Honor Reivindicado
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Honor Reivindicado
CAPITULO UNO
Jueves, 13 de septiembre de 2001.
La agente del Servicio Secreto Elena Katina abrió los ojos en un lugar en el que nunca habría esperado despertarse: en una cama de doscientos años de antigüedad, en el segundo piso de la Casa
Blanca. Una pieza original del famoso ebanista Thomas Sheraton. Y acurrucada a su lado estaba la hija del Presidente de Estados Unidos. La mejilla de Julia Volkova descansaba sobre el pecho de Lena mientras su aliento suave y cálido acariciaba la piel de Lena con la cadencia rítmica del sueño. Lena rodeó con un brazo los hombros de Julia y deslizó cariñosamente los dedos sobre el brazo desnudo de la joven dibujando lentas caricias. La habitación estaba a oscuras, con los pesados cortinajes corridos ante las grandes ventanas emplomadas del fondo de la espaciosa habitación. Lena calculó que aún no eran las cinco y que fuera reinaba la noche. La casa parecía sumida en una extraña quietud aunque Lena sabía que al final del pasillo dormía el Presidente y que los pasillos del piso de abajo eran un hervidero de agentes del Servicio Secreto y miembros de la Policía Metropolitana que vigilaban las dependencias de la Casa Blanca. Cuando la primera familia ocupaba sus aposentos privados del segundo y tercer piso, el Servicio Secreto no la vigilaba físicamente.
Pero, en cuanto el Presidente y los suyos salían de aquel santuario y pisaban lugares públicos, los sensores ubicados en todos los corredores y habitaciones seguían sus movimientos, y los agentes del
Servicio Secreto asignados a cada miembro de la familia entraban en acción. Lena era una de esas agentes del Servicio Secreto, y el miembro de la familia que debía proteger se hallaba entre sus brazos. Un año antes habría rechazado de plano que algo así pudiese ocurrir, pero eso había sido antes de que la trasladasen de la sección de investigación del Servicio Secreto a la de protección y de que hubiese aceptado a regañadientes la responsabilidad de proteger a Julia Volkova. Julia se había convertido en el centro de su vida y, aunque protegerla seguía siendo su deber más sagrado, ella constituía el eje fundamental de su existencia. Siempre había entendido la urgencia e importancia de aquel trabajo, pero en las últimas cuarenta y ocho horas aún lo veía más claro puesto que el terror había golpeado a la nación en forma de secuestro de varios aviones de pasajeros que se habían convertido en terribles misiles aéreos. Un ataque simultáneo y casi triunfante al vigiladísimo apartamento de Julia en Manhattan había puesto de manifiesto la gran vulnerabilidad de la primera hija con desoladora precisión. Lena estrechó a su amante contra sí en un gesto inconsciente.
-¿Ocurre algo? -murmuró Julia deslizando la mano desde el abdomen al pecho de Lena-. Estoy bien.
Lena apoyó la mejilla en la cabeza de Julia y cubrió la mano de su amante con la suya apretando los cálidos dedos contra su corazón.
-¿Cómo sabes lo que pienso cuando duermes?
Julia soltó una risita.
-Me doy cuenta de que se dispara tu fase protectora. Es como si tu cuerpo estuviese preparado para lanzarse ante mí, incluso cuando estamos en la cama.
-Lo siento.
-No tienes por qué. Es una locura, pero me gusta -Julia besó un pecho de Lena-. Al menos, me gusta cerrar los ojos y sentirme totalmente segura. No me gusta la idea de que me protejas con tu cuerpo en la vida real.
-Ya lo sé.
No hacían falta más palabras. Lena se había interpuesto entre Julia y el peligro en más de una ocasión, y la primera vez casi le había costado la vida. La sensación de culpa de Julia había estado a punto de separarlas, y seguían viviendo en una especie de tregua frágil en lo concerniente al papel de
Lena como jefa de seguridad personal de Julia, un puesto que en cualquier momento podía obligarla a sacrificar su vida para salvar a Julia. En ese momento, después de la tragedia, la posibilidad se había multiplicado por mil.
-No puedo creer lo que ha ocurrido -susurró Julia-. ¡Dios! Todas esas personas inocentes.
-No -dijo Lena con la voz impregnada de cansancio y pena-. Yo tampoco. -Suspiró-. Supongo que es más acertado decir que no quiero creerlo. Pero estoy aquí, acostada a tu lado en la residencia presidencial, y solo algo tan catastrófico como un ataque directo contra ti, ¡Dios, en el propio corazón de la nación!, justifica algo así.
-En realidad, es triste que algo así nos permita estar juntas en casa de mi padre -Julia frotó la mejilla contra el pecho de Lena buscando consuelo-. El amor no bastaba, tuvieron que morir miles de personas. Ahora a nadie le interesa que tú y yo seamos amantes.
-No le interesa a nadie hoy -precisó Lena con un deje de amargura-, pero dentro de una semana o de un mes sí interesará. Cuando la histeria de los medios sobre los últimos acontecimientos remita, tu vida personal volverá a salir en los titulares.
Julia se apoyó en un codo y se esforzó por ver el rostro de Lena en la penumbra. No estaba acostumbrada a notar frustración y rabia en la voz de su amante y sabía, a pesar de que no veía los cincelados rasgos de Lena, que el verde gris de sus ojos sería casi apagados debido al dolor. Era raro que Lena no lograse disimular su angustia. Siempre se enfrentaba a la realidad, por muy difícil que fuese, con la cabeza fría y mano firme. Pero ellas, como todos los ciudadanos de Estados Unidos, habían sufrido el tremendo impacto de los acontecimientos del 11 de septiembre. El desquiciante viaje desde Nueva York y la evacuación posterior a Washington no les había dejado tiempo para asimilar las consecuencias. Lena había perdido a un agente en el asalto al apartamento de Julia, su segundo al mando –Mac Phillips- había resultado herido de gravedad, y otro agente de su equipo había participado en el intento de asesinato. Julia había visto a Lena asumir muchas veces la responsabilidad de cosas que no podía controlar. Era uno de los aspectos que más le gustaba de ella y, al mismo tiempo, uno de los que más la fastidiaban. Le dolía que Lena se culpase y sufriese.
-Lo que ocurrió en Nueva York no fue culpa tuya.
-Julia -dijo Lena con ternura. La besó en silencio. Quería explicar que uno de los miembros de su propio equipo había estado a punto de matar a Julia, pero no deseaba resucitar aquel terrible recuerdo en la conciencia de Julia cuando aún estaba tan fresco. Sabía que el horror del momento todavía no había acabado para ellas, pero tenían que afrontar asuntos más urgentes. Igual que había surgido un traidor en su equipo, podría haber más. Y la seguridad de la nación tampoco estaba garantizada; podría producirse otro ataque. Tanto Lena como los demás miembros de la comunidad de servidores de la ley debían ocuparse de una cosa, tan solo de una cosa: procurar que la nación y las personas fundamentales para su supervivencia estuviesen a salvo. Su papel oficial consistía en proteger a Julia. Su obligación privada era encontrar al responsable del intento de atentar contra la vida de su amante.
-Tendrás que quedarte aquí una temporada.
Julia se puso rígida.
-No vivo aquí. Mi casa está en Nueva York. Y mi lugar a tu lado.
-Tu seguridad es lo que importa, y en este momento este es el lugar más seguro del mundo para ti.
-¿Y dónde estarás tú, Lena? ¿Dónde vas a estar tú mientras yo permanezco aquí secuestrada, con gente que vigila todos mis movimientos las veinticuatro horas del día? ¿Cuándo tendremos tiempo para estar juntas? ¿Dónde disfrutaremos de intimidad para tocarnos? -Julia no alzó la voz, pero hablaba con verdadera furia-. ¿Es eso lo que quieres, que estemos separadas?
Lena deslizó los dedos bajo el abundante cabello negro que cubría la nuca de Julia y masajeó los tensos músculos que rodeaban su columna. Habló con voz suave, tranquila, porque sabía que la rabia de Julia nacía del dolor.
-Sabes que no es eso lo que quiero. Te amo. Quiero dormir contigo todas las noches, abrir los ojos y verte a mi lado cada mañana. Eso es lo que más quiero en la vida.
-¡Oh, Lena! -exclamó Julia apoyando la frente en la de su amante-. Lo siento. Solo que lo último que deseo en este momento es que... desaparezcas.
-¡Por Dios, no pienso hacerlo! -con un rápido movimiento de cadera Lena empujó los cuerpos de ambas hasta que Julia estuvo debajo del suyo, con las piernas entrelazadas.
Se colocó sobre Julia, apoyándose en los codos, y bajó la cabeza para besarla. Solo pretendía infundirle confianza, pero su primer contacto con los labios de Julia provocó un estremecimiento de deseo en todo su ser. Un caleidoscopio de imágenes surgió en su mente: Foster apuntando al corazón de Julia con su pistola automática, una lluvia de balazos rodeándolas en el callejón que había tras el edificio de Julia, Parker y Mac desangrándose en medio de los charcos carmesí. «Estuvieron a punto de matarte. ¡Dios! Casi te perdí.» Lena gimió con una queja apagada que transmitía el miedo a la pérdida y apretó su cuerpo contra el de Julia, hundiendo la lengua en la profundidad de la boca de su amante. La necesitaba, necesitaba sentir los latidos del corazón de Julia en cada célula de su propio cuerpo. Julia sintió la llamada de la pasión de Lena y su sangre se encendió al instante. Estaba lista para recibir a Lena: lista para abrazarla, tomarla, entregarse a ella; lista para satisfacer aquella necesidad que brotaba entre ellas. Siempre había sido así, desde el primer momento en que se tocaron. Los dos últimos días habían luchado solo por sobrevivir, sin saber cuándo ni de dónde vendría el ataque siguiente. Julia había visto morir a agentes, que no solo eran sus protectores, sino sus amigos. Había visto a su amante recibir una bala destinada a ella. De pronto asumió la realidad de todo lo que podía haber perdido y hundió las manos entre los cabellos de Lena en un intento desesperado de eliminar todas las barreras que las separaban. Un gemido que podría haber sido un grito brotó de su garganta y se convirtió en jadeo cuando Lena deslizó una mano entre los cuerpos de ambas, entre las piernas de Julia y dentro de ella. Julia echó la cabeza hacia atrás.
-¡Oh, Dios! -sujetó con fuerza la muñeca de Lena, que se movía ágilmente-. Para o harás que me corra.
-Sí -la voz de Lena sonó áspera, pero su mano era pura ternura mientras se hundía cada vez más, acariciando a Julia-. Sí, sí.
Aunque Julia hubiese querido contenerse, no habría podido porque la inesperada fuerza del deseo de su amante derribó su control, y su cuerpo cabalgó hacia el primer orgasmo. Pero no quería contenerse. El deseo de Lena era su propio deseo, la pasión de Lena su pasión. Dieron y recibieron, pidieron y correspondieron, sin nada entre ellas, salvo el susurro de las pieles al rozarse. Estaban tan unidas como podían, tan fundidas la una en la otra que no había nada más. Cuando Julia se corrió, hundió el rostro en el cuello de Lena y sus labios percibieron los latidos del corazón en la garganta de su amante. Su grito de alivio fue de placer y asombro, y mucho después seguía sintiendo a Lena en sus entrañas.
-Te amo -murmuró al fin.
-¡Cuánto te amo! -gimió Lena-. Te amo.
-¿Lena?
-¿Qué? -Lena yacía sobre el cuerpo de Julia con los dedos hundidos en los cálidos músculos, aún vibrantes, de su amante. No quería moverse. Cuando estaban así, unidas de forma tan estrecha, olvidaba todo lo que le agobiaba. No había peligros, amenazas de pérdida ni soledad. Solo existía la felicidad de estar con aquella mujer. Suspiró y apoyó la mejilla en el hombro de Julia.
-Acabamos de hacer el amor en la Casa Blanca.
-Hummmm -Lena se puso rígida- ¡Dios mío! -alzó la cabeza e intentó ver algo en medio de la luz grisácea que se filtraba por los bordes de las cortinas. Solo distinguió la alegría que brotaba de los ojos azules de Julia-. Creo que he cometido un delito de Estado.
-Varios.
Lena movió la cadera y apretó la pelvis contra la mano hundida entre los muslos de Julia.
-¿Lo hacemos otra vez?
Julia parpadeó al sentir la repentina presión en las entrañas. Su risa se convirtió en un suave gemido.
-Oh, sí.
-Hagámoslo más despacio en esta ocasión -Lena se apartó un poco para deslizarse hasta el pecho de
Julia y se dedicó a lamer un pezón pequeño y terso con la lengua.
-¿Por qué? -Julia cerró la mano sobre la nuca de Lena y hundió la boca de su amante en su pecho-.
Nunca me ha molestado ir rápido.
Lena la mordió ligeramente mientras acariciaba con los dedos el calor húmedo de Julia.
-Ya lo sé, pero quiero...
Sonó el teléfono de la mesilla, y ambas se quedaron quietas. Un segundo después, cuando Lena hizo ademán de retirarse, Julia murmuró:
-Espera -y extendió el brazo hacia el teléfono.
-Julia -dijo Lena en tono apremiante-, podría ser tu padre. No puedes hablar con él mientras estamos... así.
Julia cogió el auricular y lo apretó contra el pecho para que no se oyese la conversación.
-¿Y por qué no?
Lena se apartó con cuidado y respondió en un crispado susurro.
-Porque va contra el protocolo.
-¡Oh, comandante, cuánto te quiero! -Julia acercó el teléfono a la boca-. ¿Diga? -Miró a Lena y arqueó una ceja-. Hola, papá... Pues sí, está aquí.
Lena se quejó.
-Sí. De acuerdo... ¿A qué hora?.. Allí estaremos.
Julia colgó el teléfono y se volvió hacia Lena, contra cuyo cuerpo se apretó rodeando su cuello con los brazos.
-Tienes veinte minutos para acabar lo que habías empezado.
-¿Y luego qué?
-Tenemos una reunión con el Presidente.
-Dios, para que hablen del miedo a hacer mal el amor.
-Pues no hablemos.
Jueves, 13 de septiembre de 2001.
La agente del Servicio Secreto Elena Katina abrió los ojos en un lugar en el que nunca habría esperado despertarse: en una cama de doscientos años de antigüedad, en el segundo piso de la Casa
Blanca. Una pieza original del famoso ebanista Thomas Sheraton. Y acurrucada a su lado estaba la hija del Presidente de Estados Unidos. La mejilla de Julia Volkova descansaba sobre el pecho de Lena mientras su aliento suave y cálido acariciaba la piel de Lena con la cadencia rítmica del sueño. Lena rodeó con un brazo los hombros de Julia y deslizó cariñosamente los dedos sobre el brazo desnudo de la joven dibujando lentas caricias. La habitación estaba a oscuras, con los pesados cortinajes corridos ante las grandes ventanas emplomadas del fondo de la espaciosa habitación. Lena calculó que aún no eran las cinco y que fuera reinaba la noche. La casa parecía sumida en una extraña quietud aunque Lena sabía que al final del pasillo dormía el Presidente y que los pasillos del piso de abajo eran un hervidero de agentes del Servicio Secreto y miembros de la Policía Metropolitana que vigilaban las dependencias de la Casa Blanca. Cuando la primera familia ocupaba sus aposentos privados del segundo y tercer piso, el Servicio Secreto no la vigilaba físicamente.
Pero, en cuanto el Presidente y los suyos salían de aquel santuario y pisaban lugares públicos, los sensores ubicados en todos los corredores y habitaciones seguían sus movimientos, y los agentes del
Servicio Secreto asignados a cada miembro de la familia entraban en acción. Lena era una de esas agentes del Servicio Secreto, y el miembro de la familia que debía proteger se hallaba entre sus brazos. Un año antes habría rechazado de plano que algo así pudiese ocurrir, pero eso había sido antes de que la trasladasen de la sección de investigación del Servicio Secreto a la de protección y de que hubiese aceptado a regañadientes la responsabilidad de proteger a Julia Volkova. Julia se había convertido en el centro de su vida y, aunque protegerla seguía siendo su deber más sagrado, ella constituía el eje fundamental de su existencia. Siempre había entendido la urgencia e importancia de aquel trabajo, pero en las últimas cuarenta y ocho horas aún lo veía más claro puesto que el terror había golpeado a la nación en forma de secuestro de varios aviones de pasajeros que se habían convertido en terribles misiles aéreos. Un ataque simultáneo y casi triunfante al vigiladísimo apartamento de Julia en Manhattan había puesto de manifiesto la gran vulnerabilidad de la primera hija con desoladora precisión. Lena estrechó a su amante contra sí en un gesto inconsciente.
-¿Ocurre algo? -murmuró Julia deslizando la mano desde el abdomen al pecho de Lena-. Estoy bien.
Lena apoyó la mejilla en la cabeza de Julia y cubrió la mano de su amante con la suya apretando los cálidos dedos contra su corazón.
-¿Cómo sabes lo que pienso cuando duermes?
Julia soltó una risita.
-Me doy cuenta de que se dispara tu fase protectora. Es como si tu cuerpo estuviese preparado para lanzarse ante mí, incluso cuando estamos en la cama.
-Lo siento.
-No tienes por qué. Es una locura, pero me gusta -Julia besó un pecho de Lena-. Al menos, me gusta cerrar los ojos y sentirme totalmente segura. No me gusta la idea de que me protejas con tu cuerpo en la vida real.
-Ya lo sé.
No hacían falta más palabras. Lena se había interpuesto entre Julia y el peligro en más de una ocasión, y la primera vez casi le había costado la vida. La sensación de culpa de Julia había estado a punto de separarlas, y seguían viviendo en una especie de tregua frágil en lo concerniente al papel de
Lena como jefa de seguridad personal de Julia, un puesto que en cualquier momento podía obligarla a sacrificar su vida para salvar a Julia. En ese momento, después de la tragedia, la posibilidad se había multiplicado por mil.
-No puedo creer lo que ha ocurrido -susurró Julia-. ¡Dios! Todas esas personas inocentes.
-No -dijo Lena con la voz impregnada de cansancio y pena-. Yo tampoco. -Suspiró-. Supongo que es más acertado decir que no quiero creerlo. Pero estoy aquí, acostada a tu lado en la residencia presidencial, y solo algo tan catastrófico como un ataque directo contra ti, ¡Dios, en el propio corazón de la nación!, justifica algo así.
-En realidad, es triste que algo así nos permita estar juntas en casa de mi padre -Julia frotó la mejilla contra el pecho de Lena buscando consuelo-. El amor no bastaba, tuvieron que morir miles de personas. Ahora a nadie le interesa que tú y yo seamos amantes.
-No le interesa a nadie hoy -precisó Lena con un deje de amargura-, pero dentro de una semana o de un mes sí interesará. Cuando la histeria de los medios sobre los últimos acontecimientos remita, tu vida personal volverá a salir en los titulares.
Julia se apoyó en un codo y se esforzó por ver el rostro de Lena en la penumbra. No estaba acostumbrada a notar frustración y rabia en la voz de su amante y sabía, a pesar de que no veía los cincelados rasgos de Lena, que el verde gris de sus ojos sería casi apagados debido al dolor. Era raro que Lena no lograse disimular su angustia. Siempre se enfrentaba a la realidad, por muy difícil que fuese, con la cabeza fría y mano firme. Pero ellas, como todos los ciudadanos de Estados Unidos, habían sufrido el tremendo impacto de los acontecimientos del 11 de septiembre. El desquiciante viaje desde Nueva York y la evacuación posterior a Washington no les había dejado tiempo para asimilar las consecuencias. Lena había perdido a un agente en el asalto al apartamento de Julia, su segundo al mando –Mac Phillips- había resultado herido de gravedad, y otro agente de su equipo había participado en el intento de asesinato. Julia había visto a Lena asumir muchas veces la responsabilidad de cosas que no podía controlar. Era uno de los aspectos que más le gustaba de ella y, al mismo tiempo, uno de los que más la fastidiaban. Le dolía que Lena se culpase y sufriese.
-Lo que ocurrió en Nueva York no fue culpa tuya.
-Julia -dijo Lena con ternura. La besó en silencio. Quería explicar que uno de los miembros de su propio equipo había estado a punto de matar a Julia, pero no deseaba resucitar aquel terrible recuerdo en la conciencia de Julia cuando aún estaba tan fresco. Sabía que el horror del momento todavía no había acabado para ellas, pero tenían que afrontar asuntos más urgentes. Igual que había surgido un traidor en su equipo, podría haber más. Y la seguridad de la nación tampoco estaba garantizada; podría producirse otro ataque. Tanto Lena como los demás miembros de la comunidad de servidores de la ley debían ocuparse de una cosa, tan solo de una cosa: procurar que la nación y las personas fundamentales para su supervivencia estuviesen a salvo. Su papel oficial consistía en proteger a Julia. Su obligación privada era encontrar al responsable del intento de atentar contra la vida de su amante.
-Tendrás que quedarte aquí una temporada.
Julia se puso rígida.
-No vivo aquí. Mi casa está en Nueva York. Y mi lugar a tu lado.
-Tu seguridad es lo que importa, y en este momento este es el lugar más seguro del mundo para ti.
-¿Y dónde estarás tú, Lena? ¿Dónde vas a estar tú mientras yo permanezco aquí secuestrada, con gente que vigila todos mis movimientos las veinticuatro horas del día? ¿Cuándo tendremos tiempo para estar juntas? ¿Dónde disfrutaremos de intimidad para tocarnos? -Julia no alzó la voz, pero hablaba con verdadera furia-. ¿Es eso lo que quieres, que estemos separadas?
Lena deslizó los dedos bajo el abundante cabello negro que cubría la nuca de Julia y masajeó los tensos músculos que rodeaban su columna. Habló con voz suave, tranquila, porque sabía que la rabia de Julia nacía del dolor.
-Sabes que no es eso lo que quiero. Te amo. Quiero dormir contigo todas las noches, abrir los ojos y verte a mi lado cada mañana. Eso es lo que más quiero en la vida.
-¡Oh, Lena! -exclamó Julia apoyando la frente en la de su amante-. Lo siento. Solo que lo último que deseo en este momento es que... desaparezcas.
-¡Por Dios, no pienso hacerlo! -con un rápido movimiento de cadera Lena empujó los cuerpos de ambas hasta que Julia estuvo debajo del suyo, con las piernas entrelazadas.
Se colocó sobre Julia, apoyándose en los codos, y bajó la cabeza para besarla. Solo pretendía infundirle confianza, pero su primer contacto con los labios de Julia provocó un estremecimiento de deseo en todo su ser. Un caleidoscopio de imágenes surgió en su mente: Foster apuntando al corazón de Julia con su pistola automática, una lluvia de balazos rodeándolas en el callejón que había tras el edificio de Julia, Parker y Mac desangrándose en medio de los charcos carmesí. «Estuvieron a punto de matarte. ¡Dios! Casi te perdí.» Lena gimió con una queja apagada que transmitía el miedo a la pérdida y apretó su cuerpo contra el de Julia, hundiendo la lengua en la profundidad de la boca de su amante. La necesitaba, necesitaba sentir los latidos del corazón de Julia en cada célula de su propio cuerpo. Julia sintió la llamada de la pasión de Lena y su sangre se encendió al instante. Estaba lista para recibir a Lena: lista para abrazarla, tomarla, entregarse a ella; lista para satisfacer aquella necesidad que brotaba entre ellas. Siempre había sido así, desde el primer momento en que se tocaron. Los dos últimos días habían luchado solo por sobrevivir, sin saber cuándo ni de dónde vendría el ataque siguiente. Julia había visto morir a agentes, que no solo eran sus protectores, sino sus amigos. Había visto a su amante recibir una bala destinada a ella. De pronto asumió la realidad de todo lo que podía haber perdido y hundió las manos entre los cabellos de Lena en un intento desesperado de eliminar todas las barreras que las separaban. Un gemido que podría haber sido un grito brotó de su garganta y se convirtió en jadeo cuando Lena deslizó una mano entre los cuerpos de ambas, entre las piernas de Julia y dentro de ella. Julia echó la cabeza hacia atrás.
-¡Oh, Dios! -sujetó con fuerza la muñeca de Lena, que se movía ágilmente-. Para o harás que me corra.
-Sí -la voz de Lena sonó áspera, pero su mano era pura ternura mientras se hundía cada vez más, acariciando a Julia-. Sí, sí.
Aunque Julia hubiese querido contenerse, no habría podido porque la inesperada fuerza del deseo de su amante derribó su control, y su cuerpo cabalgó hacia el primer orgasmo. Pero no quería contenerse. El deseo de Lena era su propio deseo, la pasión de Lena su pasión. Dieron y recibieron, pidieron y correspondieron, sin nada entre ellas, salvo el susurro de las pieles al rozarse. Estaban tan unidas como podían, tan fundidas la una en la otra que no había nada más. Cuando Julia se corrió, hundió el rostro en el cuello de Lena y sus labios percibieron los latidos del corazón en la garganta de su amante. Su grito de alivio fue de placer y asombro, y mucho después seguía sintiendo a Lena en sus entrañas.
-Te amo -murmuró al fin.
-¡Cuánto te amo! -gimió Lena-. Te amo.
-¿Lena?
-¿Qué? -Lena yacía sobre el cuerpo de Julia con los dedos hundidos en los cálidos músculos, aún vibrantes, de su amante. No quería moverse. Cuando estaban así, unidas de forma tan estrecha, olvidaba todo lo que le agobiaba. No había peligros, amenazas de pérdida ni soledad. Solo existía la felicidad de estar con aquella mujer. Suspiró y apoyó la mejilla en el hombro de Julia.
-Acabamos de hacer el amor en la Casa Blanca.
-Hummmm -Lena se puso rígida- ¡Dios mío! -alzó la cabeza e intentó ver algo en medio de la luz grisácea que se filtraba por los bordes de las cortinas. Solo distinguió la alegría que brotaba de los ojos azules de Julia-. Creo que he cometido un delito de Estado.
-Varios.
Lena movió la cadera y apretó la pelvis contra la mano hundida entre los muslos de Julia.
-¿Lo hacemos otra vez?
Julia parpadeó al sentir la repentina presión en las entrañas. Su risa se convirtió en un suave gemido.
-Oh, sí.
-Hagámoslo más despacio en esta ocasión -Lena se apartó un poco para deslizarse hasta el pecho de
Julia y se dedicó a lamer un pezón pequeño y terso con la lengua.
-¿Por qué? -Julia cerró la mano sobre la nuca de Lena y hundió la boca de su amante en su pecho-.
Nunca me ha molestado ir rápido.
Lena la mordió ligeramente mientras acariciaba con los dedos el calor húmedo de Julia.
-Ya lo sé, pero quiero...
Sonó el teléfono de la mesilla, y ambas se quedaron quietas. Un segundo después, cuando Lena hizo ademán de retirarse, Julia murmuró:
-Espera -y extendió el brazo hacia el teléfono.
-Julia -dijo Lena en tono apremiante-, podría ser tu padre. No puedes hablar con él mientras estamos... así.
Julia cogió el auricular y lo apretó contra el pecho para que no se oyese la conversación.
-¿Y por qué no?
Lena se apartó con cuidado y respondió en un crispado susurro.
-Porque va contra el protocolo.
-¡Oh, comandante, cuánto te quiero! -Julia acercó el teléfono a la boca-. ¿Diga? -Miró a Lena y arqueó una ceja-. Hola, papá... Pues sí, está aquí.
Lena se quejó.
-Sí. De acuerdo... ¿A qué hora?.. Allí estaremos.
Julia colgó el teléfono y se volvió hacia Lena, contra cuyo cuerpo se apretó rodeando su cuello con los brazos.
-Tienes veinte minutos para acabar lo que habías empezado.
-¿Y luego qué?
-Tenemos una reunión con el Presidente.
-Dios, para que hablen del miedo a hacer mal el amor.
-Pues no hablemos.
Anonymus- Mensajes : 345
Fecha de inscripción : 03/09/2014
Edad : 37
Localización : Argentina - Buenos Aires
Re: Honor Reivindicado
CAPÍTULO DOS
-Paula, cariño -murmuró Renée Savard deslizando los dedos sobre la suave piel de la mujer que dormía a su lado. Las dulces y pálidas luces del amanecer resaltaban la increíble juventud del rostro de su amante. Apenas eran las cinco y no se oía nada en el pasillo del hotel; era como si estuviesen en cualquier lugar del mundo, solas, sin nada que interfiriese en el círculo de su abrazo. Durante un momento de locura, Renée deseó no salir nunca de aquella habitación, no tener que regresar al escenario de un horror tan inimaginable que la mente se rebelaba y el corazón se partía. Por primera vez en su vida deseó no ser una agente del FBI, no haber jurado lealtad a lo bueno y lo justo. Lo único que quería era cerrar los ojos y perderse en el placer de su nuevo amor. Se inclinó y besó la comisura de la boca de Paula Stark- Es la hora.
Stark respondió sin abrir los ojos.
-¿Conseguiste dormir?
«No, porque sabía lo que soñaría.» Renée se apretó contra la espalda de Stark esperando que su calor ahuyentase el frío que había sentido los días anteriores y que temía no poder conjurar. Frotó la mejilla contra el hombro de Stark y la besó en el ángulo de la mandíbula.
-Tengo que irme.
-Lo sé.
Renée contuvo la respiración al ver una lágrima entre las largas pestañas negras de Stark.
-Oh no, cariño. No llores.
-Lo siento. Solo que... sigo recordando cómo me sentí cuando supe que la Torre Sur había sido derribada. Sabía que estabas allí. Creí que habías muerto -Stark se puso boca arriba y abrió los ojos. Su piel, de un vibrante color moreno, estaba apagada debido al cansancio y a los rastros de un miedo que no lograba disipar. Se le rompió la voz cuando intentó disimular el llanto-. Fue como si dentro de mí se abriese un enorme agujero y se tragase... todo. Mi corazón y mi alma murieron. Después de eso, me limité a seguir caminando haciendo mi trabajo, pero sin nada dentro.
Renée se mordió el labio inferior para que no temblase. En sus ojos color mar se agolpaban las lágrimas que temía derramar sin contenerse.
-Lo sé. Sí, lo sé. Yo sentí el mismo vacío espantoso cuando me enteré del ataque al Nido de Julia y de que habían muerto agentes -cerró los ojos y trató de respirar a fondo, pero no pudo. El recuerdo le dolía físicamente-.Sé que nunca te alejas de Julia. Así que creí que te había perdido -abrió los ojos, miró a Paula y esbozó una débil sonrisa-. Lo que menos me apetece en estos momentos es no tenerte a mi lado.
-Podríamos quedarnos aquí. Llamar al servicio de habitaciones. Desconectar el teléfono. Permanecer abrazadas un año o más -Stark examinó la cara de Renée con los ojos empañados por una mezcla de esperanza y tristeza. Renée asintió, muy seria.
-Me parece ideal. Solo que te debes a Julia, y yo a los miles de personas asesinadas el martes.
Stark desvió la mirada, pero Renée captó un asomo de pena que eclipsaba su expresión habitualmente radiante. Renée se deslizó en la cama hasta que quedaron cara a cara, con los cuerpos muy juntos. Rodeó con un brazo a Stark y le acarició la espalda mientras la besaba. La besó hasta que el recuerdo del terror y la desolación de la inimaginable pérdida se diluyeron en los rincones de su conciencia. Entonces, se apartó.
-Nunca nos diremos adiós, ¿de acuerdo? Solo diremos «hasta luego». Porque esté donde esté o haga lo que haga siempre ocuparás mi corazón y mi mente. Siempre, Paula. Te amo.
-No suelo ser así -murmuró Stark procurando que no se le quebrase la voz-. Soy más dura.
-Sí, ya lo sé -dijo Renée en tono amable-. Me enamoré de una dura agente del Servicio Secreto nada más conocernos -besó de nuevo a Paula con los labios explorando la boca llena y generosa de Stark-.
La que me dejó bien claro que yo estaba en su territorio y que no era bien recibida.
-Bueno -murmuró Stark cogiendo a Renée por el hombro y obligándola a tenderse boca arriba. La herida de bala del brazo le dolía, pero no le importó. Necesitaba a Renée. Solo a Renée. Se colocó sobre ella y le sujetó las muñecas con las manos, inmovilizándola sobre la cama-. Ahora también estás en mi territorio. Y eres muy bien recibida.
-¿Y cómo piensas defender tu posición? -los ojos azules de Renée estaban llenos de interrogantes.
Stark se detuvo a medio camino del beso siguiente y contempló el rostro de su amante. Los últimos dos días lo habían cambiado todo. Un mes antes habían hablado de hacer un ensayo de convivencia durante tres semanas. Para ver si lo suyo funcionaba, como si tuviesen todo el tiempo del mundo. Y tal vez aún lo tuviesen. O tal vez Renée saliese por la puerta al cabo de media hora para no regresar nunca.
-Creo que deberías trasladar el resto de tus cosas a mi apartamento.
-Quizá -había cierto matiz de incertidumbre en la voz de Renée-. No sé qué ocurrirá cuando vuelva a Manhattan. No hay una organización clara desde... lo de las Torres. Todos los agentes disponibles entraron de servicio, pero la mayoría no trabajábamos con nuestros equipos habituales. Estábamos empezando. Me apartaron casi inmediatamente de la investigación de la Torre y me enviaron al Nido cuando se produjo el ataque contra Julia. Ocho horas después me destinaron a una unidad de contraterrorismo, de nuevo en la Zona Cero. Mañana puede que ni siquiera esté en Nueva York.
-Tendrás que vivir en algún sitio -Stark dio un fugaz beso a Renée en la boca. Sonreía, pero su mirada era seria-. No importa dónde te destinen, sigues necesitando un lugar al que llamar «hogar».
-Necesito... un poco de tiempo -Renée deslizó los dedos sobre la mejilla de Stark; a continuación, la besó para suavizar sus palabras-. No se trata de que no te quiera. Son... los últimos días. A veces me siento... aturdida. Y de pronto, es como si todos mis nervios se tensasen -se rió temblorosa-. Estoy hecha un lío.
-En eso tienes razón, cariño. Estuviste en la Torre Sur. No acierto a imaginar lo horrible que debió de ser -Stark se puso de lado, con Renée entre sus brazos-. Y luego trabajaste dos días seguidos en medio de todo ese horror. No me extraña que te sientas rara.
-No quiero que iniciemos una vida juntas sin estar segura de que vaya participar en cuerpo y alma.
A Stark se le revolvió el estómago, pero logró mantener una expresión serena. La mera idea de que
Renée se fuese, de que la dejase, de que no la quisiese, la aterrorizaba. Hizo el tremendo esfuerzo por concentrarse en lo que estaba viviendo Renée y por dejar a un lado su propio miedo. Sin embargo, apenas logró ocultar su decepción.
-Te amo. No hace falta que decidamos nada ahora mismo.
Renée hundió el rostro en la curva del cuello de Stark. No veía el reloj, pero sentía el tic-tac dentro de su cabeza. Casi no le quedaba tiempo. Quería estar cerca de Stark, hacer el amor, pero se sentía fría por dentro.
-¿Te importaría abrazarme, nada más? ¿Te parece bien?
-Pues claro -Stark besó la frente de Renée y la estrechó entre sus brazos-. Me parece perfecto.
El portavoz de la Junta de Jefes de Estado Mayor y el asesor de seguridad nacional del Presidente salían del comedor privado en el preciso momento en que Julia y Lena se acercaban por el pasillo.
Los dos hombres saludaron a Julia con un gesto e ignoraron a Lena. Los agentes del Servicio Secreto no eran más que ruido de fondo en la vida cotidiana de la primera familia y casi nunca se los reconocía como individuos. Julia llamó a la puerta y, tras oír una profunda voz masculina que decía «Adelante», empujó la pesada puerta de nogal y entró. Su padre estaba solo ante una mesa cubierta con un mantel blanco en el centro del comedor, con una taza de café en la mano derecha y una tortilla a medio comer sobre un plato de porcelana. Delante tenía una pila de documentos.
-Hola, papá.
Oleg Volkov, un cincuentón agradable y enérgico, de espesos cabellos rubios, estaba vestido para sus tareas con una camisa blanca y pantalones negros. Cuando se quitó las gafas de lectura y sonrió a Julia, sus ojos azul cobalto reflejaron una levísima nota de fatiga. No mostró otros síntomas externos de estrés.
-Hola, cariño. Lena.
-Señor -respondió Lena.
Siempre la sorprendía el fuerte parecido entre su amante y el Presidente de Estados Unidos. Automáticamente se detuvo a escasos metros de la puerta, en la postura que adoptaba cuando protegía a Julia en actos sociales. Manteniendo la distancia suficiente para respetar la privacidad, pero lo bastante cerca para interceptar a un posible atacante o interponer su cuerpo entre Julia y cualquier fuente de peligro. Julia se detuvo y dio la vuelta con una gentil sonrisa, extendiendo la mano.
-Elena. Sentémonos con mi padre.
Lena miró al Presidente.
-Hay café de sobra -dijo Oleg Volkov señalando la cafetera de plata-. Podéis tomar el que queráis
-miró su reloj-. Dispongo de media hora antes de presentarme en ala de operaciones, y debemos hablar de algunas cosas.
Lena y Julia se sentaron en el extremo opuesto de la mesa y se sirvieron café. Luego, esperaron.
-Julia, ¿va todo bien? -preguntó el Presidente. Julia alzó un hombro en un gesto de indiferencia. ¿Qué podía decir? «Me atacaron y casi me matan. A mi amante le dispararon. Unos maníacos asesinaron a miles de personas cerca de mi casa. El mundo se ha vuelto loco, y yo solo quiero que me dejen en paz.»
-Estoy perfectamente, papá.
El Presidente la observó unos instantes, asintió y miró a Lena.
-Los directores del Servicio Secreto y del FBI me han informado de lo que ocurrió en casa de Julia el martes por la mañana. Me gustaría conocer tu versión.
-Lo siento, señor. Aún no he tenido ocasión de preparar el informe.
Volkov sacudió la cabeza.
-No me interesa el papeleo. Quiero tu opinión. Quiero saber lo que tú crees que ocurrió, y por qué y cómo es posible que alguien estuviese a punto de asesinar a mi hija en su propia casa.
-Papá -intervino Julia-. Lena no es responsa...
Lena y el Presidente hablaron a la vez.
-Soy...
-Ella es...
El Presidente alzó la mano.
-Hay una diferencia entre ser responsable y tener la culpa -sonrió a Julia-. No dudo de que Lena te ha protegido mejor que nadie. Lo que quiero saber es si va a volver a ocurrir -clavó la vista en Lena-. Y cómo prevenirlo.
Lena asintió, muy seria.
-Estoy de acuerdo. Aún no tengo información suficiente para hacer un informe completo, señor
Presidente, pero puedo decir que cuatro hombres armados, que conocían perfectamente el plano del edificio de Julia y la situación de nuestros agentes, llevaron a cabo un ataque bien planeado y medido -en ningún momento apartó sus ojos de los del Presidente-. También puedo decir que estaba involucrado al menos uno de los agentes del Servicio Secreto del equipo de seguridad personal de Julia.
-¿Solo uno?
-No lo sé, señor. Procuraré averiguarlo.
-¿Qué le dice el instinto?
-Que actuó solo. La probabilidad de dos agentes corruptos en el equipo de Julia al mismo tiempo no es imposible, pero sí extremadamente rara. Tengo la sensación de que Foster es la clave y que nuestra investigación debe empezar por ahí.
-¿Nuestra investigación? -preguntó el Presidente en tono amable, pero perforando a Lena con la mirada.
-No pienso dejar esto en manos de nadie, señor. Pasé doce años en la división de investigación del
Servicio Secreto. Sé cómo hay que infiltrarse en organizaciones clandestinas.
Julia se volvió en su asiento y miró a Lena.
-¿Y cuándo lo decidiste?
Lena respondió a su amante:
-No había nada que decidir. En cuanto traspasaron tu puerta, fue el momento.
Durante una milésima de segundo Julia cerró los ojos y los abrió de nuevo con una mirada encendida.
-No vas a hacer semejante cosa. Tenemos a todo el FBI, la CIA, la Agencia de Seguridad Nacional y no sé cuántas cosas más para ese tipo de asuntos. Pero tú no irás.
-Señor. Explíqueselo.
-¿Qué? -repuso Julia. Miró a su padre, con el cuerpo rígido-. ¿Qué?
-Cariño -respondió Volkov con dulzura-. Como padre, tú eres mi prioridad número uno. Pero en este momento la principal prioridad del país, y por tanto la mía como Presidente, es averiguar qué ocurrió en Manhattan el 11 de septiembre para llevar a los responsables ante la justicia y evitar que algo así suceda de nuevo. Sí, se nombrará a un equipo para que investigue el ataque contra ti. Buena gente. Gente entregada -suspiró-. Pero hay presiones de todas partes para que afrontemos la amenaza terrorista, y eso está por encima de todo lo demás. Necesito a alguien que dirija al equipo de investigación y que no se deje influir por la política... u otras cosas.
-No será mi amante -la voz de Julia sonó fría como el hielo. Le temblaban las manos y las ocultó debajo de la mesa-. Porque conozco a Elena. Averiguará quiénes están detrás de todo y los perseguirá, y tal vez en esta ocasión no gane -miró a Lena-. No quiero que lo hagas.
Lena la miró con ternura y habló con voz amable.
-Julia, es la única forma de garantizar tu seguridad.
-Es la decisión correcta -corroboró Oleg Volkov.
-No me importa lo que es correcto -gritó Julia-. Estoy hasta las narices de oír hablar de lo correcto, del deber, de la responsabilidad y de la jodida justicia. Estoy harta de renunciar a todo lo que me interesa por otros... -se le quebró la voz y desvió la vista, cubriéndose los ojos con una mano temblorosa.
-Eh -Lena acercó la silla a la de Julia, rodeó con un brazo los frágiles hombros de la joven y le habló al oído-. No pasa nada. Los últimos dos días han sido un infierno. Necesitamos tiempo para recuperarnos -besó a Julia en sien-. No pasa nada.
Julia hundió el rostro en el cuello de Lena y la abrazó por la cintura.
-Lo siento. Cuando nos dispararon, cuando Paula y tú os pusisteis delante de mí y de las balas... te vi como aquella mañana en la acera, delante de mi casa. Veía la sangre y luego... que dejabas de respirar. ¡Oh Dios, Lena! Dejaste de respirar.
-Cariño, no pasa nada; de verdad, no pasa nada -mientras abrazaba a Julia con aire protector, su expresión se tornó furiosa al recordar el miedo atroz que había sentido por no saber si las balas que la habían rozado, se habían clavado en el cuerpo de su amante. Miró al Presidente y le dijo con la mirada lo que no quería decir en voz alta. No en aquel momento. No cuando Julia estaba aún tan dolida tras los espantosos acontecimientos del 11 de septiembre que había vivido de cerca. «Nadie va a hacerle daño. Yo me ocuparé de eso.» El Presidente asintió sabiendo que Lena no lo culpaba por no prescindir de nadie, ni siquiera de ella, para velar por la seguridad de Julia. El Presidente sabía también que Lena no permitiría que nadie más asumiese aquella sagrada misión. Moriría por su hija, y no por deber, sino por amor.
-Julia, cariño. Es mejor que nos hagamos a la idea.
Julia apoyó la cabeza en el hombro de Lena y miró a su padre, al otro lado de la mesa.
-Ya está decidido. Vosotros... ni siquiera tenéis que hablar del tema porque ya sabíais lo que ibais a hacer. A veces odio que seáis tan parecidos -suspiró y se enderezó-. Y al mismo tiempo os quiero por eso. Bueno... ¿cómo va a funcionar esto? Porque yo también soy parte.
-Paula, cariño -murmuró Renée Savard deslizando los dedos sobre la suave piel de la mujer que dormía a su lado. Las dulces y pálidas luces del amanecer resaltaban la increíble juventud del rostro de su amante. Apenas eran las cinco y no se oía nada en el pasillo del hotel; era como si estuviesen en cualquier lugar del mundo, solas, sin nada que interfiriese en el círculo de su abrazo. Durante un momento de locura, Renée deseó no salir nunca de aquella habitación, no tener que regresar al escenario de un horror tan inimaginable que la mente se rebelaba y el corazón se partía. Por primera vez en su vida deseó no ser una agente del FBI, no haber jurado lealtad a lo bueno y lo justo. Lo único que quería era cerrar los ojos y perderse en el placer de su nuevo amor. Se inclinó y besó la comisura de la boca de Paula Stark- Es la hora.
Stark respondió sin abrir los ojos.
-¿Conseguiste dormir?
«No, porque sabía lo que soñaría.» Renée se apretó contra la espalda de Stark esperando que su calor ahuyentase el frío que había sentido los días anteriores y que temía no poder conjurar. Frotó la mejilla contra el hombro de Stark y la besó en el ángulo de la mandíbula.
-Tengo que irme.
-Lo sé.
Renée contuvo la respiración al ver una lágrima entre las largas pestañas negras de Stark.
-Oh no, cariño. No llores.
-Lo siento. Solo que... sigo recordando cómo me sentí cuando supe que la Torre Sur había sido derribada. Sabía que estabas allí. Creí que habías muerto -Stark se puso boca arriba y abrió los ojos. Su piel, de un vibrante color moreno, estaba apagada debido al cansancio y a los rastros de un miedo que no lograba disipar. Se le rompió la voz cuando intentó disimular el llanto-. Fue como si dentro de mí se abriese un enorme agujero y se tragase... todo. Mi corazón y mi alma murieron. Después de eso, me limité a seguir caminando haciendo mi trabajo, pero sin nada dentro.
Renée se mordió el labio inferior para que no temblase. En sus ojos color mar se agolpaban las lágrimas que temía derramar sin contenerse.
-Lo sé. Sí, lo sé. Yo sentí el mismo vacío espantoso cuando me enteré del ataque al Nido de Julia y de que habían muerto agentes -cerró los ojos y trató de respirar a fondo, pero no pudo. El recuerdo le dolía físicamente-.Sé que nunca te alejas de Julia. Así que creí que te había perdido -abrió los ojos, miró a Paula y esbozó una débil sonrisa-. Lo que menos me apetece en estos momentos es no tenerte a mi lado.
-Podríamos quedarnos aquí. Llamar al servicio de habitaciones. Desconectar el teléfono. Permanecer abrazadas un año o más -Stark examinó la cara de Renée con los ojos empañados por una mezcla de esperanza y tristeza. Renée asintió, muy seria.
-Me parece ideal. Solo que te debes a Julia, y yo a los miles de personas asesinadas el martes.
Stark desvió la mirada, pero Renée captó un asomo de pena que eclipsaba su expresión habitualmente radiante. Renée se deslizó en la cama hasta que quedaron cara a cara, con los cuerpos muy juntos. Rodeó con un brazo a Stark y le acarició la espalda mientras la besaba. La besó hasta que el recuerdo del terror y la desolación de la inimaginable pérdida se diluyeron en los rincones de su conciencia. Entonces, se apartó.
-Nunca nos diremos adiós, ¿de acuerdo? Solo diremos «hasta luego». Porque esté donde esté o haga lo que haga siempre ocuparás mi corazón y mi mente. Siempre, Paula. Te amo.
-No suelo ser así -murmuró Stark procurando que no se le quebrase la voz-. Soy más dura.
-Sí, ya lo sé -dijo Renée en tono amable-. Me enamoré de una dura agente del Servicio Secreto nada más conocernos -besó de nuevo a Paula con los labios explorando la boca llena y generosa de Stark-.
La que me dejó bien claro que yo estaba en su territorio y que no era bien recibida.
-Bueno -murmuró Stark cogiendo a Renée por el hombro y obligándola a tenderse boca arriba. La herida de bala del brazo le dolía, pero no le importó. Necesitaba a Renée. Solo a Renée. Se colocó sobre ella y le sujetó las muñecas con las manos, inmovilizándola sobre la cama-. Ahora también estás en mi territorio. Y eres muy bien recibida.
-¿Y cómo piensas defender tu posición? -los ojos azules de Renée estaban llenos de interrogantes.
Stark se detuvo a medio camino del beso siguiente y contempló el rostro de su amante. Los últimos dos días lo habían cambiado todo. Un mes antes habían hablado de hacer un ensayo de convivencia durante tres semanas. Para ver si lo suyo funcionaba, como si tuviesen todo el tiempo del mundo. Y tal vez aún lo tuviesen. O tal vez Renée saliese por la puerta al cabo de media hora para no regresar nunca.
-Creo que deberías trasladar el resto de tus cosas a mi apartamento.
-Quizá -había cierto matiz de incertidumbre en la voz de Renée-. No sé qué ocurrirá cuando vuelva a Manhattan. No hay una organización clara desde... lo de las Torres. Todos los agentes disponibles entraron de servicio, pero la mayoría no trabajábamos con nuestros equipos habituales. Estábamos empezando. Me apartaron casi inmediatamente de la investigación de la Torre y me enviaron al Nido cuando se produjo el ataque contra Julia. Ocho horas después me destinaron a una unidad de contraterrorismo, de nuevo en la Zona Cero. Mañana puede que ni siquiera esté en Nueva York.
-Tendrás que vivir en algún sitio -Stark dio un fugaz beso a Renée en la boca. Sonreía, pero su mirada era seria-. No importa dónde te destinen, sigues necesitando un lugar al que llamar «hogar».
-Necesito... un poco de tiempo -Renée deslizó los dedos sobre la mejilla de Stark; a continuación, la besó para suavizar sus palabras-. No se trata de que no te quiera. Son... los últimos días. A veces me siento... aturdida. Y de pronto, es como si todos mis nervios se tensasen -se rió temblorosa-. Estoy hecha un lío.
-En eso tienes razón, cariño. Estuviste en la Torre Sur. No acierto a imaginar lo horrible que debió de ser -Stark se puso de lado, con Renée entre sus brazos-. Y luego trabajaste dos días seguidos en medio de todo ese horror. No me extraña que te sientas rara.
-No quiero que iniciemos una vida juntas sin estar segura de que vaya participar en cuerpo y alma.
A Stark se le revolvió el estómago, pero logró mantener una expresión serena. La mera idea de que
Renée se fuese, de que la dejase, de que no la quisiese, la aterrorizaba. Hizo el tremendo esfuerzo por concentrarse en lo que estaba viviendo Renée y por dejar a un lado su propio miedo. Sin embargo, apenas logró ocultar su decepción.
-Te amo. No hace falta que decidamos nada ahora mismo.
Renée hundió el rostro en la curva del cuello de Stark. No veía el reloj, pero sentía el tic-tac dentro de su cabeza. Casi no le quedaba tiempo. Quería estar cerca de Stark, hacer el amor, pero se sentía fría por dentro.
-¿Te importaría abrazarme, nada más? ¿Te parece bien?
-Pues claro -Stark besó la frente de Renée y la estrechó entre sus brazos-. Me parece perfecto.
El portavoz de la Junta de Jefes de Estado Mayor y el asesor de seguridad nacional del Presidente salían del comedor privado en el preciso momento en que Julia y Lena se acercaban por el pasillo.
Los dos hombres saludaron a Julia con un gesto e ignoraron a Lena. Los agentes del Servicio Secreto no eran más que ruido de fondo en la vida cotidiana de la primera familia y casi nunca se los reconocía como individuos. Julia llamó a la puerta y, tras oír una profunda voz masculina que decía «Adelante», empujó la pesada puerta de nogal y entró. Su padre estaba solo ante una mesa cubierta con un mantel blanco en el centro del comedor, con una taza de café en la mano derecha y una tortilla a medio comer sobre un plato de porcelana. Delante tenía una pila de documentos.
-Hola, papá.
Oleg Volkov, un cincuentón agradable y enérgico, de espesos cabellos rubios, estaba vestido para sus tareas con una camisa blanca y pantalones negros. Cuando se quitó las gafas de lectura y sonrió a Julia, sus ojos azul cobalto reflejaron una levísima nota de fatiga. No mostró otros síntomas externos de estrés.
-Hola, cariño. Lena.
-Señor -respondió Lena.
Siempre la sorprendía el fuerte parecido entre su amante y el Presidente de Estados Unidos. Automáticamente se detuvo a escasos metros de la puerta, en la postura que adoptaba cuando protegía a Julia en actos sociales. Manteniendo la distancia suficiente para respetar la privacidad, pero lo bastante cerca para interceptar a un posible atacante o interponer su cuerpo entre Julia y cualquier fuente de peligro. Julia se detuvo y dio la vuelta con una gentil sonrisa, extendiendo la mano.
-Elena. Sentémonos con mi padre.
Lena miró al Presidente.
-Hay café de sobra -dijo Oleg Volkov señalando la cafetera de plata-. Podéis tomar el que queráis
-miró su reloj-. Dispongo de media hora antes de presentarme en ala de operaciones, y debemos hablar de algunas cosas.
Lena y Julia se sentaron en el extremo opuesto de la mesa y se sirvieron café. Luego, esperaron.
-Julia, ¿va todo bien? -preguntó el Presidente. Julia alzó un hombro en un gesto de indiferencia. ¿Qué podía decir? «Me atacaron y casi me matan. A mi amante le dispararon. Unos maníacos asesinaron a miles de personas cerca de mi casa. El mundo se ha vuelto loco, y yo solo quiero que me dejen en paz.»
-Estoy perfectamente, papá.
El Presidente la observó unos instantes, asintió y miró a Lena.
-Los directores del Servicio Secreto y del FBI me han informado de lo que ocurrió en casa de Julia el martes por la mañana. Me gustaría conocer tu versión.
-Lo siento, señor. Aún no he tenido ocasión de preparar el informe.
Volkov sacudió la cabeza.
-No me interesa el papeleo. Quiero tu opinión. Quiero saber lo que tú crees que ocurrió, y por qué y cómo es posible que alguien estuviese a punto de asesinar a mi hija en su propia casa.
-Papá -intervino Julia-. Lena no es responsa...
Lena y el Presidente hablaron a la vez.
-Soy...
-Ella es...
El Presidente alzó la mano.
-Hay una diferencia entre ser responsable y tener la culpa -sonrió a Julia-. No dudo de que Lena te ha protegido mejor que nadie. Lo que quiero saber es si va a volver a ocurrir -clavó la vista en Lena-. Y cómo prevenirlo.
Lena asintió, muy seria.
-Estoy de acuerdo. Aún no tengo información suficiente para hacer un informe completo, señor
Presidente, pero puedo decir que cuatro hombres armados, que conocían perfectamente el plano del edificio de Julia y la situación de nuestros agentes, llevaron a cabo un ataque bien planeado y medido -en ningún momento apartó sus ojos de los del Presidente-. También puedo decir que estaba involucrado al menos uno de los agentes del Servicio Secreto del equipo de seguridad personal de Julia.
-¿Solo uno?
-No lo sé, señor. Procuraré averiguarlo.
-¿Qué le dice el instinto?
-Que actuó solo. La probabilidad de dos agentes corruptos en el equipo de Julia al mismo tiempo no es imposible, pero sí extremadamente rara. Tengo la sensación de que Foster es la clave y que nuestra investigación debe empezar por ahí.
-¿Nuestra investigación? -preguntó el Presidente en tono amable, pero perforando a Lena con la mirada.
-No pienso dejar esto en manos de nadie, señor. Pasé doce años en la división de investigación del
Servicio Secreto. Sé cómo hay que infiltrarse en organizaciones clandestinas.
Julia se volvió en su asiento y miró a Lena.
-¿Y cuándo lo decidiste?
Lena respondió a su amante:
-No había nada que decidir. En cuanto traspasaron tu puerta, fue el momento.
Durante una milésima de segundo Julia cerró los ojos y los abrió de nuevo con una mirada encendida.
-No vas a hacer semejante cosa. Tenemos a todo el FBI, la CIA, la Agencia de Seguridad Nacional y no sé cuántas cosas más para ese tipo de asuntos. Pero tú no irás.
-Señor. Explíqueselo.
-¿Qué? -repuso Julia. Miró a su padre, con el cuerpo rígido-. ¿Qué?
-Cariño -respondió Volkov con dulzura-. Como padre, tú eres mi prioridad número uno. Pero en este momento la principal prioridad del país, y por tanto la mía como Presidente, es averiguar qué ocurrió en Manhattan el 11 de septiembre para llevar a los responsables ante la justicia y evitar que algo así suceda de nuevo. Sí, se nombrará a un equipo para que investigue el ataque contra ti. Buena gente. Gente entregada -suspiró-. Pero hay presiones de todas partes para que afrontemos la amenaza terrorista, y eso está por encima de todo lo demás. Necesito a alguien que dirija al equipo de investigación y que no se deje influir por la política... u otras cosas.
-No será mi amante -la voz de Julia sonó fría como el hielo. Le temblaban las manos y las ocultó debajo de la mesa-. Porque conozco a Elena. Averiguará quiénes están detrás de todo y los perseguirá, y tal vez en esta ocasión no gane -miró a Lena-. No quiero que lo hagas.
Lena la miró con ternura y habló con voz amable.
-Julia, es la única forma de garantizar tu seguridad.
-Es la decisión correcta -corroboró Oleg Volkov.
-No me importa lo que es correcto -gritó Julia-. Estoy hasta las narices de oír hablar de lo correcto, del deber, de la responsabilidad y de la jodida justicia. Estoy harta de renunciar a todo lo que me interesa por otros... -se le quebró la voz y desvió la vista, cubriéndose los ojos con una mano temblorosa.
-Eh -Lena acercó la silla a la de Julia, rodeó con un brazo los frágiles hombros de la joven y le habló al oído-. No pasa nada. Los últimos dos días han sido un infierno. Necesitamos tiempo para recuperarnos -besó a Julia en sien-. No pasa nada.
Julia hundió el rostro en el cuello de Lena y la abrazó por la cintura.
-Lo siento. Cuando nos dispararon, cuando Paula y tú os pusisteis delante de mí y de las balas... te vi como aquella mañana en la acera, delante de mi casa. Veía la sangre y luego... que dejabas de respirar. ¡Oh Dios, Lena! Dejaste de respirar.
-Cariño, no pasa nada; de verdad, no pasa nada -mientras abrazaba a Julia con aire protector, su expresión se tornó furiosa al recordar el miedo atroz que había sentido por no saber si las balas que la habían rozado, se habían clavado en el cuerpo de su amante. Miró al Presidente y le dijo con la mirada lo que no quería decir en voz alta. No en aquel momento. No cuando Julia estaba aún tan dolida tras los espantosos acontecimientos del 11 de septiembre que había vivido de cerca. «Nadie va a hacerle daño. Yo me ocuparé de eso.» El Presidente asintió sabiendo que Lena no lo culpaba por no prescindir de nadie, ni siquiera de ella, para velar por la seguridad de Julia. El Presidente sabía también que Lena no permitiría que nadie más asumiese aquella sagrada misión. Moriría por su hija, y no por deber, sino por amor.
-Julia, cariño. Es mejor que nos hagamos a la idea.
Julia apoyó la cabeza en el hombro de Lena y miró a su padre, al otro lado de la mesa.
-Ya está decidido. Vosotros... ni siquiera tenéis que hablar del tema porque ya sabíais lo que ibais a hacer. A veces odio que seáis tan parecidos -suspiró y se enderezó-. Y al mismo tiempo os quiero por eso. Bueno... ¿cómo va a funcionar esto? Porque yo también soy parte.
Anonymus- Mensajes : 345
Fecha de inscripción : 03/09/2014
Edad : 37
Localización : Argentina - Buenos Aires
Re: Honor Reivindicado
CAPÍTULO TRES
Lena se cruzó de brazos y se apoyó en la puerta del dormitorio de Julia. La contempló en silencio mientras esta se quitaba con parsimonia la camiseta y los vaqueros que se había puesto a toda prisa para reunirse con el Presidente.
-Me voy a duchar -dijo Julia.
-¿Te apetece compañía?
Tras unos instantes, Julia asintió.
-Sí.
Lena se desnudó, arrojó la ropa a los pies de la cama y entró en el baño. Julia ya estaba en la ducha, y el vapor empañaba la mampara de cristal. En medio del vaho se vislumbraba el perfil desnudo de
Julia balanceándose bajo el chorro de agua. Lena se detuvo y contuvo la respiración conformándose solo con mirar. Había momentos como aquél en que la abrumaba que Julia formase parte de su vida.
Sentía un deseo y una necesidad tan fuertes que le dolía el corazón en lo más profundo. Si le preguntasen, no sabría decir por qué aquella mujer se había metido dentro de ella como ninguna otra. Julia era hermosa, inteligente, fuerte, obstinada, cariñosa y muchas más cosas que Lena admiraba.
Pero no se trataba solo de eso. Aquello, el amor, algo que no se podía definir ni explicar, era lo que constituía la esencia realmente importante de su vida. Lena se sobresaltó cuando la mampara de la ducha se abrió, y Julia miró hacia fuera.
-¿Qué estás haciendo, cariño?
-Pensando -Lena entró en la ducha y cerró la mampara. Empapó la cabeza bajo el chorro caliente y apartó el pelo de los ojos con la mano. Se volvió y vio a Julia apoyada en la pared, observándola-.
¿Estás enfadada?
-Primero tú. ¿En qué estabas pensando?
-Ven -Lena atrajo a Julia para colocarla bajo el chorro-. Te vas a enfriar.
-No cambies de tema -Julia rodeó el cuello de Lena con los brazos y acercó su cuerpo húmedo al de su amante hasta que ambas quedaron unidas, fundidas en un solo ser-. Tienes una expresión rara... como de dolor.
-No -repuso Lena-. No es eso.
Julia enredó los dedos entre los cabellos mojados de Lena y tiró de ellos.
-Sabes que no cederé.
-Lo sé -Lena la besó, sonriendo. Julia correspondió al beso encajando las caderas lentamente entre los muslos de Lena y adaptando las profundas y lentas caricias de su lengua al ritmo ágil de su cuerpo enredado en el de Lena.
-Hummm. Dímelo.
-¡Dios! -Lena jadeó y apartó la cabeza. Tenía el estómago encogido y le temblaban los muslos-. No juegas limpio.
Una sonrisa divertida se dibujó en la comisura de los labios de Julia.
-Entonces, ¿por qué cargas conmigo?
-Porque me vuelves loca cuando te pones dura
Lena gimió, sujetó a Julia por los brazos y la empujó contra la pared de la ducha, inmovilizándola con su propio cuerpo. Sin dar tiempo a que Julia respondiese, Lena cubrió la boca de la joven con la suya, ardiente y hambrienta, y sus manos se posaron en todas partes: acariciaron los pechos de Julia, estrujaron sus pezones y se deslizaron entre sus muslos hasta llegar al sexo. Julia arqueó las caderas mientras los dedos de Lena acariciaban su clítoris y se perdían dentro de ella. Dobló la pantorrilla sobre la cadera de Lena y frotó el sexo contra el muslo de su amante. Gimió y sacudió la cabeza, pero Lena no la soltó, sino que continuó sumergiéndose en su boca mientras Julia cabalgaba contra su cadera. Julia sintió que el orgasmo estaba a punto de subyugarla, retorció el torso y se apartó de la pared. Cambiaron de postura sin que Lena pudiese evitarlo. Ignorando el clímax que estremecía su piel, Julia se arrodilló mientras el agua rebotaba en su espalda y lamió el clítoris de Lena. Oyó gritar a Lena, notó su rigidez y, luego, las dos se corrieron, temblando y gimiendo hasta que los agotados miembros no pudieron sostenerlas, y cayeron al suelo.
-¡Dios!
-¿Qué me decías? -preguntó Julia, acurrucada contra el cuerpo de Lena, con la cabeza apoyada entre los pechos de su amante. Lena estaba aturdida y la pregunta la cogió desprevenida.
-Estaba pensando en lo mucho que te amo y en que lo único que me importa en esta vida eres tú.
-¿Y eso te hace tanto daño? -quiso saber Julia.
-No me hace daño, salvo cuando pienso en quedarme sin ti.
-Eso no ocurrirá nunca -Julia se apretó contra Lena y la abrazó por la cintura, besando el pecho de
Lena-. Nunca.
-¿Me lo prometes?
-Te lo prometo.
-Agua -Lena, sin dejar de gemir, intentó poner en funcionamiento las extremidades-, Agua. Hace frío.
Julia, riéndose, se puso de rodillas y, luego, se levantó apoyando un brazo en la pared de la ducha.
Cerró el grifo y miró a su amante.
-¡Caramba, comandante, creo que estás acabada!
-No tan rápido -Lena se rió-. Solo ha sido una refriega. Aún queda mucha guerra dentro de mí.
Julia extendió la mano y ayudó a Lena a levantarse.
-Eso espero.
Tras salir de la ducha y envolverse en sendas toallas, Julia se apoyó en el tocador y miró a Lena, muy seria.
-Sabes que no me gusta nada lo que piensas hacer. Lena dejó de secarse el pelo con la toalla.
-Sí, lo sé.
-Entonces, ¿por qué lo haces? Desde que nos conocimos, el trabajo... ese deber tuyo... se ha interpuesto entre nosotras.
-Ya lo sé -Lena cogió un grueso albornoz blanco colgado tras la puerta del baño, se envolvió en él y entregó otro igual a Julia-. Hay muchos motivos. Estoy preparada para hacerlo. Lo hago bien. Tengo más motivos que nadie en el mundo para hacerlo como es debido.
Julia asintió.
-Buenos argumentos. Pero no bastan para abrir un hueco de ira o resentimiento entre nosotras. No me gusta que nadie me proteja a costa de arriesgar su propia vida -alzó una mano cuando vio que Lena iba a protestar-. Entiendo que es necesario. Sé lo que significa mi seguridad para mi padre y para el país. Lo sé y lo he aceptado lo mejor que he podido -se le quebró la voz, pero tenía los ojos secos, con una mirada ardiente y dura-. Toda mi vida, Lena. Toda mi vida lo he aceptado. Y ahora que te tengo, ¿debo alegrarme de que te arriesgues? -se rióamargamente-. Supongo que no.
-Hay otro motivo -Lena hundió las manos en los bolsillos del albornoz porque se moría de ganas de acercarse a Julia. Quería tocarla, acariciarla, aliviar el dolor que percibía bajo la ira. Pero no lo hizo porque no era lo que necesitaba Julia en ese momento. Necesitaba la verdad-. Tengo que hacerlo porque, si dejo que lo haga otra persona y te ocurre algo, me derrumbaré. Prefiero morir a perderte.
-¡Oh, Elena! -la ira de Julia dejó paso a una oleada de ternura-. Yo siento lo mismo por ti. ¿Acaso no lo entiendes?
Lena salvó la distancia que las separaba, enmarcó el rostro de Julia entre sus manos y la besó en la boca.
-Claro que lo entiendo. Por algo soy tu jefa de seguridad, Julia. El motivo es porque lo hago bien.
Confía en mí. No me ocurrirá nada.
-¿Y qué me dices de lo... demás? ¿También vas a hacerlo bien?
-¿Con tu seguridad en peligro? -los ojos de Lena se endurecieron como bolas de obsidiana-. No lo dudes.
-Estoy deseando que llegue el día en que solo tengamos que preocuparnos de pagar la hipoteca.
-Yo también -susurró Lena. Apoyó la mejilla en la cabeza de Julia y cerró los ojos.
A lo lejos divisaba un futuro en el que estarían juntas, compartiendo una vida corriente, con problemas corrientes y trabajos corrientes. Pero, hasta que llegase ese momento, había que ganar una guerra.
Stark caminaba en círculo en torno al perímetro de la increíblemente grande sala de espera. Cuando se dio cuenta de la mirada un tanto irónica de la administrativa, se apresuró a sentarse en la silla más próxima. Cruzó las manos entre las rodillas, con los dedos entrelazados y los nudillos blancos, y clavó los ojos en la puerta del fondo de la estancia, con una pulcra y sencilla placa de bronce que decía «Subdirector». Nunca había estado en el despacho del subdirector Carlisle. En realidad, nunca había estado en el despacho de ningún subdirector. Hizo los exámenes de ingreso, superó el test psicológico, aprobó las pruebas físicas y pasó por la Academia, y el cargo más alto que había visto era a un director regional. Elena Katina, jefa de seguridad de la primera hija, era la persona de mayor rango con la que había trabajado. La puerta del pasillo se abrió, Stark alzó la vista y vio entrar a su jefa. Como siempre, la comandante llevaba un traje oscuro con una camisa de un solo color un poco más clara, abierta en el cuello. La chaqueta era de una confección impecable y no dejaba ver el menor signo de armas, aunque Stark sabía que la comandante era de las pocas que aún utilizaban sobaquera. Ella portaba el arma en una funda prendida en el cinturón sobre la cadera derecha.
Stark se levantó. Su jefa le llevaba la cabeza y era mucho delgada que ella.
-Buenos días, agente Stark -saludó Lena.
-Señora -Stark miró de reojo a la atractiva rubia sentada tras la mesa, que no dio muestras de prestarles atención-. A las 06.00 he recibido una llamada para que me presentase, comandante. Se lo habría comunicado, pero no estaba segura del protocolo a seguir.
Lena sacudió la cabeza.
-Si el subdirector le ordena que se presente, tiene que presentarse. Sin más.
Stark miró la puerta cerrada.
-¿Sabe usted algo...?
El interfono de la mesa sonó, y la rubia contestó al teléfono. Un minuto después colgó el auricular y sonrió a Lena y a Stark.
-El jefe Carlisle desea verlas.
-Gracias --dijo Lena.
Stark permaneció callada, sin la menor idea de lo que la esperaba. Al entrar en el funcional y austero despacho se relajó un poco. El hombre de cabellos plateados que estaba en la mesa tenía cincuenta y tantos años y una mirada penetrante, pero no resultaba amenazador. Las saludó con gesto y dijo:
-Siéntense, por favor -Stark se sintió casi normal aunque el corazón le latía con fuerza y tenía el estómago revuelto. En realidad, se encontraba así desde el regreso de Nueva York y empezaba a pensar que aquel era su estado normal. Stewart Carlisle cogió dos carpetas y las puso sobre el cartapacio. Abrió una y la hojeó. Cuando acabó, miró a Stark- Seis años en el trabajo, ¿correcto, agente?
-Sí, señor -Stark se alegró de que no le temblase la voz.
-Y... -Carlisle bajó la vista- ... dos años entre los agentes principales del equipo de seguridad de la señorita Volkova.
-Sí, señor.
Carlisle se enderezó y puso las manos sobre la mesa, una a cada lado de la carpeta.
-Me gustaría conocer su versión sobre los hechos del martes por la mañana, agente Stark.
Stark se esforzó por no mirar a Lena. Algo ocurría y, fuese lo que fuese, estaba a punto de adentrarse en un camino estrecho, tortuoso y erizado de peligros.
-¿En qué sentido, señor?
-¿Cuál es su opinión al respecto? -replicó Carlisle.
-Hay que tener en cuenta varios factores, señor. El origen, la identidad y las intenciones de los atacantes. El alcance del... -buscó las palabras y por fin dio con ellas- ... fallo de seguridad. La reacción del equipo. El peligro potencial de la evacuación...
-De acuerdo, agente -Carlisle la interrumpió-. Todo eso está muy bien. Pero centrémonos en nuestra parte concreta de responsabilidad. ¿Quiere explicarme cómo un atacante armado logró llegar hasta la puerta de Egret a las nueve de la mañana del martes?
Por primera vez Stark miró a Lena, sentada a su lado, con una pierna cruzada sobre la otra, los brazos apoyados en los reposabrazos del sillón y las manos relajadas. Stark quería estar en cualquier parte menos en aquel despacho. Se volvió hacia el subdirector.
-Con la limitada información que tengo en este momento, señor, me atrevería a decir que el agente
Foster proporcionó a los atacantes los detalles sobre el sistema de seguridad del edificio, la ubicación de nuestros agentes y los cambios de turno -tenía la garganta seca; expresar en voz alta lo incomprensible era como tragar trocitos de cristal. Había pasado horas cada día con aquel hombre, iba al gimnasio con él, hacían guardia juntos, jugaban a las cartas durante las interminables noches en que Julia dormía en un hotel. Le parecía increíble no haber sospechado nada. Se culpaba por haberlo visto todo bien.
-¿Cómo pudo ser?
Stark sostuvo la mirada de Carlisle.
-No lo sé, señor.
-Pues será mejor que lo averigüemos -se reclinó en su sillón y lanzó un prolongado suspiro. Luego, continuó en tono coloquial-: Es costumbre durante el traspaso del mando del comandante saliente informar al comandante entrante de cuestiones delicadas que no se incluyen en el informe reservado.
Carlisle cogió la segunda carpeta, se levantó y se la entregó a Stark.
-Cuando haya revisado este material, agente Stark, la agente Katina le proporcionará toda la información relativa a su nuevo puesto. A partir de las 08.00 es usted la jefa de seguridad en funciones de Egret. Eso es todo.
Lena se cruzó de brazos y se apoyó en la puerta del dormitorio de Julia. La contempló en silencio mientras esta se quitaba con parsimonia la camiseta y los vaqueros que se había puesto a toda prisa para reunirse con el Presidente.
-Me voy a duchar -dijo Julia.
-¿Te apetece compañía?
Tras unos instantes, Julia asintió.
-Sí.
Lena se desnudó, arrojó la ropa a los pies de la cama y entró en el baño. Julia ya estaba en la ducha, y el vapor empañaba la mampara de cristal. En medio del vaho se vislumbraba el perfil desnudo de
Julia balanceándose bajo el chorro de agua. Lena se detuvo y contuvo la respiración conformándose solo con mirar. Había momentos como aquél en que la abrumaba que Julia formase parte de su vida.
Sentía un deseo y una necesidad tan fuertes que le dolía el corazón en lo más profundo. Si le preguntasen, no sabría decir por qué aquella mujer se había metido dentro de ella como ninguna otra. Julia era hermosa, inteligente, fuerte, obstinada, cariñosa y muchas más cosas que Lena admiraba.
Pero no se trataba solo de eso. Aquello, el amor, algo que no se podía definir ni explicar, era lo que constituía la esencia realmente importante de su vida. Lena se sobresaltó cuando la mampara de la ducha se abrió, y Julia miró hacia fuera.
-¿Qué estás haciendo, cariño?
-Pensando -Lena entró en la ducha y cerró la mampara. Empapó la cabeza bajo el chorro caliente y apartó el pelo de los ojos con la mano. Se volvió y vio a Julia apoyada en la pared, observándola-.
¿Estás enfadada?
-Primero tú. ¿En qué estabas pensando?
-Ven -Lena atrajo a Julia para colocarla bajo el chorro-. Te vas a enfriar.
-No cambies de tema -Julia rodeó el cuello de Lena con los brazos y acercó su cuerpo húmedo al de su amante hasta que ambas quedaron unidas, fundidas en un solo ser-. Tienes una expresión rara... como de dolor.
-No -repuso Lena-. No es eso.
Julia enredó los dedos entre los cabellos mojados de Lena y tiró de ellos.
-Sabes que no cederé.
-Lo sé -Lena la besó, sonriendo. Julia correspondió al beso encajando las caderas lentamente entre los muslos de Lena y adaptando las profundas y lentas caricias de su lengua al ritmo ágil de su cuerpo enredado en el de Lena.
-Hummm. Dímelo.
-¡Dios! -Lena jadeó y apartó la cabeza. Tenía el estómago encogido y le temblaban los muslos-. No juegas limpio.
Una sonrisa divertida se dibujó en la comisura de los labios de Julia.
-Entonces, ¿por qué cargas conmigo?
-Porque me vuelves loca cuando te pones dura
Lena gimió, sujetó a Julia por los brazos y la empujó contra la pared de la ducha, inmovilizándola con su propio cuerpo. Sin dar tiempo a que Julia respondiese, Lena cubrió la boca de la joven con la suya, ardiente y hambrienta, y sus manos se posaron en todas partes: acariciaron los pechos de Julia, estrujaron sus pezones y se deslizaron entre sus muslos hasta llegar al sexo. Julia arqueó las caderas mientras los dedos de Lena acariciaban su clítoris y se perdían dentro de ella. Dobló la pantorrilla sobre la cadera de Lena y frotó el sexo contra el muslo de su amante. Gimió y sacudió la cabeza, pero Lena no la soltó, sino que continuó sumergiéndose en su boca mientras Julia cabalgaba contra su cadera. Julia sintió que el orgasmo estaba a punto de subyugarla, retorció el torso y se apartó de la pared. Cambiaron de postura sin que Lena pudiese evitarlo. Ignorando el clímax que estremecía su piel, Julia se arrodilló mientras el agua rebotaba en su espalda y lamió el clítoris de Lena. Oyó gritar a Lena, notó su rigidez y, luego, las dos se corrieron, temblando y gimiendo hasta que los agotados miembros no pudieron sostenerlas, y cayeron al suelo.
-¡Dios!
-¿Qué me decías? -preguntó Julia, acurrucada contra el cuerpo de Lena, con la cabeza apoyada entre los pechos de su amante. Lena estaba aturdida y la pregunta la cogió desprevenida.
-Estaba pensando en lo mucho que te amo y en que lo único que me importa en esta vida eres tú.
-¿Y eso te hace tanto daño? -quiso saber Julia.
-No me hace daño, salvo cuando pienso en quedarme sin ti.
-Eso no ocurrirá nunca -Julia se apretó contra Lena y la abrazó por la cintura, besando el pecho de
Lena-. Nunca.
-¿Me lo prometes?
-Te lo prometo.
-Agua -Lena, sin dejar de gemir, intentó poner en funcionamiento las extremidades-, Agua. Hace frío.
Julia, riéndose, se puso de rodillas y, luego, se levantó apoyando un brazo en la pared de la ducha.
Cerró el grifo y miró a su amante.
-¡Caramba, comandante, creo que estás acabada!
-No tan rápido -Lena se rió-. Solo ha sido una refriega. Aún queda mucha guerra dentro de mí.
Julia extendió la mano y ayudó a Lena a levantarse.
-Eso espero.
Tras salir de la ducha y envolverse en sendas toallas, Julia se apoyó en el tocador y miró a Lena, muy seria.
-Sabes que no me gusta nada lo que piensas hacer. Lena dejó de secarse el pelo con la toalla.
-Sí, lo sé.
-Entonces, ¿por qué lo haces? Desde que nos conocimos, el trabajo... ese deber tuyo... se ha interpuesto entre nosotras.
-Ya lo sé -Lena cogió un grueso albornoz blanco colgado tras la puerta del baño, se envolvió en él y entregó otro igual a Julia-. Hay muchos motivos. Estoy preparada para hacerlo. Lo hago bien. Tengo más motivos que nadie en el mundo para hacerlo como es debido.
Julia asintió.
-Buenos argumentos. Pero no bastan para abrir un hueco de ira o resentimiento entre nosotras. No me gusta que nadie me proteja a costa de arriesgar su propia vida -alzó una mano cuando vio que Lena iba a protestar-. Entiendo que es necesario. Sé lo que significa mi seguridad para mi padre y para el país. Lo sé y lo he aceptado lo mejor que he podido -se le quebró la voz, pero tenía los ojos secos, con una mirada ardiente y dura-. Toda mi vida, Lena. Toda mi vida lo he aceptado. Y ahora que te tengo, ¿debo alegrarme de que te arriesgues? -se rióamargamente-. Supongo que no.
-Hay otro motivo -Lena hundió las manos en los bolsillos del albornoz porque se moría de ganas de acercarse a Julia. Quería tocarla, acariciarla, aliviar el dolor que percibía bajo la ira. Pero no lo hizo porque no era lo que necesitaba Julia en ese momento. Necesitaba la verdad-. Tengo que hacerlo porque, si dejo que lo haga otra persona y te ocurre algo, me derrumbaré. Prefiero morir a perderte.
-¡Oh, Elena! -la ira de Julia dejó paso a una oleada de ternura-. Yo siento lo mismo por ti. ¿Acaso no lo entiendes?
Lena salvó la distancia que las separaba, enmarcó el rostro de Julia entre sus manos y la besó en la boca.
-Claro que lo entiendo. Por algo soy tu jefa de seguridad, Julia. El motivo es porque lo hago bien.
Confía en mí. No me ocurrirá nada.
-¿Y qué me dices de lo... demás? ¿También vas a hacerlo bien?
-¿Con tu seguridad en peligro? -los ojos de Lena se endurecieron como bolas de obsidiana-. No lo dudes.
-Estoy deseando que llegue el día en que solo tengamos que preocuparnos de pagar la hipoteca.
-Yo también -susurró Lena. Apoyó la mejilla en la cabeza de Julia y cerró los ojos.
A lo lejos divisaba un futuro en el que estarían juntas, compartiendo una vida corriente, con problemas corrientes y trabajos corrientes. Pero, hasta que llegase ese momento, había que ganar una guerra.
Stark caminaba en círculo en torno al perímetro de la increíblemente grande sala de espera. Cuando se dio cuenta de la mirada un tanto irónica de la administrativa, se apresuró a sentarse en la silla más próxima. Cruzó las manos entre las rodillas, con los dedos entrelazados y los nudillos blancos, y clavó los ojos en la puerta del fondo de la estancia, con una pulcra y sencilla placa de bronce que decía «Subdirector». Nunca había estado en el despacho del subdirector Carlisle. En realidad, nunca había estado en el despacho de ningún subdirector. Hizo los exámenes de ingreso, superó el test psicológico, aprobó las pruebas físicas y pasó por la Academia, y el cargo más alto que había visto era a un director regional. Elena Katina, jefa de seguridad de la primera hija, era la persona de mayor rango con la que había trabajado. La puerta del pasillo se abrió, Stark alzó la vista y vio entrar a su jefa. Como siempre, la comandante llevaba un traje oscuro con una camisa de un solo color un poco más clara, abierta en el cuello. La chaqueta era de una confección impecable y no dejaba ver el menor signo de armas, aunque Stark sabía que la comandante era de las pocas que aún utilizaban sobaquera. Ella portaba el arma en una funda prendida en el cinturón sobre la cadera derecha.
Stark se levantó. Su jefa le llevaba la cabeza y era mucho delgada que ella.
-Buenos días, agente Stark -saludó Lena.
-Señora -Stark miró de reojo a la atractiva rubia sentada tras la mesa, que no dio muestras de prestarles atención-. A las 06.00 he recibido una llamada para que me presentase, comandante. Se lo habría comunicado, pero no estaba segura del protocolo a seguir.
Lena sacudió la cabeza.
-Si el subdirector le ordena que se presente, tiene que presentarse. Sin más.
Stark miró la puerta cerrada.
-¿Sabe usted algo...?
El interfono de la mesa sonó, y la rubia contestó al teléfono. Un minuto después colgó el auricular y sonrió a Lena y a Stark.
-El jefe Carlisle desea verlas.
-Gracias --dijo Lena.
Stark permaneció callada, sin la menor idea de lo que la esperaba. Al entrar en el funcional y austero despacho se relajó un poco. El hombre de cabellos plateados que estaba en la mesa tenía cincuenta y tantos años y una mirada penetrante, pero no resultaba amenazador. Las saludó con gesto y dijo:
-Siéntense, por favor -Stark se sintió casi normal aunque el corazón le latía con fuerza y tenía el estómago revuelto. En realidad, se encontraba así desde el regreso de Nueva York y empezaba a pensar que aquel era su estado normal. Stewart Carlisle cogió dos carpetas y las puso sobre el cartapacio. Abrió una y la hojeó. Cuando acabó, miró a Stark- Seis años en el trabajo, ¿correcto, agente?
-Sí, señor -Stark se alegró de que no le temblase la voz.
-Y... -Carlisle bajó la vista- ... dos años entre los agentes principales del equipo de seguridad de la señorita Volkova.
-Sí, señor.
Carlisle se enderezó y puso las manos sobre la mesa, una a cada lado de la carpeta.
-Me gustaría conocer su versión sobre los hechos del martes por la mañana, agente Stark.
Stark se esforzó por no mirar a Lena. Algo ocurría y, fuese lo que fuese, estaba a punto de adentrarse en un camino estrecho, tortuoso y erizado de peligros.
-¿En qué sentido, señor?
-¿Cuál es su opinión al respecto? -replicó Carlisle.
-Hay que tener en cuenta varios factores, señor. El origen, la identidad y las intenciones de los atacantes. El alcance del... -buscó las palabras y por fin dio con ellas- ... fallo de seguridad. La reacción del equipo. El peligro potencial de la evacuación...
-De acuerdo, agente -Carlisle la interrumpió-. Todo eso está muy bien. Pero centrémonos en nuestra parte concreta de responsabilidad. ¿Quiere explicarme cómo un atacante armado logró llegar hasta la puerta de Egret a las nueve de la mañana del martes?
Por primera vez Stark miró a Lena, sentada a su lado, con una pierna cruzada sobre la otra, los brazos apoyados en los reposabrazos del sillón y las manos relajadas. Stark quería estar en cualquier parte menos en aquel despacho. Se volvió hacia el subdirector.
-Con la limitada información que tengo en este momento, señor, me atrevería a decir que el agente
Foster proporcionó a los atacantes los detalles sobre el sistema de seguridad del edificio, la ubicación de nuestros agentes y los cambios de turno -tenía la garganta seca; expresar en voz alta lo incomprensible era como tragar trocitos de cristal. Había pasado horas cada día con aquel hombre, iba al gimnasio con él, hacían guardia juntos, jugaban a las cartas durante las interminables noches en que Julia dormía en un hotel. Le parecía increíble no haber sospechado nada. Se culpaba por haberlo visto todo bien.
-¿Cómo pudo ser?
Stark sostuvo la mirada de Carlisle.
-No lo sé, señor.
-Pues será mejor que lo averigüemos -se reclinó en su sillón y lanzó un prolongado suspiro. Luego, continuó en tono coloquial-: Es costumbre durante el traspaso del mando del comandante saliente informar al comandante entrante de cuestiones delicadas que no se incluyen en el informe reservado.
Carlisle cogió la segunda carpeta, se levantó y se la entregó a Stark.
-Cuando haya revisado este material, agente Stark, la agente Katina le proporcionará toda la información relativa a su nuevo puesto. A partir de las 08.00 es usted la jefa de seguridad en funciones de Egret. Eso es todo.
Anonymus- Mensajes : 345
Fecha de inscripción : 03/09/2014
Edad : 37
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Re: Honor Reivindicado
CAPITULO CUATRO
Stark y Lena salieron del despacho de Carlisle en silencio. En la recepción Stark dudó, miró la carpeta que llevaba en mano y deseó con todas sus fuerzas arrojarla en la papelera más próxima. Simbolizaba algo que rechazaba fervientemente.
-Comandante...
-Vamos a dar una vuelta, agente -Lena señaló la carpeta con la barbilla-. Necesita un maletín -le dio el suyo-. Tome, use el mío de momento. No hay nada clasificado dentro.
Stark contempló el maletín como si fuera una bomba de relojería.
-No, yo...
-No puede pasearse por las calles de Washington con eso en la mano. Tome. -Stark aceptó el maletín de mala gana e introdujo en él la carpeta. Lena añadió-: No es nada personal, Stark.
-Lo siento, comandante. Yo creo que sí.
Lena avanzó hacia la puerta del pasillo, la abrió y esperó a que Stark pasase. Mientras cruzaban el amplio vestíbulo con suelos de mármol, dijo:
-La he recomendado para el puesto porque confío en que lo haga bien.
-Gracias -Stark se puso colorada y siguió mirando al frente-. Pero con el debido respeto, señora, no quiero el trabajo.
-Lo mismo dije yo hace casi un año.
-Debería nombrar a Mac.
Lena sacudió la cabeza.
-He hablado con Felicia. Mac se encuentra estable, pero tardará en recuperarse. Y yo la quería a usted.
Salieron a la Calle 15 y se dirigieron al sur, hacia Pershing Park. Lena eligió un banco situado en un rincón desierto y se sentó, estiró las piernas y hundió las manos en los bolsillos del pantalón. Stark se sentó a su lado muy tiesa, con el maletín sobre las rodillas, sujetándolo con las dos manos. Tenía los nudillos, doblados sobre los bordes, blancos.
-No hay ningún motivo para sustituirla.
-Lo que ocurrió el martes en el Nido no solo fue inaceptable... sino también imperdonable -dijo Lena. Contempló el pequeño y cuidado parque, registrando automáticamente la presencia de unos turistas que paseaban; pero su mente vio en blanco y negro, como si estuviese ante las cámaras de seguridad de la central de mando, cómo se abría la puerta del vestíbulo del apartamento de Julia y entraban cuatro hombres fuertemente armados. Vio que la agente de Servicio Secreto Cynthia Parker derribaba al primer atacante antes de que una ráfaga de ametralladora, silenciosa en los monitores y perceptible solo por las manchas borrosas de la pantalla, abatiera a Parker. Lena había perdido a una agente en un ataque sorpresa orquestada por uno de sus hombres. Sus manos estaban manchadas con la sangre de Cynthia Parker-. De ninguna manera puedo seguir al mando.
-Usted le salvó la vida a Egret -Stark también regresó al pasado asumiendo una perspectiva distinta de la interminable sucesión de horribles imágenes que proyectaba la misma película muda. Cynthia cayendo; el olor del sudor y la adrenalina y, sobre todo, del miedo; el chaparrón de balas y humo;
Mac sangrando en el suelo; el dolor punzante del balazo que le había desgarrado la piel-. Seguramente nos salvó a todos.
-Considere esto como una sesión de traspaso de poderes -anunció Lena sabiendo que todos habían sido afortunados al sobrevivir. Cuando pensaba en lo cerca que había estado Julia de la muerte, sentía en el corazón un dolor tan fuerte que le cortaba la respiración. Ningún razonamiento borraría la idea de que había estado a punto de perderla y de que en ese caso la muerte de Julia habría sido culpa suya-. Todo el equipo ha sido destinado a tareas administrativas hasta que finalice la investigación sobre el ataque contra Egret.
Stark giró la cabeza bruscamente y miró a Lena.
-¿Todos?
-Salvo usted. Necesitamos cierto grado de continuidad para que el nuevo equipo funcione.
-Yo... -Stark respiró a fondo. La decisión estaba tomada, y lo único que podía hacer era estar a la altura-. Gracias, comandante. Agradezco su confianza en mí.
-Creo que a partir de ahora podemos prescindir de lo de comandante -comentó Lena riéndose.
-No, señora, nada de eso. Que a nadie se le ocurra llamarme así.
-Usted es la jefa de seguridad de la primera hija, agente Stark.
-De acuerdo, entonces que me llamen jefa -el tono de Stark no dejó lugar a la discusión.
-Supongo que valdrá -observó Lena en tono amable-. Julia aún no lo sabe.
-Oh, señora.
-El subdirector Carlisle me comunicó la decisión del director antes de la reunión de esta mañana.
-¡Dios mío!
-¿Lo sabe el Presidente? -preguntó Stark.
-Supongo que sí, aunque tal y como se hacen estas cosas, seguramente le informará el director de seguridad después del traspaso.
Stark se animó.
-Entonces aún puede revocar la decisión.
Lena sacudió la cabeza.
-No, no creo que lo haga. Esto es lo correcto, y él lo aceptará. Además, teniendo en cuenta lo sucedido, no se va a oponer a ninguna recomendación de sus asesores en materia de seguridad. Ni al Departamento de Defensa.
-Sé que la decisión parece correcta vista desde fuera -apuntó Stark mirando a Lena a los ojos-, pero los que estamos dentro sabemos que no lo es. No hay nadie mejor que usted para este trabajo. Y necesitamos al resto del equipo.
-Estoy de acuerdo con la última parte. Haré todo lo que pueda para que el equipo quede absuelto y vuelva al trabajo lo antes posible -Lena se levantó-. Vamos a la residencia. Hablaré con Julia mientras usted estudia los documentos reservados.
Stark caminó junto a Lena, muriéndose de ganas por hablar con Renée. Deseaba compartir sus recelos y sus dudas porque sabía que no podía manifestarlos externamente. Miró de refilón el rostro de Lena cuando se dirigían al punto de control de la Casa Blanca y no vio más que tranquilidad. Se preguntó, como tantas veces, qué sentimientos ocultaba la comandante ante los demás y a qué precio. Julia alzó la vista y saludó con una mano en el aire a Lena cuando esta entró en su habitación; luego, sonrió al teléfono:
-Yo también te echo de menos. Créeme, preferiría estar en casa -su expresión se ensombreció-. ¿Qué tal por ahí?
Lena se quitó la chaqueta y la sobaquera con la pistola y las dejó sobre una mesita al lado de la puerta. La sala anexa al dormitorio de Julia estaba decorada como la mayoría de las habitaciones de la Casa Blanca, con muebles y piezas antiguas. Lena se acercó al minibar discretamente ubicado en un rincón, sacó un agua mineral Pellegrino del pequeño frigorífico y se dirigió al sofá. Julia, acurrucada en un extremo, hablaba por teléfono con su mejor amiga y representante artística Diane Bleeker. Mientras Lena bebía el agua mineral, Julia estiró las piernas y puso los pies sobre el regazo de Lena.
-Voy a ir con mi padre mañana -dijo Julia-. Te llamaré en cuanto esté libre para quedar.
Lena acarició con el pulgar el empeine de Julia mientras escuchaba la conversación. Era evidente que su amante había estado ocupada durante su ausencia. El Presidente tenía que visitar el escenario de la tragedia para demostrar al mundo que Estados Unidos no bajaba la cabeza ante el terrorismo, pero a Lena no le gustaba nada que Julia volviese a Manhattan tan pronto. No había forma, a pesar de los cientos de agentes del orden locales y federales que vigilaban la zona, de que el lugar estuviese seguro. Proteger al Presidente siempre era una pesadilla. Pero sumar a Julia solo servía para complicar las cosas. Lena centró la atención en el otro pie y rodeó con los dedos los delicados huesos y músculos que se adivinaban bajo la piel casi transparente. Julia deslizó los dedos del pie libre sobre el interior del muslo de Lena.
-¿Ya te lo ha dicho ella? -Julia alzó la voz sorprendida-. Increíble... ¿Aún está en Manhattan? Según los informativos hay cientos de personas sin posibilidad de viajar por culpa de los vuelos cancelados -se estiró y puso el pie entre las piernas de Lena-. Si no consigue habitación en un hotel, siempre puede quedarse en tu casa unos días -se rió-. Muy oportuna. Te llamo mañana. Hasta pronto.
-Diane, ¿no? -preguntó Lena cuando Julia apagó el teléfono y lo dejó en el suelo, junto al sofá.
-Mmmm. Por lo visto le llamó Valerie, que se ha quedado tirada en Nueva York. Diane está encantada.
-Ya -a Lena le resultaba incómodo hablar de una mujer con la que había mantenido relaciones aunque en circunstancias muy particulares y en lo que en ese momento se le antojaba una vida distinta. Julia conocía su antigua relación con Valerie, pero Diane no-. ¿Qué es eso de ir a Manhattan mañana?
-Te contaré los detalles después -Julia empujó el talón contra la entrepierna de Lena-. Hoy no hay nada previsto en la agenda.
Lena sujetó el pie que jugueteaba entre sus piernas y frenó sus placenteros movimientos.
-Esta tarde me convocarán para que informe al Depatamento de Justicia.
Julia estiró el cuello para ver el reloj Seth Thomas original que adornaba la repisa de la chimenea.
-Aún no es mediodía -acarició el muslo de Lena con el otro pie, mostrándose a la vez distante. Cuando habló, el tono de broma fue sustituido por una voz ronca, como si ocultase lágrimas-. No dejo de pensar en Cynthia y en Mac. Y entonces, lo único que quiero es sentir tu piel junto a la mía. Necesito oír tu respiración. En este momento eres el único elemento sólido de mi mundo.
-¡Dios! -exclamó Lena. Levantó las piernas de Julia, se acercó a ella, la cogió por la cintura y la abrazó. Luego, la besó en la boca y hundió la cara en los abundantes cabellos negros que olían a sol y rosas-. Te amo. Y solo Dios sabe cuánto te deseo.
Julia retrocedió, mirando a Lena con recelo.
-¿Pero?
-Tenemos que hablar de varias cosas.
-¿Qué ha ocurrido con Carlisle esta mañana? -Julia se desprendió del abrazo de Lena y se apartó, como si necesitase espacio para seguir la conversación-. ¿Sucede algo?
Lena sacudió la cabeza, lamentando que Julia la conociese tan bien.
-Nada malo.
-Pero hay algo que no me has dicho. Prometiste no hacer algo así.
-No. Stewart me llamó antes de la reunión de esta mañana, así que no tuve tiempo de decírtelo.
-¿De decirme qué, Elena? -el tono de Julia era frío y su mirada de un azul duro y gélido. La única forma de proceder era con rapidez y brutalidad porque Julia sabía encajar los golpes repentinos.
-Me han sustituido. Stark es tu nueva jefa de seguridad.
Julia se quedó de piedra.
-Me tomas el pelo.
-En absoluto.
-¡Hijo de puta! -Julia se levantó de un salto y se dedicó a dar vueltas en círculo hasta que se detuvo frente a Lena-. No pueden hacer eso. ¿Lo sabe mi padre?
-No lo sé. Creo que sí, pero... -Lena sujetó a Julia por la muñeca cuando la joven hizo ademán de coger el teléfono-. Espera.
-¿A qué? ¿A que me digas una vez más que tengo que aceptar que los demás tomen las decisiones que afectan a mi vida?
-Se trata de tu vida, cariño -respondió Lena con dulzura-. De cuidarte de la mejor manera posible.
-Ya me cuidas tú. Y yo te cuido a ti -Julia se desprendió de la mano de Lena-. Eso es lo que hacen las amantes.
Lena se levantó, pero no intentó sujetar a Julia.
-No se trata de nosotras como pareja, sino de ti como primera hija. Me han relevado del mando porque casi permito que te asesinen. Todo el equipo ha sido suspendido, excepto Stark.
La cabeza de Julia giró como si la hubiesen golpeado.
-¿Todos? Es una locura.
-Una junta de investigación estudiará lo ocurrido, incluyendo la posibilidad de la participación de otros miembros de tu equipo de seguridad. En cuanto nuestra gente quede limpia, presionaré a Carlisle para que los reintegre al servicio.
-¿Por qué han hecho una excepción con Stark?
-Porque insistí. Porque se interpuso entre los atacantes y tú; si hubiese estado involucrada en el intento de asesinato, jamás lo hubiera hecho.
«Porque recibió una bala dirigida a ti.» Julia se hundió en el sofá, apoyó la cabeza en el respaldo y miró el techo.
-Me voy a casa. No soporto estar aquí.
-Tu apartamento no es seguro. Diablos, ni siquiera Nueva York es segura -Lena se sentó junto a Julia y la cogió de la mano-. Espera unas semanas, por favor. Hasta que tengamos una idea más clara del alcance de los ataques.
Julia volvió la cabeza y miró a Lena.
-Mientras yo vivo aquí, sometida a vigilancia las veinticuatro horas, ¿dónde estarás tú?
-En mi apartamento de Washington. Tu padre quería que investigase el ataque contra el Nido, y lo voy a hacer, como sea.
-¿Y qué hay de nosotras?
-No dejaré que vayas a ningún lado sin mí. Si viajas, te seguiré.
Una leve sonrisa se dibujó en la boca de Julia.
-¿Como una fan incansable?
-La número uno.
-¿Y por las noches?
-¿Con los periodistas en la puerta? -la mirada de Lena recorrió la habitación y, luego, soltó un suspiro-. No puedo quedarme aquí todas las noches.
-Entonces iré yo a tu casa.
-Dios, si no puedes tener paciencia durante... -se quejó Lena.
-No.
-Julia -Lena suspiró y rozó con los labios la mano de Julia-. De acuerdo, si prometes quedarte aquí cuando yo esté fuera.
-Hasta que vuelva a casa.
-De acuerdo.
Julia sonrió.
-Ya está, ¿ves? ¿A que no era tan difícil?
-De lo más llevadero
Lena se inclinó y besó a Julia, hundiendo los dedos en los cabellos de la joven. Se demoró en el cálido y tierno consuelo de la boca de Julia, disfrutando de la presión del cuerpo de su amante contra el suyo. El contacto la reafirmaba, la centraba, algo que le haría mucha falta en el futuro inmediato.
Stark y Lena salieron del despacho de Carlisle en silencio. En la recepción Stark dudó, miró la carpeta que llevaba en mano y deseó con todas sus fuerzas arrojarla en la papelera más próxima. Simbolizaba algo que rechazaba fervientemente.
-Comandante...
-Vamos a dar una vuelta, agente -Lena señaló la carpeta con la barbilla-. Necesita un maletín -le dio el suyo-. Tome, use el mío de momento. No hay nada clasificado dentro.
Stark contempló el maletín como si fuera una bomba de relojería.
-No, yo...
-No puede pasearse por las calles de Washington con eso en la mano. Tome. -Stark aceptó el maletín de mala gana e introdujo en él la carpeta. Lena añadió-: No es nada personal, Stark.
-Lo siento, comandante. Yo creo que sí.
Lena avanzó hacia la puerta del pasillo, la abrió y esperó a que Stark pasase. Mientras cruzaban el amplio vestíbulo con suelos de mármol, dijo:
-La he recomendado para el puesto porque confío en que lo haga bien.
-Gracias -Stark se puso colorada y siguió mirando al frente-. Pero con el debido respeto, señora, no quiero el trabajo.
-Lo mismo dije yo hace casi un año.
-Debería nombrar a Mac.
Lena sacudió la cabeza.
-He hablado con Felicia. Mac se encuentra estable, pero tardará en recuperarse. Y yo la quería a usted.
Salieron a la Calle 15 y se dirigieron al sur, hacia Pershing Park. Lena eligió un banco situado en un rincón desierto y se sentó, estiró las piernas y hundió las manos en los bolsillos del pantalón. Stark se sentó a su lado muy tiesa, con el maletín sobre las rodillas, sujetándolo con las dos manos. Tenía los nudillos, doblados sobre los bordes, blancos.
-No hay ningún motivo para sustituirla.
-Lo que ocurrió el martes en el Nido no solo fue inaceptable... sino también imperdonable -dijo Lena. Contempló el pequeño y cuidado parque, registrando automáticamente la presencia de unos turistas que paseaban; pero su mente vio en blanco y negro, como si estuviese ante las cámaras de seguridad de la central de mando, cómo se abría la puerta del vestíbulo del apartamento de Julia y entraban cuatro hombres fuertemente armados. Vio que la agente de Servicio Secreto Cynthia Parker derribaba al primer atacante antes de que una ráfaga de ametralladora, silenciosa en los monitores y perceptible solo por las manchas borrosas de la pantalla, abatiera a Parker. Lena había perdido a una agente en un ataque sorpresa orquestada por uno de sus hombres. Sus manos estaban manchadas con la sangre de Cynthia Parker-. De ninguna manera puedo seguir al mando.
-Usted le salvó la vida a Egret -Stark también regresó al pasado asumiendo una perspectiva distinta de la interminable sucesión de horribles imágenes que proyectaba la misma película muda. Cynthia cayendo; el olor del sudor y la adrenalina y, sobre todo, del miedo; el chaparrón de balas y humo;
Mac sangrando en el suelo; el dolor punzante del balazo que le había desgarrado la piel-. Seguramente nos salvó a todos.
-Considere esto como una sesión de traspaso de poderes -anunció Lena sabiendo que todos habían sido afortunados al sobrevivir. Cuando pensaba en lo cerca que había estado Julia de la muerte, sentía en el corazón un dolor tan fuerte que le cortaba la respiración. Ningún razonamiento borraría la idea de que había estado a punto de perderla y de que en ese caso la muerte de Julia habría sido culpa suya-. Todo el equipo ha sido destinado a tareas administrativas hasta que finalice la investigación sobre el ataque contra Egret.
Stark giró la cabeza bruscamente y miró a Lena.
-¿Todos?
-Salvo usted. Necesitamos cierto grado de continuidad para que el nuevo equipo funcione.
-Yo... -Stark respiró a fondo. La decisión estaba tomada, y lo único que podía hacer era estar a la altura-. Gracias, comandante. Agradezco su confianza en mí.
-Creo que a partir de ahora podemos prescindir de lo de comandante -comentó Lena riéndose.
-No, señora, nada de eso. Que a nadie se le ocurra llamarme así.
-Usted es la jefa de seguridad de la primera hija, agente Stark.
-De acuerdo, entonces que me llamen jefa -el tono de Stark no dejó lugar a la discusión.
-Supongo que valdrá -observó Lena en tono amable-. Julia aún no lo sabe.
-Oh, señora.
-El subdirector Carlisle me comunicó la decisión del director antes de la reunión de esta mañana.
-¡Dios mío!
-¿Lo sabe el Presidente? -preguntó Stark.
-Supongo que sí, aunque tal y como se hacen estas cosas, seguramente le informará el director de seguridad después del traspaso.
Stark se animó.
-Entonces aún puede revocar la decisión.
Lena sacudió la cabeza.
-No, no creo que lo haga. Esto es lo correcto, y él lo aceptará. Además, teniendo en cuenta lo sucedido, no se va a oponer a ninguna recomendación de sus asesores en materia de seguridad. Ni al Departamento de Defensa.
-Sé que la decisión parece correcta vista desde fuera -apuntó Stark mirando a Lena a los ojos-, pero los que estamos dentro sabemos que no lo es. No hay nadie mejor que usted para este trabajo. Y necesitamos al resto del equipo.
-Estoy de acuerdo con la última parte. Haré todo lo que pueda para que el equipo quede absuelto y vuelva al trabajo lo antes posible -Lena se levantó-. Vamos a la residencia. Hablaré con Julia mientras usted estudia los documentos reservados.
Stark caminó junto a Lena, muriéndose de ganas por hablar con Renée. Deseaba compartir sus recelos y sus dudas porque sabía que no podía manifestarlos externamente. Miró de refilón el rostro de Lena cuando se dirigían al punto de control de la Casa Blanca y no vio más que tranquilidad. Se preguntó, como tantas veces, qué sentimientos ocultaba la comandante ante los demás y a qué precio. Julia alzó la vista y saludó con una mano en el aire a Lena cuando esta entró en su habitación; luego, sonrió al teléfono:
-Yo también te echo de menos. Créeme, preferiría estar en casa -su expresión se ensombreció-. ¿Qué tal por ahí?
Lena se quitó la chaqueta y la sobaquera con la pistola y las dejó sobre una mesita al lado de la puerta. La sala anexa al dormitorio de Julia estaba decorada como la mayoría de las habitaciones de la Casa Blanca, con muebles y piezas antiguas. Lena se acercó al minibar discretamente ubicado en un rincón, sacó un agua mineral Pellegrino del pequeño frigorífico y se dirigió al sofá. Julia, acurrucada en un extremo, hablaba por teléfono con su mejor amiga y representante artística Diane Bleeker. Mientras Lena bebía el agua mineral, Julia estiró las piernas y puso los pies sobre el regazo de Lena.
-Voy a ir con mi padre mañana -dijo Julia-. Te llamaré en cuanto esté libre para quedar.
Lena acarició con el pulgar el empeine de Julia mientras escuchaba la conversación. Era evidente que su amante había estado ocupada durante su ausencia. El Presidente tenía que visitar el escenario de la tragedia para demostrar al mundo que Estados Unidos no bajaba la cabeza ante el terrorismo, pero a Lena no le gustaba nada que Julia volviese a Manhattan tan pronto. No había forma, a pesar de los cientos de agentes del orden locales y federales que vigilaban la zona, de que el lugar estuviese seguro. Proteger al Presidente siempre era una pesadilla. Pero sumar a Julia solo servía para complicar las cosas. Lena centró la atención en el otro pie y rodeó con los dedos los delicados huesos y músculos que se adivinaban bajo la piel casi transparente. Julia deslizó los dedos del pie libre sobre el interior del muslo de Lena.
-¿Ya te lo ha dicho ella? -Julia alzó la voz sorprendida-. Increíble... ¿Aún está en Manhattan? Según los informativos hay cientos de personas sin posibilidad de viajar por culpa de los vuelos cancelados -se estiró y puso el pie entre las piernas de Lena-. Si no consigue habitación en un hotel, siempre puede quedarse en tu casa unos días -se rió-. Muy oportuna. Te llamo mañana. Hasta pronto.
-Diane, ¿no? -preguntó Lena cuando Julia apagó el teléfono y lo dejó en el suelo, junto al sofá.
-Mmmm. Por lo visto le llamó Valerie, que se ha quedado tirada en Nueva York. Diane está encantada.
-Ya -a Lena le resultaba incómodo hablar de una mujer con la que había mantenido relaciones aunque en circunstancias muy particulares y en lo que en ese momento se le antojaba una vida distinta. Julia conocía su antigua relación con Valerie, pero Diane no-. ¿Qué es eso de ir a Manhattan mañana?
-Te contaré los detalles después -Julia empujó el talón contra la entrepierna de Lena-. Hoy no hay nada previsto en la agenda.
Lena sujetó el pie que jugueteaba entre sus piernas y frenó sus placenteros movimientos.
-Esta tarde me convocarán para que informe al Depatamento de Justicia.
Julia estiró el cuello para ver el reloj Seth Thomas original que adornaba la repisa de la chimenea.
-Aún no es mediodía -acarició el muslo de Lena con el otro pie, mostrándose a la vez distante. Cuando habló, el tono de broma fue sustituido por una voz ronca, como si ocultase lágrimas-. No dejo de pensar en Cynthia y en Mac. Y entonces, lo único que quiero es sentir tu piel junto a la mía. Necesito oír tu respiración. En este momento eres el único elemento sólido de mi mundo.
-¡Dios! -exclamó Lena. Levantó las piernas de Julia, se acercó a ella, la cogió por la cintura y la abrazó. Luego, la besó en la boca y hundió la cara en los abundantes cabellos negros que olían a sol y rosas-. Te amo. Y solo Dios sabe cuánto te deseo.
Julia retrocedió, mirando a Lena con recelo.
-¿Pero?
-Tenemos que hablar de varias cosas.
-¿Qué ha ocurrido con Carlisle esta mañana? -Julia se desprendió del abrazo de Lena y se apartó, como si necesitase espacio para seguir la conversación-. ¿Sucede algo?
Lena sacudió la cabeza, lamentando que Julia la conociese tan bien.
-Nada malo.
-Pero hay algo que no me has dicho. Prometiste no hacer algo así.
-No. Stewart me llamó antes de la reunión de esta mañana, así que no tuve tiempo de decírtelo.
-¿De decirme qué, Elena? -el tono de Julia era frío y su mirada de un azul duro y gélido. La única forma de proceder era con rapidez y brutalidad porque Julia sabía encajar los golpes repentinos.
-Me han sustituido. Stark es tu nueva jefa de seguridad.
Julia se quedó de piedra.
-Me tomas el pelo.
-En absoluto.
-¡Hijo de puta! -Julia se levantó de un salto y se dedicó a dar vueltas en círculo hasta que se detuvo frente a Lena-. No pueden hacer eso. ¿Lo sabe mi padre?
-No lo sé. Creo que sí, pero... -Lena sujetó a Julia por la muñeca cuando la joven hizo ademán de coger el teléfono-. Espera.
-¿A qué? ¿A que me digas una vez más que tengo que aceptar que los demás tomen las decisiones que afectan a mi vida?
-Se trata de tu vida, cariño -respondió Lena con dulzura-. De cuidarte de la mejor manera posible.
-Ya me cuidas tú. Y yo te cuido a ti -Julia se desprendió de la mano de Lena-. Eso es lo que hacen las amantes.
Lena se levantó, pero no intentó sujetar a Julia.
-No se trata de nosotras como pareja, sino de ti como primera hija. Me han relevado del mando porque casi permito que te asesinen. Todo el equipo ha sido suspendido, excepto Stark.
La cabeza de Julia giró como si la hubiesen golpeado.
-¿Todos? Es una locura.
-Una junta de investigación estudiará lo ocurrido, incluyendo la posibilidad de la participación de otros miembros de tu equipo de seguridad. En cuanto nuestra gente quede limpia, presionaré a Carlisle para que los reintegre al servicio.
-¿Por qué han hecho una excepción con Stark?
-Porque insistí. Porque se interpuso entre los atacantes y tú; si hubiese estado involucrada en el intento de asesinato, jamás lo hubiera hecho.
«Porque recibió una bala dirigida a ti.» Julia se hundió en el sofá, apoyó la cabeza en el respaldo y miró el techo.
-Me voy a casa. No soporto estar aquí.
-Tu apartamento no es seguro. Diablos, ni siquiera Nueva York es segura -Lena se sentó junto a Julia y la cogió de la mano-. Espera unas semanas, por favor. Hasta que tengamos una idea más clara del alcance de los ataques.
Julia volvió la cabeza y miró a Lena.
-Mientras yo vivo aquí, sometida a vigilancia las veinticuatro horas, ¿dónde estarás tú?
-En mi apartamento de Washington. Tu padre quería que investigase el ataque contra el Nido, y lo voy a hacer, como sea.
-¿Y qué hay de nosotras?
-No dejaré que vayas a ningún lado sin mí. Si viajas, te seguiré.
Una leve sonrisa se dibujó en la boca de Julia.
-¿Como una fan incansable?
-La número uno.
-¿Y por las noches?
-¿Con los periodistas en la puerta? -la mirada de Lena recorrió la habitación y, luego, soltó un suspiro-. No puedo quedarme aquí todas las noches.
-Entonces iré yo a tu casa.
-Dios, si no puedes tener paciencia durante... -se quejó Lena.
-No.
-Julia -Lena suspiró y rozó con los labios la mano de Julia-. De acuerdo, si prometes quedarte aquí cuando yo esté fuera.
-Hasta que vuelva a casa.
-De acuerdo.
Julia sonrió.
-Ya está, ¿ves? ¿A que no era tan difícil?
-De lo más llevadero
Lena se inclinó y besó a Julia, hundiendo los dedos en los cabellos de la joven. Se demoró en el cálido y tierno consuelo de la boca de Julia, disfrutando de la presión del cuerpo de su amante contra el suyo. El contacto la reafirmaba, la centraba, algo que le haría mucha falta en el futuro inmediato.
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Re: Honor Reivindicado
CAPITULO CINCO
-¿Y qué te parece mi idea? -Julia deslizó los dedos bajo cinturilla de los pantalones de Lena y acarició el abdomen de su amante.
-¿Te refieres a que ignoremos que yo no estoy trabajando y que nos encontramos en la Casa Blanca, donde todo el mundo se dará cuenta si no salimos nunca de la habitación? -Lena rodeó la cintura de Julia con los brazos, y ambas se balancearon con los corazones y los cuerpos en plena sintonía-. ¡Dios, qué bien hueles!
Julia soltó una risita y desabrochó la camisa de Lena. La risa se convirtió en un suave ronroneo cuando su mano tocó la piel de Lena, que se puso rígida y emitió un gruñido gutural.
-Pensaba en algo más sutil, en encuentros rápidos, breves, pero intensos. Tal vez aquí mismo, en el sofá. Creo recordar que te gustaba bastante que me arrodillase entre tus pier...
Sonó el teléfono, y ambas soltaron una maldición. Lena se apartó con un suspiro, abrochándose la camisa automáticamente.
-No te apresures a renunciar -murmuró Julia mientras cogía el teléfono-. Julia Volkova... Hola... Sí, está aquí... ¿Cuándo?... De acuerdo -apagó el teléfono y lo arrojó sobre el sofá; luego, miró a Lena con expresión frustrada-. Me siento como el protagonista de aquella película, Atrapado en el tiempo. La misma escena se repite hasta la saciedad.
-¿Tu padre? -Lena se disponía a ponerse la chaqueta y coger el arma.
-Casi. Lucy Washburn.
Lena se volvió mientras ajustaba la sobaquera. Lucinda Washburn era la jefa de personal de la Casa Blanca y la segunda persona más poderosa del país. Muchos creían que el portavoz de la Junta de Jefes de Estado Mayor o el director del Departamento de Estado ocupaban ese puesto, pero Lucy
Washburn era la confidente del Presidente y su asesora más antigua. También era una política competente que hacía verdaderos malabarismos entre las rivalidades del Capitolio, las frágiles lealtades y las luchas internas de poder, trabajando siempre en pro del Presidente.
-¿Quiere verme?
-A las dos.
Ambas se miraron en silencio; sabían que una cita en el despacho de Washburn no auguraba nada bueno.
***
Cuando llegaron al Ala Oeste, las condujeron enseguida al despacho de la jefa de gabinete. Lucinda Washburn, una imponente mujer de cabellos caoba con un traje de rayas cruzado, color carbón, se hallaba ante los ventanales, contemplando un exuberante jardín, de espaldas a la puerta. Se volvió al oírlas entrar: los rastros de tristeza suavizaban la marcada línea de la mandíbula y subrayaban las ojeras bajo los ojos color avellana. Cuadró los hombros y se acercó a saludarlas, invitándolas a sentarse frente a su mesa con un gesto. Llevaba una fina pulsera de filigrana, a juego con los pendientes de oro, en la muñeca derecha.
-Julia, Elena. ¿Cómo estáis?
Era la primera vez que se veían desde la evacuación de Julia del improvisado santuario de Maine en el helicóptero Marine Uno el día antes. A Julia le costaba creer que solo habían pasado dos días desde que el mundo había explotado. Habían ocurrido tantas cosas en aquellas cuarenta y ocho horas que alteraban la existencia de toda una nación que parecía como si el propio tiempo hubiese enloquecido, como si cada momento se estirase hacia un punto del futuro ensombrecido por las dudas y la incertidumbre. Julia cogió la mano de Lena, sintiendo el consuelo instantáneo de la fuerza cálida y sólida de los dedos que entrelazaron los suyos. Miró de reojo a su amante, cuya expresión decía que a ella también la consolaba el contacto. Julia sintió una oleada de agradecimiento porque era muy fácil amar a Lena, cuya inconmovible fuerza no aminoraba su ternura ni su propia necesidad. Julia esbozó una sonrisa de gratitud y miró a la otra mujer, que conocía desde que era niña.
-Estamos vivas, Luce, y eso es lo que importa -Julia se sentó en el confidente de florido brocado ante una amplia mesita de cristal sin soltar la mano de Lena-. Pero todo lo demás se ha ido al garete. A Lena la han retirado de mi equipo de seguridad.
-Sí, ya lo sé -afirmó Lucinda, sentándose en su sillón frente a ellas.
-Entonces, supongo que mi padre también lo sabe.
Lucinda asintió.
-No se puede hacer nada al respecto. Teniendo en cuenta lo ocurrido, hemos intentado seguir el protocolo con el fin de restablecer cierto orden.
-Eso es ridículo -repuso Julia-. Mi equipo de seguridad personal no tiene nada que ver con la seguridad nacional. Tampoco tiene nada que ver con lo sucedido...
-Sí, Julia -Lena la interrumpió en tono amable-. El ataque contra el Nido fue proyectado para que coincidiese con el choque de los aviones contra las Torres. Los secuestradores de los aviones y los pistoleros de tu edificio eran dos partes de un mismo ataque.
-Sí -afirmó Lucinda mirando a Lena fijamente-. Esa es la única conclusión -se volvió hacia Julia-. Lo cual significa que tú jugabas un papel esencial en un plan terrorista para desestabilizar la nación. Evidentemente, tu seguridad a partir de ahora es de la mayor importancia.
Los dedos de Julia estrujaron los de Lena.
-Estamos hablando de cobertura de alta prioridad.
Lucinda asintió.
-Un agente conmigo dentro de la habitación las veinticuatro horas del día. El doble del número de agentes en cada turno. Limitaciones de apariciones sociales y de viajes al extranjero -Julia se estremeció imperceptiblemente y miró a Lucinda-. Durante unos días tal vez. Pero, ¿durante semanas? ¿Quizá meses? No puedo soportarlo, Luce. De verdad que no puedo.
-No sé qué marco temporal tenemos por delante -el tono de Lucinda era amable, pero inflexible-. Aún no lo sabemos, Julia. No sabemos si ha sido una célula terrorista aislada que actuó sola obedeciendo órdenes del extranjero o si representa a una facción de una red nacional bien organizada que puede planear otro ataque en cualquier momento contra Chicago, Los Ángeles o Dallas –se inclinó hacia delante, con expresión seria, pero mirada cariñosa-. Lo único que sabemos es que te eligieron para eliminarte. Por tanto, debemos asumir que sigues siendo un objetivo.
-¿Y eso en qué cambia las cosas? El fin de mi equipo de seguridad es protegerme de un posible ataque. Y lo hacen muy bien -Julia miró a Lena-. Así lo hicieron el martes.
-Con la limitada información de inteligencia que tenemos de momento -precisó Lucinda-, el ataque contra el Nido fue casi perfecto. Todos habéis tenido suerte al sobrevivir
-Estoy de acuerdo con Lucinda, Julia -indicó Lena-. Podría haber solo un equipo en condiciones de realizar el ataque, en cuyo caso lo hemos eliminado. Pero no lo sabemos. No sabemos si hay otro equipo entrenado con un plan de contingencia para llevar a cabo otro ataque. No lo sabemos.
-En ese caso, Luce -terció Julia- ¿por qué apartan de mi lado a los agentes con más experiencia? Lena y los otros son los mejores para protegerme.
-En condiciones normales coincido contigo y así lo he considerado en el pasado. No es el primer ataque contra tu vida, y hemos mantenido al equipo de seguridad -Lucinda miró a Lena con una expresión casi de disculpa-. Pero en esta ocasión hubo ayuda de dentro. Un agente del Servicio Secreto de Estados Unidos participó en un intento de asesinato contra la primera hija. Es evidente que hemos tenido un gran fallo de seguridad. Nadie está libre de sospecha.
Julia se puso rígida y habló en tono apagado y triste.
-Estás hablando de mi amante.
-Te estoy dando la opinión de los miembros de mayor rango de nuestros servicios de seguridad.
-Me importa un rábano lo...
-Por cierto, una opinión que no comparto -continuó Lucinda-. Y tampoco tu padre. Por eso estáis aquí sentadas -Lucinda sonrió con picardía-. Y si me dejáis que os informe, seguramente ahorraremos mucho tiempo.
Julia abrió la boca, suspiró y se hundió en el sofá.
-Lo siento. Adelante.
-El Departamento de Justicia y la Agencia Nacional de Seguridad quieren reservarse la jurisdicción del ataque contra el Nido como parte de la investigación completa de los atentados terroristas.
Lena habló en tono amable e impersonal. Sin embargo, sus ojos lanzaban chispas.
-A una comisión de ese tipo, con varias jurisdicciones, le llevará dos años investigar algo de semejante magnitud.
Lucinda se rió.
-Es usted generosa, comandante; yo apuntaría como mínimo a tres.
-Señora, su cálculo seguro que es más acertado que el mío -Lena inclinó la cabeza-. De todas formas, es demasiado tiempo sin saber el alcance de la amenaza contra la señorita Volkova.
-Sí, claro -dijo Lucinda recuperando la seriedad-; sin embargo, y por mucho que se tarde, creo que al margen de los sentimientos, cualquier investigación debería centrarse sobre todo en la amenaza nacional.
Julia notó la tensión de un músculo en la mandíbula de Lena y se fijó en la total inmovilidad del cuerpo de su amante que, como sabía muy bien, preludiaba los aparatosos estallidos de la rara y contundente furia de Lena.
-¿La estás azuzando, Luce? No me parece buena idea.
Lucinda no apartó los ojos de la cara de Lena.
-No, quería comprobar personalmente por qué el Presidente tiene tanta fe en ella.
-Tal vez porque la amo -se apresuró a decir Julia.
-No -repuso Lucinda, amable-, es porque ella te ama -se recostó en el sillón y cruzó las piernas en medio de un resplandor de carne prieta sobre carne prieta-. Permita que le explique su nueva misión, comandante. El Presidente quería participar, pero ha tenido una reunión urgente. Las órdenes proceden de él.
Lena asintió.
-Sí, señora.
-Dirigirá usted un equipo de investigación especial nombrado por el Presidente cuyo único objetivo es determinar el origen del ataque contra el apartamento de la señorita Volkova, valorar hasta dónde llega el fallo de inteligencia dentro de nuestro personal de seguridad, y establear el vínculo entre esa operación y los ataques de Nueva York y Washington.
-Necesito libre acceso a una serie de archivos de Inteligencia, incluidos los del FBI; la CIA; la Agencia de Alcohol, Tabaco y Armas de Fuego; y el Departamento de Justicia -apuntó Lena.
-Se le concederá permiso y se le facilitarán contactos, pero sus investigaciones habrán de ser sumamente discretas.
«¿Significa eso que se trata de una misión secreta?». Lena no formuló la pregunta en alta voz porque sabía que no obtendría respuesta.
-Quiero elegir a los miembros de mi equipo.
-Concedido.
-Quiero que los miembros del equipo original de seguridad de Julia vuelvan a sus puestos en cuanto la investigación del Departamento de Justicia los absuelva.
-Eso requiere tiempo, pero me encargaré del asunto -Lucinda alzó un hombro-. Todo va muy lento.
-Cuando encontremos a los responsables, quiero coordinar la detención.
-Lena... -protestó Julia.
-Coordinará las operaciones con un representante militar -precisó Lucinda.
-De acuerdo -respondió Lena.
-El Presidente nombrará al representante.
Lena pensó en exigir que se le permitiese elegir al personal militar, pero no se podía cuestionar la autoridad del Presidente en negociaciones como aquella.
-Quiero asistir a las reuniones diarias del equipo de seguridad de Julia.
-El nuevo comandante tal vez se ofenda.
-Seguramente -admitió Lena-. Yo me ofendería. Pero esas son mis condiciones.
Lucinda ladeó la cabeza y observó a Lena con interés.
-¿Qué le hace pensar que tiene capacidad de negociación en este caso, comandante?
-Usted sabe que voy a investigar con o sin su permiso y seguro que prefiere enterarse de qué hago y qué averiguo.
-Si emprendiese una investigación sin permiso, estaría violando todas las normas de seguridad. En teoría, podría perder su nombramiento e incluso enfrentarse a una acusación.
-Lucinda, ¿qué diablos es esto? -Julia hizo ademán de levantarse, pero la retuvo la mano de Lena.
-No pasa nada -dijo Lena tranquila.
Julia la miró, con los ojos azules lanzando chispas.
-Si crees que vaya permanecer aquí sentada escuchando cómo te amenazan es que estás loca.
-No la amenazo, Julia -explicó Lucinda-. Solo expongo los hechos. Y la razón de que estés aquí oyendo esto en contra de mis deseos, todo sea dicho, es que tu padre no quiere mantenerte al margen.
-¿Y por qué tú preferirías que no me enterase? -Julia se deslizó hasta el borde del sofá con una mano cerrada sobre el muslo.
-Porque sabía que no te iba a gustar que la agente Katina dirigiese esta investigación, y tu resistencia podría interferir en su...
-Tonterías, Luce. Nada interfiere en la eficiencia de Lena, y lo sabes.
-No en su eficiencia -corrigió Lucinda-, sino en su seguridad.
Julia se sobresaltó.
-¿Qué? ¿Crees que yo la voy a comprometer? ¿Qué voy a arriesgar su vida?
-No, creo que tu resistencia la distraería, y las distracciones provocan errores.
-Nunca quise que hiciese este trabajo, y ella lo sabe -las palabras de Julia cortaron el aire mientras su cuerpo se estremecía-. ¿Crees que estaba distraída el día en que se puso delante de mí, en la puerta de mi casa, e interceptó la bala dirigida contra mí? Crees que estaba distraída el martes cuando volvió a ponerse delante de mí...?
-Julia -murmuró Lena-, solo es...
-Y sigue haciendo su trabajo -a Julia se le quebró la voz, pero continuó- porque tiene que hacerlo, y yo lo sé. No hacerla le dolería más que cualquier cosa que pueda ocurrirle, incluso... -no pudo seguir bloqueando las imágenes que, en circunstancias normales, controlaba tan bien. No podía dejar de revivir la pesadilla de ver a su amante moribunda. Desvió el rostro para que no la viesen Lucinda y Lena perdiéndose en los recuerdos. Lena se levantó sin hacer caso a la sorpresa reflejada en el rostro de Lucinda Washburn.
-Vámonos, cariño. Han sido dos días muy duros, y necesito un respiro.
-Tengo que saber qué decide, agente Katina -dijo Lucinda. Lena cogió a Julia por la cintura.
-Se lo comunicaré mañana. Antes debo hablar con varias personas.
-Me parece un poco raro.
-No estamos en un momento normal.
-Espero su respuesta mañana por la mañana.
Lena asintió, y Julia y ella se dispusieron el salir del despacho.
-La tendrá.
Cuando dejaron atrás a la subdirectora del gabinete de Lucinda, Julia preguntó:
-¿A qué esperas?
-Tenemos que hablar, y además esta noche debo ir a Nueva York.
-¿Y qué te parece mi idea? -Julia deslizó los dedos bajo cinturilla de los pantalones de Lena y acarició el abdomen de su amante.
-¿Te refieres a que ignoremos que yo no estoy trabajando y que nos encontramos en la Casa Blanca, donde todo el mundo se dará cuenta si no salimos nunca de la habitación? -Lena rodeó la cintura de Julia con los brazos, y ambas se balancearon con los corazones y los cuerpos en plena sintonía-. ¡Dios, qué bien hueles!
Julia soltó una risita y desabrochó la camisa de Lena. La risa se convirtió en un suave ronroneo cuando su mano tocó la piel de Lena, que se puso rígida y emitió un gruñido gutural.
-Pensaba en algo más sutil, en encuentros rápidos, breves, pero intensos. Tal vez aquí mismo, en el sofá. Creo recordar que te gustaba bastante que me arrodillase entre tus pier...
Sonó el teléfono, y ambas soltaron una maldición. Lena se apartó con un suspiro, abrochándose la camisa automáticamente.
-No te apresures a renunciar -murmuró Julia mientras cogía el teléfono-. Julia Volkova... Hola... Sí, está aquí... ¿Cuándo?... De acuerdo -apagó el teléfono y lo arrojó sobre el sofá; luego, miró a Lena con expresión frustrada-. Me siento como el protagonista de aquella película, Atrapado en el tiempo. La misma escena se repite hasta la saciedad.
-¿Tu padre? -Lena se disponía a ponerse la chaqueta y coger el arma.
-Casi. Lucy Washburn.
Lena se volvió mientras ajustaba la sobaquera. Lucinda Washburn era la jefa de personal de la Casa Blanca y la segunda persona más poderosa del país. Muchos creían que el portavoz de la Junta de Jefes de Estado Mayor o el director del Departamento de Estado ocupaban ese puesto, pero Lucy
Washburn era la confidente del Presidente y su asesora más antigua. También era una política competente que hacía verdaderos malabarismos entre las rivalidades del Capitolio, las frágiles lealtades y las luchas internas de poder, trabajando siempre en pro del Presidente.
-¿Quiere verme?
-A las dos.
Ambas se miraron en silencio; sabían que una cita en el despacho de Washburn no auguraba nada bueno.
***
Cuando llegaron al Ala Oeste, las condujeron enseguida al despacho de la jefa de gabinete. Lucinda Washburn, una imponente mujer de cabellos caoba con un traje de rayas cruzado, color carbón, se hallaba ante los ventanales, contemplando un exuberante jardín, de espaldas a la puerta. Se volvió al oírlas entrar: los rastros de tristeza suavizaban la marcada línea de la mandíbula y subrayaban las ojeras bajo los ojos color avellana. Cuadró los hombros y se acercó a saludarlas, invitándolas a sentarse frente a su mesa con un gesto. Llevaba una fina pulsera de filigrana, a juego con los pendientes de oro, en la muñeca derecha.
-Julia, Elena. ¿Cómo estáis?
Era la primera vez que se veían desde la evacuación de Julia del improvisado santuario de Maine en el helicóptero Marine Uno el día antes. A Julia le costaba creer que solo habían pasado dos días desde que el mundo había explotado. Habían ocurrido tantas cosas en aquellas cuarenta y ocho horas que alteraban la existencia de toda una nación que parecía como si el propio tiempo hubiese enloquecido, como si cada momento se estirase hacia un punto del futuro ensombrecido por las dudas y la incertidumbre. Julia cogió la mano de Lena, sintiendo el consuelo instantáneo de la fuerza cálida y sólida de los dedos que entrelazaron los suyos. Miró de reojo a su amante, cuya expresión decía que a ella también la consolaba el contacto. Julia sintió una oleada de agradecimiento porque era muy fácil amar a Lena, cuya inconmovible fuerza no aminoraba su ternura ni su propia necesidad. Julia esbozó una sonrisa de gratitud y miró a la otra mujer, que conocía desde que era niña.
-Estamos vivas, Luce, y eso es lo que importa -Julia se sentó en el confidente de florido brocado ante una amplia mesita de cristal sin soltar la mano de Lena-. Pero todo lo demás se ha ido al garete. A Lena la han retirado de mi equipo de seguridad.
-Sí, ya lo sé -afirmó Lucinda, sentándose en su sillón frente a ellas.
-Entonces, supongo que mi padre también lo sabe.
Lucinda asintió.
-No se puede hacer nada al respecto. Teniendo en cuenta lo ocurrido, hemos intentado seguir el protocolo con el fin de restablecer cierto orden.
-Eso es ridículo -repuso Julia-. Mi equipo de seguridad personal no tiene nada que ver con la seguridad nacional. Tampoco tiene nada que ver con lo sucedido...
-Sí, Julia -Lena la interrumpió en tono amable-. El ataque contra el Nido fue proyectado para que coincidiese con el choque de los aviones contra las Torres. Los secuestradores de los aviones y los pistoleros de tu edificio eran dos partes de un mismo ataque.
-Sí -afirmó Lucinda mirando a Lena fijamente-. Esa es la única conclusión -se volvió hacia Julia-. Lo cual significa que tú jugabas un papel esencial en un plan terrorista para desestabilizar la nación. Evidentemente, tu seguridad a partir de ahora es de la mayor importancia.
Los dedos de Julia estrujaron los de Lena.
-Estamos hablando de cobertura de alta prioridad.
Lucinda asintió.
-Un agente conmigo dentro de la habitación las veinticuatro horas del día. El doble del número de agentes en cada turno. Limitaciones de apariciones sociales y de viajes al extranjero -Julia se estremeció imperceptiblemente y miró a Lucinda-. Durante unos días tal vez. Pero, ¿durante semanas? ¿Quizá meses? No puedo soportarlo, Luce. De verdad que no puedo.
-No sé qué marco temporal tenemos por delante -el tono de Lucinda era amable, pero inflexible-. Aún no lo sabemos, Julia. No sabemos si ha sido una célula terrorista aislada que actuó sola obedeciendo órdenes del extranjero o si representa a una facción de una red nacional bien organizada que puede planear otro ataque en cualquier momento contra Chicago, Los Ángeles o Dallas –se inclinó hacia delante, con expresión seria, pero mirada cariñosa-. Lo único que sabemos es que te eligieron para eliminarte. Por tanto, debemos asumir que sigues siendo un objetivo.
-¿Y eso en qué cambia las cosas? El fin de mi equipo de seguridad es protegerme de un posible ataque. Y lo hacen muy bien -Julia miró a Lena-. Así lo hicieron el martes.
-Con la limitada información de inteligencia que tenemos de momento -precisó Lucinda-, el ataque contra el Nido fue casi perfecto. Todos habéis tenido suerte al sobrevivir
-Estoy de acuerdo con Lucinda, Julia -indicó Lena-. Podría haber solo un equipo en condiciones de realizar el ataque, en cuyo caso lo hemos eliminado. Pero no lo sabemos. No sabemos si hay otro equipo entrenado con un plan de contingencia para llevar a cabo otro ataque. No lo sabemos.
-En ese caso, Luce -terció Julia- ¿por qué apartan de mi lado a los agentes con más experiencia? Lena y los otros son los mejores para protegerme.
-En condiciones normales coincido contigo y así lo he considerado en el pasado. No es el primer ataque contra tu vida, y hemos mantenido al equipo de seguridad -Lucinda miró a Lena con una expresión casi de disculpa-. Pero en esta ocasión hubo ayuda de dentro. Un agente del Servicio Secreto de Estados Unidos participó en un intento de asesinato contra la primera hija. Es evidente que hemos tenido un gran fallo de seguridad. Nadie está libre de sospecha.
Julia se puso rígida y habló en tono apagado y triste.
-Estás hablando de mi amante.
-Te estoy dando la opinión de los miembros de mayor rango de nuestros servicios de seguridad.
-Me importa un rábano lo...
-Por cierto, una opinión que no comparto -continuó Lucinda-. Y tampoco tu padre. Por eso estáis aquí sentadas -Lucinda sonrió con picardía-. Y si me dejáis que os informe, seguramente ahorraremos mucho tiempo.
Julia abrió la boca, suspiró y se hundió en el sofá.
-Lo siento. Adelante.
-El Departamento de Justicia y la Agencia Nacional de Seguridad quieren reservarse la jurisdicción del ataque contra el Nido como parte de la investigación completa de los atentados terroristas.
Lena habló en tono amable e impersonal. Sin embargo, sus ojos lanzaban chispas.
-A una comisión de ese tipo, con varias jurisdicciones, le llevará dos años investigar algo de semejante magnitud.
Lucinda se rió.
-Es usted generosa, comandante; yo apuntaría como mínimo a tres.
-Señora, su cálculo seguro que es más acertado que el mío -Lena inclinó la cabeza-. De todas formas, es demasiado tiempo sin saber el alcance de la amenaza contra la señorita Volkova.
-Sí, claro -dijo Lucinda recuperando la seriedad-; sin embargo, y por mucho que se tarde, creo que al margen de los sentimientos, cualquier investigación debería centrarse sobre todo en la amenaza nacional.
Julia notó la tensión de un músculo en la mandíbula de Lena y se fijó en la total inmovilidad del cuerpo de su amante que, como sabía muy bien, preludiaba los aparatosos estallidos de la rara y contundente furia de Lena.
-¿La estás azuzando, Luce? No me parece buena idea.
Lucinda no apartó los ojos de la cara de Lena.
-No, quería comprobar personalmente por qué el Presidente tiene tanta fe en ella.
-Tal vez porque la amo -se apresuró a decir Julia.
-No -repuso Lucinda, amable-, es porque ella te ama -se recostó en el sillón y cruzó las piernas en medio de un resplandor de carne prieta sobre carne prieta-. Permita que le explique su nueva misión, comandante. El Presidente quería participar, pero ha tenido una reunión urgente. Las órdenes proceden de él.
Lena asintió.
-Sí, señora.
-Dirigirá usted un equipo de investigación especial nombrado por el Presidente cuyo único objetivo es determinar el origen del ataque contra el apartamento de la señorita Volkova, valorar hasta dónde llega el fallo de inteligencia dentro de nuestro personal de seguridad, y establear el vínculo entre esa operación y los ataques de Nueva York y Washington.
-Necesito libre acceso a una serie de archivos de Inteligencia, incluidos los del FBI; la CIA; la Agencia de Alcohol, Tabaco y Armas de Fuego; y el Departamento de Justicia -apuntó Lena.
-Se le concederá permiso y se le facilitarán contactos, pero sus investigaciones habrán de ser sumamente discretas.
«¿Significa eso que se trata de una misión secreta?». Lena no formuló la pregunta en alta voz porque sabía que no obtendría respuesta.
-Quiero elegir a los miembros de mi equipo.
-Concedido.
-Quiero que los miembros del equipo original de seguridad de Julia vuelvan a sus puestos en cuanto la investigación del Departamento de Justicia los absuelva.
-Eso requiere tiempo, pero me encargaré del asunto -Lucinda alzó un hombro-. Todo va muy lento.
-Cuando encontremos a los responsables, quiero coordinar la detención.
-Lena... -protestó Julia.
-Coordinará las operaciones con un representante militar -precisó Lucinda.
-De acuerdo -respondió Lena.
-El Presidente nombrará al representante.
Lena pensó en exigir que se le permitiese elegir al personal militar, pero no se podía cuestionar la autoridad del Presidente en negociaciones como aquella.
-Quiero asistir a las reuniones diarias del equipo de seguridad de Julia.
-El nuevo comandante tal vez se ofenda.
-Seguramente -admitió Lena-. Yo me ofendería. Pero esas son mis condiciones.
Lucinda ladeó la cabeza y observó a Lena con interés.
-¿Qué le hace pensar que tiene capacidad de negociación en este caso, comandante?
-Usted sabe que voy a investigar con o sin su permiso y seguro que prefiere enterarse de qué hago y qué averiguo.
-Si emprendiese una investigación sin permiso, estaría violando todas las normas de seguridad. En teoría, podría perder su nombramiento e incluso enfrentarse a una acusación.
-Lucinda, ¿qué diablos es esto? -Julia hizo ademán de levantarse, pero la retuvo la mano de Lena.
-No pasa nada -dijo Lena tranquila.
Julia la miró, con los ojos azules lanzando chispas.
-Si crees que vaya permanecer aquí sentada escuchando cómo te amenazan es que estás loca.
-No la amenazo, Julia -explicó Lucinda-. Solo expongo los hechos. Y la razón de que estés aquí oyendo esto en contra de mis deseos, todo sea dicho, es que tu padre no quiere mantenerte al margen.
-¿Y por qué tú preferirías que no me enterase? -Julia se deslizó hasta el borde del sofá con una mano cerrada sobre el muslo.
-Porque sabía que no te iba a gustar que la agente Katina dirigiese esta investigación, y tu resistencia podría interferir en su...
-Tonterías, Luce. Nada interfiere en la eficiencia de Lena, y lo sabes.
-No en su eficiencia -corrigió Lucinda-, sino en su seguridad.
Julia se sobresaltó.
-¿Qué? ¿Crees que yo la voy a comprometer? ¿Qué voy a arriesgar su vida?
-No, creo que tu resistencia la distraería, y las distracciones provocan errores.
-Nunca quise que hiciese este trabajo, y ella lo sabe -las palabras de Julia cortaron el aire mientras su cuerpo se estremecía-. ¿Crees que estaba distraída el día en que se puso delante de mí, en la puerta de mi casa, e interceptó la bala dirigida contra mí? Crees que estaba distraída el martes cuando volvió a ponerse delante de mí...?
-Julia -murmuró Lena-, solo es...
-Y sigue haciendo su trabajo -a Julia se le quebró la voz, pero continuó- porque tiene que hacerlo, y yo lo sé. No hacerla le dolería más que cualquier cosa que pueda ocurrirle, incluso... -no pudo seguir bloqueando las imágenes que, en circunstancias normales, controlaba tan bien. No podía dejar de revivir la pesadilla de ver a su amante moribunda. Desvió el rostro para que no la viesen Lucinda y Lena perdiéndose en los recuerdos. Lena se levantó sin hacer caso a la sorpresa reflejada en el rostro de Lucinda Washburn.
-Vámonos, cariño. Han sido dos días muy duros, y necesito un respiro.
-Tengo que saber qué decide, agente Katina -dijo Lucinda. Lena cogió a Julia por la cintura.
-Se lo comunicaré mañana. Antes debo hablar con varias personas.
-Me parece un poco raro.
-No estamos en un momento normal.
-Espero su respuesta mañana por la mañana.
Lena asintió, y Julia y ella se dispusieron el salir del despacho.
-La tendrá.
Cuando dejaron atrás a la subdirectora del gabinete de Lucinda, Julia preguntó:
-¿A qué esperas?
-Tenemos que hablar, y además esta noche debo ir a Nueva York.
Anonymus- Mensajes : 345
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Re: Honor Reivindicado
CAPITULO SEIS
Julia y Lena recorrieron en silencio el laberinto de despachos que constituían el centro neurálgico del país. El Ala Oeste era un hervidero de actividad a cualquier hora del día pero en aquellos momentos impregnaba el ambiente una sensación de urgencia. Asesores, subdirectores, consejeros militares y personal de seguridad caminaban a toda prisa por los pasillos con cara de ir retrasados en una misión de vital importancia. Julia y Lena saludaron a los agentes del Servicio Secreto que flaqueaban el ascensor de acceso a las plantas residenciales y, una vez dentro, Julia preguntó:
-¿Por qué Nueva York y por qué esta noche?
Lena estuvo a punto de responder, pero, cuando se abrieron las puertas del ascensor y ambas salieron, señaló con un gesto la suite de Julia.
-Ahí está tu jefa de seguridad.
Paula Stark se hallaba ante la puerta de la habitación de Julia con la vista clavada en un punto de la pared de enfrente que, al parecer, resultaba de gran interés. Llevaba un traje oscuro, y su cara estaba casi tan blanca como su camisa. La nueva jefa de Julia no las miró cuando se dirigieron hacia ella.
-¿Paula? -preguntó Julia deteniéndose ante la agente del Servicio Secreto.
-Señora -respondió Stark rígidamente-. Por si la comandante no la ha informado, me han nombrado su nueva jefa de seguridad.
-Sí, ya lo sé.
-Me gustaría revisar los planes de los próximos días.
-Creo que no tengo ninguno -la voz de Julia dejó traslucir un levísimo matiz de irritación-. Y no es buen momento.
-Lo comprendo. Esperaré encantada.
Julia se detuvo con la mano sobre el pomo de la puerta.
-¿Cuánto tiempo?
-Hasta que a usted le venga bien recibirme.
-Es una táctica nueva -afirmó Julia con cierta admiración. Miró a Lena, en cuyos ojos había destellos de humor-. Si no decido salir en cuarenta y ocho horas, te morirás de hambre, Paula.
-Sí, señora.
-Y ya se te ve agotada.
Stark se movió y miró a Julia.
-Me encuentro bien, señorita Volkova Y agradecería que no prestase atención a esos detalles, de ese modo no alteraré sus planes.
-Tu presencia es una alteración. Eso lo sabes de siempre.
-Sí, señora. Me refiero a no producir más alteraciones de las necesarias.
-Me parece bien -Julia sonrió con una mezcla de diversión y amargura-. Entonces, ¿debo esperar que hables como si tuvieses un palo en el culo a partir de ahora?
-No lo sé -respondió Stark muy seria-. Aún no he tenido tiempo de practicar el tono de mando.
Julia suspiró y abrió la puerta.
-Entra. Tu estilo es único, y es imposible igualar el tono de mando de Lena. Pero, por amor de Dios, relájate.
Cuando entraron en la habitación, Stark se detuvo y miró a Lena, que se dirigió al otro extremo y se encogió de hombros en un gesto de disculpa. Stark se centró de nuevo en Julia.
-Me gustaría empezar diciendo que no tengo intención de sustituir a la comandante. Sin embargo, me han encomendado un trabajo. Un trabajo que considero vital, y pretendo hacerlo lo mejor posible. A mi manera.
-Eso suena muy parecido a lo que dijeron todos los jefes de seguridad que he tenido -Julia se dejó caer en un sofá y señaló una silla próxima-. Siéntate -torció la cabeza hacia Lena-. ¿Nos acompañas?
-Tengo que hacer unas llamadas. Y creo que esto debéis resolverlo vosotras -sonrió a Julia y saludó con la cabeza a Stark mientras se dirigía a la habitación contigua-. Me alegra ver que está muy al tanto, agente.
-Gracias, comandante.
-Vamos al grano, Stark -sugirió Julia-. Las reuniones diarias no son mis ejercicios favoritos, precisamente.
Stark respiró a fondo y soltó el discurso que llevaba preparado:
-El primer equipo, al menos temporalmente, lo integraremos yo y dos o tres agentes, dependiendo de las circunstancias. En este momento aún no tengo los turnos porque me acaban de dar los nombres de los miembros del nuevo equipo.
Julia entrecerró los ojos.
-No me gusta trabajar con desconocidos, sobre todo cuando estamos en situación de máxima prioridad.
-Por eso estoy yo en el primer equipo. Fuera del perímetro de la Casa Blanca, seré su agente principal.
-Tendrás que trabajar el doble: como jefa de equipo y agente principal.
Stark no se inmutó.
-En mi opinión, eso es lo correcto.
-De acuerdo. Y gracias, así me resulta más fácil.
-En cuanto a la comandante...
-La presencia de Lena en mi vida está fuera de toda discusión -la leve amabilidad que había impregnado la voz de Julia desde el inicio de la conversación desapareció de repente-. Tú y yo somos amigas, Paula -de hecho, durante unas breves horas en un pasado que parecía muy lejano habían sido algo más-. Espero que no pretendas comportarte como si no supieras lo que Lena significa para mí.
-Iba a sugerir que la comandante asistiese a las reuniones diarias pues sé que usted lo prefiere así.
Julia ladeó la cabeza y contempló a Stark con atención.
-¿Y no te importa? ¿Mi amante y antigua jefa tuya viendo cómo trabajas?
Stark soltó un prolongado suspiro y se inclinó hacia delante, con las manos cruzadas entre las rodillas y sin apartar los ojos de los de Julia.
-Da igual que me importe o no. Lo principal es que su equipo de seguridad funcione bien, y creo que funcionará mejor si la comandante está al corriente de los planes diarios -separó las manos, dobló los dedos sobre las rodillas y suavizó la voz un instante-. Pero, para que lo sepa, no olvidaré nada.
-Deberían haberme asignado más agentes como tú el pasado, Paula -dijo Julia en tono reflexivo-. Tal vez no hubiese sentido la necesidad de desaparecer tan a menudo.
-Me gustaría que prometiese no hacerlo en el futuro -dijo Stark con aire competente-. Porque ahora el peligro ya no solo es teórico.
-No puedo -no había agresión en la voz de Julia, solo cierto pesar- Pero haré lo que esté en mi mano.
Stark asintió.
-Entonces, tenemos un plan -se recostó en la silla y se desabrochó la chaqueta, abandonando por primera vez actitud formal-. Debemos hablar sobre los próximos días.
-Mañana iré con mi padre a Manhattan para visitar... la escena.
-Hablaré del itinerario con el agente Turner -dijo Stark aludiendo al jefe de seguridad del Presidente-. ¿Se quedará aquí esta noche?
-Te has puesto colorada.
-No puedo evitarlo -reconoció Stark sonriendo un instante-. Lo intento, pero sin resultados hasta el momento.
-No sé dónde estaré esta noche.
-Señorita Volkova...
Julia la interrumpió.
-Depende de los planes de Lena. Si no se queda aquí, estaré con ella en su apartamento.
Stark torció el gesto.
-Sería mucho más fácil garantizar su seguridad aquí.
-Eso no es de mi incumbencia -Julia se levantó de pronto-. Tengo tu número. Te llamaré para comunicarte mis planes.
-Sí, señora -Stark se levantó-. Gracias.
Stark estaba a punto de abrir la puerta cuando Julia la detuvo con una pregunta.
-¿Sabes algo de Renée?
-Sí. Se encuentra... ilesa -decir «muy bien» no se correspondía con la verdad. Stark miró por encima del hombro-. Las cosas... están mal... allí.
-No quiero ni pensarlo -murmuró Julia y su expresión se dulcificó-. Duerme algo, Paula. No iré a ningún lado de momento. Y prometo llamarte.
-Dormiré -mintió Stark sabiendo que no podía pues tenía que estudiar los expedientes de los siete nuevos agentes que le habían asignado y elegir a tres que Julia estuviese dispuesta a soportar a su lado en el futuro inmediato-. Le agradezco su tiempo, señorita Volkova.
-No seas tan tiesa, Paula -dijo Julia riéndose.
Paula sonrió.
-Estoy en ello.
Lena, sentada al borde de la cama, colgó el teléfono cuando Julia entró en la habitación. Se había quitado la chaqueta y la sobaquera y llevaba la camisa remangada.
-¿Qué tal?
-Paula resiste.
-¡Bien! -Lena sonrió.
-Me alegro de que la recomendases para ser mi jefa de seguridad -dijo Julia sentándose al lado de Lena. Abrazó a su amante por la cintura y apoyó la mejilla en su brazo-. Es mucho más fácil con una mujer, sobre todo con una que nos conoce a las dos. No puedo fingir que soy de otra manera y que no somos amantes.
-Ni yo querría que lo hicieses -Lena la besó en la sien-. En realidad, yo tampoco lo soportaría –se recostó sobre las almohadas arrastrando consigo a Julia, que se acurrucó junto a ella-. No puedo fingir que no te necesito a mi lado todo el tiempo.
Julia se movió hasta colocarse encima de Lena.
-¿A qué obedece ese cambio repentino?
Lena acarició los cabellos de Julia apartando los espesos mechones negros del cuello para besarla en el sensible triangulo situado debajo de la oreja.
-Siento que pensases que me resultaba fácil no estar contigo. Era un infierno, pero los dos últimos días... -capturó el lóbulo de la oreja de Julia entre los labios y lo chupó tiernamente. Cuando Julia se puso rígida, soltó el dulce bocado carnoso-. No quiero perderte de vista.
-Lo mismo me ocurre a mí -Julia sintió en ese momento un poderoso impulso de ternura, deseo y necesidad que se fundieron en su corazón y en su cuerpo convirtiéndose en amor y en algo tan grande que no se podía definir con palabras ni contener bajo la piel. No obstante, intentó expresar con frases insuficientes y explicar sin conseguirlo el lugar que Lena ocupaba en su vida-. Te amo.
Julia empezó a desabrochar la camisa de Lena, quien a su vez desprendió la blusa de Julia de los vaqueros.
-No -murmuró Julia-. Quédate quieta.
-Julia -protestó Lena.
-Chiiisss.
Julia se arrodilló a horcajadas sobre las caderas de Lena, desabrochando los botones lentamente hasta que quedó al descubierto la columna de carne del centro del cuerpo de Lena. Deslizó los dedos bajo el impecable tejido, ascendió las crestas de los pechos de Lena hasta que llegó a las erectas cimas y acarició los arrugados pezones. Sonrió cuando las caderas de Lena se retorcieron contra sus muslos y apretó con cuidado los pechos de Lena, tirando de los hinchados picos de los pezones con los dedos hasta que la garganta de su amante emitió un leve gemido.
-¡Oh, Dios! -las pupilas de Lena se dilataron y el deseo emergió en oscuros torbellinos.
-Nunca tengo ocasión de hacerlo despacio contigo -dijo Julia en tono coloquial mientras se acuclillaba sobre los talones y lentamente deslizaba el cinturón de cuero de Lena a través de la hebilla plateada. Ignorando el temblor de los músculos bajo la piel tersa del abdomen de Lena, abrió hábilmente el broche del pantalón de Lena con una mano y bajó la cremallera con la otra en un fluido gesto. Alzó luego la mano y la deslizó bajo el suave vello que acababa de dejar al descubierto, se inclinó hacia delante y mordisqueó un pezón. Con los ojos cerrados, mientras chupaba, acarició la base del vientre de Lena, sin tocar el centro de su necesidad, sabiendo que el movimiento agitaba la sangre bajo la piel sensible, a escasos milímetros-. Hummm. Adoro sentirte en mi boca.
Lena agarró a Julia por la nuca y se apretó contra la boca de la joven de forma que los dientes rascaron la piel hipersensible. El placer de Lena alcanzó el punto culminante y estalló entre sus muslos, obligándola a levantar las caderas. Con una voz tan ronca que apenas se entendía, rogó:
-Muérdelo.
-¡Oh, no! -susurró Julia, retrocediendo y lamiendo suavemente el pezón hinchado-. A lo mejor te corres.
Lena se limitó a gemir.
-Y no tenemos ninguna prisa -añadió Julia jadeando como si hubiese hecho ejercicio durante horas. Se deslizó hasta colocar los pechos entre los muslos de Lena y la mejilla sobre su abdomen. Mientras chupaba y mordisqueaba la flexible media luna que rodeaba el ombligo de Lena, encajó una mano en el interior de la pierna de su amante, rozando brevemente la uve entre los muslos separados, y la introdujo de nuevo bajo el pantalón. La mano se sumergió hasta que los dedos encontraron la dura protuberancia del clítoris de Lena. Quería tenerlo entre los dedos; rozarlo, acariciarlo y retorcerlo hasta sentir el rápido alargamiento y la repentina hinchazón que indicaban el ascenso de Lena al orgasmo. Adoraba aquel poder, aquella increíble intimidad, el saber que ella y solo ella podía hacer semejante cosa con la mujer que tanto deseaba. Temblando, se obligó a serenarse.
-Tócame.
-Pronto, cariño, pronto -Julia apretó con fuerza el clítoris de Lena provocando que su cuerpo se retorciese y luego, retiró la mano rápidamente. Se puso de rodillas y tiro de la cintura de los pantalones de Lena-. Levanta las caderas.
Julia la desnudó en un instante. Gimiendo de placer ante la fastuosa visión de Lena, con el cuello arqueado y las manos abiertas a ambos lados del cuerpo, Julia le arrancó la camisa y la arrojó al suelo. Acarició luego su propio abdomen y sus pechos, apretando los pezones entre gemidos. En ese punto perdió el control y se hundió entre las piernas de su amante. Estiró el brazo y puso la mano sobre el pecho de Lena mientras la poseía con la boca.
-Me voy a correr -susurró Lena desesperada.
-Noooo -imploró Julia alzándose un poco para introducir los dedos en las sedosas profundidades de Lena. Empujó a fondo.
-Me corro -casi un ruego anonadado.
Julia la mordió suavemente. Lena se retorció y saltó.
-Sí. Ya... Oh, sí.
Julia no cedió, no cesó la embestida que hacía que Lena se agitase en torno a sus dedos, como si fuese a explotar dentro de los ceñidos vaqueros. Gimiendo, se acompasó al clímax de Lena hasta que ambas quedaron exhaustas y jadeantes entre una maraña de sábanas y miembros húmedos de sudor y saliva.
-¿Quieres explicarme de dónde ha salido eso? -preguntó Lena en un susurro. Julia, sin dejar de acariciar a Lena, se puso a su lado y la besó.
-¿Y tú quieres explicarme qué se te ha perdido en Nueva York?
Julia y Lena recorrieron en silencio el laberinto de despachos que constituían el centro neurálgico del país. El Ala Oeste era un hervidero de actividad a cualquier hora del día pero en aquellos momentos impregnaba el ambiente una sensación de urgencia. Asesores, subdirectores, consejeros militares y personal de seguridad caminaban a toda prisa por los pasillos con cara de ir retrasados en una misión de vital importancia. Julia y Lena saludaron a los agentes del Servicio Secreto que flaqueaban el ascensor de acceso a las plantas residenciales y, una vez dentro, Julia preguntó:
-¿Por qué Nueva York y por qué esta noche?
Lena estuvo a punto de responder, pero, cuando se abrieron las puertas del ascensor y ambas salieron, señaló con un gesto la suite de Julia.
-Ahí está tu jefa de seguridad.
Paula Stark se hallaba ante la puerta de la habitación de Julia con la vista clavada en un punto de la pared de enfrente que, al parecer, resultaba de gran interés. Llevaba un traje oscuro, y su cara estaba casi tan blanca como su camisa. La nueva jefa de Julia no las miró cuando se dirigieron hacia ella.
-¿Paula? -preguntó Julia deteniéndose ante la agente del Servicio Secreto.
-Señora -respondió Stark rígidamente-. Por si la comandante no la ha informado, me han nombrado su nueva jefa de seguridad.
-Sí, ya lo sé.
-Me gustaría revisar los planes de los próximos días.
-Creo que no tengo ninguno -la voz de Julia dejó traslucir un levísimo matiz de irritación-. Y no es buen momento.
-Lo comprendo. Esperaré encantada.
Julia se detuvo con la mano sobre el pomo de la puerta.
-¿Cuánto tiempo?
-Hasta que a usted le venga bien recibirme.
-Es una táctica nueva -afirmó Julia con cierta admiración. Miró a Lena, en cuyos ojos había destellos de humor-. Si no decido salir en cuarenta y ocho horas, te morirás de hambre, Paula.
-Sí, señora.
-Y ya se te ve agotada.
Stark se movió y miró a Julia.
-Me encuentro bien, señorita Volkova Y agradecería que no prestase atención a esos detalles, de ese modo no alteraré sus planes.
-Tu presencia es una alteración. Eso lo sabes de siempre.
-Sí, señora. Me refiero a no producir más alteraciones de las necesarias.
-Me parece bien -Julia sonrió con una mezcla de diversión y amargura-. Entonces, ¿debo esperar que hables como si tuvieses un palo en el culo a partir de ahora?
-No lo sé -respondió Stark muy seria-. Aún no he tenido tiempo de practicar el tono de mando.
Julia suspiró y abrió la puerta.
-Entra. Tu estilo es único, y es imposible igualar el tono de mando de Lena. Pero, por amor de Dios, relájate.
Cuando entraron en la habitación, Stark se detuvo y miró a Lena, que se dirigió al otro extremo y se encogió de hombros en un gesto de disculpa. Stark se centró de nuevo en Julia.
-Me gustaría empezar diciendo que no tengo intención de sustituir a la comandante. Sin embargo, me han encomendado un trabajo. Un trabajo que considero vital, y pretendo hacerlo lo mejor posible. A mi manera.
-Eso suena muy parecido a lo que dijeron todos los jefes de seguridad que he tenido -Julia se dejó caer en un sofá y señaló una silla próxima-. Siéntate -torció la cabeza hacia Lena-. ¿Nos acompañas?
-Tengo que hacer unas llamadas. Y creo que esto debéis resolverlo vosotras -sonrió a Julia y saludó con la cabeza a Stark mientras se dirigía a la habitación contigua-. Me alegra ver que está muy al tanto, agente.
-Gracias, comandante.
-Vamos al grano, Stark -sugirió Julia-. Las reuniones diarias no son mis ejercicios favoritos, precisamente.
Stark respiró a fondo y soltó el discurso que llevaba preparado:
-El primer equipo, al menos temporalmente, lo integraremos yo y dos o tres agentes, dependiendo de las circunstancias. En este momento aún no tengo los turnos porque me acaban de dar los nombres de los miembros del nuevo equipo.
Julia entrecerró los ojos.
-No me gusta trabajar con desconocidos, sobre todo cuando estamos en situación de máxima prioridad.
-Por eso estoy yo en el primer equipo. Fuera del perímetro de la Casa Blanca, seré su agente principal.
-Tendrás que trabajar el doble: como jefa de equipo y agente principal.
Stark no se inmutó.
-En mi opinión, eso es lo correcto.
-De acuerdo. Y gracias, así me resulta más fácil.
-En cuanto a la comandante...
-La presencia de Lena en mi vida está fuera de toda discusión -la leve amabilidad que había impregnado la voz de Julia desde el inicio de la conversación desapareció de repente-. Tú y yo somos amigas, Paula -de hecho, durante unas breves horas en un pasado que parecía muy lejano habían sido algo más-. Espero que no pretendas comportarte como si no supieras lo que Lena significa para mí.
-Iba a sugerir que la comandante asistiese a las reuniones diarias pues sé que usted lo prefiere así.
Julia ladeó la cabeza y contempló a Stark con atención.
-¿Y no te importa? ¿Mi amante y antigua jefa tuya viendo cómo trabajas?
Stark soltó un prolongado suspiro y se inclinó hacia delante, con las manos cruzadas entre las rodillas y sin apartar los ojos de los de Julia.
-Da igual que me importe o no. Lo principal es que su equipo de seguridad funcione bien, y creo que funcionará mejor si la comandante está al corriente de los planes diarios -separó las manos, dobló los dedos sobre las rodillas y suavizó la voz un instante-. Pero, para que lo sepa, no olvidaré nada.
-Deberían haberme asignado más agentes como tú el pasado, Paula -dijo Julia en tono reflexivo-. Tal vez no hubiese sentido la necesidad de desaparecer tan a menudo.
-Me gustaría que prometiese no hacerlo en el futuro -dijo Stark con aire competente-. Porque ahora el peligro ya no solo es teórico.
-No puedo -no había agresión en la voz de Julia, solo cierto pesar- Pero haré lo que esté en mi mano.
Stark asintió.
-Entonces, tenemos un plan -se recostó en la silla y se desabrochó la chaqueta, abandonando por primera vez actitud formal-. Debemos hablar sobre los próximos días.
-Mañana iré con mi padre a Manhattan para visitar... la escena.
-Hablaré del itinerario con el agente Turner -dijo Stark aludiendo al jefe de seguridad del Presidente-. ¿Se quedará aquí esta noche?
-Te has puesto colorada.
-No puedo evitarlo -reconoció Stark sonriendo un instante-. Lo intento, pero sin resultados hasta el momento.
-No sé dónde estaré esta noche.
-Señorita Volkova...
Julia la interrumpió.
-Depende de los planes de Lena. Si no se queda aquí, estaré con ella en su apartamento.
Stark torció el gesto.
-Sería mucho más fácil garantizar su seguridad aquí.
-Eso no es de mi incumbencia -Julia se levantó de pronto-. Tengo tu número. Te llamaré para comunicarte mis planes.
-Sí, señora -Stark se levantó-. Gracias.
Stark estaba a punto de abrir la puerta cuando Julia la detuvo con una pregunta.
-¿Sabes algo de Renée?
-Sí. Se encuentra... ilesa -decir «muy bien» no se correspondía con la verdad. Stark miró por encima del hombro-. Las cosas... están mal... allí.
-No quiero ni pensarlo -murmuró Julia y su expresión se dulcificó-. Duerme algo, Paula. No iré a ningún lado de momento. Y prometo llamarte.
-Dormiré -mintió Stark sabiendo que no podía pues tenía que estudiar los expedientes de los siete nuevos agentes que le habían asignado y elegir a tres que Julia estuviese dispuesta a soportar a su lado en el futuro inmediato-. Le agradezco su tiempo, señorita Volkova.
-No seas tan tiesa, Paula -dijo Julia riéndose.
Paula sonrió.
-Estoy en ello.
Lena, sentada al borde de la cama, colgó el teléfono cuando Julia entró en la habitación. Se había quitado la chaqueta y la sobaquera y llevaba la camisa remangada.
-¿Qué tal?
-Paula resiste.
-¡Bien! -Lena sonrió.
-Me alegro de que la recomendases para ser mi jefa de seguridad -dijo Julia sentándose al lado de Lena. Abrazó a su amante por la cintura y apoyó la mejilla en su brazo-. Es mucho más fácil con una mujer, sobre todo con una que nos conoce a las dos. No puedo fingir que soy de otra manera y que no somos amantes.
-Ni yo querría que lo hicieses -Lena la besó en la sien-. En realidad, yo tampoco lo soportaría –se recostó sobre las almohadas arrastrando consigo a Julia, que se acurrucó junto a ella-. No puedo fingir que no te necesito a mi lado todo el tiempo.
Julia se movió hasta colocarse encima de Lena.
-¿A qué obedece ese cambio repentino?
Lena acarició los cabellos de Julia apartando los espesos mechones negros del cuello para besarla en el sensible triangulo situado debajo de la oreja.
-Siento que pensases que me resultaba fácil no estar contigo. Era un infierno, pero los dos últimos días... -capturó el lóbulo de la oreja de Julia entre los labios y lo chupó tiernamente. Cuando Julia se puso rígida, soltó el dulce bocado carnoso-. No quiero perderte de vista.
-Lo mismo me ocurre a mí -Julia sintió en ese momento un poderoso impulso de ternura, deseo y necesidad que se fundieron en su corazón y en su cuerpo convirtiéndose en amor y en algo tan grande que no se podía definir con palabras ni contener bajo la piel. No obstante, intentó expresar con frases insuficientes y explicar sin conseguirlo el lugar que Lena ocupaba en su vida-. Te amo.
Julia empezó a desabrochar la camisa de Lena, quien a su vez desprendió la blusa de Julia de los vaqueros.
-No -murmuró Julia-. Quédate quieta.
-Julia -protestó Lena.
-Chiiisss.
Julia se arrodilló a horcajadas sobre las caderas de Lena, desabrochando los botones lentamente hasta que quedó al descubierto la columna de carne del centro del cuerpo de Lena. Deslizó los dedos bajo el impecable tejido, ascendió las crestas de los pechos de Lena hasta que llegó a las erectas cimas y acarició los arrugados pezones. Sonrió cuando las caderas de Lena se retorcieron contra sus muslos y apretó con cuidado los pechos de Lena, tirando de los hinchados picos de los pezones con los dedos hasta que la garganta de su amante emitió un leve gemido.
-¡Oh, Dios! -las pupilas de Lena se dilataron y el deseo emergió en oscuros torbellinos.
-Nunca tengo ocasión de hacerlo despacio contigo -dijo Julia en tono coloquial mientras se acuclillaba sobre los talones y lentamente deslizaba el cinturón de cuero de Lena a través de la hebilla plateada. Ignorando el temblor de los músculos bajo la piel tersa del abdomen de Lena, abrió hábilmente el broche del pantalón de Lena con una mano y bajó la cremallera con la otra en un fluido gesto. Alzó luego la mano y la deslizó bajo el suave vello que acababa de dejar al descubierto, se inclinó hacia delante y mordisqueó un pezón. Con los ojos cerrados, mientras chupaba, acarició la base del vientre de Lena, sin tocar el centro de su necesidad, sabiendo que el movimiento agitaba la sangre bajo la piel sensible, a escasos milímetros-. Hummm. Adoro sentirte en mi boca.
Lena agarró a Julia por la nuca y se apretó contra la boca de la joven de forma que los dientes rascaron la piel hipersensible. El placer de Lena alcanzó el punto culminante y estalló entre sus muslos, obligándola a levantar las caderas. Con una voz tan ronca que apenas se entendía, rogó:
-Muérdelo.
-¡Oh, no! -susurró Julia, retrocediendo y lamiendo suavemente el pezón hinchado-. A lo mejor te corres.
Lena se limitó a gemir.
-Y no tenemos ninguna prisa -añadió Julia jadeando como si hubiese hecho ejercicio durante horas. Se deslizó hasta colocar los pechos entre los muslos de Lena y la mejilla sobre su abdomen. Mientras chupaba y mordisqueaba la flexible media luna que rodeaba el ombligo de Lena, encajó una mano en el interior de la pierna de su amante, rozando brevemente la uve entre los muslos separados, y la introdujo de nuevo bajo el pantalón. La mano se sumergió hasta que los dedos encontraron la dura protuberancia del clítoris de Lena. Quería tenerlo entre los dedos; rozarlo, acariciarlo y retorcerlo hasta sentir el rápido alargamiento y la repentina hinchazón que indicaban el ascenso de Lena al orgasmo. Adoraba aquel poder, aquella increíble intimidad, el saber que ella y solo ella podía hacer semejante cosa con la mujer que tanto deseaba. Temblando, se obligó a serenarse.
-Tócame.
-Pronto, cariño, pronto -Julia apretó con fuerza el clítoris de Lena provocando que su cuerpo se retorciese y luego, retiró la mano rápidamente. Se puso de rodillas y tiro de la cintura de los pantalones de Lena-. Levanta las caderas.
Julia la desnudó en un instante. Gimiendo de placer ante la fastuosa visión de Lena, con el cuello arqueado y las manos abiertas a ambos lados del cuerpo, Julia le arrancó la camisa y la arrojó al suelo. Acarició luego su propio abdomen y sus pechos, apretando los pezones entre gemidos. En ese punto perdió el control y se hundió entre las piernas de su amante. Estiró el brazo y puso la mano sobre el pecho de Lena mientras la poseía con la boca.
-Me voy a correr -susurró Lena desesperada.
-Noooo -imploró Julia alzándose un poco para introducir los dedos en las sedosas profundidades de Lena. Empujó a fondo.
-Me corro -casi un ruego anonadado.
Julia la mordió suavemente. Lena se retorció y saltó.
-Sí. Ya... Oh, sí.
Julia no cedió, no cesó la embestida que hacía que Lena se agitase en torno a sus dedos, como si fuese a explotar dentro de los ceñidos vaqueros. Gimiendo, se acompasó al clímax de Lena hasta que ambas quedaron exhaustas y jadeantes entre una maraña de sábanas y miembros húmedos de sudor y saliva.
-¿Quieres explicarme de dónde ha salido eso? -preguntó Lena en un susurro. Julia, sin dejar de acariciar a Lena, se puso a su lado y la besó.
-¿Y tú quieres explicarme qué se te ha perdido en Nueva York?
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Re: Honor Reivindicado
CAPITULO SIETE
Lena se apoyó en un codo y miró a Julia a través de los ojos entrecerrados.
-Por casualidad, ¿te dedicas a exprimirme el cerebro para obtener información cuando estoy en inferioridad de condiciones?
-Naturalmente -respondió Julia acariciando con los labios el pezón de Lena-. Es un método de interrogación infalible. Lo reservamos para casos recalcitrantes.
-Muy eficaz -Lena cogió la barbilla de Julia con la mano y apartó la habilidosa boca de su pecho antes de que el placer eclipsase el poco control que le quedaba. Besó a Julia fugazmente en los labios y apoyó la cabeza de su amante en su hombro al tiempo que ceñía un brazo alrededor de la cintura de la joven para tenerla más cerca-. Tengo pendientes algunas cosas que debería haber hecho ayer.
-Ayer por la mañana ni siquiera sabíamos si había algún lugar en el mundo donde pudiésemos estar a salvo -le recordó Julia.
-Lo sé. Y lo único que importaba era traerte hasta aquí. Pero, cuando el Marine Uno te recogió, debería haber regresado a Manhattan.
Julia se esforzó por reprimir una protesta. Se trataba de lo que necesitaba Lena, no ella.
-¿Te has quedado aquí porque yo te necesitaba?
-No -Lena la abrazó-. Me he quedado porque yo te necesitaba. Desde el día en que entré en tu loft y te vi con la bata de seda azul, he estado haciendo lo que necesitaba en vez de hacer lo que debía.
-¿Lo lamentas? -las uñas de Julia trazaron dibujos al azar sobre el estómago de Lena tratando de descubrir lo que se ocultaba bajo las cavilaciones de su amante. Había aprendido que lo que sentía realmente el corazón de Lena estaba en lo que no decía.
-En absoluto -se apresuró a decir Lena-. Pero ahora estás a salvo, y yo tengo cosas que hacer.
-Tú lo has dicho -Julia clavó las uñas en el abdomen inferior de Lena arrancándole un discreto gemido-. Explícate.
-Ese procedimiento de distracción también funciona -se quejó Lena.
-Lo sé. Estoy esperando.
Lena sujetó la muñeca de Julia y apretó la mano de la joven contra su estómago para detener la tortura.
-Tu casa es uno de los escenarios del delito. Debo echar un vistazo personalmente antes de que se eliminen todas las pruebas.
-¡Por Dios, Lena! -exclamó Julia sorprendida-. Seguro que el FBI ha estado allí. No quedará nada que ellos no hayan analizado.
-No permito que otros agentes se encarguen de mis investigaciones. Además, ellos son del FBI.
Julia se rió.
-Que no te oiga Renée Savard.
-Es la excepción.
-¿Qué pretendes?
-Hablar con cualquiera de los nuestros que esté por alli -en la voz de Lena había una nota de crispación-. Me gustaria escuchar sus informes antes de que empiece la investigación especial.
-¿Crees que se habrá impuesto secreto de sumario para que no hablen de lo ocurrido?
-En condiciones normales eso no les impediría hablar conmigo, pero ahora mi estatus se encuentra en suspenso, y no quiero que se arriesguen a una posible sanción disciplinaria si alguien se entera de que han hablado conmigo.
-Dudo que hayan dado ninguna información al Departamento de Justicia.
-Hace una semana yo habría estado segurísima de eso.
-Sigues confiando en ellos, ¿verdad?
-También confiaba en Foster -la amargura de la autocensura le quemó la garganta al pronunciar el nombre del traidor. Julia notó la frustración y la pena en la voz de Lena.
-Eh, tú no eres la mala de la película -dibujó círculos con los dedos en el hueco que se formaba bajo los pechos de Lena-. Recuerda que me salvaste la vida.
«Era mi trabajo, mi deber, y casi lo fastidio. ¡Por Dios!» Lena rozó con los labios los cabellos de Julia.
-Ya lo sé. Tienes razón.
-Después de las entrevistas, ¿habrás acabado?
-También tengo que hablar con Diane.
Julia se incorporó de pronto y las sábanas se deslizaron dejando sus pechos al descubierto.
-¿Con Diane? ¿Por qué?
Lena acarició el brazo de Julia percibiendo férreos rastros de tensión bajo la aterciopelada piel.
-Porque es tu mejor amiga. Porque no hay mejor fuente de información sobre ti en el mundo entero.
Porque alguien podría haberla sonsacado sin que ella ni siquiera se diese cuenta; y, si fue así, quiero saberlo.
-Jamás me haría daño.
-Ya lo sé. Pero a veces decimos las cosas inocentemente, sin comprender las consecuencias.
Julia sacudió la cabeza con vehemencia.
-No, Diane no. Me conoce de toda la vida, y siempre asumió mis problemas de seguridad. ¡Por amor de Dios! En el internado era ella la que montaba mis coartadas cuando yo me escabullía de los agentes de vigilancia para irme con mis amigas. Jamás diría nada.
-Estoy segura de que tienes razón, pero debo comprobarlo.
-Por supuesto. Y tienes que hacerla todo tú, claro -Julia intentó hablar sin acritud porque no quería que Lena supiese que bajo ningún concepto deseaba estar separada de ella en esos momentos. Sabía que estaba a salvo en la Casa Blanca y que en ningún otro sitio tendría tantas medidas de seguridad aunque nunca se sentía tan segura con otros agentes como con Lena. Pero no era ese el motivo de que no quisiese separarse de Lena. El ataque contra el Nido -en realidad, el ataque contra ella- era más terrible de lo que estaba dispuesta a admitir. Unas calles más allá miles de personas inocentes y confiadas habían muerto por motivos incomprensibles para cualquier ser racional. Julia siempre había sido consciente del peligro, que se cernía como un mal presagio, pero aquello había revelado la vulnerabilidad de su casa con innegable rotundidad. La vida era muy frágil, y estar con Lena, lo único que le daba sentido-. ¿Cuánto tiempo estarás fuera?
-Había pensado en un par de días. Pero, si vas a ir con tu padre mañana, quiero estar allí. Tal vez regrese contigo; depende.
-Lena, tendré un equipo de seguridad completo. ¿Por qué no... ?
-No -una aparición pública con el ataque tan reciente no era un buen plan, pero Lena no quería decirlo pues sabía que Julia no iba a cambiar de idea. Asustándola no conseguiría nada-. Es un equipo nuevo con una jefa nueva. Quiero estar a tu lado. Conseguiré el programa cuando vayas de camino y te esperaré cuando tu coche llegue al centro.
-Stark puede encargarse.
-No me cabe duda. Pero tendrá un nuevo equipo. Y no los conozco.
-Si estar conmigo mañana significa que vas a regresar dentro de pocos días, prefiero que hagas lo que tengas que hacer y acabes de una vez. Me encontraré perfectamente.
-No va a ser rápido, cariño -dijo Lena con dulzura-. El equipo del asalto era demasiado organizado y profesional para no conocer los riesgos de ser descubiertos si fracasaban. Tendremos que profundizar y emplearnos a fondo para averiguar quiénes eran. Y tal vez ni siquiera nos digan quien los envió.
-¿Cuánto tiempo calculas? -Julia se estremeció, pero el frio salía de su interior. A pesar de sus esfuerzos, no saber quién había querido matarla le socavaba los límites de la conciencia amenazando su tranquilidad y su estabilidad mental. Pero si la pregunta seguía sin respuesta durante semanas o meses, con la amenaza de otro ataque pendiendo sobre ella, su vida nunca volvería a ser realmente suya. Y tal vez tampoco su amante. Julia tenía miedo de que Lena se metiese tanto en la trama que se perdiese-. ¿Cuánto?
-Semanas, tal vez meses. Estás temblando -Lena envolvió los hombros de Julia con la sábana-. O quizá haya suerte y obtengamos la respuesta dentro de unos días -Julia seguía temblando, y Lena la apretó contra sí-. Espero que sea este el caso y no el primero. ¿Estás bien?
Julia asintió en silencio. Por lo visto el devenir de sus días ya estaba trazado de antemano. Como le había ocurrido tantas veces durante su vida, no le quedaba más remedio que seguir la ruta. Y en esa ocasión, acompañada por su amante, esperaba no perderse en el camino.
-¿Cuándo te marchas?
-En cuanto me duche.
Media hora después Julia fue con Lena hasta la entrada privada que la primera familia utilizaba para librarse del escrutinio de los omnipresentes periodistas.
-¿Me llamarás?
-Claro que sí -Lena vio a Julia retroceder hacia la Casa Blanca. Un guardia situado a tres metros las miraba, pero sin dar señal de enterarse de sus actos ni de su conversación. Lena contempló por encima del hombro los amplios jardines y hasta ella llegó el ruido lejano del tráfico. Sus hombros se tensaron.
-¿Qué ocurre? -quiso saber Julia.
Lena se encogió de hombros y sonrió con pesar.
-Hace mucho tiempo que no nos separamos. Me siento rara.
Julia correspondió con otra sonrisa.
-Comandante, a veces dices cosas preciosas.
-Te amo -Lena se inclinó sin importarle el agente de vigilancia y besó a Julia con ternura-. Hasta luego.
Julia rodeó con los brazos el cuello de Lena y se apretó contra ella.
-Cuídate.
Lena la besó también.
-Y tú también.
El suelo tembló cuando explotó una bomba y, a continuación, oyó el rugido del fuego. El estruendo llenó su cabeza de tal forma que le impedía respirar. Corrió para ponerse a cubierto mientras el olor y el ruido de la destrucción la envolvían. El aire era un grueso manto negro, casi impenetrable. Se quedó ciega y estiró un brazo rezando para no acabar en un callejón sin salida o bajo las ruedas de un coche. El aullido de proyectiles a gran velocidad saturó sus oídos, y tuvo la absoluta certeza de que iba a morir. A Renée Savard le costó trabajo levantarse; con el arma en las manos giró en un tambaleante círculo buscando al enemigo. Se golpeó la espinilla contra el borde de la mesita, y el intenso dolor la espabiló del todo. El rugido de las balas continuó hasta que cogió el móvil, cuyo lector digital le permitió localizar el teléfono en el suelo, junto al sofá.
-Savard -farfulló. La habitación estaba a oscuras. Al otro lado de la ventana reinaba la noche más negra. Palpó la mesita auxiliar y por fin encontró el interruptor de la lámpara. La luz le hirió la vista.
-¿Estás ocupada?
-¿Qué? -su chaqueta estaba tirada de cualquier manera junto a la puerta del apartamento que compartía con Stark. «¿Qué diablos ha ocurrido?»
-¿Renée?
-¿Qué? ¿Quién es? ¿Paula?
-Hola, ¿te he despertado?
-No. Yo... estaba entrando por la puerta. -¿Cuándo había dejado la zona de búsqueda para volver al apartamento? ¿Cuándo se había quedado dormida?-. Lo siento.
-¿Va todo bien? -preguntó Stark con cierta cautela.
-Sí, claro -Savard se miró la mano izquierda. Sus dedos aferraban el arma de servicio. ¡Dios! Se apresuró a enfundar la pistola y se sentó en el sofá-. ¿Qué hora es ahí?
-Las siete y media. La misma hora que ahí. ¿Renée? ¿Qué ocurre?
Savard se frotó la cara con una mano temblorosa y respiró a fondo. Luego, se esforzó por hablar con una alegría que no sentía.
-Nada. He perdido el reloj. Y me desorienta mucho no tenerlo.
-Estás libre esta noche, ¿verdad?
Libre esa noche. ¿Cuándo había librado por última vez? Salió de Washington antes del amanecer, se presentó en la oficina local de Manhattan y fue directamente a la Zona Cero. Los equipos de búsqueda seguían rastreando la enorme área de destrucción en busca de supervivientes mientras recogían pruebas de los inenarrables destrozos. Sus compañeros y ella aún estaban recogiendo pruebas físicas, y todo el mundo trabajaba frenéticamente procurando negar la aplastante evidencia de su fracaso. Llevaba tres días sin dormir.
-Sí. He acabado el turno.
-Oye, te noto agotada. ¿Por qué no me llamas cuando te encuentres más relajada?
-No. Quiero hablar contigo -Savard se esforzó por evocar la imagen de la mujer que la había acariciado unas horas antes y la había hecho revivir, del tierno amor que había sostenido durante la noche, ayudándola a olvidar el miedo. El amor y la gratitud que sentía por aquella mujer echaban abajo el muro de desesperación que la había envuelto en las últimas setenta y dos horas. Sabía que las emociones estaban allí aunque no las sintiese. Pero se aferró a los recuerdos-. ¿Cómo estás?
-¿Seguro que te encuentras bien?
- Sí, claro. Estoy perfectamente. Cariño, cuéntame qué tal te ha ido el día.
«Habla de lo que sea. Solo quiero oír tu voz»
-Tengo noticias.
-¿Cuáles?
-La comandante y todo el equipo han sido sometidos a investigación por lo que ocurrió en el Nido. Los han suprimido.
Savard se puso rígida; el agotamiento mental se disipó de repente.
-Me tomas el pelo. Eso es absurdo. ¡Oh, cariño, cuánto lo siento!
-Por mí no, cielo. Soy la única a la que no han suspendido.
-¿Por qué? Naturalmente me alegro, pero ¿por qué no te han suspendido?
La voz de Stark transmitió a través del teléfono el asombro que aún la dominaba.
-Soy la nueva jefa de seguridad de Egret.
-¡Oh, Dios mío! ¡Qué bien, Paula! Enhorabuena.
-Sí, supongo.
-Es increíble. ¡Qué orgullosa estoy de ti! -Savard sintió entonces el ímpetu del amor, el orgullo y la ternura, y con él una oleada de alivio. Algo en su interior seguía vivo.- Te amo.
-¡Oh, sí! Yo también te amo. Y te echo mucho de menos.
-Lo mismo me ocurre a mí, cariño. Yo... espera un segundo, tengo otra llamada -Savard miró el número de la pantalla-. Debo responder. Es urgente.
-De acuerdo. Llámame cuando acabes, ¿eh?
-Lo haré. Te quiero -Savard respondió a la otra llamada-: Savard.
-Soy Elena Katina.
-Comandante. ¿Cómo está?
-Bien. Me gustaría verte.
-Claro. ¿Cuándo?
-¿Podría ser ahora?
Savard escondió la fatiga y el dolor de los últimos días en el último rincón de la conciencia, donde ocultaba los horrores que había presenciado a lo largo de los años.
-Naturalmente.
Lena se apoyó en un codo y miró a Julia a través de los ojos entrecerrados.
-Por casualidad, ¿te dedicas a exprimirme el cerebro para obtener información cuando estoy en inferioridad de condiciones?
-Naturalmente -respondió Julia acariciando con los labios el pezón de Lena-. Es un método de interrogación infalible. Lo reservamos para casos recalcitrantes.
-Muy eficaz -Lena cogió la barbilla de Julia con la mano y apartó la habilidosa boca de su pecho antes de que el placer eclipsase el poco control que le quedaba. Besó a Julia fugazmente en los labios y apoyó la cabeza de su amante en su hombro al tiempo que ceñía un brazo alrededor de la cintura de la joven para tenerla más cerca-. Tengo pendientes algunas cosas que debería haber hecho ayer.
-Ayer por la mañana ni siquiera sabíamos si había algún lugar en el mundo donde pudiésemos estar a salvo -le recordó Julia.
-Lo sé. Y lo único que importaba era traerte hasta aquí. Pero, cuando el Marine Uno te recogió, debería haber regresado a Manhattan.
Julia se esforzó por reprimir una protesta. Se trataba de lo que necesitaba Lena, no ella.
-¿Te has quedado aquí porque yo te necesitaba?
-No -Lena la abrazó-. Me he quedado porque yo te necesitaba. Desde el día en que entré en tu loft y te vi con la bata de seda azul, he estado haciendo lo que necesitaba en vez de hacer lo que debía.
-¿Lo lamentas? -las uñas de Julia trazaron dibujos al azar sobre el estómago de Lena tratando de descubrir lo que se ocultaba bajo las cavilaciones de su amante. Había aprendido que lo que sentía realmente el corazón de Lena estaba en lo que no decía.
-En absoluto -se apresuró a decir Lena-. Pero ahora estás a salvo, y yo tengo cosas que hacer.
-Tú lo has dicho -Julia clavó las uñas en el abdomen inferior de Lena arrancándole un discreto gemido-. Explícate.
-Ese procedimiento de distracción también funciona -se quejó Lena.
-Lo sé. Estoy esperando.
Lena sujetó la muñeca de Julia y apretó la mano de la joven contra su estómago para detener la tortura.
-Tu casa es uno de los escenarios del delito. Debo echar un vistazo personalmente antes de que se eliminen todas las pruebas.
-¡Por Dios, Lena! -exclamó Julia sorprendida-. Seguro que el FBI ha estado allí. No quedará nada que ellos no hayan analizado.
-No permito que otros agentes se encarguen de mis investigaciones. Además, ellos son del FBI.
Julia se rió.
-Que no te oiga Renée Savard.
-Es la excepción.
-¿Qué pretendes?
-Hablar con cualquiera de los nuestros que esté por alli -en la voz de Lena había una nota de crispación-. Me gustaria escuchar sus informes antes de que empiece la investigación especial.
-¿Crees que se habrá impuesto secreto de sumario para que no hablen de lo ocurrido?
-En condiciones normales eso no les impediría hablar conmigo, pero ahora mi estatus se encuentra en suspenso, y no quiero que se arriesguen a una posible sanción disciplinaria si alguien se entera de que han hablado conmigo.
-Dudo que hayan dado ninguna información al Departamento de Justicia.
-Hace una semana yo habría estado segurísima de eso.
-Sigues confiando en ellos, ¿verdad?
-También confiaba en Foster -la amargura de la autocensura le quemó la garganta al pronunciar el nombre del traidor. Julia notó la frustración y la pena en la voz de Lena.
-Eh, tú no eres la mala de la película -dibujó círculos con los dedos en el hueco que se formaba bajo los pechos de Lena-. Recuerda que me salvaste la vida.
«Era mi trabajo, mi deber, y casi lo fastidio. ¡Por Dios!» Lena rozó con los labios los cabellos de Julia.
-Ya lo sé. Tienes razón.
-Después de las entrevistas, ¿habrás acabado?
-También tengo que hablar con Diane.
Julia se incorporó de pronto y las sábanas se deslizaron dejando sus pechos al descubierto.
-¿Con Diane? ¿Por qué?
Lena acarició el brazo de Julia percibiendo férreos rastros de tensión bajo la aterciopelada piel.
-Porque es tu mejor amiga. Porque no hay mejor fuente de información sobre ti en el mundo entero.
Porque alguien podría haberla sonsacado sin que ella ni siquiera se diese cuenta; y, si fue así, quiero saberlo.
-Jamás me haría daño.
-Ya lo sé. Pero a veces decimos las cosas inocentemente, sin comprender las consecuencias.
Julia sacudió la cabeza con vehemencia.
-No, Diane no. Me conoce de toda la vida, y siempre asumió mis problemas de seguridad. ¡Por amor de Dios! En el internado era ella la que montaba mis coartadas cuando yo me escabullía de los agentes de vigilancia para irme con mis amigas. Jamás diría nada.
-Estoy segura de que tienes razón, pero debo comprobarlo.
-Por supuesto. Y tienes que hacerla todo tú, claro -Julia intentó hablar sin acritud porque no quería que Lena supiese que bajo ningún concepto deseaba estar separada de ella en esos momentos. Sabía que estaba a salvo en la Casa Blanca y que en ningún otro sitio tendría tantas medidas de seguridad aunque nunca se sentía tan segura con otros agentes como con Lena. Pero no era ese el motivo de que no quisiese separarse de Lena. El ataque contra el Nido -en realidad, el ataque contra ella- era más terrible de lo que estaba dispuesta a admitir. Unas calles más allá miles de personas inocentes y confiadas habían muerto por motivos incomprensibles para cualquier ser racional. Julia siempre había sido consciente del peligro, que se cernía como un mal presagio, pero aquello había revelado la vulnerabilidad de su casa con innegable rotundidad. La vida era muy frágil, y estar con Lena, lo único que le daba sentido-. ¿Cuánto tiempo estarás fuera?
-Había pensado en un par de días. Pero, si vas a ir con tu padre mañana, quiero estar allí. Tal vez regrese contigo; depende.
-Lena, tendré un equipo de seguridad completo. ¿Por qué no... ?
-No -una aparición pública con el ataque tan reciente no era un buen plan, pero Lena no quería decirlo pues sabía que Julia no iba a cambiar de idea. Asustándola no conseguiría nada-. Es un equipo nuevo con una jefa nueva. Quiero estar a tu lado. Conseguiré el programa cuando vayas de camino y te esperaré cuando tu coche llegue al centro.
-Stark puede encargarse.
-No me cabe duda. Pero tendrá un nuevo equipo. Y no los conozco.
-Si estar conmigo mañana significa que vas a regresar dentro de pocos días, prefiero que hagas lo que tengas que hacer y acabes de una vez. Me encontraré perfectamente.
-No va a ser rápido, cariño -dijo Lena con dulzura-. El equipo del asalto era demasiado organizado y profesional para no conocer los riesgos de ser descubiertos si fracasaban. Tendremos que profundizar y emplearnos a fondo para averiguar quiénes eran. Y tal vez ni siquiera nos digan quien los envió.
-¿Cuánto tiempo calculas? -Julia se estremeció, pero el frio salía de su interior. A pesar de sus esfuerzos, no saber quién había querido matarla le socavaba los límites de la conciencia amenazando su tranquilidad y su estabilidad mental. Pero si la pregunta seguía sin respuesta durante semanas o meses, con la amenaza de otro ataque pendiendo sobre ella, su vida nunca volvería a ser realmente suya. Y tal vez tampoco su amante. Julia tenía miedo de que Lena se metiese tanto en la trama que se perdiese-. ¿Cuánto?
-Semanas, tal vez meses. Estás temblando -Lena envolvió los hombros de Julia con la sábana-. O quizá haya suerte y obtengamos la respuesta dentro de unos días -Julia seguía temblando, y Lena la apretó contra sí-. Espero que sea este el caso y no el primero. ¿Estás bien?
Julia asintió en silencio. Por lo visto el devenir de sus días ya estaba trazado de antemano. Como le había ocurrido tantas veces durante su vida, no le quedaba más remedio que seguir la ruta. Y en esa ocasión, acompañada por su amante, esperaba no perderse en el camino.
-¿Cuándo te marchas?
-En cuanto me duche.
Media hora después Julia fue con Lena hasta la entrada privada que la primera familia utilizaba para librarse del escrutinio de los omnipresentes periodistas.
-¿Me llamarás?
-Claro que sí -Lena vio a Julia retroceder hacia la Casa Blanca. Un guardia situado a tres metros las miraba, pero sin dar señal de enterarse de sus actos ni de su conversación. Lena contempló por encima del hombro los amplios jardines y hasta ella llegó el ruido lejano del tráfico. Sus hombros se tensaron.
-¿Qué ocurre? -quiso saber Julia.
Lena se encogió de hombros y sonrió con pesar.
-Hace mucho tiempo que no nos separamos. Me siento rara.
Julia correspondió con otra sonrisa.
-Comandante, a veces dices cosas preciosas.
-Te amo -Lena se inclinó sin importarle el agente de vigilancia y besó a Julia con ternura-. Hasta luego.
Julia rodeó con los brazos el cuello de Lena y se apretó contra ella.
-Cuídate.
Lena la besó también.
-Y tú también.
El suelo tembló cuando explotó una bomba y, a continuación, oyó el rugido del fuego. El estruendo llenó su cabeza de tal forma que le impedía respirar. Corrió para ponerse a cubierto mientras el olor y el ruido de la destrucción la envolvían. El aire era un grueso manto negro, casi impenetrable. Se quedó ciega y estiró un brazo rezando para no acabar en un callejón sin salida o bajo las ruedas de un coche. El aullido de proyectiles a gran velocidad saturó sus oídos, y tuvo la absoluta certeza de que iba a morir. A Renée Savard le costó trabajo levantarse; con el arma en las manos giró en un tambaleante círculo buscando al enemigo. Se golpeó la espinilla contra el borde de la mesita, y el intenso dolor la espabiló del todo. El rugido de las balas continuó hasta que cogió el móvil, cuyo lector digital le permitió localizar el teléfono en el suelo, junto al sofá.
-Savard -farfulló. La habitación estaba a oscuras. Al otro lado de la ventana reinaba la noche más negra. Palpó la mesita auxiliar y por fin encontró el interruptor de la lámpara. La luz le hirió la vista.
-¿Estás ocupada?
-¿Qué? -su chaqueta estaba tirada de cualquier manera junto a la puerta del apartamento que compartía con Stark. «¿Qué diablos ha ocurrido?»
-¿Renée?
-¿Qué? ¿Quién es? ¿Paula?
-Hola, ¿te he despertado?
-No. Yo... estaba entrando por la puerta. -¿Cuándo había dejado la zona de búsqueda para volver al apartamento? ¿Cuándo se había quedado dormida?-. Lo siento.
-¿Va todo bien? -preguntó Stark con cierta cautela.
-Sí, claro -Savard se miró la mano izquierda. Sus dedos aferraban el arma de servicio. ¡Dios! Se apresuró a enfundar la pistola y se sentó en el sofá-. ¿Qué hora es ahí?
-Las siete y media. La misma hora que ahí. ¿Renée? ¿Qué ocurre?
Savard se frotó la cara con una mano temblorosa y respiró a fondo. Luego, se esforzó por hablar con una alegría que no sentía.
-Nada. He perdido el reloj. Y me desorienta mucho no tenerlo.
-Estás libre esta noche, ¿verdad?
Libre esa noche. ¿Cuándo había librado por última vez? Salió de Washington antes del amanecer, se presentó en la oficina local de Manhattan y fue directamente a la Zona Cero. Los equipos de búsqueda seguían rastreando la enorme área de destrucción en busca de supervivientes mientras recogían pruebas de los inenarrables destrozos. Sus compañeros y ella aún estaban recogiendo pruebas físicas, y todo el mundo trabajaba frenéticamente procurando negar la aplastante evidencia de su fracaso. Llevaba tres días sin dormir.
-Sí. He acabado el turno.
-Oye, te noto agotada. ¿Por qué no me llamas cuando te encuentres más relajada?
-No. Quiero hablar contigo -Savard se esforzó por evocar la imagen de la mujer que la había acariciado unas horas antes y la había hecho revivir, del tierno amor que había sostenido durante la noche, ayudándola a olvidar el miedo. El amor y la gratitud que sentía por aquella mujer echaban abajo el muro de desesperación que la había envuelto en las últimas setenta y dos horas. Sabía que las emociones estaban allí aunque no las sintiese. Pero se aferró a los recuerdos-. ¿Cómo estás?
-¿Seguro que te encuentras bien?
- Sí, claro. Estoy perfectamente. Cariño, cuéntame qué tal te ha ido el día.
«Habla de lo que sea. Solo quiero oír tu voz»
-Tengo noticias.
-¿Cuáles?
-La comandante y todo el equipo han sido sometidos a investigación por lo que ocurrió en el Nido. Los han suprimido.
Savard se puso rígida; el agotamiento mental se disipó de repente.
-Me tomas el pelo. Eso es absurdo. ¡Oh, cariño, cuánto lo siento!
-Por mí no, cielo. Soy la única a la que no han suspendido.
-¿Por qué? Naturalmente me alegro, pero ¿por qué no te han suspendido?
La voz de Stark transmitió a través del teléfono el asombro que aún la dominaba.
-Soy la nueva jefa de seguridad de Egret.
-¡Oh, Dios mío! ¡Qué bien, Paula! Enhorabuena.
-Sí, supongo.
-Es increíble. ¡Qué orgullosa estoy de ti! -Savard sintió entonces el ímpetu del amor, el orgullo y la ternura, y con él una oleada de alivio. Algo en su interior seguía vivo.- Te amo.
-¡Oh, sí! Yo también te amo. Y te echo mucho de menos.
-Lo mismo me ocurre a mí, cariño. Yo... espera un segundo, tengo otra llamada -Savard miró el número de la pantalla-. Debo responder. Es urgente.
-De acuerdo. Llámame cuando acabes, ¿eh?
-Lo haré. Te quiero -Savard respondió a la otra llamada-: Savard.
-Soy Elena Katina.
-Comandante. ¿Cómo está?
-Bien. Me gustaría verte.
-Claro. ¿Cuándo?
-¿Podría ser ahora?
Savard escondió la fatiga y el dolor de los últimos días en el último rincón de la conciencia, donde ocultaba los horrores que había presenciado a lo largo de los años.
-Naturalmente.
Anonymus- Mensajes : 345
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Re: Honor Reivindicado
CAPITULO OCHO
Lena condujo lentamente el coche de alquiler en torno a Gramercy Park. El edificio de Julia estaba a oscuras, como había supuesto.
-¿Cuál es la situación de seguridad? -preguntó a Savard, que no había dicho nada en el corto trayecto desde el apartamento de Stark.
-¿Qué? Oh -Savard se enderezó y aclaró la garganta-. No hay ninguna.
-¿No hay nadie destinado a vigilar el edificio? -Lena aparcó junto a la acera, cerca de la entrada-. ¿A nadie se le ha ocurrido pensar que quien ordenó el asalto tal vez este tan interesado como nosotros en lo que ha quedado atrás? ¿O que un segundo equipo podría esperar el regreso de Julia?
-No lo sé, comandante. Me apartaron de la investigación el primer día.
-Claro -Lena procuró contener la ira ante la constancia de que aquella investigación había sido relegada frente a la amenaza más impactante de otro ataque terrorista. Había que añadir la total alteración de las cosas en los niveles superiores, y la preocupación inevitable de los responsables con lo que, sin duda, sería una larga batalla de acusaciones para dirimir qué agencia había tenido la culpa de que la Nación hubiese sufrido un ataque por sorpresa. Aun así, constatar la clara ruptura del protocolo le recordaba con frialdad que no podía fiarse de nadie para garantizar la seguridad de Julia-. No debemos creer que, porque nosotros no estemos vigilando el edificio, no lo hagan otros. ¿La puerta de atrás es accesible?
-Sí, sigue en su lugar, pero no estoy tan segura de las escaleras. La bomba voló la salida de incendios desde el vestíbulo al cañón de la escalera.
Lena recordó el ruido sordo de los explosivos plásticos y el chirriante eco de los metales retorcidos mientras sacaba a Julia del edificio y la conducía hacia los vehículos que esperaban. Los hombres que las perseguían se habían acercado demasiado, y Julia había corrido un enorme riesgo. Un reguero de sudor se deslizó entre sus omóplatos a pesar del frío aire nocturno.
-Vamos a echar un vistazo. caminaremos hacia el sur un par de calles, daremos la vuelta en la Segunda Avenida y nos dirigiremos a la parte de atrás por el este.
-Sí, señora.
-Espera a que dé la vuelta -Lena salió del coche y fue hacia el lado del pasajero, se inclinó y abrió la puerta de Savard. Se había puesto vaqueros y una cazadora de cuero para viajar, y esperaba que cualquiera que las viese las tomase por una pareja durante una cita. Extendió la mano-: Finjamos que estamos juntas.
Lena le dio la mano a Savard y se alejaron del edificio de Julia en dirección a Irving Place. Los dedos de Savard estaban fríos como el hielo, y Lena se fijó en que la agente temblaba. Aunque la noche de septiembre era fría, no creía que fuese el frío lo que atormentaba a su acompañante.
-Seguro que el FBI se ha empleado a fondo para recoger todas las pruebas en el lugar de los hechos.
-Todos los agentes disponibles están allí.
-Trabajando contra reloj, supongo -dijo Lena amablemente cuando doblaron hacia el este, varias calles más allá.
-Como frenéticos.
Savard hablaba con voz monótona, sin su habitual e expresividad. Lena contuvo el impulso de abrazarla por los hombros. Tenía la impresión de que el gesto sería agradecido por su acompañante, pero tal vez fuese más contacto del que Savard estaba preparada para asumir. Sabía por experiencia que a veces la única forma de superar el dolor era sufrirlo, a cara descubierta y sola.
-Necesito que me lleves al lugar de los hechos esta noche. Eres de las primeras personas que llegaron allí y lo viste todo. Tengo que ver lo que tú viste, oler lo que tú oliste, sentir lo que sentiste... hasta el último detalle. ¿Puedes hacerlo?
-Sí -Savard no parpadeó ante la mirada inquisitiva de Lena… Aunque solo las farolas de la calle iluminaban su rostro, se percibía la febril intensidad de sus ojos-. Sí, puedo hacerlo.
Lena asintió y se dirigieron hacia el norte. Poco después llegaron al estrecho callejón que recorría la parte de atrás del edificio de Julia. La zona de giro en la que Mac y Felicia habían aparcado los coches estaba llena con los desperdicios de una apresurada evacuación médica que señalaban el lugar en el que Mac había caído herido. Donde Lena lo había dejado a su suerte mientras se ocupaba de la seguridad de Julia. Sacó una pequeña y potente linterna Mag-Lite del bolsillo interior de la cazadora y enfocó el suelo. Mientras Savard la observaba, Lena recorrió el perímetro de la escena de los hechos y, luego, cruzó el lugar varias veces metódicamente, examinando cada milímetro de pavimento.
-El equipo de Quantico ha estado aquí, comandante -informó Savard.
-Ya veo.
En un determinado momento Lena se agachó y pasó la mano sobre el pavimento. La mancha de la sangre de Mac no ofreció respuesta alguna. Se levantó, apagó la linterna y la guardó en el bolsillo.
-Entremos.
La puerta metálica de seguridad estaba abollada, y en los ladrillos que la rodeaban, en un radio de cinco metros, se veían las marcas de las balas que Lena, Stark, Felicia y Mac habían disparado a los atacantes. Los ojos de Lena se fijaron en los balazos, pero su rostro no expresó nada cuando introdujo la tarjeta de acceso en la cerradura. La puerta se abrió, y entraron. Lena encendió la linterna e iluminó la escalera. Trozos de escayola, casquillos metálicos y escombros de la explosión cubrían las escaleras, pero se podía pasar.
-Vete delante -ordenó Lena, iluminando el camino para subir.
Sus pasos en el cavernoso espacio parecían un eco lejano de los disparos que habían perseguido a Lena por aquellas mismas escaleras unos días antes. Al llegar al vestíbulo, Lena se dirigió al lugar donde había caído Cynthia Parker. En las sucias baldosas quedaban rastros de su sangre. Lena miró hacia la entrada, calculó la distancia y comprendió que el plan de los atacantes incluía la eliminación del agente del Servicio Secreto de turno el martes por la mañana. La mesa de seguridad que había ocupado Parker estaba demasiado lejos de la entrada para pensar otra cosa. Parker había tenido suerte de recibir solo un balazo, y decía mucho de su habilidad que hubiese matado a un miembro del equipo atacante. Habían entrado en el edificio pensando en matarla y sabían exactamente donde estaría situada. La furia hirió el estómago de Lena como una pedrada. Alguien había querido matar a su gente, y para eso hacía falta algo más que un agente del Servicio Secreto traidor.
-Muy bien, cuéntame qué viste cuando llegaste. La posición de los cuerpos, el tipo de armas, la cantidad de municiones que los atacantes llevaban, aparatos de comunicación... todo.
Mientras Savard recitaba sus observaciones en tono firme y constante, Lena iluminó la zona, como si estuviese iluminando un escenario. Una o dos veces le pidió a Savard repitiese un detalle.
-¿Quién tiene las cintas de la cámara de seguridad que estaba aquí? -preguntó Lena iluminando un rincón frente a la entrada principal.
-Todas las cintas están en la oficina regional.
Lena asintió.
-Las quiero.
-Comandante...
Lena proyectó la luz entre ellas de forma que sus rostros quedaron en penumbra mientras las miradas de ambas se cruzaban.
-Voy a encargarme de esta investigación y para eso pienso conseguir toda la información que hay sin importarme quién la tenga. Y te quiero en mi equipo.
Savard la miró boquiabierta.
-Pero el World Trade Center...
-Es importantísimo, ya lo sé. Y sé que quieres participar. Pero el ataque contra Julia Volkova también puso en entredicho la seguridad nacional y... -Lena enfocó con la linterna la mancha oscura, testimonio de la agonía de Cynthia Parker- ... es una cuestión personal. Parker también merece justicia -examinó el rostro de Savard y la vio palidecer en la penumbra. No hacía falta que dijese que podía haber sido la sangre de Paula Stark la que tiñese el suelo de color óxido-. Nos siguieron hasta donde vivimos, Savard. No podemos permitir que vuelva a suceder.
-No, señora -admitió Savard-. No podemos.
Avanzaron rápidamente por los pisos inferiores. Todos los apartamentos estaban alquilados por empresas y a veces los ocupaban ejecutivos que visitaban la ciudad durante unos días.
-Necesitamos una lista de todos los que se alojaron aquí en el último año, y localizar a los propietarios. Seguro que todo eso está en las bases de datos del FBI -observó Lena.
-Cuente con ello -dijo Savard.
En el centro de mando Lena se detuvo en seco cuando vio todos los ordenadores zumbando en modo de espera.
-¿Quién diablos estaba al mando de esta operación? ¿No se dieron cuenta de que los atacantes pudieron acceder a nuestros ordenadores con el fin de conseguir la información que necesitaban para perpetrar la operación? Tal vez hayan dejado un rastro.
Savard sacudió la cabeza.
-Ha sido una locura, comandante. No hemos tenido un equipo congruente desde el martes. Los agentes cambian de turno continuamente, los agentes especiales al mando rotan y nadie sabe por qué; y todos están paranoicos, temiendo haber sido los responsables de pasar por alto la información que deberíamos haber conocido el martes. Sobre todo, los que estábamos en el batallón antiterrorista.
-El batallón antiterrorista se creó para analizar y coordinar datos, no para labores de Inteligencia. Existe una gran diferencia, y todos lo sabemos -dijo Lena-. Vosotros no tenéis la culpa.
-Pero eso ahora no importa -dijo Savard muy seria.
-No, seguramente no -Lena marcó de memoria un número en su móvil-. ¿Estás en la ciudad? Tengo un trabajo para ti... esta noche. Necesito que extraigas los discos duros de los ordenadores del centro de mando y cualquier otra cosa que nos permita averiguar qué ocurrió aquí -Lena escuchó y, luego, se rió-. Perfil bajo... sí, y tanto. Podría ser arriesgado. ¿Segura?... No lo sé. De momento, ¿por qué no te lo llevas todo a casa?
Lena se guardó el teléfono en el bolsillo y sonrió a Savard con una sonrisa totalmente desprovista de humor.
-¿Puedo saber quién es?
-Lo sabrás pronto -Lena echó un último vistazo a su alrededor sabiendo que tal vez nunca volviesen al centro de mando. El sistema de seguridad entero se hallaba en entredicho. Y con toda probabilidad Julia necesitaría un nuevo hogar-, Quiero subir al Nido. Necesito ver cómo está antes de que lo vea ella,
-Sus cuadros... me encargué de que no los tocasen.
Por primera vez desde que habían fingido que eran amantes, Lena posó la mano sobre el hombro de Savard.
-Gracias. Si no te importa esperar aquí... -le entregó la linterna Mag-Lite-. Toma.
-No, entra luz de sobra por la ventana. La necesitará arriba. Estaré bien, comandante.
-Claro que sí -dijo Lena en tono amable-. Enseguida vuelvo.
Cinco minutos después Lena se encontraba ante la puerta del apartamento de Julia; la sangre de Foster formaba un dibujo de Rorschach de ira y pena bajo sus pies. Contempló el loft y recordó la primera vez que había cruzado el umbral para enfrentarse a la primera hija. Julia se había mostrado contrariada, agresiva y profundamente seductora. Lena intentó durante meses fingir que no había sentido la aguda punzada de atracción que la atravesó nada más ver a Julia. Pero cuanto más la negaba, más se fortalecía la atracción, y cuanto más tiempo pasaba con Julia, la atracción se convertía en algo más profundo. En ese momento pensó en la mujer que amaba y en la conspiración ideada por unos individuos incalificables para destruirla, y se sintió llena de decisión. Bajo todo ello latía el deseo de venganza y en el centro un clamor cada vez más nítido de justicia. Pero lo que la empujaba, lo que la conduciría hasta el peligro aniquilado, era la furia pura y simple ante la constatación de que alguien había intentado arrebatarle lo que más quería. Apagó la linterna y susurró en la oscuridad:
-Os equivocasteis al elegirla a ella. Preparaos porque voy a por vosotros.
Diane Bleeker abrió la puerta de su apartamento vestida con una bata de seda de color burdeos que Lena recordaba con gráfica nitidez. La rubia de suaves curvas, con una boca pensada para besar, esbozó una sonrisa morosa y seductora mientras inclinaba una cadera y extendía un elegante brazo.
Sus pechos resbalaron bajo la seda como sombras bajo la superficie de un tranquilo estanque en un caluroso dia de verano y, tras una mirada involuntaria, Lena acertó a clavar la vista en los risueños ojos azules de Diane.
-Caramba, comandante! ¿A qué debo el placer de esta visita nocturna?
-Siento no haber llamado -dijo Lena interrumpiéndose al ver una figura en su campo visual. Otra rubia, pero fria en vez de tórrida como Diane, distante frente a la atrayente proximidad de Diane y, como Lena bien sabía, capaz de suscitar lujuria y deseo en cualquier mujer-. Hola, Valerie.
-Hola, Elena.
Valerie, o Claire, como Lena la llamaba cuando ambas habian mantenido una relación clandestina, también llevaba una bata. La suya era de satén y dotaba a la esbelta figura de un brillo de obsidiana cortante como el filo de una navaja. Lena sintió un dolor familiar entre las piernas, el recuerdo visceral de unas manos habilísimas y una boca desquiciante, y espantó la involuntaria reacción con un impaciente movimiento de hombros. Valerie sonrió, pero mientras la sonrisa de Diane siempre era juguetona y seductora cuando percibía la menor reacción en Lena, la de Valerie parecía triste.
-Creo que las tres estamos un tanto sorprendidas.
Lena miró con curiosidad a Diane y a Valerie mientras Diane miraba primero a Valerie y luego a
Lena.
-Valerie no se puede mover de aquí hasta que se normalice la situación de los aeropuertos -explicó
Diane-. Está... en la habitación de invitados.
-Sí -afirmó Valerie sin descomponer el gesto-. Diane ha sido muy generosa acogiéndome.
-Me preguntaba si podría robarte unos minutos -dijo Lena a Diane-. A solas, si no te molesta.
-¡Vaya! Eso suena muy formal -la sonrisa de Diane desapareció de pronto, y retrocedió, cerrando los dedos sobre el brazo de Lena-. Julia se encuentra bien, ¿verdad? He hablado con ella por teléfono...
-Está bien -respondió Lena-. Sigue en la Casa Blanca.
-Oh, apuesto a que lo odia.
Lena sonrió.
-Y tanto -vio por el rabillo del ojo que Valerie no dejaba de observarla. Se preguntó qué esperaba encontrar Valerie porque Julia y ella no ocultaban que eran amantes. ¿Qué otra cosa podía estar buscando?-. Siento mucho irrumpir de esta forma en tu casa.
-Aunque no lo creas, estábamos a punto de acostarnos, a pesar de que no son más que las once -Diane lanzó un suspiro-. Los últimos días han sido... increíbles. Estoy agotada.
-Lo lamento. Puedo volver por la mañana y hablamos entonces.
-¿Dónde te alojas?
-Pensaba ir a un hotel.
-¿Y tu apartamento? -quiso saber Diane.
-No hay servicio de habitaciones -respondió Lena, pues no veía motivo para decir que si alguien estaba vigilando el apartamento de Julia, también vigilaría el suyo. De momento prefería evitar el escrutinio de los demás, ya fuesen amigos o enemigos. Había sido especialmente cauta al conducir hasta casa de Diane después de dejar a Savard, cerciorándose de que no la seguían. Nadie sabía que estaba en la ciudad y quería que no se supiese.
-Entonces mejor te quedas aquí porque no hay habitaciones de hotel libres en la ciudad. Demasiados viajeros sin poder moverse. El sofá es bastante cómodo, y te garantizo buen café por la mañana.
Lena sacudió la cabeza.
-Ya te he estropeado la velada.
-No seas tonta -Diane se estiró y dio un casto beso a Lena en la mejilla-. Quédate. Y dale recuerdos de mi parte a Julia cuando hables con ella.
-Gracias. Voy al coche a coger mi bolsa.
Diane le dio una llave que sacó de un cuenco de cristal del secreter.
-Te veré por la mañana.
-Estupendo -dijo Lena. Cuando sus ojos se toparon con los de Valerie y percibió su curiosidad, mantuvo la mirada sin pestañear-. Buenas noches, Valerie.
-Que duermas bien, Elena -murmuró Valerie antes de retirarse.
Cuando Lena regresó al apartamento, se puso una camiseta y pantalones cortos y se acostó en el sofá. Luego, marcó un número de Washington.
-Habla Julia Volkova.
-Hola, cielo -dijo Lena con ternura, cerrando los ojos e imaginando el rostro de Julia-. Te echo de menos.
-Comandante, a veces dices cosas maravillosas.
Lena condujo lentamente el coche de alquiler en torno a Gramercy Park. El edificio de Julia estaba a oscuras, como había supuesto.
-¿Cuál es la situación de seguridad? -preguntó a Savard, que no había dicho nada en el corto trayecto desde el apartamento de Stark.
-¿Qué? Oh -Savard se enderezó y aclaró la garganta-. No hay ninguna.
-¿No hay nadie destinado a vigilar el edificio? -Lena aparcó junto a la acera, cerca de la entrada-. ¿A nadie se le ha ocurrido pensar que quien ordenó el asalto tal vez este tan interesado como nosotros en lo que ha quedado atrás? ¿O que un segundo equipo podría esperar el regreso de Julia?
-No lo sé, comandante. Me apartaron de la investigación el primer día.
-Claro -Lena procuró contener la ira ante la constancia de que aquella investigación había sido relegada frente a la amenaza más impactante de otro ataque terrorista. Había que añadir la total alteración de las cosas en los niveles superiores, y la preocupación inevitable de los responsables con lo que, sin duda, sería una larga batalla de acusaciones para dirimir qué agencia había tenido la culpa de que la Nación hubiese sufrido un ataque por sorpresa. Aun así, constatar la clara ruptura del protocolo le recordaba con frialdad que no podía fiarse de nadie para garantizar la seguridad de Julia-. No debemos creer que, porque nosotros no estemos vigilando el edificio, no lo hagan otros. ¿La puerta de atrás es accesible?
-Sí, sigue en su lugar, pero no estoy tan segura de las escaleras. La bomba voló la salida de incendios desde el vestíbulo al cañón de la escalera.
Lena recordó el ruido sordo de los explosivos plásticos y el chirriante eco de los metales retorcidos mientras sacaba a Julia del edificio y la conducía hacia los vehículos que esperaban. Los hombres que las perseguían se habían acercado demasiado, y Julia había corrido un enorme riesgo. Un reguero de sudor se deslizó entre sus omóplatos a pesar del frío aire nocturno.
-Vamos a echar un vistazo. caminaremos hacia el sur un par de calles, daremos la vuelta en la Segunda Avenida y nos dirigiremos a la parte de atrás por el este.
-Sí, señora.
-Espera a que dé la vuelta -Lena salió del coche y fue hacia el lado del pasajero, se inclinó y abrió la puerta de Savard. Se había puesto vaqueros y una cazadora de cuero para viajar, y esperaba que cualquiera que las viese las tomase por una pareja durante una cita. Extendió la mano-: Finjamos que estamos juntas.
Lena le dio la mano a Savard y se alejaron del edificio de Julia en dirección a Irving Place. Los dedos de Savard estaban fríos como el hielo, y Lena se fijó en que la agente temblaba. Aunque la noche de septiembre era fría, no creía que fuese el frío lo que atormentaba a su acompañante.
-Seguro que el FBI se ha empleado a fondo para recoger todas las pruebas en el lugar de los hechos.
-Todos los agentes disponibles están allí.
-Trabajando contra reloj, supongo -dijo Lena amablemente cuando doblaron hacia el este, varias calles más allá.
-Como frenéticos.
Savard hablaba con voz monótona, sin su habitual e expresividad. Lena contuvo el impulso de abrazarla por los hombros. Tenía la impresión de que el gesto sería agradecido por su acompañante, pero tal vez fuese más contacto del que Savard estaba preparada para asumir. Sabía por experiencia que a veces la única forma de superar el dolor era sufrirlo, a cara descubierta y sola.
-Necesito que me lleves al lugar de los hechos esta noche. Eres de las primeras personas que llegaron allí y lo viste todo. Tengo que ver lo que tú viste, oler lo que tú oliste, sentir lo que sentiste... hasta el último detalle. ¿Puedes hacerlo?
-Sí -Savard no parpadeó ante la mirada inquisitiva de Lena… Aunque solo las farolas de la calle iluminaban su rostro, se percibía la febril intensidad de sus ojos-. Sí, puedo hacerlo.
Lena asintió y se dirigieron hacia el norte. Poco después llegaron al estrecho callejón que recorría la parte de atrás del edificio de Julia. La zona de giro en la que Mac y Felicia habían aparcado los coches estaba llena con los desperdicios de una apresurada evacuación médica que señalaban el lugar en el que Mac había caído herido. Donde Lena lo había dejado a su suerte mientras se ocupaba de la seguridad de Julia. Sacó una pequeña y potente linterna Mag-Lite del bolsillo interior de la cazadora y enfocó el suelo. Mientras Savard la observaba, Lena recorrió el perímetro de la escena de los hechos y, luego, cruzó el lugar varias veces metódicamente, examinando cada milímetro de pavimento.
-El equipo de Quantico ha estado aquí, comandante -informó Savard.
-Ya veo.
En un determinado momento Lena se agachó y pasó la mano sobre el pavimento. La mancha de la sangre de Mac no ofreció respuesta alguna. Se levantó, apagó la linterna y la guardó en el bolsillo.
-Entremos.
La puerta metálica de seguridad estaba abollada, y en los ladrillos que la rodeaban, en un radio de cinco metros, se veían las marcas de las balas que Lena, Stark, Felicia y Mac habían disparado a los atacantes. Los ojos de Lena se fijaron en los balazos, pero su rostro no expresó nada cuando introdujo la tarjeta de acceso en la cerradura. La puerta se abrió, y entraron. Lena encendió la linterna e iluminó la escalera. Trozos de escayola, casquillos metálicos y escombros de la explosión cubrían las escaleras, pero se podía pasar.
-Vete delante -ordenó Lena, iluminando el camino para subir.
Sus pasos en el cavernoso espacio parecían un eco lejano de los disparos que habían perseguido a Lena por aquellas mismas escaleras unos días antes. Al llegar al vestíbulo, Lena se dirigió al lugar donde había caído Cynthia Parker. En las sucias baldosas quedaban rastros de su sangre. Lena miró hacia la entrada, calculó la distancia y comprendió que el plan de los atacantes incluía la eliminación del agente del Servicio Secreto de turno el martes por la mañana. La mesa de seguridad que había ocupado Parker estaba demasiado lejos de la entrada para pensar otra cosa. Parker había tenido suerte de recibir solo un balazo, y decía mucho de su habilidad que hubiese matado a un miembro del equipo atacante. Habían entrado en el edificio pensando en matarla y sabían exactamente donde estaría situada. La furia hirió el estómago de Lena como una pedrada. Alguien había querido matar a su gente, y para eso hacía falta algo más que un agente del Servicio Secreto traidor.
-Muy bien, cuéntame qué viste cuando llegaste. La posición de los cuerpos, el tipo de armas, la cantidad de municiones que los atacantes llevaban, aparatos de comunicación... todo.
Mientras Savard recitaba sus observaciones en tono firme y constante, Lena iluminó la zona, como si estuviese iluminando un escenario. Una o dos veces le pidió a Savard repitiese un detalle.
-¿Quién tiene las cintas de la cámara de seguridad que estaba aquí? -preguntó Lena iluminando un rincón frente a la entrada principal.
-Todas las cintas están en la oficina regional.
Lena asintió.
-Las quiero.
-Comandante...
Lena proyectó la luz entre ellas de forma que sus rostros quedaron en penumbra mientras las miradas de ambas se cruzaban.
-Voy a encargarme de esta investigación y para eso pienso conseguir toda la información que hay sin importarme quién la tenga. Y te quiero en mi equipo.
Savard la miró boquiabierta.
-Pero el World Trade Center...
-Es importantísimo, ya lo sé. Y sé que quieres participar. Pero el ataque contra Julia Volkova también puso en entredicho la seguridad nacional y... -Lena enfocó con la linterna la mancha oscura, testimonio de la agonía de Cynthia Parker- ... es una cuestión personal. Parker también merece justicia -examinó el rostro de Savard y la vio palidecer en la penumbra. No hacía falta que dijese que podía haber sido la sangre de Paula Stark la que tiñese el suelo de color óxido-. Nos siguieron hasta donde vivimos, Savard. No podemos permitir que vuelva a suceder.
-No, señora -admitió Savard-. No podemos.
Avanzaron rápidamente por los pisos inferiores. Todos los apartamentos estaban alquilados por empresas y a veces los ocupaban ejecutivos que visitaban la ciudad durante unos días.
-Necesitamos una lista de todos los que se alojaron aquí en el último año, y localizar a los propietarios. Seguro que todo eso está en las bases de datos del FBI -observó Lena.
-Cuente con ello -dijo Savard.
En el centro de mando Lena se detuvo en seco cuando vio todos los ordenadores zumbando en modo de espera.
-¿Quién diablos estaba al mando de esta operación? ¿No se dieron cuenta de que los atacantes pudieron acceder a nuestros ordenadores con el fin de conseguir la información que necesitaban para perpetrar la operación? Tal vez hayan dejado un rastro.
Savard sacudió la cabeza.
-Ha sido una locura, comandante. No hemos tenido un equipo congruente desde el martes. Los agentes cambian de turno continuamente, los agentes especiales al mando rotan y nadie sabe por qué; y todos están paranoicos, temiendo haber sido los responsables de pasar por alto la información que deberíamos haber conocido el martes. Sobre todo, los que estábamos en el batallón antiterrorista.
-El batallón antiterrorista se creó para analizar y coordinar datos, no para labores de Inteligencia. Existe una gran diferencia, y todos lo sabemos -dijo Lena-. Vosotros no tenéis la culpa.
-Pero eso ahora no importa -dijo Savard muy seria.
-No, seguramente no -Lena marcó de memoria un número en su móvil-. ¿Estás en la ciudad? Tengo un trabajo para ti... esta noche. Necesito que extraigas los discos duros de los ordenadores del centro de mando y cualquier otra cosa que nos permita averiguar qué ocurrió aquí -Lena escuchó y, luego, se rió-. Perfil bajo... sí, y tanto. Podría ser arriesgado. ¿Segura?... No lo sé. De momento, ¿por qué no te lo llevas todo a casa?
Lena se guardó el teléfono en el bolsillo y sonrió a Savard con una sonrisa totalmente desprovista de humor.
-¿Puedo saber quién es?
-Lo sabrás pronto -Lena echó un último vistazo a su alrededor sabiendo que tal vez nunca volviesen al centro de mando. El sistema de seguridad entero se hallaba en entredicho. Y con toda probabilidad Julia necesitaría un nuevo hogar-, Quiero subir al Nido. Necesito ver cómo está antes de que lo vea ella,
-Sus cuadros... me encargué de que no los tocasen.
Por primera vez desde que habían fingido que eran amantes, Lena posó la mano sobre el hombro de Savard.
-Gracias. Si no te importa esperar aquí... -le entregó la linterna Mag-Lite-. Toma.
-No, entra luz de sobra por la ventana. La necesitará arriba. Estaré bien, comandante.
-Claro que sí -dijo Lena en tono amable-. Enseguida vuelvo.
Cinco minutos después Lena se encontraba ante la puerta del apartamento de Julia; la sangre de Foster formaba un dibujo de Rorschach de ira y pena bajo sus pies. Contempló el loft y recordó la primera vez que había cruzado el umbral para enfrentarse a la primera hija. Julia se había mostrado contrariada, agresiva y profundamente seductora. Lena intentó durante meses fingir que no había sentido la aguda punzada de atracción que la atravesó nada más ver a Julia. Pero cuanto más la negaba, más se fortalecía la atracción, y cuanto más tiempo pasaba con Julia, la atracción se convertía en algo más profundo. En ese momento pensó en la mujer que amaba y en la conspiración ideada por unos individuos incalificables para destruirla, y se sintió llena de decisión. Bajo todo ello latía el deseo de venganza y en el centro un clamor cada vez más nítido de justicia. Pero lo que la empujaba, lo que la conduciría hasta el peligro aniquilado, era la furia pura y simple ante la constatación de que alguien había intentado arrebatarle lo que más quería. Apagó la linterna y susurró en la oscuridad:
-Os equivocasteis al elegirla a ella. Preparaos porque voy a por vosotros.
Diane Bleeker abrió la puerta de su apartamento vestida con una bata de seda de color burdeos que Lena recordaba con gráfica nitidez. La rubia de suaves curvas, con una boca pensada para besar, esbozó una sonrisa morosa y seductora mientras inclinaba una cadera y extendía un elegante brazo.
Sus pechos resbalaron bajo la seda como sombras bajo la superficie de un tranquilo estanque en un caluroso dia de verano y, tras una mirada involuntaria, Lena acertó a clavar la vista en los risueños ojos azules de Diane.
-Caramba, comandante! ¿A qué debo el placer de esta visita nocturna?
-Siento no haber llamado -dijo Lena interrumpiéndose al ver una figura en su campo visual. Otra rubia, pero fria en vez de tórrida como Diane, distante frente a la atrayente proximidad de Diane y, como Lena bien sabía, capaz de suscitar lujuria y deseo en cualquier mujer-. Hola, Valerie.
-Hola, Elena.
Valerie, o Claire, como Lena la llamaba cuando ambas habian mantenido una relación clandestina, también llevaba una bata. La suya era de satén y dotaba a la esbelta figura de un brillo de obsidiana cortante como el filo de una navaja. Lena sintió un dolor familiar entre las piernas, el recuerdo visceral de unas manos habilísimas y una boca desquiciante, y espantó la involuntaria reacción con un impaciente movimiento de hombros. Valerie sonrió, pero mientras la sonrisa de Diane siempre era juguetona y seductora cuando percibía la menor reacción en Lena, la de Valerie parecía triste.
-Creo que las tres estamos un tanto sorprendidas.
Lena miró con curiosidad a Diane y a Valerie mientras Diane miraba primero a Valerie y luego a
Lena.
-Valerie no se puede mover de aquí hasta que se normalice la situación de los aeropuertos -explicó
Diane-. Está... en la habitación de invitados.
-Sí -afirmó Valerie sin descomponer el gesto-. Diane ha sido muy generosa acogiéndome.
-Me preguntaba si podría robarte unos minutos -dijo Lena a Diane-. A solas, si no te molesta.
-¡Vaya! Eso suena muy formal -la sonrisa de Diane desapareció de pronto, y retrocedió, cerrando los dedos sobre el brazo de Lena-. Julia se encuentra bien, ¿verdad? He hablado con ella por teléfono...
-Está bien -respondió Lena-. Sigue en la Casa Blanca.
-Oh, apuesto a que lo odia.
Lena sonrió.
-Y tanto -vio por el rabillo del ojo que Valerie no dejaba de observarla. Se preguntó qué esperaba encontrar Valerie porque Julia y ella no ocultaban que eran amantes. ¿Qué otra cosa podía estar buscando?-. Siento mucho irrumpir de esta forma en tu casa.
-Aunque no lo creas, estábamos a punto de acostarnos, a pesar de que no son más que las once -Diane lanzó un suspiro-. Los últimos días han sido... increíbles. Estoy agotada.
-Lo lamento. Puedo volver por la mañana y hablamos entonces.
-¿Dónde te alojas?
-Pensaba ir a un hotel.
-¿Y tu apartamento? -quiso saber Diane.
-No hay servicio de habitaciones -respondió Lena, pues no veía motivo para decir que si alguien estaba vigilando el apartamento de Julia, también vigilaría el suyo. De momento prefería evitar el escrutinio de los demás, ya fuesen amigos o enemigos. Había sido especialmente cauta al conducir hasta casa de Diane después de dejar a Savard, cerciorándose de que no la seguían. Nadie sabía que estaba en la ciudad y quería que no se supiese.
-Entonces mejor te quedas aquí porque no hay habitaciones de hotel libres en la ciudad. Demasiados viajeros sin poder moverse. El sofá es bastante cómodo, y te garantizo buen café por la mañana.
Lena sacudió la cabeza.
-Ya te he estropeado la velada.
-No seas tonta -Diane se estiró y dio un casto beso a Lena en la mejilla-. Quédate. Y dale recuerdos de mi parte a Julia cuando hables con ella.
-Gracias. Voy al coche a coger mi bolsa.
Diane le dio una llave que sacó de un cuenco de cristal del secreter.
-Te veré por la mañana.
-Estupendo -dijo Lena. Cuando sus ojos se toparon con los de Valerie y percibió su curiosidad, mantuvo la mirada sin pestañear-. Buenas noches, Valerie.
-Que duermas bien, Elena -murmuró Valerie antes de retirarse.
Cuando Lena regresó al apartamento, se puso una camiseta y pantalones cortos y se acostó en el sofá. Luego, marcó un número de Washington.
-Habla Julia Volkova.
-Hola, cielo -dijo Lena con ternura, cerrando los ojos e imaginando el rostro de Julia-. Te echo de menos.
-Comandante, a veces dices cosas maravillosas.
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Re: Honor Reivindicado
CAPITULO NUEVE
Viernes, 14 de septiembre.
Lena se asomó al pequeño balcón del salón de Diane y contempló las luces de los faros de los coches culebreando entre los árboles de Central Park, a escasos quinientos metros de distancia. Eran las dos de la mañana, y no podía dormir. Tras dar las buenas noches a Julia, cerró los ojos, confiando en que el sonido de la voz de Julia la condujese al sueño. A veces, le bastaba con imaginar a Julia a su lado para centrarse y disipar las preocupaciones y agobios, lo cual le permitía descansar. No así esa noche, a pesar de que el enorme sofá era cómodo, como había dicho Diane, y que Diane había cubierto la amplia superficie con una sábana de suave algodón y le había dejado una almohada. Lena no dormía, despierta tras los ojos cerrados pensaba en las probabilidades de que se produjese otro ataque. La habían entrenado para esperar lo inesperado y para reaccionar ante los imprevistos con una combinación de habilidad e instinto, y sus instintos nunca fallaban. Su instinto había salvado a Julia tres días antes y en aquel momento le decía que el peligro estaba mucho más cerca de lo que nadie suponía. Le fastidiaba no ver claramente al enemigo ni predecir sus medios. No sabía si se produciría otro ataque armado; otro intento de secuestro o pondrían una bomba en el coche. Como no sabía la forma o el modo que podía adoptar la amenaza, sentía la imperiosa necesidad de prepararse para todo. El sueño era un lujo que no podía permitirse, así que acabó por levantarse, se puso los vaqueros y salió descalza al balcón. El fresco aire nocturno le produjo una agradable sensación en la cara y el cuello. Unos minutos después, las puertas de cristal se abrieron silenciosamente tras ella, pero Lena no se volvió. Cuando la brisa llevó hasta ella el inconfundible aroma del perfume Monyette París, supo quién la acompañaba. Pero aun así la voz cálida y embriagadora estremeció su columna vertebral. Se le encogió el estómago, y crispó las manos sobre la barandilla hasta el punto de que los músculos de los brazo se le hincharon debido a la tensión.
-¿No puedes dormir? -preguntó Valerie acercándose a donde estaba Lena, apoyada en la balaustrada de hierro forjado.
-No -Lena ladeó la cabeza y la vio. Sabía que Valerie estaba desnuda debajo de la bata negra y no necesitaba el resplandor de la luna para ver la protuberancia de sus pechos y la larga y sensual curva del vientre que se fundía con el liso arco de la cadera. Había acariciado aquel cuerpo infinitas veces, sintiendo la dulce humedad de la piel impregnada de pasión sobre la suya. La maraña de miembros, el rapto febril de placer y los gritos de alivio, de Valerie y suyos fusionados en uno, eran solo un recuerdo-. ¿Y tú?
Valerie hizo un gesto negativo con la cabeza.
-Me dormí y soñé -se encogió de hombros-. Ahora estoy despierta -hizo ademán de tocar el hombro de Lena, o se detuvo-. ¿Te molesta la compañía?
Lena aspiró lentamente saboreando la irresistible y arrebatadora mezcla de perfume y deseo. La última vez que habia estado en aquel balcón de noche la acompañaba Julia, y recordaba el desgarrador deseo y la imperiosa necesidad que había sentido hacia la joven entonces. Miró a aquella mujer, sintiendo el calor de la boca de Valerie sobre su cuerpo, y comprendió que nunca la había querido como a Julia, La había querido antes, la quería en aquel momento, y la seguiría queriendo siempre. El brote de excitación que la había envuelto al ver a Valerie se difuminó y se sintió liberada.
-No, no me molesta en absoluto.
-Diane no sabe lo nuestro.
-Entiendo.
-¿Será un problema si se entera?
Lena se movió para poder mirar a Valerie a la cara.
-¿Un problema para quién?
-Siempre tan cautelosa, Lena. Para ti o para Julia.
-Julia hace tiempo que lo sabe.
-Oh, lo sé. -La estaba mirando en el preciso momento en que se dio cuenta -una leve sonrisa se dibujó en los labios de Valerie transformando la perfecta simetría de su rostro durante un segundo, dándole un aspecto menos perfecto y más vulnerable-. Vi cómo se esforzaba por controlar la ira al saber que yo te había tocado. La vi ganar esa batalla. Es una mujer admirable.
-Sí.
-Y la amas -Valerie miraba a Lena con la misma intensidad que Lena a ella.
-Con todo mi ser.
-Naturalmente -Valerie deslizó las yemas de los dedos sobre el dorso de la mano de Lena-. Ella sabía... Julia... que yo estaba enamorada de ti, pero también supo instintivamente, desde la primera noche, que tú no me amabas.
-Valerie...
-No -se apresuró a decir Valerie, aferrando la mano de Lena-, no tienes por qué dar explicaciones Elena. Siempre supe lo que sentías y lo que no sentías. Nunca me engañaste.
-Sin embargo, lamento haberte utilizado -dijo Elena.
-¿Me utilizaste? -Valerie se rió con ganas-. No creas. No debes disculparte por el placer que compartimos. Era lo pactado, y todo lo que hubiese más allá de eso corría de mi cuenta -apartó la mano y se volvió para mirar el parque, con el hombro rozando levemente el de Lena-. No debería estar aquí.
-¿Y por qué estás?
-No lo sé -respondió Valerie, pensativa, alzando la mano para colocar un mechón rebelde que el viento había soltado sobre su cara. Lo puso detrás de la oreja con gesto impaciente, dejando al descubierto la pálida y esbelta columna de su cuello, como si pidiese un beso-. Podría haber encontrado otro alojamiento o alquilar un coche y pasarme una semana recorriendo el país. Pero cuando ocurrió todo, cuando el mundo entero se tambaleó de pronto, lo primero que pensé fue en Diane. Así que la llamé, aun sabiendo que no debería hacerlo.
-¿Y por qué no, Valerie? -preguntó Lena serena. Habían mantenido una relación durante casi un año, y parte ese tiempo Lena había sido jefa de seguridad de Julia. En esa época hubo dos atentados contra Julia. Lena tenía la absoluta certeza de no haber divulgado la menor información sobre Julia o su seguridad; pero todas las personas de su vida, todas las personas de la vida de Julia, eran en aquel momento sospechosas a sus ojos. Y Valerie, Claire, seguía siendo un misterio en muchos aspectos.
-Oh, por muchas razones -Valerie se encogió de hombros y rió de nuevo aunque con menos entusiasmo, casi con desprecio hacia sí misma-. Podría soltar una perogrullada como lo de ella merece algo mejor, lo cual es absolutamente cierto, o decir que su amistad con Julia tal vez se deteriore...
-Julia lo afrontará.
-Sí, supongo que lo hará. Pero me pregunto si Diane lo soportará cuando se entere de que Julia conocía mi relación contigo y no la informó.
-Nunca se sabe cómo van a reaccionar las personas. Debes hacer lo que sientas.
Valerie se volvió, apoyó la cadera en la barandilla y miró a Lena, muy seria.
-¿Filosofía, Elena?
-No, solo montones de errores.
-Diane y yo no nos acostamos.
-¿Aún no?
Valerie negó con la cabeza.
-No, que yo sepa.
-Pero estás aquí.
-Sí -Valerie suspiró-. Y ahora también estás tú. Te oí levantarte y salir. No podía dejar de pensar en la última vez que habíamos estado juntas. Esa noche querías hacer el amor conmigo, y yo no te dejé. Ahora lo lamento.
-Las cosas han cambiado -Lena habló con voz amable y no se apartó cuando Valerie se inclinó hacia ella. Había demasiadas cosas entre ellas para volver la espalda.
-Sí, pero... a veces basta con una última vez para olvidar el pasado -mientras hablaba, Valerie deslizó la mano bajo la camiseta de Lena y la posó sobre el abdomen. Exhaló un leve suspiro de placer cuando los músculos de Lena se retorcieron ante el contacto y lentamente fue bajando los dedos y doblando la mano para introducirla bajo los vaqueros de Lena. Lena sujetó la muñeca de Valerie por encima de la camiseta e interrumpió la caricia. Estaba húmeda desde el primer roce.
-No habrá más veces.
Valerie, con la boca tan cerca que podría besar a Lena, la miró a los ojos durante un rato.
-¡Dios! Siempre tuviste un control exquisito.
Lena sonrió y retiró la mano de Valerie de debajo de la camiseta. La soltó y respiró a fondo.
-A veces resulta engañoso.
-Tal vez -Valerie se hizo a un lado poniendo espacio entre ambas-. Pero tu mensaje es muy claro. No volveré a intentarlo.
-Gracias. Porque eres una mujer hermosa y muy deseable, y da la casualidad de que estoy totalmente enamorada de otra persona.
-Lo sabía sin necesidad de que me lo dijeses, Lena -admitió Valerie con una tierna sonrisa-. Solo que no tenía claro cómo afrontarlo y nunca tuve ocasión de averiguarlo. Ahora lo entiendo.
-¿Qué pasa con Diane?
Valerie cerró los ojos un instante.
-Ojalá lo supiese. Hace tanto tiempo que no tengo una relación simple con una mujer, que no sé si sabría reconocerla.
-Comprendo lo que quieres decir.
-Supongo que sí -Valerie acarició el borde de la mandíbula de Lena y entró en el apartamento-. Recuerda esta noche, Elena. Recuerda que en este momento no hubo nada entre nosotras, salvo la verdad.
Lena vio a Valerie abrir y cerrar las puertas de cristal y desaparecer en la oscuridad. Había mucho que decir. O tal vez confesar, De eso estaba segura. Se volvió para contemplar la noche preguntándose cuándo averiguaría los secretos que quedaban entre ellas. Valerie caminó cuidadosamente por el oscuro salón guiándose por la memoria y los destellos de luz de luna que iluminaban los objetos.
-Será mejor que hablemos -dijo Diane en voz baja levantándose de una silla situada en una esquina frente al balcon-. No pretendía espiar, pero oí que te levantabas. Me preocupaba que tuvieses una pesadilla.
-¿Una pesadilla?
-La tuviste, sí. Gritaste en sueños. La primera noche -explicó Diane reuniéndose con Valerie bajo el arco que conducía al pasillo y a los dormitorios-. Me levanté y abrí la puerta de tu habitación. Gemías y te retorcías bajo las sabanas. No sabía si despertarte o no.
-Lo siento. No me enteré.
Diane sacudió la cabeza.
-No tienes por qué disculparte.
-Pero no me despertaste.
-No. Me acerqué a tu cama y, cuando me di cuenta de que estabas desnuda, me limité a mirarte. Te miré y quise tocarte, y entonces supe que debía irme.
-Diane -murmuró Valerie deslizando los dedos bajo el brazo de Diane sin darse cuenta.
-Te vi en el balcón con Lena. No oí lo que decíais, pero no me hace falta. -Diane retiró el brazo suavemente-. Julia Volkova es mi mejor amiga.
-Julia lo sabe -afirmó Valerie.
-Yo también tengo que saberlo.
-Sí -Valerie suspiró-. Vamos a tu habitación.
Valerie siguió a Diane por el pasillo hasta el dormitorio principal. Esperó a que Diane descorriese las cortinas para que hubiese luz suficiente y pudiesen verse. Diane no encendió la luz, y Valerie se lo agradeció; su dolor no quedaría expuesto a la brutal claridad de una lámpara, sino atenuado por la piadosa luminosidad de la luna. Se hundió en un extremo del confidente situado frente a los grandes ventanales de la zona de estar y esperó a que Diane se sentase para hablar.
-Elena y yo tuvimos... una relación... durante casi un año -explicó Valerie, que no veía motivos para fingir que se trataba de otra cosa-. Se terminó.
-No me ha dado esa impresión -en la voz de Diane no había el menor asomo de censura, solo cierta tristeza-. Naturalmente, no me debes ninguna explicación.
-Sí que te la debo -estaban muy cerca, y Valerie quiso tocar a Diane, como si su piel pudiese confirmar a la otra mujer la veracidad de sus palabras-. Estoy aquí, en tu casa, y claro que te debo una explicación.
-Me preguntaba por qué no respondías a mis... -Diane se rió- nada sutiles insinuaciones de mi interés por ti. No se me ocurrió preguntar si había otra persona. ¡Qué tonta soy!
-No fue ese el motivo de que no respondiese -repuso Valerie-. Es más, quería hacerlo.
-¿Se trata de... Lena?
A Diane se le atragantaron las palabras, y Valerie comprendió que le hacía daño pronunciarlas. Lo que le sorprendió fue que le doliese notar el dolor de Diane.
-Lo siento. No. En realidad, yo quería... -se interrumpió eligiendo con cuidado lo que iba a decir-. Quería cerciorarme de que no lamentases nunca lo que pudiese haber entre nosotras. Y sabía que eso no ocurriría hasta que te contase lo de Elena.
-¿Pensabas hacerlo?
Valerie dudó.
-No lo sé. No me afectaba solo a mí.
-Has dicho que Julia lo sabe. Por tanto, supongo que lo sabía la noche de la exposición en la galería.
-Sí.
-¿Y sigues viva? Increíble.
-Julia conoce a su amante.
-Cualquier mujer se sentiría tentada -dijo Diane con amargura-. Créeme, lo sé.
-Tentada sí... pero la cosa no va a pasar de ahí con Elena Katina.
-Aunque tú lo deseas -Diane cruzó los brazos sobre el cuerpo, debajo de los pechos, como si tuviese mucho frío. Hacía calor en la habitación-. Desde mi rincón del salón me dí cuenta de cuánto la deseabas.
-Sí, es cierto -Valerie puso una pierna sobre el sofá para mirar a la cara a Diane-. La deseaba hace unos minutos. Cuando acabó todo entre nosotras, una parte de mí se resistió a despedirse. Quería despedirme esta noche -extendió el brazo sobre el sofá hasta que sus dedos casi rozaron el hombro de Diane-. Ya lo he hecho.
-¿Así de fácil? -Diane no se movió ni buscó el contacto de Valerie.
-He aceptado lo que sé hace mucho tiempo. En cierto sentido, sí, ha sido fácil.
-De acuerdo.
Valerie acarició el hombro de Diane y enseguida retiró la mano.
-Hay algo más que deberías saber. Sobre Elena y yo.
-No, no lo hay. Fuese lo que fuese no me incumbe -Diane retuvo la mano que Valerie estaba a punto de retirar. Estrechó los dedos de Valerie entre los suyos y acarició con el pulgar los nudillos de la otra mujer-. ¿Por qué viniste aquí el martes por la noche?
-Para estar contigo. No sé por qué, pero quería estar contigo. Necesitaba... estar contigo.
Diane asintió.
-Me alegro.
-Hay más cosas que no te he contado -dijo Valerie en voz baja.
-Siempre las habrá.
Viernes, 14 de septiembre.
Lena se asomó al pequeño balcón del salón de Diane y contempló las luces de los faros de los coches culebreando entre los árboles de Central Park, a escasos quinientos metros de distancia. Eran las dos de la mañana, y no podía dormir. Tras dar las buenas noches a Julia, cerró los ojos, confiando en que el sonido de la voz de Julia la condujese al sueño. A veces, le bastaba con imaginar a Julia a su lado para centrarse y disipar las preocupaciones y agobios, lo cual le permitía descansar. No así esa noche, a pesar de que el enorme sofá era cómodo, como había dicho Diane, y que Diane había cubierto la amplia superficie con una sábana de suave algodón y le había dejado una almohada. Lena no dormía, despierta tras los ojos cerrados pensaba en las probabilidades de que se produjese otro ataque. La habían entrenado para esperar lo inesperado y para reaccionar ante los imprevistos con una combinación de habilidad e instinto, y sus instintos nunca fallaban. Su instinto había salvado a Julia tres días antes y en aquel momento le decía que el peligro estaba mucho más cerca de lo que nadie suponía. Le fastidiaba no ver claramente al enemigo ni predecir sus medios. No sabía si se produciría otro ataque armado; otro intento de secuestro o pondrían una bomba en el coche. Como no sabía la forma o el modo que podía adoptar la amenaza, sentía la imperiosa necesidad de prepararse para todo. El sueño era un lujo que no podía permitirse, así que acabó por levantarse, se puso los vaqueros y salió descalza al balcón. El fresco aire nocturno le produjo una agradable sensación en la cara y el cuello. Unos minutos después, las puertas de cristal se abrieron silenciosamente tras ella, pero Lena no se volvió. Cuando la brisa llevó hasta ella el inconfundible aroma del perfume Monyette París, supo quién la acompañaba. Pero aun así la voz cálida y embriagadora estremeció su columna vertebral. Se le encogió el estómago, y crispó las manos sobre la barandilla hasta el punto de que los músculos de los brazo se le hincharon debido a la tensión.
-¿No puedes dormir? -preguntó Valerie acercándose a donde estaba Lena, apoyada en la balaustrada de hierro forjado.
-No -Lena ladeó la cabeza y la vio. Sabía que Valerie estaba desnuda debajo de la bata negra y no necesitaba el resplandor de la luna para ver la protuberancia de sus pechos y la larga y sensual curva del vientre que se fundía con el liso arco de la cadera. Había acariciado aquel cuerpo infinitas veces, sintiendo la dulce humedad de la piel impregnada de pasión sobre la suya. La maraña de miembros, el rapto febril de placer y los gritos de alivio, de Valerie y suyos fusionados en uno, eran solo un recuerdo-. ¿Y tú?
Valerie hizo un gesto negativo con la cabeza.
-Me dormí y soñé -se encogió de hombros-. Ahora estoy despierta -hizo ademán de tocar el hombro de Lena, o se detuvo-. ¿Te molesta la compañía?
Lena aspiró lentamente saboreando la irresistible y arrebatadora mezcla de perfume y deseo. La última vez que habia estado en aquel balcón de noche la acompañaba Julia, y recordaba el desgarrador deseo y la imperiosa necesidad que había sentido hacia la joven entonces. Miró a aquella mujer, sintiendo el calor de la boca de Valerie sobre su cuerpo, y comprendió que nunca la había querido como a Julia, La había querido antes, la quería en aquel momento, y la seguiría queriendo siempre. El brote de excitación que la había envuelto al ver a Valerie se difuminó y se sintió liberada.
-No, no me molesta en absoluto.
-Diane no sabe lo nuestro.
-Entiendo.
-¿Será un problema si se entera?
Lena se movió para poder mirar a Valerie a la cara.
-¿Un problema para quién?
-Siempre tan cautelosa, Lena. Para ti o para Julia.
-Julia hace tiempo que lo sabe.
-Oh, lo sé. -La estaba mirando en el preciso momento en que se dio cuenta -una leve sonrisa se dibujó en los labios de Valerie transformando la perfecta simetría de su rostro durante un segundo, dándole un aspecto menos perfecto y más vulnerable-. Vi cómo se esforzaba por controlar la ira al saber que yo te había tocado. La vi ganar esa batalla. Es una mujer admirable.
-Sí.
-Y la amas -Valerie miraba a Lena con la misma intensidad que Lena a ella.
-Con todo mi ser.
-Naturalmente -Valerie deslizó las yemas de los dedos sobre el dorso de la mano de Lena-. Ella sabía... Julia... que yo estaba enamorada de ti, pero también supo instintivamente, desde la primera noche, que tú no me amabas.
-Valerie...
-No -se apresuró a decir Valerie, aferrando la mano de Lena-, no tienes por qué dar explicaciones Elena. Siempre supe lo que sentías y lo que no sentías. Nunca me engañaste.
-Sin embargo, lamento haberte utilizado -dijo Elena.
-¿Me utilizaste? -Valerie se rió con ganas-. No creas. No debes disculparte por el placer que compartimos. Era lo pactado, y todo lo que hubiese más allá de eso corría de mi cuenta -apartó la mano y se volvió para mirar el parque, con el hombro rozando levemente el de Lena-. No debería estar aquí.
-¿Y por qué estás?
-No lo sé -respondió Valerie, pensativa, alzando la mano para colocar un mechón rebelde que el viento había soltado sobre su cara. Lo puso detrás de la oreja con gesto impaciente, dejando al descubierto la pálida y esbelta columna de su cuello, como si pidiese un beso-. Podría haber encontrado otro alojamiento o alquilar un coche y pasarme una semana recorriendo el país. Pero cuando ocurrió todo, cuando el mundo entero se tambaleó de pronto, lo primero que pensé fue en Diane. Así que la llamé, aun sabiendo que no debería hacerlo.
-¿Y por qué no, Valerie? -preguntó Lena serena. Habían mantenido una relación durante casi un año, y parte ese tiempo Lena había sido jefa de seguridad de Julia. En esa época hubo dos atentados contra Julia. Lena tenía la absoluta certeza de no haber divulgado la menor información sobre Julia o su seguridad; pero todas las personas de su vida, todas las personas de la vida de Julia, eran en aquel momento sospechosas a sus ojos. Y Valerie, Claire, seguía siendo un misterio en muchos aspectos.
-Oh, por muchas razones -Valerie se encogió de hombros y rió de nuevo aunque con menos entusiasmo, casi con desprecio hacia sí misma-. Podría soltar una perogrullada como lo de ella merece algo mejor, lo cual es absolutamente cierto, o decir que su amistad con Julia tal vez se deteriore...
-Julia lo afrontará.
-Sí, supongo que lo hará. Pero me pregunto si Diane lo soportará cuando se entere de que Julia conocía mi relación contigo y no la informó.
-Nunca se sabe cómo van a reaccionar las personas. Debes hacer lo que sientas.
Valerie se volvió, apoyó la cadera en la barandilla y miró a Lena, muy seria.
-¿Filosofía, Elena?
-No, solo montones de errores.
-Diane y yo no nos acostamos.
-¿Aún no?
Valerie negó con la cabeza.
-No, que yo sepa.
-Pero estás aquí.
-Sí -Valerie suspiró-. Y ahora también estás tú. Te oí levantarte y salir. No podía dejar de pensar en la última vez que habíamos estado juntas. Esa noche querías hacer el amor conmigo, y yo no te dejé. Ahora lo lamento.
-Las cosas han cambiado -Lena habló con voz amable y no se apartó cuando Valerie se inclinó hacia ella. Había demasiadas cosas entre ellas para volver la espalda.
-Sí, pero... a veces basta con una última vez para olvidar el pasado -mientras hablaba, Valerie deslizó la mano bajo la camiseta de Lena y la posó sobre el abdomen. Exhaló un leve suspiro de placer cuando los músculos de Lena se retorcieron ante el contacto y lentamente fue bajando los dedos y doblando la mano para introducirla bajo los vaqueros de Lena. Lena sujetó la muñeca de Valerie por encima de la camiseta e interrumpió la caricia. Estaba húmeda desde el primer roce.
-No habrá más veces.
Valerie, con la boca tan cerca que podría besar a Lena, la miró a los ojos durante un rato.
-¡Dios! Siempre tuviste un control exquisito.
Lena sonrió y retiró la mano de Valerie de debajo de la camiseta. La soltó y respiró a fondo.
-A veces resulta engañoso.
-Tal vez -Valerie se hizo a un lado poniendo espacio entre ambas-. Pero tu mensaje es muy claro. No volveré a intentarlo.
-Gracias. Porque eres una mujer hermosa y muy deseable, y da la casualidad de que estoy totalmente enamorada de otra persona.
-Lo sabía sin necesidad de que me lo dijeses, Lena -admitió Valerie con una tierna sonrisa-. Solo que no tenía claro cómo afrontarlo y nunca tuve ocasión de averiguarlo. Ahora lo entiendo.
-¿Qué pasa con Diane?
Valerie cerró los ojos un instante.
-Ojalá lo supiese. Hace tanto tiempo que no tengo una relación simple con una mujer, que no sé si sabría reconocerla.
-Comprendo lo que quieres decir.
-Supongo que sí -Valerie acarició el borde de la mandíbula de Lena y entró en el apartamento-. Recuerda esta noche, Elena. Recuerda que en este momento no hubo nada entre nosotras, salvo la verdad.
Lena vio a Valerie abrir y cerrar las puertas de cristal y desaparecer en la oscuridad. Había mucho que decir. O tal vez confesar, De eso estaba segura. Se volvió para contemplar la noche preguntándose cuándo averiguaría los secretos que quedaban entre ellas. Valerie caminó cuidadosamente por el oscuro salón guiándose por la memoria y los destellos de luz de luna que iluminaban los objetos.
-Será mejor que hablemos -dijo Diane en voz baja levantándose de una silla situada en una esquina frente al balcon-. No pretendía espiar, pero oí que te levantabas. Me preocupaba que tuvieses una pesadilla.
-¿Una pesadilla?
-La tuviste, sí. Gritaste en sueños. La primera noche -explicó Diane reuniéndose con Valerie bajo el arco que conducía al pasillo y a los dormitorios-. Me levanté y abrí la puerta de tu habitación. Gemías y te retorcías bajo las sabanas. No sabía si despertarte o no.
-Lo siento. No me enteré.
Diane sacudió la cabeza.
-No tienes por qué disculparte.
-Pero no me despertaste.
-No. Me acerqué a tu cama y, cuando me di cuenta de que estabas desnuda, me limité a mirarte. Te miré y quise tocarte, y entonces supe que debía irme.
-Diane -murmuró Valerie deslizando los dedos bajo el brazo de Diane sin darse cuenta.
-Te vi en el balcón con Lena. No oí lo que decíais, pero no me hace falta. -Diane retiró el brazo suavemente-. Julia Volkova es mi mejor amiga.
-Julia lo sabe -afirmó Valerie.
-Yo también tengo que saberlo.
-Sí -Valerie suspiró-. Vamos a tu habitación.
Valerie siguió a Diane por el pasillo hasta el dormitorio principal. Esperó a que Diane descorriese las cortinas para que hubiese luz suficiente y pudiesen verse. Diane no encendió la luz, y Valerie se lo agradeció; su dolor no quedaría expuesto a la brutal claridad de una lámpara, sino atenuado por la piadosa luminosidad de la luna. Se hundió en un extremo del confidente situado frente a los grandes ventanales de la zona de estar y esperó a que Diane se sentase para hablar.
-Elena y yo tuvimos... una relación... durante casi un año -explicó Valerie, que no veía motivos para fingir que se trataba de otra cosa-. Se terminó.
-No me ha dado esa impresión -en la voz de Diane no había el menor asomo de censura, solo cierta tristeza-. Naturalmente, no me debes ninguna explicación.
-Sí que te la debo -estaban muy cerca, y Valerie quiso tocar a Diane, como si su piel pudiese confirmar a la otra mujer la veracidad de sus palabras-. Estoy aquí, en tu casa, y claro que te debo una explicación.
-Me preguntaba por qué no respondías a mis... -Diane se rió- nada sutiles insinuaciones de mi interés por ti. No se me ocurrió preguntar si había otra persona. ¡Qué tonta soy!
-No fue ese el motivo de que no respondiese -repuso Valerie-. Es más, quería hacerlo.
-¿Se trata de... Lena?
A Diane se le atragantaron las palabras, y Valerie comprendió que le hacía daño pronunciarlas. Lo que le sorprendió fue que le doliese notar el dolor de Diane.
-Lo siento. No. En realidad, yo quería... -se interrumpió eligiendo con cuidado lo que iba a decir-. Quería cerciorarme de que no lamentases nunca lo que pudiese haber entre nosotras. Y sabía que eso no ocurriría hasta que te contase lo de Elena.
-¿Pensabas hacerlo?
Valerie dudó.
-No lo sé. No me afectaba solo a mí.
-Has dicho que Julia lo sabe. Por tanto, supongo que lo sabía la noche de la exposición en la galería.
-Sí.
-¿Y sigues viva? Increíble.
-Julia conoce a su amante.
-Cualquier mujer se sentiría tentada -dijo Diane con amargura-. Créeme, lo sé.
-Tentada sí... pero la cosa no va a pasar de ahí con Elena Katina.
-Aunque tú lo deseas -Diane cruzó los brazos sobre el cuerpo, debajo de los pechos, como si tuviese mucho frío. Hacía calor en la habitación-. Desde mi rincón del salón me dí cuenta de cuánto la deseabas.
-Sí, es cierto -Valerie puso una pierna sobre el sofá para mirar a la cara a Diane-. La deseaba hace unos minutos. Cuando acabó todo entre nosotras, una parte de mí se resistió a despedirse. Quería despedirme esta noche -extendió el brazo sobre el sofá hasta que sus dedos casi rozaron el hombro de Diane-. Ya lo he hecho.
-¿Así de fácil? -Diane no se movió ni buscó el contacto de Valerie.
-He aceptado lo que sé hace mucho tiempo. En cierto sentido, sí, ha sido fácil.
-De acuerdo.
Valerie acarició el hombro de Diane y enseguida retiró la mano.
-Hay algo más que deberías saber. Sobre Elena y yo.
-No, no lo hay. Fuese lo que fuese no me incumbe -Diane retuvo la mano que Valerie estaba a punto de retirar. Estrechó los dedos de Valerie entre los suyos y acarició con el pulgar los nudillos de la otra mujer-. ¿Por qué viniste aquí el martes por la noche?
-Para estar contigo. No sé por qué, pero quería estar contigo. Necesitaba... estar contigo.
Diane asintió.
-Me alegro.
-Hay más cosas que no te he contado -dijo Valerie en voz baja.
-Siempre las habrá.
Anonymus- Mensajes : 345
Fecha de inscripción : 03/09/2014
Edad : 37
Localización : Argentina - Buenos Aires
Re: Honor Reivindicado
CAPITULO DIEZ
-Soy Elena Katina. Me gustaría hablar con la jefa de gabinete, por favor.
-Son las 4.30 de la mañana, señora -informó una educada voz masculina-. Con mucho gusto transmitiré su mensaje.
-Tal vez sea mejor que compruebe antes su lista de prioridades -Lena oyó ruido de papeles. Cuando el oficial de guardia habló de nuevo, lo hizo como si estuviera en posición de firmes.
-La paso inmediatamente, señora.
-Gracias. Cífrelo, por favor.
-Sí, señora.
Lucinda Washburn respondió segundos después con voz cortante y enérgica. Lena no dudó que estaría despierta.
-¿Algún problema, comandante?
-Llámelo precaución, señora. Estoy en Manhattan. Le sugiero que esta tarde ponga más agentes a disposición de Stark -a pesar de que la transmisión era cifrada y, por tanto, en principio segura, Lena no dejaba nada al azar cuando se trataba de Julia. Esperaba que Lucinda entendiese lo que quería decir sin necesidad de más explicaciones.
-¿Por algún motivo concreto?
-Es solo una sensación.
-Con eso basta -Lucinda suspiró-. ¿Y el Nido?
-Imagino que Tom se habrá ocupado de eso -Lena sabía que Tom Turner, el jefe de seguridad del Presidente, había suprimido todas las paradas en la primera aparición pública del Presidente después de los ataques. Sin duda todos los agentes del FEI, el Servicio Secreto y el Departamento de Policía de Nueva York habían sido movilizados para la visita del Presidente a la Zona Cero-. Pero Egret tiene tendencia a escabullirse.
-Y tanto -dijo Lucinda con un cariño que se percibía a través del teléfono-. ¿No tiene nada concreto?
-Solo llevo aquí unas horas, pero las cosas están mal en el Nido. No me gusta.
-Mierda. A mí tampoco. ¿Estará usted cerca esta tarde?
Lena esbozó una sonrisa fría y dura.
-Cuente con ello.
-Me ocuparé de que salga de aquí bien custodiada.
-Gracias. Ah, otra cosa.
-Ayer me di cuenta de que quería algo en particular -comentó Lucinda-. ¿De qué se trata?
-No se trata de qué, sino de quién.
-La escucho.
-Quiero a Felicia Davis conmigo a partir de hoy.
-Eso será difícil. La investigación de seguridad lleva tiempo, y no puedo hacer gran cosa ante el comité especial del Departamento de Justicia.
-Si queremos encontrar a esa gente, tendrá que ser a través de alguna conexión con Foster –afirmó Lena sin titubear-. Necesito a una experta en informática.
-Puede tener a cualquiera... En el Departamento de Justicia hay un agente considerado el mejor. Al parecer es un poco raro, pero...
-No me sirve -interrumpió Lena-. Felicia es de las mías. Corrió riesgos durante el ataque, igual que Stark. Tiene suerte de haber sobrevivido. No puede estar involucrada.
-Veré qué puedo hacer, pero esas cosas tienen un coste.
-Oh, ya lo sé. Todo tiene un precio, y lo pagaré. En cuanto a los otros miembros del equipo...
Lucinda se rió.
-Ha estado muy ocupada desde que hablamos ayer.
-Aquí las cosas están patas arriba -afirmó Lena.
-Sí. ¿A quién necesita?
Lena se lo dijo y esperó.
-No creo que haya problema. Considérelo hecho a menos que le diga lo contrario antes de mediodía.
-A esas alturas estarán trabajando conmigo.
-Sí, claro -admitió Lucinda-. Buena caza, comandante.
Lena estaba pensando en la caza mientras se servía la primera taza de café poco después de las siete de la mañana.
-Veo que recuerdas las cosas fundamentales -comentó Diane a sus espaldas.
Lena se volvió hacia la puerta de la cocina sonriendo.
-Espero que no te importe.
-Hummm, en absoluto. Me gustan las mujeres decididas, sobre todo por la mañana -Diane, vestida con blusa de seda verde pálido y pantalones color tabaco, cruzó la brillante cocina de acero y granito modelo Architectural Digest y se acercó a la encimera. Pasó al lado de Lena para coger la cafetera y, con exagerada cautela, procuró no tocarla. A pesar del tono coloquial de Diane, a Lena le pareció detectar rastros de lágrimas bajo el perfecto maquillaje de su anfitriona.
-¿Mala noche?
Diane se rió y sacudió la cabeza.
-¿Acaso no sabes que eso es algo que nunca debes preguntar a una mujer? Da la impresión de que se me nota la edad o de que tengo una pinta desastrosa.
-No es el caso -dijo Lena, muy seria-. Pero ha sido una semana horrible.
-¡Oh Dios, sí! -a Diane le temblaba un poco la mano cuando se acercó la taza a los labios. Bebió un sorbo y apoyó la cadera en el borde de la encimera, mirando a Lena-. ¿Has dormido algo?
-No mucho -en realidad, no había dormido nada. Después de hablar con Valerie, se tumbó en el sofá durante varias horas antes de regresar al balcón, hastiada. Estuvo a punto de dormirse en la tumbona, pero la letanía de cosas pendientes se repetía en su cabeza y le impedía conciliar el sueño. Al final, tras renunciar, llamó a Lucinda. En aquel momento, duchada y vestida con pantalones negros y un polo oscuro, había escondido la fatiga bajo la ocupada agenda del día.
-Julia viene esta tarde con su padre.
-Lo sé, me lo ha dicho -Diane entrecerró los ojos estudió a Lena con aire pensativo-. No te gusta nada, verdad?
Lena sonrió.
-¿Cuál ha sido la primera pista?
Diane se rió.
-¿Cómo llevas tu preocupación por ella?
En otra época Diane no habría formulado una pregunta personal, a pesar de que siempre había sido muy curiosa. Respetaba la intimidad de su mejor amiga, aunque a veces envidiaba la evidente pasión reinante entre Julia y Lena. y sabía que Lena era, si cabe, aún más reservada que Julia. Pero en un mundo en el que el exterminio podía llamar a la puerta una soleada mañana, parecía ridículo regirse por las convenciones. Y para quienes vivían bajo la sombra de la tragedia, la vida había adquirido mayor intensidad, y perdian sentido la cautela y la prudencia.
-Me pagan por preocuparme por ella -respondió Lena en tono amable. Era la respuesta más sencilla y la verdad. Pero había notado el cariño tras la pregunta de Diane y sabía que esta quería a Julia, así que añadió-: Me esfuerzo al máximo por disimular mi preocupación ante ella porque necesita pensar que su vida es normal. Y, cuando surge algo como lo de hoy, me pongo histérica. Hago todo lo posible por garantizar su seguridad.
-Supongo que si Julia supiera lo duro que es para ti, cambiaría.
-Tal vez -admitió Lena-. Y eso mataría algo dentro de ella -Lena lavó la taza en el fregadero y la puso boca abajo sobre las ranuras practicadas en la encimera de granito a modo de escurridor-. Por eso no se lo digo.
-Por supuesto. Ni yo tampoco -Diane dejó su taza junto a la de Lena-. ¿Querías hablarme de algo?
-¿Te importa si vamos al balcón? -preguntó Lena cuando salieron de la cocina. Diane se detuvo en seco en medio del salón y miró a Lena con asombro.
-¿No confías en Valerie?
Lena permaneció callada mientras iban hacia el balcón. El salón estaba vacío, y no se oía ruido en las habitaciones del otro lado del pasillo. Diane no dijo nada hasta que estuvieron en el balcón, con las puertas correderas de cristal cerradas.
-No se me ocurre ningún modo de decirlo que no sea desafortunado -comentó Diane sentándose en una tumbona-. Dio la casualidad de que anoche estaba en el salón cuando Valerie y tú hablabais aquí y, luego, conversamos.
-Y te contó lo nuestro -Lena apoyó la espalda en la barandilla; el sol quedaba detrás, de modo que la sombra envolvía su rostro. La técnica interrogatorio fue tan automática que ni siquiera tuvo que pensarla. Diane protegió los ojos con la mano frente al sol matutino y asintió.
-En parte -se rió-. Me temo que no hubo detalle Por lo visto todas las mujeres que conozco quieren compartirte. Incluso a toro pasado.
-¿Te dijo que Julia lo sabe?
-Sí. Me gustaría decirle a Julia que lo sé. Ocultar secretos a las amigas es la forma más rápida de perder la amistad.
Lena percibió el pánico en la voz de Diane.
-Julia no te lo dijo porque quería protegerme.
-Y ahora tú la proteges a ella -Diane sonrió-. Tiene una gran defensora en ti.
-No -Lena se adelantó dos pasos y se sentó en el extremo de la tumbona mirando a Diane. Luego, se inclinó hacia delante, apoyando los codos en las rodillas-. Yo solo quería que supieras que lo hizo por mí y no para ocultarte nada. En realidad -añadió, con un suspiro-, creo que le ha costado mucho.
-¿Seguro que no te importa si hablo con ella del asunto?
-En absoluto.
-No has respondido a mi pregunta anterior. ¿No confías en Valerie?
-No se trata de en quién confío y en quién no -contestó Lena-. Se trata de proteger la privacidad de Julia y de preservar su seguridad.
-No creerás que Valerie es una amenaza -dijo Diane a la defensiva.
-No hablo de Julia delante de nadie -era verdad, aunque también una evasiva.
-No, los que la queremos no lo hacemos. Lo entiendo -Diane parecía satisfecha-. Dime qué quieres saber.
-Quiero saber los nombres de todas las personas que te preguntaron por Julia el último año. Quiero saber cuántas personas nuevas han entrado en tu vida en el mismo período, bien por razones profesionales o personales, Quiero saber si alguien te ha llamado la atención por alguna rareza.
Diane se rió.
-No hablas en serio.
Lena se limitó a asentir...
-¡Dios mío! Dirijo una galería de arte. Sheila Blake es una de mis clientas, y todo el mundo sabe, al menos en los ambientes artísticos, que Blake es Julia Volkova. La gente no para de preguntarme por sus obras.
-¿Alguien que mostrase más interés que los demás? ¿Alguien que hiciese preguntas insistentes o repetidas o que fuese muchas veces a la galería sin motivo?
-No se me ocurre, pero puedo revisar los libros de ventas de la galería, a ver si me refrescan la memoria.
-Bien. Estupendo. Pregunta a tus empleados si recuerdan que alguien se interesase por los proyectos de Julia o hiciese preguntas personales sobre ella: dirección, teléfono, correo electrónico -Lena se inclinó aún más, lanzando chispas por los ojos-. Cualquier cosa. Nada llamativo. Esos tipos son profesionales. Explícaselo.
-Lo haré. Hablaré con ellos hoy por la mañana -Diane frunció el entrecejo-. Has dicho contacto personal. ¿No creerás que alguien con quien... he tenido relaciones íntimas... ha participado?
-No lo sé. ¿Has conocido a alguien en circunstancias extrañas o que te parezca demasiado perfecta y encaje excesivamente bien en el tipo de mujer que te atrae?
El silencio se impuso unos momentos mientras ambas se miraban con el nombre pendiendo entre ellas. Como una premonición, las puertas de cristal se abrieron y apareció Valerie. Su blusa de color azul hielo hacía juego con sus ojos, que miraron con extrañeza a Diane y a Lena. Lo que vio en sus rostros le hizo alzar las manos en un gesto de disculpa.
-Lo siento. Por lo visto, interrumpo -se retiró el pelo de la cara sosteniéndolo para que no lo alborotase el viento, y miró a Diane-. Quería decirte que me marcho. He pedido un taxi.
-¿Ahora mismo? -Diane se levantó-. ¿Por qué?
-Un asunto de trabajo. Surgió hace unos minutos. Me ha llamado mi cliente -Valerie sonrió y se encogió de hombros-. Ya sabes cómo son esas cosas. Cuando a un cliente se le mete algo en la cabeza, no hay forma de desmontarlo. Odio salir corriendo cuando has sido tan amable conmigo.
Lena se levantó y entró en el salón para dejadas solas.
-Yo también tengo que hacer unas llamadas. Cuídate -dijo al pasar junto a Valerie.
-Lo haré. Tú también, Elena -Valerie no apartó la vista de Diane durante el intercambio de palabras con Lena. Cuando Lena entró y cerró las puertas, Valerie repitió- Siento todo esto.
-Creí que lo habíamos aclarado anoche -dijo Diane acercándose a Valerie. Estaban cara a cara, ambas con expresión de fastidio y alerta-. Las dos tenemos pasado. Yo no pienso disculparme por el mío, ni espero que lo hagas tú.
-Eres muy considerada.
-Al diablo con la consideración -repuso Diane-. Sabes muy bien que me siento atraída por ti. Más que atraída. ¿Por qué te vas?
-Ya te lo he dicho... trabajo.
Diane la miró sin pestañear.
-En esta ocasión no te preguntaré de qué se trata porque resulta evidente que no te apetece contármelo. Pero sí te preguntaré una cosa y quiero una respuesta sincera. ¿Te volveré a ver?
Valerie dudó y, en vez de responder, puso la mano en la nuca de Diane y la atrajo para besada. Al principio la besó tiernamente, un mero roce de labios, deleitándose en su subyugante sabor hasta que de pronto deseó más. Más que un susurro de despedida. Necesitaba algo que llevar consigo. Sin romper el contacto visual, acarició la boca de Diane con firmeza, un contacto lento y prolongado mientras la punta de la lengua de Diane brillaba entre sus labios. Diane contuvo la respiración, primero sorprendida y, luego, al notar un nudo en el estómago.
-Oh -murmuró-, no hagas eso para dejarme después.
-Esperaba que lo recordases -dijo Valerie olvidando la sensatez-, hasta que vuelva.
-¿Volverás? ¿En serio?
-Sí, si puedo.
La pena que transmitía su voz era demasiado sincera para que Diane no la creyese. Diane rodeó con los brazos la cintura de Valerie, contenta al ver que la otra mujer no se apartaba.
-Cuando vuelvas, ¿me dirás qué es eso que según tú no podría afrontar?
-Sí, si puedo -respondió Valerie incapaz de contenerse.
Besó a Diane una última vez, deseando con todas sus fuerzas paliar el dolor interior con algo tan simple como un beso. Lo podía justificar, si la presionaban, como una indiscreción momentánea en medio de un mundo enloquecido. Se dio cuenta de que había fracasado estrepitosamente cuando comprendió que solo quería seguir besando a Diane hasta que la otra mujer ocupó de lleno su corazón y su alma.
-Adiós -murmuró Valerie apartándose. Estiró la mano para abrir la puerta sin apartar los ojos de Diane.
Diane la dejó marchar. Por motivos que no lograba entender, mientras la veía marchar, susurró:
-Cuídate.
-Soy Elena Katina. Me gustaría hablar con la jefa de gabinete, por favor.
-Son las 4.30 de la mañana, señora -informó una educada voz masculina-. Con mucho gusto transmitiré su mensaje.
-Tal vez sea mejor que compruebe antes su lista de prioridades -Lena oyó ruido de papeles. Cuando el oficial de guardia habló de nuevo, lo hizo como si estuviera en posición de firmes.
-La paso inmediatamente, señora.
-Gracias. Cífrelo, por favor.
-Sí, señora.
Lucinda Washburn respondió segundos después con voz cortante y enérgica. Lena no dudó que estaría despierta.
-¿Algún problema, comandante?
-Llámelo precaución, señora. Estoy en Manhattan. Le sugiero que esta tarde ponga más agentes a disposición de Stark -a pesar de que la transmisión era cifrada y, por tanto, en principio segura, Lena no dejaba nada al azar cuando se trataba de Julia. Esperaba que Lucinda entendiese lo que quería decir sin necesidad de más explicaciones.
-¿Por algún motivo concreto?
-Es solo una sensación.
-Con eso basta -Lucinda suspiró-. ¿Y el Nido?
-Imagino que Tom se habrá ocupado de eso -Lena sabía que Tom Turner, el jefe de seguridad del Presidente, había suprimido todas las paradas en la primera aparición pública del Presidente después de los ataques. Sin duda todos los agentes del FEI, el Servicio Secreto y el Departamento de Policía de Nueva York habían sido movilizados para la visita del Presidente a la Zona Cero-. Pero Egret tiene tendencia a escabullirse.
-Y tanto -dijo Lucinda con un cariño que se percibía a través del teléfono-. ¿No tiene nada concreto?
-Solo llevo aquí unas horas, pero las cosas están mal en el Nido. No me gusta.
-Mierda. A mí tampoco. ¿Estará usted cerca esta tarde?
Lena esbozó una sonrisa fría y dura.
-Cuente con ello.
-Me ocuparé de que salga de aquí bien custodiada.
-Gracias. Ah, otra cosa.
-Ayer me di cuenta de que quería algo en particular -comentó Lucinda-. ¿De qué se trata?
-No se trata de qué, sino de quién.
-La escucho.
-Quiero a Felicia Davis conmigo a partir de hoy.
-Eso será difícil. La investigación de seguridad lleva tiempo, y no puedo hacer gran cosa ante el comité especial del Departamento de Justicia.
-Si queremos encontrar a esa gente, tendrá que ser a través de alguna conexión con Foster –afirmó Lena sin titubear-. Necesito a una experta en informática.
-Puede tener a cualquiera... En el Departamento de Justicia hay un agente considerado el mejor. Al parecer es un poco raro, pero...
-No me sirve -interrumpió Lena-. Felicia es de las mías. Corrió riesgos durante el ataque, igual que Stark. Tiene suerte de haber sobrevivido. No puede estar involucrada.
-Veré qué puedo hacer, pero esas cosas tienen un coste.
-Oh, ya lo sé. Todo tiene un precio, y lo pagaré. En cuanto a los otros miembros del equipo...
Lucinda se rió.
-Ha estado muy ocupada desde que hablamos ayer.
-Aquí las cosas están patas arriba -afirmó Lena.
-Sí. ¿A quién necesita?
Lena se lo dijo y esperó.
-No creo que haya problema. Considérelo hecho a menos que le diga lo contrario antes de mediodía.
-A esas alturas estarán trabajando conmigo.
-Sí, claro -admitió Lucinda-. Buena caza, comandante.
Lena estaba pensando en la caza mientras se servía la primera taza de café poco después de las siete de la mañana.
-Veo que recuerdas las cosas fundamentales -comentó Diane a sus espaldas.
Lena se volvió hacia la puerta de la cocina sonriendo.
-Espero que no te importe.
-Hummm, en absoluto. Me gustan las mujeres decididas, sobre todo por la mañana -Diane, vestida con blusa de seda verde pálido y pantalones color tabaco, cruzó la brillante cocina de acero y granito modelo Architectural Digest y se acercó a la encimera. Pasó al lado de Lena para coger la cafetera y, con exagerada cautela, procuró no tocarla. A pesar del tono coloquial de Diane, a Lena le pareció detectar rastros de lágrimas bajo el perfecto maquillaje de su anfitriona.
-¿Mala noche?
Diane se rió y sacudió la cabeza.
-¿Acaso no sabes que eso es algo que nunca debes preguntar a una mujer? Da la impresión de que se me nota la edad o de que tengo una pinta desastrosa.
-No es el caso -dijo Lena, muy seria-. Pero ha sido una semana horrible.
-¡Oh Dios, sí! -a Diane le temblaba un poco la mano cuando se acercó la taza a los labios. Bebió un sorbo y apoyó la cadera en el borde de la encimera, mirando a Lena-. ¿Has dormido algo?
-No mucho -en realidad, no había dormido nada. Después de hablar con Valerie, se tumbó en el sofá durante varias horas antes de regresar al balcón, hastiada. Estuvo a punto de dormirse en la tumbona, pero la letanía de cosas pendientes se repetía en su cabeza y le impedía conciliar el sueño. Al final, tras renunciar, llamó a Lucinda. En aquel momento, duchada y vestida con pantalones negros y un polo oscuro, había escondido la fatiga bajo la ocupada agenda del día.
-Julia viene esta tarde con su padre.
-Lo sé, me lo ha dicho -Diane entrecerró los ojos estudió a Lena con aire pensativo-. No te gusta nada, verdad?
Lena sonrió.
-¿Cuál ha sido la primera pista?
Diane se rió.
-¿Cómo llevas tu preocupación por ella?
En otra época Diane no habría formulado una pregunta personal, a pesar de que siempre había sido muy curiosa. Respetaba la intimidad de su mejor amiga, aunque a veces envidiaba la evidente pasión reinante entre Julia y Lena. y sabía que Lena era, si cabe, aún más reservada que Julia. Pero en un mundo en el que el exterminio podía llamar a la puerta una soleada mañana, parecía ridículo regirse por las convenciones. Y para quienes vivían bajo la sombra de la tragedia, la vida había adquirido mayor intensidad, y perdian sentido la cautela y la prudencia.
-Me pagan por preocuparme por ella -respondió Lena en tono amable. Era la respuesta más sencilla y la verdad. Pero había notado el cariño tras la pregunta de Diane y sabía que esta quería a Julia, así que añadió-: Me esfuerzo al máximo por disimular mi preocupación ante ella porque necesita pensar que su vida es normal. Y, cuando surge algo como lo de hoy, me pongo histérica. Hago todo lo posible por garantizar su seguridad.
-Supongo que si Julia supiera lo duro que es para ti, cambiaría.
-Tal vez -admitió Lena-. Y eso mataría algo dentro de ella -Lena lavó la taza en el fregadero y la puso boca abajo sobre las ranuras practicadas en la encimera de granito a modo de escurridor-. Por eso no se lo digo.
-Por supuesto. Ni yo tampoco -Diane dejó su taza junto a la de Lena-. ¿Querías hablarme de algo?
-¿Te importa si vamos al balcón? -preguntó Lena cuando salieron de la cocina. Diane se detuvo en seco en medio del salón y miró a Lena con asombro.
-¿No confías en Valerie?
Lena permaneció callada mientras iban hacia el balcón. El salón estaba vacío, y no se oía ruido en las habitaciones del otro lado del pasillo. Diane no dijo nada hasta que estuvieron en el balcón, con las puertas correderas de cristal cerradas.
-No se me ocurre ningún modo de decirlo que no sea desafortunado -comentó Diane sentándose en una tumbona-. Dio la casualidad de que anoche estaba en el salón cuando Valerie y tú hablabais aquí y, luego, conversamos.
-Y te contó lo nuestro -Lena apoyó la espalda en la barandilla; el sol quedaba detrás, de modo que la sombra envolvía su rostro. La técnica interrogatorio fue tan automática que ni siquiera tuvo que pensarla. Diane protegió los ojos con la mano frente al sol matutino y asintió.
-En parte -se rió-. Me temo que no hubo detalle Por lo visto todas las mujeres que conozco quieren compartirte. Incluso a toro pasado.
-¿Te dijo que Julia lo sabe?
-Sí. Me gustaría decirle a Julia que lo sé. Ocultar secretos a las amigas es la forma más rápida de perder la amistad.
Lena percibió el pánico en la voz de Diane.
-Julia no te lo dijo porque quería protegerme.
-Y ahora tú la proteges a ella -Diane sonrió-. Tiene una gran defensora en ti.
-No -Lena se adelantó dos pasos y se sentó en el extremo de la tumbona mirando a Diane. Luego, se inclinó hacia delante, apoyando los codos en las rodillas-. Yo solo quería que supieras que lo hizo por mí y no para ocultarte nada. En realidad -añadió, con un suspiro-, creo que le ha costado mucho.
-¿Seguro que no te importa si hablo con ella del asunto?
-En absoluto.
-No has respondido a mi pregunta anterior. ¿No confías en Valerie?
-No se trata de en quién confío y en quién no -contestó Lena-. Se trata de proteger la privacidad de Julia y de preservar su seguridad.
-No creerás que Valerie es una amenaza -dijo Diane a la defensiva.
-No hablo de Julia delante de nadie -era verdad, aunque también una evasiva.
-No, los que la queremos no lo hacemos. Lo entiendo -Diane parecía satisfecha-. Dime qué quieres saber.
-Quiero saber los nombres de todas las personas que te preguntaron por Julia el último año. Quiero saber cuántas personas nuevas han entrado en tu vida en el mismo período, bien por razones profesionales o personales, Quiero saber si alguien te ha llamado la atención por alguna rareza.
Diane se rió.
-No hablas en serio.
Lena se limitó a asentir...
-¡Dios mío! Dirijo una galería de arte. Sheila Blake es una de mis clientas, y todo el mundo sabe, al menos en los ambientes artísticos, que Blake es Julia Volkova. La gente no para de preguntarme por sus obras.
-¿Alguien que mostrase más interés que los demás? ¿Alguien que hiciese preguntas insistentes o repetidas o que fuese muchas veces a la galería sin motivo?
-No se me ocurre, pero puedo revisar los libros de ventas de la galería, a ver si me refrescan la memoria.
-Bien. Estupendo. Pregunta a tus empleados si recuerdan que alguien se interesase por los proyectos de Julia o hiciese preguntas personales sobre ella: dirección, teléfono, correo electrónico -Lena se inclinó aún más, lanzando chispas por los ojos-. Cualquier cosa. Nada llamativo. Esos tipos son profesionales. Explícaselo.
-Lo haré. Hablaré con ellos hoy por la mañana -Diane frunció el entrecejo-. Has dicho contacto personal. ¿No creerás que alguien con quien... he tenido relaciones íntimas... ha participado?
-No lo sé. ¿Has conocido a alguien en circunstancias extrañas o que te parezca demasiado perfecta y encaje excesivamente bien en el tipo de mujer que te atrae?
El silencio se impuso unos momentos mientras ambas se miraban con el nombre pendiendo entre ellas. Como una premonición, las puertas de cristal se abrieron y apareció Valerie. Su blusa de color azul hielo hacía juego con sus ojos, que miraron con extrañeza a Diane y a Lena. Lo que vio en sus rostros le hizo alzar las manos en un gesto de disculpa.
-Lo siento. Por lo visto, interrumpo -se retiró el pelo de la cara sosteniéndolo para que no lo alborotase el viento, y miró a Diane-. Quería decirte que me marcho. He pedido un taxi.
-¿Ahora mismo? -Diane se levantó-. ¿Por qué?
-Un asunto de trabajo. Surgió hace unos minutos. Me ha llamado mi cliente -Valerie sonrió y se encogió de hombros-. Ya sabes cómo son esas cosas. Cuando a un cliente se le mete algo en la cabeza, no hay forma de desmontarlo. Odio salir corriendo cuando has sido tan amable conmigo.
Lena se levantó y entró en el salón para dejadas solas.
-Yo también tengo que hacer unas llamadas. Cuídate -dijo al pasar junto a Valerie.
-Lo haré. Tú también, Elena -Valerie no apartó la vista de Diane durante el intercambio de palabras con Lena. Cuando Lena entró y cerró las puertas, Valerie repitió- Siento todo esto.
-Creí que lo habíamos aclarado anoche -dijo Diane acercándose a Valerie. Estaban cara a cara, ambas con expresión de fastidio y alerta-. Las dos tenemos pasado. Yo no pienso disculparme por el mío, ni espero que lo hagas tú.
-Eres muy considerada.
-Al diablo con la consideración -repuso Diane-. Sabes muy bien que me siento atraída por ti. Más que atraída. ¿Por qué te vas?
-Ya te lo he dicho... trabajo.
Diane la miró sin pestañear.
-En esta ocasión no te preguntaré de qué se trata porque resulta evidente que no te apetece contármelo. Pero sí te preguntaré una cosa y quiero una respuesta sincera. ¿Te volveré a ver?
Valerie dudó y, en vez de responder, puso la mano en la nuca de Diane y la atrajo para besada. Al principio la besó tiernamente, un mero roce de labios, deleitándose en su subyugante sabor hasta que de pronto deseó más. Más que un susurro de despedida. Necesitaba algo que llevar consigo. Sin romper el contacto visual, acarició la boca de Diane con firmeza, un contacto lento y prolongado mientras la punta de la lengua de Diane brillaba entre sus labios. Diane contuvo la respiración, primero sorprendida y, luego, al notar un nudo en el estómago.
-Oh -murmuró-, no hagas eso para dejarme después.
-Esperaba que lo recordases -dijo Valerie olvidando la sensatez-, hasta que vuelva.
-¿Volverás? ¿En serio?
-Sí, si puedo.
La pena que transmitía su voz era demasiado sincera para que Diane no la creyese. Diane rodeó con los brazos la cintura de Valerie, contenta al ver que la otra mujer no se apartaba.
-Cuando vuelvas, ¿me dirás qué es eso que según tú no podría afrontar?
-Sí, si puedo -respondió Valerie incapaz de contenerse.
Besó a Diane una última vez, deseando con todas sus fuerzas paliar el dolor interior con algo tan simple como un beso. Lo podía justificar, si la presionaban, como una indiscreción momentánea en medio de un mundo enloquecido. Se dio cuenta de que había fracasado estrepitosamente cuando comprendió que solo quería seguir besando a Diane hasta que la otra mujer ocupó de lleno su corazón y su alma.
-Adiós -murmuró Valerie apartándose. Estiró la mano para abrir la puerta sin apartar los ojos de Diane.
Diane la dejó marchar. Por motivos que no lograba entender, mientras la veía marchar, susurró:
-Cuídate.
Anonymus- Mensajes : 345
Fecha de inscripción : 03/09/2014
Edad : 37
Localización : Argentina - Buenos Aires
Re: Honor Reivindicado
CAPITULO ONCE
-Te agradezco que me hayas acompañado a la rueda de prensa de esta mañana -dijo Oleg Volkov ofreciéndole a su hija una bandeja de magdalenas recién hechas.
-No tienes por qué agradecérmelo, papá -Julia, con gesto ausente, tomó un trocito de una de las especialidades del chef de la Casa Blanca-. Me da la impresión de que se puede hacer muy poco en este asunto. Si sirve para transmitir a quien quiera que sea que no nos dejaremos manipular por terroristas, estoy dispuesta a salir contigo en televisión todos los días.
-Me parece que te ibas a cansar enseguida, pero recordaré la oferta.
-Me alegro de que no se hablase de lo que me ocurrió -se estremeció esforzándose por sonreír-. Mi cara ya aparece en la primera página de demasiadas revistas sensacionalistas.
-Ha sido una decisión personal -afirmó Volkov-. La prensa me pondrá de vuelta y media si se sabe que ocultamos ese tipo de noticias.
-Papá, no hace falta que...
-Fue cosa mía, cariño. Y me alegro de haberlo hecho.
-¿Por qué has decidido silenciarlo? -Julia dejó a un lado la magdalena y miró a su padre fijamente.
-Por varias razones. La principal, por tu privacidad. La prensa se ha centrado en tu vida privada durante meses, y noticias como esa te convertirían en carnaza de los informativos matutinos de todas las televisiones -en la voz de su padre había un trasfondo de rabia-. Y no quiero que los que andan por ahí, o por aquí, te conviertan en su objetivo.
-Gracias -dijo Julia dulcemente.
-No hay de qué -el Presidente se reclinó en la silla y miró a Julia con cierta preocupación-. Esta tarde tal vez sea dura.
-Lo sé. Estaré perfectamente.
-No lo dudo.
-Por la noche no voy a regresar contigo -Julia apartó el desayuno a medio comer-. Quiero ir a casa. No puedo esconderme aquí; y, además, me estoy volviendo loca.
-Me gustaría que esperases a que mis asesores de seguridad me confirmasen que es seguro -sugirió
Volkov.
-Sabes que nunca será seguro -repuso Julia con aspereza-. Si Stark y Lena me cuidan, no me ocurrirá nada.
-¿Y si le pregunto a Lena qué opina del momento más oportuno?
Los ojos de Julia lanzaron destellos de ira, pero optó por reírse.
-¡Caray, papá! Me parece que necesitas un curso intensivo sobre la dinámica de las parejas lesbianas. Eso es como preguntarle al marido si da su consentimiento para que su esposa haga algo.
-¡Vaya! -Volkov se rió poniéndose colorado-. De acuerdo, lo tendré en cuenta. ¿Te parece bien si le pregunto a tu nueva jefa de seguridad y a tu ex jefa por la situación, solo para estar más tranquilo?
-Mucho mejor. De todas formas, vas a hacerlo con o sin mi permiso, ¿verdad?
-Ya veo que llevas demasiado tiempo en este juego. -Volkov se puso serio de repente-. Sí, quiero que me informen del posible riesgo que corres antes de que te marches.
-¿Me contarás lo que te digan?
-Sí.
-Entonces, yo procuraré seguir las recomendaciones.
-Gracias -dudó antes de añadir-: No lo admitiría ante nadie, excepto ante Lucy, pero aquí todos luchamos por no quedar descolgados. El departamento de Defensa, la CIA, el FBI, a todos nos cogieron desprevenidos el martes. Será una locura durante meses hasta que contemos con un sistema para prever y contrarrestar otro suceso de esa índole. Estoy preocupado por ti.
Julia estiró el brazo sobre la mesa y cogió la mano de su padre.
-Y yo me preocupo por ti. Siempre me he preocupado por ti. Pero es la vida que nos ha tocado, y debemos confiar en las personas cuyo trabajo es protegernos, ¿no crees?
-Hablas como si las cosas no fuesen tan difíciles para ti como antes. ¿Es cierto?
Julia se encogió de hombros.
-¿Te refieres a si es más fácil para mí tener agentes del Servicio Secreto rondando tras de mí las veinticuatro horas del día? No -se rió-. Aunque una de ellas sea mi amante. Pero soy más feliz porque tengo a Lena. Me facilita mucho las cosas.
-Entonces, me alegro por ti -estrechó la mano de su hija y la soltó-. Por si no te lo he dicho, me cae muy bien. Para un padre es duro pensar en que sus hijos tienen una vida que no les interesa. Tú y yo nunca pasamos mucho tiempo juntos, y ahora te estás forjando tu propia vida. Me alegro de que sea con ella.
-No creo que me hayas dicho nada parecido antes -dijo Julia emocionada.
-Pues lo lamento, porque siempre has sido la persona más importante de mi vida.
Julia se secó las lágrimas con impaciencia.
-De acuerdo. Basta ya -respiró a fondo y esbozó una sonrisa trémula-. Después hablaré con Lena de volver a casa o ir a cualquier sitio. Si se opone radicalmente, buscaremos otra opción. Pero no quiero quedarme aquí mucho más. Este sitio es un museo. No sé cómo lo aguantas.
-Yo no... -Volkov se interrumpió cuando sonó el teléfono con un timbrazo característico que indicaba una llamada urgente. Torció el gesto-. Lo siento. Tengo que atenderlo.
-Tranquilo, papá -Julia se levantó-. Hasta luego
No esperaba respuesta ni tampoco la obtuvo porque su padre centró su atención en el nuevo problema que se le presentaba. Sin embargo, tal vez por primera vez en su vida, sintió que su padre comprendía de verdad lo que era importante para ella, y eso le bastaba. Lena dejó a Diane y a Valerie en el balcón y se dirigió a la cocina, donde se sentó ante la mesa redonda con tapa de cristal frente a las ventanas con la segunda taza de café del día. Marcó el número de la Casa Blanca y repasó mentalmente la lista de asuntos pendientes mientras respondía a las preguntas habituales de la operadora. Al cabo de un minuto la pusieron con su amante. Julia respondió inmediatamente.
-¿Diga?
-Hola, buenos días.
-Hummm, por fin.
-Sí -Lena sonrió-. ¿Qué tal la noche?
-Larga y solitaria. ¿Y la tuya?
-Igual -Lena se reclinó en la silla y estiró las piernas. Estaba rígida, dolorida y cansada, pero escuchar la voz de Julia relajó parte de la tensión que había agarrotado los músculos de su columna convirtiéndola en una tensa escalera de dolor-. ¿Llevas mucho tiempo levantada?
-Unas horas. He desayunado con mi padre... bueno, en parte, antes de que lo llamasen.
-¿Todo bien?
Julia suspiró.
-Bien es mucho decir, ¿no crees? Al parecer ha habido una alarma en un complejo del gobierno en New Jersey No sé de qué se trata, pero oí que tenía que reunirse inmediatamente con alguien del Ministerio de Sanidad.
Lena frunció el entrecejo. No le gustaba estar fuera de la rueda del servicio de inteligencia, ni siquiera unas horas. En condiciones normales, le habrían comunicado enseguida algo así por su condición de jefa de seguridad de Julia. Tomó nota mentalmente de que debía llamar a Stark y preguntarle por los hechos más significativos de la reunión matutina
-¿ Y tú qué tal estás?
-Quiero verte. Quiero estar contigo -Julia chasqueó a lengua, fastidiada-. ¡Dios, qué patética soy! Pero he hecho mi aparición obligatoria en los medios con mi padre. Hemos demostrado al mundo que no tenemos miedo, y nos creerán cuando nos vean esta tarde en Manhattan, por si no estaban convencidos. He cumplido con mi parte, lo cual no es gran cosa.
-Haces todo lo que puedes, cariño.
-Gracias por decir eso -Julia dudó-. ¿Sientes lo mismo que yo cuando estamos separadas? Me parece que nada está bien.
-Lo mismo, a cada instante.
Julia se rió.
-No me importa aunque mientas. Te adoro por decir algo así.
-No miento -declaró Lena muy seria.
-¿Dormiste?
-Un poco.
-Te conozco, comandante. Eso seguramente significa nada de nada. No puedes dejarte la piel, Lena, o no será bueno ni para tu investigación ni para mí.
-Lo sé. No lo haré.
-De acuerdo -Julia carraspeó-. Pero yo sé cómo conseguir que duermas. Nos ocuparemos de eso después.
Lena reaccionó a pesar de la fatiga, las preocupaciones y su estado de alerta cargado de adrenalina.
-¡Por Dios, no hagas eso! Tengo que trabajar.
-¿Qué ocurre? ¿Te he conmovido?
Lena se acarició con gesto ausente la parte interior del muslo.
-Algo más que eso.
-¡Qué bien!
Lena se rió y cerró los ojos abandonándose unos minutos al sencillo placer de disfrutar de la compañía de la mujer que amaba.
***
Savard se despertó sobresaltada y bañada en sudor. Rápidamente miró a su alrededor como si hubiese un campo de batalla, buscando el peligro, hasta que identificó el lugar: «Habitación, la de Stark... no, ahora la nuestra». De un brinco apartó la sábana húmeda y fue al cuarto de baño metiéndose directamente bajo la ducha. Abrió los dos grifos al máximo y se encogió cuando el primer chorro de agua helada le golpeó el pecho. Su piel se estremeció con una sensación agradable. Estaba viva. Viva. Cinco minutos después, envuelta en una toalla, con el pelo chorreando, se sentó al borde de la cama y marcó el número del móvil de Stark.
-Stark.
-Hola, cariño. ¿Estás ocupada?
Stark tuvo que reprimir una carcajada. No, claro que no. ¿Ocupada? En absoluto. De repente era la responsable de proteger a la primera hija en medio de una crisis nacional con un equipo de novatos y una protegida reticente. Por supuesto que no estaba ocupada.
-Tengo un par de minutos. Acabo de salir de una reunión.
-¿Qué tal?
Stark bajó la voz.
-Ya no me tiemblan las piernas.
-Lo llevarás bien. Eras una buena agente antes de que la comandante asumiese el mando y desde hace un año has estado viendo su trabajo. Sabes qué hacer. Hazlo a tu manera y todo saldrá estupendamente.
-Gracias, cielo. ¿Y tú qué tal? ¿Cómo te va?
-Bien -se apresuró a responder Savard-. ¿Te tomarás, algún respiro hoy?
-Sí, por la tarde.
-¿Alguna posibilidad de que podamos vernos después?
-No lo sé. Me gustaría. Depende de... bueno, ya sabes.
«Sí -pensó Savard- A partir de ahora la vida de mi amante girará en torno a la agenda de Julia Volkova. Ahora aún nos costará más conectar. Tal vez sea mejor así. No debería verla hasta que no me sienta tan... desquiciada.» Stark habló para salvar el silencio.
-Lo siento. Tengo muchas ganas de ver...
-Oye, no pasa nada -Savard miró el reloj de la mesilla-. ¡Dios, casi son las nueve! Llego tarde. Oye, cariño, tengo que darme prisa. Llámame si puedes.
-Lo haré. Te amo -dijo Stark.
-Yo también. Adiós.
Savard cogió la toalla y se envolvió el pelo con ella mientras abría el armario. Le sorprendió que no la llamasen para preguntar por qué no se había presentado a hacer su turno. Mientras descolgaba ropa de una percha, sonó el teléfono.
-Mierda -murmuró respondiendo al teléfono que estaba sobre la mesilla-. Savard.
-Soy Katina. ¿Dónde estás?
-En casa de Stark.
-Vale. Te recojo dentro de un cuarto de hora.
-Yo... ¿Y mi turno? ¿Debo llamar... ?
-Ya me he ocupado yo.
-Sí, señora -afirmó Savard-. La espero abajo.
-Muy bien. Hasta luego.
-Sí, señora -susurró Savard. Un cuarto de hora. Un cuarto de hora para recuperarse y que nadie notase que ya no era la de antes.
***
Fue el olor lo que hizo retroceder a Lena en el tiempo, aquella inconfundible mezcla de antiséptico y muerte que impregnaba el aire del pasillo de la unidad de cuidados intensivos. Seis meses antes era ella la que se debatía en uno de aquellos cubículos acristalados, con tubos y monitores conectados a su cuerpo, nadando en un océano de dolor. Solo recordaba fragmentos de los tres primeros días tras el tiroteo: la voz de su madre, el roce de Julia y siempre el jodido dolor. Reprimiendo un estremecimiento, hundió las manos en los bolsillos y ahuyentó los recuerdos. A pesar de lo que le había dicho a Julia, que la probabilidad de que le volviesen a disparar era infinitesimal, siempre estaba ahí. Y era algo en lo que no se podía pensar para no entorpecer el trabajo.
-Davis me dijo que lo iban a sacar de aquí hoy -dijo Lena a Savard mientras empujaba las puertas metálicas grises con un letrero rojo que decía: «Unidad de Cuidados Intensivos de Traumatología».
-¡Qué bien! Es estupendo -dijo Savard en voz baja. Un par de minutos después, tras explicar la visita a las enfermeras, se acercaron a la cama de Mac. Lena vio con gran alivio que Mac ya no tenía el tubo de respiración y que lograba saludarlas con un gruñido. Su anterior segundo al mando, Mac Phillips, era un tipo fuerte de treinta y tres años: alto, rubio y guapo. Pero en aquel momento estaba pálido y parecía muy vulnerable, y Lena sintió de nuevo un brote de rabia.
-¿Qué tal estás, Mac?
Mac esbozó una débil sonrisa.
-Bastante bien, comandante.
Lena saludó a la monumental afroamericana con cara de modelo que estaba al otro lado de la cama.
-Agente Davis.
-Comandante -respondió Felicia con su agradable voz de contralto-. Hola, Renée.
-Tengo un... día... estupendo -comentó Mac riéndose.
-Nos han dicho que te van a trasladar a una habitación normal. Eso es genial -dijo Lena cerrando la puerta. Resultaban visibles desde cualquier parte de la unidad de cuidados intensivos, pero nadie podía escuchar su conversación. Miró de nuevo a Mac y a Felicia, y añadió-: Todo el equipo, con la excepción de Stark, está en baja administrativa hasta que Justicia investigue los hechos del martes.
-¡Dios mío! -exclamó Felicia-. Eso podría durar meses.
-Seguramente. Pero tú has sido destinada a un equipo especial -informó Lena-. De momento, Savard y tú estáis conmigo y vuestra única obligación es averiguar de dónde salieron los cabrones que atacaron el Nido.
-¿Y... yo? -preguntó Mac inmediatamente.
Lena le acarició el hombro.
-Tu tarea es recuperarte. Cuando salgas de aquí, aprovecharé tu cerebro para que no se nos escape nada, pero no habrá trabajo de campo para ti.
-La bala... no dio en lo mejor -explicó Mac-. Me pondré bien... para salir... dentro de una semana o así.
-El doctor no ha dicho eso, cariño -corrigió Felicia-. Habló de seis a ocho semanas.
-Te mantendremos en el grupo -aseguró Lena-. Pero en esto serás nuestro juez de línea.
-Sí, señora -admitió Mac débilmente, parpadeando y con evidente cansancio.
-Bueno, Davis, necesitamos un nuevo centro de mando -dijo Lena-. Después te daré una dirección a la que podrás trasladar el equipo.
-Sí, señora.
-El primer trabajo es identificar a los cuatro hombres que entraron en el Nido. Savard y tú os dedicaréis a eso.
-Sí, señora.
-Savard será la coordinadora en mi ausencia.
Savard dio un respingo ante la noticia, pero Felicia ni se inmutó.
-Entendido.
Lena miró el reloj.
-De momento, buscad copias de todo lo que tiene el FBI relacionado con el ataque: informes forenses, de inteligencia, antecedentes de grupos paramilitares y células terroristas, cotilleos, rumores, insinuaciones... no me importa. Cualquier cosa.
Felicia miró a Savard.
-¿Puedes conectarme con los ordenadores?
Savard asintió.
-Sí.
-Entonces, lo tendrá dentro de veinticuatro horas, comandante.
-De acuerdo -dijo Lena-. Te doy dieciocho. Reunión mañana a las siete. Ahora voy a recibir al Marine Uno.
-Te agradezco que me hayas acompañado a la rueda de prensa de esta mañana -dijo Oleg Volkov ofreciéndole a su hija una bandeja de magdalenas recién hechas.
-No tienes por qué agradecérmelo, papá -Julia, con gesto ausente, tomó un trocito de una de las especialidades del chef de la Casa Blanca-. Me da la impresión de que se puede hacer muy poco en este asunto. Si sirve para transmitir a quien quiera que sea que no nos dejaremos manipular por terroristas, estoy dispuesta a salir contigo en televisión todos los días.
-Me parece que te ibas a cansar enseguida, pero recordaré la oferta.
-Me alegro de que no se hablase de lo que me ocurrió -se estremeció esforzándose por sonreír-. Mi cara ya aparece en la primera página de demasiadas revistas sensacionalistas.
-Ha sido una decisión personal -afirmó Volkov-. La prensa me pondrá de vuelta y media si se sabe que ocultamos ese tipo de noticias.
-Papá, no hace falta que...
-Fue cosa mía, cariño. Y me alegro de haberlo hecho.
-¿Por qué has decidido silenciarlo? -Julia dejó a un lado la magdalena y miró a su padre fijamente.
-Por varias razones. La principal, por tu privacidad. La prensa se ha centrado en tu vida privada durante meses, y noticias como esa te convertirían en carnaza de los informativos matutinos de todas las televisiones -en la voz de su padre había un trasfondo de rabia-. Y no quiero que los que andan por ahí, o por aquí, te conviertan en su objetivo.
-Gracias -dijo Julia dulcemente.
-No hay de qué -el Presidente se reclinó en la silla y miró a Julia con cierta preocupación-. Esta tarde tal vez sea dura.
-Lo sé. Estaré perfectamente.
-No lo dudo.
-Por la noche no voy a regresar contigo -Julia apartó el desayuno a medio comer-. Quiero ir a casa. No puedo esconderme aquí; y, además, me estoy volviendo loca.
-Me gustaría que esperases a que mis asesores de seguridad me confirmasen que es seguro -sugirió
Volkov.
-Sabes que nunca será seguro -repuso Julia con aspereza-. Si Stark y Lena me cuidan, no me ocurrirá nada.
-¿Y si le pregunto a Lena qué opina del momento más oportuno?
Los ojos de Julia lanzaron destellos de ira, pero optó por reírse.
-¡Caray, papá! Me parece que necesitas un curso intensivo sobre la dinámica de las parejas lesbianas. Eso es como preguntarle al marido si da su consentimiento para que su esposa haga algo.
-¡Vaya! -Volkov se rió poniéndose colorado-. De acuerdo, lo tendré en cuenta. ¿Te parece bien si le pregunto a tu nueva jefa de seguridad y a tu ex jefa por la situación, solo para estar más tranquilo?
-Mucho mejor. De todas formas, vas a hacerlo con o sin mi permiso, ¿verdad?
-Ya veo que llevas demasiado tiempo en este juego. -Volkov se puso serio de repente-. Sí, quiero que me informen del posible riesgo que corres antes de que te marches.
-¿Me contarás lo que te digan?
-Sí.
-Entonces, yo procuraré seguir las recomendaciones.
-Gracias -dudó antes de añadir-: No lo admitiría ante nadie, excepto ante Lucy, pero aquí todos luchamos por no quedar descolgados. El departamento de Defensa, la CIA, el FBI, a todos nos cogieron desprevenidos el martes. Será una locura durante meses hasta que contemos con un sistema para prever y contrarrestar otro suceso de esa índole. Estoy preocupado por ti.
Julia estiró el brazo sobre la mesa y cogió la mano de su padre.
-Y yo me preocupo por ti. Siempre me he preocupado por ti. Pero es la vida que nos ha tocado, y debemos confiar en las personas cuyo trabajo es protegernos, ¿no crees?
-Hablas como si las cosas no fuesen tan difíciles para ti como antes. ¿Es cierto?
Julia se encogió de hombros.
-¿Te refieres a si es más fácil para mí tener agentes del Servicio Secreto rondando tras de mí las veinticuatro horas del día? No -se rió-. Aunque una de ellas sea mi amante. Pero soy más feliz porque tengo a Lena. Me facilita mucho las cosas.
-Entonces, me alegro por ti -estrechó la mano de su hija y la soltó-. Por si no te lo he dicho, me cae muy bien. Para un padre es duro pensar en que sus hijos tienen una vida que no les interesa. Tú y yo nunca pasamos mucho tiempo juntos, y ahora te estás forjando tu propia vida. Me alegro de que sea con ella.
-No creo que me hayas dicho nada parecido antes -dijo Julia emocionada.
-Pues lo lamento, porque siempre has sido la persona más importante de mi vida.
Julia se secó las lágrimas con impaciencia.
-De acuerdo. Basta ya -respiró a fondo y esbozó una sonrisa trémula-. Después hablaré con Lena de volver a casa o ir a cualquier sitio. Si se opone radicalmente, buscaremos otra opción. Pero no quiero quedarme aquí mucho más. Este sitio es un museo. No sé cómo lo aguantas.
-Yo no... -Volkov se interrumpió cuando sonó el teléfono con un timbrazo característico que indicaba una llamada urgente. Torció el gesto-. Lo siento. Tengo que atenderlo.
-Tranquilo, papá -Julia se levantó-. Hasta luego
No esperaba respuesta ni tampoco la obtuvo porque su padre centró su atención en el nuevo problema que se le presentaba. Sin embargo, tal vez por primera vez en su vida, sintió que su padre comprendía de verdad lo que era importante para ella, y eso le bastaba. Lena dejó a Diane y a Valerie en el balcón y se dirigió a la cocina, donde se sentó ante la mesa redonda con tapa de cristal frente a las ventanas con la segunda taza de café del día. Marcó el número de la Casa Blanca y repasó mentalmente la lista de asuntos pendientes mientras respondía a las preguntas habituales de la operadora. Al cabo de un minuto la pusieron con su amante. Julia respondió inmediatamente.
-¿Diga?
-Hola, buenos días.
-Hummm, por fin.
-Sí -Lena sonrió-. ¿Qué tal la noche?
-Larga y solitaria. ¿Y la tuya?
-Igual -Lena se reclinó en la silla y estiró las piernas. Estaba rígida, dolorida y cansada, pero escuchar la voz de Julia relajó parte de la tensión que había agarrotado los músculos de su columna convirtiéndola en una tensa escalera de dolor-. ¿Llevas mucho tiempo levantada?
-Unas horas. He desayunado con mi padre... bueno, en parte, antes de que lo llamasen.
-¿Todo bien?
Julia suspiró.
-Bien es mucho decir, ¿no crees? Al parecer ha habido una alarma en un complejo del gobierno en New Jersey No sé de qué se trata, pero oí que tenía que reunirse inmediatamente con alguien del Ministerio de Sanidad.
Lena frunció el entrecejo. No le gustaba estar fuera de la rueda del servicio de inteligencia, ni siquiera unas horas. En condiciones normales, le habrían comunicado enseguida algo así por su condición de jefa de seguridad de Julia. Tomó nota mentalmente de que debía llamar a Stark y preguntarle por los hechos más significativos de la reunión matutina
-¿ Y tú qué tal estás?
-Quiero verte. Quiero estar contigo -Julia chasqueó a lengua, fastidiada-. ¡Dios, qué patética soy! Pero he hecho mi aparición obligatoria en los medios con mi padre. Hemos demostrado al mundo que no tenemos miedo, y nos creerán cuando nos vean esta tarde en Manhattan, por si no estaban convencidos. He cumplido con mi parte, lo cual no es gran cosa.
-Haces todo lo que puedes, cariño.
-Gracias por decir eso -Julia dudó-. ¿Sientes lo mismo que yo cuando estamos separadas? Me parece que nada está bien.
-Lo mismo, a cada instante.
Julia se rió.
-No me importa aunque mientas. Te adoro por decir algo así.
-No miento -declaró Lena muy seria.
-¿Dormiste?
-Un poco.
-Te conozco, comandante. Eso seguramente significa nada de nada. No puedes dejarte la piel, Lena, o no será bueno ni para tu investigación ni para mí.
-Lo sé. No lo haré.
-De acuerdo -Julia carraspeó-. Pero yo sé cómo conseguir que duermas. Nos ocuparemos de eso después.
Lena reaccionó a pesar de la fatiga, las preocupaciones y su estado de alerta cargado de adrenalina.
-¡Por Dios, no hagas eso! Tengo que trabajar.
-¿Qué ocurre? ¿Te he conmovido?
Lena se acarició con gesto ausente la parte interior del muslo.
-Algo más que eso.
-¡Qué bien!
Lena se rió y cerró los ojos abandonándose unos minutos al sencillo placer de disfrutar de la compañía de la mujer que amaba.
***
Savard se despertó sobresaltada y bañada en sudor. Rápidamente miró a su alrededor como si hubiese un campo de batalla, buscando el peligro, hasta que identificó el lugar: «Habitación, la de Stark... no, ahora la nuestra». De un brinco apartó la sábana húmeda y fue al cuarto de baño metiéndose directamente bajo la ducha. Abrió los dos grifos al máximo y se encogió cuando el primer chorro de agua helada le golpeó el pecho. Su piel se estremeció con una sensación agradable. Estaba viva. Viva. Cinco minutos después, envuelta en una toalla, con el pelo chorreando, se sentó al borde de la cama y marcó el número del móvil de Stark.
-Stark.
-Hola, cariño. ¿Estás ocupada?
Stark tuvo que reprimir una carcajada. No, claro que no. ¿Ocupada? En absoluto. De repente era la responsable de proteger a la primera hija en medio de una crisis nacional con un equipo de novatos y una protegida reticente. Por supuesto que no estaba ocupada.
-Tengo un par de minutos. Acabo de salir de una reunión.
-¿Qué tal?
Stark bajó la voz.
-Ya no me tiemblan las piernas.
-Lo llevarás bien. Eras una buena agente antes de que la comandante asumiese el mando y desde hace un año has estado viendo su trabajo. Sabes qué hacer. Hazlo a tu manera y todo saldrá estupendamente.
-Gracias, cielo. ¿Y tú qué tal? ¿Cómo te va?
-Bien -se apresuró a responder Savard-. ¿Te tomarás, algún respiro hoy?
-Sí, por la tarde.
-¿Alguna posibilidad de que podamos vernos después?
-No lo sé. Me gustaría. Depende de... bueno, ya sabes.
«Sí -pensó Savard- A partir de ahora la vida de mi amante girará en torno a la agenda de Julia Volkova. Ahora aún nos costará más conectar. Tal vez sea mejor así. No debería verla hasta que no me sienta tan... desquiciada.» Stark habló para salvar el silencio.
-Lo siento. Tengo muchas ganas de ver...
-Oye, no pasa nada -Savard miró el reloj de la mesilla-. ¡Dios, casi son las nueve! Llego tarde. Oye, cariño, tengo que darme prisa. Llámame si puedes.
-Lo haré. Te amo -dijo Stark.
-Yo también. Adiós.
Savard cogió la toalla y se envolvió el pelo con ella mientras abría el armario. Le sorprendió que no la llamasen para preguntar por qué no se había presentado a hacer su turno. Mientras descolgaba ropa de una percha, sonó el teléfono.
-Mierda -murmuró respondiendo al teléfono que estaba sobre la mesilla-. Savard.
-Soy Katina. ¿Dónde estás?
-En casa de Stark.
-Vale. Te recojo dentro de un cuarto de hora.
-Yo... ¿Y mi turno? ¿Debo llamar... ?
-Ya me he ocupado yo.
-Sí, señora -afirmó Savard-. La espero abajo.
-Muy bien. Hasta luego.
-Sí, señora -susurró Savard. Un cuarto de hora. Un cuarto de hora para recuperarse y que nadie notase que ya no era la de antes.
***
Fue el olor lo que hizo retroceder a Lena en el tiempo, aquella inconfundible mezcla de antiséptico y muerte que impregnaba el aire del pasillo de la unidad de cuidados intensivos. Seis meses antes era ella la que se debatía en uno de aquellos cubículos acristalados, con tubos y monitores conectados a su cuerpo, nadando en un océano de dolor. Solo recordaba fragmentos de los tres primeros días tras el tiroteo: la voz de su madre, el roce de Julia y siempre el jodido dolor. Reprimiendo un estremecimiento, hundió las manos en los bolsillos y ahuyentó los recuerdos. A pesar de lo que le había dicho a Julia, que la probabilidad de que le volviesen a disparar era infinitesimal, siempre estaba ahí. Y era algo en lo que no se podía pensar para no entorpecer el trabajo.
-Davis me dijo que lo iban a sacar de aquí hoy -dijo Lena a Savard mientras empujaba las puertas metálicas grises con un letrero rojo que decía: «Unidad de Cuidados Intensivos de Traumatología».
-¡Qué bien! Es estupendo -dijo Savard en voz baja. Un par de minutos después, tras explicar la visita a las enfermeras, se acercaron a la cama de Mac. Lena vio con gran alivio que Mac ya no tenía el tubo de respiración y que lograba saludarlas con un gruñido. Su anterior segundo al mando, Mac Phillips, era un tipo fuerte de treinta y tres años: alto, rubio y guapo. Pero en aquel momento estaba pálido y parecía muy vulnerable, y Lena sintió de nuevo un brote de rabia.
-¿Qué tal estás, Mac?
Mac esbozó una débil sonrisa.
-Bastante bien, comandante.
Lena saludó a la monumental afroamericana con cara de modelo que estaba al otro lado de la cama.
-Agente Davis.
-Comandante -respondió Felicia con su agradable voz de contralto-. Hola, Renée.
-Tengo un... día... estupendo -comentó Mac riéndose.
-Nos han dicho que te van a trasladar a una habitación normal. Eso es genial -dijo Lena cerrando la puerta. Resultaban visibles desde cualquier parte de la unidad de cuidados intensivos, pero nadie podía escuchar su conversación. Miró de nuevo a Mac y a Felicia, y añadió-: Todo el equipo, con la excepción de Stark, está en baja administrativa hasta que Justicia investigue los hechos del martes.
-¡Dios mío! -exclamó Felicia-. Eso podría durar meses.
-Seguramente. Pero tú has sido destinada a un equipo especial -informó Lena-. De momento, Savard y tú estáis conmigo y vuestra única obligación es averiguar de dónde salieron los cabrones que atacaron el Nido.
-¿Y... yo? -preguntó Mac inmediatamente.
Lena le acarició el hombro.
-Tu tarea es recuperarte. Cuando salgas de aquí, aprovecharé tu cerebro para que no se nos escape nada, pero no habrá trabajo de campo para ti.
-La bala... no dio en lo mejor -explicó Mac-. Me pondré bien... para salir... dentro de una semana o así.
-El doctor no ha dicho eso, cariño -corrigió Felicia-. Habló de seis a ocho semanas.
-Te mantendremos en el grupo -aseguró Lena-. Pero en esto serás nuestro juez de línea.
-Sí, señora -admitió Mac débilmente, parpadeando y con evidente cansancio.
-Bueno, Davis, necesitamos un nuevo centro de mando -dijo Lena-. Después te daré una dirección a la que podrás trasladar el equipo.
-Sí, señora.
-El primer trabajo es identificar a los cuatro hombres que entraron en el Nido. Savard y tú os dedicaréis a eso.
-Sí, señora.
-Savard será la coordinadora en mi ausencia.
Savard dio un respingo ante la noticia, pero Felicia ni se inmutó.
-Entendido.
Lena miró el reloj.
-De momento, buscad copias de todo lo que tiene el FBI relacionado con el ataque: informes forenses, de inteligencia, antecedentes de grupos paramilitares y células terroristas, cotilleos, rumores, insinuaciones... no me importa. Cualquier cosa.
Felicia miró a Savard.
-¿Puedes conectarme con los ordenadores?
Savard asintió.
-Sí.
-Entonces, lo tendrá dentro de veinticuatro horas, comandante.
-De acuerdo -dijo Lena-. Te doy dieciocho. Reunión mañana a las siete. Ahora voy a recibir al Marine Uno.
Anonymus- Mensajes : 345
Fecha de inscripción : 03/09/2014
Edad : 37
Localización : Argentina - Buenos Aires
Re: Honor Reivindicado
CAPITULO DOCE
Lena recorrió los cincuenta kilómetros que separaban Manhattan de White Plains en menos de una hora. Dejó el coche en el aparcamiento de un pequeño aeropuerto privado y se dirigió a una fila de cuatro relucientes todoterrenos negros que esperaban junto a una alambrada metálica. Apenas se había alejado seis metros de su vehículo de alquiler cuando las puertas de pasajero de los cuatro coches se abrieron y por ellas salieron tres hombres y una mujer dispuestos a interceptarle el paso. Anticipándose, Lena enseñó la placa que llevaba en la mano derecha.
-Servicio Secreto. Katina.
-Quédese donde está, por favor -gritó el jefe, un fornido afroamericano con un traje azul oscuro de buen corte. Lena obedeció. Aquellos agentes seguramente habían sido elegidos para misiones urgentes en las oficinas regionales de todo el país. Era dudoso que nadie, en el servicio activo, ignorase que una tal agente Katina era amante de la primera hija, pero no la conocían, ni siquiera de vista- Sostenga la placa con dos dedos y pegue los brazos a los costados, por favor -ordenó bruscamente una rubia compacta. Sus ojos no se apartaron del cuerpo de Lena mientras le arrebataba la placa, se la entregaba al primer agente y abría la chaqueta de Lena-. Va armada. Pistola de servicio.
-Será mejor que hablen con Paula Stark. Les confirmará que me esperan -Lena mantuvo los brazos apartados mientras la agente le quitaba la automática de la sobaquera que llevaba sobre el pecho izquierdo. No movió un músculo cuando cada milímetro de su cuerpo fue cacheado con rapidez y eficiencia.
-Esta es una zona restringida -afirmó el agente leyendo las credenciales-. ¿Cómo ha entrado?
-Igual que usted -respondió Lena-. Mostré mi placa a los agentes del puesto de control de la entrada principal y me dejaron pasar -Lena se dio cuenta, por la expresión del hombre, de que no estaba nada contento. A pesar de que tenía su identificación del Servicio Secreto, alguien debería haber llamado al equipo de custodia para darle autorización. Se tardaría un tiempo antes de que las diferentes agencias estatales y federales lograsen coordinar el nuevo nivel de seguridad exigido, una de las principales razones por las que no quería alejarse de Julia. Por bueno que fuese el primer equipo, en la cadena había demasiados eslabones que podían quebrar y romperse poniendo a Julia en peligro.
-¡Dios! -murmuró el agente y le devolvió la placa a Lena-. Quédese ahí.
-Puede bajar los brazos -dijo la rubia con expresión impasible tras las impenetrables gafas de sol. Lena así lo hizo, lentamente, y alzó la vista al cielo cuando oyó un ruido lejano de hélices. Diez segundos después, el agente principal regresó corriendo.
-Devuélvele el arma, Calhoun. Lo siento, comandante.
-No pasa nada -dijo Lena enfundando la automática y cogiendo la placa-. Me habría molestado mucho más que no me hubiesen identificado.
-Vamos -ordenó el agente dirigiéndose a la pista de aterrizaje del otro lado de la alambrada-. Aterrizarán dentro de un minuto.
Lena siguió al equipo de campo con los ojos clavados en el cielo mientras el helicóptero presidencial VH-3D descendía. En medio del rugido de hélices, se desplegó una escalerilla en un lado del helicóptero Sea King, y cuatro infantes de Marina armados hasta los dientes, del escuadrón de élite HNX-l con base en Quantico, bajaron para flanquear la puerta del aparato. Los miembros del equipo del Servicio Secreto adoptaron una posición similar creando un corredor continuo hasta los vehículos que esperaban. Lena se quedó junto al tercer coche de la fila. Oleg Volkov y Julia salieron juntos y bajaron las escaleras rápidamente. Stark acompañaba a Julia, y Turner, al Presidente. Había dos hombres y una mujer detrás de Stark que Lena reconoció como agentes veteranos del Servicio Secreto. Debían de ser los nuevos miembros del primer equipo de Julia. Mientras el Presidente y la primera hija se dirigían a los coches, los agentes locales del Servicio Secreto se dividieron en dos grupos y caminaron detrás de los primeros equipos. Julia se dirigió directamente a Lena y la besó.
-Hola -dijo Julia.
-Hola -Lena rodeó la cintura de Julia con el brazo y la guio hacia el coche, donde Stark sostenía la puerta abierta-. Jefa -saludó Lena a Stark.
-Me alegro de verla, comandante.
Lena y Julia se acomodaron en el espacioso compartimento de atrás mientras que Stark y la agente ocupaban los asientos frente a ellas. Un hombre conducía el coche, y otro cogió las llaves del vehículo de alquiler de Lena para llevarlo a la ciudad. Stark murmuró a su micrófono para cerciorarse de que todos estaban en sus puestos, Lena extendió el brazo en el asiento y Julia se acurrucó a su lado con total naturalidad.
-¿Qué tal estás? -preguntó Lena en voz baja. Julia sonrió.
-Ahora bien.
Cuando salieron del aeropuerto, Stark dijo:
-Comandante, le presento a la agente Patrice Hara. Greg Wozinski conduce, y Leonard Krebs lleva su coche.
-Señora -saludó la agente sentada al lado de Stark.
-Agente -respondió Lena estrechando la mano de la agente mientras le echaba un vistazo. Uno sesenta y tres y cuerpo compacto, cuarenta años, pelo negro como el azabache que caía recto sobre los hombros, ojos negros almendrados que denotaban su ascendencia japonesa, alianza en la mano izquierda. Hara aceptó el escrutinio sin la menor señal de incomodidad. Lena, satisfecha, se volvió hacia Julia:- ¿Qué tal el viaje?
-Estupendo -Julia se rió-. Cada vez que veo ese cacharro aterrizar en el Jardín Sur de la Casa Blanca, pienso que no viajaría en él ni por todo el oro del mundo. Pero se ríe del tráfico de la ronda de circunvalación.
Lena besó a Julia en la sien, riéndose. Frente a ellas, Stark y Hara no apartaron la vista de sus respectivas ventanillas.
-Diane te manda recuerdos.
-Lo sé. La he llamado cuando veníamos hacia aquí.
-¿Oh?
-He pensado en quedarme en su casa esta noche. -Julia se recostó en el asiento para ver bien la cara de Lena-. Supongo que aún no puedo regresar a mi casa, ¿verdad?
-No. -A Lena no le pareció ni el momento ni el lugar adecuados para decirle que, seguramente, nunca regresaría a ella. Aunque capturasen a los asaltantes, no habría forma de saber cuánta información se había difundido sobre el trazado físico del centro de mando y del Nido. E incluso dejando a un lado todo eso, la seguridad había quedado seriamente dañada. No había regreso posible-. Me pareció ver que metían una maleta en el maletero.
Julia sonrió.
-¿No vas a enumerar todos los motivos por los que debo volver a la Casa Blanca?
Lena acarició la barbilla de Julia con el pulgar y, luego, lo deslizó sobre la boca de la joven.
-No, porque ya los conoces. Hablemos de dónde iremos después -de repente, se dio cuenta de que ya no dependía de ella. Stark tendría que dar su consentimiento. Tardaría un poco en acostumbrarse-. Naturalmente, tenemos que hablarlo con tu jefa de seguridad.
-Elena -dijo Julia apoyando la cabeza en el hombro de Lena y pasándole un brazo por la cintura-. Nunca te pedí permiso a ti para hacer nada cuando eras mi jefa de seguridad. ¿Por qué crees que ahora va a ser distinto?
Lena apoyó la mejilla sobre la cabeza de Julia sonriendo para sus adentros cuando notó un temblor en un músculo del párpado de Stark.
-Ni idea.
***
-¿Ha sido muy duro? -preguntó Diane ofreciéndole a Julia un vaso de whisky con hielo. Estaban sentadas en el sofá del salón de Diane. Julia aún llevaba la ropa que se había puesto para visitar la Zona Cero. Tenía los zapatos y los pantalones manchados de residuos de la ceniza que lo cubría todo en aquel lugar. Lena y Stark estaban en la cocina; el murmullo de sus voces creaba un agradable fondo.
-Sí -a Julia le temblaban las manos cuando sus ojos se toparon con los de su mejor amiga-, desde el martes no he hecho nada más que ver informativos en la televisión y conocía las imágenes. Pero... -tomó un buen trago alegrándose de que el fuerte escozor produjese algún tipo de reacción en su cuerpo. Sin embargo, su mente seguía aturdida-. Es tan impresionante... semejante destrucción no tiene remedio. Y todo el mundo está como traumatizado, incluso los policías, los bomberos, el personal de urgencias médicas, los investigadores, la gente corriente, todos. Pero por debajo se percibe la rabia -cerró los ojos y apoyó la cabeza en el respaldo del sofá-. ¡Dios!
-He visto en las noticias imágenes de vuestra visita. Tu padre ha estado fabuloso. Me sentí mejor, más segura, después de escucharlo.
Julia esbozó una débil sonrisa.
-Sí. Es un fenómeno. A veces me parece mentira que ese hombre que el mundo entero considera uno de los más poderosos del planeta sea mi padre. -Volvió la cara hacia Diane y abrió los ojos-. En ocasiones me siento culpable por desear que solo sea mi padre.
Diane se acercó a Julia y le pasó un brazo sobre los hombros.
-Lo sé. No te tortures. ¿Quieres ir a algún lado?
-¿Puedo llevar a Lena?
Diane deslizó la mano sobre el brazo de Julia.
-¿Y yo puedo mirar?
-¿Mirar qué? -preguntó Lena entrando en ese momento.
-Nada -respondió Julia.
Lena se agachó frente a Julia, puso las manos sobre los muslos de su amante y los acarició suavemente.
-¿Te encuentras bien, cielo?
Julia cubrió las manos de Lena con las suyas.
-Perfectamente. Solo estoy cansada.
-¿Insistes en quedarte aquí esta noche? Creo que podemos proteger bien este lugar con la gente de Stark.
-Sí, claro. No quiero viajar de nuevo, solo ducharme, meterme en la cama y dormir.
-Cariño, aún no son las ocho -observó Diane.
-Bueno, entonces me ducharé, me meteré en la cama con Lena y ya dormiré más tarde.
-Por favor, no introduzcas imágenes en mi cabeza -se apresuró a decir Diane, dio un fugaz beso a Julia en la mejilla y se levantó-. Lena y tú podríais relajaros unos minutos. Estoy esperando que me traigan comida tailandesa, y no me digas que no tienes hambre porque la tendrás cuando llegue la comida.
Lena ocupó el sitio de Diane en el sofá.
-Yo sí tengo hambre.
-¿Y qué pasa con los polis?
-Hara tiene el turno de noche. Supongo que agradecerá que le den algo de comer.
En ese momento Stark salió de la cocina colocándose el móvil en el cinturón.
-¿Y tú qué, Paula? ¿Te pido algo de comer? -preguntó Diane.
-No, gracias. Esta noche me quedaré aquí, pero voy a salir un par de horas. Tomaré algo fuera.
Lena la miró sorprendida.
-¿Un turno de dos toda la noche?
-Seguimos en Prioridad Uno.
Stark habló con serena confianza, y Lena se dio cuenta. Se recostó en el sofá y cogió la mano de Julia entre las suyas.
-Naturalmente, usted manda, jefa.
-Los agentes Krebs y Hara se quedarán por la noche -informó Stark a Julia-. Volveré antes de medianoche. Por favor, llámeme si cambia de planes.
Julia sacudió la cabeza con gesto de cansancio.
-Créeme, Paula. No pienso moverme de este apartamento.
-Muy bien -dijo Paula-. Buenas noches.
-Buenas noches -respondió Julia-. Oh, ¿Paula?
Stark se volvió.
-¿Sí, señora?
-No te olvides del palo en el culo.
Stark sonrió.
-Lo tengo en mi lista, señora.
Cuando Lena y Julia se quedaron solas, Lena dijo:
-Acabo de hablar con Lucinda. Está buscando un alojamiento temporal para ti.
Julia enarcó una ceja con gesto interrogante:
-¿Lucinda?
-Necesitamos una casa segura de la que no tenga constancia el Servicio Secreto. A ser posible que no conozca nadie, salvo el Presidente, su asesor de seguridad y Lucinda. No sabemos hasta qué punto está comprometida nuestra seguridad interna.
-¿Cuánto tiempo calculas que tardaré en poder volver a casa?
-No lo sé, cariño -Lena acarició la mano de Julia entre las suyas. Nunca habría un buen momento para decir aquello-. Tal vez no puedas regresar al loft, Julia.
Julia dio un respingo.
-¿Qué? ¿Significa eso que vaya tener que mudarme?
-Seguramente -Lena besó la palma de la mano de Julia-. Lo siento.
-No es culpa tuya -reconoció Julia-. Dios, ahora mismo no soy capaz de pensar en eso -cerró los ojos-. Odio alojarme en casas seguras. Todas son condenadamente estériles.
-Es solo temporal.
Julia se levantó de pronto vencida al fin por la frustración y la fatiga.
-¿Cuánto es temporal? ¿Unos días? ¿Unas semanas? No puedo pintar con gente detrás de mí todo el tiempo. Necesito estar sola. Necesito mi propio espacio para trabajar.
Lena también se levantó, pero no tocó a Julia.
-Lo sé. Sé lo que necesitas para trabajar. Procuraré que lo tengas lo antes posible. Te lo prometo -vio que Julia se apartaba con los brazos ciñendo su cuerpo y quiso consolarIa, pero se quedó dónde estaba.
-¿Puedo al menos ir mañana al apartamento una hora? Debo recoger mis lienzos, Lena.
-Enviaremos a alguien a buscarIos.
Julia sacudió la cabeza.
-Hay docenas, y me resultaría imposible explicarle a nadie cuáles quiero. Además, tengo que verIos para decidir -giró en redondo para que Lena no viese las lágrimas en sus ojos, que eran tanto de furia impotente como de tristeza-. Que me acompañe un maldito guardaespaldas armado. No me importa. Mañana por la mañana iré al loft. Recogeré mis obras y, luego, iré donde tú me digas.
-Julia -dijo Lena con dulzura-. Lo siento.
-Deja de decir eso -Julia, de espaldas al salón, contempló el anochecer a través de la cristalera del balcón. Poco después, con voz más serena, preguntó-: ¿Y si vamos a algún lugar que nadie conozca, ni siquiera Luce?
-¿Has pensado en alguno?
Julia dio la vuelta.
-¿Qué te parece Whitley Point? Está aislado, al principio de la semana estuvimos seguras allí, podemos llevar a todo el equipo y cualquier cosa que creas oportuna. Estoy convencida de que Tanner nos buscará una casa de alquiler. Se acabó la temporada, y apenas habrá gente -avanzó unos pasos-. Y allí puedo trabajar, Lena. Puedo trabajar y... -exhaló un suspiro tembloroso- tal vez volver a sentirme normal.
Lena lo consideró. Tendría que llevar a su equipo de investigación o dejar que Julia fuese sola. La segunda opción ni se contemplaba. Por suerte, gracias a las habilidades informáticas de Davis, la investigación se podía realizar en cualquier parte del mundo.
-De acuerdo, habla con Tanner. Si encuentra un lugar en el que estemos seguras, creo que a Stark le parecerá una solución razonable. Me encantaría que durante un tiempo te alejases del escrutinio público.
-La llamaré ahora mismo -Julia se dirigió a la habitación donde había dejado su bolsa y el móvil, pero se detuvo de pronto, como si dudase-. ¿Irás conmigo?
-Por supuesto -Lena se acercó a ella y la abrazó. Mientras la estrechaba, murmuró-: Ahora estamos juntas, ¿recuerdas?
Julia asintió en silencio y hundió la cara en el cuello de Lena, respirando su olor, centrándose en el contacto de su cuerpo y el roce de sus manos, y empezando a creer de nuevo.
Lena recorrió los cincuenta kilómetros que separaban Manhattan de White Plains en menos de una hora. Dejó el coche en el aparcamiento de un pequeño aeropuerto privado y se dirigió a una fila de cuatro relucientes todoterrenos negros que esperaban junto a una alambrada metálica. Apenas se había alejado seis metros de su vehículo de alquiler cuando las puertas de pasajero de los cuatro coches se abrieron y por ellas salieron tres hombres y una mujer dispuestos a interceptarle el paso. Anticipándose, Lena enseñó la placa que llevaba en la mano derecha.
-Servicio Secreto. Katina.
-Quédese donde está, por favor -gritó el jefe, un fornido afroamericano con un traje azul oscuro de buen corte. Lena obedeció. Aquellos agentes seguramente habían sido elegidos para misiones urgentes en las oficinas regionales de todo el país. Era dudoso que nadie, en el servicio activo, ignorase que una tal agente Katina era amante de la primera hija, pero no la conocían, ni siquiera de vista- Sostenga la placa con dos dedos y pegue los brazos a los costados, por favor -ordenó bruscamente una rubia compacta. Sus ojos no se apartaron del cuerpo de Lena mientras le arrebataba la placa, se la entregaba al primer agente y abría la chaqueta de Lena-. Va armada. Pistola de servicio.
-Será mejor que hablen con Paula Stark. Les confirmará que me esperan -Lena mantuvo los brazos apartados mientras la agente le quitaba la automática de la sobaquera que llevaba sobre el pecho izquierdo. No movió un músculo cuando cada milímetro de su cuerpo fue cacheado con rapidez y eficiencia.
-Esta es una zona restringida -afirmó el agente leyendo las credenciales-. ¿Cómo ha entrado?
-Igual que usted -respondió Lena-. Mostré mi placa a los agentes del puesto de control de la entrada principal y me dejaron pasar -Lena se dio cuenta, por la expresión del hombre, de que no estaba nada contento. A pesar de que tenía su identificación del Servicio Secreto, alguien debería haber llamado al equipo de custodia para darle autorización. Se tardaría un tiempo antes de que las diferentes agencias estatales y federales lograsen coordinar el nuevo nivel de seguridad exigido, una de las principales razones por las que no quería alejarse de Julia. Por bueno que fuese el primer equipo, en la cadena había demasiados eslabones que podían quebrar y romperse poniendo a Julia en peligro.
-¡Dios! -murmuró el agente y le devolvió la placa a Lena-. Quédese ahí.
-Puede bajar los brazos -dijo la rubia con expresión impasible tras las impenetrables gafas de sol. Lena así lo hizo, lentamente, y alzó la vista al cielo cuando oyó un ruido lejano de hélices. Diez segundos después, el agente principal regresó corriendo.
-Devuélvele el arma, Calhoun. Lo siento, comandante.
-No pasa nada -dijo Lena enfundando la automática y cogiendo la placa-. Me habría molestado mucho más que no me hubiesen identificado.
-Vamos -ordenó el agente dirigiéndose a la pista de aterrizaje del otro lado de la alambrada-. Aterrizarán dentro de un minuto.
Lena siguió al equipo de campo con los ojos clavados en el cielo mientras el helicóptero presidencial VH-3D descendía. En medio del rugido de hélices, se desplegó una escalerilla en un lado del helicóptero Sea King, y cuatro infantes de Marina armados hasta los dientes, del escuadrón de élite HNX-l con base en Quantico, bajaron para flanquear la puerta del aparato. Los miembros del equipo del Servicio Secreto adoptaron una posición similar creando un corredor continuo hasta los vehículos que esperaban. Lena se quedó junto al tercer coche de la fila. Oleg Volkov y Julia salieron juntos y bajaron las escaleras rápidamente. Stark acompañaba a Julia, y Turner, al Presidente. Había dos hombres y una mujer detrás de Stark que Lena reconoció como agentes veteranos del Servicio Secreto. Debían de ser los nuevos miembros del primer equipo de Julia. Mientras el Presidente y la primera hija se dirigían a los coches, los agentes locales del Servicio Secreto se dividieron en dos grupos y caminaron detrás de los primeros equipos. Julia se dirigió directamente a Lena y la besó.
-Hola -dijo Julia.
-Hola -Lena rodeó la cintura de Julia con el brazo y la guio hacia el coche, donde Stark sostenía la puerta abierta-. Jefa -saludó Lena a Stark.
-Me alegro de verla, comandante.
Lena y Julia se acomodaron en el espacioso compartimento de atrás mientras que Stark y la agente ocupaban los asientos frente a ellas. Un hombre conducía el coche, y otro cogió las llaves del vehículo de alquiler de Lena para llevarlo a la ciudad. Stark murmuró a su micrófono para cerciorarse de que todos estaban en sus puestos, Lena extendió el brazo en el asiento y Julia se acurrucó a su lado con total naturalidad.
-¿Qué tal estás? -preguntó Lena en voz baja. Julia sonrió.
-Ahora bien.
Cuando salieron del aeropuerto, Stark dijo:
-Comandante, le presento a la agente Patrice Hara. Greg Wozinski conduce, y Leonard Krebs lleva su coche.
-Señora -saludó la agente sentada al lado de Stark.
-Agente -respondió Lena estrechando la mano de la agente mientras le echaba un vistazo. Uno sesenta y tres y cuerpo compacto, cuarenta años, pelo negro como el azabache que caía recto sobre los hombros, ojos negros almendrados que denotaban su ascendencia japonesa, alianza en la mano izquierda. Hara aceptó el escrutinio sin la menor señal de incomodidad. Lena, satisfecha, se volvió hacia Julia:- ¿Qué tal el viaje?
-Estupendo -Julia se rió-. Cada vez que veo ese cacharro aterrizar en el Jardín Sur de la Casa Blanca, pienso que no viajaría en él ni por todo el oro del mundo. Pero se ríe del tráfico de la ronda de circunvalación.
Lena besó a Julia en la sien, riéndose. Frente a ellas, Stark y Hara no apartaron la vista de sus respectivas ventanillas.
-Diane te manda recuerdos.
-Lo sé. La he llamado cuando veníamos hacia aquí.
-¿Oh?
-He pensado en quedarme en su casa esta noche. -Julia se recostó en el asiento para ver bien la cara de Lena-. Supongo que aún no puedo regresar a mi casa, ¿verdad?
-No. -A Lena no le pareció ni el momento ni el lugar adecuados para decirle que, seguramente, nunca regresaría a ella. Aunque capturasen a los asaltantes, no habría forma de saber cuánta información se había difundido sobre el trazado físico del centro de mando y del Nido. E incluso dejando a un lado todo eso, la seguridad había quedado seriamente dañada. No había regreso posible-. Me pareció ver que metían una maleta en el maletero.
Julia sonrió.
-¿No vas a enumerar todos los motivos por los que debo volver a la Casa Blanca?
Lena acarició la barbilla de Julia con el pulgar y, luego, lo deslizó sobre la boca de la joven.
-No, porque ya los conoces. Hablemos de dónde iremos después -de repente, se dio cuenta de que ya no dependía de ella. Stark tendría que dar su consentimiento. Tardaría un poco en acostumbrarse-. Naturalmente, tenemos que hablarlo con tu jefa de seguridad.
-Elena -dijo Julia apoyando la cabeza en el hombro de Lena y pasándole un brazo por la cintura-. Nunca te pedí permiso a ti para hacer nada cuando eras mi jefa de seguridad. ¿Por qué crees que ahora va a ser distinto?
Lena apoyó la mejilla sobre la cabeza de Julia sonriendo para sus adentros cuando notó un temblor en un músculo del párpado de Stark.
-Ni idea.
***
-¿Ha sido muy duro? -preguntó Diane ofreciéndole a Julia un vaso de whisky con hielo. Estaban sentadas en el sofá del salón de Diane. Julia aún llevaba la ropa que se había puesto para visitar la Zona Cero. Tenía los zapatos y los pantalones manchados de residuos de la ceniza que lo cubría todo en aquel lugar. Lena y Stark estaban en la cocina; el murmullo de sus voces creaba un agradable fondo.
-Sí -a Julia le temblaban las manos cuando sus ojos se toparon con los de su mejor amiga-, desde el martes no he hecho nada más que ver informativos en la televisión y conocía las imágenes. Pero... -tomó un buen trago alegrándose de que el fuerte escozor produjese algún tipo de reacción en su cuerpo. Sin embargo, su mente seguía aturdida-. Es tan impresionante... semejante destrucción no tiene remedio. Y todo el mundo está como traumatizado, incluso los policías, los bomberos, el personal de urgencias médicas, los investigadores, la gente corriente, todos. Pero por debajo se percibe la rabia -cerró los ojos y apoyó la cabeza en el respaldo del sofá-. ¡Dios!
-He visto en las noticias imágenes de vuestra visita. Tu padre ha estado fabuloso. Me sentí mejor, más segura, después de escucharlo.
Julia esbozó una débil sonrisa.
-Sí. Es un fenómeno. A veces me parece mentira que ese hombre que el mundo entero considera uno de los más poderosos del planeta sea mi padre. -Volvió la cara hacia Diane y abrió los ojos-. En ocasiones me siento culpable por desear que solo sea mi padre.
Diane se acercó a Julia y le pasó un brazo sobre los hombros.
-Lo sé. No te tortures. ¿Quieres ir a algún lado?
-¿Puedo llevar a Lena?
Diane deslizó la mano sobre el brazo de Julia.
-¿Y yo puedo mirar?
-¿Mirar qué? -preguntó Lena entrando en ese momento.
-Nada -respondió Julia.
Lena se agachó frente a Julia, puso las manos sobre los muslos de su amante y los acarició suavemente.
-¿Te encuentras bien, cielo?
Julia cubrió las manos de Lena con las suyas.
-Perfectamente. Solo estoy cansada.
-¿Insistes en quedarte aquí esta noche? Creo que podemos proteger bien este lugar con la gente de Stark.
-Sí, claro. No quiero viajar de nuevo, solo ducharme, meterme en la cama y dormir.
-Cariño, aún no son las ocho -observó Diane.
-Bueno, entonces me ducharé, me meteré en la cama con Lena y ya dormiré más tarde.
-Por favor, no introduzcas imágenes en mi cabeza -se apresuró a decir Diane, dio un fugaz beso a Julia en la mejilla y se levantó-. Lena y tú podríais relajaros unos minutos. Estoy esperando que me traigan comida tailandesa, y no me digas que no tienes hambre porque la tendrás cuando llegue la comida.
Lena ocupó el sitio de Diane en el sofá.
-Yo sí tengo hambre.
-¿Y qué pasa con los polis?
-Hara tiene el turno de noche. Supongo que agradecerá que le den algo de comer.
En ese momento Stark salió de la cocina colocándose el móvil en el cinturón.
-¿Y tú qué, Paula? ¿Te pido algo de comer? -preguntó Diane.
-No, gracias. Esta noche me quedaré aquí, pero voy a salir un par de horas. Tomaré algo fuera.
Lena la miró sorprendida.
-¿Un turno de dos toda la noche?
-Seguimos en Prioridad Uno.
Stark habló con serena confianza, y Lena se dio cuenta. Se recostó en el sofá y cogió la mano de Julia entre las suyas.
-Naturalmente, usted manda, jefa.
-Los agentes Krebs y Hara se quedarán por la noche -informó Stark a Julia-. Volveré antes de medianoche. Por favor, llámeme si cambia de planes.
Julia sacudió la cabeza con gesto de cansancio.
-Créeme, Paula. No pienso moverme de este apartamento.
-Muy bien -dijo Paula-. Buenas noches.
-Buenas noches -respondió Julia-. Oh, ¿Paula?
Stark se volvió.
-¿Sí, señora?
-No te olvides del palo en el culo.
Stark sonrió.
-Lo tengo en mi lista, señora.
Cuando Lena y Julia se quedaron solas, Lena dijo:
-Acabo de hablar con Lucinda. Está buscando un alojamiento temporal para ti.
Julia enarcó una ceja con gesto interrogante:
-¿Lucinda?
-Necesitamos una casa segura de la que no tenga constancia el Servicio Secreto. A ser posible que no conozca nadie, salvo el Presidente, su asesor de seguridad y Lucinda. No sabemos hasta qué punto está comprometida nuestra seguridad interna.
-¿Cuánto tiempo calculas que tardaré en poder volver a casa?
-No lo sé, cariño -Lena acarició la mano de Julia entre las suyas. Nunca habría un buen momento para decir aquello-. Tal vez no puedas regresar al loft, Julia.
Julia dio un respingo.
-¿Qué? ¿Significa eso que vaya tener que mudarme?
-Seguramente -Lena besó la palma de la mano de Julia-. Lo siento.
-No es culpa tuya -reconoció Julia-. Dios, ahora mismo no soy capaz de pensar en eso -cerró los ojos-. Odio alojarme en casas seguras. Todas son condenadamente estériles.
-Es solo temporal.
Julia se levantó de pronto vencida al fin por la frustración y la fatiga.
-¿Cuánto es temporal? ¿Unos días? ¿Unas semanas? No puedo pintar con gente detrás de mí todo el tiempo. Necesito estar sola. Necesito mi propio espacio para trabajar.
Lena también se levantó, pero no tocó a Julia.
-Lo sé. Sé lo que necesitas para trabajar. Procuraré que lo tengas lo antes posible. Te lo prometo -vio que Julia se apartaba con los brazos ciñendo su cuerpo y quiso consolarIa, pero se quedó dónde estaba.
-¿Puedo al menos ir mañana al apartamento una hora? Debo recoger mis lienzos, Lena.
-Enviaremos a alguien a buscarIos.
Julia sacudió la cabeza.
-Hay docenas, y me resultaría imposible explicarle a nadie cuáles quiero. Además, tengo que verIos para decidir -giró en redondo para que Lena no viese las lágrimas en sus ojos, que eran tanto de furia impotente como de tristeza-. Que me acompañe un maldito guardaespaldas armado. No me importa. Mañana por la mañana iré al loft. Recogeré mis obras y, luego, iré donde tú me digas.
-Julia -dijo Lena con dulzura-. Lo siento.
-Deja de decir eso -Julia, de espaldas al salón, contempló el anochecer a través de la cristalera del balcón. Poco después, con voz más serena, preguntó-: ¿Y si vamos a algún lugar que nadie conozca, ni siquiera Luce?
-¿Has pensado en alguno?
Julia dio la vuelta.
-¿Qué te parece Whitley Point? Está aislado, al principio de la semana estuvimos seguras allí, podemos llevar a todo el equipo y cualquier cosa que creas oportuna. Estoy convencida de que Tanner nos buscará una casa de alquiler. Se acabó la temporada, y apenas habrá gente -avanzó unos pasos-. Y allí puedo trabajar, Lena. Puedo trabajar y... -exhaló un suspiro tembloroso- tal vez volver a sentirme normal.
Lena lo consideró. Tendría que llevar a su equipo de investigación o dejar que Julia fuese sola. La segunda opción ni se contemplaba. Por suerte, gracias a las habilidades informáticas de Davis, la investigación se podía realizar en cualquier parte del mundo.
-De acuerdo, habla con Tanner. Si encuentra un lugar en el que estemos seguras, creo que a Stark le parecerá una solución razonable. Me encantaría que durante un tiempo te alejases del escrutinio público.
-La llamaré ahora mismo -Julia se dirigió a la habitación donde había dejado su bolsa y el móvil, pero se detuvo de pronto, como si dudase-. ¿Irás conmigo?
-Por supuesto -Lena se acercó a ella y la abrazó. Mientras la estrechaba, murmuró-: Ahora estamos juntas, ¿recuerdas?
Julia asintió en silencio y hundió la cara en el cuello de Lena, respirando su olor, centrándose en el contacto de su cuerpo y el roce de sus manos, y empezando a creer de nuevo.
Anonymus- Mensajes : 345
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Edad : 37
Localización : Argentina - Buenos Aires
Re: Honor Reivindicado
CAPITULO TRECE
-Llevo todo el día pensando en eso -dijo Julia con un suspiro, acostándose desnuda junto a Lena poco antes de las once. Se puso de lado, colocó una pierna sobre los muslos de Lena, y se encajó en la curva del cuerpo de su amante mientras apoyaba la cabeza en el hombro de Lena y posaba una mano entre sus pechos emitiendo un leve gemido- Eres maravillosa. -Lena rodeó el cuerpo de Julia con un brazo y la besó en la frente.
-Tú también.
-Estoy muy cansada.
-Y yo.
Julia besó a Lena en la garganta y, luego, en la boca.
-Quiero hacer el amor.
-Mmmm.
-Creo que estoy demasiado cansada.
-Vaya, vaya -Lena cogió una mano de Julia y la guio hasta su pecho-. Yo también.
-Te veré por la mañana -dijo Julia, medio dormida, mientras sus dedos jugueteaban con un pezón de Lena.
-De acuerdo -murmuró Lena incapaz de vencer el sueño.
Julia sintió que el cuerpo de Lena se relajaba y sonrió.
Le encantaba excitarla, compartir con ella la pasión que no ofrecía a nadie más; pero disfrutaba tanto o más al saber que en sus brazos Lena lograba desprenderse de la vigilancia que ocupaba todo su tiempo de consciencia. Julia, satisfecha como nunca había imaginado, se rindió a su propia fatiga y se durmió. Savard acarició la cara de Stark con manos temblorosas, pero se despegó de su cuerpo.
-Lo siento. Me parece que estoy demasiado cansada.
Stark se apartó, jadeando, con el corazón acelerado y el cuerpo y la mente absorbidos por la acuciante necesidad de sentir la pasión de su amante. Sujetó la mano de Renée, que se deslizaba entre sus muslos, y la colocó sobre su propio estómago.
-No pasa nada.
-Oh, cariño, sí que pasa. Deja que te toque.
Stark sacudió la cabeza en un intento de recuperar el control.
-No, en serio -estrechó a Renée entre sus brazos-. Te he echado mucho de menos. No pretendía obligarte.
-No me estabas obligando, cariño. Yo también te deseo -a Savard le dolió en el alma el tono de disculpa de su amante-. ¡Dios, es solo que no puedo...!
«Sentir nada. Estoy fría por dentro, atrofiada, desvinculada de todo.» El horrible vacío que había salpicado los bordes de su conciencia durante la semana se apoderó de ella amenazando con sumirla en la oscuridad, y el miedo la abrumó. Necesitaba sentir algo distinto al horror; de lo contrario, temía enloquecer. Savard gritó, se puso encima de Stark y la besó con violencia, hundiendo la lengua en la boca de su amante. Clavó los dedos en los hombros de Stark, desesperada por establecer contacto, sin reparar siquiera en que Stark retrocedía ante el inesperado ataque. Jadeando, encajó las caderas entre las piernas de Stark. La presión que la atenazaba, producto del pánico más que de la pasión, era insoportable. Con los ojos cerrados y el rostro bañado en sudor, se incorporó sobre los temblorosos brazos y embistió salvajemente, pero el clímax se le escapaba.
-¡Oh Dios, Dios mío! -gimió Savard-. No puedo, no puedo...
-Renée -Stark procuró tranquilizarla cogiéndole el rostro entre las manos-. Cariño, mi amor. Serénate, no pasa nada.
La mente y el cuerpo de Savard pedían alivio a gritos; al escuchar la voz de Stark, dejó que el sonido del amor la apartase del borde del terrible abismo. Los brazos cedieron y se derrumbó sobre Stark.
-Abrázame, por favor, Paula. Tan solo abrázame.
-Ya te abrazo -susurró Stark, rodeó a Savard con brazos y piernas y la acunó. La besó en la frente, los ojos y las húmedas mejillas. No sabía qué ocurría, pero Renée temblaba descontroladamente, y la situación la aterrorizaba más que ninguna otra cosa en la vida- Estoy aquí, contigo. Te amo.
-Lo siento, de verdad -Savard hundió la cara en el hombro de Stark, con la boca abierta sobre el cálido cuerpo, muriéndose por saborear aquella piel, por obtener el consuelo de la carne.
-No digas eso -Stark le acarició la cara, el cuello, la espalda-. Haremos lo que tú quieras, lo que necesites.
-¿Te he hecho daño?
Stark obligó a Savard a levantar la cabeza alzándole la barbilla con la mano.
-Renée -dijo con voz firme-. Mírame -esperó a que Renée abriese los ojos y la besó siguiendo la mirada de su amante-. Te amo. No me has hecho daño. No podrías. Pero te estás haciendo daño a ti misma. Dime qué sucede, cariño.
Las lágrimas abrasaban los ojos de Savard.
-No sé qué me ocurre. Creo... -desvió la vista como si quisiese espantar el dolor y, luego, se rió sin convicción-. Ha sido una semana realmente espantosa.
-Sí, ya lo sé -Stark la miró a la cara; sabía que había más y percibía el miedo en los ojos de Savard. Se armó de paciencia, apoyó la cabeza de Savard en su propio hombro y la besó en la frente-. Tal vez necesites unos días libres.
-No puedo. Con el nuevo destino no es posible.
Stark eligió las palabras con cuidado:
-Creo que la comandante comprendería...
-No -repuso Savard, cortante, desprendiéndose del abrazo de Stark-. Esto es demasiado importante. No hay tiempo libre para nadie. Ya lo sabes, Paula.
-Tienes razón -admitió Stark, que sentía lo mismo. Nada podría apartarla de su deber cuando la Nación estaba en guerra. Daba igual el nombre que se le diese pues esa era la situación-. Solo quería...
-Necesito dormir un poco -Savard, agotada, se acurrucó en brazos de Stark.
-Esta noche no puedo quedarme -dijo Stark con tristeza-. Me gustaría.
-No pasa nada -Savard la besó en silencio, se puso de lado y se cobijó bajo un brazo de Stark apretando la mano de su amante entre sus pechos-. Basta con que me abraces un rato.
Stark deslizó los labios sobre la nuca de Savard deseando encontrar la forma de llegar al corazón de su amante y aliviar su dolor. Le ofreció el consuelo de su cuerpo, rogando para que fuese suficiente. Cuando una hora después se escabulló con sigilo, su amante estaba dormida. Dejó una nota en la mesita, junto a la placa y el arma de Savard. «Te amo. Hasta luego.» Las palabras se le antojaron inadecuadas, pero no tenía otra cosa que dar.
Julia despejó perezosamente las brumas del sueño mientras una gradual sensación de placer se abría paso en su conciencia. Suspiró y se agitó con el cuerpo a punto de alcanzar el clímax, pero sin que su mente supiese bien qué estaba ocurriendo. Se le tensaron los músculos de las piernas cuando un estremecimiento sacudió su columna vertebral, y abrió los ojos entre los primeros latigazos del orgasmo. Descentrada, estiró las manos a ciegas y tropezó con el hombro de Lena y, luego, con su cara. Acarició la mejilla de Lena con dedos temblorosos y se apretó contra su boca, a punto de explotar.
-Me voy a correr -dijo asombrada.
Y cerró los ojos dominada por el placer. Las oleadas de goce estallaron con fuerza, una tras otra, a cada cual más intensa, y Julia gritó, sorprendida. Le pareció sentir que los dedos de Lena entrelazaban los suyos, y aferró la mano firme para estabilizarse en medio del caos. Cuando por fin se atenuaron los empujes del orgasmo, se rió y tiró del pelo a Lena.
-Has empezado sin mí.
-Hummm, no me pude resistir -Lena se deslizó en la cama, se estiró encima de Julia y la besó suavemente con un roce de la lengua sobre los tiernos y cálidos labios-. Buenos días.
-Los mejores que he tenido en los últimos tiempos -Julia sujetó la cabeza de Lena con las manos mientras introducía el muslo entre las piernas de su amante, riéndose cuando Lena se estremeció y contuvo la respiración-. Quiero ver cómo te corres.
Lena gimió y se restregó contra la pierna de Julia mojándola con la evidencia de su deseo.
-No tardaré... mucho.
-Mantén los ojos abiertos. Lena, Lena. No cierres los ojos -Julia estaba casi en éxtasis, ansiando absorber el menor destello de pasión que reflejase el rostro de su amante-. ¡Qué preciosidad!
-¡Oh, Dios... !
El teléfono móvil sonó en la mesilla, y Lena gimió.
-Ni se te ocurra -advirtió Julia.
El teléfono sonó de nuevo, y con la última pizca de voluntad que le quedaba Lena se tumbó de espaldas y cogió el teléfono con mano temblorosa.
-Katina.
-Buenos días, agente Katina -saludó Lucinda Washburn.
Lena miró al techo esforzándose por respirar con normalidad.
-Sí, señora.
Julia hizo ademán de arrebatarle el teléfono, y Lena se puso de lado para bloquear el brazo de su amante. Sintió los dientes de Julia en el hombro y reprimió un quejido.
-He hablado del traslado temporal con el asesor de seguridad, y a ambos nos parece una solución factible.
-Muy bien. Gracias -Lena se encogió para evitar otro mordisco, sonriendo mientras planeaba la venganza-. ¿Lo sabe Stark? Porque seguramente Julia querrá marcharse hoy mismo.
-La informaré a continuación.
-Quiero llevar a mi equipo. Hay dos edificios: mi gente se alojará en una casa de huéspedes más pequeña.
-Hay cambios en ese aspecto -dijo Lucinda en un tono que inmediatamente puso en guardia a Lena. Lena desplazó a Julia y se incorporó en la cama muy despierta.
-Sí, señora.
-Habrá una agente más en su equipo -informó Lucinda. «Claro. El precio que tengo que pagar por Savard y Davis.»
-¿De dónde procede?
-Ah, confidencial, pero la agente le dará los detalles precisos.
Lena estuvo a punto de reírse. Le diría lo que la Agencia de Seguridad Nacional, el Departamento de
Defensa o la CIA quisiesen que supiese y nada más. Habría que ver si sería la verdad. Miró el reloj de la mesilla de noche: las 05.45.
-Tengo reunión con mi equipo a las 07.00. Su agente puede llegar...
-No es mi agente -Lucinda la interrumpió con un tono de fastidio raro en ella-. Me gusta tan poco como a usted que me impongan cosas.
-Lo siento, señora. Estoy desfasada.
Lucinda suspiró.
-No está acostumbrada a la política cara a cara, pero me temo que tendremos que habituarnos en el futuro.
-No mezclo la política con Julia.
-Las cosas han cambiado. Ahora todos tendremos que mezclarnos, Lena.
Julia se fijó en que Lena se ponía rígida y notó la ira en su voz. Se acercó a su amante, le puso un brazo alrededor de la cintura y la besó tiernamente en el hombro.
-Tranquila, cariño.
Lena reprimió la respuesta airada que pensaba dar y acarició el pelo de Julia. Respiró a fondo y recuperó el control.
-Cuando sepa el programa de hoy, la informaré de la hora y el lugar para que la agente se una a nosotros.
-No hace falta. Espero que se reúna con usted dentro de cuarenta y cinco minutos.
-Alguien tiene prisa por averiguar qué hacemos -repuso Lena en tono irónico.
-Hay muchas maniobras entre las diferentes agencias. Nadie sabe quién se va a poner al frente del embrollo para reorganizar la red de seguridad, y todo el mundo teme que lo eliminen.
-No me importan los egos y las personalidades. En mi equipo todos han de recibir órdenes de mí.
-Le doy mi palabra de que así será.
-Gracias -dijo Lena sabiendo que era lo máximo que podía obtener. Sin embargo, se daba cuenta de que la nueva agente no dudaría en comunicar a sus propios superiores los datos que averiguase. Lena tenía que vigilar muy de cerca los intercambios de información porque no sabía en quién podía confiar.
-Lena -añadió Lucinda-. No me han dejado opción. Esté alerta.
-Sí, señora. Siempre lo estoy -Lena apagó el teléfono y lo arrojó sobre la cama-. ¡Qué putada!
-¿Qué te ha dicho? -preguntó Julia. Lena se esforzó por controlar su genio y acarició el hombro y la espalda de Julia esperando que su irritación se diluyese.
-Vamos a probar lo de Whitley Point.
-Estupendo. ¡Qué contenta estoy! ¿Podemos irnos hoy?
-Sí -Lena besó a Julia y la atrajo hacia sí-. En cuanto recojas tus lienzos y Stark reúna al equipo.
-¿Qué más ha dicho? ¿Qué te molestó?
Lena se encogió de hombros.
-Nada, las típicas estupideces burocráticas. No tiene importancia.
Julia se apoyó en un codo y apartó el pelo de la cara con un gesto de irritación mientras clavaba la vista en Lena.
-No me vengas con esas. Te he oído. Estabas furiosa. ¿Qué te dijo?
-Alguien me ha endosado un agente. El FBI, la Agencia de Seguridad Nacional, ¿quién sabe? Seguramente lo han puesto para informar de todo lo que hagamos.
-¿Cómo... un soplón?
Lena se rió.
-Esa sí que es una definición exacta. Supongo que se trata de un agente de contrainteligencia. Alguien cuyo trabajo es recopilar información sobre posibles amenazas contra la seguridad nacional. Es un puesto muy valorado.
-No lo dudo, pero no necesitamos que nadie nos espíe.
-Me sorprende que Lucinda no pudiese impedirlo -confesó Lena-. Alguien con mucho poder quería que ocurriese esto.
Julia se apoyó en el hombro de Lena y le acarició el estómago.
-Estoy segura de que manejarás la situación.
-Tu fe en mí me conmueve -dijo Lena en tono ligero-. Tengo que levantarme. El nuevo miembro del equipo llegará dentro de media hora.
-No cabe duda de que están ansiosos por colocarlo.
-Colocarla.
-¡No me digas! -Julia dejó de acariciar a Lena-. Tengo la sensación de estar rodeada por un desmesurado número de mujeres espías.
Lena se rió.
-No somos espías, cariño.
-Vale, pues entonces confidentes -Julia reanudó las caricias; las yemas de sus dedos se demoraron en el vello que asomaba en la base del vientre de Lena-. Pero me intriga el asunto.
-Tal vez sea una coincidencia -«O tal vez alguien cree que te sentirás más a gusto entre mujeres. No te conocen bien». Lena cogió la mano de Julia y la guio más abajo-. Tengo que levantarme dentro de dos minutos.
Julia mordió el hombro de Lena de nuevo y deslizó los dedos en el interior de su amante.
-Que sean cinco.
Lena levantó las caderas para que Julia la penetrase y al momento sintió que su clítoris resucitaba.
-No creo que pueda.
-Inténtalo -murmuró Julia poniéndose encima de su amante y doblando el brazo para llegar hasta lo más profundo-. Y no cierres los ojos.
-¡Dios! -exclamó Lena con la vista nublada- ¡Qué dura eres!
Consciente tan solo de que Julia estaba dentro de ella, en algún lugar más allá de los límites de su carne y su sangre, alcanzó el clímax entre el hermoso sonido de las carcajadas de Julia.
-Llevo todo el día pensando en eso -dijo Julia con un suspiro, acostándose desnuda junto a Lena poco antes de las once. Se puso de lado, colocó una pierna sobre los muslos de Lena, y se encajó en la curva del cuerpo de su amante mientras apoyaba la cabeza en el hombro de Lena y posaba una mano entre sus pechos emitiendo un leve gemido- Eres maravillosa. -Lena rodeó el cuerpo de Julia con un brazo y la besó en la frente.
-Tú también.
-Estoy muy cansada.
-Y yo.
Julia besó a Lena en la garganta y, luego, en la boca.
-Quiero hacer el amor.
-Mmmm.
-Creo que estoy demasiado cansada.
-Vaya, vaya -Lena cogió una mano de Julia y la guio hasta su pecho-. Yo también.
-Te veré por la mañana -dijo Julia, medio dormida, mientras sus dedos jugueteaban con un pezón de Lena.
-De acuerdo -murmuró Lena incapaz de vencer el sueño.
Julia sintió que el cuerpo de Lena se relajaba y sonrió.
Le encantaba excitarla, compartir con ella la pasión que no ofrecía a nadie más; pero disfrutaba tanto o más al saber que en sus brazos Lena lograba desprenderse de la vigilancia que ocupaba todo su tiempo de consciencia. Julia, satisfecha como nunca había imaginado, se rindió a su propia fatiga y se durmió. Savard acarició la cara de Stark con manos temblorosas, pero se despegó de su cuerpo.
-Lo siento. Me parece que estoy demasiado cansada.
Stark se apartó, jadeando, con el corazón acelerado y el cuerpo y la mente absorbidos por la acuciante necesidad de sentir la pasión de su amante. Sujetó la mano de Renée, que se deslizaba entre sus muslos, y la colocó sobre su propio estómago.
-No pasa nada.
-Oh, cariño, sí que pasa. Deja que te toque.
Stark sacudió la cabeza en un intento de recuperar el control.
-No, en serio -estrechó a Renée entre sus brazos-. Te he echado mucho de menos. No pretendía obligarte.
-No me estabas obligando, cariño. Yo también te deseo -a Savard le dolió en el alma el tono de disculpa de su amante-. ¡Dios, es solo que no puedo...!
«Sentir nada. Estoy fría por dentro, atrofiada, desvinculada de todo.» El horrible vacío que había salpicado los bordes de su conciencia durante la semana se apoderó de ella amenazando con sumirla en la oscuridad, y el miedo la abrumó. Necesitaba sentir algo distinto al horror; de lo contrario, temía enloquecer. Savard gritó, se puso encima de Stark y la besó con violencia, hundiendo la lengua en la boca de su amante. Clavó los dedos en los hombros de Stark, desesperada por establecer contacto, sin reparar siquiera en que Stark retrocedía ante el inesperado ataque. Jadeando, encajó las caderas entre las piernas de Stark. La presión que la atenazaba, producto del pánico más que de la pasión, era insoportable. Con los ojos cerrados y el rostro bañado en sudor, se incorporó sobre los temblorosos brazos y embistió salvajemente, pero el clímax se le escapaba.
-¡Oh Dios, Dios mío! -gimió Savard-. No puedo, no puedo...
-Renée -Stark procuró tranquilizarla cogiéndole el rostro entre las manos-. Cariño, mi amor. Serénate, no pasa nada.
La mente y el cuerpo de Savard pedían alivio a gritos; al escuchar la voz de Stark, dejó que el sonido del amor la apartase del borde del terrible abismo. Los brazos cedieron y se derrumbó sobre Stark.
-Abrázame, por favor, Paula. Tan solo abrázame.
-Ya te abrazo -susurró Stark, rodeó a Savard con brazos y piernas y la acunó. La besó en la frente, los ojos y las húmedas mejillas. No sabía qué ocurría, pero Renée temblaba descontroladamente, y la situación la aterrorizaba más que ninguna otra cosa en la vida- Estoy aquí, contigo. Te amo.
-Lo siento, de verdad -Savard hundió la cara en el hombro de Stark, con la boca abierta sobre el cálido cuerpo, muriéndose por saborear aquella piel, por obtener el consuelo de la carne.
-No digas eso -Stark le acarició la cara, el cuello, la espalda-. Haremos lo que tú quieras, lo que necesites.
-¿Te he hecho daño?
Stark obligó a Savard a levantar la cabeza alzándole la barbilla con la mano.
-Renée -dijo con voz firme-. Mírame -esperó a que Renée abriese los ojos y la besó siguiendo la mirada de su amante-. Te amo. No me has hecho daño. No podrías. Pero te estás haciendo daño a ti misma. Dime qué sucede, cariño.
Las lágrimas abrasaban los ojos de Savard.
-No sé qué me ocurre. Creo... -desvió la vista como si quisiese espantar el dolor y, luego, se rió sin convicción-. Ha sido una semana realmente espantosa.
-Sí, ya lo sé -Stark la miró a la cara; sabía que había más y percibía el miedo en los ojos de Savard. Se armó de paciencia, apoyó la cabeza de Savard en su propio hombro y la besó en la frente-. Tal vez necesites unos días libres.
-No puedo. Con el nuevo destino no es posible.
Stark eligió las palabras con cuidado:
-Creo que la comandante comprendería...
-No -repuso Savard, cortante, desprendiéndose del abrazo de Stark-. Esto es demasiado importante. No hay tiempo libre para nadie. Ya lo sabes, Paula.
-Tienes razón -admitió Stark, que sentía lo mismo. Nada podría apartarla de su deber cuando la Nación estaba en guerra. Daba igual el nombre que se le diese pues esa era la situación-. Solo quería...
-Necesito dormir un poco -Savard, agotada, se acurrucó en brazos de Stark.
-Esta noche no puedo quedarme -dijo Stark con tristeza-. Me gustaría.
-No pasa nada -Savard la besó en silencio, se puso de lado y se cobijó bajo un brazo de Stark apretando la mano de su amante entre sus pechos-. Basta con que me abraces un rato.
Stark deslizó los labios sobre la nuca de Savard deseando encontrar la forma de llegar al corazón de su amante y aliviar su dolor. Le ofreció el consuelo de su cuerpo, rogando para que fuese suficiente. Cuando una hora después se escabulló con sigilo, su amante estaba dormida. Dejó una nota en la mesita, junto a la placa y el arma de Savard. «Te amo. Hasta luego.» Las palabras se le antojaron inadecuadas, pero no tenía otra cosa que dar.
Julia despejó perezosamente las brumas del sueño mientras una gradual sensación de placer se abría paso en su conciencia. Suspiró y se agitó con el cuerpo a punto de alcanzar el clímax, pero sin que su mente supiese bien qué estaba ocurriendo. Se le tensaron los músculos de las piernas cuando un estremecimiento sacudió su columna vertebral, y abrió los ojos entre los primeros latigazos del orgasmo. Descentrada, estiró las manos a ciegas y tropezó con el hombro de Lena y, luego, con su cara. Acarició la mejilla de Lena con dedos temblorosos y se apretó contra su boca, a punto de explotar.
-Me voy a correr -dijo asombrada.
Y cerró los ojos dominada por el placer. Las oleadas de goce estallaron con fuerza, una tras otra, a cada cual más intensa, y Julia gritó, sorprendida. Le pareció sentir que los dedos de Lena entrelazaban los suyos, y aferró la mano firme para estabilizarse en medio del caos. Cuando por fin se atenuaron los empujes del orgasmo, se rió y tiró del pelo a Lena.
-Has empezado sin mí.
-Hummm, no me pude resistir -Lena se deslizó en la cama, se estiró encima de Julia y la besó suavemente con un roce de la lengua sobre los tiernos y cálidos labios-. Buenos días.
-Los mejores que he tenido en los últimos tiempos -Julia sujetó la cabeza de Lena con las manos mientras introducía el muslo entre las piernas de su amante, riéndose cuando Lena se estremeció y contuvo la respiración-. Quiero ver cómo te corres.
Lena gimió y se restregó contra la pierna de Julia mojándola con la evidencia de su deseo.
-No tardaré... mucho.
-Mantén los ojos abiertos. Lena, Lena. No cierres los ojos -Julia estaba casi en éxtasis, ansiando absorber el menor destello de pasión que reflejase el rostro de su amante-. ¡Qué preciosidad!
-¡Oh, Dios... !
El teléfono móvil sonó en la mesilla, y Lena gimió.
-Ni se te ocurra -advirtió Julia.
El teléfono sonó de nuevo, y con la última pizca de voluntad que le quedaba Lena se tumbó de espaldas y cogió el teléfono con mano temblorosa.
-Katina.
-Buenos días, agente Katina -saludó Lucinda Washburn.
Lena miró al techo esforzándose por respirar con normalidad.
-Sí, señora.
Julia hizo ademán de arrebatarle el teléfono, y Lena se puso de lado para bloquear el brazo de su amante. Sintió los dientes de Julia en el hombro y reprimió un quejido.
-He hablado del traslado temporal con el asesor de seguridad, y a ambos nos parece una solución factible.
-Muy bien. Gracias -Lena se encogió para evitar otro mordisco, sonriendo mientras planeaba la venganza-. ¿Lo sabe Stark? Porque seguramente Julia querrá marcharse hoy mismo.
-La informaré a continuación.
-Quiero llevar a mi equipo. Hay dos edificios: mi gente se alojará en una casa de huéspedes más pequeña.
-Hay cambios en ese aspecto -dijo Lucinda en un tono que inmediatamente puso en guardia a Lena. Lena desplazó a Julia y se incorporó en la cama muy despierta.
-Sí, señora.
-Habrá una agente más en su equipo -informó Lucinda. «Claro. El precio que tengo que pagar por Savard y Davis.»
-¿De dónde procede?
-Ah, confidencial, pero la agente le dará los detalles precisos.
Lena estuvo a punto de reírse. Le diría lo que la Agencia de Seguridad Nacional, el Departamento de
Defensa o la CIA quisiesen que supiese y nada más. Habría que ver si sería la verdad. Miró el reloj de la mesilla de noche: las 05.45.
-Tengo reunión con mi equipo a las 07.00. Su agente puede llegar...
-No es mi agente -Lucinda la interrumpió con un tono de fastidio raro en ella-. Me gusta tan poco como a usted que me impongan cosas.
-Lo siento, señora. Estoy desfasada.
Lucinda suspiró.
-No está acostumbrada a la política cara a cara, pero me temo que tendremos que habituarnos en el futuro.
-No mezclo la política con Julia.
-Las cosas han cambiado. Ahora todos tendremos que mezclarnos, Lena.
Julia se fijó en que Lena se ponía rígida y notó la ira en su voz. Se acercó a su amante, le puso un brazo alrededor de la cintura y la besó tiernamente en el hombro.
-Tranquila, cariño.
Lena reprimió la respuesta airada que pensaba dar y acarició el pelo de Julia. Respiró a fondo y recuperó el control.
-Cuando sepa el programa de hoy, la informaré de la hora y el lugar para que la agente se una a nosotros.
-No hace falta. Espero que se reúna con usted dentro de cuarenta y cinco minutos.
-Alguien tiene prisa por averiguar qué hacemos -repuso Lena en tono irónico.
-Hay muchas maniobras entre las diferentes agencias. Nadie sabe quién se va a poner al frente del embrollo para reorganizar la red de seguridad, y todo el mundo teme que lo eliminen.
-No me importan los egos y las personalidades. En mi equipo todos han de recibir órdenes de mí.
-Le doy mi palabra de que así será.
-Gracias -dijo Lena sabiendo que era lo máximo que podía obtener. Sin embargo, se daba cuenta de que la nueva agente no dudaría en comunicar a sus propios superiores los datos que averiguase. Lena tenía que vigilar muy de cerca los intercambios de información porque no sabía en quién podía confiar.
-Lena -añadió Lucinda-. No me han dejado opción. Esté alerta.
-Sí, señora. Siempre lo estoy -Lena apagó el teléfono y lo arrojó sobre la cama-. ¡Qué putada!
-¿Qué te ha dicho? -preguntó Julia. Lena se esforzó por controlar su genio y acarició el hombro y la espalda de Julia esperando que su irritación se diluyese.
-Vamos a probar lo de Whitley Point.
-Estupendo. ¡Qué contenta estoy! ¿Podemos irnos hoy?
-Sí -Lena besó a Julia y la atrajo hacia sí-. En cuanto recojas tus lienzos y Stark reúna al equipo.
-¿Qué más ha dicho? ¿Qué te molestó?
Lena se encogió de hombros.
-Nada, las típicas estupideces burocráticas. No tiene importancia.
Julia se apoyó en un codo y apartó el pelo de la cara con un gesto de irritación mientras clavaba la vista en Lena.
-No me vengas con esas. Te he oído. Estabas furiosa. ¿Qué te dijo?
-Alguien me ha endosado un agente. El FBI, la Agencia de Seguridad Nacional, ¿quién sabe? Seguramente lo han puesto para informar de todo lo que hagamos.
-¿Cómo... un soplón?
Lena se rió.
-Esa sí que es una definición exacta. Supongo que se trata de un agente de contrainteligencia. Alguien cuyo trabajo es recopilar información sobre posibles amenazas contra la seguridad nacional. Es un puesto muy valorado.
-No lo dudo, pero no necesitamos que nadie nos espíe.
-Me sorprende que Lucinda no pudiese impedirlo -confesó Lena-. Alguien con mucho poder quería que ocurriese esto.
Julia se apoyó en el hombro de Lena y le acarició el estómago.
-Estoy segura de que manejarás la situación.
-Tu fe en mí me conmueve -dijo Lena en tono ligero-. Tengo que levantarme. El nuevo miembro del equipo llegará dentro de media hora.
-No cabe duda de que están ansiosos por colocarlo.
-Colocarla.
-¡No me digas! -Julia dejó de acariciar a Lena-. Tengo la sensación de estar rodeada por un desmesurado número de mujeres espías.
Lena se rió.
-No somos espías, cariño.
-Vale, pues entonces confidentes -Julia reanudó las caricias; las yemas de sus dedos se demoraron en el vello que asomaba en la base del vientre de Lena-. Pero me intriga el asunto.
-Tal vez sea una coincidencia -«O tal vez alguien cree que te sentirás más a gusto entre mujeres. No te conocen bien». Lena cogió la mano de Julia y la guio más abajo-. Tengo que levantarme dentro de dos minutos.
Julia mordió el hombro de Lena de nuevo y deslizó los dedos en el interior de su amante.
-Que sean cinco.
Lena levantó las caderas para que Julia la penetrase y al momento sintió que su clítoris resucitaba.
-No creo que pueda.
-Inténtalo -murmuró Julia poniéndose encima de su amante y doblando el brazo para llegar hasta lo más profundo-. Y no cierres los ojos.
-¡Dios! -exclamó Lena con la vista nublada- ¡Qué dura eres!
Consciente tan solo de que Julia estaba dentro de ella, en algún lugar más allá de los límites de su carne y su sangre, alcanzó el clímax entre el hermoso sonido de las carcajadas de Julia.
Anonymus- Mensajes : 345
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Re: Honor Reivindicado
CAPITULO CATORCE
Sábado, 15 de septiembre.
Julia encontró a Diane divirtiendo a Stark, Patrice Hara y Greg Wozinski con historias sobre sus gamberradas juveniles mientras tomaban café con cruasanes en el salón. Por suerte, estaban escuchando la versión para todos los públicos.
-Diane -dijo Julia en tono dulce cogiendo la cafetera-. Prefiero que no les expliques todas mis técnicas para burlar la vigilancia.
Los tres agentes del Servicio Secreto se rieron aunque Hara y Wozinski se miraron disimuladamente. Julia reparó en las miradas y comprendió que los agentes habían sido informados de su tendencia a escabullirse de sus protectores. Riéndose, le espetó a Stark:
-Veo que los has instruido a fondo. -Stark puso cara de poker.
-Naturalmente. Es el procedimiento habitual.
-¿Dónde está Lena? -inquirió Diane.
-No tardará. Está... -Julia estaba a punto de decir «concertando una reunión con Savard» cuando se dio cuenta de que Lena tal vez no quisiese desvelar el carácter de su investigación ante Stark y los otros agentes del Servicio Secreto- hablando por teléfono.
-Toma -dijo Diane ofreciéndole una taza de café-. ¿Por qué no se lo llevas? Quizá tarde un poco, y a estas alturas no le vendrá mal.
-Gracias -Julia aceptó el café y se dirigió al pasillo, pero en ese preciso instante entró Lena.
-¿Es para mí?
Julia le tendió la taza.
-Cortesía de Diane.
-Gracias -dijo Lena antes de beber un sorbo. Se dirigió a Stark-. ¿Podemos hablar un par de minutos, jefa?
Stark se apresuró a dejar su taza a un lado y se levantó de un salto.
-Pues claro, comandante.
Fueron al otro extremo de la sala, hasta el balcón. Lena habló en voz baja:
-Espero a una agente dentro de unos minutos; convendría que se lo comunicase al equipo. Luego, voy a ir a su apartamento para hablar con Savard y Davis. Supongo que Julia querrá ir al loft lo antes posible.
-Los coches están esperando, y he llamado a dos agentes más del turno rotatorio -informó Stark-. Estamos cubiertas.
-Preferiría que esperasen por mí, pero sé que Julia no lo hará. Me reuniré con ustedes allí -Lena miró a Julia y la vio haciendo muy buenas migas con Patrice Hara-. Revise el piso superior antes de que ella salga del coche, Stark.
-Sí, señora.
-Y los ascensores... Procure que Julia sea la última en salir y que hay... -Lena se interrumpió bruscamente-. ¡Dios, lo siento!
Stark no apartó los ojos del rostro de Lena.
-Lo entiendo, comandante. Nunca está de más repasar los pormenores.
Lena suspiró.
-Sé que conoce el trabajo, Stark. Yo... solo que ella es ...
-Sí, señora. Sé lo que es ella.
-¿Le ha hablado Savard de nuestra investigación? -preguntó Lena deseando cambiar de tema.
-Pues...
-No se preocupe, no plantea ningún problema. Ya se lo dije a ella. No hay forma de que montemos una operación de semejante magnitud sin que el equipo de seguridad de Julia esté al tanto. Al fin y al cabo vamos a trabajar y seguramente a vivir muy cerca unos de otros en las próximas semanas, tal vez meses -señaló a Patrice y a Greg con la cabeza-. No hay por qué contarles los detalles, pero lo esencial se sabrá. Debemos confiar en que el Departamento de Justicia haya examinado a fondo a los nuevos miembros del equipo aunque en la única persona en la que tengo fe ciega es en usted.
-Me ocuparé de eso, comandante.
Lena dio un apretón en el hombro a Stark.
-Gracias. Vendría bien que...
La radio de Stark sonó, y la agente escuchó unos segundos.
-Revise la identificación -miró a Lena-. Una agente pregunta por usted -Stark escuchó de nuevo y arqueó las cejas-. De la CIA.
-Genial -murmuró Lena. Los agentes de la CIA tenían fama de ser poco cooperativos. En los otros servicios nadie confiaba en ellos, y con motivo. Solo manifestaban lealtad a su propio director, no compartían información... y la que compartían siempre resultaba sospechosa-. ¿Cómo se llama?
-Lawrence.
Lena sacudió la cabeza. El nombre no le sonaba.
-¿Qué hacemos con ella, comandante?
-Que suba. A ver qué pinta tiene.
Stark transmitió el mensaje y apagó la radio.
-Un poco raro, ¿no? -comentó Stark-. La CIA no suele meterse en asuntos nacionales.
-Ahora todo está patas arriba, y además -añadió Lena sagazmente-, no tenemos idea de lo que saben de la situación y que tal vez nosotros ignoremos. A ver si podemos nadar entre dos aguas y averiguar tanto de ellos como creen que van a averiguar ellos de nosotros.
-Ese es un plan que respaldo.
Sonó el portero automático y Lena dijo:
-Estaré en el Nido a las 8.30.
-Sí, señora. Hasta luego.
Lena cruzó la sala mientras los demás seguían hablando y abrió la puerta. Sintió una especie de mareo, como si la habitación hubiese girado trescientos sesenta grados sin que ella se moviese del sitio. Su instinto natural se impuso enseguida e hizo acopio de una fría serenidad. Valerie parecía distinta a como la había visto siempre. Estaba guapísima como de costumbre, vestida con un elegante traje ejecutivo de Prada y zapatos de tacón bajo de Ferragamo, y de sus ojos manaban los mismos destellos de compasión que tanto atraían a Lena. Pero en aquel momento llevaba un arma sobre la cadera derecha aunque quien no fuese experto en detectar algo así no lo habría notado debido al excelente corte de la chaqueta. La esencia de acero que Valerie poseía, como bien sabía Lena, casi se palpaba. Se notaba en el porte de Valerie y en el claro poder de su mirada. Transmitía la suprema confianza que algunos agentes tenían, pero que pocos merecían.
-Agente Lawrence -dijo Lena sin inmutarse-. ¿Sigue siendo Valerie?
-Sí, en efecto.
Lena miró el reloj.
-Tenemos una reunión dentro de veinte minutos; así que, si no te importa, prefiero dejar las presentaciones para después. Aunque estoy segura de que ya conoces los nombres de todos.
Los ojos de Valerie pasaron de Lena a Diane que, sentada en el sofá, se reía de algo que había dicho Julia. En ese momento, Diane volvió la cabeza y una nube de sorpresa veló su rostro cuando reparó en la presencia de Valerie. Diane se levantó y dio un par de pasos, pero la expresión de sorpresa enseguida se convirtió en incertidumbre.
-Solo necesito un minuto -dijo Valerie sin apartar la vista de la cara de Diane.
A Lena no le hizo falta volverse para saber a quién miraba Valerie.
-Voy a despedirme de Julia.
-¿Valerie? -preguntó Diane con voz tensa.
-Solo dispongo de unos segundos -se apresuró a decir Valerie-. Todo lo que te dije era cierto. Pero...
-¿Qué estás haciendo aquí?
-Escucha, Diane -Valerie le rozó la mano tan sutilmente que podría haber sido una casualidad-. Antes no pude explicártelo todo. Soy una agente federal. Yo...
La expresión de Diane se borró como si una máscara cubriese su rostro.
-No importa. No quiero oírlo -se volvió bruscamente y, sin decir nada, pasó por delante de Lena, que se dirigía a la puerta.
-¿Lista? -preguntó Lena.
-Sí -Valerie miró a Diane hasta que desapareció al fondo del pasillo; entonces, clavó los ojos en Lena sin el menor rastro de emoción-. Vamos.
Pasaron diez minutos en el coche hasta que al fin Lena rompió el silencio.
-¿Por qué te han llamado ahora?
-Las prioridades han cambiado desde el martes -respondió Valerie.
-Has estado retirada durante mucho tiempo, metida en la identidad de Claire. No entiendo cómo han neutralizado tu cobertura operativa tan a la ligera. Valerie dio la espalda a la puerta para mirar a Lena, que conducía.
-No me explicaron las razones en detalle, Elena. Pero todos sabemos lo importante que es la seguridad de Julia -se fijó en que las manos de Lena se aferraban al volante, pero continuó sin alterarse-. Conozco a los jugadores, y aunque no lo creas, hay gente que piensa que puedo ser útil en este momento.
Lena giró la cabeza y clavó una mirada fría en Valerie antes de centrarse de nuevo en el tráfico.
-Claro, me conoces a mí, ¿no es cierto?
-Caíste en la red por accidente, Elena. No eras un objetivo buscado.
Un músculo se tensó en la mandíbula de Lena.
-Y se supone que no puedes decirme a quién debías espiar, ¿verdad? Cuando no te los tirabas, claro.
-Como sin duda sabes, mi trabajo es el contraespionaje, y Washington D.C. es un lugar excelente para averiguar en qué andan metidos nuestros amigos.
-Sí, es increíble las cosas que se descubren cuando fo...
-Elena, por favor, no -pidió Valerie-. Contigo nunca fue eso.
Lena no apartó la vista del camino.
-¿Pretendes convencerme de que nunca hiciste un informe sobre mí?
-No voy a mentirte...
Lena se rió con amargura.
-Pero nunca hubo nada comprometedor en los informes.
-Supongo que informar a la CIA de que la jefa de seguridad de la primera hija frecuenta a las putas de la Colina del Capitolio no te parece comprometedor. ¡Dios! -tuvo que esforzarse para no rechinar los dientes-. Me sorprende que no me hayan puesto de patitas en la calle hace tiempo.
-Todo el mundo tiene secretos, Elena. A veces los secretos son una valiosa moneda de cambio.
Lena giró de pronto hacia la acera, frenó y se volvió para mirar a Valerie.
-¿Hubo algo de verdad?
-Todas y cada una de las caricias -respondió Valerie.
Lena la miró a los ojos y vio en ellos dolor. Buscó en su propio corazón el origen de la ira que había sentido tras la incredulidad, al ver a Valerie en la puerta aquella mañana. Nunca se había enamorado de ella, pero le importaba. Muchísimo. Y había permitido que Valerie presenciase cosas que Lena revelaba a muy poca gente, se había descubierto en sus momentos de mayor debilidad.
-¡Dios!
-Lo siento, Elena. Pero no puedo disculparme por hacer mi trabajo aunque te haya hecho daño.
-De acuerdo -aceptó Lena pensando que ella se había dicho lo mismo a sí misma más de una vez-. Vamos a trabajar juntas y, francamente, no me fío de ti.
-Elen...
-No me fío de ningún agente de la CIA. Por principio -Lena se rió cuando los labios generosos de Valerie esbozaron una sonrisa sincera-. Pero, por lo que a mí respecta, lo ocurrido entre nosotras es personal. No tiene nada que ver con este trabajo.
-Gracias -Valerie acarició la muñeca de Lena-. Nunca fuiste una misión, un trabajo, para mí.
Lena giró la mano y estrechó la de Valerie. Los dedos de ambas se entrelazaron mientras se miraban en un silencioso reconocimiento de lo que habían sido la una para la otra. Luego, se separaron y se acomodaron en sus respectivos asientos mientras Lena ponía el coche en marcha.
-Agentes Savard, Davis, Lawrence -dijo Lena presentándolos a medida que se iban sentando en la salita del apartamento de Stark y Savard. Lena se sentó en un extremo del sofá y cogió la taza de café que Savard había puesto frente a ella sobre la mesita de madera. Con gesto ausente, miró la pecera que estaba junto a la pared, en la que había una nueva tanda de pececillos bajo la superficie formando una vibrante nube plateada. De pronto, el apartamento desapareció de su vista, y se centró en Savard-. ¿Qué sabemos?
-Más bien qué no sabemos -corrigió Savard-. Hemos analizado las identificaciones de los cuatro comandos muertos, y la respuesta es que nadie sabe quiénes eran. Las huellas dactilares no han aparecido en nuestras bases de datos ni en las del Centro Nacional de Información sobre el Crimen.
-No me digáis que esos tipos no eran ex militares -repuso Lena-. Habían sido entrenados profesionalmente.
-¿Interpol? -preguntó Valerie. Savard la miró fijamente. La había reconocido de una investigación anterior en la que unos cuantos agentes, muy próximos a Lena y a Julia, se habían enterado de la relación de Lena con una mujer identificada como prostituta de lujo de Washington. Al parecer, se habían equivocado.
-Lo están comprobando.
-¿ADN? -preguntó Lena a Felicia. Felicia hizo un gesto negativo con la cabeza.
-Aún no, pero Quantico espera tener los resultados dentro de veinticuatro horas.
Lena no le preguntó a Felicia cómo lo sabía y tampoco le interesaba. Lo único importante era acceder a toda la información disponible cuanto antes. Aunque debían facilitarle la información que necesitaba para realizar su investigación, si acudía a los canales habituales encontraría obstáculos a cada paso y tardaría semanas en averiguar lo que Felicia descubriría en horas pirateando diversas bases de datos.
-Alguien sabe quiénes son esos tipos. Tenemos que enseñar sus caras a todas las posibles fuentes, tanto aquí como en el extranjero -Lena miró a Valerie, sentada a cierta distancia en un sillón tapizado que había conocido tiempos mejores-. ¿Algún lugar especial dónde buscar?
-Nuestra mejor apuesta -respondió Valerie con cautela- es Oriente Medio o Afganistán. La segunda apuesta Libia, aunque no creo que tengan los contactos necesarios para orquestar el ataque del martes.
-De acuerdo -dijo Felicia-. Empezaremos por ahí.
-Mientras tanto -intervino Lena-, si no averiguamos nada sobre los comandos, tendremos que centrarnos en Foster. Quiero saber todo acerca de él desde el instante en que nació. Quiero los nombres de las personas con las que compartió alojamiento en la Academia, las mujeres u hombres con los que salió, los nombres de los agentes con los que trabajó en misiones anteriores, sus antiguos compañeros, sus viajes durante los últimos diez años. Quiero conocer todos los sitios en los que ha estado, saber todo lo que ha hecho, hasta el último detalle.
-Todos los miembros del equipo de asalto eran caucásicos -observó Valerie-, por tanto deberíamos investigar las organizaciones paramilitares nacionales. Eso encaja en su perfil -miró a Savard-. Seguro que el FBI tiene una documentación considerable, pero también hay actividades de contrainteligencia de... otras organizaciones.
Felicia sonrió.
-Echaré un vistazo.
-Estupendo. Empezaremos reuniendo los perfiles organizativos de todos los grupos paramilitares conocidos -informó Lena-. Miembros, ubicación geográfica, recursos económicos, filiaciones políticas, publicaciones, propaganda... cualquier cosa que huela a reivindicación armada.
-¿Tenemos algo que vincule a esos tipos con el World Trade Center? -preguntó Savard dirigiéndose intencionadamente a Valerie.
-No -respondió Valerie sin inmutarse-. Por lo que sabemos, los secuestradores de los aviones eran terroristas extranjeros, y los hombres que atacaron a la señorita Volkova no -suspiró-. Y ninguno de los sucesos se pudo prevenir. Desde luego, no en el marco temporal presente.
-Necesitamos acceder a los expedientes de inteligencia que tenéis -dijo Lena decidiendo que había llegado el momento de saber de qué lado estaba Valerie-. ¿Puedes ayudarnos?
Valerie dudó.
-Sí, en todo lo que esté en mis manos.
-Si abres la puerta -sugirió Felicia- yo...
El móvil de Lena emitió una serie de pitidos agudos y entrecortados; lo desprendió del cinturón mientras se levantaba.
-Katina.
-Elena -dijo Lucinda Washburn con un tono urgente que Lena nunca le había oído antes-. Se ha producido un incidente en el Nido. Hemos llamado a un equipo de materiales peligrosos y puesto el edificio en cuarentena.
Lena no escuchó el resto del mensaje porque salió corriendo.
Sábado, 15 de septiembre.
Julia encontró a Diane divirtiendo a Stark, Patrice Hara y Greg Wozinski con historias sobre sus gamberradas juveniles mientras tomaban café con cruasanes en el salón. Por suerte, estaban escuchando la versión para todos los públicos.
-Diane -dijo Julia en tono dulce cogiendo la cafetera-. Prefiero que no les expliques todas mis técnicas para burlar la vigilancia.
Los tres agentes del Servicio Secreto se rieron aunque Hara y Wozinski se miraron disimuladamente. Julia reparó en las miradas y comprendió que los agentes habían sido informados de su tendencia a escabullirse de sus protectores. Riéndose, le espetó a Stark:
-Veo que los has instruido a fondo. -Stark puso cara de poker.
-Naturalmente. Es el procedimiento habitual.
-¿Dónde está Lena? -inquirió Diane.
-No tardará. Está... -Julia estaba a punto de decir «concertando una reunión con Savard» cuando se dio cuenta de que Lena tal vez no quisiese desvelar el carácter de su investigación ante Stark y los otros agentes del Servicio Secreto- hablando por teléfono.
-Toma -dijo Diane ofreciéndole una taza de café-. ¿Por qué no se lo llevas? Quizá tarde un poco, y a estas alturas no le vendrá mal.
-Gracias -Julia aceptó el café y se dirigió al pasillo, pero en ese preciso instante entró Lena.
-¿Es para mí?
Julia le tendió la taza.
-Cortesía de Diane.
-Gracias -dijo Lena antes de beber un sorbo. Se dirigió a Stark-. ¿Podemos hablar un par de minutos, jefa?
Stark se apresuró a dejar su taza a un lado y se levantó de un salto.
-Pues claro, comandante.
Fueron al otro extremo de la sala, hasta el balcón. Lena habló en voz baja:
-Espero a una agente dentro de unos minutos; convendría que se lo comunicase al equipo. Luego, voy a ir a su apartamento para hablar con Savard y Davis. Supongo que Julia querrá ir al loft lo antes posible.
-Los coches están esperando, y he llamado a dos agentes más del turno rotatorio -informó Stark-. Estamos cubiertas.
-Preferiría que esperasen por mí, pero sé que Julia no lo hará. Me reuniré con ustedes allí -Lena miró a Julia y la vio haciendo muy buenas migas con Patrice Hara-. Revise el piso superior antes de que ella salga del coche, Stark.
-Sí, señora.
-Y los ascensores... Procure que Julia sea la última en salir y que hay... -Lena se interrumpió bruscamente-. ¡Dios, lo siento!
Stark no apartó los ojos del rostro de Lena.
-Lo entiendo, comandante. Nunca está de más repasar los pormenores.
Lena suspiró.
-Sé que conoce el trabajo, Stark. Yo... solo que ella es ...
-Sí, señora. Sé lo que es ella.
-¿Le ha hablado Savard de nuestra investigación? -preguntó Lena deseando cambiar de tema.
-Pues...
-No se preocupe, no plantea ningún problema. Ya se lo dije a ella. No hay forma de que montemos una operación de semejante magnitud sin que el equipo de seguridad de Julia esté al tanto. Al fin y al cabo vamos a trabajar y seguramente a vivir muy cerca unos de otros en las próximas semanas, tal vez meses -señaló a Patrice y a Greg con la cabeza-. No hay por qué contarles los detalles, pero lo esencial se sabrá. Debemos confiar en que el Departamento de Justicia haya examinado a fondo a los nuevos miembros del equipo aunque en la única persona en la que tengo fe ciega es en usted.
-Me ocuparé de eso, comandante.
Lena dio un apretón en el hombro a Stark.
-Gracias. Vendría bien que...
La radio de Stark sonó, y la agente escuchó unos segundos.
-Revise la identificación -miró a Lena-. Una agente pregunta por usted -Stark escuchó de nuevo y arqueó las cejas-. De la CIA.
-Genial -murmuró Lena. Los agentes de la CIA tenían fama de ser poco cooperativos. En los otros servicios nadie confiaba en ellos, y con motivo. Solo manifestaban lealtad a su propio director, no compartían información... y la que compartían siempre resultaba sospechosa-. ¿Cómo se llama?
-Lawrence.
Lena sacudió la cabeza. El nombre no le sonaba.
-¿Qué hacemos con ella, comandante?
-Que suba. A ver qué pinta tiene.
Stark transmitió el mensaje y apagó la radio.
-Un poco raro, ¿no? -comentó Stark-. La CIA no suele meterse en asuntos nacionales.
-Ahora todo está patas arriba, y además -añadió Lena sagazmente-, no tenemos idea de lo que saben de la situación y que tal vez nosotros ignoremos. A ver si podemos nadar entre dos aguas y averiguar tanto de ellos como creen que van a averiguar ellos de nosotros.
-Ese es un plan que respaldo.
Sonó el portero automático y Lena dijo:
-Estaré en el Nido a las 8.30.
-Sí, señora. Hasta luego.
Lena cruzó la sala mientras los demás seguían hablando y abrió la puerta. Sintió una especie de mareo, como si la habitación hubiese girado trescientos sesenta grados sin que ella se moviese del sitio. Su instinto natural se impuso enseguida e hizo acopio de una fría serenidad. Valerie parecía distinta a como la había visto siempre. Estaba guapísima como de costumbre, vestida con un elegante traje ejecutivo de Prada y zapatos de tacón bajo de Ferragamo, y de sus ojos manaban los mismos destellos de compasión que tanto atraían a Lena. Pero en aquel momento llevaba un arma sobre la cadera derecha aunque quien no fuese experto en detectar algo así no lo habría notado debido al excelente corte de la chaqueta. La esencia de acero que Valerie poseía, como bien sabía Lena, casi se palpaba. Se notaba en el porte de Valerie y en el claro poder de su mirada. Transmitía la suprema confianza que algunos agentes tenían, pero que pocos merecían.
-Agente Lawrence -dijo Lena sin inmutarse-. ¿Sigue siendo Valerie?
-Sí, en efecto.
Lena miró el reloj.
-Tenemos una reunión dentro de veinte minutos; así que, si no te importa, prefiero dejar las presentaciones para después. Aunque estoy segura de que ya conoces los nombres de todos.
Los ojos de Valerie pasaron de Lena a Diane que, sentada en el sofá, se reía de algo que había dicho Julia. En ese momento, Diane volvió la cabeza y una nube de sorpresa veló su rostro cuando reparó en la presencia de Valerie. Diane se levantó y dio un par de pasos, pero la expresión de sorpresa enseguida se convirtió en incertidumbre.
-Solo necesito un minuto -dijo Valerie sin apartar la vista de la cara de Diane.
A Lena no le hizo falta volverse para saber a quién miraba Valerie.
-Voy a despedirme de Julia.
-¿Valerie? -preguntó Diane con voz tensa.
-Solo dispongo de unos segundos -se apresuró a decir Valerie-. Todo lo que te dije era cierto. Pero...
-¿Qué estás haciendo aquí?
-Escucha, Diane -Valerie le rozó la mano tan sutilmente que podría haber sido una casualidad-. Antes no pude explicártelo todo. Soy una agente federal. Yo...
La expresión de Diane se borró como si una máscara cubriese su rostro.
-No importa. No quiero oírlo -se volvió bruscamente y, sin decir nada, pasó por delante de Lena, que se dirigía a la puerta.
-¿Lista? -preguntó Lena.
-Sí -Valerie miró a Diane hasta que desapareció al fondo del pasillo; entonces, clavó los ojos en Lena sin el menor rastro de emoción-. Vamos.
Pasaron diez minutos en el coche hasta que al fin Lena rompió el silencio.
-¿Por qué te han llamado ahora?
-Las prioridades han cambiado desde el martes -respondió Valerie.
-Has estado retirada durante mucho tiempo, metida en la identidad de Claire. No entiendo cómo han neutralizado tu cobertura operativa tan a la ligera. Valerie dio la espalda a la puerta para mirar a Lena, que conducía.
-No me explicaron las razones en detalle, Elena. Pero todos sabemos lo importante que es la seguridad de Julia -se fijó en que las manos de Lena se aferraban al volante, pero continuó sin alterarse-. Conozco a los jugadores, y aunque no lo creas, hay gente que piensa que puedo ser útil en este momento.
Lena giró la cabeza y clavó una mirada fría en Valerie antes de centrarse de nuevo en el tráfico.
-Claro, me conoces a mí, ¿no es cierto?
-Caíste en la red por accidente, Elena. No eras un objetivo buscado.
Un músculo se tensó en la mandíbula de Lena.
-Y se supone que no puedes decirme a quién debías espiar, ¿verdad? Cuando no te los tirabas, claro.
-Como sin duda sabes, mi trabajo es el contraespionaje, y Washington D.C. es un lugar excelente para averiguar en qué andan metidos nuestros amigos.
-Sí, es increíble las cosas que se descubren cuando fo...
-Elena, por favor, no -pidió Valerie-. Contigo nunca fue eso.
Lena no apartó la vista del camino.
-¿Pretendes convencerme de que nunca hiciste un informe sobre mí?
-No voy a mentirte...
Lena se rió con amargura.
-Pero nunca hubo nada comprometedor en los informes.
-Supongo que informar a la CIA de que la jefa de seguridad de la primera hija frecuenta a las putas de la Colina del Capitolio no te parece comprometedor. ¡Dios! -tuvo que esforzarse para no rechinar los dientes-. Me sorprende que no me hayan puesto de patitas en la calle hace tiempo.
-Todo el mundo tiene secretos, Elena. A veces los secretos son una valiosa moneda de cambio.
Lena giró de pronto hacia la acera, frenó y se volvió para mirar a Valerie.
-¿Hubo algo de verdad?
-Todas y cada una de las caricias -respondió Valerie.
Lena la miró a los ojos y vio en ellos dolor. Buscó en su propio corazón el origen de la ira que había sentido tras la incredulidad, al ver a Valerie en la puerta aquella mañana. Nunca se había enamorado de ella, pero le importaba. Muchísimo. Y había permitido que Valerie presenciase cosas que Lena revelaba a muy poca gente, se había descubierto en sus momentos de mayor debilidad.
-¡Dios!
-Lo siento, Elena. Pero no puedo disculparme por hacer mi trabajo aunque te haya hecho daño.
-De acuerdo -aceptó Lena pensando que ella se había dicho lo mismo a sí misma más de una vez-. Vamos a trabajar juntas y, francamente, no me fío de ti.
-Elen...
-No me fío de ningún agente de la CIA. Por principio -Lena se rió cuando los labios generosos de Valerie esbozaron una sonrisa sincera-. Pero, por lo que a mí respecta, lo ocurrido entre nosotras es personal. No tiene nada que ver con este trabajo.
-Gracias -Valerie acarició la muñeca de Lena-. Nunca fuiste una misión, un trabajo, para mí.
Lena giró la mano y estrechó la de Valerie. Los dedos de ambas se entrelazaron mientras se miraban en un silencioso reconocimiento de lo que habían sido la una para la otra. Luego, se separaron y se acomodaron en sus respectivos asientos mientras Lena ponía el coche en marcha.
-Agentes Savard, Davis, Lawrence -dijo Lena presentándolos a medida que se iban sentando en la salita del apartamento de Stark y Savard. Lena se sentó en un extremo del sofá y cogió la taza de café que Savard había puesto frente a ella sobre la mesita de madera. Con gesto ausente, miró la pecera que estaba junto a la pared, en la que había una nueva tanda de pececillos bajo la superficie formando una vibrante nube plateada. De pronto, el apartamento desapareció de su vista, y se centró en Savard-. ¿Qué sabemos?
-Más bien qué no sabemos -corrigió Savard-. Hemos analizado las identificaciones de los cuatro comandos muertos, y la respuesta es que nadie sabe quiénes eran. Las huellas dactilares no han aparecido en nuestras bases de datos ni en las del Centro Nacional de Información sobre el Crimen.
-No me digáis que esos tipos no eran ex militares -repuso Lena-. Habían sido entrenados profesionalmente.
-¿Interpol? -preguntó Valerie. Savard la miró fijamente. La había reconocido de una investigación anterior en la que unos cuantos agentes, muy próximos a Lena y a Julia, se habían enterado de la relación de Lena con una mujer identificada como prostituta de lujo de Washington. Al parecer, se habían equivocado.
-Lo están comprobando.
-¿ADN? -preguntó Lena a Felicia. Felicia hizo un gesto negativo con la cabeza.
-Aún no, pero Quantico espera tener los resultados dentro de veinticuatro horas.
Lena no le preguntó a Felicia cómo lo sabía y tampoco le interesaba. Lo único importante era acceder a toda la información disponible cuanto antes. Aunque debían facilitarle la información que necesitaba para realizar su investigación, si acudía a los canales habituales encontraría obstáculos a cada paso y tardaría semanas en averiguar lo que Felicia descubriría en horas pirateando diversas bases de datos.
-Alguien sabe quiénes son esos tipos. Tenemos que enseñar sus caras a todas las posibles fuentes, tanto aquí como en el extranjero -Lena miró a Valerie, sentada a cierta distancia en un sillón tapizado que había conocido tiempos mejores-. ¿Algún lugar especial dónde buscar?
-Nuestra mejor apuesta -respondió Valerie con cautela- es Oriente Medio o Afganistán. La segunda apuesta Libia, aunque no creo que tengan los contactos necesarios para orquestar el ataque del martes.
-De acuerdo -dijo Felicia-. Empezaremos por ahí.
-Mientras tanto -intervino Lena-, si no averiguamos nada sobre los comandos, tendremos que centrarnos en Foster. Quiero saber todo acerca de él desde el instante en que nació. Quiero los nombres de las personas con las que compartió alojamiento en la Academia, las mujeres u hombres con los que salió, los nombres de los agentes con los que trabajó en misiones anteriores, sus antiguos compañeros, sus viajes durante los últimos diez años. Quiero conocer todos los sitios en los que ha estado, saber todo lo que ha hecho, hasta el último detalle.
-Todos los miembros del equipo de asalto eran caucásicos -observó Valerie-, por tanto deberíamos investigar las organizaciones paramilitares nacionales. Eso encaja en su perfil -miró a Savard-. Seguro que el FBI tiene una documentación considerable, pero también hay actividades de contrainteligencia de... otras organizaciones.
Felicia sonrió.
-Echaré un vistazo.
-Estupendo. Empezaremos reuniendo los perfiles organizativos de todos los grupos paramilitares conocidos -informó Lena-. Miembros, ubicación geográfica, recursos económicos, filiaciones políticas, publicaciones, propaganda... cualquier cosa que huela a reivindicación armada.
-¿Tenemos algo que vincule a esos tipos con el World Trade Center? -preguntó Savard dirigiéndose intencionadamente a Valerie.
-No -respondió Valerie sin inmutarse-. Por lo que sabemos, los secuestradores de los aviones eran terroristas extranjeros, y los hombres que atacaron a la señorita Volkova no -suspiró-. Y ninguno de los sucesos se pudo prevenir. Desde luego, no en el marco temporal presente.
-Necesitamos acceder a los expedientes de inteligencia que tenéis -dijo Lena decidiendo que había llegado el momento de saber de qué lado estaba Valerie-. ¿Puedes ayudarnos?
Valerie dudó.
-Sí, en todo lo que esté en mis manos.
-Si abres la puerta -sugirió Felicia- yo...
El móvil de Lena emitió una serie de pitidos agudos y entrecortados; lo desprendió del cinturón mientras se levantaba.
-Katina.
-Elena -dijo Lucinda Washburn con un tono urgente que Lena nunca le había oído antes-. Se ha producido un incidente en el Nido. Hemos llamado a un equipo de materiales peligrosos y puesto el edificio en cuarentena.
Lena no escuchó el resto del mensaje porque salió corriendo.
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CAPITULO QUINCE
El Departamento de Policía de Nueva York actuó rápidamente. Lena encontró la primera barricada a dos manzanas de Gramercy Park. Coches patrulla cortaban la intersección, y policías uniformados ocupaban la calle. Tres helicópteros sobrevolaban los tejados de los edificios próximos. Lena frenó el coche frente a la acera, retiró las llaves de arranque y salió del coche. Le pareció oír gritos dirigidos a ella mientras corría mostrando la placa con la mano izquierda. Gritó a su vez esquivando los cuerpos que se interponían en su camino:
-Servicio Secreto. Servicio Secreto -y no dudó en empujar a todos los que le impedían el paso.
Cuando dobló la esquina de la placita cerrada a la que daba el edificio de Julia, la congestión de la calle se quintuplicó. Coches patrulla, ambulancias, vehículos blindados de desactivación de bombas, y miembros de la policía, los bomberos y los equipos de rescate de emergencias se apelotonaban en las aceras y la calzada. Lena miró la fachada del edificio, casi temiendo que los pisos superiores hubiesen desaparecido. Lo único que acertaba a pensar era que había explotado una bomba o estaba a punto de explotar. Se le encogió el estómago, las piernas se le doblaron y la necesidad de aire le abrasó el pecho, y no por haber corrido entre toda aquella gente, sino por el terror que la agarrotaba desde que había asimilado las palabras de Lucinda. Alguien había abordado a Julia. A pesar de todo lo que Lena había hecho, a pesar de sus previsiones, de lo que ella misma era... alguien había llegado hasta su amante. «¡Dios, Julia!»
-Servicio Secreto, fuera de mi camino. Fuera -ladró y empujó las puertas de cristal del portal del edificio de Julia-. Servicio Secre...
Varios pares de manos sujetaron a Lena por la chaqueta y la apartaron de la puerta mientras un muro de trajes azules la rodeaba. Reaccionó ciegamente dando un codazo a alguien que soltó un gruñido y una maldición entre dientes. La espalda de Lena golpeó la pared y a continuación la cabeza, y el mundo comenzó a girar en un círculo mareante: árboles, cielo y acera se mezclaron en un disparatado desfile ante sus ojos.
-¡Comandante, Comandante! -gritó la voz de una mujer muy cerca de su oído-. ¡Tranquila!
Lena se debatió por recuperar el equilibro mientras su cabeza seguía dando vueltas. Conocía aquella voz. Parpadeó para ver mejor. Hara. Hara y Wozinski. Un fornido brazo de Wozinski sobre su pecho la inmovilizaba contra la pared del edificio. Hara, que sujetaba con mano férrea la muñeca derecha de Lena, ahuyentaba con un gesto de la otra a un trío de airados agentes del Departamento de Policía de Nueva York.
-Servicio Secreto. Ya nos encargamos nosotros -gritó Hara-. Váyanse. Nos encargamos nosotros.
-Suéltenme -ordenó Lena con voz dura. Wozinski miró a Hara en busca de orientación, pero la agente se limitó a negar con la cabeza y a ladear el cuerpo dando la espalda a los polis que seguían acosándolos. La mujer acercó la cara a la de Lena y dijo:
-Si la soltamos y usted intenta ir de nuevo a la puerta principal, los polis la retendrán y no podremos impedírselo. Aquí nos será de más ayuda, comandante. Usted decide.
-¿Está viva? -preguntó Lena taladrando a Hara con los ojos.
-Que yo sepa, sí.
-Quiero hablar con ella.
-La policía de Nueva York ha desviado todas las llamadas a sus líneas. Han bloqueado las señales de telefonía móvil de este sector. No podemos...
Lena retorció la muñeca con intención de soltarse de la mano que la retenía, y consiguió desplazar el brazo de Wozinski antes de que los dos agentes le clavasen los hombros en el pecho. El peso de ambos le cortó la respiración, y las piernas de Lena se doblaron. Solo la sostenían los dos cuerpos apretados contra ella. Hara continuó hablando en tono tranquilo y normal, como si no ocurriese nada.
-La policía de Nueva York no se arriesga después de lo que sucedió el martes. En este momento su equipo antiterrorista se encarga de todo, y tienen los nervios a flor de piel. Si queremos recuperar el control, dependerá de usted. ¿Comandante? Comandante, ¿lo entiende?
-Sí -afirmó Lena sin aliento-. Estoy bien. Suéltenme.
-De acuerdo, Greg, déjala -dijo Hara tras examinar el rostro de Lena.
Lena sintió de inmediato que la presión sobre su pecho se aflojaba y por fin pudo respirar a fondo. Tosió, y sus doloridas costillas se resintieron.
-Lo siento -sin hacer caso al dolor, inhaló otra bocanada de aire y su cabeza comenzó a despejarse-. Infórmenme. Rápido.
-No tenemos gran cosa -Hara bajó la voz-. La jefa, Egret y Tony Fazio subieron al apartamento. Greg y yo nos quedamos en el vestíbulo. Walter y O'Reilly están en la puerta de atrás.
Lena quería gritar «¡Háblame de Julia, maldita sea!», pero sus años de entrenamiento la mantuvieron a raya. Tenía que saber todo si quería asumir el control. Y si Julia se encontraba en peligro, no iba a permitir que nadie más se ocupase de ella.
-¿Qué ha ocurrido ahí arriba?
-No lo sabemos. La jefa transmitió un código rojo con orden de cerrar el edificio. Mientras lo hacíamos, debió de enviar una alerta roja al Departamento de Policía de Nueva York porque en un abrir y cerrar de ojos nos vimos rodeados de uniformes y nadie nos explicó nada.
-¿Han visto algún vehículo de mando?
Wozinski señaló el extremo noreste del parque.
-Al otro lado de la calle, en la mitad de la manzana. No pudimos acercarnos.
-Yo sí que puedo -Lena se frotó el pecho sin darse cuenta, pero el dolor no cedió. Lo prefería. La mantenía despierta-. Ustedes dos quédense en la puerta. Que nadie suba al apartamento a menos que yo lo acompañe, ¿entendido?
-Los únicos que han subido son los de materiales peligrosos -respondió Wozinski.
-Como si el próximo es el Presidente, iré con él.
Los dos agentes se relajaron de forma ostensible y dijeron al mismo tiempo:
-Sí, señora.
Lena caminó con el brazo extendido mostrando la placa y repitiendo:
-Servicio Secreto. Busco a la capitana Stacey Landers -Landers era la jefa de la división de seguridad del Departamento de Policía de Nueva York, encargada de las relaciones con el Servicio Secreto y de proporcionar refuerzos cuando el Presidente o Julia comparecían públicamente en la ciudad. La división de Landers también formaba parte del escuadrón antiterrorista, y Lena sabía que Landers dirigía la operación-. Landers. La capitana Landers. ¿Dónde está?
Por fin, se acercó lo suficiente para dar un puñetazo en la puerta de la furgoneta negra blindada y coronada por una antena de satélite. Una cara surgió tras la pequeña ventanilla rectangular con cristal a prueba de balas y desapareció casi al instante. Una voz ordenó por el intercomunicador de la puerta:
-Muestre su identificación ante la cámara, por favor.
Lena miró la lente de la cámara de vídeo situada sobre la puerta y sostuvo la identificación junto a la mejilla derecha para que se viesen bien su rostro y su placa. Diez segundos después, la puerta se abrió medio metro y se asomó un gigante con uniforme del equipo de Armas y Técnicas Especiales. Estaba muy serio.
-Entre, agente Katina.
Tres hombres y una mujer se apelotonaban en el estrecho pasillo central en torno a un conjunto de monitores de vídeo en los que se veían perspectivas limitadas del exterior y el interior del edificio de Julia y una vista aérea del tejado, transmitida desde uno de los helicópteros que Lena había oído sobrevolando la zona. La mujer, una pelirroja con cazadora y pantalones color habano, miró por encima del hombro a Lena. En sus ojos verdes hubo un instantáneo destello de compasión que desapareció enseguida.
-Comandante.
-Capitana -saludó Lena inclinándose para ver los monitores que proyectaban las imágenes de las cámaras de vigilancia del edificio de Julia. No había vistas del interior del loft porque la propia Lena había ordenado retirar las cámaras del recinto en el que vivía Julia para proteger su intimidad. El resto del edificio parecía desierto. Lena no contaba con ver a Julia, pero sintió una decepción como si le clavasen un cuchillo. Quería romper la furgoneta. «Procedimiento. Tengo que seguir el procedimiento si quiero llegar hasta Julia»-. ¿Situación?
-La jefa de seguridad de Egret transmitió una alerta roja hace cincuenta minutos -informó la capitana del escuadrón antiterrorista de la policía de Nueva York-. Al parecer, encontraron una sustancia extraña ahí arriba. Suponemos que se trata de un agente químico.
-¿Víctimas? -Lena agarró el borde del gancho metálico que sujetaba los monitores al lateral del vehículo con tanta fuerza que se cortó la palma de la mano. En su mente se agolpaban las posibilidades. «Cianuro, ricina, sarín. ¡Dios mío!»
-Ninguna que sepamos. Hemos cerrado los sistemas de ventilación del edificio y los de Obras Públicas están canalizando los desagües de esta manzana a depósitos especiales. -Se calló de pronto y apretó con dos dedos el audífono insertado en su oreja derecha inclinando la cabeza como si quisiese oír mejor. Tras unos momentos, murmuró al micro que llevaba al cuello-: Entendido, señor. Sí, señor, lo comprendo -miró a Lena con tristeza-. Era el asesor de seguridad del Presidente. Me han ordenado que el grupo de productos peligrosos no entre en el apartamento hasta que llegue un equipo de Fort Detrick.
-¿El USAMRIID?
-Sí. Vienen hacia aquí. Aterrizarán dentro de veinticinco minutos.
Lena tardó un segundo en coordinar las ideas y se le encogió el estómago. El Comando Material y de Investigación Médica del Ejército de Estados Unidos, con base en Fort Detrick, Maryland, era la única entidad del Departamento de Defensa con un laboratorio con nivel de seguridad 4. «¿Qué diablos creen que hay allí arriba?»
-Abra una línea con el loft. Quiero hablar con Julia. Ahora.
Julia se sobresaltó cuando el teléfono inalámbrico sonó en la mesa de desayuno, como si estuviese vivo. La última vez que había intentado llamar, cosa que había hecho repetidamente, no daba señal. Los teléfonos móviles y las radios tampoco funcionaban. No podía ser mera coincidencia ni accidente. Llevaban media hora sin saber nada de nadie, y que los mantuvieran al margen de lo que estaba ocurriendo fastidiaba muchísimo a Julia. Cogió el teléfono y gritó:
-Julia Volkova. ¿Quién coño es?
-Soy Lena, cariño. ¿Estás bien? -Lena se esforzó por hablar con serenidad.
-Hola -respondió Julia aplacada de pronto-. Sería genial que alguien me explicase qué diablos pasa.
-¿No estás herida? ¿No te sientes mal?
-No. Aquí estamos todos bien -Julia fue al otro lado del loft alejándose de Stark y Fazio, que se dedicaban a caminar en círculo con los inservibles móviles en la mano-. ¿Dónde estás?
-Enfrente de tu casa con Stacy Landers. ¿Por qué no me cuentas qué ocurrió?
-Estábamos trasladando mis lienzos -explicó Julia- y había una bolsa de plástico entre dos de ellos. No la vimos y, al separar los marcos, el contenido de la bolsa se derramó.
Lena, aturdida, apoyó una mano en el techo de la furgoneta para no caerse.
-¿Se derramó o estalló en el aire? ¿Te acuerdas?
-Pues... las dos cosas, creo. ¿Qué sucede, Lena?
-Aún no lo sabemos. ¿Quién rompió la bolsa?
«¿Quién tuvo más contacto con lo que fuese que había dentro?»
-Fazio... estaba abriendo una caja de madera. ¿Por qué?
-¿Stark y Fazio se encuentran bien?
-Sí. Nos ordenaron que nos alejásemos de la bolsa todo lo posible sin salir del apartamento. Eso fue hace media hora, y no volvimos a saber nada más. ¿Por qué nos retienen aquí?
Lena dudó, pero decidió que la verdad era la única opción. Julia podía soportar que le dijese cualquier cosa menos una mentira.
-Suponemos que la sustancia, el polvo o lo que fuese, puede ser peligrosa. No podemos sacaros de ahí hasta que se elimine la contaminación potencial. Va a venir un equipo para eso.
-Hay un grupo de productos peligrosos por aquí; oí que se lo decían a Stark por radio antes de que perdiésemos el contacto con todo el mundo. Si son ellos los que esperamos, ¿por qué no han entrado a descontaminarnos?
-Washington ha enviado a un equipo especial -respondió Lena. Tenía la camisa y la chaqueta empapadas de sudor a pesar de que en la calle hacía diez grados y de que el aire acondicionado de la furgoneta funcionaba a todo trapo para que no se recalentasen los equipos electrónicos. La inactividad la estaba volviendo loca. Quería ver la situación con sus propios ojos. Quería ver a Julia-. Están a punto de llegar.
-Sí, claro, a punto. No me digas más -Julia, impaciente, se acercó a las ventanas y miró a la calle-. Dios, ahí abajo hay muchísima más gente que hace veinte minutos. ¿Qué me ocultas?
-Todos están esperando que llegue el equipo, cariño. En cuanto se presenten, subiré con ellos.
-Eso es sensa... -Julia interrumpió su incesante recorrido del perímetro de la habitación y entrecerró los ojos-. Vienen de Washington. Por tanto, alguien sabe de qué se trata o cree que lo sabe porque no quiere que el personal de aquí se encargue del asunto. ¿Quién es esa gente, Lena?
-La USAMRIID.
Reinó el silencio mientras Julia buscaba en su memoria una relación con el nombre que se le hacía familiar.
-Un momento, ¿no es la división de la unidad contra el bioterrorismo?
-Sí.
-Entonces -dijo Julia, pensativa, apoyándose en el respaldo de una silla. De pronto se sentía aturdida y la sensación le dio miedo- ¿de qué estamos hablando? ¿De ébola? ¿De algún tipo de peste?
-No lo sé, cariño -respondió Lena, frustrada, odiando el matiz de miedo que percibió en la voz de Julia por primera vez-. Estoy esperando para averiguarlo, igual que tú.
-No quiero que subas aquí -dijo Julia cortante. «No quiero que te ocurra nada. Otra vez no.»
-Subiré con el equipo de contención. Estaré totalmente a sal...
-No -Julia se dio cuenta de que Stark y Fazio la miraban, alarmados, e hizo una señal con la mano, murmurando «No pasa nada», cuando vio que se dirigían hacia ella.
-Escúchame, Julia. Tengo que verte. Tengo que asegurarme de que estás bien. Voy a subir.
-Elena, reflexiona. Mi jefa de seguridad está encerrada aquí, conmigo. No tengo a nadie fuera que sepa nada de mí, salvo Lucinda, y ella no puede manejar el asunto sobre el terreno. Te necesito sana y salva para que te encargues de mi seguridad mientras solucionan lo que hay aquí, sea lo que sea. Si enfermas, o los demás creen que estás enferma, no me servirás de nada. Piénsalo, cariño. Te necesito ahí fuera, no aquí. -«No te acerques a mí. No quiero que mueras por mí.»
-Ni siquiera sabemos si hay algo peligroso ahí. Estaré protegida.
-Elena, si no haces esto por mí, le pediré a Stark que le diga a Stacy Landers que te prohíba subir.
Lena soltó una maldición. Los cuatro miembros de la policía de Nueva York, pendientes de cada una de sus palabras, fingieron no oírla.
-Julia, no hagas eso.
-Prométeme que no subirás -esperó mientras el eco del silencio resonaba entre ellas-. Elena, promételo.
-De acuerdo -dijo Lena al fin-. A menos que el equipo de la USAMRIID me autorice.
-Vale, pero quiero oírlo de labios del jefe del equipo -Julia suspiró-. Stark me hace señas. Quiere hablar contigo. Tengo que dejarte. Te amo.
-Yo también te amo -Lena tenía la garganta tan seca que apenas podía hablar-. Nos veremos pronto.
Stark cogió el teléfono de Julia agradeciéndoselo con un gesto.
-Comandante. Me pareció que, dadas las circunstancias, no tenía otra opción que...
-Ha sido una buena decisión, jefa -aseguró Lena- Julia... todos, ¿están bien?
-Sí, señora. ¿Alguna información sobre el particular?
-Negativo. Tendrán que esperar sentados hasta que el equipo de riesgos biológicos de Fort Detrick eche un vistazo.
-¿Fort Detrick? Dios mío -Stark se alejó de Julia y de Fazio y rodeó el teléfono con las manos-. En la reunión de hoy había un informe sobre un equipo que estaba investigando un ataque de bioterrorismo en New Jersey. Sospechaban que podía tratarse de ántrax.
Lena cerró los ojos, pero siguió viendo el polvo blanco que flotaba en el aire.
El Departamento de Policía de Nueva York actuó rápidamente. Lena encontró la primera barricada a dos manzanas de Gramercy Park. Coches patrulla cortaban la intersección, y policías uniformados ocupaban la calle. Tres helicópteros sobrevolaban los tejados de los edificios próximos. Lena frenó el coche frente a la acera, retiró las llaves de arranque y salió del coche. Le pareció oír gritos dirigidos a ella mientras corría mostrando la placa con la mano izquierda. Gritó a su vez esquivando los cuerpos que se interponían en su camino:
-Servicio Secreto. Servicio Secreto -y no dudó en empujar a todos los que le impedían el paso.
Cuando dobló la esquina de la placita cerrada a la que daba el edificio de Julia, la congestión de la calle se quintuplicó. Coches patrulla, ambulancias, vehículos blindados de desactivación de bombas, y miembros de la policía, los bomberos y los equipos de rescate de emergencias se apelotonaban en las aceras y la calzada. Lena miró la fachada del edificio, casi temiendo que los pisos superiores hubiesen desaparecido. Lo único que acertaba a pensar era que había explotado una bomba o estaba a punto de explotar. Se le encogió el estómago, las piernas se le doblaron y la necesidad de aire le abrasó el pecho, y no por haber corrido entre toda aquella gente, sino por el terror que la agarrotaba desde que había asimilado las palabras de Lucinda. Alguien había abordado a Julia. A pesar de todo lo que Lena había hecho, a pesar de sus previsiones, de lo que ella misma era... alguien había llegado hasta su amante. «¡Dios, Julia!»
-Servicio Secreto, fuera de mi camino. Fuera -ladró y empujó las puertas de cristal del portal del edificio de Julia-. Servicio Secre...
Varios pares de manos sujetaron a Lena por la chaqueta y la apartaron de la puerta mientras un muro de trajes azules la rodeaba. Reaccionó ciegamente dando un codazo a alguien que soltó un gruñido y una maldición entre dientes. La espalda de Lena golpeó la pared y a continuación la cabeza, y el mundo comenzó a girar en un círculo mareante: árboles, cielo y acera se mezclaron en un disparatado desfile ante sus ojos.
-¡Comandante, Comandante! -gritó la voz de una mujer muy cerca de su oído-. ¡Tranquila!
Lena se debatió por recuperar el equilibro mientras su cabeza seguía dando vueltas. Conocía aquella voz. Parpadeó para ver mejor. Hara. Hara y Wozinski. Un fornido brazo de Wozinski sobre su pecho la inmovilizaba contra la pared del edificio. Hara, que sujetaba con mano férrea la muñeca derecha de Lena, ahuyentaba con un gesto de la otra a un trío de airados agentes del Departamento de Policía de Nueva York.
-Servicio Secreto. Ya nos encargamos nosotros -gritó Hara-. Váyanse. Nos encargamos nosotros.
-Suéltenme -ordenó Lena con voz dura. Wozinski miró a Hara en busca de orientación, pero la agente se limitó a negar con la cabeza y a ladear el cuerpo dando la espalda a los polis que seguían acosándolos. La mujer acercó la cara a la de Lena y dijo:
-Si la soltamos y usted intenta ir de nuevo a la puerta principal, los polis la retendrán y no podremos impedírselo. Aquí nos será de más ayuda, comandante. Usted decide.
-¿Está viva? -preguntó Lena taladrando a Hara con los ojos.
-Que yo sepa, sí.
-Quiero hablar con ella.
-La policía de Nueva York ha desviado todas las llamadas a sus líneas. Han bloqueado las señales de telefonía móvil de este sector. No podemos...
Lena retorció la muñeca con intención de soltarse de la mano que la retenía, y consiguió desplazar el brazo de Wozinski antes de que los dos agentes le clavasen los hombros en el pecho. El peso de ambos le cortó la respiración, y las piernas de Lena se doblaron. Solo la sostenían los dos cuerpos apretados contra ella. Hara continuó hablando en tono tranquilo y normal, como si no ocurriese nada.
-La policía de Nueva York no se arriesga después de lo que sucedió el martes. En este momento su equipo antiterrorista se encarga de todo, y tienen los nervios a flor de piel. Si queremos recuperar el control, dependerá de usted. ¿Comandante? Comandante, ¿lo entiende?
-Sí -afirmó Lena sin aliento-. Estoy bien. Suéltenme.
-De acuerdo, Greg, déjala -dijo Hara tras examinar el rostro de Lena.
Lena sintió de inmediato que la presión sobre su pecho se aflojaba y por fin pudo respirar a fondo. Tosió, y sus doloridas costillas se resintieron.
-Lo siento -sin hacer caso al dolor, inhaló otra bocanada de aire y su cabeza comenzó a despejarse-. Infórmenme. Rápido.
-No tenemos gran cosa -Hara bajó la voz-. La jefa, Egret y Tony Fazio subieron al apartamento. Greg y yo nos quedamos en el vestíbulo. Walter y O'Reilly están en la puerta de atrás.
Lena quería gritar «¡Háblame de Julia, maldita sea!», pero sus años de entrenamiento la mantuvieron a raya. Tenía que saber todo si quería asumir el control. Y si Julia se encontraba en peligro, no iba a permitir que nadie más se ocupase de ella.
-¿Qué ha ocurrido ahí arriba?
-No lo sabemos. La jefa transmitió un código rojo con orden de cerrar el edificio. Mientras lo hacíamos, debió de enviar una alerta roja al Departamento de Policía de Nueva York porque en un abrir y cerrar de ojos nos vimos rodeados de uniformes y nadie nos explicó nada.
-¿Han visto algún vehículo de mando?
Wozinski señaló el extremo noreste del parque.
-Al otro lado de la calle, en la mitad de la manzana. No pudimos acercarnos.
-Yo sí que puedo -Lena se frotó el pecho sin darse cuenta, pero el dolor no cedió. Lo prefería. La mantenía despierta-. Ustedes dos quédense en la puerta. Que nadie suba al apartamento a menos que yo lo acompañe, ¿entendido?
-Los únicos que han subido son los de materiales peligrosos -respondió Wozinski.
-Como si el próximo es el Presidente, iré con él.
Los dos agentes se relajaron de forma ostensible y dijeron al mismo tiempo:
-Sí, señora.
Lena caminó con el brazo extendido mostrando la placa y repitiendo:
-Servicio Secreto. Busco a la capitana Stacey Landers -Landers era la jefa de la división de seguridad del Departamento de Policía de Nueva York, encargada de las relaciones con el Servicio Secreto y de proporcionar refuerzos cuando el Presidente o Julia comparecían públicamente en la ciudad. La división de Landers también formaba parte del escuadrón antiterrorista, y Lena sabía que Landers dirigía la operación-. Landers. La capitana Landers. ¿Dónde está?
Por fin, se acercó lo suficiente para dar un puñetazo en la puerta de la furgoneta negra blindada y coronada por una antena de satélite. Una cara surgió tras la pequeña ventanilla rectangular con cristal a prueba de balas y desapareció casi al instante. Una voz ordenó por el intercomunicador de la puerta:
-Muestre su identificación ante la cámara, por favor.
Lena miró la lente de la cámara de vídeo situada sobre la puerta y sostuvo la identificación junto a la mejilla derecha para que se viesen bien su rostro y su placa. Diez segundos después, la puerta se abrió medio metro y se asomó un gigante con uniforme del equipo de Armas y Técnicas Especiales. Estaba muy serio.
-Entre, agente Katina.
Tres hombres y una mujer se apelotonaban en el estrecho pasillo central en torno a un conjunto de monitores de vídeo en los que se veían perspectivas limitadas del exterior y el interior del edificio de Julia y una vista aérea del tejado, transmitida desde uno de los helicópteros que Lena había oído sobrevolando la zona. La mujer, una pelirroja con cazadora y pantalones color habano, miró por encima del hombro a Lena. En sus ojos verdes hubo un instantáneo destello de compasión que desapareció enseguida.
-Comandante.
-Capitana -saludó Lena inclinándose para ver los monitores que proyectaban las imágenes de las cámaras de vigilancia del edificio de Julia. No había vistas del interior del loft porque la propia Lena había ordenado retirar las cámaras del recinto en el que vivía Julia para proteger su intimidad. El resto del edificio parecía desierto. Lena no contaba con ver a Julia, pero sintió una decepción como si le clavasen un cuchillo. Quería romper la furgoneta. «Procedimiento. Tengo que seguir el procedimiento si quiero llegar hasta Julia»-. ¿Situación?
-La jefa de seguridad de Egret transmitió una alerta roja hace cincuenta minutos -informó la capitana del escuadrón antiterrorista de la policía de Nueva York-. Al parecer, encontraron una sustancia extraña ahí arriba. Suponemos que se trata de un agente químico.
-¿Víctimas? -Lena agarró el borde del gancho metálico que sujetaba los monitores al lateral del vehículo con tanta fuerza que se cortó la palma de la mano. En su mente se agolpaban las posibilidades. «Cianuro, ricina, sarín. ¡Dios mío!»
-Ninguna que sepamos. Hemos cerrado los sistemas de ventilación del edificio y los de Obras Públicas están canalizando los desagües de esta manzana a depósitos especiales. -Se calló de pronto y apretó con dos dedos el audífono insertado en su oreja derecha inclinando la cabeza como si quisiese oír mejor. Tras unos momentos, murmuró al micro que llevaba al cuello-: Entendido, señor. Sí, señor, lo comprendo -miró a Lena con tristeza-. Era el asesor de seguridad del Presidente. Me han ordenado que el grupo de productos peligrosos no entre en el apartamento hasta que llegue un equipo de Fort Detrick.
-¿El USAMRIID?
-Sí. Vienen hacia aquí. Aterrizarán dentro de veinticinco minutos.
Lena tardó un segundo en coordinar las ideas y se le encogió el estómago. El Comando Material y de Investigación Médica del Ejército de Estados Unidos, con base en Fort Detrick, Maryland, era la única entidad del Departamento de Defensa con un laboratorio con nivel de seguridad 4. «¿Qué diablos creen que hay allí arriba?»
-Abra una línea con el loft. Quiero hablar con Julia. Ahora.
Julia se sobresaltó cuando el teléfono inalámbrico sonó en la mesa de desayuno, como si estuviese vivo. La última vez que había intentado llamar, cosa que había hecho repetidamente, no daba señal. Los teléfonos móviles y las radios tampoco funcionaban. No podía ser mera coincidencia ni accidente. Llevaban media hora sin saber nada de nadie, y que los mantuvieran al margen de lo que estaba ocurriendo fastidiaba muchísimo a Julia. Cogió el teléfono y gritó:
-Julia Volkova. ¿Quién coño es?
-Soy Lena, cariño. ¿Estás bien? -Lena se esforzó por hablar con serenidad.
-Hola -respondió Julia aplacada de pronto-. Sería genial que alguien me explicase qué diablos pasa.
-¿No estás herida? ¿No te sientes mal?
-No. Aquí estamos todos bien -Julia fue al otro lado del loft alejándose de Stark y Fazio, que se dedicaban a caminar en círculo con los inservibles móviles en la mano-. ¿Dónde estás?
-Enfrente de tu casa con Stacy Landers. ¿Por qué no me cuentas qué ocurrió?
-Estábamos trasladando mis lienzos -explicó Julia- y había una bolsa de plástico entre dos de ellos. No la vimos y, al separar los marcos, el contenido de la bolsa se derramó.
Lena, aturdida, apoyó una mano en el techo de la furgoneta para no caerse.
-¿Se derramó o estalló en el aire? ¿Te acuerdas?
-Pues... las dos cosas, creo. ¿Qué sucede, Lena?
-Aún no lo sabemos. ¿Quién rompió la bolsa?
«¿Quién tuvo más contacto con lo que fuese que había dentro?»
-Fazio... estaba abriendo una caja de madera. ¿Por qué?
-¿Stark y Fazio se encuentran bien?
-Sí. Nos ordenaron que nos alejásemos de la bolsa todo lo posible sin salir del apartamento. Eso fue hace media hora, y no volvimos a saber nada más. ¿Por qué nos retienen aquí?
Lena dudó, pero decidió que la verdad era la única opción. Julia podía soportar que le dijese cualquier cosa menos una mentira.
-Suponemos que la sustancia, el polvo o lo que fuese, puede ser peligrosa. No podemos sacaros de ahí hasta que se elimine la contaminación potencial. Va a venir un equipo para eso.
-Hay un grupo de productos peligrosos por aquí; oí que se lo decían a Stark por radio antes de que perdiésemos el contacto con todo el mundo. Si son ellos los que esperamos, ¿por qué no han entrado a descontaminarnos?
-Washington ha enviado a un equipo especial -respondió Lena. Tenía la camisa y la chaqueta empapadas de sudor a pesar de que en la calle hacía diez grados y de que el aire acondicionado de la furgoneta funcionaba a todo trapo para que no se recalentasen los equipos electrónicos. La inactividad la estaba volviendo loca. Quería ver la situación con sus propios ojos. Quería ver a Julia-. Están a punto de llegar.
-Sí, claro, a punto. No me digas más -Julia, impaciente, se acercó a las ventanas y miró a la calle-. Dios, ahí abajo hay muchísima más gente que hace veinte minutos. ¿Qué me ocultas?
-Todos están esperando que llegue el equipo, cariño. En cuanto se presenten, subiré con ellos.
-Eso es sensa... -Julia interrumpió su incesante recorrido del perímetro de la habitación y entrecerró los ojos-. Vienen de Washington. Por tanto, alguien sabe de qué se trata o cree que lo sabe porque no quiere que el personal de aquí se encargue del asunto. ¿Quién es esa gente, Lena?
-La USAMRIID.
Reinó el silencio mientras Julia buscaba en su memoria una relación con el nombre que se le hacía familiar.
-Un momento, ¿no es la división de la unidad contra el bioterrorismo?
-Sí.
-Entonces -dijo Julia, pensativa, apoyándose en el respaldo de una silla. De pronto se sentía aturdida y la sensación le dio miedo- ¿de qué estamos hablando? ¿De ébola? ¿De algún tipo de peste?
-No lo sé, cariño -respondió Lena, frustrada, odiando el matiz de miedo que percibió en la voz de Julia por primera vez-. Estoy esperando para averiguarlo, igual que tú.
-No quiero que subas aquí -dijo Julia cortante. «No quiero que te ocurra nada. Otra vez no.»
-Subiré con el equipo de contención. Estaré totalmente a sal...
-No -Julia se dio cuenta de que Stark y Fazio la miraban, alarmados, e hizo una señal con la mano, murmurando «No pasa nada», cuando vio que se dirigían hacia ella.
-Escúchame, Julia. Tengo que verte. Tengo que asegurarme de que estás bien. Voy a subir.
-Elena, reflexiona. Mi jefa de seguridad está encerrada aquí, conmigo. No tengo a nadie fuera que sepa nada de mí, salvo Lucinda, y ella no puede manejar el asunto sobre el terreno. Te necesito sana y salva para que te encargues de mi seguridad mientras solucionan lo que hay aquí, sea lo que sea. Si enfermas, o los demás creen que estás enferma, no me servirás de nada. Piénsalo, cariño. Te necesito ahí fuera, no aquí. -«No te acerques a mí. No quiero que mueras por mí.»
-Ni siquiera sabemos si hay algo peligroso ahí. Estaré protegida.
-Elena, si no haces esto por mí, le pediré a Stark que le diga a Stacy Landers que te prohíba subir.
Lena soltó una maldición. Los cuatro miembros de la policía de Nueva York, pendientes de cada una de sus palabras, fingieron no oírla.
-Julia, no hagas eso.
-Prométeme que no subirás -esperó mientras el eco del silencio resonaba entre ellas-. Elena, promételo.
-De acuerdo -dijo Lena al fin-. A menos que el equipo de la USAMRIID me autorice.
-Vale, pero quiero oírlo de labios del jefe del equipo -Julia suspiró-. Stark me hace señas. Quiere hablar contigo. Tengo que dejarte. Te amo.
-Yo también te amo -Lena tenía la garganta tan seca que apenas podía hablar-. Nos veremos pronto.
Stark cogió el teléfono de Julia agradeciéndoselo con un gesto.
-Comandante. Me pareció que, dadas las circunstancias, no tenía otra opción que...
-Ha sido una buena decisión, jefa -aseguró Lena- Julia... todos, ¿están bien?
-Sí, señora. ¿Alguna información sobre el particular?
-Negativo. Tendrán que esperar sentados hasta que el equipo de riesgos biológicos de Fort Detrick eche un vistazo.
-¿Fort Detrick? Dios mío -Stark se alejó de Julia y de Fazio y rodeó el teléfono con las manos-. En la reunión de hoy había un informe sobre un equipo que estaba investigando un ataque de bioterrorismo en New Jersey. Sospechaban que podía tratarse de ántrax.
Lena cerró los ojos, pero siguió viendo el polvo blanco que flotaba en el aire.
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CAPITULO DIECISÉIS
El tono de marcado que interrumpió la tenue comunicación de Lena con Julia sonó tan impactante como si anunciase un bombardeo. Aquel era un enemigo contra el que Lena no podía luchar: no servía de nada la fuerza, la habilidad, ni siquiera su inmensa voluntad. Tenía que depender de otros, cosa que la hacía sentirse impotente e inútil. Los dedos de Lena aferraron el teléfono mientras el aire rancio de la furgoneta la envolvía. Una nube de ira y frustración llenó su cabeza arrasando momentáneamente su razón y quebrantando su control.
-Maldita sea -dijo dando semejante puñetazo al lateral de la furgoneta que hizo retemblar el vehículo. No sintió dolor cuando se rasgó la piel entre los nudillos y crujió una pequeña fisura en su dedo índice. Arrojó el móvil sobre la estrecha mesa de Stacey Landers y se dirigió a las puertas de atrás del coche decidida a reunirse con Julia. Alguien debió de dar una orden porque el agente de técnicas y armas especiales le bloqueó el paso con una agilidad que Lena no esperaba, dada la corpulencia del hombre-. Déjeme pasar.
Lena habló en tono modulado y sereno. Pero la expresión de su rostro era fría como la muerte. La capitana Landers, a su espalda, dijo:
-Lo siento, Lena. Pero tendrás que esperar aquí con todos nosotros. En este momento no puedes hacer nada ahí arriba.
Tal vez fuese porque oyó su nombre o porque, en realidad, Lena sabía que Landers tenía razón, pero reprimió la intención de clavar el hombro en el pecho del agente de técnicas y armas especiales.
-Necesito respirar.
-Una idea excelente -afirmó Landers-. Déjela salir, teniente Maxwell.
-Sí, señora -dijo el hombre franqueando el paso a Lena. Lena abrió las puertas de atrás de la furgoneta y saltó a la acera. Inmediatamente la rodearon.
-¿Qué ha ocurrido? -preguntó Renée clavando los dedos en el brazo de Lena-. ¿Hay alguien herido? ¿Por qué coño no nos dejan subir? ¿Qué ha sido de nuestra gente? ¿Cómo están Julia y Paula?
Aunque las preguntas eran razonables, el tono de Savard transmitió a Lena una advertencia que disipó los rastros de ira. La agente del FBI estaba a punto de desmoronarse. Lena la miró fijamente y lo que vio la impulsó a sacudirse la mano de Savard y señalar el extremo opuesto del vehículo.
-Vamos allí, agente.
Felicia y Valerie, que estaban cerca, hicieron ademán de seguirlas, pero Lena sacudió la cabeza y les indicó que esperasen. Las dos parecían impacientes y preocupadas, pero obedecieron la orden. Al otro lado de la furgoneta, fuera del alcance de las miradas curiosas y las inoportunas cámaras, Lena dijo:
-Te lo voy a explicar, Renée.
-¿Paula? ¿Qué pasa con Paula? ¿Está herida?
-Paula está bien. Acabo de hablar con ella. Hubo una exposición a una sustancia desconocida y activaron la alerta roja, procedimiento estándar. Estamos esperando que llegue un equipo de descontaminación especial.
-Quiero hablar con ella -el tono de Savard transmitía tensión y miedo. Lena negó con la cabeza.
-No puedes. Conoces las reglas. Cuanto más tiempo estén abiertas las líneas, mayor probabilidad hay de que las transmisiones sean interceptadas y de que se produzca una filtración a los medios. En una situación así, en la que cabe la posibilidad de que se haya utilizado un elemento de guerra biológica, se propagaría el pánico. Evacuaciones en masa, víctimas civiles. No podemos arriesgarnos. Tendrás que esperar.
Los ojos de Savard miraron el edificio de apartamentos del otro lado de la calle, pero lo que vio fueron las Torres derrumbándose y destrucción por todas partes. La impotencia y el horror la atenazaron. Casi sin respirar, susurró con voz atormentada:
-No puedo.
-Claro que puedes -afirmó Lena poniendo las manos sobre los hombros de Savard y bajando la cabeza hasta que sus ojos encontraron los de la agente. Habló con tono firme, pero amable-: Felicia, tú y yo vamos a hacer todo lo necesario para tomar las riendas de la situación. Paula confía en que participes, y yo también. Esto no es como lo del martes, Renée. Tenemos la oportunidad de defendernos.
-No lo soporto -Savard parpadeó mientras abría y cerraba las manos espasmódicamente-. No puedo perderla. Sencillamente, no puedo.
-Lo sé.
De pronto, Savard se estremeció y sus atormentados ojos se desorbitaron. Las pupilas, oscuros pasadizos de su infierno particular, se agitaron sin control.
-¡Oh Dios mío¡ ¿Julia? ¿Esta...?
-Muy fastidiada -respondió Lena con una risita cariñosa-. Aparte de eso, la encontré bien.
Cuando Savard vio el dolor que ensombrecía el rostro de Lena y percibió el temblor de amor desesperado en su voz, comprendió que no estaba sola en su desdicha. Echó los hombros hacia atrás y se enderezó. Sus ojos azules se aclararon, y su cara recobró el color.
-¿Qué tengo que hacer, comandante?
La expresión de Lena se endureció, apretó los hombros de Savard y dijo:
-Necesito que contactes con tus fuentes y consigas toda la información que puedas sobre un hecho similar que se produjo ayer en un complejo del gobierno en New Jersey: el carácter del supuesto agente tóxico, número y tipo de víctimas, si alguien reivindicó el ataque... cualquier cosa. Hazlo lo antes posible.
-Sí, señora. Volveré en cuanto tenga algo.
Cuando Savard se alejó, Felicia se acercó a Lena, seguida por Valerie.
-El equipo de explosivos aún está fuera del edificio, así que supongo que esta vez no hay bombas.
-No -dijo Lena mirando a su alrededor. No había nadie cerca que las pudiese oír, y resumió lo que Julia y Stark le habían contado. Mientras hablaba, observó el rostro de Valerie buscando alguna señal de que la noticia sobre el arma biológica no sorprendía a la CIA- ¿Tiene algo que añadir, agente Lawrence?
-¿Cuándo llegará el equipo de Detrick? -preguntó Valerie.
Lena miró su reloj.
-Dentro de dieciocho minutos.
-Vamos a dar una vuelta -sugirió Valerie abriéndose paso entre la multitud apelotonada en torno al vehículo de mando.
Las tres mujeres esquivaron hábilmente los cuerpos apretujados hasta que llegaron a la verja del lado este del parque. Lena sacó sus llaves y abrió la verja dejando que se cerrase tras ellas. Mientras que fuera del oasis cuadrangular de árboles, flores y zigzagueantes caminos las calles y aceras eran hervideros de actividad, dentro la tranquilidad transmitía un seductor sosiego. Lena avanzó seis metros por un estrecho caminillo de piedra y, de pronto, se volvió y se enfrentó a Valerie:
-¿Qué más no sabemos que deberíamos saber? Si tu gente la ha puesto en peligro, te juro que alguien lo pagará.
Valerie sacudió la cabeza.
-No sé lo que sabemos y lo que no, Elena. Soy de contrainteligencia, no de contraterrorismo.
-Eres espía.
-Soy agente de campo -corrigió Valerie con un gesto de impaciencia-. Tengo la misión de vigilar a individuos que... -dudó- puedan tener información de interés para nuestro gobierno.
-¿Y eso qué significa?
-Significa que no necesariamente se me informa de lo que el servicio de inteligencia de Langley sabe sobre lo que aquí sucede. ¿Sospechamos que ciertos gobiernos hostiles se dedican a desarrollar armas biológicas? Por supuesto. ¿Eso indica un ataque inminente contra nuestro país? No estoy al tanto del particular.
Lena se estiró el cabello desesperada.
-¿Puedes enterarte? ¿O ese canal de información solo discurre en una dirección?
Valerie, sin darse cuenta, salvó la distancia que las separaba y puso la mano sobre el brazo de Lena. Su rostro y su voz rebosaban compasión.
-Elena, haré lo que pueda. Pero ya sabes lo cerrado que es el sistema incluso para los que estamos dentro. No hay organización más protegida en el mundo.
-Inténtalo -rogó Lena-. Al menos... inténtalo.
Valerie asintió acariciando el brazo de Lena lentamente.
-Lo haré.
Se miraron; en los ojos de ambas pugnaban la ira y la tristeza. Felicia rompió el silencio.
-¿Qué creen que hará el equipo de Detrick cuando llegue? Ahora mismo ese edificio es una pesadilla de seguridad.
Lena se volvió por fin y, a través de las copas de los árboles que formaban una abigarrada paleta de tonos anaranjados, dorados y rojos, contempló el sol que arrancaba destellos a las ventanas del loft de Julia. A pesar de que el apartamento estaba fortificado como una prisión, dentro de aquellas paredes Julia había disfrutado de cierto grado de libertad. Era el único lugar donde nadie la miraba, el único refugio seguro en el que podía dedicarse a su arte. Y estaba a punto de perderlo.
-Los trasladarán. Y los pondrán en cuarentena.
-¿Qué ha dicho Lena? -preguntó Julia.
-No mucho porque no creo que haya mucho que decir de momento -respondió Stark sinceramente-. El equipo de Fort Detrick llegará enseguida.
-¿Y luego qué?
-No lo sé -Stark miró sin querer el fondo de la habitación donde estaban los lienzos, y le pareció ver el polvo blanco bailando en los rayos de sol de la luminosa mañana-. Dependerá de lo que piensen que es.
Julia miró al agente del Servicio Secreto que estaba ante la ventana, de espaldas, contemplando la calle. No lo conocía y, aunque confiaba en él en principio, la costumbre de años la había enseñado a ser recelosa; no revelaba sus temores e incertidumbres ante nadie, salvo ante las personas más cercanas.
-¿Y si no saben qué es?
Stark pensó en la reunión de la mañana y en la posibilidad de que se tratase de ántrax o algo peor. Se le revolvió el estómago y se apresuró a disimular un estremecimiento de horror. Su responsabilidad consistía en manejar la situación y, aunque no podía hacer nada si se habían expuesto a un peligroso agente biológico, procuraría tragarse la preocupación y tranquilizar a Julia, al menos de momento.
-Estoy segura de que sabrán qué hacer, sea lo que sea.
La furgoneta negra con la luz roja giratoria encima se abrió paso lentamente entre el mar de cuerpos hasta el edificio de Julia y se detuvo con la rueda delantera derecha sobre la misma acera. La puerta lateral se abrió y salieron dos hombres. Una mujer descendió del compartimento delantero. Todos llevaban uniforme militar. El conductor, también de uniforme, fue a la parte de atrás, abrió las puertas y rebuscó dentro. Con movimientos ágiles, sacó buzos de Tychem F, un material que garantizaba el nivel más alto de protección contra agentes biológicos y químicos a los tres oficiales del ejército. Lena y Stacey Landers se acercaron a los miembros del equipo cuando se estaban vistiendo.
-Soy Elena Katina, la jefa de seguridad en funciones de Egret. Quiero subir con ustedes –dijo Lena. El mayor de los dos hombres, un pelirrojo corpulento de piel bronceada y corte de pelo militar, sacudió la cabeza.
-Lo siento, agente... ¿Katina? El protocolo lo prohíbe.
-Oiga -repuso Lena incapaz de reprimir la frustración- se trata de la hija del Presi...
La única mujer del equipo, cuya etiqueta identificativa decía capitana R. Andrews, intervino:
-Sabemos de quién se trata, agente Katina. En cuanto hayamos calibrado la situación, la informaremos. Su presencia es mucho más valiosa aquí abajo para coordinar la salida y mantener a raya las comunicaciones.
Lena escudriñó los cálidos ojos verdes que la observaban. Andrews, de pelo castaño a la altura del cuello, cortado a capas, aparentaba treinta y pocos años. Era de la estatura de Julia, pero más musculosa; seguramente remaba o levantaba pesas. Su insignia indicaba que pertenecía al Cuerpo Médico del Ejército. La intensidad de su expresión señalaba que entendía la preocupación de Lena, que asintió.
-Quiero un informe sobre ellos, lo antes posible.
-Lo tendrá -aseguró Andrews.
Lena observó en silencio cómo los tres se subían las cremalleras de los trajes, se ponían las capuchas de seguridad y se ajustaban las gafas protectoras y las máscaras antigás. El equipo de productos peligrosos de Nueva York y las fuerzas de seguridad de Landers habían abierto un camino frente a la puerta, y el personal de Fort Detrick entró en el edificio y desapareció mientras Lena permanecía esperando. Stark abrió la puerta del apartamento con Julia detrás. Se encontraron ante una escena de película de ciencia-ficción. Tres personas con trajes espaciales, de género indefinido, estaban en el vestíbulo portando enormes cajas de herramientas. «Evidentemente, creen que lo que hay aquí es muy peligroso.»
-Retrocedan, por favor -dijo una voz masculina a través de un micrófono-. Pónganse a la izquierda y no se muevan.
-¿Quiénes son ustedes? -preguntó Julia echándose hacia atrás mientras los tres individuos entraban en fila india.
-Yo soy el coronel Grau -informó la primera figura sin detenerse-, y estos son la capitana Andrews y el capitán Demetri.
-Acompáñeme, por favor, señorita Volkova -dijo una voz femenina, y la figura más pequeña se separó del triunvirato-. Usted también, agente Stark. Vengan conmigo al cuarto de baño.
Julia se dio cuenta, mientras caminaba con Stark detrás del envoltorio humano, de que no debería sorprenderla que aquella gente conociese la distribución de su loft. Sin duda sabían qué talla de sujetador usaba y todos los detalles íntimos de su vida. Miró por encima del hombro y vio que el tercer miembro del equipo conducía al agente del Servicio Secreto al baño de invitados. Julia se detuvo al ver al coronel Grau abrir la caja de herramientas delante de sus lienzos.
-Quiero ver qué va a hacer.
La capitana Andrews sujetó la muñeca de Julia con una mano enfundada en un grueso guante.
-Lo siento, señorita Volkova, pero no podrá ser.
La reacción de Julia fue inmediata e instintiva. Había estado incomunicada varias horas. No tenía ni idea de lo grave que era la amenaza y estaba enfadada y asustada. No podía estar con su amante, su vida había sido invadida una vez más, y en aquel momento destruían su último refugio. Se sacudió la mano que la sujetaba con un rápido movimiento que había ensayado infinitas veces en el ring de boxeo. La capitana Andrews no intentó detenerla, sino que se limitó a decir:
-¿Esas pinturas valen más que su vida?
Julia pensó en Lena y desistió de atacar al coronel Grau, que acababa de cortar un trozo del tamaño de un sello de correos del centro de un lienzo entero para guardarlo en un tubo de ensayo. Si tenía que elegir, no haría nada que la hiriese. No arriesgaría su vida si iba a ser Lena la que pagase el precio. Se volvió para no ver lo que hacía Grau.
-Quiero hablar con la agente Katina -dijo Julia.
-Lo sé -dijo la capitana Andrews-. En cuanto sea posible.
A pesar del tono apagado y mecánico de la voz, Julia percibió un matiz de compasión. Sin saber muy bien por qué, la creyó y no discutió. Y la siguió en silencio al cuarto de baño. El baño principal, con azulejos dorados y mesados de granito, estaba junto a su dormitorio. Contenía una cabina de ducha de un metro ochenta por dos cincuenta con dos cabezales en paredes opuestas, aparte de otros elementos característicos. Había sitio suficiente para las tres sin apretujarse. La capitana Andrews cerró la puerta, se arrodilló y sacó una gran bolsa de plástico rojo para residuos biológicos de su caja de herramientas. Se puso de pie trabajosamente, debido a la pesadez del traje protector, y se la tendió a Stark ya Julia.
-Por favor, quítense toda la ropa y pónganla en esta bolsa.
Mientras Julia y Stark se desnudaban, la capitana abrió la mampara de la ducha, se arrodilló de nuevo y hábilmente retiró la tapa del desagüe con un pequeño destornillador. A continuación, insertó una especie de filtro de agua en su lugar.
-¿Qué es eso, capitana? -preguntó Julia metiendo su ropa en la bolsa roja. Desvió la vista de Stark, que permanecía muy rígida a su lado. Julia sabía que Stark se sentía incomodísima. No era la desnudez lo que la fastidiaba, sino la pérdida de control que implicaba. No obstante, estaba decidida a no representar un papel pasivo en aquel drama.
-Es un biofiltro.
-¿Qué sospecha exactamente que tenemos?
La capitana Andrews miró a Julia con firmeza tras el grueso poliuretano de las gafas protectoras.
-No lo sabemos, señorita Volkova. Pero, de momento, presuponemos que han sido contaminadas con un activo agente biológico. Hasta que hayamos comprobado lo contrario, debemos tratarlas como si estuviesen infectadas.
«Infectadas. No era un agente químico, sino algo vivo.» La idea de que algo invadiese su cuerpo le resultó a Julia mucho más aterradora que la posibilidad de sufrir un envenenamiento. Respiró a fondo; necesitaba unos segundos para aplacar la punzada de pánico.
-¿Cuánto tardará en saberlo?
-No se lo puedo decir. ¿Le importaría entrar en la ducha?
El tono de marcado que interrumpió la tenue comunicación de Lena con Julia sonó tan impactante como si anunciase un bombardeo. Aquel era un enemigo contra el que Lena no podía luchar: no servía de nada la fuerza, la habilidad, ni siquiera su inmensa voluntad. Tenía que depender de otros, cosa que la hacía sentirse impotente e inútil. Los dedos de Lena aferraron el teléfono mientras el aire rancio de la furgoneta la envolvía. Una nube de ira y frustración llenó su cabeza arrasando momentáneamente su razón y quebrantando su control.
-Maldita sea -dijo dando semejante puñetazo al lateral de la furgoneta que hizo retemblar el vehículo. No sintió dolor cuando se rasgó la piel entre los nudillos y crujió una pequeña fisura en su dedo índice. Arrojó el móvil sobre la estrecha mesa de Stacey Landers y se dirigió a las puertas de atrás del coche decidida a reunirse con Julia. Alguien debió de dar una orden porque el agente de técnicas y armas especiales le bloqueó el paso con una agilidad que Lena no esperaba, dada la corpulencia del hombre-. Déjeme pasar.
Lena habló en tono modulado y sereno. Pero la expresión de su rostro era fría como la muerte. La capitana Landers, a su espalda, dijo:
-Lo siento, Lena. Pero tendrás que esperar aquí con todos nosotros. En este momento no puedes hacer nada ahí arriba.
Tal vez fuese porque oyó su nombre o porque, en realidad, Lena sabía que Landers tenía razón, pero reprimió la intención de clavar el hombro en el pecho del agente de técnicas y armas especiales.
-Necesito respirar.
-Una idea excelente -afirmó Landers-. Déjela salir, teniente Maxwell.
-Sí, señora -dijo el hombre franqueando el paso a Lena. Lena abrió las puertas de atrás de la furgoneta y saltó a la acera. Inmediatamente la rodearon.
-¿Qué ha ocurrido? -preguntó Renée clavando los dedos en el brazo de Lena-. ¿Hay alguien herido? ¿Por qué coño no nos dejan subir? ¿Qué ha sido de nuestra gente? ¿Cómo están Julia y Paula?
Aunque las preguntas eran razonables, el tono de Savard transmitió a Lena una advertencia que disipó los rastros de ira. La agente del FBI estaba a punto de desmoronarse. Lena la miró fijamente y lo que vio la impulsó a sacudirse la mano de Savard y señalar el extremo opuesto del vehículo.
-Vamos allí, agente.
Felicia y Valerie, que estaban cerca, hicieron ademán de seguirlas, pero Lena sacudió la cabeza y les indicó que esperasen. Las dos parecían impacientes y preocupadas, pero obedecieron la orden. Al otro lado de la furgoneta, fuera del alcance de las miradas curiosas y las inoportunas cámaras, Lena dijo:
-Te lo voy a explicar, Renée.
-¿Paula? ¿Qué pasa con Paula? ¿Está herida?
-Paula está bien. Acabo de hablar con ella. Hubo una exposición a una sustancia desconocida y activaron la alerta roja, procedimiento estándar. Estamos esperando que llegue un equipo de descontaminación especial.
-Quiero hablar con ella -el tono de Savard transmitía tensión y miedo. Lena negó con la cabeza.
-No puedes. Conoces las reglas. Cuanto más tiempo estén abiertas las líneas, mayor probabilidad hay de que las transmisiones sean interceptadas y de que se produzca una filtración a los medios. En una situación así, en la que cabe la posibilidad de que se haya utilizado un elemento de guerra biológica, se propagaría el pánico. Evacuaciones en masa, víctimas civiles. No podemos arriesgarnos. Tendrás que esperar.
Los ojos de Savard miraron el edificio de apartamentos del otro lado de la calle, pero lo que vio fueron las Torres derrumbándose y destrucción por todas partes. La impotencia y el horror la atenazaron. Casi sin respirar, susurró con voz atormentada:
-No puedo.
-Claro que puedes -afirmó Lena poniendo las manos sobre los hombros de Savard y bajando la cabeza hasta que sus ojos encontraron los de la agente. Habló con tono firme, pero amable-: Felicia, tú y yo vamos a hacer todo lo necesario para tomar las riendas de la situación. Paula confía en que participes, y yo también. Esto no es como lo del martes, Renée. Tenemos la oportunidad de defendernos.
-No lo soporto -Savard parpadeó mientras abría y cerraba las manos espasmódicamente-. No puedo perderla. Sencillamente, no puedo.
-Lo sé.
De pronto, Savard se estremeció y sus atormentados ojos se desorbitaron. Las pupilas, oscuros pasadizos de su infierno particular, se agitaron sin control.
-¡Oh Dios mío¡ ¿Julia? ¿Esta...?
-Muy fastidiada -respondió Lena con una risita cariñosa-. Aparte de eso, la encontré bien.
Cuando Savard vio el dolor que ensombrecía el rostro de Lena y percibió el temblor de amor desesperado en su voz, comprendió que no estaba sola en su desdicha. Echó los hombros hacia atrás y se enderezó. Sus ojos azules se aclararon, y su cara recobró el color.
-¿Qué tengo que hacer, comandante?
La expresión de Lena se endureció, apretó los hombros de Savard y dijo:
-Necesito que contactes con tus fuentes y consigas toda la información que puedas sobre un hecho similar que se produjo ayer en un complejo del gobierno en New Jersey: el carácter del supuesto agente tóxico, número y tipo de víctimas, si alguien reivindicó el ataque... cualquier cosa. Hazlo lo antes posible.
-Sí, señora. Volveré en cuanto tenga algo.
Cuando Savard se alejó, Felicia se acercó a Lena, seguida por Valerie.
-El equipo de explosivos aún está fuera del edificio, así que supongo que esta vez no hay bombas.
-No -dijo Lena mirando a su alrededor. No había nadie cerca que las pudiese oír, y resumió lo que Julia y Stark le habían contado. Mientras hablaba, observó el rostro de Valerie buscando alguna señal de que la noticia sobre el arma biológica no sorprendía a la CIA- ¿Tiene algo que añadir, agente Lawrence?
-¿Cuándo llegará el equipo de Detrick? -preguntó Valerie.
Lena miró su reloj.
-Dentro de dieciocho minutos.
-Vamos a dar una vuelta -sugirió Valerie abriéndose paso entre la multitud apelotonada en torno al vehículo de mando.
Las tres mujeres esquivaron hábilmente los cuerpos apretujados hasta que llegaron a la verja del lado este del parque. Lena sacó sus llaves y abrió la verja dejando que se cerrase tras ellas. Mientras que fuera del oasis cuadrangular de árboles, flores y zigzagueantes caminos las calles y aceras eran hervideros de actividad, dentro la tranquilidad transmitía un seductor sosiego. Lena avanzó seis metros por un estrecho caminillo de piedra y, de pronto, se volvió y se enfrentó a Valerie:
-¿Qué más no sabemos que deberíamos saber? Si tu gente la ha puesto en peligro, te juro que alguien lo pagará.
Valerie sacudió la cabeza.
-No sé lo que sabemos y lo que no, Elena. Soy de contrainteligencia, no de contraterrorismo.
-Eres espía.
-Soy agente de campo -corrigió Valerie con un gesto de impaciencia-. Tengo la misión de vigilar a individuos que... -dudó- puedan tener información de interés para nuestro gobierno.
-¿Y eso qué significa?
-Significa que no necesariamente se me informa de lo que el servicio de inteligencia de Langley sabe sobre lo que aquí sucede. ¿Sospechamos que ciertos gobiernos hostiles se dedican a desarrollar armas biológicas? Por supuesto. ¿Eso indica un ataque inminente contra nuestro país? No estoy al tanto del particular.
Lena se estiró el cabello desesperada.
-¿Puedes enterarte? ¿O ese canal de información solo discurre en una dirección?
Valerie, sin darse cuenta, salvó la distancia que las separaba y puso la mano sobre el brazo de Lena. Su rostro y su voz rebosaban compasión.
-Elena, haré lo que pueda. Pero ya sabes lo cerrado que es el sistema incluso para los que estamos dentro. No hay organización más protegida en el mundo.
-Inténtalo -rogó Lena-. Al menos... inténtalo.
Valerie asintió acariciando el brazo de Lena lentamente.
-Lo haré.
Se miraron; en los ojos de ambas pugnaban la ira y la tristeza. Felicia rompió el silencio.
-¿Qué creen que hará el equipo de Detrick cuando llegue? Ahora mismo ese edificio es una pesadilla de seguridad.
Lena se volvió por fin y, a través de las copas de los árboles que formaban una abigarrada paleta de tonos anaranjados, dorados y rojos, contempló el sol que arrancaba destellos a las ventanas del loft de Julia. A pesar de que el apartamento estaba fortificado como una prisión, dentro de aquellas paredes Julia había disfrutado de cierto grado de libertad. Era el único lugar donde nadie la miraba, el único refugio seguro en el que podía dedicarse a su arte. Y estaba a punto de perderlo.
-Los trasladarán. Y los pondrán en cuarentena.
-¿Qué ha dicho Lena? -preguntó Julia.
-No mucho porque no creo que haya mucho que decir de momento -respondió Stark sinceramente-. El equipo de Fort Detrick llegará enseguida.
-¿Y luego qué?
-No lo sé -Stark miró sin querer el fondo de la habitación donde estaban los lienzos, y le pareció ver el polvo blanco bailando en los rayos de sol de la luminosa mañana-. Dependerá de lo que piensen que es.
Julia miró al agente del Servicio Secreto que estaba ante la ventana, de espaldas, contemplando la calle. No lo conocía y, aunque confiaba en él en principio, la costumbre de años la había enseñado a ser recelosa; no revelaba sus temores e incertidumbres ante nadie, salvo ante las personas más cercanas.
-¿Y si no saben qué es?
Stark pensó en la reunión de la mañana y en la posibilidad de que se tratase de ántrax o algo peor. Se le revolvió el estómago y se apresuró a disimular un estremecimiento de horror. Su responsabilidad consistía en manejar la situación y, aunque no podía hacer nada si se habían expuesto a un peligroso agente biológico, procuraría tragarse la preocupación y tranquilizar a Julia, al menos de momento.
-Estoy segura de que sabrán qué hacer, sea lo que sea.
La furgoneta negra con la luz roja giratoria encima se abrió paso lentamente entre el mar de cuerpos hasta el edificio de Julia y se detuvo con la rueda delantera derecha sobre la misma acera. La puerta lateral se abrió y salieron dos hombres. Una mujer descendió del compartimento delantero. Todos llevaban uniforme militar. El conductor, también de uniforme, fue a la parte de atrás, abrió las puertas y rebuscó dentro. Con movimientos ágiles, sacó buzos de Tychem F, un material que garantizaba el nivel más alto de protección contra agentes biológicos y químicos a los tres oficiales del ejército. Lena y Stacey Landers se acercaron a los miembros del equipo cuando se estaban vistiendo.
-Soy Elena Katina, la jefa de seguridad en funciones de Egret. Quiero subir con ustedes –dijo Lena. El mayor de los dos hombres, un pelirrojo corpulento de piel bronceada y corte de pelo militar, sacudió la cabeza.
-Lo siento, agente... ¿Katina? El protocolo lo prohíbe.
-Oiga -repuso Lena incapaz de reprimir la frustración- se trata de la hija del Presi...
La única mujer del equipo, cuya etiqueta identificativa decía capitana R. Andrews, intervino:
-Sabemos de quién se trata, agente Katina. En cuanto hayamos calibrado la situación, la informaremos. Su presencia es mucho más valiosa aquí abajo para coordinar la salida y mantener a raya las comunicaciones.
Lena escudriñó los cálidos ojos verdes que la observaban. Andrews, de pelo castaño a la altura del cuello, cortado a capas, aparentaba treinta y pocos años. Era de la estatura de Julia, pero más musculosa; seguramente remaba o levantaba pesas. Su insignia indicaba que pertenecía al Cuerpo Médico del Ejército. La intensidad de su expresión señalaba que entendía la preocupación de Lena, que asintió.
-Quiero un informe sobre ellos, lo antes posible.
-Lo tendrá -aseguró Andrews.
Lena observó en silencio cómo los tres se subían las cremalleras de los trajes, se ponían las capuchas de seguridad y se ajustaban las gafas protectoras y las máscaras antigás. El equipo de productos peligrosos de Nueva York y las fuerzas de seguridad de Landers habían abierto un camino frente a la puerta, y el personal de Fort Detrick entró en el edificio y desapareció mientras Lena permanecía esperando. Stark abrió la puerta del apartamento con Julia detrás. Se encontraron ante una escena de película de ciencia-ficción. Tres personas con trajes espaciales, de género indefinido, estaban en el vestíbulo portando enormes cajas de herramientas. «Evidentemente, creen que lo que hay aquí es muy peligroso.»
-Retrocedan, por favor -dijo una voz masculina a través de un micrófono-. Pónganse a la izquierda y no se muevan.
-¿Quiénes son ustedes? -preguntó Julia echándose hacia atrás mientras los tres individuos entraban en fila india.
-Yo soy el coronel Grau -informó la primera figura sin detenerse-, y estos son la capitana Andrews y el capitán Demetri.
-Acompáñeme, por favor, señorita Volkova -dijo una voz femenina, y la figura más pequeña se separó del triunvirato-. Usted también, agente Stark. Vengan conmigo al cuarto de baño.
Julia se dio cuenta, mientras caminaba con Stark detrás del envoltorio humano, de que no debería sorprenderla que aquella gente conociese la distribución de su loft. Sin duda sabían qué talla de sujetador usaba y todos los detalles íntimos de su vida. Miró por encima del hombro y vio que el tercer miembro del equipo conducía al agente del Servicio Secreto al baño de invitados. Julia se detuvo al ver al coronel Grau abrir la caja de herramientas delante de sus lienzos.
-Quiero ver qué va a hacer.
La capitana Andrews sujetó la muñeca de Julia con una mano enfundada en un grueso guante.
-Lo siento, señorita Volkova, pero no podrá ser.
La reacción de Julia fue inmediata e instintiva. Había estado incomunicada varias horas. No tenía ni idea de lo grave que era la amenaza y estaba enfadada y asustada. No podía estar con su amante, su vida había sido invadida una vez más, y en aquel momento destruían su último refugio. Se sacudió la mano que la sujetaba con un rápido movimiento que había ensayado infinitas veces en el ring de boxeo. La capitana Andrews no intentó detenerla, sino que se limitó a decir:
-¿Esas pinturas valen más que su vida?
Julia pensó en Lena y desistió de atacar al coronel Grau, que acababa de cortar un trozo del tamaño de un sello de correos del centro de un lienzo entero para guardarlo en un tubo de ensayo. Si tenía que elegir, no haría nada que la hiriese. No arriesgaría su vida si iba a ser Lena la que pagase el precio. Se volvió para no ver lo que hacía Grau.
-Quiero hablar con la agente Katina -dijo Julia.
-Lo sé -dijo la capitana Andrews-. En cuanto sea posible.
A pesar del tono apagado y mecánico de la voz, Julia percibió un matiz de compasión. Sin saber muy bien por qué, la creyó y no discutió. Y la siguió en silencio al cuarto de baño. El baño principal, con azulejos dorados y mesados de granito, estaba junto a su dormitorio. Contenía una cabina de ducha de un metro ochenta por dos cincuenta con dos cabezales en paredes opuestas, aparte de otros elementos característicos. Había sitio suficiente para las tres sin apretujarse. La capitana Andrews cerró la puerta, se arrodilló y sacó una gran bolsa de plástico rojo para residuos biológicos de su caja de herramientas. Se puso de pie trabajosamente, debido a la pesadez del traje protector, y se la tendió a Stark ya Julia.
-Por favor, quítense toda la ropa y pónganla en esta bolsa.
Mientras Julia y Stark se desnudaban, la capitana abrió la mampara de la ducha, se arrodilló de nuevo y hábilmente retiró la tapa del desagüe con un pequeño destornillador. A continuación, insertó una especie de filtro de agua en su lugar.
-¿Qué es eso, capitana? -preguntó Julia metiendo su ropa en la bolsa roja. Desvió la vista de Stark, que permanecía muy rígida a su lado. Julia sabía que Stark se sentía incomodísima. No era la desnudez lo que la fastidiaba, sino la pérdida de control que implicaba. No obstante, estaba decidida a no representar un papel pasivo en aquel drama.
-Es un biofiltro.
-¿Qué sospecha exactamente que tenemos?
La capitana Andrews miró a Julia con firmeza tras el grueso poliuretano de las gafas protectoras.
-No lo sabemos, señorita Volkova. Pero, de momento, presuponemos que han sido contaminadas con un activo agente biológico. Hasta que hayamos comprobado lo contrario, debemos tratarlas como si estuviesen infectadas.
«Infectadas. No era un agente químico, sino algo vivo.» La idea de que algo invadiese su cuerpo le resultó a Julia mucho más aterradora que la posibilidad de sufrir un envenenamiento. Respiró a fondo; necesitaba unos segundos para aplacar la punzada de pánico.
-¿Cuánto tardará en saberlo?
-No se lo puedo decir. ¿Le importaría entrar en la ducha?
Anonymus- Mensajes : 345
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Re: Honor Reivindicado
CAPITULO DIECISIETE
Julia dio la espalda a Stark mientras el agua caliente la empapaba. Aunque la ducha era más espaciosa que una cabina normal, si se movía un centímetro, su trasero rozaría el de Stark. «¡Esto sí que es eficiencia gubernamental!» Se frotó la piel a fondo con el suave cepillo de plástico y la sustancia limpiadora que la capitana Andrews le había dado procurando no pensar en lo que tal vez ya había traspasado la frágil barrera y podía navegar por su flujo sanguíneo. La última vez que se había duchado con alguien, la compañera había sido Lena. Habían hecho el amor mientras la cortina de agua rielaba como un muro casi tangible entre ellas y todos los elementos que se conjuraban para separarlas. Se aferró al recuerdo del rostro de Lena mientras se fundían con ternura y ferocidad a la vez al ritmo de las manos sabias de su amante conduciéndola al orgasmo, y evocó el dulce sonido de su pasión superponiéndose al del agua. El fuerte olor de algo familiar arrancó a Julia de su ensimismamiento.
-¿Qué es eso? -preguntó Julia-. ¿Lejía?
-Hipoclorito sódico -precisó la capitana Andrews, que abrió dos paquetes de papel de aluminio y sacó unas láminas de malla sintética del tamaño de toallas de baño-. Salgan de la ducha y envuélvanse en esto, por favor.
-¿Es la denominación fina de la lejía? -Julia se envolvió en la malla descubriendo unas lengüetas de velero estratégicamente situadas que le permitieron cerrar el envoltorio sobre el pecho y la cintura.
-Sí.
-Al menos no se anda con rodeos.
Aunque la lámina casi llegaba a las rodillas de Julia, la forma de su cuerpo se veía claramente. Miró a Stark, envuelta igual que ella, y se fijó en la curva de los pequeños pechos y los fuertes muslos. «¡Oh, pobre Paula! Esto sí que es duro para ella.» Julia señaló el fino envoltorio blanco
-Por favor, dígame que nos va a dar algo más para ponernos.
-Sí -la capitana Andrews les entregó una mascarilla quirúrgica a cada una-. La capucha que tienen detrás de las orejas con el cordón elásti...
-¿Y ropa? -insistió Julia poniéndose la mascarilla.
-Cuando salgamos del edificio, les facilitaremos unos buzos provisionales.
-¿Y dónde vamos a cambiarnos? -quiso saber Stark.
-En la acera.
***
Lena caminaba por la acera delante del edificio de Julia mirando el reloj y la fachada alternativamente, como si pudiese ver a su amante a través del ladrillo y el cristal. Giró en redondo cuando oyó la radio del conductor y corrió hacia él. Stacey Landers llegó al mismo tiempo.
-¿Cuál es la situación, teniente? -preguntó Landers.
-Están bajando
El hombre llevó varios paquetes plateados del tamaño de mochilas a la parte central, cerrada con una cremallera, de un cercado de poliuretano blanco que había colocado entre las puertas laterales del vehículo negro y las puertas de cristal del edificio. La estructura, semejante a un túnel largo y estrecho, se extendía como un acordeón desde el interior del vehículo y se apoyaba en arcos semicirculares a intervalos de metro y pico. Cuando el hombre abrió los pliegues hacia fuera, creó una especie de tolva que conducía directamente desde el portal al coche. Luego, puso una pila de cajas envueltas en papel de aluminio sobre el suelo de plástico de la abertura frontal. Lena observó cautelosamente el proceso a corta distancia. Sintió docenas de ojos clavados en su espalda mientras el personal de emergencias se apiñaba tras las barreras que se habían levantado a toda prisa para apartar a todo el mundo del escenario más inmediato.
-¿Trajes de protección medioambiental?
-Sí, señora.
-Quiero que me dé uno para ir en el vehículo con ellos.
El hombre sacudió la cabeza, con los ojos clavados en la puerta del edificio, en posición de alerta.
-Lo siento, señora, pero no puedo. Solo personal autorizado.
Lena se adelantó antes de que Landers la sujetase por el brazo; entonces, giró la cabeza dispuesta a soltar un taco.
-Aguanta un poco más, Lena -susurró Landers en tono firme-. Deja que aseguren los activos, ya nos ocuparemos luego del acceso.
«Activos. Paquetes. Objetivos.» Lena soltó una maldición, pero no cedió. De pronto, las puertas de cristal se abrieron, y los tres militares con trajes protectores salieron sosteniendo cada uno de ellos a una figura envuelta en blanco. Lena buscó la mirada de Julia detrás de las mascarillas quirúrgicas y, durante un instante fugaz, ambas se miraron. Los ojos azules de su amante, tan claros y fuertes, la llamaron.
-Julia -murmuró Lena. Y de repente desapareció.
Lena se quedó en la acera, sintiéndose más sola que nunca, mientras a su alrededor todo era actividad. Landers ordenó al equipo de productos peligrosos que entrase en el edificio para completar el proceso de descontaminación al mismo tiempo que los bomberos se encargaban de revisar las instalaciones de agua y electricidad. El perímetro que a todo correr se había erigido en torno a la plaza bloqueaba el tráfico en varias direcciones. El aullido de las sirenas de la policía servía de trágico fondo a los alarmados pensamientos de Lena. Por primera vez en su vida, fue incapaz de orquestar un plan. Alguien se había llevado a Julia, y ese hecho desolador la dejaba sin fuerzas. No importaba que los responsables fuesen supuestamente amigos. Lena no se fiaba de nadie y se esforzó por dominar el pánico que carcomía su razón.
-Elena.
Lena miró la cuidada mano que acariciaba su muñeca. Reconoció los dedos finos, las perfectas uñas ovales, el ensayado roce. Alzó la vista y vio a Valerie con un móvil pegado a la oreja. Valerie esbozó una sonrisa e hizo un gesto de asentimiento, y la cabeza de Lena se despejó. «¿Dónde?», preguntó Lena en silencio. Valerie asintió de nuevo, pero no dijo nada; seguía escuchando a quien hablaba con ella por teléfono. Felicia, muy cerca, observaba todo; en cuanto Valerie cerró el teléfono, Felicia se apresuró a preguntar:
-¿Y bien? ¿Cuál es la ubicación?
-El hospital Walter Reed -respondió Valerie.
-Pues vamos -dijo Felicia encaminándose a la calle.
-Un momento -ordenó Lena. Las dos mujeres la miraron, sorprendidas, cuando Lena cogió su radio y buscó una frecuencia segura. Tras unos segundos dijo:- Soy Katina. ¿Estás en el loft? De acuerdo, descríbeme la situación de los cuadros... ¿En qué?.... ¿¿Que caja?....Bien, gracias.
Colgó y se volvió hacia los miembros de su equipo.
-El encargado de productos peligrosos dice que los cuadros estaban en una caja con la etiqueta 9/6; la fecha de la última exposición de Julia.
-¿Cree que la toxina se introdujo durante la inauguración en la galería? -preguntó Felicia con el rostro lleno de arrugas de preocupación.
-Es posible. Foster estaba allí -respondió Lena muy seria-. Y las cajas con los cuadros que fueron vendidos esa noche siguen allí, esperando ser inventariados y enviados.
-¡Dios mío! -exclamó Valerie-. Diane.
Felicia consultó su reloj.
-Son casi las once. Estará a punto de abrir.
Lena, electrizada, señaló el edificio de Julia.
-Valerie, busca a Landers para que mande otro equipo a la galería de Diane. Felicia y yo vamos hacia allí...
-No -repuso Valerie cortante-. Os acompaño.
-De acuerdo -dijo Lena; sabía que no había tiempo que perder y que, de todas formas, no podría disuadir a Valerie-. Felicia, informe a Landers.
-Hecho, comandante.
El paseo de cinco minutos hasta el coche de Lena se les antojó una hora debido al esfuerzo de abrirse paso entre la densa multitud. Ya en el vehículo, el tráfico obligó a Lena a conducir a ocho kilómetros por hora aún varias manzanas después del área acordonada.
-¡Dios! -gruñó Valerie-. Llegaría antes andando.
-No creo que nadie tocase los cuadros -comentó Lena metiendo el coche entre dos taxis y ganándose con ello airados insultos de ambos taxistas.
-¡Qué cabrones!
Lena miró a Valerie comprendiendo que no aludía a los taxistas. No recordaba haber oído a Valerie alzar la voz jamás, mucho menos soltar tacos. Se preguntó si la reacción obedecía a algo más personal que los ataques de aquella semana.
-¿Diane formaba parte del plan?
-No, por Dios -respondió Valerie.
-Pero no fuiste a la inauguración de la exposición por casualidad -Lena miró el reloj. Hacía solo dieciocho minutos que habían partido desde el edificio de Julia, pero parecían dieciocho horas. Y no podía hacer nada para llegar más rápido hasta Diane. Dudó de que ni siquiera el equipo de Landers llegase rápido, dada la congestión del tráfico-. ¿Te dijeron que entablaras una relación con la mejor amiga de Julia?
-Nuestras órdenes nunca son tan directas y, por lo general, solo tenemos una idea clara del plan después de que se inicia la operación. Y a veces ni siquiera eso -Valerie contempló las atestadas calles de Manhattan mientras reflexionaba-. No. Me sorprendió tanto como a ti que me mandasen allí.
-Pues lo disimulaste muy bien.
-Es mi trabajo, no lo olvides -dijo Valerie en tono burlón.
-¿Eres marchante de arte de verdad?
-Pues sí.
Lena, con gran sorpresa por su parte, se dio cuenta de que su recelo inicial al descubrir que había sido víctima de un sofisticado engaño se había convertido en un curioso respeto. Valerie, igual que ella misma, se guiaba por el sentido del deber. Las dos respondían a su llamada sin cuestionarla, casi siempre con gran coste para ellas y sus seres queridos. A Lena le costaba seguir enfadada cuando también ella arrastraba la misma culpabilidad.
-¿Cuándo te reclutaron?
Valerie esbozó una tierna sonrisa.
-Antes que a ti. En el último año del instituto.
-¡Jesús!
-Era una chica brillante e idealista, y procedía de una familia de patriotas. Mis padres estaban en la Marina.
-¿Lo saben?
Valerie sacudió la cabeza con pena.
-No. Y mi padre murió creyendo que yo había abandonado todos los principios que él me había enseñado para llevar una vida extravagante.
-Lo siento -dijo Lena sinceramente.
-Sí, podía haber escogido un camino más tradicional -Valerie se encogió de hombros y se rió-. Pero el secreto me atraía.
-¿Sin penas?
Tras un instante de silencio, Valerie respondió:
-Solo una.
-Si sirve de algo, lo entiendo -dijo Lena.
-Eso significa más de lo que te imaginas.
Lena giró al fin en la calle en la que estaba la galería de Diane, se metió en un aparcamiento ilegal frente a una boca de incendios y apagó el motor. Cuando salieron a la calle, dijo:
-Quiero que saques a Diane y al resto de los empleados de la galería. Si no han tocado los cuadros, no hay motivo para sospechar que están contaminados. Lleva a Diane a casa mientras espero a que venga el equipo de Landers y acordone el lugar.
-Diane sería de más ayuda si tú...
-Alguien tiene que quedarse en Manhattan. Necesitamos la información sobre lo que ocurrió en casa de Julia. Y también tenemos que saber si hay algo en la galería. En cuanto pueda voy al Walter Reed.
-Pero Felicia o Savard...
Lena negó con la cabeza mientras se dirigía a la puerta principal de la galería de Diane.
-No. Las necesito trabajando en el ataque contra el Nido. Tú te encargarás de seguir la pista de las armas biológicas al menos hasta que sepamos adónde nos lleva.
Valerie no tuvo más ocasión de discutir porque, en cuanto entraron en la espaciosa galería, dividida a intervalos irregulares por medianerías cubiertas de cuadros, Diane se levantó detrás de un escritorio con un bolígrafo en la mano y una expresión de asombro en la cara.
-¿Valerie?
Lena corrió a la parte de atrás, donde Diane guardaba las obras de arte en un almacén climatizado, mientras Valerie se acercaba a Diane.
-¿Estás sola? -preguntó Valerie.
-¿Qué? -Diane sacudió la cabeza confundida-. ¿Por qué has venido? No entiendo qué haces.
-Te lo explicaré en cuanto pueda -Valerie cogió la mano de Diane y la acarició-. ¿Ha venido alguien esta mañana? ¿Empleados o clientes?
-No. Oficialmente... hoy no abro hasta mediodía. Estaba revisando las cuentas.
-¿Y a principios de la semana?
Diane hizo un gesto negativo.
-La galería ha estado cerrada desde la exposición.
-¿Y no ha venido nadie desde entonces? -Valerie se inclinó sobre la mesa poniendo las palmas en la superficie-. ¿Estás segura?
-Sí, totalmente. ¿Qué ocurre?
Lena regresó a la galería.
-Parece en orden. Las cajas están allí, intactas. Si hay algo dentro, no se ha tocado.
-Estupendo -dijo Valerie.
Sonó el teléfono de Lena, que lo desprendió del cinturón.
-Katina... de acuerdo, sigue -mientras escuchaba, su mandíbula se puso tensa-. Ahora mismo voy. No, quédate con Felicia... -se calló y respiró a fondo-. De acuerdo. Nos vemos allí -cortó la comunicación y miró a Valerie-. Felicia y tú os quedaréis aquí y miraréis los ordenadores y todas las posibles fuentes que encontréis. Ayer hubo un incidente similar en New Jersey.
-¿Era Savard? -preguntó Valerie.
-Sí. Se dirige a Washington.
-Por supuesto.
Diane, que aún tenía la mano de Valerie en la suya, le tiró del brazo.
-¿Querrá alguien explicarme, por favor, qué está pasando? ¿Le ha ocurrido algo a Julia?
Valerie le estrechó la mano antes de soltarla.
-Se ha producido un incidente en casa de Julia -Diane ahogó un gritó, y Valerie se apresuró a añadir-: No está herida. Te lo contaré mientras te llevo a casa.
-¿Y si no quiero ir a casa? -Diane miró alternativamente a Lena y a Valerie-. ¿Tengo posibilidad de elegir?
-Me temo que no -respondió Valerie.
-No soy de la misma opinión -Diane se apartó y cogió el bolso y la chaqueta. Cruzó la galería y salió sin mirar a ninguna de las dos mujeres.
-En fin -dijo Valerie resignada-. Me ocuparé de que llegue a casa.
-Quédate allí hasta que te llame.
-Sí. Por favor, infórmame del estado de Julia.
Lena oyó el ruido de las sirenas que se acercaban y sintió que parte de la tensión de su pecho se relajaba. En aquel momento no le interesaban la seguridad nacional ni el bioterrorismo. Solo quería ver a Julia. Y nadie se lo iba a impedir.
Julia dio la espalda a Stark mientras el agua caliente la empapaba. Aunque la ducha era más espaciosa que una cabina normal, si se movía un centímetro, su trasero rozaría el de Stark. «¡Esto sí que es eficiencia gubernamental!» Se frotó la piel a fondo con el suave cepillo de plástico y la sustancia limpiadora que la capitana Andrews le había dado procurando no pensar en lo que tal vez ya había traspasado la frágil barrera y podía navegar por su flujo sanguíneo. La última vez que se había duchado con alguien, la compañera había sido Lena. Habían hecho el amor mientras la cortina de agua rielaba como un muro casi tangible entre ellas y todos los elementos que se conjuraban para separarlas. Se aferró al recuerdo del rostro de Lena mientras se fundían con ternura y ferocidad a la vez al ritmo de las manos sabias de su amante conduciéndola al orgasmo, y evocó el dulce sonido de su pasión superponiéndose al del agua. El fuerte olor de algo familiar arrancó a Julia de su ensimismamiento.
-¿Qué es eso? -preguntó Julia-. ¿Lejía?
-Hipoclorito sódico -precisó la capitana Andrews, que abrió dos paquetes de papel de aluminio y sacó unas láminas de malla sintética del tamaño de toallas de baño-. Salgan de la ducha y envuélvanse en esto, por favor.
-¿Es la denominación fina de la lejía? -Julia se envolvió en la malla descubriendo unas lengüetas de velero estratégicamente situadas que le permitieron cerrar el envoltorio sobre el pecho y la cintura.
-Sí.
-Al menos no se anda con rodeos.
Aunque la lámina casi llegaba a las rodillas de Julia, la forma de su cuerpo se veía claramente. Miró a Stark, envuelta igual que ella, y se fijó en la curva de los pequeños pechos y los fuertes muslos. «¡Oh, pobre Paula! Esto sí que es duro para ella.» Julia señaló el fino envoltorio blanco
-Por favor, dígame que nos va a dar algo más para ponernos.
-Sí -la capitana Andrews les entregó una mascarilla quirúrgica a cada una-. La capucha que tienen detrás de las orejas con el cordón elásti...
-¿Y ropa? -insistió Julia poniéndose la mascarilla.
-Cuando salgamos del edificio, les facilitaremos unos buzos provisionales.
-¿Y dónde vamos a cambiarnos? -quiso saber Stark.
-En la acera.
***
Lena caminaba por la acera delante del edificio de Julia mirando el reloj y la fachada alternativamente, como si pudiese ver a su amante a través del ladrillo y el cristal. Giró en redondo cuando oyó la radio del conductor y corrió hacia él. Stacey Landers llegó al mismo tiempo.
-¿Cuál es la situación, teniente? -preguntó Landers.
-Están bajando
El hombre llevó varios paquetes plateados del tamaño de mochilas a la parte central, cerrada con una cremallera, de un cercado de poliuretano blanco que había colocado entre las puertas laterales del vehículo negro y las puertas de cristal del edificio. La estructura, semejante a un túnel largo y estrecho, se extendía como un acordeón desde el interior del vehículo y se apoyaba en arcos semicirculares a intervalos de metro y pico. Cuando el hombre abrió los pliegues hacia fuera, creó una especie de tolva que conducía directamente desde el portal al coche. Luego, puso una pila de cajas envueltas en papel de aluminio sobre el suelo de plástico de la abertura frontal. Lena observó cautelosamente el proceso a corta distancia. Sintió docenas de ojos clavados en su espalda mientras el personal de emergencias se apiñaba tras las barreras que se habían levantado a toda prisa para apartar a todo el mundo del escenario más inmediato.
-¿Trajes de protección medioambiental?
-Sí, señora.
-Quiero que me dé uno para ir en el vehículo con ellos.
El hombre sacudió la cabeza, con los ojos clavados en la puerta del edificio, en posición de alerta.
-Lo siento, señora, pero no puedo. Solo personal autorizado.
Lena se adelantó antes de que Landers la sujetase por el brazo; entonces, giró la cabeza dispuesta a soltar un taco.
-Aguanta un poco más, Lena -susurró Landers en tono firme-. Deja que aseguren los activos, ya nos ocuparemos luego del acceso.
«Activos. Paquetes. Objetivos.» Lena soltó una maldición, pero no cedió. De pronto, las puertas de cristal se abrieron, y los tres militares con trajes protectores salieron sosteniendo cada uno de ellos a una figura envuelta en blanco. Lena buscó la mirada de Julia detrás de las mascarillas quirúrgicas y, durante un instante fugaz, ambas se miraron. Los ojos azules de su amante, tan claros y fuertes, la llamaron.
-Julia -murmuró Lena. Y de repente desapareció.
Lena se quedó en la acera, sintiéndose más sola que nunca, mientras a su alrededor todo era actividad. Landers ordenó al equipo de productos peligrosos que entrase en el edificio para completar el proceso de descontaminación al mismo tiempo que los bomberos se encargaban de revisar las instalaciones de agua y electricidad. El perímetro que a todo correr se había erigido en torno a la plaza bloqueaba el tráfico en varias direcciones. El aullido de las sirenas de la policía servía de trágico fondo a los alarmados pensamientos de Lena. Por primera vez en su vida, fue incapaz de orquestar un plan. Alguien se había llevado a Julia, y ese hecho desolador la dejaba sin fuerzas. No importaba que los responsables fuesen supuestamente amigos. Lena no se fiaba de nadie y se esforzó por dominar el pánico que carcomía su razón.
-Elena.
Lena miró la cuidada mano que acariciaba su muñeca. Reconoció los dedos finos, las perfectas uñas ovales, el ensayado roce. Alzó la vista y vio a Valerie con un móvil pegado a la oreja. Valerie esbozó una sonrisa e hizo un gesto de asentimiento, y la cabeza de Lena se despejó. «¿Dónde?», preguntó Lena en silencio. Valerie asintió de nuevo, pero no dijo nada; seguía escuchando a quien hablaba con ella por teléfono. Felicia, muy cerca, observaba todo; en cuanto Valerie cerró el teléfono, Felicia se apresuró a preguntar:
-¿Y bien? ¿Cuál es la ubicación?
-El hospital Walter Reed -respondió Valerie.
-Pues vamos -dijo Felicia encaminándose a la calle.
-Un momento -ordenó Lena. Las dos mujeres la miraron, sorprendidas, cuando Lena cogió su radio y buscó una frecuencia segura. Tras unos segundos dijo:- Soy Katina. ¿Estás en el loft? De acuerdo, descríbeme la situación de los cuadros... ¿En qué?.... ¿¿Que caja?....Bien, gracias.
Colgó y se volvió hacia los miembros de su equipo.
-El encargado de productos peligrosos dice que los cuadros estaban en una caja con la etiqueta 9/6; la fecha de la última exposición de Julia.
-¿Cree que la toxina se introdujo durante la inauguración en la galería? -preguntó Felicia con el rostro lleno de arrugas de preocupación.
-Es posible. Foster estaba allí -respondió Lena muy seria-. Y las cajas con los cuadros que fueron vendidos esa noche siguen allí, esperando ser inventariados y enviados.
-¡Dios mío! -exclamó Valerie-. Diane.
Felicia consultó su reloj.
-Son casi las once. Estará a punto de abrir.
Lena, electrizada, señaló el edificio de Julia.
-Valerie, busca a Landers para que mande otro equipo a la galería de Diane. Felicia y yo vamos hacia allí...
-No -repuso Valerie cortante-. Os acompaño.
-De acuerdo -dijo Lena; sabía que no había tiempo que perder y que, de todas formas, no podría disuadir a Valerie-. Felicia, informe a Landers.
-Hecho, comandante.
El paseo de cinco minutos hasta el coche de Lena se les antojó una hora debido al esfuerzo de abrirse paso entre la densa multitud. Ya en el vehículo, el tráfico obligó a Lena a conducir a ocho kilómetros por hora aún varias manzanas después del área acordonada.
-¡Dios! -gruñó Valerie-. Llegaría antes andando.
-No creo que nadie tocase los cuadros -comentó Lena metiendo el coche entre dos taxis y ganándose con ello airados insultos de ambos taxistas.
-¡Qué cabrones!
Lena miró a Valerie comprendiendo que no aludía a los taxistas. No recordaba haber oído a Valerie alzar la voz jamás, mucho menos soltar tacos. Se preguntó si la reacción obedecía a algo más personal que los ataques de aquella semana.
-¿Diane formaba parte del plan?
-No, por Dios -respondió Valerie.
-Pero no fuiste a la inauguración de la exposición por casualidad -Lena miró el reloj. Hacía solo dieciocho minutos que habían partido desde el edificio de Julia, pero parecían dieciocho horas. Y no podía hacer nada para llegar más rápido hasta Diane. Dudó de que ni siquiera el equipo de Landers llegase rápido, dada la congestión del tráfico-. ¿Te dijeron que entablaras una relación con la mejor amiga de Julia?
-Nuestras órdenes nunca son tan directas y, por lo general, solo tenemos una idea clara del plan después de que se inicia la operación. Y a veces ni siquiera eso -Valerie contempló las atestadas calles de Manhattan mientras reflexionaba-. No. Me sorprendió tanto como a ti que me mandasen allí.
-Pues lo disimulaste muy bien.
-Es mi trabajo, no lo olvides -dijo Valerie en tono burlón.
-¿Eres marchante de arte de verdad?
-Pues sí.
Lena, con gran sorpresa por su parte, se dio cuenta de que su recelo inicial al descubrir que había sido víctima de un sofisticado engaño se había convertido en un curioso respeto. Valerie, igual que ella misma, se guiaba por el sentido del deber. Las dos respondían a su llamada sin cuestionarla, casi siempre con gran coste para ellas y sus seres queridos. A Lena le costaba seguir enfadada cuando también ella arrastraba la misma culpabilidad.
-¿Cuándo te reclutaron?
Valerie esbozó una tierna sonrisa.
-Antes que a ti. En el último año del instituto.
-¡Jesús!
-Era una chica brillante e idealista, y procedía de una familia de patriotas. Mis padres estaban en la Marina.
-¿Lo saben?
Valerie sacudió la cabeza con pena.
-No. Y mi padre murió creyendo que yo había abandonado todos los principios que él me había enseñado para llevar una vida extravagante.
-Lo siento -dijo Lena sinceramente.
-Sí, podía haber escogido un camino más tradicional -Valerie se encogió de hombros y se rió-. Pero el secreto me atraía.
-¿Sin penas?
Tras un instante de silencio, Valerie respondió:
-Solo una.
-Si sirve de algo, lo entiendo -dijo Lena.
-Eso significa más de lo que te imaginas.
Lena giró al fin en la calle en la que estaba la galería de Diane, se metió en un aparcamiento ilegal frente a una boca de incendios y apagó el motor. Cuando salieron a la calle, dijo:
-Quiero que saques a Diane y al resto de los empleados de la galería. Si no han tocado los cuadros, no hay motivo para sospechar que están contaminados. Lleva a Diane a casa mientras espero a que venga el equipo de Landers y acordone el lugar.
-Diane sería de más ayuda si tú...
-Alguien tiene que quedarse en Manhattan. Necesitamos la información sobre lo que ocurrió en casa de Julia. Y también tenemos que saber si hay algo en la galería. En cuanto pueda voy al Walter Reed.
-Pero Felicia o Savard...
Lena negó con la cabeza mientras se dirigía a la puerta principal de la galería de Diane.
-No. Las necesito trabajando en el ataque contra el Nido. Tú te encargarás de seguir la pista de las armas biológicas al menos hasta que sepamos adónde nos lleva.
Valerie no tuvo más ocasión de discutir porque, en cuanto entraron en la espaciosa galería, dividida a intervalos irregulares por medianerías cubiertas de cuadros, Diane se levantó detrás de un escritorio con un bolígrafo en la mano y una expresión de asombro en la cara.
-¿Valerie?
Lena corrió a la parte de atrás, donde Diane guardaba las obras de arte en un almacén climatizado, mientras Valerie se acercaba a Diane.
-¿Estás sola? -preguntó Valerie.
-¿Qué? -Diane sacudió la cabeza confundida-. ¿Por qué has venido? No entiendo qué haces.
-Te lo explicaré en cuanto pueda -Valerie cogió la mano de Diane y la acarició-. ¿Ha venido alguien esta mañana? ¿Empleados o clientes?
-No. Oficialmente... hoy no abro hasta mediodía. Estaba revisando las cuentas.
-¿Y a principios de la semana?
Diane hizo un gesto negativo.
-La galería ha estado cerrada desde la exposición.
-¿Y no ha venido nadie desde entonces? -Valerie se inclinó sobre la mesa poniendo las palmas en la superficie-. ¿Estás segura?
-Sí, totalmente. ¿Qué ocurre?
Lena regresó a la galería.
-Parece en orden. Las cajas están allí, intactas. Si hay algo dentro, no se ha tocado.
-Estupendo -dijo Valerie.
Sonó el teléfono de Lena, que lo desprendió del cinturón.
-Katina... de acuerdo, sigue -mientras escuchaba, su mandíbula se puso tensa-. Ahora mismo voy. No, quédate con Felicia... -se calló y respiró a fondo-. De acuerdo. Nos vemos allí -cortó la comunicación y miró a Valerie-. Felicia y tú os quedaréis aquí y miraréis los ordenadores y todas las posibles fuentes que encontréis. Ayer hubo un incidente similar en New Jersey.
-¿Era Savard? -preguntó Valerie.
-Sí. Se dirige a Washington.
-Por supuesto.
Diane, que aún tenía la mano de Valerie en la suya, le tiró del brazo.
-¿Querrá alguien explicarme, por favor, qué está pasando? ¿Le ha ocurrido algo a Julia?
Valerie le estrechó la mano antes de soltarla.
-Se ha producido un incidente en casa de Julia -Diane ahogó un gritó, y Valerie se apresuró a añadir-: No está herida. Te lo contaré mientras te llevo a casa.
-¿Y si no quiero ir a casa? -Diane miró alternativamente a Lena y a Valerie-. ¿Tengo posibilidad de elegir?
-Me temo que no -respondió Valerie.
-No soy de la misma opinión -Diane se apartó y cogió el bolso y la chaqueta. Cruzó la galería y salió sin mirar a ninguna de las dos mujeres.
-En fin -dijo Valerie resignada-. Me ocuparé de que llegue a casa.
-Quédate allí hasta que te llame.
-Sí. Por favor, infórmame del estado de Julia.
Lena oyó el ruido de las sirenas que se acercaban y sintió que parte de la tensión de su pecho se relajaba. En aquel momento no le interesaban la seguridad nacional ni el bioterrorismo. Solo quería ver a Julia. Y nadie se lo iba a impedir.
Anonymus- Mensajes : 345
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Re: Honor Reivindicado
Hola me ha encantado está historia pero veo ke tienes más de una semana ke no has publicado la continuación espero con ansias ke sigas la historia y sea pronto
Eac- Mensajes : 70
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Re: Honor Reivindicado
Eac escribió:Hola me ha encantado está historia pero veo ke tienes más de una semana ke no has publicado la continuación espero con ansias ke sigas la historia y sea pronto
Eac esta es una adaptación de una saga, los otros libros (por si no lo leíste) están mas abajo
1er Honor Redclyffe
2do Vinculo de Honor
3er Amor y Honor
4to Guardias de Honor
Y bueno este, subo cap cuando puedo
Anonymus- Mensajes : 345
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Re: Honor Reivindicado
CAPITULO DIECIOCHO
Los pasillos estaban iluminados, sumidos en un silencio fantasmal y totalmente vacíos. La capitana Andrews iba a la cabeza, con Demetri detrás de Julia y Stark, que caminaban en silencio. Las habitaciones que se alineaban a cada lado del pasillo estaban cerradas, y en las puertas sin cristaleras no había números. En el aire flotaba un ligero olor a antiséptico. Tras un trayecto de veinticinco minutos en coche hasta una pequeña pista de despegue de Queens y dos horas en helicóptero, aterrizaron en el tejado de un edificio del vasto complejo que albergaba el Hospital Militar Walter Reed. Julia no reconoció el lugar y supuso que se trataba de una unidad de investigación dado el carácter de su incidente. Pensó en preguntar, pero se dio cuenta de que seguramente no obtendría ninguna respuesta. El rugido de los motores del helicóptero había impedido toda conversación, incluso con la Casa Blanca, salvo una escueta comunicación y el tiempo estimado de llegada transmitidos a Washington, seguramente a Lucinda, a través de Grau. Sin embargo, en aquel momento Julia estaba muy nerviosa. Le daba la impresión de que, si traspasaba una de aquellas puertas cerradas, tal vez no volviese a salir. Pidió algo que supuso que no podrían negarle.
-Quiero hablar con mi padre.
Stark, a su lado, murmuró un «amén» casi inaudible. La capitana Andrews continuó con su paso enérgico.
-El Presidente está al tanto de su situación, señorita Volkova. En cuanto realicemos las pruebas, podrá llamarlo. Pondremos un teléfono en su habitación.
-¿Mi habitación? -Julia se detuvo en seco y, al hacerlo, el capitán Demetri casi chocó contra ella-. ¿Significa eso que voy a quedarme aquí?
-Sí, temporalmente -la capitana Andrews miró a Julia y a Stark con expresión seria, pero comprensiva-. Hasta que tengamos los resultados de los cultivos y otros análisis, es mejor que estén en observación.
-Observación -Julia miró a Stark que tenía cara de pena-. Agente Stark, ¿le parece que he perdido la capacidad de razonar?
Los ojos de Stark se iluminaron, y su mascarilla se movió como si se riese en silencio.
-No, señora. Yo la veo muy bien.
-Porque me siento bien -precisó Julia en tono irónico. Se dirigió a la capitana Andrews-: No sé por qué piensa usted que soy incapaz de comprender lo que sucede. Entiendo que, por razones de seguridad, no me dejase hablar con mi padre antes, pero nos llevaremos mucho mejor si empieza a explicarme las cosas a partir de ahora. Ni siquiera le pido frases muy largas.
-Acepte mis disculpas, señorita Volkova -dijo la capitana Andrews sin muestra de enfado-, pero en este momento tengo otras prioridades. Le daré todo tipo de explicaciones en cuanto la instalemos en una sala de aislamiento y hayamos realizado todas las pruebas.
Julia ignoró la punzada de aprensión al oír el término «sala de aislamiento». Quería información y no se iba a dejar amilanar por el miedo.
-Pues empezamos ahora mismo. ¿Qué tipo de pruebas?
-Se lo explicaré de camino -la médica del ejército reanudó el paso y, cuando Julia y Stark la siguieron, dijo por encima del hombro-: Cultivos de piel, sangre, esputos y orina. Análisis de sangre y recuento de células. Radiografía básica de tórax. Electrocardiograma. Un examen físico completo.
-Cree que estamos enfermas, ¿verdad?
-No lo sé -respondió la capitana Andrews-. Es posible que la sustancia de su apartamento fuese inofensiva. Pero, hasta que lo confirmemos, tendremos que tratarlas como si estuviesen enfermas.
Entraron en una sala muy amplia; Julia se fijó en una pared interior con varias ventanas encortinadas y dijo:
-Parecen ventanillas de observación.
-Lo son -afirmó la capitana Andrews-. La sala de enfermería está al otro lado. El cristal permite observar al paciente sin necesidad de entrar en su habitación.
Julia se estremeció aunque hacía calor. Había dos camas de hospital con mesillas a juego. Frente a ellas, un televisor sujeto con un gancho metálico en un extremo de la habitación. A través de una puerta abierta, se veía un cuarto de baño. No había ventanas al exterior. Las paredes estaban completamente desnudas. Junto a cada cama, ropa quirúrgica azul marino en bolsas de plástico.
-¿Cómo nos comunicamos?
-Hay un interfono de dos bandas encima de la cama y otro junto a las ventanas.
-¿Las ventanas se abren?
-No.
-Genial -murmuró Julia. El ligero traje de protección ambiental que le habían proporcionado al salir de su apartamento tenía una cremallera en la parte de delante y la cubría desde los pies al cuello. Era de una sorprendente resistencia, pero Julia se sentía casi desnuda. Señaló la ropa-. ¿Podemos cambiarnos?
-Sí. Cuando lo hayan hecho, las examinaré, les extraeré sangre y les indicaré el procedimiento para obtener las otras muestras; luego, nos ocuparemos de las llamadas telefónicas -la capitana Andrews señaló las camas-. De momento, pónganse cómodas; volveré en cuanto tenga los recipientes para la recogida de muestras.
Cuando la doctora salió de la habitación, Julia habló con Stark:
-¿Tenemos alguna opción? Stark sacudió la cabeza.
-No.
-¿Qué creerán que es?
-No lo sé, yo...
-Tonterías -repuso Julia-. Sé que lo sabes porque Lena lo sabría. Y ahora, tú eres Lena.
Stark se volvió para abrir las bolsas de plástico con ropa pues sabía que, si Julia seguía escudriñando su rostro, averiguaría la verdad.
-Nunca había visto nada parecido...
-Paula -advirtió Julia-, lo tuyo no es mentir. Eres demasiado transparente. Cuéntame lo que sabes.
-No estoy segura...
-Dime qué has oído. Maldita sea, no me dejes a oscuras.
Stark suspiró, se sentó al borde de una de las camas y bajó la cremallera de su buzo blanco, sorprendiendo a Julia con su aparente despreocupación por la desnudez. Julia desvió la vista pues comprendió que Stark estaba mucho más disgustada de lo que parecía y que más tarde se avergonzaría.
-¿De qué se trata, Paula? -preguntó Julia en tono amable-. Puedes decírmelo. Lo soportaré.
Stark se puso la blusa quirúrgica por la cabeza y suspiró de nuevo.
-Todas las mañanas recibimos una copia del informe central de Inteligencia que elaboran conjuntamente la CIA y el FBI. Ayer apareció un sobre con polvos blancos en un edificio federal de New Jersey. Sospechan que puede ser ántrax.
Julia se sentó en la cama muy despacio sin apartar los ojos del rostro de Stark.
-¡Ántrax, Jesús! ¿Crees que es eso lo que había en mi apartamento?
Stark estrujó las manos entre las rodillas y sacudió la cabeza.
-No lo sé. Pero me parece que esa gente lo piensa.
-¿Qué dicen los informes al respecto? ¿Es muy peligroso?
-No entraban en detalles. Decían que tenía cura -«Decían que la tasa de mortalidad era del setenta por ciento.» Stark señaló la ropa de la cama-. Será mejor que se cambie antes de que vuelvan. Es más cómodo estar vestida.
-Sí, claro -Julia se levantó, bajó la cremallera a toda prisa, se quitó el buzo sintético y se quedó desnuda junto a la cama. Rompió las bolsas de plástico, se puso los pantalones quirúrgicos y luego la parte de arriba. Descalza, se tumbó en la cama a esperar. Era lo que había pensado, las cosas se estaban poniendo feas. Horribles-. ¿Paula?
-¿Sí?
-No es culpa tuya.
Stark no dijo nada, incapaz de consolarse con la amabilidad de lo que, como bien sabía, era una mentira.
-¿Julia está bien de verdad? -preguntó Diane. Se encontraba sentada junto a Valerie en el sofá de su salón, en el mismo sitio que habían ocupado un día antes, pero en aquel momento le daba la impresión de que estaba con una desconocida. y, desde luego, era una desconocida.
-Sí -Valerie agitó el vino blanco que Diane le había servido cuando, al llegar a casa de Diane, coincidieron en que les iría bien beber algo. El trayecto en taxi había sido silencioso e incómodo, como la mentira que en ese momento se interponía entre ellas. Valerie bebió un sorbo de vino y rompió una regla fundamental-: Había una sustancia extraña en su apartamento. No sabemos qué es, y la tienen aislada hasta que se determine de qué se trata.
Los dedos de Diane apretaron la copa y tuvo que hacer un esfuerzo para relajarlos.
-¿Un veneno?
-No parece probable puesto que tanto ella como los dos agentes que la acompañaban estaban bien varias horas después de haberse expuesto a la sustancia. Debe de ser una especie de agente infeccioso.
-¿Un... arma biológica?
Valerie ladeó el cuerpo y miró directamente a Diane.
-Tal vez.
-¿Se te permite contarme esto?
Valerie esbozó una sonrisa irónica.
-No.
-De acuerdo -Diane sostuvo la mirada de Valerie-. ¿Quién eres, Valerie?
-Trabajo para el gobierno.
-¿Cómo Lena?
-Algo parecido, sí.
-¿Te llamas realmente Valerie?
Valerie asintió.
-¿Viniste a seducirme?
-No. Vine a recoger información. Me dedico a eso -se inclinó hacia Diane, pero no la tocó-. No quise seducirte hasta que llevaba unos cinco minutos en la galería.
Diane sonrió.
-¡Oh, qué bonito!
-Y muy cierto -afirmó Valerie. Dejó la copa sobre la mesita y cogió la mano de Diane sintiendo una inmensa alegría cuando Diane no la retiró- No pretendía mentirte. No vine aquí para utilizarte.
-Pero lo habrías hecho si así hubieses conseguido lo que buscabas, ¿verdad? -preguntó Diane con cierta irritación.
Valerie dudó y, luego, lanzó un suspiro.
-Sí. Si hubiera tenido que hacerlo, lo habría hecho.
-¿También te acuestas con mujeres para lograr lo que quieres? -Diane miró a Valerie exigiendo una respuesta, y vio la verdad en sus ojos- ¡Dios mío, sí que lo haces!
Diane retiró la mano bruscamente y se levantó. Caminó hasta el extremo opuesto del salón y se detuvo ante las cristaleras con los brazos cruzados sobre el pecho. De espaldas a Valerie, dijo:
-¿Cómo pueden pedirte que hagas algo así?
No era la reacción que Valerie esperaba. Se levantó, pero no se atrevió a acercarse a Diane. Quería tocarla para no sentir el dolor de la soledad que llevaba dentro desde que había salido de aquel apartamento el día antes.
-No es tan diferente de lo que se espera de los soldados en el campo de batalla. Todo el mundo arriesga algo.
Diane se giró en redondo.
-¿Te habrías acostado conmigo?
-Quería hacerlo -respondió Valerie sin titubear.
-Pero no lo hiciste.
-Porque no podía, no hasta que supieras las cosas, y no me estaba permitido contártelas -Valerie alzó una mano, pero la dejó caer sin saber cómo explicar que no quería que le ocurriese con Diane lo mismo que con Lena-. No deseaba que tuviésemos esta conversación después de hacer el amor porque sabía... que nunca volverías a confiar en mí.
-¿Acaso crees que confío ahora?
Valerie cerró los ojos un instante, asimilando el golpe, y sacudió la cabeza con pena.
-No. Pero espero que lo hagas algún día.
Se hizo un silencio peor que cualquier recriminación de Diane. Valerie vio, con impotencia, a Diane salir del salón a toda prisa sabiendo que no podía decir nada para borrar el daño que había hecho. Se hundió en el sofá, cogió la copa de vino y lo bebió lentamente, sin disfrutarlo.
-¿Qué crees que han hecho con Fazio? -preguntó Julia-. Grau lo llevó en dirección opuesta cuando bajamos del helicóptero.
-Debe de estar en otra unidad -respondió Stark arrancando la tirita que le habían colocado en la parte interior del brazo tras extraerle media docena de jeringuillas de sangre-. Él recibió todo el impacto de la dichosa sustancia.
Julia recordó a Fazio tosiendo, maldiciendo y sacudiéndose el polvo de la camisa. Se le aceleró el corazón y durante un segundo se sintió aturdida.
-Seguramente no será nada.
Stark logró esbozar una sonrisa.
-Claro.
-Hace casi media hora que se fue Andrews -comentó Julia-. ¿Adónde irán a buscar los teléfonos móviles?
-¿A Langley?
Julia miró a Stark desconcertada y, a continuación, se echó a reír. Langley, el cuartel general de la CIA.
-Seguramente. Como si fuésemos a revelar secretos desde aquí -dejó de reír de pronto y se tumbó de nuevo en la cama-. ¡Ojalá pudiese hablar con Lena!
Un ruido estridente llenó la habitación, seguido por una voz familiar.
-Hola.
-¿Lena? -Julia se levantó de un salto y corrió a la ventanilla cuando se encendió una luz que iluminó la habitación del otro lado. Lena apoyó la mano en el cristal, y Julia puso la suya frente a la palma de su amante.
-¿Cómo estás, cariño? -preguntó Lena.
Julia buscó frenéticamente el interfono mientras Stark se levantaba e iba al fondo de la habitación dejándoles cierto margen de intimidad.
-Hay un interruptor a la izquierda de la ventana -explicó Lena. Julia lo encontró, lo encendió y dijo:
-¿Por qué has tardado tanto?
-Por el tráfico.
Julia, sonriendo, acarició el cristal con las yemas de los dedos, como si tocase la piel de Lena, y la ilusión del contacto la hizo sentir bien por primera vez en horas.
-¿Te han dicho cuándo saldremos de aquí?
-Aún no, pero en cuanto lo sepa, tú también lo sabrás. ¿Te encuentras bien? -Lena trató de hablar en tono ligero, pero se le encogió el estómago mientras observaba a su amante. Julia tenía el mismo aspecto que cuando se indignaba. Sus ojos lanzaban chispas, el rubor cubría su piel y se movía rápidamente. En ese momento Lena se dio cuenta de lo sexy que resultaba Julia cuando se enfadaba y comprendió que era precisamente ese ardor lo primero que la había atraído de la hija del Presidente-. ¡Dios, qué hermosa eres!
Julia soltó una risita.
-Cuidado, comandante. Stark está aquí, y no querrás que se ponga colorada -Julia se pegó al cristal para mirar más cerca a Lena y habló en voz baja-. No te preocupes, mi amor. Me siento bien. Las dos estamos bien.
Lena apretó la mano contra el cristal con tanta fuerza que se le puso blanca. Deseaba de tal modo tocar a Julia que le dolían las entrañas.
-¿Lena? -dijo Julia-. ¿Qué le ha ocurrido a tu dedo?
-¿Qué?
Julia indicó el cristal.
-Tu dedo índice. Está hinchadísimo. ¿Qué ha sucedido?
-Nada.
-Dale la vuelta a la mano.
-Julia...
-Déjame verlo, Elena.
Lena obedeció de mala gana apresurándose a decir cuando oyó la exclamación de Julia:
-No es nada. Estoy bien.
-¿Qué ha pasado, cariño? -Julia reparó en que el rostro de Lena adoptaba la habitual expresión de consideración con que se revestía cuando disfrazaba la verdad con diplomacia-. Y no trates de camelarme. Te has roto el dedo, ¿a que sí? ¿Qué hiciste?
-Tonterías. Perdí los nervios y aplasté la mano.
El corazón de Julia dio un vuelco. Lena solo perdía el control cuando temía por su seguridad. Julia olvidó de repente su enfado por haber sido arrastrada por medio país sin explicaciones, olvidó el fastidio por estar encerrada e incluso el temor de sufrir alguna enfermedad. Lo único que le importaba era Lena, abrumada por las preocupaciones y el dolor.
-Oh, cielo. Todo saldrá bien.
-Lo sé -Lena esbozó una sonrisa-. Ya lo sé.
-Tienes que hacerte una radiografía.
-Sí.
Julia golpeó el cristal con insistencia.
-Ahora.
Lena se rió.
-Me encanta cuando te pones seria.
-Te encantará cuando salga de aquí y te dé una patada en el culo si no te has ocupado del dedo.
-Sí, lo haré -Lena, que tenía la voz ronca, desvió los ojos, parpadeando para aclarar la visión-. Savard está aquí.
-¡Qué bien! Paula se animará con la visita -Julia frunció el entrecejo-. ¿Qué ocurre?
-Lo está pasando mal. Será mejor que prepares a Stark.
-De acuerdo -cuando Lena apartó la mano del cristal, Julia se apresuró a decir-: Espera.
Lena la miró preocupada.
-¿Qué sucede, cariño?
-¿Cuándo volverás?
-No voy a ninguna parte -respondió Lena con expresión incrédula-. Me quedaré en esta habitación hasta que te den el alta.
-¿No tienes nada más que hacer? -Julia soltó una risita nerviosa, que remató con una sonrisa-. Vete a que te hagan la radiografía y, luego, vuelve al trabajo. Saldré mañana.
-Muy bueno de tu parte, Julia -Lena deslizó el dedo por el cristal como si acaricias en la mejilla de Julia-. Te amo.
-Oh -susurró Julia-. Yo también te amo.
Los pasillos estaban iluminados, sumidos en un silencio fantasmal y totalmente vacíos. La capitana Andrews iba a la cabeza, con Demetri detrás de Julia y Stark, que caminaban en silencio. Las habitaciones que se alineaban a cada lado del pasillo estaban cerradas, y en las puertas sin cristaleras no había números. En el aire flotaba un ligero olor a antiséptico. Tras un trayecto de veinticinco minutos en coche hasta una pequeña pista de despegue de Queens y dos horas en helicóptero, aterrizaron en el tejado de un edificio del vasto complejo que albergaba el Hospital Militar Walter Reed. Julia no reconoció el lugar y supuso que se trataba de una unidad de investigación dado el carácter de su incidente. Pensó en preguntar, pero se dio cuenta de que seguramente no obtendría ninguna respuesta. El rugido de los motores del helicóptero había impedido toda conversación, incluso con la Casa Blanca, salvo una escueta comunicación y el tiempo estimado de llegada transmitidos a Washington, seguramente a Lucinda, a través de Grau. Sin embargo, en aquel momento Julia estaba muy nerviosa. Le daba la impresión de que, si traspasaba una de aquellas puertas cerradas, tal vez no volviese a salir. Pidió algo que supuso que no podrían negarle.
-Quiero hablar con mi padre.
Stark, a su lado, murmuró un «amén» casi inaudible. La capitana Andrews continuó con su paso enérgico.
-El Presidente está al tanto de su situación, señorita Volkova. En cuanto realicemos las pruebas, podrá llamarlo. Pondremos un teléfono en su habitación.
-¿Mi habitación? -Julia se detuvo en seco y, al hacerlo, el capitán Demetri casi chocó contra ella-. ¿Significa eso que voy a quedarme aquí?
-Sí, temporalmente -la capitana Andrews miró a Julia y a Stark con expresión seria, pero comprensiva-. Hasta que tengamos los resultados de los cultivos y otros análisis, es mejor que estén en observación.
-Observación -Julia miró a Stark que tenía cara de pena-. Agente Stark, ¿le parece que he perdido la capacidad de razonar?
Los ojos de Stark se iluminaron, y su mascarilla se movió como si se riese en silencio.
-No, señora. Yo la veo muy bien.
-Porque me siento bien -precisó Julia en tono irónico. Se dirigió a la capitana Andrews-: No sé por qué piensa usted que soy incapaz de comprender lo que sucede. Entiendo que, por razones de seguridad, no me dejase hablar con mi padre antes, pero nos llevaremos mucho mejor si empieza a explicarme las cosas a partir de ahora. Ni siquiera le pido frases muy largas.
-Acepte mis disculpas, señorita Volkova -dijo la capitana Andrews sin muestra de enfado-, pero en este momento tengo otras prioridades. Le daré todo tipo de explicaciones en cuanto la instalemos en una sala de aislamiento y hayamos realizado todas las pruebas.
Julia ignoró la punzada de aprensión al oír el término «sala de aislamiento». Quería información y no se iba a dejar amilanar por el miedo.
-Pues empezamos ahora mismo. ¿Qué tipo de pruebas?
-Se lo explicaré de camino -la médica del ejército reanudó el paso y, cuando Julia y Stark la siguieron, dijo por encima del hombro-: Cultivos de piel, sangre, esputos y orina. Análisis de sangre y recuento de células. Radiografía básica de tórax. Electrocardiograma. Un examen físico completo.
-Cree que estamos enfermas, ¿verdad?
-No lo sé -respondió la capitana Andrews-. Es posible que la sustancia de su apartamento fuese inofensiva. Pero, hasta que lo confirmemos, tendremos que tratarlas como si estuviesen enfermas.
Entraron en una sala muy amplia; Julia se fijó en una pared interior con varias ventanas encortinadas y dijo:
-Parecen ventanillas de observación.
-Lo son -afirmó la capitana Andrews-. La sala de enfermería está al otro lado. El cristal permite observar al paciente sin necesidad de entrar en su habitación.
Julia se estremeció aunque hacía calor. Había dos camas de hospital con mesillas a juego. Frente a ellas, un televisor sujeto con un gancho metálico en un extremo de la habitación. A través de una puerta abierta, se veía un cuarto de baño. No había ventanas al exterior. Las paredes estaban completamente desnudas. Junto a cada cama, ropa quirúrgica azul marino en bolsas de plástico.
-¿Cómo nos comunicamos?
-Hay un interfono de dos bandas encima de la cama y otro junto a las ventanas.
-¿Las ventanas se abren?
-No.
-Genial -murmuró Julia. El ligero traje de protección ambiental que le habían proporcionado al salir de su apartamento tenía una cremallera en la parte de delante y la cubría desde los pies al cuello. Era de una sorprendente resistencia, pero Julia se sentía casi desnuda. Señaló la ropa-. ¿Podemos cambiarnos?
-Sí. Cuando lo hayan hecho, las examinaré, les extraeré sangre y les indicaré el procedimiento para obtener las otras muestras; luego, nos ocuparemos de las llamadas telefónicas -la capitana Andrews señaló las camas-. De momento, pónganse cómodas; volveré en cuanto tenga los recipientes para la recogida de muestras.
Cuando la doctora salió de la habitación, Julia habló con Stark:
-¿Tenemos alguna opción? Stark sacudió la cabeza.
-No.
-¿Qué creerán que es?
-No lo sé, yo...
-Tonterías -repuso Julia-. Sé que lo sabes porque Lena lo sabría. Y ahora, tú eres Lena.
Stark se volvió para abrir las bolsas de plástico con ropa pues sabía que, si Julia seguía escudriñando su rostro, averiguaría la verdad.
-Nunca había visto nada parecido...
-Paula -advirtió Julia-, lo tuyo no es mentir. Eres demasiado transparente. Cuéntame lo que sabes.
-No estoy segura...
-Dime qué has oído. Maldita sea, no me dejes a oscuras.
Stark suspiró, se sentó al borde de una de las camas y bajó la cremallera de su buzo blanco, sorprendiendo a Julia con su aparente despreocupación por la desnudez. Julia desvió la vista pues comprendió que Stark estaba mucho más disgustada de lo que parecía y que más tarde se avergonzaría.
-¿De qué se trata, Paula? -preguntó Julia en tono amable-. Puedes decírmelo. Lo soportaré.
Stark se puso la blusa quirúrgica por la cabeza y suspiró de nuevo.
-Todas las mañanas recibimos una copia del informe central de Inteligencia que elaboran conjuntamente la CIA y el FBI. Ayer apareció un sobre con polvos blancos en un edificio federal de New Jersey. Sospechan que puede ser ántrax.
Julia se sentó en la cama muy despacio sin apartar los ojos del rostro de Stark.
-¡Ántrax, Jesús! ¿Crees que es eso lo que había en mi apartamento?
Stark estrujó las manos entre las rodillas y sacudió la cabeza.
-No lo sé. Pero me parece que esa gente lo piensa.
-¿Qué dicen los informes al respecto? ¿Es muy peligroso?
-No entraban en detalles. Decían que tenía cura -«Decían que la tasa de mortalidad era del setenta por ciento.» Stark señaló la ropa de la cama-. Será mejor que se cambie antes de que vuelvan. Es más cómodo estar vestida.
-Sí, claro -Julia se levantó, bajó la cremallera a toda prisa, se quitó el buzo sintético y se quedó desnuda junto a la cama. Rompió las bolsas de plástico, se puso los pantalones quirúrgicos y luego la parte de arriba. Descalza, se tumbó en la cama a esperar. Era lo que había pensado, las cosas se estaban poniendo feas. Horribles-. ¿Paula?
-¿Sí?
-No es culpa tuya.
Stark no dijo nada, incapaz de consolarse con la amabilidad de lo que, como bien sabía, era una mentira.
-¿Julia está bien de verdad? -preguntó Diane. Se encontraba sentada junto a Valerie en el sofá de su salón, en el mismo sitio que habían ocupado un día antes, pero en aquel momento le daba la impresión de que estaba con una desconocida. y, desde luego, era una desconocida.
-Sí -Valerie agitó el vino blanco que Diane le había servido cuando, al llegar a casa de Diane, coincidieron en que les iría bien beber algo. El trayecto en taxi había sido silencioso e incómodo, como la mentira que en ese momento se interponía entre ellas. Valerie bebió un sorbo de vino y rompió una regla fundamental-: Había una sustancia extraña en su apartamento. No sabemos qué es, y la tienen aislada hasta que se determine de qué se trata.
Los dedos de Diane apretaron la copa y tuvo que hacer un esfuerzo para relajarlos.
-¿Un veneno?
-No parece probable puesto que tanto ella como los dos agentes que la acompañaban estaban bien varias horas después de haberse expuesto a la sustancia. Debe de ser una especie de agente infeccioso.
-¿Un... arma biológica?
Valerie ladeó el cuerpo y miró directamente a Diane.
-Tal vez.
-¿Se te permite contarme esto?
Valerie esbozó una sonrisa irónica.
-No.
-De acuerdo -Diane sostuvo la mirada de Valerie-. ¿Quién eres, Valerie?
-Trabajo para el gobierno.
-¿Cómo Lena?
-Algo parecido, sí.
-¿Te llamas realmente Valerie?
Valerie asintió.
-¿Viniste a seducirme?
-No. Vine a recoger información. Me dedico a eso -se inclinó hacia Diane, pero no la tocó-. No quise seducirte hasta que llevaba unos cinco minutos en la galería.
Diane sonrió.
-¡Oh, qué bonito!
-Y muy cierto -afirmó Valerie. Dejó la copa sobre la mesita y cogió la mano de Diane sintiendo una inmensa alegría cuando Diane no la retiró- No pretendía mentirte. No vine aquí para utilizarte.
-Pero lo habrías hecho si así hubieses conseguido lo que buscabas, ¿verdad? -preguntó Diane con cierta irritación.
Valerie dudó y, luego, lanzó un suspiro.
-Sí. Si hubiera tenido que hacerlo, lo habría hecho.
-¿También te acuestas con mujeres para lograr lo que quieres? -Diane miró a Valerie exigiendo una respuesta, y vio la verdad en sus ojos- ¡Dios mío, sí que lo haces!
Diane retiró la mano bruscamente y se levantó. Caminó hasta el extremo opuesto del salón y se detuvo ante las cristaleras con los brazos cruzados sobre el pecho. De espaldas a Valerie, dijo:
-¿Cómo pueden pedirte que hagas algo así?
No era la reacción que Valerie esperaba. Se levantó, pero no se atrevió a acercarse a Diane. Quería tocarla para no sentir el dolor de la soledad que llevaba dentro desde que había salido de aquel apartamento el día antes.
-No es tan diferente de lo que se espera de los soldados en el campo de batalla. Todo el mundo arriesga algo.
Diane se giró en redondo.
-¿Te habrías acostado conmigo?
-Quería hacerlo -respondió Valerie sin titubear.
-Pero no lo hiciste.
-Porque no podía, no hasta que supieras las cosas, y no me estaba permitido contártelas -Valerie alzó una mano, pero la dejó caer sin saber cómo explicar que no quería que le ocurriese con Diane lo mismo que con Lena-. No deseaba que tuviésemos esta conversación después de hacer el amor porque sabía... que nunca volverías a confiar en mí.
-¿Acaso crees que confío ahora?
Valerie cerró los ojos un instante, asimilando el golpe, y sacudió la cabeza con pena.
-No. Pero espero que lo hagas algún día.
Se hizo un silencio peor que cualquier recriminación de Diane. Valerie vio, con impotencia, a Diane salir del salón a toda prisa sabiendo que no podía decir nada para borrar el daño que había hecho. Se hundió en el sofá, cogió la copa de vino y lo bebió lentamente, sin disfrutarlo.
-¿Qué crees que han hecho con Fazio? -preguntó Julia-. Grau lo llevó en dirección opuesta cuando bajamos del helicóptero.
-Debe de estar en otra unidad -respondió Stark arrancando la tirita que le habían colocado en la parte interior del brazo tras extraerle media docena de jeringuillas de sangre-. Él recibió todo el impacto de la dichosa sustancia.
Julia recordó a Fazio tosiendo, maldiciendo y sacudiéndose el polvo de la camisa. Se le aceleró el corazón y durante un segundo se sintió aturdida.
-Seguramente no será nada.
Stark logró esbozar una sonrisa.
-Claro.
-Hace casi media hora que se fue Andrews -comentó Julia-. ¿Adónde irán a buscar los teléfonos móviles?
-¿A Langley?
Julia miró a Stark desconcertada y, a continuación, se echó a reír. Langley, el cuartel general de la CIA.
-Seguramente. Como si fuésemos a revelar secretos desde aquí -dejó de reír de pronto y se tumbó de nuevo en la cama-. ¡Ojalá pudiese hablar con Lena!
Un ruido estridente llenó la habitación, seguido por una voz familiar.
-Hola.
-¿Lena? -Julia se levantó de un salto y corrió a la ventanilla cuando se encendió una luz que iluminó la habitación del otro lado. Lena apoyó la mano en el cristal, y Julia puso la suya frente a la palma de su amante.
-¿Cómo estás, cariño? -preguntó Lena.
Julia buscó frenéticamente el interfono mientras Stark se levantaba e iba al fondo de la habitación dejándoles cierto margen de intimidad.
-Hay un interruptor a la izquierda de la ventana -explicó Lena. Julia lo encontró, lo encendió y dijo:
-¿Por qué has tardado tanto?
-Por el tráfico.
Julia, sonriendo, acarició el cristal con las yemas de los dedos, como si tocase la piel de Lena, y la ilusión del contacto la hizo sentir bien por primera vez en horas.
-¿Te han dicho cuándo saldremos de aquí?
-Aún no, pero en cuanto lo sepa, tú también lo sabrás. ¿Te encuentras bien? -Lena trató de hablar en tono ligero, pero se le encogió el estómago mientras observaba a su amante. Julia tenía el mismo aspecto que cuando se indignaba. Sus ojos lanzaban chispas, el rubor cubría su piel y se movía rápidamente. En ese momento Lena se dio cuenta de lo sexy que resultaba Julia cuando se enfadaba y comprendió que era precisamente ese ardor lo primero que la había atraído de la hija del Presidente-. ¡Dios, qué hermosa eres!
Julia soltó una risita.
-Cuidado, comandante. Stark está aquí, y no querrás que se ponga colorada -Julia se pegó al cristal para mirar más cerca a Lena y habló en voz baja-. No te preocupes, mi amor. Me siento bien. Las dos estamos bien.
Lena apretó la mano contra el cristal con tanta fuerza que se le puso blanca. Deseaba de tal modo tocar a Julia que le dolían las entrañas.
-¿Lena? -dijo Julia-. ¿Qué le ha ocurrido a tu dedo?
-¿Qué?
Julia indicó el cristal.
-Tu dedo índice. Está hinchadísimo. ¿Qué ha sucedido?
-Nada.
-Dale la vuelta a la mano.
-Julia...
-Déjame verlo, Elena.
Lena obedeció de mala gana apresurándose a decir cuando oyó la exclamación de Julia:
-No es nada. Estoy bien.
-¿Qué ha pasado, cariño? -Julia reparó en que el rostro de Lena adoptaba la habitual expresión de consideración con que se revestía cuando disfrazaba la verdad con diplomacia-. Y no trates de camelarme. Te has roto el dedo, ¿a que sí? ¿Qué hiciste?
-Tonterías. Perdí los nervios y aplasté la mano.
El corazón de Julia dio un vuelco. Lena solo perdía el control cuando temía por su seguridad. Julia olvidó de repente su enfado por haber sido arrastrada por medio país sin explicaciones, olvidó el fastidio por estar encerrada e incluso el temor de sufrir alguna enfermedad. Lo único que le importaba era Lena, abrumada por las preocupaciones y el dolor.
-Oh, cielo. Todo saldrá bien.
-Lo sé -Lena esbozó una sonrisa-. Ya lo sé.
-Tienes que hacerte una radiografía.
-Sí.
Julia golpeó el cristal con insistencia.
-Ahora.
Lena se rió.
-Me encanta cuando te pones seria.
-Te encantará cuando salga de aquí y te dé una patada en el culo si no te has ocupado del dedo.
-Sí, lo haré -Lena, que tenía la voz ronca, desvió los ojos, parpadeando para aclarar la visión-. Savard está aquí.
-¡Qué bien! Paula se animará con la visita -Julia frunció el entrecejo-. ¿Qué ocurre?
-Lo está pasando mal. Será mejor que prepares a Stark.
-De acuerdo -cuando Lena apartó la mano del cristal, Julia se apresuró a decir-: Espera.
Lena la miró preocupada.
-¿Qué sucede, cariño?
-¿Cuándo volverás?
-No voy a ninguna parte -respondió Lena con expresión incrédula-. Me quedaré en esta habitación hasta que te den el alta.
-¿No tienes nada más que hacer? -Julia soltó una risita nerviosa, que remató con una sonrisa-. Vete a que te hagan la radiografía y, luego, vuelve al trabajo. Saldré mañana.
-Muy bueno de tu parte, Julia -Lena deslizó el dedo por el cristal como si acaricias en la mejilla de Julia-. Te amo.
-Oh -susurró Julia-. Yo también te amo.
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Re: Honor Reivindicado
CAPITULO DIECINUEVE
Stark acercó una silla sin brazos, de respaldo recto, a la ventana y se sentó en ella, inclinándose hacia delante con las manos sobre las rodillas y los ojos clavados en el cristal. Renée la miraba desde el otro lado. Stark se esforzó por disimular la impresión. Llevaban solo un día sin verse, pero parecía como si Renée no hubiese comido ni dormido durante semanas. El fino rostro estaba demacrado; los ojos azul turquesa, habitualmente brillantes, eran de un gris apagado; y el cuerpo esbelto y fuerte transmitía sensación de fragilidad. Stark estiró la mano, procurando no temblar y traicionar su preocupación, y encendió el interruptor del interfono.
-Hola, cariño.
Savard enderezó los hombros y sonrió.
-Hola, amor mío. ¿Qué tal te va ahí dentro?
-Es bastante aburrido, y nadie nos dice nada -Stark hizo un gesto de indiferencia-. El típico rollo burocrático. Estoy bien, como Julia. ¿Sabes algo?
Savard negó con la cabeza.
-Aún no. La comandante está hablando con el equipo médico en este momento. Hace unos minutos habló por teléfono con el jefe. No permitirá que nos den esquinazo. Y tampoco dejará que os mantengan a Julia y a ti en la ignorancia.
-Gracias a Dios que ha venido -Stark bajó la vista pues no deseaba transmitir su pena a su amante. Pero no pudo evitar la idea de que había fastidiado de mala manera su primera misión y que era la comandante la que tenía que sacar las castañas del fuego.
-¡Eh! No te culpes. No había forma de que lo supiésemos previamente.
Stark levantó la cabeza como si tuviese un resorte.
-Hace menos de una semana se produjo un atentado contra su vida. Debería haber examinado su apartamento mucho mejor antes de dejarla entrar.
-Paula, cariño, la comandante y yo estuvimos en el edificio hace unos días. Nosotras tampoco vimos nada.
-Lo sé. Tienes razón -dijo Stark sin gran convencimiento-. ¿Cómo estás? Pareces cansada.
-¡Qué va! Estoy bien. Paso demasiado tiempo ante el ordenador -Savard miró por encima del hombro para comprobar si seguía sola-. Felicia y yo hemos buceado en los ordenadores día y noche en busca de la identidad de los miembros del equipo de asalto. De momento, nada. Registros dentales, huellas digitales, bases de datos fotográficas. Nada de nada.
-Eso no tiene sentido. Los tipos habían recibido entrenamiento.
-Lo sabemos -afirmó Savard con frustración-. Pero no logramos ponerles nombres y apellidos. Ahora estamos buscando todos los antecedentes de Foster. Es un trabajo lento porque sus expedientes se enterraron cuando ingresó en la Academia.
-Es lo normal en el Servicio Secreto para que nadie pueda acceder a nuestros datos personales y comprometernos.
-Sí, igual nos ocurre a nosotros. Pero dificulta nuestro trabajo en este caso -Savard se reclinó en la silla y se estiró el cabello-. No obstante, si alguien puede sacar algo en limpio, esa es Felicia.
-¿Se sabe algo de la sustancia del Nido?
-Aún no -los ojos de Savard se llenaron de lágrimas, y se restregó la cara con la mano-. Lo siento. Yo... te amo. No puedes ponerte mal.
-No te preocupes, cielo. No me ocurrirá nada -Stark apretó los puños sin que Savard la viese, deseando con todas sus fuerzas que hubiese un medio de aliviar el dolor de su amante. Le rompía el corazón ver a Renée tan vulnerable y ser incapaz de ayudarla-. ¿Me harías un favor?
-Lo que sea -Savard se inclinó hacia delante con mirada atenta-. Cualquier cosa.
-¿Por qué no intentas dormir algo?
Savard pensó en mentir, pero la preocupación que se reflejaba en los ojos de Stark le indicó que era demasiado tarde.
-Lo intentaré. Ha sido... duro.
-Tienes que cuidarte. Te necesito.
-Oh, eso se llama chantaje.
Stark asintió muy seria.
-Tal vez. Pero es verdad.
Savard señaló el fondo de la habitación.
-Hay dos camas, supongo que destinadas al personal cuando tienen que vigilar a alguien las veinticuatro horas. Me acostaré ahora, ¿te parece bien?
-¿Me lo prometes?
-Te lo prometo.
-Estaré aquí cuando despiertes -Stark sonrió intentando mostrarse optimista.
-¿Lo prometes? -preguntó Savard con voz temblorosa.
-Siempre.
-¿Cuánto tiempo? -preguntó Lena a la capitana Andrews cuando esta unió con cinta adhesiva el dedo índice de Lena al anular en un práctico entablillado. La comandante estaba sentada en una mesa de reconocimiento, en una pequeña sala contigua a la zona de control de la habitación de Julia mientras la doctora le curaba el dedo lastimado. Se había hecho la radiografía porque sabía que Julia le preguntaría y no quería que se enfadase.
-Por suerte es una pequeña fractura sin desplazamientos. Con diez días de inmovilización curará si tiene cuidado...
-No, no me refiero a mí, sino a Julia. ¿Cuánto tiempo necesitan para saber que no corre peligro?
La capitana Andrews se estiró, suspiró y se topó con la mirada implacable de Lena.
-En este caso trabajo con restricciones de nivel Delta, agente Katina.
-Entiendo.
-Defina su relación con la señorita Volkova.
Lena estudió el rostro de la otra mujer con atención. Como era de esperar, no dedujo nada de su expresión. Sin saber adónde pretendía llegar la doctora, Lena decidió optar por un ataque frontal.
-Soy su amante.
-¿Además de su jefa de seguridad en funciones?
-En efecto -técnicamente Hara era la sustituta de Stark, de baja temporal, pero la Casa Blanca había comunicado a través de Lucinda que Lena «supervisaría» las operaciones. No era una rehabilitación en su puesto, pero se parecía mucho.
-En fin -dijo la capitana Andrews cruzando los brazos sobre el pecho-. Lo segundo tal vez no la califique para acceder a información restringida, pero lo primero sí.
Lena esperó con un nudo de aprensión en el pecho. Se aferró a la mesa con las dos manos, sin reparar en el dolor, preparándose para el golpe que temía.
-Tenga cuidado con esa mano, agente Katina, o agravará la fractura y tendré que escayolarle el dedo.
-Cuénteme lo que hay.
-El crecimiento de cultivos microbianos no se puede acelerar. Pasarán como mínimo doce horas, probablemente veinticuatro, antes de que podamos identificar el organismo con absoluta certeza.
A Lena se le cortó la respiración.
-¿Está segura de que había un organismo? La doctora asintió.
-Sí, lo hemos visto con la tinción de Gram. Se trata de un método rápido, a base de manchas, de buscar organismos vivos en una muestra. No nos dice qué bacteria es, sino solo la clase a la que pertenece -dudó como si quisiese valorar la reacción de Lena-. Encontramos un bacilo Gram positivo en forma de esporas, compatible con ántrax. O con viruela.
-¡Dios! -exclamó Lena reclinándose en la mesa de observación mientras le temblaban las piernas-
¿Viruela? Creí que había sido erradicada hace décadas.
La capitana Andrews arrastró un taburete y se sentó en él.
-Y así es. Sin embargo, se almacenaron muestras congeladas en dos sitios: el Centro para Control y Detección de Enfermedades de Atlanta y el Laboratorio de Contención Máxima de Siberia.
-Jesús, creí que ese sitio era seguro.
-Por desgracia, no lo es. Tras la caída de la Unión Soviética en 1991, desaparecieron gran parte de sus depósitos. Sospechamos que fueron a parar a Oriente Medio y Asia.
-¿Y no sabe si es ántrax o viruela?
Andrews se encogió de hombros y suspiró.
-Estamos realizando inmunoanálisis que nos darán un diagnóstico aproximado mientras esperamos los resultados definitivos de los cultivos.
-¿De qué estaríamos hablando en cuestión de víctimas? -preguntó Lena con voz firme, pero temblando por dentro.
-Escuche, agente Katina...
-Lena.
La doctora asintió.
-Ronnie. Escucha, Lena. Acabamos de iniciar el tratamiento. De hecho, se les ha suministrado la primera dosis de antibiótico. Por suerte, la tasa de curación con tratamiento es muy alta, suponiendo que se hayan contagiado.
-Números, Ronnie.
-Si aparecen los síntomas, la mortalidad es alta incluso con tratamiento. Del setenta al noventa por cien en el caso del ántrax. ¿La viruela? -Sacudió la cabeza- Casi el cien por cien.
Lena se puso pálida y bajó de la mesa.
-Quiero verla ahora mismo.
-Espera, Lena. Aún no sabemos a qué se han expuesto.
Lena volvió la cabeza.
-Pero lo sabrás dentro de unas horas, ¿verdad?
-Sí, tendremos los resultados del inmunoanálisis dentro de cuatro horas, pero solo son prelimi...
-Entonces, la veré a las 21.00 -dijo Lena consultando su reloj.
-Hola, papá -dijo Julia sosteniendo el móvil con la mano derecha mientras se incorporaba en la cama, vestida con el traje quirúrgico y con una vía intravenosa adherida al brazo izquierdo. Stark estaba sentada en posición similar, en la otra cama.
-Hola, cariño. Siento no haber hablado contigo antes. El coronel Grau ha estado en contacto permanente conmigo, pero cree oportuno completar los exámenes previos antes de...
-Papá, tranquilo. Estoy bien -Julia torció el gesto. «Todo lo bien que se puede estar más encerrada que en Alcatraz, con gente observándome y pinchándome todo el tiempo.»
-Eso me han asegurado; de lo contrario, me plantaría ahí sin pensarlo.
-No lo hagas -se apresuró a decir Julia-. No creo que me ocurra nada; de todas formas, no puedes arriesgarte a sufrir un contagio. Además, eres...
-Soy tu padre y, si existe la menor posibilidad de que estés enferma, iré.
Julia oyó protestas de fondo, una de las cuales sin duda procedía de Lucinda. No le gustaría estar en la piel de la jefa de gabinete de su padre en ese momento.
-Escucha, papá, conozco la situación, y tú también. Aunque no hubiese peligro, lo que faltaba eran los medios fisgoneando por aquí. Mándame una tarjeta si quieres, pero nada de visitas. y, ahora que lo pienso, tampoco flores.
Su padre soltó una risita.
-¿Seguro que estás bien?
-Quiero salir de aquí. Entonces, sí que estaré bien.
-¿Dónde está Lena?
-Aquí. No logro convencerla de que se marche.
-Estupendo.
-Papá -dijo Julia-, me cuidan bien. Y Lena no permitirá que me ocurra nada.
-Sin duda, tuve mucha suerte cuando la conociste.
Julia sonrió.
-Sí, y yo también.
Tras despedirse y cortar la comunicación, Julia se puso de lado y miró a Stark con pena.
-Esto es un fastidio.
-Sí, cierto.
-¿Qué tal estás?
Stark se encogió de hombros.
-No me siento mal -miró a Julia con preocupación-. Pero Renée tiene muy mal aspecto.
Sucede algo raro.
-Supongo que es terrible para ella, Paula -dijo Julia en voz baja-. Pero estoy segura de que le sirve de gran ayuda tenerte.
Stark apretó los puños y cerró los ojos.
-No hago nada por nadie. Usted ha acabado aquí, y Renée ahí fuera, sola, preocupada por mí. No le sirvo de nada a nadie.
Julia apartó las sábanas y sacó las piernas de la cama, en cuyo borde quedó sentada mirando a Stark.
-¿Qué diablos te ocurre? No eres de las que se pasan el día compadeciéndose de sí mismas.
-Tengo miedo -Stark miró a Julia con una expresión lastimosa-. Tengo miedo por ella, y no sé qué hacer.
-Oh, cariño, solo tienes que amarla.
-¿Cree que con eso basta?
Julia sonrió.
-Estoy segura de que sí.
Las dos mujeres se volvieron al oír la puerta que se abría; Julia se levantó de un salto.
-No puedes entrar aquí. Da la vuelta ahora mismo y saca el culo de esta habitación.
-Hola, cielo -dijo Lena cogiendo una silla y levantándola. La llevó hasta la cama de Julia y se sentó a escasa distancia. En un tono de lo más razonable añadió-: Señorita Volkova, como ve llevo mascarilla y gorro.
-Como si llevas chaleco antibalas. No quiero que estés aquí -Julia se apartó de Lena todo lo que pudo y con un hilillo de voz rogó-: Por favor, vete.
-Julia -dijo Lena amablemente, sin hacer ademán de tocarla aunque se moría por abrazarla. Solo llevaban unas horas separadas, pero el miedo la había desestabilizado. Si pudiese abrazarla, sentir el calor del cuerpo de Julia y el movimiento de sus flexibles músculos, recuperaría el equilibrio. Se esforzó por hablar con ligereza-: Puedo estar aquí. Los médicos me han autorizado.
-Los médicos no lo saben todo. Diablos, en realidad no saben nada. Si tenemos algo, no quiero que te contagies.
Stark intervino:
-Tiene razón, comandante. Le aconsejo que se vaya.
Lena las miró y estiró las piernas cruzando los pies a la altura de los tobillos.
-¿Queréis que os informe o vais a seguir tratando de echarme?
-Puedes quedarte -dijo Julia tras pensarlo-, pero sin tocar nada.
-¡Caray! -murmuró Stark.
-Infórmenos, comandante -ordenó Julia sentándose con las piernas cruzadas sobre la cama.
-La capitana Andrews vendrá enseguida para daros todos los datos médicos. En este momento está hablando por teléfono con el Presidente -dijo Lena mirando a Julia a los ojos.
-Pero tú sabes algo, ¿verdad? -preguntó Julia. Lena no titubeó porque a Julia no se le podía mentir.
-Sí. Al parecer los exámenes preliminares presentan indicios de ántrax.
Los labios de Julia se tensaron. Stark lanzó un sonoro suspiro y preguntó:
-¿Lo sabe Renée?
-Aún no. Está durmiendo, y creo que es mejor no despertarla. Si quieres que le diga...
-¡No! -se apresuró a decir Stark-. Pero si le explica... -se le quebró la voz y clavó los ojos en las manos tratando de ahuyentar sus temores.
-Esperad -continuó Lena en tono firme- Las noticias son estupendas. Los tres empezasteis a recibir tratamiento antes de que apareciese ningún síntoma, lo cual significa que seguramente no caeréis enfermos -señaló la gasa adherida al antebrazo de Julia-. Os han vacunado, ¿verdad?
-Sí -Julia se inclinó hacia delante y rozó la manga de Lena con los dedos. Le encantaba tenerla cerca y se moría por tocarla, pero se detuvo antes de que su piel rozase a Lena. Tenía que cerciorarse de que Lena no sufría ningún peligro-. ¿Cuál es la mala noticia?
-Por desgracia -respondió Lena con un matiz de frustración-, el período de incubación es larguísimo, sobre todo cuando se inhala la enfermedad.
-¿Cuánto tiempo? -preguntaron Julia y Stark a la vez. Antes de que Julia pudiese protestar, Lena posó una mano sobre la de Julia; los dedos de ambas se entrelazaron al instante.
-Sesenta días después de la exposición.
Julia se puso rígida.
-No pensarán tenernos aquí...
-No -se apresuró a decir Lena-. La capitana Andrews dice que si no manifestáis síntomas de la enfermedad, y no los manifestaréis, cuando se hayan realizado los cultivos, os dará el alta con medicación.
-¿Y los demás? -preguntó Stark pensando en el mal aspecto de Renée-. ¿Somos... contagiosas?
Lena sacudió la cabeza.
-En absoluto. La enfermedad no se transmite por contacto de una persona a otra.
-¿Y cuál es la conclusión, comandante? -preguntó Julia cogiendo la mano de Lena y apretándola contra su pecho. Era todo el contacto que iba a permitir hasta estar bien segura de que Lena se encontraba a salvo, pero la firmeza de los dedos de Lena entre los suyos alivió el temblor que sentía en la boca del estómago desde que la sustancia blanca había estallado en el aire.
-Tenéis que quedaros aquí unos días, hasta que se compruebe que los antibióticos y otros medicamentos os hacen efecto.
Julia miró a Stark y sacudió la cabeza con vehemencia.
-No pienso jugar al pinacle con ella de compañera.
Lena se rió. La última vez que Julia había estado aislada, pasaban el tiempo jugando al pinacle. Y Julia había dicho que Stark era la peor jugadora que había conocido.
-No hay que preocuparse por eso. La única compañera que tendrá soy yo, señorita Volkova.
Stark acercó una silla sin brazos, de respaldo recto, a la ventana y se sentó en ella, inclinándose hacia delante con las manos sobre las rodillas y los ojos clavados en el cristal. Renée la miraba desde el otro lado. Stark se esforzó por disimular la impresión. Llevaban solo un día sin verse, pero parecía como si Renée no hubiese comido ni dormido durante semanas. El fino rostro estaba demacrado; los ojos azul turquesa, habitualmente brillantes, eran de un gris apagado; y el cuerpo esbelto y fuerte transmitía sensación de fragilidad. Stark estiró la mano, procurando no temblar y traicionar su preocupación, y encendió el interruptor del interfono.
-Hola, cariño.
Savard enderezó los hombros y sonrió.
-Hola, amor mío. ¿Qué tal te va ahí dentro?
-Es bastante aburrido, y nadie nos dice nada -Stark hizo un gesto de indiferencia-. El típico rollo burocrático. Estoy bien, como Julia. ¿Sabes algo?
Savard negó con la cabeza.
-Aún no. La comandante está hablando con el equipo médico en este momento. Hace unos minutos habló por teléfono con el jefe. No permitirá que nos den esquinazo. Y tampoco dejará que os mantengan a Julia y a ti en la ignorancia.
-Gracias a Dios que ha venido -Stark bajó la vista pues no deseaba transmitir su pena a su amante. Pero no pudo evitar la idea de que había fastidiado de mala manera su primera misión y que era la comandante la que tenía que sacar las castañas del fuego.
-¡Eh! No te culpes. No había forma de que lo supiésemos previamente.
Stark levantó la cabeza como si tuviese un resorte.
-Hace menos de una semana se produjo un atentado contra su vida. Debería haber examinado su apartamento mucho mejor antes de dejarla entrar.
-Paula, cariño, la comandante y yo estuvimos en el edificio hace unos días. Nosotras tampoco vimos nada.
-Lo sé. Tienes razón -dijo Stark sin gran convencimiento-. ¿Cómo estás? Pareces cansada.
-¡Qué va! Estoy bien. Paso demasiado tiempo ante el ordenador -Savard miró por encima del hombro para comprobar si seguía sola-. Felicia y yo hemos buceado en los ordenadores día y noche en busca de la identidad de los miembros del equipo de asalto. De momento, nada. Registros dentales, huellas digitales, bases de datos fotográficas. Nada de nada.
-Eso no tiene sentido. Los tipos habían recibido entrenamiento.
-Lo sabemos -afirmó Savard con frustración-. Pero no logramos ponerles nombres y apellidos. Ahora estamos buscando todos los antecedentes de Foster. Es un trabajo lento porque sus expedientes se enterraron cuando ingresó en la Academia.
-Es lo normal en el Servicio Secreto para que nadie pueda acceder a nuestros datos personales y comprometernos.
-Sí, igual nos ocurre a nosotros. Pero dificulta nuestro trabajo en este caso -Savard se reclinó en la silla y se estiró el cabello-. No obstante, si alguien puede sacar algo en limpio, esa es Felicia.
-¿Se sabe algo de la sustancia del Nido?
-Aún no -los ojos de Savard se llenaron de lágrimas, y se restregó la cara con la mano-. Lo siento. Yo... te amo. No puedes ponerte mal.
-No te preocupes, cielo. No me ocurrirá nada -Stark apretó los puños sin que Savard la viese, deseando con todas sus fuerzas que hubiese un medio de aliviar el dolor de su amante. Le rompía el corazón ver a Renée tan vulnerable y ser incapaz de ayudarla-. ¿Me harías un favor?
-Lo que sea -Savard se inclinó hacia delante con mirada atenta-. Cualquier cosa.
-¿Por qué no intentas dormir algo?
Savard pensó en mentir, pero la preocupación que se reflejaba en los ojos de Stark le indicó que era demasiado tarde.
-Lo intentaré. Ha sido... duro.
-Tienes que cuidarte. Te necesito.
-Oh, eso se llama chantaje.
Stark asintió muy seria.
-Tal vez. Pero es verdad.
Savard señaló el fondo de la habitación.
-Hay dos camas, supongo que destinadas al personal cuando tienen que vigilar a alguien las veinticuatro horas. Me acostaré ahora, ¿te parece bien?
-¿Me lo prometes?
-Te lo prometo.
-Estaré aquí cuando despiertes -Stark sonrió intentando mostrarse optimista.
-¿Lo prometes? -preguntó Savard con voz temblorosa.
-Siempre.
-¿Cuánto tiempo? -preguntó Lena a la capitana Andrews cuando esta unió con cinta adhesiva el dedo índice de Lena al anular en un práctico entablillado. La comandante estaba sentada en una mesa de reconocimiento, en una pequeña sala contigua a la zona de control de la habitación de Julia mientras la doctora le curaba el dedo lastimado. Se había hecho la radiografía porque sabía que Julia le preguntaría y no quería que se enfadase.
-Por suerte es una pequeña fractura sin desplazamientos. Con diez días de inmovilización curará si tiene cuidado...
-No, no me refiero a mí, sino a Julia. ¿Cuánto tiempo necesitan para saber que no corre peligro?
La capitana Andrews se estiró, suspiró y se topó con la mirada implacable de Lena.
-En este caso trabajo con restricciones de nivel Delta, agente Katina.
-Entiendo.
-Defina su relación con la señorita Volkova.
Lena estudió el rostro de la otra mujer con atención. Como era de esperar, no dedujo nada de su expresión. Sin saber adónde pretendía llegar la doctora, Lena decidió optar por un ataque frontal.
-Soy su amante.
-¿Además de su jefa de seguridad en funciones?
-En efecto -técnicamente Hara era la sustituta de Stark, de baja temporal, pero la Casa Blanca había comunicado a través de Lucinda que Lena «supervisaría» las operaciones. No era una rehabilitación en su puesto, pero se parecía mucho.
-En fin -dijo la capitana Andrews cruzando los brazos sobre el pecho-. Lo segundo tal vez no la califique para acceder a información restringida, pero lo primero sí.
Lena esperó con un nudo de aprensión en el pecho. Se aferró a la mesa con las dos manos, sin reparar en el dolor, preparándose para el golpe que temía.
-Tenga cuidado con esa mano, agente Katina, o agravará la fractura y tendré que escayolarle el dedo.
-Cuénteme lo que hay.
-El crecimiento de cultivos microbianos no se puede acelerar. Pasarán como mínimo doce horas, probablemente veinticuatro, antes de que podamos identificar el organismo con absoluta certeza.
A Lena se le cortó la respiración.
-¿Está segura de que había un organismo? La doctora asintió.
-Sí, lo hemos visto con la tinción de Gram. Se trata de un método rápido, a base de manchas, de buscar organismos vivos en una muestra. No nos dice qué bacteria es, sino solo la clase a la que pertenece -dudó como si quisiese valorar la reacción de Lena-. Encontramos un bacilo Gram positivo en forma de esporas, compatible con ántrax. O con viruela.
-¡Dios! -exclamó Lena reclinándose en la mesa de observación mientras le temblaban las piernas-
¿Viruela? Creí que había sido erradicada hace décadas.
La capitana Andrews arrastró un taburete y se sentó en él.
-Y así es. Sin embargo, se almacenaron muestras congeladas en dos sitios: el Centro para Control y Detección de Enfermedades de Atlanta y el Laboratorio de Contención Máxima de Siberia.
-Jesús, creí que ese sitio era seguro.
-Por desgracia, no lo es. Tras la caída de la Unión Soviética en 1991, desaparecieron gran parte de sus depósitos. Sospechamos que fueron a parar a Oriente Medio y Asia.
-¿Y no sabe si es ántrax o viruela?
Andrews se encogió de hombros y suspiró.
-Estamos realizando inmunoanálisis que nos darán un diagnóstico aproximado mientras esperamos los resultados definitivos de los cultivos.
-¿De qué estaríamos hablando en cuestión de víctimas? -preguntó Lena con voz firme, pero temblando por dentro.
-Escuche, agente Katina...
-Lena.
La doctora asintió.
-Ronnie. Escucha, Lena. Acabamos de iniciar el tratamiento. De hecho, se les ha suministrado la primera dosis de antibiótico. Por suerte, la tasa de curación con tratamiento es muy alta, suponiendo que se hayan contagiado.
-Números, Ronnie.
-Si aparecen los síntomas, la mortalidad es alta incluso con tratamiento. Del setenta al noventa por cien en el caso del ántrax. ¿La viruela? -Sacudió la cabeza- Casi el cien por cien.
Lena se puso pálida y bajó de la mesa.
-Quiero verla ahora mismo.
-Espera, Lena. Aún no sabemos a qué se han expuesto.
Lena volvió la cabeza.
-Pero lo sabrás dentro de unas horas, ¿verdad?
-Sí, tendremos los resultados del inmunoanálisis dentro de cuatro horas, pero solo son prelimi...
-Entonces, la veré a las 21.00 -dijo Lena consultando su reloj.
-Hola, papá -dijo Julia sosteniendo el móvil con la mano derecha mientras se incorporaba en la cama, vestida con el traje quirúrgico y con una vía intravenosa adherida al brazo izquierdo. Stark estaba sentada en posición similar, en la otra cama.
-Hola, cariño. Siento no haber hablado contigo antes. El coronel Grau ha estado en contacto permanente conmigo, pero cree oportuno completar los exámenes previos antes de...
-Papá, tranquilo. Estoy bien -Julia torció el gesto. «Todo lo bien que se puede estar más encerrada que en Alcatraz, con gente observándome y pinchándome todo el tiempo.»
-Eso me han asegurado; de lo contrario, me plantaría ahí sin pensarlo.
-No lo hagas -se apresuró a decir Julia-. No creo que me ocurra nada; de todas formas, no puedes arriesgarte a sufrir un contagio. Además, eres...
-Soy tu padre y, si existe la menor posibilidad de que estés enferma, iré.
Julia oyó protestas de fondo, una de las cuales sin duda procedía de Lucinda. No le gustaría estar en la piel de la jefa de gabinete de su padre en ese momento.
-Escucha, papá, conozco la situación, y tú también. Aunque no hubiese peligro, lo que faltaba eran los medios fisgoneando por aquí. Mándame una tarjeta si quieres, pero nada de visitas. y, ahora que lo pienso, tampoco flores.
Su padre soltó una risita.
-¿Seguro que estás bien?
-Quiero salir de aquí. Entonces, sí que estaré bien.
-¿Dónde está Lena?
-Aquí. No logro convencerla de que se marche.
-Estupendo.
-Papá -dijo Julia-, me cuidan bien. Y Lena no permitirá que me ocurra nada.
-Sin duda, tuve mucha suerte cuando la conociste.
Julia sonrió.
-Sí, y yo también.
Tras despedirse y cortar la comunicación, Julia se puso de lado y miró a Stark con pena.
-Esto es un fastidio.
-Sí, cierto.
-¿Qué tal estás?
Stark se encogió de hombros.
-No me siento mal -miró a Julia con preocupación-. Pero Renée tiene muy mal aspecto.
Sucede algo raro.
-Supongo que es terrible para ella, Paula -dijo Julia en voz baja-. Pero estoy segura de que le sirve de gran ayuda tenerte.
Stark apretó los puños y cerró los ojos.
-No hago nada por nadie. Usted ha acabado aquí, y Renée ahí fuera, sola, preocupada por mí. No le sirvo de nada a nadie.
Julia apartó las sábanas y sacó las piernas de la cama, en cuyo borde quedó sentada mirando a Stark.
-¿Qué diablos te ocurre? No eres de las que se pasan el día compadeciéndose de sí mismas.
-Tengo miedo -Stark miró a Julia con una expresión lastimosa-. Tengo miedo por ella, y no sé qué hacer.
-Oh, cariño, solo tienes que amarla.
-¿Cree que con eso basta?
Julia sonrió.
-Estoy segura de que sí.
Las dos mujeres se volvieron al oír la puerta que se abría; Julia se levantó de un salto.
-No puedes entrar aquí. Da la vuelta ahora mismo y saca el culo de esta habitación.
-Hola, cielo -dijo Lena cogiendo una silla y levantándola. La llevó hasta la cama de Julia y se sentó a escasa distancia. En un tono de lo más razonable añadió-: Señorita Volkova, como ve llevo mascarilla y gorro.
-Como si llevas chaleco antibalas. No quiero que estés aquí -Julia se apartó de Lena todo lo que pudo y con un hilillo de voz rogó-: Por favor, vete.
-Julia -dijo Lena amablemente, sin hacer ademán de tocarla aunque se moría por abrazarla. Solo llevaban unas horas separadas, pero el miedo la había desestabilizado. Si pudiese abrazarla, sentir el calor del cuerpo de Julia y el movimiento de sus flexibles músculos, recuperaría el equilibrio. Se esforzó por hablar con ligereza-: Puedo estar aquí. Los médicos me han autorizado.
-Los médicos no lo saben todo. Diablos, en realidad no saben nada. Si tenemos algo, no quiero que te contagies.
Stark intervino:
-Tiene razón, comandante. Le aconsejo que se vaya.
Lena las miró y estiró las piernas cruzando los pies a la altura de los tobillos.
-¿Queréis que os informe o vais a seguir tratando de echarme?
-Puedes quedarte -dijo Julia tras pensarlo-, pero sin tocar nada.
-¡Caray! -murmuró Stark.
-Infórmenos, comandante -ordenó Julia sentándose con las piernas cruzadas sobre la cama.
-La capitana Andrews vendrá enseguida para daros todos los datos médicos. En este momento está hablando por teléfono con el Presidente -dijo Lena mirando a Julia a los ojos.
-Pero tú sabes algo, ¿verdad? -preguntó Julia. Lena no titubeó porque a Julia no se le podía mentir.
-Sí. Al parecer los exámenes preliminares presentan indicios de ántrax.
Los labios de Julia se tensaron. Stark lanzó un sonoro suspiro y preguntó:
-¿Lo sabe Renée?
-Aún no. Está durmiendo, y creo que es mejor no despertarla. Si quieres que le diga...
-¡No! -se apresuró a decir Stark-. Pero si le explica... -se le quebró la voz y clavó los ojos en las manos tratando de ahuyentar sus temores.
-Esperad -continuó Lena en tono firme- Las noticias son estupendas. Los tres empezasteis a recibir tratamiento antes de que apareciese ningún síntoma, lo cual significa que seguramente no caeréis enfermos -señaló la gasa adherida al antebrazo de Julia-. Os han vacunado, ¿verdad?
-Sí -Julia se inclinó hacia delante y rozó la manga de Lena con los dedos. Le encantaba tenerla cerca y se moría por tocarla, pero se detuvo antes de que su piel rozase a Lena. Tenía que cerciorarse de que Lena no sufría ningún peligro-. ¿Cuál es la mala noticia?
-Por desgracia -respondió Lena con un matiz de frustración-, el período de incubación es larguísimo, sobre todo cuando se inhala la enfermedad.
-¿Cuánto tiempo? -preguntaron Julia y Stark a la vez. Antes de que Julia pudiese protestar, Lena posó una mano sobre la de Julia; los dedos de ambas se entrelazaron al instante.
-Sesenta días después de la exposición.
Julia se puso rígida.
-No pensarán tenernos aquí...
-No -se apresuró a decir Lena-. La capitana Andrews dice que si no manifestáis síntomas de la enfermedad, y no los manifestaréis, cuando se hayan realizado los cultivos, os dará el alta con medicación.
-¿Y los demás? -preguntó Stark pensando en el mal aspecto de Renée-. ¿Somos... contagiosas?
Lena sacudió la cabeza.
-En absoluto. La enfermedad no se transmite por contacto de una persona a otra.
-¿Y cuál es la conclusión, comandante? -preguntó Julia cogiendo la mano de Lena y apretándola contra su pecho. Era todo el contacto que iba a permitir hasta estar bien segura de que Lena se encontraba a salvo, pero la firmeza de los dedos de Lena entre los suyos alivió el temblor que sentía en la boca del estómago desde que la sustancia blanca había estallado en el aire.
-Tenéis que quedaros aquí unos días, hasta que se compruebe que los antibióticos y otros medicamentos os hacen efecto.
Julia miró a Stark y sacudió la cabeza con vehemencia.
-No pienso jugar al pinacle con ella de compañera.
Lena se rió. La última vez que Julia había estado aislada, pasaban el tiempo jugando al pinacle. Y Julia había dicho que Stark era la peor jugadora que había conocido.
-No hay que preocuparse por eso. La única compañera que tendrá soy yo, señorita Volkova.
Anonymus- Mensajes : 345
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Re: Honor Reivindicado
Ya veo ke es una adaptación de la serie de novelas Honor. Sí te ofendi solicitó disculpa.
Eac- Mensajes : 70
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Re: Honor Reivindicado
Eac escribió:Ya veo ke es una adaptación de la serie de novelas Honor. Sí te ofendi solicitó disculpa.
No, yo solo decía porque pensé que por ahí no sabias
Anonymus- Mensajes : 345
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Re: Honor Reivindicado
CAPITULO VEINTE
Domingo, 16 de septiembre.
Una luz tenue, procedente del pasillo, se filtraba a través del cristal de la puerta de la habitación en la que descansaban Lena y Savard en sendos catres. Reinaba la tranquilidad desde la última vez que un especialista había examinado a Julia y a Stark, hora y media antes. Lena, con los ojos clavados en el techo, escuchaba el incesante movimiento de Savard durante el sueño. De vez en cuando oía un leve quejido. Cuando los quejidos se volvieron más intensos y culminaron en un grito, Lena se puso de lado y estiró el brazo en el espacio que separaba las dos camas. Rozó con la mano el hombro de Savard y dijo:
-¡Eh, Renée!
Savard se despertó sobresaltada y temblando mientras trataba de orientarse en la oscuridad.
-Lo siento -añadió Lena sin apartar la mano del vacilante brazo de la otra mujer-. Me dio la impresión de que tenías una pesadilla.
-Sí -admitió Savard. Había prometido a Paula que intentaría dormir, aunque sin mucha convicción. Se quitó la ropa y se quedó en camiseta y bragas tras regresar de su brevísima visita a Stark, y, en ese momento, se dio cuenta de que había apartado las sábanas durante su agitado sueño. Con una risita nerviosa, tiró de la sábana y se cubrió hasta la cintura.- Lamento haberla despertado.
-No lo has hecho -Lena retiró la mano y se puso boca arriba en la cama-. No podía dormir.
-Me sorprende haberme dormido.
-¿Lo estás pasando mal?
Savard dudó, pero en medio de la oscuridad, con una mujer en la que confiaba ciegamente, necesitaba creer que estaba a salvo.
-No puedo quitármelo de la cabeza.
-Normal.
-Trabajar ayuda, pero solo de momento -Savard se tumbó de espaldas aferrando la sábana con los puños- Y ahora, con Paula así... -oyó su voz temblorosa y rota, pero era como si hablase otra persona. Las palabras seguían fluyendo aunque no quería pronunciarlas-. Sigo viendo cosas. Oyendo cosas.
-¿También cuando estás despierta?
Savard asintió con el mismo nudo en la garganta que se le había puesto al comprender el significado de la columna de humo que ascendía hacia el cielo.
-¿Renée?
-Sí -susurró Savard-. Y cuando cierro los ojos.
-¿Cuánto descanso has tenido esta semana?
-El mismo que los demás -repuso Savard cortante.
-Nadie tiene suficiente -Lena recordó cómo se había sentido aquella mañana en que no sabía si Julia estaba herida o algo peor. El horrible miedo. La dolorosa impotencia. La desoladora incapacidad. Trató de imaginar sus sentimientos multiplicados por mil o más y no pudo-. Tanto Stark como tú necesitáis unas vacaciones en cuanto le den el alta.
-¡No! -Savard se incorporó apartando las sábanas sin darse cuenta-. Hay trabajo...
-Tienes razón. Lo hay. Muchísimo. Semanas, seguramente. Y os necesito a las dos -Lena se sentó y dobló las piernas sobre la cama. Se había quitado la camisa y los pantalones y en ese momento llevaba una fina camiseta de seda sin mangas y bragas- Pero no me servirás de nada hasta que recuperes la serenidad. ¿Dónde vive tu familia?
-En Florida.
-Lleva a Paula contigo.
-No querrá ir. Ahora no.
Lena se rió.
-Irá. Y tú tienes que hablar con alguien, un profesional, de todo esto.
-Ya sabe lo que pasará si se corre la voz de que no estoy en mis cabales -comentó Savard con amargura-. Me retirarán la autorización de seguridad y acabaré detrás de una mesa en un rincón perdido de Kansas.
-No aparecerá nada en tu expediente porque nadie lo va a saber, solo tú y yo. Pero quiero que lo hagas,
Renée. Considéralo una orden.
-Una semana. Y veré a alguien.
Lena rió de nuevo impresionada con la dureza de Savard.
-Empezaremos por eso.
***
-¿Has comido algo esta noche? -preguntó Diane desde el arco que separaba la sala del pasillo y su habitación.
Valerie estaba ante la ventana abierta del balcón, de espaldas a la sala, con una copa medio llena de vino en la mano. Pasaba de la medianoche, como acababa de descubrir Diane con gran sorpresa al despertar de un involuntario sopor. Se duchó a toda prisa y fue en busca de Valerie preguntándose si seguiría allí y abrumada por una oleada de tristeza al pensar que tal vez no estuviese. Una sola lámpara iluminaba un rincón del salón, y en la mesita de centro había una botella de vino casi vacía junto a la copa en la que ella misma había bebido por la tarde.
-¿Valerie?
Valerie se volvió con una sonrisa cansada.
-No.
-¿Qué has estado haciendo?
-Fundamentalmente pensando -apuró el vino y se acercó a la mesita, donde dejó la copa vacía. Diane se había cambiado de ropa: llevaba una blusa floja de cuello redondo y pantalones informales de pata ancha. Estaba descalza. Y era tan hermosa que a Valerie le dolió la garganta al verla. Había pensado en ella durante horas, en su aspecto la primera vez que la había visto en la galería; en lo que habían compartido aquella semana de sufrimiento para todo el país; en la fuerza y la compasión de Diane, que removieron un espacio que siempre había protegido frente al resto del mundo- ¿Has dormido?
-Sí. Y no sé cómo.
-Tarde o temprano el estrés te vence.
-¿Eso también te ocurre a ti? ¿Hay algo que te venza?
-A veces sí -respondió Valerie dulcemente.
-¿Qué cosas?
Valerie sacudió la cabeza.
-Las cosas que elegí hace veinte años cuando le dije sí a un hombre que me convenció de que yo tenía algo especial ofrecer a mi país.
Diane se adelantó, muy despacio, sin apartar los ojos de los de Valerie.
-¿Qué cosas, Valerie?
Valerie no podía apartar la vista del rostro de Diane. Su boca era demasiado suave y en sus ojos había mucho dolor. «¡Cuánto daño le he hecho!»
-Lo siento.
Diane hizo un gesto de impaciencia.
-¿Qué cosas no puedes evitar?
-La soledad -respondió Valerie.
-¿Y qué haces entonces?
Valerie alzó las manos, pero las dejó caer con un nudo de tristeza en el pecho y el deseo brotando en su interior. Retrocedió sabiendo que seguiría haciendo daño a Diane, como se lo había hecho a todas las mujeres de su vida. No soportaba llevar el dolor de aquella mujer en la conciencia.
-Espero que pase. Vuelve a la cama, Diane.
-¿Hacer el amor con Lena te sirvió de algo?
-No, por favor -Valerie dio otro paso, y sus piernas chocaron contra la mesita del salón. Diane estaba muy cerca en aquel momento, al alcance de la mano, y tuvo que esforzarse para no tocarla. Llegó hasta ella un olor dulce y penetrante, una crema que Diane se había aplicado después de la ducha. Imaginó la suavidad de su piel, la ternura de sus besos, y cerró los ojos. «¡Por Dios!»
-Respóndeme. Me lo debes.
-No fue así -dijo Valerie desesperada.
-Oh, ya sé que estabas trabajando -observó Diane con un rastro de ira-, pero acostarte con ella o... con otras... no te daría ocasión de sentirte tan sola.
Valerie estaba cansada. Cansada de contenerse, de enterrar sus deseos en lo más profundo para que nadie dominase. Había bajado la guardia con Lena, y aunque había resultado duro, se alegraba. Se alegraba de ser capaz de sentir algo por alguien. En ese momento, Diane pugnaba por derrumbar sus defensas, y ella estaba cansada de luchar para mantener las distancias. Habló sin pensar.
-No hay nada más solitario que hacer el amor con mujeres que nunca te tocan.
Diane dio un respingo.
-¿Quieres decir... jamás?
-No importa -Valerie se encogió de hombros con impaciencia-. Yo lo quería así, y así tenía que ser.
-Sí que importa -Diane estiró los brazos y sus pechos rozaron el cuerpo de Valerie mientras cogía el rostro de la otra mujer entre las manos. Luego, deslizó los dedos sobre la boca de Valerie-. Estás temblando. Sé que estás dolida.
-No, te equivocas -Valerie trató de apartar la cabeza, pero Diane no se lo permitió-. No debería haber venido. Lo siento.
-¿Por qué? -Diane se acercó a Valerie y sus labios siguieron el camino descrito por sus dedos. Valerie gimió mientras Diane le acariciaba la nuca y la besaba lenta y profundamente. Cedió un instante y murmuró junto a la boca de Valerie-: ¿Por qué?
-Porque, cuando estoy contigo, no me siento sola -respondió en tono ahogado. Cerró los ojos y apoyó la frente en el hombro de Diane mientras rodeaba con los brazos su cintura, rindiéndose a la necesidad de abrazar y ser abrazada. Solo un minuto. Un minuto nada más para tocar y ser acariciada. Aspiró el aroma de Diane, y frotó la mejilla contra el cuello de Diane, descubriendo que su piel era aún más suave de lo que había imaginado. La abrazó con ansia y percibió la fuerza flexible que albergaba aquel cuerpo esbelto. Sorprendida por la firme plenitud de los pechos de Diane, gimió mientras sus pezones se endurecían ante la presión de los cuerpos. Un temblor sacudió las piernas de Valerie, llegó hasta sus entrañas y se dio cuenta de que iba a caer. Caer de la oscuridad a la luz, y se apartó con miedo-. Diane. Vete a la cama.
Diane soltó una risita temblorosa y se acercó más a Valerie.
-Un beso. Solo un beso. Un beso me basta para saber que moriré de hambre si no te tengo -puso una mano vacilante sobre el corazón-. Aquí dentro, es aquí donde tengo hambre.
-¡Dios! -murmuró Valerie besando a Diane en la boca con ferocidad. Se dio cuenta de que Diane desprendía la blusa de sus pantalones y sintió unos dedos ardientes trepando por su columna. Su lengua dibujó círculos en la boca de Diane y gimió cuando esta deslizó las manos sobre su cuerpo, le acarició los pechos y susurró-: Quiero que estés segura. Por favor, tienes que estar segura.
-Estoy segura -afirmó Diane rozando con los labios la garganta de Valerie-, segura de que no voy a hacer el amor contigo aquí, de pie. -Retrocedió con gran esfuerzo y cogió a Valerie de la mano-. Ven conmigo.
-Diane, yo...
-Chisss -Diane la condujo al pasillo-. Luego. Después me contarás todo. Ahora quiero decirte algo.
Valerie la siguió negándose a pensar en las consecuencias, tan solo deseando unos minutos de perdón y olvido. Cuando llegaron junto a la cama de Diane y Valerie hizo ademán de quitarle la blusa, Diane murmuró «no» y apartó las manos de Valerie.
-Tengo la necesidad de tocarte -susurró Diane con la boca pegada a la oreja de Valerie mientras hábilmente desabotonaba la cinturilla de sus pantalones-. Deje que la satisfaga.
-Oh, sí -Valerie se tambaleó mientras una lánguida pesadez le atenazaba el estómago y sus miembros se ablandaban bajo el lento ardor del deseo. Se apoyó en las caderas de Diane necesitando el contacto en sí más que para sostenerse. Los labios de Diane rozaron el borde de su oreja, y agudas punzadas de placer alertaron su conciencia cuando los dientes mordisquearon el lóbulo. Se estremeció, y le dolieron los pezones al rozar el interior de las copas de seda que aún los contenían.
-Levanta los brazos, preciosa -dijo Diane con voz profunda y ronca. Delicadamente le quitó la blusa y el sujetador a Valerie con un solo movimiento, desnudándola de cintura para arriba. Apretó sus caderas y la parte inferior del cuerpo contra el de Valerie, con las entrañas plenas de excitación. Estaba decidida a no apresurarse, pero su cuerpo pedía a gritos el contacto. Encajó la pelvis en la uve que se formaba entre las piernas de Valerie, rozándolas-. ¡Oh Dios, qué maravillosa eres!
Con manos temblorosas, Diane se quitó la blusa dejándola caer descuidadamente al suelo. Mordisqueó el labio de Valerie, rodeó con los brazos su cuerpo esbelto y frotó sus pechos contra los de la otra mujer. Sus hinchados pezones se irritaron, la pulsión entre sus piernas se aceleró y el clítoris se tensó hasta hacerla gemir. Valerie deslizó una mano entre ambas y cubrió con los dedos el pecho de Diane, apretándolo con delicadeza.
-Te deseo mucho... muchísimo...
Diane se dobló de placer, pero logró apartarse.
-No. Ya estoy demasiado excitada.
-Entonces, déjame -Valerie cubrió el otro pecho de Diane y acarició los pezones con los pulgares, tirando ligeramente mientras masajeaba el tejido tenso e hinchado-. Deja que te dé lo que necesitas. Quiero hacerlo.
-No, no
Diane puso las manos sobre las de Valerie, aplastando sus pechos bajo los dedos entrelazados de ambas, para demorar la caricia deliciosamente torturadora. Soltó un suspiro y, luego, otro hasta que su cabeza comenzó a despejarse. Apartó entonces las manos de Valerie de su cuerpo y la arrastró hacia la cama dando vueltas, de modo que Valerie acabó tumbada de espaldas con Diane encima, a horcajadas sobre ella. Sus labios dibujaron una sonrisa victoriosa, y se estiró sobre Valerie, encajando un muslo con firmeza entre los de Valerie mientras navegaba dentro de su boca. Entre gemidos y besos, deslizó los dedos en medio de los cuerpos de ambas, bajó la cremallera de los pantalones de Valerie y, a continuación, la de los suyos. Se apartó lo imprescindible para desnudarse y para ayudar a Valerie a hacer lo propio. Mientras se movían, se debatían y se aferraban la una a la otra, con las bocas unidas, haciendo todo lo posible por no perder el contacto, sus ardientes besos se tornaron cada vez más frenéticos y sus manos más exigentes.
-Por favor -imploró Valerie empujando las caderas para corresponder a las aceleradas embestidas de Diane-, deja que te toque. Quiero hacer que te corras.
-No, tú primero -Diane tenía los párpados casi cerrados, las pupilas dilatadas y oscurecidas, y el aliento reducido a un trabajoso jadeo. Dejó que la pasión de Valerie impregnase su cuerpo, pero amenazaba con quebrar su control. Apretó los temblorosos brazos contra el cuerpo y se restregó contra el muslo de Valerie, al borde del orgasmo; mientras Valerie se resistía. Diane sintió los estremecimientos del cuerpo de Valerie bajo el suyo, las manos de la otra mujer temblando sobre su espalda como las alas frenéticas de un pájaro herido, pero seguía resistiéndose-. Córrete, cariño. Córrete.
-No puedo -dijo Valerie con voz ahogada- ¡Oh Dios, no puedo!
-¡Sí! -exclamó Diane-. Claro que puedes -y se deslizó sobre la cama hasta colocarse entre los muslos de Valeríe; inmediatamente la tomó con la boca en una incansable actividad de labios, lengua y dientes delicados. Valerie se puso rígida, y su cuerpo se despegó de la cama mientras reprimía un grito. Diane suavizó al momento sus caricias, sustituyéndolas por besos fugaces y sutiles y caricias breves y ligeras con la punta de la lengua hasta que Valerie contuvo la respiración y cedió al placer. Diane estiró los brazos, buscó los pezones de Valerie y los apretó al ritmo de su boca, arrastrando el ya tenso clítoris hacia el orgasmo. Valerie cubrió las manos de Diane con las suyas, entrelazando los dedos sobre los pezones y guiando a Diane en el movimiento circular y retorcido que debía encender el orgasmo escondido entre las sombras de su mente.
-Estoy tan, tan cerca... chúpame más fuerte.
Con tierna precisión, Diane mordió la base del clítoris de Valerie, que se corrió al momento. Sus hombros saltaron de la cama mientras la impresión la hacía gritar y, luego, se dejó caer de nuevo entre los estremecimientos y temblores del placer que la agitaba. Seguía corriéndose cuando Diane se deslizó hacia arriba y hundió los labios en el cuello de Valerie, gimiendo y temblando, con el cuerpo abrasado.
-Oh, me voy a correr -se quejó Diane hundiendo los dedos en los hombros de Valerie.
-Córrete en mi boca -gimió Valerie buscando ciegamente las caderas de Diane, apremiándola para que se levantase.
-La próxima... vez. ¡Dios, me corro!
Diane enterró la cara en el cuello de Valerie y se elevó. Valerie abrazó con fuerza a la mujer sacudida por los temblores, incapaz de recordar un solo momento en que hubiese sentido tanto placer. Cuando Diane, más serena, se tendió, respirando con regularidad, con los músculos relajados y la piel cubierta por una fina capa de sudor, Valerie le acarició el pelo, el ángulo de la mandíbula, el cuello, la espalda, sin acertar a colmar sus ansias de Diane, deseosa de conocerla entera.
-Hummm, eres maravillosa -murmuró Diane satisfecha.
Valerie se rió aun temblando.
-Oh, cariño, eso es más propio de mí.
Diane alzó la cabeza, con los ojos impregnados de deseo, y besó a Valerie tiernamente.
-Nunca he querido que una mujer se corriese tanto como tú hace un momento. Me siento muy satisfecha de mí misma.
-Con toda la razón -Valerie acarició el rostro de Diane-. No suelo... no suele gustarme hacer eso con nadie.
Diane se quedó un rato callada. Luego, volvió la cabeza y besó la mano de Valerie.
-Estupendo.
-Diane, lo que hago... no se puede cambiar de un día para otro.
-¿Quieres cambiar?
-Quiero... tener esto otra vez, contigo. Y más. Otras cosas, contigo.
-Genial. Yo también. Así que empezaremos a partir de ahí -Diane apoyó la cabeza en el hombro de Valerie y cerró los ojos-. Intentaremos construir el resto después.
Diane debió de dormirse porque, cuando abrió los ojos, se encontró boca arriba con la sensación más exquisita que había conocido ardiendo entre sus muslos. Entre murmullos de placer, levantó la cabeza y sonrió a Valerie.
-No sé qué estás haciendo, pero es maravilloso.
-¿Recuerdas lo que dije antes? -preguntó Valerie. «Córrete en mi boca.»
-Hummm -Diane se agitó, llena y dolorida al mismo tiempo. Miró a Valerie a los ojos, con un ansia que respondía al deseo de Valerie. «¡[Oh, por favor, sí!»
-Esta es la próxima vez.
-Sí -suspiró Diane mientras se tumbaba con los ojos cerrados-. En efecto.
Domingo, 16 de septiembre.
Una luz tenue, procedente del pasillo, se filtraba a través del cristal de la puerta de la habitación en la que descansaban Lena y Savard en sendos catres. Reinaba la tranquilidad desde la última vez que un especialista había examinado a Julia y a Stark, hora y media antes. Lena, con los ojos clavados en el techo, escuchaba el incesante movimiento de Savard durante el sueño. De vez en cuando oía un leve quejido. Cuando los quejidos se volvieron más intensos y culminaron en un grito, Lena se puso de lado y estiró el brazo en el espacio que separaba las dos camas. Rozó con la mano el hombro de Savard y dijo:
-¡Eh, Renée!
Savard se despertó sobresaltada y temblando mientras trataba de orientarse en la oscuridad.
-Lo siento -añadió Lena sin apartar la mano del vacilante brazo de la otra mujer-. Me dio la impresión de que tenías una pesadilla.
-Sí -admitió Savard. Había prometido a Paula que intentaría dormir, aunque sin mucha convicción. Se quitó la ropa y se quedó en camiseta y bragas tras regresar de su brevísima visita a Stark, y, en ese momento, se dio cuenta de que había apartado las sábanas durante su agitado sueño. Con una risita nerviosa, tiró de la sábana y se cubrió hasta la cintura.- Lamento haberla despertado.
-No lo has hecho -Lena retiró la mano y se puso boca arriba en la cama-. No podía dormir.
-Me sorprende haberme dormido.
-¿Lo estás pasando mal?
Savard dudó, pero en medio de la oscuridad, con una mujer en la que confiaba ciegamente, necesitaba creer que estaba a salvo.
-No puedo quitármelo de la cabeza.
-Normal.
-Trabajar ayuda, pero solo de momento -Savard se tumbó de espaldas aferrando la sábana con los puños- Y ahora, con Paula así... -oyó su voz temblorosa y rota, pero era como si hablase otra persona. Las palabras seguían fluyendo aunque no quería pronunciarlas-. Sigo viendo cosas. Oyendo cosas.
-¿También cuando estás despierta?
Savard asintió con el mismo nudo en la garganta que se le había puesto al comprender el significado de la columna de humo que ascendía hacia el cielo.
-¿Renée?
-Sí -susurró Savard-. Y cuando cierro los ojos.
-¿Cuánto descanso has tenido esta semana?
-El mismo que los demás -repuso Savard cortante.
-Nadie tiene suficiente -Lena recordó cómo se había sentido aquella mañana en que no sabía si Julia estaba herida o algo peor. El horrible miedo. La dolorosa impotencia. La desoladora incapacidad. Trató de imaginar sus sentimientos multiplicados por mil o más y no pudo-. Tanto Stark como tú necesitáis unas vacaciones en cuanto le den el alta.
-¡No! -Savard se incorporó apartando las sábanas sin darse cuenta-. Hay trabajo...
-Tienes razón. Lo hay. Muchísimo. Semanas, seguramente. Y os necesito a las dos -Lena se sentó y dobló las piernas sobre la cama. Se había quitado la camisa y los pantalones y en ese momento llevaba una fina camiseta de seda sin mangas y bragas- Pero no me servirás de nada hasta que recuperes la serenidad. ¿Dónde vive tu familia?
-En Florida.
-Lleva a Paula contigo.
-No querrá ir. Ahora no.
Lena se rió.
-Irá. Y tú tienes que hablar con alguien, un profesional, de todo esto.
-Ya sabe lo que pasará si se corre la voz de que no estoy en mis cabales -comentó Savard con amargura-. Me retirarán la autorización de seguridad y acabaré detrás de una mesa en un rincón perdido de Kansas.
-No aparecerá nada en tu expediente porque nadie lo va a saber, solo tú y yo. Pero quiero que lo hagas,
Renée. Considéralo una orden.
-Una semana. Y veré a alguien.
Lena rió de nuevo impresionada con la dureza de Savard.
-Empezaremos por eso.
***
-¿Has comido algo esta noche? -preguntó Diane desde el arco que separaba la sala del pasillo y su habitación.
Valerie estaba ante la ventana abierta del balcón, de espaldas a la sala, con una copa medio llena de vino en la mano. Pasaba de la medianoche, como acababa de descubrir Diane con gran sorpresa al despertar de un involuntario sopor. Se duchó a toda prisa y fue en busca de Valerie preguntándose si seguiría allí y abrumada por una oleada de tristeza al pensar que tal vez no estuviese. Una sola lámpara iluminaba un rincón del salón, y en la mesita de centro había una botella de vino casi vacía junto a la copa en la que ella misma había bebido por la tarde.
-¿Valerie?
Valerie se volvió con una sonrisa cansada.
-No.
-¿Qué has estado haciendo?
-Fundamentalmente pensando -apuró el vino y se acercó a la mesita, donde dejó la copa vacía. Diane se había cambiado de ropa: llevaba una blusa floja de cuello redondo y pantalones informales de pata ancha. Estaba descalza. Y era tan hermosa que a Valerie le dolió la garganta al verla. Había pensado en ella durante horas, en su aspecto la primera vez que la había visto en la galería; en lo que habían compartido aquella semana de sufrimiento para todo el país; en la fuerza y la compasión de Diane, que removieron un espacio que siempre había protegido frente al resto del mundo- ¿Has dormido?
-Sí. Y no sé cómo.
-Tarde o temprano el estrés te vence.
-¿Eso también te ocurre a ti? ¿Hay algo que te venza?
-A veces sí -respondió Valerie dulcemente.
-¿Qué cosas?
Valerie sacudió la cabeza.
-Las cosas que elegí hace veinte años cuando le dije sí a un hombre que me convenció de que yo tenía algo especial ofrecer a mi país.
Diane se adelantó, muy despacio, sin apartar los ojos de los de Valerie.
-¿Qué cosas, Valerie?
Valerie no podía apartar la vista del rostro de Diane. Su boca era demasiado suave y en sus ojos había mucho dolor. «¡Cuánto daño le he hecho!»
-Lo siento.
Diane hizo un gesto de impaciencia.
-¿Qué cosas no puedes evitar?
-La soledad -respondió Valerie.
-¿Y qué haces entonces?
Valerie alzó las manos, pero las dejó caer con un nudo de tristeza en el pecho y el deseo brotando en su interior. Retrocedió sabiendo que seguiría haciendo daño a Diane, como se lo había hecho a todas las mujeres de su vida. No soportaba llevar el dolor de aquella mujer en la conciencia.
-Espero que pase. Vuelve a la cama, Diane.
-¿Hacer el amor con Lena te sirvió de algo?
-No, por favor -Valerie dio otro paso, y sus piernas chocaron contra la mesita del salón. Diane estaba muy cerca en aquel momento, al alcance de la mano, y tuvo que esforzarse para no tocarla. Llegó hasta ella un olor dulce y penetrante, una crema que Diane se había aplicado después de la ducha. Imaginó la suavidad de su piel, la ternura de sus besos, y cerró los ojos. «¡Por Dios!»
-Respóndeme. Me lo debes.
-No fue así -dijo Valerie desesperada.
-Oh, ya sé que estabas trabajando -observó Diane con un rastro de ira-, pero acostarte con ella o... con otras... no te daría ocasión de sentirte tan sola.
Valerie estaba cansada. Cansada de contenerse, de enterrar sus deseos en lo más profundo para que nadie dominase. Había bajado la guardia con Lena, y aunque había resultado duro, se alegraba. Se alegraba de ser capaz de sentir algo por alguien. En ese momento, Diane pugnaba por derrumbar sus defensas, y ella estaba cansada de luchar para mantener las distancias. Habló sin pensar.
-No hay nada más solitario que hacer el amor con mujeres que nunca te tocan.
Diane dio un respingo.
-¿Quieres decir... jamás?
-No importa -Valerie se encogió de hombros con impaciencia-. Yo lo quería así, y así tenía que ser.
-Sí que importa -Diane estiró los brazos y sus pechos rozaron el cuerpo de Valerie mientras cogía el rostro de la otra mujer entre las manos. Luego, deslizó los dedos sobre la boca de Valerie-. Estás temblando. Sé que estás dolida.
-No, te equivocas -Valerie trató de apartar la cabeza, pero Diane no se lo permitió-. No debería haber venido. Lo siento.
-¿Por qué? -Diane se acercó a Valerie y sus labios siguieron el camino descrito por sus dedos. Valerie gimió mientras Diane le acariciaba la nuca y la besaba lenta y profundamente. Cedió un instante y murmuró junto a la boca de Valerie-: ¿Por qué?
-Porque, cuando estoy contigo, no me siento sola -respondió en tono ahogado. Cerró los ojos y apoyó la frente en el hombro de Diane mientras rodeaba con los brazos su cintura, rindiéndose a la necesidad de abrazar y ser abrazada. Solo un minuto. Un minuto nada más para tocar y ser acariciada. Aspiró el aroma de Diane, y frotó la mejilla contra el cuello de Diane, descubriendo que su piel era aún más suave de lo que había imaginado. La abrazó con ansia y percibió la fuerza flexible que albergaba aquel cuerpo esbelto. Sorprendida por la firme plenitud de los pechos de Diane, gimió mientras sus pezones se endurecían ante la presión de los cuerpos. Un temblor sacudió las piernas de Valerie, llegó hasta sus entrañas y se dio cuenta de que iba a caer. Caer de la oscuridad a la luz, y se apartó con miedo-. Diane. Vete a la cama.
Diane soltó una risita temblorosa y se acercó más a Valerie.
-Un beso. Solo un beso. Un beso me basta para saber que moriré de hambre si no te tengo -puso una mano vacilante sobre el corazón-. Aquí dentro, es aquí donde tengo hambre.
-¡Dios! -murmuró Valerie besando a Diane en la boca con ferocidad. Se dio cuenta de que Diane desprendía la blusa de sus pantalones y sintió unos dedos ardientes trepando por su columna. Su lengua dibujó círculos en la boca de Diane y gimió cuando esta deslizó las manos sobre su cuerpo, le acarició los pechos y susurró-: Quiero que estés segura. Por favor, tienes que estar segura.
-Estoy segura -afirmó Diane rozando con los labios la garganta de Valerie-, segura de que no voy a hacer el amor contigo aquí, de pie. -Retrocedió con gran esfuerzo y cogió a Valerie de la mano-. Ven conmigo.
-Diane, yo...
-Chisss -Diane la condujo al pasillo-. Luego. Después me contarás todo. Ahora quiero decirte algo.
Valerie la siguió negándose a pensar en las consecuencias, tan solo deseando unos minutos de perdón y olvido. Cuando llegaron junto a la cama de Diane y Valerie hizo ademán de quitarle la blusa, Diane murmuró «no» y apartó las manos de Valerie.
-Tengo la necesidad de tocarte -susurró Diane con la boca pegada a la oreja de Valerie mientras hábilmente desabotonaba la cinturilla de sus pantalones-. Deje que la satisfaga.
-Oh, sí -Valerie se tambaleó mientras una lánguida pesadez le atenazaba el estómago y sus miembros se ablandaban bajo el lento ardor del deseo. Se apoyó en las caderas de Diane necesitando el contacto en sí más que para sostenerse. Los labios de Diane rozaron el borde de su oreja, y agudas punzadas de placer alertaron su conciencia cuando los dientes mordisquearon el lóbulo. Se estremeció, y le dolieron los pezones al rozar el interior de las copas de seda que aún los contenían.
-Levanta los brazos, preciosa -dijo Diane con voz profunda y ronca. Delicadamente le quitó la blusa y el sujetador a Valerie con un solo movimiento, desnudándola de cintura para arriba. Apretó sus caderas y la parte inferior del cuerpo contra el de Valerie, con las entrañas plenas de excitación. Estaba decidida a no apresurarse, pero su cuerpo pedía a gritos el contacto. Encajó la pelvis en la uve que se formaba entre las piernas de Valerie, rozándolas-. ¡Oh Dios, qué maravillosa eres!
Con manos temblorosas, Diane se quitó la blusa dejándola caer descuidadamente al suelo. Mordisqueó el labio de Valerie, rodeó con los brazos su cuerpo esbelto y frotó sus pechos contra los de la otra mujer. Sus hinchados pezones se irritaron, la pulsión entre sus piernas se aceleró y el clítoris se tensó hasta hacerla gemir. Valerie deslizó una mano entre ambas y cubrió con los dedos el pecho de Diane, apretándolo con delicadeza.
-Te deseo mucho... muchísimo...
Diane se dobló de placer, pero logró apartarse.
-No. Ya estoy demasiado excitada.
-Entonces, déjame -Valerie cubrió el otro pecho de Diane y acarició los pezones con los pulgares, tirando ligeramente mientras masajeaba el tejido tenso e hinchado-. Deja que te dé lo que necesitas. Quiero hacerlo.
-No, no
Diane puso las manos sobre las de Valerie, aplastando sus pechos bajo los dedos entrelazados de ambas, para demorar la caricia deliciosamente torturadora. Soltó un suspiro y, luego, otro hasta que su cabeza comenzó a despejarse. Apartó entonces las manos de Valerie de su cuerpo y la arrastró hacia la cama dando vueltas, de modo que Valerie acabó tumbada de espaldas con Diane encima, a horcajadas sobre ella. Sus labios dibujaron una sonrisa victoriosa, y se estiró sobre Valerie, encajando un muslo con firmeza entre los de Valerie mientras navegaba dentro de su boca. Entre gemidos y besos, deslizó los dedos en medio de los cuerpos de ambas, bajó la cremallera de los pantalones de Valerie y, a continuación, la de los suyos. Se apartó lo imprescindible para desnudarse y para ayudar a Valerie a hacer lo propio. Mientras se movían, se debatían y se aferraban la una a la otra, con las bocas unidas, haciendo todo lo posible por no perder el contacto, sus ardientes besos se tornaron cada vez más frenéticos y sus manos más exigentes.
-Por favor -imploró Valerie empujando las caderas para corresponder a las aceleradas embestidas de Diane-, deja que te toque. Quiero hacer que te corras.
-No, tú primero -Diane tenía los párpados casi cerrados, las pupilas dilatadas y oscurecidas, y el aliento reducido a un trabajoso jadeo. Dejó que la pasión de Valerie impregnase su cuerpo, pero amenazaba con quebrar su control. Apretó los temblorosos brazos contra el cuerpo y se restregó contra el muslo de Valerie, al borde del orgasmo; mientras Valerie se resistía. Diane sintió los estremecimientos del cuerpo de Valerie bajo el suyo, las manos de la otra mujer temblando sobre su espalda como las alas frenéticas de un pájaro herido, pero seguía resistiéndose-. Córrete, cariño. Córrete.
-No puedo -dijo Valerie con voz ahogada- ¡Oh Dios, no puedo!
-¡Sí! -exclamó Diane-. Claro que puedes -y se deslizó sobre la cama hasta colocarse entre los muslos de Valeríe; inmediatamente la tomó con la boca en una incansable actividad de labios, lengua y dientes delicados. Valerie se puso rígida, y su cuerpo se despegó de la cama mientras reprimía un grito. Diane suavizó al momento sus caricias, sustituyéndolas por besos fugaces y sutiles y caricias breves y ligeras con la punta de la lengua hasta que Valerie contuvo la respiración y cedió al placer. Diane estiró los brazos, buscó los pezones de Valerie y los apretó al ritmo de su boca, arrastrando el ya tenso clítoris hacia el orgasmo. Valerie cubrió las manos de Diane con las suyas, entrelazando los dedos sobre los pezones y guiando a Diane en el movimiento circular y retorcido que debía encender el orgasmo escondido entre las sombras de su mente.
-Estoy tan, tan cerca... chúpame más fuerte.
Con tierna precisión, Diane mordió la base del clítoris de Valerie, que se corrió al momento. Sus hombros saltaron de la cama mientras la impresión la hacía gritar y, luego, se dejó caer de nuevo entre los estremecimientos y temblores del placer que la agitaba. Seguía corriéndose cuando Diane se deslizó hacia arriba y hundió los labios en el cuello de Valerie, gimiendo y temblando, con el cuerpo abrasado.
-Oh, me voy a correr -se quejó Diane hundiendo los dedos en los hombros de Valerie.
-Córrete en mi boca -gimió Valerie buscando ciegamente las caderas de Diane, apremiándola para que se levantase.
-La próxima... vez. ¡Dios, me corro!
Diane enterró la cara en el cuello de Valerie y se elevó. Valerie abrazó con fuerza a la mujer sacudida por los temblores, incapaz de recordar un solo momento en que hubiese sentido tanto placer. Cuando Diane, más serena, se tendió, respirando con regularidad, con los músculos relajados y la piel cubierta por una fina capa de sudor, Valerie le acarició el pelo, el ángulo de la mandíbula, el cuello, la espalda, sin acertar a colmar sus ansias de Diane, deseosa de conocerla entera.
-Hummm, eres maravillosa -murmuró Diane satisfecha.
Valerie se rió aun temblando.
-Oh, cariño, eso es más propio de mí.
Diane alzó la cabeza, con los ojos impregnados de deseo, y besó a Valerie tiernamente.
-Nunca he querido que una mujer se corriese tanto como tú hace un momento. Me siento muy satisfecha de mí misma.
-Con toda la razón -Valerie acarició el rostro de Diane-. No suelo... no suele gustarme hacer eso con nadie.
Diane se quedó un rato callada. Luego, volvió la cabeza y besó la mano de Valerie.
-Estupendo.
-Diane, lo que hago... no se puede cambiar de un día para otro.
-¿Quieres cambiar?
-Quiero... tener esto otra vez, contigo. Y más. Otras cosas, contigo.
-Genial. Yo también. Así que empezaremos a partir de ahí -Diane apoyó la cabeza en el hombro de Valerie y cerró los ojos-. Intentaremos construir el resto después.
Diane debió de dormirse porque, cuando abrió los ojos, se encontró boca arriba con la sensación más exquisita que había conocido ardiendo entre sus muslos. Entre murmullos de placer, levantó la cabeza y sonrió a Valerie.
-No sé qué estás haciendo, pero es maravilloso.
-¿Recuerdas lo que dije antes? -preguntó Valerie. «Córrete en mi boca.»
-Hummm -Diane se agitó, llena y dolorida al mismo tiempo. Miró a Valerie a los ojos, con un ansia que respondía al deseo de Valerie. «¡[Oh, por favor, sí!»
-Esta es la próxima vez.
-Sí -suspiró Diane mientras se tumbaba con los ojos cerrados-. En efecto.
Anonymus- Mensajes : 345
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Re: Honor Reivindicado
CAPITULO VEINTIUNO
Diane llamó a la puerta del baño, la abrió y le dio a Valerie una blusa de seda brillante, bragas de seda blanca y unas medias nuevas.
-Creo que te servirán.
-Gracias -Valerie, recién salida de la ducha, estaba ante el tocador envuelta en una toalla. Tenía el pelo rubio, que llegaba a la altura de los hombros, mojado, y la piel marfileña enrojecida y húmeda debido al vapor. La toalla apenas la cubría, y Diane notó una instantánea punzada de excitación. Pero no tenían tiempo. Lo sabía, y aun así tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para no arrojar la toalla al suelo y poner las manos sobre los pechos de Valerie. Le encantaba oír a Valerie cuando estaba excitada y se moría de ganas por contemplar de nuevo un orgasmo suyo. Por tocarla hasta lo más íntimo, por dominarla completamente. Nunca había deseado poseer a una mujer de aquella forma.
-Me temo que mi sujetador no te servirá -dijo esforzándose por hablar con ligereza a pesar de que tenía la garganta seca de deseo.
-Me arreglaré durante unas horas -Valerie sonrió mientras ponía la ropa prestada sobre el tocador. El traje que llevaba el día anterior estaba colgado en un toallero. Apoyó la cadera en el tocador y bebió el café que Diane le había preparado mientras ella se estaba duchando-. Te agradezco que recojas mis cosas en el hotel. Apenas tengo tiempo de ir en taxi al aeropuerto y tomar el avión.
-¿Siempre vives así? ¿Te llaman y te dicen que te presentes inmediatamente?
-No suelo moverme tanto. Los últimos meses han sido frenéticos, y después de lo ocurrido esta semana... -Valerie se encogió de hombros. Su identidad había estado a punto de descubrirse cuando una investigación clandestina había seguido al servicio de acompañantes que ella utilizaba como tapadera en Washington. Esperaba permanecer en la Costa Oeste hasta que le adjudicasen una nueva identidad, pero le habían ordenado ir a Manhattan casi de inmediato para la inauguración de la galería-. Casi nunca nos dan explicaciones. Tengo que hacer un trabajo y lo hago.
-Ya sé que no puedes contarme esas cosas y no te las voy a preguntar -Diane tiró del borde de la toalla hasta que la hizo caer al suelo; las pupilas de Valerie aletearon y brincaron. Sorpresa y deseo. Prevención y gratitud.
-Diane -murmuró Valerie dejando el café sin fijarse dónde. Diane se apretó contra ella, desatando el cinturón de su bata para que los cuerpos de ambas se tocasen, piel contra piel.
-Me basta con que me digas que vas a volver -deslizó los dedos entre los bucles enmarañados en la nuca de Valerie y la besó con ternura-. Dime que no ha sido solo una noche.
-¿Una noche? Oh, no -Valerie ladeó las caderas y puso a Diane contra el tocador acariciándole los pechos mientras se restregaba contra ella-. No. Es mucho más que eso.
-¡Dios, cómo te deseo! -Diane se arqueó bajo las manos de Valerie mientras su lengua dibujaba círculos sobre sus labios, saboreando su ardor-. Quiero creerte.
-Créeme -Valerie bajó la cabeza e introdujo un pezón hinchado en su boca. Lo lamió, lo mordió y pegó la mejilla al desbocado corazón de Diane-. ¡Dios, tengo que irme! No puedo seguir con esto. Lo siento.
Diane, jadeando, apartó la boca de Valerie de su piel.
-Quiero que te vayas -ante la desolación que se dibujó en el rostro de Valerie, se apresuró a sacudir la cabeza-. No, cariño. Solo de momento -soltó una risita-. No me atrevo a imaginar qué te harán si no te presentas donde quiera que te hayan llamado.
Valerie siguió la curva del labio inferior de Diane con los dedos.
-No es tan malo como crees. Pero tengo que hacerlo.
-De acuerdo -Diane la besó con ternura y, luego, la apartó suavemente-. Te estaré esperando.
Miércoles, 19 de septiembre.
Stark movió los hombros y puso la cabeza de Savard sobre su pecho.
-Lo siento -farfulló Savard-. Me dormí.
Cuando Savard hizo ademán de apartarse, Stark la retuvo con un brazo.
-No. Vuelve a dormir -aunque el sueño de su amante no parecía muy tranquilo, como daban a entender los sobresaltos y gemidos que lo salpicaban. Stark pensaba que si la comandante les había ordenado descansar a las dos era porque lo creía necesario. Y ella misma admitía que la expresión alucinada de Savard y sus negras ojeras resultaban preocupantes.
-¿Dónde estamos? -preguntó Savard cerrando los ojos y metiendo la cabeza bajo la barbilla de Stark. A mayores, la abrazó por la cintura pues quería fundirse con ella. La horrible separación del hospital había quebrado sus últimos restos de control.
-A una hora del aeropuerto de Jacksonville -Stark apoyó la mejilla sobre la cabeza de Savard.
-Te has puesto la medicación, ¿verdad?
-Sí, las tres inyecciones -respondió Stark. Savard no dejaba de preocuparse por ella desde que habían abandonado el hospital por la mañana. Aunque Stark ya no estaba en período de observación obligatoria, Savard seguía agitada, controlándolo todo, como si temiese que Stark pudiese enfermar de repente o algo peor si bajaba la guardia un momento-. No voy a caer enferma, cariño.
-Ya lo sé -se apresuró a decir Savard-. Sí, lo sé.
-¿Te parece oportuno meterme de buenas a primeras en tu familia?
Savard, con los ojos cerrados, reconfortada por los latidos regulares del corazón de Stark, sonrió y asintió, medio dormida.
-Te adorarán porque enseguida se darán cuenta de que yo te adoro.
-¿Y si se dan cuenta de que yo también te adoro? -Stark besó a Savard en la coronilla-. Da la casualidad de que no puedo mirarte sin que se me note.
Savard cerró los ojos para reprimir las lágrimas. «No me dejes, por favor. Te necesito muchísimo.»
-¿Cariño? -Stark acarició la espalda de Savard. Como no obtuvo respuesta, susurró-: Perfecto. Te has dormido.
Savard fingió que estaba dormida mientras se sumergía en el olor y el tacto del cuerpo de su amante. En lo más profundo, un pequeño resquicio del vacío que amenazaba con consumirla se llenó con la certeza del amor. Después, cuando el dolor y el miedo de sus sueños en vela remitieron un poco, se durmió al fin.
-Ahí está Tanner -dijo Julia, emocionada, inclinándose sobre Lena para mirar por la ventanilla del vehículo.
Lena frotó la columna de Julia con la mano sin acabar de creer que pudiese tocarla. Tras salir del hospital, habían volado directamente a Boston, donde Felicia y Valerie las esperaban en un coche de la sección local del FBI. Conducía Hara, y Wozinski se ocupaba de la protección. Felicia y Valerie se sentaron frente a ellas. Lena agachó la cabeza para ver qué miraba Julia y la besó, de paso, en la oreja.
-Cuidado -murmuró Julia acariciando la rodilla de Lena-. Tenemos compañía.
-Te echaba de menos -susurró Lena, pero entró en razón y pospuso el siguiente beso hasta que estuviesen solas. Aunque parte de su mente estaba inmersa en las sensaciones que creaba el cuerpo de Julia junto al suyo y en el rastro de olor a miel de su champú, observó las grandes casas retiradas de la estrecha carretera y situadas dentro de amplias parcelas con cercas de madera, valorando la seguridad de su nueva base de operaciones-. Buena elección.
-La última casa de una calle sin salida -comentó Julia-. En un alto y con el océano detrás. Los puntos de aproximación son limitados, y tenemos una vista de trescientos sesenta grados.
-Muy bien. Sería usted una agente perfecta, señorita Volkova -Julia soltó un bufido, y Lena se rió y le cogió la mano-. Y, según el plano que Tanner nos envió por fax, la casa de invitados donde se alojarán Felicia y Valerie está entre la casa principal y la playa. Vigilaremos el perímetro con el complemento habitual de agentes.
-Me alegro de que lo apruebe, comandante -Julia dio un rápido beso a Lena en la mejilla y salió del coche casi sin dar tiempo a que el vehículo frenase. Lena soltó un taco por el fallo de seguridad y salió detrás de Julia, seguida por Felicia y Valerie. Cuando alcanzaron a su protegida, formando un triángulo en torno a Julia, la joven rodeaba con los brazos el cuello de una mujer morena y musculosa -vestida con camiseta blanca y pantalones de estilo militar y daba vueltas a su alrededor como una peonza. La mirada de Lena se cruzó con los ojos negros y alegres de Tanner Whitley cuando Julia puso al fin los pies en el suelo. Tanner, heredera de una dinastía empresarial y propietaria de Whitley Point, abrazó a Julia por los hombros y sonrió.
-Me dio la impresión de que este era el lugar que necesitabais. Las casas restantes son residencias de vacaciones y en esta época del año están vacías. Tendréis este rincón de la isla solo para vosotras.
-Te lo agradezco -dijo Lena. Si no fuese por la alianza de oro que Tanner lucía en la mano izquierda, su aspecto sensual y su actitud confiada harían pensar que seguía siendo la rompecorazones de siempre. Sin embargo, Lena conocía a su compañera, la capitana de navío Adrienne Pierce, y sabía que eso se había acabado. Mientras ellas hablaban, los otros agentes aparcaron el coche en el garaje abierto situado en el lateral de la casa de la playa de dos plantas, construida en madera de cedro, y se adentraron en la maleza para supervisar las dunas circundantes.
-Si queréis, os enviaré a mi equipo -dijo Tanner refiriéndose a la empresa de seguridad privada que ella utilizaba. Los hombres y mujeres de su equipo personal llevaban años con ella, y todos habían superado un riguroso examen de antecedentes.
-A lo mejor te tomo la palabra. Pero de momento me basta con que sobrevuelen la zona cuatro o cinco veces al día y me informen de cualquier cosa rara que vean.
-De acuerdo.
Julia aferró la cintura de Tanner con cariño.
-Gracias por todo esto. No esperaba volver a colarme en tu casa tan pronto -apenas una semana antes, Julia se había refugiado del caos de Manhattan en Whitley Point, en la seguridad de la isla privada de su antigua compañera de colegio. Permaneció allí menos de veinticuatro horas, hasta que llegó un contingente de militares en helicóptero para conducirla directamente a la Casa Blanca.
-No hay problema -dijo Tanner seria-. Siempre me alegro de verte. Y Adrienne estará encantada de hablar contigo también en esta ocasión -sus rasgos angulosos se arrugaron-. Si las cosas se arreglan en la base de una vez por todas. Siguen en situación de alerta máxima. No para mucho en casa.
-Esta vez nos quedaremos una temporada -afirmó Julia con una triste sonrisa. Ya no tenía casa. Tanner era de esas amigas que nunca hacen preguntas. Diane y ella habían sido las confidentes más próximas a Julia en la escuela preparatoria y desde entonces le habían ofrecido apoyo incondicional. Cuando Julia llamó a Tanner y le explicó qué tipo de lugar necesitaba para alojarse, Tanner se limitó a decir que ya se ocuparía ella. Y lo había hecho-.No sabes lo mucho que significa para mí.
-Aprovecharé cualquier excusa para venir a verte. -Tanner dio un fugaz beso en la mejilla a Julia-.Vamos, te enseñaré la casa.
Lena vio a las dos mujeres subir las escaleras del brazo y desaparecer en el interior de la casa después de que Tanner abriese la puerta. Valerie se reunió con Lena en el camino de losas que conducía a la casa mientras Felicia descargaba el equipaje del coche.
-Parece un buen lugar -observó Valerie.
-En efecto.
-Julia tiene buen aspecto; tal vez un poco delgada.
-Hasta el momento las pruebas han sido normales -Lena suspiró-. Aunque Fazio tiene lesiones cutáneas.
-Sí, ya lo sé -Valerie había leído los detalles esa mañana en el informe central de Inteligencia (un resumen de todos los datos de Inteligencia pertinentes recopilados por la CIA, el FBI, la Agencia de Seguridad Nacional y otras entidades en las veinticuatro horas previas). Naturalmente, no podía saber qué datos ofrecían de buena fe o cuáles retenían los diferentes organismos, pero cualquier detalle era mejor que nada-. Fue el más expuesto, ¿no?
-Sí, y cortes en el afeitado pudieron facilitar la propagación de la infección. La capitana Andrews cree que seguramente se recuperará. Hemos tenido suerte.
-Pero sigues preocupada por Julia.
Lena no dijo nada.
-Es una mujer muy capaz, Elena. Por lo que sé, antes de que tú llegases, convirtió el dar esquinazo a la fuerzas de seguridad en un arte. Y nunca le pasó nada.
-Alguien estuvo a punto de dispararle la semana pasada -dijo Lena con los ojos clavados en la puerta tras la que había desaparecido Julia.
-Pero no le dispararon, y otros atentados también han fracasado. Tienes un buen equipo, y no permitiremos que le ocurra nada.
Lena apartó la vista de la casa y miró a Valerie a los ojos.
-¿Por eso estás aquí? ¿Para colaborar en la protección de Julia?
Valerie sonrió.
-No, pero ya que estoy, ayudaré.
-¿Has venido directamente desde Virginia?
-Sí, ¿por qué? -preguntó a su vez Valerie con cautela.
-Pensaba que tal vez hubieses pasado por Manhattan.
-Me temo que la agenda no me deja espacio para desvíos y en todo caso, eso sería personal -en la voz de Valerie había un claro tono de advertencia.
-Lo siento, ha sido una impertinencia -Lena resopló-. Todo el mundo está un poco nervioso, y yo también. Diane es la mejor amiga de Julia, y...
-Elena, no quiero hablar de Diane Bleeker.
Lena observó a Valerie con atención, sorprendida por el leve temblor de su voz, aunque su hermoso rostro no expresaba nada.
-De acuerdo. Como dije, ha sido una impertinencia. Disculpa.
-Disculpa aceptada.
-En cuanto Julia se instale, Felicia, tú y yo tenemos que hablar. Me reuniré con vosotras en cuanto pueda.
-Tenemos que montar mucho equipo. Seguro que no nos queda ni un minuto libre -Valerie se dirigió al estrecho camino que rodeaba el lateral de la casa para ir al pabellón de invitados.
-Valerie.
Valerie miró por encima del hombro con expresión interrogante.
-Gracias por ayudar en la seguridad de Julia.
-De nada -Valerie sonrió y se marchó.
Lena la observó hasta que desapareció, subió las amplias escaleras de madera que conducían a la casa y entró.
-¿Julia? -se dirigió a la cocina. Hara estaba en la terraza de atrás-. ¿Todo en orden?
-Limpio y despejado -respondió Hara-. Es un buen sitio, fácil de proteger.
-Estupendo. Que Wozinski se sitúe delante, y que el segundo equipo os releve a las ocho.
-Hecho, comandante.
-Sé que no estoy al mando oficialmente, pero...
Hara sacudió la cabeza.
-Sabemos quién es usted, comandante. Todo el mundo lo sabe. Estamos encantados de obedecer sus órdenes.
A Lena no se le ocultaba que Hara se refería a la bala, destinada a Julia, que había recibido ella, el acto de mayor sacrificio de un agente del Servicio Secreto. Algunos la consideraban una heroína. Para ella, en cambio, era una gran suerte que no hubiesen herido a Julia.
-Gracias. Estaré con la señorita Volkova.
-Sí, señora.
Cuando subía las escaleras, Lena se cruzó con Tanner, que bajaba.
-Gracias de nuevo.
Tanner sonrió.
-De nada. Oh, Julia me ha dicho que muevas el culo y subas.
-Vale, mensaje recibido -respondió Lena subiendo las escaleras de dos en dos.
Mientras buscaba a su amante, oyó que se cerraba la puerta principal. Abrió la única puerta cerrada en el lado de la casa que daba al mar y entró en una espaciosa habitación. Escudriñó la estancia por pura rutina fijándose en la ubicación de las ventanas y las puertas. Había una gran cama de matrimonio, a juego con el tocador y las mesillas de roble estilo Misión, un sillón y una lámpara. A través de los ventanales de cristal deslizante se veía una amplia terraza de cedro. Lena se volvió hacia la cama. Julia estaba recostada en los almohadones, con una inmaculada sábana blanca sobre la cintura. A Lena le pareció que estaba desnuda.
-Deduzco que me estabas buscando.
-Y yo deduzco que eres una agente del Servicio Secreto.
Lena estiró el brazo y cerró el pestillo de la puerta. Sin apartar los ojos de Julia, se quitó la chaqueta mientras caminaba lentamente hacia la cama.
-Perfecto -dijo Lena.
-¿Y qué significa exactamente la palabra servicio?
-Bueno -susurró Lena dejando el arma en la mesilla al tiempo que se descalzaba-, eso es secreto, ¿no?
-No se lo diré a nadie -Julia apartó la sábana y se acercó al borde de la cama, extendió la mano y agarró el cinturón de Lena-. No te muevas.
Lena bajó la vista, observando a través de los párpados entrecerrados cómo Julia desabrochaba el cinturón hábilmente y se lo quitaba con un rápido movimiento. Tomó aliento cuando los dedos de Julia se deslizaron bajo la cinturilla del pantalón, soltaron el botón y bajaron la cremallera. Luego, Julia aflojó la camisa de Lena y se inclinó para besar el estómago de su amante, que echó la cabeza hacia atrás y soltó un gemido. Con los ojos cerrados, Lena hundió los dedos en los cabellos de Julia.
-Cariño, ¡cuánto te he echado de menos!
-Quítate la camisa -murmuró Julia sin despegarse de Lena, lamiéndola-. Y los pantalones.
Lena se apresuró a obedecer, con manos temblorosas, tropezando cuando Julia describió círculos con la lengua alrededor de su ombligo. Puso la mano en la nuca de Julia para detener las peligrosas exploraciones.
-Por Dios, espera un momento, ¿no puedes?
-Oh, creo que no. Llevo días esperando -en cuanto Lena se desnudó, Julia la abrazó por las caderas y la arrastró hacia sí. Mordisqueó el cuello de Lena mientras restregaba la pantorrilla contra los muslos de Lena-. Me voy a correr ahora mismo.
Lena, entre gemidos, la besó en la garganta, la mandíbula y la boca. Saborearla después de tantos días de miedo y preocupación era como encontrar un estanque de agua cristalina en medio del desierto. Bebió y se deleitó explorando con las manos el cuerpo de Julia, acariciando las cimas de sus pechos y deslizándose sobre el abdomen para bailar en el interior de sus muslos. Se demoró en la boca de la joven, absorbiéndola, llenando con su luz los rincones oscuros del interior. A continuación, se incorporó para ver los ojos de Julia.
-Te amo.
-Estos días... creí que me volvería loca si no me tocabas -los ojos de Julia parecían velados bajo los temblorosos párpados-. No dejes que me corra ya.
-Entonces me levanto -murmuró Lena apartándose.
-Nooooo -protestó Julia aferrando con ambas manos las caderas de Lena y apretando el sexo contra el rígido muslo de Lena. La presión sobre su clítoris duro y excitado la hizo gritar.
-Te vas a correr si sigues haciendo eso -advirtió Lena sin convencimiento. Quería que Julia se corriese. Acarició con dos dedos un pezón erecto y lo apretó. Julia se estremeció y buscó a ciegas la mano de Lena, arrastrándola hacia abajo e introduciéndola entre sus muslos.
-Fóllame. Oh Dios, Lena, fóllame.
Lena rodeó con un brazo los hombros de Julia y la apretó contra su cuerpo mientras la penetraba, consciente de lo que ocurriría a continuación. Julia galopó en el círculo de los brazos de Lena, echando la cabeza hacia atrás al sentir el orgasmo.
-¡Oh Dios, Dios, Dios! -gimió Julia.
-Así, cariño. Así -Lena se regodeó con la reacción de Julia, adorando la belleza pura y limpia de su pasión. La penetró, se retiró y la penetró de nuevo, ansiando sentirla viva y vital, gritando de placer en la seguridad de sus brazos. La arrastró a otro orgasmo y comenzó otra vez. Julia sujetó la muñeca de Lena.
-No puedo... correrme... otra vez.
Lena se detuvo al instante, manteniendo la mano dentro de Julia mientras apoyaba el rostro en la cabeza de la joven. Intentó ocultar las lágrimas que bañaban sus mejillas, pero Julia se dio cuenta. Siempre se daba cuenta.
-No llores, cariño. No llores -Julia puso la cabeza de Lena sobre su pecho y la acunó.
-Solo necesito un momento para recuperarme -murmuró Lena enterrando la cara en el cuello de Julia-. Dios, ¡qué miedo he pasado!
A Julia se le encogió el corazón y abrazó a Lena con fuerza.
-Me tendrás todo el tiempo que quieras. No voy a dejarte nunca. Nunca.
Diane llamó a la puerta del baño, la abrió y le dio a Valerie una blusa de seda brillante, bragas de seda blanca y unas medias nuevas.
-Creo que te servirán.
-Gracias -Valerie, recién salida de la ducha, estaba ante el tocador envuelta en una toalla. Tenía el pelo rubio, que llegaba a la altura de los hombros, mojado, y la piel marfileña enrojecida y húmeda debido al vapor. La toalla apenas la cubría, y Diane notó una instantánea punzada de excitación. Pero no tenían tiempo. Lo sabía, y aun así tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para no arrojar la toalla al suelo y poner las manos sobre los pechos de Valerie. Le encantaba oír a Valerie cuando estaba excitada y se moría de ganas por contemplar de nuevo un orgasmo suyo. Por tocarla hasta lo más íntimo, por dominarla completamente. Nunca había deseado poseer a una mujer de aquella forma.
-Me temo que mi sujetador no te servirá -dijo esforzándose por hablar con ligereza a pesar de que tenía la garganta seca de deseo.
-Me arreglaré durante unas horas -Valerie sonrió mientras ponía la ropa prestada sobre el tocador. El traje que llevaba el día anterior estaba colgado en un toallero. Apoyó la cadera en el tocador y bebió el café que Diane le había preparado mientras ella se estaba duchando-. Te agradezco que recojas mis cosas en el hotel. Apenas tengo tiempo de ir en taxi al aeropuerto y tomar el avión.
-¿Siempre vives así? ¿Te llaman y te dicen que te presentes inmediatamente?
-No suelo moverme tanto. Los últimos meses han sido frenéticos, y después de lo ocurrido esta semana... -Valerie se encogió de hombros. Su identidad había estado a punto de descubrirse cuando una investigación clandestina había seguido al servicio de acompañantes que ella utilizaba como tapadera en Washington. Esperaba permanecer en la Costa Oeste hasta que le adjudicasen una nueva identidad, pero le habían ordenado ir a Manhattan casi de inmediato para la inauguración de la galería-. Casi nunca nos dan explicaciones. Tengo que hacer un trabajo y lo hago.
-Ya sé que no puedes contarme esas cosas y no te las voy a preguntar -Diane tiró del borde de la toalla hasta que la hizo caer al suelo; las pupilas de Valerie aletearon y brincaron. Sorpresa y deseo. Prevención y gratitud.
-Diane -murmuró Valerie dejando el café sin fijarse dónde. Diane se apretó contra ella, desatando el cinturón de su bata para que los cuerpos de ambas se tocasen, piel contra piel.
-Me basta con que me digas que vas a volver -deslizó los dedos entre los bucles enmarañados en la nuca de Valerie y la besó con ternura-. Dime que no ha sido solo una noche.
-¿Una noche? Oh, no -Valerie ladeó las caderas y puso a Diane contra el tocador acariciándole los pechos mientras se restregaba contra ella-. No. Es mucho más que eso.
-¡Dios, cómo te deseo! -Diane se arqueó bajo las manos de Valerie mientras su lengua dibujaba círculos sobre sus labios, saboreando su ardor-. Quiero creerte.
-Créeme -Valerie bajó la cabeza e introdujo un pezón hinchado en su boca. Lo lamió, lo mordió y pegó la mejilla al desbocado corazón de Diane-. ¡Dios, tengo que irme! No puedo seguir con esto. Lo siento.
Diane, jadeando, apartó la boca de Valerie de su piel.
-Quiero que te vayas -ante la desolación que se dibujó en el rostro de Valerie, se apresuró a sacudir la cabeza-. No, cariño. Solo de momento -soltó una risita-. No me atrevo a imaginar qué te harán si no te presentas donde quiera que te hayan llamado.
Valerie siguió la curva del labio inferior de Diane con los dedos.
-No es tan malo como crees. Pero tengo que hacerlo.
-De acuerdo -Diane la besó con ternura y, luego, la apartó suavemente-. Te estaré esperando.
Miércoles, 19 de septiembre.
Stark movió los hombros y puso la cabeza de Savard sobre su pecho.
-Lo siento -farfulló Savard-. Me dormí.
Cuando Savard hizo ademán de apartarse, Stark la retuvo con un brazo.
-No. Vuelve a dormir -aunque el sueño de su amante no parecía muy tranquilo, como daban a entender los sobresaltos y gemidos que lo salpicaban. Stark pensaba que si la comandante les había ordenado descansar a las dos era porque lo creía necesario. Y ella misma admitía que la expresión alucinada de Savard y sus negras ojeras resultaban preocupantes.
-¿Dónde estamos? -preguntó Savard cerrando los ojos y metiendo la cabeza bajo la barbilla de Stark. A mayores, la abrazó por la cintura pues quería fundirse con ella. La horrible separación del hospital había quebrado sus últimos restos de control.
-A una hora del aeropuerto de Jacksonville -Stark apoyó la mejilla sobre la cabeza de Savard.
-Te has puesto la medicación, ¿verdad?
-Sí, las tres inyecciones -respondió Stark. Savard no dejaba de preocuparse por ella desde que habían abandonado el hospital por la mañana. Aunque Stark ya no estaba en período de observación obligatoria, Savard seguía agitada, controlándolo todo, como si temiese que Stark pudiese enfermar de repente o algo peor si bajaba la guardia un momento-. No voy a caer enferma, cariño.
-Ya lo sé -se apresuró a decir Savard-. Sí, lo sé.
-¿Te parece oportuno meterme de buenas a primeras en tu familia?
Savard, con los ojos cerrados, reconfortada por los latidos regulares del corazón de Stark, sonrió y asintió, medio dormida.
-Te adorarán porque enseguida se darán cuenta de que yo te adoro.
-¿Y si se dan cuenta de que yo también te adoro? -Stark besó a Savard en la coronilla-. Da la casualidad de que no puedo mirarte sin que se me note.
Savard cerró los ojos para reprimir las lágrimas. «No me dejes, por favor. Te necesito muchísimo.»
-¿Cariño? -Stark acarició la espalda de Savard. Como no obtuvo respuesta, susurró-: Perfecto. Te has dormido.
Savard fingió que estaba dormida mientras se sumergía en el olor y el tacto del cuerpo de su amante. En lo más profundo, un pequeño resquicio del vacío que amenazaba con consumirla se llenó con la certeza del amor. Después, cuando el dolor y el miedo de sus sueños en vela remitieron un poco, se durmió al fin.
-Ahí está Tanner -dijo Julia, emocionada, inclinándose sobre Lena para mirar por la ventanilla del vehículo.
Lena frotó la columna de Julia con la mano sin acabar de creer que pudiese tocarla. Tras salir del hospital, habían volado directamente a Boston, donde Felicia y Valerie las esperaban en un coche de la sección local del FBI. Conducía Hara, y Wozinski se ocupaba de la protección. Felicia y Valerie se sentaron frente a ellas. Lena agachó la cabeza para ver qué miraba Julia y la besó, de paso, en la oreja.
-Cuidado -murmuró Julia acariciando la rodilla de Lena-. Tenemos compañía.
-Te echaba de menos -susurró Lena, pero entró en razón y pospuso el siguiente beso hasta que estuviesen solas. Aunque parte de su mente estaba inmersa en las sensaciones que creaba el cuerpo de Julia junto al suyo y en el rastro de olor a miel de su champú, observó las grandes casas retiradas de la estrecha carretera y situadas dentro de amplias parcelas con cercas de madera, valorando la seguridad de su nueva base de operaciones-. Buena elección.
-La última casa de una calle sin salida -comentó Julia-. En un alto y con el océano detrás. Los puntos de aproximación son limitados, y tenemos una vista de trescientos sesenta grados.
-Muy bien. Sería usted una agente perfecta, señorita Volkova -Julia soltó un bufido, y Lena se rió y le cogió la mano-. Y, según el plano que Tanner nos envió por fax, la casa de invitados donde se alojarán Felicia y Valerie está entre la casa principal y la playa. Vigilaremos el perímetro con el complemento habitual de agentes.
-Me alegro de que lo apruebe, comandante -Julia dio un rápido beso a Lena en la mejilla y salió del coche casi sin dar tiempo a que el vehículo frenase. Lena soltó un taco por el fallo de seguridad y salió detrás de Julia, seguida por Felicia y Valerie. Cuando alcanzaron a su protegida, formando un triángulo en torno a Julia, la joven rodeaba con los brazos el cuello de una mujer morena y musculosa -vestida con camiseta blanca y pantalones de estilo militar y daba vueltas a su alrededor como una peonza. La mirada de Lena se cruzó con los ojos negros y alegres de Tanner Whitley cuando Julia puso al fin los pies en el suelo. Tanner, heredera de una dinastía empresarial y propietaria de Whitley Point, abrazó a Julia por los hombros y sonrió.
-Me dio la impresión de que este era el lugar que necesitabais. Las casas restantes son residencias de vacaciones y en esta época del año están vacías. Tendréis este rincón de la isla solo para vosotras.
-Te lo agradezco -dijo Lena. Si no fuese por la alianza de oro que Tanner lucía en la mano izquierda, su aspecto sensual y su actitud confiada harían pensar que seguía siendo la rompecorazones de siempre. Sin embargo, Lena conocía a su compañera, la capitana de navío Adrienne Pierce, y sabía que eso se había acabado. Mientras ellas hablaban, los otros agentes aparcaron el coche en el garaje abierto situado en el lateral de la casa de la playa de dos plantas, construida en madera de cedro, y se adentraron en la maleza para supervisar las dunas circundantes.
-Si queréis, os enviaré a mi equipo -dijo Tanner refiriéndose a la empresa de seguridad privada que ella utilizaba. Los hombres y mujeres de su equipo personal llevaban años con ella, y todos habían superado un riguroso examen de antecedentes.
-A lo mejor te tomo la palabra. Pero de momento me basta con que sobrevuelen la zona cuatro o cinco veces al día y me informen de cualquier cosa rara que vean.
-De acuerdo.
Julia aferró la cintura de Tanner con cariño.
-Gracias por todo esto. No esperaba volver a colarme en tu casa tan pronto -apenas una semana antes, Julia se había refugiado del caos de Manhattan en Whitley Point, en la seguridad de la isla privada de su antigua compañera de colegio. Permaneció allí menos de veinticuatro horas, hasta que llegó un contingente de militares en helicóptero para conducirla directamente a la Casa Blanca.
-No hay problema -dijo Tanner seria-. Siempre me alegro de verte. Y Adrienne estará encantada de hablar contigo también en esta ocasión -sus rasgos angulosos se arrugaron-. Si las cosas se arreglan en la base de una vez por todas. Siguen en situación de alerta máxima. No para mucho en casa.
-Esta vez nos quedaremos una temporada -afirmó Julia con una triste sonrisa. Ya no tenía casa. Tanner era de esas amigas que nunca hacen preguntas. Diane y ella habían sido las confidentes más próximas a Julia en la escuela preparatoria y desde entonces le habían ofrecido apoyo incondicional. Cuando Julia llamó a Tanner y le explicó qué tipo de lugar necesitaba para alojarse, Tanner se limitó a decir que ya se ocuparía ella. Y lo había hecho-.No sabes lo mucho que significa para mí.
-Aprovecharé cualquier excusa para venir a verte. -Tanner dio un fugaz beso en la mejilla a Julia-.Vamos, te enseñaré la casa.
Lena vio a las dos mujeres subir las escaleras del brazo y desaparecer en el interior de la casa después de que Tanner abriese la puerta. Valerie se reunió con Lena en el camino de losas que conducía a la casa mientras Felicia descargaba el equipaje del coche.
-Parece un buen lugar -observó Valerie.
-En efecto.
-Julia tiene buen aspecto; tal vez un poco delgada.
-Hasta el momento las pruebas han sido normales -Lena suspiró-. Aunque Fazio tiene lesiones cutáneas.
-Sí, ya lo sé -Valerie había leído los detalles esa mañana en el informe central de Inteligencia (un resumen de todos los datos de Inteligencia pertinentes recopilados por la CIA, el FBI, la Agencia de Seguridad Nacional y otras entidades en las veinticuatro horas previas). Naturalmente, no podía saber qué datos ofrecían de buena fe o cuáles retenían los diferentes organismos, pero cualquier detalle era mejor que nada-. Fue el más expuesto, ¿no?
-Sí, y cortes en el afeitado pudieron facilitar la propagación de la infección. La capitana Andrews cree que seguramente se recuperará. Hemos tenido suerte.
-Pero sigues preocupada por Julia.
Lena no dijo nada.
-Es una mujer muy capaz, Elena. Por lo que sé, antes de que tú llegases, convirtió el dar esquinazo a la fuerzas de seguridad en un arte. Y nunca le pasó nada.
-Alguien estuvo a punto de dispararle la semana pasada -dijo Lena con los ojos clavados en la puerta tras la que había desaparecido Julia.
-Pero no le dispararon, y otros atentados también han fracasado. Tienes un buen equipo, y no permitiremos que le ocurra nada.
Lena apartó la vista de la casa y miró a Valerie a los ojos.
-¿Por eso estás aquí? ¿Para colaborar en la protección de Julia?
Valerie sonrió.
-No, pero ya que estoy, ayudaré.
-¿Has venido directamente desde Virginia?
-Sí, ¿por qué? -preguntó a su vez Valerie con cautela.
-Pensaba que tal vez hubieses pasado por Manhattan.
-Me temo que la agenda no me deja espacio para desvíos y en todo caso, eso sería personal -en la voz de Valerie había un claro tono de advertencia.
-Lo siento, ha sido una impertinencia -Lena resopló-. Todo el mundo está un poco nervioso, y yo también. Diane es la mejor amiga de Julia, y...
-Elena, no quiero hablar de Diane Bleeker.
Lena observó a Valerie con atención, sorprendida por el leve temblor de su voz, aunque su hermoso rostro no expresaba nada.
-De acuerdo. Como dije, ha sido una impertinencia. Disculpa.
-Disculpa aceptada.
-En cuanto Julia se instale, Felicia, tú y yo tenemos que hablar. Me reuniré con vosotras en cuanto pueda.
-Tenemos que montar mucho equipo. Seguro que no nos queda ni un minuto libre -Valerie se dirigió al estrecho camino que rodeaba el lateral de la casa para ir al pabellón de invitados.
-Valerie.
Valerie miró por encima del hombro con expresión interrogante.
-Gracias por ayudar en la seguridad de Julia.
-De nada -Valerie sonrió y se marchó.
Lena la observó hasta que desapareció, subió las amplias escaleras de madera que conducían a la casa y entró.
-¿Julia? -se dirigió a la cocina. Hara estaba en la terraza de atrás-. ¿Todo en orden?
-Limpio y despejado -respondió Hara-. Es un buen sitio, fácil de proteger.
-Estupendo. Que Wozinski se sitúe delante, y que el segundo equipo os releve a las ocho.
-Hecho, comandante.
-Sé que no estoy al mando oficialmente, pero...
Hara sacudió la cabeza.
-Sabemos quién es usted, comandante. Todo el mundo lo sabe. Estamos encantados de obedecer sus órdenes.
A Lena no se le ocultaba que Hara se refería a la bala, destinada a Julia, que había recibido ella, el acto de mayor sacrificio de un agente del Servicio Secreto. Algunos la consideraban una heroína. Para ella, en cambio, era una gran suerte que no hubiesen herido a Julia.
-Gracias. Estaré con la señorita Volkova.
-Sí, señora.
Cuando subía las escaleras, Lena se cruzó con Tanner, que bajaba.
-Gracias de nuevo.
Tanner sonrió.
-De nada. Oh, Julia me ha dicho que muevas el culo y subas.
-Vale, mensaje recibido -respondió Lena subiendo las escaleras de dos en dos.
Mientras buscaba a su amante, oyó que se cerraba la puerta principal. Abrió la única puerta cerrada en el lado de la casa que daba al mar y entró en una espaciosa habitación. Escudriñó la estancia por pura rutina fijándose en la ubicación de las ventanas y las puertas. Había una gran cama de matrimonio, a juego con el tocador y las mesillas de roble estilo Misión, un sillón y una lámpara. A través de los ventanales de cristal deslizante se veía una amplia terraza de cedro. Lena se volvió hacia la cama. Julia estaba recostada en los almohadones, con una inmaculada sábana blanca sobre la cintura. A Lena le pareció que estaba desnuda.
-Deduzco que me estabas buscando.
-Y yo deduzco que eres una agente del Servicio Secreto.
Lena estiró el brazo y cerró el pestillo de la puerta. Sin apartar los ojos de Julia, se quitó la chaqueta mientras caminaba lentamente hacia la cama.
-Perfecto -dijo Lena.
-¿Y qué significa exactamente la palabra servicio?
-Bueno -susurró Lena dejando el arma en la mesilla al tiempo que se descalzaba-, eso es secreto, ¿no?
-No se lo diré a nadie -Julia apartó la sábana y se acercó al borde de la cama, extendió la mano y agarró el cinturón de Lena-. No te muevas.
Lena bajó la vista, observando a través de los párpados entrecerrados cómo Julia desabrochaba el cinturón hábilmente y se lo quitaba con un rápido movimiento. Tomó aliento cuando los dedos de Julia se deslizaron bajo la cinturilla del pantalón, soltaron el botón y bajaron la cremallera. Luego, Julia aflojó la camisa de Lena y se inclinó para besar el estómago de su amante, que echó la cabeza hacia atrás y soltó un gemido. Con los ojos cerrados, Lena hundió los dedos en los cabellos de Julia.
-Cariño, ¡cuánto te he echado de menos!
-Quítate la camisa -murmuró Julia sin despegarse de Lena, lamiéndola-. Y los pantalones.
Lena se apresuró a obedecer, con manos temblorosas, tropezando cuando Julia describió círculos con la lengua alrededor de su ombligo. Puso la mano en la nuca de Julia para detener las peligrosas exploraciones.
-Por Dios, espera un momento, ¿no puedes?
-Oh, creo que no. Llevo días esperando -en cuanto Lena se desnudó, Julia la abrazó por las caderas y la arrastró hacia sí. Mordisqueó el cuello de Lena mientras restregaba la pantorrilla contra los muslos de Lena-. Me voy a correr ahora mismo.
Lena, entre gemidos, la besó en la garganta, la mandíbula y la boca. Saborearla después de tantos días de miedo y preocupación era como encontrar un estanque de agua cristalina en medio del desierto. Bebió y se deleitó explorando con las manos el cuerpo de Julia, acariciando las cimas de sus pechos y deslizándose sobre el abdomen para bailar en el interior de sus muslos. Se demoró en la boca de la joven, absorbiéndola, llenando con su luz los rincones oscuros del interior. A continuación, se incorporó para ver los ojos de Julia.
-Te amo.
-Estos días... creí que me volvería loca si no me tocabas -los ojos de Julia parecían velados bajo los temblorosos párpados-. No dejes que me corra ya.
-Entonces me levanto -murmuró Lena apartándose.
-Nooooo -protestó Julia aferrando con ambas manos las caderas de Lena y apretando el sexo contra el rígido muslo de Lena. La presión sobre su clítoris duro y excitado la hizo gritar.
-Te vas a correr si sigues haciendo eso -advirtió Lena sin convencimiento. Quería que Julia se corriese. Acarició con dos dedos un pezón erecto y lo apretó. Julia se estremeció y buscó a ciegas la mano de Lena, arrastrándola hacia abajo e introduciéndola entre sus muslos.
-Fóllame. Oh Dios, Lena, fóllame.
Lena rodeó con un brazo los hombros de Julia y la apretó contra su cuerpo mientras la penetraba, consciente de lo que ocurriría a continuación. Julia galopó en el círculo de los brazos de Lena, echando la cabeza hacia atrás al sentir el orgasmo.
-¡Oh Dios, Dios, Dios! -gimió Julia.
-Así, cariño. Así -Lena se regodeó con la reacción de Julia, adorando la belleza pura y limpia de su pasión. La penetró, se retiró y la penetró de nuevo, ansiando sentirla viva y vital, gritando de placer en la seguridad de sus brazos. La arrastró a otro orgasmo y comenzó otra vez. Julia sujetó la muñeca de Lena.
-No puedo... correrme... otra vez.
Lena se detuvo al instante, manteniendo la mano dentro de Julia mientras apoyaba el rostro en la cabeza de la joven. Intentó ocultar las lágrimas que bañaban sus mejillas, pero Julia se dio cuenta. Siempre se daba cuenta.
-No llores, cariño. No llores -Julia puso la cabeza de Lena sobre su pecho y la acunó.
-Solo necesito un momento para recuperarme -murmuró Lena enterrando la cara en el cuello de Julia-. Dios, ¡qué miedo he pasado!
A Julia se le encogió el corazón y abrazó a Lena con fuerza.
-Me tendrás todo el tiempo que quieras. No voy a dejarte nunca. Nunca.
Anonymus- Mensajes : 345
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