tres semanas. -Entonces le tembló la voz a Renee-. Me parece... razonable.
-Después ya sabrás algo de tu destino permanente, y mientras tanto habremos tenido ocasión de comprobar cosas.

Renee se rió, casi aturdida por la felicidad y la sorpresa.

-Estoy deseando comprobar cosas contigo, cariño.
-¿Sí? ¿Entonces crees que podría funcionar... temporalmente?
-Me parece que sí. Llámame cuando llegues a la ciudad y estés libre, e iré a verte. ¿De acuerdo?

Stark suspiró y se deslizó bajo las sábanas. Estaba cansada, pero se sentía de maravilla. Lo único que le faltaba para que la noche fuese perfecta era tener a Renee a su lado.

-Entendido.
-¿Tienes sueño, cariño?
-Sí, un poco. ¿Y tú?
-Estoy agotada del viaje -respondió Renee, poniendo los pies sobre el sofá y estirándose.
-De momento no tengo que ir a ninguna parte -murmuró Stark.
-¿En serio? -Renee alargó la mano, apagó la luz de la mesa rinconera y dijo con una risita-: Dime, cariño, ¿qué llevas encima?

***

02:00 20 agosto 0l


Un teléfono móvil sonó en un complejo paramilitar perdido en las montañas de Tennessee. Respondió a la llamada el oficial de guardia, un hombre blanco de veinte años con el pelo casi al rape, vestido con un uniforme de campaña; llevaba munición extra en cargadores colgados del cinturón, un cuchillo de monte en una funda de cuero y gafas nocturnas sujetas con una tira de piel al cuello.

-Sargento Wilson.

Wilson, el oficial de guardia del fin de semana, trabajaba durante la semana como empleado de una gasolinera en una de las áreas de descanso de la interestatal y sabía demasiado para cuestionar la orden, así que se limitó a repetir los diez números. No conocía a la persona que le hablaba por teléfono, pero estaba familiarizado con el tono profundo y terminante.

-Sí, señor. Inmediatamente, señor.

Cuando el que llamaba dio por concluida la conversación, Wilson utilizó la red terrestre para llamar al despacho del general, una de las cabañas que en otra época formaban parte del centro vacacional de montaña que en ese momento era la base del complejo. El albergue central se había convertido en cuartel general de la organización, y los oficiales se alojaban en cabañas repartidas por el bosque. El personal voluntario acampaba en tiendas en zonas preparadas por ellos mismos. El conjunto, de dos hectáreas, estaba rodeado por una verja de alambre de púas de tres metros de altura y protegido por sensores de movimiento y reflectores. Algunos oficiales, como el general, pasaban casi todo el mes en la base. El resto eran soldados de fin de semana, como el sargento Wilson, pero su papel resultaba fundamental, pues eran entregados y estaban decididos a participar en la luchar para devolver la nación al pueblo.

-General Matheson, señor. Hay una llamada urgente para usted.
-Deme el número, soldado.

Cinco minutos después, el americano moreno abrió el teléfono móvil cuando vibró.

-Buenos días, general.
-¿Lo son? Tal vez en ese hotelito tan mono en el que está usted -ladró la voz desagradable-. En estas montañas hace un calor de mil demonios, incluso con las ventanas abiertas. Cada mísera ráfaga de aire te acarrea la picadura de una docena de mosquitos.
-Lo lamento, general.
-Sí, bueno, no desperdiciemos los minutos de alta seguridad. -Habían aprendido un valioso truco de sus colegas de Oriente Medio: compraban de forma anónima chips de memoria desechables, generalmente en Suiza, para las llamadas a través de móviles, y así se comunicaban vía satélite sin peligro de que rastreasen las llamadas. Los que tenían equipos sofisticados incluso podían utilizar los chips para enlazar sus ordenadores con los satélites y lograr transferencias de datos más amplias o insertar mapas, imágenes fotográficas u otros datos de espionaje en páginas web de tapadillo-. ¿Qué diablos ha ocurrido ahí? La misión estaba planeada hasta el último detalle... tendría que haber funcionado sin fallos.
-Esperaba que usted me lo explicase -repuso el otro hombre, con la paciencia agotada tras meses de planificación que habían estado a punto de acabar en un desastre-. Faltaban sólo unos minutos para ejecutar la operación cuando tuvimos que abortarla. La prematura publicación de la entrevista del objetivo incrementó la atención de los medios hasta el punto de que nuestra ruta de huida se hallaba seriamente comprometida.

El general soltó un gruñido de disgusto.

-No tuvimos nada que ver con eso. No queremos un interés anormal sobre el objetivo en este preciso momento ni cuando la operación de mayor envergadura está a punto de comenzar.
-No es momento para errores de comunicación -insistió el agente que había pasado los últimos seis años de su vida infiltrado en una de las organizaciones más seguras del mundo-. La sincronización es fundamental.
-¿Acaso cree que no lo sé? ¿Qué coño piensa que hemos estado haciendo aquí el último año?

Se impuso un espeso silencio mientras ambos hombres se esforzaban por controlarse.

-¿Abandonamos ese objetivo? -preguntó el agente.
-No. Pero la misión ha cambiado... de secuestro a ejecución -respondió el general en tono gélido-. Será un golpe coordinado que coincidirá con el de nuestros amigos.

El estómago del hombre moreno se encogió y habló con pocas palabras, para disimular la ansiedad.

-¿Cuándo recibiré los detalles?
-Cuando los necesite.

El agente americano que estaba en una esquina de Washington, cerca de la Casa Blanca, haciendo planes para cometer un acto de traición asintió como si el hombre que estaba al otro lado de la línea pudiese verlo.

-Entiendo. Estaré esperando.

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Mensaje por Anonymus 4/8/2015, 2:00 am

Capitulo Dieciocho

22 de agosto del 2001

Lena, apoyada en la columna de piedra que sostenía la puerta de hierro forjado del lado este de Gramercy Park, contemplaba la entrada del edificio de apartamentos de Julia. A las once y media de la mañana una elegante rubia con un vestido de lino azul marino, lo suficientemente corto para dejar al descubierto las esculturales pantorrillas, salió y fue hasta el bordillo. Se
pasó la mano por los cabellos que le llegaban hasta los hombros con gesto indiferente y echó un vistazo a la calle, como si buscase un taxi.

-Diane -gritó Lena, apartándose de la columna y cruzando la calle. Diane Bleeker miró a su alrededor, sorprendida, y sonrió con curiosidad al ver a Lena.
-Vaya, hola, Lena. -Su voz transmitía el calor del whisky mientras su mirada se posaba juguetona en el rostro de Lena y luego hacía una lenta valoración de su cuerpo. Rodeó con los dedos el codo de Lena en un gesto de desenfadado afecto-. Hacía mucho que no te veía. ¿Cómo estás?
-Bien. -La anormal ausencia de coqueteo en el tono de la rubia suscitó inmediatamente las sospechas de Lena. Diane, representante e íntima amiga de Julia, era seductora por naturaleza y, aunque Lena nunca le había seguido la corriente, se había acostumbrado a sus provocaciones. Su falta confirmó las sospechas de Lena de que ocurría algo y además muy serio-. ¿Quieres acompañarme a dar un breve paseo? Después uno de mis agentes te llevará a casa.
-Sólo si me prometes que será la hermosa Felicia –respondió Diane con una de sus irresistibles sonrisas. Lena cabeceó encaminándose hacia el norte y sonriendo, a pesar de la inquietud que sentía por dentro.
-Felicia no está de servicio. ¿Qué te parece John Fielding?
-Por favor. No le llega a la altura de los zapatos. –Diane suspiró con gesto sofisticado, pero en sus ojos no había la menor alegría-. No hace falta que apartes a uno de tus agentes de sus deberes, Lena. Cogeré un taxi cuando acabemos. No me importaría que estuvieses agazapada esperando para secuestrarme, pero sospecho que no se trata sólo de un paseo.
-No admitió Lena-. Se trata de Julia. Esperaba que me explicases qué ocurre. -El cambio en la expresión de Diane apenas se notó, pero Lena percibió su retraimiento y contuvo un brote de mal humor consecuencia de dos días de confusión y preocupación-. Llegamos a la ciudad el lunes, y no ha salido de su apartamento ni una sola vez. No la he visto, ni siquiera en las reuniones. Las ha cancelado todas.
-Seguro que habéis hablado.
-Por teléfono. -Lena cabeceó, frustrada-. Varias veces al día, en realidad. Pero cada vez que le pido que me deje verla, me pone una disculpa.
-Ya sabes que está trabajando en los cuadros de su exposición del día ocho, ¿verdad?
-Sí, lo sé, y también sé lo absorbente que es ese trabajo. Mi madre es pintora, como casi todas sus amigas. He pasado la vida entre ellas. Pero he visto trabajar a Julia contrarreloj antes, y nunca se había enclaustrado de esa forma -«Nunca me había excluido.»- ¿Y no te ha dicho... nada?
-No, cuando salimos de Washington, todo parecía normal -«Hicimos el amor casi toda la noche. Fuimos felices.» Se había preguntado infinidad de veces a qué podía obedecer un cambio tan brusco, pero sin encontrar respuesta. No habían tenido ocasión de conversar en medio del ajetreo de la organización del equipo antes del vuelo a Nueva York. Julia estuvo callada durante el viaje, pero no habían reñido. Lena se mesó los cabellos, maldiciéndose interiormente-. Me siento como una idiota al hablar contigo de esto. Pero hoy quiso verte, así que creí... Dios, no sé lo que creí.
-El amor nos vuelve estúpidos a todos -murmuró Diane con una voz inusitadamente amable-. Debes recordar que Julia y yo somos amigas desde la adolescencia. A pesar de que discutimos a menudo y todo el mundo sabe que competimos por... todo, nos queremos. Se siente segura conmigo.

La bondad de la voz de Diane heló el corazón de Lena. Se detuvo en seco y arrastró a Diane bajo la marquesina de un hotel, apartándola de los peatones que caminaban por la acera. Miró a Diane a los ojos y le pareció notar compasión en ellos.

-Ocurre algo, ¿verdad? ¿Qué es?
-Lena. -Diane acarició con ternura la tensa línea de la mandíbula de Lena-. Dale un poco más de tiempo. No está acostumbrada a que la amen como tú la amas.
-La espera me está matando -confesó Lena en tono atormentado.
-Lo sé. Y también a ella. -Diane se acercó a Lena y la besó en la mejilla-. Voy a coger un taxi. Tienes mi número. Llámame cuando quieras.


Lena esperó en la acera hasta que Diane desapareció en un taxi, y luego regresó hacia el apartamento de Julia. Si hubiese pensado que Julia era desconsiderada, despreciaba sus sentimientos a propósito o la ignoraba, habría insistido en verla para que le explicase qué demonios ocurría. Pero había notado las dudas en la voz de Julia al hablar con ella, como si Julia se esforzase por acercarse, pero no encontrase el camino. Y un sexto sentido le decía que debía ser Julia la que rompiese el silencio. No sabía cuánto podría aguantar porque nunca en su vida se había sentido tan sola.

-¿Comandante?
-¿Qué? -ladró Lena, sin apartar la vista de los informes que llevaba toda la tarde leyendo. Trabajo mecánico, cansado, aburrido. Cualquier cosa para pasar el tiempo.
-Acaba de llamar la señorita Volkova. Ha preguntado si está usted disponible para ir...

Lena se levantó tan a prisa que su silla cayó hacia atrás, contra la pared.

-Gracias, agente Wright.

Dos minutos después, Lena llamó a la puerta del loft de Julia. La puerta se abrió casi inmediatamente, y Lena entró. El enorme espacio, dividido sólo en un rincón para separar el dormitorio y el baño de Julia, estaba iluminado por el resplandor dorado del sol del atardecer. Julia, con una camiseta sin mangas y los holgados pantalones de algodón que se ponía para pintar, se hallaba a contraluz, con el rostro entre las sombras. Tal vez no fuese verdad, pero a Lena le pareció que su amante estaba más delgada que la última vez que la había visto, dos días antes. Como no sabía si Julia había llamado a la amante o a la jefa de seguridad, no se atrevió a tocarla.

-Hola.
-Hola -dijo Julia con un matiz de agotamiento en la voz. Tras unos segundos de duda, se acercó a Lena y le cogió la mano-. Gracias por venir.
-¿Qué tal te va? -preguntó Lena con cautela. Al ver a Julia de cerca, Lena se fijó en las oscuras ojeras que mostraba, cuyo habitual color azul vibrante estaba empañado por la fatiga. Los dedos que entrelazaron los suyos temblaban ligeramente. Lena alzó la barbilla de Julia con su mano libre para mirarla a los ojos-. Estás molida.
-He estado trabajando sin parar desde que regresamos. –Julia señaló por encima del hombro el estudio, situado al fondo del loft-. He pintado otros dos lienzos.
-¿Estás satisfecha con ellos? -Lena se sentía como si estuviese caminando por un campo de minas en la oscuridad. Había una barrera entre ellas tan tangible como un muro de piedra, y no sabía cómo derribarla. La separación, tan real que casi podía palparla, le provocó un dolor insoportable en el pecho.
-Sí, creo que sí. -Julia suspiró y se frotó la frente sin darse cuenta para paliar el dolor de cabeza que la estaba martirizando-. Estoy cansadísima. Si quieres, después te enseñaré lo que he hecho.
-Me encantaría. -Lena condujo a Julia a la zona de estar. Buena prueba de la fatiga de Julia era el hecho de que no protestase cuando Lena la guió hasta el sofá y se sentó junto a ella-. Estaba empezando a preocuparme. Has estado muy callada desde nuestro regreso.

Julia apartó la vista, cosa rara en ella. Cuando habló, fijó los ojos en las manos unidas de ambas, posadas sobre el cuero del sofá.

-Te he llamado porque mañana debo ir a Washington.

Lena torció el gesto.

-¿De qué se trata esta vez? ¿De Lucinda o de alguna gala real en el Ala Oeste?
-Ninguna de las dos cosas -respondió Julia en tono apagado-. Mañana por la tarde tengo una cita en el Walter Reed Hospital.

Lena tardó un momento en asimilar las palabras, y luego se le heló la sangre.

-¿Por qué?

Julia miró a Lena.

-He encontrado un bulto en el pecho.

Un millón de voces gritaron dentro de la cabeza de Lena. «Dios, ¿cuánto hace que lo sabes? ¿Cómo has esperado tanto para decírmelo? Esto no está pasando, a ella no, a nosotras no. Oh, Dios, cariño, ¿tienes miedo? Por Cristo, ¿cómo voy a arreglar esto?» Y por encima de todo, un ruego desesperado: «Por favor, por Dios, que no le ocurra nada». Lena, con la garganta tan seca que las palabras le rascaron la piel cuando habló, preguntó:

-¿Cuándo? ¿Cuándo... lo encontraste?
-El lunes por la mañana... -Julia tragó saliva, esforzándose por contener el terror. En el fondo de su mente siempre había sabido que aquello podía suceder. Tal vez que incluso era
probable. Al fin y al cabo, conocía las estadísticas de memoria. Pero los números y las probabilidades eran algo muy distinto a la realidad. Se dijo a sí misma que aquella cosa que tenía dentro tal vez no fuese nada. Y aunque fuese lo que temía, estaba al tanto de todos los avances que habían experimentado los tratamientos desde el diagnóstico de su madre. Desde la muerte de su madre. Pero a pesar de lo que sabía, las experiencias forjadas en la niñez y agudizadas por la pérdida se imponían a cualquier pensamiento racional, y lo único que veía era la cara de su madre y la tristeza de su padre-. Lo noté cuando me estaba duchando.
-¿Por qué no me di cuenta? -Las palabras de Lena eran más una recriminación contra sí misma que una pregunta. «Dios, ¿cómo no lo vi?»
-Tal vez no sea nada -dijo Julia, procurando hablar con optimismo-. Seguramente no será nada. Pero... hay que revisarlo.
-Por supuesto. -Lena se acercó más a Julia y puso una mano sobre la espalda de la joven. Los muslos de ambas se rozaban y sus manos seguían entrelazadas-. ¿En qué lado?

Julia apoyó la cabeza en el hombro de Lena, con gesto cansado.

-En el izquierdo.

«El izquierdo. Te toqué ahí un montón de veces. ¿Por qué no pude...? ¿Por qué no lo sentí? Y si lo hubiera sentido, ¿habría cambiado algo? ¿ cambia algo ahora? ¡Oh, Dios! ¿Qué significa esto?» Lena rozó con un beso los cabe líos de Julia y deslizó la mano por el cuello de la joven, acariciando los rígidos músculos de su columna vertebral.

-¿Puedo...? ¿Puedo tocarlo? ¿Te dolerá si lo hago?
-No -respondió Julia con voz ronca-. No duele. -Echó la cabeza hacia atrás, apoyándola en la mano de Lena, contenta de sentir la fuerza de los dedos largos y tiernos de su amante. Buscó los ojos de Lena y vio algo que no había visto nunca, algo que sabía que Lena nunca le permitiría ver si se diera cuenta de que se notaba. Miedo. Alzó una mano y acarició la
mejilla de Lena-. No pasa nada.

Lena volvió la cara rápidamente y besó la mano de Julia.

-Lo sé, cariño. Lo sé.
-Siento haberte preocupado.

Lena cabeceó.

-Tranquila. -Atrajo a Julia hacia sí-. Ojalá me lo hubieses dicho antes... inmediatamente.
-Quería hacerlo. Lo intenté. -En la voz de Julia había un asomo de confusión-. Pero no fui capaz de decirlo. -Negó con la cabeza. Sus dedos se aferraron a los de Lena-. Parece absurdo, ¿verdad? No soy una ingenua. Sabía que no iba a desaparecer. Pero sólo quería volver a casa y pintar.
-¿Y si vamos al dormitorio? -Lena se moría por abrazarla. Por abrazarla de verdad. Quería protegerla, interponerse entre Julia y cualquier cosa que pudiese hacerle daño. Sabía hacerlo en el mundo exterior, fuera de aquella habitación. Confiaba en su capacidad para resguardar a Julia. Pero aquello... ¿cómo podía protegerla de aquello? Nunca se había sentido tan impotente ni tan asustada, ni siquiera cuando había visto arder el coche de su padre después de la explosión, porque sabía, por mucho que se empeñase en negarlo, que lo había perdido para siempre-. Quiero abrazarte.
-Sí. ¡Dios mío, Lena, cuánto te he echado de menos!

Lena cogió el transmisor de radio que llevaba colgado del cinturón.

-¿Stark?
-Sí, comandante.
-Quedas al frente del equipo. No quiero que me pasen llamadas ni tampoco a la señorita Volkova por ningún motivo, a excepción de una Prioridad Uno.
-Sí, comandante -respondió Stark. Lena apagó la radio, se levantó y ayudó a Julia a ponerse en pie. Se dirigieron al dormitorio abrazadas. Al llegar junto a la cama, Lena se despojó de la chaqueta y la pistolera. Mientras se quitaba el cinturón, dijo:- Vamos a acostarnos.


Julia, callada, aflojó el cordón de los pantalones de algodón y los dejó caer. Dudó un segundo antes de quitarse la camiseta por la cabeza. Se deslizó bajo las sábanas, desnuda, y esperó a que su amante se acostase a su lado. Lena se metió bajo las sábanas y miró a Julia.

-Enséñame dónde está.

Julia cogió la mano de Lena y la acercó a su pecho, apretando los dedos sobre un punto en la parte superior de la cara externa de su pecho izquierdo.

-Aquí.

Lena deslizó los dedos con mucho cuidado sobre la piel suave de Julia. Enseguida notó una zona del tamaño de una moneda pequeña más dura que el tejido circundante. Preguntó con voz ronca:


-¿Es eso?
-Sí.

«Parece muy pequeño. Eso no es nada, ¿verdad?» Lena se inclinó y besó el pecho de Julia, encima del minúsculo punto.

-Te amo, Julia. -Se recostó y abrazó a Julia, colocando la cabeza de la joven sobre su hombro. Aferrada a su amante, puso la mejilla sobre la cabeza de Julia-. ¿Qué puedo hacer para ayudarte?
-¿Te quedas conmigo esta noche?
-Todas las noches -afirmó Lena en tono tajante. «A la mierda el protocolo. A la mierda los medios de comunicación, el Departamento del Tesoro y la Casa Blanca. Nada me apartará de Julia. Ni ahora ni nunca.» Julia percibió el temblor de Lena y la rabia que ocultaba. Puso una pierna sobre el muslo de Lena y se acercó, adaptándose a la curva del cuerpo de su amante. Temía que la furia se apoderase de ella.
-Siento no habértelo dicho enseguida.
-No -repuso Lena, cerrando los ojos para reprimir las lágrimas y la ira- Lo entiendo. No tienes por qué disculparte.

Julia estiró la mano a ciegas y enterró los dedos entre los cabellos de Lena, moviendo la cabeza para besarla. Al primer roce de sus labios, sintió que desaparecía el terrible peso que agobiaba su espíritu y que su alma recobraba fuerzas. Con un sollozo de alegría y agradecimiento, se abandonó a la ternura de la boca de Lena sobre la suya. Su contacto expresaba unión, aceptación y confianza, y Julia se sumió en la fusión de ambas hasta que el dolor dejó de torturar su corazón. Con un suspiro apoyó la mejilla en el hombro de Lena.

-No comprendí cuánto te necesitaba hasta este momento.
-No lo olvidarás, ¿verdad? -Lena acarició los cabellos de Julia-. No soporto estar alejada de ti. Ni ahora ni nunca.

Julia permaneció en silencio, asombrada de creer aquellas palabras y preguntándose por qué confiaba en que Lena no la iba a dejar, pasase lo que pasase. «¿Acaso el amor es esto? ¿Creer sin cuestionar nada? ¿Saber sin la menor duda?»

-No pensé no decírtelo. Tampoco pensé en la posibilidad de que me fallaras. -En la voz de Julia había un matiz de asombro-. Porque sé que me amas.
-En efecto -murmuró Lena, enterrando el rostro entre los cabellos de Julia para ocultar las lágrimas que no podía reprimir-. Te amo, Julia, con toda mi alma.
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Mensaje por Anonymus 4/11/2015, 7:34 pm

Capitulo Diecinueve

23 de agosto del 2001

Lena estaba despierta cuando los primeros rayos de luz que se filtraban por las claraboyas acariciaron su rostro. Julia se hallaba a su lado, acurrucada, con la cabeza sobre el pecho de Lena y un brazo y una pierna aferrados posesivamente a su cuerpo. Julia se había quedado dormida poco después de las siete de la tarde anterior y había dormido profundamente durante casi diez horas. Sin embargo, Lena apenas había conciliado el sueño. Cuando la luz abandonó el loft, empujada por la oscuridad, permaneció mirando al techo mientras acariciaba el pelo de Julia, escuchaba su respiración suave y regular y se concentraba en el calor del cuerpo de su amante contra su piel. Le parecía imposible que tan sólo unos días antes Julia y ella hubiesen visitado la Casa Blanca para declarar su amor mutuo, hablar del futuro y contemplar incluso la posibilidad de casarse. Se preguntó por qué aquellos momentos se le
antojaban menos reales que la certeza de que podía perderlo todo en un segundo, por qué la pérdida resultaba mucho más factible que la felicidad. Suspiró y besó a Julia en la frente. «No sirve de nada hacerse preguntas que no tienen respuesta.» Julia, con los ojos cerrados, deslizó la mano sobre el cuerpo de Lena, la posó entre sus pechos y acarició el centro de los
mismos.

-No te preocupes tanto. Aún no.
-Es difícil no hacerlo, pero procuro recordar todos los aspectos positivos. -Lena la apretó contra sí-. Eres joven y seguramente no se trata de cosa grave; si fuese grave, habría un tratamiento; y sobre todo, las dos sabemos que eres una luchadora. -Besó a Julia en la sien.
-Te amo -murmuró Julia dulcemente, rozando con los dedos el cuello de Lena-. Ayer le pedí a Diane que viniese para catalogar los cuadros de la exposición. No sabía que iba a contárselo hasta que la vi.

Lena continuó acariciando el hombro y la espalda de Julia, con caricias suaves y tiernas.

-Al principio me molestó que no me lo hubieses contado enseguida y que se lo dijeses primero a Diane.
-Lena...
-No pasa nada. -Se apresuró a decir Lena-. Lo más importante es que tú sabes que no estás sola y que... –Se atragantó tratando de que no le fallase la voz-... nos amamos.
-Ojalá supieras cuánto te necesito.
-Estoy aquí.

A las cinco de la mañana Lena corría hacia el norte por su ruta habitual de jogging en Central Park. Corría automáticamente, sin pensar; el rítmico sonido de sus pies contra el suelo la acompañaba frente al dolor que la atormentaba a cada instante. Iba más rápido de lo normal, sin reparar en que respiraba entre jadeos ni en los calambres que pinchaban los sobrecargados músculos. Cuando llegó al estanque y comenzó a rodearlo, se le iba la cabeza por falta de oxígeno y le temblaban las extremidades debido a la acumulación de ácido láctico. «Se pondrá bien. Tiene que ponerse bien. No le ocurrirá nada. No lo permitiré. Dios, ¿cómo puedo evitarlo? ¿Qué puedo hacer? ¿Qué puedo... cómo puedo...? Esto no es real...» Lena, jadeando, abandonó el sendero y se internó entre la espesa maleza que bordeaba la ruta de jogging, apoyó un brazo en el tronco de un árbol y vomitó hasta que los músculos de su estómago se cansaron. Luego, se deslizó hasta el suelo, con la espalda pegada a la áspera corteza del árbol. Echó la cabeza hacia atrás y contempló los primeros rayos de sol que se filtraban entre el dosel de las copas de los árboles. Con manos temblorosas cogió la botella de agua que llevaba prendida al cinturón y enjuagó el poso que el miedo había dejado en su boca. Cuando sus ojos se aclararon, se enderezó y regresó a paso firme a su trabajo y a la mujer que era su destino.

Stark se apretó contra la espalda de Renee, abrazándola por la cintura, con el rostro hundido entre la columna y el omóplato de Renee. Besó la cálida piel y murmuró:

-¿Cinco minutos más?
-Tenemos que levantarnos -dijo Renee con resignación, encajando las caderas en la curva del cuerpo de Stark-. ¡Hum, Dios, qué bien estás!
-Ay... -exclamó Stark, acariciando el estómago de Renee-. Sí.

Renee murmuró, satisfecha. Era la segunda vez que se despertaban juntas, pero les parecía tan raro y emocionante como el día anterior.

-Me gusta cómo haces esto.
-¿Qué?
-Acurrucarte.
-¿Acurrucarme? -En la voz de Stark había un matiz de incertidumbre-. No suena muy sexy.

Renee se rió y guió la mano de Stark hasta su pecho. Se quedó sin respiración cuando los dedos de Stark rodearon el pezón y lo apretaron.

-Oh, sí que lo es. Tu forma de abrazarme es muy sexy.
-En ti todo es sexy. -Stark frotó la mejilla contra el hombro de Renee y la besó bajo el lóbulo de la oreja-. Y además hueles muy bien.

Renee se puso boca arriba y colocó a Stark sobre ella. Encajó una pierna entre las de Stark y levantó las caderas. Se había excitado al acariciar el pecho de Stark y sabía que esta lo había notado. Sonrió con satisfacción mientras los ojos de Stark se dilataban al primer roce.

-¿Me sientes?
-Oh, sí -respondió Stark, sin aliento. Le latía el corazón de tal forma que parecía que se le iba a salir del pecho, y lo único en que podía pensar, lo único que sentía, que percibía, era a Renee... por todas partes, llenando su mente, su corazón y su cuerpo de asombro y deseo- Quiero que te corras.
-Tenemos que ir a trabajar. -Renee apretó los muslos contra la pierna de Stark, y ambas se excitaron. Un temblor se agitó en el fondo de su estómago y supo que, si no paraba enseguida, se correría.
-Dame cinco minutos -insistió Stark. Besó la comisura de la boca de Renee y deslizó la lengua sobre sus labios-. Vamos, sólo cinco minutos.

Renee acarició los cabellos de Stark, riéndose.

-Que sean diez.

Stark se deslizó en la Cama hasta quedar entre las piernas de Renee. Colocó los brazos bajo los muslos de Renee, bajó la cabeza y tomó a su amante con la boca. No se dio prisa, porque algunas cosas eran demasiado preciosas para apresurarse.


A las siete en punto, Lena entró en el centro de mando, un piso más abajo del apartamento de Julia, situado en el ático. Después de correr, se había duchado en su apartamento, que estaba frente al edificio de Julia, y se había vestido con su habitual traje oscuro a medida y una Camisa un poco más clara. Como en el loft de Julia, la zona que albergaba el centro de mando era un único espacio abierto. Ocupaban el área central terminales de trabajo rodeadas por mamparas grises de aluminio; había un centro de control atestado de ordenadores, pantallas y líneas de comunicación con todos los servicios de urgencias de Nueva York en un extremo, y en el opuesto una sala de reuniones acristalada. Por pura rutina Lena se dirigió a la cabecera de la mesa de la sala de reuniones y permaneció de pie mientras hablaba con los agentes convocados a la sesión de la mañana.

-Hoy habrá Cambio de turnos. -Esperó mientras los agentes buscaban en sus papeles el itinerario semanal-. Los siguientes agentes pasarán al primer equipo hasta nuevo aviso: Stark, Davis y Parker. Stark es la jefa. El segundo equipo estará formado por Fielding, Foster y Reynolds. El resto harán turnos según lo requiera la agenda. Mac se encargará de coordinar, como siempre.

Lena sólo había tenido unos minutos para echar un vistazo a los informes diarios, incluyendo los rutinarios de espionaje. Miró a Mac.

-¿Algo interesante en los informes?
-No, señora -respondió Mac. Tenía demasiada experiencia para preguntarle por los Cambios de turno durante la sesión principal. Lena le diría en privado lo que él debía saber. También comprendía que no era conveniente preguntarle qué había provocado las ojeras que tenía o el sutil temblor de sus manos.
-Bien -dijo Lena bruscamente-. Mac, tenemos que estar en Washington hoy a las once. Me alojaré en mi apartamento del Aerie. Reserva habitaciones para el equipo en el hotel de siempre y llámame cuando tengas los detalles del vuelo. Deja abierta la fecha de regreso.
-Sí, señora.
-Gracias. Eso es todo. -Lena dio la vuelta y recorrió con aire rígido el centro de mando hasta llegar al vestíbulo, donde llamó el ascensor privado que conducía al apartamento de Julia.

Julia respondió inmediatamente cuando Lena llamó a la puerta. Llevaba la bata azul oscura con la que Lena la había visto por vez primera y, como aquel día, estaba despeinada y los cabellos caían desordenadamente sobre su rostro. A pesar del estrés de los últimos tres días, la mirada de Julia era clara y sus labios llenos lucían el habitual y sensual tono rosado. Era la mujer más impresionante que Lena había conocido en su vida. Amor, encandilamiento, necesidad, miedo: todas las emociones que Julia provocaba bullían dentro de Lena. Cuando la puerta se cerró tras ella, Lena enmarcó el rostro de Julia con las manos, introduciendo los dedos entre los espesos mechones negros. Bajó la cabeza y deslizó la lengua sobre el labio inferior de Julia antes de meterla en la boca de la joven. El beso ganó intensidad, del saludo a la urgencia, y Julia abrazó a Lena por la cintura, rodeándola con los brazos por debajo de la chaqueta y estrechándose contra su cuerpo. Gimió débilmente y el brote repentino del deseo la aturdió. Julia se aferró a Lena, moviendo las caderas entre las piernas abiertas de Lena. Apartó la boca, jadeando, y murmuró:

-Me haces sentir tantas cosas... tan viva...

Lena, sin darse cuenta, agarró a Julia por el pelo, echando su cabeza hacia atrás y acercando los dientes al cuello de Julia. Tenía hambre de ella, no sólo física, sino hasta lo más profundo de su ser, con una necesidad tan elemental como respirar. Hundió la lengua en el hueco de la base de la garganta de Julia y susurró:

-Tú eres todo.
-No pares -urgió Julia, cuyo ruego casi era una oración. Desprendió la Camisa de Lena del cinturón y deslizó la mano hacia la columna vertebral de Lena, sobre el costado y el abdomen. Los músculos se estremecieron y se tensaron bajo sus dedos, y el ritmo de su propio cuerpo se aceleró. Con la cabeza inclinada hacia atrás y los ojos cerrados, gimió mientras la boca de Lena descendía hasta el centro de su pecho. Sintió el aire fresco sobre sus pechos ardientes cuando la bata cayó al suelo-. Sí.
-Te amo -dijo Lena con voz ahogada, levantando el pecho de Julia con la mano y acercando la boca al duro pezón. Sin pensar, en realidad al margen de cualquier pensamiento, lo mordió suavemente. Oyó gemir a Julia a través de la niebla de la excitación. Todo se detuvo. Se le heló la sangre cuando Lena levantó la cabeza.
-¡Oh, Dios mío, Julia! ¿Te he lasti...?
-No.

Antes de que Lena pudiese decir nada más, Julia puso las dos manos sobre el pecho de su amante y la empujó contra la puerta, siguiéndola con su cuerpo. Buscó la mano de Lena y la acercó a su pecho, estrujando los dedos de su amante en torno al mismo.

-Tócame. Aquí.

Se le encogió el estómago ante el desbordante placer. Buscó a ciegas la otra mano de Lena y la deslizó entre sus muslos, con la visión nublada por el acaloramiento y la presión sobre su carne hinchada. Con voz rota exigió:

-Y aquí. -«Dios. No te apartes. Te necesito ahora.» Incluso cuando les daba miedo expresar sus emociones con palabras, sus cuerpos hablaban... de pasión, de necesidad, de amor. Lena sintió la demanda de su amante a través de su piel, bajo los dedos, contra sus labios, y respondió sin dudas ni restricciones. Acogió el pecho de Julia en el cálido refugio de su boca mientras la penetraba, arrebatándola hasta lo más hondo, arrastrándola con la marea de su pasión más allá del temor, la incertidumbre y la pérdida. Cuando el clímax la envolvió, Julia creyó que se iba a desmayar, pero sabía que Lena no lo permitiría. Gritando, con la espalda arqueada y sacudida por incontrolables temblores, giró entre los dedos de Lena y se apoyó en sus hombros para sostenerse. Cuando sus músculos se derritieron, se hundió en los brazos de Lena, con la cabeza apoyada en el hombro de su amante- Oh, Dios... no sé de dónde... ha salido eso.
-De nosotras. Ha salido de nosotras. -Lena abrazó a Julia por la cintura, apretándola contra su pecho, y rozó con la mejilla los cabellos de la joven. Se moría de amor por ella y casi no podía respirar. Sintió el asomo de las lágrimas y, horrorizada, parpadeó para reprimirlas. Besó la cabeza de Julia y susurró: Todo saldrá bien.
-Sí -murmuró Julia, cansada, con los ojos cerrados mientras escuchaba cómo los latidos del corazón de Lena recuperaban la cadencia firme y fuerte que constituía la esencia de su amante. La esencia en la que ella se apoyaba. «No importa lo que ocurra; todo saldrá bien mientras te tenga a ti.»


Renee cogió el teléfono al primer timbrazo.

-FBI, agente especial Savard. ¿En qué puedo ayudarle?
-¿Estás ocupada?
-Hola. -Renee, incapaz de reprimir una sonrisa de placer, alejó la silla del hombre que ocupaba la mesa de enfrente en el despacho que compartía con otros seis agentes del FBI.

La división del FBI de la ciudad de Nueva York, instalada en los pisos 22, 23 y 24, de la Torre Norte del World Trade Center, era una de las más grandes que la agencia tenía fuera de Washington. Los destinos eran muy codiciados, como en la unidad de contraespionaje en la que Renee llevaba dos días trabajando. De momento se limitaba a leer expedientes y resúmenes de informes para familiarizarse con el alcance de las investigaciones que realizaba su nueva división. Por muchas razones, profesionales y personales, quería que le
asignasen el puesto de forma permanente

-Intentando parecer ocupada, al menos. ¿Y tú qué tal?
-Nos vamos a Washington.
-¿Oh? -Renee reprimió la decepción-. ¿Durante cuánto tiempo?

Stark suspiró.

-No lo sé. No tengo detalles.
-¿Me llamarás cuando lo sepas?
-Sí. Lo siento.
-No tienes por qué sentirlo. Lo comprendo. -Renee miró por encima del hombro, pero nadie la observaba. Bajó la voz aún más y murmuró-: Te echaré de menos.
-Yo también. Anoche me encantó llegar a casa y encontrarte allí.
-Dejemos eso durante las horas de trabajo -bromeó Renee con otra sonrisa.
-¿Qué? -preguntó Stark en tono inocente.
-Ya lo sabes.
-De acuerdo. Tal vez yo... un poco.
-Tengo que dejarte -dijo Renee dulcemente-. A propósito... Me encanta despertarme a tu lado.

Stark emitió un sonido a medio camino entre el gemido y la carcajada.

-Ahora eres tú la que no juega limpio.
-Llámame pronto. Cuídate.
-Entendido. -Stark colgó el teléfono con cuidado, preguntándose cuándo volvería a ver a su amante. «Cuídate.» «Tiene un mensaje de voz. Por favor, introduzca su contraseña.»

El corpulento hombre canoso, de vientre plano y potente mandíbula, siguió las instrucciones electrónicas y pulsó los números en su teléfono móvil mientras circulaba por la carretera de circunvalación. Tenía reuniones de negocios programadas durante todo el día y otra reunión muy distinta por la noche. Esa reunión era con un grupo de hombres con el que cinco años antes habría jurado que jamás se relacionaría. Había mucho de verdad en el viejo refrán: la guerra hacía extraños compañeros de cama. Mantuvo los ojos en los cinco carriles de circulación mientras escuchaba el mensaje. «Objetivo reubicado inesperadamente en la Zona Uno, destino concreto sin determinar. Duración desconocida. Avísenos.» Un Mustang trucado se colocó delante de él, obligándolo a frenar bruscamente. Sin embargo, su violenta maldición no iba dirigida contra el conductor que lo había adelantado sino contra la posible alteración de sus planes, cuidadosamente orquestados. Se habían producido demasiadas salidas en falso provocadas por errores imperdonables y a veces por pura y simple mala suerte: agentes extranjeros a los que negaban el pasaporte por complicaciones burocráticas o milicianos americanos fundamentales detenidos por violencia doméstica o por agresión con lesiones. La operación estaba oficialmente en marcha y la gran maquinaria de la guerra se había puesto en movimiento, por tanto ya no podía influir en el devenir de los acontecimientos. Si sus fuerzas no atentaban contra el objetivo primario conjuntamente con los ataques de sus aliados, tal vez no tuviesen otra oportunidad. El régimen decadente que detentaba las riendas del poder en
Washington se había debilitado tras años de ignorancia y orgullo desmedido. Pero no era tan tonto como para pensar que seguiría así después del primer ataque. La ventaja estaba de su lado en ese momento, y no podía perderla. Marcó el número para dejar un mensaje de respuesta:

-Cambio de ubicación de objetivo irrelevante. Plan y horarios sin alterar.
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Guardias de Honor Empty Re: Guardias de Honor

Mensaje por Anonymus 4/11/2015, 7:35 pm

Capitulo Veinte

Lena se hallaba de perfil junto a la ventana; rayos de sol envolvían su cuerpo y subrayaban las superficies esculpidas de su rostro. Julia, que estaba en la puerta del dormitorio de Lena, veía a su amante como una diosa guerrera labrada en oro. Había una profunda serenidad en el cuerpo y una expresión distante en el rostro que Julia identificaba con la preparación de Lena para la batalla. En esa ocasión Julia sabía que Lena se estaba preparando para enfrentarse a cualquier enemigo que la atacase a ella. «Te amo por esa expresión. Te amo porque estás deseando afrontar lo que vendrá. Ojalá no tuvieras que hacerlo, pero no tengo fuerzas para alejarte de mí.»

-¿Cariño? -murmuró Julia dulcemente, entrando en la habitación. Lena apartó inmediatamente los ojos de la vista que no estaba contemplando realmente y recibió a su amante con una sonrisa.
-Hola. ¿Todo arreglado? -Extendió el brazo y atrajo a Julia hacia sí, acariciándole la espalda.
-Sólo he colocado unas cuantas cosas -respondió Julia, apretándose contra el costado de Lena. Deslizó una mano bajo la chaqueta de Lena y la posó en su cadera-. Por si no tenemos que quedarnos.
-¿Estás lista? -Eran las 11.50 y la cita de Julia con el especialista en cáncer de mama del Centro Médico del Ejército Walter Reed era a las 13.00. Lena había revisado el itinerario con Mac en el breve trayecto en avión esa misma mañana. El primer equipo estaba delante de su casa en ese momento.
-Sólo un minuto. -Julia se apartó y cogió la mano de Lena, llevándola hasta el sofá en el que habían hecho el amor unos días antes. Aquellas pocas horas de paz y pasión se le antojaban muy lejanas. Julia se sacudió la rabia y se centró en el presente-. Hay algo que quiero hablar contigo antes de que nos vayamos.

Lena miró a Julia fijamente, buscando en los familiares ojos azul cobalto señales de miedo o de renuncia. Por suerte, no encontró nada de eso. Desde la tarde anterior, cuando Julia le había contado lo que le ocurría, había temido que intentase apartarla de ella. Es lo que habría hecho la mujer que conoció un año antes. Sintió un profundo alivio al descubrir que Julia confiaba en que se quedase, que confiaba en la fuerza de su amor. Cogió la mano de su amante y la acarició entre las suyas.

-¿Qué ocurre?
-Tengo cierta idea de lo que va a pasar esta tarde. –Julia deslizó el pulgar sobre la mano de Lena. Hablaba en tono firme y sereno. Estaba preparada. El shock inicial había desaparecido, borrado por su habitual fuerza de voluntad. También ella estaba preparada para la batalla-. Por si el cirujano tiene alguna duda sobre lo que puede ser esto, quiero que me lo quiten.
-Sí, también yo. -A Lena le parecía que el examen no se hacía con la celeridad requerida. Era como si viese una bala que se dirigía hacia el cuerpo de Julia y no pudiese hacer nada. No se podía poner delante ni apartar a Julia de su trayectoria. Su impotencia le perforaba las entrañas. Si había la menor traza de elementos enemigos en el cuerpo de Julia, quería aniquilarlos. Matarlos. Destruirlos. Inmediatamente.
-Hay otra cosa que quiero que sepas -dijo Julia en voz baja. Lena acarició la mejilla de Julia.
-Dime.
-Si es cáncer, podría haber varios tratamientos. -Julia miró a Lena a los ojos mientras hablaba-. Pero aunque sean alternativos a la cirugía, quiero una mastectomía.
-De acuerdo. -La expresión de Lena no se alteró ni le tembló la voz-. Como quieras, siempre que sea la mejor opción de cura.
-A veces la terapia de radiación parece tan buena como la cirugía, pero siempre existe la posibilidad de que aparezca posteriormente otro tumor en el mismo sitio. No quiero que me ocurra eso, mucho menos después de lo que le pasó a mi madre.

A Lena se le agarrotó la garganta cuando vio el miedo asomar a los ojos de Julia. Con voz ronca dijo:

-Entiendo.
-Lena... vi lo que sufrió mi padre. No quiero que tú...
-No -repuso Lena, posando el pulgar sobre los labios de Julia-. Aún no hemos llegado a eso, estamos muy lejos de pensar en algo así. Y ocurra lo que ocurra, te necesito. Y necesito estar contigo.

Julia cerró los ojos y rozó la mejilla contra la mano de Lena.

-Dios, ojalá no sucediese esto.
-Sí, cariño. -Lena se inclinó hacia delante y besó a Julia dulcemente-. Pero primero debemos saber a qué nos enfrentamos. Tal vez no sea nada.

Julia asintió.

-Lo sé. Pero las probabilidades no están de mi parte; si no es ahora, podría ser dentro de cinco años, de diez o de veinte. -Suspiró y miró a Lena a los ojos-. Siempre lo supe. Sólo que no pensaba en ello.
-No podemos predecir el futuro. Lo mejor que podemos hacer es aprovechar al máximo la vida que tenemos. -Lena la besó de nuevo.- Te amo con toda el alma, Julia.

Julia ahogó un grito, tomó el rostro de Lena entre las manos y buscó su boca, besándola casi con desesperación. Cuando se apartó, las lágrimas danzaban en sus pestañas.

-Confío en eso. Confío en ti. Nunca creí que habría alguien como tú en mi vida.

Lena la besó en la frente, los párpados, la boca, con ternura y temblorosa intensidad a la vez.

-Me parece como si hubiera nacido para amarte. Deja que lo haga y seré feliz.

Julia se rió, rodeó con los brazos la cintura de Lena y se apretó contra ella.

-No está en mi mano evitarlo.

***

Una esbelta rubia vestida con el uniforme del ejército de Estados Unidos, en el que lucía la insignia de teniente coronel, entró en el amplio y funcional despacho y atravesó la moqueta
gris hasta donde estaba Julia sentada en una de las dos sillas que había ante una sencilla mesa de madera noble. Lena estaba sentada a su lado. La mujer le ofreció la mano a Julia y dijo:

-Señorita Volkova, soy la doctora Leah Saunders.
-Encantada, doctora Saunders -respondió Julia, estrechando la mano de la doctora y señalando a Lena-: Mi compañera, la agente Elena Katina.
-Doctora -dijo Lena estrechando a su vez la mano de la doctora Saunders.
Tras las presentaciones, la cirujana rodeó la mesa y se sentó. Puso una sencilla carpeta de papel manila sobre el secante de piel verde oscura y cogió un bolígrafo. Abrió la carpeta y miró a Julia a los ojos:
-Necesito datos para el historial médico antes de hacer el examen. Tengo aquí sus datos básicos, así que podemos concentrarnos en el problema actual.
-Por supuesto. -Julia tenía la garganta seca, pero habló con voz normal.
-¿Le preocupa un bulto en el pecho izquierdo?
-Sí.
-¿Cuándo lo notó?
-Hace tres días.
-¿Alguna molestia o traumatismo en la zona?
-No. Lo noté por casualidad cuando me estaba duchando.

La doctora garabateó unas notas.

-¿Ha tenido antes problemas en los pechos: bultos, supuraciones del pezón, erupciones en la piel?
-No, nunca.
-¿Le han hecho alguna mamografía?
-No.

La doctora Saunders hizo otra pausa para anotar la información. Luego alzó la vista, con los ojos muy atentos aunque amables.

-Generalmente, no le haría una mamografía a una persona de su edad. Sin embargo, dado el historial familiar, como al parecer tiene usted una lesión palpable, me gustaría tener la
imagen de ambos pechos para establecer conclusiones.
-Sí -afirmó Julia en voz baja-. Me parece bien.
-Tiene otros problemas mencionables de salud?

Ante el gesto negativo de Julia, la doctora Saunders añadió:

-Toma medicación o algún tipo de droga?
-No.
-De acuerdo. -La doctora Saunders se levantó y señaló una puerta en el extremo opuesto de la habitación-. La sala de reconocimientos está por ahí. Una enfermera le dará una bata y
yo iré dentro de unos minutos. Su compañera puede ir con usted.
-Gracias. -Julia dio la mano a Lena, y ambas siguieron a la doctora. Cinco minutos después, Julia estaba desnuda de cintura para arriba, cubierta sólo por una fina bata de papel y sentada en una mesa de reconocimiento forrada de vinilo. Apareció la doctora Saunders, se lavó las manos en el lavabo del rincón y miró a Julia.
-¿Lista?
-Sí. -Julia miró a la doctora y a Lena y esbozó una débil sonrisa.

Lena permaneció en la habitación de tres metros alicatada en blanco mientras la doctora pedía a Julia que se acostase, que se sentase y que levantase los brazos y la observaba y palpaba los pechos de la joven. Mientras presenciaba el examen, a Lena le corría el sudor por la espalda, aunque no hacía demasiado calor en el lugar. Nunca había visto aquella falta de expresión en los ojos de Julia, como si su cuerpo estuviese presente, pero su mente no. La doctora era eficiente, profesional y amable, pero Lena no podía evitar ver a Julia como víctima durante todo el proceso. Apretó los puños contra los costados y se esforzó por contener la rabia. No tenía a nadie con quien enfadarse ni nada para descargar su frustración.

-Puede cerrar la bata -indicó la doctora Saunders, apartándose. Esperó a que Julia anudase las tiras de papel que cerraban la bata para continuar-: Tiene una densidad de un centímetro en el cuadrante superior externo del pecho izquierdo.

El rostro de Julia no se inmutó. A Lena se le revolvió el estómago, pero se obligó a escuchar.

-Es una zona del pecho en la que muchas mujeres de su edad suelen tener tejido excesivamente denso. Sin embargo, esta es una masa considerable y merece una evaluación más profunda.
-¿Qué tipo de evaluación? -preguntó Julia en tono grave y controlado.
-En primer lugar la mamografia. Quiero cerciorarme de que no haya otras anomalías que no percibo a simple vista.

El tono de la doctora era natural y directo. A Julia no la sorprendió nada de lo que había dicho hasta el momento. Desde el primer instante supo que lo que tenía en el pecho no era
producto de su imaginación. Había leído sobre la enfermedad, había dado conferencias sobre ella y la había vivido, aunque en la época de la enfermedad de su madre no comprendía las
molestias del tratamiento.

-¿Y luego?
-Si no aparece nada más en las placas, hay que hacer una biopsia de la zona.

Mientras la doctora Saunders hablaba, Lena se acercó a Julia y posó la mano en la parte baja de la espalda de la joven, sobre la bata de papel azul celeste. Sus dedos percibieron el temblor de su amante. Lena preguntó en voz baja:

-¿Y si la mamografia es normal? ¿Sigue siendo necesaria la biopsia?
-Buena pregunta -admitió la doctora Saunders-. La respuesta es sí porque una mamografia no es exacta al cien por cien. Aunque su resultado sea normal, ante una masa palpable de
cierta dimensión se recomienda la biopsia. -Miró primero a Lena y luego a Julia-. Puedo hacer una biopsia por aspiración con aguja aquí mismo. Es sencilla y prácticamente indolora. El
problema es que sólo nos muestra una pequeña porción de la masa. Si el resultado es normal, no sabremos si existe una zona adyacente anormal que la aguja no haya aspirado.

Julia no dudó.

-Quiero que me lo quiten. Todo.
-Muy bien -dijo la doctora-. Haré la mamografia esta tarde para confirmar que no hay problemas en el resto del pecho ni en el lado derecho. Realizaremos una biopsia abierta del pecho izquierdo mañana a las siete de la mañana. Debo practicar una pequeña incisión encima de la lesión. Estará sedada, pero no se le administrará anestesia general. La incisión será de dos centímetros y medio. Le quedará una cicatriz, pero con el tiempo no se notará.
-Sí. Muy bien.

Por primera vez, la doctora Saunders se mostró un poco nerviosa.

-Señorita Volkova, ¿desea que informe a su padre?

Julia la miró a los ojos.

-Prefiero que no lo sepa de momento.

Tras unos segundos de duda, la doctora asintió.

-Si le deja su número de teléfono a mi secretaria, la llamaré en cuanto estudie la mamografia. Dentro de unos minutos le darán instrucciones sobre la operación de mañana y la llevarán
a radiología. ¿Alguna de ustedes quiere preguntar algo?
-No, gracias -respondió Julia.

Lena negó con la cabeza.

-Entonces, hablaremos después.

Cuando la doctora Saunders se marchó, Julia soltó un largo suspiro y se apoyó en el costado de Lena.

-Uff.

Lena rodeó con el brazo los hombros de Julia y la besó en la cabeza.

-¿Te encuentras bien?
-Supongo que sí. Es lo que esperaba. -Julia cerró los ojos y hundió la mejilla en el pecho de Lena-. Me alegro mucho de que estés aquí.
-Yo también -susurró Lena.

Renee contempló el apartamento aún extraño. Como Stark, estaba limpio y ordenado. Y como en ella, había algún que otro sorprendente toque de ternura. Un cojín bordado a mano en el
sofá con las palabras «El hogar está donde está el corazón». Parecía cosa de una colegiala, y Renee apostaba a que seguramente era un regalo de alguna amiga o de un familiar. Que Stark lo conservase demostraba lo cariñosa que era. Había un pequeño y bien cuidado acuario, lleno de peces de colores, sobre una mesa de pie central en un rincón de la sala, y junto a él una lista de detalladas instrucciones sobre el cuidado y la alimentación de sus moradores, con un surtido de comida y medicamentos. Evidentemente, alguna amiga o vecina los cuidaba cuando Stark estaba fuera trabajando. Por algún motivo la conmovedora atención que Stark prestaba a aquellos pequeños seres enterneció a Renee. «Eres un encanto. Dios, ¿cómo llegué a encontrarte?» Como si fuera una respuesta, el teléfono móvil de Renee sonó
y el lector de pantalla identificó a Stark. Renee respondió, sonriendo.

-¡Hola! En este preciso momento estaba pensando en ti.
-¿Qué tal? ¿Estás en casa?

«Casa.» Renee contempló el apartamento. Había vaciado las maletas traídas de casa de su hermana. Había poco más de ella en el apartamento, salvo unos cuantos libros comprados durante su convalecencia. «¿Acaso es eso? ¿Un hogar? ¿Estoy preparada para algo así?»

-Acabo de llegar -respondió Renee-. ¿Y tú qué tal?
-Estoy en el hotel. Seguramente me quedaré aquí toda la noche.
-¿Cuánto tiempo estaréis en Washington?
-No lo sé -dijo Stark, en tono reflexivo-. Hay un bloqueo de información. Ni siquiera sé qué haremos mañana por la mañana. La comandante ha convocado al primer equipo a las
05.30.
-¿Sólo al primer equipo? -preguntó Renee con curiosidad-. Ese no es el procedimiento estándar, ¿verdad?
-No. Generalmente el equipo entero es informado del itinerario completo y del programa con varios días de antelación. -Stark se quedó callada unos momentos, y luego dijo-: Hemos pasado toda la tarde en el Walter Reed. Sólo el primer equipo.

Renee tomó aliento, sorprendida.

-¿Julia?
-Sí.
-¡Oh, Dios!
-Sí -repitió Stark con pena-. No tengo ni idea de lo que ocurre, pero no debe de ser nada bueno cuando hemos venido corriendo para... algo.
-¿Y la comandante? -preguntó Renee, pensando en lo bien que le caían las dos y en lo mucho que habían sufrido.
-Igual que siempre, totalmente controlada. Salvo que... no sé, parece... demasiado controlada. Como a punto de estallar.
-Sí. -Renee se dejó caer en el sillón, echó la cabeza hacia atrás y contempló el techo-. ¿Te encuentras bien?
-Un poco preocupada.

Renee esbozó una leve sonrisa al oír la respuesta.

-Me gustaría estar ahí contigo.
-Sí, te echo de menos.
-Yo también, cariño -musitó Renee. «Más de lo que tú imaginas.»

En la pantalla del televisor la teniente Ripley, encarnada por Sigourney Weaver, recorría las entrañas del Nostromo en busca del alienígena que había asesinado a casi toda la tripulación. Lena estaba tendida en la cama, con una Camiseta gris desteñida y pantalones de gimnasia. Julia, con un conjunto similar, se había acurrucado junto a ella, con la cabeza sobre el hombro de Lena. Estaba tan quieta que parecía dormida, aunque Lena sabía que estaba despierta. Le latía el corazón demasiado fuerte.

-Creo que deberías decírselo a tu padre -sugirió Lena.
-Ya tiene bastantes cosas en la cabeza. Y aún no sabemos nada.
-No se trata de eso. -Lena acarició el brazo desnudo de Julia-. Seguro que le gustaría estar a tu lado.
-Lo sé, pero no quiero preocuparlo sin motivos.
-Cariño -murmuró Lena, bajando la cabeza para besar a Julia en los labios-. Tengo la sensación de que ser tu padre es muy importante para él. Creo que querría que le dieses la
oportunidad de preocuparse.

Julia apretó los ojos cerrados.

-No puedo ni imaginar lo que supondría para él.

A Lena se le encogió el corazón, pero continuó con voz dulce:

-El mismo dolor que supone para ti. Por eso los dos tenéis que estar juntos en esto.
-Dios, sigo esperando que todo pase.
-Lo sé. Y tal vez pase. -Lena la abrazó con fuerza-. Seguramente pasará. Pero hasta entonces, tenemos que estar juntos. Todos nosotros. Como una familia.

Julia lloró por primera vez desde que, al rozar el pecho con los dedos, había notado algo extraño. Lena la sostuvo entre sus brazos, acunándola suavemente, hasta que cesaron las lágrimas. Luego, levantó el dobladillo de la Camiseta y secó las mejillas de su amante.
-No pienso sonarme con tu Camiseta -farfulló Julia.
-No, por Dios. El sudor y las lágrimas son una cosa, pero los mo...

El teléfono móvil de Julia sonó y las sobresaltó. Julia lo cogió antes de que sonase otra vez.

-¿Diga?... Sí, yo soy... de acuerdo... sí. Sí, ya entiendo... estaré ahí. Gracias.

Lena contuvo la respiración mientras Julia cerraba el teléfono y lo dejaba a un lado.

-Salvo un incremento de densidad en la zona del bulto, la mamografia es normal -se apresuró a explicar Julia.
-¡Oh, gracias a Dios! -Lena abrazó a Julia y la besó-. Es una noticia estupenda.
-Sí. -Julia se rió, temblando-. Ahora sólo nos queda superar la biopsia de mañana.
-Lo conseguiremos, cariño -murmuró Lena-. Lo conseguiremos, te lo prometo.
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Mensaje por Anonymus 4/11/2015, 7:36 pm

Capitulo Veintiuno

24 de agosto del 2001

Aún era de noche cuando Lena notó que Julia se levantaba de la cama. Al oír la ducha en el cuarto de baño, apartó las sábanas y se dirigió a la habitación contigua. Una vez dentro, llamó suavemente a la mampara de cristal de la ducha antes de abrirla unos centímetros. Julia estaba bajo el agua humeante, con los cabellos chorreando sobre la cara y los ojos cerrados. Tenía ojeras, prueba de que había dormido poco, si había dormido algo, la noche anterior.

-¿Puedo ducharme contigo? -preguntó Lena. Sin abrir los ojos, Julia deslizó la mampara y extendió la mano.
-Pues claro.

Lena se puso detrás de su amante y cogió el jabón. Abrazó a Julia por la cintura y la apretó contra su pecho. Luego, apoyó la barbilla en el hombro de Julia y le enjabonó el cuerpo con la otra mano. Julia arqueó el cuello, echó la cabeza hacia atrás y suspiró.

-Tus manos son las mejores.

Lena se rió y deslizó las manos enjabonadas sobre los pechos y el abdomen de Julia.

-Y tú eres una mujer preciosa. -Notó que Julia se ponía rígida y continuó sin alterar el tono-: 2" no hay parte de ti que no ame. -Puso los dedos sobre el punto en el que latía el corazón de Julia-. Pero esto es lo que más amo de ti, Julia. Lo que está... aquí dentro.

Julia se volvió en el círculo de los brazos de Lena y se aferró al cuello de su amante. Hundió el rostro en el suave calor que brotaba entre el cuello y el hombro de Lena y se inclinó hacia ella, agradeciendo su sólida fuerza.

-Con un poco de suerte, sólo será una cicatriz. Y es más...
-Las cicatrices, por numerosas o grandes que sean, no harán que te amé menos. -Lena levantó la barbilla de Julia y alzó la cara de la joven para besarla en la boca. Fue un beso prolongado: exploró los labios, la superficie interna de los mismos y el interior de la boca. Lena la acarició, la tocó y la veneró hasta que sintió cómo Julia temblaba en sus brazos. Entonces, se apartó y susurró-: Y nada conseguirá jamás que te desee menos.
-¿Cómo logras saber siempre lo que hay que decir?

Lena cabeceó y clavó los ojos en los de Julia.

-No lo sé. Sólo trato de decirte lo mucho que significas para mí. Y siempre me parece que me quedo corta.
-Oh, comandante. -Julia soltó una risa trémula mientras deslizaba los dedos sobre el pelo mojado de Lena-. Créame nunca se queda corta.
-¿Te encuentras bien? -preguntó Lena cuando salieron de la ducha y le dio a Julia una gruesa toalla de baño de color turquesa.
-Sí, creo que sí. -Julia se envolvió en la enorme toalla y la anudó encima de los pechos-. Sé que habría superado esto, sea lo que sea. -Extendió la mano y acarició el rostro de Lena-. Pero que estés a mi lado... Creo que nunca me he sentido tan amada.

Lena dejó a un lado la toalla que estaba utilizando para secarse el pelo y se acercó a Julia. Con ternura tomó la cara de Julia entre las manos y la besó suavemente.

-Me volvería loca si no estuviese contigo en este momento.

La mirada de Julia se enterneció al mirar el rostro de Lena.

-¿Te encuentras bien? Bien sabe Dios que no eres indestructible, aunque a veces consigues que cueste mucho recordarlo.
-Gracias. -Una sonrisa se dibujó en la comisura de la boca de Lena-. Y estoy perfectamente.
-Entonces todo saldrá bien. -Julia besó a Lena una vez más y salió del baño-. Estaré lista dentro de unos minutos.

Unos segundos después, a través de la puerta abierta, Lena oyó la voz tenue de Julia hablando por teléfono. A continuación, escuchó claramente las palabras de su amante.

-Hola, papá. Escucha, tengo que decirte algo.

***
Los cuatro agentes del Servicio Secreto que estaban en la sala de la suite del hotel se levantaron automáticamente cuando Lena entró acompañada por la primera hija.

-No se levanten, por favor -dijo Lena a Mac, Felicia, Stark y Parker-. La señorita Volkova quiere estar presente en la sesión informativa de esta mañana.

Los cuatro asintieron con gestos respetuosos. Sin embargo, Stark parecía preocupada, y la mirada azul de Mac era especialmente intensa. Felicia se mostraba serena, como siempre. Cynthia Parker, la miembro más nueva del equipo, siguió el ejemplo de los demás y esperó pacientemente, con la atención centrada en Lena.

-La señorita Volkova se va a someter a una intervención quirúrgica ambulatoria a las 07.00 -explicó Lena en tono normal-. Quiero un bloqueo informativo total al respecto. Que nadie haga declaraciones. Que nadie se acerque a ella para preguntar.

Julia apoyó una cadera en el brazo de un panzudo sillón mientras Lena hablaba. Estaba acostumbrada a la actitud de mando de Lena y, curiosamente, la reconfortaba, aunque tenía que luchar al mismo tiempo con la sensación de estar desvinculada de todo lo que la rodeaba. Se daba perfecta cuenta de que su futuro entero podía cambiar en las horas siguientes. Los planes que había hecho, los sueños que había alimentado desde la niñez, y la alegría de un amor recién descubierto podían verse alterados por un minúsculo grupo de células que habían invadido su cuerpo. Aquello era casi imposible de asimilar, pero sabía que debía hacerlo. Sólo asumiendo la realidad podía salir victoriosa. Recuperaría su vida, fuese cual fuese el resultado de la biopsia. Parpadeaba cuando se dio cuenta de que Lena se había callado.

-Lo siento. -Julia se levantó, con una sonrisa de disculpa-. Sólo quería estar aquí cuando la comandante explicase la situación. Sé que harán todo lo posible para que esto no trascienda a la prensa. -Se encogió de hombros-. Pero también sé que son muy persistentes. Si se sabe...
-No se sabrá -aseguró Stark, rotunda, mirando primero a Julia y luego a sus colegas-. ¿De acuerdo?

La serie de Entendidos hizo sonreír a Julia. Extendió el brazo y dio la mano a Lena.

-Entonces, acabemos de una vez.

Julia, desnuda salvo por una fina bata de algodón atada a la espalda, estaba tendida en una camilla con la espalda elevada cuarenta y cinco grados y una sábana que le cubría hasta la cintura. Lena se hallaba junto a ella, con los dedos entrelazados. Stark montaba guardia ante la puerta de la zona de pre-ingreso: la antesala en la que se preparaba a los pacientes antes de llevarlos al quirófano. Felicia y Cynthia estaban apostadas en el vestíbulo exterior, y Mac esperaba con el coche en un aparcamiento subterráneo. No había más pacientes en la zona de pre-ingreso. Eran las 06.45. Lena oyó una voz en el pasillo que gritaba Firmes y vio que Stark obedecía la orden, plegando las manos a los costados y mirando al frente. Oleg Volkov entró en la habitación seguido por tres hombres. Se detuvo bruscamente y se volvió para decir algo al que tenía más cerca. El jefe de su equipo de seguridad torció el gesto, pero junto con los otros dos hombres salió al pasillo. Luego, el presidente cruzó a toda prisa la habitación y se acercó a la camilla, situándose frente a Lena. Se inclinó y besó a Julia en la frente.

-Hola, cariño.
-Hola, papá.

El presidente miró a Lena.

-Señor.
-¿Qué tal estás? -preguntó el presidente apartando un inexistente mechón de cabello de la mejilla de Julia. Sus ojos azules, del mismo color que los de Julia, brillaban de emoción. Julia le sonrió con un expresión serena.
-Estoy bien. De verdad
-Por supuesto. -La miró, muy serio-. Me alegro de que me llamases.

Julia miró a Lena y luego a su padre.

-Debería haberte llamado antes. Lo siento.

El presidente cabeceó.

-Tenías demasiadas cosas en qué pensar. -Se aclaró la garganta-. ¿Te molesta que hable con la doctora?
-No, pero aún no hay nada que contar. Lo sabremos después de la biopsia. -Julia tomó aliento-. Papá, seguramente no será nada. Se trata sólo de prevenir.
-Ya lo sé -aseguró el presidente, convencido. En ese momento Leah Saunders, vestida con un mono quirúrgico azul marino, entró por una puerta del fondo. Cuando vio al presidente junto a Julia, se apresuró a saludarlo:
-Señor, soy la coronel Saunders, médico de su hija.
-Doctora -dijo Volkov.
-Estamos preparados -afirmó la doctora Saunders, mirando a Julia-. ¿Lista?
-Sí.
-Los dejo un minuto, y luego las auxiliares la llevarán. La veré allí.

Oleg Volkov besó a su hija en la frente de nuevo.

-Nos vemos dentro de un rato, cariño.
-Papá -protestó Julia-, no hace falta que te quedes.
-Aquí puedo recibir llamadas como en cualquier otro sitio. -Sonrió, y retrocedió para que su hija y su amante disfrutasen de un momento de intimidad. Lena besó a Julia en los labios.
-Te quiero, cariño.
-Yo también te quiero.
-Hasta luego -susurró Lena, sintiéndose incapaz, inútil y furiosa contra su impotencia. Mientras los auxiliares empujaban la camilla hacia la puerta del quirógrafo, Lena caminó a ellos, sosteniendo la mano de Julia hasta que llegaron a la zona restringida. Luego, se quedó en la puerta hasta que Julia desapareció de su vista. Al volverse, vio que el presidente seguía esperando y se reunió con él.
-¿Me permite invitarla a un café? -preguntó.
-Sí, señor. No quiero propasarme. -Lo que quería era empujar las puertas dobles con el gran letrero rojo que ponía «Zona Restringida», coger a Julia y sacarla de allí como fuese. Sus sentimientos debían reflejarse en su rostro, porque la expresión del presidente se dulcificó y la compasión asomó a sus ojos.
-Se ocuparán de ella. Además, hace falta mucho más que eso para acabar con Julia.
Lena esbozó una leve sonrisa.
-Lo sé. Es una persona increíble.

El presidente asintió.

-Sí que lo es.

Lena, cuyo café se enfriaba sobre una mesita, caminaba ante la ventana de una sala de espera privada mientras el presidente hablaba por teléfono sentado en un sofá. Sus agentes de seguridad flanqueaban la puerta. Lena había situado a Felicia y a Stark en la sala de reanimación, donde llevarían a Julia después de la operación. Miró el reloj por enésima vez: las 07.25. Trató de imaginar qué le ocurría a Julia mientras ella era incapaz de ayudarla. Los hospitales eran lugares sumamente fríos e impersonales. Se acordó de la última vez que le habían disparado. Las luces de la UCI eran demasiado fuertes, las voces atenuadas muy confusas y la desorientación aterradora. Y el dolor. Dios, el dolor.

-No quiero que le hagan daño.
-La biopsia no es tan grave -afirmó Oleg Volkov. Lena lo miró a los ojos, sorprendida al oír su voz.
-Lo siento. No pretendía interrumpirle.
-Y no lo has hecho. -Dejó los papeles a un lado y se acercó a ella-. Le dolerá un poco durante unos días, pero no creo que le moleste demasiado.

Lena contempló la extensión de césped que se veía a través de la ventana, pensando que sólo estaba experimentando una mínima parte de la ansiedad y la angustia que aquel hombre había sufrido cuando la mujer que amaba había pasado por algo mucho peor.

-Odio no saber qué hacer para ayudarla.
-Sí -admitió el presidente-. Lo sé.

Permanecieron en silencio unos momentos hasta que el teléfono del presidente volvió a sonar, y él se alejó tras darle una palmadita en el hombro a Lena. A las 07.50 apareció la doctora Saunders. El presidente cortó la llamada y se levantó. La doctora miró primero a Lena y luego al presidente.

-La señorita Volkova se encuentra bien. Está en la sala de reanimación, descansando.

Lena y Oleg Volkov hablaron a la vez.

-¿Y qué hay...?
-¿Ha visto...?

El presidente señaló a Lena.

-Adelante.
-¿Puede decirnos algo? -Lena tenía el corazón desbocado y la garganta seca. Ni siquiera en los peores momentos su ritmo cardíaco subía de sesenta. Pero en aquel instante le parecía como si su corazón estuviese a punto de reventar.
-Nada concluyente -respondió la doctora, con gesto de disculpa-. No podemos saber nada sin un examen patológico completo, pero la lesión me ha parecido pequeña, y estoy segura de que he eliminado todo. Había un pequeño nódulo linfático en esa zona y también lo he extirpado. Parecía totalmente normal.
-¿Cuánto tardará el informe patológico? -preguntó el presidente.
-Les he metido prisa, señor. Mañana.
-¿Podemos verla? -quiso saber Lena.
-Sí. Está sedada, pero sin duda se alegrará al verlos.

Lena extendió la mano.

-Gracias.

La doctora Saunders sonrió.

-De nada. -Se volvió hacia el presidente y lo saludó-. Señor.
-Gracias, coronel -respondió el presidente, devolviéndole el saludo.
-Hola -dijo Julia con voz pastosa, parpadeando para centrar la vista-. ¿Seguís aquí?
-Sí -murmuró Lena, y se inclinó para besar a su amante en la frente-. ¿Qué tal estás?
-Bien. Duele un poco, pero... he sufrido golpes peores... en el ring. -Volvió la cabeza con trabajo y miró a su padre-. ¿Qué tal?
-Bien, cariño. Tengo una reunión, así que debo irme dentro de un minuto. La doctora dice que te has portado de maravilla.
-No... me acuerdo de nada. -Julia frunció el entrecejo-. Malditas drogas.

Lena sonrió.

-¿Por qué no cierras los ojos y duermes un poco?
-¿Se sabe... algo? -Julia se esforzó por aclarar las ideas, pero no lo consiguió-. Odio... la espera.
-Lo sé, cariño -murmuró Lena dulcemente, acercándose a la barandilla para acariciar los cabellos de Julia-. Nos lo dirán pronto. Y entonces nos ocuparemos de ello.
-¿De verdad?
-Te lo prometo -afirmó Lena, rotundamente. Continuó acariciando la mejilla de Julia mientras los párpados de su amante aleteaban y se cerraban. Cuando se cercioró de que Julia estaba dormida, se irguió y se topó con la mirada del presidente clavada en ella-. Esta noche estaremos en mi apartamento, señor. Le llamaré para ponerle al día, si le parece bien.
-Me parece estupendo. Ya veo que Julia se encuentra en buenas manos.
-Gracias, señor.

El presidente cabeceó y dijo en voz baja:

-No, Lena. Gracias a usted.

Lena, al quedarse sola, se sentó y se dispuso a esperar. Stark y Davis se encontraban ante la puerta, haciendo guardia en silencio.

***

-Me encuentro perfectamente, y estoy harta de la cama.

Lena nunca había oído a Julia hablar en tono tan petulante, y le resultó divertido. Sin embargo, disimuló la sonrisa para no estimular la escasa paciencia de su amante.

-¿Qué te parece si tomamos la pizza en la cama mientras vemos una película? No hace falta que te pases el día durmiendo.

Julia miró a su amante con suspicacia. El dolor del pecho, el aturdimiento de cabeza, y tanta amabilidad por parte de Lena la ponían de mal humor. No le gustaba que la cuidasen... bueno, sí, un poco, y eso también la fastidiaba.

-¿Qué tipo de pizza?
-De queso.
-¿Sin salchichón?
-Ah... me pareció excesivo después de la anestesia y todo eso. -Lena se echó en la cama y acarició el muslo de Julia. Con voz ronca murmuró-: Tengo El regreso de la momia.
-¿En formato reducido?

Julia se movió con cuidado para dejar sitio en las almohadas a Lena.

-De acuerdo. El queso me parece genial.
-¿Quieres un analgésico?
-No.
-Tal vez después de comer.

Julia iba a protestar, pero vio un asomo de preocupación en los ojos de Lena. Puso su mano sobre la de Lena y la estrechó cariñosamente.

-Lo tomaré si lo necesito. Te lo prometo.
-De acuerdo. Voy a buscar platos de cartón y más refresco.

Julia se quedó dormida en medio de las peripecias de la momia por Londres. Lena se levantó de mala gana, recogió las sobras y las llevó a la cocina. Le dolía la cabeza, pero no estaba cansada. Con Julia en casa y a salvo, los últimos días le parecían una pesadilla. Le costaba creer que pudiese ocurrirle algo a Julia, aparte de las amenazas contra su vida. Sin embargo, Lena sabía que aún no había acabado todo. Y la espera era una verdadera tortura.
Se apoyó en la encimera de la cocina y se frotó la cara con las manos en un vano intento de despejar el dolor de cabeza y de serenarse. De pronto, cogió el teléfono y marcó un número.

-¿Mamá? Quiero hablar contigo.
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Mensaje por Anonymus 4/11/2015, 7:36 pm

Capitulo Veintidós

25 de agosto del 2001

Julia estaba acurrucada en un rincón del sofá, con la espalda apoyada en una almohada y una manta sobre las rodillas. Dibujaba en un cuaderno que tenía en el regazo: sus ojos iban del papel a la mujer que estaba sentada frente a ella ante una mesita, junto a la ventana. Lena vestía una Camisa vaquera desteñida y muy gastada y pantalones rojos de algodón. Llevaba la Camisa abotonada sólo con dos botones debajo del pecho. Sus rojos cabellos estaban despeinados, y su perfil resultaba pálido y ausente, como tallado en piedra.

-Tienes una cara que haría llorar a un artista -murmuró Julia mientras dibujaba con rápidos trazos.
-¿Qué? -Lena alzó la vista y miró a Julia-. ¿Necesitas algo?

Una sonrisa lenta y sugerente iluminó el rostro de Julia.

-Tal vez.
-¿Te sientes mejor? -Lena sonrió, arqueando una ceja. Se alegraba de que Julia se concentrase en su trabajo porque lo único que a ella le apetecía desde que se había despertado era llamar a la doctora para preguntar si estaba listo el informe patológico. No lo había hecho, pues sabía que, en cuanto la doctora Saunders tuviese alguna información, se pondría en contacto con Julia. No iba a mantener a la primera hija en la ignorancia sobre algo tan importante durante más tiempo del absolutamente imprescindible.
-Estoy bien. -Julia señaló el espacio vacío en el otro extremo del sofá-. Pero un poco sola.

Lena dejó el periódico y atravesó la habitación para sentarse junto a su amante. Luego, dobló una pierna sobre los cojines y extendió el brazo sobre el respaldo, mirando a Julia. Sus pies descalzos rozaron la manta que cubría las rodillas de Julia.

-¿Te encontrarás bien para la exposición y lo tendrás todo listo?
-Humm -murmuró Julia con aire ausente, buscando una página en blanco en el cuaderno de dibujo-. Tal vez me queden pendientes una o dos cosas... según... el tiempo que debamos permanecer aquí. Pero aun sin ellas, estará todo bien. -Alzó la vista y miró a Lena a los ojos-. ¿Te importaría desabotonarte la camisa?
-De acuerdo -respondió Lena con voz grave y morosa. Con en leve movimiento de la mano, soltó los dos botones y dejó que la Camisa se abriese sobre sus pechos-. ¿Así?
-De momento.

Permanecieron calladas mientras la mano de Julia dibujaba trazos firmes y rápidos sobre la superficie del papel, moviendo los ojos azules, empañados por la decisión, entre su amante y su trabajo.

-Deslízala sobre el hombro izquierdo un poquito, para que se
vea el pecho -pidió Julia sin levantar la vista.

Lena, procurando no mover el resto del cuerpo, apartó la camisa para dejar el pecho al descubierto. Hacía calor en la habitación, pero su pezón se contrajo, no por el contacto delaire, sino por el efecto de la mirada de Julia sobre su piel. De niña había asistido a las clases de pintura de su madre con modelos desnudas. De mayor también ella había posado desnuda. Las experiencias no tenían nada de sexual, y en consecuencia había aprendido a amar el cuerpo humano desde un punto de vista puramente estético. Sabía que posar para Julia sería distinto, pero no había calculado hasta qué punto. A pesar de que comprendía que Julia contemplaba su cuerpo en aquel momento en el contexto de las luces y las sombras, las texturas y las líneas, los ángulos y las curvas, ser objeto del interés de Julia la excitaba. Su pulso se aceleró, se le puso piel de gallina y, a pesar de sí misma, la excitación cosquilleó en la boca de su estómago. Procuró no alterar la respiración.

-¿Estás bien? -murmuró Julia, con los ojos en el cuaderno mientras volvía otra página.
-Sí.
-¿Puedes quitarte los pantalones y seguir en la misma postura?
-Claro -respondió Lena con voz ronca.

Julia cambió el lápiz por el carboncillo casi sin darse cuenta. Con la cabeza inclinada, dibujaba sin el menor esfuerzo, concentrándose en la curva del pecho de Lena junto a la larga línea de su brazo en un momento y dibujando los ángulos y contornos del perfil al momento siguiente. De pronto, alzó la cabeza.

-Ahora la Camisa.

Lena obedeció sin decir nada. Mientras se preparaba para hacer un nuevo dibujo, Julia deslizó los ojos por el rostro de Lena, la columna de su cuello y el pecho hasta la larga planicie de su abdomen. Lena tenía una pierna doblada sobre el borde del sofá y la otra bajo la rodilla, extendida hacia Julia. Se adivinaba una sombra del oscuro triángulo entre sus muslos.

-He dibujado mujeres desnudas antes -comentó Julia, contemplando el rostro de Lena.
-Ya lo sé -admitió Lena, cuyos muslos se pusieron rígidos-. Yo también he posado antes.
-Nunca me excité sexualmente mientras dibujaba. -La mano de Julia descansaba sobre el cuaderno, inmóvil. Lena tragó saliva a través del nudo que se le había formado en la garganta.
-Ni yo mientras posaba.
-Ahora sí. -Julia se quedó sin respiración al notar el rubor de la excitación en el pecho de su amante.
-Yo también.
-Eres preciosa -susurró Julia. -No se apresuró a decir Lena cuando Julia dejó el
carboncillo y el cuaderno
-No podemos.

En los ojos de Julia centelleó la frustración, pero asintió. La mera acción de inclinarse le había provocado una punzada de dolor en el pecho que le recordó la reciente operación. Suspiró y puso con cuidado los artículos de dibujo sobre la mesita del café.

-He perdido la concentración.
-¿Me visto?
-No lo sé -dijo Julia en tono sugerente, sacando una pierna de debajo de la manta y rozando con el pie el interior del muslo de Lena-. ¿Te sientes muy audaz?

Lena se rió y sujetó el tobillo de Julia antes de que el impertinente pie llegase más arriba. En este preciso momento estoy a punto de estallar.

-Tócame ahí y me acaloraré muchísimo.
-No me importaría ver cómo ardes.

Lena cabeceó y cogió su camisa, que había arrojado al suelo.

-No confío en que te conformes con ver.
-He demostrado otras veces que puedo contenerme –protestó Julia-, aunque al parecer no tengo mucho que hacer contigo.

Lena se levantó para ponerse los pantalones y miró a Julia de reojo.

-Probaremos tu capacidad de contención en otro momento, cuando no importe tu reacción.
-Te lo recordaré.
-No te lo discutiré. -Lena se inclinó para besarla. Cuando Julia enredó los dedos en sus cabellos, sujetando la cabeza con firmeza, y chupó la lengua de su amante, el calor del vientre de Lena se convirtió en fuego. Retrocedió, jadeando-. No es justo.

Julia la miró con una mezcla de hambre y ferocidad.

-Amo la forma en que me deseas. No soportaría perderla.

Lena se arrodilló junto a Julia y le acarició la mejilla.

-Y no la perderás. Te lo prometo. Pero no quiero hacerte daño.

Julia suspiró y apoyó la frente en la de Lena.

-Lo sé. Sé que tienes razón.
-La próxima vez que pose para ti -murmuró Lena-, debemos asegurarnos de que tenemos tiempo para acabar todo.
-Te amo -dijo Julia con una sonrisa.

Lena le devolvió la sonrisa y se levantó.

-¿Tienes ham...?

El teléfono sonó, y ambas se miraron durante una milésima de segundo antes de que Lena contestase.

-Katina. -Escuchó, y luego le tendió el teléfono a Julia-. Es Inessa.
-Hola -dijo Julia en tono afectuoso, observando cómo Lena salía de la habitación-. Sí, me contó que te había llamado... No, claro que no me importa... No, aún no. Hoy mismo, espero. -«Gracias», dibujó Julia con la boca cuando Lena puso ante ella una taza de café-. Oh, me encantaría verte, pero no hace falta que vengas al Este sólo por eso. -Bajó la voz, aunque Lena ya había regresado a la cocina-. Si tuviese que sufrir otra operación, sería bueno porque no me preocuparía tanto Lena. -Al escuchar la voz cálida y amable, las lágrimas afloraron a sus ojos y le costó trabajo hablar sin desmoronarse-. Estoy perfectamente. Sí... te llamaremos cuando sepamos algo más. -Parpadeó y susurró-: Gracias.
-¿Va todo bien? -preguntó Lena, preocupada, cuando regresó con una bandeja en la que había bollitos ingleses tostados y más café. Julia asintió, frotándose las mejillas.
-Tu madre es encantadora. -Dedicó a Lena una trémula sonrisa-. Me ha dicho que me quiere.
-Si te lo ha dicho es porque es verdad -repuso Lena-. ¿Te parece bien?
-Oh, sí -murmuró Julia-. Yo...

El teléfono sonó de nuevo. En esa ocasión Lena se lo entregó a Julia con expresión seria.

-La doctora Saunders pregunta por ti.

Julia se apresuró a coger el teléfono.

-Sí, al habla Julia Volkova. De acuerdo. Sí. Gracias.
-¿Y bien? -preguntó Lena antes de que Julia hubiese colgado, con un nudo en el estómago. Julia apartó la manta que cubría sus rodillas y se levantó, tendiendo la mano a su amante.
-Espera el informe patológico dentro de una hora y me ha dicho si podemos ir.

Lena, con el corazón desbocado, apretó los dedos de Julia.

-Vamos.

Menos de una hora después, Julia y Lena estaban de nuevo sentadas en las sillas del despacho de la doctora Leah Saunders. Les daba la impresión de que el eco reverberaba sus pensamientos no expresados en la vacía habitación. Lena acercó su silla para apoyar la mano en el brazo de la silla de Julia y entrelazar los dedos con los de su amante.

-¿Te encuentras bien?

Julia estrechó la mano de Lena.

-Un poco nerviosa.
-No importa lo que...

La puerta se abrió y entró la doctora con una carpeta bajo el brazo derecho. Saludó con un gesto a Lena y a Julia y se apresuró a decir, antes de sentarse.

-La biopsia es benigna.

Lena se sintió mareada, como si acabasen de darle un puñetazo en el estómago. Apenas tuvo fuerzas para murmurar:

-Gracias a Dios.

El aliento de Julia se convirtió en un suspiro de alivio, pero permaneció rígida, con los ojos clavados en el rostro de la doctora.

-¿Qué más?
-Nada específico -respondió la doctora, sentándose-. La histología muestra el patrón celular normal de una mujer de su edad. -Hizo una pausa, miró primero a Julia y luego a Lena-. Sin embargo, hay unas cuantas áreas de hiperplasia ductal atípica, que algunos especialistas consideran precancerosa o, al menos, un posible indicador del posterior desarrollo de un cáncer de mama.
-¿Qué significa eso para mí en términos prácticos? –preguntó Julia con voz firme, pero aferrando salvajemente la mano de Lena.
-Por desgracia, no lo sabemos. -La doctora se encogió de hombros, con gesto de frustración-. Si todas las muestras estuviesen afectadas, me preocuparía mucho más. En su caso, se ha examinado un porcentaje de tejido muy pequeño. Sin embargo, dado su historial familiar, debemos ser cautelosas.
-¿Y eso qué significa? -preguntó Lena bruscamente, asumiendo el tono de mando sin darse cuenta. La salud de su amante se hallaba en juego, estaba cansada y nerviosa y no soportaba la permanente sensación de impotencia. Julia centró la atención en Lena y sonrió.
-No pasa nada, cariño. Lo superaremos.
-Lo siento -susurró Lena, mirando a Julia.
-No tienes por qué sentirlo -murmuró Julia, antes de dirigirse de nuevo a la doctora-. ¿Qué recomienda?

La doctora Saunders, acostumbrada al nerviosismo de las pacientes y de sus familiares, continuó con voz serena:

-Como su madre sufrió cáncer de mama a temprana edad, un cáncer de mama pre-menopáusico, debemos tener en cuenta la herencia genética. Recomendaría que se hiciese un examen genético para determinar si tiene los genes BRCA1 o BRCA2 del cáncer de mama.
-¿Y en caso afirmativo? -quiso saber Julia.
-Entonces tiene un veinte por cien de posibilidades de sufrir cáncer de mama a los cuarenta años y un cincuenta por cien de posibilidades a los cincuenta años -la doctora Saunders añadió, sin apartar los ojos de Julia-: Y podría usted optar por una mastectomía voluntaria antes del brote de la enfermedad si quisiera.

Por lo visto, la pesadilla no había terminado, pero Julia ya contaba con ello. Agradecía inmensamente no tener que afrontar un diagnóstico de cáncer de mama en ese momento de su vida. Pero oír los números aplicados a ella de forma tan contundente le recordó que nunca estaría libre de la amenaza. Por primera vez se dio cuenta de que estaba estrujando los dedos de Lena y procuró relajar la presión.

-¿Cuántas probabilidades hay de que tenga los genes?
-No puedo calcularlas porque no hay forma de saber si su madre tenía los genes. Si los tenía, sus posibilidades de tenerlos son del cincuenta por cien.
-¿Cómo se sabe? -preguntó Julia con decisión.
-Se puede hacer una prueba de ADN con una muestra de sangre.
-¿Y la podemos hacer hoy? Me gustaría volver a Nueva York lo antes posible.

La coronel Saunders asintió.

-Le diré a uno de los técnicos que tome la muestra. Los resultados tardarán varios días, pero la llamaré. Cuando compruebe su incisión, si la herida está curando de forma satisfactoria, no veo motivo para no que regrese a casa.

Julia miró a Lena.

-¿De acuerdo?
-Sí -respondió Lena inmediatamente. Conocer al enemigo era preferible a ser sorprendidas de improviso por un enemigo oculto en la sombra-. Totalmente.

***

Stark llamó a Renee mientras esperaba junto al asiento de acompañante del coche principal, ante el edificio de apartamentos de la comandante. Mac se dirigía al aeropuerto, y ella viajaría de escolta.

-¡Hola! ¿Estás después?

Renee tomó aliento.

-¿Hablamos de una cita en persona o de una sesión telefónica?
-No lo sé -musitó Stark-. Me estoy aficionando al sonido de tu voz.
-Te aseguro que soy mejor en carne y hueso -murmuró Renee, bajando la voz en tono seductor. Stark notó un estremecimiento en el estómago y vibraciones más abajo.
-Dios mío. Estoy de servicio.
-Empezaste tú. -Renee se rió.
-Sí, y es estupendo.
-Déjalo ya. Las dos tenemos que trabajar. Y por si te has olvidado, el sonido de tu voz también a mí me produce efectos interesantes.

Stark dijo, sonriendo:

-Regresamos a Nueva York esta tarde, y quedo libre de servicio a las siete. ¿Quieres cenar en alguna parte?
-Pues sí. En la Cama.

Stark parpadeó y notó que se ponía húmeda.

-Oh, Dios. Es demasiado.
-¿Decías algo, cariño?
-Sí. -Stark oyó su voz temblorosa y repitió con más firmeza-: He dicho que sí. Rotundamente sí.
-Hum. -Renee se rió-. Estoy impaciente.

15:10 25 agosto 01

Falls Church, Virginia
Un coche de alquiler en el que viajaban cuatro hombres se detuvo en un aparcamiento próximo a unos grandes almacenes que permanecían abiertos las veinticuatro horas. Un salvadoreño de mediana edad salió de un destartalado Mercury y se acercó a la ventanilla del conductor.

-¿Es usted el caballero enviado por nuestro común amigo? -preguntó en tono conciso y educado.
-El general nos dijo que nos proporcionaría documentos -respondió el conductor de barba.
-En efecto, cincuenta dólares cada uno en moneda estadounidense. Y no proporciono documentos, sino la ayuda para que usted los consiga.

El conductor, confuso, miró a los otros hombres del coche, y luego se dirigió al salvadoreño.

-Nos indicaron que usted nos proporcionaría documentos de identidad legales a todos nosotros.
-En Virginia lo único que se necesita para determinar el estatus legal es un avalista que declare que tienen ustedes una dirección permanente en este estado. Yo los avalaré a ustedes, y el estado de Virginia les proporcionará documentos de identidad. -Miró su reloj-. Si nos vamos ahora, habremos acabado al final de la tarde.

Cuando los hombres obtuvieron sus permisos de conducir estadounidenses, el conductor se detuvo en un local de reprografía Kinko's y pagó en efectivo diez minutos de conexión a Internet. Desde allí envió el mismo correo electrónico a dos direcciones diferentes de Yahoo. Los destinatarios llevaban varias semanas en Las Vegas, mientras se ultimaban los detalles y horarios de las operaciones. Credenciales obtenidas. Nos vamos mañana. Nos vemos dentro de tres días. Se acababa de confirmar la reunión cumbre de los seis pilotos.
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Mensaje por Anonymus 4/11/2015, 7:37 pm

Capitulo Veintitrés

Paula Stark estaba desnuda, sentada junto a la cabecera de la cama, con Renee Savard acurrucada entre sus piernas y la cabeza apoyada en su hombro. Había restos de sándwiches variados en platos sobre la mesilla de noche, junto a una botella de vino vacía. Stark, con un brazo en torno a la cintura de Renee y la mejilla apoyada en su sien, acariciaba perezosamente el abdomen de su amante.


-¿Tienes hambre? Ha sobrado comida.
-Nono -respondió Renee en tono somnoliento-. Ahora mismo no puedo pensar en nada más que en lo condenadamente bien que me siento.
-Te he echado mucho de menos.

Renee se rió.

-Ya me he dado cuenta.

Cuando el equipo de seguridad llegó a Manhattan, y Egret estuvo instalada, Stark se dirigió a su apartamento, donde la esperaba Renee. Se saludaron con un beso, llevaron al dormitorio los suculentos sándwiches que Renee había comprado al salir de las oficinas del FBI y charlaron durante diez minutos mientras compartían el vino y probaban la comida. Eso fue todo lo que aguantó Stark. Dejó el sándwich a un lado, deslizó la mano bajo el dobladillo de la falda de Renee y recorrió con la lengua el labio inferior de su amante. En medio del beso, la mano de Stark había alcanzado el punto más alto del muslo de Renee. El resto fue un arrebato de movimientos urgentes y de caricias incesantes.

-No puedo evitarlo -confesó Stark, frotando la barbilla contra el hombro de Renee-. No soy capaz de pensar en nada más que en tocarte. Bueno, y en que tú me toques, pero ya sabes a qué me refiero.

Renee, con los ojos cerrados, languidecía en medio de la niebla que seguía a la pasión, apretando la mano contra la de Stark.

-Cuando estoy así contigo, es como si no existiese nada más. Nada fuera de esta habitación, de esta Cama, de tus brazos a mi alrededor. Es pura paz. -Lo que no dijo, lo que ni siquiera se
atrevía a pensar, era lo correcto que le parecía. Aquellos momentos con Stark renovaban su espíritu y curaban su alma, recordándole que se podía confiar, amar y ser amada.
-A veces -susurró Stark al oído de Renee-, pienso en ti, en cómo me tocas. Nadie me ha hecho sentir nada parecido. Y creo que nunca querré que me toque nadie más que tú.

El cuerpo de Renee se puso rígido mientras el corazón zumbaba en su pecho.

-Paula. -Sintió el aliento cálido en el cuello, el sólido cuerpo que sostenía el suyo, los fuertes brazos que la rodeaban. Al ver a la dulce mujer que la había tomado con una pasión tan fuerte
momentos antes, se estremeció, luchando contra lo que más deseaba. Dijo en voz baja-: No he tenido mucha suerte en el amor. -Se movió para mirar a Stark a los ojos-. Hasta ahora.
-¿Alguien te hizo daño? -En los ojos negros de Stark había un tierno velo de compasión-. ¿Alguien a quien amabas?
-¿Hacerme daño? Oh. -Renee ahogó una risita-. Supongo que más bien era que nadie compartía mi visión del amor.
-¿Y cuál es?

Renee suspiró.

-Me eduqué creyendo en las cosas que leía en los libros, que el amor debía ser una cosa maravillosa de intensidad infinita y profunda conexión. Una gran pasión que acabase con todas las pasiones. La primera vez que me enamoré, pensé que lo había encontrado. La idea que ella tenía de la relación resultó... distinta. -Se esforzó por sonreír y por hablar en tono ligero-. Achaqué el fracaso a que ambas éramos demasiado jóvenes, pero lo he intentado un par de veces más sin mucho éxito.
-Entonces, ¿ya no crees en esa clase de amor? –preguntó Stark en tono amable mientras continuaba deslizando los dedos sobre la piel lisa del abdomen de Renee.
-Suponía que no. -Renee extendió la mano y la puso sobre la nuca de Stark, atrayéndola hacia sí para besarla y murmurar junto a su boca-: Me estás haciendo cambiar de idea.
-Estupendo. -Al percibir la tristeza y la añoranza en la voz de Renee, Stark deseó curar el daño que no era culpa suya; no soportaba que Renee sufriese por ningún motivo. Besó la comisura de la boca de Renee y la abrazó estrechamente, acunando un pecho pequeño y firme en su mano como si sostuviese una frágil obra de arte. Renee gimió débilmente y enlazó los brazos en torno al cuello de Stark, que deslizó de forma instintiva la mano hasta la firme llanura del abdomen de Renee, acariciándola entre los muslos.
-Paula -gimió Renee, alzando las caderas ante la promesa del contacto de su amante. Stark rozó con la punta de la lengua el interior del labio superior de Renee antes de introducirse en el cálido refugio de su boca. Mientras su lengua jugaba con la de su amante, deslizó un dedo a cada lado del clítoris de Renee, apretándolo suavemente. El cuerpo de Renee se arqueó, y la joven jadeó, aferrándose convulsivamente a los hombros de Stark. Sus caderas se balancearon entre las piernas de Stark al ritmo de la vibración que sentía entre sus propios muslos.
-Aún estoy muy sensibilizada... No sé si aguantaré...
-Lo haré suavemente -prometió Stark, con un matiz de desesperación en la voz-. Me muero por tocarte. Por favor. -Introdujo la mano en el calor pegajoso, y Renee gimió contra su cuello. Stark tenía el corazón desbocado y el estómago encogido por el dulce dolor de la excitación que sentía en lo más profundo-. ¿Así, cariño? ¿Así?

Renee, estremeciéndose, acercó los labios al oído de Stark.

-Más fuerte. Más fuerte, como si...

Stark, apenas sin aliento, siguió los movimientos ascendentes y descendentes de las ávidas caderas de su amante mientras acariciaba su piel hinchada y movía los dedos en torno al prominente y duro manojo de nervios. Cuando rozó el rígido hueco, Renee profirió un lamento, y Stark se retiró, temiendo haberla lastimado.

-¡No! -gritó Renee-. No pares. Estás... haciendo... que me corra.
-¡Oh, Dios! -Stark se atragantó y enterró el rostro en el cuello de Renee mientras la llevaba hasta el orgasmo. «Te amo.» Renee se corrió con un agudo vagido, mientras sus ojos se convertían en un estallido de color y el calor le quemaba la columna vertebral. Con la espalda arqueada y los ojos firmemente cerrados, cabalgó al borde de la eternidad en brazos de su amante.
-Oooh -suspiró Renee, dejándose caer sobre el pecho de Stark, con la cabeza apoyada en su hombro-. Tienes unas manos maravillosas.

Stark, con su amante en brazos, besó la frente de Renee, sus ojos, la punta de su nariz.

-Eres preciosa cuando te corres. Ojalá pudiese seguir haciéndolo.

Renee se rió, temblando.

-Sí, claro. ¿Por qué no? Sólo... dame un minuto para recuperar el aliento. -Se acercó a Stark y percibió los latidos descompasados de su corazón bajo su propia mejilla-. ¿Estás bien, cariño?
-Humm, humm.

Renee alzó la cabeza y buscó la cara de Stark. Luego, balanceó las caderas lentamente entre los muslos de su amante.

-¿De verdad?

Con las pupilas dilatadas por la inesperada presión, Stark contuvo la respiración ante el rayo de placer que la atravesó.

-Ah... eso es estupendo.
-¿Sabes? -dijo Renee, apoyando la mejilla en la curva que se formaba entre el cuello y el hombro de Stark-. Me encanta oír cómo te corres.
-¿Sí? -Stark se quedó inmóvil.
-Pues sí. Muchísimo. -Renee buscó los dedos de Stark y los entrelazó con los suyos, deslizando las manos unidas de ambas entre los muslos de Stark. Acercó los dedos entrelazados a la prominencia del clítoris de Stark, con el pulso acelerado mientras Stark gemía débilmente-. Sí -repitió-. Así.

Stark, con los ojos cerrados, hundió el rostro en los cabellos de Renee, sujetándola con un brazo mientras la excitación del contacto la llevaba rápidamente a la cima.

-Es estupendo... maravilloso. Quédate ahí...
-Eres preciosa -susurró Renee a través del nudo que le agarrotaba la garganta. Las manos de ambas se movieron en perfecta sincronía, y Renee oyó gemir a Stark-. Háblame. Dime lo que sientes.
-Duele... me gusta... quiero correrme. -Los muslos de Stark se agitaron con la primera descarga-. Está empezando... -Se le encogió el estómago, sufrió una sacudida y un trueno rugió en su cerebro. Renee dejó de respirar, con los sentidos totalmente centrados en el duro calor que rozaban sus dedos y en la tensa quietud del cuerpo de Stark. Permaneció callada, temiendo estropear el momento, mientras su mente pedía a gritos la rendición de Stark. Le latía el corazón con fuerza, como si fuera a explotar. Cuando Stark soltó un grito de sorpresa y echó la cabeza hacia atrás con la primera conmoción del orgasmo, también Renee gritó:
-Oh Paula, sí.
-¡Oh, Dios, oh, Dios! -murmuró Stark una y otra vez mientras se aferraba a Renee entre estremecimientos.
-Aahh -exclamó Renee, suspirando, cuando Stark se derrumbó sobre las almohadas-. Me gusta más cuando puedo oírte y sentirte. -Dio la vuelta para tenderse junto a Stark y descansar en brazos de su amante-. Yo también te he echado de menos a ti.

Stark posó la cara sobre el pecho de Renee y murmuró:

-¿Cuánto dura esto?
-¿El qué, cariño? -Renee acarició con ternura la cara de Stark.
-Esta... increíble felicidad.

Renee se mordió el labio y estrechó el rostro de Stark contra sus pechos. Cuando le pareció que no le temblaba la voz, susurró:

-Mientras recordemos lo preciosos que son estos momentos.


Lena, con un hombro apoyado en el tabique que separaba el dormitorio de Julia del resto del loft, observaba cómo Julia deshacía el equipaje.

-¿Seguro que te encontrarás bien?
-Sí -respondió Julia sin mirarla.
-¿Y para Cambiarte de ropa? ¿Puedo ayudarte?
-Esperaré hasta la hora de acostarme para ducharme. La doctora dijo que podía mojar la herida esta noche. –Julia ordenó las últimas piezas de ropa-. No será muy difícil.
-¿Me llamarás si necesitas algo?
-Estaré bien, cariño. -Julia se detuvo de pronto y se sentó al borde de la cama, con una pila de camisetas en la mano-. No, no es cierto. Diablos, ya te echo de menos.
-Puedo quedarme -dijo Lena con voz grave y profunda, apartándose de la pared. «Quiero quedarme. Sobre todo ahora... es duro dejarte.»
-Lo único bueno de estos últimos días es que hemos estado juntas todo el tiempo. -Julia cabeceó y habló con voz monótona-. Pero aquí es más dificil... no sé por qué; me da la impresión de que te comprometo profesionalmente.
-Eso no viene al caso. -Lena se apresuró a salvar la distancia que las separaba, se sentó en la cama junto a Julia y la abrazó por la cintura-. Me encanta estar contigo. Me encanta acostarme contigo, despertarme a tu lado, saber que estás cerca. Me encanta levantar la vista y verte en la misma habitación, concentrada en tus dibujos.
-Yo también adoro todas esas cosas. -Julia apoyó la mejilla en el hombro de Lena, acariciando el interior del muslo de su amante-. Mi pecho está bien, y no voy a lastimarlo puesto que ni siquiera tengo tiempo de ir al gimnasio. Debo acabar dos o tres lienzos para mediados de la próxima semana si quiero que Diane los lleve a la galería y los exponga. Tengo montones de cosas que hacer aquí antes de que vayamos a Camp David.
-Y seguramente hay columnas de papeles esperándome sobre mi mesa -añadió Lena. Besó a Julia en la comisura de la boca-. Pero eso no significa que no te eche de menos a la hora de acostarme.
-Lo sé -afirmó Julia con un extraño matiz de desánimo en la voz-. De todas formas, con todo el equipo en el piso de abajo y los periodistas que siempre hacen la ronda, no creo que debamos empezar aún a convivir.
-Tienes razón. Sé que tienes razón -suspiró Lena, sabiendo también que, cuanto más se demorase, más dificil sería para las dos-. Estaré unas horas abajo; después subiré, antes de ir a mi apartamento.
-Me parece perfecto -repuso Julia con forzada naturalidad-. Cuando llamé a Diane desde Washington para contarle el resultado de la biopsia, me dijo que pasaría a verme esta noche.
-Estupendo. -Lena besó a Julia y se levantó. Metió las manos en los bolsillos del pantalón y observó a su amante detenidamente. Tenía ojeras y estaba pálida-. Prométeme que descansarás un poco esta noche.

Julia ladeó la cabeza y miró a Lena, sonriendo.

-Usted también parece bastante agotada, comandante.

En la boca de Lena se dibujó una sonrisa.

-En mi vida me había sentido tan bien.
-No me digas. -Julia se rió, se levantó y rozó los labios de Lena con los suyos-. Será mejor que te vayas porque estoy pensando cómo me gustaría pasar la noche realmente. Llevamos demasiado tiempo sin hacer el amor.

Lena se rió.

-Creo que sólo han pasado dos días.
-Lo que yo decía -afirmó Julia con voz ronca, deslizando la mano sobre el muslo de Lena y acariciándola. Cuando la apretó, Lena jadeó. Julia esbozó una sonrisa-. Demasiado tiempo.

Lena puso las manos en la cintura de Julia e inclinó la cabeza para besarla. Procurando no apretar su pecho contra el de Lena, la besó profundamente hasta que su ávida lengua satisfizo parte del hambre que sentía. Cuando se apartó, en sus ojos entrecerrados había una nube de deseo

-Esta noche no hagas nada, aparte de relajarte. ¿Me lo prometes?

Julia asintió, acariciando la mejilla de Lena.

-Te amo. Te has portado de maravilla en todo esto. Gracias...
-Julia -murmuró Lena, entrelazando los dedos de Julia con los suyos y volviendo la cabeza para besar la mano de su amante. Cerró los ojos y frotó la mejilla contra los dedos de Julia-. No me agradezcas que te amé, cariño. Nada podría hacerme más feliz.
-Sé que lo dices de veras -apuntó Julia, echando la cabeza hacia atrás para examinar el rostro de Lena-. Lo que no entiendo muy bien es por qué te hace feliz, pero a mí me haces sentir como si fuese el centro de tu mundo.
-Y lo eres -afirmó Lena. Deslizó el pulgar sobre el labio inferior de Julia y sobre la mandíbula hasta llegar al cuello de Julia-. ¿Te molesta?
-No, por Dios. -Julia se rió-. A veces me asusta. -Vio que Lena fruncía el entrecejo y se apresuró a añadir-: No porque no quiera. No es nada de eso. Sino... porque estaría perdida si eso acabase.

Lena sonrió con ternura.

-No acabará.
-Es extraño -murmuró Julia antes de besarla-, pero te creo.


A las 23.30 ocho hombres se reunieron en la sala de descanso de oficiales del complejo de Tennessee. Se hallaba presente el general con sus cuatro ayudantes principales. Los tres recién llegados eran hombres que dirigían sus propias facciones paramilitares: una en Carolina del Sur, otra en Nebraska y la última en Michigan. Todas habían aportado su granito de arena al plan de gran envergadura que llevaba tres años gestándose. Habían colaborado antes en la preparación del bombardeo de la sede federal de Oklahoma City. A pesar de que varios miembros habían sido capturados, esa había sido la primera acción de la red patriótica en el país y les había garantizado un gran éxito a la hora de reclutar personal y de recaudar dinero. En ese momento estaba en marcha un plan mucho más ambicioso.


-Estamos preparados para ejecutar nuestra parte de la operación -declaró el general sin rodeos, y miró a sus hombres-. Y estos son los patriotas que realizarán la acción sobre el terreno.

Hubo felicitaciones mientras los hombres se saludaban y se hacían las presentaciones. El general continuó:

-Según el último informe del agente infiltrado, el objetivo ha regresado a la base. En este punto, debemos centrar toda nuestra atención en ella.
-¿Y si surge otro inconveniente como en Francia? –preguntó el escuálido y nervioso tipo de Nebraska-. Esos extranjeros han diseñado un plan muy ambicioso y hay muchas posibilidades de que lo jodan.
-Cierto -admitió el general-. Pero bastará con que al menos una parte de la operación principal funcione. Y al margen de lo que ocurra, en septiembre ejecutaremos nuestra parte del plan -Miró a los hombres uno por uno-. ¿De acuerdo?

Todos asintieron.

-Muy bien. Que Dios bendiga a América.
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Guardias de Honor Empty Re: Guardias de Honor

Mensaje por Anonymus 4/11/2015, 7:38 pm

Capitulo Veinticuatro

00:15 26 de agosto del 2001

Lena llamó discretamente a la puerta de Julia. Tenía llave, igual que Mac y los jefes de equipo. Nunca la había usado y nunca la usaría, salvo en caso de emergencia. Cuando se abrió la puerta, se sorprendió al ver que la mujer que estaba frente a ella, con las piernas desnudas y vestida tan sólo con una enorme Camiseta, no era su amante.

-Hola, comandante -saludó la despampanante rubia con una sonrisa juguetona en la boca sensual.
-Diane -respondió Lena en tono interrogativo. Diane se llevó un dedo a los labios, se apartó y señaló el sofá con la cabeza. Lena entró en el loft, deteniéndose cuando vio a Julia acurrucada en el sofá con los ojos cerrados, cubierta por un chal de algodón de alegres colores. Lena miró a Diane con cara de curiosidad y salió al pasillo.
-Se quedó dormida en medio de una frase -explicó Diane en voz baja mientras entrecerraba la puerta tras ella.
-¿Se encuentra bien? -En la voz de Lena vibraba la tensión. Sólo había estado alejada de Julia unas horas, pero le parecían meses-. ¿Se quejó de algún dolor? No tiene fiebre ni nada por el estilo, ¿verdad? ¿Está...?
-Eh, tranquila -dijo Diane en tono inusitadamente amable-. Creo que sólo está agotada. -Ladeó la cabeza; los largos cabellos rubios flotaban alrededor del elegante cuello mientras los ojos azules recorrían el cuerpo de Lena de arriba abajo-. Tú también tienes pinta de necesitar una cama. Pensaba quedarme a pasar la noche por si Julia necesita algo, pero...
-No -interrumpió Lena-. Quédate. Será mejor que estés aquí por la mañana.
-No estoy tan segura de eso. Seguramente me acribillará a preguntas cuando se entere de que has estado aquí y no la desperté.

Lena sonrió.

-Limítate a aguantar el chaparrón hasta que yo hable con ella. Le diré que obedecías órdenes y que no tuviste otra opción.
-Me parece bien... aunque preferiría que te achicharrase a ti. -Diane extendió el brazo, tomó la mano de Lena, y luego la soltó-. ¿Te encuentras bien?
-Sí, claro.

Diane profirió un sonido de exasperación.

-El rollo machista tal vez le vaya a alguna gente, pero he visto cómo os enamorabais. Y sé lo que Julia significa para ti - «Y daría cualquier cosa por tener a una mujer que me mirase como tú la miras a ella.» Por primera vez Lena reconoció que estaba cansadísima y muy preocupada.
-Me sentiré mejor cuando tengamos los resultados del examen genético. Por lo demás, estoy bien.
-Hablaba en serio cuando te dije que me llamases, Lena. El hecho de que Julia y yo seamos amigas no significa que tú y yo no podamos serlo también. Las dos la queremos.
-Sé que la quieres y me alegro.

La forma en que Lena lo dijo, como si lo supiese de verdad, dejó helada a Diane, que examinó los tranquilos ojos verdes gris, en busca de un mensaje oculto, pero no encontró nada en ellos.

-¿No te molesta?

Lena se encogió de hombros y se apoyó en el marco de la puerta.

-Julia es una mujer preciosa. No imagino que alguien pueda amarla sin desearla.
-Ésa es la diferencia entre nosotras, Lena. Cuando tuve la oportunidad, me dio miedo hacer las dos cosas a la vez. Pero a ti no. -Diane se estiró, con un suspiro, y besó la mejilla de Lena-. Vete a casa. Acuéstate. Tienes una pinta horrible.
-Dile que me llame cuando se despierte. Y.. dile que la quiero.
-Eso, comandante, no es ninguna novedad -dijo Diane con una risita que borró la tristeza de su mirada-. Pero transmitiré el mensaje.

***
-¿Por qué no me despertaste?

Diane tuvo la prudencia de no responder; se limitó a ofrecer una taza de café recién hecho a su amiga y a sentarse a su lado en el sofá. Esperó hasta que Julia, con gesto malhumorado bajo el cubrecama de algodón de colores paradójicamente alegres, bebiese unos sorbos. La noche anterior había tenido una hora para inventar una historia antes de quedarse dormida.

-Lena parecía cansadísima. La única forma de enviarla a casa a descansar fue decirle que a mi modo de ver tú tenías que dormir.

Julia frunció el entrecejo.

-Creo que aquí hay gato encerrado, pero aún no he tomado suficiente café para descubrirlo.
-Dijo que te ama y que la llames en cuanto estés en pleno uso de tus facultades.
-No dijo nada de mis facultades. -Julia entrecerró los ojos-. ¿O sí?

Diane sonrió con recato, y Julia se rió.

-¡Qué contenta estoy de tenerte aquí!
-Y yo de estar contigo. -Diane salvó el espacio que las separaba y acarició con el dorso de los dedos la mejilla de Julia-. ¿Estarás bien aquí sola todo el día? Puedo quedarme o puedes venir a mi casa.
-No, gracias. Tengo que trabajar, y Lena vendrá a menudo. Estaré perfectamente.
-¿Me llamarás en cuanto hables con la doctora?
-Sí, claro. Dijo que metería prisa al laboratorio, pero no sé cuándo tendremos los resultados.
-Cuando sea... de día o de noche. -Diane cogió la mano de Julia-. Y si quieres hablar de algo en cualquier momento, llámame, ¿de acuerdo?
-Te lo prometo. Julia se inclinó y besó a Diane en la mejilla-. Gracias. Te quiero.
-Yo también te quiero.

***

27 agosto 01

Panther Motel, Deerfield Beach, Florida
Informe - Equipo de Ataque Uno. Confirmados cinco miembros esenciales y el piloto, Equipo de Ataque Dos, reunión según lo previsto. Establecida fecha de la operación: 11 de septiembre de 2001.
Punto de partida: Boston. Vuelo 11 de American Airlines a Los Ángeles. Objetivo: Nueva York. Billetes comprados con tarjeta de débito Sun Trust y enviados a un apartado de correos de Hollywood, Florida.

06:15 27 de agosto del 2001

-Me gusta el aspecto que tienes cuando te arreglas para trabajar -comentó Stark, sentada con las piernas cruzadas sobre las sábanas y un albornoz amarillo de toalla sujeto en la cintura.
-¿De verdad? -Renee salió del vestidor donde había estado buscando en su joyero de viaje los pequeños aretes de oro que quería lucir ese día. Se había puesto una sencilla camisa blanca y pantalones negros y llevaba la pistolera sobre la cadera derecha. Una chaqueta a juego estaba colgada en el respaldo de una silla, junto al armario abierto-. ¿Qué tal estoy?

Stark se recostó, apoyándose en los brazos, sin importarle que el albornoz se abriese dejando sus pechos al descubierto.

-Tienes un aspecto tan... eficiente... Me gusta. Es sexy.
-¿Sexy? -Renee cabeceó con una cariñosa sonrisa-. Te diré lo que es sexy. Sexy es que andes por ahí con ese albornoz sin nada debajo, enseñando todo lo que tienes. Vamos, ten piedad... debo irme a trabajar dentro de cinco minutos.

Stark siguió la mirada de su amante sobre su propio cuerpo y sonrió.


-Si no ves nada...
-Cariño -respondió Renee en tono amenazante mientras se acercaba a la Cama-. No me hace falta ver. Sé lo que hay debajo. Por eso es tan peligroso que me lo recuerdes. –Se inclinó y besó a Stark en la boca, rematando con un leve mordisco en el labio inferior de su amante antes de ponerse derecha. Stark, con la mirada borrosa, soltó un tembloroso suspiro.
-No me parece muy bonito por tu parte. Ahora estoy excitadísima.

Renee se puso la chaqueta y guardó su placa en el bolsillo.

-Estupendo. Piensa en mí hoy.
-Como si pudiese olvidarme -murmuró Stark. Cerró los ojos y se tumbó en la Cama, escuchando el suave eco de las carcajadas en Renee.


07:30 27 Agosto 01

Delray Beach, Florida Informe - Equipo de Ataque Dos. Confirmado punto de salida: Boston. Vuelo 175 de United Airlines a Los Ángeles.
Objetivo: Nueva York. Dos billetes de ida en primera clase que costaron 4.500 dólares cada uno
Dirección de contacto: Delray Beach, Florida.

***
09:10 27 de agosto del 2001

Julia dejó el pincel al oír que llamaban a la puerta y miró el reloj. Llevaba desde las cinco de la mañana trabajando, vestida con una Camiseta desteñida y vaqueros y el pelo recogido con un pañuelo azul. Se quitó el pañuelo y se limpió las manos mientras iba hacia la puerta. Por pura rutina miró por la mirilla y vio a su amante al otro lado. Descorrió los cerrojos rápidamente y abrió la puerta.

-Hola. Llegas pronto.
-¿Aún no sabes nada? -Lena entró en el apartamento y esperó a que Julia cerrase la puerta para besarla- He acabado la reunión temprano... bueno, en realidad la empecé temprano. No quería perderme la llamada de la doctora Saunders.
-De momento nada. Tal vez no tengan hoy los resultados del examen. -Cogió a Lena de la mano y la llevó a la mesa de desayuno-. Siéntate. Te haré café. ¿Has comido?

Lena negó con la cabeza.

-Con el café me basta.

Julia entrecerró los ojos. Lena siempre parecía en plena forma, incluso cuando acababa de recuperarse de una herida de bala casi mortal. Pero en aquel momento tenía mal color, en sus mejillas había arrugas de cansancio y el agotamiento empañaba su voz habitualmente vibrante.

-Lena, ¿has comido algo?
-En realidad, no tengo...
-Apenas hace dos días que regresamos y ya estoy a punto de volverme loca -dijo Julia con voz grave y crispada-. Si pudiese tenerte a mi lado todo el tiempo, seguramente no querría. Pero no tenerte conmigo está minando mi concentración. Y dormir sin ti... -Alzó las manos en un gesto de frustración-. Y para colmo tengo que preocuparme porque no te cuidas.
-Lo siento -dijo Lena en voz baja. Julia se detuvo bruscamente con la jarra de café inclinada sobre la taza de cerámica azul vidriada que estaba en medio del mostrador de la cocina de azulejo blanco.
-¿Qué parte de esto te ha mantenido despierta toda la noche? -«¿Qué es lo que te está destrozando?» Un músculo se tensó en la mandíbula de Lena- No hemos hablado de lo que haremos si las pruebas son positivas -continuó Julia en tono apagado mientras servía el café y le entregaba la taza a su amante-. No hemos hablado de que, tarde o temprano, es probable que padezca cáncer de mama. -Miró a Lena a los ojos con tristeza-. No te he preguntado qué supone todo esto para ti. Lo siento.
-Julia... -dijo Lena, levantándose.
-No. -Julia alzó una mano-. Quédate al otro lado del mostrador- Se me nubla la razón cuando me tocas.

Aunque Lena tenía los ojos velados, sus labios dibujaron una fugaz sonrisa. Luego, tomó aliento mientras la preocupación borraba el humor de su expresión.

-Si los exámenes son negativos, no habrá gran diferencia entre lo que pueda pasarte a ti y a cualquier otra mujer, ¿no? El cáncer de mama es algo en lo que todas debemos pensar. Únicamente tendrás que mantenerte alerta: autoexploración, mamografías frecuentes, chequeos médicos... los procedimientos habituales.

Julia asintió en silencio, contemplando el rostro de Lena, muy seria. A Lena se le daba muy bien mostrarse fuerte. No era una actuación. Pero a veces esa misma fuerza ocultaba su dolor hasta el punto de que ni siquiera Julia lo notaba.

-Y si los exámenes son positivos -añadió Lena con firmeza-, haremos lo que tú decidas.
-Ya sabes cuáles son las recomendaciones si tengo los genes, ¿verdad?
-Sí. -Durante el último día y medio, cuando no estaba trabajando, Lena había leído todo lo que había encontrado en Internet sobre el cáncer de mama. Se daba cuenta de que con el historial familiar de Julia, si tenía los genes del cáncer de mama, la probabilidad de que desarrollase la enfermedad era muy alta, seguramente en forma agresiva, antes de los cuarenta años. También se daba cuenta de que muchos especialistas recomendaban mastectomías bilaterales para evitarlo-. Sé lo de la cirugía.
-¿Cómo te sentirías si decidiera hacerla?
-Es lo que quieres?

Julia cabeceó.

-Cuidas tan condenadamente bien de mí que a veces ni siquiera me doy cuenta. Quiero saber cómo te sentirías tú. –Por primera vez estiró el brazo sobre el mostrador y cogió la mano de Lena, entrelazando los dedos de ambas-. Déjame consolarte igual que tú me consuelas a mí.

En un gesto tan raro que a Julia se le encogió el corazón, Lena evitó el contacto visual y bajó la cabeza. Con mano temblorosa se cubrió los ojos.

-¡Oh, Dios! -exclamó Julia, dirigiéndose al otro lado del mostrador. Rodeó con los brazos los hombros de Lena y con una mano apoyó el rostro de su amante contra su pecho. Luego, la besó en la cabeza-. Cariño, no pasa nada.

Lena abrazó a Julia, con los ojos firmemente cerrados, deslizando los dedos sobre los fuertes músculos de la espalda de la joven.

-No sé qué hacer. No soporto la idea de que algo te haga daño.

Lena habló en voz tan baja que Julia tuvo que esforzarse para oírla. El corazón de Lena resonaba contra el suyo, y Julia sintió cómo la tensión estremecía el cuerpo de Lena.

-Ahora nada me hace daño. -Introdujo los dedos entre los espesos cabellos de la nuca de Lena y echó su cabeza hacia atrás con cuidado. La pena reflejada en los ojos de Lena hizo aflorar un mar de lágrimas a los suyos-. Si tengo que operarme, puedo soportar el dolor. Estoy segura de que incluso puedo soportar los... resultados. -Acarició el pelo de Lena-. Pero no creo que pueda soportar que cambie algo entre nosotras.

Lena se enderezó de repente, apretando el cuerpo contra el de Julia, a la que abrazó por la cintura.

-No hay nada que pueda cambiar lo mucho que te amo. –Besó a Julia tiernamente, pero su cuerpo temblaba con fiera urgencia. Cuando apartó la boca, murmuró con voz ronca-: Ni una cicatriz, ni dos, ni cien harán que seas menos hermosa para mí.

Julia hundió la cara en el cuello de Lena, deslizando las manos bajo su chaqueta y adhiriéndose a cada milímetro del cuerpo de su amante. Con voz apagada murmuró:

-Te necesito muchísimo.
-Yo también te necesito. -Lena besó los mechones de pelo de la sien de Julia-. Debería haberme quedado contigo este fin de semana.
-Lo sé. Ya buscaremos una solución a eso. -Con Lena a su lado, con su amor para curar el dolor compartido, Julia sintió que se le animaba el corazón y añadió, riéndose-: Pero al menos he acabado el trabajo.
-Me alegra oír eso. -Lena deslizó una mano bajo la camiseta de Julia y hundió los dedos en los vaqueros de la joven, acariciando el hueco de la base de su columna vertebral.
-Hum. -Julia besó el cuello de Lena, la parte inferior de su mandíbula y el lóbulo de la oreja. Sonrió cuando sintió los acelerados latidos del corazón de Lena contra su pecho. Con los muslos pegados a los de Lena, se reclinó en sus brazos-. Pero te eché de menos.
-¿De verdad? -Lena se movió e introdujo un muslo entre los de Julia-. ¿Y sufriste mucho?
-La frustración sexual se puede sublimar. -Julia tiró de la camisa de Lena y la desprendió de los pantalones; luego, acarició el abdomen desnudo de Lena. Los músculos se retorcieron bajo los dedos de Julia y su propio estómago se encogió-. He trabajado muchísimo.

A Lena se le nubló la visión. El repentino brote de deseo provocó la fiera necesidad de tener a Julia junto a ella, a salvo, suya. Lena tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para reprimir las apremiantes ganas de derribar, de deshacer (destruir) hasta la última barrera que amenazaba con separarlas. La ropa parecía la más accesible, pero lo intangible, las cosas que no podía tocar ni combatir con su cuerpo eran las que la estaban volviendo loca. Rumores, insinuaciones, opinión pública, y por si no bastase con esas cosas amorfas, el espectro de un asesino letal dentro del cuerpo de su amante la acosaba en sueños y despierta.

-Dios mío, Elena, estás temblando de arriba abajo. –La pasión cedió ante la preocupación, y Julia se apartó un poco.
-No -protestó Lena-. Por favor, no te apartes.
-Oh, cariño -susurró Julia, acariciando la mejilla de Lena-. No voy a ningún lado. -Cogió la mano de Lena y la sujetó con fuerza mientras retrocedía unos pasos-. Ven al dormitorio. Necesito abrazarte. Necesito que me abraces.

Lena la siguió en silencio; le bastaba el contacto de la mano de aquella mujer para que su universo se centrase. Se desnudaron lentamente junto a la cama, bañadas por un rayo de luz, sin apremios, disfrutando de la paz. Julia apartó la sábana, se metió debajo y esperó a que su amante se acostase a su lado. Cara a cara, con los cuerpos tocándose, se besaron. Un tierno suspiro, un leve gemido, el retumbar de dos corazones latiendo se perdieron en el aire. Piel ardiente, músculos tensos y la maravilla de pasión hecha carne que unía cuerpo y alma. Adoración, deseo, el dulce dolor de la necesidad que retemblaba mientras los ojos azules se fundían con los grises.

-Tócame -susurró Julia contra los labios de Lena, deslizando los dedos sobre el abdomen y entre las piernas de su amante. Esperó a que Lena la imitase antes de introducir los dedos en el anhelante calor, conteniéndose un instante mientras las caderas de Lena se alzaban en su mano. La caricia de la mano de Lena sobre su clítoris la llevó casi al borde del orgasmo y le costó conservar la cordura-. Satisfáceme ahora... todo lo que puedas.

Lena, aturdida por el olor y la sensación de la excitación de Julia, la penetró mientras Julia imitaba el movimiento. El orgasmo surgió al instante y se puso rígida, esforzándose por contener la oleada de placer que ya se había desatado. Julia se retiró y a continuación empujó más a fondo, y Lena ya no pudo aguantar. La acometida que brotaba de sus entrañas la sacudió, y sus dedos percibieron la vibración de Julia. El grito de alivio de su amante desencadenó otro orgasmo y enterró el rostro en la curva del cuello de Julia, gimiendo levemente. Julia, en pleno orgasmo, se aferró a Lena y le acarició el rostro con gestos entrecortados mientras susurraba:

-Te amo. Siempre te amaré.

Cuando Lena recuperó la visión y el aliento, se puso boca arriba y acomodó a Julia entre sus brazos.

-¿Y ahora dirías que eres todo lo que necesito?
-Sí. -Julia apoyó la mejilla en el pecho de Lena. El borde de la cicatriz, más duro que la suave piel circundante, le recordó que había estado a punto de perder a la mujer que amaba. Le angustiaba que Lena experimentase aquel horrible dolor por culpa suya. No había respuesta ni protección contra algo así, no podía prometer ni garantizar nada sin mentir. Sólo les quedaba aquel momento y la esperanza de que hubiese más en el futuro- Mientras viva, siempre tendrás mi corazón.
-Y tú el mío -susurró Lena-, mientras viva.

Sonó el teléfono, quebrando la tranquilidad, pero no la paz que impregnaba sus almas. Julia cogió el auricular y, mirando a Lena, dijo con voz firme.

-Soy Julia Volkova.
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Mensaje por Anonymus 4/11/2015, 7:38 pm

Capitulo Veinticinco

10:00 27 de agosto del 2001

Julia dijo sólo unas palabras y escuchó sin alterar la expresión, mientras Lena, conteniendo la respiración, buscaba la verdad en los ojos de su amante.

-Sí, gracias. Lo haré. No, veré a alguien aquí –respondió Julia.

«Vera alguien aquí.» El dolor en el pecho de Lena explotó con más fuerza que la bala que la había atravesado. Aquel día, mientras se desangraba en la acera contemplando el cielo más azul que había visto en su vida, había comprendido en un fugaz momento de lucidez que se estaba muriendo. Pero antes de perder el conocimiento, se había dado cuenta de que arrastraban a Julia hacia el edificio, apartándola del peligro. Con esa imagen en mente, no había sentido miedo ni dolor. Había cumplido con su deber, y Julia se hallaba a salvo.
pero en aquel momento, sólo sentía dolor. Lena se esforzó por serenarse, recurriendo desesperadamente a las reservas de fortaleza que le habían permitido soportar la muerte de su padre, su propio devaneo con la muerte y la pérdida de una agente bajo su mando; y permaneció muy quieta, temiendo que, si se movía, Julia notaría su temblor.

-Le comunicaré dónde debe enviar mi informe. Gracias otra vez. Se ha portado usted de maravilla. -Julia apagó el teléfono y sostuvo el auricular sobre el pecho. Miró a Lena a los ojos, con las pupilas tan dilatadas que los iris azules eran casi tan oscuros como los atribulados iris grises de Lena-. Yo... –A Julia le falló la voz y tragó saliva-... soy negativa. No tengo los
genes.
-¡Oh, por Cristo! -Lena cerró los ojos durante una fracción de segundo, y luego buscó a su amante. Sólo las separaba un milímetro, pero era más de lo que podían soportar. Sin embargo, tuvo en cuenta la reciente operación de Julia y, aunque deseaba estrecharla contra sí, se contentó con acariciar el cuello y la espalda de su amante-. Dios, cariño, ¡qué feliz soy!

Julia se rió, nerviosa.

-Me parece increíble. Estaba segurísima de que era positiva. -Cogió la mano de Lena y la estrechó-. Intentaba convencerme a mí misma de que todo saldría bien si tenía que someterme a otra operación.
-Y saldría bien. -Lena la besó en la frente, los párpados y la boca. Acarició con ternura el rostro de Julia y murmuró-: Fuese lo que fuese, todo saldría bien. Pero me alegro muchísimo de que no necesites operarte.
-La doctora enviará los resultados de los exámenes a mi ginecóloga, y sólo tendré que hacer controles dos veces al año. -Julia dio un largo y profundo beso a Lena. Cuando se apartó, el amor y el deseo nublaban sus ojos- Se ha acabado, cariño. Se ha acabado de verdad.
-Sí. -Lena se incorporó y puso a Julia boca arriba. Con mucho cuidado se inclinó y besó el interior del pecho izquierdo de Julia, al otro lado de donde la habían practicado la biopsia. Luego, levantó la cabeza y besó a Julia en la boca-. Te amo.

Julia puso una mano tras la nuca de Lena y acercó la boca de su amante al otro pecho. Cuando sintió que los labios de Lena le acariciaban el pezón, murmuró:
-Ámame otra vez.

10:15 28 agosto 01


Miami Beach, Florida Informe - Equipo de Ataque Dos. Piloto confirma compra de billete de ida en el mostrador de United Airlines sin incidentes. Coste 1.600 dólares. Vuelo 175 UA a Los Ángeles.


22:30 30 de agosto del 2001

-Eh, no levantes eso -dijo Lena bruscamente-. Ya lo hago yo.
-Elena -repuso Julia, irritada-. Es un cuadro. No pesa.
-¿Por qué no lo llevo yo? -sugirió Diane en tono amable, interponiéndose entre las dos mujeres para coger el lienzo de un metro veinte por metro y medio envuelto en papel de burbujas. Dedicó una tierna sonrisa a Lena y apartó a Julia, que estaba acalorada y sudorosa, con gesto impaciente-. Mejor os sentáis por ahí y tomáis algo mientras yo superviso el transporte del resto.
-Soy muy capaz de hacerlo. -Julia estaba cansada, nerviosa y le daba un miedo injustificado la próxima exposición. Había trabajado tres días sin parar, durmiendo muy poco y tomando demasiada cafeína, y tenía los nervios destrozados. No contribuía a la situación el hecho de que Lena también estuviese muy irritable. Y sobre todo no contribuía que apenas pudiesen
disfrutar de tiempo juntas y, cuando podían, las dos se mostraban quisquillosas.
-Claro que sí. Perfectamente capaz, pero ahora los cuadros son míos y los vigilaré yo. -Ignorando las protestas de Julia, Diane señaló un montón de cuadros envueltos de forma similar y apoyados contra la pared a la ayudante de la galería y a otro empleado, que entraron acompañados por Paula Stark-. Jamie, esos son los que van. Llévalos directamente al almacén. No se te ocurra dejarlos en la furgoneta sin vigilancia.
-Hecho -dijo la joven de buena gana y saludó a Julia-: Buenas noches, señorita Volkova.

Julia se mesó los cabellos y sonrió:

-Hola, Jarcie. ¿Cómo estás?
-Genial. Deseando ver su exposición. -Jamie señaló los cuadros al hombre que la acompañaba-. Deja los más pequeños para el final, Dick. Gracias.

Los cuadros, la culminación de un año de trabajo, desaparecieron en cuestión de minutos. Mientras Diane se despedía, Julia contempló el estudio casi vacío con una compleja mezcla de inquietud e ilusión. Se iba a exponer una parte esencial de su alma y ya no podría seguir protegiéndola, defendiéndola ni explicándola. Su arte hablaría por sí mismo. «¿Por qué hago esto? Sería igual de feliz pintando aunque mis cuadros no saliesen nunca de esta habitación.» Durante un instante de locura quiso detener a Diane en el ascensor y decirle que le devolviese los cuadros.
-¿Te encuentras bien?
-No -respondió Julia, sobresaltada, mirando a Lena-. Me parece increíble estar haciendo esto. Ni siquiera quiero hacerlo. -Vio la sorpresa en el rostro de Lena ante el acaloramiento de su propio tono y una llamarada instantánea en sus ojos. Apoyó las caderas en el respaldo del sofá y cabeceó-. Dios, soy una verdadera arpía. Lo siento.
-No pasa nada -repuso Lena, acercándose a su amante-. Esta última semana ha sido infernal.

Julia deslizó los dedos sobre el borde de las solapas de seda de Lena y metió las manos bajo la chaqueta, posándolas sobre su pecho. Una mano acarició la correa de piel que cruzaba el pecho izquierdo de Lena hasta la pistolera que llevaba bajo el brazo.

-Tampoco ha sido una fiesta para ti. -Jugueteó con la correa, apoyó la frente en el hombro de Lena y cerró los ojos-. Creí que después de saber que no tenía el gen BRCA me sentiría mejor, pero sigo teniendo un nudo en el estómago.

Lena acarició el cuello de Julia y le dio un masaje en los tensos músculos de los hombros.

-Ha hecho renacer en ti muchos recuerdos dolorosos. Eso, añadido a la operación, la presión de ultimar las cosas para la exposición... no me extraña que estés un poco... -Se calló, buscando la palabra adecuada.
-¿De mala uva? -sugirió Julia, riéndose.
-Pues sí, podría valer. -Lena sonrió.
-De acuerdo, es bastante acertado. Pero ¿y tú? -Julia rozó la barbilla de Lena con la yema de un dedo-. ¿Qué mosca te ha picado?
-¿A mí?
-Sí, Elena. A ti. Nunca te impacientas, pero cuando subes aquí, te dedicas a pasear de un lado a otro delante de mis ventanas.
-Vaya. -Lena se puso colorada.
-¿Qué?
-Me pone nerviosa el fin de semana.

Julia parpadeó.

-¿Por qué?
-Julia. -Lena cabeceó en un gesto de cariñosa exasperación-. Voy a pasar el fin de semana con mi amante, en compañía de su padre. Por primera vez. Y oh, a propósito, da la casualidad de que su padre es el presidente de los Estados Unidos. ¿No crees que tengo derecho a estar un poco nerviosa?

Julia se rió, encantada.

-No me lo puedo creer. Es enternecedor.
-Cállate -gruñó Lena, bajó la cabeza y sin miramientos mordió a Julia en el cuello. Julia echó la cabeza hacia atrás.
-Hum, eso está mejor.
-Como nos vamos dentro de unas horas, no tenemos tiempo para más.
-Sí -murmuró Julia-, pero ahora que ya no tengo que preocuparme por mi salud ni por mi trabajo, puedo concentrarme en lo que he echado tanto de menos. -Desabotonó con habilidad parte de la camisa de Lena y deslizó la mano debajo. Los dedos de Julia vagaron sobre el pecho de Lena y dijo con voz ronca-: O sea, comandante, a usted.

Lena puso su mano sobre la de Julia, apretándola contra el pecho.

-No tengo la menor intención de mantener relaciones sexuales contigo cuando estemos con tu padre.
-Bueno, la casa es muy grande. -Julia deslizó los dedos más abajo y acarició el pezón de Lena, ronroneando al sentir cómo se endurecía bajo su tacto. Lena protestó, entre jadeos:
-No lo suficientemente grande.
-Eso lo dices tú.


07:00 2 de septiembre del 2001


Lena, desnuda, apoyó el trasero en el lavabo del espacioso cuarto de baño y contempló cómo Julia se secaba con la toalla, observando con satisfacción que el pecho de su amante apenas estaba hinchado.

-¿Cómo va la herida?
-Me pica. Ojalá me quiten los malditos puntos.
-Eres una paciente horrorosa.

Julia arqueó una ceja.

-¡Mira quién habla! Creo recordar que tenías quemaduras de segundo grado en un brazo y en el hombro y...

Lena levantó la mano, rindiéndose.

-Vale, vale. Tú ganas. -Se acercó a Julia, riéndose, y puso la mano bajo el pecho de la joven, alzándolo levemente para examinar la línea de sutura-. Tiene buen aspecto. Es una marca muy pequeña. ¿Crees que debería...?
-Cariño -la interrumpió Julia-, es mi pecho el que estás inspeccionando.
-¿En serio? -preguntó Lena, enderezando la cabeza con una mueca burlona-. No me había dado cuenta.

Julia se puso rígida cuando uno de sus pezones se endureció bajo el dedo de Lena.

-Mi padre y seis agentes del Servicio Secreto nos esperan para ir a correr. No podré hacerlo si me excito tanto.
-Ay. -Con los ojos centelleando, Lena inclinó la cabeza y besó el pezón de Julia. Al oír los rápidos jadeos de su amante, soltó una risita y se apartó antes de que Julia reaccionase-. Será mejor que me vista.
-Sí, será mejor que lo hagas, porque no me importa que la Junta de Jefes de Estado Mayor esté en la habitación de al lado. No aguanto mucho más.

Lena cogió los shorts, una camiseta y un sujetador deportivo de la silla y fue al otro lado de la habitación, vistiéndose mientras caminaba. Desde su llegada, habían pasado casi todo el tiempo con el presidente. El presidente trabajaba parte del día, pero comían con él, salían a hacer ejercicio juntos por las mañanas y después de cenar se relajaban en la sala de ocio. Aunque Julia y Lena compartían habitación y cama, no habían hecho el amor en las dos noches que llevaban en Camp David. En realidad, las dos estaban física y emocionalmente exhaustas y les bastaba con dormir abrazadas.

-Dime que no estás a punto -pidió Julia, sentándose al borde de la cama para atarse las zapatillas de correr. Había cosas con las que Lena no bromeaba. Se arrodilló junto a Julia y posó la mano en el muslo desnudo de la joven. Con expresión muy seria, dijo:
-Te he añorado mucho esta semana. Abrazarte por las noches ha sido maravilloso.
-Lena...
-Pero -interrumpió Lena, jugueteando con los dedos sobre la pierna de Julia-... estoy a punto de estallar.

Julia esbozó una brillante sonrisa.

-¡Oh, qué bien! Eso es estupendo. -Se inclinó y dio un rápido beso a Lena en la boca, luego esquivó a su amante, que seguía arrodillada, y se levantó con gran agilidad-. Vamos, cariño. No hagamos esperar al presidente.

Lena, riéndose, salió con su amante de la habitación de invitados, y ambas se dirigieron al salón principal. Como hacía por sistema varias veces al día, repasó mentalmente el itinerario próximo. La hija del presidente no tenía viajes previstos durante dos meses, y la inauguración de la exposición en la galería era su única comparecencia pública en el plazo de dos semanas. Eso significaba que afrontaban una etapa bastante tranquila. «Gracias a Dios. Necesitamos un respiro.»

-Buenos días -dijo el presidente con simpatía-. ¿Estáis preparadas?
-Sí, señor -respondió Lena, situándose junto al presidente en la acera que rodeaba la parte delantera del complejo. Julia se quedó atrás para correr junto a Deborah Kling, la única agente femenina del primer equipo de su padre y vieja amiga suya. Cuando el grupo enfiló por un Camino de tierra que se internaba en el bosque que rodeaba el complejo, el presidente
preguntó:
-¿Cuáles son sus planes a largo plazo, Lena?
-¿Señor?
-¿Es usted una agente vocacional o ha pensado en trasladarse al sector privado en el futuro?
-La verdad es que no he pensado mucho en ello, señor -respondió Lena, mirando por encima del hombro en dirección a Julia. Su amante estaba pendiente de algo que le contaba la agente del Servicio Secreto que corría a su lado-. De momento no pienso hacer cambios, señor.
-¿Supongo que se refiere a mientras dure mi mandato?

Lena asintió.

-Muy diplomático por su parte no establecer un plazo de tiempo.
-Estoy segura de que saldrá reelegido...

Oleg Volkov la interrumpió, riéndose:

-Nos ocuparemos de eso cuando llegue la hora. Sin embargo, no creo que Julia quiera que continúe usted más tiempo del absolutamente necesario en este tipo de trabajo.

El tono del presidente era coloquial, y a Lena no le dio la impresión de que la estuviese examinando por algo personal relacionado con su amante. Sin embargo, dijo en tono neutro:

-No hemos hablado del asunto, pero ella ya ha sacrificado mucho por el bien público. No le pediré que lo haga siempre.
-Quiere decir que se ha sacrificado por mi carrera, ¿verdad?
-Señor. -Lena se puso colorada-. No pretendía faltarle al res...
-Soy Oleg, ¿recuerda? Y sé que no lo pretendía, Lena. Tampoco hace falta que se disculpe por amar a mi hija.

Lena volvió la cabeza y miró al presidente a los ojos.

-Nunca lo haría, señor.

El presidente sonrió y durante un momento pareció mucho más joven.

-Me alegro de que haya venido este fin de semana, Lena.
-Sí, señor. Yo también.

11:00 02 septiembre 01

Informe - Equipo de Ataque Tres. Salida confirmada: Aeropuerto internacional Dulles de Washington. Vuelo 77 de American Airlines.
Destino: Los Ángeles.
Objetivo: Washington DC. Billetes comprados por Internet con tarjeta de crédito. Equipo en ruta por automóvil hasta Silver Springs, Maryland.

Al volver a la habitación, Julia se quitó la camiseta y los shorts. Intentó hacer lo mismo con el sujetador y torció el gesto. Lena se acercó a ella inmediatamente y preguntó:


-¿Te ayudo?
-No, no pasa nada -respondió Julia-. Creo que los puntos se han enganchado. Lena apartó con cuidado la prenda del pecho de Julia y se la quitó por la cabeza. Tras arrojar el sujetador sobre la cama, examinó la incisión.
-Parece normal.
-No sé -murmuró Julia-. Tal vez me sentiría mejor si me besases.
-¿Cuánto tiempo tenemos?
-De sobra.

Lena se despojó de los shorts, y luego de la camiseta y el sujetador con un solo movimiento.

-¿Nos duchamos?

Julia se acercó a ella: sus pezones rozaron los de Lena y se endurecieron al momento, pero no sintió dolor, sólo la llamada del deseo.

-Me parece un lugar estupendo para empezar.

El agua, muy templada, se le antojó casi fría a la piel recalentada de Julia. Apoyó los hombros en los azulejos resbaladizos y miró a Lena, arrodillada entre sus muslos abiertos. Julia, que se sostenía con la mano izquierda apoyada en la pared, metió los dedos entre los rojos mechones mojados de su amante mientras la expectación se anudaba como un puño apretado en el hueco de su estómago. Con los párpados casi cerrados, arqueó el cuello y ahogó un gemido cuando los dientes de Lena tiraron del anillo de oro que adornaba su ombligo. El rostro de Lena flotaba ante sus ojos. La oleada de deseo que estalló dentro de la cabeza de Julia empañó su visión.

-Pon los labios sobre mí -susurró Julia, pero sus palabras se perdieron entre el agua que caía sobre ellas. Se tensó cuando los dedos de Lena se extendieron en el interior de sus piernas, abriéndola-. Por favor... chúpame. -Pero la súplica murió en un sollozo cuando se quedó sin respiración. Levantó las caderas y se aferró a los cabellos de Lena, frotando su sexo contra la
mejilla de su amante-. Oh, Dios, necesito tu boca. -Pero Lena apartó la cabeza y lamió la piel suave del interior del tembloroso muslo de Julia. El dolor interior era casi una tortura, y cuando los músculos del estómago de Julia sufrieron un espasmo, empujándola hacia delante y casi doblegándola, gritó de desesperación. Hundió las dos manos bajo los cabellos de Lena y arrastró el rostro de su amante hasta ella, poniendo la boca de Lena sobre su clítoris.
-Por favor... cariño, por favor.

Lena rodeó con un brazo los muslos de Julia e hizo lo que había que hacer, utilizando la lengua, los dientes y los labios para encender la sangre y abrasar las terminaciones nerviosas que latían con salvaje desesperación bajo su boca. Sintió cómo se ponían rígidas las piernas de Julia, cómo hinchaba el clítoris y que se iba a correr. Y sólo entonces introdujo los dedos, llevándola a un segundo clímax antes de que hubiese terminado el primero. Cuando Julia gimió y comenzó a deslizarse hacia abajo, Lena se levantó, con la mano humedecida, y apretó a Julia contra su cuerpo, impidiendo que cayese.

-Abrázame, abrázame -rogó Julia con la boca junto al cuello de Lena.
-Nunca te dejaré -susurró Lena.

Julia la creyó y se rindió al tierno cuidado de su amante.
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