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Honor Reivindicado

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Honor Reivindicado - Página 2 Empty Re: Honor Reivindicado

Mensaje por Anonymus 6/7/2015, 9:49 pm

CAPITULO VEINTIDÓS


Cuando Lena abrió los ojos, la habitación estaba a oscuras. Yacía boca arriba, con la cabeza de Julia sobre el hombro y los miembros de ambas entrelazados. Sentía el cálido aliento de Julia en el pecho y los firmes y fuertes latidos de su corazón. Tardó unos segundos en darse cuenta de que el nudo de ansiedad en la boca del estómago, que la había acompañado durante cinco días, había desaparecido. Acarició la llanura del omóplato de Julia, la curva del hombro y el musculoso brazo. Cuando llegó a la mano, perfiló cada dedo, imaginándolos con un pincel -pintando un lienzo con toques rápidos y seguros- y sintiéndolos en su cuerpo, cuando la arrastraban al orgasmo con la misma facilidad.


-Te amo -susurró.


Julia se apretó contra ella y llenó con un beso el hueco bajo el cuello de Lena.


-¿Estás bien?
-Sí -Lena posó la mano en la nuca de Julia y enredó los dedos en el cabello de la joven, jugueteando con los mechones-. No sé cómo me he dormido.
-Creo que la culpa es mía -dijo Julia riéndose.
-Oh -exclamó Lena-. Ya recuerdo. Fuiste tú, ¿no?



Julia mordió a Lena en el hombro con tal ansia que Lena parpadeó.


-Me encantaría ser la única capaz de hacer que te corras tanto como para rendirte y que te duermas a media tarde.


Lena besó a Julia en la frente.


-Eres la única siempre y en cualquier lugar.
-Eso también me encanta -Julia lamió la marca roja que sus dientes habían dejado en la piel de Lena-. Nunca hemos hablado de ello.
-¿De la monogamia? -Lena sintió una leve inquietud, pero la ignoró. «Escucha primero y, luego, reacciona.» En los asuntos cotidianos no era difícil, pero en lo referente a Julia su corazón se imponía casi siempre sobre la cabeza-. ¿Deberíamos hacerlo?
-¿Qué?
-Hablar de eso.
-De acuerdo -Julia se apoyó en un codo y miró fijamente a Lena-. Si me entero de que te acuestas con otra, te mando a China de una patada en el culo.
-¿Tanto? -preguntó Lena mientras Julia se acurrucaba en la curva de su cuerpo.
-Tanto.
-Vale. Pero siempre que eso sirva para las dos.
-Vale.


Lena siguió acariciando el pelo de Julia.


-¿Es un compromiso?
-Dos personas solo se comprometen cuando piensan casarse.
-Ya lo sé -Lena reparó en que Julia permanecía muy quieta-. Estaremos aquí unas semanas, hasta que sepamos con total claridad lo que ocurrió en el Nido. Cabe la posibilidad de que el FBI o alguna otra agencia lo estropee, pero parto de la suposición de que sus recursos están muy dispersos mientras que los nuestros están centrados.
-Lo cual significa que ya tienes algunas respuestas.
-Sí.
-No me importa estar aquí, ya que de momento no tengo ningún hogar.
-Cuando llegue la hora de marchar -dijo Lena- me gustaría que buscásemos un lugar para vivir las dos juntas.
-¿Te parece bien Manhattan? -Julia acarició los pechos de Lena inconscientemente, buscando la intimidad física mientras ambas se sumergían en aguas emocionales desconocidas para ellas-. Me gusta estar cerca de Diane, y me conviene por mi trabajo.
-Claro. Cualquier lugar me parece bien.
-¿Se está usted declarando, comandante?
-Sí -Lena cogió la mano de Julia y la besó-. ¿Aceptas?


Julia se puso encima de Lena, apoyándose en los brazos para mirar a su amante a los ojos.


-Los medios montarán un escándalo.
-Eso no es nuevo.
-Seguramente a Lucinda le dará un infarto.


Lena sonrió.


-Eso tampoco es nuevo.
-Quiero una boda fastuosa con montones de autoridades y dignatarios de Washington.
-¡Vaya! De acuerdo.


A pesar de la penumbra, Julia reparó en la palidez de Lena y no pudo reprimir una carcajada.


-Lo siento. Irán solo algunas amigas, mi padre, Lucinda, Inessa y quien tú quieras, por supuesto.
-¿Alianzas?


Julia resopló.


-Quién iba a pensar que acabaría cediendo a los convencionalismos.
-No buscabas algo así cuando aparecí yo.
-Oh, sí que lo buscaba -Julia le dio un beso profundo y prolongado; luego se apartó, satisfecha-. ¿Por qué... ahora?
-Esta semana... ha sido dura -dijo Lena-. Nunca dudé de mi amor por ti; creo que surgió en cuanto te vi. Pero ahora sé lo que sentiría sin ti, lo sé de verdad. Y no quiero que ocurra -rozó la cara de Julia con los dedos; le temblaba la mano-. Es lo mejor.
-Oh -murmuró Julia antes de besar de nuevo a Lena. Volcó su pasión sobre el cuerpo de Lena, con la boca, la lengua, las manos que recorrieron cada milímetro de piel y acabaron penetrándola. Julia no paró hasta que Lena se arqueó debajo de ella y tembló, sacudida por su intensa dedicación. La joven mantenía la cabeza alta, los ojos abiertos, mirando a través de una nube de deseo cómo Lena derribaba todas las defensas, sorprendida de su propia confianza. Cuando Lena se corrió, Julia susurró-: Te amo. Siempre.


Lena trató de recuperar el aliento; yacía con el cuerpo derrengado sobre el colchón y la cabeza dando vueltas. Tragó saliva y logró articular unas palabras.


-¿Dirás que sí?
-Hummm -murmuró Julia incorporándose; se puso a horcajadas sobre los hombros de Lena y se agachó sobre su boca-. Sí.
-¿Qué le vas a decir a tu padre? -preguntó Lena mientras rebuscaba en la maleta una camisa limpia. Julia se peinó el pelo mojado y se apoyó en el cabecero de la cama, disfrutando ante la visión de Lena, aún desnuda después de la ducha.
-Que estoy locamente enamorada de ti y que quiero pasar el resto de mi vida contigo.


Lena se enderezó, con una camisa azul claro en el forro de plástico de la tintorería.


-¿Así de simple?
-Pues sí. ¿Y tú qué le dirás a Inessa?
-Que eres la única mujer que existe para mí y que quiero que todo el mundo lo sepa.


Julia estiró un brazo cuando Lena hizo ademán de acercarse a ella.


-No te me acerques.


Lena enarcó una ceja, con gesto inquisitivo.


-Bueno, puedes hacerlo si tienes intención de meterte en la cama de nuevo. De lo contrario, mantén las distancias porque estoy en actitud de necesitarte hasta el último segundo.
-Supongo que será por los cinco días de encierro.


Julia adoptó una expresión seria.


-Fue horrible. Menos mal que Stark estaba conmigo, y que tú podías visitarme los últimos días.
-Sí, creo que incluso estaba empezando a gustarte el pinacle -Lena se puso la camisa, se dirigió a Julia mientras la abotonaba y la besó en la mejilla-. Siento tener que dejarte esta noche.
-No vas a ninguna parte, ¿verdad? -se apresuró a preguntar Julia reteniendo la mano de Lena.
-No -Lena miró a Julia con preocupación-. Eh, solo voy abajo a organizar las cosas con Felicia y Valerie. ¿Te encuentras bien?


Julia soltó una risita temblorosa.


-Odio sentirme dependiente casi tanto como estar encerrada. Pero... necesito que estés conmigo en este momento.


Lena enmarcó el rostro de Julia con las manos y la besó tiernamente en la boca.


-No voy a ningún lado -la besó de nuevo-. Y, por si te interesa, yo también necesito que estés conmigo en este momento.
-Ojalá pudiese creer que mi vida regresará al menos a la normalidad.
-Dedico mucho tiempo a coordinar esta investigación desde el centro de mando que hemos montado en el pabellón de invitados -Lena se puso los pantalones-. Será muy absorbente.
-Lo sé. Ya lo suponía. Por suerte, podré pintar.
-Y Tanner estará cerca para hacerte compañía.


Julia asintió.


-Adoro a Tanner. También a Adrienne. Pero me preguntaba...
-¿Qué? -quiso saber Lena cogiendo el arma.
-¿Puedes hacer una cosa por mí antes de irte esta noche? -Julia se agachó, cogió el cinturón de Lena del suelo y se lo dio.
-Gracias. Dime qué es.


Julia se lo dijo, y Lena asintió. Habría complicaciones.


-Claro. Si es lo que quieres, yo me ocuparé.


***


-¿Qué tal está Mac? -preguntó Valerie cuando Felicia apagó el móvil.


Las dos mujeres estaban sentadas una frente a otra ante una mesa de cristal y cromo en una improvisada oficina que habían montado a toda prisa en el comedor del amplio pabellón de invitados, que constaba de dos dormitorios. A través de las puertas del patio, se veía la costa a cien metros de distancia. Un sinuoso sendero conducía desde la terraza de atrás entre las dunas hasta la playa. En otras circunstancias, sería un lugar idílico.


-Le dan de comer, cosa que le hace feliz -Felicia sonrió con ternura-. Se ha levantado de la cama aunque le queda mucho. Tardará en recuperar su fortaleza, pero es joven y está en buena forma.
-Tu equipo recibió una paliza.


Felicia se apartó de la mesa, se levantó y caminó hasta el otro extremo del comedor. Abrió las puertas del patio y en la estancia se coló la fresca brisa nocturna. Eran más de las diez de la noche.


-¿Te molesta?
-No -Valerie siguió sentada sin descifrar del todo la expresión de Felicia, pero adivinando varias de las preguntas que abrumaban a la otra mujer-. Sé que no es fácil trabajar con alguien nuevo, sobre todo después de lo ocurrido -no le pareció necesario hablar de la traición de uno de los miembros del equipo-. Pero quiero ayudar a atrapar a esa gente.


Felicia miró por encima del hombro, analizando a la mujer fría, contenida y de una belleza casi hiriente que, apenas un mes antes, había sido objeto de una investigación.

-Lo único que sé de ti es que dices que eres de la CIA.
-¿Lo dudas?
-Cuesta trabajo creer que la CIA, a pesar de todo, pusiese a una agente en semejante situación -respondió Felicia volviendo a contemplar la noche.
-La Agencia tiene sus propias reglas -Valerie esbozó una débil sonrisa al comprender que el equipo de Elena conocía el carácter de su anterior ocupación. Felicia repuso:
-Oh, eso ya lo sabemos. Solo que me cuesta creer que ninguno de nosotros se lo oliese.
-Las operaciones encubiertas son nuestro trabajo. Habría sido difícil.
-Pero has descubierto tu tapadera para esta operación.


Valerie sonrió.


-Obedezco órdenes también en eso.
-Y no creo que pienses contarme por qué estás aquí, ¿verdad?


«Lo que tú averigües lo sabrán mis superiores inmediatamente. Porque hay quien cree que tus colegas y tú podéis hacer más que un equipo con miembros de diferentes agencias, demasiado ocupados en acumular méritos como para descubrir algo interesante.» Valerie miró a Felicia a los ojos.


-Estoy aquí para echar una mano. Tengo entendido que Elen... el equipo de la agente Katina dispone de acceso ilimitado a datos de Inteligencia de todos los departamentos. Mi papel es servir de vínculo desde la Agencia para facilitar las cosas.
-Una mensajera con pretensiones, ¿no?
-En efecto.


Felicia sacudió la cabeza sabiendo que estaban jugando a algo que ambas hacían demasiado bien como para perder. Valerie no iba a desvelar sus verdaderas órdenes por mucho que la azuzara. Y tenían que trabajar.


-La comandante confía en ti.


Era una afirmación que no esperaba respuesta.


-Por tanto, yo también -Felicia regresó a la mesa y se sentó-. Repasemos lo que tenemos.


Desde la puerta, Lena dijo:


-Voy a por una taza de café y enseguida me reúno con vosotras.


Valerie se levantó y le dijo a Felicia.


-Esta vez lo haré yo. Tú te encargarás de la siguiente cafetera.
-Claro -dijo Felicia sin apartar los ojos de Valerie, que siguió a la comandante a la cocina.


Se preguntó qué había entre ellas y, a pesar de que sospechaba de las motivaciones de Valerie, sintió compasión. Felicia se inclinó con los codos sobre la mesa y apoyó la cara en las manos. Había sido estupendo escuchar la voz de Mac. Más que estupendo. Mac había estado a punto de morir, y la posibilidad de perderlo fue un toque de realidad para ella. Era hora de reconsiderar si las barreras que había levantado en torno a su corazón la mantenían a salvo o simplemente sola.



-De acuerdo -dijo Lena dejando a un lado la taza de café vacía. Miró a Felicia y a Valerie y se centró en Felicia-. Has dicho que tenemos los cuerpos de cuatro hombres a los que se les ha practicado la autopsia en Quantico.
-Sí, señora -Felicia deslizó cuatro carpetas sobre la mesa, en dirección a Lena, que las puso a su izquierda- y lo más granado del FBI no ha encontrado ni el menor detalle que los identifique.
-Ninguna de las pruebas forenses habituales -dijo Felicia en tono neutro. Estaba frustrada, como todos, y necesitaba aclarar las ideas para solucionar el problema-. Evidentemente, hemos investigado sus huellas digitales, sin resultado. Analizamos el ADN... ídem. No hay coincidencias. El patólogo tomó las impresiones dentales, pero, sin una zona geográfica en que centrarnos, es imposible dar con los archivos para compararlas.
-O sea, que podríamos cotejar las radiografías de los ortodontistas, dentistas, cirujanos maxilofaciales y similares si averiguamos de dónde eran esos tipos, ¿no?


Felicia asintió.


-Significaría corroborar las pruebas después del hecho, pero ahora ya no nos lleva a ningún lado.
-¿Y los escáneres de retina?


Valerie sacudió la cabeza.


-Los únicos escáneres de retina a los que tendríamos acceso son de fuentes internas, como el Pentágono, el Departamento de Defensa, la Agencia de Seguridad Nacional y entes similares.
-FBI, CIA -añadió Felicia.
-Correcto -confirmó Valerie-. Será difícil conseguirlos, y las imágenes retinianas de los cadáveres son muy poco fiables. El vítreo se coagula poco después de la muerte y, debido a lo ocurrido en Manhattan el día de los ataques, pasaron dieciocho horas antes de que se retirasen esos cuerpos.
-¿No hay imágenes aprovechables entonces? -insistió Lena.
-No que sepamos -precisó Felicia.
-Averiguadlo.


Valerie y Felicia tomaron notas simultáneamente.


-¿Algo más sobre los cuerpos? Antiguas heridas, cicatrices quirúrgicas... algo que podamos rastrear en archivos hospitalarios.
-Nada, salvo que todos tienen tatuajes similares en el brazo derecho -explicó Felicia y puso una imagen de ordenador sobre la mesa. Mostraba un pálido trozo de piel con un tatuaje de dos rifles de asalto cruzados sobre una pequeña bandera de Estados Unidos. Lena estudió la imagen y frunció el entrecejo.
-¿Una división de las Fuerzas Armadas?
-Savard lo ha descartado tras comprobarlo -respondió Valerie señalando un montón de papeles que tenía delante-. No es una insignia de ninguna división del ejército o de la Marina.
-En fin -dijo Lena-, supongo que la bandera de Estados Unidos excluye cualquier otra nacionalidad -arrastró el papel con un dedo y lo movió sobre la mesa sin apartar la vista de las líneas borrosas-. ¿Podría ser un grupo patriótico?
-Tal vez -admitió Valerie-. Savard está buscando en los archivos del FBI y la CIA todo lo que hay sobre grupos paramilitares aquí y en el extranjero. Por desgracia, no existe una base de datos central que contenga este tipo de cosas y, por tanto, de momento no tenemos nada. Va a ser difícil reunir toda la información disponible.
-Esos tipos tenían cierto entrenamiento militar y, si no aparecen en las bases de datos de las Fuerzas Armadas, se trata de un entrenamiento bien organizado, no oficial -Lena miró a Valerie-. Seguramente vosotros tenéis expedientes de grupos mercenarios en los que militan muchos estadounidenses. Ha habido operaciones en América Central y del Sur y también en África en las que pudieron participar.
-Lo tenemos en la lista de comprobaciones.
-De acuerdo. Que sea lo primero de la lista: grupos mercenarios y paramilitares -Lena se pellizcó el caballete de la nariz procurando olvidar el dolor de cabeza que empezaba a asomar entre sus ojos-. Y hay que buscar una conexión entre esos mismos grupos y Al Qaeda -miró a Felicia y Valerie recordando la conversación que había mantenido con el asesor de seguridad del Presidente aquella mañana-. Parece que la reivindicación de Osama de maquinar el ataque contra el World Trade Centre es cierta.
-¡Dios! -exclamó Felicia-. ¿Cómo se nos ha pasado algo así?
-Probablemente eso mismo intenta averiguar todo Washington en este momento -dijo Lena levantándose- y por eso nosotras seremos las únicas encargadas de esa parte de la investigación. Nuestro foco de interés pasará de la identificación de los hombres muertos a la recopilación de todos los datos que existan sobre las mencionadas organizaciones y a lo que se sepa acerca de Foster. Él es nuestro único eslabón sólido en este tema.
-De momento, está limpio. Un chico típicamente americano. Escuelas preparatorias, universidades de élite e ingreso directo al servicio del Gobierno. Entró en el Departamento del Tesoro tras licenciarse en Económicas en la Universidad de Virginia.
-Averiguad adónde ha viajado, sobre todo en el extranjero, y con quién.
-Estamos en ello.
-Bien. Tiene que haber algo; solo nos falta encontrarlo. Haced una lista de los miembros de su familia, novias, novios, compañeros de piso, todas las personas que conoció. Estos tipos... -señaló las fotos de la autopsia- o los que los entrenan tienen que estar en algún lado.
-Los buscaremos, comandante -afirmó Felicia-. Pero el rastreo de archivos lleva tiempo.
-Me garantizaron que tendríamos acceso directo a todo lo que necesitásemos. Si chocáis con dificultades, decídmelo. Les daré un toque.
-Gracias.
-Davis, necesito que hagas unas gestiones de transporte mañana por la mañana.


Felicia alcanzó a Lena cuando estaba a punto de salir de la habitación.


-¿Vamos a algún sitio, comandante?
-No, viene alguien.
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Honor Reivindicado - Página 2 Empty Re: Honor Reivindicado

Mensaje por Anonymus 6/7/2015, 9:52 pm

CAPITULO VEINTITRÉS


Jueves, 20 de septiembre.


Valerie se despertó, tras un inquieto sueño, poco después de las cinco de la mañana. Cuando Lena se retiró la noche anterior, Felicia y ella continuaron trabajando varias horas, haciendo gráficos y tablas para organizar la gran cantidad de información que tenían, a la que se uniría más. Llegado un punto, ambas reconocieron que ya no rendían y que era hora de acostarse. Valerie se fue a la cama, pero no concilió el sueño. Dio vueltas y más vueltas mientras su mente y su cuerpo buscaban algo que no acertaba a definir, hasta que, agotada, la venció un inquieto sopor. Permaneció acostada, mirando el teléfono móvil sobre la mesilla. Lo cogió, se lo acercó a la cara y deslizó el dedo sobre las teclas. Sería muy fácil espantar la soledad. Bastaría con treinta segundos escuchando la voz grave y seductora que le diría palabras cariñosas. Podía rendirse, solo una vez. Marcó los tres primeros números, pero apretó la tecla de apagar y dejó el teléfono en la mesilla. Aunque apenas había dormido tres horas, se levantó y se duchó. Se puso un jersey rojo de algodón y cuello de pico y unos vaqueros. Se calzó unos mocasines y recorrió la casa, envuelta en silencio, hasta el comedor. Reanudó el trabajo, iluminándose solo con la luz de la pantalla del ordenador, y se dedicó a introducir datos parando de vez en cuando para navegar por Internet y comprobar detalles en otras bases de datos. Oyó el ruido de la ducha seguido por barullo de cacharros en la cocina, pero no se movió.


-¿Cuánto tiempo llevas ahí? -preguntó Felicia poniendo una taza de café junto al brazo derecho de Valerie.
-Gracias -dijo Valerie con un suspiro de agradecimiento y miró el reloj-. Unas horas. No podía dormir. Demasiadas cosas en la cabeza.
-Sé a qué te refieres -Felicia posó la mano en el hombro de Valerie y lo acarició-. Deberías descansar. Cuando trabajas demasiadas horas seguidas, empiezas a equivocarte.
-Lo haré. Pronto.
-¿Has encontrado algo?
-El problema es lo que no encuentro.
-¿Cómo? -Felicia bebió un sorbo de café y contempló los espartos agitados por el viento al otro lado de la ventana. El cielo aún era gris, moteado por oscuras nubes de tormenta que amenazaban lluvia.
-No hay un registro nacional de identificación de marcas: cicatrices, tatuajes, cosas así. Incluso hacerlo estado por estado es una lotería. Si las diferentes divisiones criminales no introducen los datos, no aparecerán nunca. Y cuando aparecen... -se retiró el pelo de la cara con un gesto impaciente-. Es condenadamente difícil encontrar algo.
-Ni siquiera podemos compartir información entre divisiones de seguridad a nivel federal –observó Felicia sentándose ante el otro ordenador-. Sería demasiado pedir que lo hiciesen los estados.
-Te apuesto lo que quieras a que eso cambiará a partir de ahora.
-Creo que en este país van a cambiar un montón de cosas -Felicia miró a Valerie con atención-. ¿Piensas en serio que nadie sabía lo que se avecinaba?


Valerie dudó un instante y, luego, sacudió la cabeza.


-No, estoy segura de que mucha gente sabía algo. El problema es que no había bastante gente que lo supiese todo, o lo suficiente. Hemos estado pendientes de Osama Bin Laden, incluso antes del atentado contra el destructor Cole. Pero solo conseguimos piezas sueltas del rompecabezas.
-Ojalá nosotras encontremos unas cuantas piezas más.


Dos horas después Valerie dejó el ordenador.


-Necesito aire.
-Deberías dormir un poco.
-Gracias -dijo Valerie-. Estoy bien. Un paseo me aclarará las ideas.
-Abrígate -dijo Felicia, con aire ausente, sin apartar la vista del ordenador-. Parece que va a llover.


Valerie cogió una cazadora de nailon negro antes de salir por la puerta de atrás del pabellón de invitados. Cruzó la terraza y bajó a la playa por el estrecho camino de arena. El viento golpeaba los cabellos contra su rostro. Encorvó los hombros y hundió las manos en los bolsillos de la cazadora tratando de calentarse frente al inesperado frío. Poco después estaba a orillas del mar, contemplando el desfile constante de olas coronadas de blanco que rompían y arrastraban las piedrecillas y conchas que cubrían la playa. Entrecerró los ojos y atisbó el horizonte, pero no distinguió señales de vida. Los mercantes y los pesqueros seguro que estaban allá, lejos, luchando contra los elementos, empequeñecidos por el inmenso poder de la naturaleza. Contempló el cielo, que se había oscurecido hasta volverse casi negro, y se preguntó si alguna vez los cielos prometerían solo belleza y no amenazas de muerte. Con un suspiro se alejó de la casa y caminó por la orilla del mar sin importarle las primeras gotas de lluvia. Siempre había tenido claras sus intenciones y entendido cuál era su lugar, pero en los últimos años el mundo se había desplazado, y ella había perdido el equilibrio. Lo que antes era tan nítido, resultaba tan indiscutible, se había oscurecido como el cielo, cubriéndose de grises manchones. La lluvia arreció, y Valerie se limpió el agua de los ojos una y otra vez sin darse cuenta. Pensó que era cosa de su imaginación cuando el viento llevó el sonido de su nombre, pero se detuvo. Cuando lo oyó por segunda vez, inconfundible, se volvió y con una mano protegió su cara del viento. Una mujer corría hacia ella desde el pabellón de invitados, vestida con una cazadora azul marino similar a la suya, con los cabellos recogidos bajo un gorro. Sin embargo, no cabía error acerca de su género ni de su identidad cuando estuvo más cerca.
Valerie contuvo la respiración resistiéndose a parpadear y romper el hechizo.


-¡Valerie! -gritó Diane.


Era la primera vez en su vida que un deseo se hacía realidad. Permaneció muy quieta, tratando de asimilar hasta el último detalle del rostro de Diane. El entrecejo fruncido, ¿de preocupación o de ira? Dudosa, Valerie esperó una confirmación. Diane se detuvo a escasos centímetros de Valerie.


-Estás empapada.
-Me ha pillado la lluvia.
-Deberías regresar.
-Sí, iba a hacerla. Pronto.


Diane puso las manos en la nuca de Valerie, hundió los dedos en los empapados cabellos rubios y acercó la boca de Valerie a la suya. Los labios de Valerie estaban fríos, pero su boca era un volcán. Diane gimió mientras profundizaba en ella, deslizando la lengua sobre superficies satinadas hasta que la inesperada sensación de unos dientes que mordieron su labio provocó un estallido de placer en sus entrañas. Le temblaron las piernas, y se apretó contra Valerie para apoyarse, sin sorprenderse cuando unos brazos fuertes rodearon su cintura y la sostuvieron. Echó la cabeza hacia atrás y besó la barbilla de Valerie.


-Te he echado de menos.
-¡Oh, Dios! -exclamó Valerie enterrando la cara en el cuello de Diane-. Yo también te he echado de menos. Lo siento. No podía llamarte. La seguridad...
-Lo sé -Diane rodeó los hombros de Valerie con un brazo mientras le acariciaba el rostro con la mano libre-. Supuse que sería algo así.


Valerie alzó la cara.


-¿De verdad? ¿No pensaste que... me había marchado sin más?


Una triste sonrisa asomó al rostro de Diane.


-No hasta muy tarde, por la noche, cuando estaba cansada y me moría de ganas de verte.
-Lo siento -Valerie acercó la mano a la cara de Diane secando con un dedo la lluvia que corría por sus mejillas. El agua estaba tibia-. Estás llorando.
-No sabía qué ocurriría cuando volviese a verte -Diane buscó la mano de Valerie y la agarró-. Nunca he querido a una mujer como te quiero a ti. Estoy... un poco... desquiciada.
-Yo también -Valerie se rió y volvió el rostro hacia el cielo-. ¡Oh, Dios, cuánta razón tienes! –cogió la mano de Diane-. Tenemos que resguardarnos de la lluvia. Esto es una locura.
-Sí que lo es -dijo Diane con un hilo de voz cuando se echaron a correr cogidas de la mano-. Estoy helada.
-Yo también -gritó Valerie por encima del viento-. ¿Has visto a Felicia?
-Sí, iba hacia la casa principal.
-¿Fue Julia la que arregló las cosas para que vinieses?


Diane corrió por el camino que subía hasta la terraza hundiendo los pies en la arena mojada.


-Envió un coche. No era el típico cacharro enorme y feo, y los polis eran majos -subió las escaleras y restregó los zapatos para eliminar la tierra-. No me parecieron los típicos elementos del Servicio Secreto.
-Posiblemente pertenecen a la seguridad privada de Whitley -Valerie pegó los hombros contra la pared, bajo los aleros, para protegerse de la lluvia. Rozó la mano de Diane y le acarició el brazo-. ¿Va todo bien?
-Sí. Julia y yo somos íntimas amigas desde siempre. Ella... nosotras... necesitamos estar juntas en este momento. Me llamó, y he venido -Diane miró la cara de Valerie-. Por tanto, soy una invitada.
-¿Durante cuánto tiempo?
-No lo sé. ¿Te parece bien que me quede aquí? -Diane cogió la otra mano de Valerie y la apretó calurosamente-. Porque si no quieres que me que...


Valerie la rodeó con sus brazos y acalló sus palabras con un beso voraz. Cuando se apartó, dijo-:


-Te quiero a mi lado. Ni lo dudes.
-Repítemelo -murmuró Diane bajando la cremallera de la cazadora de Valerie. Deslizó las manos bajo el ligero jersey y se deleitó en la cálida piel. Sus pupilas se dilataron al momento con una punzada de excitación-. Eres preciosa.
-Vamos a ducharnos.
-Felicia...
-Si vuelve, no nos molestará -Valerie abrió la puerta y empujó a Diane al interior de la casa-. Es mi tiempo de descanso.



-¿Qué tal? -preguntó Lena apoyando las manos en los hombros de Julia desde atrás. Julia estaba sentada en un alto taburete sin respaldo frente a un caballete de madera ladeado que le permitía disfrutar de una amplia perspectiva a través de los ventanales que se asomaban a las dunas. Julia miró a Lena por encima del hombro con expresión abstraída.
-¡Una tormenta impresionante!
-El informe meteorológico dice que se acerca un temporal del noreste. Va a llover un montón –Lena contempló el lienzo. Era un fascinante torbellino de turbulentos tonos morados, índigo y grises que tiraban a negros, cortados por ráfagas blancas. Casi sintió el agua sobre la piel-. ¡Qué maravilla!
-¿Tú crees? -preguntó Julia con aire pensativo y satisfecho a la vez.
-Es... sobrecogedor -Julia apoyó la cabeza contra el pecho de Lena, que la abrazó, descansando la barbilla en la coronilla de la joven-. Nunca te había visto pintar nada parecido. Es... descarnado. No se trata solo del tiempo, ¿verdad?


Julia se sobresaltó y, luego, se echó a reír. Cogió las manos de Lena, obligándola a que la abrazase con más fuerza.


-¿Cómo pude olvidar que tu madre es una de las mejores pintoras del mundo? Naturalmente, entiendes esas cosas.


Lena besó a Julia en la parte superior de la cabeza.


-Te entiendo a ti.
-Ya lo sé -Julia se quedó callada unos momentos mirando por la ventana a las dos mujeres que corrían por las dunas bajo la lluvia. El pelo de Diane se había soltado del gorro y azotaba sus hombros, oscurecido por el agua hasta adquirir un intenso tono dorado. Valerie, empapada hasta los huesos, se reía. Julia pensó que nunca las había visto tan felices-. Hacen una hermosa pareja, ¿verdad?
-Sí.
-¿Lo sabías?


Lena negó con la cabeza.


-Lo sospechaba. ¿Y tú?
-No pensé que las cosas habían llegado tan lejos. Creo que nunca vi a Diane enamorada.
-¿Están enamoradas? -Lena se inclinó y besó a Julia en el cuello.
-Sí, creo que sí -Julia apartó la cabeza y miró a Lena a la cara-. ¿Te molesta?


Los ojos verdes gris de Lena se nublaron en una especie de reflejo del temporal que se cernía sobre la isla.


-¿Acaso me estás preguntando si existe algo entre Valerie y yo?
-Cariño -murmuró Julia acariciando la mejilla de Lena-. Sé que hay algo entre vosotras. Ella estuvo enamorada de ti. Y sé que a ti te importaba.
-Me importaba. Eso es distinto a...
-Elena.
-¿Qué?
-Te estás poniendo un poco pesada.


Lena torció el gesto.


-¡No me digas!
-Sé que no estás enamorada de ella. Solo era una pregunta... más o menos -Julia sonrió-. De acuerdo, a veces siento celos. Pero se trata de una mujer hermosa y en otra época ella te...
-No -Lena se inclinó un poco más buscando la boca de Julia. La besó hasta que notó que el cuerpo de Julia relajaba la tensión sustituida por otro tipo de apremio. Apartó entonces la cabeza y dijo-: Te amo. No, no me molesta. A veces... a veces deseo con toda el alma que sea feliz.


Julia se levantó, dio la vuelta y se apretó contra el cuerpo de Lena abrazándola por los hombros. Lamió el cuello de Lena, la besó en el borde de la mandíbula y, por último, en la boca.


-¿Ves? Por eso te amo.


Antes de que Lena pudiese responder, Julia la silenció con otro beso.


-¿Estás segura de esto? -preguntó Diane arrojando la toalla sobre una silla de mimbre mientras cruzaba la habitación-. No quiero comprometerte ante tus colegas.


Valerie estaba recostada en medio de la cama de matrimonio, con las sábanas retiradas, y la piel enrojecida tras la reciente ducha. Su cuerpo desnudo quitaba la respiración. «No podría irme ni aunque quisiera», pensó Diane, sintiendo que la ahogaba la intensidad del deseo. Estaba acostumbrada a recibir placer de mujeres complacientes, pero en ese momento deseaba que Valerie se corriese a gritos entre sus manos, y a la vez se moría por el suave roce de la boca de Valerie en sus pezones y en el clítoris. Valerie se puso de lado y apoyó la cabeza en una mano. Sonrió lentamente mientras su mirada recorría el cuerpo de Diane.


-Si te preocupa mucho, podemos vestirnos y contemplar la tormenta.


Diane hincó una rodilla en el colchón, junto a Valerie, y se inclinó sobre ella de forma que con los pechos casi le rozaba la cara.


-Sí, podríamos hacer eso. Me encanta el temporal de ahí fuera.
-O... -Valerie agarró las caderas de Diane, se puso boca arriba y colocó a Diane sobre ella. Luego, apretó con una pierna el trasero de Diane hasta que sus sexos se unieron- puedes quedarte aquí conmigo y... -rodeó con los labios un pezón de Diane- rugiremos juntas.
-Sigue haciendo eso... -Diane arqueó la espalda y gimió-. Y no me importa que entre por la puerta todo el Servicio Secreto.


Valerie alzó las caderas y ambas giraron en un rápido movimiento deslizándose sobre la cama. Luego, besó la piel bronceada y tersa bajo el ombligo de Diane.


-No puedo dejar de pensar en esto, en tu olor, en tu sabor, y en lo mucho que necesito tocarte –ladeó la cabeza y besó la tiernísima piel de la parte superior del muslo de Diane-. Por favor, deja que te amé.
-Cariño -murmuró Diane mientras hundía los dedos en el pelo de Valerie para guiarla más abajo-, no necesitas pedírmelo.
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Mensaje por Raque 6/8/2015, 2:07 am

Sigue sigue..!!
Que buena historia..!!

Raque

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Mensaje por Eac 6/8/2015, 10:20 pm

La historia es muy interesante continúa ojalá puedas publicar toda la saga de honor sería maravilloso...!!!

Eac

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Mensaje por Anonymus 6/19/2015, 3:17 am

CAPITULO VEINTICUATRO


Lunes, 24 de septiembre.

-No quiero regresar -Diane llenó la copa con la botella de cabernet que estaba sobre la mesita de cristal. Estaba sentada en el sofá con unos shorts de corte militar, una camiseta sin mangas azul marino y tenía los pies apoyados en un escabel de ratán. Julia se sentó a su lado con las piernas estiradas y los pies descalzos rozando el borde de la mesita. Llevaba una sudadera Champion gris muy gastada y floja en la cadera, y una camiseta roja, con las mangas y la parte de abajo rota, que anunciaba «Gimnasio Arnie». Julia dio un rodillazo a Diane en la pierna.
-Yo tampoco. Aquí hay mucho sitio, y me da la impresión de que no te aburres.


Diane sonrió pensando en las noches en la habitación de Valerie y en los paseos de madrugada por la playa, lloviese o no.
-Aburrirme. No, en absoluto -bebió un sorbo de vino y contempló el líquido color rojo sangre en la copa-. Hacía mucho que no pasábamos tanto tiempo juntas. Es estupendo. Y me viene bien ponerme al día en mis lecturas.
-Además, hay otras ventajas -comentó Julia en tono irónico-. Comer pizza todas las noches, pasear bajo la lluvia o, si tienes tanta suerte como yo, encontrar a desconocidos en la cocina cuando vas en ropa interior...
-Dios, creí que el tipo iba a suicidarse al salir en estampida cuando entramos ese día. Seguramente creyó que Lena aparecería detrás de ti y le pegaría un tiro sin mediar palabra.


Julia se rió.


-No sería la primera vez que un miembro del equipo de seguridad me ve desnuda.
-Sí, pero apuesto a que los del equipo de Tanner no están acostumbrados.
-Cierto. Se han adaptado muy bien a nuestra rutina. Tanner cuenta con buena gente. Yo no estaba muy convencida cuando Lena decidió alternarlos con agentes del Servicio Secreto dentro de la casa, pero la cosa funciona genial -Julia se puso de lado y apoyó la mejilla en un brazo que extendió sobre el sofá. Miró a Diane y sonrió- y no olvides lo divertido que resulta informar de todos tus movimientos al jefe del equipo. ¿Cómo se te ha ocurrido ni tan siquiera la idea de marcharte?
-Por desgracia, tengo un negocio que atender -dijo Diane pensativa.
-Diane -repuso Julia-, no hay ningún negocio normal ahora mismo en Manhattan. No pasará nada aunque te tomes otra semana libre -se acercó a Diane y le frotó los hombros-. Ponte de lado. Tienes la espalda agarrotada.


Julia puso las piernas sobre el sofá, y Diane se colocó entre sus muslos separados. Suspiró mientras Julia deslizaba los pulgares sobre su columna.


-Dios, había olvidado lo bien que se te da esto.
-¿De verdad? Bueno, hace mucho tiempo.


Las dos se rieron.


-No recuerdo quién sedujo a quién la primera vez -dijo Diane pensativa-. Teníamos catorce años.
-Me pediste que te rascase la espalda cuando casualmente estabas desnuda -comentó Julia dibujando círculos con las yemas de dos dedos sobre la base de la columna de Diane-, pero yo sentí el primer impulso. Por tanto, supongo que fue algo mutuo.
-Éramos muy inocentes -Diane volvió la cabeza y miró a Julia-. Estaba loca por ti.
-Nunca lo dijiste.
-Cierto. Ya entonces eras una rompecorazones, y supongo que no me apetecía sufrir.
-Me pregunto cómo habría sido -dijo Julia deslizando las manos sobre los omóplatos de Diane-. Si nos hubiésemos convertido en amantes... Si hubiésemos admitido que era algo más que sexo.
-No tendríamos esto. La amistad -Diane acarició los muslos de Julia apretados contra su cuerpo-. Y aunque siempre te he querido mucho, eso es lo que realmente necesito.
-Te parecen bien las cosas tal como están, ¿no? -preguntó Julia en tono cariñoso, con las manos quietas.
Diane se rió.
-Reconozco que de vez en cuando siento un escozor cuando tu aspecto resulta especialmente fascinante -dio una palmadita a Julia en las piernas-. Pero no estoy triste, y disfruto de un buen masaje de espalda sin excitarme.
-Joder, creo que me estoy pasando -murmuró Julia en tono divertido reanudando los masajes. Tras unos minutos de silencio, añadió-: ¿Recuerdas lo que dijiste de arriesgarse?
-Hummm -Diane apoyó la cabeza en el hombro de Julia y cerró los ojos- ¡Dios, qué gozada!
-Tienes que arriesgarte cuando estás enamorada.


Diane se movió para mirar a Julia a la cara.


-¿Qué estoy oyendo? Habría jurado que eras mi vieja amiga Julia Volkova, la misma que solía decir que enamorarse era una fase de locura.


Julia se encogió de hombros.


-Y tal vez lo sea. Pero sienta fenomenal, ¿por qué no preferir una fase de locura que nos hace felices en vez de tristes?
-Creo que sabes a qué me refiero. Después de todo lo ocurrido, si hay algo (o alguien) valioso en la vida, no deberíamos dejarlo marchar.
-¿Y eso es lo que estás haciendo?
-¿Qué?
-¿Arriesgarte con Valerie?
-Oh, no tengo la impresión de estar haciendo nada con ella -Diane sacudió la cabeza con expresión serena-. Ella... ha puesto todo mi mundo patas arriba.
-Es preciosa.
-Sí que lo es.
-Y muy sexy.
-Hummm.
-Tal vez no sea quien dice ser -comentó Julia abrazando a Diane por la cintura-. Lo sabes, ¿verdad?


Diane se puso rígida, pero no se apartó.


-Si seguimos hablando de Valerie, podríamos acabar discutiendo.
-Quizá, pero debemos hacerlo -Julia besó a Diane en la mejilla-. Porque te amo y te necesito en mi vida. ¿Estás enamorada de ella?
-Sí, totalmente.
-Ya me lo parecía. Ella también parece enamorada de ti.


Diane suspiró.


-No me lo ha dicho. Pero cuando está conmigo, cuando me toca... ¡Dios, qué cariñosa es!


Julia sonrió.


-Ya veo que está todo hecho -estrechó a Diane entre sus brazos-. ¿Sabes? Estar liada con una de esas agentes secretas es una verdadera pesadilla.
-Empiezo a darme cuenta. Hay muchas cosas que no me cuenta. O que no puede contar.
-Les enseñan a desconfiar -dijo Julia en tono apagado reprimiendo la rabia.
-Ya lo sé. Pero míranos. Nosotras no somos muy diferentes.
-Cierto -admitió Julia-, pero no solemos desaparecer en plena noche para salvar al maldito mundo. No existen muchas probabilidades de que nos peguen un tiro cuando vamos a nuestro trabajo diario.
-Eh -exclamó Diane dando la mano a Julia. No iba a decir que Julia era un blanco más buscado que sus respectivas amantes-. No puedes obsesionarte con eso. Te volverás loca, y no servirá de nada. No vas a cambiar a Lena. Además, tampoco quieres hacerlo.
-Sí, joder, sí -Julia cerró los ojos y respiró a fondo-. No. Pero pienso que le pasa algo... -desvió la vista ahogando las lágrimas en la garganta.
-Dime, ¿qué ocurre?
-Nada.
-Sí, ocurre algo -Diane miró a Julia a la cara y apoyó una mano en la pierna de su amiga-. Cuéntame.


Julia se inclinó hacia delante y cogió su copa de vino. La dejó de nuevo en la mesa, alcanzó la botella y llenó las dos copas. Se recostó en el sofá con la copa entre las manos. Contempló el vino un rato, como si encerrase un misterio, y luego se decidió a mirar los ojos comprensivos de Diane.


-Lena y yo nos vamos a casar.


Diane se quedó inmóvil. Mientras Julia la miraba con ansiedad, Diane le quitó la copa de la mano y dejó las dos copas sobre la mesa para abrazar a su amiga.


-¡Me alegro muchísimo por las dos!
-Gracias -dijo Julia frotando la mejilla contra el hombro de Diane. Luego, se recostó en el sofá y sonrió-. ¿Me ayudarás? Porque no tengo ni idea de lo que se hace en este tipo de acontecimientos. Y estoy segura de que Lena tampoco.
-Ooooh -exclamó Diane con ojos centelleantes-. ¿Me das un cheque en blanco y permiso para hacer lo que quiera?
-Nada de extravagancias.


Diane puso morritos.


-De acuerdo, nada demasiado extravagante -corrigió Julia.
-Un momento, ¿no querrá planearlo la Casa Blanca?
-Ni en broma -respondió Julia-. Es una cosa de Lena y mía, y nadie va a participar, aparte de nosotras.
-Entonces, déjame a mí -Diane se levantó de un salto y se puso a dar vueltas-. ¡Oh, será divertidísimo! ¿Puedo vestirte? Lena estará para morirse de elegante con un esmoquin. Versace para la ocasión, creo, aunque ya sé que siempre va de Armani...
-¿Y por qué piensas que no seré yo la que vista de esmoquin?


Diane se detuvo y la miró con una sonrisa irónica.


-Por Dios, tal vez seas masculina en la cama, pero...
-Ah -dijo Lena desde la puerta-, ¿es una conversación privada?
-Estábamos hablando de la vida sexual de Julia -dijo Diane sin borrar la sonrisa.
-¿En serio? -Lena se acercó al sofá, se inclinó y besó a Julia. Luego, se puso derecha y apoyó la cadera en el brazo del sofá deslizando los dedos sobre la nuca de Julia-. ¿Pasada, presente o futura?
-De todas, en realidad. Es un tema muy interesante...
-Vale -dijo Julia con firmeza-. Ya basta.


Lena sonrió.


-Creo que podría aportar algo. Sobre dos de las tres al menos -Julia dio un golpe a Lena en el muslo, y Lena torció el gesto-. Pensándolo bien, tal vez no.
-¿Cómo van las cosas? -preguntó Julia.
-Lentas -la expresión de Lena se ensombreció un instante, pero se obligó a sonreír-. De todas formas, estamos empezando. No esperaba encontrar las respuestas a la primera. Si las hay, no aparecerán sin más -acarició los cabellos de Julia mientras miraba a Diane-. Pareces aún más feliz de lo habitual, lo cual es mucho decir. ¿Qué ocurre?


Diane arqueó las cejas.


-Eres una agente secreta, no cabe duda. Muy bien, comandante -Diane miró a Julia pidiendo permiso y, cuando su amiga hizo un gesto de aprobación, respondió-: Julia me acaba de dar carta blanca para organizar vuestra boda.


Lena se puso rígida.


-¡No me digas!
-Vaya, vaya.
-Dime cuándo y dónde será, y allí estaré -besó a Julia en la coronilla y se levantó bruscamente- Voy a trabajar.
-Cobarde -le gritaron al unísono Diane y Julia cuando Lena se escabulló.



Savard se tumbó boca arriba y alzó el rostro hacia el sol de Florida. El mar rugía serenamente a veinte metros, y la brisa refrescaba el sudor que cubría su piel. Stark y ella eran las únicas personas que estaban en la playa situada detrás de la casa de verano de los padres de Savard. Con los ojos cerrados, estiró una mano y buscó el brazo de Stark; luego, deslizó los dedos hasta que encontró la mano. Entrelazó los dedos con los de Stark y dijo:

-¡Qué maravilla!


Stark volvió la cabeza y miró a su amante. La piel acaramelada de Savard había oscurecido un poco hasta adquirir el tono del bronce, y en aquel momento apenas se notaban las ojeras. Las dos últimas noches había dormido sin despertarse. Stark sabía que tardaría más tiempo en superar el estrés y el horror, pero se sintió más animada al ver que el dolor de Renée había cedido un poco.

-Es estupendo.
-Nuestras primeras vacaciones.
-Cierto. No sabía que jugabas al golf
-Jugué en el circuito juvenil de adolescente -explicó Savard poniéndose de lado y mirando a Stark-. Parece como si hubiesen pasado un millón de años.
-Ayer lo hice fatal.
-Sí, es verdad. Pero estabas muy sexy en shorts y con la camiseta ceñida. -Acarició el brazo de Stark-. Tienes un cuerpo magnífico.
-¡Yo! -murmuró Stark sonriendo complacida.
-Cariño, sabes que te amo, ¿verdad?


Stark frunció el entrecejo.


-Sí, claro.
-Quiero volver al trabajo.
-Solo llevamos aquí cinco días. La comandante dijo que estuviésemos como mínimo una semana.
-Ya sé lo que dijo -respondió Savard dibujando figuras en la arena-. Pero me necesitan. Soy el enlace del FBI, y trabajé en la división de contraterrorismo. Me necesitan para investigar lo que ocurrió en casa de Julia.
-Y tú necesitas un pequeño descanso -dijo Stark con cautela- para poder trabajar cuando regreses. Así de sencillo.


Savard miró a Stark a los ojos.


-Sé que estuve a punto de desquiciarme. Y sé que tú lo sabes.
-Cariño...
-No, no pasa nada. No me da vergüenza que sepas que no siempre soy... fuerte.
-Sí que lo eres. Eres la mujer más fuerte que he conocido. Y la más valiente.
-Te amo -Savard sonrió con ternura-. He visitado a mi antiguo terapeuta, el que me atendía cuando era adolescente, dos veces desde que estoy aquí. Y me ha ayudado.
-Sí, pero a veces se tarda más...
-También lo sé. Pero puedo hablar con él por teléfono desde donde estemos y en cualquier momento que lo necesite. Y te prometo que lo haré.
-Solo quiero que estés bien. Es lo que más me importa.


Savard apoyó una mano en la arena, se inclinó hacia delante y besó a Stark en la boca.


-Ya lo sé. Y por eso me vaya recuperar enseguida.
-¿Puedo decirte algo? -preguntó Stark.
-Por supuesto.
-Yo también quiero volver al trabajo. Me pone de los nervios que la comandante haga mis tareas.


Savard se rió a carcajadas.


-Jamás habría imaginado que tuvieras un sentido tan posesivo del territorio.
-¿No? -Stark se estiró, empujó a Savard hasta tenderla sobre la toalla y la besó con pasión-. Prueba a mirar a otra mujer.
-¿En serio? -Savard alzó la voz, sorprendida ante la inesperada muestra de agresión de su amante, habitualmente retraída-. Necesitábamos estas vacaciones. Estoy aprendiendo detalles increíbles sobre ti.
-Me alegro de que viniésemos. Me encanta estar sola contigo, como ahora. Aunque tus padres son encantadores.
-Ya te dije que te adorarían -afirmó Savard, frunció el entrecejo y acarició el abdomen de Stark-. ¿Te has puesto crema solar? Tienes el estómago rosáceo.
-Sí, y no es una quemadura -Stark se rió-. Sino el beso.
-No me digas que ya estás excitada.
-He reservado mi vida entera solo para ti.


Savard se acercó a Stark, y los pechos de ambas se tocaron mientras se besaban en la boca.


-Eres adorable y condenadamente sexy, en cuanto nos duchemos, me ocuparé de esa quemadura tuya.
-No podemos.
-¿Por qué no? -Savard se incorporó y limpió la arena de las piernas.
-Tu madre está en casa.
-Paula, cielo, sabe que dormimos juntas.
-Sí, pero si desaparecemos en el dormitorio a media tarde, pensará que estamos practicando sexo.
-Oh, seguro que nunca ha pensado tal cosa -Savard sonrió-. Entonces, lo haremos en la ducha.


Stark la miró, asombrada.


-¡Oh, Dios! Ahora tendremos que hacerlo.
-¿Qué ocurre? -preguntó Savard apretándose contra Stark de modo que la piel desnuda de su estómago rozaba la de su amante-. ¿Te has excitado con algo tan simple?


Stark se ruborizó.


-Me ha ocurrido... de todo -bajó la vista temiendo ver la prueba de su repentina excitación en el bañador-. Solo pensar en tocarte me excita y quiero... correrme.


Savard ahogó un gemido.


-Basta. Vamos a casa.
-Sí -murmuró Stark levantándose y arrastrando la toalla-. A ver si le damos esquinazo a tu madre.
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Mensaje por Anonymus 6/19/2015, 3:20 am

CAPITULO VEINTICINCO


Miércoles, 26 de septiembre.


Lena cogió una silla y miró a las tres mujeres sentadas ante la mesa del comedor que en ese momento servía de sala de reuniones. Se fijó en que Savard parecía cansada, pero no angustiada. En sus ojos azules brillaba una claridad que había desaparecido diez días antes. Lena comprendió que parte de la mejoría se debía a que Stark no manifestaba síntomas de ántrax. Tampoco Julia, y Lena sabía lo importante que era para su propia paz mental y para su capacidad de concentración. No se sentiría realmente tranquila hasta que pasase el período de incubación de sesenta días, pero Julia estaba tomando la medicación que le había recetado la capitana Andrews y en aquel momento se veía muy sana.


-Me alegro de que haya vuelto, Savard. ¿Está al tanto de todo?
-Me estoy informando, comandante. Y gracias. Yo también me alegro de haber vuelto -Stark y ella había tomado un vuelo nocturno y, tras alquilar un coche, llegaron a su destino al amanecer.


Paula había ido inmediatamente a la casa principal, y Savard se reunió con Felicia, que la informó por encima mientras tomaban café con donuts. Antes de la reunión de las siete de la mañana entró Valerie por la puerta de atrás. Savard y ella solo se habían saludado de pasada.


-Ahora tenemos a toda nuestra gente -dijo Lena-. Por tanto, veamos dónde estamos -miró primero a Valerie-. ¿Qué hay de la situación mundial? ¿Algún vínculo con nuestros sujetos desconocidos?
-Nada concreto. Todo señala a Bin Laden como el cerebro del ataque contra el World Trade Center, aunque al parecer los terroristas responsables procedían de una serie de células dispersas: algunos de Alemania, otros de Oriente Medio, y otros llevaban varios años viviendo en este país. Nada apunta a una conexión estadounidense directa.
-Por otro lado -intervino Savard-, hay muchas pruebas que indican que grupos terroristas de Europa, Oriente Medio y otras partes colaboran entre sí, dejando a un lado diferencias ideológicas para centrarse en la combinación de fuerzas. No hay que devanarse los sesos para deducir que algo así pudo haber ocurrido aquí.
-Coincido en que funciona teóricamente -dijo Lena en tono apagado-, pero necesitamos hechos. ¿Qué tenemos dentro de nuestro país?


Felicia repartió una serie de carpetas. Lena abrió la que estaba encima, y todas la imitaron. La primera página era una imagen de ordenador de un hombre blanco, de mediana edad, sin barba ni bigote, con corte de pelo al rape. Tenía un rostro de mandíbula cuadrada, pómulos anchos y nariz pequeña e informe, una cara normal que reflejaba las características mixtas de muchos estadounidenses de remota ascendencia europea. Alzó la vista y esperó.


-Este es August Kreis -anunció Felicia-, el encargado de la web del grupo neonazi Sheriffs Posse Comitatus, con base en Ulysses, Pensilvania. El 11 de septiembre, mientras las llamas devoraban el World Trade Center, publicó un mensaje elogiando a los «luchadores islámicos por la libertad» y describiendo los ataques como «los primeros golpes de una guerra santa racial que derrocará al Gobierno de Estados Unidos».
-Loco cabrón -murmuró Savard. Lena asintió.
-Lo conozco. Sus «hermanos» y él aparecen de vez en cuando en nuestros informes internos de seguridad. De momento, deduzco que no hay nada que lo relacione con los ataques.
-Lleva años en las listas de vigilancia del FBI -informó Savard-. No tenemos nada que lo asocie al World Trade Center, salvo esa declaración. Con respecto a eso, o adivinó quién estaba detrás de los ataques o sabía algo. Por desgracia, no se puede demostrar que lo supiese con antelación. Pero, si su grupo lo sabía, también lo sabían otros grupos patrióticos.
-Lo que tenemos -continuó Felicia- es una difusa relación entre neonazis, cabezas rapadas, separatistas blancos, patriotas cristianos, neoconfederados... y la lista sigue, es muy larga, que poco a poco han formado una coalición de organizaciones paramilitares en este país. Comparten información y unos alimentan el fanatismo de los otros. No sueltan prenda sobre nadie. Código de silencio y cosas de esas.
-Estamos buscando en todas esas organizaciones algo que nos lleve a los cuatro tipos -dijo Savard-. El problema es que nuestra información sobre esos grupos está dispersa entre las diferentes agencias. Nos vemos reducidas, literalmente, a revisar informes internos de los agentes de campo del FBI y comunicados entre las agencias para juntar todas las piezas.
-¿Habéis metido a Foster en el combinado? -preguntó Lena.

Las agentes asintieron.


-¿Y? -Lena se inclinó hacia delante; seguía creyendo que la respuesta estaba en él.
-Foster es un cero a la izquierda -respondió Felicia leyendo otro expediente-. Veintinueve años, seis al servicio del Gobierno. Nada ejemplar ni problemático en su carrera. En su pasaporte, revisado periódicamente por nuestra agencia, figuran tres viajes a Europa, además de los relacionados con su trabajo. Los tres a París y en los últimos cinco meses.


Lena entrecerró los ojos con aire pensativo.


-¿Tiene una novia allí? ¿Tal vez un novio?
-Ningún rastro de relaciones amorosas serias, ni aquí ni el extranjero. Todo apunta a que era heterosexual.
-Savard, revise los anuncios de los viajes de Egret de los últimos doce meses -el departamento de Prensa de la Casa Blanca tenía por costumbre anunciar la agenda de la primera familia en su página web y en ruedas de prensa, a veces con meses de antelación. Era un obstáculo para el trabajo del Servicio Secreto porque proporcionaba información anticipada a cualquier elemento amenazante, pero formaba parte de la política de comunicación abierta que era norma, al menos de cara a la galería, en la Colina del Capitolio.
-Hecho -dijo Savard tras buscar archivos en su portátil.
-¿Con cuánta antelación se anunció el viaje de Egret a París?


Savard repasó los datos y apartó los ojos de la pantalla con gesto preocupado.


-Hace seis meses... antes de que empezasen los viajes de Foster.
-A ver qué dicen nuestros agentes de campo sobre el ambiente de París -dijo Valerie cuando todas las demás se quedaron calladas-. No suele ser una zona clave de células terroristas, pero en estos momentos, ¿quién sabe?
-El mes pasado no ocurrió nada en París -señaló Felicia refiriéndose a la reciente visita de buena voluntad de Julia a la capital francesa.
-No -admitió Lena en tono cortante-. Nada que sepamos -se levantó bruscamente, cruzó el comedor y fue hasta las ventanas desde las que se veía el camino de las dunas.


Apretó los puños y los hundió en los bolsillos del pantalón porque tenía ganas de romper algo. Foster pudo haber coordinado el ataque contra Julia durante meses, seguramente lo había hecho, y delante de sus narices. Ella había trabajado con él, le había confiado la vida de Julia día a día, y mientras él conspiraba para asesinarla. Si lo hubiese tenido delante en ese momento, lo habría vuelto a matar. Miró al equipo con expresión neutral y se sentó de nuevo.


-Revisad sus justificantes del último mes. A lo mejor se despistó e incluyó algo no relacionado con el trabajo en París. Un viaje en taxi, llamadas telefónicas, cualquier cosa. Buscadlo todo.


Felicia asintió y tomó nota.


-Hemos investigado su pasado hasta la extenuación, comandante. Es el mayor de dos hermanos, los dos chicos. Su padre, ya fallecido, fue piloto de caza en Vietnam, y su madre, ama de casa. Se crio en Carolina del Norte y estudió en el sur. Carece de antecedentes penales, no hay sanciones en su expediente, nada que llame la atención -cerró la fina carpeta con una sonrisa-. Como dije, el típico chico Americano.
-Olvidas algo -dijo Lena sin el menor ápice de crítica-. No es el típico chico americano. Los típicos chicos americanos pertenecen a la clase privilegiada, a veces son racistas y homófonos, pero no suelen asociarse con terroristas. Y no atentan contra la hija del Presidente -se recostó en la silla y cerró los ojos. Pensó en Foster, el perfecto agente del Servicio Secreto. Inteligente, sano, un patriota. Pero con algo retorcido y desviado. Algo que lo había convertido en otra cosa-. ¿Cuántos años tenía cuando murió su padre?
-Pues... -Felicia hojeó papeles.
-Casi nueve -adelantó Savard.
-Empezad ahí.
-¿Comandante? -preguntó Felicia dudosa.


Lena abrió los ojos y se inclinó hacia delante.


-Averiguad qué o quién convirtió a Foster en lo que llegó a ser -se levantó-. Seguid investigando los grupos patrióticos. Revisad los archivos de Egret, quizá uno de esos tipos o uno de esos grupos le enviaron amenazas en el pasado. Incluso pudo quedar con uno de ellos para salir. Dadme algo.
-Sí, señora -se apresuró a decir Felicia seguida por Savard.



Cuando Lena salió de la habitación, Savard se dirigió a Valerie:


-Me gustaría que se ocupase de los asuntos de París. Su gente tiene muchos más vínculos internacionales que nosotros.
-Por supuesto.


Savard dudó antes de añadir:


-Me alegro de que colabore con nosotros a pesar de las malas vibraciones que siempre ha habido entre su agencia y la mía. Comprenda que para nosotras... -señaló a Felicia con un gesto- se trata de algo personal.
-Lo comprendo perfectamente, agente Savard -afirmó Valerie-. Para mí también es una cuestión muy personal.
-De acuerdo -dijo Savard asumiendo el mando con la sensación de que el mundo volvía a girar normalmente-. Pongámonos a trabajar.


Stark se levantó cuando Lena entró en la cocina. La estaba esperando pues sabía que Lena tenía que reunirse con el equipo de investigación. El café se le había quedado frío. De tanto ensayar su discurso, se había olvidado de tomarlo.


-Comandante, cuando tenga tiempo, me gustaría hablar de la sucesión...
-Cuentas con Hara y con Wozinski... y conmigo, naturalmente -Lena se acercó a la cocina y puso la mano sobre la cafetera. Estaba caliente. Cogió una taza de un montón que había sobre el escurreplatos, la llenó de café y añadió-: Más seis miembros de la fuerza privada de Whitley. Todos ex militares y muy buenos -se volvió y apoyó la espalda en la encimera mientras se bebía el café-. Me alegro de que hayas vuelto, Stark.
-Gracias, comandante. ¿Algún detalle en particular que pueda interesarme?
-Lo de siempre. Salvo que nadie conoce este lugar. Ni el FBI, ni el Servicio Secreto, ni el jefe de seguridad de la Casa Blanca. Solo tienen un número. El mío. Y así seguiremos. Si alguien necesita venir y salir de la isla, que me lo diga. Yo me ocuparé.
-Sí, señora.
-No es que no confíe en ti, Stark. Sino que hay que restringir cualquier acceso a Julia.
-Lo entiendo -Stark eligió las palabras con cuidado-. El equipo debe saber que solo una persona da las órdenes, comandante.


Transcurrieron unos instantes. Lena alzó un hombro.


-Y esa eres tú.
-Gracias.
-Pero quiero que sepas que, si Julia corre peligro, seré yo la que me ponga delante.


Stark sacudió la cabeza.


-Solo si me matan. Le debe a ella no ser la única. Con todos mis respetos, señora.


Lena volvió a guardar silencio, con mirada distante, hasta que por fin clavó los ojos en Stark.


-De acuerdo, jefa. A partir de ahora, me gustaría que participase en las reuniones de investigación.
-Lo haré.
-Diane está aquí, por si no la has visto. Julia y ella han permanecido siempre cerca de la casa y hasta el momento no ha habido problema. La playa es segura, pero hay que acompañarlas. A Julia no le gusta, pero...


Julia terminó la frase desde la puerta de la cocina:


-No le queda más remedio que aguantarse. Como siempre -cruzó la cocina descalza, con una camiseta del FBI azul, floja y desteñida, y pantalones cortos de cuadros rojos; apretó el brazo de Stark a modo de saludo y cogió la cafetera. Puso una mano sobre el pecho de Lena y la besó fugazmente-. Buenos días, cariño.


Lena sonrió.


-Hola.
-Por favor, no os cortéis, podéis seguir hablando de mí -dijo Julia después de servirse café-. Estoy acostumbrada.


Lena rodeó con un brazo los hombros de Julia.


-Creo que de momento hemos acabado con ese tema.
-Caramba -Julia sonrió a Stark-. ¡Qué morena estás! ¿Lo has pasado bien?
-Yo...
-Puedes pasarlo bien, Paula -dijo Julia-. Estabas de vacaciones.
-Fue estupendo. Increíble.
-¿Cómo está Renée?


Stark miró a Lena.


-Bien. Está muy bien.
-Creo que todo el mundo tiene otra vez los pies sobre la tierra -dijo Lena amablemente besando a Julia en la sien-. Tengo que hacer unas llamadas. ¿Te apetece dar un paseo después?
-Claro. No tardaré -Julia esperó a que Lena saliese de la cocina-. Lo siento, no pretendía incomodarte preguntándote por Renée delante de Lena.


Stark sacudió la cabeza.


-No pasa nada. Es que me cuesta acostumbrarme a ser la comandante... bueno, no exactamente eso.


Julia se rió.


-Paula. Lena siempre será Lena, la llames como la llames.
-Sí, ya lo sé.
-¿Supone un gran problema para ti?
-En realidad, no. Sería absurdo por mi parte no aprovechar sus conocimientos.
-Un punto de vista muy maduro -reconoció Julia con una sonsa. Stark también sonrió.
-Sí, eso creo yo. Pero ella va con usted a todos los sitios. Y... siempre tendrá algo que decir con respecto a su protección.
-Sí -Julia dejó la taza de café sobre la encimera-. Me alegro de que seas tú quien la sustituye.
-Muchas gracias. Es un honor.
-Lo sé. No lo entiendo, nunca lo entendí ni lo entenderé. Pero te creo -Julia suspiró- ¿Renée está bien de verdad?
-Me parece que sí. No tiene pesadillas, al menos las últimas noches.
- ¿Y tú?


Stark la miró, confundida.


-¿Yo?
-Estaba pensando en el asunto del ántrax -dijo Julia.
-Ah, eso -Stark tomó aliento y exhaló muy despacio-. N o lo pienso.


Julia sonrió.


-Yo tampoco. Pero me siento bien. ¿Y tú?
-Perfectamente. ¿Ha sabido algo de Fazio?
-Sigue en el hospital, pero responde a la terapia. Se recuperará.
-¡Cuánto me alegro! -dijo Stark.
-Mac también mejora. Lena ha hablado con él esta misma mañana, y le dan el alta dentro de dos días.


El rostro de Stark se iluminó.


-¿Sí? Dentro de poco volveremos a estar todos jun... -se calló pensando en Cynthia, y miró a Julia-. Nada volverá a ser igual, ¿verdad?
-No -respondió Julia-. Pero las cosas cambian. Estaremos bien -antes de salir de la cocina, dio una palmadita a Stark en el hombro-. Dentro de media hora saldré a pasear por la playa con mi amante, jefa. Se lo digo por si quiere seguirme.


Stark disimuló una sonrisa.


-Sí, señora.
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Honor Reivindicado - Página 2 Empty Re: Honor Reivindicado

Mensaje por Anonymus 6/20/2015, 8:55 pm

CAPITULO VEINTISÉIS



Jueves, 27 de septiembre.



-No entiendo cómo has retenido la baza del triunfo hasta ahora -dijo Julia arrojando las cartas con fastidio-. Francamente, Paula, ¿crees que soy adivina?
-Yo... pensé que tenía que esperar para conseguir más puntos -el rostro de Stark era la imagen de la desolación.
-No, míos. Soy tu pareja -Julia se levantó bruscamente, tanto que a punto estuvo de volcar la silla. En la mesa todo el mundo se encogió-. ¿Qué diablos hacéis en la sala de entrenamiento cuando tenéis tiempo libre? Porque bien sabe Dios que sois todas nefastas jugando a las cartas.
-Pasamos mucho tiempo limpiando las pistolas -dijo Stark sin alterar la compostura. Julia frunció el entrecejo mientras Diane y Hara reprimían las carcajadas.
-Podríais llegar a jefas de seguridad con el mínimo esfuerzo.
-Tal vez nos venga bien practicar las señales con la mano o algo...
-Da igual -dijo Julia entre dientes-. Me voy a pasear.
-Julia, cariño, es medianoche -señaló Diane-. Y está lloviendo.
-Ya sé que está lloviendo. Lleva cuatro días lloviendo. Voy a dar una vuelta -Julia giró en redondo y abandonó el salón. Diane se levantó, suspirando, y dijo a Stark:
-La acompaño.
-Nosotras también -informó Stark mientras Hara y ella se levantaban.


Diane alcanzó a Julia en el camino de la playa y se encogió a su lado, en medio del viento y la lluvia. Sostenía un inútil paraguas sobre las cabezas, que poco hacía por proteger los rostros del agua fría.


-¡Dios, qué horror!
-Pues vuelve, entonces -Julia se sacudió el agua de los ojos-. Maldita lluvia.
-¿Qué te ha puesto tan nerviosa?
-No estoy nerviosa.
-Sí que lo estás, y la has tomado con la pobre Stark. Una de las espías más buenas que has tenido en tu vida. Todas lo hemos visto.
-Yo no... -se calló cuando el paraguas se puso del revés y a punto estuvo de salir volando. Se lo arrebató a Diane-. Dámelo antes de que se suelte y mate a una de las que vienen detrás.
-Debes de estar cachonda.


Julia cerró el paraguas y lo encajó debajo del brazo.


-Diane, eres mi mejor amiga. Pero, si no te callas, te ahogo.

Diane se secó el agua de la cara con las dos manos.


-Pues date prisa.
-Por si no te habías fijado, Lena lleva casi tres días seguidos en el pabellón de invitados -Julia se acercó a la orilla del mar, y el agua fría como el hielo se coló en sus zapatillas de deporte. El cielo era de un negro casi sólido, con nubes de tormenta que oscurecían las estrellas. Se ciñó el cuerpo con los brazos y, cuando sintió que Diane la abrazaba por la cintura desde atrás, agradeció el calor-. Cuando trabaja de esa forma, no duerme, no come y sobrevive a base de café. Le duele la cabeza, y cree que no me doy cuenta. Me está cabreando.
-Ya salió el tema. Te comportas igual cuando estás preocupada y cachonda, y la solución es la misma. Necesitas acostarte con Lena.


Julia se rió.


-Estaría bien para empezar -dio la espalda al mar y al gélido viento y rodeó con un brazo la cintura de Diane-. ¿Y tú? ¿También notas la falta de compañía? No pasas mucho tiempo en tu cama por las noches.
-Valerie me llama cuando terminan y yo... la visito.
-Pues te va mejor que a mí. Cuando Lena llega, cae de narices en la cama y se levanta tres horas después.
-Aún no he tenido tiempo de acostumbrarme a Valerie, así que no la dejo dormir mucho.
-Me da la impresión de que es algo mutuo -Julia siguió caminando por la oscura playa con la sombra de sus dos agentes de seguridad iluminada por las luces de la casa. Alzó la voz para hacerse oír por encima del ruido de las olas y la lluvia-. Volved a la casa. Vamos ahora mismo.
-Te dejo aquí -dijo Diane cuando llegaron donde el camino se desviaba hacia el pabellón-. Creo que esta noche la sorprenderé.
-A ver si me mandas a la mía antes del amanecer -se quejó Julia caminando hacia la casa principal.
-Espero que no te moleste -dijo Diane cuando Valerie entró en la habitación a oscuras-. Me colé por la puerta de atrás.


Valerie se acercó a la cama ajustando la visión a la falta de luz. Se inclinó hacia delante palpando la figura fantasmal bajo las sábanas blancas hasta encontrar una piel más fina que el suave algodón. Hundió los dedos en los sedosos mechones y acarició con el pulgar la mejilla de Diane. Encontró la boca de su amante sin esfuerzo, como si la guiase una fuerza invisible. Labios tiernos, de una calidez inenarrable, tentadores y complacientes. Le temblaron los dedos cuando Diane los besó


-Oh, no, no me molesta en absoluto.


Diane se sentó en la cama deslizando las manos sobre los hombros y el tórax de Valerie, y rodeando sus pechos antes de desabotonarle la blusa.


-Deja que te ayude.


Valerie se quitó los pantalones mientras Diane la libraba del resto de la ropa. Se metió bajo las sábanas y se estiró frente a Diane apoyando la cabeza en la mano de su amante. Rastreó con delicadeza la leve protuberancia del cuello de Diane hasta el hueco que formaba la base de su garganta, donde depositó un tierno beso.


-Me alegro de que estés aquí.
-Habéis estado trabajando muchísimo. Todas vosotras.
-Hay mucho que hacer, y cada día que pasa parece una oportunidad perdida -suspiró cuando Diane encajó una pierna entre las suyas hasta unir los cuerpos de ambas. Besó a Diane acariciando el centro de la espalda de su amante y remontando luego sus nalgas-. Hummm, me encanta tocarte. Tienes una piel muy suave -separó los labios y los acercó a un pezón de Diane, rozándolo con la lengua y los dientes-. Y me encanta ese lunar tan sexy que tienes en el pecho.


Diane arqueó la espalda disfrutando del empuje de la boca de Valerie contra su carne. Se rió cuando Valerie lamió la pequeña marca de nacimiento.


-Lo odiaba cuando era una cría. Recuerdo que todo mi empeño era convencer a Julia y a Tanner para que se hiciesen tatuajes a juego, y así disimular.
-Habría sido una pena -murmuró Valerie deslizando el cuerpo hacia abajo. Chupó el turgente dedal de tejido antes de seguir descendiendo, al tiempo que frotaba la mejilla contra el estómago de Diane.
-Adoro tu boca. ¡Qué cosas hace! -Diane agarró los cabellos de Valerie y tiró de ellos mientras Valerie jugueteaba con su ombligo. En tono adormilado dijo-: Las dos eran muy decididas, hummm, ¡qué agradable!... -Agitó las piernas, inquieta, cuando Valerie descendió aún más-. Pero... se achicaron.
-Me alegro -Valerie rozó con los dedos los muslos de Diane y enredó la lengua entre el sedoso vello que nacía entre ellos-. No soportaría verte con un corazón... o una mariposa... tatuada en el pecho.
-Oh, no íbamos a hacer una cosa tan vulgar. Habíamos pensado... en la mascota del colegio un puma... -Diane se quedó sin su sensual arrebato cuando Valerie se incorporó bruscamente-. ¿Cariño? ¿Qué ocurre? ¿Sucede algo?
-¿Qué? Oh... nada -Valerie buscó la mano de Diane, la acercó a los labios y besó los nudillos-. Lo siento. Perdóname. Tengo que levantarme.


Diane se incorporó en la cama apoyándose en los codos.


-¿Ahora?
-Debo comprobar una cosa -Valerie ya se había puesto los pantalones-. Lo siento. ¡Dios, cómo lo siento!
-Dime que al menos esto te hace sufrir un poco. Porque si solo yo estoy excitada...
-No, por Dios -Valerie se sentó al borde de la cama y puso una mano en la nuca de Diane atrayéndola hacia ella. La besó en la boca; su lengua buscó acceso y, cuando lo encontró, se demoró dentro-. Créeme, casi me muero. Te he deseado toda la noche.
-Pues entonces vete y haz lo que tengas que hacer. Porque, cuando hagas el amor conmigo, no pienso compartirte con nada más -Diane la empujó con delicadeza-. ¿Te importa que me quede aquí?
-Tal vez tarde en regresar -Valerie la besó de nuevo-. Pero me gustaría que esperases. A lo mejor no es nada.
-Te estaré esperando.
-Volveré en cuanto pueda -Valerie cogió el rostro de Diane entre las manos y la besó en la frente.
-Cuidado, no vaya a ser que te lo haga pagar.
-Hazlo.


Valerie se marchó, y Diane se acurrucó en el cálido punto que había ocupado su cuerpo. Cerró los ojos contentándose con disfrutar del olor del pelo de Valerie sobre la almohada. Julia se despertó por culpa del insistente sonido del teléfono móvil. Se sentó en la cama y se inclinó sobre su amante dormida, tanteando la mesilla para localizar el teléfono entre el busca, la pistola y la radio.


-Maldita sea -exclamó encontrando por fin el pequeño objeto cuando Lena se incorporó.
-Estoy despierta -murmuró Lena, atontada, extendiendo la mano.
-No, no lo estás y sea lo que sea, puede esperar hasta mañana -dijo Julia con irritación mientras abría el teléfono-. Que vuelvan a llamar -cerró el teléfono de golpe y lo puso en el suelo, en su lado de la cama.
-Julia, ¿quién era? -preguntó Lena totalmente despierta.


Julia abrazó a Lena por los hombros y la atrajo hacia sí.


-Nadie. Sigue durmiendo.
-¿Te das cuenta de que era mi teléfono?
-Tranquilízate, Elena, y duerme.
-Podría haber sido Lucinda o el Presidente.
-Como si fuese el Papa. Necesitas dormir.


Lena besó la mejilla de Julia, se incorporó y se puso encima de la joven. Estiró un brazo y palpó el suelo hasta que encontró el teléfono; luego, se tumbó en la cama, lo abrió y pulsó la tecla de re llamada.


-No te das por vencida, ¿verdad? -dijo Julia.
-Katina -respondió Lena cuando recibió respuesta-. No, lo desconecté sin darme cuenta. ¿Qué ocurre?
-¿Lo desconectaste? Un cuerno -murmuró Julia-. Yo sí que te voy a desconectar.


Lena dobló el cuerpo sobre el teléfono instintivamente temiendo que Julia se lo arrebatase y lo arrojase al otro lado de la habitación.


-Lo siento. Repite eso -mientras escuchaba, Lena sacó las piernas de la cama y se levantó. Fue hacia el sillón donde había dejado la ropa y cogió los pantalones con una mano poniéndoselos torpemente mientras sujetaba el teléfono entre la oreja y el hombro-. Ahora voy.


Julia saltó de la cama, desnuda, y se acercó a Lena.


-Son las cuatro y media de la mañana. Te acostaste a las dos. ¿Qué es eso tan importante?
-Valerie tiene una pista -Lena le dio un beso fugaz-. ¿Te importa buscarme una camisa limpia mientras me aseo?
-¿Cómo va tu dolor de cabeza?
-¿Qué?
-El dolor de cabeza, Lena.
-Bien.


Julia encontró una camisa limpia en el primer cajón del tocador, retiró el plástico protector y la estiró mientras se dirigía al baño. Se la dio a Lena con una mano y abrió el botiquín con la otra para coger un frasco de aspirinas.


-Toma dos antes de volver al trabajo. Y prométeme que dormirás algo más tarde.


Lena se puso la camisa, tragó las aspirinas sin agua y besó otra vez a Julia.


-Prometido. Te amo.
-Sí, ya -Julia descolgó el albornoz de la puerta del baño, se lo puso y recorrió la casa pues sabía que no podría conciliar el sueño. Pensó en despertar a Diane para que le hiciese compañía, pero se dio cuenta de que también ella estaba en el pabellón de invitados. Sintiéndose abandonada y mal, barajó la posibilidad de salir a pasear. Reinaba la oscuridad total, y seguía la tormenta. Se contentó con hacer café y, mientras esperaba que la cafetera hirviese, oyó pasos a su espalda. Se volvió y vio a Stark en la puerta.
-¿Tienes el turno de noche o tampoco puedes dormir?
-Turno de noche.
-Estupendo. Vamos a jugar a las cartas. Te vaya enseñar a jugar al pinacle.


***


Lena entró en el comedor, iluminado por tres flexos y las pantallas de los ordenadores. La lámpara del techo proyectaba una luz muy suave. Felicia y Valerie estaban sentadas ante sendos teclados.


-¿Qué ocurre?


Valerie señaló la impresora, de la que salía una hoja en ese momento.


-Coge eso, Elena. A ver qué te parece.
-¿Dónde está Savard? -preguntó Lena cogiendo la página.
-Durmiendo en la casa principal. Podemos llamarla si surge algo -dijo Felicia-. Pensé...
-Sí, tienes razón. Alguien debe dormir -Lena frunció el entrecejo ante la imagen en color de la impresora láser. Parecía un trozo de tela de un uniforme militar, pero no reconoció la insignia. La resolución de la imagen no era buena, y las rayas se confundían. Pero se distinguían claramente dos rifles cruzados sobre la bandera de Estados Unidos en la parte superior del escudo-. ¿Qué es esto?
-Un trozo de hombrera -respondió Valerie-. La sacamos de una página web y la ampliamos. Es el tatuaje que los cuatro individuos llevaban en el brazo, ¿no crees?
-Sí, se parece mucho -Lena cogió una silla y se sentó colocando la hoja sobre la mesa-. ¿De dónde ha salido?


Valerie se apartó del ordenador y señaló la pantalla.


-De la Academia Militar de Carolina del Norte. David Foster estudió allí desde los nueve a los diecisiete años.
-¿Ahí encontrasteis la imagen?
-Sí, en la página web de la escuela -respondió Felicia-. El director aparece vestido de uniforme, y recortamos su foto.


Lena permaneció callada un rato; luego, se levantó, se acercó al ordenador y estudió las imágenes.


-Tenemos que averiguar todo lo que se sabe sobre ese lugar. ¿Cuánto tiempo lleva ese tipo de director?
-Lo estoy mirando -murmuró Felicia-. Veintisiete años.
-Nos interesa todo lo que haya sobre él. Empezando por su nombre.
-General Thomas Matheson.
-¿Un general de verdad? -preguntó Lena-. Porque a veces esos tipos presumen de unos galones que no les ha concedido ningún cuerpo de las fuerzas armadas.
-Aún no lo sabemos -respondió Valerie-. Estábamos empezando a hacer búsquedas en las bases de datos.
-Hay que despertar a Savard. Es su especialidad -afirmó Lena-. Prepararé café. Tenemos que conseguir los expedientes de todos los estudiantes con los que coincidió Foster. A ver si encontramos caras que correspondan con las de los tipos muertos.
-Habría que... extraer... esa información de sus bases internas -observó Felicia con cautela.
-Vale. Pues piratéalas, Davis. Y que no se enteren.
-Sí, señora -se apresuró a decir Felicia con una sonrisa de emoción que suavizó sus remotos y elegantes rasgos. Los dedos de Felicia volaron sobre el teclado, y Lena indicó a Valerie que la acompañase a la
cocina.
-Buen trabajo. ¿Cómo se te ocurrió?


Valerie recordó la sensación de la piel de Diane bajo los labios, su olor, y se le aceleró el corazón.


-Cuestión de suerte. Alguien me habló de un tatuaje con la mascota de su colegio, y pensé en los emblemas escolares -abrió la puerta de la alacena y le dio el bote de café a Lena. Se cruzó de brazos al darse cuenta de que había olvidado ponerse el sujetador con las prisas. Lena siguió sus movimientos y se apresuró a desviar la mirada.
-Es la primera pista que tenemos y parece sólida.
-¿Crees que Foster conoció a esos tipos, al menos a alguno de ellos, en la escuela y que posteriormente reanudaron la amistad?
-Es muy posible.
-¡Dios! -exclamó Valerie-. ¿Por qué?
-Eso es algo que tal vez no logremos comprender. Me contento con saber cómo.
-Si se confirma -dijo Valerie-, será una pesadilla mediática. No podemos dejar que esto trascienda.
-Supongo que por eso estás aquí, ¿no? -Lena habló sin rencor con los ojos fijos en Valerie-. Para controlar el flujo de información.
-Ni siquiera la CIA puede hacer algo así, Elena, y lo sabes.
-Pero a la CIA se le da muy bien ocultar situaciones incómodas.


Valerie no dijo nada. No podía refutar algo que ambas sabían que era verdad.
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Mensaje por Anonymus 6/20/2015, 8:56 pm

CAPITULO VEINTISIETE


Viernes, 28 de septiembre.



Lena encontró a Julia trabajando en un lienzo cuando los últimos rayos de un sol empañado por las nubes morían en el horizonte. La joven se había atado un pañuelo rojo en la frente para apartar el pelo de la cara. Llevaba unos pantalones caqui flojos y una de sus camisetas Grateful Dead favoritas, manchada de pintura y agujereada. Un destello azul destacaba en su brazo derecho, en el punto que rozaba con la paleta cada vez que Julia estiraba la mano. Lena la besó en la nuca.


-Estás impresionante.


Julia sonrió.


-Parezco un esperpento. No te acerques o te mancharé el traje.


Lena obedeció y permaneció quieta cuando Julia se apartó.


-¿Has comido algo en todo el día? -preguntó Julia con aire distraído y la atención dividida entre la pintura y una parte del cuadro que deseaba corregir.
-Pizza.
-Hummm. Riquísima. Stark nos trajo un poco.
-¿Puedo interrumpirte unos minutos?


Había algo en el tono de Lena que inmediatamente captó la atención de Julia. Dejó el pincel de pelo de marta y cogió el trapo que utilizaba para limpiarse las manos. Dio la espalda a la pintura, dejó de pensar en ella y, con expresión cautelosa, preguntó:


-¿Qué ocurre?
-Nada -Lena la cogió de la mano, ignorando las protestas de Julia sobre las manchas de pintura, y la condujo al dormitorio. Una vez dentro, cerró la puerta-. Hemos identificado a los miembros del equipo que atacó el Nido.


Julia respiró a fondo y retrocedió.


-¿Quiénes son? ¿Los conozco?


Lena dio un paso adelante, pero, al ver que Julia retrocedía de nuevo, se detuvo y sacudió la cabeza.


-No que yo sepa; no tienen nada que ver contigo personalmente. Cotejamos sus nombres con toda la información que existe en tus archivos de seguridad. No apareció nada. No los conocías. Nunca se comunicaron contigo. Jamás hicieron ninguna declaración sobre ti, tu padre o cualquier tema político.
-Entonces, ¿por qué?
-No importa -dijo Lena deseando ahorrarle todo aquello a Julia. Afirmar que el ataque no tenía nada que ver con ella como persona, sino solo con lo que representaba, era como darle la razón a Julia desde el principio. No importaba quién era ella, sino solo lo que la gente veía cuando la miraba. Pronunciar las palabras resultaba desgarrador, pero Julia no quería ni necesitaba protección, al menos no de ese tipo-. No se trataba de ti. Fueron a por ti para demostrar algo.
-Pero Foster, Foster me conocía -Julia no pudo disimular el horror. Un hombre al que conocía, a cuyo lado se había sentado montones de veces en el coche, con el que había caminado por la calle, que la había protegido como guardaespaldas... había intentado matarla. Cara a cara. No existía nada más personal que eso-. ¿De dónde salieron?
-Aún no tenemos todos los datos -respondió Lena-. Los identificamos por los tatuajes que nos llevaron hasta la academia militar en la que estudiaron. Foster formaba parte del grupo. Valerie, Felicia y Savard habían trabajado sin parar todo el día, revisando expedientes escolares, informes interdepartamentales, cartas a las familias, registros deportivos y solicitudes de matrículas universitarias, todo tipo de información personal y académica con la que habían elaborado los perfiles de los sospechosos. Encontraron también archivos fotográficos y los rostros.
-Dime los nombres.
-Julia...
-Dímelos. Quiero que sean reales. No meros fantasmas, monstruos sin nombre ni cara.


Lena tomó aliento y recitó los nombres. Deseaba abrazar a Julia. Se moría por protegerla. Pero temía acercarse a ella, y eso era lo más duro.


-Creemos que la organización patriótica los preparó cuando estaban en el colegio.
-Estás de broma. ¿De niños? ¿Reclutar niños para convertirlos en asesinos?
-No sabemos si fueron entrenados en la adolescencia para asesinar -admitió Lena-, pero les inculcaron una manera de pensar que facilitó el paso siguiente. No olvides las Juventudes Hitlerianas y su gran contribución al ascenso del Reich.


Julia sacudió la cabeza. Parecía inconcebible, pero en el fondo sabía que era la cruda realidad.


-¿Por qué has llegado a esa conclusión?
-Es mucha coincidencia que no hubiese nada que identificase a ninguno de los cuatro en los archivos públicos. Ni siquiera tenían carné de conducir -Lena habría dudado de su existencia si no hubiese visto las fotos de las autopsias-. Eso, o algo parecido, se planeó mucho antes de que se convirtiesen en adultos.


Julia se sentó en el borde de la cama con las piernas temblando.


-Es horrible. Yo... ¿Qué hicieron durante todo este tiempo? ¿Por qué nadie sabía nada de esto?
-Con la excepción de Foster, llevaban vidas normales de ciudadanos corrientes, sin hacer nada que llamase la atención. Trabajos normales, sin deudas, sin antecedentes penales, nada destacable –Lena cruzó el dormitorio con los ojos clavados en la cara de Julia. Se agachó frente a ella y apoyó las manos en los muslos de la joven-. A ninguno de ellos le habían tomado las huellas dactilares ni fotografías de ningún tipo, ni siquiera tenían tarjetas de crédito. No trabajaban para el Gobierno o en industrias y, por tanto, no habían tenido que superar ningún examen.
-Podría tratarse de una coincidencia. No significa que fuese algo planeado -insistió Julia.
-Si eso fuera todo, estaría de acuerdo contigo, pero no lo es. No hemos encontrado solicitudes de ingreso en academias militares de ninguno de ellos, ni en West Point, ni en la Academia Naval, ni en la de Aviación, aunque sin duda eran candidatos ideales. Más del noventa por ciento de los graduados de la Academia Militar de Carolina del Norte siguen la carrera militar y prácticamente el cien por cien solicita el ingreso. Foster entró en un servicio del Gobierno, pero esos hombres... Es como si se hubiesen mantenido a propósito fuera del radar, esperando.
-¿Esperando a que los llamasen para hacer algo así?
-Eso es lo que creemos -Lena se sentó en la cama junto a Julia y deslizó un brazo alrededor de la cintura de la joven. Julia no abandonó su rigidez, pero tampoco rechazó el contacto de Lena-. Seguramente los adiestraron en un campamento paramilitar.
-Una especie de célula durmiente integrada solo por estadounidenses en vez de... ¿quiénes? -Julia cerró los ojos un instante. Cuando los abrió, rebosaban dolor-. Esto no puede ser. No ha ocurrido.


Lena no tuvo que señalar que los hechos del 11 de septiembre tampoco habían sucedido porque sabía que ambas estaban pensando lo mismo.


-Lo siento.
-¿Y ahora qué? -preguntó Julia.
-Tenemos trabajo por delante. Esos hombres están muertos y ya no sirven de nada. Esperemos que el director del colegio en el que estudiaron responda a todas las preguntas. Es casi tan difícil de desenmascarar como esos tipos, aunque sabemos cómo se llama y qué aspecto tiene.
-¿Y qué ocurrirá si fue él quien... lo planeó todo?
-Será arrestado


Lena no sabía qué harían con él, pero estaba absolutamente segura de una cosa. No desaprovecharía la ocasión de hacer justicia. Y su idea de esta no consistía en entregarlo al FBI o al Departamento de Justicia, donde el individuo en cuestión podría negociar un trato benevolente a cambio de información. Seguramente, los que detentaban el poder querían algo así, pero los planes de ellos no coincidían con los suyos. Su único interés era la seguridad presente y futura de Julia.



-Creo que tenemos algo -gritó Savard desde el comedor con voz tensa.


Lena se incorporó en el sillón en el que se echaba una siesta, se frotó los ojos, que notó sucios y pegajosos, y sacudió la cabeza para despejarse.


-¿Qué has encontrado?
-He estado revisando las declaraciones de la renta de Matheson. Pagó un considerable impuesto de sucesiones hace quince años, cuando murió su padre.


Lena escudriñó la pantalla frunciendo el entrecejo ante lo que parecían copias escaneadas de antiguos documentos.


-¿Crees que financia a los terroristas?


Savard hizo un gesto negativo.


-No. He investigado a sus padres, y a los padres de sus padres. El abuelo de Matheson poseía una montaña en Tennessee.
-N o digas más -Lena sonrió-. Y Matheson heredó la propiedad. ¿Tienes las coordenadas?
-Es casi medianoche de un viernes, comandante. En el archivo de Memphis no habrá nadie.
-Pero seguro que sus redes informáticas funcionan porque las agencias de orden público precisan acceder a ellas.
-Entonces necesitamos a Felicia para que haga la extracción -dijo Savard cediendo ante la habilidad de Felicia como pirata informática.


Lena miró el reloj y torció el gesto.


-Hace solo dos horas que se acostó, pero supongo que tenemos que...
-Creo que tengo un contacto que puede facilitarnos la localización un poco más rápido -intervino Valerie-. Haré una llamada.
-De acuerdo -dijo Lena- y ya que estás en ello, solicita una imagen de satélite. Tenéis algo con dispositivos infrarrojos por ahí, ¿verdad?


Valerie sonrió.


-No tengo ni idea de lo que gira alrededor de la Tierra, Elena. Pero estoy segura de que hay algún artilugio útil. Veré qué puedo hacer.


Savard esperó a que Valerie saliese del comedor.


-¿Cree que hay un complejo paramilitar en la propiedad?
-¿Tú no?
-Sí, yo también. ¿Y qué vamos a hacer cuando averigüemos dónde está?
-Supongo que no será cosa nuestra -Lena no alteró la expresión.
-Me gustaría verlos caer -Savard mantuvo la mirada de Lena-. Tal vez esos tipos no planearon lo que ocurrió en el World Trade Center, pero lo sabían. Y está clarísimo que atentaron contra Julia. Quiero estar allí cuando los capturen.
-Sí, yo también.


Julia aún estaba despierta cuando Lena entró en la habitación poco después de las cuatro de la mañana; estaba acostada, y la única luz procedía del tocador del cuarto de baño contiguo.


-¿Qué ocurre?


Lena se desnudó a toda prisa y se metió en la cama buscando la mano de Julia y entrelazando los dedos con los de su amante.


-Valerie, Savard y yo tenemos que ir a Washington.

Julia soltó la mano de Lena.


-¿Cuándo?
-Hoy. Por la mañana.
-¿Por qué?
-Tenemos que hablar con Lucinda y con tu padre. Seguramente con algunas personas más.
-¿De qué?
-Hemos encontrado un complejo en las montañas de Tennessee. Tenemos imágenes de satélite de una serie de edificios y vehículos. Creemos que de allí salieron los tipos que atentaron contra tu vida.
-Solo es una reunión, ¿verdad?
-Volveré esta noche.
-Quiero ir contigo.
-No es buena idea -dijo Lena-. Aquí tenemos excelentes medidas de seguridad. No sabemos hasta dónde llega esto ni si en Washington hay gente implicada. Foster estaba dentro. Tal vez haya otros. A menos que prefieras quedarte unas semanas en la Casa Blanca...
-Ya sabes que no.
-Entonces, este es el lugar más seguro para ti. Las tres iremos en coche hasta Boston y allí cogeremos el avión.
-¿Y por qué tenéis que ir vosotras en persona? -Julia se incorporó y encendió la lámpara de la mesilla. Bajó las sábanas hasta la cintura, dobló las rodillas y las rodeó con los brazos plegándose-. ¿Qué vais a hacer en Washington? ¿Planear la gran operación? ¿Montar la estrategia para detener a esa gente? -como Lena no dijo nada, Julia continuó con voz ronca-: No eres un comando, Elena. Para eso están las fuerzas especiales. No vas a participar en eso.
-Solo vaya asesorar.
-Oh -exclamó Julia despectivamente- no me vengas con esas. Te conozco. Asesorar, y un cuerno. Dime que no vas a ir con el equipo de ataque. Dime que no es lo que planeas.
-Hoy solo voy a informar al Presidente, a Lucinda y al jefe de seguridad. Nada más -Lena se sentó en la cama y rozó el hombro contra el de Julia. A pesar de su enfado, Julia buscó la mano de Lena y la cogió.
-¿Y si no quieren esperar? ¿Y si se empeñan en ir hoy? Prométeme que no los acompañarás.


Lena guardó silencio.


-Maldita seas, Elena.
-No estaré en primera línea. No vaya llamar a la puerta.
-Quiero que me prometas que no irás con ellos -Julia se fijó en la tensión de la mandíbula de Lena. Con delicadeza giró el rostro de Lena hacia el suyo-. Prométemelo.


Lena la miró a los ojos.


-Quiero verlo entre rejas. Preferiría matarlo, pero no lo haré. Prometo mantenerme a una distancia prudente. Es lo que te prometo.
-¿Por qué? ¿Por qué es tan importante?
-Hombres como él mataron a mi padre. Y ha estado a punto de matarte a ti... -a Lena se le hizo un nudo en la garganta y desvió la cara soltándose de la mano de Julia-. Yo también necesito cara para el monstruo, Julia.
-¡Oh, Dios! -suspiró Julia abrazando a Lena por los hombros-. No soporto verte sufrir. -Apoyó la frente en la cabeza de Lena-. Te amo aún más de lo que te necesito, lo cual es muy duro de soportar. Ten cuidado, por favor.


Lena se volvió y abrazó a Julia. La besó bruscamente, sin contemplaciones, para espantar imágenes de coches en llamas y armas automáticas. Se recostó en la cama y cubrió el cuerpo de Julia con el suyo. Entonces, se perdió en ella, ahogando su dolor en la pasión.
Valerie abrazó a Diane, que dormía. Acarició sus cabellos, la espalda, la curva del costado mientras recordaba los sonidos de su placer y los imprimía en su mente. Aún notaba su sabor, de una exótica dulzura. Había hecho el amor con Diane hasta que le pidió que parase, riéndose y llorando a un tiempo mientras se corría por última vez.


-Deja que te haga el amor -murmuró Diane adormilada y casi incapaz de moverse.
-La próxima vez -susurró Valerie apretándose contra el cuerpo de Diane.


Diane, con un suspiró de satisfacción, se acurrucó en sus brazos. Valerie esperó quince minutos, treinta, cuarenta... escuchando el sonido suave de la respiración de Diane mientras sentía las cálidas corrientes de sus exhalaciones en los pechos y contaba los latidos de su corazón. Cuando no pudo aguantar más, besó a Diane en la frente y se levantó con mucho cuidado. Tenía mucha experiencia en escabullirse de los brazos de mujeres a las que había satisfecho sin despertarlas. Recogió su ropa en silencio y el maletín que había llevado. Dos minutos después se hallaba desnuda en la terraza posterior y se vistió hábilmente en la penumbra que anunciaba el amanecer. Al cabo de cinco minutos, caminaba por la orilla del mar alejándose a buen paso de la casa. En un cuarto de hora recorrió un kilómetro, y las reverberaciones del motor de la lancha fueraborda apenas se distinguían de las olas que batían contra la costa. Subió a la pequeña embarcación y se alejó de tierra, de la casa segura y de las personas que estaban dentro, sin mirar atrás.
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Mensaje por Anonymus 7/5/2015, 4:17 am

CAPITULO VEINTIOCHO


Sábado, 29 de septiembre.


Diane tal vez se despertó al notar la cama fría o porque algo en su subconsciente la advirtió de un dolor inevitable. Pero, cuando se puso de lado y abrió los ojos, no la sorprendió verse sola. Escuchó con atención, buscando algún sonido en la silenciosa casa. La caldera del sótano zumbaba levemente. En el mar una sirena de niebla entonaba su triste lamento. La casa estaba tranquila: Felicia dormía, y Savard compartía cama con Stark en la casa principal. Valerie siempre dejaba el reloj y la sortija de oro que llevaba en el meñique de la mano derecha en la mesilla cuando hacían el amor. Diane se fijó en que no estaban. Afinó aún más el oído esperando percibir el ruido de la ducha en el baño contiguo, pero sabía que Valerie se había marchado. Incluso el aire había perdido su calidez, y la soledad agobió su corazón con fuerza renovada. Le dolía el cuerpo al recordar el deseo. Sintió las manos de Valerie sobre ella, dentro de ella, y recordó las promesas silenciosas que habían intercambiado mientras se colmaban de placer mutuamente. Otras mujeres habían dejado huella efímera en su vida y, luego, se habían ido. Diane había aprendido a reconocer las despedidas en un beso. Y no era lo que Valerie le había dicho mientras hacía el amor con ella horas antes. Necesitaba creerlo; de lo contrario, se le rompería el corazón.


-Maldita sea, Lena -gritó Julia golpeando el teléfono contra la encimera de la cocina-. Era Diane. Valerie se ha ido.


Lena miró el reloj automáticamente: las cinco y diez de la mañana. Faltaba casi una hora para el amanecer. Se habían levantado a las cinco porque Savard, Valerie y ella se marchaban a las cinco y media cuando un helicóptero las recogiera para llevarlas a un pequeño aeropuerto privado desde donde volarían a Washingto. Habían perfilado el plan antes de retirarse la noche anterior. Savard, Valerie y ella. «Maldita sea.» Lena miró por la ventana lateral y contó los coches que había bajo el pórtico. No faltaba ninguno. Wozinski había hecho el turno de noche y la habría llamado si hubiese visto actividad en la carretera de la casa. El equipo de Tanner patrullaba toda la isla y, sin duda, habrían reparado en un movimiento en cualquier lugar próximo aunque Valerie se hubiese marchado de la casa en medio de la oscuridad y hubiese recorrido varios kilómetros de carretera. Cruzó el lavadero para ir a la puerta de atrás, la abrió y dijo a Hara:

-¿Alguna actividad por ahí?


La agente Hara, apoyada en la columna de la terraza que daba al pabellón de invitados y a la playa, se volvió. Llevaba pantalones negros y zapatillas deportivas, una cazadora azul marino sobre un polo oscuro, y su expresión era de alerta, pero no de preocupación.


-Buenos días, comandante. Nada fuera de lo normal. La agente Lawrence bajó a la playa hace... -miró su reloj- unos treinta y cinco minutos.
-¿Es su hora normal?
-Cualquier momento entre las cuatro y media y las seis -respondió Hara-. Casi todos los días.


Lena se dio cuenta al instante de que el plan había sido cuidadosamente diseñado, pero siguió la lógica de las preguntas para respetar el procedimiento.


-¿Suele acompañarla la señorita Bleeker?
-No tan temprano, comandante.
-¿Cuánto dura su ausencia?
-Cuarenta y cinco minutos. Una hora como mucho. De hecho, ya debería haber regresado.
-¿Hoy llevaba algo?
-No que yo viese, pero estaba oscuro. Cuando salió de la casa, consulté mi reloj. Enseguida la ocultaron las dunas -Hara parecía incómoda-. ¿Se me ha escapado algo, comandante?
-No, se me ha escapado a mí -Lena entró en la casa y dijo a Julia-: Seguro que la recogieron en el mar.
-¿Quiénes? -preguntó Julia-. ¿Quieres decir que la secuestraron o algo así?
-Lo dudo -los músculos de los hombros de Lena se pusieron rígidos mientras reprimía la rabia-. Supongo que la Agencia la rescató.
-¿Por qué? -Julia caminaba en estrechos círculos por el centro de la cocina poniéndose cada vez más furiosa.
-El número de personas que saben que está aquí es muy reducido, y no hay motivo para creer que pudiese ser víctima de un secuestro -Lena cogió el móvil que llevaba prendido en el cinturón-. Seguramente formaba parte del plan desde el principio.
-No me puedo creer que haya sido capaz de hacer algo así. ¿Sabes lo que le ocurrirá a Diane? Maldición. ¡Qué hija de puta! -Julia daba zancadas de un lado a otro de la cocina-. ¿De qué plan hablas? ¿De quién era el plan?
-De la CIA. Acabamos de identificar a un elemento clave en el ataque contra el Nido. Tal vez hayamos descubierto una posible relación con los terroristas que atentaron contra el World Trade Center. Estoy segura de que es la información que debía conseguir Valerie y por eso la enviaron aquí. Ahora la tiene, ha hecho su trabajo y ellos la han rescatado -Lena se encogió de hombros-. Reubican a sus agentes de campo precipitadamente.
-¿La enviaron para que te espiase? Mi padre nunca lo habría consentido.


Lena sujetó a Julia por los hombros y frenó sus acelerados rodeos.


-Seguramente ni siquiera lo sabe.
-Eso es absurdo. Es el Presidente. Lo sabe todo.
-En realidad, no es así, y hay buenos motivos para ello. A veces tiene que estar en condiciones de negar que sabe algo, sobre todo cuando se trata de asuntos... legalmente turbios -Lena exhaló un suspiro de frustración-. Pero apostaría el cuello a que Lucinda Washburn lo sabe. Porque es ella quien protege a tu padre.
-La voy a llamar ahora mismo -Julia cogió el teléfono de la encimera y lo abrió. Lena estiró la mano y lo cerró con delicadeza.
-No te lo contará. Tampoco me lo contará a mí. Si lo sabe, no lo reconocerá. Así se hacen estas cosas.


Julia miró a Lena con incredulidad.


-¿Por qué no te enfadas? ¿No te sientes traicionada?
-No es nada personal -respondió Lena- No podía considerarlo personal porque necesitaba mantener las ideas claras. La operación dependía de eso. Más aún, también las vidas de sus colaboradores.
-Sandeces. Sandeces. Puras sandeces. Esa mujer... mierda; odio decirlo, pero esa mujer significa más para ti que ningún agente.
-No, no es verdad -Lena sonrió-. Claire sí que significó más que nadie para mí en otro tiempo, pero Valerie no.
-¿Y cómo distingues entre ellas?


Lena pensó si sería prudente responder. No era buena idea hablar a Julia de sus relaciones pasadas con otras mujeres. Sabía que Julia confiaba en ella. También sabía que Julia estaba segura de su amor. Pero Julia era Julia, y no se tomaba a la ligera las intromisiones en su relación. Lena suspiró. Iba contra sus principios, pero su relación con Julia no encajaba en la lógica del resto de su vida. Con Julia solo valía la sinceridad, por arriesgada que fuese.


-Lo que Claire y yo tuvimos, lo que compartimos, forma parte del pasado. Entonces éramos personas distintas, y Claire ya no está.


Julia cogió una silla de cocina y se sentó tamborileando con los dedos sobre la superficie de madera mientras miraba a Lena con gesto receloso.


-¿Alguna vez... la echas de menos?
-¡Por Dios, Julia! -imploró Lena.
-No estoy celosa, solo quiero saber.


Lena cogió otra silla y se sentó frente a Julia. Se inclinó hacia delante y puso las manos sobre las rodillas de la joven mirándola fijamente a los ojos.


-A veces me entristece saber que no volveré... a ver... a Claire. Pero ocurre en pocas ocasiones, y es algo que no tiene nada que ver contigo o conmigo. No se trata de sexo; en realidad, durante mucho tiempo no fue eso, incluso antes del final. Sino de la pérdida de una amiga.
-¿Y Valerie?
-Valerie... -Lena suspiró y sacudió la cabeza-. Valerie es una mujer que no conozco. Sintonizábamos, es cierto, a un nivel más profundo que colegas normales, pero no sé cuáles son sus móviles. No sé por qué hace lo que hace. No la conozco, y no puedo responsabilizarme de ella. Tengo que pensar en Stark, Savard, Mac y los demás.
-Pero te gusta. Sé que te gusta.
-Es verdad. La entiendo en muchos aspectos. Se parece más a mí que ninguna otra.


Julia quería protestar, pero sabía que era cierto. Lena lo sacrificaba casi todo por el deber (menos el amor), pero quien no la conociese bien pensaría eso.


-Estoy hasta las narices de ella. No tenía que haberse liado con Diane si sabía que se iba a marchar. Ha sido egoísta y cruel.
-Tal vez no pudo evitarlo -Lena deslizó un dedo sobre el tenso ángulo de la mandíbula de Julia-. Cariño, a veces nos enamoramos aunque no queramos.


Julia volvió la cabeza rápidamente y besó la mano de Lena.


-No intentes convencerme de que no me enfade.


Lena hizo un gesto negativo.


-No lo haré. Sé que no podría. Solo digo que he estado en su lugar, y a veces es igual de duro para la otra parte. Sobre todo cuando no puedes explicar por qué haces lo que haces.
-Me saca de quicio esa forma que tenéis de apoyaros -se quejó Julia.
-Si averiguamos que Valerie no trabaja para la Agencia o que todo el plan era para proteger a los responsables de lo ocurrido en el Nido, la perseguiré hasta el fin del mundo -Lena cerró las manos sobre los muslos de Julia-. Te lo prometo.
-¿A qué te refieres con que tal vez no trabaje para la Agencia? ¿Podría ser una especie de agente doble? -Julia echó la cabeza hacia atrás y miró el techo-. Eso sería mucho peor. Pobre Diane.



Lena no dijo nada, molesta con quienes decían compartir los mismos objetivos, pero cuyo fin era solo el mantenimiento de su propio poder. Había aprendido la lección muy pronto y la olvidó temporalmente porque confiaba en Valerie. No volvería a cometer el mismo error. Abrió el móvil y marcó el número privado de Lucinda Washburn. Julia miró por la ventana de la cocina y vio a Diane bajar por el camino de las dunas vestida solo con una blusa de seda, pantalones de algodón y zapatos bajos. El termómetro de la ventana marcaba once grados.


-¡Jesús!


Se puso la chaqueta, cogió la de Lena colgada de un gancho tras la puerta y fue tras Diane. Caminó por la playa bajo un plomizo cielo gris alegrándose de que no lloviese. La marea estaba baja, y las gaviotas picoteaban y chillaban entre conchas rotas y algas enredadas en la orilla del mar. Alcanzó a su mejor amiga y le ofreció el anorak.


-Toma, póntelo. Vas a enfermar.
-Gracias -dijo Diane en voz baja aceptando el anorak azul marino con forro polar. Se arrebujó dentro de la prenda sin apartar los ojos del mar. Le quedaba demasiado grande en los hombros y las mangas, y ciñó la cintura con los brazos, metiendo las manos bajo la prenda para calentarlas-. Estoy bien. No hace falta que te quedes.
-Cállate, Diane.


Tras un minuto de silencio en el que Diane se mostró dispuesta a obedecer, Julia la cogió por la cintura.


-Debe de ser la primera vez en mi vida que no sé qué decir.
-No hay nada que decir -Diane buscó la mano de Julia y la introdujo dentro de una manga, entre las suyas-. ¿Lena sabe por qué se marchó?
-No. ¿Tienes alguna idea?
-Ninguna. Casi me vuelvo loca tratando de adivinar por qué hizo lo que hizo, incluyendo lo de liarse conmigo -Diane soltó una áspera carcajada-. Soy buena, pero dudo que se tratase solo de sexo.
-Diane... -dijo Julia.
-Sigo pensando que debería haberme dado cuenta de algo, haber visto algo en sus ojos. Por Dios, tendría que haber notado algo raro cuando me tocaba, ¿no crees? -se volvió hacia Julia con los ojos arrasados de dolor-. ¿Cómo pude amarla tanto sin conocerla?
-Me dan ganas de matarla -murmuró Julia. Nunca había visto a Diane tan indefensa- Juro por Dios que la mataré.
-Me encanta el detalle -Diane esbozó una sonrisa cansada y apretó la mano de Julia-. Pero no vale la pena que perdamos la vida por eso. Seguro que existe una explicación, y tendré que seguir viviendo con ella o sin ella.
-¿Piensas darle la oportunidad de que se explique? -repuso Julia-. Yo la estrangularía nada más verla.


Diane se rió con un leve gesto de diversión.


-Creo que a veces has actuado de la misma forma con Lena. Sobre todo al principio, cuando ella hacía cosas que te sacaban de tus casillas.
-Ella nunca me abandonó en plena noche sin una explicación.
-No, es cierto -admitió Diane con un suspiro-. Pero Valerie no es Lena, y yo no soy tú.
-Oh, por favor, no te pongas razonable. ¿No estás furiosa con ella? Pues deberías estarlo -dijo Julia indignada.
-Estoy enfadada. Me fastidia que no confiase en mí lo suficiente para decirme que tenía que irse, pero... -Diane alzó una mano para silenciar otro ataque de Julia- me advirtió desde el principio que no siempre podía hacer lo que quería -contempló el mar con aire pensativo-. Existe una explicación.
-¿Confías en ella de verdad? -el tono de Julia era más curioso que acusatorio.
-Sí -afirmó Diane dibujando pequeños círculos sobre la mano de Julia-. Anoche hicimos el amor. No te puedo contar cómo fue porque fue diferente a todo lo que he vivido hasta ahora. Nada me ha llegado tan a fondo como lo que compartimos. Me dijo de todas las maneras posibles que me amaba. ¿Sabes lo que eso significa?



Julia suspiró.


-Sí, lo sé. Sé que creo en algunas cosas porque, si no fuesen ciertas, Lena no me tocaría como lo hace. Ni yo lo permitiría.
-Sí. Tú y yo... sabemos lo que es hacer el amor sin que nos afecte. Pero con ellas es distinto, ¿verdad? Nos llegan a lo más hondo -Diane dio la espalda a Julia sin esperar respuesta-. Si eso no es razón suficiente para confiar, entonces nunca podré confiar en nadie.
-Como te haga daño, me las pagará -dijo Julia muy seria. Diane sonrió y rodeó con los brazos los hombros de su amiga. La abrazó, frotando su fría mejilla contra las de Julia, ansiosa de calor.
-Sé que lo harías y te amo por eso. Pero esperemos antes de dar por sentado que es culpable.
-¿Cuánto tiempo? -Julia acarició la espalda de Diane, sabía que su amiga estaba sufriendo y odiaba no ser capaz de aliviar su dolor.
-No lo sé. Nunca había vivido una situación similar -Diane se apartó, acarició el brazo de Julia y le cogió la mano-. Solo sé que la amo, y necesito creer que tiene sus motivos.


Julia no expresó sus recelos porque, si estaba en lo cierto al no fiarse de Valerie, el tiempo le daría la razón. Si se equivocaba, expresar su desconfianza solo serviría para agravar la desdicha de Diane, así que asintió.


-Siempre se te ha dado mejor que a mí entender a las mujeres.
-Excepto a Lena -dijo Diane riéndose.
-Ella es la excepción de todo en mi vida.
-Gracias.
-¿Por qué? -preguntó Julia.
-Por ponerte de mí parte.
-Oh, cariño, siempre -Julia estrechó la mano de Diane-. Vamos a la casa; podemos desayunar y compartir quejas de nuestras novias.
-Estupendo -Diane se mordió el labio, bañado por un mar de lágrimas-. Es lo que necesito en este preciso instante.


Julia y Diane fueron de la mano hasta la casa; Julia no apartaba la vista de Lena, que las miraba desde la terraza posterior. Había cosas de su amante que no entendería nunca: su feroz sentido de la justicia, el sentido del honor que guiaba todas sus decisiones; y, a veces, como la mujer que la acompañaba, tenía que fiarse de su corazón.
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Mensaje por Anonymus 7/5/2015, 4:18 am

CAPÍTULO VEINTINUEVE



Stark estaba sentada en la cama mirando el vestido de Savard con los nervios enroscados en la boca del estómago como una víbora preparada para atacar. Sus dedos se pusieron blancos cuando aferró con ambas manos el borde del colchón. Las mantas retiradas dejaban ver las sábanas, llenas de arrugas, en las que habían pasado las últimas horas, acurrucadas la una contra la otra. Con qué rapidez la vida se movía de una apacible comodidad a la peor de las incertidumbres. En su mente se agolparon un montón de plegarias, pero no expresó ninguna en voz alta. «No quiero que vayas. Tengo un mal presentimiento. Aún no te has recuperado del disparo, y sé que sigues afectada por lo que ocurrió el 11/S. No estás en buenas condiciones.
Estás cansada, sé que estás cansada. Así es más probable que te hieran. De ninguna manera quiero que vayas.»



-Seguramente volveré esta noche -dijo Savard remetiéndose un polo negro en los vaqueros también negros. Cogió la funda de la pistola del tocador, comprobó automáticamente el arma y la colgó del cinturón sobre la cadera derecha. Alcanzó el chaleco antibalas del FBI que había colocado en el respaldo de la silla cuando escogía la ropa del armario. Se lo puso y metió la mano derecha bajo la prenda para tocar la pistola, cerciorándose de que nada impedía que la sacase-. Si me retraso, te llamaré.
-Vale.


«No vas vestida para una reunión.» Savard se volvió y miró a Stark desde el otro extremo de la habitación.


-No te preocupes, cariño.
-No me preocupo. De todas formas, ten cuidado.
-Percibo tu preocupación desde aquí -Savard salvó la distancia que las separaba, puso las manos sobre los hombros de Stark y se inclinó para mirarla a la cara-. Seguramente pasaré el día entero en reuniones. Ya sabes lo lento que va todo cuando hay que contar con los jefes.


Stark asintió.


-Si sucede... algo interesante, estarás... bien.
-Paula -dijo Savard en tono dulce, sentándose en el regazo de Stark y rodeando con los brazos los hombros de su novia-, es mi trabajo. Igual que el tuyo consiste en cuidar a Julia. Sé lo que eso significa. Cuando sales con ella por la puerta, sé lo que significa. Si me obsesiono, me vuelvo loca.
-Tienes razón -murmuró Stark enterrando la cara en el ángulo entre el cuello y el hombro de Savard y abrazándola-. Es solo que te amo.
-Hummm, y yo también te amo -Savard deslizó la mano bajo la barbilla de Stark y levantó su cara. La besó despacio aunque apenas tenía tiempo. Sabía que la comandante la esperaba, pero le debía aquel momento a Paula. En el fondo sabía que cualquier despedida podía ser la definitiva y quería expresar todo lo que sentía su corazón. Demoró la boca sobre la de Stark e introdujo la lengua dentro en un último beso-. Te llamaré.
-Hasta luego -dijo Stark esforzándose por sonreír mientras la dejaba marchar de mala gana. Julia y Diane llegaron al porche posterior a tiempo de oír las últimas palabras de Lena:
-... Queremos estar. Nos lo hemos ganado. De acuerdo. Sí. Gracias -cerró el teléfono bruscamente cuando Julia se acercó a ella-. Hola. Solo tengo un minuto. Lo siento.
-¿Quién era? -preguntó Julia.


Diane apretó la mano de Julia.


-Voy dentro a ducharme.


Julia no dijo nada; siguió estudiando el rostro de Lena mientras repetía:


-¿Quién era?
-Stewart Carlisle -respondió Lena refiriéndose a su superior inmediato.
-¿Y qué va a hacer? ¿Dejar que te líes a tiros con esos individuos? -Julia agarró las solapas de la cazadora de cuero de Lena y la sacudió-. Me lo prometiste. Me prometiste que te mantendrías al margen. Maldita sea, Elena. Lo prometiste.
-Lo sé. Y lo prometí sinceramente -Lena cubrió las manos de Julia con las suyas sin resistirse-. Iba en serio. Dije que estaría en la retaguardia y lo haré. Lo juro.


Julia la atrajo hacia sí y la besó con intensidad. Le dolieron los labios, y se dio cuenta de que a Lena también le dolerían, pero no le importaba. Si no podía impedir que se fuese, no podía apartarla del peligro, le dejaría bien claro qué perdería si se arriesgaba. Aquel amor, aquella vida que habían hecho, era lo que quería que Lena recordase cuando tuviese que elegir entre su deseo de hacer justicia y su propia seguridad. Lena se dejó arrastrar, indefensa ante el ataque de Julia. La fuerza de la exigente boca de Julia la dejó sin aliento. No se dio cuenta de que Julia la empujaba hasta que su espalda chocó contra la columna de la terraza, y Julia la apretó contra ella. Por fin desvió la cara y se evadió del beso, pero no pudo huir del frenesí de las manos de Julia sobre su cuerpo.


-Por Dios. Necesito la cabeza despejada para pensar, cariño. Dame un respiro.
-Quiero que lo pienses -murmuró Julia con la boca contra el cuello de Lena-. Hoy piensa en mí, Elena. Piensa en hacer el amor conmigo, en lo mucho que te necesito. Y vuelve enterita.
-Nunca pienso en nadie más que en ti -dijo Lena antes de reclamar la boca de Julia con tanta pasión como había reclamado Julia la suya. Tras otro instante de voracidad, se apartó-. Te amo.
-Sí, ya lo sé -Julia apoyó la frente en el hombro de Lena, deslizó las manos sobre la parte delantera de su cazadora de cuero y las introdujo bajo la prenda para acariciar su pecho-. Como si eso fuese la respuesta para todo.
-¿Y no lo es? -Lena sonrió y besó a Julia en la frente-. Volveré pronto, cariño -se escabulló del abrazo de Julia, bajó las escaleras, dobló la esquina de la casa y desapareció.


Julia se apoyó en la columna contemplando el amanecer sobre el océano. Era indescriptible, increíblemente hermoso. Como el amor. Entró corriendo en la casa para no perderse aquel momento, arrojó la chaqueta al suelo y puso un lienzo limpio en el caballete. Con la vista en el amanecer y el corazón detrás de Lena, empezó a pintar. Savard oyó el ronroneo de los rotores antes de que el punto negro del horizonte se convirtiese en un
MH-6 Little Bird, un helicóptero ligero de ataque para operaciones especiales. Era una de las naves de ataque más pequeñas del ejército estadounidense, y se utilizaba sobre todo para operaciones de inserción y extracción. Por lo general, llevaba seis comandos en las plataformas exteriores, pero en aquel momento las rampas estaban vacías. Savard miró a Lena.



-Curioso medio de transporte para ir a una reunión, comandante.
-Ha habido un pequeño cambio de planes -dijo Lena sin apartar los ojos del helicóptero, que en ese momento descendía-. Hay cierta alarma pues hemos tenido un fallo en la integridad de nuestro equipo y nuestro servicio de inteligencia tal vez no sea seguro.


«Fallo en la integridad de nuestro equipo.» Savard dio vueltas a la frase y la tradujo como que alguien de las altas esferas sabía que Valerie se había ido y que seguramente había informado a la CIA, no solo de la localización del campamento paramilitar, sino también de las pruebas que apuntaban al vínculo terrorista de Matheson. «Nuestro servicio de inteligencia tal vez no sea seguro.» Y a alguien con mucha influencia le preocupaba que alguien más llegase primero a la fiesta. Se decantaba por el Departamento de Defensa, que podía movilizar una acción de ese tipo con gran rapidez.


-Es bastante raro desplegar tropas militares contra civiles, ¿verdad? -preguntó Savard- Creí que era cosa nuestra, del FBI, detener a esos tipos.
-En condiciones normales lo haríais vosotros -respondió Lena-. Pero estas no son condiciones normales. Y tras lo sucedido en Waco en 1993, con toda la polvareda mediática que levantó, supongo que la Casa Blanca está dispuesta a saltarse las normas para hacer las cosas con rapidez, discreción y eficiencia.
-¿Y... vamos a participar? -Savard no pudo disimular la emoción. Lena sonrió con triste satisfacción.
-Sí.
-Si no le molesta que le pregunte, ¿cómo... ?
-He hecho algunas llamadas.
-¡Qué putada! Quiero decir, gracias, comandante -Savard sonrió «Apuesto a que fueron unas cuantas llamaditas, empezando por la jefa de gabinete.» Le brillaban los ojos de emoción. Sus susurros se perdieron entre rugidos de motores cuando el helicóptero aterrizó en medio de una nube de polvo y desperdicios-: Allá vamos, cabrones.


Savard y Lena corrieron por la pista de asfalto con las cabezas gachas, y la puerta del helicóptero se abrió de golpe. En cuanto entraron en la nave, un militar con uniforme de combate y los galones de teniente en las hombreras se agachó frente a ellas. El helicóptero inició el ascenso.


-¿Quién de ustedes es Katina? -gritó entregándoles cascos para protegerse del ruido del motor y hablar durante el vuelo.
-Yo -respondió Lena colocándose los cascos y encendiendo el transmisor. Agarró una correa que colgaba del techo para sujetarse y señaló a Savard-: Agente especial Savard, FBI.


El teniente las saludó con una inclinación.


-Repostaremos en Virginia y nos uniremos a otras naves para ir directamente al objetivo. Nos han ordenado que las consideremos miembros natos del equipo. Estarán en la zona de combate.
-Entendido -respondió Lena.
-Hay chalecos debajo de los bancos. ¿Necesitan rifles de asalto?
-Vamos armadas -respondió Lena-. No necesitamos nada, teniente.


El hombre la observó un momento y asintió dándose por satisfecho.


-Buen viaje -se sentó en cuclillas, agarró con una mano otra correa, cerró los ojos y dio la impresión de que dormía.


Savard miró a Lena, arqueó las cejas y sonrió dibujando con los labios las palabras: «Que empiece la marcha». Lena sonrió e hizo un gesto afirmativo. Julia salió a la terraza con dos tazas de café y ofreció una a Stark.



-Gracias -dijo Stark cogiendo la taza. Brillaba el sol, pero seguía haciendo frío, y, aunque no solía molestarle, esa mañana lo acusaba mucho. Se estremeció dentro de su cazadora reglamentaria de nailon.
-¡Qué mañana tan asquerosa! -exclamó Julia.
-Sí. ¿Cómo está Diane?
-Bien. Empeñada en creer que Valerie tenía buenas razones para hacer lo que hizo, al menos de momento.
-Estoy segura de que tenía un motivo -gruñó Stark-. Si era bueno o no, depende desde dónde se mire.
-En realidad, Valerie nunca formó parte de este equipo.
-No oficialmente, pero confiábamos en ella. Felicia está muy mosqueada. Trabajaron muy unidas en esto.
-¿Sabes qué ocurre?
-No muy bien.
-¿Me lo dirías si lo supieras?


Stark sostuvo la mirada interrogante de Julia.


-Creo que el éxito de la comandante a la hora de dirigir este equipo se debe a que nunca le ocultó nada. Sí, se lo diría.


Julia esbozó una tierna sonrisa.


-¿No crees que se debe a que estoy enamorada de ella y hago todo lo que me dice?


Pasaron unos momentos en los que Stark se esforzó por no traicionar su expresión, pero acabó cediendo y echándose a reír.


-Vaya, jamás se me ocurriría semejante cosa.
-Entonces, no crees que siempre fui así de fácil.
-Creo que la posición que ocupa no tiene nada de fácil -apuntó Stark muy seria-. Y mi único deseo es procurar que sea lo menos incómoda posible.


Julia apoyó la cadera en la barandilla con aire pensativo mientras admiraba la clara sinceridad y bondad esencial de Stark.


-Te debo una disculpa.


Stark la miró confundida.


-¿Cómo dice?
-Por aquella noche en Colorado.
-No, en absoluto -respondió Stark-. Lo que ocurrió aquella noche fue mutuo.
-No te has puesto colorada. Y no sé cómo interpretarlo.
-Digamos que no me avergüenzo de algo que siempre será muy especial.


Para su sorpresa, fue Julia la que se puso colorada.


-Vaya. Gracias.
-Renée no lo sabe.


Julia sonrió.


-Y nunca lo sabrá, a menos que tú se lo cuentes.
-Creo que no le importa mucho el pasado.
-Una mujer inteligente.
-Sí -dijo Stark con un suspiro. Bebió el café y contempló la playa vacía-. Me siento mal porque a veces me gustaría que no fuese agente del FBI.
-Me parece lógico. Seguro que muchas veces a ella también le gustaría que no fueses agente del Servicio Secreto.


Stark asintió.


-Dijo algo así esta mañana.
-Y supongo que ninguna de las dos piensa retirarse.
-No, creo que no -Stark se enderezó sacudiéndose la melancolía. Hacía mucho tiempo que habían rebasado los límites de la relación profesional y, aunque apreciaba la amistad, tenía que trabajar-. Tenemos que hablar de su agenda para hoy.
-¿Mi agenda? -Julia torció el gesto-. Cualquier cosa que me permita olvidar el infierno en el que se ha metido mi amante.
-Seguro que a la comandante no le ocurre nada -dijo Stark con absoluta certeza.-. Pasarán el día de reunión en reunión con diferentes comités.


Julia la miró con recelo.


-Eso no te lo crees ni tú, ¿verdad?
-No -reconoció-, pero tampoco creo que se pueda montar ninguna acción con tanta rapidez. Hay que planear mucho, y mucha gente querrá ponerse al mando -Stark sacudió la cabeza-. Se reunirán con los asesores de seguridad del Presidente y tal vez con la cúpula del comité de Inteligencia. Simplemente.
-Marca el número de la Casa Blanca en tu línea segura -ordenó Julia. Stark parpadeó.
-¿Disculpe?
-Quiero hablar con Lucinda, y sé que en principio nadie sabe dónde estamos. Así que facilítame las cosas.
-Uff, no creo que sea buena idea...


Julia se rió.


-En este punto es donde te das cuenta de que ser mi jefa de seguridad es peor que un grano en el culo. Porque puedo llamar a cualquiera, en cualquier momento y desde cualquier lugar. Por tanto, si no quieres que utilice el teléfono del salón...
-Un momento, señorita Volkova -pidió Stark respetuosamente y abrió el teléfono. Marcó una serie de números y le entregó el teléfono a Julia-. Ahí lo tiene.
-Gracias -dijo Julia en tono dulce. Stark se dirigió a las escaleras para respetar la privacidad de Julia, que añadió-: No hace falta que te vayas. Esto también te afecta. ¿Hola, Luce? Soy Julia.
-Julia, ¿va todo bien?
-Sin problemas. Si pasas por alto el hecho de que estoy escondida porque mi amante no se fía de nadie, ni siquiera de ti.
-Creo que, de momento, lo más sensato es respetar las decisiones de la comandante Katina. El Presidente confía totalmente en ella.
-Caramba. Todo el mundo cree que es sobrehumana. Y por eso te llamo, por tanta confianza que se deposita en ella. ¿Dónde está mi amante exactamente? -aferró la barandilla mientras esperaba la respuesta, oyendo solo un leve zumbido de fondo.
-Me temo que no tengo una respuesta en este instante. Sin embargo, puedo asegurarte...
-¿No quieres decírmelo o no puedes hacerlo?
-Las dos cosas y a estas alturas ya deberías saber por qué.


A Julia le pareció oír un suspiro, pero no estaba segura, y sería muy raro en Lucinda. Antes de que pudiese exigir más información, Lucinda continuó:


-Si me llamas dentro de dos horas, podré decirte algo más. Es todo lo que puedo hacer, Julia.


Julia miró su reloj.


-No te vayas. Te llamaré exactamente dentro de dos horas -apagó el teléfono y miró a Stark, cuyo rostro era un espejo de ansiedad apenas reprimida-. No creo que estén en una reunión.
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Mensaje por Raque 7/11/2015, 3:06 am

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Mensaje por Anonymus 7/15/2015, 3:42 am

CAPÍTULO TREINTA


El helicóptero se posó en un pequeño terreno sin asfaltar en medio de una zona arbolada donde había otros tres Little Birds equipados con tropas de combate. Un camión cisterna se acercó dando tumbos por el accidentado campo y, cuando el teniente descendió para supervisar el repostaje, Lena rebuscó debajo del estrecho banco y sacó un chaleco protector. Se lo lanzó a Savard y cogió otro para ella.



-Dejaremos que los comandos ocupen la primera línea. Supongo que en este campamento hay más hombres como los cuatro que atacaron el Nido. No estabas aquella mañana, pero esos tipos están bien entrenados y disponen de buen armamento.
-Usted y su equipo supieron hacerles frente, comandante -los ojos de Savard centellearon con una peligrosa combinación de adrenalina y rabia-. Sin chalecos antibalas.
-Tuvimos suerte -supuso que no habría un día de su vida en que no viese a Foster apuntando al pecho de Julia con su arma de servicio.


Apartó la imagen de su mente. Quería justicia. Más aún, quería venganza. Pero no a un precio que acabase pagando la propia Julia


-Hemos venido para ver cómo esos tipos no se salen con la suya e imponen la traición y el terrorismo. Hemos venido a verlo, no a hacerlo.
-Saldré con el arma preparada -la mirada de Savard se perdió mientras recordaba hasta la última sacudida del suelo durante el atentado contra las Torres-. Nunca podrán pagar lo que hicieron por muy pequeña que fuese su participación en los hechos.
-Si tiene algo que demostrar, agente -dijo Lena imperturbable-, este no es el lugar. Iremos las últimas cuando la zona haya sido despejada. Es una orden.
-Sí, señora -se apresuró a decir Savard. Un pelirrojo pelado al rape, de unos cuarenta años, entró en el helicóptero.
-Soy el mayor Simons, al mando de esta operación. Despegaremos dentro de cinco minutos.


Lena le estrechó la mano.


-Elena Katina, Servicio Secreto -señaló a Savard- Renée Savard, FBI.
-Agentes -saludó el mayor-. El vuelo durará treinta y cinco minutos. Nos guiamos por fotografías de satélite, pero tenemos un plano realmente bueno del lugar. Aterrizaremos delante de la verja principal. Supongo que habrá guardias pues hemos identificado unos vehículos que seguramente pertenecen a la organización. Si no estuviese al tanto, creería que se trata de una instalación del ejército de Estados Unidos.
-A esos tipos les gusta jugar a los soldaditos los fines de semana. Puede que haya mucha gente –Lena suponía que el ataque se había organizado tan rápido precisamente porque era sábado, y Matheson y la mayoría de sus colaboradores estarían en el campamento-. ¿Tiene cifras?



Simons negó con la cabeza.


-Un acercamiento por aire es demasiado arriesgado porque ese lugar está muy apartado de las rutas comerciales o turísticas. Cualquier nave levantaría sospechas. Las últimas imágenes de satélite indican entre treinta y cuarenta individuos.



Lena contó mentalmente los efectivos de los Little Bird, que calculó en unos veinticuatro. Una proporción bastante buena.



-Si el jefe está allí, lo necesitamos vivo.


Los ojos del mayor eran discos negros y opacos, vacíos de expresión.


-Espero que no ofrezca resistencia.
-¿Tiene idea de dónde está el centro de mando?
-Ni la más remota. Salvo que solo hay una estructura principal en medio del complejo. Seguramente se trata del cuartel general, con una serie de pequeños edificios en torno al perímetro, que deben de ser dormitorios. Lo lógico es que su hombre esté en la casa grande.
-Sí, será lo más probable -Lena lo miró sin pestañear. Le daba la sensación de que Matheson no se rendiría fácilmente y de que, si tenía ocasión, organizaría una resistencia armada. En ese caso, habría bastantes bajas. No dudaba de que al final ganarían las fuerzas especiales, pero no quería que muriesen soldados estadounidenses ni que desapareciese Matheson. El tipo tenía información vital para la seguridad futura. Y por mucho que le apeteciese tomarse la justicia por la mano, apuntaba a un objetivo más importante. Había que capturar a Matheson a la primera de cambio-. ¿Existe la posibilidad de que nos posemos delante del porche de su casa?


El mayor Simons la miró fijamente y, luego, miró a Savard.



-Será mejor que vuele con ustedes y veamos qué se puede hacer -fue hacia la puerta, encorvado, y saltó a tierra volviéndose un instante-. Informaré a los jefes de equipo, y regresaré con los miembros restantes.
-Comandante -dijo Savard cuando Simons ya no podía oírla- ¿qué ha ocurrido con nuestras órdenes de ser la retaguardia?
-Supongo que, mientras vayamos detrás de él y de sus hombres, estaremos en la retaguardia –Lena observó la conversación de los soldados-. Y nuestros objetivos no son idénticos a los suyos. Quiero a Matheson vivo para meterlo en una habitación, una habitación pequeñita, e interrogarlo. No me importa lo que tardemos, estará allí hasta que reviente. Quiero saber de dónde vendrán las preocupaciones en el futuro. Quiénes de los míos -miró a Savardo de los tuyos son como Foster, trabajan a nuestro lado día tras día esperando la orden para atacarnos.
-Y yo quiero estar con usted en eso -afirmó Savard rotundamente. Simons se acercó a ellas con tres comandos de la Fuerza Delta.
-No te apartes de mí cuando aterricemos -dijo Lena.
-Sí, señora -Savard estaba segura de una cosa: no permitiría que le ocurriese nada a Elena Katina.


***


Cuando Diane cerró el grifo de la ducha, oyó el teléfono móvil. Lo había dejado sobre el tocador del baño, junto a su neceser. Salió, cogió una toalla con una mano y el teléfono con la otra. No reconoció el número y estuvo a punto de activar el buzón de voz. En el último momento algo la impulsó a responder y abrió el aparato:



-Diane Bleeker.
-Estoy en un teléfono de monedas. Solo tengo un minuto.



Había interferencias en la línea, pero se oía lo suficiente para reconocer el inconfundible ruido de un avión al despegar. Intentó que la voz no le temblase mientras todo su cuerpo sufría una sacudida.



-¿Te encuentras bien?
-Sí. Quería decirte que siento lo de esta mañana.
-¿Dónde estás?



No hubo respuesta, pero a Diane le pareció que no debía pronunciar ningún nombre. Esperó, con el estómago encogido por los nervios.



-Aeropuerto Dulles -se oyó un profundo suspiro seguido por palabras apresuradas-: Todo se planeó mucho antes de que me enamorase de ti. No me quedó más remedio que continuar con el plan para no inmiscuirte.




Diane trató de no distraerse con la frase «antes de que me enamorase de ti», pero los acelerados latidos de su corazón le impedían pensar con claridad.



-¿Adónde vas?
-No puedo decírtelo.
-¿Qué significa lo de «no inmiscuirme»? -Diane sintió la presión de los segundos que se esfumaban y deseó con todas sus fuerzas una explicación.
-Las personas con las que mantenemos relaciones personales... son objetivos de seguridad. Te vigilarán, Diane. Adiós a tu privacidad. Lo siento. No quería que ocurriese algo así.
-Entonces, dime por qué lo hiciste.



La voz sonó apagada, como impregnada de lágrimas.



-No pude evitarlo. Te necesitaba. Te necesito.



Diane cerró los ojos. Sintió los cuerpos que galopaban a la vez, los alientos mezclados, las almas fundidas en una sola.



-Pues estoy aquí.
-¿Comprendes lo que eso significa?
-Sí, y no me importa.
-Tengo que irme -un segundo. Dos-. Te amo muchísimo.



La línea quedó en silencio, pero las palabras resonaron en el corazón de Diane. «Yo también te amo.»
Desde el aire, el camino de acceso a través del denso bosque parecía una serpiente retorciéndose sobre la hierba. Si Lena no hubiese sabido que aquel era el lugar, no lo habría reconocido: una pista de tierra de un carril discurría a lo largo de ocho kilómetros por una región sin cultivar de los Apalaches, en la frontera entre Virginia y Tennessee. Cuando descendieron, Lena centró los prismáticos que el mayor Simons le había facilitado en un minúsculo punto oscuro que destacaba en medio del verdor circundant… Tras unos instantes, tocó el hombro de Simons y señaló, dibujando con los labios las palabras: «Torre de vigilancia». Simons siguió su indicación y asintió. Se inclinó hacia delante, hizo señas al piloto y habló a través del micrófono que llevaba pegado a la garganta. Los helicópteros viraron hacia el norte para rodear lo que parecía un puesto de observación. Lena dudó de que sirviese de mucho, pero encubrir la aproximación al máximo sería útil. Miró a Savard, sentada frente a ella, muy entera, con gesto reflexivo. Hubiese preferido que Savard mostrase cierto nerviosismo. Según Sun Tzu, los grandes guerreros no temían a la muerte y, por tanto, no dudaban al entrar en la batalla. Aquel día Lena prefería que Savard dudase un poco. Si resultaba herida, Stark lo pasaría fatal. Y ella también. Debía procurar que no le ocurriese nada a Savard. Felicia salió a la terraza.



-¿Se sabe algo?
-Circuito de espera -respondió Stark y señaló a Julia con la cabeza-, pero es posible que la señorita Volkova tenga información dentro de una hora, aproximadamente.



Felicia arqueó una ceja.


-Hace un rato hablé con Lucinda Washburn -explicó Julia-. Prometió ponerme al tanto, pero ya sabes cómo circula la información a ese nivel. A veces no te lo cuentan todo -se encogió de hombros-. Generalmente, Lucinda me dice las cosas. Podría llamar a mi padre, pero... -pensó en lo que Lena le había dicho sobre las capas protectoras que rodeaban a su padre cuando se realizaban operaciones como aquella. Su amante estaba dispuesta a arriesgar la vida por conceptos tan difíciles de definir como el honor y el patriotismo. Julia no quería comprometer aquellos ideales preguntando detalles a su padre. Tal vez le contase todo porque la amaba, por tanto no podía pedirle algo así. Era más que su padre. Era el Presidente de Estados Unidos. A veces Julia no quería pensarlo porque le daba miedo que hubiese gente dispuesta a hacer daño a su padre. Por otro lado, le abrumaba la magnitud de su importancia en todo el mundo. Era el hombre que extendía los brazos para cogerla cuando dio sus primeros pasos, evitando así que cayese. El que la subía a caballito sobre los hombros para ver los desfiles del Cuatro de Julio cuando era demasiado pequeña y se perdía entre la gente. La persona cuya opinión le importaba más que la de nadie en el mundo, salvo la de Lena. A pesar de todo eso, también era el hombre cuyas responsabilidades lo aislaban de todos los demás, incluso de ella. De nuevo se encogió de hombros y arrojó los posos de café sobre la barandilla-. Tal vez Lena o Savard llamen pronto para informarnos.



Se volvió y entró en la casa. Felicia la vio desaparecer cuando la puerta se cerró y miró a Stark.



-¿Estás bien?
-Sí. Todo el mundo está desquiciado, es lo que pasa -se encogió para protegerse de una repentina ráfaga de viento y contempló el cielo-. Creo que va a llover otra vez.
-Puede. El tiempo es muy fastidiado en este lugar, en medio del océano -le dio un cariñoso apretón en el hombro a Stark-. ¿Por qué no entras? Yo vigilaré aquí fuera un rato. He estado días encerrada en esa maldita casa, delante del ordenador; me viene bien un poco de aire fresco.
-¿Qué crees que ocurre con Valerie?
-¡Ah, Dios! Creo que la CIA quería enterarse de lo que averiguásemos antes que nadie -se abrochó el botón superior de su chaquetón marinero de lana cuando arreció el viento-. Nos ayudó a desbrozar el caso. Habríamos llegado al mismo lugar en algún momento, pero ella abrevió el trámite.
-Pienso lo mismo -admitió Stark de mala gana-. A veces no nos dan elección.
-Me da la impresión de que estos días nadie sabe qué ocurre minuto a minuto dentro de nuestra red de seguridad -dijo Felicia con gesto nervioso-. Me alegro de que estemos aquí y de que Egret se encuentre fuera de circulación de momento. El vicepresidente también está en un lugar secreto. Una medida hábil No me gustaría formar parte del equipo del Presidente.


Paula resopló.


-A mí tampoco. Seguramente querrán esconderlo en el búnker subterráneo y, conociendo al Presidente Volkov, no creo que esté por la labor.
-No. Por eso no puedo enfadarme con Valerie. Cada día que nos acercamos a esos tipos, reducimos el riesgo de que ocurra algo horrible.
-¿Crees que todo se arreglará al final?



Felicia ciñó los brazos alrededor del cuerpo deseando,, no por primera vez, que Mac estuviese con ellas.



-Eso espero.


Los cuatro helicópteros descendieron en círculo sobre el complejo. Al aproximarse al campamento, Lena se fijó en que habían talado los árboles dejando un espacio de casi cien metros en torno al perímetro vallado y habían allanado el terreno. Se veía una especie de puestos de vigilancia a cada lado de la entrada principal, cerrada por una doble verja oscilante. Una aproximación por tierra, aunque hubiesen tenido jeeps blindados, habría sido nefasta debido a que no había forma de cubrirse. En aquellas condiciones, los helicópteros debían dejar a los hombres en el centro del complejo. La voz de Simons surgió del potente altavoz del helicóptero.



-Habla el ejército de los Estados Unidos. Todas las personas del complejo reúnanse en el patio de armas. Habla el ejército de los Estados Unidos. Ríndanse y reúnanse en el patio de armas. Habla el ejército de...



Mientras el mensaje se repetía, Lena echó un fugaz vistazo a la zona despejada que había entre el edificio principal y otros más pequeños en los que sin duda se realizaba el adiestramiento. De los edificios salió una docena de hombres con uniformes de campaña. El helicóptero de la derecha, que Lena veía a través de la puerta abierta, zigzagueaba de mala manera. A través de los cascos oyó gritar a Simons:



-Esos idiotas nos están disparando. Baja. Baja.



El helicóptero descendió bruscamente y Lena se golpeó contra un lateral. Frente a ella Savard mostraba una calma sobrenatural.



-Todos los soldados, preparados para saltar -ordenó Simons-. Quiero que los pájaros alcen el vuelo en cuanto pisemos tierra.




Lena sacó su arma y miró a Savard de nuevo antes de colocarse detrás de los dos comandos Delta que, agachados ante la puerta abierta, se disponían a saltar los últimos tres metros en plena zona caliente.
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Mensaje por Anonymus 7/15/2015, 3:43 am

CAPITULO TREINTA Y UNO



Lena se alegró de que los helicópteros levantasen unas enormes nubes de polvo en el patio de armas de tierra compactada. La inesperada tormenta terrosa les proporcionó unos segundos de cobertura mientras se preparaban para entrar en la zona de fuego. Puso la mano en la espalda de Savard y se acercó a ella.



-Vete delante. Te cubriré. Protégete como puedas, pero procura seguir a los hombres de delante.
-No -repuso Savard- no hay nadie detrás de usted.
-Hazlo -ordenó Lena cuando perdió de vista al segundo soldado y empujó a Savard-. ¡Vete!




El helicóptero se balanceó de un lado a otro como si lo azotase un vendaval acercándose todo lo posible a tierra. En cuanto la cabeza de Savard desapareció, Lena saltó tras ella repitiendo mentalmente: «tírate y rueda, tírate y rueda». Aterrizó con un golpe que la sacudió de arriba abajo y aflojó las piernas, incorporándose sobre un hombro hasta agacharse con el arma extendida sobre ella, la constante lluvia de balas que impactaba contra los helicópteros ascendentes sonaba como el granizo sobre un tejado de zinc. Tenía los ojos llenos de tierra y la visión borrosa, pero distinguió a Savard inmóvil a poco más de dos metros de distancia. Lo único en que pensó fue en ponerla a cubierto mientras se arrojaba al suelo y empezaba a serpentear, ignorando las nubecillas de polvo que levantaban las balas al caer cerca.



Julia entró en el salón y le sorprendió ver a Diane acurrucada en una esquina del sofá con una copa de vino en la mano.


-¿No es por la mañana o me he perdido algo?


Diane sacudió la cabeza sonriendo misteriosamente.


-Sí, tienes razón. Pero si tomo otra taza de café, seguro que me da un ataque. Y, francamente, la última semana he tenido un horario tan desquiciante que mi reloj interno está totalmente alterado. Me siento como si fuesen las siete de la tarde.
-Acabaré por sentirme igual si no nos dicen algo pronto -comentó Julia dejándose caer en el sofá junto a Diane.
-¿No tienes idea de qué ocurre?
-No. Pero me juego el cuello a que cuando tengan los nombres de esos tipos, y ya los tienen, no van a esperar mucho para ir tras ellos. Y también me juego lo que quieras a que hay un motivo para que Lena llevase a Savard, y no a Felicia o a Stark, a la presunta reunión. Savard es del FBI. Está entrenada en detenciones con armas. Igual que Lena, que antes formó parte de la división de investigación del Servicio Secreto. Pero Stark y Davis siempre se han dedicado a la protección, y hay mucha diferencia. No están acostumbradas a realizar detenciones.



Diane estiró el brazo y cogió la mano de Julia.



-No le pasará nada. Aunque corran algún riesgo, no están solas. Tu padre y Lucy no permitirían que Lena hiciese nada peligroso. Saben lo que significa para ti.
-Estás hablando de Elena Katina, mi amante, ¿verdad? -preguntó Julia-. La que cree que el sacrificio es la mayor manifestación de amor.
-¿Acaso es diferente a ti en eso? -repuso Diane en tono amable, y su mirada expresaba la certeza de que Julia renunciaría a cualquier cosa por la seguridad de Lena.
-No es lo mismo -Julia desvió el rostro para evitar la mirada inquisitiva de Diane y parpadeó tratando de reprimir unas lágrimas más de frustración que de miedo. Luego, suspiró-. Pero su conducta no es ninguna novedad. A estas alturas debería haberme acostumbrado.
-No, no es eso. Supongo que nunca te acostumbrarás a algo así mientras haga lo que hace –Diane sacudió la mano de Julia-. Pero deberías empezar por creer que va a regresar porque siempre vuelve.


Julia asintió.


-Lo sé. Y sé que es en lo único que debería pensar en este momento.
-Muy bien. Pues ponlo en práctica.
-Lo intentaré -Julia reclinó la cabeza sobre el sofá y miró al techo mientras jugueteaba con los dedos de Diane-. ¿Cómo te sientes?
-Muy bien.



Julia volvió la cabeza percibiendo en la voz de Diane una tranquilidad que no existía cuando caminaban por la playa. Estudió el rostro de su amiga.


-¡Dios mío! -exclamó-. Te ha llamado, ¿verdad?


Diane no dijo nada.


-¿Temes decírmelo porque crees que voy a hacer algo que la perjudique? -Julia se puso rígida-. ¿Diane?
-Algunas personas están muy enfadadas con ella.
-Lena la ha defendido esta mañana -dijo Julia-. Estaba enfadada, pero aseguró que la entendía. Dijo que a veces no pueden elegir.
-Sin embargo, eligen, ¿no crees? -repuso Diane-. Eligen obedecer órdenes porque creen que lo que hacen es correcto o importante o... necesario.
-Has hecho un curso acelerado sobre los retos y tribulaciones de enamorarse de una espía, ¿no? -comentó Julia. Diane se rió con voz temblorosa.
-Oh, y que lo digas. No me extraña que te resistieses tanto a Lena.
-Sí -Julia también se rió- un par de segundos.
-Hacemos una pareja estupenda, ¿no crees?



Julia deslizó un brazo en torno a los hombros de Diane.


-Nunca haría nada que te hiriese. ¿Se encuentra bien?
-No lo sé. Creo que sí. Solo... solo hablamos un momento.
-¿No sabes nada? -Diane sacudió la cabeza.
-Nada de nada. Aunque no creo que esté en Washington. Si les ocurre algo a Lena y a Renée, ella no está en el ajo.
-No, seguramente ahora mismo no. Pero tuvo que haber un motivo para que se marchase así, y supongo que a algunas personas les va a costar digerirlo durante un tiempo.
-¿Y nosotras? ¿Se interpondrá entre nosotras?


Julia cogió la otra mano de Diane.


-No si no lo permitimos. Tenemos que comprender que a veces nuestras amantes no estarán de acuerdo. Pero eso es cosa de ellas, no nuestra. ¿Te parece?
-Sí.
-Sabes dónde te metes, ¿verdad? Porque va a ser un viaje accidentado.
-Desde lo de esta mañana me hago una idea aproximada de lo duro que será -Diane esbozó una sonrisa tierna-. Pero cuando creí que se había ido, ido de verdad, fue como si se rompiese algo dentro de mí y me di cuenta de que no podría recomponerlo… Luego, cuando oí su voz, todo se arregló.
-Entonces, esa es tu respuesta, ¿no?
-Creo que sí. ¿Le encuentras sentido?
-De vez en cuando -respondió Julia- cuando está a tu lado y sabes que es lo único que realmente importa.




-Savard -gritó Lena-, ¿estás herida?



Savard volvió la cabeza hacia Lena escupiendo tierra. Tenía la cara pálida y contraída en un gesto de dolor.



-Me he torcido la rodilla al caer. Creo que me he roto algo.
-¿Puedes moverte? -Lena se fijó en la mancha carmesí de la pierna de Savard y en el desgarrón de los pantalones. Herida de bala. Cerca de ellas gritaban unos hombres mientras continuaban las ráfagas intermitentes de las armas automáticas-. Tenemos que salir de aquí -dijo Lena en tono apremiante-. Arrastrándonos.
-No creo... que pueda. Váyase.
-De eso nada, agente. Muévase -Lena agarró la parte de atrás de la cazadora de Savard y tiró de ella avanzando apoyada en los codos, sin despegar el vientre y las caderas del suelo. Arrastraba a Savard con ella-. Empuja con la pierna sana y utiliza el codo para apoyarte. Vamos. El edificio está a menos de diez metros.
-Comandante yo...
-Muévete.
-Sí, señora.



Juntas se arrastraron por el terreno descubierto. En un determinado momento, Lena vio una figura con uniforme de camuflaje verde desvaído correr por un lado del edificio con un rifle entre las manos. Le apuntó al pecho, decidida a apretar el gatillo si dirigía el arma contra ellas. Pero, antes de que Lena pudiese disparar, el hombre cayó de narices, y el rifle voló de sus manos. Se retorció en el suelo mientras una mancha roja se extendía rápidamente por su espalda. Le habían dado en el hombro. «Los comandos de la Fuerza Delta no disparan a matar a menos que se vean obligados a hacerlo.»



-Las escaleras están ahí delante -gritó Lena-. Apóyate en una rodilla y agárrate a mí. Vamos a entrar.



Lena rodeó con un brazo la cintura de Savard portando el arma en la mano derecha Savard se impulsó con la pierna sana, y ambas subieron las escaleras y entraron en la casa. La habitación estaba vacía, salvo varias sillas tiradas al suelo y una mesa frente a una puerta de la pared del fondo.



-Estás sangrando -dijo Lena dejando a Savard en el suelo junto a la mesa. Guió la mano de Savard hasta la herida-. Aprieta ahí y no apartes la vista de la entrada. Cúbrete detrás de la mesa si hace falta. Voy a la parte de atrás.




Tras cerciorarse de que Savard estaba a salvo, Lena fue hasta la pared del fondo y pegó la espalda a ella. Luego, levantando el arma sobre la cabeza, avanzó lentamente hacia la puerta abierta. Supuso que el despacho de Matheson estaba al otro lado puesto que se trataba del edificio que en principio habían tomado como centro de mando. No había visto salir a nadie por la puerta principal, a menos que Matheson fuese uno de los primeros hombres que aparecieron en el patio de armas cuando los helicópteros aterrizaron. En ese caso, ojalá lo hubiesen capturado. Pero podía haber huido por la puerta de atrás o saltado por una ventana.
Lena esperaba que estuviese dentro destruyendo papeles o simplemente esperando si era tan estúpido como para oponer resistencia. Lena volvió la vista y no vio a Savard. Seguramente se había escondido detrás de la mesa. Estupendo. Tomó aliento y traspasó la puerta agachada con el fin de no ser un blanco fácil. Echó un vistazo a la izquierda y, luego, a la derecha. Había un hombre en la habitación, detrás de la mesa, y la miraba fijamente a los ojos, como si la hubiese estado esperando. Lena no apartó la vista, pero en su mente se desbordaban las imágenes. Resultaba increíble la cantidad de detalles que se asimilaban en cuestión de segundos. Había un cartapacio marrón perfectamente colocado en el centro de la mesa. Un anillo de oro con un zafiro azul, una especie de anillo de graduación, adornaba la mano derecha del hombre. Su rostro afeitado y bronceado carecía de expresión, salvo una leve sonrisa en los labios finos, sin manifestar ni ira ni pánico. Algo extraño teniendo en cuenta que tenía ante él una serie de paquetes rectangulares con explosivos. Lena no lo sabía a ciencia cierta, pero, si se trataba de cargas de C4, había cantidad suficiente para volar gran parte del complejo y a todos los que estaban en él. Las mechas que salían de los cuadrados rosados le indicaron que el hombre aún no había activado el temporizador. Cuando levantase lo que parecía el conmutador de encendido y se protegiese tras la mesa, Lena no tendría tiempo de pensar en nada, ni siquiera en Julia. Se lanzó sobre la mesa y saltó sobre el tipo con intención de sujetar su mano. El hombre le dio un codazo en la garganta y Lena se atragantó; ante sus ojos bailaron estrellitas mientras forcejeaba con él, decidida a romperle la muñeca. El hombre le dio otro codazo en el cuello, y Lena perdió el conocimiento. Al caer, oyó la explosión.



Todo el mundo se calló cuando sonó el teléfono de Stark veinte minutos antes de la hora prevista para que Julia llamase a Lucinda Washburn.



-Stark -respondió. Miró a Julia un instante mientras escuchaba y cuadró los hombros- Sí, señora, lo entiendo. Cuarenta minutos. Sí, señora. Estaremos allí. Sí, señora; preparadas -cerró el teléfono y carraspeó-. Era la jefa de gabinete. Va a venir una escolta militar a recogernos. Debo transmitirles las coordenadas por satélite. Señorita Volkova, prepárese para salir inmediatamente.
-¿Te ha hablado Lucinda de la situación de Lena? -preguntó Julia con una voz sorprendentemente serena pues había dejado de respirar al oír el primer timbrazo. Lena la habría llamado si hubiese podido. Solo había una explicación. Estaba herida. «¡Dios, que solo sea eso!»
-No, señora -respondió Stark ronca-. Solo que las víctimas han sido trasladadas en helicóptero al Hospital Militar McDonald de Virginia.



Julia se tambaleó un instante, respiró a fondo y procuró serenarse.



-Entonces, vamos.
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Mensaje por Anonymus 7/15/2015, 3:44 am

CAPITULO TREINTA Y DOS



Un avión militar las esperaba en el punto de encuentro. Hara y Wozinski corrieron tras Stark y Julia por la pista asfaltada hasta el avión. Un teniente de infantería de Marina las esperaba al pie de la escalerilla y subió detrás de ellas en silencio. El avión tenía diez plazas y lo habían despojado de los elementos habituales de transporte. Julia se dirigió a los asientos de atrás, ocupó uno y se puso automáticamente el cinturón. Stark caminó lentamente por el pasillo, inspeccionando el interior, mientras la nave avanzaba por la pista.



-¿Necesita algo, señorita Volkova? -preguntó Stark agachándose junto a Julia tras su primer repaso al avión.
-No, gracias



Julia se alegró de que Paula siguiese con su trabajo. No le apetecía hablar. No quería pensar. Solo quería estar donde estuviese Lena. Había intentado hablar con Lucinda, pero sin obtener respuesta. Aquello podía significar cualquier cosa aunque Julia supuso que la jefa de gabinete de su padre estaba ocupada con las consecuencias de lo ocurrido pues había víctimas. «Víctimas.» Solo la palabra la ponía mala. Se recostó en el asiento, cerró los ojos y procuró eliminar los pensamientos de su mente. Se concentró en respirar dejando que la sensación y el sonido del aire que entraba y salía de su cuerpo se expandiesen hasta que no tuvo conciencia de nada más. Sus pulsaciones se ralentizaron y los músculos se relajaron mientras se preparaba para el reto que la esperaba. Stark se agachó en el pasillo junto a Hara y Wozinski y habló en voz baja para que el teniente no la oyese.



-Cuando aterricemos, no habrá nadie amigo, lo cual sirve también para el personal médico y militar. Nadie se quedará solo con ella, salvo la comandante.



Los otros agentes asintieron sin expresar la pregunta que tenían en mente y sin saber si la comandante los estaría esperando al final del viaje.



-De acuerdo



Stark se levantó y ocupó un asiento en medio del fuselaje, entre Julia y la cabina. Se sentó muy derecha, mirando al frente, con las manos crispadas sobre los brazos del asiento. Repasó mentalmente lo que debía hacer en cuanto aterrizase el avión. Estudió la posición de los otros agentes junto a Egret; como eran pocos, se encontraban en un considerable riesgo de seguridad. Procuró a toda costa no pensar en Renée. No podía porque, cuando lo hacía, una burbuja de pánico estallaba en su pecho y amenazaba con ahogarla. Y no era el momento, ni el lugar, ni la ocasión para sentir nada por nadie, excepto por Julia Volkova. Y así lo hizo. Por suerte, el avión aterrizó en una base militar anexa al hospital, y un jeep las esperaba en la pista. Diez minutos después las acompañaron a la entrada posterior del Hospital Militar McDonald. Un hombre musculoso, de cabellos negros y piel aceitunada, de cincuenta y tantos años, ataviado con ropa quirúrgica, las esperaba en la puerta. De forma incongruente miró a Stark, que caminaba junto a Julia, y le dedicó el saludo protocolario.


-Soy el capitán Olivieri, jefe de cirugía. Acompáñenme, por favor -giró en redondo y se puso en marcha.
-Capitán -dijo Julia yendo tras él con Stark al lado-, algunos de los nuestros podrían estar heridos. La comandante Katina, la agente especial...
-Sí, señora. Me han ordenado que la lleve directamente a la sala de curas.
-¿No podría...?



El hombre apartó una cortina que rodeaba la última sala de curas al final de un pasillo lleno de equipo de urgencias, carros de sutura, desfibriladores y toda la parafernalia médica.


-Señora.


Julia miró el cubículo y, durante un instante, todo desapareció de su conciencia salvo Lena.


-¡Dios mío!



Lena estaba sentada en una camilla con la espalda apoyada en una almohada y una bolsa de hielo en el cuello. Un horrible moretón se extendía por su mejilla derecha hasta el labio inferior, parcialmente cerrado. Sin embargo, sus ojos estaban limpios y, en cuanto vio a Julia, sonrió. Julia la imitó, con el corazón en un puño.



-Hola -dijo Julia dulcemente acercándose a Lena. Lena miró detrás de Julia y vio a Stark. Intentó hablar, pero fue incapaz de articular palabra.



El capitán Olivieri dijo en tono terminante:


-Nada de hablar. Habíamos quedado en eso. Si lo intenta, la meteré en la UCI y le pondré un tubo en la garganta.



Julia vio la mascarilla de oxígeno junto a la mano derecha de Lena y se dio cuenta de que acababa de quitársela. Miró con ansiedad al cirujano.



-¿Qué ocurre? ¿Qué le pasa?


Lena, desobedeciendo las órdenes del médico, pronunció una palabra apenas reconocible.


-Stark... -el dolor desfiguró su cara y la obligó a recostarse cerrando los ojos como si el esfuerzo la hubiese agotado. Julia se apresuró a coger la mascarilla de oxígeno y a ponérsela a Lena en la cara.
-Supongo que tiene que llevarla -dijo por encima del hombro. Su voz sonó firme, pero le temblaban las manos.
-Es oxígeno humidificado -explicó el cirujano-. Tiene un edema traqueal considerable debido a una herida contusa y... -se calló cuando Lena se incorporó de pronto y se quitó la mascarilla de oxígeno. Julia entrecerró los ojos y siguió la dirección que marcaba la mano de Lena, quien señalaba con vehemencia a Stark. Julia asintió y dijo:
-Capitán, ¿sabe algo de la agente especial Renée Savard?
-¿Savard? -Olivieri dudó unos instantes-. Sí, está en el quirófano.
-¿Cómo se encuentra? -preguntó Julia preocupada al ver la palidez de Stark.
-Debería salir en cualquier momento. Iban a limpiar la herida...
-Será mejor que nos haga un resumen de su estado, capitán -lo interrumpió Julia cuando Lena se puso rígida e intentó hablar de nuevo, sin éxito. Julia puso la mano sobre el hombro de Lena-: Cállate.
-Tiene una herida de bala que no la compromete en la extremidad inferior izquierda. Las radiografías no muestran daño en los huesos, pero los cirujanos ortopédicos prefieren irrigar la herida y cerciorarse de que no se resienta el ligamento colateral lateral. Se recuperará.
-Gracias, capitán -Julia sonrió a Stark-. Si quieres saber dónde está, Paula, vete.



Stark cruzó las manos tras la espalda y juntó las rodillas tratando de aparentar una firmeza que no sentía. Tragó saliva y dijo:



-Gracias, señorita Volkova. Estoy en el pasillo -a continuación, retrocedió unos pasos y corrió la cortina para que Lena y Julia tuviesen intimidad. No pensaba moverse. Ni siquiera se le había pasado por la cabeza y sabía que Renée lo entendería. Renée se pondría bien, y eso le daba la fuerza necesaria para armarse de paciencia. Se apoyó en la pared, donde podía ver el pasillo en ambas direcciones, y respiró a fondo haciendo acopio del aire que tanta falta le hacía.
-Ahora -dijo Julia al capitán Olivieri-, hábleme de la agente Katina.
-Tiene una fuerte contusión en la tráquea y una fractura del aritenoide... de uno de los cartílagos que forman las cuerdas vocales. No debería hablar y, en realidad, tendría que estar en la UCI con un monitor ya que, si la hinchazón aumenta... -frunció el entrecejo cuando Lena hizo un movimiento con la mano indicándole que callase. Julia dio la espalda al cirujano y acercó la cara a la de Lena.
-Escúchame. Quiero saber. Y no quiero oírte. Ni un ruidito -la besó en la boca con cuidado, rodeó con un brazo a Lena y miró de nuevo al cirujano-. Continúe.
-Ah... pues... eso es todo. Descanso vocal, tratamiento de tres semanas con esteroides y una laringoscopia dentro de diez días para comprobar la evolución. Le he recomendado veinticuatro horas de observación en casa, pero...
-Si me da instrucciones claras, me ocuparé de que la agente Katina esté debidamente atendida. Varios miembros de mi equipo de seguridad son técnicos de urgencias. El capitán bajó la vista.
-Sí, señora -retrocedió-. Me ocuparé de que se las pongan por escrito.
-Gracias.



Cuando se quedaron solas, Julia acarició la mejilla de Lena.


-¿Te duele, cariño?


Lena se encogió de hombros.


-La verdad.


Lena esbozó una sonrisa y asintió.


-¿En una escala del uno al diez?


Lena alzó las dos manos y estiró ocho dedos.


-Oh, no es para tanto -Julia apoyó la frente en la de Lena y cerró los ojos-. Te amo. No aguanto muchos más sustos como este.


Lena rodeó con los brazos la cintura de Julia y la apretó contra sí deslizando una mano bajo sus cabellos para acariciarle la nuca.


-Lo sé. Existe una posibilidad entre un millón de que vuelva a ocurrir -Julia se acurrucó en el pecho de Lena deseando fundirse en sus brazos-. Pero no tientes a la suerte, cariño.



Diane estaba esperando a Julia cuando salió del dormitorio después de preparar a Lena para pasar noche.


-Bueno, ¿qué diablos ha ocurrido? ¿Dónde está Stark?
-De momento la hemos dejado en Virginia. Renée se quedará un par de días en el hospital hasta que se le cure la pierna. Paula quería venir con nosotros, pero no se lo permití.
-¿Renée se recuperará?
-Sí. El cirujano dijo que no había ningún órgano vital afectado y que se recuperaría muy rápido.
-Gracias a Dios -Diane cogió la mano de Julia y la llevó a la cocina-. Siéntate. Apuesto a que no has comido nada en todo el día, ¿verdad?


Julia se sentó sin protestar y se estiró el cabello con manos temblorosas.


-¡Dios, qué pesadilla hemos vivido estos días! No creo que pueda comer.
-Pues vas a hacerlo. Huevos revueltos con queso y pan tostado. Comida reconfortante que te aportará proteínas -mientras buscaba los ingredientes en el frigorífico, preguntó-: ¿Sabes qué ocurrió?
-Lena no puede contármelo, y los médicos no lo sabían. Mañana llamaré a Lucinda -dijo Julia-. Pero, en este momento, me da igual.


Diane dejó la fuente con los huevos a un lado y se acercó a Julia. Se inclinó y la abrazó.


-A mí también. Al menos están todas enteritas.


Julia se rió sin convicción y apoyó la mejilla en el cuerpo de Diane agradeciendo el consuelo.


-Más o menos.
-Supongo que no sabes nada de Valerie -dijo Diane. Julia sacudió la cabeza.
-No, cariño. En cuanto sepa algo, te prometo que te lo diré.



Diane besó a Julia en la frente.


-Gracias.
-Cuando veníamos hacia aquí, me dediqué a pensar -comentó Julia-. Voy a negociar con Tanner la compra de esta casa. Creo que nos vendría bien tener un lugar realmente seguro. Tanner arreglaría las cosas de forma que nadie pudiese localizarnos, al menos no sin tomarse un montón de molestias. Ni siquiera le diré a mi padre dónde estamos cuando vengamos aquí.
-Me parece una idea genial. Siempre y cuando me adjudiques el pabellón de invitados.



Julia sonrió.


-Por supuesto.
-Perfecto. Y ahora, vamos con los huevos...


Julia descubrió, con gran sorpresa, que estaba hambrienta y, tras dar buena cuenta de la rápida comida, se disculpó y regresó al dormitorio. Había dejado la lámpara de la mesilla encendida, con una luz muy tenue, y desde la puerta vio que Lena tenía los ojos cerrados. Se dirigió al baño con el mayor sigilo, pero se detuvo cuando Lena abrió los ojos. Cambió de dirección y se sentó al borde de la cama apoyando un brazo junto al cuerpo de Lena.



-Hola. Tienes que procurar dormir.


Lena dio golpecitos en la cama.


-¿Quieres compañía?


Lena asintió y sonrió. Deslizó un dedo sobre la fuerte línea de la mandíbula de Julia y continuó por la boca. Julia sonrió.


-Comandante, ni se le ocurra -Julia se levantó, se desvistió y se metió bajo las sábanas. Con cuidado introdujo un brazo bajo la espalda de Lena-. ¿Puedes apoyar la cabeza en mi hombro sin que te duela el cuello?



Lena se puso de lado y se acomodó contra la curva del cuerpo de Julia. Suspiró y cerró los ojos. Julia la abrazó totalmente despierta. No quería dormir, quería... necesitaba... sentir a Lena a su lado. Recordó su conversación con Diane. «¿Le encuentras sentido? De vez en cuando, cuando está a tu lado y sabes que es lo único que realmente importa.
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Mensaje por Anonymus 7/15/2015, 3:45 am

CAPÍTULO TREINTA Y TRES


Lunes, 1 de octubre.


Savard oyó ruido de pisadas en la terraza y clavó los ojos en la puerta con una mezcla de emoción e incertidumbre. Se había despertado sola después de llegar a Whitley Point la noche anterior, tras engatusar y fastidiar al personal médico para que le permitiesen abandonar el hospital veinticuatro horas antes. Paula, que había dormido en un sillón junto a la cama, se levantó temprano para visitar a la comandante. Deseaba la compañía de Paula, su consuelo, pero también deseaba estar sola. Necesitaba encontrar un sitio para colocar la rabia y la terrible decepción que la dominaban desde el 11/S y no quería abrumar a su amante con sus dudas y desilusiones.


-Traigo café y bollos -dijo Stark entrando con una bandeja-. ¿Tienes hambre?
-Sí -Savard sonrió sin poder evitarlo. Stark comprobó la postura de la pierna de Renée colocada sobre varios cojines en el sofá.
-¿Cómo te sientes?
-No me duele mucho. Es solo una vieja herida que se ha abierto. De no ser por la crisis nerviosa momentánea que sufrí, habría podido caminar sola. -Torció el gesto, avergonzada por haber puesto en peligro la vida de la comandante.
-No pudiste evitar que te disparasen, cariño -Stark sirvió café, cogió un bollito de arándanos con una servilleta de papel y lo colocó todo sobre una mesita, al alcance de Renée.
-Estuve a punto de fastidiarlo todo. ¡Qué hazaña!


Stark se sentó en el sofá y posó la mano sobre el muslo de Renée.


-Pero no lo hiciste, y eso es lo que importa.


Savard contempló aquella mano fuerte. Paula la amaba. Paula era, además, una de las pocas personas que entendía lo que significaba luchar contra un mal tan persistente que la batalla era interminable. Paula comprendía que a veces le apetecía renunciar, dejarlo, decir que ya estaba bien y marcharse. Tener una vida normal en la que pudiese creer que el mundo era seguro. Suspiró y acarició los tendones y las venas de la mano de Paula.


-Estuve a punto durante un instante. No supe si lo conseguiríamos -se fijó en los abrumados ojos castaños de Paula-. En los últimos tiempos, no he tenido claro que pudiese seguir.
-¿Quieres hablar del tema? -preguntó Stark amablemente.
-No -Savard besó a Paula con ternura; sabía que el amor que aquella mujer le ofrecía era el único lugar seguro de su mundo-. Pero lo haré.


Y, mientras le contaba todo, sintió los primeros cosquilleos de paz.

Julia vio a Stark entrar en el pabellón de huéspedes, se volvió y sonrió a Lena, sentada ante la mesa.


-Entre Savard con muletas y tú, que apenas puedes susurrar, me siento como si dirigiese un centro de rehabilitación.


Lena se rió.


-No hables -advirtió Julia acercándose a la mesa. Se sentó y cogió la mano de Lena-. Yo hablo, y tú asientes, ¿vale?
-Sí -susurró Lena.
-Elena, obedece. He sido buena contigo porque estabas enferma -los ojos de Julia centellearon-. Pero no he olvidado que me dijiste que te quedarías en la retaguardia y por poco saltas por los aires.
-No...


Julia alzó una mano, interrumpiéndola.


-Ayer no te dije nada porque necesitabas descansar, pero hablé con Lucinda y sé lo que ocurrió.


Lena frunció el entrecejo.


-Sí, ya lo sé. Preferirías contármelo tú para quitarle importancia al peligro. Sé cómo funcionas –Julia buscó la mano de Lena y la cogió-. Opusieron más resistencia de lo que se pensaba, ¿verdad? -cuando Lena asintió, con una expresión de frustración, Julia continuó rellenando las partes que faltaban para que Lena no tuviese que hablar. Se daba cuenta de que seguramente Lena necesitaría hablar casi tanto como ella necesitaba escucharla, aunque a Lena no le gustaba desvelar todos los detalles. De todas formas, tendría que hacerlo-. Y fue así como acabaste en medio del fregado. No hubo retaguardia -acercó la mano de Lena a la cara y la frotó contra su mejilla-. No deberías haber corrido un riesgo semejante a menos que fuese absolutamente necesario, ¿verdad?


Lena sacudió la cabeza con cuidado sin apartar la mirada de Julia.


-Lo sé, lo prometiste -Julia procuró hablar con naturalidad, pero la imparcial narración de los hechos por parte de Lucinda la había aterrorizado. Se estremecía al pensar en lo que podía haber ocurrido-. Te creo.
-Gracias -dijo Lena en un susurro sin resentirse de dolor al hablar. No obstante, Julia puso los dedos sobre la boca de Lena.
-Chiisss. Espera hasta que surja algo cuya respuesta ignore; entonces, podrás hablar -se inclinó hacia delante y besó a Lena en la mejilla-. Te estás portando muy bien. Te amo -tomó aliento-. Lucinda me contó algunas cosas que no sabes. Al parecer, ese hombre tenía intención de explotar, junto con gran parte del campamento y todos los que estaban en él, para evitar que encontrases lo que había en su despacho: armarios llenos de transcripciones y cintas que contenían conversaciones incriminatorias con todo tipo de personas, expedientes personales, mapas, planes... una verdadera mina de información vital -deslizó los dedos cuidadosamente sobre la mejilla hinchada de Lena-. Por la pinta de tu cuello y tu cara, parece que le pusiste dificil lo de activar los explosivos.


Lena alzó un hombro.


-Y ahí es donde no están las cosas claras. ¿Quién le disparó en la cabeza, Lena?


Lena se quedó callada durante un rato contemplando los destellos del sol que se colaban a través de la puerta de atrás. Por fin había dejado de llover. Las nubes de tormenta se habían desviado hacia el mar, sustituidas por el aire frío y claro que anunciaba los albores del otoño. Si conociese el alcance de las pruebas forenses, podría dar una respuesta que protegiese a Renée de una posible investigación. Pero no lo conocía, y una mentira la pondría en una situación aún más comprometida. Sostuvo la mirada interrogante de Julia.


-Renée.
-Bueno -dijo Julia en voz baja-, entonces le debo mucho, ¿no crees?
-Ella... no... piensa lo mismo.


Julia sonrió con ternura.


-Oh, ya lo sé. Y no voy a fastidiarla con eso -acarició la mejilla de Lena-. He vuelto a hablar con Lucinda esta mañana, cariño. No era Matheson.
-Lo sé -lo supo desde el instante en que lo vio detrás de la mesa. Seguramente era la mano derecha de Matheson, designado para destruir las pruebas si Matheson no podía hacerla personalmente.
-Según Lucinda, Matheson ha desaparecido. No hay constancia de que abandonase el país, pero... se fue.
-La CIA.
-Lucinda no diría una palabra aunque lo supiera, ¿verdad?


Lena sacudió la cabeza.


-Pero, ¿crees que lo cogieron ellos?
-Sí -las palabras cortas le causaban menos dolor que mover el cuello.
-¿Valerie?
-No... personalmente.
-No -admitió Julia-, pero seguramente lo cogieron en cuanto ella les dijo quién era. ¿Eso fue lo que os puso a todos en peligro? ¿Lo que hizo Valerie?
-No.


Julia se sintió aliviada. Diane había regresado aquella misma mañana a Manhattan en el mismo vehículo que había llevado a Stark y a Renée a la isla.


-Creo que me voy a tomar unas vacaciones -había dicho Diane-. Tal vez vaya a París.


Julia la besó en la mejilla y le deseó suerte.


-Me alegro porque Diane la ama. Supongo que ha ido tras ella.


Lena sonrió maliciosamente.


-Valerie... la... encontrará.


Julia se levantó, se situó detrás de la silla de Lena y apoyó las manos en los hombros de su amante dándole un suave masaje.


-Según Luce hay tanta información en lo que confiscaron en el campamento que tardarán meses en revisarla toda, pero esa gente... solo es un eslabón de una cadena mucho más grande que se extiende por todo el mundo, como una red global de terrorismo -cerró los ojos tratando de asimilar aquel nuevo horror que ya formaba parte de su vida cotidiana. Lo que tú hiciste, lo que todos vosotros hicisteis, fue ganar tiempo para que podamos prepararnos con vistas a lo que se avecina. Lena estiró el brazo y cogió la mano de Julia.
-Te amo.
-Gracias por amarme. Lo significa todo para mí -Julia se agachó junto a Lena, abrazó a su amante por la cintura y apoyó la cabeza en su hombro-. Y gracias por ser quien eres, agente del Servicio Secreto Katina.


Lena acercó la mejilla a la de Julia y la abrazó con fuerza; sabía que fuese lo que fuese lo que les deparaba el futuro lo afrontarían juntas. Y vencerían.
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Mensaje por Monyk 8/29/2015, 12:57 am

Saludos!
Aún continúa ésta historia?
Gracias por tu trabajo. :-)

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